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El infierno es eterno

Summary:

Su ira y la frustración alcanzaron un punto crítico. Se sintió como si hubiera sido empujado al límite, y que Alastor hubiera cruzado una línea que no debía haber cruzado.

 

La oscuridad dentro de Lucifer comenzó a crecer, a expandirse ya tomar el control. Su rostro se convirtió en una máscara de furia y desprecio, y su voz un rugido de ira.

 

—¡Eres un tonto! —gritó Lucifer, su voz resonando en la habitación. —¡No sabes lo que quieres! ¡No sabes lo que necesitas! ¡Pero te lo mostraré! ¡Te mostraré qué tan demonio puedo ser!

 

La habitación comenzó a oscurecerse, y el aire se llenó de una energía maligna. Lucifer se elevó del suelo, su cuerpo rodeado de un aura de poder y destrucción.

 

Alastor retrocedió, su rostro pálido de miedo. Sabía que había ido demasiado lejos, y que ahora enfrentaba la ira del rey del infierno.

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, tortura, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Beta Reader:

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez mas fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

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El infierno es eterno

 

 

Capítulo 1.- Trato con el diablo

 

 

Lucifer, el más perfecto entre la hueste celestial gobernaba en el infierno luego de ser expulsado junto a Lilith, la primera humana. Bajo su mando y el de su esposa, el averno se fortaleció.

 

Cada alma pecadora que caía en sus dominios era un sirviente más, una nueva pieza en su tablero y por supuesto que el cielo no podía permitirlo, intentó obligar a Lucifer a aceptar un exterminio, pero por supuesto que él se negó. El infierno era su hogar, su reino para gobernar y aunque no apreciaba a los pecadores, no iba a dejar que nadie, ni siquiera su hermana Sera socavara su autoridad.

Como rey debía proteger a su gente. Los nacidos en el infierno eran un precioso recurso y aunque el Cielo juró no tocarlos, Lucifer siguió negándose.

 

No iba a permitir ser pisoteado en su propia casa.

 

—Los humanos son viles, dales un poco de libertad y harán cosas malas —dijo con una sonrisa —. Insectos cuyo diseño estuvo mal desde el comienzo.

 

Palabras crueles del mismo rey del infierno, sobre todo teniendo en cuenta que su esposa fue la primera mujer. Quizás había más en aquella unión, algo que Sera desconocía y era probable que nunca descubriera.

 

Sera sabía que su hermano pequeño tenía la sartén por el mango, siempre fue así. Tuvo suerte de derrotarlo la última vez, solo usar su debilidad por Lilith, pero ahora dudaba que pudiera volver a jugar esa carta. En retrospectiva, ella y los ancianos debieron buscar una alternativa a la transgresión de Lucifer y no darle un reino completo y una fuente inagotable de adeptos.

 

El Lucero del Alba podría declarar la guerra y con seguridad perderían, era por eso que quiso obligarlo a aceptar los exterminios, para disminuir la población infernal.

 

—Hagamos un trato —aquello sacó a Sera de sus pensamientos. Miró a Lucifer que le sonreía mientras extendía su mano enguantada. Ese brillo maligno en sus ojos envío un escalofrío por la columna de la alta serafín que hasta ese momento comprendió la magnitud de su poder y corrupción.

—¿Qué clase de trato?

 

Sera escuchó a Lucifer atentamente mientras el antiguo ángel despotricaba de los humanos en vida y muerte. A penas habían pasado unos cuantos siglos desde que fue expulsado y las almas que caían al infierno eran más del 99 %, lo que significaba que solo aumentaría su poder con el paso del tiempo.

 

—Tenemos un plan para eso, la inundación...  —Lucifer se burló de ella. Asegurándole que eso solo le daría más almas y los pocos "puros", serían corrompidos y el ciclo iniciaría nuevamente, hasta que los mismos humanos sean responsables de la caída del cielo y de ellos mismos.

—Debes admitirlo hermana, los ancianos y tú cometieron un gran error al crearlos

—Lilith es humana —el rey infernal dejó escapar una pequeña risa, por supuesto que estaba muy consciente de eso, sería un tonto si creyera que su amada no pudiese traicionarlo, después de todo estaba en la naturaleza de su especie.

—Ya no soy el iluso soñador que fui, querida Sera y debo agradecerte por eso.

 

Por primera vez en los eones de su larga existencia, se arrepintió. Fue su culpa que el más puro de los celestiales se corrompiera, sus manos se encontraban manchadas con la sangre de todos los descendientes de Adam y Eva, pero sobre todo con la inocencia de su hermano.

 

—Nuestro matrimonio no es más que un trato, uno que la mantiene viva hasta que ella lo decida —aquello también significaba que Lilith jamás podía traicionarle, el solo deseo, la sola intención causaría su muerte.

 

Sera se mantuvo en silencio, sopesando las posibilidades. Podía ordenar a Adam y a sus guerreras atacar el infierno, hacer un exterminio tal cual había pensado, obligando a Lucifer a aceptar, pero viendo al antiguo ángel, era obvio que no lo permitiría, muy por el contrario, él mismo acabaría con cualquier celestial que se atreviera a entrar a sus dominios sin invitación.

 

Y por supuesto que Lucifer vería el ataque como una afrenta a su autoridad y solo iniciaría una guerra de la que muy posiblemente el cielo sería el perdedor.

 

La otra posibilidad era sellar el infierno, pero eso supondría un serio problema con las almas pecadoras. Sí, podían simplemente exterminarlas, pero dudaba que Lucifer se mantuviera quieto por mucho tiempo.

 

Sin más alternativa, Sera se vio obligada a escuchar. Una idea retorcida que sin duda le revolvió el estómago. El plan de Lucifer era simple, dominar a los humanos en vida y muerte. Tomar la tierra nuevamente y convertirla en un lugar neutral para el cielo y el infierno. Los mortales serían esclavizados tomando el puesto más bajo, incluso más que los querubines y los imps, se les obligaría a pecar para que, al morir, sus almas firmaran un contrato con Lucifer y él podría "prestarlos" a sus súbditos y al cielo para seguir sirviéndoles.

 

—¿Por qué accedería a tal cosa? —cuestionó Sera. Aceptar la idea de Lucifer solo le daba ventaja a él. La sonrisa que le dio su hermano solo hizo que la alta serafín sintiera miedo por primera vez en su larga existencia.

—Bueno, puedes aceptar o no, es decisión tuya —dijo encogiéndose de hombros —, pero el infierno se apoderará de la tierra y si el cielo quiere interferir... bueno, creo que a mis queridos engendros les encantará tener un nuevo lugar para vacacionar.

 

Sera se removió en su lugar. Estaba entre la espada y la pared, lo sabía, si no aceptaba, el cielo caería sin remedio, si lo hacía, sería cómplice de algo terrible, pero como líder debía velar por la seguridad de su gente.

 

—El trato es simple Sera. Aceptas la esclavitud de la humanidad, prometes que tú, mis hermanos o cualquier otro estirado, petulante e idiota ángel no intenten algo contra mí, mi reino o nuestro nuevo status quo.

—¿Qué seguridad tengo yo de que no atacaras el cielo porque tuviste un mal día? —la sonrisa siniestra se hizo más amplia. El rey demonio pasó la lengua por sus afilados dientes.

—Querida Sera, lo único que te voy a ofrecer es que no los haré esclavos o borraré del mapa siempre que se mantengan en la línea.

 

La alta serafín suspiró derrotada, asintió con la cabeza, extendiendo la mano para aceptar el trato, uno que aprendería a odiar y amar al mismo tiempo.

 

 

Continuará...

Chapter 2: Capítulo 2.- Hasta el cielo se corrompe

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Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, tortura, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Beta Reader:

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez mas fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

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El infierno es eterno

 

 

Capítulo 2.- Hasta el cielo se corrompe

 

 

La tierra cayó fácilmente. ¿Qué podían hacer los humanos contra criaturas como los ángeles y demonios?

 

Nada, solo bajar la cabeza y aceptar su destino.

 

Con el pasar de los siglos, la esperanza se volvió un recuerdo borroso, un fantasma o una leyenda que algún anciano contó a los niños en los pocos momentos de descanso que tenían.

 

Pero algo era cierto. La muerte no era la promesa del descanso, muy por el contrario, lo era de una eternidad de esclavitud.

 

Alastor era un simple humano, mucho más inteligente que cualquiera de su especie, al menos eso era lo que decía su amo, un ángel que había caído por sus gustos carnales, pero no con cualquier ser. No. El caído disfrutaba de los placeres retorcidos y mal sanos que solo podía encontrar en los tiernos cuerpos de los infantes.

 

Por supuesto, entre todo su harem, Alastor de cuatro años, era su "manjar" favorito. Cuando cumplió 28 años, ya era demasiado mayor para su gusto, pero seguía siendo valioso por la rareza de su mente.

 

Fue durante la reunión entre su amo y un demonio pájaro, seguramente un Goetia que escuchó noticias sobre el Rey Lucifer. Era un visitante recurrente del hogar del antiguo ángel, compartiendo sus gustos por "sus compañeros" de sábanas.

 

—Escuché que Su Majestad hará una fiesta para celebrar su “divorcio”—dijo el Goetia mientras jugueteaba con su bebida.

 

Meses atrás, Lilith había hecho algo, nadie sabía realmente qué, pero aquello solo la condenó a la destrucción de su alma, la única forma de morir realmente. Ahora, sin su reina, había rumores sobre Lucifer buscando compañía para calentar sus noches, otros, decían que era para cuidar a su hija, que, a esas alturas no tenía más que unos meses de vida.

 

—El rey Paimon está ansioso por encontrar a un esclavo adecuado para regalarle al Rey Lucifer —el amo de Alastor preguntó por qué tenía tanto interés en hacerlo, Después de todo el Morningstar había perdido el interés en los esclavos muchos siglos atrás. Su palacio solo contaba con sirvientes nacidos en el infierno, aunque había rumores de que Adam y Eva le servían durante las noches y que esa era la razón de la separación con la reina Lilith.

—Se dice que la princesa es mestiza —ambos hicieron una mueca. La sola idea les revolvía el estómago. ¿Era en realidad posible que su Soberano contaminara su propio linaje con esos inmundos seres? Follar con ellos o comerlos como lo hacían los mal llamados caníbales no estaba mal, pero el tener descendencia con los mortales... era simplemente una aberración.

—La reina Lilith fue maldecida cuando cayó. No podía tener hijos de ninguna forma y dudo que el Gran Soberano Lucifer le diera una forma de chantajearlo en bandeja de plata —el Goetia asintió con la cabeza. Aunque todos sabían que el antiguo ángel creador amaba a su esposa, no se dejaba llevar por sus sentimientos, tal como se demostró con el acuerdo que la hizo aceptar.

—Si es verdad o no el origen de la princesa, es irrelevante si tenemos en cuenta lo ansioso que está Paimon por encontrar un esclavo que satisfaga a su Majestad —el ave pasó la lengua por su pico —Según escuché de una fuente confiable, los Pecados y el mismo Soberano planean recompensar a quien logre encontrar algo del gusto de Su Majestad.

 

Una sonrisa se formó en los labios del amo de Alastor, mientras lo observaba. Hermoso, con su piel canela y sus cabellos castaños, ese cuerpo delgado que, si bien ya no era tan excitante desde que dejó su etapa infantil, aún era excelente con la boca en todos los sentidos.

 

—Sabes, Alastor ha estado conmigo desde que tenía 4 años —dijo mirando al aludido mientras que se relamía los labios —. Uno de los mejores manjares que he probado en los últimos siglos.

 

El Goetia asintió con la cabeza, completamente de acuerdo con el comentario, después de todo había tenido el placer de probar ese pequeño cuerpo infantil en algunas ocasiones, aunque dudaba que el Soberano quisiera mercancía dañada, aun si existían rumores sobre su gusto voyerista.

 

—Alastor no solo tiene un cuerpo delicioso, también tiene una mente superior a la de cualquier sucio mortal o pecador. Sería una gran pérdida separarme de él, pero creo que, si me ayuda a conseguir el favor del Soberano, bueno, creo que sobreviviré —comentó riéndose.

 

Para celebrar su idea, el antiguo ángel invitó al Goetia a disfrutar de un agradable entretenimiento. Recientemente había conseguido unos nuevos esclavos, un par de gemelos y un alvino que no pasaban de los 10 años.

 

Alastor observó a su amo y al demonio mientras abusaban de los pequeños. Era realmente asqueroso, quería mirar en otra dirección, pero sabía que hacerlo significaba que sería castigado.

 

Al menos esta vez no era el objetivo de los repugnantes deseos.

 

 

...

 

 

Mientras Alastor era obligado a ver los constantes abusos a sus congéneres. En un enorme palacio, se encontraba el primer ángel caído, Lucifer Morningstar, el rey del infierno y señor de la humanidad. Entre sus brazos tenía un precioso bulto que mecía con sumo cuidado.

 

Su hija Charlotte Morningstar tenía problemas para dormir la siesta.

 

La joven princesa era una calca de su padre, con esa piel de alabastro, tan blanca como la nieve, mejillas rojas y cabellos tan dorados como el oro. La bebé tenía unos meses de nacida y contrario a lo que las personas fuera del círculo de Lucifer pensaban, ella no tenía ninguna relación con Lilith. La antigua reina había muerto casi dos años atrás, mucho antes de que la niña si quiera fuese una idea.

 

Lucifer la había creado solo. Era su propia sangre y carne corrupta, podrida por la caída y los siglos en el infierno, aun así, la pequeña que, si bien había heredado aspectos de su ser demoniaco, también tenía rastros de su antiguo ser celestial.

 

Era como si el ángel del pasado y el demonio del presente hubiesen engendrado a la niña. Tal vez así era.

 

En un mundo donde eres el ser más odiado y venerado de la creación. El más poderoso. Todo eso solo podía significar que había un número significativo de individuos que con seguridad lo querían muerto (buena suerte con eso). Meter a la ecuación a su pequeña podría ser una de las más grandes estupideces, pues no faltaría el suicida que intentara usarla como arma.

 

Lucifer acunó al bebé contra su pecho. Sus ojos se habían vuelto pozos infernales de lava. Si alguna vez alguien intentaba tocar a su princesa, quemaría su alma por la eternidad.

 

—Bueno manzanita, es hora de dormir, papá tiene unas aburridas reuniones mientras tomas tu siesta de la tarde —le dijo con dulzura. Ojos rojos con escleróticas amarillas brillaban con amor, algo que parecía tan antinatural en el soberano del infierno.

 

Besó la frente de su bebé entregándola a un clon que conjuró para que velara su sueño mientras cumplía sus deberes.

 

Se vistió con su impoluto traje blanco, acomodó su sombrero de copa; la serpiente dorada se movió alrededor de la corona y la manzana que lo adornaban, siseando antes de quedarse inmóvil. Ajustó su bastón con la empuñadura de la fruta del pecado, dio un último vistazo a su bebé antes de abrir un portal y dirigirse a su reunión con el cielo.

 

Una sonrisa arrogante adornó su hermoso rostro. Como han caído los grandes. Sera, su arrogante y petulante hermana le recibía con una reverencia, bajando la cabeza en señal de sumisión.

 

Siempre alegraba su día el ver a su hermana humillarse.

 

—Bien, entonces, ¿Qué es tan importante como para tener que molestarme en venir aquí y ver tu detestable rostro? —dijo mientras ocupaba el lugar en el que minutos antes había estado sentada Sera.

 

Sonrió cuando la sintió tensarse, estaba molesta. No era la única incomoda en el lugar, los pocos ángeles se veían tan tensos como la alta serafín, solo Emily, la más joven se veía más relajada.

 

Era la primera vez que la veía en persona. Su inocencia era como un soplo de aire fresco en ese mundo de porquería que él mismo ayudó a crear. Un pequeño atisbo de su ser angelical y un recordatorio de lo mucho que todo se ha ido a la mierda por su propia mano. Normalmente, aquello no sería de importancia, pero ahora que tenía a Charlie se cuestionaba sí había hecho lo correcto.

 

—Es sobre el número de los caídos... —comenzó Sera antes de ser interrumpido por Lucifer que parecía más interesado en Emily, preguntándole sobre su vida e invitándola a visitar su palacio en la tierra, donde residía actualmente, debido a que el infierno no era apto para su pequeño engendro demoniaco.

 

Emily miró a Sera buscando ¿permiso?, ¿ayuda para denegar la propuesta sin ofenderlo? Lucifer no lo sabía.

 

—A mi pequeña Charlie le vendría bien tener una hermana mayor que juegue con ella cuando yo estoy ocupado —Emily sonrió aceptando por la promesa de conocer a la bebé. La inocencia era algo raro y preciado en aquellos tiempos.

—¡Por supuesto!, ¡me encantaría! —dijo emocionada. Lucifer no pudo evitar sonreír con cierto cariño antes de endurecer sus facciones al recordar donde se encontraba.

—Bien Sera, ¿Cuál es el problema? Y que sea rápido que tengo cosas más importantes que hacer.

 

La alta serafín se aclaró la garganta. Le habló sobre la preocupación del consejo sobre los ángeles que cayeron recientemente, no solo de bajo rango, también arcángeles, principados y lo que los tenía a todos tan nerviosos, una Virtud.

 

Lucifer escuchó los lloriqueos (a su juicio), sintiéndose molesto a medida que las quejas disfrazadas de preocupación de Sera iban aumentando. Conociendo a su hermana, no se preocupaba por la seguridad de los nuevos caídos, no, ella solo estaba molesta por el simple hecho de perder piezas en su pequeño tablero.

 

Menos miembros de la hueste celestial significaba la disminución de sus filas para una posible guerra que tontamente creía que podría ganar.

 

—Aun no entiendo por qué piensas que esto es problema mío o si quiera me interesa una mierda —Sera se tensó. Sabía que Lucifer no podía o quería ver el problema que aquello significaba para el cielo. No se le escapó la ironía de todo el asunto.

 

Eones atrás, en esa misma sala, Lucifer había estado frente a ella, de rodillas, suplicando por piedad, tanto para él como para Lilith, fue fría, cruel. No tuvo piedad de ellos, nunca lo tuvo en realidad con su hermano; siempre criticándolo, siempre menospreciando sus intentos por agradarle, por ser amado.

 

Ahora, mirando al tiránico demonio delante suyo, supo que ella era la verdadera responsable del estado actual de la creación.

 

Si tan solo hubiera sido más piadosa.

 

—Padre no estará feliz cuando regrese —la sala se tensó con la sola mención del Creador; el miedo que les provocaba pensar en su ira era suficiente para que todos temblaran en su lugar, mas, Lucifer comenzó a reír, primero fue tenue pero no tardó mucho en convertirse en estridentes carcajadas. —Samael. Si sigues con esto, llamaré a Padre para que detenga esta locura.

—Oh, querida Seraphina, ¿en verdad crees que caeré en eso? —ojos tan rojos como el fuego le miraron. Ella sintió la necesidad de retroceder, hizo falta de todo su autocontrol para no hacerlo.

 

Lucifer se levantó de su lugar para acercarse a Sera, ella, asustada, hacía su mayor esfuerzo para permanecer serena o al menos fingir estarlo, por su lado el rey del infierno le sonreía, su rostro medio oculto por su sombrero de copa.

 

—Dios está muerto, tú lo has matado —dijo en un susurro para que solo ella pudiera escuchar, después le dio la espalda para encarar al consejo, abrió los brazos en un gesto dramático —¡Dios ha muerto señores! ¡Sera lo ha matado! ¿es que no fueron capaces de escuchar el ruido de sus impías acciones de su querida líder mientras enterraba a Dios? ¿No percibieron ningún olor de la putrefacción divina?

Samael... —susurró Sera que temblaba. Todas las miradas centradas en ella. Juzgando, silenciosamente culpándola por el declive del cielo.

—¿Por qué no les dices a estos pomposos petulantes y engreídos cerebros emplumados que la verdadera razón de mi caída, fue porqué fui testigo de tu crimen y no por darles libre albedrio a la humanidad?

—¡Suficiente Samael! —gritó haciendo que la sala temblara. —Todos. Salgan. Ahora.

 

Los presentes se miraron dubitativo, incluso Emily quiso protestar, pero Lucifer hizo un movimiento con la mano y todos desaparecieron. Sera se estremeció. El poder del rey del infierno era abrumador y no hacía más que crecer, a este paso no podría acabar con él, a menos...

 

—Bueno, fue divertido, pero tengo cosas más importantes que hacer, como ver secarse la pintura —dijo con una sonrisa sínica. Sera apretó los dientes, dio un largo suspiro y se acomodó las ropas para calmarse y recuperar algo de control.

—Samael, ¿podemos dejar de lado todo esto y hablar como los hermanos que somos? —preguntó con voz aterciopelada. Tan falso que Lucifer quería vomitar.

—No me llames así. Samael está muerto. Te recuerdo que, así como con nuestro Padre, tú te encargaste de asesinarlo —sus hermosas facciones se contrajeron en un gesto siniestro, uno que prometía una tortura infernal.

—... Lucifer —se corrigió después de un silencio considerablemente largo —No solo te llamé para externar mi preocupación por los caídos, también para expresar mis más sinceras condolencias por la pérdida de tu reina.

 

El rubio rodó los ojos. Sera seguía siendo una mentirosa profesional y una maestra manipuladora que a Lucifer le sorprendía que no hubiese caído a esas alturas, pero bueno, un lobo con piel de cordero tarde o temprano sería expuesto.

 

—Sí, como sea, muy triste lo de Lilith, blabla —dijo con desdén. Estaba comenzando a perder la paciencia y no sería nada bonito para su "querida" hermana.

—Eres el rey del infierno, básicamente de toda la creación —Oh, adulación. Lucifer sonrió mostrando sus afilados dientes, similares a los de un tiburón —, como tal, necesitas una reina que gobierne a tu lado.

 

Lucifer levantó una ceja. Ok, eso sí que no se lo esperaba, ¿tanto era su desesperación de no perder su posición que se ofrecía para calentar sus sábanas. Pobre ilusa, para eso tenía a Adam y Eva, junto a otros más.

 

¿Alguien que se sentara al lado de su trono?

 

Charlie era la única que podría hacerlo, solo su preciosa hija podría compartir su carga, aunque no quisiera agobiar a su princesa con nimiedades como el dominio de su reino. No, su querida manzanita fue creada para disfrutar de la vida y no trabajar un solo día de su existencia.

 

—Gracias, pero cuando Charlotte crezca, será reina —dijo con seriedad. —No eres de mi agrado como para tenerte en mi harem, y dudo sinceramente que mi hija te encuentre atractiva para tomarte como concubina cuando tenga la edad suficiente.

 

Sera apretó los puños. Se sentía humillada y asqueada por la sola idea de ser considerada una ramera que vende su cuerpo por algo de poder.

 

—Hablaba de Emily —Lucifer frunció el ceño, sintiendo asco por la sola idea. La más joven serafín tenía poco menos de seis mil años de edad y, aunque el tiempo no significaba nada para seres como ellos, tal unión solo podía compararse a obligar a un infante menor de 14 años a casarse con un viejo.

—… Fingiré que no intentaste ofrecerme a Emily como si fuese un vil y repugnante mortal —comentó dándole la espalda —. Que no se repita o te arrancaré las alas, pluma a pluma.

 

El escalofrió que le recorrió la columna fue suficiente para hacerla caer de rodillas, por suerte para el poco orgullo y dignidad que le quedaba, Lucifer ya se había marchado.

 

 

....

 

Mientras tanto Gabriel, la virtud recién caída, había ido a visitar a Malthael, otro caído y actual amo de Alastor, así como de cientos de otros mortales. El antiguo mensajero del cielo deseaba encontrar un regalo apropiado para presentar sus respetos y lealtad a Lucifer.

 

¿Y qué mejor que apoderarse de los bienes de otro caído?

 

Lucifer era justo con los nacidos en el infierno, con los Pecados que cayeron con él, o que se unieron a él poco después, como el caso de los Goetia y otras familias nobles que ahora poblaban los diferentes círculos. Pero los ángeles que cayeron después del pacto eran cosa diferente. El rey los toleraba, pero nada más.

 

La ley de los esclavos era un ejemplo de las diferencias que Lucifer que hacía con los "nuevos" y con aquellos que vivían en el infierno desde antes del paco o con los nacidos. Estaba prohibido robar los "bienes" de otro (aunque los caídos después del pacto si podían hacerlo entre ellos), cualquiera que osara hacerlo, se le despojaría de todo cuanto poseyera y sería ejecutado.

Los Imps eran los que más beneficios tenían, al ser los más débiles (pero también los más fieles), el hurtar algo de su propiedad, tenía un costo más alto.

 

En cuanto a los caídos actuales como lo era Gabriel, podían ir, robar y asesinar a otros antiguos ángeles, pero solo si estos se unieron a las filas del infierno después del pacto. Por eso estaba ahí. Malthael, un simple principado que siempre fue demasiado cobarde para asumir su papel en el cielo y con un gusto demasiado retorcido y vulgar para un miembro de la hueste.

 

Pensándolo bien, era sorprendente que Malthael no hubiese caído junto con Lucifer. Si hubiese sido más inteligente y renunciar a su lugar en el cielo, no habría sucumbido bajo su espada. Bueno, su ganancia.

 

Gabriel se limpió el líquido cobrizo del rostro. Era curioso como el tono dorado cambiaba después de la caída. Solo Lucifer y los Pecados aun conservaban el color original de su sangre. La muerte de Malthael fue rápida, tan solo bastó decapitarlo para acabar con él.

 

Pateó la cabeza cercenada que rodó hasta chocar con los pies de un humano. Era alto, delgado y cabellos castaños; en estándares de su especie se podía considerar atractivo, fue ahí cuando Gabriel se dio cuenta de él. El humano era una vista interesante. Cubierto con la sangre de su antiguo amo, no había miedo, algo poco común en esas pequeñas bestias y eso sí que era interesante.

 

—Tú, pequeña cosa mortal, ¿Cuáles tu nombre? —pudo ver el tic en su ojo y la tensión de molestia en sus facciones, lo que más le llamó la atención fue su capacidad para mantenerle la mirada.

 

A pesar del obvio desagrado del esclavo, tenía una sonrisa en sus labios que era difícil de leer.

 

—Alastor, su "malignidad", un placer, todo un placer —dijo haciendo una reverencia demasiado dramática que era tan falsa que a Gabriel le causó gracia. Un humano interesante. Quizás a Lucifer le agrade.

 

Solo había un pequeño problema. El rey del infierno no recibía a los nuevos caídos, en especial ahora que la princesa existía, solo concediendo audiencia Hellborn de alto rango, a los Pecados y a Azrael.  Gabriel frunció el ceño al pensar en este último, el maldito bastardo era un loco cruel que por alguna razón que escapaba a su entendimiento, seguía siendo un ángel, mientras que él, solo por matar a uno o dos esclavos, había terminado perdiendo su gracia.

 

—Como sea. Vamos pequeña mierdecilla, hay que gastar un poco de la fortuna de tu antiguo señor —dijo dando una última patada a la cabeza. Caminó unos pasos antes de detenerse, esperando que el humano caminara.

—Por supuesto, su malignidad —respondió con voz aterciopelada. Dio un último vistazo a su antiguo amo, saboreando lo que acababa de aprender:

 

Ellos podían morir.

 

Continuará...

 

 

 

 

Bueno, aquí termina el capítulo, en el siguiente Alastor conocerá a Lucifer y a la pequeña Charlie.

Chapter 3: Los 4 jinetes

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Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, tortura, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Beta Reader:

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez mas fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

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El infierno es eterno

 

 

Capítulo 3.- Los 4 Jinetes

 

 

 

Azrael, ángel de la muerte y encargado de "ayudar" a los mortales con su transición entre la mortalidad y la otra vida. Era un ser extraño al que todos preferían evitar. Un loco sádico que disfrutaba ver y causar sufrimiento de las almas mientras se transformaban.

 

Una de las pocas esperanzas que los humanos tenían era la paz increíblemente acogedora que experimentaban mientras la vida les abandonaba. Aquellos que habían pasado por eso, decían que era como una eternidad, una que se volvía un ancla para evitar volverse locos ante los siglos crueles que les esperaban.

 

Pero todo era mentira.

 

Una simple historia que los pecadores contaban a los humanos para darles esperanza que se destrozaría en cuanto Azrael o sus esbirros los tocaran. Era el peor dolor que se podría experimentar ya que el ángel de la muerte no solo "liberaba" el alma del cuerpo y cómo si eso no fuese suficiente, el cambio de apariencia a gusto del dueño también era una tortura por sí solo.

 

Gabriel observó al celestial sentado detrás el elegante escritorio de caoba. Tenía dos pares de alas tan negras como una noche sin luna y estrellas, usaba una túnica con capucha color ónix. El caído no podía ver su rostro ya que, en vez de cara, solo existía oscuridad, únicamente roto por dos carbones encendidos que eran sus ojos.

 

Azrael, el ángel de la muerte, miembro de los 4 jinetes que estaban solo por debajo de Lucifer.

 

Ellos eran a los que tenían que recurrir si querían tener una audiencia con el rey, aun así, no era fácil, los jinetes no solían recibir a cualquiera, mucho menos a los recién caídos a quienes consideraban como oportunistas, pero Azrael estaba obligado a verlos cuando llevaban a un esclavo para realizar la transición, aun así, había ciertas reglas a cumplir.

 

1.-Un esclavo humano solo podía hacer la transición después de cumplir 30 años, aunque el amo podría dejar que llegaran a la vejez, cosa que era extremadamente raro.

2.- El esclavo debía reproducirse por lo menos una vez en su vida mortal.

 

Aunque existían demonios e incluso ángeles que tenían granjas de cría, la tasa de mortalidad era alta, debido a la crueldad de muchos amos. ¿Pero qué pasa con esas almas jóvenes? Ciertamente no podrían ser enviadas al infierno o al cielo, en su lugar, eran usadas como alimento para los demonios del círculo de Lucifer, sí, eso incluía al mismo rey.

 

Gabriel había escuchado que las almas jóvenes eran una exquisitez mayor al maná, la ambrosia o incluso el icor; pero incluso como caído no podía acceder a ese manjar.

 

—Así que mataste a Malthael —dijo Azrael. Su voz cavernosa hizo que Alastor se estremeciera. El ángel de la muerte era ciertamente aterrador e imponente, aún sentado y casi inmóvil.

 

Gabriel se encogió de hombros.

 

—Necesitaba una casa mientras la perra de Sera me regresa mis posesiones —La alta serafín era sin duda un dolor en el trasero para los caídos, siempre buscaba quedarse con la mayoría de sus bienes o retrasando la transacción el mayor tiempo posible, todo para intentar hacer desistir a los ángeles a permanecer entre sus filas, pero por supuesto Mammon había encontrado en esto una buena oportunidad de hacer negocios.

 

Azrael asintió con la cabeza, no prestando real atención a las luchas de la ex Virtud, en lugar de eso, miró a Alastor que desvió la mirada tratando de evitar temblar.

 

—No había conocido a un esclavo de Malthael que pasara de los 13 años —y no mentía. El antiguo amo de Alastor se deshacía de sus humanos tan pronto como cualquier indicio de la pubertad comenzaba a aflorar en sus cuerpos. Aunque con Alastor, por alguna razón que desconocía, lo había mantenido hasta fue asesinado.

 

Azrael hojeo los papeles que Gabriel le entregó. Documentos que encadenaban la vida mortal de un esclavo a su amo demonio o ángel y que, cambiaría a cadena espiritual en cuanto a trascendiera al siguiente reino.

 

—Tu esclavo no ha tenido crías, si quieres hacer el cambio te costará una multa —Gabriel hizo una mueca, maldiciendo a Malthael y esperando que sus últimos momentos de vida hubiese conocido un sufrimiento enorme.

 

Las multas por incumplir la reproducción de los humanos eran ciertamente costosas, aun así, existan ciertos recovecos legales y todos terminaban de dos maneras: hacer al esclavo cruzarse en un periodo de 6 meses o traspasar la propiedad a Azrael.

 

Gabriel no tenía tiempo para que Alastor se apareara, no con la fiesta en el palacio de Lucifer a pocas semanas, no habría garantía que se produjeran crías y la idea de entregar su recién adquirida mercancía tampoco era una opción, pero el pagar la multa mermaría significativamente su fortuna robada.

 

—Quiero ver al Rey, no me importa el esclavo —dijo Gabriel. Azrael asintió, desestimó los deseos del antiguo ángel e incluso quería burlarse de él pues ni siquiera tenía una invitación para asistir a la gala, ¿Qué pensaba hacer?, ¿colarse? Sería interesante de ver.

 

Los dedos de Azrael tamborilearon en la superficie del escritorio. Había algo en Alastor que provocaba curiosidad a la misma Muerte. Le tenía miedo, sí, pero no como todos los seres (incluidos los celestiales y demonios fuera del círculo íntimo de Lucifer). Había algo salvaje, algo que seguro traería diversión a su aburrida existencia.

 

—Me lo quedo —dijo Azrael tronando los dedos para hacer aparecer un sobre negro sellado con un grabado de manzana en cera roja. —Este es el pago. Una invitación al banquete real.

 

Los ojos de Gabriel se iluminaron tomando el objeto con sumo cuidado, temeroso de que pudiera estropearlo. Le agradeció al ángel de la muerte con una sonrisa y cedió todos los derechos de Alastor sin pestañear.

 

—Sabía que valías algo —susurró el caído antes de retirarse de la oficina sin mirar atrás.

Alastor no se movió. Los años en los que le perteneció a Malthael le dieron la experiencia (y el sentido común), de no ver a esas bestias a los ojos. Si querías sobrevivir debías ser lo más invisible posible o ser tan tentador (astuto), como el mismo Lucifer.

 

—Eres interesante —dijo Azrael y él no pudo evitar levantar la vista. Se estremeció de tenerlo tan cerca, pero se mantuvo en su lugar. —Me tienes miedo, pero, aun así, aquí estas, quieto, cuando cualquier otro en tu lugar, habría salido corriendo o hasta orinar sus pantalones.

 

Alastor sonrió, probando el nuevo terreno. Por el lenguaje corporal, supuso que Azrael quería «sabía», lo que era. Podía leer su alma, de eso estaba seguro, de una forma aterradora, pero, aun así, le parecía fascinante.

 

—Por supuesto, Señor, ¿por qué debería sentir terror por el ángel de la muerte?, quien, sobra decir, nos da a los humanos un poco de paz —Azrael comenzó a reír, su voz perforando cada parte del alma de Alastor, como cuchillos de hielo.

—Oh, pequeño mortal, no tienes ni idea —Alastor se estremeció nuevamente cuando la gélida mano de la Muerte le tocó la espalda.

 

Ese día, Alastor conocería un poco más de la crueldad de esos monstros.

 

 

...

 

 

Lucifer mantenía a Charlie en su regazo mientras la niña balbuceaba en ese lenguaje de bebé que ni siquiera él, conocedor de todos los idiomas vivos o muertos; no podía entender, pero, aun así, era su favorito, ¿cómo no serlo? Era la forma en la que su hija, su dulce princesa se comunicaba.

 

—Saludos a su Majestad, rey del Infierno, portador de la Luz y futuro emperador de la creación —frente a él se encontraba una mujer de larga cabellera negra, su piel era de un tono gris. La esclerótica de sus ojos era roja, mientras el iris blanco y la pupila negra. Usaba unos pantalones oscuros, un croptop con estampado de cuadros blancos y negros, y un sobretodo rojo, un sombrero de ala ancha cubría su cabeza.

—Roo, ¿qué te trae por aquí, querida niña? —preguntó Lucifer con una sonrisa sincera. Roo, miembro de los cuatro jinetes. Ella era la representación de la Peste. La mujer jugó con un mechón de su larga cabellera azabache.

—Estaba ansiosa de ver a Su Alteza Real, antes de tener que compartir su adorable presencia con toda la chusma —dijo agitando la mano. El comentario hizo reír a Lucifer, pues no cualquiera se atrevería a ofender a los Pecados y nobleza infernal.

—Bueno, ¿ya escuchaste Char-Char? La tía Roo quería saludarte —la niña hizo una trompetilla, haciendo que la saliva saliera en varias direcciones y unas gotas terminaran en la mejilla de Peste, que la retiró sin dejar de mirar a la bebé —. Lo lamento —dijo el rey mientras limpiaba la baba que escurría.

—No hay daño Majestad, los bebés son así después de todo —Roo hizo un gesto, pidiendo silenciosamente que le permitiera cargar a la princesa, cuando recibió el permiso, la tomó por las axilas, elevando a la bebé por sobre su cabeza.

 

Charlie comenzó a reír, moviendo los pies y brazos, lo que hacía difícil mantenerla así.

 

—La joven princesa es realmente suya —Lucifer asintió, esta vez con seriedad. Tomó a la niña acomodándola en su cadera. De pronto el ambiente alegre se terminó. Todo se volvió oscuro y Roo comprendió que cometió un error —. Disculpe Su majestad — dijo arrodillándose.

—Te preocupaba que tu princesa tenga la sangre sucia de Lilith —sus rasgos demoniacos hicieron a Peste bajar la cabeza. Cualquiera creería que el cambio haría que Charlie se asustara, pero, todo lo contrario, su risa se hizo más estridente —. Debo recordarte querida niña, que los pecadores no pueden tener descendencia.

 

Era cierto. Una vez que los humanos pasaban al siguiente plano, no podían tener hijos, los ángeles eran infértiles y la semilla de los demonios no podía florecer en tierra mortal.

 

—He cometido un terrible pecado, le suplico castigue a esta humilde sirvienta —dijo Roo sin atreverse a mirar a Lucifer. En verdad no quería ofender a su princesa, pero por encima de ella, siempre estaría el bienestar de su rey.

 

El rubio dio un largo suspiro, ordenándole levantar la cabeza.

 

—No hay daño, sé por qué lo hiciste, mi querida niña —le aseguró haciendo que Roo sonriera. —Ya casi es hora de que Charlie coma, acompáñanos y disfrutemos un poco de té que Bee me envió hace unos días.

—Por supuesto Majestad, será un honor para mí.

 

 

....

 

 

Alastor vomitó el contenido de su estómago en él, extrañamente limpio baño. Azrael lo había llevado consigo a realizar la transición de una humana. Una mujer de piel oscura y ojos como los suyos. Era su madre. No importaba que la última vez que la vio él era tan pequeño que no debería ser capaz de recordarla, pero él podía.

 

¿Cómo no hacerlo cuando los únicos momentos felices que tuvo en su vida fueron entre los brazos de su madre?

 

Tuvo oportunidad de hablar con ella. Una muestra de lastima o crueldad de parte de su nuevo amo para lo que vendría después.

Descubrió que su madre tuvo otros seis hijos después de él que llegaron a nacer, otros 3 que tuvieron la suerte de no hacerlo. Cuando ya no fue capaz de tener más "crías", después de las complicaciones de su último embarazo, fue "regalada" a un demonio anciano de bajo rango que murió de edad hacía unos meses y su heredero no estaba tan interesado en vivir en la tierra, por eso había decidido que era el momento para que hiciera la transición.

 

Su madre comprensiblemente estaba asustada por los siglos de esclavitud que le seguirían, pero le aseguró a Alastor que estaba tranquila y que, al menos podría experimentar paz por un momento. El dolor que le siguió después, fue peor que todos sus partos juntos.

 

Azrael normalmente no era quien recolectaba el alma, ya no, solo lo hacía en casos especiales, y esa no sería la excepción. En su lugar, se quedó junto a Alastor, mientras una de sus Parcas, se acercaba a la mujer ordenándole cerrar los ojos, así lo hizo.

 

—Mira bien, Alastor, este es el pasado, presente y futuro de tu especie —dijo el ángel de la muerte antes de dar la señal a la parca para que iniciara.

 

El ente asintió, introduciendo su esquelética mano dentro del pecho de la mujer para extraer una esfera de fuego. Las llamas eran blancas, pero el núcleo tenía un color oscuro: el pecado original. durante la extracción, la humana no dejó de gritar y suplicar piedad. El dolor que experimentaba era como si su piel se quemara y al mismo tiempo, miles de agujas se le clavaran en el cuerpo.

 

Cuando su madre comenzó a gritar, Alastor quiso ayudarla, pero su cuerpo no se movió, Azrael había usado su poder para paralizarlo, impidiendo que si quiera pudiera parpadear.

 

Y Alastor odió cada segundo. Quería tanto poder matarlos a todos ellos. Esas malditas bestias deberían ser exterminadas y él encontraría la forma de hacerlo.

 

—Este dolor. Este sufrimiento. El odio que sientes, la desesperación y humillación... todo eso puedes agradecerlo a la alta serafín Sera —dijo Azrael mientras observaba a su parca moldear el alma para dar la forma deseada por su dueño —. Contrario a lo que crees, Su Majestad Lucifer quería darles paz durante la transición por consideración a Lilith, pero ella se negó.

 

Los humanos son la razón de la caída del cielo y deben pagar por su pecado con dolor en vida y muerte.

 

—Descubrirás que los ángeles son más crueles que los mismos demonios.

 

Después de la transición, no volvió a ver a su madre pues un pecador no podía permanecer entre los vivos. Su cadáver, por otro lado, sería enviado a los restaurantes a los que los demonios de paladar exigente solían ir.

 

Los humanos valían tan poco que ni siquiera tenían derecho a tener una tumba.

 

Recargó su espalda contra el frío azulejo. Golpeó su nuca. Una. Dos. Lloró por su madre y maldijo al cielo, al infierno y al mismo Dios. ¿Por qué permitió que Lucifer llevara a la humanidad a esto?, ¿no se supone que los amaba?

 

—Vaya, te ves como una mierda —Alastor se sobresaltó. Frente a él se encontraba un diablillo, más alto y de cuernos más prominentes que cualquier otro que hubiera visto antes. —Soy Blitzɵ, la o es muda. Ahora muévete que tienes que verte bonito para Azrael.

 

Alastor gruñó, pero no dijo nada, ¿qué sentido tenía?

 

El diablillo lo condujo hasta un cuarto, era pequeño pero limpio, a penas con una cama, un armario y una puerta que supuso llevaba a un baño.

 

—Prepárate, el Sr. Azrael te está esperando. Volveré en 10 minutos —dijo Blitzɵ antes de dejarlo solo, parado ahí, sin saber qué hacer.

 

Como esclavo, las únicas veces que estuvo en una habitación limpia era cuando debía atender a su amo o a los invitados de éste. Escaneó el lugar; la cama se veía cómoda, una túnica negra de tela delgada se encontraba sobre ella y entonces lo supo. Todos ellos eran iguales.

 

Sus pesados pasos se dirigieron al baño donde se quitó la ropa exponiendo lo que llevaba por debajo; llevaba un arnés de cuero rojo con una diminuta tanga que apenas cubría su intimidad, entre sus nalgas sobresalía la base de un dildo profundamente enterrado en su ano.

 

Se quitó todo, lavó el juguete antes de hacerlo con su propio cuerpo. Volvió a colocarse el arnés y el objeto en su interior, se colocó la túnica para cubrirse y se mantuvo en pie junto a la cama sin atreverse a sentarse, tanto por el objeto que lo empalaba, como por el hecho de que no había recibido permiso.

 

Blitzɵ entró a la habitación al pasar los 10 minutos. Lo miró de arriba a abajo, antes de hacerle una señal para que lo siguiera. El diablillo lo condujo por largos pasillos lúgubres hasta llegar a unas escaleras que parecían no tener fin. En silencio, los dos bajaron hasta llegar a otro pasillo.

 

Intensos olores. Agua podrida, mugre y sangre hicieron que Alastor arrugara la nariz por un momento, pero no se vio realmente afectado, ¿cómo hacerlo si has dormido incontables noches entre la inmundicia?

 

Los sótanos del palacio de Azrael eran en sí mismos una fortaleza. Gritos lejanos retumban en las entrañas de la Tierra. Estatuas talladas en los muros. Criaturas deformes y demonios gesticulantes contando una historia inefable.

 

Los calabozos han sido tallados en la roca a fuerza de cincel y martillo.

 

Manos huesudas o de dedos amputados y piel podrida se cuelan entre los barrotes. Hace calor; el aire está viciado de un olor a desechos y carne descompuesta.

 

—Son almas perdidas —dijo Blitzɵ sin mirarlo —Que no te toquen o terminarás como ellos.

 

Si Alastor tuviera orejas de animal, probablemente ya estarían pegadas a su cráneo. Trató de no mirar, pero era imposible no hacerlo. Esos ojos brillantes y espeluznantes enmarcados en esos rostros deformados, desencarnado y podrido eran difíciles de ignorar. Blitzɵ le explicó que ellos eran tanto pecadores que fueron abandonados por sus amos, así como demonios o ángeles que cometieron crímenes imperdonables.

 

El corredor parecía interminable, con encrucijadas que formaban un enmarañado laberinto del que el diablillo le advirtió de no perderse o jamás podría salir. Al fin, después de lo que parecieron horas, llegaron hasta una pesada puerta de madera negra con diseños intrincados en cobre. Blitzɵ abrió la puerta. Y contrario de lo que Alastor esperaba, dentro había una elegante oficina de piso de mármol negro.

 

Adentro había diablillos trabajando en escritorios de su medida, algunos otros corriendo de aquí a allá cargando pilas de papeles. Cuando Blitzɵ entró, todos ellos detuvieron su trabajo para saludar con cortesía; aparentemente, tenía un puesto más alto.

 

Un diablillo de pelo blanco se acercó. Alastor escuchó que se llamaba Moxxie quien le avisó que Azrael ya los estaba esperando.

 

—Adelante, no hay que hacerlo esperar —dijo Blitzɵ caminando entre los diablillos hasta la gran y elegante puerta que se encontraba al final de la habitación. Tocó tres veces, el ruido chirriante del umbral abriéndose ligeramente fue su respuesta. —Entra.

 

Alastor asintió, abrió la puerta. Inspeccionó el lugar. Era grande, había dos sofás, uno delante del otro, entre ellos una mesa de té de madera fina.

 

También, había un gran escritorio de ébano donde había un hombre de piel blanca, opaca como un cadaver. Su cabellera era tan oscura que parecía tragarse la luz. La oficina no era la misma en la que Azrael recibió a Gabriel, era más elegante y acogedor. El ángel de la muerte parecía no darse cuenta de la presencia de Alastor. El humano se aclaró la garganta para llamar la atención de su nuevo amo.

 

—Ya estás aquí —dijo sin levantar la mirada de los documentos que estaba leyendo. Alastor cerró los ojos, dio un largo suspiro antes de quitarse la túnica, algo que supuso, era la razón por la que había sido llamado, ¿por qué otra razón lo llamaría si no es por sexo? Estaba agradecido de estar lo suficientemente dilatado, por si su nuevo amo quisiera tomarlo sin preparación.

—Estoy a sus órdenes, mi amo —Azrael levantó la mirada de los documentos. Ojos de esclerótica y pupila negra, con iris color oro. Su rostro carente de emociones dejó entrever su malestar por un segundo al notar el aspecto de su nueva adquisición —Blitzɵ —su voz era baja, aun así, el duendecillo debió escucharlo, pues entró de inmediato.

—Sí, mi señor, sucede... oh, mierda —se lamentó el imp al notar la razón del malestar de su jefe. —¡Lo siento mucho señor!, permítame corregir mi error.

—Llama a Millie, que ella se encargue. Que use ropas apropiadas para ir a Palacio —Blitzɵ asintió tomando a Alastor de la mano para que se retiraran con tanta velocidad que apenas le dio oportunidad de tomar la túnica y cubrir su vergüenza.

 

En el camino de regreso a la habitación, Blitzɵ le pidió disculpas disfrazadas de excusas sobre que no creía que haría algo así con la misma Muerte encarnada. Azrael no tenía sexo, no le interesaba en ningún nivel, a él solo le interesaba cumplir su trabajo.

 

Al subir el último peldaño de las escaleras, se encontraron una hembra diablillo. Ella era Millie, los saludó antes de que Blitzɵ le diera las ordenes de Azrael. Con una sonrisa, la mujer condujo a Alastor de regreso a la habitación. Le explicó que todo dentro de esas cuatro paredes era para él, le mostró donde estaba la ropa que debería usar y le animó a usar bóxers que lo harían sentir más cómodo.

 

—Gracias Srta. Millie —dijo Alastor sin saber cómo reaccionar. Toda su vida había sido solo un muñeco para el placer, sin más importancia que un paño que usas y luego dejas de lado esperando a que alguien más lo limpie para volver a usarlo.

—Sé que es una habitación pequeña, pero no hay esclavos en el palacio y los otros imps no estarían cómodos teniéndote en el mismo piso que nosotros —Millie parecía un poco culpable por estar segregando a Alastor de esa manera, después de todo, ella y su especie solían ser menos preciados, aunque recientemente se les toleraba más por el hecho de que Lucifer los tenía como sus favoritos, pues solo a ellos se les permitía servirle directamente.

 

Millie, así como Blitzɵ, le dio privacidad para cambiarse, pero a diferencia del alto imp, la hembra le ayudó a peinarse, cuando terminó, lo hizo mirarse en el espejo que había traído.

 

Alastor se sentía extraño. Usaba un traje tipo esmoquin de color negro con seis botones, una camisa blanca, el escudo de Azrael en la solapa, un chaleco gris, pantalones, corbata, y guantes negros, todo con unos zapatos bien lustrados. Demasiado elegante o fino para un simple esclavo, aunque la realidad era que la calidad de su vestimenta era la misma que usaría cualquier sirviente.

 

Cuando Azrael lo vio, simplemente asintió antes de volver a su trabajo. Se quedó ahí, parado hasta que Blitzɵ entró para llevárselo y entregarlo a Millie que sería la encargada de mostrarle lo que tenía que hacer. Durante los siguientes días, la vida de Alastor giró en limpiar los pasillos, llevar té al ángel de la muerte o compartir alguna conversación ligera con los dos imps.

 

Por primera vez, Alastor se sintió libre, o al menos lo más cercano que un esclavo podría tener.

 

Hasta que Azrael le anunció que le acompañaría a visitar el palacio del rey. Entonces Alastor comprendió que las palabras que su actual amo dijo cuando se avergonzó delante de él, eran realmente ciertas, sí, debía lucir decente para estar frente a Lucifer.

 

 

....

 

 

Azrael había abierto un portal que los llevó al palacio de Lucifer en la tierra. El lugar era magnifico. Una extensión de terreno tan grande como una ciudad con diferentes edificios de diferentes tamaños. El más grande y central, estaba rodeado por cuatro medianos y estos a su vez por 6 más pequeños. Grandes jardines de flores de aromas dulces y fragantes. Un invernadero de vidrios que, a la luz del sol, rompían en los colores del arcoíris. Incluso un lago cuyas aguas cristalinas brillaban como diamantes.

 

Como era de esperarse de alguien de su estatus. Azrael fue recibido por un grupo de diablillos que se inclinaron ante él. El mayordomo principal, una imp regordete y aspecto serio, los condujo hasta una habitación amplia, cuyo único mueble, era una gran mesa redonda con cinco sillas y un cunero con adornos en oro, el escudo de la manzana en la tela.

 

No eran los primeros ahí. Roo se encontraba hablando con un demonio alto y musculoso, tenía la cabeza de un león con unos largos cuernos que salían de su frente, tenía cola de escorpión, el pelaje que lo cubría tenía un tono cobrizo. Era Milchama el jinete de la guerra.

 

En una esquina, había dos humanos con ropas de mayordomo.

.

—Vaya, ya han llegado todos —dijo una mujer detrás de Alastor. tenía un aspecto desnutrido, con los pómulos hundidos y rostro demacrado, como alguien que no ha probado alimento en semanas. Su piel era verde de un tono más claro que su cabello. Sus pies no tocaban el piso, pues usaba sus poderes para mantenerse flotando.

 

También tenía un esclavo humano con ella, pero a diferencia de todos ellos, usaba ropas andrajosas, sus labios partidos, resecos, por la falta de agua y alimento. No tenía más de 20 años y parecía que estuviera a punto de desmayarse.

 

—Aliméntalo. Se va a morir —dijo Azrael y Limus, la jinete del hambre solo sonrió.

Al ser ignorado, Muerte frunció el ceño haciendo que Hambre se estremeciera antes de asentir y solicitar alimento a los sirvientes del palacio. Azrael le hizo una señal a Alastor para que se fuera a la esquina con los otros sirvientes. Pronto, Limus se unió a la conversación de Roo y Milchama, mientras Muerte permanecía en silencio, bebiendo el té que le acababan de servir.

 

Pasaron casi 30 minutos cuando un hombre rubio pequeño entró a la habitación, usaba un traje blanco, cargaba a un bebé que parecía ser su copia, llevaba puesto un vestido color rojo y una pequeña tiara negra. Cuando los dos cruzaron el umbral, los jinetes se levantaron para hacer una reverencia.

 

—Los jinetes saludamos a su Majestad el Rey Lucifer Morningstar, Portador de la Luz y a su Alteza la princesa Charlotte, que su gloria impía gobierne sobre los cadáveres de los ángeles y la sangre de sus enemigos alimente las tierras infernales.

 

Lucifer hizo un ademán con la mano para que tomaran asiento, haciéndolo él mismo, acomodando a su hija en su regazo. La pequeña Charlie era una niña muy inteligente y despierta para su edad, observando a todos con sus grandes ojos rubí.

 

El tema no era tan interesante como Alastor esperaría de los 5 individuos más poderosos de la creación, centrándose más en la próxima fiesta para celebrar a Charlie. Por su parte, la niña mantenía la vista fija en Alastor, balbuceando en ese idioma de bebé y riendo cada vez que el humano parecía incomodo. Finalmente, la infante estiró sus bracitos, pidiendo ser cargada por él.

 

—¿Qué sucede mi pequeña manzana? —preguntó Lucifer con voz dulce. Miró a la dirección en la que la bebé estiraba los brazos. Frunció el ceño al notar que la atención de su hija era para alguno de los humanos que los jinetes habían traído.

—Parece que Su Alteza ya está interesada en tener una mascota —comentó Roo con una sonrisa burlona. Milchama golpeó la mesa mientras reía divertido.

—Si es el deseo de Su Alteza, con gusto entrego la propiedad de mi esclavo a ella —dijo mientras chasqueaba los dedos para hacer aparecer un pergamino frente a Lucifer. Roo y Limus se apresuraron a imitarlo.

 

Lucifer declinó la oferta. No necesitaba tener pestes en su palacio ya tenía suficiente con el idiota de Adam, aunque no tenía problemas con Eva y los pocos esclavos de cama que mantenía para aquellos momentos que la monotonía lo asfixiaba. Aun así, tener a una de esas pestes cerca de su precioso engendro no era algo que le gustaba.

 

Sin embargo, Charlie demostraba una vez más que tendría un temperamento duro y no se detendría hasta obtener lo que quería. Seguía manoteando, tratando de alcanzar su objetivo.

El rey dio un largo suspiro; solo había un ser que podía derrotarlo y se encontraba precisamente en su regazo.

 

—Bien, pero solo uno, mi manzanita, aun eres muy joven para poder cuidar de una mascota.

 

El comentario ofendió a Alastor, quien frunció el ceño, pero hizo lo mejor posible para ocultar su disgusto. Exceptuando a Azrael, los Jinetes rieron al ver la interacción. Fue Roo la primera en ordenar a su humano acercarse a la familia real. Era una hermosa joven no mayor a 15 años, su piel blanca y sin mancha, era pelirroja con rizos que caían por sus hombros con cierto desorden. Al verla, Lucifer frunció el ceño.

 

—Esta esclava es nueva —comentó haciendo que Roo sonriera. Los Jinetes eran la representación encarnada de la guerra, peste, hambre y muerte; todo ser (fuera de los pecados y la familia real), que permaneciera cerca a ellos por mucho tiempo inevitablemente terminarían sucumbiendo a su naturaleza, aunque los demonios tenían una resistencia un poco mayor a la de los mortales.

—La conseguí hace un par de días, no podía presentarme ante su Alteza con una mascota en mal estado —respondió Peste llevando una mano al pecho mientras su hermoso rostro se contraía en un gesto de culpa.

 

La adolescente se acercó a Charlie por indicaciones de su ama, pero la bebé frunció el ceño, pequeños cuernos sobresalieron de su frente y la humana retrocedió asustada. Roo la miró molesta, mientras Milchama y Limus se burlaban, aunque al final, sus esclavos también fueron rechazados por la joven princesa.

 

—Supongo que es mi turno —dijo Azrael haciendo una señal para que Alastor se acercara y esta vez, Charlie soltó una estridente risita mientras se lanzaba hacia adelante con las manos extendidas mientras abría y cerraba los puños, balbuceando para llegar a su objetivo.

 

Alastor se puso nervioso, no sabía que hacer, ¿debía cargar a esa criatura? No era ajeno en la manipulación de bebés, había cargado y cuidado a una cantidad considerable durante su vida. Niños que jamás vieron otro día gracias a su antiguo amo.

 

Se mordió el labio. Tan quieto como una estatua. El aire comenzaba a faltarle. Su corazón palpitaba tan fuerte que temía que toda la sala pudiera escucharlo.

 

Llantos infantiles resonaron en su cabeza. Recuerdos de todos aquellos inocentes que encontraron un destino terrible a manos de Malthael.

 

1... 2... 3.... Su cuerpo tiembla. ¿Era un ataque de pánico?

 

Una pequeña y cálida mano se posó en su mejilla. Parpadeo un par de veces tratando de alejar las lágrimas que nublaban aún más su visión. Y ahí estaba, la princesa del infierno, con su cara regordeta de bebé y sus grandes ojos de esclerótica amarilla y pupila roja.

 

—¿Qué esperas? Tú princesa desea que la cargues —dijo Lucifer con molestia. No le agradaba que Charlie estuviera interesada en un humano, pero por su hija, podía tragarse el orgullo.

 

Alastor asintió. Con manos temblorosas, cargó a la princesa, que reía alegremente, balbuceando mientras jugaba con la ropa del humano. Y por primera vez en su vida, el mortal sintió esperanza.

 

El ensueño no tardó en romperse, gracias a Guerra, que siendo el más vocal de los jinetes, se lamentó de haber perdido la apuesta, Hambre no tardó en secundarlo, mientras Peste solo reía.

 

Ese día, Alastor fue entregado a un nuevo amo por segunda vez en menos de dos meses, pero esta vez, su amo era tan joven que ni siquiera podía hablar, aun así, junto a ella tendría una vida que ningún otro esclavo tendría.

 

Continuará...

 

 

 

 

Bueno, hasta aquí el capítulo. Espero que les guste.

 

¿Creen que Lucifer será muy cruel con Alastor como su primer amo?

Chapter 4: Capítulo 4.- El palacio del rey

Summary:

Este capitulo contiene tortura explícita, muerte infantil y consumo de carne humana.

Si no puedes soportar, espera al siguiente capítulo, será más dulce y alegre para compensar este, además de que contendrá la razón de la brutalidad de este.
Gracia

También, te invito a leer mis otros dos fic: familia elegida y Árbol de manzana, ambos son más rosas y aunque contienen su propia dosis de violencia, no llegan a la oscuridad de este.

Gracias.

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, tortura, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Beta Reader:

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez mas fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

Capítulo 4.- El palacio del rey

 

 

Después de terminada la reunión, los jinetes se retiraron. Alastor había visto terror impreso en los ojos de sus congéneres, quienes en el mejor de los casos serían enviados a un criadero y en el peor se convertirían en alimento. Negó con la cabeza, debía concentrarse en su propio destino.

 

Lucifer ordenó a su mayordomo llevarlo al ala donde se encontraban los dormitorios de los esclavos.

 

En una pequeña mansión conectada al palacio principal se encontraba el harén del rey. Lejos de lo que se pudiera esperar, el lugar destilaba opulencia y estaba bien iluminado. Había muebles elegantes, como sillones y sofás cómodos, fuentes cuyas aguas provenían de manantiales subterráneos lo que permitía que pudieran beber de ellos.

 

A los ojos de Alastor, el lugar fácilmente podría pasar por la sala o recibidor de algún noble, pero por supuesto, siendo el hogar del soberano absoluto, hasta sus pertenencias debían estar rodeadas de lujo.

 

Su nueva habitación, era, por su puesto, mucho más grande que la anterior. Sus actuales ropas no eran tan distintas a las de antes salvo por los colores, que ahora consistían en un saco con rallas en dos tonalidades de rojo, una camisa color sangre con dos líneas negras formando una cruz en el pecho, una pajarita, pantalón café oscuro y zapatos negros con las puntas rojas.

 

Era ciertamente de mejor calidad. Más suave, como las sábanas que fueron el escenario de la primera violación que sufrió a manos de su primer amo y eso le hacía revolver el estómago.

 

Esa noche durmió con una mezcla de nerviosismo y anticipación. Quería tener esperanza y creer que, de alguna forma, la buena fortuna le había sonreído, pero los años de sufrimiento le enseñaron a no confiar en aquellos monstruos y Lucifer, padre de las mentiras, la encarnación del mal, debía ser el peor de todos.

 

Despertó con el delicioso olor de comida. Junto a la puerta, había un carro de servicio cubierto por un mantel, sobre él, había un plato con huevos, tocino, además de unos panqueques con mermelada de arándano, un vaso con jugo de naranja, otro con café y uno más con leche, por si fuera poco, había un trozo de tarta, panecillos y unas galletas.

 

Alastro jamás había visto tanta comida, mucho menos de un aspecto tan delicioso. Con Malthael solo tenía acceso a papillas sin sabor que contenían los nutrientes mínimos para evitar que enfermara, con Azrael, las comidas eran ciertamente mejores, pero seguían siendo insípidas, aunque Millie y de vez en cuando Blitzo, le habían dado algunas comidas que traían de fuera del palacio, pues todo lo que se cocinaba en los dominios de Azrael, carecía de sabor.

 

Se acercó cauteloso a la comida. El olor le hizo rugir las tripas, pero no se atrevía a tocar nada. Quizás era el desayuno de Lucifer que tomaría antes de divertirse con él y su sufrimiento. Se mantuvo quieto. Esperando.

 

—Si no te lo comes, Rosie se enojará contigo —en el umbral de la entrada, se encontraba una mujer de larga cabellera oscura, piel morena. Usaba un vestido blanco de tirantes con escote y la espalda descubierta.

 

Alastor la contempló con cierta nostalgia. Tenía un parecido a su madre, si ella hubiese tenido una vida fácil, lejos de toda la crueldad de los demonios y de los ángeles.

 

—Yo... —no dijo nada más. Las palabras murieron. No sabía si ella era uno de esos monstruos. Sus vestimentas eran demasiado preciosas como para ser una pecadora o una humana.

—¡Oh, pobrecillo! —dijo la dama atrapándolo en un abrazo maternal, aunque, de alguna forma, el rostro de Alastor quedó atrapado en su voluptuoso pecho. La mujer era alta, apenas unos centímetros más baja que él. —No te preocupes cariño, aquí nadie te va a lastimar.

—Eva, ¿qué vergas estás haciendo? —la mujer, que ahora sabía cómo se llamaba, lo soltó, permitiendo ver a Alastor al recién llegado. Frente a la entrada, se encontraba un hombre una cabeza más bajo que la dama. Parecía molesto.

—Adam, ya te he dicho que no digas malas palabras delante de los niños —lo reprendió Eva haciendo que el hombre pusiera los ojos en blanco.

 

Alastor miró a la excéntrica pareja. Adam, "ese" Adam, el primer hombre, padre de la humanidad y por lo que podía ver, un verdadero idiota, tan molesto como las heridas de un látigo en la espalda tratando de sanar, en cambio, Eva, la primera... segunda mujer, la madre de la humanidad, era dulce, cariñosa, tan maternal como se esperaría que fuera, aunque también era demasiado inocente (o lo parecía), y algo distraída.

 

—¡Oh, pastel! —exclamó la mujer antes de mirar a Alastor con sus grandes y brillantes ojos avellana. Adam dio un largo bufido, aconsejando al humano más joven que era mejor darle el postre o de lo contrario, no podría quitársela de encima. Él aceptó, de todos modos, el dulce no le gustaba, su primer amo solía usar cosas dulces durante las primeras violaciones.

 

Eva agradeció, comentando que Rosie no solía darles dulces, más allá de un par de galletas a la semana y la única ocasión en la que podía disfrutar de pasteles u otros tipos de postres, era cuando Lucifer los llamaba. Alastor no pudo evitar estremecerse, aunque no le sorprendía que el ángel caído original, fuese igual de depravado que todos esos monstruos.

 

—Aunque a dejado de hacerlo desde, bueno... Lilith —había una mezcla de enojo, tristeza y algo que Alastor no pudo identificar ya que no les conocía lo suficiente. Adam bufó, él era más fácil de leer que su esposa. —Lucifer no es, bueno... solo está herido.

 

¿Herido? Alastor quiso burlarse. Esa abominación había destruido la humanidad, los rebajó a simples animales, solo un entretenimiento.

 

—¡Por mi cráneo!, Eva, Adam, dejen de molestar al pobre chico —Alastor retrocedió al ver a la recién llegada.

 

Era una demonio alta, mucho más que él, delgada, caderas anchas, su piel gris pálido, dientes afilados, su cabello blanco corto, sus ojos eran completamente negros, como dos cuencas vacías en ese cráneo. Su vestido era largo de color granate pálido, burdeos con hombros abullonados, rayas finas en forma de espiral en el cuello alto negro, ribete oscuro alrededor de su cintura, manga larga con volantes, sus zapatos eran de tacón.

 

Alastor retrocedió cuando la demonio le sonrió, mostrando sus dientes afilados.

 

—¡Oh! Tú debes ser Alastor, el primer esclavo de la princesa Charlotte —dijo con una sonrisa —Soy la Duquesa Rosie, tengo el honor de cuidar de ustedes.

 

Rosie era la actual gobernante de las tierras ducales de Hannibal, cuyos habitantes eran caníbales y los principales consumidores de carne humana y pecadora. Había escuchado historias de terror sobre ellos, desde que torturaban a sus víctimas antes de comerlas mientras aun respiraban, hasta que abusaban de ellos antes de matarlos.

 

Sin embargo, la Duquesa era diferente a lo que Alastor imaginaba. Toda una dama con modales.

 

—¡Desayuna con nosotros! —dijo Eva emocionada mientras tomaba el carrito y comenzaba a caminar a la puerta —. Adam, cariño, trae al niño por favor.

 

El primer hombre dio un largo suspiro, se acercó a Alastor a quien cargó sobre su hombro como un costal de papas y siguió a su esposa en silencio, mientras el moreno forcejeaba para que lo soltara y Rosie se reía entre dientes.

 

Lucifer tenía algunos esclavos más, aparte de Adam, y Eva. Antony/Ángel, era un chico delgaducho y alto que gustaba usar ropas femeninas, era rubio, de piel tan clara y suave, el otro, era un castaño con una cicatriz visible en el ojo izquierdo, algo que le resultó extraño a Alastor, pues no era común que los esclavos de cama tuvieran marcas.

 

Su nombre era Vox, un bastardo petulante.

 

El desayuno fue... diferente. Ángel y Vox trataban de meterse con él, en diferentes formas, mientras Eva actuaba como una madre cariñosa, reprendiendo cuando era necesario, por su lado, Adam se limitaba a comer ignorando el circo frente a él.

 

Cuando todos terminaron, se retiraron dejando a Rosie sola con Alastor. La Duquesa le sonrió, indicándole que le siguiera.

 

Aunque Alastor era en esencia el esclavo de Charlie, la niña aún era un bebé y aunque  siendo una princesa tenía propiedades y otras propiedades a su nombre tanto en la tierra como en el infierno, todos sus bienes eran gestionados por su padre, eso incluía a sus futuras mascotas.

 

 

...

 

 

Alastor siguió a Rosie unos pasos atrás. El palacio del Rey era ciertamente una maravilla en sí misma, una construcción que estaba fuera de la capacidad mortal. Los pisos y columnas eran de mármol blanco con decoraciones en oro, los enormes ventanales, el símbolo de la manzana plasmado, casi perdido y a la vez en el centro de todos los diseños intrincados que surcaban entre cada baldosa, los muebles y el techo.

 

Grandes candelabros de prístino cristal colgaban sobre sus cabezas fragmentando la luz en colores que le daban una vida diferente y única al techo.

 

Se detuvieron en una gran puerta dorada, el símbolo de la manzana dominando la superficie. Rosie tocó la puerta, a unos minutos, un imp de rostro solemne le abrió, haciendo una reverencia permitiéndoles entrar.

 

La habitación era enorme, con un gran escritorio de madera del árbol Peltogyne y adornos dorados con la manzana en el frente. Lucifer se encontraba detrás de él, sentado en una silla ciertamente más grande que él. El cojín blanco con motivos en diferentes tonos de rojo de la misma manzana. Dos pilas de papeles se encontraban a cada lado del rey. Había otros muebles, dos sofás separados por una mesa de té y otros dos escritorios más pequeños, además de una preciosa cuna blanca y roja donde se encontraba la joven princesa tomando una siesta.

 

Había un par de diablillos caminando de un lado a otro, pasando documentos entre un escritorio y otro, donde demonios con apariencia de aves (Goetias), trabajaban leyendo o escribiendo diferentes documentos. Algunos clones de Lucifer revisando la papelería, mientas otro se encargaba de la bebé. Esto último descolocó a Alastor, ¿no se supone que el rey debería tener un ejército de niñeras para la princesa?, ¿por qué parecía ser el único que se encargaba de ella?

 

—Su Majestad —dijo Rosie haciendo una reverencia. Como si de una coreografía se tratara. todos en la habitación dejaron de trabajar para mirar al demonio y al humano. Lucifer (el original), sin embargo, no levantó la mirada, aun trabajando en el documento en sus manos.

—Déjennos —ordenó el rubio. Todos se apresuraron a cumplir la orden, no sin antes hacer una caravana.

 

Cuando la habitación quedó en silencio y solo quedaron ellos, Lucifer levantó la vista. Una sonrisa se dibujó en su bello rostro, una que Alastor comprendería tiempo después que era tan falsa como los clones que creaba.

 

—Duquesa Rosie. Gracias por tomarse la molestia de traerlo y me disculpo por que tuviera que rebajarse —dijo el rubio, su voz tan dulce que parecía hipnotizar.

 

Rosie se llevó una mano al pecho, restando importancia y asegurando que cualquier tarea ordenada por él, era un gran honor y privilegio. Lucifer asintió, tan solemne como se esperaría del ente más poderoso de la creación.

 

—Lamento lo de su marido, el Duque fue un gran súbdito —Rosie aceptó las condolencias, asegurando que su sabor no fue tan bueno, aunque el banquete resultó ser todo un excito. Lucifer asintió con la cabeza sin real interés en el tema.

—Hablando de banquetes, espero que asista al de la princesa —la caníbal se emocionó, asegurando que se encargaría de enviar un vestido digno de la princesa infernal.

 

Lucifer aceptó con un asentimiento, después de todo, la ropa confeccionada en el Ducado de Hannibal, era la de mejor calidad, siempre imponiendo la moda, aunque dicha fama era de cierto modo, gracias a Lilith.

 

El rey hizo una mueca al recordar a su ex esposa. Lilith, aunque la primera pecadora, tuvo privilegios únicos que la elevaron más allá que un demonio de la nobleza.

 

Y se atrevió a traicionarlo.

 

Lucifer cerró los ojos, negándose a dedicarle un pensamiento más a esa zorra, en su lugar, centró su atención en Charlie que había elegido ese momento para despertar y comenzar a llorar a todo pulmón.  Sonrió a su bebé que ahora se encontraba en los brazos de su clon.

 

—Puedes retirarte Rosie —dijo el rey dándole la espalda. La Duquesa asintió, presentando sus respetos antes de marcharse.

 

Alastor se mantenía en silencio. Sin comprender lo que estaba viendo. Ahí, delante de él. El adversario, el padre de las mentiras, el rey del infierno, soberano de las tinieblas, señor de todo lo corrupto y primer caído; miraba a su hija con una expresión que solo había visto en una persona: su madre

 

Era un sentimiento que no comprendía, algo que su mamá había llamado "amor".

La bebé no dejaba de llorar, no importaba cuanto la meciera su padre, o cuantos intentos hicieran los clones, ella seguía chillando y gritando. Finalmente, derrotado, Lucifer le ordenó a Alastor acercarse.

 

¡Maravilla!

 

Como si un chip se hubiese apagado, Charlie dejó de llorar tan pronto se dio cuenta de la presencia humana. Las risas reemplazando los sollozos.

 

Lucifer da un suspiro derrotado mientras coloca su preciada carga en los brazos del humano. Le ordena que se siente y Alastor lo hace, siempre caminando con cuidado y procurando no hacer movimientos que puedan enfadar a padre o hija.

 

—No me gustan los humanos. Tengo a Adam y Eva solo para demostrar mi poder al cielo, para enojar a su alta serafín, los otros por regalo de algún pecado —dijo Lucifer encogiéndose de hombros. —No confió en ustedes, son bajos, traicioneros... simple ganado.

—Y, aun así, se casó con uno de los nuestros —Alastor se tensó cuando los ojos de Lucifer se volvieron completamente rojos, los largos cuernos creciendo en su frente. El fuego escapando de su nariz y boca.

—Cuida tu lengua o la usaré para el desayuno —Alastor tembló, bajando la mirada, asustado de lo que el rey pudiera hacerle. ¿Iba a morir? Por suerte para él, Charlie hizo una trompetilla, frunciendo el ceño, sus puños cerrados en la ropa del humano.

 

Lucifer dio un largo suspiro, regresando a su apariencia normal. Derrotado. Ahora sabía que su hija no le permitiría lastimar a ese humano, ella no se lo perdonaría.

 

—Serás su niñera. Te elevaré a un lugar al que ustedes ni siquiera pueden soñar —dijo el rey mirando con el peligro de una serpiente —. No creas que te dejaré vía libre, te pondré hechizos que te impedirán lastimar a tu princesa.

 

Alastor miró a la niña, ésta le devolvió el gesto, sonriendo mientras se mordió el puño. Tan pequeña e inocente. ¿Cómo era posible que una criatura tan pura pudiese ser hija de la encarnación misma del mal?

 

—Te mudaras a la habitación continua a la mía. Charlotte duerme conmigo por ahora —prosiguió el soberano. Alastor asintió, aunque él hubiese querido quedarse con los otros humanos, sabía que no tenía voz o voto en esto. —Maté a Lilith. La torturé, comí su carne frente a ella —Lucifer se inclinó. Dejó que la amenaza florara entre ellos —. Se acostó con otro, ese fue su crimen. Si pude hacerle eso a ella por tan poco, ¿qué crees que haré con quien lastime a mi bebé?

 

Alastor no respondió. Solo imaginando las torturas "creativas" que podría hacer el padre del pecado con él si llegaba a enojarle. Lucifer se levantó, le dijo que tenía trabajo y que podría permanecer junto con Charlie en la esquina de la oficina que había adaptado para mantenerla en su rango y seguir trabajando.

 

—Soy el rey del infierno, el más amado y más odiado, tengo más enemigos que aliados.

 

El silencio dominó la habitación, solo interrumpido por las risillas de Charlie mientras intentaba alcanzar el rostro de Alastor, Lucifer se levantó para regresar al escritorio; con un chasquido de dedos, nuevamente los demonios regresaron, comenzando a trabajar como si no se hubiesen detenido antes e ignorando la presencia del humano.

 

Esa noche, mientras Alastor dormía en la cama más confortable en la que hubiese estado hasta ahora, fue visitado por Lucifer que lo observó en silencio por cinco minutos o tal vez menos, hizo un movimiento con la mano haciendo que el cuerpo mortal brillara por un segundo, había lanzado un hechizo para impedir que se despertara.

 

Sus seis alas se desplegaron, más grandes, brillantes y magnificas que las que alguna vez tuvo en el cielo. Su rostro había cambiado, ahora parecía una máscara sin rasgos o facciones, solo dos pozos de lava que eran sus ojos. Con la habitación iluminada por la luz de Lucifer; el caído extrajo la sombra del humano que ahora tenía vida.

 

—Mantendrás a mi hija a salvo —cientos de voces, tanto masculinas como femeninas. La sombra tembló agazapándose en un rincón. No podría culparla, después de todo, aquella forma no era algo que los mortales o incluso los demonios y ángeles de bajo rango pudieran soportar. —Tendrás la fuerza para dar la pelea a cualquier ser menor a un jinete o pecado.

 

La sombra asintió, parecía estar llorando. Lucifer se mantuvo quieto antes de "mirar" al humano que dormía, ¿se sentía culpable?

 

—Regresa —le ordenó a la sombra, cuando lo hizo, chasqueó los dedos y todo regresó a la normalidad.

 

 

...

 

 

En lo más remoto y oscuro de su palacio, Lucifer deambulaba por el gran pasillo; en las paredes algunos cuadros colgados. Imágenes de él en diferentes épocas. La poca luz de luna se filtraba por los vitrales que contaban la historia de su caída.

 

Se detuvo frente al retrato de Lilith. Frunció el ceño. Había ordenado quitar todas las imágenes de ella y sin embargo estaba ahí, esa pintura (aunque descuidada), de su antigua esposa, con la corona que él mismo le había puesto en la cabeza el día que ascendieron al trono del infierno.

 

Lucifer recordaba aquel día con claridad, como si hubiera sucedido minutos atrás y para alguien que ha vivido eones, mucho más de la existencia del tiempo, y con los días borrándose como la espuma del mar, era realmente significativo. Así eran muchos de los eventos que compartió con la primera humana, desde cuando era un idiota inocente, hasta que les expulsaron de la "gracia" de su Padre.

 

Había permitido que Lilith hiciera lo que quisiera, incluso después de que el cielo se rindiera a él. Fue tratada como la reina del infierno, ignorando su naturaleza humana.

 

Los demonios la veneraban como la reina, aceptándola como uno de ellos, Sera y los pocos ángeles que aún estaban de su lado, la aborrecían y los humanos la envidiaban.

 

Lucifer le dio libertad, permitiéndole tomar decisiones para el reino. No le importó que tuviera su propio harem, después de todo al ángel caído no le interesaba mucho las relaciones carnales.

 

Pero se volvió un error.

 

Lilith se había enamorado de uno de sus esclavos y cometió una traición imperdonable. Comenzó a reunir pecadores y ángeles de bajo rango, así como demonios que buscaban conseguir algo. Siendo su esposa y reina, si Lucifer moría, ella asumiría el poder completo el poder. Como viuda, podría tomar a su amado esclavo como esposo y su no nato bebé se convertiría en el príncipe de todo.

 

En su arrogancia, Lilith había olvidado qué tan atada estaba a Lucifer. Su pobre intento de derrocarlo fue destruido antes de iniciar.

 

Los pecadores que apoyaron a Lilith fueron entregados a la Duquesa Rosie para alimentar a su gente, serian descuartizados sin matarlos, curados para hacer crecer las extremidades perdidas y volver a iniciar. A los ángeles se les cortaron las alas, quemando los muñones con fuego infernal y acero celestial para evitar que volvieran a surgir, les sacaron los dientes, les sacaron los ojos y los enviaron a los burdeles oscuros (pero bien vigilados por Ozzie), los humanos sufrieron algo similar.

 

En cuanto a Lilith y su pequeño esclavo, fueron llevados a la sala de juegos de Lucifer, una mazmorra en lo profundo del palacio.

 

El lugar era una habitación amplia con diferentes equipos de tortura, parcialmente iluminada por esferas de fuego demoniaco que flotaban entre las columnas y en ciertas partes del techo mismo. Manchas de diferentes tonos de marrón o cobrizo ensuciaban a la mayoría de ellas, además del piso. El olor a podrido y desechos viciaba el lugar. Algunos desdichados cuelgan de los techos en jaulas tan pequeñas que solo les permite inclinarse o estar en cuclillas.

 

Un lugar terrible para una reina, en especial en su estado.

 

Para aumentar el estrés, se encontraba suspendida a 5 centímetros del suelo, sus brazos extendidos. Crucificada. Sus extremidades firmemente sujetas por grilletes, al igual que su cuello y cintura, impidiéndole moverse un solo milímetro. Le habían cortado el cabello hasta casi raparla.

 

Lucifer quería humillarla lo más posible.

 

Frente a Lilith, había un hombre sentado en una silla de acero cuya superficie estaba repleta de afilados picos, bajo ella, una antorcha encendida que estaba lo suficientemente cerca para calentar la estructura, pero no tanto como para infringir quemaduras serias. Estaba firmemente sujeto por el cuello, pecho, brazos y piernas. Tenía el rostro manchado de sangre seca y desfigurado por la tortura anterior.

 

A unos metros. Lucifer estaba cómodamente sentado, de pie, detrás de él, los jinetes y pecados. Todos expectantes de las acciones de su rey para con la traidora.

 

—¿Es necesario hacer esto? —cuestionó la reina de la gula. No la mal entiendan, ella creyó que Lilith era su amiga. Una víctima más de las manipulaciones de la primera mujer.

 

Lucifer la miró de reojo, haciendo que ella se estremeciera. De inmediato, el rey de la lujuria trató de ayudarla, no queriendo que su hermana fuese considerada una traidora, pero el ángel caído no estaba enojado con ella, al contrario, le pidió acercarse y acomodar su cabeza en su regazo, ella lo hizo, disfrutando de las caricias.

 

—Mi querida Abeja. Sé que ella fue tu amiga durante siglos. La quieres, lo sé bien —dijo con voz cariñosa, como la de un amoroso padre hablando con uno de sus hijos que había hecho una travesura inocente. —Temo decirte que ella solo te estaba usando.

 

Las orejas de Bee se pegaron a su cabeza. Lilith gritó que era falso, que ella la quería y que por favor la ayudara, que por lo menos salvara a su bebé, quien supuestamente era hijo de Lucifer. El rubio frunció el ceño. Ordenó al verdugo, un perro del infierno con el rostro cubierto por una capucha negra; usar un hierro caliente y clavarlo en el costado de la mujer para que se callara.

 

—Sería mejor que los Pecados se retiren —comentó Roo, pues eran los más cercanos a la antigua reina y en ese momento no pensaban con claridad.  Por supuesto eso no le sentó bien a ninguno de ellos, pero Roo les aseguró que ninguno los juzgaba. Lilith había logrado manipular hasta al mismo Lucifer.

—Retírense. Tomaremos el té, mañana y compartiremos todas las comidas para ponernos al día —Los Pecados se retorcieron en su lugar, pero finalmente se marcharon. Lo último que escucharon antes de dejar el calabozo, fue los gritos desesperados de la primera mujer.

 

Lucifer aguardó cinco minutos. Solo cinco minutos que para la pareja fue una lenta tortura. Las filosas uñas del rey infernal tamborilearon en la fina madera del apoyabrazos. Su mente, maquinando, trazando su próximo movimiento. Un diablillo entró cargando sobre su cabeza una charola más grande que él donde llevaba un plato con manzanas cortadas en forma de conejo. El rey tomó algunos degustando la fruta mientras mantenía contacto visual con Lilith.

 

—Mi Señor, ¿puedo sugerir un juego? —Milchama chasqueando los dedos para hacer aparecer 2 ruletas de diferentes tamaños, la más grande, tenía dibujado diferentes partes del cuerpo: ojo, diente, lengua, dedo, uña, mano, brazo, oreja. Mientras el otro tenía escrito: arrancar, quemar, cortar, clavar, azotar.

 

Lucifer tomó otro trozo de manzana mientras con la otra mano, chasqueó los dedos haciendo que la ruleta más grande, haciendo que la flecha girara, rápido, rápido, hasta detenerse en el dibujo del ojo. Le permitió a Guerra usar la segunda ruleta que marcó arrancar.

Dejó escapar una risita, se levantó agarrando el ultimo pedazo de fruta y comiéndolo de un bocado. se detuvo frente al humano.

 

—Veamos, de tin... marin.... —dijo señalando un ojo y luego el otro. Lucifer miró a Lilith, su amplia sonrisa mostraba sus afilados dientes —¿Cuál te gusta más? ¿derecho o izquierdo?

 

La antigua reina le gritó que era un monstruo y, como respuesta el ángel caído se acercó a ella, elevándose para que sus rostros quedaran a la misma altura.

 

—Oh, pero "mi amor", tú creaste este monstruo —extendió las manos y sus alas, las plumas erizadas —¡Tú mataste al más puro de los ángeles! ¡Al favorito de Dios y lo arrastraste al fango del que naciste! Si la humanidad y el cielo deben culpar a alguien por su desgracia, esa eres tú, querida mía.

 

Gruesas lágrimas escapaban de sus ojos, hinchados y enrojecidos. ¿Era su culpa? No, ella solo quería ser libre. Ella y Adam habían sido creados a la imagen y semejanza de Dios. Eran superiores a los ángeles, no al revés, por esa razón debía ser adorada.

 

Lucifer le dio la espalda, acercándose nuevamente al humano. Le acarició el rostro haciéndolo estremecerse.

 

—¿Cuál era el lugar que ocupaba al lado de mi padre? —los jinetes, el perro y diablillo respondieron al unísono que a la derecha. Otra sonrisa se dibujó en su hermoso rostro —. ¿Escuchaste? —no esperó reacción, en su lugar se abalanzó sobre el mortal, arrancando de un mordisco el ojo diestro.

 

El grito que llegó después, ensordeció a los presentes, ocultando el llanto y gemidos de piedad de Lilith. Lucifer mostró el globo ocular que aún se mantenía en su boca. Lo masticó despacio, manteniendo contacto con la antigua reina, que pasaba de las suplicas a los insultos en un círculo que le parecía divertido al ángel caído.

 

—Bueno, este ha sido el bocadillo más terrible que he probado —dijo haciendo un gesto de asco. El diablillo se apresuró a entregarle un pañuelo para que pudiera limpiarse la sangre que manchaba su hermoso rostro.

—¡Me toca, me toca! —exclamó Limus aplaudiendo y dando pequeños saltitos, como una niña que quería participar en un juego divertido. Lucifer le sonrió.

—Por supuesto querida.

 

Hambre hizo girar las dos ruletas que se detuvieron a los pocos segundos: lengua/cortar. El siguiente fue Azrael: brazo/quemar. Roo: lengua/clavar.

 

El juego macabro continuó por horas, hasta que el desdichado había quedado irreconocible, pero aun respiraba y seguía consiente. Lucifer se había encargado de eso. Finalmente, aburrido, ordenó al perro infernal cortarle la cabeza; tan pronto la vida abandonó el maltrecho cuerpo, Azrael atrapó el alma y la hizo desaparecer en fuego infernal por órdenes de su rey.

 

—¡Son unos monstruos! ¡Lo pagaran, juro por Dios que pagaran por esto! —las risas de los presentes contrastando con sus gritos agónicos y maldiciones. Lucifer la miró, concentrado en su hermosa cabellera, aquella de la que Lilith siempre estuvo tan orgullosa, fue lo primero que le quitó, dejando solo unos cuantos mechones maltrechos y sucios.

 

Regresó a su asiento, para ese momento el diablillo ya le había traído algunas tartas de manzana y una malteada de vainilla. Tomó uno de los postres y les ofreció a los jinetes e incluso al imp y al perro del infierno, estos últimos aceptaron emocionados de poder comer algo de lo mismo que su rey comía.

 

—Bueno, bueno. Ya me he aburrido de jugar a la ruleta —dijo antes de tomar de su malteada —. Creo que se me antoja otro juego, debe ser especial, después de todo, no todos los días tenemos a la mismísima reina para nuestra diversión.

 

Lilith rogó nuevamente, pero esta vez no por ella, lo hizo por el bebé que crecía en su vientre, suplicando a Lucifer que lo dejara vivir, que era inocente de los pecados de sus padres. Tal vez fue la desesperación, pero la antigua reina creyó ver la duda en el rostro de su marido. Él siempre había tenido cierta debilidad por los niños, ofreciendo regalos valiosos cada que un infante nacía entre las nobles familias infernales, incluso había creado parques completamente gratuitos para que hasta los más pobres entre los pobres pudieran divertirse y comer algo delicioso.

 

—Tenazas. Uñas —cualquier esperanza se terminó cuando el perro infernal comenzó a arrancarle las uñas, primero las de los pies, después la de las manos que aún conservaban un poco de la manicura que se había hecho apenas un par de días atrás, antes de que su vida perfecta se arruinara.

—Luci... Luci... por favor, ten piedad —rogó entre lágrimas y voz entre cortada por el dolor. Se había orinado cuando perdió la primera uña. El ángel caído hizo una mueca de asco —. Agua.

 

Al instante, el perro infernal le lanzó una cubetada de agua helada que, en conjunto con la frialdad de la mazmorra, la hizo temblar de frio.

 

—Aclaremos algo, Lilith —dijo mientras jugueteaba con los restos de su malteada —. Tú ya no eres la reina. No eres mi esposa. Ni siquiera eres esclava y ellos son aún más insignificantes que el agua podrida de este lugar.

—¡Caímos juntos! —Lucifer frunció el ceño antes de estallar en carcajadas ominosas. Le recordó a Lilith el pequeño secreto de su primer encuentro.

—Tal vez soy un monstruo, "mi amor", pero no fui el primero —dijo con voz aterciopelada. Hizo una pausa. Chasqueó los dedos haciendo aparecer un asador pequeño. El crepitar del fuego proporcionaban cierta calma —. Se me antojó un filete, ¿a ustedes no? —los jinetes comenzaron a reír.

—Las piernas se ven apetecibles —comentó Roo sus compañeros secundan su sugerencia. Lucifer asiente con la cabeza y ordena al verdugo que corte 7 trozos generosos que el imp comenzó a cocinar.

 

Degustaron la carne, saboreando cada bocado con lentitud, siempre procurando que Lilith los viera, aun en su agonía. La mirada de Lucifer estaba centrada en el pecho de la primera mujer. Tan desnuda como en su primer encuentro.

 

Lilith era hermosa, así fue creada, con su larga cabellera rubia, su rostro perfecto con labios carnosos y sensuales, esa figura de reloj y esos exquisitos senos que invitaban a perderse en ellos.

 

El rey se acercó a su esposa, fuego envolviendo su mano derecha con la que le cubrió la boca y ahogando sus gritos, solo soltándola cuando los labios se redujeron a cenizas y la dentadura quedó expuesta.

 

—Cuchillo —pidió extendiendo la mano. El verdugo se apresuró a obedecer. Utilizó el objeto afilado para cortarle los senos, tomando su tiempo con cada uno de ellos. A esas alturas, Lilith ya no intentaba luchar, estaba muy cansada y solo quería morir.

 

Cuando terminó de cortar ambos pechos, le dio una mordida a uno de ellos. Arrugó la nariz y con voz aterciopelada indicó que le hacía falta sal y como respuesta, el perro infernal volvió a lanzar agua a Lilith que contenía dicho mineral. Ella solo se estremeció, demasiado exhausta para tener otra reacción

 

—Mi rey, disculpe mi impertinencia, ¿no sería bueno ver el estado del feto? Sería un delicioso entremés para que disfrutemos mañana —comentó Hambre y aquello le dio energía a Lilith para volver a luchar, pero sus débiles intentos fueron en vano.

 

El verdugo le abrió el vientre, revelando un bebé de unos 5 meses, lo que ciertamente fue una sorpresa para Lucifer, pues estomago era demasiado plano para una mujer con tanto tiempo de embarazo.

 

—Ustedes decidan quien se comerá sus almas —dijo dando la vuelta y marchándose. Se sentía sucio, pero al mismo tiempo libre. Había hecho justicia por ese pobre ingenuo.

 

Esa noche se emborrachó como no lo había hecho desde los primeros días en el infierno.

 

Continuará...

 

 

….

 

 

Bueno, espero que les guste el capítulo. Nos vemos en la siguiente.

Chapter 5: Capítulo 5.- Los verdaderos demonios no nacen...

Chapter Text

 

 

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Beta Reader:

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

Capítulo 5.- Los verdaderos demonios no nacen...

 

 

Había destrozado el retrato y todo lo que estaba cerca. Quemado como el dolor que le atormentaba desde que conoció a Lilith. No regresó a su habitación, no quería lastimar a Charlie con su mal humor, en su lugar, se dirigió al harem, despertando a Adam y Eva.

 

Sentado en un cómodo sillón frente a la cama, los observó tener sexo.

 

Había modificado los cuerpos de los dos primeros humanos, dotando a Eva de pene y a Adam de vagina. Lucifer disfrutaba de ver a la segunda mujer penetrando a su marido; embistiéndolo salvaje, pero aun entre la ferocidad de los embates, podía ver el amor escondido en la interacción.

 

El clímax de Eva se derramó en el interior de Adam, tomándose un momento antes de apartarse. Miró al rey del infierno con una radiante sonrisa.

 

—¡Lulu!, ¿qué te pareció?, ¿lo hicimos bien? —así era Eva, como un cachorro ansioso de complacer a su amo y recibir algún premio por su buen comportamiento.

 

Lucifer la apreciaba por eso. Eva era completamente diferente. Inocente, dulce y con un corazón más grande que sus pechos. Él la apreciaba, mucho más que a cualquier otro humano, por eso cuidaba de ella y Adam, que, de alguna forma también tenía cierto lugar en su corazón.

 

—Lo has hecho bien querida —dijo con una sonrisa. Eva soltó un chillido alegre, abrazando a Lucifer de tal manera que el rostro del rubio quedó enterrado entre su pecho desnudo.

—Eva, recuerda que no le gusta que hagas eso —ella se quejó, pero aun así se separó del ángel caído, pero el celestial le besó la mano con un cariño que a cualquiera fuera de ellos tres resultaría antinatural para el rey del infierno.

—Cariño, le pedí al chef que preparara algunos dulces, ¿por qué no vas a comerlos? Están afuera —a la segunda mujer se le iluminaron los ojos, dio un último abrazo a Lucifer y un sonoro beso en la mejilla antes de dejar la habitación, así, desnuda como estaba.

 

Pero el rubio era celoso, no permitiría que nadie más la viera así. Chasqueó los dedos haciendo que un conjunto pijama de pantalón y blusa de seda rosa cubriera su cuerpo antes de que pudiera abandonar el cuarto.

 

En la soledad, Adam contempló el rostro de su amo, leyéndolo como un libro para niños. Suspiró mientras se levantaba para tomar agua de la jarra que descansaba en la mesita de noche; bebió despacio, sintiendo la penetrante mirada del rubio.

 

—¿Qué pasó? —preguntó mientras dejaba la jarra vacía en su lugar. Lucifer desvió la mirada, meditando entre hablar o simplemente quedarse callado —. ¿Qué te hizo recordarla? —los ojos del demonio se volvieron fuego por un momento antes de bajar los hombros en un gestó de derrota.

—Encontré un retrato de ella en una zona a la que no había estado en siglos —Adam rodó los ojos recordándole que el palacio era ridículamente grande y era natural que los sirvientes se olvidaran de ciertas secciones.

 

Era una excusa muy floja, ambos lo sabían, sobre todo porque había suficiente personal para tener el palacio impecable, el mismo pasillo donde estaba el retrato estaba impoluto. No, alguien estaba jugando con él, ignorando flagrantemente sus órdenes.

 

—No fue tu culpa, ¿sabes? Lilith te obligó —Adam se revolvió el cabello, sentándose en el filo de la cama frente a Lucifer. El caído desvió la mirada negándose a verlo a los ojos —. Ella te hizo caer, incluso antes de que el cielo lo hiciera.

—No soy inocente. Yo elegí matar a ese niño —la voz de Lucifer era tan lastimera que incluso el primer hombre sintió lástima. Adam jamás lo diría en voz alta, pero se sentía culpable. Cuando él y Lilith conocieron al entonces ángel favorito de Dios; era inocente, con una personalidad y pensamiento de un infante no mayor a los 10 o quizás 12 años.

 

En ese entonces, Adam le gustaba jugar con él, aprendiendo, conociendo su entorno, juntos, pero el humano siempre actuando como el hermano mayor. En contraste, Lilith solía tocarlo de formas que ahora comprendía eran incorrectas.

 

No fue hasta que la humanidad comenzó a proliferar, que Adam comprendió que la primera mujer había preparado a Lucifer para que creyera, pensara que estaba bien lo que le hacía, que se amaban y solo hacían cosas de pareja.

 

Solo después de la caída y los siglos conviviendo con los pecados y los jinetes que Lucifer comprendió la verdad, comenzando a alejarse de Lilith, odiándola y obligándola a hacer un trato de lealtad para demostrar al infierno y a sí mismo, que no era la marioneta de una humana.

 

El infierno no era un lugar agradable, por supuesto que no, nunca lo fue. No había lugar para la debilidad, mucho menos si eres el ángel que alguna vez fue el favorito de Dios. Podía tener la lealtad de los Pecados y de los Jinetes, pero eso no significaba nada en el infierno. Eran depredadores que saltarían a su cuello si tuvieran la oportunidad.

 

Cuando Lilith, a pesar de todo, intentó traicionarlo, tuvo que usarla como ejemplo para que todo el infierno supiera que él era su rey y que, si podía hacerle eso a su esposa, a la mujer que "amaba", el castigo que les esperaba sería mucho peor que el de ella.

 

Adam había estado ahí, observando; a los pies de Lucifer mientras éste se obligaba a comer del cadáver de Lilith y de su amante, pero negándose a consumir al bebé, alegando que era un premio para sus jinetes y pecados. Después de eso, se había encerrado en su habitación, negándose a comer y ordenando no ser molestado.

 

Tal vez era por su origen celestial, pero Lucifer no era muy afín a la carne, no importaba la procedencia, ya que en cierta forma era veneno para él, aunque no ponía su vida en peligro, si podía causarle malestares leves.

 

Meses después de la ejecución de Lilith y su sequito, Lucifer mandó a construir orfanatos y escuelas de calidad para los niños nacidos en el infierno.

 

La soledad del palacio comenzó a molestarle. Trató de aminorar el malestar pasando días disfrazado para pasar el tiempo en parques y ver a los niños jugar. Fue en una de sus excursiones, mirando a una diablilla acunar a su bebé que lo supo. Un ser de su propio núcleo, alguien que lo amara de verdad y que jamás lo traicionara o le hiciera daño.

 

Semanas. Meses después de la ejecución de Lilith. Lucifer había comenzado su nuevo proyecto. Aun siendo el ángel de la creación, responsable de muchas de las obras que alguna vez aparecieron por primera vez y que aun existían para maravillar a los demonios; fue complicado crear una nueva vida a partir de, bueno, nada, pero los esfuerzos rindieron frutos cuando Charlie abrió los ojos por primera vez y dio su primer respiro.

 

Y Lucifer la amó.

 

Charlie era el primer amor real y puro que el antiguo favorito de Dios conoció. En la privacidad de su habitación, Lucifer se juró hacer lo necesario para que Charlie, su preciosa princesa tuviera todo lo que quisiera y que jamás sufriera.

 

—¿Cómo está la pequeña mierdecilla? —preguntó Adam después del incomodo silencio que los había dominado. Lucifer frunció el ceño mirándolo de reojo.

—No le digas así. Es tu princesa —Adam se encogió de hombros. No tenía miedo de decir aquello, al menos no en la intimidad de esa habitación. Lucifer sabía que era su forma de hablar, de demostrar que Charlie le importaba.

—¿Qué pasó con el niño? No ha regresado —no le estaba recriminando, el rey lo sabía, era pura y simple curiosidad y le parecía bien, después de todo, ¿no era esa la razón del libre albedrio?

—Es de Charlie —el primer humano asintió con la cabeza. No hacía falta preguntar más, al menos no por el momento —. Será mejor que me vaya. Char-Char despertará pronto y estará hambrienta.

 

 

...

 

 

La princesa Charlotte se había despertado una hora atrás. Llorando. Clamando por comida. Alastor trataba de calmarla, pero él mismo quería unirse a la bebé; la única experiencia que tenía con niños tan pequeños era acunarlos, luchando para que sus últimos segundos de vida conocieran, al menos un poco del cariño que se le negó solo por nacer como humano.

 

¿Y si la princesa lloraba porqué alguien la había lastimado?

 

La acunó contra su pecho, buscando el olor metálico de la sangre, ese al que se había vuelto tan sensible y que podía identificar con tanta facilidad, pero Charlie tenía una dulce fragancia a limpio y flores, algo que a Alastor se le antojaba debían oler todos los bebés sin importar su especie.

 

—¿Qué sucede? —la voz lo había sobresaltado. Lucifer se mantenía en el umbral de la puerta.  El humano lo observó con el rostro compungido. Había miedo ahí, pero no por su propia seguridad, al menos no completamente.

—Señor, yo... no sé qué le pasa —dijo desesperado. Asustado.

 

Lucifer miró al humano, luego a su hija mientras se acercaba a ellos con paso lento; extendió las manos para tomar a la niña de brazos del esclavo y le sonrió.

 

—Solo tiene hambre —dijo mientras se acomodaba en la mecedora, desabrochándose la camisa para acercar a la bebé a uno de sus pezones.

 

Alastor bajó la mirada, centrándola en sus manos, aguantando como podía las ganas de llorar. Se preguntó si él hubiera podido salvar a alguno de esos bebés si él...

 

No, el desaparecer por completo era un destino mucho mejor que el que todos los que llegaron a la mayoría de edad tenían. Desaparecer en la nada siempre sería mejor que seguir siendo esclavos durante siglos o la eternidad.

 

—Supongo que no tienes experiencia con niños —Alastor no respondió, demasiado perdido en sus pensamientos cargados de culpa y autocompasión. —Sí, supongo que era obvio teniendo en cuenta quien fue tu primer amo.

 

Lucifer no lo había dicho con la intención de lastimarlo, pero el peso de sus palabras le cortaron la respiración. La crudeza de su pasado era demasiado para olvidarlo.

 

—Tendrás que aprender —dijo Lucifer mientras Charlie se separaba de él, buscando con la mirada a Alastor y pidiendo ser cargada por el humano que dudó un poco antes de tomarla.

—Pensé que la princesa tenía niñera —las palabras habían salido sin que Alastor si quiera las registrara. Mirándolo de soslayo, Lucifer admitió que no confiaba en nadie para cuidar de su hija.

 

Él era rey del infierno, soberano de la tierra y aunque Sera lo negara, también lo era del cielo; sus súbditos le amaban, pero también, escondido entre las sombras, había quienes querían destruirlo, hacerle daño y la manera más fácil y efectiva sería, por supuesto a través de Charlie

 

Sabiendo que tener un hijo crearía una debilidad, ¿por qué tenerlo?

 

La respuesta era simple. Por qué podía. Por qué era el ser más poderoso de la creación.

 

—No confío en nadie —comentó, parco como solía serlo con los extraños, pero mientras acariciaba la regordeta mejilla de la bebé; Alastor vio cariño en esos ojos ámbar. —Tú tienes suerte de gustarle.

 

Las palabras se quedaron ahí, flotando mientras los sumergían nuevamente en el silencio, aunque esta vez, Alastor no lo sintió incomodo o pesado.

 

Los días transcurrieron con tranquilidad después de eso. Alastor pronto se acostumbró a la rutina de Charlie. Permanecía de pie mientras Lucifer la alimentaba, después, volvía a dormir o ayudaba con el baño, le cambiaba los pañales o jugaba con ella mientras su padre trabajaba. Con el tiempo tuvo más libertad, podía transitar por los pasillos con libertad siempre que estuviera con la bebé.

 

En una ocasión, Lucifer le pidió llevarla a la biblioteca y leerle algunos cuentos mientras él tenía una reunión con Mammon y algunos nobles de Avaricia.

 

Por supuesto que la biblioteca era enorme, fastuosa, con largos corredores que se perdían entre estanterías que llegaban al techo, todos cargados con innumerables libros de pastas coloridas o sobrias. Sillas y mesas de madera fina estaban distribuidas por ciertas zonas, había también, grandes sofás con mesitas de té para poder disfrutar de la lectura con mayor comodidad.

 

Con Charlie ajustada a su cadera, Alastor contempló todo, sin saber qué hacer. Como esclavo, como humano, él no había aprendido a leer o escribir.

 

¿Cómo le leería a la niña? La miró y ella le dedicó una trompetilla, comenzando a reír, feliz por solo estar con él y eso de alguna forma le calentó el corazón.

 

Bueno, si no podía leer, podría fingir hacerlo, de todos modos, la niña tampoco sabía leer, ¿verdad?

 

Una hora después Lucifer encontró a Alastor con su hija en el regazo mientras "leía" un libro que para empezar estaba boca abajo, cuando lo cuestionó, se enteró de algo que debía ser obvio para él: los humanos no tenían derecho a la educación.

 

—Te enseñaré a leer y escribir, no puedo permitir que mi hija tenga un esclavo inculto —dijo con firmeza. Adam y Eva sabían hacerlo, además de conocer matemáticas y los astros; aunque bueno, ellos eran los primeros humanos, participaron en la creación de dicho conocimiento.

—No creo ser digno, mi señor —respondió creyendo que eso era lo que debía decir, aunque por dentro quería hacerlo. Tal vez en toda esa infinidad de libros, existiría uno que le ayudara, que le mostrara cómo matar a esos monstruos.

 

Alastor descubrió en Lucifer un maestro paciente y entregado. Los primeros días se había asustado, creyendo que sería golpeado cuando no comprendía algo a la primera, sin embargo, el rey solo esbozaba una media sonrisa y volvía a explicar; con su guía, el humano tardó poco en aprender a leer y escribir. Cuando le creyó listo, el rubio le permitió llevarse libros, que devoraba uno tras otro; aunque los temas eran sencillos, siendo en su mayoría novelas bobas sobre romances prohibidos con trágicos finales, él los disfrutó por completo.

 

Como la historia que había terminado hace dos días: Romeo y Julieta, que hablaba sobre dos familias nobles que se odiaban, de cómo los hijos de estas familias se habían conocido en un banquete real y se habían enamorado, terminando suicidándose para poder estar juntos.

 

O el cuento que le leyó a Charlie antes de su siesta, sobre el patito que era odiado, pero logró convertirse en el rey de las aves.

 

Ahora que lo recordaba, la biblioteca de la princesa tenía una cantidad insana de libros relacionados a las aves, principalmente los patos, a los que ella y el propio Lucifer, parecían gustarle tanto.

 

En sus ratos libres, cuando padre e hija compartían tiempo privado. Alastor iba a visitar a Eva para llevarle todos los postres a los que tenía acceso. La madre de la humanidad siempre lo recibía con una radiante sonrisa, invitándolo a comer con ellos o simplemente pasar el rato.

 

Alastor no lo admitiría en voz alta, pero le gustaba compartir la mesa con ellos. Adam, en la cabecera leyendo el periódico que Rosie le permitía leer, Eva, limpiando el rosto de Vox, Ángel o incluso de él cuando alguna miga se llevaba a pegar en sus rostros. A la mujer también le gustaba acariciarles las cabezas o besarles las frentes. En algunos días, les cantaba nanas.

 

Últimamente, Adam y Eva habían comenzado a enseñarles a tocar instrumentos. Alastor encontró emocionante tocar el piano. Disfrutaba como sus manos podían crear dulces melodías que encantaban a Eva, aunque algo le decía que ella disfrutaría de verlo tocar aun si fuese malo.

 

—Mañana será el banquete —dijo Eva mientras lanzaba palomitas a Adam, quien intentaba terminar la partida en la nueva y reluciente consola que Lucifer les había dado. Últimamente, el rey infernal se comportaba más esplendido con ellos, algo que agradaba a todos, pero hacía levantar las cejas del primer hombre cada que un nuevo presente llegaba.

 

Miró a Alastor que parecía absorto en la radio antigua que perteneció a Eva a penas días atrás. Una media sonrisa se formó en sus labios; el chico parecía más viejo que él o su esposa, al menos sus gustos lo eran, pues no se veía para nada interesado en la enorme TV que dominaba gran parte de la pared del área de descanso.

 

—¿Seremos llamados? —preguntó Vox. Su antiguo amo solía hacer fiestas donde él y otros esclavos debían "entretener" a los invitados. No sabía sí Lucifer hacía lo mismo, dado que el soberano no parecía muy interesado en las fiestas.

—Con Lilith si éramos llamados —respondió Eva con calma, algo que llamó la atención de Alastor, pues parecía tan fuera de lugar en la habitual alegría y energía que la mujer siempre expresaba —., aunque Lulu no solía estar presente y ella era mala con nosotros cuando eso pasaba.

 

Ángel comentó que le encantaría meterse en los pantalones del rey. Mencionó que "mamá y papá" eran afortunados de poder compartir cama con él. Alastor por su lado, no podía entender el deseo carnal, en especial si el receptor era el monstruo más grande de todos ellos.

 

 

...

 

 

Alastor regresó a la habitación de Charlie poco antes de la merienda. Encontró a la niña sentada en el suelo, rodeada de peluches de patos de diferentes tamaños. La bebé tenía su chupete en la mano, tratando de alimentar a una serpiente de escamas doradas que descansaba en su regazo.

 

Por un momento, el humano sintió pánico por el reptil, pero se calmó en cuanto Lucifer le dijo que no le haría nada. La serpiente era parte de su corona, una representación del infierno y siendo Charlie la princesa, era natural que pasaran tiempo juntas.

 

Hablando del diablo. El monarca se encontraba cómodamente sentado en el sofá, entre sus manos, una de esas diabólicas cosas modernas (una tableta inteligente o como se llamará), frente a él, una mesita de té con diferentes postres y una taza de humeante y fragante café.

 

Los demonios habían desarrollado maquinas, tecnología para hacer la vida más fácil (con o sin magia), Envidia, Lujuria y Pereza eran los principales creadores de aparatos extraños: desde la radio que tanto fascinaba a Alastor, pasando por vehículos que no necesitaban bestias o humanos para moverlos, hasta esas pequeñas cosas con las que se podían comunicar desde cualquier punto o verse sin necesidad de pasar portales. El mismo Lucifer contribuía en crear cosas que ayudaban a la comodidad de su gente.

 

En contraste, los ángeles contaban con poca o nula tecnología, comunicándose por palomas y pergaminos como en los tiempos del Edén. Era algo de lo que el primer amo de Alastor solía quejarse de cuando aún no había caído, siempre despotricando en contra de Sera y su necesidad de tenerlos como "humanos", alejados de los beneficios que brindaban los demonios.

 

—¿Cómo está Eva? Me imagino que disfrutó de los dulces que le llevaste —Alastor se tensó, temiendo que el rubio estuviera molesto por "robar" golosinas para darle a una simple humana, aunque se tratara de la madre de la humanidad. —No me importa lo que hagas con tu comida. Pediré que te den más pastelillos y pay de manzana, a Eva le encantan —agregó sin mirarlo.

—Majestad...

—Eva es una gran madre, es normal que quieras pasar tiempo con ella. Si hubiera tenido una, tal vez la hubiera elegido a ella —el silencio reinó por un momento hasta que Charlie clamó por la atención de su humano favorito. Alastor le sonrió a la niña, levantándola del suelo para ajustarla a su cadera.

 

El moreno observó a Lucifer, quien no se había inmutado (ya no), cuando tomó a la niña. Parecía demasiado absorto en, lo que sea que estuviera haciendo con esa cosa.

 

—¿Qué vestido crees que sea mejor? —cuestionó enseñando la pantalla para que Alastor pudiera ver las fotografías. Diferentes imágenes de atuendos infantiles se mostraron ante los ojos del humano que terminó señalando un hermoso conjunto rojo, dorado y negro.

 

Era un vestido rojo carmesí con bordados de manzana en hilo de oro en la parte baja de la falda, una cinta negra de seda en la cintura, tenía volantes en la falta, manga larga con dorado y negro, la tiara era pequeña, hecha de platino con rubíes en forma de manzana, un par de zapatos rojos haciendo juego.

 

Era precioso y a Lucifer le pareció apropiado para su princesa.

 

—Tienes un buen gusto —lo felicitó Lucifer —. Charlie se verá hermosa en el banquete.

 

El banquete. La razón por la que de alguna manera terminó en el palacio; se había retrasado y reprogramado, pues a la niña le habían comenzado a salir los dientes y su padre no quería someterla a estrés innecesario. Sera se había molestado por eso, así como el resto de las Virtudes, pero a Lucifer no le importó, muy por el contrario, lo usó para enojarlos lo más posible.

 

Y aunque le hubiera gustado seguir alargando el plazo, sabía que la nobleza infernal también comenzaba impacientarse, deseoso de conocer a su princesa.

 

—... Asegúrate de tomarle medidas —dijo Lucifer a un caníbal. Alastor no había notado cuando éste entró, ni cuando el rey comenzó a darle instrucciones hasta que el demonio se acercó a él. —La paleta de colores está bien, pero su traje debe tener el símbolo de la princesa en la espalda y, mmm, tal vez un collar haciendo juego.

 

El demonio asintió con la cabeza mientras tomaba nota, para posteriormente anotar las medidas de Charlie, Alastor e incluso las d Lucifer. Se esperaría que alguien del estatus de ambos rubios, tuvieran al menos una docena de modistas ocupándose de sus prendas, no solo una sola persona, pero es que a Lucifer no le gustaban las multitudes.

 

Solos nuevamente. Lucifer contempló a Alastor, mientras él y Charlie jugaban en el suelo. La escena se le antojaba demasiado doméstica, tan natural, que por un momento tuvo el impulso de dejar caer su taza para romper el encanto, pero se arrepintió de inmediato, no quería asustar a su hija y por alguna razón, tampoco al humano.

 

Quizás en otra vida, en otro lugar, los dos pudieron ser amigos.

 

Continuará...

 

 

 

Los próximos dos o tres capítulos serán ¿dulces? Tal vez, pero sí puedo decir que no serán tan oscuros como el anterior, pero eso no significa que dejaré de lado la esencia del fic.

Chapter 6: Capítulo 6.- Larga vida a la princesa

Chapter Text

 

 

 

 

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

Capítulo 6.- Larga vida a la princesa

 

 

Alastor observó el lugar. El gran y elegante salón estaba preciosamente decorado con vivos rojos, largas mesas con alimentos de vistas sofisticadas se encontraban en un extremo de la habitación. Demonios altos y orgullosos se paseaban de un lado a otro, hablando entre ellos, mientras pequeños diablillos llevaban charolas con copas rebosantes de líquidos espumosos para agasajar a los invitados del rey.

 

Se removió en su lugar, acariciando distraídamente la tela de seda del vestido de Charlie que parecía estar cómoda entre sus brazos, mirando a todos con esos grandes ojos inocentes; estando al lado de la bebé, se sentía protegido y eso le producía culpa, se supone que son los niños los que deben sentirse seguros con los adultos, no al contrario.

 

—Vaya, pero si es mi pequeño boleto de la suerte —Alastor se tensó, instintivamente apretó a la niña contra su pecho, lo que la hizo hacer un puchero y mirarlo confundida. Quería ir con Lucifer, pero éste se encontraba lejos, distraído con un demonio búho de plumaje negro.

 

Gabriel, Anterior Virtud y "flamante" nuevo caído se encuentra delante de él. Sus alas, antes blancas, ahora grises como la ceniza, usaba un traje ajustado de cuero negro. La bebé lo miró con el ceño fruncido cuando intentó tocarla; Alastor dio un paso atrás, tratando de alejarla de ese ser, algo que por supuesto no agradó al antiguo ángel.

 

—Escucha pequeña zorra, estás aquí gracias a mi —dijo entre dientes —, me debes la vida, y...

—¿Y qué? —los dos adultos se sobresaltaron. Lucifer se encontraba detrás de Gabriel, pero no estaba solo, también Bee y Asmadeos estaban ahí.

—¡Lucifer! —exclamó Gabriel intentando abrazar al rubio, pero Ozzie le impidió acercarse más. El ex ángel frunció el ceño, pero siguió con su fachada —. Te he extrañado. Has hecho un excelente trabajo en la tierra y seguramente...

—Gabriel, ¿sigues usando ese nombre? —el aludido no tuvo oportunidad de contestar, dado que Bee intervino diciendo que el nombre era irrelevante, Ozzie le dio la razón y Lucifer solo sonrió. —Mi querida abeja tiene razón. No importa cómo te llames ahora, lo que sí es interesante de ver es las agallas que tienes para acercarte a mi hija sin autorización.

 

Gabriel apretó los dientes, pero no dijo nada. No, debía ganarse el favor de Lucifer; era necesario para obtener beneficios y vengarse del idiota de Rafael.

 

—Disculpé si fui grosero —hizo una reverencia —. Solo me impresioné de ver que mi antiguo esclavo estuviera aquí, en especial con la princesa en sus brazos.

 

Lucifer entrecerró los ojos. No quería a ese idiota cerca de su hija y por extensión de Alastor, pero no se podía permitir hacer una escena y dejar que los demonios pensaran que tenía debilidad por un humano. Por suerte para él, Bee intervino, elevándose a un metro de Gabriel, luciendo amenazante (tierna a los ojos del rey), sugiriendo al caído que comenzara a conocer su lugar, si es que no quería ser el platillo principal en alguna de sus fiestas.

 

—Por supuesto, Reina de la Gula, aun así, yo no soy un simple querubín —Lucifer rodó los ojos. Por supuesto que ese idiota no se iba a quedar en su carril, era orgulloso, ambicioso, de hecho, le sorprendía que hubiera tardado tanto en caer.

—Claro que no —mencionó Ozzie con ironía. Rodó los ojos antes de centrar su atención en Charlie que parecía atenta a él y a Beelzebub. Gula también se percató, ignorando por completo al caído. La reina se hizo pequeña, del tamaño de un peluche, para revolotear alrededor de la niña que comenzó a reír.

—Parece que le gustas, mi querida abeja —dijo Lucifer, olvidando por un momento la presencia de la antigua Virtud que, por supuesto se hizo vocal al respecto.

—Me gustaría cargar a la princesa, es, después de todo mi sobrina —aquel tono desagradable de superioridad hizo que a Alastor se le revolviera el estómago y su deseo de sacar a Charlie del alcance de ese monstruo fuese más grande. Por suerte Lucifer tampoco tenía intenciones de permitir que su bebé estuviera cerca de alguien que recién cayó, mucho menos si era una Virtud.

—Lo lamento, pero la única familia que tu Princesa tiene, son los Pecados, los Jinetes —le dedicó una sonrisa, mostrando sus afilados dientes en un gesto de desafío —, incluso este simple humano, es más importante, mas... familia para ella de lo que tú, un caído inmundo, podrías ser jamás.

 

Gabriel apretó los puños, tragando la humillación que solo crecía, pero era difícil con la risa de Ozzie y Bee al fondo, pero lo que le hacía hervir la sangre era esa mirada de superioridad que esa pequeña zorra humana tenía. Quería golpearlo, hacerlo pedazos, gritarle que era por él que estaba en ese lugar, le debía la vida, debería estar ansioso de hacer lo que él quisiera, ¡debería estarle besando los pies!

 

—¿Sucede algo? —como si no fuese suficiente para su estado de ánimo, el resto de los Pecados y aun, los mismos Jinetes se habían acercado, tal vez por el alboroto, quizás solo por Charlie, no lo sabía.

—Creo que un insecto se ha colado —comentó Milchama, mirando a Gabriel con desdén y asco. —No debe ser agradable para Su Alteza tener algo tan inmundo frente a ella.

 

Aquello hizo reír a los presentes, incluyendo a Alastor, aunque no había querido, le fue imposible no disfrutar la expresión de su antiguo amo. Había comenzado a descubrir el retorcido placer que le proporcionaba la humillación de otros, en especial cuando se trataba de esas bestias malditas.

 

—Vaya, creo que la caridad de Lord Azrael ha sido mucho mayor que otros años —agregó Lumus para aumentar el mal rato de la antigua Virtud.

—Supongo que solo quería que Su Majestad Lucifer pudiera ver cómo están cayendo los poderosos —dijo Satán. Alastor lo miró. Era alto, como todos ellos (con excepción del mismo rey y su antiguo amo), parecía un dragón de escamas rojas, que vestía cuero negro, haciéndolo parecer fuera de lugar entre la multitud de demonios de ropajes elegantes y extravagantes, pero ni al soberano o al mismo pecado parecía importarles lo inapropiado de su guardarropa para un evento tan importante como ese.

—Pensé que, a su Majestad, el rey Lucifer le agradaría ver a uno de sus dos hermanos que le mostraron tanta compasión antes de la caída —Gabriel se removió en su lugar, por primera vez tenía ganas de dar la vuelta y salir de ahí. Había olvidado como él y Rafael habían torturado al rubio rey infernal antes de ser expulsado del cielo.

 

Alastor sabía un poco de eso, Millie se lo había contado en alguna ocasión. Antes de ser lanzado a los abismos del infierno, para salvar a Lilith de ser quemada en fuego sagrado, El Portador de la luz tomó el castigo de ambos, sometiéndose a torturas tan crueles que se pensarían eran obra de demonios sanguinarios y no de ángeles, supuestamente benevolentes.

 

—No son mis hermanos —dijo con los ojos rojo brillante que destilaban veneno —. Si quisiera ver a cualquiera de ellos, sería solo sus cabezas adornando la pared de mi oficina.

 

El comentario hizo que los Pecados y Jinetes comenzaran a reír. No era secreto que ellos odiaban a las Virtudes, tal vez incluso más que a la propia Sera, dado todo lo sucedido durante el juicio celestial y la expulsión de, no solo Lucifer, sino de toda su corte infernal.

 

Por suerte para Gabriel, un sirviente se acercó para informarle a Lucifer que estaban listos para el siguiente punto en el itinerario. Aunque al inicio de la velada se había presentado a Charlie como la princesa a todos los presentes, el soberano había planeado permitir a la nobleza que se acercaran para presentar sus regalos y hacer juramento de lealtad, aunque algunos demonios no estaban de acuerdo, disimularon bien su malestar, después de todo no querían morir a manos del rey.

 

Justo cuando los caídos (los pocos invitados a la reunión al menos), estaban por hacer su voto de fidelidad; las puertas se abrieron con ruidoso dramatismo. La corte celestial, encabezado por Sera y Emily ingresaron; la alta serafín mantenía la cabeza erguida con un porte orgulloso. Usaba un vestido blanco con largas y holgadas mangas, un corsé dorado con un ojo en el pecho, su halo brindo más de lo normal.

 

En cuanto a Emily, usaba las ropas de siempre. Detrás de ellas se encontraban 6 ángeles, todos ellos con tres pares de alas, pero había uno en particular que llamó la atención de los presentes por el gran parecido que tenía con su soberano, era Michael, líder de las Virtudes y ejecutor de la sentencia de Lucifer, la mano responsable de empujarlo a los abismos del infierno.

 

—Sera —dijo Lucifer con una sonrisa que no llegó a sus ojos. Todos a su alrededor se tensaron, molestos por la intromisión del cielo en un evento tan importante, pero el malestar del rubio no provenía de la interrupción o la presencia de los ángeles, era solo su existencia la que lo molestaba —. Justo a tiempo para que jures lealtad a tu princesa.

 

Las Virtudes fruncieron el ceño, mientras Sera se tensó y Emily parecía incómoda.

 

—¿Cómo te atreves a pedirle tal cosa al líder de los serafines? —cuestionó Michael dando un paso adelante, su mano fuertemente cerrada en la empuñadura de la espada ajustada en su cintura.

 

Lucifer, ladeó la cabeza; su sonrisa se hizo más grande y se cubrió de malicia y diversión. Michael, su estúpido gemelo, el bocón que delató su "romance" con Lilith, el responsable principal de su destierro del cielo. Como deseaba poder cortar cada extremidad de su insolente cuerpo.

 

Quería regresarle a Michael, Rafael y Gabriel, cada herida, cada hueso roto o miembro arrancado, todos y cada uno de los golpes de látigo que pintaron su espalda de cicatrices. Deseaba ofrecer a sus "queridos hermanos", la gratitud que el infierno daba a sus enemigos.

 

—Michael, es raro verte aquí. ¿Cómo has estado? —dijo con falsa dulzura —, te permitiría acercarte a Charlie para ofrecer tu lealtad, pero temó que tu aliento al coño de Sera no es apto para ella.

 

El gemelo de Lucifer desenvainó su espada, listo para atacarlo. No le importaba estar rodeado de demonios o la masacre que estos desatarían por su intento de lastimar a su rey.

 

—¡Michael! —por supuesto que Sera no estaba dispuesta a morir por la estupidez de otro, mucho menos siendo algo sin sentido que no traía beneficio alguno, muy por el contrario, solo le daría más poder a Lucifer. Por suerte la virtud se detuvo, aunque los demonios no estaban contentos con él.

—Si Miguelito, has caso a tu dueña —por supuesto que Lucifer estaba disfrutando esto, tal vez más de lo que debería considerando que era una fiesta en honor de su hija, por lo que era mejor otro enfoque. Miró a la mas joven serafín y le sonrió con amabilidad, o al menos con lo más parecido que podía permitirse demostrar delante de su corte —. Querida Emily, me alegro tanto verte. Tú, a diferencia de todos esos cerebros emplumados que te acompañan; eres bienvenida a mi humilde hogar. ¿Te gustaría conocer a la princesa Charlotte más de cerca?

 

Emily dudó por un momento antes de asentir con alegría. Le encantaban los bebés, aunque solo había visto un par a lo largo de su existencia.

 

Charlie estaba feliz de conocer a alguien nuevo, de hecho, parecía que la joven serafín se convertiría en una de sus personas favoritas si pasaban tiempo juntos, algo que tanto Lucifer como los Pecados y Jinetes se dieron cuenta al ver a la niña ofrecerle la sonaja con la que se entretenía hasta hace un par de minutos.

 

—Eres adorable —arrulló la joven queriendo tocarla, pero Alastor trataba de mantenerla fuera de su alcance con movimientos disimulados, pero obvios para Lucifer.

—¡Disfruta pequeña serafín!, ¡come y bebe tanto como te plazca! —sentenció el rey del infierno extendiendo sus brazos para dar dramatismo a sus palabras. —En cuanto a ustedes, presenten su juramento y luego lárguense —dijo, sus rasgos demoniacos en todo su esplendor.

 

Después de la amenaza, les dio la espalda. Por supuesto, no debes darle la espalda a tu enemigo, eso era algo que cualquiera sabría, pero si lo hacía alguien como Lucifer, era una clara demostración de su poder y todos en la habitación lo sabían.

 

Una hora después, los ángeles no se habían marchado, pero si al rey del infierno no parecía importarle, a su corte mucho menos. Por otro lado, Charlie comenzó a mostrar signos de estar molesta o cansada, lloriqueando de vez en cuando o mostrando sus rasgos demoniacos. Lucifer decidió que era hora de que la niña se retirara, ya era tarde para ella, debía tener hambre y probablemente también requería cambio de pañal.

 

—Llévala a sus aposentos. Están excusados del resto del evento —habló Lucifer mirando a Alastor que asintió con la cabeza antes de marcharse con la bebé. Estaba cansado, con hambre y sed, no había podido tomar un solo bocado por miedo a ser regañado o dejar a la niña sola.

 

Por supuesto, se despidió al invitado de honor de la manera que una princesa se merecía, dejando al rey para lidiar con los invitados, al menos por un rato más cuando su paciencia terminara y los expulsara a todos de su palacio.

 

—¿Está bien que ese humano se vaya solo con Su Alteza? —cuestionó una de las cabezas de Leviatán, la que más se parecía a una serpiente. —Podría hacerle algo —agregó la segunda.

—Está bien, él no la lastimará —dijo Lucifer con seguridad. No con la sombra de Alastor imbuida con su magia, lo que impedía físicamente al humano de lastimar a Charlie, además de brindarle protección lo suficientemente fuerte para detener al enemigo, al menos lo suficiente para que el rey llegara a ellos.

 

La velada transcurrió con una leve tensión. La corte infernal no apreciaba la presencia de los ángeles y estos se mantenían alertas, esperando cualquier ataque; por su parte, Gabriel se mantenía en medio, queriendo encajar entre los demonios, pero estos le detestaban incluso más que a los santurrones habitantes del cielo.

 

Mientras Lucifer hablaba tranquilamente con Emily, Michael se acercó a ellos, pidiendo al rubio una audiencia en privado. Aunque el rey pensó rechazar la oferta en un primer momento, decidió permitirlo, después de todo, humillar al líder de las Virtudes era uno de sus pasatiempos favoritos, pero la curiosidad de saber qué quería fue mayor a su placer.

 

Disculpándose con la joven serafín, condujo a Michael a la terraza. El viento helado habría hecho temblar a los dos inmortales, si pudieran sentir el cambio de clima.

 

El cielo nocturno estaba plagado por brillantes estrellas que brillaban. Era invierno en esa parte de la tierra, pero el palacio estaba protegido con una barrera que mantenía el clima agradable para Charlie, además de mantener fuera a aquellos que Lucifer no quería, lo que significaba que conscientemente permitió que Sera y los suyos ingresaran a sus dominios.

 

—Entonces... ¿qué quieres? —cuestionó antes de darle un sorbo a la copa de vino que había tomado antes de salir al exterior —, que sea rápido.

 

Michael se cuadró, tomando una pose más cerca de un militar que de la relajación. Lucifer puso los ojos en blanco; sin importar el pasar de los milenios, su "hermano" no cambiaba.

 

Cambiar.

 

Era una palabra extraña para un inmortal, sin embargo, los demonios, él, había cambiado, lo hacían constantemente, algo que los ángeles parecían ser incapaces de hacer.

 

—Quería darte mis condolencias por lo de Lilith —Lucifer tuvo que reprimir poner los ojos en blanco. Por el tono de Michael, era obvio que no sentía nada por su finada esposa, muy por el contrario, había un matiz de alegría, aunque bien oculto para quien no lo conocía. —Aunque debo decir que es un alivio que ya no esté contigo. Ella no era buena para ti.

 

Lucifer entrecerró los ojos. Su cola se había hecho visible, mostrando el malestar de su dueño a través de sus movimientos bruscos.

 

—¿Y qué te diferencia de ella, Michael? —ambos lo habían destruido, a un nivel que ningún otro podría si quiera acercarse. Lilith, moldeándole a sus deseos, destruyendo al ángel que fue para dar paso al cordero que se supone debía serle obediente y que nunca esperó, se transformara en la serpiente que le devoraría.

 

Michael, por su lado. Su, una vez amado hermano, su confidente, le había delatado con su Padre, que le castigó, aunque no expulsado, no, eso se debía a algo más retorcido y vil. El crimen que Sera cometió en contra de Dios, el asesinato que Lucifer tuvo el infortunio de descubrirla en el acto. Lucifer recordaba escapar para pedir ayuda a su hermano, ¿y qué hizo él? lo entregó para ser culpado por los pecados de Lilith: dar la manzana a Eva y la expulsión de los humanos del Edén.

 

—Sé que decirle a Padre fue un error, pero Samael...

—¡No me llames así! —gritó. Sus alas erizadas, los rasgos demoniacos en todo su esplendor. Fuego rodeando sus pies, como un sabueso que protege a su amo. —Él murió por tu mano y la de Sera. ¿Es que ya has olvidado sus gritos clamando piedad mientras le arrancaban las uñas, mientras el látigo le rompía la espalda?, ¿Las veces que te llamó antes de que le arrancaran la lengua o le sacaran los ojos?

 

Pero Michael no retrocedió. Para la Virtud, Lucifer era una mera fachada que ocultaba a su querido Samael, aquel ser que era la más hermosa creación de Dios, quien debía y debe ser suyo.

 

—Samael. Ahora que la primera humana ya no es más que un recuerdo —uno malo pensó Lucifer, pero permaneció callado, quería saber que quería para poder expulsarlo a patadas de una vez —, la princesa necesita otra unidad paterna, por lo mismo, deseo ofrecerme para una alianza por matrimonio.

 

Lucifer agradeció haber terminado con su vino, de lo contrario era probable que lo hubiera escupido de estar bebiendo. No podía creer la desfachatez, el cinismo que ese bastardo petulante y purista, ¿cree que tiene si quiera derecho a seguir considerándose algo suyo? Tenía suerte de que no le cortara la cabeza y usara su carne para agasajar a su corte.

 

—No necesito una esposa. Mi hija ya tiene familia y esos son mis Pecados y Jinetes —una sonrisa burlona adornó su hermoso rostro —, tengo suficientes candidatos para calentar mis sábanas, ¿por qué te querría a ti?

 

Michael apretó los puños, pero se mantuvo sereno.

 

—¿Humanos? Tus esclavos no son suficientes para saciar a la misma encarnación de la tentación —Lucifer se burló, preguntando sí él era capaz de complacerlo en la cama, como respuesta, Michael golpeó su pecho —. Por supuesto, soy una Virtud, pero lo más importante, tú y yo fuimos creados para ser las dos caras de la misma moneda. Estamos hechos para complementarnos.

 

—Me parece muy... tierno que creas que te tomaré en cuanta para algo más que no sea practicar mi puntería, ¡Infierno sangriento! Incluso preferiría tener a la mascota de Charlie gimiendo mi nombre en cualquier día de la semana.

 

Michael dio un paso adelante. Humillado, herido, como cualquier bestia, sería más peligroso.

 

—Entiendo. Supongo que mi propuesta te tomó por sorpresa —hizo una pausa, tratando de contener su enojo —. Por el momento te dejaré tranquilo, pero Samael eso no significa que mi propuesta cambiará.

 

Lucifer hizo una señal de desdén con la mano, restando importancia a la amenaza disfrazada de promesa.

 

—Como sea. Ya me aburrí de todos ustedes, largo de mi palacio —dijo tronando los dedos. Al instante, todos los asistentes a la fiesta, desaparecieron, los demonios aparecieron en sus respectivos hogares, mientras los ángeles, en algún lugar de las desiertas de los barrios bajos de la ciudad más cercana al palacio.

 

Lucifer se dirigió sus pasos a la habitación de su hija, preocupado de que la pequeña no pudiera dormir. Lo que descubrió le calentó el corazón. Alastor, estaba acostado en el sofá cual largo era, Charlie cómodamente recostada en su pecho y un libro de cuentos en el suelo que seguramente se había caído en algún momento. Intentó tomar a su princesa, pero tanto el humano, como ella se tensaron, negándose a dejar el agradable calor compartido.

 

—Bien, supongo que no les hará daño quedarse ahí por hoy —susurró. Chaqueó los dedos para asegurarse que ambos estuvieran en la temperatura adecuada y Alastor no sintiera ninguna incomodada o dolor después de dormir en el sofá.

 

Miró a la sombra que los observaba desde una esquina, temerosa de ofender de alguna forma al rey del infierno.

 

—Cuídalos —le ordenó antes de marcharse. Tenía trabajo que hacer si quería pasar el mayor tiempo posible que pudiera con su bebé y con Alastor...

 

Lucifer se detuvo a mitad del pasillo sorprendido por sus propios pensamientos.

¿Por qué quería pasar tiempo con ese mortal? No lo sabía, pero preferiría no indagar demasiado. Al menos no ahora, no por esa noche.

 

Continuará…

 

 

 

 

Espero les guste el capítulo. Saludos.

 

Chapter 7: Primeras palabras

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.
Personajes: Lucifer/Alastor
Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.
Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

—f

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

El infierno es eterno

 

Capítulo 7.- Primeras palabras

 

Alastor había conocido a la princesa heredera Charlotte Morningstar, cuando tenía solo 3 meses, el banquete se realizó a los 7 meses y hoy, la pequeña cumplía 8 meses de vida. Durante todo este tiempo, el humano conoció la paz. Atrás habían quedado los días en que despertaba con el cuerpo destrozado y cubierto por fluidos. El hambre también era otra cosa que parecía tan lejano, ahora pasaba las noches en una cama cómoda, en una habitación que podía llamar suya.

Sus mañanas iniciaban con un desayuno deliciosos sin "aderezo especial", de hecho, comía lo mismo que el rey e incluso compartían la mesa desde que la niña comenzó con las papillas.

Después de los alimentos, Charlie y él acompañaban a Lucifer a su oficina donde trabajaba hasta la hora de la comida, nuevamente compartiendo la mesa, el rey los dejaría solos por unas horas para encargarse de alguna reunión o papeleo, ese tiempo era aprovechado por ambos para leer algún cuento o ayudar a la niña a fortalecer sus piernas.

Charlie ya comenzaba a dar sus primeros pasos y a balbucear palabras más claras, aunque nada en concreto aún. Lucifer estaba cada día más emocionado, deseoso de escuchar "papá".

Había una nueva adición a la rutina de la niña; la visita de niños de su edad, hijos de las nobles familias infernales, pequeños peones de sus padres ansiosos por ganar el favor de la princesa y tal vez, si se jugaban bien las cartas, lograr un matrimonio con la rubia heredera, algo que Alastor no creía que Lucifer permitiera.

Las niñeras de aquellos niños eran otro tema; diablillos que, si bien no lo insultaban directamente, no perdían la oportunidad de mirarlo con desdén cuando creían que no los veía. Solo un pequeño imp que cuidaba de una lechuza hembra de grandes ojos rosas le trataba con amabilidad.

El mochuelo pertenecía al linaje Ars Goetia, hija del príncipe Stolas, a quien Lucifer tenía en alta estima.
—Gracias querida —dijo Alastor cuando la nana de la niña Goetia le ofreció un poco de café. La imp, al igual que él, era una amante de la cafeína; solían compartir una o dos tazas mientras vigilaban a las infantes, pero ahora que ambas comenzaban a dar sus primeros pasos o moverse más, les resultaba más complicado poder disfrutar de su sabroso (amargo), brebaje.

La diablilla asintió con la cabeza antes de darle un sorbo a su bebida, aun así, su atención se mantenía fija en las niñas que en ese momento jugaban con sus peluches favoritos.

—¿Su Alteza ya ha comenzado a decir sus primeras palabras? —la pregunta lo tomó por sorpresa, aunque sus respectivas bebés no eran un tema poco común entre ellos, hasta el momento no habían abordado "ese" asunto en particular.
—Aun no, aunque Su Majestad ha intentado que la princesa lo haga —la niñera imp sonrió, comentando que el príncipe Stolas se emocionó cuando Octavia dijo "pa", hace unos días, aunque su esposa no parecía compartir su entusiasmo.
—¿Sabías que Su Majestad el rey Lucifer no estaba de acuerdo con el matrimonio del príncipe Stolas?

Había escuchado algo de eso de la boca del propio soberano. Solía despotricar en contra de Lady Stella, la esposa de Stolas a quien catalogaba como una "arpía cuyo único talento era gritar", aunque admitía que era realmente una belleza, su mal trato para con su favorito, le molestaba.

—Querida Roxxy, no es bueno hablar de esto aquí. El palacio tiene muchos oídos —la imp solo sonrió. Por supuesto que lo sabía; incluso en el hogar de Stolas, los otros sirvientes siempre estaban atentos a cualquier nuevo y jugoso chisme; la dama actual, se centraba en el propio príncipe que tenía un amante imp, y no cualquiera, se trataba de Blitzɵ, el líder de los asesinos que trabajaban directamente para Azrael.

Alastor recordó como la diablilla llegó un día, toda emocionada contándole cómo fue que descubrieron el romance; el desvergonzado Blitzɵ había saltado desde la terraza, cayendo entre Stella y los nobles que invitó a tomar el té y como Stolas le había gritado que el ruido que ocasionó su amante era el sonido de su futuro divorcio.

Por supuesto que Stella no se dejaría humillar y envió cartas a Azrael, Satán y al mismo Lucifer para exigir la ejecución del diablillo, pero, el soberano solo se encogió de hombros alegando que eran demonios, Azrael por su parte dijo que, mientras Blitzɵ cumpliera su trabajo con la perfección en que trabajaba, su vida personal no le importaba, lo que dejó imposibilitado a Satán para poder actuar.

Un rato después, Roxxy sugirió leerles un cuento para que las niñas tomaran su siesta. A la imp le gustaba usar voces para cada personaje, lo que encantaba a Charlie y a Octavia, pero que Alastor detestaba pues se veía arrastrado a asumir algún papel en los actos improvisados de la hembra. Esta vez tocó el turno a una historia que trataba de una madre que emprende una aventura para salvar a sus hijos de una terrible maldición.

Mas tarde, cuando Roxxy y Octavia regresaron con Stolas a casa. Charlie jugó un rato con Alastor hasta la hora de la cena. Lucifer estaba un poco retrasado; había tenido una reunión con los Pecados, pues Satán insistía en castigar a Blitzɵ por no conocer su lugar y meterse con alguien de la nobleza.

Lucifer había permitido la reunión, solo porque el Pecado de la Ira fue quien creo a los imps, así como Ozzie hizo con los íncubos y súcubos, Bee con los sabuesos y así con el resto de los pecados. Eran como sus hijos y el hecho que Satán tratara a los imps como basura... le recordaba a como se sentían los primeros años al lado de Lilith.

Pensó que los Pecados veían a sus creaciones como a sus hijos o como algo similar a cómo él los veía a ellos; creyó que al menos los vería como demonios y no como si fuesen humanos.

Ese fue su error.

Dio un largo suspiro antes de entrar a la habitación de Charlie. La niña se encontraba en las piernas de Alastor, que le leía un libro de cuentos; la pequeña sostenía un patito tejido. Lucifer frunció el ceño al notarlo; no era algo que él le hubiera regalado, ni siquiera uno de los presentes de algún miembro de su corte.

El objeto, aunque bonito, tenía algunos detalles, algunas puntadas estaban mal hechas y los ojos estaban un poco torcidos. Al notar Alastor la mirada del rey en el objeto, se sonrojó.

—Yo... la Srta. Eva me está enseñando a tejer —dijo desviando la mirada —. Lo tiraré...
—No. Está bien, creo que es el mejor regalo que cualquiera le ha dado —respondió tomando a la niña de las axilas y elevarla sobre su cabeza antes de rozar su nariz con la de su hija. —Hola mi pequeña, ¿puedes decir pa... pá?

Charlie sonrió, agitando sus manos antes de soltar una trompetilla. Lucifer sonrió. Tal vez era muy pronto para ella. Regresó a la niña a Alastor, cuando estaba en sus brazos, la bebé hizo algo que jamás esperaba ninguno de los dos adultos.

—¡Mamá! —exclamó Charlie. Lucifer miró a su hija. Su rostro tan ilegible que el humano creyó que en cualquier momento lo mataría.

El rey miró a Alastor; la furia comenzando a destilarse de sus ojos, provocando que comenzara a temblar. ¿Iba a morir? Por suerte para él, la niña eligió ese momento para decir su segunda, tercera y cuarta palabra: feo, papá, mío. El enojo del rubio se disipó al escuchar a su hija llamarlo "papá", ignorando el hecho que, de cierta manera, Charlotte lo había insultado.

—¡Mi pastel de manzana me llamó papá! —exclamó alegre, girando sobre sus talones mientras sostenía en alto a Charlie quien estalló en risas, sin entender la reacción de su padre.

Acunó a la niña contra su pecho; gritó, llamando al Gran Chambelán para que hiciera una proclama real; ese día, sería fiesta nacional para festejar la primera palabra de Charlie. El demonio tenía un tic en el ojo, aun así, hizo una reverencia, asegurando que le informaría a Paimon para realizar los preparativos.

La razón por la que el noble se veía tan perturbado era porque la proclama no era la primera que Lucifer hacía para festejar algún "logro" de la princesa. Cuando dio sus primeros pasos hace un par de meses, hizo que pusieran una estatua de oro de Charlie en el jardín principal del palacio para conmemorar el día. Cuando comenzó a comer sólidos y dejar atrás la leche, hizo un festival para el pueblo.

Le dio a Alastor el resto del día libre, lo que no significaba otra cosa que quedar confinado al harem, Eva, por supuesto estaba feliz de tenerlo con ellos y sobre todo al enterarse que Charlie ya dio sus primeras palabras.

La noticia emocionó a Eva; siembre amó a los niños, a todos ellos. Además, la hija de Lucifer era simplemente imposible de no amar, era pura, brillante y alegre, justo como su padre lo fue alguna vez, antes de ser expulsado del cielo, antes de Lilith.

Los humanos de Lucifer se encontraban sentados en los grandes sofás que recientemente habían sido reemplazados. La primera mujer parloteando sobre lo adorable que debía ser la voz de la princesa, por su lado, Adam se mantuvo en silencio, mientras Vox no pudo evitar comentar sobre los demonios y que ella no podría ser más que otra mano para jalar sus correas.

Y Alastor quería estar de acuerdo. Charlotte era un demonio y no cualquiera, era la hija del mismo rey del infierno, no importaba si tenía o no sangre de la primera mujer (aunque Eva y el mismo Lucifer decían que no), podría ser tierna como bebé, pero crecería para convertirse en una de esas criaturas viles que disfrutaban lastimar a los humanos.

Pero él la estaba criando, era su niña (aunque se no quería admitirlo), algo muy dentro de él se negaba a creer que sería igual que los de su raza.

—¡Tontearías! —dijo Eva con las manos en sus caderas. —Lulu no es una mala persona, solo...
—¿No es una mala persona? Es fácil para ti decirlo—la interrumpió Vox —No estaríamos en toda esta mierda si tú no hubieras aceptado la manzana y hecho que los expulsaran del Edén.

Eva se cubrió la boca; gruesas lágrimas escapando de sus ojos. Inmediatamente Alastor la tomó de la mano, Adam se paró frente a Vox, su expresión era lo que se esperaría de un padre que mira a su hijo malcriado.

 

—No tienes idea de lo que dices —está molesto. Arto de que las personas crean que Eva es culpable de todos los males en el mundo cuando era todo lo contrario.
—¿No? Tal vez lo olvidas anciano, pero yo pertenecía al harem de Lilith y ella no era específicamente silenciosa sobre lo que pensaba sobre ustedes dos —Adam frunció el ceño, dio un paso adelante con la intención de golpear al insolente mocoso, pero Eva lo detuvo.
—Mamá... —Angel, que se había mantenido al margen, se acercó a Eva para tomarle las manos. Ella estaba aguantando las lágrimas y eso, le rompía el corazón.
—Es suficiente Vox, esto no es culpa de ellos, es culpa de Lucifer —Alastor interrumpió. Usualmente se mantendría al margen en los conflictos, pero Eva siempre fue amable y maternal con él. Le había enseñado a tejer, a tocar el piano y muchas otras cosas que se les negaba a los humanos o que el rey no se le ocurriría mostrarle.
—Escucha niño, no hables de lo que no sabes —espetó Vox. Eva no lo culpaba, Lilith, con la posición de reina, había usado su poder para difundir su versión retorcida de la historia, una donde ella mantenía al tiránico soberano de las tinieblas, pintándola a ella como la responsable que abrió la puerta del mal, condenando a la humanidad a un abismo de perdición y crueldad inimaginables.

La realidad era muy distinta; sí, la parte de la manzana fue cierta y le había causado problemas a Lucifer, a Adam y a ella, pero las consecuencias hubieran sido mucho menores de no ser por la muerte de Dios y el ascenso de Sera como líder del cielo.

—Está bien. Está bien —dijo Eva dando un paso al frente para tomar el rostro del hombre entre sus manos. Le acarició la mejilla con cariño.

No estaba enojada con él, sabía bien la historia de Vox; ese pobre bebé que Lilith había adquirido cuando tenía solo 3 años de edad, una mascota novedosa que pronto fue relegado al olvido cuando dejó de ser tierno para posteriormente ser regalado a Lucifer como un presente de último momento, lo que en cierta manera le salvó la vida, pues dos décadas después, la reina cometería traición y todo su harem y sequito ejecutados o en los peores burdeles del infierno.

Eva y Adam habían cuidado a Vox desde que este tenía 15 años; la mujer lo quería como uno de sus hijos. Todos los humanos lo eran, y su sufrimiento era el suyo. Había intentado hacer que Lucifer creara leyes para garantizar un trato más digno para los esclavos, pero él, aunque deseara complacerla, no podía. Los demonios era bestias salvajes, hambrientas de sangre y poder, que buscaban cada pequeña muestra de debilidad para saltar a la yugular; aun con todo su poder, no podía permitirse ser amable con nadie.

 

...

 

Alastor caminó de regreso a su habitación. Eva les había contado una historia (haciéndolos jurar no contar a nadie más), sobre la verdadera razón de la expulsión de la humanidad del Edén. Sí, hubo una manzana, el regalo del libre albedrio, pero Dios no se enojó con ellos o con Lucifer por eso. El castigo fue el dolor menstrual, la agonía del parto, entre otros males que aquejaban tanto a hombres como mujeres…

Según Eva, Lucifer no era el villano de la historia humana, muy por el contrario, fue su protector. Los amaba. ¿Entonces qué fue lo que le hizo cambiar?

Con aquella duda en mente, Alastor se quedó dormido.

Pasaron algunos años. Charlie ya tenía 5 años. La vida en el palacio era... diferente a lo que conocía. El hambre, que tantas veces le laceró las entrañas. El dolor, tanto físico como emocional que siempre venía durante y después de las innumerables violaciones. Todo eso se había vuelto un mal sueño que ahora parecía tan lejano.

Ahora, sus días iniciaban con un desayuno abundante, su rutina con Charlie era como un viento fresco, aunque en los últimos meses, la niña había comenzado a estudiar con tutores, el principal de ellos era la cabeza de los Ars Goetia, el rey Paimon, también Stolas, aunque no solo él, los Pecados se presentaban una o dos veces por semana para las lecciones de la joven princesa.

Otra cosa que había cambiado, era sus breves reuniones con Lucifer. Había comenzado casualmente, nada fuera de lo común, solo una pequeña conversación relacionada a Charlie, que de algún modo evolucionaron a charlas casuales compartiendo alguna bebida, desde café hasta bebidas alcohólicas que por supuesto, ningún humano (con la excepción de Adam y Eva), habían probado.

Entonces ocurrió algo inesperado. Habían estado conversando sobre los últimos dibujos de Charlie. La selección de ese día era un vino con un sabor floral, pero con un delicado toque que Alastor no podía distinguir, aunque en palabras de Lucifer, era de las mejores cosechas de Gula.

Alastor ni siquiera recordaba cómo sucedió. Ambos estaban en la terraza de la habitación de Lucifer, era de noche, el aire fresco jugueteaba con sus cabellos; el rey manipulaba pequeñas estrellas en sus manos con las que creaba diferentes figuras; principalmente patos y Charlie.

Entonces; un ciervo.

—Sabes; eres como un venado… pareces tierno e incapaz de lastimar, pero… —hizo una pausa —. Cuando llegue tu hora; esa será tu nueva forma... —El animal le dio paso a la figura de Alastor, pero no era pequeña, ni humana; más alta que el humano y con esponjosas orejas de ciervo, tenía una gran sonrisa de afilados dientes que le resultaba un tanto incomoda. —Si pudiera, te liberaría.

Aquello tomó por sorpresa al moreno que no pudo evitar mirar al rey con una mezcla de miedo y esperanza.

¿Él?, ¿un simple humano podía ser libre?

Negó con la cabeza; se reusaba albergar falsas esperanzas. No importaba que Lucifer solía cumplir sus promesas, pero aun así se negaba a creer que el príncipe de las mentiras cumpliera alguna vez ese juramento.

—Si tuvieras la oportunidad de renacer, ¿lo harías como un demonio? —la pregunta vino de la nada y no tenía respuesta. ¿Reencarnar en una de esas bestias repugnantes?, quería decir que no, que preferiría desaparecer en la nada, pero antes de responder, Lucifer volvió a desarmarlo —. Si fuera así, ¿te quedarías conmigo?
—Sí —respondió sin pensarlo. Desde ahí, todo fue tan rápido. Lucifer había sonreído, lo tomó del rostro atrayéndolo en un beso; dulce e inocente como jamás lo había experimentado en su vida, y por primera vez se encontró deseando más.

Esa noche, Alastor supo lo que era desear a alguien; descubrió el placer, el deseo.

 

Continuará…

 

 

¿Abrupto? Sí, algo, pero me quedé sin ideas, aun así, espero que les gustara el capitulo. Quedan aproximadamente 3 capítulos, pero no esperen que sean tan lindos como este, keseses.

Chapter 8: Capítulo 8.- Amor con espinas

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Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

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El infierno es eterno

 

 

Capítulo 8.- Amor con espinas

 

 

Alastor se despertó con el cuerpo adolorido, pero diferente a antaño, la sensación era agradable; sí, le dolía el trasero, pero ese ardor lacerante no estaba ahí, por el contrario, había un extraño vacío que se atenuó al sentir el cálido cuerpo que le sostenía. Intentó liberarse; necesitaba ir al baño, pero no podía competir con la fuerza de Lucifer.

 

Tuvo que despertarlo, pero para alguien que decía no necesitar dormir; tenía el sueño muy pesado. Frunció el ceño. Su vejiga le urgía a usar el sanitario.

 

—Majestad —el rubio se quejó entre el sueño, pero aflojó el agarre lo suficiente para que el humano escapara de su agarre y pudiera correr al baño.

 

Sin el cuerpo desnudo y cálido a su lado, Lucifer se despertó; buscó a tientas a Alastor y gruñó al no encontrarlo, se incorporó para quedar sentado en medio de la amplia cama.

 

—¿Al?  —llamó somnoliento. El ruido del baño le dio la respuesta que necesitaba. Sonrió; el sueño dando paso a la excitación. Se levantó de la cama dirigiéndose al encuentro de Alastor, deseoso de continuar lo de la noche anterior, pero el destino tenía otros planes.

—¡Papá, no encuentro a mamá! —Charlie de 5 años había entrado como un torbellino, tan rápido que incluso Lucifer tuvo dificultades para tomar su bata y ocultar su cuerpo desnudo.

—Char-Char —dijo nervioso. —Sabes que debes tocar antes de entrar a la habitación de otra persona.

 

La niña infló las mejillas, diciendo que ella era la princesa y que, según el "tío Mammon", podía ir a donde quisiera. Lucifer frunció el ceño, haciendo una nota mental de restringir el acceso de Avaricia para con su hija.

 

—Quiero a mamá, ¿Dónde está mamá? —exigió la niña. Lucifer suspiró. No importaba las veces que le explicara a la pequeña que no podía llamar a ningún humano así; Charlie tomando bien el papel de la princesa heredera; inflaba las mejillas, se cruzaba de brazos y se negaba a dirigirle la palabra, lo mismo sucedía con cualquier otro demonio o ángel que le corrigiera.

 

Tal era el apego que Charlie tenía por Alastor que había hecho sufrir a quien se atreviera a mirarlo mal y que Lucifer o cualquier ente superior a él ayudara al pobre idiota que lo ofendiera o tocara ya que terminaría en la lista negra de la princesa. Un Goetia lo aprendió de mala manera; la niña tenía 3 años en ese momento. El rey del infierno no sabía qué había pasado, solo que el ave demoniaca había golpeado e insultado al moreno, lo que enfureció a la princesa que usó sus poderes ´por primera vez, provocando serios daños en el noble.

 

—¿Princesa?, ¿Qué haces descalza? —Alastor había salido ya vestido, pero con las ropas arrugadas y el cabello despeinado, lo que hizo que Lucifer se sonrojara al notar las ligeras marcas en el cuello humano.

—¡Mami! —chilló la niña abrazando la pierna de Alastor que no tardó en cargarla. Lucifer sonrió ante la escena. No pudo evitar pensar que, quizás, en otra vida, tal vez ellos pudieran ser una familia.

 

 

¿Y si Alastor no fuese humano?

 

 

 

 

Charlie decidió que el desayuno debía ser en el invernadero, y por supuesto que Lucifer accedió de inmediato. Después de la abundante comida, Lucifer se retiró, tenía un par de reuniones de las que no podía zafarse.

 

Lucifer puso los ojos en blanco, dando un largo suspiro exasperante. Se removió en su trono mientas escucha parlotear a los emisarios de Sera. ¿Es que era tonta? Si no los había destruido hasta reducir su Gracia a cenizas era solo porque entre ellos se encontraba Emily. La joven Serafín abogaba por los humanos y un trato menos cruel, por supuesto que aquello provocó burlas e improperios de la corte infernal.

 

—Majestad, sé que en su infinita misericordia...

—¡Ja! Es un buen chiste serafín —la interrumpió Mammon, tenía una cara de aburrimiento mientras jugueteaba con su teléfono.

 

Lucifer había tenido cuidado de hacer la reunión solo con los Pecados pues quería evitarle el mayor sufrimiento posible a la joven Emily, pero no podía evitar que Avaricia fuese tan vocal con su descontento.

 

—Lady Emily —habló Ozzie tratando de aligerar el ambiente. Sabía bien que su rey tenía en buena estima a la niña y no podía negar que le entendía. Emily era justo como debería ser un verdadero ángel, benevolente, pura. —Comprendemos su inquietud, pero Sera misma acepta la esclavitud de la humanidad, incluso participa activamente teniendo sus propios humanos.

 

La serafín abrió la boca pero no pronunció palabra, ¿qué podía decir? Se había quedado sin ideas.

 

—Serafín Emily, si tú hubieses estado en el lugar de Sera en el principio de la creación, tal vez Padre seguiría vivo —dijo Lucifer solemne —. Dicho esto, debes desistir de esta cruzada que solo te llevará a una tragedia mucho mayor a la mía.

 

La joven bajó la mirada, por un momento creyeron que se había dado por vencida, en especial cuando se disculpó antes de irse, pero Morningstar sabía que no, solo se retiraba para buscar otra estrategia.

 

Terminada la sesión, el rey decidió dar un paseo por el jardín; Charlie tenía lecciones con Paimon en ese momento, Alastor estaba con ella pues la niña insistía en tenerlo a su lado, deseosa de que su mamá también aprendiera.

 

Aburrido, solitario y con una milagrosamente hora libre de sus deberes, Lucifer vagó penosamente por el camino empedrado. El rubio sonrió con la mirada fija en la vereda. Recordó que había mandado a crear la vía para que Charlie pudiera aprender a andar en bicicleta, por eso mismo, no importaba si la niña cayera, no se lastimaría.

 

—Samael —la voz hizo que Lucifer se tensara inmediatamente. El buen humor reemplazado por la molestia. Michael se encontraba ahí, en toda su insoportable presencia.

—Lucifer —lo corrigió con hastió. Levantó una ceja cuando la Virtud le extendió un ramo de flores; eran lycoris radiata, la flor del infierno, una de sus favoritas.

 

El diablo se debatió entre aceptar o no; amaba esa planta después de todo, era uno de los pocos recuerdos agradables de sus últimos días como ángel.

 

Suspiró mientras cruzaba los brazos, al final decidió no hacerlo.

 

—¿Qué es lo que quieres ahora Michael? —cuestionó mirando a su gemelo con una mezcla de molestia y cansancio.

 

Cómo respuesta, la Virtud arrugó la nariz, un rasgo que ambos compartían cuando algo les molestaba.

 

—¿Por qué no aceptas mis avances, Pero en cambio sí los de un simple humano? —Lucifer ladeó la cabeza, pensando que hablaba de Adam y Eva —No. Ellos no son ni humanos, ni Pecadores. Hablo de ese mortal que está apegado a ti y a tu hija.

 

Lucifer frunció el ceño, quiso saber cómo lo supo, pero no preguntó, pues el mismo Michael lo confesó. Su olfato era más agudo que el de los demonios; aunque bueno, atrofiados con la peste que imperaba en el infierno, hasta los humanos tenían una mejor nariz. Aunque era una creencia estúpida de los ángeles, Lucifer no lo corrigió.

 

En cambio, se apoyó en su bastón, inclinando su cuerpo para adelante.

 

—Interesante deducción, hermano, solo que un poco floja —se encogió de hombros recordándole que él pasaba mucho tiempo con su hija y por extensión con su esclavo, lo que hacía fácil que su olor se impregnara en él, pero Michael no quedó contento, alegando que era diferente.

—Su deseo está en tu piel —escupió con asco —. ¿Por qué permites que un esclavo caliente tu cama y me ignoras a mí?

 

Lucifer puso los ojos en blanco antes de que una sonrisa retorcida dominara sus hermosas facciones.

 

—Puedo acostarme con quién yo quiera, Michael —extendió sus brazos, el bastón firme en su mano derecha en una pose dramática —¡Soy el maldito rey del infierno, de la tierra y hasta del cielo!

—¡Y por qué no conmigo! —gritó desesperado, humillado por no ser considerado mientras que un simple esclavo que ni siquiera podía ofrecerle su cuerpo virgen, que era una mercancía dañada, parecía más merecedor de las atenciones del soberano.

 

El pétreo rostro de Lucifer, tan perfecto como podía serlo la creación más preciada de Dios. Sus ojos carmesíes con esclerótica que se mostraba de un tono ocre; se fijaron en Michael, tan carentes de emoción como toda su faz.

 

—¿Recuerdas lo que me dijiste cuando viste a Lilith lastimarme? —la Virtud desvió la mirada. Por supuesto que sí, aquello estaba tan fresco en su mente como si hubiera pasado a penas un par de horas atrás y no hace milenios. —Me llamaste una desgracia, una basura que solo avergonzaba a Papá y a todo el Cielo.

 

Michael bajó la mirada. Aun recordaba a Lucifer, no... Samael, entre los arbustos, con las ropas arrugadas y una expresión ilegible en el rostro; el olor almizclado del sexo se mezclaba con algo que la Virtud se negó a aceptar: miedo. Su hermano parecía asustado, pero él, ciego... celoso, lo acusó con su Padre y Sera.

 

Trató a Samael como basura, le dio la espalda cuando dijo que Sera hizo daño a su Padre, fue la mano que le empujó al abismo infernal.

 

—Sam...

—Vete a casa Michael —lo interrumpió dándole la espalda, pero su gemelo era tan terco como él. Abrazó a Lucifer, con el rostro apoyado en el hombro izquierdo del diablo.

—Sé que estas enojado conmigo. Te decepcioné —hizo una pausa tratando de controlar sus ganas de llorar —. Yo soy el mayor, se supone que debía protegerte, en cambio...

 

En silencio, Lucifer se separó. Giró sobre sus talones mirando al otro rubio con odio mal contenido. ¿Eso era todo?, ¿Una disculpa tonta?

 

—... Demasiado tarde y demasiado poco —dijo con veneno. Cerró los ojos, suspirando para calmarse. El pasado debía quedarse donde estaba. —Vete a casa Mic, olvidemos esto...

 

Cualquier otra cosa que quisiera decir, murió en la boca de Michael, que lo había besado por sorpresa. El contacto era torpe y quizás doloroso si hubiese sido siglos atrás. Molesto, se separó de su gemelo, empujándolo tan fuerte que lo hizo caer sobre su trasero. Se limpió la boca con una mueca de asco.

 

—No vuelvas a hacer eso o lo lamentarás —siseó.

 

Si Michael quiso decir algo, le fue imposible; Lucifer había tronado los dedos haciendo que la Virtud desapareciera, reapareciendo a las puertas del Cielo.  Solo nuevamente, el rey se permitió mostrar sus sentimientos, aunque solo fuese un momento.

 

 

....

 

 

Alastor observó a Lucifer beber su té con la elegancia única del antiguo favorito de Dios. Su perfecto rostro tenía una oscuridad que el humano no podía distinguir aún.

 

Se encontraban en el área prohibida del jardín, Charlie había decidido que quería comer ahí, aunque apenas había probado bocado, prefiriendo jugar con Kiki, el gato ciclope que Lucifer había creado para hacerle compañía a la niña. Alastor por su parte estaba sentado junto al rey, su plato medio lleno.

 

Era realmente curioso como un humano, lo más bajo de lo más bajo estuviera ahí, compartiendo la mesa con el mismo soberano del infierno, ¿debería decir de la creación entera?, algo que ni siquiera los Pecados o los Jinetes podían hacer, a menos que recibieran una invitación del mismo soberano. Por otro lado. Alastor no solo se le permitía compartir la mesa con la familia real, sus comidas eran tan elaboradas y de primera línea como cualquiera hecha para Lucifer y Charlie.

 

—¿La comida no es de tu agrado? —aunque la pregunta sonaba casual, había un peligroso matiz ahí, pero los años de convivencia le enseñaron al humano a distinguir cuando el ángel caído dirigía su ira a él y esta no era una de esas ocasiones.

 

Sonrió, pidiendo disculpas y asegurando que la comida era deliciosa y que solo estaba distraído, preocupado por la seguridad de la princesa. Lucifer sonrió como respuesta, tomó la mano de Alastor y la besó con algo que el humano se negó a discernir.

 

—Charlie estará bien, no te preocupes —lo tomó de la barbilla haciendo que Alastor se tensara, lo que hizo que Lucifer se detuviera y se separara de él —. No haré nada que no quieras.

 

Aquello fue una sorpresa para el moreno. Tan acostumbrado a que los demonios tomaran lo que quisieran, sin importar qué tan destrozado lo dejaran.

 

—No hay ningún daño, Majestad —dijo, agradeciendo que Charlie se acercara a él para mostrarle una oruga que ella y Kiki habían encontrado y quería conservar hasta que se convirtiera en mariposa, como el "maestro Marbas" le había enseñado en una de sus lecciones.

—Papá, ¿Quién creó a las mariposas? —cuestionó la niña mirando a Lucifer que sonrió con cariño. Tomó a la niña haciendo que se sentara en su regazo. Usando su magia, le contó como Dios les encomendó a él y a las Virtudes (incluyendo a Michael por supuesto), a crear a la fauna y vegetación en la tierra. Aunque su principal trabajo consistió en traer la luz, también ayudó con algunos animales; los patos fueron su obra más querida, pero no la única; hizo ornitorrincos, zarigüeyas y otros animales raros, pero hubo uno, tan humilde que pasaría desapercibido y tan frágil como hermosa: la mariposa.

 

Pero no lo hizo solo, Michael le ayudó, aunque fue su idea que la oruga pasara por una metamorfosis, la Virtud fue quien las dotó de colores diferentes. Charlie escuchó fascinada la historia de su padre, mientras que Alastor tenía una expresión indescifrable.

 

—... algún día crearemos algo juntos —La niña chilló emocionada, pidiendo que su "mamá" también ayudara, por supuesto que Lucifer aceptó, sonriéndole a Alastor de una forma que lo hizo sonrojar y que su corazón latiera de una forma... diferente.

 

Esa noche, después de acostar a Charlie, Alastor visitó la habitación de Lucifer; el soberano lo esperaba con una copa de un exquisito vino y, aunque nervioso, la aceptó. Los dos rápidamente perdiéndose en una conversación banal pero satisfactoria.

 

Al finalizar la velada, Lucifer creó un portal a la habitación de Alastor. Tomó la mano del humano, besando su dorso antes de despedirse y asegurándole no iría más allá de lo que le permitiera.

 

Así, los dos pasaban horas nocturnas, disfrutando de deliciosos licores y amenas conversaciones, a veces, el rey le enseñaba cosas que ni siquiera los altos demonios o serafines tenían acceso; magia tan antigua como el tiempo mismo. Un día, Lucifer le regaló un grimorio y una daga de acero celestial.

 

Aquello tomó por sorpresa a Alastor. ¿Por qué Lucifer le daría algo que potencialmente podría matarlo a él o a Charlie?

 

—Algo como esto no me dañará a mi o a mi hija —dijo mientras tomaba el arma para herir su mano, pero el arma no había causado daño alguno. —Potencialmente soy el nuevo dios y como Charlie es mi hija, también está protegida.

 

Lucifer sonrió al tiempo que colocaba la daga en manos de Alastor.

 

—Padre se equivocó al hacernos a Sera y a mí con la capacidad de extinguir su existencia. Yo no cometería tal error —le aseguró —. Eres valioso para Charlie, si algo te pasara... afectaría a mi hija —había algo más ahí, pero el tiempo le enseñó a Alastor a no indagar más de lo que un demonio le permitía ver.

—Gracias, Su Majestad —dijo el hombre. Su corazón latió como el aleteo de una mariposa cuando Lucifer le besó la mejilla. Antes de despedirse, le avisó que no se verían durante unos días, dado que pronto sería el festival de la pluma dorada que consistía en permitir que el pueblo tuviera una audiencia con el rey, lo que permitía que las clases más bajas pudieran ser vistas y escuchadas por su soberano, lo que hacía que los demonios fueran más felices.

 

Aunque Lilith había sido la fundadora de dicho evento, una forma de molestar a Lucifer, a quien consideraba un soberano incompetente, pero el ángel caído descubrió que le gustaba escuchar a la clase baja, saber cómo vivían, cuáles eran sus sueños, sus miedos. Eran sus creaciones, directa o indirectamente ellos existían por obra suya y no pensaba en cometer los mismos errores que su Padre.

 

Por eso en ocasiones se transformaba en un diablillo y se mezclaba con su gente. Con el pasar de los siglos, Lucifer conoció cada recoveco del infierno y la tierra.

 

Al evento de la Pluma dorada, le asistían demonios que, si bien no pertenecían, si no a a la alta nobleza a la clase baja, pero que poseían suficiente dinero como para comprar un pequeño título nobiliario, si estos se vendieran por supuesto.

 

—¿Quién es el siguiente? —preguntó Lucifer mientras miraba el documento que uno de sus sirvientes le entregó y que tenía relación con el anterior caso. Una simple disputa causada por un noble de bajo rango que intentaba hacerse con las tierras de unos sabuesos.

—Ese sería yo —Lucifer se tensó. Su hermano de nuevo.

 

Michael entró a la habitación tan altivo como solo la Virtud podría serlo. Aunque su mirada aparentemente estaba fija en Lucifer, pero el rey sabía que no era del todo cierto.

 

El gran salón se hundió en un silencio sepulcral. La luz, que se filtraba por los grandes ventanales bañaba el trono donde Lucifer estaba sentado, dando al rey un aspecto más divino y puro de la realidad. El ángel se detuvo e hizo una reverencia agradeciendo la audiencia.

 

Los subordinados eran amorfos, difícilmente comparables a cualquier ser humano o animal vivo. Algunos se parecían a grandes perros o leones o bestias ominosas. Las pezuñas o alas o cuernos, o protuberancias vulgares y grotescas que ningún ángel estaba preparado para ver y que Michael lamentaba que Lucifer tuviera que soportar todos los días.

 

—¿Qué busca el brazo derecho de Sera en un evento reservado para el pueblo infernal? —cuestionó un demonio alto y delgado, con rasgos arácnidos. Su piel gris oscuro y dos pares de ojos verde lima. Vestía ropas negras y una capa cubriendo su cuerpo y sus largas manos; usaba un sombrero de copa con una larga pluma y lo que parecía el cráneo de un humano muy joven.

 

Zestial, un demonio de bajo rango pero que se había ganado el favor de Lucifer unos cuantos siglos atrás por su enorme capacidad y el de su esposa para dirigir un pequeño, pero prospero poblado en el anillo del orgullo llamado Pentagrama.

 

—Es un asunto con el rey —respondió Michael sin mirarlo. Carmila, la esposa de Zestial miró a Michael con enojo. Ella y su marido se pararon a cada lado del trono de Lucifer, listos para defender a su señor, aunque por supuesto Lucifer no lo necesitaba.

—Te has equivocado de lugar, ángel. Este es un evento solo para los habitantes del infierno, los ángeles no son bienvenidos aquí —Carmila era alta con la piel gris claro, ojos de esclerótica roja y pupila blanca, su largo cabello blanco estaba peinado en dos grandes cuernos.

—Lo sé, pero no tuve otra alternativa —dijo Michael sin despegar la vista de Lucifer, que entrecerró los ojos en una expresión fría, digna del rey que era.

—Habla entonces —respondió con seriedad. Y nuevamente, su hermano habló sobre lo beneficioso que sería una alianza matrimonial entre los dos. Con el líder de las Virtudes a su lado como esposo, podrían tomar el cielo y volverse el soberano de la creación entera.

 

Las risas de los demonios presentes hicieron que Michael expusiera sus alas, en un gesto puro de amenaza, por supuesto, eso hizo que Carmila diera un paso adelante, adoptando una pose de pelea, lista para lanzarse a la batalla al más mínimo intento del ángel. Sin embargo, tuvo que retroceder a la señal de su rey. Lucifer se levantó de su trono, miró a su gente y extendió los brazos recibiendo la ovación de los demonios presentes.

 

—Creo que no te llegó el memo, "querido" Michael, pero yo ya soy el soberano de todo lo que ves y no ves —dijo y más gritos de apoyo se escucharon. —Mi poder es tan grande que, si lo deseara, haría que la perra de Sera perdiera el trono del cielo y terminara en un burdel, donde me aseguraría que todos sus agujeros estuvieran ocupados día y noche.

 

La Virtud no pudo evitar reprimir una mueca. La mención del sexo era algo complicado (asqueroso), para las altas jerarquías celestiales que veían en el placer de la carne, algo vil y repugnante que los volvía tan insignificantes como un humano o peor aún, un demonio. Aun así, ahí estaba Michael, mendigando las atenciones del soberano del infierno, quien sobra decir, parecía odiarlo.

 

—Parece que el principito quiere volverse la puta de Su Majestad —ninguno supo quien lo había dicho, pero realmente no importaba, no cuando el resto de los demonios comenzó a reír, algunos agregando palabras venenosas y humillantes.

 

Entonces, un súcubo habló. Opinando que deberían enseñar al "angelito" a complacer a su rey, las risas que siguieron solo hicieron que Lucifer sonriera.

 

Bueno, si su hermano quería jugar con fuego, tal vez debía dejarlo quemarse un poco.

 

—¿No te parece que tienen razón?  —la pregunta envío un escalofrió por su columna. Podía sentir la amenaza. Todo su ser le gritaba que corriera, pero él se negaba a rendirse. Lucifer era suyo y lo quería devuelta.

 

Entonces el diablo le dio un empujón, no lo suficientemente fuerte como para lanzarlo contra el muro más lejano, pero si para poner al ángel al alcance de los demonios que se abalanzaron contra la Virtud, como bestias hambrientas. Forcejeando por quitarle la ropa, rasgándola con cierta dificultad; las prendas hechas para las altas jerarquías del cielo eran ciertamente muy resistentes.

 

Michael había cerrado los ojos, el asco dominaba sus facciones. Podía sentir aquellas manos tocando partes de su cuerpo que nadie más que él debería tener acceso. Reprimió un gritó cuando una mano se coló entre sus nalgas, buscando el acceso.

 

—¡Suficiente! —la potente voz de Lucifer los hizo detenerse. Los demonios lo miraron antes de retroceder, dejando al ángel en el suelo con solo unos tirones de tela que nada hacían para cubrir su humillación. —Todos. Largo. Ahora.

 

No fue necesario que el caído lo repitiera, en menos de un minuto, la habitación quedó vacía con solo los dos hermanos. Michael temblaba, completamente en shock. Su estado tan deplorable hizo que Lucifer se sintiera culpable. Chasqueó los dedos haciendo que su magia cubriera al ángel y nuevas ropas ocultaran su desnudez.

 

—Regresa al cielo, Michael, no vuelvas a salir. Olvida lo que pasó aquí. Olvídame a mí y de tu tonta idea de ser mi compañero.

 

Lucifer le dio la espalda con intención de marcharse, pero la voz de su gemelo lo detuvo.

 

—¿Por qué...? —cuestionó la Virtud. Su mirada fija en el suelo. El rey levantó una ceja interrogante. Ojos azules como antaño fueron los suyos, le miraron con una furia tan salvaje y cruda, que le hizo un vuelco en el corazón. ¿Sentía culpa? Sí, pero también había algo diferente, algo que no podía distinguir. —¿Por qué no puedes amarme? —gritó Michael derrumbándose por completo.

 

Por primera vez en su existencia. La espada de Dios, líder de las Virtudes. El primer guerrero. Rompió en llanto. Gritando por qué no lo amaba, por qué lo rechazaba si eran las dos caras de la misma moneda. En algún momento, Lucifer se conmovió de Michael, rodeándolo con sus brazos.

 

Lucifer comenzó a cantar:

 

Recuerdo el día que Papá nos creó

Hermanos, de la misma flama

Mientras tú le fuiste fiel a Sera

Me diste la espalda y yo te odié

 

Michael llora con más fuerza, hundiendo su rostro en el pecho de Lucifer, tratando de recomponerse.

 

Te lastimé con palabras duras y crueles acciones

Paloma, hermano mío, te pido disculpas,

Solo quería que te alejaras

Verte me traer recuerdos dolorosos de abandono y traición

 

El llanto de la Virtud disminuyó lo suficiente para que pudiera contestar la canción de Lucifer.

 

Escucho tu canción, Samael

Lamento haberte dado la espalda

No te apoyé cuando lo necesitabas

Lucifer frunció el ceño al escuchar su antiguo nombre, pero inmediatamente fue reemplazada por una pequeña sonrisa. Respondió.

 

Michael, hermano mío, te pido perdón

Ahora estas a salvo, no volveré a lastimarte

Si me prometes desistir a tu locura

 

Michael negó con la cabeza, el llanto se había detenido, aunque algunas lagrimas aun escapaban de sus ojos.

 

Te amo, Samael, con todo mi ser

Mas allá del bien y el mal, más allá del miedo

Eres mi hogar

 

Lucifer se separó de Michael incorporándose. Sacó sus alas, sus rasgos demoniacos mostrándose en todo su esplendor.

 

—Yo no te amo. No de la manera que tú quieres y si alguna vez pudo ser, tú mismo te encargaste de acabar con esa esperanza —la cola de Lucifer se agitó. Su forma comenzó a cambiar, convirtiéndose en algo más ominoso que hizo a Michael bajar la cabeza incapaz de mirarlo a la cara.

 

Lucifer era casi tan grande como el salón. Una larga serpiente de escamas tan blancas que resplandecían con la precaria luz que se filtraba por los ventanales que eran opacados por el tamaño. Ojos de diferentes formas y tamaños se encontraban esparcidos por los 3 pares de alas. La cabeza de serpiente tenía cuernos que se unían en las puntas, formando una cresta coronada por una llama de fuego; el hocico de la bestia estaba provista de largos dientes como agujas que destilaban veneno.

 

—Mírame Michael. Esto es en lo que me convertí —dijo. Su voz, un conjunto de cientos de voces sin género. Michael en verdad quería verlo, encararlo, pero le era imposible. Samael fue creado perfecto, pero esa... cosa que se mostraba frente a él, tan corrompida que le revolvía el estómago no podía ser su hermano —. Esto es lo que soy. El origen del mal —mientras hablaba, las escamas comenzaban a oscurecerse volviéndose de un negro tan profundo que devoraba la luz.

—Lo siento... —Michael comenzó a llorar de nuevo. La culpa lo ahogaba. Si tan solo le hubiera tendido la mano cuando más lo necesitaba, pero en lugar de eso, fue quien terminó de hundirlo, quien acabó con su confianza.

 

Él. Michael, la espada de Dios, líder de las Virtudes. El gemelo de Samael, fue quien lo asesinó y contribuyó al nacimiento de Lucifer.

 

—Ve a casa Michael. No dejes que la pureza en ti muera —dijo la criatura con un tono que pretendía ser amable pero dada su apariencia parecía estar fallando miserablemente —Emily y tú son el último resquicio de lo que un ángel debía ser. No dejes que Sera lo extinga.

—Yo... —Lucifer no quiso escuchar más. Usando su magia lo hizo desaparecer, transportándolo a las puertas del cielo. Sabiendo que Michael era testarudo y no se rendiría en sus intenciones, lo maldijo para no poder salir de la tierra santa a menos que él lo llamara, algo que el soberano del infierno no pensaba hacer.

 

Con el problema de Michael solucionado, Lucifer decidió terminar temprano con el festival y recluirse en su habitación por unas horas antes de que la necesidad de ver a su hija (y a Alastor), comenzara a consumirlo.

 

Alastor. Recordó el sabor de esa exquisita piel. El calor que experimentó mientras se hundía en su perfecto ser. Quería más, pero no se atrevía a tomar más de lo ofrecido; no es que no pudiera hacerlo, ya sea ordenándole o haciéndolo por la fuerza, pero no quería ser como todos aquellos (ángeles o demonios), que forzaban el sexo. No. Él mejor que nadie sabía cuan destructivo era eso y se negaba a bajar a ese nivel. Esperaría a que el humano le permitiera volver a beber de él, mientras tanto se debía conformar con tenerlo a su lado.

 

Pero tal vez, él y Michael tenían algo más en común que solo compartir el rostro.

 

 

Los años pasaron. Charlie ya tenía 10 años y Alastor no había envejecido desde que llegó a la vida de la princesa (gracias al poder de Lucifer, por supuesto), muy diferente a Ángel y Vox que ya habían trascendido y ahora residían en el palacio del infierno.

 

La vida aparentemente era pacifica, pero había nubes de tormenta en el horizonte. Un acontecimiento que tal vez dañaría a Lucifer mucho peor que el acero angelical a los ángeles y demonios.

 

 

Continuara…

 

 

….

 

Espero les guste el capítulo y la canción fumada XD

Chapter 9: Espejo roto

Summary:

Ahora los papeles se habían intercambiado, Charlie se encontraba en los brazos del humano, sollozando, cubriendo sus oídos en un intento vano de acallar la agonía de Frederick.

Y lo comprendió…

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

Capítulo 9.- Espejo roto

 

 

Lucifer suspiró mientras jugueteaba con un mechón de cabello castaño amarrado con una cinta roja; era de Alastor, el rubio lo había robado una noche cuando se coló en su habitación mientras dormía para poder conseguir su pequeño tesoro.

 

Cerró los ojos disfrutando del agradable aroma. Usó su magia para que la fragancia del humano se mantuviera como si acabara de ser cortado. No era lo único que tenía de Alastor; había creado una dimensión de bolsillo exclusivamente para esconder su preciada colección. Tenía desde tazas de las que el moreno había bebido, ropa sucia (incluyendo la que llevaba cuando fue entregado a Azrael), hojas garabateadas (sus primeros intentos por escribir), hasta los actuales de caligrafía elegante, fotos que le tomó sin que se diera cuenta, dibujos que él mismo hizo.

 

Conservaba, además, las sábanas de su primera y única noche juntos.

 

Frunció el ceño al escuchar que alguien tocaba la puerta, aunque el disgusto fue efímero pues solo 3 personas tenían autorización para entrar a su habitación: Stolas, Charlie y por supuesto el pequeño fruto que quería volver a consumir: Alastor.

 

 

Chasqueo los dedos para regresar su tesoro al lugar seguro. Abrió la puerta encontrando al alto Goetia. Sus dos pares de ojos tenían un brillo de preocupación que tensó a Lucifer que no pudo evitar desviar la mirada al brazo derecho del demonio búho donde tenía una venda.

 

Un mes atrás, Stolas había sufrido un ataque y secuestro. El criminal tenía en su poder acero sagrado/angelical, que, si bien no puede dañarlo a él o a Charlie, sí que podía herir de muerte a la nobleza e incluso dejar a un Pecado fuera de combate por unas horas.

 

El atentado contra el príncipe Goetia fue un acontecimiento enorme que había culminado en un juicio donde inculparon a Blitzo, su hija, Moxxie y Millie. Satanás convenientemente olvidó informar a Lucifer y a la supuesta víctima, se habría salido con la suya si no fuera por su propia estupidez y arrogancia exhibiendo todo por televisión, que Stolas se enteró, corriendo para intentar salvarlo.

 

El tonto enamorado había saltado directo a la trampa de su ex esposa y el hermano de ésta. En un extraño giro de los acontecimientos, Stolas terminó siendo juzgado y por poco despojado de sus títulos de no ser porque Hambre había estado holgazaneando frente al televisor, siendo testigo del drama; conociendo lo que el Goetia representaba para su rey, contactó a Lucifer para comunicarle lo que estaba sucediendo

 

¿El resultado?

 

Lucifer había aparecido en medio de la sala del juicio, en todo su esplendor demoniaco, las seis alas extendidas cual largas eran y el fuego infernal rodeándolo. Había tomado el control, expuesto a Stella y sus cómplices, condenando a todos a muerte, mientras que, a Satán, lo despojó de sus títulos y obligaciones por los próximos 100 años, al resto de los pecados se les dio prisión domiciliaria durante 6 meses.

 

—Lamento molestarlo en sus habitaciones privadas, Su Majestad —dijo Stolas quien se veía nervioso lo que, por supuesto preocupó a Lucifer, el rey comenzando a pensar en un sin fin de posibilidades que hubieran ocasionado el estado actual del Goetia.

 

El príncipe parecía no saber qué hacer con sus brazos, pues se removía inquieto. Lucifer le invitó a sentarse; chasqueó los dedos haciendo aparecer un juego de té y las golosinas favoritas del demonio búho.

 

—¡Tontearías! Eres bienvenido cuando lo desees, disfruto mucho de tu compañía, mi querido muchacho —le aseguró con una gran sonrisa, una genuina. Stolas tenía un lugar similar a Charlie en su corazón, era en cierta forma su hijo, no solo por ser lo que era, un demonio, era mucho más, algo que no podía describir con palabras. —¿Qué sucede?, ¿Es que esos pavos congelados te han causado problemas? —preguntó con tono amenazante. Los ojos de Lucifer se volvieron fuego, rasgos de su naturaleza corrupta se hicieron visibles; la larga cola se agitaba con malestar.

—No, no, por supuesto que no, Majestad —aseguró rápidamente. —Yo... —Stolas se aclaró la garganta. Suspiró antes de enderezarse, la rigidez de sus movimientos delataba su nerviosísimo —Quería pedir su bendición para volver a casarme.

 

Lucifer frunció el ceño, pensando que Paiomon estaba detrás del repentino interés del búho por volver a contraer nupcias, aunque Stolas le aseguró que no, pues él deseaba casarse con su amante, Blitzo. Sabiendo la verdad, el rey sonrió emocionado, ofreciendo el palacio y prometiendo oficiar la ceremonia el mismo.

 

Ante la oferta, las plumas de Stolas se erizaron. Hasta la fecha, nadie había tenido el honor de tener al mismo rey del infierno oficiando su boda, ni siquiera su padre Paimon en sus múltiples matrimonios había tenido tal honor.

 

—¡Gracias, Su Majestad! —exclamó el príncipe antes de abrazarlo. Fue así, para des fortuna de Lucifer, Alastor, que muy rara vez visitaba por iniciativa propia al rubio, escogió ese momento para entrar.

 

Fue el diablo el primero en darse cuenta del intruso. Como si le quemara, se separó de Stolas, con la velocidad de la luz, se acercó a Alastor, bloqueando su escape.

 

—¡Bambi!, ¿Qué te trae por aquí? —estaba nervioso, pero no por la razón que probablemente estaba pensando el humano. No, su ansiedad nacía por el hecho de tenerlo ahí, por su propio pie.

—Lamento interrumpirlo, Majestad —dijo Alastor. Había un matiz extraño que Lucifer no identificó, pero Stolas sí, pues él mismo lo había experimentado durante el inicio de su relación con Blitzɵ.

—No has interrumpido nada —habló el Goetia con calma, aunque pudo notar como el humano se tensaba; había un ligero temblor en sus manos. Stolas ladeo la cabeza. Tenía miedo, ¿de él?, ¿pero por qué?, ¿quizás lo ve como un rival? Esperaba que no, pues de enterarse Charlie, era seguro que lo enviarían a las minas como le sucedió al último que se atrevió a molestar a la mascota favorita de la princesa.

—¡Para nada! De hecho, el príncipe Stolas ya se va —el aludido no pudo evitar arquear una ceja. Lucifer no solía usar honoríficos, más allá de llamar a su hija princesa, pero desde un punto cariñoso, lo que solo podía significar que ese pequeño humano era importante, no solo para Charlie, también para el soberano.

—Es correcto —el demonio búho se levantó para acercarse a la pareja, dado a su lugar junto a la puerta. Notó como el moreno retrocedía, "ocultándose" tras el rey, temblando como una hoja. —Por ahora me retiro, Majestad.

—Por supuesto, estaré esperando ansiosamente los planes para la boda, por favor, dale mis saludos a Via, y dile que es más que bienvenida a visitarnos.

 

Stolas sonrió. Hizo una reverencia antes de desaparecer en llamas moradas. Solo hasta que el Goetia se fue; es que Lucifer se dio cuenta del estado de Alastor. Temblaba, estaba pálido y sus ojos dilatados, lágrimas amenazando con escapar, respiración rápida y pesada, estaba por tener un ataque de pánico.

 

—Al —el rey usó sus alas para estar a la altura del humano, acunando su rostro con ternura. El contacto hizo que se estremeciera —, está bien, solo enfócate en mí, ¿de acuerdo?, ¿Puedes hacerlo? —un asentimiento. Lucifer le sonrió, para posteriormente pedirle que siguiera sus indicaciones.

 

Lentamente se calmó lo suficiente para que el rubio lo llevara al sofá donde terminó quedándose dormido, usando el regazo del soberano como almohada.

 

Lucifer suspiró. Tronó los dedos, invocando la sombra de Alastor que parecía temeroso de estar nuevamente en la presencia de su ¿creador?

 

—¿Por qué Alastor teme a Stolas Goetia? —la sombra ladeo la cabeza, sin comprender por qué el tono gélido que había usado Lucifer la última vez; había sido reemplazado por uno lleno de preocupación.

 

Lucifer suspiró. Le aseguró que no planeaba lastimarlo, que, siendo parte de Alastor, era parte de su tesoro. Le acarició la cabeza y eso pareció calmar a la sombra. Después de un rato, supo la razón. Vulduk el hermano/primo de Stolas, quien tenía un parecido increíble con él.

 

 

...

 

 

Alastor se despertó un par de horas después, con el cuerpo pesado y sus sentidos adormecidos. Lucifer estaba ahí, con una pequeña sonrisa y listo para entregarle una taza de té de lavanda para ayudar a calmarlo. El humano lo tomó con vergüenza, sin atreverse a mirar al rubio.

 

—Mil disculpas por mi comportamiento, Majestad —dijo observando el té con una expresión triste, aun cuando el Soberano desestimó lo sucedido.

 

Lucifer hizo una pausa. Rozó la mano de Alastor, quien se tensó ante el toque; la hipersensibilidad aun hacía mella en él.

 

—Lo siento —se disculpó Lucifer mientras se apartaba. Hizo una nueva pausa antes de hablar nuevamente. —Artemis era una mujer encantadora y soñadora que luchó por un mejor trato por los esclavos.

 

Alastor había escuchado algo como eso. Una demonio ave que usaba su posición privilegiada de noble para rescatar humanos, pero de un momento a otro, dejó de hacerlo, quizás se cansó de jugar con los juguetes rotos de otros.

 

Pero la realidad es que su familia había decidido que ella y a su hermana gemela se casarían con el rey Paimon. Lucifer no había estado de acuerdo, mientras Lilith parecía encantada con la boda, dando su autorización.

 

—Ambas eran como idénticas, al menos físicamente, pues sus personalidades eran como el día y la noche —Lucifer sonrió antes de dar un suspiro melancólico —. Artemis murió cuando dio a luz el huevo de Stolas. Su salud se había deteriorado desde la boda.

—¿La amaba? —preguntó sin darse cuenta. Por supuesto que Lucifer la quería. Era como una hija para él; su personalidad, un precioso recuerdo de lo que él mismo fue en antaño, antes de la caída, antes de Lilith.

—Era como una hija. Todos los demonios lo son, pero ella tenía un lugar especial —suspiró apoyando la nuca en el respaldo del sofá. —En fin, Solaria, la hermana gemela de Artemis, tiene un hijo llamado Vulduk que es muy parecido a Stolas, aunque no tiene poderes mágicos —se encogió de hombros —, la verdad es que la mayoría de los Goetia son demonios comunes, solo aquellos que tienen títulos nobiliarios poseen algún poder y debo decir que Stolas es el más poderoso de todos ellos.

 

—¿Por qué me cuenta esto? —preguntó el moreno en voz baja. Lucifer le sonrió tratando de alegrarlo. Le explicó que, Vulduk tenía una reputación un tanto oscura; poseía burdeles clandestinos donde los demonios podían hacer lo que quisieran con humanos, desde recién nacidos, hasta los raros que llegaban a ancianos. Una de sus amistades más recurrentes era Malthael, el antiguo amo de Alastor.

 

El mortal cerró los ojos. El recuerdo de las brutales violaciones a manos de Vulduk fueron las que más lo marcaron, los que le rompieron no solo el cuerpo, sino también el alma y la mente.

 

Alastor se abrazó a sí mismo, mientras su cuerpo comenzaba a temblar. Aquello rompió a Lucifer de una forma que no esperaba; deseaba tanto protegerlo, curar todas sus heridas. Borrar su pasado.

 

—¿Puedo abrazarte? —preguntó. Alastor dudó por un momento antes de asentir con la cabeza.

 

Vi cómo te consumía el miedo

Cómo tus ojos se llenaban de lágrimas

Y tu corazón latía con fuerza

Pero yo estaba allí, a tu lado

 

Alastor se estremece por un momento antes de relajarse. La voz de Lucifer era como un bálsamo para su alma. Era bajo y suave, una melodía que parecía haber sido creada específicamente para alejar el miedo aun lo dominaba.

 

Respira conmigo, mi amor

Deja que la calme te envuelva

No estás solo, estoy aquí contigo

Y juntos podemos superar esto.

 

La melodía era como un agujero negro que tragaba la ansiedad y su miedo. Alastor cerró los ojos, dejándose arrastrar a la seguridad, una que solo podía experimentar con la cercanía de Lucifer.

 

Siento tu mano temblar en la mía

Y veo el terror en tus ojos

Pero yo te prometo que todo va estar bien

Y que te amo, sin importar lo que pase

 

Las alas de Lucifer salieron, rodeándolos. La suavidad, la calidez y la dulce fragancia que las plumas despedían hizo que Alastor soltara un suspiro.

 

 

Imagina que estamos en un lugar seguro

A mi lado nada te dañara

Deja que mi poder te proteja

Si me lo permites, juntos podemos superar esto

 

Otro suspiró más relajado. Lentamente Alastor se separó, aunque no demasiado, solo lo suficiente para que pudieran verse a la cara.

 

—Gracias, Majestad y disculpe a este simple e insignificante humano... —la suave risa de Lucifer lo interrumpió. No era de burla, era más bien cantarina y relajada.

—Créeme, tú eres más que un humano. Eres hermoso, fuerte, inteligente y único.

 

Alastor desvió la mirada, sonrojado, pero con una sonrisa. Lucifer tomó el rostro del humano.

 

—¿Puedo besarte? —Hubo duda, pero finalmente un asentimiento. El contacto fue débil en un principio, como el aleteo de una mariposa. Una suave llovizna que lentamente se convirtió en una tormenta.

 

Tuvieron sexo por segunda vez. Una larga espera que, para Lucifer, un ser con eones de existencia, pero qué, hasta ese momento, conoció lo que era el verdadero peso de la eternidad.

 

Después de esa noche, las cosas comenzaron a acomodarse; Alastor prácticamente se había mudado (por capricho del soberano), a la habitación de Lucifer. Aunque su relación era un secreto, para todos menos para Charlie.

 

 

......

 

 

Charlie acomodó su mechón de cabello teñido de negro, asegurándose que cubriera la mitad de su cara, ajustó sus cuernos falsos y se aseguró que su maquillaje no necesitara retoque.

 

Ella, Octavia y su nueva hermanastra, Loona, habían quedado para ir al nuevo centro comercial que se había inaugurado recientemente en una zona exclusiva de Pantemoniun, una de las ciudades infernales que existían en la tierra.

 

En el mundo mortal existían 7 ciudades principales (contando la que se encontraba al rededor del palacio de Lucifer), una por cada continente, todas representando a cada uno de los Pecados. Pantemonium era territorio de Leviatán; las tiendas favoritas de la nobleza se encontraban ahí. Aunque, por supuesto, no eran las únicas, si eran las más prósperas.

 

A Charlie le gustaba particularmente las plazas en esta ciudad, pues tienen las mejores tiendas de animales disecados, además de la ropa y accesorios que se adaptan mejor a su estilo y al de sus amigas.

 

Estaba por salir de su habitación cuando Alastor ingresó sin tocar, no hacía falta. Con el título de "madre", que la misma niña le otorgó.

 

—¿A dónde piensa ir vestida así, señorita? —preguntó el humano con las manos en las caderas, en una típica pose de mamá, como solía burlarse Lucifer. Charlie rueda los ojos, se cruza de brazos, aunque no hace más allá de eso, respeta demasiado a Alastor como para comportarse mal con él.

 

—Solo iré con las chicas a ver los nuevos animales disecados que llegaron a nuestra tienda favorita —dijo mientras jugueteaba con un mechón rubio. —Pronto será el cumpleaños de Loo Loo y queremos hacerla sentir bienvenida.

 

Loona era una hellhound, hija adoptiva de Blitzo y que en un par de meses se convertiría en la hermana de Octavia. Desde que Charlie la conoció, le agradó, integrándola fácilmente a su pequeño grupo, lo que, por supuesto no fue bien visto por las jóvenes nobles que estaban envidiosas por ser ignoradas a favor de una simple plebeya, peor aún, una cuya raza era a penas mejor que un humano.

 

—Lleva a Razzle y Dazzle —Charlie gimió en desacuerdo, pero no hizo nada más que eso. Su mamá daba miedo cuando se enojaba, además, sabía que, si su padre sabía que dejaba el palacio sin protección, era capaz de mandarle a los jinetes para escoltarla y no quería pasar por eso, ya tenía suficiente con la última vez, muchas gracias.

—Bien —se cruzó de brazos, rodando los ojos —. No entiendo por qué. Es decir, soy la princesa del infierno, nadie se atrevería a lastimarme.

 

Alastor suspiró. Era verdad que nadie al menos nadie cuerdo se atrevería a poner un dedo sobre Charlotte, sin embargo, siempre existía la posibilidad, después de todo ya había sucedido un par de veces cuando la princesa era niña; ángeles idiotas que usaron acero sagrado o fuego celestial para lastimarla, en ambas ocasiones, el humano la había salvado, resultando con algunas cicatrices, incluyendo una fea quemadura en la espalda. Por supuesto que esto enfureció a Lucifer, quien atacó al cielo en compañía de los Jinetes y Pecados.

 

Solo para demostrar su poder y hacer entender a los ángeles que era él quien gobernaba los tres reinos. Hizo un juicio donde castigó a Sera frente a todos los celestiales; un látigo imbuido en fuego infernal le flageló la espalda: 20 golpes certeros fueron el castigo de la alta serafín por permitir que alguien de los suyos atacara a Charlie.

 

No había dado ni el quinto latigazo cuando Michael mismo entregó a los responsables, incluso él mismo les arrancó las alas, entregándolas a Lucifer como una ofrenda, la devoción de un pobre tonto que no podía aspirar más allá de ser un simple siervo, un instrumento.

 

Al final, Sera fue retirada de su cargo y Michael tomó su lugar.

 

—Solo llévalos —Alastor zanjó el tema y Charlie no protestó más allá de algunos quejidos suaves.

 

Después de que la princesa se fue, Alastor se apresuró a entrar a su habitación, donde se encantaba un espejo de mano con intrincados diseños y sigilos de un lenguaje antiguo, un regalo de Lucifer para evitar que se volviera loco de la preocupación cada vez que Charlie desaparecía de su rango de visión.

 

El objeto le permitía ver donde se encontraba cualquiera de los dos rubios; en manos equivocadas, el espejo podría ser un arma, pero para Lucifer, que Alastor lo poseyera, era completamente natural y obvio.

 

Observó a Charlie en compañía de la princesa Goetia y de un perro infernal hembra de pelaje gris mucho más alta que ellas. Las tres chicas vestidas con ropas negras; hablaban tranquilamente en la parte trasera de la limosina que las llevaría al centro comercial. Alastor hizo una mueca, habría preferido que las chicas usaran portales para transportarse, era en cierta forma más seguro, pero a la rubia le gustaba usar vehículos terrestres para estar cerca de su pueblo.

 

—¿Espiando a nuestra hija, Bambi?  —Alastor se sobresaltó. Lucifer estaba sentado en la cama, con las piernas cruzadas y una sonrisa divertida. Traía puesta una camisa y pantalones blancos de yoga, su cabello parecía despeinado, rebelde, muy alejado a la imagen prolija que solía usar delante de todos los demás, de todos menos de él o de Charlie.

—Solo quiero estar seguro de que está a salvo —dijo el moreno centrándose nuevamente. La cantarina risa del diablo llenó el ambiente. Le hizo una señal al humano para que se sentara a su lado, cuando estuvo a su alcance, los hizo recostarse en la cama, la espalda de Lucifer contra la cabecera y Alastor con la cabeza en el pecho del rubio, aun sosteniendo el espejo.

—Ella estará bien. Loona las mantendrá a salvo —El rey confiaba en el sabueso infernal, pues sabía que su padre, el mejor soldado de Azrael; la había entrenado bien. Aun así, comprendió la preocupación de Alastor, después de todo los dos atentados que Charlie y él sufrieron sucedieron fuera de los muros del palacio.

 

Lucifer besó a Alastor en el cuello haciendo que el humano se estremeciera ante el contacto, desviando la atención de la imagen que le mostraba el espejo el tiempo suficiente para que el rubio le arrebatara el objeto. El mortal hizo un puchero, pero la lengua bífida en su oído le distrajo lo suficiente para que el rey invirtiera las posiciones, atrapándolo entra el colchón.

 

—No te preocupes cariño, Razzle, Dazzle y Loona no son los únicos que están protegiendo a nuestro pequeño patito —y para reforzar lo dicho, cientos de ojos aparecieron en la habitación, parpadeando al mismo tiempo antes de mirar en dirección de Alastor.

 

El moreno sintió un escalofrió recorrerle la columna. Sabía que Lucifer tenía ojos por todo el infierno (al parecer más literal de lo que pensaba), pero no creyó que también los tenía en el mundo mortal.

 

—¿No debería estar trabajando en este momento, mi rey? —dijo Alastor como una manera de apartar la incomodidad que era sentirse observado por tantos ojos.

 

Lucifer le sonrió dejando escapar una leve risilla. Los ojos desaparecieron con tan solo un chasquido de sus dedos, para tranquilidad del moreno que se relajó en los brazos del rubio casi de inmediato.

 

—Deja que mis clones se encarguen de esos aburridos asuntos, hoy solo quiero usar mi tiempo de forma más productiva —habló mientras dejaba pequeños besos por el cuello de Alastor.

 

El humano se removió por las cosquillas producidas por las acciones traviesas del rubio. Se tensó cuando comenzó a sentirse incomodo haciendo que Lucifer se detuviera alejándose a una distancia prudente, pero manteniendo el contacto visual. Era algo que apreciaba del soberano quien siempre respetando aquellos limites que ni él mismo sabía que tenía o que los años de maltrato le enseñaron a tragarse y a aguantar a favor de los deseos egoístas de su amo.

 

En todo ese tiempo que tenían como... pareja habían tenido sexo apenas un par de veces; incluso hubo ocasiones en las que Lucifer se detuvo a la mitad, cuando se dio cuenta del inminente ataque de pánico o la incomodidad en Alastor.

 

—Lo siento —se disculpó, el rey comenzó a reír besando la cabeza castaña antes de poner centímetros entre ambos, pero asegurándose que sus meñiques se mantuvieran entrelazados.

—No tienes por qué disculparte, tu comodidad es tan importante como la mía —le dijo encogiéndose de hombros. Dio un suspiro relajado con los ojos cerrados antes de volver a abrirlos y sonreír, miró a Alastor con esa expresión que el humano conocía bien, era la que ese enano usaba cuando una idea loca cruzaba por su cabecita rubia.

—¿Debo preocuparme? —preguntó entre divertido y expectante. No podía evitarlo, las ideas de Lucifer siempre superaban sus expectativas, como la vez que le dio a probar aquellos pequeños dedos que la Duquesa Rosie le había obsequiado o como había "ejecutado", a ese demonio noble de bajo rango que intentó forzarlo cuando Charlie aún era una bebé.

 

—Solo disfrutar —era una promesa, una que sabía, Lucifer iba a cumplir al pie de la letra.

 

Y así fue. Lo llevó a un sitio recóndito, uno donde las montañas parecían abrazar el mar, había una floreciente ciudad turística, destinada a agasajar a los demonios de toda clase social y gustos, desde playas con aguas cálidas y olas apacibles, veranos casi perpetuos, durante las noches la diversión estaba garantizada, incluso para las almas más depravadas.

 

Pero eso no era lo que Lucifer quería mostrarle, no. Del otro lado de aquellas montañas y olas quietas, se encontraba un pantano completamente virgen. El rey del infierno sabía cuánto amaba Alastor los lugares pantanosos. Aquel manglar sin más vida que la fauna nativa era simplemente precioso, pues el Soberano había declarado todos las Ciénegas como de su propiedad y cualquiera que intentara entrar sin autorización sería ejecutado.

 

Mientras Alastor disfrutaba de la vista, Lucifer usó su magia para hacer que anocheciera. El moreno miró interrogante al rubio quien solo le sonrió señalando las estrellas que comenzaron a moverse, creando diferentes formas, las luciérnagas no tardaron en rodearlos y el sonido de los animales nocturnos pareció crear una canción, una melodía única reservada para aquel simple mortal.

 

No tuvieron sexo, sin embargo, se acurrucaron juntos contemplando el espectáculo, compartiendo besos fugases, pero cargados de significado.

 

—Si tuvieras la oportunidad de renacer, en otra vida o en otra realidad, ¿Qué es lo que te gustaría ser? —la pregunta tomó por sorpresa a Alastor quien no supo qué responder.

 

Se tomó un momento para pensar en su vida como humano, el dolor, el hambre, las humillaciones y violaciones que sufrió durante tanto tiempo y pensó que de haber nacido como demonio no habría pasado por nada de eso.

 

Pero entonces pensó en su madre, aquella pequeña luz que fue lo único bueno en sus primeros años de vida, luego recordó a Charlie, si hubiera sido demonio tal vez no la habría conocido

 

Tal vez Lucifer leyó la preocupación, pues de inmediato dijo:

 

—Cuando tengas que hacer la transición no te convertirás en pecador, te haré un demonio, un demonio siervo —le aseguró, pero no solo eso, le prometió que crearía un título de nobleza para él, uno digno de su valor.

—¿Qué hay de mi madre? —quiso morderse la lengua, pero ya era tarde. Bajó la cabeza temiendo haber hablado de más, aunque sabía que Lucifer no lo castigaría por eso, las viejas costumbres arraigadas con sangre y dolor no son fáciles de olvidar.

 

Recibió un apretón amistoso, gracias a los guantes negros que protegían sus manos, se tocado en ese estado no le desencadenaba un ataque de pánico, muy por el contrario, lo calmaba.

 

—Se llama Magnolia, su amo la nombró así porque le gustaban mucho las plantas y le pareció bien usarlo con sus criadores —Lucifer le habló sobre los hermanos que tenía, que ahora eran pecadores, como todos ellos, incluyendo su madre habían sido comprados por un noble de su entera confianza, los trataba bien. —Ella solía cantarte, ¿recuerdas la canción? —Alastor dudó un momento antes de asentir con la cabeza. El rubio sonrió, pidiendo que la interpretara y así lo hizo.

 

Duerme, mi pequeño, duerme ya

La noche es oscura pero no hay que temer

Los demonios y los ángeles duermen

Nadie te lastimara

Yo estoy aquí, a tu lado, para protegerte.

 

La voz de Alastor se quebró, pero él continuó con la canción.

 

En el infierno hay un río de fuego

En el cielo dicen que también lo hay

Pero aquí, en este lugar, hay un río de amor

Y yo te llevaré, a través de las llamas

Hasta un lugar seguro, donde podrás descansar

 

Mientras Alastor cantaba, las luciérnagas y las estrellas crearon la forma de una mujer, era alta, tenía orejas de venado y una sonrisa sincera.

 

Duérmete, mi pequeño, duerme ya

La mañana llegará, y todo será nuevo

Algún día no vas a temer más.

 

Al terminar la canción, las estrellas regresaron al cielo y las luciérnagas se dispersaron, aunque no sin antes crear una última cosa, una casa.

 

—Cuando llegue el momento de regresar al infierno y debas dejar esa forma mortal, usaré mi poder para cambiar la realidad, de esa forma nadie dudará que tú o los tuyos son demonios de nacimiento.

Alastor permaneció callado, pensando en qué tan poderoso podría ser verdaderamente Lucifer si podría alterar la realidad. ¿Eran ciertos los rumores de su divinidad?

 

 

...

 

 

La boda de Stolas y Blitzo se realizó meses después. Fue maravillosa. Lucifer ofició la ceremonia, los pecados a excepción de Satán y Mammón les brindaron sus "bendiciones".  Alastor no había asistido, permaneciendo en el harem con Adam y Eva, esta última quejándose por no poder asistir y teniendo que conformarse con verlo por televisión.  A la segunda mujer le encantaban las bodas, siempre tuvo la ilusión de tener una ceremonia grande, con ella usando un vestido ostentoso cuajado de joyas.

 

Se imaginó de la mano de Lucifer, caminando por el gran pasillo donde al final lo esperaría Adam, esperándola, listo para poder unirse en una forma distinta a la que ya estaban.

 

—Sería tan romántico —dijo con voz soñadora.

—Eso jamás pasará —Adam no pretendía ser malo, por supuesto que no, amaba demasiado a Eva para herirla, pero tampoco quería que se hiciera ilusiones, no porqué Lucifer no pudiera cumplir su fantasía, pero sabía que no era posible, aun para el rubio.

 

La mujer bajó la mirada, algunas lágrimas escapando de sus ojos. Sabía que era verdad. No importaba que tanto Lucifer los quisiera, su posición era un arma de doble filo.

 

—Madre, ¿te gustaría ayudarme a preparar las galletas favoritas de Charlie —Eva levantó la mirada, una gran sonrisa, olvidándose por completo de su anterior tristeza.

—¡Hagamos un pastel para Lulu también! —exclamó tomando a Alastor de la mano y arrastrándolo a la pequeña cocina que Lucifer les había regalado después de que el moreno mencionó sin querer que le gustaba cocinar.

 

...

 

En la boda Charlie conoció a Seviathan von Eldrich, un demonio acuático de noble cuna que en palabras de Octavia y Loona, era un idiota pretencioso pero el idiota supo cómo llegar a la princesa. Como una serpiente se abrió paso envolviendo a la ingenua rubia, creando un camino para él y su horrible familia.

 

Pero no fue solo él quien logró llamar la atención de la familia real.

 

Fredrick von Eldritch, un demonio nacido en el anillo de la Envidia, perteneciente a alta nobleza y descendiente directo de la misma Leviatán. Recientemente divorciado de Bethesa con quien tenía dos hijos de edades similares a la de Charlie, su familia era cercana a Lucifer, tal vez demasiado para el gusto de Alastor.

 

Y no, no estaba celoso, muchas gracias. Era solo que Fredrick era demasiado... intenso, siempre tocando de más a Lucifer, en especial ahora que se separó de su ex esposa.

 

Por supuesto que no le molestaba de que su supuesta pareja pasara tiempo con esa sanguijuela acuática, dejándolo a él de lado. En verdad que Alastor no le importaba que el rey ya no lo buscara para acurrucarse juntos, o pasar largas horas en la misma habitación tan solo disfrutando de su compañía.

 

En lugar de eso pasaba horas en compañía de Frederick quien prácticamente se había autonombrado como el asistente personal de Lucifer acompañándolo hasta el más mínimo evento que él mismo organizaba con la excusa de que algún día sus hijos se casarían.

 

Eso era otra cosa que le molestaba. Seviathan von Eldrich, el hijo de Frederick. La pequeña serpiente había logrado meterse al corazón de Charlotte con quien ahora tenía un noviazgo, gracias a esa lagartija, la rubia había comenzado a cambiar su guardarropa negro por algo más... rosa y aunque Lucifer le aseguraba que era solo una fase, al humano no terminaba de agradarle.

 

¿Por qué Charlotte debería cambiar sus gustos por alguien más? Ella era la maldita hija de Lucifer, el ser más poderoso de la creación, el rey del infierno, Soberano de la tierra y Verdugo de los ángeles. Muy por el contrario, todos los demás deberían ser los que se ajustaran a los deseos de la princesa.

 

Era obvio las intenciones de esos dos, ¿por qué ninguno de los rubios podía verlo?, esas sanguijuelas querían meterse entre las sábanas reales, pero él, Alastor podía ver a través de su pequeña pantomima.

 

Era una tarde de verano cuando Frederick hizo su primer movimiento. Lucifer estaba en su oficina revisando los últimos documentos que necesitaban de su aprobación. Von Eldrith de pie a su lado, se encontraba tenso, como si quisiera decir algo.

 

—¿Tienes algo qué decir? —preguntó Lucifer sin despegar la mirada de los papeles, debía apresurarse y terminar pronto. Tenía pensado llevar a Alastor y a Charlie a la casa de invierno que la Marquesa Bocuk muy amablemente le había regalado por el aniversario de la fundación del infierno sabiendo que el Soberano disfrutaba pasar tiempo a solas con su hija (y la pareja que no sabían que tenía).

—No sucede nada, Majestad —respondió, su voz aterciopelada, había un ligero matiz de sensualidad en su tono que cualquier otro pudo haber pasado por alto, pero no Lucifer, no el rey de la seducción. Apartó la mirada de los documentos para prestar atención al demonio verde que le sonrió.

—Habla —ordenó. Frederick murmuró una disculpa antes de recorrer la silla de Lucifer solo la suficiente distancia para que él pudiera sentarse en las piernas del rubio y besarlo.

 

Por supuesto que esto tomó por sorpresa al ángel caído, lo peor fue cuando un grito los hizo separarse. Ahí, en la entrada se encontraba Charlie junto a Alastor, la primera se veía furiosa, sus rasgos demoniacos reluciendo en todo su esplendor, mientras el humano, oh, su precioso moreno, tenía una de sus típicas sonrisas, de esas que usaba para ocultar sus segundas intenciones, pero que Lucifer podía leer con facilidad; estaba herido, lo había herido de una forma que nunca nadie había podido.

 

—Princesa, regresó antes, ¿se divirtió con Seviathan? —preguntó Frederick sin bajarse del regazo de Lucifer que se había desconectado, perdido en la figura de Alastor.

 

La princesa dejó escapar un ruido gutural. Su cola golpeando el suelo, el mármol fracturándose por la brutal fuerza de la rubia. Había tenido una fea ruptura con Frederick a quien descubrió engañándola gracias a Octavia y Loona, quienes fueron un gran apoyo emocional, llevándola a comer helado después de darle una paliza al idiota, que había sido tan estúpido como para intentar jugar con la princesa imperial y olvidando por completo lo protectores que eran los Pecados y los propios Jinetes para con ella. Lo que pasó con él, era un misterio que nadie se tomaría el tiempo de averiguar.

 

—Lord Von Eldritch, largo de aquí. Usted y su familia quedan expulsados del palacio y confinados únicamente al anillo de la Avaricia. Agradezca llevar sangre de la tía Leviatán o de lo contrario ya estaría caminando a su ejecución—dijo Charlie con un tono que no dejaba lugar a negativas, pero Frederick era un demonio ambicioso y manipulador, no pensaba dejarse sobajar por una mocosa mimada.

 

El demonio se levantó del regazo de Lucifer para acercarse a Charlie en una de sus mejores interpretaciones, había pensado actuar como la víctima, pero al notar el rímel corrido y las marcas de lágrimas supo que su estúpido hijo había cometido algún error, por lo que decidió cambiar de táctica.

 

—Charlie...

—Es su Alteza la Princesa Heredera Charlotte para usted —siseó Alastor, tratando de deshacer el nudo que se había formado en su garganta. Le dolió ver a Lucifer besar a otro, cuando a penas esa mañana le había llamado su amor, aunque muy en el fondo sabía que solo lo veía como un juguete.

 

Frederick lo miró de la cabeza a los pies con una mueca de asco. Por supuesto, él era como cualquier otro demonio que veía a los humanos como simples accesorios, juguetes destinados a su enfermiza diversión. Sin embargo, Charlie no era así; esa dulce niña con un alma más pura que el agua del manantial que nace en lo profundo de las montañas. Ella lo amaba y lo demostró en el momento que abofeteó al demonio acuático.

 

—No te atrevas a mirar a mi madre de esa manera —Frederick se llevó una mano a la mejilla herida, dándose cuenta de los pequeños hilos de sangre oscura, las garras de Charlie le habían roto la escamosa piel.

 

El demonio acuático se giró, mirando a Lucifer que permanecía inmóvil, aunque había un ligero temblor en sus manos, mientras sus pupilas se habían dilatado. Frederick frunció el ceño, seguro de que el rey no haría nada para reprender a su hija, volvió a mirar a Charlie y forzó una sonrisa.

 

—Alteza Charlie... —Alastor carraspeó y el noble demonio tuvo que morderse la lengua y tragarse el orgullo, no quería volver a recibir otra bofetada de esa mocosa malcriada —Su Alteza, La Princesa Heredera Charlotte, tal vez sus profesores de etiqueta han fallado en mostrarle los modales correctos, pero usted, a pesar de su título no puede ir por ahí golpeando a miembros de la nobleza —miró de soslayo a Alastor mientras arrugaba la nariz —, en especial para defender a un juguete usado...

—Cuide sus palabras, Von Eldritch —el poco respeto que quedaba esfumándose; si no lo había matado aun, era porque su padre se encontraba en la habitación. —No voy a permitir que hable así de mi madre.

—¡Es un humano! —dijo con el asco impreso en cada palabra —Esas cosas ni sentimientos tienen. Son simple juguetes para el disfrute de nosotros, su única función es abrir las piernas…

 

Frederick fue un paso más allá de eso, tomó por la cintura a Alastor, su bífida lengua hizo un recorrido un camino viscoso por su cuello hasta su mejilla, rozando peligrosamente el labio inferior.

 

Ya está.

 

Una fuerza invisible lanzó a Frederick contra la pared más lejana. La atmosfera se había vuelto pesada de repente. Charlie se colocó delante de Alastor, sus instintos reconociendo el peligro y clamando proteger a quien reconocía como su madre.

 

—Mi querido Frederick —la voz de Lucifer era aterciopelada, incluso dulce aun así no pasó desapercibo el peligro mortal implícito en ella. El rey levitaba a centímetros del suelo, su hermoso rostro tenía una sonrisa cariñosa pero que ocultaba algo oscuro.

 

El demonio acuático se levantó con dificultad, sosteniéndose el brazo derecho que colgaba en una pose extraña, probablemente dislocado.

 

—Majestad… —Frederick no podía creer que Lucifer lo hubiera atacado, ¿y todo por esa pequeña zorra?

 

El rey se acercó a su hija y a Alastor. Frunció el ceño al notar como el humano temblaba y evitaba mirarlo, lo que por supuesto lo hizo sentir culpable. Había prometido protegerlo, hacerlo sonreír, una sonrisa de verdad no esa falsa que mostraba al mundo… que jamás lo lastimaría…

 

Y sin embargo lo hizo, directa o indirectamente lo hizo.

 

Lo hirió, peor aún, dejó que alguien lo hiciera en su presencia y él, como un idiota se quedó quieto sin hacer nada.

 

Por si fuera poco, su hija. Su hermosa princesa había tenido que actuar gracias a que su padre era un inútil, como resultado, se había roto una de sus preciosas uñas. Frunció el ceño notando el rímel corrido y las marcas de lágrimas. No necesitó usar su magia para saber lo que había sucedido.

 

—Sabes… que herir a la princesa es motivo de ejecución sin juicio —no era una pregunta, era una promesa de un futuro funesto.

—¿Le ruego me disculpe? —Frederick trataba de aguantar el dolor, por alguna razón sus heridas no estaban sanando, la abrumadora magia de Lucifer impedía que la suya hiciera su trabajo.

 

De repente. Gritó de dolor. Su pierna izquierda se quebró haciéndolo caer. Miró a Lucifer con miedo

 

—Tu hijo, esa pequeña sabandija se atrevió a hacer llorar a Charlie, ¿por qué?, ambos sabemos la razón, ¿verdad? Aunque al parecer la estupidez es de familia —Frederick volvió a gritar. Esta vez fue su muñeca derecha —… después de todo tú te atreviste a romperle una uña a tu princesa.

—Seño… —otro grito, esta vez no fue un hueso roto, no, en esta ocasión un látigo de fuego infernal le flageló la espalda.

—Por si fuera poco, le faltaste el respeto a la madre de mi hija —el grito que siguió fue desgarrador. Frederick tenía la boca llena de sangre, se estaba ahogando, escupe algo tratando de respirar, era su lengua. —Permanecerás en el calabozo junto con tu hijo hasta que se me ocurra una manera creativa de ejecutarlos y ni creas que llevar la sangre de un Pecado en tus venas te va a salvar.

 

Lucifer chasqueó los dedos haciendo que Frederick desapareciera en una bola de fuego, gritando de dolor. Miró a su hija y a Alastor.

 

Ahora los papeles se habían intercambiado, Charlie se encontraba en los brazos del humano, sollozando, cubriendo sus oídos en un intento vano de acallar la agonía de Frederick.

 

Y lo comprendió…

 

Charlie jamás lo había visto matar o torturar antes. Siempre fue muy cuidadoso de que su pequeña mantuviera esa pureza e inocencia, caso contrario con Alastor, con quien disfrutaba de ciertas actividades violentas; habían llegado incluso a permitir que el moreno bebiera o consumiera carne de demonio y por supuesto de humano también, pero siempre con las debidas precauciones, no quería que se enfermara.

 

—Char…—la niña se estremeció encogiéndose más, tratando de hacerse pequeña entre los brazos de Alastor, sintiéndose culpable por no ser ella quien lo proteja de ese, de ese… monstruo.

 

Y eso la hace sentir peor. Aquel a quien ahora ve como un monstruo es su padre, el mismo que se ponía un vestido rosa con listones y encajes solo porque ella quería jugar a la boutique. Su papá, quien siempre la arropa, le da un beso de buenas noches sin importar sí que ya no era una niña.

 

Su papá, el hombre que miraba a su mamá como si fuese la criatura más perfecta de la creación.

 

Su papá, quien siempre se preocupa por la comodidad de su mamá.

 

Su papá no podía ser ese monstruo, ¿verdad?

 

—La llevaré a su habitación —dijo Alastor mientras cargaba en vilo a Charlie. No esperó respuesta, simplemente se dio la vuelta saliendo de la oficina de Lucifer, dejándolo ahí, solo para que el peso de la culpa lo consumiera.

 

 

 

 

Continuará…

 

 

Bueno, hasta aquí el capítulo. Espero les gustara y nos vemos en el siguiente y final.

Chapter 10: Capítulo 10.- La satisfacción de un momento es la ruina del siguiente

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

 

Capítulo 10.- La satisfacción de un momento es la ruina del siguiente

 

Parte 1

 

 

 

El inmenso vació del universo lo rodeaba. Había dejado el palacio, poniendo millones de años luz de distancia, desquitando su frustración contra todos los planetas y soles que se cruzaban en su camino.

 

La furia...

 

El dolor...

 

El sentimiento de pérdida...

 

Era un idiota. Él, el nuevo Dios, con todo su poder no había sido capaz de predecir los acontecimientos que se desencadenarían después de permitir que los Von Eldritch entraran en su vida y la de su familia.

 

Sí, sabía que Seviathan era un completo imbécil, aun así, se mantuvo al margen, consciente de que no podía proteger a Charlie para siempre.

 

Para crecer y florecer, para madurar, debía caer, cometer errores.

 

Cerró los ojos, queriendo que la nada se lo tragara, tal vez si desaparecía Charlie ya no tendría nada que temer y Alastor... quizás podría ser libre.

 

—Sí... desaparecer... igual que Papá antes que yo —susurró sintiendo la humedad de las lágrimas a pesar de tener los ojos cerrados.

 

En el abismo de la noche

Donde las estrellas ya no brillan

Te llamo, mi hijo

Y te canto para que no te sientas solo.

 

Lucifer abrió los ojos. La masa oscura que era la nada se había transformado en luz. El frío transformado en una calidez divina, una que no había sentido desde hace milenios.

 

Recuerdo cuando eras luz

Mi dulce, perfecta estrella

Lucifer, hijo mío

Aquí estoy, no estás solo

 

El rubio se estremeció. No importaba los intentos que hiciera para tratar de encontrar el origen de la canción, no podía. Venía de todas partes y de ninguna, podía sentirla en sus oídos, dentro de su Gracia como fuera de ésta.

 

Nunca te condené, no te juzgué

Sé que no fue tu culpa lo que ella te hizo

Lo que ellas te hicieron

Te amo y siempre lo haré

 

Lucifer siente que se le cierra la garganta a causa del nudo que se le ha formado. Su pecho se siente tan pesado que cree que llorará en cualquier momento. No había escuchado la voz de su Padre en tanto tiempo, pero aun la recordaba como la última vez que se vieron hubiese sido apenas ayer.

Siempre has sido mi estrella más brillante

 

Mi precioso Lucero del Alba

Te amo, luz de estrella

Canto para que la oscuridad que te aqueja en este momento

Desaparezca

 

—¿Padre? —su labio tembló, su voz a penas el susurro alejado del viento. No se atrevía a más, no quería llorar, no delante de él o cualquier otro ser de la creación.

 

No, él era Lucifer Morningstar, el nuevo Dios. Mucho mejor que el antiguo que se dejó matar por una de sus creaciones más imperfectas.

 

No estás solo, no te he abandonado

Soy tu Padre, y siempre estaré contigo

Aunque hayas caído, aunque hayas errado

Siempre serás mi hijo, siempre serás amado

 

Lucifer frunció el ceño. Sus garras clavándose en la palma de sus manos, tan fuerte que pequeños botones dorados se abrieron paso en su piel de obsidiana. ¿Qué no estaba solo?, ¿Dónde estaban esas palabras de aliento cuando Lilith lo violaba y él era demasiado inocente (estúpido) para darse cuenta que lo que le hacía estaba mal?

 

Ciertamente, en esa época donde todo era nuevo no existía el concepto de abuso sexual; los ángeles no habían sido creados para tal cosa y los humanos, se suponía que no debían interactuar con los celestiales, pero Lucifer no solo era hermoso, también era ingenuo e inocente, una presa fácil para alguien como Lilith.

 

Él había necesitado que su Padre le hiciera saber que nada de eso había sido su culpa, no ser castigado.

 

—¿No estoy solo?, ¿siempre estarás conmigo? —las preguntas expresadas con tanto veneno que le quemó la garganta. El dolor y la traición arremolinándose en su interior. —¿Dónde estabas cuando Lilith me hacía sentir que me merecía lo que me estaba haciendo?, ¿dónde estabas cuando Sera me culpaba de todo?, ¿qué hiciste cuando Michael me empujó al infierno con quien me lastimaba? —las lágrimas escocían, pero se negaba a dejarlas salir, aunque de vez en cuando escapaba alguna —¡Estuve solo todo este tiempo!

 

Gritó. La furia lo hizo perder el control de su forma física, cambiando, mutando a una ominosa forma indescriptible, incluso para los celestiales o demonios.

 

—Tienes todo el derecho de estar enojado, Hijo mío.

 

Un ser apareció delante de Lucifer, era enorme, con seis pares de alas que brillaban como soles con tanta intensidad que cegarían a cualquiera, a cualquiera menos a Lucifer. Un par de alas cubrían su rostro, dos sus pies, y las últimas las mantenía erguidas.

 

El rey frunció el ceño. Su enojo aumentando a medida que el descomunal tamaño de su Padre disminuía y mutaba hasta que finalmente quedó una figura que parecía una copia idéntica a Lucifer, si no fuera por algunos detalles.

 

Aunque sus rostros y alturas eran las mismas, Dios tenía el cabello largo y era un manto estelar; era como ver las galaxias, las estrellas moverse. Sus ojos eran pozos de luz, al igual que sus alas que ahora se encontraban extendidas completamente, sus ropas también eran las mismas que Lucifer, aunque completamente blanco, sin una sola pisca de color.

 

Dios no tenía boca, pues en realidad no la necesitaba. Al ver aquella forma, el rostro de Lucifer se contrajo por la furia. Extendió sus alas que aletearon una vez. La apariencia del rey cambio volviéndose el reflejo de su Padre, pero ahí donde hubo luz, ahora eran un pozo de oscuridad profunda.

 

La atmosfera se cargó de tensión mientras Lucifer extendía sus alas, que parecían haber crecido aún más grandes. Sus ojos, agujeros negros que buscaban comerse la luz que irradiaba de Dios. Su rostro era como las máscaras que se usaron en las primeras obras teatrales para burlarse de los ángeles y que carecían de nariz o boca, pero en su caso tenía algunas grietas y de sus ojos escapaba una sustancia corrupta.

 

Las alas también tenían grietas, parecía un juguete dañado por el pasar del tiempo.

 

La transformación fue tan completa que parecía que el propio Lucifer se había convertido en la sombra de su antiguo ser. Su presencia era ahora corrupta, amenazante, y la atmosfera parecía haberse enfriado con su ira.

 

La tristeza y la culpa se reflejaron en el rostro de Dios, como si estuviera viendo a su hijo favorito desaparecer ante sus ojos. La mirada de Lucifer, una vez llena de luz y amor, ahora era oscura y vacía. Su amado hijo, el único ser a quien llegó a considerar su amigo, se había corrompido porqué él le falló. ¿Lilith había destruido tan profundamente a su preciosa luz del amanecer? Todo el brillo y la alegría que lo caracterizaba había desaparecido.

 

—¿Te soy repulsivo? —la voz de Lucifer se escuchó en todos lados y en ninguno. Dios se estremeció — ¡Estoy es lo que soy ahora!, esto es en lo que me convertí porqué tú preferiste ignorar mis gritos de ayuda.

 

La voz de Lucifer se llenó de amargura y resentimiento, sus palabras tan filosas que cortaban la realidad misma. Cada palabra era como un golpe directo al corazón de Dios.

 

—Lucifer, mi hijo —dijo tembloroso. —Disculpa a este Padre que en su arrogancia se segó ante el daño que mi corrupta creación te hizo —la voz se le rompió mientras luchaba con las lágrimas. La mirada del rey se mantuvo firme, sin mostrar ninguna emoción, pero Dios sabía que su hijo estaba sufriendo, que estaba luchando con su propio dolor y su propia culpa.

 

Las lágrimas de Lucifer caían como gotas de lluvia sobre su rostro, y su mirada se desvió hacia el vacío, como si estuviera buscando algo que ya no existía. Su voz se rompió en un susurro, y sus palabras parecieron venir de un lugar profundo y oscuro dentro de él.

 

—¿Qué caso tiene ya? —dijo, como si estuviera hablando consigo mismo. —Todo ha pasado. Todo ha sido consumido por el tiempo. Lilith... ya no existe. Hice que los últimos minutos de esa perra fueran una agonía pura.

 

Lo único que lamentaba era esa pobre alma inocente que, al igual que él, terminó arrastrado por las decisiones egoístas de su madre.

 

La mirada de Lucifer se perdió en la distancia, y su rostro se contrajo en una mueca de dolor y desesperación. Parecía como si estuviera buscando algo que lo pudiera llenar, algo que lo pudiera hacer sentir completo de nuevo. Pero ese algo (Alastor y Charlie), parecía estar fuera de su alcance, y Lucifer se quedó solo con su dolor y su oscuridad.

 

Dios lo observó, con una mirada llena de compasión y tristeza. Sabía que su hijo estaba sufriendo, que estaba luchando con su propio dolor y su propia culpa. Y sabía que no había nada que pudiera hacer para cambiar el pasado, para borrar el dolor que Lucifer tuvo que sufrir.

 

De pronto, la tristeza fue reemplazada por algo más crudo y primitivo. La mirada de Lucifer se clavó en la de Dios, con una intensidad que parecía desgarrar el alma. Luz y oscuridad frente a frente.

 

—Debes estar orgulloso —dijo Lucifer, con una voz que parecía venir de la tumba. —Ahora soy como tú. Mi hija me odia, él... no sé qué siente por mí ahora. No después de lo que vio.

 

La voz de Lucifer se rompió en un sollozo, y su cuerpo se sacudió con una convulsión de dolor. Había vivido con la culpa de su debilidad, con la vergüenza de ser abusado por un ser creado del polvo.

 

—Soy un monstruo —su voz se quebró, se abrazó a sí mismo, como si estuviera tratando de protegerse de la realidad.

 

Recordó todo lo que había hecho desde su caída. Había gobernado el infierno, tratando de volverlo un lugar pacífico, pero Sera no se lo había permitido. Había intentado controlarlo, subyugarlo, y eso había hecho que se levantara, como un animal herido que quería defender a los suyos.

 

Sera. No le había sido suficiente arrojarlo fuera de su hogar, condenándolo a estar con su abusadora, en un reino del que ningún ángel debería haber conocido jamás.

 

El infierno, un reino de fuego y oscuridad, de desesperación, tan alejado de la luz, de la calidez y tan cerca del frío olvido. Un lugar donde la esperanza había sido una palabra desconocida y la desesperación el pan de cada día debió ser suficiente para consumirlo, pero Lucifer, el soñador no se conformó con su destino. Con todo en contra, había convertido el báratro en su hogar.

 

Dio luz a un lugar donde no debería existir. Creó vida en donde no debería existir; primero con los Jinetes, luego con los Pecados, después llegaron los primeros caídos y los primeros nacidos.

 

Pero la ambición y el poder parecían haber consumido por completo a la alta serafín, Sera. Su deseo de dominar sobre todo y todos la había llevado a considerar a Lucifer como un obstáculo que debía ser eliminado. Había obligado a Lucifer a someterse a su voluntad en muchos aspectos, al menos hasta que los primeros pecadores llegaron al infierno y para sorpresa de todos, cada nueva alma, demonio o pecador, que llegaba al averno aumentaba el poder del Lucero del Alba y lo alejaba del dominio de Sera.

 

Desesperada intentó una última jugada que la hizo perder todo y colocar a Lucifer en la cima.

 

Y Lucifer usó su posición para demostrarle que los santurrones ángeles podían ser corrompidos, mucho peor que los mismos demonios. Los hizo ver que ellos eran monstruos como él mismo lo era.

—Por supuesto que no —Dios dio un paso adelante, pero se detuvo de inmediato. Quería abrazar a su hijo, hacerle entender que él no era un monstruo, que si alguna vez hubo uno ese era él mismo. Sabía que no era tan simple, que Lucifer no aceptaría ser tocado por él y aunque dolía, no podía culparlo.

 

¿Cómo no pensar de esa manera? Fue su necesidad de controlar. Le había dado el libre albedrio a Lucifer. Fue él quien lo hizo como era: soñador, inocente, vibrante, alegre... libre y fue él quien lo castigó por ser todo eso.

 

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó mirándolo con una mezcla de enojo y humillación. Quería terminar con, sea lo que sea que su Padre quería para que lo dejara solo y poder hundirse en su miseria. —¿Has venido a recuperar tu corona?

 

 

 

 

La mente de Charlie estaba llena de preguntas y dudas, mientras luchaba por entender sus propios sentimientos y la verdad sobre su familia. La revelación de que Alastor, el ser que ella consideraba su madre, era en realidad un humano, había sacudido su mundo y la había dejado con más preguntas que respuestas.

 

Ok, puede que sí supiera que Alastor no era un demonio, su apariencia era mucho más parecida a las "mascotas" que sus "hermanos" (los pecados), y sus amigas tenían, que a cualquier nacido en el infierno o celestial que hubiera visto antes.

 

Pero ningún humano podía usar magia. Recordó las veces que la sombra de su "mamá" se movió por propia voluntad o las ocasiones en las que Alastor usó hechizos, algo que ningún esclavo tenía la capacidad de realizar.

 

Luego estaba su padre. La misma encarnación del mal, al menos así es como lo consideraban, literalmente todo ser existente. Pero ella, ella no lo había creído, ¿Cómo hacerlo? Su papá no había sido más que cariñoso con ella y su mamá, cumpliendo cada deseo o antojo que tuviera, por más insignificante o tonto que fuera. Su vida, siempre fue fácil, tanto que las personas solían subestimarla, creyendo que era una tonta a la que "papi" le solucionaba todo.

 

Seviatha fue uno de los que la menospreció. Al principio fueron cosas sutiles, palabras insidiosas, venenosas ocultas bajo entre supuesta preocupación: Tienes suerte de que esté a tu lado, los nobles creen que una mestiza no debía gobernar, que no debía preocupar su "cabecita" con asuntos de la corte mientras él estuviera a su lado.

 

Por supuesto que no era tonta, ingenua tal vez al creer que Seviathan cambiaría con el tiempo, pero cuando lo descubrió hablando mal de ella y su familia, mientras tenía a una chica sentada en su regazo y una mano bajo su falda... supo que no podía seguir con él. Rompió su relación en el acto, asegurándole que lo mataría si volvía a acercarse a ella o ponía un pie en el palacio, por supuesto que el demonio acuático no estaba dispuesto a dejar ir tan fácil a su boleto directo al trono; intentó manipularla, hacerla sentir mal, pero no logró convencer a Charlie de su decisión, furioso y herido finalizó diciendo que no podía esperar más de la hija de la puta de Lilith que había sido ejecutada por embarazarse de un esclavo.

 

—Seguro que ni siquiera eres hija de Su Majestad y solo te conserva por lástima —dijo mientras los que estaban a su alrededor viendo el drama, comenzaron a reír, eso fue todo. Charlie lo abofeteó, sus rasgos demoniacos mostrándose en todo su esplendor, escupió que los arrestaran a todos y al instante, sombras aparecieron para cumplir su orden, después, se fue a casa de Via y Loona donde lloró mientras comía helado hasta que Alastor fue por ella al enterarse de lo sucedido.

 

Cuando regresó a Palacio, con el maquillaje corrido, lo primero que hizo fue ir a ver a su papá, quería que supiera que no deseaba volver a ver a Seviathan o a ningún otro miembro de su familia; solo para encontrar a Frederick en las piernas de su padre, de una manera que solo se le debería permitir a su mamá, eso terminó de destrozarla.

 

Luego vio la verdadera naturaleza del rey y el miedo la dominó, luego, al ver el dolor en los ojos de su padre, se sintió culpable, pues a pesar de todo él siempre fue bueno con ella y su madre.

 

Su madre.

 

Charlie miró al hombre, ambos acurrucados en su cama, ella con su cabeza en el regazo de Alastor que le acariciaba los cabellos con una expresión aparentemente tranquila, pero sus ojos tenían un brillo que la princesa había visto cuando estaba herido.

 

—Mamá... —Alastor le miró con esa sonrisa que le caracterizaba y que nunca llegaba a sus ojos.

—¿Sí querida? —Charlie se mordió el labio con la fuerza suficiente que, sin querer se había roto la piel con sus afilados colmillos, al notarlo, el humano se apresuró a limpiar el pequeño botón dorado que apareció. —Ten cuidado cariño, no queremos que te lastimes, no querrás que tu padre se preocupe cuando regrese

 

Charlie se incorporó para sentarse sobre sus piernas y mirar a Alastor de frente. Dio un largo suspiro antes de preguntar lo que le había estado quemando desde que Seviathan comenzó con sus acciones pasivas agresivas.

 

—¿Eres humano? —podría parecer una pregunta tonta, pero viniendo de Charlie, quien toda la vida lo vio más allá de su especie, tenía un significado mucho más profundo.

 

La sonrisa de Alastor flaqueó por un momento, aun así, la mantuvo con mucho esfuerzo. Acarició la mejilla de Charlie, esa pequeña niña que vio crecer y que amaba como si fuese suya. Frunció el ceño, era SUYA, en todos los aspectos menos de sangre por eso no quería perderla, no soportaría perderla, pero merecía la verdad.

 

—Sí —su respuesta fue simple sin querer alargar esta tortura. Sí Charlie iba a odiarlo, era mejor acelerar el proceso, tal vez así dolería menos.

 

Pero por supuesto, la princesa no lo vio con asco o nada parecido, más bien lo hacía con confusión. Había visto a Alastor usando magia cuando los humanos no podían, su sombra tenía vida, la había visto muchas veces a lo largo de su existencia. La respuesta fue simple:

 

—Luci... Su Majestad lo hizo para protegerte —se obligó a usar su honorifico en lugar de su nombre como había hecho desde que comenzaron su relación. —Para protegernos —agregó a regañadientes pues, aunque Lucifer le confesó que le dio vida a su sombra desde el primer día que llegó al palacio para vigilarle, también le admitió que la mantuvo y le dio el poder de manipularla para que lo mantuviera a salvo.

 

Charlie bajó la mirada, y su rostro se ruborizó ligeramente al darse cuenta de que había exagerado y lastimado a su padre. A pesar de ser el Rey del Infierno, Lucifer, el Diablo, con ella era un padre amoroso y cariñoso, incluso se atrevía a creer que también una buena pareja.

 

—Papá debe odiarme —susurró abrazándose a sí misma. Alastor se apresuró a desmentirla. Lucifer la amaba con todo el corazón, jamás podría sentir por ella algo diferente al cariño o la devoción. —¿Qué pasará ahora?, ¿puedo segur llamándote mamá?, ¿Quién es mi verdadera madre?

 

Alastor suspiró. Charlie era así, un torbellino de emociones que muchas veces no tenía ni pies ni cabeza.

 

—¿Es la ex reina Lilith mi madre? —el humano negó con la cabeza, sabía de buena fuente que su ejecución sucedió mucho antes de que Charlie naciera.

 

Le preguntó a la princesa porqué pensaba que Lilith era su mamá. La joven se encogió de hombros; aunque no había ningún cuadro o rastro de la primera mujer en el palacio, había escuchado historias y visto fotos de ella en algunas tiendas de antigüedades. Sabía que ella y la reina tenían cierto parecido.

 

—¿Qué te hace pensar que lo es? —preguntó. La princesa se encogió señalando que ambas eran rubias y altas, Alastor no pudo evitar reír, imaginaba la cara que Lucifer tendría al escuchar a su hija llamarlo bajito, aunque fuera indirectamente.

 

Le recordó que las Virtudes, Sera y Lucifer eran hermanos, al ser las primeras obras de Dios y ninguno era parecido, salvo el rubio y Michael.

 

—Tal vez Adam y Eva puedan ayudarte —Charlie lo miró incrédula, preguntando si se trataba de los primeros humanos, aunque ella misma se dio cuenta que había dicho algo tonto; los nombre Adam, Eva y Lilith estaban prohibidos y cualquiera que nombrara a su descendencia o esclavo con alguno de ellos, vería a toda su estirpe ser ejecutada.

—¿Papá no se molestará si los conozco? —Alastor negó con la cabeza. Lucifer le había dado el permiso años atrás, cuando el tema surgió entre ellos, el rubio le había dicho que no le molestaría que Charlie que conociera a los primeros humanos.

 

La experiencia de Charlie al conocer a Adam y Eva, y ver el lugar al que llamaban hogar, había sido reveladora. A pesar de la reputación de su padre como un ser cruel y despiadado hacia los humanos, había una faceta más compleja y matizada en su personalidad.

 

El harem donde habitaban tenía el esplendor y magnificencia que se esperaría ver en el hogar de miembros de la nobleza o la alta jerarquía infernal.

 

En cuanto a las personalidades de los primeros humanos era... interesantes. Eva era vibrante, enérgica, dulce y maternal, en cuanto vio a Charlie, la atrapó en el abrazo más agradable y cariñoso que la joven princesa hubiera recibido fuera de sus padres, por su lado, Adam era más serio, solo dando un asentimiento a modo de reconocimiento.

 

Pero los dos tenían algo en común, no tenían reparos al hablar de Lucifer, a quien, en caso de Adam, pintó como un idiota demasiado preocupado porque su hija jamás conociera el lado feo de su historia, que ocasionalmente tenía ataques de ansiedad.

 

Por su lado, Eva dijo que era muy amable y cariñoso, que siempre le traía sus dulces favoritos, que se alegraba de que Lilith ya estuviera lejos pues de esa forma ya no podría lastimarlo más, algo que confundió tanto a Charlie como a Alastor.

 

Aunque Eva había soltado medias verdades desde que la conocía, era la primera vez que dejaba entrever algo que Alastor se negaba a decir en voz alta lo que aquello significaba: Lucifer sufrió abuso sexual por parte de Lilith.

 

—¡Eres tan adorable! —exclamó Eva mientras apretaba las mejillas de Charlie por cuarta vez en la última hora. —Deberías venir a vernos más seguido, ¡podríamos hornear galletas! Al es muy bueno cocinando —agregó con una sonrisa mientras miraba al moreno con el orgullo de una madre.

—Eso sería agradable —respondió la princesa comenzando a sentirse un poco incomoda por todas las muestras de afecto. No estaba acostumbrada a recibir cariño de parte de una fémina, pero Eva parecía no darse cuenta, abrazándola cada cierto tiempo, haciendo que hundiera el rostro en el pecho de la madre de la humanidad, lo que inevitablemente la hacía sonrojarse.

—Es suficiente Eva, la mocosa se ahogará si la sigues abrazando así —la segunda mujer infló las mejillas en un gesto infantil, aun así, soltó a Charlie quien miró agradecida a Adam.

—Puede que Lulu parezca cruel, sanguinario, la misma reencarnación del mal, pero puedo asegurarte que te amó desde antes d que te creara.

 

Charlie la miró sin entender. Entonces Adam le explicó que su nacimiento era como el de él y Lilith, creados del polvo, ella, bueno, no estaba seguro ya que Lucifer solo les había dicho que su hija era la unión de su pasado y presente.

 

—¡Tu única madre es Alastor! —exclamó Eva tomando a la rubia de las manos, con algo más de cuidado, pues para ese momento, el moreno ya había comenzado a ser sobreprotector con la princesa.

—Sea lo que sea que sucedió entre ustedes puedo asegurarte que Lucifer no guarda ningún rencor —Eva asintió enérgicamente, agregando que los padres amaban a sus hijos por sobre todo y que jamás podrían odiarlos. —Si no me crees, habla con él y dile lo que sientes, seguro que le alegrará saber que no estás molesta con él.

 

Charlie bajó la mirada por un momento antes de levantarla mirando a Adam con determinación, asintiendo con la cabeza. Estaba decidida, iba a disculparse con su padre. Agradeció la ayuda antes de salir corriendo, tenía que escribir cien cartas de disculpa, además de un gran cartel colorido con purpurina.

 

Alastor suspiró al verla marcharse, se sentía cansado tanto emocional como mental. Por un lado, se alegraba que Charlie hubiese encontrado algo de paz, pero él no lo había conseguido, no podía sacarse de la mente a Lucifer besando a ese otro demonio.

 

La mente de Alastor estaba llena de pensamientos y dudas. Aunque quería creer que Lucifer lo amaba solo a él y que jamás le sería infiel, sabía que la realidad era más compleja. Los demonios, incluso aquellos en la alta jerarquía, no eran conocidos por su fidelidad.

 

El ejemplo de Stolas, el príncipe demonio que había engañado a su esposa con Blitzo incontables veces hasta acabar con su matrimonio, era un recordatorio doloroso de que incluso los más poderosos y respetados nobles no estaban exentos de la tentación y la infidelidad.

 

Alastor no podía evitar preguntarse si Lucifer lo había engañado antes de lo sucedido con Lord Von Eldritch.  La idea era dolorosa y trató de apartarla de su mente, pero no podía evitar sentir una punzada de inseguridad y duda.

 

Después de todo él no podía darle sexo tanto como quisiera a causa de los traumas que las constantes violaciones sufridas a manos de su primer amo le habían dejado. Los recuerdos de aquellos días muchas veces lo asaltaban en aquellos momentos íntimos, culminando en ataques de pánico donde Lucifer tenía que consolarlo hasta que se calmara.

 

 

...

 

 

La ira y el dolor de Lucifer eran palpables mientras gritaba a su Padre, recordando el trauma y la humillación que había sufrido a manos de Lilith. La forma en que Dios lo había tratado, culpándolo, había dejado una herida profunda en su corazón.

 

Durante milenios, Lucifer había llevado esa carga de dolor, sin poder confiar en nadie, ni siquiera en sí mismo. La sensación de ser un objeto desechable, sin valor ni dignidad, había permeado su existencia, y ahora estaba explotando en una rabia y una desesperación que no podía contener.

 

Dios, con una voz llena de arrepentimiento y compasión, pidió perdón a Lucifer, reconociendo que aun en con su infinito poder, no podía regresar el tiempo y evitar el dolor que había causado.

 

Lucifer, que había estado consumido por la ira y el dolor, comenzó a llorar, y su cuerpo se sacudió por los sollozos. Dios, se acercó a él y lo abrazó, sosteniéndolo mientras ambos se rompían.

 

Ambos se calmaron después de su emotivo abrazo. Lucifer, todavía con lágrimas en los ojos, miró a su Padre y no pudo evitar una sonrisa. La imagen de Dios, con lágrimas en el rostro y el cabello despeinado, era algo que el rey nunca había visto antes.

 

La sonrisa de Lucifer se debilitó un poco al darse cuenta de ello, y se sintió un poco incómodo. Pero El Señor, notándola, también sonrió, y su rostro se iluminó con una calidez y una bondad que Lucifer había olvidado.

 

La seriedad volvió a apoderarse del rostro de Lucifer, pero esta vez era diferente. Ya no había odio, ni resentimiento en sus ojos, más bien una sensación de resignación y agotamiento.

 

—¿Has venido a reclamar tu lugar en el trono celestial? —cuestionó. Su cuerpo relajado a pesar de que su postura parecía todo lo contrario. Su Padre, sin dejar de sonreír, negó con la cabeza.

—Este mundo, todo lo que existe o no en él, es tuyo. Tu huevo.

 

La expresión de Lucifer cambió de la seriedad a la confusión. No entendía qué quería decir Dios con esas palabras. ¿Por qué le decía que el mundo y todo lo que existía era suyo? ¿Qué significaba eso?

 

Lucifer se enderezó un poco, su cuerpo ya no estaba relajado, y su mirada se intensificó.

 

—¿Qué quieres decir?  —preguntó, su voz ligeramente más alta de lo normal. El Señor sonrió de nuevo, y su mirada se volvió más profunda.

—Quiero decir que este mundo es tuyo, eres su nuevo Dios —Lucifer se tambaleó, la fuerza de sus palabras lo había golpeado de una manera que ningún golpe físico podría haber hecho antes.

—¿Disculpa? —Su Padre le explicó que, Él no era único, que pertenecía a una raza antigua, una cuyo origen no podía describirse con los conocimientos que existían en esa creación.

 

Lucifer se sintió como si hubiera sido golpeado por un rayo. La declaración de su Padre lo había dejado sin aliento y sin palabras. ¿Qué quería decir con que él era el nuevo Dios? ¿Qué él, Lucifer, era su sucesor?, ¿Si quiera era posible hacer algo así?

 

La mente de Lucifer estaba en un torbellino de pensamientos y emociones. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo podía su Padre decirle que él era el nuevo Dios? ¿Qué significaba eso para el futuro del mundo y para su propio destino y el de su hija?

 

Su Padre continuó hablando, explicando que no era único, que pertenecía a una raza antigua cuyo origen no podía ser descrito con los conocimientos actuales. Lucifer escuchaba con atención, tratando de entender el significado detrás de las palabras de Dios.

 

—¿Qué raza? —preguntó Lucifer, su voz llena de curiosidad y confusión. —¿Qué origen?

Dios sonrió, y su mirada se volvió más profunda.

—Eso es algo que debes descubrir por ti mismo cuando tu "huevo" eclosione.

 

Lucifer frunció el ceño, comenzando a molestarse nuevamente. Odiaba lo críptico que su Padre siempre era, pero estaba tan cansado emocional y mentalmente que no insistió más, tan solo asintió con la cabeza, se despidió de él con un gesto de mano antes de extender sus alas y marcharse, debía regresar a casa, con su familia.

 

 

 

 

Lucifer sonrió al ver a Charlie correr hacia él con los brazos abiertos, llorando y moqueando al mismo tiempo. Aunque no podía entender las palabras que balbuceaba, sabía que era una mezcla de alegría y alivio por su regreso.

 

Recibió a su hija en un abrazo cálido, rodeando su delgado cuerpo con sus brazos y permitiendo que la princesa se aferrara a él como lo hacía cuando era niña. Lucifer cerró los ojos y se dejó llevar por la emoción del momento, disfrutando del toque y la dulce fragancia a manzana y miel que despedía su rubia cabellera.

 

Mientras tanto, Alastor se mantenía alejado, observando la escena con una sonrisa en su rostro. Sin embargo, Lucifer notó un brillo indescifrable en los ojos de Alastor, algo que no podía identificar. ¿Estaba molesto? Debía estarlo, él también lo estaría si encontrara a su pareja compartiendo un beso con otro, aunque no le hubiese respondido.

 

Cuando Charlie lo soltó para hacer a Alastor el nuevo receptor de sus brazos, Lucifer se acercó, preocupado y expectante.

 

—¿Estás bien? —preguntó, mirando al humano con una ceja levantada. Sabía que tenían mucho de qué hablar. Estaba dispuesto a enfrentarse al juicio de Alastor, merecía cualquier castigo que quisiera darle.

 

Pero su novio no aparentaba estar enojado, simplemente se limitó a asentir lentamente, su sonrisa se mantuvo en su lugar, pero Lucifer podía sentir una tensión en el aire, una sensación de que algo estaba a punto de cambiar.

 

—¡Veamos películas y comamos golosinas toda la noche! —exclamó la princesa. Lucifer se rio al escuchar la propuesta de Charlie, una pijamada parecía una excelente manera de celebrar su regreso a casa.

 

—Me encanta la idea —dijo sonriendo a la princesa que salió corriendo con la intención de preparar todo lo necesario.

 

Lucifer suspiró mientras se masajeaba la nuca. La diferencia en la percepción del tiempo entre él y los demás era algo que estaba tratando de entender pero que usualmente no le importaba, hasta ahora. Para él, solo habían pasado un par de horas desde que se fue, pero para Charlie y Alastor, habían sido casi dos semanas. Se marchó como un cobarde, seguramente haciendo que su pareja pensara que él lo consideraba un simple juguete; como todos los demonios que conoció.

 

—Al...

—Me alegra que se encuentre bien, Su Majestad —la frialdad con la que Alastor habló hizo que Lucifer sintiera que el aire que ni siquiera necesitaba abandonara sus inexistentes pulmones.

—Alastor, deberíamos hablar de lo sucedido la última vez —la sonrisa del humano se mantuvo ahí, como un escudo, uno que lo había mantenido vivo durante toda su vida y que en ese momento tenía como función proteger su corazón y dignidad. —Entiendo que estas enojado...

La sonrisa de Alastor se mantuvo firme, pero Lucifer podía ver una ligera tensión en sus ojos, una pequeña grieta en el escudo que había construido alrededor de sí mismo. La frialdad en su rostro había sido como un golpe para el soberano, quien había esperado alguna reacción, algo diferente a la indiferencia.

 

—Me parece, Majestad que no tiene necesidad de molestarse con este insignificante esclavo que solo sirve para calentar su cama.

 

Lucifer quería corregirlo, hacerle saber que no lo veía como humano desde hace mucho tiempo, pero no pudo continuar pues Charlie regresó en ese momento. Estaba vestida con su pijama rojo de seda y en los brazos cargaba una gran variedad de golosinas.

 

El diablo suspiró, miró a Alastor con la promesa silenciosa de que terminarían su conversación más adelante.

 

Pero ese "más adelante" no llegó pronto. Los siguientes días, Alastor se las arregló para no verlo, manteniéndose ocupado con Charlie o visitando a Eva en el harem y con todo el trabajo acumulado, Lucifer no pudo arrinconarlo en ningún lugar.

 

La ejecución de Frederick y su hijo había sido un tema delicado, y Lucifer se alegraba de que Azrael hubiera podido manejar la situación en su ausencia. El líder de los Jinetes siempre sabía lo que el deseaba y lo llevaba a cabo incluso antes de que él se lo solicitara. Sin embargo, la sentencia había causado un gran revuelo entre la nobleza, especialmente en el anillo de la Envidia. La idea de que un noble pudiera ser juzgado y ejecutado era algo sin precedentes, y sabía que tendría que lidiar con las consecuencias de esta decisión en el futuro.

 

Para empeorar su estrés el trabajo lo mantenía cada vez más ocupado con los asuntos de su reino, y su relación con Alastor parecía estar en un punto muerto. Lucifer se preguntaba si alguna vez podrían hablar de lo que había pasado entre ellos, o si la brecha que se había creado entre ellos era demasiado grande para ser superada.

 

Justo cuando creyó que las cosas no podían ser peor, él apareció. "Alanis."

 

Un nuevo noble demonio ciervo, verlo por primera vez fue como un golpe para Lucifer. Era alto, atractivo, con un cuerpo delgado que inevitablemente lo hizo pensar en cómo se vería Alastor si fuese demonio. Se lo imaginó al menos una cabeza mas alto que Alanis pero con unas astas más pequeñas, de rojos cabellos, piel canela y afilados dientes, perfectos para arrancar la carne del hueso.

 

—Su Majestad —La voz suave y carismática del demonio ciervo resonó en la mente de Lucifer, y no pudo evitar compararla con la voz de Alastor, que siempre había sido más reservada y controlada. Alanis por el contrario tenía una voz naturalmente dulce y una capacidad para agradar que lograba poner de su lado hasta el más rígido y conservador de los nobles, algo que el soberano descubrió durante el banquete por la celebración del domino del infierno sobre la tierra. Charlie no había querido asistir, optando por hacer una pequeña reunión en su palacio e invitando a sus amigas y a un puñado de demonios más.

—Lord Alanis, ¿qué lo trae por el palacio? —preguntó Lucifer. Fue casualidad encontrarlo; había dejado a sus clones hacer el papeleo mientras él se escabullía al jardín del este con la esperanza de encontrar a Alastor pues Charlie le había informado que gustaba pasar el tiempo en el pequeño pantano que recientemente fue instalado en esa zona.

—No mucho Su Majestad. El rey Paimon me invitó a participar en la reunión de nobles; un gran honor para mi humilde persona —Lucifer asintió con la cabeza, había escuchado de las últimas reuniones encabezadas por la cabeza de los Goetia. —Espero que no tome a mal lo que este humilde sirviente dirá: pero los nobles de alto rango están preocupados por lo sucedido con Los Von Eldritch; dos de ellos ejecutados y el resto caído en desgracia, teniendo la sangre de un Pecado corriendo por sus venas.

 

Las palabras de Alanis, llenas de cortesía y preocupación, reflejaban la intranquilidad que se cernía sobre la nobleza demoníaca. Lucifer, siempre el estratega, se sumió en pensamientos profundos mientras consideraba los próximos pasos en este juego infernal de poder.

 

—¿Cree que he sido muy estricto, Lord Alanis? —el demonio ciervo se llevó una mano a la barbilla ladeando ligeramente la cabeza antes de preguntar si podía hablar con libertad a lo que Lucifer asintió con la cabeza.

 

Alanis dio las gracias antes de decir que, como noble le preocupaba que su título o privilegios se vieran afectados por un "pequeño error", lo que hizo gruñir a Lucifer. La idea de que la elite creyera que las acciones de Seviathan no debieron tener consecuencias, hizo que se enojara.

 

—... pero como antiguo plebeyo, puedo decir que es un alivio —Lucifer levantó una ceja sin entender —. Saber que incluso los nobles pueden ser castigados por sus malas acciones, es un alivio y da esperanzas —se encogió de hombros —. Además, la princesa Charlotte es muy popular entre el pueblo y saber que el idiota que la agravió recibió su merecido, fue bastante agradable.

 

Lucifer se sorprendió al escuchar las palabras de Alanis. No había esperado que el demonio ciervo tuviera una perspectiva tan... humilde y justa. La forma en que Alanis habló de su pasado como plebeyo y de cómo la justicia había sido servida en el caso de Seviathan, hizo que Lucifer lo viera de una manera diferente

 

La mención de su hija también hizo que el rey sonriera ligeramente. Era cierto que Charlie era muy popular entre el pueblo, que su inocencia y bondad habían conquistado los corazones de muchos. En un futuro sería una buena reina para la Tierra.

 

Lucifer se inclinó hacia adelante, interesado en escuchar más de lo que Alanis tenía que decir, le hizo un gesto para que lo acompañara a beber té con él para continuar su conversación.

 

—Continúa —dijo después de que los sirvientes colocaron el té y los dulces, su voz un poco más suave que antes. —Me gustaría escuchar más sobre esos pensamientos revolucionarios tuyos.

 

En un mundo oscuro y cruel como lo era su reino, ciertamente las ideas de ese demonio eran completamente fuera de lo común. Refrescantes. Sin darse cuenta se encontró disfrutando de la compañía, olvidándose por completo de sus responsabilidades, de sus preocupaciones... de su conflicto con Alastor.

 

Comenzó a pasar un par de horas al día con Alanis, tomando té en el jardín o incluso invitándolo a cenar con él y Charlie. Aunque a la princesa le agradó el ciervo tan pronto le conoció, la cercanía con su padre comenzó a ser... incomoda., pues mientras más se acercaba a Alanis, más se alejaba de Alastor que sufría en silencio la distancia que comenzaba a crecer entre él y Lucifer.

 

Un día, un mes después de que su amistad comenzara, del ciervo se atrevió a hablar sobre su nuevo negocio y lo que podría hacer para aliviar el hambre de los demonios de más bajo rango. Lucifer se rio al escuchar la idea de Alanis. La innovadora propuesta de utilizar animales de la tierra para abordar los problemas alimenticios en algunos sectores de la población era verdaderamente interesante. La idea de que la carne de cerdo podría ser una alternativa viable a la carne humana era algo que Lucifer no había considerado antes.

 

—Los humanos solo pueden tener una o dos crías al año y el periodo de crecimiento es muy lento, en contraste los cerdos tienen varias crías al año y su crecimiento es a penas de unos meses, además de que su mantenimiento es mucho más barato.

—Es una idea fascinante —dijo Lucifer, su voz llena de entusiasmo.  No es que nunca antes se hubiera considerado el uso de porcinos, pero no había demonios lo suficientemente entusiastas o con el dinero suficiente para hacerse cargo de la logística —¿Cómo planeas implementar este plan?

—He estado trabajando con algunos de los mejores expertos en agricultura y ganadería del infierno. Hemos descubierto que algunos productos derivados de ellos son nutritivos y de buen sabor, como la carne y la leche que puede usarse para crear gran variedad de alimentos distintos, así como el trigo que se convierte en harina y está en diferentes tipos de pan.

 

Lucifer asintió con la cabeza. Normalmente usaban la magia para crear comida y alimentar a los más pobres, sin embargo, esa comida carecía de nutrientes y, aunque llenaban el estómago no hacían nada para evitar la anemia.

 

—¿Cuánto necesitas para iniciar tu proyecto?

 

Alanis sonrió, su rostro iluminado por la emoción. Aunque este último tiempo se había acercado bastante a Lucifer, nunca esperó que aceptara su propuesta con tanta facilidad.

 

—Necesitaría acceso a algunas de las tierras más fértiles, tanto de la tierra como del infierno, así como recursos para construir infraestructura para la cría de animales y la producción de alimentos. También necesitaría un equipo de expertos en agricultura y ganadería para ayudarme a implementar el proyecto —Lucifer asintió con la cabeza pensando que Lady Estramonion, una duquesa del anillo de la Ira, sería una buena ayuda para Alanis.

—Te daré acceso a las tierras que necesitas y te proporcionaré los recursos necesarios para construir la infraestructura. También te ayudaré a reunir un equipo de expertos para que se te unan a tu proyecto, además de una audiencia con Lobelia.

 

Alanis se inclinó en una reverencia, su rostro lleno de gratitud. Abrazó a Lucifer levantándolo en vilo y haciéndolo girar, olvidando por completo las clases de etiqueta que tuvo que tomar cuando consiguió su título nobiliario, se fueron al traste en ese momento.

 

—¡Lo siento! —se disculpó separándose del rubio. Lucifer sonrió, sintiendo una sensación de satisfacción al ver que su nuevo amigo era feliz con esa pequeña ayuda y que el apoyo podría hacer una diferencia en la vida de los más necesitados.

—No hay de que disculparte, Alanis. Me alegro de poder hacer tu deseo realidad.

 

El demonio ciervo sonrió apenado. Agradeció a Lucifer nuevamente, pero antes de poder hablar, Alastor hizo su aparición.

 

Al ver a su demonio, Lucifer contuvo el aliento. Estaba radiante con esa camisa de manga larga y un corset masculino que resaltaba su figura.

 

—Lamento interrumpir, Su Majestad —aunque su voz era casual, Lucifer pudo percibir el dolor matizado y la ira.

 

El diablo se sintió atrapado en la mirada de su ¿aún? novio, y por un momento, olvidó la presencia de Alanis y el proyecto que habían estado discutiendo. La aparición de Alastor había sido como un golpe en el estómago, y Lucifer se sintió sin aliento.

 

La forma en que Alastor se veía, con esa camisa y corset que resaltaban su figura, hizo que Lucifer se sintiera aún más incómodo. Era como si Alastor estuviera desafiándolo, mostrándole que aún podía afectarlo. Y la verdad era que sí, que ese simple humano lo tenía enredado alrededor de su precioso dedo.

 

La voz de Alastor, aunque casual, había transmitido un dolor y una ira que Lucifer no pudo ignorar. Se sintió culpable por haberlo ignorado, por haberse acercado al demonio ciervo y casi olvidando la existencia de su pareja.

 

Mientras tanto, Alanis sonreía a Alastor con una amabilidad y respeto que Lucifer no había visto nunca en un demonio para un esclavo. Era como si no viera a Alastor como un simple mortal, sino como una persona digna de respeto y consideración.

 

—No interrumpes —dijo Lucifer antes de mirar al ciervo que se mantenía sonriendo con una postura relajada. —Alanis, este es Alastor.

—¡Oh! La madre de su Alteza Charlotte, es un placer conocerlo —el ciervo tomó la mano del humano en un gesto amistoso. —Gracias por cuidar a nuestra princesa. Es un honor conocerlo.

 

Alastor se sorprendió ligeramente al ver la familiaridad con la que Alanis se acercó a él. La forma en que el demonio ciervo tomó su mano en un gesto amistoso fue algo que Alastor no había esperado, y se sintió un poco incómodo por la cercanía.

 

—Lord Alanis, por el momento nuestra reunión ha concluido —el ciervo asintió mientras hacia una reverencia, una vez más agradeciendo el apoyo de Lucifer para su proyecto. Se despidió de Alastor antes de retirarse.

—Parece que Su Majestad ha encontrado a un personaje interesante —Lucifer dio un largo suspiro, pero no se vio afectado por el veneno que guardaban las palabras de Alastor.

—Lo es, tiene un interesante proyecto para solventar la escasez, bueno ya sabes... Carne humana.

 

Lucifer sentía que era un tema delicado, teniendo en cuenta que Alastor era un humano y que, en algún momento de su vida debió estar en la mira para volverse el plato principal de algún demonio.

 

—Por supuesto, pero parece que a "Alanis" le interesa algo más que su... pequeño proyecto.

 

Lucifer se sintió incómodo con la insinuación. Sabía que Alastor estaba enojado por lo sucedido con Frederick, y que estaba tratando de provocarlo con la cercanía que tenía con el noble ciervo.

 

—Alastor, no creo que sea necesario hacer insinuaciones —dijo Lucifer, su voz suave pero firme. —Alanis es un demonio inteligente y apasionado que está tratando de hacer una diferencia en el infierno. No hay nada más entre nosotros que una conversación sobre su proyecto.

 

Alastor ladeó la cabeza, su sonrisa peligrosamente expuesta. Su cuerpo rígido y sus ojos destilando veneno.

 

—Por supuesto, por eso deben verse a solas todos los días durante los últimos dos meses —Lucifer se masajeo la sien.

—Alastor, te amo, pero en este momento estás siendo un poco... Dramático —el tic en el ojo del humano le dijo que tal vez había metido la pata —Sé qué crees que te engañé con Frederick y ahora con Alanis...

—Oh, Su Majestad sigue sorprendiéndome con sus grandes poderes. ¿Ahora puede leer la mente?

 

Lucifer no contestó, en parte por qué si podía y en parte por qué no quería seguir ese camino, en lugar de eso quiso ser abierto y abrirle su corazón, explicarle que Lilith no fue nunca su amor, que era una relación de víctima y victimario que al final se había invertido con la muerte de la primera mujer, pero que había dejado grandes cicatrices en él.

 

Lucifer se sintió un poco vulnerable al compartir su secreto con Alastor. Sabía que era difícil de creer que el rey del infierno, el soberano de la creación, hubiera sido víctima de una simple humana. Pero la verdad era que Lilith había sido una fuerza destructiva en su vida, y que sus acciones habían dejado cicatrices profundas en su alma.

 

No importaba cuánto poder tuviera, no importaba cuánto control ejerciera sobre el infierno y la creación. La verdad era que Lilith había encontrado un punto débil en su armadura, y que había explotado esa debilidad de manera cruel y calculada.

 

Lucifer se sintió un poco aliviado al compartir su secreto con Alastor. Esperaba que él pudiera entenderlo, que pudiera ver más allá de la fachada de poder y control que el rey del infierno había construido alrededor de sí mismo. Esperaba que pudiera ver la vulnerabilidad y la debilidad que se escondía detrás de su máscara.

 

Sin embargo, sus esperanzas se rompieron al ver la expresión oscura de Alastor. Fue como un golpe en el estómago de Lucifer. Había esperado que lo entendiera, que lo apoyara y lo consolara. Pero en lugar de eso, parecía decir que no creía en su vulnerabilidad, que no creía que el rey del infierno pudiera ser débil.

 

Lucifer se sintió como si hubiera sido golpeado en su punto más débil. Se sintió expuesto y vulnerable, y la expresión de Alastor parecía estar diciendo que no era digno de confianza.

 

La ira y la frustración comenzaron a burbujear en el interior de Lucifer. Se sintió como si estuviera a punto de estallar, como si la presión que había estado acumulando durante tanto tiempo finalmente estuviera a punto de liberarse.

 

—¿Qué es lo que crees que ves, Alastor? —preguntó Lucifer, su voz baja y peligrosa. Estaba comenzando a romperse y la repuesta del humano fue el ultimo clavo en ese ataúd:

—¿Qué es lo que debería de ver del Señor de las Mentiras?

 

 

Su ira y la frustración alcanzaron un punto crítico. Se sintió como si hubiera sido empujado al límite, y que Alastor hubiera cruzado una línea que no debía haber cruzado.

 

La oscuridad dentro de Lucifer comenzó a crecer, a expandirse y a tomar control. Su rostro se convirtió en una máscara de furia y desprecio, y su voz un rugido de ira.

 

—¡Eres un tonto! —gritó Lucifer, su voz resonando en la habitación. —¡No sabes lo que quieres! ¡No sabes lo que necesitas! ¡Pero te lo mostraré! ¡Te mostraré qué tan demonio puedo ser!

 

La habitación comenzó a oscurecerse, y el aire se llenó de una energía maligna. Lucifer se elevó del suelo, su cuerpo rodeado de un aura de poder y destrucción.

 

Alastor retrocedió, su rostro pálido de miedo. Sabía que había ido demasiado lejos, y que ahora enfrentaba la ira del rey del infierno.

 

Continuará…

 

 

 

 

Ok, pensaba terminar la historia aquí, pero esto da para más, al menos uno o dos capítulos.

 

Por cierto, ¿Qué les parece Alanis?

Chapter 11: Capítulo 11.- La satisfacción de un momento es la ruina del siguiente Parte II

Summary:

—Azrael, ángel de la muerte y Jinete, saluda a Su Alteza Lucifer, se....
—Olvida eso —dijo el soberano, chasqueando los dedos. Con el cuerpo de Alastor manifestándose entre ellos, la imagen del humano dormido en el silencio de la muerte era perturbadora. Su rostro traía consigo una paz inquietante, como si estuviera simplemente esperando despertar. Sin embargo, Lucifer sabía que eso no sucedería a menos que Azrael pudiera ayudarlo. —. Lo que necesito es que lo regreses a la vida.

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

 

Capítulo 11.- La satisfacción de un momento es la ruina del siguiente

 

Parte II

 

 

Su espalda se estrelló contra algo suave. La garganta se le cerró en el momento que sus ropas desaparecieron, dejándolo tan expuesto como no lo había estado en los últimos años. Y estar así, delante de quien infinidad de veces juró amarlo y jamás hacerle daño, lo destrozaba.

 

—Lu... —las palabras murieron.

 

El ser... la cosa delante de él no podía ser Lucifer. Comenzando por la altura, esta criatura era mucho más alta que Paimon, aunque delgada. Era de un tono tan oscuro que parecía comerse la luz. Tenía seis alas, sin boca, pero con unos grandes ojos, como dos focos en medio de la noche.

 

En su pecho había un pequeño cráter por donde se apreciaba una precaria llama. Grietas luminosas se esparcían por todo su cuerpo, dándole un aspecto de muñeca rota.

 

La mirada de la criatura parecía atravesarlo, como si pudiera ver directamente al alma. El aire estaba cargado de una energía extraña, y el silencio era opresivo. No se movía, simplemente lo observaba con aquellos ojos grandes y fijos.

 

¿Esa era la verdadera apariencia de Lucifer?

 

Alastor intentó volver a hablar, pero le resultó imposible, su garganta se cerró en cuanto sus ojos notaron algo de lo que no se había percatado hasta ese momento. Un gran miembro viril se erguía orgulloso, expectante.

 

Miró a Lucifer. Suplicante. Temeroso. No quería eso, no así...

 

Pero la criatura... El monstruo que alguna vez fue ese gentil celestial; ni siquiera le miró, en su lugar, lo tomó de las piernas, abriéndolas sin cuidado. Alastor gritó por la sorpresa y el dolor en la ingle.

 

Pero Lucifer no le dio oportunidad de reaccionar más allá de eso. Alastor volvió a gritar, está vez más fuerte, más lastimero; el monstruo lo había penetrado, sin preparación, sin siquiera un poco de lubricante, nada.

 

La sensación fue dolorosa, tan parecida a la primera vez con su antiguo amo, pero al mismo tiempo diferente. La agonía de ser empalado, y roto por dentro iba más allá de lo físico.

 

Trató de gritar, pero pronto su boca abierta se tomó como una oportunidad para algo que se coló sin restricciones, tan grueso como el pene que le destrozaba las entrañas, incluso tenía un sabor similar; salado, almizclado... asqueroso.

 

Jamás había experimentado algo así. No solo era aquel falo que le embestía el trasero y que le cortaba con cada golpe, metiéndose hasta sus intestinos, perforando todo a su paso.

 

Pero eso no era lo peor, el dolor, había otro, más crudo... extraño, ominoso.

 

Ya está.

 

Finalmente, algo se quebró. Todo se volvió negro y el dolor desapareció. Una paz increíble le dominó.

 

El cuerpo bajo el suyo se volvió flácido, como una muñeca de trapo sin vida, sin alma.

 

Lucifer parpadeo.

 

Una...

 

Dos…

 

Tres veces...

 

Había vuelto en sí, solo para descubrir lo que había hecho.

 

—¿Al? —el humano no le respondió. Permaneció ahí, inmóvil.

 

Lucifer se cubrió la boca, alejándose unos pasos y contemplando todo.

 

El rostro de Alastor contorsionado en una mueca de agonía, de mirada vacía, carente de brillo.

 

Un recordatorio abyecto de lo que se había jurado jamás ser.

 

Desesperado, buscó el alma de Alastor, sabía que estaba ahí, pues él mismo veto a Azrael y a sus cegadores tomarla. El humano le pertenecía en cuerpo y alma. Nadie más podía tocarlo.

 

Encontró a la pequeña flama junto a la sombra de Alastor; no le sorprendió, aunque era una parte del humano, la magia de Lucifer fue la que le dio vida, volviéndola en un ser casi independiente.

 

Lucifer se acercó lentamente a la llama, sintiendo una mezcla de emociones contradictorias. Por un lado, estaba aliviado de haber encontrado una parte de Alastor que aún permanecía intacta, pero, por otro lado, la culpa y el dolor por lo que había hecho lo consumían.

 

La llama pareció percibir la presencia de Lucifer y comenzó a temblar ligeramente, como si estuviera asustada. El rubio extendió una mano temblorosa hacia ella, pero el alma de Alastor intentó huir, escondiéndose detrás de la sombra que observaba el intercambio con miedo, pues temía ser destruido por el rey.

 

—¿Al? —susurró Lucifer, esperando que la llama respondiera de alguna manera, que le diera alguna señal de que aún había esperanza para el humano que amaba. Pero la llama solo siguió temblando. El diablo suspiró con pesar. —En verdad lo siento, déjame tocarte, te regresaré a tu cuerpo.

 

Y en verdad lo intentó, de verdad que lo hizo. Curó el cuerpo de Alastor, desterrando cualquier daño que le había causado, pero el alma se negó a regresar, no importa cuánto lo intentara Lucifer, fue imposible.

 

Desesperado, protegió el cuerpo de Alastor con un hechizo para mantener su corazón, cerebro y otros órganos funcionando, colocó el alma en un frasco y se transportó a la ubicación de Azrael.

 

La sala de Azrael era un lugar sombrío; todo estaba cubierto por sombras danzantes, mientras el aire estaba impregnado con el eco de papeles crujientes. Allí, el Señor de la Muerte, un ser cuyas emociones eran tan escasas como las luces en su morada, se concentraba en su labor. Los imps, criaturas diminutas y traviesas, iban y venían, atentos a sus deberes. Pero el silencio se impuso cuando Lucifer irrumpió en la habitación, la autoridad en su voz reverberando como un trueno.

 

—Déjenos —ordenó, y los imps, aunque titubeantes al principio, hicieron una reverencia y se retiraron, dejando solo a Lucifer y a Azrael.

 

El celestial se acercó a su señor, curioso por la visita, pues no era común en el rey visitar a sus siervos en sus moradas.

 

—Azrael, ángel de la muerte y Jinete, saluda a Su Alteza Lucifer, se....

—Olvida eso —dijo el soberano, chasqueando los dedos. Con el cuerpo de Alastor manifestándose entre ellos, la imagen del humano dormido en el silencio de la muerte era perturbadora. Su rostro traía consigo una paz inquietante, como si estuviera simplemente esperando despertar. Sin embargo, Lucifer sabía que eso no sucedería a menos que Azrael pudiera ayudarlo. —. Lo que necesito es que lo regreses a la vida.

 

Azrael, con su mirada vacía, simplemente observó la escena. Normalmente la Muerte no estaría interesada en rescates ni en interceder en el juego del destino. Era un concepto eterno, una ley de la naturaleza que debía ser respetada. Los humanos morían, se convertían en pecadores y después de algunos siglos, sus almas serían recicladas para iniciar nuevamente como esclavos mortales.

 

Sin embargo, Lucifer era el rey y Dios de todo lo que existe y lo que no; era él quien podía crear o destruir las leyes, incluso aquellas que mantienen el equilibrio, y no sufrir las consecuencias. Era el amo del tejido mismo de la realidad, capaz de deshacer el mundo con un chasquido de dedos, o tejer uno nuevo a su antojo. Azrael, el ángel de la muerte, lo sabía bien.

 

Pero había un problema. El alma de Alastor, un simple mortal, se negaba a volver a su cuerpo. Su muerte fue tan traumática, tan vil, que la pequeña llama de su alma, asustada y confundida, se acurrucaba en un rincón del frasco que la contenía, temblando como una hoja.

 

Normalmente, Azrael simplemente la empujaría de vuelta, proporcionándole una nueva forma, como pecador. Era su trabajo. Pero el trauma era demasiado fuerte. La visión de lo que Lucifer le había hecho, el dolor, el miedo... todo estaba grabado a fuego en la esencia de Alastor. Cada vez que Muerte intentaba guiarla hacia su cuerpo, la llama se apagaba casi por completo.

 

La única solución, una que Lucifer no pensaba tomar, era el Caldero Cósmico. Una piscina de energía pura, capaz de borrar recuerdos y remodelar la esencia misma del alma. Si sumergía a Alastor en el Caldero, volvería a nacer, pero no recordaría nada de su vida anterior. Sería una nueva persona, en una nueva forma. Un nuevo humano. Otra vez un esclavo.

 

—No. Él es mío —dijo Lucifer, sus ojos y boca dejaban escapar pequeñas llamas, mientras sus seis alas se extendían majestuosamente. A su lado, Azrael, ladeó la cabeza, imperturbable ante la amenaza.

 

—¿Cómo piensa hacerlo?, ¿qué dirá Su Alteza la Princesa? —preguntó Azrael, su voz tan fría como la bruma que envolvía las almas perdidas. Conocía muy bien a Lucifer; en su corazón ardía el deseo de mantener a salvo a su hija, Charlie, a toda costa. Ella adoraba a Alastor, quien había sido su protector y confidente, una figura materna que la guiaba en las noches más oscuras.

 

—Le haré demonio. Nunca volverá a ser un esclavo.

 

¿Qué debería hacer?, no podía permitirse que Charlie supiera que él fuera el responsable de despojarla del amor de Alastor. No quería que su hija lo odiara.

 

Entonces un plan tomó forma en su mente. Manipularía los recuerdos, borraría cada trazo de la verdad. Todos creerían que los Von Eldritch habían atentado contra la vida de su princesa, y que Alastor había caído dando su vida para protegerla, rescatándola de un destino trágico, de esa manera, solucionaba dos problemas; sus súbditos olvidarían la verdadera razón de la ejecución de la familia de Frederick, lo que resolvería su pequeño conflicto con los nobles y evitaría que Charlie supiera que él, su padre era el responsable de la muerte de su "madre".

 

Alastor iba a renacer como demonio, pero Lucifer no podía arriesgarse a que naciera en la pobreza, no, su precioso cervatillo debía nacer en una familia noble...

 

Cervatillo...

 

Siempre se imaginó a Alastor como un demonio ciervo, igual que Alanis.  El noble de mente brillante, era la elección perfecta. Su creciente fortuna garantizaba una vida cómoda para su querido cervatillo.

 

Antes de iniciar su plan, Lucifer decidió hablar con Alanis, podría simplemente plantar a Alastor como su hijo, crear recuerdos felices y dejar que las cosas avanzaran desde ahí, pero Lucifer sentía que necesitaba contarle la verdad, que se merecía saberlo.

 

Por eso lo convocó a su palacio, no en el de la tierra donde Charlie podría enterarse y no podía permitirlo.

 

 

...

 

 

Alanis observaba el pasillo interminable, su mirada recorriendo las sombras que parecían moverse a su alrededor. Las paredes, cubiertas de inscripciones antiguas y símbolos infernales, emitían una fría vibración. En contraste con los vibrantes jardines de la tierra, el palacio de Lucifer en el infierno era un espectáculo de oscuridad. El Gran Chambelán, un demonio de nobles modales y sonrisa sutil, caminaba delante de él, sus pasos resonando en el eco de sus pensamientos.

 

Mientras el Chambelán giraba para abrir una puerta adornada con relieves con el símbolo de Lucifer, Alanis sintió que algo más estaba en juego.

 

Al cruzar el umbral a las habitaciones privadas de Lucifer, una oleada de energía mágica la envolvió. Los muebles oscuros reflejaban un tiempo olvidado, y un aire de autoridad se impregnaba en cada rincón. Allí, en esa cámara, se sentía la esencia del mismo rey de todo.

 

—Alanis, adelante, adelante. Toma asintiendo —dijo Lucifer mientras despedía al otro demonio con un gesto de su mano. Su voz resonó como un eco en la vastedad de la sala, imponiendo respeto a la figura del ciervo, que, nervioso, movía sus orejas en busca de posibles peligros.

 

Se acercó y realizó una reverencia profunda ante el ser que era tanto rey como dios.

 

—El Barón Alanis Elktaur, saluda a Su Majestad, Lucifer, portador de la luz, Dios de todo lo que existe y existirá...

 

El rey, con una mirada intensa, asintió solemnemente. Sin previo aviso, tronó los dedos, y un silencio mágico envolvió a Alanis, sellando sus labios con un hechizo oscuro y potente.

 

—No podrás hablar de nada que se comente en esta habitación; si lo intentas, tu alma desaparecerá en el olvido.

 

Despojado de miedo, el Barón asintió.

 

—Por supuesto, Majestad —respondió cuando la magia de Lucifer lo soltó, la voz temblando apenas.

 

Lucifer, con su mirada fija en el brillo profundo de los ojos del ciervo, suspiró. Era un día efímero en el reino, y la luz se deslizaba suavemente entre las hojas. Alanis, el ciervo, sintió el peso de la pregunta que había estado preparando su soberano.

 

—¿Cuánto deseas tener un hijo? ¿Qué estarías dispuesto a hacer para conseguirlo?

 

La pregunta reverberó en el aire, un eco de anhelos reprimidos. Alanis miró hacia el vacío, recordando las noches de sueños compartidos con Furma, su amada, quien, en su corazón, se sentía culpable por no poder darle un cervatillo. Ambos deseaban ese pequeño ser que representaría no solo un legado, sino también un amor que florecería en sus vidas.

 

—Casi cualquier cosa —respondió, su voz firme, pero con un atisbo de vulnerabilidad.

 

Lucifer sonrió, aunque sus ojos continuaron opacos. Era consciente de la carga que el deseo llevaba consigo. Empezó a desglosar su plan audaz: la transformación de Alastor, el humano fallecido en un acto heroico al proteger a la princesa Charlie. Al menos eso era lo que él había hecho que todos creyeran desde el momento en que dejó los dominios de Azrael. Ocultando la vileza de sus acciones en un momento de furia para con quien amaba que, sabía bien no lo eximia de sus actos.

 

—Alastor será demonio y quiero que tú y Furma sean sus padres —dijo Lucifer, con un tono que mezclaba misterio y esperanza.

 

El solo nombre de Alastor trajo consigo un torrente de emociones. Alanis había conocido al humano durante sus visitas al palacio real en la tierra y le había parecido una brillante luz que no debió nacer entre los hijos e hijas de Adam y Eva.

 

La idea de convertirlo en familia le erizó el pelaje. Serían capaces de brindarle amor, un refugio donde pudiera sanar sus heridas.

 

El deseo, el anhelo de tener un hijo, era tanto que ni siquiera se paró analizar las implicaciones. Alastor era precioso para Charlie, quien lo veía como una figura materna y por extensión, también era importante para Lucifer; tenerlo como parte de su familia seguramente los haría favoritos de la familia real.

 

Lucifer le ordenó regresar a su territorio, debería ordenar a todos sus sirvientes abandonar la mansión durante una semana.

 

—No te preocupes, tu esposa Lady Furma no sabrá nada. Mi magia se encargará —dijo Lucifer, con una sonrisa que revelaba más que intenciones ocultas, pero la euforia del demonio ciervo era tanta que le cegaba.

 

Alanis, atrapado en la promesa de ser padre, asintió con entusiasmo. Durante seis días, disfrutaría de la compañía de su amada, sin saber que el tiempo, que todas las vivencias que tendría con su hijo no serían más que una ilusión.

 

Con todo resuelto, Lucifer abrió un portal directo a la mansión de Alanis, deseándole buena suerte y pidiendo ser un buen padre. El Barón Elktaur se despidió agradeciendo nuevamente el regalo.

 

Solo nuevamente, Lucifer se permitió llorar por primera vez. Lloró por su antiguo ser angelical, por el tirano en el que se convirtió, incluso por el final de Lilith, pero sobre todo por Alastor y Charlie.

 

 

...

 

 

Ajeno al colapso emocional de Lucifer, Alanis y Furma se rindieron por completo en los brazos del otro. Con la primera explosión de estasis, el embarazo comenzó. Pero lo que el Barón no sabía era que la magia de Lucifer distorsionaría la realidad. Los minutos convirtiéndose en días y las horas en años. La realidad misma se distorsionó para darle espacio a la existencia de Alastor.

 

Una historia completamente nueva para lograr sus planes egoístas. Creó amistades, vivencias, conexiones que, de ser esa la verdadera realidad, quizás habría vivido por sí solo.

 

Alastor creció rodeado de recuerdos felices que fueron sembrados por una mano cuidadosa. Desde risas compartidas bajo el sol dorado hasta dulces susurros en las noches estrelladas, cada fragmento de su infancia estaba teñido de amor incondicional. Alanis lo miraba con ternura, mientras Furma le enseñaba a ser valiente en un mundo que podía oscurecerse en un instante.

 

Lucifer ansiaba tanto el momento de volver a encontrarse, aunque sabía que no era digno, pues había sido él quien había cortado la vida de Alastor en su forma humana, de una forma vil y cruel que ningún ser merecía experimentar. Aun así, su egoísmo había llevado a la creación de esta distorsionada realidad, un nuevo mundo donde las amistades florecían, pero que al mismo tiempo lo condenaban a la soledad.

 

Un mes había pasado desde que el humano Alastor murió y nació como demonio. Un mes desde que Lucifer rediseñó la realidad. Se había mantenido encerrado durante todo ese tiempo, espiando furtivamente a su venado, su amor, aquel que decidió sería su futuro esposo.

 

Si Alastor lo aceptaba nuevamente, pondría los 3 reinos a sus pies, haría que ángeles y demonios, ¡él mismo! Pasaría la eternidad siendo su esclavo si así lo deseaba.

 

Pero en medio de esos pensamientos tumultuosos, la puerta se abrió sin previo aviso. Charlie, su hija, apareció en la habitación como un rayo de luz en aquellos oscuros pensamientos. Atraía la atención como solo un hijo podría hacerlo, iluminando el ambiente con su presencia inocente.

 

—Papá, he estado buscándote —declaró Charlie, con esa mezcla de preocupación y determinación que solo poseen los jóvenes. Su cabello dorado brillaba en el escaso resplandor que penetraba la habitación, y Lucifer sintió que su corazón se encogía. No quería que su hija cargara con el peso de sus deseos oscuros.

 

—¿Qué sucede, cariño? —preguntó él, esforzándose por ocultar la desesperación y la culpa que anidaba en su pecho.

—Estoy preocupada por ti. Te has encerrado aquí durante tanto tiempo —dijo, dando un paso más cerca. Apoyó su mano en el hombro de Lucifer, quien de inmediato la atrajo para que se sentara en su regazo, tal como cuando era una niña —. Has estado mucho tiempo encerrado, no es propio de ti dejar el reino sin supervisión.

 

Lucifer sonrió con tristeza, una expresión que se había convertido en su compañera silenciosa. Sabía que sus días de reclusión no eran justificados; la soledad era un peso que había decidido cargar. Pero la verdad era que no se sentía preparado para enfrentar a Charlie, ni a nadie. No cuando era él el responsable de arrebatarle a su hija a la única figura "materna" que había conocido.

 

—No es nada manzanita. Cosas de viejos —murmuró Lucifer, frunciendo el ceño mientras miraba por la ventana. Charlie sabía que ese tono significaba que no estaba dispuesto a hablar de lo que ambos llevaban dentro. La melancolía de su padre era un manto oscuro que cubría su hogar desde hace seis meses, cuando todo cambió

—Sabes que no puedes ocultar todo tras una sonrisa. Te he visto triste, y eso me preocupa. Aun así, no sabes cuánto desearía que mamá estuviera aquí.

 

Ese fue el momento en que Lucifer sintió que se le revolvía el estómago (si tuviera uno), con la culpa que le consumía. Ella estaba allí, ignorante a la verdad, recordándole la pérdida de (...), la tristeza compartida que aun cruelmente los unía. Tratando de buscar consuelo, sin saber que esas manos que la sostenían eran las mismas que le arrancaron parte del corazón.

 

Hacía seis meses que su madre había partido, víctima de una traición tan profunda que aún la hería. La imagen de (…) luchando valientemente contra los Von Eldritch se repetía en su mente como un eco implacable. Todo había girado en torno a su negativa a ceder ante Seviathan, que había querido desposarla para entrar a la familia real y, cuando Charlie se negó, intentó matarla por causa de su ego herido.

 

Al menos eso era lo que Charlie recordaba. Lo que todo el mundo recordaba y creía.

 

—¿Te apetece dar un paseo por el jardín? —dijo Lucifer con una sonrisa triste, sus ojos reflejaban una melancolía que no podía ocultar. Ella se mordió el labio inferior, indecisa. Sabía que su padre había estado atravesando tiempos oscuros, recuerdos de un pasado que cada día lo atormentaban más. Quizás un poco de rutina podría ser lo que su padre necesitaba, lo que ambos necesitaban. Asintió con la cabeza y juntos se dirigieron hacia el jardín.

 

El aire estaba impregnado del aroma dulce de las flores en plena floración, mientras el sol comenzaba a descender, pintando el cielo con tonos dorados y anaranjados. Al llegar a la pequeña laguna, fueron recibidos por los patos de plumaje amarillo y delicado que nadaban despreocupados. Sus suaves graznidos resonaban en el ambiente como una melodía tranquila. Charlie sonrió al verlos, su ternura era un bálsamo para el alma, y comenzó a lanzar pequeños trozos de pan al agua.

 

—Mira, papá, estos patitos son como nosotros —dijo Charlie, observando cómo las aves se acercaban en busca de alimento. —A veces necesitan un poco de ayuda para salir adelante.

 

Lucifer rio suavemente, un sonido que resonó como una campana lejana en medio de la calma del jardín. Sin embargo, su risa no alcanzó sus ojos, donde habitaba una sombra persistente.

 

—Siempre has tenido un corazón grande, cariño. —Volvió a mirar los plomíferos, recordando su infancia, cuando también él había encontrado consuelo en la naturaleza. Pero su mente pronto volvió a los recuerdos abrumadores de su vida.

 

Mientras continuaban alimentando a los patos, Charlie, sintiendo el momento propicio, decidió compartir una idea que la había llenado de emoción: un refugio para humanos maltratados. Había nacido del deseo de proteger a los humanos, a esa especie a la que (...) había pertenecido.

 

—Papá, Octavia, Loona y yo hemos comenzado a trabajar en algo. Queremos crear un refugio, un lugar seguro para aquellos que han sufrido —Sus palabras fluyeron con fervor, como si cada letra estuviera tejida con la esperanza y el deseo de cambiar el mundo. —Un hogar donde puedan sanar, crecer y encontrarse a sí mismos. Lejos de sus sádicos amos.

 

Lucifer la miró con una mezcla de sorpresa y confusión. Su pequeña hija estaba construyendo un futuro que él nunca se habría atrevido a soñar. La tristeza en su rostro comenzó a desvanecerse, reemplazada por un brillo de orgullo. Pero también el miedo por el futuro.

 

El status quo que hasta ahora se había mantenido, dependía principalmente de la esclavitud humana. La economía de muchas familias imps dependían de la crianza de humanos para llevar comida a sus mesas y darles una buena vida a sus hijos. Sin mencionar a los nobles que también hacían negocios con ellos, incluso los celestiales habían encontrado cierta complacencia al tener a un esclavo.

 

Con la muerte del humano Alastor, quizás Charlie se sentía sola, necesitada de su "madre" y quería llenar ese vacío cuidando a aquellos que pertenecían a la misma especie de su figura materna. Tal vez si le daba algunos esclavos heridos, su hija se calmaría.

 

Lucifer pensó que su hija y sus amigas, perteneciendo a la más alta jerarquía de la realeza y nobleza, tenían mucho tiempo libre y probablemente (esperaba), se aburrirían en algunos días cuando se dieran cuenta que la especie humana era solo ganado sin cerebro. Solo Alastor era diferente.

 

—Si eso es lo que quieres, Char-Char, está bien, te daré los recursos que necesites, pero solo podrás tener unos cuantos humanos por el momento —Charlie chilló feliz, abrazando a su padre, asegurándole con entusiasmo que no se arrepentiría —. Bien, por qué solo tendrás un año terrenal para demostrar que tu proyecto es viable.

 

La princesa quería protestar, pero prefirió morderse el labio. (...), le había enseñado que había batallas que podía pelear y otras que no; esta era una de ellas.

 

—Bien —dijo decidida —. Te demostraré que podemos hacerlo.

 

Charlie abrazó a su padre antes de marcharse, la emoción había hecho que olvidara la razón del paseo, marchándose en busca de sus amigas para iniciar el proyecto. Lucifer se quedó solo, dejando que el silencio le devorara nuevamente, observando desaparecer la silueta de su hija a medida que se alejaba.

 

El rey permaneció quieto por unos minutos más antes de dar la vuelta y caminar en la dirección contraria a la que Charlie se fue. Sus pasos conduciéndolos hasta el corazón de su jardín privado donde había una preciosa estatua.

 

Desde lejos, la figura parecía hecha de hielo, rompiendo la luz en destellos prismáticos. Sin embargo, al acercarse, la materia transformaba su esencia, mostrando matices de colores que danzaban en lo etéreo. Era como si la estatua respirara, un enigma de belleza cambiante.

 

Bajo aquella obra, se encontraba descansando el cuerpo humano de Alastor, él único de su especie que tendría una tumba: un reflejo de sus propios anhelos y miedos, una manifestación de su soledad. La estatua, con su forma indefinida, guardaba su más profundo secreto y pecado.

 

—Mi amor —susurró en un idioma que solo él y su padre conocían ya. —Es momento de recuperarte y esta vez, no pienso soltarte.

 

Los ojos de Lucifer se volvieron rojos, sus rasgos demoniacos aflorando a cada centímetro de su piel, mientras su ominosa promesa flotaba a su alrededor. Ya había perdido mucho tiempo lamentando su error. Había creado una nueva posibilidad para ser feliz con Alastor y no pensaba desperdiciarla.

 

 

Continuará...

 

Bueno, hasta aquí el capítulo. Y sí, Charlie tendrá algo parecido a su hotel, pero esta vez con humanos y por supuesto que esto no le va a agradar a ningún demonio o ángel.

¿Creen que Luci ya se volvió loquito?

 

En el próximo capitulo veremos a Alastor y a sus nuevos papis, y quizás algunos de esos recuerdos que Lucifer creó para él.

Chapter 12: Capítulo 12.- Dulce ignorancia

Summary:

—... Quizás a Su Majestad le interese el joven Duque —dijo un demonio conejo que había sido amiga de Lady Furma desde niñas. Tenía un brillo travieso en sus ojos, recordando cómo Lucifer siempre había tratado a Alastor con ternura. Las palabras calaron hondo en el corazón del niño, quien se sonrojó, preguntándose si realmente había un interés más allá de la amistad.

—¡Tonterías! —interrumpió el demonio oveja—. Es más probable que esté interesado en Lord Alanis, ¡¿no han visto cómo lo mira el rey Lucifer?!, ¿Por qué otra razón ascendería a un demonio de tan bajo nivel como nosotros a Duque?

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

 

Capítulo 12.- Dulce ignorancia

 

 

 

Furma miró al pequeño bebé en sus brazos, sus ojos brillando como dos estrellas. El cabello rojo chispeante caía sobre su frente, mientras que sus tiernas orejas, con puntas negras, eran un reflejo de su madre. El suave pelaje castaño claro del niño era, sin lugar a dudas, heredado de Alanis, su amado esposo.

 

Un par de años atrás, la perspectiva de ser una familia parecía un sueño lejano; luchaban cada día apenas para conseguir alimento. Pero ahora, su hogar resonaba con risas y pequeños gorgoteos. Alanis, a pesar de las adversidades, había demostrado ser un pilar inquebrantable, convirtiendo sus esfuerzos en frutos de prosperidad.

 

En un rincón apartado del reino, la familia de Alanis disfrutaba de su nuevo estatus como barones. La vida transcurría tranquila en sus tierras hasta que el rey Lucifer decidió hacer una visita inesperada. La conexión instantánea con Alastor fue instantánea, como si el pequeño cervatillo y el soberano estuvieran conectados por una fuerza más allá del entendimiento.

 

Un día, tras la visita, comenzaron a llegar regalos en cantidades desmesuradas: una cuna elaborada por los mejores artesanos, ropas finas que denotaban un linaje de reyes, juguetes brillantes y la atención de un chef cuyas habilidades eran solo dignas de la familia real. Cada obsequio parecía cargar con un peso, una expectativa de que su hijo Alastor no sería solo un niño noble de baja cuna.

 

Cuando Alastor cumplió 5 años, el oscuro reino tembló con una noticia inesperada: él y su familia fueron elevados a duques por Lucifer. Lilith, la reina, quien miraba con recelo desde la penumbra, no lo aceptó.

 

Despertando en su corazón un rencor profundo, la Primera mujer tramó en secreto una conspiración para despojar a su esposo del poder. Sin embargo, su ambición resultó en su propia perdición; sus planes fueron descubiertos, y bajo el juicio de Lucifer, fue ejecutada en una oscura mazmorra, por la mano del propio soberano y devorada por los Pecados y los cuatro jinetes.

 

Lucifer visitaba a menudo al recién nombrado Duque. Siempre llegaba con una excusa relacionada con sus revolucionarios proyectos para aliviar el sufrimiento de las clases más bajas del infierno, pero en el fondo, su verdadera misión era hacer sonreír a su precioso tesoro: Alastor.

 

Cada visita se convertía en un espectáculo, un momento mágico dentro del incesante ciclo de desolación. Lucifer, con su halo de misterio y encanto, traía obsequios elaborados por sus propias manos. Eran juguetes únicos, cada uno contando historias de tiempos olvidados y sueños perdidos. Alastor se sumergía en la alegría de sus creaciones, viendo en ellos un destello, sin saberlo, de lo que alguna vez fue su existencia como humano.

 

Una serpiente de madera, pero cuyas escamas estaban talladas con tal delicadeza que parecían reales e incluso tenía un mecanismo que la hacía desplazarse unos metros, un venado al que Lucifer había puesto el pelaje, pelo a pelo para hacerlo ver más real; los juguetes eran más que simples objetos: eran promesas ocultas.

 

Mientras Alastor jugaba, Morningstar lo observaba con una mezcla de nostalgia y anhelo, recordando lo que había perdido por su propia estupidez.

 

 

Una tarde cálida en las tierras ducales, Alastor se escondía detrás de un rincón, absorto en la conversación de sus padres y sus amigos. La llegada inminente de Lucifer, provocaba un frenesí palpable entre ellos. Sus corazones latían al unísono y emocionados.

 

El bullicio de risas y murmuraciones se detuvo por un momento cuando un demonio oveja de cuerpo regordete hizo su comentario con voz estridente.

 

—Quizás Su Majestad esté buscando una reina, una de verdad...— su mirada brilló con osadía. Sin embargo, el comentario fue recibido en un silencio tenso, mientras Alanis fruncía el ceño.

 

—No hables así de la ex reina —dijo el Duque, firme, pero en sus ojos se podía ver la chispa de la curiosidad y la preocupación. Los demás demonios asintieron, sabiendo que era mejor evitar la ira de Lucifer, quien, a pesar de todos los rumores que condujeron a Lilith a la muerte; había ordenado no volver a mencionarla. Aun así, la oveja insistió en que el rey merecía una pareja digna, no un humano indeseable.

 

Alastor, desde su escondite, sintió un leve escalofrío que le recorría la espalda.

 

¿Qué pensaría Lucifer de todo esto? La idea de que su rey pudiera estar buscando una reina le desagradaba profundamente.

 

La imagen de Lucifer compartiendo su trono con otra persona lo atormentaba. En su mente infantil, el rey le pertenecía solo a él; nadie podía reemplazar los momentos en los que sus risas resonaban en el aire sombrío. Esa conexión era su refugio en un mundo donde se sentía como si no perteneciera, como si fuese alguien diferente a lo que veía cada mañana en el espejo.

 

—... Quizás a Su Majestad le interese el joven Duque —dijo un demonio conejo que había sido amiga de Lady Furma desde niñas. Tenía un brillo travieso en sus ojos, recordando cómo Lucifer siempre había tratado a Alastor con ternura. Las palabras calaron hondo en el corazón del niño, quien se sonrojó, preguntándose si realmente había un interés más allá de la amistad.

 

—¡Tonterías! —interrumpió el demonio oveja—. Es más probable que esté interesado en Lord Alanis, ¡¿no han visto cómo lo mira el rey Lucifer?!, ¿Por qué otra razón ascendería a un demonio de tan bajo nivel como nosotros a Duque?

 

Alanis y su esposa se miraron. Sabían que Morris no hablaba desde la envidia, más bien desde la preocupación, y lo entendían. Los demonios "presa" estaban en los últimos escalones, a penas por encima de los hellhound o los imps, aunque sus números eran muy pocos, de hecho, la mayoría vivía en las tierras del Duque Elktaur cuyos dominios se encontraban en la Tierra. El hecho de que Lucifer tuviera tantas atenciones para Alanis y su familia, incluso favoreciéndolos por encima de los nobles de alto rango.

 

 

....

 

 

Los días se deslizaron como las nubes en el cielo. Alastor recibía las visitas de Lucifer con un asombro que iluminaba sus ojos. A través de los años, el rey del inframundo le traía regalos deslumbrantes: gemas que destellaban como estrellas caídas, libros que susurraban secretos del universo y artefactos cuya belleza desbordaba la razón. La conexión entre ellos crecía, y Alastor se sentía cada vez más cautivado por el carisma y la intensidad de Lucifer.

 

Sin embargo, al llegar a sus 17 años, algo cambió. Las ofrendas ya no parecían ser símbolos de amor; en su lugar, trajeron consigo una creciente inquietud. Cada regalo, aunque opulento, comenzaba a pesar en su alma como una sombra que se entrelazaba con su luz. Una voz interna le advertía, clara y firme: "Aléjate."

 

 

 

 

Con los años, más nobles lo observaban con desdén, celosos susurraban sobre los favores que Lucifer le otorgaba. Alastor disfrutaba de los celos que causaba, el brillo en sus ojos era un eco del poder que empezaba a sentir, pero había algo más: una sombra en su mente. Ese susurro persistente que no dejaba de molestarlo.

 

Entonces el Gran Baile llegó con un aire de expectación palpable. El palacio de Lucifer brillaba como una estrella. Las criaturas de todas las esferas se congregaban, listos para celebrar un nuevo aniversario del triunfo sobre el Cielo, pero también para presenciar algo que cambiaría el curso de sus vidas y que le revolvió el estómago a Alastor: la presentación de Charlie Morningstar, la única hija del rey.

 

Charlotte "Charlie" no era solo una niña; era una manifestación de la esencia misma de su padre. Con su cabello rubio y ojos ardientes, la pequeña era un reflejo de Lucifer, y su llegada había desatado murmullos en cada rincón del reino. ¿Cómo era posible que el rey, conocido por su soledad y poder, hubiera creado un ser así? El soberano, como amo del infierno, había dado origen a los Pecados y estos a su vez le ayudaron a crear a los demonios, pero de alguna manera la bebé era diferente, tan pura y demoniaca a la vez, como si el pasado y el presente se hubieran unido para crear vida, quizás así era.

 

Mientras las tenues melodías de la orquesta danzaban en el Gran Salón, Charlie fue llevada al centro del gran salón. La multitud, tácitamente dividida entre la adoración y el miedo, contuvo la respiración. En el aire vibraba un eco de ansias ocultas. Lucifer, con la bebé en brazos, brillaba como solo un nuevo padre podría hacerlo, su risa resonando como un trueno distante.

 

Detrás de él, los Jinetes y Pecados se alineaban, una galería espeluznante que consolidaba su poder. Alastor, desde la esquina donde la familia Elktaur trataba de pasar desapercibidos, observaba con un nudo en el estómago. Anhelaba ser parte de aquella escena por alguna razón que no entendía. Pero su mirada también estaba teñida de celos; un recordatorio cruel de su propia insignificancia.

 

—La princesa es adorable —dijo Furma, sonriendo mientras sus ojos brillaban al recordar a su pequeño Alastor, hace años, cuando el mundo aún parecía simple y lleno de promesas.

 

—Lucifer ahora tiene un hijo. Seguramente no vendrá tanto al Ducado...

 

Al escuchar eso, una punzada de nostalgia recorrió su pecho. Sin embargo, las palabras de Alanis flotaron en el aire como un eco ensordecedor.

 

 

El corazón de Alastor se retorcía en su pecho al escuchar esas palabras. La idea de que el rey, podría alejarse de él por las responsabilidades que trae un bebé, se asemejaba a una daga afilada que lo atravesaba lentamente.

 

—Cariño, ¿estás bien?, Te ves un poco pálido —dijo Alanis, tocando la mejilla de su hijo. Furma también se acercó, preocupada por el malestar que pudiera tener su cervatillo. Alastor miró a sus padres, sintiéndose culpable por preocuparlos.

 

Sin responder, se alejó rápidamente, como si los muros del palacio pudieran absorber su desasosiego.

 

Mientras se perdía entre la multitud, Alastor sentía cómo su corazón se debatía en una lucha interna. Los rostros sonrientes a su alrededor celebraban la llegada del bebé que, con solo su llanto, una sonrisa o un balbuceo, se convertía en el centro de atención de Lucifer. En ese momento, las emociones se entrelazaban: los celos le apretaban el pecho, mientras una extraña tranquilidad se deslizaba por sus venas, como un veneno dulce.

 

Sintiendo que los gritos de júbilo se volvían ecos lejanos, decidió escapar a la terraza. Allí, el viento frío de la noche acarició su rostro, como un abrazo distante que lo consolaba en su soledad. Alastor suspiró, y en su interior, los pensamientos danzaban caóticamente. Quería ser el favorito, el elegido, pero también reconocía que ser parte de la larga sombra de Lucifer era un papel peligroso.

 

 —¡Alastor! Con que aquí te estabas escondiendo —lo llamó Rosie, su voz resonando como música celestial. Él sonrió tímidamente y, al besar su dorso, notó cómo su risa se quebraba entre los pliegues de su abanico.

 

—Rosie, te ves exquisita como siempre —respondió él, un cumplido sincero que parecía deslizarse entre la elegancia del ambiente.

—También te ves bien, querido. El rojo te sienta, es definitivamente tu color —respondió ella, su sonrisa amplia y deslumbrante revelando una fila de afilados dientes.

 

Alastor se removió incómodo, el tejido del atuendo escarlata cortándole un poco la respiración. Era un obsequio de Lucifer, una prenda que simbolizaba tantas cosas ocultas, pero que también lo atormentaba con su carga de expectativas.

 

—Su Majestad tiene buen gusto, ¿no crees? —añadió Rosie, sus ojos centelleando de picardía.

 

Alastor quiso contestar, pero su voz murió en su garganta. Desvió la mirada, contemplando la inmensa soledad del jardín real desde su refugio en la terraza. Las flores que antes lo llenaban de alegría ahora parecían rostros sin vida, petrificados por el peso de la angustia que lo consumía.

 

Antes, cuando era un cervatillo trémulo y lleno de sueños, las palabras de Rosie sobre ser el interés amoroso de Lucifer le habrían alegrado el corazón. Pero ahora... ahora todo había cambiado.

 

Ese pequeño susurro en su cabeza se había vuelto más insistente, más ruidoso, un mantra oscuro que amenazaba con devorarlo. Alastor sintió su instinto gritarle que huyera, que Lucifer no era un posible compañero, sino un depredador al acecho entre las sombras, esperando su momento.

 

Caminó hacia el borde de la terraza, la brisa nocturna le acariciaba la piel, como si el viento mismo intentara arrancarlo de su desesperación. Rosie, con su sonrisa enigmática, se acercó a él.

 

—Su Majestad no necesita a nadie sentado a su lado. Es eterno. Estuvo ahí antes de cualquiera de nosotros y estará ahí mucho después de que el último dé su respiro final —dijo Rosie. Los pozos oscuros que eran sus ojos se centraron en Alastor que mantenía la mirada fija en el jardín del palacio de Lucifer. Respiró el dulce aroma de las flores que el viento nocturno traía.  —Aun así, eligió a la primera Mujer como esposa y cuando ya no le fue de utilidad, se deshizo de ella —la duquesa hizo una pausa, su afilada sonrisa se volvió más amplia —. Ahora te tiene a ti y la joven princesa...

 

Alastor se quedó en silencio, el peso insinuante de la traición flotaba en el aire, con el peligro de ser escuchados flotando en el aire

 

—¿No era eso lo que Lady Franklin hizo?  —pensó, recordando cómo su complicidad con Lilith había casi llevado al Ducado de Hannibal a su perdición. Rosie, en un acto desesperado, había entregado la cabeza de su esposa, un sacrificio sangriento que selló su lealtad a Lucifer y salvó a su pueblo.

 

Aunque Lucifer perdonó al ducado de Hannibal y a pesar de las acciones de Rosie, recibió un castigo que, a ojos de la gente común, para un noble era un tema diferente: debía cuidar de Adam y Eva, además de cualquier otro esclavo en el harem que Lucifer tuviera en su palacio de la tierra.

 

—No sé de qué hablas —dijo Alastor, sintiendo cómo sus orejas se pegaban más a su cráneo, un reflejo palpable de su creciente incomodidad.

 

Rosie, su única amiga y maestra por órdenes de Lucifer, lo había guiado por los tortuosos senderos de la magia de las sombras, una práctica que desbordaba secretos y riesgos. Quería desviar el tema lo antes posible, ansioso de que algún oído indiscreto pudiera malinterpretar su conversación y los acusara de traición, lo que sin duda no solo lo condenaría a él, también a sus padres y al Ducado de Elktaur.

 

La tensión se cortaba como papel. De repente, la atmósfera cambió. Lucifer, con su porte imponente, hizo su aparición. Pero no venía solo. Un humano lo acompañaba, cargando a la bebé que observaba todo con ojos inocentes y su alegre sonrisa. Alastor intentó mirar al extraño, pero una oscura magia envolvía su rostro en neblina. Cada vez que intentaba verlo, su corazón latía con fuerza haciendo que el ilógico miedo creciera; la curiosidad luchaba contra el instinto de huir.

 

Rosie, la Duquesa de Hannibal, se apresuró a presentar sus respetos, cada movimiento de su vestido burdeos esculpía la elegancia única de los nobles demonios de alta cuna. Con una leve inclinación hacia el monarca, notó que el rey Lucifer Morningstar, Portador de la Luz, mantenía su mirada fija en Alastor.

 

—Saludamos a su Majestad y a su Alteza, la princesa Charlotte —anunció Rosie con voz firme, aunque su corazón latía más rápido al estar tan cerca del ángel caído—, que su gloria impía gobierne sobre los cadáveres de los ángeles y la sangre de sus enemigos... —sus palabras se desvanecieron, ahogadas por el peso del miedo furtivo. Esperaba que Lucifer no hubiese escuchado su conversación pues, aunque su intención era guiar a Alastor hasta volverse rey consorte y poder elevar su estatus y recuperar el honor de su familia no quería ser descubierta o podría ser considerada traidora.

 

—Lady Rosie, escolta a (...) al harem. Bee ha preparado dulces que quiero que Eva disfrute con los otros —indicó Lucifer, mientras tomaba en brazos a Charlie que se removió con disgusto por separarse de aquel mortal. Pero su atención pronto cambió a Alastor que había capturado su interés. Sus orejas delicadas de ciervo, la intrigaban con la curiosidad de cualquier infante. Extendió sus bracitos, deseando alcanzarlas.

 

—Por supuesto, Majestad —con otra reverencia, Rosie se despidió de Lucifer y Alastor. (...) la siguió tres pasos atrás, siempre con la mirada fija en el suelo.

 

Lucifer esperó unos minutos para asegurarse de que estaban solos. Su hija removiéndose entre sus brazos, balbuceando descontenta por no poder alcanzar a Alastor, que se había convertido en el objeto de su actual interés.

 

Lucifer contempló a Alastor que se veía especialmente hermoso esa noche.

 

El pantalón blanco del ciervo se ajustaba a su figura con elegancia, resaltando su cola esponjosa, mientras que la chaqueta carmesí con el sigilo del ángel caído bordado en hilo dorado abrazaba su torso ceñido en los lugares correctos, dándole un aire digno de los más altos linajes. En su cuello colgaba una cadena de platino con un dije en forma de manzana, adornado con rubíes que parecían capturar el brillo de sus ojos.

 

—Te ves... magnífico esta noche —susurró Lucifer, acercándose con la gracia de un depredador ante su presa. La suavidad de su voz hizo que Alastor sintiera un escalofrío de nerviosismo. Trató de concentrarse en Charlie que balbuceaba intentando llamar su atención.

—Gracias... Su Majestad —respondió Alastor, sintiendo cómo sus orejas se echaban hacia atrás por la timidez. Su instinto gritando que escapara, pero al mismo tiempo exigiendo que se sometiera a su potencial pareja.

—Dejaste el baile muy pronto, ¿no es de tu agrado? —dijo Lucifer con un ligero puchero, sus ojos iluminándose con un destello juguetón. —Tenía deseos de compartir la primera pieza contigo.

 

Un momento de tensión se apoderó de ellos, lleno de intenciones que flotaban en el aire. Alastor dudaba, sus pensamientos danzando entre el temor y la anhelante posibilidad de una conexión más profunda.

 

—Me disculpo, Majestad... —susurró Alastor, la mirada perdida entre las sombras del jardín real, donde la luz de la luna comenzaba a bañar los pétalos de las flores con su tenue luz.

—Lucifer —respondió el ángel caído, ladeando la cabeza con una sonrisa que iluminaba la penumbra. Con un gesto suave, se inclinó y besó la mejilla de Charlie que había reanudado sus intentos por alcanzar a Alastor—. Sabes que puedes llamarme Lucifer mientras estemos a solas.

 

Alastor se tensó. Antes, cuando era un cervatillo, el llamar al rey por su nombre de pila, era un sueño inalcanzable y lo habría hecho con gusto, pero ahora, siendo un adulto, se sentía incorrecto. Algo indigno teniendo en cuenta su posición dentro de la jerarquía infernal.

 

Finalmente, aquella otra fuerza le urgió a sucumbir a su deseo. Con voz temblorosa, pronunció:

 

—Lucifer... —Las palabras fluyeron como un susurro entre la suave brisa nocturna.

 

El rey sonrió, acunando a la pequeña Charlie en sus brazos. La recién nacida cerró los ojos, exhausta de tantas presentaciones.

 

—Parece que nuestra princesa ya desea ir a la cama —comentó, esperando que Lucifer, tomara la indirecta y se marchara, dejándolo solo nuevamente.

 

Pero el universo tenía otros planes. Con un chasquido de dedos, el rey conjuró un clon mágico de sí mismo, quien tomó a Charlie en su regazo y, con un guiño, desapareció en un portal dorado, llevando a la bebé a su habitación.

 

Alastor miró alrededor. Su mente buscando una salida elegante, una forma de escapar del peligro invisible e ilógico que abrumaba sus sentidos. Su pulso acelerado contrastaba con el aire festivo que lo rodeaba.

 

Un estruendo repentino reverberó en las paredes, como si el mismísimo infierno se estuviera rompiendo. Seguramente los ángeles estaban causando problemas. Lucifer suspiró teatralmente, su mirada fija en Alastor.

 

—El banquete terminará pronto —musitó, su decepción palpable. La forma en que sus dedos acariciaron la mano de Alastor hizo que este se estremeciera, incapaz de rechazar la conexión, aunque deseara alejarse.

 

Lucifer continuó, su voz resonando con desafío.

 

—Prepararé habitaciones para ustedes en mi palacio. Si me disculpas, debo ir a resolver el pequeño problema —una pequeña sonrisa sádica se formó en sus labios —. No puedo permitir que mis engendros desplumen a esos malditos bichos celestiales —dijo antes de marchar, dejando a Alastor sumido en la desesperación de una invitación ineludible.

 

Solo, tomó respiraciones profundas, sintiendo el alivio fugaz de su escapatoria, pero pronto se dio cuenta de que estaba atrapado. Por un lado, las atenciones de Lucifer comenzaban a ser obvias para los nobles de alto rango que ya de por si miraba a su familia con desprecio.

 

La jerarquía del infierno era muy clara: lo más bajo eran los humanos/pecadores, arriba de ellos se encontraban los hellhound, después los imps, seguidos por los súcubos, íncubos y otros demonios que poblaban el infierno, después la nobleza que a su vez se dividía en diferentes títulos y estatus, pero que pertenecían a las 7 familias antiguas (Los Goetia, los Draconias, los Evarios, Marchosias, Xtabay, Hannibal y los Von Eldritch), cada uno perteneciente a un círculo del infierno.

 

Los demonio presa no pertenecían del todo a esas jerarquías, dado que Lucifer los había creado en el primer siglo de su dominio en la tierra, eran prácticamente pareas, hasta que el rey elevó a la familia Elktaur a una familia ducal, la única de la tierra.

 

Los demonios presa no poseían magia, solo Alastor de entre todos ellos había demostrado talento para las artes místicas y había sido instruido por los mejores profesores por órdenes de Lucifer, lo que, por supuesto era otro motivo para que los nobles, especialmente Paimon, los odiara.

 

Cuando se enteraran que Lucifer invitó a los Elktaur a permanecer en su palacio, algo que ni siquiera las cabezas de las otras familias ducales habían tenido el honor, pues siempre que alguno de ellos se quedaba en terrenos reales, se les hospedaba en el palacio para invitados.

 

Hasta ahora, solo los Pecados y Jinetes habían dormido bajo el techo del rey. Alastor dio un largo suspiro. Estaba seguro que esto sería un dolor de cabeza en el futuro cercano.

 

 

....

 

 

Dormir en el palacio de Lucifer fue toda una experiencia. Al cruzar las puertas de obsidiana, un escalofrío recorrió su espalda, no por temor, sino por la anticipación de lo desconocido. El lugar era más iluminado y vivo de lo que se esperaría del diablo, aunque, siendo éste, alguna vez el portador de la luz, no debería sorprender.

 

Sorprendentemente, no había tantos sirvientes como se esperaría de la morada del rey de todo. Pero, ¿quién necesitaba más? Cada vez que Alastor deseaba algo, los objetos aparecían de la nada, como si el mismo aire conspirara para complacerlo. Una cómoda pijama, una copa de vino añejo, incluso bocadillos de ojos que anhelaba desde hacía tiempo y que no podía comer en el ducado para no asustar a sus padres, los cuales llegaban antes de que sus pensamientos tomaran forma completa.

 

 

 

 

En un luminoso invernadero, bajo un manto de hojas verdes y flores vibrantes, Lucifer había decidido ofrecer un desayuno especial a la familia Elktaur. La mesa estaba dispuesta con los más exquisitos manjares solo reservados para el círculo íntimo del rey, todo encantado para provocar sonrisas y alegría.

 

Charlie se encontraba en el centro de la atención. A cada instante, su rostro se iluminaba más, especialmente cuando Furma le hacía pequeñas travesuras. Lucifer, disfrutando de la escena, hizo aparecer unas orejas de venado en la cabeza de su hija, quien soltó un chillido de alegría que resonó entre las plantas y lastimó levemente los tímpanos de Alastor y sus padres.

 

—Me recuerda tanto a Alabama cuando era un pequeño ciervo —comentó Furma, sus ojos reluciendo con nostalgia mientras acariciaba suavemente la cabeza de Charlie.

 

Alanis asintió con la cabeza, rememorando el tiempo en que su querido Alastor era tan pequeño como lo era la princesa en ese momento. La luz de la mañana se filtraba entre los cristales del invernadero real, creando un halo dorado que envolvía la escena.

 

—Atesore estos momentos, Majestad —comentó el Conde, mirando a su hijo con cariño paternal—, pasan en un abrir y cerrar de ojos.

 

Alastor jugueteaba con la comida en su plato, avergonzado por la muestra de cariño público, aunque sintiendo de alguna manera que aquellos instantes también eran efímeros.

 

—Cuando menos lo espere, su Alteza será toda una señorita y tendrá un montón de pretendientes y estará a nada de casarse —aseguró Alanis, su mirada llena de picardía.

 

Lucifer sonrió, su expresión revelaba más que alegría; había un propósito oculto tras su chispa.

 

—Qué bueno que lo mencionas, mi querido Duque —respondió, mientras posaba la mirada sobre Alastor. —Planeo hacerlo oficial, pero prefiero que ustedes se enteren antes y recibir su "bendición".

 

Los ojos del Duque y los del resto del trío se encontraron en una mezcla de confusión y expectativa. ¿Qué podía querer Lucifer, conocido por su audaz naturaleza?

 

—Quiero cortejar a Alastor —declaró Lucifer, dejando caer la frase como una bomba— y tal vez, en un futuro cercano, volverlo mi esposo y rey.

 

El silencio se adueñó del lugar, como una neblina densa que sofocaba cualquier intento de romper la tensión. Alanis parpadeó lentamente, intentando asimilar lo que había escuchado, mientras Furma jadeaba, su respiración agitada revelando la mezcla de asombro y confusión.

 

Alastor se encontraba en la penumbra del gran salón, su corazón latía con fuerza, mientras sus manos temblorosas buscaban refugio bajo la mesa, ocultando la tormenta que rugía en su interior. Apreciaba s Lucifer, lo conocía desde que era un pequeño cervatillo, pero el peso de la expectativa de lo que esperaba de él, lo asfixiaba.

 

Lucifer aguardó que el trio rompiera el silencio. Sabía que su propuesta había sido prematura, pero ver a Alastor en el baile, tan hermoso usando los colores de la familia real, simplemente no podía resistir más. Necesitaba hacerlo suyo, ya.

 

Alanis se aclaró la garganta, su voz temblorosa como el aire tenso que ahora gobernaba en él, hasta hace unos minutos, alegre desayuno. Sus palabras eran flechas, afiladas y potencialmente mortales.

 

—Su Majestad, agradecemos que considere a mi hijo, Alastor, como posible pareja, pero… es aún muy joven, solo tiene 22 años —dijo el duque. La súplica en su tono resonaba como un eco cargado de incertidumbre.

—Mi querido amigo, no pretendo casarme con Alastor aún, solo cortejarlo y asegurar un compromiso —replicó Lucifer, sus labios esbozando una sonrisa enigmática, como si se deleitara con el temor del padre. —Soy la eternidad, puedo esperar el tiempo que Alastor necesite para aceptar casarse conmigo.

 

Alanis sintió cómo su corazón latía con fuerza, recordándole lo que realmente estaba en juego. Su estatus, su fortuna… todo dependía de la voluntad de aquel ser oscuro. Pero más que nada, el futuro de Alastor era el que le preocupaba. Su hijo era aún muy joven y nunca había mostrado interés en tener pareja, muy por el contrario, su apego a Furma, su se mantenía tan fuerte como cuando era solo un cervatillo.

 

—Su Majestad, es en verdad un gran honor que considere a uno de nosotros, de tan humilde especie, como posible pareja —dijo la Duquesa con voz temblorosa—. Pero usted conoce mis luchas para quedar embarazada…

 

Las palabras flotaron en el aire denso del invernadero. Durante más de un siglo, su familia había enfrentado la adversidad, y cada día era un regalo precioso. No quería sacrificar a su hijo; él era el resultado de su amor y paciencia.

 

Lucifer, rostro sereno, comprendió su dolor. Podía ofrecer poder y protección, pero nunca podría llenar el vacío de una madre que teme perder a su vástago.

 

O tal vez sí...

 

 —Alastor es mi único hijo...

—¿Pero qué dice Duquesa Furma? —preguntó Lucifer, acariciando su barbilla—. ¿No está usted en cinta en este momento?

 

El trío de venados quedó en estado de shock. Alastor y su padre miraron a su madre, cuyo vientre, plano no parecía reflejar lo que decía el rey.

 

—No puede ser, el médico dijo... —murmuró Furma, llevándose una mano al estómago como si pudiera sentir algo oculto.

 

Lucifer sonrió, parecía realmente feliz por ser él quien entregara tan esplendida noticia. Sin embargo, había algo oscuro oculto la amabilidad de sus palabras, en la supuesta calidez, había algo que ninguno de los tres integrantes de la familia Elktaur pudo ver.

 

—Creo que tienen mucho que procesar —dijo, levantándose con gracia para tomar a Charlie en brazos. La bebé hizo una mueca de descontento. Pero cuando su padre le ofreció un juguete brillante, se tranquilizó.

 

Los Elktaur, por otro lado, parecían atrapados en su asombro, aunque en lo más profundo de la mente de Alastor, la desconfianza también comenzaba a crecer.

 

El aire vibraba con una mezcla de asombro y jubilo por la reciente noticia, pero en el fondo de la mente de Alastor, la desconfianza empezaba a germinar.

 

Lucifer, con su porte majestuoso y su poder de creación palpable, era venerado y temido en igual medida. Alastor sabía que las criaturas infernales eran su obra, reflejos distorsionados de su propia voluntad, todas y cada uno de ellos directa o indirectamente le debían su existencia.

 

¿Y si, en su infinita capacidad, decidía darle más descendencia a Alanis y Furma para que aceptaran con mayor facilidad el compromiso de Alastor con él? La idea asechaba inquietante en su mente, como una sombra ominosa en sus pesadillas.

 

“¿Qué le impediría hacerlo?” pensó, mientras se enfrentaba a la dualidad de su deseo.

 

Por un lado, anhelaba el vínculo con Lucifer, el deseo de pertenecer al Morningstar; por otro, la sombra de las intenciones ocultas de Lucifer se cernía sobre él, como un recordatorio constante de que el destino de todos estaba entrelazado con el capricho de un Dios.

 

Horas después, en la comodidad de su habitación, Furma se sintió envuelta en un torbellino de emociones. El médico real, había confirmado lo que Lucifer les dijo: estaba embarazada. La noticia la llenó de alegría, pero también de sombras del pasado. Recuerdos de pérdidas pasadas acudieron a su mente como espectros, recordándole el dolor que había llevado consigo.

 

—¡Esto es maravilloso! —exclamó Alanis, besando la frente de su mujer con ternura. Sus ojos brillaban con alegría, pero la preocupación nublaba su expresión.

 

Furma percibía su inquietud. Su esposo era fuerte y amoroso, pero incluso su abrazo cálido no podía disipar el miedo que se había anidado en sus corazones. Las cicatrices del pasado eran profundas; los ecos de sus dos pérdidas anteriores resonaban en cada rincón de la habitación. Antes de Alastor, habían enfrentado la misma felicidad fatal, dos veces arrebatada por el destino.

 

 

 

 

Alastro, su único hijo, su regalo. Su llegada al mundo había sido un desafío, una lucha entre la vida y la muerte, donde Lucifer había intervenido en el último momento, aliviando el sufrimiento de madre e hijo. Aquella imagen de desesperación se mezclaba con la esperanza, creando un prisma desgarrador de sentimientos.

 

Alastor se encontraba en el oscuro salón del castillo, sus pensamientos danzaban como sombras inquietas. La noticia del embarazo de su madre resonaba en su mente como un eco ominoso. No podía ignorar las circunstancias que rodeaban la llegada de su hermano o hermana; el súbito anuncio de Lucifer después de pedir permiso para cortejarlo solo añadía capas de intriga y desconfianza.

 

Hablar con Morningstar no había hecho nada por darle calma, muy por el contrario, la carga de palabras no dichas y emociones reprimidas le sofocaban. La conversación con el rey había dejado una semilla de inquietud en su corazón.

 

Lucifer era un Dios benevolente con sus creaciones (los demonios), siempre buscando el bienestar para sus creaciones, escuchándolos para evitar cometer los mismos errores que su Padre. Por eso no era sorprendente que respondiera a las oraciones de Alanis y Furma de tener más hijos.

 

Aun así, había algo que a Alastor le hacía sentirse extraño.

 

—Alanis es mi único amigo —decía Lucifer, sus ojos brillando con una luz que solo podía pertenecer a un ser tan antiguo como él—. Él me ve más allá de los títulos.

 

El eco de estas palabras resonó en la mente de Alastor haciéndolo sentir como si alguien le hubiese arrojado agua helada. Celos brotaron en su pecho al imaginar al gran rey disfrutando de momentos demasiado íntimos con su padre que él podría nunca alcanzar. Cada sonrisa de Lucifer parecía contener la esencia de un amor que no era para él, si no para Alanis.

 

—¿Soy un reemplazo de mi padre? —preguntó Alastor tan pronto entró a la habitación del Morningstar, sintiendo como si el suelo se separara bajo sus pies. La revelación le dolía; siempre había deseado ser parecido a Alanis, pero ahora esa misma semejanza amenazaba con consumirlo.

 

Lucifer, con su eterna calma y esa sonrisa que guardaba los secretos mismos de la creación, interceptó la tormenta interna de Alastor.

 

—No eres un reemplazo, Alastor. Eres tú mismo, mi precioso Bambi...

 

Las palabras quedaron suspendidas en el aire. El más joven de la casa ducal Elktaur, le miró, su respiración agitada, el corazón latiéndole con tanta fuerza que temía que Lucifer fuera capaz de escucharlo. Aquella voz que gritaba, ahora era un susurro que desterró en lo más profundo de sus pensamientos.

 

—Si acepto casarme contigo, ¿me serás fiel? —cuestionó, la voz temblando entre la osadía y la vulnerabilidad. Era egoísta y quizás hasta suicida, lo sabía, pero su ambición ardía. —Jamás desearas o compartirás intimidad con nadie más.

 

Lucifer sonrió, una mueca de triunfo oculto. Tomó la mano de Alastor y lo besó como todo un caballero.

 

—Alastor, mi amor, mi corazón es tuyo. No hay fuego que pueda apagar este amor, no hay oscuridad que pueda separarnos —declaró con voz profunda, reverberante en el aire denso.

 

El demonio ciervo ahogó un gemido cuando Lucifer se arrodilló ante él. El tiempo pareció detenerse, reflejando la lucha interna que se gestaba en la mente de Alastor.

 

—Lucifer, el rey y Dios de todo lo que existe y existirá, se rinde ante ti. Alastor, mi amor, mi corazón es tuyo. Si me aceptas, seré tu esclavo eterno —susurró Morningstar, la palabra "esclavo" llena de devoción en lugar de sometimiento.

 

Un silencio profundo siguió estas palabras, mientras Alastor luchaba con sus emociones. La insistente voz, ahora era un susurro que se apagaba en la profundidad de su mente.

 

—Lucifer, ¿qué estás dispuesto a hacer por mí? —preguntó Alastor, su voz temblorosa pero fuerte.

 

—Por ti, todo —dijo Lucifer, su mirada ardiente.

 

En ese momento, Alastor comprendió que Lucifer haría cualquier cosa para tenerlo.

Y Lucifer lo supo. Su magia había logrado su cometido.

 

 

Continuará...

 

 

….

 

 

Espero les guste el capítulo. Sé que me demoré, pero el clima ha sido un poco loco en mi ciudad.

En fin, espero que les guste y nos leemos en el siguiente.

Chapter 13: El demonio de la radio

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

 

Capítulo 13.- El demonio de la radio

 

 

 

Alastor despertó entre las suaves sábanas de seda de telaraña infernal, la luz del sol se filtraba por los grandes ventanales con aquel brillo etéreo que se dividía en arcoíris que bañaba la habitación. Cada mañana en el palacio de Lucifer era un nuevo capítulo en su vida. Allí, donde los sueños y las pesadillas se volvían realidad. Su hogar desde hace 16 años.

 

El tiempo habían transcurrido como gotas de lluvia. El Duque Alanis y su esposa, la Duquesa Furma. Habían tenido dos hijos, un niño de pelaje alvino y una niña que parecía un reflejo de su hermano mayor, llenaban la casa de risas. Eran brillantes, dulces y dignos descendientes de sus padres.

 

Pero con ellos, Alastor descubrió algo crudo y venenoso. Celos.

 

Siempre había sido el favorito de Lucifer, quien lo adoraba con regalos lujosos y palabras de alabanza. Pero cuando el diablo sostuvo a su hermana en brazos, admirando su semejanza con él, el corazón de Alastor se hundió. ¿Por qué el amor del rey parecía diluirse ante la llegada de los mellizos?

 

Era un capricho digno de un niño, y, sin embargo, Alastor sentía cómo los celos lo consumían. Su prometido, Lucifer, era el señor de las tinieblas y su amor por él era eterno. Sin embargo, cada vez que veía a sus hermanos crecer, y especialmente a su hermana, la hermosa Alastra, su corazón se llenaba de inseguridad. Ella se convertía en una joven deslumbrante, y cada sonrisa que el rey le regalaba era como un puñal en su pecho.

 

¿Acaso el amor de Lucifer podría desviarse hacia la belleza de Alastra? La idea lo atormentaba.

 

Alastor no amaba al Lucero del Alba, pero siempre había disfrutado del fulgor de la fama que venía con ser la pareja del rey. Cada mirada despectiva, cada susurro envidioso, alimentaba su ego, haciéndolo sentir como un dios entre demonios. Pero las palabras comenzaron a calar hondo, y el eco de los rumores le arañaba el alma.

 

Sin embargo, sus días de gloria comenzaban a desvanecerse, empañados por murmullos y risas burlonas.

 

Los nobles lo rodeaban, sus ojos llenos de desprecio mientras comentaban sobre la inminente traición de Lucifer. "Se ha cansado de él", decían, "busca a alguien más joven y hermoso". Alastor apretó los puños; el eco de esas palabras resonaba en su mente como un canto oscuro.

 

O tal vez preferiría algo más... exótico como su hermano Alavaaros, después de todo los albinos no eran comunes, en especial entre los demonios.

 

..

 

 

Alastor entró en el comedor con una leve sonrisa que ocultaba su desdén. Las paredes de aquel lugar estaban decoradas con retratos de un infierno victorioso, pero para él, el verdadero desafío era lidiar con la familia de Lucifer. Se sentó, dando un ligero suspiro.

 

—¿Dormiste bien? —preguntó el soberano, acercándose y moviendo la silla junto a él. Su tono meloso le resultó incómodo, pero se obligó a sonreír.

 

—Por supuesto que sí, querido —respondió con una voz que pretendía ser cálida, aunque su mirada ya se perdía en Charlie. La joven era un rayo de luz, con esa ingenuidad que desarmaba incluso al más cínico de los demonios. Era la viva imagen de su padre, solo más alta y de largos cabellos que siempre peinaba en una trenza.

 

El bullicio de los gemelos interrumpió sus pensamientos.

 

—¡Hermano!, ¿puedes creer que Su Majestad hizo pancakes?

 

Alastor rodó los ojos mentalmente. Alastra y Alavaaros también estaban ahí, observándolo con la curiosidad de quienes saben que hay algo más detrás de esa fachada. Pero no eran los únicos, las amigas de Charlie también.

 

Alastor los miró con intensa frustración, su elegante atuendo resaltaba entre la desaliñada pijama party que tenía frente a él. Lucifer, el rey, se encogía en su ropa gastada mientras compartía risas con Charlie, Octavia y Loona. Era un espectáculo que lo dejaba fuera de lugar.

 

—Veo que tuvieron una fiesta privada —dijo Alastor, la tensión palpable en su voz. Sus ojos brillaban con un fuego interno, pero en su pecho ardía una decepción profunda.

 

El rostro de Lucifer se tornó culpable, sin embargo, no ofreció disculpas ni promesas. Charlie, ruborizada, intentaba suavizar la situación, pero sus movimientos nerviosos solo hacían que Alastor se sintiera más aislado.

 

—Lo lamento Al, pero sé que no te agradan las pijamadas y no queríamos incomodarte —explicó la princesa, buscando aprobación en los rostros de sus amigos.

 

Octavia y Loona intercambiaron miradas confusas e incomodas. La Goetia era quien más afectada parecía, recordando los días en que su madre le gritaba a su padre, aunque en ese entonces ella era solo un mochuelo, las cicatrices emocionales persistían.

 

—Sin mencionar que eres un amargado —rio Alastra, su sonrisa arrogante reflejaba la misma chispa competidora que él mismo había cultivado. Pero esa burla le revolvió el estómago; era como mirarse en un espejo oscuro que solo mostraba defectos.

 

Alastor respiró hondo, recordando mantener su sonrisa. No le daría la satisfacción de verlo afectado.

 

—Bueno, a diferencia de algunos, yo no entro a la casa de otros sin invitación —dijo Alastor, con una altanería que solo se esperaba de alguien de su linaje. Su mirada fulminante se centró en Alavaaros, cuyas orejas pegadas a su cráneo traicionaban su nerviosismo.

 

—No venimos sin invitación, Su Alteza la princesa nos invitó a su pijamada —refutó el cervatillo albino, con un hilo de voz que no convencía ni a sí mismo. Se aferraba a su desayuno, evitando el contacto visual, como si el plato pudiera salvarlo del malestar de su hermano mayor.

 

El aire en el comedor del Palacio Real estaba impregnado de una tensión palpable, mezclada con el aroma del café recién hecho. Alastor se removía en su silla, frustrado por la actitud juguetona de Alastra. Su voz melosa resonaba como un eco que solo él podía escuchar, intensificando el ardor del celoso deseo que lo iba consumiendo.

 

—Y a Su Majestad no le importa que estemos aquí, ¿verdad? —preguntó Alastra, con esa dulzura que sabía irritarlo.

 

Lucifer, su prometido, llevó la taza a sus labios, bebiendo de un trago largo, como si buscara ahogar sus pensamientos. Su rostro adquirió un ligero tono dorado, la evidencia de una emoción que Alastor interpretó como culpa. “¿Qué es lo que te preocupa?”, pensó, pero la pregunta murió en su garganta.

 

—Por supuesto que no —respondió Lucifer, intentando mantener una compostura digna. Pero Alastor lo observaba, notando cada pequeño gesto, cada parpadeo que traicionaba sus sentimientos.

 

—¡Cierto! —interrumpió Charlie, como si tratara de aligerar el ambiente —. Alastra y Alavaaros son tus hermanos después de todo, Al, parte de la familia.

 

La palabra "familia" hizo eco en la mente de Alastor, entrecerrando los ojos ante la meramente insinuada complicidad entre los tres. La sonrisa de Alastra se volvió más ladina, como si disfrutara de la confusión que generaba en él. Esa picardía era una danza peligrosa, y él estaba atrapado en ella.

 

Lucifer se aclaró la garganta, sus ojos destellando como brasas cálidas en la penumbra del Palacio Infernal. La atmósfera, cargada de tensiones, parecía vibrar cuando Alastor, con una sonrisa torcida de superioridad, desvió su mirada hacia su hermana.

 

—Tengo una reunión con los Pecados en el Palacio Infernal, ¿deseas acompañarme, mi amor? —preguntó Lucifer, tratando de aligerar el ambiente y al mismo tiempo, deseando estar a solas con su querido ciervo.

 

Alastor inclinó la cabeza con un gesto dramático, disfrutando de cada palabra como si estuviera degustando un vino raro.

 

—Por supuesto, querido; soy después de todo tu prometido, quien está destinado a estar a tu lado por la eternidad —respondió, dejando que cada sílaba caiga como un veneno dulce sobre las palabras de Lucifer. Sabe que Alastra lo mira con celos, pero, aunque apreciaba a su hermana, no iba a permitir que le quitara lo que era suyo.

 

Lucifer, en respuesta, le besó la frente con un gesto que era tierno, pero ocultaba algo oscuro.

 

El diablo se despidió de su hija e invitados, marchándose junto a Alastor, que se había prendado de su brazo, en un falso gesto de cariño, pero lo suficientemente convincente para engañar a todos, incluido tal vez, al propio señor de las mentiras.

 

 

 

 

Alastor observó con enfermizo deleite el presente que Lucifer le había entregado esa tarde; un radio de un rojo vibrante, hecho de la madera de un árbol único, como la devoción del rey. Recordó la primera "compensación" que recibió, el palacio de Lilith que fue destruido por la propia mano del Morningstar y reconstruido a su medida, tan magnifico y enorme como el amor del ángel caído.

 

Cuando Alastor encendió el radio, melodías suaves comenzaron a fluir, llenando el aire con un eco nostálgico. Las notas danzaban en su mente como recuerdos desgastados, pero él no amaba a Lucifer, por supuesto que no. Su corazón estaba reservado solo para sus padres, no había espacio para nadie más. Sin mencionar aquella voz persistente en su cabeza que nunca le permitía estar en paz; siempre manteniéndolo alerta, siempre advirtiéndole de no confiar en Lucifer.

 

"Si te dejas engañar, será tu muerte"

 

Y allí estaba él, en medio de su soledad, en este retorcido juego que él mismo había creado y siendo el único jugador

 

Dios había muerto, su luz extinguida mientras la sombra del diablo prevalecía, pero Alastor no temía a Lucifer. Lo veía como el vehículo para dominar el universo, a convertir cada melodía en un eco de su voluntad. Con cada nota que resonaba en el aire: había aceptado el compromiso con el Lucero, no por amor, sino por ansia de poder.

 

—Veo que te ha gustado tu obsequio —dijo Lucifer, abrazando a Alastor por la espalda. Pero al sentir el leve estremecimiento de su amante, lo soltó de inmediato. Se aclaró la garganta. aunque deseaba tanto beber del precioso cuerpo tentador, no quería forzarlo, tanto por respetar sus límites, como por culpa.

 

Llevaban 16 años con el compromiso y ni una sola noche juntos, incluso tenían habitaciones separadas, lo que inevitablemente, hizo que los nobles comenzaron a hablar.

 

Pero a Lucifer no le interesaba lo que pensaran de él, ¡que hablaran! Siempre que Alastor se quedara a su lado.

 

—Es... adecuado —respondió Alastor, su voz entrecortada por la sorpresa.

—Este no es el único regalo que te tengo, mi amor —agregó Lucifer, sus ojos brillando con complicidad. —Sé cuánto amas la radio y que, crees que solo por ser el futuro rey consorte no puedes dedicarte a lo que te agrada.

 

La mirada de Alastor se fijó en el micrófono de color rojo y negro que adornaba el bastón que Lucifer había conjurado. El soberano se lo ofreció como una promesa.

 

—Desde el más importante demonio hasta el ser más insignificante ser de los tres mundos... todos escucharán tus transmisiones —continuó Lucifer, su voz profunda. —Me encantaría escucharte transmitir los gritos de aquellos que osen molestarte.

 

Con una suave sonrisa, Alastor acarició el micrófono; la electricidad de la posibilidad lo envolvía. Tantas oportunidades, tantas ideas para labrar su propio camino de terror.

 

Esa misma noche, Alastor, inició su carrera como locutor, su programa inició con música suave de jazz y bromas a costillas de los nobles. Las luces parpadeaban mientras su risa resonaba a través de los altavoces, una melodía inquietante que llenaba los corazones de sus oyentes de anticipación.

 

—Mis queridos escuchas, estamos por finalizar nuestra primera transmisión, ¿y qué mejor forma que presentarles un invitado especial? —Alastor saboreó cada palabra. A través de las ondas de radio, podía sentir la anticipación de su público.

 

Miró de reojo al incubo que se encontraba atado a una silla. Era hermoso, a pesar de la mueca de terror. Días atrás, había intentado meterse en los pantalones de Lucifer, haciendo descaradas insinuaciones, todo frente a él, su prometido.

 

Esa insignificante criatura se había atrevido a insinuar que él era mucho mejor que Alastor, que podía satisfacerlo en la cama, un terreno que no pensaba recorrer.

 

El solo recuerdo de tal desfachatez y grosería le hacía apretar los dientes.

 

—Vamos al evento principal.

 

El grito del incubo resonó en cada hogar que tuviera una radio, mientras Alastor reía, emocionado por la demostración de su nuevo poder. Una advertencia escalofriante: nadie debe tocar lo que le pertenecía.

 

—Lección aprendida —murmuró Alastor, mientras la transmisión finalizaba, dejando solo el eco de su risa.

 

Cuando todo quedó en silencio, se apoyó en el respaldo de su asiento, saboreando los últimos resquicios de placer que le causó su primera transmisión de radio.

 

Con el pasar de los días, el programa de Alastor comenzó a volverse popular, tanto por la música, la expectativa de quien sería lo suficientemente tonto para molestar al futuro rey consorte.

 

Los sirvientes temían cometer el mínimo error frente a él, los nobles lo miraban con molestia.

 

Entonces, Alastor acabó con los Von Eldritch. No fue por lo que Seviathan le hizo a Charlie, no. Fue porque Fredrick, en un momento de arrogancia, osó tocar lo que él consideraba suyo.

 

El resultado fue una sinfonía de horrores: los gritos de toda la estirpe Eldritch desgarraron la noche como violines desafinados en un réquiem infernal. Cualquiera en los tres mundos con acceso a una radio fue testigo de un castigo meticuloso y cruel. No quedó nada más que cenizas, sangre y el eco de un linaje destruido.

 

Los nobles de alto rango, furiosos y aterrados, exigieron a Lucifer que actuara. Los Von Eldritch no eran cualquier familia: eran descendientes directos de Leviathan, parte de la vieja realeza demoníaca. Si ellos podían caer sin consecuencias, ¿quién estaría a salvo después?

 

Y peor aún: Alastor ni siquiera era el rey consorte. Era apenas el hijo de un duque de origen modesto, simple mascota que aspiraba más alto de lo que debería.

 

 

...

 

 

El Gran Salón del Trono estaba repleto. Las columnas de obsidiana reflejaban la furia contenida de los nobles, cuyos ojos brillaban con un fuego más antiguo que la ambición. Las llamas azules de las antorchas titilaban nerviosas, como si presintieran el conflicto que se avecinaba.

 

Lucifer, sentado en su trono de mármol negro, observaba en completo silencio. Su porte era imponente, su rostro tallado como una máscara inquebrantable. Frente a él, los nobles infernales hablaban al unísono, sus voces cargadas de indignación.

 

—¡Los Von Eldritch eran realeza! —rugió el Marqués Andrealphus—. ¡Y fueron exterminados como si fuesen humanos!

—¡Por un don nadie! —espetó la Duquesa Astartea de Evarios, entre siseos—. Un simple demonio presa, más bajo que los propios imps, y ni siquiera consorte oficial. ¡Una burla a nuestro linaje!

—Exigimos acción. Debe tomar una pareja digna, alguien de sangre pura, que respete los rangos y la etiqueta —finalizó Paimon, lo que ciertamente impresionó a Lucifer, pues él, de entre todos los nobles, era el más fiel, obedeciendo sin objeciones a todas sus órdenes.

—No fue una guerra. No fue un juicio. Fue una masacre —añadió la Duquesa Cegua Xtabay, una demonio que con cabeza de caballo descarnado. Sus ojos rojos fijos en el mismo Lucifer —. Orquestada por su… pareja.

 

La palabra cayó con peso venenoso. "Pareja". "Alastor". Un demonio de origen menor, sin sangre real. Un don nadie que, por alguna razón incomprensible, Lucifer había tomado como consorte.

 

—¿Esperan una disculpa? —preguntó Lucifer, con la voz tan suave como la caída de una guillotina.

 

Los nobles intercambiaron miradas. El más valiente —el anciano Duque Marchosias— habló:

 

—No, Majestad. Esperamos cordura. Esperamos que su juicio no sea empañado por la… fascinación que siente por ese ser.

 

Lucifer inclinó la cabeza apenas, como quien escucha un chiste a medias.

 

—Fascinación es una palabra débil. Lo amo.

 

Hubo un silencio brutal. Uno de los cortesanos se atragantó. Las llamas del salón parpadearon violentamente.

 

Declarar tan abiertamente amor, podría ser un signo de debilidad, pero viniendo de alguien cómo el rey, ¿eso realmente aplicaba?

 

—Lo amo —repitió Lucifer con firmeza—. Y no necesito su aprobación para elegir con quién comparto mi trono, ni mi cama.

 

La cabeza de los Evarios se adelantó, temblando de rabia contenida.

 

—¿Y qué hay del equilibrio? ¿Qué pensarán los plebeyos y los ángeles? ¡Los Von Eldritch eran descendientes de Leviathan! ¡Aliados desde antes del triunfo contra el cielo!

—Y cometieron traición, intentaron matar a la princesa —interrumpió Lucifer, con voz grave— su soberbia los hizo creerse superiores a Charlotte... a mí. Actuaron como si yo no fuera el Rey. Como si pudieran amenazar a la corona.

 

Se inclinó apenas hacia ellos, su mirada ardiendo:

 

—Alastor no es un juguete. Es mío. Y nadie pone un dedo sobre lo que me pertenece sin enfrentar las consecuencias.

 

La cabeza de los Draconias, uno de los más antiguos, dio un paso atrás, visiblemente perturbado.

 

—¿Entonces nos está diciendo que usted respalda lo que hizo? ¿El exterminio completo de una casa noble?

—No lo respaldo —dijo Lucifer, alzándose del trono—. Lo ordené.

 

El silencio fue absoluto. Un trueno distante sacudió los cimientos del palacio.

 

—Esto no es una democracia. No necesito justificar mis decisiones ante ustedes. Si alguno piensa que puede desafiarme, están invitados a intentarlo. —Una sonrisa gélida se dibujó en su rostro—. Soy el nuevo Dios, hagan que me enoje y no quedará ni polvo de ustedes para barrer.

 

Los nobles bajaron la cabeza en sumisión. Nadie volvió a pronunciar palabra y pronto el tema cambió a presupuestos y nuevos proyectos, pero Lucifer no olvidó.

 

 

...

 

 

Alastor se miraba en el espejo.

 

La habitación estaba en penumbra, iluminada apenas por el fulgor carmesí que se filtraba desde los ventanales del palacio. Su reflejo le devolvía la mirada con esa sonrisa elegante, afilada, inquebrantable. La sonrisa del demonio invencible. Del favorito del Rey.

Del que podía hacer lo que quisiera.

 

Porque Lucifer lo amaba. Y ese amor, torcido, ardiente, absoluto… lo volvía intocable.

 

Intocable.

 

Una palabra peligrosa.

 

Con un gesto suave, limpió la sangre seca que quedaba en sus nudillos. Había sido otra noche larga, otra escena que debió horrorizar a los tres mundos… y, aunque los nobles se escandalizaron nada podían hacer en su contra.

 

Nadie lo detenía. Nadie se atrevía.

 

Y sin embargo…

 

En lo más profundo de su cabeza, una voz murmuraba. Débil. Persistente.

 

Vete. Esto no es amor. No es libertad. Esto es una jaula, aunque esté hecha de oro y deseo.

 

La ignoró.

 

Esa voz siempre estaba allí. La de alguien que no sabía que alguna vez fue, la del alma rota que creyó que nadie jamás lo miraría como algo más que un monstruo. La voz que le recordaba que Lucifer podía romperlo sin levantar un dedo.

 

Pero también había otra, casi silenciosa: el corazón, ese traidor incorregible, que cada vez que Lucifer lo miraba con ternura, suplicaba:

 

Entrégate. Ríndete. Deja de luchar y quédate. Puedes ser feliz aquí. Solo di que lo amas. Solo una vez…

 

—No seas ridículo —murmuró Alastor en voz baja, al espejo—. Yo no amo. Yo domino.

 

Y, sin embargo, cuando Lucifer lo miraba, le besaba la frente o la mano, cuando pronunciaba con esa mezcla de ternura y devoción… todo en él temblaba. No de miedo.

 

De necesidad.

 

Lo odiaba.

Lo necesitaba.

“Yo no soy tu juguete, Lucifer”, quería decirle.

“No soy tu amante. No soy tu posesión.”

 

Pero sabía en lo más profundo de su ser, que Lucifer no lo veía como una pertenencia, que lo veía mucho mejor de lo que él mismo lo hacía.

Alastor suspiró. De nada servía ahogarse en inseguridades. Se preparó para salir: pronto sería la hora de la cena, y a Lucifer le gustaba pasar tiempo con él y Charlie durante las comidas. Pero en esta ocasión, la princesa no se presentó. Estaba demasiado destrozada por lo que los Von Eldritch le habían hecho a ella y al humano que consideraba como su madre como para salir de la cama.

 

—Escuché que los nobles pidieron una reunión de emergencia —dijo Alastor, con la vista fija en el corte de carne sobre su plato.

Lucifer dio un largo suspiro; parecía cansado.

 

—Están molestos porque ejecutaste a la familia ducal de Envidia —respondió, mientras dejaba los cubiertos a los lados del plato. No es que necesitara comer, pero le agradaba compartir ese momento con Alastor y Charlie, aunque ella, en ese momento, se encontrara indispuesta—. Esencialmente quieren que rompa el compromiso y busque a alguien más "a la altura".

 

Aunque Lucifer no parecía darle importancia, la sola idea de que pudiera estar considerando a otra persona hizo que Alastor se tensara.

El demonio ciervo desvió la mirada del plato para clavarla, por un breve instante, en los ojos de Lucifer. Luego esbozó una sonrisa ladeada, fría y elegante, esa que usaba cuando prefería ocultar cualquier atisbo de debilidad.

 

—Si deseas buscar a alguien más, hazlo. Nadie te lo impide —dijo, con una calma tan medida que dolía.

 

Lucifer alzó una ceja, pero no interrumpió.

 

—Pero tú y yo sabemos que no quieres a nadie más —añadió Alastor, bajando la voz apenas, como si cada palabra fuera una daga que colocaba con cuidado sobre la mesa—. ¿Quién podría ser mejor que yo? ¿Los Jinetes? Tienen poder, sí, pero ni una gota de gracia. ¿Los Pecados? Están demasiado ocupados revolcándose en sus propios vicios como para comprometerse. ¿Algún Goetia? Por favor… ni con todas sus líneas de sangre podrían igualarme.

El silencio se apoderó del comedor por un instante. Alastor alzó su copa, con elegancia, y bebió sin apartar la vista de Lucifer.

 

—Soy el único que ha estado dispuesto a ensuciarse las manos por ti. Y lo sabes.

Lucifer se quedó en silencio.

 

No por indiferencia, ni por falta de respuesta, sino porque sabía que cualquier palabra mal dicha podía abrir una herida demasiado antigua... una que nunca terminó de cerrar.

 

Alastor lo miraba, desafiante, altivo, como siempre. Como si no tuviera miedo a perderlo. Como si él no significara nada.

 

Lucifer bajó la mirada lentamente. No quería pelear. No esta vez. Había aprendido que la ira, cuando se desbordaba, podía destruir incluso lo que más amaba.

 

La última vez que se enojó… lo mató.

 

Apretó los labios al recordar aquel día, en el mundo que modificó para recuperarlo. Cuando Alastor era humano. Cuando era un simple esclavo. Cuando osó hablarle con el mismo fuego en la mirada que ahora ardía frente a él. Lucifer lo había asesinado sin pensarlo, y luego, abrumado por el arrepentimiento, dobló las reglas del infierno, del tiempo, de la existencia misma. Creó un mundo donde Alastor no había sido un mortal indigno, sino un demonio de nacimiento. Borró de la memoria de todos del esclavo que una vez fue, al hombre que había amado demasiado tarde.

 

Solo él recordaba la verdad.

 

Solo él sabía cuánto lo amaba.

 

Y por eso ahora guardaba silencio. Si Alastor quería pisotear su corazón, que lo hiciera. Si necesitaba afirmarse en su orgullo, Lucifer se lo permitiría. Lo dejaría ganar. Lo dejaría romperle el alma si eso significaba conservarlo a su lado.

 

Porque perderlo otra vez… no era una opción.

 

Lucifer soltó un suspiro casi inaudible y volvió a tomar sus cubiertos, aunque no comió.

 

—Tienes razón —murmuró al fin, sin levantar la vista—. No hay nadie mejor que tú.

 

Y en el fondo, sabía que esas palabras eran tanto un reconocimiento como una rendición.

Alastor parpadeó, desconcertado.

 

No era la respuesta que esperaba. Lucifer nunca se rendía tan fácil. Su voz, baja y sin resistencia, lo descolocó más que cualquier grito, más que cualquier amenaza. Lo miró fijamente, intentando descifrar si había ironía escondida en esas palabras.

 

No la encontró.

 

Eso lo inquietó.

 

—Vaya... —murmuró, entrecerrando los ojos—. Qué razonable te has vuelto, mi amor.

 

La última palabra la pronunció con una sonrisa ladeada, casi burlona, pero algo en su interior no se sintió bien al decirla. Un escalofrío invisible recorrió su espalda. No fue magia. No fue miedo.

 

Fue algo más antiguo.

 

Una punzada. Una voz muda.

 

Huye.

 

Sacudió la cabeza sutilmente. Como si algo lo picara detrás de los ojos.

 

Escapa.

 

Por un segundo, su respiración se volvió tensa. No sabía por qué, pero una imagen sin forma, un dolor sin causa, lo asaltó. Algo enterrado muy hondo, tan profundo que ni sus poderes demoníacos podían alcanzarlo. Como si una parte de él, una diminuta, insignificante parte, recordara haber sido pequeño. Débil. Encadenado.

 

Y asesinado.

 

—Tienes razón, claro que la tienes —dijo Lucifer en ese momento, todavía sin alzar la mirada, y la voz rota en sus labios trajo consigo una ola de náusea que Alastor no supo explicar.

 

No confíes en él.

 

—¿Qué… estás haciendo? —preguntó Alastor, de forma más brusca de lo que pretendía.

 

Lucifer levantó la cabeza, con esa expresión serena que lo hacía parecer el dueño del universo. Y lo era.

 

—Aceptando lo que ya sé —respondió—. Que no puedo obligarte a quedarte si no quieres.

 

Y entonces, algo dentro de Alastor se quebró, aunque no se mostró en su rostro. Se levantó de la mesa con movimientos medidos, mecánicos, como si el cuerpo supiera que debía marcharse, aunque la mente no entendiera por qué.

 

No dijo nada más. Caminó hasta la puerta.

 

Pero mientras la abría, la voz volvió a sonar, nítida, aterradora en su dulzura:

 

Recuerda quién eres. Antes de que él te lo borre otra vez.

 

Cuando Alastor cerró la puerta tras de sí, el eco de sus pasos se desvaneció lentamente por los pasillos del palacio. Lucifer no lo miró irse.

 

No podía.

 

Se quedó allí, en silencio, en una mesa vacía, donde la carne ya se había enfriado y el aire olía a nostalgia. Se sentó en completo silencio durante unos segundos más… y luego se puso de pie.

 

Sin prisa.

Sin sonido.

 

La realidad misma pareció desvanecerse a su alrededor mientras daba un paso. No necesitó portales, ni hechizos, ni rituales. Era su creación. Su universo. Lo tejía con la voluntad, lo moldeaba con el pensamiento.

 

Y así, se fue.

 

Desapareció de su trono, de su mundo, de sus ángeles, sus demonios, sus victorias. Lo dejó todo atrás.

 

Viajó hacia el lugar más antiguo, más allá del velo, más allá de los planos, más allá incluso del Edén reconstruido. Fue hacia el único rincón del cosmos donde no existía nada. Ni luz, ni sombra, ni tiempo. Solo vacío.

 

Y allí, dejó atrás el disfraz del que fue primero un pequeño serafín, despues un pequeño rey.

Su forma cambió.

 

Los rasgos hermosos, pulidos, mortales, se deshicieron como una piel vieja. Surgió algo vasto, sin límites, con alas negras que abarcaban galaxias extinguidas, con ojos ardientes que miraban más allá del destino. Allí, entre el no-espacio, podía respirar sin contenerse, sin herir, sin que nadie muriera de solo verlo.

 

Allí, podía recordar que alguna vez fue un hijo.

Y entonces, habló.

 

No con voz, sino con existencia pura.

 

—Padre. —La palabra resonó por el abismo como un eco que el mismo universo había olvidado—. ¿Dónde estás…? ¿Dónde te fuiste cuando más te necesitaba?

 

Silencio.

Pero Lucifer no esperaba una respuesta inmediata. Sabía que su padre —el Dios original— estaba en otro lugar, que ese, su "huevo" ahora lo albergaba a él, dejando todo en sus manos. ¿Un castigo? ¿Una lección? ¿Un abandono?

 

Aun así, bajó la mirada.

 

—Lo reconstruí todo. Ángeles, demonios... humanos. Todo me pertenece. Reescribí la historia. Reescribí su historia. Le di una vida digna de él. Y sin embargo… no puedo evitar perderlo.

 

El vacío no respondió.

 

Lucifer cerró los ojos —los mil que ahora poseía— y se dejó flotar, suspendido en esa nada que lo conocía mejor que nadie.

—¿Qué se supone que haga… si incluso teniendo el poder de un Dios, no puedo conservar al único ser que amo?

 

Y por primera vez en milenios, Lucifer tembló.

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Hotel no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

 

Capítulo 14.- ¿Solo juguetes?

 

 

 

El silencio se mantuvo durante siglos en ese vacío.

 

O quizá solo fueron segundos. En ese lugar sin tiempo, la espera no tenía forma.

 

Entonces, cuando estaba por rendirse, una voz emergió del abismo. No retumbó ni resonó: simplemente fue, como si siempre hubiera estado ahí, esperando a que Lucifer recordara cómo escuchar.

 

Has venido a buscar respuestas, joven Dios.

 

Lucifer no respondió. Solo levantó la vista hacia el vacío infinito, sabiendo que su Padre estaba allí… aunque no tuviera rostro, ni forma, ni nombre que pudiera pronunciarse ya.

 

Tienes poder, sí. Tienes creación, sí. Pero aún no comprendes. —La voz era serena, inmensa, sin emoción alguna. No juzgaba. No consolaba. Solo decía. Solo existía—. Tu huevo aún no ha eclosionado.

 

Lucifer frunció el ceño. otra vez las mismas palabras… como si fueran un fragmento de una verdad más antigua que el universo mismo. Se sentía como parte de él y al mismo tiempo no.

 

—¿Mi huevo?

El Cielo. La Tierra. El Infierno. Todo lo que has construido. Todo lo que controlas. Es solo la cáscara. Una cuna para lo que serás.

 

Lucifer se irguió, con su forma inmensa brillando entre las sombras del no-espacio. Alas extendidas. Innumerables ojos se abrieron como estrellas brillantes en el oscuro manto.

 

—Entonces, ¿qué son ellos? —preguntó con una sombra de amargura—. Los ángeles. Los demonios. Los humanos... —la voz se le rompió —. Charlie… ¿Qué es él?

 

La respuesta fue inmediata. Fría. Sin emociones.

 

Nada. Existencias fugaces. Ecos que se apagan en un parpadeo.

 

Lucifer apretó los dientes. Las alas infinitas detrás de él se agitaron con un estallido sordo. Que su Padre dijera que Charlie y Alastor eran insignificantes, lo llenaba de rabia.

 

—¡Claro que no! Ellos son importantes —gritó. El vacío vibró, como si contuviera un suspiro antiguo. La ira de Lucifer hirviendo bajo su piel—¡No para mí!

Ya lo comprenderás. Cuando eclosiones. Cuando dejes de creer que eres como ellos. Cuando abandones lo que crees que es amor.

 

Lucifer gritó, sin emitir sonido, pero el universo tembló bajo su voluntad. Que tonto había sido al creer que su Padre por fin lo comprendía, que de alguna manera habían logrado conectarse…

 

—¡Aquello que siento es real! Amo a Charlie. Amo a Alastor. ¡No son ilusiones!

 

La voz respondió, tranquila. Implacable.

 

Aquello que llamas amor… es solo una ilusión. Un reflejo pálido del fuego que arderá en ti cuando comprendas lo que eres. Cuando eclosiones y te unas a nosotros.

 

Pero Lucifer negó con la cabeza. No aceptaba esa visión. No podía. Porque si lo hacía, si dejaba ir ese lazo, entonces lo perdería todo. Perdería lo que lo hacía diferente de su Padre.

 

—Tú olvidaste cómo era sentir. Tú te desprendiste de todo. ¡Pero yo no lo haré! —dijo, con una voz que resonaba con la voluntad de todo lo creado. Sus ojos ardiendo con determinación y odio —. ¡Somos de la misma raza!, ¡Somos Dioses!... —hizo una pausa, la mirada fija en el vacío de la nada —Sin embargo, nunca seré como tú.

 

Apenas un susurro. Un hilo de voz que no cualquiera podría escuchar, pero sabía que su Padre sí podía.

 

Por un instante, no hubo respuesta.

 

Solo el peso inmenso de la Eternidad.

 

Y entonces, la voz habló por última vez, con algo que, quizá, era una sombra de ternura… o solo la ilusión de ella.

 

Entonces, hijo mío… que tu corazón sea tu prisión. Y tu amor, tu jaula. —Dios hizo una pausa — Ellos te traicionaran, tal como lo hicieron conmigo. Cuando te rompan, vendrás a mí de nuevo. Y nacerás.

 

Y con eso, la Presencia se desvaneció.

 

Lucifer, aún suspendido en el vacío, sintió que algo se cerraba a su alrededor. Algo invisible. Irrevocable.

 

Había desobedecido. Otra vez.

 

Y aun así… no se arrepentía.

 

Miró hacia su creación, muy, muy lejos… donde Alastor caminaba sin preocupaciones, y Charlie lloraba, y los cielos se curvaban a su voluntad.

 

—No son ilusiones —murmuró para sí, con una convicción feroz—. Son todo lo que tengo.

 

Y entonces, se desvaneció, volviendo a su trono, con el alma hecha cenizas… y el corazón aún en llamas.

 

Se hizo una promesa. No volver a buscar a su Padre y no permitiría que le quitara a quienes ama.

 

 

...

 

 

El cuarto estaba en penumbra, bañado apenas por la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas de terciopelo. El aire olía a incienso apagado y perfume caro, pero todo parecía marchito desde que Charlie se encerró allí, llorando en silencio durante días. Razzle y Dazzle a su lado, en silencio proporcionándole pañuelos,

 

Octavia estaba sentada a los pies de la cama, con el porte tranquilo pero el ceño apenas fruncido. Loona ocupaba un sillón cercano, la cola inquieta golpeando el aire, como si la impaciencia pudiera romper el muro invisible que mantenía a Charlie lejos del mundo. Habían intentado de todo: palabras, abrazos, amenazas veladas contra los Von Eldritch. Nada había hecho mella.

 

Charlie estaba hundida en un luto que no conocía consuelo. Había perdido a (…), que había sido su figura materna desde que tenía memoria. En el mundo que Lucifer gobernaba, los humanos no eran nada: esclavos de demonios y ángeles por igual, carne para el deleite, y ni la muerte los liberaba de sus cadenas.

 

Si tan solo hubiera una forma de aligerar ese yugo, al menos para unos pocos…

 

Entonces, se incorporó.

 

Los ojos rojos, hinchados por las lágrimas, brillaban ahora con una luz distinta. Una llama que no habían visto desde que la sangre del humano se enfrió.

 

—Eso es… —susurró primero, y luego, con una convicción que golpeó el aire—. ¡Eso es! —Se levantó de golpe, y las sábanas de seda cayeron a su alrededor como una tormenta blanca.

—Crearé un refugio para humanos maltratados.

 

Octavia alzó una ceja. Loona se irguió, incrédula. Los pequeños mayordomos se miraron confundidos, pero alegres de que su dueña parecía más animada.

 

—¿Un… qué? —preguntó la sabueso, ladeando la cabeza.

 

—Un lugar seguro —dijo Charlie, cada palabra ardiendo en su pecho—. Donde no sean esclavos, ni juguetes, ni ganado. Donde puedan ser… personas.

 

Loona la miró como si hubiera invocado un idioma muerto.

 

—Charlie… eso no le va a gustar a nadie —su voz era baja, pero cargada de realidad—. Los humanos no tienen derechos. Legalmente, ni siquiera existen.

 

Octavia guardó silencio, pero su mirada se afiló. Lo que Charlie proponía no era solo un acto de rebeldía: era un golpe directo contra los cimientos del Infierno y del Cielo. Contra el mismo Lucifer.

 

—Sé que suena imposible —continuó la princesa, respirando como si cada sílaba quemara—, pero no puedo quedarme sentada mientras dicen que la muerte de mamá no importa solo por ser humano. ¡Él me crió! Fue más madre que cualquiera en este palacio. ¡Y lo mataron como si fuera basura!

 

Su voz estalló en un grito que hizo temblar las paredes. Las sombras retrocedieron un instante.

 

Loona se levantó y puso una mano en su hombro.

 

—Y si el resto del Infierno decide que eso es traición… ¿te enfrentarás a ellos?, ¿y si Su Majestad Lucifer se opone?

 

Charlie no dudó. Tal vez confiada de que su padre jamás la lastimaría, o tal quizás por qué su optimismo era tan grande que le cegaba.

 

—Sí. Por él. Por todos los que no tienen voz.

 

Octavia se puso de pie. Decidida a ayudar a su amiga.

 

—Entonces necesitarás aliados. Contactos. Y secretos. Muchos secretos. Esto no será una lucha… será una guerra.

 

Y así, en medio del luto, nació una llama.

 

Un refugio para lo que el Infierno y el cielo consideraban desecho.

 

Un santuario forjado del duelo y desafío.

 

Una chispa que, si crecía, incendiaría todo lo que conocían.

 

Pero no podía sola. Necesitaba ayuda de su Padre. Si lograba que la apoyara, nadie se opondría.

 

Charlie apretó los puños.

 

Sabía que no podía hacerlo sola. Ni siquiera Octavia y Loona, con toda su astucia y fuerza, podrían proteger un santuario así contra la furia de la creación.

 

Solo había una persona que podía garantizar que su proyecto sobreviviera: su padre.

 

Lucifer Morningstar.

 

Nunca le había negado nada. Desde niña, él había cedido ante sus caprichos, le había dado castillos para jugar, orquestas enteras para una sola canción. Él la amaba, y ella lo sabía. Por eso, estaba segura: aceptaría.

 

—Necesito verlo —dijo, de pronto, con una determinación que cortó el aire. —Debo ir con papá.

 

Octavia intercambió una mirada con Loona. No dijeron nada, pero ambas sabían que pedirle esto a Lucifer no sería como pedirle una corona de flores o un festival privado. Esto sería pedirle que desafíe el orden natural de la creación… su orden.

 

Charlie no percibió ese silencio cargado. Ya se imaginaba cruzando el salón del trono, ya sentía el peso de la mirada de su padre y el calor de su sonrisa complacida cuando escuchara su idea.

 

—Con él de mi lado —murmuró, casi para sí—, nadie se atreverá a tocar a los humanos.

 

Loona alzó una ceja.

 

—O eso, o será él quien les clave el primer cuchillo.

 

Charlie no respondió.

 

Porque, en su corazón, no creía que eso fuera posible.

 

 

....

 

 

La habitación de Lucifer estaba bañada por la luz dorada que se filtraba por los grandes ventanales, lanzando reflejos cálidos sobre las paredes cubiertas de los finos tapices. El aire aún vibraba con algo extraño, como si la Eternidad misma lo hubiese seguido de regreso. Había vuelto hacía apenas unos minutos de un encuentro del que nunca hablaba, pero cuya sombra siempre quedaba flotando en él.

 

Charlie entró sin anunciarse. Lucifer estaba de pie, de espaldas, observando la eternidad desde el ventanal alto. Sus alas se movieron apenas cuando escuchó sus pasos.

 

—Papá… —empezó, y él se volvió lentamente.

 

No había rastro de cansancio en su sonrisa, aunque en sus ojos ardía algo profundo y distante. Sin embargo, cuando ella empezó a hablar, esa distancia se desvaneció. Lucifer la escuchó con la misma paciencia con la que había escuchado todas sus ideas a lo largo de los años: desde la vez que quiso reformar hacer que sus peluches formaran parte de las reuniones con los nobles, hasta cuando intentó organizar un festival musical donde cada canción durara exactamente seis horas, sin mencionar aquella vez que quiso que los domingos todos en el palacio vistieran de rosa.

 

Charlie habló con fuego en la voz: el refugio, la protección para humanos, la rebelión silenciosa contra un orden injusto. Sus palabras eran puro corazón.

 

Lucifer la dejó terminar, y luego caminó hacia ella con ese porte que llenaba el espacio sin esfuerzo.

 

—Suena… bonito, manzanita —dijo al fin, acariciándole la mejilla—. Si eso es lo que deseas, tendrás mi bendición.

 

Charlie sonrió, aliviada, como si su victoria ya estuviera asegurada.

 

Lucifer, sin embargo, guardó para sí lo que pensaba realmente. En su mente, veía este plan como otra de sus fases: como cuando pasó seis meses vestida de negro asegurando que solo le interesaba la poesía trágica; o cuando decidió aprender equitación y dejó el caballo plantado tras la segunda clase; o cuando quiso ser diseñadora de modas y abandonó al primer pinchazo de aguja.

 

Él la dejaría jugar a este juego también.

 

Porque, como siempre, creía que Charlie, tarde o temprano, se cansaría.

 

Lo que no sabía es que, esta vez, la llama que veía en sus ojos no era un capricho, era determinación. Y que lo que estaba concediendo no era un simple pasatiempo… sino el inicio de una guerra que cambiaría la creación una vez más.

 

Lucifer la escuchó hasta el final, con la misma calma paciente que siempre había usado con ella. Cuando Charlie terminó, se hizo un breve silencio.

 

—Muy bien, manzanita —dijo al fin, con esa sonrisa suave que podía desarmar ejércitos—. Tendrás tu refugio.

 

Charlie abrió la boca para agradecer, pero él levantó una mano.

 

—Con condiciones.

 

Su tono seguía siendo amable, pero ahora había un filo oculto.

 

—Primero, solo unos pocos humanos. Solo 5. Los que elijas tú misma. Ni uno más. Segundo, tendrás un año para demostrar que pueden aportar algo de valor a nuestra sociedad. Algo más que gritos, llanto y carne fresca. Tercero… —la miró con un brillo calculador— no enemistarte con los nobles. Ninguno. Ni por acción, ni por palabra. Al primer incidente, esto se acaba.

 

Charlie frunció el ceño. No estaba de acuerdo. Era como una trampa, algo diseñado para que callera.

 

—¿Y si alguno de ellos…?

 

—No —la interrumpió con firmeza, aunque su voz seguía siendo suave—. Si quieres jugar este juego, jugarás bajo mis reglas.

 

Ella respiró hondo, la determinación devolviendo el brillo a sus ojos.

 

—Está bien. Acepto.

 

Lucifer la miró un momento más, intentando leer si esa aceptación era sincera o solo el impulso del momento. En su interior, aún pensaba que esto no duraría. Que, como tantas veces, Charlie se cansaría antes de que el año terminara.

 

Pero si por algún motivo no lo hacía… bueno, un año era tiempo suficiente para que la realidad le arrancara las alas de ese sueño. Al menos eso esperaba por qué no quería verla sufrir.

 

La besó en la frente y la dejó ir, viéndola marcharse con paso decidido.

 

Cuando la puerta se cerró, su sonrisa se desvaneció, reemplazado por la melancolía.

 

—Un año, manzanita —susurró—. Un año para que descubras lo que yo ya sé.

 

Lucifer la había dejado ir. No tuvo el corazón de decirle que no la creía capaz de sostenerlo. Que no era lo suficientemente madura para pelear contra el mundo.

 

Porque, si lo hacía, tendría que admitir que su Padre tal vez tenía razón.

 

Que algún día, ese amor que ahora lo definía, lo rompería.

 

Y él no estaba dispuesto a imaginarlo.

 

 

...

 

 

Charlie salió de la habitación de su padre con la cabeza erguida y un brillo decidido en los ojos, ajena al conflicto en el interior del diablo. Metida en su mundo como siempre solía hacerlo, concentrada en su deseo.

 

Lucifer le había puesto condiciones, sí… pero eso no importaba. Un año era tiempo suficiente para demostrar que tenía razón.

 

Octavia y Loona la esperaban en el pasillo, apoyadas contra una columna de mármol negro.

 

—¿Y bien? —preguntó la sabueso, cruzándose de brazos. Charlie sonrió con los ojos brillantes de esperanza.

 

—Aceptó.

 

—¿En serio? —Loona arqueó una ceja. No debería sorprenderle. Todos en la creación sabían que Lucifer cumpliría cualquier capricho que su hija tuviera—. ¿Así de fácil?

 

—Con condiciones —admitió la princesa, enumerándolas rápidamente: pocos humanos, un año de prueba, y nada de enemistarse con los nobles.

 

Octavia inclinó la cabeza, procesando la información. Aún sin poder creer que Lucifer aceptara una idea tan descabellada.

 

—Eso último… no es tan simple como suena.

 

—Lo sé —respondió Charlie, aunque su tono aún era optimista—. Pero podemos manejarlo.

 

Octavia dio un paso hacia ella. Bueno, si iban a ayudar en esta locura, más valía iniciar con cimientos fuertes.

 

—Mi padre podría ser un buen punto de apoyo.

 

Charlie parpadeó.

 

—¿Stolas?

 

—El mismo —asintió Octavia—. No le gusta la idea de tener humanos. Nunca ha sido partidario. Y su título dentro de los Goetia le da peso político. Si él respalda el proyecto, será más difícil que otros príncipes lo bloqueen. Además, es considerado uno de los favoritos de Su Majestad.

 

Charlie sonrió, agradecida. Era verdad. Su Padre consideraba a Stolas como una especie de hijo, incluso lo apoyó con su divorcio y hasta ofició el matrimonio del Goetia con ese pequeño diablillo, Blitzø, padre de Loona.

 

—No descartes a otro aliado: el duque Alanis —agregó la sabueso infernal.

—¿El padre de Alastor? —preguntó Charlie, sorprendida.

—Exacto —respondió Loona—. Desde que Su Majestad le dio el título, su influencia ha crecido, y como futuro suegro de Lucifer, su palabra pesa más de lo que crees. Además… tampoco es partidario de tener esclavos humanos.

 

Charlie miró a ambas, sintiendo que su pequeña idea empezaba a tomar forma como un verdadero plan.

 

—Entonces… —dijo, con un destello en los ojos—, vamos a hablar con ellos. Los dos.

 

Octavia sonrió apenas, y Loona mostró una mueca que era lo más parecido a un gesto de aprobación.

 

La guerra silenciosa por el refugio acababa de comenzar.

 

 

.....

 

 

El salón privado de Stolas estaba iluminado por lámparas flotantes que proyectaban reflejos violetas sobre las paredes cubiertas de pergaminos antiguos. El aroma a té de hierbas llenaba el aire, mezclándose con el perfume sutil que siempre llevaba.

 

Las tres chicas se sentaron frente a él y Blitzø, este último tenía una cara de aburrimiento. Stolas las observó en silencio mientras Octavia tomaba la palabra, explicando el proyecto del refugio y las condiciones que Lucifer había impuesto. Charlie aportó detalles, hablando con una pasión que incluso parecía contagiar al mismo búho… hasta que la lógica lo alcanzó.

 

Se recostó en su sillón, las plumas de su cuello agitándose levemente.

 

—Me encantaría apoyarlas, de verdad… pero mi posición dentro de Goetia y aún, entre la nobleza no es la más sólida en este momento.

 

Octavia lo miró con cejas fruncidas. Mirando al diablillo que desvió la mirada, aunque la joven pudo notar la culpa en su expresión.

 

—Sé que es difícil, pero si lo logramos...

—Su Alteza… entiendo lo que quiere hacer, pero no creo que sea buena idea. No solo por las repercusiones políticas, sino porque es peligrosísimo para todos los involucrados… especialmente para ustedes —sus ojos se desviaron hacia Octavia y Loona, con un dejo de inquietud paternal—. Si el proyecto falla, no será solo su nombre el que se manche.

—No va a fallar —dijo Blitzø, cruzando los brazos—. Porque no va a empezar.

 

Loona frunció el ceño.

 

—Papá…

—No —la cortó con un gesto brusco—. Esto no es más que mierda de una niña rica y privilegiada que quiere jugar a la heroína —miró directamente a Charlie, sin molestarse en suavizar las palabras—. Si de verdad quieres ayudar a alguien, empieza con tu propia gente. Demonios de barrios bajos que mueren de hambre a pesar de las buenas gestiones de tu padre. Demonios que no tienen títulos, ni tierras, ni voz. Demonios que son sí son TU pueblo.

 

Charlie sintió que un calor incómodo le subía al rostro, pero sostuvo la mirada.

 

—Eso no significa que los humanos no merezcan ayuda también.

 

—Significa que si vas a meterte en esta mierda —replicó Blitzø, mirándola con desafío, esperando hacerla entrar en razón.

 

Cualquier otro habría sido tratado como traidor, pero no ese diablillo que se había ganado el corazón de un Goetia y la aprobación de Azrael e incluso el aprecio del mismo Lucifer—, al menos hazlo por los tuyos primero. Porque meterte con humanos es meterte con todos los nobles, y créeme, niña… no quieres joder con ellos.

 

Octavia permaneció en silencio, pero la tensión en su postura hablaba por ella. Charlie asintió lentamente, más para cerrar la conversación que por rendirse.

 

—Lo entiendo —dijo, aunque en sus ojos seguía ardiendo la misma llama. —Gracias por su tiempo.

 

Cuando salieron del salón, Loona rompió el silencio con un resoplido.

 

—Bueno… eso salió peor de lo que esperaba.

 

Charlie miró hacia adelante, el paso firme.

 

—Entonces vamos al siguiente. El duque Alanis.

 

 

...

 

 

El despacho del duque Alanis era amplio y de techos altos, iluminado por un ventanal que dejaba entrar la luz rojiza del horizonte del atardecer. Los estantes repletos de libros antiguos y artefactos mágicos daban al lugar un aire solemne, pero el propio duque transmitía algo más cálido que sus muros.

 

—Por supuesto que ayudaré —dijo Alanis con una sonrisa franca, tras escuchar la propuesta de Charlie—. La idea es noble y, si se hace bien, podría traer un cambio importante.

 

Charlie sonrió, aliviada.

 

—Gracias, duque, sabía que entendería…

—Pero —interrumpió Alanis, apoyándose en el respaldo de su silla—, no voy a mentirle, Su Alteza. Tres chicas nobles, una de ellas un sabueso infernal, liderando un proyecto que incomoda a demonios y ángeles por igual… es una receta para atraer enemigos. El hecho de que usted sea la hija de Su Majestad, el rey Lucifer no va a mantenerlas a salvo si alguien decide que son una amenaza.

 

Charlie bajó un poco la mirada, pero mantuvo la compostura.

 

—Lo sé. Y aun así quiero intentarlo.

—Entonces tendrás mi respaldo —dijo el duque, asintiendo—, pero también mi advertencia.

 

Un carraspeo suave interrumpió el momento. En la puerta, apoyada con desdén, Alastra, usando un precioso vestido rojo sangre que le llegaba por encima de las rodillas.

 

—¿Un refugio para humanos? —preguntó, alzando una ceja con una sonrisa que destilaba sorna—. Adorable.

 

Octavia frunció el ceño, pero Alastra ignoró la reacción y se acercó lentamente, moviéndose como si estuviera en un salón de baile y no en el despacho de su padre.

 

—Mi consejo, altezas —dijo, con voz dulce y cargada de veneno—, es que se concentren en sus lecciones de etiqueta. O, mejor aún… en aprender a comportarse como la realeza demoniaca que dicen ser.

 

Se volvió hacia Charlie, inclinando la cabeza con un gesto que pretendía cortesía, aunque sus ojos brillaban con una hostilidad apenas contenida.

 

—Deberías demostrar el honor de la realeza demoniaca, en vez de avergonzar a Su Majestad —susurró, con esa sonrisa amable que escondía algo más siniestro. —Eres la princesa, el ser mas poderoso de la creación después de nuestro amado rey, y aún así no eres capaz de realizar un simple hechizo. ¿No crees que eso es patético?

 

Charlie sostuvo la mirada sin ceder un paso, aunque por dentro sentía cómo la tensión de la sala se espesaba como humo. Le desconcertaba el comportamiento actual de quien creía, era su amiga, alguien que pensó le apoyaría en su noble empresa.

 

—Gracias por su… consejo, lady Alastra —respondió, marcando cada palabra.

 

La sonrisa de Alastra se ensanchó apenas, como quien disfruta de un pequeño triunfo, antes de dar media vuelta y salir, dejando un silencio incómodo tras de sí.

 

—Le pido disculpas en nombre de mi hija, Su Alteza —dijo Alanis antes de soltar un pesado suspiro —. Solo está preocupada por el bienestar de sus amigas y no sabe cómo expresarlo.

 

Las tres chicas desestimaron la preocupación del Duque ciervo, sin embargo, la duda comenzó a crecer en Loona, que desde hace tiempo había notado que Alastra no era tan inocente como aparentaba ser y esto, lo demostraba.

 

Miró a Octavia y a Charlie hablar animadamente mientras eran guiadas por el propio Alanis a la puerta. La sabueso hizo una nota mental de mantenerse más alerta para asegurarse que su hermana y su amiga estuvieran a salvo.

 

 

...

 

 

La habitación de Lucifer estaba sumida en una penumbra tranquila, apenas iluminada por la luz dorada de unas velas altas. El suave murmullo del viento infernal golpeaba los ventanales, y en medio de ese silencio, él estaba sentado al borde de su cama, con la mirada fija en un pequeño objeto que descansaba sobre su palma.

 

Un anillo.

 

No uno cualquiera, sino una sortija forjada con un metal que no existía en ningún otro plano, moldeado con sus propias manos y empapado con su magia. El aro irradiaba un brillo tenue, como si respirara, latiendo en sincronía con su portador.

 

Era un anillo de compromiso.

 

Lucifer deslizó el pulgar por la superficie lisa, recordando el instante en que decidió crearlo, imaginando el momento en que lo entregaría. Había pensado en Alastor, siempre en él. Pensó que sería sencillo: un gesto, unas palabras, y ese demonio altivo sonreiría como pocas veces lo hacía, aceptando lo que tenían como algo eterno.

 

Pero después de su última pelea… todo parecía más frágil.

 

Lucifer apartó la mirada, sintiendo cómo la duda le mordía el corazón. ¿Y si Alastor no lo amaba? ¿Y si todo lo que había entre ellos era solo el resultado de su propio egoísmo?

 

Moldear la realidad había sido tan natural para él… y en un arranque de posesión y arrepentimiento, lo hizo demonio después de arrancarlo de un destino que él creía indigno. No quería que Alastor le dejara, por eso borró sus memorias del humano que alguna vez fue. Pero, ¿y si Alastor de otra forma recordaba?

 

Cerró la mano alrededor del anillo, sintiendo cómo el metal caliente le quemaba la piel, no por su magia, sino por la carga emocional que representaba.

 

El soberano suspiró, hundiéndose en la soledad de sus pensamientos.

 

La eternidad era larga… pero el miedo de perderlo parecía capaz de consumirla toda.

No soltó el anillo.

 

Era como si, al sostenerlo, pudiera retener también la idea de lo que había soñado: una eternidad junto a Alastor, sin máscaras, sin guerras de orgullo. Un futuro que, en su mente, parecía tan perfecto que casi podía tocarlo.

 

Pero la realidad no era tan dócil.

 

El rechazo no siempre venía en palabras duras; a veces era el silencio prolongado, el cambio de tema en medio de una conversación íntima, la forma en que Alastor retiraba la mano justo antes de que sus dedos se rozaran. Pequeños gestos, casi imperceptibles, que a cualquier otro le pasarían inadvertidos… pero no a él.

 

Lucifer podía moldear el universo con un chasquido. Podía reescribir la historia, alterar la esencia de un alma. Y, aun así, no podía o quería forzar un corazón a latir por él.

 

Eso lo atormentaba.

 

En su mente, los recuerdos se mezclaban: las carcajadas compartidas en los raros momentos de complicidad, las miradas fugaces que parecían contener un mundo… y luego, el muro frío que Alastor erigía sin previo aviso. Un muro que ni siquiera el Rey del Infierno podía derribar.

 

"Me ama", se repetía, como si la afirmación pudiera anclarlo.

 

"Me ama… solo que no sabe cómo mostrarlo".

 

"Me ama… pero es terco".

 

Cada frase era un intento de convencer no a los demás, sino a sí mismo.

 

Apretó el anillo hasta que el metal mágico se hundió en su piel, dejándole una marca. No quería renunciar a la idea, no podía. Si lo hacía, tendría que aceptar que quizás todo lo que había construido —el sacrificio, la transformación, la eternidad planeada— no era más que un castillo de cristal a punto de romperse.

 

Lucifer alzó la vista hacia el ventanal. Más allá del horizonte, imaginó a Alastor, en algún rincón, sonriendo con ese gesto elegante… pero no para él. Nunca para él.

Y ese pensamiento lo desgarró más que cualquier herida física.

 

Volvió a mirar el anillo, ahora apoyado contra la pared como si fuera un simple adorno. En su mente, la comparación surgió sin que pudiera evitarlo.

 

Alastra.

 

A quien había creado junto con su gemelo como una forma para que Alanis y Furma no se opusieran a su compromiso con Alastor.

 

Una dama que reinaba con gracia en los círculos sociales del Infierno, siempre envuelta en perfumes caros y vestidos que sabían cómo acaparar todas las miradas, con modales impecables. Lucifer nunca había tenido reparos en obsequiarle alguna joya, un broche encantado o un vestido tejido con seda infernal… y ella siempre respondía con una sonrisa genuina, con palabras dulces y gestos que parecían decir que valoraba no solo el regalo, sino a quien lo daba.

 

Ella sabía aceptar. Sabía hacerlo sentir importante.

 

Alastor, en cambio, recibía sus obsequios como si fueran simples piezas en un tablero de juego que él controlaba. Un violín, un abrigo, un jardín, ahora un bastón capaz de conquistar a través de las ondas de radio… todo recibido con esa elegancia fría, cortés pero distante, que jamás dejaba pasar una grieta por donde se colara un verdadero agradecimiento.

 

Lucifer sabía que Alastra podría convertir cualquier pequeño presente en un momento inolvidable para ambos. Alastor, en cambio, parecía decidido a borrar cualquier huella de intimidad antes de que germinara.

 

Y eso era lo que más le dolía.

 

Y, por un instante, el Rey del Infierno pensó que quizá merecía ese desprecio.

 

Después de todo, había manipulado el destino mismo para arrancarlo de la humanidad, para moldearlo a su antojo, para convertirlo en algo que encajara en su mundo… y tal vez, inconscientemente, Alastor nunca lo había perdonado por eso.

 

—Majestad. —Una voz grave y formal lo sacó de su espiral de pensamientos. Un sirviente se inclinaba respetuosamente en la entrada del salón—. Los Cuatro Jinetes lo esperan para la reunión mensual.

 

Lucifer cerró la mano alrededor del anillo y respiró hondo antes de responder, dejando que el eco del recuerdo se desvaneciera.

 

—Hazlos pasar a la sala de consejo.

 

Caminó hasta la habitación designada, la sortija aún oculta en el bolsillo interno de su chaqueta. La sala, hecha de obsidiana y mármol blanco, estaba silenciosa salvo por el eco de sus pasos.

 

Los Cuatro Jinetes ya lo esperaban, de pie al verlo entrar.

 

—Los jinetes saludamos a su Majestad el Rey Lucifer Morningstar, Portador de la Luz que su gloria impía gobierne sobre los cadáveres de los ángeles y la sangre de sus enemigos alimente las tierras infernales —dijeron los jinetes haciendo una reverencia.

—Gracias por su puntualidad. Este es nuestro encuentro mensual… pero también hay un asunto que deseo poner sobre la mesa.

 

Azrael dio un paso adelante.

 

—Si es algo que preocupa a su Majestad, entonces es asunto nuestro.

 

Lucifer se permitió una ligera sonrisa.

 

—No es preocupación… sino prevención. Mi hija tiene un proyecto en mente: acoger un número reducido de humanos y demostrar que pueden integrarse a nuestra sociedad.

 

Los cuatro intercambiaron miradas, pero ninguno habló sin permiso.

 

—Entiendo que esto podría levantar ciertas… suspicacias entre algunos nobles —continuó Lucifer—, pero quiero dejar claro que mientras cumpla con las condiciones que le impuse, tendrá mi apoyo. Por el momento, que se considere como la distracción de una niña aburrida.

 

Milchama fue el primero en responder, su voz profunda resonando como un tambor de guerra.

 

—Si ese es su deseo, Majestad, nosotros velaremos porque no exista amenaza contra usted ni contra la princesa.

—Así será —añadió Roo, asintiendo—. Cualquiera que se oponga… no lo hará por mucho tiempo.

 

Limus sonrió levemente, un gesto extraño en su rostro huesudo.

 

—Si usted cree que es el camino correcto, no dudaremos en sostenerlo.

 

Azrael inclinó la cabeza una vez más.

 

—Siempre a su servicio, Lucifer. El ciclo no se rompe mientras usted esté al mando.

 

El diablo asintió, complacido. Entre la tempestad que amenazaba su tranquilidad, había una cosa que parecía ser inquebrantable: la lealtad de los jinetes.

 

—Bien. Entonces, comencemos con el resto de los temas…

 

Horas después cuando la reunión terminó y los demás jinetes se retiraron, Azrael permaneció de pie, inmóvil como una estatua de humo y ceniza. Lucifer lo notó y levantó una ceja.

 

—¿Algo más, Azrael?

 

El ángel de la muerte dio un paso adelante, la penumbra de su manto envolviéndolo como una neblina fría.

 

—Sí, Majestad. No es mi costumbre alarmarlo sin razón, pero… lo que debo decir no puede esperar.

 

Lucifer se reclinó en su silla, cruzando las manos.

 

—Habla.

—Como bien sabe, mis funciones incluyen reuniones con el cielo… —dijo Azrael, su voz flotando como eco de campanas lejanas—. La Corte Celestial está… inquieta. Muy inquieta. Susurros corren como viento helado en los pasillos, y Michael parece escuchar.

 

Lucifer frunció el ceño. Como Dios, tenía el poder de la omnisciencia, sin embargo, se había jurado no usarla. No quería ser como su Padre que mantenía estricta vigilancia en su creación, negándose a dejarlos usar lo que Él mismo les había otorgado.

 

—¿Susurros sobre mí?

 

—No mi Señor —corrigió Azrael—. Sobre la princesa Charlotte. Temo que Su Alteza está ganando enemigos más rápido de lo que usted o cualquiera de nosotros puede anticipar o protegerla. Y no todos son demonios.

 

Lucifer guardó silencio unos segundos, su mirada endureciéndose. El recuerdo de su caída por la mano de su hermano, aún quemaba como el fuego bajo su piel.

 

—Michael siempre ha sido fácil de influenciar por las voces equivocadas —dijo con veneno.

—Lo es —concedió Azrael—. Y si me permite hablar con franqueza… esta iniciativa con los humanos será el punto de presión que usarán contra ella.

 

Lucifer desvió la vista, su expresión velada.

 

—Que lo intenten. Charlie es mi hija. Y no pienso permitir que el Cielo o el Infierno la destruyan.

 

Azrael asintió lentamente. Ningún sentimiento se reflejó en su rostro, sin embargo, el rey sabía que el ángel de la muerte estaba preocupado por lo que pudiera pasarle a su princesa.

 

—Entonces solo me queda reforzar mis redes… y estar donde la sombra aún no haya llegado.

 

Lucifer esbozó una leve sonrisa, aunque sus ojos seguían conservando esa oscuridad que no podía augurar nada bueno.

 

—Haz lo que mejor sabes hacer, Azrael.

 

El ángel de la muerte inclinó la cabeza en un gesto solemne.

 

—Siempre, Majestad.

 

Y como una bruma que se disuelve, desapareció del salón sin un sonido, dejando a Lucifer solo con el eco de la advertencia.

 

El soberano permaneció en silencio un instante, procesando las palabras de Azrael. La penumbra en su mirada se volvió más densa, como si una tormenta se hubiera formado detrás de sus ojos.

 

—Entonces, no esperaremos a que vengan por nosotros —dijo finalmente, con una calma que solo enmascaraba el filo de su voz—. Iremos nosotros primero.

 

La Muerte lo observó sin moverse, paciente.

 

—¿Cuál es su voluntad, Majestad?

 

Lucifer se incorporó, enderezando la espalda con la presencia imponente de un soberano que no acepta desafíos.

—Subirás al Cielo. Convocarás a Michael… y a toda la corte celestial. Diles que los espero en el Palacio de la Tierra mañana a primera hora, y que no es una invitación.

 

Azrael ladeó la cabeza apenas.

 

—¿Desea que lleve un motivo oficial para la reunión?

 

Lucifer sonrió con un destello de arrogancia pura.

 

—Sí. Diles que su Dios los llama… y que será una lección de etiqueta para recordarles que el Cielo, la Tierra y el Infierno tienen un único gobernante.

 

El manto de la muerte pareció agitarse como si respondiera a una brisa invisible.

 

—Entendido, Majestad.

 

Lucifer dio un paso hacia él, su voz bajando en un tono más grave.

 

—Y Azrael… que sepan que no busco su aprobación. Solo su obediencia.

 

—Lo transmitiré palabra por palabra —respondió el ángel de la muerte, inclinando la cabeza con solemnidad.

 

Un instante después, el cuerpo de Azrael se desvaneció en humo y polvo estelar, dejando a Lucifer solo en la sala, con la certeza de que pronto el Palacio de la Tierra sería el escenario de una confrontación largamente postergada.

 

El Palacio brillaba bajo un cielo encapotado, una fusión de arquitectura celestial, infernal y humana que parecía desafiar las leyes de la naturaleza. Las puertas se abrieron de par en par con un estruendo controlado, dejando pasar a la corte celestial, sus túnicas blancas y armaduras doradas contrastando con el mármol negro y las columnas carmesí del salón.

 

Michael entró al frente, imponente, pero sin ostentación. Sus alas, perfectamente desplegadas, destellaban con un fulgor suave. Su mirada encontró la de Lucifer, y por un instante, el aire entre ellos pareció cargarse de electricidad. Había amor allí, un amor que no se había apagado… pero también una resignación amarga, como una vela protegida por un cristal que ya no ilumina lo suficiente para calentar.

 

Lucifer estaba sentado en el trono central, el respaldo tallado con el símbolo de la manzana que dio origen a sus dominios. No se levantó al verlos, pero su sonrisa fue tan afilada como un filo recién forjado.

 

—Bienvenidos —dijo, su voz resonando como si el propio suelo la amplificara—. Qué reconfortante es ver que la obediencia aún existe… aunque sea a regañadientes.

 

Las miradas en la corte celestial se tensaron, pero nadie habló. Michael fue el único en dar un paso adelante.

 

—Su Majestad Lucifer, estamos aquí como pediste. Espero que lo que tengas que decir pueda… construir puentes, no quemarlos.

 

Lucifer lo miró de arriba abajo, como si evaluara no solo sus palabras, sino el peso invisible que Michael llevaba consigo.

 

—No he llamado a esta reunión para construir, sino para recordar.

 

Se levantó, descendiendo los escalones del trono con la majestad de un depredador que sabe que nadie puede desafiarlo.

 

—Yo soy el nuevo Dios. Y como tal, gobierno sobre el Infierno, la Tierra y el Cielo por igual. Ya no hay fronteras, ya no hay esferas de poder independientes. Lo que antes era su privilegio… ahora es mi dominio.

 

Un murmullo se extendió entre los ángeles, algunos inclinando la cabeza en señal de respeto, otros conteniendo la rabia. Michael, en cambio, permaneció inmóvil, sus ojos fijos en Lucifer con una mezcla de admiración y tristeza.

 

—No estoy aquí para disputarte el título —respondió Michael con calma—. Solo para asegurarme de que quienes dependen de nosotros no sufran por un orgullo mal dirigido.

 

Lucifer sonrió, un gesto que no dejaba claro si era burla o aprecio.

 

—Siempre tan… noble, Michael —una sonrisa cruel se formó en los labios del soberano enmarcando su perfecto rostro de alabastro —. Aunque eso no te salvó de perder lo que querías.

 

La Virtud apretó los labios, su compostura inquebrantable, aunque el brillo de dolor en sus ojos lo traicionó. Una esperanza tan poderosa que había sobrevivido a pesar de todo.

 

—No todo lo perdido se puede recuperar —dijo finalmente.

 

Lucifer se giró hacia el resto de la corte, su voz retumbando con autoridad absoluta.

 

—Este es el único aviso que tendrán. El mundo ha cambiado, y ustedes cambiarán con él… o simplemente serán destruidos.

 

El eco de sus palabras resonó en las paredes, y por un instante, nadie se atrevió a respirar.

 

Cuando la corte celestial se retiró, el gran salón quedó en un silencio que parecía absorber el calor del aire. Lucifer permaneció de pie, de espaldas a la puerta, observando el horizonte gris a través de las ventanas de arco alto.

 

—Aún tienes la costumbre de alejar a todos —dijo una voz suave detrás de él.

 

Lucifer no se giró. —Y tú, la costumbre de quedarte más tiempo del que deberías.

 

Michael se acercó, sus pasos resonando en el mármol. Se detuvo a un par de metros, lo suficiente para hablar en privado, pero sin invadir del todo su espacio. Contempló al diablo, dándose cuenta de algunos cambios, tan sutiles que pasarían desapercibidos para aquellos que no se habían grabado la forma del Morningstar en sus recuerdos.

 

—¿Por qué él, Lucifer? —preguntó con calma, pero con una dureza contenida—. Sabes que no te aprecia como debería. Que no te entiende… no como yo podría hacerlo.

 

Lucifer se dio la vuelta lentamente, arqueando una ceja. Conjuró su bastón de manzana, apoyando su peso en él, para inclinarse levemente. Una sonrisa cínica se dibujó en sus labios.

 

—¿Y ahora me vienes con confesiones tardías? —preguntó. Había creído que el corazón de la Virtud por fin se había adormecido, olvidando el supuesto amor que decía tenerle, pero una vez más, esas “criaturas insignificantes”, como los llamó su Padre, demostraban ser mucho más.

—No son confesiones —replicó Michael, sin titubear—. Es un recordatorio. Yo sería mejor para ti que Alastor. No porque quiera reemplazarlo, sino porque sé lo que necesitas. No te negaría el afecto, ni recibiría tus gestos como si fueran simples obligaciones.

 

Lucifer sonrió con esa mezcla de burla y melancolía que solo él dominaba.

 

—Suponiendo que yo quisiera afecto…

 

Michael lo miró con paciencia, como si estuviera acostumbrado a esquivar sus muros.

 

—Más allá de ti, está Charlie. Tú sabes que ella necesita guía… y yo podría dársela. Podría enseñarle a moverse entre la nobleza celestial y el infierno sin convertirse en objetivo. A defenderse adecuadamente.

 

—¿Y crees que yo no puedo hacerlo? —preguntó Lucifer, con un filo en la voz.

 

—Creo que tu visión está nublada —respondió Michael sin apartar la mirada—. Por él.

 

Por un momento, el silencio fue más pesado que cualquier argumento. Lucifer observó a la Virtud, buscando algo en sus ojos… y lo encontró: amor, resignación y un orgullo herido que aún se negaba a romper.

 

Finalmente, Morningstar dio media vuelta y volvió a mirar por la ventana.

 

—No es él quien nubla mi visión, Michael… es el mundo entero.

 

La Virtud respiró hondo, entendiendo que no obtendría más. Se inclinó levemente, como un soldado que aún respetaba a su rey, y se marchó sin añadir nada más. La puerta se cerró tras él con un eco seco que pareció recorrer todo el salón. Lucifer permaneció inmóvil, con las manos apoyadas en el alféizar de la ventana.

 

Podía sentir todavía la presencia del ángel, su voz resonando en su cabeza como un eco molesto y, al mismo tiempo, reconfortante.

 

Michael.

 

Parte de él lo odiaba con una intensidad fría y bien alimentada. Él había sido el primero en levantar la voz en su contra, el que había proclamado el veredicto que lo desterró. La mano ejecutora que lo desterró del Cielo.

 

Y sin embargo… no podía olvidar otras imágenes. Michael, su hermano, joven, riendo junto a él mientras observaban el amanecer sobre las murallas celestiales. Michael tendiéndole la mano cuando él, entonces el favorito, había dudado de sí mismo. Con esa paciencia casi irritante, soportando su temperamento como si estuviera hecho para ello.

 

Lucifer cerró los ojos, dejando que ambas corrientes lo golpearan: el odio, punzante y orgulloso, y ese cariño antiguo que persistía como una herida que nunca terminaba de cicatrizar.

 

—Maldito seas… —susurró, sin saber si lo decía con rencor o con tristeza.

 

Se apartó de la ventana y miró la sala vacía. La luz que entraba por los ventanales doraba las columnas, y por un instante se sintió otra vez en el Cielo, en aquellos días en los que aún creía que todo sería eterno. Antes de que Lilith entrara a su vida.

 

Sacudió la cabeza, apartando el recuerdo. No podía permitirse esa debilidad. No ahora. No cuando todos, desde Michael hasta Alastor, podían usarla contra él.

 

Lucifer se puso en marcha, dejando que el sonido de sus pasos llenara el espacio y ahogara el murmullo persistente del pasado.

 

Avanzó por el pasillo principal del palacio, sus pasos resonando contra el mármol negro. Aún llevaba en la mente el rostro de Michael, las palabras que le había dejado, y la sensación agria de la conversación con los jinetes.

 

En la esquina, la alta figura de Alastor se materializó de entre las sombras, como si hubiera estado esperándolo. Su sonrisa habitual estaba ausente; en su lugar, había una línea tensa en sus labios.

 

—Así que te reúnes con los jinetes… y luego con ese maldito ángel —dijo, con una voz que se mantenía suave, pero con un filo imposible de ignorar—. Todo sin mí.

 

Lucifer detuvo su paso, girándose hacia él lentamente. El peso del cansancio, de los desplantes constantes, del encuentro con Dios y de las consecuencias que Charlie estaba provocando, se acumuló en un instante. Por primera vez en siglos, su mirada se endureció contra Alastor.

 

—Querías que te diera espacio —respondió, su voz grave y cortante—. Solo cumplo tus deseos.

 

Alastor parpadeó, sorprendido, pero no retrocedió. Frunció el ceño.

 

¿Por qué Lucifer parecía más alto?

 

—No confundas espacio con exclusión —le recriminó. Golpeó el suelo con el bastón de micrófono que el mismo rubio le había regalado. Tentáculos de sombras danzando a su alrededor.

 

Lucifer lo sostuvo con la mirada, esa calma glacial que precedía a las tormentas más destructivas.

 

—¿Y no confundes tu compañía con vigilancia? —replicó, girándose para seguir su camino.

 

Alastor quedó quieto en el pasillo, observando cómo la figura de Lucifer se alejaba. Por primera vez, la distancia entre ambos parecía no ser un juego… sino una amenaza real.

 

Permaneció inmóvil un instante, viendo cómo el rey se alejaba. La tensión en su mandíbula era apenas perceptible, pero sus manos apretando con fuerza el bastón.

 

Ese no era un simple arranque. No… Lucifer había dejado entrever algo que él siempre supo: el orgullo herido era una grieta peligrosa.

 

Respiró hondo, recomponiendo su expresión hasta que la sonrisa volvió a instalarse en su rostro, pulida y cortés. Caminó en dirección contraria, cada paso calculado.

 

En su mente, el mapa del palacio y sus intrincadas redes sociales se desplegaban como un tablero. Si Lucifer empezaba a cerrarse, él tendría que abrir otras puertas… incluso aquellas que hasta ahora había preferido mantener entreabiertas.

 

Sabía dónde encontrar a Charlie, y sabía que sus impulsos nobles podían ser útiles… o peligrosos. Si lograba colocarla de su lado, la propia hija de Lucifer se convertiría en un puente —o una palanca— entre ellos.

 

Mientras tanto, las reuniones con los nobles, el rumor constante sobre proyecto de la querida princesa y la agitación de la corte celestial serían su escenario. No necesitaba enfrentarse a Lucifer directamente… solo asegurarse de que, cuando él regresara a sus manos, todo a su alrededor ya estuviera bajo su control.

 

—Veamos quién puede jugar este juego mejor, mon cher —murmuró, mientras desaparecía por otro pasillo.

 

 

Continuará…

 

 

 

Hola. Espero les guste el capítulo.

 

¿Les gustaría que Lucifer comience a ser más cercano a la hermana de Alastor?

 

¿Quieren que Alastor sienta celos?

 

¿Creen que Charlie logre construir su refugio y cumplir el plazo que Lucifer le dio?

Chapter 15: Refugio Hazbin

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Refugio no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

 

Capítulo 15.- Refugio Hazbin

 

 

 

¿Celoso?

No. Por supuesto que no.

 

Soy el elegido. A mí me entregó su amor, su devoción eterna. Juró que me pertenecería más allá de la eternidad. Eso no se discute, no se cuestiona, no se rompe.

 

Y, sin embargo… ese humano. Ese esclavo insignificante que, de algún modo, dejó una huella imposible de borrar. Había en él algo extraño, primitivo… Un aura que me mantenía a distancia, como si acercarme significara enfrentar al terror más crudo. ¿O tal vez era el reflejo de una debilidad que no tolero en mí mismo?

 

Lucifer lo protegía como a un tesoro. Lo escondía, lo guardaba, como si temiera que el mundo lo tocara. Le concedió años más allá de lo natural para esas criaturas frágiles. Y cuando murió —el daño colateral de la traición de los Von Eldritch— presencié lo inconcebible: lágrimas. Lágrimas ardientes, verdaderas, derramadas por el Lucero del Alba… por un simple mortal.

 

Esa imagen me persigue. Se clava en mi memoria como un hierro candente.

 

No lo soporto. No acepto que, en lo más profundo de su corazón, aún pese más el recuerdo de un cadáver que mi presencia.

 

Desde entonces se alejó de mí. Se rodeó de nobles, de pecados mayores, de los jinetes… y de Michael. Ese ángel arrastrado, siempre ofreciéndose a él como carne barata a un Hellhound. Y quizás… quizás esta vez logró lo que buscaba.

 

No. No lo permitiré.

Me mirará de nuevo.

 

Y entonces… aparece la princesa. Con su absurdo sueño de redención. Con su santuario frágil para humanos rotos. Patético, sí… pero perfecto.

 

Si lloró por un esclavo, ¿qué hará cuando vea que soy yo quien se erige como protector de todos ellos? No por compasión. No por bondad. Sino como obra mayor. Mi obra. Un legado imposible de ignorar.

 

Eso lo obligará a mirarme. No solo como amante. Como indispensable.

 

Bondad… ¡ja! Qué palabra tan inútil. Esto no se trata de bondad. Se trata de estrategia. De demostrar que ningún recuerdo, ni siquiera el más sagrado de su corazón, puede resistir frente a mí.

 

El “santuario” será mi escenario.

La sanación, mi máscara.

 

Y su amor… su amor será mío, aunque tenga que arrancarlo de la eternidad misma.

 

 

….

 

 

 

Charlie revisaba los papeles con el ceño ligeramente fruncido: mapas, listas, perfiles de humanos que podrían “adaptarse” a su proyecto. Octavia estaba junto a la ventana, hojeando un libro sin interés verdadero, y Loona, recostada en la pared con el celular en la mano, parecía distraída… aunque sus ojos se movían con precisión, atentos a cada gesto en la habitación.

 

La puerta se abrió con un chirrido prolongado, casi teatral, como si incluso el metal supiera a quién estaba anunciando.

 

—Ah, mesdemoiselles —entonó Alastor, su sonrisa impecable como siempre—. Me he enterado de su… ambiciosa empresa. Y pensé que quizá podría brindarles cierta… asistencia.

 

Charlie levantó la vista con un destello de entusiasmo. La sorpresa dio paso al alivio: contar con su padrastro era más de lo que se había atrevido a esperar. Era casi como si su padre ayudara directamente.

 

—¿De verdad? ¡Eso sería increíble! Con tus contactos podríamos llegar a tantas personas…

 

Alastor inclinó la cabeza con un aire paternal, aunque sus ojos no tenían nada de cálidos. Contempló a su hijastra con una calma calculada: la joya más valiosa de Lucifer, la llave que lo acercaría, de nuevo, a su mirada.

 

—Precisamente, mi querida Charlotte. Un proyecto de tal magnitud no puede avanzar sin la protección adecuada.

 

—O el control adecuado… —Octavia murmuró sin levantar la vista de su libro:

 

El demonio de la radio no pareció ofenderse; su sonrisa se mantuvo, rígida como una máscara. Él era un artista, un actor tan bueno que dominaba cualquier escenario, debía serlo, rodeado de tantos adversarios.

 

—Un proyecto así debe cuidarse de demasiadas miradas… y, sobre todo, de demasiadas opiniones.

 

Charlie frunció el ceño, intrigada. Ella sabía que su camino no sería fácil, no cuando todos los ojos la observaban esperando que fallara.

 

—¿A qué te refieres?

 

Alastor se paseó entre los papeles como si fueran un banquete dispuesto para él.

 

—La nobleza es un estanque, princesa. Si se agita el agua, los peces grandes salen a cazar. Conviene que los planes se discutan solo entre personas… de confianza.

 

Octavia alzó la vista, la desconfianza dibujada en su gesto. Loona agito las orejas, pero mantuvo la cola quieta, su respiración se hizo más lenta, como si se preparara para una confrontación.

 

—¿O sea… nosotros?

 

Alastor extendió la sonrisa un poco más, como si la conclusión fuese evidente. Se inclinó ligeramente en dirección de Octavia, casi pareciendo hacer una reverencia, pero sin llegar a realizarla del todo.

 

—Exactamente. Un círculo pequeño, seguro, manejable. Así evitarán manos menos… generosas.

 

Charlie parecía pensativa, atrapada en la lógica de sus palabras. Loona, en cambio, entendió al instante: Alastor no ofrecía ayuda, tendía redes. Quería aislarlas, cortar alianzas y convertirse en el único camino hacia el éxito o la destrucción del proyecto.

 

La sabuesa se estiró con fingido desgano, bostezando, pero sus ojos ámbar lo midieron con la agudeza que Blitzø le había inculcado. Un depredador siempre sonríe antes de morder. Y Alastor, en ese momento, sonreía demasiado.

 

Cuando Alastor se despidió con su habitual teatralidad, salió de la habitación con la promesa de hacer los preparativos para su pequeña excursión al mercado de esclavos dejando un silencio extraño, como si el eco de su voz aún flotara en las paredes. Charlie volvió a inclinarse sobre los papeles, garabateando notas con una sonrisa ilusionada, demasiado absorta para notar nada más.

 

Loona esperó. La observó unos segundos, midiendo el momento exacto en que su entusiasmo la volvió completamente ajena al resto. Entonces se movió, lenta y silenciosa, hasta colocarse junto a Octavia, que continuaba en la ventana, la mirada perdida en el jardín privado del palacio de Charlie, como si allá afuera pudiera encontrar una respuesta que no estaba en la mesa.

 

—Ese tipo no da un paso sin que le convenga —murmuró Loona, la voz baja pero firme. Había visto el desdén, la frialdad con que el prometido de Lucifer trataba siempre a Charlie. Nunca un gesto de cariño, nunca un detalle más allá de lo que exigía la etiqueta. Eso no iba a cambiar de repente—. No está aquí por caridad.

 

Octavia arqueó una ceja, apartando la vista del cristal. Comprendía por qué su hermana era tan cautelosa, vivir sus primeros ocho años de vida en las calles antes de ser adoptada por Blitzø había dejado cicatrices en ella.

 

—¿Y si solo está intentando acercarse a Charlie? —preguntó con calma, aunque sin mucha convicción—. Cuando se case con Su Majestad el rey Lucifer será su padrastro. Tal vez quiera que lo vea como… no sé, una figura paterna.

 

La sabueso infernal soltó una risa seca, incrédula. Se acomodó el cabello en ese mismo gesto que Octavia sabía, realizaba cada vez que estaba ansiosa.

 

—Sí, claro… paterna. Y yo disfruto las inyecciones.

 

Octavia ladeó los ojos, sin perder su tono irónico:

 

—No seas paranoica. Quizá de verdad solo quiera quedar bien con ella.

 

Loona se cruzó de brazos, recargándose en la pared. Sus ojos ámbar brillaron con desconfianza. Su cola se movía con cierto malestar.

 

—O quizá esté moviendo fichas. Créeme, puedo oler una rata a kilómetros… y ese, Octavia, apesta a una.

 

Octavia no respondió de inmediato. Su mirada seguía fija en la pequeña ave que se había posado en el alfeizar de la ventana cerrada. Loona la observaba, esperando que admitiera lo que las dos sabían en silencio.

 

Pero la voz alegre de Charlie rompió la tensión como un cristal que se hace añicos:

 

—¡Chicas! —exclamó, levantando los papeles con una sonrisa radiante—. ¡Ya tengo una idea! Alastor dijo que podría acompañarnos al mercado de esclavos a dónde van los nobles de bajo rango y plebeyos. Allí seguro encontramos a quienes puedan adaptarse a nuestro proyecto. ¿No es perfecto?

 

—¿Él te dijo eso? —preguntó Octavia preocupada. Nunca habían estado fuera de los barrios nobles, al menos no sin escolta y, aunque no era fácil lastimar a un Goetia y mucho menos a Charlie, no dejaba de ser riesgoso.

 

La princesa asintió con entusiasmo, como si no hubiera nada extraño en sus palabras. Su alegría la cegaba peligrosamente.

 

—Sí. Pensó que sería más seguro si vamos ahí, encontraremos humanos que necesiten ser rescatados. Y tiene razón, ¿no? Además, seguro conoce a gente que podría ayudarnos.

 

Loona apretó los brazos cruzados contra el pecho, disimulando la incomodidad con una mueca. La lógica de Charlie era irrefutable… pero tener a las garras de Alastor metidas en el proyecto, le erizaba el pelaje.

 

Octavia, en silencio, la observó. Había algo en la sonrisa de su amiga que la desarmaba: esa fe e inocencia inquebrantable que no parecía ver toda la maldad que le rodeaba, le hacía preocuparse por su seguridad.

 

Las hermanas intercambiaron una mirada fugaz, cargada de todo lo que Charlie aún no comprendía. Ninguna de las dos respondió de inmediato. Por suerte no tuvieron que hacerlo, pues en ese momento un sirviente les avisó que Alastor ya les esperaba para dar el siguiente paso en su proyecto.

 

 

 

 

El mercado de esclavos se alzaba en la parte más antigua del distrito bajo, donde el aire estaba impregnado de humo, sudor y el eco de cadenas arrastradas. Puestos improvisados de madera y metal se alineaban en callejones estrechos.

 

Alastor caminaba un paso por delante, como si el lugar le perteneciera. Charlie lo seguía, con el rostro tenso entre fascinación y disgusto. Loona y Octavia se mantenían juntas, observando las expresiones marchitas, harapos sucios y las marcas frescas de los grilletes.

 

—Recuerden —dijo Alastor, sin girarse—: los más enfermos, los más olvidados. Si quieren probar que pueden devolver valor a lo que todos consideran basura… empiecen desde el fondo.

 

Fue entonces cuando Charlie la vio.

 

En un rincón, casi oculta tras postes oxidados, una mujer de pequeña estatura permanecía encadenada. No era humana eso se podía ver a simple vista, pues su piel tenía un tono grisáceo típico de algunos celestiales de bajo estatus. Pero no tenía alas, solo muñones mal cicatrizados, el único vestigio de aquello que alguna vez fue. Un vendaje sucio cubría el lado izquierdo de su rostro, pero el derecho mostraba un ojo claro, obstinado, lleno de un dolor que no se había quebrado ni siquiera con la miseria.

 

—¿Quién es ella? —preguntó Charlie al esclavista, su voz más firme de lo que esperaba.

 

El demonio, un coloso de características de cerdo cubierto de cicatrices, se encogió de hombros.

 

—Un ángel de estatus más bajo que un querubín. Una de las que se levantaron contra Su Majestad. Perdió las alas y un ojo como castigo — respondió mirando a la celestial con desdén —. Tenga cuidado Alteza, el ultimo que se le acercó, bueno… digamos que tiene un dedo menos.

 

Octavia frunció el ceño, inquieta. Loona, en cambio, se quedó observándola con atención: no había sumisión en aquella mujer, solo un cansancio rabioso. Ella había estado en una posición como esa antes de que Blitzɵ la rescatara de las calles y sabía por experiencia que un animal acorralado era mucho más peligroso.

 

Alastor giró lentamente hacia Charlie, sonriendo.

 

—Interesante elección, princesa. Un proyecto… ambicioso.

 

Charlie no respondió. No pensaba en estrategias ni en impresionar a nadie. Solo sabía que esa mujer no debía morir aquí.

 

—La quiero —dijo decidida. Quería mostrarle a su padre que no estaba equivocada, que no solo los humanos merecían vivir libres. Que los demonios, ángeles y humanos podían coexistir en igualdad y paz.

—¿Esa? —rió el esclavista con aspereza cuando Charlie la señaló—. Lo lamento mucho Su Alteza, pero no voy a darle algo que podría hacerle daño, Su Majestad el rey Lucifer no me lo perdonaría.

—La quiero —volvió a decir con firmeza. Miró a Alastor de reojo, quien asintió con la cabeza. —Es una orden.

 

El demonio cerdo la miró incrédulo, luego buscó apoyo en Alastor, era el único ahí con un rango similar o quizás superior a la princesa. El demonio de la radio soltó una risita modulada, cortante como estática.

 

—Oh, pero claro que sí… —entonó con brillo burlón—. Una ángel rebelde, mutilada y orgullosa… Será fascinante ver cómo nuestra querida princesa intenta amaestrar. Después de todo, ya es hora que aprenda a domar estas bestias.

 

Charlie apretó la mandíbula, mientras el demonio cerdo dejó escapar una carcajada, asintiendo.

 

—Dime cuánto —el esclavista dudó un momento. No podía simplemente cobrarle a la princesa y al futuro rey consorte, sería una falta de respeto para el mismo rey Lucifer. Por fortuna no necesitó hacerlo pues fue la misma Charlie quien le entregó un generoso fajo de billetes.

 

El trato se cerró rápido. La mujer fue liberada con brusquedad; tambaleante, levantó la cabeza y fijó su único ojo en Charlie. No había odio ni gratitud, solo una fría indiferencia.

 

—Bienvenida al experimento de la princesa —murmuró Alastor, inclinando la cabeza con una sonrisa que parecía una mueca.

 

El esclavista, viendo la disposición de Charlie, sonrió mostrando los dientes amarillentos.

 

—¿Algo más, Alteza? Tengo rarezas que ni imagina…

 

Charlie dudó. Entonces lo vio.

 

En una jaula del fondo, un joven humano la observaba con ojos hundidos y febriles. Su cabello negro y grasiento le caía en mechones sobre el rostro. Estaba tan delgado que cada costilla se adivinaba bajo la tela mugrienta que lo cubría.

 

—Él también —dijo, señalándolo.

 

—¿Pentius? —bufó el esclavista—. ¿Está segura Alteza? Está enfermo, casi ni respira. Es suyo si lo desea, pero podría conseguirle algo mejor, más acorde a usted…

 

Alastor dejó escapar un suspiro teatral, girando su bastón. Señaló la jaula donde languidecía el humano.

 

—Qué conmovedor. Primero una celestial, ahora un saco de huesos. Una colección verdaderamente inspiradora. Estoy seguro de que tu padre estará… encantado.

 

Loona rodó los ojos. Octavia se limitó a observar, preguntándose si era un acto de fe genuina… o la prueba final que Alastor esperaba ver fracasar. Mientras que el esclavista se volvió más zalamero ante la mención del rey.

 

—Tráelos —ordenó Charlie con firmeza.

 

En pocos minutos, la transacción estaba cerrada. Pentius apenas logró mantenerse en pie cuando lo empujaron fuera de la jaula. La celestial, en cambio, permaneció erguida, su ojo fijo en Charlie, evaluándola sin pestañear.

 

—Vaya, vaya —entonó Alastor, con la voz de un presentador en su propio espectáculo—. Ahora sí tenemos una troupe de lo más pintoresca. No puedo esperar a ver cómo los manejas, querida niña…

 

El silencio inicial tras la compra no duró mucho. Un murmullo empezó a crecer entre los presentes, como el siseo de una serpiente. Nobles demonios de bajo rango, mercaderes y curiosos intercambiaban miradas cargadas de burla o desdén.

 

—¿Por qué la princesa compraría basura? —rió una demonio cuervo, una goetia de bajo nivel de vestido carmesí, agitando su abanico frente a un grupo de acompañantes—. Es una vergüenza para Su Majestad Lucifer…

—Ya era hora que su Alteza la Princesa Charlottte tomara un esclavo y es bueno que inicie con unos como esos. Si se mueren no será una pérdida —añadió un demonio de cuernos retorcidos—. Ya era hora de que madurara.

 

Los murmullos se callaron de pronto. Los chismosos se disiparon tan pronto Alastor les lanzó una mirada. Nadie quería meterse con el futuro rey consorte. Ninguno quería ser el nuevo grito en sus transmisiones.

 

Charlie fingió no escucharlos, aunque cada palabra se le clavaba como espinas bajo la piel. Sabía que la estaban observando, juzgándola, esperando su caída. Ser la hija del rey y dios de la creación era un peso muy grande.

 

Loona bufó en voz baja, cruzando los brazos. Apoyó su espalda en la puerta del piloto de la limosina. Entre la nobleza, los peores no siempre eran los de más alta jerarquía, a veces, esas afiladas lenguas de los nobles de campo eran mucho más venenosas.

 

—Mira nada más… buitres hambrientos esperando la carroña.

 

Octavia bajó la vista, incómoda. Ella también sentía esas miradas venenosas, como si cada risa fuera un veredicto adelantado: Charlie estaba destinada a fracasar.

 

Alastor, en cambio, parecía alimentarse de aquella atmósfera. Dio un par de pasos hacia el centro, inclinando la cabeza como un maestro de ceremonias.

 

—Querida audiencia —dijo con una sonrisa radiante, proyectando su voz hasta el último rincón del mercado, como si narrara un espectáculo, como lo era todo en su vida. Hizo una leve inclinación en dirección a su hijastra, quien se tensó —, nuestra querida princesa apuesta por lo imposible. ¡Una ángel y un saco de huesos humano! ¿Quién no disfruta de una tragedia en ciernes?

 

Las carcajadas estallaron en varios rincones.

 

Charlie lo fulminó con la mirada, pero no replicó. Si lo hacía, confirmaría lo que todos esperaban: que estaba fuera de lugar, débil, ingenua. En cambio, respiró hondo, recta, digna, y tomó la cadena de la celestial con sus propias manos.

 

Un murmullo de sorpresa recorrió a la multitud. Pocos nobles habrían ensuciado sus dedos con un esclavo recién comprado, y mucho menos con uno que había sido ángel.

 

—Vámonos —dijo Charlie, sin volver a mirar atrás.

 

Por un instante, el mercado quedó dividido entre carcajadas, cuchicheos y un silencio incómodo. Porque, aunque muchos se burlaban… había en ella una chispa de autoridad que incluso en su ingenuidad no podía ocultarse.

 

Alastor la siguió, sonriente, como si cada paso fuese parte de un espectáculo que solo él entendía.

 

 

 

 

La noche descendió sobre el recién nombrado Hazbin Refugio. Aquel anexo, situado en la parte norte del Palacio Aurora, perteneciente a la princesa, no era más que un edificio olvidado, descuidado hasta los cimientos. Durante años había servido como almacén de objetos que Charlie había usado en su infancia y que Lucifer, obstinado, se había negado a desechar. Ahora, sin embargo, ese cascarón polvoriento se alzaba con una nueva promesa.

 

El lugar, aunque más grande que cualquier mansión de los nobles en la capital, era frío y húmedo. Sus muros cargaban cicatrices causadas por la filtración y grietas antiguas, como si la desidia hubiera dejado allí su firma. El eco de cada paso se mezclaba con el olor a madera vieja y hierro oxidado, recordando a todos que aquel edificio había nacido para ser olvidado.

 

Pero en medio de aquel abandono, Charlie veía otra cosa. Donde los demás notaban grietas, ella imaginaba ventanas abiertas al sol; donde el polvo se acumulaba en los rincones, veía espacio para risas y compañía. El Refugio, como lo había llamado, no era solo un lugar: era una promesa de calidez en un mundo que rara vez ofrecía algo más que condena.

 

Las primeras luces que encendieron no disiparon el frío, pero sí sembraron una chispa. Una chispa que bastaba para creer que, quizá, allí podría nacer un hogar.

 

 El silencio del pasillo era tan espeso que hasta los pasos parecían resonar demasiado.

 

Pentius caminaba detrás de ella, con los hombros encorvados y la mirada fija en el suelo. Cada movimiento suyo era un cálculo nervioso: no demasiado rápido, no demasiado lento… como si cualquier error pudiera traer un golpe.

 

Charlie abrió una puerta y le sonrió con la suavidad de quien ofrece algo que no sabe si será aceptado.

 

 

—Es toda tuya, Pentius. Aquí estás seguro.

 

Él asintió débilmente, sin pronunciar palabra. Entró en el cuarto como un animal acorralado que busca el rincón más lejano. No se atrevió a tocar la cama; en cambio, se deslizó hasta la esquina y se dejó caer de rodillas sobre el suelo frío.

 

Su cuerpo entero estaba rígido, los hombros encogidos como si esperara un castigo inminente. Las manos huesudas, cubiertas de cicatrices, se entrelazaron con fuerza sobre su regazo, temblando. Apenas respiraba. Cada gesto suyo parecía calculado para no provocar ruido, para no dar un solo motivo de enojo.

 

Allí, acurrucado contra la pared, parecía menos un huésped que un prisionero, temeroso de cometer el más mínimo error. Solo se acostó en la cama cuando Charlie se lo pidió, arropándolo como el humano que consideró su madre había hecho con ella tantas veces antes de morir.

 

En cambio, la celestial permaneció en el pasillo, erguida, con la dignidad intacta pese a sus heridas. Su único ojo brillaba con una obstinación que desafiaba a todos los presentes.

 

—Tu turno —le dijo Loona, que se había mantenido junto a Charlie, preocupada de lo que esa pequeña celestial pudiese hacer en contra de su amiga, sin importar que la princesa fuese el segundo ser más poderoso después de Lucifer.

—No necesito lujos ni comodidades —dijo, su voz impregnada de tono marcial—. Soy un soldado del Cielo.

 

Charlie le sonrió. Vaggie era como un pato infernal. Pequeño, incluso tierno, pero capaz de arrancar un dedo si te descuidas.

 

—No es lujo, es… para que te sientas en casa —El ojo de la celestial se afiló como un cuchillo.

—Mi casa está allá arriba. Y aunque Él nos haya abandonado, yo no caeré como mis hermanas. Prefiero morir antes que servir en un prostíbulo para demonios.

 

El pasillo quedó helado. Loona, arqueó una ceja con un gesto seco, como diciendo “vaya carácter”. Pentius, no levantó la cabeza: parecía ajeno, perdido en un silencio demasiado hondo. Quizás dormido, tal vez demasiado temeroso.

 

Alastor, en cambio, se veía encantado. La tensión era para él un banquete. Un delicioso majar comparado al icor que Lucifer le daba en ocasiones especiales. Se inclinó apenas hacia Charlie, con esa sonrisa esculpida que ocultaba tanto como mostraba.

 

—Oh, querida… eso suena como el comienzo de una historia fascinante. Estoy ansioso por ver hasta dónde llega su resistencia.

 

El clac de su bastón contra el suelo fue como el telón de una obra que recién empezaba.

 

Charlie respiró hondo, obligándose a no responder al veneno disfrazado de cortesía. Tenía claro que Vaggie sería un desafío monumental… pero en el silencio quebrado de Pentius, presentía un reto aún mayor: reconstruir lo que ya no esperaba ser salvado.

 

Por esa noche, dejaría que ambos compartieran la habitación, segura de que necesitaban un respiro de su nueva realidad. Les deseó buenas noches, alejándose junto a Loona. La sabueso le dedicó una mirada de advertencia a Vaggie.

 

—Pentius —susurró la celestial, apenas audible. Había esperado hasta estar segura que no iban a regresar.

 

Él asomó la cabeza entre las sábanas unos segundos después. Su cabello negro, largo y desordenado, le caía sobre el rostro, ocultándole la mirada.

 

—Vaggie… —respondió en un hilo de voz, como si pronunciar su nombre le doliera y aliviara al mismo tiempo.

 

Se quedaron mirándose, atrapados en un silencio que lo decía todo, hasta que ella se sentó en la cama.

 

—No cambias, ¿verdad? —murmuró, con un tono cargado de ternura y cansancio, sin reproches—. Aun temiendo hasta tu propia sombra.

 

Él esbozó una sonrisa débil, rota.

 

—Y tú… sigues creyendo que puedes ganar.

 

Vaggie se acercó, bajando aún más la voz, como si las paredes pudieran traicionarlos.

 

—Porque podemos. No me importa lo que digan estos demonios. Hemos pasado noches… —se detuvo, la garganta tensándose, tragando con dificultad—. Noches enteras enjaulados, escuchando a las demás… desaparecer una tras otra.

 

Pentius desvió la mirada. Sus manos se crisparon sobre la tela gastada de su ropa.

 

—Y cada vez que desaparecía una, pensaba… “Quizá mañana sea yo. Quizá así se acabe todo.”

 

Vaggie cerró los ojos un instante, conteniendo un temblor. Luego lo tomó del mentón con firmeza, obligándolo a mirarla.

 

—No. No ahora. No mientras yo siga aquí.

 

El silencio volvió a envolverlos, pero ya no era el de la soledad. Era el silencio de dos sobrevivientes, unidos por cicatrices invisibles, que no necesitaban más palabras para reconocerse.

 

 

..

 

 

A la mañana siguiente, ambos fueron arrastrados por una emocionada princesa hasta el comedor, donde ya los esperaba un abundante desayuno, más comida de la que jamás habían visto en su vida.

 

La mesa estaba cubierta con frutas frescas, pan recién horneado, miel dorada y humeantes jarras de café. Charlie sonreía, orgullosa de haber preparado algo digno de dar la bienvenida a sus nuevos protegidos. Aunque, bueno, tal banquete había sido obra de su chef, quien por supuesto no estuvo nada contento de saber que su preciada comida se desperdiciaba en simples esclavos.

 

—Siéntense, coman lo que quieran —dijo la princesa con entusiasmo.

 

Octavia y Loona permanecieron apartadas de la mesa, sin intención de probar bocado.

 

Pentius, en cambio, se quedó inmóvil. Miraba la mesa como si fuera un espejismo, incapaz de mover un pie. Sus manos temblaban, pero no de hambre, sino de miedo. Una parte de él quería lanzarse sobre la comida y devorarla, otra lo frenaba con un murmullo familiar en su cabeza: “Si tomas algo, lo pagarás. Te lo quitarán. Te golpearán. Te recordarán tu lugar.”

 

Charlie, al notar su vacilación, se inclinó hacia él con ternura.

 

—Está bien, Pentius… es para ti también.

 

Lo tomó suavemente del brazo y lo guio hasta la silla más cercana. Él se sentó obedeciendo las instrucciones silenciosas de su nuevo amo, con el cuerpo rígido, los ojos fijos en el plato. Con mano temblorosa tomó un trozo de pan y lo olió, conteniendo la respiración. El calor aún escapaba de la corteza crujiente, la miga cediendo suave entre sus dedos.

 

Entonces la realidad de la esclavitud lo arrastró de regreso. El corazón le golpeaba el pecho con violencia, temiendo que alguien gritara en cualquier momento para apartarlo de allí.

 

Cuando por fin se atrevió a morder, apenas humedeciendo la miga con los labios, sus ojos se llenaron de lágrimas. El sabor era tan perfecto y ajeno que dolía: dulce, tibio, real. Cada bocado llevaba consigo la angustia de que fuera el último, de que se lo arrebataran de las manos. Un leve gemido se le escapó sin querer, mezcla de placer y miedo.

 

Vaggie lo observaba en silencio, con un nudo en la garganta. Se mantuvo quieta, pero con un gesto casi imperceptible movió hacia él una jarra de agua, como quien ofrece ayuda sin atreverse a admitirlo. Luego, se llevó su copa de jugo a los labios, escondiendo la emoción tras un gesto de rutina.

 

Al otro extremo de la mesa, Alastor sonreía, esa que nunca revelaba del todo lo que pensaba. Con la cucharilla hizo tintinear la taza, un ritmo demasiado exacto, casi como un metrónomo, mientras decía:

 

—Qué enternecedor… Nada como un desayuno para recordar que la caridad siempre tiene mejor sabor que el poder.

 

Charlie lo fulminó con la mirada, pero no respondió. No quería que nada arruinara aquel instante: la primera vez que Pentius probaba lo que era comer como un igual.

 

Octavia, que había observado toda la escena desde la distancia, bajó la mirada con incomodidad. No sabía si sentir lástima o fastidio por aquel esclavo que lloraba al comer pan. Loona, en cambio, soltó un bufido bajo y cruzó los brazos, como si con eso pudiera alejar los recuerdos de la vida en las calles, su infancia antes de encontrarse con Blitzɵ.

 

—Si sigue mirando el pan como si fuera un milagro, lo va a desgastar con los ojos —masculló, lo bastante alto para que solo Octavia la oyera.

 

La joven demonio no respondió. Algo en la expresión del humano, en ese temblor reverente al llevarse un simple trozo de pan a la boca, le dejó un extraño nudo en el pecho. No era compasión —se repetía a sí misma con firmeza—, pero la imagen se le quedó grabada. Y aunque quiso apartarla de su mente, supo en ese instante que volvería a recordarla.

 

Charlie estaba sirviendo más jugo cuando notó que Pentius había dejado de comer. Tenía el trozo de pan en la mano, a medio camino de su boca, y sus ojos estaban clavados en ella con una expresión de pánico.

 

—¿Pentius? —preguntó suavemente.

 

Él dejó el pan sobre el plato como si fuera una prueba de algún crimen.

 

—Lo siento… —murmuró, bajando la mirada. Jugueteaba con sus manos sin saber qué hacer con ella realmente—. No quería… comer tanto. No quería parecer… —tragó saliva, su voz tan baja que apenas pudo ser captada por los sensibles oídos de los demonios presentes— ingrato.

 

Charlie frunció el ceño, confundida. Loona lo miró. Apretó los dientes tratando de alejar las garras del pasado, ese donde vivió en las calles, durmiendo en callejones con hedor a orina, comiendo de la basura hasta que Blitzɵ la encontró.

 

—¿Por qué pensarías que estoy enojada?

—Porque… —Pentius titubeó, la voz quebrándose— los esclavos no debemos comer lo mismo que nuestros amos. Somos basura, solo merecemos las sobras.

 

Vaggie cerró los puños, conteniendo el impulso de maldecir. Sabía de sobra a qué se refería.

 

Charlie rodeó la mesa y se agachó junto a él, obligándolo a mirarla.

 

—Aquí no eres esclavo. ¿Entiendes? Este desayuno es tuyo, tanto como mío, tanto como de todos en esta mesa. Puedes comer todo lo que quieras.

 

Pentius tragó saliva, incrédulo, pero asintió. Tomó otro trozo de pan, esta vez sin tanta cautela, aunque aún con ese temblor que no podía abandonar su cuerpo.

 

Desde su asiento, Alastor observaba la escena con un brillo calculador en la mirada, como quien archiva un dato útil para después.

 

Alastor bebió un sorbo de su café, su sonrisa cortés intacta, pero su mente ya estaba trabajando. El miedo del humano no era solo una cicatriz emocional; era una herramienta. Un alma rota era moldeable, y él sabía muy bien cómo hacerlo.

 

Observó cómo Charlie le servía más fruta con paciencia maternal, cómo Vaggie le dirigía miradas protectoras, y cómo Pentius comía como si cada bocado pudiera desaparecer en cualquier momento.

 

“Una mascota así”, pensó Alastor, “si aprende a confiar… puede ser inquebrantablemente leal. Pero si aprende a temer a la persona equivocada, puede ser un arma peligrosa”.

 

Su sonrisa se ensanchó apenas un milímetro, invisible para quienes no lo conocían.

 

—Querida Charlotte —dijo con voz ligera. Se apoyó en la mesa. Su sonrisa ligera —, si tu intención es que este… joven te sea útil, tal vez debería enseñarle que la gratitud no es algo que solo se ofrece a quien da pan… sino a quien lo protege.

 

Charlie lo miró, confundida. No le gustaba lo que insinuaba, pero quería darle el beneficio de la duda.

 

—¿Qué quieres decir? —preguntó entrecerrando los ojos. No quería desconfiar de Alastor, era familia, la había visto crecer. Amaba a su padre, ¿no?

 

Alastor se encogió de hombros.

 

—Solo que… el mundo no es tan amable como tú. Y a veces, es mejor que la lealtad esté bien dirigida.

 

Las palabras calaron en Pentius como un golpe seco. Bajó la mirada de inmediato, el pan apretado entre sus dedos, como si acabara de hacer algo mal sin comprender por qué. El temblor regresó a sus manos, recordándole que nada bueno venía cuando un demonio hablaba de gratitud.

 

No añadió “hacia mí” en voz alta. No lo necesitaba.

 

Loona observaba en silencio, su postura relajada mientras bebía de su taza de café, engañando a cualquiera que no conociera la forma en que sus ojos seguían cada movimiento de Alastor. El ciervo sonreía, hablaba con voz melódica y elegante, pero había algo en la manera en que se inclinaba hacia Pentius, en cómo elegía sus palabras, que le olía a trampa.

 

No era estúpida. Blitzɵ le había enseñado a detectar a un depredador, aunque estuviera vestido con seda y perfume caro.

 

Y Alastor… olía a depredador.

 

 

 

 

Cuando el desayuno terminó, Pentius y Vaggie regresaron a su habitación, mientras que Octavia y Charlie fueron a revisar documentos relacionados al refugio, Loona sacó su teléfono, marcó un número que conocía de memoria.

 

—Blitz, tenemos un problema —dijo en cuanto escuchó la voz de su padre—. El ciervo se está acercando al humano. No me gusta.

 

Hubo un breve silencio al otro lado. Blitzɵ no era del tipo que se metía en asuntos de la realeza, aun ya perteneciendo a ella por matrimonio, pero evitaba hacerlo a toda costa, pero si su hija necesitaba ayuda, no dudaría en saltar de espaldas a un volcán.

 

—Bien —respondió con voz seca—. Voy a mandar a Millie y Moxie. No me importa lo que digan esos hijos de puta, no quiero que se queden solas con esa gente.

 

Un par de horas después, el dúo apareció en el santuario improvisado. Millie, con su sonrisa dulce y ojos de cuchilla, y Moxie, nervioso pero atento, saludaron a Charlie con una cortesía exagerada, como si fueran simples voluntarios.

 

Loona los recibió con un asentimiento casi imperceptible.

 

—Manténganse cerca de Pentius. Y de Vaggie. No dejen que Alastor los acorrale… o que los convenza de algo.

 

Millie sonrió más ampliamente, aunque sus dedos acariciaban el mango de un cuchillo escondido bajo el delantal.

 

—No te preocupes. No vamos a dejar que nadie juegue sucio.

 

Pentius, que había entrado detrás de Vaggie, se detuvo en seco al verlos. Reconoció las miradas duras bajo la cortesía, las posturas tensas, como si hubieran llegado a librar una guerra invisible en la que él no entendía su papel. Bajó la vista, inquieto, sin saber por qué de pronto parecía que todos giraban alrededor suyo, como si fuera el centro de un conflicto que no podía ver ni comprender.

 

Al otro lado de la habitación, Alastor levantó la mirada y, al ver a los nuevos “ayudantes”, su sonrisa se curvó un poco más.

 

—Oh, qué adorable —entonó con falsa cordialidad—. Refuerzos para nuestra querida princesa. Esto promete ser entretenido.

 

Sus ojos, sin embargo, se enturbiaron apenas un instante.

 

Después del desayuno, las chicas se reunieron en la oficina improvisada de Charlie mientras Millie y Moxie se hacían cargo de la limpieza y Alastor se había ido a cumplir sus obligaciones de noble. Hablaban sobre Pentius y su salud. Comió, sí, pero seguía siendo solo piel y hueso, un espectro con ojos hundidos.

 

—Charlie —dijo Octavia al fin, rompiendo el silencio—. Si de verdad quieres que sobreviva, deberías tratarlo como lo que es: un cuerpo roto. Necesita atención veterinaria.

 

Los humanos eran simples bestias para los demonios y celestiales. Aunque la salud de sus esclavos resultaba irrelevante y siempre que alguno moría podía ser fácilmente reemplazado, en las granjas eran un poco más cuidadosos, de eso dependía su economía, por eso existían los "veterinarios".

 

—Está demasiado delgado. Sus huesos parecen de cristal. Si no lo ven pronto, no vivirá ni un mes. Charlie se levantó de golpe, los ojos iluminados por una mezcla de esperanza y urgencia.

—¡Claro! El doctor que cuidaba de mamá… él sabrá qué hacer. —Ya tenía el teléfono en la mano antes de terminar la frase.

 

 

Horas después, un viejo demonio oveja de lana gris, con cuernos torcidos y una bata beige, bufanda roja, con lentes de armazón dorado, llegó al hotel cargando una bolsa que parecía ser de papel café. Sus movimientos eran lentos, un poco torpes, pero firmes a la hora de realizar su trabajo. Examinó a Pentius con manos suaves, palpando sus costillas, revisando su pulso débil.

 

—Desnutrición severa, anemia crónica, falta de sueño… —murmuró, sacudiendo la cabeza—. Está en muy mal estado, pero nada que unos suplementos no puedan arreglar.

 

Charlie sintió un nudo en la garganta, pero asintió con fuerza.

 

—Haremos lo que sea necesario.

 

Mientras tanto, Vaggie permanecía de pie, sin permitir que nadie la tocara. Cuando el doctor intentó acercarse, ella alzó la mano.

 

—Yo no necesito compasión.

 

El doctor no insistió, solo murmuró:

 

—El orgullo también mata, jovencita.

 

El galeno se despidió poco tiempo después, dando instrucciones para el tratamiento de Pentius y algunos dulces para Charlie, ofreciendo sus condolencias por la muerte de su madre —"Fue bueno, es una pena que fuese humano, habría sido digno de gobernar junto a Su Majestad"—. La princesa derramó algunas lágrimas, agradeciendo al demonio oveja que le aseguró regresar en unos días para controlar el progreso de sus nuevos pacientes.

 

Pero la salud de Pentius no era el único problema. La ropa también era urgente.

 

Charlie llamó a su modista privada, una joven genio que se había ganado el favor de los nobles por transformar cada crisis en espectáculo. Cuando Lucifer la nombró diseñadora de la princesa, su fama se disparó como pólvora.

 

—Velvette puede ayudarnos —dijo Charlie con alivio, marcando su número.

 

La demonio apareció horas después, rodeada de asistentes que cargaban rollos de tela brillante. Llevaba en el rostro una sonrisa impecable, de esas que usaba para la realeza. Sin embargo, cuando se enteró de quiénes serían los que usarían sus creaciones, la sonrisa se torció como un cristal quebrándose.

 

—¿Perdón? —alzó una ceja, escaneando con la mirada a Pentius y Vaggie como si fueran muebles rotos—. ¿Mi trabajo… en ellos?

—Son parte de mi proyecto —respondió Charlie con firmeza—. Necesitan ropa digna.

 

Velvette chasqueó la lengua. La sonrisa volvió, pero ahora parecía un cuchillo envuelto en seda.

 

—Querida, yo visto a reyes, príncipes y celebridades… no a desechos de mercado. Si quieres cubrir a tus mascotas, el distrito de la lujuria está lleno de baratijas. —Se limpió las manos con un pañuelo de encaje, como si el solo señalarlos la hubiera ensuciado.

 

Loona bufó con fuerza, mostrando los colmillos. Dio un paso hacia la modista, dejando escapar un gruñido bajo que hizo callar a sus asistentes.

 

—Haz tu maldito trabajo, o te juro que no vas a volver a usar esas tijeras.

 

Pentius, aterrado, se encogió detrás de Vaggie, convencido de que aquella amenaza sería tomada como un crimen que él tendría que pagar. Pero Vaggie se adelantó medio paso, interponiéndose sin pensarlo, como un muro frágil pero obstinado entre él y las miradas hostiles.

 

Charlie no se echó atrás.

 

—Velvette, no estoy pidiendo. Estoy ordenando.

 

La modista la observó largo rato, dejando que la tensión se estirara hasta el límite. Finalmente, soltó un suspiro teatral y dio una palmada para que sus asistentes se acercaran.

 

—Muy bien, princesa. Pero que quede claro: no pondré mi etiqueta en… esto.

 

Velvette dio instrucciones con un chasquido de dedos, y sus asistentes comenzaron a desplegar rollos de tela, hilos y maniquíes. El aire se impregnó de perfumes artificiales y del brillo metálico de las tijeras.

 

—Quítenles eso que llevan encima —ordenó sin mirarlos siquiera.

 

Pentius se estremeció, aferrando los harapos que apenas lo cubrían. Vaggie, al verlo temblar, se inclinó hacia él y susurró:

 

—No dejes que te humillen. Es solo ropa.

Pero sus ojos vigilantes estaban fijos en los demonios, lista para arrancar manos si se atrevían a tocarlo de más.

 

Velvette se acercó con un metro de seda colgado del cuello. Sonrió con frialdad, inclinándose hacia Pentius como si examinara un trozo de carne en mal estado.

 

—Delgado como un alambre… qué desperdicio de tela.

—Mídelo y cállate —gruñó Loona, mostrando de nuevo los colmillos.

 

Velvette retrocedió un paso, el gesto aún impecable, pero con una rigidez que delataba incomodidad. No replicó, limitándose a hacer las anotaciones mientras sus asistentes rodeaban al muchacho.

 

Charlie observaba cada detalle, nerviosa pero decidida. Cada vez que Velvette hacía un comentario sarcástico —“quizá un saco holgado o se le verán los huesos”—, la princesa intervenía con voz firme:

 

—No, quiero algo que lo haga ver fuerte. Digno.

 

Cuando llegó el turno de Vaggie, la modista ladeó la cabeza, midiendo su silueta con ojos de cirujana.

 

—Al menos esta tiene forma. Aunque, claro, tan agreste como se ve, un uniforme militar viejo le bastaría.

 

Vaggie no respondió, pero al sentir la cinta métrica en su cuello, tensó los hombros como un animal atrapado. Pentius, desde su rincón, la miraba con una mezcla de miedo y alivio: alguien más compartía su incomodidad.

 

Los asistentes trabajaban sin descanso, cortando, hilvanando y cosiendo a velocidad endiablada. Velvette supervisaba con aire de superioridad, pero sus dedos se movían con la precisión de un artista. Aunque lo negara, cada trazo de tijera y cada puntada cargaban la maestría que la había llevado a la cima.

 

Charlie, atenta, sentía crecer una chispa de orgullo. Incluso en el desdén de Velvette, había talento, y ese talento ahora se volcaba en Pentius y Vaggie.

 

Horas pasaron entre telas, agujas y murmullos. El hotel se llenó del sonido metálico de las máquinas y del roce de las tijeras. La confección había comenzado, y aunque la modista refunfuñaba en voz baja, cada prenda tomaba forma bajo su mando.

 

Cuando Velvette dio la última palmada, sus asistentes se apartaron como un coro perfectamente ensayado. En el perchero aguardaban las prendas terminadas, impecables, como si jamás hubieran nacido de insultos y gruñidos.

 

—Bueno… —canturreó la modista, girando una uña engarzada en oro—. Veamos qué tan “dignos” se ven tus protegidos.

 

Pentius fue el primero. Dudó en acercarse, pero Charlie lo animó con una sonrisa suave. Se probó la chaqueta negra ajustada, de tela firme pero ligera, con bordes rojos discretos. El pantalón le caía recto, alargando sus piernas delgadas, y un chaleco gris tapaba la mayor parte de su fragilidad. Aun así, al mirarse en el espejo, bajó los ojos, incapaz de reconocerse.

 

—Pareces alguien distinto —dijo Charlie, con brillo en la voz.

 

Él se llevó la mano al pecho, temblando. Por un instante, parecía a punto de llorar.

 

Vaggie, en cambio, se calzó la chaqueta de cuero blanco con correas oscuras que cruzaban los hombros. El diseño tenía la sobriedad de un uniforme, pero con detalles que le daban porte. Se ajustó el cinturón con un gesto seco y alzó la barbilla. En sus ojos había desconfianza, pero también un destello nuevo: respeto hacia sí misma.

 

Velvette los observó con desdén apenas disimulado.

 

—Al menos parecen… presentables.

—Parecen libres —corrigió Charlie, casi en un susurro.

 

Loona cruzó los brazos, mostrando los colmillos en una sonrisa satisfecha.

 

—Mira nada más, princesa. Creo que hasta tú puedes hacer callar a una víbora como esta.

 

Velvette fingió no escuchar, recogiendo sus tijeras con un chasquido metálico.

 

—Recuerda lo que dije, querida. No pondré mi nombre en… ellos.

 

Charlie la dejó marchar sin replicar. Sus ojos estaban fijos en Pentius, que aún se aferraba a la tela de su chaleco como si tuviera miedo de que desapareciera en cualquier momento.

 

—Te ves fuerte —le dijo ella, con dulzura.

 

Él levantó la mirada, y por primera vez desde que había llegado al hotel, sonrió apenas.

 

 

 

 

La mesa estaba dispuesta con elegancia, pero la atmósfera era más gélida que el mármol de una tumba. Lucifer cortaba la carne con movimientos mecánicos, demasiado tensos para ser naturales. Frente a él, Alastor mantenía su sonrisa impecable, tan inmutable que parecía más una mueca tallada en piedra que un gesto humano.

 

—Me han dicho —Lucifer rompió el silencio, su voz áspera como un filo— que has estado apoyando a Charlotte en su… proyecto.

 

Alastor ladeó la cabeza con teatralidad.

 

—¿Apoyando? Qué palabra tan seria. Digamos que observo. La princesa tiene un fervor… curioso. Es fascinante verla gastar tanta energía en un sueño imposible.

 

El golpe seco de los cubiertos contra el plato rompió el aire. Las alas de Lucifer se agitaron, apenas un temblor, pero cargado de amenaza.

 

—¿Fascinante? —repitió con gravedad—. Para ti todo es un juego. Siempre lo ha sido.

 

Alastor sostuvo la mirada, y su sonrisa pareció, por un segundo, demasiado afilada.

 

—¿Debería preocuparme? ¿Acaso temes que tu hija empiece a verme como alguien más… confiable que tú?

 

Lucifer cerró los puños. El fuego en sus ojos oscilaba entre furia y algo peor: dolor.

 

—No confundas mi silencio con debilidad. Charlotte es mi hija. Y tú eres… —la palabra se quebró, como si el aire no pudiera sostenerla—. Mi prometido.

 

Ese instante, la máscara de Alastor vaciló. La sonrisa se deshizo apenas un matiz, dejando ver una sombra de seriedad.

 

—Entonces confía en mí. —Su voz descendió, íntima, pero con filo—. O no lo hagas. Pero no me acuse de traicionar algo que yo también intento mantener en pie.

 

La tensión no se rompió: se envenenó. La cena terminó sin que ninguno probara un bocado.

 

Cuando los pasos de Alastor se perdieron en los pasillos, Lucifer permaneció en la silla, inmóvil, con el corazón golpeando en su pecho como un tambor fúnebre. Sacó de su túnica el anillo que aún guardaba: la sortija forjada con su propia magia, destinada a sellar un lazo que parecía desmoronarse antes de existir.

 

El metal brillaba con un resplandor tenue, como si reflejara sus dudas. Había querido entregárselo tantas veces… pero cada sonrisa vacía de Alastor lo había detenido. Cada palabra ambigua, cada burla disfrazada de afecto.

 

¿Me ama?

 

La pregunta lo laceraba.

 

El rey que había desafiado a Dios mismo se sentía ridículamente débil ante la posibilidad de haber entregado su corazón a un vacío.

 

—¿Me usas… o de verdad me ves, Alastor? —susurró, cerrando el puño sobre el anillo hasta que la magia lo quemó.

 

Muy lejos, Alastor dejó el abrigo sobre un sillón y se hundió en él como si el cansancio lo hubiera alcanzado de golpe. La sonrisa permanecía en su rostro, pero sus ojos, apagados, traicionaban el peso de un pensamiento que lo carcomía.

 

Recordó la mirada de Lucifer en la mesa: ira, sí, pero también una herida profunda. Y por primera vez, sintió un vértigo extraño, como si bajo sus pies se abriera un abismo que no podía controlar.

 

¿Y si lo que había entre ellos no era un juego? ¿Y si perderlo lo destruyera de formas que ni siquiera creía posibles?

 

Su sonrisa se torció, rígida, como si quisiera sellar la grieta que lo atravesaba.

 

—Tsk… qué tontería —murmuró.

 

Pero el silencio que lo envolvió ya no era el suyo. Era otro: un silencio funesto, como la calma previa a una ruptura que ninguno de los dos sabría detener.

 

 

 

 

Lucifer suspiró derrotado. Apoyó la cabeza en el respaldo de su asiento. Miró el Étouffée de cangrejo de río, uno de los platos favoritos de Alastor, ya frío, olvidado.

 

—Majestad...

 

Lucifer frunció el ceño. Sus ojos se encendieron rojos, como brasas vivas, clavándose en el pobre tonto que se atrevía a interrumpirlo.

 

Era Azazel. Uno de los primeros en seguirlo tras su caída. No un jinete, no un pecado, pero tan antiguo como ellos. Su más fiel servidor, una sombra siempre atenta.

 

—Habla —gruñó Lucifer, con voz cargada de cansancio y filo.

 

Azazel se apresuró a arrodillarse frente a él. Sus largos cuernos tocaron casi el suelo en reverencia, mientras sus alas de bismuto permanecían plegadas contra su espalda, como una capa iridiscente que respiraba con cada movimiento.

 

—Mi Señor. Lucifer, estrella de la Mañana, Soberano de todo lo que existió, existe y existirá. No debería sorprenderle que el duque Alanis haya ofrecido su apoyo a la princesa Charlotte. Él siempre ha sido… pragmático. Aunque buscó alternativas al consumo de carne humana, no lo hizo por compasión hacia ellos, sino por la necesidad de alimentar a los demonios durante la última crisis. —Hizo una breve pausa, bajando la voz—. Su intención, como siempre, es la lealtad hacia la corona.

 

Lucifer tamborileó los dedos sobre el brazo del sillón.

 

—Alanis… —murmuró, el noble ciervo siempre fue alguien que sabía bien su lugar, Lucifer lo apreciaba como un amigo, por eso lo había escogido como padre de Alastor en esta nueva realidad que había hecho para corregir los errores que cometió —. Ese ciervo nunca olvida a quién debe su lugar.

 

—El príncipe consorte, Blitzɵ Goetia ha enviado a sus subordinados más fieles para cuidar a pedido de su hija, quien no confía en Lord Alastor.

 

Morningstar asintió con la cabeza. El imp era sin duda excepcional, no solo en esta vida, también en la anterior. Seguro de que algún día le serviría de algo, le dio su bendición, lo que permitió a Blitzɵ servir a la Muerte por periodos mucho mas largos que cualquier otro demonio. Como plus, amaba a Stolas, no a su status, ni a su poder, lo amaba por ser él y eso, a ojos de Lucifer, era suficiente para ganarse lo que le dio en esta nueva vida: casarse con Stolas cuando Loona y Octavia eran pequeñas —a diferencia de la realidad original —, y encontrar a su hija una década antes.

 

—En cambio, los nobles que osaron burlarse de la princesa en el mercado… ya han sido castigados.

 

Los ojos de Lucifer se entrecerraron, un brillo carmesí recorriendo su mirada.

 

—¿Castigados? —el soberano se inclinó peligrosamente en su silla. Interesado por saber qué idiota se atrevía a ofender a su preciosa estrella.

—Sí, Majestad. —La voz de Azazel se mantuvo firme, aunque había un matiz de respeto en la forma en que eligió cada sílaba—. Consideré que la burla hacia Su Alteza, la princesa Charlotte era una burla hacia usted. Ordené medidas… ejemplares.

 

Lucifer asintió con la cabeza complacido, estudiándola con atención. Los ojos, dos galaxias que el mismo Dios había decidido darle a la forma física de Azazel. Su piel tan pálida como la suya. Su largo cabello, una vez dorado, ahora era tan negro como una noche sin luna. Usaba una chaqueta de porte militar de color negro y unos pantalones grises claro dejando al descubierto las pesuñas que ahora eran sus pies.

 

—Eres mi confidente, Azazel. No necesito que adivines mi voluntad, necesito que la cumplas. —El tono era grave, pero no había reproche, sino una especie de advertencia paternal—. Que los nobles recuerden que Charlie es mía. Y que burlarse de ella es ofender al mismísimo Lucifer.

 

Azazel bajó la cabeza en un gesto de absoluta reverencia.

 

—Así será, mi señor.

 

Por un instante, el silencio volvió a envolverlos. Lucifer se recostó otra vez en su silla, mirando el anillo oculto en su mano cerrada, con una mezcla de tristeza y furia.

 

—Diles a todos… que nadie toca a mi hija. Nadie.

 

El silencio se alargó unos segundos más, roto apenas por el crujir de la madera bajo las garras de Lucifer. Azazel, aún inclinada, levantó lentamente la mirada, con ese brillo incómodo que sólo se enciende cuando un consejero se atreve a rozar un tema peligroso.

 

—Majestad… —su voz sonaba cuidadosa, casi reverente—. Hay algo más que debo advertirle.

 

Lucifer arqueó una ceja.

 

—¿Qué cosa podría ser más molesta que los berrinches de aquellos que se creen superiores a su princesa?

 

Azazel inspiró hondo, sus alas plegándose un poco más contra su espalda.

 

—El Venado Carmesí. Ese demonio… —calló, como si el nombre mismo dejara un sabor amargo en su boca—. Está demasiado cerca de la princesa.

 

Los labios de Lucifer se torcieron, entre una sonrisa cansada y un gesto de fastidio.

 

—¿Alastor? —Azazel asintió con firmeza.

—No me malinterprete, mi señor. Sé que le complace verlos compartir un lazo. Pero no confío en él. No ahora, ni nunca. Es… opaco. Incluso yo, que puedo leer la verdad en el alma de casi todos, no consigo descifrarlo. Sus intenciones están veladas, escondidas bajo esa sonrisa que nunca cambia.

 

Lucifer dejó escapar una risa baja, aunque sin alegría.

 

—¿Y no es eso lo que lo hace fascinante?

—No, Majestad —replicó Azazel con un dejo de dureza en la voz—. Lo hace peligroso. Ningún demonio entrega su tiempo ni su lealtad sin buscar algo a cambio. Y ese algo, aún no lo conocemos.

 

El aire se tensó. Lucifer apartó la mirada hacia la mesa, hacia el plato olvidado. Sus dedos jugaron con el borde de la copa vacía.

 

—¿Insinúas que es indigno de mí? —Azazel inclinó la cabeza profundamente, hasta que sus cuernos rozaron el suelo.

—Lo digo con toda la devoción que le profeso, Majestad: no es digno de su amor. Ni de usted… ni de la princesa.

 

El silencio que siguió fue helado, pesado, casi insoportable. Lucifer se quedó inmóvil, con la sombra de una sonrisa peligrosa en los labios.

 

—Interesante… —murmuró, sin aclarar si se burlaba de ella o si meditaba sus palabras.

 

Lucifer dejó la copa a un lado y, sin mirarla directamente, dejó escapar una risa breve, casi burlona.

 

—¿Eso te inquieta, Azazel? —preguntó con voz suave, cargada de esa ironía que laceraba más que una espada.

 

Ella no respondió, permaneció inclinada ante él. Su respeto y devoción no la hacía ciega a su deber.

 

—No te preocupes —continuó Lucifer, recargando la espalda contra el asiento con aire indolente—. Alastor es mi prometido, futuro rey consorte del Infierno. Y sabe lo que significa estar a la altura de ese título.

 

Sus ojos brillaron, rojos como carbones encendidos.

 

—No necesito tus advertencias respecto a él. —Un gesto de su mano despidió la conversación como las motas de polvo en su ropa —. Ocúpate de lo que importa: que mi hija no se convierta en un blanco fácil por sus caprichos.

 

Azazel inclinó la cabeza hasta tocar el suelo con la frente.

 

—Como ordene, Majestad.

 

Lucifer volvió a tomar la copa, pero esta vez no bebió. En su sonrisa había algo gélido, una certeza que no toleraba ser discutida: nadie, ni siquiera Azazel, podía cuestionar su elección.

 

La demonio se retiró en silencio, dejando tras de sí la estancia en penumbras. Lucifer permaneció inmóvil, el vino ya tibio. Solo cuando estuvo completamente solo, su expresión se quebró. La sonrisa segura desapareció y, por un instante, sus dedos temblaron sobre el cristal.

 

Claro que sabía. Claro que sentía ese vacío cada vez que Alastor lo miraba sin calor, cada vez que sus regalos se aceptaban sin afecto, solo como parte de un juego interminable. Pero jamás lo admitiría. Ni ante Azazel, ni ante nadie. Mucho menos ante sí mismo.

 

Con un suspiro, bebió lo que quedaba en la copa. El sabor amargo del vino no podía ocultar el sabor más amargo de la culpa.

 

Deslizó la mano hasta su bolsillo interior y sacó el anillo: una sortija de metal imposible, bruñida con su magia, destinada a Alastor. La sostuvo entre los dedos largos y pálidos, observando cómo la luz de las velas se quebraba en su superficie.

 

Podría dárselo esa misma noche. Podría sellar su unión de una vez por todas. Pero… ¿para qué? Alastor jamás sonreiría al recibirlo. No habría un destello de gratitud, ni un parpadeo de alegría. Solo esa sonrisa congelada, impenetrable, que le devolvía siempre la misma verdad cruel: Lucifer Morningstar podía ser el rey del Infierno, podía ser el portador de la Luz, el Dios de ese mundo…. pero no podía ser amado.

 

Y lo peor es que se lo merecía.

 

 

El anillo pesaba como plomo en su palma. Se lo llevó al pecho, cerrando los ojos por un instante. Ardía contra su piel, más que la misma aura de Su Padre, más que cualquier cicatriz que hubiera cargado desde la caída.

 

Sus labios se curvaron en una mueca amarga, un reflejo de lo que alguna vez fue su sonrisa radiante.

 

«El amor es un lujo», pensó, «y hasta yo estoy privado de él».

 

Con un suspiro, guardó el anillo de nuevo, como si esconderlo pudiera acallar el dolor que quemaba en su interior.

 

La sala quedó en silencio. Solo Lucifer, solo su copa, solo la certeza amarga de que ni siquiera la Estrella de la Mañana podía iluminar la oscuridad de un corazón que nunca sería suyo.

 

 

Continuará…

 

 

 

 

 

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Qué les parece Azazel?

Chapter 16: Capítulo 16.- La grieta en la máscara

Chapter Text

Disclaimer: Los personajes de Hazbin Refugio no me pertenecen a su creadora VivziePop, A24, Bento Box Entertainment y Amazon. Este fanfic lo hice solo y únicamente como diversión.

Personajes: Lucifer/Alastor

Aclaraciones y advertencia: esclavitud, violación, mención de violación infantil, tortura, muerte infantil, violencia típica del canon, modificación corporal por magia, los ángeles no son buenos, lactancia masculina, paloma muerta, Lucifer oscuro, Alastor bottom, y lo que se me ocurra.

 

Resumen: Con el infierno ganando poder y Lucifer haciéndose cada vez más fuerte, Sera acepta un trato para evitar la ruina del cielo. Los humanos serian esclavizados en vida y muerte.

Los ángeles y demonios, una vez enemigos jurados, ahora gobiernan sobre los mortales. Alastor, separado desde muy joven de su madre, es regalado a Lucifer por un ángel que ha caído meses atrás para ganarse su simpatía.

 

¿Qué destino le depara a Alastor ahora que le pertenece al mismo rey del infierno?

 

—f

 

 OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

 

El infierno es eterno

 

 

 

Capítulo 16.- La grieta en la máscara

 

 

Husk no era más que un simple humano de piel oscura, apenas un tono por encima de aquel esclavo al que, en algún momento, Charlie había llamado madre.

 

Alastor lo compró del mismo criadero del que habían salido tantos otros. Incluso se decía que era descendiente —nieto o quizá bisnieto— de la misma criadora que parió a tan valiosa posesión de la familia real.

 

Fue costoso, mucho más que otros especímenes más bellos o de mejor pedigrí: los nobles competían con frenesí por cualquier humano cuya sangre pudiera vincularse, aunque fuera de manera remota, con la línea “notable”, como llamaban al esclavo favorito de los Morningstar. Todo con la esperanza de conseguir el favor de la princesa o, con suerte, del mismo soberano.

 

Y Husk, ciertamente, debía estar emparentado con (…). Era distinto a lo que se suponía que debían ser los humanos. No agachaba la cabeza; le costó mucho a Alastor romperlo. Por eso le dio ese nombre.

 

Aun así, algo había sobrevivido de su antigua naturaleza: era sarcástico, con un instinto de preservación casi inexistente. Se burlaba de todo, incluso de su propia desgracia. Y, pese a ello, había logrado sobrevivir hasta los treinta y seis años, un logro sorprendente si se tomaba en cuenta las veces que hizo perder la paciencia del demonio ciervo, que estuvo al borde de convertirlo en un plato principal.

 

Luego estaba Nifty. Una niña rota por completo. Le faltaba un ojo —devorado fresco por su antiguo amo— y su cuerpo era demasiado pequeño y escuálido para alguien de catorce años, incluso entre los esclavos de mina o campo.

 

Su mente, sin embargo, era el verdadero espectáculo: torcida, maleable, entregada. A Alastor le encantaba.

 

Ella no obedecía por miedo. Obedecía con devoción. Si el ciervo le pedía que se arrancara un dedo y se lo tragara, lo haría con entusiasmo retorcido, como si fuese un privilegio. Por eso era su favorita.

 

Entre ambos existía una relación extraña. Husk la miraba con escepticismo cansado, mascullando maldiciones cada vez que la veía correr solícita al menor chasquido del venado. Para él, era como observar a un cachorro que meneaba la cola esperando una caricia del mismo que minutos atrás lo había molido a palos.

 

Nifty, en cambio, veía en Husk una debilidad incomprensible. No entendía cómo podía hablarle a su amo con sarcasmo o cómo se atrevía a desafiarlo con la mirada. A veces lo acusaba de ingrato; otras, lo observaba con temor, como si su irreverencia fuera contagiosa.

 

Alastor, divertido, los mantenía cerca por motivos distintos: a Husk lo toleraba como a un bufón involuntario que le arrancaba sonrisas con su cinismo; a Nifty, como a un pequeño juguete obediente que jamás cuestionaba nada.

 

Aún no entendía por qué los conservaba, en especial ocultos en su casa de verano, la misma que Lucifer le había regalado por su primer año de compromiso. Nadie podía entrar allí, ni siquiera el propio rey, lo que le daba la libertad que no tenía en el palacio y mucho menos en el ducado.

 

Alastor los observaba con esa sonrisa perpetua que nunca revelaba del todo si estaba de buen humor o planeaba algo retorcido. Husk, sentado con desgana en una silla, tamborileaba los dedos contra la mesa. Nifty, en cambio, permanecía de pie junto a su amo, con la cabeza ligeramente inclinada, como si esperara órdenes con la devoción de un perro bien entrenado.

 

—Mis queridos juguetes —entonó Alastor, alargando la palabra con su voz teatral.

 

El humano bufó, rodando los ojos, pero se puso de pie, como un soldado… o más bien un mono de feria que existe solo para divertir. En contraste, Nifty miraba al demonio ciervo con absoluta devoción.

 

—Tengo un nuevo entretenimiento para ustedes. Desde hoy, formarán parte del Refugio Hazbin.

 

Los ojos de Husk se entrecerraron de inmediato.

 

—¿Qué mierda es eso?, ¿otro de tus juegos retorcidos? —masculló, apenas lo bastante alto para que Nifty lo oyera.

 

Ella giró la cabeza con brusquedad, casi indignada.

 

—¡No es retorcido, tonto! —replicó con una sonrisa desquiciada—. Si el amo lo dice, entonces es importante.

 

Alastor rio, encantado con la reacción. Le dio un par de palmadas suaves en la cabeza, haciendo que la niña chillara de felicidad por haber sido premiada por su dueño.

 

—Exactamente, pequeña. Tu instinto es impecable, como siempre.

 

Caminó alrededor de la mesa, acercándose al humano adulto, cuya incomodidad crecía con cada paso. Finalmente, se detuvo detrás de él, inclinándose lo suficiente para hablarle al oído.

 

—Y el objetivo, mi buen Husk, es sencillo… Nuestra querida princesa ha iniciado un pequeño pasatiempo. Tiene la divertida idea de hacer que criaturas insignificantes como ustedes se unan a nosotros, los superiores —explicó mientras apretaba las mejillas del esclavo, disfrutando del dolor que le producían sus garras en la piel suave—. Charlotte ya tiene a su primera mascota: un desgarbado humano que le teme hasta su propia sombra. Quiero que hagan de ese pobre esmirriado, Pentius, un hombre leal a mí.

 

Husk arqueó una ceja, ignorando el ardor de sus mejillas. Trataba de adivinar qué planes tenía ese demonio. ¿Qué podría querer de un insignificante humano que Lucifer no pudiera darle?

 

—¿Qué pretendes hacer?, ¿para qué necesitas a un perro desnutrido?

 

El aire se volvió frío por un instante. La sonrisa de Alastor se tensó, aunque sus labios siguieran en su lugar. El esclavo tragó saliva, entendiendo demasiado tarde que había hablado de más.

 

—No subestimes a los perros famélicos, Husk —susurró el venado con dulzura venenosa—. La desesperación los convierte en los más útiles de los sirvientes.

 

Nifty dio un paso al frente, casi rebotando de entusiasmo. Ella misma era prueba viviente de esas palabras.

 

—¡Amo, yo lo haré, yo lo haré! ¡Haré que Pentius lo adore, que lo siga como una sombra!

—Muy bien, mi pequeña —respondió Alastor, acariciándole el cabello, una recompensa para su obediente mascota. Luego miró a Husk de reojo, sin perder la sonrisa—. Y tú también tendrás tu parte en este juego.

 

El humano bufó, hundiéndose un poco en la silla. Sabía lo que significaba desobedecer: hambre, dolor, quizás algo peor. No tenía escapatoria.

 

—Sí, sí… lo que usted diga, jefe —murmuró, su sarcasmo debilitado por la certeza de que no tenía otra opción.

 

Alastor se irguió, satisfecho. Pronto tendría un nuevo juguete. Sonrió al pensar en lo que Lucifer haría al notar cómo tomaba algo sin valor y lo convertía en una joya preciosa.

 

¿Le pediría perdón? Más le valía hacerlo.

 

—Excelente. Confío en que sabrán cumplir. Después de todo… —sus ojos brillaron con un fulgor perverso— nadie conoce mejor el sabor de la obediencia que quienes han aprendido a sobrevivir bajo mi cuidado.

 

 

 

 

El Refugio estaba en calma aquella mañana. El aroma del pan recién horneado se mezclaba con el incienso suave que Octavia había insistido en encender “para dar un aire menos lúgubre al lugar”. Charlie revisaba unos documentos que había dejado de lado —asuntos de princesa— cuando la puerta se abrió con un crujido y la voz alegre de Alastor llenó el pasillo.

 

—¡Princesa, traigo obsequios inesperados! —anunció con entusiasmo.

 

Tras él entraron dos figuras humanas. Nifty, de movimientos inquietos y sonrisa perpetua, se mantuvo pegada a su amo como si fuera una extensión de él. Husk, en cambio, caminaba a regañadientes, las manos en los bolsillos y el gesto hosco. Tenía una cicatriz en el ojo derecho, aunque no comprometía su visión. Su piel oscura contrastaba con la camisa blanca; llevaba una corbata de moño rojo y tirantes negros.

 

Charlie se levantó de inmediato, sus ojos brillando de emoción.

 

—¡Oh, cielos! ¿Son…? ¿Son nuevos integrantes? —corrió a recibirlos, las manos casi temblándole de entusiasmo—. ¡Bienvenidos al Refugio Hazbin!

 

Nifty inclinó la cabeza con una cortesía exagerada. Soltó una risa retorcida que incomodó a las hermanas Goetia, a Pentius y a Vaggie, aunque no a Charlie.

 

—¡Es un honor servir aquí, princesa!

 

Husk soltó un bufido y rodó los ojos. Aun así, intentó sonreír, temeroso de provocar la ira de Alastor.

 

—Sí, claro… un honor.

 

Octavia los observaba con un aire sereno, aunque curioso. No dijo nada; entrelazó los dedos tras la espalda, pero sus ojos analizaban cada gesto, sobre todo el de Husk, que desentonaba con la calidez del ambiente. Loona, en cambio, no se contuvo.

 

—Vaya, qué coincidencia… que justo tú, Alastor, hayas encontrado a dos humanos para “ayudar” en este proyecto.

 

Sus palabras no eran casuales. La familia ducal Elktaur no tenía esclavos: Alanis los consideraba un desperdicio de recursos, pues los demonios conejo y los imps eran mucho más eficientes para el trabajo del campo o el cuidado de animales.

 

El silencio que siguió fue pesado. Charlie la reprendió con la mirada, intentando evitar que la situación se tensara. Pero Alastor no perdió la compostura. Su sonrisa se amplió, como si disfrutara cada palabra de la loba. Reconocía en ella a una adversaria. Su padre la había educado bien; Lucifer, en cambio, no tanto a su hija.

 

—Oh, querida, no es coincidencia… es destino —dijo inclinándose hacia adelante con teatralidad oscura—. Estos dos son perfectos para el papel que les espera aquí.

 

Charlie, ignorando la tensión, dio un paso hacia ellos, casi saltando de alegría.

 

—Estoy segura de que serán muy felices con nosotros. ¡Y yo seré feliz de que tengan un hogar!

 

Nifty asintió con fervor y soltó una risita desquiciada que incomodó a las tres chicas.

 

—¡Sí, princesa! Haré todo lo que me pida.

 

Husk solo encogió los hombros. Loona lo miró de reojo; notó en él esa resignación típica de los humanos, pero el hecho de que lo trajera Alastor hacía crecer sus sospechas.

 

Alastor aplaudió suavemente, encantado.

 

—¡Maravilloso! El elenco crece, y con él, las posibilidades de éxito de nuestro pequeño proyecto.

 

Charlie, satisfecha, dio una última palmada. Con los dos nuevos humanos, sentía que su sueño estaba más cerca de hacerse realidad.

 

—¡Muy bien! Creo que esto va genial. Vamos a dejar que se conozcan un poco más a solas. Espero puedan hacerse amigos —dijo, girándose hacia las chicas y Alastor—. ¿Me acompañan?

 

Alastor soltó una risa profunda mientras las hermanas se miraban preocupadas. La última vez que Charlie quiso que sus “posesiones” se hicieran amigas… no terminó bien.

 

—¿En serio? ¿Ya olvidaste lo que pasó con Rafaim y Zanahoria? —preguntó Loona.

 

El rostro de la princesa se encendió. Zanahoria era un pony del que se había encaprichado durante un paseo al mercado con su padre y Alastor. Lucifer, por supuesto, se lo regaló sin reparos. Pero cuando Satán se enteró de su gusto por los equinos, decidió obsequiarle un potro infernal que él mismo había criado. Charlie quiso que ambos fueran amigos. El resultado fue trágico: los caballos infernales eran carnívoros.

 

—Tenía cinco años —se quejó ella, aún culpable, aunque su padre siempre le asegurara que no fue su culpa.

 

—Y no creo que ellos se vayan a comer entre sí —rio Alastor. El recuerdo del inocente animalito destrozado todavía le parecía encantador.

 

Las jóvenes intercambiaron una mirada resignada y siguieron a la princesa fuera de la sala. La puerta se cerró tras ellas, dejando a Husk, Nifty, Vaggie y Pentius solos, con el eco de la risa de Alastor desvaneciéndose en la penumbra.

 

El silencio se estiró unos segundos.

 

—Genial… —murmuró el hombre moreno, dándole una larga calada al cigarro. Normalmente los esclavos no tenían acceso a alcohol ni tabaco, pero Alastor disfrutaba ver a sus marionetas retorcerse por la abstinencia: una tortura sin huellas físicas, pero mucho más cruel. —Ahora sí empieza la fiesta.

 

Nifty se giró hacia el humano flaco con esa sonrisa nerviosa y perpetua.

 

—¿Quieres jugar a algo? ¡Podríamos cortarnos y ver quién sangra más rápido!

Pentius se estremeció, bajando la mirada.

 

—Prefiero… no.

 

Vaggie dio un paso adelante, interponiéndose entre ambos, el ojo fijo en la niña, que parecía fascinada con su parche.

 

—Ni lo intentes —dijo la celestial, cubriéndoselo con la mano.

 

La niña ladeó la cabeza, curiosa, y soltó una risita.

 

—¿Qué pasa contigo? Estás loca —murmuró Husk, rompiendo el silencio.

 

El aire se volvió pesado. Pentius tragó saliva. Vaggie se mantuvo firme. Nifty balanceaba los pies, impaciente, como si esperara una señal invisible. Husk observaba en silencio, cansado, atrapado en un lugar del que no podía escapar.

 

—Si la princesa quiere que seamos amigos… —susurró Pentius— al menos podríamos intentarlo.

 

—Amigo, yo ya tengo dueño —replicó Husk con un bufido—. Y te aseguro que no eres tú.

 

La pequeña aplaudió, entusiasmada. Dio algunos saltos alrededor de la silla donde el temeroso humano había recurrido en busca de consuelo.

 

—¡Entonces yo seré tu amiga!

 

Pentius suspiró, resignado. Vaggie, con voz baja y amarga, murmuró mirando hacia la puerta:

 

—La princesa no sabe lo que pide. No todos aquí tenemos la suerte de creer en sueños.

 

El comentario flotó, denso. Husk no respondió, solo rió con amargura. Nifty tarareó un canto infantil, y Pentius se abrazó a sí mismo, intentando convencerse de que esa convivencia no sería otra pesadilla.

 

En algún lugar del pasillo, Alastor sonrió al escuchar los ecos de su pequeño experimento.

 

—¡Ya sé! ¡Podemos jugar! —gritó Nifty, repentinamente emocionada.

 

Los demás la miraron con diferentes expresiones. Husk arqueó una ceja, Vaggie frunció el ceño, Pentius apenas levantó la cabeza. Ella, sin inmutarse, sacó del bolso de su delantal algo envuelto en una tela sucia, que en algún momento perteneció a alguna prenda de Alastor. Lo abrió con delicadeza casi ritual: sobre la mesa aparecieron figuras grotescas, marionetas improvisadas hechas con insectos secos, patas cosidas con hilo rojo y alas clavadas con alfileres. Una tenía la cabeza de un ratón momificado, con antenas atadas para simular brazos.

 

—Los hice yo —dijo orgullosa, con una sonrisa brillante que habría parecido tierna en otro contexto—. ¡Tienen nombres y todo! Este es el rey, esta es la princesa… y este… —alzó una con cabeza de escarabajo y patas de araña— …este es el villano.

 

Pentius retrocedió en la silla, abrazando las piernas. Vaggie apretó la mandíbula, conteniendo un comentario.

 

—Paso —gruñó el hombre moreno, soltando humo—. No pienso jugar con bichos muertos.

—¡No están muertos! —replicó Nifty, dando un salto de emoción—. Bueno, sí… pero ahora viven aquí. —Se dio un golpecito en la frente—. ¡Conmigo!

 

Husk soltó una carcajada amarga. Vaggie hizo una mueca de desagrado, mientras Pentius, por primera vez, la miraba con cierta empatía. Reconocía en ella a otra alma rota.

 

—Definitivamente estamos en el circo de los horrores —murmuró.

 

La niña ignoró el comentario y le ofreció una de las marionetas: una mariposa seca pegada a la cabeza de una rata.

 

—Toma, tú puedes ser el príncipe.

 

Pentius dudó, mirando a Vaggie, que no apartaba la vista de la niña. Finalmente, tomó la criatura con dedos temblorosos.

 

—Eso es… interesante —atinó a decir.

 

Nifty aplaudió feliz. Husk resopló y apagó el cigarro contra la mesa sin preocuparse por la marca que dejaba.

 

—Si creen que voy a jugar con cucarachas disfrazadas, se equivocan.

 

Ella lo miró sin perder la sonrisa y movió los hilos de una marioneta de langosta hasta el borde de la mesa.

 

—No te preocupes… este se parece a ti —dijo divertida.

 

Husk gruñó, mientras Pentius soltaba una risa nerviosa que murió al sentir la mirada de Vaggie. La tensión volvió, teñida de absurdo.

 

La niña colocó en el suelo varias cucarachas amarradas con hilos finos. Tenía un brillo de emoción en los ojos mientras anunciaba:

 

—¡Bienvenidos al teatro de Nifty! —Alzó una cucaracha con alas raídas, pintada con hollín en el rostro.

 

—Este es el Príncipe Encadenado —Pentius dio un respingo al escuchar el título.

—Y este… —tomó otra con colmillos de hueso de rata— …es el Demonio Sonriente.

 

Husk soltó una risita seca.

 

—Sí, claro, qué sutil —la pequeña lo ignoró, levantando una polilla perforada con un alfiler oxidado.

—Y, por último, la Princesa Salvadora.

 

Vaggie apretó los labios. Nifty comenzó a mover los hilos: la cucaracha “príncipe” se arrastró en círculos.

 

—“Ayúdame, ayúdame, estoy atrapado en un castillo oscuro…” —canturreó con voz aguda.

 

El “Demonio Sonriente” saltó encima del príncipe.

 

—“¡Serás mío para siempre!” —entonó con voz grave.

 

La polilla-princesa se levantó torpemente, agitándose por los tirones de Nifty.

 

—“¡No, lo salvaré!” —chilló la niña, riendo como si fuera el mejor espectáculo del mundo.

 

Las marionetas chocaron entre sí hasta que la polilla atravesó al “Demonio Sonriente” con el alfiler que la sostenía.

 

—¡Y vivieron felices para siempre! —gritó Nifty, aplaudiendo sola mientras los insectos se retorcían hasta morir.

 

El silencio posterior fue espeso. Pentius apenas respiraba. Vaggie contenía la furia. Husk rio, amargo.

 

—Bonito cuento de hadas, muñeca. Muy… educativo —Nifty sonrió, inocente.

—¿Verdad que sí? Me salió perfecto sin ensayar.

 

Vaggie y Husk se miraron sin decir nada. No sabían si reír ante lo absurdo o preocuparse por lo retorcida que era la mente de la niña.

 

Nifty, feliz, volvió a acomodar sus marionetas con ternura. Eran sus tesoros.

 

Era afortunada.

Tenía juguetes.

Algo que los humanos ni siquiera podían soñar.

 

 

 

 

El comedor del palacio brillaba con una luz cálida, filtrada por los ventanales altos que dejaban ver el amanecer sobre la Tierra. La mesa, larga y pulida como un espejo negro, rebosaba de frutas infernales, panes recién horneados y tazas de café humeante. Pero el silencio era tan denso que el tintinear de los cubiertos sonaba casi insolente.

 

Lucifer ocupaba la cabecera, impecable, con el cabello recogido y los ojos carmesí fijos en su plato, sin tocar la comida. A su lado, Alastor sonreía con esa calma tensa que usaba cuando quería mantener las apariencias. Entre ellos, había una tensión espesa que parecía pudrir el aire.

 

A la derecha de Lucifer, Charlie hablaba con entusiasmo, como si ignorara —o pretendiera ignorar— el ambiente, mientras Alavaaros fingía escuchar, más concentrado en el libro que el soberano le había regalado una hora atrás.

 

—¡Y Pentius ya puede caminar sin temblar! Incluso juega con Nifty a veces. Loona dice que es un progreso enorme, y Octavia...

—Sí, sí, que lindo —interrumpió Alastra, fingiendo una sonrisa cortés mientras giraba el jugo de naranja en su copa—. Has mencionado a ese humano tres veces. Parece que se ha vuelto tu nuevo juguete favorito.

 

—No es “mi juguete” —replicó Charlie, mirando a la hermana de Alastor con el ceño fruncido—. Es alguien que está intentando mejorar. Todos ellos lo están.

 

La cierva demonio se inclinó hacia adelante, su sonrisa demasiado afilada para ser amable, un gesto muy parecido a su hermano mayor.

 

—Querida, nadie duda de tus nobles intenciones. Pero no olvides que los humanos… son lo que son. —Sus ojos se desviaron hacia Alastor—. Algunos pueden ser útiles si se saben manejar, ¿no es así, querido hermano?

 

Alastor alzó la vista de su plato. Su sonrisa se mantuvo, pero el brillo en sus ojos rojos fue puro filo.

 

—Depende del uso que uno les dé, querida Alastra. Aunque admito que la princesa parece empeñada en domesticar lo indomable. Una noble empresa en la que estoy más que dispuesto de ayudar —inclinó la cabeza levemente en dirección de Lucifer —. ¿No es eso lo que debe hacer un padre, apoyar a su hijo incondicionalmente?

 

El rey frunció el ceño. Sabía que las palabras de Alastor tenían toda la intención de herirlo, pero él no iba a entrar en su juego.

 

—Muy cierto, mi amor, es el deber de todo padre y.... padrastro, apoyar a sus hijos a cumplir sus sueños —Su mirada se suavizó ligeramente al posarla en Charlie—. De hecho, tengo un anuncio.

 

Alastra entrecerró los ojos; Alavaaros se recargó en el respaldo, levantando la vista de su lectura, curioso. Alastor solo lo observó en silencio, aunque el movimiento de sus orejas traicionó su atención inmediata.

 

Lucifer continuó:

 

—El próximo banquete de debutantes se aproxima. He decidido que será Charlie quien lo organice este año.

 

El silencio cayó como un golpe. Charlie parpadeó, incrédula, antes de sonreír con la emoción contenida de una niña que por fin recibe la confianza que anhelaba.

 

El banquete de debut era un evento que se celebraba cada año para que los jóvenes que cumplían la mayoría de edad (20 años), se presentaran ante la sociedad como adultos listos para servir al reino —y, de paso, para casarse—. Era un acontecimiento esperado por todas las clases, especialmente las más bajas, pues era la oportunidad de codearse con la nobleza y estar, aunque fuera por unas horas, en la misma habitación que Lucifer. Sin tener la posibilidad de tener al soberano como pareja de baile.

 

—¿Yo? ¿De verdad? ¡Papá, eso es… eso es maravilloso! Prometo que será un evento digno del reino.

 

—¿Perdón? —La voz de Alastor cortó su entusiasmo. No había alzado la voz, pero su tono de indignación bastó para congelar la habitación—. Disculpa, cariño, pero… yo me he encargado del baile desde que nos comprometimos.

 

Lucifer giró el rostro hacia él con lentitud. Hizo un movimiento con la mano, como si con ese simple gesto pudiera barrer los reproches de su pareja.

 

—Sí, y lo has hecho estupendamente. Pero Charlie debe aprender. Algún día será reina de la Tierra, y no puede limitarse a dirigir proyectos benéficos. Es hora de que asuma más responsabilidades políticas.

 

La sonrisa de Alastor se mantuvo, pero sus ojos brillaron con una amenaza sutil. Había algo ahí, profundamente escondido en una simple intención de darle más experiencia a la princesa, no, era una declaración: si quieres espacio, entonces eso tendrás.

 

—Por supuesto, Majestad. Si es tu decisión, no seré yo quien la cuestione. —Sus palabras eran obedientes, pero su tono destilaba veneno disfrazado de cortesía.

 

Alastra observó la escena con deleite, escondiendo su sonrisa tras la copa. Aquella fisura entre ambos era justo el tipo de grieta que podría aprovechar más adelante. Alavaaros, en cambio, jugueteaba con su tenedor, intentando disimular el aburrimiento, aunque su mirada se desviaba de tanto en tanto hacia Lucifer con algo parecido a lástima.

 

Charlie, ajena al intercambio tenso, se levantó de su asiento.

 

—¡Haré que sea el mejor baile que se haya visto! Y mis invitados también lo disfrutarán.

 

Lucifer arqueó una ceja. La sonrisa de Alastor se hizo más grande. Por supuesto que la querida princesa no iba a perder la oportunidad de tirarse de cabeza sin detenerse a pensar en las consecuencias de sus acciones.

 

—¿Tus invitados?

 

Charlie asintió con entusiasmo.

 

—Mis humanos. Los del Refugio Hazbin. Vendrán conmigo al baile.

 

Por un momento, nadie dijo nada. El silencio se extendió. Alavaaros miró la puerta, debatiéndose si sería buena idea irse. Su padre era buen amigo de Lucifer, sin mencionar que su hermano Alastor estaba comprometido con él, pero, ¿eso sería suficiente para salvarse del castigo por irse sin el permiso del rey?

 

Lucifer fue el primero en romperlo. No con palabras, sino con una sonrisa. Esa sonrisa suya, tan serena que resultaba inquietante.

 

—¿Tus… humanos? —repitió con una calma tan artificial que el aire pareció volverse más frío.

 

Charlie, de pie frente a todos, asintió sin dudar. Ella no temía a Lucifer, su padre jamás la lastimaría.

 

—Sí. Han trabajado muy duro, y creo que merecen ser reconocidos. Además, sería una buena oportunidad para mostrarles a todos que no son diferentes a ellos.

 

Aquello hizo que Alastra soltara una carcajada suave, elegante, pero cargada de burla.

 

—Oh, querida. No creo que los plebeyos ¡y mucho menos los nobles!, estén preparados para cenar junto a esclavos —la sola idea le parecía asquerosa, especialmente en el próximo evento donde se supone que ella sería la estrella, que Lucifer sería su pareja en su primer baile como adulta. ¡Sus planes dependían de eso!

 

—¡No son esclavos! —replicó Charlie al instante, con un brillo firme en los ojos—. Son seres vivos... personas, como tú, como yo...

 

El leve temblor en la copa de Lucifer fue casi imperceptible, pero Alastor lo notó. Y su sonrisa regresó, fina, venenosa, medida.

 

—Qué conmovedor, princesa. —La voz del venado sonó suave, pero cada sílaba era un dardo envuelto en terciopelo—. Pero temo que tu noble gesto podría ser… malinterpretado. Los nobles no reaccionan bien a los cambios. Sobre todo, cuando se trata de humanos sentados entre ellos.

 

—Entonces aprenderán —respondió Charlie sin perder la calma, decidida—. No puedo hablar de libertad y mantenerlos ocultos.

 

Lucifer levantó lentamente la mirada hacia ella. Sus ojos se cruzaron con los de su hija. Y aunque su expresión se mantenía tranquila, la habitación entera sintió el peso de su poder.

 

—Charlotte, —dijo con voz baja, paternal. No quería romper las ilusiones de su hija, no tan rápido, pero sabía que, de permitir su capricho, podría ser peligroso para ella —, sabes que admiro tu compasión. Pero hay lugares y momentos para cada cosa. No querrás convertir un evento que se supone debe ser divertido, en una provocación. No es justo para los nuevos debutantes.

 

Charlie lo miró con una mezcla de súplica y orgullo.

 

—Padre, el Infierno siempre fue una provocación. Si de verdad quiero cambiarlo, tengo que empezar por mostrar que incluso los más bajos pueden tener un lugar digno.

 

El silencio que siguió fue tan profundo que se oyó el tic-tac lejano del reloj del vestíbulo.

 

Lucifer la observó largo rato. Algo en su mirada —ese brillo de melancolía que solo se asomaba cuando veía a su hija luchar contra el mundo— pareció suavizar su gesto. Finalmente, suspiró.

 

—Haz lo que creas correcto, hija mía. Pero recuerda: ningún acto de bondad está libre de consecuencias.

 

Charlie sonrió, agradecida, sin notar el ligero temblor en las manos de su padre. Alastor, sin embargo, no compartía su alegría.

 

—Si me permites decirlo, querido —dijo con una cortesía tan forzada que resultaba casi insultante—. Si la princesa ha de representar al reino, tal vez convendría recordarle que la compasión es una virtud… pero el descuido, un pecado.

 

Lucifer giró apenas el rostro, la sonrisa gélida en los labios.

 

—¿Te preocupa la seguridad del evento… o tu orgullo, mi prometido?

 

Los ojos de Alastor chispearon, carmesí contra dorado. La tensión entre ambos era tan tangible que incluso los gemelos dejaron de fingir desinterés. Alastra entrelazó las manos, tratando de contener la furia. Alavaaros, en cambio, se dedicó a ser un observador silencioso.

 

Lucifer se levantó, rompiendo el hechizo del momento.

—La decisión está tomada. —Su tono no admitía réplica—. El baile será organizado por Charlie. Y si decide que esos humanos deben asistir… asistirán.

 

Charlie brilló de alegría. Alastor inclinó la cabeza con un gesto teatral, su sonrisa congelada.

 

—Por supuesto, Majestad. Si así lo desea.

 

Lucifer se dio la vuelta, dándole la espalda, mientras su sombra se alargaba sobre el mármol del suelo.

 

—Lo deseo, Alastor. —Su voz sonó como un eco de fuego antiguo—. Y no olvides: lo que ella haga, lo hace en mi nombre.

 

El venado sonrió, pero sus colmillos asomaron apenas.

—Jamás lo olvido, amor mío. Jamás.

 

Y cuando Charlie, emocionada, salió del comedor con planes bailando en la mente, los tres que quedaron —Lucifer, Alastor y Alastra— permanecieron inmóviles. Solo entonces, cuando la princesa ya no podía oír, Lucifer habló en voz baja, sin mirar al venado:

 

—Niños, por favor retírense. Velvette ya debe haber llegado para preparar sus atuendos —Alastor frunció el ceño. Primero molesto por haber perdido el control del baile, y ahora por el hecho de que sus hermanos usarían ropa diseñada por alguien que no era Rosie.

 

Los gemelos asintieron retirándose en silencio. Alavaaros intrigado por lo que sucedería con la pareja estando a solas y Alastra pensando en sus próximos movimientos.

 

El eco de las risas de Charlie aún flotaba en el aire, un recuerdo brillante que no encajaba con el silencio que ahora pesaba como plomo entre Lucifer y Alastor.

 

—No debiste contradecirme frente a Charlie —reprochó Lucifer se giró lentamente la copa entre sus dedos. Su sonrisa era una herida elegante. Alastor dio un largo suspiro que solo contribuyó más a su enojo.

—No te contradije. Solo señalé que permitir que los humanos asistan a un baile de nobles es una idea ridícula.

—Es su idea —respondió el soberano, girando despacio hacia él—. Y tú olvidarás esa palabra. Ridícula.

—¿Por qué? ¿Por qué la dijo tu hija? —La voz de Alastor se volvió más baja, más afilada—. No puedes protegerla de todo, Lucifer. No puedes cubrirla de luz y esperar que el Infierno no la devore. Este mundo es oscuro, cruel. Tú lo hiciste así.

 

Lucifer dio un paso hacia él, cada palabra cargada de un filo antiguo.

 

—Ella no necesita tu juicio.

—Y tú no soportas que alguien te lo diga —replicó Alastor, poniéndose de pie con calma, pero sus ojos rojos temblaban con algo más que irritación—. ¿De verdad crees que puedes gobernar y criar a una santa al mismo tiempo?

 

Lucifer lo miró, los labios tensos. Tenía razón, lo sabía. El mundo, la creación entera había sido moldeada, retorcida hasta sus cimientos para acoplarse a sus deseos. Era "su huevo", como Dios no paraba de repetirlo las últimas veces que se vieron.

 

—No tienes derecho a hablar de ella. No eres su padre —fue un golpe bajo, lo pudo ver en los ojos de Alastor, pero no le importó, no en ese momento al menos.

—Oh, pero sí tengo derecho a hablar de ti —el venado sonrió, esa sonrisa que dolía más que una puñalada—. De tu orgullo, de tu miedo disfrazado de poder. Dices que amas, pero solo posees. Todo lo que tocas, lo reclamas. Tu hija. Tu reino. Yo.

 

Lucifer se movió tan rápido que el aire se quebró con un rugido sordo. En un parpadeo estuvo frente a él, una mano en el pecho de Alastor, empujándolo contra la pared.

 

—No hables de cosas que no entiendes —la acción violenta sorprendió y asustó al venado que ocultó su incomodidad en una risa enferma, aunque su voz sonó extrañamente temblorosa.

—¿No entiendo? Yo te veo, Lucifer. Veo lo que hay detrás de esa corona. Veo la herida que no deja de sangrar. No eres un Dios. Eres un niño temeroso de quedarse solo.

 

Los ojos de Lucifer se encendieron con furia pura.

 

—Cállate —los recuerdos de lo que Lilith le hizo en el Edén, la caída... la corrupción que el infierno causó en él... cómo asesinó a Alastor, su nuevo mundo, las palabras de su Padre. Todo lo inundó de golpe.

—Hazme callar —susurró el ciervo, completamente a la bestia que luchaba por permanecer dormida, y esa sonrisa volvió, peligrosa, casi suplicante.

 

Lucifer no pensó. Solo lo tomó por el cuello y lo besó. No fue dulce. Fue un choque, una descarga. Fuego y veneno. Alastor se resistió al principio, las manos empujando el pecho de Morningstar, pero el aire pareció cortarse entre ambos. La máscara del venado se quebró; su respiración se mezcló con la del rey, y por un instante, no hubo poder ni títulos, solo la verdad brutal de lo que ninguno de los dos quería admitir.

 

Lucifer lo soltó, jadeante, la mirada ardiendo.

 

—¿Eso querías? —susurró con la voz rota—. ¿Probar si realmente te pertenezco?

 

Alastor se quedó inmóvil, los labios aún manchados de ese beso. Por primera vez, no sonreía. Sus ojos temblaban con algo que ni él mismo entendía.

 

—No… —murmuró apenas—. No era esto.

 

Lucifer dio un paso hacia él, pero el venado retrocedió.

—Alastor…

 

—No me llames así. —Su voz se quebró. Había algo salvaje en su respiración—. No lo hagas.

 

Lucifer extendió una mano, y Alastor retrocedió otro paso, la espalda chocando con la puerta.

 

—No puedes mirarme así —dijo el venado, con un hilo de voz que mezclaba rabia y miedo—. No puedes… hacerme sentir… esto.

 

Lucifer lo miró, y por un instante, su expresión fue de pura tristeza.

—Ya lo hiciste tú primero.

 

Alastor abrió la puerta de golpe y huyó. El eco de sus pasos resonó por el pasillo, largo, desesperado. Lucifer quedó solo, respirando con dificultad.

Ya está. Lo había hecho de nuevo. Se llevó una mano a los labios, y al hacerlo, una chispa carmesí le recorrió los dedos.

 

El primer beso. Una maldición, más que una promesa.

 

Gruesas lágrimas escaparon de sus ojos, cayendo sobre el mármol. Porque algo era cierto: temía quedarse solo.

 

Y sabía, con dolor absoluto, que inevitablemente así sería.

 

 

Continuará…

 

 

 

 

 

Espero les guste el capítulo.