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Capítulo I: Nada sale como lo planeas
Dicen que las oportunidades vienen una sola vez en tu vida; es poco probable que regresen, y la probabilidad es aún más baja cuando eres una persona de escasos recursos. Era una ironía en la cabeza de Tönalli cuando llegó a la facultad de ciencias en la CDMX con una beca del 100% debido a su intelecto en esta área.
Todos esos años de su vida universitaria fueron magníficos de alguna manera; vivió experiencias que, se podría decir, quedarían en su memoria y, en un futuro, les contaría a sus nietos.
O eso pensaba antes de asistir a la fiesta de graduación… y que todo saliera mal.
Su mirada se fijaba en el suelo del auto. Fue una situación sumamente humillante: el hombre que antes consideraba como una figura de admiración al inicio de la carrera, ahora ni siquiera podía mirarlo a los ojos. Existía una profunda repulsión en su interior cada que pensaba en él. La sensación de sus labios sobre los de ella después de tanto tiempo ocasionaba que tuviera nauseas. De sus ojos, las lágrimas suplicaban por salir, pero restregó sus ojos con una de las mangas del vestido para evitar llorar. Era símbolo de debilidad ante su alrededor. No se podía permitir sentirse mal en esos momentos.
Cuando llegó al edificio, subió al elevador y presionó el tercer piso para dirigirse al departamento. Al llegar, abrió cuidadosamente la puerta para evitar despertar a las demás. Sujetaba sus tacones con las manos y los dejo caer aún lado del sofá. Se sentó sobre el mueble, y se quedó pensativa por un momento, mirando a la nada.
Finalmente, rompió en llanto y, con sus manos, se daba de golpes en la cabeza, repitiéndose lo idiota que era por permitir que la besarán sin su consentimiento, enfrente de todos. De su boca salían quejidos; se colocó una almohada en el rostro y comenzó a gritar con toda su fuerza de voluntad contra esta. El sonido de su voz sacó todo el dolor acumulado. Al separarla de su rostro, el maquillaje que antes le habían puesto en la tarde manchó la tela blanca, y la lanzó hacia un florero que estaba en los estantes del departamento. El sonido de la cerámica estrellándose contra el suelo retumbó en sus oídos.
¿Cómo se atrevía? ¿Era necesario tratarla así? ¿Acaso no era lo suficientemente fuerte para defenderse? No aceptaría que alguien como él la hubiera humillado en pleno baile de graduación.
Estuvo llorando hasta que el reloj de la pared dio las 5 de la mañana. Se quedó dormida en el sofá. Su rostro estaba algo hinchado; su nariz mostraba un severo enrojecimiento, al igual que sus párpados. Eran más notorios por su piel albina.
—¡Dios mío, Tönalli! ¿qué sucedió? —habló una de sus roomies, alarmada por ver el estado de Tönalli.
Ella despertó de repente y volteó hacia otro lado; le daba vergüenza que alguien más la viera en ese estado tan vulnerable.
—Estoy bien Penélope. Necesito ir a mi cuarto, por favor, no quiero que ninguna de ustedes me moleste—ordenó Tonalli. Sentía como si su cabeza explotara por la noche anterior y se paró de su lugar.
Fue a la habitación a encerrarse con llave. Se dio una ducha con agua fría; deseaba que el agua se llevara todo lo impuro de su cuerpo.
Después del baño, se puso ropa cómoda y lanzó su cuerpo a la suave cama, quedándose boca abajo. Pero entró una llamada. Ignoró el sonido, pero por la insistencia de la persona, estiró su mano hacia el celular y respondió de mala gana con obscenidades.
—¿¡Quién eres y qué quieres?! —contestó a la llamada con un grito brusco.
—Óyeme, chamaca grosera ¿Por qué esa manera de contestarme? —una voz con acento chiapaneco la regañó con severidad.
Tönalli quedó estupefacta al escuchar ese tonito de voz. Al principio creyó que sería una estúpida broma de alguien más imitándola, con tal de burlarse de ella.
—Te equivocaste de número, por favor no vuelvas a llamar—estaba a punto de colgar la llamada de una vez, pero un peculiar sobrenombre de su infancia hizo clic en su cabeza.
—Mi lechucita, a pesar de los años no he dejado de preocuparme por ti—dijo. Esa palabra clave haría que su sobrina la reconocería de inmediato.
— ¿Tía Itzel? —preguntó. Una expresión de sorpresa se formó en su rostro. Habían pasado años desde que se fue del pueblo.
—¿Como has estado nena? —preguntó. Quería que su amada sobrina le contara absolutamente todo—. ¿Crees que podamos vernos en el parque nacional de Xochimilco mañana a las 12pm?
La impresión de la llamada no la dejo responder. Dieciocho largos años en los que nunca la contactó. El primer pensamiento de una niña de ocho años era que su tía la abandonó, dejándola con esas primitivas personas que llamaba familia.
—Está bien. Me alegro saber de ti, Itzel— fue lo primero que respondió, y colgó la llamada.
Tönalli inmediatamente averiguó como llegaría a Xochimilco. Tomar el camión de la ciudad no era una opción por el caos constate en las calles, y tardaría más de una hora con veinticuatro minutos. Lo mejor era pedir un taxi con anticipación, solo esperaba que al día siguiente no fuera un desastre como la noche de su graduación.