Chapter Text
Buenas gente. Aquí la adaptación del cuarto libro de esta serie de familia de psicópatas ❤
Tema a aclarar, en el primer libro recordaran que eran gemelos desde un principio, ya en el segundo y terceros lo cambie a mellizos para poder darle nombre de un cubito peeero en este cuarto y quinto libro no podre hacer lo mismo, ya que es importante la relación y confección que tienen ambos como hermanos gemelos (o al menos yo lo sentí así. Ya en los últimos libros los volvere a poner como melis alv )
Perturbado es un romance de psicópatas, intenso, de Amantes-a-enemigos. Presenta a un psicópata obsesivo y calculador y a un aspirante a reportero que no se detendrá ante nada para obtener un artículo importante. Como siempre, hay violencia gratuita, humor negro, asesinatos sin razon etc etc
Dr. Vegetta De Luque
Eran perfectos. Literalmente perfectos.
Los dos niños yacían en el suelo de la sala de juegos, uno apuntando sus pies hacia el norte y el otro hacia el sur, sus cabezas colocadas una al lado de la otra, lo suficientemente cerca como para que sus cabellos negros se entremezclaran, dándoles la apariencia de una sola unidad.
Vegetta no había estado buscando dos. Demonios, de hecho, nunca había buscado sujetos nuevos de forma activa, nuevos hijos para su proyecto, pero de alguna manera, ellos lo encontraron. Llegaron a él casi a través de una especie de voluntad divina. Supo al instante que eran suyos. Sus hijos, sus sujetos. Incluso sin saber nada más sobre ellos, tenía en claro que se irían a casa con él.
Parecían tener alrededor de cinco o seis años. A diferencia de cuando había encontrado a sus otros hijos, estos dos parecían sanos, limpios y bien alimentados. Quizás habían perdido a sus padres en un accidente y no había nadie que pudiera hacerse cargo de ellos. Esa parecía ser la única explicación válida para que los padres abandonaran a un par de niños claramente cuidados. Al menos físicamente.
—Gemelos idénticos —dijo Vegetta, casi sin aliento. Nunca se había atrevido a esperar un regalo como este. Dos niños que partían del mismo óvulo. Dos mitades de un todo. Esto llevaría los experimentos a un nuevo nivel. Y por supuesto, él les daría a los chicos todo lo que necesitasen para triunfar, desde luego.
La mujer a su lado, la Dra Rize, directora del hogar grupal, vigilaba de cerca a los dos niños con los brazos cruzados sobre su amplio pecho. Ellos sabían que estaban siendo observados: no había un espejo falso, ni un vidrio unidireccional. Simplemente estaban parados fuera de la sala de juegos en donde ambos niños yacían desparramados, mirando fijamente hacia el falso sistema solar del techo.
La Dra. Rize claramente se preocupaba por este lugar y por estos niños. A diferencia de muchos hogares grupales que Vegetta había visitado a lo largo de los años, este estaba brillante y limpio, al igual que los chicos. Al entrar, todos los niños con los que se había cruzado parecían estar bien cuidados, incluso felices. Pero a diferencia de los otros niños, la Dra. Rize no sonreía mientras miraba a estos dos. Más bien, parecía desconcertada por ellos.
—Gemelos espejo —Le corrigió la Dra. Rize—. Cada uno es el reflejo perfecto del otro, hasta en sus marcas de nacimiento.
Los dos no hablaban en voz alta, pero se sonreían y reían a la vez como si uno le hubiera contado un chiste al otro. Aunque no se miraban, parecían perfectamente sincronizados. Si uno movía la pierna izquierda, el otro movía la derecha. Lo mismo ocurría con el movimiento de sus manos.
—¿Siempre son así?
—¿Cómo? —preguntó, su tono implicaba que sabía muy bien lo que quería decir, pero que no estaba dispuesta a vociferarlo en voz alta.
—¿Siempre se comunican de esta manera? Porque eso es lo que están haciendo, ¿Verdad? ¿Comunicándose sin hablar? No es infrecuente en gemelos idénticos. Me imagino que lo debe ser aún más con gemelos espejos.
La Dra. Rize lo miró con sorpresa.
—¿De verdad crees que los gemelos pueden comunicarse telepáticamente?
—Existen estudios —dijo Vegetta, cuidadoso—. Creo en la ciencia, pero creo que sería arrogante de mi parte declarar que la telepatía es imposible entre niños que crecieron a partir del mismo óvulo fertilizado. Además, mírelos.
Claramente se están comunicando, ¿No lo cree?
La Dra. Rize los observó en silencio por un momento o dos antes de asentir con aire un forzado.
—Sí, definitivamente se están comunicando.
Entonces quedaba claro. La Dra. Rize, esta mujer que amaba su trabajo y se enorgullecía tanto de sus instalaciones, tenía miedo. Parecía una mujer que no se inquietaba fácilmente, pero estos dos niños claramente la asustaban. Interesante.
No asustaban a Vegetta. En casa tenía a otros niños igualmente desconcertantes, tal vez incluso más. No podía apartar los ojos de ellos mientras continuaban con su extraña pantomima de una conversación silenciosa. ¿Les gustaría su nuevo hogar? ¿Sus hermanos? ¿Su nuevo plan de estudios? Vegetta ya había decidido adoptarlos, incluso sin saber si realmente le pertenecían. Después de todo este tiempo, simplemente lo sentía.
—¿Su historia?
Ella dio un suspiro de cansancio, pasando de un pie al otro. Afuera hacía frío y estaba vestida tal cual como si hubiera entrado en el edificio y hubiese venido directamente a reunirse con él. Llevaba una falda larga a cuadros, un suéter de cuello alto color rojo, una chaqueta y botas de cuero marrón que desaparecían debajo del dobladillo de su falda.
Tomó el archivo de la mesa a su lado, pero no lo abrió, simplemente lo abrazó contra su pecho si de esa forma pudiese absorber toda la información que había en él a través de ósmosis.
—Según el asistente social que los trajo aquí, fueron adoptados con tan solo seis meses de edad en una agencia húngara de adopción.
—¿Adopción internacional? ¿Los padres no cumplían con los requisitos para adoptar en Estados Unidos o es que solo buscaban adoptar bebés? — Cuestionó Vegetta.
—Difícil de decir. No conocí a los padres, pero la madre es una abogada corporativa de una empresa grande y el padre es dermatólogo.
Vegetta frunció el ceño.
—¿Hubo algún tipo de abuso en el hogar?
La Dra. Rize negó con la cabeza.
—No que nosotros sepamos. Vinieron a nosotros limpios y bien cuidados.
La trabajadora social, Rachel, dijo que la madre pasó la mayor parte de la reunión hablando acerca de que sería mejor para los niños el estar con otra persona. Dijo que incluso cuando eran bebés lloraban todo el tiempo, a menudo eran inconsolables y que estaba claro que “no les agradaba”.
—¿A sus bebés no les agradaba?
La Dra. Rize asintió.
—Dijo que nunca interactuaban con ella ni con su esposo. Que aborrecían todos los intentos de demostración de afecto. Que la avergonzaban a menudo al rechazar cualquier intento de ella para vincularse. Nunca la abrazaron ni le pidieron ayuda.
A Vegetta le sonaba como una narcisista. Pero, ¿Qué sabía él? Estaba criando a una familia de psicópatas. Ninguno de ellos era particularmente cariñoso a menos que fuera parte del plan de estudios. Uno de los componentes más importantes para lograr que las cosas funcionaran, era enseñarles como pasara por funcionales en la sociedad. Y a veces, eso significaba enseñarles cómo fingir ser corteses, amables, encantadores, divertidos, incluso como debían abrazar o dar la mano. Todo eso era nuevo para ellos.
—Entonces, ¿Se trata de una cosa de vanidad?
La Dra. Rize hizo una mueca.
—Ella dijo que no sonreían, que rara vez hablaban y que las otras madres la juzgaban constantemente a sus espaldas mientras fingían simpatizar con su difícil situación.
—¿Su difícil situación?
—Sí, ser madre de dos hijos que la odiaban.
A Vegetta se le hundió el estómago.
—Y ¿Cómo pasaron de vivir en los suburbios a vivir en una casa grupal?
Ella vaciló, pero él no estaba seguro de si era porque se trataba de algo realmente horrible o si simplemente se debía a que estaba dudando en contarlo. Lo que estaban haciendo era altamente ilegal. Entregar estos niños a Vegetta significaba esencialmente hacerlos desaparecer de esta vida y reaparecerlos unos meses después como dos personas completamente nuevas. Significaba reconocer que estos niños se convertirían en sujetos de investigación, aunque eso viniera con las ventajas de ser criados por un multimillonario.
Vegetta era bueno con sus hijos. Y es que eran sus hijos. A pesar de todos sus grandes planes de educar a estos niños para que hicieran lo que estaba en su propia naturaleza, todavía los amaba. Quería que fueran exitosos, quería que
superaran todas las expectativas y limitaciones que la sociedad a menudo imponía a personas como ellos.
La Dra. Rize finalmente habló.
—Intentaron separarlos. Pero, no... salió bien.
—¿Sepáralos? —Vegetta repitió.
El labio de la Dra. Rize se curvó con disgusto.
—Sí. Los padres se divorciaron, culpaban al estrés de tratar de criar a dos niños con graves problemas mentales: sus palabras, no las mías. Decían que antes de la adopción, eran la pareja perfecta. Cuando se divorciaron, decidieron que cada uno tomaría a un gemelo y se alejarían el uno del otro como si fuera el maldito juego de gemelas —Debió haberse dado cuenta de lo que dijo porque pasó a mirarlo fijamente—. Lo lamento.
Vegetta negó con la cabeza, agitando una mano con desdén.
—Sin culpas. Eso es algo terrible para cualquier niño, gemelos o no.
La Dra. Rize hizo un sonido de burla.
—Ella lo llamó una “división equitativa de activos”.
—Cristo —murmuró Vegetta. ¿Quizás la madre era la verdadera psicópata?—. Y ¿Qué pasó una vez que separaron a los chicos?
La Dra. Rize inclinó la cabeza, acercándose más a la ventana.
—Ellos... se volvieron salvajes.
—¿Salvajes? —Vegetta repitió como un loro.
La Dra. Rize asintió de nuevo, mirando a los dos niños acostados juntos, todavía riéndose ocasionalmente o haciendo muecas como lo haría cualquier niño típico de seis años.
—En una hora o dos, los chicos se volvieron inconsolables. Después de unas veinticuatro horas, se tornaron violentos.
—¿Qué tan violentos? —Vegetta preguntó, también inclinándose.
—Mordeduras, patadas, rasguños. En dos días, dejaron de hablar, dejaron de comer. Gritaban durante horas, se orinaban en el suelo, hacían agujeros en las paredes y arañaban a sus padres. A menudo, al mismo tiempo, ambos tenían el mismo comportamiento.
Vegetta procesó esta información.
—¿Asumo que el estado intervino en uno o ambos casos?
La Dra. Rize frunció el ceño.
—Los padres decidieron poner a cada uno de ellos en una espera psíquica de setenta y dos horas. Cuando terminó la retención, el estado, por la razón que sea, dijo que no eran un peligro para ellos ni para los demás y ordenó su liberación.
Vegetta frunció el ceño.
—Y, sin embargo, están aquí.
—Los padres se negaron a aceptarlos.
¿Los rechazaron?
—Una adopción es un contrato legalmente vinculante. No puede simplemente negarse a tomar la custodia de sus hijos.
—Parece que puedes cuando eres un abogado. La mujer afirmó que recibió información fraudulenta sobre el pasado de los niños. Dijo que la agencia de adopción no reveló que los niños habían sido descuidados terriblemente durante los primeros seis meses de sus vidas, cosa que los llevó a desarrollar un grave trastorno del apego. Ella hizo que se anulara la adopción.
Vegetta respiró hondo y soltó el aire. Los niños no eran desechables. No eran accesorios que podían ser movidos como un set. Sabía que su indignación olía a hipocresía, no era como si él fuera un santo que acogía a los necesitados.
También tenía su propia agenda, un motivo oculto, pero eso no significaba que trataría a estos chicos como tal. No significaba que no los amaría ni los cuidaría, incluso si fueran incapaces de devolver ese afecto.
—¿Los problemas comenzaron solo cuando fueron separados?
—Antes de eso todavía estaban distantes, pero los padres eran unos adictos al trabajo que los dejaron para que fueran principalmente criados por una niñera. No hay forma de saber en realidad si eventualmente podrían haber llegado a tener algún apego a su familia. Pero, mientras los niños estaban detenidos psiquiátricamente, la madre se enteró de que estaba embarazada y ella y su esposo decidieron darle otra oportunidad a su relación... sin los gemelos. Ella pensó que podrían terminar siendo un peligro para el nuevo bebé.
Vegetta arqueó una ceja.
—¿Hay alguna validez en esa teoría?
La Dra. Rize se encogió de hombros.
—Se comportaron perfectamente educados en este lugar. Hacen lo que se les pide. Comparten sus juguetes, recogen ellos mismos. Ambos son increíblemente dotados, aunque de formas completamente opuestas. Mientras no intentemos separarlos, parecen perfectamente satisfechos. Es solo que no son particularmente cariñosos.
La implicación de la Dra. Rize era clara. No iba a permitir que Vegetta se llevara a uno sin el otro. No es que alguna vez se le ocurriera. Eso sería simplemente cruel, y Vegetta era muchas cosas, pero no era un hombre cruel.
—¿Por qué estoy aquí, Dra. Rize? Estoy seguro de que comprende lo que estoy buscando. Es evidente que tiene conexiones poderosas si sabe a lo que me dedico, si le han informado acerca de mi investigación.
La Dra. Rize se volvió hacia Vegetta, dando un profundo suspiro.
—Si bien son inteligentes, educados y respetuosos, también son definitivamente... vacíos.
—¿Vacíos?
Ella le devolvió la mirada.
—No hay nada ahí. Cuando los miras, te estudian. Te perfilan. Y más que eso… lo hacen en equipo. Pueden comunicarse telepáticamente. Nunca creí realmente que eso fuera algo que los gemelos pudieran hacer, no hasta verlos a ellos. Pero, no hay ninguna duda de que hablan entre ellos.
Como si fuera una señal, los dos chicos se echaron a reír como si hubieran contado un chiste divertido. No prestaban atención a Vegetta y a la Dra. Rize detrás del vidrio, pero se sintió como si esa risa fuera para su beneficio, como si de alguna manera pudieran escuchar la conversación entre ellos y lo encontraran divertido. Era perturbador, por decir lo menos.
Vegetta los observó con atención.
—¿No hay arrebatos violentos hacia el personal? ¿No mojan la cama?
¿Provocan incendios? ¿Crueldad hacia los niños pequeños o los animales? Ella se encogió de hombros y luego negó con la cabeza.
—No que hayamos presenciado. Pero tengo que advertirte. Hay algo más.
Un hilo de inquietud recorrió la columna vertebral de Vegetta.
—¿Algo más?
Ella asintió.
—No parecen tener ningún interés en lastimar al personal o a otros niños... pero sí parecen disfrutar el lastimarse el uno al otro. Pero solo el uno al otro.
Vegetta se sobresaltó.
—¿Qué?
La Dra. Rize miró fijamente a los dos niños durante un largo minuto, antes de volver a mirar a Vegetta.
—¿Ves la tablilla en el dedo de uno de ellos?
Vegetta siguió el punto con los ojos.
—Estás diciendo que el otro le hizo eso.
Ella asintió y tragó saliva de forma audible.
—¿CIPA? —preguntó.
La insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis era rara y venía con un puñado de problemas que harían que incluso el padre más atento se volviera paranoico de que su hijo fuera a saltar de un techo o a sentarse en una estufa caliente. Un niño que no puede sentir dolor literalmente no posee sentido de autopreservación.
—No —dijo la Dra. Rize, sacudiendo la cabeza enfáticamente—. No me estás entendiendo. Sienten dolor... —se estremeció—. Es solo que ellos lo disfrutan.
Notes:
Que tengan una feliz Navidad ❤
Gracias por leer~
Chapter 2: Roier
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—¿Estás en la oficina? ¿Por qué está todo tan tranquilo?
Roier resopló y se pellizcó el puente de la nariz. Roier Scott no tenía oficina. Ni siquiera tenía un cubículo. Porque no tenía un trabajo. Al menos no uno real, de cualquier forma. No es que su madre estuviera enterada.
—No, mamá. Hoy estoy trabajando desde casa.
Como todos los días.
—¿Te tienen trabajando en alguna historia emocionante? Le conté a todas las damas de mi club de bridge, acerca de mi hijo el reportero. Están todas muy emocionadas por leer tu primera historia.
Roier también. Solo tenía que pensar en una.
—Ma, por favor, deja de contarle a la gente sobre mi trabajo. Ser un periodista de investigación requiere investigar mucho. Pasará algo de tiempo antes de que mi primera historia relevante llegue a los periódicos.
Su madre sorbió por la nariz. Luego se escuchó el sonido de ella tomando un gran trago de algo. Ginebra, sin duda. Era mediodía, después de todo.
—Tengo permitido presumir de mi hijo. No estábamos seguros de que alguna vez lograrías algo por ti mismo. Tus grades sueños eran pobres. Absentismo en la escuela. Tu hermano formaba parte de un club deportivo y el club de debates, además que tenía un promedio escolar de 5.3; pero tú… bueno, pensábamos que terminaríamos apoyándote económicamente, como siempre.
Roier lo sabía. Cualquiera que conociera a su madre también lo sabía. No era una conversación nueva.
—Gracias, mamá —dijo Roier, poniendo los ojos en blanco.
Ella hizo un ruido de disgusto.
—Un escritor. Puaj. Bien podrías ser un instructor de fitness. Al menos ellos tienen la oportunidad de trabajar con celebridades.
Roier trabajaba con celebridades. Pero no de una manera de la que su madre quisiera presumir.
—Sí, mamá. Lo sé —dijo, viendo venir el giro en la conversación, pero incapaz de pisar el freno antes de que se descarrilara.
—No lo sabes —dijo su madre—. Cuando perdimos a tu hermano, pensamos que habíamos perdido cualquier oportunidad…
Por mucho que Roier intentara armarse de valor en este punto de sus conversaciones, no dolía menos. Su hermano, Aldo, había sido el heredero, y Roier no era más que el repuesto. Al que habían escondido en el armario e ignorado asumiendo que el original era demasiado jodidamente perfecto para morirse. Pero adivinen, Aldo les demostró que estaban equivocados. Todos ellos.
Roier se quedó mirando la foto de una estrella de cine saliendo a escondidas del apartamento de un cantante famoso, antes de mirar el reloj.
—Sí, lo sé, mamá. Solo digo que estoy hasta el cuello en una investigación y estoy en horario de trabajo. Te llamaré a ti y a papá este fin de semana, ¿De acuerdo?
—Está bien, querido. Pero no llames el viernes. Vamos a cenar con los Silvers. Y el domingo estaremos en el Country Club. ¿Sabes qué? Mejor te llamo yo, ¿De acuerdo?
Roier suspiró internamente.
—Sí, claro, mamá. Te amo.
Su madre le lanzó besos por el teléfono.
—Hablamos pronto.
Roier no sabía por qué decía "te amo" cada vez que terminaban una llamada. Su madre nunca se lo había dicho de vuelta. Ni cuando tenía cinco años, ni cuando tenía once, ni cuando tenía diecisiete, de pie junto al ataúd de su hermano. Y ahora tampoco.
La fría y dura verdad era que sus padres no lo querían. Él y Aldo habían sido accesorios para ellos. Solo que Aldo había sido la marca de diseño y Roier la imitación barata. Por eso le mintió a su madre sobre que tenía un glamuroso trabajo como periodista de investigación. Escribir artículos calumniosos para los tabloides y bloguear sobre historias de crímenes reales, no era algo con lo que su madre pudiera presumir en sus almuerzos.
Apartó ese pensamiento, negándose a darle más espacio en su cabeza. Sacúdetelo, Roier. Lo que hacía no era precisamente bonito, pero pagaba las cuentas. Justo cuando abrió su computadora portátil, la puerta se abrió de golpe, Mariana entró, como si el viento lo hubiera arrastrado fuera de la calle. Excepto que Mariana era el viento en sí. Un tornado con lentes, alto y cabello castaño.
—Te tardaste un chingo —se quejó Roier.
Mariana frunció el ceño.
—Wey, ya sabes cómo son las filas en McKabe's a esta hora del día. ¿Lo quieres rápido o lo quieres bueno?
Roier suspiró. No sabía por qué estaba descargando en Mariana la frustración que su madre le provocaba. Era prácticamente el único amigo de Roier.
Cuando no respondió, Mariana frunció el ceño.
—¿Qué te paso? ¿Por qué de repente estás tan rabioso? —Mariana hizo un gesto hacia la pared frente a ellos—. Pensé que querías hablarme de todo esto.
—Solo comamos —murmuró Roier, desenvolviendo su sándwich de atún y dándole un mordisco. Cerró los ojos mientras disfrutaba de la pequeña porción de paz.
Mariana hizo un sonido de ajá.
—Verga. Tu jefa te llamó, ¿Verdad? —Roier lo miró con cautela—. Sí, definitivamente te llamó. Nadie más que ella podría transformarte como si acabaras de ver a tu gato siendo mutilado por un oso.
Roier hizo una mueca.
—Tienes una habilidad para las palabras.
Mariana se burló.
—Tú eres el escritor. Yo solo tomo las fotos. ¿Por qué todavía respondes a sus llamadas? Podrías dejar de hacerlo. No mi rey, yo deje de hablar con mi jefa hace años. Fue la mejor decisión. Me dolió, pero es como una gangrena. A veces, toca cortar la extremidad infectada antes de que la mierda se propague por completo. Y la tuya… se está propagando.
Los labios de Roier se torcieron con la más mínima insinuación de una sonrisa. Su madre realmente era como una bacteria mortal. Pero era su madre.
—Tu mamá es una delincuente que está metida con uno de los clubes de motociclistas más violentos en los EE.UU.
Mariana se dejó caer en la silla giratoria frente al escritorio de Roier, girándola varias veces antes de retirar el papel de su sándwich de pastrami.
—Y la tuya es una narcisista que chupa ginebra y se pasa el día chupando las esperanzas y los sueños de la gente, como si fuera un dementor. ¿Sabes cuál es la diferencia, mien? Que mi jefa tiene el mero varo y la tuya na más no mien, pero al fin y en cuentas ambos son unas hijas de la chingada
Mariana tenía razón. Tenía razón al cien por cien. Pero Roier no pensaba dejar de hablarle a su madre. No sabía si eso lo convertía en un masoquista o un débil. Su madre diría que lo último.
Roier suspiró, levantando la vista hacia la pared cubierta de cuerdas y alfileres multicolores. En el centro, había clavado un mapa de la ciudad, resaltando ciertas áreas en un amarillo chillón. Propiedades de Vegetta De Luque. Roier había pegado la foto del hombre en la parte de arriba.
Había reservado los lados del mapa para los personajes clave en la vida de De Luque, empezando por sus siete hijos.
—Cuéntame de esto —dijo Mariana alrededor de su sándwich de pastrami.
Roier terminó su sándwich de atún en cuatro grandes bocados, luego señaló al hombre de traje azul marino.
—Ya conoces a Vegetta De Luque.
—Todo el mundo lo hace —dijo Mariana, masticando desagradablemente.
—Estos son sus hijos —Señaló a cada uno—. El profesor, el doctor, el arquitecto, el diseñador, el jugador de poker, el modelo… y, por último, pero no menos importante, el solitario.
Mariana bufó.
—Sí, ya se. Fotografío celebridades para ganarme la vida. Dime a cuáles no conozco.
Roier señaló una foto pegada junto al más joven de los De Luque, el modelo Willbur.
—¿El chico bonito de cara pecosa que parece que debería vender productos para el cuidado de la piel? Está comprometido con el modelo. Su nombre es Quackity. Quackity Holt. ¿El nombre te suena familiar?
Mariana negó con la cabeza.
—¿Debería?
—Es el hijo de Wayne Holt. Presunto abusador de niños y asesino. Murió bajo “circunstancias misteriosas”.
—Que viaje más jodido —murmuró Mariana.
Roier estaba de acuerdo. Pero era solo una pequeña pieza del rompecabezas. Señaló a un hombre con un abrigo de tweed.
—Ese de ahí. Ese es Dream Blackwell, un ex-perfilador del FBI que tuvo un colapso mental.
—Es un trabajo estresante —razonó Mariana—. No me gustaría lidiar con todas esas cosas.
Roier recogió la pelota de béisbol de su escritorio y la lanzó al aire.
—Les dijo a sus superiores que resolvía casos usando poderes psíquicos, luego señaló a otro agente del FBI como el autor de una docena de casos de secuestro.
Mariana soltó una carcajada.
—Mierda. Y ¿Se lo llevaron al loquero?
Roier asintió.
—Retención psicológica de treinta días. Luego lo enviaron a enseñar en una pequeña universidad de artes liberales donde conoció al profesor genio, se enamoraron, se casaron y tuvieron dos hijos.
—Entonces, están viviendo el sueño americano. ¿De qué me estoy perdiendo? —preguntó Mariana.
—¿El antiguo colega, al que acusó de secuestrar y matar a una docena de mujeres? Bueno, él también desapareció en circunstancias misteriosas.
La mirada de Mariana se disparó hacia la suya y se enderezó en su silla. Sí, ahora Roier tenía su atención.
—Está bien, lo admito, eso es un poco raro.
Roier asintió, señalando al tipo con lentes.
—Y ¿Éste, el doctor? Sí, esa de ahí es su mujer. Es mecánica.
Mariana miró la foto de la mujer de cabello rubio y se encogió de hombros.
—¿Eso es? ¿Tu gran revelación es que el doctor se casó con una mecánica? A algunas personas les gusta mujeres que saben cómo usar las manos. Carajo, si pudiera encontrar a una mujer que distinguiera un carburador de una batería de auto, probablemente me casaría con ella.
Roier puso los ojos en blanco.
—Esa no es la parte sospechosa. Es dueña de una tienda de reparaciones al final de la calle. Esa en la que hay docenas de muchachos entrando y saliendo a todas horas de la noche.
Mariana negó con la cabeza.
—Entonces, ¿Qué me estás diciendo?
Roier siguió lanzando la pelota al aire.
—No sé lo que estoy diciendo. ¿Tal vez el doctor es un proveedor de drogas y los niños estos son sus dealers? Quizá sea un taller de desguace.
—¿Por qué el hijo de un multimillonario necesitaría vender drogas o tener un desguace de autos? Pendejo, ¿Por qué un Doctor tendría que hacer esas cosas? Creo que ya estas delirando mierda. Tu jefa te tiene persiguiendo fantasmas.
Roier negó con la cabeza.
—Bueno, escucha esto. La mecánica. Su hermana desapareció hace una década, luego apareció muerta en el río, sin un riñón. No se dio ninguna explicación, nadie siquiera investigó el caso.
Mariana frunció el ceño, mirando fijamente la fotografía de la mujer en cuestión.
—Vivimos en un barrio de mierda, mien. La gente termina en el río todo el tiempo. Y no es por poner un punto demasiado fino, pero ella no era blanca.
Todos sabemos que solo las mujeres blancas y con dinero son las que reciben toda la atención.
Roier había pensado en eso.
—Está bien, pero ¿No crees que es extraño que tres de los hijos de Vegetta De Luque terminaron con parejas que perdieron a alguien cercano a ellos en circunstancias turbias? —Preguntó.
Mariana negó con la cabeza, pasándose los dedos por detrás del cuello mientras miraba el tablero.
—No realmente, no. El esposo de mi tía Carol la mató a golpes con una tostadora. Christabel, en contabilidad... alguien mató a su prima con un machete en Haití. El padre de Beach fue asesinado a tiros en un robo en un bar. Vivimos en un mundo violento. La única diferencia entre nosotros y Vegetta De Luque es que a nadie le importa una mierda nuestras vidas.
—Te lo digo, hay algo sospechoso con esta maldita familia —Roier se puso de pie de un salto—. ¿Ves estos pines rojos? Son cadáveres encontrados en la zona en los últimos dos años. ¿Mira cuántos encontraron en o alrededor de las propiedades de Vegetta De Luque?
Mariana le sonrió como si fuera gracioso.
—El tipo es dueño de la mayor parte de la ciudad, pendejo. Sería más difícil esconder un cadáver en una propiedad que no es de su propiedad.
Roier negó con la cabeza, la frustración ardiendo a través de él. Mariana tenía razón, pero había algo allí. El instinto de Roier nunca se equivocaba.
—Necesito seguir cavando. Necesito acercarme.
Mariana lo miró de soslayo.
—No, debes dejar de jugar a Truman Capote y escribir la copia de la foto que tomé o no podrás pagar el alquiler de este horrible motel de cucarachas al que llamas hogar. ¿Quieres pedirle dinero a Bev porque perdiste otro trabajo?
Roier no había perdido trabajos. Había dejado trabajos. Escribir artículos para tabloides no era un trabajo. Era un plan de respaldo. Si Roier quería que el mundo lo tomara en serio como periodista, necesitaba descifrar una gran historia. Una historia tan grande que incluso su madre no pudiera encontrar razones para negar su éxito.
—¿No quieres ser algo más que un paparazzi? —preguntó Roier.
Mariana bufó.
—Gano mucho dinero tomando fotos de celebridades. Lo suficiente como para pagar mi equipo de cámara que me permite tomar las fotos que realmente quiero tomar. Las que algún día me ganarán premios.
Mariana era un buen tipo. Era inteligente, talentoso, divertido. Pero él no tenía los instintos para esto.
—Hay algo aquí. Sé que creer en un multimillonario altruista es como creer en el hada de los dientes o en Papá Noel. No existen.
—Eso es un poco clasista, ¿No? —preguntó Mariana.
Roier alzó la barbilla.
—No si yo tengo la razón.
Mariana arrugó el envoltorio de su sándwich.
—Está bien, digamos que Vegetta De Luque es el diablo. Es un… ¿Qué?… Cerebro criminal de alto rango. ¿Qué vas a hacer al respecto? ¿Crees que vivirás lo suficiente como para escribir ese artículo?
Roier señaló a un grupo de alfileres rojos.
—Sí. Gracias a ellos.
Mariana frunció el ceño.
—¿Ellos?
Roier asintió.
—Todos estos hombres murieron en un incendio en una de las propiedades de los De Luque.
—¿Y? —Dijo Mariana.
—Y eran: un congresista, un sacerdote, un maestro y un policía. Gente con poder. Personas que tenían familias que los extrañan.
—Eso no es una historia. Ese es el comienzo de una mal chiste. La historia de esos hombres ya fue contada. Eran pedófilos. Abusadores en serie. Nadie los extraña. Ni siquiera sus familias. Si resulta que Vegetta De Luque los mató, la ciudad probablemente le organizaría un maldito desfile.
Roier negó con la cabeza.
—Solo necesito acercarme.
—¿Acercarte a qué? —preguntó Mariana, exasperado.
—A Vegetta De Luque.
Llegar a Vegetta De Luque era la clave para descifrar esta historia, fuera lo que fuera. Necesitaba pistas. Necesitaba un rastro al que seguir. Había una diferencia entre sospechar que alguien era un autor intelectual criminal y probarlo. Para acabar con el clan De Luque, necesitaría pruebas irrefutables y, para eso, Roier tendría que entrar en el círculo íntimo de Vegetta De Luque.
Si Roier pudiera conocerlo, convencerlo de que era un corazón sangrante altruista, tal vez le daría un pequeño vistazo detrás de las cortinas de la familia De Luque. Pero Roier no tenía nada en común con un uno por ciento como Vegetta De Luque. Roier había nacido en la clase media y, gracias al arduo trabajo y la perseverancia de su padre, habían ascendido a la clase media alta. De Luque probablemente gastaba el dinero del pago del alquiler de Roier en un alfiler para su corbata.
—Si tu tuvieras que llegar a él, ¿Cómo lo harías? —preguntó Roier.
Nadie sabía mejor que Mariana cómo llegar a las personas que no querían ser atrapadas. Había visto al hombre colgado boca abajo de un árbol para tomar una foto de una celebridad.
Mariana suspiró, sacando su teléfono.
—Nunca pasarás la puerta principal. Verga, no lograrías pasar por la puerta trasera. Lo mejor que puedes esperar es deslizarte por una ventana del sótano, metafóricamente hablando.
—¿Cómo sería la ventana del sótano de Vegetta De Luque? —preguntó Roier.
Mariana se encogió de hombros.
—Mira sus redes sociales. El hombre se pasa la vida asistiendo a galas de mierda, como la de “Salvar a las Alpacas”. Se toma fotos con pequeños niños calvos con cáncer. Si quieres llegar a él, así es como tienes que hacerlo.
—Por favor, dime que no estás diciendo que necesito colarme en alguna recaudación de fondos para niños con cáncer —Roier tenía principios.
Mariana giró su teléfono hacia Roier.
—¿Qué tal una cena de entrega de premios? Parece que va a recibir algún tipo de conmemoración esta noche.
—¿Cómo es que sabes eso? —preguntó Roier.
Mariana puso los ojos en blanco.
—Se llama Internet, Roier. Todos tenemos acceso a él ahora, ¿Sabes?
Roier resopló.
—¿Cómo me escabullo en una cena de entrega de premios? No creo que pueda simplemente entrar.
Mariana negó con la cabeza.
—Todos esos eventos importantes ahora tienen un código de barras. Tienes que escanear tu teléfono en la puerta —Se puso de pie de un salto—. Gracias por el almuerzo, pero me tengo que ir. Ah, y Beach necesita esa copia en una hora.
Beach. Eso era a quien necesitaba. Ella era su editora, y la definición de la palabra rompe pelotas tenía su foto al lado. Sacó el teléfono y buscó su nombre, presionando el botón de llamada justo cuando la puerta se cerró detrás de Mariana.
Ella respondió al tercer timbre.
—¿Tienes el artículo del anuncio?
Probablemente debería haber llamado después de que terminar de escribir eso.
—Aún no. Necesito un favor.
Beach se burló.
—Sin esa copia, no hay favor.
—Es un pequeño favor. Uno chiquitito.
Beach suspiró.
—¿Qué es?
—Solo necesito entrar a la cena de premiación de esta noche.
—¿Estás loco?
—Puedo tener el artículo para ti en literalmente veinte minutos — intercambió Roier—. ¿Por favor? Esta podría ser una gran historia.
—Roier, soy una mujer de cuarenta años que pasa sus días jugando Let’s Make a Deal con todos los publicistas de la ciudad para mantener a sus clientes famosos dentro o fuera del ojo público, dependiendo de lo que nos beneficie económicamente a todos. Las únicas historias que me importan son las malas. Entonces, a menos que me cuentes una historia en la que encuentres a Barbara Walters haciéndole una paja a Matt Lauer debajo de la mesa de esa cena, no voy a ayudarte.
El labio de Roier se curvó ante la imagen demasiado vívida que su cabeza pintó.
—Vegetta De Luque puede ser bastante jugoso si me ayudas a encontrar algo.
Beach gimió.
—¿Aún sigues con eso? Déjalo. A nadie le importan los multimillonarios corruptos.
—Por favor, Beach. ¿Por favor? Ni siquiera tienes que hacer nada, solo cambiaré un par de tarjetas de identificación cuando llegue allí.
Beach se burló.
—Ni siquiera estás invitado. No hay intercambio de tarjetas cuando dicha tarjeta no existe.
—Es una entrega de premios para la prensa. A nadie le importará una mierda si arruino su pequeña fiesta. Seguramente, alguien en el periódico fue invitado. Somos técnicamente prensa, ¿Verdad? Solo ponme como suplente, seré quien tú quieras que sea, ¿Por favor?
—¿Sabes qué? Okey. Pero será mejor que encuentres una maldita historia tan jugosa que te quedes pegajoso durante toda una semana.
—Gracias. Gracias. Gracias. No te decepcionará.
—Escuché eso de casi todos los hombres en mi vida y nunca fue verdad — murmuró.
Roier escuchó un encendedor y luego Beach inhaló.
—¿Pensé que habías dejado de fumar?
—¿Quién eres? ¿Mi madre? Ocúpate de tus propios asuntos, entrometido.
—Solo me importa tu salud.
—A la mierda con eso, es tu salud la que está en cuestión. Y ¿Roier?
—¿Sí?
—Escúchame con atención porque hablo enserio. Lo juro por todos los dioses y santos, si te atrapan acosando a Vegetta De Luque, voy a fingir que no sé quién diablos eres. Sonreiré y saludaré mientras te llevan esposado.
Roier se rio.
—¿Esposado? ¿Por irrumpir en una cena de prensa? De alguna manera, lo dudo mucho.
Beach hizo un ruido de ya veremos.
—¿Tienes algo que ponerte que no te haga parecer un mesero?
No. No, no lo tenía. Ni siquiera estaba seguro de tener una corbata que no tuviera una mancha.
—Eso duele.
Ella resopló.
—Puedes llorar todo lo que quieras.
Roier sonrió.
—Solo envíame un mensaje de texto sobre quién se supone que seré esta noche.
—Sí, sí —murmuró ella.
—Gracias. Eres la mejor —dijo dulcemente.
—Come mierda —dijo ella, con la voz igualmente empalagosa.
Chapter 3: Spreen
Chapter Text
"Llegué. Rubius manda a decir que te jodas."
Spreen De Luque miró fijamente el texto de su hermano gemelo, Cris. Como si Spreen no supiera que Cris había llegado sano y salvo a casa de Rubius. Nunca había un solo momento en que no supieran dónde estaba el otro o qué estaban haciendo. No sin poner esfuerzos en romper la conexión.
Spreen no le escribió nada de eso. Termino por enviar un: "Dile que se vaya a la mierda igualmente."
No había malicia en el intercambio. Spreen disfrutaba pasar tiempo con todos sus hermanos, aunque dada la complicada historia entre su padre y Rubius, se sentía raro llamar a Rubius su hermano. Pero, por el momento, era aún más difícil llamar a Vegetta su padre.
Vegetta era la razón del sufrimiento de Spreen. Él era el motivo de su agitación, de esta repentina necesidad de matar algo con sus propias manos. Spreen solía matar por placer. Claro, era necesario. En la familia De Luque no se mataba sin causa. Esa era la regla cardinal, y romperla resultaría en una bala en la cabeza. Pero no había escasez de personas que necesitaban morir.
Una risa discordante atravesó el murmullo inaudible de una conversación interminable a su alrededor. Preferiría una bala en la cabeza a su entorno actual. Pero su padre estaba empeñado en torturar a Spreen, al parecer. Además de haber exiliado a su hermano a ningún lugar, había enviado a Spreen a la cena de entrega de premios a la prensa para aceptar su premio honorífico de mierda y pronunciar un discurso de aceptación en su nombre.
Spreen no había hecho nada de eso.
Todo estaba tomando demasiado tiempo. Apuró su whisky y escaneó con la mirada a la multitud de personas con sus elegantes corbatas negras. ¿Cómo carajo es que apenas eran las nueve? ¿Su padre también habría dominado el arte de ralentizar el tiempo para provocarle una máxima irritación? El sonido de cubiertos rozando contra la porcelana y los vasos chocando entre sí, combinado con el olor nauseabundo del pollo y las alfombrillas detrás de la barra, era demasiado.
Especialmente sin Cris.
La gente encontraba extraña su cercanía. Había rumores, susurros silenciosos detrás de las manos, que implicaban que eran mucho más cercanos de lo que dos hermanos deberían ser. Eso no era cierto. Lo que tenían iba más allá de lo físico. No era algo sexual o incluso mental. Era... universal. Fueron creados para funcionar como una unidad. No para estar separados. Eran dos mitades de un todo, y no habían pasado más de una o dos noches separados en más de veinte años.
Su padre había dicho que no lo hacía por crueldad, que era imperativo que uno pudiera funcionar sin el otro, por si acaso. ¿En caso de qué? No había Spreen sin Cris, y viceversa. Si uno moría, también podrían sacrificar al otro inmediatamente.
Pero, su padre no quería escucharlo. No quería creerlo. Entonces, ahora se veían obligados a soportar este ridículo experimento bajo un pretexto de ayuda. El que Cris fuera a ayudar a Rubius con un objetivo al otro lado del país, era una autentica mierda. Y todos lo sabían.
Tiró de su cuello, aflojándose la pajarita antes de soltarla. Hizo una señal para otro whisky mientras contemplaba simplemente irse. Ya se había perdido el premio de su padre, dejando que una mujer al azar lo aceptara por él. Una que seguramente le había ganado un regaño a Spreen para mañana.
Dio un gruñido frustrado, sorprendiendo a la mujer de mediana edad que intentaba tomar su vino del hombre detrás de la barra. Él le regaló lo que esperaba fuera una sonrisa de disculpa, pero ella se alejó en una carrera. Spreen tenía dificultades para mantener la máscara en su lugar cuando la agitación lo atravesaba como hormigas debajo de la piel.
Solo necesitaba un cuerpo. Cualquiera. No sabía si quería coger con alguien o matarlo, pero cuanto más tiempo estuviera bebiendo, menos le importaba. Si su padre le hubiera dado un objetivo esta noche, algún pedazo de mierda que se mereciera sufrir antes de morir, eso al menos le habría dado alguna salida. Y Spreen sin salida era un peligro. Lo volvía más imprudente que de costumbre, y Spreen ya era lo bastante imprudente.
—Pareces un supervillano.
Spreen miró hacia arriba para notar a un hombre apoyado contra la barra con una camisa blanca y pantalones negros. Pensó que era del servicio hasta que notó los Chuck Taylors. Ciertamente no lo miraba como si fuera de servicio. Lo miraba con un interés que Spreen le sorprendía, dado lo mucho que su máscara había caído.
El extraño no era sexy en el sentido tradicional. No era el tipo de Spreen en absoluto. Spreen a menudo se apegaba a los tipos fuckboys calientes, que solo buscaban buenas fotos para sus redes sociales y no lloraban demasiado cuando él no se quedaba para el desayuno.
Este extraño parecía muy ordinario. No, no ordinario. No parecía barnizado. No había carillas, ni bronceadores en aerosol, ni lentes de contacto de colores, ni puntas blanqueadas. Tenía una cara angulosa, labios carnosos y suave cabello que caían sobre sus ojos cuando inclinaba la cabeza para observar a Spreen, justo como lo estaba haciendo ahora.
Él era del tipo heroico y chic. Una linda estrella de rock. Sólo que estaba un poco delgado, pero poniéndole un par de pantalones de cuero y un abrigo de piel y las chicas le arrojarían sus bragas antes de que la casa se quedara a oscuras. De alguna manera, funcionaba. El cabello castaño, las cejas pobladas y los ojos color café whisky simplemente... funcionaban.
O tal vez Spreen simplemente reconocía a una víctima cuando veía una. Giró su taburete hacia el extraño, dándole una obvia mirada. Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—¿Sí?¿Cómo es eso?
El hombre tomó la pregunta como una invitación y se sentó en el taburete a su lado, haciéndole un gesto al barman antes de inclinarse como si fuera a confesarle un secreto.
—Bueno, tienes un aire melancólico y sexy, pero debajo de eso... pareces un depredador —Se recostó, asintiendo hacia las manos de Spreen, su voz perdió el bajo tono ronco que había tenido hacía unos segundos—. Además, parece que estás a punto de estrangular a alguien con tu corbatín.
Spreen miró hacia abajo para ver que se había enrollado los extremos de la corbata alrededor de los dedos, convirtiéndolo en una especie de garrote.
— Parece que cualquiera con algo de sentido común sabría mantenerse alejado de un depredador.
El hombre le dedicó el destello de dientes blancos perfectos en una sonrisa intermitente.
—Bueno, escuchando lo que mi mamá suele decir, Dios me dio el sentido común de un nabo. Pero te mantendré vigilado. Por si acaso.
Spreen arqueó una ceja.
—Sí, haz eso.
Llegó el cantinero y ordenaron sus bebidas.
—Eres uno de los gemelos De Luque, ¿Verdad?
Allí estaba. El problema de ser un De Luque era que todos sabían que eras un De Luque.
—Sí. Spreen. Y ¿Vos sos?
El hombre le tendió la mano.
—Roier Scott.
Spreen tomó su mano, sorprendido cuando Roier la apretó. Su piel era cálida y suave. No quería dejarlo ir, pero lo hizo.
—Tenés el nombre de un reportero, Roier Scott. ¿Sos reportero?
La esquina de la boca del hombre se curvó hacia arriba en una media sonrisa mientras miraba alrededor de la habitación.
—¿Un reportero? ¿En este lugar?
Sabelotodo.
—¿Eso es un sí?
—No. No todavía, de todos modos. En este momento, solo soy un bloggero esperando mi gran oportunidad.
El cantinero regresó con sus bebidas, y Spreen tomó un largo trago de su whisky mientras observaba a Roier acercar la copa de vino a sus labios. El cerebro de Spreen era un desastre de alcohol y malas decisiones. No pudo evitar imaginar su mano alrededor de la delicada garganta de Roier, forzándolo a tomar su pija entre esos labios perfectos hasta hacerlo atragantarse.
Pero él era un reportero. Solo eso debería haberlo hecho decir buenas noches. Las reglas sobre los reporteros –y los aspirantes a reporteros–, eran muy claras en la casa de los De Luque. No hablen con los periodistas. No reaccionen a lo
periodista. Y aunque su padre nunca había pronunciado las palabras “no se cojan a los periodistas”, Spreen asumió que debía estar implícito.
Spreen se inclinó más cerca.
—Te ves como Clark Kent con esos anteojos —dijo, empujándolos hacia el puente de la nariz de Roier, notando la forma en que sus fosas nasales se ensancharon ante el toque de Spreen.
El pene de Spreen también tomó nota de eso.
Una vez más, Roier le dedicó otra sonrisa a lo “parpadea y te la perderás”.
—No me vería como Clark Kent en ninguna encarnación del universo DC. Más bien como Lois Lane.
Roier tenía razón. No era un tipo de superhéroe. Pero eso estaba bien con Spreen. No estaba buscando una pelea justa. Una vez más, ese impulso de arrastrar a Roier y hacerlo suyo se apoderó de él. ¿Le dejaría arrastrarlo al baño y cogerlo en uno de los cubículos? ¿Se arrodillaría por Spreen? Spreen reprimió el impulso de averiguarlo.
Se encontró con la mirada de Roier.
—Los superhéroes están sobrevalorados. Los villanos siempre son más divertidos.
—¿Villanos como tú? —replicó Roier, tomando otro sorbo de su vino.
Spreen extendió una mano y envolvió uno de los mechones de Roier alrededor de su dedo.
—Tu pelo es realmente bonito. Todo en vos es bonito. Incluso aunque estás vestido como si fueras del servicio.
Roier no se movió, su expresión desconcertada.
—No puedo entender si estás coqueteando conmigo o te estás burlando de mí.
Spreen sonrió.
—Te estoy proponiendo algo, Lois Lane. Pero te recomiendo encarecidamente que digas que no.
Roier se inclinó hacia delante, apoyando el codo en la barra y la barbilla en el puño.
—¿Si? Interesante.
—¿Lo es? —preguntó Spreen.
La inquietud goteó a lo largo de la columna de Spreen como agua fría. Había algo allí. Una inteligencia astuta detrás de los ojos de Roier que le hizo saber a Spreen que tenía una agenda detrás. Quizás Roier era el verdadero depredador.
Roier inclinó la cabeza, mirándolo.
—¿Al menos vas a decirme el por qué?
Sí, Roier Scott estaba lleno de mierda. Esta cosita inocente y coqueta era una mierda. Tenía una puta agenda. Pero Spreen también tenía una. Quería jugar con él. Quería castigarlo. Y quería cogérselo.
Spreen lo miró directamente a los ojos.
—Porque soy un depredador, y vos te pareces mucho a una presa.
Los ojos de Roier se abrieron.
—Oh.
Spreen suspiró.
—No me escuches. Estoy borracho. Soy imprudente cuando estoy borracho.
—Pensé que los gemelos De Luque siempre eran imprudentes.
Spreen se rio entre dientes.
—Sí, pero esa es la cosa. Me falta un gemelo. Sólo soy yo. Y me emborrachó... sin supervisión... él es el verdadero supervillano.
— Coloréame intrigado.
Te colorearé con tu propia sangre.
—Escucha, al final de esta noche, pelearé con alguien o me lo cogeré. Preferiblemente ambos.
Las pupilas de Roier se dilataron, su cuerpo balanceándose más cerca.
—¿Es eso lo que haría el Spreen sobrio?
El Spreen sobrio se iría a casa y llamaría a un trabajador sexual, quien firmaría un cuerdos de confidencialidad y lo dejaría vivir sus retorcidas y enfermizas fantasías en un ambiente controlado.
—El Spreen sobrio te llevaría al estacionamiento, te doblaría sobre el capó de su Maserati, y haría que te vinieras lo suficientemente fuerte como para olvidar tu propio nombre. Luego, probablemente nunca te volvería a llamar.
Los labios de Roier se separaron.
—Oh —dijo de nuevo.
—¿Dirías que no? —Respondió Spreen.
Roier pareció pensar en eso, luego sacudió la cabeza lentamente y una sonrisa de formó en sus labios.
—No.
—Exactamente —dijo Spreen, como si eso fuera un problema.
—Entonces, ¿No haremos eso? —preguntó Roier, sonando divertido.
—No, soy el Spreen borracho. Bueno, el Spreen moderadamente ebrio —Apuró lo que quedaba de su Whisky—. No querrías encontrarte con el Spreen borracho.
Roier se rio.
—¿El Spreen borracho es peor que cogerme en un estacionamiento público y nunca volver a hablarme?
Esas campanas de advertencia en la cabeza de Spreen ahora estaban gritando como sirenas. Sirenas de policía. Ninguna persona en su sano juicio empujaría a Spreen así, sabiendo lo cerca que estaba de romperse. Roier claramente quería obligarlo a hacer algo de lo que no pudiera retractarse.
Y Spreen estaba deseando hacer algo de lo que no pudiera retractarse. Se inclinó más cerca. Roier olía a limpio, como a jabón. Spreen presionó sus labios contra su oído, luchando contra el impulso de morderlo hasta hacerlo gritar.
—Estás jugando un juego muy peligros, ¿Estás dispuesto a seguirlo hasta el final?
La voz de Roier se volvió áspera, su tono lleno de promesas mientras fingía inocencia.
—No sé a qué te refieres.
—Quiero decir, no deberías provocar a un supervillano cuando huele a su presa —La pija de Spreen se endureció detrás de su cremallera ante la exhalación sorprendida de Roier—. Sí, definitivamente sos una presa. Apuesto a que tu corazón está latiendo muy rápido en este momento —Curvó su mano alrededor de la parte posterior de su cuello, su pulgar acarició la piel antes de aterrizar sobre la arteria. El pulso de Roier estaba acelerado como el de un conejo—. Sí, ahí está. Sabes que perderías. ¿Todavía querés jugar?
—¿Cómo sabré eso si no me cuentas del juego? —Le preguntó Roier, tragando audiblemente.
—Pero lo hice. El juego es depredador contra presa —dijo, dejando que sus labios rozaran el caparazón de su oreja, sin preocuparse en absoluto por la multitud que los rodeaba—. Tengo ganas de cazar.
—¿Quieres perseguirme por el estacionamiento? —La voz de Roier ya no era burlona sino ansiosa, sin aliento, como si pudiera saborear el peligro en el aire.
Spreen se apartó lo suficiente para mirarlo a los ojos.
—¿El estacionamiento? No. Eso no es divertido. Hay demasiados testigos. Alguien podría detenerme.
—Entonces vayamos a tu casa —contrarrestó Roier, sin vacilación en su mirada.
El pene de Spreen palpitó.
—Para ser más claros, si aceptar ir a casa conmigo, voy a desnudarte y te dejaré suelto en mi casa. Una vez te atrape, voy a cogerte en donde caigas. Y no habrá ni una sola alma que pueda salvarte.
La voz de Roier ya no era burlona sino cruda.
—¿Quién dijo que quiero que me salven? Pero también tengo una advertencia para ti.
Spreen emitió un gruñido bajo de aprobación.
—Y ¿Eso es?
—Me voy a defender.
La sonrisa de Spreen fue casi salvaje.
— Perfecto, más te vale
Chapter 4: Roier
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Roier podía escuchar la voz de su hermano en su cabeza. Perdiste la maldita cabeza.Aldo siempre era la voz de su cabeza. Su subconsciente. Su Pepito Grillo. El fantasma en su máquina. Sin embargo, Aldo El Fantasma tenía razón. Roier había perdido la cabeza. ¿Estaba realmente dispuesto a acostarse con Spreen De Luque por una noticia? No, no acostarse con él, dejar que Spreen De Luque lo persiguiera, acechara y cogiera. ¿Con la remota posibilidad de que pudiera encontrar algo que le diera una pista sobre lo que hacía exactamente Vegetta De Luque durante su tiempo libre?
Sí, definitivamente lo haría.
Roier podía fingir que todo esto venía de la necesidad de conseguir una noticia, pero la fría y dura realizar era que Spreen De Luque era el hombre más sexy que Roier hubiese visto de cerca, y la idea de ser sujetado y penetrado sin sentido, sonaba exactamente como lo que estaba necesitando para esta noche. O cualquier noche, la verdad. Había pasado mucho tiempo desde que alguien había mirado a Roier como si fuera digno de ser cazado.
Y si husmeaba un poco después de eso, entonces que así fuera.
Spreen se había ofrecido a llevar a Roier en la limusina, pero él había querido llevar su propio auto. Deseaba una opción de escape viable si esto pasaba de ser sexo kinky a una agresión criminal. Spreen no había pestañeado cuando Roier le dijo que prefería conducir él mismo. Le había dado su dirección con una sonrisa, rozando sus labios contra la mejilla de Roier de una manera que no debería haberle causado una erección.
Cuanto más lejos de la ciudad conducía Roier, más contemplaba dar la vuelta e irse a casa. Spreen vivía en una gran propiedad a treinta minutos de la ciudad, en una casa que él mismo había diseñado. Su hermano también vivía allí, pero también tenían un apartamento en la ciudad. Roier había pensado que Spreen lo llevaría a su departamento, en donde habría vecinos y un portero. Personas que sabrían que Roier había estado allí.
Roier tarareo junto a Bon Jovi mientras contemplaba sus opciones de vida. Sus manos temblaban cada vez que las retiraba del volante. No quería morir en una casa que había aparecido en la portada de Architectural Digest. Pero tampoco había dado la vuelta, ¿Por qué no había dado la vuelta?
Porque había perdido la puta cabeza.
Le había dicho a Spreen De Luque que podía desnudarlo y perseguirlo. No, cazarlo. Spreen dijo que lo cogería en donde cayera. Y eso no debería haber sonado tan sexy, ¿Verdad? Había algo fundamentalmente mal con Roier. Ser cazado y reclamado por Spreen no debería haber sido la mejor fantasía que hubiese escuchado en su vida. Pero lo era. Realmente lo era. Bajó la temperatura del aire acondicionado hasta que prácticamente produjo escarcha en las ventanas. El sudor de nervios no era nada sexy. Tampoco tener la boca seca. Tomó un sorbo de agua de la botella que había dejado antes dentro del auto, haciendo una mueca por la temperatura tibia.
Cuando entró en el sinuoso camino, se enderezó en su automóvil durante diez minutos completos tratando de sofocar el temblor de sus entrañas. La limusina no estaba allí, pero el Maserati que Spreen había mencionado antes estaba estacionado en el frente y al centro. El Maserati en el que Spreen había dicho que quería inclinar a Roier encima. Su verga latía detrás de su cremallera. Cristo. Roier no tenía miedo. Roier estaba jodidamente excitado. No era el miedo lo que lo tenía temblando sino la adrenalina.
Cuando llegó a la puerta principal, esta se abrió antes de que pudiera llamar. Spreen estaba allí, los puños metidos en los bolsillos de sus pantalones negros hechos a la medida, aferrándose a los muslos gruesos. Estaba descalzo y con el pecho descubierto, luciendo perfectamente cómodo mientras estudiaba a Roier.
Santa María, madre de Dios. Ningún ser humano debería verse así de sexy de cerca. Se había quitado el espeso cabello oscuro de la cara, como si se hubiera pasado los dedos unas cien veces entre ellos, las luces brillantes del vestíbulo resaltaban los pómulos perfectos y los ojos negros que lo seguían cada vez que Roier se movía.
Los tatuajes eran una sorpresa. Spreen tenía tatuada una enorme serpiente negra en el músculo pectoral izquierdo y un tigre en el derecho. Ambos brazos eran un remolino de tinta negra y roja. Debajo de la serpiente había un revólver envuelto en flores. Jesús. ¿Esa era una metáfora a algo?
¿A Roier siquiera le importaba? Sus dedos ansiaban por trazar las crestas de sus músculos abdominales. Quería repasarle los tatuajes con la lengua.
—No estaba seguro de que ibas a entrar —dijo Spreen, con una obvia diversión.
—Yo tampoco —admitió Roier.
—¿Estás dudando? —preguntó, su voz contenía una cálida aspereza que quemó a través de Roier como un licor fuerte.
Roier le dio una sonrisa titubeante.
—¿Cuántas veces puede uno entrar en pánico y aun así decir que son dudas? Estoy al menos en el tercero o cuarto ataque, ahora.
Spreen se movió rápido, su mano de repente agarró la camisa de Roier y lo arrastró adentro, sujetándolo ahora contra la puerta cerrada. Dio un paso entre las piernas abiertas de Roier, dejándolo sentir lo duro que estaba.
—¿Me tenés miedo? —bromeó.
Roier tragó audiblemente.
—¿Estaría arriesgando puntos de genialidad si dijera que sí?
Spreen soltó una risa ronca que parecía sacada de alguna novela sucia, luego se inclinó para pasar la lengua por el tendón del cuello de Roier en un movimiento que no debería haber sido tan excitante.
—Prefiero la honestidad que la valentía.
Roier soltó una risa nerviosa.
—Está bien, ¿Qué tal esto para ser honesto? No quisiera morir por un orgasmo.
El pulgar de Spreen tiró de la barbilla de Roier y su lengua se hundió en su interior para deslizarse sobre la de Roier, antes de desaparecer de nuevo.
—Todavía estarás vivo para cuando termine con vos. Lo prometo —Los párpados de Roier se agitaron cuando la boca de Spreen se inclinó sobre la suya en un beso más profundo—. Es tu última oportunidad para cambiar de opinión.
El corazón de Roier martilleaba contra sus costillas, y estaba casi seguro de que no podía sentir los pies.
—Estoy bien —dijo, tratando de ser casual, pero sonando un paso por encima de un estrangulamiento.
Spreen sonrió, como si encontrara adorable el terror de Roier.
—Lo primero es lo primero. Soy negativo, ¿Vos?
Roier parpadeó, su cerebro tratando de ponerse al día con el abrupto cambio de tema. Nadie le había preguntado algo así a quemarropa.
—Sí… —logró decir, aclarándose la garganta antes de poner más confianza detrás de su respuesta—. Sí.
Spreen asintió.
—Eso no nos exime de correr riesgos. Confío en que estás siendo honesto conmigo. Usaré condón si es lo que querés, pero no puedo prometer que mi semen será el único fluido corporal que intercambiaremos esta noche.
Cristo.
Ahora, la voz de Aldo gritaba dentro de la cabeza de Roier. Sal de ahí, mierda. Esto era una locura. Roier no era un tipo experimental. Era del sexo tipo posición misionera. El tipo de chico que se iba a la cama a las diez de la noche. El chico que siempre seguía las reglas. Pero ahora, era un reportero, y los reporteros hacían lo que fuera necesario para obtener una historia. Estaban dispuestos a morir por ello.
Eso fue lo que se dijo a sí mismo de todos modos, que todo se trataba de obtener una noticia y no de la necesidad profundamente arraigada de ser tomado y poseído por este hombre, el tipo más hermoso que jamás había visto.
Casi no reconoció su propia voz cuando dijo:
— No tienes que usar condón. Solo no me dejes tan maltratado que necesite ir al hospital.
Las pupilas de Spreen se agrandaron ante las palabras de Roier y algo muy parecido a un gruñido salió de sus labios. Luego, Roier se encontró siendo devorado. Spreen olía a especias y sabía a whisky caro, y cuando juntó las caderas de ambos, los sonidos que Roier estaba haciendo estaban completamente fuera de su control.
Las manos de Spreen tiraron de la camisa poco ajustada de Roier y los botones se esparcieron por el piso de madera mientras arrancaba la tela de sus hombros. Spreen mordió, lamió y chupó los labios magullados de Roier mientras le abría el cinturón y los pantalones con poca delicadeza. Como si lo necesitara desnudo, como si no pudiera esperar para enterrarse dentro de él. Dios, ¿Eso cómo se sentiría? ¿Pincharía y quemaría? ¿Sería un dolor sordo y punzante?
Cuando estuvo desnudo, los brazos de Spreen se enroscaron alrededor de él y sus manos apretaron su trasero, dedicándose a juguetear con los dedos entre sus nalgas, abriéndolo. Roier gimió. Nunca había estado tan duro en su vida y ni siquiera se había alejado todavía de la puerta.
—No quiero decirte cómo jugar a tu propio juego, pero si no quieres que me venga aquí mismo en el vestíbulo, probablemente deberíamos reducir la velocidad.
Un gruñido salió de los labios de Spreen. Un maldito gruñido, en sentido literal. Como si fuera un condenado hombre lobo. Dejó caer las manos, alejándose de Roier, y por una fracción de segundo, él pensó que lo había arruinado todo.
Spreen le dio a Roier una mirada completa y apreciativa mientras que una lenta sonrisa lobuna se extendía por su rostro.
— Corre.
Roier corrió hacia las escaleras que dividían el centro de la habitación, girando a la izquierda cuando llegó al primer rellano. La risa de Spreen resonó a su alrededor como algo salido de la Casa de los espejos en un carnaval. Se dio cuenta demasiado tarde de que el segundo piso le dejaba demasiadas opciones. Era un pasillo de puras puertas cerradas.
Tal vez eran los instintos de lucha o huida de Roier, pero podía escuchar los pies descalzos de Spreen subiendo las escaleras, podía escuchar su propia respiración entrecortada mientras se movía de una puerta a otra, intentando una y otra vez que solo una se abriera. Pero todas estaban cerradas. Todas estaban jodidamente cerradas.
Mierda. Mierda. Mierda.
Spreen lo tiró al suelo sin previo aviso, ambos rodaron antes de que Spreen lo inmovilizara debajo de él. Todavía usaba los pantalones de vestir. Ambos comenzaron a forcejear, pero Spreen tenía la ventaja: era más grande, más fuerte. Sin embargo, Roier era más inteligente. Se quedó flácido. La decepción de Spreen fue evidente, pensando que Roier se había rendido.
Spreen aflojó su agarre y Roier lo golpeó, dándole con la fuerza suficiente en la nariz como para que sangre le salpicara en la cara, caliente y pegajosa. Spreen gruñó mientras la sangre brotaba de su nariz a su boca, pero él estaba sonriendo. Roier le dio una patada en el muslo, logrando liberarse, y sin más remedio corrió hacia las escaleras que conducían al siguiente piso.
Estaba en una carrera muerta con Spreen pisándole los talones. En lo alto de las escaleras había otra puerta. La abrió, agradeciendo que cediera sin esfuerzo… Hasta que estuvo dentro. Había una cama grande de estructura de hierro.
Paletas. Cadenas. Esposas. Instrumentos extraños que Roier nunca había visto antes.
Su respiración lo dejó en un jadeo cuando Spreen lo golpeó con toda la fuerza de un linebacker, llevándolo al suelo una vez más. Roier extendió las manos justo a tiempo para evitar que su cara se estrellara contra la madera.
Había caído directamente en la trampa de Spreen. ¿Lo había llevado directamente a su cuarto de juegos? ¿Mazmorra sexual?
Cámara de tortura.
Spreen lo hizo girarse, sujetándole las muñecas por encima de la cabeza y las piernas cerradas alrededor de las de Roier. Ambos respiraban con dificultad, aspirando y soltando bocanadas ásperas que hicieron que Roier se sintiera como si alguien hubiera tratado de limpiarle los pulmones hasta dejarlos secos. Había cierta sensación de satisfacción al ver la sangre goteando de la nariz de Spreen.
—¿Terminaste? —preguntó Spreen.
Roier clavó su rodilla en el diafragma de Spreen, esquivando su agarre. Se puso de pie, pero Spreen extendió una mano, envolviéndola alrededor de su tobillo y tirando con fuerza de él. Esta vez, la cara de Roier se conectó al suelo, y la cuenca de su ojo se sintió como si fuera a explotar, aturdiéndolo lo suficiente como para perder la pequeña ventaja que había conseguido.
Entonces, Spreen estuvo sobre él, inmovilizándolo con una mano mientras se desabrochaba sus pantalones con la otra, empujándolos fuera, lo suficiente como para que Roier sintiera lo grande que era. Enredó sus dedos en el cabello de Roier, tirando de su cabeza hacia atrás hasta provocarle un siseo.
—Perdiste.
Roier soltó una risa suave.
—Sin embargo, ¿De verdad lo hice?
Spreen le mordió el lóbulo de la oreja lo suficientemente fuerte como para perforarlo. Tal vez se trataba de la adrenalina, tal vez era el miedo, pero que debería haber sido identificado como dolor por su cerebro, inundó todo su sistema con dopamina, haciéndolo gemir.
—No te muevas o te encadenaré a la cama.
Roier parpadeó confundido cuando el peso de Spreen desapareció brevemente, pero regresó casi antes de que Roier pudiera registrar su ausencia. Las rodillas de Spreen forzaron sus muslos a separarse. Entonces dos dedos resbaladizos se deslizaron entre sus mejillas, abriéndose paso dentro de su cuerpo. Gruñó por el impacto de la invasión, pero su pene estaba dolorosamente duro, goteando en el suelo.
—Mierda, estás apretado —Spreen dijo con voz áspera, sus dedos se movían con una eficiencia brutal para abrirlo. Luego desaparecieron, siendo reemplazados por la cabeza redonda del miembro de Spreen que se clavaba en su interior y le robaba el aliento de los pulmones.
Era doloroso, su cuerpo ardía mientras trataba de reacomodarse para recibirlo. Spreen no esperó a que Roier se adaptara. Su mano agarró la parte posterior de su cuello sujetándolo contra el suelo mientras lo cogía y usaba, gruñía mientras empujaba con la fuerza suficiente como para hacer que lagrimas brotaran de sus ojos. Era monstruoso, bárbaro e incluso egoísta. Pero Roier nunca se había sentido más deseado en su vida.
El dolor en su culo no era nada comparado con las endorfinas que estaba liberando. Había una sensación embriagadora al saber que era Roier quien hacía que un hombre como Spreen De Luque se sintiera tan necesitado, tan hambriento, tan jodidamente imprudente. Y era imprudente y doloroso y un poco demasiado, pero, no podía evitar inclinar las caderas, adicto a la sensación de estiramiento y la quemadura de Spreen mientras lo usaba.
De repente, Spreen dio un grito áspero, dejó caer la cabeza y hundió sus dientes en el hombro de Roier con la fuerza suficiente para sacar sangre mientras se vaciaba dentro de él. Podía sentir su pene palpitando mientras se venía. Roier se desinfló contra el suelo, respirando con dificultad cuando las caderas de Spreen se contrajeron contra las suyas en pequeños empujones desiguales.
Entonces se acabó.
Excepto que todavía no. Roier se encontró de espaldas. Una de sus piernas estaba enganchada en el codo de Spreen cuando este prácticamente lo dobló a la mitad para empujarlo hacia atrás.
—Pensé que… —Murmuró Roier.
Spreen le sonrió.
—¿Qué? ¿Qué te dejaría así? No, Lois Lane. Ahora te roca a vos. Pero no sé cuánto más me queda en el tanque, porque tu agujero está tan empapado con mi semen y se siente malditamente bien.
Spreen capturó su boca en un beso sangriento y comenzó a mover las caderas mientras cogía a Roier con una expresión casi dolorosa en el rostro. Se movió, cambiando el ángulo y golpeando ese pequeño manojo de nervios dentro de él. Roier no pudo evitar el gemido de impotencia que salió de sus labios, provocando una sonrisa en los labios de Spreen.
—¿Sí? Justo ahí. ¿Ese es el punto?
Roier trató de hablar, pero no pudo, en su lugar dejó escapar otro sonido vergonzoso.
—Sí, ese es el punto —dijo Spreen, sonando demasiado complacido consigo mismo.
Plantó su mano en el suelo, tomando la verga goteante de Roier en su puño contrario y masturbándolo al mismo tiempo que sus lentos empujes dirigidos, hasta que Roier se sintió como si hubiese un resorte apretándose dentro de él, llevándolo hasta la liberación final. Las manos de Roier salieron disparadas, envolviendo la espalda de Spreen, desesperado por encontrar algo a lo que aferrarse. No podía respirar.
—Más duro. Mierda. Más fuerte, por favor.
Spreen se rio entre dientes, pero obedeció, balanceando sus caderas hasta que Roier no pudo detener los gemidos de necesidad, las súplicas desesperadas que caían de sus labios o sus uñas desafilada que se arrastraban a lo largo de la piel de Spreen hasta que los dos estaban gruñendo, uno por el placer y el otro por el dolor.
El orgasmo de Roier llenó su cuerpo y todo su cerebro pareció congelarse cuando algo parecido a la felicidad inundó su sistema y, por solo unos segundos, el mundo se oscureció. Cuando parpadeó y volvió a abrir los ojos, Spreen se estaba liberando de él y cayendo de espaldas a su lado.
—Maldita sea, Lois. No pensé que serías tan divertido. Sin ofender.
Roier estaba demasiado embriagado como para ofenderse.
— Realmente necesitas pensar en un mejor apodo que Lois.
Spreen rodó sobre su costado, apoyando su cabeza en un puño.
—¿Por qué? Esto es una aventura de una noche. Eso es algo bueno, también. Porque podría llamarte algo más suave, como tesorito o dulcecito.
Roier resopló.
—¿Esos son tus términos cariñosos y suaves?
—¿Qué te puedo decir? Soy un romántico de corazón.
—Mm, bueno, ¿Crees que podrías señalarme hacia dónde queda el baño y tal vez traerme un poco de agua? Estoy mucho más fuera de forma de lo que jamás imaginé.
El rostro de Spreen de repente se cernió sobre él, apenas a una pulgada de distancia.
—Eso no es cierto, dulcecito. Me diste una gran pelea —Se puso de pie de un salto, y Roier finalmente pudo ver cómo lucía un Spreen De Luque completamente desnudo. Dios realmente lo moldeó con las dos manos, y ¿Había dos así? Verga.
Sacudió el pensamiento y sus ojos se abrieron como platos cuando Spreen se alejó. Tenía enormes rasguños irregulares en la espalda, algunos lo suficientemente profundos como para que estuvieran sangrando.
—Uhm, ¿Yo te hice eso?
Spreen miró por encima del hombro, dándose cuenta de lo que estaba mirando Roier.
—Mmm. Debo de haber estado haciendo algo bien.
Más que solo “algo”. Todo, en realidad. Roier bostezó lo suficientemente fuerte como para que se le desencajara la mandíbula.
Spreen sonrió, señalando una puerta a la izquierda.
—El baño está justo allá.
Roier sonrió.
—¿Tu calabozo sexual tiene un baño?
—Sí, toda buena mazmorra debería tenerlo, ¿No? —Dijo Spreen.
Roier negó con la cabeza. Una vez dentro, miró su reflejo en el espejo. Ya se estaban formando moretones en su cuerpo, incluida una hinchazón alrededor de su ojo, que ya sabía que mañana se pondría negro y azul.
Y eso no debería hacerte feliz.
Roier puso los ojos en blanco ante la voz de su hermano. Cállate.
Se limpió y lentamente bajó las escaleras. Le dolían músculos que ni siquiera sabía que tenía. Era incómodo deambular en una casa tan grande sin una sola prenda de ropa.
—Mi otro teléfono está muerto —escuchó decir a Spreen, claramente no estaba hablándole a él.
Roier se congeló. ¿Otro teléfono? ¿Quién tiene dos teléfonos? Alguien que no trama nada bueno. El ritmo cardíaco de Roier se aceleró mientras estiraba la cabeza, intentando clavar la mirada en Spreen. Podía distinguir la parte superior de su cabeza. Ahora vestía un par de jeans y una camiseta negra.
Genial, así que ahora Roier era el único desnudo. Se quedó en dónde estaba, escuchando a escondidas lo mejor que podía sin tener que acercarse.
—No. De ninguna puta manera. No esta noche. Ya es bastante malo que papá me haga ir a esa maldita entrega de premios a la… —La voz de Spreen se cortó como si estuviera escuchando algo—. No, no recibí el estúpido premio. No necesita otro maldito trofeo. No voy a salir de casa por… eso. Tengo compañía. Haz que Carola te ayude —Una vez más, hubo silencio y luego dijo:—Yo también tengo una vida, ¿Sabes? ¿Dónde está Willbur? O ¿George? Mierda, ¿Dónde está Pecas?
¿Pecas? Tal vez “dulcecito” no era tan malo.
—Carajo. Bien, pero me debes una. Envíame un mensaje de texto. Mierda, no podés enviarme un mensaje de texto a este teléfono. Doble mierda. Necesito un bolígrafo. ¿Quién usa bolígrafos cuando existen los mensajes de texto?
La voz de Spreen se desvaneció mientras que se adentraba más en la casa. Roier caminó hasta el primer piso, tomó su ropa interior de la pila de ropa al pie de las escaleras y se la puso antes de perseguir la voz ahora amortiguada de Spreen. Asomó la cabeza por la puerta de lo que resultó ser un estudio, justo al mismo tiempo que Spreen dejaba caer un bolígrafo sobre el escritorio y sacaba una nota adhesiva de color amarillo de la parte superior de un cuadrado de notas.
—Entendido. Dame una hora. Sí, una hora.
—¿Todo bien? —preguntó Roier, llamando suavemente sobre la puerta abierta.
Spreen miró hacia arriba, su furia se desvaneció en una sonrisa educada.
—Emergencia familiar.
—Oh, lo siento. Iré a buscar mis cosas —dijo Roier, señalando la puerta.
—No, está bien —dijo Spreen mientras que su mirada recorría el cuerpo de Roier—. Solo toma agua de la nevera, tomate tu tiempo para vestirte. La puerta se cerrará automáticamente detrás de vos.
Roier se quedó allí, aturdido, mientras que Spreen caminaba de regreso al vestíbulo donde había una bandeja que contenía sus llaves y su billetera. Se metió la billetera en el bolsillo trasero y levantó la mirada para ver a Roier observándolo con los ojos muy abiertos.
Spreen se movió rápidamente, cruzando el recinto hasta Roier y una vez más empujándolo contra la puerta para capturar su boca en un beso prolongado.
—Mierda, te ves tan bueno. Realmente esperaba poder pasar toda la noche dentro de vos.
Roier contuvo el aliento ante el comentario casual de Spreen.
—Sí, toda esa actitud de doncella escandalizada es tan ardiente —bromeó Spreen.
—No soy una doncella escandalizada —murmuró Roier, con el calor floreciendo debajo de su piel.
—Uh-huh. Bueno, en ese caso, no te hagas ideas. Hay más cámaras colgadas alrededor de esta casa que en el mismo Pentágono.
—Entonces, nos grabaste haciendo… Había cámara mientras hacíamos… — Roier se desvaneció.
Spreen frunció el ceño.
—No te preocupes, cariño. No guardo trofeos. Los borraré una vez que regrese a casa.
Con eso, se fue, la puerta se cerró de golpe detrás de él. Roier tuvo una fracción de segundo para decidirse. Mierda. Abrió la puerta del estudio, corriendo hacia el escritorio para agarrar la pila de pequeños papeles amarillos. Tomó un lápiz del vaso del escritorio y lo frotó sobre el papel, la adrenalina inundó su sistema cuando aparecieron las coordenadas del GPS.
¿Qué tipo de emergencia familiar requería un teléfono desechable y coordenadas para GPS? Del tipo que podría ganarle un maldito Pulitzer.
O ganarte un disparo.
¿Realmente iba a hacer esto?
Sí, definitivamente lo iba a hacer. Agarró la nota adhesiva y regresó rápidamente por su ropa. Una vez vestido, echó un último vistazo alrededor antes de correr hacia su auto, agradecido de no haber aceptado la oferta de Spreen de usar la limosina.
Todo su cuerpo se estremeció por un temblor. ¿Spreen revisaría las cámaras más tardes? ¿Atraparía a Roier husmeando? ¿Sabría que no estaba simplemente tomando prestado un pedazo de papel? ¿Todo eso importaba siquiera?
Roier marcó las coordenadas en su teléfono, frunciendo el ceño cuando vio que quedaba en medio de la nada. La voz de Aldo susurraba que se trataba de una trampa. Que Spreen lo estaba alejando de la casa para matarlo. Pero era Roier el que estaba haciendo algo turbio. No Spreen.
Al menos no todavía.
Chapter 5: Spreen
Chapter Text
—¿Por qué exactamente…? —Spreen balanceó su hacha con un gruñido —. ¿Es que tu esposo no puede ayudarte con esto?
Recogió la mano cuidadosamente cortada y la arrojó a una bolsa de basura industrial antes de levantarse para tomar un respiro. Desmembrar cuerpos era un trabajo pesado. Desmembrar el cadáver de un motociclista vestido de cuero con casi 180kg de peso, era casi imposible.
Ari miró a Spreen con incredulidad.
—¿Te imaginas a Pecas aquí, empuñando un hacha en sus Ferragamos?
Spreen resopló. Pecas, también conocido como su hermano, Juan, solía desmembrar y desmantelar cuerpos todo el tiempo antes de enamorarse de una chica que estaba mucho más cómoda con el trabajo que él. Algunas personas podrían decir que se trataba del voto que había hecho Juan como médico de no hacer daño, pero Spreen pensaba que Ari probablemente tenía razón.
Probablemente era por los zapatos. Su hermano era un puto de las etiquetas y un fanático del orden.
Spreen suspiró, mirando fijamente el cadáver casi intacto.
—Aun así, no parece justo. No siempre debería tocarte el trabajo sucio.
Ari bajó su hacha, amputando la pierna del hombre justo debajo de la rodilla.
—Disfruto del trabajo sucio. Además, sabía en lo que me estaba metiendo. El día que dije: “Sí, acepto”, fue el día en que tu hermano dijo que no lo haría. Es decir, no mataría a nadie más a menos que se hubiesen agotado las otras opciones. Y si lo llamara y le pidiera que viniera aquí para esto, yo no tendría sexo por todo un mes.
Spreen hizo una mueca, bajando la hoja de nuevo, esta vez separando el hombro del torso, siseando mientras que gotas de sudor rodaban por su espalda hacia los rasguños abiertos que había dejado su pequeño reportero.
—¿Estás bien? —Preguntó Ari ante el sonido de dolor de Spreen.
—Sí, estoy bien —dijo con desdén—. Habría pensado que a estas alturas papá habría hecho de los asesinatos parte de los votos matrimoniales de los De Luque: En la salud o la enfermedad, matar y descuartizar, por los siglos de los siglos, amén.
Ari negó con la cabeza.
—No le consultamos sobre nuestros votos matrimoniales.
Spreen miró alrededor de la pequeña cabaña. Habría sido generoso llamarla rústica. Era esencialmente una gran habitación vacía con una mesa de madera resistente, un fregadero de cocina colocado en una losa de madera y un baño en la esquina que apenas recientemente era habitable. Eso era todo.
—¿No te compró Juan como aniversario esta cabaña para asesinatos, en donde torturaron y mataron a alguien juntos por primera vez? ¿Eso no implicaría que la sangre y las entrañas forman parte de su matrimonio?
Ari se rio, cortando la otra pierna del hombre por debajo de la rodilla.
—No. Me compró la cabaña donde nos enredamos por primera vez, después de que yo torturé y maté a un hombre. Él se estuvo comiendo una barra de granola. Además, una cabaña en medio de la nada provista de un lago lleno de peces carnívoros, es el regalo ideal en esta familia. Y todavía asesina conmigo en las noches de cita.
Spreen se rio por lo bajo, viendo a Ari arrojar la pantorrilla carnosa del hombre a otra bolsa de basura.
—¿Cómo lograste que este tipo viniera acá?
Ari se encogió de hombros.
—Prométele a un pedazo de mierda como este una bolsa llena de armas y dinero y él estará más que feliz de traer su trasero hasta la puerta de tu casa.
Spreen se secó la frente con el antebrazo.
—Está bien, pero ¿No se te ocurrió que necesitarías ayuda para sacarlo?
Ari le lanzó a Spreen una mirada como si él fuera estúpido.
—Claro que sí. George iba a venir. Estaba en camino cuando recibió una llamada de Dream y tuvo que regresar.
Spreen frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Qué le paso a Dream? ¿Tuvo otra visión?
Spreen nunca pensó que tendrían a un psíquico entre ellos, pero las habilidades de Dream eran reales y había demostrado ser invaluable. Desafortunadamente, esas visiones a menudo venían con un efecto secundario emocional bastante severo.
Ari negó con la cabeza.
—Adelyn estornudó y a Arabella le moquea la nariz. George tuvo que ir a convencer a Dream de que no llamara al CDC o enviara a la policía a la guardería de la Universidad después de que contagiaran a las niñas con la peste.
Si alguien le hubiera dicho hace cinco años que George sería el primero de ellos en tener hijos, Spreen se habría reído a carcajadas. Su hermano mayor era el más retorcido y depravado de todos. Le encantaba matar, mucho más que a Spreen o a Cris. Pero, por sobre todo, amaba torturar. Incluso se deleitaba en eso. Y ahora, tenía bebés. Diminutos bebés humanos, que lo miraban con enormes ojos verdes, confiando implícitamente en su hermano maníaco para que las cuidara.
Y él lo hacía.
Demonios, todos lo hacían. Las niñas tenían a su disposición un verdadero ejército entre los De Luque y los chicos de Ari. No es que necesitaran de verdad un ejército. Habían estado en este planeta por menos de seis meses y ya estaban demostrando ser capaces de superar a George. La idea de bebés con el alto y espeluznante coeficiente intelectual de su hermano era una perspectiva aterradora. Aun así, la familia era la familia, y Spreen protegería con su vida esas mocosas.
—¿Qué los bebés no gotean naturalmente? ¿No podría Dream decir psíquicamente si realmente hay algo malo con las pequeñas duendecillas?
Ari se encogió de hombros.
—Los bebés dan miedo. Y estas niñas solo tienen unos pocos meses.
—Sí, son bebés criadas por un psíquico y un asesino serial —Le recordó Spreen, con los ojos muy abiertos cuando algo le vino a la cabeza—. Nah, jodeme. Y el asesino serial es la voz de la razón.
Ari sonrió.
—Sabes que odia cuando lo llamas así.
Spreen puso los ojos en blanco.
—Sí, bien, yo odio que mis hermanos estén siendo domesticados.
Ari quitó otro brazo, arrojándolo en la bolsa, dándole a Spreen una sonrisa satisfecha.
—¿Domesticados?
Spreen asintió.
—Sí, Quackity prácticamente castró a Willbur. Tienen un maldito perro. Un perro al que Quackity trata mejor que a un humano real. Juan está obsesionado con ese tonto gato tuyo...
Ari lo apuntó con el hacha.
—Ese gato es de él. Cien por ciento. Cada vez que llego a casa, esa pequeña mierda peluda está durmiendo en mi maldita almohada.
Spreen continuó con su monologo como si Ari no lo hubiera irrumpido.
—Y ahora, George y Dream literalmente se están reproduciendo.
—Y ¿Qué?
—Y ¿¡Qué!? —Spreen repitió, exasperado—. Papá pronto comenzará a tener ideas. Querrá que todos busquemos compañeros para encontrar nuevas formas de probarnos y estudiarnos. Y si eso sucede, estaremos jodidos. Las festividades serán un maldito baño de sangre.
Ari dejó caer su hacha sobre la lona y luego se apoyó contra el mostrador.
—Hablando de jodido... ¿Tu aventura de una noche te hizo eso?
Spreen levantó la mano y se tocó la nariz inflamada, haciendo una mueca. Sí, no pensaba irse por allí.
—No. ¿En dónde está Carre? —preguntó—. ¿Por qué no está acá?
Ari lo miró fijamente como si tuviera en claro que había una razón para el cambio de tema, pero tampoco estaba segura de querer indagar mucho más. Carre no habría sido de ayuda en este tipo de situaciones. Si bien el hermano de Ari era un luchador letal, también era la definición de delicadez.
Es que Spreen no quería hablar de Roier. Los recuerdos sobre el encuentro de ambos habían estado sangrando a través de él desde que se había ido, provocándole algunas erecciones bastante incomodas. Todo había sido la definición misma de animalista. Correr detrás de él, dejarlo en el suelo, sujetarlo mientras se lo cogía, corriéndose dentro de él y reclamándolo. Su premio. Su prisionero. Su cautivo.
Mierda.
Los sonidos que Roier había hecho mientras Spreen estaba dentro de él, el calor de su cuerpo, la forma en que suplicaba, jadeaba, lo hacía desearlo con más fuerza.
Dios, había sido tan perfecto. Tan caliente. Apretado. Él había amado tanto la pija de Spreen que lo había arañado como si fuera un maldito tigre.
—¿Qué quieres decir? Mi hermano está con tu gemelo —dijo Ari, arrastrando los pensamientos de Spreen fuera de Roier.
Spreen se detuvo a mitad de un swing.
—Pero mi gemelo está con nuestro hermano.
Ari sonrió.
—Sí, lo sé. Cris insistió en que Carre necesitaba ir con él. Por si surgía alguna emergencia laboral.
Spreen parpadeó hacia él.
—Mi hermano es diseñador de moda. ¿Qué constituiría una emergencia de la moda?
Ari miró el cadáver que tenían delante.
—Diría que este tipo, pero, de alguna manera, no creo que eso sea lo que tu hermano tenía en mente.
Spreen negó con la cabeza.
—Mierda. No creo que Cris y Carre sean... ya sabes...
Ari levantó una mano, interrumpiéndolo.
—Carre odia a Cris. Lo escucho día y noche. “Cris me hizo llevar una docena de lattes para una reunión y luego canceló la reunión”; “Cris me obligó a llevarme un teléfono del trabajo a casa porque ‘la moda nunca duerme’”; “Cris me hizo coser lentejuelas en el trasero de un chándal de terciopelo para una sesión de fotos retro y arruinó mi manicura”.
Para Spreen, eso sonaba más bien como quejas.
—Pero todavía sigue ahí. Te lo digo, todo esto es como una especie de juego previo bien jodido para ellos. Cada vez que Carre pierde los estribos con Cris, él no deja de sonreír durante horas. Es como su biblioteca personal para masturbarse.
Ari hizo una mueca.
—Okey, no quiero saber que tu hermano se masturba pensando en el mío.
—Tranca, es algo biológico —bromeó Spreen entre risas.
Ari lo fulminó con la mirada.
—Es enserio. Cierra la boca a menos de que quieras que hable sobre las fantasías que tu padre puede estar teniendo.
Spreen se encogió de hombros.
—No soy tan melodramático como tu esposo. No es asunto mío en quién papá mete su pija.
—¿Incluso si se la está metiendo a alguien con quien compartes apellido? — Respondió Ari.
Spreen agitó una mano, dejando caer su hacha sobre la lona junto a la de Ari, antes de agarrar una botella de agua.
—No están relacionados por sangre, y Rubius era prácticamente un adulto cuando papá lo adoptó. Para ser honesto, ni siquiera me importaría si estuvieran relacionados por sangre. Soy un psicópata. Somos una familia de asesinos. El incesto es el menor de los niveles morales que…
Ari frunció el ceño y levantó un dedo, interrumpiendo a Spreen. Él también lo había escuchado. Era débil, el sonido de la grava crujiendo debajo de la ventana de la cocina, como si alguien hubiera perdido el equilibrio. Ari agarró su Glock del mostrador y salió disparada por la puerta.
Spreen no la siguió, simplemente abrió la tapa de su agua y la bebió. Ari no necesitaba ningún tipo de ayuda. Hubo un grito agudo y luego Ari dijo:—Deja de pelear conmigo.
—Tienes un arma contra mi caja torácica, pendeja —respondió un hombre.
El estómago de Spreen se revolvió. Conocía esa voz.
—Estás a punto de recibir una bala en ese mismo punto —replicó Ari mientras empujaba a Roier a través de la puerta de la cabina, dónde cayó desplomándose junto al motociclista.
Roier trató de ponerse de pie, pero Ari le apuntó con el arma en la cabeza.
—Quédate en el suelo.
Roier permaneció de rodillas, con las manos levantadas en el aire. Dios, sí que se veía bien de rodillas. Spreen debería de haber usado su boca también. Apostaba a que habría sonado muy caliente, ahogándose con su pija. El pene de Spreen se endureció detrás de su cremallera. Uff, sí. No era el momento.
—¿Quién verga eres? —Exigió Ari.
Roier miró a Spreen a los ojos.
—Pregúntale a él.
Ari miró a Spreen con el ceño fruncido.
—¿Lo conoces?
Spreen ignoró a Ari, estudiando a Roier mientras trataba de juntar las piezas.
—¿Alguno de nosotros realmente conoce a la otra persona?
—Spreen —Ari dijo su nombre como una advertencia.
—Okey. Es solo el tipo que me garche con odio hace una hora en el piso de mi casa
—Vaya —dijo Roier—. Me halagas.
—¿Me seguiste? ¿Cómo pudiste seguirme? Tenías el tiempo justo para vestirte y no pudiste rastrear mi auto porque lo dejé en el garaje.
Roier resopló por la nariz con una expresión rebelde, cómo si él fuera la parte herida en toda esta situación.
—Yo no te seguí. Escribiste la jodida ubicación en una nota adhesiva.
Los ojos de Ari se abrieron como platos.
—¿Es enserio?
—No pueden matarme. Transmití en vivo toda su conversación. Apuesto a que la policía ya está en camino para arrestar a toda tu maldita familia —Escupió Roier, frunciendo el ceño hacia Spreen como si él de verdad fuera un supervillano.
Spreen y Ari pusieron los ojos en blanco.
—No, no lo hiciste. Esta cabaña está en una zona sin señal. Sin embargo, buen intento —Dijo Spreen.
Los hombros de Roier se desinflaron, derrotado. Spreen había pensado que se vería más afectado. Descubrir que te coges a un tipo que venía de una familia de asesinos, parecía el tipo de noticias que te cambiarían la vida.
Pero Roier no parecía sorprendido. Disgustado. Furioso. Pero no sorprendido. Spreen se agachó delante de él.
—¿Es por eso que fuiste a casa conmigo, Lois Lane? ¿Esperabas usarme para llegar a mi familia?
Roier bufó hacia Spreen.
—No sé de qué te quejas. Te dejé usarme primero. Si vas a matarme, solo hazlo. Preferiblemente no con la misma hacha que usaste para cortar a este tipo.
Los labios de Spreen se torcieron en una sonrisa contenida. Roier se veía mucho más cómodo enfrentando a la muerte que cuando Spreen lo tuvo atrapado contra la puerta. Interesante.
—Maldita sea, que frío sos, Lois Lane. Quizás seas vos el psicópata.
Roier alzó la barbilla en una expresión que no debería haber sido linda, pero de alguna manera sí lo era.
—Soy un reportero de crímenes. ¿Crees que este es el primer cadáver que veo?
—¿Te cogiste a un reportero de crímenes? —Gritó Ari—. ¿Qué mamada? Tu padre nos va a matar a los dos.
—Yo me encargo —dijo Spreen.
—Encargarte, ¿Cómo? —preguntó Ari—. ¿Sabes todo lo que escuchó?
El temperamento de Spreen estalló, y no estaba seguro si estaba más enojado consigo mismo o con Roier por ponerlo en esta clase de situación.
—Dije que yo me encargo —Espetó.
Spreen fue hasta su bolsa de viaje, sacó cinta adhesiva y se la arrojó a Ari.
—Atalo. Muñecas y tobillos.
Ari suspiró, todavía furiosa, pero empujó a Roier contra el suelo, sentándose sobre sus muslos, para poder tirar de los brazos de Roier tras él. Spreen lo tuvo en esa posición no hacía mucho tiempo. Con las muñecas atadas, Ari tiró de él para ponerlo de rodillas y atarle por los tobillos.
—Ya mátame, mierda—murmuró Roier.
Los ojos de Ari se abrieron de par en par ante la actitud arrogante de Roier hacia su inminente desaparición.
—Dejando de lado las ideas suicidas, no está equivocado. Lo más seguro sería meterle una bala en la cabeza y tirarlo al lago junto a este otro tipo.
Spreen la miró fijamente con incredulidad.
—¿Sabes lo que mi viejo nos haría a los dos si matamos a un tipo inocente? Bien podríamos lanzarnos al lago justo detrás de él. No podemos romper nuestro código. Es la única regla imperdonable.
—Eso fue muy Harry Potter de tu parte —murmuró Roier.
Spreen movió su mirada hacia Roier.
— Cerrá el orto, Lois Lane. Nadie te esta hablando a vos.
—Si están tratando de convencerme de que ustedes son los buenos y yo me equivoqué, no va a funcionar. Acabo de pasar los últimos veinte minutos viéndote cortar en pedazos a este tipo mientras discutían casualmente sobre diez tipos de delitos diferentes. Están jodi…
Spreen tomó el Taser del mostrador y lo clavó en el pecho de Roier. Lo que sea que iba a decir se convirtió en todo un lío confuso antes de que se derrumbara sobre sus pies por segunda vez en cinco minutos. Bueno, eso era inesperado. ¿Quién se desmayaba por un Taser? ¿Roier tenía una enfermedad del corazón? Y ¿Por qué diablos le importaba? Se puso en cuclillas a su lado y empujó dos dedos contra su pulso, aliviado cuando sintió el golpeteo tranquilizador.
—¿Cómo mierda vas a arreglar esto? —Preguntó Ari, de nuevo.
—Solo ayúdame a meterlo en la parte trasera de la camioneta.
—¿Qué hay de él? —Ari preguntó, señalando con el pulgar hacia la pila de partes corporales.
—Los pedazos son lo suficientemente pequeños como para que ahora quepan en la carretilla. Lo llevaremos al lago y luego vos puedes encargarte del resto de la limpieza, ¿No?
Ari lo miró fijamente pero finalmente asintió.
—Sí. Sí, puedo hacer eso.
—Bueno, bien. Y hagas lo que hagas, no le digas nada de esto a mi padre.
—¡Me golpeaste con un tazer!
Spreen movió su mirada hacia arriba, fuera del libro en su regazo.
—Buenos días, solecito —dijo con su voz llena de falsa alegría—. Me estaba empezando a preocupar. La mayoría de la gente no se desmaya por el golpe de un tazer, ¿Sabes?
—¿Se supone que debo disculparme? —Espetó Roier, con la cabeza girando mientras trataba de asimilar la situación—. Y ¿En dónde verga estoy?
Spreen suponía que era mucho para asimilar. Se miró a sí mismo mientras descansaba completamente vestido en su bañera vacía.
—En mi baño. Bueno, uno de mis baños. Dejaré que adivines en cual.
—No puedes simplemente secuestrarme. La gente va a darse cuenta.
Spreen marcó la página del libro antes de salir de la tina para sentarse sobre el borde.
—Voy a ser muy honesto con vos. Si no te hubiera cogido, habría dejado que mi cuñada te metiera una bala en la cabeza y nos hubiésemos asegurado que papá nunca se enterara. Pero, bueno, eso parecía muy… poco caballeroso con las marcas de rasguños en mi espalda todavía frescas.
Los ojos de Roier se desorbitaron, su bonita cara estaba casi morada de la furia.
—Estás trastornado.
Spreen tenía que admitir que amaba como éste luchaba. También encontraba divertido verlo encadenado a su radiador con unas esposas rosadas y peludas.
—Palos y piedras, Dulcecito. Palos y piedras. Podría decir lo mismo de vos.
—Lo lamento, pero, ¿Cómo es que yo soy el trastornado en este escenario?
—Te fuiste a casa con un extraño. Jugaste a un juego bastante peligroso. Garchamos sin condón. Eso de por sí ya es bastante loco.
—Tú me secuestraste —Espetó Roier.
Spreen inclinó la cabeza, cruzando los brazos sobre el pecho.
—¿Cómo pensaste que se desarrollaría todo esto, Lois Lane?
—Pensé que, si tenía suerte, conseguiría algún secreto sucio de tu padre. No esperaba descubrir que todos ustedes son unos malditos asesinos seriales — Espetó Roier con el pecho agitado.
—Exactamente. Me usaste, boludito. Tuviste sexo conmigo bajo falsos pretextos. Entonces, ¿Quién es el que salió verdaderamente herido?
—¡Yo! —Roier gruñó, incrédulo, mientras luchaba contra las ataduras.
Spreen atrapó una de las nueces que se había estado comiendo, la lanzó al aire y se la llevó a la boca.
—Seguí diciéndote eso, Lois Lane.
Roier lo fulminó con la mirada, pero sus ojos seguían arrastrándose hacia las nueces
¿Cuándo había sido la última vez que Roier comió algo?
—¿Tenés hambre?
Roier entrecerró los ojos hacia él.
—Muérete.
Spreen se acercó, agachándose a su lado.
—Quiero decir, estoy dentro si vos estás dentro. Sos un verdadero gato salvaje en la cama —Curvó las manos en forma de garras—. O en el suelo, supongo.
El pie calzado con una bota de Roier golpeó a Spreen justo en el diafragma, empujándolo hacia la puerta del baño. Le tomó unos momentos para que el aire retornara a sus pulmones. Aun así, sonrió.
—Estoy recibiendo señales contradictorias. ¿Me estás diciendo que no querés que te coja otra vez?
—Preferiría cogerme a un cactus —dijo Roier con voz hosca. Algo dentro de Spreen se calentó y una sonrisa de formó en sus labios.
—Estás mintiendo —Avanzó de nuevo, esta vez sentándose directamente sobre las rodillas de Roier para que no pudiera usarlas como un arma—. ¿Qué pasa? ¿Te gustó tener sexo conmigo? ¿Es por eso que estás tan enojado? ¿Porque te encantó tener a un asesino dentro de vos? Apuesto a que una parte de mí todavía está en tu interior.
Spreen se inclinó hacia adelante, lamiendo la comisura de los labios de Roier, emitiendo un gruñido de placer cuando estos se abrieron debajo de los suyos y le permitieron deslizar su lengua dentro. Mierda, cómo le encantaba besarlo. Sintió un dolor agudo y luego el sabor a cobre inundó su boca. Se inclinó hacia atrás para darle a Roier una mirada severa, pero eso murió enseguida cuando vio el color rojo manchándole los labios.
—Carajo, te ves tan bien con mi sangre.
—Déjame quitarme estas esposas y felizmente me bañaré en ella, psicópata — gruñó Roier, probando una vez más la fuerza de sus esposas.
Puede que las ataduras estuvieran afelpadas, pero eran esposas de grado policial. Roier no iría a ninguna parte hasta que Spreen se lo permitiera.
—Nah, creo que voy a dejarte cómo estás por ahora. Pero, si sos un buen chico, te daré algunas de estas —Sacudió las nueces—. Pero, si me mordes, vas a pasar hambre.
Roier resopló por la nariz.
—Cómo sea —Finalmente murmuró, abriendo la boca obedientemente.
Mierda.
¿Era así como se sentían los vaqueros cuando domaban a los potros? Romper a Roier era una perspectiva que hizo que la sangre de Spreen bombeara un poco más rápido. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que sintió algún tipo de emoción parecida?
Sacó unas cuantas nueces saladas del recipiente y se las dio de comer lentamente. Después de eso, abrió la botella de agua, dejando que Roier lo viera romper el sello antes de llevársela a los labios, observó cómo su garganta convulsionaba con
Cada trago. Cuando vació la botella, Spreen sonrió, limpiando una gota de agua de los labios de Roier.
—Listo. No fue tan difícil, o ¿Sí, cariño?
Roier siguió disparándole dagas con la mirada, pero su voz sonaba cautelosa.
—No puedes mantenerme aquí para siempre. La gente comenzará a darse cuenta.
Spreen le dio una sonrisa paciente.
—No planeo mantenerte acá para siempre, solo hasta convencerte de que es mejor tener a los De Luque de tu parte que en contra.
—Pues buena suerte, hijo de puta. En el momento en que me dejes ir, le contaré a todo el mundo sobre ti y tus hermanos, y te enviaré una copia de mi historia premiada para que la cuelgues en un marco en tu celda, maldito pedazo de mierda.
Spreen se inclinó más cerca, apartándole un mechón de cabello del rostro a Roier.
—Realmente espero que cambies de opinión. Me gusta mucho más tu cerebro dentro de tu cabeza.
—Vete a la verga.
Spreen sonrió.
—Sigues ofendiéndome así y comenzaré a pesar que lo dices enserio —Roier se hundió contra las ataduras, pareciendo de repente mucho más frágil que minutos atrás—. Volveré en una hora, en caso de que necesites usar el baño.
—No pienso usar el baño frente a ti —Gritó mientras Spreen cerraba la puerta.
Spreen no respondió, solo se rio entre dientes mientras cerraba la puerta tras él.
Esa risa murió cuando se dio cuenta de que su teléfono –su teléfono real– estaba sonando y la foto de su padre parpadeaba en la pantalla. La puta madre. ¿Ari lo había delatado tan rápido? Realmente no existía el honor entre los ladrones… o los asesinos. O lo que fuera. Mierda.
Lo miró fijamente hasta que dejó de sonar, luego se desplomó sobre la cama antes de que apareciera un mensaje de texto en la pantalla.
No me ignores. Podría hacer esto por toda la noche.
Mierda.
Cuando empezó a sonar de nuevo, gruñó y luego lo descolgó, haciendo que su voz sonara demasiado alta.
—Hola, papá. ¿Qué pasó?
Vegetta vaciló.
—¿Qué sucede contigo? ¿Por qué estás hablando así?
—¿Cómo? —preguntó Spreen, haciendo una mueca cuando su voz se elevó otra octava.
Vegetta se burló.
—Como si tuvieras diez años otra vez y te hubiese atrapado mintiendo sobre lo que tú y Kenny Baker hacían en el armario.
Spreen sonrió. Se había olvidado de eso.
—Uh… no hay ninguna razón. Solo estoy esperando a que me grites por faltar a tu cena de premiación.
—Oh, no voy a gritarte por eso —dijo Vegetta con una voz que implicaba que algo mucho peor estaba por venir—. Pero vas a hacerme un favor.
—¿Qué tipo de favor? —preguntó Spreen, con sospecha.
—Necesito que investigues algo por mí —dijo Vegetta.
Spreen frunció el ceño.
—¿Qué querés decir con... investigar?
—Lo que quiero decir, es que un amigo me pidió que investigara algo —El tono en que dijo “amigo” implicaba que era una de las personas que estaban al tanto de sus actividades extracurriculares—. Una especie de misterio.
Spreen frunció el ceño.
—Uhm, yo no resuelvo crímenes, papá. Limpio el desastre.
—Vas a hacer lo que te diga que hagas, Spreen —dijo Vegetta bruscamente—. Sé que te comportas mal porque Cris se encuentra con Rubius, pero necesito que actúes como un adulto.
Un adulto no recibiría órdenes de su padre. Pero Spreen no respondió eso.
—¿De qué se trata este supuesto misterio?
Vegetta suspiró, sonando aliviado.
—Cinco suicidios en una universidad durante los últimos dos meses.
Spreen negó con la cabeza, aunque Vegetta no podía verlo.
—¿Enserio? Los suicidios a menudo desencadenan una reacción en cadena.
Eso no creo que sea un misterio para nadie. La voz de Vegetta se volvió tensa de nuevo.
—Eso es solo una parte. Hace cinco años también sucedió. Cinco suicidios en dos meses. Y luego nada.
Eso despertó un poco más el interés de Spreen.
—Está bien, eso suena raro, pero apenas prueba nada.
—Estos chicos no eran considerados “un riesgo” para ellos mismos. Eran populares, con buenas calificaciones. Los padres se están recuperando de lo sucedido, y algunos están sacado a sus hijos de la universidad.
—Chicos con bajo riesgo todavía pueden matarse a sí mismos, papá.
—Han circulado rumores por el campus de que los estudiantes estaban jugando a un juego —dijo Vegetta.
Spreen frunció el ceño.
—¿Un juego donde el premio es morirse?
—Eso es lo que quiero que averigües, Spreen.
—Pero, ¿Por qué yo y no Aroyit?
—Porque, primero: Aroyit solo puede hacer poco detrás de la pantalla de una computadora, y segundo: ella no me desobedeció directamente para irse a tener sexo —¿Cómo diablos estaba enterado de eso? Como si pudiera leer la mente de Spreen, Vegetta dijo:—Nunca lo olvides, tengo espías en todas partes. En todos lados. Te enviaré un mensaje de texto con la información que tengo. Déjame saber si encuentras algo. Y ¿Spreen?
—¿Sí?
—No te atrevas a pasar este encargo a cualquiera de tus hermanos.
Spreen miró hacia la puerta cerrada del baño. Ninguno de sus hermanos poseía el tipo de conocimiento que necesitaba.
—Sí, está bien, papá. Te haré saber que encuentro.
Chapter 6: Roier
Chapter Text
A Roier le dolía todo el cuerpo como si hubiera ejercitado todos los músculos a la vez. Producto de la pistola eléctrica, sin duda.
O del sexo pervertido, jodido pervertido.
Roier resopló. O “eso”, murmuró, haciendo sonar las cadenas como un fantasma en una novela de Dickens, haciendo una mueca mientras sus hombros protestaban. Eran los que más le dolían. Eso lo atribuyó a las esposas. Dios mío. Las esposas. Llevaba esposas. Porque Spreen lo había esposado a un maldito radiador. Porque él era un asesino y Roier era un zoquete. Esta tenía que ser la peor cita de la historia.
Esto es lo que sucede cuando no tienes un plan de respaldo.
—Vete a la verga —gruñó Roier, con la voz tensa mientras apoyaba todo su peso en las ataduras, esperando que el peso de su cuerpo hiciera que cedieran.
Cuando se mantuvieron firmes, Roier perdió el control, sacudiendo los brazos contra el metal inflexible hasta que sus muñecas quedaron en carne viva—. ¡Esto es una mierda! —gritó antes de dejarse caer contra la pared.
Bueno, eso fue inútil e infantil.
—En serio, vete a la mierda.
Estoy en tu cabeza, imbécil.
Roier empezó a cantar en voz alta y desafinada, intentando ahogar la voz de su hermano muerto. Una pequeña parte de él esperaba que también estuviera molestando a Spreen. Dondequiera que estuviera. ¿Estaban de vuelta en su gran finca? ¿Se lo había llevado a otro lugar? ¿A alguna propiedad secreta y lejana donde nadie lo encontraría?
Cerró los ojos. Necesitaba relajarse. Necesitaba esperar. Mariana recibiría su mensaje e iría a esa casa de los horrores olvidada por Dios en el bosque, y, eventualmente, la policía lo encontraría. Y entonces, él podría mostrarles el video que tomó. No había estado mintiendo sobre eso. Tenía un vídeo de Spreen y la mujer, Ari, confesando básicamente un puñado de asesinatos mientras desmembraban casualmente un cadáver. No había ningún abogado en el mundo que pudiera luchar contra las pruebas de vídeo.
Roier había enviado un mensaje de texto a Mariana con las coordenadas antes de dirigirse a la cabaña. Le había dicho que si no tenía noticias suyas por la mañana enviara a la policía. En ese momento, había parecido una exageración. Incluso risible. Ahora no era suficiente para que Mariana pudiera reconstruir lo que le había sucedido.
Había considerado la posibilidad de que Mariana se reuniera con él, pero se habría limitado a disuadirlo de ir, a aconsejarle que comprobara el lugar en otro momento, cuando hubiera menos riesgo. Le habría dicho que estaba actuando de forma imprudente.
Y si hubiera escuchado, no estaría encadenado a un radiador por su aventura de una noche.
Tampoco habría descubierto que la familia De Luque era un grupo de lunáticos que piratean cuerpos.
Mierda. No podía creer que esto estuviera pasando. Esto sin duda le haría ganar premios. Todos los premios de periodismo. Si sobrevivía. Dios, realmente esperaba que sobreviviera. Se merecía esto. Mierda. Si moría, sus padres se pondrían furiosos. Dos niños muertos. Qué vergüenza. Su madre tendría que encontrar un nuevo grupo de amigos y fingir que nunca había tenido hijos. Quizá fuera mejor así.
La puerta se abrió y Spreen entró.
—Mi vejiga está bien —dijo Roier con sorna, demasiado cansado para mirar a Spreen con atención.
Éste le sonrió a Roier, dándole un repaso completo.
—Me alegro de oírlo. Pero no es por eso que estoy acá.
Roier tenía que estar hecho una mierda. Se había cambiado de ropa en el coche, poniéndose unos vaqueros y una camiseta desteñida de sus días en la banda de música del instituto. Siempre llevaba una bolsa en la parte trasera con lo básico.
Trabajar para la prensa sensacionalista significaba estar siempre preparado. Si alguien se adelantaba a tu historia, no te quedaba carrera después. Sin embargo, no había tenido tiempo de asearse. Tenía el pelo encrespado por el sudor y estaba seguro de que estaba tan cubierto de mugre como su ropa.
Spreen llevaba unos vaqueros que se le pegaban al culo y a los muslos y una camisa que dejaba poco a la imaginación. Cuando se movía adecuadamente, Roier podía vislumbrar un poco más de piel y el profundo pliegue de sus caderas. Tenía el pelo mojado y los pies desnudos. Nadie debería tener tan buen aspecto.
Realmente no era justo.
—Entonces, ¿Por qué estás aquí? ¿Cambiaste de opinión? ¿Viniste a matarme? —preguntó con recelo.
Spreen lo estudió durante un largo momento, luego se sentó en el lado de la bañera como había hecho antes, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Parece que necesito un detective. Y aunque vos no encajas exactamente en el perfil, probablemente estás mucho más cualificado que yo.
Roier parpadeó.
—No puedes estar hablando en serio.
Spreen se apiñó en su espacio y, por una fracción de segundo, Roier estuvo seguro de que Spreen iba a besarlo de nuevo. Su estómago se agitó nerviosamente. Pero en realidad le estaba quitando las esposas.
—Claro que sí. Muy en serio, incluso. ¿Viste lo que hice? —preguntó, reconociendo su propio chiste malo.
Spreen no se movió, se limitó a tomar las muñecas de Roier entre sus manos y a frotar la piel de sus dedos con sangre. Roier luchó contra el impulso de gemir. Todo le dolía, pero las manos de Spreen eran el dolor bueno, como la extraña satisfacción de presionar un moretón. Y él estaba magullado, por dentro y por fuera.
Sí, por culpa de Spreen.
Roier se liberó de las manos, ganándose otra sonrisa de Spreen, que no volvió a la bañera, sino que se sentó frente a él en el suelo con la espalda apoyada en la puerta. Roier rodó los hombros con una mueca. No podía creer que éste fuera el mismo hombre que había dejado que lo persiguiera por una casa hace apenas un par de horas. ¿Era hace un par de horas o había pasado más tiempo? Ni siquiera lo sabía.
—No, gracias. No me arriesgaré.
Spreen se rio.
—Ni siquiera escuchaste mi propuesta.
Roier se burló.
—La última vez que te escuché, acabé boca abajo en tu cuarto de juegos.
La sonrisa de Spreen en respuesta era lujuriosa.
—Sí, lo hiciste. Pero no nos desviemos todavía por ese carril de la memoria — Lo miró por encima—. Podría distraerme.
Roier se burló.
—¿De verdad crees que dejaría que me tocaras de nuevo?
Esa sonrisa se deslizó de la cara de Spreen, su hambre hizo que la boca de Roier se secara.
—Dulzura, creo que podría tenerte de rodillas rogando por mi pija en menos de veinte minutos, si eso es lo que quisiera. Pero, primero, vamos a hablar de nuestro trato. Y de tu falta de opciones.
Roier le dedicó a Spreen una sonrisa de suficiencia.
—Tengo más opciones de las que crees. Envié a mi amigo las coordenadas de tu cabaña antes de ir allí. A estas alturas, es probable que la policía esté rodeando el lugar.
Pensó que eso podría asustar a Spreen, pero se limitó a desviar la atención.
—Puede que lo hicieras, puede que no, pero mi familia es excepcionalmente buena en lo que hacemos, y para cuando alguien vuelva allí, mi cuñada tendrá ese lugar lo suficientemente limpio como para comer en los suelos. No encontrarán nada excepto una pequeña cabaña de caza que mi familia posee legalmente —Lo que sea. Roier todavía tenía el video—. Y si estás ahí sentado pensando que podes enseñarles el vídeo que grabaste, hace tiempo que desapareció, al igual que cualquier cosa que hayas enviado a la nube. El dinero compra un fantástico departamento de Tecnología e información.
Maldita sea. Su labio se curvó de disgusto hacia sí mismo y hacia Spreen. Se devanó los sesos, intentando pensar en alguna otra oferta viable. ¿Cuánto tardaría Mariana en convencer a la policía de que le había ocurrido algo nefasto? ¿Cuánto tiempo tardaría en perseguirlo? Mariana ni siquiera sabía con qué De Luque se había ido.
—¿Cuál es tu oferta? —murmuró finalmente.
Spreen extendió las piernas, sus muslos se abrieron, sus pies descalzos ahora se encajaron entre las piernas de Roier.
—Es una buena oferta. Creo que te gustará. Es mucho más generoso de lo que te mereces.
Roier puso los ojos en blanco.
—Sigue con eso.
El pie de Spreen estaba distraídamente cerca de la parte superior del muslo de Roier. Tuvo que obligarse a concentrarse en las palabras de Spreen.
—Vos y yo trabajaremos juntos para encontrar respuestas para mi familia. A cambio, responderé a cualquier pregunta que quieras sobre mí y mi familia. Al final de nuestro tiempo juntos, si no te convenzo de que mi familia hace mucho más bien que mal, te dejaré ir y podrás intentar convencer al mundo de que somos un montón de asesinos psicópatas.
—Son un montón de asesinos psicópatas —dijo Roier, exasperado. ¿Por qué Spreen no entendía eso?
—Matamos a hombres malos. Y a las mujeres —añadió apresuradamente —. Somos justicieros con igualdad de oportunidades.
—Estás jodidamente loco —No había calor detrás de sus palabras, sólo una extraña sensación de asombro.
—Eso escuché.
Roier sacudió la cabeza, rechazando la idea de que Spreen pudiera ir en serio con este trato.
—Sí, claro. Se supone que debo creer que simplemente me dejarás destrozar a tu familia.
—Sí.
Roier resopló.
—Acabaré con una bala en la cabeza antes incluso de llegar a mi apartamento.
Spreen se arrastró más cerca hasta estar de nuevo en el espacio de Roier, esta vez arrodillándose entre sus rodillas extendidas.
—Mírame a los ojos y dime que estoy mintiendo —exigió Spreen.
La mirada de Roier se dirigió a la suya sin vacilar, con el rostro enrojecido al darse cuenta de la facilidad con que se había sometido a la orden de Spreen. Él también lo vio, pero al parecer fue lo suficientemente inteligente como para no mencionarlo.
Roier odiaba admitirlo, pero le creía a Spreen. Era lo suficientemente engreído como para jugarse el futuro de toda su familia con su habilidad para engatusar a Roier.
—Estás loco —dijo de nuevo.
—¿Qué te sorprende de eso? —preguntó Spreen, sonando genuinamente curioso.
Todo.
Roier había visto a Spreen descuartizando ese cuerpo –lo había escuchado hablar de matar– pero nada de eso parecía real. Era demasiado para la mente. Se había acostado con un asesino en masa. O a un asesino en serie. ¿Cómo era esta su vida?
—Y ¿Qué consigues con esto?
Spreen negó con la cabeza.
—Te lo dije. Ayuda. Un amigo de mi padre le pidió ayuda para un problema. Mi padre me lo dejó a mí. Yo no resuelvo crímenes ni investigo. Dream y Quackity son los investigadores. Mi padre es juez y jurado. Mis hermanos y yo, sólo somos los ejecutores. Pero mi padre está tratando de llevar a casa un argumento. Estoy siendo castigado. Pero también me está estudiando. Quiere ver cómo lo hago sin mi hermano.
—¿Sin tu hermano? —Roier se hizo eco, frunciendo el ceño—. ¿Qué significa eso?
—Cris y yo no estuvimos separados desde que éramos pequeños. No nos va bien separados —admitió Spreen.
Roier frunció el ceño. ¿No les va bien separados? Tenían trabajos. Relaciones. Vidas. Roier había oído hablar de gemelos inusualmente unidos –especialmente gemelos idénticos–, pero nunca de dos tan unidos que tuvieran que ser separados a la fuerza. Eso era... raro.
No más raro que estar encadenado al maldito radiador.
Cállate.
Dios mío. Roier estaba tan jodidamente loco como Spreen. Al menos Cris estaba vivo. Roier se pasaba el día hablando con un hermano que no existía y, peor aún, su hermano le contestaba. Bien podría estar hablando con un conejo de dos metros como en Donnie Darko.
Roier sacudió la cabeza.
—No puedes querer decir que nunca están separados. Recorren el mundo, salen con celebridades, tienen trabajos elegantes. Seguro que alguna vez han estado separados.
Spreen entrecerró los ojos con una ligera sonrisa.
—Sabes mucho sobre nosotros, Lois.
—Sí, soy periodista —Más o menos—. Responde a la pregunta.
Spreen suspiró, sus manos cayendo a los lados, las yemas de sus dedos rozando los muslos de Roier vestidos de jeans.
—Hemos estado noches en nuestros respectivos domicilios. Pero siempre nos vemos al día siguiente. Estar separados es doloroso. Como, psíquicamente doloroso. Cuanto más tiempo estamos separados, más difícil es para nosotros mantenernos juntos, mentalmente.
Jesús. Si esto era lo que Spreen hacía para mantener la compostura, ¿Cómo carajo era él cuando se deshacía? El cerebro de Roier le proporcionó una imagen mental de miles de cadáveres apilados en el cielo. A veces odiaba estar en su cabeza.
Roier suspiró.
—¿Qué es este gran misterio?
Los ojos negros de Spreen brillaron con triunfo.
—Hubo cinco suicidios en la universidad local.
La reacción de Roier fue visceral. Se precipitó hacia el retrete, vomitando en seco el escaso contenido de su estómago, dando arcadas hasta que los músculos del estómago le dolieron tanto como el resto. Cuando finalmente se detuvo, una toalla de mano húmeda apareció junto a su cara. Se limpió la boca y se recostó contra la pared.
—¿Estás bien, Lois? —preguntó Spreen.
Roier no lo miró.
—Eso no es un misterio. Es una tragedia. Una muy común.
Spreen lo estudió, como si quisiera sondear más su reacción, pero finalmente asintió.
—En realidad es lo que dije. Mi padre dijo que su amigo no está tan seguro. Al parecer, hace cinco años hubo otros cinco suicidios.
Todo el cuerpo de Roier se ruborizó y, por una fracción de segundo, pensó que podría desmayarse.
—¿Qué escuela?
—Henley.
Roier inclinó la cabeza hacia atrás, presionando el frío trapo contra sus ojos. Su hermano no había ido a Henley. Había ido a la universidad privada del otro lado de la ciudad. Pero parecía una extraña coincidencia. La muerte de su hermano también había formado parte de un grupo de suicidas.
—¿Por qué esta persona no piensa que fueron suicidios?
—Hay rumores. Estaban en condiciones de bajo riesgo. Hay susurros sobre un juego —dijo Spreen con cautela.
Un juego. Roier quería sorprenderse, pero realmente no había nada sorprendente después de esta noche.
—No sería la primera vez que un juego de internet se vuelve fatal. ¿Qué más sabemos?
—¿Nosotros? —preguntó Spreen.
Roier puso los ojos en blanco.
—¿Qué maldita opción tengo?
Spreen se encogió de hombros.
—Es justo. ¿Por dónde empezamos?
Roier se lo pensó un momento. Si Spreen iba a dejarlo salir del baño, tendría amplias oportunidades de hacer señales para pedir ayuda si parecía que Spreen no estaba cumpliendo realmente su parte del trato.
—¿Cuál es la probabilidad de que podamos entrevistar al amigo de tu padre?
Spreen suspiró, acercándose una vez más.
—Escasas o nulas. Los amigos de mi padre, los que saben, tienden a permanecer en el anonimato. Al menos, para todos menos para mi padre. Pero tengo un amigo que le debe un favor a los De Luque’s. Va a la escuela en Henley. Supongo que podemos empezar con él.
Roier arqueó la ceja.
—¿Tienes amigos?
Spreen sonrió.
—No. Tengo amigos que me deben favores. No es lo mismo. Un tipo diferente de amigos con beneficios. Si nos damos prisa, podríamos alcanzarlos antes de que salgan del trabajo.
Spreen se puso de pie, así que Roier también lo hizo. Una vez de pie, Spreen lo miró con interés.
—¿Querés ducharte? No tengo nada que te sirva, pero al menos tu olor no sería tan fuerte.
Los ojos de Roier se abrieron de par en par.
—Vete a la pinche verga. Huelo así porque salí corriendo por el bosque, me electrocutaron y luego me tuvieron de rehén en un baño.
Spreen lo arrinconó contra la pared, presionando su cara contra la garganta de Roier e inhalando profundamente.
—No es por eso que hueles así. Quiero decir, sí, hueles a sudor y un poco a tierra fresca. Pero más que eso. Hueles a miedo. Hueles a mí, a nosotros. Y créeme, no me quejo. Pero me distrae muchísimo.
La verga traidora de Roier se endureció tanto por las palabras de Spreen como por la sensación de su aliento contra su piel. Eso no debería haber sido caliente. Carajo. Esto era una mala idea por mil razones diferentes. Principalmente porque el hecho de ser un asesino debería haber sido un factor que rompiera su libido. La forma en que Spreen hablaba debería haberle dado asco, sabiendo lo que ahora sabía. Su tacto debería haberle repugnado.
Spreen tocó a Roier como si le perteneciera, como si tuviera un derecho, como si volver a acostarse con él fuera una conclusión inevitable. Eso debería haberlo enfurecido, y lo hizo, un poco. Pero la verdad era que le gustaba. Disfrutaba de tener la atención exclusiva de alguien como Spreen. No, no alguien como Spreen. Sólo Spreen.
Roier culpó a su madre y a su jodida infancia. No era normal estar excitado por un hombre que te secuestró. No era normal querer matar a alguien y tirárselo. Nada de esto estaba bien. Pero sabía que no diría que no. Sabía que haría todo lo que Spreen le pidiera, al menos por ahora.
Aun así, inclinó su cuerpo lejos de los labios de Spreen para poder mirarlo a los ojos.
—Si tengo la oportunidad de correr, la aprovecharé.
La risa de Spreen fue francamente diabólica. Agarró la barbilla de Roier con la mano y su mirada se dirigió a los labios de Roier.
—Espero que lo hagas, dulzura. Pero recuerda lo que te haré si te atrapo.
De alguna manera, Roier no creía que estuviera amenazando su vida.
Chapter 7: Spreen
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—¿Me estás aplicando la ley del hielo, cariño? Eso no augura nada bueno para nuestro futuro.
Roier no respondió, solo continuó frunciendo el ceño mientras observaba directamente por el parabrisas de la camioneta negra de Spreen. Había estado en silencio desde que Spreen había insistido en vigilarlo mientras se duchaba. No es como si hubiese estado intentando excitarse, aunque fácilmente podría haber pasado. Había algo muy atractivo en un Roier desnudo y enjabonado. Pero, sinceramente, la verdad es que Spreen no confiaba en que él no encontraría alguna forma de escaparse mientras no estaba mirando. Roier debería sentirse halagado, Spreen consideraba que la mayoría de la gente era estúpida.
Sin embargo, la situación se había vuelto en contra de Spreen. Roier ya no olía a sudor, a sexo y a semen; ahora olía como el jabón y el champú de Spreen y, de alguna manera, eso era incluso peor. A Willbur le gustaba bromear diciendo que Spreen y Cris eran más animales que humanos, pero no estaba equivocado. Spreen realmente prefería confiar en sus instintos más bajos. Cuando se despojaba de todo el escaparate que exigía una sociedad educada, Spreen era un cazador y poseía los mismos instintos de uno.
Razón por la cual sentarse frente a un Roier malhumorado lo estaba volviendo loco. Quería enterrar la cara en su cuello, frotarse en él por todas partes, dejar que el mundo supiera que era suyo, le gustara o no. Pero, eso era una locura. Porque Roier no era suyo. Roier era un completo extraño. Un desconocido que estaba empeñado en destruir a la familia de Spreen. Solo eso debería ser un mata- pasión masivo. Pero, no era así. Ni siquiera un poco.
¿Qué pensaría Cris de Roier? ¿Él también lo notaría? ¿Le daría la bienvenida a su pequeña y acogedora guarida de dos? Era solo cuestión de tiempo antes de que se convirtiera en una guarida de cuatro. Su gemelo podría no estarlo notando, pero Carre ya estaba marcando territorio cuando se trataba de Cris. Había estado saboteándolo por meses. No es que Spreen alguna vez fuera a decir eso. Era
demasiado divertido ver a su hermano siendo engañado ante la menor oportunidad, sin que se diera cuenta.
O, al menos, lo había sido. Hasta que su pequeño reportero arrojó una llave inglesa sobre sus planes.
—Vamos, no te enojes, Lois. Solo estaba tratando de asegurarme de que no salieras huyendo antes de que comenzara la dirección. No actúes como si todo esto no te causara curiosidad. Apuesto a que nunca antes te encontraste con una interrogante que no tuviera respuesta.
Roier volteo su mirada furiosa hacia Spreen.
—Me estabas observando mientras me duchaba.
Spreen bajó la voz, dándole una mirada confusa.
—Intercambiamos ADN. Me vine en tu interior. Debajo de tus uñas todavía está mi sangre y mi piel. Pensé que hacía mucho ya habíamos dejado de lado la timidez.
—El consentimiento puede ser revocado en cualquier momento —murmuró Roier, haciendo a un lado todo su cuerpo con el gesto de un niño malhumorado.
A Spreen no debería haberle parecido eso tan lindo.
—Tal vez en cuanto al sexo, terroncito, en cuanto a los secuestros, no tanto. La falta de consentimiento es el elemento clave. Aunque… estaría de acuerdo con explorar los límites de tu consentimiento una vez que te convenza de que no me mandes a prisión. Creo que podríamos divertirnos mucho los dos juntos.
Además, te encontré anteojos de repuesto, ¿No? Al menos ahora no estás ciego. Roier resopló, pero no dijo nada más.
A Spreen le gustaban más los marcos con borde de alambre que los gruesos de pasta negros de antes, pero se guardó su opinión para sí mismo, bastante seguro que, si no lo hacía, entonces Roier habría bajado la ventana y los habría arrojado solo para fastidiarlo.
Se detuvieron en el extenso campus, Spreen siguió el GPS para encontrar la cafetería escondida en la esquina más alejada, dirigiendo el auto hacia las sombras del estacionamiento vacío.
—¿Quiénes son estos chicos? —preguntó Roier—. ¿Son peligrosos?
—Uno de ellos es un psicópata. Y el otro mató a alguien una vez. Pero, en el gran esquema de las cosas, estos dos ni siquiera llegan al uno en la escala de peligro.
—¿A dónde llegas tú en la esa escala de peligro? —preguntó Roier.
—¿En la escala del uno al diez? —preguntó Spreen, considerando la cuestión—. ¿Un doce, tal vez?
Roier se estremeció, pero volvió a quedarse callado.
Spreen había traído su Range Rover para que hubiera el espacio suficiente para los invitados, pero también había demasiado espacio entre él y Roier. Aunque su olor le distraía, también quería bañarse en él. Sacudió ese pensamiento, tratando de ponerse en modo de juego. Aunque, por lo general, el modo de juego implicaba mucha más carnicería que esta.
La tienda estaba cerrada, pero los chicos que Spreen buscaba todavía estaban dentro. Solo tendrían que esperarlos en la parte de atrás junto al auto de Sapnap. No podrían demorarse mucho tiempo. Tan pronto como salió del Rover, escuchó que la puerta se cerraba detrás de él. Spreen soltó una risa, Roier era en partes iguales bonito y mezquino. Spreen caminó hacia el lado del pasajero y golpeó su nudillo contra la ventana. Roier continuó ignorándolo hasta que Spreen presionó el botón en el llavero en su mano, abriendo el seguro y luego la puerta del auto.
Roier no ofreció su ayuda ante el esfuerzo de Spreen, obligando a que le desabrochara el cinturón de seguridad y lo sacara del auto como si fuera un niño rebelde. Solo contribuyó a algo cuando Spreen entrelazó los dedos de ambos y Roier liberó su mano. Spreen soltó una risa.
—No podés estar enojado conmigo para siempre, cariño.
—Mírame —murmuró Roier.
—¿Ahora querés que te mire? —preguntó Spreen, envolviendo un brazo alrededor del bíceps de Roier para guiarlo hasta el Toyota de Sapnap, estacionado detrás de la tienda.
El labio de Roier se curvó.
—Te odio.
Spreen se rio de nuevo.
—Puedo darme cuenta de lo mucho que quieres que eso sea verdad. Pero no lo es, y eso es lo que te está volviendo loco. Pero está bien. No se lo diré a nadie.
Cuando llegaron al Camry de Sapnap, Spreen giró a Roier y lo apoyó a la fuerza contra la puerta trasera del lado del conductor, antes de moverse y pararse a su lado.
—Siento que estás desperdiciando una excelente oportunidad para interrogarme acerca de mi familia.
Roier se movió y, por un minuto, Spreen pensó que tal vez continuaría ignorándolo. Sin embargo, finalmente, preguntó:—¿Toda tu familia mata gente?
—Toda nuestra familia mato gente, pero no todos participan activamente en la matanza. Mi padre supervisa la operación. Quackity asesinó al pedófilo que lo abusó junto con un grupo de extraños. Dream mató a su colega, quien masacraba a mujeres vulnerables. Ari... No, sí, Ari mata porque le gusta hacer que la gente pague por sus pecados, al igual que el resto de nosotros.
—¿Cómo es posible que todos ustedes sean asesinos? —preguntó Roier, con algo de la frialdad abandonando su tono de voz.
—Porque todos somos psicópatas. Es por eso que mi padre nos adoptó.
Roier se giro hacia él, incrédulo.
—¿Todos? Digo, sé que los acusé de serlo antes, pero realmente no pensaba que todos estuvieran clínicamente locos.
—No estamos locos, Roier. Hemos... evolucionado. Nuestra falta de empatía nos permite hacer lo que hay que hacer.
—Y ¿Eso es? —preguntó Roier, su tono insinuando que Spreen estaba lleno de pura mierda.
—Sacar la basura.
Roier abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera, la puerta se abrió y cerró de un golpe, y Sapnap apareció con su chico sobre el hombro.
—¿Qué ocurre? ¿Qué está pasando? ¿Porque te detuviste? —preguntó el muchacho—. Me estoy mareando.
Sapnap puso con cuidado a Karl sobre sus pies antes de hacerlo girar para encarar a Spreen y Roier. Karl jadeó, retrocediendo directamente hacia Sapnap, quien lo rodeó con un brazo para estabilizarlo. Era agradable ver que había dejado una impresión tan indeleble en estos chicos. Haría que esto fuera mucho más fácil.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó Sapnap, sin sonar particularmente preocupado por su repentina aparición. Pero claro, Sapnap también era un psicópata. La falta de miedo hacía que situaciones como esta fueran menos siniestras.
—Necesitamos un favor —dijo Spreen.
Sapnap entrecerró los ojos, mirando hacia la oscuridad.
—¿Cual eres tú?
Spreen salió de entre las sombras.
—Spreen. Este es Roier. Necesitamos su ayuda.
—¿Qué tipo de ayuda? —Preguntó Sapnap con cautela.
—¿Importa? —Preguntó Spreen con sus palabras sopesadas.
Sapnap dio un profundo suspiro.
—¿Consultaste esto con mi mamá? Realmente no puedo darme el lujo en estar otra vez en su lista de perras.
Spreen sonrió. Sapnap era el hijo de su hacker residente, Aroyit. Spreen entendía por qué no querría estar en su lado malo. Parecía engañosamente alegre, pero saber ahora que había criado a un psicópata, hacía que Spreen la viera bajo una luz completamente nueva.
—Mi papá lo consultó con ella. Todas las unidades parentales están al tanto. Vayamos a buscar algo de comer. Estoy hambriento.
Karl miró por encima del hombro hacia Sapnap.
—¿De verdad vamos a hacer esto?
—¿Qué opción tenemos? —preguntó Sapnap.
Spreen asintió, feliz de que al menos una persona esta noche no le iba a dar mierda a su excelente plan.
—Exacto. Me alegro que todos estemos de acuerdo. Llevaremos mi auto.
Esta justo ahí.
Spreen deslizó un brazo alrededor de la cintura de Roier. Al menos esta vez no luchó contra él, pero tampoco parecía entusiasmado. Prácticamente podía escuchar a los otros dos preguntándose sobre su dinámica.
—¿Cuál crees que es su asunto? —Spreen escuchó a Karl preguntar en voz baja.
—Creo que no es de nuestra incumbencia —susurró Sapnap.
Sapnap era inteligente. Tenía buenos instintos. Cuando fuera un poco mayor, sería buena idea incluirlo en el redil. Si resultaba que las hijas de George no eran psicópatas aún podrían ser criadas como asesinas, pero pasarían años antes de que eso pasara. El grupo de Ari era joven y letal, pero carecían de entrenamiento y estaban muy impulsados por sus emociones. Sería bueno tener a Sapnap en el equipo.
El equipo.
Dios.
El asesinato era un negocio familiar y el negocio iba bien. ¿Su padre pensaba en el futuro? ¿Sobre qué pasaría con la próxima generación? ¿Se habría dado cuenta de que ser un psicópata no era un requisito obligatorio para ser un buen asesino?
Spreen volvió al presente cuando escuchó a Karl murmurar:—Dizque me joderías esta noche….
Spreen miró hacia atrás para ver a Sapnap envolver un brazo alrededor de los hombros de Karl, sus dedos aún entrelazados.
—Oh, pero todavía pueden jodernos esta noche, solo que no de la manera en que ninguno de los dos esperaba.
—Dios, me están dando dolor de muelas con toda la ternura —Dijo Spreen, apretando la cintura de Roier.
—Entonces ve a secuestrar a otras dos personas —bromeó Karl.
—Ah no, no lo tientes. Le encanta retener a la gente en contra de su voluntad
—murmuró Roier, todavía haciendo pucheros.
—No seas tan atrevido, Lois Lane —dijo Spreen, dejando caer su mano y deslizándola en el bolsillo trasero de Roier—. Podrían pensar que no te gusto.
Roier se soltó del agarre de Spreen.
—No me gustas.
Spreen bufó, dándole una mirada.
—Los rasguños en mi espalda dicen lo contrario.
—Qué asco —Karl gimió, ganándose una risa de Spreen.
Cuando llegaron al Rover, Spreen hizo un gesto hacia el asiento trasero.
—Chop-chop, jóvenes amantes. Hay desastre a bordo.
Los dos se subieron al asiento trasero, apretándose juntos en el centro. Al frente, Spreen acompañó a Roier y lo subió a la fuerza en el asiento de pasajero antes de abrocharle el cinturón de seguridad. En cuanto miró por el espejo retrovisor, Karl se veía como si hubiese visto a un fantasma.
—La puta madre, relájense los dos. Solo necesito algo de información. No estoy aquí para arrancarles las uñas de los pies con unos alicates.
—Bueno, eso añade completamente una nueva capa de horror a todo esto
—murmuró Karl.
—No te preocupes. Mantendré las uñas de los pies a salvo en donde pertenecen —Le prometió Sapnap.
—Eso es asqueroso y romántico a la vez —dijo Karl, con una sonrisa en su rostro.
—Ese soy yo. Asquerosamente romántico —Le prometió Sapnap, inclinándose para dejar un beso en su frente—. Y que conste que no hay nadie más con quien prefiera ser secuestrado.
Karl lo miró con ojos dulces.
—Aww, yo tampoco. Te amo.
—Yo también te amo —Prometió Sapnap.
—Y yo amo los putos auriculares con cancelación de ruido —dijo Roier con un gemido, mirando a Spreen—. ¿Puedes poner música o algo así?
Spreen le guiñó un ojo.
—Cualquier cosa por vos, cariño.
Roier suspiró exasperado.
—Realmente, realmente te odio.
El restaurante era un Diner, uno de esos lugares que abren las 24 horas del día los 7 días de la semana, olía a café rancio y a panqueques. Estaba lo suficientemente ocupado como para que no llamaran mucho la atención, pero no tanto como para que no pudieran escucharse hablar. Eligieron una cabina en la parte de atrás, cerca de la cocina.
Cuando una mesera anciana con cabello rosa intenso se acercó, todos se quedaron momentáneamente sin palabras. Debía de tener setenta años, pero su cabello era del color del chicle y estaba recogido en una gruesa cola de caballo con mariposas azules anidando en la parte superior. Parecía aburrida y arqueó una delgada ceja oscura hacia ellos como desafiándolos a comentar algo acerca de su salvaje apariencia. Ellos no lo hicieron.
—¿Qué les ofrezco? —Preguntó.
Todos miraron a Spreen, como preguntando si realmente iban a comer. No estaba mintiendo cuando dijo que se estaba muriendo de hambre. Entre sus actividades extracurriculares con Roier y el cuerpo que había desmembrado junto a Ari, lo habían dejado hambriento. Pidió una tortilla de huevo enorme con una guarnición de panqueques y café.
Karl también pidió panqueques y Sapnap una hamburguesa. Cuando llegaron a Roier, Spreen se inclinó sobre su espacio personal, curvando una mano sobre el muslo y presionando los labios contra su oreja para que solo él lo escuchara murmurar:—No harás una huelga de hambre. Pide o pediré por vos y te haré comer cada bocado de lo que sea que te pongan delante. Es tu elección.
Roier se aclaró la garganta.
—¿Me puede traer un waffle con tocino, por favor?
La camarera entrecerró los ojos hacia ellos con sospecha, pero asintió.
—Seguro.
Cuando ella se fue, el puño de Roier se envolvió alrededor del dedo medio de Spreen, luego se giró para que su mejilla tocara la de Spreen en una manera que tuvo a su pene reaccionando. Siseó cuando Roier le retorció el dedo con fuerza.
—Tócame de nuevo sin mi permiso y te romperé la maldita mano. ¿Lo entiendes? —Roier gruñó.
Eso no debería haber sido excitante, ¿Verdad? No debería ser divertido para Spreen, pero lo era. No había pensado ni una sola vez en el enorme agujero de la ausencia de Cris desde que había conocido a Roier. De alguna manera, Roier se había convertido en su único objetivo en solo unas pocas horas. Eso debía de tratarse de algún tipo de magia negra.
Spreen liberó su mano, dándole a Roier una sonrisa débil.
—Lo que vos digas, cariño.
Al otro lado de la mesa, Karl miró a Roier por un largo momento antes de preguntar:—¿Tuviste un accidente o algo así? ¿Qué te pasó?
Sapnap le dio a Spreen una mirada de complicidad antes de darle un empujoncito a Karl y sacudir la cabeza. Spreen vio que los dos parecían tener una conversación silenciosa que terminó con los ojos de Karl abriéndose de par en par con comprensión. Se sonrojó, luego miró los moretones y las marcas de mordeduras de Roier, con un interés mucho mayor.
—¿Por qué estamos aquí? —preguntó Karl—. ¿A menos que solo estemos aquí para presenciar lo que sea que está pasando entre ustedes dos, bichos raros?
Salir con un psicópata claramente volvía a la gente atrevida.
—Estamos investigando algo que sucedió en Henley y pensamos que ustedes dos podrían tener alguna información.
Sapnap y Karl se miraron.
—¿Algo como qué?
—Una serie de suicidios en los últimos meses. La cara de Karl inmediatamente se tornó tormentosa.
—Sí, eso fue muy triste.
—No triste, extraño —corrigió Sapnap, tomando un trago de su refresco.
—Extraño, ¿Cómo? —preguntó Spreen.
—Está bien, como que hemos tenido los mimos casos ocasionales por aquí,
¿Verdad? Pero, por lo general siguen un patrón. Entonces, incluso si, digamos, un mariscal de campo salta de un edificio y un chico impopular lo sigue y hace lo mismo, tiene sentido desde un punto de vista psicológico, ¿Sabes a lo que refiero? Hay una especie de relación seguidor/seguidor, ¿No? —preguntó Sapnap.
Spreen frunció el ceño y asintió. Realmente no lo sabía, pero esperaba que el punto de Sapnap quedara claro a medida que seguía hablando.
—Pero esta cadena reciente… No están en los mismos círculos sociales, pero todos están en el mismo estrato social —dijo Sapnap.
—¿Estrato social? —repitió Roier.
—Sí. El primer suicidio fue hace nueve semanas, Xander Hamilton. Solo lo recuerdo porque, ya sabes, Alexander Hamilton. Pero él era súper popular. Era el capitán del equipo de natación. Puros 10 en calificaciones. Capitán del equipo de debate. Súper impactante pero tal vez se trató de un caso atípico. El chico de bajo riesgo que se suicidó. Entonces, sucedió la siguiente muerte y no tenía sentido.
—¿Cómo? —preguntó Spreen.
—El segundo chico, no recuerdo su nombre, estaba en una fraternidad con mi amigo, Jason. Un papi multimillonario, toneladas de amigos. Un idiota engreído. Pero, hasta donde sé, estaban en el mismo estrato social. Ambos en lo más alto de sus respectivos grupos de amigos. Ahora, no estoy diciendo que los chicos populares no tengan depresión, pero ¿Dos chicos populares? ¿Tres?
¿Cinco? Eso es malditamente extraño —terminó Sapnap, con los ojos muy abiertos para el momento en que su plato estaba frente a él.
Se tomaron un par de minutos para recibir la comida. Spreen observó cómo Roier ahogaba su waffle con tocino en jarabe de arce, y solo volvió su atención a Sapnap cuando Roier dio el primer bocado.
—Lo admito, no sé mucho acerca del proceso mental detrás del suicidio — dijo Spreen mientras masticaba.
—Un solo suicidio tiene la capacidad de tocar alrededor de ciento treinta y cinco personas. La exposición al suicidio de un compañero puede aumentar las ideas suicidas de otros, pero, por sí solo, no provoca un aumento de suicidios en personas de bajo riesgo —dijo Roier, con un poco de vergüenza.
—¿Qué? —preguntó Karl, con el tenedor a medio camino de los labios.
—Lo que está diciendo es simplemente que estar cerca de una persona que se quitó la vida, no es suficiente para que otra persona lo imite, a menos que ya lo estuviera considerando en primer lugar —Dijo Sapnap, mirando a Roier para confirmar sus palabras.
Roier asintió.
—Sí, eso. El suicidio solo aumenta la posibilidad de que alguien que ya tenía esas ideas lo lleve a cabo. ¿Estás diciendo que ninguno de estos chicos estaba en riesgo?
Sapnap se encogió de hombros.
—Solo sé que fue realmente escandaloso. Mucha gente susurrando y chicas populares que organizaron vigilias con velas.
—Sí, ahora hay una tonelada de pequeños mini-santuarios por todo el campus —dijo Karl con un escalofrío—. Es... un poco espeluznante.
—¿Escucharon algún rumor sobre un juego? —Preguntó Roier, con la voz tensa.
Spreen frunció el ceño. Roier estaba sudando y su piel estaba anormalmente pálida. Había vomitado más temprano, cuando Spreen mencionó la palabra suicidio, luego estaban sus conocimientos acerca de las estadísticas, y ahora, una vez más parecía que iba a devolver el desayuno.
Karl y Sapnap intercambiaron miradas antes de que Karl dijera:—¿Crees que estos suicidios son parte del juego?
—¿El juego? —Repitió Spreen—. ¿De qué juego hablan?
Karl se mordió el labio inferior, masticando pensativo antes de decir:—Ósea, realmente no lo sé. Ha habido rumores en el campus acerca de un grupo de
chicos que jugaban a un tipo de juego en línea. Por ejemplo, ganan puntos por hacer cosas peligrosas. Se supone que hay algún tipo de recompensa monetaria.
—¿Eso no les parece extraño a ninguno de ustedes? —preguntó Roier.
Karl levantó una ceja.
—Ni siquiera conocemos a esas personas. Además, siempre hay alguna cosa tonta en internet que se vuelve viral. Nuestra escuela estuvo en el periódico el año pasado porque una de las fraternidades estaba usando una escala de calificaciones sobre las chicas con las que se acostaban. Hubo gente que se tragó medicamentos para mareos y luego se acostaron en calles concurridas para subirlo a TikTok. Quiero decir, los universitarios apestan.
Spreen no iba a discutir eso. Él y Cris habían sido bastante insufribles durante sus días de universidad. Sin embargo, había nada como calificar a tus compañeros de cama. Su padre los habría matado él mismo si alguno de los dos lo hubiese humillado de esa forma.
—Necesito que encuentres una manera de obtener información acerca de ese juego y de si todavía funciona.
—¿Sabes si esta es la primera vez que este juego llega al campus? — preguntó Roier—. ¿Lo han jugado en otras escuelas?
Karl miró a Roier con sorpresa.
—¿Te encuentras bien? No te ves muy bien.
La mirada de Roier se dirigió hacia Spreen.
—Necesito usar el baño. Ahora.
Spreen no lo cuestionó, solo se movió y lo observó mientras se tambaleaba hacia el baño, justo a la izquierda de la puerta que daba a la cocina.
—¿Está bien? —preguntó Karl de nuevo.
—Para ser honesto, no estoy seguro —dijo Spreen—. Necesito que me consigan literalmente todo lo que puedan. Pueden enviarme un mensaje de texto o decirle a tu madre que me entregue la información. Enserio, no vayan a joder con esto. Tengo a mi viejo hinchándome las bolas.
Sapnap lo miró con simpatía.
—Lo entiendo. Pasaron seis meses y mi mamá todavía sigue enojada por un pequeño asesinato.
Spreen asintió y arrojó cien dólares en efectivo sobre la mesa.
—¿Ustedes dos pueden tomar un Uber de regreso? Tengo que encargarme de esto.
Se miraron el uno al otro y luego a él, asintiendo.
—Sí, seguro. Espero que tu amigo se sienta mejor —dijo Karl con expresión
seria.
—Yo también —dijo Spreen.
Chapter 8: Roier
Chapter Text
Roier se arrodilló junto a un inodoro por segunda vez esa noche. Esta vez, en un restaurante de mierda al borde de la carretera. Su estómago ahora estaba terriblemente vacío, ardiendo de hambre o tal vez por el ácido, sus músculos se sentían acalambrados como si hubiera sido pateado por un caballo. ¿Cuándo fue la última vez que comió algo? ¿Cuándo Mariana le trajo un sándwich? ¿Eso había pasado ayer? Cayó de espaldas contra la puerta del cubículo, rogándole a su cerebro que no pensara demasiado en las baldosas sucias debajo de él.
Esta historia estaba resultando peligrosa para su salud mental. Spreen De Luque estaba resultando peligroso para su jodida salud mental... y su cordura. El sudor corría por su frente, llegando a sus ojos y rodando por la columna hasta que su camiseta estaba pegajosa. Definitivamente no había predicho que esta noche resultaría de esta forma. Había anticipado que sería aburrido, que encantaría a Vegetta De Luque en una amistad y que descubriría lentamente todos sus sucios y pequeños secretos; que quizás le habría parecido intrigante en su teoría, pero que probablemente, en la realidad eran aburridos.
Cuando Vegetta nunca apareció, Roier casi se había ido –estuvo a punto de irse–, cuando notó a Spreen en el bar. ¿Por qué no había seguido caminando y lo había intentado de nuevo en otra ocasión? En lugar de eso, se decidió a intentar seducir a un De Luque distinto. También había sido presuntuoso al respecto. Al menos hasta que estuvo en el auto, conduciendo a su casa. Roier había ido en busca de una noticia y de alguna manera había terminado dentro de una película gay de acción.
¿Película de acción? Prueba con una película porno. Y ni siquiera es porno vainilla. La mierda kink que tienes que indagar en internet para conseguir. Del tipo que raya con lo ilegal.
Ugh.
—Ahora no —dijo Roier en voz alta a... a nadie. Porque su hermano no estaba allí.
Mamá diría algo así como que Dios te está castigando.
Roier podía oír el humor petulante en la voz de Aldo. Así es como Aldo decía todo lo que tenía por decir. Como si todo el mundo fuera divertido y estuviera por debajo de él. Sin embargo, tenía razón acerca de su madre. Ella hubiese dicho eso. Sacudiría la cabeza y agitaría la mano mientras se bebía otro Martini, quedándose de la terrible mala suerte de su familia. Solo su madre era capaz de convertir a una dama de clase media en un lastre.
Se secó el sudor de la frente. ¿A quién estaba engañando? Él también se compadecía de sí mismo. No había nada como vivir un evento que podría cambiarte la vida, para darte cuenta de que la misma te pende apenas de un hilo. Había pensado que era fuerte, que era ingenioso, que lo tenía todo resuelto. Pero una pequeña grieta –bueno, una grieta masiva–, y Roier se estaba fracturando en miles de pedazos mentalmente inestables.
¿Era posible tener una crisis de la mediana edad a los veinte años? Si la respuesta era sí, entonces era esto. Se estaba deshaciendo. Había pasado toda su vida con un objetivo en mente: ser un periodista policial. Pensaba que era la mejor manera que tenía de usar su amor por el crimen real en algo que pudiera ser bueno para el mundo, contando la historia de las víctimas. Tan noble. Tan altruista.
Pero no era así. Porque él también deseaba la fama. Lo necesitaba, incluso. No el dinero, no el estatus de celebridad. Solo la fama, porque la fama podría otorgarle, aunque fuera, una migaja de afecto de su madre. Su risa desesperada hizo eco en el baño vacío. Ni siquiera le agradaba y, aun así, estaba dispuesto a morir solo para impresionarla.
Roier en verdad era un jodido masoquista.
Y Spreen era un sádico. Un sádico en sentido literal. Roier no había tenido que trabajar para poder sentirse deseado por él. Todavía seguía sin hacerlo. Había una extraña emoción que provenía de saber que incluso la más mínima cantidad de su interés ganaría más de la atención de Spreen, como agitar una capa roja frente a un toro.
Sí, un toro que asesina personas. ¿Por qué eso ya no te molesta? ¿Le tomó solamente cinco horas para romper tu burbuja de moral?
Roier cerró los ojos mientras que el encuentro de ambos brillaba en su memoria. La sensación de Spreen estirándolo, su aliento contra su piel, la forma en que casi ronroneaba en el oído de Roier mientras lo cogía, sosteniéndolo lo suficientemente fuerte como para dejar moretones y jodiéndolo con la fuerza ideal como para hacerlo olvidar de lo malditamente solo que se sentía.
Spreen había dicho que Roier olía como una presa. Si cualquier otro hombre hubiera dicho algo como eso, Roier habría puesto los ojos en blanco hasta torcerlos. Pero Spreen lo decía en serio. Y él lo había vivido. Si lo hubieran hecho al aire libre, Roier no tendría que ampliar su imaginación como para saber que Spreen podría encontrarlo. Que Spreen lo encontraría. Era verdaderamente insalubre lo mucho que eso lo encendía.
Se suponía que Roier iba a defender a las víctimas, contar sus historias, hacerles justicia y, en cambio, se estaba esforzando demasiado en coger con su perpetrador.
¿En coger con él de nuevo, querrás decir?
Roier negó con la cabeza. Nunca había cogido sin condón con otro hombre en su vida. No es que hubiese muchos, pero igual. La intensidad de su conexión se había sentido... ¿Sagrada?
Casi ritualista. Ciertamente había sido más animal que humana. Pero, había aliviado la necesidad de Roier, la necesidad desesperada de ser jodido por una persona que lo veía realmente.
Y ahora, se encontraba arrodillado en un pequeño baño de mierda, en medio de un restaurante grasiento después de casi vomitar sobre la mesa frente a dos psicópatas y un barista. Pero ¿Por qué? Roier había estado leyendo libros sobre crímenes reales desde que tenía diez años. Había leído Helter Skelter en quinto grado. Había visto fotos horripilantes de escenas de crímenes, leído declaraciones sobre el impacto que ejercía sobre las víctimas, así como informes sobre los crímenes más horribles, al estilo de Stephen King. Entonces, ¿Por qué este caso lo estaba afectando tanto?
Porque una parte de ti se está preguntando si me maté por algún puto juego.
¿Lo hiciste? Sería propio de ti pensar que apostar con tú vida es algo que debes de hacer como si fuera algún tipo de deporte, dejándome a mi atrás para recoger los malditos pedazos. Otra vez. Siempre. Mamá y papá no tenían idea de quién eras realmente.
Se clavó las palmas de las manos en los ojos hasta que fuegos artificiales bailaron detrás de sus párpados. Si no dejaba de hablarse a sí mismo, iba a ser él quien acabaría encerrado, no los De Luque. Y ni siquiera le importaba, así estaba la cosa. Durante semanas había comido, dormido y respirado información de los De Luque, estando seguro de haber descubierto una conspiración gigantesca.
Sorpresa. Tenías razón.
Quizás. Pero ya no importaba. Tener la razón ya no importaba. Spreen De Luque le había dicho con su propia boca, sexy como la mierda, que era un asesino a sangre fría, que toda su familia eran asesinos… y no importaba. El mundo nunca lo sabría. Spreen lo mataría antes de dejar que la historia saliera a la luz, y si él no lo hacía, su familia sí. Y nada de eso importaba.
No había una historia lo suficientemente grande, ninguna recompensa o logro lo suficientemente impresionante, como para que a su madre le importara un carajo o dijera que lo quería. Para que su padre levantara la vista de sus libros acerca de la Segunda Guerra Mundial el tiempo suficiente como para percatarse de que uno de sus hijos todavía vivía. A la edad de Roier se habría imaginado que todo eso dolería menos, el estar solo. Pero, en realidad, era mucho más bueno en ignorar el gran agujero que Aldo había dejado atrás.
Te odio por eso, maldito pinche pendejo.
Sin embargo, no lo hacía. Realmente no. No era culpa de Aldo que sus padres lo mimaran. Aldo se sentía igual de incómodo siendo el elegido, como Roier siendo invisible. Sus vidas eran un infierno en partes iguales, solo que por diferentes razones. Aldo simplemente había querido experimentar en su vida. Nunca había encontrado una idea imprudente que no hubiese querido probar de manera inmediata. Le recordaba a Spreen, en cierta manera.
Como si fuera una señal, la pesada puerta del baño se abrió como algo salido de una película de terror.
—¿Lois?
—No me escapé por una puta ventana si eso es lo que te preocupa —murmuró.
—¿Estás bien? —preguntó Spreen, su voz más cerca de lo que había estado hace un momento.
Roier podía sentir su rostro contraerse con exasperación.
—No, estoy vomitando mis entrañas en el baño de un asqueroso restaurante. Definitivamente no me encuentro bien.
Spreen suspiró.
—Es mi culpa —dijo, con el mismo tono que usa un padre cuando su hijo se enferma por comer demasiada azúcar.
—No me jodas —espetó Roier.
Ahora estaba justo afuera del cubículo.
—Debería haberte cuidado mejor.
Un golpe de conciencia se disparó a través de Roier, su ritmo cardíaco se disparó, dejándolo sin aliento.
—¿Qué?
—Lo que hicimos antes… puede causar un aumento de adrenalina. Cuando ese químico se acaba, puede hacerte sentir de muchas formas diferentes. Triste, enfermo. Drenado —dijo, su voz sonaba en algún lugar entre lo condescendiente y educado—. Por lo general, solo lo hago con profesionales, pero debería haberle dicho a Ari que se fuera a la mierda y cuidarte mejor. Fue irresponsable de mi parte.
Roier odiaba la forma en que algo dentro de él se marchitó ante el rechazo casual de Spreen a la espiral en el que estaba descendiendo. Por supuesto que todo se trataba de químicos. Que educado viniendo de un psicópata. Roier negó con la cabeza, arrepintiéndose inmediatamente cuando la habitación comenzó a darle vueltas. ¿Qué estaba mal con él? Spreen había sido solo una cogida. ¿Por qué Roier se sentía tan molesto de que él lo tratara como tal? Bueno, quitando lo del secuestro.
Jesús. ¿Cómo es que ahora esta era su vida?
Se obligó a ponerse de pie, demasiado cansado para que su respuesta fuera tan mordaz como quería.
—Si bien la idea de coger contigo me enferma, no se trata de eso.
Abrió la puerta del cubículo para encontrarse con Spreen directamente en su camino, sus caras no estaban separadas ni una pulgada.
—Bueno, estás bromeando así que ya debes sentirte un poco mejor.
—Tú crees que estoy bromeando —Bufó Roier, caminando hacia el lavabo y enjaguándose las manos mucho más tiempo de lo necesario.
Fingió no darse cuenta mientras Spreen lo estudiaba a través del espejo.
—Creo que vos desearías estar bromeando, si eso influye en algo. Pero sí, creo que te gusto garchar conmigo y por eso estás enojado. No creo que estés lo suficientemente enojado como para vomitar por eso, así que solo me queda asumir que es un Sub-Drop.
—¿Un Sub-Drop?
—Sí, así se llama. Sub-Drop.
Sub. Como sumiso. ¿Cómo si Roier fuera el sumiso de Spreen? Consentir ser dominado y utilizado si era bastante sumiso. Roier estaba aprendiendo demasiado sobre sí mismo esta noche.
Spreen se colocó detrás de él hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para curvar sus manos alrededor de las estrechas caderas de Roier, el calor de sus dedos le puso la piel de gallina.
—No estaba mintiendo. Realmente planeaba pasar la noche con vos.
Eso no es lo que había dicho antes. Lo que había dicho era: “De verdad quería pasar la noche dentro de vos”. Dentro de él. Mierda. ¿Qué hubiera pasado si se hubiera quedado? Roier podía sentir su verga comenzando a endurecerse. Si la mano de Spreen se deslizaba un poco más alrededor de su cintura, él también podría sentirlo. Se inclinó para echarse un poco de agua en la cara, dándose cuenta de su error cuando la erección de Spreen presionó contra su trasero. ¿Acaso siempre estaba listo para iniciar algo?
Spreen tomó la posición de Roier como una invitación.
—Me gustas así —reflexionó, deslizando una mano debajo de la camiseta de Roier, sus dedos le recorrieron las protuberancias de su columna—. Doblado para mí. Me gusta poder ver tu cara. Te ves tan malditamente caliente cuando estás debajo de mí. Los sonidos que hiciste... Mierda.
Roier quería fingir que estaba odiando esto, pero no lo hacía. Él jodidamente no lo hacía. Sus pezones estaban duros. Su pene estaba duro. Cada átomo de su cuerpo era consciente de Spreen. Una parte de él deseaba desesperadamente pelear contra esto, tentarlo para que tomara el control, para que obligara a Roier a hacer algo que desesperadamente deseaba no querer. Hubo un sonido como velcro rasgado, luego la puerta se abrió de golpe.
Roier se incorporó de golpe mirando en el espejo. Se sintió agradecido cuando el hombre caminó hacia los urinales sin volverse a observarlos.
—Vamos —murmuró Spreen, asintiendo hacia la puerta.
No fue hasta que regresaron a la camioneta que Roier finalmente preguntó:
— ¿Qué haremos ahora? ¿Qué pasó con Karl y Sapnap?
Spreen apartó la vista del camino para observarlo.
—Los envié a casa en un Uber. Nosotros también nos vamos a casa. Es demasiado tarde esta noche para que interroguemos a más personas. Y vos necesitas dormir.
Escuchar la palabra dormir hizo que Roier bostezara lo suficiente como para que se le desencajara la mandíbula. Estaba tan jodidamente cansado. Aun así, fulminó a Spreen con la mirada.
—¿Me vas a encadenar al radiador otra vez? Eso suena súper cómodo.
Spreen le dirigió una mirada acalorada.
—No, pensaba esposarte a mi cabecera. Mi cama es mucho más cómoda.
El estómago de Roier dio un vuelco, pero aun así bufó.
—No, gracias. Prefiero acurrucarme con el radiador que contigo.
Spreen se rio con una risa jodidamente honesta.
—Estás tan lleno de mierda. Un terapeuta tendría un día de campo con vos.
Conozco a uno, si querés.
—Sí, bien, si tú eres su cliente estrella, entonces paso.
—Yo soy la viva imagen de la salud mental —dijo Spreen.
—Y ¿Tú foto está publicada junto a John Wayne Gacy? —preguntó Roier, haciendo una mueca.
Spreen se rio entre dientes.
—Sí, quizás. Pero eso no cambia el hecho de que necesitas dormir urgentemente.
Roier abrió la boca para discutir, pero luego se detuvo. ¿Por qué estaba luchando contra esto? Spreen claramente no iba a dejarlo ir para que pudiera dormir en su propia casa. ¿Quería dormir encadenado junto a un radiador? No. ¿Quería dormir junto a Spreen?
Si.
No.
Mentiroso.
—Será mejor que mantengas las manos quietas —dijo Roier finalmente, dejando que su sien descansara contra el frío cristal de la ventana.
—Puedo mantener mis manos quietas, Lois. Pero parece que te olvidas de que fuiste vos quien se acercó a mí. Viniste a mi casa. Consentiste dos veces. Dijiste que podíamos hacerlo sin condón. Ahora, no estoy diciendo que no me guste un pequeño juego de rol de sexo no consensuado, pero incluso eso, mierda, especialmente eso requiere de un consentimiento por escrito. Si me deseas, tendrás que buscarme vos.
—No contengas la respiración.
Spreen se giró para mirarlo mientras se detenían en un semáforo en rojo en una calle casi desierta. Se inclinó denptro de su espacio, diciendo en un todo conspirador:
— De acuerdo, Roier. Te escuché. Pero, cuando cambies de opinión, cuando te despertes tan jodidamente caliente que no puedas soportar pasar un minuto más sin que te toque, estaré acá. Y fingiré no darme cuenta de lo rápido que terminaste cediendo.
Roier tragó el repentino nudo que se había formado en su garganta, cruzando los brazos sobre su regazo.
—Pensándolo bien, cambié de opinión.
Una sonrisa lenta se extendió por el rostro de Spreen.
—Ah, ¿Sí?
Roier le dedicó su propia sonrisa lenta.
—Sí. Definitivamente deberías contener la respiración.
Chapter Text
Spreen reprimió una sonrisa durante todo el camino fuera de la ciudad. A su lado, Roier estaba echando humo, con los brazos cruzados, sus mejillas rojas y la mandíbula alzada. Mierda, era tan sexy. Cada vez que Spreen echaba un vistazo a esa jodida boca, su pene se ponía un poco más duro. Quería hacerle cosas sucias a esos labios. Quería a Roier de rodillas para él, dándole un buen uso a esos labios afelpados. Quería ver las lágrimas corriendo por sus mejillas mientras lo ahogaba con su pija, haciendo contacto visual mientras la deslizaba por su garganta.
Spreen respiró hondo y lo dejó salir, ganándose otra furiosa mirada de reojo por parte de Roier. Sí, Spreen tenía que parar sus pensamientos o pararía el auto y probaría los límites del decoro de ambos, y todo esto era culpa de su padre.
Una parte de él quería perder los estribos solo para que Vegetta pudiera ver el resultado de su intromisión. Entonces, así se daría cuenta de las consecuencias de sus acciones y él le diría: "Esto es lo que pasa cuando me apartas de mi hermano”. Su padre seguramente le respondería que el hecho de que Cris no estuviera allí, no tenía nada que ver con los actos atroces que Spreen había terminado cometiendo, pero eso no era cierto. Ni siquiera llevaba un día apartado de su gemelo y Spreen quería hacerle cosas a Roier que probablemente violarían la convención de Ginebra.
Echaba de menos a Cris, y ese dolor metafísico solo se profundizaría convirtiéndose en una astilla podrida debajo de su piel. No había forma de saber cuán malo sería el día de mañana. Pero ese era un problema para el Spreen de mañana. O el problema del Spreen de más tarde. Roier necesitaba dormir. Sus ojos estaban vidriosos, y el moretón en donde su rostro se había golpeado contra el suelo de Spreen, estaba adquiriendo un color negro purpureo. A este ritmo tendría que llevarlo en brazos. El pensamiento era ciertamente atractivo.
— ¿Cómo es que sabes tanto sobre estadísticas de suicidio? —Preguntó Spreen finalmente, todo para evitar ponerse a fantasear con profanar cada parte del cuerpo de su pasajero.
La cabeza de Roier giró hacia él tan rápido que Spreen se sorprendió de no escuchar el chasquido de su cuello. Las razones de Roier eran claramente personales. El dolor y la frustración que sangraban en su mirada lo hicieron evidente.
Había perdido a alguien que se había suicidado, y estaba enojado con quien lo había llevado a eso, pero también estaba furioso con Spreen por mencionarlo.
Roier era un hombre complicado.
Spreen no debería encontrar eso tan atractivo. Pero la mayoría de la gente lo aburría. Cuando uno se criaba en un hogar lleno de psicópatas, estar rodeado de personas que la sociedad consideraba normales a menudo era dolor de cabeza. Los psicópatas no tenían tiempo para tonterías y trivialidades. Claro, jugaban un papel para ocultar sus secretos, pero no había tal cosa como conversaciones triviales durante la cena en casa de los De Luque. Se pasaban las papas mientras hablaban de cabezas cercenadas y técnicas de tortura. Comparados con el mundo exterior, eran la maldita familia Addams. Demonios, eran la familia Manson.
¿Qué pensaría Roier de los verdaderos De Luque? ¿Lo horrorizarían? Spreen no lo creía. A pesar de todo el aferramiento a sus perlas, Roier había estado de rodillas a un pie de distancia de un cadáver y ni siquiera se había estremecido. No era aprensivo con la muerte, solo con los asesinos. Y a juzgar por lo suave y confuso que se puso su rostro cuando Spreen lo hizo inclinarse frente a ese espejo hacía unos minutos, incluso el hecho de que Spreen fuera un asesino no parecía molestar particularmente la pija de Roier.
—¿Quién fue? —preguntó Spreen.
—¿Quién fue quién? —dijo Roier con voz apagada, girándose para mirar por la ventana.
—¿Quién fue la persona que se suicidó? Claramente era alguien importante para vos.
Roier volvió a mirar hacia adelante y Spreen vio cómo su manzana de Adán se balanceaba mientras tragaba saliva.
—Mi hermano.
Spreen contuvo el aliento. No había mucho que temiera en este mundo, pero estar sin Cris era lo más alto de su lista. Estar sin su hermano se sentiría como si hubiera perdido una parte literal de sí mismo.
—¿Gemelos?
Roier negó con la cabeza.
—Él era mayor, pero solo por siete meses.
—¿Siete meses? —Esas matemáticas no cuadraban.
Las palabras de Roier eran espesas, como si tuviera que forzarlas a salir de su garganta.
—Nos decían los gemelos irlandeses. Mi mamá se quedó embarazada de mí, cinco semanas después del nacimiento de Aldo. Yo no fui planeado, claramente.
Definitivamente había algo más en esa historia.
—¿Qué edad tenía cuando el murió?
—Veintiuno.
Spreen hizo los cálculos. Roier no podía tener más de veinticinco o veintiséis años.
—¿A qué universidad asistía?
—En donde enseña tu hermano.
¿Hubo suicidios grupales en la Universidad de George? Tendría que preguntar mañana al respecto. ¿Era por eso que Roier de repente se veía tan enfermo?
—Y ahora, tenés preguntas acerca de la línea de tiempo y si realmente existe un juego al que tu hermano pudo haber jugado.
Roier asintió forzadamente.
—Mi hermano era un adicto a la adrenalina. Le gustaban los autos rápidos, saltar desde acantilados y la escalada libre. Cualquier cosa peligrosa. Cuando murió, dijeron que no fue porque buscara algo emocionante, si no que había buscado la muerte directamente. Pero eso no es verdad. Aldo amaba la vida. Simplemente odiaba a nuestros padres. Pero nunca pensé que los odiaría lo suficiente como para suicidarse... lo suficiente como para dejarme atrás con ellos.
La última parte de la declaración fue murmurada por lo bajo, como si no hubiera tenido la intención de decirlo en voz alta. O, al menos, como si no hubiera querido que Spreen lo escuchara.
Se detuvieron en la entrada larga y curva y Spreen estacionó la camioneta.
—¿Esto es demasiado duro para vos?
Roier fijó su mirada en él una vez más.
—¿Qué?
—¿Qué si será demasiado para vos?
Roier sacudió la cabeza, confundido.
—¿Por qué? ¿Tú, el cabrón que me esposó a un radiador, estás ahora preocupado por mi bienestar mental?
Eso era justo.
—Sí.
—Y ¿Si es así? Entonces, ¿Qué? ¿Me matarás?
Eso también era justo. Roier tenía buenos puntos a favor.
—No. no te voy a matar, pero si no podes soportar ayudarme en este caso, entonces... ya llegaremos a algo.
Roier lo miró parpadeando, boquiabierto, antes de decir:
—¿Llegar a algo? ¿Cómo qué?
—No lo sé —Respondió Spreen con honestidad, saltando de la camioneta y caminando para abrir la puerta de Roier. Lo ayudó a salir y lo acompañó hasta la entrada. La misma puerta en donde lo había desnudado hace solo unas horas.
Mierda. Tal vez era por eso que Spreen nunca antes había llevado a nadie a casa a quién no le hubiera pagado.
Puso una mano en la parte inferior de la espalda de Roier, llevándolo adentro y directamente escaleras arriba, a su gran dormitorio.
Roier miró con anhelo hacia la cama tamaño king de Spreen, mientras que él continuaba guiándolo sumamente hasta el baño. Le entregó una toalla, un par de joggers y una de sus camisetas.
—Ve a ducharte.
Roier frunció el ceño, mirando a la puerta del baño.
—¿Ahora confías en mí para dejarme duchar solo?
Spreen sonrió.
—No, pero ahora, la casa está cerrada. Podés correr a donde quieras, pero no saldrás de acá a menos que yo te deje salir. Si querés agotarte intentándolo, adelante. O puedes tomar una ducha caliente y luego meterte en una cama con sabanas con un número de hilos tan elevado, que pensarás literalmente que ángeles la cosieron. Vos elegís, Lois.
Roier no le respondió, sino que se dirigió a la ducha y tiró de la llave del agua hasta que hirvió. Empezó a quitarse la ropa incluso antes de que Spreen saliera de la habitación, claramente demasiado cansado para preocuparse si él estaba allí o no. O tal vez, es que una parte de él quería que Spreen mirara. Eso sería bueno, porque tuvo que arrancar los ojos del cuerpo desnudo de Roier.
Lo dejó para que se aseara, eligiendo enjuagarse en la ducha al final del pasillo, antes de retirarse a la cocina y hacerle unas tostadas a Roier. Necesitaba algo de comida en el estómago o se despertaría aún más enfermo al día siguiente.
También le sirvió un vaso de jugo y llevó sus ofrendas al piso de arriba.
Roier estaba saliendo del baño justo cuando Spreen entró. No se había molestado con la camisa, solo con los joggers demasiado grandes que se aferraban con todas sus fuerzas a las estrechas caderas de Roier.
—¿Que es eso? —preguntó Roier, con los ojos entrecerrados ante la bandeja.
—Comida. Necesitas comer algo.
Roier hizo una mueca, sacudiendo la cabeza.
—Por favor, no me obligues a darte de comer. Simplemente... compórtate.
La ira brilló en los ojos de Roier, pero murió con la misma rapidez. Cruzó la habitación y se metió las dos tostadas en la boca de una sola vez, masticó furiosamente antes de tragar, luego tomó el jugo de naranja y lo bebió como si fuera un shot.
Spreen lo miró boquiabierto durante unos sólidos treinta segundos antes de decir:
— No voy a mentir, estoy un poco excitado en este momento.
Roier puso los ojos en blanco.
—¿En dónde voy a dormir?
—Elige un lado.
Las cejas de Roier se juntaron.
—¿No tienes un lado de la cama que prefieras? —preguntó, claramente con sospecha.
Spreen le devolvió el ceño fruncido a Roier.
—¿Qué? No. ¿Quién tiene algo así?
—Todo el mundo tiene algo así —Dijo Roier, exasperado—. Excepto los psicópatas.
Spreen inclinó la cabeza y alzó las cejas, una sonrisa de suficiencia se extendió por su rostro.
—¿Ya ves? Ahí tenés tu respuesta. Elige un lado.
Roier eligió el lado más cercano al baño.
Spreen agarró las esposas felpudas y rosadas de la silla en la esquina de su habitación.
—Ponte cómodo —Estaba claro que Roier quería discutir, pero que también estaba malditamente cansado. Rodó sobre su costado, encarando el lado en que Spreen se acostaría. Él no pudo evitar sonreír—. La verdad es que pensaba que sería lo último que deseabas ver esta noche.
Roier bufó.
—No te halagues a ti mismo. Simplemente no creo poder dormir muy bien estando de espaldas a un psicópata.
Spreen se inclinó hacia el espacio personal de Roier, inhalando el olor a jabón picante y piel limpia mientras deslizaba una esposa alrededor de su muñeca y la otra alrededor de las barras de metal en la cabecera de la cama.
Cuando terminó, sus rostros estaban separados apenas por una pulgada. Mierda. Spreen deseaba poder tomar lo que quería con impunidad, deseaba que Roier simplemente accediera a ser suyo. Suyo para poseer, suyo para coger, suyo para proteger.
—¿Te sentís cómodo?
—¿Hablas en serio? —Respondió Roier, aunque sin verdadera malicia.
Spreen soltó una carcajada sin humor, luego se puso de pie, desnudándose mientras miraba a Roier a los ojos. Los ojos de Roier lucharon, y fallaron, en quedarse en el rostro de Spreen. Su mirada se deslizó más abajo, hacia la dureza de su pene, y la lengua de Roier salió disparada para humedecerse el labio inferior antes de apartar la mirada de Spreen por completo.
Sí, él también lo deseaba. Esto iba a ser una tortura. Roier era demasiado orgulloso para ceder, y Spreen le había dado un ultimátum, casi garantizando que nunca volvería a tener sexo con él. ¿Así era como se sentían las relaciones?
Se deslizó bajo las sábanas, girándose para mirarlo. Tampoco confiaba totalmente en Roier. Spreen podía ser un psicópata, pero Roier estaba claramente enojado, y nadie sabía mejor que Spreen lo que la gente podía hacer cuando se sentía arrinconada. Y Spreen había hecho exactamente eso, lo había arrinconado. Pero ya no se podía hacer nada al respecto, así que Spreen cerró los ojos y fingió quedarse dormido.
Roier no fingió quedarse dormido. Se movió inquieto durante la siguiente hora, lo que provocó que Spreen lo vigilara con cautela antes de finalmente preguntar:
—¿No podes dormir?
—No, estoy durmiendo con una maldita esposa de metal en mi muñeca, encadenado a una pinche cama junto a un hijo de puta que desprecio.
Spreen sonrió.
—Habrías terminado encadenado a esta cama esta noche de una forma u otra, si eso te hace sentir mejor.
—Sí, claro —dijo Roier, con la voz llena de incredulidad.
Spreen se deslizó más cerca, cerrando la distancia entre ellos para apartar el cabello de Roier de su rostro.
— Es verdad. No puedo evitarlo. Hay una parte de mí a la que le gustas cuando estás indefenso, a la que le gustas estando completamente a mi merced. Y hay una parte de vos que también disfruta de eso. Si solo dejaras de luchar contra esto.
— Le hablas así a todos los chicos con los que te acuestas? — pregunto Roier.
— No me acuesto con nadie. Las personas se dividen en dos categorías Aquellas con las que tengo sexo aburrido y los trabajadores sexuales a los que les pago cuando necesito… liberar toda esta agresión. Ninguno de esos dos grupos mereció nunca una invitación a quedarse a pasar la noche.
—Pero dijiste que me habría quedado a pasar la noche.
Spreen acarició con los nudillos el pómulo de Roier.
—Mmm, vos sos la excepción a la regla.
Roier lo miró fijamente, aparentemente demasiado curioso para alejarse del toque no deseado de Spreen.
—Y ¿Eso por qué?
Spreen podría haberle mentido, pero no quería hacerlo.
—Porque me dejas jugar con vos. Jugar de verdad. Sin restricciones. Para cuando me vine dentro de vos, ya había pensado en cien formas diferentes en las que quería profanarte la siguiente vez. ¿Eso te asusta?
—No lo sé —respondió Roier, estudiando el rostro de Spreen como si de alguna manera pudiera medir la verdad de sus palabras. Cuando Spreen deslizó su mano debajo de la almohada de Roier, éste se estremeció—. ¿Qué haces?
Spreen presionó el botón de las esposas que hacía que se soltaran en casos de emergencia. Liberó las muñecas de Roier y luego soltó las esposas entre ellos.
—Ahí está. Sos libre. Aunque realmente no puedes irte; esta casa es Fort Knox.
Roier lo miró con incredulidad
—Sos bienvenido a intentarlo, como dije. Si querés dormir en otro lugar, hay una docena de habitaciones. Elige la que más te guste.
Roier parpadeó hacia él.
—¿Solo así?
El pecho de Spreen estaba inexplicablemente apretado, pero se obligó a mantener un tono ligero.
—Sí, solo así.
Roier frunció el ceño con dureza.
—Y ¿Qué pasa si llamo a la policía y les digo que me tienes como rehén? — replicó Roier, casi como si quisiera volver a ponerse las esposas.
¿Lo hacía?
—¿Qué pasaría si lo hicieras? —preguntó Spreen.
Roier sacudió la cabeza con asombro.
—Te excitas con todo esto, ¿No? El peligro. Te gusta saber que podría destruirte si yo quisiera. Eso es retorcido.
Roier estaba tratando de provocarlo. ¿Por qué? Todo lo que había hecho desde que se cruzó con Spreen en la cabaña fue exigir su libertad. Ahora que él era libre, todavía seguía allí. ¿Por qué? Porque quería. Quería quedarse con Spreen y estaba enojado por eso.
Spreen levantó una ceja.
—¿Tan retorcido como lo molesto que estás porque te quité las esposas?
Roier alzó la barbilla.
—No estoy molesto.
Spreen inclinó la cabeza hasta que sus labios casi se tocaron.
—Ah, pero lo estás. Porque mientras te obligué a quedarte en la cama conmigo, podías convencerte de que todo esto no era tu elección. Pero ahora, tenés que admitir que querés estar acá conmigo, o irte a dormir solo en otro lugar. Y ambos sabemos dónde quieres estar.
—Vete a la mierda —murmuró Roier.
Spreen no pudo evitar envolver una mano alrededor de la garganta de Roier y apretar lo suficiente para que sus pupilas se dilataran.
—Deseas esto con desesperación. Apuesto a que, si deslizara mi mano debajo de estas sábanas ahora mismo, te sentiría duro como una roca —Mordió suavemente el labio inferior de Roier—. Te gusta esto, ser mi único objetivo. Eso está bien. Me gusta que te guste. Si no querés admitirlo, si tu orgullo es demasiado grande, entonces puedo quitarte las elecciones si eso es lo que deseas. Vuelve a ponerte las esposas en la muñeca y te daré lo que deseas.
—Y ¿Qué es lo que deseo? —preguntó Roier.
—Que te sujete y te coja, que te use de cualquier forma en que yo elija mientras finges que no lo deseas. Mientras finges que te fuerzo y solo lo haces porque no tenés otra opción. Que solo lo estás disfrutando porque es una respuesta biológica y natural, y porque se siente jodidamente bien que te quiten tu poder de elección.
Roier tragó audiblemente.
—Estás trastornado.
Spreen suspiró.
—Okey. Hagámoslo a tu manera, Lois —Rodó lejos de él, esencialmente haciéndole saber que había terminado de jugar—. Te veré en la mañana. Si no soy yo el que está esposado, claro.
Spreen cerró los ojos, sabiendo que no podría dormir ni un segundo con Roier libre, vagando por la casa. La cama se movió. Spreen asumió que era Roier yéndose, pero entonces, escuchó sonido de metal contra metal y el chasquido, no de una, sino de las dos esposas deslizándose en su lugar.
Spreen se dio la vuelta para encontrar que las almohadas habían sido empujadas al suelo y Roier ahora estaba boca abajo, con ambas manos aseguradas a la cabecera. Apartó la mirada de él, como si no pudiera soportar ver la expresión engreída de satisfacción en el rostro de Spreen.
Pero no había nada de engreído en su reacción. Spreen gruñó por lo bajo, cubriendo el cuerpo tendido de Roier y enterrando la cara contra su cuello.
—De las cosas que te voy a hacer...
Roier hizo un sonido como el de un animal herido, eso solo redujo el enfoque de Spreen hasta que solo quedaron sus instintos más primarios. Inhaló el aroma de Roier, le pasó las uñas por los costados que retumbaron cuando Roier se arqueó en otro sonido de impotencia.
—Mierda, hace eso otra vez —gruñó Spreen, mordiéndole el hombro.
El grito de sorpresa de Roier se convirtió en un gemido cuando Spreen lamió las marcas dejadas a su paso antes de deslizarse más abajo, mordió y clamó su camino por el cuerpo de Roier. Mañana, la piel de Roier sería una hoja de ruta con marcas de mordeduras y moretones. Todo el mundo sabría que le pertenecía a Spreen. Sabrían que Spreen había estado dentro de él, que lo había reclamado.
Gruñó ante esa idea, levantando las caderas de Roier y empujándole los pantalones de chándal hasta las rodillas enterró su rostro en donde su aroma era mucho más fuerte. Penetró con su lengua la entrada, tirando solo un poco para abrirlo todavía más y empujarse más profundo. Roier estaba haciendo unos soniditos tan jodidamente sexis.
Spreen envolvió una mano alrededor del pene de Roier, no tanto para masturbarlo si no para ordeñarlo lentamente, apretándolo desde la base hasta la punta y dando la cantidad justa de presión para luego quitársela. Spreen quería que Roier se viniera, pero solo cuando terminara con él.
Pasó los dientes por el agujero de Roier, luego lo lamió y lo chupó al igual que había hecho con sus otras marcas de mordeduras.
—No puedo ir lento con vos —murmuró—. Sencillamente no puedo.
Se estiró sobre la cama para agarrar el lubricante, poniéndose de rodillas. El aliento de Roier salió de sus pulmones cuando Spreen forzó dos dedos lubricados dentro de él, trabajándolos dentro y fuera, estirándolo.
—¿Te duele?
—Sí —siseó Roier.
Spreen se rio entre dientes, torciendo sus dedos mientras lo sondeaba.
—Bien.
Spreen se liberó y derramó el lubricante sobre su pene hasta que estuvo resbaladizo, se alineó y empujó más allá del primero anillo tenso de músculos sin previo aviso, su pene comenzó a palpitar ante el grito dolorido de Roier. Spreen lo agarró de las caderas y lo penetró completamente, gimiendo cuando su pene terminó envuelto por el calor apretado del cuerpo de Roier.
Spreen no esperó a que Roier se adaptara, no esperó en absoluto, simplemente comenzó a penetrarlo con las manos agarrándolo por las caderas. Lo sostuvo en su lugar mientras lo embestía con la fuerza suficiente como para ver cada reverberación rodar por su piel mientras se unían. Los ruidos que hacía Roier eran apenas humanos, y eso solo estimuló aún más el instinto de posesión, control y reproducción de Spreen. Cuando Spreen terminara con Roier, no habría duda de a quién pertenecía.
Puso todo su peso sobre Roier hasta hacerlo colapsar en la cama, Spreen lo siguió hacia abajo. Envolvió una mano alrededor de la delgada columna de su garganta y clavó dos dedos de su otra mano en la boca abierta de Roier. Otro gruñido bajo estalló de él cuando Roier comenzó a chuparlos con avidez y desesperación.
Incluso con poca luz, Spreen pudo ver que las mejillas de Roier estaban empapadas de lágrimas. Se veía tan hermoso así. Forzó los dedos más profundo, dentro del apretado calor de la garganta de Roier mientras conducía su verga dentro de él con más rapidez.
Roier inclinó sus caderas hacia atrás, como si quisiera más, gimiendo como una puta mientras succionaba los dedos de Spreen. Spreen lamió sus lágrimas, le mordió la mandíbula, el lóbulo de la oreja, su respiración estaba entrecortada mientras jadeaba:—Eso es todo. Chúpame los dedos. Tan jodidamente necesitado. Tan desesperado por eso. No te detengas. Muéstrame lo mucho que lo deseas.
Roier sollozó, pero su lengua se movió entre los dedos de Spreen de una manera que era casi más caliente que el apretado calor de su trasero. Casi.
Spreen había pasado el punto de no retorno, sus caderas chocaron contra Roier casi en contra de su voluntad mientras el orgasmo se precipitaba en un camino a lo largo de su cuerpo, golpeándolo con tanta fuerza que mordió la nuca de Roier.
Gruñó mientras se vaciaba dentro de él, sus caderas empujando hasta vaciarse por completo.
Se liberó y volteó a Roier sobre su espalda, notó distraídamente la forma en que se retorcían las cadenas de las esposas antes de hundir el pene dolorosamente sonrojada de Roier dentro de su boca. Todo su cuerpo se contrajo cuando Spreen lo chupó, metiendo los dedos de nuevo en su agujero, soltando un gruñido de placer en cuanto notó lo lleno y mojado que estaba Roier.
Roier gritó cuando su liberación inundó la boca de Spreen. Se tomó un segundo para saborear el sabor amargo antes de soltarlo, agarrando su peso con una mano mientras se cernía sobre Roier. Agarró su mandíbula, forzándolo a abrir la boca antes de alimentarlo con su propio semen.
Spreen envolvió una mano alrededor de su garganta.
—Traga.
Roier hizo lo que le dijo, con la mirada vidriosa y desconectada.
—Buen chico.
Spreen lo besó de nuevo, suavemente esta vez, mientras que soltaba las esposas una vez más. Las manos de Roier se quedaron en el lugar donde cayeron, pero le devolvió el beso a Spreen.
Spreen se dejó caer sobre su espalda, aspirando el aire que tanto necesitaba antes de tomar a un Roier que se retorcía entre sus brazos.
—Para. De. Moverte.
Roier se puso rígido, pero luego se desinfló contra él, enterrando su rostro en el pecho de Spreen. Le levantó la barbilla, obligándolo a que sus ojos se encontraran. Era un desastre de lágrimas, mocos y saliva, pero nunca se había visto más sexy. Parecía contaminado. Perverso. Se veía como la maldita escena de un crimen, y Spreen jamás se había sentido tan reconfortado por otra vista en su vida.
Spreen le había hecho eso. Spreen lo había marcado, reclamado y se había corrido dentro de él, y ese fue el momento más intenso de su vida. Que era bastante considerando la pila de cuerpos que había dejado a su paso.
Spreen agarró unos pañuelos desechables y limpió suavemente la cara de Roier, luego besó su frente.
—Ve a dormir, Lois.
Por una vez, Roier no discutió, solo se giró y se alejó de él. Spreen dejó escapar un suspiro, ¿Tan rápido se había acabado su fuego?
Roier se estiró detrás de él y agarrando la mano de Spreen, tiró de su brazo alrededor de él antes de enterrarse contra su pecho. Spreen enroscó su cuerpo alrededor de Roier, maravillándose de cómo encajaban tan perfectamente.
Cuando Roier comenzó a roncar suavemente, Spreen hundió la nariz en sus mechones y finalmente dejó que el sueño se apoderara de él.
Notes:
El término gemelos irlandeses, se utiliza para denominar a los hermanos fruto de dos embarazos distintos pero que han nacido con menos de 12 meses de diferencia
Chapter 10: Roier
Chapter Text
Roier se despertó con el sonido de la voz de Spreen. Abrió los ojos para encontrarse con el sol brillando a través de la ventana y a Spreen sentado desnudo en la esquina inferior de la cama, tenía el teléfono pegado a la oreja. Roier se obligó a apartar la mirada de los músculos perfectamente tonificados de su espalda, para estirarse de una manera que hizo crujir todas sus articulaciones. Estaba dolorido en todas partes. Se sentía como un zapato deportivo que había sido arrojado dentro de una secadora. Cada parte del cuerpo le dolía, incluyendo su trasero.
—… Comienza local, luego expándete hacia afuera —Spreen calló, escuchando a quienquiera que estuviera del otro lado de la línea de teléfono—. Ya sabemos lo de Henley. Quiero ver si lo que pasó en la universidad de George y Dream es similar.
Roier se obligó a ponerse de pie. Spreen se giró al oír el movimiento y su mirada acalorada se arrastró sobre él como si estuviera en todo su derecho de reclamar su cuerpo. Roier señaló el baño y se dirigió hasta la puerta antes de decir o hacer algo de lo que ambos terminaran arrepintiéndose. Dejó la puerta entreabierta mientras vaciaba su vejiga dolorosamente llena, toda timidez se había disuelto después de la noche que habían pasado juntos.
Pero, honestamente, solo quería escuchar la conversación de Spreen. Si tenía razón, entonces allí había algo. Qué tanto, Roier no estaba del todo seguro, pero si habría lo suficiente para ganarle un artículo en algún periódico decente.
Wow. ¿Una buena cogida y, de repente estás dispuesto a renunciar a tus sueños de ser un periodista estrella, para dedicarte a rogar por las sobras de una noticia que la gente olvidará en un par de días? Qué débil eres, hermano. Muy débil.
Roier ignoró el tono sarcástico de su hermano. No sabía qué diablos haría en cuanto a los De Luque.
Mentiroso.
Él era un mentiroso. Lo era. Por eso es que su madre pensaba que era un perdedor. Por mucho que deseara una gran noticia, una línea de autoría, un estatus de celebridad, también anhelaba otra cosa. Atención. Atención que nunca obtendría de su propia familia. Atención que Spreen le prodigaba sin pensárselo dos veces.
Escuchó como Spreen preguntaba:
—Entonces, ¿Sucedió en otras universidades? Mierda. Dile a George y a Dream que necesito reunirme con ellos a la hora del almuerzo. Y hazles saber también que no iré solo.
Entonces, ¿Era verdad? Esos suicidios no eran suicidios en absoluto, sino…
¿Accidentes? Eso parecía ser demasiado conveniente. Cinco muertes en incrementos de cinco años, una extraña coincidencia. Exceptuando, que no pasaba cada cinco años si Aldo había estado involucrado. Porque había muerto en un año diferente y en una universidad distinta.
Roier estaba en la puerta, escuchando.
—Ah, y diles que no le digan nada a papá acerca de… mi amigo —Hubo una breve pausa—. Puta madre Ari. Sí, es un amigo. Lo estoy manejando. Solo, por favor no digas nada —Otra pausa—. Gracias. Hey, ¿Tuviste noticias de Cris?
La voz de Spreen era casi infantil, teñida de esperanza y algo más. Roier lo entendía. Realmente no es como si pudiera ponerle un nombre, pero probablemente era el mismo dolor en el corazón que sentía cuando pensaba en Aldo. Roier daría cualquier cosa por tener una conversación real con él. Con el Aldo real, no su versión imaginaria.
Roier probablemente no debería ablandarse con Spreen simplemente porque ambos compartían algún vínculo con sus hermanos. Spreen era incómodamente cercano a su hermano, igual que Roier lo había sido con Aldo. Spreen podría ser la única persona que entendía la complicada relación de Roier con su propio hermano. Su hermano muerto. Con quien todavía hablaba como si estuviera vivo.
Roier se alejó de la puerta, moviéndose hacia el lavabo para echarse un poco de agua en la cara. Pero se detuvo en seco cuando vio su reflejo.
Verga.
Roier puso los ojos en blanco mientras la voz de dicho hermano resonaba en su cabeza. Ya cállate.
Si no me quisieras aquí, entonces no lo estaría, pendejo, así que puedes culparte a ti mismo.
Roier ignoró esa lógica. No tenía ningún interés en enfrentarse a sus propios demonios psicológicos el día de hoy.
Me llamaste un amante de las emociones fuertes, pero creo que tú me ganaste. De verdad, ósea te encadenaste a la cama de un asesino serial. Eso es como encadenarte a un perro rabioso. Honestamente, la verdad es que parece que te hubiera mutilado un perro rabioso.
Aldo no estaba equivocado. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos. Había una marca obvia de mordedura en su hombro, una docena de chupetones en su cuello y moretones en la forma de las manos de Spreen. Estaban por todas partes. Sus caderas, la parte superior de sus brazos, incluso su garganta. Ni siquiera podía recordar a las manos de Spreen estando en esos lugares.
Quizás cortó tu suministro de oxígeno. Escuche que eso puede causar pérdida de memoria.
Vete a la verga. Enserio.
Roier se dio la vuelta y miró el reflejo del espejo por encima de su hombro. Las marcas de chupetones en su cuello y hombro no eran nada comparadas con las numerosas heridas de mordeduras profundas en su espalda, su trasero y sus muslos, o las marcas de rasguños a lo largo de sus costados. Exprimió su cerebro, pero no podía recordar la procedencia de alguna mordedura o hematoma en específico. Todos se desdibujaban juntos. Una vez que Roier tomó la decisión de volver a ponerse las esposas, todo se tornaba confuso.
"De las cosas que te voy a hacer..."
Eso fue lo que Spreen le había dicho al oído un segundo antes de poner patas arriba el mundo entero de Roier. Pero no podía recordar el dolor o el miedo. Recordaba una calidez que se acumulaba en su vientre y se extendía por sus extremidades. Recordaba la respiración entrecortada y jadeante de Spreen contra su oído, la forma en que gruñía y gemía e incluso ronroneaba mientras tomaba lo que quería, penetrando en el cuerpo de Roier con una necesidad voraz que debería haberlo asustado, pero que no lo había hecho. Le había hecho sentirse querido, deseado... visto.
Cuando regresó a la habitación, Spreen se había puesto un par de joggers grises que se ajustaban a sus estrechas caderas y acentuaban la perfección de su físico. Roier tragó saliva mientras trataba de apartar la mirada de la profunda V, visible por encima de la cintura.
Spreen cerró la distancia entre ellos, haciendo a Roier girarse y envolviéndolo con sus brazos por detrás. Enterró su cara en donde el cuello y hombro de Roier se unían mientras inhalaba profundamente, haciendo que los pezones de Roier se endurecieran y que su verga se despertara de una forma que era imposible ocultar.
Spreen hizo un sonido apreciativo mientras lo sostenía con fuerza, oliéndolo y mordisqueando su piel.
—Buenos días…
Roier había querido decir lo extraño que era todo esto, pero lo que salió fue una especie de sonido entrecortado y sin aliento que pareció estimular aún más a Spreen. Sus anchas manos se deslizaron desde el vientre de Roier para asentarse en sus caderas, arrastrándolas peligrosamente cerca de su pene ahora muy erecto.
Spreen tiró de la oreja de Roier con los dientes.
—Te ves tan malditamente sexy. Nunca había podido admirar antes como lucía mi trabajo de verdad. Siempre me aseguraba de que mis… citas… se fueran antes del amanecer. Pero vos… mierda, te ves increíble así. Prométeme que me dejarás sacarte unas fotos. Sólo para mí.
Una vez más, ese tono casi infantil había regresado, como si estuviera pidiendo otro dulce en lugar de preguntarle a Roier si podía documentar las numerosas formas en que lo había profanado la noche anterior.
—Sabes que la gente podrá ver esto, ¿Verdad? —advirtió Roier—. No puedo vestir un jersey de cuello alto a mitad del verano.
—Bien. Quiero que la gente vea —dijo Spreen, como si fuera una respuesta perfectamente normal.
—¿Quieres que la gente me vea como si fuera la víctima de un crimen violento? —Murmuró Roier, odiando la forma en que sus manos se cerraron alrededor de los antebrazos de Spreen, no para detenerlo sino para anclarse mientras que él continuaba explorándolo.
—Quiero que la gente sepa que sos mio —dijo Spreen contra su oído.
El corazón de Roier saltó en su pecho.
—Algunas personas creerían que eso es presuntuoso y un poco loco, considerando que apenas nos conocemos desde hace un día —Roier contuvo el aliento. Un día. Mierda. Ya era de mañana—. ¿Qué hora es?
—Las ocho —dijo Spreen, todavía explorando tranquilamente la garganta de Roier.
Mariana.
Roier abofeteó las manos de Spreen.
—Necesito mi teléfono. Ahora.
Spreen frunció el ceño ante el repentino cambio en la conversación.
—¿Qué? ¿Por qué?
Roier le dirigió una mirada exasperada.
—Porque realmente le dije a mi amigo que enviara esas coordenadas a la policía si no sabía nada de mí por la mañana.
Spreen suspiró, soltó a Roier y luego se volvió hacia donde había dejado sus jeans la noche anterior. Roier quería chasquear los dedos y decirle que acelerara el paso. Realmente no parecía estar dándole a la situación la gravedad que realmente se merecía.
Spreen sacó el teléfono de Roier del bolsillo.
—¿Estás diciendo que ahora no querés que me atrapen? —preguntó, con una sonrisa formándose en sus labios carnosos.
—Estoy diciendo que quiero investigar esto y averiguar si realmente está pasando algo con todas estas muertes o si todo es solo una coincidencia muy extraña.
—No creo en las coincidencias —dijo Spreen.
—Yo tampoco —murmuró Roier, abriendo su teléfono y pinchando sobre la foto de Mariana con más fuerza de la necesaria.
Mariana respondió al tercer timbre.
—¿... La?
Su voz sonaba áspera por el sueño. ¿Qué mierda? Y tanto con eso de que Mariana traería a la caballería. ¿Se había molestado Mariana siquiera en responder a su mensaje de texto o simplemente había puesto los ojos en blanco y se había ido a la cama la noche anterior?
—Mariana, soy yo. Solo quería que supieras que estoy bien —dijo Roier.
Hubo una larga pausa.
—Y ¿Por qué no estarías bien?
—Uhm, porque fui a investigar en una de las propiedades de los De Luque anoche. ¿La que te envié en coordenadas? —Dijo Roier, vacilante.
—¿Eh? —Hubo un sonido de crujido en el otro extremo y luego un:—Oh. Nunca vi esto. Estaba persiguiendo a Gizelle Sands y Naz King anoche. Obtuve algunas fotos geniales de ellos acurrucados en la parte trasera de un antro. Beach casi se caga de la emoción.
Roier arrugó la nariz ante la información de Mariana.
—Eso si que es... gráfico.
—Sí, trató de comunicarse contigo, pero estabas perdido en acción, así que simplemente los publicó directamente en el sitio. Entonces, ¿Qué pasa con la propiedad de los De Luque? ¿Encontraste algo bueno?
—Nada. Un callejón sin salida. Pero tengo una pista sobre otra historia, posiblemente mucho más grande. ¿Puedes decirle a Beach que necesito tomarme unos días libres? Dile que mi madre murió o algo así.
—Ella sabe que no te tomarías un día libre para llorar por esa arpía. Le diré que te intoxicaste con la comida de la cena de prensa. ¿Cómo te fue, por cierto?¿Tú y Vegetta De Luque ahora son mejores amigos para siempre?
Roier volvió a mirar a Spreen, que se veía demasiado bien poniéndose una sudadera con capucha negra de Géminis sobre su cabeza.
—No exactamente —murmuró.
Realmente, realmente no debería ser legal que ningún hombre se viera tan bien sin haber dormido, especialmente cuando parecía que el mismo Roier había tenido diez rondas contra Mohammad Ali.
Cuando vio a Roier mirándolo, sonrió, deslizándose la billetera en un bolsillo y su teléfono en el otro.
—¿Desayunamos? —preguntó, señalando su reloj.
—¿Quién es ese? —preguntó Mariana
—Nadie —dijo Roier, un poco demasiado rápido como para sonar convincente, ganándose una sonrisa de suficiencia de parte de Spreen y una risa exasperante de Mariana.
—¿Tuviste sexo anoche? ¿Estás pidiendo días libres del trabajo por enfermedad para coger con un encuentro de una noche? ¿Te acostaste con Vegetta De Luque? Ese tipo es como... ¿Qué? ¿El doble de tu edad?
Roier negó con la cabeza.
—No, no me acosté con Vegetta De Luque —Aunque, Roier supuso que nunca había estado realmente fuera de la mesa. Anoche, había estado dispuesto a hacer casi cualquier cosa por esa historia.
¿Casi? Estás jugando a ser el juguete masticable de un asesino en serie. ¿Dónde pinche vergas está esa línea imaginaria tuya, hermano?
—Y no, no estoy excusándome por un encuentro de una noche.
—Pero sí tuviste sexo anoche —dijo Mariana.
—Ya voy a colgar —Advirtió Roier.
Mariana se rio de nuevo.
—Bien. Luego te veo. Consigue a…
Roier le colgó antes de que pudiera terminar la frase. Cuando se volvió a mirar a Spreen, este lo estaba observando con una expresión que Roier no podía identificar. Como si estuviera... estudiándolo.
—¿No tienes trabajo, también? —preguntó Roier, tratando de llenar el repentino silencio.
Spreen agitó una mano.
—Soy el jefe. Decido mi propio horario. Hice que mi secretaria limpiara mi agenda. Estaremos bien —Spreen sacó una camiseta de su cajón—. Alza los brazos.
Roier obedeció sin pensar, permitiendo que Spreen le pusiera la camisa por encima de la cabeza.
—¿No diseñas rascacielos que valen millones de dólares?
Spreen agarró un par de pantalones deportivos negros y se arrodilló ante Roier.
—Pie —Roier levantó su pierna, deslizándola a través del agujero, repitiendo el proceso con el otro lado, tratando de no pensar en el rostro de Spreen que ahora tenía los ojos al nivel de su entrepierna.
Spreen tiró de los pantalones hacia arriba.
—No, diseño rascacielos de miles de millones de dólares. Y lo hago tan bien que la gente está dispuesta a tolerar mi comportamiento poco profesional, precisamente porque hago edificios que se destacan en el fondo de nuestras ciudades —Spreen deslizó la tela lentamente sobre la erección demasiado obvia de Roier.
Chapter 11: Spreen
Chapter Text
Spreen se sentía extrañamente aliviado de ver a Roier comer –mantener la comida– un desayuno completo en la pequeña cafetería que estaban visitando antes de dirigirse a la casa de Roier. Pero mientras éste seguía concentrado en una sola taza de café por ya 20 veinte minutos, Spreen empezó a sospechar que Roier tenía motivos ocultos con la demora en el restaurante. ¿Estaba Roier tratando de planear su escape? ¿De qué se estaba preocupando tanto tan de repente? Había sido su idea parar allí para poder cambiarse.
Cuando estacionaron afuera de un edificio en ruinas, Roier trató de convencer a Spreen de esperar en el carro. ¿Estaba avergonzado de dónde vivía? ¿Era por eso por lo que de repente estaba renuente? De cualquier forma, quedarse atrás no era una opción, por un millón de razones diferentes, de las cuales la mayoría se podía resumir en una sola oración. Spreen no quería.
Ya resignado, Roier lo guió a través de las puertas dobles con su alfombra de color césped artificial hacia una deslustrada puerta blanca, llevándolo hacia cuatro tramos de escaleras hacia su apartamento. Spreen apoyó sus brazos sobre el marco de la puerta, inclinándose sobre Roier mientras usaba la llave para dejarlos entrar.
Spreen no había esperado que Roier viviera en una casa tan grandiosa como la de él, pero ciertamente no había estado preparado para lo que vio. Desde el umbral, podía verlo todo. La pequeña cocina, el comedor, y sala de estar en combo podían caber fácilmente en uno de los baños de Spreen. En uno de los baños más pequeños.
Dios.
A pesar de su modesto tamaño, el apartamento estaba limpio, no había platos apilados en el lavamanos, nada de suciedad o polvo, lo cual era más de lo que podía decir de su apartamento y el de Cris en la ciudad. Su hermano estaba lejos
de ser un obsesionado del orden. Afortunadamente, tenían a una mucama que estaba a diario.
Pero había una cantidad significante de desorden empezando en lo que debería haber sido el comedor, pero realmente era la versión de Roier de una oficina en casa. Había dos escritorios pegados uno al otro como si alguien más que Roier trabajara aquí. ¿Quién más venía y trabajaba ahí con Roier? ¿Quién más sabía de la familia de Spreen? Una pared estaba llena de información de su familia al punto que habría impresionado la CIA, incluyendo un mapa de la ciudad llena de alfileres que Spreen reconoció como ubicaciones donde hubo avistamientos.
Al lado de uno de los escritorios estaba asentada una pila de papeles cuidadosamente organizados. Ante una mirada más cercana, Spreen se dio cuenta de que eran manuscritos. ¿Tenía Roier aspiraciones secretas más allá del periodismo? ¿Quería él escribir libros? ¿Ficción? ¿True Crime? Spreen se guardó esa información como un as bajo la manga para después. Sería bueno tenerlo para su ventaja si es que Roier decidía que un titular era más importante que la atención de Spreen
Mientras Spreen se movía alrededor del apartamento, mantuvo sus oídos enfocados en Roier y sus movimientos alrededor del espacio. Actualmente estaba en su cuarto, escarbando a través de gabinetes, probablemente buscando ropa. O un arma para blandir. Estaba siendo bastante flexible con Roier. Demasiado diría Cris. Que estaba tomando su vida en sus manos al no vigilar lo que Roier hacía en la otra habitación. Tal vez tenía un teléfono fijo. Tal vez tenía una pistola.
Ninguno de esos pensamientos alejó a Spreen de su exploración.
Había un sofá bastante desgastado en la pequeña sala de estar y una televisión de tamaño razonable. En la pared había un número de fotos en blanco y negro, la mayoría eran paisajes, y unas cuantas de personas por las calles. Todas era excepcionales, pero Spreen nunca había escuchado de Mariana Marshall, aunque quizás algún día lo haría.
En una estantería encima del pequeño televisor, había dos fotos familiares. Una era de Roier y un hombre parecido a él, de pie al lado de dos personas más mayores, posiblemente sus padres. Ese tenía que haber sido el hermano. Tenía el mismo color de cabello y ojos color cafés claros, pero era de contextura más ancha, más robusto pero de la misma altura, quizá más atractivo comercialmente, pero en plan modelo de ropa interior de grandes almacenes. Atractivo, pero no digno de pasarela, no interesante de ninguna manera.
No como Roier. Los cazadores de talento se volverían locos con la fantástica estructura ósea de Roier y esa sonrisa casi tímida que había hecho cuando había seducido tan fácilmente a Spreen la noche anterior. Sí, los agentes harían cola para representar a Roier.
Aun así, el hombre de la foto tenía ojos amables y una enorme sonrisa y abrazaba a Roier como si fuera lo más importante de su mundo. No se podía decir lo mismo de los padres. Spreen no era un experto en lenguaje corporal, pero estaba claro que los chicos intentaban distanciarse de las personas de aspecto severo que aparecían en la fotografía.
Spreen tomó la segunda foto y sonrió al ver la sonrisa increíblemente tonta de Roier, que estaba encaramado en la espalda de su hermano como si se hubiera acercado a él justo en el momento de tomar la foto. ¿Cuándo fue la última vez que Roier había sonreído así?
—Ese es Aldo.
Spreen se giró para ver a Roier vestido en un par de jeans negros y una camisa rosa oscuro que no tendría que haberse visto bien en nadie pero que de alguna manera lucía espectacular en él. Se había puesto un gorro gris sobre su melena y ya no tenía puestas sus gafas. Spreen hizo su mejor esfuerzo para esconder su decepción. Los lentes de contacto eran obviamente más prácticos. Aun así, Roier lucía tan… inocente sin esas gafas.
Spreen regresó su mirada a la foto, bajándola.
—Se ve… agradable.
Roier se acercó más y tomó la fotografía, sus hombros caídos mientras miraba a las caras sonrientes.
—Lo era. La mayor parte del tiempo. A veces, podía ser un verdadero idiota.
Spreen se rio. Podría decir lo mismo de Cris. Spreen asintió hacia la foto familiar.
—¿Esos son tus padres?
Roier hizo una mueca, luego asintió.
—Bev e Irv Scott.
Spreen sabía lo que tenía que saber de ellos simplemente con la manera en la que Roier pronunciaba sus nombres.
—Ellos lucen… intensos.
—Bev lo es bastante. Mi padre es simplemente… lo que sea que Bev quiere que sea. Usualmente, es estar callado.
Uff.
—Entonces, ¿No se llevan bien?
Roier le dirigió su mirada, poniendo la foto devuelta en su puesto.
—¿Realmente quieres que hable de la dañada dinámica de mi familia?
Spreen encogió sus hombros.
—Quiero decir, ya conoces a la mía. ¿Qué tan peor puede ser la tuya?
—Supongo que depende de la vara que uses para medirlo. No fui criado por una familia de asesinos, pero fui criado para ser invisible. Aldo tenía toda la atención desde el momento en que nació. Mi mamá había estado tratando de quedarse embaraza de él por cinco años. Ya tenía casi cuarenta. Él fue su milagro.
—Y ¿vos? —preguntó Spreen, ajustando el gorro de Roier sin ninguna otra razón que como una excusa para tocarlo.
—Yo fui un accidente, el error en estado de embriaguez que destruyó el cuerpo de mi mamá y casi la mata cuando tuvo una hemorragia a las treinta semanas. Le arruiné la vida. Solo tienes que preguntarle.
Ahí estaba. Los siete meses de diferencia. —No puedo imaginarte invisible de ninguna manera.
Roier soltó una risa sin humor. —¿No? Te puedo dar número de Bev. Tiene una lista en orden alfabético de todas las formas en las que la decepcione. La razón número uno siendo que yo no fui el que murió para que Aldo pudiera vivir. Es que, Aldo iba a ser alguien. Yo solo era el inútil. Corrección. Sigo siendo el inútil.
Spreen podía sentirse apretando los dientes mientras Roier hablaba. De verdad creía eso de sí mismo. La mirada de Spreen regresó a la mujer rellena con su desteñido cabello rubio y la sonrisa burlona, contemplando darle sus ojos a Roier como regalo de cumpleaños. Si ella no podía ver lo perfecto que era Roier entonces ella no merecía ver nada en absoluto.
—No puedes matar a mi mamá —dijo Roier, la preocupación en su voz mientras miraba la expresión rebelde de Spreen—. Ella es literalmente lo peor, pero crea su propia miseria. Te lo prometo. Ella ya no me importa.
Era una mentira total y ambos lo sabían. Sin embargo, Spreen no lo destapó.
—No creo que nadie le haya mostrado a ella el verdadero significado de la miseria —dijo Spreen, sin poder alejar su mirada de la mujer que hacía sentir a Roier tan mal de sí mismo.
—Perdió a su hijo, el único al que ella le importaba. Es suficiente dolor para una persona.
Spreen sacudió su cabeza.
—Vos perdiste a tu hermano. La única persona a la que parecías importarle. ¿Quién cuidó de vos?
Roier se sonrojó, parpadeando rápidamente. —Yo lo hice. Estoy bien. Está bien. Pensé que estarías más enojado por mi poster de asesinatos de los De Luque que de mis padres de mierda.
¿Era por eso por lo que Roier había tratado de mantenerlo en el carro? ¿Por ese estúpido poster? Spreen resopló.
—No sé por qué pensaste que me importaría. Ya sé que estás investigando a mi familia. No sabía que tus padres eran basura.
Una lenta sonrisa comenzó a formarse en el rostro de Roier.
—Basura es un poco fuerte.
—¿Saben ellos que vives… acá? ¿De esta manera?
Roier soltó una risita.
—¿De qué manera? ¿Como una persona pobre? No. Mi familia piensa que acabo de obtener mi primer trabajo como reportero grande y ostentoso, y razón por la cuál es la prisa que estoy teniendo de conseguir los datos más jugosos posibles de tu familia. Si no consigo un titular pronto, mi mamá no tendrá nada que contarles a sus excéntricas amigas.
Le provocó una extraña sensación de calentura en su pecho que Roier estuviera siendo tan casualmente sincero con él. Se sentía de alguna manera… íntimo. Spreen agarró la camisa de Roier en su puño, jalándolo más cerca hasta que estuvieron lo suficiente cerca como para que Spreen rozar sus labios juntos en un beso suave antes de dejarlo ir nuevamente.
Los ojos de Roier estaban abiertos de par en par, sus labios ligeramente separados.
—¿Eso por qué fue?
Spreen se encogió de hombros, sin saber realmente por qué lo había hecho.
—No lo sé. Sólo quería besarte.
—Siempre haces lo que quieres, ¿No? —dijo Roier, con la voz llena de asombro.
—¿Vos no? —preguntó Spreen.
La mirada de Roier se desvió hacia la pila de manuscritos, sus labios curvándose hacia abajo en las esquinas.
—No, realmente no.
—¿Son todos esos libros los que has escrito?
Roier hizo un ruido de disgusto.
—Libros que empecé. Siempre me convenzo de no terminarlos —Spreen cruzó la habitación y tomó el primer libro de la pila. Roier se apresuró para alcanzarlo, arrancando el manuscrito de su mano antes de que pudiera abrirlo—. ¿Qué estás haciendo?
Spreen frunció el ceño.
—¿A qué te refieres? Quiero leerlo.
Roier parecía escandalizado, como si Spreen le hubiera pedido leer su diario o mirar en su cajón de la ropa interior. ¿Tenía Roier un diario? ¿Llevaba puesta ropa interior? La pija de Spreen se endureció, y tuvo que reprimir la idea de inclinarlo sobre el escritorio y comprobarlo por sí mismo.
Roier aferró el manuscrito a su escritorio.
—De ninguna manera. Jamás. Nadie va a leerlos nunca. Algún día los quemaré. ¿Podemos irnos? ¿No nos espera tu hermano?
Spreen miró su reloj.
—Sí. Pero vamos a retomar esta conversación más tarde. Vámonos.
La mirada de alivio que inundó a Roier hizo que a Spreen se le apretara el estómago. Roier parecía diferente de pie en su apartamento. El ser valiente y seguro de sí mismo que había fingido ser había desaparecido. En su lugar había un chico con ojos tristes y el peso del mundo sobre sus hombros. Spreen realmente quería matar a quienquiera que hiciera que Roier se sintiera así.
—¿Quién vas a decirles que soy? —preguntó Roier cuando la puerta se cerró tras ellos.
Spreen hizo una mueca.
—No lo sé. Tal y como le gustan los chismes a mi familia, probablemente Ari ya se lo contó a Juan, quien se lo contó a George, quien se lo contó a Dream, quien se lo contó a Quackity, quien se lo habrá contado a cualquier persona que esté dispuesta a escucharlo.
Roier se rio.
—Asesinos chismosos.
Spreen pasó el brazo por los hombros de Roier.
—No tenés ni idea.
Spreen esperaba que Roier lo apartara... pero no lo hizo. Su brazo se deslizó alrededor de la cintura de Spreen mientras caminaban por el pasillo hacia las escaleras. Una vez más, ese calor se acumuló dentro de él, más bajo esta vez.
Mierda. Ya estaba sucediendo. Como una profecía autocumplida. Primero Wilbur, luego George, luego Juan, y ahora él... Se estaba sintiendo cómodo con la idea de tener una persona propia. Alguien que no fuera Cris.
Pero este alguien todavía podría estar dispuesta a destruir a su familia. Roier podría estar atrayendo a Spreen a una falsa sensación de seguridad con su triste historia familiar. ¿Era sólo un buen actor? Spreen no lo creía, pero una parte de él susurraba que era su pija la que no lo creía y su cerebro el que no pensaba en absoluto.
Spreen sabía que no importaba de ninguna manera. No se iba a deshacer de Roier y, como decía Roier, Spreen siempre hacía lo que quería.
Spreen pasó junto al escritorio de Jaiden con un medio saludo, arrastrando a Roier detrás de él, ignorando la mirada de confusión en el rostro de la asistente de George. ¿Aún podían llamarla así? Ella formaba parte de la creciente lista de personas que sabían quiénes eran en realidad, y era el vientre de alquiler de George y Dream. ¿No era eso casi como de la familia?
Spreen se sacudió la idea mientras empujaba la puerta de la oficina de George para encontrar a su hermano y a Dream compartiendo la silla de la oficina de George. Animó a Roier delante de él, cerrando la puerta tras ellos y empujándolo hacia el interior de la habitación. Roier se detuvo en seco ante los dos hombres, haciendo que Spreen chocara con él, rodeándolo con el brazo por la cintura para mantenerlo en pie.
Una mirada a la expresión frígida de George y Spreen supo que ellos sabían quién era realmente Roier. Lo que iba a hacer que esto fuera mil veces más conflictivo.
Malditos asesinos chismosos en verdad. Antes de que Spreen pudiera pronunciar una palabra, la mirada de Dream se estrechó en los obvios moretones y marcas en el cuello y antebrazos de Roier.
—Jesús, Spreen. ¿Tú le hiciste eso? —preguntó.
Spreen cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Qué? Le gusta. Diles.
Roier se tornó de un color carmesí, cerrando los ojos durante un largo momento antes de decir:
—Está bien.
—¿Bien? —Repitió Spreen, con el tono irritado—. Eso no fue lo que dijiste anoche.
—Oh, Dios mío. Fue consentido, ¿De acuerdo? —murmuró Roier.
Spreen sonrió con satisfacción, y luego dijo:
—Roier, este es mi hermano, George, y su esposo…
—El vidente —murmuró Roier aparentemente sin pensar.
—La mayoría de la gente simplemente me dice Dream —dijo, con clara diversión.
Roier bajó la cabeza.
—Lo siento. Un gusto conocerlos.
—¿Es así? —preguntó George—. Escuché que eres un reportero —Su mirada se dirigió a Spreen—. Un reportero que conoce nuestro secreto. ¿Qué piensas hacer con ese conocimiento?
Spreen suspiró. Había esperado esto. Se apoyó en el marco de la puerta, cruzando los brazos sobre el pecho. Era hora de ver cómo se manejaba Roier bajo presión.
Las cejas de Spreen se alzaron cuando Roier se sentó frente a los otros dos hombres, inclinándose hacia adelante hasta que sus codos estuvieron sobre sus rodillas.
—No tengo ni idea de lo que pienso hacer con ese conocimiento. Pero tu esposo era agente del FBI cuando se conocieron, ¿No? ¿Sabía él tu secreto antes de que empezaran a salir?
Dream sonrió.
—Sí. Entró en mi casa, me dijo que era Batman y luego se apuñaló.
Roier le parpadeó a Dream mientras intentaba procesar los extraños rituales de cortejo de George.
—Un reportero como yo no puede ser más peligroso que un verdadero agente federal, ¿Verdad?
George frunció el ceño como si alguien acabara de ganarle en una partida de ajedrez, y luego se giró hacia su esposo, pinchándole las costillas.
—¿Por qué le dijiste eso?
Dream apartó la mano.
—A: porque es verdad. Y B: porque tiene razón. Que sea periodista no significa que quiera joder a la familia —Luego miró a Roier directamente a los ojos—. Te recomiendo encarecidamente que no jodas a nuestra familia.
La mirada de Spreen se dirigió hacia Roier, observando cómo sus mejillas se sonrojaban mientras su postura se enderezaba. ¿Sintiéndote un poco culpable, Roier?
—Necesitamos hacerte unas preguntas.
—Eso dijo Aroyit. ¿Sobre qué, exactamente? —preguntó George, con la mirada todavía puesta en Roier.
—¿Sabes algo de una serie de suicidios ocurridos en el campus? ¿Qué habría pasado hace unos cuatro años? —preguntó Roier, y luego capturó el labio inferior entre sus dientes, mordisqueándolo hasta que Spreen tuvo que luchar contra el impulso de liberarlo.
George se encogió de hombros.
—Puede que haya oído de ello vagamente, pero no me gustan los rumores.
Dream resopló.
—Lo que quiere decir es que rara vez sabe qué día es, y mucho menos qué hace el resto del mundo. La mitad del tiempo se le olvida comer.
—Y tú no estabas aquí en ese entonces, ¿Verdad? —Le preguntó Roier a Dream.
—Me temo que no.
—Entonces, ¿No escuchaste nada sobre un juego que algunos de los chicos podrían haber estado jugando en el campus en aquel entonces?
—¿Juego? —Se hizo eco George.
Antes de que Roier pudiera responder, la puerta se abrió de golpe, y Jaiden estaba allí de pie con su conjunto negro de lunares y sus tacones rojo cereza.
—¡Sé de esto! —gritó ella.
George suspiró.
—¿Cuántas veces te dije que no espíes nuestras conversaciones privadas?
Ella lo miró, agitando una mano.
—Ninguna. Me dijiste que dejara de espiar cuando tú y Dream estuvieran fornicando. Aquí no están teniendo sexo. Además, ¿No quieren saber lo que sé sobre esos “suicidios”? —Hizo ella las comillas al aire. Luego miró fijamente el cuello de Roier y le dedicó a Spreen una sonrisa de complicidad—. Genial.
George suspiró con fuerza, pero Dream dijo:—¿Qué sabes de eso, Jaiden?
—Es parte de un juego súper secreto al que algunos estudiantes fueron invitados a jugar en el campus.
La mirada de Roier se dirigió a la de Spreen, sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Un juego súper secreto?
—¿Escuchaste hablar del desafío de la Ballena Azul? —preguntó Jaiden.
Spreen frunció el ceño, aliviada al ver que George y Dream parecían igualmente confundidos.
—¿Ballena Azul?
—Sé de qué hablas —dijo Roier, poniéndose pálido—. Es un juego en línea que se originó en Rusia. Afirman que casi doscientos jóvenes han muerto en todo el mundo jugando este juego.
—Pero ¿Qué es? —preguntó Spreen—. ¿Cuál es el juego... o desafío? ¿Qué potonga tienen que hacer?
Jaiden intervino antes de que Roier pudiera responder.
—Cincuenta tareas a lo largo de cincuenta días supervisadas por un “curador”, quien vigila para asegurarse de que el jugador esté completando las tareas.
—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Spreen.
Jaiden se dirigió al sofá, se quitó los zapatos y se sentó, metiendo los pies debajo de ella.
—No sabía nada de esto hasta las muertes en Henley el mes pasado.
Entonces el personal de aquí empezó a hablar. Se ha convertido en una especie de leyenda urbana que la gente de nuestra ciudad está jugando y perdiendo un juego muy parecido al desafío de la Ballena Azul.
—¿Qué tipo de tareas? —preguntó George.
—Es difícil de decir. En el Desafío de la Ballena Azul, las tareas están preestablecidas y el curador supervisa al jugador. Quién sabe si aquí es lo mismo — dijo Jaiden encogiéndose suavemente de hombros.
—¿Qué tipo de tareas hay en el Desafío de la Ballena Azul? —preguntó Dream a Jaiden—. Si es que sabes.
—Lo investigué en Reddit hace un par de semanas —dijo ella con un fuerte suspiro—. Los primeros retos siempre son fáciles. Ver un vídeo que te indique el curador. Hacer un dibujo y mostrárselo al curador. Pero cuanto más te adentras en el juego, más locos son los retos. Dicen que a la gente se le pide que se tallen letras en la piel, que escuchen cierto tipo de música, que conozcan a otras "ballenas", pero todo lleva al mismo lugar. Saltar de un edificio.
—Jesús —murmuró Dream.
—Bueno, pero si las tareas son siempre las mismas y la última tarea es saltar de un edificio, entonces no están jugando al Desafío de la Ballena Azul aquí en el campus, ¿verdad? —preguntó Roier—, porque los suicidios que ocurrieron aquí y en Henley, las víctimas se colgaron. Así que, si esto es un juego, no es este desafío ruso. Esto es algo totalmente diferente.
Spreen miró a George, quien asintió, pulsando dos botones en su teléfono. La habitación se llenó del sonido de un teléfono en marcación cuando George lo puso en el altavoz.
—¿Qué pasa, papá de bebés? O ¿Papá de los bebés? ¿Cómo están los pequeños? Dales un achuchón de mi parte.
George suspiró.
—Aroyit, por favor, deja de llamarme así.
—No lo hagas —interrumpió Dream—. No dejes nunca de llamarlo así. Las chicas están bien. Les daré todos los achuchones. Pero primero necesitamos tu ayuda.
—¿Qué hay de nuevo, Pastelito? —chistó ella.
—¿Recuerdas lo que te pregunté esta mañana? ¿La cadena de suicidios? — Spreen preguntó—. Creemos que podría estar relacionado con un juego, algo así como el desafío de la Ballena Azul. ¿Sabes cómo podríamos averiguar si alguno de los que murieron estaba jugando al juego?
Hubo una larga pausa. Cuando Aroyit volvió a hablar, toda la alegría había abandonado su voz.
—Tendría que revisar las computadoras, comprobar su historial de navegación. E incluso entonces, no podría saberlo con seguridad. Este tipo de gente es buena para ocultar sus huellas.
—¿Cómo podemos acceder a uno de sus computadores? —preguntó Roier, volviendo a mirar a Spreen.
—¿Puedo suponer que todavía tienes el de tu hermano? —Le preguntó Spreen.
—¿El de tu hermano? —repitió Dream.
—Mi hermano era un estudiante aquí cuando ocurrieron las muertes hace cuatro años. Mi hermano fue uno de ellos —Consiguió decir Roier—. Estoy seguro de que mi mamá tiene el portátil de mi hermano guardado en alguna parte, pero nunca me dará acceso. Tendría más posibilidades de robar la Declaración de la Independencia.
Mierda. Lo había sospechado.
—Aroyit, ¿Puedes conectar a Ari?
A Ari no le iba a gustar este favor, pero a estas alturas, le debía a Spreen por haberlo delatado.
Hubo un retraso de treinta segundos, y luego la voz de Ari llegó por el altavoz.
—¿Qué pasa? —dijo Ari.
Antes de que Spreen pudiera hablar, Aroyit dijo:—Estás en el altavoz con George, Dream, Jaiden, Spreen y Roier —Añadiendo rápidamente:—Y yo... obvio.
Hubo un momento de duda antes de decir:—Uhm, bueno. ¿Qué puedo hacer por todos ustedes?
—Necesito un favor —dijo Spreen.
—¿Otro favor? —ladró Ari.
Spreen resopló.
—Sí, uno que realmente cumplirás y del que no me delatarás. Además, ese cuerpo no se desmembró solo.
Ari se burló.
—Oye, dijiste que no se lo dijera a tu papá. Y no lo hice. De nada.
—¿Podrían discutir sobre esto más tarde? —preguntó Aroyit.
—Sí, lo que sea —murmuró Spreen—. ¿Todavía tienes acceso a la policía? ¿Por ejemplo, como ese exnovio tuyo?
Hubo otro bufido de burla.
—Gabe trabaja ahora en Best Buy —Le recordó Ari—. Y los antiguos compañeros de Gabe eran todos sus colegas, así que tampoco creo que pueda pedirles ayuda.
—Mierda —refunfuñó Spreen, mirando a Dream—. Y ¿Tú? ¿Todavía tienes alguna conexión con tus amigos federales?
—No, estoy bastante seguro de que ese barco zarpó cuando acusé a un compañero de ser un asesino en serie y luego me encerraran durante treinta días.
—Yo conozco a alguien —dijo Jaiden, agitando la mano con una mirada irritada—. ¿Por qué ninguno de ustedes me pregunta nunca?
Todos los ojos giraron hacia Jaiden cuando la voz de Ari surgió en la línea.
—Ahí lo tienen. Tengo que regresar al trabajo —Luego con eso se fue.
—¿A quién conoces, Jaiden? —preguntó Dream.
Jaiden alisó una mano sobre su falda negra con lunares blancos.
—Mi primo, Jagger. Es detective. Crímenes violentos.
—¿Tienes un primo llamado Jagger? —preguntó Dream.
La mirada de Spreen se dirigió a George.
—¿Tuviste un bebé con una chica cuyo primo es detective de homicidios y me estás reclamando por salir con un periodista? —preguntó, exasperado.
—¿Salir? —dijo Dream, con una sonrisa de satisfacción—. ¿Están saliendo? Creía que sólo era un ligue. Eso fue lo que le dijiste a Ari.
—Mierda. ¿Sabe Cris que tienes novio? —preguntó Jaiden, aplaudiendo como una niña emocionada.
Roier miraba a Spreen como si estuviera loco. No había querido decir que estaban saliendo. Se le había escapado. Spreen podía retractarse, pero no quería hacerlo. Salir parecía una palabra tan inocua para lo que estaban haciendo. No estaban saliendo. Roier era suyo. Lo había marcado. Lo había reclamado. Su necesidad obsesiva por Roier era mucho más que una palabra tan casual como esa.
—¿Puedes preguntarle a tu primo si alguna de las computadoras fue confiscada en estos últimos suicidios? —preguntó Roier en voz baja—. A veces se las llevan para buscar una carta.
—Sí, puedo preguntar. Pero ¿Qué estamos buscando, exactamente? — preguntó Jaiden.
Roier se encogió de hombros.
—No lo sé. Cualquier cosa. Algo fuera de lo común.
Jaiden frunció el ceño.
—Pero ¿No se habría dado cuenta la policía de algo?
—Sólo si supieran qué buscar —dijo Aroyit—. Yo sé lo que hay que buscar. Jaiden, si tu primo puede conseguirme acceso a una de las computadoras de las víctimas, podré buscar los programas y sitios web ocultos que haya visitado. Mientras tanto, voy a sumergirme en el abismo de la darknet y ver qué puedo encontrar sobre una versión estadounidense del desafío de la Ballena Azul.
—Jaiden, ¿Podes ver también qué otra información puedes obtener del personal? Cualquier rumor podría ser útil —dijo Spreen.
Jaiden se levantó y asintió.
—Siempre es un placer chismosear para los De Luque.
Una vez que se fue, Spreen agarró a Roier por el brazo, ayudándole a ponerse de pie.
—Aroyit, ¿Podes conseguirme una lista de nombres de todas las víctimas y ampliar la búsqueda para buscar más víctimas?
—¿Ampliar la búsqueda hasta dónde? —preguntó Aroyit.
Spreen hizo una mueca, dando un apretón al brazo de Roier.
—A nivel nacional. Revisa todo el puto país.
—Entendido —Entonces Aroyit también desconectó.
—No podes ir contarle a papá lo de Roier —le dijo Spreen a George, acercando a Roier.
—No voy a contarle a papá lo de Roier —dijo George. Los hombros de Spreen de hundieron de alivio —. Tú lo harás.
—¿Qué?
—Vas a contarle a papá lo de tu novio. Hoy mismo. No hay secretos en esta familia, ¿Recuerdas?
Miró fijamente a su hermano durante un minuto entero. George no dudó nunca.
—Bueno. Pero sólo después de que terminemos las investigaciones de hoy.
George sonrió.
—El reloj está corriendo, hermano.
Chapter 12: Roier
Chapter Text
Roier esperó a que Spreen dijera algo una vez que estuvieran de vuelta en el carro, pero este permaneció desconcertantemente callado.
—Le dijiste a tu hermano que estábamos saliendo —dijo finalmente.
—Mmhm —respondió Spreen, con un tono desinteresado.
Cuando Spreen no colaboró en ello, le preguntó:—¿De verdad vas a presentarme a tu padre?
Spreen continuó con la mirada fija hacia adelante.
—Sí.
Roier miró el lateral de la cara de Spreen, tratando de calibrar lo que pasaba por su cabeza.
—¿Qué le vas a decir?
—La verdad.
Los ojos de Roier se abrieron de par en par.
—¿La verdad? ¿Vas a decirle a Vegetta De Luque que te engañé para que me llevaras a tu casa, donde dejé que me persiguieras y cogieras en el suelo de tu mazmorra sexual? ¿Y que después de eso, te seguí al bosque donde te filmé desmembrando un cuerpo antes de que me aturdieras, secuestraras y esposaras a un radiador, y luego me chantajearas para que fuera el Dr. Watson de tu Sherlock? O sea... ¿Es eso lo que le vas a contar a tu padre?
Los labios de Spreen se crisparon.
—Quizás no con ese nivel de detalle, no. Pero le voy a contar la situación.
Roier se echó hacia atrás en el asiento del copiloto.
—Me va a matar.
Spreen suspiró, girándose para mirarlo.
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Mi padre no mata a gente inocente.
En cambio, me va a matar a mí.
—Y ¿Si decide que no soy inocente? —Roier contraatacó.
—Entonces te mantendré a salvo —prometió Spreen, encontrándose con la mirada de Roier de una manera que hizo que su corazón se acelerara pero que también lo puso nervioso porque no miraba al frente a la carretera.
Spreen era un completo y total caos mental. En veinticuatro horas, había puesto toda la vida de Roier patas arriba.
¿Qué vida?
Roier suspiró. Lo último que necesitaba era la voz sarcástica de Aldo traqueteando en su ya confuso cerebro.
—Ahora no —murmuró.
Spreen levantó una ceja, y dijo con tono divertido:—¿Perdón?
—Nada —dijo Roier, con las mejillas sonrojadas.
—No, definitivamente dijiste algo. Ahora no, ¿Qué?
Roier lo fulminó con la mirada.
—Si sabes lo que dije, ¿Por qué dijiste “perdón”?
Spreen se rio.
—Sé lo que dijiste. Sólo que no sé por qué lo dijiste.
—No importa. No estaba hablando contigo —resopló Roier.
Spreen estaba sonriendo ahora.
—Bueno, soy el único que está acá. ¿Con quién estabas hablando?
Con mi hermano muerto.
—Conmigo mismo.
La mirada de Spreen se desvió de la carretera.
—¿Te dijiste a ti mismo “ahora no”? ¿Qué era lo que querías que no tenés tiempo de hacer?
Roier pudo sentir cómo se le calentaba la cara.
—Sólo déjalo.
Spreen sacudió el volante, estacionando a un lado de la carretera y poniéndolo en el modo de parqueo antes de girarse para mirar a Roier.
—Oh, ahora sí que no lo voy a dejar ir.
El corazón de Roier golpeteó contra sus costillas, tanto por la terrible conducción como por el enfoque de Spreen, que ahora estaba centrado en él como un láser.
—¿Estás jodidamente loco?
—Ambos sabemos la respuesta a eso. Ahora, responde a la pregunta.
—Sólo vas a pensar que estoy loco.
Spreen extendió la mano y apartó los mechones errante de la frente de Roier.
—Considérame intrigado.
Adelante. Díselo. Te doble reto. Cuéntale todo sobre mí. Oye, probablemente te dejará bajarte del carro ahora mismo y serás libre.
Roier tragó con fuerza. Ese pensamiento ya no le daba la emoción que creía. De alguna manera, ya no le importaba ser libre de Spreen.
—Mi hermano muerto me habla —soltó Roier—. O, yo hablo con él. Nosotros... hablamos.
Spreen parpadeó rápidamente.
—¿Qué?
Mierda.
—O sea, no realmente. Sé que mi hermano muerto no me habla de verdad. Pero es como, ¿Sabes? ¿Esa voz en tu cabeza que está constantemente manteniendo un monólogo de todos tus pensamientos y sentimientos como Pepe Grillo? La mía suena como mi hermano.
—¿Pepe Grillo?
Roier hizo un ruido de exasperación.
—Sí, tu conciencia. La voz que te recuerda que tienes que hacer el bien.
Spreen sacudió la cabeza, con una pequeña sonrisa jugando en sus labios.
—Sí, no tengo eso.
Claro que no la tenía. ¿Quién la tenía? Sólo Roier.
—Bueno, yo sí, y la mía suena como mi hermano muerto.
Spreen lo estudió durante un largo minuto.
—Sí. Sí, de acuerdo. Tiene sentido.
Con eso, comprobó su espejo y volvió a la carretera como si el asunto estuviera resuelto. Roier continuó mirando el perfil del rostro de Spreen mientras conducía por otras dos manzanas antes de no poder aguantarlo más.
—¿Qué quieres decir con "tiene sentido"? No lo tiene. Escuchar la voz de mi hermano muerto no tiene sentido.
Spreen se encogió de hombros.
—Mi hermano y yo hemos estado... conectados... toda nuestra vida. Sé lo que está pensando, sintiendo, haciendo en cualquier momento. Si le ocurriera algo a Cris, escuchar su voz en mi cabeza sería lo único que me impediría prenderle fuego al mundo. Escuchar la voz de tu hermano muerto suena como un mecanismo de supervivencia. Uno bastante ligero teniendo en cuenta lo horribles que parecen ser tus padres.
Roier no sabía qué hacer con eso. Si le hubiera contado su secreto a cualquier otra alma viviente, incluyendo a Mariana, habrían insistido en que pidiera cita con un terapeuta inmediatamente. Spreen simplemente lo asimilaba como una verdad. Roier vivía en un universo alternativo donde arriba era abajo y adentro era afuera.
Había caído a través del espejo.
El teléfono de Spreen sonó en el lugar donde se encontraba entre ellos. Spreen apretó un botón en el volante.
—Sapnap, dime que tienes algo.
La voz de Sapnap llegó a través del altavoz del carro.
—Tengo algo —dijo diligentemente.
Roier se animó cuando Spreen dijo:—¿Qué tenés?
—Un nombre.
—¿El nombre de quién? —preguntó Roier.
—El nombre de una persona que podría haber jugado y sobrevivido.
Spreen frunció el ceño.
—¿Podría?
—Sí, es... complicado. La gente que juega a este juego no va exactamente anunciándolo. Es una especie de cosa clandestina. Pero su compañero de cuarto parece bastante convencido de que por eso se retiró de la escuela hace cuatro semanas.
Spreen miró a Roier, quien se encogió de hombros. Era una pista pequeña, pero era una pista.
—¿Nombre? —peguntó Roier.
—Eric Sievers. Era un estudiante de segundo año en Henley. Se retiró hace cuatro semanas de la nada a pesar de que estaba luciendo un promedio de 4.0 y era capitán del equipo de lacrosse.
—¿Dónde podemos encontrarlo? —preguntó Spreen.
Sapnap hizo un sonido de duda.
—Sí, esa es la cuestión. Nadie puede encontrarlo.
Spreen negó con la cabeza.
—¿Qué?
—Está... huyendo o algo así —intervino la voz de Karl—. Como si el juego le hubiera roto la mente o algo parecido.
—¿Cómo sabemos que sigue vivo? —Roier preguntó—. ¿Cómo se supone que vamos a interrogar a alguien que no podemos encontrar?
—Pediste información. Esto es todo lo que pudimos encontrar. Nuestro amigo Jason se enteró por su compañero David de que Eric había jugado al juego, pero se asustó cuando le pidieron que hiciera algo horrible.
—¿Podemos hablar con este chico David? —preguntó Spreen.
—Uhm, probablemente. Jason dijo que trabaja en la Cantina en South Padre y Montrose. No creo que David sepa que Jason nos contó lo que le dijo sobre Eric, así que quizás no lo vayan a secuestrar y torturar para sacarle información o algo por el estilo —dijo Sapnap—. Parece un buen chico y mi madre dijo que lo explotarías.
Spreen resopló.
—¿Haría yo algo así?
—Sí —dijeron a la vez Roier, Karl y Sapnap.
Spreen puso los ojos en blanco.
—Bueno. Seré amable. ¿Cuál es el apellido de este chico David? ¿Lo sabes?
—Robinson.
—Muy bien. Gracias, niño.
—¿Estamos a paz? —preguntó Sapnap.
Spreen sonrió.
—Sí, estamos a paz.
Spreen desconectó y miró a Roier.
—Vámonos a interrogar al adolescente.
Roier suspiró.
—Preguntar. Vámonos a hacerle preguntas al adolescente.
—Sí, sí. Lo que sea. Vamos a averiguar lo que sabe.
David Robinson los miró confundido. Se parecía a todos los estudiantes universitarios que Roier había conocido. Llevaba jeans y una camiseta negra con el logotipo de la Cantina estampado en la parte delantera y una gorra de béisbol al revés sobre su pelo rubio.
—¿Quiénes son, otra vez? ¿Qué les pasó? ¿Están bien? —preguntó, mirando los moratones de Roier con preocupación.
—Me atacó un oso.
—Como mucho soy una nutria —murmuró Spreen en voz baja, ganándose una mirada de desprecio de Roier y otra confusa de David.
Spreen había pedido hablar con el gerente cuando habían llegado y luego le había ofrecido una ridícula suma de dinero para hablar con su empleado. Roier había puesto los ojos en blanco, pero admitió que era divertido ver cómo al gerente se le salían los ojos cuando Spreen le entregó el dinero.
—Queremos hablar con vos sobre tu antiguo compañero de cuarto —dijo Spreen, cruzando los brazos sobre el pecho de una manera que hizo que David diera un paso atrás.
Roier suspiró, poniéndose delante de Spreen con una sonrisa.
—Sentimos mucho molestarle en el trabajo. Me llamo Roier Scott, y soy un reportero que está trabajando en una historia sobre la reciente cadena de suicidios en Henley.
David los examinó a ambos con recelo.
—¿Quién es él? —preguntó, señalando a Spreen.
—Seguridad —contestó Spreen.
—Spreen De Luque. Me está ayudando con la historia.
David resopló.
—Spreen De Luque diseña ropa deportiva como para madres amas de casa que siempre andan corriendo de un lado para otro.
Roier ni siquiera tuvo que mirar detrás de él para saber que la expresión de Spreen se había vuelto amenazante; ver cómo se le iba el color de la cara a David fue suficiente. Apoyó su peso contra Spreen, aliviado cuando sintió que sus manos se deslizaban en sus bolsillos traseros, manteniéndolo en su sitio.
—Ese es su hermano, Cris. Spreen es arquitecto, pero me está ayudando porque... es mi novio y esta historia podría ser peligrosa —dijo Roier, improvisando a último minuto.
—¿Una historia sobre un grupo de suicidas es peligrosa? —preguntó David.
Roier asintió.
—Si no fueran suicidios... sí.
David ladeó la cabeza.
—¿Por qué dices eso?
—Porque hay rumores de que podrían no haber sido suicidios. Que eran parte de un juego —dijo Roier.
El color empezó a desaparecer un poco más de la cara de David.
—¿Un juego?
—Sí, un juego al que estaba jugando tu compañero de cuarto—dijo Spreen.
—¿Q-qué? —dijo David.
—Eric. La gente dice que estaba jugando un juego. La gente dice que se enteraron por ti —dijo Roier.
La mirada de David empezó a moverse por todos lados, como si fuera a salir corriendo. Roier levantó ambas manos.
—Mira, nadie sabrá que nos dijiste algo. Sólo queremos hablar con Eric.
David sacudió la cabeza con brusquedad.
—No puedo ayudarlos. No tengo idea de dónde está. Sus padres ni siquiera saben a dónde se fue. Ni siquiera sé si sigue vivo.
—¿Puedes al menos decirnos por qué crees que estaba jugando este juego? Como ya dije, nadie sabrá que hablaste con nosotros —prometió Roier. David pareció dudarlo un momento antes de soltar finalmente un suspiro.
—Empezó hace unos meses.
Roier luchó contra el impulso de apretar el puño.
—¿Qué cosa?
—Los rumores sobre el juego —dijo David—. La gente decía que no podías postularte, que te elegían. Que era algo clandestino. Hablaban de ello como si ser elegido te convirtiera en alguien de la élite. Algunos decían que el juego ya había empezado, otros que no. Algunos decían que era falso, otros decían que era como un juego mental hecho para probar a personas como espías y agentes secretos. Dijeron que era como... una guerra psicológica.
—¿Guerra psicológica? —Repitió Roier—. ¿Qué significa eso?
David agitó una mano y luego se levantó la gorra de béisbol para pasarse las manos por el sudoroso pelo rubio antes de volver a colocársela.
—Todo eran solo rumores. Algunos de ellos eran locura. Que había un premio de un millón de dólares. Que era algo sobrenatural, como salido de una película de terror. Una vez que empezabas a jugar, no había forma de pararlo. Algunos decían que era una película de terror japonesa con un gancho kitsch, como hicieron con el Proyecto de la Bruja de Blair. Durante unas semanas adquirió esta especie de calidad de leyenda urbana. Pero luego todos encontramos algo nuevo de lo que hablar... hasta la primera muerte.
—Xander Hamilton —dijo Roier.
David asintió con una media inclinación de cabeza.
—La gente estaba conmocionada. Molesta. Excepto Eric. Él estaba raro al respecto. Dijo que algunas personas no podían soportar la presión. No tenía ningún sentido. Ni siquiera creía que Eric conociera a Xander. Pero Eric se estaba desmoronando por sí mismo.
Roier frunció el ceño, apoyándose más en el sólido armazón de Spreen, algo dentro de él relajándose cuando sintió que Spreen lo jalaba un poco más cerca de él.
—¿Cómo así?
—Eric era duro. Nada lo hacía tambalearse. Era literalmente el tipo más sensato y tranquilo que conocía. Pero justo antes de que Xander muriera, Eric empezó a actuar de forma extraña. Errático. Se quedaba despierto toda la noche, dejó de bañarse. Parecía enfermo. Pálido. Creo que empezó a abusar de su Adderall. No importaba la hora del día o de la noche, estaba despierto, viendo mierdas raras en su portátil.
—¿Qué tipo de mierda rara? —preguntó Spreen.
—Como gente siendo torturada, gente en países extranjeros siendo decapitada. Gente torturando animales y niños. Una jodida mierda enfermiza. Le amenacé con denunciarlo. Fue entonces cuando dijo que todo era parte del juego. Que sólo tenía que aguantar los treinta días.
A Roier se le revolvió el estómago y se le puso la piel de gallina al imaginarse a su hermano participando en algo tan retorcido. ¿Hubiera accedido él a algo así? O ¿Cualquier persona? Sonaba como una locura.
—¿Por qué alguien accedería a algo así?
—Por dinero. Creo que pensó que de verdad había dinero de por medio. Estaba becado. Estaba comprando sus calificaciones. Sus padres eran unos psicópatas. Creo que pensó que si tenía este dinero podría salir del control de sus padres.
Aldo haría eso. Odiaba el control que sus padres ejercían sobre él. Tenía una beca parcial, pero tenían otras cosas usaban en su contra. Alojamiento. Comida. Tenía que estar en línea o los viajes de culpabilidad empezaban.
—¿Estás bien? —preguntó David, sacando a Roier de sus pensamientos.
—Sí. Lo siento —dijo Roier—. Un día largo.
David frunció el ceño. Sólo eran las tres de la tarde. Pero Roier se mantuvo en su afirmación. Había sido un día largo. Y no había terminado. Todavía tenía que sobrevivir una reunión con Vegetta De Luque.
—¿Cómo sabes que Eric huyó y no le pasó algo? Quizá se fue del campus para acabar con su vida como los demás —dijo Spreen.
—Un día llegué a casa de clase y su mierda no estaba. Sólo había una nota que decía: "Me retiro. No le digas a nadie".
—Eso podría ser fácilmente una nota de suicidio, ¿no? —preguntó Roier.
David volvió a mirar a su alrededor, como si temiera que hubiera un equipo de cámara oculta.
—Lo vi unos días después de eso. Me estaba esperando junto a mi carro al final de mi turno. Me preguntó si le podía prestar algo de dinero. Tenía un aspecto duro. Yo... le di lo que había ganado en propinas, que eran sólo unos cien dólares. Nunca lo volví a ver.
Roier frunció el ceño.
—¿Le diste cien dólares sin esperar que te los pagara de vuelta?
—Oye, trabajo aquí para tener dinero para la hierba. Mis padres son ricos, pero les gusta pensar que el tener un trabajo me mantendrá humilde.
—Dímelo a mí —murmuró Spreen.
Roier resopló.
—¿Tienes alguna idea de dónde podemos encontrar a Eric? ¿Alguna idea en absoluto?
David negó con la cabeza.
—No. No lo he visto. No creo que quiera ser visto.
—¿Crees que realmente tenía gente detrás de él, o simplemente crees que la paranoia se apoderó de él? —preguntó Spreen.
David se encogió de hombros.
—No lo sé. Han muerto cinco personas. No sé cuántos estaban jugando al juego, pero estoy bastante seguro de que Eric lo estaba, y algo lo asustó lo suficiente como para esconderse. Tal vez hubo otros que dejaron el juego y sobrevivieron, pero no lo sé. No sé nada más de lo que ya te he dicho. Tengo que volver al trabajo. No… —Sacudió la cabeza—... no vuelvan. ¿De acuerdo?
David no esperó a que respondieran, simplemente se dio la vuelta y volvió a entrar, dejando a Roier apoyado en Spreen, cuyos brazos serpenteaban alrededor de su cintura.
—¿Aprendimos algo con esto?
Roier negó con la cabeza.
—Sinceramente, no lo sé. Definitivamente parece que existía un juego. Pero también parece que esas muertes fueron autoinfligidas. ¿Qué se supone que debemos hacer con eso?
—Te daría mi opinión, pero ya pensas que soy un monstruo —dijo Spreen, con humor en su voz.
Roier se estremeció.
—Dímelo de todos modos.
—Si hay un juego y ese juego implica llevar a la gente a su punto de ruptura, quienquiera que controle ese juego es un asesino y debe ser tratado como tal.
Roier asintió. Si su hermano había jugado al juego... si alguien había empujado a su alegre hermano hasta el punto de sentir que quitarse la vida era la única salida... que se vayan a la mierda. Spreen podía tenerlos. Por lo que a Roier le importaba, podía hacerlos pedazos.
Roier se giró en los brazos de Spreen, con voz sombría.
—Creo que ya estoy listo para conocer a tu padre
Chapter 13: Spreen
Chapter Text
Spreen suspiró, moviéndose en su asiento una vez más, observando a Roier por el rabillo del ojo. Estaban sentados en el todoterreno de Spreen, ante las puertas de la casa de su padre. A su lado, Roier estado sentado mientras tenía un agarre mortal en el pomo de la puerta, como si le preocupara que alguien pudiera abrirla de un tirón y arrastrarlo afuera. A Spreen le parecía tanto confuso como divertido.
La idea había sido de Roier, pero llevaba al menos quince minutos dándole vueltas. Toda la bravuconería que había tenido cuando le había dicho a Spreen que lo llevara a Vegetta parecía haber desaparecido en los treinta minutos de viaje por la ciudad. Spreen comprendía su recelo, pero no sabía si debía insistir o esperar.
Nunca había tenido que preocuparse por los sentimientos de alguien. Era... extraño.
—Así que... ¿Querés que mi padre se reúna con nosotros acá afuera o...? — se burló Spreen.
—Sólo necesito un minuto —espetó Roier.
—Un minuto para, ¿Qué? —preguntó Spreen entre risas—. Sabes que mi padre no es el que mata a la gente, ¿Cierto? Lo hago yo. Ya sabes, el que estuvo dentro de vos. Dos veces. ¿Aquel cuya cama te esposaste voluntariamente anoche? Soy yo a quien deberías temer —Roier le lanzó una mirada molesta, arqueando una ceja, dejando que Spreen pusiera los ojos en blanco—. Ya sabes a que me refiero. Escucha, mi viejo no se va a enojar con nadie más que conmigo.
—Sí. Bueno —dijo Roier—. Hagamos esto.
Spreen reprimió una carcajada ante el repentino y falso placer de Roier, pero salió del vehículo, yendo alrededor del carro para abrirle la puerta. Entrelazó sus dedos, caminando directamente hacia la entrada y subiendo los escalones de piedra hasta las amplias puertas dobles de cristal.
Dentro, Spreen gritó:—¿Papá?
La casa era enorme, pero la acústica era fantástica. Además, a esta hora del día, su padre solía estar en su oficina. Excepto hoy.
—La cocina —respondió Vegetta.
Spreen dirigió a Roier a la cocina, deteniéndose en seco con una mueca cuando se dio cuenta de que su padre no estaba solo. Su hermano, Wilbur, y su prometido, Quackity, estaban sentados en los taburetes de la isla.
Mierda.
En cuanto vieron a Roier, Quackity y Wilbur empezaron a sonreír, y la mirada de Quackity se dirigió al instante hacia donde estaban unidas sus manos. Spreen resistió el impulso de soltar la mano de Roier. Lo sabían. Definitivamente lo sabían. Mierda
—¿Quién es tu amigo? —preguntó Quackity, con la voz llena de falsa inocencia, una sonrisa se extendió por su cara cuando vio los chupetones en la garganta de Roier—. Verga, Spreen. De verdad eres un animal.
Sí, lo sabían. Ari se lo había dicho a Juan, y Juan se lo había dicho a los demás.
—¿Qué? ¿Qué está pasando? —preguntó Vegetta, mirando entre los dos.
—Este es Roier. Roier, este es mi padre, Vegetta, mi hermano, Wilbur, y su prometido, Quackity. Van a empezar a ser re invasivos.
Roier parpadeó.
—Oh, bueno.
Vegetta estudió detenidamente a cada uno de sus hijos, Quackity incluido, antes de decir:—Encantado de conocerte, Roier —Su voz renuente, como si se reservara el derecho de retractarse más tarde.
Wilbur entrecerró sus ojos en dirección a Roier, formando una sonrisa de satisfacción mientras se inclinaba hacia atrás.
—Entonces, Roier. ¿A qué te dedicas?
Vegetta entrecerró los ojos ante el tono de Wilbur, dirigiendo su mirada a Spreen. Roier abrió la boca para hablar, pero Spreen lo interrumpió.
—Papá. Puedo hablar con vos... en privado.
Vegetta dio un enorme suspiro, ya irritado con Spreen sin motivo.
—Claro, vamos a mi oficina.
Spreen soltó la mano de Roier, inclinándose para susurrarle al oído:—No demuestres miedo. Wilbur se alimenta de él. Si te metes en problemas, busca la ayuda de Quackity. Vuelvo en seguida.
Spreen dejó a Roier boquiabierto detrás de él, siguiendo a su padre hasta su oficina. Apenas se cerró la puerta, Vegetta se giró hacia él.
—¿Qué hiciste? Y ¿Por qué tus hermanos lo saben antes que yo?
Mierda.
—Está bien, es una larga historia. Bueno, no tanto largo como complicada…
—Spreen —Su nombre sonaba como una advertencia.
—Bueno, claro. Entonces… ¿Te acuerdas de esa cena de premiación a la que me hiciste ir? —preguntó Spreen.
Vegetta le dirigió una mirada exasperada.
—Claro que la recuerdo, Spreen. Fue ayer.
Oh cierto. ¿Era de verdad posible que hubiera conocido a Roier solo ayer? Sonaba imposible. Se sacudió la sensación.
—Bueno, de cualquier forma. Uhm, conocí a Roier en la cena… Vegetta suspiró.
—¿Tu ligue? ¿Por el cuál pasaste por alto mi premio? ¿Ese mismo?
Spreen se inclinó sobre el escritorio de su padre.
—Sí. Tengo que decirte algo, y necesito que mantengas la mente abierta.
—Dios, Spreen, cada vez que dices mierda como esa, mi ojo empieza a temblar —Vegetta cruzó la habitación hasta el minibar en la esquina, abriendo una botella de whiskey y sirviéndose dos dedos, tomándoselo rápidamente como si fuera un shot. El problema de alcohol de su padre durante el día era relativamente una nueva iniciativa—. Tú y tu hermano han estado separados por veinticuatro horas y ya han perdido ambos la maldita cabeza…
Spreen lo interrumpió.
—¿Qué hizo Cris?
—Esto no se trata de tu hermano. ¿Qué hiciste tú?
—Roier es un reportero. Bueno, quiere ser un reportero. Ahora mismo, es solo un blogger de crimen.
Vegetta cerró los ojos, empujando su pulgar e índice en las cuencas como si tratara de rascarse el cerebro.
—Bueno...
Spreen trató de elegir sus palabras con cuidado.
—Después de que nosotros... nos acostamos, encontró su camino a la cabaña de asesinatos de Ari y Juan.
—¿Encontró su camino? —preguntó Vegetta entre dientes.
Spreen hizo lo mejor por mantener su voz suave.
—Sí, es una historia larga. Pero nos vio a mí y a Ari deshacernos de ese tipo motociclista. Ya sabes… ¿Deshacernos? —Spreen hizo un gesto imitando la caída de un hacha con su mano.
Vegetta dio otro suspiro de sufrimiento y volvió a tomar la botella.
—Spreen, por favor, explícame por qué estabas cogido de la mano en mi cocina con un reportero que te vio diseccionando a un motociclista.
—Porque hemos llegado a un acuerdo —dijo Spreen, esperando que esto aliviara a su padre.
—¿Un acuerdo? ¿Cuánto me va a costar este acuerdo? —preguntó Vegetta.
Spreen negó con la cabeza.
—No. No de esa manera. Lo arreglé. Me está ayudando a averiguar la cuestión del juego del suicidio y, a cambio, respondo a todas sus preguntas. Al final, verá que lo que hacemos es un servicio público, no un delito, y conseguirá una historia mejor que la nuestra.
—¿Estás respondiendo sus preguntas? —repitió Vegetta, con la voz baja.
—¿Sí? —preguntó Spreen, sin estar seguro de si su padre estaba enojado o no.
—¿Qué quieres decir con que estás “respondiendo a sus preguntas”?
—Necesitaba su ayuda con el caso. Tenía que aportar algo más que quitarle las esposas del radiador.
—¿Quitarle las esposas de dónde? —espetó Vegetta.
Spreen sacudió la cabeza.
—No es lo que parece. Bueno, sí fue más o menos lo que parece —dijo, corrigiéndose.
La voz de Vegetta era un estruendo bajo cuando preguntó:—¿Le provocaste esos moretones antes o después del radiador, Spreen?
—Diría que, ¿Técnicamente ambos? Pero a él le gusta. O sea, es algo sexual…
—Jesús, Spreen. Soy consciente. Sé cómo se ven los chupetones.
—Pero en serio, papá. A Roier le gusto. Bueno, está bien, no sé si le gusto exactamente, pero tenemos esta cosa, esta conexión. Nos entendemos. Creo que podría ser el indicado.
—¿El indicado? —Vegetta hizo eco.
—Sí, ya sabes, como Quackity, Dream y Ari lo son para los demás. Creo que Roier está supuesto a ser el indicado.
Vegetta respiró con fuerza por la nariz.
—¿Es esta tu rebelión por lo de tu hermano? ¿Me estás castigando porque envié a Cris a ayudar a Rubius?
Spreen puso los ojos en blanco.
—¿Qué? No. Bueno, al principio, sí, secuestrar a Roier fue probablemente mi rebelión, pero luego llegamos a un acuerdo, y ahora, creo que realmente siente algo por mí.
—Lo conoces desde hace menos de un día. Spreen, eres más inteligente que esto. No puedes secuestrar a extraños al azar, especialmente a reporteros, y luego decidir qué te los vas a quedar como una especie de trofeo —Vegetta sacudió la cabeza y volvió a mirar a Spreen—. ¿Espera? ¿Qué quieres decir con “secuestrar”? ¿Lo secuestraste?
—Sí, si no ¿Por qué lo habría tenido esposado al radiador?
—¿Contigo? Sólo Dios sabe —murmuró Vegetta.
—Hay un millón de otras cosas a las que podría haberlo encadenado para eso. Créeme…
—Por el amor de Dios, Spreen.
Vegetta no estaba siendo justo. Tenía que ver que Spreen había hecho exactamente lo correcto.
—¿Qué se supone que debía hacer? ¿Dejarlo ir para que compartiera su pequeña cinta de vídeo con el mundo? —preguntó Spreen, lanzando las manos al aire—. Estaba improvisando.
Vegetta comenzó a caminar alrededor.
—¿Cuánto sabe, Spreen? ¿Cuánto más le has contado?
Spreen sacudió la cabeza.
—Todo. Lo sabe todo. Era la única manera de explicarle lo que vio. Ari y yo estábamos desmembrando un cuerpo, papá. Estábamos hablando de todo tipo de cosas de alto nivel. En el mejor de los casos, él sabe toda la historia. Mejor que piense que somos justicieros a que somos asesinos psicópatas. ¿Qué nos habrías hecho hacer? ¿Matarlo?
—Por supuesto que no —espetó Vegetta—. Para empezar, él nunca debería haber estado allí.
Spreen se puso de pie, acercándose a su padre.
—Bueno, no tengo la capacidad de viajar en el tiempo, así que tenemos que dejar atrás la parte de "debería", "podría", "habría" de este sermón. Además, creo que esto podría funcionar a nuestro favor.
—¿Cómo? —preguntó Vegetta—. ¿Cómo nos va a ayudar que un periodista conozca todos nuestros secretos?
—¿Buena prensa? —dijo Spreen.
—¿Buena prensa? ¿Quieres que lo hagamos público? —ladró Vegetta.
—¿Qué? No —¿Por qué Vegetta estaba siendo tan terco con esto?—. Piénsalo. Hablar de un superhéroe que acaba con el mal de la ciudad ayuda a plantar semillas, por si las cosas van mal alguna vez. Podría valer la pena tener al público de nuestro lado. Además, si creen que es un superhéroe justiciero, entonces no buscarán a toda una familia llena de ellos. ¿Cierto?
Vegetta cerró los ojos. Spreen sólo pudo sentarse y esperar a que finalmente volviera a hablar. No era beneficioso empujar mucho a su padre.
Finalmente, Vegetta dijo:—Llévalo al salón de guerra.
Spreen sintió que se le quitaba un peso de encima.
—Sí, de acuerdo. Puedo hacerlo eso.
Vegetta se dio la vuelta y salió de la habitación, sin esperar a ver si Spreen lo seguía.
En la cocina, había un extraño enfrentamiento entre Roier y Wilbur. Roier se apoyaba en la encimera, con los brazos cruzados. Wilbur tenía los brazos cruzados sobre la isla. Ambos estaban concentrados en el otro.
—¿Qué está pasando ahora? —Le preguntó Spreen a Quackity, la única persona que no participaba en este extraño concurso de miradas.
Quackity sonrió, mirando de un lado a otro entre los dos.
—No estoy muy seguro. Creo que esto es como el equivalente ocular de un concurso de medición de penes. O sea... en algún momento uno de ellos tiene que parpadear o perdería un globo ocular. ¿Cierto?
Spreen estaba seguro de que, fuera lo que fuera, Wilbur había comenzado. Le gustaba torturar a todos los novatos. Hoy no tenían tiempo para eso.
—Roier. Mi padre quiere que nos reunamos con él abajo.
La mirada de Roier pasó de la de Wilbur a la de Spreen, pero fue Quackity quien dijo:—No puede ser. ¿Ya lo llamaron al salón de guerra? ¿Cuándo es la boda?
—Cerrá el orto —murmuró Spreen.
Quackity se rio.
—¿Qué? Sólo digo que, una vez que puede ir abajo, estás como obligado a ponerle un anillo. Espero que estés listo para cambiar tu apellido, Roier.
—Uhm, vos y Wilbur no están casados —señaló Spreen.
Quackity puso los ojos en blanco.
—Eso es porque quiero que la boda sea perfecta. Todavía no es perfecta. Además, legalmente toda la mierda de Wilbur va a mí cuando muera, así que, en este momento, una boda es sólo papeleo. No necesitamos papeleo.
Spreen resopló.
—Esperemos que eso tenga peso en un juzgado de sucesiones —A Roier le dijo:—Vamos.
Roier le dirigió a Wilbur una última y larga mirada antes de darse la vuelta y caminar hacia Spreen, quien le rodeó la cintura con un brazo y lo condujo fuera de la habitación y por el pasillo. En la sala de guerra, Spreen marcó el código que abrió la pesada puerta.
La cabeza de Roier giró desde el momento en que entraron, observando la gran mesa de conferencias, las cómodas sillas de oficina, el altavoz en el centro, el tablero de asesinatos en la pared que desglosaba los objetivos que Quackity y Vegetta estaban investigando en ese momento. Roier lucía un poco abrumado.
—Adelante, Aroyit —dijo Vegetta, dirigiendo sus palabras al altavoz del centro de la mesa. La pared se iluminó con cientos de rostros. Vegetta miró a Roier—. Elige uno. Cualquiera.
—¿Qué? —Roier tartamudeó, mirando de Spreen a Vegetta y viceversa.
—Escoge una cara —dijo Vegetta, y su tono le hizo saber a Roier que no era una petición sino una orden.
Roier vaciló, sus ojos pasaron de una foto a otra antes de decidirse por una.
—El tercero desde arriba —dijo, señalando a un hombre de piel clara con entradas y vello facial irregular.
La voz de Aroyit llenó la habitación.
—Gerald Mizner. Violador en serie de niños. Cuatro víctimas comprobadas, todas menores de diez años. Otras ocho sospechadas, pero nunca confirmadas. Liberado de la cárcel por un tecnicismo. Asesinado por... Carola, en 2017.
El músculo de la mejilla de Roier se crispó ante la rápida información. Una expresión de disgusto se formó en la comisura de sus labios.
—Elige otro —exigió Vegetta.
Roier flotó más cerca de la pared.
—Él —dijo, señalando a un hombre rubio con papada.
Vegetta asintió. —Max Mason, Aroyit.
—Maxwell Raymond Mason, traficante de personas. Vendía niñas que traía de contrabando desde Europa del Este de la darknet, algunas de tan solo once años. Asesinado por…
—Por mi —dijo Spreen, interrumpiendo a Aroyit—. Y Cris. El año pasado.
—Otro —dijo Vegetta.
Y así sucesivamente. Violador en serie. Asesino en serie. Depredador de niños. Asesino serial. Abusador doméstico. Pornografía infantil. Abuso de niños.
Tortura. Secuestro. Asesino de niños.
—Suficiente —dijo finalmente Roier—. Ya entendí.
—¿Es así? —preguntó Vegetta—. Porque mi hijo te ha dado inadvertidamente el poder de destruir todo por lo que hemos trabajado. ¿Crees que el mundo está mejor con alguna de esas personas en él?
Roier tragó saliva, dejándose caer en una de las lujosas sillas de oficina que rodeaban la mesa.
—No. Por supuesto que no.
Vegetta apoyó la cadera en la mesa, mirando fijamente a Roier.
—No quiero sonar como una película mala, pero sólo tienes dos opciones aquí. O estás con nosotros o en contra. No me gustan las amenazas, y no me gusta tener que decir cosas como esta. Pero lo que hacemos aquí, esta especie de experimento es un estudio piloto para algo mucho más grande que todos nosotros. Y hay gente muy influyente que mataría por asegurarse de que esto no salga de esta sala. Así que te animo a tomar la decisión correcta.
Spreen se dejó caer en el asiento junto a Roier. ¿Estaba su padre diciendo la verdad?
¿Había otras personas involucradas en esto? ¿Quiénes eran? ¿Cómo estaban involucrados? ¿Era una especie de táctica de miedo? ¿Sabían los demás de eso?
Roier miró a Spreen y luego volvió a mirar a Vegetta.
—Esto es impresionante y todo, pero decidí hace horas que me guardaría las cosas para mí. Además, es como dijo Spreen esta mañana, ¿Quién iría a creerme? No tengo ninguna prueba. Tendré que esperar por mi gran debut.
Spreen sintió un extraño apretón alrededor de su corazón. No era justo que Roier tuviera que sacrificar todo, aunque hubiera utilizado a Spreen. No era como si Spreen no lo hubiera utilizado de vuelta. Varias veces. Le digirió a su padre una mirada suplicante.
—Puedo ayudar con eso —dijo Vegetta—. Tengo contactos en todas partes. Esto podría beneficiarnos a todos.
Roier pareció considerarlo y luego negó con la cabeza.
—No. Quiero ganarme mi lugar, no comprarlo. Tendré que encontrar una historia diferente para mi gran debut.
A Spreen no le gustó la vacuidad de las palabras de Roier ni la decepción en su rostro. De alguna manera, lo hacía sentir pesado. Sabía que Roier estaba dolido, pero no podía hacer nada al respecto. No se trataba sólo de un titular. Esto tenía que ver con los padres de mierda de Roier y su hermano muerto. Spreen estaba haciendo la vida de Roier más difícil. Él no quería hacerle eso.
—¿Una historia como la de un juego que termina en suicidio masivo? — preguntó Spreen—. Eso me parece digno de un titular.
—¿Qué has descubierto? —preguntó Vegetta.
Spreen asintió hacia Roier, que dijo:—Entrevistamos a un estudiante que afirma que su compañero de cuarto jugaba, y dio a entender que al menos una de las víctimas, Xander Hamilton, también jugaba a este juego. Todo esto es información de segunda mano, pero parece que tiene que ver con completar una cierta cantidad de tareas, cada una de ellas más desagradable que la anterior, muchas de las cuales tienen que ver con ver o escuchar material perturbador. El compañero de cuarto de este estudiante se fue de la ciudad hace cuatro semanas, y cree que el tipo estaba huyendo por su vida.
—¿Puedes localizar a este compañero de cuarto? —preguntó Vegetta.
—Todavía no. Aroyit, ¿Puedes decirme qué puedes encontrar sobre un tal Eric Sievers? Era un estudiante de segundo año en Henley hasta hace cuatro semanas.
Se oyó el sonido de las uñas de Aroyit al chocar con las teclas.
—Eric Sievers, fecha de nacimiento 25 de septiembre de 2000. Hijo de Lisa y Grey Sievers. Mamá es agente inmobiliaria y papá es profesor. Es el menor de... seis hermanos. Dios. No me extraña que necesitara esa beca.
—¿Puedes comprobar si su teléfono provoco alguna señal en alguna torre o si su tarjeta de débito se usó en algún lugar en las últimas semanas? —preguntó Spreen, ganándose una mirada de sorpresa de Roier.
—Dame una hora y te podré decir qué ha desayunado esta mañana —dijo Aroyit.
—Mientras tanto, ¿Puedes enviarme la información que has encontrado sobre las víctimas? Quizá podamos trabajar hacia atrás y averiguar cómo eligen a sus jugadores —razonó Roier.
—¿De qué servirá eso? —preguntó Spreen.
Roier sacudió la cabeza.
—Bueno, sí podemos averiguar cómo eligen a sus jugadores, tal vez podamos averiguar quiénes jugaban esta vez y si abandonaron el juego o siguen jugando.
Vegetta asintió, mirando a Roier con una expresión muy diferente a la de hace unos momentos.
—Es una buena idea. Haz que Dream te ayude. Se dedica a hacer perfiles de comportamiento. Tal vez él pueda hacer un perfil de los estudiantes. No te fijes sólo en las cinco víctimas más recientes. Necesitas un muestreo más amplio.
Aroyit, busca cualquier grupo de suicidios que puedas encontrar en todo el país.
—Ya tengo un bot corriendo. Enviaré esa información pronto.
Con eso, desconectó la llamada, dejando a los tres hombres mirándose fijamente. Después de un minuto, Vegetta le dio una palmada en la espalda a Roier.
—Bienvenido a la familia, hijo. Espero que sepas a lo que te apuntaste.
No fue la bienvenida que Spreen esperaba para Roier, pero fue mucho mejor de lo que esperaba. Cuando se quedaron solos, Spreen se puso de pie, mirando a Roier.
—¿Qué hacemos ahora, detective?
Roier dejó que Spreen lo jalara para ponerse de pie, con una expresión sombría.
—Ahora… —dijo suavemente, como si estuviera reuniendo fuerzas—. Ahora conoces a mis padres.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Spreen, odiando el pánico en su voz.
Spreen no estaba preparado para conocer a los padres de Roier. No ahora. Ni nunca. Su madre era una criatura vil, y su padre parecía igualmente desagradable. Roier y Spreen era algo demasiado nuevo como para que él asesinara a los padres de Roier. Asesinar a sus futuros suegros podría ser un obstáculo de más para su floreciente relación. Pero se guardó esos pensamientos para sí mismo.
Roier sacudió la cabeza.
—Porque es muy probable que mi hermano fuera una de las víctimas de este juego, y si alguien tiene el computador de mi hermano por ahí, es mi madre.
—Dijiste que tu madre nunca te lo daría.
Roier negó con la cabeza.
—No lo hará. Pero te lo dará a ti.
Spreen frunció el ceño.
—¿Me lo dará? ¿Por qué?
—Porque, más que nada, mi madre le encanta la influencia. Su hijo periodista nunca superará a su hijo dorado muerto, pero su novio multimillonario sí. Ella hará cualquier cosa para impresionar a una celebridad. Tú eres lo más cercano que puede conseguir. Si cree que hay una posibilidad de que te cases conmigo, te dará un puto riñón.
El labio de Spreen se curvó con disgusto. No tenía ningún interés en aplacar a la horrible madre de Roier. Por ningún motivo.
—De ninguna manera.
Roier se acercó más, sus manos cayeron sobre la cintura de Spreen, sus dedos se sumergieron bajo su camisa y sintieron su camino a lo largo de los abdominales de Spreen.
—Por favor. Tienes que hacerlo. Necesito saber si mi hermano estuvo involucrado en esto, y Dios nos ayude, mi mamá podría ser la clave para eso.
Spreen se distrajo temporalmente con las manos errantes de Roier y sus ojos suplicantes y la forma en que mordisqueaba su labio inferior entre sus dientes. Mierda.
—Estás jugando completamente sucio conmigo en este momento.
—¿Está funcionando?
Sí.
—No deberías tentarme de esta manera, sabes.
Los pulgares de Roier jugaron sobre los pezones de Spreen, con una mirada llena de calor.
—No te estoy provocando. Estoy... negociando.
Una lenta sonrisa apareció en el rostro de Spreen.
—Siempre estoy abierto a las negociaciones. ¿Cuál es tu oferta?
Las manos de Roier se deslizaron hasta la cintura de Spreen.
—Aceptas llevarme donde mis padres y ser bueno y yo seré bueno contigo a cambio.
Spreen se puso duro al instante.
—¿Qué tan bueno?
Roier echó un vistazo alrededor de la habitación.
—¿Hay cámaras aquí?
A Spreen se le entrecortó la respiración.
—No.
Esperaba que eso fuera cierto. Pero incluso si era una mentira descarada y su padre de alguna manera terminaba viendo lo que sea que Spreen estaba a punto de hacerle a Roier en esa habitación, no podía obligarse a parar. Sobre todo, cuando Roier se estaba arrodillando y sus manos ya estaban abriendo el botón de los jeans de Spreen.
Mierda.
Chapter 14: Roier
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Spreen ya estaba duro, mirando a Roier con una sonrisa que debería haber encontrado humillante pero que, en cambio, hizo que su pene palpitara y su corazón se acelerara. Spreen le quitó la gorra a Roier de la cabeza, enhebrando los dedos en su pelo. Hurgó con avidez el borde de la verga de Spreen a través de la tela del pantalón antes de que sus dedos se apresuraran a liberarlo de ellos, demasiado excitado como para sentirse avergonzado por su atrevimiento.
Era difícil sentirse avergonzado cuando Spreen lo miraba con el suficiente calor como para hacer que explotara de la nada, como si Roier fuera digno y sexy y algo que Spreen realmente deseaba.
—Estás tan jodidamente caliente. Te estuve imaginando de rodillas para mí desde el momento en que te vi —canturreó Spreen, pasando el pulgar por el labio inferior de Roier—. Vamos, Roier. Sé bueno conmigo. Intentaré no ser demasiado malo con vos.
El pulso de Roier se disparó ante las palabras de Spreen. El antiguo Roier podría haber estado furioso por ser tratado como una muñeca sexual, pero este Roier no tenía suficiente, no tenía suficiente de Spreen y de la forma en que lo miraba.
Provocaba que Roier fuera audaz. Lo hacía sentirse sexy y deseado.
—No quiero que seas amable conmigo.
—No tenés ni idea de lo que estás diciendo —advirtió Spreen con una risita, agarrando el cabello de Roier con más fuerza—. Ya de por si tengo cero control a tu alrededor. Si me quitas la correa, no puedo prometer que no te haga daño.
El calor floreció en lo más profundo de Roier. Se acomodó sobre sus talones, encontrando la mirada de Spreen desafiante.
—Entonces hazme daño. No sería la primera vez.
Roier dejó caer su boca, con la lengua fuera, dejando claras sus intenciones. Vio el momento exacto en que Spreen dejó caer su máscara, ese falso exterior humano que todos llevaban para convencer al resto del mundo de que estaban seguros a su alrededor.
Pero nadie estaba seguro cerca de Spreen. Excepto Roier. Apenas se conocían desde hacía un día, pero Roier sabía, en el fondo, que Spreen destriparía a cualquiera que lo mirara mal, y ese conocimiento hacía que Roier quisiera hacer cosas muy malas por Spreen. Le hacía estar dispuesto a sentir dolor por él, a degradarse por él.
Spreen pasó su pene entre los labios de Roier, sin forzar su entrada, sólo frotándose sobre sus labios y mejillas, como si lo estuviera marcando, haciéndole saber que haría lo que quisiera, cuando quisiera. Empujó la cara de Roier hacia los rizos de la base de su pene, haciéndolo gemir. ¿Era normal estar hambriento por el olor de una persona? ¿Especialmente así, con la cara enterrada en su muslo, donde el olor era más fuerte?
A Roier no le importaba. No le importaba si parecía necesitado o desesperado mientras frotaba su cara contra Spreen, incapaz de detener los gemidos que brotaban de sus labios mientras usaba su boca en las bolas de Spreen.
—Vamos, Roier, chúpala —Spreen tironeó la cabeza de Roier hacia atrás, forzando su verga entre sus labios—. Mostrame lo bueno que puedes ser.
Roier cerró la boca sobre su longitud, saboreando el sabor de su piel y el peso en su lengua cuando Spreen comenzó a penetrar su boca, lentamente al principio, pero luego con más fervor.
Spreen gruñó en voz baja mientras Roier gemía a su alrededor, el sonido iba directo a su verga hasta que goteó a través de su ropa interior. Spreen no había mentido, no tenía intención de ser amable. Tal vez sólo había estado calentando a Roier, facilitándole lo que estaba por venir. La mano de Spreen se quedó dónde estaba, enredada en su pelo, pero la otra se cerró alrededor de su cabeza. Dio un paso adelante, forzando su miembro hasta el fondo de la garganta de Roier con un rápido movimiento.
Intentó no jadear, pero era imposible. Spreen era enorme y Roier definitivamente tenía un reflejo nauseoso. Un reflejo que Spreen parecía querer poner a prueba mientras forzaba su pene a una profundidad imposible hasta que los músculos de Roier convulsionaron alrededor de ella.
Cuanto más se atragantó y balbuceó, más brutal se volvió Spreen hasta que las lágrimas se derramaron por las mejillas de Roier, su nariz goteaba y ambos estaban cubiertos de su saliva mientras Spreen mantenía su mirada fija en él. Fue crudo y brutal y se sintió un poco como un crimen, pero a pesar del dolor, o tal vez debido a él, Roier sólo se puso más duro, su pene goteando hasta el punto donde estaba preocupado de que pudiera correrse en sus pantalones como un adolescente.
A Roier le gustaba ser utilizado por Spreen. Lo anhelaba. Había algo tan embriagador en ser el único que podía ver el verdadero lado oscuro de Spreen. Roier conocía todos sus secretos, conocía cada perversión oscura. Sólo Roier. Nada había sido nunca sólo suyo. Nunca nadie se había preocupado sólo por él. ¿Era esto ser importante? ¿Roier había sido tan maltratado que tener a un hombre destrozando su garganta era el equivalente al amor en su mente? Un terapeuta estaría encantado con él.
—Tócate —exigió Spreen, como si Roier hubiera estado esperando su permiso.
¿Lo había estado? En cualquier caso, se apresuró a cumplir la orden de Spreen, abriendo sus jeans con una mano y gimiendo de alivio cuando la palma de la mano se cerró alrededor de su piel acalorada. No perdió el tiempo y se acarició al ritmo de los ásperos empujones de Spreen, con el placer disparándose a lo largo de sus terminaciones nerviosas hasta que no pudo evitar los sonidos que emitía.
Roier ya estaba muy cerca. Spreen le había estado dando vueltas desde que lo había vestido esa mañana. Spreen probablemente diría lo mismo de Roier. Lo había dicho. Había dicho que era un provocador. Pero ambos disfrutaban de este juego, esta cosa entre ellos. Sea lo que sea que fuera. Este constante tira y afloja. Las burlas. Las provocaciones. El secuestro. Roier sentía que Spreen consideraba todo eso como juegos previos. Y, que Dios lo ayude, él también.
Cuanto más lo usaba Spreen, más rápido se movía la mano de Roier, acercándolo al orgasmo. Cuanto más brutal era Spreen, más intenso era el placer de Roier, hasta que ya ni siquiera se acariciaba a sí mismo, sino que se exprimía para liberarse, temiendo correrse el primero. Él no quería eso. Quería correrse con el sabor de Spreen en su lengua.
Spreen estaba cerca. Roier podía sentirlo en la forma en que sus manos lo agarraban con más fuerza, la forma en que su respiración se entrecortaba. Spreen no era exactamente alguien que hablaba mucho, pero eso sólo significaba que Roier podía oír lo mucho que se estaba desencadenando, lo mucho que excitaba a Spreen.
—Voy a venirme —gruñó Spreen, forzando su pene en la garganta de Roier, manteniéndola allí. Sus caderas palpitaban contra él hasta que Roier se preocupó de poder asfixiarse con el miembro de Spreen. No era la peor manera de morir.
Justo cuando la visión de Roier se volvía borrosa en los bordes, una extraña sensación de euforia se apoderó de él, la liberación de Spreen inundó su boca, obligándolo a tragar o ahogarse. Roier eligió tragar, y su mano volvió a trabajar sobre su propia verga dolorida. Sólo necesitó tres fuertes tirones y se corrió, su orgasmo lo golpeó con la fuerza de un tsunami.
Spreen se liberó, pero Roier permaneció de rodillas, tratando de recuperar el aliento, sólo ligeramente consciente de que Spreen se alejaba. Luego regresó, poniendo a Roier de pie antes de levantarlo y sentarlo en la mesa de la sala de conferencias.
El corazón de Roier se apretó cuando Spreen utilizó un paño húmedo para limpiarle suavemente la cara. Toda la áspera intensidad se había desvanecido de sus rasgos, dejándolo con una expresión hacia Roier de una manera que le hizo contener el aliento. Como si lo hubiera complacido.
Spreen le dirigió una mirada divertida.
—¿Estás bien?
Roier asintió, tragando con fuerza, y luego haciendo una mueca de dolor.
—Nada que un poco de agua y tal vez un poco de Tylenol no puedan arreglar.
Spreen se rio. Cuando Roier estuvo limpio, Spreen le agarró la barbilla suavemente, dejando caer un beso casi casto en sus labios.
—Eso fue sexy, Roier.
A Roier le ardían los ojos por las lágrimas y todavía tenía mocos, pero se sentía caliente, sólo porque Spreen lo había considerado así. Miró alrededor de la habitación.
—Realmente espero que tu padre no tenga cámaras aquí.
Los nudillos de Spreen rozaron la mejilla de Roier de esa manera que hacía que la piel se le pusiera de gallina.
—No las tiene, pero me gustaría que las tuviera. Esa mamada fue digna de ser grabada para la posteridad.
—No creo que debas mostrar eso a ninguna generación futura —dijo Roier, formando una sonrisa de lado—. Aunque, supongo que es agradable que quieras algo para poder recordarme —Odiaba lo triste que sonaba.
Spreen sonrió, sacudiendo la cabeza.
—Realmente no lo entendes, ¿Verdad? Nunca vas a salir de esto. ¿Vos y yo? Es un trato hecho. Somos como la mafia. Una vez que estás dentro, estás dentro. Realmente espero que puedas aprender a amarme porque esta cosa jodida que tenemos... ya es para siempre. Espero que no te hartes de mí.
Todo esto era tan surrealista. Hace dos días, había soñado con acabar con los De Luque. Ahora, de repente, iba a ser uno. No tenía idea de qué hacer con esa información. Enamorarse de Spreen no iba a ser difícil. Pero no podía evitar la sensación de que sería para siempre unilateral.
—Creo que es mucho más peligroso sí tú te hartas de mí.
—Eso no va a pasar. Las relaciones son como vos las formes. Nuestros objetivos y valores están muy alineados. Tenemos una vida sexual increíble. Nunca te faltará ninguna posesión material que desees. Si necesitas algo de mí emocionalmente, aprenderé. Lo descubriré. No tenés que tener miedo de mí. Decidí que sos el indicado para mí en el momento en que te pusiste esas esposas.
Roier no estaba seguro de seguir respirando. En cuanto a pedidas de mano se refería, esta había sido una muy buena.
—Oh.
Spreen sonrió.
—Es Cris a quien deberías temer. Es muy... posesivo conmigo. Podría verte como una amenaza.
—Así que tu hermano psicópata, quien luce exactamente como tú, podría querer asesinarme. Muy bien. Excelente. Supongo que hay que decir que no lo vi venir.
—No te preocupes. No dejaré que te mate.
—Qué romántico.
Roier se pasó los dedos por el pelo por enésima vez cuando aterrizaron en la puerta de su madre. Había tirado su gorra en el asiento trasero, sabiendo que ella se enfocaría en ella al instante como un faro. A su lado, Spreen observaba la pequeña y ordenada casa blanca, con su cuidado césped y arbustos a lo largo de la valla blanca, rebosantes sólo de flores blancas. Su madre era dedicada a su estética.
Las casas a ambos lados de la de su madre eran más grandes y mucho más lujosas, pero la suya era meticulosa. Les había dicho a los vecinos que había elegido la casa pequeña porque estaba reduciendo el tamaño desde que sus hijos se habían ido, pero la verdad era que prefería tener la casa más pequeña en el barrio más bonito que la más grande en uno menos deseable.
Roier levantó la mano para llamar a la puerta, pero no se atrevió a hacerlo. Hablar con su madre por teléfono todas las semanas ya era bastante duro, pero enfrentarse a su escrutinio en persona era una tortura. Escucharla hablar de cada uno de sus defectos en detalle delante de Spreen sería un infierno puro y duro. Hoy no debería haberse vestido de rosa. Odiaba cuando hacia algo demasiado afeminado. Solo porque era gay no significaba que tuviera que "parecer" gay.
Solo date la vuelta y corre, hermano. Ella nunca te va a dar lo que quieres. Guarda ese MacBook Pro como si fuera mi mortaja.
Vete. No puedo hacer esto con tu voz en mi cabeza y la de ella en mis oídos. En serio, vete de aquí.
Bueno, alguien está sensible. Mierda.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que Spreen lo miraba con expresión divertida.
—¿Preferís hacer todas las reuniones parentales al aire libre? —se burló Spreen—. Ya que no puedo evitar notar que una vez más estamos de pie afuera en lugar de, ya sabes, adentro.
Roier puso los ojos en blanco.
—Estoy... preparándome para eso. No sabes la pesadilla que puede ser mi madre.
Spreen levantó la mano y tocó el timbre, ganándose una mirada de exasperación de Roier.
—¿Qué? Dijiste que ella me encontraría encantador. Deja que la encante.
Antes de que Roier pudiera entrar más en pánico, la puerta se abrió. Su madre estaba de pie con sus pantalones de lino blanco y su top magenta fluido, vestida en joyas de oro como si temiera que, si no se las ponía todas de una vez, alguien pudiera robarlas. Parpadeó sorprendida, su mirada iba y venía entre Roier y Spreen.
—¿Qué haces aquí? —dijo, con un tono lo suficientemente afilado para cortar. Entrecerró los ojos hacia Spreen, observando su manga llena de tinta y su atuendo informal con una mueca—. ¿Quién es éste?
Roier respiró profundamente.
—Spreen, esta es mi madre, Beverly. Mamá, este es mi novio, Spreen —Ella claramente no lo reconoció a simple vista, así que Roier dijo:—Spreen De Luque.
El cambio fue instantáneo, su expresión era serena, pero la mirada en sus ojos era depredadora.
—¿De Luque? —preguntó ella, fingiendo ignorancia—. ¿Por qué me suena tanto ese nombre?
Spreen le dedicó una sonrisa deslumbrante.
—Probablemente conozca a mi padre. Vegetta De Luque.
La mano de su madre flotó hacia su pecho.
—Oh, vaya. Eres tan guapo. Justo como tu padre. Y ¿Estás... con mi hijo?
Dios, es una perra.
Roier tenía que estar de acuerdo con Aldo en esto. No le sorprendió que la única persona que no había preguntado por los moretones que tenía por todo el cuerpo fuera su propia madre. O no se había dado cuenta o realmente no le importaba. Roier no estaba seguro de qué opción era peor.
Roier se esforzó por no reaccionar ante las reflexiones de su hermano. Sin embargo, tenía razón. Era una perra. Por mucho que se preparara para su inquebrantable odio hacia él, nunca dejaba de ser doloroso. La forma en que enfatizaba "mi", como si Spreen hubiera agarrado el novio equivocado, no era más que una vuelta de tuerca al cuchillo que le había clavado en el corazón desde que había nacido.
Spreen se puso rígida a su lado, pero su sonrisa no vaciló. Rodeó con su mano la de Roier, enhebrando sus dedos y apretando con fuerza, aunque Roier no sabía si era por solidaridad o si incluso quería golpear a Bev en la garganta. En cualquier caso, algo en ese gesto alivió parte del dolor.
— Crió a un hombre increíble —Le aseguró Spreen—. Nunca creí en el amor a primera vista, pero una sola mirada a Roier y quedé encantado.
Tal vez era sólo parte del espectáculo, pero el corazón de Roier se aceleró, especialmente cuando el pulgar de Spreen comenzó a dibujar círculos en la delicada piel de la parte interior de su muñeca. La mirada de confusión de su madre no era una actuación. Realmente no podía concebir un mundo donde alguien no lo encontrara tan horrible como ella lo hacía.
—Oh. Bueno, qué bien. ¿Ya conoció a tu padre? Imagino que está acostumbrado a que salgas con hombres mucho más... adecuados.
¿Qué mamada? Tal vez deberías dejar que la mate. A estas alturas, parece un servicio comunitario.
Roier luchó por no esbozar una sonrisa, pero entonces Spreen le apretó los dedos con tanta fuerza que le preocupó que pudieran romperse.
—Sí, esta misma mañana. También le encantó Roier. Estaba emocionado por darle la bienvenida a la familia.
La mano de Beverly se agitó.
—¿A la familia? —jadeó ella. Entonces pareció recordar sus modales—. Oh, Dios. Pasen. Pasen. Me disculpo. Mi hijo rara vez viene de visita, y menos durante los días de entre semana —Los condujo a la sala de estar con su alfombra y muebles blancos, señalando el sofá—. Por favor, toma asiento.
Roier se dejó caer sobre el cojín más cercano. Spreen lo siguió, sentándose lo suficientemente cerca como para que se tocaran desde el hombro hasta la pantorrilla, manteniendo sus manos entrelazadas en su muslo.
—Gracias.
Bev dejó escapar un enorme suspiro, su sonrisa casi genuina.
—Por supuesto, mi futuro yerno es siempre bienvenido aquí. Su familia también, aunque no puedo imaginar por qué querrían venir a mi humilde casita.
—Su casa es encantadora —dijo Spreen, sonando tan sincero que Roier no pudo evitar quedarse boquiabierto. ¿Era este el Spreen para el público? ¿Era éste el Spreen de las entrevistas? ¿El que se reunía con clientes y salía con supermodelos? Roier preferiría al Spreen asesino psicópata cualquier otro día—. La verdad es que estamos acá porque hay algo con lo que esperaba, bueno, que mi padre espera, que pudieras ayudarme.
Las cejas bien cuidadas de Beverly se dispararon hacia arriba.
—¿Cómo podría ayudar a Vegetta De Luque?
Spreen se inclinó, negándose a soltar la mano de Roier.
—Este es un tema un poco delicado y me disculpo de antemano por la angustia que pueda causarte —dijo, dedicándole una sonrisa triste.
Su madre se inclinó también, siempre dispuesta a contar chismes o una historia jugosa que pudiera utilizar para agasajar a su club de bridge.
—Te escucho.
—Puedo suponer que escucho hablar de las recientes muertes en Henley — preguntó Spreen.
El rostro de su madre se convirtió en una nube de tormenta. Cruzó las piernas y juntó las manos, sus labios formando una línea apretada.
—Sí, por supuesto. Una tragedia.
Spreen asintió.
—Sí. Mi padre está de acuerdo. Está creando un evento. Una especie de memorial para todos los estudiantes que se han quitado la vida, no sólo en Henley, sino también en la escuela de su difunto hijo.
Si su madre cruzaba algún miembro más, se volvería del revés. Podía decir que estaba luchando consigo misma. Si hubiera sido cualquier otra persona que no fuera un De Luque preguntando, los habría echado de su casa con una escoba y le habría dicho a Roier que nunca volviera.
—Oh, eso es bonito, querido —dijo ella suavemente—. Pero no veo cómo puedo ayudar.
—Esperábamos que todavía tuvieras el computador de Aldo —soltó Roier.
Los ojos de su madre se abrieron de par en par y su rostro palideció.
—¿Qué? ¿Por qué?
Spreen lanzó a Roier una mirada que gritaba “cállate” y luego se giró hacia Bev.
—Las otras familias nos han dado acceso a los computadores de sus seres queridos para buscar cualquier poema, arte, ensayo. Cualquier cosa que nos permita echar un vistazo a un lado de ellos que no podríamos ver de otra manera. Vamos a convertirlo en una especie de instalación artística. Ya sabe que mi padre es un mecenas de las artes.
Roier luchó por no poner los ojos en blanco mientras observaba a su madre intentar procesar la lógica de Spreen. Era una buena historia. Mejor que lo que Roier había planeado, que era simplemente rogar o esperar hasta que su madre se fuera, y luego saquear su armario.
—No creo que mi hijo tuviera algo tan frívolo en su ordenador —dijo Bev—. No le gustaban esas cosas artísticas como a Roier. Dedicaba su tiempo a cosas importantes como las tareas escolares y actividades extracurriculares. Incluso hizo trabajos de voluntariado en la fundación de tu padre. Te habría encantado mi Aldo.
Spreen apretó la mano de Roier con más fuerza, como si pudiera sentir el escozor de sus palabras y su efecto en el corazón de Roier.
—A nuestra experta en informática le gustaría tener la oportunidad de ver si puede encontrar todas las cosas que le gustaban a Aldo. Si las calificaciones y las actividades extracurriculares de Aldo eran su principal objetivo, nos aseguraremos de que eso se destaque, al frente y al centro. Pero realmente significaría mucho para nosotros, para mi padre, si pudiéramos tomar prestado su portátil durante unas horas. Podemos clonar el disco duro y tenerlo de vuelta casi inmediatamente para que no esté fuera de su vista por mucho tiempo. Le prometo que se la devolveremos exactamente igual que como cuando nos la entregó.
Una vez más, Spreen le dedicó a su madre esa gran sonrisa. Roier pudo notar que ella estaba dudando. Ella quería a Aldo más que a nada en el mundo, pero Aldo estaba muerto y la atención de Vegetta De Luque sería un capital social que ella podría rentabilizar con su club de bridge durante meses, sino años, sobre todo si Spreen decía la verdad y realmente hacían vida juntos.
Finalmente, su madre suspiró.
—De acuerdo, claro. ¿Por qué no? Pero quiero tener la última palabra en lo que se refiere a su memoria. No quiero que la gente se haga una idea equivocada de mi hijo.
—Por supuesto —Le aseguró Spreen.
Ella asintió y se levantó y salió de la habitación. Roier se hundió en el sofá. Spreen se inclinó y le acarició justo detrás de la oreja.
—Podría matarla por vos.
—¿Cómo lo harías? —preguntó Roier, sin aliento. La idea de la muerte de Bev se sintió como un bálsamo para su corazón magullado.
Spreen pareció pensarlo.
—Uhm, ¿Veneno?
Roier negó con la cabeza.
—Demasiado rápido.
—¿Ahogada?
Roier hizo una mueca.
—No es lo suficientemente doloroso.
—¿Tina de ácido? —Spreen contraatacó.
Se le escapó una risa sorprendida.
—¿Intentas matar a mi mamá o acabar con todos los toons de ToonTown, juez Doom?
—¿Acabas de hacer una referencia a Quién engañó a Roger Rabbit? — preguntó Spreen, mirando a Roier con asombro.
—Me encanta esa película —dijo Roier, sonrojándose por alguna razón.
—A mí también —murmuró Spreen, inclinándose para besar a lo largo de la concha de la oreja de Roier.
—Dime más formas en las que matarías a mi mamá —dijo Roier en un suspiro.
—¿No tenés miedo de que nos atrape besándonos en su sofá? — Spreen ronroneó, dejando caer la mano de Roier para rozar con las yemas de los dedos el interior de su muslo.
—Por favor, podrías cogerme en la mesa del comedor y ella sólo trataría de encontrar la forma de sacar provecho monetario al evento.
Spreen hizo un sonido apreciativo cuando sintió que Roier empezaba a endurecerse detrás de su cremallera.
—Esa es una idea.
—¿Cogerme delante de mi madre? Uhm, no. Los límites existen.
Spreen sacudió la cabeza.
—Uh-uh. Cogerte doblado sobre la mesa de mi comedor. Extraño estar dentro de vos.
Roier se sonrojó.
—Anoche estuviste dentro de mí.
—Lo sé, ya pasaron horas. Me voy a morir —entonó Spreen dramáticamente.
Roier resopló.
—Realmente lo…
—Aquí tienes —dijo Bev, sosteniendo el portátil de Aldo frente a ella como si fuera una ofrenda.
Roier se puso en pie de un salto, sin perderse la mirada de diversión en la cara de Spreen mientras juntaba las manos delante de su entrepierna. Qué idiota. Spreen se levantó mucho más lánguidamente, recibiendo el portátil de ella e inclinándose para besar la mejilla delgada como el papel de su madre.
—Gracias, Bev. Le devolveré esto enseguida.
Las mejillas de su madre se tornaron rosadas y agitó las pestañas.
—Por favor, dime mamá.
Vete a la mierda.
Chapter 15: Spreen
Chapter Text
Roier estaba inusualmente callado cuando salieron de la casa de su madre, mirando por la ventana del pasajero una vez más. Spreen estaba aprendiendo rápidamente que cuando Roier estaba realmente dolido, volcaba su ira hacia el interior. Spreen deseaba que Roier simplemente gritara o hiciera acusaciones hostiles. Cualquier cosa era mejor que el silencio que Spreen sabía que significaba que Roier se estaba haciendo pedazos.
Spreen había visto su cuota de padres de mierda. Carajo, hasta que llegó Vegetta, él mismo había tenido padres de mierda, pero Bev era diferente. Su método de tortura era insidioso. Muerte por mil cortes y su arma era su afilada lengua.
Quería que cada púa penetrara lo suficiente para herir, pero nunca lo suficiente para matar.
A personas como Spreen y Cris, no había forma de torturarlas psicológicamente. Carecían de la capacidad de ser heridos emocionalmente. Pero Roier no.
Intentaba ocultar su blando corazón tras palabras mordaces y humor negro, pero no había forma de enmascarar el dolor en sus ojos y eso era lo que hacía temer a Spreen por la seguridad de Bev. Roier era suyo. Le pertenecía a él. Con él. Para siempre. Eso significaba protegerlo con extremo prejuicio, incluso si el atacante era la propia madre de Roier. Quizás especialmente si era ella.
Pero Vegetta nunca aprobaría que Spreen se tomara la justicia por su mano con Beverly Scott, y no creía que "era un regalo de boda" fuera una excusa válida para dejar sin vida a la mujer, por muy odiosa que fuera. Pero definitivamente no estaba invitada a la boda. Haría que la sacaran de allí esposada si era necesario.
—¿Adónde vamos ahora? —preguntó finalmente Roier, rompiendo la burbuja de tenso silencio.
—Mi hermano, Juan, tiene su centro de investigación cerca. Puedo clonar el disco duro desde allá y luego podemos hacer que un mensajero devuelva el portátil a tu madre.
Roier asintió.
—¿Qué crees que encontrará Aroyit en el computador de Aldo? — preguntó con voz apagada.
Spreen sabía lo que se estaba preguntando. ¿Averiguarían que su hermano había sido asesinado o que se había quitado la vida? Pero Spreen sabía la verdad. No importaba. No había ninguna respuesta que pudiera reconfortar a Roier. Su hermano seguía muerto de cualquier manera.
—¿Qué crees vos que encontrará? —Spreen replicó, esperando que la pregunta permitiera a Roier desahogar algunos de los sentimientos que parecía estar embotellando en su interior.
—Una parte de mí espera que no haya nada. Casi sería mejor no saber el por qué ya no está. Había una nota de suicidio, pero mi madre nunca me dejó verla. Tal vez Aroyit la encuentre. Pero saber que hubo un juego invalida la autenticidad de la nota, ¿No? Podría ser falsa. Entonces, eso no importa,
¿Verdad? —preguntó Roier, con la voz entrecortada.
—Ojalá supiera las palabras correctas para decir en esta situación —dijo Spreen con sinceridad—. Puedo decirte que, si mi hermano muriera, nunca habría una razón lo suficientemente buena para satisfacerme. Nunca habría una forma de detener la hemorragia acá —Se golpeó el pecho dolorido—. No habría un castigo lo suficientemente duro, ni una represalia lo suficientemente bárbara para la persona que me lo arrebató.
—Pero ¿Qué pasaría si descubrieras que la persona que te lo arrebató fue él mismo? —preguntó Roier, con la voz llena de sentimientos.
—Probablemente me volvería loco —respondió Spreen con sinceridad—. Sos mucho más fuerte que yo.
Entraron en un espacio marcado para estacionamiento fuera de la elegante oficina de Juan, pero antes de que Spreen pudiera abrir la puerta, su teléfono emitió un mensaje de texto de Cris.
"¿Qué pasa?"
Por supuesto, Cris había sentido el dolor y el pánico de Spreen ante la idea de perderlo.
"Estoy bien, sólo estoy consolando a un amigo"
La respuesta de Cris fue inmediata.
"¿Consolando a alguien? ¿Vos? ¿Un amigo? ¿Te referis a tu pequeño reportero? ¿Ese amigo? Escuché que debería felicitarte."
Mierda. La línea de chismes de De Luque nunca se cerraba.
"No es así"
" Entonces, ¿No decidiste casarte con un reportero menos de cuarenta y ocho horas después de que me fuera del estado?"
Bueno, quizás sí fue un poco así. ¿Qué podía decir? Sí, se había movido a la velocidad de la luz con Roier. Sí, estaba planeando quedarse con él para siempre. Spreen amaba a su hermano más que a nada en el mundo entero. Él era la única persona que Spreen había imaginado ser capaz de amar. Pero lo que tenía con Roier era más que eso. Mucho más.
Miró a Roier y sentía esta necesidad imperiosa, un conocimiento primitivo y animal de que Roier le pertenecía, que estaba hecho para él, que estaba destinado a ser amado y cogido y protegido por él. Quería herirlo para poder curarlo.
Quería saber que era el único en quien Roier confiaba para doblarlo sin romperlo.
"Te preguntaría si papá te está obligando a hacer esto, pero puedo sentir lo mucho que lo deseas. Lo siento demasiado que me distrae"
—¿Estás bien? —preguntó Roier, frunciendo el ceño lo suficiente como para que se le formaran pequeñas líneas en el entrecejo.
Spreen le dio lo que esperaba que fuera una sonrisa tranquilizadora.
—Sí, cosas de hermanos. Dame dos segundos.
Spreen tecleó su respuesta y pulsó el botón de enviar, esperando que Cris fuera razonable al respecto.
"Escúchame, necesito que te agrade"
Recibió tres emojis con cara de rabia y luego: No va a pasar.
Spreen hizo un ruido de disgusto, ganándose otra mirada ansiosa de Roier. Spreen no sabía por qué Cris estaba siendo tan difícil con esto, así que lo destapó.
"¿Por qué te importa siquiera? ¿Crees que no sé quién te está distrayendo al otro lado el país? No es Rubius."
Tres puntos rebotaron durante un tiempo desmesurado considerando la corta respuesta.
"Lo traje para que podamos trabajar."
Spreen resopló.
"¿Trabajar en qué? ¿Su control de las arcadas? No olvides que yo también siento lo que vos sentís. Deseaste a Carre desde el momento en que le pusiste los ojos encima. Podés fingir todo lo que quieras, pero esto es una calle de doble sentido. Sé amable con mi reportero y yo seré amable con tu... pasante"
Esta vez, los puntos comenzaron y se detuvieron cuatro veces antes de que llegara su respuesta.
"No hay nada entre Carre y yo. Estás imaginando cosas. Sólo me gusta jugar con él. Es tan fácil de irritar. Que hayas decidido atarnos a un desconocido no significa que vaya a renunciar a mi condición de célibe"
Spreen puso los ojos en blanco.
"¿Quién poronga usa ya la palabra célibe? Tengo que irme. Estoy muy ocupado"
No esperó a que su hermano le enviara un mensaje de respuesta, sino que salió del carro y se metió el teléfono en el bolsillo trasero antes de dar la vuelta para sacar a Roier del asiento del copiloto.
El interior del centro de investigación era tan estéril y aburrido como el propio Juan. Todo era madera, cromo y paredes de color lino. Era como si hubiera puesto una especie de filtro sobre toda la oficina que hacía que incluso sus empleados parecieran descoloridos y monótonos.
La chica detrás de la recepción levantó la cabeza y abrió los ojos al ver a Spreen.
—Uhm, hola. ¿Buscas a Juan? Quiero decir, ¿Al Dr. De Luque? Eres su hermano, ¿Verdad? ¿Uno de los gemelos?
Spreen le lanzó una sonrisa.
—Sí, ¿Podes hacerle saber que estoy acá? Sólo necesito que me preste su oficina por diez minutos.
Los dedos perfectos de la chica tantearon las teclas del teléfono y luego habló por su pequeño auricular. Cuando volvió a mirar hacia él, esbozó una sonrisa, mostrando un diente inferior ligeramente torcido.
—Puedes ir directamente a la parte de atrás. Su oficina está pasando esta puerta a la izquierda.
Spreen asintió, tomando la mano de Roier y prácticamente arrastrándolo por el pasillo. A pesar de ser la oficina de Juan, le sorprendió encontrarlo en él. Spreen se detuvo en la puerta con tanta brusquedad que Roier chocó con él. Juan solía estar en el laboratorio. Pero no llevaba su bata de laboratorio.
—¿Qué haces acá? —preguntó Spreen.
Juan arqueó una ceja imperiosa.
—Esta es mi oficina. ¿Qué haces tú aquí?
Spreen empujó a Roier hacia el interior y cerró la puerta, entregándole el grueso portátil.
—Necesito clonar este disco duro para poder llevárselo a Aroyit
Juan asintió, tomando el computador y conectándolo al equipo necesario antes de abrir la tapa y detenerse en seco.
— ¿Contraseña?
Spreen se giró hacia Roier.
—¿Sabes su contraseña?
Roier soltó una carcajada sin humor.
—Su contraseña era la misma para todo: Borden1221.
—¿Borden?
Roier asintió.
—Como Lizzie Borden.
— ¿Quién mató a sus padres a hachazos?
— Aldo solía bromear con que era una inspiración. Tenía un sentido del humor muy oscuro. Le habrías gustado.
Juan tecleó la contraseña y luego emitió un gruñido de satisfacción que hizo saber a Spreen que había funcionado.
Después de pulsar algunas teclas, Juan se sentó.
—Esto va a tomas al menos cuarenta y cinco minutos. Siéntense.
—¿No tenés que volver al laboratorio?
Juan miró a Roier de arriba abajo.
—Es mi hora de almuerzo.
Spreen resopló.
—¿No sueles pasarla enviando mensajes de texto sexuales a tu esposa?
—Está ocupada. Hora pico —dijo Juan, su mirada bajando hacia donde Spreen sostenía la mano de Roier—. Este es él, ¿Huh?
Spreen suspiró.
—Roier, te presento a mi hermano, Juan. Juan, te presento a Roier.
Hubo un largo momento de silencio mientras Spreen esperaba que Juan empezara a protestar sobre la responsabilidad y el tener que proteger a la familia, pero simplemente suspiró y luego dijo:
—Encantado de conocerte, Roier. Bienvenido al circo. Espero que sepas como caminar por la cuerda floja.
—Lo voy descubriendo en el camino —dijo Roier.
—Sólo un consejo. Probablemente deberías invertir en una buena base para ocultar el... entusiasmo de mi hermano por ti, antes de que empiecen a circular rumores de que mi hermano es una pareja abusiva. También, si nos traicionas, nunca encontrarán tu cuerpo. Mi padre tiene algunos amigos poderosos. Amigos que matarían a un reportero y lo harían parecer un accidente.
Ahí estaba.
—No lo amenaces —advirtió Spreen.
Juan dirigió la mirada a su hermano y luego devuelta a Roier.
—Él no te podrá ayudar. Esta gente... está mirando al panorama general. El plan mayor para la investigación de mi padre. No permitirán que una sola persona lo arruine. Mi padre sigue un código, pero ellos no. Te convendría demostrarles, más pronto que tarde, que estás de nuestro lado.
—¿A qué te refieres? —preguntó Roier—. ¿Cómo?
—Eres reportero, ¿Verdad?
Roier negó con la cabeza.
—Sólo soy un bloguero de crímenes.
—¿Sobre qué crímenes has estado blogueando?
El rostro de Roier palideció y su mirada se dirigió a Spreen, quien preguntó:
—Roier... ¿Sobre qué crímenes estuviste escribiendo en el blog?
—Crímenes que parecían no tener relación pero que en realidad podrían tenerla. Los crímenes de tu padre —logró decir Roier—. Nunca insinúe que fuera tu padre, sólo tantee el terreno para ver si otros veían el patrón que yo veía.
—Mierda —murmuró Spreen.
—No. No, esto es bueno —dijo Juan, ganándose una mirada de sorpresa de Spreen—. Creo que tienes razón. Sobre sembrar la idea de un único justiciero que lucha contra el crimen.
—¿Un qué? —dijo Roier.
—¿Papá te habló de eso? —preguntó Spreen.
—¿Le habló de qué? —Insistió Roier, con su confusión evidente.
—Le dije a mi viejo que tener un reportero de nuestro lado, uno que pudiera ser capaz de moldear al público y su opinión sobre ciertos casos, podría ser beneficioso para nuestra causa.
—Quieres que mienta —Se dio cuenta Roier, con la voz apagada.
—No. Exactamente lo contrario. Queremos que digas la verdad. Pero no toda la verdad —dijo Juan.
—¿Qué significa eso siquiera? —preguntó Roier.
Spreen miró a Juan, que le hizo un gesto para que siguiera hablando. Spreen se giró hacia Roier.
—Significa que las víctimas de esos asesinatos de los que hablas son todos hombres horribles. Algunos de los hombres que matamos, la policía sabía que eran monstruos. Como el padre de Quackity, Wayne Holt. Sabían que era un violador y depredador de niños, pero nunca pudieron probarlo en un tribunal. No estamos limitados por la burocracia. ¿Imagina que por casualidad se encontrara información sobre algunos de los asesinatos no resueltos en esta ciudad que mostrara al mundo quiénes eran realmente estos hombres? Monstruos.
Spreen pudo ver cómo las tuercas de Roier empezaban a andar.
—Entonces, ¿Quieres que use mi blog de crímenes para exponer a tus víctimas y sus crímenes? ¿No atraerá eso más atención a tu familia?
Juan negó con la cabeza.
—Estamos bien protegidos. Nos hemos cubierto de una docena de maneras diferentes. Pero no podemos permitirnos que alguien haga preguntas sobre nuestro padre. Nadie puede ni siquiera susurrar que Vegetta De Luque sea otra cosa que el multimillonario filántropo de corazón solidario que el mundo adora. Si estás cubriendo estas historias, si eres la autoridad en estos crímenes posiblemente relacionados, si somos los que controlamos la narrativa, sólo ayuda. El yerno de Vegetta De Luque quien es reportero nunca profundizaría en los crímenes que cometió su propia familia. Eso sería una locura.
—Entonces, ¿Sólo quieres que... exponga sus crímenes? —preguntó Roier.
Juan juntó los dedos como un supervillano.
—Queremos que hagas lo que haces. Investigar a las víctimas. Informar de tus hallazgos. Reflexionar en voz alta sobre la posibilidad de un único asesino justiciero. Cuando tu blog explote, lo que ocurrirá en el momento en que te conviertas en un De Luque, puedes dirigir suavemente a tu audiencia en la dirección que quieras. Siempre y cuando sea lejos de nosotros. Tu nueva familia.
—Deberías abrir un canal de YouTube —dijo Spreen con una sonrisa—. Mucha más visibilidad —Empujó un mechon errante de la frente de Roier—. A la gente le encantará este personaje nerd y adorable que sos. Sobre todo, cuando te pongas las gafas.
Roier se sonrojó.
—En realidad no tengo facciones para videos.
Spreen se resopló.
—Sos hermoso. Además, no creo que entiendas la cantidad de tiempo que vas a pasar en el ojo público. Constantemente tenemos cámaras sobre nosotros. Siempre tendrás que ser consciente de tu entorno. No nos importa que la gente rastree nuestros movimientos cotidianos. Siempre intentarán encontrar a Quackity y a Wilbur almorzando o besándose en el carro. Vivimos para ese tipo de prensa. Mientras vivamos nuestra vida pública, podes lucir molesto por la presencia de las cámaras, pero necesitas tolerarlas. ¿Tiene sentido?
Roier asintió con duda.
—Cuando te dediques a alguna actividad no pública, aprenderás medidas de evasión —dijo Juan—. Espero que mejor de lo que Spreen hizo contigo.
Spreen le hizo un gesto con el dedo del medio.
—Esto es... mucho —Pudo decir Roier.
—Esto es ser un De Luque —replicó Juan—. Ser el yerno de un multimillonario rico es mejor que estar muerto. Aunque estés casado con él.
Spreen le mostró el dedo otra vez a Juan.
—¿Podes llevar la unidad clonada al lugar de entrega y hacer que un mensajero le lleve el portátil a la madre de Roier?
Juan frunció el ceño.
—¿La madre de Roier?
—Sí, creemos que el hermano de Roier podría estar involucrado en el caso que papá me está haciendo investigar.
Las cejas de Juan se engancharon hacia arriba.
—¿El juego?
Roier asintió, tragando con dificultad.
—Era parte de un grupo de suicidas en una escuela diferente, durante un año diferente.
—Siento oír eso —dijo Juan, sonando sincero—. Anota la dirección y haré que mi recepcionista la devuelva a donde pertenece. Dejaré el disco clonado al salir cuando me vaya al taller.
—El taller —jadeó Roier, como si de repente recordara algo—. Por fin puedo preguntar por el taller. ¿Qué pasa allí? ¿Qué pasa con todos los chicos que entran y salen a todas horas de la noche? Es obvio que tu esposa no está traficando drogas, así que ¿Qué es?
Juan le dio una mirada a Spreen, quien se encogió de hombros.
—Pronto lo sabrá todo.
Juan miró a Roier, y con un tono rígido.
—Mi esposa acoge a chicos con problemas que necesitan un espacio seguro. Esos chicos han creado un… grupo de vigilancia en el barrio. La gente mala se aprovecha de la gente buena que tiene opciones limitadas, ya sea por razones de estatus migratorio o por dinero, a menudo ambas. Mi esposa... desanima a esa gente de aprovecharse de los vulnerables de su barrio.
Roier parpadeó.
—Los desanima…
—Sí.
—Entonces, Ari hace lo que todos ustedes hacen —dijo Roier débilmente—. Mata a los malos.
—Es lo que vos también haces —dijo Spreen con suavidad—. No tenés que tomar una pistola o un cuchillo, pero ahora sos parte de esta familia, y se espera que la protejas, que nos protejas, con la misma feracidad con la que nosotros te protegeremos a vos.
Roier asintió con la cabeza, todavía con la mirada un poco aturdida.
—Y cuando Cris regrese, vas a necesitar protección —dijo Juan—. Siéntete libre de esconderte en nuestra casa.
La mirada sorprendida de Roier se volvió a posar en Spreen.
—¿Por cuánto tiempo voy a tener que preocuparme de que tu gemelo quiera matarme?
Spreen suspiró.
—¿Tal vez una semana? ¿Tal vez un día? Con Cris, quién sabe. Con un poco de suerte, hay un chico fashionista letal que lo mantiene distraído de cualquier impulso asesino.
—Ese letal chico fashionista es mi cuñado —murmuró Juan.
—El corazón quiere lo que el corazón siente —entonó Spreen, ganándose una mirada de su hermano mayor—. Bueno, nos vamos. Le enviaré un mensaje a Aroyit de que dejarás el disco duro en el punto de recogida.
—¿Punto de recogida? —preguntó Roier.
Spreen asintió.
—Sí, es donde dejamos las cosas para que Aroyit las busque.
Roier frunció el ceño.
—¿Por qué no hacer que ella venga a buscarlo? O llevárselo a ella,
—Nunca vimos a Aroyit cara a cara —dijo Spreen.
—Pero ¿Conoces a su hijo? —replicó Roier— ¿Cierto? ¿Sapnap es su hijo?
Spreen miró a Juan.
—Sí... lo es. ¿Significa esto que ya podemos conocer a Aroyit? O sea ¿Es algo que queremos hacer? No sé cómo me sienta ver a la mujer que está detrás de cámaras.
Juan puso los ojos en blanco.
—Eso es una crisis para otro día. Resolvamos el juego y mantengamos a tu prometido con vida el tiempo suficiente para que puedas casarte con él.
Roier miró a Spreen, con expresión suplicante.
—Necesito una siesta.
Spreen pasó un brazo por los hombros de Roier, tirando de él para dejar caer un beso en su cabello.
—Cuenta conmigo, Roier. Cuenta conmigo.
Chapter 16: Roier
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Roier parpadeó rápidamente para espantar el sueño, estirándose más de lo necesario antes de dejarse caer de espaldas y mirar al techo. La cama de Spreen era mucho más lujosa cuando Roier no estaba esposado al cabecero. No estaba seguro de cuánto tiempo había dormido, pero la luz de la luna que brillaba a través de la ventana dividía la habitación, que por lo demás estaba oscura.
Se arrastró hasta sentarse y frunció el ceño ante la pila de ropa doblada ordenadamente en el borde de la cama. Era su ropa. De su apartamento. ¿Había ido Spreen a recuperar la ropa de Roier mientras él dormía? Su corazón hacía esa extraña cosa que hacía cada vez que Spreen hacía algo considerado. Lo cual era sorprendentemente frecuente para un psicópata al que le gustaba cazar a sus compañeros de cama en lugar de seducirlos.
¿Vegetta les había enseñado a ser tan atentos? ¿Era todo parte del... plan de estudios? Tal vez todos los hombres deberían ser obligados a tomar la clase de Vegetta De Luque "Cómo ser un humano". Debería enviar a su futuro suegro una cesta de frutas.
El hombre te trajo ropa, no un riñón. ¿Son tan bajos tus estándares, Roier?
Roier puso los ojos en blanco.
—Sí, bueno, también puedes culpar a mamá por eso. Ahora, si me disculpas, voy a entrar en su baño del tamaño de un apartamento y hacer uso de su elegante ducha. No estás invitado —dijo en voz alta a la habitación vacía.
Una vez bajo el agua, Roier se dio cuenta de que Spreen también había traído su jabón y su champú. Roier tenía que haber estado cansado. Había dormido a través de la conmoción de Spreen por el dormitorio. Ignoró su propio jabón, y en su lugar se enjabonó con el caro jabón corporal especiado de Spreen. Había algo en envolverse en el aroma de Spreen que hacía que toda esta situación se sintiera más real y menos como una especie de sueño febril.
Apoyó la frente en las frías baldosas, dejando que los chorros golpearan su piel. Si esto era un sueño, Roier no tenía ningún interés en despertar. Nunca había sido impulsivo, no hasta Spreen. Ahora sólo se dejaba arrastrar por la marea de la caótica existencia de la familia De Luque, y nunca había estado más tranquilo.
Spreen había dicho que debería abrir un canal de YouTube para empezar a diseccionar los asesinatos. Los asesinatos que su propia familia había cometido. Ahora, la familia de Roier, también. Había una especie de genio malvado detrás del plan. No era que Roier estuviera mintiendo. No estaba inventando los crímenes que las víctimas habían cometido. Las personas que habían matado se lo merecían.
La verdad era que los De Luque no eran asesinos, eran el karma. Y Roier podía ser parte del problema o parte de la solución. Ser parte de la solución significaba tener la carrera con la que siempre había soñado, un hombre con el que no podía imaginarse haber tenido una oportunidad, y una vida sacada de un maldito cuento de hadas. Y estaba en el lado correcto de la historia. No había ninguna desventaja.
La idea de estar frente a una cámara era un poco intimidante, definitivamente tenía una cara para la radio, pero no era que Roier no estuviera acostumbrado a las críticas. Su madre se había asegurado de ello. Resopló al pensar en eso mientras cerraba el agua y salía de la ducha para secarse con una toalla antes de ponerse una camiseta y unas sudaderas.
Roier salió de la habitación, escuchando los sonidos de Spreen mientras bajaba las escaleras trotando. Vivir en estas casas era un juego constante de Marco Polo. Ladeó la cabeza, su pulso se disparó al captar el sonido de la voz de Spreen y lo siguió.
Estaba en su oficina. Parecía que esta vez estaba hablando de negocios reales, algo sobre presupuestos y límites de tiempo. Era extraño oír a Spreen hablar de cosas mundanas como los costes de construcción como si fuera un tipo más y no... bueno, un De Luque.
Cuando Roier asomó la cabeza por la esquina, su pene se agitó al instante. Spreen estaba recostado en su gran sillón de cuero negro, con el pelo revuelto como si se hubiera pasado las manos por él. También iba vestido de manera informal con una camiseta de cuello de pico que dejaba ver apenas la tinta en su piel. Era tan condenadamente sexy que Roier se quedó sin aliento.
Spreen lo sorprendió mirando y le dedicó una sonrisa lenta que atravesó a Roier como un rayo, y luego torció el dedo, haciéndole una seña para que se acercara. Roier entró sin pensarlo. Una vez que estuvo a su alcance, la mano de Spreen lo atrapó, arrastrándolo hacia su regazo. Continuó su conversación sin perder el ritmo.
—Escucha, Gil. Es demasiado tarde. Los planes ya están clavados. Vos y la junta directiva los aprobaron. Se fijaron los presupuestos, se contrató a la gente. Los cimientos se vertieron. Te estás dando cabezazos contra la pared, amigo —dijo Spreen, con una voz rica y suave, un tono imperturbable.
Roier no podía decir lo mismo del otro hombre. No pudo distinguir sus palabras, pero definitivamente no apreciaba la franqueza de Spreen. Roier dejó caer la cabeza contra el hombro de Spreen, contentándose con sentir el calor de su cuerpo filtrándose a través de las finas capas de tela que los separaban.
Al parecer, Spreen no se conformaba con eso. Roier aspiró un fuerte suspiro cuando su mano libre serpenteó por debajo de la cintura de sus pantalones, emitiendo un sonido de agradecimiento cuando se dio cuenta de que Roier no llevaba ropa interior. Mordió un gemido cuando su puño se cerró alrededor de su suave pene, provocándola hasta que se endureció en su mano.
—Si no te gustaba el diseño, el momento de plantearlo habría sido hace un año. Ya sabes, cuando la junta votó por el diseño —dijo Spreen, frotando su pulgar sobre la raja de Roier, recogiendo el líquido preseminal allí y untándolo sobre la cabeza en un movimiento que hizo que destellos de luz aparecieran detrás de sus párpados y que un gemido subiera a su garganta.
No pudo evitar apretarse contra la ahora evidente erección de Spreen mientras el hombre seguía gritando al otro lado del teléfono. Spreen apretó los dientes en la oreja de Roier, obligándolo a morderse el labio inferior para no gritar. ¿Cómo estaba tan jodidamente compuesto todo el tiempo? ¿Por qué era tan ardiente?
Spreen apretó el teléfono entre su mejilla y su hombro, dando un codazo a Roier para que se levantara, y luego enganchó los pulgares en los pantalones de Roier y tiró de ellos hacia abajo antes de hacer lo mismo con los suyos como si fuera lo más normal del mundo. Cuando ambos estuvieron expuestos, tiró de Roier hacia atrás contra él, moviendo lentamente las caderas para que su pene trabajara en el surco entre las mejillas de Roier. Oh, mierda. Iba a tener sus propias marcas de dientes permanentemente incrustadas en su labio inferior si Spreen no dejaba de torturarlo.
—Eso es entre vos y Jensen, Gil. Vos aprobaste los costos de construcción y de material. No podes decidir qué queres cambiar el diseño una vez que el proyecto está en marcha sólo para ahorrar unos cuantos dólares. Esto no es tu residencia personal, es un puto rascacielos.
Roier asintió como si estuviera de acuerdo con él mientras seguía apretándose contra Spreen, el roce de piel con piel lo volvía loco y desesperado.
Spreen giró su silla lo suficiente como para alcanzar su cajón superior y sacó de su interior lo que parecía crema de manos, echando un poco en su mano antes de trabajarla entre sus cuerpos. Roier se movió, sintiendo cómo Spreen le untaba el pene y luego trabajaba el resto en su pliegue. ¿Realmente estaba haciendo esto?
Spreen interrumpió al otro hombre a mitad de su discurso.
—Gil, espérame un segundo. Tengo que ocuparme de un asunto urgente.
Roier vio cómo Spreen ponía en silencio su celular y lo dejaba sobre el escritorio.
—Levántate. Ya sabes lo que quiero —Las entrañas de Roier se estremecieron ante su bajo estruendo, un Spreen totalmente diferente al de hace unos segundos—. Te vas a coger sobre mi pija mientras te vienes. Y lo vas a hacer sin hacer ni un solo ruido o estar esposado al radiador se sentirá como unas vacaciones. ¿Entendido?
—Sí —Pudo decir Roier, sin aliento.
Spreen tomó su boca en un beso sucio.
—Buen chico.
Antes de que Roier pudiera siquiera procesar sus palabras, Spreen se abrió paso en el cuerpo de Roier, robándole el aliento, su boca cayendo abierta en un grito silencioso mientras sus entrañas se reacomodaban para acomodarlo. Era tan jodidamente enorme. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas ante el ardor, pero su verga estaba enrojecida y dolorida, y se movió, tratando de que Spreen la penetrara aún más.
Spreen acomodó a Roier para que tuviera palanca para hacer lo que Spreen le pedía, y luego tomó su teléfono, dirigiendo a Roier una mirada firme que hizo que la piel se le pusiera de gallina.
—¿Qué estás esperando? —preguntó—. Ah, y será mejor que te asegures de que los dos nos vengamos antes de que termine esta llamada o si no...
O si no ¿Qué?
No hubo tiempo para preguntar. Spreen descolgó el teléfono y anuló el silencio de la llamada.
—Lo siento por eso. ¿Por dónde íbamos? Bien, odias el diseño —Llevó la mano de Roier de nuevo a su miembro como si le recordara lo que se esperaba de él.
Roier se movió, mordiéndose un gemido cuando el pene de Spreen se movió dentro de él. Tuvo que olvidarse de la llamada telefónica, del tono despreocupado de Spreen y de su comportamiento despectivo, y concentrarse en su aroma y en la forma en que las palabras que decía resoplaban contra su piel y en el ardor de sus muslos mientras trabajaba la miembro de Spreen.
Spreen nunca se quebró. Su voz nunca se quebró, su respiración nunca aumentó. Su expresión seguía siendo de aburrimiento mientras discutía las cifras y los detalles del diseño, pero su otra mano vagaba, deslizándose por debajo de la camisa de Roier para jugar con sus pezones y luego bajando por su vientre, sus dedos burlándose del interior de sus muslos, tirando de sus pelotas hasta que todo el ser de Roier se sintió como un cable vivo, cada toque enviando descargas de placer a lo largo de su cuerpo.
Cuando Spreen se movió en su asiento, forzándose a sí mismo todavía más profundo, Roier no pudo evitar el gemido desesperado que se le escapó. Spreen sonrió y le tapó la boca a Roier con la mano.
—¿Qué fue, Gil? No, fue una de las mucamas. Está vaciando mi cubo de la basura —Spreen apartó la mano de Roier, y Roier prácticamente lloró de alivio cuando empezó a masturbarlo con un propósito singular hasta empezó a empujarse hacia arriba en la mano de Spreen y luego abajo sobre su verga. Estaba tan jodidamente cerca, pero no tenía ni idea de si Spreen estaba metido en esto o no. No le estaba dando, literalmente, nada para guiarse.
—No me comprometo. Nunca. Me contrataste por mi experiencia, mis conocimientos y mi estilo. Si querías diseñar tu propio edificio, deberías haber buscado otro arquitecto.
La mirada de Roier se fijó en una esfera de cristal negro en la esquina del techo. Una cámara. Spreen había dicho que había cámaras en toda la casa. En algún lugar había un archivo digital que los grababa juntos. ¿Qué aspecto tenían juntos?
¿Quizá Spreen le mostraría la grabación?
Roier gimió cuando la mano de Spreen lo trabajó más rápido. ¿Tenía idea de lo cerca que estaba Roier de caer sobre el borde? Demasiado cerca. En un segundo más, estaría fuera de sus manos.
—Así son las cosas, Gil. No es necesario que te alteres por eso. Esto no es emocional, es un negocio.
La boca de Spreen encontró la garganta de Roier, lamiendo y chupando un rastro hasta su mandíbula mientras alejaba su teléfono para que Gil no se diera cuenta de su juego. Spreen mordió con fuerza el hombro ya magullado de Roier, justo a través de su camiseta, tal vez abusando de las mismas marcas. Eso fue todo; Roier se estaba viniendo, su semilla se derramó sobre la mano de Spreen. Sin embargo, no dejó de acariciarlo, incluso cuando se retorcía de incomodidad y luchaba por mantenerse callado.
—Te lo digo. Estás siendo irracional. Emocional. Estuviste gritando toda la conversación.
El hombre comenzó a soltarse de verdad, su voz un rugido casi gutural. Fue entonces cuando Spreen soltó el pene de Roier, su brazo se cerró alrededor de su cintura como una barra de hierro, sus caderas se apretaron contra él. Entonces Roier pudo sentir su miembro palpitando mientras se derramaba dentro de él. Dejó caer dos delicados besos en las marcas de los dientes que había dejado, y luego en su cuello.
Esto era tan Spreen. Dos personas. Dos personalidades. Una para el público y otra sólo para Roier. Nadie más tenía el derecho de ver a Spreen como lo que realmente era. Nadie. Excepto él. Sólo por eso valía la pena cualquier incomodidad, cualquier riesgo, cualquier... cosa.
—Gil, ¿Por qué no te tomas un tiempo para recomponerte y lo hablamos el lunes ante la junta? Nos vemos entonces.
No le dio a Gil la oportunidad de responder, en lugar de eso se limitó a pulsar el botón de colgar y a dejar caer su teléfono sobre el escritorio para rodear a Roier con ambos brazos.
—Mmm, eso fue caliente, como siempre. ¿Así es como va a ser el matrimonio?
—Eso espero, dios... —dijo Roier, desinflándose contra él. Spreen apartó la camiseta de Roier de su hombro para lamer y chupar la marca que había dejado.
—¿Tuviste una buena siesta? —preguntó Spreen contra su piel.
—Sí, la mejor. Pero ahora tengo hambre. Tienes que darme comida.
—Tus deseos son órdenes. ¿Querés que cocine? —dijo Spreen mientras hacia un gesto con la mano.
—¿Sabes cocinar? —preguntó Roier, genuinamente sorprendido.
Spreen sonrió.
—Soy excepcional con los cuchillos.
—Sí, pero eso no significa que sepas cocinar —dijo Roier entre risas—. Gracias por ir a buscar mi ropa.
—De nada. Pero ahora, las malas noticias.
El corazón de Roier se hundió.
—¿Malas noticias? ¿Qué malas noticias?
Spreen volvió a besar su oreja.
—Dentro de unos diez segundos, vas a tener que levantarte y las cosas se van a poner muy pegajosas.
Roier puso los ojos en blanco.
—Oh, Dios mío. Cállate.
La pierna de Roier rebotó nerviosa durante todo el camino hasta la casa de Vegetta. Esto era lo que habían estado esperando. Una pista. Por fin. Aroyit había llamado esa mañana y les había planteado la situación de buenas y malas noticias. La mala noticia era que había hablado con Jagger, quien le había hecho saber que todos los computadores recogidos de las víctimas habían sido devueltos a sus padres, y que no había podido encontrar más grupos de suicidas evidentes, ni en la escuela ni en otros grupos sociales grandes. Al menos, ninguno que no tuviera que ver con sectas o política. La buena noticia, dijo, era que tenía algo, pero se había negado a decir qué sin una visita a la mansión. Dijo que era más fácil mostrarles lo que había encontrado en la gran pantalla del salón de guerra, pero Spreen dijo que no se sorprendiera si resultaba que los estaban atrayendo hacia una emboscada.
Las últimas cuarenta y ocho horas habían pasado volando con muy poco que mostrar, a excepción de algunos nuevos moretones para Roier. Durante el día, habían pasado horas investigando todo lo que podían sobre este tipo de juegos, dónde se originaron, cómo se jugaban, quién los jugaba, quién los construía, quién era el responsable. Pero no había nada.
También el perfil de los jugadores estaba resultando mucho más difícil de lo que imaginaba. Todo lo que podía decir era que todos eran populares, todos en la cima de su juego, todos arrasando en sus años universitarios. No era difícil imaginar que alguien tuviera algún rencor contra ese tipo de gente.
Sus noches eran mucho más interesantes. A Spreen también le gustaba jugar. Juegos del tipo de rol. Hogareño. Doctor. Captor contra cautivo. Depredador contra presa. Era muy inventivo y realmente no tenía una línea que no cruzara si Roier se lo permitía. Y Roier descubrió que tenía poco interés en negarle nada a Spreen.
Lo más difícil de su relación era soportar las extrañas miradas que recibía cada vez que salía de casa cubierto de los moretones de Spreen. Esas miradas iban desde la compasión hasta el asco, pasando por la lascivia de los conocedores. Roier finalmente había hecho que Spreen se detuviera en la farmacia para que pudiera comprar maquillaje para ocultar las pruebas de su entusiasmo, pero Spreen había hecho pucheros al respecto durante una hora entera. Estaba muy orgulloso de esas marcas. Roier también lo estaba, pero Juan tenía razón. En algún momento comenzarían los rumores que no harían quedar bien a Spreen ni a los De Luque. Él no quería eso.
Cuando entraron en la sala de guerra, Roier se detuvo en seco. Spreen había tenido razón. Era una emboscada. Toda la familia esperaba dentro. Nadie parecía especialmente amenazante, pero tantos De Luque en una misma sala daban la sensación de que estaban a punto de atarlo a la mesa de la sala de conferencias y ofrecerlo como una especie de sacrificio.
Juan y Ari estaban allí, George y Dream, Wilbur y Quackity. Incluso el hermano al que le gustaban los juegos de azar, Carola. Fue Carola quien captó y mantuvo la atención de Roier. Estaba sentado desplomado en su asiento, con la ropa desarreglada, con gafas de sol en la tenue iluminación de la sala. Llevaba al menos dos días de barba en la barbilla y su pelo rubio estaba retirado de la cara en un moño que se encontraba torcido en la parte superior de la cabeza.
—¿Está bien? —preguntó Roier.
—No estamos del todo seguros de que esté vivo —dijo George con desdén—. Es posible que sólo haya este siendo bien preservado por todo el alcohol en su sistema.
Wilbur se rio.
—Sí, a veces, creo que papá simplemente lo hace a lo “Este muerto está muy vivo” y lo acomoda en diferentes posiciones para que el público no se dé cuenta de que está muerto. Es malo para la óptica.
Carola no habló, pero levantó el dedo corazón en dirección a sus hermanos. Antes de que nadie pudiera replicar, Vegetta entró con un pantalón gris perfectamente entallado y un suéter negro que se ceñía a su figura y hacía que los que no estaban relacionados con él se quedaran mirando un poco más de la cuenta.
Roier trató de no ser obvio, pero cuando Spreen le pellizcó el costado, se obligó a apartar la mirada. No era culpa suya que Vegetta De Luque estuviera tan bueno. Spreen lo condujo a las dos sillas del extremo de la mesa, e incluso le tendió la suya. El resto de la familia lo observó.
—Estamos todos aquí, Aroyit. ¿Qué nos tienes? —preguntó Vegetta—. Y que sea rápido, por favor. Tengo una reunión en una hora en el club.
—No, 'Hola Aroyit'. '¿Cómo estás, Aroyit?' Todo manos a la obra — murmuró Aroyit.
—Hola, Aroyit, ¿Cómo estás? —dijo Vegetta, con la voz cargada de impaciencia.
—No me sigas la corriente —dijo ella primorosamente antes de que su voz se volviera todo negocios—. Bien, he encontrado algo. Bueno, creo que he encontrado algo. Tal vez.
—¿Lo cual es...? —preguntó Spreen, con irritación en su tono. Roier le lanzó una mirada. No necesitaban estar del lado equivocado de Aroyit.
—Bueno, he estado rastreando el ordenador de Aldo durante dos días en busca de algo fuera de lugar y no había literalmente nada. Así que empecé a pensar en cómo podía ser posible. Es decir, obviamente, podría no haber habido nada allí nunca, pero tuve que empezar a pensar como una persona que sabía que algo había estado allí alguna vez.
—¿Estás entendiendo algo de esto? —preguntó Roier en voz baja.
—No, pero en algún momento llegará al punto —dijo Spreen.
—Así que entonces pensé en los correos electrónicos que se autodestruyen que, antes de que pregunten, son exactamente lo que parecen, correos electrónicos que se borran solos después de un tiempo determinado.
—Pero si se autodestruyen, ¿Cómo los encuentras? —preguntó Quackity.
—En manos de gente menor, no lo haces, pero moi, diosa suprema de las interwebs, tiene un programa que me permite al menos encontrar las fechas en las que se recibieron estos correos, aunque no haya forma de saber qué había en dicho correo. Cuando ejecuté el programa en el sistema de su hermano, encontré una serie de correos electrónicos destruidos. Luego crucé esas fechas con cualquier descarga...
—Buena suerte llegando a tiempo a esa reunión, papá —murmuró Wilbur.
—¿Quieres hacerlo tú? —preguntó Aroyit—. Trabajo de a gratis, amigo. Sólo estoy aquí porque quiero. Si crees que otro puede hacer un mejor trabajo…
—Cielos, perdón —dijo Wilbur, sonando mucho más joven de lo que Roier sabía que era.
—Deja de hacer que la gente te odie —murmuró Quackity—. Por favor, continúa, Aroyit.
—He encontrado esto —Una foto de Aldo apareció en la pantalla. Una autofoto tomada desde una cámara web. A Roier se le aceleró el pulso, aunque no podía decir por qué. No había nada abiertamente siniestro en la foto
— Es mi hermano. Parece una selfie. ¿Por qué sería raro?
—Bueno, uno, porque alguien le envió esa foto en uno de esos correos electrónicos incrustados.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó George.
—Porque había un archivo incrustado al que no creo que él tuviera acceso. Dream se movió, inclinándose hacia delante para apoyar los codos en el escritorio.
—¿Qué tipo de archivo?
—Este.
Apareció una pantalla. Era un gráfico de bajo presupuesto, como salido de un videojuego de la vieja escuela de los años noventa. Había un hombre con una gran boca abierta haciendo repetidamente una risa malvada. Encima de la pantalla decía ¿QUIERES JUGAR? con un botón de sí o no parpadeando en cuadros verdes y rojos.
Esa sensación de inquietud se estaba convirtiendo en una sensación de insectos arrastrándose bajo su piel. No podía apartar los ojos del hombre y de la risa mecánica que salía de su boca. Había algo que no estaba bien en todo esto.
¿Nadie más lo veía?
—¿Es esto una especie de cosa retro? Esta es la segunda página web de los malos en la que parece una especie de recordatorio de Atari —dijo Wilbur.
—A la red oscura le gusta la vieja escuela —bromeó Aroyit.
—¿Tocaste el botón cuando lo viste por primera vez? —preguntó Juan—. ¿Sabes lo que pasa después?
—No —dijo Aroyit—. No estaba segura de tener otra oportunidad una vez que lo hiciera. ¿Debería?
Hubo una larga pausa mientras el grupo intercambiaba miradas preocupadas antes de que todos miraran a Vegetta.
—Hazlo —dijo Vegetta.
El ratón de Aroyit se movió hasta el botón y luego hizo clic en "sí".
La pantalla estalló en mil ladrillos y luego las palabras GAME OVER se formaron en los escombros. A continuación, la pantalla se quedó en negro.
—Bueno, eso fue anticlimático —dijo Ari, inclinándose hacia atrás y restregándose las manos por la cara antes de preguntar:—¿Alguien quiere ir a almorzar? Me muero de hambre.
Juan puso los ojos en blanco.
—Siempre tienes hambre.
—Tenemos que volver con las niñas —dijo George—. Pronto se despertarán de su siesta.
De repente, aparecieron tres palabras.
« ¿QUIÉN ERES?»
Pero nadie pareció darse cuenta.
—Eh, ¿Chicos? —dijo Roier.
Cuando lo miraron, señaló las palabras en la pantalla, con los latidos de su corazón golpeando sus oídos.
Un cuadro de texto parpadeaba ahora en la pantalla.
—¿Qué hago? —preguntó Aroyit.
Roier se movió en su asiento, tragando en voz alta, antes de decir:—Diles que eres mi hermano.
Sacó una de las botellas de agua del bar y le quitó la tapa mientras Aroyit tecleaba el nombre de Aldo y le daba a "enter". La respuesta fue instantánea.
«MENTIRA. JUGADOR SE AUTO-FINALIZÓ. ¿QUIÉN ERES TÚ?»
Auto-finalizó. ¿Qué carajo? Obviamente, esto no era un mensaje con comando “si/entonces” de un programa de computación. Estaban hablando con una persona real escondida al otro lado de la pantalla.
—Tenemos que hacer que siga hablando —murmuró Aroyit, el sonido de las uñas traqueteando mientras sus dedos volaban sobre las teclas—. Está enmascarando su dirección IP, haciéndola rebotar en un millón de routers diferentes, pero si puede conseguir que siga hablando, quizás pueda rastrearlo. Denme preguntas.
La pierna de Roier empezó a rebotar bajo la mesa de la sala de conferencias mientras se frotaba las palmas sudorosas en los jeans.
—Oh —dijo Quackity con entusiasmo, agitando la mano—. Diles que quieres jugar al juego.
Aroyit hizo lo sugerido.
«NO TE OFRECES PARA EL JUEGO. EL JUEGO TE ENCUENTRA A TI.»
—Jesús, ¿Cuánto drama? —dijo Wilbur.
Aroyit jadeó y luego soltó:—Oh, jodidamente no.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
«NUNCA ME ENCONTRARÁS. PERO YO PUEDO ENCONTRARTE A TI.»
Roier sabía que no le estaba hablando directamente a él, pero lo sentía de esa manera.
—¿Qué está pasando?
—El cabrón está tratando de hackearme de vuelta. Sigan preguntando.
El corazón de Roier estaba apretado en un puño.
—Pregunta por qué el juego encontró a mi hermano.
Spreen le agarró la mano por debajo de la mesa cuando la pregunta apareció en la caja.
« EL GESTOR ELIGE A SUS JUGADORES. NO EL MAESTRO DEL JUEGO.»
Aroyit no esperó a que le dieran ideas antes de teclear:—¿Eres el maestro del juego?
«LO SOY.»
Sin titubeos. Sin miedo. Casi con arrogancia. ¿Quién era esta persona? ¿Qué carajos era un maestro del juego? ¿Como los Juegos del Hambre? ¿Era ese el punto del juego de cierta manera? ¿Que los jugadores se canibalizaran a sí mismos? Nada de esto tenía ningún puto sentido.
—¿Por qué esta persona está tan dispuesta a responder tus preguntas? — Roier preguntó al aire.
—Porque sabe que ella nunca lo va a encontrar —dijo Dream sombríamente.
—Eso es lo que él cree —murmuró Aroyit en voz baja.
La respuesta de Dream fue un choque helado, como si lo hubieran mojado con agua fría. De algún modo, por muy sombrío que fuera, una parte de Roier siempre imaginaba que al final habría una respuesta. Pero tal vez no. Tal vez nunca habría realmente un cierre de heridas. Tal vez Roier estaba condenado a preguntarse para siempre por qué su hermano hizo lo que hizo. ¿Por qué jugó el juego? ¿Cuál fue la gota que colmó el vaso? ¿Por qué lo dejó atrás?
—¿Qué hace el maestro del juego? —preguntó Quackity, observando cómo la pregunta aparecía en la caja.
«ME ASEGURO DE QUE LOS JUGADORES SE ADHIERAN A LAS REGLAS.»
—Nada jodidamente siniestro en eso —dijo Carola con voz ronca, sobresaltando a Roier, que estaba sentado a su lado.
Realmente era como si los muertos le hablaran directamente al oído.
—Pregúntale qué pasa cuando los jugadores no se adhieren a las reglas, Aroyit —dijo Vegetta.
«LOS JUGADORES SON DADOS DE BAJA.»
—Y ¿Si ganan? —preguntó George.
« LOS JUGADORES SON DADOS DE BAJA.»
Roier se sintió enfermo.
—Entonces, ¿No hay manera de ganar el juego? ¿Todo esto es una jodida y enferma forma de regocijarse al obligar a la gente a autolesionarse?
Aroyit ignoró el arrebato de Roier y se limitó a teclear: Entonces, ¿No se puede ganar el juego?
« LOS JUGADORES SON PEONES. LOS GESTORES SON JUGADORES. YO SOY EL MAESTRO DEL JUEGO. TU TIEMPO SE HA TERMINADO.»
Roier se quedó mirando el cursor parpadeante en la pantalla ahora negra.
—¿Qué carajo?
—Dime que tienes una ubicación, Aroyit.
Aroyit resopló.
—No tengo nada. Pero, por el lado bueno, creo que él tampoco.
—Entonces, ¿Regresamos al principio? —consiguió decir Roier.
George negó con la cabeza.
—No exactamente. Sabemos que hay un juego. Sabemos que los jugadores son elegidos de antemano. Sabemos que los jugadores están muertos en el momento en que empiezan a jugar. Sabemos que los gestores son los verdaderos jugadores, lo que significa que los gestores son tan culpables como el maestro del juego. Son migajas, pero hemos encontrado más con menos.
—Hay algo más —dijo Dream—. Y creo que George y yo podemos ayudar.
—¿En qué?
Dream miró a George, luego a Roier.
—El maestro del juego dijo que el gestor escoge a los jugadores. Sabemos que cada cinco años, más o menos, se eligen jugadores de nuestra escuela y de Henley y que todos tienen antecedentes similares. Podemos trabajar hacia atrás. Si hacemos un perfil de los jugadores, podemos hacer un perfil del entrenador. Si podemos perfilar al gestor, podemos encontrarlo. Si lo encontramos, lo hacemos hablar y obtenemos al maestro del juego.
—Vegetta sugirió hacer un perfil de las víctimas hace unos días, pero hay tan poca información para guiarse…
—También te sugerí que te contactaras con Dream —señaló Vegetta, mirando a Roier como un padre decepcionado.
Ah, sí. La verdad era que él y Spreen habían pasado demasiado tiempo envueltos el uno en el otro y no lo suficiente en el caso, pero en defensa de Roier, jugar a juegos pervertidos con Spreen era mucho más divertido que enterarse de que su hermano podría haber sido arrebatado por una razón tan estúpida.
—Eso es a lo que nos dedicamos —dijo George, haciendo un gesto entre él y Dream—. Él es un perfilador. Yo soy experto en estadística y probabilidad. Una sola persona no puede hacerlo todo. Por eso tenemos una familia.
—Entonces, ¿Qué hacemos? —Roier dijo.
—Encontrar al jugador que sobrevivió —dijo Aroyit—. Puede que tenga una pista sobre dónde está. Es pequeña, pero no puede hacer daño seguirla.
—Envíame lo que tenes, Aroyit —dijo Spreen—. Roier y yo lo revisaremos.
No era mucho con lo que seguir adelante, pero le dio a Roier algo a lo que aferrarse. Y en ese momento, realmente necesitaba algo... cualquier cosa. Maldita sea.
Chapter 17: Spreen
Chapter Text
La pista de Aroyit era más una corazonada que una pista. La madre de Eric Sievers era agente de bienes raíces. Las propiedades se compraban y vendían rápidamente en el mercado inmobiliario actual, pero dos propiedades habían permanecido vacantes durante mucho más tiempo del debido. ¿Quizás David se había equivocado? Tal vez sus padres sabían exactamente en dónde estaba.
¿Quién no ayudaría a su hijo a esconderse de un asesino?
Era posible que hubiera algo no comercializable en las casas, pero cuando Aroyit llamó a la madre de Sievers y se hizo pasar por una posible compradora, esta accedió a mostrarle la casa en Maple, pero dijo que la de Bliss estaba en proceso de renovación. Ahora, sentados al otro lado de la calle de la casa de estilo artesanal, estaba más que claro que no estaban realizándole ninguna renovación externa.
Tampoco había indicios de cambios en el diseño interior. Sin trabajadores, sin suministros apilados fuera de la casa. Tal vez los trabajadores tenían el día libre, pero Spreen no creía que fuera eso. La casa de dos pisos con su pintura blanca, persianas negras y puerta roja, estaba en completo orden. No había ni una brizna de hierba fuera de lugar.
La propiedad en cuestión era el sueño húmedo de la mayor parte de la clase media estadounidense. No había forma de que hubiera permanecido vacía en el mercado durante tanto tiempo, ni siquiera por renovaciones. A través de los binoculares que sostenía Spreen, todo estaba quieto en el interior, pero tampoco es que se pudiera ver mucho a través de las ventanas oscuras.
—Creo que Aroyit tiene razón —dijo Spreen—. Creo que aquí es donde lo encontraremos.
—¿Por qué piensas eso? —preguntó Roier, mirándolo con interés.
—Solo hay cortinas en las ventanas de abajo y no hay persianas. ¿Quién deja las cortinas así cuando se mudan?
—¿Gente apresurada? —Dijo Roier, encogiéndose de hombros—. No creo que sea la pista que crees que es.
Spreen le pasó a Roier los binoculares.
—Mira más de cerca. La casa está en venta, pero no hay ningún cartel de "se vende". No hay caja de seguridad en la puerta. ¿Por qué una agente de bienes raíces no querría tener un letrero? ¿Por qué no querrían que otros agentes inmobiliarios mostraran la casa? Es claro que su hijo se esconde allá.
—Sí, quizás.
Spreen se encogió de hombros.
—Tal vez no, pero creo que deberíamos ir a comprobarlo.
No había razón para esperar. No era como si este chico, Eric, fuera un fugitivo. Solo era un muchacho universitario asustado, escondiéndose de sus fantasmas.
—Vamos a revisar… —repitió Roier.
Spreen asintió.
—Sí. Vayamos por atrás y veamos si podemos ver algo por las ventanas.
—Y ¿Si hay cámaras? Spreen puso los ojos en blanco.
—No las hay. Las hubiésemos visto.
La mano de Roier se agitó.
—¿Qué pasa si nos ve por la parte de atrás y trata de salir corriendo por el frente?
De acuerdo, ese si era un buen punto.
—Claro. Ve por la parte de atrás y yo me quedaré en la puerta principal. por si acaso.
Roier lo miró con dureza, subiéndose las gafas por el puente de la nariz.
—Y ¿Si tiene un arma?
Spreen se rio de las pequeñas líneas de expresión entre las cejas de Roier.
—¿Querés que yo vaya por la parte de atrás y vos vas por la puerta principal?
Roier pareció reflexionar sobre ello y luego suspiró.
—No. Yo iré por detrás. Pero si escuchas un disparo, dile a mi mamá que morí como un héroe.
Spreen sonrió.
—Que dramático que sos.
Roier inclinó la cabeza, dándole a Spreen una mirada de enfado.
—Anoche me hiciste fingir ser un preso que intercambiaba favores por sexo con un guardia. No soy yo el dramático.
La sonrisa de Spreen era salvaje.
—Te hice hacer eso, ¿Eh? No sé, esos sonidos que hiciste mientras me montabas anoche fueron bastante dramáticos.
Roier se sonrojó hasta la punta de las orejas. Dios, era divertido jugar con él. Era tan sexy, tan abierto, tan receptivo. Tan dispuesto a sumergirse de cabeza en cualquier escenario loco que Spreen pudiera inventar. Aún no lo había llevado a la mazmorra, pero solo porque se estaba divirtiendo demasiado viviendo sus fantasías con una persona con la que realmente disfrutaba pasar el tiempo, incluso cuando tenían la ropa puesta.
El dolor que se sentía como anzuelos atorándose en su piel cuando Cris no estaba cerca, era solo un dolor sordo cuando estaba junto a Roier, algo más bien irritante que insoportable. ¿Era porque Cris también estaba distraído con lo que sea que estaban matando? O ¿Cris estaba distraído con algo completamente diferente?
Con alguien más. Alguien como Carre. ¿Por qué eso no molestaba más a Spreen?
—¿Deberíamos esperar hasta que oscurezca? —preguntó Roier.
—La gente está más alerta cuando está oscuro. Este chico, Eric, estará en alerta máxima una vez que se ponga el sol. Si pareces formar parte de un sitio, nadie te cuestionaría.
Spreen saltó del auto antes de que Roier pudiera encontrar otra razón por la que no deberían hacer lo que estaban haciendo. Dio la vuelta, abrió la puerta del pasajero y ayudó a Roier a bajarse de su asiento. Spreen no estaba demasiado preocupado por ser reconocido, pero de todos modos se había puesto una gorra de béisbol. Por si acaso.
Una vez que subieron los escalones, Spreen le dio un codazo suave a Roier para que caminara por el costado de la casa, escuchando el leve chirrido de las bisagras cuando Roier abrió una puerta que daba al patio trasero. Spreen se sintió un poco decepcionado cuando ninguna sombra se movió detrás de las cortinas, hasta que escuchó como Roier dejaba escapar una especie de grito entrecortado.
Spreen se obligó a caminar hasta que estuvo fuera de la vista de los autos que pasaban, luego salió disparado por la puerta, chocando directamente contra la espalda de Roier. Parecía que había encontrado a Eric disfrutando del clima soleado junto a la piscina. Estaba sin camisa, vistiendo solo un traje de baño negro y rojo. También blandía hacia ellos un tenedor para parrilas.
—… aquí para hacerte daño —estaba diciendo Roier, con las manos en alto donde Eric pudiera verlas.
—¿Quién diablos te envió? —Eric preguntó en un susurro teatral, golpeando el aire con su arma improvisada.
—Nadie nos envió. Necesitamos tu ayuda —dijo Roier, manteniendo la voz tranquila.
Spreen no intervino, pero se mantuvo pegado a la espalda de Roier, listo para intervenir en caso de que fuera necesario. Pero quería ver como trabajaba Roier bajo presión. Sin embargo, había tenido el arma de Ari apuntando a su cabeza y había estado frío como un pepino. Tal vez era actuado, o tal vez no. Roier era un tipo complicado.
—¿Mi ayuda? —preguntó Eric—. ¿Quiénes son?
Roier miró a Spreen, quien asintió para que continuara. Roier agitó la cabeza forzadamente en respuesta.
—Mi nombre es Roier Scott. Mi hermano jugó el juego.
No se perdió el impacto del reconocimiento en respuesta del chico, quién tenía ahora los ojos muy abiertos. Rápidamente, eso fue reemplazado por cautela.
—¿Cuál juego? —preguntó, sabiendo claramente la respuesta.
—El juego. El juego que terminó con su vida —dijo Roier.
La mano de Eric tembló ante las palabras de Roier.
—¿Por qué debería creerte?
—¿Por qué te mentiríamos? ¿Crees que deambularíamos por tu patio trasero a plena luz del día si estuviéramos mintiendo? El nombre de mi hermano era Aldo. No era suicida, y murió de todos modos. Solo estoy buscando respuestas.
La mirada de Eric iba y venía entre los dos. Spreen no lo culpaba por estar nervioso. El maestro del juego era bastante capaz de asustar a cualquiera que tuviera la capacidad de sentirse incómodo. Pero, Spreen no era una de esas personas. Para él, este maestro del juego sonaba desesperado, como si estuviera esforzándose demasiado por ser un villano. Pero claro, Spreen nunca había tenido que trabajar duro para ser el malo. Él nació siendo así.
—Podes quedarte con el tenedor de parrillas si te hace sentir más seguro — razonó Spreen—. Pero nadie nos siguió. No le diremos a nadie dónde estás. Y si nos ayudas, podemos encontrar al maestro del juego y vos podrás recuperar tu vida —Le ofreció Spreen.
El rostro de Eric palideció bajo su bronceado dorado.
—No puedes acabar con el juego. El juego solo se acaba en cuanto mueres.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Roier, señalando las sillas bajo el toldo del patio antes de sacar una y sentarse con cuidado para no asustar a su anfitrión.
Eric hizo lo mismo vacilante, con sus nudillos pálidos mientras sostenía el tenedor de parrilla mientras se sentaba. Spreen optó por permanecer de pie, apoyándose en el poste para tener los ojos sobre los chicos y también en la puerta trasera… por si acaso.
—¿Cómo sabes que el juego termina con tu muerte? —preguntó Roier, nuevamente.
—¿Aparte de ver a mis compañeros de la universidad cayendo como moscas? —Preguntó Eric con amargura.
Roier hizo una mueca.
—Sí, aparte de eso.
—Todo comenzó con mi clase de marketing —dijo Eric, como si eso tuviera mucho sentido—. Y con esto.
Giró su antebrazo para revelar líneas tenues de lo que obviamente eran cortes en proceso de cicatrización. Alguien había tallado “ya estoy muerto” en su piel.
—Solo recuerdo vagamente haberlo hecho.
—¿Te hiciste esto a ti mismo?
—Sí, con un trozo de vidrio. Suelo vomitar con ver sangre. Jamás me habría hecho algo así de manera voluntaria.
—¿Estás diciendo que alguien te obligó a hacerte esto a ti mismo? — preguntó Roier—. ¿Como si estuvieras drogado? O ¿Hipnotizado?
Eric agarró el mango del tenedor de carne con ambas manos, como si necesitara algo de concreto a lo que agarrarse.
—Eso es lo que yo también pensé al principio. Drogas, o hipnosis. Pero luego recordé mi clase de marketing. Lección uno: Publicidad. Capítulo uno: Mensajes subliminales.
—¿Cómo disfrazar porno dentro de películas para niños como en The Fight Club? —Preguntó Spreen, ganándose una mirada exasperada de parte de Roier.
Eric asintió solemnemente.
—Teóricamente, sí. Los videos que mi gestor me hizo ver no eran inquietantes al principio, pero para el cuarto video me enfermaba viendo cosas que aparentemente eran bien inocentes. Estaba deprimido, distraído, paranoico. Entre los videos había actividades, algunas eran ridículas, como dibujar un gato morado en una hoja de papel o dibujar una X roja en el dorso de mi mano. En ese entonces fue que me di cuenta de que estaban siguiéndome a casa y que siempre nos observaban. Que siempre estaban mirando.
—¿Tenían acceso a tu cámara? —Preguntó Roier.
—A mi cámara web, a la cámara de mi teléfono, pero iba mucho más allá de eso. La séptima tarea era ir a una vía de tren específica en un momento específico y acostarse en las vías. Teníamos que poner un cronómetro y quedarnos allí hasta que sonara la alarma, incluso si venía el tren. Decidí dejarlo todo e ir a una fiesta en lugar de eso. Fue entonces cuando empezaron a llegar los mensajes.
Roier se inclinó, expresión fascinada y horrorizada a partes iguales.
—¿Qué te dijeron?
—Primero, fue solo mi gestor haciéndome saber que podían verme y que sabían que no estaba completando la tarea según lo requerían. Cuando los ignoré, comenzaron a mandar imágenes. Fotos de mi mamá, de mi papá, de mis hermanas. Imágenes de cámaras de centros comerciales y de sus teléfonos, trasmisiones de seguridad, de negocios y cámaras de tráfico. Entendí el punto. Arrastré el culo hasta las vías del tren e hice lo que querían.
—Y ¿Qué pasó? —preguntó Spreen.
—Casi me atropella un maldito tren —dijo Eric, sin aliento, como si estuviera reviviendo el momento—. Cuando regresé, había otro video y una advertencia de nunca ignorar a mi gestor o sería castigado. Fue luego de ese vídeo que me desperté con cortes en el brazo.
—¿Crees que el mensaje estaba en el video? —preguntó Spreen.
Eric asintió.
—Sé que lo estaba. No podía volver atrás y revisar los vídeos anteriores porque suelen auto eliminarse después de verlos. Entonces, grabé en pantalla el siguiente que enviaron en mi teléfono celular y le llevé el archivo aun amigo, quien me ayudó a revisar cuadro por cuadro, y lo que encontramos fue mierda muy oscura. “Suicídate. Hazlo. Eres una carga para tu familia. Hazlo. Ahora. Termínalo. Termina con todo. Córtate las muñecas. Cuélgate”. Era implacable. Y eso solo fue en un video.
Roier parecía que iba a vomitar.
—…Dios….
Eric hizo una mueca.
—Sí. Fue entonces cuando me di cuenta de que el único final es la muerte. Tener esto tallado en mi brazo haría que cualquier policía ni siquiera se molestara en cuestionar mi suicidio. Claramente, me estaba autolesionando o diría que tenía tendencias suicidas. Entonces otras tareas comenzaron a tener sentido. Escribir cartas a mi familia, mi discurso fúnebre, mis miedos más profundos. Cuando sumas todo eso, parecería que me quité la vida.
—¿Fue ahí cuando huiste? —preguntó Spreen.
Eric negó con la cabeza.
—No. Fue allí cuando mi gestor trató de matarme él mismo.
—¿Lo viste? ¿A este gestor? —Preguntó Spreen, acercándose, dejando caer sus manos sobre los hombros de Roier. Roier se echó hacia atrás como si solo necesitara sentirlo más cerca. Tal vez si lo hacía. Esto debía ser demasiado.
Alguien había torturado psicológicamente a su hermano hasta llevarlo a la muerte.
—No lo suficiente como para reconocerlo. Trató de atropellarme con su auto. O con un auto, porque dudo que se tratara del suyo.
—¿Qué nos puedes decir? —preguntó Roier.
—Estaba en un viejo Buick. Como esos grandes que conducen las personas mayores. Era como de un color dorado. El tipo era gordo. Su cara era súper redonda y usaba esos anteojos de asesino en serie.
Roier miró por encima del hombro a Spreen y luego a Eric.
—¿Anteojos de asesino en serie?
Eric los miró como si fueran estúpidos.
—Sí, ya sabes, como esas gafas de montura negra de los setenta. Gruesas y feas.
—¿Puedes recordar qué tipo de cabello tenía?
Eric negó con la cabeza.
—Llevaba un sombrero. No como el tuyo —Señaló la gorra de Spreen—. Sino como uno del de esos tipos edgelord con barba.
Spreen frunció el ceño.
—¿Un qué?
Roier se rio.
—Uhm, el tipo de chicos que se sientan a publicar en Reddit sobre cómo las mujeres no salen con chicos buenos mientras que al mismo tiempo las llaman perras y con otros nombres no tan agradables.
—Incels —dijo Spreen, comprendiendo mejor—. Ya entiendo.
—¿Cómo fue que terminaste aquí? —preguntó Roier.
—No podía ir a casa. Entonces, llamé al teléfono desechable de mi papá.
Spreen se dejó caer en la silla entre Eric y Roier.
—Tu papá es profesor. ¿Por qué tiene un teléfono desechable?
—Mi papá enseña matemáticas en un colegio comunitario y mi mamá vende bienes raíces. Tienen seis hijos. Mi padre tiene un... negocio secundario.
—¿Tu padre, que es un profesor, es traficante de drogas también? — Consultó Roier.
Los hombros de Eric se elevaron, y su expresión se tornó cautelosa.
—Solo vende yerba y hongos en su mayoría. A veces, algo de Éxtasis. Es solo para poder cuidar de nosotros. No es como si les vendiera a niños pequeños y esa mierda.
—No lo estamos juzgando —prometió Roier—. ¿Cómo le explicaste esta situación a tu padre?
—Con mucho cuidado. Habló con mi mamá lejos de la casa y de cualquier tipo de tecnología, ya que no teníamos idea de hasta dónde se extendía su alcance. Mis padres pueden ser unos imbéciles implacables, pero no desean que yo muera. Me tomó un día entero llegar a esta casa y sentir que nadie me estaba siguiendo.
—Sabes que no puedes esconderte para siempre —dijo Roier.
Eric alzó la barbilla.
—Bueno, la alternativa es que me maten. Saben que grabé un video. Violé las reglas. Estoy muerto si me encuentran.
—¿Tu padre, por casualidad, te dio un teléfono desechable para que lo guardaras acá? —preguntó Spreen.
Eric vaciló y luego asintió.
Spreen entregó su propio teléfono desechable.
—Guarda tu información ahí, te avisaré cuando todo haya terminado.
Cuando Eric se quedó mirando el teléfono, Roier dijo:—Puedes confiar en nosotros. Te lo prometo. Vamos a sacarte de esto.
La mirada cansada de Eric se dirigió de un lado a otro, luego finalmente tomó el teléfono y marcó el número, pareciendo que iba a vomitar en el arbusto de gardenia al lado del porche.
Roier se puso de pie, y Spreen asintió con la cabeza a Eric antes de irse por donde habían venido. Estaban a una cuadra de la casa cuando Roier perdió el control, golpeando el tablero del auto de Spreen con tanta fuerza que presionó el botón para desconectar la bolsa de aire, provocando que se desplegara directamente en su cara.
Spreen lo dejó gritar y gritar y golpear el tablero hasta que le sangraron los nudillos y su voz sonó áspera.
—Un juego —dijo, con la voz quebrada—. La vida de mi hermano fue un juego para ellos. ¿Sabes lo que era vivir con mis padres? ¿No solo para mí, sino para él? Yo era invisible y apestaba, pero su amor por él era tan condicional. “Obtén una A y te darán afecto. Saca una B y mamá te ignorará durante semanas.” Y pensar que estuvo mirando todos esos videos, con alguien sacando a la luz sus peores temores acerca de sí mismo, lavándole el cerebro... haciéndole creer que nadie lo quería... —Las lágrimas rodaron por las mejillas de Roier, pero se las secó con enojo—. Quiero a esos hijos de puta muertos. A todos.
—Estará hecho —Dijo Spreen—. Te lo prometo.
Roier volvió su mirada furiosa hacia Spreen.
—¿Recuerdas lo que le hiciste a ese motociclista en la cabaña?
—¿Sí?
—Quiero que le hagas lo mismo a ellos... antes de que los mates —dijo Roier con voz temblorosa.
—Cualquier cosa por vos —Le prometió Spreen, alcanzando la mejilla de Roier—. Incluso te dejaré elegir el arma.
—Bien —dijo Roier, furioso—. Bien —repitió en voz baja.
Había algunas horas de trabajo más en el día, pero estaba claro que Roier no estaba en condiciones de manejar nada más.
—Necesito llevarte a casa. No te ves bien, Roier. Podría ser una noche de comida chatarra y vodka de apoyo emocional.
Roier parpadeó con los ojos enrojecidos.
—¿Un qué?
—Te lo explicaré todo una vez que lleguemos a casa. Por ahora, ¿Por qué no cierras los ojos y descansas un poco? Iremos a mi apartamento en la ciudad. Queda más cerca.
Roier asintió. Spreen encendió la radio en una emisora relajante mientras que Roier dejaba descansar la cabeza contra el vidrio y cerraba los ojos.
Spreen estaba imaginando todas las formas en que podría vengar al hermano de Roier, cuando él extendió la mano y agarró la de Spreen, entrelazando sus dedos. Spreen se quedó mirando sus manos unidas durante un largo minuto, incapaz de explicar la mezcla de emociones que inundaban su sistema.
Por un lado, a Spreen le enfurecía que alguien se atreviera a dañar algo que le pertenecía. Por el otro, estaba la anticipación de la violencia, de vengarse en nombre de Roier. Los colgaría a todos en ganchos oxidados y los desmontaría pieza por pieza, si eso es lo que Roier necesitaba. Hacerlo, sería un maldito placer para Spreen.
¿Así era el amor?
Chapter 18: Roier
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Roier estaba borracho. No, Roier estaba muy borracho. La habitación se inclinaba y la cabeza le estaba dando vueltas. La case de borracho al estilo de “¿Por qué se está moviendo la cama?”. Todo era culpa de Spreen, quién le dio el vodka. El vodka de apoyo emocional. Así se llamaba. Alguien incluso lo había escrito en la etiqueta con un Sharpie. “Vodka de apoyo emocional de Quackity. No tocar”. Pero él lo había tocado. Mucho.
Lo siento, Quackity.
Pero planteaba preguntas. ¿Venía Quackity al apartamento de los gemelos con la suficiente frecuencia como para guardar una reserva de alcohol de emergencia? ¿Guardaba Quackity vodka en todos los lugares? ¿Quackity era un alcohólico o simplemente se alteraba con facilidad?
Roier no era exactamente alguien que señalara con el dedo, sobre todo cuando era precisamente eso lo que estaba haciendo actualmente. Señalando con el dedo a Spreen quién lo observaba, claramente divertido y aburridamente sobrio.
—¿Por qué te gusta perseguirme antes de coger? —preguntó Roier, notando la forma en que su boca luchaba para formar palabras—. ¿Es, como, una cosa de asesinos seriales?
—¿Alguien te dijo alguna vez que sos bastante hablador cuando estás borracho? —preguntó Spreen.
—¿Alguien te dijo alguna vez que estás invadiendo… nop… evadiendo la pregunta? —él respondió.
Spreen le sonrió desde donde yacía en el sofá con Roier a horcajadas sobre sus caderas.
—No estoy “invadiendo” la pregunta, su señoría. Simplemente no sé cómo explicarlo. Es lo más cerca que puedo estar de matar, sin tener que hacerlo. Hay un subidón de adrenalina. El mismo tipo de euforia que siento cuando tengo la vida de alguien entre mis manos. Cuando los hago sufrir.
—¿Es por eso que te gusta perseguirme? —preguntó Roier, sin saber por qué necesitaba tanto la respuesta de Spreen—. ¿Quieres hacerme sufrir?
Spreen apartó el cabello de la frente de Roier, luego empujó sus anteojos por encima del puente de su nariz, sonriendo cuando se deslizaron nuevamente hacia abajo debido a la cabeza inclinada de Roier.
—No, me gusta perseguirte porque sos mío, y hay una necesidad animal dentro de mí de acechar y reclamar lo que me pertenece. Me gusta saber que no podes superarme, que sos físicamente más débil que yo. Que me necesitas. Que estamos tan conectados que, no importa cuán lejos o rápido corras, siempre te encontraré y te recordaré a quién perteneces.
Todo el cuerpo de Roier se ruborizó por el calor, su pene se endureció ante la promesa en las palabras de Spreen.
—Eso es muy dulce —dijo Roier, tratando de dar golpecitos en la nariz de Spreen, pero empujándolo en la mejilla. Spreen se rio por lo bajo, pero Roier frunció el ceño, intentándolo y fallando de nuevo—. No te rías de mí. Eso si no es dulce. Sé dulce.
—Sos un borracho muy lindo —dijo Spreen, alcanzándole la cara—. Un borracho lindo que no tiene capacidad para medir lo que es dulce y lo que está al límite de un comportamiento abusivo.
Spreen era el lindo. No, no lindo. Esa fue una palabra muy débil. Spreen era… sensual. No había otra palabra para eso. Era una supermodelo, una trampa para los sedientos, una celebridad en la lista A. Y él deseaba a Roier. Quería que todos supieran que Roier le pertenecía. Es que no tenía sentido. La propia familia de Roier no lo había querido. ¿Cómo es que Spreen De Luque sí lo hacía?
Tal vez sería una especie de matrimonio por conveniencia. Tal vez Spreen estaba tomando partido por el equipo ya que Roier conocía su secreto, y su papi quería que se mantuviera cerca de ellos. El hecho de que casarlo dentro de la familia fuera más agradable para Vegetta que matarlo, era un consuelo frío. Hizo todo lo posible para esconder todas sus inseguridades en el fondo, donde no podía pensar demasiado en ellas, pero el vodka las estaba dejando al descubierto.
—¿Estoy fuera de tu liga? —Roier preguntó de repente, incapaz de evitar que las palabras brotaran—. O ¿Tú estás fuera de mi liga? Algo así. Como, ¿Eres demasiado bueno para mí? O ¿Yo no soy lo suficientemente bueno para ti?
Spreen soltó una risa sorprendida que hizo que Roier se sintiera pequeño de alguna manera, haciéndolo contener las lágrimas.
—¿Qué?
Roier se tambaleó ligeramente hacia atrás cuando la habitación dio vueltas sobre su eje. Spreen agarró su camisa y tiró de él hasta hacerlo cernirse sobre su pecho una vez más. Pero, Roier no podía dejar de pensar en ello. El vodka había disuelto el poco filtro que tenía.
—¿Estás conmigo solo porque sé tú secreto? ¿Para callarme o algo así? Porque nunca los delataría, chicos. Puedes ser honesto conmigo. Quiero decir, probablemente ni siquiera diría a casarnos de todas formas. No es como si los hombres estuvieran haciendo fila en mi puerta antes de que te aburrieras y me llevaras a casa contigo.
Spreen tiró de él hacia adelante hasta que Roier no tuvo más remedio que acostarse encima de él, metiendo sus piernas desnudas entre los muslos en pijamados de Spreen. Apoyó sus manos cruzadas sobre el pecho de Spreen, luego dejó caer su barbilla sobre ellas, sintiéndose que estaba arruinándolo todo.
Spreen ya no estaba sonriendo. Estudió a Roier durante un largo momento.
—¿Crees que por eso te llevé a casa? ¿Porque estaba aburrido?
Roier se encogió de hombros, mirando hacia otro lado para clavar la vista en la mesa de café con copias intactas de Architectural Digest.
—No lo sé.
Spreen suspiró.
—Definitivamente no eras mi tipo habitual.
El rostro de Roier ardía, sus entrañas se helaron ante la audaz declaración de Spreen. Empezó a retorcerse, pero el brazo de Spreen lo rodeó, manteniéndolo quieto hasta que dejó de moverse.
—Porque por lo general busco encuentros de una noche baratos con tipos himbo. Todo músculo, sin sustancia, que quisieran el mismo sexo rápido y superficial que yo quería —Spreen acarició la mejilla de Roier con los nudillos, de una manera que hizo que sus entrañas se estremecieran de placer—. Pero vos sos... atractivo. Eso fue lo primero que pensé. Una linda estrella de rock. Que tenías un pelo lindo y unos ojos preciosos, y que quería ver esos perfectos labios envueltos alrededor de mi pija.
Roier no pudo luchar contra la sonrisa que se deslizó por su rostro, así que lo enterró contra el pecho de Spreen.
—Pensé que eras hermoso. También pensé que estabas jugando conmigo. Que estabas tratando de seducirme para una historia.
Roier parpadeó hacia él.
—Lo hacía…
Spreen se rio.
—Sí, lo sé.
Roier estaba tan enamorado de este hombre. El pensamiento lo golpeó como un autobús escolar, robándole el aliento y haciendo que su corazón latiera con fuerza hasta que estuvo seguro de que Spreen debía estarlo escuchando. Él lo amaba.
Incluso los sentimientos vinieran de un solo lado. Roier nunca había amado a nadie antes. Aun así, se obligó a sacar el pensamiento de su cerebro encurtido por el alcohol.
—¿Por qué me llevaste a casa si pensabas que estaba jugando contigo?
Spreen se encogió de hombros.
—Porque tenía que hacerlo. Me dejaste en evidencia. Y una vez que pensé en perseguirte y venirme dentro de vos, no había forma de que dijera que no. Tenía que saber lo que se sentía tenerte debajo de mí, enterrarme dentro de vos. Y fuiste tan jodidamente perfecto. Jugaste muy bien el juego. Me hiciste trabajar por eso y eso hizo que mi recompensa fuera aún más dulce.
Roier podía sentir que se sonrojaba aún más, si tal cosa fuera posible, su verga palpitaba casi dolorosamente ante el calor en la mirada de Spreen.
—Deberías perseguirme y cogerme ahora mismo.
Spreen sonrió, pasando su pulgar por el labio inferior de Roier.
—Creo que probablemente eso sea una mala idea.
Roier frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿No quieres coger? —Cerró los labios alrededor del pulgar de Spreen, chupándolo sugerentemente y permitiendo que su lengua saboreara el sabor a sal en su piel.
Spreen liberó su dedo, pellizcando la barbilla de Roier y forzando su mirada hacia arriba.
—Para que te quede claro, nunca habrá ni un solo momento en que la respuesta a esa clase de pregunta sea “porque no te quiero”. Pero, ahora mismo estás muy borracho.
Roier apartó la mano de Spreen de su cara, luego apoyó la barbilla en su palma, su codo temblaba con cada respiración que tomaba Spreen.
—Te prometo que estoy totalmente de acuerdo.
Spreen negó con la cabeza.
—Estoy más preocupado por tu coordinación que por tu consentimiento, Roier.
Roier comenzó a mecerse contra Spreen en lo que esperaba fuera un movimiento sugerente y no uno descuidado.
—¿Crees que me caeré de encima de tu verga o algo así? Puedes estar arriba. Sabes que me gustas encima de mí, especialmente cuando me atas. Me gusta cuando tomas lo que deseas.
—Mierda, Roier —gruñó Spreen antes de tomar una respiración profunda y dejarla salir. Estaba duro, Roier podía sentirlo presionando contra su cadera, pero Spreen parecía contento de jugar con el cabello que caía sobre la frente de Roier—. Y a mí me encanta estar sobre vos y dentro de vos de cualquier forma que pueda, pero creo que lo dejaremos para cuando no tengas los ojos tan vidriosos. Me sentiría muy triste si murieras.
Los ojos de Roier se abrieron como platos.
—¿Lo harías?
Después de un momento de profunda contemplación, Spreen asintió.
—Sí, creo que estaría jodidamente triste si murieras. Inconsolable, incluso.
Roier sintió que su corazón explotaría de felicidad.
—Eso es muy agradable.
Spreen se rio entre dientes, sus dedos jugaban con el pelo de Roier de una manera que lo hizo querer ronronear.
—Me alegra que pienses eso.
—¿Crees que podrías amarme alguna vez? —Preguntó.
Spreen frunció el ceño.
—Realmente no sé lo que es el amor. Quiero decir que sí, pero no sé cómo se siente, así que no sé si pueda hacerlo.
Roier no pudo evitar que las palabras salieran de sus labios entreabiertos.
—Se siente como si tu corazón saltara cuando esa persona entra en la habitación. Se siente como si estuvieras triste cuando se va, como si no pudieras dejar de pensar en esa persona cuando no está acerca, y te preguntas acerca de su día y que le pasó. Que no deseas que sean infelices. Que tú mismo serías infeliz si eso fuera capaz de salvarlos de estar triste.
Spreen estudió el rostro de Roier, un poco sin aliento cuando preguntó:—¿Eso es lo que sentís por mí, Roier?
Roier camufló su rostro en una expresión de seriedad fingida, haciendo todo lo posible para imitar la voz sexy de Spreen.
—Siento que, si te respondo a eso, podría cambiar la dinámica de poder en nuestra relación.
La forma en que Spreen seguía mirándolo le estaba poniendo la piel de gallina.
—Creo que eso ya lo superamos.
Roier odiaba lo vulnerable que se sentía de repente, pero asintió de todos modos.
—Sí, eso es lo que siento por ti. Pero será mejor que no me reproches por esto mañana. Esta mierda se sentirá súper vergonzosa en la mañana.
—¿Estar enamorado de mí es vergonzoso? —preguntó Spreen.
Roier resopló.
—Lo es si soy el único, sí.
—Te puedo asegurar que mucha gente está enamorada de mí —bromeó Spreen.
Roier le dio una palmada en el hombro.
—Lo digo en serio. No puedes burlarte de mí por esto.
Las manos de Spreen se deslizaron debajo de los brazos de Roier, arrastrándolo lo suficientemente alto como para alcanzar sus labios en un beso lento, casi perezoso, que hizo que los dedos de los pies de Roier se curvaran.
—Si pudiera amar a alguien, Roier, ese serías vos. No me cabe duda. No sé si sentiré todas esas cosas que mencionaste. No estuvimos separados desde que nos conocimos. Pero no quiero que nunca estés triste. Quiero matar a la gente que te lastimó. Paso la mitad de mi día pensando en cómo no puedo esperar para estar dentro de vos otra vez, para llenarte y dejar mis marcas por todas partes. Supe desde hace días que, aunque mi familia no te aceptara, yo no iba a dejarte ir.
—¿Incluso Cris? —preguntó Roier, su voz apenas un susurro.
Spreen asintió lentamente.
—Incluso Cris. Pero creo que él lo superará.
Roier no quería ser la razón por la que Spreen y Cris no pasaran tiempo juntos.
—Eso espero.
Spreen entrecerró los ojos.
—Este parece un buen momento para mencionar esto. Sabes que probablemente todos vamos a vivir juntos. A mi hermano y a mí nos gusta estar... cerca el uno del otro. Sé que le parece extraño a la gente. Créeme, vi los rumores y leído los titulares. Pero no es así.
—¿Cómo? —preguntó Roier, tratando de seguir la conversación.
—No somos tan cercanos.
Spreen hizo un gesto obsceno que hizo que los ojos de Roier se abrieran de par en par.
—Oh. ¿La gente piensa que tienen sexo con otras personas, como, juntos?
—Oh, definitivamente tuvimos sexo con otras personas, juntos, pero no… “cruzando espadas”. No quiero cogerme a mi hermano, pero eso no significa que no nos guste compartir.
—¿Vas a querer... compartirme? —preguntó Roier, demasiado borracho como para darle a esta conversación la atención que se merecía. Su pene se había apoderado al cien por cien de todos sus pensamientos, y la idea de tener a no uno sino dos Spreen, era algo con lo que la cabeza más chica de Roier estaba más que de acuerdo.
—¿Eso es algo que deseas? —preguntó Spreen, no sonaba tan celoso como Roier habría imaginado que lo haría.
—No es justo que me hagas esa pregunta cuando estoy borracho y excitado —dijo Roier con honestidad—. ¿Podrías hacer eso? ¿Quieres que tenga sexo con otros hombres?
—¿Otros hombres? Mierda, no. Pero Cris no es "otros hombres". Cris es como mi otra mitad. No es un factor determinante.
—¿No tenía un novio? ¿El hermano de Ari?
Spreen resopló.
—Según él, no. Pero probablemente sí. Sin embargo, te agradaría Carre. Es como uno de esos peces súper pequeños y bonitos que ves en el océano y son sumamente venenosos. Creo que, si mi hermano alguna vez admitiera que son perfectos el uno para el otro, los cuatro podríamos ser felices juntos. De cualquier manera que funcione para nosotros. Para todos nosotros. ¿Eso representaría un problema para vos?
Roier no estaba exactamente seguro de lo que Spreen le estaba preguntando. ¿Qué si estaba bien con coger con su hermano? O ¿Estaba bien con coger con Carre? O ¿Con que Carre cogiera con Spreen? Había demasiadas líneas divisorias en esta conversación. Pero como había dicho Spreen, ninguna de esas cosas sonaba exactamente como un factor determinante. Con excepción de una.
—Solo si Cris me odia. No sé si puedo soportar vivir con alguien que se parece a ti pero que no me soporta.
—Creo que a mi hermano le resultará muy difícil que no le agrades, Roier.
Roier miró a su alrededor.
—Entonces, ¿Habrá cuatro de nosotros viviendo aquí o en la casa?
Spreen asintió.
—Sí, quizás. ¿Eso te molesta?
Roier dejó caer la cabeza sobre el pecho de Spreen, escuchando el sólido latido de su corazón debajo de la oreja.
—No. Sería bueno tener una familia a la que realmente le agrade y me quiera cerca.
Roier se sintió un poco como que iba a llorar cuando Spreen dijo:—Yo te quiero.
Sus dedos comenzaron a ensartarse en el cabello de Roier una vez más y él notó que sus párpados comenzaban a volverse pesados.
—Le agradas a mi padre. Quackity, Dream y Ari serán tus aliados. Recuerdan cómo era ser el chico nuevo. A mis hermanos realmente no les gusta tanto la gente, solo la toleran, así que eso es todo lo bueno que obtendrás de ellos. Y Cris… Cris lo superará.
Roier frotó su rostro contra la camiseta de Spreen, la calidez de su cuerpo lo arrullaba adormilándolo.
—Eso espero.
—Deja que yo me preocupe por eso.
Roier asintió.
—Está bien... Voy a tener una gran resaca por la mañana, ¿Verdad?
Spreen se rio entre dientes, tirando la manta que había en el respaldo del sofá sobre los dos.
—Obviamente. Pero te cuidare, Roier. Te lo prometo.
Chapter 19: Spreen
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Spreen se había despertado con Cris en la mente y un dolor de cabeza que le partía el cráneo. Habían estado separados demasiado tiempo. ¿También lo sentía él? Tal vez fuera toda la charla sobre Cris entre Spreen y Roier de la noche anterior. Tal vez la distracción de Roier ya no era el amortiguador que había sido. Su presencia casi constante hacía que la ausencia de Cris se sintiera aún más grande.
Spreen enterró su cara contra el cuello de Roier, sonriendo cuando su cabeza se inclinó para darle un mejor acceso.
—Es hora de levantarse, Roier.
—Estoy totalmente despierto —refunfuñó, con la voz empapada de sueño.
—Eso es lo que dijiste cuando te arrastré del suelo del baño a las cinco de la mañana…
—Un caballero no sacaría eso a colación —roncó Roier.
—Un caballero no sacaría a colación que pesas mucho más cuando mi pija no está enterrada dentro de vos.
Roier aplastó su cara más profundamente en la almohada.
—Eso no es cierto.
—Lo que vos digas, pero menos mal que no me salto los días que ejercito las piernas.
—Shh —dijo Roier, levantando un dedo—. Estoy despierto. Lo digo en serio.
—Y eso es lo que dijiste cuando te desperté a las seis y media para beber agua. Y de nuevo, a las siete, cuando te hice tomar ibuprofeno.
Roier se apartó de él para hacer uno de esos grandes estiramientos para reventar las articulaciones que hacía cada vez que se despertaba, y luego volvió a rodar en los brazos de Spreen, de cara a él.
—Quizá habría descansado más si dejaras de despertarme.
Spreen mordió la punta de la nariz de Roier.
—Tal vez no tendría que despertarte tantas veces si no te hubieras bebido una licorería entera —replicó Spreen.
Roier enterró la cara contra el pecho desnudo de Spreen, moviendo la rodilla entre sus muslos, con la clara intención de volver a dormir.
—Estoy muy comodo —murmuró con un suspiro de satisfacción.
—No, no. No hay tiempo para eso, dormilón. Tenemos que ir a casa de papá.
Roier se inclinó hacia atrás, abriendo los ojos dolorosamente inyectados en sangre. Tenía babas secas en la cara, su cabello era un desastre, y olía a vómito y vodka rancio, pero si le hubieran dado la oportunidad, Spreen lo habría atraído de nuevo a sus brazos y lo habría dejado dormir la resaca.
—¿Llamaron a alguien?
—Sí, Dream y George trabajaron en la victimología, y quieren que nos reunamos en la casa de papá para que podamos ayudar a reducirla.
—¿Cómo quieres que deje la casa en este estado? —Roier preguntó lastimosamente.
—Vamos, animate un poco. Por fin podríamos estar cerca de resolver este asunto, y eso significa que por fin podremos ponernos con la matanza. Esa es la parte divertida.
Roier lo miró fijamente durante tanto tiempo que Spreen pensó, por un momento, que lo había roto de alguna manera. Entonces, finalmente, dijo:—¿Me pediste que me cogiera a tu hermano anoche?
Spreen parpadeó, estupefacto.
—Bueno, no No, en absoluto te pedí que te garcharas a mi hermano. Lo que es una frase que nunca esperé pronunciar en voz alta.
—¿Me lo imaginé? —Dijo Roier—. Dios, qué vergüenza.
—No, lo que dije ayer fue que mi hermano y yo habíamos compartido... compañeros de cama... en el pasado, y luego me preguntaste si esperaba que tuvieras sexo con mi hermano.
Roier frunció el ceño hasta que se le formaron arrugas entre las cejas de esa manera que hacía cuando se concentraba mucho.
—¿Qué dijiste?
—Contraataqué y te pregunté si querías coger con mi hermano.
—Entonces, ¿Qué dije? —preguntó Roier, con el temor filtrándose en su tono.
Spreen sonrió.
—Creo que dijiste que no era un problema.
—Oh, verga —dijo Roier alrededor de un gemido—. Que vergüenza.
—¿Que consideres coger con mi hermano y con Carre?
—¿¡Y Carre!? —Roier gritó, y luego hizo una mueca de dolor—. Nunca vi a Carre. ¿Por qué estaba tan excitado?
—No lo sé, pero definitivamente querías hacerlo anoche. Fuiste bastante insistente, incluso. Temí por mi virtud —se burló Spreen.
—Apostaría a que ni siquiera sabes lo que significa esa palabra. Que conste que no quiero acostarme con tu hermano. Ni siquiera lo conozco. ¿Va a pensar que estoy, como... disponible para él si vivo allí?
—No. Puedo decir esto con un cien por ciento de certeza. Mi hermano nunca te mirará sexualmente a menos que le des indicadores muy claros de que estás abierto a eso. Está tan envuelto en Carre en este momento, que no puede ver más allá de él.
Roier se mordió el labio inferior durante un largo momento, estudiando a Spreen.
—¿Quieres que esté... abierto a la idea de, por ejemplo, acostarme con él y/o con Carre?
—No estaba tratando de que tuvieras un cuarteto con mi hermano y su tal vez novio. Pero cuatro hombres viviendo juntos en una casa puede o hacernos muy cercanos o podría empezar una guerra. Solo quiero que estemos cómodos juntos.
—¿Cómo de cómodos?
Spreen suspiró. Roier definitivamente estaba buscando algo.
—No quiero que nadie esté dentro de vos más que yo. No quiero que ames a nadie más que a mí. No quiero que necesites a nadie más que a mí. Pero eso no significa que no quiera que te falte algo que necesites, algo que tal vez yo no pueda darte, ni física ni emocionalmente.
Si cabe, Roier frunció aún más el ceño.
—Como ¿Qué?
—Simpatía. Comprensión. Empatía. Mi hermano tampoco puede dar eso, por mucho que nos hayan enseñado a fingirlo. Otros en la familia pueden. Quackity, Dream, mierda, incluso Ari y mi padre. Pero es probable que Carre esté en nuestra casa a diario, no ellos. Entendería que se volvieran... cercanos.
—'Cercanos' —dijo Roier al aire.
—Sí, cercanos. De cualquier manera que funcione para ustedes. Aunque, como dije, no quiero a nadie más dentro de vos. Eso es solo para mí. Pero no puedo ser... suave para vos. Puedo intentarlo, pero podría no ser lo que necesitas. No quiero que sientas que no te estoy dando todo lo que necesites. Vamos a estar juntos durante mucho tiempo.
Roier lanzó sus brazos alrededor de Spreen, haciendo que Roier se volcara sobre él.
—Eres tan tonto. Lo que tenemos es crudo y doloroso y arrebatadoramente real. Me gusta lo que haces por mí. Lo que me das, física y emocionalmente. En todos los sentidos. Nadie me trato nunca tan bien como tú.
—Ese es un listón muy bajo, Roier —se burló Spreen—. Tenés más moretones que un boxeador profesional. Solo tenés que saber que, si no te estoy dando algo que otra persona sí puede, podemos hablarlo. Pero esa persona solo será del círculo interno. Y ese círculo es muy pequeño.
—¿Pequeño como un círculo de cuatro? —Preguntó Roier, un toque de humor volviendo a su voz.
—Sí, eso.
—¿De verdad crees que Cris está enamorado de Carre?
Spreen se lo pensó, apartando el cabello alborotado de Roier de su frente.
—No exactamente. Bueno, tal vez todo lo que puede estar. ¿Conociste alguna vez a dos personas que se pelean como juego previo? Así son Cris y Carre. Se provocan tanto el uno al otro que es casi demasiado íntimo para verlo. Creo que cuando finalmente admitan que hay algo debajo de las peleas, es cuando todo dará un giro y mi hermano se sorprenderá al descubrir que es él quien tiene una correa alrededor del cuello, no Carre.
—No hay nada malo en tener una correa alrededor del cuello —dijo Roier, resoplando delicadamente, fingiendo estar ofendido.
Spreen atacó el cuello de Roier, arrastrando sus dientes sobre su piel.
—Claro, definitivamente me gustas con correa. Y con collar —Spreen forzó los muslos de Roier a abrirse con sus piernas, meciéndose contra él de una manera que hizo que Roier gimiera en segundos. Le mordió el caparazón de la oreja—. Me gusta la forma en que respondes al dolor. Me gusta cómo te ves cuando lloras, cuando suplicas —Mordió a lo largo de su mandíbula—. Cuando estás tan ido, ni siquiera escuchas la mierda enferma por la que suplicas. Pero mi hermano, él es todo lo contrario. Quiere que le hagan daño. Le encanta una buena pelea. Nunca se echará atrás. El problema con él es que cree que siempre va a ganar.
—¿Pero no lo hará? —Roier jadeó, ya excitado bajo Spreen.
Spreen se rio.
—No contra Carre, no. Y Cris nunca lo verá venir.
—Sigue haciendo eso. Se siente tan bien —suplicó Roier.
—No. Tenés que meterte en la ducha. Pero, si sos un chico bueno, te la chuparé mientras te limpias.
—Nunca pensé que dejaría que alguien me llamara chico bueno sin darle un puñetazo en la cara —reflexionó Roier.
—Podés golpearme en la cara si querés. Pero podría tomar represalias sujetándote y recordándote a quién perteneces.
—No creo que eso me desmotive a hacerlo —se burló Roier, bombeando sus caderas contra Spreen en una maniobra que de ninguna manera debería haber sido sexy, pero que definitivamente estaba haciendo el trabajo.
—No, las mamadas en la ducha es todo lo que vas a tener. Ahora, levanta el culo.
Spreen los hizo rodar antes de sentarse, depositando a Roier en sus pies.
—Oh, mierda. Voy a vomitar otra vez.
Luego se fue al baño. Spreen suspiró cuando le llegó el sonido de las arcadas. Bueno, al menos se había levantado. Spreen se puso de pie, estirando los brazos sobre su cabeza.
—Esperame, Roier. Tengo que sujetarte el cabello. Eso es lo que hacen las personas casadas, ¿No?
En lo que respecta a lucir desaliñado, Roier le estaba haciendo la competencia a Carola. Algunos podrían decir que Carola parecía más despierto que Roier, quien en ese momento estaba recostado con la cabeza sobre la mesa de la sala de conferencias, babeando como un estudiante de secundaria que se duerme en la clase de matemáticas. Llevaba un gorro negro, una de las sudaderas con capucha de Géminis de Spreen y unos vaqueros que se amoldaban a su culo y a sus muslos de una forma que casi hacía que Spreen se olvidara de la reunión.
—¿Qué le paso? —preguntó Quackity, bajando la voz, como si tuviera miedo de despertarlo.
—No soy un experto, pero voy a suponer que es el alcohol —reflexionó Carola.
—Oh, definitivamente te estás vendiendo mal —reprendió Wilbur—. Si hubiera una medalla de oro para el alcoholismo, definitivamente serías un campeón olímpico.
Carola inclinó su gorra falsa hacia Wilbur como si le hubiera hecho un cumplido. Tal vez era un cumplido para Carola. Algún día, los científicos iban a estudiar el hígado de Carola bajo un frasco y se maravillarían de cómo había sobrevivido a años de abuso. Sinceramente, no podía recordar ningún momento antes de que empezara a beber.
Dream y George entraron juntos, ambos con ropa informal. Dream llevaba unos jeans y un jersey y George llevaba unos pantalones de vestir y una chaqueta de punto con cremallera, que era el equivalente a unos pantalones cortos cuando se trataba del nivel de ropa informal de George. Ari también estaba allí, llevando el overol del trabajo.
—¿Dónde está papá? —Wilbur preguntó a George.
George se encogió de hombros, dejándose caer en una silla mientras Dream agarraba una soda dietética de la nevera.
—Pensé que estaría aquí.
—¿Qué pasó ahí? —preguntó Dream con una sonrisa de satisfacción, señalando la forma apenas consciente de Roier.
—Tal vez sucumbió a sus heridas —reflexionó Ari—. Spreen finalmente logró coger a alguien hasta la muerte.
—Atrevido por tu parte asumir que nunca me cogí a un hombre hasta la muerte —dijo Spreen antes de dejar caer su mano para frotar la espalda de Roier—. Él solo necesitaba un poco de apoyo emocional —añadió, usando el meñique y el pulgar para hacer la mímica de la bebida.
—Uff. Pasé por eso —dijo Quackity, mirando a Roier con simpatía, antes de volverse hacia Spreen—. Sabes, voy a necesitar que...
Spreen lo cortó con un giro de ojos.
—Sí, sí, que reemplace tu botella. Estoy al tanto. En serio, ¿Dónde está papá? Nunca llega tan tarde.
Dream se encogió de hombros.
—No lo hemos visto. Hemos dejado a Jaiden y a las niñas en la guardería y hemos venido directamente aquí.
—Espera, ¿Los caños de moco están acá? —preguntó Spreen.
—No creo que nadie cuyo novio esté babeando un charco en la mesa pueda llamar a nuestras preciosas hijas caños de mocos —dijo Dream.
Spreen puso los ojos en blanco, pero sacudió suavemente a Roier.
—Despierta, Roier. Podés dormir más tarde.
Roier gimió, pero se sentó, intentando subrepticiamente limpiar la baba de su barbilla y de la mesa.
—Es demasiado tarde. Todos vimos tu vergüenza —dijo Spreen, entregándole una botella de agua—. Bébete esto. Todo.
—Si las chicas están aquí, ya sabes dónde está papá —dijo Carola—. Oye, ¿Aroyit?
La voz de Aroyit resonó a su alrededor como la voz de Dios.
—¿Sí, Thor?
Roier soltó una carcajada, luego se detuvo rápidamente cuando Carola levantó una ceja en su dirección.
—¿Puedes enseñarnos la guardería?
—Cualquier excusa para ver a esos dulces y adorables bebés ángeles — canturreó Aroyit.
—¿Ves? Ése es el nivel de respeto que merecen mis hijas —dijo Dream, mirando a cada una de ellos por turno.
La pantalla cobró vida. Aroyit se desplazó por la amplia guardería, con su papel pintado de temática de carrusel y sus cunas hechas a medida, y se detuvo cuando encontró a Vegetta. Estaba sentado en la mecedora acolchada, con el tobillo cruzado sobre la otra rodilla y dos pequeños bultos acurrucados en su regazo.
Cuando Vegetta había pedido que se construyera una guardería en su casa para las niñas, Spreen lo había considerado extraño. Él era el abuelo, no el padre. ¿Gastar treinta mil dólares en una guardería de diseño no era cosa de los padres? Pero ahora lo entendía. O, al menos, entendía por qué su padre lo había querido.
La prueba estaba ahí, en resolución 4k. Incluso sin sonido, era fácil ver que su padre estaba enamorado. Lo que sea que estuviera diciendo o haciendo tenía a las dos niñas sonriendo y arrullando y soplando burbujas de saliva. Tal vez esto era lo que su padre necesitaba. Probablemente no había sido fácil criar a seis hijos que nunca pudieron amarlo y a un adolescente que Spreen empezaba a sospechar que tal vez lo amaba demasiado.
—¿Debemos traerlo? —Preguntó Quackity vacilante.
—Puedo informarle después —dijo George—. Solo empecemos. Aroyit, ¿Conseguiste la información que te pedí anoche?
—Sí. La tengo aquí.
Dream abrió la carpeta que llevaba en la mano al entrar, poniéndose unas gafas de lectura.
—Bien, George y yo nos pasamos toda la noche repasando la victimología y construyendo un perfil del gestor. Esto es lo que sospechamos. Buscamos a un hombre blanco de entre treinta y cuarenta y cinco años, que probablemente siga viviendo en casa. Alguien resentido que cree que el mundo le debe algo.
—Bueno, eso es el sesenta por ciento de la población —murmuró Wilbur en voz baja.
George le dirigió una mirada aguda y bajó la cabeza.
—Tiene un don para la tecnología y cree que es más inteligente que la mayoría de la gente. No lo es. La gente siempre pensará que es un poco raro. Tiene complejo de Dios. Y cualquier desaire percibido se convertirá en una vendetta con él, lo sepa la otra parte o no.
—¿Percibir un desaire? ¿Cómo qué? —preguntó Roier.
Dream agitó una mano.
—Podría ser literalmente cualquier cosa. ¿Que lo haya golpeado en la cola del Starbucks? ¿Ocupar su plaza de aparcamiento? ¿No le devolviste la sonrisa cuando te sonrió? Te considerará un enemigo de por vida.
Spreen se recostó en su asiento, sus dedos jugaban con el pelo que se enroscaba en la nuca de Roier.
—¿Cómo nos ayuda eso a acercarnos a encontrar al gestor? —Dream miró hacia el altavoz en el centro del teléfono—. Hicimos que Aroyit sacara una lista de personas que habían sido rechazadas de las dos universidades en cuestión.
—Alerta de spoiler: hay un montón de ellos —dijo Aroyit.
—Bien, pues puedes eliminar a cualquier mujer —dijo Carola, y luego miró a Dream en busca de confirmación—. ¿Verdad?
Dream asintió.
—Sí.
Un tecleo rápido llenó la habitación.
—Eso sólo se deshace de unos veinte nombres.
—Eric dijo que el tipo que intentó atropellarlo tenía bastante sobrepeso y llevaba gafas de montura oscura —dijo Spreen—. Supongo que no hay fotografías adjuntas a ninguna de esas solicitudes.
—No, pero sí saqué fotos del DMV de los hombres —dijo Aroyit—. Por desgracia, no hay ninguna ley que exija a la gente que actualice sus fotos, así que algunas de ellas podrían tener décadas de antigüedad.
Una serie de rostros comenzó a llenar la pantalla. Tenía razón. Había muchas y algunas de las fotos parecían, efectivamente, de hace décadas. La gente podía cambiar mucho en ese tiempo.
—De esta lista, sólo quince figuran como necesitados de lentes correctivos. Cuatro, más o menos, podrían clasificarse como con "bastante sobrepeso", pero hay un gran margen de error. El gestor podría haber engordado desde cualquiera de estas fotos.
Dream golpeó con su bolígrafo el archivo.
—De acuerdo, comprueba a fondo los antecedentes de los quince que necesitan lentes correctivos. Probablemente podamos utilizar sus antecedentes laborales y penales para, al menos, eliminarlos del grupo de sospechosos.
Aroyit hizo un ruido afirmativo.
—Puedo hacerlo, pero me llevará algo de tiempo.
—¿Oye, Aroyit? —preguntó Roier.
—¿Sí, Roier? —preguntó ella, con la voz llena de dulzura. Ella nunca hablaba así con los De Luque. Sólo con los esposos.
—¿Puedes cruzar esos quince nombres y ver si alguno de ellos posee un viejo Buick?
—¿Un viejo Buick? —repitió Ari, animándose.
Roier asintió.
—Sí, Eric dijo que el tipo que intentó atropellarlo conducía un Buick muy viejo.
—¿Crees que sería tan estúpido como para usar su propio vehículo? — preguntó Carola.
—¿Has visto esos Buicks antiguos? Sería como ser atropellado por un tanque Sherman. Esos coches fueron construidos para durar —dijo Ari, sonando afectuosa—. ¿Qué más sabes de eso?
—Solo que es dorado.
Ari asintió.
—Bien, Aroyit, busca a alguien que tenga un Buick Riviera o Skylark registrado. Fueron muy populares en su día y, hasta mediados de los setenta, venían en un color llamado Cortez Gold.
—¿Quién iba a decir que tener una mecánica en la familia sería útil? —Wilbur dijo, ganándose un dedo medio de Ari.
—Bien, no hay nadie en la lista que haya tenido ese tipo de coche.
—Mierda —murmuró Roier.
Spreen sabía que Roier estaba estresado y con resaca. Era un cable estirado hasta su punto de ruptura. Necesitaba que esto se resolviera de una vez por todas.
—Deja que intente buscar algo más —dijo Aroyit.
Todos se miraron fijamente mientras escuchaban a Aroyit teclear durante un tiempo obscenamente largo.
—¡El premio gordo! Joder. Ari, creo que te has ganado una galleta.
—¿Lo encontraste? —Preguntó Ari.
—No exactamente. Encontré un Buick Skylark de 1971 en Cortez Gold registrado a nombre de Henry Devlin. Oh, maldición. Tiene ochenta y siete años.
Roier cobró vida de repente, inclinándose hacia delante.
—¿Tiene un hijo o un nieto, Aroyit?
Siguieron más tecleos frenéticos.
—Uhm, dos hijos. Maxwell y Jerome. Uno tiene sesenta y siete años y el otro sesenta y cuatro. Jerome tiene un hijo y una hija. El hijo tiene treinta y ocho años. Jerome Jr. Maxwell... nunca tuvo hijos.
—Jerome Jr. podría ser nuestro hombre. ¿Puedes cruzarlo con la lista de rechazos? —preguntó Roier.
Aroyit hizo un sonido de decepción.
—No está en la lista que redujimos. Pero… —dijo, arrastrando la palabra—. Déjame comprobar los que hemos eliminado.
Spreen podía sentir a Roier prácticamente vibrando a su lado mientras esperaban a que Aroyit hiciera toda su complicada mierda informática. Cuando cacareó como una bruja en una película de terror, Spreen supo que tenían un ganador.
—Sí, Jerome Jr. fue rechazado por ambas escuelas.
—¿Cuáles son sus antecedentes? —Preguntó Quackity.
—Nuestro espeluznante amigo obtuvo su GED…
—Y ¿Aplicó a nuestra escuela? —George preguntó—. Tiene delirios de grandeza. Apenas admitimos a nadie que no haya estado en el programa de Bachillerato Internacional con más de un 5,0 de nota media.
—Suenas como un nerd —dijo Quackity.
George miró fijamente a Quackity.
—Soy un nerd. Pero los hechos son los hechos. No está en absoluto cualificado para solicitar una plaza en una escuela de la Ivy League, y sin embargo lo hizo. Eso habla del perfil.
—Uhm, él trabaja como un Geek en una tienda de tecnología. Esas pistas — dijo ella, casi en voz baja—. Nunca se casó. Fue arrestado tres veces. Una por acoso, otra por agresión sexual, y... una por mirar por las ventanas de las mujeres –
George se burló.
—Hay una base de datos para los miembros, Aroyit. Deberías poder acceder a ella desde mi teléfono. Te apuesto mil dólares a que está mintiendo.
—¿Aroyit tiene acceso al teléfono de George? —Roier susurró.
—Ella tiene acceso a todos los aspectos de nuestras vidas. Ella estará en todo tu teléfono y en todos los lugares donde vivas digitalmente. Así es como falsifica las ubicaciones del GPS, las etiquetas, y un montón de otras cosas que no entiendo. Es parte de la membresía de De Luque, Inc., así que; si tienes cualquier porno fetichista raro en tu teléfono, puede que quieras deshacerte de él cuanto antes.
—Me alegro de no haber aceptado esa apuesta —dijo Aroyit—, porque tienes razón. Definitivamente no es un candidato a MENSA.
—¿Creen que es él? ¿Creen que este es nuestro hombre? —preguntó Wilbur al grupo.
—Creo que merece la pena profundizar en él —dijo George.
—Lo mismo —coincidieron Wilbur y Ari al mismo tiempo.
—Sí —añadió Roier con vehemencia—. ¿Cuándo podemos empezar a cortar apéndices?
—Me gusta —dijo Carola, señalando en dirección a Roier—. Puedes quedarte con él.
Spreen puso los ojos en blanco.
—Muchas gracias por tu aprobación —A Roier le dijo:—Necesitamos más pruebas antes de empezar a cortar apéndices —Roier se hinchó como si fuera a protestar, pero Spreen dijo:—Lo sé, es molesto y tedioso. Pero mi padre insiste.
—Solo necesitamos más pruebas —dijo Ari.
—Como ¿Qué? —Preguntó Roier, golpeando su puño sobre la mesa—. Ese tipo jodió mentalmente a mi hermano para que se suicidara, y quiero verlo jodidamente sangrar.
Incluso los ojos de Spreen se abrieron de par en par ante el veneno en el tono de Roier. Tenía mucha lucha en él. Eso era bueno. Estar dispuesto a luchar significaba no rendirse. Necesitaba que Roier siguiera luchando.
—Tranquilo. Si es él, lo haré sufrir. Lo prometo. Pero hagamos un pequeño reconocimiento. Aroyit, ¿Sabes dónde vive?
Tecleó durante unos minutos más.
—Parece que habita en el sótano de su padre y su madrastra.
—Qué sorpresa —murmuró Dream.
—Bueno, eso va a hacer esto un poco más difícil. ¿Puedes darme la dirección y quizás rastrear su horario de trabajo, Aroyit? —preguntó Spreen.
—Claro que sí, pastelito.
—¿Se levanta la sesión? —preguntó Spreen a George, ya de pie.
George asintió.
—Odio tener que apartar a las niñas de mi padre, pero creo que volveremos a reunirnos después de tu sesión de reconocimiento.
Roier ya estaba a medio camino de la puerta.
—Quiero ir a ver a este tipo ahora mismo.
—Roier, estás enfermo y con resaca. Es plena luz del día, y este no es el tipo de hombre que no se da cuenta de que la gente husmea. Te garantizo que tiene cámaras de seguridad. De las buenas. Sé que tenés ganas de sangre, pero tienes que confiar en mí en esto —dijo Spreen, con tono firme.
—Bien. Pero lo quiero muerto. Los quiero a todos muertos.
—Qué rápido lo has corrompido —dijo Carola al pasar.
Spreen rodeó a Roier con sus brazos.
—Vamos por comida y luego pasaremos por su casa –solo pasaremos en coche– y veremos lo que podamos. Solo una vez. Y solo si te comes todo el almuerzo.
Roier hizo un ruido de disgusto.
—No quiero comer.
—Esa es mi última oferta.
—Podría ir solo.
—Roier, créeme cuando te digo esto. Será un frío día en el infierno antes de que te deje hacer algo asesino sin mí —No podía faltar la forma en que las pupilas de Roier se dilataron, su lengua salió para lamerse el labio inferior. Spreen apretó los labios contra su oreja—. Eso te excito, ¿Verdad? Sos un bicho raro, me encanta. Vamos a comer. Incluso dejaré que me hagas una paja por el camino.
—Vaya, qué gusto —bromeó Roier.
Spreen sonrió.
—Soy todo un detallista.
Chapter 20: Roier
Chapter Text
El trayecto hasta la casa de Jerry Jr. se había convertido en una especie de vigilancia. No porque Roier hubiera conseguido hacer cambiar de opinión a Spreen sobre el momento, sino porque la mencionada paja se convirtió en una mamada y, por una vez, Roier parecía haber llevado a Spreen al punto de la distracción. Lo suficiente como para que se detuviera, de todos modos.
La mamada en el auto fue un poco dolorosa. La consola central se le clavaba en las costillas, y se sentía un poco como un contorsionista con el culo casi en el aire mientras se la chupaba a Spreen. Pero cuando Spreen lo había mirado de esa manera que hacía que Roier se sintiera sonrojado y tembloroso, supo que nunca importaría lo dolorosa que pudiera ser la petición de Spreen. Siempre lo haría.
Y así fue como acabó con las manos de Spreen apretadas en su pelo, sujetándolo para que pudiera coger dentro de su boca, canturreando cosas excesivamente sucias a Roier, hablándole de toda la gente que podía verlo –que podía verlos– allí mismo, a plena luz del día, mientras Roier se ahogaba con su pene como la putita perfecta.
Su puta perfecta.
A Roier nunca le habían gustado los insultos ni las humillaciones, pero cuando Spreen lo decía, no había nada de humillante en ello. Era el mayor de los elogios. Roier era una puta para Spreen. Solo para Spreen. Sabía que la charla era tanto para la excitación de Spreen como para la de Roier, al igual que sabía que era imposible que alguien viera más allá de los cristales tintados ilegales de Spreen, pero eso no hacía que el pensamiento fuera menos caliente.
Para cuando Roier se tragó el semen de Spreen, le dolía la garganta y le lloraban los ojos, pero no le importaba. Ver la mirada de Spreen –esa mirada de asombro y conmoción que Spreen tenía cuando estaba borracho por haberse venido, la forma en que miraba a Roier como si fuera afortunado de tenerlo... que era un regalo y no una maldición, solo se sumaba a la embriagadora experiencia que era el sexo con Spreen. Hacía que Roier se sintiera poderoso e indefenso a la vez.
Aunque el primer viaje a casa de Jerry no había servido de mucho, habían confirmado que vivía allí con sus padres y, con la ayuda de Aroyit, habían averiguado que había un sistema de seguridad y cámaras. Por qué eso solo no era prueba suficiente para Roier de que ese tipo era culpable, no lo sabía. Spreen se había reído de su razonamiento, pero a Roier no le hacía ninguna gracia. El tal Jerry era sospechoso.
Aun así, habían vuelto para hacer su debida diligencia y llevar al Consejo De Luque algún tipo de prueba contundente de que torturar a este tipo era lo correcto. Estaba oscuro. El turno de Jerry terminaba dentro de una hora, así que tenían que moverse rápidamente. Por suerte, la noche estaba de su lado.
La luna nueva traía consigo una oscuridad casi total, la cubierta de nubes oscurecía las estrellas en el cielo. No había más luz que la de una única farola amarilla situada tres casas más abajo. Parecía que los padres de Jerry vivían en la parte superior de la casa. Spreen parecía seguro de que descubrirían que Jerry vivía en el sótano. Roier no se preguntó cómo había llegado a esa conclusión.
—Realmente espero que sepas lo que estás haciendo —murmuró Roier—. De verdad que no quiero que me metan en la cárcel por robo. No me irá bien en la cárcel.
Spreen le dio un largo y prolongado beso, su voz baja y sexy de una manera totalmente inapropiada dado lo que estaban a punto de hacer.
—No sé. Hiciste un gran trabajo fingiendo ser un preso la otra noche —Sus labios se arrastraron desde su mandíbula hasta el lóbulo de su oreja, mordiendo lo suficientemente fuerte como para que Roier se estremeciera—. Pero si trataras de intercambiar favores con los guardias en la vida real, tendría que matarlos. A todos ellos. No creo que quieras ese tipo de sangre en tus manos. ¿Verdad?
Roier se estremeció, su pulso se disparó y su miembro se endureció.
—¿Estás diciendo que matarías a cualquiera que me tocara?
La ronca risa de Spreen estaba afilada como un cuchillo.
—Matar sería lo más amable que podría hacerle a alguien que te toque sin mi permiso. Y sé que eso te excita, cosita sanguinaria.
Roier se burló.
—No es así.
El aliento de Spreen resolló contra el oído de Roier mientras susurraba una sola palabra.
—Mentiroso.
Roier sonrió.
—Declaro la quinta enmienda. Ahora, ¿Podemos entrar en la casa del tipo?
Spreen sonrió.
—De acuerdo. Solo seguime la corriente. Y mantente cerca.
Con el inhibidor de señales, algunos otros juguetes y los pasamontañas sobre sus rostros, corrieron agachados por el patio lateral, deteniéndose en una pequeña ventana del sótano en la parte trasera, tumbándose en el suelo para mirar dentro.
—Que asco —murmuró Roier, con la cara torcida de disgusto.
No importaba lo que el perfil de Dream les hubiera dicho sobre su posible sospechoso, nada podría haber preparado a Roier para la suciedad que había dentro. Incluso a través de la mugrienta ventana, no había nada que perder. La única luz provenía del resplandor de cinco monitores de computadora, cada uno con vertiginosos salvapantallas por separado, colocados de golpe en un escritorio que ocupaba casi toda una pared.
Había una cama –bueno, un colchón– pegada a una de las paredes, pero Jerry no se había molestado en ponerle sábanas, dejando todas las manchas dudosas a la vista de todo el mundo. No había edredón. En su lugar, había un saco de dormir mugriento y una especie de manta de piel con una mujer desnuda en ella.
—Si esto no es una bandera roja, no sé lo que es —dijo Roier con un escalofrío.
—Las banderas rojas no siempre significan asesino —murmuró Spreen—. A veces, la gente solo es sucia.
Roier le dirigió una mirada atónita.
—Eso no es sucio. Eso es... vil. La alfombra parece negra. Definitivamente hay cucarachas. No quiero ni saber qué hay en esos frascos en el suelo junto a su ordenador.
—Vos sos el tipo que quería ser periodista de investigación, ¿No? —se burló Spreen.
Roier lo fulminó con la mirada.
—No sabía que eso significaba entrar en lugares como este sin un traje para materiales peligrosos —dijo Roier, arrugando la nariz.
—¿Querés hacer solo de vigía y que yo entre solo? —preguntó Spreen—. No quisiera molestar tu delicada sensibilidad.
—No hace falta que seas condescendiente —dijo Roier, con un tono de puchero.
Spreen negó con la cabeza.
—No estoy siendo condescendiente, Roier. Intento ser complaciente. Si no queres hacer las cosas sucias, yo las hago por vos. Me gusta ensuciarme por vos. Sería un honor para mí arrastrarme por esta ventana y atravesar... todo eso... para poder conseguir lo que necesitamos para torturar a este tipo. Por vos.
Roier entrecerró los ojos ante Spreen. Siempre era difícil saber si estaba siendo dulce o sarcástico.
—No. Solo hagamos esto. Pero si una cucaracha se arrastra sobre mí, no puedo hacerme responsable de lo que haga.
—Tomo nota.
Spreen encendió el inhibidor, esperó un momento y luego probó la ventana. Cuando no cedió, sacó una extraña varilla metálica plana que se parecía mucho a la que utilizan los cerrajeros para abrir coches cerrados desde dentro. La deslizó por debajo de la ventana y la utilizó para sacar el pestillo dorado del interior de la cerradura. La ventana aún requirió un poco de maniobra, pero finalmente se deslizó hacia arriba, haciendo un sonido estremecedor que Roier esperaba que sonara más fuerte de lo que realmente era. Spreen se deslizó con los pies por delante, mirando a su alrededor, antes de hacer un gesto a Roier para que lo siguiera.
Roier se olvidó temporalmente de la suciedad cuando Spreen lo ayudó a entrar, dejando que se deslizara por su cuerpo antes de que sus pies encontraran el suelo. Pero antes de que pudiera contemplar algo divertido, se tapó la nariz y la boca. Si había pensado que el lugar tenía mal aspecto, el hedor era mucho peor, casi incomprensible. Olía a moho, sudor, cerveza rancia y hierba. El aire se sentía... húmedo, como si Roier pudiera sentir las esporas instalándose en sus pulmones.
—¿Qué estamos buscando exactamente? —susurró Roier.
Spreen se inclinó.
—Cualquier cosa que pueda probar que este pedazo de mierda es el gestor que estamos buscando. A estos raros les gusta guardar trofeos.
—¿Te gusta? —preguntó Roier.
Spreen frunció el ceño.
—¿Me gusta qué?
—¿Guardar trofeos?
Spreen le dedicó a Roier una sonrisa que le hizo sentir calor y frío a la vez.
—Recuérdamelo cuando tengamos tiempo, y te explicaré lo que realmente significan mis tatuajes.
Se dio la vuelta antes de que Roier pudiera interrogarlo más. Roier agradeció que tuviera guantes y que eso no tuviera nada que ver con dejar huellas. Era imposible mover una cosa sin desplazar otras mil. Mover una revista hizo que una pila cayera al suelo. Mover una caja provocó otra pequeña avalancha de equipos informáticos.
Spreen lo miró con exasperación.
—¿Qué? No es que yo haya provocado el desorden —siseó Roier.
Cuando Roier llegó a las computadoras de Jerry, hizo una mueca. Debajo del escritorio, detrás de los misteriosos frascos de líquido, había una caja de zapatos. Lanzó un pequeño gemido mientras tiraba de ella hacia sí. Prefería encontrar un corazón humano a medio comer que una sola cucaracha. Se sintió aliviado cuando no encontró ninguna de las dos cosas. Era una caja de recortes de periódico.
Desplegó el primero y se detuvo en seco.
—Spreen —dijo, sin poder evitar la cruda aspereza de su voz.
Spreen dejó de hacer lo que estaba haciendo y se acercó. Roier le entregó un par de papeles.
—Es él.
Los recortes eran artículos de periódico sobre los suicidios, no solo en esas dos universidades, sino en otras. Escuelas secundarias. Dios mío. ¿Habían ellos siquiera pensado en las escuelas secundarias? ¿También había ido por niños más jóvenes? Roier no podía pensar en eso. Estaba claro que su depravación no tenía fin. No eran solo recortes de periódicos de las historias. Había obituarios. Programas de funerales. El maldito había asistido a sus funerales.
Spreen besó la parte superior de su cabeza.
—Buen trabajo. Fotografía todas las que puedas con el teléfono que te di, y luego vuelve a ponerlas tal y como las encontraste. Me parece que es el tipo de persona a la que le gusta volver atrás y revisar sus crímenes.
Spreen continuó rebuscando suavemente detrás de él hasta que el silencio fue roto por otro desprendimiento de objetos que hizo un pequeño estruendo. Esta vez, CDs en soportes transparentes. Estaban sin etiquetar. Roier observó cómo Spreen abría su bolsa y los colocaba dentro.
—¿Qué estás haciendo? Pensé que se suponía que debíamos mirar, no tocar.
—Nadie esconde un montón de DVDs sin etiquetar a menos que haya algo que no quiera que la gente mire demasiado. Estoy tomando un riesgo calculado.
—¿Significa eso que podemos...?
Se oyó el chirrido de unas bisagras y luego una aguda voz femenina dijo:—¿Jerry?B¿Viniste a casa del trabajo sin siquiera saludar?
El ritmo cardíaco de Roier se disparó, pero Spreen solo se llevó un dedo a los labios y negó con la cabeza, frío y tranquilo como siempre.
—Estás oyendo cosas —dijo una voz ronca desde lo más profundo de la casa—. Te digo que te estás volviendo senil.
—Oh, silencio. Definitivamente he oído algo —dijo ella.
—Probablemente una rata —le respondió el hombre rudo.
¿Una rata? Roier lanzó una mirada de pánico a Spreen, con los ojos muy abiertos.
¿Había ratas allí abajo? Roier odiaba las ratas más que las cucarachas. Mierda. Finalmente, la puerta al final de la escalera se cerró de golpe. Spreen hizo un gesto hacia la ventana, y Roier cumplió con entusiasmo, dejando que Spreen lo impulsara para poder salir. Spreen lo siguió, sin necesitar ayuda alguna de Roier.
Roier no empezó a respirar de nuevo hasta que estuvieron de vuelta en la camioneta y fuera del vecindario de Jerry. Se quitó la máscara de la cara.
—Yo... Sí, odié eso. No quiero ser un reportero de campo. Dame los videos de lo más destacado y déjame reconstruirlo todo. Ugh. No. Solo no. Necesito una ducha. Ahora mismo.
Spreen se rio.
—Eso se puede arreglar. Pero dejemos los DVDs para que Aroyit los catalogue y digitalice. Ella puede hacernos un resumen si hay algo que merezca la pena ver.
Roier asintió.
—De acuerdo. Luego puedes alimentarme. Me muero de hambre.
Spreen le lanzó una mirada divertida.
—Recuerdo cuando tenía que alimentarte a la fuerza. Ahora, tenés hambre todo el tiempo. Como un pichón. 'Comida. Comida. Comida’.
—¿Te estás quejando? —preguntó Roier, entrecerrando los ojos.
Spreen sonrió.
—No. Créeme, necesitarás energía.
Roier estudió la cara de Spreen.
—¿Qué se supone que significa eso?
Spreen le dirigió una mirada inocente.
—Nada. Nada en absoluto, Roier.
Roier estaba agradablemente lleno y, por fin, totalmente limpio. Aquel sótano había sido el combustible de una pesadilla, cuyo aroma permaneció en su nariz hasta que Spreen lo llevó a buscar comida. Giró el pomo para cerrar el agua caliente y utilizó una de las esponjosas toallas blancas de Spreen para secarse, pasándola por su pelo húmedo antes de envolverla alrededor de su cintura.
No dio ni dos pasos fuera del cuarto de baño antes de verse empujado contra la pared, con la cara apretada contra la fría superficie. Spreen le tiró de los brazos por detrás y le colocó dos suaves esposas de cuero en las muñecas.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Roier, sin aliento.
Spreen mordió el hombro de Roier, sus dientes encajaron en las marcas de los mordiscos que había dejado solo horas antes.
—Tomando lo que quiero.
Roier no pudo evitar el gemido que se le escapó.
—¿Vas a ser bueno para mí, Roier?
Roier ni siquiera pudo formar palabras, solo asintió con dificultad mientras Spreen lo guiaba por las escaleras, manteniendo una mano alrededor del bíceps de Roier para evitar que tropezara. Iban a la mazmorra del sexo. O al ático. El ático del sexo. Todavía no habían jugado allí arriba. Spreen parecía preferir hacer correr a Roier o hilar escenarios de juegos de rol excesivamente sucios que siempre dejaban a Roier como el sumiso y a Spreen como el agresor.
Tal vez solo había estado preparando a Roier para el ático del sexo. Tal vez pensó que Roier no estaba preparado para lo que estaba a punto de suceder. Podría tener razón. Roier nunca estaba realmente preparado para las cosas que Spreen le lanzaba, pero por muy extremo que fuera su juego, Roier era adicto. No podía tener suficiente de Spreen.
—¿Tenés una palabra de seguridad, Roier? —Spreen le canturreó al oído.
—¿Necesito una? —preguntó Roier, tragando audiblemente.
Spreen empujó la puerta y encendió una luz, iluminando una colección bastante impresionante de dispositivos que iban desde lo mundano, como paletas y látigos, hasta cosas realmente desconcertantes que parecían casi instrumentos médicos.
—Mi palabra de seguridad es Superman —dijo Roier rápidamente, inventándola sobre la marcha.
Spreen le besó suavemente la garganta, deshaciendo el nudo de la toalla en su cintura, sus manos vagando por donde querían.
—No te preocupes. Sere considerado con vos. Solo te quiero indefenso. Totalmente a mi merced. Completamente inmóvil.
Roier no pudo evitar el gemido que se le escapó. Apoyó su peso en Spreen, incapaz de hacer nada más que dejar que lo tocara, que se burlara de él, que jugara con él.
—Te encanta estar indefenso para mí, ¿Verdad?
—Sí.
—Te encanta ser una puta para mí, ¿Verdad?
Todo el cuerpo de Roier ardía.
—Sí.
La mano de Spreen se acercó a la garganta de Roier.
—Solo para mí —raspó en su oído.
—Sí —logró Roier en torno a un suave gemido.
—Buen chico.
Spreen lo acompañó hacia un rincón oscuro de la habitación hasta una extraña...
¿Mesa? de cuero negro. Estaba solo a la altura de la cintura, pero había cuatro plataformas acolchadas en cada esquina, más bajas que la mesa.
—Las rodillas acá —dijo Spreen, tocando las dos plataformas acolchadas inferiores.
Comprendió y le recorrió un escalofrío. No estaba bromeando. Quería a Roier completamente inmóvil. Una vez que se arrodilló, Spreen le quitó las esposas que le sujetaban los brazos a la espalda. Roier sacudió los brazos.
Los labios de Spreen le presionaron la oreja.
—Asume la posición, Roier.
Roier dudó sólo un momento, dándose cuenta de que el banco estaba inclinado de modo que su cabeza estaba abajo, y sus brazos y piernas caían naturalmente en su sitio. Las esposas que se cerraban sobre cada muñeca y tobillo estaban forradas con algo suave. No era incómodo, sino que le producía nerviosismo.
Roier estaba atrapado. Inmóvil. Completamente a merced de Spreen.
Spreen recorrió con los dedos las protuberancias de la columna vertebral de Roier.
—¿Sabes cómo se llama este banco?
—No —logró Roier.
—Tiene muchos nombres, en realidad. Banco de castigo —Rastrilló las uñas romas sobre la piel de Roier—. Banco de azotes —La mano de Spreen descendió con fuerza sobre la mejilla del culo de Roier, dejando un rastro de fuego a su paso. No pudo evitar el gemido que se le escapó—. Pero mi nombre favorito, Roier... —Las piernas de Roier se abrieron de repente, dejándolo completamente expuesto. Spreen abrió a Roier—… es un banco para el orgasmo.
Roier se quedó sin aliento cuando los dos dedos de Spreen, de alguna manera ahora resbaladizos por el lubricante, empujaron dentro de él con fuerza.
—Verga.
—Si, te lo daré —dijo Spreen, sus dedos trabajando dentro de Roier de una manera que lo hizo marearse, especialmente cuando añadió un tercero—. ¿Te gusta esto? ¿Te gusta estar completamente indefenso? ¿Completamente a mi merced? Podría hacerte literalmente cualquier cosa ahora mismo. Cualquier cosa.
Esa era la verdadera perversión de Spreen. No el dolor , o tal vez no solo el dolor, que infligía, ni la necesidad casi animal de marcar a Roier, sino el poder. Spreen necesitaba jugar a ser Dios. Necesitaba que Roier dependiera totalmente de él.
Necesitaba saber que la vida de Roier pendía de un hilo y que sólo Spreen podía darle lo que necesitaba.
Roier gimió.
—Sí.
Reflejaba muy bien la perversión de Roier. Quería que Spreen lo deseara, lo cuidara, lo consolara, lo acogiera, lo eligiera. Quería ser todo para Spreen, justo como Spreen se estaba convirtiendo para él. Debajo de todo el dolor solo había necesidad. Roier necesitaba que Spreen lo amara. Que lo protegiera. Que lo conservara. Necesitaba que lo lastimara y luego lo calmara.
Los dedos de Spreen desaparecieron abruptamente. Llegó a ponerse delante de Roier y fue entonces cuando se dio cuenta de por qué el banco se inclinaba hacia abajo en la parte superior. Ponía la boca de Roier exactamente donde Spreen la quería.
—Abre, Roier.
Roier no tenía elección. Spreen estaba empujando su pene entre sus labios, manteniendo su cabeza en su lugar para poder coger bruscamente en su garganta.
—Relájate. Eso es. Dios. Tu boca esta tan caliente. Traga alrededor de mi pija. Buen chico —Los músculos de la garganta de Roier ardían. Intentó respirar despacio, intentó no activar su reflejo nauseoso, pero Spreen no se lo ponía fácil. Le gustaban los ruidos que hacía Roier cuando su vida estaba en peligro. Se atragantó, tosió, balbuceó, pero Spreen fue implacable, retirándose sólo cuando la cabeza de Roier empezó a nadar.
Entonces se liberó, agachándose frente a él para limpiarle la saliva y las lágrimas de la cara.
—¿Qué debería hacer con vos esta noche? ¿Hmm? ¿Además de llenarte con mi semen? —reflexionó—. ¿Cuántas cargas crees que podrías tomar antes de rogarme que pare? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Te imaginas lo lleno que te sentirías?
—Spreen... —Roier gimió, tratando de contonearse para darse al menos algo de fricción, algo que aliviara el dolor, pero no había nada. La mesa estaba hecha para negar el placer al que estaba atado a ella.
—¿Qué pasa, Roier? —preguntó él, con la voz cargada de simpatía.
—Tócame —dijo, la voz apenas un susurro—. Lo necesito. Me duele.
Spreen acarició la mejilla de Roier.
—Te estoy tocando —Ante el ruido frustrado de Roier, Spreen le dio un suave beso, con la lengua deslizándose brevemente en su interior—. ¿No es eso lo que querías decir, Roier?
—Te odio —murmuró.
La risa de Spreen fue enloquecedora.
—No, no me odias. Me amas. Amas esto. Apuesto a que puedo hacer que te venes sin que te toque. Pero una vez que lo haga, te voy a coger tan fuerte, tan profundo, que me sentirás cada vez que te sientes durante una semana.
Roier ni siquiera pudo responder. Sólo pudo gemir contra los labios de Spreen. Besó su boca floja y luego se puso de pie y se alejó de la línea de visión de Roier. Aspiró un suspiro cuando un dedo volvió a empujar dentro de él, tanteando hasta que el placer recorrió todo su cuerpo.
Spreen lo hizo de nuevo. Los pezones de Roier estaban dolorosamente duros, con la piel de gallina en erupción.
— ¿Se sentís bien, Roier? ¿Di en el clavo?
El dedo de Spreen presionó y soltó de nuevo, y Roier intentó hablar, pero no pudo. Tenía la sangre caliente y los nervios en alerta máxima. Spreen tocó a Roier como si fuera una especie de instrumento exótico, presionando y rodando y burlándose hasta que las lágrimas se filtraron de sus ojos y las súplicas cayeron de sus labios.
Spreen siempre se aseguraba de que Roier se viniera, sabía justo cómo tocarlo para que lo hiciera, pero era sutil o, a veces, abrupto. Nunca había sido un ataque deliberado a sus sentidos. Nunca había jugado así con Roier. Spreen tenía razón.
Podía hacer que se viniera sin ser tocado. Pero no lo haría. Cada vez que Roier sentía ese cosquilleo revelador en la base de su columna vertebral, los dedos de Spreen desaparecían, como si tuviera una especie de sexto sentido.
Roier ya no era plenamente consciente de su entorno. Se sentía como un gigantesco cable de alta tensión. Cada vez que Spreen liberaba sus dedos, envolvía su polla con una mano resbaladiza, y se sentía como un tipo de orgasmo completamente diferente que se iba acumulando hasta que Roier estaba frenético.
—Huh-Oh-Oh, mierda. Por favor. Por favor. Es demasiado.
La mano de Spreen continuó acariciando a Roier, y sus dedos volvieron, iniciando un nuevo ritmo, este círculo, toque, moler que tenía a Roier gritando. Y luego solo llorando. Sus súplicas se convirtieron en un balbuceo apenas perceptible mientras perdía el hilo de sus pensamientos una y otra vez mientras Spreen lo atormentaba.
—Por favor, Spreen —suplicó Roier, con la voz baja y cruda—. Haré cualquier cosa.
Spreen se rio, mordiéndole una nalga.
—Estás atado, Roier. Harás lo que yo quiera de todos modos —Roier gimió mientras Spreen le retorcía los dedos de una manera que le hacía sentir eufórico, como si estuviera drogado.
Cuando la mano de Spreen volvió a desaparecer, Roier sollozó literalmente. Los dedos de Spreen estaban de vuelta, enviando descargas de felicidad a través de su sangre con cada golpe.
— ¿Sentís eso? Mira todo ese líquido que sale de tu pija. Estás tan duro, tan sonrojado. Estás tan cerca. ¿Podes sentirlo? Puedo hacer que te vengas solo con un ligero movimiento de mi muñeca. ¿Es eso lo que querés?
Esta vez, Spreen no retiró los dedos, sino que envolvió su otra mano alrededor del miembro, utilizando el líquido para trabajar alrededor de su eje.
—Dilo.
—Sí, es lo que quiero.
—Decime cuánto te gusta ser mi puta. Necesito las palabras.
—Me encanta. Me encanta.
—Decilo —gruñó Spreen, sus dedos apretando el eje de Roier.
Las lágrimas rodaron sin control por las mejillas de Roier. Este bucle de placer y dolor lo estaba volviendo loco. Solo necesitaba correrse. Con tanta urgencia.
—Por favor.
Spreen retorció sus dedos, su nudillo presionando su próstata de una manera que robó a Roier toda la razón.
—Dale —exigió—. Decilo y haré que te vengas tan fuerte que te desmayes.
—Soy tu puta —sollozó Roier—. Solo tuyo. Por favor, Spreen.
—Shh —dijo Spreen, acariciando el pene dolorosamente duro de Roier—. Te tengo, Roier.
Roier ya no podía pensar. Todo su cuerpo era solo un resorte fuertemente enrollado, y cada toque era casi demasiado placer. No podía dejar de rogar, no podía dejar de suplicar a Spreen que lo hiciera parar o que lo mejorara. No sabía qué quería, excepto alivio.
—Estás goteando tanto. Estás tan cerca. Vamos, Roier. Venite para mí
—Spreen retorció sus dedos y sintió que una ola de placer se estrellaba en él, pero cuando Spreen pajeó a Roier solo una vez, Roier hizo un sonido que ni siquiera estaba seguro de que fuera humano. Podía sentir que se venía, pero era como si todo su cuerpo fuera solo un centro de placer, su orgasmo seguía y seguía hasta que su mundo se volvió negro.
Cuando volvió en sí, Spreen estaba dentro de él, usándolo con fuerza, con sus manos agarrando sus caderas con la suficiente fuerza como para saber que mañana tendría moretones. Spreen perseguía su propio placer, inclinándose sobre él, mordiendo cualquier carne que pudiera alcanzar, su mano apretando el cabello de Roier para penetrarlo aún más. Entonces se vino, el sonido que hizo fue entre un gruñido y un grito, antes de desplomarse sobre Roier y el banco.
No tenía ni idea de cuánto tiempo estuvieron tumbados allí, pero a medida que la bruma del placer desaparecía, a Roier le dolía todo. Una vez terminada la escena, Spreen fue dejando caer suaves besos sobre la espalda de Roier, sus hombros, su cabello.
—Lo hiciste muy bien, Roier. Tan jodidamente bien. ¿Estás bien?
—No. Creo que me rompiste —murmuró Roier, moviendo el culo bajo Spreen, los músculos contrayéndose alrededor de su verga. Sí, le dolía literalmente todo.
Spreen se puso de pie, deslizándose libre de Roier antes de abrirlo, pasando los dedos alrededor de su agujero y luego dentro de una manera que se sentía casi clínica.
—Sos bueno, Roier. No rompí nada. Solo lo sentirás durante unos días.
Deshizo las muñecas y los tobillos de Roier y luego lo ayudó a bajar del banco, atrapándolo cuando sus rodillas cedieron y luego balanceándolo en sus brazos.
—Creo que deberíamos darnos un baño juntos. ¿Te parece bien?
Roier apoyó su mejilla en el pecho de Spreen.
—No puedo levantar mi... nada.
—Está bien. Yo cuidare de vos
—Más te vale —dijo Roier, con la voz apenas por encima de un susurro.
Spreen se detuvo y lo miró.
—Podés confiar en mí, Roier. Te lo prometo.
Roier se tragó el repentino nudo en la garganta.
—Sí, lo sé
Chapter 21: Spreen
Chapter Text
La sala de guerra estaba abarrotada, con todos los asistentes excepto Cris, que seguía fuera de la ciudad, y Carola, que se había marchado a otro torneo de póquer. Spreen se quedó mirando el asiento vacío de su hermano, el más cercano a la barra. ¿Estaba realmente en otro torneo, o Vegetta envió a Carola a realizar trabajos secretos que los demás desconocían? Tal vez fuera una combinación de ambas cosas. Carola era un enigma.
George y Dream habían dejado sus distracciones de cara angelical con su madre, asegurándose de que el gestor tuviera toda la atención de Vegetta. Bueno, toda la atención que podía conseguir, al menos. A menudo estaba presente, pero nunca verdaderamente del todo, como si sus pensamientos estuvieran divididos. Se sentó en su silla a la cabecera de la mesa y una copa colgando de sus cuidados dedos.
Spreen sacudió la cabeza. Hoy estaba demasiado introspectivo. Se empeñó en ignorar a los demás en la sala antes de ponerse a cavilar sobre sus vidas cuando realmente le importaba un carajo por qué hacían lo que hacían. La única persona cuya vida privada le importaba a Spreen era Roier, y estaba justo ahí, a su lado, agarrando su muslo con la suficiente fuerza como para que Spreen tuviera moretones por la mañana.
—Estamos todos aquí, Aroyit. ¿Qué has encontrado en esos DVDs? — preguntó Vegetta.
Aroyit dejó escapar un suspiro tembloroso, pero no dijo nada durante un largo momento. La mirada de Spreen se dirigió a Vegetta. Aroyit rara vez dudaba, por muy malos que fueran los detalles.
—¿Aroyit? ¿Has encontrado algo? —preguntó Spreen.
—Lo suficiente como para mantenerme en terapia otros tres años — murmuró ella.
—Escuchemos —dijo Juan, con la mano enhebrada con la de su marido.
—Esto es más bien algo audiovisual —dijo Aroyit de mala gana.
—¿Qué significa eso? —preguntó Roier, con la voz aguda.
—¿Tal vez...? ¿Tal vez solo deba decirles lo que he encontrado? —dijo Aroyit.
Spreen miró a sus hermanos. Ellos también parecían confundidos. Los demás, los que tenían la capacidad de sentir las emociones humanas, parecían preocupados y un poco aprensivos. Habían visto muchas cosas horribles en esta sala. Cosas a las que la mayoría de la gente normal no podría enfrentarse.
Quackity se había enfrentado a las fotos de los hombres que lo habían intercambiado por sexo cuando era niño. Dream había aprendido lo depravado que era un compañero de trabajo cuando se enteraron de que no solo era un asesino, sino que torturaba a mujeres para el entretenimiento de otros. Ari había descubierto lo mucho que había sufrido su hermana antes de morir. Aroyit nunca había intentado ocultarles nada de eso. O tal vez lo había hecho y Spreen nunca se dio cuenta.
—Estoy bien. Estaré bien —enmendó Roier cuando se dio cuenta de que los demás lo miraban fijamente.
Spreen sabía que eso no era cierto. La sudorosa palma de la mano de Roier se apoyaba ahora en la suya, su pierna rebotaba dos veces por debajo de la mesa, y Spreen prácticamente podía oír el rechinar de sus dientes. Pero eso no era asunto de nadie más.
—De acuerdo. Pero, sinceramente, todo el mundo debería prepararse. Esta mierda es... Es jodidamente horrible.
El color palideció de las mejillas de Roier, pero no dijo nada.
Un vídeo apareció en la pantalla. Un hombre –supuestamente Jerry– estaba sentado en el escritorio que habían visto en su casa. En cada uno de los monitores que tenía delante aparecía una imagen diferente, pero todas eran similares.
Personas claramente en la agonía de la muerte. Cuando Aroyit le dio al play, pronto quedó claro por qué había estado tan nerviosa.
—¿Está...? —empezó Quackity.
—Sí —dijo Wilbur, cortándolo, como si no pudiera soportar oírlo decir en voz alta.
La nariz de Quackity se arrugó.
—Qué asco. ¿Qué carajo?
Los sonidos que hizo el hombre al ver morir a los de la pantalla eran familiares para cualquiera que hubiera visto porno alguna vez. Aunque la vista oscurecía sus movimientos, estaba claro que se estaba masturbando con ellos. Se estaba masturbando con un grupo de personas que se estaban suicidando. Un grupo de personas a las que había convencido para que se suicidaran.
Sí, este tipo necesitaba morir.
La pantalla se puso en negro, y luego apareció una docena de videos. Estos clips no podían ser más diferentes. Eran claramente grabaciones de cámaras web. Las personas que aparecían en ellos parecían sanas y felices, aunque estaban mirando algo en la pantalla con atención.
—Son ellos cuando empieza el juego —dijo Aroyit.
Los vídeos se transformaron en un día diferente, en una hora diferente. Ahora sólo había cinco vídeos. Spreen tardó un momento en darse cuenta de que las personas que aparecían en la pantalla eran las mismas. Tenían un aspecto enfermizo. Los ojos inyectados en sangre, el pelo desordenado. Algunos parecían haber llorado, y todos parecían estar al borde del colapso.
—Este es el punto medio —murmuró Aroyit.
—¿Punto medio? —preguntó Roier, con la voz gruesa.
—¿Por qué sólo hay cinco vídeos ahora? —preguntó George.
—Porque reprueba a los que no puede manipular. 'Pierden' el juego. Estos son sus finalistas —explicó Aroyit.
—¿Qué significa eso? —preguntó Dream.
—No lo sé —dijo ella—. Así es como aparecen en su colección. Los finalistas.
—Maldito enfermo —murmuró Ari.
—¿A qué te referías con el punto medio? —preguntó Roier.
Aroyit suspiró.
—Aquí es donde cambia el juego. Cambia de táctica.
—¿Cómo es eso? —preguntó Vegetta.
—Déjame adivinar. ¿Empieza a hacerse amigo de ellos? —preguntó Dream.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Aroyit.
La expresión de Dream era sombría.
—Es una técnica de interrogación. Romperlos, y luego intentar hacerles creer que eres su amigo.
—Hacerte amigo de ellos ¿Cómo? —preguntó Juan a Aroyit.
—Por lo que puedo ver en el chat, empieza a crear una especie de vínculo íntimo con ellos. Los convence de que él no es como los otros gestores. Al principio parece alentarlos. Les dice que pueden hacerlo, que pueden vencer el juego, que tiene fe en ellos. Que el dinero que ganarán cambiará sus vidas. Pero una vez que consigue que hablen con él, que confíen en él, es cuando todo cambia.
—¿Cómo cambia? —insistió Vegetta.
Aroyit se aclaró la garganta, todavía indecisa.
—Empieza cuestionando la realidad. Los vídeos que los obliga a ver son la peor clase de propaganda de la teoría de la conspiración. Como la teoría de la tierra plana, que el 9-11 fue un trabajo interno, que el país está siendo dirigido por gente lagarto. El tipo de cosas que nadie en su sano juicio vería si no estuviera ya destrozado psicológicamente.
—Pero ¿Por qué? —Roier preguntó—. Como, ¿Cuál es el punto de eso?
—Está derribando sistemáticamente sus defensas, haciéndolos más susceptibles a su ideología —dijo Dream.
—¿Ideología? —Roier se hizo eco.
—Continúa, Aroyit —dijo Dream, sin dar más detalles.
Los vídeos volvieron a avanzar.
—Aquí es donde empieza a convencerlos de que nada de esto es real.
—¿Nada de qué? —preguntó Roier, frustrado.
—La vida —dijo Aroyit en voz baja—. Está desentrañando su realidad, convenciéndolos de que ellos son Neo y él es Morfeo y de que están atrapados en una creación similar a Matrix. Una de la que pueden desenchufarse si solo completan el desafío final. Y mueren.
—De ninguna puta manera —dijo Roier—. Mi hermano no caería en esta mierda. Aldo era la persona más inteligente que conocía. No hay manera de que caiga en esto. De ninguna manera.
— Tengo el vídeo, Roier —dijo Aroyit con suavidad — Pero no quieres verlo.
— Muestrame — dijo Roier, hirviendo.
— Roier —Aroyit empezó.
— ¡Muéstrame! — grito.
Los otros vídeos desaparecieron y Aldo apareció en la pantalla. Roier aspiró con fuerza al ver a su hermano. Su mano, que había descansado sobre la de Spreen, se enroscaba ahora alrededor de la muñeca de este, con las uñas romas clavándose en su piel.
—Día uno —dijo Aroyit.
Estaba claro que la grabación procedía de la cámara web de Aldo, aunque no estaba claro si lo sabía o no. Su aspecto era muy parecido al de la foto del apartamento de Roier. Guapo, de cafés, vestido con una sudadera y una gorra de béisbol al revés. Detrás de él, alguien –posiblemente su compañero de cuarto– se movía detrás de él sin saber que el hermano de Roier se estaba embarcando en un juego que le costaría la vida.
—Día diez —dijo Aroyit.
Roier emitió un sonido como el de un animal herido al ver a su hermano en la pantalla. Tenía un aspecto desmejorado, desaliñado. Sus ojos estaban rojos, hinchados, inyectados en sangre. No había sonido, pero hablaba animadamente, ya sea con alguien al otro lado de su computadora o posiblemente grabándose a sí mismo. Tenía un aspecto terrible, como el de alguien que está a punto de sucumbir a una enfermedad grave. Spreen suponía que lo estaba, lo supiera o no.
—No pueden ser diez días —dijo Quackity—. Parece diez años más viejo.
—Eso es lo que puede hacer la tortura psicológica —dijo George—. Hay toda una industria dedicada a aprender la mejor manera de romper sistemáticamente la psique humana. Incluso las personas más fuertes tienen pocas esperanzas de salir indemnes.
—Eric lo hizo —dijo Roier, con la voz cruda.
—Eric se dio cuenta pronto. Él mismo lo dijo. Si no hubiera asistido a esa clase de publicidad en la que se hablaba de los mensajes subliminales, nunca lo habría descubierto —le recordó Spreen.
—¿Por eso intentó matar a Eric? Descalificó a los demás. Claramente, quería que el número se redujera a cinco. ¿Por qué no descalificar a Eric? — preguntó Roier.
—Mi opinión es que le preocupaba que Eric hablara del juego, de las tácticas —dijo Spreen.
Eso hizo poco para disuadir a Roier. Estaba anormalmente pálido, su cuerpo temblaba.
—Muéstrame el clip final.
—No —dijo Aroyit, con un tono igualmente fuerte.
—Tienes que hacerlo —dijo Roier, con la voz repentinamente llena de lágrimas—. Necesito verlo, necesito verlo a él. Necesito verlo con mis propios ojos.
—Por favor, Roier... —Dijo Aroyit—. No veas esto.
Roier se tragó el nudo en la garganta.
—Muéstrame.
Spreen le rodeó con un brazo.
—Tal vez no deberías. No podrás sacártelo de la cabeza una vez que lo veas.
—Vi muchos cadáveres e incluso asesinatos —consiguió Roier, con todo el cuerpo rígido bajo el contacto de Spreen.
—Pero esa gente no era tu familia —dijo Spreen, mirando a los demás en busca de ayuda.
—Spreen tiene razón —dijo Wilbur—. Quackity todavía tiene pesadillas sobre lo que vio en sus vídeos.
Spreen no había esperado que Wilbur fuera el que acudiera al rescate. De todos los hermanos, Wilbur era el que menos parecía sentir. Su única emoción sólida era la envidia, o tal vez los celos. Sea lo que sea lo que lo impulsaba a proteger a Quackity a toda costa sin tener en cuenta los sentimientos de los demás.
—Dream, díselo —dijo Aroyit.
—Ser testigo de un suicidio, especialmente el de un ser querido... —Dream comenzó.
—Hace que sea más probable que me quite la vida —terminó Roier—. Conozco los estudios. Los leí todos. Cuando alguien de tu familia decide suicidarse, te conviertes en un experto.
Spreen se inclinó hacia su espacio.
—No puedo perderte.
Roier lo miró, sorprendido.
—No lo harás. No voy a matarme solo por ver a mi hermano... —Su voz se atascó en un sollozo, pero lo reprimió rápidamente—. Solo muéstrame.
—Hazlo, Aroyit —dijo Vegetta, estudiando a Roier como si pudiera mirar en su interior y saber que estaba tomando la mejor decisión.
La filmación era clara, pero como era una cámara web, solo se podía ver un poco. Aldo sentado en su escritorio, asintiendo a la cámara. Estaba pálido, demacrado, vestido con la misma ropa que le habían visto días antes. No parecía afligido, sino agotado. Cuando se levantó, Spreen pudo ver que llevaba pantalones de pijama. Aldo se dirigió al armario justo fuera del marco, pero el cinturón que apareció en su mano era visible.
Todos observaron en tenso silencio cómo se subía a la cama. Spreen se alegró de que ahora solo pudieran ver a Aldo de muslo para abajo. Las uñas de Roier dibujaban sangre en la muñeca de Spreen, pero no dijo nada. Habría dejado que Roier lo hiciera pedazos si de alguna manera pudiera evitar el inevitable colapso.
Entonces sucedió. Aldo se bajó de la cama. No fue una muerte rápida. No saltó desde una altura suficiente o con la fuerza suficiente para romperse el cuello.
Murió lentamente, durante tres minutos. Lo observaron todo. Nadie se movía. Tal vez ni siquiera respiraban.
Roier se quedó mirando la pantalla, sin pestañear, hasta que las piernas de su hermano dejaron de temblar, y entonces salió corriendo de la habitación tan rápido que Spreen tardó un momento en darse cuenta de que se estaba moviendo. Lo siguió y vio a Roier doblando la esquina, alcanzándolo rápidamente. Lo agarró por los hombros y lo condujo al baño más cercano, donde se arrodilló y vomitó rápidamente.
Estaba claro que Roier tenía un estómago débil. Iba a acabar con una úlcera sangrante. Tenía una constitución delicada, que definitivamente no era adecuada para el estilo de vida de los De Luque. Spreen tenía que empezar a cuidarlo mejor.
—Estoy bien —logró Roier entre jadeos—. Solo vete.
Spreen se sentó en el suelo detrás de él, frotando su espalda.
—No voy a ninguna parte, Roier.
Cuando el estómago de Roier pareció finalmente demasiado vacío como para vomitar, Spreen mojó una toallita y obligó a Roier a quedarse quieto mientras le limpiaba la cara.
—¿Por qué insististe en ver eso?
—No me sermonees —dijo Roier—. Necesitaba verlo. Solo... necesitaba saberlo.
—No te estoy sermoneando. Solo creo que deberías dejar que yo me encargue del trabajo húmedo y vos te quedes con las cosas del papeleo de los cerebritos.
Roier resopló, dejando que Spreen lo tirara de nuevo contra él en el suelo.
—Actúas como si no supiera lo inteligente que eres. Te ganas la vida construyendo rascacielos. Eres el inteligente y el sexy.
—Ahora, mira, lo de sexy es subjetivo, Roier. Porque definitivamente creo que vos sos el sexy en nuestra relación. Te gusta mantenerlo escondido, pero está ahí. Nadie sabe mejor que yo lo jodidamente atractivo que sos, especialmente cuando estás desnudo y suplicando. Cubierto de mis moretones. Nadie más se acercará a eso. Y, en cuanto a la inteligencia, soy inteligente en matemáticas. Vos sos inteligente como policía.
—¿Inteligente como policía? —Dijo Roier, divertido.
Spreen asintió con la cabeza, agradeciendo que de alguna manera estuviera logrando distraer a Roier.
—Sí. Sabes cómo investigar. Hacer preguntas.
—Tú también.
—No, yo sé interrogar. No tengo tu toque delicado. Lo mío es conseguir las respuestas que quiero sin importar lo que quede del sujeto una vez que lo haga.
Roier permaneció en silencio durante mucho tiempo, con la cabeza apoyada en el pecho de Spreen.
—Quiero que lo mates —dijo finalmente Roier.
—Te juro que lo mataré, y luego encontraremos a los otros y los mataré también. Pero una cosa a la vez. Primero, torturaremos a Jerry, luego eliminaremos al maestro del juego. Después de eso, empezaremos a preocuparnos por encontrar a los otros gestores. Sin el maestro del juego, los otros correrán a esconderse.
—Solo quiero que sufra. Necesito que ambos sufran. Necesito verlo con mis propios ojos.
Spreen asintió.
—Puedo hacer eso por vos, Roier. Pero ninguno de nosotros te culparía si no quisieras mirar.
—¿Estaba Quackity allí cuando mataron a los hombres que le hicieron daño? ¿Estaba Dream? —preguntó Roier. Spreen asintió.
—Sí.
— ¿Crees que son más fuertes que yo?
Spreen frunció el ceño. Las relaciones eran un campo minado mucho más de lo que había imaginado. Una palabra equivocada podía llevar al desastre. No estaba acostumbrado a tener que vigilar tanto sus pasos.
—Claro que no. Solo quiero que no pienses que esto es una especie de prueba. Ni Quackity ni Dream matan activamente por nosotros. Hay muchas cosas que hacer en esta familia que no tienen nada que ver con agarrar un arma. Tus contribuciones van a ser importantes, e incluso si no lo son, te seguiré queriendo.
—¿Cuándo tendremos a este tipo? —preguntó Roier, dejando caer un beso sobre el corazón de Spreen a través de su camiseta. Fue un gesto tan irreflexivamente dulce que no pudo evitar corresponderlo besando la parte superior de su cabeza.
Spreen le apretó más fuerte. Quería acabar con esta mierda para poder seguir con sus vidas, lo que sea que eso fuera. Pero para ello, tenían que acabar con esto.
—Esta noche, Roier. Vamos por él esta noche. Volvamos allá dentro y hagamos un plan.
Chapter 22: Roier
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Roier se estaba saliendo de su piel. Ya casi llegaban a la cabaña de asesinato de Juan y Ari. Los otros ya estaban allí con Jerry. Spreen había querido participar en su captura, pero Vegetta no quería que unos aficionados participaran en el secuestro de Jerry en la calle a plena luz del día y Roier se había negado a que Spreen fuera solo. El acuerdo fue que ninguno de los dos fuera, sino que se reunieran con los demás después de "adquirir el objetivo", como dijo Vegetta.
Spreen estaba sorprendentemente tranquilo, tarareando la música mientras se dirigían al bosque. Dijo que lo único verdaderamente estresante de la planificación y ejecución de un asesinato era asegurarse de tener una coartada. No había ninguna conexión entre Jerry y nadie de la familia De Luque o de la familia de Roier. Como no había miedo a las represalias con Jerry, no había que preocuparse por la formación de una coartada, lo que significaba que Spreen estaba tranquilo como si hubieran salido a dar un paseo dominical.
—¿Estás seguro de que lo tienen? —Roier preguntó por centésima vez desde que se pusieron en camino.
Spreen apretó la pierna de Roier, lanzándole una mirada divertida.
—Sí, Roier. Sé que esto te sorprenderá, pero los perdedores de los sótanos son sorprendentemente fáciles de atrapar. Ya lo deben tener atado. Solo nos están esperando.
—¿Cuánto falta para que lleguemos? —preguntó Roier, mirando por la ventana como si pudiera medir la distancia con la vista.
—No estamos ni a cinco minutos.
—Bien.
Roier solo quería acabar con esto. Llevaba queriendo venganza desde que se había dado cuenta de lo que le habían hecho a su hermano, y después de ver ese vídeo... Roier respiró hondo y lo dejó salir, deseando que su estómago no se revelara una vez más. Nunca se había dado cuenta de lo mucho que le había carcomido la muerte de su hermano hasta que la mera mención de su muerte había desencadenado su reflejo de vomitar.
—Sé que querés involucrarte, pero podes retirarte si es demasiado. Nadie te culparía.
Roier sabía que Spreen intentaba ser dulce. Y era dulce, pero había una guerra en su interior. Una parte de él quería oír al hombre gritar para siempre. La otra mitad quería que muriera rápidamente para que Roier pudiera olvidarse de él. Pero todavía se necesitaban respuestas.
Roier le dirigió una mirada aguda.
—¿Con qué? ¿Conseguir la información que necesitamos para asegurarnos de que nadie más muera por culpa de este pedazo de mierda? Sí, estaré bien.
—Te prometo que le sacaré toda la información que pueda antes de matarlo— dijo Spreen, como poniéndolo a prueba. Roier lo miró a los ojos.
—No me importa si vomito en un cubo de basura. No me voy a ir.
—Roier... no sé si entiendes lo que estás diciendo. Mis hermanos y yo no tenemos capacidad de sentir remordimientos. O culpa. O empatía. Cuando torturo a alguien, no siento nada. No importa cuánto griten o lloren o supliquen, no tiene ningún efecto en mí. No vas a sentir lo mismo.
—Le robó a mi hermano el control de la realidad, vio cómo se ponía la soga al cuello y luego se masturbó con las imágenes. Sus gritos serán música para mis oídos.
Spreen asintió.
—De acuerdo. Tenes razón. Él mató a tu hermano. Tenés derecho a tener el primer golpe con él.
—Y yo puedo decidir cómo muere —murmuró Roier.
Spreen giró hacia el largo y sinuoso camino de la cabaña y aparcó fuera. Una furgoneta blanca y el Bronco de Ari ya estaban allí.
Después de aparcar, Spreen agarró la camisa de Roier y lo arrastró sobre la consola central.
—Dame un beso.
Roier no estaba seguro de lo que esperaba. Spreen tenía dos modos. Los picotazos rápidos, casi castos, en los labios y los besos con lengua, abrasadores y casi pornográficos. Esto no era ninguna de las dos cosas. Acercó la cara de Roier, uniendo sus labios en un lento deslizamiento, con su lengua burlándose, pero sin profundizar verdaderamente el beso.
Se oyó un fuerte golpe en la ventanilla, lo que hizo que Roier diera un respingo, dirigiendo su mirada hacia el origen del sonido. Se quedó con la boca abierta cuando vio la imagen de Spreen reflejada justo fuera de la ventanilla del coche, y su estómago se hundió en sus zapatos.
—¿Es ese...? —preguntó Roier.
—Ajá —dijo Spreen, sonando receloso.
Roier miró fijamente la cara de Cris, que no sonreía. Sus similitudes eran asombrosas. Roier había visto muchos gemelos idénticos en su época, y siempre había algo que los separaba, que hacía que uno se distinguiera del otro. Pero lo único que Roier podía ver era que la oreja izquierda de Cris era ligeramente más pequeña que la derecha y que la oreja derecha de Spreen era ligeramente más pequeña. Gemelos espejo. Gemelos espejo que podían comunicarse telepáticamente. ¿Ya estaba diciendo algo sobre Roier en la cabeza de Spreen?
—Que bien. Ya me odia, ¿Verdad?
La risa de Spreen no ayudó a calmar los nervios de Roier. No podía apartar los ojos del gemelo de Spreen. Cris iba vestido con unos pantalones negros y un jersey negro. Llevaba guantes quirúrgicos en las manos. Roier miró el atuendo casi idéntico de Spreen –sin los guantes– y frunció el ceño.
—¿Siempre se visten igual?
—No a propósito —prometió Spreen.
Cris abrió la puerta de Roier, ofreciéndole una mano que Roier miró fijamente durante un largo momento antes de tomarla, dejando que Cris lo ayudara a salir del coche.
—Así que vos sos el reportero que robó el... corazón de mi hermano.
—Bueno, él me secuestró. Me pareció justo —murmuró Roier.
—Si le haces daño ...
—Sí, sí, me arrancarás los pulmones, me cortarás la lengua, me castrarás. Créeme, ya me das miedo —dijo Roier, deseando realmente haber guardado esta batalla de ingenio para cuando estuviera mejor armado.
Cris lo miró con desconfianza.
—No pareces aterrorizado.
Roier lo miró fijamente.
—Estoy chillando por dentro.
Una sonrisa lenta, casi inquietante, se extendió por el rostro de Cris antes de mirar a Spreen.
—Ya veo —dijo misteriosamente.
Con eso, se dio la vuelta y caminó hacia la cabaña, deteniéndose en la puerta para decir:—Bueno, ¿Vienen?
—¿Estás bien? —preguntó Spreen por última vez.
Roier le dirigió una mirada exasperada.
—Ay, Dios. Deja de preguntarme eso.
Spreen sonrió.
—Vamos, Roier.
Una vez dentro de la puerta, toda la valentía lo abandonó de golpe cuando vio al hombre que había asesinado a su hermano. Dentro, Cris, Ari y Juan habían agarrado al hombre y lo habían atado, desnudo, a la gran mesa de madera. Le habían dejado las gafas puestas. Parecía estar inconsciente.
—No está muerto, ¿Verdad? —preguntó Roier, mirando de Cris a Ari.
Juan se cruzó de brazos, con una expresión sombría.
—No. Pero solo quiero que sepas que voy a quemar esta mesa.
Ari puso los ojos en blanco.
—Relájate, amor. Solo lo lijaremos y quedará como nueva. No tenemos que tirar toda la mesa porque hayamos torturado a un tipo en ella. Además, soy sentimental con respecto a esa mesa.
Juan se sonrojó, pero no dijo nada.
—Despiértalo —dijo Spreen.
Ari sacó un pequeño paquete blanco de su bolsillo y lo abrió de golpe ante la nariz de Jerry. Éste se tambaleó violentamente, las gafas se desviaron al darse cuenta de que no podía moverse más que uno o dos centímetros con las gruesas correas de cuero que le rodeaban los tobillos, el pecho y el vientre.
—¿Qué carajos? ¿Qué está pasando? ¿Quiénes son ustedes?
Spreen ignoró el chisporroteo del hombre, frunciendo el ceño hacia Juan.
—¿Qué estás haciendo acá de todos modos? Creía que ya no hacías el trabajo sucio.
Juan miró a Roier.
—Le pedí que estuviera aquí —dijo Roier.
Roier había querido decirle a Spreen que le había robado el teléfono desechable y le había enviado un mensaje a Juan. Pero Spreen había decidido que Roier necesitaba una distracción. Y, bueno, Spreen era muy bueno distrayendo a Roier. Tan bueno que Roier se olvidó de preocuparse por las cadenas de texto y los teléfonos robados.
—¿Hola? —Jerry gritó, como si le preocupara que no pudieran verlo o escucharlo.
—¿Lo hiciste? ¿Por qué? —preguntó Spreen.
Roier miró a Jerry, que ya luchaba desesperadamente contra sus ataduras.
—No sé cómo torturar a alguien, pero imagino que se necesita cierta habilidad para no matarlo demasiado rápido, ¿No?
—¿Qué? ¿Torturar? ¿A mí? ¿De qué estás hablando? Sea lo que sea que creas que he hecho, te has equivocado de persona —se lamentó Jerry.
—Nos encargaremos de ti en un minuto —dijo Ari, agitando una mano vagamente.
Spreen seguía mirando a Roier, traicionado.
—Y ¿Pensabas que él era el mejor para el trabajo? Ni siquiera le gusta torturar a la gente.
—Soy un puto médico —dijo Juan, enfurruñado.
Roier se encogió de hombros ante Spreen.
—Es un puto médico.
Spreen resopló con dureza por la nariz, y luego asintió.
—Sí, de acuerdo. Es tu espectáculo, Roier. Vos eliges el reparto.
En el tosco mostrador de madera había una serie de herramientas afiladas que iban desde cuchillos hasta instrumentos quirúrgicos. Roier tomo lo que parecían pinzas afiladas.
—Jerry, ¿Alguna vez jugaste a la Operación cuando eras niño? —preguntó, pasando el extremo romo de la herramienta por su pecho.
—¿Qué? —balbuceó.
Roier sintió que una extraña sensación de calma lo invadía.
—Operación. El juego. Recuerdas que tenías al hombre desnudo sobre la mesa y unas pequeñas pinzas rojas, y que tenías que sacar cuidadosamente cada uno de los órganos del hombre. Pero si tocabas los lados... —Roier hizo un sonido como el de un timbre, haciendo saltar a Jerry—. El paciente moría.
—Yo era excelente en ese juego —dijo Juan.
Ari besó la mejilla de Juan.
—Por supuesto que si, cariño.
—Yo no —dijo Roier, dejando que las afiladas pinzas se posaran justo por encima de la gruesa correa que cruzaba el pecho de Jerry—. Yo era pésimo en eso. Pero mi hermano, Aldo, era increíble.
A Jerry se le caían las lágrimas por las mejillas, pero Roier descubrió que realmente le importaban un carajo sus lágrimas, reales o falsas.
—¿Te acuerdas de mi hermano?
—No. ¿Qué? No. ¿Por qué iba a conocer a tu hermano? —preguntó Jerry.
Roier clavó las afiladas pinzas en el pecho pastoso del hombre, y luego las abrió, concentrándose en la forma en que se separaba su carne.
—Eso es mentira, Jerry. Mi hermano jugó tu juego.
—¿Qué jue...?
Roier retorció las diminutas pinzas, hundiéndolas más profundamente mientras Jerry gritaba.
—Tenemos tu colección de DVD, maldito enfermo. Pero si quieres que tome el bisturí, podemos ver si mis habilidades han mejorado desde primer grado. Depende de ti.
El pecho de Jerry se agitaba, la sangre seguía el plano de su cuerpo para gotear sobre la mesa, ganándose una mirada miserable de Juan. Aun así, Jerry negó con la cabeza.
—No sé de qué estás hablando.
Roier suspiró.
—Como quieras —Dejó las pinzas sobre la encimera y tomó un bisturí más grande—. Juan, si lo abriera aquí... —señaló un punto del vientre hinchado del hombre—, ¿lo mataría?
—No, hay mucho relleno antes de mellar los intestinos —dijo Juan, aburrido—. Pero si decides destriparlo, te ruego que lo hagas afuera. Una vez que los intestinos se caen, es casi imposible volver a meterlos.
Roier se encogió de hombros.
—Trataré de mantener todo en su sitio.
Colocó el bisturí contra la piel de Jerry, pero antes de que pudiera mover la hoja, Jerry gritó:—¡Espera! Espera. Lo admito. Conocí a tu hermano. Lo conocía. ¿De acuerdo?
Una parte de Roier se sintió decepcionada de que Jerry fuera tan fácil de doblegar.
—¿Por qué?
—¿Por qué “qué”? —Jerry preguntó.
—¿Por qué le hiciste eso? ¿A ellos? ¿A cualquiera? —presionó Roier, sacudiendo la cabeza.
—Porque se lo merecían —dijo Jerry, haciendo volar la saliva—. Lo tienen todo, y solo se quejan y se quejan de lo difícil que es su vida. Solo tienen lo que tienen porque tienen una ventaja sobre mí.
—¿Inteligencia? —preguntó Juan.
Cris señaló a Jerry.
—¿Higiene básica?
—¿Destreza deportiva? —Preguntó Ari.
—Apariencia. Todo giraba en torno a su aspecto. Eso es lo único que le importa a todo el mundo. Tenía la inteligencia para entrar en cualquier escuela, pero me discriminaban porque no era un Chad.
—¿Un Chad? —Preguntó Ari.
—Incel, habla de un chico popular —dijo Cris.
Roier pudo sentir que le hervía la sangre.
—Mi hermano fue el mejor de la clase, tenía un millón de actividades extracurriculares y podría haber obtenido una beca deportiva si no hubiera conseguido la académica. La admisión de mi hermano no tuvo nada que ver con su aspecto. Estás desvariando.
Jerry se burló.
—Eso es lo que dicen todos los tipos que se parecen a ti. No quieren admitir que no son solo las chicas las que tienen ventaja porque están buenas.
Roier dejó caer el bisturí y le dio un puñetazo en la cara a Jerry, arrancándole las gafas, dejándose llevar por el crujido del cartílago y la sangre que le salía de la nariz. Le gustó tanto que lo hizo una y otra vez. Ni siquiera se dio cuenta de que había hecho mucho daño hasta que Spreen le quitó de encima a Jerry.
—Tranquilo, Roier. No podemos interrogarlo si le rompes la cara —dijo Spreen, sujetándolo hasta que dejó de forcejear.
—Haz que nos hable del maestro del juego —gruñó Roier—. Si me vuelvo a acercar a él, lo mataré, mierda, y no se merece una muerte rápida.
Los que no estaban atados a una mesa se cerraron en torno a Jerry, mirando su rostro golpeado.
—¿Qué dices, Jerry? ¿Te importaría responder a nuestras preguntas, o debería sacar la venda de los ojos y mostrarte cómo jugamos a la Operación? — preguntó Spreen.
—La venda es para nosotros, no para ti —dijo Cris, con indiferencia—. Solo por si eso afecta en algo a tu decisión.
—Si les digo algo, él me matará —se quejó Jerry.
—Lee la situación, Jerry. No estamos acá para hablarte de nuestro señor y salvador, John Wick —dijo Cris, golpeándolo en la frente—. Vamos a matarte.
—¿Qué? —Jerry jadeó, como si de alguna manera se hubiera convencido de que había una salida a la situación.
—Sí, Jerry. No vas a salir de acá —añadió Spreen—. Tu muerte es un hecho. Cuántos miembros tengas cuando te matemos... bueno, eso depende de vos.
—Como dijo mi hermano, es médico. Te sorprendería saber cuántos apéndices puedes perder antes de que tu sistema empiece a apagarse.
Ari buscó en una bolsa a sus pies y sacó un pequeño bote. No, un soplete. Un mini soplete. Lo encendió, dejando que la llama explotara peligrosamente cerca de la cara de Jerry.
—Especialmente cuando seguimos cauterizando las heridas.
—¿Alguna vez te quemaste con un soplete, Jerry? —preguntó Cris—. Es la segunda herramienta favorita de mi hermano, George, para torturar. Puede derretir la piel de inmediato. Huele un poco a barbacoa.
—Oh, Dios —, susurró Jerry.
—Dios no puede ayudarte ahora, Jerry. Dinos lo que sabes sobre el maestro del juego.
Cris tomó el soplete de Ari y lo acercó lo suficiente como para que la piel del hombro de Jerry se ampollara. Dio un grito espeluznante y luego dijo:—¡Está bien! De acuerdo. Está bien. Te diré lo que sé.
Cris apagó la antorcha.
—Bueno, estamos esperando.
—No es de aquí. Vive en una puta isla en medio de la nada. Cuando el juego termina, los ganadores son invitados a su isla privada. No nos dice su nombre, y ni siquiera sé si vive allí, pero creo que sí porque su sistema de seguridad es una puta locura. El más alto de los aparatos de alta gama.
—¿Los ganadores?
—Cinco jugadores, cinco muertes. Los ganadores obtienen una semana en la isla.
—¿Eso es todo? —Preguntó Roier—. ¿Mi hermano fue torturado y asesinado para que tú pudieras tomar putas bebidas afrutadas en una maldita playa? ¿Ni siquiera fue por dinero?
Jerry resopló.
—¿Dinero? No. Esto es por el derecho a presumir, el orgullo. ¿Sabes cuántos años entrena el ejército a los hombres para hacer lo que hacemos? Somos una élite. Podemos cambiar la realidad de la gente. Hacerlos pensar o hacer lo que queramos. Somos dueños de ellos. Eran nuestros esclavos.
—¿Quién es él? —Preguntó Roier entre dientes apretados.
—No usamos nombres.
—Si eres tan jodidamente inteligente, estoy seguro de que lo descubriste.¿Quién verga es él? —Roier volvió a preguntar—. Dímelo o dejaré que te quemen vivo.
—Está bien. Se llama Frederick Deetz —dijo Jerry, con voz de pánico.
—¿Qué? Eso no puede ser cierto —dijo Juan.
Jerry asintió.
—Oh, lo es. Me costó un poco de investigación, pero definitivamente es él.
—¿Quién es ese tipo? —preguntó Spreen, todavía sujetando a Roier.
—Es el dueño de Gecko Games —respondió Juan.
—¿La compañía de videojuegos? —preguntó Cris.
—Sí, él y papá estuvieron en la misma habitación más de una vez. No vive en una isla, pero definitivamente tiene suficiente dinero para tener una. Esto podría ser casi demasiado fácil —dijo Juan, sonando decepcionado.
—No me importa mientras estén todos muertos. También quiero a los gestores —gruñó Roier.
—No puedo dártelos. No los conozco. Descubrí a Deetz porque tenía libre acceso a su casa. Los demás simplemente tenían nombres en clave.
—¿Tiene personal en esa isla? ¿Seguridad? —Spreen preguntó.
—Lo tenía cuando estábamos allí, pero no sé si en otras ocasiones —dijo Jerry—. Esa es la verdad. Estos jugadores vienen de todo el mundo. Rusia, China... literalmente de todas partes. Puedes cerrar el juego, pero nunca vas a encontrar a los otros jugadores. Simplemente no es posible rastrearlos a todos.
—¿Le crees? —preguntó Roier a Spreen, con el corazón apretado como si estuviera en una prensa.
—Lo hago —dijo Spreen—. Pero podemos seguir hasta que estés satisfecho.
—Solo que no es justo que muera rápidamente cuando torturó a mi hermano durante semanas —murmuró Roier, con la voz quebrada.
—No tenemos que matarlo rápidamente —dijo Juan, como si estuviera discutiendo el tiempo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Roier, mirando de él a Spreen y viceversa.
—Mientras tenga líquidos, podemos mantenerlo vivo durante semanas — aclaró Juan.
—No es seguro tenerlo escondido aquí —replicó Ari.
Juan se encogió de hombros.
—No en la superficie, tal vez. Una caja de pino extra grande, un agujero de dos metros de profundidad, algunos tubos intravenosos y un viaje diario hasta aquí para cambiar la bolsa, y podemos mantenerlo vivo entre veinte días y dos meses, dependiendo de lo que tarde en morir de hambre.
—¿Qué? Ese no era el trato —gritó Jerry—. No puedes hablar en serio.
—¿Cómo sabrás cuando esté muerto? —Preguntó Roier, dándole vueltas a la idea.
¿Lo convertiría en una persona horrible? ¿Le importaba? ¿No era esto un ojo por ojo? Torturó a Aldo durante un mes. ¿Por qué no iba a experimentar Jerry el mismo nivel de horror?
Juan se encogió de hombros con aburrimiento.
—Lo sabré con certeza una semana después de que deje los fluidos, así que realmente, la elección es tuya. Puedes decidir qué día muere finalmente. Hasta entonces, puede quedarse bajo tierra sin nada más que los insectos y sus pensamientos mientras se pudre lentamente.
—¿No te importaría? —Roier le preguntó a Juan.
—Uno de nosotros siempre está aquí fuera de todos modos —dijo—. Además, eres de la familia.
El corazón de Roier sintió que iba a explotar en ese momento. Miró a Spreen, que asintió.
—Es tu decisión, Roier. No puedo hacerlo por vos.
Cris dio un paso adelante.
—Si le hubiera hecho esto a mi hermano, le pondría una máscara de buceo y lo clavaría en el fondo del lago para que se lo comieran vivo. Sos mucho más amable que yo.
Por alguna razón, eso era todo lo que Roier necesitaba oír.
—Hazlo. Jódelo.
Los gritos de Jerry retumbaron en la cabaña hasta que Ari le inyectó algo que lo dejó inconsciente.
—Los transportes son más fáciles cuando no pueden defenderse.
—Vamos, Roier. Vamos a casa. Ya veremos cómo lidiar con el maestro del juego mañana.
—¿A qué casa vas a ir? —Cris preguntó.
—A la de la ciudad. ¿Venis?
Cris negó con la cabeza.
—No puedo. Tengo un asunto de trabajo con Carre y me disparará si falto — Tanto Ari como Spreen se quedaron mirando a Cris durante un largo momento—. ¿Qué? Dije que es un asunto de trabajo.
—Sos el dueño de la empresa —le recordó Spreen.
—Puede ser. Pero en cierto modo él es mi dueño —dijo Cris—. Solo que aún no lo sabe.
—Oh, sí lo sabe —murmuró Ari con un bufido.
—Nos vemos en casa —dijo Spreen, guiando a Roier hacia la puerta—. ¿Seguro que estás bien, Roier?
Roier quería decir que estaba bien, pero no lo estaba. Se dio la vuelta y abrazó a Spreen.
—No estoy bien. No estoy bien en absoluto.
—¿Qué necesitas? —preguntó Spreen.
Roier lo miró, con ojos suplicantes.
—Necesito que me hagas olvidar todo menos a ti.
Spreen asintió con dificultad.
—Puedo hacer eso.
Notes:
Mañana doble actualización con el capítulo final ~
Chapter 23: Spreen
Chapter Text
Todos, excepto Carola y Rubius, asistieron a la reunión que se convocó a la mañana siguiente. Spreen dejó el asiento de su izquierda vacío para Cris, como siempre hacía, y colocó a Roier a su derecha para que no hubiera nada raro. Cuando Cris entró, se fijó de inmediato en el asiento vacío, pero lo ignoró y se dirigió a la silla de la derecha de Roier, dejándose caer y acercándola para que Roier quedara estrechamente intercalado entre ellos.
Spreen no estaba seguro de si Cris intentaba intimidar a Roier o establecer un vínculo con él. Roier tampoco parecía estar seguro. Miraba a Cris con recelo, sobre todo cuando le dedicó una amplia sonrisa a Roier y le dio una palmadita en la parte superior de la cabeza. Roier miró a Spreen en busca de una aclaración, pero no la hubo. Cris había bloqueado su fusión mental, manteniendo en secreto sus pensamientos sobre Roier.
Spreen miró a Cris con dureza, pero él solo se inclinó hacia atrás en su asiento, meciéndolo con más fuerza de la necesaria, haciendo que chocara con la silla de Roier con un sonido rítmico que hizo que Spreen pusiera los ojos en blanco. Estaba claro que Cris estaba manejando la situación como el adulto que era.
Aroyit comenzó la reunión sin ningún tipo de bromas.
—Esto es lo que sabemos sobre Frederick 'Freddie' Deetz. Propietario de Gecko Games, bicho raro excéntrico, se viste como si Willy Wonka y Michael Jackson hubieran tenido un hijo ilegítimo. Ha habido numerosos rumores sobre acoso sexual, y varias mujeres han sido sobornadas discretamente. El hecho de que nadie haya detectado el problema potencial que supone este tipo sería casi gracioso si no fuera tan triste.
Una foto apareció en la pantalla. El hombre era más joven de lo que Spreen había imaginado: no más de cuarenta años como máximo. En la foto, llevaba un traje morado con una camisa amarilla y un peinado hacia atrás, casi como pompadour. Aroyit tenía razón. Este tipo tenía un aspecto sospechoso.
—Uno de los juegos más populares de su compañía, Voyeur, permite al jugador jugar como el héroe o el villano. Como héroe, tienes que sobrevivir a la tortura psicológica del villano. Como villano, tienes que tomar las decisiones que creas que pueden causar el mayor trauma al héroe. Como en la película Saw, pero puedes decidir si eres una de las víctimas o el propio Jigsaw.
—Mierda —murmuró Roier.
—¿Tenemos alguna prueba de que esté involucrado en estos juegos? — preguntó Vegetta.
Aroyit suspiró.
—No. Por desgracia, no. El ordenador de su empresa era fácilmente hackeable, pero no había nada. Su sistema doméstico está bien bloqueado, lo que me lleva a pensar que guarda la mercancía en casa, donde puede revivir sus grandes éxitos.
—Genial. No tenemos nada —murmuró Roier.
—Bueno, sí —convino Aroyit—. Pero tengo una idea. Es un poco loca.
—Tenemos a un hombre pudriéndose vivo en una caja en una propiedad de mi familia —logró Vegetta—. Creo que hemos pasado de una pequeña locura. ¿Cuál es tu plan?
—¿Qué tan rápido pueden llegar a Malibú? —replicó Aroyit.
Vegetta agitó una mano.
—Puedo tener un jet en espera. Podemos estar allí en unas horas si es necesario. ¿Por qué?
—Puede que Freddie se rodee de guardias armados en su pequeña y espeluznante fortaleza de la isla, pero en California tiene un detalle de seguridad menor y un sistema de alarma de primera clase. No debería ser difícil para un equipo completo entrar en sus muros.
—¿Por qué suena como si hubiera un “pero” viniendo? —preguntó Juan.
Wilbur soltó una risita.
—Pero viniendo —repitió, ganándose una mirada de George y un manotazo de Quackity.
—Pero —dijo Aroyit—, cuando dibujé los planos de su casa en el agua, me di cuenta de que también tiene una habitación de pánico, y si consigue entrar ahí, lo hemos perdido y hay muchas posibilidades de que prácticamente limpie su sistema para que nunca podamos encontrar las pruebas que necesitamos.
—¿Qué propones, Aroyit?
—Un acto de fe —dijo ella con un suspiro—. Freddie está atrayendo mucho poder a su mansión en la playa, y estoy bastante seguro de que eso significa que dirige el juego desde ese sistema. Si ese es el caso y si realmente crees que Jerry no estaba mintiendo, creo que puedo atraerlo para que me persiga por un agujero de gusano. Si intenta hackear mi sistema, podré hackearlo, acceder a todo y conseguir los trapos sucios que necesitamos no solo para demostrar lo que hizo, sino para conseguir las pruebas necesarias para desenmascararlo.
—Bueno, eso suena ideal —dijo Ari, sonando como si también estuviera esperando escuchar el fallo del plan.
Aroyit suspiró.
—Pero una vez que haga eso, sabrá que estamos tras él y huirá. O peor aún, me hackeará con éxito y encontrará algo en mi ordenador que nunca debería ver e intentará chantajear para salir del problema.
—Sí, eso suena como algo más que un salto de fe —dijo Dream—. Eso suena como una misión suicida.
—Aquí es donde entra el salto —dijo Aroyit—. Nuestra única opción es ir a por él simultáneamente. Yo lo distraigo con el hackeo, mientras ustedes logran pasar la seguridad y lo eliminan de la manera que crean conveniente. Pero esto tiene que ser preciso. Estratégico. Si alguno de nosotros se equivoca, podría arruinarlo todo.
Vegetta miró a Spreen y a Roier.
—¿Qué tan seguros están de que él es el tipo?
Spreen miró a Roier, que dijo:—No creo que Jerry haya mentido sobre esto.
Spreen asintió.
—No parece del tipo que se lleva un secreto a la tumba. Una vez que supo que estaba muerto de cualquier manera, cantó como un canario.
—¿Podemos hacer esto con solo cinco, Aroyit? —Preguntó Spreen.
—Rubius puede reunirse con ustedes allí —dijo Vegetta—. Está cerca y entre asignaciones.
Todos miraron a Vegetta durante un largo momento. Rara vez sacaba el tema de Rubius, pero cuando lo hacía, había una agudeza en su tono, como si quisiera cortar cualquier posibilidad de que uno de ellos finalmente preguntara qué carajo había pasado entre los dos para causar este nivel de tensión.
—Seis de nosotros, entonces —enmendó Spreen.
—Siete —dijo Roier—. Yo quiero ir.
—Sí, no. No podés ir —replicó Spreen, y cuando Roier abrió la boca para discutir, Spreen levantó la mano—. Eso no se puede negociar. No puedo concentrarme si tengo que preocuparme de que te disparen.
—No puedes decir solo 'no vas', como si fuera una especie de ama de casa de los años cincuenta —espetó Roier—. No eres... mi jefe —terminó, sonrojándose.
—Esto no tiene nada que ver con quién manda sobre quién —replicó Spreen—. Esto tiene que ver con el entrenamiento. ¿Sabes usar una pistola? ¿Un cuchillo? ¿Tenes algún tipo de habilidad de combate necesaria que yo no conozca?
La cara de Roier cayó.
—No.
—No te preocupes —dijo Aroyit. En la pantalla aparecieron planos y lo que parecían imágenes de satélite—. Estratégicamente, parecería que entrar en la casa desde el agua sería lo ideal, pero toda la parte trasera de su casa es de cristal, así que tendrías que entrar completamente bajo el radar. Eso significa entrar al estilo Seal con equipo de buceo y mantener un barco anclado fuera de la vista. Significa no tener armas. Tiene que ser un ataque completamente silencioso.
—Si nos escucha llegar, ¿No correrá simplemente a su pequeña habitación del pánico? —Spreen preguntó—. Es imposible que le importe tanto hackearte como para arriesgarse a morir.
—Este tipo es un narcisista. Va a estar tan cabreado porque me atreví a intentar hackearlo que no podrá resistirse a mostrar lo superiores que son sus habilidades. Créeme, conozco al tipo. Solo tengo que mantenerlo ocupado. Que piense que está ganando, pero mientras me persigue, yo lo conduzco justo a donde quiero que vaya. Una vez que lo tenga, tendré su sistema informático.
—Y ¿Si no hay nada allí? —Roier preguntó—. No podemos solo dejarlo ir. ¿Qué hacemos?
—Le sacamos la confesión a la vieja usanza y luego lo sacrificamos y hacemos las paces con el hecho de que quizá no podamos desenmascararlo como el monstruo que es —dijo George.
—A la mierda —gruñó Roier—. El mundo necesita saberlo. Esas familias necesitan saberlo.
—Una crisis a la vez —dijo Aroyit—. ¿Alguien sabe conducir un barco?
—Yo sí —dijo Dream, ganándose una mirada de sorpresa de George—. ¿Qué?
Pasé los veranos pescando con mi abuelo. Créeme, se aseguró de que supiera hacer todas las cosas de hombres.
—Bien, entonces Dream conduce el barco. Roier, puedes quedarte en el barco con Dream. Una vez que se adquiera el objetivo, puedes estar allí para la parte de la justicia. ¿De acuerdo? —Aroyit preguntó.
—¿Puedo ir? —Quackity intervino.
—Te necesito en los monitores, pero podemos instalarlos a distancia en el barco. Esto tiene que suceder exactamente al mismo tiempo y alguien va a tener que guiar a los chicos paso a paso. Y ese alguien eres tú.
Quackity asintió.
—¿Cuándo va a suceder esto?
—¿Vegetta? —Aroyit chirrió.
—¿Necesitamos un barco, un jet y equipo de buceo? —preguntó Vegetta—. Dame una hora para hacer algunas llamadas telefónicas. Iremos esta noche. Tú quédate aquí y concreta los detalles.
Apagaron las luces del barco a media milla de la mansión de Freddie en Malibú. Roier y Quackity estaban bajo cubierta, asegurándose de que los monitores estuvieran preparados. El equipo en tierra tendría cámaras para que Quackity pudiera supervisar en tiempo real con imágenes de satélite, así como vigilar a Aroyit.
Spreen encontró a Roier sentado en la mesa, mordiéndose las uñas.
—No me gusta esto —dijo Roier, sacudiendo la cabeza—. Y ¿Si salen heridos? Y ¿Si llama a la policía y van a la cárcel?
—Entonces podes hornearme un pastel con una lima de uñas dentro. ¿De acuerdo? —se burló Spreen, ganándose una mirada de Roier.
—Eso no es gracioso.
—Es un poco gracioso —dijo Spreen, tirando a Roier por debajo de la barbilla—. En serio, Roier. Hicimos esto cientos de veces. Esto va a ser fácil.
—Siento que estás mintiendo —dijo Roier, rodeando torpemente con sus brazos a Spreen, que iba ataviado con su equipo de buceo.
—Nunca te miento, Roier. Por eso funcionamos.
—Te amo —soltó Roier.
—Nah, realmente crees que voy a morir. Teneme un poco de fe.
—Hablo en serio. Te amo. Sé que no tiene sentido y que es demasiado rápido y que no puedes corresponderme, pero necesito decirlo y tú necesitas oírlo por si acaso. ¿Esta bien?
—Esta bien —dijo Spreen. —Esta bien. Te escucho. Pero te prometo que voy a volver. Y voy a traer a ese pedazo de mierda conmigo, para que podas decidir exactamente lo que queres hacer con él. Sé creativo.
Roier siguió aferrándose a él hasta que la voz de Aroyit llegó por el comunicador.
—Todo está en su sitio. Quackity, ¿Estás listo para ir?
Quackity encendió media docena de interruptores y los monitores cobraron vida.
—Estoy listo, sí.
—Todo el mundo en el agua —dijo Aroyit—. Quiero una comprobación de sistemas de última hora.
—Volveré, Roier. Lo prometo.
Roier dejó marchar a Spreen a regañadientes, mordiéndose el labio mientras lo veía partir. Sobre la cubierta, George, Wilbur, Cris, Rubius y Ari estaban comprobando el equipo de cada uno antes de ponerse las máscaras de respiración y dar un pulgar hacia arriba, cayendo de espaldas del barco al agua fría, cada uno llevando un sistema de propulsión submarina.
Spreen fue el último en entrar en el agua. Debajo, hicieron una última comprobación, asegurándose de que todo estaba listo. No había armas de las que preocuparse, solo los dos cuchillos atados a los muslos de Spreen. El viaje desde la embarcación hasta la orilla transcurrió rápidamente con la propulsión que los arrastraba.
—Estamos en posición —dijo Spreen.
Chapter 24: Roier
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Pues entonces, aquí no hay nada —dijo Aroyit.
Roier observó en el monitor cómo Aroyit sacaba el enlace que había utilizado para intentar unirse al juego. Se le revolvió el estómago cuando apareció el gráfico de la vieja escuela preguntándole si quería jugar. Hizo clic en el botón "Sí". El cursor parpadeó durante cinco minutos. Entonces, al igual que la última vez, apareció el aviso de JUEGO TERMINADO y la pantalla se quedó en blanco.
—Mierda —murmuró Quackity—. Y ¿Si no muerde el anzuelo?
—Ten paciencia —advirtió Aroyit.
Los minutos pasaron, la piel de Roier se erizaba con cada segundo, hasta que finalmente las palabras aparecieron en letras mayúsculas en la pantalla.
TE LO DIJE. SE TERMINÓ EL JUEGO.
Aroyit pulsó el cursor parpadeante, escribiendo: Sé quién eres.
NO, NO LO SABES.
Aroyit no dudó antes de teclear de nuevo: Claro que sí, Freddie.
—Eso debería hacer que se revolviera. Ahora, solo tengo que hacer un intento muy obvio de entrar en su sistema —Roier escuchó el furioso tecleo de Aroyit—. Eso debería bastar.
¿INTENTAS HACKEARME?
Aroyit carcajeó maníacamente, tecleando: ¿Intentando? ¿Quién va a detenerme?
—Está bien, ve —ella siseó.
Quackity giró su silla hacia los otros dos monitores y pulsó algunos botones. Roier solo pudo observar cómo aparecían las imágenes del satélite, que parecían actualizarse cada treinta segundos. Quackity llevaba unos auriculares que le hacían parecer que debería estar trabajando en la ventanilla de un In & Out Burger, pero sus órdenes eran cortas y directas.
—Esperen. Hay dos tipos de seguridad parados a las nueve en punto.
Parece que están tonteando.
Los demás se mantuvieron sumergidos mientras Aroyit seguía provocando a Freddie.
—Sí, eso es, cabrón, ven a por mí.
—Los dos guardias se están separando —dijo Quackity—. Uno se está retirando por el lado este de la propiedad. El otro se queda. Esperen mi señal y prepárense para atacar.
Cuando el guardia le dio la espalda, Quackity dijo:—Vayan, ahora. Derríbenlo.
El corazón de Roier se detuvo cuando Spreen salió del agua con un movimiento fluido, atrapando al hombre por la espalda y degollándolo sin esfuerzo antes de arrastrarlo de nuevo al agua.
—Uno menos —dijo Ari.
—Ya pueden ir —dirigió Quackity.
Roier se paseó mientras ellos salían del mar, guardando su equipo de buceo en la orilla, debajo de unas plantas. Todos llevaban cámaras, pero a Roier solo le importaba una: La de Spreen.
¿REALMENTE CREES QUE ERES LO SUFICIENTEMENTE BUENO PARA HACKEARME? ¿A MÍ? ERES UN MALDITO AFICIONADO.
Aroyit se burló, pero no respondió a su mensaje, concentrada en lo que fuera que estaba haciendo y que tenía líneas de código parpadeando en la pantalla a un ritmo vertiginoso.
—Eso es. Vamos. Solo un poco más, hijo de puta.
—¿Besas a tu madre con esa boca? —Quackity murmuró en el comunicador.
—Mi madre está muerta —replicó Aroyit.
—Otro guardia a las doce en punto, de pie en la alcoba detrás de la pared decorativa. Tiene un rifle de asalto y un brazo lateral.
George hizo un gesto para que los demás se quedaran, y luego se acercó sigilosamente a la pared con sus decoraciones de inspiración marroquí, sacando una hoja de aspecto malvado de una vaina que llevaba en la pierna y enviándola a través de uno de los resquicios.
—El guardia dos está acabado.
—Oh, ¿Qué es eso? Así es, soy yo pateando tu puerta trasera, pero tú sigue buscando —murmuró Aroyit para sí misma.
—Son libres de entrar en el perímetro —dijo Quackity.
Roier tragó saliva al ver que las puertas de cristal se separaban y los seis entraban en la mansión bien iluminada, abriéndose en formación. Quackity encogió la pantalla con la imagen del satélite y realzó los planos de la casa de Freddie.
—Ari y Wilbur, eliminen a los dos guardias que están justo fuera de la puerta frontal —ordenó Quackity—. Cris y Spreen, encuentren la habitación del pánico en la parte trasera del armario principal y corten su acceso. Rubius y George, despejen la planta baja y cierren las salidas.
Roier no podía respirar. No podía pensar. Se giro hacia el monitor, donde Aroyit estaba enfrascada en una batalla virtual.
¿ESTÁS EN MI CASA?
—Estoy en todas partes —dijo Aroyit en voz alta.
El sonido de una alarma de seguridad cobró vida, resonando en toda la casa y a través del comunicador, haciendo que todos dieran un respingo.
—Nos descubrió —dijo Quackity, declarando lo obvio.
—Los guardias del frente cayeron —respondió Ari—, pero si no cancelamos esa alarma, habrá sirenas en cinco minutos o menos.
—La habitación del pánico está sellada —añadió Spreen, tirando de la puerta del armario principal y metiendo algo en la cerradura—. ¿Dónde está este hijo de puta?
—No está abajo. Está despejado —dijo alguien, probablemente Rubius.
—¡Hah! ¡Estoy dentro! —gritó Aroyit, triunfante.
Roier trató de mantener los ojos en la cámara de Spreen, pero había mucho que hacer. La gente corría, las imágenes se difuminaban. Roier volvió a mirar la cámara de Spreen justo cuando doblaba una esquina y llegaba a un pasillo vacío. Miró rápidamente detrás de él, y cuando volvió a mirar, se encontró cara a cara con Freddie y una escopeta que parecía cómicamente grande para el cerebro empapado de miedo de Roier.
Roier aspiró profundamente, pero antes de que pudiera dejar salir el sonido de pánico que se acumulaba en sus pulmones, Cris estaba allí, derribando lo que parecía una olla de cerámica sobre la cabeza de Freddie. Las rodillas de Roier cedieron al igual que las de Freddie, solo que este último se desplomó en el suelo mientras Roier caía en el asiento colocado a su lado.
—Hemos conseguido el objetivo. Que Dream venga a buscarnos —informó Spreen.
—Ya estamos en la recta final —dijo Quackity con una sonrisa de apoyo a Roier—. Se hace más fácil, lo juro. Hubo unos cuantos fallos por poco, pero también cientos de puntuaciones perfectas. Realmente saben lo que hacen.
Roier asintió, con el estómago revuelto cuando Dream puso la lancha en marcha y pisó el acelerador, con el motor rugiendo.
—He cancelado la alarma y les he dado el código de acceso. Deberíamos tener tiempo más que suficiente para salir al agua —dijo Aroyit—. He empezado a descargar sus archivos, pero no sabré si tenemos lo que buscamos hasta que lo clasifique todo.
Freddie definitivamente no parecía gran cosa en persona. La escopeta que sostenía era de tamaño normal. Más bien, era el propio hombre el que era pequeño, casi diminuto, especialmente con su camiseta de tirantes demasiado ajustada y sus sedosos pantalones de pierna ancha. Le habían atado las manos a la espalda y lo habían dejado en cubierta, asegurándose de que estaban muy lejos en el mar antes de que alguien intentara despertarlo.
Freddie tardó una hora en despertarse lo suficiente como para comprender la gravedad de su situación. Para consternación de Roier, pareció encontrarlo divertido, entornando los ojos en la oscuridad, burlándose de sus trajes de neopreno.
—¿Quiénes son ustedes, perdedores? ¿Enviaron a los SEALS de segunda línea a buscarme? Espero que no estén tratando de pedir un rescate por dinero o algo así. Está todo atado en criptografía —dijo con una risa extrañamente aguda.
—No, somos los hombres enviados a matarte —respondió Spreen, con tono aburrido—. Solo queríamos que estuvieras despierto por si tenías alguna última palabra. Era lo menos que podíamos hacer.
Freddie puso los ojos en blanco.
—Solo pónganme una bala en la cabeza y terminen con esto.
—Me parece bien —dijo Ari.
—El mundo va a llorar por mí y por toda mi obra de caridad.
—Este tipo está jodidamente fingiendo —murmuró Wilbur.
—El mundo te conoce como el tipo que le paga a sus víctimas de agresión sexual —Se mofó Quackity.
—Presunto —replicó Freddie con otra risa aguda.
A Roier se le retorció el corazón. ¿Aldo había muerto por esto? ¿Por este hombre?
—El mundo va a conocerte por lo que eres. Un narcisista enfermo y retorcido que mata a la gente por deporte.
Eso hizo que Freddie se quedara corto, pero sólo por un momento, luego volvió a reírse.
—Nunca probarás eso.
—Nuestra analista está revisando tu sistema con un peine de dientes finos. ¿Seguro que estás tan limpio como crees? —preguntó Quackity. Freddie se encogió de hombros, su cara se volvió pellizcada.
—Lo que sea. Todo es un juego. Todo esto es un juego. Nada de esto es real. Todos ustedes son ovejas.
Roier retrocedió a trompicones, sus palabras se hundieron.
—Dios. ¿Realmente crees eso? ¿De verdad eres tan jodidamente delirante?
Freddie miró a Roier como si fuera patético.
—¿Delirante? ¿Sabes cuántas de las mejores mentes del mundo creen que nada de esto es real? ¿Que esto es solo un juego elaborado y que la única manera de ganar es desenchufándose?
—Como una de las mentes más grandes del mundo —dijo George—, puedo asegurarte que ellos, como tú, son unos malditos estúpidos.
—Tu amigo, Jerry, se está pudriendo actualmente bajo tierra, muriendo lentamente de hambre, así que estoy seguro de que espera que tengas razón — dijo Spreen—. Tal vez cuando muera en un par de semanas, después de retorcerse de dolor, ustedes dos puedan comparar notas en el otro lado.
Freddie sacudió la cabeza, como si llorara la pérdida.
—Jerry era un jugador magistral, pero se involucró demasiado. Se excitó con ello. No entendía lo verdaderamente trascendente que era mi juego. Yo liberaba a la gente. Era su maldito salvador. Cuando morían, me rezaban a mí, me agradecían por liberarlos.
—Mierda, por favor, ¿Podemos solo matar a este tipo? —preguntó Wilbur.
Spreen se volvió hacia Roier, bloqueando de Freddie.
—No vamos a conseguir ningún remordimiento o disculpa de él, Roier — murmuró, poniendo un brazo alrededor de él—. Creo que simplemente tenemos que... acabar con él. ¿Cómo queres hacerlo?
A Roier le hirvió la sangre cuando Freddie empezó a silbar una alegre melodía como si estuviera en un crucero por el Caribe.
—Dolorosamente. Lentamente. Quiero saber que murió gritando —Miró a los demás—. Estoy abierto a sugerencias. Esta es su área de experiencia, no la mía.
Cris miró a Spreen, con los ojos abiertos, sonriendo como un niño en la mañana de Navidad.
—Oh, por favor. Oh, por favor, por favor. ¿Podemos? ¿Podemos, Spreen?
Roier miró entre los dos.
—Podemos, ¿Qué?
Cris miró a Roier con un regocijo maníaco que le habría helado hasta los huesos si no hubiera visto esa misma expresión reflejada a menudo en el rostro de Spreen.
Una cara que le encantaba.
—¿Qué sabes sobre el keelhauling?
—¿"Keelhauling"? ¿Como lo que solían hacer los piratas? —preguntó Roier.
—En realidad lo popularizó la Marina Real Británica —dijo George en tono de conversación, dejando caer un brazo alrededor de los hombros de Dream.
—¿Qué es el keelhauling, exactamente? —preguntó Quackity.
Cris dirigió sus ojos desorbitados a Quackity.
—Básicamente, atas una cuerda a tu víctima, le das el peso suficiente para llegar a la quilla, y luego la arrastras por debajo del barco de un extremo a otro, dejando que los percebes lo hagan pedazos lentamente. Es como si el waterboarding se juntara con la muerte por mil cortes. Sólo que al final de nuestro Keelhauling, se encontrará con una hoja que se mueve rápidamente y se convertirá en carnada para algunos tiburones hambrientos.
Quackity arrugó la nariz.
—Suena asqueroso.
—Suena a pérdida de tiempo, y prometimos estar en casa antes de que las niñas se despierten para su alimentación de las tres —dijo Dream a George.
George miró su reloj.
—Apenas son las nueve y media. Podemos pasar por la quilla a este tipo y aun así tener el jet de vuelta a tiempo para su alimentación. Lo prometo.
Dream suspiró.
—De acuerdo, si eso es lo que quiere Roier, me parece bien.
—Carajo, sí —se animó Cris—. Por favor, ¿Doier? ¿Roier? Si querés que muera lenta y dolorosamente, vamos a pasarlo por la quilla. Vos consigues lo que queres y yo consigo tachar otra cosa de mi lista de deseos.
Roier vio cómo se le escapaba un poco de la falsa confianza a Freddie.
—Sí. Hazlo.
Cris gritó, levantando a Roier y haciéndolo girar en un círculo.
—Sí. Sos jodidamente genial. Dime dónde puedo encontrar la cuerda y el ancla para esta perra.
Cuando Roier estuvo de pie de nuevo, se dejó caer en el asiento acolchado que recorría la parte trasera del barco. No participó en la preparación, no le importaba nada, en realidad. De repente, solo estaba... cansado. Quería que todo esto terminara para poder ir a casa con Spreen y dormir en su cama.
Freddie murió. Roier no sabía si estaba gritando cuando las cuchillas se lo llevaron, pero sintió cierta satisfacción al ver cómo el agua del océano se enrojecía bajo el resplandor de las luces del barco cuando finalmente encontró su muerte. Una vez que se cercioraron de que estaba muerto, los demás sacaron bebidas y chocaron las botellas para celebrar el éxito de la misión.
Roier solo se sentó en la cubierta, observando las aguas oscuras y las luces de la orilla cada vez más cerca.
—¿Estás bien, Roier? —preguntó Spreen, sentándose a su lado.
Roier se giró, apoyando la espalda contra el pecho de Spreen, desapareciendo parte del dolor cuando Spreen lo rodeó con sus brazos.
—Estoy bien.
—Lo peor ya paso. Ahora podes hacer lo que mejor sabes hacer. Escribir. Podes contarle al mundo la historia. A tu manera. Tenés que decidir cómo recordarán a Freddie Deetz.
Roier podía sentir que las lágrimas se escurrían por sus mejillas, pero no le importaba.
—Pensé que me sentiría mejor cuando todo el mundo estuviera muerto... o al menos resuelto. Pero Aldo sigue sin estar. Y ahora, ya ni siquiera me habla.
—¿Tal vez le diste la paz que necesitaba para seguir adelante? —Spreen sugirió.
—O tal vez nunca estuvo allí en primer lugar y mi enfermedad mental se está resolviendo —murmuró Roier.
—Eso no lo sabes. Mi hermano y yo podemos comunicarnos sin palabras. Dream puede ver el pasado solo con tocar un objeto. Quién puede decir que es real o no. Tu hermano estaría orgulloso de vos.
—Pero ahora, solo estoy... solo. Mi madre es una pesadilla, mi padre está disociado, y ahora, Aldo se fue. Toda mi familia está destruida.
—Sé que no es lo mismo, pero tenés mucha familia, una mejor familia. Una familia que quizá no pueda amarte, pero que moriría para protegerte. Que se desvivirá por vos. Que harán todo lo posible para asegurarse de que tengas éxito.
—Lo sé.
—Te tengo, Roier. No importa lo que pase. Todos lo hacemos.
Roier asintió, hundiéndose más en los brazos de Spreen.
—Lo sé. Dime que me amas. Aunque no lo digas en serio. Solo necesito oírlo.
Las manos de Spreen se enroscaron en el cabello de Roier, y luego estaba girando suavemente su cabeza para poder mirarlo a los ojos.
—Sí te amo, Roier. En cualesquiera sean las formas que pueda. Te amo. Créelo.
—Lo hago —dijo Roier.
—Bien. ¿Estás dispuesto a volver a decir esas palabras dentro de unos seis meses delante de cientos de personas que apenas conocemos?
Roier le parpadeó.
—¿Qué?
—Te estoy pidiendo que te cases conmigo, Roier.
El pulso de Roier se disparó.
—Oh.
—¿Oh? —dijo Spreen, pareciendo lo suficientemente desconcertado como para hacer reír a Roier.
—Sí. Quiero decir, sí. Sí. Sí, me casaré contigo.
Spreen dejó escapar un gran suspiro que fue arrastrado por el viento.
—Qué manera de darle un ataque al corazón a un tipo.
Roier sonrió, y de repente no pudo dejar de sonreír. Tal vez Spreen tenía razón. Tal vez Aldo había pasado a un lugar mejor. Seguiría hablando con él, aunque no le contestara. Los De Luque eran ruidosos, locos y certificablemente dementes, pero eran una verdadera familia y eso era lo que Roier había querido toda su vida. Una familia de verdad y un hombre que lo amara.
Ahora, tenía ambas cosas.
Notes:
Mañana doble epilogo y final final
Chapter 25: Epílogo (Spreen)
Chapter Text
—Oh, mierda. Eso es. Dios, tu boca debería ser ilegal —gruñó Spreen, escuchando a Roier dar arcadas y balbucear mientras se lo introducía más profundamente en su garganta—. Mierda, extrañe esto. No puedo creer que me hicieras esperar veinticuatro horas para verte.
Roier gimió, largo y bajo, enviando vibraciones que lo estremecían.
—Voy a venirme —advirtió Spreen, con la cabeza golpeando la pared, los ojos en blanco mientras la garganta de Roier se convulsionaba y tragaba cada gota.
En cuanto se recompuso, tiró de Roier hacia arriba, desabrochándole los pantalones y metiendo la mano en su ropa interior, abriendo los ojos cuando su mano encontró un desastre pegajoso.
—¿Te viniste sin tocarte, Roier? Dios, sos tan jodidamente perfecto. ¿Tanto te gusta chupármela?
Roier enterró su cara en la camisa blanca de Spreen.
—Cállate. Es el día de nuestra boda. Ya estaba excitado. Solo con verte con ese esmoquin se me puso dura, y cuando me arrastraste hasta aquí, supe que no duraría más de un minuto o así.
—Tan jodidamente lindo —susurró Spreen, limpiando una gota de semen en el labio de Roier.
—¿Crees que ya nos están buscando? —dijo Roier, mirando su reloj.
Spreen se encogió de hombros.
—No creo que importe. No es que puedan empezar sin nosotros.
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Roier, con la mirada repentinamente inquieta.
Spreen frunció el ceño, tirando del cabello de Roier hacia atrás.
—¿Qué? ¿A qué viene eso? ¿Alguna vez supiste de alguna una sola cosa que no quiera hacer? ¿Alguna vez?
Roier negó con la cabeza.
—Me refiero a que decir que nuestro noviazgo fue un torbellino sería un eufemismo. Nuestra relación se basaba en el sexo y el chantaje. Todo sucedió tan rápido. No quiero que sientas que tu padre te obligó a tomar una por el equipo.
Spreen le sonrió y pasó sus pulgares por los pómulos de Roier.
—¿Estás borracho, Roier? ¿Empezaste a tomar sin mí? Porque el único momento en que empiezas a dudar de nosotros, o de mí, es cuando bebes.
Roier suspiró, su voz vacilante.
—Estoy sobrio. Solo quiero que no te arrepientas de esto.
Spreen ladeó la cabeza.
—¿De qué me iba a arrepentir? Tenemos una vida increíble. Tenemos sexo alucinante. Somos jóvenes. Somos ricos —Besó su frente—. Encontré al único hombre del planeta al que no le importa que sea un asesino y, sobre todo, que mi hermano viva con nosotros para siempre. Somos una maldita pareja de poder, Roier. Tu canal de YouTube está arrasando. Mi firma es tan exitosa como siempre. En serio, ¿Qué hay que lamentar?
—Todas esas cosas son ciertas, pero ninguna tiene que ver con. los sentimientos.
Las cejas de Spreen se juntaron.
—Te digo que te amo todo el tiempo.
—Sí, pero tú me dices que amas a los bollos suizos con el mismo nivel de fervor — le recordó Roier.
—Duh, porque lo hago. Un hombre puede amar más de una cosa. No anula la otra —Roier le dirigió una mirada plana—. De acuerdo, si tuviera que elegir entre vos y una caja de bollos suizos, definitivamente te elegiría a vos. Pero los dos dan el toque justo —dijo con una sonrisa, dándole a Roier un profundo beso.
Roier le dio una palmada en el hombro.
—Vamos, Spreen. Sé serio. Sé que los psicópatas no pueden amar. ¿Lo que tenemos es suficiente para mantenerte feliz para siempre?
Spreen suspiró.
—¿Me estás preguntando si siento esa extraña sensación pegajosa cuando te miro de la que habla la gente en las novelas románticas? Si es así, la respuesta es no. No tengo la capacidad de sentir eso. Pero cada vez que entras en una habitación, me siento agradecido de que seas mío. Me siento más tranquilo sabiendo que estás ahí, donde puedo verte, protegerte... —Besó suavemente los labios de Roier—. Hacerte cosas sucias, muy sucias, cuando quiera.
Roier abrió la boca para hablar, pero Spreen le cerró los labios.
—Conozco a gente que daría cualquier cosa por tener lo que nosotros tenemos. Maté por vos. Moriría por vos. Pondré tus deseos y necesidades por encima de los míos para siempre porque quiero que seas feliz. ¿Es eso amor? Porque cuando no estás, siento como si hubiera... una astilla bajo mi caja torácica, y solo desaparece cuando veo tu cara. Eso es suficiente para mí. ¿Es suficiente para vos?
Roier tragó con fuerza, las lágrimas rodando por sus mejillas.
—Es suficiente.
Spreen sintió que el nudo de su pecho se aflojaba.
—Bien. Aunque creo que tenemos que asearnos, porque estoy bastante seguro de que deberíamos haber estado en la entrada de la iglesia hace veinte minutos, no en el armario de las escobas.
—Estoy bastante seguro de que la gente calificaría de sacrílego lo que acabamos de hacer aquí —dijo Roier, asomándose a la puerta.
—Lo que sea. Soy ateo —Spreen se encogió de hombros, empujando a Roier fuera de la puerta y apresurándolo hacia la habitación donde se suponía que se estaban preparando.
Abrieron la puerta y se encontraron con media docena de rostros decepcionados y uno sonriente. La sonrisa pertenecía a Cris.
—Les dije que estaban en algún lugar haciendo chanchadas.
—No lo estábamos —mintió Roier, con la cara enrojecida por la vergüenza.
Cris soltó una risita.
—Amigo, el semen de mi hermano está en tu mejilla.
Roier se giró hacia Spreen, con ojos acusadores.
—Hijo de puta. ¿Por qué no dijiste nada?
—Estábamos teniendo un momento —dijo Spreen, a la defensiva.
Quackity se rio, llevando una toallita húmeda a la cara de Roier.
—Sí, bueno, tu padre está enfadado. Temía que hubieran dejado pasar esto y se hubieran fugado a México o algo así.
—Solo estábamos adelantando la luna de miel —dijo Spreen encogiéndose de hombros—. No pensé que una mamada fuera a ser un problema tan grande.
Wilbur se encogió de hombros.
—Aparentemente, lo es cuando hay una lista de invitados de quinientas personas y una escultura de hielo derritiéndose en la sala de recepción.
Jaiden entró con un bebé en cada cadera.
—Ahí están. ¿Podemos poner esto en marcha? Estas dos tienen que irse a dormir la siesta en treinta minutos, y si creen que Beverly tuvo un ataque, esperen a ver cómo se derriten estas dos.
Roier se puso rígido al mencionar el nombre de su madre.
—¿Qué pasa con ella?
Jaiden miró a George y a Dream con ojos de insecto.
—¿No se lo dijeron?
Las manos de Quackity se agitaron salvajemente.
—No tuvimos tiempo. No puedo tener exactamente a Roier apareciendo en el altar luciendo como el fluffer en un set porno. Grítales a ellos.
—¿Qué pasa con mi madre? —preguntó Roier, dejando que Quackity le diera golpecitos en un intento de que su ropa pareciera menos arrugada.
Cris hizo lo mismo con Spreen, pero sobre todo porque él había hecho los trajes y quería que se vieran perfectos para los paparazzi.
—Intentó colarse en el evento —dijo Jaiden, desplazando a los bebés.
Spreen no tenía ni idea de cómo se las arreglaba para parecer sin esfuerzo mientras sujetaba a dos bebés que se retorcían y llevaba tacones de aguja de diez centímetros, pero lo hizo.
Se alejó de Cris, apartando las manos de Quackity para ahuecar la cara de Roier, que empezaba a hiperventilar.
—Bebé, sabíamos que esto iba a suceder. Vos mismo lo dijiste. No pasa nada. Está bien. Jaiden dijo que trató de entrar. Lo intentó. ¿Verdad?
Miró a los demás en busca de confirmación. Todos asintieron.
—La sacaron de allí como si fuera Carola después de una juerga en el club de striptease —prometió Ari.
—Es cierto —dijo Carola desde donde estaba recostado en la esquina, con una bebida en la mano.
—Te dije que ella me arruinaría esto —se quejó Roier, su voz adquiriendo un ligero tono de histeria.
—No, lo intentó. Pero fracasó. Siempre fracasará. Te cubrimos la espalda.
Para eso está la familia —prometió Quackity.
—¿Pensé que era para una buena historia de portada? —dijo Roier, volviendo un poco de humor a su voz.
—Eso también —dijo Spreen.
—Cualquier cosa buena en mi vida, ella trata de tomarla —murmuró Roier.
—Y fracasa. Siempre fracasará —reiteró Spreen. Lo diría tantas veces como Roier necesitara oírlo.
Sin embargo, Roier tenía razón. Desde que Spreen y Roier habían hecho pública su relación, y luego su compromiso, Beverly había hecho todo lo posible por colarse en la familia. Roier había estado a punto de ceder a sus viajes de culpabilidad una docena de veces, pero Spreen se aseguró de que él era la línea que Beverly tenía que cruzar para llegar a Roier y Spreen no cedía.
Roier por fin era feliz. Los gestores que habían encontrado en los archivos de Freddie estaban siendo despachados lenta pero seguramente. Él y Spreen eran la definición de una pareja de poder, como había dicho Spreen. Cuando Roier reveló las pruebas de que Freddie Deetz había creado un juego que había costado la vida a docenas de personas –incluida la de su propio hermano–, su cotización subió inmediatamente. En cuestión de horas, estaba haciendo malabares con ofertas de trabajo de cientos de periódicos y revistas.
Cuando el cuerpo de Freddie apareció en la orilla, con pruebas que demostraban que había sido asesinado, Roier utilizó su nuevo canal de YouTube para postular la posibilidad de que un justiciero se hubiera vengado del cruel y despiadado monstruo, lo que disparó sus vistas a un nivel que le hizo merecedor de paneles en la Crime-Con y le consiguió puestos de invitado en una docena de programas de entrevistas.
Bev trató de hacerse partícipe de todo ello. Trató de aprovechar la culpa de Roier por Aldo. Intentó conseguir entrevistas. Incluso hizo circular un libro donde prometía contar todos los secretos de Roier. Como si Roier tuviera secretos. Roier era perfecto. Intachable. Sus antecedentes eran limpios. Cada vez que Beverly intentaba robarle el protagonismo a Roier, Spreen se aseguraba de que todo el peso del nombre De Luque aplastara cualquier acuerdo que se estuviera gestando.
Pero, de alguna manera, ella siempre rompía el corazón de Roier.
—Chicos, tenemos que irnos —dijo Jaiden, asintiendo hacia la puerta—. El dinero solo compra cierta gracia con los episcopales.
—Está bien, está bien —dijo Spreen, tendiéndole la mano a Roier—. ¿Estás listo, Roier?
—Vamos a hacerlo —Roier asintió, dibujando una sonrisa nerviosa en su rostro.
Spreen prácticamente arrastró a Roier a través de las puertas dobles de la parte trasera de la iglesia, y luego subió por el pasillo donde más de cien personas observaban y susurraban. Cuando llegaron al frente, Spreen le dio una sonrisa al sacerdote.
—Lo siento, hubo un... incendio.
—¿Un qué? —preguntó el sacerdote, horrorizado.
—Uno pequeño —dijo Roier, apretando los dedos—. No hay daños. Empecemos —dijo, regalando a la multitud una sonrisa que les hizo sonreír de vuelta.
Mientras ocupaban sus lugares, la familia se dividió. Wilbur, George, Cris, Juan, Carola, e incluso Rubius de pie para Spreen, y Quackity, Dream, Ari, Carre, Vegetta, y el amigo de Roier, Mariana, de pie para Roier.
Cuando un repentino ataque de energía golpeó a Spreen, se volvió para mirar a Cris con los ojos muy abiertos. Su hermano le dio un pulgar hacia arriba cómicamente obvio, haciendo que los invitados se rieran.
La música aumentó, y Jaiden tiró de un pequeño carro hacia el pasillo con las dos De Luque más pequeñas ataviadas con vestidos blancos de volantes, tomando asiento en la parte delantera.
—Queridos hermanos, nos hemos reunido hoy aquí para unir a estos hombres en santo matrimonio —No había nada sagrado en las cosas que Spreen quería pasar el resto de su vida haciéndole a Roier, y la mirada que le dirigió a Roier le hizo comprender eso. Roier se sonrojó, regalándole a Spreen esa sonrisa que le ponía la pija dura.
Spreen se desconectó hasta que Jaiden se apresuró con los anillos, entregándoles uno a cada uno. Roier le dirigió a Spreen una mirada que era en parte emoción nerviosa y en parte pánico. Spreen le agarró la mano.
—Coloca el anillo en su dedo y repite después de mí —dijo el sacerdote—. Yo, Spreen, te tomo a ti, Roier, como mi legítimo esposo, para tenerte y sostenerte, a partir de este día, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y cuidarte, hasta que la muerte nos separe.
Spreen repitió los votos, y la piel se le puso de gallina al deslizar el anillo en el dedo de Roier.
El sacerdote asintió, mirando sus cartas.
—Roier, coloca el anillo en el dedo de Spreen y repite después de mí. "Yo, Roier, te tomo a ti, Spreen, para que seas mi legítimo esposo, para tenerte y sostenerte, a partir de este día, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y... —El sacerdote tropezó, frunciendo el ceño, con los ojos sorprendidos yendo de Spreen a Roier—. ¿Obedecerte?
Roier ladeó la cabeza, dirigiendo una falsa mirada molesta a Spreen, que le sonrió.
—¿Qué? ¿Valía la pena intentarlo?
Una vez más, los invitados se rieron.
Roier puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza al sacerdote, haciéndole saber que podía continuar.
—Hasta que la muerte nos separe.
Roier negó con la cabeza, pareciendo mucho más relajado.
—Yo, Roier, te tomo a ti, Spreen, como mi legítimo esposo, para tenerte y sostenerte, a partir de este día, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y respetarte, hasta que la muerte nos separe.
El anillo se sintió fresco contra la piel de Spreen, ahora acalorada. El sacerdote continuó hablando sobre el matrimonio y la responsabilidad y luego hizo que cada uno de ellos dijera "sí, acepto", pero a Spreen solo le importaba una cosa.
—Ahora puedes besar a tu marido.
Así que lo hizo, a fondo y por completo delante de amigos, familiares, desconocidos y paparazzi. Lo besó como si nadie estuviera mirando. Lo besó como si de alguna manera pudiera alejar todos los miedos, preocupaciones y dudas de Roier.
Cuando se retiró, Roier se tambaleó un poco, con las mejillas sonrojadas y la mirada un poco conmocionada. El público estalló en aplausos, pero Roier se quedó mirando a Spreen como si fuera el único en la sala. Ninguno de los dos hizo ningún movimiento para marcharse.
Cris se inclinó hacia su burbuja.
—Saben que no pueden quedarse acá, ¿Verdad? Tienen toda una recepción para mirarse así. Queda muy bien para las cámaras. Tal vez incluso puedan colarse para tener un rapidito durante la hora del cóctel —Cuando el sacerdote se aclaró la garganta, Cris le guiñó un ojo—. Lo siento, Padre.
Una vez que estuvieron firmemente metidos en la parte trasera de la limusina, Spreen arrastró a Roier a su regazo.
—¿Sigues preocupado?
—No estaba preocupado —insistió Roier.
—Definitivamente estabas un poco preocupado.
—Eres tú quien debería estar preocupado —se burló Roier—. No tenemos un acuerdo prenupcial.
Spreen resopló.
—La única forma de salir de esta familia es con una bala, Roier.
—¿Me estás amenazando en el día de nuestra boda? —preguntó Roier, agarrando perlas falsas.
—¿Yo? Jamás. Somos para siempre, Roier. Aunque tenga que perseguirte y recordártelo cada noche.
Roier soltó una risita.
—Como si no me persiguieras casi todas las noches. ¿Sabes cuánto maquillaje tengo que llevar cuando grabo solo para mantenerte fuera de los titulares?
Spreen besó la mejilla de Roier y luego le mordió la oreja.
—No puedo evitarlo. Sacas la bestia que hay en mí.
Roier giró la cabeza para encontrar los labios de Spreen.
—Bueno, no dejaría que cualquiera me persiguiera por el bosque de noche.
Spreen pulsó el botón de la mampara que los separaba del conductor.
—Ahora, sobre ese rapidito...
Chapter 26: Epílogo Bonus (Spreen)
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Spreen se quitó el abrigo en cuanto cruzó la puerta del apartamento y se sacudió el frío antes de seguir el sonido de las voces hasta el salón. Se detuvo en seco ante la escena que tenía delante, asimilándolo todo. Carre estaba sentado en el sofá, con los pies metidos debajo de él, y su siempre presente cárdigan cayéndole del hombro. Cris estaba vestido con unos pantalones de pijama a cuadros y nada más. Roier estaba sentado entre ellos, con la cabeza apoyada en el hombro de Cris.
Spreen parpadeó durante treinta segundos.
—Te das cuenta de que no soy yo, ¿Verdad? —bromeó.
Por lo general, su sarcasmo era recibido con una respuesta igualmente concisa, pero, esta vez, Roier volvió los ojos apagados hacia Spreen.
—No estabas aquí.
Spreen frunció el ceño. Los ojos de Roier estaban hinchados y abotagados, su expresión era miserable. Y solo una cosa hacía que Roier estuviera así de abatido. Beverly.
Miró a Cris y a Carre como si fueran personalmente responsables del estado en que se encontraba su marido.
—¿Cómo llegó a él? —Preguntó Spreen.
La tenemos bloqueada por todas partes.
Carre se encogió de hombros con delicadeza, subiéndose el suéter por encima del hombro sólo para que se deslizara de nuevo hacia abajo.
—Es un virus. Solo cuando creemos que fue erradicada, la perra muta.
Roier asintió miserablemente, dejando caer la cabeza desde el hombro de Cris hasta el de Carre, que le rodeó con un brazo protector.
—¿Alguien va a decirme qué hizo? ¿O lo que dijo? —preguntó finalmente Spreen.
Cris se inclinó hacia delante y hojeó el periódico que había sobre la mesita. Era el periódico sensacionalista donde Roier había trabajado una vez. Una foto de la cara llorosa de Beverly aparecía en una esquina junto a una foto mucho más grande de Spreen y Roier vestidos con sus trajes de boda. El titular era solo una palabra en mayúsculas.
VETADA.
Debajo, en letra mucho más pequeña, había un subtítulo: "Beverly Scott desterrada de la lujosa boda de su hijo con Spreen De Luque."
Esa perra. Spreen debería haberla matado y hacer que pareciera un accidente. Era un puto lastre.
Siguió ojeando el artículo, poniendo los ojos en blanco ante cosas como "hijo muerto" y "cruel e inhumano". Carre tenía razón. La mujer era un virus. El peor tipo de virus, de largo alcance, rápido e insidioso.
Sacudió la cabeza, subiéndose a la mesa de café y tomando la mano de Roier, tirando de él para que se pusiera de pie.
—Muy bien, al cuarto. Sé justo lo que necesitas.
Carre se rio.
—Seguro que tu verga no lo cura todo.
Spreen puso los ojos en blanco.
—Ese cuarto no. La habitación de invitados. Ya saben lo que hay que hacer. Asalten la nevera y el bar. Vamos.
Spreen ayudó a Roier a pasar por encima de la mesa y luego lo rodeó con sus brazos por detrás, levantándolo y haciéndolo caminar para que sus pies se elevaran a penas del suelo antes de depositarlo en la cama grande de la habitación al final del pasillo.
Roier se dejó caer en la cama de forma dramática.
—No quiero jugar.
Spreen puso los ojos en blanco.
—Dices eso siempre.
—Y lo digo en serio siempre —replicó Roier.
Spreen sonrió.
—Mentiroso.
Volteó el tablero blanco de asesinatos sobre ruedas –escondido en una de las habitaciones de invitados solo para una ocasión así– y borró el dibujo del último juego.
Cris y Carre llegaron con pizza fría, sushi y los restos de una tabla de embutidos que Jaiden había insistido en que se llevaran de su fiesta de cumpleaños de la noche anterior.
Carre se subió al centro de la cama con dos enormes botellas en la mano, apoyándose en el cabecero.
—No tenemos vodka de apoyo emocional, así que, en su lugar, estamos sustituyéndolo por whisky de malas decisiones de vida y ron de siempre para pasar un buen rato.
Carre puso una almohada en su regazo, y Roier dejó caer su cabeza sobre ella.
—Muy bien, ¿Quién quiere ir primero esta noche? —preguntó Spreen, sosteniendo un marcador negro de borrado en seco.
Carre y Roier insistieron en que Cris y Spreen jugaran en equipos opuestos. Dijeron que su pequeña fusión mental era una ventaja injusta, lo que era cierto.
—Ya estás de pie —señaló Carre, descorchando la botella de ron y vertiendo una buena dosis directamente en la boca de Roier.
—Espera, ¿Cuál es la puntuación actual? —preguntó Cris.
Carre entornó los ojos, como si tratara de recordar.
—Roier y tú tienen 145 puntos. Spreen y yo tenemos 150.
Cris puso en marcha el cronómetro, y Spreen comenzó a dibujar, su habilidad a la par con al menos Carre y Cris, todos ellos requerían algún nivel de habilidad en el dibujo para hacer su trabajo. Roier era el único que tenía dificultades, pero, aun así, se mantenía firme. Además, era solo un juego.
Spreen dibujó una representación poco favorecedora de su suegra siendo sostenida en el aire.
—Oh. Oh. ¿Tirarla por un acantilado? ¿Tirar a Beverly por un acantilado? — gritó Carre.
Spreen negó con la cabeza, añadiendo una gran estructura en forma de montaña con humo saliendo de la cima.
—Tirarla a un volcán —enmendó Carre, rebotando mientras sostenía las dos botellas de licor en el aire.
Spreen sonrió, borrando su dibujo y poniendo una marca bajo su equipo.
—Espera, ¿No la habíamos metido ya en un volcán? —preguntó Cris, mirando a Roier en busca de confirmación.
Roier negó con la cabeza.
—No. Creo que no. Creo que la arrojamos a un incendio forestal, como aquel buzo que fue recogido por el avión acuático.
—También la hervimos en aceite —dijo Carre con ayuda.
—Pero ningún volcán —dijo Roier, abriendo la boca para otro trago.
Carre cumplió, y luego inclinó la botella hacia los labios de Cris cuando éste abrió la boca como un pajarito bebé.
—No bebas demasiado. Tengo planes para vos más tarde —advirtió Spreen, con su intención clara.
Roier se sonrojó, pero su respuesta fue descarada.
—Como si eso te hubiera detenido antes.
Spreen se sintió un poco mejor al escuchar el sarcasmo de Roier. Significaba que no estaba cayendo en una espiral. Esto era solo un bache, no un choque. Mañana por la mañana, Roier volvería a ser el mismo de siempre después de que Spreen pasara la noche recordándole qué y quién era lo verdaderamente importante en su vida.
Cris dio un mordisco al sushi y luego le ofreció un poco a Carre, que lo aceptó, masticando y tragando antes de hacerle un gesto con la mano.
—Ve, es tu turno.
—¿Por qué no puedes ser tú el siguiente? —preguntó Cris.
Carre le dirigió una mirada fulminante.
—Ni siquiera estamos en el mismo equipo, principiante.
—¿Principiante? —dijo Cris, fingiendo ofensa—. Vos no sos mi jefe. Yo soy tu jefe, recuerda. ¿Por qué no puede ir Roier después?
—Porque Roier tuvo un día duro —dijo Roier, hundiendo más la cabeza en la almohada del regazo de Carre.
Carre enganchó una ceja perfectamente arqueada a Cris, que suspiró.
—Bien, pero iba a hacerlo de todos modos.
Los labios de Carre formaron una sonrisa de complicidad.
—Mmm, eso es lo que pensé.
Spreen se acomodó en la cama entre las rodillas de Roier.
—¡Quita tu gran cabeza del camino! —gritó Carre.
Spreen se inclinó hacia atrás hasta que su cabeza estaba en el suave estómago de Roier, sus ojos se cerraron cuando los dedos de Roier automáticamente comenzaron a peinar su cabello.
Cris volvió a mirar hacia la cama, frunciendo el ceño.
—¿Qué demonios? Esto es una mierda. ¿Por qué nadie está jugando con mi cabello?
—¡Dibuja! —le gritaron los tres.
Cris puso los ojos en blanco, pero luego se giró y se puso de cara al tablero, esperando a que Carre dijera:—Adelante.
Cris dibujó a Beverly arrugada en el suelo, y luego comenzó a dibujar una criatura de cuatro patas. Spreen supo lo que era al instante, pero no estaba en su equipo, así que se guardó su conocimiento.
—¿Atropellada por un caballo? —gritó Roier—. No, ya lo hemos hecho. Uh, ¿Pisada por un perro? ¿Una vaca? ¿Un alce? ¿Es... es un reno? ¿La atropelló un reno? ¡Beverly fue atropellada por un reno! —gritó Roier triunfante.
Cris asintió, chocando los cinco con Roier, y luego le lanzó el marcador a Carre, que le sacó la lengua antes de darle un golpecito a Roier en la frente.
—¡Sí! Muertes con temática navideña. Muy festivo. Me encanta esto para nosotros —dijo Carre—. Y para ella.
—¿Estás borracho, Roier? —se burló Spreen, con los labios recorriendo la esbelta columna del cuello de Roier mientras lo desnudaba.
—Me preguntas mucho eso. No soy Carola —refunfuñó Roier.
Una vez que estuvo desnudo, Spreen lo giró lentamente, sus manos vagando mientras besaba sus suaves labios.
—Solo estoy comprobando —Sumergió su lengua en el interior, saboreando el whisky de canela—. Me gusta cogerte cuando estás dormido, pero cogerte cuando estás completamente inconsciente sería raro. Un poco demasiado necrófilo para mí.
Roier dio un gemido exagerado contra la boca de Spreen.
—Oh, sí. Me pone muy excitado cuando hablas de coger con gente muerta.
Las manos de Spreen bajaron para apretar el culo desnudo de Roier, sus dedos lo separaron.
—Solo quiero asegurarme de que estás de acuerdo, Roier. Te necesito.
—¿Me necesitas? —Preguntó Roier, con la respiración entrecortada cuando los dedos de Spreen hurgaron entre sus mejillas.
—Siempre lo dices como si fuera una sorpresa —reflexionó Spreen—. No creo que haya una sola noche en la que no haya acabado enterrado dentro de vos.
Seguramente, a estas alturas, tenes que saber que no puedo mantener mis manos lejos de vos.
—Es solo que me gusta escucharlo —dijo Roier.
—¿Te sientes un poco necesitado, Roier? —Preguntó Spreen, no con mala intención—. ¿Necesitas un poco de tiempo y atención extra?
Roier asintió con los brazos alrededor del cuello de Spreen.
Spreen lo levantó y lo acompañó de espaldas a la cama, dejándolo caer sobre el colchón y siguiéndolo hacia abajo.
—Puedo hacerlo. ¿Queres que te ate?
Roier pareció contemplarlo, pero luego negó con la cabeza.
—¿Queres que vaya despacio? —preguntó Spreen.
La mirada de Roier se encontró con la suya.
—Quiero que hagas todo el trabajo.
Spreen sonrió.
—De acuerdo, Roier. Puedo hacerlo. Solo no empieces a roncar sobre mí. Me desconcentra.
Roier estiró todos sus miembros antes de desplomarse.
—Entonces no seas aburrido.
Spreen enganchó las muñecas de Roier, capturándolas sobre su cabeza con una mano, forzando sus rodillas a separarse con la suya.
—Así está mejor.
Spreen besó a Roier de la manera que le gustaba, larga, lenta y profundamente, solo avanzando cuando se inquietaba debajo de él. Se tomó su tiempo, usando los
moretones y las marcas de mordeduras en la piel de Roier como un mapa de ruta, besando y lamiendo cada uno de ellos mientras bajaba por su cuerpo. Cuando llegó al pene de Roier, ya estaba sonrojada y goteando. Spreen sacó la lengua para probarla, pero luego siguió adelante, ganándose un gemido de Roier.
—Shh. Dijiste que no sea aburrido.
Empujó las rodillas de Roier hacia arriba, mordiéndole el interior de los muslos antes de enterrar su cara en el centro de él, con la lengua clavada en su entrada. Se burló de él y lo chupó, mientras Roier se deshacía lentamente, con sus manos en el pelo de Spreen, tratando de ponerlo donde quería. Spreen se resistió, tomándose su tiempo, acariciando sus bolas, lamiendo su eje, pero nunca cerrando su boca sobre él.
—Spreen, por favor —gimió Roier, con sus caderas retorciéndose.
—¿Qué necesitas, Roier? —se burló Spreen.
Una vez más, Roier le tiró del pelo.
—A ti. Dentro de mí. Sabes lo que quiero.
Spreen no se molestó en desvestirse, solo se quitó los pantalones y los calzoncillos, tomo el lubricante de la mesa auxiliar y se untó la verga, sin usar siquiera los dedos antes de introducirse. Roier siseó ante la repentina invasión, pero Spreen sabía que le gustaba el ardor. Le encantaba ser utilizado por él, lo que solo excitaba más a Spreen.
Roier confiaba plenamente en que Spreen sabía justo lo que necesitaba, sabía justo cuánto podía aguantar. Apretó las rodillas de Roier contra su pecho y giró sus caderas, enterrándose profundamente con cada duro empujón hasta que Roier hizo sonidos que estaba seguro que viajaban por todo el apartamento.
—Shh —Spreen le puso la mano alrededor de la garganta, apretando solo lo suficiente para sentir que Roier se quedaba sin fuerzas, con los ojos en blanco de placer. Sí, a Roier le encantaba ser dominado, le encantaba cuando Spreen tomaba el control y solo lo usaba con fuerza. Saber lo mucho que le gustaba a Roier, lo mucho que le gustaba ser suyo, lo hacía aún más excitante para Spreen.
Ya estaba tan cerca y había estado pensando en enterrarse en el apretado calor del cuerpo de Roier desde mucho antes de llegar a casa.
—Mierda, te sientes tan bien. Estuve pensando en esto desde que me enviaste esa foto en el almuerzo hoy, pequeño jodido bromista.
Roier gimió.
—Más fuerte.
Joder. Spreen le dio lo que quería, metiéndose dentro de él, su orgasmo construyéndose con cada movimiento de sus caderas, su mano agitándose alrededor de la garganta de Roier. Al momento siguiente, se estaba corriendo, llenando a Roier, con las caderas moviéndose mientras lo hacía. Luego volvió a deslizarse por el cuerpo de Roier, cerrando la boca sobre su pene en tensión, forzando tres dedos en su agujero, encontrando ese punto que hacía gritar a Roier.
Y lo hizo. Spreen debería haberlo amordazado. No importaba. Todos estaban acostumbrados a los ruidos sexuales que se producían en la casa.
Roier se vino con fuerza, el sabor amargo de su semilla llenó la boca de Spreen mientras seguía masajeándolo desde dentro, ordeñando cada gota hasta que le suplicó a Spreen que parara. Después de limpiarlos a los dos, juntó a Roier hacia él, obligándolo a ponerse en posición de cucharita.
—¿Estás bien, Roier?
—Mmm —logró Roier—. Siempre estoy bien después de eso.
Spreen sonrió contra su cabello.
—Me refiero a la situación de Bev. ¿Estás bien?
—Estoy mejor. Solo que no me lo esperaba. Es más fácil cuando puedo prepararme, como en nuestra boda. Como si supiera que ella intentaría algo. Pero esto... ir a mi antiguo trabajo... y el hecho de que Beach incluso publicara algo así sobre mí.
—¿Eran cercanos? —Spreen preguntó.
—Pensé que lo éramos en un momento dado. Pero Beach no tiene realmente amigos. Tiene fuentes o empleados.
—Y vos no sos ninguna de las dos cosas. Ella solo estaba persiguiendo una historia y resultó ser sobre vos. Ahora sos un De Luque. Nuestras vidas son carne
pública. Solo recuerda que cada escándalo ridículo ayuda a ocultar lo que realmente hacemos. Bev es una maldita pesadilla, pero es muy buena creando drama como subterfugio.
Roier suspiró.
—Supongo que tienes razón.
—A nadie le importa que no la hayas invitado a la boda. No hay nadie sentado en casa pensando que ella es la parte herida. Solo están allí por el drama porno. Son turistas de la tragedia. Se olvidarán en cuanto cierren la revista. Lo prometo.
—¿Cómo estuvo tu día? —Preguntó Roier, claramente cansado del tema de su madre.
—Estuvo bien, sobre todo después de la foto que enviaste. Siento no haber podido devolverte una, pero estaba en medio de una gran reunión. Enviarte una foto de mi pija podría haber desbaratado la conversación.
Roier se rio.
—No pasa nada. Es mucho más divertido verlo en persona. Y merece la pena la espera. Lo siento si el sexo fue aburrido.
—¿Te pareció aburrido? —Preguntó Spreen entre risas—. Maldita sea, Roier.
—No, pero eres tú el que tiene que estar, como, golpeándome en la cara para venirme —contraatacó Roier, acercándose de nuevo para pellizcarle.
—Nunca, nunca, te di una piña en la cara. Ni en ningún sitio. No puedo evitar que me guste ver las pruebas de nuestra vida sexual. No puedo evitar que me excite ver todas mis marcas en vos. Pero si ya no queres jugar duro, solo tenes que decirlo.
Roier echó la cabeza hacia atrás para mirar a Spreen.
—No seas dramático. Sabes que me encanta nuestra vida sexual. Solo sé que las cosas más suaves no son tan divertidas para ti.
—No sabes nada de eso. Cualquier sexo que termine conmigo enterrado dentro de vos es suficiente para mí. ¿Es suficiente para vos? —preguntó Spreen, sabiendo ya la respuesta.
—Duh —dijo Roier en tono inexpresivo, acercándose más—. Cada vez que me tocas, soy feliz.
—Te estoy tocando ahora.
—Y yo soy feliz —dijo Roier.
—Bien.
Estuvieron en silencio durante un largo rato cuando Roier dijo:—Te amo.
—Yo también te amo, Roier.
—¿Para siempre? —Roier dudó.
—Para siempre y por siempre.
Roier estalló en carcajadas.
—¿Acabas de citarme a Outkast?
—¿Preferis a Shakespeare? —preguntó Spreen.
Roier negó con la cabeza.
—No. Outkast es muy infravalorado como uno de los poetas románticos.
—Estoy de acuerdo.
Notes:
Bueno gente con esto es el final del cuarto libro de esta saga de psicópatas.
El siguiente sera subido la próxima semana y supongo que ya se imaginan de que pareja tratara, seeep, tendremos a un Roier fashionista hermano de Ari y a un spreen psicópata masoquista
Sprnoier on Chapter 1 Mon 25 Dec 2023 02:29AM UTC
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