Actions

Work Header

Difficult Decisions

Summary:

Donde Eva después de su muerte despierta en Dalia Admidala, hermana menor de Padme, princesa de Naboo.

Notes:

Eva muere y parece renacer.

Chapter 1: Esto no parece ser la muerte

Chapter Text

—Pronto tu alma estará completa.

¿A qué se refiere?

La luz era insoportable.

Eva entrecerró los ojos, sintiendo la calidez abrasadora que la envolvía. Durante un segundo, creyó que estaba soñando. Pero el frío en su espalda y el murmullo de voces cercanas le decían que esto era real.

¿Un hospital?

Una mano se posó en su frente. Eva se estremeció. La ropa de la mujer era extraña, hecha de telas tan gruesas y adornadas que parecían cortinas de un castillo.

—¿Dónde...? —Su propia voz sonó más infantil de lo que esperaba.

—Mi princesa, ha despertado.

¿Por qué se visten tan raro?

Las paredes relucían con un brillo suave, casi irreal. La ropa de las sirvientas parecía hecha de una tela sedosa y delicada. Todo en este lugar era tan ajeno a su mundo anterior que su mente se negó a aceptarlo.

—Su Alteza, cuidado. Recién salió de su enfermedad, no debería—

—Yo... estoy bien, solo aturdida. Sí, aturdida. —Tragó en seco; su voz ronca resultó frustrante.

Necesitaba tiempo. Si lograba juntar las piezas, tal vez entendería qué estaba pasando.

A pesar de su pésimo intento de actuación, no logró tranquilizar a las chicas de aspecto peculiar. Su preocupación le pareció exagerada hasta que aparecieron con... ¿un robot?

Parpadeó, desconcertada.

Un zumbido metálico la hizo fruncir el ceño.

Sin decir más, el droide la escaneó con precisión.

Eva sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su garganta se cerró con preguntas sin respuesta, pero no se atrevió a formular ninguna.

Las sirvientas, aún más confundidas que ella, murmuraban entre sí. Parecían preocupadas por la princesa, su amiga de antaño, cuya personalidad extrovertida ahora parecía desvanecida. Eva notó los murmullos y las miradas, pero evitó prestarles atención.

Todo esto parecía sacado de una película de ciencia ficción.

Esperaba que no fuera un manhwa o un anime, porque si lo era, estaba en problemas: no era buena recordando los personajes ni los eventos pequeños de esas historias.

Un nudo se formó en su pecho al intentar recordar.

Por la forma en que la trataban y la llamaban, debía de ser alguien muy, pero muy importante. Decidió aprovechar eso con precaución para averiguar qué demonios estaba ocurriendo.

Pero su pecho seguía apretándose sin una razón aparente.

¿Se estaba perdiendo de algo?

Una voz metálica interrumpió su lucha interna.

—La fiebre podría haber causado un estado de aturdimiento. Solo deberían recordarle su vida o cosas clave. No es amnesia, la princesa estará bien.

Eva apenas lo escuchó.

Su mente seguía atrapada en la pregunta más importante.

—Mi reina —anunció una sirvienta de cabello negro.

Apenas tuvo tiempo de procesar sus problemas antes de que una joven con un atuendo ostentoso entrara en la inmensa habitación con gran porte, una elegancia que la dejó boquiabierta. Pero su atuendo... Dios, si no fuera porque la situación era demasiado extraña, habría hecho un comentario fuera de lugar.

¿Todo esto era un sueño? No, ni en su imaginación se le ocurriría un vestido así.

—Dalia —susurró la joven con suavidad mientras se acercaba a la cama.

Eva parpadeó. ¿Ese era su nombre?

Le sonaba familiar.

La reina —porque eso parecía ser— tenía un rostro hermoso, aunque oculto bajo una capa de maquillaje demasiado gruesa. Pero lo que más llamó la atención de Eva fue la forma en que la miraba.

Sus ojos se centraron en ella con una preocupación genuina.

¿Cómo puedo ser una princesa si ella no parece tener la edad para ser mi madre? ¿Somos primas o hermanas?

—No logro recordar todo... yo... —La reina observó a las sirvientas, pidiendo explicaciones.

Mientras ellas hablaban, Eva intentó analizar su comportamiento. La reina estaba demasiado afectada... como si su bienestar fuera algo personal para ella.

—Dalia, ¿qué recuerdas? —preguntó Padmé con una calma ensayada.

El silencio llenó la habitación.

Eva bajó la mirada. No tuvo que fingir su frustración.

—Nada, pero todo me resulta tan familiar que... ni siquiera lo sé.

No necesitó que lo dijera. Buscaba protegerla, parecía que ella era su responsabilidad. No presentaba un peligro para ella, no le haría nada.

Entonces... ¿eran hermanas?

El pensamiento la sacudió.

Padmé se giró hacia una de las sirvientas.

—Quiero un informe detallado sobre su estado y un plan para ayudarla a recuperar la memoria.

Eva sabía que esa era una máscara de la reina; ella misma usaba esa máscara en su anterior vida.

—Dalia... somos hermanas. ¿Seguro que no me recuerdas?

Eva sintió un nudo en la garganta.

Negó con la cabeza.

—Soy Padmé Amidala. Fuimos elegidas para estos roles hace cuatro meses —explicó, su voz apenas un susurro—. Naboo es nuestro hogar. Por favor, Dalia, tienes que recordar algo...

¿Naboo? Había escuchado ese nombre en alguna parte.

Eva contuvo una risa nerviosa. ¿Era por la información o por el espantoso maquillaje?

—Solo quiero libros —respondió, improvisando—. Quizá eso me ayude.

Padmé la miró como si hubiera dicho una locura.

¿Dije algo malo?

—¿Libros?

—Hololibros, Dalia —la corrigió.

Eva abrió los ojos con sorpresa.

Oh.

—Solo estaba bromeando —se apresuró a decir.

La sonrisa que recibió de Padmé la desconcertó aún más.

Eva se dejó caer sobre la cama, cubriéndose el rostro con el brazo.

No entendía nada.

¿Dónde diablos estaba?

Chapter 2: Destellos

Summary:

Eva parece tener teoria acerca de su nueva vida.

Chapter Text

Eva, ahora en el cuerpo de Dalia Amidala, se encontraba en su habitación, rodeada por la elegancia familiar del palacio de Naboo. A pesar de la calidez del entorno, la sensación de extrañeza y el persistente dolor en su cabeza le recordaban que algo no estaba bien.

Sentada en la cama, repasó los registros históricos y genealogías de la familia real. A medida que avanzaba en la lectura, imágenes fugaces cruzaban su mente, fragmentos de una vida que, en teoría, le pertenecía. Sin embargo, los recuerdos se desvanecían antes de que pudiera aferrarse a ellos.

Frustrada, dejó los documentos a un lado y hundió el rostro en una almohada, ahogando un grito de desesperación. Las preguntas se amontonaban sin ofrecer respuestas: ¿cómo había terminado allí?, ¿qué significaba todo esto?, ¿había alguna manera de volver?

Con un suspiro, se incorporó y dejó que su mirada vagara por la habitación. Todo en Naboo era deslumbrante, avanzado, demasiado diferente de la vida que recordaba. Alargó una mano hacia el terminal frente a ella, un dispositivo sofisticado cuya tecnología apenas comprendía. Tocó la pantalla con torpeza, explorando sus funciones hasta que, con un destello de reconocimiento, pronunció en voz baja:

—Star Wars.

El murmullo fue suficiente para desencadenar un aluvión de memorias. Las precuelas, las únicas películas de la saga que había visto, desfilaron por su mente junto con conversaciones que había escuchado sobre la historia de la galaxia. Se apresuró a abrir un documento y comenzó a escribir. Necesitaba plasmar cada fragmento antes de que su mente lo traicionara.

Las palabras fluían con rapidez, entremezclando lo que recordaba de las películas con la información de los hololibros. Con cada línea, la realidad se volvía más ineludible: estaba atrapada en una narrativa que apenas conocía, en una historia repleta de conflictos políticos y guerras devastadoras. Y ella, sin entender cómo ni por qué, se encontraba en el centro de todo.

Se dejó caer sobre la cama con un largo suspiro, estirándose hasta ocupar todo el espacio posible. Suponiendo que este mundo siguiera las mismas reglas que las películas, su destino estaba sellado. No le gustaba esa idea.

Intentó convencerse de que aquello era temporal, que de alguna manera despertaría en su propia vida. Pero la certeza de su muerte borró esa esperanza en un instante.

Cerró el documento y se cubrió los ojos con el antebrazo. Su mente seguía enredada en pensamientos sobre la inminente guerra, sobre su rol en ella. No tenía una guía, ni certezas, ni siquiera la seguridad de que los eventos se desarrollarían como en las películas. Lo único que tenía era el conocimiento vago de una saga que nunca terminó de ver.

El agotamiento pesaba en su cuerpo, pero el sueño no llegaba. Se giró en la cama varias veces, incómoda, inquieta. Por más que lo intentara, su cabeza no dejaba de darle vueltas al mismo pensamiento: ¿qué se suponía que debía hacer?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un sonido la sacó de su ensimismamiento. Las puertas se abrieron y varias sirvientas entraron en la habitación.

Instintivamente, cerró los ojos y se acomodó en la cama, fingiendo dormir.

El pulso se le aceleró. No estaba acostumbrada a recibir tanta atención, y menos de esa manera. Escuchó el suave murmullo de sus voces, el movimiento discreto mientras preparaban la habitación. Apretó los labios. No podía arriesgarse a que notaran su confusión.

Esperó, conteniendo la respiración, hasta que las puertas volvieron a cerrarse. Solo entonces abrió los ojos y exhaló con alivio.

Su mirada se posó en el escritorio donde estaban los hololibros y sus notas. Naboo, la política, la República... todo ese universo, con sus propios sistemas de gobierno y sus conflictos, era real. Y ella estaba atrapada en él.

Se llevó una mano al rostro, sintiendo la piel ajena que ahora era la suya. Por mucho que lo intentara, la claridad seguía escapándosele. No sabía por qué había terminado en ese cuerpo, ni cuánto tiempo tendría antes de verse envuelta en el caos de la guerra.

Lo único seguro era que debía recordar.

Tomó un hololibro y volvió a la cama, dispuesta a seguir anotando todo lo que pudiera. No importaba el dolor punzante en su cabeza, ni la fatiga que pesaba sobre ella. Necesitaba información. Necesitaba entender su lugar en todo esto.

Pero, por más que escarbó en su memoria, solo encontró más dudas.

Su pasado, su vida anterior... parecía algo lejano, casi difuso. Recordaba una familia funcional pero inestable, un hogar donde nunca se sintió del todo completa. Siempre hubo una sensación persistente de que algo le faltaba, como si una parte esencial de ella hubiera sido arrancada.

Se frotó las sienes con frustración.

—¿Pueden pasarme agua, por favor? —Su voz sonó más débil de lo que esperaba.

Con tanta atención de personas desconocidas sobre ella, nadie podría culparla por mostrarse vulnerable.

No podía culparlas por observarla con curiosidad. Tal vez esperaban una orden firme, un gesto digno de la nobleza. Pero en ese momento, su cuerpo y su mente no le permitían más que esa pequeña petición.

"Necesito mejorar rápido" Pensó con amargura.

Por ahora las sirvientas no parecían haber notado cambios en su comportamiento, más allá de su repentina obsesión por la lectura. Tal vez eso jugara a su favor mas tarde.

Dalia lo tomó con manos ligeramente temblorosas, sintiendo el peso del cristal contra su piel. El líquido fresco recorrió su garganta, aliviando la sequedad que no había notado hasta ahora.

Por un instante, deseó que todo fuera un sueño. Pero incluso si lo fuera, no podía ignorar las vidas que estaban en juego. No podía quedarse de brazos cruzados mientras la galaxia ardía a su alrededor.

Cerró los ojos y respiró hondo.

Si este era su destino, entonces tenía que encontrar una manera de sobrevivir.

Chapter 3: Dudas

Summary:

Eva sigue con dudas y quiere respuestas.

Chapter Text

Ella no esperaba que su cuerpo estuviera tan mal. Descubrió que Dalia había estado inconsciente durante al menos dos días debido a una fiebre pero tan alta que todos creían que había causado una amnesia temporal.

Seguía en su habitación, sin querer salir por el riesgo que corría de encontrarse con Padme. No le caía mal o algo por el estilo pero saber que la había visto morir en las películas y ahora es su hermana le traía una sensación de incomodidad y culpabilidad.

La habitación que la rodeaba es lo único que a visto durante la mayoría de días por su débil estado. Además sin poder pasear con libertad, algo que le causaba una gran molestia.

Su mente divago en los eventos de los últimos días, no sabía exactamente cuantos días ya habían pasado desde que despertó en Star wars. Lo único que sabía con certeza es que aun no habían ocurrido los eventos del primer episodio.

Decidió investigar por la red de aquellos artefactos tan extraños pero poco a poco sabia utilizarlos sin problemas. Quería estudiar toda la galaxia, Dalia Admidala sabía toda esa información y debía saberlo ahora ella para seguir con esa identidad.

Nadie le creería si revelara todo lo que estaba pasando. Pensó en Anakin, pronto podrían ocurrir los eventos de la Amenaza Fantasma y no tiene un plan definido para eso.

¿Evitaría todo? No tenía una idea clara. Sentirse perdida era poco. Sin poder caminar tanto como quería por ciertos mareos que obtenía, piensa que alguna clase de consecuencia por la reencarnación.

Reflexionó sobre los diferentes sistemas y formas de gobierno de la República. Como Eva, siempre había sido crítica con las estructuras de poder y la burocracia. En este nuevo mundo, su perspectiva no había cambiado. La corrupción y la ineficiencia de la República eran evidentes, y sabía que si alguna vez llegaba a ser senadora, tendría que luchar contra esos problemas de frente.

Sabía que su gobierno y título de Princesa no serían para siempre debido al tipo de gobierno de Naboo. No podía confiarse en sus privilegios temporales. Necesitaba buscar una solución para asegurar su futuro, especialmente con la amenaza de una guerra formándose en la galaxia.

Reflexionó sobre las posibles soluciones para su situación. Sabía que debía planificar con antelación y utilizar el tiempo que le quedaba de manera estratégica.

Primero, decidió fortalecer sus relaciones políticas y asegurarse de tener aliados confiables dentro del gobierno de Naboo y en la República Galáctica.

Segundo, pensó en la posibilidad de continuar su influencia más allá de su reinado como princesa. La posición de senadora podría ser una opción viable, como lo fue para Padme. Esto le permitiría continuar su trabajo político y seguir luchando por las reformas que consideraba necesarias para el bienestar de Naboo y la República.

Sabía que no podría salvar a todos, pero tenía claro que no sería capaz de ver cómo tanta gente peligraba y no hacer nada, teniendo las herramientas y el conocimiento para salvarlas.

Eva se sumergió en sus pensamientos, contemplando la posibilidad de confesarle a alguien la verdad sobre todo.

—Quizás deba ver a Padme.

No sabía si sería mejor enfrentar a Padme para saber más de su identidad y entender cuándo ocurrirá la invasión de la Federación de Comercio. Le agradaba Padme, incluso cuando evitaba reunirse con ella a solas por su temor de no actuar correctamente, ella siempre le brindaba su apoyo de manera sutil.

Le dio hololibros y dulces que le facilitaron todo durante los primeros días en esta vida. Parecía estar muy ocupada, y entendió perfectamente; ser reina debía ser algo agotador, especialmente para una adolescente.

No podía identificar si le gustaban los atuendos de ese mundo por completo, son muy exagerados aunque si los sabe combinar quedan bonitos pero muy incómodos al momento de caminar.

Dalia pensó en diferentes maneras de provocar un encuentro que pareciera natural con Padme. No quería alertar sin ningún motivo. Sin embargo, eso no fue necesario, ya que Padme la visitó al día siguiente después del almuerzo.

Dalia estaba tratando de comer algo que Padme le había traído, explicando que era una de sus comidas favoritas de Naboo. No quería alertar a Padme con sus acciones repentinas, debía pensar bien en qué hacer.

La presentación del plato era impecable, con las verduras dispuestas de manera artística sobre la pasta, y un toque final de ralladura de alguna clase de queso que no lograba reconocer, que añadía una sutil cremosidad al plato. La comida era deliciosa, sus pensamientos seguían agitados. Padme la observaba con una mezcla de preocupación y cariño, lo que solo aumentaba su ansiedad.

—Está delicioso, Padmé —dijo Dalia, esbozando una sonrisa para tranquilizar a su hermana pero se notaba cansada y con cierta preocupación.

Padme sonrió de vuelta, aunque sus ojos seguían reflejando preocupación.

—Me alegra que te guste, Dalia. Sabía que esto te haría sentir un poco mejor. Si necesitas algo más, no dudes en decírmelo.

Dalia asintió, agradecida por el gesto. Sin embargo, sabía que debía ser cautelosa. No quería que Padme sospechara nada extraño sobre su comportamiento. Necesitaba tiempo para pensar y planificar sus próximos pasos.

Debía seguir anotando sus teorías en el Hololibro personal. El ambiente parecía ser cómodo para ella, con cierta tensión pero sin llegar a ser incomodo.

Decidida a aprovechar el momento, Dalia tomó una pausa de su comida y se dirigió a su hermana mayor, tratando de sonar lo más natural posible.

—Padme, he estado pensando mucho últimamente. Todo esto es tan... confuso para mí —dijo, eligiendo sus palabras con cuidado.

—Lo sé. Por eso no voy a forzarte en tus deberes. Además, con tu personalidad, no creo que lo hagas sinceramente — Dijo Padme con una sonrisa por primera vez de forma sincera frente a ella. Su comentario no fue grosero: Parecía una broma entre ella llena de familiaridad.

— Pero necesito volver a mis responsabilidades — Pronuncio Eva tratando de sonar tranquila y segura.

—Podrías volver a tus deberes pero no estoy segura. Solo ha pasado una semana desde que despertaste de la fiebre— Explica después de haber tomado de su taza con elegancia, tanta que Eva se sorprendió.

Eva se concentró en tratar de hallar una respuesta correcta.

—Agradezco que estés preocupada pero ¡Ya no quiero quedarme encerrada viendo siempre lo mismo!— Eva trata de hacer un puchero decente para una niña de su edad, tal vez esa sería la forma de convencer a Padme para que pueda explorar pero parecia mas una queja que un puchero tierno.

Estar enferma me brinda una ventaja, ser vista como débil ante Palpatine puede ser beneficiosa en cierto sentido pero encerrada no podré hacer nada de nada con eventos tan importantes antes de la guerra de los clones.

Eva miró a Padme, apreciando su aspecto. Es bonita y agradable; tiene sentido para ella que Anakin se haya enamorado de Padme.

Dalia, por ahora, tiene la excusa de usar atuendos ligeros debido a su reciente fiebre. Eva agradeció mentalmente al observar el atuendo de la reina, tan exagerado y extraño para ella.

Era del tiempo moderno y solo en Pinterest encontraba vestidos así. Tal vez renovaría el armario de Dalia con cosas más ligeras pero con detalles tradicionales para que no hubiera regaños de parte de Padme. Tenía la ligera sospecha que Dalia y Padme no eran tan cercanas por mensajes de la hermana mayor de las dos.

El ambiente pareció volverse más relajado durante su charla. Finalmente, Eva logró sonreír sinceramente. Tal vez su nueva vida no era tan mala con Padme como hermana; quizás su relación mejoraría de ahora en adelante.

—Estoy aquí para ayudarte en todo lo que necesites, Dalia. Sé que este es un momento difícil para ti, pero estamos juntas en esto aunque haya estado alejada de ti desde que entramos a la realeza..

Eva temía los eventos que inevitablemente ocurrirán tarde o temprano, sabiendo que no podría detenerlos debido a su limitado poder en ese momento.

Quería disfrutar de esa tranquilidad momentánea pero otra visión llegó sin ser esperada, seguía desbloqueando presuntas memorias tanto de Eva como Dalia.

Su cabeza volvió a doler.

Chapter 4: Un momento agradable

Summary:

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana...

La República Galáctica está sumida en la confusión. La tributación de las rutas comerciales a los sistemas estelares periféricos está en disputa. Mientras el Congreso de la República debate interminablemente esta alarmante cadena de eventos, el Supremo Canciller ha despachado en secreto a dos Caballeros Jedi, los guardianes de la paz y la justicia en la galaxia, para resolver el conflicto.

La codiciosa Federación de Comercio ha detenido todos los envíos hacia el pequeño planeta Naboo, afectando su comercio y el bienestar de su población, incluida la realeza de Naboo, quienes observan la situación desde el palacio. En medio de esta crisis, un cambio sutil en la Fuerza se siente en todo el sistema, un eco de esperanza y determinación que apenas se percibe, como si una nueva presencia estuviera influyendo en los eventos que se desarrollan. Con un clima político tan tenso y enrarecido, la paz se siente cada vez más distante, y el destino de la República pende de un hilo.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

No esperaba llegar tan rápido a los acontecimientos del primer episodio. Ahora estaba frente a su espejo, tocándose el rostro y la ropa tan exagerada pero algo familiar.

Días después, comenzó a observar diferencias entre ella y Padmé. Eran mujeres de apariencia muy diferentes. Padmé tenía ojos oscuros y cabello oscuro; Dalia tenía un tono rojizo-marrón en el cabello y ojos tan azules como los rayos, pero había algunas características compartidas.

No es que no se diera cuenta, simplemente notó muchas más diferencias entre ambas hermanas.

No podía hacer nada para retrasar los acontecimientos ya impuestos sobre la Federación del Comercio.

Y no tenía el poder requerido para poder hacer algo en contra del futuro Canciller, odiaba eso .

Nada, absolutamente nada. Su idea era esperar y no cambiar nada por ahora. Tal vez, si cambiaba algo, ocurriría un suceso mucho peor, y su conocimiento no serviría para un futuro totalmente desconocido para ella.

No dudaba de la existencia de la Fuerza, dada toda la información que encontró en los hololibros y en la red.

Desde que despertó, sentía una extraña presencia a su alrededor, una energía palpable que parecía envolverlo todo.

Sus pensamientos se concentraron en la inminente invasión que se aproximaba, sospechando que estaba más cerca de lo que había imaginado inicialmente.

Justo antes de despertar en el palacio de Naboo, cuando aún era Eva, estaba con sus amigos, riendo sin preocupaciones. Todo cambió en un instante. Cruzó la calle, un golpe, gritos desgarradores... y luego, oscuridad.

No recordaba mucho más que eso, solo lo básico de su vida antes de despertar en Naboo.

Sus sueños eran raros, como si su mente jugara con fragmentos que no terminaban de encajar. No eran de Dalia, pero tampoco parecían suyos. Eran demasiado nítidos, demasiado precisos... y eso le daba escalofríos.

Hoy era su primera reunión oficial, y sentía un nudo en el estómago mientras se preparaba. Sentía que tenía la peor suerte del mundo.

Suspiró, ajustando un poco la tela del vestido. No importaba cuánto lo intentara, nunca se sentiría completamente cómoda con estas prendas. Las sirvientas la miraban sin sorpresa, lo que solo confirmaba su sospecha: Dalia tampoco disfrutaba de esto.

Era como caminar por un lugar que conocía y desconocía al mismo tiempo.

Su decisión de asistir a la reunión se tambaleó cuando casi se cae en el pasillo. Si no hubiera sido por Hanna, una de las sirvientas más cercanas a Dalia —supuso eso con el poco conocimiento que poseía por el momento—, habría terminado en el suelo.

Maldijo en un susurro que no pudo silenciar a tiempo. Se giró para observar a las chicas a su alrededor, quienes la miraban con una sorpresa poco disimulada.

—Lo siento —dijo rápidamente, sintiendo la vergüenza subirle al rostro—. No quise decir eso.Se mordió la lengua con fuerza para no reír por toda la situación.

—No se preocupe, mi lady.

—Mi señora, llegaremos tarde.

Y tenía razón. Su demora al elegir el atuendo, sumada a la torpeza del momento, definitivamente les estaba haciendo perder tiempo.

Eva suspiró, intentando recuperar la compostura.

—Sí, sí, ya voy —dijo, acomodándose el vestido con un ligero fastidio.

"Hora de fingir que sé lo que estoy haciendo", pensó con resignación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Intentó, de verdad, intentar recordar lo que ocurrió en la reunión.

Había tenido la oportunidad de escuchar las palabras vacías de Palpatine, pero el simple hecho de pensar nuevamente en él la llenaba de una sensación de incomodidad profunda, casi enfermiza.

Ese hombre, con su sonrisa amigable y sus promesas dulces, se transformaba en un monstruo en su mente. Cada vez que trataba de revivir las palabras que habían intercambiado, un nudo de angustia le oprimía el pecho.

Sabía que él estaba manipulando a todos, pero lo peor era que era la única que lo sabía. Y eso la hacía sentirse atrapada en una pesadilla de la que no podía escapar...

Cuando Padmé le hizo un gesto, Dalia se dio cuenta de que era momento de moverse. No podía quedarse sentada aquí, pensando en Palpatine mientras el planeta se desmoronaba a su alrededor.

Las manos de Dalia temblaban ligeramente mientras corría para disfrazarse rápidamente junto a Padmé.

En medio del apuro, una punzada de vergüenza la atravesó al ver las ropas de las sirvientas, las mismas que antes se había burlado.

Se sentía como una cortina andante, la tela pesada y restrictiva rozando su piel a cada paso. Había sido tan superficial en sus pensamientos antes.

Sabía que era un pequeño sacrificio comparado con lo que realmente estaba en juego.

El recuerdo de su muerte se hacía más claro, junto con escenarios de una vida que no era suya. Aunque sigue sin entender del todo lo segundo, elige suponer que es la Fuerza la que le está enseñando la vida de Dalia y que también fue la Fuerza la que la trajo a este mundo, una simple teoría que escoge creer por el momento.

Lo único que hace ahora es mirar al joven Obi-Wan, cuyo cabello, en su opinión, no le favorece en absoluto.

Inclina la cabeza por inercia cuando Padmé le da un leve golpe, reprendiéndola sutilmente por su curiosidad hacia los Jedi en ese momento.

Sus dobles podían interpretar sus papeles a la perfección. La manera en que imitaban los gestos, la postura y hasta el tono de voz era impresionante.

Dalia las observó en silencio, preguntándose cuánto tiempo habían dedicado a perfeccionar ese arte. No podía evitar sentirse pequeña en comparación, como si ella fuera la impostora y no ellas.

El capitán Panaka dio las últimas instrucciones mientras los soldados aseguraban la zona. Padmé, con su expresión nerviosa, no dejaba de sostener su mano, y los Jedi ya estaban listos para escoltarlas.

Todo sucedía como en las películas: el escape de Naboo estaba en marcha.

Dalia se ajustó la capa y subió tras los demás, sintiendo la vibración de la nave al encenderse.

—Me molesta la capa.

Fue lo primero que salió de su boca en cuanto estuvieron a salvo. No era lo que realmente quería decir, pero era lo único que pudo expresar sin que su voz temblara.

Se aferró a la tela con los dedos, tratando de distraerse. Había visto demasiados disparos, demasiados droides destruidos, y aunque sabía que eran solo máquinas, la imagen aún le revolvía el estómago.

No estaba segura de poder acostumbrarse a esto.

Sintió su garganta seca y susurró apenas para sí misma:

—Y quiero agua...

Con los disparos contra la nave, no dudó en aferrarse al brazo de Padmé, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. El estruendo de los impactos resonaba a su alrededor.

—Desearía poder ver —susurró, sentada en la sala rodeada de sirvientas y sus dobles. Pensar que algo podría cambiar y que R2-D2 pudiera morir la inquietaba.

Si eso sucedía, sabía que la historia tomaría un rumbo completamente diferente para Anakin en las Guerras Clon.

Trató de salir sin hacer ruido, pero Padmé no tardó en notarlo.

— Voy contigo o no vas —dijo, con una mirada que no admitía discusión.

A pesar de la advertencia, siguió su camino hacia el cuarto donde se encontraban los droides, queriendo asegurarse de que R2-D2 estuviera bien.

El problema era que no tenía idea de dónde estaba el cuarto. Había visto la nave en las películas, sí, pero una cosa era verla desde una pantalla y otra recorrer sus pasillos estrechos y prácticamente idénticos.

Tomó un par de giros equivocados antes de que lograra orientarse, obligándose a recordar cada detalle que pudiera. En el tercer intento, vio a un par de mecánicos salir de una puerta lateral, comentando algo sobre los droides de mantenimiento.

Ese debía ser el lugar.

—Solo me pidieron limpiar a los droides —respondió con la mayor naturalidad posible cuando un piloto le bloqueó el paso.

Él la observó con desconfianza, pero tras un momento de duda, terminó por dejarla ir, aunque no parecía del todo convencido.

Para su dichosa suerte—para nada—, Padmé apareció a su lado, con el ceño fruncido y un aire de estrés evidente.

—¿Puedes dejar de hacer eso? —cuestionó Padmé en cuanto el piloto desapareció de su vista.

Dalia solo le sonrió con inocencia antes de tomar su mano y arrastrarla dentro de la habitación.

—Solo quiero ver a los droides, ¿sí? —murmuró Dalia, sin soltar la mano de Padmé—. No puedo sacarme de la cabeza la imagen de ellos destruidos... Quiero ver al que salvó la nave.

—¿Cómo sabes eso, que ese droide salvo la nave?— Susurra mirando a R2-D2.

—...El piloto me lo dijo antes de que llegaras— Aseguro mirando a otro lado, casi afirmándolo.

—No puedes estar cerca de los Jedis ni viendo esas confrontaciones— Advierte creyendo que su comportamiento se debía a su curiosidad y lado infantil.

Tomó un trapo al azar, con la intención de limpiar a R2-D2. La idea parecía simple, pero en cuanto acercó la tela al droide, se quedó en blanco.

¿Cómo se suponía que debía hacerlo? No era como limpiar un mueble o una prenda... ¿Se dañaría si lo hacía mal?

Movió el trapo sobre la superficie con torpeza, esperando que al menos sirviera de algo. R2-D2 emitió un pitido, y aunque no entendía del todo su significado, tuvo la clara sensación de que se estaba riendo de ella.

—¿Te estás burlando? —murmuró con una pequeña sonrisa—. Solo intento ayudar. Soy una princesa, pero eso es un secreto, ¿vale?

El droide respondió con una secuencia de sonidos más larga. Dalia frunció el ceño y suspiró, preguntándose si acababa de ser insultada.

—No sé qué estás diciendo, pero tienes carácter.

R2-D2 continuó emitiendo pitidos y silbidos, como si estuviera disfrutando de la conversación. Dalia lo miró con incredulidad. ¿Se estaba divirtiendo a costa de su ignorancia? Se suponía que debía estar acostumbrada a estos droides, pero la verdad era que apenas entendía lo básico

Lástima que ahora estaría obligada a aprender sus idiomas si no quería quedar como una completa inepta en medio de conversaciones importantes.

Suspiró y le dio un par de palmaditas torpes al droide, más para su propia tranquilidad que para la del pequeño héroe metálico..

Dalia rodó los ojos con una sonrisa divertida y volvió a mover el trapo sobre la superficie metálica de R2-D2.

—Voy, voy —murmuró, fingiendo fastidio.

El droide pitó de nuevo, esta vez con un tono que le pareció más exigente.

—¿Eres siempre así de mandón o solo conmigo? —arqueó una ceja mientras intentaba quitar una mancha más resistente.

R2-D2 respondió con una serie de pitidos y silbidos, y Dalia no pudo evitar reírse suavemente.

—¿Me estás contando tus aventuras? —repitió Dalia, haciendo un gesto exagerado con las manos. —Tengo el presentimiento de que tendrás muchas más geniales... ¿cierto?

R2-D2 emitió un par de pitidos rápidos, como si intentara contestar a la broma de Dalia, lo que la hizo sonreír nuevamente.

Estaba tan absorta en el pequeño diálogo con el droide que casi no notó cuando Padmé se acercó.

—¿Te ayudo? —preguntó, tomando otro trapo.

Dalia solo asintió, todavía concentrada en los sonidos que emitía R2-D2, intentando comprender lo que le decía.

"Lastima que fue el único que sobrevivió," murmuró para su hermana, quien asintió.

"Evitaremos tantos sacrificios como podamos," susurró Padmé, "estamos en una posición de poder para lograrlo."

R2-D2 emitió unos pitidos suaves, como si estuviera de acuerdo.

 

Notes:

Las actrices que son la apariencia de Dalia son Florence Hunt, Sarah Bolger y Natalie Dormer. (En ese orden de las etapas)

Chapter 5: El inicio del caos

Summary:

Eva, atrapada en el cuerpo de Dalia, una niña de 12 años, continúa su travesía en una galaxia muy, muy lejana.

Notes:

¡Nuevo capitulo!
Y muy emocionada por la interacción con Anakin.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—¿Ahora sí deseas usar ese tipo de vestidos? —Padmé, de pie a su lado, esbozó una pequeña sonrisa mientras contemplaba el vestido con una pequeña sonrisa.

—Es bonito... —murmuró Dalia, quejándose mientras acariciaba los detalles y los patrones de la tela.

—Y es tuyo.

Dalia volteó hacia Padmé con una mueca.

—Sigo sin entender por qué hay un clóset para nosotras en las naves.

Lo había notado mientras buscaba algo que ponerse para acompañar a Padmé. No quería quedarse dentro de la nave y dudaba que su presencia cambiara demasiado los eventos.

No la pueden culpar por su ingenuidad.

Visualiza un atuendo ideal para un planeta desértico: una túnica ligera de tonos beige y dorados, con telas transpirables que se mueven con el viento. El diseño mantiene detalles tradicionales —bordes finamente bordados y un cinturón con símbolos de Naboo— pero está lejos de ser tan pomposo como los vestidos ceremoniales, gracias a Dios.

Algo cómodo, elegante y funcional. Eso la hace sonreír, aunque la sonrisa se desvanece rápido al notar que Padmé ya no está.

Ni siquiera recuerda qué le dijo antes de marcharse, absorta como estaba en la sala que parecía brillar con una luz irreal.

—Tal vez debería ir tras ella, ¿no? —murmura, nerviosa, intentando recoger su cabello, pero no encuentra ninguna liga cerca.

Suelta un bufido mientras gira hacia la puerta, cruzando los brazos con leve frustración. Espera encontrar a Padmé antes de perderse por completo en esos pasillos idénticos que parecen un laberinto. Aunque ha caminado por ellos varias veces, siguen confundiéndola con facilidad.

—¿Como se abre?

"Vamos, Eva... o Dalia... o lo que sea ahora", se dice mentalmente mientras tantea por la pared, buscando algún tipo de interruptor. Su mirada se alza, detectando una pequeña protuberancia en la parte superior de la puerta. Se estira sobre las puntas de los pies, maldiciendo su estatura infantil.

—Casi... lo... tengo— musita con el ceño fruncido.

Pero la gravedad no está de su lado. Su equilibrio cede, y con un torpe movimiento cae de espaldas, soltando un leve quejido ahogado cuando su trasero impacta contra el suelo con un golpe seco.

"¿Enserio todo para que eso solo sea decoración?"

Justo en ese momento, el inconfundible sonido del panel deslizándose resuena, y la puerta se abre. Dos personas que no termina de determinar sus rasgos al recuperarse de la vergonzosa caída.

—¿Estás bien? —pregunta una voz grave.

Obi-Wan Kenobi la mira desde arriba, con el ceño levemente fruncido. A su lado, Jar Jar Binks se asoma con sus característicos ojos saltones y una expresión mezcla de sorpresa y confusión.

Eva parpadea, aún sentada en el suelo.

—Esperaba que una compañera estuviera por aquí —habló lentamente, reconociendo al Jedi frente a ella.

Obi-Wan Kenobi. Un personaje del que Eva no tenía una opinión clara. Prefería no adelantarse con juicios; no le gustaba tener prejuicios hacia la mayoría, especialmente en su situación actual.

Jar Jar ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Tú mecánica o algo así? ¿Sirvienta técnica? Porque mesa nunca vio a ti antes...

—No lo creo —respondió ella con una sonrisa tensa—. Solo he visto al joven Jedi. Soy sirvienta de la princesa.

Obi-Wan extendió una mano para ayudarla a levantarse.

—En realidad, Padawan —escucho Eva, aceptando la ayuda—, sí creo recordarte cuando se decidió el rumbo a Tatooine.

Dudó un instante de que decir. Pero la verdad no le haría daño. Tal vez, incluso, le ahorraría perderse por horas en los pasillos de la nave.

—Iré a Tatooine junto a otra sirvienta, por orden de la reina —explicó con tono firme—. Pero estos pasillos son... confusos.

Jar Jar asintió con entusiasmo.

—¡Sí, sí! Muchos pasillos. A veces mesa también se pierde.

Obi-Wan hizo una leve mueca ante las divagaciones del gungan, lo que provocó una risa suave en Eva. Su expresión fue tan seria, tan típica de alguien intentando mantener la compostura, que le resultó casi cómica. Continuó la charla con Jar Jar, relajándose un poco por primera vez en el día.

Obi-Wan, al notarlo, también pareció aflojar la postura.

—Si quieres, puedo acompañarte a buscar a mi maestro. Así evitamos cualquier inconveniente.

—Gracias, pero tal vez prefieras quedarte con Jar Jar —respondió con una mueca nerviosa y una pizca de ironía—. Lo más probable es que divague por todo el camino.

Jar Jar parecía dispuesto a seguir hablándole sobre las maravillas (y desventuras) de los pasillos. En ese instante Obi-Wan lo detiene.

—Puedo soportarlo, no creo que seas tan mala compañía.

Obi-Wan la miró de reojo mientras ella seguía observando los interminables pasillos.

—¿Estás seguro de por dónde vas? —preguntó, notando cómo Obi-Wan apretaba los labios, luchando contra una risa. Le pareció que la situación le causaba una especie de divertida compasión.

Dalia se dio cuenta de que él estaba conteniendo el humor ante lo que probablemente se veía como su lamentable falta de orientación.

—Lo siento, no soy muy buena con los mapas... ni con la dirección —admitió, mirando el suelo mientras se seguía ajustando a la nueva realidad. La verdad era que la soledad la estaba matando.

Con un gesto sutil, Obi-Wan comenzó a avanzar, guiando el camino. Dalia lo siguió, disfrutando del simple acto de caminar junto a alguien más.

Jar Jar, por su parte, comenzó a hablar de manera entusiasta, como siempre, sobre temas irrelevantes pero curiosos, lo que provocó una leve sonrisa en Dalia.

—¡Mesa fue a ver al droide sucio! —Le agradó su entusiasmo, a pesar de que estuvo a punto de morir en la mayoría de las historias que le contó.

—¡Mesa pensó que estaba sucio y quería limpiarlo, pero resultó que ya estaba limpio! ¡Muy raro! —Dalia no pudo evitar sonreír. —Tal vez es... ¡mágico!

—Lamento arruinarte la teoría, pero fui junto a una compañera a limpiarlo —expresó la joven, inclinándose divertida hacia Jar Jar.

Dalia miró a Obi-Wan, que había estado escuchando la conversación con una ligera sonrisa en su rostro.

—¿Y qué tal tú? Estoy segura de que tienes muchas historias... Tal vez no las quieras contar porque las de Jar-Jar son mejores —provocó la niña sin mirar al Jedi.

—No creo que haya mejores o peores.

—Podría ser, pero es divertido contarlas. ¿Puedes contarme de la Fuerza? —No sabe si tendrá otra oportunidad de obtener información de la Fuerza, y qué mejor que tenerla directamente de un Jedi... un futuro maestro.

—¿Por qué te interesa? La mayoría solo la ve como magia —opina el futuro maestro.

—Porque parece que son voces en sus cabezas —dice sin pensar. Al instante, se tapa la boca con las manos, mirando al suelo avergonzada. —Lo siento. Lo dije sin pensar.

—No importa, es agradable hasta cierto punto aclarar esos temas. Siempre habrán diferentes opiniones de la fuerza pero no es simplemente algo que cause voces en la cabeza. La Fuerza conecta todo en el universo, nos rodea. Es una energía que fluye a través de todos los seres vivos, aunque no todos son conscientes de ella.

Duda un momento en seguir con su explicación.

—Quizá no sea tan sencillo como parece, pero la Fuerza es una herramienta poderosa.

—Oh, visto así, es algo sumamente poderoso —levanta la mirada—. Es horrible lo que sucede a causa de la Federación... ¿Me concedes autorización para divagar sobre mis preocupaciones, honorable Jedi?

Dalia decide bromear con Obi-Wan, esperando dejar de lado la ansiedad de su situación.

Obi-Wan, que siempre había mantenido su compostura y seriedad, soltó una ligera sonrisa al escuchar la pregunta de Dalia. Su tono se suavizó, mostrándose un poco más accesible.

—¿Autorización para divagar? —repitió, levantando una ceja con una expresión entre divertida y pensativa—. Creo que no soy quien para conceder permisos. Sin embargo, si te ayuda a aliviar la ansiedad, me encantaría escucharte.

—Espero estar dejando una buena impresión por el momento —pronuncia, recordando su caída, si es que estar sonrojada no es una pista de su pensamiento.

—¿De dónde eres? —pregunta de pronto, girándose hacia él con los ojos brillantes de interés—. Estuve investigando sobre muchos planetas, pero sigo sin entender mucho... obviamente, soy de Naboo y es hermoso. ¿Has ido? Es tan verde, todo tan lleno de agua, de vida... incluso los cielos parecen más azules. Aunque, claro, depende del día. A veces hay niebla por las mañanas, como si todo el mundo estuviera bostezando todavía. Me gusta pensar que el planeta también se despierta... ¿Suena tonto?

Se relaja un momento, regulando su respiración.

—¿Cuántos planetas has visitado? ¿Cómo son? ¿Todos tienen cielos como los de Naboo? ¿O hay unos con dos lunas... o sin ninguna? ¿Cómo es el templo de los Jedi? ¿Huele a incienso o es como... no sé, como un tipo de cárcel? ¿Hay más templos como ese, o solo uno? —Hace una pausa, jadeando un poco por haber hablado tan de corrido—. ¿Todos los Jedi viven ahí? ¿Se entrenan desde niños? ¿Y cómo saben que alguien puede sentir la Fuerza? ¿Es como... como un zumbido dentro? ¿O como una voz?

Al final, baja la voz, casi en un susurro.

—Lo siento... perdóname. No era mi intención soltarte todo eso de golpe. Solo... empecé a hablar y, no sé, sentí que si me callaba un segundo iba a estallar. Con todo lo que pasa en Naboo... —suspira, intentando recomponerse con una pequeña sonrisa forzada—. No suelo ser así, lo juro.

Obi-Wan la observa por un momento, serio pero sin dureza.

—No me estás fastidiando —responde con tranquilidad—. Es normal tener preguntas, especialmente cuando todo a tu alrededor está cambiando.

Le ofrece una sonrisa leve, casi imperceptible, pero honesta.

—Puedes hacerme todas las preguntas que quieras.

—A veces... a veces siento que me estoy perdiendo de algo. Como si todos los demás tuvieran todo bajo control, pero yo... yo no. ¿Cómo se supone que uno se siente cuando todo alrededor está cambiando? —Una risa nerviosa se le escapa al divagar sin revelar su verdadero problema, y eso la pone peor—. Es que, no sé... no sé qué pensar. ¡Todo esto está tan raro! ¿Cómo llegamos a estos extremos? Yo... yo debería estar haciendo algo, pero parece que todo se me escapa, ¿sabes? Estoy como atrapada entre lo que debería ser, lo que debería sentir, y lo que realmente quiero hacer.

—A veces, la respuesta está en lo que haces, no en lo que piensas —dice Obi-Wan, luciendo pensativo—. No deberías estar en este estado, siendo tan joven. Si te soy honesto, tengo un mal presentimiento acerca de esta misión pero no me enfocare en eso.

"Ojala fuera tan simple" Otro pensamiento amargo pasa por su mente.

—Es mejor tener esperanza —intenta sonar segura, pero Obi-Wan duda con una sonrisa divertida.

—¡Hey, no te burles! Es cierto, realmente creo que la esperanza es lo mejor que uno puede tener para sobrellevar los problemas, aunque ahora siento que todo exploto ahora. Lo siento por desahogarme así. No debí contarte todo eso tan rápido, pero... de alguna manera, confío en ti, en cómo manejas las cosas.

—Tal vez es por eso que soy Jedi, por las voces internas —dijo Obi-Wan con una expresión burlona.

—Ya no me agradas —respondí, cambiando mi postura y cruzando los brazos.

Obi-Wan se quedó quieto, observándome con una ligera mueca. —¿No debías ir con mi maestro? —preguntó, dirigiéndose a Jar-Jar.

—Tal vez, Mesa no lo recuerda —dijo Jar-Jar, moviendo las manos de manera exagerada, justificándose con más historias sin sentido.

—De todas formas, ya llegamos. Debo quedarme en la nave —respondió Obi-Wan, volviendo a centrarse en el camino. Luego, se giró hacia nosotros. —Irás con Jar-Jar. Vayan rápido, o los dejaré atrás.

Sin esperar respuesta, Obi-Wan se despidió y se alejó, regresando al laberinto de pasillos, dejando a Dalia y Jar-Jar con un grupo de soldados en la puerta.

—¡Adiós, chico de voces internas! —gritó Dalia con diversión, notando cómo todas las miradas se dirigían hacia ella.

"¡No pensé tanto en eso, ¿por que dije eso?!" Pensó, encogiéndose un poco, mientras observaba al grupo que debía seguir. Parecía llegar justo a tiempo para ver la escena que se desarrollaba frente a ella.

—Vamos —susurra al gungan, apenas lanzándole una mirada antes de empezar a correr tras Padmé.

—¡Dalia!— Exclama la verdadera reina al ver cómo su "hermana" casi resbala por la rampa.

—Estoy bien— Suelta con una pequeña risa nerviosa. Su determinación desaparece al experimentar la mirada del grupo.

—Este sol hará pedazos mi piel.

—Sus Majestades han dispuesto que sus asistentes las acompañen —repite el guardia, pero Qui-Gon se niega.

Termina aceptando, aunque ya se arrepiente por el cambio de temperatura. Debí quedarme en la nave, odio el sudor que empieza a surgir por los dos soles del planeta.

—Esto no es buena idea. Estén cerca de mí en todo momento, es peligroso —anuncia el Jedi, lanzándonos una mirada de reojo.

—¿Dónde estabas? —me cuestiona Padmé en un susurro.

—Me perdí, solo eso —explico, observando a Qui-Gon. No parece sospechar que haya algo extraño en mí. Obi-Wan tampoco pareció notar nada. ¿Tal vez no fue la Fuerza la que me trajo aquí?

—Su... Padawan me ayudó —señalo hacia el Jedi, intentando distraerme del calor abrasador. El aire quema en mis pulmones, el sudor corre por mi espalda y estoy segura de que mi rostro ya está tan rojo como un sol.

—Obi-Wan hace eso —comenta Qui-Gon, esbozando una pequeña sonrisa, aunque pronto regresa a su expresión habitual, seria y reservada.

—Tengo la duda de por qué la reina y la princesa las escogieron para observar el planeta —añade, con tono neutral, aunque sus ojos se desvían sutilmente hacia Padmé, esperando una respuesta mayormente de ella.

—No creo que haya una respuesta para eso, solo lo hicieron —respondo por ella con una falsa tranquilidad. Me muerdo la mejilla con fuerza al ser consciente de mi impulso; debo controlar eso desde ya.

Antes de que alguien pueda agregar algo, Dalia se resbala junto al gungan de manera abrupta gracias a la traicionera arena que cubre el terreno.

"Te entiendo completamente, Anakin, la arena es molesta", piensa, frustrada, mientras trata de levantarse sin éxito. El sol no perdona, quemando su nuca, y una gota de sudor le resbala por la sien justo cuando vuelve a intentarlo.

—Dalia —exclama Padmé, acercándose apresurada para ofrecerle la mano. El rostro de la reina disimulada muestra preocupación, pero también una pizca de diversión.

Dalia toma su mano con fuerza, pero al momento de incorporarse, la arena traiciona a ambas y Padmé termina cayendo junto a ella con un pequeño grito sorprendido.

Una risa estruendosa estalla en el aire.

—Lo siento, lo siento —dice Dalia entre carcajadas, sin poder evitar que otra más se le escape mientras trata de sentarse, aún atrapada entre la tela de su ropa y la arena ardiente—. Esto es... patético —añade, riendo un poco más bajo ahora, con una mezcla de vergüenza y diversión.

—Ahora me arrepiento de estar aquí —susurra Padmé mientras es ayudada por el Jedi. Su voz, normalmente firme, suena molesta y agotada.

Dalia también es levantada —Gracias— Dice con una gran sonrisa por experimentar un momento divertido a pesar de los problemas.

Padmé se sacude la falda con brusquedad, desesperada por quitarse la arena que se ha pegado como brasas vivas a su piel.

Qui-Gon las observa de reojo, asegurándose de que ninguna esté herida, antes de continuar caminando con paso firme sobre la arena movediza.

—No bajen la guardia —advierte, sin dejar de avanzar.

—Por lo menos no me caí sola —bromea, dándole un pequeño codazo a la otra chica.

Padmé le devuelve una sonrisa cansada, pero sincera. Agradece esos detalles cuando el estrés de todo sigue ahí.

—Sí, bueno, si vamos a derretirnos, al menos que sea juntas.

—Me sacrificaría por ti —habla Dalia, tomando su mano—. Ahora ayúdame a quitar la arena de la ropa, es horrible —expresa, moviendo la otra mano con una mueca.

Sus pensamientos se desvariaron hacia la futura guerra, a pesar de la explicación de Qui-Gon sobre el planeta y su manejo. Por ahora, prefiere evitar llamar la atención; no quiere cambiar nada todavía.

No quiere escuchar sobre la esclavitud. ¿Por qué? Porque le dan ganas de vomitar al pensar en el sufrimiento, en arrebatarle la autonomía a una persona de esa manera. El agarre de Padmé no desapareció: notó su desconcentración. Solo le regaló una sonrisa para evitar su preocupación.

—Vamos rápido, o me cocinare aquí— Exclama para después soltar una carcajada para alivianar el ambiente.

Al final se termino avergonzando pero eso es otra historia. Su cuerpo simplemente avanzo hacia la civilización.

Tomo la mano de Padme por si una volvía a caer. El sol es demasiado para su cabeza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—Debes dejar de ser curiosa —replica Padmé cuando intento volver a hablar.

Yo solo suspiro, caminando un paso detrás de Qui-Gon. No era mi culpa que todos parecieran criminales. Solo los miré... un poquito. Solo eso.

Mis sandalias patean un poco la arena mientras avanzo, luchando contra el impulso de voltear otra vez hacia los puestos llenos de piedras raras y brillantes. Claro, piedras raras que, según Padmé, no valían ni dos créditos.

No puedo evitarlo. Desde mi perspectiva de artista —o, bueno, de alguien que solía pintar— esas piedras eran exóticas. Unas parecían capturar la luz de los dos soles, como si guardaran dentro un pequeño incendio. Otras se veían opacas y rugosas, pero en formas que me daban ganas de tocarlas, una fantasía en su opinión.

Qui-Gon había tenido que salvarme, literalmente, de terminar regateando por media bolsa de rocas inútiles. Había intervenido justo cuando uno de los vendedores empezaba a agitar sus manos demasiado cerca de mí.

—No me acostumbro a tener tanto cuidado en estas misiones —murmuro para mí misma, esquivando por poco a un droide que pasa rodando.

Llevo suficiente tiempo aquí como para saber las reglas del juego, pero, sinceramente, es difícil borrar de la cabeza costumbres de toda una vida siendo solo... una persona normal. Una civil.

Mi mirada se desliza hacia el Jedi por un segundo. Camina delante de nosotras con una calma imposible, como si el calor y la presión del ambiente no existieran. Yo, en cambio, siento cómo el sudor empieza a escurrirme por la espalda, pegándome la ropa a la piel. Cada paso hace que la tela raspe incómodamente contra mis piernas. Una autentica maravilla.

Sus pensamientos empiezan a concentrarse en algo mucho más simple: "Son geniales... aunque un poquito ingenuos, no voy a mentir."

El cansancio empezaba a filtrarse por cada rincón de su cuerpo, implacable. Las noches de insomnio —cargadas de sueños extraños que ni siquiera quería tratar de entender— dejaban su rastro claro en sus ojeras. Soltó un suspiro, cansado más que frustrado. Seguro ya no quedaba mucho del buen aspecto que había intentado mantener esa mañana.

Con lo demacrada que me sentía, estaba segura de que ya ni el mejor maquillaje de Naboo podría salvarme.

—Brillaban muy bonito —murmuro, más para mí misma que para alguien más, agitando una mano como si pudiera espantar el calor, el bochorno... o, con suerte, mi vergüenza existencial.

Padmé solo resopla y acelera el paso, como si temiera que volviera a causar otro problema.

—Mejor me hubiera quedado en la nave —susurro, viendo cómo la espalda de mi "hermana" se aleja entre la multitud. Intento seguirla, aunque cada paso sobre la arena caliente me hace cuestionarme todas mis decisiones de vida.

Apretando los labios, intento no parecer tan fuera de lugar. Aunque, siendo honesta, entre el sudor, la arena y mi total falta de sentido de "caminar normal" en un mercado peligroso, probablemente ya estaba en la lista de los blancos fáciles.

Su figura llegó corriendo para alcanzar al grupo, el calor pegándole con fuerza y haciéndola resoplar sin elegancia. Intentó encogerse un poco bajo la mirada de Qui-Gon, aunque pronto dejó de importarle. Fingir perfección en un planeta que parecía empeñado en derretirla resultaba absurdo.

Apenas cruzaron el umbral de la tienda, el ambiente cambió. El aire seguía igual de pesado, pero olía a polvo, a metal viejo, a inventos olvidados en el tiempo. Dalia no pudo evitar mirar a su alrededor con un brillo curioso en los ojos. Las estanterías repletas de piezas oxidadas y artefactos extraños parecían susurrarle para que los explorara.

Seguramente explotaría algo si se atrevía a tocarlo, así que prefirió no tentar al destino, al menos por el momento.

Con una sonrisa traviesa, se adelantó junto al gungan, como quien disimula una misión importante. Si ella no podía acercarse a esas piezas raras, el gungan tampoco. No pensaba ser la única en meterse en problemas hoy.

La tienda de chatarra estaba saturada de calor y polvo, con piezas de metal apiladas hasta el techo de manera precaria.

Dalia, a pesar del aire sofocante y el olor metálico que impregnaba el lugar, no pudo evitar curiosear entre los artefactos, manteniendo de reojo vigilado a Jar Jar, quien parecía al borde de tocar todo lo que brillaba.

Desde el fondo de la tienda, un ser azulón, rechoncho y con alas minúsculas como de colibrí, flotó hacia ellos.

—Buen día —gruñó, en un idioma apenas entendible.

Su nombre, entendió Dalia en un segundo, era Watto.

—Necesito piezas para un Nubian 327 tipo J —explicó Qui-Gon, como si ya conociera la rutina.

Watto soltó un resoplido que parecía una carcajada y giró hacia la trastienda, gritando algo incomprensible.

—Ah, sí, ah, sí. Nubia. Tenemos un montón de eso. ¡Peedenk! Naba dee unko— Una mueca aparece en mi rostro por su voz, me da asco.

—Mi droide aquí tiene una lectura de lo que necesito— Me sorprende su tranquilidad.

De inmediato, un chico de cabellos revueltos y ropa gastada salió corriendo de entre los escombros.

Era tan pequeño como vivaz, aunque lo que realmente llamó la atención de Dalia fue cómo se detuvo apenas la vio.

—¡¿Coona tee-tocky malia?! —habló la criatura azul que, honestamente, me provocaba un leve escalofrío cada vez que se acercaba demasiado a Anakin.

—Mel tassa cho-passa...

Los observé en silencio, parpadeando un par de veces. ¿Era momento de admitir que no entendía ni una palabra de lo que decían? Porque, sinceramente, no estaba captando nada.

Preferí no decir nada y limitarme a sonreír con torpeza, como si todo tuviera perfecto sentido.

Watto soltó otro gruñido impaciente y, después de regañarlo en ese idioma imposible, se giró hacia Qui-Gon, indicándole que lo siguiera hacia la parte de atrás. El maestro Jedi no tardó en desaparecer entre montones de piezas oxidadas junto con el droide. Jar Jar, Padmé y yo nos quedamos frente al mostrador, bajo la mirada curiosa del chico.

Intenté no hacer contacto visual, pero la forma en que me miraba —como si acabara de caérsele el cielo encima— era imposible de ignorar. Hice como que inspeccionaba una de las piezas, aunque no tenía ni idea de lo que estaba viendo. Solo cacharros oxidados, polvo y más polvo.

"¿Por qué me sigue mirando?" Dalia se lo preguntó una vez más, pero la respuesta parecía esquiva. "Quería ver el primer acercamiento entre Anakin y Padmé", pensó Dalia, casi con una sensación de desesperación. Pero esto no era lo que esperaba.

"Sin embargo, no ha dicho la frase icónica", reflexionó, perpleja. Aquella famosa línea que todos sabían de memoria, que siempre se decía de la manera correcta, en el momento justo. Y él no lo había hecho. No había pronunciado esa palabra, esa frase que significaba tanto. "¿Por qué no lo ha hecho?"

Anakin estaba sentado en el mostrador, con una pieza a medio limpiar en las manos.

—Pareces una estrella.

¿Qué rayos esta diciendo?

 

 

Notes:

¡Hola!
Gracias por leer, de verdad aprecio su apoyo y sus comentarios.
No duden en dejar sus teorías, críticas (constructivas, por favor) o señalar cualquier detalle que no les haya convencido. También me interesa saber qué cosas no quieren ver en esta historia o si notan incoherencias que se me hayan pasado.

¡Los leo!

Chapter 6: Un posible colapso

Summary:

—Pero si pudiera salvarte... lo haría todo. Lo haría todo por ti.

—¿Incluso perderte a ti mismo? No soportaría perder al hombre que amo.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Pareces una estrella.

—No lo creo.

—¿Por qué no? Eres brillante como una... bonita. Yo veo las estrellas con mi mamá por las noches.

—¿Gracias? Pero no creo que sea lo que piensas, en serio. Te equivocaste de persona —murmura lo último, esperando que Padmé no escuche, aunque es casi imposible estando justo delante de ella.

—¡Nunca podría equivocarme con eso! —exclama Anakin, alzando las manos como si la idea misma lo ofendiera profundamente.

—Es tierno— Dice Padme con una clara sonrisa de su burla hacia su hermana.

—Y tu eres mala.

—No lo soy.

—Claro que si.

—Sigo sin creer que me lo digas a mí —añadió Dalia en voz baja, aún sin procesar del todo lo que acababa de escuchar.

—Tal vez un ángel... Escuché a los pilotos hablar de ellas —dijo con entusiasmo, y luego, como si temiera que no bastara, añadió con un puchero—. Pero estoy muy seguro de que eres una estrella que brilla en cualquier parte.

"No, no puede ser ella su ángel."

Una risita nerviosa apareció sin poder evitarlo. Su cuerpo se movió hacia unos artefactos, agarró uno al azar con las manos temblorosas.

—Estás muy nerviosa —exclamó Jar Jar, sobresaltándola.

—No es así. Solo estoy concentrada en... esto —respondió, mostrando el objeto al resto con una mueca.

No tenia idea de que es en realidad.

Anakin bajó del mostrador con una timidez que jamás había visto en la película. Fue directo hacia ella, sin siquiera mirar a Padmé. Sintió un sudor frío recorriéndole la espalda por lo que estaba presenciando.

¿¡Cómo puede ignorar al amor de su vida!? ¿Qué karma está pagando? ¿Por pensar en el asesinato de sus odiosos compañeros? ¿Es una broma? ¿Sus recuerdos están mal? ¿Esto es por disfrutar tanto los documentales de crímenes?

¿Esto es lo que pasa por reírme de memes sobre la caída de la República? ¿Esto es castigo por reírme cuando alguien tropezó en plena boda?

Su mirada se cruzó con la de Anakin.

No creo que esto sea legal.

No. No es posible. Él debería mirar a Padmé como si fuera lo único que existe. Como si fuera el centro gravitacional de la galaxia. ¡Así es la historia! Pero no... la está mirando a ella.

A Dalia.

A Eva.

Se le heló la sangre. Porque por un segundo —uno peligroso, larguísimo— no sintió culpa, sino vértigo.

—¡Ese lo hice yo! —dijo Anakin, al ver lo que Dalia tenía en las manos. Se acercó con pasos cortos pero entusiasmados—. Bueno, más o menos... tomé pedazos de cosas que nadie usaba y los uní. A veces funciona. A veces hace ruidos raros, pero me gusta así.

Dalia bajó la vista al pequeño aparato, una mezcla de cobre, tuercas y una luz que titilaba débilmente.

—¿Qué se supone que hace?

—Depende. Hoy... una lámpara. Mañana, tal vez sirva para encender una nave entera —respondió con una sonrisa llena de fe, esa que sólo tienen los que todavía no conocen los límites.

—¿Cómo confías tanto en eso?

—Si falla, lo vuelvo a intentar. Todo sirve de algo, solo hay que encontrar para qué.

Ella lo miró, sorprendida por la simpleza de la lógica... y por lo bien que le sentaba.

—Tú piensas así de todo, ¿verdad?

Anakin se encogió de hombros.

—Me gusta arreglar cosas. Pensar que algo que parecía roto puede servir para algo mejor.

Dalia lo miró fijamente. El brillo en sus ojos, el entusiasmo que derramaba sin pudor, lo hacía tan... humano.

—¿Todo esto lo armas tú? —murmuró, observando un artefacto extraño con garras metálicas. Parecía una mezcla entre cafetera y droide de tortura.

—Algunas cosas, sí. Otras las arreglo. Otras intento entenderlas hasta que hacen algo útil... o explotan. Pero eso pasa solo a veces.

Ella soltó una risa. No pudo evitarlo.

Anakin pareció hincharse un poco con esa risa, como si se tratara de un premio.

—Siempre quise construir algo que pudiera ayudar a todos —dijo él, señalando con el mentón uno de sus proyectos—. Algo que evite el dolor. Como un droide que detecte si estás triste y te cuente chistes.

—¿Eso se puede hacer? —preguntó Eva, fingiendo que no se le ocurría en ese momento el algoritmo de varias aplicaciones.

—No lo sé. Pero lo intentaré.

Sonrió, entendiendo por fin a Padmé. Entendiendo de verdad por qué creía que Anakin era bueno.

¿Cómo puede hablar con tanta naturalidad sobre eso? ¿Cuántos niños conocía que construían cosas funcionales con basura y aún así no se creían especiales?

Eva —Dalia— siempre estuvo interesada en crear, en innovar.

Y entonces, sin previo aviso, Anakin le dijo:

—Deberías sonreír siempre.

Ella lo miró, como si le acabaran de hablar en idioma de señas.

¿Perdón?

Ahora siento que me voy a sonrojar.

Esto no es justo.

Estoy en el cuerpo de una niña. ¡Él tiene nueve años!

Es incómodo pensar que Anakin Skywalker está halagando a su cuñada en vez de a su futura esposa.

¿O solo está siendo amable? Eso espera.

"¡No le des importancia!", se dijo a sí misma, casi como una orden militar. "¡No conviertas cada cosa en un drama, Eva! O Dalia. O lo que seas ahora. Respira."

Pero sus pensamientos eran un caos.

Una parte de ella quería salir corriendo. Otra quería quedarse y escuchar hablar a ese niño.

Padmé observaba desde un costado, sin intervenir. Había algo en su mirada... algo suave. Tal vez no celos. Tal vez curiosidad. Tal vez esa intuición que sólo una hermana puede tener.

"Si tan solo supieras", pensó Eva con un nudo extraño en el pecho.

Padmé estudió el lugar con una expresión entre fascinación y desagrado. Los estantes estaban repletos de chatarra apilada, piezas oxidadas y artilugios extraños que parecían haber sido desenterrados de algún basurero espacial. Dalia siguió a su hermana, caminando con cuidado entre los montones de chatarra.

Anakin, que no había dejado de observarla desde que entraron, aprovechó un instante para acercarse a Padmé.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Padmé con suavidad.

Anakin se encogió de hombros, el brillo infantil en sus ojos opacado por algo más pesado.

—Desde muy pequeño, creo que a los tres años. Mi madre y yo fuimos vendidos a Gardulla la Hutt, pero nos perdió, apostando en las carreras de vainas.

Padmé frunció el ceño, como si intentara entender lo que acababa de escuchar.

—¿Eres... un esclavo?

Por Dios, Padme, ese tacto.

Las palabras salieron sin intención de herir, pero Dalia sintió cómo Anakin se tensaba. Lo vio cerrar los puños, sus nudillos poniéndose blancos mientras sus ojos se alzaban desafiantes hacia Padmé.

—¡Soy una persona! Me llamo Anakin.

El tono era firme, casi áspero. A Dalia le dio un vuelco el corazón.

—Lo siento —dijo Padmé, bajando la mirada—. No lo entiendo del todo. —Sus ojos recorrieron el lugar de nuevo—. Este lugar me resulta extraño.

Anakin soltó un resoplido, volviendo a la normalidad.

Pero antes de que pudiera decir algo más, un ruido metálico llenó la tienda. Dalia se giró justo a tiempo para ver a Jar Jar jugueteando con un pequeño droide con aspecto de bola. Jar Jar empujó su nariz y, de repente, el droide cobró vida, extendiendo patas mecánicas y comenzando a marchar descontroladamente, derribando cajas y esparciendo piezas por el suelo.

—Oye... —dijo Anakin, levantando las cejas al ver el caos.

—¿Qué? —Jar Jar intentaba aferrarse al droide, pero este lo sacudía de un lado a otro.

—¡Golpéale en la nariz! —gritó Anakin, acercándose para intentar ayudar.

Jar Jar asintió desesperado y, en un movimiento torpe, golpeó la nariz del droide. La máquina se derrumbó de inmediato, volviendo a su forma original y dejando a Jar Jar temblando en el suelo.

Padmé y Anakin rieron, el sonido claro y despreocupado. Dalia no pudo evitar sentir una punzada al verlos. Ahí estaba. El comienzo. La conexión. Por fin.

Pero Anakin miró a Padmé solo un segundo antes de volverse hacia Dalia.

—¿Estás bien?

Dalia parpadeó, tragando saliva.

—Sí. Todo bien. Solo...cansada.

—¿Y tu de donde eres?— Pregunto dejándome indefensa ante su mirada inocente.

Dude un poco en responder —Naboo.

—He oído de ese planeta, dicen que es muy hermoso. Me gustaría visitarlo.

—Tal vez en un futuro— Hablo bajando la voz.

De nuevo le ofreció otra sonrisa, esperando que pronto terminara esa sensación dentro suyo. La reconocía, pero no del todo. Era como un déjà vu, pero más profundo, más desconocido.

Anakin seguía observándola con esos ojos grandes y curiosos, como si intentara descifrar algo en su expresión. Era un niño, pero había algo en él que parecía tan... viejo. Algo que le resultaba familiar de una forma que no podía explicar.

El dolor de cabeza volvía a incrementar. Esperaba que no fuera insolación.

Dalia se obligó a apartar la mirada. Sentía el corazón latirle en las sienes. ¿Era esa la sensación de estar cayendo o de estar recordando? ¿O ambas cosas al mismo tiempo?

Las visiones solían aparecer en sus sueños, no mientras estaba despierta. Sin embargo, allí estaba, de pie en medio de una sala enorme y desconocida, envuelta en la luz dorada del atardecer.

Eva no reconocía el lugar, pero la sensación era tan densa que le costaba respirar. Las paredes blancas, los ventanales que mostraban el interminable cielo de Coruscant, las plantas perfectamente cuidadas en las esquinas... Todo tenía un aire opresivo, como un museo donde nada estaba realmente vivo.

—¿Pero si pudiera salvarte...? Lo haría todo. Lo haría todo por ti.

Esa voz.

Eva tragó saliva. Un nudo le apretaba el pecho, tensando cada músculo. Se pasó una mano por la frente, notando que estaba empapada.

Esto no está pasando. Esto no es real.

Pero sus pies no se movieron. No podía apartar los ojos de la escena frente a ella.

En el centro, la mujer estaba de pie, firme y recta como una estatua de mármol. La tela suave de su vestido rozaba el suelo, enmarcando un cuerpo esbelto y estilizado. Su cabello caía en suaves ondas oscuras, rozando la tela blanca del vestido que parecía flotar a su alrededor. Pero era su rostro lo que capturaba toda la atención: ojos oscuros, llenos de tristeza contenida, como si cargara el peso de un universo entero en su mirada.

Anakin estaba frente a ella. Más alto, más adulto, más sombrío. Sus ojos ardían con una intensidad febril, cada paso hacia la mujer resonando en la sala como un trueno.

La mujer apretó los labios. Su voz salió frágil, pero firme:

—¿Incluso perderte a ti mismo? No soportaría perder al hombre que amo.

Eva sintió un tirón en el estómago. Había algo en el tono de esa mujer que le resultaba terriblemente familiar.

La tensión en la sala era palpable.

Eva trató de moverse, de acercarse, pero sus piernas estaban clavadas al suelo. Quería hablar.

Anakin dio un paso hacia ella, los labios apretados. Las venas del cuello palpitaban, y su respiración era tan pesada que Eva podía oírla desde donde estaba.

—No entiendes... —susurró él—. No entiendes lo que puedo perder.

Eva sintió un nudo en la garganta. No podía apartar la vista de las manos de Anakin, aún flotando en el aire, atrapadas entre querer tocar a la mujer y no atreverse a hacerlo.

Los ojos de la mujer descendieron hasta esas manos, que temblaban en el aire, tan cerca y tan lejos a la vez. Ella retrocedió un paso.

—¿Y qué hay de lo que ya perdiste?

Eva cerró los ojos, el aire denso y pesado. Esa pregunta volvía aparecer en su cabeza como un eco imposible de ignorar.

La mujer se abrazó a sí misma, sus uñas clavándose en la piel de sus brazos. Pero sus ojos se endurecieron.

—¿Y qué hay de lo que ya perdiste?

Anakin permaneció inmóvil, los puños apretados, las respiraciones entrecortadas como si cada palabra hubiera sido un golpe directo al estómago.

—No puedo perderte a ti.

La mujer bajó la mirada, las lágrimas deslizándose por sus mejillas. Dio un paso atrás, el vestido ondeando tras ella como un espectro blanco.

—Eso nunca dependerá de ti, Anakin.

Eva sintió un vacío abrirse en su estómago, un agujero negro que amenazaba con consumirla. Un frío abrasador le recorrió la piel, dejándola temblando.

—Tienes que recordar. ¡Ya, o todo será en vano! ¡Sálvalos! No tengo fuerzas para explicarte más. Por favor, sobrevive...

Pero antes de que pudiera procesar lo que escucho, Anakin dejó caer los brazos a los costados. La mujer se volvió, caminando hacia la puerta con pasos lentos, casi etéreos.

—¡Espera! —gritó Eva, dando un paso adelante.

Pero cuando parpadeó, estaba otra vez en la tienda de Watto. La luz era demasiado intensa, el aire cargado de olores a metal y grasa. Las voces de Anakin y Padmé sonaban a su espalda, riendo por algo que Jar Jar había hecho. Todo parecía normal.

Pero el temblor en sus manos decía lo contrario.

Se llevó las manos a la cara, respirando hondo. No estaba sudando; estaba empapada.

—Estás bien, Dalia —se dijo a sí misma, bajando las manos lentamente. Porque si no hablaba, si no se daba una orden clara, se iba a desmoronar allí mismo.

Pero el eco de esas palabras seguía vibrando en su mente, como un fantasma que no podía sacudir.

Notes:

¡Hola, queridos lectores del caos! Otro paso más sobre el primer encuentro de nuestra parejita, y por fin les muestro la primera visión —para ustedes como lectores—, porque no fue la primera para Eva/Dalia. Aunque ninguna fue tan impactante como esta.

¿Teorías? No tengan pena de comentar sus opiniones o discrepancias sobre esta historia.

Estoy abierta a críticas sin problema, ¡por favor! Mientras escriban, estaré agradecida.

Dejé corto el capítulo porque ando con varias ideas para la próxima escena y no termino de decidirme, así que el próximo capítulo será más largo por eso mismo, o tal vez lo divida. Pero lo tendrán pronto, según mis tiempos, jajaja.

¡No olviden comentar y dejar sus felicitaciones!

No queremos lectores fantasmas.

Chapter 7: Tormenta

Summary:

Eva sigue enfrentándose a un mundo que apenas empieza a recordar, y esta vez… las emociones vienen cargadas.
Jar Jar, Shmi, Anakin y esa sensación de que todo puede cambiar con una sola decisión.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Esta es tu vida ahora. Nada es tan simple como parece.

...

—No tengo más tiempo. Lucha contra lo que ya conoces.

 

 

 

Eva, aunque no lo parezca, disfruta sus horas de sueño. Sus ojeras podrían decir lo contrario, pero son el resultado de lo que ha decidido llamar sus momentos perdidos.

Pequeños destellos de lucidez que, de alguna forma, le han dado más certeza sobre quién es.

—Has estado muy pensativa desde tu enfermedad —dice Padmé. La voz de su hermana la envuelve y le provoca un ligero escalofrío.

Un ligero escalofrío le recorre la espalda. Es difícil acostumbrarse a su presencia, por mucho que lo intente. Eva solía tener una hermana mayor. Fue ella quien le presentó la saga de películas. Pero más allá de ese detalle trivial, no recuerda mucho más. Solo quedan emociones dispersas y esos escalofríos que la hacen cerrar los ojos, esperando atrapar algo más sólido.

—Ser princesa no debe ser fácil —murmura Eva, esbozando una sonrisa que pretende funcionar como distracción. Aunque no está segura de a quién intenta convencer más.

—Estoy preocupada. Siento que estás cambiando. ¿Extrañas a Sola? Siempre has sido más cercana a ella.

Eva parpadea. ¿Qué se supone que debe responder? ¿Que ni siquiera sabe quién es Sola realmente?

—No creo que sea el momento de decidir eso.

Padmé parece sorprendida por la respuesta. Un silencio incómodo se instala entre ambas, como una cuerda tirante a punto de romperse. Eva reflexiona, consciente de que su tono sonó demasiado seco. Demasiado brusco para los doce años de Dalia. Y demasiado distante para alguien que debería ser cercana a su hermana mayor.

¿Dalia es siquiera cercana a Padme?

Tal vez la verdadera Dalia habría respondido de otra forma. Pero Eva no tiene la energía para fingir ahora.

¿Estoy equivocada? ¿Debería seguir mis instintos o fingir los doce años que se supone que tengo?

Soy Eva. Soy Dalia. ¿Soy ambas o ninguna? Si sigo fingiendo, tal vez pierda la poca cordura que me queda.

"Mantén el equilibrio"

Mi odio por el equilibrio esta creciendo considerablemente.

—¡Dalia! —Padmé me toma del brazo con fuerza, evitando que me tambalee.

¿Qué demonios...?

—Lo siento, lo siento —susurro, forzando una sonrisa, esta vez un poco más sincera.

Padmé me observa con ojos muy abiertos, escaneando mi rostro como si esperara encontrar alguna pista de lo que realmente me ocurre.

—Seguramente es la insolación —digo, tratando de restarle importancia—. Una tontería si me lo preguntas. Tal vez debí elegir el otro atuendo que me recomendaste.

Intento reír, pero la risa sale débil.

Padmé no parece convencida. Sus manos siguen en mis brazos, cálidas, pero firmes. Me revisa de pies a cabeza, con una preocupación que nunca vi en ella ni siquiera cuando estaba realmente enferma.

"Siempre has sido enfermiza, Eva. Debería obligarte a tomar más vitaminas."

Otro recuerdo flota en mi mente, un eco amortiguado, casi distorsionado.

¿Esa es mi verdadera hermana? Lo supondré por el momento.

Eva intenta recordar el rostro de su hermana, pero solo le vienen fragmentos. La voz, un olor, una tarde viendo películas... pero el rostro sigue borroso.

La culpa invade su sistema, ardiendo bajo su piel.

Padmé roza mi brazo, el contacto cálido me hace temblar.

—¿Deseas agua?

En ese instante, un destello. Un Anakin angustiado aparece en mi visión, su expresión atormentada como un fantasma sobrepuesto a la realidad. Parpadeo. Y se desvanece.

¿Por qué los estoy preocupando tanto?

—Sí, por favor. Gracias —respondo, aceptando el vaso de agua con manos temblorosas.

Hace algunas semanas, Eva sintió ganas de llorar. Ahora, esa necesidad crece con el contacto de Padmé, con el calor reconfortante de sus manos, con el miedo a olvidar incluso lo poco que aún retiene.

—Dalia, esto no es normal. ¿Me estás ocultando algo? —insiste Padmé, mientras me ayuda a beber.

Un nudo se forma en mi garganta. Las palabras se arremolinan, peligrosamente cerca de la superficie. ¿Qué haría Dalia? ¿Qué haría Eva?

—¿Ocultando? No, claro que no. Padmé, hiciste que un droide médico me revisara durante semanas antes de llevarme a esa reunión. Solo fue la insolación.

Trata de evadir su mirada pero es imposible. Siente que la culpa crecer.

Espero que haya sido la insolación y no el maldito equilibrio.

El equilibrio no me trajo aquí. Algo mucho más estúpido lo hizo. Y lo sé.

Desde la visión de antes —que ahora he colocado en mi carpeta mental de recuerdos que podrían ser de otro mundo o del futuro—, me he prometido reflexionar sobre lo que vi. Pero no ahora. No aquí. Cada escena que vivo parece importante, y ni siquiera he tenido tiempo para procesar lo que ya he cambiado.

Me va a doler la cabeza otra vez.

—¡Jar Jar cree que debes descansar! ¡Ese sol te quemó la piel y arruinó tu salud! —protesta cerca de nosotras, discutiendo con el aire como si pudiera convencerlo.

Sin poder evitarlo, suelto una carcajada que resuena por el local. Es imposible no adorarlo. Por un instante, logra hacerme olvidar todo.

—Tal vez tengas razón —responde, pasando una mano por su rostro empapado.

No sé si estoy limpiando lágrimas de risa o sudor.

—Gracias, Padmé, en serio te lo agradezco. Pero si algo me pasa, dudo que pueda decírtelo ahora aunque no me pasa nada, enserio—intento explicar, buscando ganar su confianza. Será mi primer paso en este mundo: crear conexiones. Aunque si Padmé sospecha o desconfía, podría ser un obstáculo en el futuro.

Espera que con eso deje de sospechar.

La voz de Padmé era tan cálida como la de... ¿Cómo se llamaba? No, no podía recordar. Pero sí recordaba la forma en que le acariciaba el cabello cuando estaba enferma. El mismo gesto que Padmé hacía ahora.

—¿Segura que estás bien? —volvió a escuchar a Anakin, y solo asentí con una sonrisa.

—No debes preocuparte tanto, estaré bien.

—¡Esto es culpa de los soles! ¡Culpa de Tatooine! —se quejó con vehemencia durante varios minutos, pero terminó relajada a causa de su puchero.

—¡Por eso odio este planeta...! ¡Y la arena! Aunque mi mamá dice que es calido pero ella siempre ve el lado bueno de las cosas malas así que...— No ha parado desde entonces.

—¿Quieres más agua? —vuelvo a escuchar a Padmé.

—Gracias, gracias —respondo, tomando el vaso que me ofrece y bebiéndolo de un solo sorbo.

Creo que sí tengo insolación... malditos soles.

—No quería preocuparlos sin razón, lo lamento mucho —dijo, con la mirada clavada en el suelo.

Parecía que quería escapar con todas sus ansias.

—No deberías disculparte, no fue tu culpa —pronunció el más joven, acercándose un poco más a Dalia.

Claro que fue mi culpa.

Pero no estoy lista para una conversación. Y mucho menos para una discusión.

Así que simplemente asiento. Una, dos veces. La expresión de "estoy agotada, pero todo bien" que se supone que ya debería haber perfeccionado a esta altura.

Me concentro en respirar. En sostener el vaso. En no mirar a nadie por demasiado tiempo.

—Creo que un poco... aunque me sorprende tu preocupación. Me conoces hace apenas unos minutos —respondo, y esa es la verdad.

Mis palabras salen más suaves de lo que esperaba, casi con un dejo de curiosidad genuina. Tal vez fue un intento de poner una barrera. Tal vez no.

Jar Jar sigue hablando en segundo plano, y por una vez le agradezco en silencio. Su voz llena el espacio y me da una excusa para no tener que seguir explicando lo que ni yo entiendo.

—Eres... brillante. No hay otra manera de explicarlo —dice Anakin, con un leve enrojecimiento en las mejillas.

¿Brillante?

¿Esa es la razón detrás de su preocupación hacia mí?

No sé si debería sentirme halagada... o asustada.

La palabra se me queda pegada en la mente como una chispa mal ubicada. Porque no la dijo como algo trivial. No fue un cumplido vacío. Fue... genuino.

—¿Brillante cómo? —pregunto, sin poder evitarlo.

Mi voz suena más interesada de lo que pretendía.

Anakin se encoge de hombros, como si la respuesta fuera obvia.

—Brillante al sonreír... o al reír. Simplemente iluminas el lugar en el que estás, y ni siquiera pareces darte cuenta —responde, como si no le importara en absoluto cómo suena.

Brillante al sonreír. Al reír. Como si yo pudiera iluminar algo más allá de mis propios colapsos mentales.

Quiero decirle que está equivocado.

Que no me reconozco.

Pero él me mira con esos ojos enormes y convencidos, y por una vez, no tengo ganas de romper la ilusión.

—Me siento halagada —digo, relajándome por primera vez gracias a Anakin.

Normalmente es Jar Jar quien logra hacerme reír o distraerme... pero Anakin suele tener el efecto contrario.

¿Por qué todo sigue cambiando?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Piensa en todos sus errores, todos y cada uno de ellos. Ahora todo parece ser ligeramente diferente. No sabe que analizar con exactitud. No sabe por dónde empezar.

Y la mirada que se posa en ella no ayuda demasiado en su opinion. Sentirse observada es de lo peor por nada menos que por Qui-Gon.

La mirada que se posa sobre ella no es agresiva. No es inquisitiva. Es peor.

Como la de alguien que espera que tú mismo confieses lo que aún no sabés que hiciste.

Dalia intenta ignorarlo. Mira a Padmé. Mira a Jar Jar.

No funciona.

No es la primera vez que alguien la observa con desconfianza.

Pero esta vez no hay autoridad ni juicio.

Solo... curiosidad.

Y eso es más aterrador.

Porque si Qui-Gon Jinn, con toda su serenidad Jedi, empieza a hacerse preguntas...

No tardará en querer respuestas.

Y ella no puede darselas.

Eva lamenta profundamente haber dejado en el palacio su documento con todos los recuerdos de la saga. Empezar a olvidar detalles tan importantes como los diálogos con la madre de Anakin la llena de ansiedad. Esa charla era clave, no solo emocionalmente, sino como pieza del rompecabezas que podría ayudarle a tomar mejores decisiones.

Sin ese documento, cada recuerdo que se desvanece es como una advertencia silenciosa: no puede confiar en que su memoria resistirá el paso del tiempo... o la presión.

Y sin información clara, cada decisión se vuelve una apuesta peligrosa.

Tiene una misión clara: construir relaciones sólidas con los personajes canon, no por manipulación, sino por estrategia emocional. Ellos son los pilares de este mundo. En algún momento puede necesitar que confíen en ella, que la escuchen, que actúen a su favor. Especialmente si llega el momento de intervenir en los grandes eventos.

Pero no es tan simple como mover fichas. Si cambia demasiado, la trama puede colapsar. Si se apega al guion, las muertes serán inevitables. Y Palpatine... Palpatine podría estar moviendo hilos más profundos de lo que ella alcanza a imaginar a este punto de la línea temporal.

Y luego está Anakin.

El dilema central. Si evita que se case con Padmé, ¿ayudará a que no caiga? ¿O lo empujará más rápido hacia la oscuridad por la falta de apego y amor?

Cada pequeña acción tiene consecuencias. Empieza a comprender que salvar vidas no significa actuar, a veces significa esperar, callar... o incluso perder.

Necesita recuperar ese documento. O empezar uno nuevo. Anotar todo lo que recuerde ahora, aunque sea borroso, antes de que desaparezca también. Su primer paso —tejer relaciones sinceras y estratégicas— sigue firme. Pero cada paso siguiente será más difícil sin un mapa claro.

Debería caminar más rápido.

Sentir la arena en el viento, no lo recomienda. Aun así, algo más le incomoda. No es el viento. Es... esa sensación molesta que se instala en la nuca, como si su cuerpo supiera algo que su mente aún no ha procesado.

La túnica le pesa. El calor se pega a la piel y el sudor ya no refresca, solo abruma. Empieza a contar sus pasos, porque le da la absurda seguridad de que todavía tiene control sobre algo. Uno, dos, tres... No. Mejor no los cuenta. Ya perdió el hilo la última vez.

Se obliga a caminar un poco más rápido, sin levantar sospechas. No quiere parecer más nerviosa de lo que ya está. Porque Padmé la sigue con la mirada. Porque Anakin está cerca. Porque Jar Jar siempre dice lo primero que piensa.

Un pañuelo aparece frente a mi vista.

—Estás más pálida que antes. ¿Te sientes mal otra vez?

Doy un pequeño salto en mi lugar. Debería hablar con Padmé sobre los sustos.

—No... solo... calor. Y muchas cosas en la cabeza. Creo.

No puedo escapar de la mirada atenta de mi ahora hermana. Su expresión es la de alguien que no se conforma con respuestas a medias, pero que sabe cuándo soltar.

—Estoy bien —repito unas cuantas veces, bajando la voz en cada intento, hasta que finalmente Padmé asiente.

Se lo cree. O decide no presionarme más. Ambas opciones me sirven.

Al menos eso basta por ahora.

El grupo llega al puesto de frutas de una anciana sonriente, de piel curtida y manos delgadas. La mujer ofrece algunas piezas con cariño y sin mucho que ganar. Anakin le habla con una ternura que sorprende, como si la conociera desde siempre. Es evidente que la conoce desde siempre.

Dalia se limita a mirar, en silencio. Es entonces cuando ve el sable de luz de Qui-Gon apenas asomándose bajo su poncho cuando guarda la fruta. Ella parpadea, tensa por reflejo, aunque nadie dice nada. Nadie más parece reaccionar. O, tal vez, solo fingen igual que ella.

La anciana menciona la tormenta que se acerca y Anakin cambia el tono de inmediato. Pregunta si tienen refugio. Se preocupa. Qui-Gon dice que volverán a su nave. Anakin se escandaliza.

Es algo tierno desde su punto de vista.

Dalia se limita a observar cómo el niño ofrece llevarlos a su casa. Su forma de hacerlo es tan natural que por un segundo olvida que están en medio de una tormenta, en un planeta hostil, con un niño esclavo que está a punto de convertirse en el centro de todo.

—¿Tan rápido se levantan las tormentas aquí? —pregunta con voz baja, más para confirmar su sospecha que por genuina sorpresa.

—Cuando el aire pica, tienes minutos. No horas —responde Anakin sin detenerse.

Me permito relajarme un poco cuando llegamos.

La casa de Anakin y su madre.

La recuerdo, en parte.

Pero los detalles... los detalles empiezan a fallar.

No recuerdo bien qué pasa después de la escena en la tienda. No sé si lo de Anakin ayudando a Jar Jar con ese intento de robo a un vendedor fue parte de las películas o solo de este mundo que se está escribiendo solo frente a mí.

El único detalle del que estoy segura es que él los llevará a su casa.

Por la tormenta.

Por la amabilidad.

Porque así ocurre. ¿No?

Así era antes de ser Darth Vader.

Solo recuerda que terminaban en su casa. En eso sí puede confiar.

— ¡Mamá! ¡Mamá! Ya estoy en casa.

—Diss acogedor.

—Estos son mis amigos, mamá.

—¡Hola!

Shmi aparece desde el fondo. No esperaban visitas. Su expresión cambia en milésimas de segundo: sorpresa, desconfianza, evaluación... y luego calma. Se nota que la ha pasado mal, pero no ha perdido la fuerza en los ojos. Tampoco la ternura.

ARTOO emite un pequeño pitido.

Anakin la presenta. Los demás saludan. Dalia se queda callada hasta que la mirada de la mujer se posa en ella. Es distinta.

No duda en acercarse, le recuerda tanto a su madre que puede llorar por las sensación que transfiere ese recuerdo borroso.

—Gracias por recibirnos. Soy Dalia— Hablo con un atisbo de nerviosismo.

Dalia siente la necesidad de apartar la mirada, pero no lo hace. Por que Shmi sonríe, sonríe sin ninguna razón aparente y eso la asusta.

ARTOO emite un pequeño pitido.

—Soy Qui-Gon Jinn —se presenta el maestro Jedi con su voz calmada.

—Estoy construyendo un droide. ¿Quieres verlo? —dice Anakin, interrumpiendo el momento con entusiasmo.

—Su hijo tuvo la amabilidad de ofrecernos refugio —añade Qui-Gon, dirigiéndose a Shmi con respeto.

—¡Vamos! ¡Te enseñaré a C-3PO! —insiste Anakin, tomando a Dalia del brazo.

Ella quiere quedarse.

—Pero... quería hablar un rato con tu mamá. Parece agradable —intenta decir, casi suplicando, como si en esa conversación pudiera encontrar claridad. Tal vez hablar con un adulto la ayude en su situación.

Pero Anakin no lo nota. La arrastra de todos modos hacia la siguiente habitación, con Padmé y Artoo siguiéndolos.

Quiere mostrarles su creación, su orgullo.

Dalia camina detrás de Anakin sin resistirse, pero su mirada se queda atada a la figura de Shmi por unos segundos más.

Había algo en ella...

No sabría explicarlo.

Era como si con solo existir, esa mujer le dijera que todo iba a estar bien. Que podía sentarse, hablar, pedir ayuda sin tener que justificar su confusión. Sin tener que fingir.

Dalia echa un vistazo hacia atrás.

Porque necesitaba una pausa. Una voz adulta que no la juzgue.

Alguien que no la viera como "Dalia", ni como una niña , ni como una carga política. Solo como alguien... que necesitaba descansar de sí misma un rato.

Shmi le devuelve una mirada tranquila, paciente.

La culpa se acumula.

Porque estar ahí, en ese hogar pequeño, sabiendo lo que viene, lo que va a pasar, lo que todos van a perder... es insoportable.

Y aún así, no puede hacer nada.

Shmi va a morir.

Anakin va a romperse.

Y todo lo que esta mujer representa —su amor, su sacrificio, su ternura— va a ser arrancado de raíz.

Dalia lo sabe.

Y aún así...

No puede hacer nada.

No ahora.

No todavía.

Solo le queda respirar hondo, parpadear rápido y sonreír.

Aunque por dentro, se esté cayendo a pedazos.

 

"Ayúdalos, y te salvaras a ti misma"

 

 

Notes:

¡Hola, queridos lectores!

Espero que disfruten el capítulo de hoy. Decidí mantener la misma estructura de siempre (solo dos escenas o tiempos distintos) para no hacer el capítulo tan cargado. Eva está pasando por mucho en tan poco tiempo que, sinceramente, me da miedo abordarlo más profundo todavía.

La imagen del inicio es la apariencia oficial de nuestra Eva en su vida anterior.

Adoro a Jar Jar. Incluso a mí me ayuda a tranquilizarme mientras escribo. ¿Soy la única? No lo creo, ¡pero lo pregunto igual!

Sobre el interés de Anakin en Dalia... sí, puede parecer abrupto, pero hay una buena razón detrás. No es romántica (por ahora...¿o no?).

Odio cuando en los fanfics todo es amor a primera vista. En ninguno de los míos será así (aunque lo parezca... sí, sí, lo digo por Forever, pero no es lo que parece, ¡lo prometo!).

Lean con atención, comenten, opinen sin vergüenza e interactúen. ¡No queremos lectores fantasma por aquí!

Gracias por el apoyo constante. En serio, me motiva muchísimo.

Gracias por seguir esta historia conmigo. 🌟

Chapter 9: ¿Un futuro conocido o incierto?

Summary:

"Ella no parece ser una niña común. Es...diferente y receptiva a la fuerza"

"Maestro, ¿tiene sospechas de una niña que es sirvienta?"

"No en su totalidad. Pero pienso que la Fuerza nos está tratando de decir algo a través de ella. Mantendré el contacto. Te informaré de cualquier novedad. Hasta luego, Obi-Wan"

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

"¿Esta loca?"

La pregunta flota sin contexto, pero encaja demasiado bien con lo que está contemplando.

Un segundo antes, estaba con Anakin. O al menos eso creía.

Pero ahora...

Ahora parece estar en las tinieblas.

Camina con pasos lentos, como si el suelo se deslizara bajo sus pies. No sabe a dónde va, pero hay algo allá adelante. Un leve resplandor. Un destello de luz.

Da un paso más.

Y entonces lo reconoce.

¿Naboo?

La visión se vuelve más nítida. El aire es cálido, pero no seco. Huele a agua dulce, a hierba recién cortada, a tranquilidad. No debería saberlo, pero lo sabe. Lo ha visto. Lo ha sentido.

Una casa se forma a su alrededor. Surge desde el suelo sin hacer ruido, como si siempre hubiese estado allí, esperando. El paisaje es hermoso, casi irreal. El sol cae suave sobre el campo.

Y en medio de esa calma artificial, una voz resuena.

—Quiero criar a nuestros hijos aquí.

Eva, o Dalia, se congela.

La voz es de Anakin. Pero no es el niño de la tienda. Es más alto. Más firme. Su tono es grave, dulce... íntimo.

No hay nadie más con él. Habla como si ella estuviera ahí. Como si le hablara a ella.

Y eso la deja sin aliento.

La casa sigue creciendo a su alrededor. El ambiente es tan cálido, tan perfecto, que duele.

Eva no dice nada. Solo puede mirar. Y, de alguna forma, maravillarse.

Porque es hermoso. Porque es imposible. Porque no debería estar viendo esto.

¿Es esto el futuro? ¿Es esto una advertencia?

La casa se desintegra. El verde de Naboo se vuelve arena. El cielo azul se quiebra como vidrio viejo.

—Solo puedo mostrarte partes de lo que podrías tener. No me dejan mostrarte más... explicarte más... —murmuró la voz, suave pero cargada de urgencia.

Eva no entendía.

Quiso preguntar. Quiso gritar. Pero no pudo hablar.

—Lo siento... solo... protégelos.

La súplica fue tan sincera, tan humana, que le apretó el pecho.

Eva asintió, lentamente. Sus labios temblaban.

Una promesa sellada sin saber a quién pertenecía.

Protegerlos.

¿A quiénes?

¿Anakin?

¿Shmi?

¿Padmé?

¿Todos ellos?

Pero no hubo respuesta.

Solo silencio.

Y entonces...

Despertó.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Está despertando!

La voz emocionada de Anakin la sacudió más que el sueño.

—Anakin, tranquilo. La vas a asustar —respondió Shmi, con tono paciente.

—¿Dalia? ¿Puedes hablar? —Padmé apareció en su campo de visión, ofreciéndole un vaso de agua.

El mundo era demasiado brillante. El calor seguía presente, pero ahora el dolor punzaba también detrás de sus ojos.

Cuando intentó incorporarse para responder, la invadió un dolor de cabeza punzante, como si algo dentro de ella luchara por salir a la superficie.

"Te lo explicaré todo, te lo prometo. Solo dame tiempo para recuperar fuerza y luchar."

La frase retumbó en su mente, nítida, como si no viniera de su propio pensamiento.

Eva—o Dalia, o quien fuera en ese instante—no pudo evitarlo.

—...¿Qué demonios? —susurró, sin pensar, repitiendo en voz alta lo que su cuerpo no entendía pero su alma sí.

El silencio fue inmediato.

Anakin la miraba con los ojos muy abiertos.

Padmé frunció el ceño, claramente confundida por sus palabras.

Shmi solo inclinó la cabeza, preocupada.

Eva parpadeó varias veces.

—¡Lo siento! Tuve un sueño muy raro —se apresuró a decir, tosiendo un poco.

No sabía si hablaba por instinto o por defensa.

Padmé volvió a ofrecerle el vaso de agua, y esta vez lo aceptó con gusto. El líquido le refrescó la garganta seca y también le dio unos segundos para pensar.

Solo fue un sueño. Solo fue un sueño, se repitió internamente. Como si eso pudiera hacerlo menos real.

—¿Un sueño, dices? —preguntó una voz más profunda.

Dalia no tuvo que girar para saber quién era.

Qui-Gon.

Apareció al borde de la habitación, sereno, pero su mirada la atravesó como una cuchilla silenciosa.

No dijo más. No tenía que hacerlo.

Dalia sintió el impulso de desaparecer. O al menos de hundirse en las mantas y no salir nunca.

Esa mirada no era inquisitiva.

Como un detective paciente.

Como alguien que sabe que algo no encaja, pero prefiere que tú se lo digas antes de tener que descubrirlo por su cuenta.

Eva desvió la mirada. Fingió estar más débil de lo que estaba.

—Te desmayaste mientras C-3PO te saludaba. ¿Te asustaste de él? —preguntó Anakin, con duda en la voz. Dudó si tomar su mano, como si temiera incomodarla.

Dalia no lo permitió. El seguía siendo un niño. Un ser inocente.

Fue ella quien tomó la iniciativa, entrelazando con suavidad los dedos de él con los suyos.

—¿Me desmayé? —se repitió a sí misma en voz baja.

—Claro que no —añadió enseguida, intentando sonar ligera—. ¿Cómo podría tener miedo de algo tan asombroso? He estado delicada de salud últimamente. Estuve en cama hace unas semanas... Tal vez debería hacerme más exámenes. Pero estoy bien ahora.

Una media sonrisa.

Pero no engañó a todos.

—Dalia, esto no es normal —intervino Padmé con seriedad, acercándose para tocar su frente, como si esperara encontrar un indicio de fiebre. No había ninguno.

Sus ojos estaban cargados de algo más que preocupación: culpa, quizá. O miedo.

Y entonces, la pregunta que Dalia había estado temiendo llegó.

—¿Por qué mencionaste un sueño? —dijo Qui-Gon, sin apartar la vista de ella—. ¿Viste algo?

El maestro Jedi no elevó la voz. No fue agresivo.

Pero sus palabras cayeron como piedra en el agua.

Un ataque. Uno elegante, disfrazado de interés. Pero un ataque, al fin.

Eva tragó saliva.

Su mente buscaba una salida.

No podía mentirle descaradamente. No a él. Pero tampoco podía decirle la verdad.

—Porque creí estar en uno... —susurró, llevándose una mano a la cabeza, como si aún sintiera los efectos.

No era del todo mentira. Pero tampoco era toda la verdad.

El gesto fue intencionado. Quería parecer débil, confundida. Si les preocupaba su salud, no harían más preguntas. Si la veían vulnerable, estarían más dispuestos a protegerla que a interrogarla.

—Dos bandos... y un posible elegido —añadió en voz más baja, casi como si hablara dormida, jugando con la información que conocía.

Un atisbo. Lo suficiente para parecer coherente, pero no para delatarse.

Sin embargo, en cuanto terminó de hablar, sintió cómo el peso de sus palabras la aplastaba.

Palpatine.

Si esa serpiente estaba en cualquier parte —y lo estaba—, quizás ya lo había oído. O lo sentiría. La Fuerza se movía de maneras incomprensibles para ella, pero él... él podría rastrear hasta una frase suelta.

Y Qui-Gon...

Él no lo sabía, pero acababa de ponerle una diana en la espalda.

Si la llevaba ante el Consejo Jedi, si alguien más empezaba a hacer preguntas...

Podría arruinarlo todo.

No debí decir eso. Maldita sea. No otra vez.

Esto le pasa por confiar en sí misma.

La culpa le pesa en la lengua, pero no puede retractarse ahora. Solo le queda seguir con la máscara puesta y fingir control.

—¿Una tontería, verdad? —dijo con una sonrisa forzada, intentando desviar la conversación, quitarle peso a sus palabras—. ¿Ya pasó la tormenta?

Esperaba que ese cambio de tema bastara.

Pero entonces, para su sorpresa, la tensión en el rostro de Qui-Gon se deshizo apenas un poco.

—No, no lo es —respondió, con una expresión más cálida, menos inquisitiva—. Los sueños... son más de lo que parecen.

—¿Puedo ofrecerles comida? Ven, Anakin. Ayúdame a poner la mesa —pidió Shmi con una sonrisa cansada pero amable, extendiendo una mano hacia su hijo.

Dalia se incorporó de inmediato, con un movimiento torpe pero determinado.

—¡Ay, no! ¡Tú aún estás débil! —se quejó Jar Jar, agitando los brazos con preocupación— ¡Deberías descansar! ¡Descansar!

—Estoy bien, de verdad. Puedo ayudar—insistió ella, aunque su cuerpo no estaba del todo de acuerdo.

Fue instintivo.

Otro recuerdo de su vida pasada, de sus propios hábitos, cruzó su mente como un reflejo. Nunca se sentía bien quedándose de vaga en casa ajena. Menos aún en una familia que ofrecía tanto con tan poco.

No quería ser vista como una carga.

Por un instante, fue como si la viera más allá del nombre que llevaba o la edad que aparentaba.

Y luego, con esa ternura tranquila que solo tienen algunas madres, asintió.

—Claro, cariño. Pero con cuidado. Si te sientes mal, solo siéntate y descansa, ¿sí?

Dalia asintió en silencio, agradeciendo en un susurro mientras los seguía hacia la pequeña cocina.

Pero apenas dio dos pasos, Padmé se colocó a su lado y le tomó el brazo con suavidad.

—¿Estás segura? —preguntó, con una mezcla de preocupación y firmeza—. No te exijas si no es necesario. Yo puedo poner la mesa.

Dalia le dirigió una mirada serena, casi con dulzura.

—Lo puedo hacer —respondió sin vacilar, y añadió con una sonrisa muy tenue—. No soy de cristal.

Una pequeña risa se escapo de sus labios.

La sensación de utilidad floreció en su pecho. Y necesitaba aferrarse a eso.

"¿Esta loca?"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mientras disponía los utensilios sobre la mesa con cuidado, Dalia no dejó de pensar. Debe desarrollar mejor su plan. Pero había un problema. No sabe política.

No la real. Y mucho menos la política de ese mundo.

Su investigación sobre el Senado había sido superficial. Dejó de lado nombres, alianzas, esquemas de poder. En su momento, le pareció más urgente aprender sobre los planetas, sus idiomas, sus climas, sus conflictos actuales. La historia galáctica. La caída de Mandalore. La resistencia en Ryloth. La pobreza de Tatooine. El hambre de Lothal.

Creyó que eso sería suficiente. Que entender el contexto sería mejor que memorizar rostros falsos y trajes elegantes.

Pero ahora no estaba tan segura.

No cuando tenía a un Jedi a menos de tres metros, observándola con una serenidad inquietante.

La charla alrededor seguía su curso —Anakin reía, Padmé comentaba algo sobre Naboo, Jar Jar decía algo incoherente—, pero su atención estaba en Qui-Gon.

Había cambiado.

Su postura ya no era tan tensa. Su voz no tenía la misma alerta sutil. Parecía más tranquilo a su alrededor. Y eso, lejos de tranquilizarla, la inquietaba aún más.

¿Qué cree que descubrió?

Quizá pensaba que ella tenía una conexión con la Fuerza. Un presentimiento. Una sensibilidad aún no entrenada.

Y Dalia sabía bien lo peligroso que era despertar el interés de alguien como él.

Por algo su destino era la muerte. ¿Debe evitarlo de alguna manera? ¿Así se podría evitar la caída de Anakin? No esta segura. No tiene como comprobarlo ni asegurarlo.

No quiere exponer a mas personas a un futuro que no conoce.

Extrañaba sonreír.

Extrañaba no estar sofocada por un futuro que ni siquiera era suyo.

Por decisiones que aún no se tomaban. Por muertes que aún no ocurrían. Por un dolor que no le pertenecía... y que, sin embargo, sentía como propio.

Solo quería —aunque fuera por un instante— ser una niña más, en una mesa pequeña, en una casa polvorienta, rodeada de extraños que la hacían sentir segura.

Aunque supiera que la calma nunca dura.

Dalia apenas probó la comida. Su estómago estaba revuelto, y no por la sopa.

La conversación giraba en torno a transmisores, esclavitud, apuestas, carreras... y en cada palabra de Anakin, notaba algo que se le clavaba bajo la piel.

Él cree que puede con todo. Que puede salvarlos. Que su destino está escrito.

Y lo peor es que tal vez no esté equivocado.

Mientras el niño hablaba con entusiasmo de su cápsula y Qui-Gon lo observaba como si acabara de encontrar oro en medio del desierto, Dalia sintió cómo algo se apretaba dentro de ella.

"¿Qué haces tú aquí?"

Una voz en su interior la acusaba. ¿Es la misma voz? No, no lo es. Ella siente que no lo es.

¿Qué significan?

"No perteneces a este momento. No deberías estar escuchando esto. Cada palabra que oigas... es una carga más."

Shmi se negaba a dejarlo correr.

Ella sabe lo que puede pasar.

Dalia quería gritar.

No lo dejes correr. No lo dejes. Por favor. No sabes lo que le harán.

Pero no podía decir nada.

Aún no. Aún no tenía el derecho. Aún no tenía el poder.

Se obligó a levantar la mirada cuando Padmé habló, y su tono sereno contrastaba con el fuego que Dalia sentía por dentro.

—Estoy segura de que Qui-Gon no quiere poner a tu hijo en peligro. Encontraremos otra solución...

Pero entonces, Shmi dijo lo que Eva más temía escuchar.

—No, no hay otra manera... Puede que no me guste, pero... él puede ayudarte... él estaba destinado a ayudarte.

"Estaba destinado".

Esa palabra resonó como una amenaza.

O como una sentencia.

Dalia bajó la vista a su plato.

¿Cuál es su plan, exactamente? ¿Evitar que Anakin se convierta en Darth Vader? ¿Mantener su genuinidad intacta, esa ternura testaruda con la que sueña en liberar esclavos y ayudar a extraños?

¿O permitir que la historia siga su curso y solo intentar amortiguar el golpe cuando todo empiece a derrumbarse?

No sabe qué es peor: Un futuro conocido... o uno desconocido. Porque lo conocido es dolor. Es traición. Es muerte. Pero lo desconocido... Es incertidumbre. Es el riesgo de hacer todo mal.

Las contradicciones de sus acciones, de sus ideas, de sus emociones, la consumen por dentro como el fuego. Cada cosa que dice. Cada silencio. Cada sonrisa.

¿Está salvando a alguien... o sólo está prolongando el desastre?

Había pensado que su misión era clara.

Que con suficiente memoria y lógica, podría arreglarlo todo. Pero la realidad —el peso de cada decisión, de cada mirada como la de Shmi, como la de Qui-Gon— le dejaba claro que no hay guion que valga cuando hay vidas reales en juego.

—¿Te sientes mal? —La voz de Anakin la sacó de su maraña de pensamientos.

Dalia parpadeó, enfocándolo por fin. Él la miraba con el ceño fruncido, apretando su vaso entre las manos.

—¿Estás preocupado? —preguntó ella en voz baja, dejando que una pequeña sonrisa curvara sus labios.

—Claro que sí. ¿No debería? —resopló, desviando la mirada con un leve puchero.

Ella lo observó en silencio por un segundo más.

Lucharía por esa inocencia. Aunque no supiera cómo aún.

—Es tierno —comentó al fin, con suavidad—. Pero estoy bien. Solo que ahora... las cosas en Naboo se han complicado. Estoy preocupada por mi pueblo.

—¿Tu pueblo? —repitió Anakin, girando de nuevo hacia ella con atención.

Dalia asintió.

—Está en peligro por gente mala que quiere aprovecharse del sistema. Soy sirvienta de la realeza, así que... veo de cerca todo lo que sufren, todo lo que se pierde por decisiones ajenas. Es difícil sentir que no puedo hacer más.

Anakin se quedó en silencio. Parecía procesar cada palabra con la seriedad de alguien mucho mayor.

—Yo también quiero ayudar a la gente. A veces siento que... que puedo. Que debería —dijo con una intensidad inesperada en su voz infantil.

Ella lo miró, y por un instante, solo un instante, vio en él algo que no era un niño.

Y eso fue suficiente para que le doliera el pecho.

—Podemos hacerlo juntos. Pero primero tienes que convertirte en un piloto —comentó, permitiéndose una sonrisa mientras sentía una calidez inesperada en el pecho al verlo sonreír con orgullo.

Era una promesa que no sabía si podía cumplir, pero en ese momento, quería creerla.

Quería olvidar el destello que había visto en él antes. Esa sombra fugaz que se coló en su visión como un presagio.

No era real, se dijo. No por ahora.

Anakin se enderezó un poco, como si sus palabras fueran una orden sagrada que debía obedecer.

—¡Entonces seré el mejor piloto de todos! —dijo con una convicción que la hizo reír en voz baja.

Dalia desvió la mirada un segundo para que no viera el brillo en sus ojos. No quería llorar delante de él.

—O un Jedi, ayudan a todos... —susurró Anakin, como si compartiera un secreto que debía proteger—. Nadie los puede matar.

La frase quedó suspendida en el aire, llena de esperanza y contradicción.

Dalia sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que esas palabras eran tan verdaderas como falsas.

Ella tragó saliva, mientras en su mente resonaba el eco de aquel destello que se negaba a olvidar.

Pero no hoy.

Hoy, sólo quería creer.

—Dalia, vamos —llamó Padmé, interrumpiendo suavemente la conversación con Anakin—. La tormenta ha parado y hay que ir a la tienda para hacer una propuesta.

Dalia asintió, levantándose con cuidado, aún sintiendo el latido persistente de aquella sombra en su interior.

—¿Dudas de algo, hermana? —preguntó en voz baja, mirando su rostro.

Aunque ya sabía lo que pasaría después entre Padmé y Qui-Gon, podía ver la duda reflejada en sus ojos.

—Sí, tengo dudas con este plan —respondió Padmé, con inseguridad—. Quizás podríamos intentar otra cosa.

—¿Qué otra cosa? —preguntó Dalia, seria—. O hacemos esto, o nos quedamos aquí mientras nuestro planeta corre peligro.

—Lo siento, fue una reacción impulsiva. Me dejé llevar sin pensar —dijo Eva, avergonzada.

Padmé cambió su expresión y sonrió suavemente.

—No, tienes razón —respondió—. Pero igual voy a comentar esto con Qui-Gon. Anakin es un niño desconocido, y eso no podemos pasarlo por alto.

—Además... me alegra que sigas diciendo lo que piensas. No tienes que guardarte nada conmigo, ¿de acuerdo? La distancia no cambia que confío en ti... y que te apoyo.

—Yo...

Las palabras se le quedaron atoradas. Prefirió callar. Padmé no insistió. Solo le dedicó una sonrisa comprensiva. —Vamos.

 

Notes:

¡Hola, queridos lectores!

Ha pasado un tiempo desde mi última publicación en esta historia, y estoy muy emocionada de compartir con ustedes este nuevo capítulo. Espero que disfruten este episodio lleno de emociones, donde Dalia sigue enfrentando el peso de su situación y el proceso de adaptación a tanto estrés.

Me encantaría saber qué piensan sobre cómo se están desarrollando las distintas relaciones entre los personajes, y cómo perciben las reacciones de nuestra protagonista ante todo lo que vive. ¿Creen que está tomando buenas decisiones? ¿Hay algún personaje que les intrigue especialmente? ¿Teorias mas solidas?

Gracias por seguir acompañándome en esta aventura. ¡Los leo en los comentarios!

No a los lectores fantasmas y recuerden reaccionar, por favor.

¡Hasta la próxima! 🌟

Series this work belongs to: