Actions

Work Header

Lunático

Summary:

Spreen es el jugador, un borracho reprobable que se gana la vida como un aficionado de póker. Muy pocas personas conocen al Spreen real, ni siquiera sus hermanos. Pero, hay un hombre que sabe demasiado.

Roier Brown es un ex militar. También es el hermano de un sociópata y el hijo de la mujer que escribió el libro sobre cómo criar a uno. Cuando su madre le pide que encabece un proyecto secreto del gobierno, su vida choca con Spreen y deben de estar de acuerdo en cada decisión, y los dos no están de acuerdo en nada. Excepto quizás en el sexo. Sexo que está fuera de discusión.

Chapter 1: Prólogo

Notes:


NO resubir a WATTPAD.
Que las adaptaciones se queden aqui para evitar que llegue a los streamers. 

⚠️ Esta ADAPTACIÓN del libro esta hecho sin fines de lucro, de fans para fans. Se shippean cubitos NO STREAMERS. ⚠️

Chapter Text

Buenas gente aqui el sexto libro de la serie de la familia psicópata ✨ Nos toca el ultimo hermano, el alcoholico que a estado soltero y pasando desapercibido por el momento, hasta ahora.

Advertencia: Este libro contiene conversaciones sobre abuso sexual infantil y representaciones gráficas de violencia contra personas que lo merecen.


 

—Venga conmigo. Él está por acá.

El Dr. Vegetta De Luque no se quitó el abrigo, sino que aumentó el ritmo de sus pasos para igualar los de la pequeña mujer que tenía delante. La Dra. Magdalena Mendoza. Había recorrido un largo camino para conocerla. Parecía angustiada, pero quizás siempre parecía tener prisa. Mientras lo guiaba por un laberinto de pasillos oscuros hacia las entrañas del enorme centro financiado por el Estado, un escalofrío le recorrió la columna vertebral. No había forma de que encontrara la manera de salir de allí sin un mapa o un guía.

Cuando llegaron a un lugar en el que se cruzaban cuatro pasillos, la Dra. Mendoza utilizó una llave que llevaba en su cinturón para abrir una pesada puerta, conduciendo a Vegetta a otro pasillo, éste con grandes puertas de acero con pequeñas ventanas cuadradas, que se podían utilizar para mirar dentro.

A medida que avanzaban por los pasillos, las luces de las habitaciones titilaban, como si estuvieran en medio de una tormenta eléctrica... o de una película de terror. Afuera había una tormenta, pero no de lluvia sino de nieve. Una tormenta eléctrica tenía sentido en cierto modo.

Todo el ambiente estaba cargado de una energía casi palpable, como la electricidad estática. El aire, las luces. Una parte de él se preguntaba si, al extender la mano, se encontraría con algún tipo de barrera invisible.

Incluso la Dra. Mendoza parecía sufrir la estática. Sus manos se agitaban a los lados, su ropa se arrugaba y se pegaba en algunas partes, y sus rizos rubios y encrespados luchaban por escapar de la pinza que los contenía. Sus gruesos tacones tronaban en las baldosas desgastadas de linóleo y las luces de movimiento se encendían al pasar por cada sensor.

Vegetta se esforzó por seguir su ritmo, obligándose a prestar atención. Culpó a su segunda copa de Chardonnay por su malestar y falta de atención. Cuando la doctora Mendoza se detuvo bruscamente frente a la penúltima puerta, Vegetta casi chocó con ella, sobresaltándola y haciéndola retroceder un paso o dos.

—Mis disculpas —murmuró Vegetta, inclinando la cabeza.

Ella se pasó las manos por la falda, como si acabara de darse cuenta de que su ropa estaba desarreglada.

—Este es él —dijo en un tono cortante.

Vegetta se asomó al interior, abriendo los ojos de par en par.

—¿Qué significa esto?

En el interior de la habitación, un niño regordete con gruesos rizos negros y ojos apagados estaba sentado en lo más recóndito de la celda acolchada. Tenía el pelo enmarañado de sangre, la camiseta y sus pantalones, antes blancos, estaban saturados del líquido que ya se estaba poniendo marrón. Estaba por todas partes.

—Es por su propia seguridad —Le aseguró la Dra. Mendoza—. La sangre no es de él.

Vegetta estudió al niño sentado en la esquina, sus rodillas pegadas a su pecho, meciéndose de lado a lado mientras miraba fijamente al frente, claramente cerca de un estado de catatonia. Este chico llamaba la atención, pero si ya mostraba arrebatos de violencia, no serviría para el estudio. Tenía que llegar a ellos antes de que encontraran una sed de sangre.

—Cuéntame qué fue lo que pasó —dijo Vegetta con un gruñido—. ¿De quién es la sangre?

La cara de la doctora enrojeció.

—De otro paciente. Christopher Kelleher.

El nombre le sonaba de algo, pero le tomó unos buenos treinta segundos saber de dónde. Cuando cayó en cuenta, se le revolvió el estómago.

—¿El pedófilo?

Era un caso famoso. Un chico sadista de diecisiete años con un historial de atacar y torturar a niños tan pequeños hasta de siete años. Debería haber sido sentenciado como adulto y ser puesto tras las rejas de por vida, pero era un niño blanco de una familia adinerada y con un abogado defensor de alto costo había convencido a la gente de que un juicio sin jurado sería mejor que un jurado justo.

Vegetta estaba seguro de que el juez había sido sobornado. Era la única razón por la que un pedófilo violento terminaría en una institución de salud mental de nivel seis en vez de una cárcel federal. El tener menos de dieciocho lo había puesto justo en medio de niños con problemas mentales exactamente dentro de su rango de edad preferencial.

Christopher podría haber estado mentalmente enfermo, pero él había sido exactamente lo que había hecho cuando había atacado a esos niños. Lo había disfrutado. Era un narcisista y de la peor clase de psicópata.

—¿Por qué se dejó a este niño solo con un depredador sexual? — Vegetta finalmente preguntó.

La Dra. Mendoza claramente había anticipado la pregunta, pero se mostró incómoda al tener que explicarse.

—Mientras Christopher estaba esperando por su cita de terapia, otro paciente tuvo un incidente justo afuera de la oficina, lo que hizo que todo el personal saliera, dejando a Christopher en la sala de espera. Nathaniel estaba en el cuarto de juegos de al lado, esperando a su propio terapeuta.

—¿Nathaniel es el niño?

Ella asintió, cerrando los ojos, como si estuviera organizándose mentalmente antes de decir: —Él trato de… atacar a Nathaniel. Éste peleó de vuelta. Vilmente.

El corazón de Vegetta se retorció al mirar al pequeño.

—¿Qué significa eso, Dra. Mendoza?

—Cuando Christopher intentó... agredir oralmente al niño, él… — Ella se estremeció—. Lo mordió.

Bien.

—¿Dónde está ahora?

—¿Christopher? —preguntó ella—. Oh, está muerto.

—¿Muerto? ¿Por pérdida de sangre? —cuestionó Vegetta.

Ella asintió.

—Sí, pero no por la mordedura... aunque, sospecho que eso también lo habría matado eventualmente. Pero había un juego de arco y flechas de plástico. Ya sabes, de los que tienen las puntas esponjosas que rebotan.

Vegetta asintió.

—¿Sí?

—Partió la flecha por la mitad y luego comenzó a apuñalar la entrepierna de Christopher con el plástico dentado. Logró perforar su arteria femoral.

Jesús.

—¿Has hablado con el chico desde el incidente?

Ella miró a través del cristal.

—Lo hemos hecho. Christopher no cayó sin luchar. Le dio unos cuantos golpes al chico, de ahí los ligeros moretones que tiene en la cara.

—¿Qué dijo el niño sobre el altercado? ¿Estaba molesto?

Ella negó lentamente con la cabeza.

—No. Nos dijo con toda naturalidad que ya no dejaba que la gente lo tocara de esa forma.

Ya no dejaba que la gente lo tocara de esa forma.

Las implicaciones eran obvias. Dolorosamente obvias. El chico claramente había sido herido antes, probablemente más de una vez.

—¿Cuál es su historia?

—Padres desconocidos. Lo dejaron en una estación de bomberos cuando sólo tenía cuatro días. Nació adicto a la heroína, tuvo un comienzo difícil y era un poco pequeño para su edad, pero se compensó bastante rápido. Estuvo en el mismo hogar de acogida durante años. Pero entonces sus padres nos llamaron diciendo que ya no podían con él. Dijeron que había estado mojando la cama, atacando a los otros niños, intentando hacerles daño a sus padres. Lo habían estado encerrado en el armario por su propia seguridad —dijo, con un tono que daba a entender que no creía lo que habían dicho.

—¿Hubo algún indicio de naturaleza violenta antes de este altercado con el otro paciente? —preguntó Vegetta.

El rostro de la doctora Mendoza era sombrío.

—No. Lleva con nosotros una semana, más o menos. Es un niño tranquilo y elocuente. Estaba cubierto de moretones. Está claro que le han estado jaloneando y posiblemente usando castigos corporales.

—¿Alguna señal de abuso sexual? —preguntó Vegetta.

Ella dio un fuerte suspiro, mirando con tristeza al niño a través de la ventana.

—No hay señales manifiestas, pero con su nerviosismo y con su declaración después de la agresión, imagino que hubo algo así.

—¿Por qué lo encerraron ahí si estaba tranquilo?

La doctora Mendoza pareció sobresaltada.

—No lo hicimos. Cuando el doctor intentó examinarlo para asegurarse de que Christopher no le había provocado una conmoción cerebral o no le había lesionado de alguna forma menos evidente, se volvió loco. Gritaba, chillaba, se rasgaba la piel, se golpeaba la cabeza contra las paredes. Hicieron falta tres técnicos para ponerlo en el suelo y sedarlo.

Vegetta giró la cabeza para mirarla.

—¿Lo sedaron? ¿Cuántos años tiene? ¿Seis?

—Cinco —dijo ella.

—¿Sedaron a un niño de cinco años?

La columna vertebral del Dr. Mendoza se endureció.

—No tuvimos otra opción. Se habría hecho daño a sí mismo.

Vegetta reprimió la rabia que bullía en su interior.

—Me gustaría hablar con él, por favor.

Ella dio un suspiro de desconfianza, pero abrió la puerta como él le pidió.

—Tendré que encerrarte adentro. Pero me quedaré aquí y observaré desde la ventana.

Vegetta asintió distraídamente, sin prestarle atención ya en el otro médico. Cuando oyó que la puerta se cerraba y la cerradura volvía a encajar, se acercó lentamente al niño.

Cuando estaba a un metro de distancia, dijo: —Me llamo Vegetta. ¿Puedo sentarme contigo un rato o dos?

El niño lo miró, parpadeando lentamente. Después de lo que pareció una eternidad, se encogió de hombros, acercándose a la esquina, casi acobardado.

Vegetta se quitó lentamente el abrigo antes de sentarse frente a él y ponerlo sobre su regazo, dejando mucha distancia para que el chico no se sintiera atrapado.

—¿Cómo te llamas?

El chico se encogió de hombros una vez más.

—No me acuerdo.

Vegetta frunció el ceño.

—¿No te acuerdas? El doctor dijo que te llamabas Nathaniel.

La furia del chico fue instantánea, pero las drogas le impidieron reaccionar con violencia. Los únicos indicios reales de sus sentimientos eran la forma en que su rostro se torcía de disgusto y el veneno en sus palabras al decir: —Ese es el nombre de mi padre de acogida. Él no es bueno. No quiero ese nombre.

—Bueno, ¿Qué nombre quieres? —preguntó Vegetta.

El chico se encogió de hombros.

—No me importa.

—No creo que eso sea cierto —dijo Vegetta, pero lo dejó pasar por el momento—. Escuché que has tenido un día muy duro. ¿Estás bien?

El chico lo miró con el ceño fruncido.

—¿Por qué no iba a estarlo?

—Alguien intentó hacerte daño. Te viste obligado a defenderte. ¿Cómo te hizo sentir eso?

El chico lo miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza.

—No me hizo sentir nada. No me gusta que me toquen. Él me tocó. Quería hacerme daño. Nadie va a hacer eso de nuevo —Miró a Vegetta a los ojos, con una expresión llena de dureza—. Nunca más.

—Sentirse seguro es muy importante —dijo Vegetta. El chico siguió estudiándolo—. Y ¿Si te dijera que puedo hacer que nunca más te sientas inseguro?

Los ojos del chico se entrecerraron y empezó a juguetear con sus dedos, hurgando en sus cutículas. Después de un minuto, dijo: —¿Cómo?

Vegetta eligió cuidadosamente sus palabras.

—Entrenándote para que puedas protegerte, sin importar qué, o quién te ataque —El chico pareció meditarlo, sin decir nada—. ¿Te gustaría venir a vivir conmigo?

El chico lo miró fijamente.

—¿Por qué?

A Vegetta no le sorprendió la pregunta. Tanto Juan como George habían hecho la misma pregunta.

—Porque estoy buscando hijos propios. Tú tendrías dos hermanos. Son especiales, como tú. ¿Te gustaría venir a casa conmigo y conocerlos? Si lo haces, te prometo que nunca más te sentirás vulnerable.

—No soy vul-nable —murmuró el chico. Vegetta hizo lo posible por ocultar su sonrisa.

—No, ciertamente no lo eres.

El chico resopló por la nariz y le dirigió a Vegetta otra mirada feroz.

—Si me haces daño, te mataré —dijo el niño, con una expresión feroz—. Y a ellos también.

Vegetta asintió sabiamente.

—Nadie va a hacerte daño. Pero si lo hacen, tienes todo el derecho a defenderte, por los medios que sean necesarios. ¿Qué te parece? ¿Quieres venir conmigo?

—Supongo —dijo el chico.

—Bueno, entonces, sólo hay una cosa más. Un nombre. Si no te gusta Nathaniel, te haremos uno nuevo. ¿Cómo te gustaría llamarte?

El chico se encogió de hombros.

—¿Tienes alguna idea?

El chico negó con la cabeza.

—No.

Vegetta repasó una lista de nombres al azar en su cabeza antes de que su mirada se posara en la sangre que saturaba la ropa del chico, su camiseta tenia las letras SpreenDMC estampadas manchadas completamente de sangre.

—¿Qué tal Spreen?

La mirada del chico se dirigió a Vegetta, estudiándolo de una manera que lo hizo sentirse un poco tenso. Finalmente, dijo: —Sí, bien.

—Perfecto. Antes de ir a casa, tendremos que cambiarte de ropa. ¿Estarías dispuesto a ducharte y cambiarte para que podamos salir de este lugar?

—¿Solo? —preguntó el niño de manera vacilante.

La pregunta fracturó el corazón de Vegetta.

—Sí, solo. Nadie volverá a invadir tu espacio personal sin tu permiso. Te lo prometo.

 

Chapter 2: Spreen

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Esta es, sin duda, la fase más importante y delicada del proyecto. Por supuesto, queremos que nuestra gente participe en la planificación y la ejecución —dijo Vegetta De Luque, dirigiéndose al hombre que tenía enfrente.

En la mesa de reuniones había personas asintiendo, un mar de caras conocidas, algunas viejas, otras nuevas que estaban del lado de Vegetta.

Junto a su padre estaba sentada Baghera Brown, la principal experta no sólo en el reconocimiento de los rasgos psicopáticos y sociopáticos en los adolescentes, sino en el tratamiento de esas patologías. Un conjunto de habilidades únicas nacidas de la necesidad había dado lugar al proyecto en el que ahora todos estaban profundamente arraigados. A su lado estaban sentados sus dos hijos, Doied y Roier.

El hombre al que Vegetta intentaba convencer era Marshall Kendrick, un burócrata aburrido y hastiado, con el más alto nivel de autorización de seguridad y cero tolerancias con la gente que lo cuestionaba. Los miró a todos con una imperiosidad que sólo provenía de años de trabajo en el gobierno antes de dar una sonrisa poco sincera.

—Vegetta, Baghera, entiendo sus preocupaciones. Este proyecto es su bebé, pero hemos estado criando a estos sujetos…

—Niños —espetó Baghera.

El hombre agitó una mano con desprecio.

—Sí, niños, durante quince años. Esperaría que, a estas alturas, tuvieras algo de fe en nuestras cualificaciones.

—Sin ofender —dijo Spreen, destapando su agua embotellada—. Pero nadie con sentido común tiene fe en su gobierno.

Kendrick miró a Spreen de forma molesta antes de pasarse una mano por la chaqueta de su traje negro. A estos tipos realmente les gustaba vestirse como los Hombres de Negro. Supuso que hacían cosas igual de turbias. Tal vez más. Nadie sabía con certeza si los alienígenas eran reales, pero ¿Los psicópatas? Esos eran reales. Spreen debería saberlo. Él era uno.

—Hemos creado cada aspecto de este proyecto —Les recordó Baghera—. Pero aquí es donde vemos nuestra prueba social. Aquí es donde les soltamos sus respectivas correas y nos aseguramos de que el entrenamiento ha funcionado. No aceptaremos que los agentes del gobierno se encarguen de esta última fase del estudio. Tiene que ser nuestra gente. Eso no es negociable.

—Un paso en falso podría arruinar todo —añadió Vegetta.

—Nunca estarán de acuerdo con eso —dijo Kendrick.

—Tonterias —murmuró Doied—. No actúes como si no tuvieras un control total y absoluto sobre el personal y el cómo se dirige este proyecto.

—Y no actúes como si no hubiera una sala llena de trajeados como vos escuchando cada palabra que decimos ahora mismo —añadió Spreen.

—No estamos comprando un carro usado. Deja de fingir que tienes algún directivo por encima de ti con el que tienes que aclarar esto. La responsabilidad recae sobre ti. En todos ustedes. No nos iremos de aquí hasta que estén de acuerdo con nuestras condiciones — dijo Doied con una mirada fría.

Los labios de Kendrick se movieron en una sonrisa a medias.

—Me parece bastante divertido que hayan traído a sus hijos para que peleen sus batallas por ustedes. Si lo hubiera sabido, habría sacado a mi hijo de su excursión de octavo grado a la Montaña Mágica para que también pudiera participar.

—¿Su hijo también es un psicópata, Sr. Kendrick?

Todos se giraron hacia el hombre que había hablado. Era intimidante, incluso para los estándares de Spreen. Medía un metro ochenta, pero era un muro de músculos, como si fuera un jugador de futbol americano en la línea defensiva. Tenía la cabeza calva, una barba poblada y llevaba camisa blanca perfectamente confeccionada.

—Nuevamente, ¿Quién eres tú? —dijo Kendrick, con un tono frío.

—Fit Jons —respondió el hombre, mostrando una sonrisa igualmente frígida.

Era una pieza más del rompecabezas extrañamente incestuoso que era el Proyecto Watchtower, conocido por los que estaban adentro como The Watch.

—Fit es el propietario de una agencia de seguridad global llamada Servicios de Protección Élite, dotada de antiguos soldados de operaciones especiales y ex agentes de la ley altamente capacitados — dijo Vegetta, haciendo un gesto con la cabeza a Fit.

Además de eso, Fit era el empleador legalmente en papel del hacker de los De Luque’s, Aroyitt, quien trabajaba para ellos por debajo de la mesa. Por si eso no fuera lo suficientemente confuso, Doied Brown, el hijo de Baghera Brown, había trabajado una vez en el servicio de seguridad de Fit, y así fue como todos quedaron irremediablemente unidos.

—Y ¿Qué tiene eso que ver con The Watch? —preguntó Kendrick.

—Van a necesitar operativos altamente especializados para esta última fase. Aquellos que no sólo tengan formación militar, sino los conocimientos necesarios para guiar a una legión de jóvenes psicópatas.

Fit había traído a la reunión al vicepresidente de su empresa, otro espécimen intimidante conocido como Lincoln Hudson. Era más alto que su jefe, con un corte de pelo bajo a los lados y más frondoso en la parte superior, una barba que era apenas una sombra y una cara que decía “haz el tonto y veremos lo que te pasa”.

—¿Por qué te necesitaría para eso, exactamente? —preguntó Kendrick.

La boca de Linc era una línea sombría.

—Porque también necesitas gente que pueda ayudar a calibrar la brújula moral de esos mismos jóvenes adultos psicópatas y, sin ánimo de ofender, pero ningún agente profundamente encubierto va a tener el juicio o la moderación necesarios para llevar a cabo la tarea.

Sí, no hay duda de que tanto Fit como Linc eran atractivos. Definitivamente lo suficiente como para tentar incluso a Spreen. Pero ambos hombres estaban casados, sus respectivos esposos relajándose en la piscina en algún lugar. De hecho, todos en esa mesa tenían un anillo de bodas, excepto uno de los hombres: Roier Brown.

La proverbial piedra en el zapato de Spreen. Tan moralmente recto como un santo, pero, maldita sea si no cogía como un pecador. Spreen gruñó internamente mientras su mente comenzaba a divagar. Era la sexta vez desde que se conocieron que estaban juntos en una habitación. Y la primera vez que uno de ellos, o los dos, habían podido mantener la ropa puesta. Pero nunca más. Nunca. Jamás, recalcó para sí mismo, esperando que su pija captara el mensaje.

—Para que The Watch tenga éxito, necesitas a alguien que pueda guiar a estos muchachos para que puedan tomar las decisiones correctas. Pero también necesitas hombres que puedan asegurarse de que su técnica sea sólida, de que sus coartadas sean firmes y de que sus relaciones con sus interventores sean... apropiadas —dijo Roier, y su mirada se dirigió a Spreen, y luego de nuevo a Kendrick.

Spreen resopló. No era un secreto que Roier consideraba a Spreen poco apropiado como “interventor”. Estaba seguro de que Roier había tenido su justa dosis de psicópatas considerando que compartía ADN con uno de ellos: su hermano gemelo, Doied. Pero eso no había impedido que Roier dejara que Spreen se la chupara en la sala de conferencias de un hotel o que Roier lo inclinara sobre el escritorio en las nuevas instalaciones de The Watch. Carajo. Definitivamente no debería estar pensando en eso.

Spreen trató de acomodarse lo más discretamente posible debajo de la mesa. Roier ni siquiera era el tipo de Spreen. Le gustaban los tipos más jóvenes y desviados. Bailarines guapos y estrellas porno. Roier Brown estaba un paso por encima de un chico del coro y rozaba los cuarenta años. También era alto y con una musculatura elegante, con un pelo castaño y unos ojos cafés claros tan bonitos que Spreen habría jurado que eran lentes de contacto. Pero no, Roier era un maldito unicornio con ojos bonitos, una pija enorme y una puta conciencia que haría que Pepito Grillo pareciera Ted Bundy.

—¿Qué es lo que están proponiendo, exactamente? —preguntó Kendrick.

—Baghera y yo queremos el control total del programa. El plan de estudios, los casos, el personal. Tú te quedas con toda la investigación, con toda la gloria, y tú nos traes los objetivos. Pero nosotros los examinamos primero.

—Absolutamente no —ladró Kendrick—. Están jodidamente desquiciados —Ante las cejas levantadas que recibió, el hombre frunció aún más el ceño—. Ugh, ya saben a qué me refiero. Esto es un proyecto controlado por el gobierno.

—No —espetó Vegetta—. Esto es un proyecto financiado por el gobierno. Hasta esta etapa del proyecto, nosotros determinábamos los niños, quién los criaba y cómo los criaban. Elegimos su escolarización, evaluamos sus puntos fuertes, elegimos a los mejores candidatos para pasar a la tercera fase y determinamos la mejor manera de manejar los... fracasos. Esto es nuestro proyecto. Estos son nuestros niños. No me presionen con este tema. No necesito tu dinero para financiar este proyecto.

—Pero ustedes sí necesitan nuestra investigación —añadió Baghera.

—Podríamos simplemente continuar el estudio sin ninguno de ustedes. Creo que somos más que capaces de tomar las riendas a partir de aquí —dijo Kendrick, con tono sarcástico.

Vegetta hizo un sonido de burla.

—He criado a seis psicópatas para que sean los agentes encubiertos más eficaces que jamás hayan existido. Se mueven entre su vida pública y sus deberes privados sin esfuerzo. Han conseguido encontrar pareja, y uno de mis hijos incluso tiene hijos. Yo hice eso. Baghera hizo eso. Y, no es para enfocarnos demasiado en ello, Sr. Kendrick, pero también limpié su desorden cuando me lo pidió. ¿Cómo está su hijo, por cierto?

—¿Matthew? Él esta… —Kendrick se detuvo, la cara se puso de color púrpura berenjena de furia cuando se dio cuenta de a quién se refería exactamente Vegetta.

Los demás parecían confundidos. Todos menos Baghera. Spreen había descubierto hace años que Kendrick era el padre biológico de Rubius. Cómo había acabado al cuidado de Vegetta a la edad de dieciséis años era todavía un misterio sin resolver. Uno que a Spreen no le importaba lo suficiente como para investigarlo. Aunque, después de ver la cara de Kendrick, tal vez estuviera más interesado que dos minutos antes.

El teléfono de Kendrick sonó. Lo miró y se le fue el color de la cara. Lo tomó y contestó: —¿Sí?

Todos se sentaron y observaron mientras él escuchaba.

—Sí, señor —dijo justo antes de colgar.

Cuando volvió a hablar, su voz era mucho más tranquila.

—¿Cómo piensan dirigir este programa? —Señaló a Vegetta—. Eres un multimillonario, siempre en el ojo público —Señaló a Baghera—. Y tú divides tu tiempo entre la enseñanza y el circuito de conferencias. ¿Cómo piensas darle a esto la atención que necesita?

—Es sencillo —dijo Vegetta—. Elegimos a las dos personas en las que más confiamos para que tomen esas decisiones en nuestro lugar. Mi hijo, Spreen, dirigirá el programa con el hijo de Baghera, Roier.

Kendrick miró a cada uno de ellos por turnos.

—¿Su hijo, el ludópata borracho, es su elegido? ¿En serio?

Spreen sonrió.

—Los rumores sobre mis hábitos con la bebida fueron muy exageradas, como bien sabes —dijo con un gesto de la mano.

Eso era una subestimación. Bueno, más bien algo fabricado, una personalidad cuidadosamente elaborada para ocultar la verdadera misión de Spreen: servir de enlace entre los jugadores del gobierno y su ocupado padre. Las partidas de póquer de alto nivel en salas oscuras escondían muchos pecados. Y ¿Por qué mantenía esta imagen, incluso con sus hermanos? Eso era más difícil de decir. A estas alturas, les había estado mintiendo durante tanto tiempo que le parecía una grosería decirles la verdad ahora.

—Es justo. Supongo que tiene sentido con él siendo un psicópata y todo eso, pero ¿Cuáles son exactamente sus cualificaciones, Sr. Brown? ¿No era usted un... fotógrafo de la naturaleza?

Spreen se movió en su asiento, sin saber por qué el tono condescendiente del hombre hacia Roier lo irritaba tanto.

Roier ni siquiera pestañeó antes de esbozar una sonrisa que hizo que las entrañas de Spreen se sintieran incómodas, y dijo: —Sigo siendo fotógrafo. Sin embargo, antes de convertirme en un premiado fotógrafo de la vida silvestre, fui un soldado altamente condecorado que hizo dos viajes a Afganistán y uno a Irak. También soy un experto en supervivencia, cinturón negro de décimo grado en judo y hablo tres idiomas. Uno de los cuales es psicópata.

—¿Eso es todo? —preguntó Kendrick con desgana.

Spreen tuvo la tentación de mencionar que cogía como una estrella porno, pero con un currículum como el de Roier, parecía innecesario y de mal gusto dada la compañía.

—También es un cocinero excepcional —dijo Doied, claramente sin estar de acuerdo.

Si cualquier otro lo hubiera dicho, Spreen habría pensado que estaba siendo sarcástico, pero Doied no estaba hecho de esa forma. Al igual que George, a veces era más androide que humano. Roier definitivamente entendía todo el sarcasmo.

Kendrick se frotó las manos en la cara.

—¿Saben qué? Está bien. Quieren que estos dos estén a cargo — dijo, señalando a Spreen y Roier—. Bien. Pero yo apruebo a todo el personal que ellos traigan —Señaló con un dedo a Fit y Linc—. También voy a traer a mi propio equipo. Son siete hombres. Todos exagentes, todos interventores altamente entrenados. Esto no es negociable. Nos reunimos mensualmente para informar de los progresos, y este programa tiene que estar completamente operando en menos de seis meses.

Vegetta y Baghera intercambiaron miradas. Ella se encogió de hombros. Finalmente, Vegetta miró al hombre y dijo: —Hecho.

—Excelente —murmuró Kendrick, ya de pie.

—¿Con qué rapidez puede hacernos llegar los expedientes de sus agentes para que los revisemos para el proceso de incorporación? — preguntó Fit. Kendrick lo fulminó con la mirada, pero Fit se mostró imperturbable—. Tendrán que ser investigados al igual que nuestros hombres. Además, va a haber una curva de aprendizaje para todos nosotros. Nos conviene conocer sus puntos fuertes y débiles antes de que comience.

—Haré que mi secretaria traiga los archivos tan pronto como… — Kendrick comenzó diciendo, luego se interrumpió.

—¿Tan pronto como qué? —preguntó Linc.

Kendrick suspiró, sus palabras estaban llenas de irritación.

—Tan pronto consiga que accedan a esta locura.

En cuanto Kendrick se fue, el grupo se esparció. Hubo una pequeña charla y planes para reunirse todos para cenar, luego todos se dirigieron a la salida de la sala de conferencias. De alguna manera, Spreen y Roier fueron los últimos en abandonar la sala. Estaba casi en la puerta cuando unas manos se deslizaron en los bolsillos traseros de sus jeans, llevándolo hacia atrás contra un pecho cálido.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Spreen, su pija traicionera ya se estaba endureciendo detrás de la cremallera.

—Dándote la llave de mi habitación —murmuró Roier, deslizando la tarjeta de plástico en su bolsillo trasero—. Extraño oírte gemir.

Qué jodido idiota.

—Que yo recuerde, sos vos quien gemía, no yo. Es difícil de decir con toda la respiración pesada. De verdad deberías añadir algo de cardio a tu vida. Tu resistencia necesita un poco de trabajo.

Roier presionó sus labios contra el oído de Spreen.

—Es difícil mantener la compostura a tu alrededor cuando te arrodillas para mí con tanta facilidad. Cuando te inclinas para mí tan jodidamente listo.

El corazón de Spreen palpitaba contra sus costillas, y no estaba seguro de si estaba excitado o enfurecido. Probablemente ambas cosas.

—Jódete —murmuró Spreen con calma.

Roier se rio.

—¿Por qué me jodería a mí mismo cuando voy a estar metido hasta las pelotas dentro de ti en una hora más o menos?

Spreen puso los ojos en blanco, sacando la llave de la habitación de su bolsillo e intentando devolvérsela a Roier, quien la ignoró.

—Lo siento, Tarzán. Serás vos y tu mano esta noche.

Roier se deslizó junto a él en la puerta, frotándose contra él de la forma más evidente posible.

—Nos vemos en una hora.

—Estás loco —Le dijo Spreen, siguiéndolo por el pasillo, con la llave de la habitación sostenida al frente—. Y yo necesito un maldito trago.

—Creía que los rumores sobre tus hábitos con la bebida eran “muy exagerados” —Se burló Roier, pulsando el botón del ascensor. Spreen aprovechó la oportunidad para volver a meter la llave de la habitación en el bolsillo de Roier, incapaz de ignorar el grueso contorno de su verga en aquellos pantalones desteñidos.

—Haces que estar sobrio sea una tarea —murmuró Spreen.

Roier entró en el ascensor y se giró para mirar a Spreen, que se quedó dónde estaba. Cuando Roier se dio cuenta de que Spreen no se unía a él, suspiró, pulsando el botón de espera.

—Sabes, para ser un psicópata, sí que le quitas la diversión al sexo casual.

Spreen sonrió.

—Para alguien cuyo hermano es un psicópata, uno pensaría que sabrías que es mejor no provocar a uno.

Roier sonrió, soltando el botón de espera.

—Mi hermano no es un psicópata, es un sociópata de alto funcionamiento. Y a mí me gusta vivir peligrosamente —Las puertas estaban ya casi cerradas cuando le lanzó devuelta la llave de su habitación a Spreen, quien la agarró por reflejo—. Nos vemos en una hora.

 

Notes:

Roier Brown es sinonimo de Roier Top 😈
Y como Roier necesitaba un gemelo porque no Doied, aprovechemos el lore de Roier cubito

Segun la autora antes de este libro recomienda leer los primeros dos libros de otra saga de guardaespaldas que tiene e hicieron mencion en este capítulo peeeeero lo siento James, me estrese un poco de algunos de tus bottoms con inseguridades y necesitados de afectos, asi que vamos una saga a la vez primero, y despues vemos que tal esos protección elite 👹

Chapter 3: Roier

Chapter Text

Roier volvió a revisar el reloj junto a la cama. Habían pasado noventa minutos desde su acalorado intercambio con Spreen y, todavía, no había aparecido. Lo haría. Roier sabía que lo haría. Y estaría molesto por eso. Lo que sólo aumentó la anticipación de Roier. Le gustaba lo... resistente que Spreen fingía ser. Casi tanto como le gustaba la facilidad con la que se rendía ante él.

Había algo en lo diferente que era Spreen con él. Spreen pasaba la mayor parte de su tiempo convenciendo al mundo de que era un alcohólico en su máximo esplender con afición al juego y otras actividades de riesgo. Cuando hablaba con los demás, siempre lo hacía con esa entonación perezosa y divertida, como si conociera algún secreto que el resto del mundo no conocía. Pero Spreen no era así en absoluto. No con Roier.

Tomó su teléfono y buscó una foto de Spreen. Una que había tomado la última vez que estuvieron juntos. Era un perfil lateral de él mirando por la ventana en nada más que un par de jeans, colgando bajo en sus caderas. Había lanzado una mirada irritada a Roier, pero había cambiado sutilmente de posición, como si conociera sus mejores ángulos. Como De Luque, Roier imaginó que eso era algo normal.

Aun así, había guardado la foto y la miraba a menudo. No podía evitarlo. Roier veía la belleza de las cosas, tenía buen ojo para ello. Y Spreen era hermoso. Casi de manera imposible. Tenía el cabello negro, unas cejas muy marcadas y unos ojos oscuros rodeados de unas pestañas tan largas y oscuras que lo hacían lucir como si tuviera delineador. O tal vez sí tenía puesto delineador de ojos. Con Spreen, era difícil decirlo.

Roier trazó las líneas de la foto. La piel de Spreen era del más cálido tono del bronce, y dado que era un animal nocturno, Roier sólo podía imaginar que era un don de la herencia y no un amor por el sol. No era excesivamente musculoso, más bien definido, como un nadador. Eso hacía que fuera fácil para Roier moverlo de un lado a otro.

O lo sería si por fin llegara ya.

Intentó ignorar la pequeña duda que se abría paso bajo su caja torácica, pero de todos modos se filtró. Tal vez esta vez Spreen no aparecería.

¿Quizás estaba cansado de este juego? ¿Tal vez Roier lo presionaba demasiado, lo molestaba demasiado? Pero no podía evitarlo. Spreen no se permitía un placer si no se ganaba con esfuerzo. Así era él como persona.

Por eso no podía creer que los hermanos de Spreen pensaran realmente que era un alcohólico. Para Spreen todo tenía que ser con moderación. Desde la forma en que se ganaba la vida hasta la forma en que mataba a sus víctimas. Le gustaba la emoción, la anticipación. A Spreen le gustaba que la vida lo desafiara.

Se oyó un solo golpe en la puerta de la habitación del hotel. Roier sonrió, abriéndola de golpe, con un comentario mordaz en la lengua por la tardanza de Spreen. En cambio, se detuvo en seco ante el hombre de rostro pastoso que tenía una expresión inescrutable.

Roier examinó al hombre rápidamente. No lo reconoció. Probablemente no lo recordaría si lo hubiera hecho. El hombre era... totalmente olvidable. Esa fue la primera impresión de Roier. Olvidable.

El hombre llevaba una chaqueta caqui y un sombrero del mismo color, como un uniforme, con extraños mechones de pelo negro tinta asomando por los lados. Había algo raro en el pelo; ponía a Roier en una posición defensiva, lo hizo enderezarse. El hombre siguió mirando un paquete que tenía en sus manos.

—¿Puedo ayudarlo? —dijo Roier, con una pizca de inquietud instalándose bajo su piel.

Podría ser que el hombre estuviera en la habitación equivocada, pero había algo en la tensión de su cuerpo, como una serpiente lista para atacar. El hombre levantó la cabeza, con una mirada fría y sin vida. Roier dio un paso atrás justo cuando el hombre levantó la mano derecha. Roier apenas tuvo tiempo de registrar la pistola con el supresor apuntando justo en el medio antes de agarrar la muñeca del hombre, girarla lejos de él y cerrar la puerta de golpe, atrapando el antebrazo del hombre entre ella y el marco.

Se oyó un chasquido repugnante y un crujido, y luego el hombre gritó cuando su codo cedió. Roier trató de arrastrarlo a la habitación, pero el hombre se abalanzó sobre él con el hombro, obligándolo a retroceder lo suficiente como para darle tiempo a girar sobre sus talones y salir corriendo por el pasillo.

Roier ni siquiera lo persiguió. Sabía que no importaría. Suspiró, cerró la puerta y se apoyó en ella, su mirada se desvió hacia el televisor con el cristal partido en forma de telaraña y un agujero de bala muy evidente.

Bueno, mierda.

¿Qué carajo iba a hacer al respecto? Al menos, estaba en Las Vegas. No sería la cosa más extraña que hubiera pasado allí. Probablemente ni siquiera lo más raro en este hotel. Las Vegas era como el Salvaje Oeste. Cada quien estaba por su cuenta.

Tomó el teléfono y llamó a su hermano, que contestó al primer timbrazo con voz ronca.

—¿Qué pasó?

Doied y Roier no eran tan unidos como algunos gemelos, pero sabía que su hermano probablemente percibía que algo no estaba bien.

—Tenemos un problema.

Hubo un momento de silencio, y luego su hermano dijo: —¿Tienes un problema del tipo “se me acabaron las toallas” o del tipo “tenemos que esconder un cuerpo”?

Roier suspiró.

—Del tipo “hay un agujero de bala en mi televisor y un sicario profesional corriendo por ahí con un codo roto”.

—¿Quién es, bebé? —Roier escuchó al esposo de Doied, Cellbit, preguntar. Luego, escuchó el sonido de las sábanas crujiendo, como si su hermano hubiera estado en la cama. Eran apenas las tres de la tarde—. No, no te vayas. Estábamos llegando a las partes buenas —se quejó Cellbit.

—Vuelvo enseguida —Le aseguró Doied. Roier escuchó cómo se abría y cerraba la puerta del balcón antes de que su hermano dijera: — ¿Crees que te encontraron?

Roier se pasó una mano por la cara.

—Supongo que podría tratarse del Proyecto Watchtower, pero, a menos que el resto de ustedes también tenga un sicario como conserje, parece poco probable.

—Nuestro conserje era un mocoso apenas de edad legal llamado Bradley quien se comió con los ojos a mi esposo de manera descarada y luego tendió la mano para que le diera una gran propina sin la menor vergüenza.

Los labios de Roier se movieron en una sonrisa. Su hermano siempre era tan literal.

—Lo que estoy seguro es una de las muchas desventajas de estar casado con una celebridad —dijo Roier antes de obligarse a volver al tema en cuestión—. Pero bueno, puede que esté en su radar de nuevo. Este tipo era malo en su trabajo, pero definitivamente era un profesional.

—¿Qué quieres hacer al respecto? —Doied preguntó.

—¿Por ahora? Nada. Hasta que no identifique a los hombres de esas fotos, no tenemos nada. Si no sé quiénes son, no puedo ocuparme del problema. Si hay un atentado contra mí, la única manera de solucionarlo es acabar con los que tienen el dinero.

—¿Qué vas a hacer mientras tanto?

Roier se encogió de hombros.

—Estaré lo suficientemente seguro una vez que esté en la escuela.

Tener un nuevo trabajo en una instalación militar privada super secreta tenía sus ventajas, incluso una que parecía un internado de élite.

Incluso sin estudiantes, el campus estaba vigilado por todos lados por una valla de seguridad de tres metros de altura y una fuerza policial militar bastante impresionante.

—Creo que tenemos que involucrar a mamá y a Vegetta —dijo Doied—. Ellos tienen mejores recursos.

Roier sacudió la cabeza como si Doied pudiera verlo.

—No hay nada que contar ahora mismo —Hubo otro golpe en la puerta—. Tengo que irme.

Colgó antes de que su hermano pudiera discutir. Esta vez, tomó su pistola del bolso, escondiéndola detrás de la puerta, con el corazón palpitando mientras la abría lentamente. El alivio lo inundó al ver a un Spreen bastante malhumorado que llevaba una camisa de lino blanca suelta, lo suficientemente abierta como para que Roier pudiera ver bien el pelo del pecho.

Por lo general, se burlaba de su aspecto miserable, pero esta vez lo arrastró por la camisa, cerrando y asegurando la puerta antes de golpearlo contra ella.

—Llegas tarde, osito.

La mirada fulminante de Spreen se dirigió hacia arriba.

—¿Me estas jodiendo?

Roier sonrió. Spreen odiaba los apodos que Roier le ponía.

—¿Prefieres pestañudo? ¿Potro? ¿Cara de culo? —preguntó, capturando su boca en un beso.

—Podrías simplemente usar mi nombre —murmuró Spreen, sin devolverle el beso.

Roier enhebró sus dedos en el cabello de Spreen, tirando de su cabeza hacia atrás para arrastrar sus labios y su lengua a lo largo de su garganta antes de presionar su boca contra su oído.

—Pero entonces no tendrías ninguna razón para molestarte conmigo. Y sé lo mucho que necesitas fingir que no quieres estar aquí.

Spreen no dijo nada, probando el punto de Roier casi tanto como la dura longitud de su pene presionando contra el muslo de Roier. Roier dejó que el arma se deslizara disimuladamente de sus dedos a la mesa. Si Spreen se dio cuenta, no dijo nada.

—Que te jodan —murmuró.

—Podemos jugar así si quieres, pero creo que te haría faltar tener mi verga enterrada dentro de ti.

Siempre era así con ellos. Roier como agresor, Spreen fingiendo que de alguna manera estaba siendo chantajeado para estar allí, para estar con él, como si no hubiera venido por su propia voluntad.

—Vamos, Osito —provocó Roier, tratando de besar los labios inflexibles de Spreen una vez más—. No me dejes hablando solo. Nadie más tiene que saber lo mucho que te gusta esto. Lo que pasa en Las Vegas y todo eso —Si es que era posible, Spreen se irritó aún más. Roier suspiró, dando un paso atrás—. ¿Quieres simplemente irt...?

Spreen se enganchó de su camisa, tirando de él hacia adelante, sellando sus bocas juntas. Ahí estaba. Mierda, había extrañado esto. Había extrañado el sabor de su lengua y la forma desesperada en que Spreen se aferraba a él, besándolo como si Roier fuera su verdadera adicción.

Roier separó su boca, haciendo girar a Spreen y empujándolo contra la puerta. Tiró del dobladillo de la camiseta, levantándola y quitándola, mordiendo el hombro de Spreen mientras se abría el cinturón. Pronto le siguieron el botón y la cremallera, y luego Roier le bajó los pantalones hasta la mitad del muslo. Cayó de rodillas, mordiendo los montículos de ese culo perfectamente redondeado antes de abrirlo y enterrar su cara dentro.

—Mierda —susurró Spreen con fiereza, golpeando su cabeza contra la puerta.

Sí, Roier definitivamente lo había extrañado. La forma en que la espalda de Spreen se arqueaba mientras intentaba cogerse con la lengua de Roier. Como si necesitara más, pero lo odiara.

Roier le daría lo que necesitaba, especialmente si lo que necesitaba era que Roier probara las partes más secretas de él. Subió y bajó la lengua por la hendidura de su culo, tanteando su agujero, provocándolo detrás de sus pelotas, frotando su cara contra sus mejillas hasta que Spreen jadeó por encima de él.

—Suficiente —dijo con rapidez—. Vamos, cógeme.

Roier se rio por lo bajo, poniéndose de pie, abriendo ya sus propios pantalones cuando Spreen se echó hacia atrás y forzó dos dedos dentro de sí mismo. Verga, que caliente. Roier se perdió por un momento, fascinado por los largos y redondeados dedos que desaparecían en el agujero de Spreen, antes de buscar el lubricante que estaba junto a la pistola en la pequeña mesa de entrada. Se lubricó y apartó la mano de Spreen.

Spreen siseó cuando Roier lo penetró, su incomodidad era obvia, pero aun así, se empujó contra él.

—¿Estás bien? —preguntó Roier entre dientes apretados, sin ganas de hacerle daño.

Spreen emitió un sonido de disgusto.

—Vete a la mierda.

Roier le agarró las caderas y lo embistió, disfrutando del jadeo que salió de los labios de Spreen.

—Haces que sea muy difícil ser un caballero, Osito.

—Dios. Hablas demasiado —consiguió decir Spreen, con la voz tensa.

Roier volvió a reírse. Se retiró, volviendo a embestir el apretado agujero. Enterró la cara contra el cuello de Spreen, el calor de su piel y el aroma picante de su colonia hicieron que se le apretaran las bolas. Ya estaba demasiado cerca.

Tal vez fuera la experiencia cercana a la muerte. Tal vez fuera la forma en que el aire escapaba de los pulmones de Spreen con cada fuerte empujón o el sentir su pulso acelerado bajo los labios de Roier. Fuera lo que fuera, no podía saciarse de él. Roier se acercó, cerrando su puño aún resbaladizo alrededor de la longitud de Spreen, masturbándolo al ritmo de cada embestida.

Pronto, las tensas respiraciones de Spreen se convirtieron en pequeños gemidos y luego en agudos gruñidos, haciendo saber a Roier que él también se estaba acercando. Demasiado cerca. Roier soltó el miembro goteante de Spreen, separándolo para verse a sí mismo penetrando una y otra vez, utilizándolo con fuerza hasta que su orgasmo lo golpeó como un camión, el placer lo recorrió, sus caderas sacudiéndose mientras se vaciaba dentro del calor perfecto del cuerpo de Spreen.

No se salió de Spreen, sólo rodeó su cintura con un brazo y la otra mano alrededor de su verga, sacudiéndola con un lento y metódico ritmo que hizo que Spreen maldijera con frustración.

Roier sonrió contra su hombro.

—¿Quieres venirte, Spreen? —Spreen permaneció en silencio, tratando de clavarse en el puño de Roier, su irritación era evidente—. Vamos. Dilo. Dime que quieres que te haga venir. Dime cuánto extrañaste esto. Cuanto me extrañaste.

Spreen se burló, con la voz tensa.

—¿Es eso lo que necesitas oír? ¿Que alguien te necesita? ¿Qué te quiera?

—Sí, tal vez —dijo Roier con una risa tímida—. Pero no soy yo el que está tratando de venirse. Simplemente odias lo bien que te conozco. Lo mucho que tienes que trabajar para eso. Sé que la anticipación es lo que te tiene duro y goteando en mi mano ahora mismo, sabiendo que controlo cuando te vienes.

Spreen hizo un ruido frustrado en el fondo de su garganta, pero su cabeza cayó hacia atrás contra el hombro de Roier de una manera que hizo que su verga, todavía enterrada dentro de él, intentara recuperarse. Había algo tan sumiso en el gesto, la señal reveladora de que Spreen estaba a punto de someterse, de entregarse a Roier.

Pasó los siguientes minutos masturbándolo, rápido y luego lento, rápido y luego lento, hasta que a Spreen ya no pareció importarle que Roier viera lo desesperado que estaba. Este era su Spreen favorito. El Spreen deshecho. Sus manos se extendieron por detrás para agarrar los muslos de Roier, como si no estuviera seguro de cómo conseguir que le diera lo que quería.

—¿Estás listo, Spreen? —Roier dijo con voz rasposa contra su oído. —Yo lo estoy. No puedo esperar a sentir cómo te vienes con mi verga. Puede que incluso se me ponga lo suficientemente dura para cogerte de nuevo. ¿Crees que puedes soportar dos orgasmos seguidos? —La mano de Roier se aplanó sobre el tenso vientre de Spreen—. Mierda, tengo tantas ganas de llenarte, de ver cómo se sale mi semen de ti. ¿Te gustaría eso? —preguntó, trabajándolo como le gustaba a Spreen.

Spreen no contestó, sólo dio un grito mientras se venia, su liberación caliente en el puño de Roier mientras éste seguía acariciándolo. Para cuando el cuerpo de Spreen terminó de apretarse y soltarse en torno al suyo, Roier estaba de nuevo duro. Empujó a Spreen con más fuerza contra la puerta para que supiera que no había terminado con él, un brazo sobre sus hombros y el otro alrededor de su cintura mientras hacía lo que había prometido, cogiendo con fuerza dentro de él, con el único sonido de su áspera respiración, con la boca pegada al hombro de Spreen mientras lo utilizaba de nuevo, viniéndose en su agujero por segunda vez antes de desplomarse contra él.

Al cabo de un minuto, Spreen lo apartó, dándose la vuelta mientras se enderezaba la ropa, con la clara intención de volver a salir por la puerta. Pero entonces su mirada se desvió.

—¿Qué pasó ahí? —preguntó.

Roier se abotonó los jeans y siguió la mirada de Spreen hacia el televisor con el agujero de bala.

—Tiroteo desde un carro —bromeó.

—¿Desde el piso treinta? —dijo Spreen con desgana, recogiendo su camisa del suelo—. Impresionante.

—Mmm —dijo Roier, sin mucho sentimiento.

—¿Hay alguna razón por la que alguien decidió dispararte? ¿Además de tu personalidad, digo? —preguntó Spreen, adoptando ese tono perezoso y aburrido que guardaba para los extraños y sus hermanos, para todos menos para Roier, en realidad. Todo rastro del melancólico y desagradable Spreen se evaporó ante sus ojos.

—Ni idea —mintió Roier—. Tal vez le corté el paso en el tráfico. Tal vez me confundió con otra persona. Tal vez piense que soy parte de una conspiración del gobierno internacional para crear operativos encubiertos a partir de niños psicópatas. Es difícil de decir, sinceramente.

—Sabes que deberías decírselo a los demás, ¿Verdad? —preguntó Spreen, poniéndose la camisa antes de dirigirse al minibar y tomar una botella de agua, rompiendo el sello y vaciándola de un trago.

—¿Qué hay para decir? —replicó Roier.

—Alguien te disparó en tu habitación de hotel. ¿Por qué estás siendo tan enigmático al respecto? —preguntó Spreen, mirándolo con astucia.

—¿Por qué estás usando palabras tan elegantes de escuela privada cara conmigo? —preguntó Roier, desviando la atención una vez más.

Roier no tenía idea de por qué no estaba dispuesto a decirle a Spreen la verdad. Pero cada vez que abría la boca, las palabras morían en su lengua.

Spreen lo miró expectante hasta que dijo: —Esto no tiene nada que ver con mi madre o su investigación. Lo tengo cubierto. No te preocupes por eso.

Spreen continuó estudiándolo durante un largo momento, y luego se encogió de hombros, arrojando su botella de agua, ahora vacía, a la basura al pasar junto a ella.

—Como quieras —dijo con desdén, ya en la puerta. Su mano se detuvo en el pomo de la puerta, luego buscó en su bolsillo y sacó la tarjeta de acceso sin usar de Roier—. Toma. Esto no volverá a ocurrir entre nosotros.

Una sonrisa apareció en la cara de Roier.

—Lo que tú digas, Osito.

Spreen puso los ojos en blanco y tiró la tarjeta sobre la mesa cuando Roier se negó a tomarla. Luego se fue y Roier se quedó solo. Deslizó el seguro de la puerta en su lugar, y luego cruzó hacia el bar, tomando algunas de las pequeñas botellas de licor y llevándolas hacia la cama, la ausencia de Spreen dejando una incómoda quietud a su paso.

Roier abrió una botella, la vació de un solo trago con un gesto de dolor, y buscó el control antes de recordar el agujero de bala. Suspiró. Tal vez tomaría la siesta hasta la cena.

 

Chapter 4: Spreen

Chapter Text

—¿De Luque?

Spreen levantó la cabeza, dándose cuenta de que su atención se había desviado.

—¿Sí?

El hombre lo estudió a través de los párpados entrecerrados.

—Pensé que lo de la bebida era una mentira.

Spreen puso los ojos en blanco ante el árbol del hombre que tenía delante. Tenía unos cuarenta años y vestía como un profesor universitario, con su camisa abotonada y las mangas remangadas. Tenía el pelo oscuro y una barba espesa, ambos con motes de plata. Waylon Boone. Nombre en clave: el Devorador de Pecados.

Boone tenía un nombre que sonaba como si debiera estar sentado sobre pacas de heno tocando una guitarra, pero un físico como el de un hombre que arranca troncos de árboles con sus propias manos.

Ninguna de las dos cosas era Boone en lo absoluto.

Boone había pasado la mayor parte de su vida haciéndose pasar por director de una escuela para hijos de diplomáticos. En realidad, había sido un agente encubierto y asesino de la CIA, lo que significaba que era tanto inteligente como bonito. También era el nuevo Dr. X de The Watch, donde estaría a cargo de más de cien veinteañeros psicópatas.

—No tengo resaca, tengo jet-lag. Tomé un vuelo esta mañana después de eliminar a un objetivo que no podía esperar. Y este café sabe cómo luce. Así que perdóname si soy un poco brusco.

Era una mentira. Bueno, no realmente una mentira, más bien una media verdad. Había eliminado un objetivo de alto valor en el último momento para que George pudiera asistir a la reunión de padres de las niñas. Aunque Spreen no podía entender qué demonios tendría que decir un profesor sobre dos niñas de un año que fuera lo suficientemente innovador como para justificar una reunión de emergencia. Pero eran los hijos de George, así que podrían haber hecho cualquier cosa, desde asesinar al pez dorado de la clase hasta resolver un cubo de Rubik. Era difícil de decir.

Pero no era por eso por lo que estaba distraído.

Más allá de la gran sala de conferencias improvisada de vidrio había un gimnasio del tamaño de un hangar de aviones, y justo en medio estaba Roier, con unos finos pantalones negros que le colgaban de las caderas y literalmente sin nada más, ni siquiera zapatos. Había estado entrenando durante al menos una hora. Una hora en la que Spreen había fingido mirar su teléfono mientras esperaba que Boone terminara su conferencia telefónica. Una hora en la que había lucido una incómoda erección ante la vista de unos elegantes músculos.

Spreen había observado a Roier moverse a través de una serie de complicadas patadas, volteretas y saltos, y le había visto blandir un bastón de bo con ramificaciones letales hacia un muñeco de goma. Ahora, el hombre estaba blandiendo una maldita espada. Una puta espada de verdad. Como, ¿Qué carajo? ¿Era todo esto para el beneficio de Spreen? ¿Estaría presumiendo?

—¿No necesitamos a Brown para esto? —preguntó Spreen, con la voz ronca.

Tosió y luego buscó su café, tratando de recuperar algo de compostura. Apartó la mirada de Roier y de los pantalones sueltos que no ayudaban a contener la verga que escondía en su interior.

—Él y yo ya repasamos la primera tanda de reclutas y personal anoche —dijo Boone—, pero...

Spreen se estremeció.

—¿Anoche? ¿Cuánto hace que llegó?

Boone parecía sorprendido.

—¿Roier? Llegó antes que yo. Por lo que sé, estuvo aquí desde aquella reunión en Las Vegas.

A Spreen se le agrió el estómago.

—Qué acogedor —dijo con desgana.

Boone lo miró, confundido. ¿Boone y Roier estaban...? Spreen se sacudió mentalmente. No. ¿Boone era siquiera gay? ¿Acaso eso importaba?

Spreen tampoco era exactamente gay. No tenía ninguna preferencia.

¿Qué importaba? ¿Por qué carajo le iba a importar a quién se cogía Roier y a quién no?

Una vez más, su mirada se desvió. Roier había dejado de hacer lo que estaba haciendo para tomar agua. Spreen vio cómo su garganta se convulsionaba con cada trago, cómo el líquido salía de sus labios para cubrir su barbilla y luego su pecho, como algo sacado de una puta película porno. Spreen se movió, incómodo.

Contrólate.

Spreen tardó demasiado tiempo en darse cuenta de que Roier también lo estaba observando, viendo cómo Spreen miraba su nuez de Adán moviéndose con cada trago, como un puto acosador. Roier sonrió, arqueando una ceja. Spreen resopló, obligándose a apartar la mirada.

Imbécil.

Cuando volvió a centrar su atención en Boone, el hombre le dirigía una mirada inquisitiva.

—¿Seguro que estás bien? Podemos hacer esto más tarde si quieres recuperar unas horas de sueño primero.

Spreen golpeó los nudillos contra la mesa, sentándose más derecho.

—Estoy bien. Empecemos.

Boone asintió y se giró para colgar una foto en la pizarra. Su tecnología aún no estaba en funcionamiento, ya que el lugar seguía construyéndose a su alrededor, de ahí que se refugiaran en lo que acabaría siendo una zona de observación para el gimnasio.

Spreen miró la cara del niño que tenía delante. Bueno, no era un niño, pero casi. Lo suficientemente mayor como para haberse graduado de la universidad. Era una criatura de aspecto extraño, más bien andrógino. Vestía como si trabajara en una fábrica de chocolate, pero tenía el pelo como Depp en Alicia en el País de las Maravillas. Llevaba una chaqueta americana negra sin camisa y una gruesa X negra tatuada sobre el corazón.

—Payton Skinner, nombre en clave: El Sombrerero Loco. Hijo adoptivo de Roland Skinner, el magnate del petróleo. Fue criado en Texas hasta la edad de siete años antes de ser enviado a la Academia Westchester en Colorado, donde fue educado utilizando el plan de estudios de Baghera y las tácticas disciplinarias de tu padre.

Eso haría que Payton formara parte de la primera clase graduada de Westchester. Spreen recordaba que se había debatido mucho sobre la posibilidad de que los alumnos se independizaran durante los cuatro años de universidad. Algunos pensaban que podría conducir a una especie de rebeldía adolescente asesina, pero Vegetta les aseguró que era un paso necesario para evaluar si habían inculcado el autocontrol necesario para pasar al siguiente nivel de formación.

Boone dio un golpecito a la foto.

—Es inteligente, audaz y encantador cuando quiere —Boone sonaba casi encariñado. Interesante—. Tiene diez asesinatos confirmados y parece prosperar ante el caos. Se las arregló para obtener tanto su licenciatura como su máster en diseño de videojuegos en solo cuatro años y, con la ayuda de una lucrativa campaña en Kickstarter, está actualmente en proceso de diseñar su propio juego.

Era importante que estos agentes tuvieran no sólo los medios para ocultar sus identidades secretas, sino también una vida separada y alejada del turbio trabajo gubernamental que se les había encomendado.

Sin embargo, algo no encajaba.

—Bueno, entonces ¿Cuáles son las malas noticias?

Boone suspiró, apoyando una cadera en la mesa.

—Tiende a jugar con su comida antes de comerla. Tiene inclinación por la tortura y la violencia, suele dejar una marca distintiva en forma de X pintadas con los dedos en sangre por todas sus escenas del crimen. Siempre con guantes, pero, aun así. También es cada vez más manipulador. Según su expediente, no tenía problemas para coaccionar a sus profesores en casi todo, a pesar de la amplia formación del personal de Baghera y Vegetta. Él podría ser un cañón suelto.

Spreen ladeó la cabeza.

—Entonces, ¿Por qué es tu primera elección?

Boone se quedó mirando la foto durante demasiado tiempo.

—Porque creo que puedo doblegarlo.

Había un trasfondo en sus palabras, pero Spreen no podía saber qué significaba. Fue una elección de palabras muy deliberada.

—¿Es así? ¿Por qué?

Boone negó con la cabeza.

—Porque yo era él.

—¿Un psicópata? —preguntó Spreen.

—No, una persona impulsiva. Impulsivamente violento. Creía que todo podía resolverse con violencia antes de que un juez me diera la opción de la cárcel o el ejército.

Spreen no dudaba de que el ejército había convertido a Boone en el hombre que era hoy. Tampoco dudó del hombre cuando dijo que podía doblegarlo. En realidad, no había nada malo en traer al chico a bordo. El programa no tenía problemas para deshacerse de sus juguetes rotos.

Estaba a punto de decirlo cuando una voz baja dijo: —Sí, pero no es una persona impulsiva. No mata porque esté molesto. Mata porque le gusta.

Ambos se giraron para mirar a Roier, que ahora estaba de pie en la puerta con una toalla alrededor del cuello, con el pelo y el cuerpo todavía resbaladizos por el sudor, y con los pezones tan duros como para cortar vidrio.

Spreen podía olerlo desde el otro lado de la habitación y eso no hacía nada para calmar la erección que presionaba dolorosamente contra su cremallera.

—Aunque me duela decirlo, Roier tiene razón. Hay una diferencia entre un chico que se está revelando y un depredador con ansias de tortura. Pero para mí no es un problema.

Boone miró de un lado a otro entre los dos.

—Ustedes saben las reglas. Necesito que los dos estén de acuerdo antes de poder moverlo a la siguiente fase.

Roier suspiró, apoyándose en el marco de la puerta, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Es arriesgado. Deja una firma en las escenas del crimen. Eso es una enorme bandera roja.

—Toda esta pila de candidatos son banderas rojas —argumentó Spreen—. Si no intentamos frenarlo, ¿Quién lo hará? ¿Qué pasa si soltamos a este asesino en el mundo con cero orientaciones?

Roier le dirigió una mirada demasiado paciente.

—Y ¿Qué pasa si lo atrapan? ¿De verdad crees que tiene la disciplina necesaria para mantener la boca cerrada? Fué criado como un niño rico mimado toda su vida. Está claro que no le gusta la palabra no.

—A vos tampoco —replicó Spreen, y luego cerró la boca ante la expresión de sorpresa de Boone.

Una lenta sonrisa se dibujó en el rostro de Roier.

—En realidad, soy un gran fan de la palabra 'No'. Me gusta considerarla un punto de partida para las negociaciones —A Boone le dijo: —¿De verdad crees que puedes con él?

La mirada de Boone se dirigió a la foto del chico y luego volvió a mirar a Roier.

—He pasado los últimos quince años de mi vida como agente encubierto de la CIA. ¿Crees que no he tratado con mi parte justa de psicópatas? Un chico de veintidós años con complejo de Dios no va a ser el primero en superarme.

Roier miró a Spreen durante tanto tiempo que parecía que su mirada le estaba haciendo un agujero en la piel antes de decir finalmente: —Sí, de acuerdo. Estudiante número uno. Payton Skinner.

Boone puso los ojos en blanco.

—Muy bien, perfecto. Pasemos al posible estudiante número dos.


Para cuando Spreen salió furioso de la sala de conferencias, estaba listo para cometer unos cuantos delitos por su cuenta. Roier se había enfrentado a él con cada maldito candidato, obviamente sólo por deporte, haciendo de abogado del diablo, mientras Boone los observaba a los dos con una mezcla de confusión e irritación.

Spreen lo sabía todo sobre la irritación. Desde que Roier había entrado en su vida, Spreen se sentía como si tuviera un avispero viviendo en la boca del estómago, y cada vez que Roier aparecía, era como si alguien lo hubiera pateado. Se precipitó por el pasillo, con el eco de sus botas sobre el suelo de mármol siguiéndole. Si alcanzaba a Roier, le iba a dar una patada en el culo.

La cosa empeoraría esta tarde, cuando empezaran a revisar las opciones de personal. Opciones que ya había aprobado antes de la llegada de Spreen, pero que seguramente discutiría sólo para enfurecerlo. Spreen necesitaba ir a buscar un lugar donde pudiera pegarle un puño a la pared o masturbarse. Tal vez ambas cosas.

Cuando dobló la esquina hacia otro pasillo aparentemente vacío, una mano salió de la oficina de la izquierda y lo arrastró hacia el interior, cerrando la puerta de un golpe lo suficientemente fuerte como para hacer sonar el panel de vidrio esmerilado que los ocultaba de las pocas personas que recorrían los pasillos.

Roier lo estampó contra la pared, le puso una mano alrededor de la garganta e inclinó su boca sobre la de Spreen, su lengua ya se deslizaba dentro. Spreen se negó a participar, por mucho que lo deseara. No importaba lo cálida que era la piel de Roier, ni lo suaves que eran sus labios, ni lo jodidamente bien que se sentía su lengua masajeando la suya.

Al cabo de un momento, Roier se apartó para darle besos a lo largo de la mandíbula.

—¿Qué pasa, Osito? Luces como si te hubieras tragado una granada de mano.

—Ándate a la mierda —murmuró Spreen.

Roier se rio, la vibración se deslizó sobre las terminaciones nerviosas de Spreen como la seda.

—Te recuerdo más ingenioso —Se burló Roier, sonando ni siquiera un poco irritado. Por supuesto que no lo estaba. Le gustaba hacer enojar a Spreen. Esta era su versión de los juegos previos.

Sus brazos se enroscaron alrededor de Spreen, y dobló las rodillas para apretar sus caderas, la fricción y la presión causaron un dolor de placer que hizo que Spreen se mordiera el labio inferior para reprimir un gemido.

—Mmm, ya estás tan jodidamente duro para mí. Apuesto a que la tuviste dura durante toda la reunión. ¿Pensabas en mí? ¿En mi verga embistiéndote? ¿Me extrañas dentro de ti? Porque mierda, extraño estar dentro de ti.

Spreen apretó los dientes hasta que le dolió la mandíbula, negándose a darle a Roier la satisfacción de la verdad.

Enganchó su pierna alrededor de la de Roier, haciéndolos girar para que Roier fuera el que estuviera contra la pared.

—No pensé en vos para nada.

La sonrisa de Roier era exasperante.

—Para ser un psicópata, eres un terrible mentiroso.

Spreen se encogió de hombros, convirtiendo su expresión en una de desinterés casual.

—O simplemente estás alucinando. No sos jodidamente especial.

—Ah, ahora sólo estás hiriendo mis sentimientos, Osito —dijo Roier alrededor de una risa—. Pero puedes compensarme. ¿Qué tal si te pones de rodillas y me la chupas? Llevo semanas soñando con esa boca.

Spreen lo fulminó con la mirada.

—¿De verdad crees que es tan fácil?

—Creo que tú eres así de fácil —replicó Roier—. Si no soy nada especial, ¿Qué importa? Sólo es un poco de sexo casual entre ami- enemigos —¿Ese hombre acababa de decir la palabra “ami-enemigos”? Qué maldito pelotudo.

El estómago de Spreen se revolvió cuando Roier lo miró.

—¿A menos que yo sea especial? ¿Es ese el problema? ¿Necesitas un poco de romance? ¿No te estoy prestando suficiente atención?

Spreen gruñó, chocando sus bocas hasta saborear la sangre.

—Sos un pelotudo —murmuró en su boca.

—Y eso me quita el sueño —dijo Roier en cambio, con su mano enredada en el pelo de Spreen, presionando en la parte superior de su cabeza como si le recordara lo que quería.

Bueno, a la mierda lo que quería. Spreen había estado oliendo el aroma de Roier durante los últimos noventa minutos y no estaba dispuesto a arrodillarse por él. Introdujo la lengua en el hueco de la garganta de Roier, gimiendo al sentir el sabor de su piel, antes de bajar la cabeza para burlarse de su pezón. Cuando Roier gimió, Spreen lo mordió, tirando y chupando antes de pasar al otro lado.

—Mierda, sí —gruñó Roier, con los pulgares enganchados en la cintura de sus endebles pantalones, arrastrándolos hacia abajo hasta que su verga se liberó—. Mira lo que me haces. Estuve semi duro durante horas sólo por saber que estarías aquí esta mañana.

El pecho de Spreen se tensó, esos avispones tomando vuelo dentro de él hasta arder por dentro. Ni siquiera recordaba haber ido a arrodillarse, pero allí estaba, enterrando su cara en el nido de rizos e inhalando profundamente, tomando a Roier en la mano, acariciando un par de veces sólo para sentir el peso de su longitud en su palma.

Carajo, su olor era embriagador, como una puta droga, como si pudiera venirse sólo con su olor. Spreen le acarició las pelotas, lamiéndolas, chupándolas en su boca de una en una, con la verga lo suficientemente dura como para causar un daño permanente.

Roier le agarró el pelo con más fuerza, frotando su verga contra la cara de Spreen, antes de decir con voz ronca: —No me estés provocando —Roier se tomó la longitud en la mano, frotando el líquido preseminal a lo largo de la comisura de la boca de Spreen—. Sé un buen chico y abre la boca.

Spreen resopló con furia por la nariz. Eso no debería hacer que su pija goteara. No debería. Roier era un idiota condescendiente. Cuando Spreen no hizo lo que Roier le pedía, le atrapó la barbilla entre el pulgar y el índice, haciendo palanca en la mandíbula para poder forzar la verga entre sus labios, introduciéndola en la parte posterior de su garganta de un duro empujón.

—Eres tan terco —Roier gimió—. Vamos, chúpame. Dame lo que necesito. Estoy tan jodidamente listo.

La boca de Spreen se cerró alrededor de él, chupando ruidosamente mientras Roier cogía su garganta. Spreen desgarró el botón y la cremallera de sus propios jeans, hundiendo la mano en su ropa interior y agarrándose con la mano, acariciando al ritmo de los brutales empujones de Roier.

Mierda. Ya estaba muy cerca. Roier lo había tenido al borde desde mucho antes de que empezara la reunión, y ahora estaba tan cerca de conseguir su tan necesitada liberación. A medida que bombeaba, el placer se disparaba a lo largo de sus terminaciones nerviosas hasta que la piel se le puso de gallina y pudo sentir cómo se acumulaba el orgasmo.

—Dios, Spreen —resopló Roier, con la voz rasposa—. Tu puta boca es tan condenadamente perfecta. Casi tan perfecta como tu culo. ¿Si tuvieras idea de cuántas veces me masturbe pensando en esto? ¿En ti? ¿Sobre ver mi semen gotear de tu lengua?

Eso fue todo. Eso fue todo lo que necesitó. Gimió alrededor de la verga de Roier mientras se derramaba sobre su mano, todo su cuerpo se convulsionó, su cerebro se desconectó por un breve momento.

Entonces, Roier se liberó, tirando de la cabeza de Spreen hacia atrás.

—Abre la boca —No fue una petición. La boca de Spreen se abrió, su mirada se fijó en Roier mientras se acariciaba, mirando a Spreen con una intensidad que lo habría hecho estallar si no lo hubiera hecho ya—. Voy a venirme —dijo entre dientes apretados. Spreen no pudo evitar sacar la lengua. Cerró los ojos justo cuando Roier se vino, y su liberación se extendió por sus labios y su barbilla, sus mejillas, e incluso su frente, antes de que Roier volviera a meterle la verga en la boca—. Chupalo hasta el fondo.

Que Dios lo ayude, porque lo hizo. Chupó, lamió y saboreó hasta que Roier finalmente lo apartó con un gruñido de dolor. Spreen se quedó dónde estaba, arrastrando el aire hacia sus pulmones. Parpadeó para abrir los ojos justo a tiempo de oír el clic del teléfono de Roier mientras sacaba una foto de la cara de Spreen.

—¿Qué carajo? —gruñó Spreen.

Roier sonrió, dándole a Spreen la toalla que había tenido alrededor de sus hombros antes, levantándolo y lamiendo el semen de su mejilla.

—No te enojes, Spreen. Es sólo para mí. Puede que yo no sea especial para ti, pero tú eres especial para mí. Soy un tipo anticuado. Además, necesito algo que me entretenga hasta que te coja más tarde.

Spreen tenía en la punta de la lengua decirle a Roier que no volvería a coger con él más tarde, pero sinceramente estaba cansado de equivocarse. Si Roier lo quería más tarde, Spreen lo dejaría. Se enojaría por eso, pero lo dejaría.

—¿Por qué te opones a mí en cada maldito recluta? —preguntó Spreen.

Roier hundió su lengua en la boca de Spreen antes de decir: —Porque me encanta hacerte enojar. Te pones todo colorado y furioso. Nadie más saca ese lado tuyo. Sólo yo.

Spreen se detuvo en seco. Era cierto. Pasó la mayor parte de su vida como un observador casual. Muy pocas cosas en este mundo despertaban el suficiente interés como para enfurecerlo. Las payasadas de sus hermanos le parecían divertidísimas, las reglas de su padre optimistas, sus cuñados ligeramente divertidos y sus sobrinas fascinantes, pero bastante aburridas como conversadoras.

Pero, para todo efecto, a Spreen rara vez le importaba algo lo suficiente como para enfadarse. En realidad, le resultaba difícil sentir algo.

Siempre había sido así. Desde que podía recordar, sólo las cosas más temerarias y peligrosas lo habían excitado. Incluyendo a Roier.

No lucía peligroso, pero lo era. No sólo físicamente. Cualquiera que mirara a Roier sabría que podía manejarse, pero parecía tan afable, tan dispuesto a ser el bueno, que nadie se daba cuenta de lo astuto que podía ser. Nadie más que Spreen, al parecer.

Así que supuso que eso los dejaba al mismo nivel en ese aspecto.

—Ven a almorzar conmigo —dijo Roier, tomando la toalla y limpiando la cara de Spreen como si fuera un niño.

—No —Ante la ceja arqueada de Roier, Spreen suspiró—. Tengo que dormir unas horas antes de nuestra sesión de la tarde, y necesito hablar con Vegetta.

Roier suspiró.

—Bueno. Te veré esta tarde, supongo.

—¿Podrías intentar no ser tan jodidamente difícil? —preguntó Spreen.

—Sólo si aceptas no hacerme trabajar tanto esta noche —replicó Roier.

Spreen resopló por la nariz.

—Bueno.

—Bien —dijo Roier, dirigiéndose a la puerta. Con la mano en el pomo, se giró y le dedicó a Spreen otra sonrisa—. Ah, y ponte algo atractivo.

Se fue antes de que Spreen pudiera mostrarle el dedo del medio como se merecía. Dios. ¿Cómo iban a trabajar juntos así?

No podía preocuparse por eso ahora. De verdad tenía que llamar a Vegetta y contarle cómo había ido la mañana.

Dejaría de lado la mamada.

 

Chapter 5: Roier

Chapter Text

Roier dejó a Spreen en la sala de conferencias, sin poder evitar la sonrisa en su rostro. La llegada de Spreen era siempre un bienvenido respiro en el desorden de su situación actual. Siendo su aprieto el gran blanco que tenía en la espalda. No era alguien que huyera de sus problemas, pero no sabía cómo luchar contra un enemigo que no podía ver.

El amigo hacker de su hermano, Webster, había hecho todo lo posible por identificar a los hombres de las fotos que Roier había tomado accidentalmente, pero era como una aguja en un puto pajar. Tal vez Doied tenía razón. Tal vez debería involucrar a Vegetta y a su madre. Por lo menos para ese entonces involucrarían a Aroyitt. Era la única hacker de la que Roier había oído hablar con una autorización del gobierno superior a la del presidente de los Estados Unidos.

La caminata de por lo que una vez había sido una base militar era siempre un poco como un viaje mental, como caminar desde un apocalipsis distópico a una ciudad próspera. El gimnasio que acababa de abandonar era uno de los edificios originales. Al más puro estilo gubernamental, la estructura no tenía ni un ápice de personalidad. Sólo un bloque de hormigón sin una sola ventana. Pero si uno seguía el camino pavimentado más allá del banco de paneles solares, vería la progresión sigilosa de la instalación militar al majestuoso campus universitario.

Habían arrasado los cuarteles y hangares hasta los cimientos, y en su lugar habían construido una universidad que habría hecho llorar de envidia a Harvard. Habían hecho crecer una exuberante hierba verde en el calor del desierto y robles que parecían prosperar. Había edificios de ladrillo envejecido con hiedra asomada y citas en latín inscritas en los arcos de la entrada.

Esto creaba una extraña disonancia cognitiva. Por lo que sabía Roier, los avances científicos y tecnológicos necesarios para que un lugar así prosperara en medio de la nada no existían. Hacía que todo pareciera... fantástico. Como si se hubiera quedado dormido en el metro y de alguna manera se hubiera despertado en el tren a Hogwarts. La única manera de no volverse loco era no pensar demasiado en eso.

Roier aún no comprendía del todo el alcance de este proyecto creado por su madre y Vegetta. Todos los niños que habían colocado con miembros destacados de la sociedad habían sido enviados a un “internado” de la Academia Westchester de Vegetta y Baghera antes de ser enviados a una institución no gubernamental durante cuatro años. Pero no todos los niños de Westchester habían pasado el filtro. No todos serían aceptados para la fase final del Proyecto Watchtower. Lo que llevaba a la pregunta...

¿Qué pasó con los rechazados?

Era una pregunta que nadie parecía estar dispuesto a responder, y esa falta de respuesta dejaba a Roier inquieto. En el fondo, al igual que su hermano Doied, su madre también era dos personas muy diferentes.

Una, una madre cariñosa que horneaba galletas y vendaba sus heridas, y la otra, una doctora imparcial dispuesta a ver a través de un proyecto que parecía tan contrario a las metas que una vez había establecido para su propio hijo.

Tal vez fuera porque se había dado cuenta de que Doied, a pesar de sus desesperados intentos por detenerlo, se había convertido en un asesino de todos modos. Él sólo mataba a los que se lo merecían, pero ¿Quién determinaba lo que era un asesinato justo y lo que no? Aparentemente, eso recaería en Roier y Spreen. Un trabajo para el que ninguno de los dos se sentía realmente cualificado.

Vegetta dijo que serían el ángel y el demonio sobre los hombros de The Watch. Roier no estaba seguro de cuál de ellos era cada uno en el escenario de Vegetta. Cuando Spreen se sometía a él, apenas parecía un asesino con cientos de muertes en su historial. En todo caso, Roier se sentía como la mala influencia. Tal vez porque ese era el papel que Spreen le había asignado.

Se encontró sonriendo al entrar en los cuarteles del personal, siguiendo el pasillo de madera con paneles y retratos de personajes históricos famosos hasta su habitación del fondo. Comenzó a despojarse de sus sudorosas ropas antes de que la puerta se cerrara tras él, caminó desnudo hasta el baño antes de mover la manilla hasta que el agua saliera hirviendo, y luego se dirigió a la mesa lateral para poner su teléfono en el cargador.

Sacó la foto que acababa de tomar de Spreen de rodillas cubierto de semen de Roier. Mierda. Estaba medio duro sólo con mirarla. Esta noche no podía llegar lo suficientemente rápido. Quizá Spreen cumpliera su parte del trato y se portara bien con él. Sólo una vez. Una parte de Roier quería ir a cenar y tratar de abrir el duro revestimiento de caramelo de la psique de Spreen, pero la otra parte sabía que Spreen lucharía más contra eso que contra la atracción que sentían el uno por el otro.

Frunció el ceño al ver que tenía una llamada perdida de su hermano. La recepción era irregular aquí afuera. Estaba claro que había llamado en algún momento entre la salida del gimnasio y la llegada a los cuarteles del personal. Apartó la mirada de la cara sucia de Spreen, con la intención de devolverle la llamada, cuando vio un mensaje. Lo pulsó y se detuvo. Eran sólo dos palabras y una foto.

Doied: Encontré uno.

Roier frunció el ceño al ver la foto. El hombre que le devolvía la mirada no se parecía en nada a ninguno de los tres hombres que había

encontrado en la parte más desolada de Big Bend.. Este hombre tenía unas entradas bien prominentes, ojos azules acuosos y dientes como los de Chicklet que gritaban carillas baratas. Llevaba un traje gris ceñido a los hombros. Roier entornó los ojos al ver la foto. Tal vez si le añadiera barba, seis kilos y un traje de faena barato de Bass Pro Shops…

Mierda.

Apretó el dedo contra el icono del teléfono y esperó a que se conectara.

¿Qué tal, Roier Daddy? —ronroneó una voz grave y gutural desde el otro lado de la línea.

Roier se rio a su pesar. Su cuñado era una criatura extraña. Cómo Doied, que tenía menos personalidad que un androide de la Guerra de las Galaxias, había terminado con Cellbit Dunne, el alma de la fiesta, era uno de los mayores misterios sin resolver del mundo.

—Hola, Hollywood. ¿Dónde está mi hermano?

Cellbit suspiró.

En la ducha. Lo agoté.

Roier resopló.

—Realmente no necesito saber más de lo que ya sé sobre tu extraña vida sexual voyerista.

Cellbit resopló.

Salimos a trotar, pervertido. ¿Quizá ya estás pensando demasiado en nuestra extraña vida sexual voyerista? ¿Hmm?

Roier sacudió la cabeza. Podría perder fácilmente una hora discutiendo verbalmente con Cellbit si no terminaba la conversación ahora.

—¿Puedes solamente hacerle saber que necesito hablar con él?

—¿Sobre el policía? —preguntó Cellbit, subiendo la voz una octava.

Las cejas de Roier se juntaron.

—¿El qué?

El tipo de la foto. Es un policía. Judd Dunegan.

—¿Un policía? —Roier se hizo eco—. ¿Cómo lo sabes?

Cellbit se burló.

Quiero decir, fue Aroyitt. Tiene un software de reconocimiento facial del nivel de la NSA. Este es tu hombre. Es un policía de Texas. Bueno, patrulla fronteriza.

¿Patrulla fronteriza? ¿Qué? Su cerebro se enganchó de repente a las primeras palabras de Cellbit.

—Espera. ¿Aroyitt? —Roier espetó—. ¿Qué quieres decir con “Aroyitt”? ¿Qué pasó con Webster?

Hubo una larga pausa mientras Cellbit probablemente se daba cuenta de que había dejado escapar algo que no debía.

Escucha —dijo finalmente Cellbit, con la voz animada—. Webster es increíble en lo que hace. Y tiene hoyuelos para días y se ve muy bien en un par de jeans... pero,... no es Aroyitt. Doi tomó una decisión ejecutiva y la involucró.

Una pesada sensación de temor se apoderó de él.

—¿Le dijo a mamá? —preguntó Roier.

Uhm...

—¿Le. Dijo. A. Mamá? —preguntó Roier, enfatizando cada palabra.

¿No? —Cellbit dijo tentativamente.

Roier exhaló un suspiro por la nariz.

—¿No?

El tono de Cellbit comenzó a subir.

¿No creo que lo haya hecho?

—Dios mío. Nuevamente, ¿Cómo se llama este tipo?

Judd Dunegan. Aroyitt está investigando todo lo que puede sobre él ahora. Doi sólo quería que supieras que había un poco de movimiento en tu caso. Puedo hacer que te llame, pero sólo te dirá lo que yo hice. ¿Quieres que le diga que te llame cuando Aroyitt se contacte con él?

Roier gruñó su irritación.

—¿Puedes conseguirme a la propia Aroyitt?

Veré si puedo hacer la presentación —dijo Cellbit, como si Roier estuviera pidiendo conocer a una celebridad.

—Sí, hazlo. Y de paso dile a mi hermano que es un pendejo.

Cellbit dio un delicado resoplido.

No voy a hacer eso, pero que tengas un día maravilloso.

Roier resopló.

—Si, tú también.

Colgó, dirigiéndose al baño, haciendo una mueca cuando se dio cuenta de que había dejado el agua abierta y ahora estaba helada. Mierda.

Apretó los dientes y se preparó, metiéndose en el chorro helado y lavándose rápidamente. Cuando terminó, se envolvió con una toalla alrededor de las caderas y cerró el grifo sólo para oír el timbre de su teléfono.

Se dirigió al dormitorio y se dejó caer en el borde de la cama, suspirando cuando vio la cara de su madre en la pantalla. Ese mentiroso. Eso le pasaba a Roier por creerle a un actor. Por supuesto, su hermano lo había delatado. Para ser un sociópata, era un niño de mamá.

Roier tuvo la tentación de ignorarla, pero estaba seguro de que eso sólo empeoraría las cosas. Deslizó el dedo para contestar.

—Hola, mamá. ¿Qué pasa? —preguntó, esperando que fuera sólo una coincidencia oportuna.

No me digas “qué pasa”, Roier Brown. ¿Cómo podrías no haberme dicho que alguien intentó matarte? ¿Qué te pasa?

Iba a matar a su hermano. Quería a su madre más que a nada en el mundo, pero ella era sobreprotectora con él, por no decir otra cosa. Al menos lo era ahora que él era un adulto.

—No sé... Si al menos tuviera una madre terapeuta que me diagnosticara… —provocó Roier.

El hecho de tener un hermano con tendencia a la obsesión y a la violencia hizo que su madre se dedicara a cuidar de él con mucha insistencia, dejando que Roier se ocupara de sí mismo. Ahora que habían crecido, su madre parecía estar intentando recuperar el tiempo perdido.

No vas a salirte de esto usando tu encanto. ¿Es por eso que de repente estabas tan ansioso por aceptar mi oferta de ayudar a dirigir el programa? ¿Necesitabas un lugar seguro para esconderte?

Roier suspiró.

—Quiero decir, sí, algo así. Pero definitivamente me gusta lo que estoy haciendo. El trabajo tiene algunas excelentes… —Roier pensó en Spreen de rodillas con su verga en la boca—... ventajas.

Roier prácticamente podía oír a su madre rechinar los dientes ante su actitud arrogante, pero ya debería estar acostumbrada. Su hermano era tan intenso que a Roier no le quedaba más remedio que seguir la corriente. Así que eso fue lo que hizo. Se limitó a flotar por la vida tratando de no dejar que nada lo tocara.

¿Qué viste exactamente? —Le preguntó finalmente su madre, claramente dispuesta a no perder el hilo.

Roier se encogió de hombros, aunque ella no pudiera verlo.

—Casi nada. Eso es lo raro. Estaba explorando algunas de las partes menos accesibles de Big Bend, sacando fotos como suelo hacer, cuando me topé con tres hombres con camuflaje barato que llevaban armas de asalto de uso militar. Pero, incluso entonces, no pensé en nada porque, ya sabes, Texas.

Y ¿Se pusieron inmediatamente agresivos?

—No. Al principio parecían sorprendidos. Yo también lo estaba. No fue hasta que vieron mi cámara que se volvieron... hostiles.

Su madre resopló.

¿Hostiles? ¿Tres hombres persiguiéndote por el desierto con armas de asalto es hostil, Roier Brown?

Dios mio. ¿Había algo de lo que su hermano no hubiera hablado?

—¿Puedes dejar de usar mi nombre completo, por favor? Me estás asustando. Y no es que sea la primera vez que me persiguen por el desierto, mamá. Por personas mucho más importantes, debo añadir. Pero si el tipo es un policía como dice Aroyitt, ¿Tal vez me topé con una operación encubierta o algo así?

Los policías no envían sicarios por gente que se tropiezan durante operaciones encubiertas y, desde luego, no los persiguen mientras les disparan. Además, llevaste la foto a las autoridades y no dijeron nada de ningún tipo de operación.

—Bueno, no lo harían, ¿Verdad? Tampoco tomaron un informe ni dieron ninguna indicación de que les importara una mierda. Me dijeron que tres hombres armados en el desierto no eran nada nuevo. Sin embargo, los policías protegen a los suyos.

Pero él no es un policía. No realmente —dijo su madre—. Aroyitt me dijo que es el comisionado de la patrulla fronteriza... en Texas.

Sí, el comisionado de la patrulla fronteriza definitivamente no era lo mismo que un policía. No es que esperara que Cellbit lo supiera.

—No sé, mamá. ¿Tal vez pensaron que yo era un contrabandista o un coyote?

Si ese fuera el caso, no se tomarían la molestia de rastrearte y enviar a alguien a matarte. Está claro que pensaron que habías sacado una foto de algo o alguien que no querían que vieras. Tal vez tengas que mirar esas fotos con detenimiento.

Como si no lo hubiera hecho ya.

—Sí, haré eso. Por favor, no te preocupes por esto. Por mí. Estaré bien. Te lo prometo.

Oh, sé que lo estarás. No voy a dejar pasar esto. Aroyitt estará a tu disposición y Vegetta también. Esto huele a algo mayor, y no permitiré que mi hijo se ponga en peligro porque no le gusta pedir ayuda. Pensándolo bien, envíale las fotos a Aroyitt.

¿Cuándo se había descarrilado tanto su vida? Empezaba a echar de menos vagar por el campo sólo con su cámara.

—Mamá… —Hubo un toque en la puerta—. Mamá, tengo que irme. Te amo.

Yo también te amo, mi arañita

Roier sacudió la cabeza ante el ridículo apodo, pero no dijo nada. Se dirigió a la puerta, abriéndola de golpe para encontrar a Spreen de pie, encorvado contra el marco de la puerta.

Roier frunció el ceño.

—¿Qué…? —Miró su reloj—. Creí que nos reuniríamos más tarde esta noche, Osito —Spreen arqueó una ceja. ¿Qué estaba diciendo Roier? Spreen era justo la distracción que necesitaba. Lo jaló hacia adentro, bajando la mano al nudo de su toalla—. No es como si fuera nunca a rechazarte en mi puerta. Siempre tengo tiempo para ti.

La mano de Spreen agarró la de Roier donde descansaba en el dobladillo de la toalla, deteniéndolo.

—No es por eso que estoy acá.

—Oh. De acuerdo, entonces. ¿Qué hay de nuevo? —preguntó, su decepción evidente.

Roier se encontró con su mirada, con sus ojos oscuros clavados en él.

—¿Por qué no me dijiste que alguien estaba intentando matarte?

Roier frunció el ceño.

—¿Qué?

Spreen ignoró la ignorancia fingida de Roier.

—¿El agujero de bala en la tele? Eso fue un atentado, ¿No? Alguien te quiere muerto.

—Nadie me quiere… —Se interrumpió, su cerebro trabándose —. Espera, ¿Cómo sabes que la bala en mi televisor fue un intento de asesinato?

Spreen puso los ojos en blanco.

—Tu hermano se lo dijo a tu madre, tu madre se lo dijo a mi viejo, mi viejo entonces me habló a mí para preguntarme por qué no les había contado nada de esto, como si fuera tu puta niñera.

Las entrañas de Roier se retorcieron ante la despreocupación de Spreen por él antes de reprenderse internamente. Spreen era un psicópata. No era del tipo cálido y cariñoso, Roier lo sabía mejor que nadie. Se sacudió el dolor, pero no la molestia.

—Aunque siempre estoy abierto a los juegos de rol —dijo Roier, ahora de mal humor—, no eres, de hecho, mi jodida niñera, por lo que no sentí la necesidad de involucrarte en mi mierda personal. Fuiste bastante firme en cuanto a mantener lo que sea que sea esto estrictamente físico.

La mano de Spreen seguía sobre la de Roier.

—Si alguien está intentando matarte, nos afecta a todos.

Roier soltó una carcajada sin humor.

—¿De qué forma?

Spreen pasó su mirada por encima de Roier con un movimiento involuntario, como si acabara de darse cuenta de que estaba casi desnudo. Roier comenzó a endurecerse al instante bajo su escrutinio, la mirada acalorada de Spreen se movía sobre él como una caricia.

Mierda, quería arrastrarlo contra él y enterrar su cara contra su piel. Nunca había pensado mucho en las feromonas previamente a Spreen, pero lo que fuera que estaba desprendiendo hacía que Roier quisiera revolcarse en ellas como una maldita hierba gatera.

—Porque estamos a punto de tener más de cien personas viviendo acá —murmuró Spreen.

Como si Spreen pudiera leer los pensamientos de Roier, se apoyó en el marco de la puerta como si quisiera poner algo de distancia entre ellos. Sin embargo, no movió la mano de la toalla de Roier. Carajo, eso distraía.

—¿Aquí, siendo una base militar altamente secreta en medio del puto desierto con guardias armados por toda la propiedad? —cuestionó Roier.

Spreen se encogió de hombros.

—No importa. Mi papá quiere que te ayude.

La irritación volvió a surgir en él. Se inclinó hacia él, apoyando su mano libre sobre la cabeza de Spreen, y bajó la voz.

—Pero fuiste útil, Spreen. Podrías ganar una medalla al mérito por toda la ayuda que me diste —Arrastró sus labios por el pómulo de Spreen—. Siéntete libre de contarle a tu padre cómo me ayudaste esta mañana poniéndote de rodillas por mí. O sobre aquella vez, hace un par de semanas, en la que me ayudaste dejando que te cogiera y te llenara de mi semen no una sino dos veces. O incluso podrías mencionar cómo fuiste tan jodidamente acogedor cuando te inclinaste sobre ese frío escritorio de metal cuando visitamos por primera vez las instalaciones.

—¿Por qué haces eso? —preguntó Spreen, con la voz ronca.

—¿Hacer qué? —replicó Roier, con sus labios rozando los de Spreen.

—¿Tratar de distraerme con sexo?

¿Porque es el único momento donde quieres estar cerca de mí? Pero Roier no dijo eso.

—¿Qué puedo decir? Me pones jodidamente excitado, Osito. Apenas puedo pensar cuando estás tan cerca de mí.

Spreen inhaló bruscamente, sus manos rozaron el torso desnudo de Roier como si no pudiera contenerse.

—Mira, independientemente de lo que sea esto, mi familia es buena en esto. Es lo que hacemos. Sólo... déjame ayudarte y nuestros viejos estarán contentos.

—Puedes ayudarme dándote la vuelta y poniéndote de cara a la pared —murmuró Roier, rozando con sus labios la mandíbula de Spreen.

Spreen bajó la cabeza lo suficiente como para atrapar la boca de Roier en un beso, su lengua se lanzó al interior antes de que pareciera recordar que no quería esto. Que no quería a Roier. Las manos en su pecho lo empujaron de repente con suavidad.

—Mira, ninguno de nuestros padres va a dejar pasar esto. Voy a ayudarte. Está decidido. Pero, ahora mismo, tengo una... cosa que hacer antes de nuestra conferencia de la tarde con Boone.

Roier retrocedió un paso, escudriñando el rostro de Spreen, el calor de un relámpago recorriendo su interior.

—¿Qué cosa? —preguntó, sin poder ocultar la tensión en su tono.

— ¿Qué? ¿Estás... estás celoso? —preguntó Spreen, con un tono entre divertido y molesto—. Es algo de la familia —Le aseguró antes de murmurar: —Siempre es algo de la familia.

Eso era algo que definitivamente tenían en común. Sacudió la cabeza.

—Bueno.

Spreen levantó una ceja.

—Bueno, ¿Me dejarás ayudarte?

Roier puso los ojos en blanco.

—Bueno, dejaré que te vayas y te veré en la conferencia.

—Sos un dolor de culo —murmuró Spreen.

—Diría que trataré de ser más gentil la próxima vez, pero ambos sabemos que no quieres eso —bromeó Roier. Ante la mirada seria de Spreen, Roier suspiró, y luego preguntó: —Pero, lo de esta noche sigue en pie. ¿Verdad?

Spreen le dirigió una larga mirada, recorriendo el cuerpo de Roier como lo había hecho la noche en que se conocieron.

—Sí, estaré acá. Pero esta conversación no terminó.

—Lo que tú digas, Osito.

 

Chapter 6: Spreen

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Spreen seleccionó el nombre de Aroyitt tres veces antes de soltar el celular de nuevo sobre la mesita. Roier parecía decidido a rechazar su ayuda, aunque les facilitara la vida a los dos. Pero así era Roier.

Testarudo. Decidido. Distante. Un gran dolor en el culo. Siempre tomándose libertades. Pero eso era culpa de Spreen. Él había creado este juego. Él había hecho las reglas.

Pero él tuvo que hacer las reglas. Su primera noche juntos se suponía que era su única noche juntos. Totalmente extraños. Sin compromisos. Así era como Roier había conseguido que Spreen admitiera que sólo salía con hombres fáciles de olvidar, fáciles de manipular y controlar durante una noche, porque su vida ya era suficientemente complicada. Porque ser un asesino a sueldo −un psicópata− hacía difícil renunciar al control, aunque fuera lo que realmente le gustaba. Ser manoseado, coaccionado, empujado un poco.

Y esa noche, Roier había hecho precisamente eso. Había dicho todas las cosas correctas y había hecho todas las cosas correctas, lo había provocado y jugado con él hasta que no supo qué lado estaba arriba o abajo, y se suponía que fuera el final de ello. Incluso cuando se habían vuelto a encontrar en aquella sala de conferencias y se habían dado cuenta de quiénes eran el uno con el otro, no había importado.

Roier había rechazado la oferta de trabajo de su madre. Pero luego había cambiado de opinión y esa única noche se había convertido en otra y otra. Porque Spreen le había dicho exactamente cómo excitarlo, y Roier se negaba a dejar de usar ese conocimiento contra él.

Pero no iban a trabajar juntos como pareja. No podían. Ya era bastante difícil mantener las mentiras que le contaba a su familia y al resto del mundo, pero ¿Traer a otra persona que también tuviera que mantener las mentiras? No era justo y no era seguro para la familia. Al menos, eso era lo que Spreen se decía a sí mismo.

Su teléfono −su teléfono “de trabajo” − vibró sobre la superficie de madera. Spreen pulsó el botón de responder y lo puso en altavoz.

—No tengo mucho tiempo —dijo Spreen a modo de saludo.

—Sé que ninguno de ustedes tiene sentimientos, pero ¿Podrían al menos fingir que siguen las normas sociales cuando hablan conmigo?—refunfuñó Quackity.

Spreen frunció el ceño ante el teléfono.

—¿Qué?

Quackity resopló.

—No te mataría saludar.

—Eso no lo sabemos —reflexionó Spreen—. Pero hola. ¿Dónde está papá?

Spreen se reclinó en su silla, dejando caer un pin embotado sobre el escritorio, metiéndose en el personaje, con muchas ganas de sacarse a Roier de la cabeza. Sacó el cuchillo de su bota antes de tomar un lápiz de la taza, comenzando a tallar y sacar pequeños pedacitos de él.

—¿Dónde estás? —preguntó Quackity mientras el aire acondicionado arrancaba, con el zumbido llenando la pequeña habitación.

—En el hotel —dijo Spreen, sin ofrecer más adornos.

No era exactamente una mentira. Era como un hotel. O tal vez un dormitorio. Construido para la funcionalidad, no para la comodidad.

Aun así, tenía su propio baño y una cama de matrimonio. Imaginó que los estudiantes no tendrían lo mismo. Así que, aunque no era lujoso, era mucho mejor que algunos de los otros pozos de mierda en los que se había despertado a lo largo de su vida. Lo cual era bueno, ya que iba a estar allí en el futuro inmediato, especialmente ahora que alguien quería matar a Roier.

Aquel pensamiento le dolía y le oprimía el pecho, aunque no sabía por qué. Roier no era el problema de Spreen. Lo había dicho de una docena de maneras diferentes.

—¿Hola? —Quackity cantó en el teléfono.

Spreen volvió a prestar atención.

—Lo siento, yo... me estaba quedando dormido. El torneo se extendió.

—¿Estás borracho? —preguntó Quackity, con un tono acusador.

—No, y no me gusta tu tono —Spreen arrastró las palabras—.

Tengo resaca.

Hubo una larga pausa.

—Pensé que estabas en el trabajo.

Mierda.

—Estoy haciendo varias cosas a la vez.

—A duras penas puedes hacer una sola cosa a la vez —dijo Quackity.

Quackity estaba lleno de energía hoy.

—Hijo de puta. Hago todas las tareas perfectamente.

Quackity hizo un sonido de incredulidad.

—Hace dos noches de juego, te perdiste en la casa de papá y te encontraron durmiendo bajo la mesa de billar.

No se había emborrachado ni se había perdido, sino que estaba agotado, y jugar al Hitler secreto con un grupo de psicópatas podía llevar años.

—Estás siendo dramático —dijo, agitando la mano con el cuchillo en ella como si Quackity pudiera ver el gesto.

Quackity resopló.

—O sea, sin ofender, pero no sé cómo eres tan bueno matando como lo eres.

—Me ofendes —contraatacó Spreen sin acalorarse, contemplando la posibilidad de quedarse en este personaje permanentemente. Ser el reprochado borracho era simplemente... fácil. Como Roier. Spreen sacudió la cabeza. No. Eso no era cierto en absoluto. Roier no era fácil. Era un gigantesco dolor en el culo, y discutía por todo y actuaba como si tuviera el control. No, él tenía el control. Porque Spreen le había dado ese control.

—Entonces, ¿Qué quería papá? Eliminé el blanco como se pidió. No hubo problemas. ¿Hay algo más?

—No. Es sólo una reunión informativa normal. Hiciste esto un millón de veces. ¿Estás bien? Pareces incluso más... disperso que de costumbre.

Disperso. Esa era la palabra perfecta para ello. Todas las diferentes piezas de la vida de Spreen se habían dispersado como un rompecabezas y todo era culpa de Roier.

—¿Cómo supiste que Luzu era el indicado para vos? —Se oyó decir.

—Mató a un grupo de pedófilos por mí —recordó Quackity.

—¿Eso fue todo? ¿Asesinó a un montón de personas? —Spreen podía hacer eso.

¿Qué? ¿Por qué estaba pensando en Roier de esa forma? Literalmente acababa de decirle que era un gran dolor de cabeza. Y Roier lo había convertido en una excusa para intentar coger con él de nuevo. Casi lo había dejado, le habría dejado si no hubiera tenido que hacer este informe oral con Quackity. Algo en Roier simplemente lo atraía cada vez.

—No —Quackity suspiró—. No sé cómo poner en palabras por qué Luzu era el indicado para mí, excepto que él, me apoya con extremo prejuicio.

—¿Extremo prejuicio?

—Sí. Si le dijera a alguien que el sol está hecho de queso y esa persona no estuviera de acuerdo conmigo, Luzu lo mataría si se lo pidiera. Sin hacer preguntas. Sin necesidad de explicaciones. A él no le importa el bien o el mal. No le importa si estoy loco o si no soy razonable. Siempre está de mi lado, pase lo que pase.

—Oh.

—Además, nuestras locuras están totalmente alineadas.

—¿Sus locuras? —Se hizo eco.

—Tu hermano es obsesivo por naturaleza. No puede evitarlo. Es lo que es. Y yo soy necesitado, compulsivamente. Tuve una infancia jodida. Así que necesito a alguien que sea violentamente posesivo conmigo. No es saludable, pero funciona. Funcionamos. No es diferente de los demás. Todos en esta familia están locos. Es sólo encontrar a alguien cuya locura coincida con la tuya. ¿Por qué?

—No hay razón —murmuró Spreen. Ya había dicho demasiado.

—¿Conociste a alguien? —preguntó Quackity, prácticamente salivando a través del teléfono.

—No.

—Oh, Dios mío. Lo hiciste. Definitivamente conociste a alguien. ¿Quién es él? ¿Lo conozco? ¿Papá lo sabe? Esto es increíble. Espera… — Por qué Spreen tenía que esperar, no lo sabía. Quackity estaba teniendo esta conversación consigo mismo—. ¿Este tipo sabe de tu pequeño problema?

Las cejas de Spreen se juntaron.

—¿Que mato gente? Lo sabe.

Quackity resopló.

—¿Que una vez te bebiste a todo un batallón por debajo de la mesa durante la semana de la flota, y que luego acabaste con una intoxicación etílica que te dejó fuera de combate durante días?

Oh, sí. Eso. Nada de eso había ocurrido. Había estado en DC en una reunión privada ridículamente aburrida sobre el Proyecto Watchtower. Pero no podía decírselo a sus hermanos, así que lo había adornado.

—No es un problema.

—No es un alcohólico también, ¿Verdad? Porque eso no puede ser saludable. O sea, creo que tienen que tener, algo como, dos hábitos malos separados, pero igualmente jodidos. Como que tal vez tenga un extraño fetiche con el vómito. Eso sería útil en tu caso.

—Siento haber siquiera sacado este tema —murmuró Spreen.

—No, espera. Lo siento. Bueno, entonces si no tiene problemas con la bebida y le gustas y sabe que te gusta matar gente, ¿Cuál es el problema?

—Es que es tan... exasperante.

—Ohhh... cuéntame más —dijo Quackity, como si estuviera acomodando con las palomitas.

De ninguna manera iba a derramar ninguno de sus pensamientos internos a Quackity. Era un bocón y el resto de la familia lo sabría inmediatamente.

—Simplemente llega y toma el mando y cree que lo sabe todo y que tiene derecho a todo, y camina por ahí como si fuera el sexo personificado, literalmente, sin ninguna razón.

—Wow. Sí, estás jodido. De verdad te gusta.

—Dije que él creía que tenía derecho a todo y que era exasperante.

—Escucha, si Dream o Ari hubieran dicho eso, lo que sea. Pero para ti, esto es prácticamente una carta de amor. ¿Cuándo alguna persona tuvo algún tipo de efecto profundo en ti? ¿Alguna vez Nombra una. Estaré esperando.

Spreen abrió la boca y la volvió a cerrar, y luego exhaló un suspiro por la nariz como un toro. Era tan parecido a lo que Roier le había dicho aquella noche en el bar.

“Ninguno de estos chicos mantendrá tu interés. Sólo juegas con ellos porque son olvidables.”

Spreen le había dado una mirada y una sonrisa despectiva.

No te equivoques. Yo te olvidaré a vos también, querido.”

Roier se había apretado contra él, con los labios contra su oreja.

“Ven a mi habitación y deja que te demuestre lo contrario.”

Y lo hizo. Toda la noche. Era la primera vez que Spreen había tocado fondo, que había perdido el control. Que dejaba que alguien lo usara. Y le había encantado cada minuto, no lo había ocultado. Y ahora, Roier lo sabía. Roier sabía lo fácil que era hacerlo ceder. Y no era que Spreen no quisiera ceder. Lo quería. Cada maldita vez. Tanto que le dolía.

Pero renunciar a ese control en la habitación hacía difícil mantener la máscara en su sitio. Roier ya sabía demasiado sobre él y eso era peligroso. No por su corazón. No entendía el amor ni la empatía ni nada de esa mierda, pero el conocimiento era poder y Roier tenía todo el poder entre los dos.

—Ya fui demasiado lejos. Tengo que romper con él. Sabe demasiado sobre mí. Sobre nosotros. Es peligroso.

—¿Qué sabes de él?

Spreen se detuvo una vez más. Sabía que era un veterano de guerra. Que era un fotógrafo, al que le encantaba hacer fotos de Spreen en posiciones comprometidas. Lo que debería haberle molestado más de lo que lo hizo. Tenía un hermano gemelo idéntico que era un sociópata. Pero aparte de eso... Spreen no sabía nada en absoluto.

—¿Hola?

—Esto es ridículo —murmuró Spreen.

—Podrías, ya sabes, llegar a conocerlo. ¿Como, tener una cita? ¿Preguntarle sobre él?

—Eso no es algo de lo que sea capaz. Una relación entre nosotros sería imposible.

—¿Por qué? ¿Es un policía? Eso no detuvo a George. Diablos, en todo caso, fue un desafío.

—¿Me estás diciendo que debería tomar lecciones de vida de George? —preguntó Spreen.

—Bueno, podrías. Puede que sea el más sanguinario de todos ustedes. Pero también es el más estable. George tiene su mierda proverbial al día. Y, honestamente, tú también deberías. Es decir, beber hasta tener un coma etílico todas las noches a tu edad es un poco triste.

—No soy mucho mayor que Luzu, pequeña mierda —espetó Spreen antes de recordar que a Spreen le importaba una mierda todo esto.

—Escucha —dijo Quackity, usando esa voz que guardaba para las rabietas psicopáticas—. Sólo digo que no te mataría darle una oportunidad al tipo —Hubo una pausa, y luego dijo: —A menos que este tipo potencialmente te mate, o algo así, lo cual, honestamente, en esta familia no es exactamente un factor malo.

Spreen suspiró, pellizcando el puente de su nariz.

—Gracias. Esto no fue para nada útil.

—Sólo recuerda que necesitas a alguien cuya locura sea la opuesta a la tuya. Le diré a papá que oficialmente ya diste tu reporte oral.

—Sí, bien —consiguió decir Spreen, colgando antes de que Quackity pudiera despedirse.

¿Roier lo contrarrestaba? No en la superficie. En la superficie, Spreen proyectaba esta actitud de malote. Era un borracho, un ludópata que jugaba rápido y sin límites con el dinero de papá. Pero eso nunca había sido lo que Spreen era.

En realidad, era el consejero de mayor confianza de su padre. El que conocía todos los tratos gubernamentales de su padre. Pasaba la mayor parte de su vida buscando literalmente cualquier cosa que pudiera emocionarlo. O que le interesara, aunque fuera un poco. No estaba loco en absoluto. Sólo estaba aburrido. Tan jodidamente aburrido. La única emoción verdadera que sentía era la de matar.

Y por Roier.

Dios.

Antes de que pudiera detenerse, se dirigió por el pasillo hacia la habitación de Roier. Cuando estuvo en su puerta, Spreen respiró hondo y lo dejó salir, preparándose para la misión que tenía entre manos.

Levantó el puño y golpeó... con fuerza. Demasiado fuerte. Agresivamente fuerte. Roier abrió la puerta de golpe, pistola en mano, parpadeando sorprendido al ver a Spreen de pie en su puerta.

Otra vez.

Roier bajó el arma.

—¿Pensé que tenías algo pendiente? —dijo, su confusión era evidente.

—Lo tenía. Ya lo hice —dijo Spreen, abriéndose paso en la habitación de Roier.

Roier lo vio pasar y luego cerró la puerta, observándolo con la misma inquietud que uno le daría a un animal salvaje que acaba de aparecer de la nada.

—Bien, de acuerdo, entonces.

Spreen se sentó en la esquina de la cama de Roier, tratando de ignorar el extraño pozo en su estómago.

—Tenes que dejar que te ayude a averiguar quién está detrás de vos.

Roier puso los ojos en blanco.

—Eres tan malditamente terco. Simplemente dile a tu padre que acepté tu ayuda. No es tan difícil. Mientes todo el tiempo.

—No puedo hacer eso.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque... ¿Me gustas?

Las cejas de Roier se alzaron hasta el inicio de su cabello, sus ojos se abrieron de par en par.

—¿En serio?

Spreen dio un fuerte suspiro. No tenía ni idea de si esto era lo que Quackity tenía en mente o si la locura de Roier coincidía con la suya o si simplemente le gustaba mucho la forma en que Roier lo cogía, pero sabía que Roier era lo único en toda su vida que le había importado.

Realmente le importaba que Roier muriera y no podía decir lo mismo de nadie más que no compartiera su apellido.

Sin embargo, quería ser sincero.

—Sí. Pero realmente no me gusta que me gustes.

Se sintió bien sabiendo que no tenía que mentirle a Roier. Él conocía todos sus secretos más oscuros.

—Bien. Siento que hay mucho para aclarar aquí, Osito. ¿Qué está pasando?

—Ves. Eso. No me gusta que sepas cómo meterte en mi piel. Me llamas Osito porque sabes que me molesta. Pero ahora, no me molesta. Ahora, me gusta. Y eso me molesta.

Roier abrió la boca y la volvió a cerrar.

—Yo… entonces, ¿No quieres que te llame Osito o sí?

Spreen lo miró como si fuera estúpido.

—Sí quiero. Sigue.

—Lo estoy intentando de verdad —Le aseguró Roier.

Parecía ser que Spreen no podía contener el vómito de palabras que regó sobre Roier.

—Tampoco me gusta que me saques fotos sin mi permiso.

—Yo... ¿Lo siento? —dijo Roier, con una pizca de vergüenza en su tono, sus mejillas se volvieron rojas—. Las borraré.

Spreen asintió.

—Sí, me gusta el sexo.

La sonrisa que se extendió por el rostro de Roier fue casi feroz.

—Oh, lo sé, Osito.

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Spreen, convirtiéndose en piel de gallina cuando Roier se arrodilló entre sus rodillas. La mano de Spreen se extendió hacia él sin pensarlo, empujando a través del mechón de pelo castaño.

—Sin embargo, no podes... usar tus superpoderes para intimidarme cuando estemos en público.

—¿Mis qué? —preguntó Roier, divertido.

A Spreen se le retorcieron las entrañas. Sacudió la cabeza, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Haces esa cosa en la que me miras y yo simplemente... te doy lo que querés. No podes hacer eso cuando estamos en público.

—Pero ¿Puedo en privado? —preguntó Roier, posando las manos en los muslos de Spreen.

—Sí, obviamente —murmuró Spreen.

Roier suspiró, encontrándose con la mirada de Spreen.

—¿De dónde viene todo esto? ¿Es esta una forma muy retorcida e indirecta de conseguir que te deje ayudar a resolver mi problema de asesino a sueldo?

—Viene de mi pelotudo cuñado, que dice que necesito encontrar a alguien cuya locura coincida con la mía. Excepto que yo no estoy loco. Sólo soy un psicópata con una vida secreta.

—Bueno, yo tampoco estoy loco. Y sé todo sobre el manejo de psicópatas. Es por lo que me contrataron. Por eso te contrataron a ti también —Le recordó Roier.

—No, me contrataron porque alguien tiene que ser calculador en la elección de nuestros blancos y vos tenés un corazón en la palma de la mano del tamaño de tu pija. Pero por eso necesitamos algunas reglas básicas. Porque cuando quieras algo... quiero ser yo quien te lo dé.

La boca de Roier se abrió y se cerró de nuevo.

—Sí, definitivamente eres un psicópata.

—¿Era eso una pregunta? —preguntó Spreen, frunciendo el ceño hacia Roier.

—No, pero a veces lo olvido porque eres tan jodidamente... receptivo. Cuando quiero algo, cedes tan fácilmente. Es adictivo, pero me olvido de que no viene de un lugar emocional, sólo... de placer.

Spreen frunció el ceño.

—Tengo emociones. Tal vez no todas, pero sí algunas. Y sé que vos me haces sentir... algo. Incluso sin el sexo.

—Me estás dejando desconcertado, Spreen.

Spreen entendía a lo que se refería Roier. Nada de esto tenía sentido. Y cualquier otra persona habría salido corriendo hacia las colinas. Pero Roier era realmente el encantador de psicópatas, sólo superado por Quackity. Tal vez esto haría correr a Roier. Podría ahorrarles a ambos algunos problemas.

Spreen se apoyó en sus manos.

—Vamos a trabajar juntos. Todos los días en el futuro previsible — Cuando no estuviera corriendo a casa para mantener su identidad encubierta—. Sólo preferiría que ambos estuviéramos en la misma página.

—Ni siquiera estoy seguro de que estemos leyendo el mismo libro, Spreen. Sólo... dime lo que quieres.

—A vos. Solamente... te quiero a vos.

—Ojalá pudieras decir eso sin lucir como si te hubieras tragado un alambre de púas —confesó Roier.

Spreen sacudió la cabeza, buscando las palabras para dar sentido a lo que sentía.

—¿Viste alguna vez los vídeos en los que los ciegos ven por primera vez después de un trasplante de córnea o una persona sorda recibe un implante coclear?

Se formaron pliegues en la frente de Roier.

—¿Sí?

Spreen tomó la mano de Roier, jugando con sus dedos, negándose a mirarlo.

—Cuando les quitan las vendas o encienden el implante por primera vez, se produce un shock, una respuesta de dolor a los estímulos. Se alejan de la luz o del sonido porque les resulta abrumador, porque es algo nuevo y desconocido y les duele. Eso es lo que se siente. Me haces... estremecer. Porque tener sentimientos, cualquier sentimiento, por otro ser humano es completamente nuevo.

Roier agarró la barbilla de Spreen, forzando su mirada hacia la suya.

—¿Qué necesitas de mí, Osito?

—Una cita.

Una vez más, Roier parpadeó lentamente.

—¿Qué?

Spreen se armó de valor.

—Necesito que tengas una cita conmigo.

—¿Me acabas de dar un discurso de tercer acto sobre los sentimientos solo para poder invitarme a una cita?

Spreen pudo sentir cómo se le marchitaban las entrañas al darse cuenta de que Roier tenía razón. Dios. Si esto era tener sentimientos por alguien, cancelaba su suscripción. Sin embargo, no podía negarlo ahora.

—Sí, supongo que sí.

Roier se inclinó hacia su espacio, dándole un casto beso que se prolongó.

—Sí, tendré una cita contigo. Pero yo pago. Y elijo el lugar.

Spreen puso los ojos en blanco.

—Sos un fanático del control.

Roier le dio otro beso.

—Culpo a mi trauma infantil no resuelto.

 

Notes:

.... Hola???? Podemos decir que es el primer De luque psicopata que hace una confesión decente??? O sea, no se metio a la fuerza a su casa, no lo secuestro, no se apuñalan etc etc???

BRAVO!! Y tendrán una cita para empezar, que lendoo

Chapter 7: Roier

Chapter Text

Para cuando ya había terminado la reunión, ya tenían varios nombres en la pizarra. Kendrick había elegido a cada uno de ellos a cambio de permitir que el equipo de Élite eligiera al resto. Todos ellos eran antiguos compañeros de trabajo de Boone −asesinos convertidos en interventores− con sus nombres en clave arriba de sus fotos.

Roier se moría por conocer las historias que había detrás de esos nombres. Boone era el Devorador de Pecados, pero junto a él estaban el Recolector de Huesos, el Ladrón de Tumbas, el Azotador, el Doctor Peste, el Resucitador y el Cazador de Brujas. Todos eran trabajos terribles ligados a la historia, sin duda, pero ¿Cómo se le había asignado el nombre a cada uno de ellos?

Boone había decidido mantener viva la tradición −algo que tanto Baghera como Vegetta habrían aprobado− dando a sus nuevos empleados nombres en clave similares. Neera Adebayo, la nueva especialista en relaciones públicas de la escuela, era conocida como Fuller. Roier tuvo que buscar qué era un Fuller. Se encargaban de los trapos sucios.

Boone se consideraba claramente un comediante.

Neera mantendría la atención del público donde debía estar, fuera de sus alumnos, por cualquier medio. Roier se alegró de tenerla. Había varios más que habían sido traídos. Personas con trabajos que uno no esperaría en una escuela de asesinos.

Un entrenador de teatro, un maquillador, un diseñador de vestuario, incluso un instructor de baile. Todos tuvieron que ser investigados a fondo antes de que pudieran ser traídos a bordo. Unirse a the Watch era esencialmente comprometer tu vida. Había muchas cosas que se hacían para asegurarse de que estos personajes públicos pudieran ser vistos cuando lo necesitaran, pero también esconderse a plena vista cuando fuera necesario. Cosas que los espías y asesinos no podían hacer.

—Creo que este es un buen punto para parar por hoy —dijo finalmente Boone un poco después de las seis—. ¿Retomamos esto de nuevo mañana?

Spreen y Roier asintieron. Boone tomó su teléfono de la mesa de reuniones y se fue sin despedirse. A Roier le pareció bien. Caminó hasta donde Spreen seguía desparramado en su silla de oficina antes de sentarse en la mesa y utilizar sus piernas para girarlo y ponerlo de cara a él. Spreen enarcó una ceja, pero no intentó huir, lo cual era un paso en la dirección correcta en lo que respecta a Roier.

Tiró de la silla hacia él y luego se inclinó hacia el espacio de Spreen.

—¿Cuándo me vas a llevar a esta cita, Osito?

Roier todavía estaba un poco aturdido por el discurso sonrojado y divagante de Spreen de hacía unas horas. Había sido crudo y real, y tan propio de Spreen, que Roier estaba bastante seguro de que se había enamorado un poco. O tal vez ya estaba cerca de allí y eso lo había afirmado. A Roier nunca le gustaba examinar este tipo de cosas demasiado de cerca. Lo único que importaba era que Spreen le había dejado entrar, aunque sólo fuera por una grieta. Si se abren suficientes grietas incluso en las superficies más sólidas, al final esta cede.

Spreen se sonrojó una vez más, como si le avergonzara que Roier sacara el tema.

—Esta noche no puedo, pero tal vez mañana.

—¿Tienes planes para esta noche? ¿Debería estar celoso? — preguntó Roier, tratando de mantener su tono casual cuando ya estaba preventivamente celoso.

Spreen le sonrió, como si intuyera los verdaderos sentimientos de Roier.

—Sí, voy a reunirme con seis hombres en una habitación oscura y llena de humo para que me den todo su dinero.

Roier parpadeó al verlo.

—¿Qué?

Spreen puso los ojos en blanco.

—Voy a trabajar. Tengo una partida de póquer que empieza a las nueve. Fuera del Strip. Con grandes apostadores.

—Me prometiste esta mañana que te reunirías conmigo esta noche y que serías... amigable. ¿Me estabas mintiendo, Spreen? — preguntó Roier, con la voz ronca.

Spreen negó con la cabeza.

—No. Pero eso no fue una cita, ¿Verdad? Eso fue un encuentro casual. No pasamos más de una hora juntos sin ropa desde que nos conocimos. Supuse que tendría tiempo para ambas actividades. Pero una cita requiere más planificación.

Oh. Sí, claro.

Roier era un idiota. Un discurso sincero y su cerebro se había desparramado por el suelo. Sin embargo, Spreen estaba equivocado. Una cita no requería más planificación, sólo más tiempo.

—Voy a ir contigo. Ver tu partido puede ser nuestra primera cita.

Spreen se resopló.

—No, definitivamente no vas a venir conmigo.

Roier frunció el ceño. ¿Por qué Spreen no quería que lo viera jugar póker?

—Sí, definitivamente sí.

Spreen se puso de pie, plantando sus manos a cada lado de Roier e inclinándose hasta que estuvieron a milímetros de distancia.

—Hay hombres ahí afuera intentando matarte. No-Vendrás.

Roier cerró sus manos alrededor de las muñecas de Spreen, rozando sus labios.

—Acabas de decir que son seis tipos en un cuarto oscuro. ¿Crees que sabrán quién carajo soy?

Spreen juntó sus labios en un beso mucho más largo antes de decir: — Habrá cámaras. ¿Olvidaste que tenés un hermano que se parece a vos y que está casado con una famosa estrella de cine? La gente se va a dar cuenta.

Roier esquivó el siguiente beso de Spreen para morderle la mandíbula.

—¿Es en vivo?

Spreen respiró profundo cuando Roier le acarició ese punto justo debajo de la oreja, titubeando un poco.

—Bueno, no. Pero eventualmente será televisado. Roier pasó su lengua por la concha de la oreja de Spreen.— Y para entonces ya nos habremos ido, a salvo aquí en nuestra acogedora base militar super secreta.

—Sos tan terco —dijo Spreen, incluso mientras inclinaba la cabeza para obtener más atención de Roier donde él quería.

—Sé que tú lo eres, pero ¿Qué soy yo? —se burló Roier, pero luego cerró las piernas alrededor de Spreen, sujetándolo con fuerza mientras se retiraba para mirarlo—. Vamos, Spreen. Déjame verte como te ve el resto del mundo.

Spreen suspiró.

—El resto del mundo me ve como un borracho que tiene suerte con las cartas.

—¿Te molesta eso? —preguntó Roier.

Spreen frunció el ceño.

—No. Me importa un comino lo que piense el mundo. Sólo son un público. Es un papel que interpreto para poder hacer mi verdadero trabajo.

—Tu verdadero trabajo de matar gente —afirmó Roier.

—¿Eso te molesta? —replicó Spreen.

Matar indiscriminadamente le molestaba a Roier. Matar a los inocentes le enfurecía. Pero los hombres que Spreen mataba no eran inocentes. Los hombres que the Watch mataría no eran inocentes. Eran monstruos.

Y no sólo monstruos que se aprovechaban de los vulnerables, aislándolos para poder eliminarlos de uno en uno. Los hombres que the Watch perseguía, los que Roier y Spreen tenían la tarea de elegir, esos hombres aniquilaban poblaciones. Habían matado y esclavizado naciones. Habían ayudado a otros a hacer lo mismo.

Y Roier era un soldado. Probablemente había matado a más hombres inocentes que Spreen. No era como si el servicio militar le hubiera dado una opción. En el extranjero, era matar o morir, pero en la guerra, ambos bandos pensaban que eran los justos, y ambos tenían razón... y ambos estaban equivocados. La guerra sólo beneficiaba a los que estaban en el poder, nunca a su gente.

—No, Spreen, tu número de cadáveres no me molesta — respondió Roier—. ¿Qué clase de hipócrita sería si aceptara un trabajo aquí mientras condeno a la gente que empleo?

—La clase de hipócrita usual —dijo Spreen, pero no con ninguna malicia. En todo caso, parecía inusualmente relajado mientras era rehén del implacable agarre de Roier.

Eso hizo que todo el cuerpo de Roier se calentara. Le dio ganas de arrastrar a Spreen a su habitación y hacerle cosas sucias. ¿Seguiría Spreen poniéndose nervioso e incómodo? ¿Seguiría dejando que Roier tomara las riendas?

—¿A qué hora nos vamos?

Spreen suspiró.

—Bueno, ahora que algunas otras actividades fueron eliminadas…

—Por ahora —interrumpió Roier—. Todavía planeo estar dentro de ti más tarde. Sólo para que quede claro.

La mirada de Spreen se volvió acalorada.

—Siete y media. Saldremos a las siete y media —repitió. Roier no pudo evitar capturar sus labios una vez más, dejando que su lengua se adentrara para saborearlo. Spreen se derritió contra Roier, cediendo como siempre lo hacía, pero luego se apartó, estableciendo contacto visual—. Necesitamos algunas reglas básicas.

—¿Reglas básicas? —repitió Roier.

—Para esta noche. No podes distraerme. No podes mantener el contacto visual durante mucho tiempo. No podes burlarte de la persona que soy cuando estoy ahí fuera. Mi vida depende de eso. La tuya probablemente también.

Roier tomó la cara de Spreen.

—Nunca te pondría en peligro, Spreen.

Spreen asintió con dificultad.

—Estos tipos se toman esta mierda muy en serio. Es mucho dinero el que está en juego. Tenés que sentarte tranquilo y dejar que olviden que estás ahí.

Roier sonrió.

—Entendido. Dejaré mi bocina de aire y mi dedo de espuma en casa.

Spreen actuaba como si estuviera llevando a Roier a su casa para conocer a su familia. Irónico, ya que Roier ya conocía a Vegetta. Dicho eso, se moría por conocer al resto de la familia. Como alguien que se había criado junto a un sociópata, se imaginaba que una casa llena de psicópatas sería una aventura salvaje. Su madre probablemente perdería la cabeza, de manera metafórica. Aunque Baghera ya conocía a los niños De Luque. Sólo que ellos no lo sabían.

Spreen puso los ojos en blanco.

—Sos un boludo.

—Es cierto —reconoció Roier—. Entonces, ¿Cuál es la etiqueta durante estas partidas de póker? ¿Hay una sección para los cónyuges de los jugadores, como en los deportes? —provocó Roier.

—Sí, en sus casas… —dijo Spreen, estrechando los ojos hacia Roier—. ¿Dijiste cónyuge?

Roier se detuvo en seco. Había dicho cónyuge. Sencillamente se le había escapado. Se encogió de hombros, sin enfadarse por ello.

—Sí, supongo que sí. Raro.

—Sí, raro —repitió Spreen, mirándolo con duda—. Voy a ducharme y meterme en el personaje. Reunite conmigo en mi habitación cuando estés listo para irnos.

Roier estuvo tentado de invitarse a sí mismo a la ducha, pero sintió que ya había tentado demasiado su suerte. El hecho de que Spreen le hubiera dado a Roier un discurso de tercer acto no significaba que estuvieran del todo preparados para invadir el espacio del otro o el matrimonio.

Incluso aunque estuvieran en Las Vegas.


Roier tocó la puerta de Spreen exactamente a las siete y media, alisando su camisa blanca con botones, nervioso. Spreen abrió la puerta de golpe, pero luego se dio la vuelta sin siquiera saludar, dejando que Roier lo siguiera. Se contentó con apoyarse en la puerta, observando cómo Spreen se ponía varios brazaletes de cordón negro, un anillo de sello de aspecto antiguo, un cordón negro con una cruz y una gargantilla con el dije de un oso de madera que havia notado primero en la noche que se conocieron.

Éste no era el Spreen que él conocía. Su Spreen prefería los jeans desgastados y las telas suaves. Este Spreen llevaba pantalones de cuero, pesadas botas negras de motociclista, un jersey blanco y un largo abrigo negro. Parecía estar al frente de algún tipo de banda de rock pirata. Pero mierda si no lucía bien en él.

Cuando Spreen volvió a estar a su alcance, Roier lo agarró por la camisa y lo atrajo hacia sí, sellando sus bocas en un beso profundo. Como siempre, Spreen se puso rígido y luego se derritió contra él, sus dedos se enroscaron en la camisa de Roier como si necesitara algo para mantenerse en pie. Sentir que Spreen cedía hacía que la verga de Roier se pusiera dura. Cada maldita vez.

—Maldita sea, Osito. Te ves lo suficientemente bien como para comerte —provocó Roier contra sus labios.

—Ves, nada de eso —dijo Spreen, retirándose lentamente—. Todavía no sé cómo ser mi yo público con vos en el público.

Estar con Spreen iba a ser complicado. Salir con cualquier De Luque habría sido problemático, pero ¿Salir con uno que ocultaba quién era realmente, incluso a su propia familia? Eso añadía un grado de dificultad que Roier había intentado evitar toda su vida. Si hubiera sido cualquier otra persona la que estuviera frente a él, Roier habría dicho gracias, pero no gracias, pero se trataba de Spreen. Y no podía obtener suficiente de él.

—Bueno, eventualmente tendremos que descubrirlo. ¿Cierto? — desafió Roier, esperando que no fuera Spreen quien decidiera huir de él.

A Roier se le revolvió el estómago cuando Spreen dudó, pero luego asintió.

—Sí, tenes razón —Le dio una palmadita torpe a Roier en el pecho antes de girarse para tomar sus llaves—. Vamos a llevar el Rover.

El Rover era el Range Rover negro mate de Spreen, de doscientos mil dólares, que le regaló Vegetta para su último cumpleaños. Spreen lo trataba con el mismo cuidado y consideración que uno le daría a un bebé recién nacido. En realidad, Roier estaba bastante seguro de que Spreen daría mucha más consideración a su Rover que a cualquier bebé.

—¿Puedo conducir yo? —bromeó Roier, sabiendo que Spreen resoplaría.

Las llaves le cayeron de lleno en el pecho, lo que le obligó a mover rápidamente las manos para agarrarlas antes de que cayeran al suelo.

—Sí, claro. Pero no la cagues —dijo Spreen al salir por la puerta, dejando a Roier reflexionando sobre lo que acababa de pasar.

Después de un momento, sonrió y salió trotando para alcanzarlo, llegando justo a tiempo para desactivar el seguro y abrirle la puerta a Spreen.

Spreen le dirigió una mirada confusa.

—¿Qué? —preguntó Roier—. Es a final de cuentas una cita.

Spreen puso los ojos en blanco, pero Roier captó la sonrisa que intentaba ocultar.

Una vez en la carretera, las luces proporcionaban la única luz en el oscuro desierto. Los dos carriles se extendían durante kilómetros antes de encontrarse con el cruce que los llevaría al lugar. Durante la mayor parte de ese trayecto, siguieron en la base.

Roier no encendió la música ni intentó forzar una conversación. Spreen parecía satisfecho con el silencio, y Roier se resistía a romperlo. Sin embargo, cuando Spreen colocó casualmente su mano en la consola que los separaba, Roier no pudo resistirse a colocar la suya encima, sólo para ver qué hacía Spreen. El alivio lo invadió cuando Spreen unió sus dedos.

La partida de póquer de Spreen estaba, de hecho, teniendo lugar en una sala oscura y llena de humo, pero esa sala se encontraba en un pequeño casino de aspecto sórdido que olía como cien años de humo de cigarrillos y licor derramado. El penetrante aroma del humo de los cigarros le golpeó en la cara en el momento en que entraron, pero Spreen no pareció darse cuenta, simplemente arrastrando a Roier hacia el interior de la sala.

La mesa de póquer estaba colocada en el centro y había muchas mesas y sillas para los espectadores, pero, por el momento, la gente parecía contentarse con ignorar los asientos, en su lugar se quedaron de pie y charlaban en pequeños grupos.

Spreen los llevó directamente a la barra y pidió un whisky solo y luego le pidió a Roier que pidiera su propia bebida. Roier pidió lo mismo y chocó su vaso con el de Spreen antes de dar un sorbo, dejando que el suave líquido ámbar se abriera paso hasta su estómago.

A Roier le preocupaba ir mal vestido con sus jeans y su camisa abotonada, pero no había necesidad de preocuparse. Era como una fiesta de disfraces en una comisaría. Había un hombre con gafas en la cabeza, otro con más tatuajes en la cara que un rapero de SoundCloud, una mujer con pantalones cortos y una gorra de béisbol al revés, y un hombre que parecía haber salido de una película de gánsteres de los años cuarenta.

—¿Quiénes son estas personas? —preguntó Roier, perplejo.

Spreen se rio, tomando otro sorbo de su bebida.

—Jugadores. Tienen mucha... personalidad —Señaló a un hombre al otro lado de la habitación. —¿Ves a ese tipo de alla que se parece al unabomber? —preguntó Spreen.

La mirada de Roier se posó en un hombre con una sudadera con la capucha puesta y un par gafas Aviators.

—¿Sí?

—Ese es Dustin Lasky. Le dicen Kazinsky por razones obvias. Un maestro del póquer, pero le gusta hacer bromas para distraer a la gente. Es una especie de payaso de la clase, y está casado con esa señora de ahí.

Roier siguió la mirada de Spreen hacia una mujer de piel blanca como la nieve, pelo negro azabache y labios pintados de rojo sangre. Llevaba un vestido blanco con un cinturón y zapatos del mismo color que su pintalabios. Era como si hubiera salido de un anuncio de Good Housekeeping de los años cincuenta.

—Y ¿Ella se viste así para apoyarlo? —preguntó Roier, algo impresionado.

—Oh, no. Ella está acá para jugar. La llaman “la ama de casa”. Puede parecer que se pasa el día cortando las orillas de sus sándwiches, pero es una profesora de derecho de Yale que gana mucho más de lo que pierde y está mejor clasificada que su marido, quien ganó veinte millones el año pasado.

—Wow —dijo Roier, impresionado.

Spreen asintió.

—Sí, es agresiva.

—¿Agresiva?

—¿Sabes algo de póquer? —preguntó Spreen.

—Ni una maldita cosa —admitió Roier.

Spreen sonrió.

—En el póquer, las aperturas y las subidas se consideran movimientos agresivos, mientras que igualar y pasar el turno se consideran pasivas. Kate que es su verdadero nombre, es realmente agresiva desde el principio y no tiene miedo. Es buena para convencer a una mesa de que los tiene ganados antes de que las cartas se hayan barajado.

Roier estudió el lado de la cara de Spreen.

—Y ¿Tú?

Spreen dio otro trago a su bebida.

—¿Yo? Soy lo que llaman un jugador flojo-agresivo.

Roier le sonrió.

—Cuéntame.

Spreen le devolvió la sonrisa.

—Mi estilo confunde a la gente. Hace que sea difícil para ellos obtener una lectura de mí. A menudo puedo ganarles porque no pueden saber si realmente tengo una buena mano o si sólo los estoy engañando.

Antes de que Roier pudiera comentar algo, una mujer con un traje negro ajustado y un corpiño brillante se acercó y le dedicó a Spreen una amplia sonrisa.

—Spreen, pudiste llegar.

Spreen giró la cabeza hacia la mujer, dedicándole una sonrisa lobuna.

—Te dije que lo haría, amor. Tenés tan poca fe en mí.

Ella le dirigió una mirada cómplice.

—La última vez que tuve fe en ti, vomitaste en mi estanque koi y mataste a mis peces.

—Fue una sola vez —dijo Spreen, con un tono coqueto—. Y dijiste que me habías perdonado.

Roier no estaba seguro de si debía estar celoso o encantado por esta versión de Spreen. ¿A esta versión de él le gustaban las mujeres? ¿Era Spreen bisexual? No estaba seguro de qué le molestaba más: no saberlo o que Spreen pudiera estar coqueteando con esa mujer delante de él.

Incluso si sólo era una actuación.

—Perdonar, sí. Olvidar, nunca —dijo ella, con la mirada clavada en Roier—. ¿Quién es este hombre de aspecto delicioso?

—Un amigo —dijo Spreen.

—Oh —ronroneó ella—. ¿Quiere él ser mi amigo?

Spreen tomó la mano de Roier y levantó su brazo, deslizándose por debajo de ella antes de colocarla sobre sus hombros como una costosa estola de visón, manteniendo sus dedos entrelazados mientras le dirigía una mirada altiva.

—Búscate tus propios amigos, amor, o puede que tenga que volver a visitar tu estanque de peces koi.

Roier odiaba lo mucho que le gustaba el despliegue territorial de Spreen. La mujer les echó un vistazo a los dos antes de escudriñar sus rasgos en un mohín exagerado.

—Boo. Solías jugar bien con los demás.

—Solía hacer muchas cosas, amor —dijo Spreen con un guiño.

¿Como qué?

Ella suspiró.

—Encantada de conocerte, como sea que te llames —dijo ella, y luego se alejó, moviendo las caderas de una manera que incluso Roier encontró algo hipnotizante.

—¿Quién era esa? —preguntó divertido.

Spreen se rio.

—Es la dueña de este casino.

—¿Le va bien a un casino pequeño como éste? —Se preguntó Roier en voz alta.

Spreen se acurrucó más.

—¿Sabes el estanque koi que arruiné?

—¿Sí?

—Reemplazar cada uno de esos peces me costó casi dos mil dólares.

—Dios —murmuró Roier—. Espera. ¿Realmente vomitaste en su estanque?

Spreen asintió.

—Sí, pero sólo para encubrir que volqué una botella de acetona mientras intentaba hacer un poco de cloroformo improvisado después de que un blanco mío apareciera en una cena que ella organizó.

—No tengo palabras —admitió finalmente Roier.

—Yo sí las tengo. Tomemos otra copa —Spreen hizo un gesto al camarero y le pidió la botella entera—. Póngalo en mi cuenta.

Una vez que el camarero se fue, Roier dijo: —Creía que lo de la bebida era un rumor.

Spreen le dedicó una sonrisa sexy.

—No soy alcohólico, pero tampoco soy un maldito santo. Además, esto es para los dos. Un poco de coraje líquido para nuestra primera noche como... lo que sea que seamos —dijo, llenando peligrosamente el vaso de Roier antes de chocarlos—. Hasta el fondo.

Roier se inclinó hacia su espacio, presionando sus labios contra su oído.

—Oh, lo obtendrás.

Spreen se giró hacia él, pasando su nariz por su mejilla, ronroneando:

—Tranquilo, querido. Tenemos una larga noche por delante.

Así había llamado Spreen a Roier la primera noche que se habían conocido en aquel bar. Cuando Roier se acercó a él, estaba charlando con un jovencito de cara regordeta que sin duda quería ser el próximo sugar baby de Spreen. Estaba claro que a Spreen no estaba interesado en ello o en él. Sólo estaba siguiendo el juego.

Cuando Roier se le propuso a Spreen, éste le lanzó una mirada despectiva y le dijo: “Yo me olvidaré de vos también, querido.”

Algo en el rechazo de Spreen había encendido un fuego en Roier que no había podido apagar, incluso después de haberse enterrado en Spreen más tarde esa noche. Sólo entonces se había dado cuenta de que Spreen nunca había hecho eso antes. Había sido la noche más caliente de la vida de Roier. Todavía lo era. No importaba cuántas veces se enterrara dentro de Spreen, nunca era suficiente.

Roier le dio un beso en la mejilla a Spreen.

—Me gusta que me llames querido.

Spreen le dedicó una sonrisa lenta y bien practicada.

—Entonces bebe, querido.

Roier hizo lo que Spreen le dijo, y el caro licor cayó con demasiada facilidad. Para cuando los jugadores tomaron sus asientos, Roier estaba agradablemente alcoholizado, sentado en una mesa de dos plazas donde podía ver la bonita cara de Spreen.

La dama del casino del estanque koi tomó asiento a su lado.

—Eres el primero —dijo crípticamente.

—¿Perdón? —dijo Roier.

—Eres el primer hombre al que ha traído a ver un partido que no fuera pariente suyo.

Las entrañas de Roier se calentaron, pero no estaba seguro de si era el orgullo o el licor.

—Oh.

—Hmm —dijo ella, sin mucho compromiso—. Soy Harlow, por cierto.

—Roier.

—Encantada de conocerte —dijo ella, indicando a un camarero que rellenara su champán, dejando claro que estaba allí para el largo plazo. Eso le vino muy bien a Roier. Olía mucho mejor que el tipo que llevaba un frasco de colonia en la mesa de su derecha. Además, no tuvo ningún problema en narrar el juego para Roier cuando se dio cuenta de que él no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Cuanto mejor jugaba Spreen, más tonta era la sonrisa de Roier.

Aunque, probablemente, eso era por el licor. Roier había pasado de estar levente alcoholizado y se deslizaba directamente hacia el territorio de la borrachera. Spreen, a pesar del juego, parecía estar tan pendiente de Roier como de sus oponentes, lo que decía mucho de su habilidad.

La mayor parte de la partida estuvo llena de reprimendas fáciles y de algún que otro comentario sarcástico, pero cuando Spreen obligó al rapero de SoundCloud a retirarse en una buena mano, el chico tiró las cartas hacia abajo.

—Es fácil ser agresivo cuando juegas con el dinero de papá.

La furia de Roier se prendió, y sus manos cerrando en puños bajo la mesa. Como si supiera que eso iba a cabrear a Roier, Spreen levantó la mirada y le dio un guiño antes de volver a mirar al chico e inclinar su vaso en un simulacro de saludo.

—Y mañana, estaré jugando con el tuyo.

—Eso mamona —murmuró Roier—. Diles, bebé —Harlow se rio a su lado, llamando su atención—. Me lo voy a coger tan fuerte después que alguien va a llamar a la policía —dijo Roier, asintiendo—. Y luego voy a convencerlo de que se case conmigo.

Harlow sonrió y se bebió el champán de un solo trago.

—Buena suerte.

—Que así sea —dijo Roier, tomándose también el suyo.

 

Chapter 8: Spreen

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Spreen no sabía por qué el sonido lo despertó. Tal vez fuera su resaca la que amplificaba cada ruido, o tal vez fuera una conciencia amplificada perfeccionada durante décadas. Fuera lo que fuera, aquel ligero y casi imperceptible golpe le hizo abrir los párpados hinchados para encontrar a un hombre sosteniendo un arma con un silenciador. Esa pistola apuntaba justo a Roier, quien roncaba suavemente a su lado.

—¡Roier! —gritó Spreen, agarrándolo y haciéndolos rodar a ambos hasta el suelo en el lado opuesto de la cama, donde cayeron desnudos, con sus extremidades enredadas, justo cuando el hombre apretó el gatillo. Las plumas volaron en el aire mientras Spreen metía a ciegas las manos en la mesita de noche en busca de su pistola, aliviado de encontrarla allí, arrastrándola hacia abajo justo cuando la lámpara estallaba a su lado. Otra bala hizo un agujero en la ventana mientras él quitaba el seguro.

El hombre dejó de disparar, probablemente al darse cuenta de que Spreen también estaba armado. En el momento en que levantara la cabeza por encima del lado del colchón, este hijo de puta se la iba a quitar. Roier estableció contacto visual con él y señaló debajo de la cama. Al principio, Spreen no entendió. Pero luego lo comprendió.

Se asomó por debajo de la tela que ocultaba el fondo de la cama, aliviado al ver que no era una caja sólida. Apenas se veía una franja de un centímetro del hombre y el suelo al otro lado, pero era suficiente. Se centró en el pie calzado del hombre, haciendo un solo disparo, sonriendo cuando el hombre aulló. Fue entonces cuando Spreen levantó la cabeza y disparó, la bala golpeó al hombre en la sien, salpicando sangre y cerebro por lo que era antes una pared blanca.

El hombre se quedó como si estuviera colgado por un momento y luego se desplomó en el suelo. Roier ya se había puesto en marcha, agarrando el edredón y poniéndolo al lado del hombre, haciéndolo rodar sobre él antes de rebuscar en los bolsillos del muerto, probablemente en busca de algún tipo de identificación.

El estridente tono del teléfono que sonaba a su lado fue como un trozo de hielo en su canal auditivo. Lo tomó antes de que volviera a sonar, y convirtió su voz en algo lo más tranquilo posible.

—¿Hola?

Sr. De Luque. Le habla la recepción —dijo una voz masculina desde el otro lado de la línea.

Por supuesto que lo era. ¿Quién más iba a llamar a un teléfono fijo? Spreen trató de reprimir su impaciencia.

—¿Sí?

Uhm, nuestro valet dijo que en la suite de al lado creyeron escuchar... ¿Disparos? ¿Necesita ayuda? ¿Debería llamar a la policía?

Roier lo observó atentamente, como si esperara que Spreen le dijera que debían huir.

—¿Qué? ¿Disparos? Oh, no, eso fue sólo el sistema de sonido envolvente que mi padre mandó a instalar. Nos dejamos llevar un poco viendo una película. Bajaremos el volumen. Nos disculpamos por haber asustado al valet. Nos aseguraremos de darle la propina adecuada.

Oh, por supuesto. Gracias, Sr. De Luque. Y felicidades de nuevo.

Y entonces la línea se desconectó. ¿Felicidades? ¿Por el sistema de sonido envolvente? ¿Por no estar muerto? Spreen se sacudió el pensamiento. No tenían tiempo para preocuparse por un empleado de la recepción.

Las cejas de Roier se alzaron.

—¿Se creyeron eso?

—Mi viejo le paga muy bien a la gente para que tengan esta suite a nuestra disposición. Realmente no quieren saber nada. Es mucho más fácil para ellos tomarnos la palabra. Después de todo, mi padre es Vegetta De Luque. No haría daño a una mosca.

Roier se encogió de hombros, haciendo una mueca mientras diseccionaba la cartera del hombre, arrojando trozos de papel al suelo.

—Nada. Ni identificación, ni tarjetas de crédito. Ni siquiera un tiquete de estacionamiento. Definitivamente, otro jodido profesional. Maldita sea.

La cabeza de Spreen palpitaba, pero se obligó a pensar.

—Tengo que llamar a mi padre.

Roier ni siquiera discutió, sólo asintió con gesto sombrío.

—Tengo que vestirme.

Spreen miró alrededor de la habitación, buscando su teléfono, que solía tener en la mesilla de noche independientemente del lugar donde se alojara. No estaba allí. Roier no se vistió, sino que se sentó en la esquina de la cama, clavándose las palmas de las manos en los ojos.

—¿Dónde estamos?

—En la suite de mi papá en el Golden Palm —dijo Spreen, mirando a su alrededor sólo para asegurarse de que estaba en lo cierto.

—Claro —gruñó, como si debiera conocer esa información—. Y ¿Cómo llegamos hasta aquí?

 Esa era la pregunta del millón.

—Y-yo sinceramente no tengo ni idea.

Spreen se frotó las sienes, devanándose los sesos para recordar una sola cosa que hubiera pasado después de la partida de póquer. Él había ganado mucho dinero. Roier se había servido un montón de alcohol. Eso es lo que Spreen recordaba. También se había excedido en la bebida, lo cual era raro hoy en día.

Habían optado por un servicio de carro en lugar del Rover. Roier le había hecho una paja en la parte trasera de la limusina. ¿Le había devuelto el favor? Después de eso, fueron casi todos flashes. Ellos jugando al blackjack en el casino. Y perdiendo. Mucho. Comprando cosas en la tienda de regalos. Bebiendo en el bar con dos hombres vestidos de gladiadores. Tomando fotos frente a la fuente en el Bellagio. Ellos besándose en un pasillo oscuro como adolescentes. Cogiendo en la ducha. ¿Cómo tuvieron siquiera tiempo de dormir?

—¿Qué hora es? —preguntó Spreen, mirando a su alrededor en busca de algún tipo de reloj.

Roier miró su reloj.

—Las dos y media de la tarde. Mierda. Boone va a estar jodidamente furioso.

Sí, su primera reunión había sido programada para las nueve de esa mañana. Claramente se la habían saltado.

—Mierda —Spreen se puso de pie, buscando su ropa abandonada.

Empezó por el baño, ya que claramente habían estado en la ducha en algún momento. Se sintió aliviado al ver sus ropas apiladas en el suelo, aunque algunas prendas lucían desconocidas.

Encontró su teléfono en el bolsillo de sus jeans, aliviado de nuevo al ver que le quedaba algo de batería. Frunció el ceño cuando vio varias llamadas perdidas de Vegetta y, bueno, de todos los demás miembros de la familia. Mierda. Y ahora ¿Qué? ¿Cris y Carre habían profanado otra habitación de hotel?

Spreen se estremeció al pensar en el cadáver de la habitación contigua. Supuso que, a estas alturas, era el burro hablando de orejas. Cualquiera que fuera el drama, podía esperar hasta que se ocuparan de su propio drama en la habitación de hotel. Volvió a la habitación principal, donde Roier estaba enrollando el cuerpo en el edredón, todavía muy desnudo.

Spreen se permitió un momento para contemplar los músculos de Roier mientras pulsaba el botón para su padre y esperaba a que se conectara. No tuvo que esperar mucho.

Ahí estás —espetó Vegetta—. ¿En qué demonios estabas pensando?

Spreen parpadeó ante el tono de su padre.

—¿Qué? Sé que vamos tarde, pero Boone...

Vegetta lo interrumpió.

Sabes, espero esto de los demás, pero no de ti. Tú eres el único del que nunca tengo que preocuparme. Excepto que, aquí estás, y has hecho un lío jodidamente enorme.

Spreen miró al cadáver y luego a las esquinas de la habitación, buscando alguna cámara. ¿Vegetta tenía este lugar bajo vigilancia? Volvió a mirar a Roier. ¿Habían tenido sexo en esta habitación? ¿Su padre también lo había visto? Seguramente, sólo estaba siendo paranoico.

—¿Cómo lo supiste?

¿Cómo lo supe? —Vegetta gritó, exasperado—. Está en todo el maldito internet, Spreen. ¿Qué quieres decir con que cómo lo supe? ¿De verdad creías que podías casarte en una capilla de bodas barata de Las Vegas y que no sería una puta noticia nacional?

Spreen sintió como si tuviera un yunque en el estómago.

—¿Repítelo otra vez?

Spreen quería negarlo. Quería decirle a su padre que claramente había un error, pero sabía que no era así. La felicitación del empleado de recepción de repente tenía mucho sentido, al igual que la argolla negra en la mano izquierda de Spreen. Una argolla que había pasado desapercibida hasta ese momento.

Santa mierda.

¿Qué demonios te pasa? —preguntó Vegetta.

El estómago de Spreen se agitó agresivamente.

—¿En este momento? Tengo resaca, hay un cadáver en mi habitación de hotel, y vos me estás gritando.

¿Qué quieres decir con que hay un cadáver en tu habitación de hotel? —Vegetta le susurró al teléfono.

—Supongo que, técnicamente, hay un cadáver en tu habitación de hotel —Logró decir Spreen—. ¿Qué querés decir con que estoy casado?

—¿Qué? —Roier dijo alarmado, con los ojos desorbitados, casi de forma caricaturesca, mientras miraba dos veces sus manos izquierdas, deteniéndose en los anillos que ambos llevaban.

Roier también tenía un anillo de boda, uno de madera pulida que parecía tallado a mano y caro y exactamente como algo que Roier querría. Verga. No sólo se habían casado, sino que habían pensado en ello.

Spreen volvió a centrarse en Vegetta mientras seguía gruñendo sus palabras al teléfono, claramente agitado.

¿Qué quieres decir, qué quiero decir? Por favor, dime que no estabas realmente borracho cuando ocurrió esto. Por favor, dime que mi hijo sensato, a quien confío el acceso militar de alto secreto, no estaba realmente tan borracho que no recuerda haberse casado.

Roier se puso de pie y fue al baño, regresando con su propio teléfono, con expresión de dolor mientras miraba la pantalla. Spreen imaginó que, si Vegetta lo sabía, Baghera también. Entre sus dos familias, esto iba a ser un maldito circo.

—De acuerdo, no te lo diré —dijo Spreen, una vez más intentando desesperadamente llenar los agujeros de sus recuerdos—. Tiene que haber algún error. Estoy seguro de eso —mintió Spreen.

Roier giró su teléfono hacia él, dirigiendo a Spreen una mirada molesta. Era un post de TMZ en el que se veía a Spreen y Roier abrazados bajo un arco floral chillón mientras un imitador de Elvis oficiaba lo que parecía una boda. No una boda De Luque, pero una boda igualmente.

—O no… —Spreen dijo—. Quiero decir, no sé por qué sería tan importante. Ambos somos adultos con poder de consentimiento.

Spreen sabía exactamente por qué era un gran problema. Eran De Luque’s. Estaban bajo constante escrutinio. Eran asesinos encubiertos, y Spreen acababa de casarse con un hombre cuya madre era conocida como la encantadora de psicópatas. Literalmente, así la llamaba la gente.

Pero él no dijo nada de eso. No tenía que hacerlo. Su padre ya estaba muy por delante de él.

Porque te casaste con un hombre que es idéntico a otro que ya está casado... con una maldita celebridad de la lista A. ¿Sabes cuántas horas ha pasado mi publicista esta mañana asegurándole a los periodistas que tu nuevo marido no es, de hecho, un polígamo, sino que es el gemelo idéntico del esposo de Cellbit Dunne?

Eso ni siquiera había llegado a la lista de Spreen.

—Oh. Eso. Sí. Escucha, papá, lo entiendo. La cague. Pero tal vez podamos ahorrarnos el sermón sobre mis nupcias improvisadas para poder ocuparnos del cadáver que hay en la habitación.

Vegetta gruñó su frustración y luego dijo: —Dúchate, vístete y sal de ahí. Asegúrate de poner el cartel de no molestar en la puerta. Haré que un equipo salga a limpiar este desastre. ¿Qué tan grave es?

Spreen se encogió.

—Fue un disparo en la cabeza.

Cristo. ¿Qué tienen tú y tus hermanos contra las habitaciones de hotel? —murmuró Vegetta.

—Estaba tratando de matar a Roier —dijo Spreen—. ¿Qué opción tenía?

Vegetta gruñó. Era malo cuando su padre se volvía monosilábico. Cuando decidía prescindir por completo de las palabras, se adentraban en el territorio de Rubius. Aun así, finalmente suspiró antes de decir: — Sí, que tu esposo muriera de una herida de bala en tu noche de bodas después de una boda precipitada en Las Vegas habría sido un desastre aún mayor.

—¿Ves? Un pequeño consuelo —dijo Spreen débilmente, observando cómo su esposo desnudo se llevaba el teléfono a la oreja, con una expresión sombría.

Espera —espetó Vegetta, y luego dejó que Spreen hiciera precisamente eso.

Después de un momento, Roier dijo: —Hola, mamá.

Spreen no pudo oír lo que decía, pero sí cómo lo decía. Roier no dijo nada, ni siquiera intentó decir una palabra, sólo asintió con la cabeza como si ella pudiera verlo. Estaba claro que no le gustaba enfadar a su madre.

A Spreen tampoco le gustaba enfadar a Vegetta. Ayudaba a evitar sermones como éste. Pero Roier parecía triste, luego culpable, luego triste de nuevo mientras se paseaba alrededor del cadáver en el suelo.

—Lo sé, mamá. Lo sé. Yo... sí, por supuesto, lo sé... me disculparé con Cellbit... entonces qué quieres que... no, no fue un error... nosotros... ¡Mamá! Detente. Lo siento. Dije que lo siento.

Vegetta suspiró.

Tienes treinta minutos para salir de allí y salir a la luz pública.

Intenta parecer que nunca has estado más enamorado.

—Uhm, ¿De acuerdo? Y ¿Luego qué?

Y luego los dos meten sus culos en un avión y regresan a casa. Llamaré a Boone y le haré saber que el proyecto queda suspendido durante la próxima semana. Vamos a resolver todo esto, incluyendo quién está detrás del nuevo cónyuge De Luque, y luego vamos a averiguar exactamente cómo mostrar esto. ¿Me entiendes?

—Sí. Sí, lo entendí. Felicidad matrimonial, y luego a casa.

Increíble —murmuró Vegetta, y luego se fue, dejando a Spreen observando cómo Roier intentaba zafarse de su propia conversación.

Cuando parecía que no había final a la vista, Spreen finalmente golpeó su reloj invisible, haciéndole saber que estaban en un límite de tiempo.

—Mamá, tengo que irme. Hemos tenido una... complicación imprevista. Vegetta puede informarte, pero tengo que salir de aquí en los próximos veinticinco minutos —Hubo otra breve pausa—. Sí, yo también te amo.

—Mi viejo dice que tenemos que ducharnos y luego ir a que nos vean en público enamorados. Va a enviar un equipo para limpiar esto.

—Y luego ¿Qué? —dijo Roier, mirando alrededor de la habitación del hotel. En algún momento, habían volcado un cubo de champán. La botella estaba vacía en el suelo y había una mancha oscura donde se había derretido el hielo.

Estaba claro que la noche anterior habían salido de fiesta como si estuvieran en una banda de música de los ochenta. La cabeza de Spreen palpitaba. Y ahora, estaban pagando el precio. Necesitaba un galón de agua y un cubo de Advil y lavarse los dientes. Se sentía como si hubiera pasado la noche lamiendo la alfombra.

Roier asintió y entró en el baño sin decir nada más, poniendo el agua bien caliente. Spreen se acercó al lavabo y tomó uno de los dos cepillos de dientes envueltos, entregándole uno a Roier, que lo aceptó sin decir nada.

Roier parecía estar dándole vueltas a las cosas en su cabeza, con la mirada desenfocada mientras se cepillaba los dientes. Una vez que se hubo enjuagado, se metió en la ducha, y luego le dirigió a Spreen una mirada con expectativa.

—¿Vienes o qué?

Spreen parpadeó sorprendido, pero entró en el amplio espacio, dándole a Roier mucho espacio por si acaso estaba furioso con Spreen por dejar que todo esto sucediera.

Roier claramente tenía otros planes. Arrastró a Spreen contra él bajo el agua y juntó sus bocas, clavando su lengua en el interior. La verga de Spreen se endureció contra la cadera de Roier mientras le mordía y chupaba los labios.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Spreen entre duros besos.

—Te vas a dar la vuelta y te vas a poner de cara al cristal, y yo te voy a coger hasta que los dos nos sintamos mejor —gruñó Roier, haciendo girar a Spreen y forzándolo contra la barrera de humo.

Spreen gimió cuando los labios de Roier se deslizaron por la piel resbaladiza de su cuello y su hombro, y luego por su mandíbula. Todo lo que Spreen podía hacer era inclinar la cabeza hacia un lado, dándole un mejor acceso a cualquier parte de él que Roier quisiera.

—Tenemos que ser rápidos...

La advertencia de Spreen murió en un jadeo cuando Roier hundió dos dedos dentro de él, metiéndolos y sacándolos bruscamente, diciendo con voz ronca contra su oreja: —Mierda, estás mojado, Osito. Creo que ya hemos hecho esto una vez. Te dije que no podía tener suficiente de ti. Pero ahora no tengo que preocuparme por eso.

Roier deslizó fuera sus dedos y luego la cabeza de su verga estaba presionando contra el agujero de Spreen. Éste ni siquiera esperó a Roier, sino que volvió a introducirse en la gruesa longitud de la misma. Dios, era enorme. Era el tipo de invasión perfecta, que alejaba el caos del día de su mente.

Una vez que Roier estuvo enterrado dentro de él, su brazo rodeó la cintura de Spreen, sosteniéndolo contra él para poder embestirlo una y otra vez como si tuviera algo que demostrar. Tal vez lo tenía. A Spreen no le importaba. Esto era exactamente lo que necesitaba. Roier dentro de él, rodeándolo, su aliento en su piel y su mano masturbándolo.

Normalmente, cuando se reunían así, Roier le ronroneaba cosas sucias al oído de Spreen. Pero esta vez no. Esta vez, se limitaba a abrazarlo con fuerza, con su respiración jadeante resoplando contra su mejilla. De alguna manera, todo era más real, más íntimo, como si no hubiera barreras entre ellos, ni siquiera palabras. No había nada que distrajera a Spreen de lo jodidamente entrelazados que estaban en todos los niveles.

Roier se vino primero, mordiendo el lóbulo de la oreja de Spreen con un gruñido mientras llenaba a Spreen por lo que debía ser al menos la segunda vez desde que habían entrado en la habitación. Spreen esperaba que Roier siguiera masturbándolo, pero soltó la mano, dándole la vuelta, y luego cayó de rodillas, tragándose la dolorida pija de Spreen de una sola vez.

Las rodillas de Spreen casi ceden. Realmente no había nada en lo que este hombre no fuera bueno. Dios. El placer lo estremeció a lo largo de sus terminaciones nerviosas, cada arrastre de la boca de Roier chupándolo precipitó a Spreen hacia su propia liberación hasta que tuvo que decir: —Voy a venirme.

Roier gimió a su alrededor, y tres dedos volvieron a entrar en su agujero para presionar ese pequeño manojo de nervios. Y eso fue todo, eso fue todo lo que necesitó. Gritó, sus manos se agarraron al pelo de Roier, su cuerpo prácticamente se dobló por la mitad mientras se corría lo suficientemente fuerte como para ver las estrellas.

Al cabo de un minuto, Spreen tiró de Roier para que se pusiera en pie y juntó sus bocas, saboreándose en su lengua. Cuando se apartó, Roier sorprendió a Spreen dejando caer un beso en la parte superior de su cabeza mojada antes de agarrar la barra abierta de jabón del hotel.

—Gracias. Lo necesitaba.

Se le ocurrió entonces que nunca se había tomado el tiempo de apreciar lo jodidamente hermoso que era Roier. Estaba tonificado y elegante. Su cabello era de un tono castaño brillante y sus ojos de un café dorado que Spreen ni siquiera sabía que existía antes de que se conocieran. Spreen estuvo tentado de quitarle el jabón a Roier y lavarlo bien y despacio.

Pero no había tiempo para nada de eso. Cuando Roier estuvo enjabonado, Spreen tomó el jabón, haciendo lo mismo, terminando su ducha lo más rápido posible.

Sólo cuando estuvieron vestidos y se dirigieron a la puerta, Spreen se atrevió a preguntar: —¿Estás bien?

Roier lo miró sorprendido.

—¿Yo? Sí, estoy bien.

Spreen lo miró con el ceño fruncido, tratando de saber si se trataba de algún tipo de mecanismo de adaptación o si tal vez Roier era más sociópata de lo que Baghera Brown había pensado.

—Estamos casados —dijo Spreen lentamente, levantando la mano como prueba, esperando que la realidad de la situación finalmente se asentara.

Roier lo miró como si estuviera loco.

—Sí, soy consciente. Yo también tengo uno —Le recordó, dándole una pequeña sacudida a su mano izquierda.

Spreen lo estudió con atención.

—¿El hecho de que estemos casados no te asusta ni un poco?

—¿Te asusta a ti? —replicó Roier, examinando a Spreen a su vez.

Spreen se detuvo en seco, comprobando por primera vez sus propios pensamiento sobre la noción. Estaba casado con Roier Brown. Estaban casados. En las buenas y en las malas. En la riqueza y en la pobreza. O como quiera que fuera eso.

Para siempre. Él estaría mirando esa cara por el resto de su vida. Estaría luchando con ese hombre obstinado por el resto de su vida. Esperó a que el pánico se apoderara de él. O, al menos, algún tipo de irritación ante la idea de tener que compartir su espacio y su vida con otro ser humano. Pero nunca llegó.

Tal vez fuera porque era un psicópata. Pero Spreen no lo creía. Cualquiera que fuera ese sentimiento... no podía expresarlo con palabras. Había una extraña sensación de calma que lo invadía ante la idea de estar casado con Roier. Una que no tenía sentido.

Tal vez fuera porque era un error fácilmente subsanable. Podían ir y anularlo. Eso era lo que pasaba en Las Vegas.

Al matrimonio era fácil de entrar, pero también bastante fácil de salir. Especialmente cuando se venía de dinero.

Pero la idea de disolver su matrimonio tenía exactamente el efecto contrario en Spreen. Lo tornó... agitado. Roier era suyo. Sólo suyo. Y ahora tenía el anillo y los papeles para probarlo. ¿No era eso lo que había dicho Quackity? ¿Encontrar a alguien cuya locura coincida con la tuya y luego atarlo legalmente a vos para siempre para que nunca pudiera dejarte?

Estaba parafraseando, pero en realidad era lo mismo.

—No, no me asusta —dijo finalmente—. ¿Debería?

Roier le dedicó una sonrisa cuando entraron en el pasillo, cerrando la puerta tras de sí y colocando el cartel de no molestar antes de tomar la mano de Spreen y conducirlo hacia el ascensor.

—Vales miles de millones de dólares. Yo tengo un Jeep de diez años y una cámara de siete mil dólares. No tenemos un acuerdo prenupcial. Dímelo tú.

Spreen se rio.

—Si querés dinero, te casaste con el De Luque equivocado.

—Incluso sin el dinero de tu padre, vi lo que ganaste en los torneos —se burló Roier, chocando sus hombros.

Spreen se encogió de hombros.

—Lo dono.

—¿Todo? —preguntó Roier, sorprendido.

—Sí, a hospitales infantiles. Pero no se lo digas a nadie. No va muy bien con mi reputación de borracho sin principios.

Roier se detuvo en seco.

—Hablas en serio.

Spreen asintió.

—Sí. Entonces, si esperabas casarte con un rico...

Roier lo arrastró para darle un profundo beso que hizo que la cabeza de Spreen diera vueltas.

—Eso es jodidamente sexy, Osito.

El timbre del ascensor sonó y las puertas se abrieron.

—Oh, bueno —dijo Spreen, confundido.

—Me estoy muriendo de hambre —dijo Roier—. Espero que todavía estén sirviendo desayuno.

Spreen se desplomó contra la pared junto a Roier, metiéndose en el personaje.

—Son Las Vegas, querido. Por supuesto que lo estarán.

 

Notes:

Fue muy "qué pasó ayer? " Este capítulo 🤣🤣🤣

Gente aviso que cambie en el cap 6 el nombre de wilbur por Luzu, por si hay algun lector que no le agrade q su cubito sea pareja del pato ya que en este libro no sera un personaje de relleno como los otros, sino tendrá un poco mas de "protagonismo"

Chapter 9: Roier

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Roier nunca había estado en un jet privado. Antes lo consideraba algo bastante elitista y extravagante para una persona. A menos que esa persona encabezara una familia de vigilantes psicópatas. En cuyo caso, lo más probable es que fuera muy útil para proporcionar coartadas y evitar los rastros de papel. Aun así, una parte de él se sentía culpable por haber tomado un avión en el que solo estaban él y Spreen y una tripulación de cuatro personas.

Spreen claramente no se sentía así. Se sentó de lado en su asiento, con las piernas extendidas sobre el regazo de Roier, con las gafas de sol puestas mientras roncaba suavemente. No pudo evitar sonreír. Incluso con resaca y agotado, Spreen estaba muy sexy, tal vez incluso más. No se había afeitado, y su cabello se había secado algo rizado después de la ducha.

Sus pertenencias personales estaban de vuelta en la base, pero Spreen había dicho que no era un problema, y tenía razón. Cuando abordaron el avión, había ropa esperándolos −toda de la talla perfecta−, lo cual era extraño hasta que Roier se dio cuenta de que eso significaba que, en algún momento, Spreen se había aprendido sus tallas de ropa, incluso la de los zapatos, y eso no era algo que hiciera un revolcón casual.

Mientras Spreen dormía, Roier se contentaba con leer una historia tras otra de las supuestas escapadas de Spreen en estado de embriaguez, y había muchas. Quedarse dormido durante una cena de recaudación de fondos para el presidente, pelear con tres hombres en un bar... solo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Spreen, con la voz cruda por el sueño.

—¿De verdad robaste una jaula de cachorros que alguien había dejado en la pista del aeropuerto? —preguntó Roier.

Spreen esbozó una mínima sonrisa, pero no se movió de su estado semiacostado.

—¿Me estás buscando en Google?

Roier sonrió, apretando la pantorrilla de Spreen.

—Me encanta buscarte en Google. Uno de mis pasatiempos favoritos —dijo Roier, infundiendo sus palabras con tanta promesa sucia como podía reunir con su propia resaca—. Entonces, ¿Lo hiciste?

—Sí, lo hice. Estaban llorando y los habían dejado allí. Así que los tomé.

—¿Por qué? —Roier no pudo evitar preguntar.

Spreen frunció el ceño.

—Porque era lo correcto.

—¿Te sentiste mal por ellos? —preguntó Roier.

—¿Esperas que, en el fondo, no sea un monstruo sin emociones?

Roier negó con la cabeza.

—Sé que no eres un monstruo sin emociones. Mi hermano tampoco lo es —Spreen se puso las gafas de sol en la cabeza, estudiando a Roier como si creyera que estaba mintiendo—. ¿Sabías que muchos estudios demuestran que la diferencia entre que alguien que muestra tendencias psicopáticas crezca y se convierta en un depredador o crezca y sea como todo el mundo se reduce principalmente a la crianza, no a la naturaleza?

Spreen sonrió.

—Pero yo soy un depredador.

Roier se rio.

—No, eres un jugador de póker que tiene un segundo empleo como verdugo. Matas porque es necesario hacerlo. Si fueras un depredador, nunca dejarías de cazar. Aunque los psicópatas sádicos pueden esconderse a la vista y fingir que son normales, normalmente hay algo en los ojos. Cuando miras sus ojos, sabes que te están... acechando, estudiando. Es como ser observado por un animal. Tú no miras a la gente de esa manera.

Spreen pareció considerar eso.

—¿Crees que mi padre está equivocado por lo que hizo? ¿Crees que criar niños para ser asesinos está mal?

—Creo que, si tu padre los hubiera criado en el vacío, los hubiera metido en un laboratorio y los hubiera estudiado, les hubiera enseñado sólo a matar, entonces se habría equivocado. Creo que los habría convertido en depredadores. Pero los crió con amor, les enseñó a respetar la vida, aunque no pudieran empatizar con ella, y les enseñó a defenderla. Solía creer que nuestro sistema de justicia, aunque defectuoso, funcionaba. Ahora, tú y yo sabemos que eso no es cierto y eso nos deja con una decisión. Aceptar el statu quo o eliminar la amenaza antes de que vuelva a hacer daño. Creo que sabes cuál elijo.

—Y ¿Este programa que tu madre y Vegetta crearon? — preguntó Spreen, su mano encontró la de Roier y jugó con sus dedos—. ¿Crees que están privando a estas personas de una vida normal?

—Creo que lo que estamos haciendo es un mal necesario. Creo que estos niños estaban siendo criados en condiciones horribles y nuestros padres los colocaron en hogares cariñosos y se aseguraron de que fueran criados con todo, incluyendo un conjunto de habilidades algo... únicas. No están obligados a participar en el programa. Lo sabemos. Tienen derecho a rechazarnos.

La expresión de Spreen le decía a Roier que quería hacer otra pregunta, pero que estaba dudando o tratando de formular lo que quería decir. Finalmente, lo miró a los ojos.

—¿Estás preocupado... por despertarte casado con un asesino?

Roier suspiró.

—Todos somos asesinos, Spreen. Yo, tú, Vegetta, mi madre, mi hermano. Hay gente muerta por decisiones que todos tomemos, directa o indirectamente. Nadie es inocente aquí. La única diferencia entre tú y yo es que algunas de las personas que mate probablemente no lo merecían, y si me permitiera pensar en eso, probablemente me metería en un agujero tan profundo y oscuro que nunca encontraría la salida. Estás diseñado de forma única para lo que haces y te envidio por eso.

Spreen se lanzó hacia adelante, dejando caer sus botas al suelo. Antes de que Roier pudiera siquiera adivinar sus motivos, había girado sobre sí mismo de modo que su cabeza estaba ahora en el regazo de Roier, con los pies apoyados en la pared del avión.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Roier, divertido.

—Pensé que estábamos hablando —dijo Spreen—. Así podes hablar y frotar mis sienes al mismo tiempo. No sé si lo sabes, pero soy un poco ligero cuando se trata de la bebida.

—¿Cómo haces para mantener esto cerca de tus hermanos? ¿No se dan cuenta de que no bebes? ¿Qué... lo echas en alguna maceta? — preguntó Roier, apretando las sienes de Spreen mientras preguntaba.

—Traigo mi propia botella. Casi siempre es té helado. Pretendo ser extrañamente territorial sobre mi licor. Dada mi reputación, en realidad es mucho más fácil que crean que soy alcohólico a que crean que no lo soy. ¿Qué razón podría tener para mentirles?

Roier se detuvo en seco.

—¿Por qué les mientes? ¿Fue idea de Vegetta?

Los ojos de Spreen estaban cerrados, su rostro relajado mientras Roier seguía acariciándolo.

—No. Cuando mi padre se dio cuenta de que se me daba bien el póker, me llevó a su despacho y me dijo que quería que eligiera eso como mi... ¿profesión? Por aquel entonces no sabía nada del Proyecto Watchtower. Apenas había superado la edad de beber. Pero como podés ver, cada jugador tiene una... personalidad que adopta, un personaje que asume mientras está en la mesa. Ser un borracho me quitaba toda responsabilidad y me facilitaba coartadas cuando necesitaba eliminar un objetivo.

—Pero ¿por qué mentir a tus hermanos? —insistió Roier.

—Porque era mío —dijo Spreen.

—¿Qué quieres decir con tuyo?

—Al vivir en una casa no sólo con seis hermanos y mi padre, sino con todo un establo lleno de miembros del personal, nada es sagrado, nada es privado. Nada. Pero si todo el mundo me viera como este personaje de pirata borracho, entonces quien realmente soy sería sólo mío y podría mostrar mi verdadero yo a quien quisiera. O no. Después de un tiempo, se convirtió en parte de lo que soy, así que no estoy mintiendo, exactamente. Realmente soy ambas personas, sólo que no al mismo tiempo.

Roier pasó los dedos por el pelo de Spreen y sintió una extraña oleada de protección cuando Spreen suspiró y acercó la cabeza al estómago de Roier. Spreen era esas dos personas. Lo había visto la noche anterior.

Estaba el Spreen que necesitaba que lo mantuvieran en el borde hasta que no pudiera respirar, que necesitaba sentir que se había ganado cada pizca de placer. Pero también estaba ese Spreen despreocupado, encantador y arrogante del que Roier estaba igualmente enamorado.

Los dedos de Roier se congelaron en el pelo de Spreen. Amor. Estaba enamorado de Spreen. Tal vez lo estaba desde hacía tiempo. Miró el anillo en su dedo. Solo en Las Vegas la constatación de que amaba a su esposo podría invocar este nivel de confusión.

—¿Estás bien? —preguntó Spreen, abriendo un párpado para mirarlo.

¿Lo estaba? No estaba seguro. No había garantía alguna de que Spreen quisiera seguir casado con él, bromas sobre casarse con ricos aparte.

Diablos, había muchas posibilidades de que Vegetta De Luque se volviera loco ,con razón, y exigiera que anularan el matrimonio inmediatamente. Y no le hagas hablar de la reacción de su madre. El discurso de "estoy tan decepcionada de ti" le arrancaba el corazón a Roier cada vez.

—Oye, ¿Estás teniendo algún tipo de evento médico? Porque pareces estar a dos segundos de babear. ¿Qué te paso?

—Nada. Lo siento. Sólo tuve un... fallo.

—¿Un fallo?

—Sí, me metí en mis pensamientos y tarde un minuto en encontrar el camino de vuelta.

Spreen asintió en señal de comprensión.

— ¿Cómo una cosa de palacio mental? George también hace esa mierda. Pero ¿Estás bien?

—Sí, Spreen, estoy bien.

—Cuéntame más cosas sobre psicópatas —dijo Spreen, anidando una vez más su cabeza en el regazo de Roier.

—Si sigues haciendo eso, terminaremos teniendo sexo en el avión —advirtió Roier.

—Paciencia, querido —murmuró Spreen—. Pero habla conmigo. A mi resaca le gusta el sonido de tu voz ahora mismo.

Roier no pudo ocultar la sonrisa que le arrancaba la comisura de los labios.

—¿De verdad quieres que te aburra con cosas de ciencia sobre psicópatas?

—Mmm, pero hacelo mientras jugas con mi pelo.

—Dios, no tenía ni idea de que me había casado con alguien tan necesitado. Esto se siente como un señuelo.

—Bueno, buena suerte para salir de esto. Mi padre trata el matrimonio como si fuera una iniciación de pandilla. Sangre que entra, sangre que sale, amigo —dijo Spreen, sin sonar ni siquiera un poco molesto por la perspectiva de la vida con Roier.

Un poco de la ansiedad de Roier se disipó, pero no toda. Todavía quedaba por resolver el asunto de su madre y de los hermanos de Spreen. Pero ya se preocuparían de eso cuando aterrizaran. Por ahora, su marido quería caricias y cosas aburridas sobre psicópatas, así que eso era lo que Roier le daría.

—¿Sabías que utilizaron escáneres de resonancia magnética para mapear los cerebros de un montón de psicópatas y creen que la psicopatía proviene de dos áreas clave del cerebro? El estriado y la corteza prefrontal. En las resonancias magnéticas, se descubrió que la conexión entre ambas era más débil que en quienes no mostraban tendencias psicopáticas. Tanto es así que algunos neurólogos han dicho que pueden detectar a un psicópata simplemente por sus escáneres cerebrales.

—¿Crees eso? —preguntó Spreen, suspirando cuando Roier le pasó el dedo por la longitud de la nariz.

—¿Creo que se puede decir que alguien muestra las características físicas de un psicópata sólo por los escáneres de la resonancia magnética? No. Y te diré por qué.

—Por favor, hazlo —dijo Spreen, tomando la otra mano de Roier y uniendo sus dedos.

Roier se rio. El Spreen con resaca era un Spreen totalmente diferente al Spreen sobrio o incluso al Spreen borracho.

—Un neurólogo hizo un estudio para mapear el cerebro humano, y cuando no tuvo suficientes sujetos de investigación, utilizó a su propia familia, incluido él mismo, como sujetos para su estudio doble ciego. Cuando recibió los escáneres, se alarmó al ver que uno de los pacientes mostraba el clásico cerebro de "psicópata". Rompió el protocolo y buscó de quién se trataba para poder conseguir ayuda para esa persona. Resultó que... era él. El neurólogo felizmente casado y con varios hijos adultos que nunca había dañado un pelo de una persona− nunca había querido hacerlo− era el psicópata.

—Entonces, ¿Qué te dice eso? —preguntó Spreen.

—¿Yo? No soy un científico. Sólo me crie a los pies de una, pero como dije, se reduce a la naturaleza contra la crianza. Es como los estudios en los que tomaron a trillizos y los criaron en ambientes completamente separados. Algunas cosas permanecen iguales: rasgos, tendencias, demonios, a veces nombres, cortes de pelo, disposiciones. Pero las influencias externas también les afectaron mucho. Creo que es lo mismo para los psicópatas.

—¿Qué significa?

—Creo que, si expones a un psicópata a la violencia y al dolor, despertarás esas partes depredadoras del cerebro. Si educas a ese niño para que sea amable, para que entienda la autonomía corporal, los límites y lo que está bien y lo que está mal... consigues gente como tú. Como mi hermano.

—Pero mis hermanos y yo fuimos abusados cuando Vegetta nos encontró. Todos habíamos pasado por algún tipo de trauma en nuestras vidas. Creo que por eso creyó que nos estaba salvando. Tomando un arma ya cargada y apuntando a un objetivo que lo merecía.

Roier se encogió de hombros.

—Tal vez estaba equivocado. Tal vez te encontró lo suficientemente pronto como para deshacer parte del trauma inicial. Pero imagina que no te hubiera encontrado. El sistema de acogida está lleno de niños a los que se les saca de una situación de mierda y se les obliga a otra mucho peor que la que dejaron. Eso podría haber sido lo mismo para todos ustedes. Nunca se sabrá. Nunca sabremos si tu padre o mi madre están haciendo lo correcto. Sólo tenemos que creer que lo están haciendo.

Spreen guardó silencio durante un largo rato.

—Tenemos que averiguar quién te persigue. Te guste o no, tenes toda la fuerza de los De Luque’s en este caso. Y van a ir por todo.

Roier suspiró.

—Lo sé.

Spreen lo estudió.

—¿Por qué te molesta tanto pedir ayuda?

Roier soltó una risa amarga.

—No creo que tengamos suficiente tiempo para desempacar eso hoy, Osito.

Las cejas de Spreen se fruncieron.

—Hablo en serio. ¿Cuál es el problema? Seguro que en el ejército todos trabajaban en equipo.

Roier sacudió la cabeza con desdén.

—¿En el ejército? Sí, por supuesto. Nuestro trabajo es trabajar en equipo. Pero en mi vida civil, esperar que alguien me ayude en algo nunca me funciono.

Spreen frunció el ceño.

—¿Qué querés decir?

¿Qué quería decir? Sabía lo que quería decir. La verdad. Pero decir la verdad en voz alta se sentía como una maldita traición a alguien que había sacrificado todo. Tal vez no por él, pero ella se había sacrificado de todos modos. Aun así, Spreen había dejado entrar a Roier, le había dejado ver quién era realmente sin cuestionarlo.

—¿De verdad vamos a hacer esto ahora? —preguntó Roier, con el estómago revuelto.

—¿Qué más tenemos que hacer en este vuelo? Tengo demasiada resaca para más sexo, ya comimos... ¿Los esposos no se cuentan sus profundos y oscuros secretos? —Reprendió Spreen con suavidad.

—¿Por qué no estás más asustado por despertarte casado conmigo? —Soltó Roier.

—¿Por qué vos no lo estás? —replicó Spreen. No había forma de que Roier respondiera a eso. Spreen sonrió—. Eso es lo que pensaba. Deja de cambiar de tema. ¿Por qué no te funciono pedir ayuda?

—Amo a mi madre —empezó Roier, con el corazón apretado, odiándose a sí mismo por pensar las palabras, y mucho más por decirlas—. Pero cuando tienes un hermano como el mío, como estoy seguro de que sabes, requieren cuidados y supervisión constantes. Cuando mi madre se dio cuenta de lo que era Doied... de cómo era... se lanzó a salvarlo. Volvió a estudiar y se doctoró por él. Para averiguar cómo ayudarlo. Lo adoraba y lo amaba, y puso todo de su parte para asegurarse de que mi hermano no se convirtiera en un monstruo. Eso no dejó mucho tiempo para el resto de nosotros.

—¿El resto de ustedes? —preguntó Spreen.

Roier asintió.

—¿Sabías que tengo una hermana? ¿Nuvia?

Los ojos de Spreen se abrieron de par en par.

—No. Creía que solo eran vos y Doied.

—Sí. Mamá intenta separarla de todo esto. Cuando estamos en California de visita o de vacaciones, todo son grandes cenas familiares como algo sacado de un cuadro de Norman Rockwell. Pero al crecer, Nuvia y yo no recibimos mucha atención. No de mi madre. Pero Nuvia tenía a mi padre. Él la adoraba porque era la única chica, y ella usaba eso a su favor. No es que la culpe. Pero Doied tenía a mamá y Nuvia tenía a papá y yo me tenía... a mí. Así que aprendí a ser autosuficiente. Era más fácil que pedir ayuda y escuchar las excusas que siempre venían después.

—¿No sos cercano a... Doied? —preguntó Spreen, como si el nombre de su hermano fuera extraño en su lengua—. Son gemelos idénticos. Mis hermanos son espeluznantemente cercanos. Demasiado si preguntas a algunos. ¿No es lo mismo para vos?

—Doied y yo somos cercanos de una manera en que se puede ser cercano cuando una de las personas es muy neurodivergente. Como, a veces, mi hermano parece más androide que humano. No es que no lo intente, pero las cosas no siempre conectan para él. Pero amo a mi hermano. Moriría por él. Él moriría por mí. Amo a mi madre. Pero nada de eso cambia el hecho de que pedir ayuda en mi familia haya caído en saco roto.

Spreen se sentó con cautela y luego se puso de pie. Roier abrió la boca para preguntar qué estaba haciendo, pero antes de que pudiera, estaba arrodillado sobre él y luego se acomodó en su regazo, rodeando el cuello de Roier con sus brazos.

—No sé cómo decírtelo, pero con mi familia tendrás exactamente el problema contrario. Se meterán en tus asuntos. Harán un millón de preguntas, se involucrarán en la mierda que no les concierne. Te presionarán para que conozcan cada uno de tus profundos y oscuros secretos y luego tratarán de obligarte a ir a terapia. Nunca conocerás un momento de paz.

— A la verga. ¿Me casé con un De Luque o me uní a una secta?

—Sí —dijo Spreen—. Y eso no es todo. La facción de los sentimientos de la familia; Quackity, Serpias y Carre, te bombardearán con amor hasta que quieras gritar, y luego usarán eso para convertirte en uno de ellos. Dream y Ari salieron ilesos por el momento, pero te prometo que no podrás aguantar para siempre. Mi familia es como un tipo de vegetación invasiva. Ellos... se arrastran hacia vos.

—Yo... —Roier no estaba seguro de qué decir—. Está bien.

La cortina se abrió de un tirón y una pequeña morena con una falda lápiz y una camisa blanca de botones entró en la cabina, sus ojos se abrieron de par en par cuando vio a Spreen a horcajadas sobre Roier con las manos de Roier plantadas en el culo de Spreen.

—Oh, yo... lo siento mucho. Yo...

—¿Qué pasa, amor? —preguntó Spreen, sin hacer ningún intento de abandonar el regazo de Roier. Lo cual estaba bien para él.

—Lo siento mucho, Sr. De Luque. O ¿Es Brown ahora? O ¿Los dos? —balbuceó ella.

Spreen le dedicó una sonrisa paciente.

—¿Necesita algo?

—Sr. De Luque... —Hizo una pausa de nuevo, su cara se enroscó en una de concentración a menudo guardada para las matemáticas o el desarme de armas nucleares—. Uhm, el Sr. De Luque mayor, quiero decir. Su padre, uhm, Vegetta...

—Estoy familiarizado con él, sí —se burló Spreen—. ¿Qué pasa con él?

Ella respiró profundamente y exhaló.

—Dijo que se reuniría con usted en la pista.

Spreen frunció el ceño y buscó su teléfono, para luego recordar que lo había puesto en modo avión en un intento de evitar a su familia.

—Ah, sí. Gracias.

Dudó aún, su mirada recorriendo a los dos con interés, antes de decir:

—¿Hay algo que pueda hacer por usted? ¿Por los dos? O ¿En alguno de ustedes?

Roier levantó la ceja y una lenta sonrisa se dibujó en su rostro.

—¿Cómo qué, exactamente?

Ella pareció salir de cualquier espacio mental en el que había estado hace un momento.

—¿Quisieran comer o beber algo?

—No, creo que estamos bien —dijo Roier.

—Diles a los demás que no nos molesten hasta que descendamos. Gracias.

Ella movió la cabeza, retrocediendo como si se dirigiera a la realeza y no pudiera permitirse darles la espalda.

—¿Acaba de intentar ligar con los dos? —preguntó Roier, divertido.

—Mmm. Creo que sí. Qué pequeña criatura tan curiosa es —dijo Spreen, y luego la descartó para acomodarse mejor sobre Roier, contoneándose hasta que se tocaron en todos los lugares correctos.

—No empieces algo que no piensas terminar, Spreen —advirtió Roier.

Spreen se balanceó contra Roier.

—¿Dónde está la diversión en eso?

Roier agarró las muñecas de Spreen y las arrastró detrás de su espalda, luego capturó su boca en un beso que se volvió progresivamente más sucio a medida que avanzaba. Cuando finalmente se separaron, Roier rodeó a Spreen con sus brazos y lo depositó en su propio asiento.

—Nada de eso. No voy a encontrarme con Vegetta en el aeropuerto habiendo mancillado recientemente a su hijo.

—Aguafiestas —Spreen hizo un mohín.

—Oh, por favor —dijo Roier, inclinándose para olfatear el punto detrás de su oreja—. Te encanta resistirte a mí —Su lengua salió para lamer su pulso—. Te encanta hacerme trabajar por ello —Le mordió la oreja—. A mí también me encanta —Deslizó la mano entre las piernas de Spreen, con el pulgar recorriendo su pene—. Me encanta cuando finges resistirte, cuando finges que no me deseas, incluso cuando puedo olerlo en ti. Hace que sea mucho más excitante cuando estoy enterrado dentro de ti y estás arañando mi espalda jadeando mi nombre —Quitó la mano y se sentó—. Terminaremos esta discusión esta noche.

—Ahora mismo te odio —gruñó Spreen, con el contorno de su erección evidente.

Roier se rio.

—Sí, pero luego me estarás amando.

 

Notes:

Mientras lloro con los otros, este par son mi lugar seguro <3

Chapter 10: Spreen

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El coche de Vegetta les esperaba en el asfalto cuando aterrizaron. Spreen hizo todo lo posible por ignorar el dolor de cabeza, pero se colocó las gafas de sol en un pobre intento de evitar el impacto de la luz ultravioleta en sus ya palpitantes globos oculares. Realmente deseaba no estar teniendo esta conversación con su padre mientras tenía resaca, pero casi podía oír a Vegetta diciéndole que, si no le gustaba la situación, entonces no debería haberse emborrachado en primer lugar.

Cuando Roier tomó la mano de Spreen y unió sus dedos mientras salían del avión, él no se apartó. Roier parecía nervioso. Tenía derecho a estarlo. El problema era que, probablemente, Roier se estaba preocupando por todas las cosas equivocadas. Le preocupaba la ira de Vegetta, pero eso no recaería en Roier. Eso era todo sobre Spreen.

Lo que debería preocupar a Roier era conocer a los otros De Luque’s. Eso sería una prueba de fuego, una que Roier parecía estar seguro de poder manejar. Pero eso era porque tenía experiencia con Doied. Pero Doied era un sociópata de alto funcionamiento. Los De Luque’s eran un ejército de psicópatas prepotentes e invasivos que no tenían límites cuando se trataba de hacer novatadas a los nuevos miembros de la familia. Podían ser abrumadores en grandes cantidades.

Pero si iban a llevar a cabo la adquisición de objetivos para una escuela de psicópatas de la Generación Z, esta era una prueba tan buena como cualquier otra. Boone. Mierda. Necesitaba al menos enviar un mensaje de texto al hombre y disculparse por haber salido corriendo y haberse perdido una reunión. No quería ningún conflicto con los instructores antes de que empezaran. Lo más importante de The Watch era asegurar un frente unido. Los psicópatas eran excelentes para encontrar resquicios en la armadura y explotarlos. Pero eso era un problema para otro día.

El conductor que esperaba fuera del coche se apresuró a abrir la puerta de la limusina en cuanto estuvieron cerca. Spreen se arrastró primero, con los ojos muy abiertos cuando se dio cuenta de que su padre no estaba solo. Roier cayó en el asiento detrás de él, con la cara desencajada. ¿Cómo había llegado Baghera Brown antes que ellos a Vegetta?

—Mamá —dijo Roier con un movimiento de cabeza—. ¿Cuándo llegaste?

Aunque era mayor que Vegetta, la madre de Roier parecía sorprendentemente joven cuando no estaba vestida para reuniones de negocios. Llevaba unos jeans, un jersey y un par de zapatillas converse desgastadas, y su pelo rubio le caía sobre los hombros.

Sentada junto a Vegetta, con sus pantalones de vestir a medida y su jersey de cachemira con cremallera, parecía casi una estudiante universitaria. Spreen no estaba seguro de si se trataba de la genética o de un buen cirujano plástico, pero teniendo en cuenta que Roier estaba envejeciendo como un buen vino, Spreen imaginaba que era lo primero.

Baghera le dirigió una mirada sombría.

—Tres horas después de que esto apareciera en las noticias, Nuvia me llamó alegremente preguntando si había tenido noticias tuyas y luego me hizo saber que aparentemente había heredado otro yerno de la noche a la mañana —Baghera examinó a Spreen—. Tengo que admitir que, sinceramente, no estaba segura de que alguna vez te casarías. Ciertamente no te veía sentando cabeza con un De Luque.

Spreen pudo sentir cómo Roier se desinflaba a su lado.

—Lo siento.

—¿En qué estaban pensando ustedes dos? —preguntó Vegetta, sacudiendo la cabeza—. ¿Tienen alguna idea de la tormenta de mierda que esto ha causado?

Spreen todavía no estaba seguro de cuál era el problema. En el gran esquema de sus travesuras pasadas, esto probablemente ni siquiera estaba entre las diez primeras. No entendía por qué al resto del mundo le importaba una mierda que él o Roier estuvieran casados.

—Entiendo que haya causado revuelo porque los medios pensaron que era Doied, pero no entiendo cuál es el problema. Somos adultos. Estamos legalmente autorizados a casarnos —dijo Roier, como si estuviera leyendo la mente de Spreen—. Como, ¿A quién le importa?

—Dadas mis muchas otras escapadas de "borrachera", esta parece bastante inocente, ¿No? —preguntó Spreen, su mano se deslizó sobre la de Roier y la apretó sin pensar.

Baghera y Vegetta parecieron fijarse en el gesto como una sola unidad antes de mirarse el uno al otro. Cuando Spreen trató de retirar su mano, Roier se mantuvo firme, manipulando sus brazos hasta que sus dedos volvieron a estar entrelazados.

—¿Han...? —Baghera se interrumpió, mirando una vez más a Vegetta y luego a ellos de nuevo—… ¿Realmente han estado... saliendo?

Spreen miró a Roier, que se sonrojó hasta la punta de las orejas. Nunca había visto a Roier avergonzado. Era extrañamente adorable. Cuando Spreen continuó mirándolo, se encogió de hombros como si le dijera a Spreen que no iba a tocar la pregunta.

Spreen suspiró.

—Estuvimos... viéndonos durante meses. Sólo que no queríamos ponerle una etiqueta.

Eso no era del todo cierto, pero Spreen no creía necesario decirles a sus padres que había estado dejando que Roier lo machacara como una puerta en un huracán. No parecía que fuera a favorecer las discusiones.

Aun así, Baghera escudriñó a su hijo.

—¿Es esto cierto?

Roier apoyó su peso en Spreen.

—Sí. Hemos sido... cercanos... desde la primera vez que nos reunimos para la reunión inicial del Proyecto Watchtower.

Tan cercanos como pueden ser dos personas. Aunque, técnicamente, se habían conocido la noche anterior, sin que ninguno de ellos tuviera idea de quién era la otra persona. Pero eso no parecía relevante. A decir verdad, nada de esto parecía relevante. Roier y Spreen eran hombres adultos. No veía cómo esto era realmente asunto de alguien más. Pero no dijo nada de eso.

—¿Qué necesitas que hagamos? —preguntó Spreen—. ¿Arreglar esto?

—Supongo que eso depende de si esta boda fue intencional — Vegetta hizo una mueca—. Basándonos en los numerosos encuentros y vídeos que circulan por Internet, parece que ustedes dos estaban completamente...

—Borrachos —terminó Baghera.

—Eso —estuvo de acuerdo Vegetta—. ¿Tienen la intención de seguir casados o quieren anularlo? El abogado dice que podemos hacerlo en-

—No hay anulación —dijo Roier, con voz firme—. Firmaré un acuerdo prenupcial o lo que quieras, pero eso es todo.

Spreen miró a Roier, con la sorpresa que le produjo la convicción en su voz. Sus padres parecían igualmente aturdidos. ¿Había pensado Roier que Vegetta o Baghera podrían exigirles que anularan el matrimonio? Ese no era el estilo de Vegetta. Una vez que la gente conocía su secreto, Vegetta prefería que estuvieran atados a la familia de por vida. Por supuesto, Roier siempre había conocido su secreto, así que las circunstancias eran muy diferentes.

—¿Spreen? —preguntó Vegetta.

Lo mejor que podían hacer el uno por el otro era anularlo. No sabían casi nada el uno del otro en el gran esquema de las cosas. Spreen no sabía el color favorito de Roier. Diablos, ni siquiera habían dormido juntos en la misma cama sobrios. Lo más inteligente que podían hacer era anular el matrimonio y salir juntos. Ver si eran compatibles. Ver si Roier podía soportar una doble vida con Spreen. Quackity siempre dijo que casarse con un De Luque era un trabajo a tiempo completo. Venía con constantes mentiras, encubrimientos, mentir a la policía, mentir a todo el mundo. Pero estar casado con Spreen requería que Roier también supiera mentir a sus hermanos por él. Eso era mucho pedir a alguien sin avisarles primero.

Aun así, cuando abrió la boca para decirlo, lo que salió fue: —Sí, lo que él dijo. No nos vamos a divorciar.

Vegetta se frotó el labio inferior durante un momento, como si estuviera sumido en sus pensamientos.

—De acuerdo, entonces —dijo, como si el asunto estuviera resuelto—. Me pondré en contacto con la publicista y le haré saber que esto no ha sido una borrachera, que los dos llevan un tiempo saliendo y que están muy enamorados. Diré que se conocieron en un viaje a Las Vegas hace meses y que han estado saliendo desde entonces. Ahora que el mundo sabe que no te has fugado con el marido de una celebridad de la lista A, es probable que se apague rápidamente. Pero ese es solo uno de los problemas a los que nos enfrentamos ahora.

Baghera asintió.

—Sí, obviamente el asunto principal ahora es The Watch. A Kendrick le preocupa que ustedes dos dirijan el proyecto como pareja casada. Cree que afectará a su juicio.

—¿No veo cómo? —preguntó Roier—. Como dijimos, llevamos meses juntos y no afecto a nuestra capacidad para hacer nuestro trabajo. Nuestras constantes discusiones son parte de la razón por la que se está tardando una eternidad en concretar la dotación de personal y los asistentes de primer año.

Spreen asintió.

—Sinceramente, me sorprende que Boone no haya intentado disparar a uno de nosotros o a los dos a estas alturas.

Baghera pareció meditarlo y finalmente asintió.

—Voy a suavizar las cosas con Kendrick, pero es probable que me cueste algo. Nunca pierde la oportunidad de intentar forzar su entrada en el proyecto.

—¿Cómo piensas manejar esto con tus hermanos? —preguntó Vegetta.

Spreen frunció el ceño.

—¿Qué querés decir?

—Me refiero a cómo piensas explicarles tu marido sorpresa. Hasta donde ellos sabían, estabas soltero. Ni una palabra de Roier en todo este tiempo. Ahora, estás casado. Decirles que esto es una suerte de borrachera parece una falta de respeto si pretendes seguir casado .¿Planeas mantener la misma historia encubierta que le estás contando al resto del mundo? ¿Has estado saliendo en secreto desde que se conocieron en Las Vegas?

A Spreen realmente no le importaba lo que sus hermanos pensaran o por qué tenía que explicárselo, pero asintió.

—Les diré lo que quieras.

Baghera y Vegetta se miraron como si tuvieran varias preguntas más para los dos, pero luego Baghera suspiró.

—Entonces supongo que podemos pasar al tema más importante — Miró a su hijo—. El que has estado ignorando durante meses. Tenemos que averiguar quién es el que te quiere muerto y por qué. Y de alguna manera tenemos que hacerlo en menos de una semana o Kendrick se va a echar encima de todos nosotros por retrasar el Proyecto Watchtower.


Vegetta y Baghera insistieron en parar a comer en un conocido restaurante de la zona, haciendo saber a Spreen y a Roier que era para las cámaras, así que más les valía hacer su papel. Parecer resacoso y enamorado era bastante fácil para Spreen. Estaba bastante seguro de que era ambas cosas. Aunque no tenía ni idea de cómo se sentía esto último o si realmente era capaz de algo así.

En cualquier caso, para cuando llegaron a la mansión, parte del estrés de Roier parecía haberse disipado, y sus hombros ya no se sentaban alrededor de sus orejas.

Una vez que cruzaron la puerta principal, Vegetta acompañó a Baghera a la sala de guerra mientras Roier y Spreen se quedaban atrás.

—¿Estás bien? —preguntó Spreen una vez que estuvieron fuera del alcance del oído.

Roier suspiró.

—Estoy bien. Sólo con resaca. Y cansado de sentir que me persiguen. Nada de esto tiene sentido.

—Lo resolveremos —prometió Spreen, dándole un beso en el dorso de la mano a Roier antes de arrastrarlo para alcanzar a sus padres, negándose a mirar atrás para ver qué había pensado Roier del gesto impulsivo de Spreen.

Se detuvo en seco dentro de la sala de guerra, cuando Roier se abalanzó sobre él con fuerza desde atrás. Pero apenas se dio cuenta. Estaba concentrado en la sala. Toda la familia estaba sentada dentro. Todos ellos. Bueno, Rubius no, pero hacía tiempo que había dejado de llamarlos su familia. Pero todos los demás estaban presentes... incluso Jaiden. ¿Qué carajo?

No había ni un solo asiento vacío. Serpias y Carre estaban sentados con las piernas cruzadas encima de la mesa de la sala de conferencias. Quackity estaba sentado en el regazo de Luzu. Los demás tenían sus propios asientos, pero se habían visto obligados a apiñarse para asegurarse de que todo el mundo cabía en la gran superficie. Esto iba a ser un maldito circo.

—¿Qué están haciendo todos aquí? —preguntó Vegetta con recelo—. No he convocado una reunión.

—Lo sabemos —dijo Quackity—. Por eso sospechamos tanto.

Vegetta miró a Quackity.

—¿Por qué tendría que convocar una reunión?

Quackity lanzó una mirada incrédula a Vegetta, pero fue Conter quien habló.

—Spreen acaba de casarse con un desconocido a través de un imitador de Elvis sin un acuerdo prenupcial. Uno pensaría que eso al menos nos conseguiría una invitación a la mansión para una fiesta de presentación. Pero no has contactado con nadie.

—Sí, cuando Carre y yo manchamos de sangre la habitación del hotel, hubo una reunión —le recordó Cris.

—Y cuando secuestré a Serpias y lo encadené al radiador —dijo Conter.

—O cuando George decidió irrumpir en la casa de Dream y apuñalarse... hubo conversaciones. ¿Por qué él tiene un pase libre? — preguntó Quackity.

Baghera Brown dio un paso más cerca de su hijo, como si le preocupara que les hubieran atraído hasta allí como una especie de sacrificio humano, pero Roier simplemente parecía divertido.

—Parece que nuestra boda no fue nada comparada con los extraños rituales de cortejo de tu familia —murmuró.

Vegetta hizo un ruido de disgusto.

—¿Cómo sabían que íbamos a estar aquí? —Cuando nadie habló, la mirada de Vegetta flotó hacia el altavoz en el centro de la mesa—. ¿Aroyitt?

Hubo un momento de vacilación, y luego un manso: — ¿Sí?

—¿Les dijiste que estaríamos aquí para una reunión? —preguntó Vegetta.

Aroyitt emitió un sonido de no compromiso.

Yo... ¿Puede que lo haya mencionado?

Vegetta negó con la cabeza.

—Spreen y Roier han estado saliendo durante meses. Acaban de hacerlo oficial antes de lo esperado.

—Entonces, ¿Sabías que estaban saliendo? —preguntó Juan, ladeando la cabeza y estudiando a Vegetta como si estudiara un portaobjetos bajo un microscopio.

—Sí, por supuesto. Baghera y yo lo sabíamos.

—¿Ella es Baghera? —preguntó Serpias, señalando.

Vegetta se sonrojó, dándose cuenta de su error.

—Permítanme presentarle a la madre de Roier, Baghera Brown.

—¿La doctora Baghera Brown? —preguntó Cris.

—La susurradora de psicópatas —dijo Dream, sonando ligeramente enamorado de ella.

—Creía que yo era el susurrador de psicópatas —dijo Quackity con mal humor.

—Lo eres —le aseguró Luzu, dándole un beso en la mejilla.

Spreen observó cómo George le daba un codazo a Dream, haciendo un ligero movimiento de cabeza en dirección a la mujer. Dream se puso en pie, cruzando la habitación y ofreciéndole la mano a la mujer.

Antes de que Baghera pudiera ofrecerle la suya, Spreen apartó la mano de su cuñado de un manotazo.

—No lo toques. Es una trampa. Sólo va a intentar colarse en tu cabeza y husmear un poco.

—Oh, tú debes ser Dream, el vidente —dijo ella, no sin maldad.

Él asintió.

—Encantado de conocerte —A Spreen le dijo: —Yo no husmearía en la cabeza de un desconocido sin permiso.

Spreen lo miró.

—Lo harías si George te lo pidiera.

Dream se sonrojó, pero no dijo nada y se apresuró a sentarse junto a su marido. Jodidamente atrapado. Esto no era una reunión familiar, era una puta emboscada y él y Roier estaban apresados.

—Ahora que se han hecho las presentaciones —dijo Vegetta—. Pueden irse todos a casa. Adiós.

Nadie se movió. Conter y Cris cruzaron los brazos sobre el pecho de forma inquietantemente sincronizada, pero nadie habló. Todos se quedaron sentados en silencio, pareciendo evaluar a los demás.

Finalmente, Juan dijo: —Sí, no. Creo que deberíamos quedarnos. Tenemos más preguntas. Muchas más.

Vegetta se pellizcó el puente de la nariz por un momento antes de poner una mirada paciente.

—¿Cómo por ejemplo?

—Como, por ejemplo, ¿Cómo Spreen llegó a estar casado con el hijo de una mujer que estudia a los psicópatas para vivir? —preguntó George.

—Sí, eso parece una coincidencia infernal —dijo Jaiden.

La mirada de Vegetta se dirigió a Spreen. ¿Era esto lo que realmente le preocupaba a Vegetta? De alguna manera, a Spreen no se le había ocurrido que Baghera Brown sería el eslabón más débil de su cadena de mentiras. No es que fuera culpa de ella. Pero su mera existencia hacía que toda la historia fuera inverosímil.

¿Había sido esa la razón por la que Vegetta la había llevado allí en primer lugar? ¿Era todo esto parte de algún plan maestro suyo menos conocido? ¿Cómo diablos iba Spreen a seguir con esto ahora? Era más fácil cuando sólo estaban él y Vegetta. Llevaban tanto tiempo jugando a este juego que ya no le resultaba antinatural, pero mentir a su familia, obligar a Roier a mentir a la familia de Spreen,  era una variable más que había que seguir. Carajo.

—¿Cómo se conocieron exactamente? —preguntó Ari.

—Sí, háblanos de esa conexión amorosa —incitó Carre, dejando caer los codos sobre las rodillas e inclinándose.

—Las Vegas. Los dos estábamos allí al mismo tiempo —dijo Roier—. Nos conocimos en un bar del Strip. Él estaba ligando con un chico con cara de niño con un anillo en el labio y yo no pude resistirme. Por suerte, él me encontró más interesante.

Era la verdad. Así fue como se conocieron. Sólo que no era toda la verdad. Pero se acercaba lo suficiente como para apaciguar la sed de sangre de la familia por el momento.

—Algo no cuadra —dijo Serpias, mirando a uno y otro lado.

O no. Mierda. Esto era lo que ocurría cuando dejaban entrar a reporteros del crimen en la familia.

—Sí, me parece una mierda —dijo Luzu.

Todos los demás asintieron con la cabeza, mirando alrededor de la habitación como para confirmar sus sospechas. Spreen sintió que su irritación se convertía en ira. Él nunca se metía en sus asuntos. Nunca. Podía burlarse de ellos si lo invitaban a entrar, pero nunca iba a buscar información que no le dieran libremente. Esta invasión abierta en su vida personal le ponía de los nervios.

Manos se hundieron en los bolsillos traseros de sus pantalones, haciéndolo retroceder un paso. Spreen lo permitió, apoyando su espalda en el pecho de Roier, dejando que él enganchara su barbilla sobre su hombro.

—Woah —susurró Quackity, mirando a los dos—. Esto es surrealista.

—Parece que está enamorado —le dijo Serpias a Carre.

—Lo parece —coincidió Carre—. Aunque también parece sobrio, así que es difícil de decir.

—Basta —dijo Vegetta, levantando una mano—. Creo que es hora de decirles toda la verdad.

Spreen se sobresaltó ante eso, mirando a su padre con recelo.

—¿Qué querés decir?

 Juan le dirigió una mirada aguda.

—¿Qué quieres decir con qué quiere decir? ¿No lo sabes? Me siento como si estuviéramos en un ensayo general y nadie tuviera el guion. ¿Qué está pasando con ustedes hoy?

El corazón de Spreen retumbó contra su caja torácica, pero dejó que Vegetta se encargara de ello, no estaba dispuesto a divulgar todos sus secretos sin razón. Cerró los ojos brevemente, concentrándose en la calidez del cuerpo de Roier que fluía hacia el suyo.

Cuando abrió los ojos, Vegetta estaba al otro lado de la mesa de reuniones, con las manos apoyadas en el sólido roble.

—Creo que tengo que explicar cómo nos conocemos Baghera y yo.

—Sabemos que su investigación inspiró este proyecto —dijo Conter—. Pero eso no concuerda con el encuentro de Spreen con su hijo.

Cris asintió.

—No es posible que sea una coincidencia que estuvieran en el mismo bar de Las Vegas y que sus padres no sólo se conozcan, sino que además se dediquen al negocio de los psicópatas. No tiene sentido.

—Bueno, lo explicaré si todos ustedes pueden callarse durante sólo treinta segundos —dijo Vegetta, dirigiéndoles a cada uno una mirada severa.

Spreen observó cómo surgían varias caras de puchero. A ninguno de ellos le gustaba que Vegetta los reprendiera.

Cuando todos se callaron, Vegetta suspiró.

—Durante los últimos años, Baghera y yo hemos estado trabajando con el gobierno en el Proyecto Watchtower.

—¿Proyecto Watchtower? —resonó Quackity, mirando a los demás, que se encogieron de hombros o no dijeron nada—. ¿Qué es el Proyecto Watchtower?

—Es un proyecto altamente controvertido y de alto secreto que toma mi estudio de ustedes y lo escala a nivel nacional, sólo que esta vez con el objetivo de crear operativos de cobertura profunda para eliminar las amenazas a la seguridad mundial —dijo Vegetta.

—¿Estás entrenando a bebés psicópatas para que sean asesinos? — preguntó Juan, lanzando una dura mirada a su padre.

—Es mucho más profundo que todo eso, pero así es como Spreen y Roier se conocen. Así que, si eso aclara las cosas, pueden retirarse. A menos que quieran quedarse y ayudar a descubrir quién está intentando matar a nuestro más reciente miembro de la familia.

—Eso no aclara nada —dijo George con frialdad—. ¿Por qué Spreen sabe de este proyecto pero el resto de nosotros no, incluyendo a Quackity, tu sucesor? ¿Acaso Spreen y Roier trabajan para el proyecto? Y si Spreen lo sabe, que es evidente, ¿Por qué sólo lo sabe él? ¿Por qué no decirlo al resto de nosotros?

—Porque está metido en esto —dijo Cris, como si se le acabara de encender una bombilla en la cabeza. Spreen le lanzó una mirada de sorpresa, que sólo pareció aumentar las sospechas de Cris—. Todos esos viajes a Las Vegas en los que decías que tenías partidas, y sin embargo no había constancia de que fueras y ningún objetivo que eliminar. Has estado trabajando para papá fuera de los libros en este proyecto.

—Eso no tiene ningún puto sentido. Spreen anda más borracho que sobrio, y en Spreen borracho no se puede confiar —dijo Juan.

—Okey, eso no es ver-... —empezó Spreen.

 Juan lo cortó.

—Spreen robó una vez un superyate. Secuestró un mono que valía cien mil dólares. Tropezó en el escenario durante un espectáculo de Broadway. Sus antecedentes penales por sí solos no le permitirían la autorización de seguridad necesaria para ser un empleado del estacionamiento del Bellagio , y mucho menos un activo del gobierno.

—¿Robaste un mono? —preguntó Roier, divertido.

—Es una larga historia, querido —dijo Spreen, volviendo a acercarse para acariciar su mejilla.

—¿Por qué querrías a Spreen en un proyecto como ese? Rubius está más cerca de Las Vegas que cualquiera de nosotros y, aunque es un imbécil, no es un borracho —dijo Ari antes de mirar a Spreen y decir: —No te ofendas.

Spreen agitó un brazo.

—Nah, no me ofendo.

—Este proyecto lleva varios años en marcha, como ya he dicho. En ese momento, Rubius apenas hablaba con la familia. Spreen era lo más parecido. Su juego le permitía estar en cuartos traseros oscuros sin levantar sospechas. Eso es todo lo que había.

—Todavía no nos has dicho cómo Spreen consiguió la autorización con antecedentes —dijo Luzu.

—O cómo está involucrado Roier —añadió Jaiden.

Carre levantó un dedo.

—O cómo alguien cuya sangre no pasa la prueba de alcohol se las arregla para completar cualquier tipo de tarea con la suficiente eficiencia como para justificar un trabajo entrenando espías.

—Vaya —dijo Spreen, una sensación de calma lo invadió cuando Roier deslizó sus brazos alrededor de su cintura—. Les recuerdo a todos que yo traigo a casa más por año que cualquiera de ustedes.

—Sí, apostando —dijo Conter, como si Spreen fuera un usurero o algo así.

Luzu desvió la mirada hacia arriba, con una expresión de fastidio.

—Te presentaste en nuestra casa la semana pasada llevando dos zapatos diferentes.

—Fue una declaración de moda —replicó Spreen, agotado.

—Y ¿Por qué no me hablaste de este proyecto? —preguntó Quackity a Vegetta, con cara de cachorro pateado.

—Porque aún no estabas preparado —dijo Vegetta con una sonrisa que sólo guardaba para Quackity.

—Pero ¿Spreen sí lo está? —soltó Quackity—. Está literalmente hecho una mierda las veinticuatro horas del día.

—Que pesado —murmuró Spreen—. ¿Por qué soy yo el imbécil acá?

—Lo siento, pero es verdad —dijo Quackity, su voz subiendo de tono con cada palabra—. Ninguno de ustedes tiene ningún sentido. Ninguno. Ni tú. Ni Roier. Ni este proyecto.

—Quackity, te estás exaltando por nada —dijo Vegetta con paciencia.

Quackity se quedó con la boca abierta.

—¿Por nada? Dijiste que no tenías secretos para mí. Dijiste que yo era como tu hijo. Dijiste que eras el que más confiaba en mí. Tú eres el más sensato. Eres el que hace que siempre hagamos lo correcto, que tomemos la decisión correcta, que nunca vacilemos en nuestros compromisos. No hay manera de que confíes en Spreen con algo tan grande a menos que... —De repente, los ojos de Quackity se abrieron de par en par y miró a Spreen acusadoramente.

—¿A menos que qué? —preguntó Luzu.

Quackity continuó mirándolo fijamente, y Spreen observó en tiempo real cómo el prometido de su hermano dejaba caer las piezas en su lugar.

—A menos que estés fingiendo.

—¿Fingiendo qué? —preguntó Serpias.

—Beber —escupió Quackity, con la mandíbula desencajada.

—Nuestra alfombra dice lo contrario —le recordó Luzu con una sonrisa de satisfacción.

Pero Quackity no se rio ni sonrió ni dijo una palabra. Estaba concentrado en Spreen, con la mirada clavada en él con un enfoque láser. La piel de Spreen se calentó cuando las lágrimas brotaron de los ojos de su cuñado. Por Dios. ¿Por qué estaba tan molesto? No, no estaba molesto. Traicionado.

Se hizo el silencio en la sala mientras todos parecían procesar la acusación de Quackity. Sus hermanos parecían no estar sorprendidos, pero sus ruedas estaban claramente girando sobre la idea. Carre y Serpias parecían más escandalizados que otra cosa. Pero era Quackity −y ahora, por extensión, Luzu− quien parecía furioso. Y dolido.

—Eso no puede ser cierto —dijo Carre—. Como, eso sería una locura. ¿Quién finge ser un alcohólico compulsivo durante años?

—Operativos encubiertos —dijo enojado Quackity.

—No soy un agente encubierto, Quackity. Sólo soy yo —mintió Spreen.

La mirada en sus rostros dejó claro que nadie le creía. Mierda. Mierda. Mierda.

—Solo diles la verdad —le susurró Roier al oído—. Nadie se va a creer tu historia de todos modos. Es mejor arrancar la tirita.

Spreen cerró los ojos, apretándolos con fuerza.

—Bien. No soy un alcohólico. En realidad, ni siquiera bebo alcohol, excepto cuando me ponen en un aprieto... o cuando quiero que me case un imitador de Elvis, supongo.

Las lágrimas en los ojos de Quackity se derramaron por sus mejillas.

—Vaya —A Luzu le dijo: —Quiero ir a casa. Ahora.

¿Por qué estaba Quackity tan molesto? Spreen suponía que pasaba más tiempo con Quackity y Luzu que con los demás. A menudo se quedaba en su casa o salía a los bares con ellos. Quackity solía ser quien le quitaba los zapatos o lo cubría con una manta si se desmayaba en su sofá. Pero él no creía que mereciera ese nivel de reacción. Pero, ¿Qué sabía él? No tenía esos sentimientos al respecto.

Carre y Serpias lo miraron duramente, pero no creía que estuvieran tan enojados por su engaño como por el hecho de que hubiera herido a Quackity de alguna manera. Spreen trató de agarrar el brazo del chico al pasar.

—Quackity...

Pero Quackity lo esquivó. Luzu le dio un golpe en el cuerpo lo suficientemente fuerte como para que tanto él como Roier quedaran descolocados, y le puso un dedo en la cara.

—Vete a la mierda, Hannah Montana. Quédate donde estás.

¿Hannah Montana?

—¿Vos también estás enfadado? —preguntó Spreen, desconcertado.

—Sí, estoy enfadado. Acabas de arruinar mi noche. Íbamos a tener sexo y luego a comer alitas de pollo, pero ahora va a estar borracho y llorando, envuelto en el sofá durante el resto de la noche. Él pensó que ustedes dos eran cercanos, imbécil. Tienes suerte de que no te patee el culo por esto.

Con eso, se fueron, dejando al resto de la familia detrás, mirando en silencio.

Después de un minuto, Cris resopló, el sonido resonando en el silencio.

—Hannah Montana. Lo entiendo. Muy buena.

Dios.

 

Notes:

Marzo empezo con spreen revelando secretos en las adaptaciones XD

Chapter 11: Roier

Chapter Text

Al irse el hermano de Spreen y su ¿Prometido?, el ambiente se relajó un poco, aunque las tres personas sentadas en la mesa seguían mirándolo mal. Roier supuso que se trataba de la "facción de los sentimientos" de la familia que Spreen había insistido en que intentaría reclutarlo. Estaba dispuesto a arriesgarse y decir que había sido excluido permanentemente de la membresía simplemente por su asociación con su magnífico pero engañoso marido.

El cerebro de Roier se enganchó a ese pensamiento y lo retuvo. Esposo. Eso todavía no parecía real.

Spreen se apresuró a hacer las presentaciones oficiales y luego se dirigió al asiento que ahora estaba vacío y se lo ofreció a la madre de Roier, que lo aceptó con gratitud, volviéndose a estudiar a George como si por fin pudiera ver de cerca una escultura famosa o un cuadro de museo. Cuando él se giro y le dedicó una sonrisa bastante escalofriante, ella se la devolvió, pero no rompió el contacto visual. Roier tuvo que reprimir una carcajada cuando la sonrisa de George se desvaneció. Deja que su madre desestabilice a un sádico.

Definitivamente, George De Luque no era el primer encuentro cara a cara de su madre con un psicópata. Pero sin duda era su tema más fascinante sobre el papel. Lo había seguido desde el principio de la investigación de Vegetta, y ahora lo miraba con toda la calma y delicadeza de una fangirl que conoce a su ídolo.

¿Por qué su madre no podía jugar al bridge como las madres de los demás en lugar de mirar con ensueño a psicópatas sádicos? Miró a Spreen, reconociendo que había mirado soñadoramente a ese psicópata en particular más de una vez. Así que tal vez la manzana hipócrita no caía lejos del árbol de los psicópatas.

Antes de que Roier pudiera profundizar en lo que eso significaba para él a largo plazo, Vegetta se aclaró la garganta.

—Tenemos una situación de la que debemos ocuparnos. Sólo en el último mes ha habido dos atentados contra la vida de Roier. Profesionales contratados. Mal entrenados, pero profesionales, al fin y al cabo. Así que, si se quedan, están ayudando. Si quieren verse fuera, háganlo ahora. La sesión de preguntas y respuestas personales se ha cerrado oficialmente. Pasamos a los negocios.

Todos los presentes en la sala se miraron entre sí, pero sólo la mujer encaramada a la mesa se puso en pie.

—Tengo dos bebés esperándome en la guardería. Me mostraré fuera. Buena suerte en la búsqueda de tus sicarios —dijo sin un ápice de humor.

Estaba claramente acostumbrada a las travesuras de la familia.

—¿Quién es ella? —susurró Roier.

—La madre de las bebés de Dream y George —dijo Spreen—. Es de la familia.

Roier asintió con la cabeza. Iba a necesitar un bolígrafo y un papel para mantener a toda esa gente en orden. Sólo en la familia inmediata de Spreen había al menos quince personas, sin contar los bebés que la chica acababa de mencionar. La idea de que George De Luque criara a un niño, más aún a dos, era descabellada. A Roier le sorprendió que su madre no hubiera exigido todavía una audiencia con las niñas.

—Vamos, Aroyitt —dijo Vegetta, con un tono que daba a entender que no había olvidado que ella era la responsable de la emboscada que acababan de sufrir.

Se oyó un suspiro por el altavoz y luego apareció una imagen en la gran pantalla de la sala. La foto de Roier. La de los tres hombres que habían intentado matarlo ese día. Todos eran tan olvidables.

—¿Qué estamos viendo, Aroyitt? —preguntó Juan.

Una de las fotos que Roier tomó cuando estaba en Big Bend, cerca de la frontera. Cuando esos tres hombres se dieron cuenta de que tenía una cámara, intentaron matarlo. ¿Lo he entendido bien? — preguntó Aroyitt.

Roier asintió.

—Sí. Al principio, todos nos miramos, sorprendidos de ver a alguien en una zona tan aislada del parque, pero vieron mi cámara casi al mismo tiempo que me di cuenta de que dos de ellos llevaban rifles de asalto.

—¿No le dan rifles de asalto a la gente cuando se muda a Texas? — preguntó Carre con una mirada de soslayo—. ¿Como un regalo de bienvenida?

—Sí, es un poco raro que se asusten de que los fotografíes con armas en Texas —coincidió Serpias, frunciendo el ceño ante la foto.

No creo que fueran las armas lo que les preocupaba que fotografiara —dijo Aroyitt.

Mientras miraban, la pantalla se centró en una pequeña mancha en la parte inferior de la fotografía, difuminándose y aclarándose una y otra vez mientras Aroyitt seguía mejorando la imagen. Cuando por fin se enfocó por última vez, el grupo se encontró mirando un par de zapatos. Bueno, botas de vaquero. Unas botas de vaquero en posición horizontal. Alguien estaba tirado en la hierba a sus pies.

—Roier tropezó con... ¿Qué? ¿Una ejecución? —preguntó Juan.

Creo que sí, sí.

—Vale, entiendo que matar a un hombre a tiros en medio de un parque nacional es malo, pero ¿Lo suficientemente malo como para contratar sicarios para encubrirlo? El tiempo y los gastos necesarios para localizar al marido de Spreen, Dios, eso es muy raro y enviar a profesionales para eliminarlo parece excesivo —dijo Serpias.

—En realidad no —replicó Roier—. Me registré en el parque para que los guardabosques supieran dónde buscar si no me reportaba dentro de mi plazo. No tendrían que esforzarse para saber dónde buscarme.

 —Pero cuando fuiste a la policía, te ignoraron —Dijo Baghera, luego señaló al hombre del centro—. ¿Ese tipo de ahí? Es el comisario de la patrulla fronteriza. Es imposible que no pueda localizar a mi hijo, pero también sabría que la policía le ha dicho básicamente que probablemente se trate de un malentendido. Entonces, ¿Por qué siguen viniendo a por él?

—Algunas personas realmente odian los cabos sueltos —dijo Conter.

—Sí, especialmente cuando tienen algo que perder.

Puede que tenga una respuesta para eso —dijo Aroyit —. Bueno, en parte. Vale, más bien una respuesta que sólo provoca mucha más búsqueda...

—Aroyitt —dijo Vegetta, cortándola.

Cielos, de acuerdo, yendo al grano —dijo ella, casi para sí misma—. Como dijo Baghera, el hombre del medio es Judd Dunnigan, el comisionado de la patrulla fronteriza de Texas. ¿Pero este hombre de aquí? Se llama Ronald Egan. Y es el predicador principal de una secta de chiflados evangélicos de Texas que está creciendo rápidamente y que está impulsando algunos puntos de vista extremadamente radicales en este momento.

—¿Has visto el estado de nuestro país? Sé específica —dijo Conter.

Suspiró.

Algunos de los puntos más destacados son que los homosexuales no son humanos, que las mujeres deberían seguir siendo quemadas en la hoguera, que los lagartos reptilianos controlan nuestro gobierno y que las minorías son el diablo. Ya sabes, todos los grandes éxitos de los cincuenta.

Roier puso los ojos en blanco.

—Quiero decir, parece que es un pedazo de mierda, pero, políticamente hablando, difícilmente es el único en tener opiniones polémicas estúpidas.

—Creo que te estás centrando en la cosa equivocada aquí —dijo Ari—. La cuestión es por qué el jefe de la patrulla fronteriza se reúne con un fanático militante anti minorías, y qué tiene que ver con el cadáver que tienen a sus pies.

Aroyitt se burló.

Oh, la cosa se pone más rara. No he presentado al concursante número tres. Eric Rapke. Abogado.

—¿Qué clase de abogado? —preguntó Dream.

Inmigración —dijo Aroyit, con un tono sombrío.

Roier agarró a Spreen con más fuerza instintivamente, el calor floreció en su vientre cuando dejó que Roier lo abrazara más fuerte.

—Un abogado de inmigración, el comisario de la patrulla fronteriza y un predicador racista reunidos en medio del parque con rifles de asalto. ¿Qué mierda está pasando?

Bueno, sujétense el culo porque estoy casi segura de que he localizado al dueño de esas chillonas botas de vaquero que apuntan al cielo —dijo Aroyitt. En la pantalla apareció la imagen de un hombre hinchado de cara morada junto a una bolsa de pruebas que contenía esas mismas feas botas de vaquero—. Sacaron a este tipo del río un par de días después de que Roier tomara esta foto.

—¿Quién es? —preguntó Roier.

Ford Harvey, antiguo jefe de un refugio fronterizo donde detenían a los inmigrantes que llegaban ilegalmente a la frontera —dijo Aroyitt.

—¿Crees que estamos tratando con comandos vaqueros? — preguntó Ari.

—¿Con qué? —preguntó Serpias.

Roier tampoco había oído nunca el término, pero una mirada a la cara de Ari y Roier supo que no le iba a gustar lo que la mujer dijera a continuación. Esto era una maldita pesadilla.

—Hay hombres a los que les gusta disfrazarse de patrulla fronteriza. Ya sabes cómo son. Salen completamente armados y vestidos como soldados de juguete, buscando a los que cruzan la frontera y a los coyotes. Si no los encuentran, intentan destruir cosas que puedan servirles de ayuda. Rompen las botellas de agua, destruyen la comida que les dejan, se deshacen de las mantas. Si los encuentran, los golpean o los matan. Ni siquiera voy a hablar de lo que estos cabrones les hacen a las mujeres —murmuró Ari.

 —¿Podemos congelar a estos tres y dar por terminado el día? — preguntó George—. No hay dinero por el asesinato. Asesinato cancelado. Nuestro nuevo miembro de la familia es libre de seguir corrompiendo a las futuras generaciones con Spreen. Problema resuelto.

Esta es la cuestión —dijo Aroyitt—. ¿Cuándo fue la última vez que la gente en este tipo de posiciones fueron los lacayos? Los de arriba no hacen sus propios asesinatos. ¿Crees que lo que sea que estos tipos están haciendo se detendrá con ellos?

—Creo que la crisis en la frontera es probablemente un problema demasiado grande, incluso para nosotros —dijo Serpias.

—Sí, tal vez papá podría llamar a sus amigos militares de alto secreto y pedirles que se encarguen de ello —dijo Cris con una sonrisa.

—Basta —dijo Vegetta, sonando más cansado que otra cosa.

—No podemos olvidarnos de esto, ¿Verdad? —dijo Carre—. Nuestro padre vino desde México. Él estaba aquí legalmente y todavía tenía que lidiar con tipos como este todo el tiempo. ¿No estaremos diciendo que no vamos a hacer nada?

—Carre tiene razón. Hay muchas preguntas —añadió Serpias—. Si este Harvey fue asesinado por lo que hace para ganarse la vida, entonces ¿Por qué necesitaban acceder a los campos de detenidos del ICE? ¿Por qué el jefe de la patrulla fronteriza está trabajando con un abogado de inmigración que se supone que está ayudando a estas personas? Esto tiene que ser más profundo que un grupo de vaqueros, ¿Verdad?

Todos miraron a Vegetta, que suspiró. Vegetta miró a Roier.

—Te dejo la decisión a ti. ¿Eliminar la amenaza inmediata y abandonarla, o seguir las migas de pan y ver a dónde nos llevan?

¿Qué decía Roier a eso? Él quería que se eliminara la amenaza. Nadie quería ser un objetivo, pero el hecho de que esas cuatro personas estuvieran cerca unas de otras conllevaban implicaciones horripilantes. Había algo intrínsecamente siniestro en que un grupo de hombres con tanto poder se reuniera en una zona en la que su grupo de víctimas sería abundante y vulnerable.

Roier enganchó la barbilla sobre el hombro de Spreen, murmurando: — ¿Qué hago?

Spreen inclinó la cabeza, frotando su mejilla contra la de Roier.

—Estoy bastante seguro de que ya sabes la respuesta a esto.

Spreen tenía razón. Roier suspiró.

—Vamos a indagar en eso. Tenemos que saber a dónde nos lleva esto, aunque sea a ninguna parte.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó George.

Vegetta se pasó una mano por la cara.

—Roier y Spreen pueden dirigirse a Texas. Aroyitt, ya sabes qué hacer. Quiero una investigación a fondo de estos cuatro hombres. Sabemos que al menos uno de ellos es un extremista con ideologías racistas. Si están tramando algo turbio juntos, es muy probable que compartan sus puntos de vista. Veamos hasta dónde llega la madriguera de conejo.

Aroyitt ya estaba tecleando ferozmente.

Lo tengo.

—Bien. El resto de ustedes están a la espera. Si esto es una especie de situación de comando vaquero, eliminar la amenaza va a requerir un enfoque de varios niveles.

—Bueno, supongo que es bueno que nuestro padre tenga conexiones gubernamentales de alto nivel —murmuró Juan, con tono enfurruñado.

Conter puso los ojos en blanco.

 —Déjalo ir, cuatrojos .

— Pudrete —replicó Juan.

Conter enseñó los dientes como un perro rabioso, lo que sólo pareció irritar más a Juan. Fue Ari quien le dio una palmadita en el hombro.

—Relájate, amor. Sólo está intentando molestarte.

 Juan cruzó los brazos sobre este pecho.

—Bien, lo que sea. Sigue siendo una estupidez.

—De acuerdo —dijeron los otros hermanos al unísono.

Vegetta cerró los ojos como si estuviera rezando para tener paciencia, luego miró a Roier y a Spreen.

—Ustedes volarán esta noche. Tendré el jet en espera. Mantengan un perfil bajo. No queremos asustar a esos tipos antes de estar preparados, y si los ven en Texas, sabrán que pasa algo y tomarán ventaja. Manténganse alertas. ¿Entendido?

Roier y Spreen asintieron.

—Sí, entendido.


Vegetta les dejó un coche en el aeropuerto, un utilitario Jeep Wrangler con toda la gasolina y listo para salir. Roier volvió a tomar el volante, mientras Spreen parecía contentarse con tomarle de la mano y mirar el cielo nocturno por la ventanilla. Aroyitt había señalado la ubicación de su alquiler en Terlingua, pero no había dicho nada más sobre el alojamiento.

Probablemente era lo mejor. Con o sin teléfono, cuanto menos hablaran de los lugares, mejor. Apenas importaba. A estas alturas, Roier y Spreen probablemente habrían dormido en un agujero en el suelo con tal de no tener que cavarlo ellos mismos.

El día se había alargado, la resaca de Roier y la falta de sueño le hacían sentir como si se hubiera enjuagado los ojos con ácido y los hubiera secado con papel de lija. Incluso en el avión, sólo habían podido dormir unas pocas horas en el corto vuelo antes de tener que forzar la conciencia para otro viaje a través de otro desierto.

Tras hacer una rápida parada en una tienda de veinticuatro horas, encontraron la propiedad que Aroyitt había reservado. Estaba, a todos los efectos, en medio de la nada. Pasaron por delante de una pequeña y desvencijada valla −que no servía más que para marcar la línea de la propiedad− y se detuvieron ante una casa de adobe construida directamente en la ladera de la montaña.

Un cartel en la propiedad afirmaba que la casa se encontraba en el pueblo fantasma de Terlingua. Roier esperaba que esos fantasmas estuvieran dispuestos a tomarse la noche libre porque él estaba demasiado cansado para escuchar el ruido de cadenas o libros flotantes o lo que fuera que hicieran los fantasmas del desierto para acosar a los vivos. Tomó las bolsas del coche, tirando de un Spreen agotado detrás de él, soltando su mano el tiempo suficiente para introducir la combinación en el teclado adjunto a la puerta principal, dejando caer todo menos los comestibles justo dentro.

Había una pequeña cocina a la derecha y una mesa de comedor a la izquierda. Más adentro había una sala de estar con tres puertas cerradas. Mientras hubiera una cama detrás de una y un baño detrás de la otra, este lugar era el Four Seasons en lo que a Roier se refería.

Colocó la comida en la mesa y se giro hacia Spreen, rodeándolo con sus brazos, sonriendo cuando Spreen se acurrucó más. ¿Era realmente el mismo hombre que había luchado contra él a cada maldito paso durante meses?

—¿Queres ducharte primero o comer? —le preguntó a Spreen.

—Dormir. Quiero dormir primero —dijo Spreen, incluso mientras metía su nariz bajo el cuello de la camisa de Roier para presionar sus labios contra su garganta.

—Tienes que comer algo o te despertarás hambriento dentro de tres horas —dijo Roier, tirando de él hacia la mesa, sacando una silla y presionándole los hombros, obligándolo a sentarse.

La oferta de la tienda de comestibles había sido algo limitada, así que habían tomado sándwiches precocinados que parecían tan apetecibles como un cartón cubierto de mayonesa, algunas patatas fritas y unas cuantas botellas de agua. Por la mañana, después de haber explorado la propiedad y de que Aroyitt tuviera alguna información sobre sus objetivos, conseguirían comida de verdad.

Roier sacó la comida de las bolsas y la colocó frente a Spreen, que la miró con gesto adusto. Como no hizo ningún intento de comer, Roier se sentó a su lado y desenvolvió tranquilamente el sándwich, arrancando un trozo y acercándoselo a los labios. Spreen arrugó la nariz y negó con la cabeza.

—No, gracias.

Roier puso los ojos en blanco.

—Te sujetaré y te obligaré a comer esto, Osito —Spreen resopló, pero Roier se limitó a mirarlo fijamente—. Pruébame.

Spreen estudió a Roier como si no estuviera seguro de si hablaba en serio o no. Roier arqueó una ceja.

—Abre.

Spreen lo fulminó con la mirada, pero finalmente cedió, tomando el bocado que le ofrecía y masticando hoscamente. Roier tuvo que luchar contra el impulso de reírse. Esta era otra faceta de Spreen. Había conocido al jugador. Al asesino. El objeto reacio del afecto de Roier. Ahora, estaba conociendo al niño que sólo quería que Roier lo mimara un poco. Eso estaba bien para él.

Roier se alimentó entre los bocados que le daba a Spreen, y luego limpió el desastre que habían hecho. Se ducharon juntos, intercambiando besos perezosos y pajas más perezosas, y luego se durmieron desnudos y aun ligeramente húmedos.

Fue el silencio lo que lo despertó. Se había dormido con el sonido de los ronquidos de Spreen. Ahora no había nada. Lo buscó en la cama a su lado, pero sólo había un espacio vacío. Escuchó, preguntándose si estaría en la cocina o en el baño, pero cuando sólo escuchó silencio, se puso de pie, caminando desnudo hacia la puerta del dormitorio, buscando en la casa. Con cada habitación vacía, su ritmo cardíaco aumentaba, su paso se incrementaba.

Tomó unos pantalones de chándal de su bolsa, metiendo las piernas en ellos, metiendo los pies en las zapatillas de deporte mientras se ponía una sudadera con capucha por la cabeza. Utilizó su teléfono como linterna, pero agarró la pistola de su bolso al salir por la puerta principal.

El exterior estaba muy oscuro. Había un saliente con una pequeña hoguera y dos sillas, pero estaban vacías. Roier mantuvo el arma a su lado mientras merodeaba por el perímetro de la propiedad, y parte de la tensión lo abandonó cuando observó que el Jeep seguía allí.

Roier dobló la esquina de la propiedad y se detuvo en seco al ver la luz de un teléfono móvil. Algo se desencadenó en su interior. Spreen yacía en lo alto de una plataforma de madera independiente, en la que sólo era visible el tenue contorno de su silueta.

Roier suspiró, sus latidos por fin empezaban a regularse mientras caminaba hacia la plataforma y subía por la escalera. Spreen se había hecho una especie de nido con mantas y almohadas.

—Me diste un susto de muerte, Spreen.

Spreen se acercó y agarró su mano vacía, tirando de él hacia abajo.

 —Lo siento. Es que... no podía dormir. Bueno, no podía seguir durmiendo, al menos.

Roier frunció el ceño mientras se sentaba.

—¿Por qué?

Spreen suspiró.

—No me gusta que estés aquí.

Roier sintió sus palabras como una patada en el estómago.

—Vaya. ¿Es esa una forma de hablar en tu luna de miel? — preguntó Roier, tratando de hacer humor, pero sintiendo un poco de ganas de llorar.

Spreen lo miró confundido.

—¿Qué?

Roier había supuesto que era demasiado pedir que Spreen, que había luchado contra él en cada paso del camino, de repente se deslizara en su matrimonio como si nada. Pero, aun así, no había esperado que su franqueza doliera tanto.

—Sé que estar con alguien todo el tiempo es probablemente nuevo...

Spreen frunció el ceño.

—No seas boludo. No quise decir que no me guste estar acá con vos. Quiero decir que no me gusta que estés tan cerca de la gente que intenta matarte. Me llena de este extraño... algo. La idea de que estés en su punto de mira me hace sentir como si no pudiera respirar, como si me diera un ataque al corazón o me presionaran hasta la muerte.

Roier empezaba a sentirse identificado. Su propio corazón se sentía como si ahora viviera en su garganta. Spreen era tan bueno interpretando el papel de una persona neurotípica que a veces Roier olvidaba que cosas como el miedo y la preocupación eran completamente ajenas a él. Pero él sentía esas cosas por Roier y eso lo aterrorizaba un poco de la mejor manera posible.

Se acostó a su lado, metiéndose debajo de las mantas y pasando el brazo por debajo de la cabeza de Spreen.

—Nadie sabe aún que estamos aquí.

—Ya intentaron matarte dos veces. Si ayer me hubiera despertado aunque fuera diez segundos más tarde, no estarías acá — dijo Spreen, con una voz dolorosa y llena de algo parecido a la confusión—. Simplemente ya no existirías en mi mundo. En ningún mundo. Y no sé qué hacer con eso.

Roier frotó su nariz contra el pelo de Spreen.

—Pero te despertaste.

—Pero ¿Qué pasa si la próxima vez no lo hago? —preguntó Spreen, sacudiendo la cabeza.

¿Realmente su marido asesino estaba ahí fuera mirando las estrellas, deprimido por lo preciosa que era la vida? ¿Por qué eso ponía a Roier increíblemente triste pero también imposiblemente feliz? Dejó caer un beso en la sien de Spreen.

Era extraño sentir que conocía a Spreen tan bien cuando apenas lo conocía. ¿Era posible entender a alguien a un nivel atómico? ¿Sentir que la forma en que tus energías se sincronizan pasa por encima de todas las tonterías que las parejas llegan a odiar del otro?

Porque eso era lo que sentía con Spreen. Cada día, el hombre lo sorprendía. Era como si tuviera un millón de facetas diferentes que le mostraba a Roier con moderación, pero Roier sentía que entendía a Spreen mejor que nadie en el mundo, incluso que su propia familia. O tal vez sólo estaba estúpidamente enamorado y no pensaba con claridad.

—No tengo miedo de morir —dijo Roier—. Pero odiaría dejarte atrás justo cuando por fin conseguí que dejes de odiarme.

Spreen se burló.

—Nunca te odie. Y vos lo sabías. Lo que sólo hizo que lo mucho que te quería fuera aún más irritante.

Roier ocultó su sonrisa contra el cabello de Spreen.

—¿Cuánto me deseabas, Spreen?

Spreen se acurrucó contra él, con la mejilla apoyada en el bíceps de Roier.

—Lo suficiente como para dejar de lado años de fingir ser alguien que no era por una noche de ser exactamente quien quería ser para vos — admitió, con la voz apagada.

Spreen con la guardia baja era letal, sus palabras aterrizaron con la máxima fuerza en el corazón de Roier.

—No puedes decir una mierda así sin avisarme.

La mano de Spreen serpenteó por debajo de la sudadera de Roier, sus dedos siguieron las perillas de su columna vertebral, sus palabras apenas se escucharon cuando dijo: —Pase mucho tiempo interpretando este papel para el mundo. Y me quedé en él porque era fácil. Era cómodo, seguro y mío. Pero ahora, te tengo a vos. Tengo esto. Y soy tan adicto a nosotros... que mantenerte vivo se siente egoísta. Si te pasa algo, nada arreglará el agujero que dejas atrás.

Roier no podía respirar por el peso de la confesión susurrada de Spreen. No sabía qué decir. Así que no dijo nada. Rodó sobre él, enhebrando los dedos en su pelo para inclinar su cabeza, capturando su boca en un beso que esperaba que transmitiera cada pensamiento y sentimiento que le ahogaba en ese momento.

Los brazos de Spreen lo rodearon y sus piernas se engancharon a las caderas de Roier. Podía sentir cómo el miembro de Spreen se endurecía contra la suya y no pudo evitar mover las caderas, gimiendo por la fricción. Las manos de Spreen se deslizaron dentro de los pantalones de deporte de Roier, agarrando su culo para tirar de él hasta que ambos gimieron en sus bocas.

Roier no podía dejar de besarlo, no podía impedir que se corriera contra Spreen como si fueran dos adolescentes besándose en la parte trasera de un coche. No podía detenerse, ni siquiera para apartar sus ropas. No quería dejarlo ir. No podía dejarlo ir. Las manos de Spreen lo estimularon, sus caderas se elevaron para encontrarse con él hasta que ni siquiera se besaban, sólo jadeaban, ambos acercándose al punto de no retorno.

Cuando llegó su orgasmo, apretó el cabello de Spreen, enterrando su cara contra su cuello, sin poder evitar decir: —Mierda, te amo —contra su piel.

Las uñas de Spreen se clavaron en el culo de Roier mientras seguía trabajando contra él unas cuantas veces más antes de que se le escapara el aliento de los pulmones, con la cara escondida contra el pecho de Roier.

Permanecieron así un rato, con el sudor helándose en la nuca de Roier en el aire fresco del desierto.

Finalmente, Spreen dijo: —Creo que yo también te amo. Eso es lo que me asusta.

Roier quiso decirle que no tuviera miedo. Pero eso parecía estúpido después de dos amenazas de muerte. Toda su vida giraba en torno al peligro. Simplemente lo hacía. Spreen llevaba una doble vida. Mataba gente, gente mala, para vivir. No había ninguna garantía de que fueran a envejecer juntos. Pero, en el fondo, en lo más profundo de su ser, Roier sabía que estarían bien de alguna manera. Pero no sabía cómo explicárselo a su marido.

Volvió a ponerse de lado, tirando de Spreen con él, arropándolo bajo su barbilla. En lo alto, el cielo empezaba a cambiar, ya no era de un índigo intenso, pero tampoco del rosa melocotón del amanecer. Estuvieron tumbados hasta que llegó el sol, Spreen dormitando a ratos.

—Estadísticamente hablando, en nuestra línea de trabajo, nuestra esperanza de vida es bastante limitada. No creo que podamos esperar el cuento de hadas de “felices para siempre” —dijo finalmente Roier en voz baja, sin estar seguro de que Spreen estuviera lo suficientemente despierto como para escucharlo.

—Dios, deberías ser un orador motivacional —murmuró contra su pecho, golpeándolo en las costillas.

Roier sonrió.

—Dicho esto, hace poco conseguimos un trabajo bastante acogedor haciendo de niñeros de un grupo de asesinos que hacen parte del uno por ciento. No estamos hablando precisamente de un dragón con su pueblo, pero un personal militar armado se acerca bastante a eso.

 

 

Chapter 12: Spreen

Chapter Text

Spreen tomó otro sorbo de su café, mirando fijamente el líquido como si esperara que le dijera su futuro. Era mejor que la alternativa, que era mirar a la cara de su guapísimo −pero excesivamente cariñoso− marido, que lo miraba con ojos de corazón enamorado. Nunca se acostumbraría a llamarlo así. Su marido. A quien había vomitado palabras la noche anterior.

Una parte de Spreen quería culpar de la repentina purga de sentimientos de la mañana a la resaca o a la falta de sueño. No era una persona de sentimientos. Nunca se había creído capaz de ese nivel de autoconciencia, pero no sólo se había visto inundado por todas esas... emociones, sino que de alguna manera había pensado que era una buena idea expresárselas a Roier. Roier, el tipo bueno guiado por las emociones.

Esperaba que después de su sesión de besos de anoche, Roier hiciera lo correcto e ignorara el bombardeo de amor de Spreen. Pero no, el bastardo había estado observando silenciosamente a Spreen toda la mañana, y sinceramente estaba empezando a asustarlo. Era la segunda vez que le hacía una declaración improvisada a Roier en el lapso de una semana.

Si Spreen no se ponía las pilas pronto, iba a empezar a escribir sonetos o alguna mierda, y ya estaba al borde sólo de preocuparse por mantener a Roier con vida. No podía permitirse el lujo de preocuparse por él más de lo que ya lo hacía o cualquiera en un radio de tres metros de él era un hombre muerto caminando.

¿En qué lugar del espectro de la psicopatía se encontraba eso? ¿Era esto lo que habían sentido sus hermanos cuando habían chocado con sus parejas? ¿Sentían como si todo el aire fuera succionado de una habitación cuando aparecían? ¿Les habían contado entonces acerca de esos sentimientos? ¿Cómo carajo habían vuelto a mirarlos a los ojos?

Spreen había hecho un montón de mierdas embarazosas para mantener su tapadera de borracho. Había robado cosas, se había desmayado en público, había dicho y hecho cosas que harían que la gente con algún tipo de brújula moral se metiera en un agujero para no volver a salir.

Diablos, había visto el interior de una celda de la cárcel más veces de las que podía contar con las dos manos, pero nada era más vergonzoso que desnudar su corazón ante Roier.

Eso no era normal, ¿Verdad? ¿Por qué se sentía tan expuesto? Mierda.

—¿Vas a mirarme alguna vez hoy, Osito? —preguntó finalmente Roier, deslizándose de su silla a la que estaba junto a Spreen.

La mirada de Spreen se dirigió hacia arriba y luego hacia su café. Tomó otro sorbo tentativo.

—Todavía no estoy seguro —murmuró.

—Eso va a hacer que besarte sea difícil —dijo Roier, apoyando su cabeza en el hombro de Spreen, dándole la misma mirada de cachorro de antes—. Y soy un poco adicto a besarte.

—Eso parece un problema tuyo —dijo Spreen con malhumor.

Roier sonrió y luego recorrió con la nariz la columna del cuello de Spreen.

—Es un problema de nosotros. Estamos casados, ¿Recuerdas?

Los párpados de Spreen se agitaron al sentir la piel de Roier pegada a la suya. Mierda, ¿Por qué tenía ese efecto en él casi al instante? Contrólate. Se obligó a concentrarse en otra cosa que no fuera la mano de Roier que ahora subía por su muslo.

—Ves, eso. Por eso mismo es por lo que no quiero mirarte —se quejó Spreen, sacudiendo a Roier de encima para encontrar su mirada hosca—. Creo que me gustaba más cuando te burlabas de mí todo el tiempo. Deja de mirarme como si me amaras y quisieras... comprarme un cachorro o algo así.

Los labios de Roier se movieron en una sonrisa abortada.

—¿Quieres que te compre un cachorro, Spreen?

Spreen exhaló un suspiro, poniendo su cara en lo que esperaba que fuera una mirada dura.

—Voy a partirte la cara.

Otra sonrisa lenta se extendió por la cara de Roier, revelando unos dientes tan perfectos que probablemente le habían comprado a algún dentista un condominio en Malibú.

—Hazlo. Sólo recuerda que, si jodes esta cara, serás tú el que se quede mirándola por el resto de tu vida.

Spreen hizo un sonido de frustración.

—Ugh. Para. No puedo concentrarme con vos vomitando tus vibraciones amorosas sobre mí.

Roier inclinó la cabeza hacia atrás y se rio. Spreen aspiró un poco. Nunca había escuchado a Roier reírse de esa manera, un sonido de pura alegría. Le provocó un sentimiento en el vientre y le puso la pija dura. Este nivel de conexión no era sostenible. No podía serlo. ¿Cómo podía alguien involucrarse tanto con otra persona tan rápidamente? Spreen lo odiaba.

Spreen hizo una mueca.

—Deja de lado tus ojos de enamorado.

—Siempre tuve ojos de enamorado para ti, Osito. Desde el momento en que te encontré en ese bar. Pero los apartaré... con una condición.

Spreen quería darle una patada.

—¿Cuál es la condición?

La sonrisa de Roier se desvaneció, y le dirigió a Spreen una mirada que le hizo sentir como si estuviera sentado allí desnudo.

—Que vengas aquí y me des los buenos días como es debido.

El corazón de Spreen volvió a revolotear.

—No.

Otra sonrisa se extendió por la cara de Roier. No la que había tenido hace un momento, sino la que Spreen había visto un millón de veces cuando Roier estaba en pleno modo de seducción. La que usaba cuando se burlaba de Spreen para que le diera lo que quería.

—Puedes decir que no, pero ambos sabemos qué harás todo lo que te pida.

Las entrañas de Spreen se estremecieron. Incluso esto era Roier dándole exactamente lo que quería.

—Oblígame.

Roier agarró la parte inferior de la silla de Spreen, acercándolo hasta que las rodillas de Roier separaron las suyas. Entonces, de repente, se encontraba a horcajadas sobre las caderas de Roier, con los brazos alrededor de la cintura de Spreen, manteniéndolo como rehén.

—Si insistes —dijo, y sus labios rozaron los de Spreen en un beso apenas perceptible.

Spreen se aferró al respaldo de la silla mientras la lengua de Roier se burlaba de la costura de sus labios. Cuando Spreen persiguió su boca, Roier se retiró.

—¿Estás seguro, Osito? —bromeó—. No quiero que hagas nada que no te guste.

Spreen agarró la barbilla de Roier, luego inclinó la cabeza, chocando sus bocas como él quería, gimiendo cuando las manos de Roier apretaron su culo y lo acercaron hasta que sus caderas chocaron. Carajo, eso se sentía bien. Lo suficientemente bueno como para que Spreen se perdiera en la forma en que la lengua de Roier exploraba su boca mientras sus manos exploraban el resto de él.

Cuando Roier apartó la boca para arrastrar sus labios desde el punto más bajo de la garganta de Spreen hasta su barbilla, Spreen lo dejó, haciendo rodar sus caderas contra la dura longitud de la verga de Roier, que se tensaba descaradamente contra su cremallera.

Eran como unos malditos estudiantes de secundaria. Antes del más reciente viaje de Spreen a the Watch, todos sus encuentros anteriores habían tenido siempre un enfoque muy singular. Entrar. Venirse.

Salir. Claro, habían intercambiado pajas, mamadas y todo tipo de cosas, pero todo era con el objetivo de venirse lo más rápido posible para que Spreen pudiera huir. Nunca habían disfrutado del cuerpo del otro sin el objetivo del orgasmo.

Era como si estuvieran recuperando el tiempo perdido, aprendiendo a explorarse mutuamente sabiendo que no había ninguna prisa real. Era una experiencia totalmente nueva para Spreen, que nunca había estado cerca de nadie. Ni siquiera con su familia.

Fue un testimonio de las habilidades de Roier que el teléfono que sonaba tardó mucho más de lo necesario en penetrar en la niebla de la lujuria de Spreen. Se apartó para tomar el teléfono de la mesa, pero eso no detuvo a Roier en sus exploraciones, sus manos se deslizaron por debajo de la camiseta de Spreen, sus dientes mordieron la garganta de Spreen de una manera que sabía que haría que sus hermanos se burlaran de las marcas en su cuello más tarde.

Aroyitt. Spreen respondió justo cuando la lengua de Roier encontró la concha de su oreja.

—¿Qué pasa? —preguntó, un poco sin aliento.

Supongo que Roier está... contigo —preguntó Aroyitt, sonando divertida.

La respiración de Spreen se entrecortó cuando la mano de Roier subió por su muslo para recorrer con el pulgar el contorno de su pija.

—¿Dónde más podría estar?

Necesito hablar con él —dijo Aroyitt, agudizando su tono ante la impaciencia de Spreen.

Intentó apartar la mano de Roier, pero éste persistió, palmeándolo con intención, haciendo que Spreen se olvidara temporalmente de Aroyitt hasta que ésta carraspeó con fuerza.

Spreen suspiró con fuerza.

—Si queres hablar con él, ¿Por qué no lo llamaste?

Lo hice. No contestó, pantalones gruñones —replicó Aroyitt.

Roier señaló su teléfono, que parecía estar cargando en la encimera de la cocina, al otro lado de la habitación. Spreen puso los ojos en blanco, luego pulsó el altavoz y dejó caer el teléfono sobre la mesa.

—Ya está. Ahora nos tenés a los dos. ¿Qué encontraste?

Voy a suponer que tu problema de actitud tiene que ver con que te interrumpí en tu luna de miel e ignorarlo —dijo ella—. ¿En cuanto a lo que he encontrado? Algunas respuestas. Pero más preguntas, sinceramente.

—¿Qué significa eso? —preguntó Roier, con voz distante mientras su otro pulgar recorría el labio inferior de Spreen, su mirada acalorada hacía que el calor se acumulara en el vientre de Spreen.

Estos tipos son idiotas —dijo—. No tengo ni idea de cómo Hacienda no los ha atrapado. No están haciendo mucho para ocultar que definitivamente están tramando algo turbio. Gastan descaradamente mucho más de lo que ganan, instalando piscinas de cien mil dólares, comprando barcos, disfrutando de lujosas vacaciones. Pero es difícil saber de dónde viene el dinero o por qué. Puede que sean idiotas, pero quien les paga no lo es.

—Entonces, ¿No sabemos lo que están haciendo? —preguntó Roier, deteniendo su mano en la entrepierna de Spreen.

Aroyitt suspiró.

Puedo decirte que los fondos provienen de alguien bien aislado detrás de empresas ficticias. Y que esas mismas empresas, que están pagando a esos hombres como asesores, también están inyectando una tonelada de dinero en las campañas de algunos políticos extremistas. Pero no puedo decirles quiénes son. Todavía.

—Pero ¿No tenemos ninguna prueba que sugiera que estas empresas tienen algo que ver con el motivo por el que intentan eliminarme? —preguntó Roier—. ¿Tal vez sea sólo una coincidencia?

No puedo decir con un cien por ciento de certeza que esté relacionado, pero si tuviera que apostar, pondría mi dinero en que están conectados. Hablando de eso, tenemos malas noticias.

—¿Qué significa eso? —preguntó Spreen.

Bueno, tu boda improvisada parece haberlos asustado. Encontré el contrato de Roier en la red oscura. Lo marqué para que me alertara cada vez que hubiera alguna interacción en el puesto. Esta mañana, recibí un aviso. Han duplicado el contrato a seis cifras. Supongo que es porque Roier es ahora un De Luque. Riesgo elevado. Elevada recompensa. ¿Sabes qué significa esto?

Roier hizo una mueca.

—La hora de los aficionados termino. Esto va a traer a profesionales de mucho mayor calibre.

— Me estas jodiendo —murmuró Spreen.

Casarse con Roier acababa de convertirlo en un objetivo aún mayor. El apellido De Luque estaba destinado a protegerlo, no a empeorar las cosas.

Roier apretó a Spreen contra él con más fuerza, obligándole a ajustar su posición en su regazo. Roier no pareció notarlo.

—Estaré bien. Puedo arreglármelas solo —dijo—. ¿Qué más puedes decirnos sobre los hombres del parque? Si podemos averiguar cómo están conectados, tal vez tengamos una oportunidad de averiguar quién tiene el contrato. Sólo porque estos tipos puedan soltar cien mil en una piscina no significa que puedan pagar un golpe de seis cifras sin ser detectados. Tiene que haber alguien más que tome las decisiones, ¿No?

Aroyitt no respondió a la pregunta de Roier. ¿Tal vez era retórica?

Esto es lo que tengo. Eric Rapke, abogado, se graduó como el mejor de su clase en una escuela de la ivy league, podría haber ido a ejercer la abogacía a cualquier parte, pero se instaló en medio de una ciudad fronteriza de Texas tras casarse con Desiree McNamara, una antigua reina de la belleza de Texas convertida en fanática religiosa, que dirige una de esas organizaciones benéficas en las que la gente va al extranjero a atender a personas que no las quieren allí. Te daré tres oportunidades de adivinar quién es su hermanastro.

—¿El predicador militante que intentó disparar a Roier? — preguntó Spreen.

Ding. Ding. Ding —dijo Aroyitt sin entusiasmo.

—Entonces, Ronald Egan y Eric Rapke se conocen a través de la esposa. ¿Cómo encaja el tipo de la patrulla fronteriza en el rompecabezas? —preguntó Roier.

Se oyó un sonido como el de una silla chirriando, y luego Aroyitt dijo:

Dunegan también está relacionado con Rapke a través de la esposa. Ella y Dunegan son mejores amigos de la infancia.

—Entonces, deberíamos buscar a la esposa. ¿Podría ser ella la que desvía el dinero a través de su organización benéfica? —Roier preguntó.

Esta es la cuestión. Desiree McNamara-Rapke es de la realeza tejana. Es una heredera y una debutante de Texas. Tiene acceso a suficiente dinero para financiar un asesinato y probablemente mucho dinero para enviar a los lunáticos extremistas, pero hasta ahora, todos los números coinciden con los de su organización benéfica. Se lleva un sueldo bastante generoso para ella, pero aparte de eso −sobre el papel− ella y su marido parecen pilares limpios de la comunidad.

—¿Crees que es inocente? —preguntó Spreen, sin poder evitar la sorpresa en su voz.

No, ni de lejos —dijo Aroyitt—. Creo que están todos tan sucios como la ropa que se adoba en la bolsa de deporte de Sapnap.

—¿Sapnap? —Roier dijo con la boca.

—Su hijo —respondió Spreen con la boca.

Roier asintió, con cara de estar intentando asimilar esa información. Aroyitt continuó, ajena a su conversación paralela.

Pero eso no significa que probarlo vaya a ser fácil. Y no hay garantía de que lo que sea que esté ocurriendo acabe con ella. Pero hasta que no sepamos qué está pasando, no podemos saber quién está involucrado. Puedo seguir indagando, pero creo que tenemos que manejar esto con guantes de seda...

—Entonces, ¿Cuál es nuestro siguiente movimiento? —preguntó finalmente Roier.

Spreen se inclinó hacia el teléfono.

—Yo digo que secuestremos al eslabón más débil y lo torturemos hasta que nos diga lo que queremos saber.

¿Qué parte de guantes de seda no entiendes? —preguntó Aroyitt—. No se trata de escorias reincidentes a las que la gente no echará de menos. Su padre es una figura prominente en la comunidad. Si le pasa algo a alguien de su círculo íntimo, va a salir en los periódicos y van a saber que estamos tras ellos. Eso les hará entrar en pánico e irán a por Roier con más fuerza.

En cualquier otro caso, la respuesta de Spreen habría sido: “Bien” o “A quién le importa”. Cualquier oportunidad de empujar al objetivo a cometer un error era normalmente buena para él. Pero Spreen ya había metido la pata una vez. Ese último tipo había estado a un pelo de meterle una bala en la cabeza a Roier. Había estado parado sobre él, con el dedo en el gatillo. Y había sido malo en su trabajo. Los contratos de seis cifras iban a traer a solucionadores de problemas de carrera.

Asesinos pagados. No serían descuidados.

Spreen no se arriesgaría. Simplemente no lo haría. Dio un gruñido bajo.

—Tenemos que acercarnos a estos tipos. Comprueba esta iglesia. Comprueba esta organización benéfica. Consigue a alguien en ese bufete de abogados si es necesario. Vinieron por Roier en Las Vegas, y con la nueva recompensa, tenemos que asumir que saben lo de nuestra boda. Lo que significa que ambos estamos quemados. Nos descubrirán a una milla de distancia. Mierda.

Es probable. Los dos no fueron precisamente sutiles — reprendió Aroyitt—. Probablemente fue mejor cuando asumieron que Spreen se había casado con Doied.

Los ojos de Roier se iluminaron.

—Quizá sea eso lo que tengamos que hacer ahora.

—¿Querés que me divorcie de vos y me case con tu hermano ya casado? —Spreen se quedó mudo.

Roier puso los ojos en blanco.

—No. Traigamos a Cellbit y a Doied aqui. Ellos pueden hacer un subterfugio. Cellbit viene con su propio equipo de seguridad, así que están a salvo. Pero si la gente me ve, podría suponer que es Doied, y aunque haya fotos, ningún profesional se va a arriesgar a cargarse al marido de una celebridad de la lista A por accidente.

—Hasta que te vean conmigo —le recordó Spreen—. Entonces sabrán quién eres y te matarán en cuanto te vean.

Roier se desinfló contra la silla.

—¿Cuál es tu sugerencia? ¿Tienes una idea mejor?

Spreen apretó los dientes hasta que le dolió la mandíbula antes de decir finalmente: —¿Mejor? No. ¿Más seguro? Sólo marginalmente.

¿Cuál es tu plan? —preguntó Aroyitt.

Spreen suspiró, restregándose las manos por la cara.

—Necesito a mis hermanos.

—¿Tus hermanos? —preguntó Roier.

Spreen asintió.

—Sí. Alguien va a tener que investigar, y si estamos en lo cierto acerca de por qué subio repentinamente la recompensa por tu cuello, vos y yo somos demasiado visibles.

—Tu padre es Vegetta De Luque. Todos ustedes son de alto perfil— dijo Roier.

Spreen negó con la cabeza.

—Sí, pero mi padre hace negocios acá en Texas todo el tiempo. Si, por casualidad, alguien reconoce a uno de mis hermanos, es poco probable que sumen dos y dos antes de que consigamos la información que necesitamos. ¿Quién está disponible, Aroyitt?

¿Inmediatamente? —preguntó Aroyit, dudando.

Spreen frunció las cejas.

—Obviamente —dijo, con un tono molesto.

Escucharon cómo las uñas de Aroyitt martilleaban el teclado durante dos minutos antes de que finalmente dijera: —Quizá deberíamos seguir el plan de Roier.

Spreen puso los ojos en blanco.

—¿Qué? ¿Por qué? No pueden estar todos muy ocupados. Sólo están holgazaneando.

Aroyitt suspiró.

—No están todos ocupados, no. Puedes tener a Luzu... y a Quackity.

Spreen se quedó helado. Quackity. Mierda. ¿Qué iba a hacer al respecto?

—¿No puedo solo tener a Luzu? —preguntó Spreen.

Aroyitt se aclaró la garganta con delicadeza.

—Luzu dijo, y cito: “Que se joda. Le ayudaré cuando arregle lo que ha roto. Hasta entonces, puede comerse una bolsa de pollas”. Así que no, rayo de sol. No puedes tener solo a Luzu.

—¿Hay alguna posibilidad de que Quackity se haya dado cuenta de que no es nada personal y haya decidido perdonar y olvidar? — preguntó Spreen esperanzado.

Aroyitt resopló.

—Es muy difícil.

—Y ¿Qué hay de Rubius? Es prácticamente un ermitaño. ¿Qué tan ocupado puede estar? Tráelo acá —dijo Spreen.

Roier le dirigió una mirada severa que hizo que Spreen se sintiera como un niño pequeño.

—Solo habla con él, Spreen. Le debes una disculpa.

Roier tiene razón. Entiendo por qué les has mentido. Bueno, en realidad no, pero entiendo que pensabas que tenías tus razones, pero ya sabes cómo es Quackity. Le rompiste el corazón. Si no arreglas esto, Luzu va a tallar el tuyo con una cuchara oxidada. Ya sabes cómo se pone cuando Quackity es incluso ligeramente incomodado. Esto es mucho peor que eso.

—Pero ¿Por qué, sin embargo? ¿Por qué está tan molesto? — preguntó Spreen, genuinamente confundido.

Menos mal que eres bonito, pastelito, porque a veces eres muy denso —dijo Aroyitt—. Esta familia es el único espacio seguro de Quackity. Pensó que por fin había encontrado gente que le gustaba, que lo respetaba, que le confiaba todos sus secretos. ¿Cuántas veces ha cuidado de ti cuando creía que no podías cuidar de ti mismo, sin hacer preguntas? ¿Imagina que se enterara de todas esas veces estabas fingiendo? Se siente estúpido. Humillado. Como si le hubieras gastado una broma. Él no es como tus hermanos, lo sabes. Te has aprovechado de eso.

¿Lo hizo? ¿Se había aprovechado de Quackity? Spreen se devanó los sesos. Claro, él pasó la mayor parte del tiempo con Luzu y Quackity. Eran los más disponibles. Hasta que los gemelos se casaron, siempre estaban viajando por trabajo o por... trabajo húmedo. Rubius siempre estaba fuera, y Juan y George se dedicaban a su trabajo. Luzu y Quackity siempre habían estado dispuestos a pasar el rato, salir o simplemente pasar tiempo con él.

¿Por qué Spreen los buscaba cuando estaba en casa? Porque estar con ellos fingiendo beber era mejor que estar solo. Y Spreen odiaba estar solo con sus pensamientos. Aunque carecía de la capacidad de sentir plenamente cosas como la culpa o la empatía, no era ajeno a un sentimiento: el autodesprecio.

En lo más profundo y oscuro de Spreen, la parte que nunca reconocía, se odiaba a sí mismo. El sentimiento no tenía ni pies ni cabeza.

Simplemente estaba siempre ahí, como un trozo de hielo en su corazón que nunca podía derretir. Ese asco ardiente por sí mismo que no se atrevía a mirar ni a abordar. ¿Qué diablos le pasaba?

Ahuyentó el pensamiento. No podía lidiar con esta mierda ahora mismo.

—Bien. Tráelos acá y yo me encargaré de Quackity. De alguna manera.

Lo tienes... Osito —bromeó Aroyitt.

Colgó antes de que Spreen pudiera formular cualquier tipo de respuesta. Cuando miró a Roier, éste estaba estudiando a Spreen con la misma intensidad de esta mañana, la preocupación brotaba de él como una radiación tóxica, haciendo que Spreen se sintiera acalorado.

—¿Estás bien? —preguntó.

Spreen apretó la mandíbula, sacudiendo la cabeza con asombro.

—¿En serio? Estoy bien. No soy yo el que tiene el corazón roto. Haré las cosas bien con él y todo estará bien. No es un gran problema.

—Te conozco lo suficiente como para saber que no crees eso — dijo Roier, rodeando con sus brazos la cintura de Spreen una vez más cuando se movió en su regazo.

—Entonces también deberías conocerme lo suficiente como para saber que no quiero hablar de eso, carajo —dijo, apartando las manos de Roier de él y poniéndose de pie, esquivando los intentos de Roier de tirar de él hacia atrás.

—No terminamos de hablar —dijo Roier, con voz sombría—. No puedes seguir huyendo de las cosas. No te lo permitiré.

—Mírame —dijo Spreen, sonando infantil, incluso para sí mismo—. Voy a tomar una ducha —Cuando Roier se levantó, Spreen le señaló con un dedo—. No me sigas, Brown. Simplemente... no lo hagas.

Roier pareció sorprendido, y luego le lanzó a Spreen una mirada de decepción que sintió como una esquirla de vidrio entre sus costillas.

—Como quieras. Voy a dar un paseo.

—Bien —murmuró Spreen.

Roier sacudió la cabeza y salió por la puerta principal, dejando a Spreen de pie. Cerró los ojos y respiró profundamente antes de soltarlo. ¿Qué diablos le pasaba? Spreen decidió que era la falta de sueño porque era mejor que la alternativa. Que él estaba equivocado y todos los demás tenían razón cuando insinuaban que él era el problema.

 

Chapter 13: Roier

Chapter Text

Roier no salió a pasear. Hacía demasiado calor. En su lugar, se sentó en el porche en una de las sillas Adirondack junto a la chimenea, repasando una y otra vez la conversación de la mañana en su cabeza. No podía quitarse de encima la sensación de que había hecho algo malo, pero no podía saber exactamente qué era lo que había molestado a Spreen.

Roier sabía que todo esto era nuevo para él, que Spreen no era alguien que tuviera experiencia en citas o intimidad, o algo remotamente cercano a una relación seria. Roier tampoco lo era, pero creía que ambos habían reconocido eso sobre sí mismos. Anoche, Spreen había sido tan abierto y honesto que tal vez había atraído a Roier a una falsa sensación de seguridad. Hasta que se despertó solo. De nuevo.

¿Había empujado a Spreen demasiado lejos, demasiado rápido? ¿Le había dado alguna indicación de que necesitaba que fuera algo distinto de lo que era? ¿Por qué estaba tan enfadado con él? Mierda. No estaba acostumbrado a esto. Roier no tenía relaciones a largo plazo. Nunca lo había hecho. No valía la pena acercarse demasiado a la gente. Dolía menos cuando se olvidaban de él.

Roier habría pedido consejo a su hermano, pero Doied era prácticamente un robot. Nunca le habían gustado los sentimientos ni las emociones. Carajo, era tan literal que su propio marido decía que era más androide que humano.

Su marido. Cellbit. Necesitaba a Cellbit.

Sacó el teléfono del bolsillo, encontró el número que buscaba y pulsó el botón de llamada. Sonó dos veces antes de que una voz ronca dijera:

¿Qué pasa?

—¿Por qué tiene que pasar algo? —murmuró Roier, molesto porque su hermano parecía creer que esa era la única vez que llamaba. Aunque tal vez lo fuera—. ¿No puedo llamar a mi hermano para hablar?

Claramente —dijo Doied—. Estamos hablando.

Roier nunca pudo averiguar si su hermano estaba bromeando o no. Pero eso no importaba. Doied no era a quien buscaba.

—¿Dónde está Hollywood?

En California, a unas seis millas de Los Ángeles —dijo Doied—. ¿Eso es todo?

Roier respiró hondo y lo soltó lentamente. Cualquier otro día, habría sonreído ante la extraña idiosincrasia de su hermano, pero hoy, no era más que otro recordatorio de lo mal que estaba arruinando ya su propio matrimonio.

—Necesito a Cellbit. ¿Está ahí?

¿Por qué no lo has llamado? —murmuró Doied, reflejando la queja anterior de Spreen a Aroyitt.

—Porque no me dejaste tener su número de teléfono. O ¿Has olvidado esa parte? —preguntó Roier.

Su hermano gruñó.

Ah, sí. Claro.

Se oyó un sonido como de arrastre, y entonces Cellbit dijo: —¿Qué pasa? ¿Problemas en el paraíso ya?

—¿Por qué dices eso? —preguntó Roier, con un tono lo suficientemente defensivo como para confirmar la pregunta de su cuñado.

Cellbit resopló.

—Porque técnicamente estás de luna de miel y, sin embargo, me llamas a mí. A quien nunca has llamado. Jamás. En la historia de siempre. Ni una sola vez en todo el tiempo que llevo casado con tu hermano.

—Esta bien. Lo entiendo. Maldita sea —dijo Roier—. Pero no creo que esconderse de un sicario califique como luna de miel.

—Si estás cogiendo en una casa que no es la tuya después de haberte casado recientemente, yo diría que se califica como luna de miel. Pero mi normalidad está ligeramente sesgada dado mi estatus de celebridad y el hecho de estar casado con una sociópata, así que yo qué sé — dijo Cellbit.

Técnicamente no habían cogido en la nueva casa, o tal vez sí, dependiendo de cómo se definiera el sexo. Pero Roier no tenía tiempo para analizar la definición de sexo. Estaba demasiado ocupado dándole vueltas a su ya tambaleante matrimonio. No llevaban ni setenta y dos horas casados.

—Creo que ya la cague.

Una vez más, se oyó un sonido como de tela crujiendo.

¿Ya? ¿Cómo? ¿Qué has hecho? —preguntó Cellbit.

Roier se hundió aún más en la silla Adirondack, pateando sus pies calzados con frustración.

—No lo sé. Todo parecía estar bien. Luego, anoche, Spreen tuvo una especie de... arrebato emocional, donde dijo un montón de cosas dulces. Pero ahora, esta mañana, está como enfadado. Conmigo. No sé qué hice mal. Parecía estar bien cuando... bueno, parecía estar bien hasta esta mañana.

Huh —dijo Cellbit sin ayuda.

—¿Eh? —repitió Roier, irritado.

Sí, eh.

—Voy a necesitar más ayuda que eso, Cell —gruñó Roier.

¿Por qué no llamaste a mamá? Ella es la experta en psicópatas — le recordó Cellbit.

—Porque no está casada con un psicópata —dijo Roier.

Cellbit hizo un sonido ambiguo.

Técnicamente, yo tampoco. Mi marido es un sociópata de alto funcionamiento. Como Sherlock.

—Cellbit —dijo Roier, sonando ligeramente quejoso, incluso para sí mismo—. Concéntrate. ¿Mi hermano tiene alguna vez, como... emociones humanas?

Tu hermano está aquí —dijo Doied—. Para que lo sepas.

—Oh, lo sé —dijo Roier—. Simplemente no me importa. Necesito ayuda real aquí. No quiero que se enfade conmigo.

¿Cómo sabes que está molesto contigo? —preguntó Cellbit.

—Me llamó Brown y no me dejó ducharme con él —dijo Roier, malhumorado.

Cellbit aspiró un suspiro.

Uff.

—¿Uff? ¿En serio? —preguntó Roier, a dos segundos de colgar.

Vale, vale, lo siento. Es que es muy raro que hayas acabado casado con un psicópata después de evitar a tu familia durante tanto tiempo —dijo Cellbit.

No había malicia en su tono, sino más bien una sensación de asombro, pero de todos modos golpeó a Roier con fuerza. No había estado evitando a su familia, ¿Verdad? Se fue porque nadie se fijó en él.

¿Habían sentido su ausencia? ¿Estaba interpretando esto? Dios mío.

¿Qué le estaba haciendo Spreen? Hace seis meses, literalmente, había estado viviendo sin preocupaciones, simplemente yendo por el mundo sin tener que preocuparse por otra alma viviente.

Ahora, estaba en medio de una crisis existencial porque su marido psicópata había usado su apellido en una conversación y no lo dejaba ducharse con él. Verga.

—Debería haberme quedado en la selva. Todo estaba bien hasta que volví a casa a los Estados Unidos.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Cellbit con paciencia.

Roier volvió a gruñir.

—No. Por supuesto que no, verga. Es que no sé qué hice mal.

No hiciste nada malo —le aseguró Cellbit—. Simplemente no está acostumbrado a preocuparse por otra persona. Cuando no puedes sentir las cosas como los demás, te acostumbras a estar aislado. Tu hermano lo describía como intentar tocar cosas con guantes. Todavía puedes sentir la cosa, pero es distante. Desconectado. Es lo mismo con tu hombre. Se acaba de quitar los guantes. Las cosas se van a sentir raras y un poco demasiado cerca hasta que se acostumbre. No está enfadado, está incómodo y probablemente un poco avergonzado.

Roier dejó que las palabras de Cellbit calaran. ¿Era eso? Ciertamente había actuado avergonzado esta mañana. Su corazón se estrujó al pensar que Spreen se avergonzaba de sus sentimientos por Roier. Pensó en la secundaria y en su primer novio. Cómo todos esos sentimientos se sentían tan crudos y de vida o muerte. Ahora, sabía que no era nada, solo hormonas y amor de cachorro, pero Spreen nunca había sentido nada remotamente parecido. Nunca. Hasta Roier.

Roier había hecho sentir cosas a un psicópata. Eso era... algo. ¿No es así?

—¿Qué hago?

No dejes que se libere. No dejes que se ponga los guantes de nuevo. No dejes que te aleje. Tiene que saber que no vas a ir a ninguna parte, pase lo que pase. Pero si hay una zona de confort, una forma de empujarle sin agobiarle, empieza por ahí. Necesita pensar en ti como su espacio seguro, pero eso no es fácil con alguien como él. Así que, empújalo, pero no demasiado. Pasos de bebé.

¿Qué son los pasos de bebé cuando se trata de un psicópata? ¿Por qué era tan difícil?

—Sí, de acuerdo.

Buena suerte, hermano.

—Gracias. Te quiero —dijo Roier sin pensarlo.

Nosotros también te queremos —dijo Cellbit.

Cuando se desconectó, Roier siguió sentado, mirando al espacio por un momento. ¿Dónde estaba el punto seguro de Spreen? ¿Cuándo se sentía más seguro con Roier? ¿Cuándo habían cambiado las cosas para ellos?

Se congeló. Spreen acababa de decírselo prácticamente en la mesa del desayuno. Se puso en pie y volvió a entrar en la casa antes de que pudiera pensar demasiado.

Roier encontró a Spreen de pie en el dormitorio, desnudo a excepción de la toalla que le colgaba de las caderas. Carajo. Al principio, Roier lo ignoró, y se dirigió a su bolso y tomó el lubricante que había comprado en la tienda y lo arrojó sobre la cama.

Spreen siguió el lubricante con la mirada y luego se volvió para fruncir el ceño hacia Roier. Este lo ignoró, acercándose a Spreen y haciéndolo girar para alejarlo de él antes de arrastrarlo de nuevo contra él, sus labios encontrando la columna de su garganta, lamiendo sobre su piel aún húmeda.

Spreen intentó zafarse de los brazos de Roier, pero éste se negó a ceder.

—Deja de luchar contra mí, Osito —retumbó.

—Que te jodan —dijo Spreen, todavía luchando, aunque no con ningún esfuerzo real.

—No, Osito. Hoy no. Hoy voy a cogerte y tú me vas a dejar — dijo contra su oído.

Spreen se apartó de los labios de Roier.

—Y ¿Si digo que no?

Las manos de Roier exploraron el vientre de Spreen, trazando las crestas allí, los pulgares acariciando hacia abajo, siguiendo la curva de sus caderas bajo la toalla mientras arrastraba sus dientes por el hombro de Spreen.

—¿Estás diciendo que no, Osito? —preguntó, con la voz baja.

Spreen no respondió. Roier podía sentir la subida y la bajada de su pecho, podía ver su pene haciendo una tienda de campaña en la toalla. Había dejado de luchar activamente contra él, así que Roier siguió explorando. Besó el cabello húmedo de Spreen, sus orejas, la nuca, todo lo que podía alcanzar, desesperado por sentirlo, por olerlo, por lo que fuera necesario para llenar ese agujero de necesidad dentro de él. No quería pelearse con Spreen.

Sus manos continuaron vagando, su verga palpitando cuando Spreen gimió mientras Roier jugaba con sus pezones. Se hundió contra él, inclinando la cabeza para que Roier tuviera mejor acceso a su cuello y a la concha de su oreja. Definitivamente parecía estar de acuerdo, pero Roier necesitaba estar seguro.

—Necesito las palabras. ¿Me estás rechazando? Dímelo ahora — dijo Roier, presionando su erección vestida de jeans contra el trasero de Spreen.

Spreen se giró en sus brazos, enrollándolos alrededor del cuello de Roier mientras juntaba sus bocas, su lengua se hundía en la boca de Roier. Su alivio fue instantáneo. Apartó la toalla, sus manos encontraron el culo de Spreen y lo levantó de sus pies, depositándolo en la cama y siguiéndolo hacia abajo. No se preocupaba por los preliminares ni por los sentimientos. Si Spreen necesitaba que le recordaran cómo había empezado esto, Roier estaba más que feliz de dárselo.

Se abrió paso a través de su cuerpo, forzando sus piernas y abriéndolo, lanzando su lengua contra su entrada. Sabía a jabón y a piel y no podía saciarse. Las manos de Spreen se enroscaron en su pelo, sujetándolo contra él, cabalgando su lengua con un desenfreno que hizo que Roier se volviera voraz.

Agarró a ciegas el lubricante, untando sus dedos y forzando ambos dentro a la vez. El gemido de Spreen hizo que su verga palpitara dolorosamente detrás de la cremallera. Roier se lo tragó mientras Spreen se cogía a sí mismo con los dedos de Roier, claramente demasiado ido para preocuparse por su anterior pelea.

Roier no podía aguantar más. Necesitaba estar dentro de él. Ahora. Se levantó para deshacerse de su ropa. Spreen le siguió, yendo por el botón y la cremallera de Roier mientras le arrancaba la camisa y la tiraba por el lado de la cama. Spreen empujó los vaqueros de Roier hacia abajo lo suficiente como para sacarlos del camino, y luego se dejó caer sobre su espalda, empujando el lubricante en las manos de Roier.

Joder, eso fue caliente. Trabajó el líquido sobre su pene, gimiendo de placer sólo por la sensación de su propia mano. Tan pronto como estuvo presionado contra el agujero de Spreen, Spreen metió la mano entre ellos y mantuvo a Roier en su lugar para que pudiera hundirse en su verga.

—Dios, Osito.

Spreen no dijo nada, sólo rodeó las caderas de Roier con las piernas, atrayéndolo contra él con más fuerza, incitando a Roier a enterrarse en el calor de su cuerpo de una sola vez. Ambos gimieron ante la sensación. Roier volvió a encontrar la boca de Spreen, metiendo la lengua en su boca al compás de cada empuje desesperado, tragando cada sonido de necesidad que Spreen hacía, sediento de la validación de que Spreen aún lo deseaba.

Roier agarró las muñecas de Spreen, sujetándolas a la cama, observando cómo sus pupilas se dilataban, su mirada se volvía borrosa. Sí, todavía lo quería, quería esto. El alivio era eufórico. Este era el punto dulce de Spreen. Su lugar feliz era Roier enterrado dentro de él. También era el lugar feliz de Roier. El más feliz de todos los lugares.

Enterró su cara contra su cuello.

—Eres mío, Spreen. ¿Me escuchas? No voy a ir a ninguna jodida parte. Y tú tampoco. Estamos en esto de por vida. Si huyes, te encontraré. Necesito que lo sepas. Lo siento, pero es verdad.

Spreen no respondió, pero sus piernas volvieron a rodear las caderas de Roier y, una vez más, inclinó la cabeza, dándole a Roier más acceso. Era lo más parecido a una confesión que Roier podía obtener. Lo aceptó, besando cualquier piel que pudiera alcanzar.

—Mierda, qué bien te sientes. Ya estoy muy cerca —advirtió antes de soltar las muñecas para rodear con su mano la sonrojada verga de Spreen.

Spreen lo apartó y se tomó a sí mismo con la mano, los ojos encontrando los de Roier mientras se acariciaba. Maldita sea. Roier no podía apartar la mirada, acompasando sus empujones a los movimientos de Spreen hasta que pasó el punto de inflexión, aguantando a duras penas, observando a Spreen que sudaba y respiraba con dificultad. Finalmente, jadeó: —Voy a venieme.

—Gracias, carajo —murmuró Roier, introduciéndose en él dos veces más antes de que le llegara su propio orgasmo al sentir que Spreen se corría desde dentro.

Cuando Roier se desplomó sobre él, Spreen no lo empujó, así que lo consideró una victoria. Colocó los brazos debajo de Spreen y lo sujetó con fuerza, una parte de él seguía preocupada de que intentara alejarse de él. En cambio, sus manos encontraron la espalda de Roier y sus dedos trazaron patrones aleatorios en su piel húmeda.

Fue algo tan pequeño, pero dejó a Roier con una sensación de ahogo, como si no pudiera respirar sin esfuerzo. Claramente, Spreen no era la única persona que luchaba con nuevos sentimientos, porque ciertamente esto nunca le había sucedido a Roier. Enterró la cara contra su cuello una vez más.

—Lo siento si te hice enojar —consiguió.

—No lo hiciste —dijo finalmente Spreen—. Me molesté conmigo mismo.

Roier se aferró con más fuerza, de repente sin querer soltarlo.

—Sé que todo esto es nuevo para ti. También es nuevo para mí. Si eso ayuda.

—No... Sí ayuda —dijo Spreen con torpeza.

Roier abrió la boca para decir que tomaría lo que pudiera conseguir, pero lo que salió fue: — Solo no hagas que me vaya. Por favor. No me empujes. No puedo soportarlo. Te necesito demasiado —Spreen se quedó completamente quieto debajo de él. Roier ni siquiera estaba seguro de que siguiera respirando. Cuando el pecho de Spreen comenzó a subir y bajar una vez más, Roier le besó el cuello—. ¿Cómo estuvo eso para las confesiones incómodas? —preguntó nervioso.

Spreen soltó una suave carcajada.

—Bastante bien, la verdad —Sus dedos comenzaron a peinar el cabello de Roier—. No puedo prometerte que no volveré a huir mentalmente, pero tenés mi permiso para seguir arrastrándome de vuelta. Porque no creo que pueda vivir sin vos en este punto.

Roier no pudo evitar sonreír contra la piel de Spreen. No dijo nada, sólo se aferró un poco más. Eso fue más que suficiente.

 

 

Chapter 14: Spreen

Chapter Text

Spreen se había enfrentado a pedófilos, asesinos en serie y otros muchos monstruos desde que se convirtió en un De Luque, pero no recordaba una sola vez en la que hubiera estado más receloso de una confrontación que la que estaba a punto de tener con Quackity. Alguien a quien Spreen había considerado una vez no sólo como un hermano, sino como un amigo. Tal vez su único amigo.

Spreen había tardado una hora en convencer a Luzu de que le llevara a Quackity a la casa del desierto y otros veinte minutos en convencerlo de que le dejara hablar a solas con Quackity. Así fue como los dos terminaron sentados en el borde de la plataforma exterior, la misma en la que Roier y Spreen habían dormido la noche anterior, mirando hacia los matorrales.

Spreen echó una mirada a Quackity. Vegetta le había confiado al muchacho tanta responsabilidad en tan poco tiempo que, a veces, Spreen olvidaba lo joven que era Quackity en realidad. No tenía ni siquiera veinticinco años y ya dirigía a un grupo de psicópatas por la nariz. Y hacía un buen trabajo. En muchos sentidos, era más hijo de Vegetta de lo que cualquiera de ellos había sido o sería jamás. Simplemente no estaban equipados.

Aun así, sentado allí con las piernas colgando sobre la plataforma, aferrado a una almohada gigante con forma de corgi de Squishmallow, Quackity parecía un niño pequeño, especialmente con el calor que ponía sus pecas a la vista. Era la almohada que Spreen le había comprado a Quackity en un viaje a casa desde Las Vegas. Una compra impulsiva en la tienda de regalos del aeropuerto después de una muerte particularmente espantosa. No sabía qué le había impulsado a comprarla, aparte de que se las había comprado a sus sobrinas y había pensado al instante en lo mucho que le gustaban a Quackity los perros y los artículos de confort.

—¿El hecho de que hayas traído a Nugget con vos significa que me perdonaste? —preguntó Spreen, esperando que Aroyitt se equivocara y que Quackity ya no estuviera enfadado. Las cosas serían mucho más fáciles si Quackity ya no estuviera enfadado.

Quackity se aferró a la almohada con más fuerza, volviéndose para mirar a Spreen con desprecio.

—Sólo la tengo porque la usé para dormir en el avión. Además, no es su culpa que seas un mentiroso que miente.

Bien, entonces, Quackity definitivamente no lo había superado.

—Le mentí a todo el mundo. No sólo a vos.

Quackity se quedó con la boca abierta.

—¿En serio? ¿Eso es todo? ¿Querías hablar conmigo a solas para decirme que no debía enfadarme porque nos habías mentido a todos?

Las entrañas de Spreen se retorcieron.

—Quackity... —Se quedó sin palabras. No sabía cómo arreglar esto.

Definitivamente buscaba algo más que una simple disculpa. Quackity quería una explicación, pero Spreen no estaba seguro de tener una. No una que pudiera articular con alguna elegancia. Mierda.

—. ¿Podes al menos decirme por qué te molesta tanto? —Los ojos de Quackity se abrieron de par en par, su expresión se contorsionó con dolor y rabia. Spreen levantó una mano—. Sé que no es tu trabajo explicarme por qué estás enojado, pero realmente no lo entiendo. No entiendo por qué te molesta que haya fingido ser alcohólico. ¿Qué es exactamente lo que te duele? No estoy siendo un idiota a propósito. Simplemente no lo entiendo.

Eso pareció dejar a Quackity sin palabras. Frunció el ceño, enterrando la cara en la almohada durante un largo momento. Spreen no lo presionó. Quackity se abrumaba fácilmente cuando se trataba de cosas personales.

Especialmente si dicha mierda personal involucraba a Vegetta. Y esto lo involucraba a él, aunque fuera inadvertidamente. Pero no le correspondía a Spreen disculparse por Vegetta. Su padre estaba solo.

Finalmente, Quackity le miró.

—¿Cuántas veces te levante del suelo de nuestro baño? ¿Cuántas veces te arrope en nuestro sofá? ¿Arrastrado a casa desde una fiesta? Defendido ante Vegetta, que sabía que estabas fingiendo —Sacudió la cabeza—. Debieron reírse mucho burlándose de lo crédulo que soy. Como si les hubiera hecho gracia lo estúpido que era.

Spreen parpadeó. ¿Reírse de él?

—¿Qué? Nadie se estaba burlando de vos. No creé toda esta vida falsa y este personaje falso para engañar a mi familia, especialmente a vos —Eso no era exactamente la verdad, pero realmente no había sido su intención cuando empezó.

La mirada de Quackity se alejó y luego volvió.

—¿Por qué? ¿Por qué lo haces? ¿Por qué te escondes detrás de este personaje? Ni siquiera es necesario. Sólo tener un trabajo como jugador de póquer profesional habría sido suficiente para encubrir la operación de Vegetta. ¿Por qué tuviste que mentir a toda la familia? ¿Por qué tuviste que mentirme a mí? ¿Por qué dejaste que me ocupara de ti?

Spreen abrió la boca y la volvió a cerrar. ¿Por qué había dejado que Quackity se ocupara de él? La respuesta apareció en su cabeza en forma de recuerdo. Un recuerdo que le hizo sentir un rayo de dolor. Un recuerdo de una época que había pasado años trabajando para olvidar.

Se lamió el labio inferior y se encontró con la mirada de Quackity.

—Tenemos algo en común, vos y yo. Algo más que mi hermano. ¿Te habló Vegetta alguna vez de mi pasado? ¿Sobre quién era yo antes de convertirme en Spreen De Luque?

Quackity negó con la cabeza, apretando más el peluche.

—No.

De repente, Spreen deseó tener algo a lo que aferrarse también. No por comodidad, exactamente. Pero sí para tener valor. Hacía mucho tiempo que no hablaba de esto. No había hablado de eso nunca.

—Pasé los primeros seis años de mi vida en el sistema de acogida. Me colocaron con una pareja antes de que tuviera una semana de edad. Eso es lo mucho que el sistema pensó en mi colocación.

Spreen trató de ignorar las imágenes que inundaban su cerebro. El olor acre de los productos químicos quemados, la suciedad, el dolor. Pero era difícil mantenerlo a raya.

—Ambos eran heroinómanos. Imagino que no lo eran cuando me acogieron originalmente, pero en todos los recuerdos que tengo, estaban drogados. Y violentos. A mi padre adoptivo... le gustaba tocarme de formas que no debía.

Quackity se volvió ligeramente hacia él, estudiando el rostro de Spreen.

—¿Como lo hizo Holt conmigo?

Spreen asintió lentamente.

—No recuerdo cuándo empezó, pero cuando tenía seis años, empecé a defenderme. No es que haya servido de mucho. Pero fue entonces cuando empezaron a pegarme, a encerrarme en el armario, a retener la comida como castigo. Cuando les hice la vida demasiado difícil, me metieron en un centro psiquiátrico y le dijeron al personal que no volverían a por mí.

—Jesús —murmuró Quackity.

Spreen asintió.

—Mientras estaba en el centro de tratamiento, casi fui agredido por otro paciente, pero lo maté. Fue entonces cuando Vegetta me encontró y me convertí en lo que soy hoy —Quackity asintió, mordiéndose el labio inferior. Spreen se sintió obligado a añadir: —Nunca se lo conté a nadie. Ni siquiera a Roier.

Quackity lo observó, todavía con la guardia baja.

—¿Por qué me lo dices ahora?

Spreen sacudió la cabeza y luego suspiró.

—Porque Roier me hizo darme cuenta de que, quizá, lo sepa o no, algunas de las cosas que hice tienen menos que ver con mi psicopatía y más con mi pasado. Nunca quice estar... cerca de la gente. Nunca me gustó que me tocaran. No de niño. Ni de adulto. No hasta que conocí a Roier.

—¿Por el abuso?

Spreen se encogió de hombros.

—Tal vez. Supongo que sí. Incluso después de que Vegetta me adoptara, nunca sentí realmente que perteneciera allí. Al menos, al principio. Pasé de ser un hijo único que estaba aislado todo el tiempo a ser uno de tres, luego uno de cinco y finalmente uno de siete. Incluso en una casa tan grande como la de papá, a veces sentía que no podía respirar.

Quackity asintió, pero no dijo nada. Spreen se tomó un minuto para ordenar sus pensamientos. Odiaba estas purgas emocionales que parecían seguir brotando de él últimamente.

—Mi trabajo implica mucho teatro. Mucho despiste. Una falta de emoción. Este acto mío de pirata borracho empezó como una herramienta para despistar a mis oponentes. Pero pronto me di cuenta de que también me libraba de muchas obligaciones familiares que me incomodaban. Cuando papá dijo que necesitaba mi ayuda con el Proyecto Watchtower y que la ayuda giraba en torno a continuar mi acto para las cámaras, estuve más que feliz de hacerlo.

—Pero ¿Por qué? —preguntó Quackity, desconcertado—. Entiendo que hay que mantener las apariencias para las cámaras, pero ¿Por qué con nosotros? ¿Por qué conmigo?

—Ser irresponsable me evitó tener que hacer el duro trabajo de fingir mi humanidad. La gente mira para otro lado cuando estás en medio de una adicción. Es demasiado duro para ellos. A mis hermanos no les importaba que estuviera borracho todo el tiempo. Me aceptaban a rajatabla mientras no me convirtiera en un lastre. Papá sabía la verdad. Era más fácil para todos si seguía siendo la persona que pretendía ser.

Spreen observó el tic del músculo de la mandíbula de Quackity mientras parecía rechinar los dientes. Después de un minuto, preguntó:

— ¿Fingiste con Roier? No parecía sorprendido de que estuvieras fingiendo ser un alcohólico.

Spreen volvió a suspirar. ¿Por qué era tan difícil ser honesto?

—La primera noche que nos conocimos, él conoció al falso yo. Al menos, intenté ser el falso yo. Pero él simplemente... vio a través de él de alguna manera. Él iba a ser sólo otra aventura de una noche. No sabíamos quiénes éramos realmente el uno para el otro entonces. Ni siquiera sabíamos nuestros nombres hasta que nos encontramos cara a cara en la sala de conferencias de Watchtower al día siguiente.

—Y ¿Fue entonces cuando empezaron a salir?

—Fue entonces cuando empezamos a enrollarnos. A regañadientes. Bueno, por mi parte, al menos. Era demasiado real. No tenía mi máscara puesta con él y era demasiado intenso. Pero no podía decirle que no. Sin importar qué. Era demasiado persistente. Además, para obtener la autorización, Vegetta tenía que asegurarse de que todos los implicados en el proyecto entendieran que mi forma de beber era sólo una tapadera para lo que hacía, tanto como ocupación como asesino secreto. Era esencial para el proyecto saber la verdad.

—Pero yo no. Porque Vegetta no confiaba en mí lo suficiente como para conocer el proyecto —dijo Quackity, desviando la mirada.

Spreen ladeó la cabeza, estirando la mano para que Quackity volviera hacia él.

—No me corresponde decirte por qué Vegetta no te habló de Watchtower, pero, si tuviera que adivinar, es por dos motivos. Uno: es un proyecto gubernamental de alto secreto y aún no te dieron autorización. Dos: ya tenes bastante con ocuparte de nosotros siete. Creo que se trata menos de confianza y más de tiempo y burocracia. Papá te lo habría dicho eventualmente, cuando supiera que podías manejar las obligaciones adicionales que conlleva saber sobre Watchtower. Es una empresa enorme. Roier y yo estamos al frente del proyecto, pero hay cientos de personas implicadas, incluidos papá y Baghera.

Quackity negó con la cabeza.

—Nada de esto explica por qué no confiaste en mí lo suficiente como para decirme la verdad. Incluso si no me contaste lo del proyecto, seguiste dejando que te acogiera y te cuidara. ¿Qué carajo, amigo? Me sentí mal por ti. Me preocupé por ti. Te ayudé a ducharte y a limpiar tu vómito. Te saqué de los arbustos e incluso evité que te asaltaran una vez.

Quackity no se equivocaba. Había hecho todas esas cosas y más por Spreen durante los últimos tres años o más.

—Lo sé. Y te dejé.

—¿Por qué? —preguntó él, desconcertado.

—Porque me gustaba que me cuidaras —soltó Spreen antes de sonrojarse hasta la punta de las orejas.

.Quackity retrocedió como si Spreen le hubiera golpeado.

—¿Qué?

Spreen cerró los ojos, restregándose las manos por la cara.

—Fue... agradable. Fue agradable que alguien se preocupara lo suficiente por mí como para no dejarme dormir en el balcón o en la bañera. Fue agradable saber que alguien no quería que durmiera en mi propio vómito.

Se dio cuenta de que estaba diciendo la verdad. También podría decírselo todo a Quackity.

—Y para que conste, la noche que limpiaste mi vómito y me ayudaste a ducharme, no estaba borracho, pero sí tenía una intoxicación alimentaria. No estaba fingiendo eso. Fui a tu casa esa noche porque me sentía como una mierda y sabía que me cuidarías.

Spreen no podía mirar a Quackity mientras lo decía. Se sentía demasiado real, demasiado íntimo. No íntimo como con Roier, sino una intimidad totalmente diferente. Algo familiar. Algo que nunca había experimentado de verdad con sus hermanos, ni siquiera con Vegetta, aunque eso dependía totalmente de Spreen. Quackity había roto de alguna manera los muros que había levantado cuando se trataba de la familia. Quackity era tan bueno cuidando de la gente que Spreen lo había buscado para que cuidara de él.

—¿Por qué no fuiste con papá? —preguntó Quackity, con un tono esperanzador, casi como si ya supiera la respuesta.

—Porque no quería que él me cuidara. Quería que lo hicieras vos — murmuró Spreen.

—¿Porque me consideras de la familia? —empujó Quackity, con una pequeña sonrisa que empezaba a formarse.

Más cercano que la familia, en realidad. Pero Spreen no podía decir eso.

—Sí. Sos mi familia.

Quackity se lanzó a los brazos de Spreen, aplastando la almohada entre los dos.

—Tú también eres mi familia.

Spreen se aferró a Quackity mientras éste se aferraba a él, el alivio lo inundaba. No estaba seguro de por qué de repente se preocupaba tanto por tanta gente, pero no estaba seguro de que le gustara. No, definitivamente no le gustaba. Pero ya no había nada que pudiera hacerse al respecto. Supuso que debía agradecer que Luzu no seguiría amenazando su vida cada vez que estuvieran juntos en la misma habitación. Tal vez finalmente dejaría de llamarlo Hannah Montana.

Cuando se separaron, Spreen preguntó: —¿Estamos bien ahora?

Quackity pareció pensarlo.

—Sí, estamos bien. Pero si vuelves a mentirme, te voy a matar.

Spreen no estaba seguro de si Quackity estaba bromeando o no. Nunca le había parecido a Spreen particularmente violento, pero nadie había pensado realmente en enfrentarse a Quackity antes, así que era lo suficientemente salvaje como para darle a Spreen una pausa.

—Tomo nota.

—Bien.

—Deberíamos entrar. Tenemos que averiguar qué vamos a hacer con el problema de Roier —dijo finalmente Spreen.

—De acuerdo —Quackity se puso en pie y se marchó sin decir ni una palabra más.

Spreen se quedó sentado por un momento, viendo a Quackity alejarse, de repente incapaz de quitarse de encima la sensación de que habían estado jugando al póquer y que Quackity acababa de descubrir su engaño.

¿Acaso Quackity había jugado con él? ¿Era todo una actuación para que Spreen se sintiera mal? O ¿Es que Quackity perdonaba tan fácilmente? Tal vez Quackity era un psicópata.

 

 

Chapter 15: Roier

Chapter Text

—No. De ninguna manera.

—Luzu, es lo más inteligente —dijo Quackity, dirigiendo a su prometido una mirada paciente que Roier sólo había visto a las madres cuando apaciguaban a los niños pequeños al borde de una rabieta.

Luzu cruzó los brazos sobre el pecho, su camiseta sin mangas resaltaba sus musculosos brazos y evidenciaba la diferencia de tamaño entre él y la complexión más delgada de Quackity.

—No me importa lo inteligente. Es demasiado peligroso.

Roier se sentó en una silla del comedor, de cara al respaldo, con las piernas extendidas. Se mantenía al margen de esta pelea. No estaba dispuesto a ser la razón por la que alguien se pusiera en peligro, especialmente Quackity, que parecía un buen chico. Miró a Spreen, que se había echado hacia atrás, con las botas puestas sobre la mesa del comedor, con una mirada que recordaba extrañamente a su personaje público. Tal vez le resultaba difícil dejar de actuar, aunque ahora todo el mundo lo supiera. O tal vez esto era parte de lo que Spreen era desde el principio.

—Tiene mucho sentido —dijo Spreen, con tono aburrido—. Estás siendo agresivamente sobreprotector de nuevo.

Luzu agarró el brazo de Quackity, acercándolo y envolviéndolo con ambos brazos, apretándolo tan fuerte como Quackity había hecho con el peluche que había traído. El chico ni siquiera se inmutó ante el gesto posesivo, sólo suspiró como si aquello fuera algo que soportaba a menudo.

Luzu no pareció darse cuenta.

—Tengo que ser sobreprotector con él. A ustedes sólo les importa la misión. Y lo siento, pero no lo siento, no voy a sacrificar a mi futuro marido por el bien de tu actual…

La mirada que Spreen lanzó a Roier casi le hizo reír. Era esa mirada que había visto compartir a otras parejas pero que nunca había tenido la oportunidad de participar en ella. La mirada de "esta gente es ridícula". La que decía "me alegro de que no seamos así". Pero Roier era así en algunos aspectos. No sacrificaría a Spreen por nadie más y, en el fondo, sabía que Spreen sentía lo mismo.

Spreen pensó que el mejor curso de acción era enviar a Quackity a la iglesia de forma encubierta para ver si podía encontrar una forma de entrar en la oficina de Egan para poner un micrófono. Era la forma más rápida de saber qué estaban tramando, y si se limitaba a ellos tres y a Roier, o si esto formaba parte de una conspiración mucho mayor.

Spreen dejó caer los pies al suelo, sentándose más erguido.

—Nadie te lo pide, hermano. Va a entrar en una iglesia en una calle concurrida y fingir que vio un par de vídeos racistas en YouTube y quiere unirse a su causa. No le estamos pidiendo que se ponga una bomba en el pecho. Lo peor que podría pasarle ahí dentro es un corte de papel.

Luzu, de alguna manera, se aferró aún más a su prometido.

—Lo reconocerán.

Spreen negó con la cabeza.

—Quackity es el menos visible de todos nosotros. Vos sos una puta de las cámaras, pero Quackity no lo es.

Luzu puso los ojos en blanco.

—Es famoso porque yo soy famoso.

—Pero ¿Él lo es, sin embargo? —preguntó Spreen—. Sos un antiguo modelo. La única razón por la que la gente te conoce ahora es porque sos el hijo holgazán de Vegetta De Luque. El ciudadano promedio no sabe cómo es la pareja de un multimillonario —Miró a Roier—. Ayúdame en esto, cariño. ¿Sabes cómo es la mujer de Jeff Bezos?

Los ojos de Roier se abrieron de par en par ante el cariño casual de Spreen, pero hizo lo posible por recuperarse rápidamente, negando con la cabeza.

—Ni siquiera sé qué aspecto tiene él —admitió.

Spreen agitó el brazo.

—¿Ves? Quackity estará bien. Ponele unos jeans y una gorra de béisbol roja y encajará perfectamente. Míralo. Mira esas pecas. Se lo comerán con una cuchara allí.

—¿Y si descubren que es mexicano? No viste sus videos de reclutamiento. No se andan con tonterías. Quieren torturar y matar a gente como él.

Roier entendió el punto de vista de Luzu. Enviar a alguien de ascendencia mexicana a un lugar que perseguía específicamente a los inmigrantes era una decisión audaz.

Spreen negó con la cabeza.

—¿Crees que estos imbéciles miran más allá del color de la piel?

Ven a todos los mexicanos de la misma manera. Sus pequeños cerebros no pueden entender que existan mexicanos de piel clara. No pueden ver más allá de su propio odio. Quackity se crio acá en los Estados Unidos casi toda su vida. Verán esa piel clara y esas pecas y nunca lo cuestionarán. Sabes que tengo razón —dijo Spreen—. Simplemente odias estar lejos de él durante cualquier tiempo porque sos codependiente y estás al borde de la toxicidad.

Si Spreen hubiera dicho eso a cualquier otra persona, le habrían dado una patada en el culo. Luzu ni siquiera se inmutó. Continuó mirando fijamente a su hermano.

—Quackity no hace trabajo de campo —dijo Luzu, con la mandíbula desencajada.

Spreen puso los ojos en blanco.

—Pero podría hacerlo. Es perfectamente capaz. Vos sos la molestia acá. No podemos tenerte corriendo allí como un maldito maníaco al primer indicio de problemas. Quackity sabe lo que hace.

—Quackity. No. Hace. Trabajo. De. Campo —reiteró Luzu, enfatizando cada palabra como si Spreen fuera un imbécil.

Quackity puso una mano en el brazo de Luzu.

—Basta, puedo hacerlo. Sólo voy a entrar y tener una conversación. No van a interrogarme. Al menos no más de lo que harían con cualquier otra persona.

El cambio en el lenguaje corporal de Luzu fue sorprendente. Luzu había estado manteniendo a Quackity como rehén en sus brazos durante casi toda la conversación, pero en el momento en que Quackity levantó la mano y tocó su antebrazo, toda la tensión pareció drenar de él.

—No es que crea que no puedes hacerlo...

Quackity le devolvió la mirada por encima del hombro.

—Lo sé. Entiendo que tengas miedo de que me haga daño, pero no es ni mucho menos lo más aterrador que hice nunca.

Luzu se burló, lanzando a Quackity una mirada de desprecio.

—Sí, y la última vez que te fuiste por tu cuenta, te encontré con una pistola apuntando a tu cabeza.

—Eso fue hace tres años —le recordó Quackity.

—Sí, y quién sabe cuántas otras veces habría sucedido si no hubiera estado allí para protegerte —dijo Luzu, hosco.

—Sí, sí. Te debo la vida —se burló Quackity—. Ahora, ¿podemos seguir con el plan, por favor? Tenemos un plazo muy ajustado. Vegetta dijo que Roier y Spreen tienen que estar de vuelta en la base en seis días. Eso no es nada de tiempo.

—Quackity tiene razón. Estamos en un apuro de tiempo. Y él es nuestra mejor opción. Pondremos un micrófono en su oído. Podemos escuchar todo el tiempo. Si está en problemas, puede decir la palabra y lo sacaremos de allí. Esto no es Waco. No vamos a enviarlo a un recinto lleno de armas con guardias armados —dijo Spreen.

Luzu arqueó una ceja.

—Eso no lo sabemos.

—De acuerdo, suficiente —dijo finalmente Quackity, aunque no con malicia—. Voy a hacer esto. Llevaré un auricular. Ustedes pueden sentarse fuera a una distancia razonable, y si me meto en problemas, usaré una palabra de seguridad y podrán entrar de inmediato. Estamos perdiendo el tiempo aquí.

—¿Cuál es el plan real, sin embargo? —Luzu preguntó—. Quackity va allí, habla con este tipo Egan, y luego ¿qué? Él no va a soltar exactamente toda la mierda horrible que él y sus amigos están haciendo. No le va a decir a Quackity cómo mató a un tipo en el desierto y que ahora quiere a Roier muerto. ¿Cuál es el juego final aquí?

—¿Crees que puedes acercarte lo suficiente para poner un micrófono en su oficina? —preguntó Roier—. Puede que no se lo diga a Quackity, pero a un tipo como él le encanta el sonido de su propia voz. Si está dispuesto a subir al escenario y decir a sus feligreses que quiere matar a los gays y a los morenos y quemar a las mujeres en la hoguera, imagínate la mierda de la que se jacta a puerta cerrada.

Quackity se encogió de hombros.

—Puedo intentarlo. Si no hay nada más, puedo averiguar quiénes son los principales actores de la iglesia y luego podemos ir al estilo de la vieja escuela.

—¿La vieja escuela? —preguntó Spreen, divertido.

—Sí, papá no quiere que torturemos a los jugadores principales porque son demasiado visibles, pero no hay razón para que no pueda desaparecer alguien más del círculo íntimo. ¿Alguien menos visible? La tortura parece funcionar a nuestro favor casi el cien por ciento de las veces —dijo Quackity con el mismo tono que usaría para discutir el clima o las opciones de cena un martes.

Ahora esta era la familia de Roier. La tortura y el espionaje eran su nueva normalidad. Se había pasado la mayor parte de su vida queriendo tener una familia que se fijara en él, mientras huía de la familia jodida que no lo hacía, sólo para cerrar el círculo y encontrar una nueva familia loca con los mismos problemas jodidos que la suya. Sólo que esta vez, él estaba justo en medio de toda la controversia. La vida era jodidamente salvaje.

—No te esfuerces demasiado —dijo Roier—. Si entras ahí como si estuvieras pescando información, podrían sospechar.

Quackity asintió con demasiado entusiasmo.

—Sí, lo sé. Lo haré con calma.

Roier no conocía a Quackity lo suficientemente bien como para decir si era realmente capaz de eso o no, pero como Spreen no parecía preocupado y claramente se preocupaba por Quackity, Roier imaginó que lo decía en serio cuando dijo que estaría bien.

—¿Qué vas a decirles? —preguntó Spreen.

Quackity se encogió de hombros.

—Esa es la parte fácil. Voy a decirles la verdad... sólo que no toda la verdad.


Comprobación de comunicaciones —dijo Quackity.

Roier se sentó en el asiento trasero del Jeep, agradecido por el tinte de la limusina en las ventanas. Vegetta realmente pensó en todo. Pulsó el botón del micrófono.

—Comprobado.

Spreen se sentó en el asiento del conductor con Luzu de copiloto, observando atentamente cómo Quackity cruzaba la calle, con las manos en los bolsillos. Habían estado pensando en cómo debía vestirse para su papel de aspirante a radical, debatiendo si debía vestirse como un vendedor de biblias o como los adolescentes con los que se habían cruzado en el aparcamiento del Dollar General.

Al final, optaron por lo segundo. Era mucho más fácil radicalizar a los jóvenes varones. Necesitaban que Quackity pareciera vulnerable y enfadado. Habían elegido un par de vaqueros desteñidos, una camiseta sin mangas muy parecida a la de Luzu, pero que habían cortado a los lados para dejar ver sus costillas. Una gorra de béisbol roja que había comprado en una tienda de regalos a una manzana de la casa ocultaba el corte de pelo de doscientos dólares de Quackity y completaba el aspecto de juventud desafectada.

Irónicamente, la iglesia no era una iglesia en absoluto, sino un antiguo centro comercial que habían alquilado y convertido en una extensa casa de reuniones. La fachada de la tienda seguía siendo de cristal, pero la habían esmerilado, lo que impedía ver el interior. La escasa visibilidad agitaba a Luzu aún más que antes. Se sentó, con el cuerpo tenso, siguiendo a Quackity como un depredador.

Roier era el guardián del micrófono. Nadie confiaba en que Luzu no condujera en reversa, susurrando órdenes al oído de Quackity, lo que sólo lo distraería y le haría perder la concentración. Todos podían escuchar, pero sólo Roier podía responder si era necesario.

Cuando las puertas se cerraron detrás de Quackity, Luzu exhaló un suspiro por la nariz.

—Si le pasa algo, quemaré todo el edificio.

—Él es bueno. Ten un poco de fe en él —dijo Spreen.

—Tengo fe en él. Es el resto del mundo el que siempre lo defrauda — murmuró Luzu.

¿Puedo ayudarte, hijo? —dijo una voz masculina por el altavoz.

Seguro que sí —dijo Quackity, con un acento tejano tan acertado que Roier se volvió para mirar a Spreen con sorpresa. Tal vez estaba mejor equipado para el trabajo de campo de lo que los De Luque’s creían—. Vi esos vídeos en Internet. Vine a ayudar.

Hubo una larga pausa, y luego el hombre dijo: —¿Estás buscando convertirte en miembro de nuestra congregación?

—Si eso significa ayudar a deshacerse de la infestación que llega a nuestro país, lo hago —dijo Quackity con un veneno en su voz que le revolvió el estómago a Roier.

Sabía que era el tipo de silbato para perros racistas con el que esta gente prosperaba, pero seguía siendo chocante escuchar a alguien como Quackity decirlo con tanta rabia.

—Es realmente bueno en esto —dijo Spreen, mirando a Luzu, que seguía mirando las puertas cerradas.

Desde el ángulo de Roier, podía ver la 45 en el regazo de Luzu y la forma en que sus dedos abrazaban despreocupadamente la empuñadura. Estaba más que dispuesto a entrar y matar por Quackity, aunque eso hiciera volar todo el imperio De Luque. Era una tontería, pero Roier admiraba la devoción de Luzu por Quackity por encima de cualquier otra cosa. Era extrañamente aspiracional.

El hombre se rió de las palabras de Quackity.

No te adelantes, hijo. Aunque aprecio el sentimiento, tienes que tener cuidado.

¿Cuidado? —preguntó Quackity, bajando la voz como si pensara que el hombre podía estar insinuando algo.

Habían visto suficientes vídeos de YouTube para que Roier supiera que el hombre que hablaba no era Egan. Egan decía cada palabra con una especie de tono conspirador que hacía que la gente se volviera paranoica. Diablos, él era paranoico. Hablaba de cualquiera que no fuera exactamente como él como si fuera el enemigo. Roier no estaba seguro de si el hombre lo creía de verdad o si formaba parte de un plan mucho más grande y profundo. En cualquier caso, el hombre que Quackity encontró no era él.

Siempre buscamos gente que se una a la lucha, pero no todo el mundo aquí es... consciente de la guerra que libramos en la frontera. Algunas de las mujeres aquí son sólo abejas trabajadoras. Nos gusta mantenerlas alejadas de los aspectos más... desagradables de nuestro trabajo. Si entiendes lo que quiero decir.

Roier puso los ojos en blanco. Menudo imbécil.

Oh —dijo Quackity, con un tono de voz muy marcado—. Te entiendo. Lo siento.

No pasa nada —dijo, sonando como si le diera una palmada en la espalda o en el hombro a Quackity, tal vez—. ¿Sabes qué? Vamos a mi despacho y hablemos.

De alguna manera, Luzu se puso aún más tenso cuando Quackity dijo: — De acuerdo.

Sólo podían escuchar los sonidos de la gente de dentro mientras el hombre guiaba a Quackity a través del edificio, y sólo podían adivinar cuánta gente había allí basándose en lo que oían. Conversaciones silenciosas, máquinas de oficina que ronronean, mujeres que ríen, puertas que se abren y se cierran. El sonido de los zapatos al rozar las baldosas.

Se oyó el chirrido de las bisagras y luego el sonido de una puerta al cerrarse.

¿Dónde está el pastor Egan? —preguntó Quackity—. ¿No tengo que conocerlo?

El hombre soltó una risa baja.

Agradezco el entusiasmo, joven. Pero, como puedes imaginar, el pastor Egan tiene mucho que hacer. Yo estoy a cargo cuando él no está. Mi nombre es Mel Boseman. Hablar conmigo es como hablar con él. Ahora, dime por qué quieres ayudarnos con nuestra causa.

Roier resopló. Por la causa. Sí, claro.

Spreen ya estaba sacando su teléfono móvil.

—Aroyitt, necesito un informe completo sobre un hombre llamado Mel Boseman. Forma parte de la iglesia de Egan.

—En ello. Dame diez.

Desconectó cuando Quackity pareció erizarse ante la pregunta del hombre.

Mis razones son mías —espetó Quackity—. ¿Acaso importa?

De nuevo esa risa baja, casi condescendiente.

Bueno, hijo. Tenemos mucha gente que entra y sale de aquí diciendo que está dispuesta a comprometerse a hacer la obra del Señor, pero a la hora de la verdad les falta el valor de sus convicciones. Si quieres que un buen hombre como el pastor Egan se tome en serio tu petición de unirte, tienes que explicar tu razonamiento.

Quackity pareció removerse en su asiento.

No se lo dirás a nadie, ¿Verdad? ¿A nadie más que a él?

¿Cómo te llamas, muchacho? —preguntó Boseman, no con poca amabilidad.

Darryl. Darryl Miller —dijo Quackity sin dudar.

Maldita sea, el chico era rapido.

Bueno, Darryl, te prometo que tu historia no irá más allá de mí y del pastor. Y puedes confiar en mi palabra —dijo Boseman.

Roier no habría confiado en el hombre si le hubiera dicho la hora mientras estaba de pie frente a un reloj. Todo en su tono decía que era un vendedor de aceite de serpiente.

Quackity tosió y se aclaró la garganta.

Sí. Uhm... sí, de acuerdo. Lo siento. Esto es difícil.

Tómate tu tiempo —dijo Boseman.

Cuando Quackity comenzó a hablar, su voz temblaba.

Cuando era pequeño, muy pequeño, vivíamos en Columbus, al otro lado de la frontera, en Nuevo México. Cuando tenía cuatro años, dos hombres llegaron a la frontera y me arrebataron de mi madre en pleno día. Me sacaron del patio y me metieron en el maletero.

Quackity se quedó en silencio. Roier miró entre Spreen y Luzu. La expresión de Spreen era sombría, la de Luzu era de furia. Esta era la verdad que Quackity había dicho que contaría. Su verdad. Jesús.

Quackity se aclaró la garganta una vez más.

Abusaron de mí... me vendieron a otros. Al final se aburrieron de mí y me dejaron, pero no antes de que el daño estuviera hecho.

Asqueroso —murmuró Boseman—. Son todos unos monstruos.

Quackity moqueó.

Arruinaron mi vida por estar en un lugar que no les correspondía. Estuve esperando toda mi vida para arruinar la de ellos también.

Roier miró fijamente a Spreen, que negó con la cabeza. No quería que Roier hiciera preguntas.

Ves, a eso mismo me refiero. Son alimañas. Vienen aquí y no hacen más que causar daño. Creo que el pastor Egan será... comprensivo con tu situación, si entiendes lo que quiero decir.

—murmuró Quackity—. Uhm, ¿Podría molestarlo con un vaso de agua?

Uh, sí —dijo Boseman. Hubo un clic y luego el hombre dijo: — ¿Cheryl Lynn?

Esperaron mientras el hombre llamaba a la mujer que Roier sólo podía imaginar que era la encargada del agua. El silencio se prolongó.

Entonces el hombre dijo: —Juro que esa mujer nunca está en su mesa. Probablemente esté cotilleando con la señora Michelle en la guardería. Iré a buscarla yo mismo.

—Si no es mucha molestia —dijo Quackity, con la voz congestionada como si estuviera al borde de las lágrimas.

En cuanto la puerta hizo clic, Quackity preguntó: —¿Dónde pongo esto? — Su tono no contenía ni un rastro de la tristeza de hace unos segundos. Dale a este chico un puto Oscar.

—En algún lugar que no sea súper obvio. Evita el escritorio. Busca algo con polvo. Algo de lo que no sea probable que se deshaga de repente —dijo Roier.

Entendido —dijo Quackity.

Escucharon cómo se movía, oyendo su suave exhalación mientras se dejaba caer en su asiento. El teléfono de Luzu sonó, apareciendo la cara de Quackity en la pantalla. Luzu frunció el ceño, pero contestó rápidamente.

—¿Qué pasa?

Quackity no contestó de inmediato.

Escucharon cómo se abría la puerta del despacho y Boseman dijo: — Aquí tienes.

Fue entonces cuando Quackity empezó a hablar con Luzu.

Sí, señora, sé qué hora es. No, señora, no lo olvide. Yo no haría eso. Sólo tenía que hacer una parada. Ya estoy allí, lo prometo. Prácticamente a la vuelta de la esquina. Probablemente ya puede oír mi camioneta. Cinco minutos y estaré allí para recogerla.

Quackity claramente ya estaba trabajando en su estrategia de salida. Desconectó y ellos escucharon mientras decía: —Lo siento mucho, pero olvidé que tengo que recoger a mi mamá y a mi abuela ahora mismo. Olvidé que es noche de bingo. ¿Podría volver a hablar con usted y con el pastor Egan? ¿Cree que le vendría bien alguien como yo?

Bueno, no puedo asegurarlo, hijo, pero creo que deberías volver el domingo para el sermón y te pondremos cara a cara con él para que vea por sí mismo lo buen chico que eres. Ahora, vete, no querrás hacer esperar a tu mamá y a tu abuela.

—Sí, señor. Gracias, señor.

Spreen puso el Jeep en marcha y se dirigió a la vuelta de la esquina y a la cuadra hacia el lugar de encuentro acordado. Roier no estaba seguro de que Luzu volviera a respirar hasta que Quackity subió a la parte trasera junto a Roier, con una enorme sonrisa en la cara.

—¿Qué tal lo hice? No está mal, ¿Verdad? —preguntó.

Luzu arrojó su arma en la guantera y luego se desparramó en el asiento trasero, dejando a Roier sin otra opción que esperar hasta que se hubiera acomodado en su lugar antes de maniobrar en el asiento delantero con gran dificultad. Spreen se rió de Roier cuando finalmente se abrochó el cinturón de seguridad, sudoroso y con la cara roja por el esfuerzo.

—¿Qué? ¿No es como si pudiera salir del coche y saltar al asiento delantero? —dijo, a la defensiva.

—No dije nada —dijo Spreen, divertido.

Roier puso los ojos en blanco, pero luego le agarró la mano, uniendo sus dedos.

En el asiento trasero, Luzu se aferró a Quackity.

—¿Estás bien?

—Sí, ¿Por qué?

—Recordando toda esa mierda de nuevo —dijo Luzu.

Quackity se burló.

— Conté esa historia tantas veces que parece que ya pertenece a otra persona. Sólo odio haber tenido que insinuar que fueron los saltadores de la frontera los que me hicieron daño.

—Técnicamente, lo fueron —dijo Luzu—. Sólo que cruzaron a México para llevarte.

—Y nadie me llevó de vuelta —dijo Quackity, sonando un poco triste y cansado—. No vayamos allí. Comprueba que el micrófono funciona y luego para en algún sitio donde podamos pedir comida. Me muero de hambre.

Y ahí se acabó todo. Sin más, Quackity había pasado de su trágica historia, acurrucándose contra Luzu y hablando con entusiasmo de lo que acababa de suceder como si acabara de hacer su debut como actor. Roier supuso que lo había hecho. Sólo tenía que esperar que algo bueno saliera de ello.

 

Chapter 16: Spreen

Chapter Text

Cuando volvieron con la comida, el sol ya se estaba poniendo, pintando el cielo de naranjas y rosas que parecían sacados de una película. Se pasaron la comida en la pequeña cocina y optaron por sentarse alrededor de la mesa de café, donde observaron a Quackity comer como un hombre que acaba de ser encontrado en una isla desierta.

Después de la cena, volvieron a llamar a Aroyitt para que les diera por fin la primicia de Boseman.

—¿Qué tienes? —preguntó Roier, dirigiendo su pregunta al teléfono situado en el centro de la mesa.

Spreen estaba ahora sentado en el pequeño sofá, con la cabeza de Roier en su regazo. Luzu y Quackity seguían sentados en el suelo, mientras Quackity rebuscaba entre las sobras, tarareando alegremente cuando encontraba algo que antes se le había escapado.

Aroyitt hizo un sonido de disgusto.

¿Después de una inmersión profunda en este tipo? Probablemente sea algo de lo que necesite una ducha de descontaminación y una inyección de penicilina para deshacerse. Es una basura. Lo peor, literalmente. Una bolsa de mierda en llamas. Se merece bajar por un tobogán hecho de hojas de afeitar a una cuba de alcohol. Espero que sus genitales se infesten de mag-

—Concéntrate, Aro —dijo Luzu—. ¿Qué has encontrado?

Quackity sonrió a Spreen.

—Una hoja de afeitar deslizada en alcohol. Debería enviarle un mensaje de texto a Cris, se emocionaría mucho. Apuesto a que Rubius le ayudaría a hacer uno.

Spreen asintió, sonriendo ante la ceja levantada de Roier. Estaba claro que no estaba familiarizado con el particular nivel de profesionalidad de Aroyitt ni con la horripilante excitación de Cris por los nuevos y excitantes dispositivos de tortura. Desde luego, estaba recibiendo un curso intensivo.

No sé ni por dónde empezar con este tipo —dijo Aroyitt.

—Empieza por lo básico —dijo Roier, dando un zumbido bajo de aprobación cuando Spreen empezó a peinar sus dedos por el pelo.

Spreen sonrió, viendo cómo los párpados de Roier se cerraban.

Spreen sabía que Quackity y Luzu estaban burlándose de ellos dos, pero no le importaba. Alguien quería a Roier muerto, tres personas, en realidad. Posiblemente más. Spreen sabía mejor que nadie que no había garantías en la vida y que incluso una vez que descubrieran lo que estaba pasando, eso no les garantizaba ningún tipo de seguridad. La idea hizo que Spreen comenzara a sudar frío. Le hizo querer aferrarse un poco más.

Además, nunca había sentido este nivel de satisfacción. Había pasado toda su vida buscando el siguiente subidón de endorfinas, buscando algo con lo que pudiera entretenerse, una larga estafa en la que la recompensa química lo mantuviera hasta que necesitara otra distracción. Ahora, tenía a Roier, y su extraño empuje y atracción era toda la recompensa que necesitaba. Había cambiado la epinefrina por la dopamina y la serotonina y ya era irremediablemente adicto.

Volvió a pensar en la tarea que tenía entre manos. Nada de esto importaría si no averiguaban qué demonios estaba tramando esa gente.

Se oyó el familiar sonido de las uñas sobre las teclas y entonces Aroyitt dijo: —Abróchense el cinturón, pastelitos. Mel Boseman. Cincuenta y un años. Vendedor de coches usados. Cinco hijos. Dos exesposas. Una esposa actual. La primera esposa murió en circunstancias misteriosas tras intentar divorciarse de él y llevarse a sus tres hijas.

—¿Alguna información sobre ese caso? —preguntó Quackity, chupando la carne de un ala de pollo que había robado del plato olvidado de Spreen. No tenía ni idea de dónde ponía Quackity toda la comida que comía.

—¿Oficialmente? —preguntó Aroyitt—. La policía lo exculpó, pero como su hermano era el jefe de policía, creo que es seguro decir que nadie lo consideró una investigación legítima. Hay que amar la justicia de pueblo.

—¿Alguna razón para sospechar de un crimen, aparte de que ella estaba en medio de un divorcio y, estadísticamente hablando, el marido probablemente la mató? —Spreen preguntó.

Ella lo acusó de abusar de sus hijas, pero desapareció antes de que se pudiera hacer algo más con el caso. Cuando apareció su cuerpo, ya era demasiado tarde para determinar la causa de la muerte. Las hijas siguieron viviendo con Boseman hasta que se casó con su segunda esposa, a quien al parecer no le gustaba competir por el afecto del hombre y le obligó a enviar a las niñas lejos.

—¿Lejos? —Luzu repitió como un loro.

Sí, lejos. Una de ellas se fue a vivir con la madre de la esposa muerta, pero las otras dos fueron entregadas a amigos de la familia — dijo Aroyitt.

—Raro —murmuró Roier. Spreen se encontró acariciando las arrugas que se formaron en su frente hasta que la tensión desapareció.

Ominoso sería una palabra mejor —replicó Aroyitt.

Spreen frunció el ceño.

—Dinos.

La voz de Aroyitt se volvió fría.

Boseman viene de una larga línea de militantes racistas. Una línea muy larga. Estamos hablando de racistas de la época de la guerra civil. Su abuelo fundó uno de los primeros y más mortíferos capítulos del KKK30. Toda su familia se compone de nacionalistas ruidosos y orgullosos con vínculos a cualquier número de grupos de odio.

—Digo, considerando que el tipo trabaja para Egan, ¿Es realmente tan extraño? —preguntó Quackity.

Esa no es la parte extraña —dijo Aroyitt—. La parte extraña es que tiene cinco hijos, dos de ellos adoptadas, ninguna de las cuales tiene contacto con él.

—¿Por qué es eso extraño? —presionó Luzu, moviéndose para sentarse detrás de Quackity para pegarse mejor a él.

—Sí, hay muchos hijos adoptados que no hablan con sus familias adoptivas. Sabemos de primera mano lo malo que es el sistema para colocar a los niños —dijo Quackity.

No es raro que no le hablen. Es raro que hayan sido adoptadas en primer lugar. Porque esas niñas eran de Guatemala y Colombia — dijo Aroyitt, con voz sombría.

—Entonces, ¿El miembro del Ku Klux Klan adoptó a dos niñas morenas? — preguntó Quackity, con la cara pálida.

—Sí —dijo Aroyitt.

—¿Tal vez la esposa no era una mierda y quería a las niñas lo suficiente como para que Boseman estuviera dispuesto a pasar por alto sus odiosos puntos de vista? Hay muchos hombres que hacen todo lo posible para no cabrear a sus esposas —razonó Roier.

No sé si alguna vez lo sabremos realmente —respondió Aroyitt.

—Quiero decir que podemos deducirlo. Las dos niñas que fueron enviadas a vivir con amigos de la familia eran las adoptadas, ¿No? — preguntó Quackity.

—confirmó Aroyitt.

—Entonces, la madre de la esposa no quería a las dos niñas adoptadas, sólo a la hija biológica de su hija. Me cuesta creer que los puntos de vista de la mujer puedan ser tan altruistas teniendo en cuenta el punto de vista de su marido sobre las personas no blancas — dijo Quackity.

Ella trató de huir con las tres niñas —dijo Aroyitt.

—Porque ella pensaba que él estaba abusando de ellas —replicó Quackity—. No sé si eso la convierte en una heroína o a su familia en menos racista.

No la estoy llamando heroína —dijo Aroyitt con suavidad—. Sólo digo que podría haberlas dejado atrás pero no lo hizo. Nada más. Nada menos.

—Y ¿Qué hay de las otras dos niñas? —preguntó Roier—. ¿Quiénes eran esos amigos de la familia? Me cuesta creer que Boseman tuviera gente decente que se hiciera cargo del cuidado de dos niñas pequeñas por la bondad de su corazón.

Estarías en lo cierto. Creo que “amigo de la familia” es el código para “realojado con extraños” —se burló Aroyitt.

—¿Realojados como Conter y Cris cuando eran niños? —preguntó Quackity.

—Sí, algo así —dijo Aroyitt.

—¿Cómo se realoja a un niño? No son animales callejeros —gruñó Roier, con expresión pellizcada—. Una vez que adoptas a un niño, es tuyo, ¿Verdad?

—No. Una vez que se adopta a un niño, a nadie le importa una mierda lo que le pase —dijo Quackity—. En los hogares de acogida, al menos tenían que fingir que nos controlaban o que se preocupaban por los abusos que sufríamos habitualmente. Pero ¿Las adopciones? Eso es un "todo gratis". Firmas en la línea de puntos, un par de visitas superficiales a casa después, y pum, nadie te vuelve a mirar.

Roier negó con la cabeza.

—Pero... tienen que avisar a alguien de que van a entregar a esos niños, ¿No? No entiendo cómo hacen para deshacerse de su hijo sin que la ley intervenga.

—Tienen grupos —escupió Quackity.

—¿Qué? —preguntó Roier, horrorizado.

Quackity tragó audiblemente.

—Tienen grupos en las redes sociales donde enumeran el aspecto, el temperamento y los atributos de los niños, como si fueran pastores alemanes empapelados. Les gusta usar palabras como dócil, obediente, tranquilo —Miró a Roier—. Estoy seguro de que puedes adivinar qué tipo de persona encontraría esos rasgos atractivos.

—Violadores de niños —murmuró Roier—. ¿Crees que eso es lo que está pasando aquí?

Aroyitt se aclaró la garganta.

No sé mucho sobre la gente que adoptó a las niñas de Boseman. Puedo decirte que no parecen conocerse de ninguna manera. No se comunican en las redes sociales, no trabajan juntos ni van a la misma iglesia. No hay vínculos entre ellos. Lo único que los conecta son las dos niñas que intercambiaron.

—¿Siguen con estos nuevos padres? —preguntó Roier—. ¿Tienes pruebas de que sigan vivas?

Están vivas —confirmó Aroyitt—. Una tiene dieciséis años y la otra dieciocho. La de dieciséis años no vive con su familia adoptiva, sino con la hermana de dieciocho. La de dieciocho baila en un club de striptease a un par de pueblos. La de dieciséis años trabaja en el Dairy Queen local.

Spreen frunció el ceño. ¿Qué mierda estaban tramando estos imbéciles? Boseman no tenía la visibilidad de Egan o de los otros dos, pero parecía estar metido hasta las cejas en lo que fuera que estuviera pasando. ¿Era él el eslabón más débil? ¿Sólo necesitaban aplicar la presión adecuada?

—¿Dónde está la esposa número dos? Espero que siga de este lado del velo —preguntó Roier.

Spreen perdió temporalmente el hilo de sus pensamientos cuando Roier enhebró sus dedos, pero la voz de Aroyitt lo devolvió.

Se fue a vivir con su familia a Polonia y se llevó a sus dos hijos con ella.

—Me sorprende que la dejara marchar —refunfuñó Quackity.

Oh, no creo que lo hiciera —le aseguró Aroyitt—. Parece que ella huyó a Polonia mientras él estaba fuera por negocios. Aunque, no me imagino que ser un vendedor de coches tenga mucha vocación para viajar, pero ¿Qué sé yo? Como ella es ciudadana polaca, y sus hijos tienen doble nacionalidad, realmente no había nada que él pudiera hacer para recuperarla a ella o a ellos una vez que llegaran a salvo allí. Polonia no extradita, especialmente cuando se trata de asuntos domésticos.

—Bueno, eso es bueno, supongo. No hay más niños con los que pueda meterse —dijo Quackity, alcanzando otra galleta, mirando mal a Luzu cuando este apartó su mano de un manotazo—. ¿Qué? ¿Todavía tengo hambre?

—Estoy empezando a pensar que tienes una lombriz intestinal — murmuró Luzu.

—Sí tengo. Se llama Grover. Con él mantengo mi figura de chica — se burló Quackity, frotándose la barriga como si estuviera embarazado.

Luzu puso los ojos en blanco, pero le sonrió de todos modos. Aun así, dijo: —Y dicen que yo soy el loco —Quackity agarró la galleta una vez más, desviando el intento de Luzu de desarmarlo y metiéndosela entera en la boca, masticando odiosamente antes de mostrarle a Luzu el contenido de la masa masacrada.

Ambos eran adultos, pero seguían jugando como niños. Una parte de Spreen los envidiaba. Incluso como apostador borracho, siempre se había sentido viejo en su alma. Era parte de lo que le gustaba de Roier. A pesar de su diferencia de edad, ambos parecían igualmente contentos con ser aburridos. Bueno, tan aburridos como podían serlo dos personas a cargo de una cohorte de psicópatas.

—Te vas a poner enfermo —reprendió Luzu, sonando como la madre de alguien—. Estás comiendo por estrés.

Quackity siguió masticando durante un tiempo cómico, y finalmente tragó. Cuando vio la mirada irritada de Luzu, se desinfló contra él.

—Ugh, bien.

—Decías, Aroyitt —incitó Spreen, sacudiendo la cabeza.

Algo me preocupa... —Aroyitt se interrumpió por un momento—. Estaba revisando las fotos de la iglesia. Las que encontré en su página de Facebook. Las estoy enviando a sus teléfonos ahora. El tipo del conjunto de mezclilla es Boseman.

Spreen liberó su teléfono desechable del bolsillo y abrió el archivo adjunto, asegurándose de que Roier pudiera ver las imágenes. Al principio, nada le llamó la atención. Era una simple foto de gente de pie en el aparcamiento de los grandes almacenes convertidos en iglesia.

Boseman destacaba. Era alto y corpulento, con el pelo canoso, una tez rojiza y una presencia intimidante, lo que hacía que lo que Quackity había hecho ayer fuera aún más impresionante. Estaba junto a una mujer esbelta con un vestido de mezclilla que le llegaba a los tobillos y un cabello rubio que claramente no se había actualizado desde principios de la década de los 2000.

Escudriñó la foto, buscando lo que había provocado la preocupación de Aroyitt. Era sólo un mar de gente anodina y pálida con todo tipo de atuendos, desde elegantes trajes de iglesia hasta pantalones jeans y franelas. No fue hasta que Quackity jadeó suavemente que Spreen estrechó la mirada, escudriñando la foto más de cerca.

Fue entonces cuando la vio. Detrás de Boseman había una niña de pelo largo y castaño, enormes ojos marrones y piel morena. Estaba medio escondida detrás de la falda de la mujer. Parecía limpia, pero su ropa parecía holgada, como si llevara la ropa usada de un hermano mayor.

Tenía las manos cruzadas frente a sí misma mientras miraba sus zapatillas rosas.

—¿Adoptó a otra niña? —preguntó Quackity, con la voz apenas por encima de un susurro.

Sobre el papel, no —respondió Aroyitt.

Spreen observó cómo se le iba el color de la cara a Quackity. Esto iba a ser difícil para él. Era demasiado parecido a lo que Holt había hecho con él. Se encontró con la mirada de Luzu, aliviado al ver que este también estaba atando cabos. A veces, no le daba suficiente crédito a su hermano.

—¿Podría simplemente estar parada cerca? —preguntó Spreen—. ¿Sabemos que está con ellos?

No puedo estar segura, pero en las pocas imágenes en las que la he visto, nunca está lejos de ellos —dijo Aroyitt—. Mi instinto me dice que allí está pasando algo jodido. Algo más que intentar saltarse a los que cruzan la frontera y asesinar a los del ICE en el desierto.

—¿Podemos torturar a este tipo de una vez? —Quackity espetó, el día obviamente comenzaba a afectarle—. Como, vamos a obligarlo a hablar. Si no hay nada más, él muere y podemos encontrar una manera de llevar a esa niña a un lugar seguro.

Spreen no estaba necesariamente en contra del plan, pero una vez que sacaran la clavija de la granada de tortura, el reloj estaría en caída libre. Aunque Boseman no tenía un perfil alto como los otros tres, los principales actores se darían cuenta. No es que fuera necesariamente algo malo. ¿Tal vez necesitaban darse cuenta de que Roier tenía todo el peso del nombre y la fortuna de los De Luque detrás de él?

—¿Cómo? Estoy a favor de la tortura si es la apuesta más segura, pero una vez que Boseman desaparezca, la alarma habrá sonado. Especialmente si secuestramos también a una niña pequeña —dijo Spreen, haciendo de abogado del diablo mientras las ideas se arremolinaban en su cabeza.

—Si nadie sabe que la tenía, no sabrán que ha desaparecido — replicó Luzu.

—Pero sabrán que Boseman desapareció —dijo Spreen.

Luzu se burló.

—Y ¿Qué? Por qué estamos tratando a estos paletos de bajo presupuesto con guantes de seda. Que se jodan. Destruyámoslos a todos y acabemos con esto.

—Tengo otra idea —dijo Roier.

—¿Cuál es? —Luzu ladró.

—Tal vez intentemos obtener respuestas de alguien que haya experimentado los trucos de Boseman de primera mano —dijo Roier, sentándose y girándose para mirar a Spreen—. Vamos a hablar con la mayor. La bailarina. Apuesto a que tiene mucho que decir sobre él.

Ella no ha estado cerca de él en siete años —dijo Aroyitt.

—¿Crees que se olvido de lo que le hizo? —preguntó Roier, no a Aroyitt sino a Quackity.

Quackity hizo una mueca.

—No. Ella se acuerda. Solo que no sé si lo que sabe nos ayudará a conectar los puntos con Boseman, Egan, Dunnigan o Rapke.

—Entonces, vamos a visitarla esta noche. Veremos si sabe algo. Si no lo hace, eliminamos a Boseman y seguimos con el plan de torturar, matar y secuestrar a una niña pequeña. Llevará algún tiempo preparar una sala de matanza de todos modos. Además, si nos llevamos a la niña, necesitaremos un lugar donde ponerla. ¿Aroyitt?

Veré lo que puedo hacer —dijo ella, con voz sombría.

—Y ¿Si ella avisa a Boseman? —Luzu preguntó.

—No puedo imaginar que tenga ninguna lealtad al hombre que la abusó y vendió —dijo Roier—. ¿Verdad?

La boca de Spreen formó una línea plana.

—Te sorprendería lo difícil que es para algunas personas dejar ir a sus abusadores.

—Entonces, ¿Crees que deberíamos desechar la idea y optar por la tortura? —preguntó Roier.

Spreen miró a Luzu y luego a Quackity. Quackity se encogió de hombros.

—A la mierda. Hablemos primero con la chica. Si no hay nada más, tal vez ella pueda decirnos la mejor manera de atrapar al pedazo de mierda con la guardia baja.

Luzu sonrió.

—Así que... ¿Los cuatro vamos a un club de striptease... juntos?

—Eso parece —dijo Roier, sentándose y balanceando los pies en el suelo—. Creo que puedo arriesgarme a que me vean allí. Sinceramente, dudo que alguien nos reconozca a mí y a ti por encima de Luzu y Quackity.

Luzu sonrió.

—Tenemos que parar en un cajero automático.

Spreen frunció el ceño.

—Uhm, ¿Para qué?

Luzu lo miró como si fuera estúpido.

—Uh, dinero en efectivo. Esto es lo más cerca que ha estado cualquier De Luque de una despedida de soltero.

—Ni siquiera te gustan las chicas —le recordó Spreen—. ¿No es así?

Luzu miró a Quackity, quien soltó una risita.

—Le gustan las tetas de la misma manera que a mí me gustan los Squishmallows. Cree que es divertido apretarlas y jugar con ellas. Sólo que no le está permitido.

—Bueno, no te hagas ilusiones  —dijo Roier—. Si intentas usar a una bailarina como juguete estrujable, te dará un vergazo en la cara.

—Seré respetuoso —prometió Luzu—. La trataré como un museo de arte. Solo mirar. Sin tocar.

—Dios. ¿Cómo lo toleras? —Spreen preguntó a Quackity.

—Vodka —dijo Quackity, dando una palmadita a Luzu en la mejilla.

—Y esta buena polla —dijo Luzu con orgullo.

Quackity resopló.

—Está bien.

Los ojos de Luzu se abrieron de par en par, y le dirigió a Quackity una mirada cómplice.

—Eso no es lo que dijiste cuando estabas rogando- Quackity le tapó la boca con una mano.

—Suficiente. Tú ganas.

Spreen puso los ojos en blanco, y luego miró a Roier.

—Necesito una ducha. ¿Te interesa?

—Siempre feliz de fregar tu espalda, Osito —dijo Roier, dejando caer un brazo sobre sus hombros.

—Creo que me voy a atragantar —dijo Luzu alrededor de una carcajada.

Spreen le mostró el dedo.

—Eso espero.

 

Chapter 17: Roier

Chapter Text

Roier no era ajeno a las fiestas o el escenario de clubes. Había pasado la mayor parte de sus años de formación bebiendo y festejando fuera de la base con sus amigos, y una vez que comenzó a viajar por el mundo, las fiestas solo se volvieron más salvajes y extremas. Había estado en el Carnaval de Rio, las Fiestas de la Luna Llena de Tailandia, La Tomatina en España. Demonios, incluso había estado en el Burning Man.

Pero los clubes de striptease le ponían la piel de gallina. No se trataba de las chicas o la desnudez. Simplemente había una cultura general de sordidez que ninguna cantidad de dinero podría superar. Como si tocar las paredes lo dejaría… ¿Cómo había dicho Aroyitt? En necesidad de una ducha de descontaminación y una inyección de penicilina.

También estaba ese olor acre que llenó sus fosas nasales al entrar, la dura combinación de alcohol rancio, alfombras mohosas y aire enlatado. Como si los sistemas de ventilación no funcionaron correctamente. O tal vez solo estaba siendo una diva. Preferiría estar en casa ahora mismo.

Acercó más a Spreen mientras se adentraban más en el club. La música se elevó con un fuerte ritmo de bajo que vibraba a través de su cráneo, y los rayos de neón rebotaron en las paredes en una variedad vertiginosa que forzó la atención de Roier hacia el centro del escenario solo para aliviarse.

Luzu y Quackity habían entrado antes que ellos y se habían instalado en una de las mesas frente al escenario, con el objetivo de hacer un espectáculo de sí mismos, en caso de que alguien reconociera a algún De Luque. Era mejor que fuera Luzu y no Spreen. Los chicos se estaban tomando su trabajo en serio. Quackity estaba sentado en el regazo de Luzu, agitando dinero en forma de abanico en su mano como si estuviera tratando de refrescarse.

En el escenario había una chica que Roier solo podía describir como…

¿Suave? Tenía muslos gruesos y caderas redondas, un estómago que se movía un poco cuando bailaba y senos lo suficientemente grandes como para mantener a Luzu cautivo. También tenía una cara bonita y cabello rubio corto que definitivamente no era lo suyo. La mujer era tan popular que Quackity estaba introduciendo billetes de veinte dólares en su tanga solo para mantenerla cerca.

Spreen tomó nota y puso los ojos en blanco, luego se encaminó en dirección al bar. Encontrar en este lugar a la… ¿Victima de Boseman?

¿La niña adoptada...? No sería fácil. Con todo el maquillaje que usaban estas chicas, ni sus propias madres las reconocerían. Y Roier y Spreen solo tenían una foto de la escuela secundaria y el nombre real de la niña: Verónica.

Roier no imaginaba que llegarían realmente lejos sin arrojar dinero sobre el problema. Ni siquiera sabían si ella estaba trabajando esta noche. Detrás de la barra, una chica imponente con trenzas vikingas y un bustier de cuero estaba limpiando vasos, manteniendo con firmeza un ceño fruncido. Al otro lado de la barra, apoyado contra la pared y vestido todo de negro, estaba un hombre grande con barba y nada menos que dos tatuajes en la cara. Estaba allí de pie sin hacer nada.

Roier asintió hacia el hombre. Definitivamente era su mejor opción. A la chica detrás de la barra parecía que le quedaba un solo nervio y que todo el mundo estaba bailando sobre él. Supo de inmediato que ella no señalaría a una de las bailarinas, sin importar cuan puras fueran sus intenciones.

Cuando Spreen alcanzó al tipo, sacó cien dólares de su billetera, los dobló y los agitó para llamar su atención. Roier hizo todo lo posible por ocultar una sonrisa. A los De Luque definitivamente les gustaba agitar el dinero. En sentido literal.

El tipo arqueó una ceja y frunció el ceño.

—¿Puedo ayudarte? —Gritó por encima de la música.

Spreen le dio una sonrisa perezosa, pero se vio obligado a gritar solo para ser escuchado.

—Ciertamente eso espero. Estamos buscando a una chica. Verónica.

Roier se sintió aliviado cuando la música se apagó y la voz del disc jockey retumbó en el micrófono. Odiaba tener que gritar. Tendió la foto al tipo.

El hombre la tomó, entrecerrando los ojos.

—Nunca la había visto antes.

—Amigo, sabemos que trabaja aquí. Solo tenemos que hablar con ella —dijo Roier—. No estamos intentando generar problemas ni nada así.

El tipo resopló.

—Sí, claro. Sigue sin importar. No tengo idea de quién es.

Spreen sacó un fajo de billetes de su bolsillo trasero y lo esparció sobre la barra.

—Todo esto será tuyo si solo le decís que queremos hablar con ella acerca de un pedazo de mierda llamado Mel Boseman. Incluso podes pararte ahí y cuidarla mientras hablamos.

El tipo estaba mirando el dinero como Quackity había mirado su cena y Luzu miraba a la chica en el escenario. Roier dio un paso adelante.

—Escucha, solo mira si está dispuesta a tener está conversación. Hay un niño en peligro. También la compensaremos por su tiempo.¿Verdad?

Spreen asintió.

—Claro. Podes considerarnos como VIP por esta noche.

El hombre se quedó mirando el dinero por otro largo momento, luego resopló con un gran suspiro. Hizo un gesto hacia una mesa vacía cerca del escenario.

—Espere allí, Sr. VIP.

Se dirigieron a una mesa vacía solo a una más allá de sus cuñados, sentándose justo cuando la música comenzó de nuevo y otra chica subió al escenario. Quackity gritó, moviéndose en el regazo de Luzu y aplaudiendo con entusiasmo como un niño en medio de un espectáculo de títeres. Otros en el club estaban claramente irritados, pero las bailarinas parecían divertidas. Cuando Quackity le indicó que se acercara, la chica sonrió y se arrodilló ante él, dejando que Quackity pusiera dinero en las botas que cubrían hasta los muslos. Ella le dio una palmadita en la cabeza y regresó a bailar.

Roier se rió, sacudió la cabeza, luego le hizo señas a la mesera y pidió dos botellas de agua. La chica asintió y se alejó, regresando un poco más tarde con dos botellas de plástico y una sonrisa superficial que se desvaneció rápidamente. Antes de que Roier rompiera el sello de la botella, una hermosa muchacha asiática con un ceñido vestido negro se acercó a su mesa y se sentó como si estuviera en casa.

—Hola —Dijo, rizando su largo cabello oscuro sobre su hombro y dándole a Roier una sonrisa seductora.

—Hola, amor —Respondió Spreen, inclinándose más cerca de Roier y deslizando una mano posesiva en lo alto de su muslo.

¿Estaba celoso? Roier estaba casi seguro de que se había puesto celoso cuando se enteró de que había pasado tres semanas con Boone a solas en la base, pero eso había sido antes. Ahora estaban casados. Una vez más ese pensamiento lo atravesó como un relámpago. Spreen le pertenecía en todos los sentidos. ¿Cómo es que su vida había dado un vuelco tan rápido?

Ella miró a Spreen de arriba abajo y luego deslizó su pulgar por la mandíbula de Roier.

—Soy Melody. Ustedes dos son lindos. ¿Quieren beber conmigo?

Spreen le sonrió y luego deslizó hacia ella un billete de cien dólares.

—Solo estamos acá esperando hablar con alguien, amor. Además, este chico bonito es mi marido.

Ella parpadeó lentamente y luego miró a Roier.

—¿Qué?

—Somos gays —dijo Spreen, gritándolo para ser escuchado.

La chica agarró el dinero de la mesa, luego se desinfló en su silla, su fachada pulida se evaporó de inmediato.

—Oh, gracias a Dios. Yo también.

—¿Eres gay? —Roier repitió estúpidamente.

Ella se giró en su asiento para señalar a la cantinera amazónica de ceño fruncido permanente.

—Sí, esa es mi novia. ¿No es hermosa?

Roier sonrió cuando la cantinera levantó la vista, casi como si sintiera la mirada de la chica. Ella dio la más mínima insinuación de una sonrisa, pero luego volvió al trabajo.

—Ella se ve… —Roier se quedó sin palabras.

—¿Gruñona? —Dijo Melody con una risita—. Sí, definitivamente lo es. Todo el tiempo. Ella es mi pequeña nube negra de lluvia.

El amor rezumaba de los poros de la chica. Roier miró a la cantinera una vez más. Era hermosa, aunque también parecía que podía empuñar una espada ancha o matar con la mirada. Imaginó que las dos formaban una pareja llamativa, aunque algo improbable. La muchacha a su lado irradiaba felicidad y energía nerviosa.

—¿Cómo se conocieron? —Preguntó Spreen descaradamente en un tono burlón. Antes de que ella pudiera responder, tomó un largo trago de su botella de agua, distrayendo temporalmente a Roier mientras observaba su garganta convulsionar. Mierda. Preferiría estar en casa obligando a Spreen a tragar algo completamente diferente.

Melody apoyó el antebrazo en el respaldo de la silla, luego presionó su mejilla contra él mientras observaba a la otra chica con una expresión casi soñadora en su rostro.

—Mi primera noche trabajando aquí, un imbécil trató de arrastrarme a un armario de escobas. Ella lo golpeó hasta dejarlo en coma.

Spreen asintió con aprobación.

—Eso es dulce.

Sí, la violencia era definitivamente un lenguaje de amor de los De Luque.

—Lo sé, ¿Verdad? —Dijo.

De repente, una sombra se cernió sobre la mesa. Roier alzó la vista encontrándose con el de vigilancia.

—Ella dijo que hablará con ustedes en la parte de atrás.

Spreen pareció aliviado. Roier se acercó a Melody y señaló a Luzu y a Quackity.

—También son jodidamente gays, en caso de que eso no sea tan obvio —dijo, y luego se llevó un dedo a los labios como si fuera un secreto.

Melody guiñó un ojo antes de ponerse de pie y caminar hacia la mesa de Luzu.

El hombre condujo a Roier y Spreen a un camerino donde una chica con un bronceado intenso y largo cabello castaño rojizo estaba sentada frente a un espejo. Usaba algún tipo de aceite para disolver el maquillaje de su rostro. Había una peluca rubia corta descartada a su lado. Ella los ignoró mientras se frotaba, luego usó un paño para limpiarse el desorden de la cara. Cuando terminó, parecía mucho más joven de lo que se había imaginado al principio. Era ella. Verónica. La chica que había estado en el escenario en cuanto entraron.

Mientras la miraban, ella continuó ignorándolos, separando su cabello en dos secciones iguales antes de comenzar a trenzarlo. Sólo entonces reconoció la presencia de ellos.

—¿Exactamente qué es lo que quieren?

—¿Ya te vas? —Roier preguntó, notando que la chica todavía usaba el vestido transparente que había estado luciendo en el escenario.

Se encontró con la mirada de Spreen en el espejo, su expresión era cautelosa y su tono casi hostil.

—No es que sea de tu incumbencia, tipo extraño al que nunca he conocido antes, pero tengo que ir a buscar a mi hermana al trabajo. Además, gracias a Peter Pan y a su novio en la primera fila, ya conseguí lo que necesitaba para esta noche, así que ya me voy. ¿Qué es lo que quieren?

Claramente, ella no tenía ningún interés en charlas triviales o sutilezas. Probablemente no valía la pena ser amigable en esta línea de trabajo cuando no había un incentivo financiero para serlo. O los hombres probablemente se harían una idea equivocada

—Queremos hablar contigo sobre tu padre adoptivo, Boseman — dijo Roier.

Su mirada se dirigió a la de Roier.

—No lo llames así. Ese monstruo nunca fue mi padre.

Roier hizo una mueca.

—Lo lamento, solo queremos saber lo que te pasó.

Su rostro se retorció en una mirada incrédula.

—¿Por qué? A nadie le importaba una mierda cuando me estaba pasando. ¿Por qué preocuparse ahora?

—Creemos que le podría estar pasando lo mismo a otra niña — Admitió Spreen.

Los dedos de la chica se entorpecieron sobre su trenza, pero se recuperó rápidamente.

—Y ¿Eso qué tiene que ver conmigo?

—¿Quieres que le pase lo que te pasó a ti? —Roier le preguntó amablemente.

—¿Tú crees que puedo detenerlo? —Ella escupió.

—No, pero nosotros podríamos. Solo necesitamos tu ayuda — Spreen le aseguró.

Ella lo miró largamente antes de que sus ojos aterrizaran sobre el reloj de Spreen.

—Claro, responderé sus preguntas... sí me das eso.

Spreen miró hacia su reloj Cartier y desabrochó el cierre sin dudarlo por un segundo.

—Ten. Ahora, ¿Puedes contarnos sobre tu tiempo con él? La chica puso los ojos en blanco y luego agitó el reloj de regreso.

—De acuerdo. ¿Qué quieres saber?

Claramente ellos habían pasado algún tipo de prueba por parte de ella. Spreen no se volvió a poner el reloj, solo se lo guardó en el bolsillo.

—Podrías empezar contándonos cómo fue que llegaste a vivir con él.

Se encogió de hombros, asegurando el elástico en su cabello antes de comenzar con su otra trenza.

—Él siempre estuvo ahí. Nos adoptó a mí y a mi hermana cuando éramos muy pequeñas. A mí primero. Cuando tenía unos tres años.L uego trajo a Laurie un año más tarde. Y después, su esposa se quedó embarazada de un bebé de verdad.

—¿Su esposa? ¿Tu madre? —Roier preguntó cuidadosamente.

—Esa hija de puta no es mi madre —Escupió, su tono venenoso.

Roier frunció el ceño.

—Estuvo tratando de llevarte con ella cuando huyó de Boseman, ¿Verdad?

Verónica resopló.

—¿Eso convierte a esa bruja en mi madre? Esa mujer solo quería a sus sirvientas con ella —Puso un acento afectado y dijo—. Es difícil entrenar ayuda nueva.

—¿Sirvientas? —Spreen repitió.

—Mmm —dijo, terminando su trenza y poniéndose de pie, quitándose el vestido y colgándolo en un perchero con un letrero que decía “sucio". Ellos se quedaron de pie incómodamente mientras se subía de un tirón unos jeans y cerraba el cierre hasta su garganta un suéter con capucha.

—¿Eso que significa? —Spreen inquirió.

Ella se derrumbó en un sofá morado, arrastrando las rodillas hasta su barbilla.

—Significa que no éramos sus hijas, éramos la servidumbre. Teníamos que cocinar para ellos, limpiar para ellos. Hacer trabajos de jardinería. Lavar la ropa sucia —Ella negó con la cabeza, apretando la mandíbula—. Mientras la mayoría de los niños aprendían el alfabeto, yo limpiaba inodoros hasta que los químicos me hacían sangrar los dedos.

Una ira silenciosa llenó a Roier hasta el fondo cuando ella levantó las manos para mostrar las cicatrices en las yemas de los dedos. ¿Qué carajo?

Verónica se inclinó hacia adelante y tomó una pluma vape de su bolso, le dio una calada larga antes de dejar que el humo saliera de sus labios. El olor acre de la hierba llenó las fosas nasales de Roier y luego desapareció con igual de rapidez. Solo entonces ella siguió hablando.

—La única razón por la que se enojó y quiso dejarlo es porque descubrió que no éramos las únicas con las que ese hijo de puta estaba jugando.

—¿Jugar como... sexualmente? —preguntó Spreen.

Ella lo fulminó con la mirada.

—¿Quieres que te haga un dibujo? Le gusta meterse con niñas. Trixie estaba bien cuando nos estaba violando a nosotras, pero se asusto cuando se dio cuenta de que estaba lastimando a su preciosa princesa, Courtney.

—¿Por qué no te dejó con él? —preguntó Roier, sintiéndose como un imbécil, pero sin saber de qué otra forma formular la pregunta.

Verónica resopló.

—¿Quién más cocinaría, limpiaría y lavaría la ropa? ¿Quién haría el cabello de Courtney o su tarea? ¿Por qué pagar por un ama de llaves o un tutor cuando puedes esclavizar a un par de niñas que no le importan a nadie?

Cristo.

—¿Alguna vez... se lo dijiste a alguien? —Roier preguntó.

Ella le dirigió una mirada desdeñosa.

—¿Decirle a quién?

Roier miró a Spreen antes de preguntar vacilante: —¿A un trabajador social, tal vez?

Ella rio.

—Mira a tu alrededor, chico. Estás en Texas. Mi trabajadora social es la razón por la que trabajo en este lugar.

—¿Tu trabajadora social te consiguió un trabajo de stripper? — Preguntó Spreen, sonando genuinamente sorprendido.

—¿Esto? Esto fue un compromiso. Mi trabajadora social me incitó a desnudarme. Quería que hiciera trucos para pagar el alquiler. Yo tenía dieciséis años. Dijo que, si yo era inteligente, empujaría a mi hermana pequeña hacerlo porque solo tenía catorce años y ganaría una tarifa por hora más alta, incluso si no era virgen.

Jesucristo. Roier se sentía enfermo, pero hizo todo lo posible por mantenerlo todo enterrado. ¿Este era el compromiso? ¿Qué clase de monstruo le decía a un niño que recurriera al trabajo sexual para pagar sus cuentas? Y ¿Mucho menos alguien que se suponía que debía proteger a estas chicas?

Verónica de alguna manera parecía tan joven e indefensa pero también se veía vieja. Exhausta.

—Al CPS no le importamos una mierda. Todo este lugar está amañado y todo el mundo está en juego. Boseman es solo un engranaje en la rueda de una máquina de mierda mucho más grande. Uno que absorbe a la gente y la mastica.

Spreen se sentó en el brazo del sofá al otro lado de la chica.

—¿Te suena familiar el nombre de Ronald Egan?

Ella puso los ojos en blanco.

—Por supuesto. Todo el mundo conoce a Ronny. Es el rey de la sala VIP. Los sábados, él está aquí pagando por mamadas y trabajos de mano, y luego, los domingos está afuera con carteles que nos llaman putas y piden que nos maten a pedradas.

—¿Qué hay de un abogado llamado Rapke? —Roier preguntó.

Pareció pensar en ello, luego negó con la cabeza.

—No. No que yo sepa.

—¿Dunegan? ¿Judd Dunegan? —Spreen preguntó—. ¿Alguna vez has oído hablar de él?

Una vez más, su expresión se tornó cautelosa.

—Ya he dicho todo lo que tengo que decir. Me voy.

—¿Eso es un sí? —Roier preguntó—. Podemos mantenerte a salvo si eso es lo que te preocupa.

Ella bufó.

—No tienes idea de qué mierda estás hablando. Y no te atrevas a decirle a nadie que hablé contigo.

Spreen sacó el reloj de su bolsillo.

—Deberías tomar esto. Podría ayudarte con las finanzas.

Ella lo fulminó con la mirada, apartando su mano.

—Ustedes son jodidamente increíbles.

Luego se fue, dejándolos solos en el vestidor desordenado.

—Bueno, eso salió bien —murmuró Spreen.

Una chica con tacones de aguja y tanga ingresó, se quitó una peluca roja y se dejó caer en el asiento frente al espejo, mirándolos con severidad.

—¿Quién diablos son ustedes?

—Ya nos íbamos —Roier le aseguró, agarrando la muñeca de Spreen y arrastrándolo de regreso a la refriega.

Luzu y Quackity estaban aguantando, tres chicas −incluida Melody−, se hallaban sentadas con ellos. Roier se acercó a la mesa y luego le dio una palmada en el hombro a Luzu, señalando la puerta. Luzu asintió, empujando a Quackity sobre sus pies.

—No, no se vayan —Les rogó Melody—. No nos dejen con los viejos asquerosos.

—Sí, por favor quédense. Son tan lindos —Rogó una rubia, batiendo las pestañas más largas que Roier había visto jamás.

—Lo siento, chicas. Tenemos que irnos —dijo Spreen.

Quackity metió la mano en sus bolsillos y vació el contenido, arrojando el dinero en efectivo sobre la mesa.

—Tengan —Gritó—. ¡Ustedes chicas son tan bonitas! Me encanta tu vestido brillante y tu novia aterradora, y no sé cómo bailas con esos zapatos, yo me rompería un tobillo. Deberíamos ser amigos por internet.

Cuando comenzó a sacar su teléfono del bolsillo, Luzu se puso de pie, cargando a Quackity sobre su hombro.

— Con calma, jugador. Creo que deberíamos dejarlo aquí por esta noche.

Solo una vez que estuvieron en el relativo silencio del estacionamiento, Roier dijo: —¿Cómo fue que se emborrachó tan rápido?

—Por un servicio de botellas. A esas chicas no les gusta beber solas. Está jodidamente perdido —admitió Luzu.

Comenzaron a cruzar el estacionamiento sin ninguna prisa.

—Comió mucho durante la cena —Dijo Spreen—. ¿Quizás tiene alguna clase de parasito?

—¡Grover! —Quackity gritó como si fuera un grito de guerra.

Luzu le dio una palmada en el trasero.

—Ya para de gritar. Todos podemos oírte.

—Boo —dijo Quackity con tristeza.

Luzu lo ignoró y les preguntó: —¿Descubrieron algo?

Spreen asintió y esperó un segundo antes de decir: —Sí, pero no sé si algo de eso nos sea de ayuda. Boseman es un pedófilo que obligaba a los niños a trabajar como esclavos domésticos. Definitivamente necesita morir, pero no sé si tiene algo que ver con lo que causó los intentos de asesinatos hacia Roier. Estoy empezando a pensar que simplemente decimos que les den, los matemos a los tres y terminemos con nuestro día.

Roier negó con la cabeza.

—Pero se asustó cuando mencionaste a Dunegan. Cortó la conversación inmediatamente después de eso. Creo que es hora de seguir con el plan de Quackity. Torturemos a Boseman.

Quackity se agitó sobre el hombro de Luzu.

—¡Yay!

Spreen se metió debajo del brazo de Roier y luego le pasó el suyo por la cintura.

—Creo que es hora de llamar a papá. Dejaremos que él tome la decisión final. Pero soy del team tortura en este momento.

—Vamos equipo —dijo Quackity débilmente. Y luego: —Creo que voy a vomitar.

—Si vomitas en mis jeans Dolce & Gabbana, cancelaré nuestra boda —Espetó Luzu.

Quackity resopló.

—Mentiroso.

Spreen le sonrió y el corazón de Roier se aceleró como si fuera un adolescente.

Ciertamente esta familia no era nunca aburrida.

 

Chapter 18: Spreen

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Tan pronto como regresaron del club, un Quackity borracho agarró inmediatamente la mano de Luzu y lo arrastró al lado de afuera diciéndole que quería "ver las estrellas". La respuesta entusiasta de su hermano a la solicitud, le hizo saber a Spreen que observar las estrellas era un nuevo eufemismo para el sexo o que su hermano estaba recientemente interesado en la astronomía. Spreen se inclinaba por lo primero. Y ciertamente, no tenía interés en confirmar sus sospechas.

Mientras Roier se dirigía a la ducha, Spreen llamó a su padre y a Aroyitt para ponerlos al día sobre lo que habían descubierto, aunque no fuera gran cosa. Vegetta dio el visto bueno para torturar a Boseman por información, pero le recordó que tuvieran cuidado con la extracción.

Después de varias garantías de que no serían atrapados, se despidieron.

Spreen se estaba desabrochando la camisa cuando Roier regresó de la ducha con una toalla con un estampado brillante anudada en la cadera y otra más pequeña alrededor del cuello. Su pelo todavía goteaba. ¿Se había molestado siquiera en secarse? ¿Acaso había cruzado la casa así? Y ¿Si Luzu y Quackity hubiesen estado ahí? El pensamiento lo hizo sonrojarse. No quería que nadie tuviera acceso a lo que le pertenecía.

Se sentó en la cama, admirando la vista. Roier se cuidaba muy bien. A diferencia de Spreen, cuyo físico era principalmente una cuestión de genética y de olvidarse de comer, su esposo había esculpido su cuerpo con horas de ejercicio riguroso, lo que explicaba su resistencia física... para todo tipo de cosas.

Ese conocimiento solía enfurecer a Spreen. Siempre había sentido que la existencia misma de Roier era simplemente un recordatorio de que él no era lo suficientemente fuerte como para rechazarlo. Su atracción hacia él había sido gravitacional. No había manera de hubiese podido mantenerse alejado. Spreen dejó que su mirada recorriera a su esposo desde su cabello castaño chorreante, hasta sus pies un poco demasiado grandes, y luego de regreso hacia arriba.

Roier era todo suyo. Le pertenecía en todos los sentidos imaginables. El pensamiento lo llenó de una especie de satisfacción primaria que nunca podría expresar con palabras. No pudo evitar pensar en ese día en el Gimnasio de The Watch. Lo mucho que lo había deseado. Cuanto lo había odiado, y cuanto lo había querido.

¿Había sido sólo hace una semana?

Roier hizo una pausa de secarse el agua sobre su pecho en cuanto notó que Spreen lo observaba. Le lanzó una mirada burlona.

—¿Por qué me miras así?

Spreen se recostó sobre sus manos, dejando que su mirada lo recorriera una vez más.

—¿Así cómo?

Roier sonrió.

—¿Como si fueras uno de esos perros que ven carne de los viejos dibujos animados que pasaban los sábados por la mañana? —Roier tomó la toalla más pequeña y fingió cubrirse el pecho, dándole a Spreen una mirada fingida de miedo—. Me siento positivamente escandalizado.

Puso los ojos en blanco, pero no pudo esconder su sonrisa. Cruzó la habitación y agarró a Roier por la muñeca, tirando de él hacia la cama en donde lo obligó a sentarse en el borde antes de interponerse entre sus rodillas.

—Mmm, me gusta hacia donde está yendo esto —Murmuró Roier, jugando con los bordes de la camisa de Spreen.

Spreen resopló, pero no mordió el anzuelo, agarró la toalla más pequeña de las manos de Roier y comenzó a secar el agua sobre su cabello empapado.

Roier suspiró satisfecho, incluso cuando sus manos se deslizaron dentro de la camisa desabrochada de Spreen comenzando a juguetear con sus dedos. Los pezones de Spreen se endurecieron y piel de gallina se precipitó sobre su cuerpo ante los toques apenas visibles. ¿Esto era lo que hacían las parejas reales? No podía imaginarse a sus hermanos, despiadados y sedientos de sangre, haciendo una cosa tan doméstica.

Pero, seguramente ¿Sí lo hacían? A decir verdad, Spreen nunca había imaginado que podría sentirse tan cómodo estando con otra persona. Nunca. Este tipo de cosa parecía tan extraña, tan lejos de ser algo que podría alcanzar, que bien podría tratarse del mismo sol.

Spreen inhaló profundamente cuando Roier se inclinó hacia adelante y sus labios le rozaron el vientre. Su aliento le hizo cosquillas en el vello y Spreen apretó la toalla con más fuerza.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó intentando sonar desaprobatorio.

Roier se rio entre dientes, las yemas de sus dedos rozaron los costados de Spreen hasta que sus músculos se estremecieron de forma involuntaria.

—¿Qué parece que hago, Osito?

—Parece que intentas tener sexo mientras yo estoy tratando de secarte el cabello —Murmuró Spreen.

Una vez más, soltó esa risa exasperante.

—Simplemente estoy mostrando mi aprecio por tan amable gesto — Roier respondió antes de depositar un beso sobre el hueso de la cadera de Spreen, y luego otro justo encima de su ombligo.

Cristo, Spreen ya estaba medio duro.,

—Mi motivación para secarte el pelo es puramente egoísta. No quiero dormir sobre sábanas mojadas.

De repente, las manos de Roier estaban en la parte posterior de las rodillas de Spreen, aplicando la presión suficiente para obligarlas a ceder. Afortunadamente, el regazo de Roier estaba justo allí para atraparlo. Spreen se encontró de frente con esos ojos cafés y se dejó absorber por ellos durante un minuto o dos.

—De todos modos, ibas a dormir en un lugar húmedo, Osito — Roier bromeó.

Spreen resopló tras el momento roto, y dejó caer la toalla sobre la cabeza de Roier como el hábito de una monja.

—Esa frase no es lo que piensas que significa.

Roier dejó la toalla en donde estaba, luego rodeó a Spreen con sus brazos y lo miró hambriento.

—¿No me quieres dentro de ti? —Preguntó con su voz vuelta un ronroneo bajo.

Esa era una pregunta estúpida. Spreen nunca “no” quería a Roier. Pero no dijo eso, en cambio preguntó: —¿Qué pasa si yo quiero estar dentro de vos?

Por primera vez desde que se miraron a los ojos durante su primer encuentro en ese bar, Spreen vio que Roier parecía sentirse desconcertado. Tenía los ojos como platos y sus labios entreabiertos de forma involuntaria. Spreen se aprovechó de eso, chocando sus bocas, su lengua sumergiéndose dentro. Los labios de Roier eran suaves y cálidos, y su lengua sabía a pasta de dientes de menta verde. Ni siquiera las frías puntas del cabello húmedo de Roier que presionaban contra él, pudieron detener la oleada de deseo que lo invadió.

Cuando se apartó, estudió el rostro de Roier. Había dicho eso por capricho, pero ahora Roier lo observaba. Le estudiaba el rostro como si estuviera intentando encontrar un significado más profundo a la pregunta cuando en realidad no lo había. Más que solo una curiosidad, una puerta abierta para una cita después, en caso de que no estuviera decido a hacerlo ahora mismo.

Pero Roier se inclinó hacia adelante, besando la comisura de la boca de Spreen.

—Claro, Osito. Podemos hacer eso.

Fue solo después de que lo dijo que Spreen se dio cuenta de que sí importaba. No sabía cómo ni por qué, pero el hecho de que Roier lo aceptara, por más trivial que fuera, significaba más de lo que Spreen estaba dispuesto a admitir. Sus labios encontraron los de Roier una vez más, un beso más suave, más profundo, más intenso.

Se puso de pie para que Roier pudiera subirse más sobre las almohadas, luego lo siguió arrodillándose entre sus rodillas separadas y abriendo la toalla. Se tomó un momento para apreciar la vista. Trazo los músculos con los dedos hasta que Roier gruñó. Era claramente cosquilloso. Spreen archivó esa información para otro momento antes de abanicar los dedos sobre su abdomen, un poco obsesionado con el contraste de su piel contra la de Roier.

Cuando Spreen se quitó la camisa, Roier entrelazó las manos detrás de la cabeza y lo observó por debajo de sus largas pestañas.

Spreen se arrodilló sobre él, apoyándose en sus manos para poder besar cualquier rastro de piel que pudiera alcanzar. Nunca había hecho esto antes. Todas las veces que habían tenido relaciones sexuales en el pasado, las interacciones entre ellos fueron acaloradas, frenéticas; desgarrando el uno al otro hasta que ambos estaban satisfechos. Roier siempre había tomado el control, y casi siempre lo había hecho para complacer a Spreen. Esta era la primera vez que Spreen podía hacer lo que quisiera con él. Y no pensaba desperdiciarlo.

Pasó las yemas de los dedos por las costillas de Roier, su lengua jugueteó sobre un pezón plano y su pene comenzó a palpitar al oírlo gemir.

Spreen chupó la protuberancia y luego la raspó con los dientes hasta que Roier se removió bajo él. Spreen sonrió, prestando la misma atención al otro pezón, antes de deslizarse más abajo, pasando la lengua por las crestas de los abdominales de Roier.

Una vez más, Roier se removió debajo de él.

—Me estás matando, Spreen.

Spreen se acomodó entre sus piernas.

—Vivirás —Murmuró, con la boca echa agua al ver la verga sonrojada de Roier, ya goteando. Nunca había deseado tanto a alguien como lo deseaba a él.

No pudo evitar tomarlo en su boca y usar su lengua para jugar con punta, gimiendo por el sabor de su líquido preseminal.

La gran mano de Roier ahuecó la cabeza de Spreen en un gesto posesivo, sus caderas empujando hacia arriba y presionando su pene más profundamente.

— Dios santo.

Spreen gimió a su alrededor, moviendo la cabeza varias veces, apreciando el gran peso del pene en su lengua. No podía evitarlo. Cada vez que Roier se hacía cargo, el instinto de Spreen era ceder. Pero no esta vez.

Liberó la erección de Roier con un “pop” que fue casi obsceno.

—Lubricante.

Spreen trató de no reírse mientras Roier se estiraba, golpeando ciegamente la mesa auxiliar mientras buscaba el lubricante que habían usado antes. Spreen se tomó el tiempo para besar a lo largo del punto que se unían la cadera y el muslo de Roier, sonriendo cuando él dejó que sus piernas se abrieran para darle un mejor acceso. Tan complaciente.

Spreen repasó las pelotas de Roier con la nariz, empujando sus piernas más arriba. Siseó cuando el plástico frío de la botella de lubricante golpeó contra su brazo desnudo. Roier se rió por lo bajo, pero luego gimió cuando Spreen lo abrió, su lengua lamiéndole el agujero. Sabía a piel y olía a algún tipo de jabón picante, y Spreen no pudo evitar enterrarse más en ese punto.

Las manos de Roier estaban de vuelta en su cabello, sus caderas arqueándose mientras llevaba a Spreen justo a donde lo quería. Se dejó guiar, sondeando con su lengua, luego lamiendo, mordiendo, chupando, cualquier cosa para que Roier siguiera haciendo esos sonidos.

Pero Roier se estaba impacientando. Cuando la mano dejó su cabello para envolverse alrededor de la verga dura de Roier, Spreen la apartó.

—Uh uh.

—Date prisa, Osito.

Spreen rio, luego agarró el lubricante y se cubrió los dedos antes de masajear la entrada de Roier varias veces y finalmente deslizarse dentro. Dios, estaba apretado. Su cuerpo le succionaba los dedos a Spreen profundamente, como si hubiese estado siempre destinado a estar ahí dentro. Su pene estaba palpitando. Ya no quería tomarse todo su tiempo, solamente quería arrancarse la ropa y embestir dentro de él.

En lugar de eso, retorció e hizo movimiento de tijeras con sus dedos, penetrandolo adentro y afuera hasta que Roier gruñó.

—Suficiente. Dios. No soy virgen.

Spreen se rio disimuladamente, retirándolos y poniéndose de pie solo lo suficiente como para quitarse la ropa. Antes de que pudiera volver a la cama, Roier se incorporó, lo agarró y lo llevó al colchón con un movimiento tan fácil que lo hizo sentirse mareado. Antes de que pudiera siquiera adivinar lo que planeaba hacer, ya Roier estaba a horcajadas sobre sus caderas y agarrando el lubricante. Pudo ver como Roier se alzaba sobre sus rodillas y luego se hundía encima de su verga. No pudo detener el gemido bajo que se le escapó cuando el calor apretado del cuerpo de Roier lo envolvió.

—Lo lamento, Spreen, estabas tardándote demasiado.

Roier se tomó a sí mismo en su mano, acariciándose un par de veces antes de comenzar a moverse. Spreen se mordió el labio, rezando para que esto no terminara vergonzosamente rápido. Roier se veía demasiado bien montándolo. También tenía un ritmo establecido, sus caderas subían y bajaban de una forma tan perfecta que disparaba pulsos de éxtasis a lo largo de cada una de sus terminaciones nerviosas, hasta que se halló a sí mismo elevándose para encontrarse con cada movimiento descendente.

A diferencia de Spreen, Roier no tenía la intención de alargarlo, al parecer. Estaba trabajándose como un hombre en una misión y, por una vez, Spreen apreciaba su precisión y sincronización porque estaba a pocos segundos de venirse. Sin embargo, quería sentir a Roier viniendose primero.

Justo cuando había pensado en recurrir a los recuerdos de las fotos de la escena del crimen para evitar su orgasmo inminente, los movimientos de Roier se volvieron bruscos y descoordinados. Siseó y luego gruñó, derramándose en su puño y sobre la piel de Spreen.

—Mierda, gracias —logró decir, agarrando las caderas de Roier y manteniéndolo firmemente quieto para poder cogerlo. Se empujó solo un par de veces antes de venirse con la fuerza suficiente como para ver estrellas. Todo su cuerpo se contrajo mientras se vaciaba dentro de él.

Roier se derrumbó encima de su cuerpo, enterrando el rostro en un lado de su cuello.

—Necesito otra ducha después de esto.

Spreen empujó su hombro, pero Roier era un peso muerto.

—¿Cómo es que nunca me di cuenta de lo pesado que sos?

—Ni idea —dijo Roier, sin hacer ningún intento de moverse.

—Ya bájate. Me estás asfixiando —Dijo, moviéndose ineficazmente, aunque sin esforzarse realmente por liberarse.

Roier le agarró las muñecas y luego comenzó a frotar su cabello mojado por todo el pecho de Spreen.

—¿Mejor?

Spreen se liberó y metió los dedos junto a las costillas de Roier, torciéndolos hasta que él comenzó a gritar y a retorcerse en un intento de someter las muñecas de Spreen una segunda vez. Pero, aunque Roier era más grande, Spreen era más rápido y sus manos estuvieron fuera de su alcance en todo momento mientras le hacía cosquillas, hasta que una risa estridente y nada varonil se escapó de Roier, e hizo que Spreen se riera de una manera igualmente poco halagadora hasta que ambos estaban sudando y jadeando.

—Me rindo —Roier gritó finalmente—. Tú ganas, me moveré.

No se movió mucho, solo cambió su peso hasta que Spreen estuvo solo medio cubierto por él. Se quedaron así por un tiempo antes de que Roier finalmente preguntara: —¿Qué te dijo Vegetta?

—Lo usual. Que siguiéramos adelante y torturáramos al tipo, pero sin ser atrapados.

Roier hizo un sonido evasivo.

—¿Qué pasa con la esposa y la niña? ¿Te dijo como deberíamos manejar eso?

—La esposa es un juego justo. Si mantiene a esa niña como su esclava doméstica, también podríamos eliminarla. La preocupación de Aroyitt es que no sabemos qué tan corrupta es la policía local o cuánto tiempo pasará antes de que alguien se dé cuenta de que Boseman y su esposa están desaparecidos. No podemos dejar que la niña se defienda por si sola.

Roier levantó la cabeza para encontrarse con la mirada de Spreen.

—Así que, ¿Cuál es el plan?

—Luzu y Quackity van a esperar hasta que tengamos a los objetivos y luego se llevarán a la niña. La dejarán en un lugar seguro con personas en las que papá confíe hasta encontrar un lugar adecuado para ella.

Roier parecía triste, pero luego dejó caer su cabeza una vez más sobre el hombro de Spreen.

—Apesta que tenga que pasar por todo esto.

—Lo sé —Dijo Spreen.

Y sí lo sabía. No se identificaba exactamente con lo que la niña tuvo que haber pasado. No podía. Lo entendía de la misma manera abstracta en que había experimentado su propio trauma cuando era un niño.

Reconocía que lo que había soportado era desagradable, pero no había penetrado en su psique de la forma en que probablemente habría pasado con otras personas. No le dolía lo que la chica había soportado. No como Roier. Esa era precisamente la naturaleza de su psicopatía. Aun así, levantó la mano para peinar el cabello aún húmedo de su esposo, notando como estaba comenzando a rizarse. ¿El cabello de Roier se rizaba cuando no era obligado a tener un estilo como tal? ¿Cómo es que nunca se había dado cuenta de eso? Claro. Porque apenas se conocían. No se sentía de esa forma, pero en el gran esquema de las cosas, era verdad.

—Si la niña está allí, la llevaremos a un lugar seguro —le aseguró a Roier.

—¿Qué pasa si no podemos hacer que Boseman hable? — Preguntó Roier—. ¿Entonces qué?

Spreen esbozó una sonrisa sombría que Roier no podía ver.

—Hablará. Siempre lo hacen.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Preguntó Roier, y sus palabras le vibraron sobre la piel.

—Porque papá enviará refuerzos.

—¿Refuerzos? —Roier repitió como un loro.

Los dedos de Spreen se ensartaron en el cabello de Roier, nuevamente reflexivo.

—Así es, enviará a los gemelos… y ellos traerán algunos juguetes nuevos.

 

 

Notes:

A falta de actualización de ayer, hoy capítulo doble 👀

Chapter 19: Roier

Chapter Text

 

Roier se despertó solo, con las sábanas enredadas a su alrededor. Rodó sobre su espalda, estirándose hasta que sus articulaciones crujieron y después agarró su teléfono. Eran casi las nueve de la mañana. Se puso de pie, metiendo sus piernas en un par de pantalones de chándal y poniéndose la sudadera con capucha negra sin mangas que casualmente estaba en la parte superior de su bolso, antes de finalmente irse tropezando hacia la cocina.

Quackity estaba sentado en la mesa del desayuno con sus auriculares puestos, había una tostada a medio comer frente a él mientras que escuchaba algo con atención y gareteaba algunas notas. Le dio a Roier un pequeño saludo de reconocimiento y él asintió en respuesta antes de dirigirse a la cafetera, aliviado cuando vio que ya estaba llena. Se sirvió una taza, luego tomó un largo sorbo dejando que el líquido amargo lo quemara antes de dejarse caer en una silla junto a Quackity.

—¿En dónde está Spreen? —preguntó finalmente.

Quackity sacó uno de los auriculares.

—¿Eh?

—¿Spreen? —Repitió.

—Oh, está afuera con Luzu. Están buscando algunos de los juguetes que trajimos de casa.

Roier asintió y volvió a su taza de café contentándose con mirar a la nada mientras que Quackity trabajaba. La puerta principal se abrió y entró Spreen, llevando un gran contenedor de almacenamiento rojo que dejó caer justo al lado de la puerta. Sonrió en cuanto vio a Roier, caminó detrás de él antes de inclinarse y besarle un lado de su cuello de una manera que le provocó piel de gallina.

—Estás despierto —Murmuró contra su oído.

No tienes idea.

Roier se acomodó debajo de la mesa, sonrojándose cuando Quackity sonrió como si pudiera sentir su incomodidad.

Luzu se acercó a Quackity, agarró el respaldo de su silla y arrastró el mueble antes de dejar caer su gran cuerpo sobre el regazo de Quackity. Para su crédito, el chico simplemente lo rodeó con sus brazos, continuando con su trabajo claramente acostumbrado a ese tipo de distracción.

Spreen se sentó junto a Roier.

—Los gemelos se reunirán con nosotros en la residencia Boseman después del anochecer. Una vez que determinemos que están solos, lo someteremos a él y a su esposa, y Quackity y Luzu llevarán a la niña con el contacto de Aroyitt. Se asegurarán de que esté a salvo.

Roier gruñó, todavía sin sentirse lo suficientemente despierto para comunicarse con verdadera eficiencia.

En algún lugar, un teléfono comenzó a sonar. Todos buscaron en sus bolsillos con excepción de Roier, ya que había dejado el teléfono en el dormitorio. El dispositivo que sonaba era el de Spreen. Miró el nombre en la pantalla, luego deslizó para responder y presionó el altavoz antes de dejar el teléfono sobre la mesa.

—Estamos todos, Aroyitt.

Bien. Realmente no quiero tener que reproducir esto más de una vez.

—¿Qué cosa? —Preguntó Quackity, quitándose los auriculares y alcanzando su tostada.

He estado monitoreando el error en la oficina de Egan. Hizo esta llamada telefónica anoche. Sólo escuchen y díganme que piensan.

Roier realmente no conocía a Aroyitt, pero su tono sombrío pareció inquietar a los demás. Eso no presagiaba nada bueno para lo que fuera que estaban a punto de escuchar.

Incluso con el altavoz al máximo volumen, tuvieron que inclinarse. El gemido nasal pertenecía a Egan, sin duda.

Oye, tenemos que hablar.

Cuando no hubo una respuesta audible, Roier supuso que el mensaje grabado estaba captando una llamada telefónica entre Egan y otra persona. Su mirada se encontró con la de Spreen.

Sí, entonces Terrance confirmó que el ganado para la subasta llegará a tiempo como se prometió. Sí, todos presentes y contabilizados. Quince caballos de batalla. Diez yeguas de cría. Ocho potros. Cinco potrancas. Tres potrillos. Pero… —Se calló—. Ahora, no te vayas a enojar, pero… perdimos la solicitud especial.

El sonido irritado que hizo les hizo saber que quienquiera que estuviera al otro lado del teléfono no había hecho caso a su petición.

—Sé que el comprador tenía el corazón puesto en esa… potra en particular, pero parió muy pronto. Demasiado pronto. La cría no lo logró.

Roier frunció el ceño mientras escuchaba lo que parecía una conversación bastante estándar que cualquier persona podría tener en un pequeño pueblo de Texas. Había granjas de caballos por todo el estado. Demonios, habían pasado varias de camino a casa la noche anterior. Roier imaginó que las subastas de ganado también eran una práctica bastante común.

Aun así, pensó que Aroyitt les había hecho escuchar esto por una razón. La respiración de Egan se volvió ligeramente errática, como si estuviera nervioso o tal vez enojado. Roier deseó poder escuchar ambos lados de la conversación.

Se sentaron en silencio hasta que quienquiera que estaba al otro lado de la línea terminó de hablar y Egan dijo: —Tenemos otras cinco yeguas listas para parir en cualquier momento. Seguramente, una de esas será suficiente para… Entiendo que eligió a esa yegua en particular, pero estas cosas no se pueden evitar. Es biológico. Quería un be… un potro, así que tendrá uno. El hecho de que no sea el que él quería no significa que estemos incumpliendo nuestra parte del trato.

La mirada de Roier se disparó hacia la de Spreen una vez más. ¿Un bebé? Hubo algo en ese desliz que envió un escalofrío de inquietud por la columna vertebral de Roier. Pero no tuvo tiempo de expresar sus preocupaciones porque Egan estaba lloriqueando de nuevo.

Esto no es una puta fabrica. La mierda pasa. ¿Tienes idea de lo difícil que es conseguir, inseminar y albergar a este ganado? ¿La cantidad de horas de trabajo que he perdido en este pequeño proyecto tuyo? —Estaba cada vez más acalorado—. No, no puedes decir eso. Solo tienes que sonreír y batir tus pestañas y falsificar algunos documentos. Yo soy el que lidia con el llanto, la histeria y los lloriqueos. Tienes a tu papi para que te proteja. Yo estoy por mi cuenta.

Una vez más, se quedó en silencio. Quackity y Roier se enderezaron, tensos, esperando hasta que Egan habló de nuevo.

Su respuesta fue explosiva.

Maldita sea, mujer, deja de regañarme. ¿Qué quieres que haga al respecto? No es mi culpa. Incluso las mejores piezas de ganado pierden una cría de vez en cuando.

El estómago de Roier se revolvió ante el término usado. De alguna manera, ya no creía que estuvieran hablando de ganado. El rostro de Quackity se contrajo con disgusto y apartó su tostada. Roier no podía culparlo, de repente también había perdido el apetito. ¿Qué mierda estaban haciendo estos tipos?

¿Qué quieres que haga? Dile a Merk… —Egan pareció contenerse—. Dile al cliente que le daremos la mejor selección del próximo y le ofreceremos un reembolso parcial por los problemas. Si no le gusta, puede esperar a que empecemos todo el proceso de nuevo si sigue insistiendo en tener a la misma perra de la última vez. Esas son sus opciones.

Roier se frotó las sienes mientras que Egan se quedaba en silencio, el único sonido era el chirrido de su silla mientras parecía balancearse compulsivamente hacia adelante y hacia atrás. Luego, dijo: —Cristo, Desiree, todo esto fue idea tuya. Tú fuiste la que quería expandir las operaciones. Estábamos bien con la cadena de suministro nacional. Pero no, tenías que seguir como diseñadora.

Quackity frunció el ceño.

—¿Desiree?

—La hermanastra de Egan. Casada con ese abogado de inmigración —suministró Roier—. Su papi es una especie de pez gordo en Texas.

Quackity asintió levemente cuando Egan dijo: —Gracias a mis muchachos, la línea de sangre debería estar lo suficientemente diluida, pero el ADN es complicado. A veces, no importa cuánto blanco agregues, los colores aún salen… turbios.

El corazón de Roier martillaba contra sus costillas, su inquietud convirtiéndose en ira. ¿Eso era lo que estaban escondiendo? ¿Ese era el secreto que pensaban que Roier había descubierto de alguna manera?

La mano de Spreen se posó en su muslo, dándole un apretón. Roier respiró hondo y luego lo dejó salir, obligándose a mantener la calma.

Averígualo, Desiree. Aún nos queda ese otro cabo suelto que necesitamos atar. Más temprano que tarde. Ya están husmeando. Sí, tampoco lo reconocí al principio, pero definitivamente es uno de ellos. No sé por qué están aquí. Supongo que se dieron cuenta de que fuimos nosotros los que arruinamos su luna de miel. Te dije que deberíamos haber dejado pasar todo el maldito asunto. Pero no, siempre quieres tener la razón.

Estaban hablando de Roier. O tal vez de Quackity. De cualquier manera, estaba claro que sabían que Roier estaba en la ciudad. Aunque claramente, no sabían exactamente dónde. Una parte de él estaba feliz de que se estuvieran peleando.

—También tenemos personas a las que responder, gracias a ti, y aunque no son Vegetta De Luque, tienen el poder de follarnos como reyes.

Roier se sintió aliviado al ver que no era el único enloquecido por esta conversación. Era extraño escuchar a la gente planeando casualmente tu muerte. Quackity se mordió la uña del pulgar, los ojos fijos en la pantalla del teléfono donde los minutos de la llamada marcaban. Luzu tomó la mano de Quackity y se la quitó de los labios, sacudiendo la cabeza. Roier colocó su palma sobre la mano de Spreen que estaba en su muslo.

—No lo subestimes, Desiree. Es un multimillonario. Uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo y acabamos de ir tras su maldito yerno.

Roier estuvo tentado de empezar a morderse las uñas esperando escuchar lo que venía después.

—¿Crees que dirigir una organización benéfica te hace altruista? Diriges una organización benéfica y eres, literalmente, una de las peores personas que conozco. Si todos acabamos muertos, será culpa tuya.

Cuando terminó la grabación, Luzu miró a su alrededor como si acabara de despertarse.

—Entonces... ¿Cómo nos sentimos acerca de todo eso?

Igual a cómo me sentiría si pasara la noche en el fondo de un basurero de la ciudad de Nueva York —dijo Aroyitt—. No sé qué es exactamente lo que hacen estas personas, pero creo que es seguro decir que entran en el código.

—Entonces, definitivamente están traficando personas a través de la frontera, ¿Correcto? —preguntó Quackity—. A eso se referían con toda su charla acerca de caballos. ¿Palabras claves para tráfico? ¿Están subastando personas?

El estómago de Roier se revolvió.

—Eso parece ser lo menos ofensivo que están haciendo.

Aroyitt comenzó a escribir en algún lugar en la distancia.

Todavía estoy buscando en la darknet algún tipo de mención de esta subasta. Tiene que ser virtual. Nadie se atrevería a tratar de hacer algo así cara a cara hoy en día. Si puedo encontrar el sitio, puedo decirles cuándo se va a realizar. Necesitamos averiguar dónde tienen a estas personas mientras tanto.

—¿No podemos simplemente matar a estos tipos? —Preguntó Quackity—. Tal como dijo Aroyitt, definitivamente entran en el código. Empecemos a eliminarlos.

Luzu palmeó suavemente la cabeza de Quackity como si fuera un perro.

—Bebé, sabes mejor que nadie que no es así como funciona esto. Si hay una subasta... sí están vendiendo personas... necesitamos encontrar a esas personas. Necesitamos saber cuántas subastas más como esta están ocurriendo. Necesitamos saber si esto va más allá de esos tres tipos que intentaron matar a Roier.

—Nos estamos quedando sin tiempo. Ya saben que estamos aquí — Quackity les recordó.

Roier asintió.

—Están asustados. Eso juega a nuestro favor. La gente asustada comete errores.

—De acuerdo —dijo Spreen—. Nunca se me ocurrió que creerían que papá es más corrupto que ellos. Pero supongo que la gente de mierda siempre piensa que otras personas son igual de mierda.

—Quiero decir, papá no es corrupto en sí, pero tampoco es exactamente la Madre Teresa —dijo Luzu—. Él, de hecho, nos envió aquí para despachar a los posibles asesinos de tu esposo, justo como sospechan.

—Ahora intentarán perseguir a Roier con más fuerza. Todo lo que hicimos hasta ahora es ponerlo en más peligro —dijo Spreen.

Luzu negó con la cabeza.

—Estás demasiado enamorado para ver que eso es algo bueno. Nunca van a tener la oportunidad de ir tras Roier. Tomaremos a Boseman y a la esposa tal como planeamos. Demonios, agarremos a Egan también. Si ya saben que estamos aquí, no hay razón para esconderse.

—Es posible que tampoco esperen que persigamos a Boseman, ya que él no estaba allí el día que los fotografiaste. Podría ser el más fácil de encontrar —dijo Quackity.

—Es un buen punto —dijo Luzu, sonriéndole a Quackity—.

Pongamos a los tres en una sola habitación junto con los gemelos y sus juguetes y veamos quién comienza a chillar primero.

—Y ¿Mañana, cuando desaparezcan tres miembros prominentes de la sociedad? —Preguntó Roier—. ¿Los demás no correrán asustados?

Luzu agitó una mano.

—Para cuando alguien se dé cuenta de que Boseman y Egan se han ido, ya estaremos llamando a sus puertas.

—Y ¿Qué? —preguntó Spreen—. Necesitamos saber hasta dónde llega esto. ¿Se acaba con ellos? ¿Qué hay de esta chica Desiree? ¿Su padre? ¿Cuántos cuerpos tenemos que dejar caer antes de que Roier esté a salvo?

Roier quería decir algo para asegurarle a Spreen que no estaba ni más ni menos seguro, independientemente del plan que eligieran. Esta era una situación de mierda sin ninguna solución fácil. Había un grupo de personas que estaban abusando y subyugando a otros. En el gran esquema de las cosas, su vida no podría ser un factor determinante en todo esto. Tenían que rescatar a esas personas, ya sea que Roier viviera o muriera en el proceso. Si alguno de ellos vivía o moría durante el proceso. Eso era lo jodidamente correcto.

Luzu miró de Spreen a Roier y viceversa.

—Esto no es nada nuevo para nosotros. Estás demasiado involucrado. Descubriremos quién es responsable del intento de asesinato de Roier. Descubriremos los detalles sórdidos detrás de estas operaciones y las desmantelaremos. Luego nos aseguraremos de que las personas adecuadas sean castigadas.

—Si las personas en un grupo de amigos comienzan a desaparecer una por una, atraerá atención no deseada —dijo Quackity.

—¿Quién está hablando de uno por uno? A la mierda ¿Quieres tomarlos todos a la vez? Los reuniremos, los mataremos y luego haremos que parezca un trágico accidente grupal. Vamos —dijo Luzu con fingido entusiasmo—. Podría ser divertido. Como un ejercicio de trabajo en equipo. Diversión que incluya a toda la familia —Cuando nadie se unió al plan entusiasta de Luzu, comenzó a hacer pucheros—. No puedo esperar a que lleguen los gemelos. Ellos sí me entienden.

—Esta operación ya se descarriló —Spreen murmuró y dejó caer su cabeza entre sus manos.

 

 

Chapter 20: Spreen

Chapter Text

Cris y Conter llegaron alrededor del mediodía con sus cónyuges a cuestas, estos últimos ya quejándose. Cris sostenía un gran paraguas negro sobre la cabeza de Carre mientras tiraba de una enorme maleta de diseño.

Serpias, como de costumbre, mantuvo su dramatismo un poco más discreto, tirando de su ropa húmeda y mirando hacia arriba al sol como si se entrometiera en su autonomía corporal.

En el momento en que entraron en la pequeña vivienda, Carre se desmayó inmediatamente en el sofá, llevándose el dorso de la mano a la frente como si fuera una doncella victoriana.

—¿Qué pasa con este calor? En serio. ¿Quién viviría acá a propósito? Es horrible.

Serpias resopló.

—¿Basado en el número de casas abandonadas que pasamos al entrar? Nadie.

—Estamos en un pueblo fantasma literalmente —les recordó Spreen—. Se supone que las casas están vacías.

Carre metió la mano en el bolsillo delantero de su mochila, desplegando un abanico como si estuviera en un revival de tiendas de campaña a la antigua usanza, entregándoselo a Serpias con un mohín exagerado.

—Me estoy derritiendo en un charco de verdad.

—Te dije que te vistieras para el clima, gatito —amonestó Cris, dejando caer un beso en su mejilla al pasar.

Carre le dirigió una mirada recelosa, observando sus pantalones de pata ancha y su blusa de gasa.

—¿Cómo se viste uno para este calor? ¿Un traje espacial? Me siento como una cena de microondas. —Hizo unos enormes ojos de cachorro a Serpias. —Abanícame.

Serpias miró a Carre con el mismo nivel de adoración que se le da a una mascota favorita, haciendo lo que se le pedía sin rechistar mientras Cris y Conter negaban con la cabeza. Roier observaba el circo en silencio, con la mirada pasando de una cara a otra.

Spreen lo encontró extrañamente tranquilizador. Tenerlos cerca significaba que todo era normal. Que Carre se quejara de cosas mundanas era normal. Que Serpias aplacara a Carre era normal. Que sus hermanos se hablaran mal era normal. El pensamiento lo detuvo en su camino.

Siempre se había considerado un observador casual en la familia. Había hecho todo lo posible por mantener las distancias desde que tenía uso de razón, pero, a pesar de sus mentiras, todos se habían colado de todos modos. Tal vez no estaba apegado a ellos como podría estarlo un neurotípico, pero estaba claro que vivían en algún lugar de su cabeza.

Roier frunció el ceño en su dirección. ¿Qué tipo de cara debía poner para que lo mirara así? Sacudió la cabeza, haciéndole saber que estaba bien y que no tenía ningún tipo de crisis emocional, lo que parecía ser su nueva normalidad. Desde que Roier se había colado en la vida de Spreen, había perdido todo el control de sus sentimientos.

Pero no tenían tiempo para eso.

Spreen no había previsto los cuerpos adicionales, pero los acogió de todos modos. Aunque habían vetado el plan de Luzu de rodear a todos y matarlos, habían decidido que tenía razón cuando se trataba de enfrentar a Egan y a los Boseman.

Torturar a tres adultos no era poca cosa en un buen día. Hacerlo al mismo tiempo que se intentaba extraer a un niño traumatizado añadía un nivel completamente nuevo de joder el plan y le daba a Spreen una migraña. Llevar a Serpias y a Carre aligeraría sustancialmente la carga, pero también aumentaría el caos. Un caos al que Roier nunca había estado expuesto. Esto iba a ser una curva de aprendizaje para él. Spreen casi se sintió mal por eso.

Casi.

Una vez que todos habían encontrado un asiento, comenzaron a discutir los detalles del plan de la noche.

Spreen se colocó detrás de la silla de Roier, con la mano en su hombro.

—Roier y yo fuimos a la propiedad de Boseman en Marfa. Está muy aislada. No hay cámaras. No hay vallas. Sólo kilómetros de desierto y su casa de adobe en medio. Sólo dos entradas. Es bastante descarado para ser un pedófilo.

Quackity se burló desde su lugar en el regazo de Luzu.

—Todo el maldito pueblo es corrupto o le han lavado el cerebro. Supongo que piensa que no tiene nada de qué preocuparse.

Luzu hizo una mueca.

—Sí, Egan no es tan relajado. Le da un nuevo significado a la palabra paranoico. Toda su casa es como un gran sombrero de papel de aluminio. Tiene una valla de hormigón de tres metros, cámaras de seguridad montadas en cada esquina de la casa y un sistema de seguridad bastante elaborado en el interior también. Y un Rottweiler llamado Sadie que mantiene encadenado en el patio trasero casi todo el tiempo por lo que parece.

—La chica más buena —dijo Quackity soñadoramente—. Vamos a robarla.

—No vamos a robarla —dijo Luzu, exasperado.

Quackity dirigió a Luzu una mirada fulminante.

—Dexter necesita un amigo.

Luzu resopló.

—Dexter necesita un médico para arreglar su problema de gases. No necesita más amigos.

—Los perros son el mejor amigo del hombre, —contraatacó Quackity, pivotando en su regazo lo suficiente para mirarlo fijamente a los ojos—. Quiero ese perro.

—No vas a tener el perro —espetó Luzu, con los ojos inmediatamente abiertos al darse cuenta de que había levantado la voz.

—Ooh —dijo Serpias en voz baja a Carre.

—Él va a tener ese perro —murmuró Carre.

La cara de Luzu se enrojeció y cerró los brazos mientras un Quackity que luchaba intentaba zafarse de su regazo.

—Bien. Bien. Voy a secuestrar al perro. Dios.

Quackity se derritió contra él, con cara de satisfacción, mientras decía: — Gracias, cariño.

—Sí, claro —dijo Luzu, haciendo un mohín.

—¿La seguridad no te preocupa? — Preguntó Conter como si toda la conversación del perro nunca hubiera ocurrido.

—Según Aroyitt, se pasa las noches en su despacho teniendo el sexo telefónico más vainilla del mundo con su amante. Puedes pillar al tonto de ahí.

Conter asintió, sacando una bolsa de Skittles de la bolsa de lona que tenía a sus pies, metiéndose un puñado en la boca.

—Entonces, Serpias, Carre y Quackity se llevan al niño. Cris y yo atrapamos al predicador. Tú, Luzu y Roier someten a Boseman y a su esposa. Entonces nos hacemos con el stabby stabby. Obtenemos las respuestas que necesitamos y volvemos a casa antes de que alguien sepa que hemos desaparecido. Fácil de exprimir.

Roier parpadeó a Conter como si le hubiera crecido una segunda cabeza, pero antes de que pudiera formular cualquier tipo de respuesta, Carre se adelantó.

—¿Qué? De ninguna manera. No me voy a perder la diversión. Yo también tengo juguetes con los que quiero jugar —Cuando Cris lo miró mal, Carre le apuntó con una uña manicurada—. No te atrevas a hacer ni una sola insinuación o te juro que te vas a arrepentir.

Cris se rio.

—Insinuación. Incluso eso suena sucio.

—¿Podemos concentrarnos, chicos? Cuanto más rápido solucionemos esta mierda, más rápido podremos ir por mi nuevo perro — razonó Quackity.

—Estoy concentrado —contraatacó Carre—. Me quedo para la tortura. Y punto. Cris ya no me deja jugar —Cuando Cris abrió la boca como si fuera a rebatir la afirmación, Carre levantó una única ceja imperiosa. Spreen pudo ver cómo su hermano cerraba la boca y se sentaba en silencio.

Spreen trató de reprimir una sonrisa cuando los ojos de Roier se abrieron cómicamente.

A veces, Spreen se olvidaba del aspecto de Carre para el mundo exterior. Era pequeño y delgado, con una suavidad femenina que sólo se veía exagerada por su pelo castaño y su estilo fluido. Como diseñador, Carre se sentía obligado a estar siempre listo para la pasarela. Incluso cuando sólo planeaba secuestrar y torturar a la gente por la noche.

¿Asesinato? Carre probablemente tenía una estética para eso. Probablemente incluso un tablero de Pinterest y una línea de primavera.

—Solo este atuendo debería aterrorizar a esos homófobos, Carre —le aseguró Cris. Quackity asintió.

—La guerra psicológica es un aspecto importante de cualquier interrogatorio. Serpias y yo podemos encargarnos de sacar al niño. Me parece bien perderme la sangre y las vísceras —Miró a Serpias—. ¿Tú?

—Sí, puedes ponerme en la lista permanente de no llamar para las sesiones de tortura —dijo Serpias, y luego le dedicó una sonrisa a Conter—. Ya tengo bastante de eso en casa.

Spreen se rio cuando la mirada sorprendida de Roier se deslizó hacia la suya. Su nuevo marido estaba recibiendo un curso intensivo de De Luque 101.

—Bien. Serpias y Quackity tienen al niño. Roier, Luzu y yo nos encargaremos de Boseman y la esposa. Cris, Conter y Carre asegurarán a Egan y lo llevarán a casa de Boseman. ¿Bien? —Preguntó Spreen.

Cuando todos asintieron, Spreen se puso en pie.

—Bien. Preparémonos y estemos listos para salir.


Sólo podían llegar hasta allí con los faros encendidos. Después de eso, era cuestión de usar el GPS para guiarlos por lo que era una carretera casi inexistente. Spreen nunca había sido el tipo de persona que se siente en una tranquila soledad. Sólo dos días en la casa fantasma de Terlingua y ya estaba desesperado por volver al mundo real. No podía imaginarse que alguien eligiera aislarse así por diversión. Pero tampoco era un pedófilo esclavizador de niños, así que... ahí estaba eso.

A la luz del día, el extenso paisaje era probablemente idílico. Incluso pacífico. Pero ahora, en la oscuridad de la noche, parecía casi tan siniestro como sus planes para el hombre y su esposa. En lo que respecta a los preparativos, era bastante ideal. Además de la casa, había una gran estructura parecida a un garaje en la parte trasera de la propiedad que habían decidido que estaría bien para su sesión de preguntas y respuestas con el trío.

Cuando estaban a media milla de la casa, abandonaron los coches y recorrieron el resto del camino a pie. Serpias se quedó atrás, preparado para conducir una vez que la pareja hubiera sido sometida, para que Quackity no tuviera que llevar a la chica lejos.

Con la ayuda del escáner térmico Range-R de Vegetta, pudieron deducir a una distancia razonable que Boseman y su esposa no eran los únicos en la casa. Había dos señales de calor procedentes de una habitación en la parte trasera −supuestamente un dormitorio− y otra bastante más pequeña procedente de la parte delantera de la casa.

Probablemente el niño que habían visto en las fotos.

—Comprobación de comunicaciones —dijo Spreen en voz baja, y luego escuchó cómo respondían uno a uno.

Habían optado por infiltrarse en la casa al mismo tiempo a través de la puerta lateral del garaje. Una vez dentro, se separarían, con Quackity buscando a la chica y Luzu, Spreen y Roier entrando en el dormitorio.

Se acercaron a la casa en fila india, con Roier a la cabeza y Luzu en la retaguardia. Estaban preparados para forzar la cerradura lateral, pero cuando Roier giró el pomo, éste cedió con facilidad. Esta gente era tan engreída que casi no parecía justo.

La puerta los condujo a un gran espacio abierto con una cocina en la esquina más alejada y varias puertas cerradas. Tardaron un momento en orientarse. Roier señaló hacia la habitación donde habían notado la presencia de los Boseman. Quackity asintió con la cabeza hacia la cocina. La chica había sido vista en esa zona.

Spreen levantó la mano que tenía libre para indicar a Roier y a Luzu que esperaran, haciendo un círculo con el dedo. Quería ver a la chica antes de que eliminaran a los Boseman. No sabía por qué, pero de repente le parecía importante verla con sus propios ojos.

Spreen siguió a Quackity hacia la zona de la cocina y se detuvo cuando un armario de cristal llamó su atención. Era una de esas grandes vitrinas, retroiluminada con una luz que emitía un suave resplandor ambarino. Pero donde la mayoría de la gente guardaba los platos antiguos de su abuela o las muñecas de porcelana, Boseman tenía recuerdos nazis.

Pins del Tercer Reich y armas de época. También fotos de miembros del Ku Klux Klan sosteniendo lazos y de pie junto a cadáveres mutilados. Dios.

Por supuesto, él era ese tipo. Tal vez este era el tipo de mierda que Boseman eligió para gastar su dinero. Eso y en comprar niños. Quackity tenía la mano en el pomo de la puerta que conducía a otra habitación cuando Spreen se reunió con él allí.

Cuando Quackity intentó abrir la puerta, no cedió, a pesar de haber girado el pomo. Dirigió su linterna hacia la parte superior de la puerta y se dio cuenta de que había un candado que la mantenía cerrada.

Spreen enfundó su Ruger, luego metió la mano en el bolsillo trasero y tomo el kit de apertura de cerraduras que había pensado utilizar en la puerta de entrada lateral, forzando rápidamente la cerradura genérica y retirándola.

Cuando Quackity empujó la puerta para abrirla, resonó algo que sonaba a plástico pesado. Quackity empujó con más fuerza, y la puerta finalmente cedió lo suficiente como para que vieran dos pies descalzos retirarse de la luz como algo sacado de una película de terror. Algo se retorció en su interior cuando Spreen se dio cuenta de que la chica había tratado de atrincherarse, probablemente intentando mantener a Boseman alejado de ella.

Este tipo necesitaba morir dolorosamente. Una parte de Spreen esperaba que se resistiera. Con fuerza.

Quackity miró a Spreen, notando el ceño fruncido en su rostro, antes de hacerle un gesto para que se fuera.

—Ve —susurró—. No quiero asustarla más de lo que ya está. Ve a ocuparte de ellos. Yo la tengo.

Spreen no preguntó si Quackity estaba seguro. No había nada que Spreen pudiera hacer para ayudar a la chica o a su situación. Lo único que podía hacer era ofrecerle venganza, e incluso así, ella nunca sabría los verdaderos horrores que les esperaban a sus captores. Suspiró y asintió con la cabeza, volviéndose hacia Luzu y Roier.

Ni siquiera habían llegado a la puerta del dormitorio cuando Quackity pasó junto a ellos llevando a la chica, con los brazos aferrados a su cuello.

Maldita sea, él era bueno o tal vez ella estaba tan desesperada por escapar que creería a cualquiera que dijera que la ayudaría.

En cualquier caso, con Quackity y la chica fuera de la casa, ya no era necesario que entraran en silencio. Roier estableció contacto visual con Spreen, dirigiéndole una mirada interrogativa. Spreen sacó su pistola de la funda que llevaba bajo la chaqueta y luego miró a Luzu, que prácticamente salivaba.

Al diablo. ¿Por qué no? Spreen asintió. Roier retrocedió un paso y dio una patada con su pie calzado contra la puerta con la suficiente fuerza como para que ésta estallara hacia dentro. La mujer de Boseman salió disparada hacia arriba con un grito. La pistola de Luzu estaba en su boca antes de que pudiera comprender completamente su situación.

Spreen presionó el cañón de la pistola contra la sien de Boseman antes de que pudiera ser un héroe y alcanzar cualquier arma que probablemente tuviera escondida cerca.

—Buenos días, cariño —dijo, y luego golpeó la empuñadura en la sien del hombre hasta que perdió el conocimiento.

Luzu se inclinó hacia el rostro de la mujer, observando cómo sus ojos se agrandaban aún más.

—Vamos a divertirnos.

 

Chapter 21: Roier

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

Asegurar a Egan llevó mucho más tiempo del previsto. Para cuando los gemelos llegaron al lugar, la esposa de Boseman estaba atada a una silla con precintos y su marido estaba suspendido desnudo por las muñecas.

Carre hizo una mueca cuando vio al hombre desnudo colgando en el centro de la habitación. Roier no lo culpó. Si la visión del rostro pastoso y fofo del hombre no era suficiente para revolver el estómago de alguien, la plétora de tatuajes racistas lo habría hecho.

Conter y Cris sacaron a Egan del coche mientras éste contorsionaba su cuerpo de forma alarmante, intentando zafarse de su agarre mientras lo llevaban hacia el edificio independiente.

—Sé quiénes son —les aseguró desde debajo de su capucha—. Mis seguidores se enterarán de esto. Vendrán por ustedes. Arderán en el infierno por esto.

Roier se rio mientras Spreen ponía los ojos en blanco.

—¿No podías haberle cerrado la boca con cinta adhesiva?

Carre se encogió de hombros.

—Lo intentamos. La mordió.

—Dos veces —dijeron los gemelos al unísono.

Una vez dentro, Carre le quitó la capucha de un tirón, aparentemente obteniendo algo de satisfacción por la forma en que el hombre hizo una mueca de dolor ante las luces fluorescentes extrañamente brillantes que zumbaban por encima.

—Quítale la ropa —murmuró Luzu, lanzando algunas cadenas hacia Cris.

Los ojos de Egan se abrieron de par en par cuando se dio cuenta de que Boseman estaba atado desnudo ante él, y se desmayó de repente al comprobar que la mujer también había sido atada y amordazada.

Retrocedió físicamente cuando Carre se acercó, su rostro se torció en una mueca de desprecio al ver a Carre desde su moño hasta sus pantalones de cuero negro y su camiseta de tirantes.

—Aléjate de mí, maldito... —Se detuvo en seco, mirando la cara de Carre como si intentara resolver un complejo problema matemático.

—Ni siquiera sabes qué insulto usar, ¿Eh? Soy Argentino y chino, así que escoge el que quieras —se burló Carre, con la voz más jadeante que de costumbre.

Estaba claramente incitando a Egan, tratando de hacer que el hombre se sintiera aún más incómodo de lo que ya estaba. Roier no sabía mucho sobre su cuñado, pero lo encontraba fascinante. Era un estudio de contradicciones en casi todos los sentidos.

—Marica —escupió finalmente el hombre.

Carre sonrió ampliamente y luego le siseó como un gato.

Conter se adelantó y abofeteó al hombre con la fuerza suficiente para llamar su atención.

—Odio arruinar tu noche, pastor, pero cada uno de nosotros es más gay que los premios Tony.

Egan miró entre ellos, con expresión dudosa, como si no pudiera creer que todos fueran gays.

—Parece improbable, estadísticamente hablando —dijo Roier—. Pero, por desgracia para ti y tu amigo, es cierto. Todos somos —le dio al hombre unas exageradas manos de jazz— super-gays.

—Pero algunos de nosotros —confió Luzu—, también estamos súper locos.

Conter asintió, echando un brazo amistoso alrededor de la cintura de Egan.

—Verás, el pastor Carre te cortará la ropa. ¿Yo? Las rociaré con gasolina y las quemaré, y luego me contentaré con jugar con lo que quede de ti. Tú eliges.

Roier pudo observar cómo la gravedad de las circunstancias de Egan parecía asentarse realmente sobre él. Cris aseguró las manos de Egan por encima de su cabeza, izándolo hasta que sus pies colgaron casi por completo del suelo.

—Adelante, gatito. Haz lo tuyo.

Egan continuó retorciéndose e inquietándose, pero Carre no le hizo caso. Se dirigió a un maletín negro que había colocado en la cornisa de madera, lo abrió y sacó unos extraños guantes plateados. Mientras ellos lo observaban, los deslizó en sus dedos de uno en uno, como dedales.

Sólo cuando se acercó, Roier se dio cuenta de lo que eran. En el extremo de cada capuchón de plata se extendía una garra metálica, afilada como garras. En los largos y estrechos dedos de Carre, tenían un aspecto realmente aterrador.

—Fueron su regalo de cumpleaños de Rubius. Son perfectas, ¿Verdad? —dijo Cris, mirando a su marido como si fuera el sol.

Carre agarró la parte delantera de la camisa de Egan, haciendo un espectáculo de dibujar su dedo índice por la parte delantera, gimiendo obscenamente mientras se deslizaba por la tela como si fuera mantequilla.

—Dios, ese sonido me pone caliente —se burló antes de caminar detrás de Egan, que lanzó un grito agudo.

—Basta, gatito. Estás asustando al pobrecito. No quiero que muera de un ataque al corazón antes de que pueda responder a nuestras preguntas.

Carre hizo un mohín, tirando de la tela hacia abajo y fuera hasta que colgó en jirones alrededor de la cintura del hombre.

—Dijiste que yo también podía jugar.

—¿A qué quieres jugar, gatito? —preguntó Cris, sacando varios objetos de la bolsa de lona negra que Roier había anotado antes en la casa.

Carre golpeó una garra de plata contra su diente.

—¿Qué te parece al tateti? —preguntó.

Antes de que nadie pudiera responder, estaba cortando la espalda de Egan. Esta vez, los gritos del hombre no se acallaron. Boseman se despertó de un tirón, balanceándose salvajemente al darse cuenta de su propia situación.

—¿Qué carajo está pasando aquí? ¿Quiénes son ustedes? — murmuró Boseman, con la voz entrecortada mientras intentaba controlar sus jadeos.

Lo ignoraron. Las uñas plateadas de Carre estaban ahora chorreando sangre. Aun así, enganchó el cuchillo en su muslo con la mano libre y lo levantó.

—¿Quién quiere ser O?

Cuando nadie se ofreció inmediatamente, Roier levantó una mano.

—Yo jugaré.

Carre dio un pequeño salto de emoción, entregándole el cuchillo.

—¡Sí!

Luzu se paseó despreocupadamente por la habitación hasta Boseman y le dio una bofetada en su magullada cara.

—¿Qué hacemos con éste?

Cris sonrió.

—Oh, no tienes que preocuparte por este. Tengo algo especial para él.

Cris sacó algo de la bolsa y lo agitó. En su mano había un mango de cuero trenzado, y cuando lo desplegó, varias tiras de cuero se agitaron con un extraño sonido metálico. Parecía casi cómicamente falso. Como algo que uno podría comprar en una tienda de sexo BDSM.

—Aunque, por desgracia, no pude conseguir un tobogán hecho de hojas de afeitar, mi querido marido tuvo la amabilidad de hacerme esto en el avión —Miró a Boseman—. Tu gente era aficionada a los látigos, ¿No? Grandes aficionados. ¿Sabes lo que es un gato de nueve colas?

Boseman no contestó, así que Cris lo levantó para que lo inspeccionara.

—Algunos usan nudos en el cuero para hacer el máximo daño, pero en su día se usaba metal o incluso cristales rotos. Pero este... ¿Ves estas cosas brillantes aquí? Este usa hojas de afeitar. ¿Ves?

Cris dio un golpe de muñeca, y Boseman lanzó un grito estrangulado cuando los trozos de cuero se desgarraron en su pecho, dejando varios arañazos a su paso. Todos observaron, fascinados, cómo segundos después la sangre empezaba a brotar de docenas de cortes a la vez.

—No olvides esto —dijo Luzu, lanzando lo que parecía una botella de kétchup hacia su hermano.

Cris sonrió, captándolo.

—Oh, claro. El ingrediente secreto.

Abrió la tapa y roció el líquido de olor penetrante sobre las laceraciones del hombre. Sus gritos hicieron que su mujer también empezara a gritar. Roier apenas podía seguir el ritmo. Había participado en numerosas operaciones en el extranjero e incluso había participado en uno o dos interrogatorios en su día, pero nunca nada como esto.

Seguía esperando que el horror entrara en acción. La parte en la que su sufrimiento desencadenara un nivel de empatía instintivo que le dijera que debía mostrar algo de compasión. Pero simplemente no estaba allí. No tenía compasión por esa gente. Se merecían cada gramo de dolor.

Spreen se estremeció.

—¿Qué es eso?

Cris miró la botella en sus manos como si nunca la hubiera visto antes, y luego pareció recobrar el sentido.

—¿Esto? No tuvimos tiempo de detenernos a comprar jugo de limón, pero encontré algo de gasolina. Así que improvisé.

—Bueno, no hagas que volemos todos —dijo Spreen.

Conter miró a Egan.

—¿Sabes por qué estamos aquí?

Egan miró a Roier con hosquedad.

—Ahora sí lo sé.

—¿Vas a cooperar y responder a nuestras preguntas? — preguntó Roier.

Antes de que Egan pudiera responder, Carre llevó su garra a la espalda del hombre, haciéndolo gritar de nuevo. Cuando los demás lo miraron, él les devolvió la mirada inocentemente.

—¿Qué? Olvide poner mi X.

Los labios de Roier se movieron en una sonrisa. Miró de un lado a otro entre Boseman y Egan.

—Empecemos con algo fácil. ¿Quién está detrás de la cacería contra mí?

Los dos hombres se miraron el uno al otro y luego se apartaron, como si no hubieran oído la pregunta. Roier se encogió de hombros, dando vueltas al cuchillo en su mano antes de caminar detrás de Egan. Carre había optado por el movimiento obvio, plantando su gran X en la casilla central. Roier eligió la parte superior izquierda. Egan lanzó un grito estrangulado cuando la hoja de Roier le mordió la piel, partiéndola con facilidad. El cuchillo de Carre estaba muy afilado.

Cris rodeó a Boseman, agitando el látigo lo suficiente como para escuchar el sonido de las hojas de afeitar chocando entre sí.

—Tic. Toc.

Fue como si Boseman cobrara vida de repente, intentando mirar detrás de él lo que Cris estaba haciendo.

—¿Qué cacería? ¿De qué estás hablando? No sé nada de ningúna cacería. Sólo estaba ocupándome de mis malditos asuntos cuando ustedes irrumpieron en mi casa y nos agredieron a mi mujer y a mí.

—Y ¿Tu hija? —Preguntó Spreen—. ¿No vas a preguntar qué hicimos con ella?

Boseman se puso casi morado y parecía estar a segundos de orinarse encima.

—¿Hija? No sé a qué te refieres.

Spreen puso los ojos en blanco y luego agitó una mano.

—Cris.

Cris sonrió. Boseman gritó, luego siseó, luego gritó cuando Cris bajó el látigo no una sino dos veces antes de echar gasolina sobre las heridas.

—¿Todavía no tenés nada que decir?

Carre se acercó a la mujer de Boseman. Estaba temblando y sudando, con los ojos desorbitados. Parecía casi congelada de terror. Le quitó la mordaza y le pasó suavemente una uña por la mejilla mientras ella siseaba de dolor.

—Y ¿Vos, rubia? ¿Queres decirnos de dónde sacaste a esa niña y qué fue exactamente lo que hizo por vos y por tu marido?

—No me toques. Sucia...

Carre reemplazó su mordaza, cortando cualquier cosa horrible que estuviera a punto de salir de su boca. En su lugar, presionó una de esas garras con punta de plata peligrosamente cerca de su ojo.

—Siempre quise tener los ojos azules —dijo soñadoramente, presionando la punta en el borde hasta que ella comenzó a entrar en pánico, gritando en la tela—. Cuidado con el tono o podría quedarme con los tuyos como recuerdo —Besó la tela entre sus labios—. Perra.

—¡Aléjate de ella! —gritó Boseman, con la voz ronca.

Nadie le hizo caso. Todos los ojos estaban fijos en Carre. Roier no tenía ningún punto de referencia, pero parecían sorprendidos por su salvajismo. Irónico en una familia como ésta. Pero Carre no era un psicópata. Al menos, no por lo que Roier sabía. Diablos, tal vez todos estaban en el espectro.

—Bien, esto no nos lleva a ninguna parte —consiguió Spreen—. Así que, así es como va a ir esto. Te voy a hacer una pregunta —le dijo a Egan—. Si te negas a responder, van a añadir otra X o una O a tu espalda. Cuando haya un ganador, morirás. Lentamente. Dolorosamente —Miró a Boseman—. Cuando ya no me sirva... iré por ti. Si no tenes nada que me interese, los mataré a los dos también.

—Entonces tu marido seguirá huyendo —espetó Egan—. Aunque nos mate, eso no cancelará el contrato sobre su vida.

Roier miró a Spreen. Egan tenía razón. Aunque a Roier le preocupaba menos el contrato en ese momento. De alguna manera, saber que Egan y su hermana tenían miedo de Vegetta De Luque hacía que ahora se tratara menos de mantenerlo con vida y más de salvar a un grupo de chicas jóvenes de sus abusadores.

Spreen se encogió de hombros.

—Ah, lo sé. Mira, esto ya no se trata de eso. Es como dijiste la otra noche. Hiciste enojar a Vegetta De Luque. Y ¿Mi padre? Es mezquino. Ya encontramos el contrato en línea. Lo compraremos. Luego iremos tras los otros. Se trata de su pequeña operación.

La boca de Egan se abrió y se cerró.

—¿Qué?

—¿Es esa tu respuesta final? —preguntó Spreen, mirando a Carre, que se puso de pie y se acercó, con el dedo extendido, preparado para hacer su movimiento. Le hizo una caricia a la espalda del hombre—. Te advierto que ni siquiera está tratando de ganar. Si no pensas morir gritando, yo me replantearía tu respuesta.

—Mátame de una puta vez, qu... —Otro grito agudo partió el aire cuando Carre tomó su turno.

—Oh, lo siento. ¿Qué estabas diciendo? —Preguntó Carre.

Roier se colocó detrás de Egan y exhaló con fuerza.

—Maldita Sea, esa fue profunda. ¿Es eso... hueso? Egan gritó mientras Carre le arrancaba un trozo de piel.

—Huh. Supongo que sí.

Spreen arrastró una silla hasta donde colgaba Egan, sentándose a horcajadas en el respaldo y cruzando los brazos a lo largo de la parte superior.

—¿Ayudaría si empiezo yo? Sé que a veces ser el centro de atención es incómodo, aunque con tus seguidores de YouTube, habría pensado que te encantaría la atención. Pero está bien. Si acelera las cosas, romperé el hielo.

Egan comenzó a rezar en voz alta.

—Querido Padre Celestial... —Sus oraciones terminaron en un grito cuando Roier decidió tomar su turno.

Spreen se aclaró la garganta, sonando aburrido.

—Como decía, sabemos que trafican con gente. Sabemos que están dirigiendo una subasta. Sabemos que están fecundando infantes por dinero. Queremos los detalles. Ahora.

Egan estaba ceniciento, con la piel fría y húmeda. Temblaba mientras se balanceaba.

—No saldrás vivo de aquí, amigo —dijo Conter—. Muérete con algo de puta dignidad. Demonios, muere con todos tus apéndices.

Egan abrió la boca, pero la voz de Boseman retumbó en la habitación.

—No lo hagas. Mantén la puta boca cerrada.

La mirada de Roier se dirigió a Boseman, y luego se deslizó hacia Spreen, que parecía igualmente perplejo. Por lo que sabían, el único delito de Boseman −además de ser el secuaz de Egan− era mantener cautiva a esa niña. Un crimen por el que ya iba a pagar con su vida. Entonces, ¿Por qué Boseman de repente estaba ladrando órdenes a Egan?

—Uno de ustedes tiene que empezar a hablar o sacaré el puto soplete —espetó Luzu. Cuando todos le miraron, resopló por la nariz—. ¿Qué? Estoy aburrido. Esto es aburrido. Quiero ir a casa con mi marido.

—Es él —gritó Egan dramáticamente—. Él está detrás de todo esto. Dirige las subastas. Dirige a las chicas.

El rostro de Boseman se tornó de un peligroso tono berenjena, su piel moteada. Parecía... indispuesto.

—Pequeño hijo de puta llorón. Estás lleno de mierda. No le hagan caso. Se está meando encima, está muy asustado. Su hermanastra y su padre son los verdaderos villanos.

—Cuéntalo —dijo Conter.

Boseman asentía con la cabeza, como si eso pudiera ayudar a vender su historia.

—Fue su padre quien instaló a Dunegan como comisario de la patrulla fronteriza para que mirara hacia otro lado. Fue su padre quien organizó la desaparición de ciertas mujeres y niños de los centros del ICE, para no volver a ser vistos. Fue su padre quien le dio esa caridad para que ella y su marido pudieran convencer a las pobres e incautas chicas de que les darían tarjetas verdes por actuar como vientres de alquiler.

—¡Sólo porque lo convenciste de que había dinero en ello! —gritó Egan.

Boseman se burló.

—Tú le dijiste a quién utilizar. Ayudaste a montar la operación. Eso fue todo tuyo. Has estado utilizando tu iglesia para reclutar hombres que fecunden a jovencitas inocentes para que tu hermana pueda vender sus bebés de paso blanco al mejor postor.

Egan balbuceó.

—Has estado amasando tranquilamente una fortuna a costa de nuestro duro trabajo mientras nosotros corríamos todos los riesgos. Tú eres el puto monstruo.

—¿Parece que me importa una mierda el dinero? —gritó Boseman—. Sólo quería ayudar a la gente.

—Cristo —murmuró Luzu—. Los perros callejeros no son leales, ¿Eh, Boseman?

—¿Ya escuchamos suficiente? —Preguntó Cris.

—¿Cuándo es la próxima subasta y cuándo se entregarán las chicas? —preguntó Spreen.

Boseman cerró la mandíbula, con ojos de acero. Una fría sonrisa se dibujó en el rostro de Luzu cuando le arrebató la botella de gasolina a Cris y comenzó a rociar a Boseman con ella.

—Odio a los pedófilos —dijo conversando—. En realidad, no me importa la gente de un modo u otro. Violadores. Asesinos. Todos se parecen a mí. Pero la gente que hace daño a los niños pequeños... son un tipo particular de mal. Uno que necesita ser matado con fuego. Si has terminado de hablar, sólo queda una cosa por hacer, de verdad.

Luzu sacó un encendedor plateado de su bolsillo y lo encendió una vez, la llama cobró vida. Roier echó un vistazo al gran espacio. Las paredes eran de yeso. Si Luzu dejaba caer el mechero, el lugar no ardería como un polvorín, pero acabaría ardiendo.

Boseman miraba fijamente la llama, con el cuerpo temblando. Pero, aun así, no dijo nada. Luzu se encogió de hombros.

—Como quieras.

El corazón de Roier galopó cuando el brazo de Luzu bajó, claramente no tenía problemas para cumplir su promesa.

—¡Espera! —gritó Boseman en el último momento.

Luzu agitó sus pestañas hacia él.

—¿Sí?

—Mañana por la noche. La subasta es mañana por la noche. A medianoche. El producto se entregará en una propiedad a quince millas al sur de aquí. La dirección está en mi teléfono —murmuró Boseman.

—¿Dónde están las chicas? —preguntó Roier.

—Te lo acabo de decir —espetó Boseman.

—Las chicas embarazadas.

Boseman se burló, mirando a Egan.

—Yo no me meto con los criadores. Ese es su departamento.

Todos miraron a Egan, que se desvanecía rápidamente, con los ojos en blanco. Spreen se levantó, dándole una fuerte bofetada.

—Ey. ¿Dónde están?

Egan parpadeó lentamente hacia él, con los ojos prácticamente apuntando en diferentes direcciones.

—Mi hermana, Desiree... tiene un hogar para madres solteras. Sheltered Hearts. Las tiene allí. No le digas que te lo he dicho—, dijo Egan.

—¿Algo más que necesitemos de estos imbéciles?— preguntó Luzu, mirando a Boseman con disgusto.

Roier y Spreen intercambiaron miradas.

—Todavía no sabemos quién puso la recompensa.

—Él lo hizo—, dijo Egan, mirando de nuevo a Boseman.

Boseman miró a Egan con el ceño fruncido.

—Oh—, dijo Luzu, con los ojos iluminados. —Excelente. Entonces hemos terminado aquí.

Antes de que alguien pudiera adivinar su intención, Luzu encendió el mechero una vez más y lo dejó caer en la gasolina a los pies de Boseman. Las llamas estallaron y envolvieron al hombre inmediatamente. Esta vez, no gritó sino que aulló, un sonido casi inhumano que probablemente perseguiría las pesadillas de Roier.

La mujer también gritaba ahora, habiendo desplazado de algún modo la mordaza en su horror.

Cris retrocedió a trompicones, lanzando a Luzu una mirada cabreada.

—¿Qué carajo? Podrías haberme avisado.

—Uy—, dijo Luzu, y luego sacó su pistola, disparando a Boseman en la cabeza, y luego haciendo lo mismo con su esposa. —Tengo hambre. ¿Qué quieres hacer con el predicador?

—¿Lo necesitas para algo?— preguntó Carre, pinchando a Egan como un gato a un ratón.

—No creo—, dijo Spreen, mirando a Roier. —¿Estamos satisfechos?

Roier lo pensó por un momento. No había nada más que se pudiera hacer allí. Finalmente, asintió.

Carre le tendió la mano a Roier.

—¿Me devuelves eso, por favor?

Roier miró el cuchillo ensangrentado en su mano.

—Sí, claro.

Carre se acercó a Egan, estableciendo contacto visual antes de sonreír y clavar el cuchillo en el estómago del hombre a unos dos centímetros a la izquierda de su ombligo, haciendo girar la hoja lentamente antes de retraerla.

—¿Y ahora qué?— preguntó Cris a Carre.

—Ahora, el ácido estomacal llenará su cavidad estomacal mientras espera que el fuego se abra paso hacia él.

Conter y Cris rociaron con gasolina las paredes mientras Luzu y Spreen recogían todo lo que pudiera ser rastreado o que no quisieran que fuera reclamado por el fuego. Necesitaban salir antes de que el humo estuviera lo suficientemente alto en el cielo como para llamarles la atención innecesariamente.

Carre echó un último vistazo a su alrededor.

—Vámonos. Esto apesta.


Estaban a mitad de camino antes de que Spreen volviera a hablar, tomando la mano de Roier entre las suyas.

—¿Estás bien?

Roier le frunció el ceño.

—Sí. ¿Por qué?

—Es que pensé que eso podía haber sido un poco intenso para vos. No tenías que participar. Espero que no te sientas…

Roier sonrió.

—¿Me estás preguntando si tus hermanos me presionaron para que torturara a Egan?

Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Spreen.

—Sí. Sí, supongo que sí.

—No, Osito. Todo eso fue cosa mía. Estoy bien. Estamos bien. Sólo quiero terminar esta subasta e ir a casa. ¿Y tú?

—Casa suena muy bien—, dijo Spreen alrededor de un suspiro.

 

Notes:

Quedan poquitos capítulos

Chapter 22: Spreen

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

¿Ya lo has descifrado, Aroyitt? —preguntó Vegetta desde el altavoz del centro de la mesa.

—Lo estoy consiguiendo—, murmuró ella.

El tiempo es esencial—, dijo Vegetta.

Bueno, si alguien no se hubiera adelantado y hubiera prendido fuego al hombre antes de que pudiera usar el reconocimiento facial, no tendría que preocuparme por hackear su teléfono móvil encriptado. ¿Verdad?—, replicó ella, con un tono que daba a entender que la respuesta era para Luzu y no para su padre.

—En mi defensa, tenía hambre—, dijo Luzu.

La próxima vez, cómete un Snickers—, espetó Aroyitt. — ¡Sí! Por fin. Lo tengo. Enviando la dirección a sus teléfonos.

Sólo habían conseguido dormir un puñado de horas antes de su improvisada reunión. Roier se sentó en la mesa bebiendo lo que probablemente era su tercera taza de café, junto con Luzu, que estaba comiendo los cubos de azúcar directamente del frasco. Carre estaba sentado en el suelo con la cabeza de Cris en su regazo, mientras que Conter se sentaba en el sofá con Serpias acurrucado en sus brazos.

Quackity, sin embargo, estaba tumbado en el suelo sobre la barriga, dando de comer trozos de tocino a su malvado pero poco pesado Rottweiler, que en ese momento lo miraba como si fuera la segunda venida del mesías. Había regresado con el cachorro después de que se reunieran con el contacto de Aroyitt, que les había asegurado que la chica se reuniría con su familia si estaba a salvo y se colocaría en un buen hogar si no lo estaba.

Eso era todo lo que podían esperar en ese momento.

Spreen siguió paseando por el pequeño espacio. No estaba seguro de creer que Boseman fuera el cerebro de toda la operación, pero no importaba. Desiree Rapke y su padre, Mitchell Braken, eran los siguientes en ser eliminados. Aunque, aún quedaba el asunto de la subasta.

—¿Cuál es el plan?— Spreen preguntó.

Aroyitt puede cerrar la subasta en línea antes de que comience, pero eso aún significa extraer a las mujeres y los niños. George y Dream están en camino, pero esto no va a ser fácil. Todo lo que tenemos es una dirección.

Estoy enviando imágenes por satélite de la propiedad ahora—, dijo Aroyitt. —Es sólo una gran estructura en forma de caja. Sin ventanas. Dos grandes puertas en la parte delantera.

Hay muchas variables aquí—, dijo Vegetta. —Me resisto a dejarlos hacer esto. Debería pedir un favor y enviar un equipo diferente.

Un equipo diferente. Kendrick. Estaba pidiendo favores a Kendrick. Roier miró a Spreen y luego a los demás. Estaba claro, por la expresión de Quackity, que aún le dolía saber que esa otra parte de la vida de Vegetta existía. Pero no dijo nada.

Vegetta se aclaró la garganta como si de alguna manera percibiera la tensión a través del teléfono.

Quiero que se centren en extraer a la hermana y al padre. Estoy dispuesto a apostar que están muy metidos en estas subastas. Tienen un gran interés en asegurarse de que la subasta se lleve a cabo sin problemas.

—¿Y el marido?— Spreen preguntó.

—Sí, ¿y el comisario de mierda?— Quackity añadió.

Rubius se está encargando de ellos—, dijo Vegetta crípticamente.

Spreen parpadeó ante el teléfono que había sobre la mesa.

—¿Qué se supone que significa eso?

En estos momentos está escoltando a los dos caballeros hasta Chihuahua, donde unos conocidos los esperan para llevarlos a su nuevo y encantador alojamiento en una de las peores prisiones del mundo.

—¿Puede hacer eso?— preguntó Roier. —¿Pueden enviar a dos estadounidenses a una prisión mexicana sin papeleo?

Oh, habrá papeleo. No será de ellos. Pero no importará—, le aseguró Vegetta. —Nunca volverán a ver la luz del día.

Había algo tan amenazante en el tono de su padre que todos se detuvieron y se miraron. A pesar de que Vegetta hablaba de pulcritud y modales, a pesar de su estricta brújula moral y su necesidad de ley y orden, no sólo quería justicia para las víctimas... quería venganza.

Quería que el castigo se ajustara al crimen.

Cuando Vegetta los había entrenado para acabar con los malos, nunca había hablado de lo que era rápido, de lo que era veloz. Lo que era humano. No les dijo que les metieran una bala en la cabeza o les pusieran una inyección letal. No, les había enseñado a torturar, a hacerles sufrir, a asegurarse de que murieran gritando.

Y por eso Vegetta De Luque asustaba a sus hijos.

La prioridad es sacar a esas mujeres y niños a salvo. Luego pueden sacar a Rapke y a su padre—, dijo Vegetta. —Mantengan sus rostros cubiertos. Llamaremos a los federales una vez que todos estén a salvo y hayan conseguido los objetivos.

Spreen odiaba todo esto. Rara vez tenían que moverse en algo como esto con tan poca información. Normalmente, entregarían la información de forma anónima a las autoridades, pero no había forma de saber hasta dónde llegaba la corrupción allí abajo. Incluso los servicios de protección de la infancia habían intentado prostituir a los niños que debían proteger.

No les quedaba más remedio que entrar y sacar a las víctimas ellos mismos. Mierda. Esto era demasiado peligroso. Una mano le rodeó la muñeca y detuvo su paso. Levantó la vista para ver a Roier, que lo miraba. Spreen sintió una fuerte presión en el pecho. Quería decirle a Vegetta que Roier no iba a ir. Que no era seguro.

Pero eso era estúpido.

Roier tenía más entrenamiento que cualquiera de ellos. El gobierno de los Estados Unidos lo había entrenado literalmente para este tipo de operaciones, pero de repente Spreen quería meterlo en una caja y esconderlo del resto del mundo. Quería llevarlo a su base, donde era intocable.

El pulgar de Roier rozó el interior de la muñeca de Spreen, negándose a romper el contacto visual. No dijo nada, sólo... lo tocó, lo miró, pero eso desató algo en su interior. Tragó con fuerza.

Luzu se aclaró la garganta con fuerza.

—Odio interrumpir este momento de película Hallmark, pero realmente tenemos que idear un plan.

Con el hechizo roto, Spreen miró a su hermano.

—Cómete tus terrones de azúcar, Luzu.

Luzu relinchó como un caballo, y luego le hizo un gesto con el dedo.


Spreen estaba tumbado boca abajo, con el frío del suelo calando en sus muslos, mientras observaba el edificio con los prismáticos. Era una noche oscura y sin luna, lo que no hacía más que dificultar su causa.

Cuatro guardias fuertemente armados rodeaban la gran estructura del exterior.

Utilizando el escáner térmico, confirmaron que había numerosas señales de calor apiñadas en pequeños grupos en el interior. Habían determinado que eran las víctimas retenidas para la subasta. Lo más probable es que estuvieran detenidas de alguna manera. Había otras cuatro firmas de calor vagando detrás de las paredes. Presumiblemente cuatro guardias más.

La subasta debía comenzar en los próximos veinte minutos, pero no había rastro de Desiree Rapke ni de su padre. Tal vez Vegetta estaba equivocado. Tal vez, con Boseman y Egan muertos, estaban asustados y huían despavoridos. Rubius había recogido a Dunegan y al marido, así que tal vez se había enterado y había huido. Tenían los medios.

Aun así, esperaron, vigilando el edificio desde todos los lados. Roier se acostó a su lado, lo suficientemente cerca como para sentir el calor de su cuerpo. Los demás también estaban allí, en equipos de dos. Los gemelos en el lado este del edificio. George y Luzu en el sur. Habían dejado al resto de la familia en la casa, sin querer arriesgar sus vidas en una misión con tan poca planificación.

—Si no se presentan a medianoche, entraremos sin ellos—, dijo George a los demás.

—De acuerdo—, dijeron los gemelos al unísono.

—Las víctimas son nuestra prioridad número uno—, dijo Spreen.

—Nada de armas de fuego. Los eliminamos rápida y silenciosamente, uno por uno. Usaremos una distracción para atraer a los demás.

—Entendido—, dijo George.

—¿Y si no aparecen?— preguntó Roier en voz baja.

Spreen se giro para mirarlo.

—Entonces rescatamos a esta gente y dejamos que Vegetta y Quackity los localicen. Es todo lo que podemos hacer.

Roier suspiró.

—Realmente quiero que esto termine.

Spreen también lo quería. Más que nada. Él no era como sus hermanos. No disfrutaba torturando o matando gente. No lo encontraba moralmente repugnante. Simplemente tenía mejores cosas que hacer.

Como su nuevo marido. Esta no era la vida que quería para ellos.

Quería estar de vuelta en la escuela peleando sobre qué estudiantes eran más aptos para el programa. Quería que Roier se emborrachara y viera sus partidas de póker. Quería que cogieran en todas las habitaciones disponibles de la base antes de que empezaran a llegar los estudiantes.

La mirada de Spreen se desvió hacia su reloj, el temor se instaló en su estómago a medida que la probabilidad de que sus objetivos llegaran disminuía.

Cuando faltaban seis minutos para la medianoche, aparecieron unos faros en la dura tierra.

—Tenemos movimiento—, dijo Luzu. —Mercedes negro. Matrícula de Texas. Creo que los invitados de honor han llegado y no demasiado pronto.

Gracias a Dios. Spreen se llevó los prismáticos a los ojos una vez más, observando cómo un hombre canoso salía del asiento del conductor con un par de caquis y un chaleco de jersey como si se dirigiera a un partido de golf. Mitchell Braken.

Rodeó el coche y abrió la puerta del lado del pasajero, extendiendo la mano. Se levantó una mujer rubia, que iba vestida como si llegara tarde a una reunión de la junta directiva. Llevaba un traje negro ajustado, tacones altos y una máscara negra que le cubría la mitad inferior de la cara.

¿Por qué ella ocultaba su identidad y él no? A Spreen se le revolvió el estómago. Porque ella era la subastadora. No sabía si sentirse asqueado o impresionado de que ella misma estuviera dispuesta a hacer tanto trabajo sucio.

—Cuando estén dentro, nos movemos—, dijo Roier.

—George. Luzu. Vayan—, dijo Spreen exactamente a la medianoche.

Hubo movimiento en el micrófono cuando Luzu y George se acercaron. Escucharon los sonidos apagados de un forcejeo y luego una respiración acelerada cuando uno de los guardias cayó.

Mierda—, murmuró George. Luego se oyeron más movimientos y un gruñido.

Dos caídos—, susurró Luzu.

—George, hay otro guardia que viene hacia ti—, dijo Roier, observando el otro lado del edificio.

Hubo un extraño sonido sibilante, y luego la voz de Cris llegó a través del micrófono.

Ya no.

Tres abajo. Falta uno—, murmuró Luzu.

Spreen y Roier se pusieron de pie, corriendo hacia la estructura mientras escuchaban la caída del cuarto guardia. Ahora, lo único que quedaba era sacar a los guardias del interior al exterior.

Spreen agarró una roca resistente y la hizo caer sobre la ventanilla del lado del conductor del Mercedes, haciendo una mueca de dolor cuando una alarma estridente partió el aire de la noche.

Roier y Spreen esperaron a ambos lados de las puertas del granero y, un momento después, dos guardias salieron. La bala de Spreen alcanzó a uno en el cuello. La de Roier le dio en el centro de los ojos. Antes de que Spreen pudiera respirar, salieron otros dos guardias. Spreen disparó, alcanzando a uno, y luego volvió a disparar, pero falló.

El guardia se volvió, levantando su arma no hacia Spreen sino hacia Roier. El corazón de Spreen se detuvo, con el dedo en el gatillo mientras todo parecía ir muy lento. Sintió que intentaba disparar, pero antes de que pudiera hacerlo, la cabeza del hombre explotó.

Spreen parpadeó, con la cabeza sacudida para ver a Cris de pie con su feo pasamontaña púrpura, agitando su arma.

—De nada.

Los gemelos odiaban usar armas, pero por suerte para Spreen, eran excelentes tiradores. El corazón de Spreen se aceleró. Roier le pasó un brazo por los hombros, apretando brevemente.

—Vamos, Spreen. Todavía no terminamos con esto.

Se dividieron en tres. Los gemelos y George tomaron la entrada trasera, mientras que Spreen fue por delante, Roier por su lado y Luzu por la retaguardia. Barrieron el lugar lentamente, observando cómo los demás se filtraban por la parte trasera. No había forma de que Rapke y Braken escaparan. No había ningún lugar al que pudieran ir.

Desde fuera, el edificio parecía un hangar de aviones. Por dentro, era casi una estructura parecida a un granero con varios puestos grandes. Pero en lugar de animales, tenían personas. Hombres. Mujeres. Niños. Estaban sentados acurrucados en silencio, con los ojos muy abiertos, la ropa sucia y temblando.

Spreen sólo podía imaginar qué aspecto tenían esas personas. Seis hombres armados con máscaras. Pero no podía preocuparse por eso. Tenían que acabar con esto. Sus ojos se posaron en una estructura temporal en el centro del espacio. A medida que se acercaban, Spreen pudo ver una cámara.

Era una especie de área de preparación para la subasta. Estaba claro que allí era donde pretendían mostrar su mercancía. Ahí fue donde la encontraron. Desiree Rapke. Estaba sentada en el suelo, acunando a un bebé en sus brazos. Ya no llevaba su máscara. Claramente no veía la necesidad, ahora que su subasta había sido interrumpida.

—¿No es bonita?—, preguntó.

—Dios santo —, murmuró Roier.

—Ella no puede salvarte—, advirtió Spreen. —Ya estás muerta—.

Hizo un gesto para que George y los gemelos siguieran buscando. — Encuentren al padre.

Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras los miraba.

—Por favor. Puedo pagar.

—Ahórrate las lágrimas. No necesitamos tu dinero—, prometió Luzu, que ya sonaba aburrido.

—Tú dices eso, pero todo el mundo necesita dinero. No soy multimillonario como tu jefe, pero seguro que puedo igualar los honorarios que te haya pagado por este trabajo.

Ella creía que trabajaban para Vegetta. Bueno, Spreen suponía que lo hacían. Aun así, le pareció extrañamente insultante que ella pensara que podía superar la oferta de Vegetta De Luque. Estaba acostumbrada a conseguir lo que quería. Además, no tenía ningún reparo en utilizar a un bebé como escudo humano.

—Señora, no tiene nada que queramos—, le aseguró Spreen.

Rapke sonrió, pasando su dedo por la frente del bebé.

—Quizá el dinero no sea lo suyo, pero puedo ofrecerle otros incentivos. Mira a tu alrededor. Tenemos algo para todos.

—¿Qué?— dijo Roier. Ella sonrió, moqueando.

—Los hombres son excelentes trabajadores. Nunca emiten una sola queja por mucho que se les haga trabajar. Las mujeres, algunas serían excelentes empleadas domésticas. Pero si tus gustos son un poco más... especializados, puedo acomodarte en ese aspecto también.

—¿Especializado?— Preguntó Luzu.

Sus ojos se iluminaron. Ella pensó que él estaba interesado.

—Mm. Los pequeños fueron elegidos por mí. Son bonitos. Dóciles. Tranquilos. Niños o niñas. Llévate a quien quieras. Sólo te pido que dejes a los bebés conmigo. Están hechos a medida.

—¿A medida?— Murmuró Roier. —¿Qué carajo significa eso?

—A medida—, dijo Spreen, incapaz de ocultar su disgusto.

—Jesús—. Esta maldita perra hablaba de esos infantes como si fueran accesorios.

—La esclavitud fue sancionada en la biblia—, dijo ella. —Es el orden natural de las cosas.

—Usted es un maldito monstruo, señora.

—Soy una mujer de negocios. Presto un servicio crucial. ¿Entiendes la crisis en la que estamos ahora?

—¿Crisis?— Spreen hizo eco.

—Mm—, dijo ella. —Hay una escasez de bebés blancos. Nuestro número está disminuyendo. Cada vez más gente se niega a tener hijos y los que no dejan de reproducirse están enturbiando nuestras líneas de sangre hasta el punto de que los blancos se están convirtiendo en minoría.

—¿Y qué?— preguntó Roier.

—¿Y qué?—, replicó ella, con la cara contorsionada. —¿Y qué? Hay familias que lo necesitan. Familias buenas y cristianas que están desesperadas por adoptar, pero ya no hay bebés.

—Eso es una mierda, señora. Hay miles de niños que necesitan un hogar—, espetó Luzu.

Ella se burló.

—Esos niños son mercancías dañadas. En el mejor de los casos tienen cargas emocionales y, en el peor, se convierten en delincuentes. No es así con los niños. Si los educas desde esa edad, puedes moldearlos en lo que quieras. Y con suficiente sangre blanca, apenas se puede decir que las madres son... extranjeras.

—Eres asquerosa. Son personas—, dijo Roier. —Seres humanos.

—Esa es tu opinión—, dijo ella.

—Lo encontré—, llamó Cris triunfalmente desde algún lugar dentro de la gran estructura.

Rapke se olvidó temporalmente mientras Spreen veía a los gemelos arrastrar a su padre entre ellos. Él luchaba y chisporroteaba, intentando convertirse en un peso muerto. —¡Suéltenme! ¡Dejenme ir! No he hecho nada!—, gritó el hombre.

Cris perdió la paciencia y le golpeó con la pistola que tenía en la mano. La nariz del hombre estalló, la sangre pintó el suelo de cemento.

—¡Papá!— gritó Rapke, sobresaltando al niño en sus brazos.

El bebé empezó a llorar. Luzu dio un paso adelante.

—Dámela.

Ella se aferró al bebé con más fuerza.

—No.

Luzu dio un suspiro de sufrimiento y luego apuntó con su pistola a la cabeza de su padre.

—Entrega al bebé o mira cómo los sesos de tu padre se convierten en mi próxima instalación artística. Usted elige, señora.

Ella se aferró al bebé hasta que Conter agarró la cabeza del hombre y Luzu le metió el cañón de la pistola directamente en la boca.

—De acuerdo. De acuerdo. No le hagas daño—, suplicó ella.

Luzu enfundó el arma y luego tomó suavemente al bebé, temporalmente fascinado con la criatura que se retorcía en sus brazos.

—Es tan pequeña.

George se unió a ellos desde algún lugar.

—¿Dónde están las llaves para abrir estas puertas?

—¿Cómo carajo voy a saberlo? —espetó ella, intentando correr al lado de su padre.

—Tengo una tenaza en mi bolso—, dijo Conter. —Los liberaremos cuando hayamos terminado.

Cris dio una patada a Braken en el estómago, sonriendo cuando el hombre gruñó.

—¿Cómo te gustaría exactamente despachar a estos dos?

—A elección del distribuidor—, murmuró Roier. —Sólo haz que duela.

George se encogió de hombros.

—Lo dejaré en manos de los gemelos.

—Tengo algunas cadenas resistentes y un enganche de remolque. Yo digo que los arrastre—. Cris sonrió. —Un par de vueltas por el desierto y dudo que quede mucho de ellos.

—¿No puedes hablar en serio?—, dijo la mujer, con expresión de horror. —Simplemente dispáranos.

Cris se agachó junto a ella, apretando su arma contra su cabeza. Ella cerró los ojos, su barbilla se tambaleó.

—No. No te libraras tan fácilmente, princesa. Dejar que te salgas con la tuya sería sexista.

Empezó a llorar y luego gritó mientras Cris la arrastraba. Fue necesario el esfuerzo combinado de Conter y George para sacar a Braken fuera.

Spreen y Roier no los siguieron. Buscaron hasta encontrar una palanca y empezaron a abrir las puertas, liberando a las personas que estaban dentro. No intentaron salir de sus jaulas, sólo los miraron con recelo.

Spreen no las culpó. Observó cómo Luzu entregaba con mucha delicadeza el bebé a una mujer mayor que lo tomó sin preguntar. Se encontró con la mirada de Spreen.

—Voy a hacer la llamada.

Hicieron lo posible por comunicarse con las víctimas, haciéndoles saber que la ayuda estaba llegando. Cuando por fin llegaron al exterior, Luzu estaba en plena conversación.

—¿Qué quieres que hagamos con las sobras?— Luzu preguntó a Vegetta, poniendo el teléfono en altavoz.

—¿Sobras?— murmuró Roier a Spreen.

Luzu le lanzó una mirada.

—Los cuerpos. ¿Los enterramos? ¿Quemarlos como los otros? Estamos limitados aquí. Pero hay mucho desierto. No quiero que me vuelvan a gritar.

—Sabes, no tenes que decirle a nadie que sos el bebé de la familia —, dijo Spreen.

—Entiérralos. En lo más profundo. Donde nunca se encuentren—, dijo Vegetta. —Tiene que parecer que están en el viento.

—Lo tengo—, dijo Luzu.

Aroyitt ya ha empaquetado las pruebas para las personas adecuadas. Ella se asegurará de que se entregue no sólo a los federales, sino a los medios de comunicación. Todo el mundo sabrá lo que hicieron. Sólo que será demasiado tarde.

—Enviaremos un mensaje cuando lo tengamos claro y podrás enviar el calvario—, le dijo Luzu a Vegetta.

Nos vemos en casa—, dijo su padre, y luego desconectó.

—Me voy a ver cómo Cris vive sus fantasías más salvajes—, dijo Luzu. —¿Vienen ustedes?

—Sí, no gracias. Sólo quiero ir a casa—, murmuró Spreen.

Luzu miró a su alrededor.

—Adelante.

Spreen parpadeó hacia él.

—¿Qué queres decir?

Luzu lo miró como si estuviera loco.

—Quiero decir que te vayas. Tenemos esto. No necesitamos a seis de nosotros para despachar a estos dos.

—¿Estás seguro?— Preguntó Roier.

—Jesús, no es un riñón. Considéralo un regalo de bodas tardío. Lárgate de aquí.

Spreen miró a Roier, que se encogió de hombros. —Lo que quieras hacer, Osito.

Luzu sacudió la cabeza y se alejó. Spreen rodeó a Roier con sus brazos.

—Estoy listo para ir a casa.

—¿Qué casa? —preguntó Roier, abrazándolo con fuerza.

—Nuestra acogedora instalación militar en el desierto — respondió Spreen—. Tenemos un montón de trabajo que hacer.

—Entonces vamos a casa.

 

 

Notes:

Mañana capítulo final
Y como el capítulo sera muy corto, lo subiré junto con los epílogos así que es triple actualización!!

Chapter 23: Roier

Chapter Text

Pasaron una última noche en la casa fantasma de Terlingua antes de volver. Dejaron las llaves con Quackity, quien se comprometió en asegurarse de que la casa estuviera en orden antes de irse. Se habían saltado la opción del jet de Vegetta, y optaron en cambio por un vuelo de primera clase, solo porque podían hacerlo. Porque estaban a salvo. Bueno, a salvo de sicarios.

No a salvo de los paparazzi.

Si bien hubo una que otra persona ocasional que les tomó fotos durante el vuelo, el paseo por la terminal del aeropuerto de Las Vegas fue el primer contacto real de Roier con la vida como un De Luque. Spreen entrelazó los dedos de ambos y se abrió paso entre los reporteros, ignorando sus preguntas mientras arrastraba a Roier detrás de él.

—¿A dónde fueron en su luna de miel?

—¿Tendrán una boda real como la de tus hermanos?

—¿Qué tal es la vida de casados?

—¿En dónde vivirán?

Una vez que llegaron a la limusina, Vegetta los llamó y les informó que los federales se habían infiltrado en el recinto y se habían llevado a los individuos a un centro de detención hasta que pudiera resolverse su estatus migratorio. También había mencionado que iban a continuar con la organización benéfica de Rapke, incluido el hogar para madres solteras.

Roier tenía sentimientos encontrados al respecto. Habían rescatado a esas personas de una vida de esclavitud y quién sabe qué más, pero ahora, estaban detenidas en un campamento con condiciones apenas mejores que la de los establos en donde las habían encontrado. ¿Todo para qué? ¿Para que los devolvieran a sus países en peores condiciones que cuando se fueron?

—Deja de pensarlo tanto —dijo Spreen—. No hay nada más que podamos hacer.

—Lo sé —prometió Roier—. Eso hago.

Spreen tomó el brazo de Roier y se deslizó debajo de él, colocando la cabeza sobre su pecho. No era la primera vez que hacía algo así. Lo había hecho esa noche en el estacionamiento del club de striptease. Era un gesto extrañamente dulce que enviaba todo un rayo a través del corazón de Roier cada vez que lo hacía.

—¿Estás feliz?

Spreen se congeló.

—¿Qué?

Roier lo intentó, pero no pudo ocultar su sonrisa.

—¿Estás feliz? Ahora mismo. ¿Estás feliz? ¿Conmigo? ¿Con esto?

Spreen se relajó después de un momento.

—Sí. Estoy feliz —Tomó la mano de Roier y le pasó las yemas de los dedos por el dorso—. ¿Y vos? ¿Estás feliz? ¿Conmigo? ¿Con esto?

Roier asintió, aunque Spreen no lo estaba mirando.

—Sí, Spreen. Nunca fui tan feliz.

Justo entonces, Spreen lo miró, estudiándolo.

—¿De verdad?

Roier sonrió.

—Sí. De verdad.

—Bien —dijo Spreen, casi para sí mismo.

El pecho de Roier se apretó insoportablemente y no pudo luchar contra el repentino impulso de arrastrarlo más cerca, juntando sus bocas hasta que ambos se quedaron casi sin aliento.

—¿Sabes? Boone no nos espera hasta mañana.

—Te escucho… —Dijo Spreen.


Roier se derrumbó, mitad dentro y mitad fuera de Spreen en medio de algunos jadeos.

—No creo que pueda aguantar otra ronda —dijo.

Spreen resopló.

—No sé por qué estás sin aliento. Hice la mayor parte del trabajo. Mis muslos están en llamas.

Roier se rio. Haber visto a Spreen montándolo había sido tremendamente sexy, pero hacia el final, él lo había puesto de espaldas para poder penetrarlo de la manera en que su cuerpo se lo había exigido. Simplemente no pudo evitarlo. No había nadie más caliente en el mundo que Spreen, especialmente cuando estaba desnudo y necesitado.

—Deberíamos pedir servicio a la habitación. Si salimos, los reporteros nos acosaran otra vez —dijo Spreen, tanteando ciegamente la mesa a su lado.

Roier supuso que estaba buscando el menú del servicio de habitaciones, pero no hizo ningún esfuerzo por ayudarlo. Estaba demasiado embriagado como para moverse.

Algo duro lo golpeó en la nuca.

—Te perdiste una llamada de tu mamá.

Roier tomó el teléfono y luego lo alejó.

—La llamaré más tarde. No puedo hablar con ella mientras estoy desnudo y cubierto de sudor sexual. Eso sería raro.

—Y educado también —Bromeó Spreen—. Yo sería feliz si pudiera hacer que mis hermanos dejaran de contestar el teléfono cuando están teniendo sexo.

Roier soltó una carcajada.

—Probablemente solo me está llamando para acosarme acerca de llevarte de visita o comenzará a regañarme para que tengamos una boda real.

—¿Es eso algo que queres? —Preguntó Spreen—. ¿Una boda real?

Levantó la cabeza lo suficiente para mirar a Spreen, incapaz de evitar posar un beso en medio de sus labios ligeramente abierto.

—¿Eso es algo que tú quieres?

—¿Yo? —Spreen preguntó, pensando un momento antes de sacudir violentamente la cabeza—. No. Una boda de borrachos en Las Vegas y ser casados por un imitador de Elvis, es exactamente el tipo de boda que tendría Spreen De Luque.

—Tú eres Spreen De Luque. ¿Por qué hablas de ti mismo en tercera persona?

Spreen suspiró.

—Las bodas son para otras personas. Ninguno de mis hermanos tuvo bodas elaboradas gigantes porque eso era lo que ellos querían, bueno, está bien, Carre quería la boda elaborada. Quackity quiere una boda elaborada. ¿Y el resto de nosotros? Es todo por show. El Spreen De Luque que el mundo conoce, se emborracharía y casaría con un extraño. Encaja.

—Pero, ¿Qué pasa con el Spreen real? ¿El hombre con el que realmente me casé? —Roier insistió.

—¿Parezco del tipo que le gustan las grandes declaraciones? — Spreen preguntó.

Roier sonrió.

—Sí, un poco. Entraste a mi habitación para decirme que te gustaba, y me diste un discurso bastante sincero esa noche que pasamos bajo las estrellas.

Spreen se sonrojó.

—Pensé que habíamos acordado no volver a mencionarlo.

Se rio.

—No, tú estuviste de acuerdo con eso. Yo no dije tal cosa. Te amo, Osito. No me importa quién lo sepa. Tú me amas también y eso es todo lo que importa.

—Sí —dijo Spreen en voz baja—. Te amo...

Roier suspiró. Sabía que no siempre sería de esta manera. Spreen era demasiado terco y demasiado fijo en su forma de ser. Los próximos meses serían una prueba de paciencia mientras daban vida al proyecto de sus padres. Pero Roier no podía pensar en ninguna otra persona con la que preferiría pasar su vida discutiendo que con Spreen.

—Gracias —dijo.

Spreen levantó la cabeza para mirarlo.

—¿Por qué?

Esa era una pregunta capciosa. ¿Por dónde empezar?

—Por rescatarme. Por salvarme la vida. Por amarme. Por atarte a mí para siempre.

Spreen sonrió.

—Estoy bastante seguro de que me até a vos esa primera noche en que acepté subir con vos cuando nos conocimos.

Roier negó con la cabeza.

—¿Ves? y dices que no eres de los que hacen grandes declaraciones. Creo que eres todo un romántico.

—Creo que deberías callarte y alimentarme antes de que me muera de vergüenza.

Roier negó con la cabeza. El hombre que una vez golpeó a un dignatario extranjero fuera de un bote, se sentía avergonzado por un cumplido.

¿Cómo es que tenía tanta suerte?

—Tus deseos son ordenes, Osito.

 

Chapter 24: Spreen (Epilogo)

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Oh, mierda, Spreen. ¿Tienes que ser tan rudo?

—Escucha, vos sos el que quería que lo hiciera. Quédate quieto, está muy profundo —Dijo Spreen entre dientes, haciendo todo lo posible por ignorar la ronda de risitas que resonó alrededor.

—Lo siento mucho, Instructor Roier —dijo el chico con un marcado acento tailandés.

Roier le dedicó al chico, Gift, una sonrisa tranquilizadora.

—Fue mi culpa. Fui yo quien te entregó la ballesta sin asegurarla primero.

Los ojos del chico se abrieron y sacudió la cabeza violentamente, su cabello oscuro caía sobre sus ojos de una manera que lo hacía parecer incluso más joven de lo que era de por sí.

—No. Fui yo. Lo siento mucho. Por favor, perdóneme.

Spreen observó el perfil lateral de Roier mientras que le daba al niño otra sonrisa tranquilizadora. Puso los ojos en blanco mentalmente. Su esposo seguía teniendo un enorme corazón y estos chicos lo sabía. Lo olían por la nariz. Sacudió la cabeza, pasando los dedos por el cabello   sudoroso de Roier con brevedad antes de recordar cuál era su tarea en cuestión. Roier suspiró con felicidad.

Payton Skinner se abalanzó desde atrás, levantando a Gift antes de dejarse caer de espaldas sobre los gruesos cojines del gimnasio.

Sostuvo al chico como un rehén entre sus brazos.

—No es tu culpa. Nadie debería darle un arma al bebé.

Dove Blessing se sentó en las esteras apiladas detrás de Payton, inclinándose sobre él para pasar sus dedos por las mejillas regordetas de Gift, estaba encantada cuando él las hinchó y ella pudo aplastarlas de nuevo. La chica era una de las personas más peligrosas que Spreen había conocido de cerca, pero chillaba igual que un niño que jugaba con un cachorro.

Spreen puso los ojos en blanco. Se habían metido en esto pensando que estarían entrenando asesinos viciosos. Monstruosos asesinos que necesitarían supervisión constante para evitar que rompieran las cadenas y desataran sus impulsos asesinos en un mundo desprevenido. En cambio, dirigían un preescolar lleno de armas y tácticas militares avanzadas.

Spreen debería haber estado haciendo esto en la enfermería. No, el médico debería haber estado haciendo esto en la enfermería, pero Boone había decidido convertirlo en un momento de enseñanza. Una sesión de entrenamiento de tiraje con una solución rápida de enfermería de trinchera. Y el gran idiota de su esposo había accedido sin pestañear.

Así es como llegaron a estar sentados en un semicírculo, con la manada de asesinos y manipuladores de Roier, observando como Spreen retiraba con cuidado la punta de flecha de acero de la carne blanda incrustada en el hombro de su marido.

En cuanto a lesiones, era apenas un rasguño. Si hubiera sido una de las ballestas más grandes, Spreen estaría planeando un funeral ahora mismo. Y si hubiera sido cualquier otro estudiante, Spreen podría haber arrancado la flecha de Roier y la habría clavado directamente en su cuello. Pero Gift era diferente a los demas.

Para el mundo exterior, The Watch era simplemente un centro de estudios mundial, una especie de escuela de posgrado para hijos de la élite: el 1%. Hijos de diplomáticos, políticos y otras personas poderosas. Pero por dentro, era más que una escuela. Una escuela con solo dos trayectorias posibles, y el camino de los estudiantes era elegido antes de que siquiera supieran que podían elegir.

Baghera y Vegetta se dieron cuenta desde el principio de la creación del plan de estudios, que solamente entrenar a los psicópatas para que fueran asesinos no sería suficiente. Tenían que entrenar a la próxima generación de interventores para controlar a dichos asesinos.

Encontrar a esos estudiantes había sido mucho más difícil de lo previsto, y eso había recaído tanto en Boone como en Roier.

Gift estaba entrenando para ser un interventor. Pero, a diferencia de los demás, no se había ganado su lugar ahí. No fue elegido en base a un trabajo de investigación riguroso, puntajes en pruebas diplomáticas o incluso algo tan mundano como el GPA40. No, Gift estaba allí a instancias de una de las contrataciones obligatorias de Kendrick: Park Chen, quien ahora mismo estaba echando humo desde la puerta mientras observaba a Roier desde la distancia como si él hubiese disparado a Gift y no al revés.

Spreen no tenía idea de cuál era la historia entre esos dos, pero Park había pasado la mayor parte del tiempo gruñendo como el perro de una chatarrería a cualquier que mirara al niño como algo más que una muñeca de porcelana.

Spreen había protestado más que nadie en permitir que el chico entrara en el programa. Solo con mirarle la cara dulce era suficiente para que le provocara un dolor de muelas. Era como dejar caer a un corderito en el centro de una manada de lobos rapaces.

Spreen dejó caer la punta de flecha de metal en la bandeja con un ruido sordo y luego vertió agua esterilizada sobre la herida.

—¿Grapas o suturas?

—Lo que sea que me permita volver a ponerme la camisa más rápido —murmuró Roier, con una fina capa de sudor brillando en su piel desnuda. Fue solo en ese momento que Spreen notó las miradas de más de uno de los estudiantes, que observaban con avidez la forma semidesnuda de su esposo.

—Grapas será —Murmuró Spreen.

—Ustedes dos son tan lindos —dijo Dove con un suspiro, mientras empujaba su cabello color purpura detrás de su oreja—. ¿No te parecen lindos, Morgan? —Le preguntó a la chica a su izquierda.

—Adorables —dijo Morgan de manera divertida, sin levantar la vista de su teléfono.

Boone se aclaró la garganta y les dirigió a las chicas esa mirada suya que decía que estaban siendo inapropiadas. Dove se rio, luego se inclinó sobre el espacio personal de Payton y susurró: —Papi está enojado

Payton le dio a Boone una mirada sedienta que hizo que el hombre se ajustara la chaqueta. Estos chicos no tenían respeto. Ninguno. Eran unos monstruos.

Tan pronto como colocó la última grapa y arregló el vendaje de Roier, Boone los envió a todos a las clases de la tarde, dejándolos a los dos solos en el gimnasio. Spreen dejó caer un beso sobre el vendaje.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Mejor de lo que hubiera estado de haber sido dos milímetros a la izquierda —Roier bromeó.

El pulso de Spreen se aceleró y su mano recorrió el corazón de Roier sin pensarlo.

—Eso no es divertido.

Roier echó la cabeza hacia atrás y besó la parte inferior de su barbilla.

—Sí es un poco divertido —Cuando Spreen continuó fulminándolo con la mirada, Roier volvió a reírse—. Piénsalo. Sobreviví a tres viajes al extranjero, a dos sicarios contratados, y termina eliminándome una fecha perdida, disparada por una muñeca Kewpie andante. Tus hermanos se reirían a carcajadas en mi funeral.

Una sombra cayó sobre ellos y luego Spreen estaba mirando hacia el ceñudo rostro de Park.

—Tienes que ser más cuidadoso.

—¿Perdón? —Dijo Spreen, con su voz llena de advertencia.

Park metió las manos en sus bolsillos mirando a Roier como si Spreen ni siquiera estuviera allí.

—Dije que debes de tener más cuidado. ¿Por qué estaba manejando un arma en primer lugar?

El temperamento de Spreen aumentó, su mano se apretó alrededor de la muñeca de su esposo. La palma de la mano Roier se apoyó en su muslo, como si estuviera recordándole que no necesitaba pelear sus batallas.

—Porque… —Comenzó Roier pacientemente—. Los interventores “manejan” las cosas. Armas, documentos, dinero en efectivo, lo que sea necesario. Tú lo sabes. Tú eres uno.

—Es por eso que Boone no lo quería en el programa —dijo Spreen, ganándose otra mirada silenciadora de su esposo—. ¿Qué? Es la verdad.

—Él no está en el programa —Espetó Park—. Realmente no. Es una cosa temporal hasta que sea seguro para él regresar a Chiang Mai. Tienes que ser cuidadoso con él.

Spreen bufó.

—Esta parece una charla que deberías tener con tu... lo que sea que ese pibe sea para vos.

—Hia —dijo una voz suave detrás de ellos.

Spreen sintió un poco de satisfacción al ver cómo el ceño fruncido se deslizaba del rostro del hombre, reemplazado por un desinterés fingido que guardaba solo para el muchacho.

Park se giró levemente, dirigiendo su mirada a Gift, quien parpadeó hacia él con sus ojos de ciervo muy abiertos.

—¿Qué te he dicho sobre eso, Kla? —dijo, con voz severa sin ser cruel.

—P'Park —corrigió Gift en voz baja, con una sonrisa amable en sus labios, pero con fuego ardiendo en sus ojos—. Por favor no te enojes con Roier… con el instructor Brown —Corrigió—. Fue culpa mía. Se me resbaló el dedo…

—No es tu culpa —Insistió Park con la irritación arrastrándose en su tono—. Tú eres el estudiante. Él es el instructor. Ahora, ve a clase. Los adultos están hablando.

Gift parpadeó por un momento como si estuviera contemplando decir algo más, pero luego le dio la misma sonrisa pálida.

—Por supuesto, Hia —antes de darse la vuelta y alejarse.

A Roier, Park le dijo: —No dejes que vuelva a suceder.

Cuando estuvieron solos una vez más, Roier se rió suavemente.

—¿Cree que trabajo para él?

—Park cree que todo el mundo trabaja para él. Es un nivel de audacia que proviene de crecer siendo rico. Hablo desde la experiencia.

Roier tomó la mano de Spreen y besó su palma.

—¿Qué pasa entre él y el chico?

—Mi conocimiento en tailandés lo obtuve casi en totalidad por un verano que pasé en Bangkok, pero puedo decirte que hia es algo común allá, es como un honorífico. Significa hermano mayor en chino. El padre de Park es chino. Park claramente conoce a Gift por vivir en el extranjero como diplomático.

—Espero que no estés insinuando que son hermanos porque si alguna vez mirara a mi hermano de la forma en que Gift mira a Park, mi madre me habría encerrado —dijo Roier, observándolos.

—Creo que es una cuestión de respeto, no una relación de sangre — dijo Spreen, sin preocuparse realmente por Park o por Gift—. Estoy seguro de que podes preguntarle a Suri si te moris por conocer los entresijos de la cultura tailandesa. Ese es su trabajo.

Los estudios culturales y las costumbres eran una parte tan integral del programa como todo lo demás. Suri estaba allí para instruir a los estudiantes sobre cómo no avergonzarse en el extranjero, independientemente de en donde terminaran.

—Solo digo que la forma en que lo dice, suena como algo sexual — dijo Roier, haciendo una mueca mientras intentaba volver a ponerse la camisa.

—No hace falta. Tenemos que meternos en la ducha —Roier emitió un siseo de dolor en el momento en que Spreen quitó de un tirón el vendaje—. Esto fue solo una demostración. Tenemos que estar en el aeropuerto en dos horas.

—¿Exactamente por qué razón fuimos convocados a casa? — Preguntó Roier.

—Tu conjetura es tan buena como la mía, pero Quackity insistió en que era una situación de acción inmediata.

Roier silbó por lo bajo.

—Eso no puede ser bueno.


—Oh, mierda. Más duro —susurró Spreen.

La mano de Roier se cerró en puño sosteniendo su cabello y haciéndolo presionar su mejilla con más fuerza sobre el frío espejo de vidrio. Su otra mano le agarró la cadera lo suficientemente duro como para magullar mientras que lo embestía por detrás de una forma que hizo que Spreen pusiera los ojos en blanco. Ni siquiera necesitaba tocarse a sí mismo. Ya estaba a segundos de correrse sin la ayuda de su mano.

Tal vez se tratara de la experiencia cercana a la muerte de Roier o que finalmente se alejarían de la escuela por un tiempo. No lo sabía y no le importaba. Tan solo quería más. Podía sentir cómo se acumulaba su liberación, impulsada tanto por el pene de Roier como por las palabras entrecortadas que jadeaba en su oído.

—Te sientes tan malditamente bien —dijo Roier, con la voz áspera—. Me gusta poder mirar tu cara mientras te cojo por detrás. Te ves tan caliente así.

Spreen no podía imaginar que hubiera algo caliente en su cara aplastada contra el espejo, pero ver a Roier observándolo tan intensamente era suficiente para él, así que, si eso era lo que quería, estaba a totalmente dispuesto. No es como si tuvieran otras opciones. No, a menos que la tripulación del vuelo estuviera de acuerdo con algunas otras cosas.

—Me voy a venir —Roier le advirtió.

Spreen tomó el control de sí mismo dándose un par de jaladas rápidas y reprimiendo un gemido en cuanto se corrió con fuerza. Hizo un desastre en el lavabo y en la encimera de mármol negro. Los dientes de Roier se hundieron en la parte posterior de su cuello y un gruñido bajo salió de sus labios mientras lo llenaba.

Se quedaron así, desplomados sobre el lavabo durante unos minutos, antes de que Spreen recobrara el sentido.

—¿Cómo está tu hombro? ¿Rompiste las grapas?

—No, estoy bien. No hay mucho espacio para, uhm... maniobrar, ¿sabes? —Dijo—. Así hay menos probabilidades de lesión.

—Ya tenes una lesión. Simplemente no quiero que rompas tus grapas. Trabajé duro en ellas —Bromeó.

—Estoy bien, Osito. Lo prometo.

Se lavaron y ordenaron el baño antes de regresar a sus asientos, ignorando las miradas de complicidad que les lanzaron la tripulación del vuelo. Se quedaron dormidos durante el resto del viaje e incluso durante el trayecto en coche hasta la casa.

Casi esperaban que Vegetta los recibiera en la puerta dada la urgencia implícita en la llamada de Quackity, sin embargo, la casa estaba desierta. Fue solo una vez que llegaron a la sala de guerra que encontraron a toda la familia. Bueno, casi a toda la familia. Jaiden no estaba. Ni Rubius. Ni Vegetta.

 Juan estaba de pie, apoyado contra la pared y Ari estaba sentada en la silla más cercana a él. Quackity estaba en el regazo de Luzu, como de costumbre. Carre y Serpias estaban aplastados entre los gemelos. Dream y George ocupaban sus asientos habituales. Las expresiones de todos eran…sombrías.

—Si esto es una especie de intervención, llegan un poco tarde — Dijo Spreen, sintiéndose extrañamente incómodo sin razón alguna.

Cuando nadie se rio o hizo alguna broma, ese sentimiento se intensificó—. ¿En dónde está papá?

—Papá no está aquí —dijo Juan—. Siéntate.

Spreen estuvo medio tentado de decirle a su hermano que se fuera a la mierda, pero cuando Roier le apretó la mano y lo llevó a la silla, se sentó. Su esposo se dejó caer a su lado y Spreen se inclinó más cerca, necesitando el calor reconfortante de su cuerpo.

—¿Qué querés decir con que papá no está acá? —Preguntó—. ¿Por qué dejamos el trabajo para subirnos a un avión si ni siquiera está? ¿Por qué nos convocó?

 Juan suspiró.

—Fui yo quién te convocó. Es sobre papá.

Spreen miró a cada uno de sus hermanos por turno, esperando que al menos uno de ellos finalmente diera una explicación. Pero todos parecían conmocionados.

—No lo entiendo.

—Papá está ocultando algo —dijo Luzu.

Spreen bufó.

—Papá oculta un montón de cosas. Es un jodido adulto.

Quackity negó con la cabeza.

—No. Papá está ocultando algo que nos afecta a todos nosotros.

Cuando nadie dio más detalles, el temperamento de Spreen finalmente lo superó.

—Dejen de hacerce los misteriosos, ¿qué es lo que está pasando?

—Esto —Dijo Juan.

Una risa estridente salida de una película de terror atravesó el altavoz directamente hacia la columna vertebral de Spreen, luego, en la pantalla de la pared apareció un video. Las imágenes llegaron rápido, casi demasiado rápido para ser percibidas por sus ojos. Eran fotos de una escena del crimen. Dos cuerpos pequeños. Tres más grandes.

Bolsas de plástico sobre sus cabezas. Ataúdes. Un funeral elaborado.

¿Ellos lo saben? —Preguntó una voz modulada por computadora—. ¿Saben lo que hiciste?

Era elaborado. Excesivo. Como si un estudiante de cine tratara de mostrar sus talentos con el tráiler de una película de terror. Spreen habría puesto los ojos en blanco si no fuera por los destellos de Vegetta superpuesto por encima de las espantosas imágenes.

—¿Qué carajos es esto? —Preguntó, sin dejar de mirar la pantalla mientras las fotos de la escena del crimen se ampliaban cada vez más hasta que Spreen pudo distinguir ojos saltones y hemorragia petequial. Lenguas sobresaliendo. Cristo.

Lo sé. Lo sé todo —se burló la voz—. Sé quién eres realmente. Sé lo que realmente sucedió. Asesino. Asesino. Asesino…

El video se cortó. Todos miraron a Spreen en silencio como esperando su reacción. No estaba seguro de lo que se suponía que debía sentir en este momento, pero, por encima de todo se sentía entumecido.

—¿De dónde sacaron eso?

—¿Importa? —preguntó Cris.

¿Lo hacía? Spreen no lo sabía. Pero una parte de él sentía que esto era una violación masiva a la privacidad de Vegetta. ¿No le debían al menos eso? ¿Cómo es que sus hermanos habían llegado a poner sus manos en tal cosa? Spreen puso los ojos en blanco cuando le llegó la respuesta a su cabeza. Pero claro…

Spreen respiró hondo y lo dejó salir.

—¿Aroyitt?

¿Sí? —preguntó dócilmente desde el altavoz en la mesa.

—¿Papá sabe que nos estás mostrando esto? —preguntó Spreen.

Aroyitt resopló.

Por supuesto que no. ¿Estás loco?

—¿Por qué nos lo estás mostrando? —Preguntó Roier.

Ari se pasó las manos por la cara.

Porque lo están chantajeando.

—¿Cómo sabes eso? —Inquirió Roier.

Aroyitt chasqueó la lengua.

Porque yo sé todo lo que sucede en la vida de tu padre. Es mi trabajo.

De hecho, ese no era el trabajo de Aroyitt. Su trabajo consistía en encontrar la información que necesitaban para eliminar los objetivos que Vegetta y Quackity marcaban para eliminación. Vegetta no iba a agradecer su interferencia. En especial, no le gustaría saber que Juan había convocado una reunión familiar para hablar de él a sus espaldas.

Aun así, algo como lo que estaba pasando era difícil de pasar por alto.

—¿Con qué lo están chantajeando? —Preguntó Spreen—. No entiendo las implicaciones del video.

—Implica que tu papá es un asesino —dijo Carre.

—Todos somos asesinos —les recordó Spreen.

George suspiró.

—Realmente no lo entiendes. ¿No reconoces esos ataúdes?

—¿Debería? —preguntó Spreen con exasperación.

—Sí, deberías —dijo Dream—. Esa es la familia de Vegetta.

Eso hizo que Spreen se detuviera. ¿La familia de Vegetta? Ellos eran la familia de Vegetta. Pero, por otra parte, una vez, había tenido una mamá y un papá y dos hermanos. Pero había cinco ataúdes en el video.

¿Quién se hallaba en el quinto ataúd? ¿De quién era el quinto cuerpo?

No era como si todos no conocieran la historia oficial. La familia de Vegetta había muerto en su casa del lago después de que una fuga de gas provocara una explosión y un incendio. Los ataúdes habían sido todo para montar el espectáculo. La prensa había cenado sobre la tragedia durante días. El niño huérfano de unos multimillonarios. Les encantaba.

Vegetta se negaba a hablar de su familia. Era una regla tácita. Spreen había sospechado a menudo que había algo más en esa historia. Nadie se despertaba una mañana y decidía comenzar a adoptar a un grupo de niños psicópatas, especialmente cuando el adoptante en cuestión era prácticamente un niño. Pero Vegetta lo había hecho.

Cada héroe tenía una historia de trasfondo. Spreen siempre había asumido que la muerte de su familia había sido la de Vegetta. Pero ahora se le ocurría que, cada villano también tenía su historia de trasfondo. Entonces, ¿cuál era Vegetta? ¿Era ambos? En lo que a Spreen se refería, no importaba de cualquier forma. Vegetta se merecía la lealtad de todos y su respeto.

Spreen miró alrededor de la mesa.

—Si necesitara ayuda, habría buscado a alguno de nosotros.

—Oh, y lo hizo —dijo Aroyitt.

—¿Qué? —Spreen preguntó reflexivamente.

—Buscó a uno de nosotros —Respondió Luzu—. Buscó a Rubius.

—¿Y? —Roier preguntó.

 Juan golpeó su cabeza contra la pared dos veces y finalmente encaró a Spreen.

—Y ambos se fueron.

 

 

Notes:

No era de mis epilogos favoritos por su comienzo porque queria ver mas sobre esta pareja de casados y no la introducción de otra serie de libros de asesinos cachondos xD
PERO que buen final haciendo puente al último libro que trata sobre el padre, el lider, el que inicio este proyecto de psicópatas 👌🏼

Chapter 25: Roier Epílogo/prologo?

Notes:

"N/A: El siguiente epílogo, se consideraría más bien un prólogo bonus."

Pues para quienes querian ver como se conocieron 👀👀

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Roier no podía quitarle los ojos de encima. Y no era el único. El hombre estaba atrayendo todo tipo de atención con su largo abrigo de cuero y su pelo oscuro y ondulado, que caía sobre un ojo cada vez que se inclinaba hacia el chico a su lado. Parecía un pirata... o una celebridad.

¿Había piratas famosos? ¿El Capitán Morgan contaba cómo eso?

Incluso desde el otro lado de la habitación, tenía una actitud de como si fuera intocable. Si Roier tuviera que relacionarlo con algo en particular, sería con un actor. Sin duda estaba haciendo toda una actuación al bromear con el chico que tenía al lado, quitándole el pelo de la cara y hablándole directamente al oído. El chico estaba comiéndose el acto.

Parecía a simple tres segundos de comenzar a enroscar su cabello en uno de sus dedos como si fuera un adolescente en los años cincuenta en una tienda de malta.

Tal vez Roier no debería haberse tomado ese cuarto trago. Es posible que estuviera un poco borracho. No había ido hasta el bar para buscar una aventura, pero tampoco esperaba encontrarse a esa belleza en medio de un elegante bar de un hotel en Las Vegas, así que eso era todo.

El hombre era mucho más joven que Roier, pero se comportaba como alguien acostumbrado a nunca escuchar la palabra no. Estaba sentado en una mesa con forma de herradura en la esquina trasera de la barra tenuemente iluminada, un pie calzado en botas estaba apoyado en el asiento, mientras que otra esbelta pierna estaba estirada a un lado. Su ropa se veía costosa, pero estaba bien gastada. Roier no sabía si eso era por uso o por el diseño, pero la camisa que llevaba estaba abierta en su cuello y mostraba piel suficiente para darle ideas a Roier.

Roier sabía que estaba mirando fijamente. Demonios, otros probablemente también lo sabían. Todos menos su actual obsesión. Él era totalmente inconsciente, y eso estaba bien para él. Le daba la oportunidad de observarlo, de descubrir sus motivos. El hombre bebió la bebida frente a él, girando la cabeza cada vez que quería susurrar algo al oído del pequeño rubio que estaba sentado a su lado. Si estaba intentando seducirlo, no hacía mucho esfuerzo en realidad. En todo caso, parecía aburrido.

El chico a su lado no se daba cuenta, pero Roier sí. Había algo en sus ojos. Incluso desde la distancia, Roier podía ver que el otro hombre no quería estar allí, en realidad no. Cuando el chico se puso de pie abruptamente, ya sea para retirarse o ir al baño, otro muchacho se deslizó en el asiento vacío. Bien podrían haber sido intercambiables. La misma complexión delgada, el mismo cabello claro, y la misma expresión aburrida en el rostro del hosco pirata.

Roier apuró su bebida y se puso de pie, caminando hacia la cabina con cero expectativas. A medida que se acercaba, el desconocido se giró un poco y lanzó una mirada acalorada hacia Roier, recorriéndolo de pies a cabezas antes de dejar caer sus pies para que Roier pudiera sentarse frente a él. No pensaba desperdiciar tal invitación. Se dejó caer en el asiento y se deslizó más cerca.

El hombre levantó una ceja oscura y fue entonces cuando Roier realmente notó sus ojos. No por el color, sino por unas gruesas pestañas tan oscuras que parecían casi como si llevara delineador. Se habría visto ridículo en cualquier otra persona, pero de alguna manera, todo ese aspecto funcionaba con él. Y también funcionaba para Roier, quién ya estaba medio duro por el aroma del perfume del desconocido.

—Me llamo Roier —Dijo.

—Spreen —Ofreció el otro hombre.

— ¿Que te trajo aquí esta noche?

—Juega al póker —Dijo el niño a su lado—. Como, profesionalmente.

Roier digirió esa información. Un jugador de póker profesional. De alguna manera, eso tenía sentido. Roier estaba dispuesto a apostar a que el tipo también era bueno en ello. Aun así, ignoró al chico por completo, dándole toda su atención a Spreen, quién lo estaba estudiando como algunas personas estudian cálculo.

A la mierda. Ya había llegado así de lejos, bien podría intentar disparar una vez.

—Ninguno de estos chicos te mantendrá interesado —Dijo—. Solo juegas con ellos porque son olvidables.

El hombre se rio por lo bajo, alcanzando su bebida y esta vez tragándola en realidad. Roier vio cómo su garganta convulsionaba debajo de una gargantilla negra con un eso de madera en ella, y de repente se imaginó envolviendo una mano alrededor de su cuello mientras forzaba su verga por la garganta en cuestión. Sí, Spreen se vería realmente bien de rodillas. O sobre manos y rodillas.

Cristo.

Spreen dejó la bebida, pasando el dedo por el borde del vaso antes de darle a Roier una sonrisa de suficiencia.

—No cometas un error. También me olvidaría de vos, querido.

Roier estaba tan cerca que cuando giró la cabeza para responder, su nariz rozó justo detrás de la oreja de Spreen.

—Ven a mi habitación y déjame demostrarte cuan equivocado estás. ¿Qué dices, Osito?

Sintió que el otro hombre se erizaba por el apodo y no pudo ocultar una sonrisa. Spreen parecía tranquilo y sereno, pero en el fondo lucía… quisquilloso. Dios, no había nada que le gustara más a Roier que tener que trabajar para conseguirlo. Se apartó justo a tiempo para ver cómo los labios de Spreen se separaban ligeramente. Miró a Roier por un largo momento antes de que pareciera contenerse, sonriendo mientras decía:

—Paso, pero gracias.

—Qué cortés —Roier inclinó la cabeza, estudiándolo de cerca—. ¿A qué le temes?

Spreen bufó.

—Yo no le temo a nada. Simplemente no estoy interesado, cariño. Hay una diferencia.

Roier levantó la mano y pasó el pulgar por el labio inferior de Spreen, observando cómo sus pupilas se dilataban. Sonrió.

—Definitivamente estás interesado.

El chico sentado y olvidado al otro lado de Spreen se aclaró la garganta ruidosamente, y su boca hizo una especie de puchero exagerado en cuanto Spreen no le prestó atención.

—¿No sos demasiado atrevido? —Dijo Spreen.

Roier asumió que la pregunta era retórica.

—Tan solo sé lo que deseo.

Una vez más, Spreen le lanzó una mirada endurecida.

—¿Y eso es?

Roier se inclinó, presionando las palabras junto al oído de Spreen.

—Pasar la noche enterrado dentro de ti.

Incluso con la música suave que se escuchaba a través de los parlantes del bar, Roier pudo escuchar como el otro hombre se le entrecortó la respiración, su pecho subiendo y bajando. Lo oyó tragar audiblemente antes de alcanzar su bebida y apurarla en dos tragos.

Aun así, dijo: —¿Esa frase te funciona a menudo?

Roier sonrió.

—No estoy seguro. Nunca tuve que usarla antes. La mayoría de los hombres no me hacen trabajar tan duro.

—Me parece difícil de creer. Pero no soy lo que estás buscando — Le dijo Spreen, intentando y fallando en mantener el mismo efecto de aburrimiento que había tenido en el momento en que Roier se acercó por primera vez.

—¿Por qué dices eso? —Roier preguntó y dejó que su mano se curvara en la parte alta del muslo de Spreen.

Spreen se encogió de hombros y se giró un poco para captar más su mirada.

—Yo no soy el pasivo.

Roier se volvió un poco más audaz, su mano se deslizó hacia arriba y su pulgar trazó el contorno de la dura verga de Spreen a través de sus jeans.

—Eso es una pena. Porque estoy tan malditamente duro pensando en ti debajo de mi cuerpo. Apuesto a que estás tan jodidamente caliente por dentro.

Los tres tragos que sea había toma lo estaban volviendo mucho más audaz de lo que nunca sido dentro del bar de un hotel, pero Spreen no lo estaba alejando. De hecho, agarró la muñeca de Roier y se frotó contra su palma.

—¿Alguna vez lo probaste?

Spreen negó con la cabeza.

—Nunca me intereso.

—Sin intenciones de sonar como alguna clase de “especial después de la escuela” pervertido, pero, ¿cómo sabes que no te gusta si nunca lo intentaste?

—De la misma forma en que sé que no me gustará la heroína — respondió Spreen—. Razonamiento deductivo.

Roier rio suavemente.

—Entonces, ¿Crees que ser el pasivo para mí podría volverse adictivo? Lo considero un cumplido.

Spreen puso los ojos en blanco.

—Estoy seguro que sí. Pero no pasará.

Roier se permitió sentir la línea dura de la verga de Spreen una vez más antes de retirar su mano. Por el rabillo del ojo, notó como el chico rubio sacudía la cabeza y abandonaba la cabina, dirigiéndose hacia otro hombre que estaba sentado en la barra.

Roier se encogió de hombros. Tal vez ese chico había tenido la idea correcta.

—Supongo que buscaré a alguien con estándares más bajos y un espíritu un poco más aventurero.

Se estaba poniendo de pie cuando dedos se cerraron alrededor de su muñeca.

—Bueno, bien podrías quedarte ahora que ahuyentaste a mi compañía.

—¿Cuál es el punto de eso? —Preguntó, sin hacer ningún movimiento para irse ahora que la piel de Spreen quemaba un agujero a través de él—. Fuiste mi primera opción, pero no la única. Tal vez debería ir a buscar a uno de tus rubios. Parecían que estarían dispuestos a casi cualquier cosa.

Los labios de Spreen formaron una línea dura, y apretó los dientes hasta que el músculo de su mandíbula tembló.

—¿Qué pasa, Osito? ¿No te gusta la idea de mí dentro de otra persona?

—Ni siquiera te conozco —Bufó.

—Eso no niega el hecho de que estás celoso.

Spreen negó con la cabeza.

—¿Estás tratando de engañarme mentalmente como un Jedi para que coja con vos?

Roier agitó las manos frente a su cara como si estuviera lanzando un hechizo.

—Esta es la verga que estás buscando —Bromeó.

El corazón de Roier dio un vuelco en cuanto Spreen intentó y pudo ocultar su sonrisa. Se fue tan rápido como apareció, pero dejaba conmoción a su paso. Era tan difícil de ganar.

—¿Qué dices, Spreen? ¿Quieres ir a la cama conmigo?

Esta vez, la mirada de Spreen se deslizó hacia otro lado.

—Entonces, ¿Estás diciendo que no te acostarás conmigo a menos que te deje cogerme?

Roier nunca había dicho eso. Lo había inferido en gran medida, aunque nunca lo dijo directamente, sin embargo, la forma en que Spreen lo acababa de mencionar lo hacía parecer como que lo estaba chantajeando.

—¿Eso es lo que necesitas, Osito? ¿Necesitas fingir que no te gusta?

—Yo no dije eso —logró decir Spreen.

Tampoco dijo que no. Esto era un desarrollo interesante. Se sentía un poco peligroso, como un movimiento en falso y esto podría pasar de ser un juego consensuado a un posible caso judicial, pero eso no le impidió inclinarse dentro de su espacio personal. Roier se puso de pie, tomando la mano de Spreen y tirando de él para que lo siguiera.

—Vamos.

—¿A dónde? —Respondió.

Roier encontró su mirada.

—A mi habitación.

La barbilla de Spreen se elevó de forma desafiante.

—¿Para qué?

Una vez más, Roier se inclinó hacia su espacio personal.

—Para que pueda mostrarte de lo que te estás perdiendo — Difícilmente esa era su mejor línea. De hecho, se sintió estúpido incluso al decirlo.

—Lo que sea —Murmuró Spreen—. Vamos a mi habitación.

Roier frunció el ceño.

—Tengo una habitación aquí.

Spreen puso los ojos en blanco.

—¿Vos tenés la suite presidencial?

Roier se rio entre dientes.

—Está bien, jugador. Iremos a tu habitación.

El camino pareció más largo de lo habitual, y el ritmo de Spreen se hizo más lento a medida que se acercaban a su suite.

—¿Te estás acobardando, Spreen? —Roier se burló.

Spreen lo fulminó con la mirada.

—Hablas jodidamente demasiado.

Nadie nunca había acusado a Roier de eso. Había pasado la mayor parte de su tiempo aislado en medio de la nada, solo con animales como sus amigos. Si Spreen no quería que hablara, podía pensar en otras cosas para ocupar su tiempo.

Lo empujó contra la pared justo al lado de la puerta de la habitación, luego se interpuso entre sus piernas hasta que sus cuerpos se presionaron juntos. Spreen parecía sorprendido por su repentino cambio de circunstancias, y sus párpados se cerraron cuando Roier se adentró en su espacio. No lo besó de inmediato, solo se detuvo con sus labios tan cerca que podía sentir el aliento de Spreen en su piel.

Cuando Roier no lo besó, los ojos de Spreen se abrieron y lo miró confundido. Ahí tomó su cara y le inclinó la cabeza justo como la quería antes de finalmente deslizar su boca sobre la de Spreen. Los labios de Spreen se abrieron debajo de los suyos, permitiéndole deslizar su lengua en su interior.

Spreen levantó las manos para agarrar la camisa de Roier, pero él le agarró las muñecas y se las sujetó a cada lado de su cuerpo.

—Uh-uh —Dijo contra su boca.

Lo besó lenta y profundamente, disfrutando la forma en que el beso parecía expandirse hasta que Spreen dejó que Roier le chupara la lengua y mordiera su labio inferior, todo su cuerpo se desplomado contra la pared como si estuviera intoxicado.

Cuando Roier dio un paso atrás, Spreen parpadeó lentamente.

—¿Llave?

Spreen se empujó de la pared, su rostro sonrojándose mientras buscaba en su billetera. Sacó la llave de su habitación y luego abrió la puerta.

Entró primero, sin mirar para comprobar que Roier seguía detrás de él. Atravesó el vestíbulo de mármol de la enorme habitación del hotel y desapareció entre dos puertas dobles abiertas.

Roier dudó solo un momento antes de seguirlo.

No estaba seguro de lo que encontraría cuando ingresó al dormitorio, pero se sorprendió al ver a Spreen allí de pie, como si no supiera que hacer cuando no era él el agresor. Eso estaba bien. Roier sabía exactamente qué hacer. Cruzó la habitación, metiendo las manos debajo de la chaqueta de Spreen y la dejó caer al suelo. Sus manos volaron por el dobladillo de su camisa y la arrastró por encima de su cabeza, arrojándola lejos y después enterrando el rostro en la garganta de Spreen.

—Maldición, hueles tan bien, Osito.

Las manos de Spreen se retorcieron en la camisa de Roier, pero no respondió. Tampoco luchó contra él. Besó a lo largo de su garganta, su mandíbula y sumergió su lengua en el hueco de su garganta. Cuando volvió a encontrar la boca de Spreen, el hombre no ofreció resistencia, su lengua deslizándose sobre la de Roier de una forma que hizo que su pene comenzara a palpitar detrás de su cremallera. Apartó su boca y luego hizo que Spreen girara lejos de él; sus manos trabajaron su cinturón abriéndole los pantalones.

—Deshazte de los zapatos, Osito.

Spreen parecía estar haciendo lo que Roier le decía en piloto automático, permitiéndole desvestirlo. Una vez que estuvo desnudo, Roier lo dobló sobre la cama y comenzó a besarle la espalda.

—Separa las piernas —dijo contra su piel.

Todo el cuerpo de Spreen se calentó ante la petición susurrada de Roier, como si repentinamente estuviera teniendo una fiebre alta, la cual él podía sentir irradiando de su cuerpo. Sin embargo, hacía lo que le ordenaban. Mierda, eso era tan caliente. Roier se arrodilló detrás de él, mordiéndose una mejilla perfecta y luego la otra. Cuando las separó, Spreen siseó. Roier se inclinó hacia adelante, pasando su lengua por el agujero una, dos veces, sonriendo al escucharlo susurrar: —Mierda.

—¿Te gusta? —Bromeó, sin esperar una respuesta antes de clavarle la lengua en su agujero.

Spreen no respondió. Roier no necesitaba una respuesta. Estaba demasiado ocupado saboreando su comida. Podía sentir las piernas de Spreen temblando e identificar el sabor de su jabón. Mientras más jugaba con él y sondeaba, más oía a Spreen jadeando, luego comenzó a gemir hasta que Roier pudo sentir como su cremallera literalmente debaja una marca sobre su verga dolorida.

—¿Lubricante? ¿Condones? —Preguntó finalmente, mordiendo un punto en la cadera de Spreen.

—Mesa auxiliar —Spreen apenas consiguió decir.

Roier le dio un fuerte empujón, mandándolo boca abajo sobre el colchón. Spreen lo miró por encima del hombro y luego se tumbó boca arriba, con la cabeza sobre las almohadas y siguiéndolo con la mirada mientras que Roier se movía. Abrió el cajón, encontró lo que estaba buscando y luego lo arrojó junto a Spreen en la cama.

Spreen lo observó quitarse la camisa por la cabeza y arrojarla en la silla del rincón. Hizo todo un espectáculo de bajar los ojos hasta los jeans de Roier, sacando la lengua para humedecerse los labios. Roier le sonrió mientras se quitaba los zapatos y luego se bajaba los jeans y la ropa interior.

Los ojos de Spreen se abrieron como platos ante el tamaño de su miembro. Él se acarició un par de veces.

—¿Asustado? —preguntó en un tono burlón.

—Un poco —dijo Spreen, sonando mortalmente serio. Roier frunció el ceño y se subió a la cama para acercarse a él.

—Espera, ¿nunca fuiste el pasivo antes? ¿Ósea, jamás?

La mirada de Spreen flotó hacia algún lugar por encima del hombro de Roier, mirando a cualquier parte menos a él.

—¿Y qué? No te atrevas a tratarme como a una virgen sonrojada, o te juro por Dios que te daré una piña en la garganta.

Roier se río entre dientes.

—Esta bien.

No tenía la intención de tratarlo como algo en particular, pero tendría un poco más de cuidado con la forma en que se acercaría a él. Roier era más grande que el promedio. Sin intenciones de alardear. Era la verdad, estadísticamente hablando. No tenía intención de lastimar al hombre que ni siquiera parecía del todo seguro de querer estar ahí.

Roier se subió encima de él, gimiendo cuando Spreen abrió las piernas para dejarlo acomodarse entre ellas. Lo besó una vez más, hundiéndose en él, sin intentar realmente nada más. Tenían toda la noche, sin importar lo mucho que Roier quisiera enterrarse dentro de Spreen en ese mismo momento.

Estaba descubriendo que le gustaba la forma en que Spreen besaba. Comenzaba siendo un poco perezoso, un poco lento, pero luego aumentando el ritmo hasta que sus lenguas estaban cogiendo la boca del otro y Roier se encontró apretando su verga contra la de Spreen como si fueran dos adolescentes besándose en un sofá.

No supo cuánto tiempo estuvieron así, besándose y frotándose antes de poder soportarlo más. Cambió su peso hasta que solo la mitad de su cuerpo estaba encima de Spreen, luego agarró el lubricante y se cubrió los dedos.

Deslizó su mano entre las piernas de Spreen, masajeando su agujero con el dedo antes de oírlo gruñir: —Solamente hazlo.

Roier se rio entre dientes.

—Qué romántico.

—Deja de jugar.

Roier encontró sus labios de nuevo.

—Está bien, Osito.

Lo escuchó gemir cuando el dedo de Roier empujó dentro de él. Cerró los dientes alrededor del labio inferior de Spreen y luego lo chupó mientras trataba de no tener un orgasmo ahí mismo por el calor apretado de su cuerpo.

—Mierda —susurró Roier contra su boca.

Spreen se meció contra el dedo como si estuviera probando la sensación.

—Más.

Roier lo sacó, luego agregó otro dedo más, tratando de pensar en estadísticas de béisbol y animales atropellados, cualquier cosa para evitar pensar en cómo se sentiría su pene hundido en él.

Incluso cuando Spreen juró que estaba listo, Roier le hizo tomar un tercer dedo. Spreen mordía su hombro mientras se cogia a sí mismo sobre sus dedos como si estuviera buscando la liberación sin importarle si Roier estaba o no dentro de él. Mierda, él era tan malditamente intrigante.

—Es suficiente —Dijo Spreen finalmente—. Cógeme ahora mismo.

Roier ocultó una sonrisa. Había pasado del “No soy un pasivo” a “Apúrate y cógeme” en menos de una hora. Eso tenía que ser algún tipo de récord. Se puso de rodillas, deslizó el condón sobre su pene y agregó más lubricante. Spreen trató de rodar sobre su estómago, pero Roier lo detuvo.

—Es más fácil así la primera vez.

Spreen abrió la boca como si fuera a decir algo. Tal vez no quería que Roier repitiera que esta era su primera vez, o tal vez simplemente no le gustaba de estar cara a cara con Roier mientras este lo cogía. Desearía que no fuera importante la respuesta a eso. Pero sí le importaba.

Aun así, sería menos doloroso de esta manera. Se acomodó entre sus piernas abiertas. Una vez más, Spreen lo miró a los ojos y luego desvió la vista. Roier se había acostado con mucha gente en muchos lugares del mundo. Había tenido algunas relaciones serias e incluso alguna clase de corazón roto. De alguna manera, esto se sentía mucho más íntimo. Se sentía expuesto de una manera que no tenía nada que ver con estar desnudo.

Le dolía el pecho, como si estuviera luchando por respirar. Enterró su cara contra la garganta de Spreen mientras se agachaba entre ellos, presionando la cabeza de su verga contra la entrada; su respiración lo dejó a toda velocidad mientras rompía ese primer anillo apretado de músculos.

Las uñas desafiladas de Spreen se clavaron en los omoplatos de Roier, su cuerpo se estaba resistiendo, probablemente por instinto. No intentó profundizar más. Quería darle tiempo para que se adaptara, pero tampoco estaba seguro de cuánto tiempo iba a durar una vez que comenzara a moverse. Algo acerca de este desconocido estaba afectando a Roier en toda clase de niveles. Tal vez eran feromonas.

Roier le besó la garganta, la oreja, todo lo que podía alcanzar. Pero no le besó la boca porque no estaba seguro de si Spreen estaría bien con eso mientras estaba dentro de él. De repente, estaba cuestionándolo todo.

¿Se arrepentía Spreen de haber subido allí con él? ¿De ceder ante él?

¿Por qué le importaba tanto?

Pero fue Spreen quien entrelazó sus manos en el cabello de Roier. Quien tiró de él hasta que pudo capturarle los labios en un beso prolongado. Roier trató de concentrarse en eso, en la suavidad de los labios de Spreen y en la forma casi tímida en que su lengua se encontraba con la de Roier. Era fácil perderse en su sabor, en la sensación del cuerpo debajo de él.

Rápidamente se estaba volviendo adicto a los sonidos que Spreen hacía mientras se besaban.

Roier no estaba seguro de en qué momento comenzó a moverse, pero cuando las piernas de Spreen le rodearon la cintura, se dio cuenta de que había estado girando perezosamente las caderas casi en contra de su voluntad. Los talones de Spreen contra su trasero lo impulsaron a moverse más rápido, y cuando lo hizo, eso envió descargas eléctricas a través de su sangre.

Dios, se sentía tan bien.

Eso era una gran subestimación, pero Roier no sabía cómo cuantificar lo jodidamente caliente que era Spreen, lo sexy que era. Lo malditamente perfecto que se sentía mientras le arañaba la espalda y clavaba sus talones en él para que se moviera más rápido, para darle lo que quería.

Cuanto más daba, Spreen parecía exigir más.

—Más duro.

Roier se sentó sobre sus talones, arrastrándolo más cerca y doblándolo por la mitad para darle lo que pedía.

—Tócate —Exigió—. Quiero ver cómo te vienes.

Spreen no protestó, solo hizo lo que Roier le pidió. Observó con fascinación cómo Spreen se acariciaba a sí mismo al compás de cada fuerte embestida, hasta que ambos estaban demasiado jodidamente idos como para preocuparse; la cabecera golpeando contra la pared con la fuerza suficiente como para causar daños.

Justo cuando Roier temía que iba a venirse antes que Spreen, éste gritó. Roier vio como se derramaba sobre su puño, vientre y pecho. Se veía tan jodidamente sexy, con la cabeza echada hacia atrás, los labios entreabiertos mientras gemía largo y bajo.

Eso fue todo lo que necesitó. Roier cerró los ojos con fuerza, su cuerpo moviéndose por propia voluntad mientras perseguía el orgasmo.

Cuando la sensación lo goleó, se sintió un poco como imaginaba que se sentiría una ráfaga de heroína. Esa oleada de éxtasis cerró temporalmente todas las funciones cerebrales de Roier mientras llenaba el condón.

No se movió de inmediato. No podía. Apenas podía funcionar. Si alguien le hubiera preguntado su nombre, probablemente no podría habérselo dicho. Finalmente, se liberó, tirando el condón a la basura antes de rodar sobre su espalda y mirar al techo.

¿Cuánto tiempo pasaría antes de que Spreen entrara en pánico y le dijera que se largara? Normalmente, era Roier quien se apresuraba a ponerse la ropa antes de que el semen estuviera seco, pero en ese momento se sentía curiosamente ansioso por irse. Quería pedirle el número de teléfono. Averiguar su nombre completo para que al menos pudiera contactarlo nuevamente.

—Eu —Llamó Spreen.

Pavor se acumuló en la parte baja del vientre de Roier.

 —¿Sí?

—¿Queres pedir algo de comer?

La cabeza de Roier se giró para mirarlo y entrecerró los ojos.

—¿No vas a echarme?

Spreen sonrió.

—Supongo que eso depende de si podes recuperarte o no.

—Quiero decir, aliméntame y podría durar toda la noche, Osito.

Spreen vaciló.

—Una noche. Y después iremos por caminos separados, ¿Entendido?

El corazón de Roier se retorció y, sin embargo, asintió.

—Una noche. Es un trato.

—Bien. Pásame el menú.

 

 

Notes:

Awwwww quien diría despues que terminarían casados en las vegas por un imitador de elvis 🤣
Esta es una de mis parejas favoritas <3

Y asi finalizamos con el libro 6 de esta serie de psicópatas, la proxima semana comenzaré a subir el séptimo y ultimo libro 👀

Series this work belongs to: