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Una promesa que se debe cumplir (SuguSato omegaverse)

Chapter 3: 3-. Te amo cómo las nubes al cielo

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Su respiración se cortó apenas escuchó las palabras de Suguru, pero su corazón no estaba de acuerdo, se aceleró tanto que fue capaz de escuchar sus latidos en sus oídos.

El sudor cubrió sus manos, haciéndolo sentir más nervioso de lo que estaba.

Sintió como sus mejillas ganaban color y todo pequeño rastro de sentido común se le fue arrebatado con solo esa frase.

Sus ojos, hechos para advertir todo lo que estaba por llegar, se cerraron de golpe, disfrutando de las palabras que escapaban de los labios de Suguru.

Eran un suave susurró, bañado en miel y cariño, palabras que solo Suguru podría decirle de tal forma.

Palabras que solo podía creer sí venían de Suguru.

Su cerebro, hecho para soportar sobreestimulación todo el tiempo, se quedó en blanco.

Suguru siempre había logrado eso en él.

Dejarlo sin palabras, acelerar su corazón, sonrojarlo... Carajo, no era justo todo el poder que Suguru tenía sobre él.

—Si me amas tanto... —logró decir, pasando saliva con lentitud— ¿Por qué te fuiste sin decirme nada? ¿Sin mirar atrás?

Suguru bajo la mano, su sonrisa borrandose por un momento, antes de regresar, aunque más pequeña, soltando un suspiró suave.

—Quiero un nuevo mundo, lo sabes, uno donde nadie debería morir por salvar a los monos...

—¿Y yo no entró a ese nuevo mundo? —Satoru susurró, casi herido.

—¡Claro que sí, Satoru!

El albino apretó los labios con suavidad, tratando de tranquilizar su corazón aún acelerado. Aunque era difícil, no sabía relajarse con Suguru tan cerca.

—Aún así te fuiste. Me dejaste.

El contrario asintió, sin tener el valor de negarlo. Era la verdad.

—Lo sé, me fui, te abandoné sin mirar atrás. No fue justo para ti.

—No lo fue.

—Pero... —Suguru dudó un poco, antes de soltar un suspiró— me arrepentí todo el tiempo. Nunca dejé de pensar en ti. Ni un solo día.

Satoru levantó una ceja.

—Lo lamento, la verdad es que no te creo.

Suguru tomó con cuidado la mano del albino, acariciando con suavidad sus nudillos, trazando las suaves líneas de su palma.

Sus manos eran claramente más ásperas a como las recordaba, solían ser suaves, con alguna que otra ampolla, pero suaves.

Sin embargo, eran las mismas manos de aquel que amaba. Un poco más ásperas, un poco más duras, pero eran de Satoru.

Subió la yema de sus dedos, pasando por su cuello, aún recordaba los chupetones que una vez le dejo.

Claro, ya no había rastro alguno de ellos, pero recordaba la sensación que le provocó.

El estremecimiento en su espalda, el jadeó de Satoru contra su oído, sus manos aferrándose a las suyas, la risita de Satoru cuando se vio al espejo.

Sintió ganas de llorar. Había arruinado todo eso.

Pero no lloró, no era el momento.

—Lo sé, es normal al que no me creas —Suguru regresó su mano a la de Satoru, antes de llevarla a sus labios— ¿Qué podría hacer para que me creas?

Satoru frunció el ceño, aunque no parecía nada enojado con sus mejillas rojas.

—Yo no te voy a decir. Si te lo dijera no sería creíble.

Suguru soltó una risita.

—Tienes razón. Eso no sería creíble.

Geto se detuvo un momento, pensando en que podría hacer, después de unos segundos asintió.

—¿Qué? —Satoru preguntó, rodando los ojos al ver a Suguru levantarse.

Pero el contrario solo sonrió, apretando el agarré en su mano antes de caer de rodillas frente a Satoru, quién soltó un jadeó de sorpresa.

—Satoru —dijo con voz firmé, levantando la cabeza para verlo— necesito pedir perdón. Por todo. Por dejarte, por lastimarte, por no hablar estado en comunicación todo este tiempo, por evitarte... Fui un idiota contigo, me merezco que me odies, que me golpes, que seas tú quien me ignoré.

Suguru soltó un suave suspiró, levantando la mano de Satoru y colocándolo un beso en uno de sus nudillos, en ese donde un día soño poner un anillo de bodas.

Aún lo soñaba, aunque no podía decir eso, asustaría a Satoru.

—Pero se que aún me amas también, lo sé por la forma en que evitas entregarme a los altos mandos, podrías hacerlo cuando quisieras, podrías ir a mi secta, atacar y llevarme, o matarme tu mismo en este momento o podrías torturarme. También me lo merezco. Y aquí estás. Permitiendo que te toqué, que te bese, que hable contigo. Permites que te amé.

Satoru desvío la mirada, estuvo tentado a apartarse, pero Suguru tenía razón.

Lo amaba.

Lo amaba.

Lo amaba demasiado.

—Si aún gustas que me aparté podría irme.

—¿A tu secta?

—No, lejos.

—¿Dejarías tu secta por mí?

Suguru asintió, estar de rodillas hacia que el dolor en su herida volviera a doler, todo su cuerpo dolía. Pero Satoru merecía cada pizca de dolor que pudiera darle.

—Lo haría. Mi secta es gran parte parte de mi vida, es todo lo que he formado en estos años, pero dejaría todo por ti. Porque eres lo más importante que tengo.

Satoru miró los ojos de Suguru, estaban resplandecientes de honestidad, amor y dolor.

Todo en él gritaba que era verdad lo que le decía.

—¿Y si te pido que te entregues?

—Si de verdad lo quieres, lo haría.

—¿Me amas, Suguru? Se que ya lo dijiste, pero...

—Te amo —interrumpió con suavidad— te amo más de lo que he amado en toda mi vida. Te amo como las nubes al cielo.

Satoru se quedó callado unos segundos más, antes de arrodillarse a su lado.

—Yo también te amo... Cómo las nubes al cielo.

Suguru no logró pensar de manera correcta después de eso.

Sostuvo las manos de Satoru con más fuerza, inclinándose para besar los labios del albino, quién no se resistió.

Fue cómo si todos los fuegos artificiales estallaran en ese momento.

Sus corazones se aceleraron, el sonrojo subió a las mejillas de ambos, suaves suspiros salieron, chocando contra los labios del otro.

Sus labios danzaban con armonía, una armonía que persistía a pesar de los años.

Las manos de Suguru fueron a parar a la cadera de Satoru, aferrándose con suavidad al albino. Y Satoru se derritió bajo su toqué, llevando sus propias manos al cuello de Suguru, tratando de acercarlo más.

Sus cuerpos se unieron, pecho con pecho, rodillas con rodillas, anhelo con anhelo.

Se habían extrañado. Se habían extrañado más de lo que nunca podrían decir o siquiera descibir.

—Te amo —Suguru susurró con la voz agitada, apartándose del beso, levantando la barbilla para darle uno en la frente.

Satoru sonrió, rozando sus labios con la mejilla de Suguru.

—Te amo.

Igual que las nubes, a pesar de convertirse en niebla, a pesar de desaparecer con el aire, siempre regresaban al cielo.

Porque amaban el cielo.

Tanto cómo Satoru amaba a Suguru.

Tanto cómo Suguru amaba a Satoru.

Bueno, tal vez ellos se amaban más.