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El guardián de la luz

Summary:

HYDRA consigue activar el protocolo INSIGHT y se hace con el control del planeta. Sin embargo, la Resistencia crece en sus filas, y consiguen desprogramar al Soldado de Invierno para que sea el guardián del tesoro material más importante de HYDRA.

Este es el viaje del hombre que fue sargento, luego soldado y por último, se convirtió en guardián.

Arts incrustados.

Notes:

¡Hola!

Esta es la segunda colaboración, a petición de la increíble fanartista @capibuck. Fue muy explícita en sus peticiones, y mi mente maquinó un inicio de aventuras que espero cumpla sus expectativas y la inspire para seguir llenando el fandom de dibujos :D

Chapter 1: El Soldado

Chapter Text

         

 

 

          1. Despertar

 

La enfermería era un lugar aséptico y sin vida. Las paredes estaban pintadas de blanco con una gruesa franja de color verde — sinople heráldico. Qué curiosa es la memoria humana — desgastado por el paso del tiempo y la laxitud de aquellos que debían mantenerla en perfectas condiciones. Lo mismo le pasaba al suelo; el desagüe oxidado daba una sensación de abandono a la sala, reflejo del miedo y del desprecio que la mayoría de Soportes sentía hacia el hombre — el arma — que la visitaba con regularidad.

La enfermería estaba repleta de armarios, estructuras de madera y cristal repletas de recipientes y artefactos que llevaban escritos la palabra солдат. En su interior se custodiaban los compuestos activos, catéteres, agujas y viales que le inyectaban al Soldado y lo hacían retorcerse de dolor.

La enfermería carecía de ventanas. Tenía dos puertas, a las que se accedía mediante un código de seis dígitos. Un circuito de videovigilancia registraba la evolución del Soldado, su eficiencia física . El servidor médico, con pantallas planas que flanqueaban la silla quirúrgica, escupía miles de datos que los programadores utilizaban para ajustar el voltaje y la combinación del cóctel de drogas. Al fondo, el equipo de reanimación, varias bombonas de oxígeno y otros aparatos destinados al mantenimiento de la cibernética del Soldado se amontonaban junto al fregadero. 

La enfermería no era el lugar predilecto del Soldado. Allí sentía dolor. El quirumed era incómodo, los grilletes de los reposabrazos estaban fríos y la luz sobre su cabeza le taladraba los nervios ópticos hasta fundirle el cerebro. El Soldado odiaba la enfermería tanto como el tubo y la Freidora , el asiento diabólico donde el mundo dejaba de ser mundo y las Palabras lo volvían plano y dócil, listo para obedecer.

El olor a fármaco inundó las fosas nasales del Soldado, que permanecía sentado en la silla en silencio, con la cabeza bullendo de curiosidad. Había renacido esa misma mañana; dos Soportes lo habían llevado a la ducha aseåndolo a conciencia, cabello incluido. Notó el nerviosismo de ambos hombres mientras lo vestían; leyó en sus miradas que lo estaban preparando para una misión. Lo sentaron en la Freidora , le pusieron el protector bucal y le inyectaron la solución en el catéter de su brazo derecho. El Soldado cerró los ojos a la espera de las descargas y gritó al sentirlas.

—Listo para cumplir.

Lo llevaron a rastras a la enfermería, donde lo esperaba el Hombre Elegante con Traje . Este se sentó en un taburete con ruedas y se acercó al Soldado. Los Agentes alzaron sus armas. El Hombre Elegante les indico con una mano que no era necesario.

—Es usted un regalo para la Humanidad —le dijo con tranquilidad—. Ha dado forma al siglo. 

El Soldado guardó silencio. Había aprendido de la peor manera que cuando el Hombre  Elegante con Traje hablaba, el resto mantenía la boca cerrada. 

—Por eso tengo que pedirle un último esfuerzo.

El Soldado pestañeó. Ya había oído esa frase — Año 2014, Capitán América y Viuda Negra. Objetivos Nivel 6. Eliminación. Estado de la misión: fallido —. ¿Por qué había recordado ese detalle? No era lo habitual: la Freidora solía sumirlo en un estado de aletargamiento mental donde el ruido blanco predominaba sobre el resto de pensamientos, pero se encontraba descansado y lúcido. Miró el catéter en su brazo; la solución de drogas goteaba desde la bolsa hacia su torrente sanguíneo, aunque no sentía el ardor abrasador que acompañaba al cóctel letal.  

—HYDRA ha traído la paz al mundo. Primero fue el Proyecto INSIGHT, luego, el Escudo MEDUSA —el Hombre Elegante con Traje caminó por la enfermería mientras explicaba los parámetros de la misión—. Sin embargo, un equipo subversivo llamado Los Vengadores intentan desestabilizar el orden sembrando el caos. Debe eliminar a dos objetivos nivel 6. Capitán América y Viuda Negra. 

El Soldado asintió en silencio mientras el  Hombre Elegante con Traje abandonaba la enfermería. En la puerta, dos Agentes Rumlow, Brock. Rollins, Jack. Capacidades de combate clase 4. Nivel de amenaza, alto — lo miraban con aversión. Una mujer con bata blanca se acercó al Soldado y abrió el puerto de datos de su brazo prostético. Lo conectó a un ordenador y se dispuso a reajustar toda la cibernética.

—No sé por qué estamos empleando tanto recursos en este tío —dijo Rumlow a su compañero. Su voz se oía alta y clara por toda la estancia—. Debería dedicarse a lo que sabe hacer sin…

—Pierce tiene un rollo raro con él —Rollins respondió con desdén—. Quizás quiera convertirlo en su puta, cuando mate al Capitán y a la zorra pelirroja.

El Soldado mantuvo la mirada fija en la pared. Sus músculos estaban en tensión, listos para enfrentarse a cualquier eventualidad.

—Señores, si quieren mantener su conversación —interrumpió la Bata Blanca —, háganlo en la sala de oficiales. Quisiera dejar al Activo operativo lo antes posible.

—Por supuesto, muñeca —dijo Rumlow—. Luego podemos ir a cenar y yo te enseñaré algunos truquitos de cintura para abajo —sonrió moviendo las caderas en un gesto que no dejaba nada a la imaginación.

—Agente Rumlow —la voz de la mujer era cortante, revelando su incomodidad.

—Oh, encima te haces la dura. Lo disfrutaré mucho más, te lo garantizo —replicó, con la seguridad que muestran los ganadores—. Vamos, Rollins.

El Soldado siguió con la mirada a Rumlow y a Rollins mientras salían de la enfermería. La mujer continuaba con la actualización del software pero mantenía el aire en sus pulmones, y su corazón latía a toda velocidad. Cerró la tapa protectora del puerto de datos, oculta bajo las láminas del brazo metálico y se dirigió a uno de los armarios. Ya de espaldas, soltó el aire y suspiró.

—No le harán daño, doctora —dijo el Soldado—. No lo permitiré.

Tenía la voz rasposa por la falta de uso, pero logró articular la frase sin cometer errores. Ella se giró y enarcó las cejas, sorprendida.

—Gracias, Soldado. ¿Cómo se encuentra? —le preguntó.

—Listo para cumplir las órdenes —respondió de forma mecánica.

Ella esbozó una sonrisa suave.

—¿Ha dejado de doler? 

El Soldado alzó la vista por primera vez. Detectó un brillo febril en los ojos oscuros de ella. No era una sensación equivocada; la Freidora no había sido capaz de borrarle los recuerdos desde su última misión, cuando los programadores asignados consideraron que actuaba de forma errática y que por eso no había vuelto a la base cuando fracasó en su cometido: matar al Capitán América.  

—Es aceptable —respondió.

Ella caminó hacia la cámara de videovigilancia y se colocó en un ángulo ciego. Extrajo un dispositivo de un bolsillo de su bata y lo activó. La cámara parpadeó unos instantes y se apagó por completo. El Soldado continuaba mirando al frente, pero seguía la evolución de sus movimientos por el reflejo del cristal de la puerta. 

—¿Cuál es la última misión que recuerda? —preguntó la mujer.

—Año 2014. Capitán América y Viuda Negra. Objetivos Nivel 6. Misión fallida —enumeró—. Dos helitransportes chocaron en el aire y solo el tercero pudo ejecutar la directiva INSIGHT. La búsqueda de los enemigos de HYDRA agotó mis reservas de energía y me desmayé, tras vagar durante siete meses por Estados Unidos.

Ella asintió. Sacó un par de viales del bolsillo de su bata y los inyectó en el suero que goteaba directo a sus venas. El Soldado experimentó una sensación de vértigo que lo hizo agarrarse a la silla. 

—¿Sabe usted cuál es mi nombre? —extrajo un pendrive del colgante que llevaba puesto y lo  encajó en el puerto de datos del brazo prostético. El Soldado se arqueó y gimió.

—Doctora… Helen Cho. Genetista —balbuceó.

—¿Sabe usted cuál es el suyo?

El Soldado la miró a los ojos y vio en ellos lo que nunca veía en los Agentes , Soportes , otros Activos o en el Hombre Elegante con Traje : esperanza. 

—Sar… sargento Barnes es un nombre que retumba en mi cabeza —contestó. El pendrive emitía un parpadeo alegre, y la solución en sus venas lo hacía sentir más despierto y vivo que nunca.

—¡Sí! —la mujer lanzó un pequeño gritito de satisfacción—. ¡Funciona!

La doctora Cho lo ayudó a levantarse de la silla quirúrgica, sujetó la bolsa con la solución sobre sus cabezas y se dirigió al teclado de seguridad de la puerta. Introdujo los seis dígitos y la puerta se abrió con un siseo.

—Rumlow la violará y luego la mutilará —dijo el Soldado—. No podré protegerla. Mis capacidades están al treinta por ciento. No soy rival para él.

—Es un efecto pasajero, sargento. Hemos diseñado un antídoto para contrarrestar las drogas que HYDRA le ha estado inoculando durante todos estos años. Es nanotecnología. Funcionará a la perfección con su suero y con las mejoras tecnológicas que le hemos implantado.

Caminaron por pasillos en penumbra y corredores vacíos, almacenes y depósitos donde HYDRA almacenaba lo inservible. Tras cruzar un túnel excavado en la roca, se encontraron con una puerta blindada con escáner digital. Dos cámaras de vigilancia barrían el perímetro a intervalos de cuatro segundos. La doctora Cho colocó la mano sobre la superficie acristalada; la luz del escáner se volvió verde y la puerta se abrió sin complicaciones, permitiéndoles el paso.

—Henry —dijo ella mientras el Soldado tomaba asiento en una silla convencional—. El antídoto funciona.



          2. Conocimiento

 

El Soldado nunca había estado en aquella parte del complejo. Conocía la sala fría, la enfermería, el gimnasio y el cubículo de descanso. El resto de las instalaciones estaban vedadas para él. Sin embargo, tenía la sensación de haber estado en aquel lugar en algún momento de su vida. 

—No lo recuerda aún, pero lo hará —dijo el hombre frente a él. Tenía alrededor de setenta años, pelo salpicado de blancos y ojos inteligentes. Al igual que la doctora Cho, vestía bata blanca. La camisa de cuadros y el pantalón de pinzas fueron un disparo directo al estómago. 

“El hombre del puente. Yo lo conocía.”

 —Los últimos renacimientos han sido diferentes, ¿verdad, sargento? —el hombre estaba sentado frente a una mesa de trabajo con varios artilugios de utilidad desconocida.

El Soldado asintió sin dejar de mirar a su alrededor. Frente a él, un cuadro de mandos con multitud de luces se encendían y apagaban a intervalos irregulares. A su izquierda, una consola analógica repleta de interruptores y conmutadores, un galvanómetro y un dispositivo de cuenta atrás que marcaba el año y el mes de una fecha en concreto llamaron su atención. 

“Reporte de misión: 16 de diciembre de 1991.”

Bajó la mirada avergonzado y culpable. Ese día había matado a Howard y María Stark a sangre fría, robado los viales de suero de supersoldado y vuelto a la base en una operación relámpago. Sanción y extracción. Sin testigos.

—La máquina tampoco ha borrado sus recuerdos en la última intervención  —comentó el doctor—. Ese bastardo de Sanders ha seguido el procedimiento de principio a fin, pero usted superó el examen con nota —sonrió—. Una actuación soberbia, con todos esos gritos. Incluso Helen se la creyó.

El Soldado guardó silencio. Había aprendido a detectar las microexpresiones faciales de la gente, los movimientos imperceptibles de los músculos del rostro que revelaban las auténticas intenciones de las personas. Sanders disfrutaba con la tortura, así que se adaptó al medio y dominó la situación. Por el contrario, no sabía la finalidad de la entrevista con la doctora Cho y el doctor Pym, aunque su lenguaje corporal indicaba que no mentían. Dejó de continuara hablando. La curiosidad, a veces, era superior al instinto de supervivencia.

—La cautela es una buena aliada —susurró. 

A la izquierda de la estancia había un maniquí con un traje de neopreno rojo y blanco y un casco que asemejaba la cabeza de una hormiga. A su alrededor los artilugios cubrían el suelo de cemento, y no había un trozo de pared que no estuviera decorado con planos, pantallas, dibujos de máquinas y diseños. Sobre el banco de trabajo había varios juguetes: un camión, un tanque, un edificio y una furgoneta. 

—¿Sabe usted quién soy? —le preguntó mientras sustituía el pendrive por una conexión por cable. Helen Cho cambió la bolsa casi vacía de suero y la colgó de un gancho. El Soldado jadeó y tembló por la inyección de información que estaba recibiendo.

—Doctor Henry Pym. Científico. 

El hombre esbozó una sonrisa y asintió. Tomó una silla y se sentó frente al Soldado, que lo miraba con curiosidad. 

—Efectivamente. Soy Hank Pym. No le voy a aburrir con mis logros, ya que la mayor parte de ellos forman parte de la Wunderwaffe de esta panda de fascistas. No estoy orgulloso de eso, pero este es mi momento de equilibrar la balanza. Durante meses, he trabajado en mi último proyecto y confío en usted para que esa banda de cabrones no puedan ponerle las garras encima.

El Soldado alzó las cejas de sorpresa. Se sentía como un recipiente vacío bajo un chorro incontrolado de información. Caras, fechas, lugares, actos, todo flotaba en una sopa revuelta en su interior. La sopa de sus propios recuerdos .

—He descubierto una multidimensión a la que he bautizado Reino Cuántico , sargento. Un multiverso al que solo se puede acceder a través de estas partículas, las partículas Pym, que encogen al sujeto hasta un nivel subatómico. 

El doctor Pym le mostró varios viales llenos de una mixtura rojiza que flotaba en su interior, así como pequeños discos adhesivos que debían cumplir con una función similar. El Soldado los miró con interés, tratando de comprender la magnitud de lo que le estaban revelando. Recordó una habitación, un muchacho enfermizo y libros a los pies de la cama. Una mujer vestida de enfermera. Una mano en su cabeza que acariciaba unos rizos llenos de fijador. La doctora Cho inyectó un compuesto en la bolsa de solución. El soldado notó cómo subía su temperatura corporal a niveles normales por primera vez en mucho tiempo.

—Si no desea que HYDRA aumente su Wunderwaffe , debería destruir las partículas, doctor Pym —le dijo. 

—No es tan sencillo, sargento —contestó el hombre, mientras colocaba las partículas en una maleta de seguridad y la cerraba con cuidado—. HYDRA conoce todos mis proyectos. Sabe en qué he estado trabajando y cuándo lo he hecho. Monitoriza mi laboratorio las veinticuatro horas del día. Lo que desconoce es que tengo este segundo laboratorio en sus propias instalaciones.

El Soldado miró a la genetista y por último, al científico. 

—He logrado descifrar el enigma del Mundo Cuántico y tengo una máquina operativa para cruzarlo con garantías. 

El Soldado frunció las cejas, carraspeó y se removió en su silla. Ella continuó con los preparativos, inyectándole en el suero distintos viales que no solo no lo aletargaban, sino que lo mantenían cada vez más despierto y con la mente más despejada que nunca.

—Supongo que se sentirá confuso, sargento. Es normal. Su cuerpo está desintoxicándose de las drogas que los fascistas han utilizado para someterlo. La doctora Cho y yo hemos trabajado para mejorar su metabolismo y alejarlo de la programación. Revertirlo a lo que fue, o al menos, a lo que debería haber sido únicamente con el suero de supersoldado de Zola. 

El Soldado sintió la necesidad de saber y se atrevió a formular las preguntas que habían flotado en su mente pero que no fue capaz de verbalizar hasta ese mismo instante. 

—¿Dónde está Steve Rogers?

La doctora Cho lanzó un suspiro. Hank Pym apretó los labios. Ambos lo miraron a los ojos; la tristeza era palpable.

—Falleció.

—¿Lo… lo maté yo? ¿Murió por mi culpa? —preguntó con voz temblorosa. El Soldado sintió el pecho oprimido. 

“Vamos, respira para mí. Vamos, vamos. Tienes que calmarte. Vamos.”

—No, sargento —dijo ella, colocando una mano en su hombro humano—. HYDRA trató de capturarlo con vida muchas veces, pero no lo consiguió. Steve Rogers lanzó un ataque contra el Centro de Control en Washington, la Nueva Capital del Mundo. HYDRA perdió innumerables soldados pero logró herirlo de gravedad. Intentamos reanimarlo pero… fue en vano. Tras su muerte, Sam Wilson tomó el manto de Capitán América y los Vengadores trabajan bajo su mando.

El Soldado asintió pero la opresión de su pecho no cesó. Tomó aire y llevó su mano humana a los ojos; estaban húmedos.

—No tenemos tiempo para lamentaciones, sargento —dijo Henry Pym—. Sam Wilson está lleno de buenas intenciones, pero la guerra que se avecina será larga y cruenta para ambos bandos. La Máquina del Mundo Cuántico no puede caer en manos de HYDRA. Si pusieran sus garras sobre ella, todas las realidades estarían a su merced. 

—Debe destruirla —replicó el Soldado.

—Que la destruya no cambia el resultado final. Sus científicos llegarán a las mismas conclusiones que yo. Es cuestión de tiempo —Henry Pym tomó el mono de color rojo y blanco y se lo entregó al Soldado. Este lo sujetó con los dedos sin saber muy bien qué hacer—. Por eso está usted aquí, sargento. Es nuestra última esperanza.

El Soldado alzó las cejas de estupefacción. 

—Sabemos que la Sala Roja se especializa en arrancar la humanidad a sus Activos y convertirlos en máquinas de matar. Nosotros —señaló a Helen Cho con la mano y luego a sí mismo— llevamos meses humanizándolo; todas las intervenciones que le hemos practicado han estado encaminadas a retirar los componentes obsoletos y prepararlo para el salto al Mundo Cuántico. 

La doctora Cho se giró al escuchar un pitido; los monitores del circuito cerrado de videovigilancia detectaron movimiento en los pasillos adyacentes.

—Deprisa, Henry. Ya vienen.

Los hombres de HYDRA, Agentes y Soportes , corrían por los pasillos en busca de cualquier tipo de actividad. Sus armas modificadas brillaban en la oscuridad.

—Sargento, hemos sustituido toda la biónica de HYDRA por un endoesqueleto de adamantio y vibranio reforzado, asegurándonos así una existencia duradera con sus capacidades al cien por cien. 

—¿Por qué yo? —preguntó el Soldado. La doctora Cho extrajo el catéter de su brazo y le selló la herida con polímero rectificado. La cicatriz desapareció ante sus ojos en cuestión de segundos. 

—Porque usted es un guerrero, sargento. Un soldado de la Segunda Guerra Mundial que tuvo la mala suerte de ser capturado por los rusos y torturado para adaptarse a los propósitos de HYDRA. ¿No desea devolverles el favor? ¿Enseñarles lo bien que lo han entrenado, llevándose consigo uno de sus mayores tesoros?

El doctor Pym esbozó una sonrisa triunfal mientras la doctora Cho envolvía y preparaba los viales, fórmulas magistrales, diseños, prototipos y la documentación que los desarrollaba y los colocaba en la máquina miniaturizadora. En las pantallas, los soldados de HYDRA se contaban por decenas. El Soldado no daba crédito a lo que estaba viendo.

—Es el momento de contraatacar, sargento. Por ese motivo está usted aquí. Esta será su misión, si la acepta . Viajará a través del multiverso y encontrará un lugar idóneo donde esconder este legado y lo protegerá con su vida, si es necesario. Si HYDRA lo convirtió en el Soldado de Invierno para satisfacer sus necesidades de expansión, nosotros, lo que queda de la Resistencia liderada por Steve Rogers, le pedimos que se convierta en el guardián del Mundo Cuántico. 

El Soldado se desnudó y dejó su ropa táctica sobre la mesa de trabajo. La doctora Cho la guardó cuidadosamente en un gavetero de metal que redujo a la mínima expresión y lo colocó junto al grupo de figuras que simulaban los muebles de una casita de muñecas. Se enfundó en el mono de neopreno y dejó que ella ajustara los sensores y mecanismos interiores. La doctora Cho esbozó una sonrisa cuando abrió un compartimento estanco de su brazo y deslizó una piedra azul en él. Selló la placa con una suave presión y lo miró a los ojos.

—Es el Teseracto . El artefacto que produce energía infinita y que HYDRA ha utilizado para crear todas sus armas modificadas. Hemos conseguido reducirlo al tamaño de una gema. Es la luz con la que podrá iluminar el universo si conseguimos cauterizar todas las cabezas. Protéjalo con su vida, sargento. 

Ella guardó silencio cuando los soldados de HYDRA comenzaron a aporrear la puerta de metal. 

—¿Doctora Cho? —la inconfundible voz de Rumlow atronó por el pasillo—. No me haga entrar a buscarla. No será divertido para usted.

—Vamos, sargento —dijo el doctor Pym—. Estos mecanismos sirven para agrandar las cosas. En el interior de esta furgoneta —tiró de una sábana y descubrió una furgoneta AMC Vandura modificada— hemos instalado el túnel al Mundo Cuántico. Cuando llegue a su destino la miniaturizará y la utilizará en caso de necesidad. La hemos provisto de todo lo que pueda necesitar. Recuerde, sargento. Será usted el Guardián de la Luz.

—¡Doctora, abra la puta puerta! —Rumlow empezó a impacientarse. Hacía señas a su pelotón de asesinos callejeros para que tiraran la puerta abajo. Cuando se percató de que había un par de cámaras apuntándolos, las desactivó disparando su arma contra ellas.

—¡Doctor Pym, la puerta no aguantará!

El Soldado se puso el casco y se colocó frente a las puertas abiertas de la furgoneta. La doctora Cho le entregó los dispositivos de agrandamiento y le explicó con su voz siempre suave la forma de activar y cómo colocarlos para que los objetos que llevaba consigo volvieran a su tamaño original. El doctor Pym ajustó la fecha: 17 de marzo de 2026. 

Rumlow seguía gritando en el exterior del laboratorio, mientras la máquina del Mundo Cuántico absorbía la energía del complejo para abrir el túnel cuántico. En ese instante, uno de los Soportes inferiores reventó la cerradura de seguridad y el grupo pudo penetrar en las instalaciones del doctor Pym, disparando sus armas modificadas para causar el máximo de daño con ellas.

—Necesito mi arma —dijo el Soldado—. La Scorpion vz 61. 

La doctora Cho le lanzó el subfusil. El Soldado lo agarró con avaricia; disparó una ráfaga a la vanguardia de soldados de HYDRA. Rumlow gritó al verlos caer.

—¡Perro descerebrado!— respondió con fuego de cobertura mientras una segunda oleada de soldados trataban de tomar el laboratorio—. ¡Cuando termine contigo no vas a saber ni donde tienes los cojones!

El Soldado no dudó. Disparó de forma eficiente a cada blanco, que caía formando una montonera de cadáveres en la antesala del laboratorio. Apuntó a Rollins y le incapacitó en el hombro, el antebrazo y por último, la muñeca. Cuando el Agente sacó un cuchillo de su traje táctico, el Soldado lo remató con un tiro entre los ojos.

—¡Tiene que colocarse en la plataforma, sargento! —gritó el doctor Pym.

Rumlow estaba furioso, el Soldado veía sus venas marcándose como tuberías en su cuello. Sacó una granada de concusión de su cinturón táctico y la lanzó dentro de la furgoneta. La doctora Cho cerró las puertas traseras para minimizar la onda expansiva de la explosión. El revestimiento del vehículo evitó la masacre, pero su interior quedó completamente destrozado.

El Soldado vio que ella se esforzaba en entregarle varias figuritas —un edificio, una maleta con su traje táctico, un tanque, un camión— que él podría engrandecer con los dispositivos creados por el doctor Pym. Rumlow se percató de la maniobra y le disparó varias veces, alcanzándola en el pecho, el brazo y las piernas. Ella cayó hacia atrás y las figuritas volaron a su alrededor. El doctor Pym consiguió atrapar el edificio y la maleta, se abalanzó hacia el Soldado y se los introdujo en uno de los bolsillos de su cinturón táctico.

—¡Corra! —gritó el doctor Pym—. ¡Váyase!

Utilizó toda su fuerza para empujar al Soldado hacia la plataforma metálica. El Soldado giró en el aire y tardó unas preciosas centésimas de segundo en fijar su objetivo. Los disparos de Rumlow alcanzaron al doctor Pym, que cayó abatido, a la máquina del Mundo Cuántico, que se volvió loca y cambió el año de destino de forma aleatoria, y a otros artefactos que quedaron dañados para siempre. El Agente sonreía triunfal, creyéndose ganador en la contienda.

El Soldado lo miró a los ojos cuando aterrizó sobre la plataforma de la máquina del Mundo Cuántico y lo apuntó con su arma.

—No hay prisioneros en HYDRA, solo orden. Y el orden se obtiene a través del dolor —dijo sin rastro de duda en su voz.

El Soldado disparó por última vez su subfusil, impactando entre los ojos del Agente Rumlow. El túnel cuántico estaba abierto, y lo último que pudo ver fue el rostro siempre amable de la doctora, que sonreía en el suelo y le deseaba buena suerte.

 

Chapter 2: El viaje

Notes:

¡Hola!

Este capítulo es un poco más triste de lo normal en mí, pero para subir hay que terminar de caer.

Referencias al suicidio.

Ilustraciones hechas por @capi-buck y por @otp-holic.

No tengo palabras para agradeceros vuestro tiempo, dedicación y talento. ¡Muchísimas gracias!

Chapter Text

          3. Castigo



El día había empezado mal y nada presagiaba que fuera a mejorar. Se despertó de forma súbita tras haber tenido una pesadilla horrible y sentía el corazón a punto de salirse por la boca. Se levantó de la cama y se encontró con un viernes lluvioso, con viento frío y amenaza de tormenta. Se vistió sin ganas y desayunó las sobras poco abundantes de una cena a medio terminar, se aseó y rogó que la estufa continuara funcionando a su vuelta. No le apetecía pasear bajo la lluvia y ponerse al borde de una neumonía, como tres años atrás. 

Tomó un paraguas, su gorra y su portafolios. Al salir por la puerta, se encontró con una carta en el buzón. Steve frunció las cejas: no solía tener correspondencia, así que rasgó el sobre y leyó su contenido.

Apretó los labios y aguantó las ganas de llorar. Sabía que el momento llegaría, tarde o temprano. Lo único que quería era poder explicarse, hacerle entender que aquellas palabras que se habían escapado cuando se besaban no significaban nada, pero ya era tarde.

Ella se había ido.

Guardó la carta y enfiló la calle Clinton en dirección a la calle Lorraine poniendo rumbo a la imprenta del señor Davis. Steve le llevaba varios diseños para el anuncio en la prensa escrita de cremas de belleza femeninas. Estados Unidos estaba despertando a una nueva era; en la Costa Oeste, Hollywood reclutaba a jóvenes de su edad como extras para películas de gran presupuesto. Quizás a su salud le convendría un clima menos húmedo que el de Nueva York, pero Steve era un animal de ciudad y adoraba Brooklyn aunque viviera en un apartamento ruinoso y la mayor parte del vecindario se hubiera mudado por el mal estado del barrio.

Cruzó la calle pensativo. Un autobús y un par de automóviles tocaron el claxon a su lado, advirtiéndole del peligro de ignorar el tráfico rodado, cada vez más abundante. La imprenta estaba en el cruce de la calle Lorraine con Hicks. Al ritmo al que iba, llegaría en diez minutos. Solo debía entregar el encargo y cobrar su cheque. Luego, iría a comprar unas flores para Bucky y volvería a la seguridad de su casa, a dibujar, a leer o a sumirse en sus recuerdos.

Tenía treinta y dos años pero se sentía como un viejo de más de cien. Un hombre de otro tiempo.

—Pero mira a quién tenemos aquí…

Steve se giró al escuchar la voz. Reconoció al tipo al instante; era uno de los matones que le había dado una paliza de antología hacía algunas semanas y de la que aún se estaba recuperando. Tomó aire y esperó a que sus pulmones no le jugaran una mala pasada. 

—A veces creo que te gusta que te zurren bien duro, gusano .

El pelirrojo olía a taberna. Posiblemente había pasado la noche en el puerto y la paga se había ido en alcohol y prostitutas. Avanzó hacia Steve y de un manotazo, le tiró al suelo los trabajos que debía entregar en la imprenta. 

—Maldita sea —gruñó, mientras se agachaba a recoger los bocetos. Dibujos de mujeres aplicándose cremas en sus rostros ovalados—. ¿Por qué no te vas a dormir y me dejas en paz? Tengo cosas que hacer.

—¿Qué tipo de cosas, gusano ? —el tipo comenzó a arrinconarlo contra la pared húmeda del callejón. Los cubos de basura se amontonaban junto a él, como público inesperado—. Porque creo que lo que a tí te gusta son las cosas de invertidos , jodido maricón .

Steve sintió la sangre arder. Invertido. Hada. Degenerado. Maricón. Se inclinó hacia delante con una resolución renovada. Quería partirle la boca a aquel desgraciado para que dejara de decir estupideces. Él no era un invertido . Le gustaban las mujeres igual que al resto de los hombres. Incluso había cortejado a una, pero ella se había marchado, dejándolo solo.

“¿Qué…. qué has dicho, Steve? ¿Cómo me has llamado?”

Cargó el puño y lo estampó contra el mentón del pelirrojo, que trastabilló hacia atrás y chocó con la pared opuesta del callejón. La lluvia arreciaba, los bocetos se habían vuelto inservibles y de nuevo, estaba sin dinero en los bolsillos. ¿Importaba, acaso? Ella había roto con él, despidiéndose en una carta tan llena de significado que la vida de Steve se había vuelto más gris de lo que ya era. 

—¿Esas tenemos, maricón ? —el pelirrojo escupió en el suelo. Steve había conseguido romperle el labio, pero sus nudillos estaban pagando el precio en forma de sangre arrollando por los dedos.

Puedo estar haciéndolo todo el día —respondió, furioso.

Las peleas eran la mejor manera de apaciguar la pena que sentía. Cinco años atrás, había perdido a su mejor amigo en Europa. Ciego de dolor, buscó consuelo en los brazos de la única mujer con la que se había atrevido a hablar en toda su vida. Durante unos meses, consiguió acallar los gritos de su corazón y sentir una paz relativa, mientras aprendía los recovecos de un cuerpo menudo y suave, el sabor de una boca amplia y carnosa. 

—¿Qué tenemos aquí, gusano ? —el pelirrojo reparó en la carta, escrita con la caligrafía perfecta de sus manos pequeñas, que ahora empezaba a difuminarse a causa del agua. Steve no pudo recogerla a tiempo; el tipo rompió el sobre con sus dedos sucios y esbozó una sonrisa enorme.

—¡Dámela! —gritó mientras trataba de ponerse de puntillas. El hombre le dio un fuerte empujón, mientras leía lo que decía la carta. Steve creyó que no entendería ni una palabra. Se equivocó.

—¿Te ha dejado tu novia, gusano ? —arrugó la carta y se la tiró a los pies. Steve hervía de ira—. Seguro que no tenías ni puta idea de por donde metérsela.

Steve agarró una de las tapas de los cubos de basura que estaban detrás de él y se la lanzó con toda su fuerza. Milagrosamente, el borde se estampó contra la sien del tipo y este cayó como un gran fardo al suelo, sin ninguna elegancia. Steve corrió a todo lo que le dieron las piernas. Llamó a un taxi y se subió a toda velocidad. Se había dejado el paraguas y los bocetos en el callejón, pero quería salir de allí lo antes posible..

—¿A dónde?

Steve quiso decir su destino, pero no le salió la voz. Recordó entonces una tarde primaveral, Bucky trabajaba en los muelles y él estaba empleado como chico de los periódicos. Había dibujado el puente de Brooklyn en un papel y el idiota había discutido con Steve sobre la estructura de los pilares. Bucky le aseguraba que su planta no se parecía a la que estaba retratada en el dibujo. Tras un encarnizado cambio de pareceres, se dirigieron hacia el puente y una vez allí, Bucky tuvo que reconocer que el flaco cabezota tenía razón.

—A la calle Washington, por favor.

El taxista reanudó la marcha hacia el mismo lugar donde Bucky y él habían paseado, varios años atrás. Aún eran jóvenes y estaban llenos de sueños. Luego, la carta donde llamaban a Bucky a filas sumió a Steve en un estado de excitación continuo; quería acompañar a su amigo al frente, pero el Ejército de los Estados Unidos lo declaró no apto en más de una ocasión. 

“Deja de intentarlo, Rogers, o terminarán por admitirte, y la guerra no es un callejón.”

Hastiado de los rechazos, esperaba las cartas del frente como si fueran maná divino. Bucky le escribía de forma regular, le hablaba sobre el frío que hacía en Europa, el rancho incomible, el hedor de los soldados apiñados en las trincheras. Los cigarros que pasaban de mano en mano, la destrucción de las armas de los nazis. También le escribía sobre algunas misiones, en especial una en la que otro tipo llamado Morita y él se habían disfrazado de mujeres para colarse en un pueblo y que dos Fritzs las habían invitado a tomar unas copas. 

No le costó imaginárselo con el atuendo perfecto: una falda ajustada a sus caderas que escondiera sus piernas interminables; una blusa de seda suave que revelara la piel blanca de su pecho sin vello y un sombrero, que enmarcara su rostro perfecto y escondiera sus rizos morenos. Tenía una boca llamativa para ser un hombre, y pintada de rojo debía ser pura sensualidad. Becca y él habían heredado los labios de su madre y el hoyito de su padre. Ambos hermanos guardaban tal parecido físico que mucha gente pensaba que eran mellizos, y ese parecido fue la salvación y la condena de Steve.

El taxista estacionó en un lado de la calle Washington y se giró. Steve le dio un billete y le dijo que se quedara con el cambio. Ya no le quedaba nada. La idea que se había ido forjando en su mente cada vez tomaba más cuerpo; el puente era la imagen de Brooklyn y Brooklyn era su hogar. Becca, el último resquicio de familia que había tenido, iba camino de Indiana, así que nadie le echaría de menos cuando no estuviera. 

La lluvia arreció cuando Steve emprendió el camino hacia su final. Se despojó de la gorra, del abrigo y de la chaqueta. Caminó en mangas de camisa un 10 de marzo, con el agua calándolo hasta los huesos y el frío mordiéndole la piel. Tosió durante unos segundos pero la falta de aire en sus pulmones no hizo mella en su determinación. Cuando llegó al punto central del puente sorteó la barandilla y miró al cielo.

 

Steve en el puente de Brooklyn. Imagen por OTP-Holic

Art creado por @otp-holic

“... porque estoy contigo…”

Algunos viandantes lo miraron con extrañeza. Aquel era un lugar donde los suicidas reunían sus últimos arrestos de valor para saltar. Estaba harto del dolor que lo ahogaba, de las heridas abiertas en su corazón, de la angustia que se había instalado en su cuerpo flaco y enfermizo el día en que Becca Barnes se presentó en su casa con la noticia de que su hermano Bucky había muerto en el frente. 

Miró hacia abajo y reconoció en el azul oscuro de sus aguas el color de los ojos de Bucky. Ojos tormentosos, llenos de pasión y de vida. Ojos indómitos y salvajes que nunca pudo reproducir en el papel. Quería sumergirse en ellos y dormir por fin. Dejar atrás tanto sufrimiento, los intentos por alcanzarlo pero que nunca habían dado sus frutos. La vida había dispuesto para él un cuerpo quebradizo con una mente incansable. Su madre se había esforzado en mantenerlo con vida hasta la pubertad, Bucky aceptó el testigo hasta que se lo llevaron al frente.

Ahora que estaba tan cerca del final, ya no necesitaba guardián que lo protegiera de sus propias acciones 

Los automóviles cruzaban el puente sin detenerse. Una mujer trató de acercarse a Steve para hablar con él, pero él la rechazó. Tenía un sombrero similar al de Becca, fieltro granate incapaz de mantener los rizos morenos en orden.

Steve apretó los dientes. El parecido físico de Becca con Bucky era tal que no dudó en embarcarse en una relación con ella. 

—Joven, ¿se encuentra bien?

La lluvia cayó con tal fuerza que la mujer decidió retirarse a un lugar más protegido. Steve rebuscó en su interior el último remanente de valentía. Se puso de pie en la barandilla, tomó impulso y saltó. El agua fría le haría colapsar, sus pulmones se cerrarían y su cuerpo ya no tendría que luchar día a día para mantenerlo en un mundo gris y vacío. Era, en el sumun de la insensatez, la solución más sensata.

“... hasta el final.”

Sintió entonces una opresión en la cintura y un fuerte tirón que lo hizo jadear. Abrió los ojos pero solo vio una sombra oscura, algo a su alrededor en el instante en que su cuerpo se estrellaba contra el agua. ¿Qué estaba pasando? Abrió la boca pero la voz, de nuevo, se negó a salir. Solo emitió un sonido sordo cuando comenzó a asfixiarse. El peso en su cintura era cada vez más fuerte y lo arrastraba al lecho del río. 

Movió los brazos y las piernas, pero era incapaz de sacar la cabeza del agua. A su alrededor todo se volvió negro; el ardor en sus pulmones, unido a la corriente fría lo estaban colapsando. Había llegado al final, pronto veía a su madre, a su padre y a Bucky, pero su cuerpo se oponía a esa idea moviéndose espasmódico. ¡Quería vivir! Steve luchaba incluso contra sí mismo, pero aquella batalla ya estaba perdida. La opresión fue tal que sintió cómo perdía el conocimiento. Era hora de dejarse llevar, olvidar y ser olvidado.



          4. Oportunidad

 

El Soldado navegó por un universo caleidoscópico enfundado en un traje de neopreno blanco y rojo que lo protegía del exterior. La belleza del entorno, que se empequeñeció hasta nivel subatómico, lo dejó extasiado. Su mente registraba todo como si se hubiera asomado al mundo por primera vez, funcionando a pleno rendimiento, lúcida y despierta. 

No había suficientes palabras de agradecimiento para la doctora Cho y al doctor Pym por aquel regalo. Solo esperaba ser digno de tal responsabilidad.

Ellos lo habían llamado el Guardián de la Luz sin saber qué significaba el concepto y el objeto que debía proteger. La luz, tal y como la veían ambos científicos, era ese universo plagado de maravillas, el lugar por el que estaba transitando y del que jamás tendría palabras suficientes para explicar. Los colores y las formas mostraban multidimensiones, entraban por sus ojos y lo llenaban hasta la última de sus células.

“¿A dónde vamos? Al futuro.”

El Soldado sintió nostalgia. Steve Rogers estaba muerto, y ya no podría ver con sus propios ojos que los colores tenían dimensión, densidad y profundidad. La suavidad y aspereza de las formas lo rodearon mientras avanzaba a un punto espaciotemporal desconocido. A medida que se acercaba al final de su camino, la dimensión atemporal se estilizó en finas líneas de colores muy claros y brillantes. 

“Es usted nuestra última esperanza.”

El abandono del mundo cuántico no fue abrupto. Se encontraba en el suelo, en la misma posición en la que había disparado a Rumlow entre las cejas. — Vamos, cabezabote, tenemos hijoputas que cazar —. El visor se levantó y dejó su cabeza descubierta. Miró alrededor; se encontraba en un silo cerrado, con las mismas dimensiones que el laboratorio del doctor Pym y que servía como almacén.

El Soldado supo entonces que estaba en otro punto temporal de su misma dimensión. Debía averiguar la fecha actual y actuar en consecuencia. Se levantó del suelo y estudió el lugar con atención. Si el silo era idéntico al del laboratorio, la salida estaba situada al fondo, tras el muro de contención principal. 

Se asomó al pasillo en penumbra y miró hacia los lados. Aquella era una zona de almacenaje y no tenía dotación asignada de guardias. Caminó silencioso, inspeccionando todos los cubículos en busca de algo con lo que vestirse. Lo encontró en un almacén que tenía escrito la palabra “intendencia” en la puerta. Allí había varios uniformes de todo tipo. Eligió uno de faena que llevaba un logotipo de un águila con las alas abiertas.

El logotipo de SHIELD.

Escondió su pelo bajo una gorra. Cuando tuviera ocasión, se lo cortaría a la moda de la época. El cabello largo y desaliñado siempre llamaba la atención.

—¿Sargento Adams? —una mujer vestida de civil lo llamó sin mirarlo—. ¿Va usted arriba?

El Soldado asintió. Si la mujer creía que era ese hombre, se haría pasar por él.

—Si.

—¿Podría dejar esto en el despacho del coronel Phillips? —le dio varios expedientes de papel, enmarcados en un grueso cartón de color marrón—. Los está esperando.

—A la orden, señora —respondió él.

Se dirigió hacia el ascensor y pulsó el botón correspondiente. En el piso inmediatamente superior entraron dos soldados y un teniente. Saludó de forma marcial, el teniente asintió y viajaron en silencio. Dos pisos más arriba, el teniente se bajó y los dos soldados lo acompañaron. Cuando se encontró completamente solo, pudo ver de qué se trataba el expediente. 

La bilis se le subió a la garganta.

“Usted será el nuevo Puño de HYDRA.”

Jadeó al ver la fotografía de Arnim Zola y a su lado el nombre del programa: Proyecto Paperclip . Una furia incontrolable recorrió la espina dorsal del Soldado. Zola estaba vivo en aquella realidad. La cabeza pensante de HYDRA, su artífice tras la caída de Cráneo Rojo. Todo encajaba en su cabeza, ahora que estaba despejada.

Zola fue el que lo convirtió en el Soldado de Invierno.

El ascensor se abrió con un ding . El Soldado miró a los lados, dejó el expediente sobre la mesa del despacho vacío y se dirigió a la salida. Estaba acostumbrado a pasar desapercibido en las misiones de infiltración y esta no era distinta. Salió por la puerta principal, colocándose en los puntos ciegos de las cámaras de videovigilancia rudimentaria de la firma Stark.

El Soldado salió de la instalación militar —Camp Lehigh, según rezaba en el cartel— sorteando personal y vehículos. cuando se encontró en el exterior de la base, interceptó a un civil que se dirigía a las instalaciones. conducía un automóvil lujoso y parecía despreocupado. El Soldado reventó la ventanilla con su brazo de metal y lo noqueó sin dificultad.

—Lo siento, Howard —susurró.

Dejó al magnate apoyado en un árbol y cubierto con una manta. Al sentarse al volante del automóvil vio el periódico del día y su estómago se arrugó de tristeza: Era el diez de marzo de 1950. 

—S… teve.

Apretó los dientes y condujo hacia Brooklyn a todo lo que daba el motor. Su mente vomitaba recuerdos sin parar: las trincheras en Dresde, los barracones en Azzano. La escaramuza en Heidelberg. Siempre, frente a él, las barras y las estrellas, las mallas ajustadas y la sonrisa de suficiencia del hombre que fue flaco pero que creció por todas partes para rescatarlo.

Al Soldado le gustaba ese hombre. Fuerte, arrojado y con una capacidad de combate increíble. Lo hacía vibrar de excitación y placer. Bucky Barnes, por el contrario, extrañaba al flaquito cabezota que tenía más huevos que sesera, que se metía en mil peleas que no podía ganar, que apenas levantaba metro sesenta del suelo y era un saco de huesos y obstinación. 

El Soldado llegó al inicio de la calle Washington. Llovía con tanta intensidad que su uniforme se empapó en segundos. Dejó el automóvil allí, con las puertas abiertas y corrió hacia la calzada del puente de Brooklyn —¡ se llama tarima, Buck !—. Recordó una conversación sobre los pilares y al flaco discutiendo con la vehemencia de un gigante de tres metros. La opresión en el estómago aumentó y se sumó también un zumbido en los oídos. Miró hacia los lados; el tráfico fluía como una serpiente aletargada por la plataforma de cemento.

—La semana pasada se tiró otro desde ese mismo lugar. Este puente es un un imán para los suicidas.

El Soldado abrió los ojos cuando escuchó el comentario de la mujer del sombrero. Vio la cabeza rubia completamente mojada, el cuerpo escuálido bajo la camisa blanca empapada, los tirantes sujetando unos pantalones dos tallas más grandes de lo habitual. 

 

Steve en el puente de Brooklyn. Imagen por Capi-Buck

Art creado por @capi-buck

 

“... pues termínala, porque estoy contigo…”

El Soldado corrió hacia el hombre que se había arrojado desde lo más alto del puente de Brooklyn. y sin dudarlo, saltó detrás. Lo atrapó por la cintura y giró en el aire, llevándose el grueso del impacto contra el agua. Se hundieron en cuestión de minutos; el Soldado nadó hacia la superficie pero el hombre se resistía al abrazo, como si no necesitará a nadie para salir del atolladero en el que el mismo se había metido. 

“... hasta el final.”

El hombre dejo de moverse y se quedó laxo, flotando en el agua como una marioneta sin hilos  El soldado lo sujetó con fuerza y tiró de el hacia arriba. Lo tomó en brazos y corrió hacia la orilla, depositandolo en el suelo arenoso con cuidado. Puso la oreja contra el pecho, buscó su pulso y lo colocó para realizarle los primeros auxilios, pero nada parecía tener efecto. El Soldado sintió la desesperación crecer en su estómago y las lágrimas corrieron por sus mejillas. Se quitó la casaca del traje de faena y rebuscó en su cinturón táctico. Allí estaban, entre otros objetos, varios viales con autoinyectable. Fórmulas utilizadas por HYDRA para el mantenimiento físico del Soldado de Invierno.

—Yo elijo, y elijo la vida.

Le clavó la aguja en mitad del pecho y vació el vial, mientras las lágrimas caían sobre la piel cuajada de pecas. Era un hombre nuevo en un mundo nuevo y tenía entre los brazos una versión sin suero de Steve Rogers. Algo en su interior lo impulsaba a proteger a aquel hombre roto, a sacarlo del pozo donde se había metido. Lo meció con cuidado, mientras la gente se asomaba desde lo alto del puente intentando saciar su curiosidad.

Acarició el rostro de Steve y se maldijo por no haber llegado antes para impedir que saltara del puente. Quería demostrarle que era más que un flaco obstinado, y que incluso sin suero estaba destinado a empresas importantes. Quería decirle que Bucky Barnes lo había amado y que atesoraría su recuerdo como el guardián en el que se había convertido. Llenó su frente de besos mientras lo acunaba con cuidado. 

Sollozó por primera vez en décadas, ajeno a los pequeños movimientos en los dedos del que, en otra realidad, había sido el Capitán América. 

El Soldado sabía que Steve Rogers era cabezota. Ahora averiguaría hasta qué punto era verdad.

Chapter 3: Verdad

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          5. Quiebre



—Trata de no moverte —la voz destilaba preocupación—. Desconozco los efectos secundarios que…

Steve se agarró el estómago al sentir una convulsión y el poco desayuno que había ingerido salió disparado como un surtidor. Trató de abrir los ojos, pero los párpados le pesaban como losas. Tenía las manos y los pies helados. La ropa mojada que le cubría todo el cuerpo aumentaba la sensación de frío de forma exponencial.

Sus dientes entrechocaban entre ellos en un castañeteo rítmico, como los pies de Bucky cuando bailaba en el apartamento imitando a Fred Astaire. Estiró el brazo para agarrarse; el vaivén y el sonido grave de un motor en marcha le sugería que estaba en un barco, pero no lo sabía con certeza. Trató de incorporarse, pero una mano en su pecho se lo impidió.

—Necesito que te tranquilices, al menos hasta que encontremos un lugar seguro. 

Otra vez la voz. Lo conocía, estaba seguro. Era una voz rasposa, pero con un timbre suave bajo el tono imperativo. Despegó un párpado y centró la mirada en el hombre que estaba junto a él. 

“No.”

El hombre tenía el cabello largo, atado en una especie de coleta baja que dejó a Steve completamente sin palabras. Era moreno, de piel blanca y ojos azules. 

No, azules no. Eran una mezcla entre azul y gris. Ojos tormentosos y llenos de vida que lo estaban mirando como si Steve fuera a deflagrarse y a dejar un montón de fosfatina en su lugar.

Steve encontró fuerzas para incorporarse en el asiento, agarrar la maneta de la portezuela y abrirla en apenas tres segundos. El automóvil iba a gran velocidad por el barrio en el que tantas veces había jugado con Bucky siendo niño. El hombre lo sujetó por el brazo y lo inmovilizó sin problema.

—¡Déjame salir! ¡Suéltame!

—¿Para qué? —preguntó—. ¿Para buscar otro puente y arrojarte desde él? —meneó la cabeza, parecía enfadado—. Joder, Rogers. Siempre tuviste cero instinto de conservación, pero la salida fácil no es propia de ti.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Aquel hombre le había robado el rostro a Bucky y lo sermoneaba como si fuera un niño. 

—¡Cierra el pico! —escupió con la ira esparciéndose por su pecho—. No me conoces. No sabes nada de mí.

—¿Al hombre del puente? —preguntó el falso Bucky—. Te equivocas. Yo le conocía.

El falso Bucky retiró la mano del pecho de Steve y aparco en una calle desierta. Apagó el motor del automóvil y suspiró. Estaban en la parte más ruinosa de la ciudad, cerca de los muelles. Steve se puso en guardia; no era un lugar recomendable. La guerra había pasado factura en todos los niveles: económico, social y político. Estados Unidos vivía un clima de histeria anti-comunista donde cualquiera podía ser denunciado. El que entraba en el edificio de la policía bajo esas acusaciones, salía esposado o desaparecía.

Steve había aprendido a mantener un perfil bajo, hasta tal punto que solo deseaba borrarse del mapa.

—No es un buen lugar —dijo mirando hacia los lados. Estaba medio desnudo, el automóvil parecía caro y cualquiera podría esgrimir un cuchillo y apuñalarlos sin compasión. 

—Lo sé —dijo el otro—. Hubo un tiempo en que trabajé aquí.

Las tripas de Steve se retorcieron de dolor. Uno de los muchos empleos de Bucky había sido el de estibador portuario, y aquel hombre con su rostro parecía reconocer la ubicación de la oficina de Messier & Lobs, la compañía para la que trabajaba cuando necesitaba ganar un poco de dinero extra.

—Bucky trabajó aquí —puntualizø  Steve mientras se cubría con la ropa aún mojada.

El hombre se giró y le sonrió.

—Vas a pillar una pulmonía —comentó mientras rebuscaba en sus bolsillos. Llevaba un atuendo extraño; Steve jamás había visto nada tan ajustado y extravagante. El falso Bucky sacó una cajita de su cinturón y la mantuvo en la mano. Luego, colocó al lado una chapa redonda y brillante y tomó aire.

—Voy a ver si esto funciona. Quédate en el coche.

—Ni lo sueñes —dijo Steve—. Huele a vómito y quiero saber qué estás tramando. 

El falso Bucky alzó una ceja, guardó silencio como si estuviera pensando en algo y esbozó una gran sonrisa al final.

—Da igual en qué realidad esté, sigues siendo el mismo mamón de siempre.

Steve sintió las mejillas arder. Se parecía tanto a Bucky que su corazón se desangraba en su pecho, pero a la vez era completamente distinto. El falso Bucky tenía una estatura considerable y también mayor envergadura de espalda. La barbita de varios días era algo impensable en su amigo —pura coquetería—,  que se apuraba con una afilada navaja de afeitar hasta quedar suave como la piel de un melocotón, y el pelo largo era todo un shock para un hombre de la época.

Sin embargo, sonaba como Bucky, hablaba como Bucky y se movía como Bucky.

“Este es el castigo por tirarme del puente. Caer en el purgatorio donde tengo frente a mí lo que más deseo y sin poder alcanzarlo.”

—Apártate, Steve.

Obedeció sin dejar de mirar. El falso Bucky dejó la figurita del edificio en un solar vacío, rodeado de escombros y de restos de los almacenes que habían visto días mejores. Cuando colocó la chapa redonda sobre la figurita, el edificio creció hasta convertirse en una construcción sólida de varias plantas de altura. El hombre lanzó una carcajada y se encaminó hacia la puerta. Esta se abrió con un siseo apagado.

—Entremos. 

Steve lo siguió con la certeza de que estaba alucinando. Cuando cruzó las puertas de cristal, estas se cerraron a su paso. 

—¿Qué demonios es esto? —preguntó.

El falso Bucky caminó por el vestíbulo, fabricado con cristal y metal y con un diseño completamente vanguardista. Steve tocó las superficies, suaves y frías. No había madera, pero el lugar proyectaba calidez. En una de las paredes del hall había un espejo de más de un metro de ancho con un pequeño papel amarillo pegado a él que ponía “sargento Barnes”.

Steve quería gritar.

—Toma, ponte esto —el falso Bucky le dio un uniforme seco. Steve lo aceptó con un asentimiento. Buscó un lugar donde cambiarse de ropa; bajo ningún concepto pensaba desnudarse delante de ese impostor.

El hombre abrió una puertecita al lado del espejo y oprimió una serie de botones. La imagen en movimiento lo sobresaltó. Era como ver cine.

—Sargento Barnes, si está usted viendo este video, es porque ha conseguido cruzar el Mundo Cuántico   y además, fue capaz de activar el laboratorio. Mis felicitaciones  —la voz pertenecía a un hombre de edad avanzada, con todo el pelo canoso y una presencia arrolladora y aplaudió de forma teatral—. El edificio está dotado con un dispositivo de imitación del entorno. Donde quiera que lo ponga, no destacará. Es autosuficiente, por lo que no tendrá que preocuparse de buscar energía externa. Está preparado para recoger el excedente de la piedra que la doctora Cho le hizo entrega. 

El falso Bucky estiró la mano y tocó el rostro del hombre que hablaba. Steve había visto muchas veces ese gesto, cuando Becca había tenido algún problema en el barrio y buscaba el consuelo de su hermano. Bajó la mirada, pensando en el daño que le había hecho solo porque Steve no supo gestionar la pérdida de su amigo. 

“¿Qué… qué me has llamado?”

Merodeó por la planta baja del edificio mágico hasta encontrar el lugar idóneo para cambiarse de ropa. Atrancó la puerta y se escondió lejos de la mirada del falso Bucky. Se puso el mono del ejército y se cerró la cremallera. Se dio cuenta entonces de que los moretones producto de la pelea con el pelirrojo habían desaparecido, al igual que un par de quemaduras que se había hecho cuando limpiaba la estufa. Sus manos estaban impolutas, sin los cortes habituales en los dedos.

Se miró al espejo del cuarto de baño, tratando de imponer lógica a todo lo que estaba viviendo pero no pudo; se había vuelto loco de remate cuando perdió a Bucky, arrastró a Becca en el camino y por último, su mente había recreado un Bucky alternativo, como un Pigmalión desesperado por fabricar a su propia Galatea.

Quizás había colapsado tras meses de dolor y vacío. Sin Becca como salvavidas, era un cascarón que no sabía ni flotar. Tomó aire, lanzó esos pensamientos al fondo de su cerebro y volvió al vestíbulo. El falso Bucky continuaba escuchando el mensaje del hombre de pelo blanco, moviendo la cabeza y asintiendo en cada frase. 

—Es usted libre de HYDRA, sargento Barnes. Buena suerte.

El falso Bucky se limpió el rostro con la mano descubierta. Steve se había percatado de que la mano izquierda iba cubierta con una especie de guante que no se había quitado todavía. Se quedó observándolo mientras el otro continuaba perdido en sus propios pensamientos. Si Bucky era un ser de una belleza notable, esta Galatea no se quedaba atrás. El pelo largo atado en una coleta le daba un aspecto desordenado y arrebatadoramente atractivo.

Steve deseó retratarlo y acariciar el lienzo  durante horas.

—Ah, ya te has cambiado —dijo el hombre—. Veamos qué hay por aquí.

Steve se sobresaltó al escuchar la voz, tan similar a la de su amigo. El corazón se le encogió en el pecho. No soportaba tenerlo delante y guardar silencio. Necesitaba saberlo, una explicación lógica a la que agarrarse o terminaría gritando hasta partirse las cuerdas vocales. 

—Moriste —le escupió.

El falso Bucky alzó las cejas, como si no se hubiera dado cuenta de ese pequeño detalle.

—Tu hermana vino a mi casa con la carta del ejército y tus placas de identificación —continuó—. Caído en combate.

El hombre lo miró con afecto. Sonrió compasivo, le tomó la mano y le indicó que se sentara. Steve obedeció sin rechistar. El toque de sus dedos lo inflamó hasta las orejas. 

—¿Viste mi cadáver? —preguntó sin soltar los dedos. 

Steve sacudió la cabeza. Le negaron el paso a la sala de familiares porque no eran parientes. Nadie le dio el pésame por perderlo. Su dolor no era importante.  

—No sé cómo voy a explicarte todo esto, pero lo voy a intentar —dijo con calma. El tono era idéntico al que utilizaba Bucky cuando iba a contarle un cuento fantástico—. Yo también luché en una guerra, aunque estuve en un cuerpo especializado. Mi amigo de la infancia era mi capitán. En una de las misiones, me caí de un tren que llevaba armas modificadas. Me hicieron prisionero, me lavaron el cerebro y durante años cumplí sus órdenes. las órdenes de HYDRA.

Steve no daba crédito a lo que estaba escuchando. HYDRA era la división tecnológica de los nazis, pero tras los Tratados de Postdam, había sido desmantelada. Los periódicos hablaron de obras de arte, de tecnología, de lingotes de oro. Todo devuelto a sus legítimos dueños. 

O eso dijeron 

—Mi capitán se llamaba Steve Rogers. Falleció en una emboscada, hace unos meses. El doctor Pym, el hombre del video, y la doctora Cho, una genetista increíble me desprogramaron y me metieron en un túnel cuántico. Viajé a través de las dimensiones pero…. algo fue mal porque estoy en el pasado, no en el futuro. 

—¡Cállate! —contestó Steve—. No quiero escuchar más tonterías —se separó del falso Bucky con una opresión en el pecho tal que creyó que le estaba dando un ataque de asma—. ¡Yo soy Steve Rogers, y jamás he podido enrolarme en el ejército! —alzó la voz—. ¡No Apto! ¡En más formularios de los que serías capaz de imaginar!

El falso Bucky sonrió con ternura. Steve quería reventarle la cara a golpes.

—Me alegra saber que no te admitieron, porque la guerra no es un callejón, Stevie

Steve rompió a llorar. Bucky le había dicho una frase similar cuando estaban en la Expo del Futuro y tenía la orden de embarcar rumbo a Inglaterra en el bolsillo. Cuando sintió los brazos del falso Bucky alrededor de su cuerpo, intentó zafarse, pero no fue capaz. El hombre ignoró el rechazo inicia y persistió, logrando que Steve se sintiera protegido por primera vez en meses. Las manos amplias acariciaron su espalda, mientras él sollozaba y todo su ser temblaba como una hoja. 

—Mo…. riste —dijo por fin—. Me dejaste atrás y yo no he podido superarlo. No he podido… maldito seas, Bucky. te odio. Te odio. Te…

El falso Bucky lo apretó más contra su cuerpo. 

—Es posible que sí, que ese Bucky haya muerto, pero yo puedo ser tu amigo —le acarició el cabello con ternura, depositando besos en su cabeza—. Tu compañero. Tu Bucky.

 

 

 

          6. Confesión.

 

El Soldado sentía el dolor de Steve como si fuera propio. El muchacho enfermizo temblaba sumergido en la desesperación de haber perdido a Bucky Barnes en la guerra y aún guardaba luto por él. Dedujo entonces que este Steve jamás le había confesado a ese Bucky sus sentimientos y que todo su amor estaba ahí, esperando ser entregado y correspondido. 

“Es usted nuestra última esperanza.”

El Soldado sabía que el Bucky Barnes que habitaba en su interior, el que vomitaba recuerdos desordenados, amaba a Steve Rogers desde que era apenas un chaval. Pero ese Steve Rogers había fallecido en una emboscada contra HYDRA, por lo que jamás podría estar con él. El Soldado lo extrañaba; el Capitán Rogers había sido su mejor rival, el más completo y al que más le había costado vencer. Sin embargo, el joven que tenía entre sus brazos y encajaba a la perfección entre ellos también era Steve Rogers. Un Steve Rogers tan dañado que lo único que el sargento Barnes deseaba era arreglarlo con besos, con caricias y con mucho amor.

Por primera vez, el Soldado y el sargento tuvieron una meta común. Una misión . El doctor Pym le había pedido que se convirtiera en el guardián del Mundo Cuántico. Soldado y sargento elegían, además, convertirse en el guardián de Steve Rogers. 

Acarició la cabeza del joven, ese pelo rubio tan suave que se escapaba entre sus dedos. Steve seguía temblando pero había dejado de llorar. El Soldado sintió las manos en su cintura agarrando su traje de salto, como si así pudiera evitar que se evaporará en el aire. Su mente evocó la imagen de un Steve Rogers delgado, dos chicas y una exposición futurista. Se vio a sí mismo vestido de militar, un uniforme de color marrón con la insignia de su rango en la manga. Un emblema de un ala en una manga azul, de una casaca del ejército.

“Sargento Barnes, el procedimiento ha empezado.”

Los recuerdos de Bucky Barnes pugnaban por salir del averno donde HYDRA los había sepultado y el Soldado sabía que el proceso no iba a ser agradable. 

—Steve, llevo horas sin comer —susurró contra su sien—. Busquemos la cocina de este edificio y preparemos algo. ¿De acuerdo?

Se separó con un gruñido al sentir su sexo hinchado contra el polímero modificado del traje del salto. Se giró para que Steve no se diera cuenta del estado de confusión en el que se había sumergido su mente. Jamás había experimentado deseo, solo reacciones primarias que HYDRA satisfacía con comida, bebida o descanso. Sin embargo, el calor recorrió su bajo vientre como un rayo cuando tocó a Steve, y parecía decidido a ir en busca de más. 

—Tengo que conseguir ropa de esta época —caminó hacia lo que parecía un cuarto de baño y cerró la puerta, avergonzado y perplejo.

Utilizó su oído modificado para escuchar los movimientos de Steve. Sin drogas, sus sentidos estaban más afinados que nunca. El joven había tomado asiento y volvía a sollozar, aunque mucho más contenido.

Se vistió con rapidez. Había monos de faena de HYDRA de varias tallas, así que eligió el más grande y se lo cerró hasta el cuello. La mano metálica quedaba descubierta; ese sería otro escollo a superar. La excitación desapareció cuando el Soldado estuvo fuera del influjo de Steve, así que aprovechó para refrescarse la cara y la nuca y así poder aclarar sus ideas.

Dedujo que su destino estaba unido al de Steve Rogers. El Soldado de Invierno había estado ligado al Capitán América como archienemigos , y Bucky Barnes había amado a Steve Rogers durante toda su vida. Las dos vertientes del sargento Barnes estaban en el extremo de un hilo, y en el otro lo esperaba el flaco testarudo que le sonreía con timidez y que iluminaba con sus ojos azules cualquier rincón oscuro. 

El Soldado —el sargento— tenía mucho amor que dar. Un amor que jamás había sido correspondido. Un amor intacto, que traspasaba las barreras del tiempo y del espacio. Un amor que buscaba un Steve Rogers ante el que postrarse y al que adorar. Un Steve Rogers al que entregarse y proteger.

Salió del cuarto de baño y se encontró con Steve, que estaba de pie en el hall y se secaba las lágrimas con la manga del traje de faena. El sargento le sonrió con suavidad y se acercó a él, poniéndole la mano en la espalda y situándose en su lado izquierdo. Sabía que Steve oía mejor si estaba en esa posición.

El joven alzó las cejas y se detuvo. Volvió a mirarlo, esta vez con un fruncimiento que el sargento reconoció sin problema. Steve estaba comparando dos premisas y pronto emitiría un juicio de valor.

—Me sacaste del agua —dijo. 

—Sí —respondió el sargento—. Algo me impulsó a saltar detrás de ti.

Steve pareció meditar la respuesta. Lo miró de nuevo y continuó indagando.

—¿Cómo ocurrió? 

—Te atrapé antes de que te estrellaras —relató como si estuviera explicando los pormenores de una misión. Su parte de Soldado aún estaba muy arraigada en él—. Giramos en el aire y recibí el grueso del impacto, nada importante. No contaba con que te desmayarías. Te realicé los primeros auxilios, pero no reaccionabas, así que saqué un vial de suero y te lo inyecté.

—¿Suero? —Steve lo miró perplejo—. ¿Qué clase de suero?

—El compuesto AS-237-C. El suero modificado del supersoldado.

Chapter 4: Misión

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          7. Convicción



Steve se sentó en el suelo de su apartamento y apoyó la espalda contra la pared. El reloj marcaba las dos menos cinco de la tarde, hora en la que AlterBucky —el nombre con el que había bautizado al Bucky de la otra dimensión— se plantaba delante de su puerta, trataba de convencerlo de que lo dejara pasar y ante su negativa reiterada, depositaba un paquete con comida a modo de ofrenda, asegurándole de que volvería al día siguiente.

Habían pasado diez días desde que AlterBucky lo había rescatado de las aguas del Hudson. Diez días desde que le había inoculado una sustancia llamada suero de supersoldado para reanimarlo. Diez días desde que le contó una historia fantástica sobre artefactos místicos, túneles del tiempo y un multiverso en peligro dentro de un edificio que era capaz de crecer y encogerse como por arte de magia. 

Diez días desde que Steve lloró en sus brazos diciéndole que le odiaba por haberlo dejado atrás.

“Soy un estúpido.”

Se había acostumbrado a esa rutina, por muy extraña que fuera. Desde que Becca puso rumbo a Indiana, no tenía a nadie en la ciudad. AlterBucky lo visitaba con regularidad y lo surtía de proteínas sin esperar nada a cambio. Nadie le juzgaría por esperar… 

“Soy un cobarde.”

El reloj marcó las dos de la tarde, revolviendo las tripas de Steve de ansiedad. En ese instante, escuchó con claridad los pasos inconfundibles de AlterBucky, que subía las escaleras con la misma parsimonia de siempre. 

“No es Bucky, por mucho que se le parezca. Deja de pensar en él como Bucky o jamás vas a superar esto, Rogers.”

Se recriminó mentalmente por no poder controlar el nerviosismo creciente en su estómago. Tras el incidente del puente , la tristeza se había tornado en ira contra el mundo y contra sí mismo. Había elegido el camino más fácil, en vez de enfrentarse a su situación personal y resolverla de una vez por todas. ¿cómo podría perdonarse, ahora que veía con claridad el error imperdonable de pedirle a Becca Barnes que fuera su pareja, cuando lo que realmente quería era…?

No. No estaba preparado para asumir esa realidad. No ahora, con AlterBucky a su alrededor.

—Stevie, soy yo. Como verás —dijo AlterBucky—, nunca he sido bueno con las indirectas, así que lo único que te pido es que me digas que estás bien y dejaré de molestarte. 

Steve cerró los ojos y suspiró. Tras la inoculación de la sustancia, ya no le zumbaba la cabeza y no sentía los pulmones constreñidos por un corset imaginario. Jamás, en sus treinta y dos años de existencia, había tenido una audición tan perfecta. Ahora podía escuchar a AlterBucky sujetando media docena de perritos calientes y otras tantas hamburguesas envueltos en papel con sus correspondientes cartuchos de patatas fritas. Su corazón bombeaba rítmico y sus pies… 

Sus pies habían dejado de ser planos.

“Quizás no todo sea producto de mi imaginación.”

Al otro lado de la puerta, AlterBucky rasgó el papel y extrajo la hamburguesa de su interior. Steve podía saborearla, jugosa y caliente. 

—¿Stevie? 

Steve suspiró vencido. Se levantó, recogió los bocetos que tenía extendidos por el suelo del apartamento y los colocó sobre la mesa de la cocina. Desde el incidente había vuelto a dibujar de forma compulsiva; los paisajes y las naturalezas muertas tenían como destino la imprenta, que se los compraba a buen precio y los publicaba como fondo de distintos comerciales. Los desnudos, sin embargo, eran su placer culpable. Cuerpos de hombres jóvenes en diversas posiciones, Galateas en busca de su Pigmalión.

—Solo tienes que decirme y yo…

—Cierra la boca —replicó. Estaba harto de escuchar su timbre de voz, tan familiar y a la vez tan lejano. 

Abrió la puerta y lo miró con detenimiento. El nerviosismo en su estómago se convirtió en un disparo que fue directo a su entrepierna. AlterBucky le sonreía con timidez, con esa mueca que volvía locas a las chicas en los salones de baile. Estiró la mano y depositó el paquete de comida entre las suyas, con reverencia.

“Maldita sea, no hagas esto, por favor. No… no hagas esto.”

—He descubierto un sitio nuevo. Te encantará —dijo tras cerrar la puerta con el pie. 

AlterBucky se quitó el abrigo y la gorra y los dejó sobre una de las sillas de la cocina. Reparó en los dibujos, que ojeó descuidado hasta que encontró uno de un torso desnudo. Se inclinó para mirar con detenimiento el detalle sobre su pecho pero Steve se lo impidió, colocando su portafolios encima. Ni en mil millones de años reconocería que había usado su imaginación para recrear el cuerpo de Bucky con las chapas de identificación que Becca le había dado. 

Unas placas que ni siquiera se había atrevido a colgarlse del cuello, aunque ardía en deseos de hacerlo.

—Es de mala educación husmear en las cosas ajenas. 

—Hacía mucho tiempo que no podía disfrutar de tu arte, Stevie —dijo AlterBucky encogiéndose de hombros.

Steve lo miró con recelo. Con el pelo corto y afeitado, parecía más Bucky que nunca. 

—No me llames así. Por favor. 

AlterBucky asintió.

—Lo siento —respondió—. La verdad es que siempre te —se detuvo, sacudió la cabeza y buscó la palabra adecuada— le he llamado así. Stevie. En privado, por supuesto. Es difícil resistirse, porque eres igual de cabezota.  

Steve desvió la mirada al suelo. Si lo que decía AlterBucky era verdad, su relación con su AlterSteve debía ser tan íntima como la que él tenía con Bucky. Suspiró, recogió los dibujos y despejó la mesa. Sacó dos platos de la alacena, un par de vasos y lo invitó a sentarse. Su madre no podría recriminarle el ser un mal anfitrión.

Las hamburguesas eran enormes, tenían una gran pieza de carne en su interior y olían deliciosas. Steve rebuscó en los estantes de la cocina una botella de vino. Sonrió al encontrar una, abandonada en una esquina. La abrió y sirvió su contenido en las copas que Sarah Rogers utilizaba para las celebraciones, cuando había algo que celebrar.

—Oh, has sacado la vajilla de los domingos, Rogers —dijo AlterBucky—. Tendré cuidado. Tu madre me mataría si rompiese una.

Steve lo miró con determinación, ignorando lo ajustado de la camiseta que llevaba bajo la camisa revelando un torso esculpido y unos brazos musculosos. La curiosidad, como siempre, superó al instinto de supervivencia y decidió saciarla con respuestas.

—¿Tu Stevie vivía en un apartamento pequeño? —le preguntó—. ¿Su madre también era enfermera? ¿Se quedó solo con dieciocho años?

AlterBucky asintió a todas sus preguntas mientras devoraba la hamburguesa y cogía un par de patatas del cono. 

—Lo buscamos para llevarlo al cementerio, pero él se marchó solo. Ya sabes, puro valor en una sesera diminuta —bromeó—. Me dijo que podía ingeniárselas y que no necesitaba a nadie, usando el mismo tono de voz que tú cada vez que toco tu puerta. 

—Me duele —reconoció Steve por fin. Era una estupidez no admitirlo—. Tienes los mismos recuerdos y yo…

—No son los mismos recuerdos, Steve, pero sí son muy similares —le explicó—. El Steve Rogers que yo conocí se sometió a una prueba suicida con un supersuero y radiación vita, al que los científicos bautizaron Proyecto Renacimiento . Dejó de ser flaco y creció, se llenó de músculos y se plantó en Europa tras estar de gira por todo Estados Unidos para recaudar fondos. 

—¿ Proyecto Renacimiento ? —Steve probó un perrito caliente. Tal y como imaginaba, estaba delicioso y su estómago lo aceptó sin protestar—. Suena doloroso.

—Lo fue, según sus propias palabras, pero no le importó. Cuando supo que yo estaba cautivo tras las líneas enemigas, no dudó en ir a rescatarme —AlterBucky esbozó una sonrisa tierna al recordarlo—. Me sacó de un laboratorio donde estaban experimentando conmigo, pertrechado con un escudo ridículo y vestido con unas mallas aún más ridículas. Yo adoraba ese modelito. Usaba cualquier excusa para pedirle que se lo pusiera —lanzó una carcajada suave—. Jodido mamón, se ruborizaba como una damisela. Creo que en el fondo había nacido para brillar. Para ser el Capitán América.  

Steve escuchó con curiosidad, y se percató de la naturaleza íntima de lo que le estaba contando su invitado. Sirvió más vino y se comió un segundo perrito. AlterBucky le agradeció con un asentimiento. Igual que haría su Bucky.

—¿De dónde sacas toda esta comida? —cambió de tema—. No tenías ni dinero ni documentación.

—Descargo barcos en los muelles. No se me da mal. Supongo que a tu Bucky tampoco, ¿verdad?

—No era mi Bucky —bufó Steve.

—Si te soy sincero, Steve tampoco era mi Steve, aunque habría dado cualquier cosa por… ya sabes, que lo fuera. Ahora ya no importa —afirmó con tristeza. Atacó un trozo de perrito que devoró de dos bocados—. Ya no está. Ni siquiera compartimos dimensión.

Steve sintió una punzada de culpabilidad seguida por otra de indignación. Por un momento estuvo a punto de protestar y decirle que él también era Steve Rogers, y que él estaba vivo en la misma realidad. En el mismo punto temporal.

“Céntrate, Rogers. Él no es tu Bucky y tú no eres su Steve. Signifique eso lo que signifique.”

Se concentró en terminar su hamburguesa y sirvió un poco más de vino. AlterBucky tomó su copa con la mano enguantada y la apuró.

—¿Has notado algún cambio? —preguntó AlterBucky rompiendo el silencio—. ¿Más apetito? 

Steve lo miró a los ojos. Por supuesto que había notado cambios. Esa misma mañana había tenido una erección tan descomunal que cuando se masturbó el semen le salpicó hasta las cejas. 

—Estoy igual que siempre —mintió.

AlterBucky alzó una ceja y luego sonrió.

—Claro, claro. Con la nubecita negra encima de la cabeza incluida.

Steve se removió en la silla. Sentado frente a él estaba el rostro de Bucky, la voz de Bucky, las cosas que Bucky solía decir sobre él en un cuerpo que no era el de Bucky porque Bucky…. Bucky no iba a volver.

—Escucha —no sabía cómo dirigirse a él. No quería llamarlo Bucky, porque hasta eso le dolía—. No quiero que gastes sus bromas. No eres Bucky, así que no te comportes como él.

—Tienes razón —respondió AlterBucky arrepentido—. Lo siento mucho, Steve. No volverá a pasar—. Tomó otro perrito y le dio un bocado, con los ojos clavados en la mesa.

Steve supo entonces que estaba siendo injusto con su invitado y que era hora de compensarlo de alguna manera. Aquel hombre lo había rescatado de una muerte segura, se había asegurado de que estuviera en perfectas condiciones y lo único que recibía era un montón de reproches. No tenía la culpa de ser idéntico a Bucky Barnes, y tampoco de llamarse así. AlterBucky era amable y respetuoso. Sarah Rogers se sentiría muy decepcionada con su hijo si lo viera comportarse como un reverendo imbécil. 

Steve tomó aire, se levantó y preparó un par de tazas de café. AlterBucky recogió la mesa y puso los platos y las copas en la pileta del fregadero, en un acto natural, como si siempre lo hubiera hecho en su propia realidad. Se retiró el guante y se arremangó; el brillo plateado de su brazo sacó a Steve de sus pensamientos y lo dejó sin palabras.

—¿Qué… qué es eso? —señaló la mano metálica con estupor.

AlterBucky alzó las cejas al ver la sorpresa en el rostro de Steve. 

—Es una prótesis neurocibernética. Perdí el brazo en una misión camino a Austria. Cuando HYDRA me capturó en el 45, decidieron implantarme esta maravilla de la ciencia. ¿Te apetece verla? —le preguntó mientras movía los dedos en un acto reflejo. 

Steve jamás había visto algo así. No recordaba haber leído nada parecido ni en los relatos publicados en la revista Astounding Stories , una de las preferidas de Bucky. El picazón en las yemas lo estaba volviendo loco. Quería dibujarlo, recrear todos los detalles, aprendérselos de memoria. Lamer los dedos. Metérselos…

“¡Para ya, Rogers! ¡Deja de pensar en cosas de invertidos!”

—Me encantaría —respondió sincero.

AlterBucky se retiró la camisa y la camiseta, mostrando un pecho esculpido y brazos musculosos. Steve pudo comprobar que su cuerpo era distinto al del Bucky de sus recuerdos. Las cicatrices salpicaban el hombro y el pectoral, como las crestas de un monstruo emergiendo de la piel pálida y suave. Su primer instinto fue estirar la mano y tocar aquella aberración, pero se contuvo. ¿Cuánto dolor había soportado AlterBucky? Incluso parecía que había tratado de arrancársela . Steve apretó los labios, controlando sus emociones.

—Puedes tocarlas —le dijo con tranquilidad, como si estuviera escuchando los pensamientos de Steve—. Ya no me duelen.

Steve sacudió la cabeza. No sería apropiado.

—Yo… —balbuceó—. Yo sé lo que es estar enfermo. Lo que significa despertar cada mañana y que nada mejore.

AlterBucky le sonrió con amabilidad. Esa misma sonrisa que alcanzaba su línea de flotación y lo hundía en una espiral de sentimientos y pensamientos prohibidos.

—Recuerdo unas fiebres del heno —le dijo—. Estuviste a punto de estirar la pata. Era… la primavera de 1936.

Steve estiró la mano y tocó la piel rugosa del hombro y la suavidad del metal. AlterBucky no retiró la mirada ni un solo momento. Steve aceptó la intimidad que estaban compartiendo al dibujar la cicatriz que unía piel y metal, la historia en cada una de las marcas que surcaban su cuerpo. 

—Bucky se pasó dos semanas leyéndome historias fantásticas y de terror. 

—¿Te leyó el cuento de Lovercraft? ¿Ese que lleva por título El horror de Red Hook ? —replicó emocionado—. El autor lo escribió cuando vivió aquí algunos días. Mi Stevie me lanzó todas las revistas a la cabeza. ¡Estuvo sin dormir un par de días! —se rió. 

Steve apartó la mano de la cicatriz y dejó que AlterBucky se cubriera. Recordaba el condenado cuento y la sensación de que alguien lo estaba observando. Maldito Bucky y su forma de leer los relatos. Era como escuchar teatro hablado. 

—He tenido diez días para digerir que hay un mundo como este donde existe un Steve y un Bucky, o han existido. Y son amigos. O lo fueron. O lo serán —suspiró.

—No solo un mundo, Steve. Son infinitos mundos. Infinitas realidades con infinitas historias.  

—Suena a locura. 

—Lo sé. Pero también era una locura pensar que el hombre podía volar o llegar a la Luna. Y lo hizo. Las estaciones espaciales, la inteligencia artificial, todo eso que leía en las revistas de ciencia ficción… Yo lo he visto, Steve. ¡Imagínate lo que sintió Max Planc al postular su teoría! ¡Tuvo que inventar algo nuevo para poner en palabras lo que sucedía en su laboratorio! 

Steve se retorció los dedos al escucharlo hablar con esa pasión que tanto extrañaba. 

—¿Cómo era tu Steve? 

AlterBucky sonrió con tristeza. 

—Durante veintiocho años fue un conjunto de huesos y mal genio —AlterBucky se iluminó al hablar de su compañero. Steve sintió una punzada desagradable en el estómago—. Se metía en peleas porque no sabía mantener la boca cerrada. Cualquier atropello que viera, ahí iba, y yo iba detrás, a sacarlo lo más entero que pudiera. No siempre llegaba a tiempo.

—¿También ibas a citas dobles con él? —lo miró directamente.

AlterBucky se mesó la barbilla. Tomó aire y lo guardó en sus pulmones unos instantes, para exhalarlo a continuación.

—Estar con un hombre era delito en la realidad de donde provengo. A pesar de que los locales para hombres ya existían, si la policía hacía una redada y te pillaban, te metían en la cárcel. La única manera que tenía de salir con él era con citas dobles. Me gustaba bailar —reconoció—. En algún momento de la noche, él se escabullía y yo me excusaba con las damas e iba a buscarlo. Paseábamos de vuelta a casa, lo dejaba en la escalera o a veces dormía en el cuarto de la señora Rogers. Yo…

AlterBucky se detuvo al ver las lágrimas de Steve caer por sus mejillas. Le daba igual que ese Bucky no fuera el que había caído en combate. Tenía los mismos recuerdos que Steve y los revivía con pasión. Se levantó con intención de encerrarse en el cuarto de baño pero AlterBucky se lo impidió. Lo abrazó con cuidado, sujetándolo con una mano abierta en mitad de la espalda, mientras él se deshacía en sollozos contra su pecho.

—Te… irás —balbuceó—. Y no habrá puente desde el que tirarme.

—Te equivocas, Steve —dijo AlterBucky—. He venido a esta realidad por una razón. Y cada vez estoy más seguro de que tú eres una pieza importante.




          8. Certeza




Alojó a Steve entre sus brazos y lo custodió como si fuera un dragón con su tesoro más valioso. Aunque la gema continuaba en el compartimento estanco de su brazo, el sargento se había olvidado de ella. Tras haber sacado a Steve del agua y sentirlo llorar contra su pecho, solo había dirigido sus pensamientos a buscar una solución para que el joven pudiera aliviar su dolor, que rezumaba por sus poros con una crudeza sobrecogedora.

—No voy a irme a ninguna parte —se separó de Steve y lo miró a los ojos. Atrapó con el dedo una lágrima y la retiró de la mejilla. Sus pestañas estaban húmedas, cuajadas de perlas transparentes que lo dejaron fascinado.

¿Cómo iba a explicarle que, con su mermada capacidad para conectar emocionalmente con su pasado, se había tomado la protección de Steve Rogers como si fueran los parámetros de una misión? Era cosa de locos, pero no tanto como la de ser un ex-asesino programado por HYDRA para mantener el Orden Mundial a golpe de pistola viviendo en una realidad que ya no era la suya. 

—Creo que… necesito tomar el aire —Steve se alejó, y el sargento sintió el frío calándole los huesos—. Te agradezco la comida, no habría subsistido sin ti. 

El sargento vio cómo Steve se ponía su abrigo y se disponía a salir. Era algo que su Stevie solía hacer, caminar por las calles sin rumbo, terminando en los callejones donde matones sin alma lo golpeaban sin compasión. Decidió, entonces, ir con él. Tenía la barriga llena; un paseo no le vendría nada mal.

—Te acompaño —se ajustó la gorra y el guante en su mano metálica.

—¿Cómo dices? —preguntó Steve. 

—Que voy contigo. 

Steve lo miró, frunció las cejas y asintió. Ambos sabían que el sargento no dejaría una pelea a medias, así que claudicó y se encogió de hombros. Bajaron las escaleras en silencio y se dirigieron a la calle Sullivan. Allí había una serie de establecimientos donde podrían degustar un buen café.

—He visto una cafetería a la altura del número 132. Creo que….

—¿Por qué haces esto? —Steve no alzó la voz, pero el sargento notó su tono agresivo. 

—Porque me haces recordar. Y cuando recuerdo, siento .

Steve se detuvo y lo miró a los ojos. El sargento le devolvió la mirada, intensa y sincera. 

—Ya te dije que HYDRA me borró mis recuerdos y me reprogramó con una máquina que los Soportes llamaban La Freidora . Tengo dos cicatrices en la cabeza que ni el suero es capaz de curar —se señaló la gorra, dibujando con el dedo donde estaban—. Cuando la doctora Cho me inoculó los nanobots me aseguró que esa tecnología ayudaría a reconstruir lo que ellos habían destruido. Pero creo que el que me está ayudando en realidad, eres tú, Steve.

—¿Cómo puedo ayudarte yo, si apenas soy capaz de ayudarme a mí mismo? La única persona que lo hizo, yo…

—¿Quién era? —El sargento se detuvo en mitad de la calle. Dos mujeres se quejaron de que estaban entorpeciendo el paso. Steve bajó la mirada a los pies. Se apoyó en la pared, apartándose del flujo de transeúntes.

—Becca.

El sargento sintió una nueva oleada de recuerdos. Una mujer morena con sonrisa tímida que guardaba silencio ante la agresividad de un hombre alto, un militar. Una niña pequeña, que le daba besos y lo abrazaba con sus manitas diminutas mientras él la alzaba y la hacía volar —¡ Como un dirigible, Bucky !—. Ojos azules llenos de lágrimas cuando partía hacia la guerra.

—Nos preguntaban si éramos gemelos. El hoyito en el mentón y los ojos azules —susurró el sargento, perdido en la vorágine de imágenes que flotaban por su cerebro achicharrado—. Cuando Bucky se fue, tú…

Steve no contestó. Simplemente se encogió, como si hubiera cometido el peor de los delitos. El sargento estiró la mano y le alzó el mentón. Detectó vergüenza en los ojos indómitos del hombre al que Bucky Barnes había amado con intensidad, pero que nunca tuvo el valor de confesar.  

—¿La deshonraste? —le preguntó. No había reproche en su voz, solo una curiosidad genuina. 

—Por supuesto que no —replicó Steve—. Es tu… —meneó la cabeza, reformulando la frase—. Es su hermana. Jamás haría algo que la fuera a perjudicar.

—¿Ibas a casarte con ella? —el sargento era implacable en su búsqueda de respuestas. El Soldado y él compartían ese rasgo.

—Traté de amarla —respondió Steve, desviando de nuevo la mirada y clavándola en un punto lejano—. La cortejé. La llevé a salones, incluso fuimos al cine. Ella estaba muy receptiva y nos besamos en más de una ocasión.

El sargento se percató de que Steve se estaba ruborizando, y que los lunares de su cuello y mejillas resplandecían como estrellas en el cielo. Bucky Barnes siempre quiso besarlos, aunque nunca lo verbalizó.

—Pero ella se marchó. Pregunté por la familia Barnes a los vecinos. Me dijeron que dejaron el apartamento y que se fueron rumbo a Indiana. Shelbyville. Nadie me reconoció, si eso es lo que te preocupa —dijo el sargento ante el estupor de Steve—. Conozco algunas técnicas de infiltración.

—Yo… —prosiguió Steve—, habíamos empezado a salir y…

—¡ Gusano ! —una voz rasposa y con acento barriobajero los interrumpió—. ¿Te has traído a otra hadita para que te haga compañía?

El sargento se giró en redondo cuando escuchó al tipo a su espalda increpando a Steve. ¿ Hadita ? Hacía muchísimo tiempo que no escuchaba ese término despectivo. Observó al hombre, que tenía una herida en la sien y la nariz torcida, posiblemente a causa de algún puñetazo. Su memoria muscular, el Soldado que vivía en ella lo catalogó como amenaza moderada . Se colocó en posición de defensa y se preparó para la confrontación.

—Quiero que te largues —replicó Steve— y que nos dejes en paz.

—¿Para hacer vuestras cosas de invertidos ? Me dais asco, maricones — los amenazó con el puño en alto—. Os voy a dar una paliza tan grande que…

El sargento no tuvo tiempo de atacar. Steve salió de detrás de él como un rayo y le dio tal puñetazo al otro en el estómago que lo dobló a la mitad. Alzó las cejas sorprendido. El flaco había sintetizado el suero de una forma increíble, consiguiendo velocidad y fuerza sin los efectos secundarios que el Soldado había visto en los otros Soldados de Invierno. 

—Si tocas a mi amigo —le dijo el sargento al despojo que se retorcía en el suelo—, te prometo que terminarás flotando en el Hudson. A pedazos.

Agarró a Steve por el brazo y comenzó a caminar, mientras el estibador balbuceaba insultos ininteligibles. El muchacho jadeaba de excitación; el sargento sabía que era la primera vez que usaba sus puños de forma correcta. 

—Veo que el suero te ha dejado igual que siempre — lo parafraseó . Da igual en qué realidad esté. Siempre serás un mentiroso nefasto, Steve.  

—¡No sabía que podía moverme tan rápido! —protestó—. Y sí, tengo más apetito. Y sí, ya no tengo sordera. Y sí, ya….

—Lo sé, pequeño mamón. Estás mejorado, pero de una forma menos agresiva a la del Steve Rogers de mi dimensión. No sé qué le hiciste a la hermana de Bucky, pero puedo imaginarlo —le reprendió con severidad, lo que hizo que Steve lo mirara con los ojos brillantes por la furia contenida, ese sentimiento que le había salvado la vida en más de una ocasión—. Así que, ya que no tienes ninguna relación a la vista y no vas a poner a nadie en peligro por ello, ha llegado la hora de sacarse la cabeza del culo y de empezar a tomar las riendas de tu vida. 

—¡Estás siendo injusto conmigo! —replicó Steve—. El Steve Rogers al que conociste tenía una misión, y era participar en la guerra, ser un hombre respetado. ¡Un héroe! —exclamó encarándose con él—. ¿Qué puedo aportar yo, si solo soy un dibujante de anuncios en la prensa local?

El sargento reconoció en el pequeño Steve Rogers de 1950 al hombre al que Bucky Barnes había amado con fiereza. Tenía ante sí al protagonista de sus sueños húmedos, donde lo veía desnudo, con su cuerpo espigado y flexible gimiendo sobre él y doblándose como un junco bajo sus embestidas. Ardía con la misma cólera, luchaba de forma desgarrada contra las injusticias con las que se tropezaba y tenía un aura de tristeza a su alrededor que era imposible no percibir. Que era imposible no amar.

Steve Rogers era un hombre roto, y el sargento tenía un laboratorio a su disposición para ayudarlo a recomponerse. Y si en el proceso podía recomponerse él mismo…

—Te voy a enseñar a pelear —lanzó esas imágenes al fondo de su memoria. Cuando se tumbara en la cama las utilizaría para descargar frustraciones—. Y cuando estés listo, iremos a por Zola y erradicaremos de esta realidad el parásito que está creciendo en el interior de SHIELD: HYDRA.

Chapter 5: El plan

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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          9. Entrenamiento



—No te apresures, Steve —dijo AlterBucky—. Piensa en tu adversario como tu pareja de baile y en el combate, como una danza. No besas a la chica en la primera ocasión que se te presenta, ¿verdad? —lo apremió a que atacara—. Te acercas, la cortejas, la seduces…

Steve apretó los dientes y se abalanzó contra AlterBucky. Estaba furioso y hastiado de tanta verborrea. ¿Acaso no sabía que su último intento de cortejo había sido con la hermana de Bucky y que había terminado en desastre? Malditos consejos de mierda. 

—¡Cierra la boca y pelea!

Steve le asestó un puñetazo en el plexo solar, pero el peto de su oponente absorbió el impacto. En respuesta, AlterBucky cargó su brazo derecho y le respondió con un directo al mentón. Steve lo vio venir y se agachó, estiró la pierna y dirigió su talón a la espinilla de su rival para intentar desestabilizarlo. AlterBucky sonrió, y con las rodillas flexionadas, se elevó en un giro increíble sobre su cabeza para aterrizar a su lado. 

—¿Pero qué dem…?

AlterBucky lo sujetó por el brazo para lanzarlo contra la pared acolchada, pero Steve utilizó la fuerza de su contrincante para usarla a su favor. AlterBucky adivinó sus intenciones y se alejó de él para tomar perspectiva. Steve chasqueó la lengua, molesto. Estaba dispuesto a presentar batalla, cansado de terminar en la colchoneta con un ojo morado, por muy rápido que se le curase. Alternaron fintas y empujones con golpes en el pecho, estómago y abdomen. AlterBucky se estaba empleando a fondo, usando todos sus trucos de puños y pies. Sin embargo, el peto que portaba Steve —muy similar al que utilizaba AlterBucky— absorbió cada impacto. Tras varios intentos más, era AlterBucky el que estaba tirado boca arriba en el tatami y Steve de pie, mirándolo con aire de superioridad.

—Pequeño mamón —se quejó AlterBucky—. No sonrías de esa manera o te pegaré al techo como si fueras una polilla.

—Eso será si me atrapas, Bu… 

Steve desvió la mirada. Había estado a punto de llamarlo Bucky, pero logró detenerse a tiempo. De nuevo, el hormigueo que había experimentado días atrás volvió a retorcerle las entrañas. Al principio creyó que era fruto del hambre, pero tras saciar su apetito, comprendió que estaba ante algo nuevo y no por ello, agradable.

—Aún tienes mucho que aprender.

AlterBucky lo atrapó de la muñeca y lo lanzó contra una de las paredes acolchadas del gimnasio. Steve consiguió sobreponerse a la sorpresa y girar en el aire lo suficientemente rápido para reducir la intensidad del impacto. Rebotó contra la pared y aterrizó boca abajo, gruñendo una serie de insultos que habrían ruborizado a su madre. 

—¡Creí que habíamos terminado! —se quedó de rodillas mientras se soltaba las sujeciones del peto y lo tiraba lejos—. ¡Eres un tramposo!

—Te distrajiste, pero conseguiste sacar partido a una situación desfavorable.

—¿Cómo puedo haber sacado partido si estoy en el suelo otra vez? 

—Porque estás entero, Steve. No tienes ni un hueso roto.

Steve se levantó y apretó el interruptor que abría las puertas del gimnasio. Se dirigió a las duchas con la cabeza hirviendo de actividad. AlterBucky tenía razón: había mejorado muchísimo en combate cuerpo a cuerpo. Los primeros días encajó todos los golpes sin posibilidad de responder a ninguno. Sin embargo, tras tres semanas de disciplina castrense podía hacerle frente sin pestañear.

AlterBucky se quitó el peto y se desabrochó los pantalones. Debajo de lo que denominaba ropa táctica llevaba unos calzoncillos tan ajustados que no dejaban nada a la imaginación y una camiseta que se pegaba a su pecho como una segunda piel. La primera vez que lo vio en ropa interior se quedó sin respiración, mirándolo como un idiota y aprendiéndoselo para dibujarlo cuando estuviera solo. Resguardado por la oscuridad de la noche, Steve utilizó una lámina doble y en ella consiguió recrear cada músculo, cicatriz y placa del brazo robótico. La escondió bajo siete llaves en su apartamento, confiando en que nadie lograría encontrarla.

No tendría explicación plausible para justificar la desnudez de su modelo.

—¿Te vas a duchar ahora? —le preguntó.

AlterBucky lo miró con una ceja en alto. 

—Puedo esperar a que termines, si te incomoda mi presencia. 

Steve apretó los labios. Se estaba comportando como un imbécil de nuevo porque no era capaz de gestionar la cercanía de AlterBucky. Negó con la cabeza y suspiró.

—No importa —se encogió de hombros, tratando de no mirar aquella anatomía que parecía esculpida por los propios dioses—. Además, la Madriguera de Conejos es tuya. Yo solo soy un visitante. 

—El edificio es tan tuyo como mío desde el instante en que decidimos aceptar esta misión —replicó AlterBucky—. Somos socios, Steve. 

AlterBucky estiró la mano y apretó el hombro de Steve. En respuesta, y por vez primera, Steve no se apartó. Lo miró a los ojos y sonrió con timidez. 

—Además, no tienes nada que envidiar al Capitán América —añadió y su tono de voz fue un disparo directo a la entrepierna de Steve.

—¿Su altura, quizás? —bromeó para desviar la atención de AlterBucky, que lo miraba con tal intensidad que lo hizo sentirse desnudo.

—Eres perfecto tal y como estás ahora. 

AlterBucky retiró la mano pero Steve notaba sus dedos sobre la piel, incendiándolo sin remedio. Era una situación desesperante, porque jamás había sentido nada parecido por ninguna mujer. Becca incluida.

“Estoy enfermo.”

AlterBucky se quitó el resto de la ropa y se dio una ducha rápida. Steve agradeció que se cubriera con una toalla y abandonara el vestuario antes de que él decidiera meterse bajo el chorro del agua. Ver su cuerpo desnudo y ponerse duro como una piedra era algo que ya no podía controlar. Su naturaleza pervertida lo estaba llevando al límite.

Cerró la puerta y accionó el mando de la ducha. El agua caliente desentumeció los músculos y aligeró su ánimo. Utilizó entonces la pastilla de jabón fantaseando por primera vez que eran los dedos hábiles de su amigo acariciando sus testículos. Se apoyó en los azulejos cuando alojó la mano alrededor de su erección, que sobresalía entre sus muslos como un ariete. Se masajeó despacio, recreando la sonrisa torcida de Bucky al lamer la punta, y el guiño cómplice antes de engullirlo por completo. 

Abrió los ojos y jadeó desesperado ante la dolorosa certeza de que no estaba fantaseando con su Bucky. En la imagen mental que había proyectado, Bucky estaba desnudo y tenía, sin ningún lugar a dudas, un brazo robótico

“Maldita sea.”

Se masturbó furioso, lo que hizo que el orgasmo fuera más devastador que de costumbre. Steve se recordó a sí mismo que AlterBucky había recalado en su realidad por casualidad, y que solo estaba interesado en entrenarlo para detener a HYDRA. Además, su comportamiento tampoco había sido el más indicado: Steve había alzado un muro entre AlterBucky y él para mantener las distancias y le recordaba continuamente que no eran amigos, solo socios en la consecución de un bien común. 

En el summum de su estupidez, Steve le había prohibido que usara su propio nombre. “Tú no eres Bucky”, le había repetido hasta la saciedad. Como si AlterBucky tuviera la culpa de lo que le había sucedido a Steve, de su tristeza y de su pérdida.

Se le escapó un sollozo mientras el agua se llevaba los rastros de su crimen. Su cuerpo deseaba el cuerpo de AlterBucky y anhelaba su calor y proximidad. 

—¿Steve? —AlterBucky lo llamó desde el otro lado de la puerta, tras comprobar que estaba cerrada con pestillo—. ¿Va todo bien?

—Sí —se recompuso casi al instante y se cubrió con una toalla. Quitó el seguro y dejó que AlterBucky se asomara. Si no lo dejaba entrar, tiraría la puerta abajo—. Se me había colado jabón en un ojo.

AlterBucky asintió, poco convencido.

—He comprado sandwiches de pastrami —le dijo—. Vístete mientras pongo la mesa.

Steve lo miró con detenimiento. Llevaba la ropa que usaba para trabajar en el puerto: camiseta, camisa y pantalón con tirantes. Lo opuesto al ajustado traje negro que utilizaba para entrenarlo.

—¿Vas a salir? —le preguntó.

AlterBucky asintió mientras colocaba los sándwiches en los platos.

—Hay mucho movimiento de barcos en el puerto y siempre necesitan gente para descargar los contenedores. Soy bueno con las grúas y también soy fuerte. 

—Pero puedes optar a otros trabajos —replicó Steve—. Eres muy inteligente.

—No tengo documentación y tampoco los recursos necesarios para comprarla —dijo AlterBucky—. Además, debo mantener un perfil bajo.

—Aumentaré la producción de dibujos —respondió Steve animado—. La imprenta siempre necesita ilustraciones para…

—Lo que necesito es que te infiltres en SHIELD —lo interrumpió.

Steve lo miró atónito.

—¿La agencia de contraespionaje? —le preguntó con una sonrisa sardónica—. ¿Esa agencia de nueva creación que es ultrasecreta?

—La misma —respondió AlterBucky sin atisbo de duda.

—¿Y cómo pretendes que lo haga? —continuó con sus preguntas—. ¿Acaso has olvidado que cursé varias peticiones de ingreso en el ejército y que fui rechazado en todas? No escatimé en lugares de nacimiento para obtener siempre la misma calificación: Una preciosa F. 

AlterBucky asintió.

—Una vez le dije a… alguien —ambos sabían a quién se refería AlterBucky pero no se atrevieron a pronunciar su nombre—  que la guerra no era un callejón. Me alegra saber que no pudiste alistarte, Steve. Porque una realidad sin Steve Rogers es un lugar sin luz.

Steve sintió el rubor subiéndole por todo el cuerpo. 

—No soy una dama a la que debas impresionar, idiota  —le dijo mientras se vestía—. ¿Así que cómo demonios voy a…?

AlterBucky respondió con una sonrisa torcida. 

—Ya lo has resuelto, ¿verdad?

AlterBucky le extendió una carpeta de color marrón en la que había una documentación escrita a máquina. Steve la abrió con interés y ojeó las páginas, intentando descifrar el plan. ¿Qué pretendía? ¿Que los fusilaran, por comunistas? Miró a su compañero, que permanecía sentado junto a él y le sonreía con ternura. Como si Steve le importara de verdad

—Ilustrador documentalista —finalizó. 

—Eres bueno dibujando y tienes una memoria privilegiada —le dijo mientras asentía—. Puede que no llegues a ser un agente de campo, pero no importa. Tendrás acceso a archivos y a comunicaciones. ¡Serás el antídoto al parásito que infectará SHIELD!

Steve suspiró ante la pasión de AlterBucky. 

—¿Y qué se supone que tengo que hacer? —gruñó—. Por mucho que me entrenes, no seré inmune a las balas.

—No —respondió AlterBucky con una carcajada. Steve sintió un fogonazo que fue directo entre sus piernas—. Pero serás lo suficientemente rápido para esquivarlas. 

 

Steve en ropa de combate

(Art creado por @andrudibuja)

     

          10. Plan



El sargento estudió la documentación mientras Steve devoraba los sándwiches que había encargado en Mikey’s Meal , una preciosa cafetería situada en el cruce entre la Avenida 16 con la Calle 86. Era una zona alejada de Red Hook, pero al sargento no le importó. Decidió recorrer el trayecto a pie porque recordó una ocasión en la que Bucky Barnes y Steve Rogers entraron en el local después de salir de un salón de baile. Barnes se había percatado de que Steve caminaba a su lado con el rostro contraído y quiso saber el motivo de tanta seriedad. Tiempo después Steve le confesaría que su cita lo había dejado plantado, como solía ser lo habitual. Bucky Barnes ardió de ira al descubrirlo; la muy estúpida había preferido a un tipo alto y con el cerebro de un simio a un hombre pequeño de planta, pero con un corazón gigante. 

Esa noche Steve se había lamido el pulgar entre suspiros de satisfacción mientras daba buena cuenta del sandwich camino de su apartamento. Ese acto infantil incendió a Bucky Barnes hasta el tuétano, pero jamás lo verbalizó. Creía que si le confesaba sus sentimientos, Steve no sería capaz de asimilarlos, lo despreciaría o peor aún, lo odiaría. 

Una realidad sin Steve Rogers es un lugar sin luz, había pensado con todo el dolor de su corazón.

El sargento, sin embargo, era un hombre distinto a Bucky Barnes. Tenía más de cien años, con un bagaje de experiencias capaz de helar la sangre a cualquiera. Era capaz de reconocer el nombre de James Buchanan Barnes, pero no se sentía digno de utilizarlo. Además, a Steve le dolía cuando la palabra “Bucky” flotaba entre ambos, y lo último que deseaba era infligir dolor al pequeño cabezota. Había viajado entre realidades para protegerlo, así que, ¿qué importaba un nombre si podía evitar que Steve sufriera? ¿No es lo que se suele hacer con la persona am…?

—Ilustrador profesional. Eso vamos a poner en la instancia —murmuró, alojando todos esos pensamientos en el fondo de su memoria.

Steve lo miró y asintió, más concentrado en terminar su sándwich que en llevarle la contraria. Verlo comer era todo un espectáculo. Sus labios gruesos atrapaban sus dedos y los succionaban, dejándolos húmedos y brillantes. Pequeños cabrones afortunados. 

—¿Crees que el diploma de la Sra. Miller servirá? —Steve volvió a conectarlo a tierra—. Tenía nueve años cuando me lo dieron. 

—Pero ganaste todos los concursos de arte hasta los doce años —replicó el sargento—. Un bastardo con muy buena mano para el dibujo.

Steve sonrió con un leve rubor en las mejillas. El sargento sintió su pecho expandirse de gozo.

—Hagámoslo —respondió Steve con el rostro iluminado—. Si dices que ese tipo, Zola, es un gusano nazi, lo detendremos. Me da igual que lo haya hecho en aras de la ciencia. Nadie tiene derecho a implantarle un brazo metálico a la fuerza a un soldado que estaba dando la vida por su país.

El sargento reconoció en los ojos de aquel Steve Rogers flaquito la fuerza y la valentía del Capitán América. Ahora que tenía la mente libre de drogas, había creado un repositorio mental donde almacenaba toda la información referida al Steve Rogers que una vez fue su amigo, el hombre al que Bucky Barnes había amado y su parecido era asombroso.

—Bien —respondió el sargento—. Mañana recogeremos lo necesario y nos trasladaremos a Nueva Jersey.

Steve lo miró indignado, de la misma manera que solía hacerlo el Steve Rogers de la otra realidad. El sargento era capaz de recrear escenas completas como si se tratara de una película, donde un hombre con el rostro similar al suyo observaba desde la lejanía a un Steve Rogers peleando en un callejón, intentando alistarse en el ejército o dibujando en su apartamento. Sin embargo, apenas tenía conexión emocional con esos recuerdos. 

Hasta ahora.

—¿Y dónde vamos a vivir? 

El sargento sonrió y señaló a su alrededor. ¿Qué mejor lugar que el edificio inteligente?  Buscarían una ubicación idónea y se instalarían allí.

—Será algo temporal —le aseguró—. Neutralizamos a Zola y volvemos a Brooklyn. 

Steve suspiró apesadumbrado.

—Esta será la primera vez que abandone el barrio. Ni cuando mamá falleció… 

—Lo sé —replicó el sargento—. Pero desplazarse a Whelton significa unas seis horas en autobús y no vamos a usar el coche que le robé a Howard. Ahora mismo debe ser un amasijo de hierros. 

—¿Howard? —preguntó Steve—. ¿Howard Stark? —movió las manos incrédulo— ¿Le has robado el descapotable a ese millonario estúpido?

—¿Cómo crees que viajé desde Camp Lehigh hasta la calle Washington para saltar detrás de tí? Mi cabeza zumbaba como si tuviera un enjambre de avispas y él conducía despreocupado, con ese bigotito absurdo y su gran cigarro en la boca. No lo maté, si es que estás preocupado por...

—¡Bucky! —lo interrumpió Steve—. No bromees con… eso.

Se miraron durante un instante interminable. Steve tenía las mejillas enrojecidas y el sargento sentía como si frente a él un sol incandescente lo llenaba de calor hasta la última de sus células. 

—Yo… —Steve fue el primero en recuperar la compostura. El sargento tenía el corazón a punto de salirse por la boca—. Yo quisiera…. llamarte Bucky, si me lo permites.

El sargento frunció las cejas, en una mezcla de sorpresa y de excitación.

—Quiero decir —añadió Steve—, es tu nombre. Ha sido un gesto egoísta por mi parte el prohibirte que lo uses. Mi madre se sentiría muy decepcionada.

El sargento estiró la mano y apretó el hombro de Steve. Su sonrisa tímida y las mejillas ruborizadas lo dejaron desarmado. 

—Llámame como quieras, Steve. Bucky, Buck, James, Barnes…. colega . Utiliza el nombre que te haga sentir mejor.

—Imbécil —replicó Steve.

—Gamberro —contestó el sargento.

Steve estalló en carcajadas y varias lagrimitas se colgaron de sus pestañas densas. El sargento quería atraparlas con los dedos y custodiarlas, otro tesoro más para su dragón interior. 

—Viniste a por mí —susurró Steve como si fuera un secreto inconfesable.

—Recorreríamos mil túneles cuánticos para estar a vuestro lado, Steve. En esta o en cualquiera de las infinitas realidades, hemos nacido para protegeros. Ahora y siempre. Todos y cada uno de nosotros. 

Steve lo miró con los ojos muy brillantes. 

—¿No te irás? —se acercó con cautela, como si fuera un cachorro herido.

—No sin ti —replicó el sargento.

Cuando fue consciente de lo que estaba sucediendo, el sargento James Barnes tenía a Steve entre sus brazos. El pequeño idiota de Brooklyn que no sabía rehuir una pelea temblaba como una hoja mientras se agarraba a la ropa de faena, como si de esa manera pudiera evitar que el sargento se volatilizara en el aire. Al llevar la mano a la cabeza para acariciar el pelo rubio, las emociones aletargadas bajo años de torturas salieron a flote y el sargento Bucky Barnes pudo por fin experimentarlas con intensidad. 

—Bucky… —susurró Steve contra su pecho.

—Solo tienes que pedírmelo —respondió el sargento Bucky Barnes mientras olfateaba el cabello de su tesoro .

Steve lo encaró con el rostro enrojecido y el corazón bombeando a toda velocidad.

—Bésame. Quiero… saber qué se siente cuando besas a alguien… a quién…

El sargento Bucky Barnes —Bucky. Steve le había dado un nombre y ese era Bucky— se inclinó y tomó el rostro de Steve entre sus manos. Se perdió en la suavidad de sus mejillas y la sensualidad de sus labios entreabiertos. Steve no pudo quedarse quieto y se alzó de puntillas para dar el primer paso. Bucky sonrió contra sus labios y abrió la boca, invitándolo a sumergirse en ella.

El cielo se pintó de colores vivos; rojos y azules relampaguearon tras las retinas de Bucky. Su cuerpo se iluminó como un árbol de navidad y voló libre de condicionamiento mental y palabras pronunciadas por bastardos que intentaron arrancarle su humanidad pero fallaron. Steve lo redimía de sus crímenes con aquel beso tosco y desesperado. Se entregó a Bucky como solo él sabía hacerlo, con la verdad por delante y sin lugar a dudas. 

—¿Estás seguro? —le preguntó mientras se deshacía en toques suaves en sus mejillas y cabello.

—¿Tú lo estás? —replicó Steve con el rostro enrojecido y la voz temblorosa. El pequeño cabezota no parecía entender la dimensión de lo que estaba sucediendo, pero Bucky se lo explicaría—. Yo no soy el St…

—Yo no amo a ese Steve Rogers —le respondió con tranquilidad. Ahora todo encajaba en su cabeza—. El Bucky Barnes que vivía en mí lo amó una vez, hace mucho tiempo, pero eso forma parte del pasado. El Bucky Barnes que soy ahora solo...

Steve encajó su boca en la de Bucky con fuerza. Mordió el labio inferior y su lengua chocó contra la de Bucky en un acto desesperado. Sus manos se agarraron a la espalda de Bucky descontroladas, en un intento de impedir que el sargento James B. Barnes huyera o buscara pastos más verdes. Bucky lo agarró de las nalgas y lo alzó para apoyarse en la silla del office.  Steve respondió rodeándolo con las piernas. 

—¿Alguna vez has…?

Bucky lo miró a los ojos, le retiró el flequillo de la frente y lo contempló con detenimiento. Dibujó con el dedo humano las cejas, la nariz y la boca, sumergido en una espiral de emociones.

—No lo recuerdo —confesó—. Así que esto también es nuevo para mí.  

Steve volvió a reclamar sus labios tras una sonrisa de suficiencia. El pequeño bastardo sabía tensar la cuerda hasta en los momentos más complicados o íntimos. Bucky alojó las manos en sus nalgas, redondas y duras. 

—Aprendamos juntos, Buck— , le dijo antes de volver a besarlo.

A Bucky Barnes solo le restó obedecer. Aunque esa fue la orden más satisfactoria de toda su existencia.

Notes:

El art de Steve vestido con ropa de entrenamiento es obra de la fantástica fanartista @andrudibuja. Muchas gracias por aceptar mi sugerencia <3

Quería utilizar las palabras "jerk" y "punk" pero no me apetecía usarlas en inglés, así que las he traducido por imbécil y gamberro, que son palabras conocidas en los 50, en contraposición del mamón y capullo que suelo usar en fics basados en la época actual.

El término robótico se acuñó (por suerte) en los años 30, aunque fue Isaac Asimov el que lo puso en relevancia.

Chapter 6: Unión

Notes:

Este capítulo tiene un increíble art incrustado de la talentosa @capi-buck. Nunca me cansaré de agradecerte lo suficiente por haberme sugerido sumergirme en una aventura como esta y que llenes de color cada una de mis palabras.

Mil gracias <3

Chapter Text

          11. Anhelo



Durante los días siguientes al Día del Beso , los esfuerzos de Steve estuvieron encaminados en crear una identidad lo suficientemente sólida como para poder moverse por las instalaciones de SHIELD sin levantar sospechas. Se dedicó a refrescar las técnicas de dibujo que había aprendido en la High School of Arts, tratando de mantener la mente ocupada y no pensar en lo que había sucedido entre Bucky y él.

"Quiero saber… qué se siente…"

Miró hacia la puerta del vestíbulo y lanzó un suspiro de fastidio. Echaba de menos su apartamento, aunque el Edificio Mágico era un lugar lleno de posibilidades. Allí tenía agua caliente y calefacción, un dormitorio sin goteras y espacio suficiente como para jugar un partido de béisbol. Toda una planta entera llena de comodidades a su disposición.

Bucky guardaba sus efectos personales en la planta superior, bajo llave. Steve sentía mucha curiosidad por ver qué escondía en su cuarto, pero no se había atrevido a indagar. Temía encontrar algo sobre el otro Steve Rogers y no ser capaz de gestionarlo como un hombre adulto.

"Céntrate, Rogers. Deja de pensar como una dama."

Bucky le había dejado el desayuno preparado con una nota manuscrita donde le indicaba todos los ejercicios que debía practicar en el gimnasio hasta su regreso. Steve frunció las cejas. Sabía que cuando volviera lo obligaría a pelear contra él, y al llegar la noche Steve se iría a la cama agotado y dolorido. 

Sin embargo, el cuerpo de Steve se estaba adaptando al esfuerzo físico extremo mejor de lo esperado. En los últimos enfrentamientos, Bucky se había visto obligado a emplearse más a fondo cada vez. Su cuerpo flaco había sintetizado el suero sin problemas, y aunque su aspecto era el mismo de siempre, su condición física se acercaba a lo óptimo.

Su madre estaría muy feliz si pudiera verlo con sus propios ojos.

Acarició el papel con los dedos mientras ingería el desayuno. Bucky tenía una caligrafía firme y elegante, con un toque de distinción. También era un habilidoso papiroflecta; Steve sonreía cuando veía el animalillo de papel sobre la nota, como el custodio de un gran secreto.

“Aprendamos juntos, Buck.”

Steve rememoró el beso y al instante sintió un disparo a la altura de la entrepierna que se tradujo en una excitación incipiente. Desde el día en el que se comieron la boca como dos desesperados, ninguno se había atrevido a tocar el tema, pasando por encima de puntillas, como si no hubiera ocurrido.

"Tienes que dejar de pensar en eso, Rogers. Hay cosas más importantes en juego."

Dejó los platos en el fregadero y se dirigió al gimnasio. Se puso el traje táctico y entrenó como un poseído durante varias horas. Bucky había habilitado una especie de cine en miniatura —al que se refería como DVD o algo parecido— donde dos hombres practicaban artes marciales mixtas . Quería darle una sorpresa al usar técnicas nuevas en sus encuentros. Desde que era capaz de hacerle frente, perder no era una opción.

“Aprendamos juntos, Buck.”

Buck.

Su Buck.

Se sentó en el suelo, intentando poner orden en los pensamientos que lo asaltaban. Bucky no era suyo, aunque lo deseara con todas sus fuerzas. Estaba allí para acabar con HYDRA, para salvar el futuro de su mundo, para custodiar una gema mágica. El beso lo había significado todo para Steve, pero no tenía ni idea de lo que pensaba Bucky sobre ello. 

—¿Steve?

Se levantó y se secó el sudor con una toalla. Abrió la puerta y se encontró con la sonrisa suave de Bucky, que traía una bolsa de papel con comida y un montón de periódicos bajo el brazo. Steve miró el reloj de pared: pasaban de las seis de la tarde.

—Estaba entrenando —respondió—. ¿Te apetece comer algo?

—He comprado carne. Las proteínas te vendrán bien —respondió Bucky, mientras tomaba asiento—. ¿Cómo va tu tapadera?

Steve sonrió. Se sentía pletórico cuando Bucky lo cuidaba. Era como volver a la infancia, con su amigo a su lado y un mundo enorme por descubrir. Sin embargo, el lugar de su amigo lo ocupaba un hombre al que consideraba el ser más atractivo del planeta y que lo miraba con unos ojos llenos de ternura.

Steve se sintió enrojecer hasta las orejas.

—Avanza, Buck —le dijo, lanzando los pensamientos libidinosos al fondo de su mente—. Tengo el portafolios lleno de bocetos. Mañana me pondré mi mejor traje y mantendré la entrevista con el sargento Sanders —recordó el nombre del militar al que debía impresionar—. Llevo buenas credenciales y si tengo que ser documentalista, creo que puedo hacerlo bien.

—Estoy seguro —respondió Bucky—. Mientras tanto, practicaremos tu gancho de derecha. 

Bucky se dirigió al vestuario y se despojó de la chaqueta y de la camisa. Le había crecido el pelo y la humedad le remarcaba los rizos en su frente. Steve se mordió el labio inferior y ahogó un suspiro, tratando de no mirar. Cuando reparó en el moretón en la espalda de su compañero, lo agarró del brazo buscando respuestas.

—¿Qué…. demonios te ha pasado? 

Bucky trató de cubrirse, pero Steve se lo impidió. Bajó la mirada avergonzado y apretó los labios. Parecía más pequeño, como si hubiera sido sorprendido cometiendo un delito y no tuviera lugar donde esconderse.

—He conseguido los pasaportes —murmuró, con los ojos clavados en el suelo. 

—Me importan una mierda los pasaportes, Buck —gruñó Steve mientras se inclinaba ante él y le alzaba el rostro para mirarlo directamente. Se percató de que bajo sus preciosos ojos tormentosos había ojeras profundas, lo que hizo que se indignara aún más.

—Tenemos que colarte en SHIELD. Aún tenemos tiempo para…

—No —replicó Steve—. Si enfermas, ni el entrenamiento ni la tapadera tendrá sentido. Te necesito entero, Buck.

—El suero se encargará de la fisura. Yo…

—¿Fisura? —Steve se levantó como un resorte—. ¿Dónde? ¿Cómo?

Bucky lo tomó de las manos para tranquilizarlo pero para Steve fue como si lo metieran en un horno. El mero contacto de los dedos de Bucky significó una avalancha de sentimientos que iban desde el cariño, la preocupación y el deseo.

Quiso retirar las manos pero fue incapaz de moverse, así que lo volvió a mirar a los ojos con determinación y suspiró.

—Entendido, no vas a contármelo —gruñó—. Así que yo también tengo algo que decir en esto: nada de entrenamientos por hoy. Te meterás en la cama y te traeré la cena. Y no, Buck, no voy a aceptar una negativa.

Bucky asintió agotado, se levantó y acarició el pelo de Steve con ternura. De nuevo, el disparo entre las piernas lo encendió como un faro en mitad de la niebla. El rubor salía por su camiseta táctica y coloreaba sus mejillas y orejas. 

“¡Cálmate, Rogers!”

Se dirigió hacia la cocina y utilizó la carne para hacer un estofado. Lo probó y sonrió; su estómago se había vuelto tolerante a las comidas elaboradas, algo impensable cuando era más joven y enfermizo. Desde que Bucky lo rescató del puente, su calidad de vida había mejorado sustancialmente. Podía practicar deporte. Su equilibrio era perfecto y sus erecciones…

Su pene era el mástil que se izaba en honor de un Bucky semidesnudo que lo miraba desde lo más profundo de sus pensamientos mientras se tocaba con su mano de metal .

“¡Por todo lo sagrado, Rogers! ¡Deja de pensar en cochinadas!”

Sirvió un gran plato de estofado con un vaso de cerveza y se dirigió al dormitorio de Bucky. Tomó el ascensor y subió hasta la última planta del edificio y una vez allí, caminó por el suelo enmoquetado. La voz del doctor Pym se oía nítida, hablando desde una de sus películas.

—Las nanopartículas potenciarán el suero y con él su factor curativo. Sin embargo, sigue siendo usted humano. Si sufre un accidente y se fractura un hueso, tendrá que guardar reposo —dijo el doctor Pym, como si pudiera mantener una conversación bidireccional con su antiguo camarada.

Bucky se giró al escuchar los pasos de Steve y suspiró. Estaba sentado en un camastro flanqueado por un montón de artefactos y de planos. Tenía todo un arsenal colgando de las paredes y como nota decorativa, una imagen de Steve dibujando. 

Steve sintió una punzada de celos al ver la fotografía, hasta que reparó en la camisa y los tirantes. No era el Steve Rogers de la realidad de Bucky. Era él .

—Me gusta verte dibujar —susurró Bucky con una sonrisa tímida—. Me relaja.

—Necesito que te cuides, Buck —musitó mientras le retiraba la ropa y comprobaba su estado—. No quiero volver a perderte. 

Bucky gimió ante el toque de los dedos de Steve. Fue un sonido ronco, primigenio. Steve apretó los dientes y exploró las heridas en busca de algo que se saliera de lo normal. Miró entonces el brazo metálico. Con semejante prótesis, no podrían acudir a un médico sin deshacerse en explicaciones, así que la única opción viable era contratar los servicios de cualquier matasanos que trabajara en los bajos fondos. 

La idea de que un pervertido pusiera las manos sobre Bucky le arrancó un gruñido posesivo y amenazador.

—Estaré bien, Stevie . Te lo prometo.

Steve apoyó la cabeza en la espalda de su compañero mientras le ajustaba la venda de compresión. Apretó los dientes pero los sollozos acudieron a su garganta a gran velocidad. Bucky se tumbó y lo atrajo contra su pecho. La mano protectora acarició su espalda como si fuera un animal herido. Durante unos instantes, solo se oyeron las respiraciones de ambos; cuando Steve alzó la mirada, se encontró con los ojos de Bucky, que ya tenía una expresión más animada.

—Te lo prometo.

Steve se inclinó y lo besó con timidez. La boca de Bucky se abrió como una flor en primavera, húmeda y cálida, provocadora. Introdujo su lengua y se encontró con la de su compañero, que respondía con una ternura y una delicadeza que lo enloqueció de deseo. Le ardía la entrepierna; el bulto en sus pantalones ya era más que evidente, así que Steve no se detuvo. Quería más piel, más besos. Más caricias.

—No quiero… hacerte daño.

—Lo sé, gamberro .

Steve alzó las cejas y le dio un puñetazo suave a Bucky, que estalló en carcajadas al ver su indignación. Durante un rato se dedicaron a insultarse, a pellizcarse y a reírse. Bucky permanecía en la cama, apoyado sobre algunos cojines, con el pecho vendado y cubierto únicamente por unos calzoncillos. Sus piernas largas y torneadas eran una invitación a sumergirse entre ellas y Steve ardía por hacerlo. 

—¿Te… gustaría? —le preguntó. 

—Sí —respondió Bucky sin dejar de mirarlo. Sus ojos tormentosos eran apenas una fina línea azul—. Pero puedo esperar a que estés seguro. Sé que no es fácil aceptarlo máxime cuando, fuera de estos muros, es un delito. 

—¿Qué ocurriría si conocieras a alguna dama que te agradara más que yo? ¿Saldrías con ella?

"¿Me dejarías atrás?"

Bucky alzó las cejas, sorprendido

—Lo mismo podría preguntarte yo. 

Steve esbozó una sonrisa sarcástica.

—A las damas no les gustan los hombres con mi tamaño. No me miran, Buck. Soy invisible.

—Yo lo hago. Llevo haciéndolo toda mi vida —respondió tranquilo—. Él también te miraba, solo que no estaba preparado para decírtelo. 

Steve sintió una punzada en el estómago.

—Si te atreves a dejarme atrás, te juro…

—No sin ti. Hasta el final de la línea .

Steve se tumbó a su lado y por primera vez, se atrevió a palpar sobre los la ropa interior de Bucky. Este abrió las piernas para darle acceso, mientras buscaba su boca para devorarlo. Gimió al sentir la erección contra su mano; las dimensiones de Bucky no eran en absoluto desdeñables. Imaginó entonces lo que sería metérsela en la boca y darle placer con sus labios. Sin pensárselo dos veces, llevó la idea a la práctica.

El gemido de Bucky cuando le retiró el calzoncillo fue música celestial para sus oídos. 

Stevie —gruñó.

Delineó los músculos del abdomen con la lengua y acarició con curiosidad el vello negro y corto, mientras se deleitaba con los sonidos que arrancaba de la garganta de su compañero. Su cuerpo era sincero; se tensaba y arqueaba, temblaba y se perlaba de sudor cada vez que Steve lo acariciaba, lo lamía o lo chupaba. Nunca, en sus treinta y dos años de vida, creyó que darle placer a otro hombre iba a ser una experiencia tan reveladora; tocar a Becca había sido maravilloso, pero tocar a Bucky era, simplemente, sublime.

“Tócame más abajo… Bucky.”

Ese había sido su pecado. Pronunciar el nombre equivocado en el momento álgido de pasión. Steve se había sentido sucio al verla cubrirse a toda velocidad, sorprendida e indignada a partes iguales. La única explicación plausible era que Steve había amado a su hermano, y que al perderlo, se había arrojado a los brazos de ella en una búsqueda infructuosa. Ahora que tenía a un Bucky de otra realidad desnudo debajo de su cuerpo —o se había vuelto loco de remate—, comprendió la dimensión del error que había estado a punto de cometer y dio gracias por aquel desliz que rompió las ilusiones de Becca pero que los había salvado de un matrimonio desastroso.

Steve pertenecía a Bucky desde aquel día lluvioso en el callejón en 1926 y no habría fuerza ni humana ni divina que pudiera cambiar ese hecho.

—Tócame… más abajo, Stevie .

Obedeció engullendo la erección y tirando de ella con los labios. Bucky se arqueó y lanzó un gemido tan obsceno que el pene de Steve se alzó y a punto estuvo de lanzar salvas en su honor. Alojó su propia mano entre sus piernas mientras se esforzaba en darle todo el placer posible a su compañero con la boca. Bucky gruñía, se retorcía y jadeaba mientras Steve ponía en práctica todas sus fantasías. 

Bucky no tardó en tocar su mejilla, pidiéndole permiso para eyacular. Steve no se retiró, a pesar de las protestas del otro. Dejó que le salpicara los labios y mejillas de semen y se relamió sin dejar de mirarlo. Bucky se mordió el labio y se irguió para atrapar su boca y devorarlo. 

—Eres… una preciosidad, Rogers —gruñó—. Estoy loco por ti.

Steve lo miró con intensidad, con el corazón desbocado y sin poder pronunciar palabra. Al instante siguiente estaba tumbado en la cama, con los dedos metálicos de Bucky alojados alrededor de su erección, que lo masturbaban con una maestría sobrecogedora.

Apenas duró cinco o seis toques. Se disparó contra el vibranio con un quejido suave, y tuvo que taparse la cara con las manos cuando vio a Bucky lamer su esencia de entre los dedos, con sus ojos tormentosos rebosando de deseo.

El muy bastardo sonreía de medio lado, satisfecho y feliz.  

—La cena se está enfriando —gruñó Steve en busca de los calzoncillos—. Eres incorregible. 

Bucky tiró de la bandeja y devoró la cena sin rechistar. 

—Quédate —susurró mientras degustaba las últimas migajas chupándose los dedos—. Esta noche. Conmigo.  

 Steve alzó las cejas y asintió.

—Iré a buscar mi pijama. Y mis lápices.

 

 

          12. Confesión

 

Bucky se quedó observando la puerta durante unos minutos, con la cabeza a punto de explotar de felicidad. Su corazón retumbaba con tanta fuerza que podría marcar el paso de un ejército sin problema. Tomó aire y se olfateó los dedos. El aroma de Steve continuaba allí, impregnando las placas de vibranio.

No había sido un sueño. Fue real .

Por primera vez en mucho tiempo, Bucky se sintió completo. Y asustado.

“Buenos días, Soldado.”

Sacudió la cabeza. Ya no era ese hombre. La doctora Cho y el doctor Pym habían hecho posible que el Soldado huyera, que el sargento encontrara a Steve y que Steve le devolviera a Bucky su nombre. Esa cadena de acontecimientos lo habían convertido en una persona nueva, diametralmente opuesta al asesino entrenado por HYDRA.

“Vamos, cabezabote, tenemos hijoputas que cazar.”

Tomó aire y lo expulsó en ocho tiempos. Frenchie — Sarge, tienes las mejores piernas de todo el barracón. Los Fritzs se te rifarán si te vestimos de mujer — le había enseñado técnicas milenarias de concentración que ahora recordaba con claridad. Los nanobots restauraban cada día las partes perdidas de un sector de su memoria que HYDRA se había empeñado en destrozar, para evitar que el Soldado tuviera acceso a la humanidad, ética y empatía del sargento James Barnes. Así, HYDRA tenía bajo su control las habilidades tácticas, capacidades de combate y técnicas de supervivencia de un hombre preparado para la batalla, completamente sumiso gracias a las drogas y al condicionamiento mental.

“¿A dónde vamos? Al futuro.”

Bucky se retorció las manos mientras oía con claridad los pasos de Steve en el piso de abajo. Hasta ese momento no había barajado las implicaciones del plan de entrar en SHIELD y detener a Arnim Zola. Como Soldado de Invierno siempre había trabajado solo. En ocasiones le habían asignado Soportes , pero no era lo habitual. Era especialista en infiltración, aunque la misión en 2014 fuera todo lo contrario.

"Me conoces desde siempre. "

El suero se había encargado de borrar las cicatrices de aquel combate, aunque su mente podía recrearla sin problema. Ahora tenía a Steve, un Steve modificado que cada día se hacía más fuerte y se convertía en un hombre que estaba destinado a brillar, pero al igual que el Bucky Barnes de la Segunda Guerra Mundial, Bucky sentía miedo. Un miedo irracional a que algo saliera mal y perder a Steve de nuevo.

"¿Cómo se encuentra, Soldado?”

—¿Qué… qué ocurre, Buck? —preguntó desde la puerta 

Steve dejó los lápices y gateó por la cama hasta quedarse sentado sobre los muslos de Bucky. Le tomó el rostro entre las manos y lo escudriñó ante la sorpresa del que había sido el Soldado de Invierno.

—¿Te duele, Buck? Soy un inconsciente, estás herido y yo…

—Son lágrimas de felicidad —respondió Bucky.

Steve lo miró a los ojos con intensidad. Bucky sintió una calma casi inmediata. Estiró los brazos y acurrucó a su amante sobre su pecho. El suero, en colaboración con la nanotecnología que nadaba en su torrente sanguíneo, estaban acelerando su curación.

—Eres un imbécil —musitó Steve—. Me habías asustado. No recuerdo cuándo fue la última vez que te vi llorar.

Bucky besó la cabeza rubia. Adoraba la suavidad del pelo de Steve contra sus labios. 

—He pensado que quizás no sea buena idea que te infiltres en SHIELD.

Steve alzó la cabeza y lo enfrentó con las cejas fruncidas y esa mueca de bastardo indignado que solía poner cuando alguien le llevaba la contraria.

—¿De qué coño estás hablando?

—Es muy peligroso. A pesar de que has avanzado muchísimo en combate cuerpo a cuerpo, creo que…

—No sigas por ese camino —negó Steve, categórico—. Dijiste que Zola experimentó contigo y te implantó el brazo de metal, que te borró la memoria y te torturó hasta que emergiste como Soldado de Invierno. Es motivo suficiente para ir a por él, Buck.

Bucky se quedó mirando el rostro determinado del joven del que estaba enamorado hasta los huesos. Todo en él vibraba al unísono; había dejado de estar desafinado porque Steve supo qué cuerda debía tensar.

Su Stevie .

—No quiero perderte también a ti —replicó Bucky.

—¿Por qué tendrías que perderme? —preguntó Steve—. ¿No vas a estar cubriendo mis seis

Bucky sintió el estómago contraerse. Recordaba la espalda amplia del Steve Rogers de la otra dimensión, su uniforme azul y su escudo mientras él lo observaba a través de la mirilla de su rifle. Recreó en su memoria aquel cuerpo escultural que arrancaba suspiros a las damas y gruñidos de envidia a los soldados que lo rodeaban. Apretó los labios cuando, en el helitransporte, Steve tiró su escudo y le dijo que no pensaba pelear contra él, que era su amigo, y que…

—No voy a permitir que ese individuo destroce mi… nuestra realidad, Buck —le interrumpió Steve—. No ahora que estás aquí y que tengo la posibilidad de… 

Bucky lo atrajo contra su cuerpo y lo besó hambriento. Steve reptó como una serpiente hasta acomodarse encima de él, con cuidado de no aplastarle las costillas. Le mordió la boca posesivo, mientras se quitaba el pijama y le bajaba la ropa interior sin atisbo de duda. 

Bucky elevó la mano para detenerlo, pero Steve lo agarró de la muñeca y se la colocó en la nalga. Esbozó una sonrisa de superioridad, con el rostro enrojecido y el corazón saltando en su pecho. Fue entonces cuando el antiguo Soldado de Invierno reparó en las placas plateadas que colgaban de su cuello, que no se atrevió a tocar..  

—¿Son… lo que creo que son?

Bucky pasó las yemas por las chapas de identificación, que oscilaban sobre el pecho de su amante. Se mordió el labio cuando reconoció el número y el nombre grabado en ellas. Steve asintió y se las quitó, colocándoselas con reverencia.

—Sé que esos bastardos te quitaron las tuyas en la otra realidad, pero en esta, te pertenecen. Son tuyas, como… como también lo soy yo, si me aceptas.

Bucky lanzó un jadeo de sorpresa al escuchar la confesión desgarrada de Steve. No solo le había devuelto su nombre. Su amor lo redimía de cualquier acto cometido por el Soldado, y por primera vez en décadas, su corazón latió de felicidad.

Lo sujetó y lo tumbó en la cama mientras se colocaba encima. Terminó de quitarse la ropa interior y una vez desnudo, juntó ambos penes para frotarlos uno contra el otro. Steve se arqueó como un gato y lanzó una serie de quejas —¡ Tu espalda! ¡Estás loco! — pero Bucky no se detuvo. Quería hacerlo suyo, perderse en la intensidad de sus ojos azules, ahogarse en la suavidad de su boca carnosa. Cuando comenzó a mover las caderas, los gemidos de placer de Steve retumbaron por el dormitorio. Las chapas reposaban sobre el pecho lampiño, mientras Bucky se frotaba como un animal en celo contra el sexo cada vez más duro de su compañero.

—Me… voy a derretir, Buck. Oh, Dios mío… 

Volvió a morderle la boca, enardecido por los sonidos de placer de Steve. Sus mejillas enrojecidas hicieron destacar aún más los lunares de su piel, y Bucky se deleitó en lamerlos y mordisquearlos. Steve se movía como una serpiente debajo de su cuerpo. La timidez dio paso a una pasión desaforada y cuando lo rodeó con las piernas, su determinación habló por los dos.

—Prométeme que voy a ser capaz de caminar después de que me metas todo eso, porque de lo contrario, tendré que meterme yo en ti, y no sabría ni por dónde empezar.

Bucky lanzó una carcajada suave. Pellizcó una nalga y apuntó con el dedo metálico al cajón de la mesita a su izquierda.

—Pararemos cuando quieras —le recordó.

—No quiero parar —replicó Steve, más enrojecido aún—. Quiero sentirte, Buck. 

Bucky esbozó una sonrisa torcida.

—No uses tus trucos conmigo, idiota —se quejó Steve—. No soy una de tus conquistas.

—No —aseguró Bucky—. Eres el hombre del que estoy enamorado hasta los huesos.

Steve guardó silencio, aunque sus ojos hablaban por él. Eran puro verano, luz que llegaba a todos los rincones de Bucky y lo iluminaba como un faro en mitad de la noche. Bucky se quedó de rodillas y empezó a juguetear entre las nalgas de su amante. Steve se ruborizó de tal manera que toda su piel se llenó de pecas. Bucky las besó con devoción, desde los tobillos hasta los muslos. Se detuvo en los testículos y jugueteo con la punta del pene, hasta que los quejidos de Steve lo llevaron a engullirlo por completo.

—Tus… tus costillas, Buck… oh, Dios mío… 

Bucky se empleó en prepararlo con cuidado mientras lo masturbaba con la boca. Steve era virgen, por lo que la dilatación debía formar parte del juego de seducción y no ser una parte activa de la penetración. Alternó todo lo que recordaba sobre sexo en el cuerpo de su amante, que lo recibía con tal fogosidad que sus gemidos lo  ponían al límite.

—Buck… ah, Buck, oh, Dios, sí, sí, sí….

Bucky le alzó las piernas a los hombros y lo lubricó con una solución oleosa que utilizaba para sus propias cicatrices. Se detuvo el tiempo suficiente en soltar su anillo de carne, rosado y prieto. Perfecto.

Steve jadeó de sorpresa, apretó los dientes y asintió. Por su expresión, estaba decidido a llegar hasta el final de la línea, así que cuando Bucky comenzó a penetrarlo, no rompió el contacto visual. Simplemente lo miró a los ojos con esa fuerza de voluntad inquebrantable, la sinceridad que acompañaba a sus acciones y la entrega y generosidad que siempre había inspirado su forma de actuar. 

—Te amo, Stevie . Desde que tengo memoria. 

Steve buscó su boca con desesperación. Se unieron en un beso apasionado mientras Bucky se encajaba en su cuerpo delgado y fibroso. Era como la vaina perfecta, flexible y suave que llenaba de calor el pecho de Bucky. Empujó hasta impactar contra su próstata. El Soldado conocía la fisiología humana a la perfección; ahora que Steve lo había redimido, Bucky se encargó de convertir toda esa eficiencia destinada a infligir dolor en puro y simple placer .

Steve balbuceaba bajo su cuerpo, rogándole que no se detuviera.

—Más… más… Buck…. más… Dios mío, Buck… yo… yo… 

No tuvo que repetirlo. Bucky obedeció mordiéndole los labios carnosos y clavándose con fuerza en su interior. Steve arrugó los dedos de los pies y arañó la espalda de su amante, que no se detuvo en sus estocadas. Del hombre del puente, que había tratado de quitarse la vida, ya no quedaba más que el recuerdo. El que suplicaba debajo de su cuerpo y lo miraba como un sol incandescente era una persona nueva, igual que él. 

Ambos se habían redimido de sus pecados, renaciendo libres el uno en el otro.

Bucky aumentó la velocidad de sus embestidas, sus mordiscos y lamidas. Steve respondió con estrujones y pellizcos, y cuando alcanzó el orgasmo, asfixió su sexo con tal violencia que Bucky sintió que su cuerpo ya no le pertenecía. Lo llenó con fuerza, explotando en su interior, mientras Steve jadeaba y gemía tembloroso. 

—No —fue su última orden.

Bucky le bajó las piernas de los hombros y se quedó en su interior, henchido de felicidad. Quería meter la boca entre sus nalgas y limpiarlo con la lengua, pero se contuvo. Steve le había pedido que se quedara quieto y eso era lo que pensaba hacer.

—Si haces esto con alguien más, te juro… 

Bucky lo miró con ternura y besó los labios con suavidad.

—¿Me juras, gamberro ?

—Que te daré la paliza del milenio. No te hará falta máquina para volar entre realidades.

Las risas de Bucky llenaron el dormitorio, lleno de armamento pesado, prototipos avanzados y planos. Steve sonrió y volvió a besarlo. 

No tardarían en hacerse uno de nuevo; el sexo era el mejor remedio para las fisuras. Bucky no volvió a acordarse de ella en toda la noche.

 

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Art de la talentosa fanartista @capi-buck.