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Eternidad

Summary:

Las piezas están por unirse. El espejo está casi completo. Mi nombre es Anna, han pasado siete años desde que mi hermana tomó el trono. Estoy por tener a mi segundo hijo, pero antes de tener el segundo debo salvar al primero, y también salvar a Elsa. Iniciar un viaje para conocer el pasado que la nieve cubrió y el secreto de los dos niños que iniciaron todo esto.

Chapter 1: I. El espejo y el trozo de espejo

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido en FanfictionNet en agosto del 2014.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.
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Los capítulos antiguos tienen la ortografía corregida a comparación de como los subí originalmente.

Notes:

La verdad, no tenía planeado subir este fic hoy, de hecho, quería subirlo, no sé, el proximo mes, a pesar de que ya lo tenía escrito hace semanas. Pero tenía tantas ganas de subirlo de una vez jaja

Bien, para aclarar, este fic no sólo está basado en Frozen, sino también en el cuento de "La Reina de las Nieves" Pondré partes de ese cuento, algo resumidas y modificadas hasta cierto punto, pero capítulos más adelante será diferente...

Ya, que comience y nos vemos al final.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

Eternidad

capítulo 1: I. El espejo y el trozo de espejo.

¿Cuál es la clave de la felicidad eterna? Yo digo que es mantenerse en el estado más puro de inocencia, así como un niño. Pero bien es sabido que los niños no pueden amar, no de manera romántica, y no es que el amor sea pecado, este también puede llevar a la felicidad. Pero, a diferencia de la inocencia, el amor no asegura la eternidad, en este caso el bien y el mal se mide en acciones, y no siempre el amor va de mano de la bondad. A veces te hace hacer estupideces, a actuar con egoísmo. A veces ese amor es prohibido. Y las puertas del Reino de los Cielos se cierran para ti.

Érase una vez, un troll malvado, porque hay trolls malvados, y este era de los más malvados, era como el diablo mismo. Un día el troll se encontraba muy contento, porque había fabricado un espejo mágico, el cual tenía la propiedad de desaparecer todo lo bueno y bello reflejado en él, y todo lo que era malo y feo resaltaba, volviéndose aún peor. Los paisajes más encantadores, al verse reflejados en este espejo, se veían tan horripilantes como un plato de espinacas hervidas y las personas buenas se veían totalmente repulsivas, con los rostros tan deformados que eran irreconocibles. Si un defecto tenía el rostro reflejado, el espejo lo agrandaba para hacerlo lucir peor.

El troll se divertía mucho con todo esto. Si alguien tenía un pensamiento bueno y piadoso, el espejo reflejaba una mueca diabólica que provocaba las carcajadas del troll por su astuta invención. Todos los que acudían a la escuela de trolls, pues había una escuela de trolls,  hablaban del espejo "¡Se ha producido un milagro! ¡Finalmente se podrá ver el verdadero rostro del mundo y de sus gentes!" Llevaron el espejo a todos lados y al final no quedó ningún hombre ni ningún país que no fuera deformado por el espejo.

Pero los trolls no estaban conformes con esto. Se propusieron ir al cielo para burlarse, incluso, de los ángeles y de Nuestro Señor. Mientras más alto subían los trolls, el espejo se retorcía más y más que apenas podían sujetarlo. Cuando se acercaron a Dios y a los ángeles, el espejo no paraba de dar muecas horripilantes, se retorció tanto que se les escapó de las manos y terminó por estrellarse contra la Tierra, rompiéndose en centenares de millones, o mejor, en miles de millones de añicos, y quizá más, de esta manera, hizo mucho más daño que antes.

La mayoría de sus trozos apenas eran más grandes que un grano de arena, se esparcieron por el aire, llegando a todo el mundo. Cuando un diminuto fragmento caía en un ojo, ahí se quedaba, y a partir de ese momento, todo lo que se veía era deformado, apreciando sólo lo malo de las cosas, pues cada polvo de espejo conservaba la propiedad del espejo cuando estaba entero. Lo más terrible fue que a más de uno se les alojaba en el corazón, convirtiéndolo inmediatamente en un trozo de hielo, frío y sin sentimientos.

Incluso se encontraron cristales lo suficientemente grandes como para crear gafas o ventanas ¡Pero que a nadie se le ocurriese mirar a través de ellas! Lo que se contemplaba era sencillamente espantoso. Al ver esto, el maligno reía hasta estallar en carcajadas, todo esto le parecía agradable. Todavía ahora, andan flotando en el aire pequeños trozos de espejo...

-¡Yaaa!- gritó la pequeña niña, llenando sus ojos y mejillas de lágrimas que no paraban.

-¿Qué sucede, Anna? Aún no termino de contar la historia.- decía la reina, madre de la niña, mientras cerraba el libro y se disponía a cargar a su pequeña.

-¡No quero!- gritó mientras sollozaba. A la princesa aún se le dificultaba pronunciar las palabras-. ¡Libro feo! ¡feo!

-Mamá.- habló Elsa, que era la hija mayor, tres años más grande que su pequeña hermana-. Creo que es una historia demasiado... escalofriante para una bebé como Anna.- no la llamó "bebé" por ofenderla, sino que Anna era tan pequeña que apenas podían dejarla de considerar bebé para comenzar a llamarla niña. Pero incluso al ser Elsa la mayor, sintió un escalofrío al escuchar esa historia.

-¿Escalofriante?- murmuró la reina, abrazando más a su hija menor-. Oh, no, no, pequeñas. Esta historia no es de miedo, es mi cuento favorito, estoy segura de que si me dejan terminar de leerlo...

-¡No!- gritó la pequeña bebé Anna, cubriendo sus oídos, totalmente aterrada.

-Acéptalo, mamá, es una historia aterradora.- dijo Elsa, riendo un poco, mientras se metía a su cama para dormir.

-Tal vez algún día.- se resignó la madre de las niñas. Llevó a Anna a su cama y ahí la arropó, la besó y le dio su bendición, acto seguido hizo lo mismo con Elsa-. Buenas noches, mis pequeños polvos de cristal.

La reina cerró la puerta de la habitación de sus hijas. Suspiró, era una lastima que no les gustara su cuento favorito, aquel libro que hace mucho tiempo alguien le había regalado. Ya tendría tiempo para volver a intentar contárselos, algún día.

-¿Otra vez ese libro?

La reina elevó la vista para ver quién había pronunciado esa pregunta. Era su amado esposo, el rey, que le sonreía tiernamente. Ella no dudó en acercarse y besarlo, abrazándolo con dulzura. Él le arrebató el libro de entre sus manos cuando ella se distrajo.

-¿Qué les pareció?- preguntó, notando la expresión desanimada de su esposa.

-Muy apenas me dejaron terminar de leerles el primer episodio.- dijo, mostrándose agotada.

-Que lastima, es tu libro favorito, no paras de leerlo.

-A ti también te gusta, no me engañas.- sonrió con picardía.

-Sí, pero no estoy tan obsesionado como tú.- bromeó. Después resopló-. Tal vez sea lo mejor por ahora, no vaya a ser que Elsa se sienta identificada con... dicho personaje.

-Ja, ja.- rió la reina-. Claro que no, Elsa no se parece en nada. Nuestra pequeña princesa es tan bondadosa, como una bella flor de primavera.

-Ya tendrás tiempo para leerles, vamos, es hora de dormir.- le tendió el brazo a su esposa y esta la sostuvo-. Además, tarde o temprano querrá saber la verdad.

Ambos se dirigieron a su habitación, caminando juntos. La reina, que se sentía muy feliz, sintió algo más en su pecho, una sensación de inseguridad, de sospecha. El recuerdo de un dolor en el corazón. Buscó con la miraba algo en la ventana, sólo encontró el cielo oscuro, lleno de nubes muy grises.

Se tendría que ser muy ingenuo si se piensa que las niñas se fueron a dormir inmediatamente. Elsa despertó al escuchar el ruido de un pequeño cajón arrastrándose. Era Anna, que lo había movido para usarlo de escalón para subir a la cama de su hermana, porque aún se le dificultaba. Se arrojó al lado de su hermana ya despierta y comenzó a tratar de levantarla.

-Ya duérmete, Anna.- le decía la mayor, adormilada y hasta con algo de fastidio-. Creí que estabas asustada por la historia.

-Más asustada estaré si no juegas conmigo.- decía con voz torpe, al ser ella tan pequeña.

-Es una excusa, Anna, tengo sueño.- se cubrió totalmente.

-Vamos, haz la magia como la otra noche.- rogó, poniendo una carita de cachorrito.

Elsa sonrió. Ambas hermanas pequeñas bajaron hasta un gran salón donde se pusieron a jugar con la nieve y el hielo, aunque Elsa seguía siendo muy inexperta al usar sus poderes. El salón se cubrió de escarcha y por un momento pareció que las ventanas se adornaban de flores gélidas.

.

Pero, en otro lugar muy apartado de ese reino, muy lejos de Arendelle, entre Noruega y Finlandia, más para ser precisos, en alguna parte de Suecia, algo pasó esa misma noche, algo malo.

Una mujer, de cabello corto y muy oscuro, dormía en el suelo de una vieja cabaña abandonada, cubierta con mantas. No notó, al estar ella dormida, que las nubes grises del cielo nocturno traían consigo el viento fuerte y helado, tal como si fuera invierno. Los copos comenzaron a caer, cubriendo la madera de esa solitaria cabaña, más la mujer sólo roncaba y no despertaba.

No notó siquiera cuando una ventisca entró a la cabaña, la rodeó y buscó algo, ni sintió la ligera luz de una pequeña aurora que iluminó el cielo nocturno. La mujer sólo tembló un poco por el frio.

Un pequeño animal, uno bebé, un reno casi recién nacido, para ser más precisos, dio torpes pasos hasta la mujer dormida e intentó despertarla como pudo, pero esa mujer tenía el sueño pesado.

-¡Hazte a un lado, animal estúpido!- rugió con rudeza, empujando al pobre reno y haciéndolo llorar-. Espera un segundo...- se dio cuenta, se dio cuenta cuando notó el vapor que salia de su boca al hablar. Estaba helando-. ¡No puede ser!

Se levantó muy deprisa, seguida por el reno bebé. Corrió a asomarse a las cobijas sobre la paja, donde las había dejado antes, y lo que buscaba no estaba ahí.

-¡No puede ser!- volvió a gritar, aterrada-. ¡Estúpido reno! ¡¿Por qué no me despertaste antes?!- el reno sólo se puso de mal humor al escucharla.

Ella volteó a la entrada de la cabaña y logró verla, unos copos de nieve llevados por una fuerte ventisca, que se alejaban mientras la luz de la aurora se hacía más intensa. No la iba a dejar escapar. Tomó su espada y corrió, siguiendo aquella ventisca como un enemigo que quisiera atrapar. Y los copos de nieve llevaban cargando algo, algo pequeño.

-¡Devuélveme a ese niño!- gritó con rabia la mujer que perseguía la ventisca-. ¡Devuelve al mocoso enseguida!

Pero aquella ventisca no obedecía y se llevó al niño pequeño hasta un risco iluminado por la luz verde y purpura que irradiaba el cielo en forma de ligeras olas. Ahí, debajo del risco, había afiladas rocas y un violento mar. La mujer de cabello negro y la espada paró al verla tan cerca de tal precipicio y temió más que nunca por la seguridad del niño.

-¡Devuélveme al niño, maldita bruja del demonio!- bramó la enfurecida mujer. Más a la criatura a la cual gritaba no era una bruja, era algo mucho peor que eso.

Aquellos copos de nieve se materializaron, volviéndose una mujer de mirada fría y siniestra, de una blancura perfecta, ella era mucho más que hermosa, ella era perfecta, sus ojos centellaban como estrellas, su vestido era blanco y parecía formado de millones de copos brillantes. Esa mujer de hielo cargaba al pequeño en sus brazos, acariciando su rostro con sus manos heladas.

"Si sabes lo que te conviene, mujer, dejarás de cuidar a este niño" decía, mientras acariciaba los cabellos rubios del dormido pequeño.

-¡Te lo llevarás sobre mi cadáver, bruja!- desenvainó su espada, mirando a la mujer helada con fiereza-. Sé que te encuentras débil por nuestro anterior enfrentamiento, con un solo corte podré matarte.

"Como si una mujer como tú pudiera herirme, al menos no sola, no con tu corazón oscuro" habló con orgullo "Este niño me pertenece. Sí, me encuentro débil, pero todo cambiará cuando junte todas las piezas"

-¡Nunca tendrás lo que quieres, bruja!- corrió hasta aquella mujer helada, alzando su espada, dispuesta a cortarla y recuperar al niño.

"Alto" amenazó, acercando su mano al pecho del pequeño "O congelo su corazón en este instante"

-¡Eres una cobarde!- gritó la mujer, con rabia.

"No puedes hacer nada, mujer. Está en el destino y el destino lo escribo yo. Cuando las piezas se junten, el mundo cambiará y este niño lo hará. Ahora nadie me detendrá, nadie vendrá a salvarlo, ni siquiera tú"

-¡Devuélvelo!

Pero la mujer nada podía hacer contra la bruja de hielo. Aquella malvada criatura blanca como la nieve sólo se volvió uno con la ventisca, llevándose al niño con ella. Pero antes de que el viento helado desapareciese, el pequeño reno bebé llegó, queriendo salvar al niño de las garras de esa bruja, siguió las luces de la aurora y saltó hacía ella, con mucho valor.

-¡Sven, no!- gritó la mujer, desesperada al ver al reno desaparecer junto a la Reina de las Nieves y el niño-. ¡Maldición!- gritó con mucho coraje, insultando todo, encajando su espada contra el suelo, con mucha fuerza e ira.

Se sentía como una inútil, una completa inútil que no podía siquiera cuidar a un par de bebés. Y su ira se convirtió en terror y el terror en lágrimas que se asomaron por sus ojos.

-¡Soy una tonta! ¡los perdí a ambos!- gritó, sollozando incontrolablemente, odiaba llorar-. Lo siento, Bae, no pude ni siquiera proteger a tu pequeño Sven.- susurraba, con el corazón destrozado, soltando todas sus lágrimas-. ¡Animal tonto!- y realmente deseaba sentir ese insulto, pero sólo le dolía haberlo perdido-. ¡Sven, protege a Kristoff!

Su deseo se perdió en la ventisca y tal vez Sven pudo escucharlo o tal vez no.

Y la Reina de las Nieves, tan majestuosa como un espíritu, volaba por el cielo infinito, atravesando bosques, lagos, montañas y mares. Bajo de ella el viento silbaba y los lobos aullaban. Ella tomaba al pequeño en sus brazos, sujetándolo con fuerza, acariciando su rostro con algo parecido al cariño. Pues la cara de ese niñito le recordaba a otro que había conocido hace un largo tiempo.

-Pequeño Kristoff, no tengas frio, nos espera un largo camino.- le acariciaba aún su cabello dorado mientras pensaba que él podría ser el niño más perfecto que se hubiera encontrado (aunque su perspectiva de la perfección es muy distinta a la normal)-. No tendrás que sentir frio más, ni en tu piel ni en tu corazón ¿Tienes frio, Kristoff?

Pero el pequeño no iba a responderle, que aún seguía dormido, sólo que no dejaba de temblar y no sólo de frio, sino que al estar con la mujer más fría, las pesadillas del mundo le llegaban. Y la Reina de las Nieves acercó sus labios a la frente de él, con su beso podría calmar ese frio que él sentía, podría dejar de sentir.

Sus labios no lograron rozar al pequeño, ya que la reina se distrajo al sentir un movimiento entre las ropas que cubrían sus piernas. Giró y logró observar al pequeño reno que jaloneaba en un intento de apartar a la mujer del niño, pero la Reina de las Nieves sólo tomó al pequeño Sven con su mano libre y lo observó con sus ojos penetrantes de estrellas.

Era verdad que la gran Reina de las Nieves se encontraba débil, no sólo porque hace poco tiempo había tenido un enfrentamiento, sino en parte por sus tantos años de existencia, pero más débil se encontraba ante criaturas inocentes. Cuando besara al pequeño bebé Kristoff, el corazón del pequeño se congelaría, se volvería oscuro y cruel, podría hacer con él lo que le placiera. Pero aún no, porque Kristoff era inocente y con las criaturas inocentes la reina no puede hacer nada. Y Sven, que era aún mucho más inocente que Kristoff, porque todos saben que los animales no tienen malicia, no podía lastimarlo. A menos, claro, que le lanzara una ventisca y lo congelara.

"¿Sven, cierto?" se dirigió al animal, con voz majestuosa "Por tu tamaño no debes tener más de una semana de haber nacido ¿Tan importante es para ti este niño en tan poco tiempo?" era claro que el animal no le respondería, al menos no de manera verbal, pero la reina lo comprendió al verlo "¿Vives para protegerlo? Oh, ahora entiendo, ya lo veo, sabía que te me hacías familiar"

La reina, al estar tantos metros de altura, volando en el viento, sólo podría dejar a Sven caer y verlo perecer, pero no lo hizo. Pensó que si iba a conservar a Kristoff, quizá podría dejarlo tener una mascota, así tal vez nunca sienta el más mínimo deseo de alejarse de ella. La Reina de las Nieves sabía que ella se estaba quedando sin fuerzas, que muy apenas logró sacar poder para lograr conseguir a este niño y que si por alguna razón alguien decidiera rescatarlo, ella no tendría el poder para detenerlo. No hasta que se junten las piezas.

Tan débil se encontraba que la poca energía que le quedaba era sólo para regresar a su palacio, después de eso tendría que descansar por mucho, mucho tiempo. Esto se debía porque el mundo estaba lleno de bondad y mientras más tiempo pasaba, el reino de la paz se hacía más grande, pero la Reina de las Nieves existía por y para la maldad, por eso tardaría en recuperar fuerzas.

Tal vez debió decidirse por soltar a Sven, pero no lo hizo, de cierta forma le tenía compasión, pero nunca previó que el pequeño animal tendría la suficiente voluntad para enfrentarse a ella. El pequeño reno se movió tan bruscamente y logró saltar, no al lejano suelo, sino hacía donde estaba el pequeño Kristoff durmiendo, en el brazo izquierdo de la reina. Logró empujar al pequeño niño, haciendo que él cayera.

La reina pudo ver cómo Kristoff caía y se alejaba de su agarre. Ella se encontraba débil y si decidía salvarlo se le agotaría su poca fuerza y no podría regresar a su palacio, al menos no con él. Pero no le convenía dejarlo morir.

Miró al animal y se preguntó si el reno había sacrificado al niño para perjudicar sus planes, o él sabía que ella iba a salvarlo. Dirigió a Sven una mirada gélida, una muy inquietante.

Usando sus ultimas energías, las muy pocas que le quedaban, movió la ventisca, tan fuerte que la misma aurora se estremeció. Los copos se agitaron, se juntaron, se ordenaron y formaron una gran montaña de nieve, tan blanca y suave como una almohada, y cuando el pequeño Kristoff cayó, fue como caer en un mar de plumas.

Y la reina, con sus energías perdidas, descendió al suelo, aún con el reno en brazos. En otros tiempos ella tendría el poder de congelar incluso grandes volcanes como el Monte Vesubio, pero ahora la simple acción de crear una simple montaña de nieve la había agotado tanto que cayó de rodillas.

Logró llegar a donde estaba el niño, que había dejado de temblar y ahora sólo estaba sumido en su sueño profundo. Y ella, la reina, sabiendo que ya nada podía hacer, gastó su ultima gota de energía para besar débilmente su frente. Y ese beso era malvado, porque tenía el poder de hacer olvidar, y tan pronto lo besó, el niño olvidó todo, olvidó los pocos recuerdos que tenía a sus cuatro años de edad. Olvidó sus amigos, su vida, sus padres... de esa forma él nunca iría a buscarlos, ahora sólo era un niño huérfano más. Pero la reina se encargó de hacer que el niño no olvidara a Sven, no, hizo que el niño no lo olvidara.

-Pequeña cría de reno.- habló la reina con voz débil, mientras desaparecía en la nieve-. Tus deseos serán cumplidos, cuidarás al niño, lo cuidarás por mí.

Soltó al animal y este no dudó en acercarse al pequeño y acurrucarse a su lado. Después de todo, la reina necesitaba al niño vivo, y no se le ocurría alguien mejor para cuidarlo que esa cría de reno.

La reina desapareció en la nieve, como si muriera, pero no estaba muriendo. Ella volvería, volvería cuando recobrara sus fuerzas, cuando haya acumulado suficiente maldad del mundo, cuando pueda volver a congelar corazones inocentes. Pero sabía que cuando volviera, el tiempo habría pasado.

Lo ultimo que hizo fue acariciar el cabello dorado del niño por ultima vez.

Necesitaría años para recobrarse, sabía que esta podría ser la ultima vez que viera al niño como eso que es, un niño. Pero volvería, si no es por él, será por otro niño como él, por eso lo necesitaba con vida. El sol apareció, resplandeciente, la nieve que pudo haber estado ahí se transformó en agua para regar el pasto.

Y el pequeño bebé Kristoff despertó, empapado, sin saber quién era ni donde estaba. Sólo conocía su nombre y a su amigo Sven al lado de él. No lloró, porque no recordaba a nadie por quién llorar. Y cuando trataba de recordar sentía algo en su frente, como un beso gélido, como esos que te congelan los huesos. Pero a la vez tenía calor, calor como las bellas flores de primavera.

Notes:

He estado planeando este fic desde hace muchos meses, por ahí ya había dicho que quería hacer un fic de Frozen, pues es este. Lo empecé a planear después de que leí el cuento de La Reina de las Nieves (que leí después de ver la película de Frozen) En cierta forma este fic es mi manera de expresar mi molestia al darme cuenta de que su adaptación de Disney no se parecía en casi nada a la original.

Pero tardé en empezar a escribir, la razón es que, aunque el cuento me gustó, no lo entendí. Fue tiempo después cuando comprendí qué quería decir la historia realmente y fue así que pude comenzar a escribir.

Así, este es el primer capítulo. Ya tengo escrito casi completamente el capítulo dos y ya comencé a escribir el tres, pero no los esperen pronto. Subí este cap antes de tiempo y por lo tanto decido tardar en subir los siguientes (que por cierto, son muy largos)

Una cosa. Si tuviera que describir este fic con una palabra, sería "Raro"

¿reviews?

Chapter 2: II. Un niño...

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido en FanfictionNet en agosto del 2014.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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Eternidad

capítulo 2: II. Un niño...

No hay nada capaz de congelar el tiempo, aunque se quiera así. Y los años pasaron, tan rápido como una casual ventisca. Fría pero pasajera.

Poco más de cuatro años habían pasado desde que la mayor de las princesas de Arendelle, Elsa, había subido al trono y se había convertido en reina. Poco más de dos años han pasado desde que la más joven de las princesas, Anna, se había casado ¿Con quién se había casado? Con el joven proveedor de hielo oficial de Arendelle, Kristoff, que ahora por el matrimonio con la princesa, era un príncipe, aunque odiaba que lo llamaran así.

El destino no pudo haber escogido mejor noche para ese acontecimiento, porque el destino siempre planea bien las cosas. Era una noche oscura de invierno, con una fuerte tormenta de nieve, tan fuerte ventisca que sólo complicó el suceso. Pero el destino lo quiso así por alguna razón. O tal vez sólo alguien estaba observando.

¿Pero qué suceso importante se llevaba acabo esa noche helada? Pues era un suceso que armó un gran escándalo, tal que nadie en el castillo podía dormir esa noche...

-¡AAHHH!- por los gritos de la mujer que los provocaba.

Nada, sólo el milagro de la vida.

-Descuide majestad, ya falta poco.- decía la partera para tratar de consolar a la ya enfurecida Anna.

-¡Eso dijo hace cinco minutos!- gritó la princesa, con algo que iba mucho más allá de la furia. Sólo podía sentir un extremo dolor, uno insoportable.

Había sido muy difícil hacer que los médicos llegaran al castillo por causa de la ventisca, pero cuando la reina es la hermana de la afortunada madre, no hay imposibles, más aún cuando esta reina podía controlar la nieve.

-Anna, mírame, todo va a estar bien.- le dijo Kristoff, viéndola con compasión, no soportaba ver a su esposa sufrir tanto-. Vamos, toma mi mano.

-¡Todo es tu culpa! ¡Tú me hiciste esto, desgraciado!- gritó desgarradoramente, apretando la mano de su esposo con demasiado fuerza.

-¡Ay! ¡Pero no aprietes tanto!- él intentó soltarse de su agarre pero su esposa se rehusó a liberar su mano, en cambió le encajó las uñas con fuerza.

-¡Y eso no se compara al dolor que estoy sintiendo yo! ¡Ahh!

-Anna, sé fuerte, ya falta poco.- habló la reina, intentando calmar a su hermana.

-Ya casi terminamos, majestad. Ahora puje.- ordenó la partera, a Anna no le quedaba de otra que obedecer.

¡AAAHH!- volvió a gritar una vez más.

Una ventisca de nieve corrió por la habitación en ese preciso instante, causando un escalofrío a más de uno, apagando las velas y sacudiendo las cortinas violentamente.

-¡Elsa!- gritó Kristoff, pensando que era una mala broma.

-¡Yo no he sido!- se molestó la reina, odiaba que la culparan-. Mira, sólo se abrió la ventana.

El médico que ahí se encontraba se ofreció para cerrar la ventana y encender de nuevo las velas. Cuando la primera llama de luz fue encendida, un llanto se hizo presente, causando el alivio de todos.

La partera cargó al pequeño, lo cubrió, lo limpió y el médico lo examinó para asegurarse de que todo estuviera en orden. Elsa se apresuró a ir a ver a su sobrino, Kristoff hizo lo mismo. Anna se molestó de que ellos lo vieran primero, pero estaba tan cansada que sentía que no podría gritar para reclamarles, más que para hacer una simple pregunta.

-¿Es niño o niña?- preguntó la ahora madre, con voz debilitada, pero ansiosa.

-Es un niño.- contestó Kristoff, hablaba como si estuviera viendo la cosa más maravillosa del mundo, pero para él era así.

El padre llevó al bebé a los brazos de su mamá, y ella, llorosa, lo sostuvo por primera vez en sus brazos. No podía creer que finalmente lo estaba cargando, era la cosa más hermosa que había visto.

-Hola Christian.- lo saludó con cariño y le dio un tierno besito.

-¿Christian?- preguntó Elsa, alzando la ceja.

-Pensé que sería un nombre bonito.- admitió la princesa, avergonzada.

-Es perfecto.- la reina sonrió, casi llorando de alegría por su hermanita, pero se contuvo. Sólo se giró hacía la puerta-. Los dejaremos solos.- con un gesto llamó a los médicos para que la siguieran.

Ella abrió la puerta y rápidamente pudo encontrar a aquel singular muñeco de nieve que se había mantenido pegado a la puerta, escuchando todo lo que pasaba y conteniéndose por no entrar a ver.

-¡Elsa! ¿está todo bien? ¡¿Fue niño o niña?! ¡¿puedo verlo?!- preguntó entusiasmado, tratando de ver por detrás de ella, pero no lograba alcanzar a ver el bebé.

-No te preocupes Olaf, el bebé está bien, fue un niño. Ahora vámonos, debemos darles espacio.- Elsa empujó al muñeco, casi lo arrastró, porque sabía que si él se quedaba no le daría privacidad a la pareja con su nuevo bebé.

-Pero, pero, pero...- Olaf realmente quería entrar a verlo, pero Elsa no se lo permitió por ahora, sólo se lo llevó.

Dentro de la habitación, la pareja contemplaba a su bebé, con una gran felicidad. El niño era simplemente maravilloso, era tan hermoso a sus ojos.

-No mires.- dijo Anna, sonrojándose completamente mientras intentaba alimentar a su bebé. ¡Se sentía tan raro!

-No estoy mirando.- Kristoff se sonrojó igual o incluso más que su esposa. Sólo trató de ver a otra parte.

-Tiene tus ojos.- murmuró la princesa, casi como un suspiro. Kristoff la miró, sonriéndole con dulzura-. Y tiene el cabello de... mi madre.- no pudo evitar que la tristeza le llegara en ese momento, pero no lloró, sólo se sintió melancólica-. Quisiera que ella estuviera aquí.

-Yo nunca conocí a mi verdadera familia.- Kristoff se sentó al lado de su esposa y la besó con cariño en la frente-. Sólo tenía a Sven y después a mi familia adoptiva.

-Ja, ja, ja.- Anna no pudo evitar reír al escuchar eso, recordando que los trolls son la familia de Kristoff.

-Pero a nuestro bebé nunca le van a faltar sus padres.- acarició el rostro de Anna con delicadeza, como si tocara un delicado cristal.

-Siempre estaremos con él.

El pequeño bebé Christian estaba tranquilo, con los ojos cerrados, acurrucado en los brazos de su madre. Realmente, a los ojos de sus padres, era el bebé más hermoso, él era perfecto. Era un bello milagro nacido en una tormentosa noche de invierno.

.

Pasó una semana, el reino seguía en fiesta por el nacimiento del nuevo miembro de la realeza, mientras, en cambio, en el palacio los llantos siempre mantenían atentos a la servidumbre, y Anna agradecía que siempre le ayudaran con el bebé.

Kristoff seguía siendo vendedor de hielo, incluso ahora que era un príncipe, solamente no quería dejar su trabajo. Además tenían planeado dejar el castillo para irse a vivir a otro sitio, una bella casa a las fueras del pueblo, cerca del bosque, que aún estaba en construcción. Estaba suficientemente cerca como para que Anna viera a su hermana todos los días que fueran posibles, pero ahí podrían ser más independientes. Kristoff decía:

-Tenemos una familia ahora, no siempre vamos a ser mantenidos por tu hermana.

-Oh, pero a Elsa le gusta mantenernos, ¿no es así, Elsa?- Anna miró a su hermana con un gesto adorable, aunque en el fondo suplicaba con la mirada. Elsa rió.

-Anna, Kristoff, todo en este palacio también es suyo, es su hogar, yo no los mantengo ya que mi riqueza también es de ustedes, pero entiendo que quieran su propia privacidad.- habló la reina, sin perder su sonrisa.

-Ay, Elsa, tú lo que quieres es que Christian ya no te despierte en la madrugada con su llanto.- se quejó la hermana.

-¿Qué?... Eso no...

-Anna.- la llamó Kristoff-. Si tanto quieres que nos quedemos aquí...

-No, no, está bien, tener un hogar propio suena... lindo.- y en verdad le sonaba lindo, la hizo emocionarse e ilusionarse-. ¿Pero podré llevar conmigo todos mis vestidos y zapatos? ¿no es así?- parece que a lo que le temía era perder todas sus cosas.

-Por supuesto, Anna.- le aseguró Elsa-. Además nunca les va a faltar nada, son de la realeza después de todo. Mientras yo esté aquí no le va a faltar nada a mi sobrinito.

-Uff, qué alivio, por un momento creí que viviríamos en una choza vieja que...- se calló cuando notó la mirada malhumorada que le dirigía Kristoff-... Y no digo que eso tenga algo de malo.- sonrió inocentemente-. Pero, Elsa ¿siempre podré venir a visitarte? ¿cierto?

-Claro.- ella sonrió, se acercó a abrazar a su hermana-. Hemos superado la barrera que nos separó tantos años.

-¿La puerta?- dijo medio en broma, recordando las veces en su infancia en la que intentó jugar con su hermana pero esta nunca la dejó entrar.

-Sí, la puerta.- le hizo gracia, ahora todo eso parecía tan lejano-. Unos cuantos metros no nos van a separar, no te preocupes. No importa donde vivas, siempre serás mi hermana, siempre estaremos juntas, siempre.

Pero para mudarse aún faltaba mucho tiempo, tal vez meses, su nuevo hogar aún estaba en construcción (además era un lugar muy grande). La pareja y su bebé se quedaban en la habitación de Anna, que ahora era la habitación de los tres, el sitio era lo suficientemente grande para ellos.

Pero, bien, al pasar exactamente una semana desde el nacimiento de Christian, Anna se le ocurrió una grandiosa idea, todo gracias a que últimamente no dejaba de pensar en su ya fallecida madre. Ella quería encontrar los libros que su madre le leía a ella y a Elsa en su infancia, para así poder leérselos a Christian; aunque Elsa le repetía que Christian era demasiado pequeño como para entender qué historia le estaban leyendo. Pero Anna quería comenzar a leerle a su hijo, pensó que sería una buena forma para fortalecer su vinculo madre-hijo.

Esa noche estaba nevando poco, lo suficiente para dejar un delicado manto de nieve en los jardines. Era hora de la cena y como siempre toda la familia se reuniría para comer juntos. Pero Anna llegó tarde a esa cena familiar, ella estaba decidida a encontrar el libro perfecto para ser el primero en leerle a su hijo, así que antes de bajar a cenar fue a la biblioteca del castillo junto a una mujer de la servidumbre.

-Alteza, esto no es necesario, yo misma podría buscar...

-No, no, yo soy la que debería encontrar el libro.- respondió Anna a la empleada-. Sólo yo sé qué libros me leía mi madre.

-Se equivoca alteza.- la mujer sonrió con ternura al recordar-. Yo era cercana a su madre, sé qué historias leía, incluso qué libros le encantaban a ella.

-¡¿En serio?!- exclamó la princesa, perdiendo el equilibrio y casi cayendo de las escalera en donde estaba para tomar un libro de la repisa más alta.

-Con cuidado, majestad.- la sirvienta abrió mucho los ojos, espantada al casi ver a la princesa caer.

La mujer caminó hasta cierta parte de la biblioteca, donde había muchos libros viejos y empolvados. Tomó un libro en especifico, uno especialmente empolvado, ya que no había sido tocado desde hace años. Llevó el libro hasta la princesa y esta lo sujetó.

-Era el favorito de su madre, aunque según sé, nunca se lo leyó a usted y a su hermana.- llevó su mano al pecho y rió al recordar algo-. ¿Sabe que la protagonista de ese libro tiene mi mismo nombre?

-¿En serio, Gerda?- se sorprendió.

-Sí, su madre no dejaba de recordármelo, cada momento.- suspiró al recordar la anterior reina y sus ocurrencias.

-Tal vez tú y la protagonista del libro sean la misma.- dijo, casi en burla, la princesa.

-Ja, ja.- no pudo evitar reír por el comentario-. Su madre decía lo mismo, a veces pienso que sólo lo hacía para molestarme. Pero no, la protagonista de esta historia es una niña, y es rubia, yo soy todo menos rubia.- ella hizo una expresión pensativa unos momentos y después volvió a hablar de buen humor-. ¿Sabe? Hace años conocí a una mujer rubia, creo recordar que su nombre era Gerda también, supongo que es un nombre muy común.

-Ja, ja, ja.- Anna también rió, aunque no recordaba a nadie más con ese nombre-. Bien, creo que este libro será el que le lea a Christian. Muchas gracias por la ayuda, Gerda.

-Me retiro, alteza. Recuerde que la están esperando para cenar.

-¡Oh, sí, diles que bajo enseguida!

Anna vio cómo la mujer salía de la habitación, después se puso a examinar el libro en sus manos. Sopló a la portada para remover el polvo, no le pareció muy especial, no tenía imagen, sólo unas letras brillantes color azul en las que no se distinguían las palabras. Abrió el libro para examinar su interior, ella no leía mucho, pero ahora haría un esfuerzo. Con sólo leer la primera línea pudo recordar.

Ese libro sí se los había leído su madre, sólo una vez hace mucho tiempo. Incluso le pareció impresionante que aún lo recordara. Cerró rápidamente el libro, recordando lo mucho que le había asustado de pequeña, no quería hacerle lo mismo a Christian. No sabía cómo el libro favorito de su madre era tan aterrador. Intentó pensarlo mejor, tal vez estaba juzgando el libro demasiado rápido. Los libros no se juzgan por la portada, ni siquiera por las primeras impresiones, eso lo sabía bien.

Abrió el libro nuevamente y leyó trozos del segundo episodio y parecía un poco mejor, tal vez lo aterrador sólo era al principio. Ahora se sentía mal por no dejar que su madre le terminara de leer ese cuento. Cerró el libro y lo llevó a su habitación donde lo guardó en un cajón. Bajó finalmente a cenar.

La cena transcurrió normal, aunque sí estaban un poco molestos con ella por haber llegado tarde, su cena ya se había enfriado. Anna se preguntó de qué hablarían Elsa y Kristoff mientras ella no estaba, realmente no se le ocurría nada, tal vez simplemente no se dijeron nada, quién sabe, al menos ella no sabía. En realidad Elsa se lleva bien con su cuñado, al menos Kristoff discute menos con Elsa que con Anna.

La verdad, ellos dos, en la ausencia de Anna, hablaron un poco sobre la política del reino, aunque a Kristoff no le agradaba tanto el tema, Elsa se dio cuenta y cambió la conversación y comenzaron a hablar de Christian y de cómo habían reaccionado los trolls cuando Kristoff fue a presentarles a su bebé.

Pocos minutos antes de que Anna llegara a la cena, Olaf llegó y se sentó junto a Elsa. Él se mantuvo quejándose ligeramente sobre de lo muy poco que había visto a Christian y que no lo dejaban jugar con él. Elsa le decía que podría jugar con él cuando creciera un poco más. Cuando Anna llegó, Olaf le preguntó si a Christian le gustaría algún día aprender a patinar sobre hielo.

-Claro que Christian aprenderá a patinar sobre hielo.- decía la princesa Anna mientras casi se atragantaba con su postre-. Si yo logré aprender ¿por qué Christian no?

-Oh ¿También puedo enseñarle a hacer un muñeco de nieve?- preguntó, con la cara iluminada de emoción.

-Olaf, tú eres un muñeco de nieve.- le dijo Kristoff, haciendo notar la ironía.

-Oh...- Olaf quedó pensativo unos instantes hasta que pensó en otra idea-. Entonces le enseñaré a hacer una guerra con bolas de nieve y en verano le enseñaré los nombres de todas las flores... Sólo tengo un problema.

-¿Y cuál es ese problema?- preguntó Anna, curiosa.

-¿Y si no le agrado?- dijo, entristecido, sorprendiendo a sus amigos, ya que es poco usual verlo triste-. Soy un muñeco de nieve... algunos niños me ven y piensan que soy raro.

Sus amigos se quedaron callados por unos segundos, tratando de imaginar qué sería ser un muñeco de nieve en un mundo donde eso es una rareza, algo antinatural. Olaf siempre estaba feliz, en todo momento, y si llegaba a estar triste era por alguien más, casi nunca por sí mismo. Sus amigos no habían pensado que él se sintiera diferente, a pesar de que realmente fuera diferente, nunca pensaron que se sintiera triste por ello, porque Olaf nunca demuestra tristeza. Aunque bien es sabido que si alguien no demuestra tristeza no significa que no la tenga.

-No te preocupes Olaf.- habló Elsa, antes de que el silencio comenzara a ser notable-. Como vez, nuestra familia ama la nieve, tú eres de nieve, así que Christian te va a querer demasiado, te lo aseguro.- le dio unas palmadas amistosas en la cabeza a Olaf y luego le sonrió dulcemente-. Además, tú eres de la familia.

-¿Lo es?- murmuró Kristoff, extrañado.

-¡Sí lo es!- le contestó Anna, dándole un codazo a su esposo, después se dirigió a su amigo-. Olaf, seguramente serás un gran compañero de juegos de Christian, seguro serán como hermanos.

-¡Muy bien!- exclamó Olaf, como si nunca hubiera dejado de sonreír-. Se me ocurren muchos juegos que jugaremos juntos.

La cena terminó, Anna fue la primera en ir a su habitación ya que Elsa y Kristoff tenían que atender unos asuntos. Cuando Anna subía las escaleras fue alcanzada por Olaf, que quiso acompañarla para poder ver a Christian. Anna lo dejó acompañarla y le explicó que iba a leerle un cuento a Christian, aunque Olaf, al igual que Elsa, le dijo que Christian era demasiado pequeño para entender la historia, esto hizo a Anna refunfuñar, pero aún así Olaf pensó que sería muy divertido leerle algo.

Llegaron a la habitación y Anna fue directamente a buscar el libro en el cajón donde lo había guardado antes. Olaf fue a ver a Christian en su cuna, el bebé parecía haber despertado hace varios minutos, pero extrañamente no había llorado, sino alguna de las sirvientas, que se mantenían atentas al niño, estaría por ahí para ayudarlo a dormir. Cuando Christian vio a Olaf, se le quedó mirando con los ojos muy abiertos, como si estuviera sorprendido.

-¿Qué le pasa?- preguntó Olaf una vez Anna se acercó.

-Oh, es que es muy pequeño para asustarse.

-¿Ah?

-¿Qué dije?- murmuró con torpeza-. ¡Quise decir para reírse! ¡es muy pequeño para reírse! Ja, ja, ja. Tú eres adorable, Olaf.- se dio una palmada a sí misma por su ridículo intento de corregir su error, que por cierto dio resultado.

-Oh, bien, ya tendrá edad para reírse.- dijo entusiasmado el muñeco de nieve-. Vamos, Anna, ¿qué vas a leerle?- señaló el libro que la princesa tenía en la mano.

Anna mostró el libro a Olaf y este intentó leer las borrosas letras maltratadas del titulo que venían escritas de un azul muy brillante.

-"La eina le as vieves"- trató de leer-. ¡Fabuloso!- exclamó con emoción, después miró a Anna con cara interrogante-. ¿Y de qué trata?

-No creo que el titulo diga así.- Anna trató de leer el confuso titulo, semi borrado por el tiempo, pero no logró distinguir qué decía. Trató de recordar si su madre les había dicho el titulo, pero no lo recordaba-. No sé de qué trate, mamá nunca terminó de contárnoslo a Elsa y a mí.

-Oh, entonces será un libro nuevo para los tres.- Olaf buscó una silla para sentarse, la arrastró hasta al lado de la cuna y se sentó para escuchar también la historia.

Anna abrió el libro, al igual estuvo a punto de abrir la boca para comenzar a leer, pero fue detenida por Olaf, que observó las paginas que se había adelantado.

-¿Te saltaste un capítulo?- preguntó, con mirada concentrada, esperando a escuchar la historia.

-Amm, sí. Ya le leí a Christian esta parte, pero no te pierdes de nada, es muy aburrido, créeme.- contestó, mintiendo con nerviosismo, tratando de ocultar que la primera parte de la historia le asusta. Comenzó a leer-. "Segundo episodio: Un niño y una niña"- Anna suspiró con alivio, el segundo episodio lucía menos aterrador que el primero. Continuó su lectura.

En una gran ciudad, un lugar lleno de casas y gentes, donde no hay suficiente espacio para que todos puedan tener un pequeño jardín, un par de niños tenían un jardín un poco más grande que los demás. No eran hermanos, pero se querían tanto como si lo fueran. Su familias vivía una al lado de la otra, allí donde el tejado de una casa tocaba casi a la otra, se abrían un par de ventanas, una en cada buhardilla, bastaba dar un pequeño salto para pasar de una ventana a otra. Cada familia tenía delante de su ventana un pequeño cajón de madera donde cultivaban hortalizas...

-¿Qué son hortalizas?- preguntó Olaf, interrumpiendo la historia.

-Son plantas que se comen, como verduras.- explicó Anna, aunque no estaba muy segura al respecto-. Ya, no interrumpas.

...y en donde crecían también un pequeño rosal, los dos rosales, uno en cada cajón, crecían fuertes y hermosos. Un día los padres tuvieron la idea de colocar los cajones perpendicularmente a los canalones, de modo que casi llegaban de ventana a ventana, ofreciendo el aspecto de verdaderos jardines. Como los cajones estaban situados muy altos, los niños sabían que no debían treparse, aunque aveces les daban permiso de subir y reunirse, sentándose bajo el arco de rosas que el rosal había formado. Pero esta diversión se les estaba vetada durante el invierno, donde con frecuencia las ventanas se cubrían de escarcha. El niño se llamaba Kai y la niña Gerda...

-¡Oh!- exclamó Anna, interrumpiéndose a sí misma en la historia-. Gerda tenía razón, la protagonista tiene su nombre, y también tenemos un empleado llamado Kai...- miró a su amigo junto a ella-. Olaf ¿crees que nuestros nombres vengan en esta historia también?

-¡¿Te imaginas?!- gritó con ilusión-. ¡Yo en un cuento!- dijo esto y Anna intentó soportar la risa.

-Ay, Olaf, que se mencionen nuestros nombres no significa que seamos nosotros... es sólo coincidencia.- aunque Anna lo dudó un poco, ella siempre pensando en conspiraciones-. Continuemos con la historia, sin interrupciones.

Afuera los copos de nieve revoloteaban en el aire.

-Son abejas blancas que vuelan en el aire.- decía la abuela.

-¿También ellas tienen una reina?- preguntaba el niño, sabiendo que las verdaderas abejas tienen.

-¡Claro que sí!- decía la abuela-. A menudo, en las noches de invierno, recorre las calles de la ciudad, mira por las ventanas y entonces los cristales se hielan de forma extraña, como si se cubrieran de flores.

-¿Puede venir aquí la Reina de las Nieves?- preguntó la niña.

-¡Que venga!- dijo el niño-. ¡La pondré sobre la estufa y se derretirá!

-¡Ja, ja, ja, ja!- rió Anna con fuerza, interrumpiendo la historia nuevamente. Olaf la miró sin entender-. Lo siento, ja, ja. Es sólo que imaginé derretir a Elsa en una estufa.

Olaf rió un poco, ya que sonaba divertido, pero al intentar imaginarlo no le resultó tanto. Decidió ignorar ese comentario y tomarle prioridad a algo más importante.

-¿Elsa está en el libro?- preguntó con la boca abierta, perplejo.

-No Olaf, no es Elsa.- contestó, como si fuera algo lógico.

-Pero dice que es la Reina de las Nieves.

-Ya te dije que si mencionan un nombre parecido es casualidad, no es que sea realmente Elsa.- esto la hizo volver a reír, porque verdaderamente Elsa era una Reina de las Nieves, o al menos así la apodaban-. Sigamos leyendo, tal vez aparezca "Elsa" Ja, ja.

Por la noche, cuando el pequeño Kai estaba a punto de dormir, se subió a la silla que había junto a la ventana. En la calle caían algunos copos de nieve, uno de ellos, el más grande, quedó al borde del cajón de flores. El copo creció y creció y acabó por convertirse en una mujer. Era de una belleza cautivadora, aunque de un hielo brillante y enceguecedor, sin embargo, tenía vida, sus ojos centellaban como estrellas, más no había en ellos ni calma ni sosiego. Hizo una seña con la cabeza y, mirando hacía la ventana, levantó la mano. El niño se llevó tal susto que cayó de la silla.

Al día siguiente fue frío y seco, luego vino el deshielo y, por fin, llegó la primavera. Brillaba cálido el sol y los dos niños se sentaron de nuevo en su pequeño jardín. Las rosas florecieron aquel año en todo su esplendor. Los niños se tomaban de la mano y besaban los capullos ¡Qué maravillosos aquellos días de verano! ¡Qué delicia estar junto a los hermosos rosales que parecían no cansarse nunca de dar flores!

-Por eso amo el verano.- interrumpió Olaf.

-Déjame continuar, Olaf.-lo silenció Anna, ya harta de las interrupciones a pesar de que la mitad fueron provocados por ella.

Kai y Gerda estaban sentados, mirando un álbum de animales y pájaros... sonaron las cinco en el reloj del campanario... de repente Kai exclamó:

-¡Ay, me ha dado un pinchazo el corazón! ¡Y algo me ha entrado en el ojo!

Esta vez la historia no fue interrumpida por Anna ni por Olaf, ni siquiera por el pequeño Christian que había dormido durante toda la historia a pesar de que le leían a él. Sino que la interrupción llegó del lugar menos esperado: la ventana. Era una noche de invierno, pero todo el día se había mantenido con una muy ligera nevada, ahora, justo en la tranquilidad de la noche, la ventana fue azotada por una fuerte ventisca, que la abrió.

Anna, sin creer que una tormenta de nieve llegara tan repentinamente, culpó a la única que podría hacer tal disturbio.

-¡Elsa!- gritó Anna con enfado mientras buscaba algo para cubrir a Christian del frío-. ¡Si esto es una broma, no es graciosa! ¡enfermarás al bebé!

-¡Anna! ¡Anna!- Olaf corrió hasta ella y trató de hacerla voltear, tirándole del vestido-. ¡Anna, mira eso!

-Ahora no, Olaf ¿no ves que estoy buscan... do...?- Anna finalmente volteó... y pudo verlo.

La ventana seguía abierta, de ella seguía entrando la ventisca, una ventisca que formaba un muy ligero tornado en la habitación, congelando los cristales, llenándolos de flores de escarcha, el suelo se fue cubriendo de suave nieve blanca. Y, frente a la cuna, junto a la luz de la luna y la luz cambiante de una aurora, ahí Anna pudo ver lo que podría ser la criatura más hermosa de la naturaleza. La vio a ella.

No se podría decir que estaba materializada completamente. Era más bien una figura humanoide translucida, creada con centenares de copos brillantes que parecían estrellas y sus tonalidades de brillo cambiaban junto a la aurora. Parecía una bella mujer fantasmal creada de diminutas estrellas cuyos colores cambiaban de tonalidad; era completamente hermoso. Y su cabello, creado de copos también, revoloteaba junto al pequeño tornado de ventisca, simulando la misma aurora. Algo tan hermoso no podía ser posible, era tan maravilloso que a Anna le surgió algo de temor.

La bella mujer de hielo centelleante, extendió sus perfectos brazos translucidos de aurora y provocando una magia, el bebé de la cuna frente a ella levitó lentamente, siendo cargado por pequeños copos de nieve, hasta que finalmente quedó en los brazos de la hermosa mujer.

El llanto desesperado de Christian, que no podía soportar el frío helado del abrazo de la mujer, hizo que Anna saliera de su trance y entrara en completo pánico.

-¡Christian!- gritó, desesperada al ver a esa mujer de hielo cargar a su bebé-. ¡Dámelo!

Pero aquella mujer de la ventisca sólo le dirigió una mirada helada, una muy severa, como si Anna no valiera la pena para tomarla en cuenta. La bella mujer helada salió por la ventana, llevándose la ventisca consigo, dejando a Anna y a Olaf pasmados.

-¿Quién era ella?- preguntó Olaf, que nunca había visto nada igual, aún seguía sin creer lo que había presenciado.

Anna no respondió, estaba demasiado preocupada como para tan siquiera escucharlo. Corrió hasta la ventana y logró ver aquella ventisca huir con su bebé. Estuvo a punto de volver a gritar el nombre de su hijo pero en ese momento las puertas de la habitación se abrieron de golpe y la mujer que entró habló primero.

-¡Anna! ¿Qué pasó aquí? ¡¿Qué ocurre?!- habló Elsa, que había escuchado los gritos de su hermana. Observó el estado de la habitación entera, todo estaba congelado.

-¡Se llevó... se llevó a Christian!- las lágrimas ya estaban corriendo por sus mejillas cuando Anna salió disparada hacía la puerta para intentar seguir lo que sea que se haya llevado a su bebé.

Kristoff llegó y vio a Anna correr. Observó el lugar y miró a Elsa.

-¿Elsa, qué...?

-Yo no he sido.- respondió, estática, intentando comprender qué sucedía. Miró al muñeco de nieve frente a ella-. ¿Olaf?

-¡No vas a creer esto, Elsa!- respondió él, con un tono alarmado-. Estábamos leyéndole un cuento a Christian y entonces llegó una ventisca en forma de mujer ¡y se lo llevó! Era, era...- lo ultimo lo murmuró, impresionado en cierta forma-. Era como la Reina de las Nieves del cuento...

-Pero no está nevando.- dijo Kristoff, aún sin entenderlo todo, observando por la ventana el cielo ya despejado.

-No, no está nevando.- habló la reina Elsa con firmeza, con una mirada muy fría-. Pero pronto habrá una tormenta.

Notes:

Hice un salto temporal ¿Qué? No necesitan saber las vivencias de Kristoff y Sven en su infancia, ya saben qué ocurrió por la película XDDD

Originalmente este capítulo iba a tener más de 9000 palabras, son muchas xD pero al final decidí cortarlo a la mitad y que el resto sea para el capítulo tres, así que este capítulo tiene casi 5000 palabras, sigue siendo largo jaja. Pienso que tal vez capítulos excesivamente largos no iban a funcionar en este tipo de fics, así que creo que es mejor así
(y lo corté justo cuando iba a comenzar la acción (estoy desquiciada xD)
Al haber cortado este capítulo, significa que ya tengo prácticamente completo el capítulo tres (lo subiré quizá la próxima semana) también ya comencé a escribir el cap cuatro y cinco...

Por ahí en los comentarios me decían que este fic tenía mucho amor maternal, es verdad jeje, el fic trata mucho de eso. Aunque creo que no será de lo único...

y sigo describiendo este fanfic como "Raro" aunque me digan lo contrario xDDDDD

En fin. Quiero hacerles una pregunta, ahora porque no tendré otra oportunidad de hacerla sin que cause... sospechas.
Quiero saber ¿Son fans de la pareja de Hans y Elsa? ¿Creen que Hans aparecerá en este fic? (claro, independientemente de lo que respondan, eso NO afectará el fic, sólo tengo curiosidad)

nos vemos en el siguiente cap :3

Chapter 3: La tormenta

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido en FanfictionNet en agosto del 2014.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 3: La tormenta.

Christian, el hijo de Anna y Kristoff fue secuestrado, una mujer helada se lo había llevado; por eso mismo la princesa corrió hasta los establos y subió al animal más rápido que había en el lugar, este era, por supuesto, Sven. Anna vio a lo lejos y, aunque ya no podía ver esa extraña ventisca que se había llevado a su bebé, miraba en el cielo una pequeña aurora, ahí se debía encontrar su hijo.

-¡Sven, debemos darnos prisa!- le decía mientras subía a él-. ¡Una mujer helada se llevó a Christian!

Sven no tuvo que escuchar más, salió corriendo a dirección de la aurora porque, aunque nadie más lo sabía, Sven sí sabía de qué se trataba todo eso, lo había vivido antes, pero no podía decirlo, sólo tratar de alcanzar aquella ventisca y salvar al hijo de Kristoff.

Y aquella mujer, la cual no tiene caso ocultar que es realmente la verdadera Reina de las Nieves, escapaba sin demasiada prisa por el bosque, consciente de que la aurora sobre ella delataba su ubicación, mas no se preocupaba al respecto en lo absoluto.

Ella, con el niño en brazos, recordó su ultimo intento fallido, ya que la mujer, hace casi veinte años atrás, había intentado hacer lo mismo, pero con otro niño. Con Kristoff. Y ahora el niño en sus brazos tenía un gran parecido a Kristoff, esto haría a la mujer enternecerse si su corazón no fuera de hielo. Pero el bebé no sólo se parecía a Kristoff, sino que le recordaba a otro niño, y esto la hizo suspirar.

-¡Alto!- la mujer estaba tan distraída en sus memorias que no se percató de que había sido seguida, pero esto no le importó demasiado-. ¡Devuélveme a mi hijo!- gritó la chica que la había seguido, con voz valiente.

La mujer de hielo se materializó completamente, teniendo ahora el cabello rubio muy claro, los ojos centelleantes azules pálidos como copos y estrellas, la piel clara como la nieve y un precioso vestido blanco creado de copos de nieve, adornada también de precioso hielo que simulaba ser diamantes. Ella era radiante, hermosa de pies a cabeza, pero su mirada gélida hacía que la alegría de su belleza fuera opacada por el terror que da al mirarla.

Pero la madre que fue en busca de su hijo no tenía miedo, todo lo contrario, estaba dispuesta a recuperar a su bebé. La Reina de las Nieves preveía que la madre saldría persiguiéndola, esto tampoco le importó ni preocupó. Más sin embargo, ignorando a la enfurecida madre, la reina observó con detenimiento al reno al cual la chica estaba montando.

"Puedo ver que has crecido" habló la reina con voz gloriosa y por un momento Anna pensó que le hablaba a ella "¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿un par de décadas?"

-¿De qué estás hablando?- cuestionó la princesa-. Yo no te conozco.- la reina le dirigió una mirada más a la princesa, una sin rastro de emoción.

"Esto no es contigo, hazte a un lado"

La reina, hablando con voz glaciar, usando un mínimo de esfuerzo, arrojó un hielo filoso justo al pecho de Anna. La princesa, al ver el ataque venir a ella, instintivamente cubrió su pecho con ambas manos; ella sabía que un corazón congelado era malo. El impacto sólo lastimó su mano derecha, pero fue lo suficientemente fuerte como para derribarla al suelo, cayendo en la helada nieve.

Anna observó su herida sangrante en su mano derecha, no emitió ningún ruido de dolor, porque el frío en su herida era tal que no podía sentir nada en ella. La Reina de las Nieves, moviendo sólo una de sus manos, hizo que la nieve alrededor de Anna la sujetara y la mantuviera quieta en el suelo, casi congelada. La reina no pensaba matarla, no creía que valiera la pena.

-¡Libérame!- gritó la princesa-. ¡Y devuélveme a Christian!

Pero la reina ignoró por completo a la princesa y miró a Sven, que la miraba enfurecido.

"¿Realmente me recuerdas?" dijo, algo impresionada "Me sorprende, eras tan pequeño. Como vez, recuperé mis energías, soy mucho más poderosa que hace veinte años. Volví, pero no por Kristoff, él ya es mayor, pero su hijo, él aún es una criatura inocente. El pequeño Christian me ayudará a unir las piezas, las tengo casi todas. Pronto el mundo cambiará"

-¡¿En qué te ayudará?!- exigió saber Anna, que seguía sujeta a la nieve, temblando de frío-. ¡¿Para qué quieres a Christian?!

"No vales la pena, mujer" la reina, con sus poderes, hizo que la nieve que sujetaba a Anna se convirtiera en un duro hielo, que la fue cubriendo totalmente "En cuanto a ti, Sven, criatura inocente, no cometeré el mismo error dos veces. Agradezco que cuidaras a Kristoff por mí, pero no puedo dejarte vivir"

Anna pudo ver cómo la Reina de las Nieves disparaba un ataque helado a Sven, como una ventisca. Y Anna supo inmediatamente lo que pasaría, aunque el pobre Sven tratara de alejarse, no podría.

-¡Sven!- gritó Anna, pero el hielo que la sujetaba cubrió sus labios, y no pudo gritar nada más.

Y la Reina de las Nieves contempló al animal tirado en la nieve. Aquella mujer mataba animales todos los días con sus infernales inviernos, pero esta vez sintió algo de lástima. La mujer helada miró a Christian, que no dejaba de llorar, y acarició su delicado rostro. Pero cuando giró para irse, estaba rodeada.

-¡Devuelve al joven príncipe!- gritó uno de los muchos guardias montados a caballo que habían rodeado a la mujer. Ellos estaban, claro, bajo las ordenes de la Reina de Arendelle.

La Reina de las Nieves también esperaba algo como eso. Así que, como si jugara con todos esos guardias, escapó por el bosque, con el niño aún en brazos, alejándose de la escena, haciendo que los guardias la siguieran.

Rápidamente al lugar llegaron dos caballos más, montados por Kristoff y Elsa, también acompañados por Olaf que había insistido en ir.

-¡Anna!- se alarmó la reina de Arendelle al ver a su hermana ser cubierta por hielo, casi sin poder respirar.

Elsa se apresuró a descongelar a Anna, se le dificultó un poco, ya que se trataba de deshacer la magia de alguien más. Cuando finalmente logró liberarla, la princesa se encontraba muy débil, y aún sin sus fuerzas logró hablar.

-¡Sven!- ella señaló con su mano temblorosa la ubicación del pobre reno derrotado.

-¡No puede ser!- Kristoff no dudó en correr hacia él, cuando se acercó, sujetó su cabeza con sus manos-. ¡Amigo! ¡amigo, despierta! ¡Sven!

-¿Acaso él... está...?- decía Olaf, sin poder completar la pregunta, viendo desde distancia.

-Olaf, quédate con Anna, no quiero que te acerques.- le ordenó Elsa, ya que si Sven llegara a estar muerto, no quería que Olaf lo viera así.

Elsa se acercó a Kristoff y Sven. Examinó a Sven con rapidez y sustrajo los trozos de hielo que lo habían lastimado. Después de eso, resopló, angustiada, pero a la vez con alivio.

-Está con vida.- declaró, sorprendiéndose de que él haya sobrevivido un ataque así, seguro que sin la ayuda de ella, Sven no hubiera durado mucho-. Pero está muy débil, necesita ayuda cuanto antes. Esa mujer que lo atacó... es muy poderosa.- incluso Elsa, al tener poderes, reconocía que la otra mujer era muy peligrosa.

-Elsa.- Kristoff tomó la mano de su cuñada y la miró a los ojos, suplicando-. Por favor, trae a mi hijo de vuelta.

Se sentía tan impotente al saber que no podía hacer nada contra esa reina de hielo, pero también sabía que tal vez Elsa sí tenía una oportunidad. Elsa tomó con ambas manos la mano de Kristoff, frunció el ceño y habló seria y segura.

-Te juro que traeré a mi sobrino de vuelta.- tan pronto lo dijo, se levantó para seguir a la helada mujer que se estaba escapando.

-Elsa, espera.- dijo Olaf, siguiéndola-. No puedes ir tú sola.

-Olaf, no me sigas.- contestó la reina, sin detener el paso.

-Pero Elsa, esa Reina de las Nieves es muy poderosa, podría dañarte.

-Con mayor razón deberías quedarte.- respondió secamente.

-Pero Elsa, yo también quiero salvar a Christian, yo quiero jugar con él algún día, le enseñaré a patinar sobre hielo, le enseñaré el nombre de todas las flores en verano.- seguía insistiendo, tratando de seguirle el paso a Elsa.

-¡No puedes hacer nada para ayudarme, Olaf! ¡¿no lo entiendes?! ¡Regresa con Anna y quédate con ella!- gritó, de una forma tan severa y dura, con la mirada fría, pensando sólo en salvar a su sobrino, olvidando que podría dañar los sentimientos de Olaf-. Es una orden.

Olaf bajó la mirada y obedeció. Regresó junto a Anna, que aún temblaba demasiado. La chica miró a su amigo y quiso animarlo, pero no sabía cómo.

-Yo también quiero a Christian.- le dijo la princesa, con voz temblorosa, llorosa-. Intenté salvarlo, pero no pude, no podemos hacer nada, pero sé que Elsa podrá, confiemos en ella.

-Pero yo quería ayudar a salvar a Christian.- dijo, aún desanimado.

-Ay, Olaf.- lo miró, comprendiéndolo-. Te abrazaría pero... tengo mucho frío.

-Sí, lo sé.

Mientras, la Reina de las Nieves siguió adentrándose en el bosque, no porque huyera de verdad, sino que quería un buen lugar para poder destruir a todos esos humanos que la seguían. Los guardias, pensando que la habían acorralado, bajaron de sus caballos y fueron hacia ella, queriendo atacarla y recuperar al joven príncipe.

La malvada reina, sin soltar al bebé, con un movimiento de manos, creó una gran ventisca que lanzó a los guardias y los derribó. Ella formó una oscura nube en el cielo nocturno y de esta lanzó afilado hielo que fue a parar a los ahora indefensos guardias del castillo. Si no fuera porque los guardias tenían armadura, hubieran muerto atravesados en ese mismo instante. Y la reina, no conforme con el daño que les había provocado, movió la nieve del suelo y como si de una avalancha se tratara, golpeó a los hombres y los lanzó lejos. Importándole poco haberlos lastimado, matado, o sólo dejado inconscientes, mientras no molestaran más.

La Reina de las Nieves, habiéndose cansado de todo eso que consideraba más que un entretenimiento para ella, formó un hermoso trineo de hielo, tirado de un par de caballos blancos, que eran completamente de nieve. Ella quería irse ya de ese reino sin ninguna interrupción, pero no pensó que alguien más la iba a seguir hasta ahí. En un caso normal, ella ya aburrida que estaba, lo hubiera ignorado, pero la mujer que llegó fue imposible de ignorar.

-¡Devuelve a mi sobrino!- gritó en orden la Reina de Arendelle, lanzando una ventisca de nieve a dirección de la mujer helada.

"¿Hielo?" murmuró la majestuosa mujer, cubriéndose del ataque, sin recibir daño alguno "¿Cómo hiciste eso?" realmente estaba sorprendida, miró a Elsa, pasmada, sin creer lo que había pasado.

La mujer helada dejó al pequeño y lloroso niño en el trineo, después encaró a la otra reina y la miró con seriedad, examinándola.

-¡Devuelve a mi sobrino ahora o te arrepentirás!- gritó, enfurecida.

La Reina de las Nieves hizo caso omiso a su grito y, en cambio, creó un muro de hielo entre ambas, muro el cual lanzó a su ahora oponente. Gran sorpresa se llevó cuando vio a Elsa destruir el muro con un solo movimiento.

"¿Qué eres tú?" preguntó la Reina de las Nieves, estaba tan impactada que incluso le fue difícil mantener la compostura "¿Cómo obtuviste esos poderes?"

-¡Eso a ti no te importa!- gritó la otra reina, con amenaza-. ¡Sólo regrésame a Christian!

Elsa volvió a lanzar su ventisca contra la malvada mujer, pero esta volvió a cubrirse. Pero Elsa no se iba a dejar vencer tan fácilmente, ella creó mucho hielo, estalagmitas, alrededor de esa mujer y lanzó esos grandes trozos filosos de hielo hacía esta.

La mujer helada estaba más que sorprendida, nunca nadie la había atacado de esa forma. Pero no se dejó dañar, ella controlaba el hielo también, sólo se envolvió con suave nieve, y así no fue dañada. Cuando todas las estalagmitas se destruyeron, la Reina de las Nieves se dispuso a dar su siguiente ataque. Uno más fuerte.

Básicamente hizo lo mismo que Elsa, pero ella creó cientos de estalagmitas por todo el lugar, de diferentes tamaños, todos de afilado hielo. No había por donde moverse. Elsa se asustó y sólo pudo ver a aquella mujer sonreír. Y con un movimiento, la Reina de las Nieves lanzó todo el afilado hielo hacia Elsa, a una velocidad sorprendente; eran como afiladas cuchillas, grandes y pequeñas, todas lanzadas de diferentes direcciones.

Aunque Elsa creó un escudo de hielo para protegerse, no pudo evitar que parte de su ropa fuera desgarrada y, ella al distraerse, fue herida en una de sus piernas. Elsa logró ver el liquido rojo que manchaba su vestido ya destrozado y tampoco pudo evitar gritar. La Reina de las Nieves deshizo su ataque, rompiendo todo el hielo que fue remplazado por una fuerte nevada, después se acercó a Elsa con rapidez y gracia, y sujetó su cara con su mano, tomándola con mucha fuerza.

"Eres otra Reina de las Nieves" declaró, susurrando, mirando a Elsa con fiereza "Tus poderes... son como los míos. Eres como yo, pero eso es imposible... a menos que..." no terminó de decirlo, ya que Elsa levantó uno de sus brazos al cielo y disparó una señal de hielo y nieve, que pareció adornar la noche con una bella flor de escarcha "¿Qué fue eso?" preguntó sin comprender la Reina de las Nieves.

-Sólo pedí ayuda.- contestó Elsa, mirando a la otra reina con desafío, sonriendo victoriosa.

La Reina de las Nieves giró para observar el bosque oscuro, que de repente comenzó a tener un gran estruendo; se sintieron unas pisadas, unas pisadas grandes, el suelo incluso pareció estremecerse. Y la Reina de las Nieves sintió incluso cierto grado de temor. Los árboles se derribaron, mostrando una criatura enorme, seguido por un gran rugido ensordecedor.

-Reina de las Nieves, te presento a Malvavisco.- Elsa señaló al monstruo que había aparecido.

Era una criatura enorme, hecha de nieve, con hielo afilado que simulaban ser sus garras y colmillos, tenía una expresión furiosa.

"¡¿Vida?!" exclamó, ahora realmente desconcertada, aterrada incluso "¡¿Has creado vida?!"

Bien, la Reina de las Nieves había creado caballos para su trineo, pero no estaban vivos de verdad, sólo era nieve en movimiento, en cambio, la criatura frente a ella tenía verdaderamente un alma. Esa mujer había creado vida, algo que la Reina de las Nieves ni en sueños podría hacer. Ahora sabía que si Elsa llegaba a controlar por completo sus poderes, podría ser verdaderamente una amenaza para ella.

"¡¿Cómo has hecho eso?!" exclamó, casi alterada.

Esta vez fue Elsa la que ignoró los gritos de su oponente. En cambio la Reina de Arendelle se dirigió al enorme monstruo de nieve.

-¡Malvavisco, atácala!- ordenó a su fiel monstruo.

Malvavisco, el monstruo de nieve y guardaespaldas personal de la reina, que ella había creado hace mucho tiempo, rugió con violencia, arrojando una ventisca con su aliento helado.

La Reina de las Nieves estaba tan impresionada que no se alertó cuando el monstruo arrancó un árbol y lo lanzó hacia su dirección, hasta que estuvo a punto de ser golpeada. Ella estaba muy conmocionada, y con un poco de envidia hacia Elsa por poder crear tal creatura. Cuando se recuperó del ataque, Malvavisco ya venía por ella para atacarla otra vez.

Elsa aprovechó la distracción para ir hacia el trineo donde se hallaba Christian. Lo encontró con la mirada rápidamente y lo sostuvo en sus brazos. El niño estaba frío y llorando mucho, esto la preocupó demasiado, un bebé recién nacido no debía mantenerse en ese clima. Debía salir de ahí rápido, su sobrino podría enfermar, o peor aún, podría morirse.

Malvavisco siguió atacando a la Reina de las Nieves, ella esquivaba sus golpes y pisadas con facilidad. Pero cuando la reina vio que Elsa se estaba llevando al niño, enfureció y decidió terminar con el juego de una vez por todas, sin importar lo muy interesante que le había parecido aquel monstruo de nieve.

Malvavisco le arrojó una gran bola de nieve que la reina deshizo con un solo movimiento de su mano. Lo miró con expresión fría, así como todo lo que ella ve.

"Creatura... se acabó tu tiempo"

La malvada reina lanzó un ataque de hielo que derribó al gigantesco monstruo, que casi se rompió al caer. Se acercó a él, alzó su brazo derecho al cielo y formó una enorme estaca de hielo, apuntó y la clavo con fuerza en el centro de aquel monstruo de nieve.

Elsa, que se alejaba con Christian en brazos, escuchó el golpe y no pudo evitar voltear a ver qué sucedía. Pudo ver a su monstruo caer derrotado con una facilidad aterradora. La Reina de las Nieves lo iba a destruir, lo iba a matar. Vio a la malvada reina clavar un hielo muy extraño a Malvavisco, un hielo extraño e inquietante.

Sabía que tenía que irse cuanto antes, pero no se movió de su lugar. No quería que Malvavisco se muriera, ella lo había creado, era parte de sí misma. Pero no podía ayudarlo y poner en riesgo a su sobrino que no dejaba de llorar ni por mucho que ella haya intentado arrullarlo.

-Elsa.- pronunció Malvavisco, con su estruendosa voz, echando una última mirada a su reina. Y Elsa quedó sorprendida, porque era muy raro oírlo hablar-. Vete.

Fue lo último que dijo antes de estallar en centenares de trozos que se esparcieron por toda la nieve.

Elsa se quedó ahí, estática, aterrada. ¿Él realmente se había muerto? Ella abrazó a Christian con fuerza. Ya no podía hacer nada por él, sólo irse, y ella esperaba poder siquiera hacer eso.

Pero la Reina de las Nieves se le adelantó. Apareció frente a Elsa, materializándose como un espectral fantasma. La Reina de las Nieves no parecía muy alterada por que le hayan logrado arrebatar al niño, ella se veía tranquila. Esto hizo que Elsa retrocediera un paso, queriéndose alejar de aquella mujer que sólo inspiraba miedo.

"Tal vez no sea la adecuada para decírtelo" comenzó a decir "Pero el niño tiene frío, no deberías abrazarlo tan fuerte, lo terminarás matando"

Elsa miró a su sobrino que cargaba en brazos. El pequeño bebé Christian, siendo tan pequeño, estaba temblando, pero sus llantos se estaban apagando. Elsa se asustó mucho al verlo así, tanto que accidentalmente comenzó a congelar al pequeño bebé en sus brazos. No sabía qué hacer, no podía simplemente soltarlo, no podía dejarlo a un lado, pero no podía seguirlo sujetando con sus manos que congelan todo lo que tocan, incluyéndolo.

"No sigas tratando de transmitirle un calor que no puedes darle. Eres una reina de nieve"

-¡Yo NO soy como tú!- gritó, aterrada, lanzando un ataque hacia la malvada para después tratar de huir.

Para la malvada reina de nieve fue sencillo deshacer el simple ataque que la reina de Arendelle le había enviado. Siguió a la joven reina, sin prisa, mientras esta intentaba correr desesperada.

Elsa tenía un miedo que no había sentido en años. No era sólo porque una helada bruja la perseguía ¡Sino porque estaba congelando a Christian! Tenía miedo, tenía mucho miedo y se repetía en la cabeza una y otra vez "No sientas" Pero no podía dejar de sentir el miedo.

"No corras Elsa" sabía su nombre porque lo había escuchado de Malvavisco antes "Acepta lo que eres. Eres como yo"

-¡No, aléjate!

Arrojó un ataque de hielo a la Reina de las Nieves, luego arrojó otros más, pero la cruel mujer ya ni siquiera movía las manos para detener los ataques, parecía que los paraba sólo con la mirada mientras caminaba con lentitud como si fuera un espíritu. Y Elsa tampoco podía correr mucho, su pierna estaba herida, continuaba sangrando, al final terminó tropezando, cayendo en la nieve.

-¡Apártate!

Le lanzó mucho hielo que pareció brotar del suelo y arrojarse de forma afilada hacia su enemigo, pero a la Reina de las Nieves le bastó sólo tocarlo para romperlo al instante, como si el hielo fuera sólo un muy delicado cristal.

La fría mujer se acercó a Elsa, que intentaba levantarse del suelo, tratando de soportar el dolor. Elsa trató de volver a atacar pero la otra reina la sujetó, con hielo, de brazos y piernas al suelo; y por mucho que Elsa intentara deshacer el hielo, era magia muy poderosa, no pudo liberarse, ni atacar ni levantarse, tampoco pudo seguir sujetando a Christian.

La Reina de las Nieves volvió a tener al niño en su poder, fue ahí cuando Elsa comenzó a llorar.

-¡¿Por qué lo quieres?!- preguntó, desconsolada, llorando con mucha fuerza-. ¡¿Por qué tienes tantos deseos de llevártelo?! ¡Dime!

La mujer de hielo no tenía intención de contestarle a Elsa. La Reina de Arendelle no valía la pena, no como está ahora.

Ahora lo sabía, la Reina de las Nieves había descubierto el porqué de los poderes de Elsa, había descubierto qué era ella. Pero por la forma en la que Elsa actuaba, deducía que la joven reina no lo sabía. Elsa no tenía idea de lo que era en realidad ella misma y sus poderes.

Pero la Reina de las Nieves ya lo sabía. Sonrió con crueldad. Había encontrado una de las piezas que le faltaban.

La malvada reina le dio un beso en la frente al bebé y este dejó de llorar al instante. Elsa abrió mucho los ojos y pensando lo peor preguntó:

-¡¿Qué le has hecho?!

Pero la Reina de las Nieves no contestó, en cambio, le dijo algo que Elsa no entendió.

"Aún no estás lista, Elsa" habló con algo no muy propio de ella, con amabilidad "Pero te estaré esperando"

La reina, con su mano libre, sacó un pequeño trozo brillante que Elsa no pudo ver bien, pero lucía como hielo, o algo similar al hielo. La bruja sostuvo ese trocito brillante y difícil de observar; lo apuntó hacia Elsa y lo arrojó como un disparo, directo en el corazón de la joven.

Elsa sintió un terrible dolor que la haría retorcerse con más fuerza si no estuviera atada al suelo. Era como si su corazón se quemara, pero con hielo. Elsa nunca había sentido el frío con esa intensidad, el frío nunca la había dañado, pero ahora su corazón parecía que ardía de frío. Lo sentía congelarse y su primer instinto fue abrazarse a sí misma, pero sus manos estaban sujetas, ni eso pudo hacer.

Vio a la Reina de las Nieves alejarse con Christian en brazos. Su vista se volvió borrosa por el dolor pero pudo ver cómo aquella reina se agachaba para tomar algo de la nieve, parecía un trozo fino de hielo, pero no sabía por qué lo tomó.

Dio terribles gritos que parecían de agonía. El sufrimiento era tal que creyó que moriría, pensó que se destruiría como Malvavisco, aunque en esos momentos sonaba mucho mejor que seguir soportando ese dolor. Se movió con tanta brusquedad que logró liberarse del hielo que la ataba. Siguió retorciéndose con brusquedad en el suelo, sin poder pensar en otra cosa que el dolor.

A los segundos, se sintió débil y cansada. El dolor se fue completamente pero ella seguía temblando del impacto. Escuchó a su corazón latir, comprobando que estaba viva. Abrazó su pecho, sintiendo como un ligero vacío.

Buscó a la Reina de las Nieves y a Christian con la mirada, pero sólo pudo ver cómo ella se alejaba en su trineo ¡Su trineo estaba volando por los cielos!

Elsa trató de pararse pero estaba debilitada. Estaba muy agitada. No sabía qué hacer, ni siquiera podría seguir a aquella reina. Estaba desorientada, alterada, frustrada... estaba triste.

Había perdido a su sobrino, aún cuando prometió traerlo de regreso.

La Reina de las Nieves se había ido junto a Christian, llevándose su aurora con ella, pero la ventisca permaneció. Se formó una tormenta terrible sobre Elsa, todo por sus emociones inestables en ese momento triste.

Elsa se arrastró por la nieve, con heridas sangrantes y el corazón vacío de algo que no fuera tristeza. Trató de recuperar al menos algo de lo que había perdido. Pero por más que intentó, por más que se la pasó moviendo nieve y llorando, no pudo revivir a Malvavisco, se quedaría muerto para siempre. Había sido su culpa.

Nunca había sentido el miedo con tanta intensidad. No sabía qué iba a decirle a Anna ahora. Christian se había ido, quizá para siempre.

.

Al menos era invierno, pero aún así todos se daban cuenta de que la tormenta de nieve que perduró por semanas era a causa de la gran tristeza de la reina, que parecía que no podía vivir consigo misma por haber fallado.

Fueron meses fríos y vacíos. El reino se sumió en el hielo una vez más, pero esta vez a nadie le importó. El frío que los habitantes sentían no era nada comparado con el dolor que sentía la familia que había perdido a su bebé.

Elsa ordenó a todos los guardias que buscaran a Christian, no hubo nadie en el reino que no buscara al joven príncipe. Lo buscaron con desesperación, por diferentes reinos, yendo incluso más allá del mar, pero jamás encontraron al bebé.

Al menos Sven logró salvarse. Lo llevaron con los trolls y ellos lograron curarlo del ataque que había recibido de la Reina de las Nieves, pero tardaría mucho en recobrarse por completo.

El dolor de Elsa era inmenso. Se sentía culpable. Se paseaba por el castillo, con la mirada perdida y el pecho cubierto con ambos brazos, como si le doliera aún, pero el dolor que sentía era tristeza.

No podía ver a su hermana Anna a los ojos; se sentía realmente mal por ella, por haber fracasado en intentar regresarle a su hijo. Se sentía como una reina incompetente al volver a congelar su reino, pero no podía luchar contra su terrible tristeza.

Elsa sólo quería estar sola en su dolor, que la dejaran en paz para seguir culpándose. Sabía que estaba mal hacer eso, pero nada más podía hacer. Tenía miedo y tristeza, eso era todo.

-¡Elsa!- gritó Olaf, siguiéndola por el pasillo.

-Quiero estar sola, Olaf.- contestó con frialdad, como lo hacía últimamente.

-Pero eres la única que me puede hacer compañía.- le dijo, tratando de ser comprendido, ya que nadie parecía querer pasar tiempo con él desde que la tormenta comenzó, y eso había sido hace mucho-. Sven aún no termina de recuperase... Y Kristoff y Anna, ellos...

Elsa soltó una lágrima. Sabía que el dolor de la reina no podía compararse con el dolor de la madre. Eso la hacía sentir aún peor.

-No llores, sé que pronto vamos a encontrar a Christian.

Elsa abrió la puerta de su habitación, volteó a ver a Olaf, con lágrimas en los ojos. El corazón de la reina estaba destrozado, no tenía lugar para nada ni nadie que no fuera el dolor.

-Sólo vete, Olaf. Déjame tranquila.

Cerró la puerta, dejando a Olaf afuera, pero él insistió.

-¡Elsa!

-¡Te dije que te fueras!- respondió a gritos del otro lado de la puerta, llorando evidentemente-. ¡¿Qué no entiendes que quiero estar sola?!

-Pero yo no.- dijo, con tristeza-. Perdimos a Malvavisco, no quiero ser sólo yo.

Elsa lloró, congelando su habitación, temblorosa por un frío que venía de sí misma. Con miedo a no volver a ver a su sobrino, con miedo a seguir sintiéndose así, a no poder controlar ya sus poderes.

-Por favor, vete.

-No me voy a ir de aquí hasta que abras la puerta.- se sentó en el suelo para esperar.

Pero Elsa nunca la abrió.

Ella no estaba lista para compartir su dolor, quería guardárselo para sí misma, como había hecho la mayor parte de su vida.

-¿Sabes?- dijo Olaf, después de varios minutos. Sabía que Elsa escuchaba, podía escuchar sus sollozos aún-. Anna había dicho que Christian sería como mi hermano, pero se fue, igual que Malvavisco se fue. Perdí a dos hermanos.

Eso realmente no ayudó a alegrar a la reina, pero Olaf sólo tenía que decirlo.

-¡Fuera de aquí!- gritó ella, dolida. Sólo sentía remordimiento, no quería que nadie entrara en su cabeza tratando de hacerla sentir mejor; ella realmente creía que merecía sentirse mal por haber fracasado, por haber perdido a quienes debía proteger. Por eso volvió a gritar-. ¡Fuera de aquí!

Lloró de forma audible, de manera que sus gritos de dolor podrían ser escuchados por cualquiera que pasase por el pasillo. Pero no había nadie más, sólo ellos dos... y un terrible vacío.

-Yo iba a enseñarle a Christian a patinar sobre hielo, a hacer una guerra de bolas de nieve, iba a enseñarle los nombres de todas las flores en verano.- dio un suspiró desalentador-. No pensé que tendría que esperar tanto.

Fue el invierno más largo que el reino tuvo que soportar. El frío fue desalentador para todos, pero todas las tormentas son pasajeras.

Inexplicablemente una rosa floreció entre el invierno, luego vino el deshielo. Las nubes cedieron para darle paso a la luz del Sol. Cuando menos lo esperaron la primavera al fin había llegado, cálido y lleno de vida.

Pero el vacío seguía ahí, oculto.

Notes:

el aquí cap 3, iba ser parte del capitulo 2, pero ya saben, lo dividí a la mitad xD

Sobre la pregunta que hice el cap pasado sobre el Helsa... les había dicho que no quería causar sospechas con esa pregunta, pero al parecer sí las causé xD pero sospechas un poco equivocadas. También me llamó la atención las respuestas (que sólo fueron dos xD ) ¿realmente no les gusta el Helsa? enserio? xDD No sé si sentirme aliviada o ponerme nerviosa... creo que una mezcla de las dos cosas.
Yo no sabría decir si me gusta el Helsa o no, tampoco es que haya muchos con quién emparejar a Elsa. En fin, sólo tenía curiosidad por saber su opinión, no va a afectar la historia, ya sé qué quiero hacer con Elsa en este fanfic, y espero mantenerlo y no arrepentirme.

Oigan ¿Qué pensarían de un fanfic crossover de el Origen de los Guardianes y Frozen hecho por mí? No es que vaya a subir uno próximamente, pero sí estoy planeando uno en mi cabeza. Tengo la idea, el inicio y el final, pero me falta el desarrollo. Eso sí, mi cabeza está tan loca que, en cuanto a fanfics se refiere, el fanfic que estoy planeando seria "socialmente" incorrecto por el fandom ¿Pero cuando he hecho lo contrario? jajaja

En fin, ¿reviews? :3

Chapter 4: Un regalo para la reina

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido en FanfictionNet en septiembre del 2014.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 4: Un regalo para la reina.

Las heridas sanan con el tiempo. Las cicatrices nunca se van. Depende qué tan visibles sean las cicatrices, mientras más ocultas, más fácil resulta ignorarlas.

Dos años y medio habían pasado desde que se habían llevado a Christian. Pasó el tiempo y no hubo rastro del joven príncipe desaparecido. El dolor invadió el reino por mucho tiempo...

Pero la historia se retoma un especial día de verano. Un día más cálido.

-Princesa Anna, despierte.- dijo la voz de una mujer, tocando la puerta.

Anna se estiró en su cama, adormilada, sin abrir los ojos siquiera. Dio un pequeño bostezo, abrazó la almohada y con voz ronca contestó.

-¿Dónde está mi marido?- dijo, medio dormida.

-El príncipe Kristoff salió muy temprano hoy para los preparativos del baile de esta noche.- contestó la empleada tras de la puerta.

-¿El baile?- preguntó sin recordar-. Baile... baile... ¡El baile! ¡La fiesta!- exclamó, sacando su cara de la almohada-. ¡El cumpleaños de mi hermana!

Anna bajó de un salto de la cama, corrió a darse un rápido baño. Corrió hasta su armario, tomó su vestido y sus zapatos, se peinó rápidamente y salió de golpe de su habitación, sorprendiendo a la sirvienta que aún la esperaba afuera.

-¿Piensa desayunar algo, Majestad?

-¡Comeré algo en el camino, no te preocupes, estaré bien!- contestó, corriendo y perdiéndose en los pasillos mientras su voz se hacía más lejana.

Ella y su esposo ahora vivían en una muy linda mansión, mucho más pequeña que el castillo de la reina, pero digna de la realeza, con un hermoso jardín y un comedor enorme, y, claro, unas grandes escaleras. Por eso Anna corrió apresuradamente por los escalones hasta casi tropezar, corrió por el gran salón y llegó hasta el comedor donde no pudo resistir probar un pastel que estaba ahí servido.

-¡Hoy será un gran día!- exclamó, abriendo las puertas de la cocina, haciendo que el cocinero gritara y que a una sirvienta se le cayeran los platos-. Ups, lo siento.- se disculpó, sonriendo torpemente, pasando con cuidado sobre los platos rotos, recibiendo una mirada molesta de parte de la sirvienta.

Corrió hasta la salida trasera que se encontraba al final de la cocina, pero antes tomó apresuradamente un pequeño costal de zanahorias. Salió justo al jardín trasero y corrió sobre el pasto verde, pasando junto a los establos, pero el animal que buscaba no estaba ahí; estaba en un sitio mucho mejor, ya que Sven es más que un animal cualquiera, es el mejor amigo de Kristoff, casi su hermano, por raro que suene.

Llegó a una pequeña cabaña donde Sven se encontraba dormido, pero Anna llegó para despertarlo de un susto.

-¡Adivina qué día es hoy, Sven!.- le gritó Anna al reno. Sven la miró, cansado-. ¡Es el cumpleaños de Elsa! Va a haber un baile, como todos los años, una pista de hielo, una fuente de chocolate ¡Y príncipes! Ups, yo ya estoy casada... ¡Aún así es emocionante!

La princesa se puso al costado de Sven e intentó levantarlo, pero este se resistió.

-No te pongas así.- se enojó-. Kristoff ya está en el castillo ayudando a organizar todo lo del baile. ¿Sabes que él se encarga de llevar las esculturas de hielo? Sé que suena un poco ilógico tomando en cuenta de que después de todo Elsa crea hielo, pero no tiene gracia que ella haga las esculturas cuando se supone que es una sorpresa ¿o no?- Sven la miró, malhumorado-. ¿Qué? No me mires así. No estarás enojado porque Kristoff se fue y te dejó aquí... conmigo.- puso cara triste, tratando de ganarse la lástima de Sven, pero él la ignoró-. Te traje zanahorias.- le mostró el costal con verduras que había estado ocultando.

Sven se levantó inmediatamente y le dio una lamida al rostro de Anna, tal como si fuera un perro. Anna se rió.

-Ja, ja. Qué cariñoso eres cuando te conviene. Ugh, que asco.- se limpió la saliva que había obtenido por la lamida con la parte de abajo de su vestido, algo poco propio de una princesa-. Pero hay que apresurarnos, hay que ir al castillo, pero antes tengo unas grandes ganas de ir al pueblo. Quién sabe, quizá encuentre algo lindo para regalarle a Elsa.

Anna tendió una zanahoria a Sven, este la mordió y Anna se comió el resto; un mal hábito obtenido gracias a Kristoff. Ella se montó sobre Sven y ambos salieron hacia el pueblo. Ya que su hogar se encontraba en el bosque, tardarían un poco en llegar.

Anna estaba muy optimista respecto a ese día.

-¡Hoy será un gran día!- exclamó, sintiendo el cálido viento en su rostro-. Nada puede salir mal, Sven. ¡Finalmente y como nunca sé que nada saldrá mal!

Lástima, si las cosas fueran perfectas no habría historia qué contar. Ese día de verano llegaría una molestia imprevista.

.

La bahía estaba llena de agitación en el reino. Los barcos llegaban a montones. Las gaviotas iban y venían, cantando. El viento de verano sopló, fresco y cálido a la vez. El sol brillaba, agradable. Era un día luminoso y perfecto.

En uno de los barcos, uno que poco a poco llegaba a la costa, una mujer se encontraba ahí. Alta, fuerte y esbelta; con el cabello corto de un color negro opaco, con alguna que otra línea blanca; con ojos oscuros y ojerosos. Joven e imprudente a pesar de su edad. Miraba al reino próximo, con malicia, observando el castillo con algo de desprecio, pero divertida a la vez.

-Hoy recibirás centenares de regalos, más valiosos de los que muchos de tus súbditos desearían tener en sus vidas.- murmuró, sin perder su sonrisa cruel, con los ojos entrecerrados-. Pero lo que hoy te robaré, reinita, es más valioso que todas esas cosas juntas. Y me pagarán muy bien por ello.

-¡Oiga, usted! ¡¿Qué hace ahí?!- le preguntó un hombre barbón y robusto, detrás de ella.

La mujer volteó a verlo y le dirigió una sonrisa astuta. Un disparo se escuchó y alertó a todos los del barco que corrieron a observar qué había pasado en la cubierta. Lo que encontraron fue a su capitán temblando de miedo mientras que la mujer desconocida para ellos le apuntaba con su arma. Había lanzado un disparo de advertencia. No le gustaba matar.

-Capitán, capitán.- habló de forma socarrona la mujer, casi cantando-. ¿Qué va a hacerme? ¿encerrarme el resto del viaje? No se dio cuenta de que había un polisón en todo el camino, mire, ya casi llegamos. ¡Qué mediocridad!- lanzó unas fuertes carcajadas que molestaron a toda la tripulación.

Por su distracción, uno de los hombres de la tripulación la empujó, le arrebató el arma y le apuntó con su espada. La mujer no se inmutó.

-A las damas no se les golpea, animal.

Se lo quitó de encima, con un rápido movimiento lo arrojó al suelo. Todos la miraron impresionados. Ella volvió a sonreír, con superioridad. Se agachó y recogió su pistola del suelo y se la guardó con cuidado, casi con delicadeza. Sacó un cuchillo, sujetó una soga, la cortó y ella salió disparada hacia el mástil del barco. Ahora todos la vieron con la boca abierta.

-¡Vuelve aquí, ladrona!- gritó el capitán.

-¡Descuide, capitán, yo no he robado nada de este barco!- aclaró. Odiaba que la culparan de crímenes que no cometió, pero para aclarar mejor, ella sí era una ladrona-. Aquí no hay ningún tesoro que me interese.

La mujer cortó otra soga y dio un salto, uno muy valiente, y estúpido para algunos. Aún sujetada de la soga, logró columpiarse hasta que se soltó y cayó fuera del barco, ya en el muelle. Cayó de pie y con la gracia de una bailarina. Los hombres en el barco, ya sin movimiento en la orilla, la vieron con mucha impresión. Una mujer que estaba cerca dio un grito al verla caer de esa forma.

Y la mujer bandida se sintió orgullosa de llamar la atención de esa manera. Le gustaba presumir sus talentos. Sacó un cigarrillo, lo encendió, inhaló y después escupió el humo negro.

-Así que este es el reino de la falsa Reina de las Nieves.- pensó en voz alta mientras comenzaba a caminar con gracia, adentrándose en el pueblo-. Aún no entiendo cómo pudieron permitir que eso pasara.- dio un largo suspiro-. Pero tus poderes no me interesan, reinita. Ni siquiera tus múltiples obsequios de oro. Vengo por el premio mayor. Total, seguro no lo extrañará.

La ladrona. Contratada para robar algo, del cual muchos pagarían millones por ello, pero era difícil de conseguir. Consiguió un trato justo, lo que robaría lo vendería, ya tenía un comprador muy interesado. Sólo esperaba que la reina estuviera distraída, no quería problemas, y odiaba la nieve.

.

Dentro del castillo la fiesta se organizaba, todos estaban ocupados con la festividad. Nadie descansaba, bueno, casi nadie.

Elsa suspiró. Estaba de lo más relajada esa mañana de verano. Se había levantado temprano y, en ese momento, estaba disfrutando de un muy relajante momento en la bañera, con agua caliente y espuma. Era su cumpleaños. Y era bueno tener al fin un momento de relajación, porque ser reina exige mucho trabajo y, a pesar de ser su cumpleaños, esa mañana tendría una corta pero importante junta.

Pero en esos instantes de relajación en su baño, decidió olvidar el estrés, el pesado trabajo del día anterior y la tediosa junta que le esperaba. Trató de imaginarse su fiesta que sería esa misma noche. Todo sería perfecto, así como ese relajante momento. Le gustaba tener tiempo sólo para sí misma. Se sumergió en el agua con espuma, humedeciendo su cabellera por completo.

-¡Elsa!- escuchó el grito fuerte.

-¡Ahh!- la reina sacó la cabeza del agua, asustada, mirando a todas direcciones hasta que finalmente encontró a Olaf, que se encontraba al lado de la bañera-. ¡Olaf! ¡¿Cuantas veces te he dicho que no me asustes de esa manera?!

-Trece o catorce veces.- respondió, tratando de contar en su cabeza-. En fin, sólo vine a ser el primero en desearte feliz cumpleaños.- dijo con mucha alegría.

-Demasiado tarde, alguien se te adelantó.

-¿Alguien? ¿quién?- dijo, entristeciéndose un poco.

-Yo.- sonrió en forma casi engreída.

-Oh, claro, me olvidé del "Yo", siempre me gana todo.- habló, molesto por ese "Yo". Luego volvió a sonreír-. Pero yo seré el primero en felicitarte dos veces, porque te mereces muchas felicitaciones ¡No todos los días se cumplen 28 años!

-Me dijiste lo mismo el año pasado, cuando cumplí 27.- contestó la reina, alzando la ceja.

-Sí, cómo pasa el tiempo.- lo dijo de forma ilusionada, sin pensar que había causado algo de incomodidad a la reina, lo cual provocó un incomodo silencio hasta que Olaf cambió de tema-. ¿Por qué te bañas en agua caliente? ¿no te derrites? es decir, yo me derrito en el calor y ¿es necesario? ¡Está muy caliente afuera! estamos en verano.

-Sí, quería... hacer algo nuevo, para variar.- respondió, sumergiéndose hasta el cuello en el agua.

-¿Y qué tal?

-Prefiero lo helado.- se sentó en el agua y se recargó en la orilla de la bañera.

Elsa sumergió su mano en el agua y en unos segundos esta había cambiado de caliente a fría, tan fría que hasta se formaba una ligera capa de hielo por encima. Si el baño caliente le pareció relajado, el baño helado le parecía placentero.

-Mucho mejor.- volvió a sumergirse en el agua casi por completo, cerrando los ojos para relajarse.

-Bien, eso es todo lo que venía a decir, nos vemos más tarde, Elsa.- dijo Olaf, despidiéndose.

-Adiós, Olaf.- respondió, en el fondo queriendo que se fuera rápido para poder estar ella sola en su momento de relajación.

Olaf corrió hasta la salida pero después se detuvo casi en la puerta, dio media vuelta y regresó al lado de Elsa de nuevo.

-¿Qué pasa ahora, Olaf?- preguntó la mujer, ocultando su irritación, aún con los ojos cerrados, intentando fingir que tenía un momento de "privacidad"

-Que los hombres con los que vas a tener una reunión ya llegaron y están esperándote en tu oficina.- le dijo, en tono apresurado.

-¡¿Qué?!- se levantó de golpe, alterada, casi furiosa. Parecía que nunca iba a tener un momento de paz-. ¡¿Por qué no me lo dijiste antes?! ¡Olvídalo, tráeme mi toalla!

-Aquí está.- se la dio, pero Elsa prácticamente se la arrebató.

Elsa salió de su cuarto de baño, dando fuertes pisadas. Ella estaba empapada, pero en vez de mojar el suelo que pisaba, lo estaba llenando de hielo.

-Estás congelando el suelo que tocas.- le dijo Olaf, siguiéndola.

-¡No me importa, es mi habitación, congelo lo que quiera aquí!- Elsa buscó su cepillo, cuando lo encontró se vio al espejo. No hizo más que refunfuñar-. ¡Ni siquiera tendré tiempo para hacerme un peinado decente!

-¿Qué tiene de malo el peinado que usas siempre?- preguntó Olaf, con inocencia, sabiendo que a Elsa le gusta tener su cabello suelto en una sola trenza.

-Tiene mucho de malo si es para una reunión con gente muy importante.- respondió, más calmada, pero cepillando su cabello mojado a una gran velocidad-. Soy la reina, Olaf. Cuando se trata de deberes reales, debo verme presentable.

-Me gusta más cómo se te ve el cabello suelto.- dijo con simpleza. Elsa casi lo fulminó con la mirada.

-¡Vete de aquí, Olaf!- le ordenó, señalando la puerta con la mano en la que sujetaba el cepillo.

-Pero...

-¡Que te vayas!- empujó al muñeco de nieve hasta la salida, abrió la puerta y lo sacó de una pequeña patada-. ¡Ve a ayudar en la cocina o algo!

Elsa cerró la puerta de un fuerte portazo. Se sentó en el suelo, pegada a la puerta, dándole la espalda a esta, con el ceño fruncido de la irritación. Aún continuaba con la toalla puesta y el cabello completamente suelto, húmedo y desarreglado. Al menos ya no estaba congelando nada, mas sólo el cepillo en su mano izquierda, que comenzó a cubrirse de escarcha. Y un solo pensamiento pasó por la mente de la reina rubia.

-Debo comenzar a cerrar la puerta con llave.

Elsa salió de sus aposentos, ya vestida, con un elegante peinado que se esforzó en terminar en pocos minutos, su cabello estaba recogido completamente. Caminó con firmeza hasta su oficina donde, efectivamente, dos hombres la estaban esperando para hablar con ella. Se inclinaron a su presencia y ella los saludó cortésmente. Estos dos hombres eran parte del consejo, uno de ellos tenía un importante cargo como embajador.

-Lamentamos interrumpirla en su cumpleaños, alteza. Trataremos de hacer que la junta sea lo más breve posible.- habló uno de los hombres, el delgado y canoso.

-Si lo que quieren tratar es de suma importancia, no me molesta el tiempo que nos tome.- habló con voz tranquila, discreta-. Pero debo inquirir, no sé qué tema estamos hablando aquí, si me hicieran el favor de informarme...

-Lamentamos tan imprudente junta a la cual, su majestad, no está informada.- comenzó a decir.

-No hay problema, sólo díganme de qué trata todo esto.- dijo con educación.

-Majestad.- continuó el mismo hombre-. El consejo está algo preocupado por... el futuro del reino.

-No veo el por qué. Estamos en paz con los demás reinos y con buenos tratos de comercio.

-Sí, sí, no cabe duda de eso. Pero majestad, mire más allá de eso. Lamento el atrevimiento, sabemos que usted es la reina legitima de Arendelle, pero ya tiene 28 años.

-¿Qué tiene que ver mi edad con mi reinado?- preguntó la reina, confundida pero manteniendo la formalidad.

-Nada, majestad.- habló el hombre anciano-. Pero le repetimos que el consejo está algo preocupado. Hace un par de años tuvimos algunos problemas con la economía del reino, tenemos un par de deudas, lo sé, nada de qué preocuparse, pero no sabemos cuándo podríamos tener una verdadera crisis. Somos un reino pequeño.

-En mi reinado, e incluso el anterior, hemos podido salir adelante con nuestros recursos.

-Lo que queremos decir es...- el hombre anciano no sabía cómo decírselo adecuadamente a la reina-. No sabemos lo que podría pasar al reino o a su reina, en caso de que pasara algo necesitamos a alguien que se haga cargo. Un rey.

-¿Qué?- Elsa quedó perpleja, con los ojos muy abiertos, pero intentó mantener la calma.

-Usted podría casarse con un rey o príncipe y unir ambos reinos, así no tendríamos que preocuparnos demasiado por la seguridad de Arendelle o su economía, seríamos un reino más grande. Pero lo que verdaderamente nos preocupa al consejo es que usted...

-Yo diré lo que necesita.- habló el segundo hombre, el que se había mantenido callado hasta ahora, al ver que el otro dudaba. Un hombre joven pelirrojo, en edad un poco mayor que Elsa, con voz firme y con atrevimiento.

-¿Y usted es...?

-Louis Collin, miembro importante del consejo y embajador.- habló con seguridad-. Lo que realmente quiere el consejo de usted, no es precisamente un rey para extender el reino, aunque ese también sería una buena opción. Lo que el consejo quiere, exige, es tener la seguridad de que alguien se hará cargo del reino si a usted le pasa algo. Ya sabe a lo que me refiero, usted necesita un heredero.

-¿Un heredero?- esto sí la tomó por sorpresa.

-Usted necesita un príncipe heredero, concebido en santo matrimonio. No hay sucesor al trono, no hay príncipe, siento recordárselo, pero el príncipe Christian sigue desaparecido, no hay quién tome el trono cuando usted se retire. Ya tiene 28 años, debería comenzar a formar una nueva familia real.- Elsa se sorprendió por la forma algo grosera en la que le hablaba ese embajador, pero trató de mantener la compostura.

-No veo porqué el apuro, me concedieron el trono aún siendo mujer, sin necesidad de un rey.

-Ese no es el caso ahora. Arendelle necesita un heredero, un heredero suyo, así que debe hacer más que estar encerrada en su palacio jugando con su muñeco de nieve.- el otro hombre se quedó viendo con asombro la imprudencia del embajador al dirigirse a la reina.

-Usted no puede...

-Yo, como embajador, tendría el gusto de ayudarla a buscar marido, sea un rey, un príncipe o algún otro miembro de la realeza. Entienda que una de las responsabilidades de un rey es dejar un heredero, así que apresúrese. Hoy tiene un baile por su cumpleaños, ¿no es así? aproveche para sembrar amistad con algún hombre.

Elsa quedó pasmada, sin poder decir una palabra. Los dos hombres hicieron una reverencia y salieron de la oficina, dejando a la reina muy desconcertada. Ella se sentó en su silla frente al escritorio. Pensó la idea de casarse por unos segundos y al final terminó chocando su cabeza contra el escritorio, tratando de no gritar.

Ella escuchó cómo la puerta se abría, pero no levantó la vista para ver quién había entrado sin tocar, ya sabía quién era.

-¿Cómo te fue? esos hombres parecían muy agradables, en especial el más joven.- Olaf se puso al lado de la reina, ignorando su estado de ánimo-. Deberías ver cómo están decorando el salón para tu fiesta. Están poniendo una fuente de chocolate más grande que la del año anterior, aunque se supone que debería ser una sorpresa... ¿estás sorprendida?- él finalmente notó que la reina se encontraba con un ánimo pésimo, sin levantar el rostro pegado a su escritorio-. ¿Qué te pasa?

-Voy a casarme.- respondió, como si decirlo fuera una tortura. Olaf quedó sorprendido.

-¿Casarte? ¿tú?- puso cara de que no se lo creía, pero después le emocionó la idea-. ¿Quién es el afortunado? ¿lo conozco?- otra idea pasó por su mente-. ¿Piensan tener hijos pronto?

Elsa finalmente despegó su cara del escritorio y miró a Olaf, sin entender por qué estaría tan entusiasmado con algo que a ella le parecía la peor noticia del mundo.

-Básicamente, me casaré porque necesito un heredero.

-¿Cómo llamarán a su primer hijo?- preguntó, aún más emocionado que antes-. Espera... aún no me dices con quién te casarás... Ni siquiera sabía que salías con alguien. Acaso...- puso una expresión de sorpresa mezclada con desaprobación-. ¿Acaso piensas casarte con alguien que acabas de conocer?

-Olaf, ni siquiera quiero casarme.- le dijo con voz melancólica. Olaf dejó de sonreír y la miró con confusión-. El consejo quiere que me case, dicen que necesito un rey y un heredero.

-¿Te dijeron cuándo debías hacerlo?

-No, pero... ya no soy tan joven. Si quiero formar una familia, debería comenzar ya...

-No tiene nada de malo formar una familia. ¿No te imaginas a ti misma con hijos? ¡El palacio sería tan divertido con niños corriendo en los jardines!- se emocionó al pensar en tener nuevos amigos que sean hijos de Elsa.

-Pues, yo...- no quería pensar mucho en ello-. Pero primero necesitaría un esposo, y para tener un esposo necesito enamorarme.

-¡Pues enamórate!- exclamó, como si fuera tan fácil-. Sólo necesitas un tú y un él y un felices para siempre.

-No es tan fácil, Olaf.- Elsa suspiró, se levantó de su silla y se dirigió hacia la ventana-. He intentado enamorarme, en serio, pero... la verdad es que nunca he tenido un novio.

-Seguro pronto vas a enamorarte y ese alguien va a quererte tanto como tú lo quieras a él.

-No creo poder enamorarme de un hombre, no quiero casarme.

-¿Entonces qué quieres?

Elsa tocó el cristal de la ventana y miró a la distancia, viendo todo tan lejano. Olaf la miró, tratando de entenderla.

-A veces quisiera... quisiera que...- sus labios temblaron sin poder hablar, pegó su frente al cristal, suspirando.

-Estás congelando el cristal.

Elsa se separó inmediatamente de la ventana y notó que realmente se estaba comenzando a congelar. Se volvió a sentar en su silla, tratando de controlar sus poderes, pero sus emociones no se lo permitían.

-¡Ya sé!- exclamó Olaf-. Voy a comprarte un regalo para animarte. Hoy es tu cumpleaños, seré el primero en darte un regalo. Iré al pueblo.

Elsa no quería desilusionarlo, pero la verdad es que ya le habían enviado varios regalos. Aunque sabía que si Olaf se apresuraba tal vez sería el primero en regalarle algo personalmente. Pero lo que le preocupaba a la reina era otra cosa.

-Ten cuidado.- le dijo Elsa, preocupada-. Están llegando barcos de muchos reinos por el baile de mi cumpleaños. No quiero que hables con extraños.

-No te preocupes, y verás que te daré el regalo más bonito que recibirás en tu vida.- entusiasmado, fue directo a la puerta para salir.

-Tú siempre tratando de hacerme feliz, Olaf.- vio a Olaf salir y cerrar la puerta. Elsa bajó la mirada, entristecida, pero se sobresaltó al escuchar la puerta abrirse otra vez-. ¿Qué pasa, Olaf?

-¿Me das dinero?- preguntó, avergonzado.

Elsa le sonrió, le entregó siete monedas y después él se fue. Elsa volvió a acercarse a su ventana, que aún no se había descongelado. Al tocarla, se llenó aún más de escarcha. La reina suspiró profundamente, tratando de calmarse, pero últimamente no podía contener sus poderes.

-¿Qué está pasándome?- murmuró-. Creí que podría controlarlo, pero... no puedo.

Sintió un ligero dolor en el pecho.

.

Olaf salió al pueblo, iba caminando directo al mercado. Igual que todos los años había mucha gente de distintos reinos, muchos de ellos deseosos de poder probar la pista de hielo. Los barcos se acercaban a los puertos, trayendo gente importante, incluido duques y príncipes.

Olaf iba pateando una piedra para entretenerse, algo malhumorado porque había visto que de los barcos habían traído algunos regalos realmente valiosos para la reina, y él sólo tenía siete monedas para gastar.

También intentó pensar en una forma de ayudar a Elsa. Ella no se veía para nada feliz. Olaf no sabía por qué la idea del matrimonio era tan malo para la reina; Anna estaba casada y no se veía infeliz ¿Entonces por qué a Elsa le mortificaba tanto? Quizá a la reina no le gustaba el amor (el amor romántico), y eso a Olaf le parecía algo realmente triste.

O quizá sea que la reina no puede enamorarse, por eso detestaba la idea de casarse. Olaf pensó que quizá podría ayudarla a encontrar a su príncipe, así ya no tendría que ver a Elsa triste, después de todo un acto de amor resuelve muchas cosas. Ideó que quizá en la fiesta podría ayudarla a conseguir algún pretendiente, ya que ahí asistirían muchos hombres de la nobleza, alguno de ellos debería gustarle a la reina.

-¡Olaf, Olaf!- gritó un niño pequeño que corría junto a su hermana menor y un amigo.

-Hola Shelby, hola Brander, hola pequeña Rona.- saludó el muñeco de nieve a los tres pequeños menores de ocho años que habían llegado.

-Jugamos al escondite, ¿Quieres venir a jugar con nosotros?- preguntó uno de los niños.

-Ahora no, amigos, estoy en una misión muy importante.- habló, como si fuera algo de vital importancia.

-Ah, pero qué mal.

-¿No deberías estar con la reina?- preguntó inocentemente la pequeña niña.

-Por ella hago esto, debo comprarle un regalo por su cumpleaños.- respondió, entusiasmado.

-Oh, ya entendí, es una misión real.- dijo el otro niño.

-Pero le dan regalos todos los años.- dijo el otro, malhumorado.

-Pero este año es diferente.- respondió Olaf, mostrando optimismo.

-¿Cómo será diferente?- preguntaron los tres niños, curiosos.

-Elsa conseguirá un novio.- explicó.

-¡¿Un novio?!- exclamó uno de los niños.

-Ugh. Un novio, qué asco.- dijo el otro.

-¡Un novio, qué lindo! ¡lindo!- exclamó la niña, dando brincos de alegría.

-¿Para qué la reina Elsa querría un novio?- preguntó el niño mayor, haciendo muecas de repulsión.

-Para casarse.- respondió Olaf-. Elsa necesita un heredero.

-¿Qué es un heredero?- preguntó la niña.

-Es un hijo.- respondió Olaf-. Y ya tengo que irme, nos vemos. Adiós Shelby, adiós Brander, adiós Rona.- Olaf se fue, dejando a los niños muy confundidos.

Los tres pequeños caminaron un poco, olvidándose de su juego, se sentaron en unos escalones, tratando de comprender qué fue lo que Olaf les había dicho realmente.

-¿Por qué la reina quisiera un novio para casarse?- preguntó el niño llamado Brander.

-Iugh, no lo sé, pero esto no me gusta nada.- comenzó a decir el niño mayor, llamado Shelby-. Mamá dice que la reina Elsa es el tipo de mujer que no la llevas al altar ni apuntándole con una ballesta.

-Sí, es cierto, Shelby. Escuché a mi mamá decirle a la tuya que la reina es algo diferente y por eso nunca va a casarse, aunque no entiendo qué significa.- el niño miró al frente y pudo ver a una mujer acercarse-. Mira, es tu mamá.

La pequeña niña llamada Rona corrió hasta los brazos de su madre, que la cargó y abrazó; los otros dos niños también se acercaron.

-¿Dónde se habían metido, niños?- preguntó la mujer, molesta.

-A que no adivinas qué nos dijo Olaf, mamá- comenzó a decir la niña con ternura.

-¿Y qué les dijo ese muñeco de nieve ahora?- preguntó la madre, algo disgustada.

-Nos dijo que la reina va a casarse porque tendrá un hijo.

-¿Pero qué estás diciendo, niña?- bajó a la pequeña al suelo, se llevó las manos a las caderas y después miró a su hijo mayor, alzando la ceja-. ¿Eso es verdad, Shelby?

-Es cierto, mamá, Olaf no mentiría con algo así.- respondió el niño a su madre.

-Es cierto, señora, yo estuve ahí.- comentó Brander.

-Oh, por todos los cielos.- se sorprendió la mujer, cubriéndose la boca con ambas manos. Tomó a los niños de las manos y los llevó hasta la casa de la mamá de Brander-. ¡Marta, Marta!- llamó a su amiga-. ¡No sabes lo que me acaban de contar los niños!

-¿Qué sucede Carla?- preguntó la otra mujer, abriendo la puerta y tomando a su hijo.

-La reina finalmente se casará, y no sólo eso ¡también espera un hijo!

-¡Por dios! ¡Es un milagro! Espera a que se lo cuente a mi marido, no se lo va a creer.- exclamó la mujer con emoción.

-Y espera a que se lo cuente a las demás. Teresa y Frigg se desmayarán al enterarse. A todo esto ¿Quién crees que será el afortunado?

-Debe ser un noble, después de todo será el próximo rey de Arendelle.

-¡Quizá anuncie su compromiso en el baile de su cumpleaños!- se le ocurrió a la niña.

Pero al margen del rumor que se estaba creando y que se expandiría peligrosamente, Olaf seguía caminando por el mercado, sin darse cuenta del desastre que había provocado. Pues él tenía la idea de querer encontrarle un novio a Elsa durante el baile, pero no se tomó el tiempo de explicarle bien a los niños y ellos lo malinterpretaron; un terrible error.

Olaf vio entre los puestos del mercado, nada podría compararse a los lujosos regalos que le traían a la reina de los otros reinos. Él no podría comprar nada digno de la reina con sólo siete monedas. Entonces la vio: era una hermosa rosa blanca que se distinguía de entre las demás, era una flor sumamente bella, demasiado, digno de la reina. Eso debería comprar, eso debería ser el regalo.

-Oh, hola Olaf ¿Qué te trae por aquí?- preguntó la vendedora amablemente.

-Quiero esa rosa blanca de ahí.- dijo Olaf, viendo fijamente a la flor.

-Oh, ¿esta?- la mujer sujetó la rosa-. Es una rosa muy bonita ¿Para qué la quieres?

-Para dárselo a Elsa por su cumpleaños.

-Seguro le va a encantar, especialmente viniendo de ti.- le dedicó una cariñosa sonrisa-. Son ocho monedas.

-¿Ocho?- se impactó-. Pero yo sólo tengo siete.

-Entonces tú te quedarás sin rosa y la reina sin regalo.- dijo la mujer vendedora, dejando de ser amable y mostrándose agresiva.

-Pe..pero.. es la reina.- se quejó Olaf-. Podría mandar decapitar tu cabeza si se lo propusiera.

-Sí, pero ella no lo haría.- aseguró la mujer, sonriendo victoriosa.

-Una vez decapitó a un oso de peluche.- dijo-. Aunque fue por error... y ella se puso triste y tuvo que repararlo antes de que el dueño se diera cuenta. Es una historia graciosa, te la contaré...

-No me interesa.- se molestó la mujer-. No vas a conseguir que te dé esta rosa, ni distrayéndome. O consigues una moneda más o no compras nada.

-Pues no me importa ¿sabe? La reina Elsa tendrá algo mucho mejor que esa rosa.- se acercó más a la vendedora para decirle algo y que nadie más oyera-. Ella va a casarse.

-¡¿Qué?!- exclamó la mujer.

-Sí, seguramente conoceremos a su novio esta noche.- dijo, después se fue sin decir nada más, dejando a la mujer muy desconcertada.

-¿Qué fue lo que te dijo?- preguntó una mujer lavandera a la vendedora, acercándose.

-Amiga, no vas a creerlo.- habló aún con cara incrédula-. Dijo que la reina va a casarse y anunciará su compromiso ¡esta noche!

-¡No te creo! ¡¿En serio?! ¡Espera a que todos se enteren!- exclamó. Acto seguido, se fue corriendo a contarle a todas sus amistades.

Cuando un chisme se crea ya no hay forma de detenerlo.

Olaf estaba seguro de que podría encontrar un buen pretendiente para Elsa, estaba seguro de que él podría hacer de Cupido y lograr hacer que la reina se enamorara de algún hombre.

Pero ahora debía pensar en otra cosa, y eso era en el regalo de la reina. Realmente quería regalarle esa rosa blanca, no sólo porque era digna de la realeza, sino porque esa rosa blanca era igual a ella. Tan hermosa como Elsa, claro.

Pero Olaf no sospechaba que, no muy lejos de donde se encontraba, una misteriosa mujer ladrona lo estaba observando. La mujer ladrona, con calma, inhaló una ultima vez su cigarrillo antes de tirarlo al suelo y apagarlo de una pisada. Siguió al muñeco de nieve por el mercado, sin prisa.

-Qué ridículo, dejarlo salir de esa forma, sin protección. Se ve que a ella no le interesa para nada.- habló la mujer ladrona, con asco, escondiéndose tras unas cajas, viendo a Olaf a una distancia bastante corta, pero él no notó su presencia-. Despídete de tu vida en este reino, pequeño muñeco...

Notes:

Sí, hice otro salto temporal ¿Querían ver a Anna triste y peleada con Elsa? Pues no xD Sé que deben tener dudas, pero ya las resolveré... espero. Lo importante es que ahora ya nos ubicamos 7 años después de la coronación de Elsa, tal como dice el summary, pronto el resto también se cumplirá...; yo siempre consideré los tres primeros capítulos (que al principio iban a ser sólo 2 xD ) como introducción y ahora empezamos realmente con la historia.

Y ahora... Elsa debe ¿casarse? Sí, no me lo digan, es un cliche, pero yo no tengo problemas con los cliches mientras sean bien utilizados; pero al parecer la reina tiene un ligero problema con el matrimonio, igual que yo xD (una vez le rompí el corazón a alguien de la peor manera, no pregunten jeje)
Ah, y pronto habrá un baile por su cumpleaños, sí, sí, es otro cliche... pero sea lo que sea que ustedes se imaginen que pasará en ese baile, no sucederá jaja bueno, tal vez sí un poco, pero no puede terminar nada bien...

Mientras escribía este capítulo, me di cuenta de que podría llegar a tener casi 10,000 palabras, cosa que quería evitar, así que volví a dividirlo a la mitad y la otra mitad del capitulo será para el siguiente :,V Al menos me ayudará a escribir lo que viene después mucho mejor y más detallado...No quiero que los capítulos de este fanfic sean demasiado largos, no es como mi otro fanfic "La batalla de las diosas" (pasen a leerlo si quieren, es genial xD ) en donde se están dando de golpes cada dos capítulos y tiene una drama super épica. En cambio este fanfic es más tranquilo, así que no quiero subir capítulos excesivamente largos xD

Una cosa, me puse a pensar sobre el cuestionable protagonismo de Kristoff en este fanfic, ya que él casi no aparece, de hecho Sven sale más que él xD pero en fin, él tal vez no hará muchas cosas, pero él sigue siendo demasiado importante en la historia.
También es destacable que Olaf tenga tanto protagonismo, pues es lo que quería, una vez leí un fanfic de poco más de 30 capítulos y Olaf sólo salió dos veces, una al principio y otra al final, y yo me estaba quejando todo el tiempo porque no salía XDDD

eh, una escena de este capítulo la escribí incluso antes de subir el primer capitulo jeje
una pregunta ¿alguno de ustedes sabe en qué época se ubica Frozen con exactitud? creo que debería saberlo

En fin, esperen el siguiente capítulo, probablemente lo suba la siguiente semana... o en unos días
quédense con la duda ¿quién es esa mujer ladrona? ¿quién la contrató para llevarse a Olaf? Sólo les digo que los capítulos siguientes se pondrán más y más extraños, y no de una forma bonita...

Chapter 5: II. ...y una niña

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido en FanfictionNet en octubre del 2014.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 5: II. ...y una niña.

Olaf quería darle de regalo a Elsa una bella rosa blanca, pero le faltaba una moneda. Él pensó en regresar y pedirle una moneda más a la reina, o tal vez ir con Anna y que ella le dé una moneda a él; ya que después de todo un regalo no es un regalo si el dinero usado para comprarlo es de la persona a quien se lo vas a regalar.

No muy lejos del muñeco de nieve, una mujer lo observaba con atención. Era una ladrona a la cual habían pagado para robar a Olaf. Ella sacó de su mochila una especie de arma extraña y apuntó hacía Olaf. Ella sonrió de forma malvada.

-Oh, una moneda.- Olaf se agachó para poder tomar la moneda que se había encontrado, y sin saberlo esquivó la red que iba directo hacía él para atraparlo, y en cambio la red atrapó a un gato.

-¿Pero qué mierd...?- la mujer se sorprendió al ver que había fallado tan ridículamente.

-¡Ah! ¡la moneda está pegada al suelo, odio cuando pasa esto!- dijo Olaf. Él se dio cuenta del pobre gato atrapado a la red, después volteó y se encontró a la mujer escondida que lo observaba-. ¿Es usted una secuestradora de gatos?

La mujer, viéndose descubierta, resopló con amargura. Después sonrió como si no tuviera nada qué oculta; el muñeco de nieve le había causado simpatía.

-No soy secuestradora de gatos, no hoy.- se levantó y se dirigió a liberar al gatito atrapado en la red, después se dirigió a Olaf, con cara despreocupada-. Vengo a llevarte a ti.

-¿A mí? ¡Eres una secuestradora de muñecos de nieve!

-Prefiero llamarme caza recompensas.- contestó simplemente, rascándose la cabeza.

-¡No eres la primera que ha intentado llevarme, los que lo intentaron terminaron en un calabozo!

-Ellos debieron ser mediocres, yo soy la mejor ladrona de toda Noruega.

-Sí, claro.- le dijo Olaf con despreocupación-. Por eso te detienes a charlar con lo que debes robar.

-Me gusta jugar con mis presas.- se arrodilló frente a él para quedar a su altura, le siguió sonriendo-. Además eres inocente, eso me agrada.

-¿Lo suficiente para que no me quieras secuestrar?

-Ammm, déjame pensarlo... NO.- dijo sin más.

-¡Pues no voy a dejar que me lleves! Y no lo sigas intentando porque los guardias vendrán por ti.- él se dio la vuelta y siguió caminando.

Ella giró los ojos, se puso de pie y lo siguió. Olaf se dio cuenta de que ella lo seguía y se echó a correr, pero esa mujer no parecía estar dispuesta a dejar que escapara.

-Dime, muñeco de nieve, ¿qué le pasó a la última persona que intentó capturarte?- preguntó ella, casi de forma amable, mientras lo perseguía.

-Lo encerraron.- respondió, corriendo y buscando un lugar para esconderse de ella.

-¿Cuánto tiempo?- preguntó ella, con una amabilidad que hasta asustaba, mientras buscaba con la mirada a Olaf, que se había escondido tras unos barriles.

-No lo recuerdo.- se detuvo a pensar-. Un mes o dos, no lo sé...

-Ya entiendo...- la voz de Olaf delató su ubicación; ella apareció de repente frente a él y sonrió una vez más, de forma cínica-. Eso es lo que vales aquí, uno o dos meses. En cambio, para mercenarios como yo, tú vales millones. ¿Eso qué dice de la reina? ¿que no eres tan valioso para ella como lo eres para mí?

-¿Estás hablando mal de Elsa?- se molestó, poniéndose de pie para encararla.

-Sólo cuestiono su forma de tratarte. ¿Sabes cómo te conocen fuera de este reino? Como la mascota de la reina.- le dijo con crueldad, sin perder su sonrisa burlona. Ella estaba muy confiada, ya que convenientemente habían llegado a un lugar donde no había nadie que viera a la ladrona llevarse a Olaf-. De hecho, cuando me contrataron me dijeron "¿Puedes ir a arrebatarle la mascota a la reina de Arendelle?" Todos sabemos que su mascota eres tú.

-¡Eso no es verdad!- le dijo, ofendido-. Yo soy casi el asistente de la reina, la ayudo en lo que puedo.

-¡Ja, ja, ja, ja, ja!- carcajeó la mujer, con demasiada fuerza y exageración; después bajó la mirada, y conteniendo más risas, habló de manera fría-. Ya entendí... eres su esclavo.

-¡YO soy su amigo!- le corrigió, molesto de verdad.

-No lo estarás diciendo en serio.- contestó ella, en burla.

-Lo digo muy en serio.

-Oh...

Ella hizo una mueca y suspiró profundamente, casi parecía que se había arrepentido de lo que había dicho, pero no, no del todo.

-Eres demasiado inocente.- dijo en voz baja. Sacó una moneda de su bolsillo y la dejó caer en el suelo-. Ups, se cayó mi moneda.

-Yo la recojo.- dijo Olaf, agachándose para tomarla.

La mujer sacó un costal de su mochila, se acercó a Olaf que se había agachado para tomar la moneda, y sin esfuerzo lo metió dentro.

-Ja, ja. ¿Ves que eres inocente? No lo viste venir.- ella cargo el costal en su espalda y comenzó a irse con tranquilidad; nadie la había visto hacer eso-. No me tomó ni cinco segundos capturarte, te distraes con facilidad.

-¡Sácame de aquí!- le gritó Olaf de donde estaba atrapado.

-No te resistas, no te pasará nada, metí también tu nube extraña esa que te mantiene vivo. ¿No necesitas respirar? ¿verdad? Los muñecos de nieve no tienen pulmones, no te ahogarás ahí metido. Admito que me gusta jugar con mis presas, pero tú sí que me has hecho reír demasiado.

-¡Cuando Elsa se entere te irá muy mal!

-No le tengo miedo a la "Reinita de las Nieves" Y créeme, tú no deberías apegarte tanto a ella, seguramente no le importas tanto como crees, seguramente aquí todos te ven como un chiste andante.

-¡No es verdad!

-Es verdad, no lo niegues, he visto cómo te mira la gente.- le dijo con brusquedad-. En cambio, mi cliente, el que me pagó por capturarte, quizá te dé un trato mejor. Aunque ignoro lo que él quiere realmente de ti, tal vez él te dé un trato más digno. Tal vez. Aquí sólo eres el bufón del reino, seguramente la reina te creó por error.

Olaf no supo qué responder a eso, ya que si lo veía en retrospectiva, Elsa realmente le había dado vida por error, por eso estaba tan sorprendida cuando lo vio por primera vez.

-¡Oye tú, suelta a Olaf ahora!- gritó, furiosa, otra mujer que había llegado. La ladrona se sorprendió y volteó a ver quién se atrevía a darle ordenes.

-¿Y tú quién eres?- preguntó, entrecerrando los ojos.

-¡Soy la princesa de Arendelle, y te ordeno liberar a Olaf ahora mismo!- gritó autoritariamente, dando una fuerte pisada al suelo.

Pues resulta que la princesa Anna, junto a Sven, estaba paseando justo por ahí en esos momentos y se dio cuenta cuando la ladrona capturó a Olaf. Anna no podía quedarse simplemente viendo, tenía que ayudar a su amigo. Aunque quizá debió haber llamado a los guardias y no dirigirse por sí misma hacía una ladrona que quién sabe cuántas armas lleve encima.

Pero la ladrona no hizo más que sonreír, demasiado confiada. Tiró el costal al suelo, con Olaf aún dentro.

-Auch.- se quejó el muñeco de nieve al caer-. ¡Anna, sácame de aquí!

-¡No te preocupes, Olaf, te libero enseguida!- le gritó Anna a su amigo-. Sólo déjame encargarme primero de esta señora.

-Así que la princesa Anna de Arendelle viene valerosamente a rescatar a el amiguito de su hermana. Perdóname si no me causa gracia el chiste.- habló la mujer ladrona, llevándose las manos a las caderas.

-¿Sabes cuántas personas han intentado llevárselo? Cientas, y no les va muy bien cuando mi hermana se entera. ¡Dime quién te pago para llevártelo!

-Oh, lo siento tanto.- se llevó la mano a la frente, fingiendo estar muy dolida-. Y yo que creí que la reinita era una mujer que no le interesaban sus mascotas; ahora comprendo que ella es muy sobre protectora, no como su hermana.

-¿Qué quieres decir con eso?- preguntó Anna, sintiendo como si aquella mujer tratara de ofenderla.

-Por favor, en todos los reinos se rumorea que la desdichada princesa de Arendelle perdió a su pequeño hijo de tan sólo una semana de haber nacido. Con ese historial y reputación ¿realmente crees que puedes salvar a tu muñeco de nieve?

-¿Có..cómo te atreves? ¡¿Cómo te atreves a decirme eso?! ¡Tú ni siquiera sabes lo que pasó!- Anna enfureció, enfureció tanto que se acercó a la ladrona y le dio la bofetada más fuerte que pudo lanzar en la cara.

La ladrona se tocó la mejilla a la cual la princesa había golpeado, se indignó demasiado. De una patada la mujer tiró a Anna al suelo; la pobre Anna se golpeó muy fuerte la cabeza al caer, pero la ladrona no se iba a conformar con eso. Ella se puso sobre Anna y la golpeó sólo con la fuerza de sus puños.

-¡Nunca te atrevas a tocar mi rostro, estúpida niña!- le gritó, casi escupiéndole en la cara-. ¡Tal vez fui amable con el muñeco, pero a ti no voy a tenerte compasión! ¡La reina recibirá de parte mía un regalo de cumpleaños, y ese será la cara desfigurada de su hermana!- le dio otro puñetazo a la cara de Anna, y ella no podía luchar contra esa mujer que era mucho más fuerte.

-¡Ya basta, por favor!- suplicó Anna, llorando por el dolor.

-¡Veamos cómo reacciona la chiquilla lanza hielo cuando vea a su hermana con una gran cicatriz en la cara!- la mujer, aún sobre Anna, sacó un afilado cuchillo y lo dirigió hacía la mejilla de la princesa.

-¡No!- Anna bloqueó el cuchillo con su mano derecha y lo sujetó con fuerza, tanta que de su mano comenzó a escurrir liquido rojo.

-¡¿Pero qué te pasa?! ¡Suelta el cuchillo! ¡¿Acaso quieres que tus dedos se caigan o qué, loca?!

-¡Déjanos tranquilos!- exigió Anna-. ¡Y libera a Olaf!

-¡No me digas qué hacer, maldita zorra!- la ladrona se dispuso darle otro puñetazo a la cara de Anna, pero a pocos centímetros de lograr su objetivo... se detuvo-. ¿Pero... qué...?

-¿Eh?

La ladrona se mantenía literalmente sentada sobre Anna, manteniéndola pegada al suelo, pero retrocedió un poco y prácticamente comenzó a manosear a la princesa.

-¡Ah! ¡¿Pero qué estás haciendo?!- exclamó Anna, sonrojándose avergonzada mientras esa ladrona le acariciaba el estomago.

-Ay, que Dios me perdone. Acabo de golpear a una embarazada.

-... ¿Qué?

-¿Qué de qué? ¿acaso no lo sabías?- la expresión cínica de la ladrona se suavizó conforme iba examinando el vientre de la princesa-. Oh... es una niña.

Una niña.

Anna se quedó con la boca abierta, sin asimilar por completo lo que le había dicho esa mujer. Está bien, ella tenía un retraso de varias semanas, pero ni en sus sueños más locos imaginó estar embarazada, ni siquiera pensó la posibilidad, en ningún momento lo ideó. Pero la mujer sobre ella le afirmaba que esperaba una niña. Le decía que esperaba un bebé... de nuevo.

Eso no podía ser cierto. Eso no debía ser cierto.

La princesa abrió la boca para intentar decir algo, pero no le salieron las palabras de lo conmocionada que estaba. Pero tampoco le hubiera dado tiempo de hablar; de un segundo a otro, la ladrona salió lanzada al suelo, liberando a Anna en el proceso, por un terrible golpe que le habían propinado en el costado derecho.

-¡¿Quién fue el que me golpeó?! ¡Le abriré la cabeza!- la ladrona buscó al culpable y rápidamente lo encontró.

Era Sven quien la había derribado, él estaba muy furioso por como había tratado a la esposa de Kristoff, y tan pronto se dio cuenta de lo que le sucedía a Anna, corrió a ayudarla.

-¡Tú, animal descerebrado, no sabes con quién te metes! ¡Voy a sacarte los sesos de una acuchillada ¿me oíste?!- gritó, pero Sven no le hizo caso, es más, la veía como un toro furioso observando a un torero.

La mujer, humillada, observó al animal con detenimiento y encontró en él algo que la dejó desconcertada. Pero Sven no le dio tiempo de reaccionar, se fue contra ella para volverla a empujar.

-¡Ey! ¡espera un momento!- ella esquivó al reno y con un movimiento lo tomó por el cuello, aunque no pudo hacer nada más que sujetarlo con fuerza mientras él intentaba quitársela de encima-. ¡Espera, chico, quedate quieto! ¡Animal tonto!

Sven frenó, obedeciéndola de repente. La ladrona murmuró unas cuantas palabrotas al caer al suelo, después examinó al reno con velocidad.

-No puedo creerlo ¡¿Sven eres tú?!- exclamó la mujer, con cara incrédula-. ¡Ja, ja, ja! ¡Maldito animal bastardo, todo este tiempo estuviste aquí! ¡Soy yo, Chickie!

-¿Tú nombre es Chickie?- cuestionó Anna, atontada por lo extraño que estaba sucediendo. Ella se levantó del suelo, algo adolorida de la cabeza, se limpió el polvo del vestido, pero sin darse cuenta se manchó con la sangre de su herida en la mano.

Sven reconoció a la mujer, dio saltos alrededor de ella y después le dio varias lamidas en la cara.

-Ja, ja, basta, ya, basta. ¡Dije que basta, maldita sea!- enojó de repente, dándole un manotazo a Sven-. ¡¿Quién te enseñó a comportarte como un perro?! ¡Eres un reno, maldición, ponte firme!- Sven la obedeció y se sentó, tratando de no moverse. Ella se ablandó de nuevo-. ¡Cielos, Sven! Hace 22 años que no te veo... ¿pero cuánto tiempo se supone que viven los renos? ¡Al demonio con eso ¿a quién le interesa? Lo importante es que estás con vida!

Ella lo abrazó, acurrucándose en su pelaje.

-Ay, queridísimo amigo, eras sólo un cachorro. Te vi seguir a esa terrible bruja, los busqué por meses pero les perdí el rastro cuando cruzaron por Noruega, ¡te di por muerto!

-¡Oigan!- gritó Olaf dentro del costal-. ¿Se les olvida que sigo dentro de esta bolsa?

-¿Es amigo tuyo?- preguntó Chickie a Sven. Él asintió.

La ladrona sacó su cuchillo y rompió el costal donde tenía a Olaf encerrado, liberándolo. Ella actuó como apenada, pero su cara demostraba que no se arrepentía de nada.

-Lo siento, muñequito, pero así es el trabajo.- le dijo a Olaf-. Pero ahora que sé que eres amigo de un amigo, me olvidaré de la recompensa, eres libre.

-¡Estás desquiciada!- le gritó Olaf, después se fue corriendo hacia la princesa-. ¡Anna ¿estás bien?!

-Sí, lo estoy.- contestó ella, después miró a la ladrona que seguía jugando con Sven.

-Creo que nos perdimos de algo.- le dijo Olaf a Anna, viendo también lo bien que se llevaba Sven con la ladrona.

-¡Usted, señora ¿de dónde conoce a Sven?!- la señaló con su mano sangrante.

-¡Creo que la pregunta sería ¿de dónde lo sacaste tú?!- preguntó con voz tosca-. ¡¿Lo encontraste, lo compraste, lo robaste?!

-¡Nada de eso! ¡Él es amigo de mi esposo Kristoff!

-¿Kristoff?- repitió ella, asimilando las palabras-. Espera un segundo, un segundo. ¿Kristoff... es tu esposo?

-¿Lo conoce?- interrogó Anna, desconfiada.

-Yo... yo... Ese enano inútil se casó con una princesa, él es un príncipe ahora.- habló, sin creerse sus propias palabras, viendo fijamente al suelo.

-¡¿Entonces sí lo conoce?!- insistió Anna.

-No me lo puedo creer, acabo de empujar, golpear y acuchillar a la esposa embarazada de Kristoff. ¡Soy una tonta!

-Sí lo conoces.- sentenció.

Pero Chickie estaba tan impactada que ya no escuchaba nada de lo que la princesa le decía.

-Kristoff estuvo aquí todo este tiempo... y yo... yo.. yo me rendí...- cubrió sus ojos con sus manos, evidentemente estaba llorando, eso dejó a Anna estupefacta-. Eso explica todo... ahora lo entiendo.- ahogó un grito de dolor, realmente las emociones frías de la mujer ladrona se habían quebrado-. El bebé...- se dio cuenta-. ¡El bebé!

-¿Bebé?- Anna se asustó por la forma en la que esa mujer lo dijo, casi parecía haber enloquecido.

-¡Niña, dime que tu primer hijo no era de Kristoff! ¡Por favor, dime que no era de él!- gritó en suplicas la mujer, ya sin lágrimas en los ojos.

-¡¿Pero qué dices?! ¡Por supuesto que mi bebé es de Kristoff!- se ofendió la princesa, poniéndose furiosa.

La ladrona abrió mucho los ojos, miró hacia los lados y después lanzó una mirada al cielo, con gesto horrorizado.

-¡Que Dios nos ampare!- exclamó, causando algo de terror en Anna.

-¿Pero qué estás...?

Chickie se relajó y dio un suspiro resignado, después volteó a ver a Olaf.

-Princesa Anna- dijo la ladrona, con voz apacible-. Se llama Tuk.

-¿Quién?- preguntó Anna, confundida.

-El nombre de mi cliente es Tuk, él quiere apoderarse de tu muñeco de nieve, él es miembro de un circo llamado "Little Mermaid" aléjate de esa gente si te la encuentras, Tuk es una persona loca.

-¿Por qué me estás diciendo todo esto?- preguntó a la mujer.

-Porque el muñeco de nieve es amigo de mi Sven, por eso te lo digo. Tuk está loco, al menos cuando nos presentamos, si me contrató a mí para obtener a Olaf, puede que lo vuelva a intentar. Aléjate de Tuk.

Anna se sorprendió por esta declaración, pero había muchas cosas que no entendía.

-¿"Tu" Sven? Él es de Kristoff. ¿Y cómo es que conoces a Sven y a Kristoff? ¿sabes algo sobre la desaparición de mi bebé?- su voz era algo angustiada e impaciente.

-No sé nada que pueda ayudarte, olvídate del bebé, está perdido para siempre y no sé dónde está.- dijo con frialdad.

-¡No, no! ¡tú sabes algo que no me has dicho!- exigió saber Anna, poniéndose paranoica.

Chickie sujetó de repente la mano derecha de Anna, que tenía una herida profunda y sangrante, mas la princesa parecía no haberlo notado hasta ese momento. Chickie miró del otro lado de la palma de la mano de la princesa, limpió la sangre que la cubría y pudo ver una cicatriz extraña; esta cicatriz era blanca y tenía forma de una estrella deformada.

-¿No te duele?- preguntó la ladrona a la princesa.

-Y..yo...- Anna no supo contestar, ya que no se había percatado de la gran herida que la ladrona le había provocado en la mano. Pero Chickie sabía la respuesta de la pregunta que le había formulado.

-¡Anna!- exclamó Olaf-. Debes ir con un medico para que te revise eso.

-Princesa.- dijo la ladrona, ignorando la cortada sangrante de la princesa y mostrandole la cicatriz que tenía del otro lado de la mano-. La persona que te hizo esta cicatriz es más de lo que imaginas.

-¡¿Tú qué sabes de la mujer que se llevó a mi bebé?!- se alteró.

-Nada.- mintió, aunque sabía que la princesa no le creería. Pero lo siguiente que dijo era una inminente verdad-. Y tú no debes saber nada por ahora. Desde el momento en que se llevó a tu hijo empezó, ya ha empezado. El mundo cambiará.

A lo lejos se alcanzaron a ver unos guardias que iban pasando, Chickie los miró y después miró a Anna.

-Siento esto.- le dio una vez más un puñetazo a la princesa.

-¡Ay! ¡¿Pero qué te pasa?!- gritó Anna, lo suficientemente fuerte como para que los guardias la escucharan.

-¡Princesa Anna!- gritó uno de los cinco guardias que se empezaron a acercar, corriendo.

-Deja que me arresten.- dijo Chickie a Anna de forma apresurada, con seriedad-. Es lo mejor para todos, pero no es la ultima vez que nos veremos, princesa.- sacó una bolsa de tela color azul y la arrojó hacia la princesa-. ¡Esto te protegerá, Anna, no lo apartes nunca de tu lado!

-¿Qué es esto?- preguntó ella.

-Quizá tu hijo ya no se puede recuperar, pero lo peor aún no ha empezado, debes proteger a tu futura hija, en esa bolsa de ahí se encuentra todo lo que necesitarás saber... cuando llegue el momento.

-¡¿Qué momento? ¿de qué me estás hablando?! ¡¿Acaso ella vendrá por mi hija también?!

-No, no lo hará.- contestó con voz siniestra-. Pero sí por otra cosa, por algo importante para ti, y puede que sea pronto.

-¿Qué cosa?- preguntó, angustiada.

Los guardias finalmente llegaron al lugar e interrumpieron la conversación de las mujeres.

-¡¿Qué sucedió?! ¡¿Está herida?- preguntaron a la princesa.

-Deja que me arresten.- susurró la ladrona a Anna-. Obedece.

-Esa mujer me golpeó- acusó Anna, algo confundida-. E intentó llevarse a Olaf.

-¡Y se quiso llevar un gato!- mencionó Olaf.

Los guardias se apresuraron a tomar a la ladrona por la fuerza, pero ella no opuso ni la más mínima resistencia. Sven tampoco hizo nada al ver a su vieja amiga ser llevada por los guardias, después de todo se lo merecía por haber tratado a Anna así.

-¡Princesa Anna!- gritó la ladrona mientras se la llevaban-. ¡Siento no poder decirte más, él me matará si se entera que te lo he dicho yo, él me buscará ahora!

-¿Él?- murmuró la princesa sin entender.

-¡Hago esto para protegerte, pero si sientes el deseo de proteger a alguien, cuídate, cuídate mucho! ¡Cuídate de la Reina de las Nieves, pero hagas lo que hagas, aléjate de las sombras!

Los guardias se la llevaron, ella lo último que hizo fue dirigirle una mirada a Sven y después una a Olaf. Con voz calmada ella habló.

-Muñeco de nieve, puedes quedarte con mi moneda, comprale el regalo a la reina, sólo no dejes que nada te perturbe.

Los guardias se la llevaron, dejando a los demás muy confundidos. Olaf y Anna miraron a Sven, preguntándole de dónde la conocía, aunque claro que Sven no les respondió. Anna se encogió de hombros, con muchas dudas en su cabeza.

-¡Princesa Anna!.- le habló un guardia-. ¡Su mano!

Curaron y vendaron la herida de Anna, pero ella parecía distraída todo el tiempo, pensando en todo lo que había sucedido. La verdad es que no había entendido nada, podría tomar a esa ladrona como una loca, pero parecía saber demasiado como para ser una loca. No sabía qué hacer.

Olaf, teniendo ya ocho monedas, corrió a comprar al fin la rosa blanca que iba a regalarle a la reina, pero pronto volvió hacia donde estaba Anna; ella permanecía sentada en un cajón, debajo de un pequeño puente, donde le daba la sombra. Olaf se sentó a su lado, ella parecía deprimida.

-¿Te encuentras bien?- le preguntó a su amiga.

Anna no parecía con ánimos de responder esa pregunta, tampoco parecía que la había escuchado, sólo estaba distraída viendo fijamente al suelo. Olaf intentó con otra cosa.

-¿Por qué no te duele la mano? Estabas sangrando.

Esta vez Anna sí que escuchó la pregunta, volteó su mirada a Olaf que estaba sentado justo a su izquierda. Ella observó su mano vendada, dando un pequeño suspiro.

-Cuando aquella Reina de las Nieves se llevó a Christian... ella hirió mi mano, no sé por qué, pero desde entonces no puedo sentir nada en ella.

-¿Y Kristoff lo sabe?- preguntó Olaf, preocupado.

-No, nunca se lo conté a nadie hasta ahora.- se abrazó las rodillas.

-¿Por qué no?

-No me importaba demasiado, estaba más preocupada por encontrar a mi bebé...- se le quebró la voz, pero siguió hablando-. Y después sólo le resté importancia...- abrazó sus rodillas con más fuerza y escondió su cara en ellas, empezando a sollozar audiblemente. Olaf se preocupó más.

-Anna, Anna, no llores, es sólo una mano, no es gran cosa si pierdes la sensibilidad en una mano.- dijo, tratando de calmarla.

-No, Olaf, no es eso.- levantó un poco la vista para ver, con sus ojos azules llorosos, a Olaf-. Es esa mujer, esa tal Chickie, ella es una loca, una loca mentirosa.

-Pues sí que era muy rara.- comenzó a decir-. Primero intenta llevarme, luego casi te mata a golpes, luego aparentemente se reencuentra con Sven, luego me libera y después habla como profeta loco, queriéndote proteger de algo, sea lo que sea. Sin mencionar que pidió ser arrestada.

-Y dijo que me olvidara de Christian, que ya no lo podría recuperar. ¡Yo no voy a creerle eso! ¡no se lo puedo creer!- gritó, casi ahogándose en lágrimas-. P..Pero ella.. di..dijo que yo estab... estaba...

-¿Embarazada?

Anna lloró con más fuerza, abrazándose el pecho, como si le doliera. Temblaba tan solo de pensarlo y gemía de dolor.

-Anna, tranquilízate, por favor.- le suplicó, apegándose a ella-. No me gusta que estés así, me pones triste a mí también.

-¡Es que no quiero! ¡No puedo estar embarazada, no puedo estarlo!

-¿Por qué no quieres estarlo? es tu hija.

-¡¿Cómo crees que yo podría tener un nuevo bebé sin sentirme culpable por no haber recuperado el anterior?! ¡No puedo estar embarazada! ¡Además ¿ella qué sabe de embarazos?! ¡no pudo haberlo sabido con sólo tocarme, es ridículo!

-Anna...

-Olaf, me siento terrible.- dijo, sonándose la nariz, sin poder secar sus lágrimas-. Siempre estoy sonriendo, todo el tiempo, siempre intento estar feliz, por ti, por mi hermana, por Kristoff, pero cuando estoy sola solo puedo sentirme triste al recordar a mi pequeño. Lloro cada noche por el hijo que perdí, es algo que sólo no se puede superar, no cuando sé que él está en alguna parte y yo no lo puedo ver crecer.

-Está bien llorar, Anna.- le dijo, mientras le daba un abrazo fuerte-. Tienes suerte de poder hacerlo, aligera el dolor, puedes hacer eso siempre que te sientas triste y ya no dolerá tanto, hasta que encontremos a Christian.

-Pero esa anciana loca dijo que no lo iba a recuperar... por eso no puedo creerle nada de lo que dijo. No le creo que esté embarazada.

-¿Y si lo estás?

-Sería sólo un error.- respondió con voz melancólica.

Olaf se deprimió un poco al escuchar eso, pero no dejó de abrazar a Anna en ningún momento.

-¿Sabes? la ladrona dijo que Elsa me había creado por error ¿eso es verdad?.- preguntó con voz triste.

-No, Olaf, tú no fuiste un error.- respondió la princesa rápidamente-... Bien, tal vez te dio vida por accidente... pero fue un accidente pequeño, ya sabes, de esos que no son malos... Sí, ella no tenía la intención de crearte, pero...- ya empezaba a balbucear y esto la incomodó-. Fuiste un accidente pero, no importa eso, digo... Lo que quiero decir es que tú no fuiste un error, de hecho creo que eres de lo mejor que pudo habernos pasado ¡el reino es más divertido contigo aquí!

-¿Lo dices en serio?- dijo con desconfianza.

-Muy en serio, Olaf...- ella volvió a bajar la mirada-. En... los primeros meses en los que estuve sin Christian, yo... me sentía fatal, yo y Kristoff estábamos devastados. Sin quererlo yo... me alejé de mi hermana, yo estaba tan triste que la dejé sola, incluso sabiendo que ella estaba muy deprimida; pero yo estaba más triste que ella, yo no podía consolarla, tampoco me sentía... con fuerza de ver a alguien que no fuera Kristoff. Dejé a Elsa sola y ella se apartó de los demás también. Pero, Olaf, tú no la dejaste, tú te quedaste con ella aunque ella no quería compañía; no sé qué hubiera sido de ella si tú no hubieras estado ahí, tal vez ella no fuera capaz de sonreír como lo hace ahora. Estuviste con ella cuando yo no podía, por eso te lo agradezco, Olaf. Puede que seas un accidente, pero jamás podrías ser un error.

-Entonces, si yo soy un accidente que no es un error ¿por qué tu hija no puede ser lo mismo?

Anna se sorprendió con ese comentario. Volteó a ver a Olaf, cierta parte de ella estaba indignada.

-Ah, así que a esto es a lo que querías llegar.- dijo ella, dando una sonrisita malhumorada al ver la astucia de su amigo-. Eres un manipulador.

-Sí.- admitió, dando una amplia sonrisa.

Anna no pudo evitar reírse con esto, pero pensó que si quizá fuera verdad que estaba embazada, tal vez realmente no fuera un error, aunque no podía evitar sentirse un poco mal por ello.

-Y por cierto ¿qué hay en la bolsa que la ladrona te dio?- le preguntó Olaf.

-Aún no la he revisado.- contestó, sacando la bolsa y empezando a abrirla.

Ella metió su mano hasta el fondo de la bolsa color azul, sintió algo liso y rectangular, sin pensarlo lo sacó para verlo. Era un libro, un libro de letras azules y brillantes en el titulo. Por impulso más que otra cosa, Anna emitió un grito de susto y arrojó el libro que cayó, abierto, en el suelo. Tan solo verlo y tocarlo había provocado en Anna escalofríos.

-¿Qué pasa? ¿es un libro malo o algo así?- preguntó Olaf, yendo a recoger el libro en el suelo; cuando lo sostuvo, leyó el titulo-. "La Reina de las Nieves"

-Sí, es algo muy malo.- respondió Anna, algo consternada-. Da... dámelo.- pidió.

Olaf se lo entregó, Anna lo abrió en las primeras paginas y sólo le bastó leer la primera línea para reconocer que era el libro que fue el favorito de su madre, el que a ella le había causado miedo de niña y el que le leyó a Christian antes de que se lo llevaran.

-La... la ladrona, Chickie, ella... ella tiene una copia del libro favorito de mi madre.

-Un libro mejor conservado, este se ve más nuevo.- dijo Olaf, recordando el libro y cuando se lo habían leído a Christian.

-Chickie dijo que todo lo que necesitaré saber está en esta bolsa, en el libro.- dijo, revisando las paginas-. Tal vez... tal vez deba... terminar de leerlo.

Olaf se sentó frente a Anna, Sven se acercó y se acostó a un lado. La princesa se dio cuenta de que ellos esperaban a que iniciara a leer. Anna tragó saliva y comenzó desde el principio, desde el primer capítulo que tanto le aterraba, hasta que llegó al fin a la parte donde se había quedado, a la mitad del episodio 2, el que se llamaba "Un niño y una niña"

Kai y Gerda estaban sentados, mirando un álbum de animales y pájaros... sonaron las cinco en el reloj del campanario... de repente Kai exclamó:

-¡Ay, me ha dado un pinchazo el corazón! ¡Y algo me ha entrado en el ojo!

La pequeña Gerda tomó entre sus manos la cabeza da Kai; él parpadeó; no, no se veía nada.

-Me parece que ya ha salido.- dijo Kai.

Pero no, no había salido. Era precisamente una mota de polvo de cristal procedente del espejo; lo recordáis ¿verdad? El espejo del troll, el horrible espejo que hacía pequeño y feo todo lo que era bueno y hermoso, mientras que lo bajo y lo vil, cualquier defecto por pequeño que fuera, lo agrandaba de inmediato. Al pobre Kai se le había clavado una esquirla de cristal en su corazón, que pronto se convertiría en un bloque de hielo. No sentía ya ningún dolor, pero el cristal seguía allí.

-¿Por que lloras?- preguntó Kai a su amiguita-. Estás muy fea cuando lloras. ¡Bah! ¡Mira: esa rosa está comida por un gusano y aquella otra crece torcida! ¡Son feas, tan feas como el cajón en el que crecen!- y de una patada arrancó las dos rosas.

-¡Kai! ¿Qué haces ...?- gritó la niña mirándole asustada.

Kai arrancó aún otra rosa y rápidamente se metió por la ventana de su casa dejando allí sola a la pequeña Gerda.

Poco después la niña volvió a su lado con el álbum, Kai le dijo que aquello estaba bien para los bebés, pero no para él. Si la abuela les contaba cuentos, él siempre encontraba algún motivo para burlarse y en cuanto podía la imitaba a sus espaldas ridiculizando sus palabras y sus gestos; la verdad es que lo hacía a la perfección y todo el mundo se reía a carcajadas. Pronto se acostumbró a imitar y a burlarse de cualquiera que pasara por la calle. Todo lo que en los demás había de singular o de poco agradable era ridiculizado por el muchacho.

Se dedicaba incluso a mortificar a la pequeña Gerda, que le quería con toda su alma. El cristal que le había entrado en el ojo y el que se había alojado en su corazón eran la causa de todo.

Sus juegos tampoco eran como antes: se había vuelto mucho más serio. Un día de invierno que caía una fuerte nevada, Kai sacó una lupa y extendió una punta de su chaqueta azul para que cayeran sobre ella algunos copos.

-Mira a través de la lupa, Gerda.- le dijo.

Los copos aparecían mucho más grandes y tenían el aspecto de flores magníficas o de estrella de diez puntas; era realmente precioso.

-Fíjate qué curioso.- continuó Kai-. Es más interesante que las flores de verdad. No hay en ellos el menor defecto; mientras no se funden, los copos son absolutamente perfectos.

Unos días después, se acercó a Gerda con las manos enfundadas en unos gruesos guantes y con su trineo a la espalda; gritándole al oído, le dijo:

-¡Me han dado permiso para ir a jugar a la Plaza Mayor!

Y hacia allí se marchó.

En la plaza, los chicos más atrevidos solían atar sus trineos a los carros de los campesinos para ser remolcados por ellos. Cuando estaban en pleno juego, llegó un gran trineo, completamente blanco, conducido por una persona envuelta en un abrigo de piel blanco y con un gorro de piel igualmente blanco en la cabeza; dio dos vueltas a la plaza y Kai enganchó rápidamente su pequeño trineo al que acababa de llegar; juntos, comenzaron a deslizarse por la nieve. Cogieron más velocidad y salieron de la plaza por una calle lateral;  cada vez que Kai intentaba desenganchar su trineo,  la desconocida persona que conducía el trineo grande volvía la cabeza y hacía a Kai una seña amistosa, como si ya se conocieran de antes, y Kai se quedaba inmóvil en su asiento; franquearon así las puertas de la ciudad y se alejaron.

La nieve empezó a caer tan copiosamente que el niño apenas podía ver a un palmo por delante de su nariz; intentó aflojar la cuerda que le mantenía unido al trineo grande, pero no lo consiguió: estaban bien enganchados y corrían tan veloces como el viento. Gritó con todas sus fuerzas, mas nadie le oyó; la nieve seguía cayendo y el trineo avanzaba tan rápido que parecía volar, aunque a veces daba brincos, como si saltase sobre zanjas y piedras. Kai estaba tremendamente asustado, quiso rezar el Padrenuestro y sólo consiguió recordar la tabla de multiplicar.

Los copos caían cada vez más gruesos y parecían ya gallinas blancas; de pronto, se hicieron a un lado, el gran trineo se detuvo y la persona que lo conducía se levantó; su abrigo y su gorro eran tan sólo de nieve. Se trataba de una mujer alta y esbelta, de blancura deslumbrante: La Reina de las Nieves.

-Hemos hecho un largo camino.- dijo ella-. ¿Tienes frío? Ven, métete bajo mi abrigo de piel de oso.

Le montó en su trineo, extendió su abrigo sobre él y Kai creyó desaparecer entre un montón de nieve.

-¿Todavía tienes frío?- le preguntó, besándole en la frente.

¡Ay!, aquel beso era más frío que el hielo y le penetró hasta el corazón que, por otra parte, era ya casi un bloque de hielo. Le pareció que iba a morir... pero esa sensación no duró más que un instante, después dejó de sentir el frío intenso que le rodeaba.

La Reina de las Nieves besó a Kai una vez más y este olvidó a la pequeña Gerda, a la abuela y a todos los que habían quedado en su casa.

-No te volveré a besar.- le dijo ella-. Un beso más te mataría.

Kai la miró; era hermosa, no podía imaginar un rostro que irradiara una inteligencia y un encanto semejantes; no tenía aquel aspecto de hielo, como cuando le hizo una seña a través de la ventana; a sus ojos, era perfecta y no le inspiraba ya ningún temor.

Le contó que sabía calcular de memoria, incluso con fracciones, que conocía perfectamente la geografía del país y el número de sus habitantes; mientras todo eso le contaba, ella no dejaba de sonreír. No obstante, Kai tenía la impresión de que todo cuanto sabía no era suficiente.

Miró hacia arriba, el espacio infinito; la Reina de las Nieves lo tomó en sus brazos y juntos ascendieron por el aire; atravesaron oscuros nubarrones, donde el rugir del huracán evocaba en su mente el recuerdo de antiguas canciones; volaron por encima de bosques y de lagos, de mares y montañas; debajo, silbaba el viento, graznaban las cornejas y aullaban los lobos sobre un fondo de resplandeciente nieve. Arriba, en lo alto, una luna grande y fulgurante iluminaba el cielo y Kai la contempló durante toda aquella larga noche de invierno. Al llegar el día, dormía a los pies de la Reina de las Nieves.

Anna terminó de leer el episodio dos y decidió leer lo demás después. Todo eso le hizo recordar el secuestro de su hijo, incluso imaginó a su bebé siendo el niño del cuento, y ella no quería ponerse más mal en ese momento, no en el cumpleaños de su hermana. Cerró el libro y lo puso a un lado.

-¿Vas a contarle a Kristoff sobre la ladrona?- preguntó Olaf.

Anna miró a Sven y él la miró inocentemente, ladeando la cabeza. Anna resopló.

-Tengo que preguntarle, tal vez sea verdad que la conoce, o tal vez ella sólo era una loca que decía tonterías, no lo sé, aún no sé si creerle mucho. Pero se lo diré después del baile, no quiero arruinar el cumpleaños de Elsa de alguna forma, no sabemos qué es ella de Kristoff, ni siquiera estamos seguros si es verdad que lo conoce.

-Oye.- Olaf llamó su atención-. Hay algo más en la bolsa.

-¿Ah?

Anna tomó la bolsa azul y sintió que sí había algo dentro, metió la mano y sacó la última cosa que guardaba esa bolsa. Observó el objeto con detenimiento.

-¿Qué es?- preguntó Olaf.

El objeto era un precioso collar de cristales brillantes y transparentes que reflejaban la luz del sol, pero eran de color negro oscuro. Anna nunca había visto ese collar, pero sentía que debía recordarle algo.

-Es un collar muy bonito.- respondió ella.

-¿Por qué la ladrona te lo daría junto al libro?

-No sé, pero me parece familiar...

Notes:

eh, chicos, hasta aquí llega el capítulo jaja sí, me retrasé un poquito al subirlo, la verdad nunca pensé que subiría un cap de este fic entre semana jaja

Para los que aún no se han dado cuenta, la mujer ladrona es la misma mujer que cuidaba de Kristoff y Sven en el primer capítulo :)
pero ¡ea! ¿qué será ese collar de cristales oscuros? sólo les digo que es algo muy importante en el fic...

ay, y Olaf es tan lindo, les diré, la primera vez que vi la película de Frozen, no me gustó Olaf, lo vi innecesario y hasta lo creí un tonto... fue después de ver la película dos o tres veces más cuando finalmente comprendí que Olaf no es tonto, él es inocente. Hace poco leí en un manga (cómic japones) una frase que decía "La inocencia es belleza, la ignorancia es muerte" y me dije al leerlo "exacto", gracias al cielo Olaf no es un ignorante.
Pues este fanfic trata mucho de la inocencia. Para mí, el cuento de La Reina de las Nieves trata del bien contra el mal; a mí me gusta pensar que este fanfic trata de la inocencia contra... ¿la crueldad? (._.). En fin, es un fanfic de la inocencia contra la "crueldad", tal vez por eso Olaf está teniendo más protagonismo que cualquier otro personaje, por ahora.

Los siguientes dos capítulos tratarán sobre el baile, pero más que nada sobre Elsa, algo le está pasando a ella, tiene una batalla interna, una que quizá no podrá ganar, hay una tormenta en su interior ¡vaya!
oh, oh, veo personajes oc en el futuro D:

una ultima cosita, para aquellos que aún esperan (o no) la aparición de Hans, déjenme decirles que en ningún momento confirmé (ni negué xD ) que iba a aparecer en mi fic, sólo pregunté si creían que aparecería, además de que me gusta jugar con sus mentes y trollear personas xD

nos vemos en el siguiente capítulo :)
al menos ese ya terminé de escribirlo, sólo me falta unos cuantos detalles, no sabría decir cuándo lo subiré jeje

Chapter 6: El torpe príncipe

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en octubre del 2014.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 6: El torpe príncipe.

Pero la inocencia siempre puede perturbarse. El niño más dulce, el más inocente siempre puede caer en el egoísmo, aun cuando sabe que eso está mal.

Un ejemplo de ello es algo que sucedió hace muchos años atrás, en una época no muy diferente pero sí enterrada en la nieve del tiempo. Las memorias de la infancia pueden marcar la diferencia de ser alguien bueno o malo al crecer. Hay dolores que duran para siempre, que acechan a la persona adulta que antes fue un niño inocente.

Esta es una de esas historias, de un par de niños que perdieron parte de su inocencia al conocer el mundo cruel y egoísta.

Era de noche, en los jardines de un castillo; un grupo de niños salieron, no con muy buenas intenciones. Tres de ellos llevaban la edad de trece, doce y diez años, siguiéndolos de cerca iba otro niño de tan sólo siete años de edad, era un pequeño inocente y asustado. Mas no eran sólo esos cuatro niños, los tres mayores llevaban arrastrando a un pequeño que no paraba de llorar y suplicar; era un niño demasiado pequeño.

-¡Por favor!- suplicaba el pequeñito-. ¡No lo vuelvo a hacer! ¡por favor, déjenme en paz!- lloraba mientras los mayores lo tiraban al suelo.

-¡Cállate, idiota!- gritó el de trece años.

-¡Voy a decirle a mamá!

-¡Ella no va a ayudarte esta vez, y si le llegas a decir te va a ir muy mal!- dijo el de doce.

-¡Anders!- gritó el niño de diez años al niñito de siete-. ¡Cuida que nadie nos siga!- ordenó al pequeño.

El pequeño niño Anders miró a todas direcciones pero nadie los había seguido, después fijó su vista a los niños mayores que arrastraban al pequeño de sólo seis años hacia el sótano de una pequeña cabaña deshabitada y lo encerraban ahí. Anders tembló un poco al imaginarse la oscuridad de ese lugar.

-¡Déjenme salir!- gritó el niñito de seis años, llorando demasiado-. ¡Por favor, tengo miedo! ¡mamá!

-¡Cállate ya!- gritó el mayor de los niños mientras terminaba de cerrar la puerta-. ¡Eso te pasa por tocar mis juguetes! ¡aprende dónde está tu lugar, inútil!

-¡Mamá!- seguía gritando el niño, golpeando con toda la fuerza que podía a la puerta, pero no la podría abrir.

-Entiende bien esto, inútil.- comenzó a decir el de diez años-. Tú eres un error, tú no debiste haber nacido, tú crecerás para ser un sirviente que alimentará a los puercos.

-Ja, ja. Sí, seguramente eso será, no podrá ser nada más.- dijo el de doce años.

Se escuchó al niñito de seis años llorar dentro del sótano, el pobre niño no veía casi nada en esa inmensa oscuridad, en ese lugar rodeado de polvo y telarañas, en ese frío terrible que no le permitía dejar de temblar.

-Pero no estará sólo ahí dentro.- dijo el mayor.

-¿Realmente lo conseguiste?- preguntó, curioso, el de doce años.

-Sí, no fue fácil que los sirvientes no la encontraran.- el niño mayor sacó de su bolsa una serpiente viva que se retorcía al tratar de liberarse.

-¡¿Qué haces con eso?!- gritó el niño de siete años llamado Anders, que estaba completamente aterrado al ver esto.

-No te preocupes, tonto, no es venenosa.- dijo el de doce.

-Pero el tonto de ahí dentro no lo sabe.- se burló el mayor, señalando la puerta del sótano.

-¡No lo hagan!- dijo Anders, temblando de miedo-. Se están pasando, él no hizo algo muy grave.

Los tres mayores se molestaron; el de doce años empujó a Anders y éste se golpeó con la pared, después le sujetó el rostro con brusquedad y Anders comenzó a llorar de miedo ante los niños mayores.

-¿Acaso estás defendiendo a ese idiota?- le preguntó con frialdad-. ¿Acaso quieres protegerlo?- Anders no respondió, sólo cerró los ojos y lloró-. ¡Te irá muy mal si acaso se te ocurre delatarnos! ¡¿Me escuchaste?!

-Pe..pero él no les hizo nada.- se esforzó en decir, temblando-. Él.. él...

-¡Él es un estorbo!- le gritó, golpeando al niñito en la cara-. ¡No volverás a tratar de ayudarlo nunca más si es que no quieres que te hagamos lo mismo que a él!

-No...

-¡¿Qué dijiste?!

-¡No lo vuelvo a hacer!- gritó, desconsolado, soltando todas sus lágrimas, pero tratando de no hacer mucho ruido para que no lo golpearan más.

El niño mayor sonrió, apartó al de doce años de Ander y le dirigió una cruel sonrisa.

-Si realmente estás de nuestro lado, demuéstralo.

-¿Demostrarlo?

-Sujétala.- le dijo, mostrándole la serpiente en sus manos.

Anders obedeció, llevó sus manos temblorosas hacia la serpiente y la tomó, conteniendo su terror. Los niños abrieron la puerta del sótano, pero el pequeño encerrado, al ver que tenían malas intenciones, corrió hacia una esquina, pero no tenía a dónde huir. Ellos se acercaron al pequeño, sonriendo con malicia; Anders sólo tenía una cara de completo horror. Fue entonces cuando el mayor señaló la serpiente y le dijo a Anders algo muy perturbador:

-Arrójalo a su cara.

Anders sintió un escalofrío al escuchar eso. Si a él le daba tanto miedo tocar a la serpiente ¿qué tan malo sería para el pequeño frente a él que no tenía idea de que la serpiente no era venenosa? El pequeño sólo era un año menor que Anders, pero aún así se veía mucho más pequeño, más asustado, más indefenso; era un pequeño niño perdido en las tinieblas del dolor, sin esperanza de llegar a la salida. El niño frente a Anders hacía que cada parte de sí mismo quisiera dejarlo todo, ponerse enfrente de esos tres malvados y proteger al pequeño, costara lo que costara. Pero no podía, no importa cuánto quisiera al niñito, no tenía el valor suficiente para hacer algo que no fuera llorar.

-No.- dijo-. Por favor, no me pidan hacer, eso, no puedo.

Cayó de rodillas, llorando en silencio. Miró al niñito frente a él; el pequeño le suplicaba con la mirada y esto hacía que Anders se sintiera muy mal. Realmente no quería causarle daño alguno. Y el pequeño de seis años miraba a Anders, buscando algún consuelo, alguien que lo protegiera, alguien que realmente lo quisiera, y creyó haberlo encontrado.

-¡Vas a hacerlo!- el niño de diez años pateó a Anders y lo tiró en el lodo, pero Anders no podía pensar en otra cosa que no fueran los ojos suplicantes del niñito.

-¡Vas a hacerlo o te va a ir muy mal!- dijo el de doce años, golpeando a Anders en la cara.

-Pídanme cualquier otra cosa, por favor.- suplicó, con la cara llena de lágrimas, pero ellos no tenía compasión-. Yo no puedo hacerlo, yo no puedo...- buscó con la mirada al niñito y este lo miraba fijamente, con los ojos húmedos, la cara enlodada y con marcas de golpes. Lo quería demasiado como para hacerle más daño-. Él... él es mi hermano.

Golpearon a Anders; lo empujaron, lo patearon, le dieron de puñetazos, rompieron su ropa y le escupieron encima. Le tiraron un diente de leche, y parte de su inocencia cayó también cuando pidió misericordia. Cuando gritó que lo dejaran en paz, cuando se resignó y dijo que lo haría, cuando se rindió y aceptó hacerle daño a su hermano con tal de que no lo golpearan más.

Anders miró fijamente a su hermanito, y él lo miraba, con ojos fríos y desafiantes, sin llorar. Anders supo que había traicionado la confianza de su hermano, pero con tal de protegerse a sí mismo, sería egoísta. Anders arrojó la serpiente al pequeño, y el niñito gritó, lloró, se retorció de miedo mientras los mayores se burlaban a carcajadas, lanzado palabras ofensivas.

Y Anders observó el sufrimiento que le había causado a su hermano pequeño. Miró sus manos, ya estaban sucias de maldad. Todo por protegerse a sí mismo... valió la pena.

-Hiciste bien en estar de nuestro lado y no en la de ese perdedor.- dijo el mayor a Anders. Él no contestó-. Pero... para que no se te olvide a quién debes obedecer...

Los mayores empujaron a Anders y salieron corriendo, cerraron la puerta del sótano y dejaron a los dos niñitos encerrados, solos en la oscuridad, con polvo, telarañas y una serpiente que podría ser o no venenosa. Anders corrió hacia la puerta y con su inocencia manchada gritó.

-¡No me dejen aquí! ¡no quiero estar aquí! ¡No volveré a ayudarlo jamás! ¡sólo no me dejen encerrado! ¡no volveré a hacerlo! ¡no volveré a defenderlo!

-¡Se quedarán aquí toda la noche!- gritaron los niños de afuera, encerrándolos con candado-. Eso te enseñará, Anders, a no intentar proteger inútiles como él.

Aún cuando ellos se fueron, Anders continuó suplicando para que le abrieran, llegando incluso a maldecir el haber intentado proteger a su hermano. Pero ahí lo sentía, al pequeñito viéndolo fijamente, callado y quieto.

-¡¿Qué querías que hiciera?!- gritó Anders a su hermanito cuando ya no soportó sentir más su mirada-. ¡No quiero que me traten como te tratan a ti! ¡No quiero tu suerte, no quiero! ¡No volveré a cuidarte nunca más!

Anders volteó para ver personalmente la mirada que le dirigía su hermano; se arrepintió de haber hecho tal cosa, su mirada era más inquietante que una serpiente que puede ser o no venenosa.

El pequeñito lloraba... pero no de tristeza. Temblaba... pero no de frío. Aun en la oscuridad de ese sótano podían distinguirse los ojos del niñito, el cómo miraba a su hermano mayor. Era un sentimiento no digno de un niño tan pequeño e inocente. Era un sentimiento impuro. Era el más sádico odio.

Esa noche Anders aprendió a ser egoísta, y esa noche su hermanito experimentó el inicio de un cambio en el corazón, un cambio malo. Era un odio tan grande...

Sus inocencias fueron perturbadas, y aunque uno de ellos intentó superarlo... al otro lo marcó para siempre.

Es tan triste ver el alma de un niño manchada de esa forma. Poco a poco las Puertas se iban cerrando para ellos...

.

..

...

Regresando a la actualidad, en el reino de Arendelle, aunque la mañana fue un poco alborotada, los preparativos para el baile continuaron.

Ya para el resto del día un rumor se había esparcido por todo el reino. Al cabo de pocas horas el chisme había pasado de boca a boca, de oído a oído, al final que ocho de cada diez personas en el reino lo sabían. Se habían enterado. Y ninguna clase se salvó de escuchar dicho rumor. Príncipes, reyes y duques que visitaban el reino por la fiesta se enteraron, ni siquiera la servidumbre y los guardias se salvaron de escuchar tal rumor más falso que el cabello del duque de Weselton.

La reina se casaría y anunciaría su compromiso en la fiesta.

El reino entero se regocijaba en un indiscreto silencio. ¡La Reina Elsa finalmente se había comprometido! ¡¿Conocerían al fin a el futuro rey esa noche?!

La gente corría, sonreía y pasaba el rumor con la más grande felicidad, incluso con sorpresa. Algunos lo escuchaban, incrédulos, otros reían y exclamaban que ya era tiempo. Pero no había nada más alejado de la realidad.

La ironía es que todos sabían del supuesto compromiso de la Reina Elsa de Arendelle, todos excepto ella misma. La reina no tenía ni la más mínima sospecha de que sus súbditos ya la visualizaban con anillo en dedo, vestido de novia, ramo de rosas sujetas con ilusión en ambas manos, parada ahí en el altar, esperando su final feliz destinado, con amor en sus ojos azules que miran con adoración a su prometido: un rey o quizá un príncipe; a la gente no le importaba, sólo sabían que la reina se casaría y con eso les bastaba para crear la noticia del momento. Sobra decir que algunas fuentes incluso afirmaban que la reina esperaba un hijo.

Y Elsa no podría estar más ajena a lo que se hablaba afuera. Sin imaginar siquiera que la gente ya la ataba al matrimonio, ella estaba en su habitación tratando de hacerse un buen peinado.

Ya empezaba a oscurecer, la fiesta empezaría pronto. La reina no estaba lista. Había escogido un hermoso vestido color azul que brillaba como diamantes de hielo, lo había adornado con un bello collar de una piedra preciosa blanca y brillante. No le había costado trabajo ni el vestido, ni los zapatos, ni el maquillaje ¡Pero no hallaba forma de peinarse!

Bien podría ponerse su trenza de siempre, estaba casi segura de que quería llevar el cabello así... pero algo le decía que tal vez ya había usado el mismo peinado por siete años. Se recogió todo el cabello, de forma elegante, como siempre se ve cuando va a hacer algo serio (o simplemente cuando está desanimada), pero la fiesta no era algo serio; la gente ya no estaba muy acostumbrada a verla con un peinado tan discreto.

Se miró fijamente a ese cristal que la reflejaba por completo, cambiando varias veces su peinado de recogido a una trenza suelta, sin poderse decidir. Tragó saliva. Pasó con delicadeza sus claros dedos por la trenza suelta, acariciándose los mechones de cabello mientras se observaba fijamente en el espejo. Desenredando mechón por mechón de su trenza.

Sintió un terrible dolor en el pecho, no de esos que te advierten de un paro cardíaco, sino uno muy distinto. Era como un vacío, un oscuro vacío, un oscuro y frío vacío en el corazón. Un dolor que le ahogaba, que le inquietaba, que le hacía sentir mal. Había estado así todo el día, ahora más que antes. No estaba segura de lo que le sucedía, pero estaba asustada.

-¡Elsa!

-¡Ah!- dio un pequeño grito. Su respiración se agitó y sintió una punzada en el corazón que hizo que se abrazara el pecho, queriendo protegerlo. Se había asustado-. ¿Quién es?- preguntó, desorientada.

-Soy yo, hermana, Anna.- contestó, no sin fastidio al no ser su voz reconocida por su propia hermana.

Dio un vistazo a la puerta cerrada, tras de esta estaba Anna, esperando a que la dejaran pasar. Elsa resopló, bajó la mirada, controlando su respiración.

-Puedes pasar.- le respondió a su hermana.

La reina se vio al espejo, abrió mucho los ojos y dio un respingo al notar su trenza a medio desatar. Con ambas manos volvió a trenzarse el pelo rápidamente, sintiendo otra punzada en el pecho. Al terminar, se quedó estática, como congelada viendo su reflejo.

Forcejearon la puerta.

-¡Elsa!- se quedó viendo a sí misma en el espejo, tratando de comprenderse-. ¡Elsa!- no era el hecho de que el cristal se estaba comenzando a llenar de escarcha lo que le preocupaba, ni el dolor constante en el pecho. Era algo más-. ¡Elsa!- estaba tratando de asimilar, comprender y darle sentido a sus acciones.

Observó su trenza en el espejo escarchado. Era similar al peinado que usaba de niña, cuando era libre, feliz e inocente. Desde su coronación hace siete años, desde que congeló y previamente descongeló el reino, desde que se unió más a su hermana Anna, ha llevado el cabello de esa forma la mayoría de las ocasiones. Como cuando era niña, inocente.

Pero eso no tenía nada que ver con su problema de peinado. No estaba ni cerca de estar relacionado. No quería deshacerse de su peinado. Pero le daba una gran curiosidad saber qué pasaría si lo cambiaba. En parte era eso.

-¡ELSA!

-¡¿Qué ocurre?!- dio un salto de susto, desubicada, como si hubiera despertado de un sueño.

-¡No puedo entrar! ¡¿Acaso cerraste la puerta con llave?!

-¿Cerré la puerta con llave?- titubeó-. Cerré la puerta con llave... ¡Cerré la puerta con llave!

Realmente había cerrado la puerta con llave, ella que se prometió no volver a impedir el paso a su hermana, pero en ese momento simplemente lo había olvidado. Corrió hasta un cajón, lo abrió y sostuvo la llave con ambas manos. La llave se congeló un poco. Elsa tomó consciencia de que el espejo se había comenzado a congelar también, y aún estaba así.

Miró el cristal del espejo, yacía congelado, frío y vacío. Realmente era como un gran trozo de hielo que sólo refleja tristeza, confusión en este caso. Deshizo el hielo del espejo y la llave. Y antes de cerrar el cajón, tomó de una esquina unos empolvados y olvidados guantes, los cuales colocó en ambas manos, con algo de melancolía. Después de lo de Christian, pensó que no tendría que volver a usarlos.

No contó con que estaría atada de nuevo al miedo.

-Elsa, los invitados están por llegar, todos están emocionados. ¡Deberías ver, hay mucho chocolate!- exclamó la hermana menor con alegría una vez entró en la habitación. Pero a los segundos paró su emoción; el ver el estado de su hermana sólo la alteró-. ¡Elsa! ¡¿Pero qué te has hecho en el cabello?!

Resulta que la reina había hecho su intento de peinado normal, como lo lleva siempre, a una velocidad demasiado apresurada, incluso para ella. El resultado era que el cabello de Elsa se veía terrible, con mechones sueltos y enredados en su trenza mal hecha.

Ana tomó a su hermana de las manos, la arrastró hasta la cama y la obligó a sentarse. Ella se puso tras de la reina, con un cepillo en mano y se dispuso a acomodar el cabello de su hermana, peinándolo apresuradamente, pero no tanto como Elsa anteriormente.

-Me asustaste por un momento.- admitió-. ¿Por qué cerraste la puerta con llave?

-No lo recuerdo.- respondió al instante. Se observó en el espejo y vio cómo su hermana comenzaba a trenzarle el cabello.

-Llámame tonta, pero por un minuto creí que ya no me querías dejar entrar, como cuando... éramos niñas.- habló la princesa, en tono de broma.

-Claro que no, Anna. Te prometo que eso nunca volverá a suceder.- lo dijo, pero ella habló con una voz casi vacía, parecía ida, viendo hacia la nada.

-¿Te encuentras bien?- preguntó Anna, notando la clara ausencia de atención de su hermana y su voz casi gélida. Entonces la princesa notó algo que la alarmó-. ¡Elsa! ¿Estás usando tus guantes? ¿Pasa algo?

Elsa pareció volver de sus enigmáticos pensamientos y a través del reflejo del espejo observó los ojos preocupados de su hermana. Giró para ver personalmente a Anna y no a través de un reflejo; le dedicó la sonrisa más sincera que pudo lograr, pero se obligó a contestar con una mentira, para no preocuparla.

-Estoy perfectamente, Anna. Los guantes son sólo decoración, un accesorio.- aseguró, riendo para hacer más creíble su respuesta-. No te preocupes tanto. Además, mira, tú también tienes guantes.

Anna decidió creerle a su hermana y al poco tiempo lo olvidó. Especialmente intentó ignorar el tema ya que la razón por la que Anna llevaba guantes era porque efectivamente estaba ocultando algo. Anna tenía una cicatriz reciente en la mano derecha, la que le había provocado la mujer ladrona en la mañana, no quería que su hermana la viera y se alarmara.

Terminó de arreglarle el peinado a Elsa. Aún faltaba un poco para que la fiesta comenzara oficialmente, así que Anna aprovechó para retocarse el maquillaje. ¡La mujer ladrona, para colmo, también le había dejado moretones en la cara! ahora tenía que maquillarse de más para disimular. Estuvieron en la habitación algunos minutos, hablando entre ellas y haciendo algunas bromas o comentarios sobre los invitados que vendrían ese año. Después de un rato, Anna abrió la puerta para salir.

-Debo buscar a Kristoff, ya sabes que no se lleva demasiado con este tipo de fiestas, no quiero dejarlo solo mucho tiempo, tú entiendes.- dijo la hermana menor, a punto de retirarse.

-Espera, Anna.- la detuvo la reina, Anna volteó con curiosidad-. Ah... ¿Por casualidad sabes dónde está Olaf? No lo veo desde la mañana.

-Ay, no te preocupes, estuvo conmigo toda la tarde.- respondió de forma torpe, sin querer alarmar a la reina sobre lo que había pasado con la mujer ladrona-. Ahora debe estar por ahí jugando en la fiesta.

-Oh... Él había dicho que quería ser el primero en darme un regalo... se me hizo extraño que nunca regresó.

-Sí, me mencionó algo sobre eso. Te había comprado una rosa pero después me dijo que quería darte algo mejor.

-¿De verdad?- preguntó, extrañada-. ¿Y qué cosa es?

-No sé, dijo que sería una sorpresa. Se fue a buscar tu regalo, sea lo que sea, y no lo he visto desde entonces.- Elsa hizo una mueca, casi de disgusto, y Anna se quedó callada unos segundos hasta que se impacientó-. ¡Ah! pero debo bajar ya. Tú deberías venir también, Elsa, es tu cumpleaños, tu fiesta. Qué raro sería una fiesta de cumpleaños sin la cumpleañera.

-Sí, en un momento bajo.- sonrió. Su hermana se fue y Elsa quedó sola.

Elsa se encogió de hombros. Miró los guantes en sus manos, con expresión preocupada. Estaba emocionada por su fiesta, en verdad lo estaba, pero tenía un mal presentimiento. Se miró una vez más y completamente en el espejo, se observó y analizó. Ella era muy hermosa y eso al menos la hacía sentir mejor, pero se sentiría mucho mejor si no hubiera tenido esa maldita junta donde le habían casi ordenado que se casara. Ella es la reina, se supone que podría hacer lo que quisiera pero no; necesita un sucesor al trono.

Recordó lo que el tal Louis Collin le había dicho, que se hiciera amiga de algún hombre en el baile, literalmente que buscara un novio, un futuro esposo. Elsa no podría estar más nerviosa, no se imaginaba a sí misma tratando de buscar una relación con un hombre. Ella no se quería casar, no se quería enamorar. ¡No quería, no quería y no podía!

¿De qué le servía tanta belleza si no era para conquistar a alguien? En el fondo ella ansiaba el amor pero... no podía, aunque quisiera no podía. Se sentó en la cama para pensar. Realmente, con lo que le habían dicho en esa junta, ya habían arruinado su cumpleaños. No quería casarse ¿Por qué era tan difícil no sentir nada?

-No sientas, no sientas.- se dijo una y otra vez mientras llevaba ambas manos a las sienes.

Pero Anna tampoco era completamente honesta con su hermana. Aún daba vueltas en su cabeza eso que aquella excéntrica mujer le había dicho: Que estaba embarazada y esperaba una niña. No podía asimilar esa posibilidad en su mente. No quería estar embarazada. Aunque en realidad era muy probable, porque tenía un retraso de semanas.

No estaba lista para otro bebé. La simple idea de volverse a ilusionar con un nuevo hijo la atormentaba, porque sentiría como si estuviera olvidando a Christian. No podría amar a otro bebé sin sentirse culpable, sin sentir que lo está remplazando. No quería sentir eso.

Pero si fuera verdad que esperaba una niña, también comprendía que la criatura inocente no tendría la culpa de nada, no era un error. Quizá, solo quizá, si realmente está embarazada de una niña, quizá podría darle una nueva esperanza. Pero no por eso iba a olvidar a su primer hijo.

Quizá sí esté embarazada, quizá... debería decirle a Kristoff...

.

Ya la fiesta había comenzado, gente de la realeza estaba presente. Estaban muy animados, los cumpleaños de Elsa siempre son animados. Aunque hacía falta la cumpleañera y su ausencia se notaba bastante. Cuando llegó Anna todos le preguntaron sobre la reina, ella los tranquilizó diciéndoles que casi estaba lista. La mayoría más bien estaban ansiosos de apreciar los poderes de Elsa, algunos incluso habían traído a sus hijos para que probaran la pista de hielo.

Olaf observaba todo el salón en donde se llevaba acabo la fiesta, vigilaba escondido debajo de una mesa, como si tratara de hacer que no lo descubrieran en una misión secreta. Pues él mismo se había impuesto una misión: Encontrarle un novio a Elsa.

Quizá no podría ser el primero en darle un regalo, pero sí sería el que le diera el mejor regalo. ¿Qué mejor regalo hay que el amor? Pero aunque había muchos hombres entre los invitados para escoger, ninguno parecía convincente. Algunos eran demasiado viejos, otros demasiado jóvenes, unos se veían muy arrogantes y los mejores estaban acompañados con sus prometidas o esposas. Tampoco es que Olaf supiera qué tipo de hombre le gustara a Elsa, tal vez sólo tendría que escoger uno al azar.

Un joven se acercó a la mesa donde Olaf se escondía para probar los bocadillos. El joven estaba tan distraído que casi pisaba a Olaf y este tuvo que esconderse bajo el mantel de la mesa. Se asomó de reojo para ver al joven que se había acercado; era un tipo castaño de ojos dorados que parecía tener un gusto hacia los camarones por la forma en que se los comía.

Ese hombre volteó hacia ambos lados para asegurarse de que nadie lo estuviera viendo, cuando creyó que nadie lo miraba (aunque Olaf lo observaba desde abajo de la mesa) el joven tomó un camarón, lo bañó en chocolate y se lo llevó a la boca. Acto seguido escupió el camarón, asqueado, como si hubiera comido vomito.

Ese era perfecto.

-¡Tú eres perfecto!- exclamó Olaf, saliendo de debajo de la mesa, asustando al joven que aún ni se recuperaba del asco del bocadillo anterior.

-¡Ah!- gritó, casi atragantándose con otro camarón que se había llevado a la boca. Casi se ahogaba, logró escupir el camarón pero llamó la atención de todos, que lo miraron con asco. Él estaba tan avergonzado que tontamente se escondió tras de la mesa para que nadie lo viera.

-Lo siento.- se disculpó Olaf, siguiéndolo-. ¿Has oído el chiste del sujeto que comía un cóctel y se le atoró un camarón? No lo había entendido hasta ahora.

-T..tú... ¿Estás vivo?- tartamudeó el joven, impactado.

-Ahhh, ya entendí, es tu primera vez en Arendelle. ¡Bienvenido!- saludó alegremente-. Yo soy Olaf, el...

-¡El muñeco de nieve de la reina!- exclamó el joven, llamando la atención de todos otra vez. Sólo volvió a esconderse detrás de la mesa por la vergüenza. Siguió hablando en susurros-. Hasta mi reino han llegado rumores de un muñeco de nieve vivo en Arendelle, pero nunca creí que estaría... vivo, vivo... Es asombroso.- tomó la mano de madera de Olaf y la sacudió tanto que la terminó arrancando-. ¡Ah! ¡Lo siento, lo siento!- volvió a gritar.

-No importa, se puede arreglar.- dijo con sencillez, volviéndose a poner el brazo con facilidad.

-Lo siento, es que me emocioné demasiado. Es genial verte y eso.

-Oh, gracias. Normalmente cuando las personas me ven por primera vez, gritan y se ponen histéricas, así como tú, pero más histéricas.

-Pues me alegra ser la excepción, creo...- se encogió de hombros-. Espera, ¿por qué saliste de la mesa gritando que yo era... perfecto?

-Pues aún no estoy seguro de que seas perfecto.- se puso pensativo-. Ummm. ¿Qué edad tienes?

-27 años y medio... ¿Por qué?

-¿Cuál es tu comida favorita?

-Casi toda... pero creo que evitaré el chocolate a partir de ahora.

-Pierdes puntos, amigo, pierdes puntos.

-¿Eh? ¿Puntos para qué?- se confundió.

-¿Eres soltero, casado, divorciado, viudo?- interrogó.

-Me siento acosado.- respondió, atemorizado-. Sólo sé que las chicas siempre me huyen... así que... sí, soy soltero.

-¡Entonces eres perfecto!

-¡¿Perfecto para qué?!- insistió. Se sentó en el suelo, haciendo una mueca-. Yo no soy perfecto. Mira, es mi primera vez aquí y ya hice el ridículo, como siempre lo hago. Si no fuera por mi hermano menor, yo sería la vergüenza de la familia.

-Digo que eres perfecto para conocer a la reina.- contestó, ocultando sus verdaderas intenciones.

-¿Conocer a la reina?- se sorprendió. Se puso de pie, algo alterado-. Oh, no, eso no. Seguro lo echaré a perder de alguna forma.

-Vamos, no seas tan tímido. Seguro le gustarás a la reina.

-¿Gustarle a la reina?- esta vez sí quedó muy impactado-. Sin ofender, ¿pero cómo a ella podría gustarle... esto?- se señaló a sí mismo.

-No estás tan mal, aunque quizá deberías cortarte el cabello, está demasiado largo.

-¡Mi apariencia es lo de menos!- exclamó-. Le he gustado a las chicas, pero ellas odian mi forma de ser. No soy el tipo de príncipe que ellas buscan.

-¡¿Eres un príncipe?!- se sorprendió porque no le vio cara de príncipe.

-Sí, y un mal príncipe, debería decir.

-No puedes ser peor que Anna.- aseguró, no tomando el asunto muy en serio-. Pero vamos, Elsa debe estar a punto de llegar.- lo empujó.

-No, espera, yo no quiero gustarle a la reina, ni siquiera sé cómo es.

-Lo sabrás cuando la veas.- le dijo Olaf, aún empujándolo para ir hacia donde seguro llegaría Elsa.

-No, no es buena idea, no quiero.- apartó al muñeco de nieve y bajó la mirada, apenado-. Yo soy demasiado torpe, lo voy a echar a perder. Lo último que necesita mi padre es más problemas con este reino.

-No seas tan inseguro, Elsa también es muy tímida, y si eres torpe no importa, ella puede soportar a Anna, podrá soportarte a ti.

-¿Por qué quieres que le guste a la reina?- preguntó sin entenderlo del todo.

-Pues... sólo quiero que seas su amigo.- contestó Olaf con inocencia-. Así se inicia.- susurró-. Y no me has dicho tu nombre. Por cierto, tu cara se me hace familiar.

-Yo soy el príncipe Anders, y tal vez se te hace familiar mi cara por... alguno de mis hermanos.- respondió, incomodándose.

-¿Tienes muchos hermanos, príncipe Anders?

-Sí, tengo...- realmente le incomodaba tener que decirle-. Once hermanos mayores... y un hermano menor.- realmente, no iba a ser fácil decir eso a la reina.

.

Anna se había acercado a Kristoff, después de evitar a los invitados que le cuestionaban sobre la reina. Ella estaba al lado de su esposo, pero sin decir ni hacer nada, sólo se mantenía con la mirada fija en cualquier distracción, como si tratara de retrasar algo.

-¿Qué?- dijo Kristoff, notando el comportamiento poco usual de ella.

-¿Qué de qué?- balbuceó ella, sobresaltándose.

-¿Cómo que qué de qué? Te estás comportando raro.- le dijo, como si fuera algo obvio.

-¿Estás diciéndome rara?

-Pues lo estás más de lo normal ¿sucede algo?- preguntó, no tan preocupado, ya que se imaginó que podría ser alguna tontería.

-Sí... bueno, yo...- estaba demasiado nerviosa como para decirle claramente, pero las indirectas no le gustaban del todo a Kristoff, así que tenía que ser honesta-. Creo que... tal vez... puede que yo... Hay posibilidades de que yo esté... ahh, pues sólo un poco...

-Anna.- insistió.

-Pues digo que es posible... y no es que lo esté confirmando ni nada.- hizo gestos extraños con las manos, sin saber expresarse. Esto le resultaba más difícil que la primera vez-. Quizá yo esté emb...

-¡La reina!- exclamaron las personas, interrumpiendo lo que Anna tenía que decir.

Anna y Kristoff, así como todas las personas, voltearon a ver a la reina que llegaba al salón. Y ella lucía preciosa, como un bello cristal resplandeciente ante las luces, con un vestido azul centelleante, como si tuviera diamantes incrustados; era un vestido de tirantes y era tan largo que le llegaba hasta los talones. Parecía un ángel. A más de un caballero se le escapó un suspiro al verla tan hermosa.

Elsa recordó lo que el miembro del consejo, Louis Collin, le había dicho, que buscara un pretendiente. Ella se dio cuenta del efecto que estaba causando, en especial a los hombres. Se sintió nerviosa. Por un momento se sintió segura de que, si llegaba a intentar buscar marido durante la fiesta, seguramente lo conseguiría, pero el caso es de que no quería hacerlo. Pero por dentro también se sentía bien tener la atención de todos, se enorgulleció y se dejó sentir hermosa, así que les regaló a sus invitados una bella sonrisa. Pero aún así estaba muy, muy nerviosa.

-¡Elsa!- exclamó Anna, corriendo hasta ella para abrazarla.

-¿Me veo bien?- preguntó, sabiendo la respuesta, pero tenía que preguntar por si acaso.

-Cuando tienes una hermana como yo para peinarte ¿cómo podrías verte mal?- respondió, presumiendo su "talento" para peinar.

-Ehh... Feliz cumpleaños, Elsa.- le dijo Kristoff, acercándose.

-Gracias, cuñado.- respondió ella, sonriéndole.

-Kristoff, deja de verle el vestido a Elsa.- ordenó Anna, celosa.

-¿Qué?... Yo no le estoy viendo...

-Oh, sí lo estás.- se cruzó de brazos. Elsa sólo se rió.

-Anna.- la llamó él, con voz suplicante, no queriendo que se pusiera de esa forma.

-Está bien, te perdono si dices que no tienes ojos para nadie más que no fuera yo.- dijo, parecía que quería burlarse de él.

-Te digo que no la estaba viendo, ni siquiera me gusta su vestido.

-¿Ah? ¿Dices que mi vestido es horrible?- Elsa se hizo la ofendida, uniéndose al juego que estaba haciendo Anna.

-¿Así que le estás diciendo a mi hermana que su vestido es horrible? Pues adivina quién le ayudó a escogerlo.- dijo la pelirroja, señalándose a sí misma. Kristoff suspiró, cansado.

-Está bien, Anna, lo siento.- dijo de mala gana. Anna alzó la ceja. Él resopló-. Y no tengo ojos para nadie más que no seas tú... Y el vestido de tu hermana sí es lindo, pero no lo estaba viendo.

-Ja, ja. ¡Lo sé!- exclamó Anna, lanzándose a los brazos de Kristoff.

Le encantaba burlarse así de él, y a él le fastidiaba, pero adoraba la sonrisa que hacía ella cada que le jugaba alguna crueldad que lo terminaba humillando de una u otra forma. No podía evitar enternecerse cuando la veía reír, así como no podía evitar amarla cuando la tenía en sus brazos, era problemática, pero así la quería. Así que inevitablemente él la besó, y ella correspondió el beso.

Elsa, aún riéndose un poco, los vio. Verlos hacía que la reina pensara que el amor era realmente hermoso. Tal vez sólo le tenía un poco de envidia a su hermana por haber conseguido un amor tan lindo como ese. Un amor verdadero. Pero Elsa no se daba la oportunidad de buscar el amor, no quería hacerlo, no es que no quisiera amar, es que no se creía capaz de lograrlo. Sólo no podía hacer eso.

-Su Majestad.- habló un hombre, acercándose a la reina, haciendo una reverencia.

-Ah.- ella despertó de sus pensamientos y se giró para ver al hombre-. Oh, es usted, Louis Collin, qué gusto que haya podido venir.- ¡no! ¡no era un gusto que viniera! él era el tipo que le había exigido conseguir novio ¿Quién rayos lo invitó?- Buenas noches.- saludó, dándole la mano, ocultando su completa irritación al verlo.

-Es un placer volver a verla, Majestad.- habló aquel hombre-. Lamento tanto mi comportamiento de esta mañana, creo que desperté de malas.

-Para nada.- ¡qué patán!

-No, en serio, lamento haber dudado de usted.

-¿Eh?

-Está claro que siempre supo lo que hacía, el consejo está complacido con sus decisiones.

-¿Decisiones?

-Ah, y déjeme felicitarla, no por su cumpleaños, usted sabe por qué.- dijo con amabilidad.

-Ah... sí, claro.- no, no sabía.

Louis se fue y dejó a Elsa muy confundida, aunque aún lo odiaba. Lo que la reina no sabía es que Louis, así como gran parte del consejo, habían escuchado los rumores de que la reina se casaría y que esperaba un heredero, y se lo habían creído.

Anna se acercó a su hermana.

-¿Y ese quién era?

-Louis Collin, un embajador, miembro del consejo... y lo detesto.- respondió sinceramente.

-Wow ¿y eso por qué?

-Sé que no es su culpa, fue decisión del consejo, pero...- suspiró, se llevó la mano a la frente-. Quiere que me case, Arendelle necesita un rey, según ellos. Y un heredero.

-Pues ciertamente creo que ya es tiempo ¿no te parece?- comentó Anna, algo despreocupada.

-No empieces tú también, Anna.

-Sólo era un comentario.- dijo con simpleza. Volteó hacia otro lado, pero algo cruzó por su mente y volvió a ver a su hermana, con curiosidad-. Aunque ahora que lo pienso, yo nunca te he visto con novio.

-Es porque nunca he tenido.- respondió, incomoda.

-Oh, bien, está bien.- comenzó a decir, pero tratando de llegar a algo que le comía la cabeza de curiosidad-. Eso significa que tú aún no... Quiero decir, no es que me importe pero... ¿acaso tú aún eres...?

-¿Qué?- no comprendió.

-Que tú aún no has hecho.. eso.

-¡Anna!- gritó, ofendida y avergonzada, causando que todos voltearan a verla. Elsa recobró la compostura y le habló a Anna en voz baja, molesta-. Yo no me he casado, y una dama debe...- volteó a los lados, se acercó a Anna y lo siguiente que le dijo fue un susurro-. Se debe llegar virgen al matrimonio. Así como tú con Kristoff.

-Oh, sí, sí claro.- habló, nerviosa.

-Anna, tú y Kristoff esperaron hasta casarse ¿cierto?- preguntó, cruzando los brazos.

-Cómo crees, Elsa ¡claro que sí!- dijo, demasiado nerviosa como para creerle.

-¡Anna!- la regañó, después se encogió de hombros-. Eso no importa ya, fue hace mucho tiempo, y ya están casados de todas formas.- Anna le sonrió, Elsa trató de sonreírle también.

-Está bien, Elsa, que te esperes al matrimonio, aunque a veces dudo de que te cases algún día.- habló de más-. Oh, perdón ¿qué dije?- balbuceó-. Digo, no hay nada de malo en eso... aunque ya tengas 28 años.

-Anna, no quiero seguir hablando de esto.- dijo, seria, de incomoda a casi molesta.

-Aún eres inocente, eso es bueno.

-¿Inocente?

-Sí, te avergüenzas por este tipo de cosas, aún eres inocente. Creo que está bien, la inocencia es valiosa, creo.

-Sí.- sonrió-. Lo es realmente.

Anna y Elsa se rieron juntas. La conversación había sido incomoda, pero divertida, típico de hermanas contarse estas cosas.

La reina era inocente... ¿realmente lo era?

Sintió de nuevo el dolor en el pecho, el frío vacío. Llevó sus manos hacia el corazón, como si se cubriera el pecho del frío, pero era su corazón lo que cubría, y este latía demasiado rápido, pero dolía.

Notes:

Iba a ser un capítulo un poco más corto, pero decidí poner la ultima escena aquí y no en el capítulo siguiente, no quiero que el capítulo 7 se alargue demasiado, (además de que no me gustó la idea de poner esa escena junto con lo que se viene en el siguiente cap) y créanme, el siguiente capítulo es complicado...

Elsa la está pasando mal, pero ¿por qué? ¿qué le pasa? Ya veremos cómo le irá a la reina en el siguiente cap...(¿qué creen ustedes que le pase a Elsa? quiero saber qué es lo que piensan xD )

cielos, una escena de este capítulo la tenía escrita incluso antes de subir el capítulo 1, y es que me emocionaba tanto este capítulo (y me asustaba, no pregunten xD )
y el siguiente capítulo me... emocionará más, aunque será un poco... raro. Creo que ya se está dando una idea de lo que trata este fic en realidad, de por qué lo considero "raro"

Ah, y sí, Anders es hermano de Hans, jajaja, tenía que agregar eso.

¿reviews?

Chapter 7: Pretendiente obligatorio

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en mayo del 2015.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 7: Pretendiente obligatorio.

La reina Elsa de Arendelle celebraba su cumpleaños número 28. La fiesta estaba transcurriendo muy bien, o eso pensaba Elsa, que acababa de llegar al lugar; había tenido dificultades con su peinado, aún así ahora lleva el mismo peinado de siempre.

Anna y Kristoff estaban bailando y, aunque Kristoff no se le daba bien el baile, había aprendido con el tiempo. Elsa también había aprendido a bailar, de joven no había podido ya que temía congelar a los instructores, un miedo que ahora le parecía algo un poco ridículo. La reina sabía que en cualquier momento un joven vendría a ella a pedirle bailar; en años anteriores esto no era un problema, incluso aceptaba con gusto, pero ahora estaba obligada a elegir un marido, esto la ponía sumamente nerviosa e incomoda.

Era una obligación real tener un heredero, tenía que obedecer esa ley sí o sí, no había opción. Pero no quería hacerlo. Suspiró y desvió la mirada, abrazándose a sí misma, en espera del primer pretendiente que la invitara a bailar. No pasaron muchos segundos hasta que alguien llamó su atención, exclamando su nombre, haciendo que a la reina le diera un mini paro cardíaco, dando un fuerte respingo, casi saltando del susto.

—¡Elsa!— la llamaron.

Elsa contuvo el aliento unos largos pocos segundos. Reconoció la voz, pero no la asimiló de inmediato. Bajó la mirada para encontrarse con Olaf, que la veía con una enorme sonrisa.

—Tengo una sorpresa para ti!— exclamó el muñeco de nieve con alegría—. Tu regalo de cumpleaños.— le susurró.

Ella se puso a su altura y emitió una sonrisa, algo insegura, no se sentía bien en ese momento, pero trató de ocultarlo, no quería que él se sintiera triste por ella.

—¿Y qué vas a regalarme?— preguntó con dulzura. Él se acercó a ella para decirle algo que sólo ella podría escuchar.

—Un pretendiente.— le dijo, emocionado. Elsa se apartó un poco, con mirada consternada—. ¡Su nombre es Anders!— tomó la mano de Elsa y la llevó hacia un joven de ojos dorados y cabello castaño que esperaba y, cuando los vio acercarse, estuvo demasiado nervioso como para lograr una sonrisa.

—Majestad.— habló el príncipe, haciendo una reverencia, con la voz más formal que pudo lograr con su timidez.

—Los presentaré.— dijo Olaf—. Elsa, te presento al príncipe Anders. Anders, te presento a la reina Elsa.— él estaba muy alegre, confiado en haberle dado el mejor obsequio a Elsa, así que volteó a mirarla, esperando verla con la misma felicidad—. Elsa, salúdalo... Vamos, salúdalo... ¿Por qué no lo saludas?

Elsa estaba quieta, sin moverse, con los ojos muy abiertos y fijos en el príncipe frente a ella. Abrió la boca ligeramente, pero no para decir algo, sino para tomar aire, y permaneció de esa forma algunos segundos más. En cambio, Anders, sin darse cuenta, no paraba de tambalearse, angustiado por el extraño comportamiento de la reina; le pareció obvio que a ella no le gustaba... pero aún así se veía demasiado impactada.

—Oh.— fue todo lo que pronunciaron los labios de aquella mujer. Su voz sonó hermosa, como una bella melodía, como una nota frágil y melancólica.

—¡Elsa!— gritó la princesa Anna, abalanzándose sobre su hermana, rodeándola con sus brazos, tras de ella estaba su esposo, girando los ojos con amargura. Anna sonreía enormemente, dirigió una mirada perspicaz hacia el príncipe desconocido—. ¿Quién es tu amigo?

La reina recobró la compostura, pero aún así no supo responderle a su hermana, aunque quería hacerlo. ¿Cómo había dicho que se llamaba el príncipe? ¿Anders? No había puesto demasiada atención.

—M..mi nombre es... Anders Westergard... prí..príncipe de las Islas del Sur.— casi tartamudeó el pobre chico, temeroso al saber que ellos sabrán quién es su hermano.

—Espera.— intervino Kristoff—. ¿Eres hermano del idiota de las Islas del Sur?

—Emm... yo... Sí.

—¡No!— exclamó Anna—. ¡No! ¡no! ¡no! ¡no! ¡no! ¡¿Qué pretendes con mi hermana?!

—¡Espera, Anna! ¡Anders no es como su hermano!— dijo Olaf—. Sólo quiere salir con Elsa.

—¡¿Qué?!— Anna se acercó amenazadoramente a Anders, con una mirada furiosa—. ¡¿Pretendes ligarte a mi hermana para quedarte con el reino?!

—¿Pretende lig... salir conmigo?— preguntó Elsa, que apenas parecía darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor.

—¡No!... Quiero decir... Su muñeco de nieve me dijo que quería que yo la conociera... Yo no planeo ser su novio o algo parecido.— habló cabizbajo, demasiado nervioso al hablar.

—Pero Anders, tú eres perfecto para Elsa. Tú eres el regalo que escogí para ella.— comentó Olaf.

—¿Que yo qué?— se sorprendió, retrocediendo un paso—. No, no. Yo ni siquiera quería estar aquí.

—Anders, no hay problema, yo entiendo.— habló Elsa con amabilidad, con una sonrisa tímida y real.

—¡No, yo no lo entiendo!— gritó Anna—. Elsa, él es hermano de Hans ¡seguro planea algo!

—No necesariamente tiene que ser como su hermano, Anna.— lo defendió la reina.

—¡Elsa!— gritó la princesa.

—Anna.— trató de calmarla Kristoff.

—¡No! ¡Él es hermano del que casi nos mata!

Gritando la princesa esto, todos los invitados giraron para ver la escena. Elsa sabía que estaba en problemas y debía tranquilizar a todos, pero se sentía tan desorientada por tener tantas cosas encima que por una distracción, al dar un paso, ella tropezó. Todos lo vieron, cómo Anders estaba justo enfrente para atraparla, pero cuando la reina estuvo a punto de caer a sus brazos, el príncipe no supo cómo reaccionar y se hizo a un lado, provocando que Elsa se golpeara en el suelo. El príncipe Anders la había dejado caer... y todos presenciaron la escena.

Los invitados emitieron gritos agudos y corrieron a socorrer a su reina, a pesar de que Elsa se encontraba perfectamente. Lo que pasaba es que, aunque la familia real no lo sabía, se había corrido el rumor de que Elsa estaba embarazada, lo cual no era verdad, pero todos lo habían creído. La gente pensaba que Anders había puesto en peligro a un bebé, lo cual hacía la situación todavía peor.

—Lo... lo lamento.— tartamudeó Anders, pero sólo recibió miradas crueles y escuchó comentarios insultantes—. Yo realmente... lo siento.— no tenía caso, lo había echado a perder, se sentía tan terriblemente mal que no pudo soportarlo y salió huyendo de la fiesta, alejándose de todos.

—¡Anders!— trató de detenerlo Olaf, pero el príncipe ya se había marchado—. ¡Elsa!— llamó a la reina.

Elsa apartó amablemente a las personas que la ayudaron a levantarse, observó a Anders retirarse, se sintió realmente muy mal por él, pero no sabía qué hacer. No, sí sabía qué hacer, debía buscarlo y decirle que todo estaba bien, que no se sintiera mal, que fue sólo un accidente... Pero simplemente temía hacerlo, por el simple hecho de que había sido elegido para ser su pretendiente. No quería aquello, no lo aceptaba.

—Elsa.— volvió a llamarla Olaf. Elsa clavó su vista en él—. Anders está muy triste, tienes que ir a buscarlo.

—Olaf... no creo que sea...

—Por favor, Elsa. Yo quería darte el mejor regalo de todos, quería que pudieras encontrar el amor y creo que Anders es perfecto para ti. Dale una oportunidad, te lo pido.

—Pero yo... no sé...— se le quebró la voz y desvió la mirada de inmediato, sintiendo de nuevo aquel dolor en el pecho que la había estado atormentando todo el día.

—Sí sabes, yo les digo qué es el amor todo el tiempo. El amor es pensar en la felicidad del otro en vez de la tuya. Siempre lo digo, por eso lo sabes.— le sonrió. Elsa no le devolvió la sonrisa de inmediato—. Sólo ve a buscarlo.

Elsa miró a Anna y a Kristoff; a ellos, especialmente su hermana, se les notaba que no querían que aceptara; después Elsa miró a los invitados y éstos no paraban de hablar entre sí. Elsa lanzó una última mirada a Olaf, una mirada muy inquietante.

—Lo haré.— dijo con voz ahogada, yéndose de inmediato a la dirección que tomó Anders.

Nunca habría pensado en esto, nunca pensó que iba a suceder de esta forma. No había opción, el mundo quería que se casara, tal vez esto era la mejor elección. Y aún así no lo hubiera deseado así. Cuando salió del baile y ya nadie la observaba, Elsa trató de deshacerse de ese nudo en la garganta que no la dejaba respirar, trató de relajar el dolor abrazándose a sí misma. No funcionó.

Anders parecía un buen chico, aunque su hermana pensara que era como Hans, aunque los invitados pensaran que es un idiota. Las opiniones de la otra gente no le importaban, tenía que casarse por su reino, pero no iba a buscar a Anders por ellos, ni por sí misma.

Tragó saliva. ¿Por qué estaba tan nerviosa? no es como si realmente fuera a casarse con Anders, sólo iba... a darse una oportunidad de conocerlo. Llevó ambas manos a su pecho, sintiendo los rápidos latidos de su corazón. ¿Por qué era tan difícil el no sentir? Tal vez si no sintiera todo sería más fácil. No existiría el amor ni el dolor.

Elsa salió a los jardines, no le fue muy difícil encontrarlo, él se encontraba recargado en un árbol, observando un estanque de agua que yacía vacío al estar los patitos dormidos. Al agua sólo la iluminaba la preciosa y brillante luna; aunque Elsa veía a Anders de espaldas, pudo percibir que se sentía muy mal. ¿Qué decirle para animarlo?

—¿Sabe? En mi coronación yo congelé el reino, comparado con eso, el dejarme caer no es tan malo.— habló la reina con voz bromista, acercándose al decaído príncipe.

—¡Majestad!— exclamó Anders, dando un salto, no esperaba que ella lo siguiera hasta ahí—. ¿Qué hace aquí?

—Vine a buscarlo.

—Lamento no haberla atrapado.— dijo entristecido, rascándose la nuca.

—No importa, fue un accidente. Nos presionaron mucho allá.— le dedicó una bella sonrisa, sonrojándose un poco.

—¿Usted... se sintió presionada, reina Elsa?

Elsa parpadeó un par de veces, perpleja. Tal vez no debió haber mencionado aquello. Le agradaba Anders, pero no era de su incumbencia, de hecho no era de nadie, sólo de ella misma. ¿De quién era la culpa? Ni siquiera sabía qué era lo que le pasaba, sólo sabía que sentía un inquietante dolor en el pecho, que el nudo que sentía en la garganta era más frecuente y que sus ojos se querían humedecer.

—Ja, ja, no es nada.— le restó importancia, recobrándose para volver a sonreír, ya que debía verse feliz—. Ya nos presentaron, pero dadas las circunstancias... Soy Elsa, reina de Arendelle.— le sonrió con dulzura, animándolo a presentarse también. Anders tardó unos segundos en reaccionar.

—Soy el príncipe Anders de las Islas del Sur, es un gusto conocerla, señorita... Ah, Majestad.— se le veía nervioso al hablar, ni siquiera le salían bien las oraciones.

—¿Señorita?— la reina se veía un poco nerviosa, no la llamaban así a menudo, la tomó por sorpresa.

—¿Acaso no lo es?— preguntó, extrañado.

—¿Qué?... ¡Sí lo soy!... Digo... ¿en qué contexto estamos hablando?— se puso más nerviosa y apartó la mirada del hombre. El ambiente había cambiado de repente y ahora sólo se sentía incomoda.

—No importa, lo siento.

¿Realmente Olaf creía que esos dos podrían ser buena pareja? Elsa solamente no lo entendía. Anders le agradaba en serio, pero simplemente no se sentía bien con la situación.

—Hay que regresar.— sugirió, sintiéndose ahogada con la escena que parecía interminable.

—Claro.— bajó la mirada, algo apenado.

Ambos se dirigieron camino a la fiesta, sin decir nada. Anders se sentía incomodo, a pesar de que le había agradado la mujer, pero no tenía nada qué decirle. Elsa, por su parte, no estaba dispuesta a permanecer en un silencio que le incomodaba más que una plática sin sentido. Decidió iniciar conversación con algo que comenzó a darle curiosidad.

—Y dime...— comenzó a hablar, algo insegura. Justo en ese momento entraron a la fiesta—. ¿Cómo está Hans?

—¿Por qué la pregunta, Majestad?— Anders se sorprendió, la miró con cara inocente, verdaderamente curioso. Elsa dio una media sonrisa.

—Supongo que me da curiosidad saber de la vida de el hombre que casi acabó con la mía.— su tono era divertido, sin muestra alguna de resentimiento. Obviamente nunca iba a confiar en Hans, pero no tenía que dejar que eso interfiriera en su nueva relación con el hermano mayor (relación de amigos, por supuesto, Elsa no quería nada más).

—Entonces voy a serle honesto... Yo no lo sé.

—¿Cómo?— la música comenzó a sonar, las parejas comenzaron a bailar, Elsa miró a Anders, le dirigió una sonrisa, tomó la iniciativa y lo invitó a bailar; Anders aceptó sin preguntar ni protestar—. ¿Cómo no podría saber de su hermano menor?

—Es complicado, Alteza.— respondió en tono neutral, con la vista fija en los dos pares de pies que giraban en el suelo. Temía pisarla, a pesar de que era un excelente bailarín (de las pocas cosas que podía presumir), no quería que con un descuido echara a perder todo otra vez.

—Llámeme Elsa.— pidió, observando sus pies de la misma forma que Anders. No es como si Elsa fuera insegura con sus pasos ahora, sólo que al imitar a Anders provocó que se entretuviera con sólo observar cada paso.

—Está bien, Elsa.— nunca había tenido la oportunidad de llamar a un rey o reina directamente con su nombre propio, así que esto era algo nuevo. Levantó la vista y se sorprendió al ver los enormes y lindos ojos azules de la reina, que lo miraban pacientemente en espera de una respuesta—. Hace siete años, después de que trató de matarla, cuando volvió a casa... mi padre estaba furioso. Hans pasó mucho tiempo limpiando los establos y haciendo como sirviente, haciendo trabajos realmente asquerosos.— soltó un poco a Elsa para cubrirse la boca con la mano derecha, conteniendo una risa involuntaria—. Lo siento, es que realmente fue algo divertido, aunque a veces daba un poco de lástima.

—¿Qué pasó después?— inquirió Elsa, levantando la ceja.

—Pasó dos años siendo prácticamente el esclavo de mis hermanos, hasta que padre dejó el trono y coronaron a Jonas, nuestro hermano mayor. Cuando Jonas subió al trono, desterró a Hans.

—Wow, ¿qué?— eso sí la tomó por sorpresa ¿quién podría ser tan cruel?, seguramente sólo un hermano de Hans actuaría así.

—Jonas sentía mucho desprecio hacia Hans por lo que le hizo a usted, decía que era la vergüenza de la familia y que no merecía llevar nuestro apellido. Decía que en lugar de limpiar establos y exponer a la familia real al ridículo, Hans debería estar encerrado en una celda; pero nuestra madre no quería eso. Cuando Jonas finalmente tuvo el poder para elegir el destino de Hans, lo dejó decidir: ser encerrado para siempre o no volver nunca.

—Me parece algo exagerado.— siguiendo los pasos del baile, Elsa dio un giro y terminó en brazos de Anders.

—Trató de asesinarla a usted, Elsa, a una gobernante de un reino aliado. Padre tuvo que hacer hasta lo imposible para que no lo mandaran a la horca. Claro, que usted se negara a la pena de muerte también ayudó.— Anders se percató de que estaba a pocos centímetros del rostro Su Majestad, así que, sonrojado, la alejó un poco y continuaron bailando.

—Jamás mandaría a matar a una persona, no importa lo cruel que sea. Entonces... ¿no has sabido nada de Hans desde entonces?

—Recibíamos cartas de él, nos enviaba al menos una al mes, pero hace casi cuatro años que no sabemos nada de él. La última carta que recibimos de parte de él decía que se encontraba en Londres.

—¿Tan lejos? ¿qué trata de hacer? ¿seducir a la reina de Inglaterra? No creo que tenga suerte con ello.— comentó. Anders se rió, Elsa se rió también. Sin saberlo, obtuvieron la atención de todos.

Ese tipo era un tonto, eso es lo que pensó Anna al verlos bailar desde la distancia. Anna no iba a confiar en nadie que tuviera parentesco con Hans, y no es que haya visto a otro familiar de él, pero no quería tener nada que ver con su "ex novio" y eso implicaba el no querer relacionarse con sus hermanos. Tal vez era exagerado, pero así piensa ella. Y ahora veía a su hermana bailar con el hermano de Hans, y ambos... ¿reían? ¡No! ¡eso no le agradaba en lo absoluto!

Por su parte, los invitados veían a Su Majestad bailando con el príncipe de las Islas del Sur. Los invitados locales e incluso muchos extranjeros sabían que él debía ser hermano de Hans, aquel malvado que una vez quiso apoderarse del reino. La gente estaba confundida al principio, él era el que había dejado a Elsa caer al suelo, aún en el estado, creían ellos, en el que estaba. Ellos creían que Elsa estaba embarazada y comprometida, al ver a Anders tan cercano a la reina, todos asumieron que el prometido de Elsa era él. La gente comenzó a hablar a sus espaldas, esto era un escándalo ¿el hermano de Hans, el prometido de la reina Elsa? ¡La noticia del momento!

—Ja, ja. Dime la verdad, Anna me dijo que tres de sus hermanos fingieron que era invisible por dos años, ¿tú no eras uno de esos hermanos por casualidad?

—Oh, recuerdo eso. Yo realmente intenté no hablarle, pero a la semana le estaba pidiendo que me pasara la sal en la cena... Mis hermanos se molestaron conmigo.— dijo, rascándose la mejilla, fingiendo avergonzarse—. A veces eran realmente crueles.

—Debes extrañarlo, a tu hermano menor.— Anders no respondió a ese comentario, así que Elsa le envió una mirada insistente, obligándolo a contestar.

—No, yo... Es que no estoy seguro de lo que siento.— se desanimó, apartando su mirada de la reina—. La mayoría de mis hermanos ya no se preguntan por Hans, los que aún están preocupados, incluida mi madre, aún siguen esperando noticias de él. Pero yo... no lo sé. Nunca fui muy cercano a él, a pesar de que ambos éramos menores, yo nunca...

—Oye.— Elsa recargó su mano en la mejilla de Anders, deteniendo por un momento su baile. Ella lo miró con compasión—. Yo de pequeña no era... tan cercana a Anna como hubiera deseado, siempre me he arrepentido por ello, pero ahora somos las mejores amigas. Tal vez no es tarde para acercarse a él, estoy segura de que volverás a verlo.

—¿Por qué me querría? Yo jamás lo ayudé cuando me necesitaba. A diferencia de mis otros hermanos, yo no lo odiaba ni lo molestaba, pero me mantenía alejado de él, jamás fui su amigo. Hans nunca tuvo hermanos que se preocuparan por él, tal vez por eso terminó así.

—Al menos no lo desterraste, pasándole el problema a otro reino que tendrá que lidiar con él.— comentó Elsa, Anders sonrió un poco.

Pasaron unos minutos más conversando hasta que ambos concordaron en que el baile ya era aburrido. Ya era hora de salir y hacer una gran pista de hielo, es lo que la mayoría de los invitados estaban esperando, incluido Anders. Elsa tomó a Anders de la mano y juntos salieron afuera; Elsa se quitó los guantes (que había llevado consigo toda la noche hasta ese momento) y creó una gran pista de hielo frente al castillo. Los invitados se emocionaron, amaban cada que tenían la oportunidad de patinar, especialmente los niños.

Anders jamás había patinado sobre hielo en verano, en las Islas del Sur no había nada de nieve por esas fechas, pero en Arendelle, gracias a la reina, todo era distinto. Al menos Anders sabía patinar un poco sin caerse, aunque necesitó algo de ayuda.

—¿Estás seguro de que puedes solo?— preguntó Elsa al príncipe, divertida.

—Sí, sólo que... yo... ¡Ah!— Anders se resbaló, pero Elsa logró atraparlo.

—¿Ves que no es tan fácil?— le sonrió.

—Creo que he perdido práctica.

Muchos invitados habían salido a la pista de hielo, Anna se contuvo de hacerlo. Anna estaba consciente de la posibilidad de estar embarazada, no podía arriesgarse a un resbalón, pero eso no impedía el vigilar a su hermana y a Anders a distancia, no iba a perderlos de vista, aun cuando Kristoff comenzó a preocuparse un poco por su esposa, ella se veía muy rencorosa en ese momento.

—Ella se ve muy feliz.— comentó Rona, una pequeñita niña que iba tomada de la mano de su hermano mayor, llamado Shelby—. ¿Será ese apuesto príncipe su prometido?

—No lo sé, pero qué asco.— dijo el niño a su hermana, que odiaba las cursilerías y las cosas de niña.

Olaf se deslizó y se acercó a la princesa Anna. Anna estaba tan concentrada en el hermano del idiota de las Islas del Sur y en Elsa como para notar a el muñeco de nieve que se acercó.

—¿Por qué no estás divirtiéndote con los demás?— le preguntó Olaf a la princesa. Anna dio un respingo del susto que se llevó, había estado demasiado distraída gracias a su vigilancia.

—No me apetece hacerlo.— habló, engreída, con toda la dignidad y seguridad que pudo. Pero en el fondo se moría de ganas por patinar y así vigilar a su hermana de más cerca.

—¿No crees que se ven felices?— dijo con una ilusión infantil, observando cómo Elsa y Anders reían juntos.

—¡Ja! ¡¿Lo preguntas en serio?! ¡¿Cómo se te pudo ocurrir que esos dos podrían ser pareja?!— se enfureció, haciendo puños con las manos—. ¡Tú eres muy cercano a ella, tal vez incluso más que yo! ¡Dime ¿acaso realmente crees que están destinados a estar juntos?!

Olaf miró a la pareja un segundo, luego regresó su vista a Anna, sin perder su sonrisa.

—Puede que ya se hayan enamorado.— murmuró, conteniendo su emoción.

—El amor a primera vista no existe, Olaf.— comentó la princesa con resentimiento, apartando la mirada.

—Pero se conocen desde hace casi dos horas...

—¡Así no funciona tampoco!— exclamó para después darse cuenta de que debería bajar la voz o sino llamaría la atención de todos—. ¡Ah!... No se puede enamorar de alguien que acaba de conocer.

—Lo dice la que besó a Kristoff un día después de conocerlo.

—¡Eso no...!— se había quedado sin argumentos contra aquello, pero no iba a ceder, sabía que tenía razón—. Para el amor se necesita tiempo y esfuerzo, es algo que se va forjando. Yo fui novia de Kristoff por años antes de casarnos, es algo que, ahora sé, no se toma a la ligera.

Puede que Anna siga siendo muy infantil a veces, pero había madurado demasiado. Ya no era la niña que estaba desesperada por el amor sólo porque nunca había recibido atención. Sus palabras eran sabias, pero la verdad estaban motivadas por el odio que sentía por Hans, por el desprecio que sentía por Anders.

—Tú no lo entenderías, Olaf.

—Sí lo haría.

—Nop.

—Sí.

—¡Que no!

—¿Por qué?

—¡Porque...! No importa. Sólo dime ¿Qué te hace pensar que Elsa está enamorada de Anders?

—Esa sonrisa... nunca la había visto.— dijo Olaf mirando a Elsa, ladeando la cabeza en un curioso intento por comprender.

Anna levantó la mirada para ver a Elsa. Sí, estaba riendo y sonriendo, no tenía nada de especial, o nada que se pudiera ver a simple vista. Cuando Anna dejó de prestarle atención a la pareja y comenzó a observar a Elsa en sí, pudo notar algo, no raro, pero sí interesante. Elsa se sonrojaba cuando tenía que atrapar a Anders cada que éste se resbalaba, sus risillas avergonzadas eran más frecuentes y cada que ambos se miraban, ella apartaba la vista de inmediato, avergonzada. Elsa estaba alegre, pero también muy nerviosa.

—Tal vez...— comenzó a decir, pero se detuvo, sabiendo lo rebuscado que sonaba ese pensamiento que no vocalizó—. ¡Ja, ja, ja! ¡Qué tonta! ¡ja, ja! ¡Acabo de tener un pensamiento muy extraño!— terminó sus carcajadas con unas risillas y después negó con su cabeza, sonriendo como si hubiera escuchado un chiste.

—¿Qué?— preguntó Olaf, que miraba a la princesa como si se hubiera vuelto loca de repente.

—Ay, nada.— dijo entre una risilla. Volvió a mirar a Anders y Elsa, la expresión de la princesa cambió de inmediato. Al principio estaba muy enojada, ahora se le sumaba la preocupación y la incredulidad—. Ve a jugar, yo... iré a tomar algo.

Anna caminó por la orilla del hielo, sin meterse a la pista, llegó a una larga mesa de bocadillos y se sirvió jugo de naranja en una copa de vidrio. Le dio un sorbo a su bebida y después buscó un lugar para sentarse, procurando que fuera un sitio adecuado para seguir vigilando.

De un momento a otro dejó de ver a la pareja que se divertía en el hielo y pasó a ver su bebida, distrayéndose mientras meneaba el jugo, ladeando la copa una y otra vez.

Sus presentimientos eran imposibles. Algo así en Elsa era imposible. Anna sabía que el amor podía llevar mucho tiempo, pero existía otra cosa, algo que sólo podía llevar unos escasos momentos, algo que podría llegar a ser muy engañoso. Algo así en Elsa no era normal.

Dudosa de sus sospechas, Anna regresó la vista a la pareja, encontrándose con algo que la dejó sin palabras. Ambos habían tropezado, Elsa cayó sobre Anders pero rápido se paró y ayudó a Anders a levantarse. Podría pasar por un accidente normal, pero Elsa tenía la respiración agitada, mala señal. Una señal espantosa.

—Oh por...— Anna dejó caer la copa al suelo y esta se destruyó en cientos de cristales. El jugo de naranja le mojó los pies.

—Anna.—Kristoff, se acercó con preocupación, más preocupación aún cuando su esposa no reaccionó—. ¡Anna! ¡Anna! ¿Te encuentras bien?

—¿Kristoff?— la princesa se puso de pie en un segundo, después le dirigió una mirada alarmante a su esposo—. Tengo la sensación de que algo muy malo va a pasar.

—¿De qué hablas?— el tono de ella lo preocupó, la tomó de los hombros y la vio con seriedad.

—¿Has sentido ese mal presentimiento de hermanas?

—¿Eh?... No, yo no tengo hermanas.— la soltó y la miró, confundido.

—¡Pues sabrías cómo me siento si tuvieras una! ¡Mi presentimiento me dice que Elsa está en peligro!

—¿Te refieres a Anders? Oye, no has pensado que quizá estés exagerando. No digo que confiemos del todo en él, pero parece buen chico...

—¡Es más que eso! ¡es mucho peor!...— se acercó unos pasos a Kristoff, algo avergonzada—. Creo que Elsa... podría... que...rer...— no completó la frase, ya que al momento de desviar la mirada hacia su hermana, se percató de que ella y Anders estaban muy cerca, demasiado cerca, parecía que iban a besarse; y no estuvieron así por un segundo, sino por mucho tiempo, aún estaban de esa forma.—¡Debo ponerle fin a esto!

Anna avanzó hacia ese par, caminando sobre el hielo, pero fue detenida bruscamente por Kristoff, que la tomó del brazo y la jaló hacia él.

—Anna, cálmate.— le pidió, viéndola a los ojos. Ahora Anna estaba molesta y frustrada, pero no hizo nada para tratar de alejarse de Kristoff, sólo hizo una mueca casi infantil. Kristof suspiró—. Mira, no sé qué esté imaginando tu retorcida mente.— le dio un par de golpecitos en la cabeza—. Pero Elsa es lo suficientemente grande como para cuidarse sola.

—Pero ella no sabe cómo tratar a los hombres.— habló en berrinche—. No quiero que Anders se aproveche de su inocencia.

—Elsa es una adulta, Anna. Ella sabe lo que hace.

—¡No!— se soltó, casi resbalando por estar sobre el hielo—. Elsa no es una mujer, Elsa es Elsa y no voy a permitir...

—Te estás comportando como una hermana mayor.— Kristoff se rascó la nuca, algo incomodo, pero sonrió porque, después de todo, era un poco gracioso. Sólo un poco—. Elsa no es una adolescente y tú no eres su madre. Ya no estás desconfiando de Anders, estás desconfiando de Elsa.

Anna se sonrojó, sintiéndose tonta. ¿Cómo pudo haber imaginado que...?

—¡¿Dónde están?!— se alteró la princesa, ya que al momento de voltear, su hermana y Anders se habían desaparecido—. ¡No!

—No te alteres, Anna, no te alteres.— tomó a la chica de la cintura, pero esta pataleaba para tratar de liberarse y salir corriendo para buscar a su hermana en cada rincón del castillo. Ella le dio un codazo a Kristoff en el estomago para liberarse—. ¡Auch!

—Ups. Lo siento.— se disculpó la princesa, avergonzada al darse cuenta de lo que había hecho.

—Hiciste una escena.— él estaba aún adolorido por el golpe, así que la voz apenas le salió.

—Claro que no.— se defendió, pero al mirar alrededor se dio cuenta de que la mayoría de los invitados los estaban viendo. Anna por poco quería llorar por la pena y el coraje—. Kristoff, no quiero que Elsa tenga algo con Anders, me da miedo que él sea igual a Hans.

—Te seré honesto, a mí tampoco me agrada la idea.— dijo, apenas recuperándose—. Pero quizá no sea como Hans. Además, Elsa es demasiado inteligente como para cometer el error que tú cometiste.— Anna se sintió muy ofendida con ese último comentario, pero decidió no discutir eso.

—Pero a Elsa le gusta.— declaró la princesa, sorprendiendo demasiado a Kristoff—. Nunca en la vida había visto a Elsa comportarse así con un hombre. Ella está... sintiendo algo. Tal vez... podría llegar a enamorarse.

—¿Sería eso tan malo?

—No... En realidad, me emociona que mi hermana tenga novio.—bajó la mirada, confusa con sus ideas—. Pero es que él es hermano de Hans. No sé qué pensar.

Anna estaba muy preocupada. Reconocía esa cara de Elsa, sólo que en ella nunca se la había visto. A Elsa le gustaba Anders, no había duda. A Anna no le importaría que a Elsa le gustara un chico, pero no podía soportar que ese chico fuera precisamente hermano de Hans. No quería que su hermana saliera lastimada.

Pero no era sólo la preocupación lo que a Anna le inquietaba, también le parecía una situación muy extraña. Nunca jamás en la vida Elsa se había enamorado, ni siquiera le había gustado alguien. El amor es muy diferente a que simplemente le guste, pero Anna temía que su hermana pudiera llegar a enamorarse de aquel príncipe.

Pero ¿qué pasaba por la mente de la reina en ese momento?

Quizá, sólo quizá Anna no tenía ni la menor idea del tormento que pasaba su hermana.

Notes:

Y en este capítulo se revela que Hans está muy, muy lejos. ¿Qué? yo nunca dije que aparecería en mi fic (de hecho, tampoco lo he negado)

Siento tanto haberlos abandonado tantos meses, pero ya volví y pronto tendrán más capítulos :)

Una cosa antes de continuar. Creo que sería conveniente que se leyeran el cuento original de La Reina de las Nieves, no digo que sea obligatorio leerlo para entender mi fic, pero creo que sería bueno para que no se pierdan ningún detalle. Si bien he puesto, y pondré más, partes del cuento en mi fic, las resumo y modifico para que se adapten a mi historia, lo mejor sería que se leyeran el original si les interesa, pueden encontrarlo rápido en internet.

Ahora una curiosidad. Pero esta curiosidad sólo la entenderán los que ven la serie Once Upon a Time, o que al menos saben de ella (para los que no sepan, es una serie que mezcla la vida real y cuentos de hadas). Verán, el año pasado yo aún no escribía escribía el fanfic, pero ya tenía la idea en mi cabeza; fue en aquel tiempo que se anunció que en la cuarta temporada de tal serie iban a aparecer los personajes de Frozen. ¡Una alarma se encendió en mi cabeza y me preocupé!
Pensé "¿Qué pasaría si la historia Once Upon a Time, por azares del destino, se parece a mi fanfic?" La verdad es que fue un pensamiento irracional. La segunda alarma, que fue emocionante en cierta manera extraña xD fue cuando me enteré que en la serie iban a poner a la verdadera Reina de las Nieves. Primero que nada, me puse muy feliz porque es mi serie favorita y el cuento me encanta... por otro lado me preocupé por mi fanfic, seguía pensando "¿Y si la historia que van a contar se parece un poco a mi fanfic? ¿qué haré entonces?" Tal vez me puse un poco paranoica... Pero ese pensamiento hizo que subiera el primer capítulo un mes antes de lo que planeaba en realidad...
Al final, la serie introdujo algunas cosas que yo usaré en mi fanfic (fue casualidad, ehh xD yo ya lo había pensado XDD) Cosas como la Reina de las Nieves y el espejo...
Pero en mi opinión, creo que esa serie, a pesar de ser mi favorita, desaprovechó muy mal a la villana, tenía una historia bonita la que le dieron, pero como mala no me convenció nada. Y lo del espejo fue muy desperdiciado, tenía mucho potencial.
Por mi parte, yo exprimiré todo el potencial... xD

Por cierto, el siguiente capítulo será... Sólo estén preparados para lo que sea. A partir de este punto ya es decisión suya seguir atormentándose o no con mi fanfic XDDDDDDDDDD ya no me hago responsable jeje (sólo bromeo xD (o tal vez no (0_o)

¿reviews? :3

Chapter 8: El despertar

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en junio del 2015.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 8: El despertar.

Hace muchos, muchos años, en Finlandia, una mujer emprendió un viaje de un pueblo a otro. Ella salió armada con su mejor espada y con una ballesta; montó su más veloz corcel y viajó por dos días, casi sin parar. El corazón valiente de esta feroz ladrona no estaba en calma, estaba agitado por un dolor que la hacía razonar menos de lo normal.

Llegando al fin a su destino, no mostró su cansancio, en cambio, mostró su salvajismo. Desenvainó su espada y se preparó para la batalla. Tocó una puerta insistentemente y esperó... Escuchó los pasos del enemigo acercarse, ella estaba lista para matar al dueño de esa cabaña. Cuando una bellísima joven abrió la puerta, la otra mujer detuvo su mortal ataque. Por poco le cortaba la garganta a quien no era.

—¡Oh!— exclamo la mujer de la espada, escondiendo su arma tras de sí, sonriendo nerviosamente.

La joven frente a ella la miró, perpleja, sin saber si sonreír o asustarse. Aquella mujer ladrona había venido con ansias de matar.

—Chickie... ¿Tratabas de matar a mi prometido?— dedujo la bella joven, con un gesto de desaprobación.

—¡Yo no iba a matarlo!— gritó, encajando su espada en el suelo, a la vez que la otra mujer se hacía a un lado y la invitaba a pasar—. ¡Sólo iba a decirle un par de cosas a ese perdedor!

—Creí que al menos estarías feliz por mí.— ya en la cocina, la bella joven sirvió té en un par de tazas, ofreciéndole una a su amiga.

—¿Feliz? ¡¿Feliz?!— Chickie arrojó su ballesta a la mesa, después se sentó de golpe en la silla, acomodando sus pies inadecuadamente sobre otro asiento; recibió la taza de té y le dio un ligero sorbo para después seguir con sus gritos histéricos—. Tan pronto recibí tu carta, partí para acá. ¡¿Estás demente?! ¡¿Casarte con ese?!

—Chickie... es algo que sabías que terminaría pasando.— se sentó al lado de su amiga, con una sonrisa compasiva, acomodando un plato con panecillos sobre la mesa.

—¡No lo entiendo!— encajó con fuerza una daga sobre un panecillo, apretando los dientes con rabia—. ¡Siempre has visto por ese hombre! ¡siempre tienes que hacer el trabajo sucio por él! ¡Él es un completo inútil!— encajó otra daga sobre otro panecillo y repitió la acción un par de veces más, dando a entender así, no sólo su odio, sino que esta mujer estaba cargada de armas—. ¡¿Y qué hay de mí?! ¡¿eh?! ¡Yo siempre he estado ahí para ti!— de un manotazo la taza de té salió volando y se estrelló contra un muro. Chickie estaba tan furiosa que ni el pastel más dulce ni el abrazo más cálido podrían calmarla. Ella estaba devastada.

—Yo lo amo. Lo entiendes, ¿verdad?— tomó la mano de la ladrona con dulzura y le sonrió de la misma forma. Chickie no hizo más que llorar—. Eres mi mejor amiga.

—Ya no vas... a estar conmigo.— su voz se volvió quebradiza por el llanto. Muy pocas personas habían visto a Chickie llorar, muy pocas personas podían ver los sentimientos que guardaba esta astuta bandida. Muy poca gente le importaba lo suficiente como para hacerla derramar lágrimas.

—Yo siempre estaré ahí para ti. Yo te debo tanto.

—Yo te debo mucho más.— se echó a sus brazos, aun cuando eso no calmaría el dolor, al menos serviría de algo ¿no? La otra mujer acarició los cabellos oscuros de su amiga, tratando de consolarla. Tarde o temprano tenía que ocurrir.

Pasaron unos minutos en los que Chickie logró relajarse algo; ayudó a limpiar el desastre que había causado en la cocina por su berrinche y, con el ambiente más calmado, preguntó algo que le amargaba pero que tenía que preguntar.

—¿Cuándo será la boda?— cuestionó con voz irritada, pasando la escoba sobre los vidrios rotos de la taza de antes.

—En unos meses, probablemente. Ya sabes, tenemos mucho trabajo.

—¿Ha salido algo?— preguntó, esta vez con mucha curiosidad. El trabajo de aquel par de enamorados era sumamente importante, incluso había participado algunas veces, era algo que... no se ve todos los días.

—Sí.— suspiró—. En un reino en Noruega, pero la mujer es la reina... No sabemos hasta qué punto esto podría complicarse.

—Suena como algo muy difícil ¿ah?... ¡Ja! ¡no importa! No será problema para ustedes dos.— sonrió con confianza.

—Es alguien con mucho poder, no sabemos qué pueda pasar o lo que haya hecho, estamos preocupados.

—Creo que ambos deberían preocuparse por ti misma.— habló Chickie, con cierto tono sombrío—. Ya nunca te quitas ese collar.— señaló el collar de cristales oscuros que su amiga llevaba en su cuello—. Ya no te deja tranquila, ¿cierto?

—Me está castigando.— se sentó en la silla, sintiéndose agotada y angustiada—. Nunca va a perdonar el haberlo desafiado.

—¡No puedes seguir así!— golpeó la mesa con la palma de su mano, regañando a su amiga—. ¡Esto tiene que parar!

—Pero él no es como la Reina de las Nieves, él es mucho más fuerte. Y ya no debemos hablar más de él...— habló en susurros precavidos, temerosa de que alguien más escuchara.

—No, no lo es, si lo fuera ya hubiera obtenido... lo que sea que quiera de ustedes.

—Ya basta, no puede hacernos nada, no mientras tengamos este collar.— apretó los cristales oscuros en su mano, dando un gran suspiro—. Mi prometido y yo escogimos este camino para impedir que más personas pasen por lo que nosotros pasamos. Si esta es la consecuencia de tratar de limpiar el mundo de su maldad, entonces la tomamos con gusto. Pronto partiremos a Noruega, tenemos que salvar a una reina junto con su reino.

Pero lo que la buena joven no sabía es que las consecuencias de sus actos bondadosos eran mucho más de lo que podría soportar, era algo que iba a aprender muy pronto. A veces hay cosas que son mucho más fuertes que la bondad, cosas que no podemos imaginar. A veces es mejor sólo apartarse, pero ella no podría hacerlo ¿cierto? Aun cuando le costara todo.

.

..

...

En la actualidad.

La verdadera razón por la que Elsa y Anders habían escapado de la fiesta era porque se dieron cuenta de que Anna los observaba. Elsa fue la que sugirió irse a otra parte, Anders aceptó sin cuestionar nada, aunque en el fondo la idea le ponía algo nervioso; él simplemente era así.

Después de tomar chocolates de las mesas del gran salón, salieron a pasear por los jardines del castillo, en una parte del jardín había un caminito de rocas con muchos rosales que habían plantado en los meses recientes. Elsa mordió el último chocolate que les quedaba y quedó con la vista fija en una rosa cuyo color rojo era distinguible incluso en la oscuridad de la noche, quiso tomarla, pero desistió, ya que la rosa estaba repleta de espinas.

La flor era tan linda y pura, pero si la tocaba sólo saldría lastimada.

—¿Vienes?—Anders se dio cuenta de que la reina se había quedado atrás. Elsa apartó la vista de la flor y le dirigió una sonrisa divertida a Anders.

No sabía por qué, pero había algo en Anders que hacía que sintiera como si se conocieran por mucho tiempo. No como si lo conociera, más bien como si él fuera alguien muy cercano a ella, aunque lo acaba de conocer. Sus personalidades simplemente calzaban y ya. Él era tímido, ella igual, pero cuando se tenían confianza sólo podían vivir cada momento.

—Sí.— ella extendió su mano fría, sin guante, hacia él—. Ahora hay que jugar.— sonrió de forma traviesa. A Anders se le iluminaron los ojos y tomó la mano de Elsa.

—Está helada.— se rió, nervioso. Elsa se rió también.

Corrieron tomados de la mano, con una nevada en su camino y una luna que brillaba intensamente. Bajaron por unos escalones y entraron a otro jardín más extenso que contenía una fuente, esculturas y muchas flores coloridas.

¿Quién les iba a impedir congelar la fuente y crear esculturas de hielo sobre las ya existentes para que sean más graciosas? ¿quién les impediría llenar de escarcha las flores? En unos minutos el jardín se había vuelto un paraíso blanco, con nieve tan suave como el algodón, con copos que caían tan ligeros como plumas. ¿Quién le impediría a una reina y a un príncipe extranjero jugar en la nieve?

—Nunca me habían aceptado como soy ¿sabes? Es tan triste.— murmuró Anders, recostado en la nieve, observando el cielo, intentando distinguir los copos luminosos y las estrellas lejanas.

—Yo estuve mucho tiempo sola, temiendo que no me aceptaran, temiendo lastimar a los que quiero.

—Pero ahora eres feliz ¿no? ahora ya no eres así.

Elsa se sentó al lado de Anders, él se sentó también. La reina abrazó sus piernas y suspiró. Andes apartó la mirada y decidió observar los copos caer, estos, por algún motivo, le transmitían una tristeza desconocida, pero asfixiante.

—¿Puedo darte un consejo?— preguntó Elsa de pronto, sin motivo aparente. Anders sólo asintió, Elsa no lo miró, pero continuó de todos modos—. Nunca deberías temer de lo que los demás piensen, nunca deberías temer de lo que sientes ni de las decisiones y errores que podrías cometer. Nunca deberías ocultar tus sentimientos por temor. Eso... realmente sería triste.

—¿Te sientes así, Elsa?— le preguntó, con lástima. Ella se veía un poco triste, pero aún así sonrió.

—Me siento... diferente contigo.— se puso nerviosa, después lo tomó de la mano—. ¿Suena loco?

—No lo sé.— apretó su mano y le sonrió de la misma forma que lo hacía ella.

Elsa se sentía realmente distinta desde hace un rato. Ya había olvidado cuál era el motivo por el que estaba con Anders, el caso es que ahora estaba con él porque se sentía bien. Lo tomaba de la mano y era como si mil mariposas revolotearan en su estomago. Sólo se había olvidado de todo lo que pasaba en la fiesta, de todo lo que había ocurrido ese día, no pensó en todo lo que ocurriría mañana. Para ella sólo existía ese momento.

Qué sensación más curiosa. Esa atracción era tan repentina y tan diferente a cualquier cosa que pudiera haber sentido antes por otra persona. ¿Por qué su cuerpo había reaccionado de esa manera? Tal vez era porque él era muy lindo, quizá era porque había estado sola demasiado tiempo, tal vez se estaba aferrando a algo que podría ser su salvación de la resignación absoluta.

Algo había despertado en ella, algo que había tratado de sepultar. Algo que siempre intentaba ocultar, pero siempre había estado ahí, queriendo consumirla hasta que no quedara nada de sensatez en su ya muy perdida mente. Tanto tiempo conteniéndolo, reprimiéndose, otra en su lugar hubiera enloquecido. ¿Por qué no mostrarlo ahora?

¿Por qué no entregarse a sus sensaciones? Siempre ignorando esas molestas sensaciones que no paraban de asustarla. Esos deseos indeseados que se había empeñado en ocultar en la parte más oscura de su mente, encerrándolos bajo llave, tras una puerta que imploraba al cielo nunca abrir. Si lo hacía saldría lastimada.

Pero ahí estaba Anders ¿no? Estaba completamente consciente de que lo acababa de conocer, pero para Elsa no era una locura, era una salvación.

La reina observó a Anders a los ojos y al segundo siguiente se abalanzó sobre él para darle un profundo beso en los labios. Él se confundió demasiado, pero terminó correspondiendo el beso unos segundos, luego le acarició la mejilla y la apartó con cuidado.

—¿Fue eso una locura?— preguntó Elsa, con la mirada entristecida por un posible rechazo, pero con voz suave y dulce.

—Fue una imprudencia.— le respondió, tratando de no mirarla a los ojos. También se había dejado llevar por unos momentos y eso era algo que, sinceramente, se había prometido no volver a hacer.

—Esto es sólo lo que siento.— se recargó en el pecho de él, aferrándose con fuerza, esperando recibir un abrazo afectuoso.

Anders sólo no podía negarse a un alma que sentía tanto dolor. La abrazó. Y ella lo besó, lo besó todo lo que pudo. Nada le importaba lo que podría llegar a pasar, ya no podía pensar en nada. Sólo podía sentir, sólo se concentró en lo que sentía y quería sentir. Quería perderse a sí misma si es necesario. Quería huir del sentimiento que le dolía, quería eliminar la necesidad que le ahogaba.

Observó su reflejo, el frío reflejo en el hielo del suelo. Ella había escogido esto, es lo que quería... pero aún así... aún así... Su corazón dolía brutalmente, tuvo que hacer hasta lo imposible para no soltar en llanto. Se había quebrado de tal manera que no tenía salvación.

¡NO!— gritó, apartándolo.

No pasó nada, gracias al cielo nada pasó.

—Oh dios mio.— estaba muy mortificada, sentada en el suelo helado, cubriendo su boca con ambas manos y con los ojos rojos por el llanto que aún contenía—. ¿Cómo dejé que esto pasara? Anders, te juro que yo no soy así.

Anders no le respondió, sólo la miró con tristeza, algo perturbado. Algo muy malo le estaba pasando a la reina, él no sabía qué era, pero se veía muy doloroso, demasiado. Se acercó a ella y la abrazó por la espalda, Elsa soltó un par de lágrimas, pero intentó seguir siendo fuerte.

—¿Qué sucedió, Elsa? ¿de qué querías escapar?— le preguntó con suavidad.

La había descifrado, con sólo un poco ya tenía una idea de lo que le ocurría a la reina. Pero no podría comprenderla, no del todo. Nadie puede entender algo así.

—¡Estaba desesperada!— respondió, apretando los dientes, poniendo sus guantes en su respectivo lugar: sus manos—. Yo creí que si estaba contigo...— no pudo terminar de decirlo, era demasiado duro.

Por Anders, Elsa sentía muchas cosas, cosas que no imaginó que fueran posibles, pero había un inconveniente, uno que arruinaba su futuro con él y con cualquiera. Era incapaz de amarlo. Por ese motivo no podría hacer esto jamás.

—¿Y qué hay de ti? ¿de qué querías escapar?— lo cuestionó, en un intento de no tener toda la culpa. Él había correspondido sus besos, ella no lo había obligado. Anders bajó la mirada, consternado.

—Yo no puedo escapar.

Elsa se miró las manos, cubiertas con sus guantes. Algunos no pueden escapar de sus miedos, pero ella tenía que obligarse a seguir ocultando su verdad. Jamás va a amar a alguien más.

Caminaron por el pasillo, de regreso a la fiesta, con un silencio sepulcral. Las voces de los invitados se escucharon, se estaban acercando. Antes de continuar debían aclarar algo.

—¿Somos amigos?— preguntó Anders, desanimado.

—No lo dudes.

Antes de entrar de nuevo al baile, Elsa se aseguró de estar perfectamente calmada, suspiró hondo y ambos entraron. La atención de todos se dirigió a ellos, habían desaparecido demasiado tiempo como para pasar desapercibidos.

—¡Elsa! ¡¿Dónde estabas?!— exclamó Anna, caminando apresuradamente hacia ambos. Se dirigió a Anders y le dio varios manotazos en la cara—. ¡¿Qué le hiciste a mi hermana, tonto?! ¡Degenerado, pagarás por lo que sea que le hayas hecho!— continuó golpeándolo, Anders sólo se encogió en su lugar.

—Elsa... ayuda.— rogó el príncipe, con una vocecita débil.

—Está bien, Anna. Él no me hizo nada.— habló Elsa con voz frugal.

—¡¿Nada?! ¡Mírate!

Elsa no comprendió a qué se refería su hermana en el primer momento, incluso llegó a pensar que quizá había llorado más de lo que pensó y se le notaba en la cara. Pronto se dio cuenta, siguiendo la vista de Anna, que se refería a su cabello. Elsa pasó su mano por su cabellera, comprobando lo despeinada que estaba, varios mechones se habían salido de su lugar. Elsa se ruborizó evidentemente, eso no lo podía disimular.

—¿Qué sucedió?— se acercó Kristoff, extrañado por la apariencia de su cuñada. Junto a él venía Olaf.

—Elsa ¿te divertiste con Anders?—preguntó Olaf, acercándose a la reina.

—Uh...— fue todo lo que se le escuchó a Elsa antes de que se girara para que no notaran su sonrojo. Maldición, ¿por qué preguntó eso? ¡¿Por qué demonios él preguntó eso?!

—¿Te encuentras bien?— preguntó Anders, un poco preocupado por la repentina actitud distante de Elsa.

—¡Tú aún me debes una explicación!— interrumpió Anna, exigiéndole a Anders en la cara.

—Le responderé después, princesa.— le dijo y después se atrevió a ignorarla. Su atención se enfocó en Elsa—. ¿Segura que quieres estar aquí?

—Sí... Vamos.— lo tomó de la mano y se fueron lejos de los demás.

—¿Qué pasó aquí?— preguntó Kristoff, sin entender absolutamente nada.

—No lo sé, pero Elsa le está prestando más atención a Anders que a mí.— Anna estaba muy molesta, cruzada de brazos, pero resignada. Ya no estaba dispuesta a espiar a su hermana.

Elsa y Anders fueron hasta el centro del gran salón, donde todos bailaban. Elsa le pidió a Anders volver a bailar con insistencia, este tuvo que aceptar. Así estuvieron por un par de minutos, en silencio.

—¿Por qué haces esto?— cuestionó con seriedad, ella no habló—. Creo que esta no es la forma de ignorar lo que sucedió. Parece como si quisieras que todos nos vieran.

Elsa detuvo el baile, se acercó al oído del príncipe y habló.

—No quiero que nadie se me acerque, si estoy contigo ningún pretendiente me pedirá bailar.— le susurró, con las manos en las caderas y el ceño fruncido.

—¿Tienes muchos pretendientes?

—Soy una reina soltera, claro que tengo pretendientes.— tomó a Anders para seguir bailando—. Siempre los he rechazado, pero ahora no me puedo dar ese lujo. Realmente no quiero convivir con nadie más esta noche.

Elsa jamás iba a querer casarse, pero tenía que hacerlo, tenía que conseguir un novio. Pero ya tuvo suficiente por una noche, no estaba de humor para seguir pretendiendo que lo intentaba.

¿Por qué le era tan difícil visualizar esa vida? ¿por qué no se imaginaba casada y con hijos? ¿por qué la simple idea le atormentaba? Le gustaría que todo siguiera igual para siempre, pero ya no se podía, independientemente si se casaba o no. Esa noche algo dentro de ella había escapado, los instintos que había querido mantener ocultos, pero que ya existían, se liberaron. Si se descontroló una vez ¿quién dice que no podría pasar de nuevo?

Qué horrendo destino. Tan feliz que era su vida ayer.

—Reina Elsa.— se acercó una mujer regordeta, acompañada de su marido. Elsa la reconoció como duquesa de otro reino, pero no recordaba de cuál—. Nos acabamos de enterar, ¿quién es el afortunado?

—¿El... qué?— preguntó, incrédula, le lanzó un vistazo a Anders pero él estaba igual o más confundido que ella.

—Usted sabe, su futuro esposo.— habló la mujer con emoción.

—¡¿Mi QUÉ?!

—¿Vas a casarte?— le preguntó Anders, sin creérselo realmente.

—... No.— estaba incrédula y algo consternada ¿por qué pensaría algo así?—. ¿Dónde escuchó que yo iba a casarme?

—Lo... lo lamento, creí que él era...— la mujer miró al príncipe de las Islas del Sur, después volvió la vista a la reina—. Disculpe, Majestad, pero todo el mundo habla de ello... Yo creí...

—Momento, ¿todo el mundo? ¿De qué habla todo el mundo?— su voz hacía claro que ordenaba una respuesta, a la vez que era precavida con lo que temía escuchar.

—Dicen que usted está comprometida. ¿Sólo era un rumor?

—¡¿Todo el mundo creé esto?!— ignoró la pregunta que le había dicho la mujer, Elsa tenía sus propias dudas por resolver. La mujer asintió.

Elsa miró a su alrededor y sintió que cada murmullo, que cada voz, que cada risa se trataba de ella. Se sentía atrapada en una jaula de voces y expectativas argumentadas con mentiras y falsas esperanzas. Por eso había recibido felicitaciones de parte de Louis Collin, él pensaba que ella iba a casarse. No, ese rumor no podía continuar. Tenía que acabarlo de tajo. Porque la sola idea le hacía enfurecer, pero como es discreta, no gritó de la ira.

Al estar la reina distraída en otra parte, la princesa Anna decidió tomar esa oportunidad para hacer otro intento y confesarle a Kristoff de que había una posibilidad de estar esperando otro bebé. Anna se acercó unos pasos a su esposo, abrió la boca enormemente para hacer verbal su declaración de estar posiblemente embarazada. Fue interrumpida antes de siquiera emitir algún sonido.

—La reina va a dar un anuncio importante.— dijo uno de los sirvientes, que después se retiró para dar la noticia a los demás invitados.

—¿Qué crees que sea?— le preguntó Kristoff a su esposa.

—No tengo idea.— al menos había interrumpido la noticia que no estaba lista para decir. Entonces Anna escuchó algo que le llamó la atención.

—Ya es el momento.— comentaba la gente—. Seguro va a anunciar su compromiso.

¡¿Su qué?! No, no, no. ¡Eso no!

Anna prestó atención a los murmullos de los demás y todos hablaban de lo mismo, todos comentaban que Elsa iba a casarse. ¿Pero cómo era posible? ¿y por qué todos parecían saberlo y ella apenas se enteraba? ¿cuándo decidió esto? No lo sabía, pero sabía que estaba muy enfurecida.

Elsa se plantó frente a la multitud, observándolos con seriedad. Todos ellos se veían emocionados, conteniendo risas, como si estuvieran listos para aplaudir. Efectivamente, pensaban que la reina iba a hacer oficial su compromiso. No debería ser así, pero Elsa sentía desprecio hacia ellos, se sentía indignada, pero mantuvo la compostura en todo momento. A su derecha, pero varios metros lejos, estaba Anders; le había dicho que se alejara un poco para no hacer crecer más el malentendido.

Estaba a punto de aclarar todo, pero llegó Anna, histérica y gritando.

—¡¿Cómo que te casas, Elsa?!— gritó la princesa, acercándose a su hermana.

En realidad, Anna desearía ver a su hermana felizmente casada, pero ahora, en este asunto, había dos cosas que la enfurecían: primero, odiaba pensar que el futuro esposo llegara a ser Anders; segundo, ella fue la última que se enteró y esto no le gustó nada. Por eso estaba ahí, reclamándole a su hermana mayor.

—¿Es Anders? ¿verdad? ¡¿Dónde quedó eso de que no puedes casarte con alguien que acabas de conocer?!

—Silencio, Anna.— ordenó, molesta. Elsa no quería discutir con Anna, la reina estaba muy enojada, pero no con su hermana. Elsa estaba muy irritable en ese momento, no quería comenzar a pelear con Anna por algo del que no tiene la culpa.

—¡No me pidas que me calle! ¡Tú no puedes casarte con el hermano del idiota de las Islas del Sur!

—¡No voy a casarme con él, Anna!— lo dijo, y dicho esto los invitados se confundieron, todos habían pensado que el prometido era él. Elsa se puso firme, habló de manera frugal—. De hecho, no voy a casarme con nadie.— les dijo a todos y todos emitieron gemidos de decepción. A Elsa no le importó—. Todo fueron sólo rumores, por eso he querido aclararlo todo. Por el momento no está en mis planes el matrimonio.

—¿Entonces no está embarazada, Majestad?— preguntó un hombre que se encontraba cerca.

¡¿Embarazada?! ¡¿eso también era parte del rumor?!

Elsa había soportado muchos rumores y chismes toda su vida, desde que era niña. Había escuchado muchas cosas, como de que ella era una bruja, que dormía en una habitación de hielo, hasta que tenía pingüinos de mascotas. Incluso había chismes graves como de que era adoptada, que tenía relaciones amorosas con los empleados o que sus gustos eran diferentes. A veces esos rumores le dolían, pero no hacía mucho al respecto ya que después de todo eran eso, sólo chismes o leyendas urbanas que al fin de cuentas no importaban. Pero que la gente rumoreen y que realmente piensen que iba a casarse y esperaba un hijo le dolía más que cualquier teoría disparatada que haya escuchado antes.

¿Por qué era esto? Pues porque simplemente era lo que temía y lo que debía hacer a pesar de todo: casarse. Ahora se daba cuenta a consciencia de que todos y cada uno de los habitantes de Arendelle, incluso los que no eran de él, querían verla casada. Elsa sabía en el fondo de su alma que era lo que menos deseaba. Si no podía amar como se debe, mucho menos podría tener hijos. Así que enterarse de que el rumor decía que esperaba un bebé fue la gota que derramó el vaso. No iba a mostrarse triste.

—Exijo saber quién inició este rumor.— habló con una seriedad abrumadora, preocupando a los invitados que se miraron los unos a los otros—. Exijo saberlo ahora.— casi elevó la voz, estaba furiosa. Nadie se lo esperaba, casi nunca se veía a la reina así de enojada.

El gran salón se llenó de murmullos. Anna ya comprendía el malentendido, pero ella y Kristoff concordaban en que Elsa exageraba. Anders no hizo nada, prefirió mantenerse al margen. Poco más de un minuto pasó, la mayoría de los invitados posaron su mirada en el muñeco de nieve.

Cuando Elsa se percató de que todo el mundo le señalaba el culpable de todo este lío, se giró lentamente, sorprendiéndose al descubrir al responsable.

Olaf se dio cuenta de que miraban a su dirección, volteó para ver detrás suyo, pero no había nadie, todas las miradas caían sobre él.

—Oh, oh.— entonces recordó todo lo que pasó esa mañana, todas las personas con las que había hablado, realmente no creyó que le iban a malinterpretar.

—¿Olaf?— interrogó Elsa, pero ya no estaba furiosa, ni un poco. Esta vez sólo se sentía... mal—. ¿P... por qué?

—Fue un accidente, Elsa.— habló, avergonzado. Nadie más en el gran salón hacía ni un sólo ruido, todos estaban concentrados en ver qué pasaba—. Dijiste que te dijeron que debías casarte, yo pensé que podría conseguirte un novio durante el baile. Y encontré a Anders.— señaló al príncipe de las Islas del Sur, este parpadeó un par de veces y se avergonzó por la repentina mención—. Pensé que necesitabas amor, que serías feliz si te casabas y tenías hijos. ¿Te imaginas lo divertido que sería el castillo si tuvieras hijos? Lo comenté a todo el mundo, pero no pensé que malinterpretarían todo.

—...— todos esperaban la respuesta de la reina, pero de su boca semi abierta no salió nada, ni una palabra por una larga pausa—. Yy.. yo... yo...

Se terminó, ya no podía soportar ese nudo en la garganta y ese dolor en el pecho que la hacía sufrir tanto. Antes de que todos se dieran cuenta, la reina ya estaba llorando, en silencio pero lloraba. Apenas pudo tomar una bocanada de aire para dar, con dificultad, una respuesta.

—Yo... yo te dije que no quería casarme.— miró a su muñeco de nieve, no regañándolo, parecía que quería una explicación de algo que no tenía caso, algo que sólo la ponía triste —. Sabías que no quería enamorarme... y tú ¿le dices a todos que voy a casarme? ¿Por qué me hiciste esto a mí?

—Elsa, ¿no crees que estás exagerando?— intervino Anna.

—¡No te metas en esto!— le gritó, apretando los puños, volviendo a estar furiosa.

—¿Por qué te afecta tanto, Elsa?— la princesa estaba preocupada.

—¡Porque nadie entiende que no quiero casarme jamás!

Se volvieron a escuchar los murmullos, esta vez la gente comentaba lo que acababa de confesar la reina: que no quería casarse. Era algo que decepcionaba a algunos y molestaba a otros, ya que la reina necesitaba un heredero, pero a como iba la situación parecía que Arendelle jamás tendría a un pequeño príncipe, al menos no uno de Elsa.

Elsa le dio la espalda a todos, sabiendo lo que comentaban de ella. No quería que ellos contemplaran a su reina llorar de ira, de impotencia ante su deber de contraer matrimonio. Se abrazó a sí misma, tratando de calmar sus emociones.

—No lo entiendo, Elsa. ¿Por qué no quieres casarte?— insistió Anna, tratando de acercarse a su hermana. Pero Elsa estaba demasiado sensible, había pasado por tantas cosas esa noche.

—¡Porque no puedo!— se giró para encararla—. ¡No puedo enamorarme! ¡ya lo intenté y no pude! ¡Si pudiera cambiarme lo haría, pero no es así! Lo he intentado... pero no puedo cambiar lo que siento. ¡Sólo déjenme todos en paz!

De inmediato se dio cuenta de que lo había arruinado todo, otra vez. Los invitados la veían, temerosos; Anna sólo estaba sorprendida. Elsa había creado grandes trozos de hielo a su alrededor, hielo puntiagudo y filoso que la rodeaba para mantener a todos alejados.

Miró sus manos, que temblaban, sus guantes estaban en su lugar y aún así... perdió el control. No pudo evitar que su respiración se agitara, que le llegara un miedo que creía superado.

—Elsa...

—Aléjate.— advirtió a su hermana. Deshizo el peligroso hielo que había creado, comprobando que no había herido a nadie. Las cosas no podían ponerse peor.

—Elsa...— esta vez era Olaf, que la miraba desde abajo con una cara melancólica—. Realmente lo siento. Pensé que si te encontraba un príncipe tú ya no estarías triste.

Ella se cubrió el rostro con ambas manos, tratando de secar sus interminables lágrimas con la tela de sus guantes. Su dolor era tan grande que ya no podía tratar de ocultarlo, necesitaba liberar toda esa tristeza que la estaba matando, pero no podía llorar tanto como quisiese frente a tantas personas. Escapó del lugar, queriendo alejarse de todo lo que la hacía sentir herida.

¿En qué momento las cosas se habían vuelto tan difíciles? Ella no quería que Olaf se disculpara, no quería que estuviera triste por su causa. Elsa se sentía culpable por todo, deseaba tanto no haber gritado lo que gritó, de no haber hecho lo que hizo con Anders, pero ya había pasado, no había forma de borrar lo sucedido. Este cumpleaños no era para nada feliz. Tan emocionada que estaba apenas esa mañana.

—No puedo creerlo, está pasando otra vez.— habló Anna, entre disgustada y preocupada—. Esta vez no voy a dejarla huir.

—Anna.— la llamó Kristoff, pero ella ya se había ido corriendo tras de la reina. En realidad estaba de acuerdo con Anna, no debían dejar sola a Elsa en ese estado. No es como si Kristoff pensara que la reina volvería a congelar el reino, pero le preocupaba su cuñada. Ahora tenía que ir tras esas dos.

Elsa corría por el pasillo, sabiendo que su hermana la estaba siguiendo. Llegó a su habitación, entró y fue en busca de la llave para cerrar las puertas y así no permitir la entrada a nadie. Sólo quería estar sola en ese momento.

Por unos instantes había perdido el control, se sentía muy mal por lo que había causado, le hacía recordar cuando llevó el invierno eterno a todas partes hace ya siete años. Pero esta vez ya ni sus guantes podían protegerla de sí misma, y hacía tanto que no tenía ese temor.

Dio vueltas en su habitación, repitiéndose una y otra vez que no debía sentir, pero sí sentía, sentía mucha desesperación por su situación. ¡Estaba cansada! cansada de que sus súbditos la miraran a la espera de que se enamorara y formara una familia, no sabían lo difícil que era para ella pensar en eso.

—¡Elsa!— llamó Anna, tras de la puerta—. ¡Elsa, no te encierres, no va a solucionar nada!— intentó abrir la puerta, al no lograrlo continuó forcejeando, sin resultados.

—Anna, por favor, déjame en paz.— pidió, acercándose a la puerta. Por su voz, se notaba que estaba llorando mucho.

—¡Elsa, ni creas que voy a permitir que me dejes fuera de nuevo! ¡me prometiste que nunca me cerrarías la puerta!

—¡Anna, sólo quiero un momento de privacidad!— exigió, elevando la voz. No estaba enojada con ella, pero realmente necesitaba estar sola.

—¿Qué hay de los invitados? ¿de la fiesta?— insistió la hermana menor, con voz suplicante.

—No voy a volver allá abajo.— murmuró la rubia, entristecida—. Continúen la fiesta sin mí, no importa.

—Pero Elsa, es tu cumpleaños.— volvió a insistir, apegándose a la puerta cerrada—. A nadie le importa que hayas perdido el control por un momento, y no hiciste daño a nadie.

Elsa se negó a escuchar, se apartó de la puerta y de su hermana, decidida a no regresar a la fiesta. Se observó en el gran espejo que tenía en su habitación; era una lástima, ella se veía muy bonita, pero ya no tenía ánimo de festejar algo. Se había esmerado en lucir bien, había cuidado tanto cada detalle, pero no tenía sentido, nunca lo tuvo.

—Elsa.— siguió llamándola Anna—. ¿Qué pasará con Anders? Se veían muy bien juntos, seguro está esperando a que regreses.— no, aún no confiaba en Anders, pero si mencionarlo hacía que Elsa saliera, lo haría.

—Basta.— pidió la reina, poniéndose frente al espejo para verse con claridad.

—Elsa, sé que puedes controlarte, confío en ti.

—¡No es eso, Anna!— gritó, consternada—. ¡Ya no lo soporto! ¡vete de aquí! ¡no lo entenderías!

—¡Elsa, por favor!

No podría entenderla, porque ni Elsa se entendía a sí misma. No sabía qué sentía realmente, ni lo que le sucedía, pero no quería estar así.

Ya no iba a volver a la fiesta, eso era seguro, así que deshizo su peinado, con algo de coraje, pensando que no valía la pena seguir estando arreglada para una fiesta que terminó para ella. Observó el reflejo que tenía enfrente, aún despeinada seguía viéndose hermosa. Recordó los problemas que tuvo al peinarse antes de que bajara al baile, ella ya no quería llevar la misma trenza de siempre, pero al final terminó peinándose el cabello así.

Tomó el cepillo, se paró frente al espejo y comenzó a cepillarse el cabello con cuidado. Con la cabellera completamente suelta se veía muy distinta, casi como si fuera otra persona. Era incluso más bella con esa apariencia. Se acomodó un mechón de pelo tras la oreja, considerando por un momento volver a bajar a la fiesta; se sonrojó un poco ante la idea.

—No sientas, no sientas.— se dijo a sí misma, desistiendo.

No podría volver, no con todas esas personas esperando algo de ella que no iban a tener, no con esas expectativas que ella no quería a cumplir, con las obligaciones de reina que a ella no le gustaban, pero tarde o temprano terminaría cediendo a las responsabilidades que le habían obligado a obedecer. Casarse y tener familia era obligatorio para cualquier rey o reina si es que quería que el sucesor al trono tuviera sangre real. Siempre tuvo bien claro esto, pero ahora ya no sabía qué hacer.

—¡Elsa!— volvió a llamarla Anna, pero Elsa no respondía.

La reina se veía a sí misma en el espejo, tratando de eliminar cualquier sentimiento contradictorio a su deber, pero no podía.

—Yo libre nunca voy a ser.— se dijo, con voz quebrada ante esa expectativa.

Sólo podía escuchar en su mente todo lo que le había dicho su padre de pequeña.

"Lo que hay en ti no dejes ver, buena chica tú siempre debes ser y así no has de abrir tu corazón"

Cubrió su pecho con ambas manos, resignándose a su injusto destino. Era la reina y actuar como tal significaría casarse sin amor; porque Elsa sabía que había algo malo en ella, algo que no le permitía enamorarse, que descontrolaba sus poderes. Era un sentimiento lindo que sólo podía ponerla triste.

—No lo puedo controlar.— murmuró, soltando lágrimas amargas.

Abrazó su pecho, escondiendo su corazón y lo que había en él, sintiendo así el mismo dolor que había sentido todo el día. Elsa cumpliría con su deber, pero no esa noche, no volvería a la fiesta ni aunque se lo pidieran de rodillas.

Continuó cepillándose su larga cabellera rubia platinada. Realmente se veía más bonita de esa forma, lo cual la ponía nerviosa y hacía que su corazón fuera un poquito más difícil de contener.

Elsa sí sabía qué sentía realmente, sí sabía lo que le sucedía, siempre lo había sabido, pero era difícil de aceptar; eso motivaba sus acciones, hacía crecer sus poderes, enloquecía sus pensamientos y, a la vez, despertaba su corazón. Era un sentimiento lindo después de todo.

—Me gustaría que pudieras ver... la parte de mí que debo ocultar en mi interior.

.

En otra parte del palacio, en el calabozo, Chickie, la mujer ladrona que había intentado llevarse a Olaf, se encontraba sentada en la esquina de su oscura prisión. Había una cama, si es que a eso se le podía llamar cama, pero el suelo, aunque húmedo, era mucho más cómodo para ella. No era la primera vez que dormía encerrada, esto no le molestaba en lo absoluto.

Las antorchas y lámparas que iluminaban el lugar se fueron apagando una a una por el pasillo y esto no pasaba desapercibido por la mujer ladrona. Chickie se puso de pie, se sujetó a las rejas de la celda y miró por ambas direcciones del pasillo, pero no había nada. Fue en ese momento que la última lámpara se apagó, y ella hubiera quedado a oscuras, de no ser por la luz de la luna que se filtraba entre las rejas de una única ventana en lo alto de la pared de su prisión.

—¡Guardias!— llamó, con la esperanza de que contestara alguien—. ¡Guardias!— era inútil, él ya estaba ahí.

Su respiración se agitó, llevó su mano al pecho en busca de algo que ya no estaba ahí. Su collar de cristales oscuros ya no estaba con ella. Estaba indefensa.

Aunque temblaba debía afrontar su temor, así que se giró y pudo verlo. Muy pegado a la única luz, ahí estaba, en la esquina superior derecha de la celda, al contrario de ella que permanecía temerosa, pegada a las rejas en la esquina inferior izquierda. Chickie se hincó en el suelo, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de ella, pero desde muy adentro sacó fuerzas para no llorar de pánico, no iba a darle esa satisfacción.

Esa cosa, aunque iluminada por la luz de la luna, era una sombra. Una figura alargada y enorme, más grande que un humano, de extremidades largas y flexibles, casi como tentáculos que se pegaban en las paredes; él era tan oscuro que incluso podía distinguirse entre las demás sombras. Su rostro era indistinguible, pero a veces mostraba sus fríos ojos, su cruel sonrisa. Ahora parecía que no le quería transmitir nada, sólo la acechaba.

Ella había cargado con el collar por 22 años, siempre poniéndolo en su cuello durante las noches, ya que esos cristales oscuros son la única cosa en el mundo que podían mantener a esa criatura lejos. Pero ya no lo tenía. El collar se lo había entregado a la princesa Anna, sabiendo que si alguien necesitaba protección era ella; ya no importaba si se desprotegía a sí misma para protegerla a ella.

—¿Qué quieres de mí?— le preguntó tratando de sonar altanera, pero tenía demasiado temor qué disimular—. ¿Te enteraste que le entregué el collar a la princesa? ¡Sí! ¡ya le advertí que se cuidara! ¿piensas hacer algo al respecto?— silencio, él no dijo nada—. Ya no tienes ningún asunto con ella ni conmigo, ¡no quiero que nos atormentes más!— esta vez sintió unos ojos observándola, un escalofrío la recorrió—. Ya tienes todo lo que querías, tienes al bebé, casi todas las piezas del espejo, me quitaste todo lo que más quería ¿por qué sigues aquí molestándome?

No tenía razón, él estaba ahí sólo porque disfrutaba molestarla, atormentarla, hacerla sufrir. Darle a entender que no importa lo que intentara, él ya había ganado. No importaba todo por lo que había luchado, no significó nada.

—La Reina de las Nieves ha fallado antes, falló en llevarse a Kristoff. ¿Qué te hace pensar que van a ganar?— le habló retándolo, suprimiendo su miedo por odio—. Ella se llevó el bebé de la princesa, pero ¿qué te hace pensar que será tan fácil hacer caer a la reina de Arendelle en el abismo? No puedes lastimar a la princesa Anna ahora, sé que ella dará todo por salvar a su hermana.

Lo decía por decir, ella también quería molestarlo. Estaba completamente segura de que la reina de Arendelle no tenía salvación, siempre lo había sabido, ahora más que nunca. Podía tratar de proteger a Anna, ya que le tenía compasión por ser esposa de Kristoff, pero a la reina jamás podría salvarla, lo único que quedaba era esperar el momento en el que él fuera a recogerla.

El monstruo se fue, soltando una carcajada, tomando los desafíos de la ladrona como una simple broma. Chickie volvió a quedar sola, las luces volvieron a encenderse. Pero no se relajó.

La reina estaba en peligro, pero nadie podía hacer nada; por eso mismo le dio los cristales a Anna, porque sabía que la princesa intentaría salvarla y eso la pondría en peligro en vano. Elsa no tenía salvación.

Chickie recordó el pasado, recordó cuando era más joven, recordó a una amada amiga. Había pasado ya demasiado tiempo. No importa qué tanto pudo haber intentado protegerla, no lo logró. Estaba sola.

—Dijiste que siempre estarías ahí para mí.— llevó ambas manos a su pecho, sin sentir el collar que llevó consigo tanto tiempo, el collar que alguna vez le perteneció a su amiga, el que ahora le pertenecía a la princesa de Arendelle—. Eres una mentirosa.

Pero su amiga nunca había perdido las esperanzas, jamás la vio rendirse. Chickie se pasaba la vida rindiéndose, se rindió en buscar a Kristoff y, 22 años después, conoció a su esposa embarazada. Tal vez, sólo tal vez no había que rendirse con la reina de Arendelle, pero eso no estaba en sus manos. Lo único que podía salvar a Elsa era algo que ella ame con todo el corazón. Un acto de amor podría salvarla.

Con esa pequeña posibilidad en su mente, Chickie se levantó, miró la luz de la noche por la ventana y sólo hizo una petición que rogó por que fuera escuchada. Deseaba tanto que Elsa no cayera en la oscuridad.

—No la dejes caer...

Porque vendrán cosas peores.

Notes:

Antes que nada, les recomiendo un fanfic que he estado leyendo, se llama "Después de Frozen" escrito por LeiaScissorhands15

por cierto ¿Alguien vio el corto de Frozen Fever cuando se estrenó la película live action de la Cenicienta? ¿alguien más además de mí pensó que en lugar de enferma, Elsa parecía ebria? (okey, sólo fue un comentario random xD)

Una ultima cosita.
Lo digo y lo digo siempre hasta cansarlos, creo que este fanfic es raro, y no importa cuánto me lo nieguen, lo sigo pensando y lo pensaré hasta el final. En el capítulo 3 mencioné que ya sabía qué hacer con Elsa y que esperaba mantenerlo y no arrepentirme. Verán, casi me arrepiento, muchas veces. Pero no dejaré la historia, la seguiré tal cuál la tengo planeada, porque me parece una idea genial, pero ¿a los demás les parecerá una idea correcta? ¿Cómo saber si escribo algo brillante o algo retorcido? Supongo que no importa, si mi fanfic trata de lo que es bueno y lo que es malo, de lo que está bien y lo que está mal, de lo fácil que se puede quebrar a una persona, no creo que importe si mis ideas son un poquito fuera de lo común. Creo que sólo sabré si hice un buen o un mal fanfic (en cualquier sentido) hasta que lo termine, con la opinión de ustedes.
Lo importante, las cosas se pondrán más locas.

En el siguiente capítulo la historia cambiará de rumbo drásticamente.

Ah, tengo que decirlo, a partir de este capítulo deben prestar atención a los flash backs que aparecerán al principio de cada capítulo, contarán una historia que aunque al principio parezca no importar en la historia principal, al final todo estará relacionado.

¿reviews?

Chapter 9: Caer, parte 1

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en junio del 2015.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 9: Caer, parte 1.

Hace muchos años, una tristeza profunda se adueñó de un reino allá en Noruega, junto con un devastador miedo. Los habitantes apenas salían de sus casas, los niños no reían, se escondían en sus humildes hogares. La mayoría de la población de tal reino eran pobres, los impuestos eran muy elevados. Habían guardias corruptos y crueles que maltrataban al pueblo, pero se les permitía, porque la monarca de ese lugar era un completo monstruo.

En el castillo de la reina se estaba cometiendo un acto tan sucio que no puede mencionarse. Todos los sirvientes estaban conscientes de lo que sucedía justo en el trono de la reina, pero nadie decía nada, sólo hacían su trabajo sin decir una palabra. Sólo un mayordomo tuvo el valor de acercarse y hablar.

—Majestad.— el mayordomo llamó la atención de su reina.

La bella reina, que a pesar de todo aún era joven, apartó los labios de uno de sus amantes y fijó su vista en el valiente mayordomo, dándole una sonrisa sucia.

—¿Quieres unirte?— dijo, y aunque ella tenía un rostro angelical, su voz y su tono daban un miedo brutal.

—Con todo respeto, Excelencia, usted no debería estar haciendo esto.— habló el sirviente, con toda la cordura y dignidad que le fue posible—. Tome en cuenta su condición.

—¿Condición? ¿qué condición?— sonreía cínicamente mientras se acariciaba el estomago. Su vientre aún no había crecido, pero estaba embarazada, era algo que pocos sabían y ella esperaba ocultar por un tiempo más—. Si no tienes otra cosa que decirme, retírate, estoy ocupada.

—El zapatero real está aquí.

La reina se acomodó en su trono, hizo un ademán para que sus dos amantes (o más bien mascotas) se retiraran. Con una sonrisa enorme hizo al zapatero pasar, pero en su lugar entró una chica.

—Tú no eres el zapatero real.— acusó la reina, molesta.

—Soy su hija, mi padre está enfermo. Sólo vine a entregarle sus zapatillas, mi señora.— la chica hizo una reverencia, mantenía su vista fija en el suelo, sin atreverse a levantar la cara.

—Como sea. Acércate y dame lo que es mío.

La joven se acercó a paso lento hacia el trono, tratando de no temblar por el miedo que esa mujer le causaba. Encontrándose lo suficientemente cerca, la reina extendió una de sus piernas hacia ella, tenía el pie descalzo; la joven levantó la mirada, sin saber qué hacer.

—¡No te di permiso para verme! ¡Ponme los zapatos!

La chica volvió a bajar la mirada, sacó una de las zapatillas de una caja de madera. El zapato con tacón era rosado y brillante, con diamantes que lo adornaban. Se lo probó a la reina y esta contempló su pie, sonriendo con arrogancia.

—¡Observa esto!— exclamó la reina con orgullo, indicándole a su sirviente que se acercara. El mayordomo se acercó unos pasos, ella levantó más la pierna para lucir aún más su nuevo zapato—. Estos diamantes son absolutamente perfectos, no tienen ningún defecto. Tan perfecto como un copo de nieve ¿no te parece?

—Por supuesto, Majestad.

Todos sabían del amor de la reina por las gemas. En ese momento, a pesar de que la reina se encontraba vestida solamente con un delgado y corto vestido, con una bata encima, aún llevaba su corona, que portaba con soberbia, llevaba sus collares, anillos, pulseras y pendientes. Más que nada, amaba los diamantes, decía que eran como cristales perfectos, como trozos de hielo que nunca se derretirían. Si algo amaba más la reina que los diamantes, eran los copos de nieve; si por ella fuera, haría que nevara eternamente, pero le era algo imposible.

La joven se dispuso a probarle el zapato izquierdo a la reina, pero al momento de meterlo, uno de los diamantes se cayó. La chica se desesperó y asustó, sus manos temblaron mientras trataba de acomodar el diamante en su lugar.

—¿Uh?— se quejó la reina, que apartó a la joven y se quitó el zapato cuyo diamante se había desprendido—. ¿Qué es esto?

—Mi... mi padre debió haberlo puesto mal, ma..mañana le traeré el zapato arreglado, Majestad.— tartamudeaba la chica, queriendo no llorar, tratando de rezar en su mente, pero no recordaba las palabras por el terror.

—No. Es demasiado tiempo. Arréglalo tú, ahorra.— ordenó la reina, con voz calmada y musical.

—P...Pero yo no sé hacerlo.— la voz se le quebró, sin poder evitar el llanto.

—¡Eres la hija de un zapatero! ¡¿Cómo es que no puedes hacerlo?!— le dio una patada que hizo que la chica tropezara y cayera—. No puede ser coincidencia, que tu padre te mandara aquí con un zapato de mala calidad e imperfecto. Él te envió aquí a morir.— le dio una patada en el rostro a la chica que trataba de levantarse y no podía defenderse—. No me sorprende. ¡Eres una niña horrible! ¡Eres una niña horrorosa!

—Majestad.— el sirviente trató de hacer razonar a su reina, que no dejaba de golpear a la joven.

—¡Cállate!— la reina le dio una bofetada a su sirviente. No estaba enojada realmente con la niña, pero odiaba que la molestaran mientras disciplinaba a sus súbditos. En un pequeño arrebato de ira golpeó a su sirviente, pero se relajó al instante y volvió a sonreír de manera cruel—. ¿Sabes? Yo sólo te iba a dejar ir a tu casa, pero ahora estoy de mal humor.

Llamó a los guardias y ordenó que quemaran las manos de esa chica y que después la mandaran a casa, por supuesto, también les dijo que avisaran al zapatero que estaba despedido. La reina se sentía misericordiosa, bien pudo ordenar matarlos, pero no lo haría, no necesitaba tanta muerte, sino miedo.

Volvió a sentarse en su silla, tomó una manzana de su tazón y la mordió. Esas tardes en el palacio eran relajantes, pero solitarias y vacías, demasiado oscuras, pero estaba bien para ella. No necesitaba más. Pero había un dolor en su corazón que no podía calmar, como si tuviese un pequeño cristal clavado y que no dejaba de torturarla.

Poco sabía Su Majestad que al reino se acercaba un barco, y en el barco habían tres extranjeros, y estos tres extranjeros venían a buscarla a ella.

—¿Ya llegamos?— decía Chikie, una mujer bandida, que se acercó a la borda para observar mejor el reino—. No es la gran cosa, he visto mejores.

—A mí me parece un lugar muy bonito.— dijo otra mujer, que era un poco más joven que la ladrona. Ella era muy hermosa y se sonrojaba al contemplar el extenso paisaje. Era una adorable joven con un largo cabello dorado.

—Sí, bonito, para ser el reino de la famosa reina perra.— dijo la ladrona de forma tosca. Ella, a diferencia de su amiga, tenía el cabello muy corto y oscuro.

—No le digas de esa forma.— habló un hombre de cabello castaño, que se acercó a las dos mujeres. Él contemplaba el reino con una mirada serena, casi perdida en las montañas lejanas—. Ella no es mala, sólo está hechizada.

—Nosotros la curaremos.— habló la linda rubia, que tomó la mano de su prometido. Juntos vieron el palacio de la reina y se preguntaron ¿con qué se encontrarían?

Poco a poco se acercaban a su destino. Nada sospechaban de que ellos serían los que iniciarían lo que hoy es la historia que todos conocemos. Que ellos ayudaron al principio, a crear a la que sería el final.

.

..

...

La princesa Anna había estado tocando la puerta de su hermana con insistencia por casi un minuto y medio, sin lograr resultados. Detestaba cuando su hermana se ponía así.

—¡Elsa! ¡si no me abres la puerta en este momento, te juro que la derribo!— amenazó, con voz seria y fuerte. Nadie contestó—. Elsa ¿me estás escuchando ¡dije que la derribaré!— nada, sin respuesta. Anna gruñó—. ¡Muy bien, aquí voy! A la una... a las dos... y a las...— retrocedió unos pasos, corrió contra la puerta, chocó y... se golpeó—. ¡Au!

—¿Qué estás haciendo?— preguntó Kristoff, que estaba justo al lado de su esposa. Anna dio un brinco del susto, no lo había oído llegar.

—Oh, al fin un hombre fuerte. Kristoff, te ordeno que derribes la puerta de mi hermana.— dijo con prepotencia.

—¿Estás loca? ¿No crees que tu hermana merece un poco de privacidad?

—¡Ella estaba llorando, Kristoff! Está pasando por algo y no sé qué sea.— se molestó, cruzando los brazos.

La pareja comenzó una pequeña discusión sobre Elsa, sobre derribar puertas, sobre delirios mentales. Sólo se detuvieron cuando se dieron cuenta de que Olaf venía por el pasillo, se acercó y tocó un par de veces la puerta de la habitación de Elsa.

—Olvídalo, Olaf. Yo llevo tocando la puerta por un rato y no me abrió.— dijo Anna, arrogante.

—Elsa.— llamó Olaf a la reina, ignorando la sugerencia de la princesa—. Soy yo, Olaf. Te he traído un regalo de cumpleaños.

—Siento herir tus sentimientos, Olaf, pero tú fuiste el que inició ese rumor de Elsa.— empezó a decir Anna, con voz suave—. Dudo mucho que ella vaya a abrirte la puert...

Elsa abrió la puerta de repente, sorprendiendo a Kristoff y asustando a Anna y a Olaf, que este tampoco se esperaba que ella abriera la puerta de inmediato.

La reina lanzó una mirada hacia Anna, después una a Olaf, después otra fugaz a su hermana. En un par de segundos, ella tomó a Olaf, lo arrastró a dentro, cerró la puerta con fuerza y volvió a dejar a su hermana fuera.

—¡¿Pero qué?!— se desesperó Anna, volviendo a tocar la puerta con insistencia—. ¡Elsa ¿qué rayos?! ¡dejas entrar a Olaf y a mí no! ¡Elsa!

Mientras, Kristoff trataba de soportar la risa que la situación le había causado.

Dentro de la habitación, Elsa caminó hasta un escritorio, se sentó en la silla de madera y se recargó en la mesa. Olaf se apresuró a acompañarla, estaba confundido por las razones que tuvo ella para dejar a Anna fuera, pero no preguntó.

—Siento haberte metido en problemas, Elsa.— se disculpó con timidez, poniendo una cara triste—. ¿Estás enojada?

—¿Enojada? Si supieras que a veces siento mucha furia hacia ti.— habló con voz fría, sin mirarlo.

—Te compré esto.— dijo, mostrando la rosa que le había comprado en la mañana. Había estado algo avergonzado por haber comprado algo pequeño, así que por eso no se la había entregado y en cambio había decidido presentarle a Anders.

Elsa volteó a mirarlo, hizo una linda expresión ilusionada, sostuvo su regalo en sus manos, observándolo con cuidado. Ya no estaba enojada para nada, ni un poco.

—Es muy hermosa.— dijo, sonriendo ligeramente.

—Sí, eso es lo que pensé cuando la vi.

Elsa soltó un suspiró, tomó un florero que se encontraba ahí mismo en el escritorio y puso la rosa ahí. La sonrisa de Elsa se desdibujó, ya que seguía deprimida por lo sucedido.

—¿No piensas volver a bajar?— preguntó Olaf con inocencia. Elsa negó con la cabeza—. Oye, te soltaste el cabello.— notó.

La reina se sobresaltó al escuchar eso. Realmente se había deshecho de su trenza usual, ya no llevaba el cabello recogido de ninguna forma. Se tomó un mechón del pelo y comenzó a acariciarlo casi de forma compulsiva.

—Sí... es que yo... ya me iba a dormir.— respondió, un poco nerviosa.

—Pero Elsa ¿no piensas volver con Anders? ¡tardé mucho en convencerlo para que hablara contigo!

—Él es muy lindo pero... yo no...— bajó la mirada, sin saber cómo explicarle ese asunto—. Es inútil Olaf, yo no puedo enamorarme aunque lo intente, y sí lo intenté, estuve tan cerca de... Algo en mí no quiso hacerlo.

—Oye, no seas pesimista, no es como si hubiera algo malo en ti.— la animó.

—La gente dice que soy rara, lo sé, los he oído muchas veces.— dijo de forma amarga, frunciendo el ceño—. Dicen que soy diferente, que por eso no podré casarme, dicen que hay algo muy malo en mí.

—¿Pero es verdad?

Elsa se llevó ambas manos a la cara, cubriendo su mirada inquieta, cuando se tranquilizó sólo deslizó sus dedos por su larga cabellera. Sin mirar a Olaf, le contestó.

—Tal vez sea cierto... pero no como ellos piensan, no exactamente.

—No debería importarte, sólo deberías ser tú misma.— se acercó más a ella, apegándose a la mujer para darle un abrazo fuerte—. Claro, a menos de que sea algo realmente malo. No eres algo malo ¿cierto?

—Soy la reina, así que es algo que sí debería importarme, yo no debo decepcionar a nadie.— suspiró profundamente, ignorando la pregunta que él le había cuestionado—. Pero si no fuera reina... tal vez. Yo sólo a veces quisiera... escapar.

—¡Pero el reino te necesita!— exclamó, preocupado.

—Lo sé, por eso no puedo irme. Todos necesitan de mí, debo dejar de lado mis deseos para poder gobernar.

Ella en ningún momento correspondió el abrazo del muñeco de nieve, hasta que finalmente Olaf la soltó. Elsa se recargó en el escritorio, encontrándose con su hermosa rosa blanca en el florero; sonrió un poco, porque amaba su regalo.

—¿Sabes? Mi madre solía decirme que yo era como las bellas flores de primavera.— hizo una risa desganada—. Pero eso era antes de que perdiera el control de mis poderes e hiriera a Anna. Creo que con el tiempo se dio cuenta de que yo era más bien una flor de invierno, algo que no debería estar ahí.

—No digas eso.— dijo Olaf, regañándola—. En todo caso tú eres una flor de verano, porque naciste en verano.— Elsa rió con ese comentario—. Te compré esa rosa porque me recordó mucho a ti, pero si dices ser una flor de invierno pues déjame decirte que creo que son las más bonitas.

—¿Eh?— casi perdió el equilibrio de donde estaba recargada, apartó la mirada, tratando de ver cualquier punto en el suelo— ¿Por qué dices eso?— trató de ocultar la... impresión en su voz, pero no la pudo disimular bien.

—Las flores en invierno no deberían estar ahí, pero aun así lo están, eso las hace especiales, ellas sobreviven donde las demás no.

—¿Cómo lo haces?— preguntó ella, riéndose un poco—. ¿Cómo es que siempre puedes hacer sentir mejor a las personas?

—¡Porque soy un muñeco de nieve feliz!— contestó, dando una amplia sonrisa—. Y no soporto que los demás estén tristes.

Elsa le dedicó una tierna sonrisa, fijó su vista en la rosa blanca y después regresó su vista a Olaf.

—Por cierto, hay algo que tengo que decirte.— mencionó con una sonrisita traviesa.

—Dime.— dijo, seguro de lo que ella iba a decir. Ella dio una dulce risa nerviosa.

—Feliz cumpleaños.— por supuesto, ella jamás lo olvidaría—. Ahora, dime que yo fui la primera en felicitarte.

—No, alguien más se te adelantó.— habló de forma engreída, jugando.

—Hmm, dime quién.— ordenó, cruzando sus brazos de forma casi infantil.

—Anna.— dio una media sonrisa, sabiendo que a la reina le iba a molestar.

—Oh.— bajó la mirada, decepcionada en el fondo.

—Pero ella aún no me ha dado mi regalo.— agregó—. Tú podrías ser la primera en darme uno.

—¿Quieres un regalo?— preguntó, alzando la ceja.

—Oye, yo te regalé algo, lo justo es que me des algo también... ¿Y qué vas a regalarme?

Elsa observó su rosa, sabía que tenía que regalarle a Olaf algo tan especial como eso, pero no sabía qué. Se mordió el labio mientras se esforzaba en tratar de pensar en algún regalo sensato. Volvió a observar su flor, movió sus manos, formando una rosa exactamente igual, pero de frío hielo.

—Toma.— se la entregó, sonriéndole.

—Wow... ¿Y no se derrite?— preguntó mientras la sostenía.

—Se derretirá con el tiempo, lo siento.— se rió—. Fue un regalo improvisado, quería ser la primera en darte algo, pero prometo que pronto te daré algo mucho mejor.

—Este es perfecto.— aseguró, abrazando su obsequio—. ¿Pero sabes qué me haría realmente feliz?

—¿Qué?— sonrió, casi riendo, siempre era entretenido hablar con Olaf.

—Que bajaras de nuevo a la fiesta y pasaras más tiempo con Anders.

La expresión de Elsa cambió radicalmente, su felicidad se quebró en un instante, pasando a una expresión pasmada de melancolía. Ella alargó un suspiro, tomando aire incluso desde su boca, dejándola abierta como si quisiera decir algo, pero las palabras no le salían. Se le había olvidado exhalar al contener su aliento y su voz, cuando por casualidad apartó la vista y la dirigió a la ventana, percatándose de los minúsculos copos de nieve que comenzaban a caer. Tenía los guantes puestos y aún así era difícil controlarse.

—Tengo demasiado sueño, Olaf. Vete, por favor.— pidió, forzando una sonrisa temblorosa. Olaf la examinó, sin moverse de su lugar—. Por favor.— volvió a pedir con voz más insistente.

—Está bien... Pero él se decepcionará mucho.— dijo con voz deprimida—. ¡Ya sé! ¡Les arreglaré una cita para mañana! ¿No te gustaría?

—Seguro que sí.— respondió, con todo lo que daba la fuerza de su voz, que no era mucha.

—Buenas noches, Elsa.— se despidió el muñeco de nieve, corriendo hacia la puerta que, al abrirla, se encontró con Anna y Kristoff que habían estado ahí pegados para escuchar, aunque no habían escuchado mucho realmente. El grupo comenzó a discutir con gracia, cerrando la puerta y dejando a Elsa sola en la oscuridad de su habitación que siempre le había servido para apartarse del resto.

Una vez sola, Elsa soltó el nudo en la garganta que le había estado ahogando, emitiendo así un ligero quejido. Volvió a ver los copos de nieve que caían afuera, caían ligeros y con lentitud, como plumas al caer. Bajó la mirada para observar su bella rosa blanca que yacía en el florero. Acercó su mano temblorosa a aquellos pétalos, pero antes de tocarlos, se detuvo, con temor. Fue así que su mano descendió hasta tocar la madera del escritorio y, sin querer, lanzó una pequeña ráfaga de hielo que destruyó el florero. Había sido un accidente.

Desesperada por su repentina falta de control, tomó las partes rotas del florero y trató de unirlas, sin pensar que era algo muy inútil. Su flor se marchitaría a falta de agua; no podía simplemente crear un florero de hielo, se derretiría, el agua se escurriría y su amada rosa perecería. Tomó la flor en sus manos, pero a los segundos la soltó de nuevo, sabiendo que la estaba llenando de escarcha. No podía tocar su amado regalo sin lastimarlo.

—No sientas, no sientas.— se repitió, en un intento, sabía ella, completamente inútil por controlarse, pero ni sus guantes podían protegerla.

Cubrió sus ojos cuando comenzó a llorar. ¿Cómo había llegado a esto? Antes había sido tan sencillo ignorarlo, pero ahora... no podía ocultárselo a sí misma. Tal vez había algo muy malo dentro de ella, porque no era normal.

Todo había estado bien para la reina hasta ese día, pero esa noche Elsa se había roto, así como aquel florero, sus sentimientos se habían desbordado. Ya no había forma de arreglarlo, estaba destruida.

.

Olaf y Kristoff habían vuelto a bajar a la fiesta, Anna por su parte se fue a otro lado. Ella entró a su antigua habitación, de cuando aún vivía en el palacio de la reina; la verdad es que aún se queda a dormir ahí muy seguido. La princesa buscó entre los cajones, que aún tenían muchas de sus cosas, viejas y nuevas, y buscó un pequeño espejo. Cuando lo encontró comenzó a arreglarse el maquillaje y acomodarse el peinado, asegurándose que su apariencia seguía perfecta.

Esa mañana había sido bastante mala, aquella bandida llamada Chickie le había llenado de moretones el rostro, pero gracias al maquillaje nadie se había dado cuenta, así como no se habían dado cuenta de sus vendajes en la mano derecha ya que aquella mujer también le había causado una herida profunda con un cuchillo, pero Anna cubría la evidencia con un par de guantes, aunque estar enguantada le hacía recordar a Elsa.

Esa tal Chickie le había causado muchos problemas, también le había dicho muchas cosas sin sentido. Pero esa mujer también le había dicho que se encontraba embarazada.

Anna acarició su vientre con la mano izquierda, preguntándose si realmente era verdad, pero a estas alturas Anna ya casi lo sentía, ya empezaba a ilusionarse de nuevo. También recordó lo que Chickie había dicho sobre su otro bebé, que Christian está perdido para siempre y no se puede recuperar. Simplemente no podía creer aquello.

Cubrió su boca con la mano derecha, ahogando un gemido de dolor al pensar en su hijo. Le era inevitable no llorar al pensar en él, y estando sola el dolor era mucho más fuerte. Rompió el espejo, arrojándolo al suelo, sentía tanto coraje, tanta ira, pero no podía hacer nada, esto sólo la ponía muy triste. Si tanto había implorado por tener a su pequeñito de vuelta, tanto había buscado, pero jamás obtenía una respuesta. Más de dos años y no habían pistas del paradero de su bebé. Eso sólo podía ser doloroso.

Un resplandor llamó la atención de la princesa, secó sus lágrimas y observó qué lo ocasionaba. Era la bolsa azul que le había dado Chickie; esa tarde Anna la había dejado sobre una mesita y aún seguía ahí, pero ahora una luz se filtraba y salía de la bolsa. Curiosa, Anna se acercó, abrió la bolsa, sacando primero el libro, después sacó el collar, que era el que brillaba. El precioso collar de cristales oscuros ahora irradiaba una luz blanca, no lo suficientemente fuerte como para iluminar la habitación, su luz era casi tan intensa como el de una vela.

¿Qué era? ¿Una respuesta o el presagio de algo peor?

Anna fijó su vista en el libro, gracias a la luz de los cristales podía leer el titulo "La Reina de las Nieves" Esto evidentemente era una señal de algo. Algo muy malo.

.

Había pasado media hora desde que la reina se había ido de la fiesta, más de la mitad de los invitados se habían marchado, la verdad es que la fiesta ya no tenía sentido. Anders estaba escondido tras una de las mesas, sentado en el suelo, apartado de todos, seguro que ahí nadie lo iba a encontrar. Era ridículo, lo sabía. Pero tenía mucho qué pensar, estaba pensando en Elsa, estaba verdaderamente preocupado por ella. Se había ido llorando, pero no le correspondía seguirla.

Sentía la necesidad de preguntar a Kristoff cómo se encontraba la reina, pero se desanimaba al intentarlo, eso realmente no le correspondía. Había algo en Elsa que inquietaba mucho a Anders, poco tiempo llevaba de conocerla, pero ahora sabía que ella era inestable emocionalmente. No podía evitar recordar cuando ella había comenzado a besarlo de una forma repentina, insaciable, sólo para después apartarse, conteniendo sus lágrimas. Algo malo le estaba sucediendo a ella, y le gustaría saber qué es.

—Ustedes dos realmente armaron un gran espectáculo.— esa voz...— Bailando juntos, desapareciendo juntos... Yo realmente creí que alguien como tú había conseguido una novia, y no cualquier novia, sino la mujer conocida como "Reina de las Nieves" Realmente me creí que alguien como tú podría derretir el corazón de hielo de esa bruja.— esa voz prepotente y mezquina—. ¿Por qué llegué a pensar que lograrías lo que Hans no pudo?

—¡¿Louis?!—Anders se puso de pie, miró al hombre que lo había encontrado, sin creer que lo veía—. ¿Qué haces aquí?

—Llevo meses aquí, con mi puesto de embajador logré ganarme un lugar en el consejo. No me digas que no lo sabías.— su voz era demasiado arrogante—. Aunque he tenido que pasar casi al anonimato, no quiero llamar la atención. ¿Sabes? Tuve que mentirle a la reina sobre mi apellido.

—... ¿Qué?

—No podrá tomar en serio lo que digo si confieso que me llamo Louis Westergard, que soy el hermano más grande de quien trató de matarla.

—No, ¡espera! ¡¿Qué se supone que haces? ¿ser parte del parlamento de otro reino?— estaba alarmado, no sabía confiar en él.

—No seas ridículo Anders, yo no soy un loco como Hans.— habló con seriedad, con el ceño fruncido—. Hans es una burla hacia nosotros, si puedo hacer algo para regresarle el honor a nuestra familia, entonces lo haré.

—No entiendo.

—Tú nunca entiendes nada, Anders. Me alegra que tú no tengas nada con la reina, porque si te convirtieras en rey de Arendelle, sólo llevarías este reino a la ruina y humillarías más el nombre de nuestra familia.

Anders no contestó, no supo qué hacer o decir. Desde muy pequeño había aprendido a no contradecir a sus hermanos, no sabía cómo responderle en algo, en especial porque sabía que Louis tenía razón. Louis, al ver que su segundo hermano más pequeño no decía nada, hizo una sonrisa cansina.

—13 hermanos: un heredero y 12 que tienen que ganar su propio lugar. Hans al menos lo intentó, pero tú... tú no eres nada.— escupió las palabras con desprecio—. Si esa Reinita de las Nieves está muy ocupada aislándose y llorando, entonces este reino no tiene futuro. Ahora entiendo por qué te gusta ella.

—¡Eso no...!— trató de protestar, pero se cubrió la cara cuando notó que Louis elevó la mano. Tan acostumbrado estaba a sus golpes que por un momento creyó que recibiría otro, aun cuando ninguno de sus hermanos lo había golpeado desde que se convirtieron en adultos, aún el recuerdo persistía y lo atormentaba.

—Ja.— el pelirrojo volvió a sonreír, malicioso—. Sólo no le digas a nadie que soy tu hermano, aquí mi nombre es Louis Collin, un simple embajador que no carga con la vergüenza de su hermano pequeño. Me retiro, mañana tendré mucho trabajo, el consejo no estará nada contento con la declaración de castidad y soltería de por vida de Su Majestad.— se giró para marcharse, pero al bajar la mirada se encontró con el muñeco de nieve de la reina, que lo miraba con curiosidad—. ¿Escuchaste todo lo que dije?— le preguntó con suavidad, siendo condescendiente.

—No.— dijo simplemente.

—Perfecto, pequeño.— dicho esto, se retiró.

Una vez se fue su intimidante hermano, Anders volvió a sentarse en el suelo, aislándose otra vez. Olaf se acercó a él y se sentó a su lado.

—Y yo que pensaba que él era agradable. — mencionó Olaf con cierto disgusto.

—Fue bueno contigo.— dijo Anders con desanimo, soltando un suspiro.

—Siento que Elsa se haya ido así.— comenzó a decir el muñeco—. ¿Pero qué te parece salir con ella mañana?

Anders lo miró, parpadeó un par de veces e hizo una mueca en los labios, en una expresión de ingenuidad e inocencia, a pesar de que entendía perfectamente las intenciones de Olaf.

—Sé lo que intentas, creo que es algo lindo lo que quieres hacer por Elsa, pero ella no es para mí.— apartó la mirada para ver fijamente al suelo, frunciendo un poco el ceño—. A ella no le gusto... o tal vez sí le guste, no lo sé, ella es complicada, estoy realmente confundido.— ahora llevó su vista al techo—. Es fácil que la atracción se vuelva amor, en especial ahora que formamos una amistad... Pero la atracción no es amor, no podemos tener una relación basada en que "sólo le guste" no terminaría bien, no si no hay amor, y creo que Elsa no...

—¿La amas?— preguntó, interrumpiéndolo, acercándose más a él, con mucho interés. Anders se incomodó.

—Yo... suena loco, pero creo que tal vez sí. Digo, podría amarla. Ella... ella me besó.— se sonrojó un poco al recordarlo.

—¡¿En serio?! ¡¿Elsa te besó?!— eso sí era una sorpresa. Olaf quedó con la boca abierta de la impresión—. Ella nunca había besado a nadie antes.

—¿De verdad?

—De verdad. ¡Tienes que contarme! ¿cómo fue?— se le acercó aún más, casi acosándolo, realmente curioso y emocionado.

—Fue...— Anders se sonrojó todavía más, evidentemente nervioso al recordar aquel desenfreno—. Fue diferente a cualquier cosa que haya experimentado.

—¿Por eso te enamoraste de ella? ¿qué viste de especial en Elsa?— preguntó el muñeco con rapidez.

—Yo he sido... usado.— bajó la mirada, dejándose llevar por la melancolía—. Elsa estuvo a punto de... usarme también, lo sé, lo vi en su mirada.— esa mirada de deseo y dolor, era aterrador.

—¿Usarte como Hans usó a Anna?

—... Algo así.— volteó a verlo, con los ojos muy abiertos. No debió haberle contado aquello. Volvió a apartar la vista, no queriendo volver a mencionar el asunto.

—¡Elsa no haría tal cosa!

—Tienes razón, ella se detuvo.— suspiró, pensativo—. Me di cuenta de inmediato que Elsa era diferente a las mujeres que habían jugado conmigo, Elsa no es mala, sólo...— no podía responder adecuadamente a eso, pero una idea sí tenía—. Ahora sé por qué ella no puede amarme, sé por qué no quiere casarse. No debo enamorarme de ella porque me rechazaría. Elsa me quiso usar para poder olvidar.

—¿Olvidar?— preguntó, confundido.

—Sí.— respondió, aceptando este hecho, pero entristecido de igual manera. Porque mires donde lo mires, era algo sumamente triste—. Olvidar algo que le está causando daño. Quiere olvidar a alguien más.

Era algo tan sencillo como eso.

.

En ese momento, en la habitación de la reina, Elsa estaba acostada en su cama, dormida. No se podría decir que tenía un sueño, pero tampoco una pesadilla. No era muy agradable pero tampoco era para aterrarse al despertar. Era entre un sueño y una pesadilla, un punto intermedio.

Despertó de golpe, como se despierta cuando uno sueña que se cae, sólo que Elsa no había soñado éso, sino otra cosa. Llevó sus dedos a su cara y se percató de que lloraba entre sueños, pero no sabía la razón. El sueño no era triste, pero tampoco era feliz, era más bien una mezcla de las dos cosas; quizá sólo lloró de tristeza y felicidad.

Tomó una almohada y se cubrió la cara con ella, tratando de volver a dormir para retomar su sueño, pero no podía hacerlo. Sabía que no debía seguir intentándolo, pero aún así lo hacía. No había pedido despertar. No es que el sueño fuera malo, pero tampoco era bueno, pero lo que ella no sabía es que entre el bien y el mal no hay puntos intermedios. Era malo y ya.

"Elsa"

Escuchó una voz, una que no conocía. Se sentó en la cama y trató de ver algo en esa oscuridad, pero ahí no había nadie más. Ella aún permanecía con el vestido que había llevado en la fiesta, ya que estaba tan cansada que no se molestó en cambiarse; probablemente la fiesta aún no terminaba, aún faltaba mucho para media noche.

"Elsa"

Se aterró, esa voz provenía de la habitación, pero por más que buscaba no encontraba quién la llamaba. Tal vez sólo seguía dormida. Tal vez sólo estaba volviéndose loca. Se volvió a acostar, se cubrió por completo con las cobijas, pero tenía una sensación de angustia.

"Elsa... Aquí, Elsa"

La volvieron a llamar, ella no podía ignorar esa voz tan extraña. Volvió a levantarse y lo encontró, vio quién la llamaba, el dueño de esa voz. Se contuvo para no gritar. Era el espejo, era su reflejo, era ella misma. Tuvo tanto miedo, pero sintió la necesidad de acercarse a aquel cristal, aun cuando había un reflejo de ella ahí, aunque ella no estuviera parada frente al espejo.

Se paró de la cama y caminó hacia aquel cristal que mantenía una imagen completa de ella misma, con los mismos ojos, cabello y vestido. Pero mientras más se acercaba, con cada paso que daba, el reflejo se deformaba. La criatura en el espejo ya no era Elsa, era una criatura parecida a ella, pero con una expresión aterradora, casi demoníaca.

—¿Qu..qué eres tú?— preguntó Elsa, aterrada, pero por algún motivo no podía alejarse del reflejo.

El reflejo no contestó, sólo le sonreía de una forma macabra. La criatura del reflejo alzó la mano y la dirigió hacia el cristal. Elsa tembló de miedo, pero no podía moverse, sólo quedarse ahí, viendo cómo el brazo del reflejo salía del espejo, pero al salir se volvía una sombra oscura. El brazo sombra señaló a Elsa, dando una respuesta.

—No, tú no eres yo. No.— respondió ella, negando con la cabeza, con voz paranoica.

El brazo de la sombra tocó el pecho de Elsa, y ella no podía moverse. La sombra tocó su corazón. Y el dolor que la reina sintió en ese momento fue muy diferente al dolor que había sentido todo el día. No era un dolor de un oscuro y frío vacío, este era un dolor maligno. Era el mismo dolor que había sentido cuando aquella Reina de las Nieves le había introducido un cristal en el corazón después de que se llevó a Christian.

Elsa alzó la vista, viendo el reflejo de nuevo, este había cambiado. Era mucho más feo, repugnante, con una sonrisa deformada, cruel, pero seguía pareciéndose a ella. Era ella.

La sombra abandonó el espejo, volviendo este a la normalidad. Aquel ser oscuro de largas extremidades y maligno rostro recorrió la habitación, y aun cuando esta estaba ya sumergida en sombras, la criatura se distinguía por sobre todo; era de un negro absoluto.

Elsa volvió a ver su reflejo y este era normal, todo lo había provocado la sombra, el reflejo anterior no podía ser ella. Era demasiado horrible como para ser ella. Dio vuelta para buscar a la sombra con la mirada, la encontró y contuvo el aliento. La sombra observaba fijamente el florero roto y la rosa sobre el escritorio. El corazón de la reina se agitó.

Esa criatura fijó su vista en Elsa, dirigiéndole una extraña sonrisa. La sombra alzó el brazo hacia la reina, y esta se sintió jalada por él, como si algo en su pecho la controlara, algo pequeño, como un polvo de cristal maldito alojado en su corazón.

Como si estuviera poseída, sin poder controlar sus pasos, Elsa caminó hacia la ventana, que se abría inexplicablemente. No podía gritar, ni siquiera llorar del miedo, sólo sentía un terrible terror en su pecho. Afuera, una ligera nevada; más allá, en el bosque, una conocida aurora. La sombra rodeó a Elsa, manteniendo una sonrisa perturbadora y le indicó que siguiera el camino, aunque Elsa no podía controlarse de todas formas.

Estaba a muchos metros de altura, pero al momento de poner un pie fuera, pisó un delgado escalón de hielo, tal como si el aire se congelara. Elsa estaba segura de que eso no lo estaba provocando ella con sus poderes. Siguió caminando en el aire, sin poderse detener, hasta que salió de los jardines del palacio, donde al fin bajó al suelo y siguió caminando, siempre acompañada por esa misteriosa sombra. Siguió todo recto hasta cruzar las aguas, que se congelaron con su tacto, mas sólo lo suficiente para que la reina pasara, formando un sendero de hielo.

Elsa ya sabía hacia dónde la estaba llevando esa sombra contra su voluntad, la estaba llevando hacia la montaña, donde encima hay una aurora, y esta aurora pertenecía a la Reina de las Nieves, que después de años al fin volvía, pero ¿con qué propósito?

Notes:

Iba a ser un capítulo más largo, con más contenido y más cosas importantes, pero me estaba quedando demasiado largo, así que la continuación la tendrán la próxima semana... o en unos días... o quizá más. Caray, no lo sé...

No olviden prestar atención a los flashbacks de a principio de los capítulos, el de este capítulo es la segunda parte y aún faltan unas partes más. El siguiente capítulo no tendrá flashback, la tercera parte estará hasta el capítulo 11.

¿Qué piensan qué pasará ahora? ¿cuáles son sus teorías?

Chapter 10: Caer, parte 2

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en julio del 2015.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 10: Caer, parte 2.

Anna bajó las escaleras, a paso lento, con el mal presentimiento perturbándola. En su mano derecha la bolsa azul con el collar y el libro guardados. Entrando al baile, no había casi nadie, sólo unas contadas personas.

Los cristales del collar aún brillaban dentro de la bolsa, pero no podía distinguirse de la luz del gran salón.

Al dejar de lado sus pensamientos y volver a la realidad, se percató de que hacía frío, más de lo normal, lo cual provocó a la princesa algo de preocupación.

—¿Qué sucede?— soltó la pregunta sin pensarlo, sabiendo que los demás también debieron darse cuenta de la anomalía en el clima.

—Está nevando.— le mencionó Kristoff a su esposa, acercándose a ella. Él, al igual que ella, estaba preocupado, y con buena razón.

—¿Elsa?— se cuestionó a sí misma, en voz baja.

—No puede haber sido ella.— se acercó Olaf, a su lado venía Anders—. Ella estaba bien cuando la vi...— se le ocurrió una idea—. ¡Anna! ¿Crees que podría ser...?

—No.— la simple idea era inquietante, imposible de considerar, pero era una posibilidad que le aterraba.

La posibilidad era abrumadora, pero aun con eso, Anna salió del gran salón, saliendo al aire libre, donde hace unas pocas horas tenían la pista de hielo y ahora no había nada. Al salir de esos muros y bajar unos escalones, logró verlo a la distancia. La aurora, pero no una aurora cualquiera, sino la misma aurora de la Reina de las Nieves, era la aurora que tanto había visto en sus pesadillas.

Quiso gritar, correr, llorar. La bruja que se llevó a su bebé estaba tan cerca. Bajó la mirada y notó un camino de hielo en el agua, pero este se comenzaba a derretir.

—Elsa...— no sabía las razones, no conocía la situación, pero sabía que Elsa se dirigía a la montaña del norte, a la aurora.

Su hermana, su bebé, la Reina de las Nieves. Tantas cosas que la paralizaron en un miedo helado.

—¡Anna!— Kristoff llegó hacia ella, recargó sus manos en los hombros de su mujer para después darse cuenta de qué la tenía tan paralizada—. No puede ser...

Eso bastó para que Anna saliera de su trance. Esta vez no iba a dejar huir a esa reina. Tantos años buscando a la desgraciada, no la iba a perder ahora, no hasta recuperar a su hijo.

La princesa salió corriendo hacia los establos, seguida por Kristoff, tomaron un par de caballos y galoparon a dirección de esa aurora, siguiendo el camino de hielo que había formado Elsa en el agua. Ellos se fueron sin dar explicación a nadie.

—¿Qué sucede?— preguntó Anders, preocupado, sin entender la situación ni el alboroto.

—¡La Reina de las Nieves regresó!— exclamó Olaf, alarmado, dando vueltas de un lado a otro sin saber qué hacer. Anders lo miró, aún sin comprender—. Es una mujer con poderes de hielo como Elsa, pero ella es mala, ¡ella se llevó al bebé de Anna!

—¿Y Elsa fue hacia allá?— el príncipe se asomó para observar la aurora y el sendero de hielo en el agua que estaba a punto de desaparecer.

—Seguramente quiere salvar a Christian ¡pero se fue ella sola! ¡y Anna y Kristoff también me dejaron aquí! ¡La última vez que la Reina de las Nieves apareció pasaron cosas malas! ¡No puedo dejar a Elsa sola otra vez, aunque me pida que no la siga!— en ese momento Sven llegó corriendo, le dio un empujón a Olaf, indicándole que estaba listo para seguir a Elsa—. ¡Sven! justo a tiempo.— se alegró Olaf. Él, con algo de dificultad, logró montarse sobre Sven, una vez arriba, miró a Anders—. Vamos, sube.

—¿Qué?—se sorprendió ante esta petición.

—Elsa podría estar en peligro, tenemos que ir a salvarla.— le dijo, apresurado. Anders retrocedió un paso—. Tú eres su príncipe, tienes que ir. Sólo tienes que enfrentarte a una peligrosa y malvada bruja, no es nada.

Anders retrocedió más. Sólo podía recordar, hace mucho tiempo, cuando intentó ayudar a su hermanito más pequeño, las cosas habían salido muy mal. Jamás pensó en enfrentarse a algo como esto.

—Lo siento, yo... no puedo. No puedo ayudar a nadie.— él tenía miedo, temblaba. Sabía que estaba haciendo mal, su cobardía lo avergonzaba, pero lo que más dolía es que sí quería ver a Elsa a salvo... pero sólo no podía.

—Pero...— Olaf trató de hacerlo razonar, mas no pudo hacerlo porque Sven se desesperó y salió corriendo hacia el bosque, saltando al hielo sobre el agua y este, al ser tocado, se hizo trizas, pero resistió lo suficiente para que ambos cruzaran.

Anders los vio partir y se maldijo a sí mismo. Odiaba tanto haber sido un inútil. Pero había tantas cosas en su pasado que ahora cargaba, eran suficientemente pesadas como para no permitirle tener valor. Él sólo había crecido con la idea de que si trataba de proteger a alguien, saldría lastimado. No podía luchar contra eso ni esto.

.

La nieve caía con lentitud, la reina de Arendelle caminaba por el bosque, rodeada de una enorme sombra. No podía detenerse, sus piernas se movían en contra de su voluntad y tener esa criatura maligna tan cerca hacía que la mujer quisiera llorar mientras gritaba, pero no lo pudo hacer, no bajo el control de ese ser.

Después de largos y dolorosos minutos, Elsa llegó a la montaña, contempló su palacio de hielo, que aún permanecía ahí, aunque un poco desarreglado, sobre él estaba la aurora. Aún trataba de resistirse, pero la sombra la controlaba y dirigía por los escalones hacia dentro del palacio, una vez adentro, las puertas se cerraron.

Finalmente la liberó, Elsa pudo moverse a su voluntad, el espantoso dolor en el pecho cesó. Ella respiró profundamente, soltando unas lágrimas de terror. La sombra soltó una risa, haciendo que Elsa sintiera un escalofrío. Era una risa muy perturbadora.

—Elsa.

La reina de Arendelle, tan pronto escuchó esa voz, la reconoció. Elsa se giró y pudo ver a esa mujer de ojos centelleantes, vestido blanco resplandeciente, piel pálida y cabello rubio. La Reina de las Nieves.

—¡TÚ!— le lanzó un ataque, apuntando justo en la cara, pero la mujer fantasmal y helada lo detuvo—. ¡DEVUÉLVEME A MI SOBRINO!— bramó con mucha fuerza, continuando sus ataques de ráfagas de hielo que a la otra mujer le eran fáciles de evitar.

—Detente.— le pidió, con voz frugal.

La sombra rodeó a Elsa y esta ya no pudo moverse más.

—¡Tú has causado tanto daño!— gritó, tratando de liberarse del control de ese ser maligno, pero estaba prácticamente congelada, sin poder moverse ni un centímetro—. ¡La última vez no sólo te llevaste a Christian! ¡Mataste a Malvavisco! ¡Mataste y heriste a muchos guardias!— comenzó a llorar sin control, con miedo e ira—. ¡¿Qué demonios pasa contigo?!

—Suéltala.— ordenó la Reina de las Nieves a la sombra, esta la obedeció. La fría reina se acercó lentamente a Elsa. Elsa se asustó, extendió sus brazos hacia la malvada reina, amenazando con atacarla aunque sabía que no tendría efecto—. Yo no maté a tu monstruo de nieve.— aclaró, con voz firme y helada.

—¿Eh?— esa declaración la hizo confundir y bajar la guardia por un momento, pero no iba a creer algo como eso. Elsa volvió a ponerse firme y se indignó—. ¡Tú lo mataste! ¡te vi destruirlo!

—No es así.—negó levemente con la cabeza—. Lo destruí, pero no lo maté. Lo llevé conmigo.

Elsa recordó aquella vez, cuando la vio alejarse con Christian. Antes de que huyera, la Reina de las Nieves había recogido algo de la nieve, justo donde había destruido a Malvavisco.

—En ese momento tú...— esta vez sí lo creía, pero no cambiaba nada—. No te conformaste con llevarte a Christian ¡también te llevaste a Malvavisco! ¡¿Qué esperas obtener?!— gritó, furiosa, con las mejillas empapadas en lágrimas.

—¿Qué son tus muñecos de nieve para ti?— preguntó con seriedad, pero en el fondo sentía mucha curiosidad e interés de saber la respuesta de Elsa—. ¿Por qué te importan? Son sólo creaciones; a diferencia de mí, tú puedes crear más.

—¡Son mi familia!

—¿Los consideras tus hijos?

—¡No es así!— se alteró. Se dio cuenta de que algo estaba mal, miró a su alrededor, dándose cuenta de lo que faltaba—. ¿Dónde... están?

Se supone que ese palacio de hielo no está desolado. Hubo un tiempo en el que Elsa creó muchos pequeños muñecos de nieve, los había mandado a vivir ahí junto a Malvavisco, y aunque Malvavisco ya no estaba desde hace más de dos años, esos muñequitos aún deberían estar ahí, los había venido a visitar días atrás, pero ahora no había rastro de ellos.

—Me los llevé hace poco.— dijo la helada mujer, sabiendo a lo que se refería Elsa.

—¡Eres un ser despreciable!— le gritó—. ¡Regrésamelos a todos! ¡Devuélveme a Christian!— atacó con otra ráfaga de hielo, pero, de nuevo, la Reina evadió el ataque—. ¡¿Qué buscas de todo esto?!

—Busco ayudarte, Elsa.— dio unos pasos hacia la chica, Elsa retrocedió.

—¿Qué?

—Cuando te conocí me di cuenta de que eras especial, de que eres como yo.

—¡Tú no te pareces en nada a mí!— exclamó la reina de Arendelle—. ¡Apártate!

—Hace dos años y medio, cuando noté lo valiosa que eras, te clavé un trozo de cristal en el corazón.— era verdad, Elsa recordaba ese horrible dolor, también lo sintió cuando aquella sombra la manipulaba.

—¿Es por tu culpa?— dedujo Elsa, asustada—. El cristal en mi corazón es la razón por la que no puedo enamorarme ¿cierto?

En ese momento, la sombra, que se mantenía al lado de la Reina de las Nieves, comenzó a soltar escalofriantes carcajadas. La helada reina sólo negó con la cabeza.

—Las emociones negativas en tu interior las creaste por cuenta tuya, yo no he tenido nada que ver.— le dijo con calma, casi con suavidad. Elsa se consternó—. Incluso en este momento tú buscas una justificación a lo que sientes ¿no es así?— Elsa retrocedió aun más, habiéndose descubierta por la otra reina—. Pero ya sabes la verdad tras tus sentimientos, tú no eres una buena persona.

—¡Ya basta!— quiso atacarla de nuevo, pero aquella sombra la volvió a detener.

—Tú eres más poderosa que un pequeño pedazo de cristal.— estiró su brazo derecho hacia Elsa y con sus poderes logró arrancar ese cristal del corazón de la otra rubia. Cuando la Reina obtuvo el cristal se dio cuenta que era sólo un polvillo pequeño, más pequeño que un copo de nieve y casi indistinguible. Se asombró, cambiando por un momento su expresión fría. Cuando le había clavado ese cristal a Elsa, era un pedazo considerablemente más grande. Elsa lo había absorbido—. Eres... mucho más poderosa que un pedazo de cristal.

—¿Por qué habías clavado un cristal en mi corazón? ¡Dime!— la respiración de Elsa era agitada y se sentía cansada debido a la salida del cristal maldito de su pecho.

—Eres una Reina de las Nieves como yo, así que un pedazo de cristal no te afecta como afectaría a cualquier otra persona, aunque el Maligno pueda controlarte al estar el cristal dentro de ti.— le respondió con calma y paciencia—. Yo tengo el poder de localizar todos los cristales del espejo, pero tú eres la única pieza del rompecabezas que yo no puedo ver. Al tener el cristal dentro tuyo, me permitía observarte, conocer tus sentimientos, así cuando tus emociones se descontrolaran, cuando te vieras arrastrada a la oscuridad, yo podría venir por ti.

—¿De qué estás hablando?— retrocedió unos pasos, asustada. No entendía nada, pero se sintió avergonzada. Era verdad, ella se estaba oscureciendo por dentro, poco a poco.

—Al descubrirte, entendí lo que te pasó. ¿Tú madre nunca te lo contó?

—¿Mi madre? ¡¿Qué tiene que ver mi madre con todo esto?!

—No es coincidencia, Elsa, que tus poderes vengan de nacimiento. No fue cosa del destino, no fue al azar. Mas no fuiste escogida, fue un accidente lo que te convirtió en lo que eres, que te convirtió en alguien como yo. Tu madre guardaba un secreto muy oscuro, tu nacimiento no fue normal.

—¿Qué quieres decir?— quiso retroceder más, pero ya estaba pegada a los muros del palacio—. No puedo creerte.

—En el fondo me crees ¿no es así? Dime que no sospechas de tu madre.

Elsa lo pensó, recordó algo de su niñez. El libro favorito de su madre, el que nunca terminó de leerles, el libro que mencionaba ese espejo maldito que la mujer espectral había mencionado. Ese libro trataba de la Reina de las Nieves. No podía ser coincidencia.

Toda su vida se había preguntado ¿Por qué ella? ¿Por qué le tocó llevar esta maldición? ¿Su madre siempre lo supo y nunca le dijo nada? Por primera vez, desconfió de su progenitora.

—Yo te conozco más de lo que tú sabes de ti misma.— dijo la Reina de las Nieves, con voz compasiva—. Siento decirlo, pero probablemente no seas hija del rey.

—¡Eso es mentira!— estalló Elsa con furia—. ¡Tú sólo mientes! ¡Tú no sabes nada de mí!

—¡Quiero contarte toda la verdad! ¡todo lo que te ocultaron! ¡Déjame ayudarte, Elsa!

—¡No necesito ayuda, menos de una mala persona como tú!— entre sus gritos, Elsa formó grandes cristales de hielo que relucían de un rojo resplandeciente.

—¡Tú te convertirás en una mala persona y no podrás hacer nada al respecto!— exclamó y, fuera del palacio, la aurora se agitó violentamente—. ¡Sabes que tus sentimientos pueden causar mucho dolor y sufrimiento! ¡Yo sé lo que se siente sentir algo que no deberías! ¡Si vienes conmigo podrás escapar, justo como deseas! ¡Deseas abandonar este reino y sus habitantes! ¡deseas dejar de ocultar tus emociones de ti misma!

—¡Tú no sabes nada de lo que yo deseo!— soltó más lágrimas, abrazándose a sí misma, con una ventisca rodeándola, agitando su cabello suelto y su vestido.

—Deja de mentirte.— la mujer espectral se calmó y al poco tiempo recobró la compostura que perdió—. Te estás lastimando, ¿quieres lastimar a alguien más?— Elsa se cubrió los oídos, no queriendo escuchar—. La ayuda que te ofrezco es una oportunidad de escapar, como querías. No te resistas, sólo harás más doloroso lo inevitable.

—¡¿De qué te serviría a ti ayudarme?!

—Sólo te necesito conmigo.

Era una tentación muy fuerte, aceptar la oferta que le ofrecían, el poder huir de sus sentimientos que empezaban a ser la maldición más dolorosa con la que se haya enfrentado. Eran unos sentimientos malditos, unos sentimientos que comenzaban a consumirla y volverla loca. Un sentimiento puro y real que se había vuelto aterrador y prohibido.

¿Qué aceptar? ¿la oferta de una bruja? ¿o quedarse a la merced de la locura? Ambas eran tentaciones, ambas implicaban aceptar sus sentimientos prohibidos. Caer al abismo podía llegar a ser tan fácil.

—Jamás aceptaría algo de ti. Quiero que me des a Christian.— habló con voz firme.

La Reina de las Nieves cerró los ojos, frustrada. La sombra se acercó a su oído y dijo algo que incluso Elsa pudo escuchar.

"Nunca se irá contigo, no con Christian de por medio" su voz era tan siniestra.

La mujer de hielo lo entendió, se acercó a Elsa a paso lento, y ella no tenía a dónde huir. La Reina de las Nieves se iba a llevar a Elsa, pero no en contra de su voluntad, de esa forma no serviría de mucho. Necesitaba que Elsa escogiera irse, y si para eso tenía que hacer trampa, si tenía que remover cosas innecesarias en la mente de la joven reina, lo haría.

A su vez, la sombra se dio cuenta de que unos intrusos se acercaban, así que salió del castillo, dejando ambas reinas solas. La Reina de las Nieves le dio un delicado beso a Elsa en la frente, y este beso era malvado, además de que, al tacto, era más helado que un bloque de hielo y tan doloroso como la muerte misma.

.

Anna y Kristoff llegaron a la montaña del norte con rapidez, siguiendo el atajo que había tomado Elsa. Lo primero que notaron fue de lo más impactante. El palacio de hielo se quebró en miles de trozos que, al caer sobre la nieve de la montaña, formó una bruma que hizo casi imposible ver el paisaje y lo que sucedía adelante.

—¡Elsa!— la llamó Anna, bajando del corcel al igual que Kristoff. Nadie respondió, tampoco lograron verla.

Sólo sabían que encima de donde estaba antes el palacio estaba la aurora de la Reina de las Nieves y que Elsa estaba con ella.

Tenían cuentas pendientes con esa malvada reina bruja. No iban a permitir que la mujer que se robó a su pequeño recién nacido volviera a escapar. Ambos se tomaron de las manos y caminaron a dirección de esa aurora. Estaba nevando, pero no demasiado, sólo estorbaba esa niebla de nieve que se negaba a desaparecer.

El sonido de una ráfaga al pasar al lado de ambos los puso en alerta. Algo los estaba observando y siguiendo de cerca.

—¿Qué fue eso?— preguntó Kristoff con seriedad, preocupándose a su vez de la seguridad de su esposa.

De su escondite salió la sombra, como una aparición fantasmal. Obviamente la pareja se asustó al verlo ya que con claridad se podía notar que esta criatura no era un ser mortal, mucho menos algo bueno.

La sombra soltó múltiples carcajadas viles y de sonoro eco. Los rodeó y les impidió avanzar.

—¡¿Qué es eso?!— exclamó Anna, aterrada. Nunca en su vida había presenciado algo tan aterrador.

—¡Aléjate de aquí!— gritó Kristoff al monstruo, pero la criatura sólo sonrió con maldad.

La sombra se abalanzó sobre Kristoff, atacándolo, dándole rasguños y mordidas cual ser demoníaco. Anna quedó en shock por un momento, tembló de terror e impotencia. Pero, entre esa escena escalofriante, Anna recordó que aún llevaba esa bolsa azul que Chickie le había entregado, dentro los cristales aún brillaban. Fue entonces que la princesa pudo recordar una de las advertencias de esa mujer bandida.

"¡Hagas lo que hagas, aléjate de las sombras!"

¿Y si este monstruo era la sombra a la cual se refería? Eso sólo significaba una cosa, algo dentro de la bolsa que le había dado Chickie serviría para protegerla. Anna sacó los cristales, que brillaban ahora mucho más que una vela, era una luz deslumbrante. Corrió hacia la criatura que atacaba a su esposo.

—¡Déjalo en paz!— saltó sobre él, golpeando a la criatura con los cristales luminosos.

El monstruo se alejó al instante, soltando gritos perturbadores y agudos de dolor. De alguna forma había funcionado. Esos cristales... servían contra esa sombra. Chickie sabía que todo esto iba a ocurrir ¿pero cómo?

—¡Kristoff! ¡Kristoff! ¿Estás bien?— se acercó a su esposo, lo sostuvo entre sus brazos y lo abrazó con fuerza. Él estaba bien, las heridas no fueron muy profundas.

—¿Qué fue eso?— preguntó, casi alterado, sorprendido.

—Esto...— mostró los cristales oscuros cuya luz se había calmado.

—¿De dónde lo sacaste?— tomó el collar en sus manos, analizándolo con curiosidad e impresión. Ese tipo de cristales, los conocía...

—Me lo regalaron.— contestó, preocupada por la reacción de su esposo.

—¿Quién?— la vio a los ojos, serio.

La sombra se levantó de la nieve y se acercó a Anna en un instante, dispuesto a atacarla por lo que le había hecho. Ella ya no tenía los cristales en su poder, ahora Kristoff los tenía. Ahora la sombra podría lastimarla a ella. Pero se detuvo, no pudo herir a la princesa Anna.

Una de las mayores debilidades de esa sombra era que no podía herir a las criaturas inocentes. Anna llevaba una criatura inocente en su interior. El bebé en su vientre no la protegía tanto como podría protegerla los cristales, pero el niño no nato era suficiente para que la sombra no pudiera ni siquiera tocarla. El monstruo gruñó de ira, no podía atacarlos a los tres.

El paisaje ya estaba despejado de la bruma. Al superar a duras penas el susto de la ya derrotada sombra, la pareja logró alcanzar a ver que debajo de la aurora, donde se encontraba el palacio ya destruido, efectivamente ahí se encontraba la Reina de las Nieves junto con Elsa.

—¡Elsa!— la llamó con todo lo que dieron sus pulmones. Subió los escalones y, una vez arriba, corrió hacia ellas, sabiendo que su hermana la había escuchado.

—¡¿Qué está pasando, Elsa?!— preguntó Kristoff, que también se acercó a ambas reinas de hielo.

Elsa tembló ligeramente, como si sintiera un escalofrío, se dio la vuelta para mirarlos. Ella mantenía una cara aterrada.

—¿Qué están haciendo aquí?— les preguntó, asustada. Todo su valor parecía haberse desvanecido de alguna manera.

—¡¿Por qué más estaríamos aquí?!— gritó Anna, no comprendiendo a su hermana—. ¡Esa bruja es la que se llevó a Christian! ¡No nos iremos sin él!

Elsa hizo una expresión de incomprensión, frunció el ceño en completa confusión. Con voz que demostraba su ignorancia y, a la vez, miedo, preguntó:

—¿Quién es Christian?

El maligno beso helado de la Reina de las Nieves era una de sus habilidades. Con ese beso podía borrar o incluso cambiar los recuerdos de una persona. En este caso, decidió únicamente borrar a Christian de la memoria de la reina de Arendelle. No necesitaba borrar más de su mente, todos esos recuerdos dolorosos, inclusive los alegres, reforzaban la oscuridad que poco a poco surgía del helado corazón de Elsa.

Una vez eliminado el recuerdo de Christian, Elsa se quitaba el peso de esa responsabilidad de encima. Se eliminaba lo que le daba valor contra la Reina de las Nieves. Eliminó parte del odio que sentía hacia la reina bruja y, de esta manera, la posibilidad de irse a su lado sonaba como una opción considerable, ya que, al no tener el dolor que le causaba la perdida de su sobrino, había un solo dolor que devoraba su alma. Un dolor cuya única oportunidad de ser curado era apartarse para siempre de lo que la hería.

—¡¿Cómo que quién es Christian?!— reclamó Kristoff ante la falta de entendimiento de su cuñada—. ¡Es nuestro hijo! ¡tu sobrino!

—¿De qué están hablando?— Elsa retrocedió un paso hacia atrás, hacia la mujer espectral—. ¡No debieron seguirme aquí! ¡esto no es asunto suyo!

—¡¿Qué estás haciendo, Elsa?!— gritó Anna, con mucha ira—. ¡¿Por qué hablas con esa mujer en vez de golpearla?! ¡dile que regrese a mi hijo! ¡¿Y qué pasó con este lugar?! ¡tu castillo se hizo trizas!

—Elsa ha sido liberada.— habló la Reina de las Nieves, con voz imponente—. Los muros de su corazón se han roto.

—¡¿Qué le hiciste?! ¡¿por qué no recuerda a Christian?!— gritó la princesa con todas sus fuerzas, casi llorando del coraje—. ¡¿Que acaso piensas llevártela también?!

—¡Regresa a nuestro hijo!— exclamó Kristoff, furioso.

La mujer espectral levantó un gran muro de hielo que las separó de ese par. A Elsa le latía muy rápido el corazón y su respiración era agitada; fijó su vista en la reina malvada, con ojos asustados.

—¿De qué están hablando?— preguntó con un hilo de voz, abrazándose a sí misma con fuerza, sintiéndose perdida.

—Están mintiendo.— le dijo con claridad.

—¡Anna no me mentiría!

—Lo hacen porque te quieren, Elsa.— llevó su blanca mano a la mejilla de Elsa, viéndola profundamente a los ojos—. Ellos te aman, querida, pero no puedes quedarte aquí. Si revelas tus sentimientos van a despreciarte, pero si los guardas para ti misma vivirás una vida que no deseas. Tú deseas huir. Ven conmigo, Elsa.

—Yo... yo...— ahora sin Chistian en su memoria, las palabras de la mujer que tenía enfrente resultaban tener más sentido. Se puso a llorar lágrimas de inocencia—. No sé qué hacer.

—Querida niña, tu dolor es tan inmenso, ya no puedes contener tu corazón inquieto.— Anna y Kristoff golpeaban el muro del otro lado, pero no obtenían resultados. Elsa no escuchaba más que las palabras de esa bella reina de nieve—. Además, conmigo podrás conocer por qué naciste con esta maldición, el porqué de tus poderes, te contaré lo que sé de tu madre.

—¡Creí que podía ocultarlo! ¡jamás pedí tener estos malditos sentimientos! ¡sentirme de esta forma es peor que una maldición! ¡Soy una persona terrible!— cubrió sus ojos con ambas manos enguantadas. La otra reina le apartó sus manos del rostro y, con delicadeza, quitó ambos guantes, haciendo así que la ventisca alrededor de Elsa fuera más fuerte.

—Así como ya no le temes a tus poderes, no debes temer a tus sentimientos. Abraza tus emociones, ama todo de ti misma. Sólo así podrás alcanzar la verdadera libertad.— acarició el largo cabello suelto de Elsa, sonriéndole.

—Causaré daño...

—Por eso debes venir conmigo.

—No puedo hacerle esto a mi familia.— tembló de tristeza, ahogando un gemido de dolor.

—Sabes lo que pasará si te quedas. Si vienes conmigo vas a sufrir, pero si te quedas no serás la única herida ¿entiendes lo que digo?— Elsa asintió, llorosa—. Sólo entrégame tu alma y el dolor pasará rápido.— le ofreció la mano, Elsa dudó.

—Mi vida sería mucho más fácil... si fuera verdad que no puedo amar. Si no tuviera que mentirme.— trató de secar sus lágrimas, pero sus mejillas estaban empapadas. El dolor de un corazón destrozado invadía su cuerpo de forma insoportable. No había otra manera—. Déjame despedirme de ellos.— rogó.

La Reina de las Nieves asintió, rompiendo el muro de hielo pero, en cambio, sujetó las piernas de la pareja al suelo con nieve, impidiendo así que trataran de hacer algo. Elsa se acercó a ellos, temerosa.

—Me voy a ir con ella.

—¡¿Qué?!— exclamaron los dos, abatidos.

—¡¿En serio no recuerdas lo que ella nos hizo?!— gritó Anna, comenzando a llorar. Pero Elsa no recordaba.

—Ella va a ayudarme.

—¿En qué podría ayudarte una mujer como ella?— preguntó Kristoff en reproche.

—Yo...— liberó lágrimas nuevas, tratando de ganar algo de fuerza—. No puedo soportar esta vida, no puedo soportar el saber que algún día yo... tendré que casarme. Siempre supe que tenía que hacerlo, pero lo veía tan lejano y ahora... tengo miedo. Quiero escaparme de aquí, un esposo, una familia, eso jamás lo voy a tener.

—¿Por eso haces esto? ¿por una razón tan estúpida? ¡¿Qué está pasando realmente, Elsa?!— gritó a su hermana.

—¡No quiero casarme!— gritó, desgarrada—. Ya no quiero vivir de este modo. Anna, si yo dijera la verdad de por qué no me puedo casar, me despreciarían... No sabes lo doloroso que es para mí saber que este sentimiento es tan... malo. Por eso me voy.

—Yo no te despreciaría jamás, Elsa.— lloró Anna, tratando de comprender la desdicha de su hermana mayor.

Elsa negó con la cabeza, se acercó a su hermana y le dio un abrazo fuerte, esta le regresó el abrazo, sintiéndose mortificada.

—Te amo demasiado, hermana, pero hay partes en mí que debo ocultar en mi interior.— se separó de ella, miró a Kristoff—. Cuídala mucho.

No importa cuánto la pareja le gritara, Elsa no volteó, se alejó de ambos, tomó la mano de la Reina de las Nieves, aceptando ir con ella.

La sombra sintió que un par de almas inocentes se acercaban, lo cual lo hizo gruñir de furia, así no podía detenerlos. Ellos se acercaron a ambas reinas.

—¡Elsa!— la llamó Olaf, Elsa se puso rígida.

—¡Olaf!— exclamó Anna, sorprendida de verlo llegar junto a Sven.

—¡Váyanse de aquí!— ordenó Kristoff, recordando lo que pasó la última vez con Sven.

La Reina de las Nieves se sorprendió al verlos, en especial al reno, había creído haberlo matado la vez anterior.

—¡Elsa!— volvió a llamarla Olaf—. ¿Dónde está Christian? ¿por qué estás tomando la mano de la Reina de las Nieves?

¡¿Qué estás haciendo aquí?!— se giró, gritando, casi rugiendo de ira. Su grito asustó a todos, incluso la Reina de las Nieves se desconcertó al verla en ese estado, así que decidió apartarse por un momento.

—¿Qué sucede? ¿por qué...?

—¡Tú no deberías estar aquí!— gritó, furiosa, dando un paso brusco hacia él.

—Yo vine aquí porque quería ayudarte a salvar a Christian.— le dijo, algo asustado, jamás la había visto tan enojada.

—¡¿Quién rayos es Christian?!... Eso no importa ¡Quiero que te vayas ahora!— gruñó.

—Siempre me pides que me vaya, en especial cuando te alteras sin razón, cosa que pasa últimamente muy seguido. ¡¿Por qué quieres que me vaya?!— se molestó, no le gustaba no poder razonar con las personas, así como Elsa ahora.

—¡Porque siempre me haces enojar!— estaba tan molesta que casi se arrancaba el cabello del coraje—. ¡Yo voy a irme con ella!

—¿Qué?... ¿por qué?— se entristeció, sin comprender nada.

—¡Eso no es asunto tuyo!— se volvió a girar para regresar con la otra reina.

—Anders está esperando tu regreso, ¿qué se supone que le voy a decir?— habló el muñeco, alarmado.

Elsa apretó los puños, formando sin querer peligroso hielo a sus costados, se giró con brusquedad.

—¿Anders? ¡¿Anders?! ¡¿Por qué siempre estás hablando de Anders?!— golpeó el suelo que pisaba, formando aún más hielo a su alrededor—. Lamento decepcionarte ¡pero yo nunca me voy a casar con ese idiota!— en realidad no opinaba mal de Anders, pero su enojo no la dejaba pensar con claridad—. De hecho ¡yo no voy a casarme jamás!

—No lo entiendo, Elsa ¿por qué no quieres enamorarte? Solía gustarte tanto el amor. Y no digas que no puedes amar a alguien ¡es mentira! Para amar a alguien sólo tienes que pensar en su felicidad en vez de la tuya. Tú lo haz hecho muchas veces.

—¡Tú eres sólo un niño! ¡Deja de restregarme en la cara tu inocente versión del amor!— lo reprochó, sin temor a insultarlo—. ¡He intentado no pensar en mí misma ¿y qué he conseguido?! ¡Nada!— se acercó más a él, casi como si lo fuera a atacar—. ¡Tú no tienes ni idea de lo que es el matrimonio!

—¡Sí lo sé!

—¡No, no lo sabes! ¡Alguien como tú no podría saberlo! ¡No porque veas a Anna y Kristoff felices todo el tiempo significa que lo entiendas!— estaba siendo demasiado dura con él. Anna y Kristoff observaban todo, aún estaban atrapados con el hielo de la malvada reina, pero ni ellos entendían qué quería decir Elsa—. El amor de parejas no es sólo amor, y el matrimonio no es sólo amor tampoco, implica muchas cosas.

—¿Qué cosas?— Olaf casi tuvo miedo de preguntar.

—¡Cosas! Responsabilidades, fidelidad, planear una vida juntos, vivir una vida juntos.— explicó—. La pareja tiene que ser compatible para poder tener un futuro. El matrimonio también tiene muchas cosas que tú no entenderías.— se sonrojó, apenada, dándose cuenta de lo mal que se estaba comportando, pero ya era tarde.

—¿Qué no entendería?

—... Ellos necesitan... gustarse.— dijo, al no encontrar una palabra apropiada— Y de esa forma... tener hijos.— toda la ira que había sentido, toda su furia se apagó en ese momento, sólo se sintió débil. Se arrodilló en el suelo, derrotada, tocó la nieve con sus manos, cabizbaja. Lloró de nuevo, esta vez en total silencio, pequeñas lágrimas de melancolía—. Yo... hace mucho dejé de visualizar ese futuro. Ese futuro jamás podrá ser, no para mí.

—¿Pero es lo que quieres, Elsa?— se acercó unos pasos a la reina, en el fondo temeroso de ella. Elsa negó con la cabeza.

—No importa lo que yo quiera, he renunciado a todo por... Por no querer casarme.— no levantó la mirada para verlo, ya no se sentía con fuerzas de seguir soportándolo.

—Si no quieres novio está bien, Elsa. Sólo vuelve a casa, por favor.— le dijo, y parecía que iba a llorar también, pero no lloró. Ella volvió a negar.

—Me dolería.— respondió con voz ahogada—. ¿Por qué me haces esto? ¿por qué solamente no me entiendes?

La Reina de las Nieves se acercó a Elsa, la tocó por los hombros y la ayudó a levantarse. La sostuvo en sus brazos, con fuerza.

—Pequeña niña, es suficiente.— acarició los cabellos claros de Elsa—. Debemos irnos ya.

—¡No! ¡Elsa!— gritó Anna, tratando de liberarse.

—Basta, Anna.— dijo Elsa con voz quebradiza, abrazándose a la reina gélida— Ya escogí esta vida.— dio una mirada más a Olaf—. No me sigas.— le habló, con tristeza—. Atrás dejaré el pasado, aunque tenga que cubrirlo con nieve.

La Reina de las Nieves cubrió a Elsa con un manto de nieve, transformando el vestido azul de la reina de Arendelle en un resplandeciente vestido blanco. Elsa volvía a escapar, volvía a cambiar su peinado como su atuendo. Una vez más, se había liberado.

—Hay que volver a nuestro hogar.— le habló la Reina de las Nieves a la sombra, que se estaba acercando a ellas.

Pero la sombra se detuvo a medio camino, observó a Olaf desde una distancia bastante corta. Olaf lo miró y se asustó, pero no retrocedió, se quedó ahí, esperando a que la sombra siguiera su camino, pero esto no sucedía. La Reina de las Nieves se alteró.

—¡Déjalo en paz!— le ordenó la mujer fantasmal a la sombra. Él sólo soltó una carcajada macabra—. ¡Es suficiente!

La reina creó un abrigo de nieve y con él arropó a Elsa, como si la protegiera, la apegó más a sí misma y después miró a la sombra con dureza.

—¡Es hora de irnos!— le gritó, esta vez con más fuerza.

La sombra desistió, rió un poco y se alejó del muñeco de nieve, regresó con la Reina de las Nieves y la rodeó.

Los tres se elevaron en el aire y se fueron junto al viento. La nevada cesó, Anna y Kristoff quedaron liberados. Pero Elsa se había ido, al igual que la oportunidad de recuperar a Christian.

Anna se echó al suelo a llorar, desconsolada. Kristoff abrazó a su esposa, tan dolido como ella. Sven se acercó a ambos y se recargó en ellos, compartiendo los tres su tristeza. Por lo que sabían, Elsa ya no iba a regresar.

Y Olaf estaba muy molesto ¿Por qué Elsa siempre lo dejaba atrás? Esa mujer era una completa irracional. Pero también se sentía triste, demasiado.

Volaron lejos, la Reina de las Nieves y Elsa, viajaron por la noche iluminada por las luces de la aurora, las resplandecientes estrellas y nieve brillante. Elsa no contemplaba el paisaje, ya que lloraba recargada en el pecho de la reina mayor, cual niña pequeña.

—Yo libre nunca voy a ser.— le dijo, sollozando—. La tormenta está en mi interior, no lo puedo controlar.

—Elsa, mi reino será tu nuevo hogar, no tendrás reglas qué obedecer. La farsa se terminó.— acarició su suave cabellera—. Ya no tienes que fingir ser una chica ideal, déjate abrazar por el viento. Ya no eres como la otra gente. Tú no obedeces ni el mal ni el bien, tú estás en medio de ambos en una batalla incierta.

Y una vez en la lejanía, aunque su alma congelada estaba triste, el corazón de Elsa estaba latiendo. Por poco veían la parte de sí misma que debía ocultar en su interior. Hizo bien en irse, porque ya no podía ocultarlo y a medida de que pasaba el tiempo ese sentimiento sólo se hacía más fuerte. No lo podía controlar.

Era mucho más que una maldición. Era algo que guardaba en su corazón ligeramente roto.

Notes:

ay, Elsa, ni cómo ayudarte, la tienes difícil. Adiós sutileza.

los muñecos de nieve que se menciona que vivían en el palacio de hielo son los que aparecieron en Frozen Fever. Al principio me molesté cuando vi ese corto, pero después me dije que podría aprovecharlo, probablemente los veamos más adelante...

Le dedico el capítulo a Sta Fantasia (para cuando pases a leerlo xD )

Debo decirles que una de las finalidades de este fanfic es responder dudas de la película, ¿por qué Elsa tiene poderes? ¿de dónde vino Kristoff? Decir que Elsa tiene poderes de nacimiento y que Kristoff fue adoptado por trolls porque era huérfano no es una respuesta. Yo daré mi versión de la respuesta a estas interrogantes en mi historia.
Y no sólo eso. En el cuento de La Reina de las Nieves, al principio se menciona el espejo y cómo este se rompió y sus pedazos cayeron sobre la Tierra, después pasamos a la historia de la Reina de las Nieves y Kai y Gerda. Sé muy bien que la Reina de las Nieves utilizó a Kai para juntar las partes del espejo pero... desde que leí el cuento tengo una gran duda ¡¿Qué chingados tiene que ver la Reina de las Nieves con el condenado espejo maldito?! (xD) ¿por qué lo quiere arreglar? ¿para qué le serviría a ella hacerlo? Yo daré mi versión de una respuesta a esas dudas en mi fanfic.
Pero, sin embargo, todo en mi fanfic está conectado. Para responder a estas interrogantes debo aclarar algo desde ahora. En el cuento se menciona que el espejo fue creado por un troll (duende según la traducción (o al menos la que leí) pero el cuento mismo te da a entender que ese troll es en realidad el diablo. En mi fanfic ese troll no es el diablo, para darle sentido a la historia que quiero contar, el creador del espejo será otro demonio cuyo nombre se revelará al paso de los capítulos. Así de mal está la situación con cada uno de los protagonistas.

Chapter 11: Cristales de sombras

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en julio del 2015.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 11: Cristales de sombras.

En el pasado.

En el centro de un pueblo de un reino allá en Noruega, la multitud se había reunido. Todos habían sido obligados a reunirse, aunque algunos padres, sólo algunos, lograron ocultar y dejar a sus niños en sus casas, donde no podrían ver la escena tan cruel.

Un joven estaba siendo azotado con látigo en la plaza. La gente estaba obligada a verlo ya que, según la reina, debían contemplar el castigo que se merece un traidor, que debían ver a quién deben obedecer.

Resultaba que el desafortunado joven había intentado salvar a su padre que estaba siendo arrestado por no tener dinero para pagar los impuestos. Era un castigo injusto para un crimen injusto, todos lo sabían, también la reina pero le importaba poco. Ella observaba todo muy de cerca, riéndose de cuando en cuando, mientras uno de sus guardias aplicaba el castigo al joven que ella consideraba traidor.

La reina era fácil de distinguir, no sólo por su mirada maliciosa y su extraordinaria belleza. Ella siempre llevaba vestidos hermosos, con pronunciados escotes normalmente, y se adornaba de joyas preciosas y brillantes. Ella siempre quería llamar la atención. Incluso sus risillas musicales se distinguían entre los fuertes lamentos del torturado.

Nadie tenía el valor de oponerse, toda la población estaba asustada. Jamás habían tenido un gobernante tan cruel. Ella era considerada un demonio del infierno. La reina sabía que la llamaban demonio y ella, por su parte, lo aceptaba y decía que era la más perfecta demonio sobre la Tierra. Ella ansiaba invadir otros reinos y hacerse con más poder, poco le faltaba para llevar a cabo una guerra donde miles de vidas, desechables, se perderían.

—¿Qué está pasando ahí?— preguntó Chickie, la mujer bandida, a sus amigos, tratando de asomarse para ver algo entre la multitud.

—Habrá que ir a ver.— dijo el hombre castaño que la acompañaba.

El hombre tomó a su prometida, una joven rubia, de la mano y esta tomó a Chickie de la mano también. Los tres entraron a la multitud, empujando gente mientras la rubia se disculpaba, tratando de llegar hasta enfrente.

Los tres eran extranjeros, acababan de bajar del barco hacía poco más de media hora. Habían estado paseando por las calles hasta que la multitud y los gritos llamaron su atención. Los tres iban encapuchados, como si trataran de ocultar su identidad. Al pensarlo bien, quizá alguien podría reconocerlos, ellos no calificarían para tener el seudónimo de "Anónimos".

Se inquietaron cuando escucharon los azotes del látigo y los gritos de dolor que cada vez se hacían más débiles. Cuando lograron llegar hasta enfrente, al joven torturado lo tenían tendido en el suelo, a punto de ejecutarlo, cortandole la cabeza con una espada.

—¡Alto!— intervino la joven rubia, para sorpresa de sus acompañantes.

Ella empujó al guardia y le apartó la espada. Todos quedaron conmocionados ¿quién era esa joven?

—¡Tú!— exclamó la reina, airada—. ¡¿Cómo te atreves a desafiarme?! ¡Maldita extranjera!

Los reclamos de la reina cesaron al sentir las manos de la desconocida recorrer su vientre. La reina bajó la mirada, desconcertada al ver a la joven examinarla de esa forma. La joven rubia puso una expresión de terror.

—Oh Dios mío, está embarazada.— habló la joven, lo suficientemente fuerte como para que varias personas la escucharan y estas personas corrieron el rumor al resto, ahora todos se habían enterado—. Y es una niña.

La reina enfureció aún más, ella no quería que sus súbditos se enteraran todavía de su condición. ¿Cómo era que esa rubia se había enterado de su embarazo? El caso es que no la iba a perdonar.

—¡Eres una maldita!— la reina tomó el látigo y con fuerza golpeó el rostro de la rubia, dejándole una larga herida que recorría su mejilla izquierda, desde el costado del ojo izquierdo hasta el mentón.

La rubia contuvo un grito ante su herida sangrante, esto iba a dejar cicatriz de por vida, seguro que sí.

—¡Maldita vieja, voy a destrozarte la cara!— gritó Chickie, acercándose con una navaja en la mano, pero fue detenida por el joven castaño—. ¡Suéltame tonto! ¡No me importa que esté hechizada, yo voy a matarla!

—Matarla no resolverá nada, Chickie.— dijo el joven, tomando a la bandida por la espalda con fuerza. Él llevó su atención hacia su amada—. ¿Estás bien?— le preguntó a su prometida, la joven rubia asintió.

—¡¿Quién demonios se creen que son ustedes?!— exclamó la reina con enfado.

La joven rubia se quitó la capucha, descubriendo su rostro que aún sangraba, ella se giró hacia la gente y habló con voz fuerte y firme.

—¡Nosotros somos Kai y Gerda!— exclamó la joven rubia—. ¡Hemos venido a curar a Su Majestad!

La multitud se llenó de murmullos ¿Ellos eran los famosos Kai y Gerda? ¿los que se dice que viajan por el mundo exorcizando personas? ¡¿Esos jovencitos eran ellos?!

—Y mi nombre es Chickie.— agregó la mujer bandida, pero nadie le prestó ni la más mínima atención—. Para qué me molesto.— musitó con fastidio.

—¡¿Creen que voy a creerme que ustedes son realmente Kai y Gerda?!— gritó la reina, en el fondo se sentía alterada—. ¡Deben ser unos impostores!

—¡¿Esto lo haría un impostor?!— Gerda se quitó su collar de cristales oscuros, estos brillaban levemente, ella acercó los cristales al pecho de la reina—. ¡Exijo que nos lleves ante el rey!

—¡Ahh!— gritó esta al sentir un dolor espantoso dentro de su pecho a causa de estos cristales—. ¡¿Qué es esto?!

—Gerda, no creo que deberías hacer eso.— le dijo Kai a su prometida, alarmado—. Nunca hemos sanado a alguien de la realeza, mucho menos a una embarazada. No sabemos qué podría hacer.

—Uy...— se dio cuenta de su error.

—¡Arrestenlos!— gritó la reina. Los guardias llegaron y tomaron a los tres extranjeros por la fuerza—. ¡¿Quieren ver al rey?! ¡Pues verán al rey!

.

..

...

En la actualidad.

Anna no había dormido nada en lo absoluto. Había pasado toda la mañana practicando esgrima, un pasatiempo que tenía desde pequeña que, al estar encerrada en un gran castillo, completamente sola, se tenía que entretener. Ella estaba luchando con la espada, practicando con un guardia del palacio, ellos le habían enseñado a ella todo lo que sabía de combate.

La princesa tenía que distraer su mente, tenía que sacar su frustración. Incluso su instructor se dio cuenta de que los ataques de la princesa eran ataques llenos de ira, casi iban en serio. La noche anterior Anna había perdido a su hermana de la misma forma en la que perdió a su bebé. La maldita Reina de las Nieves se la había llevado. ¿Qué le pasaba a esa bruja? ¿por qué siempre se llevaba lo que más quería en el mundo?

Toda su vida se había caído en pedazos otra vez.

En un repentino golpe de tristeza, Anna arrojó su espada con brusquedad, desconcertando a su instructor, que entendió que debía retirarse. Anna no podía aguantar aquello, incluso un entrenamiento como ese no le saciaba la sed de venganza. Ella quería atravesar el cuello de la bruja de hielo.

—Es hora de irnos.— dijo Kristoff con voz fría, viendo a su esposa desde quién sabe cuánto rato desde la puerta. Anna asintió.

Ya casi era medio día, tenían que ir a un sitio importante. Iban a visitar a los Trolls.

Todo había cambiado en cuestión de horas. Una vez Elsa se fue con la Reina de las Nieves, el matrimonio no pudo quedarse tranquilo.

Kristoff le había exigido a Anna una respuesta, le preguntó de dónde había sacado aquel collar de cristales oscuros que había lastimado a la sombra que acompañaba a la bruja.

—¡Estos cristales son del mismo tipo de cristales que llevan los trolls!— le había explicado Kristoff a Anna después de que la bruja, la sombra y Elsa se fueran. Kristoff sostenía el collar en sus manos—. ¡¿De dónde sacaste esto?!

Anna tuvo que contarle todo sobre Chickie, la mujer ladrona que intentó llevarse a Olaf. Le contó que esa mujer la había golpeado, también le contó que ella parecía conocer tanto a Kristoff como a Sven, le contó que ella sabía sobre la Reina de las Nieves y la sombra, que le entregó la bolsa con el libro y el collar, que le había dicho que estos objetos la protegerían, como si supiera de antemano que esto iba a suceder. Le contó todo a su esposo, excepto que Chickie le había dicho que esperaba otro bebé, por algún motivo Anna sintió que no era el momento de mencionarlo.

—¿Por qué no me dijiste nada de esto antes?— le preguntó Kristoff, molesto.

—¡No lo sé!— había exclamado ella, que aún tenía lágrimas en los ojos—. Yo pensé que quizá esa mujer sólo estaba loca. ¡Me había dicho que nunca íbamos a recuperar a Christian! ¡¿Cómo puedo tomarme en serio alguien que me dice tal cosa?!

—¡Ella podría tener una pista del paradero de Christian!— se giró, para que su esposa no lo viera ya que, sí, estaba enojado—. Esa mujer ¿me conoce?... ¿Te das cuenta de lo que puede significar?— Anna no respondió, esperó a que él le dijera. Kristoff resopló, calmándose—. Podría ser mi madre.

Su verdadera madre.

Esa madrugada ambos fueron a la prisión, donde Chickie permanecía despierta, alerta y no sorprendida ante la presencia de la realeza. La mujer, que cargaba consigo poco más de 50 años de edad, tenía el cabello corto y oscuro, un poco canoso, algunas arrugas en su piel. Aún con todo esto, sus ojos ojerosos y oscuros irradiaban de malicia traviesa. Esta mujer no era una vieja, era una joven veterana con experiencia.

—Estar en esta celda me trae recuerdos.— habló la bandida primero, en tono socarrón, antes de que el matrimonio que se le había acercado dijera alguna palabra—. Díganme ¿el Maligno se la llevó?

—¿El "Maligno"?— inquirió Anna, con escalofríos ante semejante nombre.

—La sombra, ese que no debe ser nombrado. ¿Se llevó a la Reina de Arendelle?— ella, que permanecía sentada en la esquina, junto a las rejas, levantó la mirada, con sus ojos viendo directamente a Kristoff—. Tenía que ocurrir.

—Usted... ¿me conoce?— preguntó Kristoff con cautela, dando un paso hasta tocar los barrotes con ambas manos. En el fondo estaba nervioso, jamás pensó tan profundamente sobre la idea de encontrarse con su madre biológica. Esta mujer lo podría ser.

—Kristoff.— ella sonrió con dulzura, se puso de pie y observó al hombre a pocos centímetros de distancia. Chickie quería llorar, pero sólo soltó un par de lágrimas que se secaron al instante—. Eres muy lindo.— sonrió de manera traviesa. Estiró su brazo y tocó el hombro del joven frente a ella—. De hecho, eres muy atractivo y musculoso. Me gustas.— ¿acaso se le insinuaba?

—Esta bien, no eres mi madre.— se apartó de ella inmediatamente.

—¡Ja, ja, ja! ¡¿Tú pensaste...?! ¡Ja, ja, ja!— la ladrona comenzó a reírse sin parar, a carcajadas, apretándose el estomago por tanto reír—. ¿Creíste que yo era tu madre? ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Pero si serás imbécil, maldito mocoso! ¡Ja, ja, ja!— comenzó a golpear la pared con el puño, entre sus burlas—. ¡Ni siquiera me parezco a ti! ¡Yo nunca tendría hijos! ¡los niños son un estorbo! ¡Ja, ja, ja, ja!

—¡Bien, bien! ¡Ya basta!— trató de silenciarla el hombre, pero ella aún tenía más risas que dar. Kristoff se sonrojó por la vergüenza.

—¿Qué sabes sobre Christian? Mi bebé.— preguntó Anna, preocupada, casi depresiva—. ¿Sabías que se iban a llevar a Elsa? ¿dónde están ellos?

—Oh, tu hijo...— la prisionera se sonó la nariz, tomó un par de segundos para recobrarse de la risa anterior y después habló con una cruda y maliciosa seriedad—. Está perdido.

—¡¿Cómo puedes decir eso?!— exclamó Kristoff con ira—. ¡Dinos todo lo que sepas al respecto! ¡¿Qué sabes tú de la Reina de las Nieves?! ¡¿De dónde sacaste este collar?!— mostró los cristales oscuros. Chickie se sorprendió un poco.

—De esos cristales no sé nada realmente, sólo sé que te protegen del Maligno, me los dio una vieja amiga. Creo que es cosa de trolls o algo así.

—¡Es cosa de trolls!— exclamó Kristoff, agitando los cristales en su mano—. Los cristales de sombras, son parte de una antigua leyenda sólo conocida entre los trolls.

—Oh, sí, es cierto.— creyó recordar—. ¿Entonces por qué me preguntas?... Espera un momento.— se dio cuenta de algo que la inquietó—. ¡¿Cómo sabes tú cosas de trolls?!

—Su familia son trolls.— explicó Anna, cruzando sus brazos—. Fue adoptado de pequeño por ellos.

—... ¿Qué?— hizo una expresión de incredulidad—. ¡Ja! ¡Te dejo dos décadas y te vuelves un chico troll! ¡Ahora entiendo por qué Sven es un perro!— exclamó con irritación.

—Señora, aún no me dice de dónde me conoce a Sven y a mí. ¿Cómo sabe tanto sobre la Reina de las Nieves y el Maligno? ¿cómo sabía que ellos iban a llevarse a Elsa? ¿Quién es usted realmente?— dijo Kristoff con firmeza.

—¿Han tan siquiera leído el libro?— preguntó con gracia, ellos la miraron con confusión. Chickie se dio una palmada en la cara—. ¡¿Lo han tan siquiera abierto?!

—Oh, ¿te refieres a este?— Anna sacó de la bolsita azul el libro que llevaba por titulo "La Reina de las Nieves".

Anna apenas había leído el capítulo dos el día anterior, pero, en cambio, Kristoff ya lo había leído completo, varias veces, al igual Elsa. Sabían que ese libro estaba relacionado con la desaparición de Christian, pero no importa cuánto lo leyesen, las pistas no los llevaban a ninguna parte.

—Sí.— respondió la exasperada ladrona—. Ese libro te da todas las respuestas.— dijo haciéndose la sabionda—. La reina de Arendelle y tu bebé se encuentran en el castillo de la Reina de las Nieves justo ahora.

—¡El libro no lleva a ninguna parte!— gritó Kristoff, harto de respuestas a medias.

—¡No los lleva a ninguna parte porque sólo un alma inocente puede encontrar el palacio de la Reina de la Nieves!— declaró—. Yo aún así lo intenté ¡por años! Pero yo soy todo menos inocente. Ustedes nunca van a encontrar ese castillo, nunca recuperarán al bebé ni a la otra mujer.

—Pero ¿por qué ellos? ¿por qué mi familia?— preguntó Anna entre sollozos. Chickie suspiró.

La ladrona le tenía lástima a la princesa, después de todo, en este lío ella es la que menos culpa tiene. Nadie había escogido este trágico destino y esta vida llena de pérdidas, y pensar que todo es culpa de unos cuantos polvos de cristal de espejo.

—Tu familia está maldita, seguramente.— respondió, y de cierta forma era verdad—. Si conocen a los trolls, vayan con ellos, seguramente pueden ayudarlos más que yo. Yo ya me he rendido en este mundo condenado.— volvió a sentarse en el suelo, recargada en los barrotes—. Ni siquiera pude cuidar de dos bebés hace 22 años.

—¡Debe haber algo más que nos puedas decir! — insistió Kristoff.

—Ya no sé nada.— nada que te vaya a gustar. Aún había tanto que decir, pero a veces la verdad era dolorosa, Chickie no quería esto para ellos, no quería que cargaran con lo doloroso que era la realidad en la que vivía todos los días.

La pareja se estaba por retirar, pero al último segundo Chickie tomó la mano de Anna, jalándola hacia atrás, mas Kristoff no se dio cuenta. Chickie le susurró algo a la princesa, algo privado.

—Sólo un alma inocente puede encontrar el castillo.— le habló en voz baja. Los ojos de Chickie bajaron por un leve momento hacia el vientre de la princesa. Anna comprendió.

El bebé en su interior era inocente. Anna podría encontrar el castillo si lo buscaba. Pero ¿por qué no decirle a Kristoff?

Sólo un alma inocente... ¿acaso Anna tenía que hacer esto sola?

Por esto no habían dormido en toda la noche, por esto se dirigían hacia los trolls ahora que era medio día. Kristoff se montó sobre Sven y Anna tomó un caballo, listos para adentrarse en el bosque.

—¿Dónde está Olaf?— preguntó Anna de repente, mientras salían del pueblo. Ella no había visto al muñeco de nieve en toda la mañana.

—Lo vi en los jardines hace rato ¿por qué?— le preguntó su esposo con suavidad.

—Sólo pensé que quizá querría venir.— respondió ella—. Tal vez no.

Siguieron su camino, en un silencio tenso. No habían conversado mucho desde que salieron de ver a Chickie. Kristoff seguía molesto porque Anna no le había contado sobre la ladrona y los cristales, tal vez si se hubiese sabido se hubiera evitado todo esto... o quizá no. No había forma de saber lo que hubiera sido.

Elsa se había ido al igual que Christian. Tan destrozado estaba el corazón de Anna que lloraba entre momentos, lloraba sin provocación alguna y después volvía a ser silenciosa, repitiendo el ciclo hasta que llegaron a su destino. Kristoff no podía hacer nada para consolar a su mujer, tenía que cargar con el dolor de sentirla triste a su lado.

Los trolls estaban preocupados, tanto que ni cantaron una canción cuando vieron a la pareja llegar. Pronto, la madre adoptiva de Kristoff fue hacia ellos y comenzó a revisarlos para cerciorarse de que no habían sufrido algún daño. Los trolls se habían percatado de la nevada que había caído en Arendelle durante la noche y, aunque desapareció tan pronto como había llegado, era sumamente inusual.

—Abuelo Pabbie.— lo llamó Kristoff. El troll se acercó, rodando hasta él.

—Es la Reina de las Nieves ¿cierto?— preguntó con preocupación, algo asustado también.

—Sí, y esta vez se llevó a Elsa.— contestó, apurado—. Y no estaba sola, el Maligno estaba con ella.

Los trolls exclamaron gritos de susto, algunos se desmallaron y los más pequeños se escondieron.

—Eso... no es posible.— Pabbie estaba desconcertado, jamás imaginó que pudiera ocurrir tal cosa.

—¿Quién es el Maligno?— preguntó Anna, aterrada por las reacciones de todos—. ¿Por qué siempre lo mencionan?

—El Maligno es parte de una antigua leyenda troll.— dijo Kristoff.

—La contamos para asustar a los niños mal portados.— dijo Bulda, la madre de Kristoff—. Pero la historia es real.

—El Maligno acompañaba a la Reina de las Nieves.— contó el rubio—. Quiso atacarnos pero Anna lo detuvo con esto.— mostró el collar, los murmullos de los trolls se escandalizaron—. Los cristales de sombras.

—¿Dónde conseguiste esto?— preguntó Pabbie con seriedad, tomando los cristales en sus manos.

—Una mujer me los entregó, abuelo Pabbie. Una ladrona que dice conocer a Kristoff y a Sven.— explicó la princesa—. Ella sabía que corría peligro, me advirtió sobre la sombra, me dijo que esto me protegería.— recordó que aún llevaba el libro guardado, así que lo sacó y lo mostró—. Esto también.

—La historia de La Reina de las Nieves.— Pabbie tomó el libro y comenzó a ojear las paginas—. No creí que esto pudiera pasar, jamás pensé algo así. ¿Por qué el Maligno quiere a Christian y a Elsa?

—Por favor, alguien explíqueme quién es el Maligno y qué son estos cristales.— se desesperó Anna.

—Para poder avanzar en tu búsqueda, debes saber la verdad del Maligno, la verdad de los trolls.— Pabbie rodó hasta el centro, los demás trolls lo rodearon a su debida distancia.

Anna y Kristoff se acercaron, se sentaron en el suelo como si fueran a escuchar solo una historia. Pero la historia que estaban por contarles era real, Kristoff ya la conocía, pero nunca se la habían contado a su esposa. Quién sabe qué reacción tendría al enterarse de la oscura verdad del origen de cada uno de los trolls.

Luces se formaron en el aire, destellos brillantes, figuras que contaban una historia. Sombras de un pasado lejano.

—Esta historia se remota a miles de años atrás. Tanto tiempo que ningún humano o troll lo recuerda, mas que en escrituras y relatos. Era una era distinta, un mundo distinto, la gente era distinta.

Las luces mostraron dos mundos, uno en la Tierra y otro en el Cielo. Anna fijó su vista en lo que era el Cielo y las figuras que habitaban en él.

—Nuestros antepasados hicieron algo malo, algo que enfureció a nuestro Creador. Ellos trajeron la desgracia al mundo, ellos sentenciaron el mundo de los hombres a su final. Ellos eran liderados por el Maligno.

Las imágenes mostraron a criaturas siendo lanzadas hacia la Tierra, y muchos de estos bajaron a un tercer mundo, uno que no era ni la Tierra ni el Cielo, un mundo escarlata, lleno de lamentos y fuego. En el Infierno había agitación, en la Tierra una tormenta y en el Cielo una profunda tristeza.

—Oh.— Anna se cubrió la boca, ahogando un grito mientras temblaba y comenzaba a llorar. ¿Qué es lo que se había llevado a su hijo? Kristoff la tomó en sus brazos y la abrazó con dulzura, para continuar de escuchar el resto de la historia.

—Nuestros antepasados estaban arrepentidos, no querían bajar y obedecer las ordenes de... ustedes saben quién. Pero no podían volver a subir al Cielo, ya no pertenecían ahí. Se unieron a la Tierra, dejando atrás su pasado, su inmortalidad, evolucionando en criaturas distintas.

Se mostraron imágenes de trolls, todos llevando sus cristales de color verde, azul, rosa, rojo y amarillo.

—Pero el Maligno, el que los había liderado para traicionar al Cielo, no quería regresar, pero tampoco buscaba servir a alguien más. Él quería ser independiente del Cielo y el Infierno, llevar la crueldad al mundo por su cuenta. El Maligno se quedó en la Tierra, como una criatura distinta a nosotros, distinta a los trolls.

—Un demonio.— dedujo Anna.

—En parte sí, pero un ser como él jamás aceptaría bajar al Infierno.— Pabbie movió las manos y las luces mostraron la imagen de los cristales de sombras—. Los trolls utilizamos los cristales como símbolo de nuestro crecimiento, mas nuestros antepasados los usaban para retener su oscuridad, para no volverse como aquellos que descendieron al Infierno.

Se ve que los cristales de sombras son lanzados por todo el mundo, repartiéndose y alejándose de su dueño.

—El Maligno encerró en sus cristales toda bondad que alguna vez tuvo en su vida pasada y, a la vez, retuvo su posibilidad de convertirse en un demonio al servicio de ustedes saben. Repartió los cristales por el mundo para que nadie los hallase jamás.

—Pero... abuelo Pabbie ¿qué tiene que ver el Maligno con esto? ¿qué tiene que ver él con la Reina de las Nieves?— preguntó Anna, algo aterrada.

Pabbie deshizo las luces, tomó el libro y lo abrió en el primer capítulo, mostrándoselo a Anna.

—Aquí se muestra un troll malvado, ese troll es el Maligno.

—¿Qué?— se sorprendió, incrédula. Kristoff tampoco esperaba esa respuesta.

—El Maligno... el que acompañaba a la Reina de las Nieves, es el creador del Espejo de la Razón, el espejo que muestra sólo las cosas malas del mundo.— Pabbie mostró imágenes de piezas de espejo repartiéndose por la Tierra—. Esto ocurrió poco después de que los ángeles se revelaran y poco antes de ser arrojados a la Tierra para servir en el Infierno. En ese tiempo el Maligno y sus seguidores dudaban de nuestro Señor... Por ese motivo... el espejo...

—Oh por... Dios.— ahora Anna lo entendía, el que se había llevado a su hijo era un demonio—. ¡¿Pero por qué mi hijo?! ¡¿Por qué Elsa?!

—Dile.— dijo Bulda, entristecida, a Pabbie.

—¿Decir qué?— intervino Kristoff, serio.

—Kristoff, cuando Bulda decidió adoptarte, yo me negué, pensando en que podrías tener una familia buscándote, pero no la recordabas.— bajó la mirada, apenado por no haber contado la verdad antes—. Yo traté de buscar en tus recuerdos, pero había una magia extraña impidiéndomelo. Al principio me aterré, reconocí que la magia provenía del Maligno, pero al revisar los recuerdos de Sven pude cerciorarme de que tu falta de memoria fue causada por la Reina de las Nieves.

—Espera ¿qué quieres decir con eso?— Kristoff se alarmó. Siempre le pareció extraño no recordar nada de su pasado ni su familia; le habían dicho que fue hechizado, pero jamás le mencionaron que era por la Reina de las Nieves.

Los trolls acercaron a Sven, Pabbie lo hizo recostarse y comenzó a husmear en la memoria del animal para después mostrar imágenes de su pasado, de cuando el reno era un recién nacido. La imagen más impactante mostraba a la Reina de las Nieves llevándose a un pequeño niño rubio, a Kristoff.

—¿Qué?— Kristoff se aterró al saber que alguna vez estuvo en los mismos brazos gélidos de la que se había llevado a su pequeño. Esa mujer... le parecía un monstruo.

—Lo siento, no te lo contamos porque pensamos que te entristecería saber que...

—¡Que se llevaron a mi hijo por causa mía!— exclamó Kristoff, poniéndose de pie, estando furioso y triste a la vez—. ¡¿Qué hay de malo en mí?!— exigió una respuesta, sintiendo sus lágrimas correr por sus mejillas.

—No sabemos por qué motivos la Reina de las Nieves intentó llevarte ni por qué buscó a tu hijo. Sven era muy pequeño como para recordar eso. Pero, hay alguien que quizá sí pueda.— de la memoria de Sven, Pabbie mostró una imagen, el de una joven de cabello negro y corto.

—Esa mujer...— Anna tardó unos segundos en reconocerla—. ¡Es Chickie! ¡la mujer que me dio los cristales!

—Las cosas siempre pasan por una razón.— dijo el abuelo Pabbie con sabiduría—. Si alguien puede darles una respuesta, es ella.

—Ella dijo que les preguntáramos a ustedes.— dijo Anna, cruzando los brazos.

—Ella dijo que ya se había rendido.— murmuró Kristoff, más para sí mismo.

—A veces el miedo puede dominar a una persona, a veces sólo se quiere huir del pasado. Nosotros podemos contarte del Maligno, pero me temo que no sé mucho de la Reina de las Nieves, ni de tu propio pasado.

—Y entonces... ¿Elsa?— inquirió Anna.

—Cuando tus padres te trajeron ante mí para curarte, princesa Anna, me dijeron que los poderes de Elsa son de nacimiento. En el primer instante me percaté de que sus poderes provenían del Maligno, al igual que la Reina de las Nieves.

—¿Estas diciendo que la magia de Elsa y la Reina de las Nieves es la misma? ¿ambas provienen del Maligno?

—Ambas provienen del espejo y el espejo proviene de él.

—¿Cómo es posible?— preguntó Anna con pesar—. Sé que sus poderes son de nacimiento, pero, entre todos los bebés ¿por qué ella? ¿por qué mi hermana?

—Tus padres nunca me lo dijeron.— respondió, sintiéndose mal por no saber qué responder otra vez—. Mas la magia de Elsa y la Reina de las Nieves no es la misma, aunque ambas provengan del espejo. La magia de tu hermana es amor y el de la Reina de las Nieves es crueldad. Esa es la mayor diferencia entre ambas.

—¿Qué se supone que hagamos ahora?— dijo Kristoff con frustración.

—El libro puede guiarlos.— Pabbie le regresó el libro a Anna.

—Pero sólo un alma inocente puede llegar al castillo de la Reina de las Nieves.— dijo el rubio.

—Es verdad.— aseguró Pabbie, fijando su vista en Anna.

¡¿Lo sabía?! Anna se puso nerviosa, de alguna forma Pabbie se había enterado de su embarazo, a los trolls no se les escapa nada. Ahora no sólo Chickie se lo confirmaba, también Pabbie, Anna podría llegar al castillo si lo buscara, todo gracias al alma inocente que crecía dentro de ella.

Pero algo le preocupaba. Tenía que salir a la búsqueda de su familia, pero no debía llevar a Kristoff. La Reina de las Nieves ya lo había querido una vez y algo le decía que si él se la encontraba iban a pasar cosas malas. A su mente llegó el recuerdo del Maligno yendo a atacar directamente a Kristoff. Algo tenía esa sombra contra él.

Pero tampoco podía ir. Kristoff jamás la dejaría si se enteraba que espera un bebé. Debía mentirle, para protegerlo y salvar a Christian y a Elsa. Anna tenía que ir sola, sin él. Aprovechando que Kristoff se había distraído, Anna habló en murmullos con Pabbie y Bulda.

—No puede enterarse.— les dijo a ambos.

—¿Qué?— preguntó Bulda.

—Está esperando otro bebé.— le respondió el abuelo Pabbie.

—¡¿Otro?!— exclamó la troll con suma felicidad.

—Shh. No quiero que Kristoff se entere.— les dijo—. Yo... debo ser la que rescate a mi familia de la Reina de las Nieves, pero no quiero que Kristoff me acompañe, no debe.

—Podría estar en peligro.— dedujo Pabbie.

—Nunca me dejará ir si le digo que estoy embarazada.

—¿Estás segura de que quieres iniciar ese viaje?

—Por mi familia, sí. Y ya se me ha ocurrido qué inventarle a Kristoff.

—Ten mucho cuidado, Anna.— le dijo Bulda, abrazando a la princesa.

—Ten cuidado.— le advirtió Pabbie, con mayor seriedad que Bulda.

—No me pasará nada, Pabbie, sé cuidarme sola.

—No, me refiero a mentirle a Kristoff.— explicó—. Aunque sea por protegerlo, una mentira puede llegar a causar mucho daño. No olvides que por muchos años te ocultaron sobre los poderes de tu hermana para protegerte.

—Esto es diferente.— dijo ella con cierta melancolía, empezando a sentirse culpable incluso antes de iniciar a mentir.

Fue entonces que Pabbie ayudó a Anna a convencer a Kristoff de dejarla ir a la búsqueda del palacio de la Reina de las Nieves, sola, advirtiéndole a Kristoff que si él iba sería peligroso. Kristoff se mostró reacio al principio, pero después de ponerse de acuerdo de que no había más opción, sólo tuvo una duda.

—¿Crees ser lo suficientemente "inocente"?— le preguntó con ironía.

—Para eso llevaré a Sven.— dijo ella, abrazando la cabeza del animal. La idea de Anna era decirle a su esposo que si llevaba a Sven, que al ser un animal inocente, podrían encontrar el castillo— ¿Verdad que quieres ir, Sven? "Claro que sí, Anna"— se respondió a sí misma, haciéndole voz a Sven.

—Él no habla así.— Kristoff alzó una ceja y se cruzó de brazos. Realmente... no había otra opción.

Regresaron a Arendelle, Anna partiría cuanto antes, dejando a cargo a Kristoff, cosa que iba a ser algo problemática. Se decidió a iniciar su largo viaje a la mañana siguiente, aprovechando el resto de la tarde del día actual para descansar, aunque le costó mucho por recordar a su amado hijo perdido y a su confundida hermana. Tanto deseaba tenerlos de vuelta.

Kristoff intentó sacarle más información a Chickie, pero esta no soltaba ni una palabra importante, sólo se dedicaba a reír mientras se burlaba y a darle elogios sin motivo aparente.

Al alba, Anna se levantó, tomó lo esencial para un viaje largo, dinero también. Kristoff y Olaf la acompañaron hasta la tienda de Oaken, entraron y se acercaron al mostrador, donde había una chica dormida.

—Oona.— la llamó Anna, dándole un empujón, pero la chica seguía dormida. Esta chica era la hija mayor de Oaken—. Oona, despierta.— pero ella no se despertaba.

—Bien, como está dormida vamos a robar lo que venimos a buscar.— sugirió Kristoff en broma.

—¡¿Qué dices?!— se levantó la chica, completamente alarmada y a la defensiva—. Oh, son ustedes, altezas.— dijo ella, rascándose la cabeza—. Lo siento, mis padre no se encuentra, ¿van a comprar algo, ya?

—Mapas.— Anna puso en el mostrador una gran cantidad de mapas, Oona los revisó; uno en particular le llamó la atención.

—¿Finlandia? ¿piensan ir muy lejos?— preguntó la chica, curiosa.

—No... Sólo yo.—Anna bajó la mirada, pensando en que tendría que dejar su hogar y a Kristoff.

—Oh...— Oona notó el libro que sujetaba Anna en las manos—. ¿La Reina de las Nieves?

—¿Eh?— notó que llevaba el libro en mano—. Ah, sí, yo... iré a buscarla.

—¿Hablas en serio?— ella se extrañó, pero Anna se veía algo depresiva, así que no cuestionó más—. ¿No quieres pasar al spa antes del viaje?— sólo cuestionó eso. Anna la miró, medio molesta—. Je, lo siento, mi padre me obliga a promocionarlo.

—No te preocupes.— la princesa le sonrió.

Salieron de la tienda. Era hora de despedirse. Le dio un rápido beso a Kristoff, un beso muy amargo. Sabían que algo estaba mal entre ellos, pero ¿había tiempo de hablarlo?

Anna le había mentido, no le había dicho de su embarazo y, siendo honestos, si las cosas resultaban mal en su búsqueda quizá nunca tenga la oportunidad de decirle. Y, en cambio, Kristoff, él aún se sentía molesto de que Anna no le haya dicho sobre Chickie antes, pero, más que nada, se sentía muy mal; la razón por la que se llevaron a su hijo era por él, y él no había deseado esto para Anna, él no había deseado que sufriera.

Sin quererlo, se había formado una brecha entre ellos, casi invisible, pero ellos estaban conscientes de que ahí estaba.

—No te preocupes, los traeré de regreso.— le dijo Anna a Olaf.

El muñeco de nieve soltó un suspiro, le dio un gran abrazo a la princesa y otro al reno antes de que se marcharan.

—Ella va a estar bien.— consoló Olaf a Kristoff, notando que el rubio había soltado unas lágrimas al ver a su esposa irse lejos junto a Sven—. Así que... por favor, no llores.

—No estoy llorando.— le respondió, secándose las lágrimas con las mangas. Kristoff le sonrió a Olaf, este hizo lo mismo.

Aunque el sufrimiento era grande, había que sonreír. Ellos iban a regresar a casa, tenían que creer en eso, debían confiar en Anna.

La brecha que dividía a su familia era tan grande ahora, pero debían confiar, estar seguros de que al final todo iba a estar bien, que la luz destruiría la oscuridad. Que las flores de primavera volverían a florecer, aun en la tempestad del invierno. Creer que las rosas podían ser bonitas incluso en invierno, si se cree esto, entonces la esperanza no se iba a perder.

Anna viajó por horas, sabiendo que aún le quedarían días y días de camino. Ya al atardecer, ella, montada sobre Sven, decidió, para pasar el tiempo, repasar el libro. Desde que Elsa se había ido, Anna lo había leído ya varias veces. Una vez más no le haría daño.

—Tercer episodio: El Jardín de la Hechicera.— dijo en voz alta para que Sven también escuchara.

¿Qué fue de la pequeña Gerda cuando Kai desapareció? ¿Y dónde estaba éste? Nadie sabía nada, nadie supo dar noticias suyas. Lo único que sus amigos pudieron decir era que lo habían visto enganchar su pequeño trineo a otro, grande y magnífico, y que internándose por las calles habían salido de la ciudad.

Nadie sabía dónde podía encontrarse y todos los que le conocían quedaron profundamente afectados por su desaparición, en especial la pequeña Gerda, que lloró y lloró durante mucho tiempo; poco después, se empezó a decir que Kai había muerto, que se había ahogado en el río que pasaba junto a los muros de la ciudad. ¡Oh, qué largos y sombríos fueron aquellos días de invierno!

Por fin llegó la primavera y con ella los cálidos rayos del sol.

—Kai ha muerto y ya nunca volverá.— decía la pequeña Gerda.

—No lo creo.— dijo el sol.

—Ha muerto y ya nunca volverá.— les dijo a las golondrinas.

—No lo creemos.— respondieron ellas; al final, también Gerda terminó por creer que Kai no había muerto.

—Me pondré mis zapatos nuevos.— dijo una mañana—, los rojos, que Kai nunca llegó a conocer, me acercaré al río y le preguntaré por él.

Salió muy temprano de su casa, dio un beso a la abuela, que dormía todavía y, calzada con sus zapatitos rojos, salió sola de la ciudad dirigiéndose hacia el río.

—¿Es cierto que te has llevado a mi amigo? Te regalaré mis zapatos rojos si me lo devuelves.

Le pareció que las aguas le hacían una señal extraña; cogió entonces sus zapatos, lo que para ella era más querido, y los arrojó al río; cayeron muy cerca de la orilla y las aguas los llevaron de nuevo hacia tierra, el lugar en que Gerda se encontraba; parecía que el río, no teniendo al pequeño Kai, no quería aceptar la ofrenda que la niña le ofrecía; como pensó que no los había tirado suficientemente lejos, se subió a una barca que había entre las cañas y desde allí los arrojó de nuevo. Pero la barca no estaba bien amarrada y los movimientos de Gerda la hicieron apartarse de la orilla. Cuando se dio cuenta de lo que ocurría, quiso volver atrás, pero ya era demasiado tarde: la barca se encontraba a varios metros de la orilla y se deslizaba río abajo impulsada por la corriente.

La niña se asustó y echó a llorar; sólo los gorriones podían escucharla, mas no les era posible llevarla de nuevo a tierra; los pajarillos volaron a su alrededor y trataban de consolarla cantando: "¡Aquí estamos! ¡Aquí estamos!"

La barca seguía avanzando, empujada por la corriente; la pequeña Gerda se quedó inmóvil con sus pies descalzos; sus zapatitos rojos flotaban tras ella, fuera de su alcance, pues la barca navegaba más deprisa. A ambos lados del río el paisaje era bellísimo: llamativas flores y viejísimos árboles se destacaban sobre un fondo de colines donde pastaban ovejas y vacas; pero ni un solo ser humano se veía en parte alguna.

"Quizás el río me conduzca hasta el pequeño Kai", se dijo a sí misma, y ese pensamiento la puso de mejor humor.

Anna cerró el libro después de leer eso, haciendo una pequeña mueca.

—¿Sabes, Sven?— le habló al reno, mientras viajaban por un gran bosque en un camino cerca de un río—. Aunque la Reina de las Nieves exista, me pregunto qué tan real es lo que está escrito en este libro. Digo, no creo que una niña le haya preguntado cosas al sol, a los pájaros y al río, a menos de que sufriera algo de esquizofrenia.— rió un poco—. Me pregunto si los niños del libro... son reales.

Había tenido esa duda desde hacía algún tiempo. ¿Existió Gerda? ¿existió Kai? No podría saberlo.

Más que nada ¿quién hablaba con un río?

Como si el destino se burlara de ella, algo llamó la atención de Anna, algo en el río. Detuvo a Sven y observó con atención. De las aguas aparecía una figura humanoide, como una mujer, como una mitológica náyade.

"Por aquí" le dijo el ser en el agua a la princesa.

—Sven, por favor dime que también la estás viendo.— le dijo Anna al reno.

No cabía duda de que su viaje acababa de iniciar.

Notes:

Y así, amigos míos, la profecía del summary se cumple, Anna inicia un viaje para salvar a Elsa y a su hijo. Pero ehh, en el summary también menciona "el secreto de los dos niños que iniciaron todo esto" Creo que es obvio a qué par de niños se refiere.
Por supuesto, Kai y Gerda son los amigos de Chickie del flash back, Pepita89 le atinaste xD
Les recuerdo que los flash backs que siguen una historia continua están a principio de los capítulos 8 y 9, el de este capítulo es la tercera parte y la cuarta y última parte estará en el siguiente capítulo, cuando lo lean sabrán por qué es importante en la historia. Entenderán todo... o casi todo.

Como ven, les conté el origen del Maligno, la sombra que sigue a la Reina de las Nieves, pero no les he contado todo, luego se sabrá más de él, así como su verdadero nombre

Apenas inicia el viaje y Anna ya se está metiendo en problemas jaja

Extrañé a Elsa en este capítulo, amo escribir sobre ella, cada que aparece en escena escribo cosas en doble sentido que son muy difíciles de captar jaja por eso me divierte ella en mi fanfic.

Déjenme review jeje, he estado recibiendo muy pocos estos últimos capítulos jeje

Chapter 12: III. El jardín de la hechicera

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en agosto del 2015.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 12: III. El jardín de la hechicera.

Hace casi 29 años en el pasado...

Kai, Gerda y Chickie fueron encerrados en el calabozo del castillo, por ordenes de la reina, su sentencia sería decidida más tarde, aunque obviamente sería una ejecución pública.

—¡Maldita!— gritó Chickie con enfado, golpeando las rejas una y otra vez, pero nadie la escuchaba, la reina ni siquiera estaba remotamente cerca—. ¡Sácanos de aquí!

Kai se acercó a su prometida, le limpió la cara con la tela de sus ropas. La mujer sangraba del lado izquierdo de su rostro, al haber recibido un fuerte azote de parte de la malvada reina.

—¿Estás bien?— le preguntó él a ella.

—Sí.— dijo, aunque le dolía demasiado la herida—. ¿Y ahora?

—¿Cómo que "y ahora"? ¡Estamos encerrados!— gritó Chickie con enfado—. Sé que han tratado personas antes ¡pero esta es una reina! ¡Tiene el poder para cortarnos la cabeza!

—Tú has estado encerrada muchas veces, Chickie, ¿cómo es que escapas?— preguntó Kai, acercándose a ella.

—¡Oh! ¡Ya quisieras saber cómo escapo, tonto!

—Ya basta, Chickie, por favor.— quiso calmarla Gerda. Chickie se cruzó de brazos y bufó con fastidio—. Tenemos que salir y encontrar al rey de inmediato.

—Yo puedo ayudarlos.— habló la voz de un desconocido, los tres giraron para ver a la cuarta persona encerrada en su misma celda y que no habían notado antes.

—¡Ughh! ¡Un vagabundo!— exclamó Chickie, poniéndose frente a Kai y Gerda—. Quédate tras de mí, Gerda, yo te protegeré.

—¡No soy un vagabundo!— aclaró el desconocido con enfado, que se irguió ante ellos—. Yo soy el rey Agnarr.

—¿El esposo del la reina Iduna?— preguntó Chickie con extrañeza.

—Así es.

—Ah, ja, ja, ja, ja.— comenzó a reír con fuerza la bandida—. ¡Tu esposa te encerró en un calabozo! ¡Ja, ja, ja!

—¿Qué está haciendo aquí?— preguntó Gerda con sorpresa.

—Recibimos su carta pidiendo ayuda, ¿cómo terminó aquí?— dijo Kai.

—¡Su esposa nos encerró!— se quejó Chickie—... Ahora que lo pienso, que nos encerrara fue una forma bastante fácil de encontrarlo. ¡Qué buena idea tuviste, Gerda!

—¿Qué?... Ah, sí, fue a propósito.— dijo la rubia, rascándose la cabeza con nerviosismo. Evidentemente que los encerraran no fue a propósito.

—¿Puede contarnos los detalles, rey Agnarr?— inquirió Kai.

—Mi esposa no siempre fue así...

El rey Agnarr les contó a los tres todo lo que había vivido. Se había casado con la reina Iduna un par de años atrás, ella siempre fue una mujer educada y por sobre todo muy amable; un día, poco después de la boda, ella se quejó de un fuerte dolor proveniente de su corazón. A partir de ese momento, el alma bondadosa de la reina comenzó a oscurecerse.

Al principio sólo había empezado a ser descortés, pero con el tiempo se volvió cruel, grosera e infiel. Iduna deseó gobernar el reino ella sola, así que con pruebas falsas había acusado a su esposo de asesinato y traición, lo había encerrado. Pero Agnarr, sabiendo que algo iba mal con su esposa, había investigado; se enteró de la historia de las piezas de espejo repartidas por el mundo, las historias eran iguales a lo que le había pasado a su esposa. Con ayuda de algunos guardias que aún eran fieles a él, logró mandarle una carta a Kai y Gerda, pidiéndoles ayuda, sabiendo que su reputación decía que resolvían estos casos.

—¿Podrán ayudarme?— les preguntó el rey a la pareja, desesperado.

—No es el peor caso al que se han enfrentado, he visto cosas peores.— comentó Chickie, pensativa, casi desinteresada—. Hemos visto personas casi imposibles, ella parece fácil a comparación.

—Pero Iduna es una reina, tiene mucho poder.— repuso Gerda—. Aunque nos hayamos encontrado con personas más afectadas por el espejo, Iduna podría ser más peligrosa. Nunca hemos sanado a alguien de la realeza, además está el hecho de que está embarazada, nunca hemos tratado con algo así, no hay forma de saber qué podría suceder.

—¿Iduna está embarazada?— preguntó el rey Agnarr con sorpresa.

Kai y Gerda se miraron entre sí, compadeciendo al hombre. Chickie se contuvo de burlarse, ya que realmente no era divertido. La reina Iduna no tenía la culpa de hacer lo que hace, todo es culpa del espejo maldito.

—Podrán curarla... ¿verdad?— preguntó el rey, en un tono casi depresivo. Al hombre le dolía todo esto, no lo había escogido así como su esposa no había escogido ser maldecida. Gerda tomó su mano, como consuelo.

—Debe entender que nosotros no curamos a los maldecidos por el espejo, nosotros sólo los guiamos.

—¿Qué quiere decir?— preguntó el rey.

—Sólo un acto de amor puede sacar el trozo de espejo del corazón de la reina.— explicó Gerda, viendo fijamente al monarca—. ¿Usted ama a su esposa?— el rey, por un segundo, dudó, pero después respondió con firmeza.

—La amo.

—Entonces sólo usted puede salvarla.

—Pero ese no es todo nuestro trabajo.— comenzó a explicar Kai—. Nosotros recolectamos las piezas del espejo.

—¿Por qué querrían algo así?— se sorprendió mucho el rey, sabiendo que las piezas del espejo están malditas y eran muy peligrosas.

—Para que no causen más daño.— dijo el joven castaño—. Hay miles de millones de piezas de espejo en el mundo y la mayoría son más pequeñas que un grano de arena. Cuando un polvo de cristal es sacado del corazón de una persona, este escapa y afecta a otro, por eso debemos capturarlos, para que no dañen a nadie más.

—Al ser tan pequeños es muy difícil atraparlos, pero para eso tengo esto.— Gerda señaló el collar de cristales oscuros que llevaba en el cuello—. Las piezas del espejo se ven atraídas por estos cristales que contienen la esencia del Maligno, su creador.

—¿Cómo consiguió tal cosa?

—Hemos viajado por todo el mundo, nosotros sólo los hemos encontrado, cuando encuentras un cristal de sombra es más fácil encontrar los demás.— Gerda sonrió con simpatía.

Para sanar a la reina debían usar el amor verdadero, así de fácil como suena, así de simple como parece.

Esa noche, un par de guardias que estaban del lado del rey los ayudaron a escapar. Los cuatro, acompañados por el par de guardias, se dirigieron a los aposentos de la reina donde, sabían, esta se encontraría durmiendo. Estando a punto de entrar, el rey dudó.

—¿Qué debo hacer?— se sintió tonto de tan siquiera preguntar—. ¿Cómo descongelar el corazón helado de la reina?

—El amor descongela.— le sonrió Kai, tomando la mano de su prometida y esta, al sentir el cálido tacto de su novio, se sonrojó.

Y así era.

Entraron con sigilo, pero la reina no tardó en despertar. Ella comenzó a maldecir y patalear como una verdadera poseída, pero cuando vio a su esposo no pudo evitar calmarse un poco, y temblar. Porque aún estando maldecida, muy en el fondo de su ahora alma negra, ese era el hombre que amaba.

Agnarr besó a Iduna y la mujer comenzó a llorar. De esa forma, en una de sus lágrimas, el polvo de espejó escapó de su cuerpo, siendo capturado por Gerda, que lo guardó con cuidado en un frasco.

Después de esto, ya habiendo sanado su corazón, la reina Iduna no paró de llorar en toda la noche. Había hecho cosas demasiado espantosas como para perdonarse a sí misma, como para que la perdonaran. Aun cuando nunca lo hubiera escogido, el espejo le había hecho cometer pecados atroces. Muchas pérdidas ya no tenían remedio. Tantos males no podían deshacerse, ni el bebé.

La bebé...

No sabía ni de quién era pero... era dulce, pura e inocente, no tenía culpa alguna. Ambos la amaron, a pesar de todo.

A pesar de lo que fue y será.

.

..

...

En el presente.

Anna estaba sobre un pequeño bote junto a Sven, siendo llevados por la corriente del río. Ella permanecía con una resignada expresión de miedo, con una sonrisita forzada ante su extraña vida.

—¿Dime por qué decidí hacerle caso a un río que me habló?— dijo sin sentir gracia alguna. Sven le dio un empujón, culpándola de cierta forma, ya que el reno bien que se había negado.

Aquella criatura del río los había llamado, les había dicho que subieran al bote y que este los llevaría a su destino. A su "destino" podría ser cualquier cosa, ¡cualquier cosa!

—No es coincidencia que me esté pasando exactamente lo mismo que a la niña del cuento, ¿o sí?— habló con pesimismo, y no es que no creyera que no es coincidencia, evidentemente esto le estaba pasando por una razón, pero no por eso dejaba de ser horrendamente escalofriante.

Bien sabía lo que venía después de esta parte de la historia: la hechicera. Tragó saliva y con las manos un poco dudosas abrió el libro en la pagina correspondiente. Tanto había temido de la Reina de las Nieves y el Maligno que no se dio cuenta que ahí afuera había muchos más peligros. Aunque hasta ahora todo iba bien. Leyó.

"Quizás el río me conduzca hasta el pequeño Kai", se dijo a sí misma, y ese pensamiento la puso de mejor humor; se levantó y durante varias horas contempló las verdes y encantadoras riberas; llegó así junto a un gran huerto de cerezos en el que se alzaba una casita con un tejado de paja y extrañas ventanas pintadas de rojo y de azul; ante la casa, dos soldados de madera presentaban armas a quienes pasaban por el río.

Gerda les llamó, creyendo que eran soldados de verdad, pero, naturalmente, sin recibir respuesta; llegó muy cerca de donde ellos se encontraban, pues el río impulsaba directamente la barca hacia la orilla.

Gerda gritó entonces con más fuerza y una mujer apareció en la puerta: era una vieja que se apoyaba en un bastón y se cubría la cabeza con un sombrero de alas anchas pintado con bellísimas flores.

—¡Pobre niñita!— exclamó la vieja—. ¿Cómo has venido por este río de tan fuerte  corriente? ¿Cómo has recorrido tan largo camino a través del ancho mundo?

La vieja se adentró en el agua, enganchó la barca con su bastón, tiró de él y llevó  a Gerda hasta la orilla.

La niña se sintió feliz de estar otra vez en tierra firme, aunque tenía un cierto  miedo de la vieja desconocida. Ésta le dijo:

—Ven a contarme quién eres y cómo  has llegado hasta aquí.

Anna sintió un escalofrío, ¿ese era su destino? ¿eso es lo que iba a pasarle? No resultaba tan alentador. Pero, por otro lado, iba por buen camino, si Gerda pasó por esto para llegar al palacio de la Reina de las Nieves entonces esto no era del todo malo. Ya llevaba navegando en ese río mucho tiempo, ya había oscurecido y había amanecido, al menos aún no era medio día.

Finalmente llegaron al final de su recorrido, para susto de ambos. El bote se acercaba a la orilla, en un lugar exactamente igual al del libro, ¡¿sí había una bruja ahí?! Anna y Sven no querían quedarse a averiguarlo. Tomaron los remos, Sven tomó uno con el hocico, y trataron de alejarse de la orilla.

—¡Pobre niñita!— exclamó la voz suave y amable de una señora. Anna no tuvo más opción que voltear hacia quien la llamaba—. ¿Cómo has venido por este río de tan fuerte corriente? ¿Cómo has recorrido tan largo camino a través del ancho mundo?

¡Era la misma vieja! ¡Incluso sus diálogos eran los mismos! Tenía todo, el bastón, el sombrero floreado, ¡no podía ser otra hechicera parecida!

Anna no supo qué responder, se quedó estática, como si hubiera perdido la consciencia de la realidad, y la verdad es que trataba de comprender todo ese surrealismo.

La anciana atrajo el bote con su bastón, llevándolos casi a la fuerza a la orilla. Sven no paró de tratar de huir con el remo.

—Ven a contarme quién eres y cómo has llegado hasta aquí.— habló la anciana, con voz apacible.

—¡No!— exclamó Anna, saliendo de su desconcierto—. ¡Eres una bruja! ¡vas a hechizarme para que me quede contigo! ¡pero no me engañarás! ¡Yo ya he leído el libro!— le mostró el libro con gesto triunfante, dejando a la anciana pensando un rato.

—Oh...— respondió, un poco decepcionada—. ¿Quieres entrar a mi casa a tomar algo de té?

—¡Ja! ¡La única forma en la que yo entre allá a tu jardín es si tienes información sobre la Reina de las Nieves!

—No sé mucho de esa mujer de la que hablas, pero si te gustaría, yo podría contarte cosas sobre Gerda.

—¿La niña del cuento?— se sorprendió Anna—. Quizá me dé una pista.— Anna bajó del bote, a pesar de que Sven trató de subirla de nuevo—. ¿No vienes?— le preguntó al reno, éste se negó rotundamente—. Bien, no te muevas de aquí y cuida el bote.— dijo para después entrar a la casa de la anciana.

Sven, al ver lo desolado que estaba ahí afuera y lo aterradores que eran las estatuas de madera que adornaban la puerta, se rindió y entró para acompañar a Anna.

Gerda se lo contó y la vieja, moviendo de vez en cuando la cabeza, decía: "Humm... Humm!". Una vez le hubo relatado todo, le preguntó si había visto pasar por allí al pequeño Kai; la mujer respondió que no, que Kai no había pasado ante su casa, ¡pero que sin duda vendría y que no debía preocuparse! ahora lo que tenia que hacer era comer sus cerezas y contemplar sus flores, mucho más bellas que las que aparecen en los libros; además, cada una de ellas sabía contar un cuento. La vieja cogió a Gerda de la mano, entró con ella en la casa y cerró la puerta.

Las ventanas estaban muy altas, los cristales eran rojos, azules y amarillos y, en el interior, la luz adquiría tonalidades extrañas; había sobre la mesa un plato de riquísimas cerezas y Gerda comió tantas como quiso, pues para eso no le faltaba valor. Mientras comía, la vieja la peinaba con un peine de oro; sus hermosos cabellos rubios caían rizados y brillantes enmarcado su linda carita de rosa.

—Siempre tuve deseos de tener una niña como tú.— dijo la vieja—. Ya verás qué bien nos llevamos las dos.

A medida que le peinaba los cabellos, más y más la pequeña Gerda se olvidaba de Kai, su compañero de juegos, pues la vieja, aunque no era malvada, sabía de magia; en realidad, sólo ponía en práctica sus artes mágicas para distraerse y, por el momento, lo único que pretendía era retener a su lado a la pequeña Gerda. Con este propósito, la anciana salió al jardín, extendió su cayado hacia los rosales, que estaban cargados de bellísimas rosas, y al instante todos ellos desaparecieron, hundiéndose bajo la tierra negra; no quedó ni el menor rastro de ellos. La vieja temía que si Gerda veía las rosas se acordaría del pequeño Kai y querría marcharse a proseguir su búsqueda.

Luego, condujo a Gerda al jardín de las flores... ¡Oh, qué fragancia y qué esplendor! Había allí flores de todas las estaciones del año; en ningún libro de láminas podría encontrarse tanta belleza y variedad. La niña daba saltos de alegría y disfrutó del jardín hasta que el sol se ocultó por detrás de los cerezos; por la noche, durmió en un magnífico lecho con mantas de seda roja bordadas con violetas azules y tuvo unos sueños tan hermosos como los de una reina en el día de su boda.

—¡¿Y me dice que no ha hecho nada de eso?!— exclamó la princesa después de leer aquel fragmento de la historia. Ella estaba sentada en una silla, recargada en una mesa, ahí en el jardín de flores susurrantes que, en efecto, no tenía rosas. Sven estaba a su lado, desconfiado.

—Yo no he dicho que no lo hice.— dijo la hechicera, dándole un sorbo a su taza de té—. ¿Quieres algunas de mis cerezas?— le ofreció un plato lleno de ellas.

—No.— se negó, calmada, alzando la mano—. Dígame, ¿qué sabe sobre Gerda?

—Lee un poco más.— sugirió, tomando un poco más de su té. Anna obedeció.

A la mañana siguiente, estuvo de nuevo en el jardín, jugando con las flores bajo  los cálidos rayos del sol... así pasaron muchos días. Gerda conocía todas y cada  una de las flores y, a pesar de todas las que había, tenía la sensación que allí  faltaba alguna, aunque le resultara imposible decir cuál. Un buen día, mientras  estaba sentada en el jardín, se fijó en el gran sombrero de la vieja, lleno de flores  pintadas, y observó que las más bella era justamente una rosa. La vieja se había  olvidado de quitarla del sombrero cuando hizo desaparecer a las otras bajo tierra.  ¡No se puede estar en todo!

"¡Cómo!" - se dijo Gerda - ¡No hay ninguna rosa en el  jardín!" Corrió hacia los macizos de flores, buscó y rebuscó, pero no consiguió  encontrar ningún rosal; muy triste, se sentó en el suelo y se puso a llorar; sus  lágrimas fueron a caer precisamente sobre el lugar en que antes crecía un  hermoso rosal y del suelo regado con sus lágrimas surgió de repente un arbusto,  tan florido como en el momento en que la vieja lo había enterrado; la niña lo rodeó  con sus brazos, besó las rosas y se acordó de las que tenía en el jardín de su  buhardilla y, al mismo tiempo, de su amigo Kai.

—¡Oh, cuánto tiempo he perdido!— exclamó la niña—. Debo encontrar a Kai...  ¿Sabéis donde está?— preguntó a las rosas—. ¿Creéis que ha muerto?

—No, no ha muerto—. respondieron las rosas—. Nosotras hemos estado bajo tierra,  donde están todos los muertos, y Kai no estaba allí.

—¡Gracias!— dijo la pequeña.

—Las lágrimas.— dijo la anciana a Anna—. A veces son muy poderosas, son el reflejo del alma; pueden derretir un corazón congelado, hacer crecer las rosas. La felicidad y el dolor nos hace humanos, es por ello que lloramos.

—¿Qué?— la princesa no entendió de qué le estaba hablando.

—Han pasado casi 40 años desde que vi a la pequeña Gerda por primera vez, desde que decidí que la quería para mí.

—¿Entonces sí la hechizó?— se indignó Anna, cruzando sus brazos—. Espere, ¡¿40 años?! ¿Qué edad tiene usted?

—Yo creí ser una buena persona, pero no es así.— se entristeció, apretando la taza en sus manos—. Nunca fui buena realmente, fui muy egoísta, pero es que estaba tan sola.

Las flores, los arbustos, los árboles comenzaron a crecer a su alrededor; Anna se asustó y se sintió pequeña ante el repentino reducimiento de espacio, se acercó más a Sven, que también se había asustado. La hechicera permanecía inmutable.

—Años después, Gerda volvió, ya adulta, junto a su, en ese entonces, novio Kai.— contó—. Estaba muy enojada conmigo, pero me perdonó y yo lloré... Pero fui egoísta, la quise de nuevo, los quise a ambos, quise que estuvieran siempre conmigo.

—¿Qué está pasando?— preguntó Anna con angustia, al sentir las plantas crecer bajo sus pies y subir hasta casi invadirla.

—¡Escaparon y me dejaron aquí!— gritó la bruja, poniéndose de pie, alzando su bastón con furia—. ¡Estaba tan enojada y tan sola! ¡Yo sólo quería una familia! ¡una familia como la que perdí hace tanto tiempo atrás! ¡Atraje niñitas perdidas a mi jardín y las cuidé como mis nietecitas! ¡Pero Gerda volvió! ¡aún más enojada!

—¡Ah!— gritó Anna, cuando las plantas comenzaron a sujetarla de los brazos y a atarla en la silla—. ¡Déjame ir!— gritó mientras forcejeaba, miró a Sven y éste estaba en su misma situación.

—¡Se llevó a las niñas que había cuidado! ¡Me dijo que yo era una mala persona! ¡Yo era egoísta y aún así...! ¡Yo sólo quería ser amada! ¡Ese es el cuento que me enviaron a contarte!

—¡Suélteme!

—¡Ella era igual a ese bebé que llevas en tu vientre!— señaló a Anna con su bastón—. ¡Ella era inocente y pura! ¡Era una buena persona! ¡Debí saber que una buena persona no debe estar con personas malas!

—¡Eso no tiene nada que ver conmigo!— gritó—. ¡Déjeme! ¡debo buscar a mi hermana y a mi bebé!

—¡Este apenas es el inicio, princesa Anna!— exclamó—. ¡El peligro va a acechar tu alma! ¡No cometas mi error! ¡No confundas la calidez del amor con el fuego eterno!

Las flores y las plantas comenzaron a quemarse, soltando a Anna y a Sven, pero el fuego no los lastimó. La anciana comenzó a incendiarse y sus ojos se pusieron rojos.

—¡La paga del pecado es muerte!— sus pies se volvieron cenizas, su piel se volvió negra y más pronto de lo que pensaron ella había desaparecido—. ¡Aléjate del lago de fuego!

Las flores se convirtieron en cenizas, las cenizas se esfumaron y luego no había nada. Anna y Sven quedaron petrificados.

—¡¿!Qué fue lo que acaba de pasar aquí?!— gritó Anna, completamente histérica. Sven no perdió tiempo y rápidamente salió corriendo de regreso al bote; Anna lo siguió dos segundos después—. ¡Ella era un fantasma! ¡un maldito fantasma!— exclamó mientras tomaba un remo y salían de ahí lo más pronto posible—. ¡No volvamos a hablar de esto jamás! ¡¿Me escuchaste?!— le ordenó a Sven, con mucho terror, éste asintió, convencido.

Pasaron un par de horas navegando en el río hasta que bajaron en una orilla segura, estaban muy desorientados, pero seguro que siguiendo los mapas e indicaciones, pronto llegarían a un pueblo cercano. Anna leyó el final del episodio del libro.

Y salió corriendo, corriendo hacia el otro extremo del jardín.

La puerta estaba cerrada y tuvo que forzar el enmohecido picaporte, que cedió; se  abrió la puerta y la pequeña Gerda, con sus pies descalzos, se lanzó de nuevo al  vasto mundo. Tres veces se volvió para mirar hacia atrás, pero nadie la seguía; al  rato, se cansó de correr, se sentó sobre una piedra, miró a su alrededor y  comprobó que el verano había quedado atrás: era otoño avanzado; no había  podido darse cuenta de ello en el jardín encantado de la vieja, donde siempre  brillaba el sol y habían flores de todas las estaciones.

—¡Dios mío, cuánto tiempo he perdido!— pensó Gerda—. ¡Estamos ya en otoño! ¡No  puedo perder tiempo descansando!

Y se levantó, dispuesta a reemprender su búsqueda. ¡Ah, qué cansados y  doloridos estaban sus pies! ¡Y qué aspecto tan frío e ingrato tenía todo a su  alrededor! Los sauces estaban amarillentos y la niebla humedecía sus hojas que,  una tras otra, iban cayendo sobre el suelo; sólo el ciruelo silvestre conservaba sus  frutos, tan ásperos que hacían rechinar los dientes. ¡Oh que triste y hosco parecía  el vasto mundo!

—Sven, ¿tú crees que el mundo es malo?— le preguntó al reno, melancólica—. ¿Crees que haya más peligro?

La respuesta era clara, aunque Sven no haya respondido. No tenía idea de lo que se le avecinaba. No tenía idea de qué tipo de peligro hablaba aquella hechicera, ni de lo realmente frío y cruel que era su mundo. A veces la vida era muy injusta, dolorosa y muy, muy impredecible.

...

..

.

Elsa llevaba unos pocos días en el palacio de la Reina de las Nieves, pero cuando recién llegó, todo fue tan escalofriante y nuevo. Cuando habían llegado al palacio, la Reina de las Nieves dejó a Elsa de pie sobre lo que parecía ser un extenso lago de hielo. Elsa vio a su alrededor; sobre ella, antes de verse el techo, se veían auroras, fuera, viendo por las ventanas, había más auroras aún y mucho viento invernal.

El palacio estaba hecho de nieve y era tan grande como un pequeño reino, con tantas puertas magnificas que llevaban a cientos de salones, aunque menos enormes que el más grande salón donde se encontraba. Todo lucía desolado y había reflejos por todas partes. En el centro del salón, sobre el lago helado, había un magnifico trono.

La sombra, que era el Maligno, salió de ahí rápidamente, quedando Elsa sola con la reina.

Elsa observó su reflejo en un muro cercano. Era increíble cómo había cambiado. Su vestido ahora era blanco y diferente, mostrando casi en su totalidad los hombros y el vientre, pero con la falda tan larga que no mostraba los pies. Su cabello permanecía suelto y algo desarreglado por el viento, pero no se molestó en acomodarlo. En realidad, su apariencia le importaba poco o nada ahora.

—Ahora has aceptado tus malignos sentimientos, Elsa. Ahora puedes ser libre de verdad.— dijo la reina mayor, tomando a Elsa con delicadeza de los hombros.

—Pero ya no tiene sentido.— apretó los puños con coraje, con odio, no hacia sí misma, no hacia la reina ni a la sombra. Era un odio que no podía expresar—. Ya no importa.— bajó la mirada, soltando unas lágrimas y un gemido de dolor y ansiedad—. ¿Estos sentimientos realmente son malignos?

—Si aceptabas tus sentimientos allá, ibas a causar mucho sufrimiento, por eso huiste conmigo. Ya no podías controlar tu sentir y tus tentaciones crecían con el paso del tiempo.

Elsa sintió un escalofrío, tembló con algo de terror. Se acarició el cabello, casi de forma compulsiva, mientras miraba su reflejo, recordando lo que había pasado con Anders, cuando se dejó llevar. Realmente era una tonta, por Anders no sentía nada, sólo...

Había entregado su alma a la reina y a la sombra con tal de alejarse de su pecado, del que podría cometer si volvía a salirse de control, y ella sabía que podría suceder en cualquier momento. Ese sentimiento maligno y ese instinto maldito la estaban matando, la quemaban, la arrastraban a la locura.

"¿Qué pasará ahora?" se había preguntado desde el primer instante en el que entró al palacio "¿Qué haré a partir de este momento?" Había entregado su vida, no estaba segura para qué la Reina de las Nieves la quería, pero algo iban a hacerle, quizá nada bueno. Iba a preguntar algo, pero la helada reina se adelantó.

—Espera aquí.— le dijo a Elsa para después retirarse.

A Elsa jamás le había molestado el frío, al menos no con la intensidad con la que lo estaba sintiendo en ese momento. No es que le afectara las bajas temperaturas, pero se sentía muy sola en ese reino de nieve.

Esperó unos minutos de pie, sin moverse, pero al poco tiempo se aburrió, también se desesperó. Sentía que iba a costarle mucho acostumbrarse a ese lugar, era tan enorme que incluso temía perderse. Caminó hacia lo único que su visión le aseguraba que no era peligroso o confuso, caminó hacia el trono en el centro del salón.

Sin pensarlo mucho y sin creer que era algo malo, se sentó en él, estando ella sentada en medio de ese lago helado. Estaba cansada y con sueño, sin darse cuenta comenzó a cerrar los ojos, que estaban rojos de tanto llorar, y aún lloraba. Dejó llegar los primeros vistazos de un sueño, imágenes que le hicieron añorar el hogar que acababa de abandonar, de las cosas que le lastimaban el corazón. Un ruido la despertó.

—¡Lo siento! ¡No quise...!— empezó a disculparse, dándose cuenta de que había dormido donde no debía, pero con quien se encontró no era la Reina de las Nieves, era otra persona que la veía fijamente, con los ojos muy abiertos—. ¿Quién eres tú?

A su izquierda, viéndola con curiosidad y muy de cerca, estaba un niño pequeño, de cabello castaño y piel muy pálida, sin abrigo, pero sin demostrar sentir frío alguno. El pequeño no dijo nada, sólo frunció ligeramente el ceño al ver a la extraña sentada en el trono.

—Christian.— lo llamó la voz de la Reina de las Nieves, el niño giró y corrió hacia la mayor, permitiendo que ésta lo cargara.

—¿Quién es?— preguntó Elsa, preocupada. Ese nombre lo conocía, pero no sabía de qué, sus memorias no estaban claras y cuando trataba de recordarlo la cabeza le dolía.

—Podría decirse que lo adopté.— dijo de forma frugal, sin mostrar emoción. Christian acercó sus labios al oído de la reina y le susurró algo que Elsa no pudo entender—. Así es, ella vivirá con nosotros ahora.

El niño miró a Elsa, forcejeó para que la mayor lo volviera a poner en el suelo; una vez abajo, el pequeño se acercó a Elsa y la examinó, sin tocarla. Ella le sonrió al pequeño, pero este no le regresó la sonrisa.

—Sígueme.— habló la poderosa reina, tomando al niño de la mano y comenzando a caminar hacia alguna dirección.

Elsa se puso de pie y siguió a la reina y al niño , caminaron largos minutos hasta encontrarse con unas puertas gigantescas de hielo; la reina mayor abrió la puerta con sus poderes y los tres salieron. Elsa vio un extenso jardín blanco, con árboles, flores y esculturas de sólido hielo; al instante Christian salió corriendo para jugar, dejando a las mayores solas.

—Elsa.— la gélida mujer giró hacia la joven—. Quiero que crees una criatura viva ahora.

—¿Qué?— no entendió, hizo una expresión de confusión.

—Yo soy la reina de nieve, he gobernado por miles de años, pero jamás he creado con mis poderes algo con vida.— le explicó con serenidad—. Pero tú eres joven y has creado muchos, ¿cómo lo hiciste?

—No lo sé, sólo pude hacerlo. Todos los muñecos que he hecho fueron accidentes, sólo Malvavisco fue el único que hice de manera intencional. ¿Dónde está él?

—Pronto lo verás, primero crea uno igual ahora.

—No.

—... ¿Por qué te niegas?

—Hace mucho entendí que el don de crear vida no se puede tomar a la ligera, una vida no es cualquier cosa, crearla es una gran responsabilidad.

—Son sólo creaciones, Elsa, como tú y yo. Aquel que es el creador tiene el derecho de hacer lo que le plazca con sus creaciones.

—No es así.— le respondió con dureza.

—Dime, Elsa, ¿tiene potestad el alfarero sobre el barro? ¿Dirá el vaso de barro a quien lo formó: ¿Por qué me has hecho así?

—No es lo mismo.

—Es lo mismo, Elsa. Somos contados como ovejas de matadero. Nuestra creación y crianza no podemos cuestionarla, tú tienes derecho a decidir sobre tus creaciones, y si se llegasen a revelar contra ti, sólo debes destruirlos.

—¡Yo no creo eso! ¡Son seres vivos! ¡No son juguetes!

—Con el tiempo, Elsa, aprendí que todos somos juguetes.— se giró y miró al pequeño Christian jugar con unos bloques de hielo—. Respeto tu forma de pensar, eres como yo. No hagas una nueva creación si no quieres, pero al menos dime ¿cómo lo haces?

—Ya te he dicho que no lo sé. Pero... pero aunque supiera y quisiera hacerlo yo...— bajó la mirada, sin saber explicarse.

—¿Qué sucede?— la reina insistió.

—Perdí el poder de hacer más muñecos de nieve con vida, lo perdí hace mucho.

—Si no has intentado hacer otro, ¿cómo sabes que perdiste ese don?— preguntó, mostrando algo de intriga en su gélido rostro.

—Yo sólo... pude sentirlo.— habló, no muy segura de sus palabras, observando sus manos desnudas y pálidas, que temblaron ante la duda—. Estas manos... no podrán crear vida nunca más.— se abrazó a sí misma, haciendo fricción en sus brazos como si sintiera frío e intentara entrar en calor—. Algo cambió en mí, no sé qué sea.

—Ahora entiendo.— se dijo la reina, viendo sus propias manos. Elsa alzó la vista, con mirada interrogante—. La maldad no crea.— siseó.

Elsa quedó helada en su lugar, con una expresión consternada. Trató de recordar cuándo perdió aquella habilidad, había sido hace mucho tiempo atrás, fue cuando...

—Ven conmigo.— ordenó la reina, caminando hacia otro lugar.

—¿Qué?— despertó de sus pensamientos, algo confundida.

—Querías ver a tus muñecos de nieve ¿no? Sígueme.

Ambas salieron del jardín de hielo, entrando de nuevo al palacio por una puerta diferente; caminaron por un extenso pasillo con candelabros de hielo que destellaban de arcoíris a causa de las luces de las auroras.

—¿Por qué te los llevaste?— preguntó Elsa mientras caminaban, sintiéndose molesta pero sin elevar la voz.

—Me causó mucha intriga, cuando vi a aquella criatura, la que tú llamas "Malvavisco"— explicó de forma frugal—. Tenía tanto poder, me lo llevé para... explorar su potencial. Posteriormente, hace poco, me llevé a los demás; a todos excepto uno, el primero.

—¿Por qué dejamos a Christian?— preguntó de repente, refiriéndose al niño que habían dejado en el jardín. La poderosa reina fijó su vista en Elsa por un momento, esta tenía la mirada perdida en los reflejos deformados de las paredes—. ¿Estará bien solo?— insistió al sentir la mirada perspicaz de la reina mayor.

—Aquí no hay nada que dañe a Christian, él necesita jugar, es un niño después de todo.— aún tenía sus gélidos ojos sobre Elsa, examinándola a detalle.

Llegaron a un lugar extenso, no tan grande como el salón principal, pero era poco más grande que el gran salón en Arendelle. Tan pronto pusieron un pie ahí, decenas de pequeños muñecos de nieve se acercaron corriendo con alegría. Eran muy pequeños, se podían sostener varios en los brazos ya que sólo estaban formados de dos pares de bolas de nieve. Elsa los había creado accidentalmente en un cumpleaños de Anna.

Elsa abrazó a varios de sus amiguitos y los consoló, ¡ya que habían estado muy asustados! Detestaba tanto a la Reina de las Nieves por haberse llevado a todos ellos, pero no podía reclamar mucho, le había dado su alma.

—¿Dónde está Malvavisco?— preguntó con firmeza, poniéndose de pie después de convivir un rato con los pequeños de nieve—. ¡Me dijiste que lo iba a ver!

Habían pasado dos años y medio desde que no lo veía, había creído que estaba muerto. Esto le causaba más ira que cualquier cosa pero, nuevamente, no estaba en posición de reclamar mucho.

La reina helada tenía una expresión neutra, pero pareció reconsiderarlo un poco. Bajó la vista y observó a los hiperactivos muñecos de nieve, después contestó.

—Lo verás a su tiempo.— fue todo lo que dijo al respecto—. Primero, debes saber para qué te necesito, Elsa, debes saber mis razones para traerte aquí. Cuando te lo cuente, entenderás por qué naciste así, por qué eres como yo. Entenderás todo.

—La verdad sobre mi madre.— dedujo Elsa. La reina asintió.

—Tu creación, lo que eres y tus poderes fueron causa de un terrible accidente. Algo que no debió haber sucedido.

...

..

.

Hace casi 29 años en el pasado...

Gerda, Kai y Chickie, después de curar a la reina, se quedaron en aquel reino un par de semanas más. Debían orientar a la pareja, ayudarlos a sanar las heridas. Ayudar a que Iduna supere el dolor y los recuerdos de las cosas malas que había hecho sin quererlo realmente.

La reina Iduna había hecho cosas terribles a sus súbditos y servidumbre, aun explicándoles que estaba maldecida ellos no entenderían. Los tres extranjeros se enteraron pronto, gracias al dueño de una tienda cercana al reino, que cerca habitaban unos trolls, así que acudieron a ellos para pedirles cambiar la memoria de todo el reino, los trolls fueron muy amables y ayudaron. Sólo unos pocos de la servidumbre del castillo conservaron sus memorias, al ser de confianza. La reina malvada fue borrada de la historia.

Aunque podían cambiar las memorias, la reina había matado gente, no se podía cambiar a pesar de que las memorias de la gente ya no la inculparan. Iduna quiso castigarse a sí misma viviendo con la culpa, y el rey, al sufrir por el dolor de su mujer, pidió que no le cambiaran la memoria a él tampoco.

Fueron días difíciles y para la pareja el dolor seguiría por mucho tiempo. Los extranjeros no podían quedarse en el reino por siempre, así que Gerda, con todo su cariño, le entregó a Iduna un libro que ella misma había escrito "La Reina de las Nieves"; Kai, por su parte, le entregó a Agnarr un libro con información de los trolls y dónde encontrarlos, por si un día lo llegasen a necesitar. Chickie, en cambió, sólo les regaló reproches y chistes malos a los reyes.

—¡Al fin salimos de este lugar!— exclamó la bandida, ya cuando los tres se encontraban en el barco de camino a Finlandia—. ¡Adiós Arendelle! ¡Espero no volverte a ver!

—No exageres, Chickie, sabes que te gustó este lugar.— le dijo Gerda con dulzura.

—Bien, he de admitir que es algo agradable cuando no está gobernado por una reina maldita.— ella se acercó a su amiga rubia, pasándole el brazo por su cuello en un muy extraño abrazo. Le acarició la mejilla—. ¿Ya no te duele?— preguntó, refiriéndose a su herida. Gerda negó—. ¡Ahora pareces toda una chica ruda!— se rió.

—Basta.— le dio un golpecito.

—¿Ellos estarán bien?— preguntó Kai, siendo más un pensamiento que dijo en voz alta.

—Esperemos que sí.— murmuró Gerda.

Un hombre más mayor se acercó a los jóvenes, este era parte de la servidumbre del castillo y era de los pocos que habían conservado sus memorias.

—Les agradezco por salvar el reino y sanar a nuestra reina.— les agradeció el hombre.

—No es nada.— dijo Gerda.

—Es nuestro trabajo.— sonrió Kai.

—Debimos haberles cobrado.— se dijo Chickie. Los otros dos la miraron feo.

—Nos alegra que nos acompañe en el viaje.— dijo Kai.

—El rey me pidió arreglar unos asuntos en un reino cerca de Finlandia. Además, estaba preocupado por que lleguen con bien, él está muy agradecido.

—Nos gusta ayudar.— dijo Gerda—. Es el camino que escogimos.

—Espero que Su Majestad vuelva a ser la de antes.— dijo el hombre—. Antes de que fuera maldecida, ella solía sonreír mucho. Cuando cambió empezó a tratar mal a las personas, empezó a creer que todo era imperfecto.

—¿Qué has dicho?— preguntó Gerda de repente, con una repentina atención—. ¿Imperfecto?

—Ella decía que todos eramos horribles, que el mundo era horrible. Ella sólo consideraba perfectas las cosas simétricas o brillantes, como la joyería o los copos de nieve. No hablaba mucho sobre ello, pero no consideraba nada hermoso.

—¡¿Qué?!— se alarmó la rubia, enterrando sus manos en su cabellera con desesperación—. ¡Oh no! ¡No, no, no! ¡Soy tan descuidada! ¡Soy tan estúpida!

—¿Qué te pasa ahora?— preguntó Chickie con extrañeza.

—¿Qué ocurre?— Kai la tomó por los brazos, pero ella no se calmó.

—¡Iduna tenía dos cristales de espejo! ¡Uno en el corazón y otro en el ojo!— exclamó, alarmada.

—¿Qué quieres decir?— Chickie no lo entendía, se vio tentada a darle un puñetazo para así calmarla.

—¡Cuando Iduna lloró sólo expulsó un cristal!

—Oh no.— lo entendió finalmente Kai.

—¿Estás diciendo que el segundo polvo de espejo escapó?— dijo la bandida, sin saber por qué tanto alboroto.

—Eso no es posible, ¡no con los cristales de sombras en mi poder! ¡El segundo polvo de espejo no salió de su cuerpo!

—¡Pero ella dejó de ser mala! ¡¿Acaso fingía?!— ahora se alteró Chickie también.

—¡No! ¡Ella no está fingiendo!— respondió, muy asustada—. El cristal... sólo el cristal... ¡¿Dónde está el cristal?!

—Huyó hacia otra parte.— dedujo Kai, temiendo incluso de su misma suposición.

Gerda quedó helada del miedo. Esto no debía pasar, no debieron permitir que eso pasara.

—¡Tenemos que volver!

En Arendelle, la reina estaba en su habitación, en la que nuevamente compartía con su esposo. Se sentía deprimida, pero trataba de sonreír, por el bien de su reino, por su familia.

Estaba recostada en su sillón, tarareando canciones de cuna mientras se acariciaba el vientre con dulzura. No importaba cómo había sido creada, amaba a su futura hija y su esposo la amaba también. Nacería un bebé lleno de amor, no de cosas malas, nunca de cosas malas.

Se puso de pie y caminó hacia un gran espejo y se observó en él, acarició su vientre donde crecía su pequeña. Finalmente sentía algo de ilusión, algo de amor después de tanto tiempo de fría crueldad. El invierno se iría para dar paso a la primavera y a la nueva vida, que sería hermosa como una rosa.

—Te amo mucho, Elsa.— dijo con cariño y esperanza.

Su hija sería preciosa a sus ojos, la amaría a pesar de todo. Aun cuando no conocía la verdadera naturaleza de lo que crecía en su interior. De la oscuridad que le acecharía el alma en un futuro que era tan impredecible para ser visto.

Notes:

Y así, casual, la reina malvada de los flashbacks es la mamá de Elsa y Anna, ¿se lo esperaban?

les recuerdo que los pequeños muñecos que salen son los que aparecieron en Frozen Fever.

¡Cielos! Hace poco este fic cumplió ¡un año! Eso es genial.
Ya pasamos por el tercer episodio del cuento, aún nos faltan cuatro y más cosas que habrá que ver ¡No se lo esperarán| jajaja

Sé que muchos de ustedes quieren que Olaf tenga más protagonismo, y en este capítulo no apareció... Siendo sincera, en el capítulo pasado no iba a aparecer, sólo iba a ser mencionado, pero dado a que sabía de antemano que en este capítulo no aparecería pues lo agregué en el anterior. Nos encanta Olaf, pero no puede centrarse en él todo el tiempo, no todo es por él... (?)
No se preocupen, Olaf seguirá saliendo, si se han dado cuenta, son cuatro protagonistas: Elsa, Anna, Kristoff y Olaf (y Sven?) Cada quien tiene su peso en la historia... para bien o para mal. (se ríe malignamente wuajaja)

Debo decirles, en este capítulo iba a haber una escena más, pero dado a que esa escena era más bien cómica y desentonaba con el resto del capítulo, tuve que moverla para el capítulo siguiente, lo cual me molesta bastante ya que esa escena la escribí mucho antes de terminar de escribir el capítulo siete y eso ya es mucho, la tengo muy planeada. No se preocupen, la leerán en el capítulo que sigue.
¿De qué trata la escena, se preguntarán? Digamos que incluye una gallina, un tigre, un elefante, un par de sancos, una mujer muy atractiva y un chico demasiado dulce. ¿Cómo todas estas cosas podrían encajar en mi fic? Simple. ¿Cansados de los bailes de cumpleaños? ¿hartos de las brujas y los demonios? ¿fastidiados de los melodramas y las insinuaciones que no llevan a nada? ¡No se preocupen! ¡Que ya llega... la saga del circo! xDDD ¡Con más melodrama y mensajes sugerentes que nunca!
Jajaja, ya, no se angustien, no es relleno. ¿Y por qué les estoy dando este spoiler?... pues siento decirlo, pero posiblemente no suba capítulo hasta el siguiente año.

Chapter 13: El circo

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en junio del 2016.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

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Chapter Text

Eternidad

capítulo 13: El circo.

Arendelle se distinguía por sus veranos frescos, la gente siempre pensó que se debía a su zona geográfica, pero cuando un calor inesperado azotó el pueblo, todos estuvieron sorprendidos. Sí, es una exageración pensar que los habitantes sufrieron de un calor agonizante, de hecho esta temperatura era normal en cualquier otro reino, pero inusual en Arendelle. Los días un poco más calientes siempre fueron de agradecer... No esta vez. Esta vez el calor era asfixiante, y no porque la temperatura estuviera excesivamente alta, lo cual no era así, sino que era una señal de lo que todos sabían, la confirmación que a todos entristecía.

La reina ya no estaba.

"El clima comienza a parecerse al de casa" pensó el príncipe Anders, que se vestía sin mucha prisa, después de todo ya era tarde para llegar temprano a algún lado. Ni para madrugar servía...

Se había quedado en casa de su hermano mayor, Louis, lo cual provocaba las extrañas miradas de los vecinos que no sabían que eran hermanos; Louis ocultaba su parentesco con Hans, por ello nadie sabía que era un príncipe. La desventaja era que no lo trataban como realeza, pero se compensaba al no estar ligado con un lunático asesino. Ciertamente Anders lo entendía, él mismo había tenido problemas con la princesa Anna y con algunos chismosos y desconfiados cuando se enteraron con quién compartía lazos sanguíneos.

Anders decidió no volver a su reino por el momento, ¿por qué lo haría? allá no lo necesitaban. Él quería ser útil, ayudar a este pequeño reino que caía en pedazos por su reina desaparecida. Como si realmente pudiera ayudar en algo...

Kristoff le dijo claramente: "Puedes hacerle compañía a Olaf, él estará solo y yo estaré realmente muy, muy ocupado"

Por supuesto, por supuesto, ¡claro que sí! Mandarlo a ser niñero del muñeco de nieve, ¡es todo lo que podía hacer! Por supuesto que sí, así no estorbaba él también. ¿Por qué no se sorprendía? Era un inútil en su reino, sería un inútil en este reino también. Y no, no tenía nada en contra de Olaf, le agradaba y fuera bueno pasar tiempo con él si no fuera por... Por la reina.

Olaf le había dicho que fuera a salvarla pero Anders no pudo hacer más que... acobardarse, como siempre hacía. Como siempre ha sido toda su vida.

¿El príncipe Kristoff también pensará que es un inútil? ¿por eso dejarlo con una tarea tan simple? ¿Y qué hay de Olaf? ¿lo odiará por no haber tratado de salvar a la reina Elsa? ¿Hubiera cambiado algo si esa noche hubiera ido tras ella junto a todos?

Algo dentro de Anders le decía que no hubiera cambiado nada.

Le habían explicado más o menos lo que había sucedido y quién se la había llevado. Se ahorraron muchos detalles pero lo básico lo entendía. Elsa se fue con una reina helada y un demonio por voluntad propia. Para nada sonaba normal.

Elsa le gustaba, en serio que sí, deseaba con todas sus fuerzas que estuviera bien y no podía evitar estar angustiado. Pero Elsa era una mujer muy inestable emocionalmente. Ella no era sincera consigo misma y quería escapar de lo que trataba de ocultar dentro de sí. Era algo parecido a él pero con sus claras diferencias.

Tenía un par de teorías sobre lo que le sucedía a la mujer. Lo había visto en otras personas y no lo consideraba... sano. Recordó aquella noche del baile, donde por unos momentos ella se lanzó a besarlo a él; por la pasión en sus besos era evidente que ella buscaba algo más, pero se arrepintió en el último momento, antes de que fuera tarde. Se "arrepintió" no es suficiente, ella entró en razón. Había perdido la cordura por unos instantes de deseo y dolor.

El deseo sin amor no es tan malo. Él había tenido que lidiar con chicas que querían sexo con la realeza. El problema, y lo que no consideraba sano, radicaba en el dolor. El dolor de algo que Elsa no podía obtener. Algo que trataba de remplazar con otra cosa. Pero ese algo resultó ser tan grande que logró detener a la reina, ese algo se había colado en su consciencia y la había hecho reaccionar. Y deben creerlo, es muy difícil hacer reaccionar a una mujer despechada.

—¿Quién podría ser la causa de tanto dolor a la reina de hielo?— se preguntó Anders, viendo la lejanía desde la ventana mientras con dificultad se ponía los zapatos.

..

Habían pasado muchas horas desde lo acontecido con la hechicera y, sin duda, Anna y Sven seguían atemorizados por lo que pasó. Al menos la noche transcurrió tranquila y sin pesadillas, ya nada escalofriante por suerte, y Anna esperaba que se mantuviese así por el resto del viaje. Pero sabía que la suerte no siempre estaba de su lado.

El canto de los pájaros la despertó, el sol relucía en una mañana fresca y despejada. Otro día de viaje le esperaba y deseaba que no hubieran cosas raras esta vez.

La joven princesa preparó sus cosas y se montó a Sven. Según el mapa (porque había logrado encontrar de nuevo el camino en los mapas gracias a las indicaciones de la gente) pronto llegarían a un gran pueblo en medio del bosque, se veía como un buen lugar para comprar provisiones.

Después de casi una hora de viaje, llegaron al pueblo, el cual era enorme y hermoso, con muchos comercios, casas coloridas, árboles y flores, pero no se veían muchas personas fuera. Se sentía como un buen y tranquilo lugar, tanto que Anna sonrió. Anna pasó a comprar un poco de comida para el viaje y después ella y Sven se dispusieron a continuar su camino. En otro momento le hubiera gustado quedarse un poco más para curiosear en los alrededores, pero ahora tenía una misión qué cumplir.

Ambos estaban cruzando por la plaza cuando Anna notó una multitud en una de las calles; ahora entendía por qué no había visto a mucha gente, todos se encontraban ahí.

Parecía un festival pero no alcanzaba a ver, así que Anna se acercó con curiosidad, queriendo ver qué estaba causando tanto revuelo en el pueblo. La gente estaba amontonada pero Anna y Sven lograron encontrar un espacio entre el tumulto para ver qué estaba pasando. La princesa quedó sorprendida, maravillada con lo que vio. Era un desfile, y no cualquier desfile, ¡era un circo! Al parecer el circo recién llegaba al pueblo y estaban dándose la bienvenida con tal espectáculo en el centro de éste.

Le causó una sonrisa a la princesa ver parte del desfile. Justo estaban bailando unas hermosas bailarinas vestidas llamativamente junto a un par de payasos muy carismáticos. Entonces justo detrás de ellos pasó algo que dejó a Anna y a todas las personas muy asombradas.

—Wow.— sus ojos lo veían, pero no lo creía, no del todo—. Es un elefante.

Anna nunca había visto a un elefante. Habían llegado circos a Arendelle, pero Anna nunca tuvo la oportunidad de ir a verlos; cuando era pequeña no podía salir, y de mayor solamente no quiso ir sola, ya que su esposo y su hermana no les gustaba ver a animales encerrados en jaulas.

Montando el elefante había una mujer de rizado cabello negro, pero la princesa no le prestó atención cuando notó que tras el elefante, jalado por caballos, había una jaula con un tigre dentro ¡un tigre de verdad!

—Ay, cómo quisiera ir a ver el circo.— pensó en voz alta, recibiendo así una mirada de desaprobación por parte de Sven—. Lo sé, lo sé. Ya perdí mucho tiempo con aquella bruja, ahora lo último que necesito son distracciones.

Anna volvió a echarle un vistazo al tigre y, casi al instante, pudo notar un cartel sobre la jaula que decía "Están todos invitados al Gran Circo Little Mermaid"

¿Little Mermaid? ¿era ese el nombre del circo? Mermaid significa sirena, así que Anna asumió que quizá a los del circo les gustaba el mar... o quizá tuvieran una sirena real encerrada por ahí.

Tan distraída estaba Anna pensando algo así que no se dio cuenta de que debajo de ella había una gallina, la cual, accidentalmente, pisó.

—¡Oh, lo siento! ¡Ay!— gritó de la impresión, asustada en primer instante por la gallina que había pisado, después aterrada ahora que la gallina le estaba picoteando los pies. Tan mala suerte tenía la princesa que el pollo logró colarse por debajo de su vestido y ahora la tenía entre las piernas—. ¡Auch! ¡No, no! ¡quítate! ¡no!

Comenzó a agitarse para quitarse de debajo de la ropa a la gallina, moviéndose de tal forma que casi parecía un ridículo baile, provocando que la multitud ignorara el desfile y volteara a verla, dando todos una carcajada. Sven no quiso ni ver. En el fondo Anna estaba agradecida de encontrarse muy lejos de su reino y que ahí nadie la reconocería. Entre plumas sueltas, entre burlas, entre gritos desesperados de la mujer pelirroja atacada por el ave, Anna chocó contra un joven del desfile, uno montado en enormes sancos de madera.

El hombre de los sancos perdió el equilibrio y en un intento desesperado por recobrarlo comenzó a moverse igual o más gracioso que Anna. Cuando Anna logró finalmente deshacerse de la gallina que la atormentaba, descubrió que el hombre gigante estaba a punto de aplastarla al caer. Anna corrió pero tropezó. El hombre estaba por caer sobre ella pero en el ultimo instante se deshizo de los sancos y se arrojó de espaldas, provocando que la multitud lanzara un grito de pánico que fue calmado cuando vieron que el hombre fue hábilmente atrapado por el par de payasos.

Pero uno de los sancos se dirigió a caer sobre la princesa, ésta gritó, estirando los brazos para cubrirse la cabeza. Cuando abrió los ojos se dio cuenta de que había atrapado con sus manos el largo trozo de madera y no le había causado ningún daño.

—Pudo ser peor.— se dijo, sosteniendo el sanco con fuerza.

Lo dijo muy pronto. De repente fue elevada en el aire, lo cual la hizo gritar de espanto al no saber qué sucedía. Echó un vistazo y para su horror se percató de que el elefante, con su trompa, estaba sujetando la larga vara de madera de la cual la princesa se sostenía. Anna no quería soltarse, estaba muy alto y le resultaría peligroso caer de esa altura, no por ella, sino por el pequeño que llevaba dentro. Sólo se abrazó del sanco mientras éste era ligeramente sacudido por el animal.

La gente entró en pánico, los del circo también. La mujer de cabello oscuro que se encontraba montada sobre el elefante gritó algo inentendible, sacó su látigo y golpeó al animal. El elefante se calmó, pero no bajó a Anna, en vez de eso la elevó más alto; al parecer él se rehusaba a soltar su nuevo juguete, que era el sanco. Anna encontró la oportunidad de, no bajar, sino montarse sobre la cabeza del elefante. Puso un pie sobre la cabeza pero perdió el equilibrio y tropezó sobre la mujer de cabello oscuro, que le dirigió una mirada de fastidio.

La domadora volvió a golpear al elefante con su látigo y este se sentó en el suelo, poco después la gente aplaudió por este acto. Ella le hizo una señal a Anna con la cabeza para que bajase del animal. Anna la obedeció de inmediato, pero nunca había estado sobre un animal tan grande, estaba tan temerosa que cuando estuvo a punto de terminar de bajar, tropezó por un descuido y de un momento a otro había entrado a la jaula del tigre. Al parecer alguien no había cerrado la puerta de la jaula como es debido.

—¡¿Por qué estas cosas siempre me pasan a mí?!— se quejó, paranoica. El tigre se le comenzó a acercar.

Pero la otra mujer llegó rápido, golpeó el suelo de la jaula con su látigo, haciendo que el tigre se fuera a sentar a una silla en la esquina, después la mujer volteó a ver a Anna. Aquella mujer del látigo era impresionantemente hermosa, de cabello largo, rizado y muy oscuro, labios rojos, vestida con un antifaz que dejaba ver el color de sus ojos verdes, un vestido con un corsé negro ajustado, con un escote pronunciado, el traje era demasiado corto como para mostrar sus largas y blancas piernas.

Anna estaba a punto de agradecerle, apenada, pero la otra mujer se le adelantó.

—¡¿Pero qué pasa con usted?!— gritó, histérica, llena de indignación—. ¡¿Acaso pretende mostrar que nuestros animales son peligrosos?! ¡¿acaso quiere arruinar mi circo?!

—No, no. Es que la gallina se me atravesó...

—¡Salga de aquí antes de que le suceda otra cosa, niña!— ordenó con voz amenazante, señalando con su mano la salida de la jaula.

Anna se giró para irse, refunfuñando, pero avergonzada de igual forma.

"¿Cómo se atreve a hablarme así?" pensó "No es como si me fuera a suceder otra cosa"

Al momento de tratar de bajar de la jaula, volvió a tropezar. La princesa emitió un pequeño grito, pero no cayó al suelo, fue atrapada por alguien que ahora la sostenía entre sus brazos. Apenas Anna se recuperó de la caída y la humillación, levantó la vista para ver quién la había ayudado, encontrándose así con unos hermosos ojos color miel de un joven rubio.

Y él era... precioso.

—Gracias.— susurró, viéndolo fijamente, con los labios entre abiertos, en una expresión maravillada.

—Creo que me debe un sanco.— habló, sin soltar a Anna de su agarre.

Ella no procesó lo que le quiso decir al momento, no le entendió por distraerse con la voz en sí, que sonaba tan dulce como el azúcar y la miel. Todo él era como un caramelo suave y apetitoso.

—Ah... sí.— respondió, atontada—. Espera ¿qué?

—Un sanco.— movió la cabeza con suavidad, señalando al elefante que aún sostenía con su trompa el largo pedazo de madera.

—Oh... Tú eras el que iba sobre los... ¡Ay, lo siento tanto!— se apenó de inmediato, aguantando una risa, sólo podía recordarlo a punto de caerle encima.

—No se preocupe, no me pasó nada.— dijo, despreocupado, dando una gran sonrisa.

—¡Casi te mato!

—Casi nos matamos los dos.— la soltó al fin, con cuidado. Realmente Anna no se había molestado por que él la sostuviera tanto rato—. Pero como lo veo, usted tuvo más posibilidades de morir. ¡Qué espectáculo! ¿ha pensado en trabajar en el circo?

—¿Te estás burlando de mí?— se cruzó de brazos. Ya se lo estaba imaginando pidiéndole que actuara de payasa.

—Je, je, je.— rió. Anna volvió a quedar hipnotizada con él al escucharlo—. Usted no es de aquí, ¿cierto, preciosa?

—Uh... No, ¿cómo supiste?— trató de ignorar el "preciosa" pero no pudo evitar sonrojarse. Se acomodó el pelo del fleco, tratando de cubrir su evidente cara roja.

—Se te nota.

—¡Ed, vayámonos!— gritó la mujer de antes, a la distancia.

—Oh, debo irme.— murmuró el chico rubio.

Él se fue corriendo, Anna se le quedó viendo, con una media sonrisa. Entonces Anna fue empujada hacia adelante, al voltear se encontró con Sven, que la miraba molesto.

—¿Qué?— preguntó, mirándolo. Comenzó a caminar para alejarse—. Oh, no, yo no le estaba coqueteando, yo soy una mujer casada. Además, era sólo un niño.

Sven no le creía eso, evidentemente Anna sí le había coqueteado ligeramente al chico. Anna, haciéndose la ofendida, caminó a paso veloz, mirando al suelo, hasta que estuvo a punto de chocar contra alguien frente a ella. Levantó la vista y se encontró con ese chico de nuevo.

—¿No te habías ido ya?— preguntó, volviéndose a sonrojar.

—Me fui y volví.— le guiñó el ojo, haciendo que Anna riera nerviosamente—. Por favor, venga al circo esta noche.— pidió con una amable sonrisa, ofreciéndole un boleto.

—¿Gratis?

—Nadie tiene que enterarse. Por favor, sería un honor tenerla en las gradas viendo mi acto.

Anna tomó el boleto, en él venía el nombre del circo "Little Mermaid", no pudo evitar el impulso de preguntar.

—¿Por qué Little Mermaid? ¿tienen una sirena encerrada en una jaula o algo así?

—Ja, ja.— cubrió su boca al reír, dándole un aspecto tierno—. Nunca he visto una sirena, pero si usted viene a verme esta noche... me sentiré encantado de contarle la historia tras ese nombre.

Anna se vio muy tentada a aceptar, y no sólo por la curiosidad. Él tenía algo que lo hacía tan agradable.

—No puedo, estoy muy ocupada.

—Oh...— hizo una mueca con los labios, con un toque de arrogancia. Tomó la mano de Anna y ésta sólo sintió cómo las suaves manos de él tocaban la de ella; él besó la mano de la princesa con cortesía—. Seguro te desocuparás para la función. Nos veremos pronto, señorita.

Sven se acercó y volvió a darle un empujón a Anna. El chico se dio cuenta y decidió soltarla; en ese momento la mujer domadora de elefantes y tigres de hace un rato volvió a aparecer, parándose a unos metros de distancia.

—¡Ed!— gritó la mujer, muy enojada.

—Creo que te llaman.— mencionó Anna, viendo la furia de aquella mujer. Él cerró los ojos y suspiró, resignado.

—Lo sé.— se apenó un poco, pero no le dio tanta importancia—. Sólo ven esta noche, por favor.

—Trataré...— dijo sin pensarlo, viéndolo fijamente, ignorando a la mujer rabiosa a unos metros de distancia y a Sven que estaba ya cansado de la situación.

—¡Edvard— volvió a gritar aquella exótica mujer—. ¡Deja de jugar, aún tenemos muchas cosas que arreglar antes de la función! ¡Tuk va a molestarse contigo de nuevo!

—¡Ya voy, Jenny!— respondió él, despidiéndose de Anna con un ademán y corriendo hacia aquella que lo llamaba.

La verdad es que tanta agitación ya había mareado a Anna. Se giró sólo para encontrarse con el sobre protector de Sven que había desaprobado toda la platica con aquel hombre.

—¿Qué?— dijo—. Realmente no pienso ir. Él era lindo, pero sólo eso, sé que los que actúan así a la primera es porque no traman nada bueno, seguro es justo como Hans o peor.— se montó sobre Sven para continuar con su camino y aparentar que nada de eso había sucedido—. Además estoy ocupada, tengo que encontrar a mi hermana y a mi bebé.

Se alejaron del centro del pueblo, la gente ya se había dispersado. Anna no podía evitar pensar en lo que había pasado y avergonzarse. Al menos todo ese lío le había ayudado a olvidar, de momento, todo lo relacionado con aquella traumatizante bruja. Observó el boleto que aquel chico, llamado Edvard, le había entregado. Una entrada gratis al circo que él le había dado a escondidas.

Volvió a leer el nombre "Little Mermaid", no sabía por qué, pero ese nombre le llamaba demasiado la atención, casi tanto como aquel chico de cabello rubio y ojos color miel. Comenzó a divagar en su mente, pensó en esa mujer que él había llamado Jenny, se preguntó qué era de él, quizá una novia... No, ella era demasiado vieja y él demasiado joven, quizá sólo una amiga. Ella mencionó a un tal Tuk, quizá ese era el nombre del dueño del circo.

Tuk...

—¡Tuk!— exclamó de repente, asustando a Sven—. ¡Tuk! ¡Little Mermaid! ¡No puede ser! ¡Este es el circo que contrató a Chickie para secuestrar a Olaf!

Las palabras de advertencia de Chickie resonaron en la mente de la princesa, como algo insignificante que había olvidado y ahora cobraba importancia. "Aléjate de esa gente si te la encuentras, Tuk es una persona loca".

Apretó con fuerza el boleto en su mano derecha, ella estuvo muy cerca de esa gente, gente que podría ser mala y peligrosa. Gente que, al menos, no se tentaba el corazón al contratar a una ladrona para secuestrar a un pobre muñeco de nieve para tenerlo de exhibición en su circo. Y Tuk... si es tan loco como afirma Chickie, entonces no había duda que volvería a intentar otro secuestro.

—Cambio de planes, Sven.— habló Anna, con seguridad—. Tenemos que ir a ese circo. Tengo un par de cosas que decirle a ese tal Tuk...

.

Pasaba ya del medio día en el reino de Arendelle, las mariposas volaban en el jardín del palacio, las flores se alimentaban de la calidez del sol, los rosales lucían más magníficos de lo que se habían visto en mucho tiempo, pero casi nadie se disponía a contemplar tan hermoso día y tan relucientes rosas. Ni siquiera los pequeños Shelby, Brander y Rona, tres niños del pueblo que a veces les daban permiso de entrar al castillo a jugar con el muñeco de nieve de la reina; no es que los pequeños no apreciaran el buen arte de la naturaleza, era sólo que estaban en medio de una gran labor... Sembrar.

Un rosal es hermoso, ¿pero que no es más importante priorizar a lo que está por nacer?

—Pero si no es una semilla.— se quejó Shelby, el niño mayor y hermano de la pequeña Rona.

—Ven, dámelo, ya lo voy a poner.— dijo Brander, habiendo ya escarbado con sus manos lo suficientemente profundo en la tierra.

Puede que ellos, por la edad, no tengan la menor idea de cómo funciona la jardinería, pero tenían fe, ellos creían firmemente que con la fe todo se podía. Con la fe y con agua.

—Je, je, je, je.— reía la pequeñita Rona, regando la flor recién plantada—. ¡Agua! ¡agua!

Qué curiosa escena, qué inocente y tierno, qué desinteresado y puro. Aún con tantos rosales que ya el hermoso jardín real poseía, los niños simplemente tenían que sembrar éste; no era su idea en realidad, sólo ayudaban a un amigo. Cielo azul, calidez del sol, bajo la calidez del Sol bondad inocente, humildad, buena fe, cosas felices que le agradan.

Observando a los niños, sin poder sonreír aunque trataba con tantas ganas, se encontraba Olaf. Suspiró al ver lo que sus amigos hacían, lo que él les había puesto a hacer. La rosa blanca, aquella hermosa flor que a Elsa había dado para su cumpleaños, había que mantenerla con vida. La idea era sembrarla para que no se marchitara, aunque sea poner el tallo en la tierra en espera de que empiece a crecer y forme un rosal. ¿Una rosa cortada puede volver a crecer si la siembras? quizá...

Si la rosa era como Elsa, había que tener fe, fe en que viviría, fe en que la reina volvería, fe en que la calidez del frío regrese a Arendelle. El regalo de Elsa, la rosa blanca no debía morir, debía estar viva y bella para cuando la reina regrese. No como la rosa de hielo que ella había dado a Olaf, aquella rosa sólo se derritió y no había forma de repararla.

Olaf tenía fe, pero se sentía triste. Se sentía distante, miraba a sus amigos y sentía un vacío, como si algo no estuviese del todo bien con ellos o con él, como si algo no fuese igual. Ellos, ajenos a los problemas del reino, reían a carcajadas; Olaf ya no podía hacer eso, no ahora, no con lo que pasaba. Solamente algo ya no es igual, ya no más.

¿Sabes a quién le agrada?

—¿Olaf?— habló la voz de Anders, quien apenas llegaba.

Olaf se sobresaltó al escucharlo, estaba tan distraído con sus propios pensamientos que no lo escuchó llegar.

—Príncipe Anders, ¡hola!

El muñeco de nieve logró sonreírle a Anders, era una sonrisa verdadera porque le alegraba verlo. Y Anders se incomodó, él sólo esperaba indiferencia o rechazo, alguna mención de el hecho de que fue muy cobarde como para intentar seguir a la reina, pero no, Olaf se veía feliz, al final no lo odiaba como había supuesto. Olaf era tan bueno.

—Vine a hacerte compañía.— dijo el príncipe, vacilando.

—¡Eso es perfecto! Shelby, Brander, Rona y yo estamos haciendo un trabajo de jardinería.— dijo, señalando a los niños.

—Pero si tú no estás haciendo nada.— reclamó Shelby, poniéndose de pie.

Mientras Brander se limpiaba las manos llenas de tierra en su ropa, la pequeña Rona salió corriendo hacia el príncipe, dando risitas y brinquitos.

—¡Es el novio de la reina!— gritó Rona con emoción, colgándose de la pierna de Anders.

—Yo... yo no soy su novio.— contestó el príncipe, nervioso, bajando la mirada pero sin ver a la niña—. Soy sólo... un amigo.— o quizá no pueda considerarse un amigo.

—Si te vimos con ella durante la fiesta, no se separaban.— dijo Brander, perspicaz.

—No es lo que parece, niños.— les dijo Anders con voz bajita.

—Ven, ven, mira lo que plantamos.— dijo Rona, jalando el brazo de Anders para llevarlo hasta la rosa en la tierra.

Se acercaron al sitio, la rosa estaba plantada en la tierra húmeda, no había césped en esa zona dado que los niños habían escarbado ahí; a los costados, pero un poco más lejos, había grandes rosales de hermosas rosas rojas. La rosa blanca cortada, pegada al suelo, desentonaba con el resto del jardín. Anders se sentó frente a la flor, frunció el ceño al contemplarla.

—Es muy difícil que una rosa cortada haga raíces.— les dijo—. Tomaría mucho tiempo.

—¡No nos importa! ¡vendremos todos los días a cuidarla!— dijo Brander.

—Esa rosa le pertenece a Elsa.— dijo Olaf, sentándose junto a Anders—. Es un regalo que le di por su cumpleaños, ella realmente ama esta flor, por eso debemos conservarla hasta que ella regrese.

—Es algo... dulce de tu parte. Es más de lo que yo podría...

—¿Qué quieres decir?— Olaf lo miro con inocencia. Anders se avergonzó y bajó la mirada.

—Yo... Lo de la otra noche... Siento no haberlos acompañado para traer a Elsa de regreso, no sé si eso hubiera cambiado algo, pero... debí...

—Está bien.— el muñeco de nieve le sonrió al príncipe, era una sonrisa compasiva—. No eres el único que hace malas elecciones.

—¿Por qué lo dices?

Shelby, Brander y Rona se encontraban al margen de la conversación, sólo reían mientras jugaban con la tierra. Olaf miró a los niños por un momento, pronto volvió su mirada a Anders.

—No fue buena idea querer darle un novio a Elsa por su cumpleaños.— admitió—. He arruinado todo.

—No digas eso, Olaf. Tú sólo querías lo mejor para la reina, aunque también por accidente creaste el rumor de que iba a casarse y a tener un bebé, eso sí fue bastante malo.

—Es todo mi culpa.— se lamentó con tristeza el muñeco de nieve. Era un pensamiento que no le había contado a nadie, pero ahora que lo decía lo sentía aún más acertado.

—No puedes culparte ¿por qué habrías de tener la culpa?— le dijo Anders, tratando de hacerlo sentir mejor.

—Elsa se fue porque no quería casarse y yo sabía que no quería casarse. Pero aún así, la presioné demasiado.— bajó la mirada, mortificado—. Yo sólo quería que ella fuera feliz.

Anders pareció pensarlo un poco, no sabía qué responderle. Sabía que no conocía tan bien a la reina como para dar una respuesta segura, pero se atrevió a hablar.

—Quizá ese fue el problema desde el principio.— habló con indulgencia—. Quizá no era lo que ella quería, quizá eso no la iba a hacer feliz.

—Ughh.— se lamentó Olaf, cubriendo sus ojos con sus manitas de madera.

—¿Qué ocurre?— preguntó el príncipe con sorpresa.

—Soy tan tonto.— admitió, apenado—. Elsa siempre ha tenido la obligación de casarse, antes siempre llegaban invitados de muchos reinos a intentar conquistarla. Ella nunca se enamoró de ninguno, pero los trataba con amabilidad, pero un día ella comenzó a actuar fría con sus pretendientes, hasta que finalmente prohibió estrictamente que vinieran a verla con el propósito de conquistarla.

—¿En serio? ¿por qué?

—No lo sé, ella sólo cambió su actitud hacia ellos, no me dijo por qué.

—¿Hace cuánto fue eso?

—Hace como dos años. Fue un tiempo difícil ¿sabes? Elsa había estado triste por perder a Christian, cuando comenzó a sonreír de nuevo fue cuando comenzó a rechazar cruelmente a sus pretendientes. ¿Cómo pude pensar que si le conseguía novio iba a hacerla feliz? Soy un pésimo muñeco de nieve.

—No es así.— le interrumpió, negando con la cabeza—. Te preocupas por ella, no se me ocurre un mejor amigo que tú.

Los niños reían mientras arrancaban rosas rojas de los rosales, la pequeña niña olía la fragancia de las flores y bailaba deseando ser una princesa. Sumergidos en su mundo perfecto y simple, ignorantes del bien y el mal, sin conocer peligro alguno. Gozando del don de no saber. Su alma pura e inocente, humilde como la de un niño es, como se debe ser.

—Sé que intentas hacerme sentir mejor, Anders, o quizá no sepas demasiado sobre los amigos.— lo miró haciendo una mueca graciosa, siendo un poco sarcástico—. Elsa me odia y lo peor es que no entiendo por qué. Yo quiero entender por qué. Yo quiero saber por qué. Pero sólo me hace sentir triste.— Olaf suspiró con melancolía, bajando la mirada.

Anders observó a Olaf, empezando a prestarle mucha atención. El muñeco de nieve jugueteaba con las hormigas en la tierra, empezando a sonreír por lo pequeñas, organizadas y graciosas que eran. Se había distraído, y quizá eso era bueno.

—Tú eres muy valiente, estás triste y no has llorado.— dijo Anders casi en broma, dando una media sonrisa.

—Oh, los muñecos de nieve no lloran, eso sería como derretirse.— contestó Olaf como si no fuera la gran cosa, sonriendo enormemente.

—¿Eh? ¿de verdad?— el príncipe se sorprendió, haciendo una expresión de perplejidad—. Entonces, ¿cómo expresan su tristeza los muñecos de nieve?

—No sé. Casi no me pongo triste y cuando lo hago la gente sólo se da cuenta. Pero no quiero que ellos se den cuenta, ¡yo soy un muñeco de nieve feliz! Debo mantenerme optimista ante todo, si no soy yo, ¿quién será?

Anders rió un poco, sonriendo ligeramente mientras regresaba su atención a los niños. Suspiró; ese hermoso jardín era tan relajante y pacífico.

—Debe ser una gran responsabilidad, yo no podría hacer algo así.— susurró. Anders, cuya pena era tan grande debido a la desaparición de la reina y su impotencia al no poder hacer nada al respecto, derramó unas lágrimas que se apresuró a secar. Sonrió con desgano —. ¿Cómo expresarlo? ¿cómo dejar ir la tristeza si no es por el llanto?

¿Es que acaso la tristeza se quedaba ahí, contenida? Crece y crece y se acumula y con ella la incertidumbre. Pero cuando se come del fruto del conocimiento y vuestros ojos son abiertos, es ahí cuando eres consciente y puedes ver fijamente al mal.

.

Anna tenía un boleto para entrar al circo, pero tan desconfiada se encontraba de ese lugar que decidió investigar. Era el atardecer en las afueras de ese pueblo, cerca del bosque; la función estaba por comenzar. El sitio estaba repleto de gente, tanto por los habitantes del pueblo como los que venían de más lejos. Al parecer el circo Little Mermaid era muy famoso ya que entre los espectadores se encontraban gentes que lucían de la nobleza.

La mujer no estaba vestida precisamente como una princesa, así que podía pasar entre la multitud casi de forma desapercibida; casi, porque llevaba a Sven con ella y el gran reno llamaba mucho la atención. Lograron escabullirse sin ser detectados, entrando por debajo de una carpa que se encontraba al lado de la principal.

Anna no estaba segura de qué es lo que buscaba; quizá una prueba incriminatoria de algo, sea lo que sea, quizá encontrarse frente a frente con el tal Tuk, el sujeto que había contratado a Chickie para robar a Olaf. ¿Cómo sería ese tal Tuk? y ¿cuáles son sus intenciones para ir tras Olaf? Chickie había dicho que Tuk estaba loco. Si Chickie, que parecía loca a los ojos de Anna, había dicho que Tuk estaba loco, quizá ese hombre sea un completo psicópata.

—Seguramente intentará llevarse a Olaf de nuevo para convertirlo en una atracción de circo.— se dijo Anna, habiendo entrado ya junto a Sven a esa carpa, la cual por dentro era oscura, con tan sólo unas pocas lámparas iluminando con luz tenue, además de que apestaba a establo. La princesa miró a Sven y le habló—. Qué terrible, quizá incluso maltrate a sus animales, ¡así de malvado debe ser Tuk!

Sven la miraba, él parecía inseguro, realmente no quería estar ahí, el sitio era aterrador. Ambos observaron con más detenimiento, descubriendo algunas jaulas, lo cual explicaba el olor; en esa carpa se encontraban los animales. Algunos, como los caballos y un par de cebras, no se encontraban en jaulas, sino atados. Dejando de lado que los animales estaban privados de su libertad y fuera de su habitad natural, lucían sanos y muy bien alimentados.

—Rayos. — maldijo Anna en voz baja, empezando a caminar por los alrededores—. Estoy segura de que encontraré algún crimen qué reportarle a las autoridades.— Sven le dio un empujón, pidiendo salir de ahí; estar en la presencia de tantos animales carnívoros, aunque estén en jaulas, lo ponía nervioso—. Vamos, Sven, no estarás asustado ¿verdad? No pasa nada, estos animales son inofen... ¡Ahhh!— gritó con histeria al toparse con una jaula en el que la bestia dentro chocó contra los barrotes, sacando una de sus garras en un intento de pescar a la princesa. Era el tigre de nuevo, éste lanzó un rugido—. Oh... hola otra vez.— dijo Anna casi temblando del susto al encontrarse con el animal.

Se cubrió la boca al darse cuenta de lo que había hecho hace tan sólo unos instantes; había gritado muy fuerte, lo suficiente para que alguien de fuera escuchara.

—¡Sven! ¡rápido! ¡tenemos que salir de aquí antes que...!

—¿Antes de qué?— habló una voz a las espaldas de Anna.

La princesa se paralizó un momento, ¡la habían descubierto!

Pero... esa voz... Anna giró lentamente, encontrándose con quién ya suponía. ¡Era Edvard! ¡el joven hermoso que le había regalado el boleto!

—Antes... antes... ¡Antes de que empiece la función, por supuesto!— exclamó ella, empezando a reír de forma exagerada en un vergonzoso intento de que su excusa sea creíble.

No podía confiar en ese chico, no si él estaba relacionado con Tuk, al cual aún tenía que encontrar. El chico miró a Anna y a Sven con seriedad, pero al hablar sonó más tranquilo, y dulce como cuando conoció a la princesa.

—¿Qué hace aquí, señorita? ¿acaso te perdiste?

—Yo... eh... ¡sí! No encontraba la entrada y mi reno entró corriendo aquí y tuve que seguirlo; seguramente olió el alimento y ya sabes cómo son los animales con la comid... ¡Auch!— Anna fue empujada nuevamente por Sven, quien se había ofendido. La princesa lo miró con enfado y le susurró un "Sígueme el juego".

—Ah, ja, ja.— el joven rió, haciendo que ella se avergonzara más de lo que ya estaba—. Entiendo, a veces así son.

—Sí, ja, ja. Lo son.— Anna miró a Sven con fastidio y éste sólo rodó los ojos.

El ruido de alguien más llegando los hizo ver a la entrada de la carpa, en donde una mujer de largo cabello negro y cuerpo envidiable empezaba a asomarse.

—Ed, la función está por comenzar, si no sales en este momento, Tuk va a...— ella notó la presencia de Anna y su estado de ánimo cambió de repente. Anna se encogió en su lugar—. ¡¿Qué está haciendo esta mujer aquí?!— gritó, parecía que escupía odio en sus palabras.

—¡Jenny, cálmate!— Edvard se puso en medio de la mujer furiosa y Anna, quitando a la princesa de la mira de Jenny—. Sólo le estoy dando un recorrido a una hermosa admiradora. Ella compró un boleto para la función.

—Así es.— dijo Anna, siguiéndole la corriente a Edvard.

—¡Edvard, deja de jugar! ¡sácala de aquí y ven a los bastidores ahora!

Dicho esto, la mujer se fue dando fuertes pisadas.

Edvard volteó a mirar a Anna y le guiñó un ojo, haciendo que la princesa se sonrojara intensamente.

—Y esto, bella dama, es como se miente de verdad.

Anna estaba tan avergonzada que no dijo nada hasta que Edvard se le acercó a pocos centímetros de distancia.

—Vamos, te llevaré a tu asiento, estarás en primera fila para verme actuar. Puedes dejar a tu reno aquí, no permiten llevar mascotas a la función.

—Sven no es una mascota.— corrigió.

Anna le lanzó una mirada a Sven, disculpándose. Sven la miró feo, seguía disgustado por la actitud de ella con aquel niño.

Ambos, Anna y Edvard, salieron de la carpa en donde tenían a los animales; al hacerlo, los demás miembros del circo que por ahí se encontraban fijaron sus miradas en ellos, la razón era evidente, Edvard iba tomado de la mano de Anna. Entraron a la carpa donde se llevaría a cabo la función, no por donde entran los espectadores, sino por la parte trasera en donde sólo entra el personal autorizado.

Y al salir hacia las gradas, Anna quedó maravillada con lo que vio. El sitio entero estaba iluminado, había grandes candelabros en el techo, lámparas en cada poste, colores vivos en el escenario, todo parecía mágico. Un circo muy costoso, sin duda, pero casi todos los asientos estaban ocupados y la gente ya estaba ansiosa.

Tal como Edvard había dicho, colocó a Anna en primera fila, justo en donde se tiene la mejor vista. Después de hacer aquello, Edvard se despidió y prometió encontrarse con ella después de la función.

Anna lo vio alejarse, con una sonrisa; sacudió su cabeza para volver a concentrarse en lo que importaba. Esto era bueno, ¿no es así? Si se mantenía cerca de Edvard seguramente pronto se encontraría con el malvado de Tuk, que seguro era tan malvado que pronto encontraría algo para arruinarlo, porque seguramente el intento de secuestro de un muñeco de nieve no es el único crimen cometido por aquel hombre. Pero ¿cómo luciría Tuk? y ¿cuándo lo vería?

Tercera llamada y la función empezó, la luz se enfocó en el presentador y la atención cayó sobre él. Un hombre joven vestido de forma circense, con un antifaz cubriendo su mirada, él era muy atractivo, esbelto, su cabello castaño estaba largo y atado. Ese hombre era...

—¿Qué es esta sensación?— murmuró Anna, clavando su vista en aquel hombre.

Él comenzó a hablar y la incertidumbre de Anna creció aún más. Había algo en él que la inquietaba.

—¡Damas y caballeros, niños y niñas! ¡Bienvenidos al circo Little Mermaid! ¡Mi nombre es Tuk, su maestro de ceremonias!— habló aquel hombre con voz fuerte y divertida, apareciendo como por arte de magia un ramo de flores, provocando el aplauso del público, después con un movimiento de manos apareció tres pelotas que utilizó para hacer malabares junto a una animada canción.

¡Ese sujeto era Tuk! Anna quedó con la boca muy abierta, no se esperaba esa apariencia, pero, claro, el hombre llevaba traje y maquillaje de un hombre de circo. Con razón sentía un mal presentimiento desde el primer momento, pero había algo más...

Al finalizar su acto dijo unas palabras más y empezó a presentar a los artistas. Pasaron primero los payasos, luego bailarinas, luego lanzadores de cuchillos, payasos de nuevo. La domara hizo que el tigre saltara en unos aros encendidos en llamas, esa mujer parecía experta en controlar bestias, pero también evitaba mirar al público, sabía que Anna estaba ahí y ya empezaba a odiarla. La aparición del elefante haciendo trucos hizo al público enloquecer. Los equilibristas, los acróbatas. Edvard participó en más de un acto.

La función estaba terminando, llegó el momento de los trapecistas. Tuk apareció de nuevo en el escenario para presentar a los artistas que ya estaban sobre el trapecio, esperando pacientemente para comenzar su acto.

—¡Como acto final!.— habló Tuk— ¡Denle un fuerte aplauso a nuestros trapecistas! ¡A la izquierda tenemos a nuestra hermosa domadora! ¡Johanna Voigt! ¡Saluda Johanna!

Anna se sorprendió al distinguir que era Jenny la mujer en el trapecio, entonces su nombre completo era Johanna. Con su traje ajustado de trapecista se veía incluso más hermosa. Jenny alzó la mano y saludó al público con una sonrisa.

—¡Y en la derecha tenemos a nuestro joven acróbata! ¡Edvard Scharff! ¡Con tan sólo 16 años de edad se ha convertido en nuestro mejor artista! ¡un aplauso!

La gente empezó a aplaudir mientras que Edvard saludaba a la vez que reprimía con una sonrisa su sentimiento de irritación. Había odiado que mencionara su edad.

Anna no se sorprendió de que él fuera extraordinario en lo que hacía, ya lo había visto ejecutar varios actos en el transcurso de la función; tampoco se sorprendió demasiado al saber su edad, definitivamente él tenía rostro de niño. Vaya, Anna le ganaba por nueve años.

Los trapecistas iniciaron su acto, dando acrobacias en el aire mientras se balanceaban de un lado a otro. Hubo un momento en el que Edvard se soltó y tomó las manos de Jenny, colgando ambos de un mismo columpio. Eran realmente buenos en ello, tanto que Anna no pudo hacer más que aplaudir. Aún desconfiaba del circo, especialmente de Tuk, pero había que reconocer el talento.

Anna se concentró tanto en la función que no se percató de que Tuk la observaba, que la observó desde que empezó el espectáculo, no paraba de vigilarla sin que la chica se diera cuenta, y la miraba con una sonrisa maliciosa. Pero quién lo diría, ella aquí...

Los trapecistas terminaron su acto, pero Tuk con una señal les indicó que no bajaran aún. Jenny y Edvard intercambiaron miradas de confusión. Tuk se paró en medio del escenario, con esa misma sonrisa maliciosa. Anna se concentró en él y entonces se dio cuenta ¡la estaba mirando! No, imposible, debía ser una coincidencia, ¿o realmente la reconoció como la princesa de Arendelle?

—¡Ahora para finalizar el show necesito a un participante del público!— exclamó.

La gente se emocionó, algunos se levantaron, dispuestos a participar, otros trataban de obligar a sus amigos a pasar. Pero Tuk ya tenía un blanco. Los trapecistas estaban confundidos, esa no era la rutina.

Tuk caminó tranquilamente hasta la primera fila, paró justo frente a Anna. La princesa quedó muda; tenía muchas cosas qué reclamarle, pero ¿a qué se debía esta actitud de ahora? ¿Por qué este hombre le causaba tan mal presentimiento?

Él la tomó de una mano y de un tirón la obligó a levantarse.

—Eh... ¡Ey!— se quejó Anna, tratando de zafarse del agarre de ese hombre, pero él era demasiado fuerte.

"¡Esto es malo!" pensó Anna "¡Esto es malo! ¡esto es malo! ¡esto es malo!" y las palabras de Chickie resonaban en su cabeza una y otra vez.

"Tuk es una persona loca"

"Tuk es una persona loca"

"Tuk es una persona loca"

¡¿Qué tan loco estaría?! ¡¿acaso iba a partirla a la mitad?! ¡¿acaso iba a lanzarle cuchillos?! ¡¿Qué haría con ella?!

—¡Jenny! ¡Ed!— llamó Tuk a los trapecistas que se encontraban en lo alto—. ¡Súbanla!

—¡¿Qué?!— exclamó Jenny, arrugando el rostro en una mueca.

—¡¿Qué?!— dijo Edvard con completa confusión.

—¡¿Qué?!— gritó Anna, asustándose completamente.

—Sólo confíen en mí.— dijo Tuk con una voz muy diferente a la que usaba para dirigirse al público; ésta era una voz más maliciosa, ladina, arrogante.

Tuk acercó su mano al rostro de Anna y le acarició la mejilla. Anna abrió mucho los ojos. Esa sensación...

La palabra de Tuk era ley. De alguna forma Edvard se balanceó hasta Anna usando una cuerda, logrando atraparla y así levantarla del suelo. Anna sólo pudo gritar de forma aguda y muy fuerte, ¡realmente estaba por los cielos!

—Hola de nuevo, señorita.— le dijo Edvard con voz serena—. Qué coincidencia.

Pero la coincidencia no tenía nada que ver, sino el destino.

¡Nooooo!— gritaba Anna.

—No se preocupe, hay una red abajo.— dijo Edvard, pero esto no la tranquilizó ni un poco.

El público reían con ánimos, creyendo que esto era parte del espectáculo y que Anna trabajaba en el circo y fingía ser una participante asustada, ya que, después de todo, subir a una persona sin experiencia a un trapecio era una irresponsabilidad, por no decir una locura. Pero esto sí era una locura.

—¡Edvard! ¡pásamela!— gritó Jenny, balanceándose en su lado.

—¡¿Estás segura?!— preguntó Edvard.

—¡Sí!— sonrió de forma maligna, quería vengarse de esa mujer por la humillación en el desfile, además le caía muy mal.

Edvard soltó a Anna y ésta salió lanzada hasta que fue atrapada de las manos por Jenny. Anna gritaba mientras los trapecistas se divertían pasándola de un lado a otro. ¡Ellos realmente eran gente loca! Y las risas del público no ayudaban en nada.

—¡Ya bájenme!— lloriqueaba Anna, pero ellos no hacían mucho caso—. ¡Yo no puedo...! ¡No puedo hacer esto!— realmente ellos no la escuchaban—. ¡Yo estoy...! ¡Estoy embarazada!

La gente en el público empezó a hacer gritos de horror al escuchar aquello, las risas desaparecieron y todos se preocuparon. Los trapecistas se asustaron tanto que quedaron helados y pálidos de tan sólo escucharla.

—¡¿Qué?!— gritó Edvard con terror, perdiendo la concentración y perdiendo a Anna al no lograr alcanzarla cuando debía atraparla y sostenerla en sus manos.

—¡No!— gritó Jenny con desesperación al ver a la mujer que repudiaba caer.

Había una red abajo, sí, pero el terror invadía a todos al escuchar los gritos de la chica caída.

Una tercera persona apareció balanceándose por los aires, sostenido de una cuerda. ¡Era Tuk! atrapó suavemente a Anna antes de caer; ambos se balancearon un par de veces, casi tocando el techo de la carpa, Tuk se soltó y cayó sobre la red cuando estuvo a muy poca distancia. Anna se cubría los ojos con ambas manos, cuando volvió en sí se percató de que estaba en brazos de Tuk, aquel lunático que quería secuestrar a Olaf y que la acababa de poner en riesgo a ella y a su futuro bebé.

—¡Suéltame! ¡suéltame ahora!— gritó la princesa, loca de la ira.

Tuk la obedeció y la dejó caer en la red mientras él saltaba y volvía al suelo hábilmente. Anna se maldijo, debió haber pedido primero que la bajara.

—¡Damas y caballeros! ¡cálmense! ¡todo esto es parte del acto!— gritó Tuk al público, mostrando sentido del humor.

La gente aplaudió, pero algunos no estaban tan seguros.

Anna lo siguió maldiciendo internamente por lo embustero que era. Jenny y Edvard cayeron a su lado, rápidamente se le acercaron.

—¡Señorita!— Edvard se acercó a toda prisa, abrazándola mientras sentía mucho remordimiento—. ¡Lo lamento! ¡si yo hubiera sabido...!

—Apártate, Ed.— le dijo Jenny, haciendo al chico a un lado.

La mujer tocó el vientre de la princesa, cerrando los ojos unos momentos, como si meditara. Anna sintió esto muy familiar. Jenny resopló con alivio.

—Tu niña se encuentra perfectamente.

¡¿Cómo supo que era una niña?! Esa habilidad... ¡es lo mismo que hizo Chickie!... ¡¿Quiénes son estas personas?!

Anna no lo pensó mucho, buscó con la mirada a Tuk, lo miró con mucho odio. Él, por su parte, le sonrió.

—¡Tengo que hablar seriamente contigo, Tuk!— le gritó Anna con furia.

—Lo imaginaba.— Tuk sonrió enormemente—. Edvard, llévala a mis aposentos, necesito un momento de privacidad con esta mujer.

—¡¿Qué?!— gritó Edvard, desconcertado.

A los pocos minutos Anna se encontraba sentada en una silla al lado de un escritorio, dentro de una pequeña carpa que servía de habitación para Tuk. Tuk aún no llegaba, Edvard la había dejado sola y Anna se comenzaba a impacientar. Por supuesto, Sven estaba esperando afuera, Anna no había querido dejarlo más tiempo solo con los demás animales.

Anna golpeaba con los dedos el escritorio, esperando. Finalmente Tuk llegó, Anna lo miró con el ceño fruncido. Tuk no tomó asiento, sólo la observó a poca distancia, con esa sonrisa maliciosa que le distinguía.

—Así que, tú eres Tuk.— habló Anna en tono despectivo.

—Así es.— contestó éste con el mismo tono de ella.

—Estoy enterada de que usted ha... contratado una ladrona para robar el muñeco de nieve de la reina Elsa, ¿es eso cierto?

—Es verdad.— contestó, tranquilo.

—¡Y lo admites así de fácil! ¡qué persona tan horrible eres!— gritó Anna, poniéndose de pie y golpeando la mesa, encarando a Tuk—. ¡¿Por qué?!

—Je.— él hizo una sonrisa divertida, mostrando los dientes—. Por favor, es un muñeco de nieve que habla y se mueve.— Tuk caminó por la habitación, curioseando entre sus cosas, como si no tomara en serio la conversación con la mujer—. Pagué mucho dinero a esa ladrona, pero dado a que nunca regresó y que usted está aquí buscando respuestas, he de suponer que la ladrona fracasó. Una lástima, ese muñeco de nieve le habría hecho ganar mucho dinero al circo.

—¡¿Qué?! ¡¿cómo puedes ser tan cruel! ¡Olaf es mi amigo!

Fuera de la carpa, Jenny llegó, dispuesta a esperar hasta que Tuk se desocupara, pero al notar algo sumamente inusual no tuvo más remedio que acercarse a Edvard y preguntarle qué hacía.

—Ed, ¿estás espiando a Tuk y a esa mujer?— preguntó Jenny con las manos en la cintura y una ceja alzada. Edvard se sobresaltó al escucharla, casi gritó del susto.

—Jenny... no es lo que parece, sólo...— hablaba en susurros para no ser descubierto. Permanecía pegado a la carpa, agachado, viendo y escuchando desde un agujero.

—Espera, Ed, ¡no me digas que estás celoso!

—¡Shhh!— la silenció, después se dio cuenta de sus palabras—. ¿Ce... celoso? ¡No! Yo no... Imposible.

—¡Ay! ¡Edvard! Esa mujer está embarazada, posiblemente casada.— lo regañó—. Y es muy vieja para ti.

—Yo... yo... yo no...— bajó la mirada, sonrojándose—. La que debería estar celosa eres tú, Tuk es tu novio.— le dijo en un puchero infantil.

—Él nunca se metería con una pordiosera como esa.— cruzó sus brazos, sonrojándose.

Dentro, la conversación entre Tuk y Anna continuaba.

—¿Olaf? ¿ese es el nombre del muñeco de nieve? ¡Ja! Ni siquiera sabía que le ponían nombre.

—¡Tuk, eres una persona desagradable! ¡pagarás muy caro por tus acciones! ¡¿Tienes idea de quién soy yo?!

Tuk se acercó a ella, la tomó por los hombros y de un empujón la volvió a sentar en la silla, con delicadeza. Anna se atemorizó al ver su sonrisa malvada.

—Princesa Anna de Arendelle.— respondió Tuk, con ironía en la voz.

Fuera, Edvard escuchó esto.

—Anna...— murmuró el chico.

—¿Qué?— Jenny lo miró, seria.

—Él la llamó... princesa Anna.— Edvard se despegó de la carpa y cayó sentado hacia atrás, quedando sumido en sus pensamientos inquietantes.

—No. No puede ser esa Anna.— esta vez fue Jenny la que se acercó al agujero y espió lo que sucedía dentro—. No puede ser esa princesa.

—Princesa Anna de Arendelle... Sí es esa Anna.— murmuró Edvard, enterrando las manos en su cabello rubio—. Ella es... Ella es...

—¡No!— gritó Jenny—. ¡Maldición!— la odiaba mucho en esos momentos.

Dentro.

—Entonces sabes quién soy.— Anna lo miró con dureza. No era tan sorprendente que alguien conozca la apariencia de la realeza de algún reino.

—Los rumores vuelan con el viento, se dice que la reina Elsa está perdida. Perdiste un bebé, perdiste a tu hermana, por poco pierdes a un muñeco de nieve, debes ser la mujer más desafortunada del mundo.

Anna iba a reclamarle, pero se entristeció, podría ponerse a llorar en ese momento, pero se contuvo lo más que pudo.

—¿Cómo puedes burlarte de la desgracia de una madre? ¿cómo puedes estar feliz por ello?— dijo con dificultad, conteniendo el llanto.

Tuk borró su sonrisa, se inclinó hacia la princesa, se quitó ambos guantes que utilizaba con su traje de circo y con sus manos tocó el rostro de la princesa, se acercó a ella como si la fuera a besar. El corazón de Anna palpitó de prisa, no sabía si era por miedo o por algo más. Esta sensación era... Él era...

—No me malinterpretes, me parece sumamente divertido que la reina Elsa se haya ido de nuevo... pero yo jamás me burlaría de la desdicha de una madre.

Esa voz... esa forma de comportarse...

—No...— Anna estaba paralizada por la cercanía de ese sujeto—. ¿Cómo es posible?

—Finalmente viste lo que hay en mi interior, ¿no es así? Aquí los únicos que saben la verdad son esos idiotas que están espiándonos afuera, Johanna y Edvard; fuera de ellos, tú eres la primera en saber quién soy yo realmente, lo que he intentado ocultar todos estos años.

Tuk se quitó el antifaz, revelando sus ojos color verde, su verdadera identidad, lo que había dentro de su corazón en realidad.

—Hans.— murmuró la princesa, creyendo tener un sueño o quizá una pesadilla.

Jenny observaba todo desde afuera, maldiciendo en voz baja. Los únicos que sabían la historia de Hans en el circo eran Johanna y Edvard, ellos eran los únicos que sabían que Tuk alguna vez fue un príncipe, que alguna vez estuvo a punto de llegar a ser un asesino.

—Ella es...— Edvard parecía mortificado, a diferencia de Jenny que estaba rabiosa. Edvard parecía sumido en desesperación, en una que nadie estaba dispuesto a prestar atención—. Ella es... de Tuk... de Hans... su ex novia.

Notes:

¡Y Akumuhoshi ha vuelto por fin! ¿listos para otra tanda de capítulos?

¿Qué? Yo nunca dije que Hans no iba a aparecer ¡Ja, ja, ja, ja, ja! Es decir, por favor, es imposible no meter a Hans, es impensable no meter a Hans. Yo amo a Hans. Cuando vi la película por primera vez... él me encantó. Mi corazón se rompió en pedazos cuando vi que era malo (está bien, no fue el afecto que ya le tenía al personaje lo que me destrozó, sino que mi hermana no paraba de decir que era el malo, aunque ella no había visto tampoco la película antes, fue una terrible frustración que ella tuviera razón y se burlara de mí).
Amo la canción que canta Hans con Anna. "La puerta es el amooor" :3 Admito que solía cantarla todo el tiempo con mi hermana (yo era Anna, ella era Hans) pero lo que más nos gustaba era cantarla en japones, ¿han escuchado esa canción en japones? ¡Dios! ¡es adorable! Amo esa canción porque es super pegadiza, super dulce, super genial, pero si lo vemos de una forma más profunda... es el grito desesperado de dos niños que no recibieron suficiente atención.

Una cosa. Sé que cuando comencé a escribir el fic dije que ya entendía el cuento de La Reina de las Nieves... pues resulta que mientras más tiempo pasa, mientras más veces releo esa historia, más cosas nuevas voy descubriendo, más cosas voy entendiendo. Un ejemplo de ello, en el cuento se ve que Kai quería mostrarle a la reina cuántas cosas sabía, que sabía calcular fracciones, que sabía de geografía y aún así al niño no le parecía suficiente, pero ¿qué tiene que ver sus ansias por saber con la maldición del polvo de cristal de espejo? ¿por qué un niño al momento de querer rezar sólo recordó las tablas de multiplicar?
No debería decirles esto, pero los que son victimas de los polvos de espejo pierden su inocencia, se vuelven malos. Un niño pierde su inocencia cuando comienza a entender el mundo, cuando crece, cuando abre los ojos y conoce la maldad. Kai quería conocimiento, estaba perdiendo la inocencia, el don de no saber. Y ya no explico nada más, porque sólo los asustaría, quiero que ustedes piensen, mis fanfics son para que el lector reflexione. ¿De dónde saqué esta conclusión? ¿en qué me baso? Sería aburrido si les contara...
Pero todo viene en el libro...

Hablando de cosas divertidas, hace unos meses me compre un peluche de Olaf, y es tan lindo! :3

Omg! y me haría un gran favor si fueran a leer mi fanfic del Origen de los Guardianes, el fanfic se llama "El Krampus y el asalto a la Luna" me baso tanto en la película como en los libros, espero que les guste ese también.

¿reviews?

Chapter 14: Tras la historia

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en julio del 2016.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 14: Tras la historia.

La Reina de las Nieves había contado muchas cosas a Elsa, todo cuanto sabía respecto al origen de la fugitiva reina de Arendelle. Elsa escuchó todo, permaneciendo en silencio, sin saber si creer tal historia de cuentos de hadas, cuentos terroríficos, porque los cuentos de hadas ocultan siempre algo de oscuridad; algo tan simple como una historia de fantasía puede contener tanta cruel realidad. Y la historia que la Reina de las Nieves había contado a Elsa, la historia de la anterior reina de Arendelle, la madre de Elsa... esa historia real que en verdad sucedió... era aterradora.

—¿Qué soy yo?— se preguntó la joven mujer, mirando sus manos desnudas, que hace mucho acostumbró a cubrir, pero ya no más. Un escalofrío la recorrió, un temor la invadió, todo por algo de lo que no podría huir, porque era todo su ser lo que ahora desconocía.

—La última pieza del Espejo de la Razón. Pero no como eres ahora. Pronto estará completo, pero antes debes cambiar, Elsa.

Elsa le dirigió una mirada a la Reina de las Nieves, con cierto grado de temor, pero curiosa. Si había entregado su alma con tal de huir de su pecado, ese que le consume el corazón, entonces no podía negarse a lo que la Reina le pidiese. Pero aún había muchas cosas que no entendía y que se esforzaba por entender.

—Vamos.— la Reina de las Nieves se movió a pasos delicados hacia la salida. Elsa se le quedó viendo.

—¿A dónde?— preguntó, tímida.

—Te dije que verías a tu monstruo de nieve. Malvavisco espera...

Elsa se apresuró a seguirla y apareció a su lado en un segundo. Era evidente que Elsa sentía gran necesidad de encontrarse de nuevo con Malvavisco, habían sido años en los que creyó que una de sus preciadas creaciones estaba muerta. No podía imaginar el sufrimiento de su pequeño gran amigo, estar tanto tiempo encerrado en ese... castillo de hielo.

Bajó su mirada y atrasó su andar. Incluso antes de que la Reina de las Nieves se lo llevara, Malvavisco siempre permanecía muy lejos de los demás. Nadie iba a consentir la idea de un monstruo de nieve gigante viviendo en el pueblo, tampoco había suficiente espacio. De hecho, todas las criaturas de nieve que había creado después de Olaf los había mandado a vivir lejos. Ahora se sentía como alguien realmente desconsiderada. Pero es que eran tantos, era una responsabilidad que, hace mucho entendió, no merecía.

El palacio de la Reina de las Nieves era tan grande como un reino, pero al andar por sus amplios salones y sus pasillos que parecían infinitos, así como sus jardines congelados y sin vida, era como si el tiempo no importara, como si desapareciera, y parecía que llegaban rápido cuando pudieron ser varios minutos.

Descendieron al sótano, donde todo era igual: sólo hielo. Pero aunque la iluminación era casi la misma, todo parecía mucho más siniestro, como si un aura oscura cubriera el lugar. Elsa se sintió inquieta. Aunque el espacio era considerablemente grande, se sentía casi ahogada entre esos muros de hielo, rodeada de esos pilares helados y esas cavernas oscuras. Se detuvieron casi al final, cerca de una cueva oscura y fría como el resto, pero daba una sensación más perturbadora.

La Reina de las Nieves dio un paso al frente. Elsa tembló, con un mal presentimiento.

—Malvavisco, tu ama está buscándote.— habló con la suavidad con la que se le habla a un cachorro, pero con los sentimientos que se le tienen a una posesión ajena.

Elsa, comprendiendo que su Malvavisco estaba dentro de la cueva, se adelantó y se acercó aún más. La Reina de las Nieves observó, expectante, curiosa ante las reacciones de Elsa pero manteniendo una distancia prudente.

—Malvavisco... Soy yo, Elsa. Tu amiga... Ven aquí, pequeñito.— dijo con ansiedad por la tardanza, sin poder deshacer ese miedo de lo que no sabía.

Se escuchó un rugido, Elsa lo reconocería en cualquier parte, pero sonaba distinto, más doloroso, más agresivo. Elsa alzó los brazos, caminó hasta tocar con ellos la oscuridad, esperando una señal o algo. Lo sintió, la suave nieve de algo vivo. Movió sus labios para decir algo, pero apartó las manos y retrocedió un paso, desconcertada. Algo no estaba bien.

Un brillo escarlata iluminó el túnel, unos enormes ojos que brillaban rojos se abrieron; el rugido sonó más fuerte, pero sonó extraño, como hielo raspando hielo mezclado con algo más. A medida de que salía, crecía más, absorbiendo la nieve a su alrededor, y cuando Elsa lo vio frente a frente, era casi el doble del tamaño que solía tener. Su postura era inclinada, casi parado en cuatro patas. Sus extremidades eran más alargadas, pero deformes, como si no fueran a la dirección correcta; su cuerpo era más esbelto y lleno de trozos de hielo que permanecían clavados como cuchillas, tan rojos y brillantes que parecían sangrar y causar dolor. Su rostro había cambiado por completo, era como ver a la muerte; tenía más dientes que antes, todos de un hielo rojo inquietante, así como sus profundos ojos que irradiaban una luz rojiza, como llamas de infierno.

La Reina de las Nieves cerró los ojos y suspiró. Se mantuvo a la espera de cualquier reacción de la joven.

—¿Qué le hiciste?— preguntó Elsa con frialdad, con la vista fija en Malvavisco.

—Te dije que me lo llevé para explorar su potencial. Realicé una serie de experimentos. Posteriormente podría utilizarlos para...

¡¿QUÉ LE HICISTE?!— gritó con coraje, encarando a la reina helada, sorprendiendo a la misma.

—Le clavé una pieza del espejo.— contestó con sequedad—. Yo no puedo crear estas criaturas, tú dices que ya no puedes hacerlas más. Entonces tomaré las que tengo y les haré esto.

—¡¿Por qué?!

—El espejo está casi terminado, necesito protección... Eso es la arma perfecta.— miró a Malvavisco.

—No... no...— Elsa comenzó a sollozar, con manos temblorosas y expresión de dolor.

Con miedo, tristeza, odio hacia sí misma, llevó sus manos al monstruo que tenía enfrente, éste gruñó al sentir el tacto, pero a Elsa no le importó. Le dio un abrazo y se recargó en él.

—Mi bebé, mi pobre bebé.

La criatura rugió con más fuerza, haciendo estremecer todo el palacio. Era como si llorara también.

La Reina de las Nieves soltó otro suspiro.

—Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se ha descarriado? Y si acontece que la encuentra se regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve que no se descarriaron.— comentó la reina en voz baja. Miró la figura a su costado, el Maligno.

La sombra observó a Elsa y a Malvavisco, los veía fijamente de forma tranquila.

—¿No lo ha encontrado, dices?— respondió a lo que, sabía, el Maligno pensaba—. ¿Que se olvidará de él, al ver que no tiene salvación, e irá a jugar con sus otras criaturas, dices?

El Maligno soltó unas carcajadas. La Reina de las Nieves bajó su mirada.

—¿Que ella está muerta, dices? Eso no es verdad, aún no se convierte... ¿Piensas acelerar el proceso? ¿qué planeas?— silencio—. No hagas lo que te prohibí...

El Maligno desapareció tan pronto como llegó. La Reina de las Nieves volvió de nuevo su vista hacia Elsa y Malvavisco.

—Ahora me retas.

Aquel monstruo ya no era Malvavisco, era una versión maligna de él, ya no había forma de sanarlo. Porque esto es lo que hace el espejo, pudre el alma, hace olvidar el amor y la amabilidad, te convierte en la peor versión de ti mismo. Y Elsa, la que le llora a su criatura, la que es parte del espejo mismo, ¿no debería ser fría como el cristal e insensible como lo que no tiene vida? Elsa no le era útil de esa forma, no podría completar el espejo si seguía siendo un alma llena de bondad.

Era cuestión de tiempo...

.

..

...

La verdad es que Anna nunca pensó volver a verlo, mucho menos lo deseó, tampoco es como si le temiera o algo, se creía más fuerte que él, pero lo detestaba, lo odiaba con todo su ser. Jamás pensó volverlo a ver, ni siquiera quería escuchar algo de él. Pero mira qué pequeño es el mundo. Tuk, del circo Little Mermaid, era nada menos que Hans, aquel que la engañó y el que casi mataba a su hermana.

Nunca pensó temerle, pero le temió, sólo un instante, sólo un instante en que se recobraba del shock. Una vez procesada la información, era hora de actuar de forma impulsiva. En un arranque de ira, sin siquiera pensarlo, Anna lanzó un puñetazo hacia la cara de Tuk, de Hans, pero él detuvo el golpe con una mano. Anna iba a lanzar otro pero Hans se apresuró a darle un empujón y obligarla a sentarse una vez más.

—No quiero problemas contigo, princesa.— habló con mucha seriedad, dejando de lado su prepotencia, sujetándola muy fuerte de los hombros para mantenerla sentada.

—¡Tú mandaste secuestrar a Olaf! ¡eso es buscar problemas!— le acusó, apretando los dientes, sin dejarse ver débil—. ¡¿Qué planeas, Hans?! ¡¿buscas apoderarte del reino con alguna artimaña sucia?! ¡¿acaso buscas venganza?! ¡¿qué pasa contigo?!

—¿Podrías guardar silencio?— le dijo con irritación, frunciendo el ceño—. Como ya te dije, sólo un par al que le tengo especial confianza sabe mi identidad. Nadie debe saber quién soy realmente.

—¿Por qué? ¿acaso el titulo de príncipe te queda corto? ¿acaso es mejor ser el dueño de un circo que roba a inocentes criaturas para tenerlas de exhibición?

—Eso no es así.— Hans se enderezó, liberando a la princesa de su agarre.

—¡Tú mismo dijiste que te haría ganar mucho dinero!

—Dije que le haría ganar mucho dinero al circo.

—¡Pues como si fuera lo mismo! ¡eres despreciable en verdad, Hans!

—Sólo dime, Anna, ¿realmente te importa ese muñeco de nieve?— Anna no dijo nada, sólo balbuceó cosas de odio sin sentido. Hans aligeró la expresión en su rostro—. Quiero que salgas de mi circo, vete a casa y no vuelvas nunca. Y ya no te preocupes por ese pedazo de nieve andante, no lo molestaré más.

—¡Claro que yo no voy a creerte eso! ¡¿Por qué cambiarías de idea?! ¡¿qué pretendes esta vez?!

—No tengo que darle explicaciones a una princesa.— la miró de pies a cabeza de forma despectiva. Parecía ofendido. Habló con una voz dura y casi siniestra—. Lárgate de mi circo ahora.

—Ah, no. Todos deben saber la clase de hombre que eres.— habló de forma ufana—. ¿Qué tal si les digo a tus compañeros que eres un asesino? ¡Oigan todos! ¡su muy respetado Tuk trató de matar a mi hermana!

—¡Cierre la boca, princesa!— gritó Johanna, entrando bruscamente por la entrada de la carpa; se puso frente a Tuk y le dio un fuerte golpe al escritorio con la palma de su mano. La hermosa mujer domadora de bestias estaba muy enfurecida—. ¡¿Cree que puede aparecerse en la vida de MI novio y acusarlo de esa manera?! ¡usted no tiene la menor idea de lo que ha pasado!

—Él me engañó, ¡trató de matar a mi hermana, por el amor de dios!

—¡Yo ya sé eso! ¡no me importa!

Ambas mujeres se miraron fieramente, mostrando sus colmillos. Hans se llevó las manos a las sienes y al final se cruzó de brazos. En la entrada, asomándose, estaba Edvard observando todo en silencio, sin atreverse a decir nada, ni siquiera entrar.

—Chickie tenía razón sobre ustedes, están todos locos.

—No quiero que vuelva a poner un pie en nuestro circo. Si nos deja en paz, nosotros la dejaremos a usted y a su muñeco de nieve en paz.— dijo Johanna con severidad.

—¿Y olvidarme de todo lo que hicieron?— Anna miró a Hans y a Johanna, uno y luego al otro. Se sentía indignada, muy molesta, pero comprendió que nada de esto tenía caso—. Tienen suerte de que estoy en medio de un viaje muy importante, no tengo tiempo qué perder, debo buscar a mi hermana y a mi bebé.— se levantó de la silla, caminando hasta darle la espalda a ambos.

—Eres una desgracia.— le insultó Johanna. Anna giró su cabeza.

—Cuando todo esto termine, ten por seguro, Hans, que te buscaré para hacerte pagar. No pondré a mi familia en riesgo de nuevo gracias a ti.

Anna salió de la carpa, caminó cerca de Edvard, chocando con su hombro al pasar. Ed la miró con la boca abierta unos instantes, pero pronto bajó la mirada; melancólico al sumirse en sus pensamientos.

—Tuk, eres un imbécil. Nos metiste en graves problemas. ¿Qué pretendías al retarla así? ¿qué pensabas conseguir al mostrar tu identidad?— Johanna miró a Hans. Él no mostró expresión alguna.

—La odio. Sólo quería ver... su cara de miedo y humillación.— dijo con simpleza—. No te preocupes, seguro no volveremos a saber de ella jamás.

—Eso mismo debió haber pensado ella sobre ti.— queriendo tener la última palabra, Jenny salió de ahí muy molesta, pasando al lado de Edvard, dejando solo a Hans.

Ed vio a Johanna alejarse en la dirección contraria que había tomado Anna. Aún sin recobrarse, fijó su mirada en Hans, pero éste ya estaba mirando hacia otro lado, como si nada de lo que había ocurrido hace pocos instantes hubiese sucedido. Edvard apretó los puños, pronto se encontró siguiendo el camino que había tomado la princesa.

Anna iba junto a Sven, ella estaba tan enojada, el pobre Sven tenía que soportarla, ella que había empezado a lanzar insultos al aire y a dar patadas a la nada. Salir de la propiedad de Hans era su prioridad, salir rápido era lo que más quería.

Ellos pasaban a toda prisa entre los circenses que parecían prepararse para la cena, algunos fumaban, otros bebían, otros charlaban frente a la fogata aún con sus trajes de payaso o de trapecista. Algunos miraban a Anna y a Sven pasar, unos entre risas, otros con sonrisas maliciosas que en verdad daban mal rollo. Realmente parecía que los del circo iban a quedarse por una larga temporada, habían levantado varias carpas que servirían de habitaciones, pero ninguna era tan grande como la de Hans.

Cerca del limite, donde empezaba el oscuro bosque, había una gran lona iluminada por lámparas de vela, dentro había lo que parecía un comedor; en el fondo habían unas mujeres preparando la cena. Algunas gentes estaban sentadas, bebiendo alcohol y riendo. Cerca de la entrada había una mujer alta rodeada de niños, algunos jugaban a hacer acrobacias, pero la mayoría estaban sentados en el suelo frente a la mujer, quien parecía leer un libro de historias.

Anna se detuvo unos momentos al oír las palabras. Ese cuento le resultaba familiar...

Cuando, al anochecer, las hermanas, cogidas del brazo, subían a la superficie del océano, la menor se quedaba abajo sola, mirándolas con ganas de llorar; pero una sirena no tiene lágrimas, y por eso es mayor su sufrimiento.

—¡Señorita!— gritó la voz de Edvard. Anna se sobresaltó, miró hacia su dirección, comprobando que el joven la había alcanzado.

—¿Edvard?

—Por favor, llámame Ed.

—¿Qué quieres, Edvard? Ya me estoy yendo como tu jefe "Tuk" quería.— le dijo con reproche, rencorosa.

—Princesa Anna, por favor, no vuelvas a buscar a Tuk.— le dijo de forma decidida, pero de alguna forma el miedo se veía en él—. Él no es lo que crees.

—No me digas que ha cambiado. ¡Él trató de llevarse el muñeco de nieve de mi hermana! ¡Personas como él no cambian!

Ambos guardaron silencio, notando que las personas comenzaban a mirarlos. Ed se encogió de hombros; es que había tanto que quería decir. Él no conocía a Hans de antes, pero...

—Es muy tarde, quédate a cenar, podrás partir mañana temprano. Ni Jenny ni Tuk se enterarán.— ofreció Ed, mostrando la misma sonrisa dulce y seductora que llevaba cuando conoció a Anna.

—¿Por qué aceptaría algo así?— dijo, enojada; al segundo siguiente su estomago gruñó de hambre. Edvard se rió.

—¿Recuerde, my lady, que le prometí que si venía a verme esta noche le contaría por qué el circo se llama Little Mermaid?

—¿Qué dices, Sven?— Anna miró al reno, y como éste ya tenía sueño y hambre, aceptó.

Ambos se sentaron en una mesa, Sven se recostó a un lado, ellos estaban un poco apartados, muy cerca de los árboles que daban al tenebroso bosque. Edvard le pidió a las mujeres que le trajeran la cena a él y a su invitada, también comida para Sven. Una de las mujeres le hizo un cariño a Edvard en la mejilla, entonces Anna comprendió que todos en el circo veían a Ed como un niño pequeño. Pronto se encontraron con un par de platos con patatas y pollo, con tazas humeantes de café. No era la cena digna de una princesa, pero Anna lo tomó sin protestar.

Desde donde estaban, podían escuchar perfectamente la historia que le contaba aquella mujer a los niños:

—Suponiendo que los hombres no se ahoguen.— preguntó la pequeña sirena—. ¿Viven eternamente? ¿No mueren como nosotras, los seres submarinos?

—Sí.— dijo la abuela—. Ellos mueren también, y su vida es más breve todavía que la nuestra. Nosotras podemos alcanzar la edad de trescientos años, pero cuando dejamos de existir nos convertimos en simple espuma que flota sobre el agua, y ni siquiera nos queda una tumba entre nuestros seres queridos. No poseemos un alma inmortal, jamás renaceremos; somos como la verde caña: una vez la han cortado, jamás reverdece. Los humanos, en cambio, tienen un alma, que vive eternamente, aún después que el cuerpo se ha transformado en tierra; un alma que se eleva a través del aire diáfano hasta las rutilantes estrellas. Del mismo modo que nosotros emergemos del agua  y vemos las tierras de los hombres, así también ascienden ellos a sublimes lugares desconocidos, que nosotros no veremos nunca.

—¿Por qué no tenemos nosotras un alma inmortal?— preguntó, afligida, la pequeña sirena—. Gustosa cambiaría yo mis centenares de años de vida por ser sólo un día una persona humana y poder participar luego del mundo celestial.

—¡No pienses en eso!— dijo la vieja—. Nosotras somos mucho más dichosas y mejores que los humanos de allá arriba.

—Así, pues, ¿moriré y vagaré por el mar convertida en espuma, sin oír la música de las olas, ni ver las hermosas flores y el rojo globo del sol? ¿No podría hacer nada para adquirir un alma inmortal?

—No.— dijo la abuela—. Hay un medio, sí, pero es casi imposible; sería necesario que un hombre te quisiera con un amor más intenso del que tiene a su padre y a su madre; que se aferrase a ti con todas sus potencias y todo su amor, e hiciese que un sacerdote enlazase vuestras manos, prometiéndose fidelidad aquí y para la eternidad. Entonces su alma entraría en tu cuerpo, y tú también tendrías parte en la bienaventuranza reservada a los humanos. Te daría alma sin perder por ello la suya. Pero esto jamás podrá suceder. Lo que aquí en el mar es hermoso, me refiero a tu cola de pez, en la tierra lo encuentran feo. No sabrían comprenderlo; para ser hermosos, ellos necesitan dos apoyos macizos, que llaman piernas.

La pequeña sirena consideró con un suspiro su cola de pez.

La Sirenita. Anna sólo había leído esa historia un par de veces cuando era niña, pero estaba segura de que se trataba de La Sirenita. No recordaba demasiado de ese cuento, pero recordaba que el final no le había gustado.

—No es exactamente del nombre del circo de lo que quieres hablarme, ¿no es así?— habló Anna después de minutos en silencio. Ambos se habían mantenido escuchando la historia, pero era tiempo de volver a la realidad.

—Anna, sobre lo de tu muñeco de nieve... no es lo que piensas.

—¡Ustedes querían robarlo!— acusó.

—Sí, pero...— bajó la mirada—. No íbamos a hacerle nada malo, te lo prometo. Es sólo que... No tienes idea... Hemos visto cosas muy malas, hemos visto criaturas mágicas ser maltratadas por sus dueños.— inconscientemente apretó la taza de café en sus manos—. Creímos que sucedía lo mismo en tu caso, pero cuando Tuk vio lo mucho que te preocupabas por ese muñeco de nieve... por eso dijo que no los molestaría más. Sé que eso no te basta para creer que Tuk... que Hans es una buena persona, pero te suplico que simplemente olvides haberlo visto. Tiene una vida diferente ahora.

—¿Siendo dueño de un circo? ¡Ja! Lo siento, Edvard, pero tú no conoces a Hans como yo, él intentó matar a mi hermana, iba a dejarme morir, iba a apoderarse de mi reino. Él es un manipulador, es el peor tipo de persona y no dudo que toda esta "nueva vida" sea para cubrir un siniestro plan que él tiene.

—Tienes razón, yo no lo conozco como tú lo haces, y aunque sé de esas cosas que él intentó hacer... yo... Solamente yo sé que él es bueno ahora.

—¿Por qué estás tan seguro?— dijo, sin creerle.

—Porque tú no lo conoces como yo lo hago.— le sonrió. Dio un sorbo a su café; sostenía la taza ya no tan caliente entre sus manos, observando el liquido fijamente—. Yo estoy en el circo desde que era un niño, Jenny cuidó de mí como una madre, le debo mucho a ella. Hans llegó hace sólo unos... casi cuatro años, Jenny lo trajo y se quedó. Desde el principio Hans ha sido muy malo conmigo, con todos, quiero decir, es muy estricto en nuestros entrenamientos, en nuestros modales, incluso en cosas sin sentido como cuando le pongo demasiada sal a la comida.— se rió. Continuó hablando de forma más melancólica—. El dueño del circo era el papá de Jenny, pero el señor murió de viejo, le heredó el circo a Jenny y a Hans, porque él es su novio y supuso que se iban a casar.

—¿Supuso?

—Ambos no son de los que se casan...

Anna se le quedó mirando a Edvard. Él finalmente levantó la mirada, con una sonrisita tierna.

—Yo solía temer a la oscuridad.— admitió el chico, con un sonrojo—. Un día nos instalamos en un pueblo allá en Escocia, poco antes de venirnos a Noruega. Je, sí, nosotros viajamos mucho. Yo quise salir a explorar el bosque pero me terminé perdiendo, pronto anocheció, empezó a llover y yo... cielos, estaba aterrado.— dio una pequeña risa, algo apenado—. Me refugié en una cueva, lloré mucho; entonces escuché que alguien se acercaba, comencé a gritar como un loco, pero era Hans, que había salido a buscarme. Me dijo que debíamos regresar, pero yo me negué a salir, tenía demasiado miedo, ¿y sabes qué hizo él? Se quedó conmigo hasta que amaneció. ¡Vaya! cuando volvimos al circo todos se burlaron de mí.

—Wow. Qué historia tan... interesante.— balbuceó Anna, incrédula.

—Desde entonces no le temo más a la oscuridad. Desde entonces creo que él es una buena persona.— murmuró, acercando su mano a la de Anna—. Princesa, él es alguien distinto ahora, aunque sea muy frío por fuera, yo creo que ha cambiado.

Anna asintió. Aún no confiaba en Hans, ni tampoco creía que era alguien bueno, pero Edvard le causaba una confianza y una ternura enorme, sólo por eso Anna decidió no hablarle a nadie sobre Hans, a menos, claro, que él intentase otra cosa.

—Aún no me has dicho por qué Little Mermaid.— insistió la princesa, riéndose.

—Ah, es sólo que La Sirenita es nuestra historia favorita.— se rió Edvard—. Es tan simple como eso. Ja, ja, ja.

—¡¿Qué?!— se sorprendió la mujer por la simpleza absurda de la respuesta—. ¿Seguro que no es porque tienen una sirena?

—Ya te dije que nunca he visto una sirena en mi vida... Pero no dudo que existan, quiero decir, si hay pájaros parlantes...

—No me gusta mucho esa historia en realidad. Yo y mi hermana solíamos inventarle un final diferente, en donde la sirenita se casaba con el príncipe. El original es algo triste.

—Sí.— dio un suspiro—. Pero a nosotros esa historia nos encanta porque... lo que quiere la sirenita es, como decía el papá de Jenny, quiere lo que todos nosotros queremos.

—¿Casarse con el amor de su vida?— dijo Anna en un tono divertido, con las mejillas rojizas.

—En realidad... Oh, escucha esta parte.

Anna se giró hacia la mujer que le contaba la historia a los niños, escuchó atentamente, parecía que el cuento ya estaba acabando.

Cada día aumentaba el afecto que por ella sentía el príncipe, quien la quería como se puede querer a una niña buena y cariñosa; pero nunca le había pasado por la mente la idea de hacerla reina; y, sin embargo, necesitaba llegar a ser su esposa, pues de otro modo no recibiría un alma inmortal, y la misma mañana de la boda del príncipe se convertiría en espuma del mar.

—¿No me amas por encima de todos los demás?— parecían decir los ojos de la pequeña sirena, cuando él la cogía en sus brazos y le besaba la hermosa frente.

—Sí, te quiero más que a todos.— respondía él—. Porque eres la que tiene el mejor corazón, la más adicta a mí, y porque te pareces a una muchacha a quien vi una vez, pero que jamás volveré a ver. Navegaba yo en un barco que naufragó, y las olas me arrojaron a la orilla cerca de un santuario, en el que varias doncellas cuidaban del culto. La más joven me encontró y me salvó la vida, yo la vi solamente dos veces; era la única a quien yo podría amar en este mundo, pero tú te le pareces, tú casi destierras su imagen de mi alma; ella está consagrada al templo, y por eso mi buena suerte te ha enviado a ti. Jamás nos separaremos.

"¡Ay, no sabe que le salvé la vida.— pensó la sirena—. Lo llevé sobre el mar hasta el bosque donde se levanta el templo, y, disimulada por la espuma, estuve espiando si llegaban seres humanos. Vi a la linda muchacha, a quien él quiere más que a mí". Y exhaló un profundo suspiro, pues llorar no podía. "La doncella pertenece al templo, ha dicho, y nunca saldrá al mundo; no volverán a encontrarse pues, mientras que yo estoy a su lado, lo veo todos los días. Lo cuidaré, lo querré, le sacrificaré mi vida".

Edvard miró a Anna, ella hizo una mueca.

—Es triste que no se haya quedado con el príncipe.

—¿Sabes por qué la sirenita quería casarse con el príncipe, además de su amor hacia él?— Anna negó. Ed sonrió—. Algunos niños no lo entienden a la primera y sólo se entristecen por la sirenita que no obtuvo a su príncipe, pero a veces hay que ver más allá, a veces las historias quieren mostrarnos mucho más. La sirenita quería casarse con el príncipe porque anhelaba un alma inmortal.

—¿Un alma inmortal?

—Tú sabes, una vida después de la muerte. ¿Tú crees en esas cosas?

—Sí creo.— susurró, no sintiendo duda alguna.

—Eso es lo que nosotros queremos, tener un alma inmortal, eso es lo nos ha enseñado esa historia, por eso somos Little Mermaid. Es tan simple como eso.

—Es una razón hermosa.— comentó la princesa, con una voz y sonrisa honesta e inocente.

—Ojalá fuera tan simple.— suspiró—. No todos los hombres poseen un alma inmortal, hay quienes no la merecen. A veces dudo de mí mismo y es entonces cuando pienso en su dolor, el de la sirenita, en el llanto que no podía expresar, ¿cómo soportarlo? ¿qué se siente saber que no hay nada allá para ti? ¿que nunca podrás verlo ni sentirlo?

—El amor la liberó.

—El amor la hizo alejarse, lo amaba tanto que aceptó que no podía estar con él porque era incorrecto. Aceptó su muerte para que él fuera feliz. Aun sabiendo que se convertiría en espuma, que no habría un Cielo para ella. Murió por amor.

—Entonces, al final, su amor a él era más grande que su deseo de inmortalidad. Pero, aún así, al final consiguió una oportunidad de conseguir su alma inmortal, eso es bueno, ¿no?— dijo Anna.

—Sí, supongo. La primera vez que lo escuché me puse a llorar.— se rió—. Por lo que entiendo, no siempre el amor te da la inmortalidad, pero las buenas acciones lo hacen. Tal vez no todos seamos capaces de sacrificar el amor por hacer lo correcto.

—El amor siempre ha sido la respuesta para mí, o al menos respecto a mi relación con mi hermana. Pero últimamente...

—¿Qué le pasó a tu hermana y a tu hijo?— preguntó Edvard, con voz suave.

—Los separaron de mí, por eso estoy viajando, debo encontrarlos y regresarlos a casa. Sé que soy la única que puede hacer esto, sé que puedo hacer entrar en razón a Elsa de, lo que sea que le pase, sé que veré a mi bebé otra vez porque yo...— se le quebró la voz; se limpió las lágrimas de los ojos, que aparecieron al recordar la imagen de su pequeño bebé—. Tengo mucho miedo de fallar, de llegar tarde. Los amo tanto y si los pierdo... yo no sé qué haría. Deseo tanto tener la fuerza suficiente para poderlos alcanzar, para que seamos una familia otra vez. Mi pobrecito Christian, no tengo la oportunidad de verlo crecer, de saber si está bien, si le salieron los dientes, si aprendió a caminar y hablar; ya tiene dos años, yo sólo lo tuve una semana, no es justo.— bajó la mirada, sin poder contener el llanto y sus manos temblorosas. Siempre le pasaba esto cada que recodaba la cara de su pequeñito—. Esto duele demasiado. Ed, no tienes idea de cuánto duele.

—Lo lamento. De verdad.— se acercó a ella, la tomó de la mano, la miró sollozar unos instantes y después la abrazó, queriendo consolarla.

Cerca de ellos, oculta tras un árbol del oscuro bosque, Johanna los estaba escuchando; los había visto y se acercó para correr a la princesa, que aún no se había largado como habían quedado, pero ya no podía hacerlo. Johanna trataba de entenderla, trataba de comprender algo así. Era un sentimiento triste, y dolía aunque fuera algo ajeno. Un poco de bondad no la iba a dañar, así que le permitió quedarse. No dijo nada, sólo se fue por donde llegó, haciendo como si no hubiera visto ni oído nada.

Edvard y Anna guardaron silencio, ella trataba de controlar sus sollozos. Podían escuchar la historia que ya estaba por terminar. Una vez que entiendes ese final, te es más fácil sentirlo.

La sirenita descorrió el tapiz púrpura que cerraba la tienda y vio la bella desposada dormida con la cabeza reclinada sobre el pecho del príncipe. Se inclinó, besó la hermosa frente de su amado, miró el cielo donde lucía cada vez más intensamente la aurora, miró luego el afilado cuchillo y volvió a fijar los ojos en su príncipe, que en sueños pronunciaba el nombre de su esposa; sólo ella ocupaba su pensamiento. La sirena levantó el cuchillo con mano temblorosa, y lo arrojó a las olas con gesto violento. En el punto donde fue a caer pareció como si gotas de sangre brotaran del agua.

Nuevamente miró a su amado con desmayados ojos y, arrojándose al mar, sintió cómo su cuerpo se disolvía en espuma.

Asomó el sol en el horizonte; sus rayos se proyectaron suaves y tibios sobre aquella espuma fría, y la sirena se sintió libre de la muerte; veía el sol reluciente, y por encima de ella flotaban centenares de transparentes seres bellísimos; a su través podía divisar las blancas velas del barco y las rojas nubes que surcaban el firmamento. El lenguaje de aquellos seres era melodioso, y tan espiritual, que ningún oído humano podía oírlo, ni ningún humano ojo ver a quienes lo hablaban; sin moverse se sostienen en el aire, gracias a su ligereza. La pequeña sirena vio que, como ellos, tenía un cuerpo, que se elevaba gradualmente del seno de la espuma.

—¿A dónde voy?— preguntó; y su voz resonó como la de aquellas criaturas, tan melodiosa, que ninguna música terrena habría podido reproducirla.

—A reunirte con las hijas del aire.— respondieron las otras—. La sirena no tiene un alma inmortal, ni puede adquirirla si no es por mediación del amor de un hombre; su eterno destino depende de un poder ajeno. Tampoco tienen un alma inmortal las hijas del aire, pero pueden ganarse una con sus buenas obras. Nosotras volamos hacia las tierras cálidas, donde el aire bochornoso y pestífero mata a los seres humanos; nosotras les procuramos frescor. Esparcimos el aroma de las flores y enviamos alivio y curación. Cuando hemos laborado por espacio de trescientos años, esforzándonos por hacer todo el bien posible, nos es concedida un alma inmortal y entramos a participar en la felicidad eterna que ha sido concedida a los humanos. Tú, pobrecilla sirena, te has esforzado con todo tu corazón, como nosotras, has sufrido, y sufrido, y sufrido con paciencia, y te has elevado al mundo de los espíritus del aire: ahora puedes procurarte un alma inmortal, a fuerza de buenas obras, durante trescientos años.

La sirenita levantó hacia el sol sus brazos transfigurados, y por primera vez sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos. A bordo del buque reinaba nuevamente el bullicio y la vida; la sirena vio al príncipe y a su bella esposa que la buscaban, escudriñando con melancólica mirada la burbujeante espuma, como si supieran que se había arrojado a las olas. Invisible, besó a la novia en la frente y, enviando una sonrisa al príncipe, elevóse con los demás espíritus del aire a las regiones etéreas, entre rosadas nubes, que surcaban el cielo.

—Dentro de trescientos años nos remontaremos de este modo al reino de Dios.

—Podemos llegar a él antes.— susurró una de sus compañeras—. Entramos volando, invisibles, en las moradas de los humanos donde hay niños, y por cada día que encontramos a uno bueno, que sea la alegría de sus padres y merecedor de su cariño, Dios abrevia nuestro periodo de prueba. El niño ignora cuándo entramos en su cuarto, y si nos causa gozo y nos hace sonreír, nos es descontado un año de los trescientos; pero si damos con un chiquillo malo y travieso, tenemos que verter lágrimas de tristeza, y por cada lágrima se nos aumenta en un día el tiempo de prueba.

...

..

.

Habían pasado ya varios días desde que Elsa había llegado al palacio de las Reina de las Nieves. Repasaba todo lo que le había contado la reina en su mente; tales pensamientos no la dejaban dormir, eran demasiado inquietantes. Su propia madre le había ocultado la verdad de su pasado, sus padres nunca habían confesado por qué había nacido con poderes de hielo. No debería, pero ya desconfiaba de ellos, incluso aunque ahora ya no importaba, ellos ya no estaban.

Esa noche oscura, bajo auroras y estrellas, y bajo ese cielo un techado de hielo, Elsa trataba de dormir en su cama de almohadas de plumas y pieles de oso, una cama demasiado amplia y cómoda, con cortinas de seda blancas y adornos de hielo tan hermosos que parecían diamantes. La habitación que la reina le había proporcionado era una completa maravilla, con muebles blancos como la nieve: un sofá, una mesita, un par de sillas; un tocador con espejo era lo más impresionante después de la cama, el diseño era precioso, con cajones que contenían todo tipo de maquillaje, joyas y algunas cosas curiosas como figuritas de porcelana y botones de oro y plata. En el último cajón del tocador se encontraban algunos juguetes, Elsa asumió que eran de Christian.

El sueño se negaba a llegar, la mente de Elsa no dejaba de darle vueltas a lo mismo, y aquellos pensamientos le asustaban. Decidió pensar en otra cosa.

Siempre supo que el frío era parte de ella, pero en ese palacio todo se sentía tan distinto, y aunque el frío no le afectaba, lo sentía penetrante en su piel hasta llegar a su alma para estrujarla. Era, quizá, el sentimiento de soledad. Extrañaba mucho su hogar.

Descubrió que los pensamientos respecto a Arendelle le aterraban mucho más que el saber que nació como una pieza del Espejo de la Razón. Pero aún así extrañaba mucho su casa, su propia cama, las personas que amaba. Pero no debía volver, tampoco podía por el trato que había hecho con la Reina de las Nieves. Si había huido era por algo, algo insoportable.

Se abrazó a una almohada con fuerza, tratando de soportar las lágrimas por algo que, en efecto, no soportaba. Era por eso, aquello que la dañaba tanto, aquello que la enloquecía cada día más, aquello de lo que escapó... pero el sentimiento persistía. Apretó la almohada contra su pecho, apretando los dientes del coraje, llorando lágrimas amargas.

—Lo odio.— murmuró.

Pero no lo odiaba.

Sus manos temblaban, ella cerró los ojos con fuerza, encajó sus uñas en la almohada, maldiciendo internamente. Sus manos temblorosas congelaron la almohada. Elsa sollozó audiblemente. Volvió a maldecirse. Se mordió los dedos de las manos con ansiedad, negándose a sucumbir una vez más. Era tan difícil concentrarse, era tan fácil olvidar cómo rezar.

Logró dormir.

—¿Qué?— abrió los ojos, encontrándose en su habitación en Arendelle. La luz de la luna se filtraba por la ventana, podía escuchar música proveniente del gran salón. Se levantó de la cama de inmediato, descubriendo que llevaba puesto el vestido que utilizó en su fiesta de cumpleaños y llevaba el cabello en su trenza habitual.

Frente a la cama, el tocador con el espejo.

Elsa caminó hasta él, confundida completamente.

—Ahí estás.— sonó la voz de Anna. Elsa giró de inmediato, encontrándose a su hermana; no supo qué decir—. La fiesta ya empezó, los invitados están emocionados y ansiosos por felicitarte... ¡Elsa! ¡ni siquiera te has arreglado!

—¿Qué?— parpadeó sin comprender. Si ya estaba perfectamente vestida y arreglada.

—Ven, déjame ayudarte.— Anna tomó la mano de Elsa y la llevó hasta el tocador, donde la sentó en una silla frente al espejo. Anna abrió un cajón y sacó el maquillaje—. No todos los días es tu cumpleaños, Elsa, debes impresionarlos. ¿Qué tal este labial rojo? Seguro te queda muy bien.

Elsa no dijo nada, se quedó paralizada, mirando fijamente su reflejo, quieta mientras su hermana le delineaba los ojos, le rizaba las pestañas y le teñía los labios de un precioso escarlata. No protestó cuando su hermana la adornó con brazaletes, collares y pendientes de joyas valiosas y resplandecientes. Ahora lucía tan hermosa que quedó impresionada, ya no quería despegar la vista de su apariencia atractiva y esplendida.

—Estás preciosa.— Anna suspiró—. Sí, hoy es la noche. Elsa, todos los hombres caerán rendidos a tus pies, seguro ya es la ocasión, es tu oportunidad de finalmente conocer a alguien.

—No.— respondió rápidamente—. No estoy interesada en ningún hombre.

—Por favor, no seas ridícula, Elsa.— Anna rió inocentemente—. No querrás morir sola, ¿o sí? No tiene nada de malo encontrar el amor, haz algo por ti, vive el momento. Todos queremos que seas feliz.

—No quiero.— bajó la mirada, entristecida, jugueteando con su trenza entre las manos—. No puedo tener novio.

—¿Entonces por qué?— preguntó Anna con voz confundida y un poco melancólica—. No lo entiendo, Elsa, si no quieres llamar la atención de un hombre, ¿entonces por qué era tan importante lucir hermosa esa noche?

—¡Eso no importa!— gritó con coraje, encajando sus uñas en su trenza, cerrando con fuerza los ojos—. ¡No sé en qué estaba pensando! ¡eso nunca tuvo ningún sentido! ¡pero ya no me importa! ¡Ya no me importa cómo luzco! ¡No me sirve de nada!

—Tal vez no te veías lo suficientemente bonita.

Elsa abrió los ojos al escuchar, pero aún no levantó la vista. Se llenó de pánico cuando su hermana le acarició la cabellera, pero no se movió; Anna le empezó a destrenzar el cabello para después cepillarlo delicadamente. El corazón de Elsa comenzó a latir con fuerza, sus mejillas se sonrojaron y trató de evitar que sus ojos se humedecieran. Alzó la mirada, encontrándose con su reflejo; ahora, con el peinado diferente, lucía mucho más gloriosa. Su respiración se agitó. Miró el reflejo de su hermana, pero el reflejo era...

—Oh, Elsa.— habló Anna, o lo que sea, con un suspiro; continuó cepillando ese cabello largo y sedoso con sus manos cuyo reflejo mostraba otra cosa—. Te ves hermosa con el cabello suelto.— le susurró al oído.

—¡Aléjate de mí!— lanzó un golpe, pero eso había desaparecido, así como su habitación. Ahora se encontraba en el gran salón, rodeada de gente que disfrutaba del baile por su cumpleaños—. No... no por favor. No quiero.— enterró sus uñas en su cabellera suelta, con desesperación.

—¿Quieres bailar?— la voz de Anders. Elsa lo miró, mostrando un semblante de horror.

—¡No!— gritó con miedo. Pronto se percató de que todos los invitados la observaban. Con una mano temblorosa, tomó la mano de Anders, aceptando bailar.

—Esto es lo que quieren, Elsa. Todos piensan que hacemos una linda pareja. Tal vez tengan razón.— ambos bailaron en medio del salón. Las personas los miraban con sonrisas y suspiros. Anna y Kristoff estaban entre el público, con una sonrisa hablaban de planes de boda para Elsa y Anders—. Imagínalo, la boda con la que sueña toda niña, el vestido más hermoso de lo que jamás imaginaste. Los hijos más preciosos, los que amarás tanto.

Elsa comenzó a llorar, Anders la abrazó. A ella no le gustó el abrazo, pero no hizo nada para impedirlo.

—Los humanos tenemos la obligación de reproducirnos.— habló la voz del miembro del consejo, Louis Collin, a su lado.

—Los niños somos una bendición.— habló Rona, una niña del pueblo.

—Tú más que nadie tienes la obligación, eres la reina, necesitas un heredero.— habló la madre de Elsa—. No quiero que mueras sola, deseo que seas feliz, que formes una familia.

—Es nuestro deber, Elsa.— dijo Anna—. Es nuestra prioridad.

—No puedo.— dijo en un sollozo.

—¿Por qué no puedes? Tú debes... tú quieres.— ahora se encontraba de regreso en su habitación, en la cama, con Anders encima.

—¡No! ¡no puedo! ¡no debo!— gritó, tratando de apartarlo, pero él era demasiado fuerte, la retenía bajo él.

—Pero esa noche en la fiesta tú me demostraste que querías, ibas a entregarte a mí.— le dio un beso en el cuello. Elsa contuvo un gemido—. Me provocaste.

—¡Pero me detuve!— gritó, desesperada. Él comenzaba a acariciarla donde no debía.

—¡Tú querías! ¡tú me necesitabas! ¡¿por qué te detuviste?! ¡tú querías hacerlo!

—Suéltame.— suplicó. Anders la besaba y la tocaba. Elsa no paraba de llorar.

—Tú quieres esto, lo sabes mejor que nadie. ¿Por qué te resistes?

—¡Sí! ¡quería hacerlo y tal vez aún quiera! ¡pero no puedo hacerlo porque no te amo!— confesó, con una mezcla de furia y tristeza hacia sí misma—. ¡No importa las ganas que tenga de hacerlo! ¡no importa cuánto lo necesite! ¡no importa que esta sensación queme por dentro! ¡Yo no te amo! ¡por eso no puedo! ¡por eso nunca podré!

—Entonces dime, ¿qué te impide amar a un hombre?— preguntó de forma frugal, mirando a Elsa directo a los ojos.

—¡Vete!— ordenó, empujándolo. Entonces él desapareció.

Se encontró rodeada por todos los invitados de la fiesta, todos ellos la miraban con desprecio.

"Les dije que era rara" escuchó que le decían aquellas personas "¿Qué clase de mujer no quiere casarse?" "Ella es rara" "Es una sucia ramera" "Te dije que no lo haría" "Era demasiado bueno para ser verdad" "Te dije que no iba a casarse nunca" "La clase de reina que nos tocó".

Y más murmullos.

—¡Basta! ¡no es lo que piensan!— cubrió sus oídos, no queriendo escuchar.

—¿Por qué, Elsa?— preguntó Anna—. ¿Por qué no puedes enamorarte?

—¡Yo no quiero que ellos se fijen en mí!

—Entonces, ¿por qué?— preguntó Kristoff—. ¿Por qué te esforzaste en lucir linda para el baile?

—¡No puedo!— cayó de rodillas.

—Recuerda lo que te dije, Elsa.— le habló su padre, estando al lado de su madre—. No has de abrir tu corazón.

—No lo hago, no lo hago.— afirmó—. Prefiero que hablen mentiras de mí y piensen mal... a que sepan la verdad y piensen peor.

—Yo ya pienso mal de ti.— esa voz—. Me das miedo.

Volteó inmediatamente pero no había nadie, ya no había nadie.

Se encontraba en un paisaje que no conocía, era de noche pero el fuego hacía que todo fuera completamente visible. El ejercito de un reino que desconocía apareció y comenzó una lucha, pronto hombres cayeron muertos en un mar de sangre. Se mataban con sus espadas, sus lanzas y cuchillos. Gritos agónicos. Era un infierno.

—Deténganse.— dijo, pero nadie la escuchaba, nadie la veía—. ¡Ya basta!

Estaba aterrada, no sabía qué sucedía. A lo lejos un grupo de hombres vigilaban todo, uno de ellos la miró... y sonrió.

Todo se volvió oscuro y entre gritos se encontró en otro lugar, un monte alto, lejos de todo lo bueno, donde aquellos seres le enseñaban a los hombres cosas malas. Podía verlos, podía escucharlos, pero ellos no la miraban a ella, ninguno excepto uno.

Elsa lloró una vez más, cerrando los ojos, se abrazó fuertemente pidiendo salir de ese sitio tan espantoso. Nunca había visto la maldad tan cerca.

Un crujido, como el de un espejo agrietándose.

—No...— se dijo. El espejo se rompió aún más—. No es verdad... ¿Por qué haría algo así? ¡No!— no podía ser—. ¡No te le acerques más! ¡no!

Esta es la verdad. Abre los ojos y compruébalo por ti misma.— le habló el único que podía verla.

—No debo...

Abre los ojos y mira. Este es el verdadero rostro del mundo.

La tentación era grande, abrió los ojos y lo que pudo observar... permanecería en su mente para siempre. Ese reflejo...

—¿Por... qué?— dijo con lágrimas en los ojos, lágrimas de miedo, pero de muchas cosas más.

Por eso.— él señaló lentamente hacia abajo.

Elsa miró por debajo de sus pies y entonces... entonces...

Gritos. Gritos. Gritos.

—¡No! ¡Espera!

Entonces él lo provocó.

El espejo se cayó. Fue una caída larga hacia la Tierra. Elsa no podía gritar, sólo observaba su camino al suelo y todo lo que lograba ver era el inmenso mar. Entonces por él llegamos a esto. El monte era tan grande que aún sobresalía, el espejó se estrelló y se rompió en miles de millones de añicos que se dispersaron en el aire. Elsa se sintió uno de ellos y cayó lejos, cayó en el mar.

Se hundió en el fondo, no podía respirar, sintió el agua entrar por sus pulmones irremediablemente. Podía verlos, aquellos cuerpos muertos que se acercaron a ella y la tomaron de las extremidades. Esto... era el mundo, esto eran las personas, esto era todo ¡y desapareció en un instante! ¡esto no debió pasar!

Despertó.

—¡Ah!— Elsa gritó, la pesadilla había desaparecido, pero él seguía ahí, el Maligno estaba sobre ella—. ¡No!

La sombra huyó. Elsa gritaba mucho y temblaba demasiado. Sus gritos eran desgarradores, eran casi agónicos, se tiraba del cabello en un intento de olvidar las pesadillas pero no lo conseguía. Esa sensación de ahogo aún seguía en su ser.

Las puertas se abrieron, la Reina de las Nieves llegó a ella en un instante, trató de calmarla pero Elsa le lanzó patadas y manotazos. Finalmente la reina sujetó con fuerza a Elsa, la acercó y la sostuvo entre sus brazos, en un abrazo fuerte. Elsa lloraba de forma incontrolable.

—¡Lo he visto!— gritó.

—Ya, ya. No pasa nada.— la arrulló como si fuera hija suya.

—Es real, es real. El infierno es real. Yo lo vi. Él es el culpable... ¡el espejo! ¡Yo no sabía! ¡me quiero ir!— gimió de dolor. No podía hablar claramente y sus frases no tenían sentido. Su voz se había desgarrado—. Toda esa gente... los vi. Los vi.

—Shh. Sólo fue un mal sueño.— la acostó en su regazo y le acarició el rostro, tratando de calmar a la que aún sollozaba—. Sólo un mal sueño.

Notes:

Siento la demora xD

Debo decir que en la parte del sueño de Elsa, yo estaba sintiendo tantos escalofríos que no supe si estoy haciendo lo correcto. Lo estaba escribiendo en la noche, con las luces apagadas.
¿Ya les dije que este fanfic fue planeado para ser terror psicológico? ¿nunca lo mencioné? Rayos...
Por algo siempre dije que este fic es "raro"

¿Saben qué me dio más escalofríos? Buscar en imágenes de google "circo siglo xix" es realmente espeluznante.

Hace poco vi la película del Conjuro 2, me he sorprendido enormemente porque en la parte final cuando nombran al demonio y este deja su forma de monja y cambia a lo que es "su forma real"... así es como me imagino al Maligno en mi fanfic, siendo como una sombra horrible. Me ha sorprendido mucho, es idéntico, demasiado idéntico a lo que mi mente imaginó. Da miedo xD

Amm... podría explicar qué significa el sueño de Elsa, pero no lo haré, rompería todo el suspenso.
Si son listos y ponen atención, habrán entendido esa última parte de la pesadilla, a qué se refiere y a qué se enfrentan nuestros protagonistas.

Les recomiendo leer el cuento de La Sirenita de Hans Christian Andersen, realmente muy diferente a la versión de Disney. Creo que me gusta más el original.

Para estas alturas ya deberían comprender por qué el fic se llama "Eternidad" si no es así, están más que perdidos xD
En serio, no es muy difícil.

Pueden seguirme en Tumblr y DeviantArt si quieren, mi nombre en ambas es Gabygirl1243.

Chapter 15: IV. El príncipe y la princesa

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en agosto del 2016.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 15: IV. El príncipe y la princesa.

Elsa despertó y suspiró, sintiendo aún un poco del miedo que sintió con su pesadilla. Después de aquella pesadilla, el Maligno no volvió a irrumpir en su mente, por lo que pudo tener el resto de la noche tranquila, dentro de lo que cabe. Había dormido mucho, seguramente ya pasaba del mediodía, pero no tenía forma de saber la hora en ese palacio de hielo perteneciente a la Reina de las Nieves.

Permaneció observando el techo de hielo unos minutos, sumida en sus pensamientos, pensando en todo lo que la hizo llegar a ese momento. De haber sabido en lo que se estaba metiendo... tal vez no hubiera escogido irse con la reina.

Se incorporó lentamente, con la mirada al suelo y los labios temblorosos. Su vista cayó hacia el precioso tocador con el espejo, aquel que apareció en su pesadilla. Tratando de reprimir el terror que los recuerdos de aquel sueño aún le provocaban, se acercó al tocador, se sentó en la silla y buscó entre los cajones un cepillo para poder arreglar su maltratada cabellera. Anoche había tirado tanto de su cabello hasta el punto de casi arrancarlo, pero el dolor que eso le provocó no se comparaba al sufrimiento que sintió al tener esas imágenes en su cabeza.

Tomó un mechón de su cabello y comenzó a cepillarlo poco a poco, realmente lo tenía bastante largo. Sintió un escalofrío, recordando esa escena en su sueño; miró hacia el espejo, al cual evadía para no tener que cruzarse con su propia mirada, pero no había nada, sólo estaba ella.

Soltó unas lágrimas, sintiéndose atrapada en lo que había escogido. Pero... tenía que suceder. Sus sentimientos eran los que la habían orillado a hacer esto. No podía permanecer en Arendelle con esos sentimientos malditos, ya no más. Mientras observaba su reflejo hermoso en el espejo, sollozando por tantas cosas, se trató de convencer de que el camino que había escogido era el mejor. El miedo que le tenía al Maligno, a la pesadilla que le mandó, no era nada comparado con el miedo que sentiría si su familia, si su reino se enterara de esos sentimientos; temía imaginar el daño que podría provocar aquello que ocultaba en su corazón, las cosas que pensarían de ella.

Pero, en ese palacio de hielo, no tenía que ocultar esos sentimientos a nadie, no podría causarle daño a nadie. Y aunque dolía inmensamente el hecho de no poder volver a ver su hogar ni su familia... ahora ya no tendría que fingir nunca más.

Salió de su habitación, después de caminar por unos pasillos, llegó al lago de hielo, sabiendo que en el centro hay un trono y que es probable que la reina se encontrase ahí. Habían pasado ya días desde que llegó a ese lugar, todos los días parecían iguales al anterior, como si el tiempo no pasase, como si todo a su alrededor se hubiese congelado.

Cuando llegó al trono, la reina estaba sentada ahí, leyéndole un libro al niño llamado Christian; el niño que, según la reina le dijo, había adoptado.

Ambos no notaron que Elsa se había acercado, tal vez la reina sí, pero continuó su lectura. Elsa escuchó unos momentos, hasta que una línea llamó su atención.

Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo; todo lo que hay en la tierra morirá.

Elsa conocía ese texto, pero era la primera vez que lo sentía en sus adentros.

—¿Le gusta a Christian que le leas eso, Su Majestad?— interrumpió Elsa, con curiosidad. La Reina de las Nieves cerró el libro y miró a Elsa con semblante tranquilo.

—Le gusta cualquier cosa que le leo. Le entretiene cuando no está jugando, y últimamente no tiene mucho para jugar. ¿Conoces esta historia?

—Génesis. Sí, la conozco.— se acercó a Christian, parándose a su lado. El niño observaba el reflejo a sus pies, distante de la charla de las mayores.

—Interesante historia.— habló la Reina de las Nieves, en tono desinteresado—. Tal vez... algo fantasiosa.

—Su Majestad, yo sólo quería decir que... siento lo de anoche. Estaba muy asustada, no quise causar problemas.

—No, Elsa. Eso no debió haber sucedido. El Maligno es... No siempre puedo controlar sus acciones.

—Su Majestad, ¿cuál es tu relación con el Maligno? ¿qué cosa es él?— formuló la pregunta, pero la Reina de las Nieves no le dirigió ni una mirada. Ante el silencio, Elsa comenzó a sollozar y preguntó lo que más le inquietaba—. ¿Lo que me mostró es real? ¿eso realmente es la verdad?

—El Espejo de la Razón siempre dice la verdad, aquella que no queremos saber, tú eres parte de ese espejo, así que dime, ¿crees que es verdad?— Elsa no respondió—. Sin la luz no existe oscuridad, sin oscuridad la luz no tiene significado, no puede haber una sin la otra. El espejo ayuda a ver aquella cosa mala que habita dentro de cada uno, aquella parte del ser que se intenta ocultar. Al espejo nadie lo engaña, tú deberías saberlo, eres parte de él.

Elsa bajó la mirada, observando el lago de hielo bajo sus pies, el espejo. Evitaba verse reflejada ahí, pero a veces lo hacía sin querer, encontrándose con un rostro que le desagradaba, uno que le sonreía de forma maliciosa, como si le fuera a atacar, o como si supiera las cosas malas que ha tenido en su mente tanto tiempo.

En cambio, el reflejo de Christian no mostraba ninguna alteración ni ningún desperfecto, tan sólo era la imagen del niño; de esa forma Elsa sabía que el espejo no podía encontrarle un mal a un niño lleno de pureza. El reflejo de Elsa no era nada parecido al de Christian.

El reflejo de Elsa era cambiante, abominable y daba miedo, pero comenzaba a acostumbrarse a tenerlo a sus pies; después de todo era la parte oscura de ella, la que, ahora en este palacio, no tenía necesidad de ocultar.

.

..

...

Este era el quinto día que Arendelle pasaría sin su reina y el cuarto desde que Anna se fue junto a Sven en su búsqueda. El pueblo se mostraba preocupado por la ausencia de ambas soberanas, muchos dudaban de la capacidad de Kristoff para dirigir el reino en ausencia de Elsa. Kristoff hacía todo lo que estuviera en sus manos para lograr hacer el trabajo de Elsa correctamente, recibía ayuda de la corte real, quienes no se quejaban de los esfuerzos de Kristoff.

El embajador Louis ayudaba a Kristoff lo más que podía, en pocos días se había vuelto su mano derecha, por lo que Louis salía de su hogar cada vez más temprano. Anders nunca despertaba antes de su hermano Louis, no lo veía casi nunca además; jamás le tuvo especial afecto a este hermano entre todos, pero comenzaba a sentirse más solo de lo usual.

Anders se preparaba para otro día en el reino de Arendelle, dado que a su hogar no quería regresar por ahora; aun cuando no le daban un trabajo importante y su hermano Louis parecía ignorarlo, Anders se sentía un poco mejor al pensar que al menos Olaf era su amigo, de alguna forma ambos se entendían, o trataban de entenderse, porque la verdad es que ninguno podía descifrar lo que pensaba el otro. Había un abismo de diferencia en la mente de cada uno.

Realmente era extraño hacerse amigo de un muñeco de nieve. Pero sus amigos reales eran tan escasos que no le importaba, incluso si tuviera muchos amigos no le importaría ser amigo de Olaf, él le agradaba, pero...

Anders detuvo sus movimientos. Se encontraba arreglándose el peinado frente al espejo, pero un abultamiento en su cabeza lo distrajo; un accidente en su infancia, una cicatriz y un chichón que nunca desaparecerán, menos mal que eran completamente imperceptibles gracias a su cabello. Sobre aquel accidente sólo sus familiares y alguna servidumbre de su castillo allá en las Islas del Sur lo sabían, dado a que Anders jamás hablaba al respecto. Casi nunca pensaba sobre aquel accidente, sólo cada que el tacto de sus manos lo encontraba en esa cicatriz, o sólo cuando pensaba en la persona que se lo hizo; jamás podría olvidar aquel momento ni a esa persona.

Anders suspiró, sintiéndose triste. Últimamente, desde la huida de Elsa, aquella vez que se acobardó y no fue tras ella junto a los demás, desde entonces se sentía así; triste e inútil. Dolía no poder hacer más.

Terminó de arreglarse y salió de la casa de su hermano. Los vecinos lo observaban con atención, Anders ignoró las miradas; ninguno de ellos sabía que él era hermano de Louis, dado a que Louis había estado ocultando su parentesco con Hans. La gente pensaba mal, pero a Anders dejó de importarle, ellos sólo juzgaban sin saber, siempre es la gente así, por ello nunca se les debe contar nada a los extraños, que por malas intenciones se crean los chismes.

Llegó al castillo, los guardias lo dejaron pasar porque ya lo conocían, se dirigió al jardín para buscar a su amigo, ya que era bastante común encontrarlo ahí. Ya era un poco tarde, así que, como el día anterior, probablemente unos niños del pueblo, amigos de Olaf, habrían ya llegado para visitarlo; los pequeños habían estado sembrando una rosa y se comprometieron a ir todos los días para cuidarla.

Llegando finalmente al jardín, buscó el rosal donde seguramente estaban los niños. Como esperó, los tres niños Shelby, Brander y Rona, se encontraban ahí. Pero Olaf no.

—Hola, pequeños.— los saludó Anders, levantando la mano al acercarse.

—¡Príncipe!— gritó la niña Rona, emocionada, corriendo hasta el príncipe para abrazarlo.

—¡Príncipe Anders! ¡tienes que ver esto!— exclamó Brander, tomando la mano de Anders para llevarlo hacia la rosa. Rona seguía colgada en la pierna del príncipe—. ¡La rosa que sembramos ayer comienza a crecer!

—¿De verdad?— murmuró el príncipe, extrañado. Los niños, literalmente, habían clavado el tallo de la rosa en la tierra, si bien es posible que retoñe, esto había sido demasiado fácil y rápido. Anders dio otro vistazo a su alrededor—. ¿Dónde está Olaf?

—¡No vino!— mintió Shelby.

—Sí vino.— afirmó Brander—. Estuvo un rato por aquí, pero dijo que iba a ver en el otro jardín.

—Voy a... ir a verlo, niños.— Anders cargó a Rona, quien se había negado a soltarlo, y la dejó en el suelo—. Vuelvo en un rato.

El jardín del castillo era grande, se dividía en algunas áreas, Anders sólo había visto un par; se dirigió inconscientemente a la otra parte del jardín que ya conocía.

Entró por un túnel, sabiendo que el jardín se encontraba del otro lado de ese gran muro, bajó unos cuatro escalones y siguió caminando, notando la salida luminosa por la luz del día. Ahí parado al final del túnel estaba Olaf, pero sin salir al jardín, sólo estaba ahí quieto justo donde termina el camino y comienza el césped.

Cuando fueron unos pocos pasos los que los separaban, Anders abrió la boca para decir algo, pero calló, quedando estático en su lugar al darse cuenta de dónde se encontraba. Ese jardín, el de la fuente, esculturas y muchas flores coloridas. Había visitado ese lugar con la reina antes de que ella se fuera. Ese lugar...

—Olaf...— lo llamó, pero él no volteó—. Olaf.— lo volvió a llamar, pero con una voz más baja.

Se dio cuenta en ese momento que el muñeco de nieve no estaba viendo el jardín, sino hacia el cielo. Anders se acercó y levantó la vista hacia el brillante sol que empezaba a asomar por los altos muros del castillo. Notó, esta vez, que Olaf permanecía bajo la sombra.

—El sol no te va a derretir.— mencionó el príncipe, medio en broma.

—¡¿Ah?! ¡Claro que no!— exclamó Olaf, notando al príncipe que ya había llegado a su lado—. Mi nube no me permite derretirme.— señaló a la nube mágica que estaba sobre su cabeza, la cual le rociaba unos ligeros copos de nieve—. A menos de que Elsa decida quitarme mi nube, ¡eso sería horrible!

—Eso no lo haría, aun si no está aquí.— dijo Anders, tomando lo que decía Olaf como una broma, pero no estaba seguro si bromeaba.

—¿Tú crees?

—Bien. ¿Qué pasa?— el príncipe se sentó en el suelo, quedando a la altura del muñeco de nieve.

—Sólo pensaba...

—¿Sí?

—... Una nevada en este lugar sería divertido.

—No lo sé.

—¿No?

Anders observó el jardín unos momentos. La ansiedad lo golpeó tan repentinamente que no supo reconocer la razón.

—Aquí estás.— habló alguien a sus espaldas. Anders se levantó de inmediato, se giró y comprobó que quien lo llamaba era su hermano Louis—. El príncipe Kristoff requiere nuestra presencia, Anders.— hablaba con seriedad.

—¿Pasó algo?

Louis bufó y se encogió de hombros.

—Ya sabe la verdad sobre mí. Yo se lo dije.— que era hermano de Anders y por lo tanto también de Hans.

—¿Por qué harías algo así?— Anders sabía lo mucho que se había esforzado Louis para que no lo relacionaran con quien había tratado de matar a la reina Elsa.

—Discutiremos esto más tarde, por ahora, despídete del muñeco de nieve, tenemos cosas importantes qué tratar.

Anders miró a Olaf, quien miraba a ambos fijamente.

—Olaf, debo irme. Le dije a los niños que volvería con ellos pero... ¿Les podrías decir que me disculpen?— dijo Anders, con voz suave.

—Por supuesto, no te preocupes.— le sonrió enormemente.

Anders sonrió y siguió a su hermano. Una vez dejaron a Olaf atrás, a Anders se le desdibujó la sonrisa; Louis lo notó, pero no le dio importancia alguna.

Y Olaf quedó solo otra vez, volvió a mirar al Sol saliente y retrocedió a las sombras con temor.

—Lo siento no... No quiero hacer esto más.

.

..

...

Anna se levantó temprano, dispuesta a continuar con su viaje. Había pasado la noche en el circo; Edvard le había ofrecido quedarse, la dejó dormir en su habitación, Edvard había dormido fuera mientras la princesa se encontraba en su cama. Edvard fue a verla cuando ella acababa de levantarse, el joven entró a la carpa, llevándole pan y leche.

—¿Dormiste bien, princesa?— le preguntó de forma simpática, sonriéndole. Dejó la leche y el pan en una mesita.

—Sí... y...— observó el desayuno que el chico le había traído—. Oh. Gracias por el pan.

Al acabarse de levantar, Anna no estaba del todo arreglada, su cabello estaba revuelto, pero su ropa era la misma que la del día anterior, así que deseaba cambiarse, pero tampoco quería quedarse demasiado tiempo. Anna dio un mordisco al pan, después observó a Ed y se sonrojó; él ya no vestía su ropa de circense, ni llevaba su maquillaje, ahora sólo se veía como un chico común. Anna se tomó el vaso de leche completamente y le dio la mitad del pan a Sven, quien había dormido todo el tiempo al lado de la cama.

—Gracias por todo, Ed.— dijo Anna, tomando sus cosas, ya sin importarle demasiado su aspecto, sólo quería irse de una vez. Aunque era claro que al jovencito rubio sí lo iba a extrañar—. Y no te preocupes, no delataré a Hans, sólo... asegúrate que no meta en problemas a los demás. Vigilado por mí, ¿está bien?

Anna desconfiaba tanto de Hans que estaba segura de que algo malo iba a hacer una vez ella se fuera, pero confiaba en Edvard, y si el chico creía que Hans había cambiado... tal vez lo mejor era no romperle la ilusión. El niño no quería ver la realidad tras su alabado Tuk. O quizá Anna era la terca que no quería cambiar su opinión sobre aquella persona.

—Deseo que tengas suerte buscando a tu familia, princesa Anna.— le dijo con sinceridad. Anna mostró una mirada entristecida, temerosa. Ed no había preguntado los detalles para no incomodar a Anna, pero quería saber aunque sea un poco—. ¿Dónde vas a buscar?

—Finlandia, ahí está la bruja que se llevó a mi bebé y a mi hermana, al menos eso creo.— dijo en tono decidido, pero la verdad es que no estaba del todo segura si iba hacia el camino correcto. El libro no decía mucho respecto a la ubicación del palacio de la reina.

—¿Bruja?

—No tienes que creerme, pero se los llevó una mujer conocida como la Reina de las Nieves. Es, suena tonto si lo piensas, pero es el personaje de una historia con su mismo nombre. Ella... se llevó a mi hijo poco después de nacer y hace unos días mi hermana se fue con ella, no sé por qué, creo que la hechizó de algún modo.

—Eso es... wow...— Ed hizo una cara incrédula. Anna pensó que él no le creía y se sintió ofendida, pero no es que Edvard no le haya creído.

—En fin. Adiós, Edvard.

Anna levantó a Sven, quien había estado recostado, y ambos salieron de la habitación para seguir su camino. Edvard la siguió afuera. Ella ya se estaba yendo, y Ed se dio cuenta que debía detenerla.

—¡Espera, princesa Anna!— la alcanzó de inmediato. Anna no dijo nada, lo miró algo confundida—. Antes de que te vayas, creo que deberías hablar con Jenny y Tuk.

—¿Qué?— frunció el ceño—. Yo no pienso hablar con Hans y Johanna me odia, y a mí tampoco me resulta muy agradable.

—No, Anna. Creo que ellos pueden ayudarte, ellos saben cosas de la Reina de las Nieves.

—Espera, ¡¿qué?!— se sorprendió la princesa, hasta Sven quedó impactado.

—¡Sé que los detestas! ¡a Tuk más que nada! ¡pero realmente quiero que encuentres a tu familia! ¡sé que ellos pueden ayudarte aunque sea un poco!

Anna gruñó un poco, luchando contra su odio pero al final su familia era más importante; aunque le lastimaba el orgullo y no confiaba para nada en Hans, tenía que al menos preguntar.

—Está bien, llévanos con ellos.— se resignó Anna con mal humor, pero, al mismo tiempo, con impaciencia. Edvard la tomó de la mano y la dirigió por el lugar—. ¿Y cómo es que ellos saben cosas de la Reina de las Nieves? No me digas que es por el libro, yo ya tengo el libro y ya lo leí.

Edvard se rió un poco, inocente. Ambos pasaron entre la gente del circo, la mayoría ya estaban despiertos desde hacía mucho rato, aparentemente ya había pasado la hora del desayuno. Algunos observaron a Anna, preguntándose por qué seguía ahí.

—Jenny tiene el libro, es una herencia de su papá, Hans también lo ha leído, pero no es sólo de ahí que saben cosas.— explicó Ed—. El papá de Jenny conocía a Kai y Gerda, ya sabes, los niños del libro.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo?!

—Será mejor que Jenny te lo cuente, yo no sé los detalles. Hans tiene una historia también.

Era realmente increíble. Hasta hace poco dudaba de la existencia de Kai y Gerda, a pesar de que estaba muy consciente de la Reina de las Nieves. Pero pensar que realmente hay gente que llegó a conocer a los protagonistas de esa historia. Esos dos niños... ¿Qué habrá sido de ellos?

Los tres, Edvard, Anna y Sven, llegaron a la habitación de Jenny; una carpa tan grande como la de Hans. La mayoría de los del circo, por lo que había notado Anna, tenían compañeros de habitación; los únicos que vio con habitaciones individuales eran Hans, Jenny y Edvard. Anna se puso a pensar si Edvard era un miembro muy valioso del circo como para tener un lugar propio, a pesar de que el tamaño era mucho menor que las habitaciones de Hans y Jenny.

Edvard llamó a Johanna.

—¡Jenny! — le habló desde fuera, ya que sería maleducado entrar a la habitación de una dama.

—¿Qué quieres, Ed?— preguntó Jenny, pero no desde adentro.

Ella estaba parada tras Anna y Edvard. La mujer vestía una ropa de circo diferente a la del día anterior, se encontraba igualmente maquillada, pero esta vez llevaba su cabellera recogida. Jenny notó a la princesa.

—¡¿Qué hace ésta aún aquí?!

Anna se molestó mucho, estuvo a punto de gritarle algo, pero Edvard habló primero.

—Jenny, la Reina de las Nieves es quien se llevó al bebé y a la hermana de la princesa Anna.— dijo Edvard con voz preocupada.

—¿Qué?— Jenny hizo una expresión extraña, incrédula y sorprendida a la vez—. No digas tonterías, Ed.

—¡Es la verdad!— exclamó Anna, dando un paso hacia la domadora—. ¡Edvard dice que tú sabes cosas de ese... ese monstruo! ¡¿Puedes ayudarme?!

Anna detestaba a Jenny por su actitud y por estar ligada a Hans, a parte por defenderlo, pero si era por salvar a su familia, no le importa, mucho, tener que rogar por su ayuda. Jenny notó la firmeza de la princesa y supo que ella no podía estar mintiendo.

—No me digas que piensas buscar a la Reina de las Nieves por tu cuenta.— dijo la mujer de cabello negro, en un tono ciertamente compasivo, pues sólo podía imaginarse el dolor de la princesa.

Johanna no era una persona desalmada, sólo era conflictiva, pero nunca se negaría a alguien que pedía ayuda, iba en contra de todos los principios inculcados por su padre que en paz descanse.

—¡No voy por mi cuenta! ¡voy con Sven!— señaló a su reno amigo—. Ah, y con mi niña.— señaló su vientre.

—¡Ja, ja, ja!— Jenny dio una fuerte risotada—. Usted es demasiado inocente, pero no lo suficiente, de hecho, es demasiado ingenua si cree que puede hacer este largo viaje y salir viva.

—¿Me ayudarás o no?— Anna llevó sus manos a la cintura.

Jenny suspiró profundamente. La detestaba en verdad, pero no iba a dejar desamparada a una embarazada.

—Ed dijo que tu padre conoció a Kai y Gerda.— insistió la princesa.

—Bien.— Jenny se dio la vuelta y comenzó a caminar—. Sígueme, en el camino le contaré la historia de mi padre con Kai y Gerda.

Siguieron a Jenny, mientras la mujer contaba.

—Hace muchos años, cuando yo era muy pequeña.— empezó Jenny con la historia—. Mi padre consiguió unas gafas de un viejo comerciante, el anciano le dijo a mi padre que eran gafas mágicas, que mostraban la verdad de las personas. Nuestro circo siempre ha estado en busca de objetos y criaturas mágicas, así que papá no dudó en comprarlas. No sospechó en ese momento que se trataba de magia maligna. Resulta que el cristal con que se fabricaron esas gafas provenían del Espejo de la Razón, el espejo que menciona el libro, el que se rompió en millones de pedazos.

—Sí, sé sobre ese espejo.— dijo Anna.

—Cada que alguien se ponía las gafas, sólo podía ver la peor parte de las cosas y las personas. Pronto los miembros del circo entendieron que era un objeto maldito y quisieron deshacerse de él, pero mi padre no. Papá comenzó a obsesionarse con lo que esas gafas le mostraban, empezó a creer en todo lo que veía a través de ellas; él cambió, se volvió una persona diferente, llegó a un punto en que no se las quitaba nunca. Yo era muy pequeña, casi no recuerdo nada, pero me han dicho que él parecía haber caído bajo un hechizo; empezó a creer que todos estaban en su contra, dejó de creer en la vida, incluso... incluso se alejó de mí. Un día Kai y Gerda aparecieron, le quitaron las gafas y lo ayudaron a superar lo que los cristales le habían hecho ver. Pronto volvió a ser como antes. Kai y Gerda eran las personas más bondadosas que he conocido y conoceré jamás.

Llegaron al lugar donde Jenny los dirigía, una carpa que dentro estaba oscura y llena de cajas, objetos para los actos (pelotas, aros, trajes) y partes de escenografías.

—¿Hace cuánto fue eso?— preguntó Anna con curiosidad.

—Hace como unos 25 años, quizá, o tal vez más.— no recordaba exactamente qué edad había tenido cuando aquello sucedió, pero estaba casi segura que tenía menos de cinco.

Jenny buscó el libro entre las cajas. Tenía bastantes libros guardados que siempre les contaban a los niños, incluido el libro de la Reina de las Nieves, pero hacía bastante tiempo que Jenny no lo leía.

—Aquí está. La Reina de las Nieves.— leyó el titulo del empolvado libro—. Kai y Gerda le dejaron este libro a mi padre.

—Mi madre también tenía un ejemplar del libro. Al parecer es una historia más conocida de lo que supuse.

—Lo es entre los que sabemos...— la mujer de circo quedó pensativa unos momentos—. Gerda siempre entregaba un libro a todos los que ayudaba con sus problemas de cristales de espejo.

—¿Qué estás insinuando?

—Nada, princesa. Sólo digo lo que sé.

—Quiero decir, yo también conseguí mi propio libro de la Reina de las Nieves.— Anna sacó de su bolsa el libro que aquella ladrona le había entregado—. Me lo entregó Chickie, la ladrona que contrató Hans para llevarse a Olaf.— dijo esto último aún con resentimiento. Continuó hablando con normalidad—. Hablando de Chickie, ella pudo saber que estaba embarazada de una niña, al igual que tú anoche, ¿acaso tienes que ver con ella?

—Ya te he contado toda mi historia, lo demás que sé lo he aprendido con los años, gracias a la influencia que este libro y esa pareja ha tenido en mí.— apegó el libro a su pecho, hablando con voz casi solemne—. Pero de esa tal Chickie no sé nada, sólo sé que es una ladrona reconocida y Tuk le paga para hacer trabajos a veces. Nunca había fallado hasta ahora. No pensé que ella fuera más especial que eso en lo absoluto.

—¿Qué es esa habilidad?

—Yo... puedo sentir cosas. En mis viajes he conocido muchas criaturas mágicas, entre ellas a colonias de trolls que habitan en los bosques de diferentes reinos; ellos me enseñaron esa magia. Supongo que esa ladrona, de alguna forma, también lo aprendió en algún lugar.

—De todas formas, no creo que sea una ladrona cualquiera. Pero no estoy aquí para hablar de ella. ¿Esto es todo lo que sabes respecto a Kai y Gerda y la Reina de las Nieves? ¿no hay nada más?

—Como le he dicho, he aprendido muchas cosas en mis viajes. He conocido gente que pasó cosas similares a mi padre, he escuchado las mismas leyendas, aunque a veces distorsionadas, una y otra vez, pero no hay nada que no haya mostrado el libro. Incluso conozco la historia del Maligno con el espejo.

Anna sintió un escalofrío al escuchar sobre aquella sombra.

—Cuando la Reina de las Nieves fue por mi hermana, el Maligno estaba con ella.

—¿Vio al Maligno?— dijo Jenny, preocupada y con temor—. ¿Cómo es?

—Es espantoso... Ay, ya no quiero hablar de eso, es aterrador.— decidió cambiar el tema—. Elsa actuaba extraño en aquel momento, olvidó a mi hijo Christian y que la reina se lo había llevado; Elsa quiso irse con la reina y no entiendo por qué.

—Le borró la memoria, tal vez.— dijo Ed, quien se había mantenido en silencio—. La Reina de las Nieves puede hacer eso.

—Eso no explica por qué, aun así, Elsa quiso irse con ella.— dijo Anna, afligida.

—Escuche, princesa.— habló Jenny—. Odio decirlo, pero tal vez Tuk...— resopló—. Tal vez Hans pueda ayudarla más que yo.

—¡Agh! ¡¿Es necesario?!— se quejó la princesa, aunque en el fondo aceptaría cualquier ayuda en su desesperación.

—Te dije que Hans tenía una historia.— le dijo Ed—. Cuéntasela, Jenny.

—Dado a que sé lo mucho que le molestaría a mi Hans contárselo por sí mismo, supongo que tendré que hacerlo yo.— Johanna abrió el libro que sostenía. Observó a la princesa—. Por eso la traje, para leerle una parte del libro.

—¡Pero si yo ya lo leí!— exclamó Anna, confundida.

—Pues vamos a repasarlo. Será mejor que se siente.

Anna obedeció y se sentó de mala gana, Sven se acomodó a su lado; Edvard también se sentó al lado de Anna. Jenny arrastró una caja y la colocó frente a los que escucharían, usó la caja como silla.

—Bien. Cuarto episodio: El príncipe y la princesa.— comenzó el relato.

Gerda tuvo que pararse a descansar de nuevo; sobre la nieve, ante ella, saltó una corneja; el ave se quedó allí un buen rato, la miró, moviendo la cabeza, y dijo:

—¡Kra, kra! ¿Qué tal va?

La corneja no sabía hablar mucho, pero estaba bien dispuesta hacia la niña y le preguntó a dónde se dirigía, tan sola por el vasto mundo. Gerda reparó especialmente en esa palabra: sola, y sintió de pronto todo lo que eso significaba; le contó su historia a la corneja y le preguntó si no había visto a Kai.

La corneja sacudió la cabeza con aire reflexivo y dijo:

—¡Posible, Posible!

—¿De verdad?— gritó la niña.

A punto estuvo de asfixiar a la corneja de tanto que la abrazó.

—Suavemente, suavemente...— dijo la corneja—. Creo que puede tratarse del pequeño Kai, pero parece que te ha olvidado por princesa.

—¿Vive con una princesa?— preguntó Gerda.

—Sí, escucha.— dijo la corneja—. Tengo muchas dificultades para hablar tu idioma; si comprendes la lengua de las cornejas, te lo podré contar mucho mejor.

—No, nunca la he aprendido— respondió Gerda—, aunque la abuela la sabía... ¡y también el javanés!

—Eso no me sirve de mucho.— dijo la corneja—. En fin, te contaré lo mejor que pueda; ya me disculparás si no me expreso bien.

Y la corneja le contó lo que sabía:

—En el reino del que procedo vive una princesa dotada de una inteligencia prodigiosa. Ha leído todos los periódicos que existen en el mundo... ¡Y los ha olvidado! ¡Hasta tal punto es inteligente! Hace algún tiempo, un día que se encontraba sentada en el trono -lo que, según se dice, no es nada divertido- se puso a canturrear una canción que decía: "¿por qué no me casaré?". "Bueno, es una idea", pensó ella, y decidió casarse, pero quería un esposo que supiera responder a sus preguntas, un hombre que no se contentara tan sólo con tener un aspecto distinguido, pues eso acaba resultando demasiado aburrido. Convocó a todas las damas de honor, que, al enterarse de sus proyectos, le manifestaron su aprobación. "Cuánto nos complace - le dijeron-, ya habíamos pensado en ello."

Lo que te cuento— advirtió la corneja—, es completamente verídico, puedes creerme. Tengo una novia domesticada que circula libremente por el castillo y ella es quien me lo ha contado todo.

Naturalmente, su novia era también una corneja, pues cada corneja se junta con su pareja.

En los periódicos se publicó un edicto con una orla de corazones y las iniciales de la princesa; en él se anunciaba que todo joven de buen porte podía presentarse en el castillo para hablar con la princesa; aquel que se comportara de forma más correcta y demostrara ser mejor conversador, se casaría con ella.

—Créeme— insistió la corneja—, lo que te cuento es tan cierto como que estoy aquí ahora mismo. Todos eran muy capaces de hablar mientras estaban en la calle, pero en cuanto franqueaban las puertas del castillo, veían a la guardia con sus uniformes plateados y a los lacayos vestidos en oro por las escaleras y los grandes salones deslumbrantes de luz, se quedaban desconcertados; más aún: al llegar ante el trono, todo lo que sabían hacer era repetir la última palabra pronunciada por la princesa y que ella, naturalmente, no tenía el menor interés en escuchar de nuevo. Parecía que hubieran ingerido rapé y se hubieran quedado atontados... hasta que, de vuelta otra vez en la calle, podían hablar de nuevo normalmente. Los pretendientes formaban una larga cola que llegaba desde las puertas de la ciudad hasta el castillo. Yo mismo me acerqué a verles.— dijo la corneja—. Tras tantas horas de espera, terminaban por tener hambre y sed, pero nada recibían del castillo, ni tan siquiera un vaso de agua. Algunos, los más espabilados, se habían llevado rebanadas de pan con mantequilla que se negaban a compartir con nadie, pues pensaban: "Si tienen aspecto de hambrientos, no serán elegidos por la princesa".

—Pero Kai, el pequeño Kai...— preguntó Gerda—. ¿Cuándo llegó? ¿Estaba entre toda aquella gente?

—Paciencia, paciencia, ahora llegaremos a él. Era el tercer día cuando apareció un pequeño personaje, sin caballo ni carruaje, que con paso decidido subió derecho hacia el castillo; sus ojos brillaban como brillan los tuyos, su cabello era largo y hermoso, aunque sus vestiduras eran pobres.

—¡Era Kai!— interrumpió Gerda entusiasmada—. ¡Oh, lo encontré! ¡Lo encontré!— exclamaba dando palmadas.

—Llevaba un pequeño morral a la espalda.— continuó la corneja.

—No, seguramente se trataba de su trineo.— observó Gerda—. Cuando desapareció llevaba consigo su trineo.

—Puede ser— dijo la corneja—, no pude verlo de cerca; pero sé por mi novia domesticada que cuando entró en el castillo y vio la guarda con sus uniformes plateados y sobre las escaleras los lacayos vestidos en oro, no se intimidó en absoluto; les saludó con la cabeza y dijo: "Debe ser aburrido quedarse en las escaleras, prefiero entrar dentro". Los salones estaban deslumbrantes. Chambelanes y consejeros andaban descalzos para no hacer ruido portando bandejas de oro. ¡Era algo impresionante! A cada pisada, sus botas crujían terriblemente, pero él no parecía preocuparse lo más mínimo por eso.

—Sin duda se trata de Kai.— dijo Gerda—. Sé que tenía zapatos nuevos; los oí crujir en la habitación de la abuela.

—Cierto, hacían mucho ruido.— dijo la corneja—. Audazmente avanzó hacia la princesa, que estaba sentada sobre una perla tan grande como la rueda de una rueca; todas las damas de la corte, con sus servidores y los criados de los servidores, estaban alineados ante ella; cuanto más cerca estaban de la puerta, más orgulloso aparecía su semblante. El pequeño paje del criado de un servidor, que va siempre con pantuflas, tenía un aspecto imponente, ¡tan orgulloso se sentía de estar junto a la puerta!

—Eso debe ser horrible.— dijo la pequeña Gerda—. ¿Y consiguió Kai casarse con la princesa?

—Si no hubiera sido corneja, sin duda habría sido yo el elegido, aunque lo cierto es que estoy ya prometido. En cualquier caso, parece que el joven habló tan bien como yo mismo pueda hacerlo cuando me expreso en mi lengua; mi novia domesticada así me lo ha dicho. Era intrépido y gentil; en realidad no había venido a pedir la mano de la princesa, sino tan sólo a constatar su inteligencia, que valoró en alto grado, así como la princesa, a su vez, estimó altamente la de él.

—¡Sí, seguro que se trataba de Kai!— exclamó Gerda—. Era tan inteligente que sabía calcular de memoria incluso con fracciones... ¡Oh! ¿Por que no me introduces en el castillo?

—Bueno, eso es fácil de decir, pero no tanto de hacer.— respondió la corneja—. No sé cómo podríamos arreglarlo... Hablaré con mi novia domesticada; seguro que nos puede sugerir algo; aunque debo decirte que, habitualmente, jamás se permite la entrada en el castillo a una niña como tú.

—¡Entraré!— dijo Gerda—. Si Kai se entera de que estoy aquí, vendrá en seguida a buscarme.

—Espérame allí, junto a la escalera.— dijo la corneja volviendo la cabeza y emprendiendo el vuelo.

Cuando regresó, ya había oscurecido.

—¡Kra, kra!— graznó—. Mi novia te envía sus más cariñosos saludos; me ha dado este panecillo para ti; lo ha cogido de la cocina, donde siempre hay pan en abundancia; sin duda tendrás hambre... No te será posible entrar descalza en el castillo; la guardia de uniformes plateados y los lacayos vestidos en oro no lo permitirían; pero no llores, porque, a pesar de todo, en seguida estarás dentro. Mi novia conoce una escalera secreta, que conduce al dormitorio; ella sabe dónde se encuentra la llave.

Y se encaminaros hacia el jardín atravesando la gran alameda alfombrada por las hojas que caían de los árboles; las luces se fueron apagando una a una; cuando todo estuvo oscuro, la corneja condujo a la pequeña Gerda hasta una puerta trasera que se encontraba entornada.

¡Oh, como latía el corazón de Gerda por la inquietud y la ansiedad! Parecería que iba a hacer algo malo, cuando, en realidad, sólo quería saber si se trataba de su amigo Kai; sí, tenía que ser él; pensaba en sus ojos vivos y en sus largos cabellos; creía verle sonreír, como cuando estaban sentados, allá en su casa, junto a los rosales. Sin duda, se sentiría feliz de verla, de oírle contar el largo camino que por él había recorrido, de saber lo tristes que se habían sentido todos desde el día que desapareció. ¡Oh, qué miedo y qué alegría a la vez!

Y allí estaban ya, delante de la escalera; una pequeña lámpara irradiaba su tenue luz desde un aparador; en el centro del suelo se encontraba la corneja domesticada que movía la cabeza a un lado y a otro sin dejar de mirar a la niña; Gerda le hizo una reverencia, tal como su abuela le había enseñado.

—Mi novio me ha hablado muy elogiosamente de usted, mi querida señorita.— dijo la corneja domesticada—. Su currículum vitae, como se suele decir, es realmente conmovedor... Si coge usted la lámpara, yo iré delante, iremos en línea recta, así no encontraremos a nadie.

—Me parece que alguien viene por detrás de nosotros.— dijo Gerda.

Sintió como si un rumor pasara junto a ella; algo que parecía proceder de extrañas sombras que se deslizaran a lo largo de los muros: caballos de crines flotantes y patas delgadas, jóvenes vestidos de cazadores, damas y caballeros cabalgando...

—Son sólo sueños.— dijo la corneja—. Vienen a sugerir ideas de caza a nuestros soberanos; tanto mejor, así podrá usted contemplarlos más a gusto mientras duermen. Si le va bien las cosas, espero que se mostrará usted agradecida...

—Inútil hablar de eso.— dijo la corneja del bosque.

Llegaron al primer salón, tapizado de satén rosa con estampado de flores; los sueños les habían sobrepasado y marchaban tan deprisa que la pequeña Gerda no podía ver ya a los augustos personajes. Los salones, a cual más magnífico, dejarían anonadado a cualquiera que los viera; finalmente, llegaron al dormitorio. Su techo recordaba una enorme palmera con hojas de un cristal maravilloso; en medio de la habitación, engarzados en un tallo de oro, había dos lechos que parecían lirios; uno era blanco y en él descansaba la princesa; hacia el otro, de color rojo, se dirigió Gerda para comprobar si era Kai el que allí dormía; apartó uno de los pétalos rojos y vio un cuello moreno... ¡Era Kai! Le llamó en voz alta por su nombre, acercó la lámpara hacia el lecho... Los sueños cruzaron de nueva a caballo por la habitación... se despertó, volvió la cabeza y... ¡No era kai!

El príncipe, aunque también joven y hermoso, sólo se le parecía en el cuello. Desde el lecho del lirio blanco, la princesa entreabrió los ojos preguntando qué sucedía. La niña se echó a llorar y contó toda su historia y lo que las cornejas habían hecho por ella.

—¡Pobre pequeña!— dijeron el príncipe y la princesa; alabaron la actitud de las cornejas y dijeron que no estaban enfadados con ellas, aunque aquello no debía volver a repetirse. Sin embargo, tendrían su recompensa.

—¿Queréis volar en libertad?— preguntó la princesa—. ¿O preferís el cargo de cornejas de corte con derecho a todos los desperdicios de la cocina?

Las dos cornejas, haciendo una solemne reverencia, aceptaron el cargo que se les ofrecía, pues pensaban en su vejez y creyendo que era una buena oportunidad para asegurarse su futuro.

El príncipe se levantó de su lecho e invitó a Gerda a que se acostara en él: era todo lo que podía hacer por ella. La niña juntó sus manitas y pensó: "¡Qué buenos son los hombres y los animales!". Cerró los ojos y durmió profundamente. Los sueños regresaron enseguida por el aire, mas esta vez como ángeles de Dios que arrastraban un pequeño trineo en el que iba sentado Kai; pero aquello eran sólo ensoñaciones que desaparecieron en el mismo momento que la niña se despertó.

A la mañana siguiente, la vistieron de pies a cabeza con sedas y terciopelos; le ofrecieron quedarse en el castillo donde tan feliz podría ser, pero ella tan sólo quería un pequeño carro con un caballo y un par de zapatitos para lanzarse de nuevo por esos mundos de Dios a proseguir la búsqueda de Kai.

Le regalaron un par de zapatos y un manguito; le dieron también un hermoso traje y cuando se dispuso a partir se encontró con una magnífica carroza de oro que la esperaba ante la puerta; sobre ella, el escudo con las armas de los dos príncipes brillaba como una estrella; cochero, sirvientes y postillones, pues también había postillones, vestían libreas bordadas con coronas de oro. El príncipe y la princesa ayudaron a Gerda a subir al coche y le desearon buen viaje. La corneja domesticada, ahora ya casada, la acompañó durante las tres primeras leguas; se sentó a su lado, ya que no podía soportar ir en dirección contraria a la marcha; la otra corneja se quedó en la puerta batiendo sus alas; no podía acompañarles, pues desde que tenía un cargo en la corte y comida en abundancia, sufría de fuertes dolores de cabeza. La carroza estaba abarrotada de bizcochos y bajo el asiento había gran cantidad de frutas y panes de especias.

—¡Adiós, adiós!— se despidieron el príncipe y la princesa.

La pequeña Gerda lloró y también la corneja del bosque... Recorrieron las tres primeras leguas y la corneja domesticada tuvo que decirle adiós; fue una separación muy penosa; voló hacia un árbol y agitó sus alas negras hasta que la carroza, que brillaba como el sol, se perdió de vista tras un recodo del camino.

Johanna había leído el episodio completo; cerró el libro al finalizar. Anna sintió la mirada de Edvard y Johanna sobre ella, en espera de su reacción.

—¿Qué?— preguntó la princesa, harta de cómo la miraban—. ¿Qué tiene que ver esa parte de la historia con Hans?

—Yo me sorprendí mucho cuando me enteré.— dijo Edvard, con una sonrisa juguetona.

—Princesa Anna.— habló Jenny, con voz tranquila, aunque muy en el fondo quería ver cómo fuera a reaccionar Anna—. La razón de que Hans pueda saber más de la Reina de las Nieves que yo, es que el príncipe y la princesa de la historia son...

—Mis padres.— dijo Hans, entrando al lugar, sorprendiendo a los presentes—. ¿Se puede saber por qué le están contando esto a ella?

Jenny y Ed se encogieron de hombros; Edvard con temor de contestarle, Johanna sin encontrar las palabras.

—Un momento.— Anna se puso de pie de inmediato, casi en estado de alteración—. Espera, espera, ¡¿qué?!

...

..

.

En la oficina de la Reina Elsa, Kristoff esperaba sentado en el escritorio. Tocaron a la puerta un par de veces, Kristoff les dio permiso de entrar. Louis pasó primero, seguido por Anders, a quien aún no le explicaban la situación.

Kristoff se puso de pie y se acercó a ambos; al estar aún cerca del escritorio, Kristoff se recargó ahí y miró a Louis, esperando a que éste hablara. Louis giró los ojos.

—Te decía, Anders, que le revelé al príncipe Kristoff que somos hermanos.— dijo Louis, frugal.

Anders no sabía qué decir, ni qué pensar, sólo desconocía los motivos de su hermano para revelar la verdad y eso lo dejaba algo confundido. Anders miró a Louis y después a Kristoff. El rubio cruzó sus brazos.

—No importa.— dijo Kristoff—. Si yo fuera hermano de un psicópata, también lo ocultaría. No quiero ni imaginar lo que diría Anna si se entera.

—Otra escena, como cuando se enteró que Anders pretendía a su hermana.— comentó Louis, con una media sonrisa—. Preferí ahorrarme esa humillación.

—Sí... Anna es así.— Kristoff sonrió un poco, recordando a su esposa.

"Son como amigos ahora" pensó Anders. Aún sin saber a lo que ellos querían llegar, hizo una mueca y miró a su hermano mayor.

—¿Qué sucede?— preguntó el segundo menor de los príncipes de las Islas del Sur.

Louis no pretendía que las cosas fueran misteriosas para Anders, así que lo dijo con simpleza.

—Cuando se empezó a correr la voz de que la reina Elsa fue llevada por una tal Reina de las Nieves, pude recordar algo.— comenzó a decir Louis. Señaló un libro que se encontraba sobre el escritorio—. El libro, "La Reina de las Nieves", nuestros padres solían contarnos esa historia. Tú no lo recuerdas, Anders, porque eras un bebé, pero los niños que aparecen en esa historia, Kai y Gerda, nosotros los conocimos.

—¿Qué?

—Mis recuerdos son difusos, yo también era muy pequeño; así que le envié una carta a nuestro hermano Jonas y él me envió esto junto a otra carta.— Louis tomó del escritorio un retrato y se lo entregó a Anders.

En el retrato pudo observar a sus padres con aspecto más joven y a otra pareja que no conocía. Era un hombre de cabello castaño y una mujer de largo cabello rubio, con una larga cicatriz en su mejilla izquierda.

—¿Nuestros padres eran amigos de Kai y Gerda?— se sorprendió Anders, sin poder apartar la mirada de la imagen.

—En la carta Jonas menciona que ellos visitaban nuestro reino anualmente, a veces hasta dos veces por año, eran muy buenos amigos de nuestros padres. Nos traían regalos de sus viajes...— Louis se detuvo un momento, tratando de recordar algún obsequio, pero había sido hacía tanto tiempo—. Jonas tenía doce años cuando Kai y Gerda visitaron nuestro reino por última vez, yo debía haber tenido unos cinco años y tú acababas de nacer.

—¿Por qué dejaron de visitarnos?— preguntó Anders, presintiendo que su hermano quería llegar a ese punto.

—No lo sé. Pero Jonas dice... y yo también tengo un recuerdo de ello, que en esa última visita, la mujer, Gerda, estaba embarazada.— dijo Louis, pensativo—. Después de eso no volvieron jamás; Jonas le preguntó a nuestro padre y él le dijo que aún recibían cartas de ellos, pero a los pocos años dejaron de llegar. Kai y Gerda se esfumaron, nadie supo nunca qué fue de ellos.

—¿Cómo ayudará eso a encontrar a Elsa y a mi hijo?— preguntó Kristoff, ya que esta era toda la información que sabía, ya que Louis le había dicho parte de ella antes de llamar a Anders.

—Mi padre dio un nombre, alguien que podría saber más del paradero de Kai y Gerda, y, por lo tanto, de la Reina de las Nieves. El nombre de una persona que fue la más cercana a la pareja.

—¿Esa persona podría ayudarnos?— dijo Anders.

—¿Cuál es su nombre? Haré lo posible para contactar a esa persona.— aseguró Kristoff.

—Sólo es un nombre, sin apellido ni dirección. Siento que no sea de mucha ayuda, pero es todo lo que tenemos. El nombre de esa persona es Chickie.

—¿Chickie?— repitió Anders, extrañado, con semblante incrédulo. Iba a hacer un comentario más, pero Kristoff lo interrumpió.

—¡¿Qué?!— exclamó el príncipe.

—¿Pasa algo, Majestad?— preguntó Louis, mirando a Kristoff con seriedad, una reacción demasiado fría como respuesta a la sorpresa del hombre.

—Yo conozco a Chickie. ¡Es una ladrona que se encuentra en el calabozo justo ahora!— contó—. Ella me conoció cuando yo era un niño, yo no lo sabía hasta hace poco. Cuando era niño, la Reina de las Nieves intentó llevarme, pero antes de eso, Chickie me tenía.

—Eso sí es una sorpresa.— reconoció Louis, casi dando una risa egocéntrica.

—¡Debí imaginarlo!— gritó con frustración—. Llevo interrogando a Chickie desde hace días. Sé que ella sabe algo sobre el paradero de mi hijo y mi cuñada, pero no ha dicho nada útil.— Kristoff enfureció con aquella mujer, apretó los puños del coraje que sintió—. Sabía que ella sabía más de lo que aparentaba, ¡pero nunca pensé que estuviera involucrada de esta manera! ¡Pareciera que todas las pistas siempre llevan a ella!

—Entonces es mejor que la haga hablar a cualquier costo.— dijo Louis, cruzado de brazos—. Media realeza de Arendelle se encuentra desaparecida y no sabemos si la princesa Anna logrará encontrarlos, o tan siquiera regresar.

—¡No digas esas cosas! ¡Anna definitivamente volverá!— le gritó Kristoff, en el fondo sintiendo temor por esa posibilidad.

—... No era mi intención ofenderle, príncipe Kristoff. Sólo digo las cosas como son.— hablaba fríamente—. Si esa mujer Chickie es la única persona que podría dar información valiosa para salvar la vida de la familia real, entonces lo mejor sería obligarla a hablar, amenazarla si es necesario.

—Al menos en eso tienes razón.— dijo Kristoff—. Y deja de llamarme príncipe, lo detesto.

—Majestad.

—No. Sólo Kristoff, ¿está bien?— le pidió, fastidiado.

—Como quiera, príncipe.— lo estaba molestando. Kristoff se abstuvo de seguir discutiendo, aunque ese sujeto ya lo había irritado en verdad. Louis se rió, nunca le temió ni un poco a la realeza de Arendelle—. Regresando al tema, ¿podría yo llamar a los guardias para que interroguen a la mujer?

—No. Lo haré yo mismo.

—Como ha dado mucho resultado.— dijo Louis con sarcasmo. Ya le había colmado la paciencia a Kristoff—. Entonces esto es todo lo que puedo hacer para ayudar por ahora. Me retiro, entonces, llámeme cuando me necesite.

—¡Espera!— lo detuvo Anders antes de que saliera por la puerta. Gritó tan fuerte que se avergonzó—. Louis... ¿por qué me trajiste hasta aquí? Es decir, pudiste decirle todo esto a Kristoff sin necesidad de mi presencia. Yo no fui útil para nada. Ni siquiera puedo recordar a Kai y a Gerda. ¿Por qué me llamaste?

—Tal vez no seas útil— dijo Louis, abriendo la puerta para salir—, pero supuse que necesitabas saber esto porque... sé lo desesperado que estás por encontrar a la reina Elsa. Sé que te gusta, así que no me pareció justo excluirte esta vez, hermano.— lo miró de reojo; con voz seria, prosiguió—. Hazte un hombre y ayuda a encontrarla.

Louis se fue de ahí.

—Supongo que vienes conmigo ahora.— le dijo Kristoff a Anders.

El príncipe de las Islas del Sur apenas lo escuchó, se exaltó cuando Kristoff colocó la mano en su hombro.

—¡¿Eh?!

—Kai y Gerda eran amigos de tus padres, tal vez eso le baste a Chickie para hablar de ellos. Vamos al calabozo a verla, ahora.

Notes:

Siento mucho la tardanza. Por algún motivo este capítulo me resultó demasiado difícil, no debería ser así, pero lo fue, difícil. Trataré de actualizar más rápido para la próxima.

Y sí, los padres de Hans son el príncipe y la princesa de la historia. Ya les había dicho, ¿no? Todo en mi fanfic está relacionado, en mi fanfic las cosas pasan por una razón.

Ya quiero terminar las partes de la historia, esta es apenas la cuarta parte y faltan otras tres.

Ah... Al fin soy libre de este capítulo.

...

Em...

Chapter 16: La corneja

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en octubre del 2016.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 16: La corneja.

El cielo se había vuelto gris en Arendelle, en señal de una tormenta eléctrica quizá. Las nubes provocaban oscuridad en el reino, aun cuando el sol debería brillar en lo más alto en esa hora del día. Casi parecía que había atardecido, pero sin los cálidos colores de la puesta de sol. Sólo todo se había ensombrecido en un momento. Y la luz se había eclipsado.

Olaf seguía en el jardín junto a los niños, pero se sentía como si no estuviera con ellos y los niños pronto comenzaron a ignorarlo también. Los niños nada sabían. Olaf no iba a explicarles lo que le sucedía, no quería y no debía.

"No es del todo malo" sonaba una voz en su cabeza, una siniestra y traviesa que sólo él podía percibir, lo cual era lo mejor, nadie merecía escuchar aquellos murmullos "Lo piensa todo el tiempo. Es completamente normal. Así que, escúchame, no puede ser tan malo"

No le creía a la voz. No del todo. Trataba de convencerlo todo el tiempo, pero no iba a caer así de fácil, no debía creerle, pero no podía evitar escucharlo y dudar. ¿Qué tanto le murmuraba? ¿qué más de ello podía decir? No debía escucharlo, pero lo escuchaba y le temía, temía a lo que decía, temía a lo que le hacía ver, temía a lo que le hacía pensar.

"Eres raro. Vete de aquí. Ya déjame en paz" pensaba Olaf como respuesta a lo que esa criatura le decía, y esa criatura escuchaba atentamente.

—Olaf.— lo llamó Anders.

Olaf se sobresaltó, miró al príncipe a su lado, no había notado cuando se acercó. Últimamente se distraía con demasiada facilidad. Pero cada que Anders se acercaba, lograba despertarlo y la voz en su cabeza callaba; pero sabía que cuando Anders se fuera, esa voz iba a gritar mucho más fuerte. Era tan difícil fingir que nada pasaba, que todo estaba bien cuando no lo estaba.

—Príncipe Anders.— lo saludó el muñeco de nieve, forzando una enorme sonrisa. Y así nadie sospechaba.

—Hay buenas noticias, creo.— le contó el príncipe—. Puede que consigamos información valiosa sobre la Reina de las Nieves y el paradero de Elsa. Resulta que la ladrona, Chickie, sabe más de lo que parece. Conoció a Kai y Gerda, y a mi familia. Yo y Kristoff vamos a ir a interrogarla justo ahora.

—¿¡De vedad?!— Olaf dio un salto—. ¿Qué estamos esperando? ¡Vamos con ella!— dijo de forma animosa. Anders le sonrió.

—Sabía que querrías venir.— susurró el príncipe. Por ello había ido a buscarlo. Levantó la mirada hacia el cielo, notando lo oscuras que estaban las nubes—. ¿Qué sucedió con el clima?

Hacía menos de una hora que el sol se encontraba resplandeciente en el cielo y, ahora, se había ido. El clima era así, supuso el príncipe, a veces lo días se tornan oscuros sin previo aviso.

Anders se dirigió a los niños, quienes jugaban alrededor de la rosa.

—Niños, será mejor que se vayan a sus casas, parece que el clima va a empeorar.

—¡Pero la tormenta podría destruir la rosa!— exclamó Rona, la pequeña niña, preocupada.

—Es fuerte, resistirá.— la animó Anders.

—¡Vamos a la cocina! ¡sé dónde esconden las galletas!— gritó Shelby, tomó a su hermana Rona de la mano y los tres niños salieron corriendo hacia el castillo para hacer travesuras.

Parecía que esos tres, en lugar de irse a sus casas, permanecerían toda la tarde jugueteando en el castillo. Anders suspiró al verlos correr. Todo para ellos era tan sencillo, tan simple. En el fondo, el príncipe deseaba poder tener esa visión del mundo, donde los problemas fueran tan pequeños como encontrar galletas, anhelaba esa vida fácil, la cual, ciertamente, ni siendo niño pudo tenerla del todo. Pero alguna vez hasta él pudo ver el mundo como esos pequeños lo hacían.

—Me da nostalgia.— murmuró el príncipe, con una mirada soñadora, casi ausente—. A veces extraño la vida cuando era todo tan fácil, es una lástima tener que crecer. Es... Las cosas se vuelven tan complicadas cuando creces. El mundo solía, hace mucho, parecerme tan grande y extraordinario. Pero no todo en él es tan bueno.

Anders giró para ver a su amigo, el cual creía que lo escuchaba, pero Olaf ya no estaba ahí cerca, se había adelantado.

—¡Vamos, Anders!— lo llamó el muñeco de nieve, dando brincos a varios metros lejos de él—. ¡Debemos ir a ver a Chickie!

—... Ya voy.— murmuró el príncipe, tan bajito que era seguro que aunque su amigo estuviera cerca, no lo habría escuchado.

Se detuvo para bajar la mirada y observar la rosa con la que los niños jugaban antes, la bella rosa blanca que pertenecía a Elsa. Esa rosa le resultaba extraña e inusual.

Anders suspiró. ¿Por qué seguía deteniéndose a pensar en esas pequeñas cosas que tuvo y las que no pudo tener? ¿en las que fue y en las que no pudo ser? Su pasado y sus temores eran una gran carga, no podía soltar esos recuerdos.

Y volvió, por un instante, a sentirse solo. Un pensamiento cruzó por su mente:

"Ya no nos entendemos más"

El abismo que los dividía había cambiado, no había crecido ni disminuido, sólo era diferente. Podía sentirlo. Cambió. Él comenzaba a dejar de detenerse para pensar en estas cosas.

...

..

.

—¡No es posible!— exclamó Anna, sin poder creer algo tan alucinante—. ¡¿Cómo que el príncipe y la princesa de la historia son los padres de Hans?!

—Baja la voz.— advirtió Hans, con amargura, a Anna—. Nadie aquí, además de ustedes, sabe que soy un príncipe, o lo era.

En su estadía en el circo, Anna había descubierto algunas cosas, por ejemplo que el padre de Johanna, una de los dueños del circo, había conocido a Kai y Gerda; también había descubierto que todo este tiempo Hans había estado viviendo en el circo con el nombre de "Tuk" y ahora le decían que los padres de Hans eran el príncipe y la princesa del cuento de La Reina de las Nieves. Eso no tenía ningún sentido, las posibilidades eran muy escasas. Era una coincidencia muy grande o el mundo era demasiado pequeño.

Anna dio unos pasos hacia Hans, seguida por Sven quien no la perdía de vista, y se acercó los suficiente como para dejar claro el aún desprecio que le hacía sentir.

—¡No! ¡no!— exclamó la princesa, con sus ojos fijos en el expríncipe—. El libro no dice mucho de geografía, pero estoy segura de que ellos no eran de las Islas del Sur.

Hans rodó los ojos, dando a Anna por tonta.

—¿Segura que leíste el libro?— le dijo con gran pedantería—. En el último episodio menciona que ellos se fueron, en otras palabras, se mudaron a las Islas del Sur.

—No puedo creerlo.— seguía con su desconcierto y su, sabía, inútil negación.

—¿Puede alguien ya decirme qué hace ella aún aquí y por qué le han contado esto?— Hans miró a sus compañeros con severidad.

—... Hans, la Reina de las Nieves fue quien se llevó a su familia.— le contó Edvard, con la mirada al suelo. Se apenaba por haber hecho algo que lo molestara, pero sabía qué era correcto—. Pensé que podríamos darle información para ayudarla.

—Lo lamento, pero no sé cómo esto podría ayudarla.— habló aún en tono molesto—. Y es algo que no nos corresponde.

—Por favor, no te comportes de esa manera tan despiadada.— lo regañó Jenny, poniéndose de pie para encararlo—. La chica perdió a su bebé y a su hermana, ¿no te da tan siquiera un poco de lástima? Aun sabiendo los problemas que tuvieron en el pasado y lo mucho que me enoje, yo estoy dispuesta a ayudarla en lo que sea posible.

—¿Por qué?— Hans la retó con la mirada, pero en ella no había duda alguna.

—Porque tú intentaste matar a su hermana.— siseó en voz muy baja, sabiendo que las paredes oyen y que era el mayor secreto de Hans en esta nueva vida.

—¡Eso está en el pasado!

—¿Olvidas la filosofía de nuestro circo? Aquella con la que mi padre y yo te recibimos y aun cuando nos revelaste tu pasado, seguimos aceptándote.— Johanna miraba a Hans con una intensidad muy seria y dura, y en el fondo con una amable misericordia—. Todo este tiempo has dicho que has cambiado y yo te creo, entonces demuéstralo ahora. Estuviste a punto de arruinarle la vida a esta chica, ¡ahora hazte responsable y sálvala! Salva a aquella mujer que intentaste asesinar. De otra forma, ¿cómo puedes asegurar tener un alma inmortal?

Anna recordó entonces las palabras que le había dicho Edvard anoche, al escuchar la historia de La Sirenita, él había dicho: "Eso es lo que nosotros queremos, tener un alma inmortal... No todos los hombres poseen un alma inmortal, hay quienes no la merecen." Ella entendía muy bien lo que él había querido decir. Miró al joven de reojo, pero Ed parecía distante, con una expresión vacía que sólo cambió al fruncir los labios por algo que Anna pudo reconocer sólo como tristeza.

Ella notó la mirada de Hans, quien aún le mostraba cierto rechazo, así que le devolvió una mirada con odio.

Hans rodó los ojos. Puede que ya no sea, él piensa, un desalmado como en el pasado, pero eso no quería decir que se sintiera con la obligación de ayudar a la joven princesa, no tenía necesidad de redimir el daño que le había hecho una vez, cuando iba a dejarla morir. Pero, ¿qué tan cruel podría seguir siendo si no le brinda una ayuda que está al alcance de su mano? Para ella tampoco era un placer recibir ayuda del que intentó matar a su hermana, pero las circunstancias habían cruzado sus caminos nuevamente, y esta vez él ya no buscaba dañar a nadie más. No más.

Miró el rostro severo de Johanna y los ojos melancólicos de Edvard, entendiendo así que no tenía opción. Podía entender los motivos de Edvard, quien se había convertido en un joven amable e interesado en todo el mundo, y Johanna tenía una moral muy estricta que la obligaba a ayudar a todos quienes recurrían a ella por ayuda, y ellos se preocupaban por él. En el pasado nunca pudo tener eso, nunca hubo alguien que viniera y dijera "yo te protejo", esta vez no sólo tenía eso, sino que ellos se habían vuelto también su preocupación.

Entendió que para enterrar el pasado tendría que redimir sus pecados, al menos los que concernían a la familia real de Arendelle.

—Que mis padres fueran amigos de Kai y Gerda no puede ayudarla en lo absoluto... Pero...— su semblante molesto se tornó pensativo, pero molesto aún. Hizo una pausa mientras pensaba—. Podríamos preguntarle a la corneja.

—¿La corneja?— murmuró Edvard ante la mención.

—¿Una corneja? ¿de qué están hablando ustedes?— preguntó Anna. Edvard se apegó a ella.

—¿Recuerdas que te dijimos que siempre estábamos en busca de criaturas mágicas?— le dijo Edvard a Anna—. Tenemos una que dice saber de magia.

—¿Un ave que hace magia?

—No, no que hace, sólo sabe sobre magia, y sabe de leyendas e historias. Quizá sepa algo que nosotros no para ayudarte.

—Está bien, preguntemos a la corneja.— concordó Johanna—. Pero más le vale, princesa, que no ande contándole esto a cualquiera. Nosotros somos muy precavidos, cuidamos mucho a nuestros miembros, no queremos que nadie intente venir a robar nuestras criaturas mágicas.

—Como la mercenaria que Hans mandó a Arendelle para llevarse a Olaf.— volvió a mencionar Anna, aún con gran resentimiento.

—Ya olvídalo, ¿quieres?— refunfuñó Hans con amargura—. Ven, síguenos.

Salieron todos de lo que era un almacén de utilería para los actos del circo.

Aún era muy temprano, pero ya la mayoría de los del circo estaban levantados. Mientras caminaban a su destino, una vez más Anna miró a su alrededor y notó que la gente la seguía viendo con desconfianza, aunque alguno que otro reía. Muchos parecían asombrados de que fuera acompañada por Hans, quien ellos conocían como Tuk. Se llegó a sentir incomoda ante tantos extraños que, igualmente, la veían como una extraña. Sven le dio un empujoncito a la princesa, haciéndola sentir mejor al recordar que él aún estaba con ella, y por lo tanto no se encontraba sola.

Los del circo llevaban cosas de ahí para allá, practicaban sus malabares y acrobacias. Anna sonrió al pensar en lo divertido que debía ser vivir en un circo, ir de pueblo en pueblo ofreciendo un espectáculo. ¿Cómo sería nunca quedarse en un solo lugar?

Hubo menos ajetreo cuando llegaron a una parte que daba al bosque, donde sólo había una enorme y solitaria carpa que daba un poco de miedo a primera vista. Una mujer muy alta, de cabello corto y cobrizo, que llevaba un pequeño mono en sus hombros, los vio de forma deductiva mientras sonreía y se acercaba dando saltos casi eufóricos.

—Pero si es la chica que casi nos arruina el espectáculo ayer.— al escuchar su voz, Anna reconoció que era la misma mujer que le contaba el cuento de La Sirenita a los niños la noche anterior—. Veo que te has ganado el cariño de los jefes.— la mujer dio una rápida mirada a Johanna y a Hans—. ¿Vienes a ver nuestro pequeño espectáculo privado?

—No menciones mi verdadero nombre.— le habló Hans a Anna en susurros.

Anna asintió sin prestarle mucha atención, sólo no podía dejar de ver al pequeño animal que la mujer llevaba cargando a sus espaldas.

—Princesa, ella es Ivy, es la encargada de las criaturas mágicas.— la presentó Johanna en tono sereno, casi sin interés.

—Ah, una princesa.— la mujer llamada Ivy sonrió, sorprendida—. Entonces, ¿anoche casi matamos a una princesa? ¿Es verdad lo que gritaste? ¿que esperas un bebé? No sufrió daño, ¿verdad?

—Eh... No, está bien.— seguía mirando de forma alucinada a la pequeña criatura—. ¿Él es mágico?

—¿Eh?— echó un vistazo al pequeño amiguito que colgaba de su brazo derecho—. ¡Ja, ja, ja! ¡Claro que no! Éste es sólo un mono capuchino normal.— se acercó a Anna y le habló en secreto— ¿Sabes? Jenny lo está entrenando para que deje de robar cosas al público.

—No tienes que decir eso.— dijo Johanna de mal humor, estirando el brazo para que el mono se sujetara en ella y, de esa forma, se lo arrebató a Ivy.

—Bien, la domadora eres tú.— Ivy dio una risotada.

—La princesa Anna quiere hacerle unas preguntas a la corneja.— Hans fue directo al grano—. Es sobre la Reina de las Nieves.

—¿Qué? ¿por qué quisiera...?

—Te lo explicamos adentro.— le interrumpió Hans, pasando a la carpa que tenían enfrente.

Johanna dejó que el mono se colgara en una cuerda de la carpa mientras iban entrando y ella y Hans le daban un resumen a Ivy de lo que sucedía. Ivy no se molestó en ocultar su sorpresa e incluso su susto.

Dentro de la carpa era oscuro, sólo había encendida una lámpara, Edvard fue el que se apresuró a encender un par más. Había algunas jaulas con animales dentro, parecían bastante normales hasta que Anna distinguió un jackalope y a una criaturita que podría ser un gnomo, o tal vez sólo un juguete que la miraba y se reía.

—Ya sé, estamos escasos de criaturas mágicas, pero tenemos muchos objetos mágicos, aunque solemos evitar los malditos.— explicó Ivy con una risa nerviosa.

Anna hizo una mueca al verlos encerrados.

—Esto...

—En nuestro país los freak shows son bastante comunes, ¿sabías?— comentó Ivy, interrumpiendo a Anna—. El padre de Johanna decidió que nosotros debíamos mostrar algo diferente, así que empezamos a buscar magia. Aunque eso no significa que no tengamos alguna que otra gente rara por aquí.— se rió—. Tenemos un miembro que habla con serpientes, pero no se encuentra, si regresas alguna vez tal vez podamos presentártelo. Y habían dos chicas que nacieron juntas, quiero decir siamesas, pero se quedaron en Inglaterra a probar suerte allá, como ya te dije, allá los freak shows son populares.

—Entonces sí utilizan a las criaturas mágicas para sus espectáculos.— dijo Anna con el ceño fruncido, regresando al tema que quería discutir antes de que la otra le interrumpiera—. Y los encierran en jaulas.

—Son muy traviesas, princesa.— le respondió con seriedad la mujer—. A veces los dejamos salir de noche, pero si los descuidas se pierden... o los roban. Pero no la corneja, la corneja hace lo que quiere porque es más lista.— Ivy se acercó a una jaula, la abrió y sacó de ella a una pequeña ave color negro—. Te aseguro que están aquí porque quieren, al menos la mayoría.— volvió a reírse.

—Damos los espectáculos por la madrugada—. dijo Edvard, señalando a un escenario ni de cerca tan grande como el principal, pero los asientos eran muy finos—. Vienen gente con mucho dinero a ver esto, por eso nosotros éramos de los mejores circos en nuestro país.

—¿En la madrugada como si fuera un espectáculo ilegal?— dijo Anna sin pasar por alto ese detalle.

Hans la miró feo, pensando que ella quería encontrarle algo malo al lugar sólo para molestarlo.

—Sí, como si fuera un espectáculo ilegal, aunque no estoy segura si existen leyes sobre criaturas mágicas.— Ivy carcajeó—. De todas formas, cobramos más, nos han venido a ver incluso gente de la realeza.

—No lo dudo.— dijo la princesa, recordando su primera impresión del circo, el cual durante las funciones brillaba como los diamantes. Tal maravilla visual no podía ser barata.

—Oh, lo olvidaba. Ésta es la corneja.— dijo Ivy mientras dejaba a la ave que estaba sosteniendo desde hacía rato volar.

La corneja era un ave parecida a un cuervo, con plumaje oscuro. El ave se paró sobre un perchero y observó a la desconocida.

—¿Es la misma corneja de la historia de La Reina de las Nieves?— preguntó Anna, inocente, asombrada ante la criatura, acercando su mano izquierda al plumaje del ave, al ver que a ésta no le molestaba, la acarició.

—Claro que no, no seas tonta.— dijo Hans, girando los ojos. Anna lo miró con una mueca molesta—. Pero dice ser un familiar, no sé si creerle, pero dice haber viajado por todo el mundo y conocer todo lo que se puede saber de magia e historia.

—Debe ser un charlatán.— se rió Ivy.

Anna siguió viendo al ave y frunció el ceño. Ya casi pasaba un minuto y no la escuchaba decir ni una palabra, se empezó a preguntar si la estaban timando.

—¿Qué espera? Pregúntele.— dijo Johanna, impaciente.

—¿Qué? ¡Ah! ¡Sí!— Anna no había tenido tanto contacto con seres mágicos más que los trolls, su hermana, Olaf y... Sólo se sentía nerviosa al estar frente a un ave parlante—. Señora corneja...

—Él es macho.— le dijo Edvard a la princesa, notando que le había llamado "señora" al ave. Edvard se rió y Anna se puso aún más nerviosa.

—Necesito rescatar a mi hijo y a mi hermana de la Reina de las Nieves, ¿sabe algo que pueda ayudarme a hacerlo?— prosiguió—. Me han dicho que un alma inocente puede encontrar el palacio de la reina, yo tengo a mi bebé.— tocó su vientre—. Pero no sé dónde es exactamente, sólo sigo lo que me dice el libro y no es mucho. Tampoco sé cómo voy a enfrentarla, no sé qué haré cuando esté ahí, yo sólo sé que voy a rescatarlos. Si hay algo que pudiera saber para ayudarme...

—Eres una mujer embarazada rumbo al lugar más maldito de la Tierra.— habló finalmente el ave.

Anna se sobresaltó con un escalofrío, aunque no era ni de cerca tan aterrador como cuando vio a Olaf por primera vez.

—¡Yo no le tengo miedo a la Reina de las Nieves!— exclamó Anna, dubitativa porque en realidad sí le temía.

—No es a la reina a la que debe temer, sino al demonio que va con ella.

Los presentes sintieron un temor repentino por la mención de esa palabra. Anna, especialmente, porque ya lo había visto; tragó saliva y evitó temblar.

—¿El Maligno? No me importa. Yo puedo defenderme de él.— se hizo la valiente, tomó su bolsa, rebuscó entre sus cosas y, cuando encontró lo que buscaba, lo sacó para mostrarlo. Era el collar de cristales que le había dado Chickie—. Tengo esto.

—¿Los cristales de sombras de Gerda?— se sorprendió la domadora.

—¿Esos son...?— Edvard los observó con atención.

—¿Cómo consiguió algo así?— preguntó Jenny.

—Por la ladrona que Tuk contrató para llevarse a Olaf.— utilizó el nombre falso de Hans frente a Ivy—. Y debo decir que esa señora, además, me dejó muchos moretones en la cara que aún no desaparecen del todo.— pero se cubría los moretones con maquillaje. Miró a Hans con odio y él le dirigió una mueca—. Sí, seguiré molestándote con eso.

—Siento que me estoy perdiendo de algo...— murmuró Ivy, viendo a Anna y a Tuk.

—Entonces con eso el Maligno no podrá ir tras de ti.— adivinó Edvard, quien ya había escuchado la historia de el Maligno y los cristales, algo que se lo había contado Jenny y que ella había escuchado de parte de trolls.

—No, el Maligno no puede hacerme nada.

—Pero la Reina de las Nieves puede.— dijo la corneja—. Hay cierta magia de la reina que no funciona con inocentes, esa es la magia que afecta la mente y el juicio, es la que hace más daño, pero las nevadas matan a cualquiera, no hacen distinción. Aún puede matarle. No sabe en lo que se mete.

—Solamente me abrigaré. El frío es, gracias a mi hermana, parte también de mí. La Reina de las Nieves tiene a mi hermana y a mi hijo en su palacio, debo ir a salvarlos, ya esperé mucho tiempo.— se comenzaba a desesperar—. ¿Por qué no responde mi pregunta? ¿Realmente sabe tanto de la Reina de las Nieves como dicen?

—Yo sé más de ella y del espejo de lo que se imagina, y puedo decirle que la Reina de las Nieves es alguien imposible de enfrentar. Si piensa ir a buscarla, tenga por seguro que morirá.

—¡No me importa mientras rescate a mi familia!— se limpió las lágrimas de los ojos, tomó el perchero donde estaba la corneja y, para sorpresa de todos, lo sacudió con brusquedad—. ¡Responde mi pregunta! ¡pájaro horrible!

—¡Oye! ¡harás que se vaya!— se espantó Ivy, tomando a Anna de la cintura y apartándola de un jalón. Era bastante fuerte.

—Contéstale, por favor.— le rogó Ed al ave.

—Sí, hay algo que puedo decirle.— Anna dejó de patalear, Ivy finalmente la soltó y todos volvieron a prestarle atención a la corneja—. Hay una barrera mágica que envuelve el palacio de la reina, como sabe, sólo un inocente la puede atravesar, pero difícil es de encontrar. Pero hay quien sabe dónde está y, si es necesario, la magia para entrar si no se es un niño.

—¿Quién?

—En Finlandia hay una cabaña, de ahí encontrará cómo llegar. Se la señalaré si me da un mapa.— Anna de inmediato sacó un mapa de su bolsa y lo desplegó. La corneja, al no tener tinta ni forma de escribir, arañó con la pata el sitio. Anna hizo una cara de incredulidad—. Debe saber que se lo advertí, con la Reina de las Nieves puede que tenga una oportunidad, pero si enfrenta al Maligno no regresará jamás.

—Hola. Tengo los cristales de sombras, ¿recuerda?— volvió a mostrar el collar—. No va a hacerme daño.

—El Maligno.— comenzó a decir la corneja con aire sombrío—. Ese demonio, igual que todos los demás, antes era un ángel, ¿pero saben qué tipo de ángel era? ¿saben qué es lo que hacía? ¿Saben cuál era su nombre? Si no saben estas cosas mucho menos podrían enfrentarle. Él corrompe a los humanos, si no puede tocarla físicamente gracias a los cristales de sombras, entonces buscará la manera de dañar su alma bondadosa y transformarla en la peor versión de usted. Él destruirá la pureza de su ser.

—Él no va a manipularme.— se defendió la princesa.

—Yo conozco esa historia.— murmuró Ivy, con un ánimo muy diferente al mostrado hasta ahora, esta vez estaba melancólica y miraba a Anna con seriedad—. Ocurrió hace tantos años que nadie lo recuerda, tan sólo hay textos... En la época en donde el espejo se rompió, algo muy malo ocurrió en la Tierra, y antes de eso, el Maligno y los demonios llevaron a los humanos a ese destino.

Anna recordó la historia del origen del Maligno que le habían contado los trolls a ella junto a Kristoff. Tan sólo pensar que su familia estaba con esa criatura la llenaba de pánico.

—¡Ya no me hables de eso! ¡No quiero sentir más miedo del que tengo ya!— dijo la princesa—. ¡Mi hijo y mi hermana están con esa cosa! Yo...— dio un suspiro, guardó el collar y el mapa en su bolsa—. Les agradezco todo lo que han hecho por mí, ahora tengo que ir por mi familia.

Edvard tomó la mano de Anna y le sonrió, ella le regresó la sonrisa, con gratitud.

—Iremos contigo.— saltó Johanna.

—¡¿Qué?!— gritó Hans, sin comprenderlo.

—¿Qué?— dijo Anna, con mucha sorpresa. Edvard le soltó la mano.

—¡Oh! ¿puedo ir yo también?— se apresuró a decir Ivy.

—¡Claro que no! Necesito que estés aquí y dirijas el circo.

—Johanna, ¿podemos hablar en privado?— dijo Hans, molesto. Jenny sonrió con malicia.

—Ivy, querida, ¿puedes salir un momento? Necesitamos hablar.

—¿Eh?— se molestó la alta mujer, Johanna terminó empujándola a la salida para que se fuera.

—Hans, no podemos dejarla ir sola.— habló la domadora fuerte y claro una vez Ivy dejó el lugar.

—¿No la ayudamos ya lo suficiente?

—¡No podemos dejar que ella se enfrente al mundo sola! ¡Iremos con ella! ¡tú y yo!

—¿Puedo dar mi opinión?— murmuró Anna.

—¡No!— le dijo Johanna. No apartaba su mirada de Hans—. Mi padre decía que las buenas acciones nos liberarían.

—Ya escuchaste a la corneja.— interrumpió Edvard—. Si enfrentamos al Maligno podríamos morir, o peor, podríamos...

—Corrompernos, lo sé. Pero la princesa no tiene miedo, yo tampoco, yo creo en mí misma. Además ella tiene los cristales de sombras, si permanecemos cerca nos protegerán.

—¿Por qué arriesgarnos así? ¿por qué hacer esto por ella?— Hans la señaló, ofendiendo a Anna.

—No lo hago sólo por ella, lo hago por ti, Hans.— recargó su mano en el hombro de él, viéndolo con cariño—. Ya no quiero que cargues con ese pasado nunca más.

Anna entonces recordó que había escuchado decir que eran novios, pero no lo había comprobado hasta ese momento. Se sentía tan raro ver a Hans con novia.

—Tal vez tú confíes en ti, Jenny, pero ¿yo? ¿Y si el Maligno me corrompe?— hablaba en tono sarcástico, no tomando en serio esa parte.

—Bien, entonces yo te regresaré a la normalidad.— le dio un fugaz beso en la mejilla.

Incomodo. Así se sentía Anna, muy incomodo.

El tacto de la mano de Edvard contra la suya la hizo sentir un escalofrío. Él la miraba con dulzura.

—Yo también quiero ir.— dijo Edvard, mirando a la pareja—. No tienen idea de lo incomoda que se veía la princesa al verlos a ustedes. Je, je.

—¿Puede venir Edvard también? No me sentiría cómoda sola con ustedes dos.— les dijo Anna, quien ya había aceptado la compañía en su viaje—. ¡Y no lo digo porque me sienta celosa o algo raro! ¡Sino que sé que ustedes me odian! ¡y aún no confío en Hans! De hecho, Edvard es el único en el que confío realmente.

Edvard sonrió enormemente y apretó la mano de Anna con más fuerza. Johanna y Hans no pudieron evitar ver esto como algo extraño, pero decidieron que era lo mejor, habría mucha tensión si el pequeño Ed no iba con ellos.

—Si hay algún peligro, te irás, Ed.— le dijo Johanna en un tono casi maternal.

Edvard asintió, avergonzado.

—Bienaventurados los que padecen persecución por causa de justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.— dijo la corneja. Ellos se habían olvidado que estaba ahí, por lo que se sobresaltaron al escucharla.

—Estoy segura de que Ivy sabría de qué está hablando esta ave.— dijo Johanna—. En fin, denos un par de horas para alistarnos, princesa. Y le vendría bien un baño, sin ofender. Edvard le mostrará dónde puede asearse. Tenemos un largo camino por recorrer y... ¿me prestaría el mapa?

Anna obedeció, le entregó a Johanna el mapa y ésta lo examinó con cuidado.

—¿Qué ocurre?— dijo la princesa.

—El mar.— señaló el agua que dividía Suecia y Finlandia—. Tomaremos un barco.

El viaje estaba por dar inicio una vez más. Anna y Sven ahora tendrían más compañía en su búsqueda. Era lo mejor, tal vez, no enfrentarse a la maldad en solitario. Pero hay veces en las que la maldad va de lado de uno, sin darse cuenta. En el interior, y con esa pequeña chispa de oscuridad se podría desatar el fuego que ya había sido advertido.

Edvard miró a Anna con una sonrisa, pero fingía. La miraba y sentía algo que creyó en su corta vida jamás sentir, porque nunca le correspondió sentirlo. La miraba y dolía, y odiaba que doliera porque ese dolor le demostraba lo malo que ese sentimiento era. Ese sentir era muy malo.

Notes:

Sí, esta vez tardé muchísimo en subir capítulo, lo siento.
Pero les diré, este capítulo estaba quedando muy largo, tenía más de once mil palabras, yo no lo quería tan largo, así que lo dividí (estuve pensando bastante en no hacerlo, pero cuando pase las once mil palabras me di cuenta de que debía hacerlo porque sí). El lado bueno es que eso significa que ya tengo casi completo el capítulos siguiente, sólo debo arreglar unos detalles, pero es muy posible que lo suba la siguiente semana.

Una cosa, me he empezado a sentir culpable porque mi fanfic tenga muchos personajes oc, pero yo no los pondría si no aportaran nada a la historia. Tampoco hay muchos personajes en la película que pueda meter.

Ahora Hans y sus amigos se unirán al viaje de Anna. Ustedes saben que esto no puede salir del todo bien.

Oh, tengo escrita una escena desde el capítulo pasado, pero en aquel capítulo no tenía cabida y en este tampoco, pero en el próximo sí estará, será la escena final del siguiente :)

Ahora unas curiosidades.
-Metí un circo a la historia, sí, pero me inspiré mucho en Kuroshitsuji: Book of Circus y American Horror Story: Freak Show. De hecho en este capítulo hago un par de guiños a esas series, no sé si las captaron ;)
-Johanna y Edvard están inspirados en Beast y Dagger de Kuroshitsuji: Book of Circus, aunque no son tan parecidos en apariencia y en personalidad (especialmente Edvard) estaba pensando en aquellos personajes cuando creé estos. Aunque no sólo de ellos me inspiré, quizá se los cuente algún día, quizá no.
-La chica llamada Ivy en este capítulo está inspirada en Eve de AHS: Freak Show, aunque su personalidad no se parece en nada, la imagino en apariencia casi igual. Mi idea original era que su personalidad no fuera así de divertida como la puse, Ivy iba a ser un poco más dramática y espiritual, por algún motivo la cambié por completo de como la tenía contemplada en un principio, pero creo que le dejé algunos detalles. Y no sabía si llamarla Ivy o llamarla Eva, al final le dejé Ivy porque pensé que llamarla Eva sería demasiado, ese nombre hubiera quedado mejor con la idea original que tenía de ella.

En fin, nos leemos en el siguiente cap, que espero que esta vez sí llegue pronto.

Chapter 17: V. La hija de la bandida

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en octubre del 2016.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 17: V. La hija de la bandida.

Una brisa fresca se coló por la pequeña ventana abarrotada de la celda. Eso, sumado a la repentina oscuridad, mostraba que una tormenta estaba por venir, una bastante fea. Chickie agradecía ese clima, ciertamente Arendelle se había vuelto más caluroso desde que su reina se había ido, y estar en el calabozo era bastante bochornoso. Aunque odiaba la nieve, estaba más acostumbrada a climas más frescos; había tardes en esa celda en los que hubiera preferido estar semidesnuda a causa del calor, y lo estaría de no ser que los guardias se la pasaban de allí para allá. Ciertamente una tormenta, no de nieve, sino de lluvia, le vendría bien esa tarde.

Algunos guardias le parecían agradables, así que con algunas artimañas, palabras bonitas y algunos chistes, había conseguido que le dieran una pelota para divertirse. Rebota y rebota, contra la pared una y otra vez. Y conseguía también que le dieran mejor comida. La gente de Arendelle eran buenas personas, o muy manipulables, de cualquier forma estaba bien para ella.

Y se preguntaba por qué nadie venía a visitarla, ni Kristoff con sus reclamos y preguntas habituales, los cuales ella se había negado a responder por su bien. Ni siquiera el Maligno iba ya a molestarla, sólo lo había hecho una vez, por lo cual estaba muy agradecida. Pobre alma maldita la que sea perseguida por el Maligno.

Cuando comenzó a aburrirse de la pelota, que bota y rebota, escuchó pisadas por el pasillo. Las pisadas de los guardias ya las conocía muy bien como para saber que no eran ellos; reconoció prontamente los pasos de Kristoff, pero también notó que venía acompañado. La pelota rebotó contra el muro, cayó hasta ella y la tomó en su mano, la pasó de una mano a otra empezando a tararear una vieja canción que le escuchó cantar a su madre alguna vez, hizo una sonrisa enorme.

—Creí que te habías rendido conmigo.— habló lo suficientemente alto, sabiendo que Kristoff ya estaba cerca.

—¡Esta es su última oportunidad, Chickie!— Kristoff se apegó a los barrotes, con una expresión realmente molesta, casi furiosa—. ¡Hable o le obligaremos a hablar!

Un tipo rudo, se había vuelto un tipo rudo. Chickie adoraba verlo, era bastante inmune a palabras ofensivas así que casi podía tomarlo como un niño haciendo berrinche. Pero no era un niño y no gritaba por un berrinche. Amaba verlo, pero era demasiado doloroso también.

—Ya te he dicho que no sé nada de la Reina de las Nieves, ni sé cómo encontrar a tu familia y, claro, no querrás saber de dónde te conozco.

—¡Yo sé que sabe todas esas cosas! ¡Ya no mienta! ¡sé que conoce a Kai y a Gerda, los niños de la historia! ¡Todas las pistas siempre apuntan a usted! ¡deje de fingir ahora!

—Eso no es verdad.— le dirigió una mirada fulminante, apegada a sus palabras y sin retractarse. Era una excelente mentirosa, pero ni ella podría mantener una mentira cuando ya la habían descubierto.

—Sabemos que los conocía.— dijo Anders, quien estaba a un costado de Kristoff, con voz dudosa—. Kai y Gerda conocían a mis padres, eran amigos de mi familia. Usted conocía a Kai y a Gerda también, lo sabemos.

—Maldita sea.— Chickie, que había permanecido sentada contra la pared, jugando con la pelota, se puso de pie y se acercó todo lo que pudo a Anders, examinando su rostro con la mirada—. Eres un Westergard, ¿no es así? un príncipe de las Islas del Sur. Todos ustedes, crías de conejos, son iguales, siempre termino encontrándome con uno en algún lugar.

—Usted sabe más de lo que dice. Kai y Gerda podrían ayudarnos, ¡usted los conoció! ¡llévenos con ellos!

—¡No los llevaría con ellos ni aunque pudiera!— rugió la bandida, enfureciendo—. ¡¿No entiendes, mocoso, que esto no tiene solución?! ¡he tratado de alejarte de esto! He dejado que tu linda esposa vaya en su busca, pero tú no puedes ir, ¡no debes involucrarte!

—¡Esa bruja tiene a mi hijo! ¡lo ha tenido por más de dos años! ¡ni siquiera sé si lo mantiene con vida! ¡No puede pedirme que me haga a un lado!— Kristoff golpeó los barrotes con coraje, haciendo un estruendo.

—¡Tú no debes buscarla!— gritó Chickie.

La mujer les dio la espalda, limpiando su rostro de lágrimas traicioneras. ¿Había perdido a su hijo por dos años? ¡pues Chickie lo había perdido a él por 22! Sabía muy bien lo duro que era perder a un niño que uno ama, lo había vivido, lo había sufrido, y aún así no quería que Kristoff hiciera lo posible por recuperar al suyo, temía que resultara lastimado, por ser quien era. Pudo haber depositado un poco de esperanza en la princesa Anna, pero jamás dejaría a Kristoff correr ese riesgo, no quería perderlo una vez más, él era lo único que le quedaba.

—No nos deja opción, va a hablar porque va a hablar, no me obligue a...

—¿Vas a mandar a torturarme? Eso es lo que hacen los soberanos cuando quieren respuestas, ya he pasado por ello y jamás he dicho nada. Inténtalo, pero no obtendrás nada de mí.

—¿Tú eres amiga de Sven, verdad?— dijo Olaf, dando un paso al frente. Se había mantenido callado hasta ese momento, por lo cual casi había pasado desapercibido por la ladrona—. Sven está ahora con Anna, buscando a Christian y a Elsa, hacen lo que pueden por traerlos de regreso, ¿acaso no te importa?

—No te metas en esto.— Chickie lo miró de reojo, hablando en tono despectivo.

—Yo leí el libro también, Gerda hizo todo lo que pudo para traer a su amigo Kai de regreso. Ella era muy valiente y era amiga tuya, ¿verdad?

—Cállate...

—¿Por qué tienes miedo de ayudarnos?

—¡Yo no tengo miedo! ¡cállate, maldición!

—Gerda nos habría ayudado, sólo tienes que decirnos cómo encontrarla y ella nos ayudará. ¡Ella puede!

—¡No me hables de Gerda! ¡mierda! ¡no me hables de ella!— se giró y comenzó a patear las rejas de la celda varias veces, espantando a los presentes—. ¡Es por ella que hago esto! ¡no voy a permitir que Kristoff salga herido por una búsqueda inútil! ¡la reina y el bebé ya no tienen salvación! ¡¿que no lo entienden?! ¡el mundo está condenado ahora! ¡Esto nunca fue sólo de salvar a una sola persona, ni a un par! ¡no pueden hacer nada contra eso! ¡Gerda lo intentó, el idiota de Kai lo intentó y hasta yo lo intenté! ¡pero no hay forma de ganar si el Maligno está involucrado! ¡no tienen idea de en lo que se meten, ni lo que él quiere!

—¡Usted se rindió!— le recriminó Kristoff—. ¿Es eso? ¿se rindió? ¡Estoy seguro de que Gerda no se habría rendido! ¡¿o me equivoco?!

Chickie pateó una vez más los barrotes, haciéndose daño. Talló fuertemente sus ojos, maldiciendo las lágrimas; llorar la hacía ver demasiado débil y lo detestaba.

—No, tienes razón, ella nunca se rendía, era muy terca, ¿sabes?— cruzó sus brazos y miró al hombre a los ojos. Hablaba con amargura y sus ojos estaban rojos, su rostro permanecía en una mueca horrible—. Nos matarán a todos.

—Valdrá la pena.— respondió Kristoff, viéndola fijamente.

"No, no lo valdrá" pensó Chickie, y pensó que ese hombre era terco como ningún otro, que iba a correr directo a la muerte aunque ella intentara detenerlo. Era valiente y era un tonto, la mezcla perfecta para el desastre, pensó. Jamás había sido buena para asumir responsabilidades, ni para cumplir promesas y mucho menos para considerar los sentimientos de otros. Sabía muy bien lo que Gerda haría en este caso, y Chickie no estaba de acuerdo, pero si Kristoff era como su antigua amiga, entonces nada evitaría que el hombre fuera hasta el fin del mundo para salvar a quienes ama.

Entonces otra idea cruzó por su mente. Si no podía evitar que Kristoff se metiera en problemas al intentar evadir sus preguntas, entonces todo lo que quedaba era contarle la verdad. Si Kristoff sabía la verdad quizá sería suficiente para hacerlo desistir, para hacerlo ver que ya no había esperanza. Chickie lo había evitado para no derrumbarle el espíritu, pero por ahora prefería mantenerlo aunque sea con vida.

La bandida sonrió, sabiendo que la verdad era dolorosa hasta para ella, en especial al tener que revivir las memorias por tener que contarle. Pero, ciertamente, él tenía derecho a saber, siempre debió haber sabido.

—Está bien, te contaré cuánto sé.— aceptó, dando un suspiro resignado, sorprendiéndolos—. Supongo que del Maligno, los trolls ya te contaron bastante. De la Reina de las Nieves no sé nada que no ponga en el libro. Así que te diré sobre Kai y Gerda... y por qué la Reina de las Nieves fue por tu hijo, y por qué trató de llevarte a ti primero. Pero primero te contaré... la razón por la que Elsa es tan importante, la razón por la que tiene esos poderes.

—¿Usted sabe por qué Elsa nació con poderes de hielo?— dijo Kristoff, asombrado como los demás. Chickie asintió.

—Pero antes de contarte sobre ellos, sobre la maldición que recae en Elsa y en ti, debo contarte quién soy.

—¿Eso es importante? Eres una ladrona.

—Caza recompensas.— le corrigió en tono engreído.

—Mercenaria.

—Como sea, llámalo como quieras. Y sí, es importante, porque yo aparezco en el libro.

—¡¿De verdad?!— dijeron los tres. Chickie giró los ojos.

—¿Seguros que lo leyeron? ¿Cuántas veces tengo que decir que las respuestas se encuentran ahí? No es un libro sólo para adornar. Léanlo, carajo, y todo será más fácil de entender.— dijo la bandida con amargura—. Conocí a Gerda hace unos 40 años, es increíble que aún permanezca perfectamente en mi memoria, la pequeña niñita llorona vestida como princesa pero que en realidad no valía nada, sólo buscaba a su amigo... Todo siempre tenía que ver con él. En fin, estaba yo, una dulce niña de 14 años, con mi madre y los demás bandidos cuando escuchamos... ¿Sabes qué? ¡al demonio con eso! ¡Traigan el libro que ahorita mismo vamos a leer esa parte!

—¿Qué dice?— dijo Kristoff, confundido.

—¡Tráiganme el libro de La Reina de las Nieves! Leeremos juntos la parte donde aparezco, porque me da flojera tener que contarlo todo yo.

Kristoff, Anders y Olaf se miraron entre sí.

—¿Por qué siempre terminamos, de alguna forma, leyendo el libro?— comentó Olaf lo que todos estaban pensando.

—¡Porque esa historia nos metió a todos en esto! ¡no se quejen!— les gritó Chickie, fingiendo enojarse.

—Ve por el libro, Olaf, está sobre el escritorio de Elsa.— le pidió Kristoff.

—¡Muy bien!— aceptó alegremente la criatura de nieve—. Anders, vamos, acompáñame.— le pidió al príncipe.

—Ehh... ¡Sí!

Los dos salieron del calabozo, dejando a Kristoff solo con Chickie.

—Soy buena reconociendo ciertas cosas, pequeño Kristoff, y déjame decir que ese muñeco de nieve es un manipulador.— la bandida sonrió—. Usa su inocencia y dulzura a su conveniencia, es como un niño pequeño, no le puedes negar nada sin sentirte culpable.

—Es solamente... bueno convenciendo a las personas.— dijo Kristoff, recargándose en los barrotes de la celda, cruzando sus brazos—. A veces es bastante molesto... Pero estaríamos perdidos de no ser por él.

—No entiendo cómo.— pero sí entendía un poco. Suspiró, pensativa.

Kristoff la observó, ella pensaba con una expresión seria, y al notar que Kristoff la observaba, lo miró con una sonrisa traviesa.

—Los guardias de aquí son unos incompetentes, me han regalado una pelota.

Pasaron pocos minutos hasta que Olaf y Anders finalmente estuvieron de regreso, trayendo consigo el dichoso libro.

—Léelo tú, Kristoff, yo estoy tan cansada de las mismas letras.— Chickie se recargó en los barrotes, observando fijamente al rubio—. Episodio cinco, es donde aparezco. Ya debieron deducir quién soy.

No era muy difícil de averiguar para los que ya habían leído el libro con anterioridad, sospecharon desde que ella mencionó aparecer en él, ahora quedaba claro.

Kristoff se encogió de hombros y se dispuso a hacer lo que le ordenaba.

—Quinto episodio: La hija de la bandida.

Una vez más, se adentraron a esa historia real del pasado, para descubrir que no importaba cuántas veces lo leyeran, nunca terminaban de entenderlo.

Atravesaban un bosque sombrío, donde la carroza resplandecía como una antorcha, lo que llamó la atención de los bandidos. No podían dejar escapar aquella presa.

—¡Es de oro! ¡Es de oro!— gritaron, precipitándose sobre ella; detuvieron a los caballos, dieron muerte a los cocheros y sacaron del coche a la pequeña Gerda.

—¡Está rolliza y hermosa! La han cebado con pan de especias— dijo la mujer bandida que tenía una barba enmarañada y unas cejas que le caían hasta los ojos—. Es tierna como un cordero cebón. ¡Qué rica estará!— y diciendo esto, sacó su afilado cuchillo que brilló con resplandor siniestro—. ¡Ahh!— chilló la mujer: su propia hija, a la que llevaba a la espalda, le acababa de propinar un tremendo mordisco en la oreja. La muchacha era salvaje y mal educada como no se pueda imaginar—. ¡Maldita niña!— exclamó la madre, que no pudo así matar a Gerda.

—¡Quiero esta niña para que juegue conmigo!— dijo la hija de la bandida—. Quiero que me dé su manguito y su vestido y que duerma conmigo en la cama.

Y la mordió de nuevo con tal fuerza que la mujer dio un salto en el aire retorciéndose, mientras los bandidos se echaban a reír, diciendo:

—¡Mirad cómo baila con su hija!

—¡Quiero montar en la carroza!— gritó la hija de la bandida.

Chickie interrumpió el relato.

—Yo era adorable, ¿no es así?— dijo la bandida a Kristoff y a sus compañeros. Los tres la miraron de forma extraña.

—... Como estaba diciendo...— y Kristoff continuó leyendo.

Y cuando la chiquilla quería algo, había que dárselo, pues además de consentida, era terca como ella sola. Tomó asiento junto a Gerda en la carroza y se adentraron por el bosque traqueteando entre tocones y malezas. La hija de la bandida era tan alta como Gerda, aunque más fuerte, más ancha de hombros y de piel más oscura; sus ojos, de un negro intenso, revelaban una expresión de tristeza. Cogió a la pequeña Gerda por la cintura y le dijo:

—No te matarán mientras yo no me enfado contigo. ¿Eres una princesa?

—No.— dijo la pequeña Gerda, contando lo que le había ocurrido y lo mucho que quería al pequeño Kai.

La hija de la bandida miraba con aire grave; hizo un movimiento de cabeza y dijo:

—No te matarán, ni siquiera aunque yo me enfado contigo; en ese caso seré yo misma quien lo haga.

Secó los ojos de Gerda y metió sus manos en el bello manguito tan suave y caliente que era.

La carroza se detuvo; se encontraban en el patio del castillo de los bandidos, cuyos muros estaban agrietados de arriba abajo; cuervos y cornejas salieron volando de agujeros y grietas y dos grandes perrazos, con aspecto de poder devorar a un hombre, daban grandes brincos, aunque no ladraban, pues les estaba prohibido.

En la sala central, grande, vieja y con las paredes recubiertas de hollín, ardía una gran hoguera en medio del enlosado; el humo se acumulaba junto al techo y debía buscar por sí mismo una salida; en el fuego hervía un caldero de sopa y, ensartados en un pincho, se asaban varios conejos y liebres.

—Esta noche dormirás conmigo y con mis animales.— dijo a Gerda la hija de la bandida.

Cuando hubieron comido y bebido se dirigieron a un rincón donde se amontonaban la paja y las mantas. Por encima de sus cabezas, sobre vigas y traviesas, había cerca de cien palomas; parecían dormidas, aunque giraron ligeramente sus cabezas a la llegada de las niñas.

—Son todas mías.— dijo la hija de la bandida, y, atrapando a una de las que estaban más próximas, la sujetó por las patas y la sacudió, mientras la paloma agitaba las alas.

—¡Bésala!— gritó, arrojando el animal a la cara de Gerda—. Éstos son la chusma del bosque.— continuó, mostrándole los barrotes que cerraban un agujero en lo alto del muro—. Si no se los tiene bien encerrados, se echan a volar de inmediato y desaparecen. ¡Y este es mi viejo amigo Bae!

Y tiró de los cuernos a un reno atado a la pared con una cuerda sujeta a un anillo de cobre pulimentado que le rodeaba el cuello.

—También a éste hay que sujetarlo bien; de lo contrario, se soltaría y se iría. Todas las noches le acaricio el cuello con mi cuchillo y se muere de miedo.

La niña sacó un largo cuchillo de una rendija que había en la pared y lo pasó por el cuello del reno. El pobre animal coceó, mientras la hija de la bandida se reía a carcajadas. Luego, de un empujón, tiró a Gerda sobre la cama.

—¿No vas a dejar el cuchillo mientras duermes?— preguntó Gerda que miraba la hoja con temor.

—Duermo siempre con mi cuchillo.— respondió la hija de la bandida—. Nunca se sabe lo que puede ocurrir. Pero cuéntame más sobre lo que hace un momento decías del pequeño Kai y sobre por qué te has aventurado a recorrer el mundo.

Gerda continuó su relato, mientras las palomas del bosque se arrullaban allá arriba, en su jaula, y las otras dormían. La hija de la bandida pasó su brazo alrededor del cuello de Gerda y, sin dejar de sujetar el cuchillo con la otra mano, se durmió y pronto se le oyó roncar; sin embargo, Gerda no podía cerrar los ojos, no sabía si iba a vivir o a morir. Los bandidos estaban sentados alrededor del fuego, cantaban, bebían y la vieja bailaba de forma estrafalaria. ¡Oh, qué horrible espectáculo!

Entonces las palomas del bosque dijeron:

—¡Crrru, Crrru! Hemos visto a tu amigo Kai. Una gallina blanca llevaba su trineo y él iba sentado en el de la Reina de las Nieves, que voló sobre el bosque cuando nosotras estábamos en el nido; sopló sobre nosotros, las crías, y todos murieron, salvo nosotros dos ¡Crrru, Crrru!

—¿Qué es lo que me decís?— preguntó Gerda sobresaltada— ¿Dónde iba la Reina de las Nieves? ¿Podéis decírmelo?

—Seguramente se dirigía a Laponia, donde hay siempre hielo y nieve. No tienes más que preguntar al reno que está atado con la cuerda.

—Allí hay una gran cantidad de nieve y hielo.— dijo el reno—. ¡Es muy agradable y muy hermoso! Se puede correr y saltar libremente por inmensos valles nevados. Es allí donde la Reina de las Nieves tiene su mansión de verano, pero su castillo está más arriba, cerca del Polo Norte, en las islas llamadas Spitzberg.

—¡Oh Kai, querido Kai!— suspiró Gerda.

—¿Vas a estarte quieta de una vez?— le gritó la hija de la bandida—. O te callas o sentirás mi afilado cuchillo en tu barriga.

Por la mañana, Gerda le contó todo lo que le habían dicho las palomas del bosque; la hija de la bandida adoptó una expresión grave, movió la cabeza y dijo:

—Eso me da igual... eso me da igual... ¿Sabes tú donde está Laponia?— le preguntó al reno.

—¿Quién podría saberlo mejor que yo?— respondió el animal, con los ojos humedecidos— ¡Allí nací y allí me crié, saltando por los campos cubiertos de nieve!

—Escucha.— dijo a Gerda la hija de la bandida—. Ya ves que todos los hombres han salido, pero mi madre todavía sigue aquí; más tarde, hacia el mediodía, suele beber un trago de aquella botella y después se echa un sueñecito... entonces podré hacer algo por ti.

Saltó de la cama, se abalanzó sobre el cuello de su madre, y tirándola de los bigotes, le dijo:

—¡Buenos días, mi querida cabra!

La madre le dio tal papirotazo en la nariz, que se la dejó entre roja y azul, pero eso, entre ellos, no era más que una muestra de cariño.

Cuando la madre hubo bebido de la botella y se quedó dormida, la hija de la bandida se acercó al reno y le dijo:

—Me gustaría seguir haciéndote cosquillas con mi cuchillo, pues es entonces cuando más me diviertes, pero eso no importa ahora; voy a desatarte y te ayudaré a salir para que te dirijas a Laponia, pero tienes que ir deprisa y conducir a esta niña hasta el palacio de la Reina de las Nieves, donde está su compañero. Seguro que habrás oído todo lo que me ha comentado, hablaba bastante alto y tú te enteras de todo.

El reno se puso a dar saltos de alegría. La hija de la bandida aupó a la pequeña Gerda sobre él, tomando la precaución de sujetarla bien e incluso le puso un cojín para que estuviese más cómoda.

—Bueno— le dijo—, te devolveré tus zapatos de piel, pues hará frío por allí, pero el manguito me lo quedo, es demasiado bonito. De todas formas, no pasarás frío, aquí tienes las grades manoplas de mi madre que te llegarán hasta el codo; ¡toma, póntelas! Con esas manoplas te pareces a mi horrible madre.

Y Gerda derramó una lágrima de alegría.

—No me gusta verte lloriquear.— dijo la hija de la bandida— ¡Deberías estar contenta! Aquí tienes dos panes y un jamón; no pasarás hambre.

Después de colocar todo aquello sobre el reno, la hija de la bandida abrió la puerta, metió a los perros en la habitación, cortó con su cuchillo la cuerda con que estaba atado el reno y le dijo:

—¡Vamos, corre! ¡Y cuida bien de la niña!

Gerda tendió las manos enfundadas en las grandes manoplas hacia la hija de la bandida diciéndole adiós y el reno partió veloz por encima de matorrales y tocones. Con toda la rapidez que le fue posible, atravesó el gran bosque, franqueó pantanos y llanuras, mientras, a su alrededor, aullaban los lobos y graznaban los cuervos. Y el cielo, volviéndose rojo, también les habló: "¡Pfit, Pfit!". Parecía que estornudara.

—Son mis viejas amigas, las auroras boreales.— dijo el reno—. ¡Mira qué resplandores!

Y siguió corriendo, día y noche, sin descanso. Comieron los panes, el jamón, y llegaron a Laponia.

Kristoff cerró el libro, aunque los demás permanecían en silencio, él no dudó en hacer un comentario.

—Ahora entiendo el porqué de su personalidad salvaje.— le dijo a Chickie.

—No lo negaré.— ésta sonrió.

—Entonces... todo en el libro realmente sucedió.— dijo Anders.

—Está muy resumido y un poquito exagerado en ciertas partes, pero sí, todo eso sucedió.— respondió la bandida, casual.

—¿Incluso los animales parlantes?— preguntó Olaf, muy asombrado.

—Oye, tú eres una criatura mágica, hay animales mágicos también.

—Los trolls me han contado de ello.— dijo Kristoff—. Pero jamás he visto un animal mágico.

—¡Ja, ja, ja, ja!— rió Chickie fuertemente, pero sin dar explicación de por qué.

—Ahora, ya hicimos lo que pidió, díganos lo que sabe.— ordenó Kristoff.

—He notado que ese libro es el perteneciente a la reina Iduna, ¿me equivoco?.— Chickie señaló el libro que sostenía Kristoff en la mano, pareciendo ignorar la orden de él.

—¿Qué hay con eso?

Chickie dio unas risillas, como alguien que sabe un secreto que los otros no, pero que ansiaba contar.

—Hay una dedicatoria en la última página.— aseguró la mujer ladrona.

Ese libro perteneció a la madre de Anna y Elsa, Kristoff lo sabía, ese libro lo había leído ya y ya había notado la dedicatoria en la última página. Ni Anna ni Elsa sabían nada al respecto, asumieron que el libro había sido entregado a la reina Iduna, pero nunca supieron por quién. Kristoff notó la mirada insistente de Chickie, entendiendo que ella quería que lo leyera.

—"Querida Iduna— leyó Kristoff la dedicatoria escrita con tinta—, cuando sientas temor, recuerda que el amor va a protegerte"

—Lo escribió Gerda.— contó Chickie de repente, impactando a los presentes—. Ella utilizaba esas palabras cursis todo el tiempo, siempre daba amor a cualquier tonto infeliz. Ella y Kai también, siempre querían salvar a todos.

—¿Es decir que Kai y Gerda conocieron a la mamá de Elsa y Anna?— preguntó Olaf con asombro.

—Y al padre. Yo también estuve ahí, los tres estuvimos presentes en el nacimiento de Elsa.

—¡¿Qué?!— exclamó Kristoff.

—¿Conociste a Elsa siendo bebé?— dijo Olaf, con mucha curiosidad—. ¿Cómo era ella?

—Pequeña, pálida y olía muy mal.— dijo la bandida—. Sus poderes eran enormes, nunca había visto algo así.

—Entonces, ¿sabe cuál es el motivo de sus poderes?— preguntó Kristoff, casi sin poder creerlo por lo asombroso que era.

Chickie suspiró y se sentó en el suelo, Olaf la imitó; Kristoff y Anders la miraron fijamente, la impresión no se les pasaba, era todo muy alucinante.

—Ya deben saber que el Maligno creó el Espejo de la Razón, el espejo que se rompió en miles de millones de pedazos.— contó Chickie, con voz serena—. Las piezas de espejo pueden llegar a ser muy grandes, o tan pequeñas como un grano de arena. Los polvos de espejo a veces pueden entrar a los ojos y corazones de las personas, eso es lo que le sucedió al idiota de Kai. Pero lo de Kai fue más raro que lo raro, a él le entraron dos polvos de cristal, uno de ellos llegó a su corazón y otro permaneció en los ojos. La persona se vuelve malvada cuando hay una pieza de espejo en su corazón, ve cosas horribles cuando lo tiene en sus ojos; Kai los tenía en su corazón y en sus ojos, pero eso ya lo saben por el libro.

"Después de que Gerda salvó a Kai y volvieron a sus casas, se encomendaron a salvar a toda persona afectada por el poder del espejo. Viajaron por muchos pueblos y por muchos países durante años, nos encontrábamos bastante y a veces los acompañaba. Juntos aprendimos muchas cosas de magia gracias a las criaturas mágicas, especialmente los trolls. Gerda recolectó los cristales de sombras, ya sabes, esos que te protegen del Maligno; ella formó un collar con ellos y lo utilizaba para que él no... Lo que ellos hacían a él no le gustaba. En fin. Hoy en día los dos son un mito olvidado, sólo pocos saben que fueron reales, pero en aquel tiempo tenían algo de fama, "la pareja de exorcistas", les decían.— Chickie se rió.

"Iduna, la reina antes de Elsa, fue maldecida igual que Kai, con dos polvos de cristal, uno en el corazón y otro en los ojos. Deben saber lo extraño que es esto, porque es muy poco probable que más de una pieza de espejo caiga sobre una persona. Kai y Gerda creían que Iduna sólo tenía una. En ese tiempo Iduna ya estaba embarazada de Elsa, Gerda se dio cuenta por los poderes que aprendimos de los trolls, porque esos poderes nos permiten sentir cosas que los demás no. Con ayuda del rey Agnarr, lograron sanar a Iduna, porque, ¿saben? sólo alguien que te ama puede salvarte del espejo.

"Los cristales de sombras, Gerda no sólo los usaba para protegerse del Maligno. Esos cristales poseen la esencia del Maligno, por lo que las piezas del espejo eran atraídas a él, de esa forma Gerda podía capturarlas para evitar que escaparan e infectaran a alguien más, porque cuando se saca un polvo de espejo sin los cristales de sombras, estos vuelan lejos y dañan a otra persona en algún lugar.

"Cuando sanaron a Iduna, sacaron un sólo polvo de espejo de su cuerpo, y creyeron que habían terminado, pero pronto nos dimos cuenta de que la reina no había tenido uno, sino dos piezas de espejo, pero la reina estaba completamente sanada y los cristales de sombras no habían atrapado al segundo polvo. Era imposible que el polvo de espejo haya escapado, entonces Gerda se dio cuenta de que si el espejo no había salido del cuerpo de Iduna, pero no la estaba afectando, entonces...

—La pieza de espejo había maldecido a Elsa.— dedujo Kristoff, con una cara de espanto, estaba desconcertado—. El abuelo Pabbie nos dijo a Anna y a mí que los poderes de Elsa provenían del espejo, pero no imaginé que fuera de esta forma.

—Debo admitirlo, yo creí que iba a nacer una niña con el temperamento del demonio, ¡ja, ja, ja, ja!— carcajeó Chickie.

—Entonces, ¿hay una pieza de espejo en el interior de Elsa?— preguntó Anders, intentando comprender, estaba impactado.

—No, tontos, Elsa ES la pieza de espejo.

No se habían percatado hasta ese momento que afuera la tormenta ya había comenzado, gotas de agua lograban entrar por la pequeña ventana abarrotada de la celda, el viento ya silbaba salvajemente y los rayos no se hicieron esperar. Tanto ruido de afuera los obligaba a hablar un poco más alto, pero en ese instante quedaron callados.

—¿Cómo es eso posible?— murmuró Kristoff.

—Gerda dijo que... el polvo de espejo entró en el embrión en desarrollo, el embrión lo absorbió, tomó toda su magia y el bebé y el cristal se juntaron, se fusionaron.— trató de recordar las palabras de su amiga—. Como les dije, yo creí que nacería una niña monstruo, mutante o algo así, pero no fue nada de eso. A excepción de sus poderes. Se dice que la Reina de las Nieves obtuvo sus poderes gracias al espejo, pero no se sabe cómo; no sabíamos qué esperar cuando Elsa naciera, fue una sorpresa aterradora esos poderes.

—¡Pero Elsa no es como la Reina de las Nieves! ¡Elsa es buena!— dijo Olaf.

—Cierto.— afirmó Chickie—. El espejo le dio poderes a Elsa, pero la maldad desapareció gracias al amor de sus padres. Yo sólo vi a Elsa unos días cuando apenas nació, pero Kai y Gerda se quedaron semanas para ver que todo siguiera bien, y la seguían visitando; me contaron que las habitaciones se congelaban cada que lloraba, cuando tenía hambre o se ensuciaba. Ellos decían que el amor de sus padres la hacía controlar sus poderes. Pero, honestamente, yo siempre creí que sus padres eran estúpidos. Kai les dio un libro sobre trolls, les dijo que si un día los poderes de Elsa se salían de control, los trolls los ayudarían.

—Entonces... la Reina de las Nieves se llevó a Elsa porque es una pieza del espejo.— reflexionó Kristoff, con voz distante, ya suponiendo la respuesta de lo que iba a preguntar—. ¿Para qué?

Chickie suspiró profundamente.

—Para formar el Espejo de la Razón otra vez, Elsa es la pieza faltante, sin ella el espejo no está completo.

—Pero Elsa no es un espejo, ¡es una persona!— intervino Olaf.

—Lo sé, pero eso no le importa a la Reina de las Nieves. Si los poderes de Elsa provienen del amor, la Reina de las Nieves se encargará de retorcerla y estrujarla hasta que asuma su forma malvada nuevamente.— les explicó Chickie, sombría—. La va a corromper.

—Pero Elsa no puede corromperse, ella es buena.— insistió Olaf.

—Todos pueden corromperse, muñeco de nieve, Elsa no es la excepción.— dijo Chickie, viendo a Olaf a los ojos, como si lo quisiera asustar—. La Reina de las Nieves la hará tener pensamientos, la hará tener ideas, la hará dudar, la hará actuar a impulso de su más oscuro y prohibido deseo.

Olaf retrocedió unos pasos, esa ladrona había logrado asustarlo bastante. Anders se dio cuenta e intervino antes de que la mujer dijera otra cosa.

—Basta ya.— dijo el príncipe.

—Cuando logre restaurar la maldad en la pieza de espejo, Elsa desaparecerá para siempre.— continuó Chickie, siendo clara desde ya—. Va a morirse.

—¡No!— exclamó Anders, temblando de terror por el posible futuro de Elsa—. ¡Vamos a salvarla antes de que suceda! ¡la salvaremos! ¡lo haremos!— miró a su pequeño amigo—. ¡Lo haremos, Olaf!

Pero Olaf no dijo nada, sólo dio un suspiro de tristeza, sin siquiera mirar a Anders. El príncipe de las Islas del Sur iba a decirle algo, pero Chickie lo detuvo.

—Déjalo.— Chickie miró a Olaf un segundo, pronto volvió su vista hacia Kristoff—. Esa es la razón por la que la Reina se llevó a Elsa, ¿tienes miedo ahora?

—¿Acaso busca intimidarme?— Kristoff la fulminó con la mirada, harto de su actitud—. Ahora más que nunca quiero salvarla.

—Ríndete ahora, no me obligues a contar el resto de la historia, porque, créeme, no te va a gustar nada.

—¡¿Por qué busca protegerme?! ¡yo no quiero ser protegido! ¡quiero la verdad! ¡¿por qué se llevaron a mi hijo?! ¡¿por qué trataron de llevarme a mí cuando era un niño?! ¡¿cuál es la relación de usted conmigo?!

—Sabes tantas cosas y al mismo tiempo eres así de ignorante.— le recriminó la bandida—. Si quieres la verdad, entonces te diré la verdad, ¡pero no me culpes después de haberte arruinado la vida!— Chickie frunció el ceño con amargura, odiaba tener que contarlo, y sabía que iba a ser una gran sorpresa—. Oye, me has parecido muy guapo desde la primera vez que te vi ya de adulto.— la mujer se burló, estiró el brazo y acarició la mejilla de Kristoff; él la apartó de un manotazo—. Oh, pero eres un idiota, te pareces demasiado a ese hombre, no tanto en personalidad, tú eres un salvaje, se nota que te criaron trolls, pero me refiero a la estupidez, eso se hereda, ¿sabías? Eres como... una combinación desastrosa, con el valor irracional de ella y lo estúpido de él.

—Espera un momento...— Kristoff entendió de inmediato a dónde ella quería llegar, pero era demasiado para creerlo. Retrocedió un par de pasos, intentando asimilar lo que le decía.

Chickie bajó la mirada de expresión melancólica. Hasta ella sabía que lo siguiente no era divertido.

—La Reina de las Nieves buscó a Christian por su sangre...— contó con pesar—. Kai... Kai inició a arreglar el espejo, la Reina lo había puesto a juntar las piezas, pero perdió a Kai, y como Kai comenzó a hacerlo, sólo Kai podría completarlo, pero Kai creció. Sólo la inocencia manipulable de un niño puede completar el espejo. Pero entonces naciste, Kristoff, ella te buscó, porque eras como Kai, hay... parte de él en ti, pero te perdió también. Finalmente consiguió a Christian, tu hijo, otro niño igual a Kai.

—¿Qué estás diciendo?— sin darse cuenta, Kristoff comenzó a llorar, porque ya había empezado a entender. La familia que había perdido y que no recordaba, ahora entendía.

—¡Sabes lo que te digo, tonto! Eres hijo de Kai y Gerda. Esa es la verdad, la Reina de las Nieves se llevó a Christian porque tiene la sangre de Kai, ¡es nieto de Kai!— no levantó la mirada, sabía que ya vendría la parte que más ella quería evitar.

Kristoff llevó las manos al rostro, dio un suspiro largo, tratando de calmar sus sentimientos y pensamientos. Sus padres eran los niños de la historia. ¿Cómo debía sentirse respecto a ello? Por ser hijo de ellos se habían llevado a su bebé, por culpa de su lado de la familia. Casi nunca había pensado en sus verdaderos padres, no pensó que pudiera llegar a conocerlos alguna vez, y nunca le había importado demasiado, porque siempre tuvo una familia con los trolls, y con Anna era muy feliz. Ahora, conocer la identidad de sus padres le daba una necesidad por saber más, pero, al mismo tiempo, había un resentimiento. Por ellos... por tener la sangre de Kai su bebé estaba perdido.

Todo cobraba sentido a su alrededor, todas las preguntas que le habían surgido en su inusual vida comenzaban a aclararse, pero no estaba feliz, no podía sentirse feliz con ello, por más que lo intentara. No se sentía feliz por ser hijo de ellos.

Sólo quedaba continuar.

—¿Dónde están mis padres?— preguntó el hombre rubio, limpiando las molestas lágrimas de su rostro, soportando para evitar más de ellas.

Chickie levantó la mirada y dio una media sonrisa desganada, resignada. Sus ojos estaban rojos por el llanto que contenía, ya no quería volver a llorar, se sentía tan patética al hacerlo, pero era insoportable volver a recordar. Volver a sentirlo.

—Desde el momento en que naciste, ella te buscó, tus padres te protegieron por años, hasta que...— silencio—. Ella te llevó a su castillo de hielo, los tres fuimos por ti, dispuestos a terminar con esta lucha de una vez por todas. Logramos debilitarla, pero a un alto precio. Yo te tomé y hui. Lo siento.— habló cortante, tratando de nuevo de evitar lo imposible.

—Chickie... dime qué pasó.— pidió Kristoff, con voz melancólica, percibiendo el dolor de la bandida, el cual, por algún motivo, pasó a ser un sentimiento propio.

Ella tragó saliva y tomó el aire que necesitaba para continuar, mas no logró calmar su sufrimiento. Aún le afectaba ese recuerdo, siempre le iba a afectar, por eso prefería no pensarlo jamás.

—Ellos ni siquiera lograron llegar hasta ti. Yo... yo lo vi. La Reina de las Nieves los...— su voz se tornó quebradiza, su mirada se apagó y sólo sintió dolor en su pecho. Ya sin importarle una mierda lo demás, comenzó a sollozar. Podría caer de rodillas, pero apretó sus manos a los barrotes, sosteniéndose fuerte—. Ella los congeló. Los mató.

Entonces comprendieron el porqué de las faltas de esperanza de Chickie. Kai y Gerda estaban muertos. Los niños de la historia estaban muertos. La niña que logró salvar a su amigo, contra todas las adversidades, ya no existía. Los que tenían más posibilidades de vencer a la Reina de las Nieves habían perdido contra ella.

Y Kristoff sintió dolor, porque temía que le sucediera lo mismo a Anna, a Elsa y a Christian, temía que no tuvieran oportunidad. Sintió como si... las puertas se cerraran, y ahora estaba triste. Pero no sintió el dolor de un hijo al perder a sus padres, porque no sabía quererlos, se sentía mal por ellos, pero no se sentía mal por sus padres, sólo por ellos, esos que no conocía, esos que lo metieron en tantos problemas. Lloró por ellos, pero no por ser sus padres, porque no los sentía como tales, sino porque nunca tuvo la oportunidad de quererlos.

—Kristoff.— lo llamó Chickie—. Cuando fui por ti, lo primero que hiciste fue preguntarme por ellos. Yo no pude responder hasta ahora. Perdóname por favor.— le dijo con sinceridad, y era muy raro que ella fuera honesta con sus sentimientos, por lo cual eso decía mucho de lo que sentía hacia él.

Entonces Kristoff se dio cuenta que, aunque ya no recordaba, sí hubo un momento en el que amó a sus padres, en el que eran una familia. Ellos habían intentado protegerlo, dieron su vida por él. Y ahora dolía más, porque aquellos que amó alguna vez ya no estaban y nunca estarán.

—Te perdono.— le dijo Kristoff, sin mirarla. Sólo lloraba porque temía y sentía confusión.

—Kristoff, yo... ¡te perdí! Les dije que te protegería ¡y te perdí! ¡No pienso perderte de nuevo! ¡Por eso estoy aquí! ¡no quiero que te pase algo otra vez!

Kristoff podría sentir confusión por sus padres, pero eso no cambiaba lo que sentía por su familia, por su esposa, su hijo y por Elsa. Daba miedo, mucho miedo, pero no podía simplemente ser un cobarde, porque amaba a su familia. Sabía ahora por qué Chickie intentaba hacer que se rindiera, pero no podía aceptarlo, no con su familia en riesgo, pero ahora ya entendía a Chickie, ahora podía compartir ese dolor, lo sentía. Ella lo había retrasado por no querer contar nada, pero ahora que lo hacía lo entendía, ella lo quería, lo había protegido cuando era niño. Podría no llegar a recordar el amor que llegó a sentir por sus padres, pero ver las lágrimas de esa bandida y saber que era sincera, le hacía sentir algo.

—No puedo renunciar, Chickie, voy luchar hasta el final y lo sabes. Sabes que soy como mis padres.

—Sí... Sí, lo sé. Lo siento.

Kristoff se acercó a la celda, y aunque las rejas los dividían, él tomó a la mujer y la abrazó. Ella continuó llorando y se acordó de Gerda, jamás pudo hacer que Gerda cambiara de opinión en algo. Ya no podía evitarlo, si Kristoff iba a lanzarse al peligro, entonces ella iría junto a él.

—Kristoff...— habló la astuta bandida, con su tono descortés—. ¡Ya sácame de esta jaula!

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La incesante y violenta lluvia azotaba contra Arendelle, los rayos y relámpagos iluminaban de cuando en cuando la repentina y algo inquietante oscuridad que había cubierto el reino, el viento era muy fuerte y sonoro. En el pueblo todos habían cerrado sus puestos y metido la ropa que solía secarse bajo el sol que ya no estaba. Pero dentro del castillo todo estaba en calma, la tormenta era sólo un ruido de fondo que adormecía a los sirvientes y guardias; no había oscuridad dentro del castillo al ser encendidas más velas y lámparas de las habituales. Si cerraban las cortinas no podría distinguirse, dejando de lado el sonido, que estaba lloviendo afuera.

En la cocina era otra historia, el agua amenazaba con entrar por la puerta, por lo que el cocinero hacía un intento de echarla de regreso afuera con la escoba. Los niños estaban ahí: los hermanos Shelby y Rona y su amigo Brander. Los tres se escabulleron hacia los pasillos del primer piso del castillo, sabiendo que no podían volver a casa con esa tormenta y que recibirían un gran castigo de parte de sus madres. Cuando Rona comenzó a sollozar sin aviso previo, los niños la miraron de forma extraña.

—¡La rosa! ¡¿Qué hay de la rosa?!— dijo con lágrimas la pequeña niña.

—¿Qué hay con ella?— le preguntó Brander.

—¡Se va a ahogar!— dio un gemido y lloró con más fuerza— ¡Waaaa!

La niña salió corriendo hacia donde, sabía, era la puerta más cercana hacia los jardines, los niños la siguieron pero no eran tan rápidos como la pequeñita. Cuando finalmente estuvo entre el techo que la mantenía seca y la lluvia del exterior, se detuvo, con miedo.

—Rona, si te enfermas mamá me va a culpar a mí.— la regañó Shelby, enojado.

—¡No! ¡no! ¡la rosa se va a morir en la lluvia! ¡el viento se la va a llevar! ¡no quiero! ¡debo salvarla!

—¡No puedes hacer nada! ¡es una flor! ¡a las flores no les pasa nada en la lluvia!

—¡Quiero ir a verla! ¡quiero verla!— gritó, abalanzándose a la tormenta, olvidando el temor a la oscuridad del día nublado.

Los dos niños se miraron entre sí y decidieron hacerle caso a la pequeña, aun cuando corrían peligro de ganarse un resfriado y, probablemente, un regaño por empaparse en la tormenta. Después de todo, ¿que ellos no se habían esforzado tanto por mantener a esa rosa con vida?

Las aguas de lo que parecía un diluvio venían sobre el jardín.

Los niños salieron corriendo al jardín y en unos segundos no había parte de ellos que no estuviera humedecida. Pronto el agua les llegaba a los tobillos y la visibilidad fue poca, pero conocían el camino. Poco estuvieron por tropezar por el lodo y el agua que inundaba sus pies, pero lo lograron. Llegaron finalmente con la rosa, la cual, a pesar del viento fuerte y las grandes gotas de agua, permanecía firme y bien. Fue un alivio, para los tres, ya que los niños mayores también se habían preocupado algo por la flor.

—¿Ya ves? No le pasó nada.— le dijo Brander a la pequeña, consolándola.

La niñita sonrió, estaba feliz. Se inclinó hacia la rosa, la cual era preciosa, incluso en la oscuridad de ese clima tormentoso. Entonces, como siempre hacía, la niña llevó sus dedos a los pétalos blancos de la flor y los acarició. Se había encariñado con la rosa, aunque fuera sólo una planta, pero la había cuidado tanto, incluso le había hablado y jugado con ella, en su dulce imaginación esa rosa era su amiga. No había flor en ese jardín más linda y significativa que la rosa de Elsa.

Cualquiera puede corromperse.

—¡Auch!— gritó la niñita al sentir el dolor en la palma de su mano.

Apenas se dio cuenta de lo que había pasado, la rosa se había empapado de sangre, sus bellos pétalos estaban manchados. La sangre, era su sangre. Que al intentar tomar la flor del tallo, descubrió que a ésta le habían crecido espinas, se lastimó. La rosa la lastimó.

Dolía... y sangraba.

Rona lloró con fuerza, como haría cualquier niño al rasparse la rodilla o al romper un juguete. Su amada rosa la había dañado, había cambiado para mal.

¿Qué es lo que había hecho para ser tratada de esa forma? La había cuidado y amado tanto como una niña puede querer a su rosa, pero esa rosa se había vuelto contra ella. Entonces, por una fracción de segundo, deseó que la rosa fuera consumida por el diluvio.

... Hay veces en las que lo puro se corrompe. Poco a poco sin que los demás se enteren, pasa tan desapercibido que cuando se revela todos se sorprenden, pero es que nadie había querido escuchar y darse cuenta antes. Él ya lo sentía, muy dentro de su ser, y sin darse cuenta lo dejó entrar, a la maldad. Y lo lamentaba al tiempo en que iba aceptando, había cambiado y eso dolía, eso aterraba. Ahora empezaba a ver la verdad del mundo. Ya había comenzado a entenderla. Y del entendimiento venía lo que lo tenía tan triste y asustado. No quería sentir eso, no quería más esa maldad.

Por cosas como ésta uno se termina ahogando y posteriormente se quema para siempre.

¿La rosa? La rosa es sólo un reflejo. La rosa blanca teñida con sangre era sólo un presagió de la sangre que, sabía él, sería sobre ellos si esto no paraba.

Había que seguir ocultándolo en su interior.

Y de esa forma la tormenta fue pasando y la rosa quedó intacta.

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No había muchas cosas que distrajeran a Elsa allá en el palacio de la Reina de las Nieves, pero como la reina le dio su consentimiento para jugar con Christian, ella podía entretenerse jugando con el niño, cuidándolo y contándole cosas. El pequeño corría de un extremo del palacio a otro y Elsa lo seguía a todas partes; a veces el niño jugaba con piezas de cristal para crear formas, como un rompecabezas. Pero no todo eran juegos, Elsa se había acostumbrado también a vestirlo, cepillarle el cabello y los dientes, incluso lo hacía tomar un baño, cosa que, según la Reina de las Nieves, casi nunca hacía, por lo tanto la reina le agradecía a Elsa por hacerlo, ya que le disgustaba hacerlo por sí misma.

En una parte del palacio había un manantial de una clara y pura agua, era un sitio tan hermoso y brillante como arcoíris dado a las auroras que lo invadían. Elsa no le encontraba sentido a una fuente de agua en un palacio congelado, pero la reina le había dicho "Lo hice con magia. No tenía opción. Los seres vivos toman agua, es su fuente de vida, pero a los vivos no les gusta tomar agua a mordiscos" con esto último se refería a que la gente no le gustaba comer nieve para hidratarse. Del palacio, el manantial era el sitio favorito de Elsa después de su habitación, no había forma de describir lo precioso del lugar. Quizá como agua llena de diamantes, eso lo describiría, como el brillo de mil estrellas coloridas, como el frescor del viento invernal y el olor de la lluvia, y el sonido de una cascada.

No era un agua bastante profunda, pero Elsa no podía apartar la vista de Christian por si algo malo le pasaba. El niño disfrutaba el agua, al parecer, nadaba lo que podía, chapoteaba y a veces hasta se sumergía. Elsa se espantó la primera vez que se sumergió por más de cinco segundos.

Recordando cosas que no venían al caso, Elsa se sumergió en esa agua fría y clara, sólo por un par de segundos, lo suficiente para que su cabello se humedeciera, tampoco podía apartar la mirada de Christian por mucho tiempo. Era el momento más relajante del día, el momento donde el tiempo pasaba más rápido de lo normal y podrían pasar horas y no se daría cuenta, pues allí en el palacio tampoco había mucho por hacer.

Tocaron las puertas, pues el manantial estaba dentro de un salón del palacio. Era la Reina de las Nieves, que seguramente venía a recoger a Christian ya que debía haberse hecho tarde y tenía que acostarlo.

Elsa salió de las cristalinas aguas, se secó el cabello casi por completo gracias a un viento que provocó, rápidamente se formó su vestido con sus poderes. Se agachó para sacar al niño del agua.

—Puedes pasar.—le dijo a la reina.

La Reina de las Nieves entró a la habitación, llevando ropa limpia para Christian. Elsa le pasó al pequeño y ambas se dirigieron a la habitación del infante. Una vez ahí, la reina lo sentó en su camita y comenzó a ponerle su pijama. Elsa suspiró.

—¿Realmente no le da frío?— preguntó la mujer más joven, sabiendo que Christian nunca lleva abrigos para protegerse, sino simple ropa que sería normal en algún sitio cálido, pero no en ese palacio.

—Christian no siente ningún dolor físico. El frío no lo deja sentir.

—Él es siempre tan tranquilo...— Elsa observó con atención cómo la reina, ya habiendo terminado de vestir al pequeño, lo cargaba y arrullaba. La reina notó esto.

—¿Te gustaría cargarlo?— le preguntó de forma apacible.

—¿Eh?

La Reina de las Nieves emitió una sonrisa casi imperceptible, le entregó el bebé a Elsa y ésta lo sostuvo con mucho cuidado, insegura.

—Me gustan mucho los niños.— dijo Elsa, tratando de relajarse. Miró al pequeño con cariño—. En realidad siempre quise tener hijos.— hizo una sonrisita dulce. La reina soltó un suspiro ante el deseo de Elsa—. Oh, eres adorable.— le dio un fuerte abrazo a Christian y después un beso en la mejilla—. Amo mucho a los niños. ¿Te imaginas a mí teniendo hijos?— se rió—. Hubiera querido unos dos... ¡o quizá tres! Dos niños, una niña, sería algo tan... lindo.— apretó más a Christian en su pecho, comenzando a sollozar entre sus risas de resignación.

La reina cerró los ojos, colocó su mano en el hombro de Elsa y habló:

—El amor más fuerte es el de una madre hacia sus hijos. Todas las mujeres tienen mucho amor que dar, algunas deciden no hacerlo, pero para las que no tienen opción puede ser una tortura. Lo lamento, Elsa.

—Yo sólo...— se sentó en la cama, aún con Christian en sus brazos, tratando de secar sus lágrimas con las manos—. Si yo hubiera sido normal, probablemente tendría mi propia familia ahora.

—No lo dices sólo por el espejo, ¿no es así?

—Yo... soy sólo un ser patético. Una miseria de mujer. Siento tanta pena por mí misma.

—Es tu precio a pagar, tu pecado te ha costado demasiado.

—Como si yo hubiera decidido ser esta cosa.— dijo con desprecio hacia sí—. ¿Qué ser humano normal se comporta como yo lo hago? Debo ser una maldita enferma.

—Por lo que veo, has aceptado tus sentimientos por completo, ahora el miedo hacia tus sentimientos se ha convertido en odio.

—Claro que sí. Esa maldición de amor me ha costado la vida. Si pudiera ser posible, desearía no haber amado nunca.— dijo entre dientes, conteniendo la ira—. No importa lo que haga, esta maldición no desaparece, es una carga.— más lágrimas aparecieron en sus ojos, eran de ira y tristeza—. Pero se acabó, estando aquí con ustedes podré tratar de olvidar; nadie me hará sufrir ni haré sufrir a nadie a causa de esta maldición. Estaré mejor así, ¿no? Esta estúpida y ridícula historia de "amor" concluyó; es más, ni siquiera comenzó. Soy patética, realmente patética. Soy tan ridícula.

—Como una niña.— mencionó la reina.

—No... Si fuera como una niña, nada de esto hubiera pasado.— dijo.

—Christian se ha dormido ya.— mencionó la reina.

Sí, Christian ya se encontraba durmiendo. Elsa contuvo su llanto y dolor, acostó al bebé en la cama y lo arropó.

—¿Estarás bien?— le preguntó la reina a Elsa, sabiendo que era hora de que Elsa durmiera también.

—Debo dormir.— dijo, resignada—. Le temo a la pesadilla, pero... no puedo hacer nada. Tal vez lo merezca.

—No permitiré que el Maligno te haga ver esas cosas de nuevo.

—Pero ya las vi, ahora sé. Y quisiera nunca haber sabido.

Elsa salió de la habitación de Christian y se dirigió a la suya. La reina quedó sola con el niño dormido.

La celestial mujer suspiró. No creía, de cualquier modo, que el Maligno fuera a molestar a Elsa de nuevo esa noche. No lo había visto en todo el día, lo cual era raro ya que normalmente no se alejaba tanto tiempo.

La reina se fue a su propia habitación, pero detuvo su andar al notar las puertas abiertas de un salón, eran las puertas que dirigían hacia donde estaba el manantial. Elsa había sido la última en salir y olvidó cerrarlas. Se podrían dejar esas puertas abiertas, pero a la reina no le gustaba. Se acercó al par de puertas enormes, quería cerrarlas lo más pronto posible pero con sus manos sólo podría cerrar una y después la otra, así que movió el viento con sus poderes para que las puertas se cerraran a la vez.

Se detuvo, a través de las puertas pudo ver fijamente el manantial, esa agua hermosa y pura. Las auroras del palacio se agitaron así como las emociones de su reina. Cerró las puertas con más fuerza de lo que debería y suspiró. Por ello detestaba tanto bañar a Christian por sí misma. No soportaba el agua.

Notes:

Wow, un capítulo de una semana a otra. Je, es que ya tenía escrito la mayoría xD

Bien por los que ya se habían dado cuenta de que Kristoff era hijo de Kai y Gerda, no lo dejé muy difícil de adivinar, la verdad xD

¿Saben? Hace unas semanas me compré un libro con los cuentos de Andersen, incluye el de La Reina de las Nieves, aunque la traducción del cuento no me convence, sigo utilizando la versión del PDF que encontré en internet xD PERO justo la parte del cuento que metí en este capítulo es el único que no me convence de esa versión. En la traducción del PDF pone "La hija del bandido" cuando se deja claro que su mamá es mujer xD
Y, por ejemplo, en esta parte, en el PDF pone:
"-¡Está rolliza y hermosa! La han cebado con pan de especias - dijo la mujer al bandido que tenía una barba enmarañada y unas cejas que le caían hasta los ojos"
Mientras que en el libro que tengo dice:
"-¡Qué gordita y rica está, la han engordado con nueces -dijo la vieja bandida, que tenía una larga, hirsuta barba y cejas que le colgaban sobre los ojos"
¿Ven el problema? En el PDF pone como si la mamá y el bandido no fueran el mismo, al menos en esa línea, cuando es seguro que el bandido es ella y es mujer, en todas las versiones animadas que he visto es mujer. Así que para el fic modifiqué un poco lo que decía en la versión del PDF y en vez de poner "La hija del bandido" puse "La hija de la bandida"
Por cierto, hablando de traducciones raras, una vez leí una traducción en internet que en vez de decir Kay y Gerda, se les nombraba Carlos y Margarita jajajaja (fuera de eso, está bastante bien) (demasiado bien) (demonios, debí haber usado esa versión)

No sé cuándo subiré otro capítulo, del siguiente sólo tengo escrito algunas frases y conversaciones sueltas ahí y allá. Además tengo un trabajo nuevo, aunque no sé cuánto tiempo pueda conservarlo, no pregunten xD Ya, lo que pasa es que al parecer mañana saldré de viaje, por lo que me ausentaría del trabajo, y entré hace sólo 4 días xD Ya les diré cómo terminó el asunto...

Ahora una curiosidad
La bandida la nombré "Chickie" porque es el nombre que tenía la niña bandida en la película animada de La Reina de las Nieves de 1957, les recomiendo mucho que la vean, está completa en youtube. (Y Chickie es bastante bonita, apenas aparece y ya amenaza con su cuchillo ¡una ternura!) (Y cuando dice "Nunca tuve un amigo, es la única que me ha amado" y se pone a llorar Aww) (me baso en esa versión de ella para mi historia)

Espero que les haya gustado y me dejen un review con su opinión :3

Chapter 18: Oscuridad

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en enero del 2017.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 18: Oscuridad.

Había llovido toda la tarde del día anterior, tanto que se habían formado grandes charcos de agua en el reino, pero esa mañana ya se habían secado casi por completo. El jardín, en cambio, era un desastre de agua y barro. Anders se ensució los zapatos al ir hasta la rosa blanca, por querer saber si se encontraba bien. La rosa de Elsa. Y esa rosa no había resultado dañada por la tormenta, lucía incluso más hermosa ahora que había crecido.

El príncipe de las Islas del Sur contempló la rosa blanca unos minutos, con los zapatos en el agua y el lodo. La tormenta había pasado pero... esas nubes grises no se iban. Esa mañana Arendelle estaba sumida en una gran sombra. El sol los había dejado.

—Los niños no vinieron hoy.

Por supuesto que no, las condiciones del clima seguro no los dejaban venir, tal vez.

Y ahí estaba Anders, sintiéndose el único idiota que aún se preocupaba por esta tontería.

Partirían pronto, Kristoff y Chickie, y Anders también iría por alguna razón. Iban a alcanzar a Anna en su camino y así ir todos juntos a salvar a Elsa y a Christian. Anna les llevaba varios días de ventaja, pero Chickie estaba segura de que si tomaban caminos que ella conocía y se apresuraban, podrían alcanzarla o, según dijo, llegar antes. Solamente Kristoff no había podido quedarse tranquilo cuando su esposa se aventuró a ese viaje sola con Sven.

Anders sentía miedo por muchas cosas, su sentimiento de inutilidad, el terrible destino que podría recibir Elsa, la imagen de una malvada bruja de nieve. Deseaba tanto que ella se encontrara a salvo, que todo esto terminara. Se preguntaba si cuando llegara el momento, cualquier tipo de momento, sabría qué hacer, se preguntaba si no retrocedería como un cobarde. Temía y se preguntaba si esa parte egoísta que, sabía, se ocultaba en su interior se manifestaría y lo haría arrepentirse por ir a ese viaje. Conocía esa parte malvada en su interior, esa egoísta que lo hacía sentir mal. Llevó la mano hacia la cicatriz en su cabeza, recordando el momento en que aprendió de ese egoísmo. Tenía tanto miedo de que su cobardía se volviera egoísmo otra vez.

El príncipe giró su mirada y descubrió que Olaf lo observaba a distancia, cuando sus miradas se cruzaron, Olaf salió corriendo. Anders regresó su atención a la rosa, dedicándole una última mirada. Cerró los ojos y suspiró al sentir el agitado viento que hacía sonar las ramas de los árboles y sacudía su cabello castaño. Levantó el rostro y al abrir los ojos todo lo que pudo ver fue la oscuridad del cielo.

.

—¡No! ¡no lo haré!— le gritó Louis a Kristoff.

Ambos estaban en la oficina de la Reina Elsa, que al no encontrarse ahora era ocupada por Kristoff, quien se había tenido que hacer cargo del reino ya que nadie más de la familia real se encontraba en Arendelle.

—Mira, sólo te estoy diciendo que cuides este lugar en mi ausencia, no es la gran cosa.— Kristoff giró los ojos y cruzó sus brazos. Se mantenía recargado en el escritorio en una pose bastante informal; no se sentía como una reunión importante de la realeza, Kristoff solamente hablaba como su amigo—. No puedo quedarme aquí, ya fui demasiado paciente y detesto ser paciente. Debí acompañar a mi esposa desde el principio.

—Sí, sí. Lo entiendo, no me importa. Sólo dígame, ¿por qué debo yo dirigir el reino en su lugar?

—¿Por qué no querrías hacerlo?

—¡Porque usted se dirige a una muerte segura! ¡y si se muere yo quedaré a cargo! ¡y si quedo a cargo no podré ocultar que soy hermano de Hans! ¡Creerán que yo planeé esto para quedarme con el reino!— exclamó el embajador Louis.

—Creo que estás exagerando.— dijo Kristoff, siendo algo mordaz.

—¡No exagero! ¡soy hermano de un asesino! ¡tengo que cargar con esa pena toda la vida!

Hubo un silencio por unos segundos en los que Kristoff buscó qué decir. Aún le parecía que exageraba pero, siendo realistas, ¿quién iba a confiar en el hermano del que intentó matar a Elsa?

—Oye, tú no eres el idiota de Hans.— trató de animarlo, pero a Kristoff jamás se le dieron bien estas cosas—. Sí, eres bastante molesto, pero no como él. Al menos no tratas de matar a nadie. Tú eres tú.

—¿Cree acaso que eso importa, siendo hermano de Hans? Usted no cree eso, sabe tan bien como yo que a la gente no le importa quién sea yo. Si supieran la verdad sólo me verían como el hermano de Hans. ¿No piensa igual?

—Sinceramente yo apenas entiendo a la gente, así que qué importa lo que piense. ¿Aceptarás el cargo o no?

—¿Por qué yo?— insistió Louis, comenzándose a hartar de la conversación.

—Porque yo ya hubiera enviado este reino a la ruina si no me hubieras ayudado estos últimos días. Yo soy un vendedor de hielo, no un rey.— bufó—. Parece que sabes lo que haces y te ves como alguien confiable.

—¿De verdad?— arqueó la ceja, hablando con su tono sarcástico habitual.

—No, pero ¿qué opción tengo? Eres el más apto aquí.

Louis no pudo evitar reír, eran unas risas un tanto amargas, ¿pero qué se podía hacer?, tenía razón.

—Bien, supongo que me apoderaré del trono por un tiempo.— bromeó con un tono tan serio que casi no parecía broma.

—Volveremos pronto, así que no te acomodes mucho.— respondió Kristoff, sarcástico igual.

—No planeaba hacerlo.— soltó un suspiro cansado y le dio la espalda a Kristoff—. Esto es una mala idea.

Un pesimista, así lo veía Kristoff. Realista, se sentía Louis. Tan sólo venían siendo la misma cosa.

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Hasta que llegara la hora de partir, Anders tenía la mañana libre. Por supuesto que Kristoff tenía que solucionar muchas cosas, no podía simplemente abandonar el reino así como así. Anders no tenía mucho por hacer, así que dio un paseo por los pasillos del castillo, sinceramente no había visto mucho de él. De algún modo llegó al comedor, un sitio elegante, enorme, pero vacío; todo limpio pero sin cubiertos, con flores pero colocadas de manera tan metódica que son sólo un adorno más, puestas ahí por obligación.

La mesa era enorme, con muchos asientos. En la silla más grande, parado justo al lado, estaba Olaf recargado en el respaldo. Había mucho eco en ese salón vacío y gigantesco, así que cuando Anders llegó, sus pisadas fueron más sonoras de lo que el príncipe hubiera deseado. El muñeco de nieve miró a Anders, con cierta sorpresa en sus ojos. Anders se quedó quieto, sin saber qué decir. Un simple saludo sería sencillo, las palabras no podían salir.

—Me encanta comer aunque no tenga estomago.— comentó Olaf con una gran sonrisa.

Anders se rió y sus risas llenaron el salón gracias al eco. Sus pasos rápidos resonaron cuando se acercó a Olaf lo suficiente para acompañarlo. Olaf se rió también.

—Cielos, este lugar es aterrador.— murmuró el príncipe, recargándose en la pulida mesa.

—Casi no lo usamos.— dijo Olaf—. Elsa suele cenar en su habitación, a veces la acompaño y me comparte de su comida.

El príncipe pasó su mirada por la silla más grande.

—Solíamos cenar aquí cuando estábamos todos juntos.— continuó la criatura de nieve—. Antes de que Anna y Kristoff se mudaran. Recuerdo que cuando Anna estaba embarazada de Christian, ella comía mucho, ¡demasiado! Y Elsa no dejaba de darle todos los dulces que quería y Kristoff se molestaba. Yo y Sven robábamos los postres de Anna y yo me los comía. Elsa siempre me decía que era para Anna y yo tenía que devolverlo. Extraño cuando era así.— Olaf soltó un suspiró y con melancolía siguió contando—. Todo se volvió diferente cuando se llevaron a Christian. Nunca volvimos a cenar juntos aquí. Elsa cambió también, por mucho tiempo estuvo triste. Yo sólo esperaba a que algo cambiara, que volviéramos a ser todos felices como antes, pero no vuelve a ser como antes, no si no está Christian. Y ahora no está Elsa. Yo... creí que ella ya volvía a ser feliz. Ella sonreía, ¿por qué si no era feliz?

Anders no tenía idea de qué responder. No estaba seguro de cómo decir en palabras lo que por su mente cruzaba. Y estaba ahí esa silla vacía frente a él. La silla tan elegante y valiosa digna de una reina. Anders estiró el brazo en busca de sentir ese relieve de madera fina. Inhaló profundamente y cerró el puño antes de siquiera alcanzarlo con la yema de los dedos. Había pesar en él.

—Ven con nosotros.

No necesitaba ver a Olaf para saber que él no había dejado de mirarlo ni por un segundo. Lo sentía. Le regresó la mirada y esperó. Olaf hizo una mueca mientras pensaba.

—Nadie me lo había preguntado.— él respondió.

—¿Por qué? Tú también quieres ir a salvar a Elsa y a Christian tanto como nosotros.

—Tal vez Kristoff pensó que yo estaba mejor aquí.— habló, indiferente—. Es lo mejor, no sé qué podría hacer para ayudarlos.— dio una gran sonrisa mientras se meneaba graciosamente cual niño después de hacer una travesura—. Además, tú irás con ellos, tendrás otra oportunidad con Elsa.

Anders abrió mucho los ojos, retrocediendo un paso, dejando que el aire se le escapara. Sin pensarlo demasiado, se echó al asiento que estaba al lado del asiento de la reina y se recargó en la mesa. Formó una sonrisa forzada y temblorosa.

—Ja, ja, ja.— se rió el príncipe, cubriendo sus ojos con su mano derecha—. Ya habíamos quedado en que fue un error, ¿por qué insistes de nuevo?

—...

—Dime, ¿por qué un inútil como yo debería ser quien rescate a Elsa? ¡¿por qué crees que yo merezco eso?!

—Dijeron que el amor podrá salvarla.— murmuró el muñeco de nieve con una aflicción que intentaba ser firmeza—. Así que cuando vayas por ella, ¡debes besarla! ¡eso romperá el hechizo de la reina malvada!

Anders no levantó la mirada, no se movió en lo absoluto. Recordó el escaso tiempo que había compartido con Elsa, lo que habían hablado. Para el príncipe fue fácil llegar a la conclusión de que ella no quería casarse, que ella no podía amarlo, no con ese dolor en el corazón a causa de otro.

—Olaf, ¿por qué quieres forzar esto? Ella no me ama.

—Pero me dijiste que ella te besó, fuiste su primer beso ¡eso significa que te ama!

—Ella no me ama, ella... Ya te dije que creo que ella estaba tratando de...— no lo podría decir. Trató de hablar con serenidad y firmeza, aún sin mirarlo—. No buscaba amor conmigo, no busca amor con alguien. Yo pude verlo en su mirada, ella estaba desesperada, estaba dolida. Después de besarme ella estaba tan... triste, sufría mucho. Estaba tan arrepentida y tan avergonzada.— explicó con angustia el príncipe. Dio un respingo al darse cuenta de lo que estaba haciendo—. No, no debería hablar así de una dama, a ella no le gustaría. Sólo no insistas, ella no es para mí.

—Pero tú la amas, ¿no dijiste que la amabas?— comentó el muñeco de nieve en tono confundido.

—¡Yo no dije que la amaba!— exclamó Anders, mirándolo—. Dije que podría amarla, pero... no sé. Estoy seguro de que me gusta y la aprecio, y me preocupo, pero que "me guste" no es amor... Quiero decir, podría llegar a serlo, pero yo...— Olaf se le quedó viendo y Anders se sintió como un tonto—. Como sea, no importa lo que yo sienta. En cualquier caso no tengo oportunidad.

—Pero ella te besó a ti, ¿no significa entonces que le gustas? ¿no es esa una oportunidad?

—Po...— Anders se avergonzó, hundió más su rostro lacrimoso mientras sus sentimientos se desbarataban—. Podría significar cualquier cosa, no necesariamente amor.

—¡¿Qué podría ser si no es amor?!— elevó la voz.

—¡Ya basta!— gritó, azotando la mesa con ambas manos al ponerse de pie, dejando las lágrimas caer por sus mejillas—. ¡No pongas esa carga sobre mí! ¡no quiero ser el que tenga que hacer esto!

El príncipe tomó aire y se esforzó por volver a guardar la compostura, pero de sus hermanos él era el que menos sabía comportarse y contener sus emociones.

—Tengo miedo.— confesó, alzando la mirada al techo—. Temo tanto decepcionar a los que confían en mí.— a su mente llegó la imagen de su hermano más pequeño—. Y temo que aquellos a quienes puedo llegar a querer me hieran.— la misma imagen de nuevo—. Crecí de esta forma y ya no sé remediarlo. Pero prometo que Elsa volverá, no sé cómo, no sé si seré yo, otra persona o todos juntos, pero ella va a ser rescatada y estará a salvo. Sólo no me pidas que la conquiste porque no podría, su corazón pertenece a alguien más.

Ese sentimiento doloroso en Anders, uno que ya había experimentado con anterioridad, volvía cuando había un silencio. Esa ansiedad, una mezcla de tristeza y miedo.

—Lo siento.— murmuró el príncipe, conteniendo el temblor en su voz.

—¿Por qué dices que lo sientes?

Anders tragó saliva al formarse un nudo en su garganta. Había que aceptarlo, estaba en su naturaleza como ser humano, pero le carcomía de todos modos y dolía cada vez más. El remordimiento estaba ahí, pero el arrepentimiento no era real.

—... Porque sé que si Elsa no hubiera dejado de besarme, yo no me habría detenido.

Aquello no había importado demasiado en el momento, pero ahora de alguna forma...

—Nos iremos pronto, así que será mejor que yo...— Anders suspiró profundamente con esa mueca de dolor en él—. Iré por mis cosas. Nos vemos.

El eco de sus pasos hacia la salida fue lo único que llenó el salón por unos momentos y pronto todo volvió a ser silencioso.

El comedor estaba todo iluminado con velas en los candelabros, aún así lograba sentirse tan oscuro como la oscuridad que afuera había. No importaba qué tan cerca estuviera de la luz, afuera ya no podía ver el Sol.

Olaf estaba solo, ya no había nadie que jugara con él. Ya no estaba Malvavisco, ni Sven, ni Anna. Mucho menos estaba Elsa. Elsa...

¿Por qué Elsa no quería a Anders? ¿por qué simplemente no podía?

Esto seguía y seguía, y no terminaba. No podía seguir soportándolo. Si no acababa no podría terminar nunca.

Jamás había sentido tanto miedo antes, pero ahora, sabiendo que Elsa podía morir, ya era todo diferente.

El pequeño muñeco de nieve salió de ese comedor sombrío y entró a los extensos pasillos del castillo. Todos los sirvientes lo saludaban con ánimos y aunque él no estaba de humor ya, les devolvía siempre la sonrisa. Es lo que debía hacer, después de todo; estar feliz y optimista a pesar de las circunstancias, sólo que se volvía cada vez más difícil aparentar ser de ese modo. Ya no podía ser de esa forma.

—Sabes, muñeco de nieve, cuando te vi por primera vez creí que eras una burla.

Era la voz de Chickie. Olaf se giró y encontró a la mujer bandida mirándolo fijamente con una media sonrisa perspicaz. Olaf dudó unos segundos, por un momento no supo reaccionar.

Estaban completamente solos en el inicio de la larga y grande escalera de caracol en donde Anna solía jugar.

—Yo no soy una burla...

Chickie dio una risotada, se acercó un poco más al muñeco de nieve. Ella se recargó en el muro, debajo de un candelabro de tres velas y al lado de una inmóvil armadura, cruzando los brazos. Olaf no dejó de prestarle atención.

—No importa si lo seas o no, importa cómo te ven los demás. Y yo lo he visto cientos de veces, criaturas mágicas al servicio de gente poderosa, pensé que ocurría lo mismo contigo, pero por lo que veo, tú realmente les importas...— ella cerró los ojos y dio una sonrisa complacida—. Créeme, de haberlo sabido jamás hubiera intentado llevarte ya que nunca acepto un trabajo que involucre lastimar a un ser inocente, y apartarte de tu familia sería la peor forma de lastimarte.

—¿Te estás disculpando por intentar secuestrarme?— Olaf dio un paso a ella, más animado.

—¿No me había disculpado por eso ya?— con una mueca se puso pensativa—. No me acuerdo. Pero, de todas formas, me estoy disculpando por llamarte mascota.

—Ya sabía que alguien que era amiga de Sven no podía ser tan mala.— Olaf dio una sonrisa real y ella rió—. ¿Siempre has sido así de buena?

—Yo no lo llamaría buena, soy más alguien neutral. Así es el negocio. Pero sí, me preocupo por mocosos, y animales y cosas pequeñas e inocentes que no hacen mal a este mugriento mundo.— hizo una pausa y miró al muñeco de nieve a su lado—. No siempre fue así. Solía encerrar animales cuando era niña, no eran más que juguetes para mí, sus vidas no tenían valor. Eran mis trofeos. Entonces conocí a Gerda, ella me hizo cambiar, sólo un poco. Liberé a todos los animales que encerré y torturé, gracias a ella pude valorar sus vidas, y pude valorarlas porque gracias a ella conocí lo que era el amor. Desde entonces no hiero animales cuando no es necesario, por ello yo no iba a herirte, y no estoy diciendo que tú seas un animal pero tú me entiendes, tampoco lastimo niños.

—Oh.

—Pero tú eres más bien una criatura mágica. Una bastante curiosa.— se inclinó hacia el muñeco de nieve y comenzó a curiosear su estructura. Tomó el brazo de madera del pequeño muñeco de nieve y se lo quitó—. ¿Ves? Magia.— se burló.

—Oye, regrésalo.

—Ja, ja. Está bien, lo siento.— le regresó su brazo a la criatura, colocándolo en su lugar. Chickie lo miró con serenidad, ya sin sonreír—. Eres diferente de cuando te vi por primera vez.

—Eso fue hace como siete días.— respondió el muñeco de nieve, sin entenderla mucho.

—Sí pero... cambiaste, puedo verlo.— su voz se tornó más dura que antes, ya sin rastro alguno de alegría anterior—. ¿Qué pasó contigo?

—Sólo estoy triste, es todo.— Olaf retrocedió unos pasos, ya no queriendo esa conversación.

—No es eso. Conozco esa mirada, también está en mí. Reconozco ese miedo.— habló con seriedad la mujer, irguiéndose hasta quedar de pie una vez más—. Me estaba preguntando por qué no me atormentaba, pero ahora lo sé. El Maligno está tras de ti.

Olaf se sintió consternado y se encogió en su lugar al escuchar ese nombre. El de aquel demonio que acompañaba a la Reina de las Nieves cuando se llevó a Elsa. Ese mismo demonio que no lo había dejado en paz desde ese entonces.

Chickie se había dado cuenta, ella que a veces podía notar lo que otros no podían por su arrogante ceguedad. Había podido percibir esa oscuridad en torno a Olaf, esa oscuridad que ya no estaba sólo en exterior.

Olaf no respondió a Chickie, sólo la miró.

—Te busca, ¿no es así? Sólo tú puedes verlo, ¿verdad?— insistió la mujer, pero Olaf no respondía—. Yo he pasado por eso, yo he tenido su mirada sobre mí. Dime, ¿por qué te mira de esa forma? ¿qué busca de ti? ¿por qué a ti?— sin respuesta—. ¿Es esa la razón por la que no quieres venir con nosotros?

Olaf se giró y no la vio más. Tenía miedo de contarle, no podía decirle, había cosas que no debían ser escuchadas.

Chickie sintió compasión en sus adentros. Ella sabía lo horrible que era ser perseguido por aquel.

—¿Está contigo ahora?— preguntó con toda la suavidad que pudo ella, no era su costumbre ser amable.

—... No, hace rato que se fue.— habló Olaf al fin, sin mirarla—. Pero su voz... sigo escuchándola en mi cabeza. Sigo pensando lo que él quería que pensara. No sé si creerle, no sé si sea verdad lo que dice. No quiero hacer lo que él quiere que haga, pero sigue diciéndolo. Me da miedo que sea verdad y no puedo dejar de pensar si es verdad. Yo no quería esto.

La mujer entristeció un poco. Con una expresión de pesar en su rostro, volvió a inclinarse hacia la criatura y lo rodeó con sus brazos. No era buena para estas cosas, pero no se le ocurrió más.

—Te veías como si necesitaras un abrazo.— le dijo simplemente, riendo sin ganas—. Es verdad que no te conozco, así que dime ¿por qué tú? ¿qué hay de malo en ti que le permitió acercarse?

Olaf se apartó de Chickie y la miró con seriedad. Chickie volvió a ponerse de pie, regresando la mirada.

—Cuando conoces la oscuridad, la llevas contigo toda la vida.— dijo ella con amargura—. Si no quieres hablar, no lo hagas, pero así esto no va a parar.

Y caerán en el profundo abismo y de ahí a la inexistencia eterna.

¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte.

...

..

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En el sótano del palacio de la Reina de las Nieves, Elsa pasó esa mañana su tiempo ahí junto a sus pequeñas criaturitas de nieve. Era graciosa la historia de esos pequeños; los había creado durante el cumpleaños 19 de su hermana menor, eso había sido ya hace bastante tiempo. Aquel día, Elsa había enfermado y sin querer creó todos esos diminutos muñecos de nieve. Resultaron ser muchos y muy hiperactivos, pero a todos los nombró con ayuda de Anna, Kristoff y Olaf.

Esos pequeños eran una dulzura, eran las travesuras y la diversión encarnada en bolitas de nieve, ellos fueron creados de su alegría.

Al menos ellos, en su gran inocencia e ignorancia, no se daban cuenta de el gran problema en que se encontraban, se conformaban con poder jugar con su creadora; Elsa.

Elsa se sentía triste, se sentía tan culpable cada que miraba a Malvavisco y en la monstruosidad en que se había convertido gracias a la pieza de espejo que le había introducido la Reina de las Nieves. Malvavisco siempre había sido diferente al resto, mucho más grande y poderoso; Elsa lo había creado para alejar a Anna en aquel tiempo en que había huido del reino la primera vez. Malvavisco había sido creado de su miedo. Pero la forma de ser de Malvavisco nunca fue como su apariencia, él en el fondo era tan tierno como sus hermanos menores, sólo que convenía no hacerlo enfurecer.

Pero ahora él era distinto. Esa apariencia endemoniada que había adquirido gracias al espejo venía de la mano de una personalidad fría, incluso agresiva, como una fiera.

No quería esto para los demás, sentía miedo que les ocurriera lo mismo. Deseaba tanto que la reina los liberara, y expresaba su inconformidad, pero, una vez más, no podía reclamar mucho. Le había entregado el alma. ¿Había valido la pena?

Todas esas emociones adversas que se le estaban acumulando y cada vez se volvían más grandes, sumándole que no llevaba sus guantes, sólo provocaban más ventiscas de las usuales en ese palacio que de por sí ya está rodeado de hielo. No hacía mucha diferencia, pero Elsa lo notaba, a su paso iba decorando los pasillos y muros con nuevas capas de hielo, más arremolinadas y floridas que las anteriores, como tapiz invernal.

Ahora que se había alejado del amor de su familia, no sabía controlarse. El amor descongela, pero había sido precisamente cierto amor el que la había orillado a tomar esa decisión de alejarse.

Elsa fue hacia Malvavisco, los pequeñitos no la siguieron porque le temían al más grande. Malvavisco estaba recostado en la entrada de la cueva oscura donde suele esconderse, no reaccionó mucho ante el acercamiento de Elsa. La mujer pasó sus manos por el rostro deformado de su monstruo, en una caricia cariñosa. Ella se recostó a su lado, recargándose en él, suspirando profundamente mientras seguía acariciándole. Era aún más grande y nada parecido a como solía ser su apariencia, no parecía él, pero Elsa sabía que aún era su Malvavisco. Sólo que lo habían corrompido. No tenía por qué temerle a su pequeño, pero se sentía tan mal por él.

Ella observó a distancia a los pequeños muñecos de nieve jugando entre ellos, saltando y apilándose los unos con los otros. Comenzó a llorar con angustia, con sollozos audibles para sus muñecos de nieve, quienes pararon sus juegos y la observaron, confundidos. Ella hundió su rostro en la espesa nieve que conformaba a Malvavisco, completamente desconsolada. Las pequeñas criaturas de nieve, ignorando el temor que les causaba el que antes era su hermano mayor, acudieron a los llantos de su preciada Elsa y la rodearon con amor. Ellos eran muchos, así que se amontonaron todos.

Elsa rió un poco, pero esto no era suficiente para aliviar su pena, su dolor era más profundo y no se resolvía con abrazos dulces.

Malvavisco gruñó, haciendo que los pequeños muñecos de nieve dieran un salto asustado. Elsa observó la mirada que brillaba rojiza en su amigo y pronto buscó lo que él observaba. Era la Reina de las Nieves quien se había acercado y la observaba a unos pasos de distancia.

—Tienes suerte de tener creaciones que te amen, Elsa.— habló con su voz fría pero hermosa.

—¿Su Majestad?— Elsa se enderezó, aún sentada al lado de Malvavisco y con ambas manos puestas en él.

—Cuando vi esta criatura por primera vez— dirigió su mirada a Malvavisco—. fue... una gran impresión para mí. Fue más inquietante que encontrar otra mujer con poderes de hielo y nieve. Yo no puedo hacerlo.

La Reina de las Nieves movió sus manos y creó una criatura idéntica a los diminutos muñecos de nieve de Elsa. La criatura de la Reina de las Nieves sonrió igual que los otros, se acercó a ellos, y aunque estos al principio se le acercaron también, pronto dieron pasos hacia atrás, espantados.

—Puedo recrear una apariencia o retratar lo que mi mente imagine, puedo darle ordenes o puedo crearlo para un fin especifico, pero dentro de él no hay alma.— habló la reina, con voz carente de emoción. Con otro movimiento de manos, hizo que su creación se esfumara—. Mis manos no crean vida, no con mis poderes... no de ninguna forma.

—Y ya te he dicho que yo ya no puedo hacerlo más.

—Lo sé.— la reina asintió—. Te vuelves alguien más como yo. Te lo dije la primera vez que nos enfrentamos, te lo dije antes de traerte aquí, somos muy parecidas. Nuestra magia proviene del espejo, pero tú solías ser buena, por ello creabas vida. Yo nunca pude por los pecados que cometió mi corazón, a ti te pasó lo mismo. Esa impureza en tu interior, esa por la que huiste de tu hogar, es el pecado que no te permite crear.

—Detesto tanto esto.— habló Elsa con resentimiento—. Quiero dejar de sentirlo.

—Podrías intentarlo, de esa forma podrías dominar tus poderes con mayor facilidad. Si ya no amas, ya no habría más sufrimiento.

—¿Tú así controlas tus poderes?

—Yo no siento nada, ni felicidad ni tampoco tristeza. Sólo está el frío.

—Yo no te creo eso.— Elsa la miró profundamente—. Tú sientes, lo sé.

—¿Haz visto las auroras que rodean mi palacio, las que suelen acompañarme?— le habló con voz serena—. Yo deposité mis emociones en ellas, cada color representa una emoción, de esa forma me es más sencillo no sentir.

—¿De verdad?

—Tú tienes algo parecido. Tal vez no lo hayas notado, pero hay veces en las que el color de tu hielo refleja tu sentir.

Elsa hizo memoria y recordó que es verdad que en raras ocasiones su hielo se torna de un color distinto al natural, pero jamás le había prestado atención a ese detalle.

—Rojo para el miedo, amarillo para la furia, púrpura para la tristeza.

—No lo sabía.— murmuró Elsa con asombro—. Es increíble. ¿Podrías enseñarme más?

La Reina de las Nieves asintió. Pero, por un momento, su mirar carente de emoción cambió con un ligero ceño fruncido, casi imperceptible.

—Más tarde, quizá. ¿Podrías ir con Christian? es hora de su almuerzo.

—Claro.— dijo en voz baja, poniéndose de pie para retirarse. Antes de estar demasiado lejos, se giró y habló a la reina—. Aún no creo que no sientas nada.

Elsa se fue seguida por sus muñecos de nieve, sólo Malvavisco permaneció ahí junto a la Reina de las Nieves.

"Siempre tuviste una debilidad por los niños, pero Elsa no es una niña. ¿Acaso te ves en ella?"

La Reina de las Nieves inhaló profundamente, se giró para encarar la figura oscura del Maligno, quien como espectro no tocaba el suelo, su negrura era tan intensa y su figura retorcida permanecía inmóvil como piedra.

"Ya nunca te veo determinada. Parece que dudas"

—¿Insinúas que me volví débil?— le habló con dureza, sintiéndose menospreciada y muy ofendida.

"¿Debilidad? Claro que no. Lo haces perfectamente. Sigue siendo amable y cordial con ella. Sigue tratándola como una hija. Haz que te ame... que me adore" su voz siniestra se tornó infernal y comenzó a sonreír con una perversión maldita "Muéstrale que está bien estar con nosotros. Hazla saber quién es el verdadero villano aquí. Haz que lo ponga en duda"

—Muy pronto ese amor en su corazón va a desaparecer, pronto no sentirá nada más que oscuridad. Y así completaremos el espejo.

"Pronto no es suficiente" replicó, con voz rasposa. Su sonrisa se volvió más amplia aún "Quiero acelerar el proceso"

—¿Qué estás sugiriendo?

"El amor no es malo, la concupiscencia lo es" siseó "Su deseó putrefacto es lo que la llevó a mis garras"

—¿De qué estás hablando?— frunció el ceño, viéndolo con mucha severidad.

"¿Qué es lo que Elsa ama más que cualquier cosa en este mundo?"

La Reina de las Nieves no tenía que pensarlo mucho para saber.

—Su hermana.

"Exacto. Elsa está hecha de amor, de nada serviría simplemente destruir ese amor. Lo único que hay que hacer es tomar ese amor y transformarlo en odio"

—Elsa jamás podría odiar a su hermana.

"Lo haría" afirmó, perverso, acortando su distancia de la reina "Lo haría si destruimos primero su inocencia. Lo poco que queda de ella"

La Reina de las Nieves mostró conmoción en sus ojos; con un movimiento rápido miró a Malvavisco por un momento. Una fugaz expresión de horror pasó por su rostro.

—Te dije que lo dejaras en paz, que no lo involucraras.— dio un paso hacia el Maligno—. ¡Esto es culpa de Elsa! ¡no de él!

"¿No querías venganza?"

La mujer se encogió de hombros y comenzó a sentir un sentimiento desde lo más profundo de su ser. Entonces los recuerdos tormentosos la invadieron, sintiendo un escalofrío al recordar aquello.

La sombra pasó sus retorcidas manos oscuras por los hombros de la reina, pasando sus dedos siniestros por el cuello de ésta, en una caricia lasciva.

"No olvides lo que le hizo al mundo, lo que te hizo a ti" siguió tocándola con fuerza e impureza mientras ella permanecía congelada y sumergida en su pasado "No olvides lo que nos hizo a nosotros"

Ojalá fuera verdad que no podía sentir, pero Elsa tenía razón. No había forma de evitar esa inmensa ira.

—Será como tú quieras.— le dio su respuesta al Maligno.

Porque había una gran verdad, él no la seguía a ella, sino que ella lo seguía a él.

El Maligno desapareció del lugar, dejándola otra vez.

La Reina de las Nieves dio un suspiro de melancolía, se giró y observó a la gran criatura de nieve, lo mucho que se había deformado por el espejo. ¿Por qué sentía inquietud ahora?

—Aun en la risa tendrá dolor el corazón, y el término de la alegría es congoja.

Notes:

Siento muchísimo la demora, pero al fin está aquí el capítulo :D

En serio, por algún motivo fue muy difícil escribir las primeras escenas, no sé por qué. Las escribía y las reescribía y no sabía ¡ah! Y eso que ya tenía escritas varias líneas desde mucho antes.

Ahora les diré algo. La muerte es un enemigo en mi fanfic, y no es porque la muerte sea una entidad ni nada parecido, sino que la muerte es el castigo de los pecados. Sea la muerte, entonces, lo contrario a la eternidad.

Por cierto, he hecho unos dibujos de Johanna y Edvard, pueden verlos en mi DeviantArt, como les había dicho una vez, ahí estoy con el nombre de GabyGirl1243. Tengo pensado hacer un dibujo también de Hans; y espero poder algún día también dibujar la apariencia de Malvavisco en mi fanfic, también a la Reina de las Nieves y al Maligno.

Ahora, voy a ausentarme de este fanfic un largo tiempo, lo siento. Tengo que continuar algunas historias y debo terminar una urgentemente xD
Podrían pasar a leer otras historias mías, si quieren.

Ya no le quedan demasiados capítulos a este fic, no estoy segura de cuántos le quedan, pero cada vez nos acercamos más al final.

¿Pueden dejarme un review, pliss? No he recibido muchos últimamente, aunque sea un hola xD

Chapter 19: Barco de vapor

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en noviembre del 2020.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

Hola lectores y nuevos lectores.

Wow, la última vez que actualicé esta cosa fue en enero 20 del 2017, ¡y ya estamos a 23 de noviembre del 2020! ¡Han pasado casi cuatro años! ¡Me es difícil de creer!

¡Y ya hasta salió Frozen 2! De hecho, salió hace exactamente un año y un día (sí, sí, mi plan era subir este cap ayer pero soy tan descuidada que terminé acabándolo hace apenas unas horas xD)
Es increíble que hayamos llegado hasta aquí ¿No?

Tengo tanto de lo que quiero hablarles,
pero antes que nada debo decir que por obviedad lo ocurrido en Frozen 2 no es canon en mi historia y no cambiará en lo absoluto el desarrollo de la misma.
La historia de mi fic ya está hecha en mi cabeza desde un inicio y no la cambiaré para nada.
Pero sí me tomaré la libertad de tomar pequeños conceptos de la 2, siempre me encanta tomar referencias de las canciones, los diálogos, etc.
Así que pensé que... sería una actividad divertida si al final de los capítulos les digo qué partes fueron directamente influenciadas por Frozen 2 y cuáles fueron mera coincidencia, ¿a que será divertido?

Ahora, hay algo de lo que quiero hablar seriamente con ustedes.
Lo primero.
Este fic siempre fue mi versión de lo que sería una secuela a Frozen, una explicación de todos los huecos argumentales. Sí, todos amamos los fanfics y cada quien piensa que su fanfic o su fanfic favorito es una mejor historia, nos pasa a todos, me pasa a mí, y aunque tengo pocos lectores en esta historia sí me han llegado a decir que prefieren mi versión en lugar de la secuela canon. Pero debo aclarar que mi fanfic no pretende ser mejor que Frozen 2.
Lo segundo.
Cuando empecé siempre tuve una idea clara de lo que quería con esta historia, pero ahora pienso que quizá era muy chica para entenderlo. Ahora yo les digo a ustedes, este fanfic es de un tono completamente diferente al de las películas. Mi intención siempre ha sido que este fic sea algo así como terror psicológico, ya se los había mencionado.
Lo quiero decirles es que sé que ustedes pueden distinguir la ficción de la realidad, más adelante habrán escenas bastante jodidas, nada realmente fuerte, pero creo que preferiría que los niños no leyeran esta historia.

Ya, ya, no nos aburramos, ¡disfruten el capítulo! ¡que ya ha pasado mucho tiempo!

Chapter Text

Eternidad

capítulo 19: Barco de vapor.

Finalmente era hora de dejar el castillo y Arendelle, iniciar un largo viaje para alcanzar a Anna en su camino y de ahí ir juntos a recuperar a Elsa y a Christian.

Kristoff y Chickie cargaban provisiones y preparaban a los caballos; Chickie los dirigiría a encontrarse con cierta persona que les facilitaría el transporte. Los dos estaban básicamente esperando a que el segundo menor príncipe de las Islas del Sur se les uniera. Anders los veía desde el segundo piso del castillo, tras el cristal de un ventanal; él ya estaba más que preparado para el viaje, aun cuando su mente dudaba, pero todavía tenía una cosa más por hacer.

Fuera el cielo estaba oscuro pese a no ser ni siquiera mediodía. Se dio la vuelta, dirigiendo la mirada a su hermano Louis, quien lo veía con seriedad, erguido firme. Louis era tan diferente a Anders, Louis era elegante, más ahora en su atuendo puesto que Kristoff le había ordenado encargarse del reino en ausencia de la familia real de Arendelle; en cambio Anders siempre parecía descuidado incluso cuando intentaba verse formal, y ahora sólo usaba un traje simple para el viaje. Viéndolo así, Anders consideraba a Louis como un buen modelo de lo que un adulto se supone que debe ser, mientras que él mismo sólo era un fallido intento dé.

Si hiciéramos más comparaciones, entonces habría que decir que pese a que los dos no se parecían en nada entre sí, había una parte de ellos que guardaba cierta semejanza a Hans, de esa forma no podemos negar que son parientes.

Ambos hermanos sabían muy bien que este viaje estaba alejado de una fantástica aventura de cuento, el final del viaje podría ser muerte al enfrentar la oscuridad. No tenían asegurado encontrarse nuevamente, Louis incluso consideraba la misión como un acto casi suicida, por ello por su bienestar decidió tener fe en que un milagro trajera al grupo de regreso con vida. Había mucho que considerar cuando la muerte estaba prevista.

—Dirigir Arendelle, aunque sea por un breve tiempo, será una carga pesada —comentó Louis, con cierto tono cansado—. Espero que nuestra familia no se entere, no quiero malos entendidos ni situaciones incomodas. Así que espero que estén aquí antes de que el parlamento se preocupe y empiece a indagar en mí.

Anders sólo asintió. Louis notó lo decaído que estaba su hermano.

—Escucha, tú no tienes ningún propósito ni sirves en nada para el rescate de la reina Elsa y el hijo de la princesa Anna —eso Anders ya lo sabía y no se sorprendía de que su hermano se lo recalcara, de todas formas dolía—, así que no quiero que seas un estorbo. No te deseo mal, Anders, si te gusta Elsa creo que la acción más correcta que debes hacer es ir a su rescate. De verdad deseo que te pruebes y aprendas a hacer las cosas. Estoy harto de que siempre llores, te escondas y no hagas nada por ti mismo. No quiero que te acobardes como siempre. Y obviamente tampoco quiero que mueras, eres mi hermano.

—Yo no voy a acobardarme —dijo Anders, tratando de hacer a un lado sus inseguridades, pero su voz no era firme como quisiera. Ya se había jurado a sí mismo que el rescate de Elsa sería exitoso, eso no es lo que le hacía temblar la voz, sino que no sabía cómo hablar con Louis—. Elsa volverá a salvo junto a Anna y su bebé, nos encargaremos de eso.

—Entonces supongo que esta vez tendré que confiar en ti —Louis extendió su mano hacia Anders, sonriendo ligeramente—. Tengan suerte y cuídense, esperaré su regreso.

Anders miró por unos segundos la mano de Louis extendida hacia él, entendiendo lo que pretendía, dio la suya para poder estrechar sus manos como despedida. Le era extraño tocar la mano de Louis, esas manos que sólo lo habían dañado cuando eran niños, de esas manos sólo conocía golpes y maltratos. Tocarlo de esta forma no era algo que recordara que hubiera pasado antes.

Estrechar su mano. Esto se sentía adecuado, pero en sus adentros sabía que no era lo correcto, no lo que se suponía que debía ser una familia según lo que había leído, escuchado y visto de otra gente. Soltó la mano de su hermano y lo miró con añoranza.

—¿Te has preguntado por qué somos de esta forma? ¿por qué crecimos distanciados los unos de los otros? —preguntó Anders en voz baja y melancólica, dicha pregunta tomó a Louis por sorpresa, él quien nunca lo había considerado con profundidad.

—Tal vez éramos demasiados... —contestó el mayor después de pensarlo bien.

—Eso no es excusa —murmuró Anders. Louis dio un resoplido y su expresión se tornó molesta.

—Pero esa es la razón. No solía ser así —dijo, desganado—, éramos unidos, al menos es lo que creo, yo era unido a ellos, hasta que un día me di cuenta de que era el noveno hijo, el noveno hermano, uno entre tantos. Desde entonces he tenido que luchar para destacar, a ninguno de nosotros se nos regaló nada a excepción de Jonas, el primogénito. Cada quien tomó un lugar, tomó su bando; o se iban por su lado o sobresalían pisoteando a los demás. Yo, claro, decidí irme —tensó los hombros y apretó los puños, resoplando de nuevo—. No malentiendas, sé perfectamente que las cosas no deberían ser de este modo, sé que ustedes los menores tampoco la tuvieron fácil.

Anders guardó silencio por unos momentos, bajó la mirada aún recordando lo mal que había sido tratado, y a pesar de eso él no había sido el que más sufrió, sino ese fue aquel que había desaparecido. Anders no era inocente tampoco, los hermanos así son y los menores aprenden el mal de los mayores.

Esta vez fue un suspiro lo que provino de Louis, puesto que ya que estaba lidiando con este adiós, quizá debería ser sincero por una vez con al menos uno de sus hermanos.

—Me hace sentir muy mal... saber que eres mi hermano... y no sentir angustia por ti —admitió Louis, causando que Anders alzara la vista—. Es como si... si te llegara a pasar algo yo me sentiría triste, claro que sí, pero no lo suficiente para llorar —Louis apartó la mirada, como distante pero a la vez un tanto afligido—. Eso es lo que temo, que si mueres yo no pueda llorar porque... eres un extraño para mí, y tú también sientes lo mismo.

—Yo no siento... —murmuró Anders, intentando abrirse también ya que estaban en esas, antes de aventurarse al peligro— no siento que esto es lo que debería estar sintiendo al despedirme de ti. No creo sentir lo que debería sentir por ninguno de ustedes. Se supone... que debería tener muchas cosas por decir... Pero no siento que tenga algo que decirte.

No podían ignorar el dolor del pasado y el vacío del presente, la realidad era que en sus corazones no había amor para sus hermanos.

—Tal vez... cuando vuelva... podríamos intentar sentir algo —le dijo Anders con timidez. Louis mostró una pequeña sonrisa, lo más honesta que pudo, y asintió.

Anders podría abrazarlo para despedirse, pero tenía miedo, no vendría al caso, no son lo suficientemente cercanos. Louis se dio la vuelta y se alejó por el pasillo. Tal vez ya era tarde.

Suspiró, volvió su vista hacia el ventanal, observando las oscuras, casi tormentosas, nubes del cielo. Oyó unos pequeños pasos acercarse, pero estaba tan abstraído que fue como un susurro lejano, no despertó de sus pensamientos hasta que ya lo tenía detrás. El hombre giró y se encontró con Olaf, quien lo veía fija y atentamente a sus ojos dorados. Anders también se le quedó viendo al muñeco de nieve sin decir nada.

Su relación había empezado tan divertida, tan chusca, pronto habían formado una amistad sincera, pero antes de que Anders se diera cuenta ambos ya no parecían estar en sincronía. Al verlo una pesadumbre surgía dentro de Anders, una preocupación, una culpa a la incertidumbre.

—¿Escuchaste nuestra conversación? —preguntó el príncipe, algo avergonzado.

—Todo —le respondió Olaf sin mentir—. Ustedes los hermanos de las Islas del Sur son una familia complicada, no había visto una familia tan complicada además de la nuestra.

El príncipe hizo una mueca, viendo fijamente a la criatura. Antes de poder decir algo Olaf se le acercó y lo rodeó con sus bracitos de madera, dejándolo desconcertado.

—Te veías como si necesitaras un abrazo —dijo Olaf con una voz amable y suave, como sintiéndose triste él también.

Anders arrugó el rostro, aspiró fuerte, se puso en cuclillas y abrazó a Olaf. Y entendió que no importaba lo diferentes que se habían vuelto, Olaf lo consideraba un amigo suyo.

—Anders, vine a verte antes de que te vayas para disculparme y... para pedirte un favor.

—¿Uh? —Anders se separó un poco de Olaf, aún sin soltarlo.

—Primero que nada, quería disculparme por lo de hace rato, por volverte a insistir en ser novio de Elsa aunque ya habíamos acordado en que era una mala idea, y que ella se fue en primer lugar porque no quería casarse, y... y que a ti te gusta ella, pero no estás enamorado de ella porque la acabas de conocer y ya sé que eso no funciona así, pero sé que la quieres mucho pero no significa que tienes que estar obligado a ganarte su corazón, yo entiendo todo eso —habló de prisa, apartando la mirada—. Pero es que estoy tan... asustado —le costó realmente admitirlo, su voz se tornó triste, angustiosa— y desesperado. No sé qué hacer ya. Yo sólo quería que Elsa encontrara el amor porque sólo el amor podrá salvarla de convertirse en el espejo, sólo el amor la salvará de morirse. Yo sólo deseaba que de alguna forma tú y ella... Si es posible que las cosas funcionen entre ustedes eso es lo que quiero.

—Olaf...

—Y el favor que tengo que pedirte es que, suponiendo que no mueras en el camino, cuando la veas ¿puedes decirle que me perdone?

—¿Que te perdone? ¿por qué? —preguntó, perplejo.

Esta vez fue Olaf quien miró hacia el cielo nebuloso, con una expresión muy triste, casi aterrada.

—Cuando se fue con la Reina de las Nieves, Elsa me dijo que no la siguiera —explicó, extrañamente cuidadoso—. Siempre me ha hecho eso, siempre pide que me vaya. No lo había pensado mucho hasta esa vez, pero nunca he sabido la razón, no sabía si es porque le soy una molestia o le soy un estorbo.

Anders lo escuchó atentamente, soltando su abrazo y contemplando a su amigo que seguía mirando al cielo, buscando entre las nubes algún destello de luz, pero no había ni uno.

—Pero yo seguía buscándola de todas formas —continuó—, pero esta vez fue diferente... En cualquier otra situación de aventura yo me abría apuntado de inmediato, pero no puedo hacerlo ahora —Olaf miró a Anders a los ojos—. Tal vez tú creas tener miedo, pero en realidad el que tiene más miedo soy yo.

El príncipe se tensó, sintiendo angustia por su amigo. Debía haber sabido que el miedo era lo que impedía a Olaf ir con ellos a buscar a Elsa.

—Soy egoísta, sé que alejó también a su propia hermana. Y Elsa necesita que todos los que la aman vayan a salvarla, pero... —esto lo había sobrepasado—. Ya no puedo, por eso discúlpate con ella de mi parte. ¿Harías eso por mí?

Anders asintió, después tomó las manitas de madera de Olaf, sujetándolas con las suyas.

Era tan extraño que alguien que no fuera su familia o no fueran niños hiciera esto con Olaf. Se sujetaron de las manos como si Olaf no fuera una rareza a menospreciar, como si fueran realmente iguales, como si Anders lo considerara una persona real.

—Olaf —habló Anders con sus manos junto a las de Olaf—, no puedo decirte lo que es correcto hacer porque ni siquiera yo lo entiendo, pero alguien me dijo una vez —sonrió ligeramente— que no debes ocultar tus sentimientos por temor, y que tampoco debes tener miedo a tus decisiones. Creo que ahora entiendo lo que quería decir.

La expresión de Olaf cambió, viendo algo más a través de esas palabras.

—Sé que mi miedo es muy diferente al miedo que tú tienes —dijo Anders en voz suave, compadeciéndose tanto de Olaf como de sí mismo—, pero sé lo que es sentir... que no hay nadie. Yo me doy cuenta... de que hasta ahora has intentado parecer optimista y sonreír —nadie podía negar lo perceptivo que Anders era, de alguna forma siempre se daba cuenta de estas cosas— pero no deberías cargar con todo eso tú solo. Es por eso que yo voy a traerla de regreso y así podrás disculparte con ella por ti mismo.

Olaf lo miró profundamente, hizo ademán de sonreír pero se detuvo a media sonrisa. Bajó la mirada y suspiró, suspiró de nuevo, y otra vez hasta que pareció que sollozaba. Encontró la única manera en la que un muñeco de nieve podría llorar. Entonces Anders lo recargó en su pecho y lo abrazó para así quizá aliviar una parte de esa carga.

—Creo que deberías irte ya —le dijo Olaf sin levantar la mirada todavía, con voz tranquila—. Estás llegando tarde.

—¡Oh! —exclamó Anders, poniéndose de pie rápidamente, como quien apenas recuerda algo—. Kristoff y Chickie ya deben estar molestos conmigo. ¿Ya te despediste de ellos?

—Sí, tuve mucho tiempo con lo mucho que te tardabas —se estaba burlando de él ahora. Bien, parecía haber recuperado el ánimo.

—Ya me voy —dijo, avergonzado y titubeante—. Volveremos, todo saldrá bien, lo sé —trató de alentarse así mismo y a su compañero para despedirse—. Traeremos a Elsa y al hijo de la princesa Anna de regreso, entonces tú podrás hablar con ella.

El príncipe de las Islas del Sur le sonrió nerviosamente a Olaf, Olaf hizo una pequeña sonrisa vacilante. Anders ya empezaba a hacer su camino por el pasillo, con prisa puesto que sus compañeros de viaje ya debían estar impacientes.

—Espera, Anders, una última cosa —lo detuvo Olaf. Anders se giró devuelta hacia él, expectante—. Cuando te conocí pensé muchas cosas sobre ti, pero no pensé que fueras tan perfecto para volverte mi amigo.

Anders se vio sorprendido unos instantes, después hizo una gran sonrisa tonta y sin saber por qué soltó un par de lágrimas que tuvo que secarse con ambas manos cuando las notó corriendo por sus mejillas.

—Gracias, Olaf.

Tal vez había sido corto tiempo, pero por un momento ambos sintieron como si hubieran recorrido juntos este largo sendero. Pero era hora de soltarse. Habían encendido en el otro un poco de valor y fuerza, de esa forma ambos estaban listos para tomar su propio camino de aquí en adelante, pero no olvidarían. Más allá a los dos les esperaba su propia historia a completar.

.

—¡¿Vamos con Oaken?! —exclamó Kristoff con sorpresa desde su caballo.

—Oh, ¿lo conoces? —dijo Chickie con una media sonrisa, cabalgando en su caballo.

Los tres viajeros Kristoff, Chickie y Anders llevaban ya varios minutos cabalgando en los bosques de Arendelle. Chickie se había guardado hasta ahora quién era su contacto que, según ella, les proporcionaría transporte.

—Creo que la pregunta sería, ¿cómo lo conoces tú? —replicó Kristoff.

—Ya te lo he dicho, pasé mucho tiempo en Arendelle cuando la reina Iduna estaba embarazada de Elsa —le explicó en tono arrogante y sin borrar su sonrisa, con la vista en el camino—. Kai y Gerda se quedaron casi todo el embarazo, yo iba y venía pero logré conocer a gente interesante. No puedo decir que conozco mucho a Oaken, no lo he visto en más de veinte años, pero vaya que era un tipo interesante. Él sabe de los trolls, lo sabes ¿verdad? —echó una mirada a Kristoff quien cabalgaba a su lado.

Kristoff resopló.

—Sí, lo sé.

Ya todos en el reino sabían de los trolls, pero hubo un tiempo en el que la mayoría los consideraba un mito a pesar de que los más ancianos y algunos aventureros afirmaban que existían en el noroeste hacia las montañas. Con todo lo que ha pasado en Arendelle los últimos años, una reina con poderes de hielo y un muñeco de nieve con vida, las personas ya no se vieron tan sorprendidas la primera vez que algunos trolls decidieron rondar en las cercanías del reino para visitar a Kristoff quien ya no frecuentaba el bosque tanto como antes.

Por otro lado, Oaken siempre fue bastante consciente de ellos. Nada especial, era sólo que a Oaken le interesaba bastante lo relacionado con la magia e historia de los trolls. Kristoff nunca se cuestionó esa fijación que tenía Oaken con los trolls; de niño se pasaba por su tienda, pero nunca estuvieron en exactos buenos términos hasta que un día, tiempo después de conocer a Anna, Kristoff se decidió finalmente a socializar.

—¿Es amigo tuyo? Tal vez puedas convencerlo de ayudarnos si es que acaso no se acuerda de mí —le sonrió Chickie a Kristoff, petulante pero relajada.

—Yo no diría amigo... —aunque pensándolo bien, sí podía contar como un buen amigo. Kristoff no se había detenido a pensar mucho sobre ello—. No estoy seguro sobre esto, Oaken a veces puede ser muy obstinado con los tratos. ¿Y cómo él podría ayudarnos? ¿cómo tendría Oaken un transporte que nos acercaría a Anna cuando ella nos lleva días de ventaja?

—No exactamente él, sino un familiar de él puede darnos justo lo que necesitamos. Les contaré todo el plan cuando lleguemos allá —con su sonrisa aún orgullosa, Chickie regresó su mirada al frente.

La tienda de Oaken estaba bastante alejada del reino, pero apresurando el paso pudieron llegar en poco más de una hora. Era mucho más fácil llegar cuando no hay nieve en el camino y cuando se tiene una dirección clara.

Cuando llegaron, bajaron de sus caballos y se pararon frente a la entrada de la tienda.

—Almacén del Errante Oaken —Chickie leyó el letrero, con un semblante orgulloso y quizá un tanto nostálgico.

—Y spa —leyó Anders con intriga el letrero pequeño debajo del otro.

Chickie miró a Kristoff, indicándole que entrara primero. Kristoff refunfuñó pero obedeció. Entró Kristoff seguido por Chickie, Anders entró también pero se mantuvo detrás.

—Yu jú, Lord Kristoff, ¿viniste por las ofertas de verano? —saludó Oaken de inmediato detrás del mostrador.

—Te he dicho que no me llames "lord", "alteza", "majestad" o esos títulos que usas para molestarme —le dijo Kristoff, irritado.

—Ya no seas tan modesto, niño, te casaste con una princesa —no es que realmente le importaran los títulos a Oaken, pero era más divertido así. Miró con una sonrisa a las personas al lado de Kristoff—. ¿Quiénes son tus nuevos amigos?

—Hmm —Chickie dio un paso al frente, se recargó en el mostrador con una sonrisa coqueta—. Soy Chickie la caza recompensas, y no estamos aquí por las ofertas de verano. Venimos por un negocio aun mayor.

—Lo siento, pero no discuto de asuntos ilegales con bandidas en mi tienda.

—¿Ja? —ella entendió que había sido malinterpretada—. Oaken, soy yo, Chickie. ¿No me recuerdas? Nos conocimos hace casi treinta años —la sonrisa de Oaken comenzó a verse muy forzada y extrañada, la explicación de Chickie no le decía nada—. He salido con un par de tus primos —insistió.

—No, no me suenas de nada —dijo Oaken en tono alegre, jugueteando con los dedos de sus manos.

Chickie se obligó a ser paciente, se mordió la lengua para no lanzar todos los insultos que en ese momento se le ocurrían, aunque no pudo evitar murmurarlos en voz baja, porque si Oaken era como lo recordaba entonces no le convenía hacerlo enfadar. No es que le intimidara el gigantesco y musculoso hombre... pero debía estar en buenos términos si quería que esto funcionara, no quería inconvenientes.

—El nacimiento de la reina Elsa hace 28 años, con Kai y Gerda —mencionó Chickie con amargura y poca paciencia.

—¡Ah! Kai y Gerda los exorcistas —se emocionó Oaken, poniéndose de pie. El sujeto era verdaderamente alto—. Por supuesto, Chickie. Tú eras la muchacha rebelde que los acompañaba.

—¡Maldita sea! ¡al fin! —celebró la mujer alzando ambos puños. Siempre tenía que recurrir a la fama de sus fallecidos amigos para que la recordaran, le fastidiaba bastante pero ya estaba acostumbrada. Se giró hacia Kristoff—. Oaken fue quien nos dijo a tus padres y a mí sobre los trolls que habitan en el Valle de la Roca Viviente, gracias a su ayuda pudimos borrar la memoria del reino sobre lo que ocurrió durante la maldición de la reina Iduna.

—Espera, ¿Kai y Gerda son padres de Kristoff? —cuestionó Oaken más que sorprendido.

Eran mis padres —recalcó Kristoff, sin mostrar demasiada emoción—. Fallecieron hace muchos años.

—Sí, se acaba de enterar ayer, así que es un tema delicado —dijo Chickie, a quien realmente no le gustaba hablar del asunto.

—Lo lamento mucho, Kristoff, en verdad —Oaken sabía muy bien el valor de la familia, él amaba a su propia familia más que nada. También sabía de las terribles circunstancias en las que se encontraba la familia real, él sólo podía imaginar lo horrible que debía sentirse Kristoff—. Bien, me gusta ayudar. Esto tiene que ver con rescatar a tu familia, ¿no es así? ¿Qué puedo hacer por ustedes?

—Necesito que me contactes con uno de tus familiares, Oaken —habló Chickie—. He escuchado que Soren estuvo trabajando estos últimos años en construir un barco.

—¿Quieres que Soren te preste su barco? —replicó Oaken, extrañado por la petición.

—¿Un barco? —dijo Kristoff—. ¿Ese es tu plan? Tenemos barcos en el muelle de Arendelle, ¿por qué simplemente no subimos a uno de ellos?

—Porque éste, Kristoff, es un barco especial —ella sonrió enormemente—, un barco que no necesita velas, tan sólo un motor. Es un barco de vapor.

—¿Un barco de vapor? —repitió Kristoff, y Anders se acercó para escuchar más.

—Ya —exclamó Oaken, emocionado—. El tío Soren trabajó como obrero en la construcción del SS Archimedes en Londres, el primer barco de vapor con hélice.

—Bienvenidos al futuro, niños —le sonrió Chickie a Kristoff y a Anders.

—Cuando Soren volvió a Noruega, inspirado por el trabajo en el Archimedes, comenzó a construir su propio barco —explicó Oaken—. El clan Oaken ama inventar, es por eso que Soren se propuso hacer un barco aun más veloz.

—Y es por eso que cuento contigo, Oaken. Sé lo especial que es tu familia con los inventos y construcciones. Puede que tú y yo no nos hayamos visto en años, pero me he mantenido en contacto con algunos de tus familiares para ciertos trabajos —volteó a mirar a Kristoff y le dijo:—. Son todos unos genios excéntricos.

—Por supuesto que los llevaré para hablar con él, pero debo saber, ¿cuál es su ruta?

Chickie sonrió enormemente, casi maliciosa. De su bolso sacó un gran mapa y lo desplegó sobre el mostrador. El mapa abarcaba los países de Noruega, Suecia y Finlandia, así como grandes extensiones de agua.

—He estado esperando largo tiempo para contarles mi plan —con su dedo índice de uña maltratada señaló en el mapa la esquina oeste de Noruega, donde se encontraban—. La princesa y Sven partieron de Arendelle hace cuatro días, ahora mismo deben estar cruzando hacia Suecia —deslizó su dedo hasta la frontera con Suecia, después colocó su mano derecha sobre Finlandia—. Su destino es Finlandia, por la frontera de Laponia —con su dedo trazó círculos en la línea que dividía la región—, ahí es donde tiene su palacio la Reina de las Nieves, aunque si lo encuentra o no es cuestión de suerte. Para cruzar a Finlandia ella debe pasar por el Golfo de Botnia, si no me equivoco zarpará desde la ciudad de Estocolmo, ¿o me equivoco? —miró a Kristoff.

—Es verdad, hay un gran puerto ahí —contestó Kristoff.

—Estocolmo ya está lleno de barcos de vapor, ella tiene dinero así que seguro tomará uno. Yo cálculo que llegará a su destino en poco más de dos semanas. Nuestra misión es alcanzarla —lanzó una mirada a Oaken—. ¿El barco de Soren se encuentra en Sandefjord?

—Así es, y tengo que decir que ahí hay un excelente balneario que deben visitar.

—Lo tomaré en cuenta —señaló al sur de Noruega y trazó un camino por el mar—. Tomaremos el barco en Sanderfjord y seguiremos por todo el Mar Báltico hasta el Golfo de Botnia y si el clima nos lo permite llegaremos a la bahía desembarcando en Oulu —señaló un poblado en Finlandia al norte del golfo—. Si todo marcha bien, llegaremos a Finlandia casi al mismo tiempo que Anna.

Chickie y Oaken comenzaron a hablar más de los detalles del viaje. Cuando Chickie comenzó a decirle a Oaken "Siento no haberte avisado con tiempo, ayer estaba lloviendo demasiado..." Anders dio unos pasos hacia afuera para tomar aire fresco. Miró hacia las nubes oscuras que no parecían que iban a mejorar pronto, luego bajó la mirada y vio una de las dos estatuas de madera que estaban en cada esquina de la entrada. Eran un par de curiosas esculturas de trolls.

—Yu jú —le llamó alguien a su lado.

Anders estaba tan concentrado que dio un brinco de susto antes de girar y ver que quien le hablaba era una chica de cabello castaño muy delgada.

—Soy Oona, hija de Oaken, ¿cuál es tu nombre? —le preguntó con una sonrisa, como si fuera una niñita conociendo gente.

—Soy... Anders —le dijo con un sonrojo. No pensó que fuera buena idea presentarse como príncipe de las Islas del Sur, le incomodó mencionarlo.

—Eres el príncipe de las Islas del Sur que estaba en la fiesta de cumpleaños de la reina Elsa —ella mencionó espontáneamente.

—¿Tú sabes quién soy? —dijo aún más nervioso, recordando todo lo que había pasado en el baile.

—Esa fiesta fue una locura —la chica meneó la cabeza de un lado a otro—. Primero, por la mañana se corrieron los rumores de que la reina Elsa estaba comprometida y embarazada, después en la noche tú no te separaste de ella en toda la fiesta. Ya puedes imaginarte lo que todos pensamos.

—Nosotros no teníamos idea de esos rumores —bajó la mirada con vergüenza, aquello había sido algo bastante incómodo.

—Y después ocurrió. La reina, y con buena razón, explotó —lo dijo gracioso, pero realmente no se mostraba convencida—. Se veía tan enojada y después tan traicionada cuando se enteró que Olaf fue el que inició los rumores. Para mí fue bastante horrible de ver.

Anders lo recordaba, lo vio de cerca, había sido bastante fuerte y confuso.

—Lo que pasó después... es en realidad de lo que todo el mundo habla, ya se olvidaron de lo que pasó en la fiesta. Elsa fue secuestrada por la Reina de las Nieves —dijo sin mucho ánimo—. No todos en el reino saben quién es ella, saben que es una bruja que se llevó también al hijo de Anna, pero nada más. No saben lo terrible que es. Yo sólo he oído historias, y he leído el libro también, y creo que todo es verdad.

Ella sonrió un poco a Anders para aligerar el ambiente.

—Escuché de lo que hablaban con mi padre, piensan viajar para acompañar a la princesa Anna en la búsqueda de la reina Elsa y el pequeño Christian.

—Sí, la señora Chickie dijo que quiere pedir prestado el barco de uno de tus parientes.

—Lo oí. El tío Soren es genial, el ha construido algunos juguetes y utensilios, ¡pero su barco de vapor es completamente fenomenal! —exclamó con orgullo y emoción—. Mi padre también crea cosas, puede hacer buenas medicinas, una vez su jarabe curó a toda la familia cuando estábamos enfermos de tos. También puede hacer hermosos adornos y artículos que vende en la tienda.

—Tu familia es realmente sorprendente —le sonrió Anders—. ¿Qué es lo que haces tú?

—¿Eh? ¿yo? —se sonrojó y se dio la vuelta para ver hacia otro lado—. Yo, eh... Me encargo de la tienda. Soy más del tipo trabajador. Quiero decir, sí he ayudado a mi padre y a mis primos a crear algunas cosas, y puedo aprender las recetas e instrucciones de memoria. Claro que he hecho cosas por mi cuenta también, pero nada que destacar. Al menos la prima Agathe puede tocar el violín y componer hermosas melodías, pero yo sólo sé recrearlas, no se me da bien componer, ¿entiendes?

—Creo que sí —se rió un poco—. No te preocupes, ya encontrarás algo.

—¡Claro que sí! ¡ya! —se giró de nuevo hacia él, sonriendo enormemente—. ¡Soy Oona la de la escoba! ¡Oona del almacén! ¡Oona la hija que queda después de que sus hermanos se casaran o se fueran a viajar! Eso suena mal, pero estoy bastante bien. Soy feliz mientras pueda ayudar y trabajar aquí. Mi momento llegará, y si no llega al menos fue muy divertido.

Anders contuvo una risa. Esa era una forma linda de pensar, algo inocente quizá. Dentro de sí deseó tener esa misma energía y optimismo de ella.

Volvió su vista hacia una de las estatuas de trolls, todavía con curiosidad. La mujer lo notó.

—Oh, ¿te gusta?

—Sí, es lindo —regresó su mirada a ella—. Escuché que a tu familia le interesan los trolls, ¿por qué es eso?

Ella sonrió enormemente, se sentó en la orilla del porche y él la imitó sentándose en el escalón.

Kristoff alcanzó a escuchar la pregunta de Anders, así que dejó de lado a Chickie y a Oaken que seguían discutiendo, y se acercó para oír mejor la respuesta que la chica tenía para contar.

—Mi familia goza de inventar, ya te diste cuenta —explicó Oona con una sonrisa tierna—. ¿Sabías que la primera generación de trolls eran inventores?

—¿De verdad? —Anders observó con asombro la estatua de troll que estaba al lado de la chica. Ella asintió.

—Las criaturas que dieron origen a los trolls, antes de volverse de piedra eran algo más —contó con ilusión—. Eran conocidos como los Guardianes del Cielo. Además de magia ellos trajeron conocimiento y sabiduría al mundo humano, gracias a los Guardianes Celestiales conocemos de medicina, astronomía y muchas otras ciencias. Inventaron grandes cosas que fueron útiles a la humanidad, que nos ayudaron a prosperar y tener una vida mejor. Ellos nos impulsaron a crear e imaginar, a siempre cuestionarnos, nos motivaron a aprender. Por eso mi familia los admira.

—Eso es increíble —Anders miró con más maravilla la estatua de troll, entonces quiso saber más y volvió su vista a Oona—. ¿Por qué los trolls dejaron de inventar?

—La leyenda dice —contó en misteriosos susurros, como si fuera un secreto infantil— que hace miles de años, tantos que nadie recuerda, los hombres se corrompieron por el conocimiento que trajeron los Guardianes Celestiales, entonces la Tierra fue sanada de la plaga.

—¿Sanada de la plaga? —preguntó el príncipe, inmerso en lo tétrico que se empeñaba la chica en contar la historia.

—Todo hombre, mujer y niño —decía en susurros sepulcrales—, y todo Guardian del Cielo y sus hijos fueron condenados —bajó un poco la mirada y después prosiguió con cuidado—. Se les dio maldición eterna.

—¿Qué?

—Tú sabes, fueron arrojados al Infierno.

—Eso suena injusto.

—Eso suena injusto porque lo está contando mal —intervino Kristoff, saliendo de la tienda. Anders lo miró con curiosidad al igual que Oona, quien no se veía ofendida al ser contradicha—. Los "Guardianes del Cielo", como los llamaste, no son nada más que sucios demonios que sólo vinieron a la Tierra a enseñar injusticia y corromper a los hombres. No venían a "enseñarnos" ni a "motivarnos a mejorar", ellos bajaron aquí por sus propios motivos egoístas.

—Perspectivas —dijo Oona, indiferente. Sonrió a Kristoff—. Yo sólo conté la historia como me la contaron a mí, como cuentos para asustar niños. Tú que eres un chico troll y fuiste criado en su cultura debes conocer la versión más exacta de la historia, ¿puedes compartir el final? ¿por qué se volvieron trolls y dejaron de inventar?

—La verdad es que nadie tiene una versión exacta de esa historia —admitió de mala gana, pero aún firme—. Pero algo de lo que los trolls y yo estamos seguros es que ellos no eran nada bueno, y como dijiste fueron arrojados al Infierno para cumplir su condena.

—Entonces, ¿los trolls? —preguntó ella, confusa. No era realmente una experta en el tema, sólo sabía lo poco que los trolls habían compartido a humanos ajenos, información que se había pasado por generaciones, por lo que ella podría saber una versión un tanto distorsionada—. Yo sé que algunos Guardianes del Cielo pudieron quedarse en la Tierra ocultos entre las rocas, esa fue la primera generación de trolls, ¿no es así?

—Sí, es verdad. Los trolls descienden de los Celestiales que de verdad se arrepintieron de sus crímenes, pero son unos trolls que existieron hace no sé cuántos miles de años que nada tienen que ver con los trolls actuales. La primera generación no pudo salvarse del castigo por sus crímenes por mucho que se hayan arrepentido, no hubo misericordia. Creo que puedes adivinar por qué las generaciones siguientes decidieron olvidar los conocimientos de los Celestiales.

—Sí, lo imagino —sonrió con gracia. Miro a Anders—. Ahí está tu respuesta. De todas formas, sea por algo bueno o malo, toda ciencia se nos fue revelada gracias a ellos. Creo que está bien siempre y cuando no la usemos para el mal. Las cosas son como son ahora, y todo está cambiando rápidamente en los últimos tiempos.

Por la puerta salió Oaken con Chickie siguiéndolo por detrás.

—Oona, querida, voy a salir con esta gente unos días, te quedarás a cuidar la tienda hasta mi regreso —le dijo Oaken a su hija.

—Como siempre, padre —Oona se puso de pie, después le tendió la mano a Anders para ayudarlo a levantarse también. Le sonrió al hombre—. Oona del almacén se quedará a trabajar.

—Buena suerte con eso —le respondió Anders con una pequeña risa.

Oaken se acercó a Kristoff.

—Ahora que está decidido —le dijo Oaken— voy a preparar mis cosas para llevarlos cuanto antes con Soren. ¿A ustedes no les hace falta nada?

Los tres se miraron entre sí. Chickie luego miró fijamente a Kristoff y él se encogió de hombros.

No, nada le faltaba. Kristoff estaba a punto de decirle a Oaken que ya estaban listos para partir en cualquier momento pero escucharon un ruido descender del bosque y cuando todos voltearon a ver de qué se trataba, vieron a tres criaturas rodar como rocas y después extenderse para revelarse como trolls. Los tres trolls miraron a los humanos con expresiones preocupadas.

—Mira, ahí están —le señaló en voz baja Oona a Anders, dándole un codazo.

—Increíble —murmuró Anders, nunca había visto a los trolls antes.

—Ah, eso son... —dijo Chickie, alzando una ceja.

—La familia de Kristoff —respondió Oaken, jovial.

—Bueno, esto será interesante.

Eran los trolls Pabbie, Bulda y Cliff. Había aflicción en la expresión de Kristoff; después de unos segundos caminó hacia ellos.

—Kristoff, ¿no pensabas irte sin antes despedirte? ¿verdad? —Pabbie habló primero, sin quitar la preocupación en su rostro.

—Kristoff —habló Bulda con mucha angustia—, ibas a dejar el reino sin siquiera avisarme, ¿qué pasa Kristoff? ¿por qué no has hablado con nosotros?

Kristoff resopló. No es que no quiera hablar con ellos, es sólo que los había estado evitando a propósito. ¿Qué más daba? Pensaba volver antes de que se dieran cuenta. Pero a la vez sabía que podía ser un viaje muy riesgoso. Y ahora sabía perfectamente por qué cuando era un infante la Reina de las Nieves lo había tomado, ahora sabía que a sus padres, sus verdaderos padres, esa bruja los mató. Sabía que la vida de todos podría correr riesgo en esta misión, y aún así no se había detenido a pensar en algo para decirle a ellos.

Eran tantas cosas, tantas preocupaciones que había en su mente en ese momento que no había considerado a la familia que dejaba atrás, la que había estado para él desde el principio. Tan sólo no tenía cabeza ahora para largas despedidas.

Pero ahí estaban frente a él, pese a todo lo buscaron, y últimamente parecía que eran ellos los que más lo buscaban a él que viceversa. Tal vez estaba siendo muy ingrato. Los amaba pero muchas cosas habían pasado y tanto había cambiado.

Ahora que lo pensaba, algo entendía, debía contarles tanto como sabía, lo que había aprendido sobre sus padres y lo que haría a partir de ahora. No podía permitirse guardarles ningún secreto, no ahora que se iría más lejos de lo que nunca ha estado. Y esperaba que ellos fueran honestos con él también porque, en sus adentros, sentía que no estaban siendo completamente honestos con él y esto era en parte la razón por la cual no los había buscado.

...

..

.

Habían pasado casi dos semanas desde que Anna y Sven salieron de Arendelle.

—Creo que está creciendo —murmuró Anna, posando ambas manos sobre su vientre. Sven caminaba a su lado, la miró unos momentos.

Johanna le había dicho que casi cumplía los tres meses de embarazo, y al menos saberlo le había causado a Anna un poco de alivio, sin embargo no podía evitar estar preocupada. Iba directo hacia el fin del mundo camino a un gran peligro en el primer trimestre de embarazo, eso era muy aterrador. Pero debía hacerlo si es que quería ver a su primer hijo y a su hermana de nuevo.

Se sentía un tanto culpable, estaba pasando su embarazo lejos de su esposo y lo peor es que él ni siquiera lo sabía, era un secreto que guardaba junto a los trolls porque había querido evitar que Kristoff se preocupara y la acompañara en el viaje. Anna no sabía las razones por las que la Reina de las Nieves había intentado llevarse a Kristoff cuando era niño, por ello quería a esa bruja lo más lejos posible de él.

Anna soltó un suspiro.

—Tendremos que comprar abrigos cuando lleguemos a Estocolmo, princesa —le dijo Johanna, conduciendo una carreta jalada por un caballo. Sentado junto a ella se encontraba Hans y en la parte de atrás estaba el joven Edvard—. Si de verdad terminamos llegando al palacio de la Reina de las Nieves, nos harán mucha falta. Incluso si no llegamos debe estar muy frío en Finlandia.

Anna sonrió y asintió. Todavía le resultaba bastante loco estar viajando junto a Hans y sus amigos, era tan extraño. Dos semanas atrás jamás se le hubiera cruzado por la cabeza. Había estado con ellos casi desde el inicio del viaje, así que de alguna forma ya se había acostumbrado a la compañía de los tres.

En Hans no confiaba ni un poco y no se creía capaz de confiar en él algún día, pero Johanna le había insistido tanto en ayudarla; Johanna pensaba que de esta forma Hans podría redimirse por todas las cosas malas que había hecho contra la familia real de Arendelle. Johanna creía que Hans se lo debía a Anna, y por un lado Anna concordaba, por otro lado aún no se sentía del todo cómoda al estar junto a Hans. Pero iba a enfrentarse contra una bruja y a un demonio maldito, y maldita sea que cualquier ayuda y compañía es mejor que nada porque le aterraba bastante. Y por su hermana y su hijo se tragaría su orgullo.

Edvard bajó de la carreta y fue a pararse junto a Anna para caminar juntos. Ya estaban a muy poco de llegar a la ciudad de Estocolmo por lo que no tenían mucha prisa. Ed tomó la mano de Anna mientras sonreía, un hábito usual en el joven.

Y luego estaba Edvard, el joven acróbata de circo que siempre era tan tierno. De sus tres acompañantes humanos, Edvard era el único al que le hablaba libremente, con los otros dos no conversaba más de lo necesario y así había sido todo el viaje. A Hans lo odiaba y con Johanna no podía llevarse bien aunque lo intentara, esa mujer parecía siempre estar enfadada con ella. Pero Edvard le causaba mucha ternura.

—¡Auch! —se quejó Anna después de que Sven le diera un empujón. Sven siempre se molestaba cuando se comportaba así con el chico—. ¡Sven! ¡basta! Ya te he dicho que no te pongas celoso —se sonrojó con vergüenza.

—Creo que Sven piensa que voy a robarte —dijo Edvard con su voz dulce, fingiendo inocencia—. No te preocupes Sven, sólo estoy jugando, ya sé que ella es casada.

Anna soltó la mano de Edvard y le dio un abrazo fuerte a Sven, sosteniendo su cabeza. Después procedió a hablar por él tal como siempre hace Kristoff.

"No estoy celoso, sólo quiero todos los abrazos para mí" —Anna hizo voz chistosa pero a Sven no le causó nada de gracia. El reno forcejeó para que la princesa lo soltara y después caminó más a prisa con la cabeza en alto, dejando a los dos atrás—. Está bien, lo siento —se disculpó ella, resignada.

—¿Por qué haces eso? Es aterrador —bromeó el chico.

—¿Hmm? —ella lo miró—. Oh, ¿lo de hablar por él? Es sólo algo que hace mi esposo siempre, yo lo hago a veces pero a él no le gusta porque dice que "esa no es la voz de Sven", y a Sven tampoco parece gustarle mucho así que supongo que tiene razón —dijo, apenada—. Es un poco raro, también me lo pareció al principio pero creo que es prueba de la conexión que comparten mi esposo Kristoff con Sven; él es el único que realmente puede entenderlo. Crecieron juntos, ¿no te lo conté?

Edvard no dijo nada, pero le sonrió de igual forma. Podía verlo, ambos extrañaban a ese tal Kristoff. Con una expresión indiferente Edvard miró hacia el frente en busca de algo para distraerse. Las aves volaban en el cielo oscuro. Sonrió sabiendo que ya estaban cerca del mar.

Johanna iba desde la carreta viendo a los dos fija y atentamente, con una expresión malhumorada.

—¿No crees que está actuando un poco extraño, Hans? —le preguntó la mujer a su pareja.

—¿De qué estás hablando? —Hans abrió los ojos, había estado intentando dormir un poco y no quería ser molestado con tonterías.

—Hablo de Ed. Sólo míralo —con la cabeza señaló a Edvard y Anna—. No se separa de la princesa Anna en ningún momento y siempre está... demasiado cerca.

—Ya sabes cómo es Edvard con las mujeres, déjalo ilusionarse, ya lo olvidará.

—Sí, él siempre es así con las chicas lindas que encuentra entre el público y no vuelve a verlas jamás después de la función.

—También ha tenido novias —Hans pensó—, creo recordar que lo he visto con algunas de las chicas del circo.

—Si Edvard hubiera tenido alguna novia yo sería la primera en enterarme —dijo, ofendida. Se encogió de hombros—. Está bien, sí lo he visto coquetear un par de veces, pero nada serio. Y ya sabes lo que opino al respecto.

—Él ya está grande, Jenny. No puedes seguir comportándote como su mamá —le dijo Hans, ya resignado a que no iba a poder dormir más—, porque te recuerdo que no eres su madre.

—Pero ella es una mujer casada y embarazada —sonó triste al hablar—. No sé, estoy preocupada. No desconfío de ella, pero... Nunca lo vi tan embelesado, no es propio de él, algo le pasa.

Hans entendía de dónde provenía la preocupación de Johanna hacia Edvard, por ello ella siempre lo había cuidado, ciertamente era como una madre para el chico. Pero, a como Hans lo veía, Edvard no necesitaba ni un cuidado especial, podía cuidarse solo y no veía a Anna tan ingenua como para dejarse llevar por tales cosas...

Entonces Hans vio con atención a Anna con Edvard. Él también podía notarlo, lo empalagoso que era el adolescente hacia la princesa. Desde que lo notó aquel día en que salieron del circo, Hans había decidido que no le importaba. Pero en realidad le fastidiaba bastante y no estaba seguro de la razón, pero era un motivo completamente distinto a la preocupación de Johanna.

Por fin llegaron a Estocolmo, era una ciudad enorme compuesta de islas, llena de lagos, canales y puentes, habían también muchos edificios y gente. Los viajeros estaban impresionados, pero quienes no podían contener su asombro fueron Anna y Edvard.

Se adentraron a la ciudad. Vieron de muy cerca las aguas llenas de barcos de todo tipo, había veleros y algunos que escupían humo negro, estos eran los de vapor. Anna estaba tan impresionada de ver tantos barcos y tantos lagos. El archipiélago era tan diferente a los fiordos de Noruega.

—¡Wow! —exclamó Anna bastante emocionada, corriendo hacia la orilla.

La brisa del mar la golpeaba fuerte y le hacía revolotear su cabello y vestido. Si bien la oscuridad se había apoderado de los cielos, la vista era maravillosa. Edvard pronto la alcanzó y, una vez más, la tomó de la mano. Ella le sonrió dulcemente, ya le tenía gran confianza.

Pero Johanna no los había perdido de vista, ahora atenta a cada movimiento. Llena de culpa por dudar, se preguntó algo en ese momento. Si acaso aquel joven tenía malas intenciones con la princesa.

Y, en cambio, el menor de los hermanos de las Islas del Sur, el desterrado príncipe Hans, pensó que cual sea el caso entre la princesa y Edvard no era su problema. Aun así resultaba todo tan molesto porque Hans, a diferencia de Jenny, podía adivinar qué es lo que cruzaba por la mente de Edvard en ese momento.

Sombríos misterios se ocultaban más allá del horizonte del mar oscuro, cuyas nubes no daban paso ni a un destello de luz. Reservadas eran las ideas de aquel que hacía mucho tiempo había dejado de creer en el Sol.

 


(Oh, ey, aquí en AO3 al parecer no puedo dejar una nota final taaan larga, así que la dejaré aquí)

Wow, ser grande es una mierda, primero no tengo tiempo para escribir, segundo no tengo tiempo para escribir. Ahora que de alguna forma tengo un trabajo estable. Pero meh, meh

Oigan, quiero decirles que la escena de Anders despidiéndose de Olaf es una de mis escenas favoritas de todas las que he escrito desde que comencé a escribir fics. No sé por qué pero quedé muy satisfecha cuando la terminé. Y tiene gran significado, pero no les diré.

Es gracioso, muchas partes de este capítulo las escribí a inicios del año pasado, otras partes las finalicé apenas hace unos meses y otras tantas la última semana, y otras incluyendo la última escena las terminé apenas hace unas horas xD Soy un desastre.
Es bastante curioso, tanto la despedida de Anders con su hermano y su despedida con Olaf, así como la llegada de Anna a Estocolmo las planeé hace años; y aunque siempre pensé al grupo de Kristoff visitando la tienda de Oaken, el tema del barco de vapor no se me ocurrió sino hasta a inicios del año pasado.

Oh, oh, y quiero decirles que ya tengo muchas escenas escritas para futuros capítulos, y eso incluye muchos flashbacks que agregaré a lo largo de la historia.

Una curiosidad. Esa personaje OC que agregué llamada Oona ya la había introducido en el capítulo 11.
La idea original era que ella se les uniera en el viaje, pero al final tuve que descartarlo porque me doy cuenta de que hay muchos OCs en esta historia. Los OCs en este fic tienen el proposito de servir de apoyo a los personajes canon, y Oona no iba a ser relevante ni para los personajes canon ni para la historia principal, así que la tuve que hacer a un lado.
Hice lo posible para comprimir su personaje en los pocos párrafos que le di, me esforcé y fue bastante curioso de hacer xD
Con esto basta para presentarla y para que cumpla su función en la historia, no hay necesidad de meterla mucho. Volverá a salir algún día, si se lo preguntan xD

.

Ahora
Debo decir, AMÉ Frozen 2, y debo admitirles que estaba tan espantada por lo típico, no quería que la 2 mostrara algo que después me hiciera avergonzarme de este fanfic xD Por suerte no fue así pero me apena un tanto desde que vi el primer trailer porque no pude evitar pensar que la Elsa canon es mucho mejor que mi Elsa u_u
Otra cosa que me tenía aterrada de Frozen 2 ¡y la razón por la que, maldita sea, debí terminar esta historia antes de la secuela! es que temí que mostrara cosas que yo misma quería meter en mi historia.

Pero cuando llegó el momento de ver la película, me desconecté, no pensé ni en mi fic y ni siquiera en expectativas, sólo quería disfrutar la mugre película. Pero no pude evitar decirle a mi hermana cada cierto tiempo "esto se parece a mi fic" o "esto yo voy a ponerlo en mi fanfic" xD Por ejemplo, el inicio de la película es tremendamente parecido al inicio de mi fic xD
Y la verdad, la verdad, sí que hay un par de GRANDES cosas mostradas en la película que yo misma ya tenía planeadas para mi fanfic. Ahora cuando las escriba van a pensar que me copié...
pero no tengo más que mi palabra para decir que yo las imaginé muchísimo antes de ver la 2. Sólo por ello, cuando vean un paralelismo con mi historia y la de Frozen 2, yo me tomaré el tiempo de explicarles qué me inspiró originalmente para escribir aquello.

Y debo decir que Frozen 2 arruinó por completo mi línea de tiempo. Según yo, este fic transcurría como por 1846, (basándome en la fecha de un mapa en Frozen Fever) pero después de ver Frozen 2 llegué a la conclusión que que como mínimo mi fic se ubica en 1865, y sólo como mínimo ¡y eso es muy avanzado en la historia! Así que decidí que ya no me importa en qué fecha se hubica mi fic xD
Peeerooo, me alegra saber que mi teoría sobre dónde se encuentra Arendelle en el mapa de Noruega era correcta, bueno, en realidad era un poquito más al norte de donde imaginé, pero sí que estuve muy cerca jejeje
Y ¿el nombre de los reyes eran Iduna y Agnarr? Pues cuando los escribí en mi fic aún no tenían sus nombres oficiales, yo les había puesto el nombre que me decía en la wiki en aquel momento "Idun y Agdar", pero ya que tenemos nombres oficiales, pronto corrí a corregirlo en los capítulos donde aparecen.

Y realmente, realmente Olaf es mi personaje favorito de todo Frozen. ¿Podemos hablar de lo inteligente que es? ¡oh, cielos! ¡lo adoro!
Ahora una cosa que lamento es que en mi fic he dejado mucho de lado ese vínculo especial que tiene con Anna. Puede que Olaf tenga la magia de Elsa, ¡pero todo lo demás le pertenece a Anna!
Cuando Olaf murió en la película, mi corazón palpitaba tan aprisa por la tristeza, ¡aún cuando sabía que reviviría al final! ¡es imposible que muriera por ser una película de Disney! Pero, aparte de eso, si Elsa vivía, Olaf tenía que vivir también, Olaf es como la representación de el lazo de ambas hermanas, esa es una curiosidad que se volvió más clara en aquel "corto" navideño.

Una última cosa. Algo que me llamó mucho la atención en la película es el concepto de que "el agua tiene memoria".
Ya les he dicho que en mi fanfic los conceptos de la crueldad (sea lo contrario a la inocencia) y la muerte son 
antagónicos, ¿pero ya les dije que el agua también lo es?
La última frase del capítulo 17 dice que la Reina de las Nieves "No soportaba el agua", y de hecho en ese capítulo no deja de llover.
Y en el capítulo 14 al final de la pesadilla de Elsa, ella sueña que cae en lo que ella describe como "un mar".
No voy a tomar el concepto de que el agua tiene memoria para mi fic, pero sí que me pareció muy irónico porque en mi historia el agua la representó como algo oscuro, y hay una razón para ello que lo revelaré más adelante.

Ahora vamos a lo divertido.
¿Este capítulo tiene coincidencias con Frozen 2? Hmm, creo que en un dialogo se parece por accidente, pero nada que destacar.
¿Este capítulo fue influenciado por Frozen 2? Sí, en dos escenas.
-La escena donde Anders toma la mano de Olaf está directamente inspirada en la forma en la que Anna toma la mano de Olaf en Frozen 2. Ustedes recordarán la canción en la parte que dice "
Sí, cambios no verás Si tu mano o en la mía va" o en inglés "Yes, some things never change Like the feel of your hand in mine", de igual forma cuando toma la mano de Olaf cuando éste muere.
-Y también la escena donde Anna habla por Sven. En esa escena menciono que ni a Sven ni a Kristoff les gusta que Anna haga esto. Metí esa escena porque en el capítulo 11 Anna hace lo mismo; y en Frozen 2 Kristoff y Ryder hablan de cómo ellos "pueden oir" lo que piensan los renos, así que asumo que esto es algo exclusivo de ellos. Metí la escena para dejar claro que Anna no volverá a hacerlo en el resto de la historia.

Uff, ya me alargué, pero es que estoy tan emocionada de volver aquí después de años
Como sea, ¡nos vemos en el siguiente! ¡seguro ahora la espera no será tan larga!

Chapter 20: Tentación, parte 1

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en abril del 2021.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 20: Tentación, parte 1.

Los primeros días en el circo para Edvard fueron complicados por decirlo menos. Fue hace mucho tiempo, sin embargo los años transcurridos podían contarse con la palma de una mano. Verán que hace no tanto él era incluso más pequeño, más frágil.

En esos primeros días era como si no estuviera ahí, como si se encontrara soñando, como si su mente viajara a otros lugares que nadie más podía conocer. En las tardes los cirqueros se preparaban para las funciones, practicaban sus actos y convivían alegremente los unos con los otros; por las noches comenzaban las funciones, llegaba la gente por montones, la música era jovial y las luces coloridas. Pero Edvard no se uniría a la multitud, a distancia observaría con precaución.

Una tarde Johanna, siempre atenta al pequeño, llegó empujando un carrito con una gran caja de madera curiosamente decorada y la puso frente al niño. Con una sonrisa espléndida se sentó a su lado. El niño miró la caja recién sacudida del polvo que había acumulado, pues nadie la había querido tocar, pero Johanna había pensado que quizá es lo que el niño necesitaba.

—Esto es un organillo, Edvard —le explicó con suma dulzura la mujer al niño. Él la miró a los ojos. Los ojos del niño ausentes de cualquier muestra de emoción—. Eres parte del circo y de la familia ahora, así que pensé que es tiempo de que tengas un papel en el espectáculo.

La mirada del niño no cambiaba, sus ojos parecían querer taladrar el alma, a la vez siempre parecía perdido en alguna otra parte, como si no entendiera palabras. Johanna nunca dejó de sonreírle, llevó su mano a la palanca de la caja y la comenzó a girar lentamente.

Era una gran caja musical, pensó Edvard, escuchando la música circense que el aparato emitía. Reconocía la tonada de cuando era todavía más pequeño.

London Bridge is falling down, falling down, falling down. London Bridge is falling down, my fair lady.

Los niños solían jugar cantando esa canción, el juego era simple: dos niños se tomaban de ambas manos y las levantaban para formar un arco, el resto de los niños hacían una fila y corrían debajo del arco, cuando la canción terminaba el arco bajaba y el niño que estuviese debajo quedaría atrapado.

—Pon tu mano aquí y has lo que yo —le pidió la mujer al niño.

Pero en los ojos del niño no se veía ni una luz, a sus ojos nada formaba sentido.

Ella se encogió de hombros, apartó lentamente su mano de la palanca e instó a Edvard para que lo intentara. La mujer acomodó el organillo con cuidado frente al niño. El pequeño colocó su mano en la palanca y comenzó a girarla como le habían instruido; la música volvió a sonar, repitiéndose en un bucle sin fin.

—Podrías recibir al público con esto, solamente te paras en la entrada, te ponemos un lindo traje y giras la palanca, es todo —le ánimo—. Vamos, sonríe un poco.

El niño la ignoró, tan sólo no paró de hacer sonar el organillo, dando vueltas a la palanca una y otra vez. Más que una música alegre, era bastante molesta, nada comparado a las grandes máquinas que el circo tenía, ni mucho menos a sus músicos que sonaban todavía mejor. El sonido lo absorbía, era tan extraño para sus oídos y aún no terminaba de acostumbrarse a la constante música con la que tenía que vivir desde que se había mudado al circo.

—Ya déjalo en paz, Jenny —habló una mujer alta al acercarse—. ¡Sabes que a nadie le gustan los organillos! esas cosas son muy molestas, por eso no los tenemos, ¡podría jurar que me sangran los oídos cada que escucho una de esas cosas!

—No exageres, tampoco suena tan mal —se molestó Johanna, haciendo un puchero—. Será bueno para él, necesita algo con qué ocuparse.

—Pero no esa cosa tan molesta. Mejor enséñale a tocar el piano.

—Ivy, eres tan fastidiosa a veces. Eso tardaría mucho tiempo.

Mientras las adultas discutían, Edvard tocó el instrumento más lentamente con la mirada en el suelo. La tonada le era nostálgica pero extraña, como de hace tanto tiempo que ya veía ajeno, de otra vida. Aun así, la música de una canción que conocía de su niñez lo llenó de una alegría que pocas veces llegaba a sentir, le traía recuerdos de risas y juegos.

London Bridge is falling down, my fair lady.

El escándalo de unos payasos le hizo levantar la mirada. Notó que a distancia había unas niñas todavía más jóvenes que él practicando en la cuerda floja. Eran niñas muy pequeñitas, con una agilidad y elasticidad envidiable; ellas practicaban como si fuera un juego, iban y trataban de subir a la cuerda mientras una mujer mayor estaba al pendiente de sus movimientos. Cada que una niña caía, la mujer la atrapaba y la dejaba de vuelta en el suelo para que la niña saliera disparada a intentarlo otra vez. Atrapaba una, atrapaba a la otra y lo mismo a la siguiente. Observaba, atrapaba y las bajaba, sin termino.

Así como él con la palanca del organillo, que gira y gira, y suena y resuena, de esa misma forma las niñas daban vueltas; ellas subían a la cuerda, perdían el equilibrio, caían y eran atrapadas. Las escuchaba reír y quejarse a distancia. Una lo intentaba y luego la otra, una parecía que iba a lograrlo pero también caía.

Apartó la mirada y la concentró en el organillo, girando la palanca con mucho esfuerzo. Era como el juego que jugaban los otros niños en su infancia, cantaban la canción y al final eran capturados por el arco, así las veía jugando a ellas, siendo capturadas al caer de su puente.

A cada una las vio caer, las vio ser sostenidas por la cintura antes de ser devueltas al suelo. Las imágenes no abandonaban su mente incluso cuando ya había dejado de verlas ¿por qué era sencillo para ellas? ¿por qué le era tan inquietante verlas así?

El organillo dejó de sonar. Su mano temblaba.

—Edvard —Johanna lo llamó, mirándolo con mucha preocupación.

Pero no podía escucharla, sólo podía sentir las maldiciones de los recuerdos pasándose a través de él.

—Está pasando otra vez —le dijo en voz baja a su compañera, sin apartar la vista del pequeño.

La adulta con mucho cuidado trató de acercarse, titubeando acercó sus manos, sintiéndose detenida por una barrera que no debía cruzar.

—No pasa nada, estoy aquí contigo. Por favor...

El niño le lanzó una mirada fiera, advirtiendo esas manos que se le aproximaban. Su mente estaba en blanco, le tomó menos de un segundo reaccionar por mero instinto...

Cuando apartó a la mujer, él se puso a gritar. Gritó más y más hasta que todos voltearon a ver con horror lo que había causado. Y él siguió gritando.

.

..

...

Volviendo a los días presentes.

El grupo de Anna había pagado muy bien a una señora remera que los llevaría en su bote a cualquier isla de Estocolmo, lo difícil había sido encontrar una mujer que aceptara subir a Sven y tuviera un bote lo suficiente grande para montar al reno.

Mientras iban en medio del agua rodeados de otros botes y barcos, Anna, contenta, se inclinó a la orilla y sacó su mano izquierda para poder tocar el agua.

—Ah, princesa —la llamó Johanna, con mirar desinteresado—, no toques el agua, acaban de decirme que está muy sucia.

—¡Uy! —Anna había estado a centímetros de sumergir la mano pero rápidamente la levantó. Aliviada del susto, miró a Johanna con expresión apenada—. Gracias por avisarme, Jenny. Ya decía yo que el color era un tanto extraño.

—Es Johanna para usted —dicho esto, Johanna desvió la mirada.

Anna hizo un puchero, se recargó en Sven y cruzó los brazos. No importaba cuánto intentara acercarse, Johanna no la dejaba entrar; era desesperante porque ya llevaba semanas viajando con ellos y aquella mujer la seguía tratando como a una desconocida incluso cuando había sido ella misma quien sugirió acompañarla. De no ser por Edvard este grupo le parecería completamente incomodo, por no decir que los consideraría enemigos.

La princesa dio un vistazo a Hans quien, al lado de Edvard, escuchaba las historias que la vieja remera contaba.

—Mi familia ha estado en este negocio por generaciones —decía la vieja—. Antes que yo, mi madre. Antes que mi madre, mi abuela. Y así desde hace siglos.

—Debe de ser muy importante —mencionó Anna, trabándose un poco al hablar—. Toda la ciudad está... fragmentada en el archipiélago, sin ustedes nadie podría cruzar. Debe ser agotador.

—Es trabajo —dijo la vieja, orgullosa. Después su semblante cambió—. ¡Pero esos malditos barcos de vapor y los ferris! ¡Quitándonos el trabajo a nosotras las mujeres trabajadoras! —estaba tan molesta que agitó su remo por sobre su cabeza, entonces el bote se tambaleó de un lado a otro y los pasajeros temieron que se fuera a voltear—. ¡Pero hasta que se retire la última mujer remera no nos vencerán! ¡esas malditas máquinas de humo no van a destruir un trabajo de siglos!

—Sí, estoy segura de eso —dijo Anna completamente asustada, abrazándose a Sven quien estaba tan asustado como ella.

—Deberían apresurarse a construir más puentes —dijo Hans en un idioma que la vieja no entendería, sujetándose con fuerza en la orilla del bote. Johanna, quien estaba igual de agarrada en la orilla, se acercó a él y le dio una palmada en la cara.

Edvard se fue disimuladamente a sentar junto a Anna.

—¿Qué fue todo eso? —le murmuró Edvard a Anna—. Yo no entendí nada.

Toda la conversación se había llevado a cabo en sueco.

Después de que Anna le explicara un poco el tema, agregó con una sonrisa jactanciosa:

—Soy una princesa, así que aprendí varios idiomas mientras crecía.

—Muy bien, princesa. Pero mi lengua materna es el inglés, así que dame algo de crédito por tan siquiera entenderte.

—Yo creo que eres muy listo —le sonrió un poco. Edvard dudó pero le respondió con una sonrisa igual.

Johanna decidió hacerle unas preguntas a la señora, a pesar de que su sueco no era muy bueno.

—Necesitamos cruzar a Finlandia —le dijo la mujer del circo a la señora remera—. ¿Conoce dónde...? ¿conoce quién pueda ayudarnos?

—¿Con este clima? —con los ojos señaló a las tormentosas y muy oscuras nubes—. Ningún loco se atrevería a surcar el mar así.

—Pero estas nubes han estado así por días —protestó Anna, preocupada—, no sabemos cuándo mejorarán y estamos contra reloj.

—Debe haber alguien que haga el viaje por el precio justo —habló Hans, cuyo sueco era tan bueno como el de Anna.

—Puede que sí, puede que sí —murmuró la vieja, mirando fijamente a Johanna—. Hay una posada no muy lejos, ahí podrían encontrar alguien que los lleve. Pero cuidado con el precio, las mujeres extranjeras pueden ser confundidas muy fácilmente en ese lugar.

Llegaron al fin a la orilla. Las calles estaban abarrotadas de gente y carretas tiradas por caballos; había mujeres con vestidos refinados y hombres en sombrero que fumaban, y habían muchos niños curiosos que se le quedaban viendo a Sven.

Se dirigieron al mercado en donde había muchos puestos de verdura y pescado. Johanna y Hans fueron a buscar dónde comprar abrigos que necesitarían al llegar a Finlandia. Anna, Edvard y Sven fueron a buscar provisiones.

En lo que Anna detenía como podía a Sven de comer las verduras de un puesto, Edvard se alejó un poco hacia un espacio más abierto. Había mucha gente, especialmente niños, pero Edvard a pesar de no conocer su idioma les indicó con señas y gestos que se apartaran.

Cuando Anna terminó de pagar las compras, al girar pronto notó a Edvard haciendo volteretas. Iba dando giros hacia los lados con la agilidad de alguien que había entrenado mucho tiempo; ponía una mano en el suelo, se impulsaba levantando la pierna, otra mano en el suelo y subió la otra pierna al aire, dio el giro y estaba de nuevo de pie. La princesa ya lo había visto hacer acrobacias aún más espectaculares cuando fue a la función en el circo, pero verlo convivir tan cerca con los niños le daba un aire más encantador a su espectáculo.

Los niños aplaudieron ante las acrobacias de Edvard, algunos niños incluso trataron de imitarlo pero no les salía bien. Entonces Edvard se paró firme sobre ambas manos, entonces levantó un brazo y se sostuvo sólo con una. Cuando parecía que el show iba a mejorar, el cirquero casi pierde el equilibrio, pero rápidamente se sostuvo con ambas manos otra vez y volvió a tomar el control. Al notar que los niños se preocuparon por casi verlo caer, decidió fingir que se caía, tropezando graciosamente pero sin hacerse daño.

Todos los niños se rieron, sabiendo que era una broma. Anna sonrió enormemente y se acercó a la escena. La atención de los niños pasó rápidamente a Sven, los pequeños rodearon al reno y comenzaron a acariciarlo.

—Eres realmente bueno con los niños —le dijo Anna con ternura a Edvard, quien aún estaba sentado en el suelo.

—Bueno, es que a veces me tocaba hacer de payaso en el circo. Je, je —él se rascó la cabeza en un gesto de inocencia, usando la voz tierna y dulce con la que siempre le hablaba a Anna.

El chico se sobresaltó al sentir que alguien tiraba de su brazo. No había notado que un niño pequeño se había quedado, se había acercado y se había arrodillado a su lado; ahora tiraba de la manga de su camisa y decía algo que Edvard no podía entender.

—No, no —le dijo Edvard al pequeño con suavidad. Con cuidado alejó su brazo del niño. En voz baja le murmuró:— Eso no se hace, no está bien.

Sabía que el niño no le entendía nada así como Edvard no entendía al niño, así que Edvard pidió ayuda a la princesa.

—Anna, traducción —le pidió.

—Te pregunta si te encuentras bien y si quieres jugar con él. No entendió que te caíste a propósito —tradujo Anna y después sonrió dulcemente—. Parece que quiere ser tu amigo.

Eso no pasaría. Siempre se había sentido distante con los niños, era como si algo no estuviese bien con ellos o con él, como si pertenecieran a mundos diferentes. Ese era el muro que dividía la inocencia con el saber de ser adulto. Incluso siendo un niño él mismo, no era igual a ellos ni a ninguno, corrompido había sido su saber desde muy joven.

El niño tenía una carita preocupada, así que Edvard le sonrió enormemente, le dio unas palmadas en la cabeza y señaló a un grupo de señoras que estaban cerca, asumiendo que la madre del niño estaba ahí.

—Vete con tu mamá —insistió Edvard.

El niño se rió y salió corriendo hacia su madre, la abrazó y se colgó en ella para llamar su atención. Anna dio su mano a Edvard para ayudarlo a levantarse.

Edvard entonces notó que Anna no había dejado de ver al niño con su madre. La cara que mostraba la princesa al ver aquello era diferente a la que solía mostrar, era una mirada ausente, sin emoción alguna mostrada en sus facciones. Absorta, la princesa suspiró.

Antes de que el sentimiento la embargara y la quebrara, Edvard aprovechó que no se habían soltado las manos, así que la hizo girar como en un baile hasta acercarla a él, entonces la rodeó con sus brazos.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó la princesa con un sonrojo, teniendo a Edvard muy pegado a su espalda y con sus brazos abrazándola.

—Sólo quería un abrazo —le dijo en voz juguetona.

—Aww —Anna dio un último vistazo al pequeño y su madre, luego giró para ver a Edvard de frente y le dio un beso en la cabeza—. Eres un niño muy tierno, Ed —le murmuró Anna con una sonrisa maternal y correspondió su abrazo.

A lo lejos, mientras Hans negociaba con los comerciantes, Johanna alcanzó a ver aquel íntimo abrazo que compartieron Edvard y Anna. La mujer bufó, molesta, apartando la mirada de ese par.

.

Ya para el atardecer de ese día habían llegado a la posada que la vieja remera les había dicho. Alquilaron dos habitaciones, una para Anna, Hans y Johanna, y otra para Edvard. Anna ya había aprendido que Edvard siempre dormía solo; durante su viaje tuvieron que hospedarse en varias ocasiones y Ed siempre tuvo un lugar sólo para sí; incluso cuando dormían bajo las estrellas, Edvard parecía alejarse demasiado sin importar el frío que hiciera, nunca dormiría cerca de los demás. Por supuesto que Anna había preguntado el motivo, incluso había protestado de por qué él tenía siempre una habitación sola, pero nunca le daban una respuesta concreta. No tardó mucho en entender que el chico seguramente tenía un problema, así que dejó el tema en paz.

Ya se habían instalado, así que Anna aprovechó esos minutos que tenía libre para dedicarse a sí misma. Salió al patio trasero de la posada y sacó agua del pozo, llenó una cubeta que le dio a Sven para beber y llenó otra cubeta para lavarse un poco.

Sven olfateó la cubeta con agua y después bebió animosamente.

—Sabes, Sven, dicen que los pozos contaminados pudieron provocar la cólera que mató a miles de personas en Estocolmo —comentó Anna con ironía, quitándose la venda de su mano derecha y después sumergiendo ambas manos en la cubeta de agua—. Qué lindo... Ojalá este edificio ya tuviera drenaje.

Anna enjuagó su cara y después siguió tallando sus manos, especialmente su mano derecha. La herida parecía ya haber sanado, o eso creía, ya habían pasado dos semanas, pero ahora tenía una enorme cicatriz que partía la mitad de la palma de su mano, la piel se veía deforme. Pero no dolía, nunca dolió.

Internamente maldijo a aquella mujer bandida.

—¿Qué dices, Sven? ¿crees que siga necesitando las vendas? —le preguntó al reno, mostrándole la cicatriz.

Sven le lamió la cicatriz unas cuantas veces, Anna dio una sonrisa melancólica. Sven notaba ese claro tono triste al hablar, ya lo conocía, la había visto en ese estado de ánimo incontables veces en el pasado.

Anna miró fijamente la cicatriz de cuchillo enorme y horrorosa. Vacilante giró su mano para ver el dorso, ahí justo en medio se encontraba una cicatriz más antigua, era más lisa y clara que el resto de su piel, su contorno estrellado le daba una apariencia incluso elegante. Con su mano izquierda acunó a la derecha, llevó ambas al pecho y comenzó a llorar.

Recordaba aquel momento dos años atrás, recordaba a aquella mujer de hielo, nieve y luces de aurora, la Reina de las Nieves. La podía ver claramente con su bebé en brazos, dirigiendo un ataque de hielo hacia ella, lo que había provocado esa cicatriz de estrella. Desde entonces en esa mano no podía sentir, no había dolor, ni frío, ni calor, no sentía el agua en la cubeta. Era como tener una extremidad que se había congelado y amputado, sin siquiera sentir el dolor de ese proceso, era como si su mano no estuviera ahí.

Nunca le había importado tanto excepto cuando veía la cicatriz, ese recordatorio permanente de la bruja llevándose a su hijo Christian. Sólo podía estar enfadada y destrozada.

Le dio un fuerte abrazo a Sven, recordando también que en aquel encuentro la Reina de las Nieves casi lo mataba a él.

—Ay, Sven —se lamentó Anna, con la cara empapada en lágrimas, mirando hacia arriba al cielo oscuro—. Lo extraño, realmente lo extraño. Tengo tanto miedo, ya no aguanto esto.

Recargó su frente en el pelaje de Sven, tratando de controlar su respiración y detener los sollozos. Sven le lamió la cara, tomándola por sorpresa, luego le dio unos empujoncitos con la nariz. Odiaba que Anna contuviera su tristeza.

—No quiero que ellos me descubran llorando —le explicó al reno. Bajó la mirada, pensativa por unos segundos—. Quisiera que Kristoff estuviera aquí.

Siempre era fácil llorar junto a Kristoff, él era el único que compartía la misma exacta tristeza que ella. Nunca se dejó llorar con su hermana, no quería mortificarla todavía más. Pero podía desvelarse horas por la noche con Kristoff, llorando de la impotencia de no poder hacer nada para recuperar a su bebé. Tanta falta le hacía su esposo ahora.

—Seguro Elsa está cuidando de Christian —aunque estaba consciente de que la última vez que había visto a su hermana, ésta ni siquiera parecía recordar que tenía un sobrino, seguro producto de algún hechizo de la Reina de las Nieves—. Espero que nuestra familia esté junta de nuevo.

Tocó su vientre ligeramente abultado. Con un gemido de tristeza lloró un poco más sin poderlo evitar. Se recargó en Sven y pensó que si las cosas salían mal, entonces no sabría qué más hacer.

.

Debajo de las habitaciones de huéspedes de la posada había una taberna. Ahí estaba el grupo sentado en la barra, cada uno en su silla. Tras de ellos había música, parejas bailando jovialmente y gente ebria. La camarera, con cara enojada, se acercó a los cuatro.

—¿Qué es esto? ¿inmigrantes? —dijo la camarera.

—No, sólo venimos de paso —respondió Hans, dándole un sorbo a su bebida, después apuntó el vaso hacia la camarera—. Sírvame más.

Ella refunfuñando obedeció.

Ajenos a la música y el ambiente del lugar, el grupo discutía. Hablaban en noruego, por lo que la demás gente no les entendía.

—De por sí es difícil convencer a alguien de navegar con esas nubes —protestaba Johanna—, pero ¿ir hasta Oulu? ¡eso es una locura! No, lo más lejos que nos llevarán es a Turku.

—Pero entonces tendríamos que caminar hasta Laponia —replicó Anna—. Eso nos tomaría semanas y no tengo ese tiempo, ¡no sé qué podría pasarle a mi familia durante ese tiempo! Si vamos en barco hasta Oulu sólo nos tomaría unos pocos días llegar.

—Pides algo imposible, princesa —dijo la otra, exasperada—. Estamos en el Golfo de Botnia, ¿sabes lo que hay al norte? ¡Hielo!

—¡Es verano! No habrá hielo.

—¡Eso no lo sabes! ¡¿Qué vamos a hacer si se queda el barco atascado?! ¡Moriremos congelados!

—Yo vine a esta misión sabiendo perfectamente que podría morir —dijo Anna con firmeza—, tú te ofreciste a venir sabiéndolo. Si no estás dispuesta te dejaré atrás.

—Incluso si no está congelado como dices ¡mira allá afuera! ¡parece temporada de huracanes ahí!

—¡¿Estás dispuesta a esto o no?! —Anna se puso de pie para enfatizar su punto.

Johanna gruñó.

—Anna, yo vine aquí porque...

—Porque querías obtener mi redención —la interrumpió Hans, con un vaso de licor en mano—. Todo este juego tuyo es porque dijiste que se lo debo a Anna, me metiste en esto sin importarte mi opinión, y después de que llegamos tan lejos, te hechas para atrás.

—Hans... —Johanna lo miró con severidad—. ¡No es eso! ¡esa ruta no es segura!

—Y yo quiero terminar con esto lo más pronto posible y no deberle nada a la realeza de Arendelle —dijo en tono arrogante—. Mira, no me interesa si tengo que expiar mis pecados o si este es mi viaje de redención, sólo quiero pagar mi deuda y seguir adelante. Así quizá el pasado no vuelva para perseguirme.

—Tú eres el que sigue metiéndose con nosotros —susurró Anna con enfado al recordar lo sucedido con la bandida y Olaf.

—Además —continuó Hans—, Anna tiene razón, es verano y el agua no estará congelada. ¿Y las nubes? Han estado así todo el camino y raramente hemos visto algo de lluvia.

—No están siendo razonables —dijo Johanna, indignada—. Entiendo que tu familia esté en peligro, Anna, sé que estás desesperada, pero no podremos ayudarlos si morimos de camino allá.

Hans terminó su bebida de un sorbo, dejó el vaso en la barra, se levantó de su asiento y fue a ponerse al lado de Anna, recargando su mano en el hombro de ella.

—Confío en nuestra buena suerte —dijo el hombre con una sonrisa petulante.

Johanna lo vio con una mirada penetrante de indignación y rabia. Edvard, sin expresión, también los miró fijamente.

Anna hizo una sonrisa victoriosa, idéntica a la de Hans. Le molestaba que él la tocara, pero lo dejaría pasar.

—Al fin estamos de acuerdo en algo, Hans —dijo la princesa en voz ufana—. Aunque tus motivos sean tan desagradables como de costumbre.

Se dirigieron una sonrisa de complicidad el uno al otro.

Edvard de un salto se agarró al brazo de Anna.

—Yo estoy a favor también —dijo Edvard en tono alegre, recargando su cabeza en el otro hombro de la chica—. Son tres contra uno, Jenny.

Johanna se sintió traicionada al ver a sus dos compañeros a los costados de la princesa, pero ya nada podía hacer. Apretó los puños con coraje.

—Ese señor de allá tiene un barco listo para llevarnos por la mañana —señaló a un viejo jugando cartas en una mesa—. El trato era llevarnos a Turku, llevarnos al norte será mucho más costoso, y ¿estás consiente de que tendré que usar una artimaña para convencerlo?

Anna se quedó callada, viéndola con una expresión de pena.

—Jenny, ¿estarás bien? —le preguntó Hans, dando un paso hacia ella.

Ella alzó las manos y lo esquivó brutalmente. Pidió un par de copas de vino a la camarera, cuando las recibió se fue a sentar con aquel señor.

.

Más tarde esa noche, las chicas estaban en su habitación. Hans probablemente se había quedado en la taberna, y Edvard, suponían ellas, ya debería estar dormido a esas horas.

Anna estaba organizando el equipaje, debían viajar ligeros y, por los nuevos abrigos que habían conseguido, tenía que deshacerse de algunas cuantas prendas.

Echó un vistazo a Johanna, quien se estaba maquillando en el tocador. Se había puesto un bonito vestido que resaltaba sus atributos y se había aplicado un resplandeciente labial rojo. Anna no la había visto vestir ni maquillarse tan despampanante desde que habían dejado el circo.

Anna estaba angustiada y avergonzada, podía sentir la ira proviniendo de Johanna a pesar de que la otra mujer se negaba a hablarle. Se sentía tan incomoda.

Entonces su mente comenzó a divagar. Recordó cómo Hans la había respaldado y que Johanna se había enojado aún más después de eso. Y pensó: "¿Y si está celosa?" "Ella es la novia de Hans ¡tal vez piensa que me lo quiero robar!" "¡Pero Hans es tan asqueroso! ¡Pero ella debió haber malinterpretado la situación!" "¡Por eso no me habla! ¡Piensa que quiero quitarle a Hans!" "¡Todo es culpa de Hans! ¡No debió apoyarme! ¡Le agradezco pero no debió!" "¡Ahhh! ¡Quiero irme de aquí!".

Anna ya estaba casi jalándose el cabello de la vergüenza. Echó otra mirada a Johanna; ella esta vez se dio cuenta, movió los ojos y la miró a través del espejo del tocador. Anna apartó la mirada rápidamente, todavía más apenada. Y volvió a pensar, esta vez consolándose: "No, no no. Johanna sabe que estoy casada y que Hans me parece despreciable" "No hay forma de que ella piense que hay algo extraño entre nosotros".

Con un suspiro, la princesa se relajó y sonrió. Entonces Johanna al fin habló:

—Es gracioso, Anna. Al principio estaba enojada porque eres la ex de Hans, mi novio. A pesar de que soy sincera al querer ayudarte, también estaba muy celosa.

La pelirroja sintió que su corazón daba un vuelco. Ya se estaba preparando para excusarse y decir que la simple idea le parecía horripilante.

—No me di cuenta de que al que tenía que cuidar era a Edvard —agregó con una sonrisa sarcástica y mordaz. Dejó el maquillaje en su lugar y giró para ver a la princesa directo a los ojos.

Y Anna estaba estupefacta, sin tener la menor idea de qué decir ahora. Con mucha perplejidad trató de darle sentido a lo que acababan de decirle, pero sólo se confundía más. Y mientras más lo pensaba, más indignada y alterada se sentía.

—¿De qué hablas? Edvard es un niño.

—No te hagas la inocente —habló con mucha dureza, no tenía ganas de jugar ningún juego—. Sabes que le gustas y aún así le sigues la corriente.

Eso le dolió a Anna. Por supuesto que se había dado cuenta.

—¿Seguirle la corriente en qué? —dijo, ofendida—. Es sólo un niño, puede que tenga algún tipo de enamoramiento inocente, pero ya se le pasará. Es un niño.

—Y tú eres el adulto, es tu responsabilidad poner límites, especialmente sabiendo que le gustas.

Lo comprendía, Anna entendía a lo que Johanna se refería.

—Tal vez te parezca adorable y tierno —dijo Johanna—, pero no por eso debes ignorar que está mal. Sé muy bien que tú eres una buena persona, Anna, pero esto es inapropiado.

—Perdón, no lo pensé de ese modo —murmuró Anna con la mirada al suelo.

—Yo también lo siento. Sé que no tienes mala intención, pero es que Edvard... —se llevó la mano al entrecejo, decidiendo qué debía decir y qué no. Le dolía mucho admitirlo—. Edvard no está bien, ¿comprendes eso? Por eso debo dar todo por protegerlo, yo he sido una madre para él desde que lo encontré. Puedes ser su amiga, pero por favor, te exijo que mantengas la distancia.

Anna volvió a verla a los ojos y asintió sin decir nada.

Johanna se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.

—Por favor, ten cuidado —le dijo Anna al verla marchar.

—Sé manejar estas cosas. Otro par de copas y lograré convencerlo de llevarnos a Oulu —dirigió una última mirada a Anna antes de salir—. Me debes una muy grande, princesa.

Cerró la puerta y dejó a Anna sola en la habitación.

Ahora Anna se sentía como una persona terrible, no sólo por lo que le había dicho Johanna, sino por la situación en la que había metido a la mujer. No le gustaba que Johanna arriesgara su dignidad para conseguirles el viaje, pero carecían de opciones. Y no podía creer que había sido tan inocente con Edvard, era obvio que había estado mal no haberle dejado las cosas claras al chico desde el principio, pero es que ni siquiera lo había considerado, ¡se sentía tan tonta!

Con un resoplido, continuó ordenando el equipaje. Quería terminar rápido, necesitaba salir y despejarse un poco.

.

A su vez, Edvard apenas llegaba a su dormitorio. Su mente estaba en conflicto.

Utilizó su llave para entrar a la habitación; gracias a la luz del pasillo pudo darle un buen vistazo a lo que sería su lugar de descanso esa noche. Era un espacio considerablemente más pequeño que el que compartirían sus compañeros, pero era lo suficientemente grande para poder estimarlo como un lujo. Había una empolvada cama individual, una vieja cómoda de tres cajones, un gran espejo ovalado sostenido por un marco y pie de madera, y una ventana cuya vista era obstruida por el muro del edificio vecino.

Dio un suspiro de cansancio, percibiendo el olor del polvo. Cerró la puerta detrás de sí con llave. Dejó su equipaje sobre la cama y comenzó a buscar una camisa limpia, sentía esa necesidad de cambiarse después de ese largo viaje.

Con la camisa limpia en las manos, echó un vistazo receloso a la puerta. El hilo de luz proveniente del pasillo se filtraba por debajo de la puerta, esa luz y la que entraba por la ventana debido a los faroles del callejón dejaban que Edvard pudiera ver un poco más claro entre las sombras de la habitación.

Comenzó a quitarse su camisa sucia, descubrió su espalda y entonces escuchó pisadas en el pasillo. Giró su cabeza y vio por debajo de la puerta las sombras de quienes eran posiblemente otros huéspedes, quienes conversaban tranquilamente y caminaban sin prisa. Sin moverse se quedó viendo fijo a la puerta hasta que las sombras se alejaron. Se encogió de hombros y al tratar de volver su vista a enfrente se cruzó con el espejo a su izquierda.

Examinó su torso desnudo en el espejo brevemente antes de ponerse ropa limpia encima. Escuchó unas risas que provenían del callejón, se acercó a la ventana con curiosidad. Estaba en el segundo piso y la calle estaba un tanto estrecha, pero pudo ver un poco por encima; había un par de prostitutas acompañando a un hombre ebrio, ellas tan acostumbradas a la situación que sólo podían burlarse discretamente de su cliente. A Edvard le pareció gracioso así que hizo una sonrisa sombría.

Se tumbó en la cama, agotado y con la cabeza llena de pensamientos bastante confusos. Miró al techo, tomó aire, exhaló por la boca y lo volvió a hacer un par de veces, repitiéndose en su mente que ya no le temía a la oscuridad como cuando era pequeño. Pero a veces cuando estaba solo en las tinieblas, aquellos hirientes momentos que había intentado olvidar volvían a su ser y podía sentirlos como cortadas muy profundas, sensaciones que no desaparecían por más que rascara la superficie para arrancarlas.

Se acordó de Hans y lo mucho que lo había ayudado a superar su miedo infantil. El recuerdo de una tormenta lo hizo escuchar sonidos de lluvia, gotas de agua frías y pesadas golpeando incesantemente el bosque; podía verlo en sus recuerdos, la lluvia del exterior como una cortina opaca. Se sentía todo tan claro como si se estuviera envolviendo de nuevo en esa gelidez.

En cambio todo era tan difuso cuando quería recordar esas canciones infantiles o esas oraciones que había aprendido en su niñez. Necesitaba tanto ahora esas oraciones porque en el fondo sabía que algo dentro de sí le fallaba.

Se sentó al borde de la cama y, dubitativo, observó hacia la luz del pasillo. Temeroso se preguntó qué debería hacer.

Llevó su vista hacia el espejo, su reflejo que apenas podía verse en la oscuridad se veía envuelto en las sombras. Sonidos reales de lluvia provinieron de afuera; observó con asombro las gotas de agua golpeando suavemente el cristal.

Lo entendió, entonces. Aquella gelidez la necesitaba de vuelta consigo, la deseaba tanto en ese momento, quería sentir que le pertenecía aunque sabía que no. Nadie tendría por qué saberlo.

Volvió a salir de la habitación.

Notes:

Alto ahí, antes que nada quiero que me digan qué sentimiento les provocó este capítulo, ¿qué sintieron con las escenas? También lo preguntaré en el capítulo siguiente; quiero saber si estoy trasmitiendo correctamente lo que quiero trasmitir.

Ahora,
Les hablaré un poco de los OCs en esta historia. Lean al menos esto porque es importante para entender eventos futuros.
Ya les he dicho que los personajes OCs aquí están para apoyar a los personajes canon.
Edvard y Johanna han servido para ver otro lado en Hans, un lado donde hay personas que lo aprecian. Aquel otro OC Anders, él ha sido un reflejo, un punto para que el lector compare con otro personaje...
Con este capítulo y el anterior se ha completado el cambio. Los roles de Edvard y Anders se han invertido. Ahora Anders servirá para dar otra perspectiva en Hans, y ahora Edvard será el reflejo de otro personaje... Ya lo entenderán con el tiempo.

Oh, chicos, tardé poco más de 5 meses en subir esto xD
Estuve ocupada en otras cosas. Pero me dediqué todo este mes en escribir el capítulo, y ¿adivinen qué?
¡Subiré el cap 21 en una o dos semanas!, si es que nada malo pasa xD

Y se preguntarán ¿por qué tan pronto si tardaste meses con éste? ¡Pues!
Este capítulo y el siguiente iban a ser uno solo, ¡pero me di cuenta de que estaba quedando demasiado largo! Ya superaba las 10,000 palabras, (cuando suba el siguiente les diré por curiosidad cuántas palabras fueron en total sumando los dos capítulos, ¿oki? jeje)
y, créanme, no creo que ustedes quieran leer un capítulo muy largo donde la mitad del cast es OC jeje.
Además nunca fue mi intención tener capítulos que superen las 10,000 palabras.

Así que, como los estuve escribiendo como uno solo, les digo que ya tengo escrito un 85% del capítulo siguiente, sólo me falta escribir la penúltima escena (¡la cuál es MUY importante!) y reescribir una conversación de dos personajes (¡esta escena debe ser perfecta! ¡me estoy esforzando mucho para que quede justo como quiero porque es MUY relevante en la temática del capítulo y el desarrollo de los personajes!)

Miren, le dediqué mucho esfuerzo a este capítulo (y por ende al siguiente), porque quería que fuera perfecto. He sido muy minuciosa con los detalles porque estos capítulos son el punto de no retorno, son los capítulos que marcan el cambio de tono en la historia. Un tono que siempre ha estado ahí, pero ahora será más explicito, justo como planee cuando inicié este fic.

Y, oh, chicos, chicos, debo decirles que buscar información sobre Estocolmo de mediados del siglo 19 fue divertido e interesante. Realmente quería meterme a esa época y a ese lugar. Todo para que el capítulo quedara como yo quería, supongo xD

Ya,
Les cuento algo, la escena inicial, ese flashback del Oc Edvard, ¡tenía el borrador de esa escena escrita desde el 2017! ¡Cielos! Tan sólo le hice unos cuantos ajustes a principios de este año, pero es lo mismo que escribí hace años cuando me llegó la idea.
La escena final, de Edvard también, la escribí a principios de este año o a finales del año pasado, ya no me acuerdo xD, pero de verdad esperaba mucho escribir esa escena también desde hace años.
No tienen la menor idea de lo ansiosa y emocionada que estoy por finalmente escribir estos capítulos.
El resto de este capítulo, lo admito, lo escribí en el trascurso de este mes. Más específicamente durante la primera mitad de este mes (la otra mitad del mes lo dediqué al capítulo siguiente).
Y he tenido mucho trabajo este mes, tiempo extra, casi no escribía entre semana, por lo que avanzaba poquito a poquito. Pero va quedando :)

Pero las ideas de este capítulo y el siguiente han estado en mi cabeza por años, ¡esto es emocionante para mí!

A lo vinieron
¿Este capítulo tiene coincidencias con Frozen 2? Pues si consideran que estar cerca del mar es una coincidencia digna de mención, pero no se me ocurre nada más.
¿Este capítulo fue influenciado por Frozen 2? No en lo absoluto.

Y, por último, pueden seguirme en Twitter si quieren, ahí también estoy como AkumuHoshi. Quizá mañana ahí suba curiosidades sobre este capítulo :3

Entonces, nos leemos pronto
¡Y feliz Día del Niño!
Recuerden mantener siempre la inocencia consigo, de eso es lo que trata mi fic después de todo ;)

Chapter 21: Tentación, parte 2

Summary:

Este capítulo fue originalmente subido a FanfictionNet en mayo del 2021.
LAS NOTAS DEL CAPÍTULO CORRESPONDEN A AQUELLA ÉPOCA Y A AQUÉL CONTEXTO.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 21: Tentación, parte 2.

Turbada por su discusión anterior con Johanna, Anna deseaba salir un rato para ver a Sven, pasar unos minutos con él, pero primero necesitaría un gran trago de jugo. Si no estuviera embarazada el alcohol le hubiera caído muy bien en ese momento, y eso que jamás fue de beber.

Bajó al primer piso, llegando a la taberna; la música podía escucharse arriba pero ahora era más cercana. Ya era muy tarde así que había considerablemente menos gente, pero el lugar estaba lejos de estar vacío.

Se quedó parada al pie de la escalera, dudando si bajar el último escalón y sin apartar su mano del barandal de madera. Podía verlo a través del humo de los fumadores y de las parejas que bailaban, allá al otro extremo del salón, sentado en la barra estaba ese hombre.

—Hans —murmuró ella con resentimiento.

Había olvidado que él estaba ahí. Al pensarlo mejor, uno imaginaría que se quedaría cerca de Johanna para cuidarla, pero cuando Anna vio a su alrededor no pudo encontrarla. Una gota de preocupación por la otra mujer le consternó, pero pronto volvió a concentrarse en Hans. Podría mejor ignorar la barra y salir, después de todo la puerta trasera daba hacia donde estaba Sven, pero su orgullo le decía que no debía dejar que la presencia de Hans le afectara. Así que con la frente en alto fue a conseguir el jugo que quería.

—No bebas demasiado, saldremos temprano y si te sientes mal, vamos a dejarte —se burló Anna, parada detrás de él.

Hans la miró de reojo y le sonrió. Anna se acercó a la barra, no se sentó pues no quería quedarse, y le pidió a la camarera un jugo de manzana.

—¿No te preocupa? —se atrevió a preguntar la princesa, sin mirarlo—. Johanna, quiero decir.

—Ella sabe arreglárselas perfectamente sola.

—Yo no podría quedarme tranquila.

—Y sin embargo, dejaste que pasara.

Anna lo miró feo, pero se encogió de hombros sabiendo que él tenía razón. Recibió su jugo de manzana servido en un vaso, lo sostuvo en sus manos, lista para salir.

Pero nunca había estado a solas con Hans en todo el viaje; no es que no hubiera ya conversado con él, le había contado acerca de Anders y lo bien que se había llevado con Elsa, pero fuera de eso no habían tenido una conversación real sino más que algún intercambio de palabras o frases, muchas veces de reproche. Y había una pregunta que quería hacerle, algo que le estaba dando mucha curiosidad desde hacía un tiempo.

—¿Realmente la amas? —le preguntó sin más. Parecía que lo estaba criticando, por lo que Hans la miró con desdén, así que Anna le explicó:— Es que se me hace imposible que alguien como tú se llegue a enamorar. La verdad me siento mal por Johanna, espero no rompas su corazón... —en tono irónico agregó:— como lo hiciste conmigo —y bebió un sorbo de su jugo.

—¿Celos?

—¡Ja! ¡No me hagas reír! Ibas a dejarme morir e ibas a matar a mi hermana. Perdona si sólo estoy preocupada porque una buena mujer se envolvió con un hombre como tú. Seguramente sólo la manipulas para, no sé, quedarte con el circo de su padre que en paz descanse.

—No tienes idea de lo que hablas, princesa —dijo Hans entre dientes, ofendido—. Johanna y su padre me acogieron cuando no tenía a dónde ir. Estuve solo mucho tiempo, mi familia me desterró, estaba arruinado, pero ellos vieron en mí algo que nadie había visto antes... no conociéndome como soy realmente.

—¿Qué? ¿vieron acaso bondad? —se burló la princesa.

—No... Vieron a alguien con la oportunidad de volverse una mejor persona.

Anna parpadeó un par de veces, acercó la silla y se sentó al lado de Hans, sin decir nada. Él continuó.

—Los del circo Little Mermaid creen que mediante buenas acciones podrán ganar la felicidad eterna. Como algo que se va construyendo poco a poco; con buenas obras se van ganado su preciada alma inmortal. Por eso me ayudaron, por eso Jenny quiere que te ayude a ti, para que yo sea merecedor de ese don —bebió un sorbo de su bebida—. Yo creo que son fantasías idealistas, cuentos para niños. Pero lo que soy ahora se los debo a ellos, por eso te ayudo realmente, Anna, para demostrar que valgo lo que ellos vieron en mí.

—Y sin embargo, contrataste a una mercenaria para secuestrar a Olaf —le recordó Anna por millonésima vez, provocando una risa casi sarcástica en Hans—. Edvard me contó la historia de que ustedes siempre roban criaturas mágicas de sus dueños que los maltratan, pero estoy segura de que tenías otras intenciones porque sabes bien que mi familia no es así.

—En realidad, era una verdad a medias —Hans volvió a reírse, después la miró con una sonrisa maliciosa—. La otra mitad de la verdad es que las odio tanto, sólo quería burlarme de ustedes, una pequeña venganza. Pero descuida, ya me divertí lo suficiente.

Anna abrió la boca, quedando sorprendida e indignada.

—Eres un hipócrita.

—Y lo eres tú también.

Ella lo vio con asco, él la vio con gracia. Se terminaron ambos sus bebidas de un sorbo al mismo tiempo.

—¿Sabes? —habló Anna— Chickie, la bandida que contrataste, me dijo que tú eras alguien loco, y no se equivocaba.

—Ja, ja, ja —se rió el hombre—. Tal vez fue exagerado, o ella sabe que yo no soy una buena persona. Por supuesto que ya no ando por la vida tratando de matar gente, pero se lo deben pensar dos veces antes de confiar en mí.

—No lo dudo ni por un segundo —hizo una media sonrisa, sabiendo que él bromeaba, pero aún así—. Ed y Johanna confían en ti, confían mucho me doy cuenta. Si es que te importan tanto como dices, no traiciones su confianza, Hans.

—Eso ya lo sé —dijo en un ligero tono molesto ante el regaño—. Crees conocer todo de mí sólo porque nos conocimos por dos días hace años, porque jugamos y bailamos por un par de horas.

—¡No te acuerdes de eso! —exclamó, avergonzada.

—Pero no me conoces de antes ni después. He cometido más errores de los que imaginas, pero la vida no fue justa conmigo tampoco. Hice lo que creí que debía hacer. Pero ahora soy diferente. Lo intento al menos. Esos dos tontos me importan, por eso, te repito, trato de merecer esa confianza. Puede que ahora sea sólo un... mísero payaso de circo, pero por primera vez yo...

Hans se detuvo, estaba hablando más de lo que desearía compartir. Con malestar en su mirar, giró los ojos y apartó la mirada.

—Entonces finalmente lo hiciste, encontraste un hogar —dijo Anna con una sonrisa apacible.

—¿Qué? —volvió su mirada bruscamente hacia ella.

—Eso fue lo que me dijiste, hace mucho tiempo, que buscabas un lugar para ti. Al fin lo pudiste encontrar, ¿no es así? O no me digas que esa parte de ti también fue una mentira.

Hans frunció los labios cual puchero infantil, clavó su mirada en su vaso vacío sobre la barra. Es verdad que le había mentido mucho en aquella ocasión, pero acerca de ese aspecto...

—¿Y qué sucedió contigo y la reina Elsa? —preguntó Hans con voz indiferente—. ¿Ella siguió dejándote de lado?

—No, no es eso —ahora fue Anna quien bajó la mirada y se concentró en su vaso vacío—. Volvimos a ser muy unidas, como cuando éramos niñas, es sólo que... Cuando se llevaron a mi hijo, yo fui la que se distanció. Yo... necesitaba tiempo, estaba devastada. Dejé a Elsa sola sabiendo que también sufría. Y cuando finalmente estábamos recobrando nuestra relación, pasó todo esto; la Reina de las Nieves volvió y se la llevó. Ni siquiera sé por qué.

—¿Por qué Elsa aceptaría irse con esa bruja?

—¡Ya se los dije! La Reina de las Nieves la hechizó para que olvidara a mi hijo.

Anna no había contado todos los detalles al grupo, pero sí le había contado mucho más a Edvard y algunos fragmentos Hans los había logrado escuchar.

—Que Elsa olvidara que tiene un sobrino no justifica que se haya ido voluntariamente con una bruja maldita y su demonio. Debe haber algo más; que la bruja haya alterado otra cosa en su memoria o alguna otra razón.

Sí que había otra razón. Anna recordaba cómo su hermana se había ido a voluntad propia con la Reina de las Nieves, clamando que no soportaba la idea de casarse; que no podía enamorarse, le había dicho anteriormente. Esos motivos no sonaban a una justificación suficiente, por lo que Anna sentía que algo se estaba perdiendo, había una pieza que le faltaba para comprender la posición de su hermana, sin esa pieza nada tenía sentido.

—Yo no la entiendo —murmuró la princesa con tristeza.

Cuando se fue la notó triste, la notó rota. No podía creer que no se había percatado de cuánto su hermana estaba sufriendo con esa vida que no deseaba. Anna tuvo que aguantar las lágrimas con toda la fuerza que pudo.

—Parece que no importa lo que hagamos, el dolor no se queda en el pasado, ¿verdad? —dijo Hans en un murmullo.

Con melancolía Anna lo miró a los ojos, sin decir una palabra por un momento.

—¿Qué es esto? —le preguntó Hans a Anna, señalándole la mano derecha.

—¿Eh? ¿qué? ¿esto? —Anna extendió la mano. Tratando de disimular, mostró la cicatriz de cuchillo—. ¡Es lo que hizo la maldita bandida que enviaste! ¡Mira! ¡tendré esta cicatriz de por vida!

Sus compañeros no habían visto la cicatriz puesto que hasta ahora siempre la había mantenido vendada, pero no había perdido la oportunidad de recriminar a Hans con eso varias veces durante el viaje.

—Wow, realmente está bastante fea —dijo él, sinceramente sorprendido—. Pero me refiero a esa otra de ahí.

Por supuesto que hablaba de la cicatriz estrellada en el dorso de la mano.

—Ah, esto —desconfiada, la cubrió con su otra mano. Habló fríamente—. Fue esa bruja, cuando se llevó a mi hijo.

—Debió doler mucho.

—No... No mucho realmente.

—¿Me permites ver?

Mirándolo con recelo, Anna cedió, dando su mano a él. Hans la tomó y revisó la cicatriz con curiosidad. Incluso con su antiguo enemigo tocando su mano, Anna no sentía nada en ella. Aun así...

Esa mano estaba maldita, definitivamente, eso pensó Anna cuando su mirada se cruzó con la de Hans. Ella alejó su mano en un segundo, apenas consciente de su corazón acelerado.

Mas podía oír la música de fondo, la cual sonaba jovial y nostálgica, de otro tiempo, de cuando las cosas se veían tan simples, sin embargo tan oscuras. Por un segundo se sintió esa niña solitaria y sedienta de amor que Hans había conocido aquella vez.

Aquella música alegre alguien no la escuchaba, la ignoraba. Al otro lado del salón, sentado en el segundo escalón y oculto tras el barandal de madera de las escaleras, ahí Edvard observaba en silencio. Con los ojos muy abiertos clavaba su mirada en Hans y en Anna, sin perder mínimo detalle; los había estado observando por un largo rato ya.

Ambos, Anna y Hans, se veían entre sí; Anna había suavizado la mirada y Hans había bajado la guardia. Algo había cambiado en ellos. Anna dijo algo que Edvard no alcanzaba a escuchar, pero pudo apenas interpretar al ver con detenimiento el movimiento en sus labios.

—No me respondiste —le decía Anna a Hans—. ¿Estás enamorado de Johanna?

Edvard veía a Hans de espaldas, por lo que temió no conocer su respuesta, pero Hans se giró hacia Anna, y así Edvard pudo interpretar la respuesta de sus labios.

—Ni siquiera sé qué es el amor.

—Amor es pensar en la felicidad del otro en vez de la tuya —le dijo Anna.

—Eso suena a un amor infantil y tóxico.

—Lo sé —dijo y se rió.

—No, en serio, ¿quién te lo dijo?

Siguieron hablando de trivialidades y pequeñas cosas de sus vidas que les daba curiosidad saber del otro. De alguna forma ahora parecían relajados al estar juntos.

—Y, ¿qué dices? ¿crees que me veo más madura ahora que cuando me conociste? —fue una de las cosas que preguntó Anna.

—Estás más gordita — le soltó Hans.

—Hans, estoy embarazada —respondió ella, haciendo un puchero.

—No es eso, me refiero aquí —con delicadeza, Hans le acarició una mejilla a la princesa.

Avergonzada y con la cara enrojecida, ella le dio un golpecito a Hans en el hombro y Hans meneó la cabeza con una risa.

—Ya no soy una jovencita—le respondió ella, volviéndole a dar un golpecito esta vez en el rostro—. Tú también te ves mayor con la barba.

—Parece ser que estamos envejeciendo, ¿no es así? Nos volvimos verdaderos adultos.

—Tarde o temprano tenía que pasar, sí.

Su conversación siguió y siguió, animados intercambiaban miradas y comentarios. Incluso reían. Él volvió a intentar tocar el rostro de ella, por lo que Anna con un sonrojo se cubrió sus mejillas con ambas manos, entonces Hans se puso de pie. Con una sonrisa petulante, Hans ofrecía su mano a la princesa.

Edvard abrió aún más los ojos al ver. Sus manos temblaban mientras encajaba sus uñas en el barandal de madera. Inhaló y exhaló lentamente repetidas veces en un intento de acallar las emociones que amenazaban con enloquecerlo.

Anna, dubitativa, pareció pensarlo un poco hasta que finalmente aceptó tomar la mano del hombre.

Edvard sintió que su corazón se detenía conforme la furia iba creciendo en él, mientras que Hans y Anna se volvían más próximos al acercarse al centro del salón. Una vez en medio de la música y de las otras parejas, para Edvard fue más sencillo alcanzar a escuchar sus voces entre todas las que sonaban en la taberna. Entonces, al ritmo de la jovial música, comenzaron a bailar.

El joven no daba crédito a lo que veía; esos dos se habían llevado muy mal todo el viaje, apenas y se habían tratado, y ahora danzaban juntos como si siempre se hubieran conocido. Sus manos se tocaban, daban giros por el salón, paso a paso armoniosamente.

—Entonces —le habló Hans a la princesa— ¿soy yo un mejor bailarín que tu esposo?

—Oh, él tiene otras cualidades —Anna desvió la mirada con una sonrisita traviesa.

—Si me dieras la oportunidad, podría demostrarte lo contrario.

Por un segundo, el desconcierto pareció alterar el rostro apacible de la princesa.

Los músicos, al igual que todos los demás, no podían apartar la mirada de la pareja de forasteros que destacaba, así que, quizá creyendo hacer una acción noble, con buena voluntad tocaron música más lenta, uno incluso diría que hasta romántica, provocando que los dos suavizaran sus movimientos; Anna colocó su mano en el hombro de Hans y le permitió a éste sostenerla más cerca.

—¿A qué estás jugando ahora? —preguntó Anna, teniendo su rostro muy cerca al de Hans.

Hans la hizo girar, después la tomó por la cintura y la inclinó.

—Sólo busco algo de diversión.

—Tenías razón, no conoces lo que es el amor.

Anna se enderezó, se alejó pero Hans no soltó su mano. Ella lo veía con curiosidad. El baile aún no terminaba así que, aunque reluctante, la princesa cedió.

Ella giró hacia él hasta envolverse en sus brazos. Anna podía sentirlo muy apegado a su espalda, a esa distancia él podría susurrarle al oído. Ella cerró los ojos y suspiró.

Quieto en su lugar, Edvard podía verlos muy claramente. Sin apartar la vista, aunque sabía que no debía hacerlo, continuó viendo con mucha atención, encajando todavía más fuerte sus uñas en el barandal hasta el punto de hacerse daño. Sus ojos seguían las manos de Hans, las cuales acariciaron la cintura de Anna y la apegaron más a sí mismo. ¿Por qué era tan sencillo para ella?

Cuando era más joven, Johanna le había dado una caja musical, un organillo, y le había pedido que tocara su música para hacerlo pasar por alguien normal, para distraerlo de todo lo que le atormentaba en su cabeza. Ahora Edvard podía escuchar ese sonido horrible y estrepitoso de los organillos retumbando en su mente en una tonada circense, sonando y resonando en su cabeza hasta desquiciarlo. Pero los malos pensamientos y recuerdos no se iban.

—Esto es asqueroso —murmuró Anna, sin moverse de su lugar ni abrir los ojos, poniendo cara de disgusto.

—Lo sé, estás embarazada, sería asqueroso —concordó, hablándole al oído, sin aflojar su agarre a ella. Con gentileza le susurró:—. Quizá en otra ocasión.

—Hans...

—Nadie tendría por qué saberlo.

Anna mantuvo el silencio por unos segundos que parecieron demasiado largos.

—Je —Anna se apartó de Hans y le dio una bofetada no muy fuerte. Se paró firme frente a él y habló en voz muy alta—. Después de que acabe todo esto, tú y yo no nos volveremos a ver jamás. Puede que no conozca cómo fue tu vida antes ni después de conocerme, pero sí conozco el peor lado de ti.

El joven que los vigilaba contuvo su aliento al escuchar cada palabra de ella.

—Te muestras amable y comprensivo, dices lo que uno quiere escuchar y así atrapas a tu presa. No has cambiado nada, tu boca sigue siendo cruel y venenosa. Puede que ya no seas un villano que quiere usurpar un trono o matar mujeres, pero como eres ahora sigues siendo una persona despreciable. Eres un manipulador que no hace más que mentir, escudándose en que ahora es un poquito mejor que antes. Ahora entiendo por qué nunca podrías encontrar el amor; no es por tu pasado o lo horrible que haya sido tu familia contigo, es porque hay algo malo dentro de ti. Tú no puedes amar.

Arrogante, Hans clavó su mirada mezquina a los ojos de ella.

—Como si yo necesitara algo tan iluso como el amor.

Sin poder soportarlo más, sabiendo que esos dos estaban demasiado sumergidos el uno con el otro que no lo notarían, Edvard salió de su escondite y se apresuró hacia la salida trasera. Afuera hacía frío y llovía lo suficiente para sentir lo heladas de las gotas pero no tanto como para empaparse por completo en un buen rato.

Para el chico era un clima hermoso, amaba sentir la frialdad de esas aguas caer sobre su piel, pero esa noche las heridas dolían más en su soledad. Miró al cielo y no pudo ver ni una estrella en él, en cambio todo estaba nebuloso, veía con opacidad.

Con sus manos abrazó su pecho, cubriendo su corazón en un intento de aliviar el dolor del vacío que era más helado que la lluvia, más oscuro que la tormenta. Un nudo en su garganta le impedía respirar, mas sabía que si lo liberaba no podría parar de llorar.

Con un terrible pesar que no podría compartir, con gotas de lluvia escurriendo por sus mejillas, notó más allá del callejón, derecho hacia el muelle donde las luces de los faroles iluminan. Barcos y botes estaban estacionados en la orilla. Y ahí en el muelle, junto a un poste y cerca de un farol, pudo vislumbrar una cuerda.

Edvard caminó por el patio, manchando sus zapatos del lodo que se estaba formando por la lluvia; llegó al callejón y continuó hasta salir al muelle. Siguió andando hasta que sus manos alcanzaron la cuerda que colgaba del poste; la sostuvo con firmeza y, afligido, vio hacia la luz del farol.

No pasaron muchos minutos hasta que Anna también salió de la taberna por la puerta trasera. Salió tranquila y en silencio, pensativa.

Al momento en que salió y contempló la lluvia, de inmediato se preocupó pensando en el viaje que harían por la mañana. Deseó con fuerza que el clima no empeorara.

Su mente pronto regresó a lo que la estaba inquietando en ese momento; el enfrentamiento que acababa de tener con Hans. No podría decirse que discutieron, sólo habían tenido una conversación demasiado... intensa. Se maldecía a sí misma porque lo sabía, fue su propia insana curiosidad la que había permitido a Hans llegar tan lejos.

Estaba bastante confundida, un tanto molesta y se sentía ofendida. Pero en realidad no tan enojada como quería estarlo. Había una torrente de pensamientos confusos en su cabeza que decidió ignorar por su bien.

No estaba segura en qué términos había quedado con Hans. Nunca serían amigos ni mucho menos algo más. Pero él se había disculpado por lo sucedido un momento atrás, aunque se notaba que no lo lamentaba, y le pidió olvidarlo, una clara petición de no decirle a los otros. Anna no tenía intención de contarlo de todos modos, no necesitaba esa drama complicando todo en este punto.

Se encargaría de mantener una distancia segura de Hans a partir de ahora, una distancia diferente a la que tenía antes. Ya no era igual, esa noche una puerta se había abierto. Algo tenebroso y malo. A la vez, bastante intrigante. Ahora sentía simpatía por él, algo peligroso porque no podía permitirse volver a confiar.

La lluvia parecía comenzar a calmarse, eran como partículas de agua cayendo suavemente, acariciando su piel. Con cuidado de no pisar los charcos, Anna se dirigió al pequeño almacén donde Sven se encontraba. Lo encontró durmiendo profundamente y no quiso molestarlo; se quedó ahí observándolo con ternura un momento.

Realmente se sentía muy sola. El sentimiento dolía, la hacía sentir perdida y oprimida por dentro.

Una linterna colgada en la cabaña era lo único que iluminaba el lugar, el resto del patio estaba sumido en la oscuridad. La noche afuera sería silenciosa de no ser que aún podían oírse los ruidos de la taberna como un eco de fondo.

Había una luz más intensa que provenía del muelle, allá cruzando el callejón. Anna echó un vistazo y vio a su joven amigo claramente, dando pasos flotantes y delicados bajo la luz del farol.

No le fue complicado, incluso a esa distancia, discernir qué es lo que Edvard estaba haciendo. El chico había atado el extremo de una cuerda a un poste y el otro extremo al poste del farol. Estaba practicando la cuerda floja.

Sin vacilar se adentró a la oscuridad del callejón, siguiendo la luz del muelle hasta que salió a la calle. Había una hilera de faroles que recorrían el muelle, iluminando la medianoche; la calle y los botes estaban iluminados. Aún así, desde ahí las aguas se veían muy negras. En su cabeza estaban las palabras que Johanna le había dicho, no podía evitar recordarlas, pero eso no la agobiaba.

Anna entró a pasos tranquilos a la luz y supo que Edvard ya la había notado; él la vio de reojo y le sonrió gentilmente. Parecía bastante concentrado, con la mirada soñolienta dirigida al movimiento de sus pies descalzos, y los brazos extendidos a los lados para mantener el equilibrio. Él tarareaba una melodía alegre en un ritmo lento y nostálgico.

Cuando ella llegó a un brazo de distancia de la cuerda, la cual le llegaba a la altura de los hombros, con una sonrisa habló:

—Ten cuidado, no vayas a caer al agua —la verdad le causaba nervios verlo colgado ahí, un resbalón e iría directo al agua o al duro suelo.

—No te preocupes, soy un experto en esto —le dijo con tranquilidad, sin cambiar su sonrisa imperturbable y sin mover la mirada de sus pies—. No hice este acto cuando viste la función en el circo, ¿verdad? Casi nunca me toca hacerlo. Pero cuando era pequeño fue de las primeras cosas que aprendí. Practiqué y practiqué hasta que fui mejor que las niñas que llevaban más años en el circo.

Más despacio para mostrarle a Anna, dio tres pasos hacia el frente y después tres pasos hacia atrás.

—Sólo llevo todo mi peso a una pierna, y luego a la otra —explicó con voz suave.

Anna le sonrió con dulzura, asintiendo. Pero no entendía qué estaba haciendo el chico realmente a esas horas de la noche cuando todos los demás pensaban que dormía. No podía regañarlo, a la mañana partirían de Estocolmo y sin embargo ni uno de ellos se había ido a dormir todavía.

—¿Qué haces aquí solo? —preguntó ella, sin querer parecer muy entrometida—. La noche es fría y peligrosa en esta ciudad.

—Necesitaba pensar, y esto me tranquiliza —seguía caminando con delicadeza en la cuerda sin parar—. Me ayuda a distraerme cuando estoy asustado... o frustrado, o triste —dio un sosegado suspiro—. O molesto.

—¿Te asusta este viaje? —preguntó Anna, sintiéndose culpable pero también confundida.

Él meneó la cabeza en negación, mas no dijo nada al respecto.

—La cuerda floja es mi ejercicio favorito —comenzó a decir—. Trabajé muy duro para aprender todas estas cosas, por horas y horas hasta dejar de pensar en todo lo que me atormenta. Pero la cuerda floja... me hacía sentir que no estaba. Aquí arriba me siento libre de esas ataduras, lejos de todo lo que me daña. Aunque sé que no es real, sé que seguiré cayendo si pierdo mi balance.

La princesa lo escuchó en silencio sin saber qué decir.

—Ahora ya nunca caigo, pero todavía puede ocurrir si no me concentro —mirando sus pasos, amplió su sonrisa—. Y pienso ¿caeré a la derecha? —aplicó todo su peso en la pierna derecha y levantó la otra, alejándola de la cuerda— ¿o caeré a la izquierda?

Con los brazos extendidos, comenzó a balancear la pierna que pisaba la cuerda de un lado a otro, sólo por diversión, y la cuerda floja se mecía junto a él. Pero esto a Anna la asustó y sin pensarlo, por instinto, alzó los brazos hacia él para poder atraparlo con un abrazo si caía.

Él clavó su mirada en ella, borrando su sonrisa y con los ojos muy abiertos. Edvard se paró firme de nuevo sobre ambos pies; se quedó resistiendo ahí, inmóvil, lo más inmóvil que alguien que lucha por mantener el equilibrio podría estar. La examinó de pies a cabeza, luego su mirada se centro en esas manos que ella ofrecía hacia él.

Anna cerró lentamente sus brazos, casi apegándolos a su pecho. Al ver la expresión en su rostro, ella no pudo seguir sonriendo tampoco.

London Bridge is falling down, my fair lady —entonó en un susurro.

—¿Qué? ¿qué dices?

London Bridge is Falling Down. Es lo que cantaba para concentrarme —él volvió a sonreír y su voz seguía dulce, pero ahora Anna podía saber que era todo falso—. La cuerda floja es como mi puente, mi soporte, me ayuda a escapar de la verdad de este mundo, el cual siempre siento que se va a caer.

Moviendo los brazos para no perder el equilibro, Edvard se sentó sobre la cuerda. Miraba a Anna fijamente. Volvió a cantar:

London Bridge is falling down, falling down, falling down. London Bridge is falling down —con cuidado extendió un brazo y con el dedo índice le tocó la nariz a la princesa—, my fair lady.

Anna parpadeó un par de veces y se hizo para atrás. Podía verlo en el rostro del chico, algo estaba mal. Él sonreía, pero era hostil.

—Está bien, me rindo. ¿Por qué estás enojado?

—Hans y Johanna hacen una linda pareja, ¿no te parece?

El asombro se vio reflejado en el rostro de la princesa. Edvard resopló y sonrió sarcásticamente al ver su expresión.

Después el joven se acostó como si no le importara, enganchando su pierna derecha alrededor de la cuerda mientras la otra sólo la dejó colgando; llevó sus brazos, antes extendidos, hacia su rostro, cubriendo sus ojos de la cegadora luz del farol que le pegaba directo. Ahora parecía que iba a tomar una siesta ahí arriba.

—Ellos se engañan—continuó el chico—, se engañan mutuamente todo el tiempo. Dicen querer ser buenas personas, querer salvación, pero esas son mentiras, eso no existe. Todos ustedes son iguales, todos se desvían, a una se hacen inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay siquiera uno. Yo sé que así funciona el mundo, siempre he sabido desde pequeño. Y aún así...

—No, no. ¡Te equivocas! ¡El mundo no es como dices! ¡No todas las personas son así!

—Y aún así yo... me siento tan enojado. No lo soporto.

—Yo no soy de ese modo.

—¿No?

La lluvia volvió a intensificarse, no muy fuerte, pero ahora podía sentir con más claridad las ligeras gotas empapando su piel y llenando su cabello de chispas de agua.

Anna sintió que su respiración se cortaba cuando un temor desconocido en su interior la hizo helar.

—No es lo que crees —dijo ella con cuidado, adivinando lo que el chico pensaba.

Edvard giró su cabeza hacia ella para verla, con las manos sobre su frente para aún cubrir la luz del farol. Habló despacio, articulando las palabra suavemente con sus labios.

—Entonces dime, cuando estabas con Hans ¿no dudaste? ¿por tan sólo un segundo... no lo consideraste?

La duda estaba ahora en Anna cuando abrió la boca pero no salió respuesta. Desconsolada, sólo meneó la cabeza.

—Siempre termina así. Y aunque sé lo que es, sigo engañándome. Aún sabiendo cómo es realmente sigo cayendo en sus mentiras, sigo creyendo que será diferente cada vez.

—Edvard, no sé qué creíste haber visto, pero entre Hans y yo no hay ni habrá nada. Yo estoy casada, soy madre, y no tienes idea de lo mucho que desprecio a Hans.

—No me interesa. Todo lo que hacen es mentir —dijo en un susurro, cubriendo sus ojos con ambas manos.

—Ed, por favor, entiende. ¿Y por qué estás contra mí? Fue Hans el que me estaba molestado —él la ignoró—. Creí que éramos amigos.

—Se supone que debías verme a mí —respondió en murmullos.

—Yo... Yo te veo, Edvard.

—¡No! ¡Se supone que debías verme! —extendió ambos brazos a sus costados y con impulso volvió a ponerse de pie en un segundo. Entonces comenzó a gritar con ira:— ¡Pero volteaste a ver a Hans en la primera oportunidad! ¡Dime, ¿qué es lo que no estoy entendiendo?! Te dejaste tocar por él por mucho tiempo hasta que finalmente lo apartaste. ¡Dudaste! ¡Lo hiciste!

—¡Estás diciendo locuras! —no tuvo tiempo de enojarse ella también; al mirar a los lados notó que las ataduras de la cuerda comenzaban a aflojarse—. Edvard, vas a caer.

—¡No me importa! ¡Estoy en el abismo todo el maldito tiempo!

La lluvia ahora parecía golpear fuerte y fría contra ellos. El viento parecía que los iba a empujar y el cielo negro relampagueó. La cuerda iba a soltarse. Por un momento la figura de Edvard aterró a Anna.

—Y cuando estás conmigo... —habló el chico, viendo a la princesa por encima. Ella tenía que alzar la mirada para poder verlo a los ojos— ¿no lo piensas?

—¡No digas esas cosas!

—¡No puedes engañarme! ¡Te gustaba mirarme cuando nos conocimos! ¡Te gustaba! ¡lo sé!

—¡Eres un niño!

—¡No! ¡no me llames así nunca! ¡No tienes derecho!

—¡Eso es lo que eres! ¡Un niño muy joven para entender que lo que insinúas está completamente mal!

—¡¿Esa es la razón por la que no me preferiste a mí en lugar de Hans?! ¡Después de todo lo que hice para que me vieras a mí en vez de a él! ¡¿Por qué llamaste su atención?!

—¡¿Estás celoso o algo así?! ¡Porque en eso tú no tienes ningún derecho!

—¡No sabes nada! ¡No sabes lo que hemos he...!

—¡Edvard!

Los pies de Edvard se resbalaron, quizá por el viento y la lluvia, o porque la cuerda ya no era estable. Él cayó de frente contra la mujer que encaraba. Anna, sin pensarlo y por reflejo, se apresuró a extender de nuevo sus brazos hacia él y lo atrapó con firmeza. Con fuerza sostuvo al joven en un abrazo, dando unos traspiés hacia atrás, pero logró amortiguar su caída.

—¿Te encuentras bien? —preguntó ella, con preocupación en la voz.

Con un jadeo por el sobresalto, Edvard se percató de los brazos que lo sujetaban. Sintió esas manos que se deslizaron hacia su cintura. Sin siquiera tomar en cuenta la mirada de angustia de ella, él sólo pudo sentir la más horrorosa repugnancia. Él no pensó en nada, sólo reaccionó.

¡No me toques!

Dio un fuerte manotazo a Anna en el rostro, así la empujó lejos de él.

Ella soltó un grito de susto y dolor. Cubrió su golpe con la mano y así pronto sintió y vio la sangre que escurría por su nariz. Aterrada y confundida, miró a Edvard a los ojos.

Y Edvard al verla vio a Johanna. La Johanna de hace unos años, la que trataba de ayudarlo cuando él, siendo un pequeño aterrado, la apartaba con violentos golpes y gritos.

—¡¿Qué pasa contigo?! —chilló Anna, consternada e indignada, también muy espantada.

Edvard cubrió su boca con ambas manos, quebrantado al saber lo que había hecho. Con los ojos muy abiertos y meneando la cabeza, comenzó a llorar.

—Anna... Lo siento, lo siento —dijo el joven, casi ahogándose en su propio llanto, casi sin poder hablar—. No era mi intención. ¡Perdona!

—Edvard... —ella volvió a verlo con compasión.

Ese miedo que el chico mostraba hacía recordar a Anna a alguien más. Dio un paso hacia él pero el chico retrocedió.

—¡Edvard! —exclamó la voz de Johanna, se oía cerca.

Ambos voltearon y vieron a la mujer del otro lado de la calle, parada ahí, viéndolos con preocupación. Ella se apresuró a llegar hacia los dos y se dirigió directamente al joven.

—Edvard —le habló Johanna, a unos pasos de distancia—, Edvard. Está bien, está bien. No pasa nada, ya estoy aquí.

—No, no, no —dijo Edvard, tambaleándose, sin parar sus sollozos, encajando sus uñas en el cabello sobre su frente—. No hagas eso.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Johanna a Anna, pero la princesa no encontró palabras. Johanna volvió a dirigirse a Edvard, usando la voz más suave y tranquila que pudo—. Todo estará bien, Edvard. Tan sólo respira, cálmate.

—¡No! —bramó Edvard, alejándose de las dos—. ¡Deja de hablarme de ese modo!

De nuevo la tormentosa lluvia volvía a calmarse, pero las nubes no se irían.

Johanna miró al chico con tristeza e impotencia, queriendo llorar ella también. Edvard la miraba con rabia, apretando los dientes y con la lacrimosa cara arrugada del disgusto.

—¡Yo no soy un niño! —él gritó con voz desgarrada. Respiró profundo, queriendo recomponerse— Nunca lo fui.

Habiendo dicho eso, Edvard se fue corriendo lejos de ellas, camino al oscuro callejón que llevaba de regreso al patio de la taberna.

Johanna bajó la mirada, comenzando a sollozar en silencio. Anna la miró sin saber qué decir o hacer.

—¿De qué estaban hablando ustedes dos? —preguntó Johanna al fin después de un rato, sin alzar la mirada.

Anna no quería nada de esto. Había sido un encuentro fuerte, confuso e incomodo. Tratar de explicarlo podría llevarla a lo sucedido con Hans, pareja de Johanna, y esto era algo que Anna no quería abordar. Además, las insinuaciones de Edvard habían sido tan inapropiadas que todo lo volvía aún más incomodo. Por ello Anna no contaría la verdad, sólo diría una mentira creíble.

—Sólo sobre lo que me dijiste —empezó a mentir, insegura—. Le dije que deberíamos tener un poco más de distancia entre nosotros. Él lo... lo tomó mal. Lo siento tanto. Yo no... No sabía que él...

Johanna le daba la espalda, no la miraba.

—No es tu culpa —respondió la mujer circense—. Edvard... sólo es así... Le pasaron cosas malas, cosas que a ningún niño... debería.

Anna guardó silencio, comprendiendo. Johanna se secó las lágrimas, inhaló y miró a la princesa, queriendo cambiar el ánimo.

—Ven acá, vamos a curarte eso —le dijo, señalando la herida sangrante en el rostro de Anna.

Apreciaba mucho la amabilidad de Johanna en ese momento; pero llegados a este punto, Anna se lamentó de haber permitido que esta gente la acompañara en su viaje.

Un recuerdo vino a Anna, un escalofriante recuerdo de cuando inició el viaje. Se acordó del fantasma de la vieja hechicera, la del jardín lleno de flores sin rosas; y sus palabras, que de repente rememoró muy claro, ahora sonaban como una advertencia:

"¡Debí saber que una buena persona no debe estar con personas malas!"

"¡Eso no tiene nada que ver conmigo!" le había contestado Anna en aquel tiempo.

"¡Este apenas es el inicio, princesa Anna!" le había dicho el espíritu en respuesta "¡El peligro va a acechar tu alma! ¡No cometas mi error! ¡No confundas la calidez del amor con el fuego eterno!"

Anna sólo podía preguntarse ¿con qué tipo de personas había terminado? ¿son ellos la razón por la que había sido advertida?

Detestaba tanto tener pensamientos negativos sobre Edvard y Johanna, sabiendo bien que no eran malos. Y odiaba sentirse conflictuada respecto a Hans, con emociones ambivalentes y extrañas. Era sólo que habían pasado tantas cosas y por todos estos eventos que ahora tenía dudas dentro de sí misma, dudas tan aterradoras como sofocantes. Esta compañía le estaba haciendo más mal que bien y ya no sabía cómo lidiaría con ello de aquí en adelante. Sentía temor y se sentía más sola que nunca.

A su vez, allá en el patio, estaba tan oscuro y sólo era visible por una linterna lejana. Edvard llegó ahí y se apresuró a llenar una cubeta con agua del pozo, con ella comenzó a lavarse frenéticamente.

Si su ropa había quedado mojada con la lluvia, ahora la terminaba de humedecer al llevar con sus manos el agua hacia los costados de su abdomen. Talló y talló hasta que comenzó a rasgarse con las uñas los sitios donde, recordaba muy bien, Anna había tocado. Se terminó el agua de la cubeta y pronto fue a llenarla de nuevo.

El lugar era solitario, tenebroso, sólo los ecos de la taberna seguían sonando junto al ruido chirriante del pozo siendo bombeado. Ya había parado de llover, mas el cielo seguía sin estrellas ni luna.

Siguió lavando su cuerpo, recordando a Anna; recordando cómo lo tocó y cómo la había tocado Hans. Llenó su cintura de dolorosos arañazos en un intento de desprender esa sensación asquerosa, esa permanente suciedad.

En ningún momento dejó de llorar por la vergüenza y el miedo. Se sentía tan mal consigo mismo porque sabía que Anna no era mala, no era culpable, y aún así era tan desagradable. Sabía que estaba mal no pensar bien de ella, sabía que el incorrecto era él, pero la detestaba. Le dolía detestarla. Eso lo hacía sentir patético, una desgracia de ser humano.

Entonces recordó todas las veces en las que él mismo había tocado su mano, todas las veces en las que estuvieron juntos y él mismo había iniciado el contacto. En aquel momento no sintió nada, creyó incluso que podía ser su amiga. En aquel tiempo pensó que ya lo había superado, pensó que ya comenzaba a ser normal, que el pasado no volvería a consumirlo, a herirlo como cortadas de cuchillo sobre toda su piel.

Se sentía como un ser anormal, le era vomitivo tener que vivir dentro de este sucio cuerpo. Nada había cambiado, otra vez había caído en la oscuridad sofocante que tanto temía.

Mientras tallaba sus manos con persistencia, queriendo arrancar la suciedad que no estaba realmente sobre su piel sino en su mente, se repetía una y otra vez una simple palabra: "Asco. Asco. Asco. Asco".

El corazón conoce la amargura de su alma...

...

..

.

Retrocedamos en el tiempo a la noche unas horas después de que el grupo de Kristoff partiera de Arendelle, el final del quinto día en que el reino estuvo sin la princesa Anna, y el sexto día sin Elsa. Ahí en el salón de los retratos en el castillo de Arendelle, algo inusual ocurrió.

El salón de los retratos; una habitación en el palacio con tantas pinturas en sus cuatro paredes. La princesa Anna solía pasar mucho tiempo en ese sitio durante su infancia, viendo los segundos pasar en el reloj, charlando con las pinturas y comúnmente saltando en los muebles; en espera de algún cambio en la hermana que siempre la ignoraba y en los padres que no daban respuesta y que la hacían sentir atrapada entre los muros de su hogar. Era un lugar silencioso, sólo con un tic tac constante, un lugar lleno de sombras, un sitio en el que puedes pararte en medio y pensar en lo solo que uno está.

Alguna vez dejó de ser así. Ese salón le solía recordar a la princesa sus años de soledad, cambió cuando, durante su cumpleaños 19, su hermana mayor colocó una pintura de la familia como obsequio. Entonces el salón de los retratos emitía su propia luz, ya no parecía albergar recuerdos de tristeza.

Mas ahora que la familia se había vuelto a separar, este sitio volvía a llenarse de sombras, volvía a sentirse tan encerrado y tan sofocante. El lugar perfecto para el que busca perderse en la desolación o para el que no puede salir de ella. Y aquel retrato de la familia seguía ahí, y a la vez se sentía tan lejano y triste al igual que el resto de las pinturas.

Olaf estaba en ese salón, buscando no ver a nadie, refugiándose de un mundo que parecía volverse más tenebroso y era sólo que se estaba viendo forzado a comprenderlo más de lo que se suponía para un muñeco de nieve. Veía el retrato, contemplando lo felices que habían sido y que ahora sólo podían acordarse.

El tic tac del reloj sonaba casi tan fuerte como la voz del Maligno, quien no lo dejaba de rondar, sonriendo satisfactoriamente con cada pequeña acción del muñeco de nieve, riendo una que otra vez. Esa sombra hablaba, susurraba cosas extrañas, a veces decía cosas curiosas, a veces parecía que clavaba sus garras en las almas y las retorcía.

"Sabes que ya no hay forma de volver al pasado. Esta familia está destruida" habló el Maligno con voz tranquila, delineando el marco del retrato familiar, después pasando sus muy negros y largos dedos en las personas retratadas en la pintura "Sabes que no volverá a ser como antes, no puedes hacer nada y sólo esperas que esto desaparezca, pero no puedes cambiarlo"

—¡No lo toques! ¡lo vas a arruinar! —rogó Olaf al ver la persistencia con la que el Maligno tocaba la pintura.

El Maligno rasgó el rostro de Sven, rasgó el rostro de Anna, rasgó con mucha más furia el rostro de Kristoff y entonces acarició el rostro de Elsa. El muñeco de nieve reaccionó.

—¡Ya me dijeron para qué la quieres! ¡quieres corromperla para completar tu espejo!

"Tal vez si no le dejaras el trabajo a otros" finalmente rasgó el rostro de Elsa "Si pudieras enfrentarlo en lugar de pretender. Me temes tanto porque yo te digo la verdad, yo anhelo que entiendas. Te he contado lo malvado que Anders es y aún así te rehúsas a hacerme caso. Te he mostrado y aún así me niegas, te rehúsas a destruirlo cuando te digo que es lo mejor para ti"

—Anders es mi amigo.

"Él no es tu amigo. Él sabe, ya sabe y finge al igual que tú. Él no te ve más que como un tonto"

—No, él no... —entonces lo pensó. Recordó todas las veces en las que había hablado con Anders. Cada sutileza, pieza por pieza.

"Te lo mostré, todo lo que ellos hicieron, todo lo que él pensaba. Te lo enseñé. Él es malo, Olaf. No debiste permitirle ir por ella"

—No, él es el más indicado para ir tras ella.

"Te dije que dejaras de mentir" por momentos la voz del Maligno era estremecedora. Su tétrica voz sonaba por todas partes y retumbaba cuando se agravaba. "Si de verdad te importara la mujer, ayudarías a Kristoff a buscarla, pero no quieres buscarla, quieres que permanezca perdida"

—¡Basta ya! —gritó el muñeco de nieve—. ¡Llevas días molestando! ¡No creo en nada de lo que me dices! ¡no es verdad!

"¿Por qué no escuchas tus propios pensamientos, entonces?" tiritó en éxtasis "Lo veo, oh, tus pensamientos, los veo. Tus pensamientos no mienten, sólo te digo lo que tú no quieres decirte en voz alta. Lo piensas... Lo piensas todo el tiempo. Verás, no es del todo malo"

—Sólo sal de mi cabeza, por favor —lloró, si es que un muñeco de nieve pudiese llorar—. Ya no quiero pensar esto, ya no quiero sentir esto. Todo es tu culpa, tú me hiciste pensar así.

"Yo no. No puedo acercarme a criaturas inocentes. Pero cuando te vi... aquella primera vez... algo se transformó"

Lo recordaron ambos, lo vieron tan vívido como si pasara frente a sus ojos una vez más. Aquella noche helada cuando Elsa se fue abrazada a la Reina de las Nieves. Recordaron la furia de Elsa, sus gritos irracionales, sus lágrimas melancólicas al caer derrotada por sus sentimientos desbordados.

"Desde ese momento en que Elsa se fue de tu lado, cuando te pidió que no la siguieras. En ese momento sentiste el sentimiento que me dejó entrar en tu mente"

—No —Olaf recordó todas las cosas que Elsa le había gritado antes de irse, todas las cosas que le reprochó. Golpeó su cabeza con sus manos para dejar de pensar aquello, pero no podía evitarlo.

"Al mirarla a los ojos pudiste entender por qué se iba, y una vez la comprendiste despertó en ti ese sentir maldito, ese que me acercó a ti"

—¡Cállate! ¡no quiero que sigas molestándome!

La sombra se acercó mucho a Olaf hasta estar a pocos centímetros de su rostro, sin tocarlo. La sombra le sonrió lascivamente y continuó hablando con voracidad impura.

"Oh, ese sentimiento. Ese dulce maldito pecado"

Olaf miró hacia el retrato familiar de rostros rasgados por causa del Maligno. Miró la imagen desgarrada de Elsa. El Maligno ahora lo tocó, le atravesó el pecho con su sombra, y lo leyó. En su interior, esa sombra susurró:

"Tú la odias"

—¡No es verdad!

"Quieres verla desaparecer"

—¡No!

"Quieres borrarla, que se muera. Que se muera por todo el daño que le ha causado a tu familia. ¿Por qué ella tiene que ser tan rara? ¿por qué tuvo que cambiar así? ¿acaso está loca? ¡¿Por qué tiene que volver las cosas tan complicadas?! ¡Estábamos tan bien antes! ¡¿Por qué tuvo que arruinarlo?!"

Esa voz no era la voz de la sombra.

Parecía que golpeaban las paredes con mucha fuerza, el ruido era atroz, todo se estremecía, todo parecía cerrarse. Los cuadros comenzaron a caerse de las paredes, incluido el retrato familiar. Olaf cayó al suelo, cubrió sus ojos para ya no ver nada. Pero esas palabras en su cabeza eran tan fuertes.

"¡Ella destruyó todo! ¡Ella hizo esto!" gritó y el Maligno clavó sus garras en el retrato de la familia "¡Que se pudra en el infierno!"

—Si tan sólo... —Olaf murmuró, y toda la habitación entró en calma. Todos los cuadros estaban en el suelo y todos los ojos en las pinturas caían sobre él—. Si pudiera... ser el mismo de antes, yo sabría qué hacer. Ahora todo es tan confuso pero empiezo a ver. Entiendo... lo que intentas mostrarme. Pero no es correcto, y aún así...

"Demuestra entonces que te importa, que aún no estás perdido" le dijo el Maligno con suavidad, levitando frente suyo. Él se veía como un alargado cuerpo negro, cuyo rostro no se distinguía, ya no más como una sombra, sino como un cadáver inerte "Ven conmigo, te llevaré con ella"

El demonio extendió su largo brazo hacia Olaf, tendiéndole la mano. Las largas extremidades que la bestia tenía por dedos colgaban muy cerca del rostro del muñeco de nieve. La pequeña criatura alzó la mirada y no pudo encontrar en el monstruo un fin a su cuerpo, sólo oscuridad.

Olaf se quedó inmóvil mirando la figura. La bestia mostró sus ojos a través de la oscuridad y lo vio fijamente. Olaf se hundió en su lugar, pero ambos sostuvieron sus miradas con persistencia.

"Cuando cruzamos miradas tú y yo aquella primera vez, me invitaste a entrar en tu mente. Desde entonces yo no te he mostrado otra cosa más que la verdad. Yo no te he dicho nada que no sea cierto y lo sabes. Ten por seguro que es verdad que puedo llevarte con ella en este mismo momento" Olaf permaneció en silencio "¿Hay algún motivo por el cual no deseas verla?"

Motivos habían muchos, cada uno peor que el anterior. Todo estaba mal. Sin embargo todo era cierto. Por eso se había obligado a no seguirla, a alejarse. El Maligno lo sabía y sólo jugaba, que su sangre sea sobre ellos, él deseaba.

"¿Acaso no querías saber? ¿no quieres ganar conocimiento a consta de perder tu inocencia?"

—Yo no soy inocente.

Olaf alzó su mano, aceptando la oferta del demonio. El Maligno sonrió complacido ante su respuesta. Esto era un truco. No había forma en que la sombra sea tan benevolente ni Olaf tan ingenuo.

Sea lo que fuese que pensara el Maligno, Olaf no tenía planeado dejarlo salirse con la suya. Y el Maligno, conociendo los pensamientos de Olaf, no temía a su desafío. Si Olaf creía que podría persuadir a Elsa para que regresara a su hogar, que lo intentara. La reina ya estaba lo suficientemente corrompida, sólo le faltaba el empujón para quebrantarse. El juego comenzaba.

"Veremos entonces quién de ustedes es el primero en ceder"

El Maligno tomó la mano de Olaf y lo dirigió hacia la oscuridad.

Hay caminos que parecen derechos, pero su fin es camino de muerte. Olaf debió haber sabido que a los demonios no se les debe escuchar.

Notes:

Oh, alto ahí. Al igual que el capítulo anterior les pregunto ¿qué sintieron con las escenas?
De verdad quiero saber si estoy trasmitiendo las emociones que quiero trasmitir.

Pero también quiero saber ¿Cuáles son sus teorías?
Este es un muy buen momento para que las digan, porque pronto entraremos en los capítulos finales.
Y no se preocupen, aunque acierten en las teorías eso no hará que yo como una loca decida cambiar la historia. La historia que tengo en mente desde hace años sigue y seguirá tal como la tengo planeada sin importas qué. Pero realmente quiero saber qué creen que pasará ;)

Debo decir, que aunque quería meter lluvia a este capítulo, la aumenté considerablemente inspirada en las lluvias que ha habido en mi ciudad todo el mes xD

Ay, chicos, chicos. Sé que les dije que este cap lo subiría una o dos semanas después del anterior ¡y ya pasaron 3 semanas y media! De verdad lo siento, la semana antepasada quería subirlo pero decidí centrarme en actividades de otro fandom. Y el viernes de la semana pasada no pude porque... ¡cielos! ¡siempre estoy tan cansada después del trabajo!
Pero no quería esperar hasta el otro viernes, retrasándome más (es que siempre prefiero actualizar en viernes), así que lo subo hoy en lunes xDDD

Ah, como les dije el capítulo anterior que haría, les digo que combinando este con el cap anterior son en total 13,966 palabras sin contar las notas.
Sí, creo que sí fue buena idea dividir el capítulo en dos partes, de esa forma les resultará más fácil procesar lo que ocurre.
Aunque debo recalcar que se supone que sean tomados como un solo episodio.
Hay muchas referencias y paralelismos a escenas del cap 20, por eso mismo estas dos partes deben ser consideradas un solo conjunto.
Pero por otro lado, fue buena decisión dividirlo para que pudieran prestar igual atención a la última escena.

Verán, llevo mucho tiempo planeando este enfrentamiento entre Olaf y el Maligno. Siempre quise esa escena entre ellos, la esperaba tanto como la despedida de Anders y Olaf en el cap 19. De hecho esta escena con el Maligno la escribí antes del capítulo 19, también mucho antes del capítulo 20 a excepción del flashback de Edvard (que escribí en 2017).
Ésta última escena con el Maligno la escribí a principios del año 2019 (sí antes de que se estrenara Frozen 2), tan sólo le di unos retoques a mediados del 2020. Así de planeado lo tenía.

Hablando de eso, la escena de al principio de Anna y Hans la había escrito en su mayoría a finales del mes pasado, sólo faltaba retocarla y eso lo hice a principios de este mes. El resto del mes me la pasé con la escena de Anna y Edvard, ¡y la sentí muy difícil de hacer! ¡pero quería que todo quedara perfecto!
Y admito que la escena de Edvard en el pozo la terminé hace apenas unas horas xD

Algo curioso es que, hace un par noches cuando estaba finalizando la escena donde quedó Anna sola con Johanna, de manera espontanea comencé a escribir que Anna recordó las palabras de aquella hechicera; eso no lo tenía planeado en ningún momento. Cuando terminé de escribirlo quise borrarlo, simplemente por el factor "Muestra, no digas".
Verán, cuando escribí los diálogos de advertencia de la hechicera en el capítulo 12 hace años, estaba pensando justo en lo que ocurriría en estos capítulos. ¡Así de planeado estaba! Y por eso mismo casi borro la escena en este capítulo pero... decidí que era arrogante de mi parte y por eso lo dejé. Tal vez a veces es necesario decir y no sólo mostrar. Y eso que soy de dejar muchas cosas a la interpretación para el suspenso.

Otra cosa curiosa es que cuando planee estos capítulos hace años, al principio la mayoría de las escenas iban a ser ya fuera de Estocolmo, en el barco. Pero decidí dejarlos en Estocolmo por comodidad, era mucho más fácil de escribir.

Algo chistoso es que estos capítulos 20 y 21 (Tentación parte 1 y 2) me recuerdan a los capítulos 9 y 10 (Caer parte 1 y 2), porque el título "Caer" hacía referencia a la frase "Caer en tentación", por lo que en retrospectiva siento que estos capítulos se complementan. Tienen ciertas similitudes también.

Ahora
¿Este capítulo tiene coincidencias con Frozen 2? Yo diría que en el crecimiento y entendimiento de Olaf, pero en mi fic es un conocimiento muy diferente y corrupto. Ah, y en el uso de puentes como metáfora.
¿Este capítulo fue influenciado por Frozen 2? Sí, copié dos frases. En alguna parte del texto hice referencia a la frase "Siento una furia creciendo". Y copié un diálogo en Anna diciendo "¿Qué? ¿qué dices?" (en doblaje latino, claro).

No olviden seguirme en Twitter y...

... deben saber que me tomaré un hiatus de este fic. Descuiden, espero actualizar este mismo año, pero también quiero seguir otros de mis fics. Ya nos veremos luego.

Chapter 22: En el infierno, parte 1

Notes:

Le dedico este capítulo a Ilya, si es que un día llegas hasta aquí, bro.

Entonces han pasado 4 años y 3 meses desde la última vez que actualicé... ay xD

No puedo decir nada más que este capítulo y el siguiente (en un inicio iban a ser uno solo pero se volvió MUY largo) son los capítulos más difíciles que he hecho desde que empecé a escribir fanfics. Es como que quería que quedaran perfectos, pero me bloqueaba muchas veces. De hecho estuve como un año intentando evitar estos capítulos porque... algo tienen que me inquietaban, pero ya no más. Se llaman "En el infierno" por algo, supongo

En fin, este capítulo 22 y el 23 serán los capítulos que realmente den una explicación a TODO lo que ha ocurrido en la historia hasta ahora, o al menos darán MUCHO sentido a ciertas cosas de los primeros capítulos y por qué las cosas tomaron cierto rumbo. Si tengo que decir, después de estos capítulos es buena idea releer toda la historia, así se darán cuenta de cosas que antes no habían notado...

Eh, oigan, este será el primer capítulo que subo a la vez aquí y en Wattpad ¡super genial!

Ahora,
Advertencia: Muy claro abuso infantil en la primera parte del capítulo

En fin, espero estos dos capítulos compensen el tiempo de espera, le metí todo lo que tenía.
Nos leemos al final

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Eternidad

capítulo 22: En el infierno, parte 1.

Ver el mundo desde los ojos de un niño a veces puede ser tan difícil.

Y en ocasiones cuando todo alrededor es tan confuso, o cuando no hubo infancia en primer lugar, al crecer los ojos con los que se mira al mundo son muy distintos a los ojos de los demás. Cuando se conoce la verdad del cruel mundo a tan temprana edad y nunca se conoció seguridad en la niñez, todo allá afuera no son más que sombras y monstruos al mirar.

Esta historia ocurrió en Londres, Inglaterra, hace unos pocos años, en la zona más pobre de la gran ciudad.

Hubo una jovencita que, al igual que muchas tardes, llevó a sus dos hermanos menores hacia el armario. Dentro estaba muy oscuro, pero una línea de luz lograba filtrarse debajo de la puerta, y así los tres hermanos podían verse vagamente a la cara.

La hermana mayor era la fascinación de sus dos hermanitos. Ella era como una bonita sirena, siempre usaba bonitos vestidos y corsé ajustado, se adornaba de alhajas y teñía sus labios de rojo. Su cabello era más bonito todavía, era rubio y rizado, recogido siempre en sofisticados peinados.

Ella antes de irse y dejarlos a ambos a puerta cerrada dentro del armario, se quedaba unos minutos junto a ellos. Ella tenía la voz más dulce, en especial cuando cantaba. Cantaba siempre antes de marcharse.

—Hermana, hermana —decía la hermanita menor—. ¿De qué están hechas las niñas?

La hermana mayor se rió. Su risa a veces podía sonar como la de una niña pequeña. Se llevó un dedo al mentón, fingió pensar y después se aclaró la garganta; comenzó a cantar la canción de cuna que su hermanita pedía.

What are little girls made of, made of? What are little girls made of? —cantó con su voz bonita, suave e infantil como el de una sirenita—. Sugar and spice and everything nice. That´s what little girls are made of. —Acarició la mejilla de la niñita y la pequeña sonrió.

Las niñas estaban hechas de azúcar, especias y todo lo bueno.

—¿Y de qué están hechos los niños? —preguntó el hermano de en medio, abrazando protectoramente a su hermana pequeña, escudándola del mundo.

What are little boys, made of, made of? What are little boys made of? —volvió a cantar con la misma tonada infantil pero hermosa—. Snips and snails and puppy-dog tails —Le dio un pellizco a la nariz de su hermanito— That´s what little boys are made of.

Los niños estaban hechos de recortes, caracoles y colitas de perro.

—Eso no es justo —se quejó el niño.

—¿Y de qué están hechas las jovencitas? —preguntó de nuevo la niña pequeña.

La mayor dudó un poco. Ahora le tocaba describirse. ¿Buen ejemplo podría darles? Se esforzó por volver a sonreír y continuó la canción.

What are young women made of, made of? What are young women made of? Ribbons and laces and sweet pretty faces. That's what young women are made of.

De moños, lazos y dulces caras bonitas. Eso era en lo que la hermana mayor se había convertido ultimadamente. No podía ser una niña y eso seguía siendo bastante confuso, pero desde muy pequeña había tenido que crecer para que los menores aún no lo hicieran.

—¿Y de qué están hechos los jovencitos? —preguntó ahora el hermano.

La mayor lo miró con una mueca tortuosa. El niño era cinco años menor que ella, sin embargo ya entendía lo suficiente. Pronto crecería y era su trabajo volverlo un hombre de bien, porque si no le enseñaba ella ¿quién iba a enseñarle?

Apenas abrió la boca para cantar la línea siguiente pero no pudo comenzar.

—¡Alice! —gritó su madre desde fuera del armario—. ¡Te buscan! ¡sal rápido!

La hermana mayor miró a sus hermanos, les dio a ambos un sonoro beso en las mejillas.

—Debo irme ya —les dijo con prisa—. No olviden su oración y no abran la puerta, ¿entendieron? —Los niños asintieron, pero ella insistió—. ¿Entendieron?

—No importa lo que oigamos, no abriremos la puerta —dijo el niño, repitiendo la regla como siempre.

La mayor arropó a ambos hermanos con la manta que ahí guardaba, abrió la puerta para salir y después encerró a los pequeños dentro.

La oscuridad del armario solía ser su refugio, la puerta cerrada su escudo. La hermanita pequeña no sabía mucho, pero entendía que debía permanecer callada y dormir hasta el amanecer. El niño sabía más, por eso casi siempre se ponía a llorar abrazando con fuerza a su hermana pequeña.

Su hermana mayor, en cambio, no lloraba, su hermana mayor era muy fuerte. Si había un golpe, ella lo recibía. Si había grito, ella lo tomaba. Cuando su padre, que gracias al cielo había desaparecido, amenazaba con acercarse, la mayor era la que se ponía enfrente y aceptaba ese dolor con tal de que los pequeños se mantuvieran a salvo. Porque primero se moría ella antes de que se atrevieran a tocar a sus hermanos.

Sin embargo el hermano podía notarlo, el brillo en los ojos de su hermana se iba apagando, se estaba volviendo incapaz de dar sonrisas reales, y su dulce belleza se había vuelto una belleza adulta, perversa. El dolor de la mayor, el hermano podía percibirlo.

Era como estar atrapado en un pozo asfixiante, con pedacitos del alma desprendiéndose de a poco.

Mientras la hermanita caía dormida primero, el niño rogaba para que la noche pasara rápido, imploraba por la luz del Sol y que esas blasfemas voces de la otra habitación se acallaran. Fueron muchas las noches de tormento, pero esa vez ocurrió diferente.

Antes del amanecer la puerta se abrió, los niños despertaron y no vieron a su hermana, en cambio vieron el grotesco rostro de su madre. Ella no gritó ni los golpeó como era su rutina, sin embargo tenía esa permanente expresión de desprecio siempre dirigida a ellos, culpándolos de que su padre se marchara y por no tener suficiente para alimentarlos.

Su refugio se había roto y la maldad había entrado, la pequeña niñita podía saberlo porque comenzó a llorar sabiendo lo mal que la pasaban cuando su madre estaba molesta. Pero la adulta no iba por la pequeña, sino en cambio tomó el brazo del niño y lo levantó bruscamente de un jalón.

—Ya no llores —regañó la adulta a la pequeña, cerrando la puerta de nuevo y dejándola dentro del armario sola. Se dirigió al niño, a quien apretaba fuertemente, encajando sus horribles uñas en su brazo—. Vas a quedarte callado, esto es por tu propio bien, vas a tener una buena vida ahora.

"¡Eso es mentira!" pensó el niño, ya sabiendo bien lo que ocurría porque había oído de niñas a las que las entregaban por dinero. La adulta estaba aprovechando que la hermana mayor está ocupada trabajando y ahora va a enviarlo lejos.

—¡Alice! ¡Alice! —llamó a su hermana mayor con pánico, sabía que ella escucharía.

Él era pequeño, pero como pudo gritó, pataleó y mordió a su madre para que lo liberara mientras ella lo arrastraba hacia fuera de la casa.

Escuchaba el llanto de su hermana menor aún encerrada en el armario. Entonces escuchó un fuerte golpe proveniente de otra habitación, después escuchó a su hermana mayor gritando, sin duda ella había oído el llamado de su hermano. Se escuchó otro golpe proveniente del lugar donde se encontraba su hermana, ella continuó gritando en desesperación pero no le permitieron salir. Ella estaba tratando de alcanzarlo, pero estaba atrapada, tan atrapada como el niño ahora lo estaba.

Tan sólo podía imaginar lo mucho que estaba luchando su hermana por liberarse y alcanzarlo, pero no pudo verla, la escuchaba chillar, pero nunca salió. Fue demasiado rápido, no hubo despedida, fue tan confuso que no parecía realidad. Una vez fue tomado ya no tenía madre, ya no tenía hermanas. Jamás volvería a saber de ellas ni ahora ni hasta el día de su muerte.

Su mente no podía saber con plenitud lo que iban a hacerle, sólo se hacía una idea pero no podía comprenderlo del todo. Estaba fuera de su refugio donde los pequeños se protegían de lo que no comprendían, pero esa seguridad ya no era, nunca fue real. Ahora estaba solo en la versión más cruel del mundo. En ese momento tenía apenas nueve años.

Atado y lastimado, lo último que vio fue la luna en la oscuridad de la noche antes de llegar a su nuevo hogar.

Conoció entonces el tormento que pasaba su hermana mayor, pero sintió que para él era un poquito peor porque no tenía a nadie de su lado. No había ahí tantos niños como él, pero había muchas niñas. Ellas le recordaban tanto a su hermana mayor, pero no duraban mucho tiempo, tarde o temprano volvían enfermas y enfermas ya no servían. Ellas se enfermaban y se iban tan pronto que dejó de hablarles, ellas tampoco querían hablar con él de todas formas, ellas lo envidiaban.

Ellas creían que a él lo trataban mejor, pues los adultos siempre lo protegían para que no se enfermara, nunca lo dejaban salir a las calles a ganarse su dinero, en cambio le seleccionaban cuidadosamente los clientes, y siempre eran los que estaban dispuestos a pagar más.

Pero para el niño ellas eran las afortunadas, a pesar de estar tan heridas como él. No importaba tener la ropa bonita ni tener más comida, ellas se tenían las unas a las otras, en cambio él siempre estaba a oscuras. Entre los muros se sentía atrapado en una reducida jaula cuya negrura lo devoraba.

La oscuridad se volvió su vida y condena, era todo lo que conocía y había aceptado como realidad. Ya no existieron los días, sólo las tinieblas y una puerta cerrada, irónico que antes creía que esto podría protegerlo, nunca pensó que las llamas del infierno queman también en las penumbras.

Con los años las lágrimas dejaron de salir, dejó de gritar y ya no conoció su propia voz. ¿Qué habría pasado con su familia? No lo podía saber, después de un tiempo dejó de importarle. A veces las canciones de su hermana mayor surgían en su memoria, con ellas su voz diciéndole no olvidar su oración, pero ¿su oración para qué? Si no había amanecer, si afuera no existía Sol, no había nada más que el vacío, el despropósito del mundo.

Cuando el niño creció un poco más, dejaron de darle ese trato especial y lo mandaron con las otras niñas. Al verlas a sus rostros deformados, todas llenas de llagas y sarpullido, pensó que prefería morir antes de enfermarse también. Esas caras enfermas eran lo que él veía en sus pesadillas, los espectros que se le aparecían en la oscuridad junto a aquellos que lo tocaban.

Cada noche pensaba lo mismo, en lo bueno que sería morir antes de que abrieran la puerta y volvieran a lastimarlo.

Hasta que llegó la ocasión en la que ellos, los adultos, no volvieron a abrir la puerta. Los dueños se habían marchado, todos se habían marchado, y lo habían dejado olvidado ahí dentro de una habitación. O fue, quizá, alguna envidiosa o algún resentido que le había cerrado la puerta y sus rejas con candado. Pero el niño aún podía sentirlos, a toda esa gente, a través de la oscuridad aún los veía acercándose, susurrando.

Esperó varios días con paciencia a que el hambre o el frío acabaran con su dolor, esperó perecer como el animal que le habían hecho creer que era.

Ver el mundo desde los ojos de un niño a veces puede ser tan difícil cuando nunca se fue un niño en realidad.

Entonces algo pasó.

—No creo que haya algo bueno en este lugar. —Se escuchó a distancia una voz, una real—. Se llevaron todo el dinero, la ropa; ya no hay nada.

—Yo encontré un vestido bonito.

—Seguro está sucio, habían sólo rameras aquí. ¿Por qué estamos saqueando el burdel en primer lugar?

—Porque está abandonado y porque nos falta dinero.

Era un grupo de adultos. Saqueadores, no era muy difícil de adivinar. Pero el niño sentía tanto cansancio como para siquiera molestarse.

—Cállense y pásenme algo para abrir esta puerta. —Se oyó una voz femenina, que sonaba firme y bastante cerca—. Debe haber algo importante si está guardado con tanta seguridad.

Se escucharon fuertes golpes metálicos contra las rejas, luego forzaron el pomo de la puerta de madera, después un hilo de luz se filtró a través; un golpe más y la puerta cedió y la luz llenó la habitación. Los ojos del niño dolieron ante cegadora luz, después de días en absoluta oscuridad.

Al pie de la puerta se encontraba la figura de una mujer, quien al verlo primero pensó haber encontrado un muerto. Ella se cubrió la boca con ambas manos.

—Oh Dios mío.

Ella alcanzaba a ver en la esquina la pequeña figura del niño, muy delgado y sucio, estaba tan horrible que era doloroso pensar que eso era un niño vivo.

—¡¿Tenían niños aquí?! —Habló una de las voces detrás de la mujer—. ¿Qué hacemos?

La mujer no sabía ni qué responder, pero la pena la embargó tanto que derramó lágrimas. Despacio, caminó hasta llegar frente al niño, se arrodilló ante él y extendió la mano para acariciarle la mejilla. El niño pensó que iban a dañarlo, así que, antes de que la adulta lo tocara, lanzó un arañazo, apartando la mano de la mujer.

Ella cerró las manos y tocó el suelo. Sollozó de tan sólo imaginar todo el dolor que había pasado el pequeño frente a ella. Con la voz más dulce que pudo preguntó:

—¿Cuál es tu nombre?

El niño echó un vistazo a la mujer frente a él. Ella era hermosa, de largo cabello negro y rizado, de destacables labios rojos. Ella era bonita, bonita como una sirena.

¿Por qué pedía su nombre? Si hacía tanto tiempo que nadie lo llamaba. ¿Cómo responderle si hacía tanto que no usaba su voz? Pero había olvidado cómo se veía la luz hasta que ella lo encontró, así que sintió muy en sus adentros que se lo debía.

—Mi... Mi nombre es...

...

..

...

Elsa estaba perdiendo la noción del tiempo, ya no sabía cuántas noches habían pasado desde que llegó al Palacio de la Reina de las Nieves, pero al menos sabía que esto se había repetido un par de veces; cuando en su hora de dormir el Maligno la invade y transforma sus sueños, que por sí mismos perturbarían a cualquier ser racional, en inquietantes pesadillas.

Dolía decir que ya se estaba acostumbrando a las visiones que el Maligno le mandaba. La trasportaba a épocas lejanas, le mostraba situaciones que Elsa sólo había leído superficialmente y había alguna vez dudado su veracidad. No quedaba ni un mortal vivo que las haya experimentado, sin embargo el Maligno le hacía sentir estas historias de muerte, llamas, injusticia, Sodoma y Gomorra. Elsa trataba de recibir esta información con mirada estoica.

Cuando arribaron a un nuevo paraje, Elsa alzó las cejas con sorpresa ante el pacífico y desconocido lugar. A su olfato llegó una fuerte fragancia, diferente a lo que hubiese olido antes, pero nada desagradable. Estaba rodeada de naturaleza, pero no había dudas de que el atrayente aroma provenía del enorme árbol que tenía enfrente.

—¿Qué te parece? —preguntó el Maligno con voz tranquila y suave; él se encontraba escondido bajo la sombra del árbol, envuelto en sus ramas.

Ese árbol era hermoso, nunca se marchitaba, su fragancia era penetrante, sus hojas eran pinnadas como las de un algarrobo y su fruto era como bonitos racimos de uvas. Era tan bello y atrayente que Elsa tuvo que hacer un esfuerzo para no dar un paso y apreciar los luminosos frutos de cerca. Todo en ese árbol estaba creado para tentar.

—Es diferente a lo que pensé —contestó ella—. El arte lo representa mal. Es mucho más bonito... a pesar de ser sólo un sueño.

La sombra se deslizó por una rama del árbol, imitando el movimiento de las serpientes, con su cabeza señaló una de las frutas que colgaba graciosamente al alcancé de Elsa.

—¿Quieres un bocado? —preguntó el Maligno.

Elsa entrecerró los ojos y torció los labios con desconfianza.

—¿Estás jugando conmigo ahora? Es el truco más viejo en la historia de la humanidad.

La sombra se rió. El sonido de su risa retumbaba en el cuerpo de Elsa.

—Ya dijiste que es sólo un sueño. Es una visión de lo que fue, no puedo llevarte al árbol real. Ven, tócalo. No te hará daño.

Mientras Elsa daba pasos hacia el fruto colgante, El Maligno le hablaba en susurros tenebrosos:

—Fue aquí, donde tu primer padre y tu primera madre probaron de este fruto del Árbol de la Sabiduría. —Elsa estiró ambos brazos para alcanzarlo—. La humanidad obtuvo saber, conocimiento, pero fue castigada por ello. Eso es lo que te he estado mostrando, las injusticias del mundo. La muerte es el castigo por desafiar el orden que nos fue asignado, pero la humanidad no es así, no puede contenerse. —Elsa hizo ademán de acunar la fruta con ambas manos, pero se abstuvo de tocarla—. Los humanos necesitan experimentar, explorar, conocer. Esa es su naturaleza y condenarlos por ello es la verdadera injusticia.

—Yo entiendo lo que intentas mostrarme. —Contempló la fruta entre sus manos, aún sin tocarla. Bajó sus brazos y le dio la espalda al árbol y al Maligno; suspiró de cansancio—. Pero no lo acepto como verdad.

—Pero ya te lo mostré, lo viste. El verdadero rostro de mi padre.

—Es mentira —respondió ella con dureza y dolor.

—Yo no miento, no podría. ¿Por qué crees que hice el Espejo de la Razón en primer lugar? El espejo muestra la verdad tras las mentiras, y tus mentiras.

Elsa se sentía tan invadida cuando el Maligno entraba a su mente. Él podía saber todo lo que ella ocultaba en su interior, conocía sus dudas, sus miedos, sus pensamientos más privados e íntimos; el Maligno sabía de ellos y los gozaba. Él sabía que Elsa mentía cuando decía no creerle, sabía que Elsa tenía miedo.

—Ya no necesitan la fruta de la sabiduría, lo veo en tu reflejo. Ahora se conocerán bien. Pero primero quiero conocerte yo. Quiero que me muestres por qué el espejo se deforma cada que estás sobre él, ¿qué te hizo ir contra la naturaleza en orden?

Un brazo rodeó y apretó a Elsa, la sujetaba justo debajo del pecho. Era el brazo de un hombre.

—¿Cuál es tu fruto prohibido, Elsa?

Elsa se giró y lanzó un manotazo.

—¡Te dije que no me tocaras!

Pues esta no era la primara vez que él trataba de agredirla.

Sus poderes no funcionaron en la ilusión del Maligno. Cuando giró él no estaba ahí, por otro lado el escenario había cambiado.

Se encontraba ahora en el gran salón en el castillo de Arendelle. No pudo evitar recordar la primera pesadilla que le había provocado el Maligno noches atrás, aquella ilusión donde todos los que conocía la recriminaban y señalaban. Temió volver a pasar por ese tormento, pero pronto notó algo distinto.

Esto no era tan sólo una ilusión, esto era un recuerdo, un recuerdo de ella.

Se vio a sí misma sentada en el trono, atendiendo a un grupo de guardias que se inclinaban ante ella. Ella recordaba ese momento, había ocurrido poco más de dos años atrás. Pero por más que lo intentaba, no podía recordar de qué se trataba el asunto. Los escuchó conversar como si estuviera presenciando la plática de alguien más, pero por más que oía las palabras no las comprendía.

Confundida y desorientada, notó a un hombre del otro lado del salón. Era alguien que no pertenecía al recuerdo, sino que había sido implantado y observaba al igual que ella. Ese hombre siempre estaba presente en las visiones que el Maligno le mandaba, él acechaba en sus pesadillas, oculto en las sombras, siempre vigilando.

El hombre observaba el recuerdo con una sonrisa, después su atención se dirigió a Elsa. Ella miró directo a los ojos del hombre, quien era hermoso y a la vez despertaba todos sus sentidos de alarma; verlo la hacía sentir un frío que reconocía como el profundo miedo. Inadvertidamente, él abrió los labios.

—La razón por la que este recuerdo no es claro para ti, es por el beso de la Reina de las Nieves.

Elsa dio un brinco del susto. El Maligno estaba justo a su derecha, y sus palabras las sintió vibrar dentro de su pecho, como el retumbar de un tambor. Pronto volvió su vista sólo para darse cuenta de que aquel hombre había desaparecido. Contuvo el aliento.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó a la sombra. Su voz quebraba pero trató de recomponerse.

—Estás hechizada. Aunque te lo diga, tu mente lo va a negar —respondió él, volviendo su mirada a ella—. Es sobre Christian.

Ella frunció el entrecejo, sin entender.

—¿Qué tiene que ver Christian con este recuerdo?

—Él es tu sobrino.

Ante esas palabras, Elsa sintió un inmenso dolor en la frente, como un beso más frío que el hielo que le penetraba hasta los huesos.

—¿Qu... Qué? —preguntó, con una mano cubriendo su frente, debilitada y genuinamente sin comprender.

—Christian es tu sobrino —dijo el demonio con una sonrisa, sereno pero gozándolo.

—Ugh. —Ahora Elsa tenía ambas manos sobre su frente, con un fuerte dolor de cabeza.

—En este tiempo —dijo el Maligno, viendo de nuevo hacia el recuerdo— habías mandado a toda tu Guardia Real a buscar a tu sobrino desaparecido. Pero los meses seguían pasando y no hubo rastro de él ni de la Reina de las Nieves.

—¡¿De qué estás hablando?! ¡Ya basta! —gritó, furiosa, sin querer soportar ese dolor de muerte que le hacía sentir.

Esta no era la primera vez que pasaba esto; la noche en la que Elsa había decidido dejar Arendelle para seguir a la Reina de las Nieves, Anna y Kristoff habían querido detenerla recordándole sobre su sobrino y que esa misma bruja se lo había llevado. Pero para ese momento era tarde, la Reina de las Nieves ya la había hechizado con su beso malvado que la había hecho olvidar. Porque sin Christian en sus pensamientos, Elsa tomaría fácilmente la decisión de irse con ella. Incluso aunque Elsa ya había conocido a Christian en el palacio de la Reina de las Nieves, por el hechizo le era imposible reconocerlo como su sobrino.

La sombra sabía muy bien que Elsa no iba a reconocer las partes del recuerdo que tuvieran que ver con Christian. No importaba, no era por eso que estaban ahí.

El Maligno contempló el recuerdo.

—Buscamos por todas partes, Majestad —decía el guardia, en ese recuerdo de dos años atrás—. Por toda la frontera de Laponia en Finlandia pero no encontramos nada.

—¡Entonces para la próxima expedición adéntrense a Finlandia! —exclamó la Elsa del recuerdo—. Haré los arreglos para que les permitan el paso en esa área. ¡No quiero que nadie deje de buscar!

Era verdad que toda esa búsqueda, el haber perdido al joven príncipe en primer lugar, le había estado dando una mala reputación a Arendelle. Pero a Elsa poco le importó. Todos los reinos con los que tenían una alianza habían contribuido en mayor o menor medida en la búsqueda de Christian y el palacio de la Reina de las Nieves, pero la realidad era que estaban siguiendo las pistas de un cuento de hadas. Todo lo que tenían era ese libro y no los había llevado a ningún lado.

Los guardias dieron una reverencia y salieron del gran salón, mas entre ellos permaneció Kristoff inmóvil frente a la reina. Elsa se hundió en su trono, agotada vio a Kristoff a los ojos. Detestaba verlo, sentía que la recriminaba.

—Kristoff —murmuró la Elsa real y no la del recuerdo. Aun cuando seguía el gran revoltijo en su mente, el dolor había pasado así como las palabras del Maligno respecto a Christian, la memoria se había esfumado al segundo en que dejaron de hablar de él. Se irguió y miró con atención la escena—. Estábamos buscando algo —murmuró en tono vacío, ida—. Creí que él me odiaba, que me culpaba. Me dolía tanto estar a solas con él.

El recuerdo continuó, como si estuviera pasando todo otra vez.

—Debería ir —habló la Elsa del recuerdo, en un extraño tono airado—. Me uniré a la próxima expedición. Conmigo, seremos capaces de encontrar el palacio de la Reina de las Niev...

—No —interrumpió Kristoff severamente, sin apartar la mirada—. Tienes responsabilidades aquí, y no creo que necesitemos que lleves el invierno eterno fuera de este reino. —Elsa había sentido vergüenza ante ese comentario. En aquel tiempo el invierno en Arendelle no había cesado desde el secuestro de Christian—. Debes quedarte y mientras no estoy hacerle compañía a Anna.

—Pero Anna no hablaba conmigo —susurró la Elsa real. Sin mirar al demonio a su lado, preguntó—: ¿Por qué estamos aquí? ¿por qué me estás mostrando esto?

—Ya te lo dije —respondió, tranquilo—. Quiero conocer... lo que te hizo caer en la oscuridad. Lo que hizo que tus sentimientos malditos surgieran.

Con expresión consternada, Elsa miró las figuras de sí misma y de Kristoff. Entendió qué es lo que buscaba ver el Maligno con tanto anhelo.

Recordaba lo que seguía después, así que dirigió su atención a las puertas del gran salón y, como recordaba que pasaría, las puertas se abrieron una vez más, entrando un mensajero.

—Reina Elsa —habló el hombre—. Siento molestarla, pero llegó un presente para usted de parte del Príncipe Chryzant de Zaria.

Elsa sólo asintió y pronto el mensajero entró tirando de un carrito con un enorme cesto de flores encima. Eran flores muy coloridas y preciosas, Elsa quedó impresionaba.

—¿Chryzant de Zaria? —inquirió Kristoff.

—Es hermano del Rey Stebor de Zaria. —Se levantó de su trono, fue hacia las flores y leyó la carta que venía junto al arreglo—. Han sido muy amables al brindarnos su apoyo en la búsqueda.

—Me parece que esto —Señaló las flores con una media sonrisa— es más que amabilidad.

—No es nada —dijo ella, consciente de que el príncipe de Zaria trataba de conquistarla. No era el primero que trataba de cortejarla con un regalo así; se sentía agradecida pero no era el momento—. Christian es todo lo que me interesa ahora, no tengo tiempo para preocuparme de pretendientes inoportunos. —De todos modos soltó un suspiro resignado—. Pero no puedo simplemente despreciarlo, no ahora que la reputación del reino pende de un hilo.

—Deberías invitarlo al reino. Nos conviene fortalecer la relación de Arendelle con Zaria, y con cualquier otro reino si es posible. Además... —Kristoff sonrió— mereces algo de felicidad.

—No digas esas cosas. —Ella se sonrojó, medio indignada de que se lo sugiriera en la situación en la que estaban, medio conmovida de que a pesar de todo él piense en su bienestar—. Ya te dije que no tengo cabeza para esto ahora.

Como si las memorias se movieran por una brisa, el Maligno los transportó a otro recuerdo.

Era una escena simple. Elsa vio a su yo del pasado caminar por los lúgubres y largos pasillos del castillo, con el libro de La Reina de las Nieves en brazos para irlo a estudiar una vez más, en busca de alguna pista que se le pudiera haber escapado. Al doblar un pasillo se topó frente a frente con su hermana.

Anna la miró a los ojos; los suyos rojos del llanto contenido, pero inexpresivos. La princesa notó el libro que Elsa sostenía, y su semblante inescrutable flaqueó, mostrando una nota de desprecio. Anna nunca leía el libro, pese a las respuestas que pudiese tener; será que le temía, que le hacía recordar su pérdida.

Sin decir una sola palabra, Anna de inmediato apartó la mirada y siguió su camino con la misma expresión fría y distante.

La Elsa del recuerdo igualmente siguió caminando, pero su corazón estaba roto. Temía más que nada cuando se encontraba con su hermana así, dolía tanto verla a la cara. No podía enfrentarla sin que la culpa la consumiera, sin sentirse un fracaso por haber perdido a su sobrino. Derramó lágrimas y su dolor aumentó al recordar que su tristeza no era nada comparada a lo que estaba sufriendo Anna, la madre.

El tiempo siguió moviéndose, ahora estaban en una noche oscura, nevada y fría como todas las noches desde que raptaron al bebé. El comedor real estaba en completa oscuridad salvo por un precioso candelabro de mesa, ubicado en la esquina de una larga mesa con todos sus asientos vacíos excepto por dos.

Elsa y el Maligno vieron el momento por detrás de ese par de personas.

—¿Por qué estamos viendo esto? —preguntó Elsa, cabizbaja—. ¿Qué tiene esto que ver con nada?

—Tiene que ver con todo —replicó el Maligno—. Te sentías sola, desesperada por alguien que escuchara, que comprendiera tu sentir.

El recuerdo trataba de Elsa y Kristoff, ambos ebrios después de unas copas, llorando terriblemente al hablar de Christian, el pequeño que habían perdido y no podían recuperar.

—Todo esto fue un error —se lamentó Kristoff, con lágrimas en los ojos—. No pude proteger a mi propio hijo, casi matan a Sven, y Anna... No sé cómo ayudar a mi esposa. No sé por qué pensé que formar una familia iba a funcionar.

—No, no —interrumpió Elsa, tomando su mano y con tantas lágrimas como él—. Esa noche yo te juré que traería a tu hijo de vuelta, y fracasé. Todo es culpa mía, no fui lo suficientemente fuerte, no tuve suficiente control.

El padre soy yo —señaló, furioso por algo de lo que ella no tenía la culpa. La hizo sentir mal igual. Kristoff se tomó un momento para calmarse y continuó—: Y no pude hacer nada. No merezco ser llamado padre. ¿Y qué puedo saber yo de tener una familia? Mis padres me abandonaron, ¿por qué pensé que podría hacer esto?

—Esto estuvo fuera de nuestro control, pero te prometo... —Gimió por temor, odiando pensar en que estaba haciendo otra promesa vacía. Inhaló con fuerza y se secó la humedad de la nariz—. Te prometo que vas a volver a ver a tu hijo.

Pero la esperanza dolorosamente los estaba dejando.

Bebieron un poco más y la tormenta se hizo más fuerte, el frío más insoportable, y el eco en el enorme comedor más irritante.

—No puedo mirar a Anna a los ojos —murmuró Elsa en voz melancólica, casi derrumbada en su lugar—. ¿Crees que ella podría perdonarme?

—No hay nada qué perdonar.

—No —chilló como haría una niña pequeña, con lágrimas en todo su rostro—. Yo tengo la culpa, yo tengo la culpa.

—Oye, si quieres que haya algo qué perdonar, sé que Anna te perdonaría. Yo ya te perdono, Elsa.

Elsa lo miró, sus ojos cristalinos agradecidos. Aun así, sentía frío, sentía tormento. Sólo quería que todo desapareciera, sólo por un momento. Así que apretó la mano de Kristoff con más fuerza y no dejó de verlo.

—Se está haciendo tarde. —Kristoff apartó delicadamente su mano de la de Elsa—. Debo volver con Anna.

Elsa parpadeó, desvió la mirada con lentitud, fijándola hacia la base del candelabro.

—Claro. Dale un saludo de mi parte.

Kristoff se despidió y se marchó, sus pasos haciendo un fuerte eco en el salón, alejándose del alcance de las velas del candelabro y desapareciendo en las penumbras.

Elsa miró fijo a las llamas titilantes del candelabro, como hipnotizada a su danza, viendo más allá de ese fuego, disociada de lo que sea que acabara de pasar.

A su vez, la Elsa real veía este recuerdo con vergüenza, sin encontrar palabras para excusarse.

—Esto no es lo que piensas —le dijo al Maligno, sin poder contener la mueca de desagrado en su rostro.

—Lo pensaste —murmuró el demonio—. En el fondo lo deseaste.

Ella se encogió de hombros con un suspiro; mortificada, miró a su costado y vio el recuerdo avanzar.

El recuerdo mostraba a Elsa caminando a prisa por el largo y estrecho pasillo que conducía a su habitación. Se abrazaba el pecho con ambas manos mientras iba dejando un rastro de hielo. La tenue luz de los candelabros en los muros se iba apagando una a una a su paso. En el pasillo a poco de llegar a sus aposentos, se encontraba un gran espejo; Elsa se vio brevemente reflejada en él sin detener su andar, y el cristal quedó cubierto en escarcha.

Al igual que cada noche desde hacía semanas, Olaf la esperaba en las puertas de su habitación. Él quería aliviar el dolor de la reina, compartir su sufrimiento, pero para Elsa tenerlo ahí era una molestia, un recordatorio de su fracaso. Esa noche no tenía la paciencia para soportarlo, así que ni siquiera lo vio, sólo lo hizo a un lado, entró a su habitación y cerró la puerta con fuerza, dejándolo fuera como siempre.

Dentro, Elsa era un desastre, una tempestad contenida a punto de explotar. De sus pies el hielo se expandió violento, cubriendo toda la habitación en cristales feos, puntiagudos y crujientes. Apretaba los dientes en coraje, tiraba de su cabello en frustración, y no podía dejar de llorar.

—¿Por qué estabas tan enojada? —preguntó el Maligno a la Elsa real—. ¿Por el rechazo? ¿o estabas decepcionada contigo misma por tus pensamientos de traición?

Elsa no quiso responder, sólo vio a su yo del pasado con expresión disgustada.

Pero al ir visitando estos recuerdos, el Maligno podía leerla más y más.

—Empiezo a comprenderlo —susurró el Maligno. La vibración de su voz se sintió con una nota más siniestra en los adentros de Elsa—. Estabas tan sola que te aferraste a lo que estaba más cerca de ti. Te aferrarías a cualquier cosa.

—¿Lo que siento es tan superficial? —dijo Elsa en tono lúgubre.

—Es tan natural.

Elsa había creído haber enterrado esta noche en lo más profundo de su memoria, tanto que había realmente olvidado lo que venía después, pero ahora que estaba de nuevo aquí, recordaba lo que seguía. Y ya no quería presenciar esto más.

—Elsa —sonó una vocecita preocupada del otro lado de la puerta—. ¿Te encuentras bien? ¿Qué sucedió?

La Elsa del recuerdo gruñó con irritación. Siempre era lo mismo, ¿por qué Olaf no podía comprender que quería que la dejara en paz?

¡LARGATE! —gritó la Elsa del recuerdo, con una rabia y ferocidad inmensa, clavando sus uñas en su cabello como si quisiera arrancarlo— ¡LARGATE! ¡LARGATE! ¡AAAAAHHHHHHH!

La Elsa real no estaba preparada para el horror que sintió al escucharse a sí misma. Se cubrió fuerte ambos oídos con las manos mientras empezaba a llorar en silencio. Cerró los ojos queriendo que parara.

Mas su yo del pasado siguió gritando fuerte dentro de un torbellino de ira por una devastación inundando su corazón que terminó por romperla.

Cuando la verdadera Elsa abrió los ojos, el estruendo había acabado y ahora estaba de pie en otro sitio junto al Maligno. Era de día en un pasillo en otra parte del castillo.

—¿Ya viste lo que querías? —habló Elsa al Maligno, enfadada, tosca—. Mis sentimientos surgieron por lo patética que fui, ¡¿podemos irnos ya?!

—No —respondió el Maligno, estoico—. Esto fue solo el preludio. El inicio de tu descenso a la oscuridad. Tu mente está a mi merced, y quiero saberlo todo hasta el final.

—¡No tienes derecho a...!

—Tú no tienes control sobre esto —dijo él. Hablaba aún en calma—. Dime, Elsa, ¿no te gustaría revivir esta historia?

No, no le gustaría si este demonio estará ahí para verlo. Esta era la peor etapa de su vida, su momento más bajo. Su historia, sus sentimientos y su pecado eran sólo de ella y de nadie más. Le daba asco que él tocara sus momentos más privados. Apretó los puños, sabiendo que no podría detenerlo.

—En muchos cuentos de hadas hay una rosa —habló el Maligno—; es el deseo inocente y desinteresado de la doncella, el regalo humilde que quiere, o la inocencia que le espera al volver a casa después de su viaje. —Con su mano más oscura que las tinieblas tocó el mentón de Elsa y le alzó la cara para que ella volviera a mirarlo. Elsa sintió repulsión—. Dime, princesa, ¿cuál es tu rosa?

Ella dio un salto hacia atrás para apartarse del toque del demonio, cada vez se sentía más asfixiada con su presencia.

Él seguro se burlaba de ella. Elsa no tenía, sabía, deseos desinteresados, este era su pecado después de todo; y no había inocencia a la cual volver, eso se había destruido la noche que dejó Arendelle. No había un regalo humilde.

Un regalo...

—Mi rosa...

Y su corazón despertó.

Elsa le dirigía una mirada desafiante al ente, pero pronto sus ojos se desviaron hacia el recuerdo. Por el pasillo iba pasando una sirvienta junto a Olaf, ambos platicaban sobre que les gustaría arreglos florales para el castillo pero no podían por el interminable invierno que no las dejaba florecer.

Las puertas se abrieron y de ellas entró Elsa vestida de manera elegante, con el cabello recogido y la frente en alto, a sus costados iban un grupo de dignatarios. La sirvienta y Olaf se hicieron a un lado para dejarlos pasar.

—Su Majestad —dijo la sirvienta, haciendo una reverencia.

—Buenas tardes, Elsa —murmuró Olaf, siguiéndola con la mirada.

Elsa no se detuvo, sólo lo miró de reojo y respondió fríamente:

—Buenas tardes.

La Elsa real dio unos pasos hacia la escena. Entonces su corazón dio un salto. De verdad iba a revivirlo todo otra vez, de principio a fin. A pesar de que el Maligno estando ahí la hacía sentir humillada, también se sentía apenada porque muy en el fondo sentía entusiasmo, y esto a la vez la estremecía.

Le temblaron los labios y cubrió con sus dos manos el corazón que le palpitaba a toda prisa. Sin pensarlo, caminó a paso veloz hacia donde el recuerdo la dirigiría.

La Elsa del recuerdo llegó a un salón donde gente de la realeza y representantes de otros reinos la esperaban. Había música como para bailar un discreto vals, había comida y bebida. Esa noche tendrían una importante reunión donde discutirían sobre sus alianzas y más que nada sobre la búsqueda del bebé perdido.

La reina saludó a sus invitados con cortesía, entonces vio a distancia a dos hombres jóvenes y atractivos que igualmente la veían a ella. Los conocía: Leopold era un hombre engreído, rubio y orgulloso de su bigote; a su lado, como siempre, estaba Lutz, un hombre más alto y guapo que su acompañante, más razonable y sensato, de cabello castaño y anteojos.

Mientras Elsa se acercaba para reunirse con ellos, vio a Lutz susurrarle algo al oído a Leopold. Sin apartar la mirada, Leopold sonreía hacia Elsa; le entregó la copa de vino que sostenía a su compañero y se apresuró a llegar hasta ella.

—Reina Elsa, cuánto tiempo —habló Leopold, tomando bruscamente a Elsa de los brazos para forzarla a un baile.

—Sir Leopold von Amstel de Weselton, ¿sacándome a bailar sin preguntar de nuevo? —Elsa no lo tomó a mal, ya conocía la actitud de este hombre.

Después de un par de bailes y una plática casual, vino el atardecer y con él la reunión con los dignatarios.

La tensión era notoria. Para Elsa era claro que los demás reinos la veían débil, veían a Arendelle como un reino en decadencia que se estaba consumiendo en el invierno. Incluso sus aliados más leales comenzaban a cuestionar su búsqueda. Pero para Elsa no había otra opción, no iba a detenerse hasta recuperar a su sobrino, a sabiendas de que llevaba el reino entero a la ruina.

Al finalizar la junta y una cena para sus invitados, Elsa y Leopold salieron al balcón a conversar en privado.

—Quería hablar primero a solas con usted, Elsa —le dijo Leopold, ajustándose el abrigo por el frío que hacía ahí fuera.

Elsa desvió la mirada y vio hacia el horizonte, allá al mar y al fiordo. No era tonta, sabía de qué se trataba esto.

—¿Le gustaría convertirse en mi esposa?

Elsa soltó un suspiro cansado.

—¿Sabe? El Príncipe Chryzant de Zaria me envía cada semana grandes obsequios, ¿qué tiene usted por ofrecer, Leopold?

—Pues a pesar de los conflictos pasados entre nuestras naciones por causa de mi tío el Duque, Weselton ha donado grandes cantidades de alimentos; gran parte de nuestras cosechas y ganado.

La reina se avergonzó, no tenía nada que decir al respecto, era culpa suya que el reino estuviera sumido en el invierno. Encontrar a su sobrino era su prioridad, no podía pensar en nada más. A su vez, llevaba tiempo considerando las propuestas de matrimonio, necesitaba ver cuál le convenía más para asegurar el bienestar del reino.

Aunque odiaba la idea de casarse de esta manera, un compromiso les beneficiaría mucho en la situación en la que se encontraban. Propuestas no faltaban, todos conocían su desesperada situación y aunque Arendelle esté en ruinas, disponer de magia era tentador para otros reinos.

—Puede que lo considere —declaró Elsa—. Usted no es el único que me lo ha propuesto. Todos saben lo delicado que está mi reino.

—¿Qué ofrece Zaria que Weselton no? —insistió Leopold, en voz arrogante.

—También nos han proporcionado de sus cosechas, pero gracias a sus influencias hemos recibido ayuda de sus reinos aliados.

—Que sea una competencia entonces. Sabe que adoro las competencias. —Elsa sonrió ante su comentario—. Pero le sugiero que se apresure en elegir. Vio las caras de todos allá dentro. No se lo dicen, pero muchos están considerando dejar de brindar su ayuda a Arendelle.

—Lo sé —murmuró ella en voz apagada.

Volvió a apartar su mirada para ver hacia el fiordo cubierto en nieve, luego al mar helado al que le flotaban pequeños témpanos de hielo. Se sentía avergonzada de no poder descongelar su reino a pesar de que ya deberían estar a mitad de la primavera.

Escuchó a Leopold toser y volteó justo a tiempo para verlo limpiar su nariz y ocultarla bajo su abrigo. Él se abrazaba el pecho y resguardaba sus manos del frío debajo de las axilas. Elsa estaba por sugerirle volver a entrar, pero él habló primero:

—Reina Elsa, no quiero ser grosero, ni malo con usted, pero ¿puedo darle mi opinión sincera?

—Adelante.

Ella esperaba una crítica respecto al frío, a su nulo control en sus poderes, pero no fue nada de eso.

—Es sobre su sobrino. —Elsa abrió mucho los ojos, sorprendida—. Según su historia, una bruja de nieve se lo llevó; claro que le creo, ya he visto suficiente hechicería y cosas raras en este reino como para no creerle. Pero si es verdad, con todo el tiempo que ha pasado, ¿de verdad cree que podrá recuperar al niño con vida?

Elsa respondió con una mirada indignada.

—Por supuesto —dijo ella rápidamente—. Y no le permito sugerir lo contrario. Mi sobrino está vivo, sé que lo está.

Después de un breve silencio, Leopold continuó con voz más suave:

—Entiendo que es muy doloroso para usted, pero a veces hay que ver las cosas como son. Era un niño muy pequeño, sin poderes, llevado en pleno invierno, y por una bruja nada menos. Es comprensible que nosotros dudemos que...

—¿Nosotros? —replicó Elsa—. ¿Quiénes nosotros?

Leopold se encogió de hombros sin decir nada, dirigiéndole una mirada que sólo albergaba compasión.

—¡¿Quién más cree que Christian está muerto?!

La falta de respuesta de Leopold le dijo todo a Elsa. Absolutamente nadie tenía fe en que Christian vivía, nadie fuera de Arendelle, no sus aliados, no sus colegas.

Se despidió abruptamente de Leopold y entró al salón donde vio a todos sus invitados con sospecha. Los dignatarios de reinos aliados platicaban entre ellos y de vez en vez le lanzaban miradas de pena.

"No", se decía Elsa en sus adentros. "No, no".

Salvo por su familia, nadie en esa reunión confiaba en que Christian vivía. Todos murmuraban a lo bajo, ahora se daba cuenta, todos susurraban lo inútil que era toda esta búsqueda.

Y en un rincón vio a su hermana, con los ojos adormecidos, atendiendo a los invitados sin ánimos. Anna vio de reojo a Elsa, con una mirada carente de cualquier emoción.

"No".

Y a su lado estaba Kristoff, cuidando a su esposa como si fuera el más delicado de los copos. Él vio a Elsa, notó lo abrumada que estaba, pero no se atrevería a dejar a su mujer ni un segundo.

Elsa estaba completamente sola.

Sabía que mientras más se quedara, más cerca estaría de quebrarse, así que abandonó la reunión sin avisarle a nadie; confiaba en que Kristoff lo comprendería y la excusaría con los invitados. Elsa huyó a su habitación, como siempre hacía cuando sus emociones se desbordaban. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras sollozaba abrazando sus hombros.

Al llegar a su destino, se tumbó en su cama y se abrazó las rodillas mientras lloraba audiblemente. Se rendía, esta vez se rendía. Alzó la mirada, de expresión derrotada y débil, con mejillas empapadas en llanto y maquillaje corrido, y vio a dirección de la puerta que dejó totalmente abierta. Olaf estaba ahí, como cada noche sin falta, a pesar de lo horrible que era siempre con él. Él la estudió un momento antes de acercarse despacio. Ella desvió la mirada, con la respiración entrecortada.

Cuando Olaf llegó al borde de la cama, sus bracitos de madera la encontraron en la oscuridad, palmó sus pies recién descalzos y en voz cauta pero dulce preguntó:

—¿Entonces estás lista para hablar?

Elsa quiso decir algo, pero por unos segundos su voz no respondió. Sus labios temblaron y con un frío en sus adentros sólo pudo decir:

—No...

Pero tenía que hacerlo, quizá así el dolor iba a disminuir. Aunque significara verse vulnerable ante él.

Se cubrió los ojos con sus puños, dejando que una ola de lágrimas la inundara otra vez.

—¡Todos creen que Christian está muerto! —chilló entre lágrimas—. Y yo ya no sé... ¡Ya ni siquiera sé lo que estoy haciendo!

Elsa lloró en fuertes gemidos lastimeros, sin poderse controlar a sí misma. Olaf la miró con tristeza, subió a la cama con ella y le dio un abrazo, pero esto no disminuyó el dolor en su amiga. Sin embargo, ella correspondió el abrazo.

—¿Acaso todo esto es por nada? —dijo, pero era como si hablara más consigo misma que en espera de una respuesta.

—No digas eso —le dijo Olaf, afligido—. Todos los demás, ¿ellos qué saben? Christian está vivo y lo vamos a encontrar... aunque nos tardemos un poco, un poco mucho.

—¿Realmente puedes decirlo con certeza? —Lo miró a los ojos, desconsolada—. ¿Cómo podemos asegurar que sigue con vida?

—¿Qué otra opción nos queda?

—Yo... comienzo a dudar y eso me asusta mucho —admitió. Soltó el abrazo—. No quiero aceptar la posibilidad de que ya no esté. No puedo permitirme olvidarlo. No debo olvidarlo. Pero sólo... No puedo seguir viviendo con esta culpa.

—Sabes que no tienes culpa de nada. Fue la Reina de las Nieves, ella es la mala que se lo llevó.

—Debí hacer más, debí detenerla, pero no fui lo suficientemente fuerte. —El recuerdo del secuestro del infante volvió a aflorar en su mente. La ira a sí misma y hacia aquella miserable llenó el vacío en su corazón que no ocupaban la tristeza y el pesar—. ¡Yo lo sostuve en mis brazos! Se lo quité a la reina ¡ya lo tenía conmigo! Pero tenía tanto miedo que comencé a congelarlo, intenté escapar con él pero no fui lo suficientemente rápida.

Elsa no le había contado a nadie esto por pena. Olaf estaba sorprendido pero no le dijo nada.

—Estaba tan desesperada por no matarlo con mis poderes que... No pude luchar, no supe cómo luchar. —Elsa bajó la mirada, ocultando sus ojos bajo sus puños, queriendo contener los sollozos que le ahogaban—. ¡Y por mí Malvavisco murió!

Olaf lloraría si fuera que los muñecos de nieve pudieran llorar, pero en cambio sólo suspiró. Ahora comprendía cuál era la carga que ella estaba llevando por su cuenta.

—Eso no es verdad —quiso consolarla.

—Y después todo lo que he hecho es empeorar las cosas por lo terrible persona que soy.

—¿Por qué dices eso?

—Mis pensamientos, son egoístas —dijo, como si fuera algo obvio—. Mira, siento lástima por mí misma y sólo pienso en lo triste que estoy cuando Anna se encuentra mucho peor que yo. No puedo ayudarla. Todo lo que hago es traer el invierno eterno a Arendelle, otra vez. Si tan sólo pudiera... congelar estos sentimientos, tal vez entonces podría...

—Elsa, Elsa, lo que sea que estés sintiendo es lo que deberías de sentir, no tiene nada de malo.

—¡Si tan sólo pudiera reprimir este miedo y esta tristeza! Tal vez así podría ayudar en su búsqueda en lugar de causar este... ¡este terrible frío!

—Sabes que si reprimes tus emociones se vuelve mucho peor.

—Pero soy la reina. Si no reprimo estos sentimientos todos van a ver, todos van a saber lo... débil que soy.

—No, Elsa. —Con inmensa tristeza, Olaf volvió a abrazar a Elsa con más fuerza todavía. Si tan sólo así pudiera aliviar un poco el dolor de aquellos a quienes ama—. Sí, Anna la está pasando peor, y tienes todo un reino bajo tu cargo.

—No estás ayudando —murmuró.

—Pero no por eso debes invalidar tus propios sentimientos. —Elsa seguía sollozando fuerte, cubriendo su cara con ambas manos. Olaf insistió—: No debes sentirte mal por tu miedo, ni tu tristeza, ni siquiera por tus dudas. Eres humana, es normal.

—¡¿Y qué sabes tú de ser humano?! —gritó tan fuerte que Olaf se echó para atrás. Ella se dio cuenta entonces de lo que acababa de hacer y se arrepintió; sabía bien que Olaf tenía problemas con sentirse diferente.

—Auch —articuló, con una expresión realmente ofendida —. Oye, eso fue muy intencional para herirme, ¿verdad?

—No, no, es sólo... —Elsa se llevó la mano a la frente, aturdida. Molesta consigo misma—. ¡¿Lo ves?! A eso me refería. Sólo pienso en mí y empeoro todo a mi alrededor. Olaf, he sido tan mala contigo desde que esto empezó, ¿por qué seguiste queriendo consolarme?

—Ya te lo había dicho —respondió él, claramente molesto—. No tengo a nadie más, la mitad de mi familia desapareció y los demás me hicieron a un lado. Por eso. Eres la única que me queda, por eso quería tanto hablar contigo. Y no es que te lo esté echando en cara, pero tantos meses gritándome o ignorándome como que me hirieron. —Muy a propósito se lo echó en cara.

En un berrinche, Olaf apartó la mirada y vio hacia el ventanal, allá hacia el fiordo, hacia la nieve que caía suavemente. Elsa hizo lo mismo, perdiendo su mirada en el cielo nublado y oscuro.

Esa noche había descubierto lo terriblemente sola que había estado. Lo mucho que necesitaba desahogarse.

Pero ahora, se daba cuenta, se había permitido no sólo gritar y llorar, sino expresar en palabras lo horriblemente triste que se había sentido todo este tiempo. Gracias a que al fin lo dejó entrar.

—Lo siento tanto —murmuró, apenada, sabiendo que no era suficiente—. Quería lidiar con esto sola. Quería estar sola. Es lo que merezco, pero ya no puedo soportarlo. —Se volvió hacia Olaf y tomó su mano con la suya, como si no notara lo diferentes que son—. No quiero ser sólo yo, ya no más.

Y él entendió perfectamente.

—Está bien, al menos ahora estamos teniendo un cambio positivo para variar.

Elsa soltó una sonrisa junto a una risita que sonó como un gorgoteo. A veces no sabía si él lo hacía a propósito o sólo se burlaba de ella.

A Olaf se le iluminaron los ojos y pronto sonrió también.

—¡Te reíste! —él exclamó con emoción—. Hace mucho que no te oía reír.

La felicidad en Elsa sólo duró un instante, pues el recuerdo de su sobrino volvió a surgir de inmediato. Su sonrisa se desdibujó en seguida. Mas era verdad, no había reído en tanto tiempo que hacerlo le parecía inaudito. Pero esos destellos de alegría fueron tan cálidos y dulces.

Quizá podía mitigar así su sufrir. Pero no podía permitirse sanar. Ninguno podía permitirse sanar hasta que su familia estuviera completa.

Pero si pudiera aliviar un poco ese dolor.

Las lágrimas aún caían por sus mejillas. Cabizbaja, observó sus manos sosteniendo las de Olaf.

—Ahora es tu turno —ella habló en voz dulce pero agotada—. ¿Qué es lo que guardas en tu interior? ¿qué es de lo que tanto querías hablar?

Él titubeó y, de igual forma, miró hacia sus manos entrelazadas.

—Olaf. —Ella ladeó la cabeza, entristecida.— Te escucho. Estoy aquí también. —Así como él estaba para ella.

—Cuando Christian fue secuestrado por esa reina malvada —él comenzó a decir, sin mirarla—, tú al menos lo intentaste. En cambio yo no pude hacer nada. Yo soy...

—¿Olaf? —De repente Elsa se sintió idiota. No había recordado hasta ahora que aquella noche le había gritado a Olaf que se alejara, prácticamente le había dicho que no estorbara. Estaba bajo mucha presión aquella vez, y en realidad no se equivocada, pues ni ella misma pudo hacer nada contra la Reina de las Nieves, pero nunca consideró disculparse.

—Como están las cosas ahora, nadie quiere un abrazo cálido, no de mí al menos. Ni siquiera pude consolar a Anna, a pesar de que creí ser su mejor amigo; ya no tiene tiempo para mí porque lo que ella necesita no se lo puedo dar. Ya no puedo hacer nada por nadie y nadie me quiere cerca. —Olaf alzó la mirada, viéndola a los ojos entre la oscuridad—. Elsa, ¿has sentido alguna vez que nadie te ve?

Elsa no dijo nada, lo miró por unos segundos sintiéndose desgarrada por dentro. Ella había querido que nadie la viera por tanto tiempo hasta que entendió lo mucho que le dolía que nadie lo hiciera en realidad.

Así que empezó a abrazarlo para decirle que ella sí necesitaba ese abrazo. Porque ya no había nadie más, sólo estaban los dos.

Y afuera continuó nevando.

Notes:

Oh, ey, hola lectores. Akumuhoshi está devuelta, otra vez xD

Supieran que tengo el borrador de la historia del niño misterioso de Londres desde... no sé, desde el 2015 o algo así. Empecé con unas cuantas piezas y con el paso de los años lo fui construyendo para que quedara justo lo que necesito. De todas, esa fue la primera escena que terminé de este cap, y siempre estuvo destinada a estar en este capítulo junto a los recuerdos de Elsa.
Pero por un tiempo no sabía si meterla realmente en este capítulo porque... Es tremendamente oscura.
No me malinterpreten, el flashback del niño de Londres es una historia que sí o sí debía mostrarse en este fic porque será MUY relevante para la trama. Pero dudaba si era adecuado para abrir este cap (estos dos capítulos para ser precisos), ya que volvían el subtexto del resto muy tenebroso.
Pero esas dudas se desvanecieron rápido porque ¡ese era el punto!
La historia del niño de Londres está para perseguir como un fantasma todo lo que ocurra en los recuerdos de Elsa. Es en parte el porqué estos capítulos se llaman "En el infierno"; el infierno es este mundo, el infierno está en el corazón de las personas.
No pierdan de vista al niño de Londres. Les recuerdo, su historia es importantísima.

Ahora, con el resto de las escenas... ayyayayy. Después de escribir la escena de Elsa y el Maligno en el jardín del Edén... me perdí completamente, estuve como un año evitando siquiera mirar el borrador. Sentía una carga pesada en la revelación que los capítulos de "En el Infierno" traerían ¿cómo reaccionarán los lectores?. Pero ya lo superé; que así sea (igual la revelación es en el capítulo que sigue jsjsj).

Y entonces la escena donde empiezan los recuerdos de Elsa, la primera escena con Kristoff, después de ahí volví a perder la inspiración y no importaba lo que hiciera, no podía, me pasó lo mismo entre la escena con Leopold. Estuve estancada ahí más tiempo de lo que debería. Sabía lo que debía escribir, pero no... Me cuesta concentrarme, supongo.
Cuando pude retomarlo, lo demás fue relativamente más sencillo.

Saben, siempre planee que volviéramos aquí. Entre los capítulo tres y cuatro hay un salto temporal de 2 años y medio, y dejé a los lectores confusos de por qué todos estaban tan felices si en el capítulo pasado habían secuestrado al hijo xD
Pues al fin podré mostrarles una parte de lo que pasó en esos dos años y medio, mostrar que ese dolor fue algo que perduró y quebró a los personajes, y cómo fueron reconstruyéndose poco a poco para llegar a ese día un poco más cálido del capítulo 4.
Realmente lo tenía pendiente jajaj

Otra cosa, se me hizo extraño escribir a Olaf aquí.
Me explico, se supone que es el Olaf de entre el capítulo 3 y 4, pero yo me acostumbre a escribir al Olaf del capítulo 11 en adelante, el cual es completamente diferente al personaje que era al principio.
Tenía que recordarme una y otra vez que esta versión de Olaf tenía que ser más inocente, y no la tormenta terrible en la que lo convertí en el capítulo pasado jejje ¿recuerdan el final del capítulo 21?

ay, esto se va a volver inquietante bastante rápido

Ey,

Oigan jaja, como tal Elsa no aparecía desde el capítulo 18 ¡y ese lo subí en el 2017! Sólo una curiosidad que quería mencionar xD

Hablando de curiosidades, voy a estar subiendo curiosidades de este capítulo en mi Twitter (X), para que pasen rápido a verlas!

Otra cosa que quiero compartirles es que ¡¿a que no adivinan qué?!
En el 2023 visité DisneyWorld! Fue super genial, fue en diciembre y había un evento de Navidad de Frozen y ¡AHHH! Estuve llorando mucho, y era mi cumpleaños!
Y los fuegos artificiales! Y los juegos! Y el desfile! ¡LAS PRINCESAS! Yo y mi hermana entramos a un restaurante de la Bella y la Bestia y era todo tan hermoso! ¡Y el castillo de la Cenicienta! Y todo eso fue sólo Magic Kingdom, en Animal Kingdom AMÉ las atracciones de Avatar, tienen toda un área que está ambientada como si fuera Pandora.

Ya que estamos en esas, el año pasado visité Río de Janeiro... Yeah, me he mantenido algo ocupada xD
Pero PERO, este octubre visitaré Japón!

Voy a intentar subir el capítulo 23 antes de mi viaje, pero no sé si lo conseguiré
En fin
¡nos leemos pronto! Ya verán que el siguiente capítulo estará listo antes de lo que se imaginan

¡Deséenme suerte en mi viaje! Trataré de subir algunas fotos en mi Twitter