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Language:
Español
Stats:
Published:
2024-12-02
Completed:
2024-12-10
Words:
22,076
Chapters:
9/9
Comments:
17
Kudos:
51
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2
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1,076

Máscaras del Deseo

Summary:

En el bar de White's había noche de mascarada, dicha noche era la mas esperada por la sociedad, ya que era en donde las mujeres eran libres de las más estrictas reglas de la alta sociedad y podían ingresar para tener la libertad de explorar y satisfacer sus más profundos deseos sin ataduras. Sólo una noche cargada de fantasía y misterio. ¿Qué podría suceder?

Chapter 1: La amistad inquebrantable

Chapter Text

Un pequeño Colin, de escasos 10 años, corría mientras tomaba de la mano a una sonrojada Pen, de 8 años, quien trataba de seguirle el ritmo veloz.

"¡Apresúrate, Pen!" le gritó, apurando la carrera y sonriéndole felizmente.

Para la niña, ir de la mano de Colin era un sueño hecho realidad. Él era tan distinto de los otros niños que se creían superiores y actuaban como adultos pomposos, como si ya tuviesen mil responsabilidades. Pero Colin era muy tierno con ella; la incluía en sus juegos, no dudaba en darle la mano, guiarla y explicarle sin malicia cuando no entendía los juegos que sus hermanos inventaban. Le contaba bromas y le pasaba dulces a escondidas de su mamá. Con él, se sentía vista y amada.

Así que, para no decepcionarlo, corrió con toda la energía y fuerza de sus cortas piernas, logrando ganar la competencia que había surgido a raíz de los macarrones que el Sr. Bridgerton había comprado para los chicos.

No es que fueran escasos; es que a todos les gustaban los de chocolate y eran muy competitivos entre sí para ver quién los obtenía. Para evitar conflictos, Edmund Bridgerton siempre proponía algún juego o adivinanza, y quien ganara podía elegir primero el tan ansiado postre.

"¡Ganamos, Pen!" gritó Colin con la boca llena de dos macarrones de chocolate que le había entregado su padre.

"Sí, pero Eloise se va a enojar conmigo por correr de la mano contigo en lugar de correr con ella," respondió Pen, aceptando el macarrón rosado que le tendió Colin.

"¡Ella corre mucho más lento que yo! Así que habrías perdido, y además, yo te conocí primero."

Ella se echó a reír, pero asintió, ya que era cierto. Se habían conocido el año pasado porque Pen había olvidado atarse bien el sombrero, y este, al pasar una fuerte ventisca, había impactado en la cara desprevenida de Colin, haciéndolo caer del caballo. Desde ese momento, su pequeño corazón se agitaba con fuerza en su pecho.

Al principio, su corazón se aceleraba de miedo, temiendo que este niño la gritara, la tratara de tonta y le reclamara por la caída. Pero luego de que el chico solo sonrió y bromeó acerca de la caída, su corazón empezó a cantar por cada gesto amable que tenía para con ella. Gestos como invitarla a conocer a sus hermanas, Eloise, Daphne y Francesca. También jugar con ella y regalarle pequeños tesoros, como piedritas redondas y brillantes que encontraba en el bosque. Y el más tierno y amable de los gestos: traerle libros prestados de su biblioteca, ya que sabía que le encantaba leer, pero al considerarse inapropiado, no le dejaban explorar. Colin buscaba los libros y los leía en voz alta para saciar la curiosidad de Pen sobre algún tema, ya fueran insectos, culturas de algún país o el final del arcoíris.

Pen apreciaba muchísimo cada gesto y, en agradecimiento, lo escuchaba, robaba galletas de mantequilla de la cocina de su casa para que él, que siempre tenía hambre, tuviera algo que comer. Le indicaba dónde estaban sus hermanas cuando jugaban al escondite y lo llevaba del brazo para cazar ranas cuando sus hermanos mayores lo hacían enfurecer.

Hoy era un día especial para las chicas, ya que su padre había decidido que era hora de que Daphne aprendiera a bailar el vals. Quería enseñárselo antes de que fuera muy mayor y, en sus palabras, sus gastados pies no pudieran aguantar con aplomo el peso y los pisotones de su hija.

Pen sentía un poco de envidia y tristeza al ver la escena desde la orilla del salón. Padre e hija reían mientras el Sr. Bridgerton guiaba lentamente los pasos de su hija, quien se encontraba parada sobre sus pies. Francesca intentaba tocar un vals, y Eloise mordisqueaba los restos de los macarrones que quedaban en la bandeja. Pen los envidiaba porque sabía que su papá nunca haría algo así. Para él, sería una queja constante de: "Niña, párate derecha, sigue el ritmo, hazlo como te digo. Bájate de mis pies porque estás muy pesada." Así que, por lo pronto, solo observaba y trataba de aprenderse los pasos de memoria, pensando para sí que en el futuro podría practicarlos sola en su habitación y perfeccionar los pasos frente al espejo.

Colin entró y vio a Pen mordiéndose el labio y observando muy concentrada los pies de su hermana y su padre. Jovial y cariñoso, como solo él podía ser, tomó la mano más pequeña entre las suyas y la llevó a bailar. Edmund les sonreía, sosteniendo a Daphne entre sus brazos y guiándolos con instrucciones y sonrisas suaves.

Pen no se subió sobre los pies de Colin, temiendo ser demasiado pesada e incomodarlo. Sin embargo, notó que podía hacerlo bien, ya que entre Colin y el Sr. Bridgerton podían guiar y direccionar los pasos, aumentando cada vez más su confianza en lo que hacía. Para el final de la tarde, Pen había podido bailar a la perfección un vals con su mejor amigo, y ese día empezó a crearse la fantasía de que algún día él sería su esposo, la persona con la cual bailaría un vals. El hecho de que el rostro de dicho esposo no tuviera otros rasgos que los de Colin se lo guardó para sí.


Mientras se abrochaba los aretes y se ponía los guantes y zapatillas para esa noche, la Pen actual de 25 años no podía dejar de pensar en cómo habían cambiado las cosas, cómo el tiempo había destruido sus fantasías. Ahora ya no soñaba con bailar interminables valses con Colin Bridgerton, apretada en su abrazo y orgullosa como su amado esposo. Ahora, sus sueños habían mutado y se centraban en sobrevivir y salvar a su mamá y a ella del cruel destino de vivir en las calles, gracias a las grandes deudas que el granuja de su padre había dejado antes de morir.

Pen agradecía que sus hermanas habían encontrado buenos hombres y, si bien no podían salvarla a ella o a su mamá, al menos tenían apoyo y amor de parte de sus cuñados. Suspiró enojada mientras un terco rizo caía de nuevo por su cuello. Deseaba con todo su corazón haber conquistado a alguien en sus temporadas sociales; sin embargo, su corazón terco y su personalidad extremadamente tímida dificultaron en gran medida esa opción.

Sin embargo, por hoy se atrevería a soñar, a ser valiente. Viviría una fantasía que siempre había querido hacer realidad. Iría a White’s en la noche de la mascarada, conocería a algún guapo descarado y le daría su primer beso. Al final, su esposo sería su dueño por el resto de su vida; era un intercambio justo, a su modo de ver. El Dr. Charles tendría su heredero y una tímida y recatada wallflower como esposa, y ella tendría la tan anhelada seguridad para ella y para su madre. Esto no quitaba, por supuesto, que estuviera aterrorizada y que este temor, seguido de la desesperanza, la llevara a tratar de conseguir el mínimo de placer. El pensamiento de una última rebeldía, un último sueño que la acompañara en su incierta vida, la apremiaba a ser valiente por primera vez, a salirse del cascarón e ir a crear una memoria, un recuerdo para satisfacer la curiosidad de su interior romántico y soñador que debería bastar antes de entregarse a su futura vida como esposa del Dr. Charles, el viejo amigo de su mamá.

Por último, se puso el antifaz de seda negra con detalles en verde y salió envuelta en su capa para agarrar un carruaje de alquiler. Por una vez, sería valiente, se repetía; una vez debía bastar. Al final, ¿qué de malo podría pasar en esa mascarada?

Chapter 2: El misterio detrás de un antifaz

Chapter Text

El salón de White’s, usualmente reservado para los caballeros más influyentes de la alta sociedad, vibraba esa noche con la melodía de una orquesta en su apogeo. Las velas titilaban, proyectando sombras juguetonas sobre las paredes decoradas con fastuosos tapices. Los asistentes, escondidos tras elaborados antifaces, se movían en un torbellino de risas y susurros, buscando secretos y fantasías apasionadas que solo esa noche podían tener lugar.

Penélope Featherington, o más bien la mujer que pretendía ser por una sola noche, avanzaba entre la multitud con pasos decididos pero titubeantes. Su vestido verde profundo, que resaltaba hermosamente sus curvas y acariciaba el suelo con cada paso, le daba una seguridad que no reconocía como propia. Bajo el antifaz negro y verde que ocultaba su rostro, se sentía otra. Una más atrevida. Una más libre. No era la tímida del salón; lo sabía, lo sentía. Por esta noche, el peso de las normas que siempre la habían encadenado parecía un poco más liviano. Ese pensamiento la hacía sonreír mientras, con renovada seguridad, se dirigía a las bebidas y tomaba una copa de champagne.

Sin embargo, la sensación de valentía flaqueó cuando su mirada se cruzó con unos ojos conocidos. Unos ojos azules que brillaban a través de un antifaz dorado. El aire abandonó sus pulmones. No podía ser él; se suponía que no debía estar aquí. Colin. Pero, contra todo pronóstico, Colin Bridgerton estaba allí.

El mundo parecía detenerse mientras él la observaba fijamente, curioso. Pen se obligó a mirar hacia otro lado, temerosa de que su disfraz no fuera suficiente. La última persona que esperaba encontrar allí era él, el dueño de los recuerdos más dulces de su infancia y también de las esperanzas que había enterrado hacía tanto tiempo.

Colin observó a la mujer que acababa de entrar al salón. Había algo en ella que le resultaba... familiar. Tal vez era la manera en que bajaba ligeramente la cabeza al caminar, como si intentara esconderse; el movimiento nervioso de sus manos al ajustarse los guantes o el tic nervioso de mirar con detalle a las personas a su alrededor mientras halaba el arete plateado de su oreja. Había algo inquietantemente conocido en su silueta. En ese cabello salvaje, de un hermoso tono rojo que, aun elegantemente amarrado, se las arreglaba para mostrar su naturaleza rizada.

No era como las demás. No se pavoneaba ni lanzaba miradas descaradas a los caballeros. A pesar de las sonrisas satisfechas que ella ofrecía mientras tomaba champagne, había algo en ella. Era un enigma en medio de un mar de obviedades, de supuestas damas que solo buscaban el placer de pecar. Colin, que había venido a la mascarada buscando diversión y escapismo, sintió algo nuevo y desconocido: una punzada de curiosidad ardiente.

Cuando ella giró para perderse entre la multitud, Colin no pudo evitar seguirla. No con el ímpetu juguetón que solía caracterizarlo, sino con un anhelo que no entendía del todo.

Pen trató de buscar refugio cerca de la mesa de postres, intentando calmar el latido acelerado de su corazón. No podía ser él. ¿Qué hacía Colin en Londres? Aún faltaban días para que diera comienzo la temporada social. Intentó distraerse agarrando una galleta de mantequilla, pero el inconfundible calor de una presencia familiar se instaló a su lado.

—Una noche interesante, ¿no crees? —dijo una voz suave pero cargada de intención. Pen se tensó al instante. Esa voz. Incluso sin voltear, sabía quién era.

—Así parece —respondió, esforzándose por mantener un tono despreocupado y dejando con cuidado la galleta que acababa de tomar.

Colin sonrió al escucharla. No había duda. Era ella. Penélope Featherington, la dulce niña que había sido su amiga y la mujer que en los últimos años había intentado evitar, no porque le desagradara, sino porque su cercanía y el hecho de que veía cosas en él que nadie más veía siempre lo dejaba... inquieto. Ahora, verla en un lugar así, libertino, cargado de sensualidad y deseos, bajo un disfraz que no lograba ocultar su esencia, lo desarmaba y confundía a partes iguales.

—¿Sabes? Creo que nos conocemos —dijo, inclinándose un poco hacia ella.

Pen sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Intentó alejarse, pero Colin dio un paso al frente, bloqueando suavemente su escape.

—Creo que me confundes, milord. No somos más que extraños esta noche —replicó ella, esforzándose por mantener la compostura. Su voz firme solo lo intrigó más.

—¿Extraños? —repitió él con una sonrisa ladeada. Los ojos de Colin se fijaron en los suyos, como si intentara leer a través del antifaz. —Entonces, ¿me concederías un baile? Después de todo, esta noche se trata de conocer extraños, ¿no?

Pen dudó. Cada fibra de su ser le gritaba que rechazara la oferta, que huyera. Pero la pequeña parte de ella que había decidido ser valiente esa noche, que había deseado un instante de magia antes de volver a la realidad, le ganó la batalla. Extendió su mano.

—Un baile —dijo, casi en un susurro.

La pista de baile los recibió con un vals lento y sensual. Colin tomó su mano con firmeza; su otra mano descansó en la base de su espalda, atrayéndola suavemente hacia él. Pen sintió cómo todo a su alrededor desaparecía, como si solo existieran ellos dos.

—Bailas bien —dijo Colin después de un momento, su tono bajo y cargado de emoción.

—Tuve un buen maestro hace años —respondió Pen, sin pensarlo. Apenas se dio cuenta de su error; sus mejillas se tiñeron de rojo bajo el antifaz y evitó mirarlo a los ojos.

La sonrisa de Colin se ensanchó; la desfachatez de esta mujer lo divertía. Lo sabía. Era ella. Solo Pen tendría la audacia de soltarle algo con tanta sinceridad y luego, apenada, negarle la mirada tan dulcemente, pequeña descarada. ¿A qué jugaba? ¿Temía que pensara menos de ella por encontrarla en ese lugar? Pero él prefirió callar. No quería romper el hechizo de la noche. Había algo en ella, en la forma en que lo miraba sin darse cuenta, en la forma en que sus cuerpos parecían encajar perfectamente, que lo hacía sentir... diferente. Se sentía lleno de ella y, a su vez, hambriento; era una sensación particular, muy difícil de explicar.

La música cambió de ritmo, y el espacio entre ellos pareció desaparecer por completo. Sus miradas se entrelazaron, y en ese momento, Colin dejó de pensar. Su mirada, llena de una intensidad y deseo inexplicables, reflejaba a Pen, su amiga más querida, y a su vez, esta era Pen, una mujer cargada de sensualidad que lo confundía. Inclinó de a poco la cabeza, dejando que su instinto guiara sus movimientos.

Pen apenas tuvo tiempo de comprender lo que estaba sucediendo. Los labios de Colin rozaron los suyos, suaves, tentativos, como si estuviera explorando un territorio desconocido, como si besara algo extremadamente precioso y delicado. Una chispa recorrió su cuerpo, un calor que nunca antes había sentido. Dicho calor la estremeció y cerró los ojos. Por un instante, todo lo demás desapareció: el salón, los murmullos, las miradas furtivas. Solo estaban ellos, unidos en un beso que parecía detener el tiempo.

Pero esa misma intensidad la hizo lentamente reaccionar. ¿Qué estaba haciendo? Se apartó de golpe, rompiendo la conexión. Su corazón latía desbocado, no solo por el beso, sino por la realidad que la golpeaba como una tormenta.

—Yo... no puedo —susurró, sin atreverse a mirarlo.

Penélope giró rápidamente, apartándose de él antes de que pudiera responder. Sentía el calor de su mirada clavado en su espalda, una presión que parecía capaz de quebrarla. Pero no se detuvo. Apretó los puños y se abrió paso entre la multitud, ignorando las luces, los murmullos, las risas de los demás y el leve roce de las telas al pasar.

La frescura de la noche la recibió como una bofetada cuando finalmente cruzó las puertas del salón. Inspiró profundamente, tratando de calmar su pecho agitado. El aire frío era una cruel ironía; mientras su interior ardía de emociones contradictorias, el mundo exterior se mantenía indiferente.

Se apoyó contra una columna cercana, cerrando los ojos. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué había hecho? Su plan era simple: un instante de rebeldía, una fantasía antes de volver a la realidad. Pero ese beso, ese beso, no había sido parte del plan. No así, no con él.

Porque lo cierto era que no le pesaba el beso. No lamentaba haber sentido, aunque fuera por un breve instante, lo que había anhelado durante años. Lo que la aterrorizaba, lo que la empujaba a huir, era el eco de las normas y juicios que la sociedad imponía como un yugo. No importaba lo que Colin pensara de ella, sino lo que el mundo pensaría de ambos.

Cuando alzó la mirada hacia el cielo estrellado, algo dentro de ella se quebró. Lágrimas silenciosas comenzaron a caer, pero no era tristeza lo que sentía. Era frustración. Por todo lo que deseaba, pero no se permitía. Por todo lo que soñaba y nunca sería. Secó lentamente las lágrimas mientras llamaba para pedir un carruaje.

Aun así, al recordar el beso, sus labios se curvaron en una sonrisa suave, casi imperceptible. Por un instante, había sido valiente. Por un instante, había sido libre. Y aunque sabía que esa libertad era efímera, que las cadenas de la realidad la esperaban en los días siguientes, ese momento permanecería con ella. No como un error, sino como un recuerdo preciado. Un recordatorio de lo que era capaz de sentir.

Con ese pensamiento en mente, se enderezó los hombros y comenzó a caminar hacia el carruaje que la esperaba. No miró hacia atrás, porque sabía que, si lo hacía, no vería a Colin persiguiéndola. No era su naturaleza, no era lo que ella quería y tampoco lo necesitaba. Porque esta noche, aunque imperfecta, había sido suya. Solo suya.

Chapter 3: Ecos del pasado y compromisos del presente

Chapter Text

El eco de los pasos resonaba en el suelo de madera mientras Colin caminaba inquieto por la biblioteca de Aubrey Hall. El sol de la tarde iluminaba los estantes, pero su mente estaba atrapada en las sombras de la noche anterior. Una sombra con un antifaz negro y verde, unos rizos rebeldes que escapaban con terquedad del recogido perfecto y una mirada que, incluso enmascarada, lo había hecho sentir desnudo. Penélope.
El recuerdo del beso se negaba a dejarlo en paz. Había besado a mujeres antes, claro, pero este… este había sido diferente. El roce inicial había sido suave, casi una pregunta. Pero cuando ella respondió, cuando la tensión en su cuerpo se desvaneció y le devolvió el beso, Colin sintió que algo en él cambiaba. Había una pasión silenciosa, una conexión que trascendía lo físico, y eso lo aterraba.
Se dejó caer en un sillón, sosteniendo un libro que no tenía intención de leer. Cerró los ojos y su mente, como un traidor obstinado, lo arrastró al pasado.
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Había sido un muchacho de dieciséis años, despreocupado, vivaz, pero terriblemente confuso. Penélope siempre había estado ahí, un refugio constante entre el caos de su bulliciosa familia. Recordaba cómo sus conversaciones con ella solían ser su escape favorito; Hablaban de todo y de nada, riéndose de bromas tontas o compartiendo sueños sobre un futuro que parecía tan lejano.
Sin embargo, había comenzado a notar cosas que antes no veía. Un día, mientras ella le leía un pasaje de un libro que le había prestado, el sol iluminaba su cabello, transformando los rizos en hilos de fuego. Colin se quedó mirándola, embelesado, sin entender por qué de repente le costaba concentración en las palabras que salían de su boca.
Esa fue la primera vez que empezó a percatarse de los detalles. Sus rizos siempre parecían querer rebelarse contra cualquier intento de control, igual que su risa, que era espontánea y contagiosa. Sus ojos brillaban con inteligencia y curiosidad, y su piel... su piel parecía tan suave, tan delicada. Comenzó a notar otras cosas también: cómo siempre había preferido las chicas con cabello rojo, cómo las mujeres más bajitas capturaban su atención sin que él entendiera por qué. Era como si el mundo entero estuviera diseñado para recordarle a Penélope.
Pero entonces, la confusión lo golpeó. Penélope era su amiga, su compañera en travesuras y secretos. Pensar en ella de otra manera lo hacía sentir culpable, como si estuviera traicionando la confianza y la pureza de su amistad.
En los años que siguieron, Colin intentó enterrar esos sentimientos. Salió con otras mujeres, algunas con rasgos que, ahora lo entendía, lo atraían porque le grababan a Pen. Pero ninguna de ellas era como ella. Eran superficiales, no compartían su pasión por la lectura, ni su sentido del humor peculiar. Y, lo más importante, no eran Penélope.
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Colin abrió los ojos de golpe. El recuerdo de la noche anterior volvió con fuerza. Había seguido a Penélope, intrigado y deseoso, y cuando la tuvo en sus brazos, todo encajó. Por años había buscado algo que había tenido delante de él todo el tiempo. El beso no era sólo un acto de pasión; era un despertar.
"¿Por qué ahora?", murmuró, pasándose una mano por el cabello. Había algo profundamente irónico en todo esto. La niña que había sido su refugio, la mujer que había aprendido a ver como un consuelo constante, ahora se convertía en la razón de su intranquilidad.
El sonido de los pasos interrumpió sus pensamientos. Era Benedict, que entró con su típica sonrisa despreocupada.
—Te ves terrible —comentó, dejándose caer en un sillón frente a él.
Colin bufó. —Gracias, hermano. Como siempre, tu tacto es impresionante.
Benedict alzó una ceja, evaluándola con interés. — ¿Qué te tiene así? ¿Alguna dama enmascarada de la mascarada de anoche?
El comentario tocó como un dardo certero, y Colin se tensó. Benedict lo notó y entusiasmado con satisfacción.
—Lo sabía. Había algo en esa noche, en ti con esa dama, que tenía un aire de… tentación. Verlos junto era eléctrico. ¿Quién era? ¿Alguien que conozcas? ¿Por qué las besas...?
Colin se levantó de golpe, incapaz de quedarse quieto. —No importa quién era —dijo con un tono que intentaba ser cortante, pero que sonaba más a evasión. Benedicto, sin embargo, no insistió. Lo observó, su sonrisa burlona se desvaneció ligeramente.
—Hermano, sea lo que sea, te recomiendo que no lo ignores. Los momentos que nos sacuden de esta manera son raros. No los dejes pasar sin entenderlos.
Las palabras de Benedict resonaron en su mente mucho después de que este saliera de la habitación. Benedict tenía razón, al fin y al cabo, había conocido a Sophie justo en un baile de máscaras también. Colin sabía que tenía que enfrentarse a lo que sentía. Había pasado demasiado tiempo ignorando lo obvio, descubriendo que sus emociones por Penélope no eran más que nostalgia o cariño. Pero la verdad estaba clara como el día: ella era diferente. Siempre lo había sido.
Y ahora, Colin debía decidir qué hacer con ese descubrimiento. ¿Sería valiente, como ella lo había sido, enfrentándose a la sociedad ya los muros que él mismo había levantado entre ellos? ¿O seguiría escondiéndose, temeroso de lo que implicaba admitir lo que realmente sentía?
La respuesta, lo sabía, definiría no sólo su relación con Penélope, sino que también cambiaría por completo quién era él.


La mañana siguiente a la mascarada llegó con una claridad cruel, iluminando el desorden en el corazón de Penélope. La joven se movió con torpeza por la habitación, quitándose la capa y el vestido que la habían transformado en alguien más la noche anterior, se había quedado dormida con el puesto. Cada pliegue de la tela que caía a sus pies parecía susurrarle recuerdos del salón, del vals, del beso. Un beso que todavía cosquilleaba en sus labios.


Con un suspiro tembloroso, se dejó caer en la cama, apoyando la frente en sus manos, luego tocando con la punta de los dedos sus labios. La audacia que había mostrado anoche se sentía ahora como un sueño distante. ¿Qué había hecho? Había desafiado las normas, había buscado una chispa de libertad, pero a un precio. Había visto a Colin. Había sentido algo que jamás podría admitir, algo que su realidad no le permitiría sostener.


Antes de que pudiera ordenar sus pensamientos, la puerta de su habitación se abrió con fuerza, haciéndola sobresalta y tratar de ocultar el vestido aunque sabía que era inútil. Apareció el rostro severo de su madre. Portia Featherington era una mujer acostumbrada a controlar, a mantener una fachada impecable, incluso cuando el mundo bajo sus pies se desmoronaba.
— ¿Qué significa esto, Penélope? —exclamó, su voz baja pero afilada. Cerró la puerta detrás de ella con un movimiento enérgico. Penélope levantó la vista, sorprendida, pero el frío en los ojos de su madre hizo que un escalofrío recorriera su espalda.
—¿A qué te refieres, mamá? —intentó, aunque sabía perfectamente a qué venía esto.
Portia cruzó los brazos, mirando el vestido desordenado sobre el respaldo de una silla, cubierto por la capa negra que usamos ayer. —No juegues conmigo, niña. Sé que estuviste en ese baile indecente anoche. En White's. ¿En qué estabas pensando? ¿Qué clase de vergüenza tratas de traer sobre esta familia?
Penélope se levantó lentamente, tratando de mantener la compostura. —No es lo que piensas… sólo fue un baile. Nadie me reconoció.
—¡Eso no importa! —Portia dio un paso hacia ella, sus ojos brillando con furia contenida. —Podrías haber arruinado a todo Penélope. Hacer. El Dr. Charles no quiere una esposa que se comporte como una libertina. Y, como bien sabes, él es nuestra única esperanza. Nuestra única salvación.
Las palabras cayeron como un peso sobre los hombros de Penélope. Desde la muerte de su padre y las deudas que había dejado, su vida había estado marcada por sacrificios. Lo entendía, pero no podía evitar sentir la ira acumulándose en su pecho.
—Nuestra salvación? —preguntó con amargura, su voz quebrándose. — ¿O tu salvación? Porque a mí no me importa ese hombre. No quiero casarme con alguien que no me ama, alguien que apenas me ve como una solución a sus problemas.
Portia inhaló profundamente, como si se estuviera conteniendo. —Esto no es sobre lo que tú quieres, Penélope. Nunca lo ha sido. Es sobre lo que necesitamos. Ese hombre tiene una fortuna que puede mantenernos lejos de la pobreza. No puedes darte el lujo de soñar con algo más.
—¿Ni siquiera una noche? —Susurró Penélope, incapaz de contenerse. — ¿Ni siquiera podía permitirme una sola noche para ser alguien más, para sentir algo diferente?
El silencio llenó la habitación. Por un momento, la furia de Portia pareció desvanecerse, reemplazada por algo parecido al cansancio. Pero su rostro se endureció nuevamente, y cuando habló, su voz era baja y severa.
—Sólo venía a comunicarte que tu boda con el Dr. Charles será en dos semanas. Eso es lo único que importa ahora. No puedes permitirte más errores, ni fantasías, Penélope. No podemos.
Penélope sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. Dos semanas. Todo su mundo se comprimió en esas palabras, en esa sentencia ineludible. Las lágrimas amenazaron con brotar, pero se negó a ceder. Su madre no entendería, no lo haría jamás.
—Eso es todo lo que soy para ti? —preguntó con voz quebrada. —Una moneda de cambio, una solución a los errores de papá.
Portia la miró, y por un instante, pareció querer decir algo. Pero se giró bruscamente, abriendo la puerta.
—Arréglate, Penélope. No quiero más discusiones. Asegúrese de no repetir la insensatez de anoche.
La puerta se cerró detrás de ella, dejando a Penélope sola en su habitación. Se dejó caer en la cama, abrazándose a sí misma mientras el peso de su realidad la aplastaba. Su mente volvió al salón, a los ojos de Colin que la miraban con intensidad, al beso que había compartido con él. Por un momento, había sentido algo real, algo que la había hecho recordar quién era más allá de las expectativas y obligaciones.
Pero ese momento era un espejismo, un destello que ahora se sentía más doloroso que esperanzador.
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El día transcurrió lentamente, y Penélope apenas tuvo la energía para cumplir con sus deberes. Su madre había dispuesto que asistieran a una reunión de té esa tarde, un evento al que el Dr. Charles también asistiría. Penélope se esforzó por mantenerse firme y serena, por esconder el tumulto en su interior.
Cuando finalmente llegó el momento de encontrarse con el hombre que pronto sería su esposo, su estómago se revolvió. El Dr. Charles era un hombre correcto, amable en sus maneras, pero cuidado de calidez. Era práctico, calculador, alguien que parecía más interesado en la estabilidad que en cualquier conexión emocional.
—Penélope, querida —la saludó, tomando su mano con una formalidad que solo acentuaba la distancia entre ellos.
-Dr. Charles —respondió, forzando una sonrisa. Su madre los observaba desde cerca, su mirada fija como un halcón. Penélope sabía que no podía cometer ni un solo error.
—Espero que estés entusiasmada por nuestra unión —dijo él, en tono neutral. —Es un acuerdo beneficioso para ambas partes.
Beneficioso. Esa palabra resonó en su mente, vacía y fría. Penélope se acercó, tratando de sonreírle al Dr. Charles, pero encontrándose incapaz de articular una respuesta. Su corazón estaba demasiado lleno de emociones que no podía expresar, demasiado roto por la realidad que la rodeaba y el futuro frío e infeliz que la guardaba.
Durante el resto del té, Penélope se mantuvo en silencio, respondiendo sola cuando era absolutamente necesario. Observaba a las demás damas hablar de sus planos para la temporada, de sus aspiraciones románticas, mientras ella se sentía atrapada en una jaula invisible. La mascarada de la noche anterior parecía un sueño lejano, una fantasía que no tenía cabida en su vida.
Pero al mismo tiempo, no podía olvidar. No podía olvidar cómo se había sentido bailando con Colin, cómo había sentido que, por un instante, era alguien más. Alguien que podría ser amada.
Cuando regresaron a casa esa noche, Penélope subió rápidamente a su habitación, evitando a su madre ya las miradas inquisitivas y de lástima de los sirvientes. Se sentó frente a su espejo, observando su reflejo. La joven que la parecía una extraña. Había una chispa en sus ojos que no reconocía, un rastro de la valentía que había mostrado.
Sacó un papel y una pluma, sintiendo la urgencia de plasmar sus pensamientos antes de que se desvanecieran. Pero cuando se enfrentó al blanco del papel, no pudo escribir. ¿Qué podría decir? ¿Qué palabras podrían expresar el conflicto dentro de ella?
Finalmente, dejó la pluma a un lado, mirando por la ventana hacia el cielo estrellado. Una lágrima rodó por su mejilla, pero no la limpió. Permitió que cayera, como un recordatorio de lo que estaba perdiendo.
Porque sabía que el tiempo se agotaba. Dos semanas. Eso era todo lo que le quedaba antes de que su vida cambiara para siempre. Y aunque sabía que no tenía elección, no podía evitar desear, con todo su ser, un milagro. Algo, cualquier cosa, que la liberara de las cadenas invisibles que la ataban.

Chapter 4: Los juegos del corazón

Notes:

Muchas gracias por leer y por los kudos! Realmente los aprecio, este capítulo está fuertemente inspirado en las escena del capítulo 3 donde Colin sueña con Pen y la del capítulo 7 donde discuten frente a la modista. Sé bueno y hazme saber que piensas :D

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El cielo aún estaba oscuro y el cuarto en penumbras cuando Colin Bridgerton despertó con un jadeo, el cuerpo tenso y la respiración errática. El sueño que lo había envuelto era vívido, tan tangible que podía jurar haber sentido el calor de la piel de Penélope contra la suya. En el mundo onírico, ella había estado junto a él, su sonrisa tímida y la intensidad de su mirada clavada en él de una manera que jamás había visto en el mundo real.

En su sueño, se encontraban en un jardín escondido, rodeados de flores y el susurro de la brisa. Penélope había alzado el rostro hacia él, su cabello rebelde enmarcando un rostro iluminado por una sonrisa de una dulzura desgarradora. Sus palabras habían sido claras, sinceras:
—Colin, siempre he sentido algo por ti... Te amo.

Y él, por una vez, había respondido con la misma franqueza. Encantado, fascinado de que su Pen lo amara y siempre lo hubiera amado. Sus manos le tomaron la cara con ternura, y sus labios se habían encontrado en un beso cargado de anhelo y promesas. La intensidad del beso parecía crecer, Colin la abrazó a él sintiendo el corazón latiendo rápidamente en su pecho y Pen correspondiendo su pasión le tocaba la cara, el cabello y se abrazaba con fuerzas a él.

Se llevó las manos al rostro, secándose el sudor de la frente, tratando de borrar las imágenes que su mente evocaba. No era correcto pensar en Penélope de esa manera, se dijo a sí mismo. Ella era su amiga, su refugio constante desde la infancia. Pero el sueño lo había desarmado. Había algo latente, algo que siempre había estado allí, pero que ahora se mostraba con una claridad cegadora. Sin lograr calmarse, decidió levantarse. Necesitaba distraerse, hacer algo, alejarse de los pensamientos que amenazaban con consumirlo.

El sueño todavía ardía dando vueltas junto con los recuerdos latentes de la realidad en la mente de Colin mientras caminaba por las calles de Mayfair. La claridad que le había dejado no era algo que no podía continuar ignorando. Penélope Featherington no era solo su amiga, no era solo una confidente de su juventud. Era la mujer que había encendido algo profundo dentro de él, una llama que ya no podía sofocar. Había pasado demasiado tiempo sin ver lo que estaba justo frente a sus ojos, pero ya no más.

Llegaría a ella. Le diría la verdad. Y, si ella le permitía, haría lo imposible para estar a su lado.

Mientras tanto, en casa de las Featherington, Penélope se encontraba en el salón, revisando un bordado con más ansiedad que interés real. Su mente estaba atrapada en una vorágine de emociones: el beso en la mascarada, la intensidad de los ojos de Colin, el calor de su cercanía… y la abrumadora incertidumbre de lo que significaba.

Fue entonces cuando la llegada inesperada de Cressida Cowper irrumpió en su precaria calma. La joven entró al salón con un porte altivo, una sonrisa glacial en los labios. Penélope levantó la vista, sorprendida por la visita no anunciada.

—Cressida, qué sorpresa —dijo Penélope, esforzándose por sonar educada.

—Lo sé, querida. Pero pensé que debía venir a verte. Ya sabes, entre amigas —respondió Cressida con una dulzura envenenada, mientras se sentaba en un sillón frente a ella.

Penélope sintió un nudo formarse en su estómago. Sabía que Cressida nunca hacía nada sin un motivo oculto.

—Espero que no te moleste si voy directo al grano —dijo Cressida, cruzando las piernas con elegancia. —Vi algo muy interesante en White’s durante la mascarada. Algo… revelador.

El corazón de Penélope dio un vuelco. Sus dedos se tensaron sobre el bordado, pero mantuvo la compostura. —¿A qué te refieres?

Cressida sonrió, sus ojos brillando con malicia. —Oh, no te hagas la tonta. Te vi con Colin Bridgerton. Vi cómo te besaba como si fueras la única mujer en el mundo. Y cómo tú, la dulce y recatada Penélope Featherington, le correspondías con tanto entusiasmo.

Penélope sintió que la sangre abandonaba su rostro. —No tienes derecho a espiar y mucho menos a inventar cosas.

Cressida soltó una risa burlona. —Querida, no estoy inventando nada. Y no me interesa lo que tú creas. Lo que me interesa es lo que podría pensar el Dr. Charles si se enterara. Ya sabes, ese hombre al que tu madre está desesperada por que te cases.

Penélope se levantó, incapaz de quedarse quieta. —¿Qué quieres, Cressida?

—Es simple —respondió ella, su tono volviéndose frío. —Quiero a Colin. Siempre lo he querido. Y no voy a permitir que una insignificante Featherington me lo quite. Así que harás lo que yo diga. Convencerás a Colin de que debe cortejarme. Le dirás que no estás interesada, que no es digno de ti. Si no lo haces, me aseguraré de que tu prometido, tu madre y todo Londres se enteren de lo que pasó en la mascarada.

Las palabras de Cressida cayeron como una losa sobre Penélope. La joven sintió el peso de la amenaza, la desesperación de una situación que parecía no tener salida.

—Esto es… cruel —murmuró Penélope.

Cressida se levantó, alisándose el vestido con elegancia. —Llámalo como quieras, pero no olvides, querida, que yo siempre obtengo lo que quiero.

Con esas palabras, se marchó, dejando a Penélope sola y temblorosa en el salón.

Colin llegó a la casa Featherington con un aire resuelto. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era arriesgado, que tal vez incluso resultaría en su rechazo, pero no podía permitir que el miedo lo detuviera. Necesitaba saber que sentía Pen, necesitaba hablar con ella. Había pasado años sin reconocer sus sentimientos, y ahora que lo hacía, no iba a dar marcha atrás.

Un lacayo lo llevó al salón, donde encontró a Penélope mirando por la ventana. Su figura, iluminada por la luz de la tarde, le pareció más hermosa que nunca.

—Penélope —dijo, su voz cargada de emoción.

Ella se giró, y su expresión cambió al verlo. Había algo en sus ojos, una mezcla de sorpresa y… ¿temor?

—Colin, ¿qué haces aquí? —preguntó, su voz más aguda de lo habitual.

Él se acercó, deteniéndose a unos pasos de distancia. — Lo siento por la visita inesperada, pero necesitaba verte. Necesitaba hablar contigo.

Penélope sintió que el pánico la envolvía. Las palabras de Cressida resonaban en su mente, y cada fibra de su ser le decía que se alejara, que lo apartara de ella por su propio bien.

—No creo que sea una buena idea —dijo, retrocediendo un paso.

—Penélope, por favor, escucha —insistió Colin, sus ojos llenos de sinceridad. —No sé por qué me tomó tanto tiempo darme cuenta, pero lo sé ahora. Tú… tú siempre has sido diferente. Siempre has sido especial para mí. Y quiero… quiero demostrarte que no sólo soy palabras. Quiero estar a tu lado.

Las palabras de Colin la golpearon como una ola. Durante años había soñado con escuchar algo así, pero ahora, en este momento, se sentía incapaz de aceptarlo.

—Colin, no puedes decir eso. No deberías decir eso —dijo ella, su voz quebrándose.

Él frunció el ceño, confundido. —¿Por qué no? Penélope, lo digo en serio.

Ella negó con la cabeza, apartando la mirada. —Porque no soy lo que tú necesitas. Porque… porque hay alguien más que podría ser mejor para ti.

Colin la miró, su confusión transformándose en determinación. Dio un paso más cerca, su tono firme pero suave. —No me interesa nadie más, Penélope. Para mí no hay nadie más. Sólo tú.

El silencio llenó la habitación, y durante un momento, Penélope sintió que sus defensas se desmoronaban. Pero entonces, las palabras de Cressida volvieron a su mente, recordándole las consecuencias de dejarse llevar.

—Lo siento, Colin. Pero no puedo. No puedo ser lo que quieres que sea —dijo, su voz apenas un susurro.

Antes de que él pudiera responder, salió apresuradamente del salón, dejándolo solo con su corazón latiendo con fuerza y la certeza de que no se rendiría fácilmente.

Tres días después, la noche cubría Londres con un manto de tranquilidad aparente, aunque en el corazón de Colin Bridgerton ardía una tormenta. Había pasado días buscando respuestas, tratando de entender por qué Penélope lo había rechazado con tanto empeño, y aún así, la chispa de su determinación no se había apagado. Esa noche, mientras paseaba por las calles de Mayfair, un carruaje llamó su atención. Lo reconoció de inmediato; pertenecía a la familia Featherington.

Colin siguió el carruaje, sus pasos rápidos pero silenciosos. La curiosidad lo guiaba, pero también algo más profundo, una necesidad de comprender. Cuando el carruaje se detuvo frente a una boutique cerrada, sus ojos se estrecharon. Penélope descendió del vehículo, su capa oscura envolviéndola como una sombra. Colin observó cómo se apresuraba hacia la entrada trasera de la boutique, y sin pensarlo dos veces, decidió seguirla.

La puerta trasera estaba entornada, y Colin entró con cuidado. Dentro, el ambiente estaba en penumbra, iluminado apenas por un par de velas. Desde el piso superior llegaban voces tenues, entre ellas la de Penélope. Él subió las escaleras con sigilo, deteniéndose al escuchar una conversación entre ella y la modista.

—Gracias por todo, Genevive, pero no puedo quedarme mucho tiempo. Mi madre podría sospechar si me ausento demasiado —dijo Penélope, su tono apremiante pero agradecido.

—Siempre será un placer ayudarla, señorita Featherington. Y recuerde, la fortaleza viene en muchas formas —respondió la modista con una calidez que conmovió a Colin.

Penélope salió pocos minutos después, y Colin esperó a que bajara antes de confrontarla frente a la boutique. Cuando ella lo vio, su rostro se iluminó de sorpresa y alarma.

—¿Colin? ¿Qué haces aquí? —preguntó, retrocediendo un paso.

—Debería ser yo quien te pregunte eso, Penélope. ¿Por qué vienes aquí en medio de la noche? —replicó, cruzando los brazos.

Ella negó con la cabeza, su expresión frustrada. —No es asunto tuyo. No deberías estar siguiéndome. Esto no está bien.

—¿No está bien? ¿Es eso lo que crees? Porque lo único que no está bien aquí es cómo insistes en alejarme cuando claramente… —Colin hizo una pausa acercándose cada vez más a ella—. Claramente no quieres hacerlo.

—No sabes lo que quieres decir —dijo Penélope, retrocediendo un paso. —¿Por qué ahora, Colin? ¿Por qué después de todos estos años de distancia, de silencio? No creo en tus sentimientos. No puedo.

Él la miró, herido pero determinado. —No me culpes por lo que no entendí antes, Penélope. Si me equivoqué, fue por ceguera, no por falta de sentimientos. Y si me mantuve distante, fue porque temía arruinar lo único bueno y constante que tenía en mi vida. Tú.

Las palabras de Colin hicieron eco en el aire frío de la noche, pero Penélope se mantuvo firme, aunque sus ojos reflejaban un conflicto interno.

—No puedes arriesgarlo todo, Colin. No tienes idea de lo que significa para mí el no poder soñar. Mi vida ya está decidida, tengo responsabilidades que cumplir y un futuro que asegurar. Y no puedes idealizarme como si fuera perfecta, porque no lo soy.

Colin dio un paso hacia ella, acortando la distancia. —No necesito que seas perfecta, Penélope. No quiero que lo seas. Lo que quiero es lo que siempre has sido: tú. Fuerte, brillante, dulce. Tú, quien siempre me entendió mejor que nadie. A quién amo más que a nadie, y quien a cambio me ve, me entiende y me ama.

Penélope trató de responder, pero las palabras murieron en su garganta. Sus ojos traicionando la verdad, lo amaba, y ese pensamiento le llenó los ojos de lágrimas, al parecer nunca dejaría de amarlo.

 Colin la observó detenidamente y vio lo que necesitaba: ella no lo había negado. No había dicho que no lo amaba. Sin más preámbulos, tomó su rostro entre sus manos y la besó. Fue un beso intenso, lleno de años de emociones reprimidas. Penélope, atrapada entre la sorpresa y el deseo, respondió, dejando caer cualquier resistencia. Sus labios se movieron al unísono, comunicando todo lo que las palabras no podían expresar.

La noche pareció detenerse mientras se aferraban el uno al otro, su pasión envolviéndolos como una tormenta. Colin acarició sus rizos, sintiendo su suavidad, mientras ella se apoyaba contra su pecho, aceptando el calor de su abrazo. Colin jadeaba fascinado por ella, por la suavidad de su rostro, sintiendo la plenitud de su cuerpo junto al de él. Y Pen gemía suavemente dejándose llevar por el calor que crecía en su cuerpo. Lo abrazaba y recorría su espalda desesperada por entender la intensidad de lo que sentía.

Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad. Colin tomó su mano, mirándola con una intensidad que la dejó sin aliento.

—Ven conmigo, Penélope. Te mostraré lo que he soñado, lo que quiero construir contigo. Déjame demostrarte que soy digno de ti.

A pesar de sus dudas, Penélope asintió. Había algo en su mirada que prometía seguridad, que prometía amor.

En Bloomsbury, Colin la llevó a una casa modesta pero acogedora. La guio por las habitaciones, mostrándole el espacio que había preparado para una vida llena de posibilidades. Le mostró su escritorio, repleto de manuscritos y notas, y un diario en el que había escrito durante años sobre las personas, lugares y momentos que le recordaban a ella.

—Siempre has sido mi inspiración, Penélope. Incluso cuando no sabía lo que sentía, siempre estuviste ahí conmigo, en mis pensamientos. No quiero a nadie más. Quiero construir una vida contigo.

Penélope lo miró, sus ojos llenos de lágrimas y esperanza. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez, solo tal vez, el destino le daba una segunda oportunidad para soñar. Colin estaba siendo sincero y vulnerable con ella. Y eso le dio la confianza para contarle todo, la amenaza de Cressida, los problemas financieros de su familia y los sentimientos que había albergado por el todo este tiempo. Tomando aire inició.

Colin, hay algo que debo decirte…

Notes:

👀👀👀

Chapter 5: Corazones Desenmascarados

Chapter Text

Colin estaba en las nubes su Pen lo amaba, había millones de problemas, su familia no tenía dinero sabía que el casarse con ella implicaría soportar a Portia y a las hermanas de Penélope, por las cuales no sentía gran afecto. Aún debían resolver lo de su compromiso, pero por primera vez en días sentía que podía respirar. Su amor era correspondido, siempre lo había sido y Pen estaba frente a él confesándose avergonzada por amarlo desde el momento en que se conocieron. Era una imagen que sabría se llevaría a la tumba, su cabello recogido dejando algunos rizos alrededor de su rostro, dicho rostro furiosamente rojo, los labios llenos mordidos ocasionalmente por su dueña, y los ojos con lágrimas contenidas brillantes y rebosantes de amor.

No pudo contener la sonrisa de oreja a oreja mientras la escuchaba confesarse y a su vez fruncir el ceño y enojarse con el mismo por no notarlo antes. Su ceguera había ocasionado esto, si la hubiera visto antes hubieran estado casados desde el debut de Pen y a estas alturas quizá ya tuvieran uno o dos niños.

Cuando ella terminó de explicar y confesar todo él la tomó de las manos, se las besó con todo el amor y devoción que sentía por ella le pidió disculpas por no verla antes y ahí en medio de la sala de su futura casa en Bloomsbury empezaron a trazar planes para cancelar el compromiso de Pen y salvar aun así a su familia.

Colin se dirigiría a hablar con Cressida, dejarle muy claro que no se casaría con ella, Pen por su parte hablaría con el Dr. Charles para cancelar el compromiso y luego juntos irían con Portia a anunciar que se amaban y se casarían.

Al día siguiente

Penélope bajó la mirada mientras sus manos jugueteaban nerviosamente con el borde de su pañuelo. La atmósfera en el despacho del Dr. Charles era densa, cargada de una mezcla de tensión y vulnerabilidad. La luz cálida de la lámpara sobre el escritorio proyectaba sombras suaves en las paredes, como si incluso el ambiente tratara de ser gentil con ellos.

Cerca de la puerta, sentada en un sillón discreto, estaba la señora Varley, quien fue como chaperona de Penélope, ella hojeaba un pequeño libro con expresión solemne. No dijo una palabra, pero su presencia silenciosa era un recordatorio constante de las normas sociales que debían respetarse. A pesar de ello, su mirada se alzó de vez en cuando, vigilante, como si quisiera asegurarse de que todo se mantuviera apropiado.

El Dr. Charles la observaba en silencio, con esa mirada serena y bondadosa que siempre le había infundido confianza. Pero esta vez, sus ojos parecían más interrogantes, más frágiles. Como si él ya supiera lo que ella estaba a punto de decir.

—Doctor —empezó ella, pero su voz tembló, y tuvo que aclararse la garganta antes de continuar—. Usted es un hombre increíble. Uno de los más nobles que he conocido. Siempre he admirado su bondad, su generosidad, su capacidad para escuchar.

Él inclinó la cabeza, un pequeño gesto que parecía invitarla a seguir. Sus labios se curvaron en una sonrisa tenue, aunque su mirada no perdió esa chispa de melancolía.

—Y por eso —continuó Penélope, esta vez con más firmeza— es que debo ser completamente honesta con usted.

El Dr. Charles cruzó las manos sobre su escritorio, adoptando una postura que denotaba atención y respeto, aunque el leve fruncir de sus cejas revelaba que sabía hacia dónde se dirigía esto.

—Sé lo que cree que siente por mí —dijo Penélope, y sintió que un peso caía de su pecho al decirlo en voz alta. Pero inmediatamente otro peso, el de la responsabilidad, ocupó su lugar—. Y no sabe cuánto me honra su afecto, su deseo de proveernos a mi mamá y a mí. Es algo que jamás olvidaré, algo que siempre atesoraré.

—Pero... —murmuró él, con suavidad, como si quisiera ayudarla a terminar.

—Pero no puedo corresponderlo. —Las palabras salieron como un susurro, pero en el silencio del despacho resonaron como un trueno. Ella levantó la mirada y encontró la de él. No había reproche en sus ojos, solo una tristeza tranquila que casi la hacía romperse—. No puedo porque... porque no sería justo para usted. Ni para mí.

El Dr. Charles asintió levemente, aunque ella notó que sus dedos se tensaron, como si apretara un lazo invisible.

—Penélope, nunca buscaría presionarte para algo que no deseas —dijo él con voz grave, pero llena de ternura—. Pero, si me permites preguntar... ¿por qué crees que no sería justo?

Ella tragó saliva. Había esperado esta pregunta, pero ahora que la enfrentaba, se sintió vulnerable. Sin embargo, decidió que debía ser completamente sincera.

—Porque... —empezó, y luego cerró los ojos un momento, buscando las palabras—. Porque creo que parte su deseo de protección hacia mí está ligado a lo que años atrás sentía por mi madre.

El silencio que siguió fue profundo, pesado. El Dr. Charles entrecerró los ojos, sorprendido de que la joven mujer hubiera visto a través de él, pero no negó lo que ella decía, a fin de cuentas, era cierto. Finalmente, asintió, como si admitiera algo que había estado escondiendo incluso de sí mismo.

—Su madre... era una mujer extraordinaria —dijo con un susurro, casi para sí mismo—. Su fortaleza, su carácter... supongo que no es injusto decir que veo en ti mucho de ella. Pero, Penélope, lo que siento por ti es tuyo. No eres una extensión de mis recuerdos de ella. Ni busco reemplazarla a ella contigo.

—Lo sé —dijo ella con sinceridad—. Y por eso le estoy agradecida. Pero también sé que usted merece un matrimonio pleno. Que no venga con dudas o ataduras al pasado. Y yo... —hizo una pausa, temiendo decirlo, pero sabiendo que debía—. Yo no puedo darle eso. Porque mi corazón ya pertenece a alguien más.

La confesión llenó el aire, y ella vio cómo la expresión del Dr. Charles cambiaba, no de sorpresa, sino de aceptación. Él asintió lentamente, como si esas palabras le hubieran confirmado algo que ya había intuido.

—Colin —dijo, con una pequeña sonrisa que era a la vez triste y cálida—. Es él, ¿verdad? Siempre lo ha sido.

Penélope asintió, sintiendo el calor en sus mejillas.

—Sí. Lo amo. Con todo mi corazón. Y sé que jamás podría traicionarlo... ni a usted, pretendiendo algo que no siento.

El Dr. Charles suspiró profundamente, pero luego sonrió, una sonrisa llena de bondad. Se levantó de su silla y caminó hacia ella, deteniéndose a su lado. Con un gesto suave, tomó sus manos entre las suyas.

—Eres una mujer increíble y valiente Penélope. Siempre lo he sabido. Y si Colin tiene tu corazón, entonces tiene una fortuna mayor de lo que se imagina. Le dijo sonriéndole triste, él sabía la mayoría del tiempo se mostraba serio y lejano con ella, pero años de conocerla y verla convertirse en esta mujer decidida habían hecho mella en él y tenía la esperanza de con el tiempo el afecto entre ellos podría darse.

Los ojos de Penélope se llenaron de lágrimas, y apretó las manos del doctor con gratitud.

—Gracias... por entender.

—Siempre lo haré —respondió él con suavidad, antes de soltar sus manos y regresar a su escritorio, su postura digna, aunque sus ojos delataban una tristeza que tardaría en sanar.

Cuando Penélope se levantó, la señora Varley se puso de pie de inmediato, cerrando su libro con cuidado y manteniendo la distancia prudente. Penélope supo que había hecho lo correcto, pero también sintió el peso de haber roto el compromiso con un hombre tan bueno, sabía que su mamá la odiaría por ello. Cuando se despidieron, con un apretón de manos y una última sonrisa, supo que aquel momento quedaría grabado en su memoria para siempre. Un instante de verdad, dolor y respeto mutuo.

Por su parte Colin se preparaba para librar su propia conversación inquietante con Cressida.

Colin Bridgerton entró al elegante salón de los Cowper acompañado por su prima, Lady Lucinda Ashworth, una mujer conocida por su gracia y rectitud. Su presencia no era casual; Colin la había invitado a acompañarlo precisamente para evitar rumores o malentendidos. Lucinda tomó asiento cerca de la ventana, con una novela en las manos, pero con una mirada atenta que dejaba claro que no perdía detalle de lo que sucedía a su alrededor.

Cuando Cressida entró al salón, lucía tan impecable como siempre, pero al ver a Lucinda, su expresión se contrajo levemente antes de forzar una sonrisa.

—Colin, qué inesperado... y, Lady Ashworth, un placer tenerla aquí —dijo, inclinándose en una leve reverencia.

Lucinda respondió con una sonrisa tranquila. —El placer es mío, Lady Cowper. Solo estoy aquí como observadora neutral, nada más.

Cressida apretó los labios y volvió su atención a Colin, quien estaba sentado con una postura relajada, aunque sus ojos brillaban con determinación.

—Cressida, gracias por recibirme —comenzó Colin con cortesía—. Iré al grano, ya que ambos somos personas ocupadas. Estoy al tanto de lo que intentaste hacer con Penélope Featherington.

La sonrisa de Cressida se mantuvo, pero su mirada se endureció ligeramente. —No sé de qué hablas, Colin. Penélope y yo solo tuvimos una conversación amistosa.

—Amenazarla con arruinar su reputación y presionarla para que me manipule no suena precisamente a amistad —respondió Colin, su tono amable pero firme. —Sé exactamente lo que intentabas lograr, y estoy aquí para que quede claro que no funcionará.

Cressida se cruzó de brazos, inclinándose ligeramente hacia adelante. —¿Y si fuera cierto? ¿Qué vas a hacer al respecto, Colin? Sabes tan bien como yo que una Featherington no tiene poder ni influencia para desafiarme. Yo tengo una posición en la sociedad que proteger. ¿Ella? No es más que una sombra.

Colin mantuvo la calma, aunque sus manos se apretaron ligeramente sobre los apoyabrazos del sillón. —Cressida, no subestimes a Penélope. Su valía no depende de lo que digan las normas sociales. Y no permitiré que la uses para satisfacer tus ambiciones.

—¿Ambiciones? —respondió Cressida, soltando una risa incrédula. —¿Y qué hay de tus responsabilidades, Colin? ¿No crees que casarte con alguien de mi posición sería lo más lógico? Penélope no tiene nada que ofrecerte. Ni dinero, ni prestigio. Sólo escándalos esperando a suceder.

Lucinda cerró su libro con un chasquido suave y se levantó, acercándose con pasos decididos. —Perdón que interrumpa, Lady Cowper, pero su tono está empezando a cruzar un límite. Colin no necesita que le recuerden sus deberes, y ciertamente no es su lugar desestimar a una dama de la forma en que lo hace.

Cressida palideció levemente, pero se recompuso de inmediato. —Lady Ashworth, estoy simplemente exponiendo hechos.

—Hechos malintencionados —replicó Lucinda con una sonrisa cortés pero afilada. —Debería tener cuidado, Lady Cowper. Los hechos también pueden volverse en contra de quienes los manipulan.

Colin se puso de pie, imponiendo su presencia con elegancia. —Cressida, esta es nuestra última conversación sobre este tema. No me casaré contigo. Nunca lo haré. Si sigues adelante con tus amenazas hacia Penélope, encontrarás que mi familia y yo no somos tan fáciles de intimidar como crees.

Cressida lo miró fijamente, su rostro oscilando entre la furia y la incredulidad. —Estás cometiendo un error, Colin.

Él sonrió levemente, aunque sus ojos permanecieron serios. —No. Estoy tomando la decisión correcta. Y espero que algún día comprendas que las acciones impulsadas por la ambición suelen tener un costo más alto de lo que vale la pena pagar.

Lucinda tomó a Colin del brazo con delicadeza, indicando que era hora de partir. —Fue un placer visitarla, Lady Cowper. Que tenga una buena tarde.

Sin más, Colin y Lucinda se retiraron, dejando a Cressida sola en el salón. Mientras caminaban hacia el carruaje, Lucinda miró a su primo con una mezcla de orgullo y curiosidad.

—Debo admitir, Colin, que me alegra ver cómo defiendes lo que realmente importa para ti. Penélope tiene mucha suerte.

Colin sonrió con calidez, ayudándola a subir al carruaje. —Es todo lo contrario, Lucinda. Soy yo quien tiene suerte de haberla encontrado.

El carruaje partió, y mientras se dirigían de regreso a Mayfair, Colin supo que había hecho lo correcto, había dado el primer paso para proteger el futuro que tanto deseaba construir con Penélope. 

Eufóricos, Colin y Penélope se encontraron esa noche en el pequeño jardín que conectaba la casa Featherington con la casa Bridgerton. Él se reía a carcajadas mientras le contaba la cara que había puesto Cressida al verlo llegar con Lucinda y cómo había perdido toda su compostura al ser confrontada.

—¡Estaba convencida de que era la mujer indicada para mí! —dijo Colin, sonriendo ampliamente y acercándola aún más a su costado—. Creía que mi posición y la suya eran perfectas.

Penélope lo miraba con una sonrisa divertida, aunque sus ojos brillaban con travesura.

—¿Y por qué no? —dijo ella, fingiendo seriedad—. Después de todo, tú eres un Bridgerton, y ella... bueno, según ella, es perfecta.

—Jamás podría despertar en mí lo que tú despiertas, Pen. —Colin la miró con tal intensidad que ella sintió que su respiración se detenía por un segundo—. No podría imaginarme una vida con ella... —dijo estremeciéndose de temor al imaginarlo—. Ni soñar con ella como... —dijo con ímpetu y, al final, su voz se perdió en un susurro.

Se detuvo, y su expresión mostró una mezcla de timidez y algo que Pen no pudo identificar del todo. Lo que hizo que ella lo mirara extrañada, pero con una pequeña sonrisa instigadora.

—¿Soñar con ella? —repitió Penélope, alzando una ceja con picardía—. ¿Alguna vez ha soñado conmigo, Sr. Bridgerton?

Él se giró rápidamente, negando con una sonrisa nerviosa.

—¡Oh, por Dios! ¡Lo hiciste! —dijo ella con entusiasmo, dejando escapar una risita que lo hizo reír también.

—Está bien, lo admito. —Alzó las manos, como rindiéndose—. He soñado contigo... con besarte, con casarme contigo, con tener hijos contigo...

Se detuvo, mordiéndose el labio inferior, consciente de lo que estaba a punto de decir.

—¿Y? —insistió ella, su curiosidad ahora evidente—. ¿Con qué más has soñado?

Colin desvió la mirada por un momento, pero al volver a mirarla, su expresión había cambiado. Había una calidez, una adoración que Pen no podía ignorar. Levantó una mano y le acarició suavemente el rostro.

—Con nuestra noche de bodas.

Penélope parpadeó sorprendida, sintiendo el rubor subir por su cuello hasta teñir sus mejillas de rojo intenso.

—¿Nuestra noche de bodas? —preguntó en un murmullo apenas audible—. ¿No se supone que solo... dormiremos juntos? Ya nos hemos besado, ¿no?

Colin rió suavemente, y su sonrisa se volvió tierna, casi reverente.

—Sí, nos hemos besado, pero hay más, Pen. Mucho más, mi Pen —le dijo acariciando con ternura su mejilla.

Con cuidado, inclinó la cabeza y besó suavemente la curva de su cuello, dejando un rastro de pequeños besos y caricias que la hizo estremecerse. Penélope lo miraba, desconcertada, pero no se apartó. Cuando Colin la atrajo delicadamente hacia él, sentándola en su regazo, ella soltó un leve suspiro, sin saber qué esperar.

—Colin, ¿qué estás haciendo? —preguntó jadeante, aunque sus manos se aferraron instintivamente a sus manos que la abrazaban con delicadeza.

—Confía en mí —le susurró al oído, con una voz cargada de emoción—. Déjame mostrarte una parte de lo que quiero darte. Y de lo que pasará en nuestra noche de bodas.

Mientras hablaba, besó su mandíbula con ternura, y lentamente sus labios bajaron hacia el hueco de su cuello. Cada centímetro que tocaba con sus labios la hacía estremecerse y soltar pequeños suspiros que Colin atesoraba como si fueran confesiones divinas.

—Eres... increíble —le murmuró, maravillado por la suavidad de su piel, la forma en que se arqueaba ligeramente con cada beso, como si su cuerpo estuviera respondiendo a él de una manera que lo fascinaba—. Tan sensible... tan hermosa —susurraba encantado sobre su piel.

Con manos temblorosas, Colin deslizó sus dedos por la falda de su vestido. Al llegar al dobladillo, la miró intensamente, esperando su permiso, y una vez que ella asintió, él avanzó levantando la falda lentamente, aprovechando para acariciar con el reverso de sus dedos la piel delicada. Al llegar a su centro, notó el calor y la humedad que lo hicieron jadear suavemente. Levantó la mirada hacia Penélope, sus ojos brillando con una mezcla de asombro y adoración.

—Eres perfecta, Pen. Cada parte de ti.

Penélope, por su parte, lo miraba con una mezcla de maravilla y temor. Sus manos se aferraban a sus antebrazos, y pequeños gemidos escapaban de sus labios mientras Colin exploraba cada rincón con un toque tan reverente que ella sentía que iba a desmoronarse.

—Colin... —susurró su nombre, tratando de mantener el control, pero el torrente de sensaciones que él provocaba la hacía imposible.

Colin se inclinó hacia ella, besando sus labios con una urgencia contenida mientras sus dedos seguían descubriendo su centro, sus reacciones, sus suspiros. Se detuvo un instante, solo para verla: el rostro de Penélope estaba encendido, sus labios entreabiertos y su respiración errática, y su corazón latía con tanta fuerza que él casi podía sentirlo.

—No sabes lo hermosa que eres así... confiando tanto en mí, dejándome verte.

Cada pequeño sonido que ella hacía, cada gemido y suspiro, le provocaba una oleada de placer que no podía describir y lo hacía abrir la boca jadeante. Se sentía embriagado por ella, como si su felicidad, su gozo, fueran un regalo más precioso de lo que jamás hubiera imaginado.

Cuando Penélope llegó a la cima de algo desconocido, su cuerpo se tensó y soltó un grito ahogado que Colin capturó con un beso profundo, dejándola sentir que todo en ella era adorado, celebrado.

Después de unos momentos, con los cuerpos relajados y sus respiraciones aún descompasadas, Penélope apoyó la cabeza en el hombro de Colin, sus labios curvándose en una sonrisa satisfecha.

—Ahora entiendo por qué nos obligan a llevar chaperona a todas partes... con razón —murmuró, sus ojos brillando de felicidad.

Colin rió, apretándola más contra su pecho, mientras su propia respiración comenzaba a calmarse.

—Pero Colin, ¿qué hay de ti, de tu placer? —le decía, mordiéndose los labios, insegura—. Debes mostrarme qué hacer. Él, encantado por su entusiasmo la miró sonriendo pero, negó suavemente.

—Tendremos muchas noches para explorar esto juntos, mi amor. No tengo prisa. Todo a su tiempo.

Y con ese pensamiento, mientras la abrazaba con ternura y la apretaba más contra su pecho, llenándose del aroma de su cabello, Colin cerró los ojos, permitiéndose soñar con todo lo que el futuro les traería.

 

Chapter 6: Agujas y Revelaciones

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El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Penélope Featherington se dirigió al taller de Genevieve Delacroix, el corazón latiéndole con fuerza. Había pasado toda la noche despierta, ideando, dibujando, soñando. Esta vez, no era sólo un sueño; era un plan. Uno que podría liberarla del peso de las deudas familiares y, más importante aún, le daría un propósito. Si bien siempre se había sentido inspirada y atraída por la palabra escrita, había dado un giro, se había dado cuenta que su creatividad podía llegar a más. Al entrar, fue recibida por Genevieve, que estaba ajustando un corsé en el maniquí.

—Mon amie, estás aquí temprano. Y con esas ojeras, ¿dormiste algo? —preguntó Genevieve con un toque de burla, dejando su trabajo para acercarse a Penélope.

Penélope negó con la cabeza, sosteniendo un rollo de papeles contra su pecho. —No podía dormir. Tenía demasiadas ideas y no quería perder ni una. Quería saber qué piensas de estos bocetos.

Genevieve arqueó una ceja, interesada. —Bien, ¿qué es lo que tienes?

Penélope desenrolló los papeles sobre la mesa, mostrando bocetos detallados de vestidos con cortes innovadores, líneas que abrazaban las curvas en lugar de esconderlas. Cada diseño tenía un aire de elegancia y funcionalidad que reflejaba la mirada cuidadosa de Penélope sobre lo que las mujeres como ella realmente necesitaban.

Genevieve observó los bocetos con atención, inclinándose sobre la mesa mientras sus dedos seguían las líneas del dibujo.

—Esto... esto es diferente, Penélope. —Su voz era baja, como si estuviera sopesando algo importante. —¿Quieres diseñar vestidos específicamente para mujeres con cuerpos más llenos?

Penélope asintió, su expresión seria. —Sí. Estoy cansada de sentirme como si mi cuerpo fuera un defecto que las modistas tienen que "arreglar". Cansada de telas que no me favorecen y de cortes que parecen hechos para ocultarnos. No quiero que otras mujeres pasen por eso.

Genevieve se enderezó, cruzándose de brazos mientras evaluaba a Penélope. —Es un riesgo. La moda está diseñada para una idea de perfección que no incluye a todas las mujeres y sus distintos tipos de cuerpo. Pero... también debo decirte que... es brillante querida.

Penélope dejó escapar un suspiro aliviado. —¿Entonces lo harás realidad conmigo?

Genevieve le lanzó una sonrisa astuta. —Oh, querida, no sólo lo haré. Haré que todo Londres hable de ello. Pero... tendrás que trabajar duro, más de lo que nunca imaginaste. Si vamos a hacer esto, lo haremos bien.

Penélope asintió con entusiasmo. —Estoy lista.

Genevieve se acercó, colocando una mano en su hombro. —Y recuerda, Penélope, esto no es sólo por dinero o por demostrar algo. Es por ti. Es para ayudarte a que encuentres tu voz.

Las palabras de Genevieve resonaron profundamente en Penélope. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tenía un propósito que iba más allá de sobrevivir.

La siguiente semana el taller de Genevieve Delacroix estaba en plena explosión creativa. Entre montones de telas y herramientas de costura, Penélope Featherington trabajaba con una energía que nunca antes había sentido. Genevieve, siempre elegante incluso en medio del caos, la observaba con una sonrisa satisfecha mientras revisaba los detalles de un tocado.

—Mon amie, creo que este vestido será un éxito. Mira cómo el corte realza las curvas sin forzarlas —dijo Genevieve, tocando suavemente el maniquí que vestía uno de los diseños de Penélope.

Penélope, con los dedos manchados de tiza y una aguja entre los labios, levantó la vista con una sonrisa tímida. —Espero que tengas razón. No puedo evitar sentirme... nerviosa.

—Es natural, chérie, pero confía en mí. Las mujeres no quieren esconderse bajo capas de tela. Quieren ser vistas. Y tus diseños las harán sentir orgullosas de quienes son.

Las palabras de Genevieve calaron profundamente en Penélope, quien asintió con determinación antes de volver a concentrarse en los detalles del vestido.

Mientras Penélope ajustaba las telas y tomaba medidas en un maniquí, Colin entró con paso inseguro. Su expresión no era la habitual mezcla de alegría y picardía; esta vez, había algo más profundo, casi vulnerable en su mirada.

Genevieve lo observó desde el rincón, haciendo una mueca de aprobación hacia Penélope antes de salir del salón con discreción. Era evidente que Colin no estaba allí sólo para observar.

—¿Todo bien, Colin? —preguntó Penélope, dejando a un lado la aguja y el hilo.

Él se frotó la nuca, un gesto que siempre hacía cuando estaba nervioso. —Eso creo. O tal vez no. No lo sé, Pen.

Ella frunció el ceño, preocupada, y dio un paso hacia él. —Dime qué sucede.

Colin se dejó caer en una silla cercana, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza baja. —He estado escribiendo por años. Pensé que viajar y recopilar historias de lugares lejanos me daría claridad, un sentido de propósito. Pero ahora que estoy de vuelta, con páginas y páginas llenas... y tengo este siento que no es... suficiente. Quiero publicar mis diarios, pero estoy inseguro acerca de mi trabajo.

Penélope lo miró en silencio, dándole el espacio para continuar. Colin levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de ella.

—¿Y si mis palabras no importan? ¿Y si publico este libro y nadie lo lee? —preguntó en voz baja, como si admitirlo en voz alta lo hiciera más real.

Penélope tomó sus manos entre las suyas, pequeñas pero firmes. —Colin, el valor de tus palabras no depende de cuántas personas las lean. Depende de lo que significan para ti y de cómo impactan a quienes las lean, aunque sea una sola persona.

Él sonrió débilmente. —Es fácil decirlo, pero... ¿cómo logras sentirte tan segura con esto que estás haciendo? —Señaló los vestidos a medio terminar que colgaban del perchero. —Estás creando algo completamente nuevo, algo que desafía las normas, y pareces... decidida.

Ella suspiró, sentándose frente a él. —No siempre me siento segura. A veces tengo miedo de fracasar, de que la gente me mire y sólo vea una Featherington más, una mujer tímida, sin nada que ofrecer. Pero luego recuerdo que esto no se trata de ellos. Se trata de mí, de las mujeres que quiero ayudar. Y si yo misma no creo en mi propósito, ¿quién lo hará?

Colin la observó, sus palabras resonando en su interior. Por primera vez, sintió que sus dudas eran compartidas, que no estaba solo en su lucha interna.

—Entonces, ¿qué hago, Pen? —preguntó, casi desesperado. —¿Cómo encuentro el valor para seguir adelante?

Ella sonrió suavemente, inclinándose hacia él. —No tienes que tener todas las respuestas ahora mismo. Pero sí debes permitirte fallar. Fallar significa que estás intentando, Colin. Es parte de construir algo significativo. Además, si ayuda en algo debes saber que yo creo en ti, y siempre estaré aquí para ti. Sin importar el resultado.

Las palabras de Penélope calaron profundamente en él, le llenaron un poco el vacío de inseguridad que tenía. Esto lo hizo sonreír. Por primera vez, sintió que no tenía que cargar con el peso de la perfección, que su viaje no necesitaba ser lineal. Y en ese momento, aunque aún no lo sabía con certeza, comenzó a creer que su propósito no estaba sólo en las palabras que escribía, sino en cómo esas palabras conectaban con las personas, empezando por Penélope. Que maravillosa era esta mujer, era capaz de armarlo y desarmarlo a su antojo. Tenía sobre él un poder inhumano y pudiendo lastimarlo elegía reforzarlo y llenarlo de amor confianza, suspiró, cuánto más podría amarla.

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La mañana era luminosa, pero dentro del salón principal de la casa Featherington, el ambiente estaba tenso. Penélope y Colin estaban sentados juntos, frente a Portia, cuya expresión rígida y mirada crítica dejaban claro que no estaba complacida con su presencia.

—Entonces, ¿puedo saber por qué están aquí juntos? —demandó Portia, sus labios fruncidos mientras tamborileaba sus dedos sobre el brazo del sillón. —Espero que no sea otra de tus ideas descabelladas, Penélope.

Penélope tragó saliva, pero Colin, siempre protector, tomó la palabra primero.

—Lady Featherington, estamos aquí porque queremos ser honestos con usted. Penélope y yo nos amamos y planeamos casarnos.

Portia dejó escapar un jadeo de incredulidad, sus ojos ampliándose. —¡Casarse! Penélope, ¿qué locura es esta? Colin Bridgerton puede que sea un buen partido, pero no para una familia como la nuestra en esta situación. No tenemos nada que ofrecerle, y francamente, no entiendo por qué querría casarse contigo en primer lugar.

Penélope sintió la punzada de las palabras de su madre, pero Colin apretó su mano con firmeza, brindándole apoyo.

—Quiero casarme con Penélope porque ella es todo para mí, la amo —dijo Colin, con un tono tan firme que incluso Portia pareció sorprendida. —Pero más allá de eso, queremos explicarle cómo ambos estamos trabajando para resolver los problemas financieros que enfrenta su familia.

Portia frunció el ceño, su curiosidad empezando a ganar la batalla contra su enojo. —¿Resolver? ¿Cómo podrían ustedes dos solucionar algo que yo llevo años intentando arreglar?

Penélope enderezó los hombros y se adelantó. —Mamá no había querido contarte nada por temor a tu enojo, pero he comenzado a trabajar con Genevieve Delacroix en una colección de vestidos diseñados para mujeres con cuerpos como el mío. Es un concepto diferente, y ya tenemos interés de varias clientas. Si todo va bien, será rentable y nos ayudará a salir adelante.

Portia parpadeó, claramente atónita. —¿Trabajando? Penélope, eso es... es... ¡inaudito! Las damas de nuestra clase no trabajan. No puedes rebajarte así.

—¡Pero deberían! —exclamó Penélope, con una pasión que incluso sorprendió a Colin. —Mamá, no tenemos las opciones que solíamos tener. Si seguimos dependiendo de la benevolencia de otros, jamás saldremos adelante. Este proyecto es una oportunidad real, una que puede darnos estabilidad y respeto.

Colin aprovechó el momento para intervenir. —Y yo también estoy trabajando en algo importante, Lady Featherington. He estado escribiendo un libro sobre mis viajes, y aunque aún no lo he publicado, tengo intenciones de hacerlo. Con ayuda del apellido Bridgerton, ya tengo capturado el interés de un editor. Los ingresos de ese libro, junto con el éxito del negocio de Penélope, podrían cambiar completamente la situación de su familia.

Portia permaneció en silencio por un momento, su mirada alternando entre su hija y Colin. Finalmente, dejó escapar un largo suspiro y se recostó en el sillón, pero no con resignación, sino con una mezcla de preocupación y algo que sólo Penélope pudo identificar como orgullo.

—No puedo decir que me guste esta idea, Penélope. —Su voz era más suave, aunque cargada de tensión, tocándose estresada la frente le explicó —Todo lo que quiero para ti es seguridad, que tengas una vida estable y que no termines sufriendo. Si esto no funciona, no sólo te dolerá a ti. Nos dolerá a todos, perderemos nuestro prestigio y buen nombre ante la sociedad. Seremos parias.

Penélope dio un paso adelante, sus ojos llenos de emoción. —Lo sé, mamá. Pero necesito que confíes en mí. En nosotros. Este no es sólo un capricho, es una oportunidad para construir algo real. Podríamos cambiar el curso de las cosas en la sociedad.

Portia la miró largamente, sus ojos buscando algo, dudas o inseguridad, en el rostro de su hija. No encontrando más que férrea determinación. Finalmente, asintió, aunque su expresión seguía reflejando angustia.

—Confío en ti, Penélope. Siempre lo he hecho, aunque no siempre lo diga. Sólo prométeme que serás cautelosa. No puedo soportar verte caer.

Penélope sintió un nudo en la garganta, pero logró sonreír. Se acercó a su madre y, para sorpresa de ambas, tomó sus manos con ternura.

—Gracias, mamá. No voy a defraudarte.

Portia apretó sus manos, desviando la mirada como si no quisiera que nadie viera la emoción en sus ojos. Colin, observando la escena, sintió una nueva admiración por la compleja relación entre madre e hija. Su respeto por Penélope creció aún más.

Cuando salieron del salón, Colin miró a Penélope con una sonrisa cálida. —Eres increíble, ¿lo sabías?

Penélope sonrió tímidamente, pero la fuerza en su interior era evidente. Juntos, sabían que este era sólo el comienzo de los desafíos que enfrentarían, pero también de todo lo que podrían lograr.

Cruzaron la calle tomados del brazo, y Penélope creyó que Colin se dirigía hacia la sala principal para informar a la familia Bridgerton de su compromiso. Sin embargo, él tenía otros planes.

Con una sonrisa traviesa en los labios, tomó su mano y la guio por pasillos escondidos, lejos del bullicio familiar. Penélope lo seguía, confusa pero intrigada, hasta que llegaron a su habitación. Apenas cerró la puerta tras ellos, Colin se inclinó hacia ella y la besó suavemente.

—Colin... —murmuró entre besos—. No podemos hacer esto.

Él no le prestó atención. Estaba eufórico, como si el peso de semanas de tensión hubiera desaparecido de golpe. Todo había salido bien: Portia había aceptado su compromiso, estaba en proceso de publicar su libro, y su Pen creaba vestidos que maravillaban a la alta sociedad. Ahora, en este momento, nada más importaba.

La besaba embelesado por el cuello, dejando un rastro cálido hasta la curva superior de sus senos. Entre susurros, le confesaba lo mucho que la amaba, lo increíble que era saber que pronto podría llamarla su esposa.

—Penélope Bridgerton... —dijo con voz ronca mientras su aliento acariciaba su piel.

Ella rió encantada, pero también nerviosa.

—Colin, nos van a descubrir. Toda tu familia está en la casa.

—Pen —replicó, apartándose un poco para mirarla con intensidad—, tan pronto como anunciemos nuestro compromiso, tendré que compartirte con todos. Y no quiero. Necesito que este momento sea solo nuestro, unos instantes de paz antes de que el mundo nos reclame. Te lo prometo, solo unos momentos.

Penélope titubeó, pero finalmente cedió. Su amor por él, mezclado con el deseo de compartir aquella felicidad, la venció. Él la condujo hacia la cama con una delicadeza que la hizo sentir adorada.

—Es amarilla —comentó, acariciando la colcha.

—Siempre ha sido mi color favorito —respondió él mientras se arrodillaba frente a ella, quitándole con cuidado las zapatillas y besando suavemente sus tobillos—. El amarillo me persigue desde que te conocí.

Ella sonrió, pasando los dedos por su cabello. Observó fascinada cómo él cerraba los ojos, perdido en el contacto, mientras una sonrisa medio tonta aparecía en su rostro.

—No puedo creer que en breve serás mi esposa —susurró él, inclinándose para besarla de nuevo, esta vez con una pasión más intensa.

—¿Puedo? —preguntó tímidamente, dejando que sus dedos se posaran sobre sus pechos por encima del vestido.

Penélope, nerviosa pero curiosa, asintió. Colin bajó con lentitud el tirante del vestido, revelando más de su piel hasta que el borde de su areola quedó visible. Aquello pareció desatar algo en él. Enfervorizado, la besó con una mezcla de deseo y reverencia, como si cada centímetro de ella fuera un tesoro.

No necesitaban palabras. Colin no se apresuró en desnudarla del todo, consciente de que una vez que la viera completamente desnuda, no habría vuelta atrás. Sin embargo, eso no le impidió explorar cada rincón a su alcance. La besaba con devoción, como un peregrino ante su diosa.

Porque ella era su diosa. Su amor. Su vida.

Lentamente, con una mirada que pedía permiso, alzó su vestido hasta envolverlo en sus caderas. Se detuvo un instante, como si grabara la imagen en su memoria, y luego, sin romper el contacto visual, enterró su rostro en su entrepierna.

—Colin... —gimió Penélope, mezcla de sorpresa y deseo.

Él no respondió con palabras, solo alzó la mirada y dejó que su lengua explorara su montículo con lentitud. Cada movimiento era calculado, cada caricia un homenaje. Al principio, ella lo sujetaba de los hombros con cierto nerviosismo, pero al ver el éxtasis en su rostro, se relajó.

No creía posible que algo pudiera sentirse así, pero Colin sabía exactamente qué hacer para volverla loca. La humedad entre sus piernas creció rápidamente, y él, notándolo, se enfocó en darle todo el placer que podía ofrecerle. Los espasmos del clímax la recorrieron con una fuerza inesperada, haciéndola cerrar las piernas involuntariamente alrededor de su rostro mientras gemidos ahogados escapaban de sus labios.

Cuando todo terminó, Penélope se dejó caer sin aliento sobre la cama, el rostro aún encendido por el éxtasis. Colin se recostó a su lado, envolviéndola en sus brazos mientras acariciaba suavemente su cabello.

Con ternura, acomodó su vestido lo mejor que pudo, pensando en los paños tibios que necesitaría más tarde para limpiarla. Pero por ahora, solo quería perderse en el momento. En ella. En el sabor que aún permanecía en su lengua. En su futura esposa.

Él acariciaba el cabello de Penélope tratando de contener la sonrisa mientras ella permanecía recostada en su pecho, aún recuperándose. Su respiración comenzaba a calmarse, pero Colin seguía observándola con una mezcla de ternura y asombro, como si no pudiera creer que la tenía allí, en sus brazos.

—¿Sabes? —murmuró él, su voz un suave susurro—. Podría quedarme así para siempre, solo abrazándote. Pero no voy a dejar que estés incómoda, mi amor.

Penélope alzó la vista, con una sonrisa cansada y un toque de curiosidad en los ojos.

—¿Qué quieres decir? 

Él besó su frente con delicadeza, como si fuera lo más precioso del mundo.

—Voy a cuidarte, Pen. Siempre. Eso incluye momentos como este. Ahora mismo, estás perfecta tal como estás, pero sé que puedo hacer que te sientas aún mejor.

Se levantó de la cama con cuidado, asegurándose de acomodar su vestido sobre sus piernas antes de alejarse. Abrió un pequeño baúl junto a la cama y sacó un paño limpio y un recipiente con agua fresca.

—¿Siempre tienes esto aquí? —preguntó Penélope, divertida.

—Bueno, nunca pensé que lo necesitaría para esto exactamente, pero me gusta estar preparado.

Volvió a su lado y, con una dulzura infinita, humedeció el paño en el agua. Con movimientos suaves, limpió cada rincón de su piel que había tocado con su pasión, asegurándose de no dejar ni una pizca de incomodidad.

—No tienes que hacer esto, Colin —susurró ella, conmovida por su atención.

—Quiero hacerlo. Es un honor para mí cuidarte. Quiero que sepas que, cuando estés conmigo, siempre serás atendida, amada... adorada.

A medida que terminaba, dejó el paño a un lado y volvió a acostarse junto a ella, rodeándola con sus brazos fuertes.

—Después de cuidarte así, me siento como si estuviera cuidando una obra de arte —bromeó con una sonrisa cálida, plantándole un beso en la frente—. Pero tú no eres una obra de arte. Eres mucho más.

—¿Qué soy, entonces? —preguntó ella con un brillo en los ojos.

—Eres mi todo, Pen.

Ella lo miró, sintiendo que su corazón se llenaba de una calidez abrumadora. En ese momento, supo que, con Colin, siempre estaría segura.

 

Chapter 7: El anuncio y el reencuentro

Chapter Text

El ambiente en Aubrey Hall era animado y lleno de risas. La familia Bridgerton se había reunido en el gran salón, con Daphne organizando un juego de cartas con Benedict y Gregory, mientras Hyacinth intentaba convencer a Francesca de unirse. Anthony observaba a todos con su característica mezcla de autoridad y diversión, mientras Eloise hojeaba un libro cerca de la ventana.

Colin y Penélope entraron tomados de la mano, y el bullicio cesó. Todas las miradas se volvieron hacia ellos, y el silencio que siguió fue tan denso que Colin carraspeó, sintiendo que su habitual confianza se desvanecía.

—Bueno, esto es... intimidante —murmuró Colin lo suficientemente alto para que todos lo escucharan.

Benedict sonrió ampliamente, deduciendo que diría Colin a continuación. —¡Oh, hermano! Te aseguro que se pondrá peor. Pero adelante, sorpréndenos.

Penélope soltó una pequeña risa, aunque su mano apretó la de Colin con más fuerza. Él la miró, reuniendo valor, y dio un paso al frente.

—Tenemos algo que anunciar —dijo, alzando la voz para que todos lo oyeran. —Penélope y yo estamos comprometidos. Nos vamos a casar.

Por un momento, el salón quedó en un silencio sepulcral. Penélope contuvo la respiración, observando cómo las miradas de sorpresa se posaban en ella, y el nudo en su estómago se apretó. ¿Qué pensarían de ella? Durante años, había vivido a la sombra de las expectativas sociales, de los chismes y de su propia inseguridad. Pero aquí estaba, frente a la familia más imponente de Londres, de la mano del hombre al que amaba.

El estallido de aplausos y exclamaciones la sacó de sus pensamientos. Daphne cruzó el salón para abrazarla, y la calidez de ese gesto disipó parte de su ansiedad.

—¡Por fin! —exclamó Daphne con entusiasmo. —¡He estado esperando este día desde siempre!

—Yo también —añadió Francesca, con una sonrisa suave pero traviesa. —Pero, claro, ya estaba perdiendo la esperanza. Colin, realmente tardaste siglos.

—En su defensa, es Colin —dijo Gregory, fingiendo seriedad mientras se recostaba en el sillón. —Nunca ha sido particularmente rápido para estas cosas.

Colin rodó los ojos, pero antes de que pudiera replicar, Anthony se levantó y caminó hacia él con paso firme.

—Entonces, has tomado tu decisión, Colin —dijo Anthony, cruzando los brazos y estudiando a su hermano menor.

Colin tragó saliva, pero no dejó de mirar a Anthony. —Sí. Penélope es la única mujer con la que quiero pasar mi vida. Estoy seguro.

Anthony lo miró un momento más, y luego una amplia sonrisa apareció en su rostro mientras le daba una palmada en el hombro. —Bien hecho. No esperaba menos de ti. Aunque, debo decir, Penélope, tienes toda mi admiración por aguantarlo.

—¡Aguantarlo es una labor heroica! —añadió Benedict, llevándose una mano al corazón con teatralidad. —Espero que tengas un plan para lidiar con su terrible sentido del humor.

—Oh, ya lo tengo controlado —respondió Penélope con una sonrisa cómplice, provocando risas en toda la sala.

La conversación se volvió más animada, con los Bridgerton turnándose para felicitar a Penélope y lanzarle bromas a Colin. Sin embargo, una figura permanecía apartada. Eloise, quien había estado en silencio hasta ese momento, cerró su libro y se levantó, caminando hacia Penélope con pasos lentos.

—Pen —dijo Eloise, llamando su atención. —¿Podemos hablar un momento?

Penélope asintió, sintiendo un nudo en el estómago mientras ambas salían al jardín. El aire fresco las envolvió mientras caminaban en silencio, hasta que Eloise se detuvo bajo un rosal.

—Hace tiempo que no hablamos como solíamos hacerlo —dijo Eloise, mirando las flores en lugar de a Penélope. —Y, para ser honesta, siempre me pregunté por qué te alejaste.

Penélope suspiró, bajando la mirada. —No fue fácil para mí, Eloise. Amaba a Colin en silencio, y sabía que estar cerca de ti y de tu familia sólo hacía que mis sentimientos fueran más difíciles de ocultar. Nunca quise que nuestra amistad sufriera, pero... no supe manejarlo.

Eloise guardó silencio por un momento, y luego la miró con ojos llenos de algo que parecía ser arrepentimiento y comprensión.

—Siempre pensé que te habías cansado de mí —dijo Eloise en voz baja. —Que ya no éramos importantes para ti.

—Eso nunca fue cierto —respondió Penélope rápidamente, su voz temblando por la emoción. —Tú fuiste mi mejor amiga, Eloise. Y lo siento tanto por no haberte contado lo que estaba pasando. Pensé que era lo mejor, pero ahora sé que no lo fue.

Eloise la miró fijamente, y luego dejó escapar un suspiro antes de esbozar una pequeña sonrisa.

—Bueno, al menos ahora sé que no fue porque pensaste que era demasiado intensa o insoportable —bromeó, haciendo reír a Penélope.

—Nunca pensé eso —respondió Penélope entre risas.

Eloise tomó las manos de Penélope entre las suyas. —Prométeme que no volveremos a alejarnos. Te he echado de menos, Pen.

Penélope asintió, con lágrimas en los ojos. —Lo prometo. Te he extrañado mucho El.

Ambas se abrazaron, dejando que el peso del pasado se desvaneciera. Mientras regresaban al salón, con una conexión renovada, Eloise comentó casualmente:

—¿Entonces vas a casarte con Colin? ¡Pobre de ti, Pen!

Penélope rió, sintiéndose más ligera que en años. Dentro, los Bridgerton seguían bromeando con Colin, quienes, al verlas entrar, hicieron espacio para que Eloise se uniera al bullicio.

—¡Bienvenida a la familia, Pen! —dijo Benedict, levantando su copa con una sonrisa conspiradora. —Aunque, si somos honestos, Colin siempre fue un poco predecible contigo.

—¿Predecible? —preguntó Colin, frunciendo el ceño, aunque con una leve sonrisa. —¿Qué quieres decir con eso?

Daphne soltó una carcajada, cruzándose de brazos. —Oh, vamos, Colin. ¿Recuerdas cuando tenías once años y te quedaste mirando a Penélope durante toda una tarde en el jardín porque, según tú, "era la niña más bonita que habías visto"?

Penélope se sonrojó de inmediato, mientras Colin se llevaba una mano al rostro, claramente mortificado. —¡Eso no es cierto!

—Claro que sí lo es —insistió Daphne, dándole un codazo. —¡Incluso le dijiste a mamá que ibas a casarte con ella porque ninguna otra niña sabía atrapar ranas como Pen!

La risa estalló entre los presentes, y Benedict añadió, disfrutando del momento: —¡Ah, sí! Y luego pasaste una semana practicando tus modales porque querías impresionarla en el próximo picnic. Oh y las clases adicionales que te dio Anthony para bailar el vals- Le dijo alzando las cejas burlescamente. Aunque, por supuesto, eso terminó con Pen empujándote al estanque y lanzándose ella contigo.

Penélope no pudo evitar unirse a las risas recordando su niñez. —¡En mi defensa, tú me pediste que atrapáramos esa rana enorme!

—¡No es cierto, la rana no era enorme! —protestó Colin, aunque su sonrisa delataba que también encontraba divertida la historia.

—Oh, vamos, hermano. —Benedict le dio una palmada en el hombro. —Admítelo: siempre has estado perdido por Penélope.

Colin suspiró, levantando las manos en un gesto de rendición. —De acuerdo, de acuerdo. ¿Terminamos con las historias vergonzosas?

Daphne sonrió, llevándose una mano al pecho como si estuviera pensándolo. —Por ahora. Pero no te relajes demasiado. Tenemos toda una boda para recordarte más cosas.

La risa llenó el salón una vez más, y Colin miró a Penélope con una mezcla de vergüenza y adoración. —Y pensar que creí que esta sería una reunión tranquila.

—Con tu familia, eso nunca va a suceder —bromeó Penélope, tomando su mano y entrelazando sus dedos. —Pero creo que me voy acostumbrando.

Mientras todos seguían riendo y charlando, Eloise se acercó a Penélope y le susurró: —Bueno, al menos sabemos que desde siempre has sido su favorita.

Penélope sonrió mirando a Colin sonrojarse por las burlas de sus hermanos y sintiendo que, a pesar de los desafíos, estaba exactamente donde debía estar: rodeada de amor, risas y nuevas posibilidades.

Dos días después, en el salón de los Bridgerton, se celebraba el compromiso de Penélope Featherington y Colin Bridgerton. Nadie en el concurrido espacio habría dudado jamás del amor que unía a la pareja, quienes saludaban a cada invitado con una sonrisa que irradiaba felicidad. Colin presentaba a Pen con evidente orgullo, siempre llevándola del brazo como si quisiera dejar claro que ella era su más preciado tesoro.

El vestido de Penélope era el centro de todas las miradas, y con razón. Era una obra maestra en color lila, con un delicado bordado de hilos plateados que formaban intrincados patrones de flores y hojas en la falda y el corpiño. La tela, de gasa ligera superpuesta a un satén más pesado, parecía moverse como un susurro con cada paso que daba, reflejando la luz de los candelabros en destellos sutiles. El escote, adornado con pequeños cristales, enmarcaba su cuello y pechos con elegancia, sin rozar lo vulgar, mientras las pequeñas mangas rozaban ligeramente sus hombros, revelando la justa cantidad de piel para ser sofisticado y a la vez cautivador. La cintura estaba marcada con un cinturón de raso que acentuaba su figura regordeta, dando al vestido un aire etéreo, pero a la vez moderno.

El salón estaba lleno de murmullos admirativos, y no solo por la belleza del vestido. Cuando Lady Danbury, siempre una experta en descubrir rumores jugosos, se enteró de que Penélope había diseñado el vestido ella misma, no tardó en compartir la noticia con entusiasmo.

—¿Penélope Featherington ha hecho este vestido? —exclamó una dama mayor, llevándose un abanico al pecho como si fuera a desmayarse.

—¡Es una maravilla! —decía Lady Danbury a Violet Bridgerton—. No me sorprendería que toda Mayfair esté buscando a su modista para copiar este diseño. Pero resulta que su creadora está aquí mismo. ¡Es casi revolucionario!

—Siempre ha tenido un talento especial para la costura —respondió Violet con una sonrisa orgullosa.

Las cabezas giraban en el salón, algunos con asombro y otros con una ligera envidia. La revelación de que Penélope no solo había diseñado, sino que también había trabajado en la confección del vestido, transformó por completo la percepción que muchos tenían de ella. Ya no era la tímida Featherington que muchos ignoraban en las temporadas pasadas; ahora era una mujer segura de sí misma, creativa y llena de gracia. Y si alguna duda quedaba, la mirada de orgullo y adoración de Colin hacia ella disipaba cualquier resistencia.

Mientras saludaban a los invitados, Colin no perdió la oportunidad de comentar:

—No creo que exista nadie más talentosa que tú, Pen. Este vestido... —Él se inclinó un poco hacia ella, hablando lo suficientemente bajo para que solo ella escuchara—. Aunque odio admitirlo, creo que esta noche tú has superado a cualquier Bridgerton. Incluso a mí.

Penélope rió, tratando de disimular su rubor.

—Oh, no exageres, Colin.

—No estoy exagerando. —Él le dedicó una mirada intensa, cargada de sinceridad—. Estoy hablando como tu más devoto admirador.

El impacto del vestido no hizo más que aumentar cuando Colin la invitó a bailar, rompiendo con la tradición de los compromisos sin vals. Al verla deslizarse por el salón en aquel vestido que ella misma había creado, los murmullos volvieron con fuerza, esta vez mezclados con admiración absoluta. Penélope Featherington no solo estaba comprometida con uno de los hombres más deseados de Londres, sino que también había demostrado ser una mujer de talento e ingenio sin igual.

Aunque no era costumbre bailar en los compromisos —que solían ser reuniones más bien tranquilas donde los novios socializaban y se presentaban como pareja en sus círculos sociales—, Colin decidió romper la norma. Recordando cómo un vals había cambiado todo entre ellos hacía apenas unos meses, no pudo resistir la tentación. Con una sonrisa cómplice, extendió la mano hacia Penélope.

—¿Me concede este baile, mi querida futura señora Bridgerton?

Penélope dudó por un instante, consciente de las miradas que se posaban en ellos, pero su corazón latía con fuerza al ver la ternura y la picardía en los ojos de Colin. Tomó su mano, y los dos se dirigieron al centro del salón.

Cuando comenzaron a girar al ritmo del vals, los murmullos se hicieron más intensos. Parecían hechos el uno para el otro: cada movimiento, cada giro, fluía con una sincronía que solo podía nacer del amor y la conexión más profunda. Pronto, otras parejas se unieron, incluidas Sophie y Benedict, así como Anthony y Kate. Sin embargo, nadie podía apartar la vista de Colin y Penélope.

—No hay pareja más sincronizada al bailar que ellos dos —comentó Violet a Portia con una sonrisa maternal.

Mientras danzaban, Colin se inclinó hacia Penélope y le susurró:

—Siempre supe que eras tú, Pen. Desde aquel primer baile.

Ella lo miró con asombro y ternura.

—¿De verdad? —preguntó, sintiendo cómo su corazón latía aún más rápido.

—Sí. Solo tú podías llamar mi atención de la manera en que lo hiciste. —Colin rozó su cintura con una suavidad que parecía esconder un fervor apenas contenido.

Penélope sintió que el aire se volvía escaso. No era un secreto que Colin la deseaba, pero los pequeños gestos y las miradas intensas que le dedicaba eran casi demasiado tangibles. Recordó momentos íntimos que habían compartido, aquellos en los que él la abrazaba con una ternura que derretía su alma. Pero esta noche, ella quería más. Quería aprender de él, para él.

Cuando el baile terminó, se inclinó hacia Colin, el rubor en sus mejillas mezclado con una determinación inusual.

—Llévame a tu habitación —susurró, su voz cargada de deseo.

Colin arqueó una ceja, sorprendido por su audacia, pero también incapaz de resistirse. Con una discreción calculada, esperó a que la atención de los invitados se desviara antes de guiarla hacia las escaleras que llevaban a las habitaciones privadas.

Cuando llegaron a su habitación, Colin cerró la puerta tras ellos, apoyándose contra ella por un momento mientras la observaba. Penélope, impaciente, lo miró como si esperara que algo más sucediera de inmediato. Sin embargo, él se acercó lentamente, tomando sus manos con una ternura que calmaba y, a la vez, encendía sus sentidos.

—Pen —comenzó con una seriedad inesperada, aunque sus labios mantenían una sonrisa juguetona—. Antes de que esto se nos salga de las manos... debo decirte algo.

Ella arqueó una ceja, cruzándose de brazos.

—Colin Bridgerton, si esta es otra de tus estrategias para hacerme esperar, voy a...

—¿Qué? ¿Atacarme con tu abanico? ¿Aniquilarme con una aguja?—rió suavemente antes de acercarse más, deslizando sus dedos por su mejilla con una mirada que podía derretir hasta el hielo más frío. Su tono se volvió más bajo, íntimo—. Escucha. Cuando era joven, solía soñar que mi esposa y yo... ambos... descubriríamos todo esto juntos. Lo que significa amar, lo que significa... dar y recibir placer.

Penélope parpadeó, no estaba esperando esa confesión. Él continuó, sin apartar sus ojos de los suyos.

—Pero la presión social y las expectativas que implica ser un caballero de la alta sociedad... bueno, me apuré. Y honestamente, esas experiencias no fueron para nada cercanas a lo que imaginaba, me hicieron notar que tener intimidad física con alguien a quien no amas es una experiencia un tanto vacía. No me otrogaron el placer que estaba esperando sentir. —Su voz bajó a un susurro, cargado de una mezcla de vulnerabilidad y devoción—. Contigo quiero que sea diferente. Quiero esperar hasta nuestra noche de bodas. Quiero que sea especial.

Penélope lo miró fijamente, procesando sus palabras. Por un instante, estuvo a punto de conmoverse hasta las lágrimas, no podía creer que este ser humano tan maravilloso la amara, pero su carácter travieso pronto ganó la partida.

—¿Me estás diciendo que, después de traerme aquí, de mirarme de esa manera y de susurrarme cosas que me ponen los pelos de punta, simplemente me vas a dejar... así? —Hizo un gesto amplio, señalándose, con una mezcla de indignación y diversión. Haciendole un pqueño puchero.

Colin soltó una carcajada, tomándose la cabeza entre las manos como si estuviera al borde de la desesperación. A fin de cuentas era solo un hombre y la mujer que amaba le estaba insinuando que quería hacer el amor con él, aún si no sabía exactamente lo que estaba haciendo y diciendo, y... eso lo volvía loco de deseo por ella.

—Por el amor de Dios, Pen, ¿quieres que me vuelva loco de deseo por ti? Porque eso es exactamente lo que estás haciendo.

Ella se acercó, deslizándose por debajo de sus brazos hasta quedar peligrosamente cerca de sus labios.

—Tal vez eso sea lo que quiero, Colin —le susurró, su voz suave como un susurro de viento.

Él respiró hondo, cerrando los ojos e intentando reunir cada pizca de autocontrol que le quedaba. Se le venían mil y una imágenes de lo que podría hacerle, pero su alma romántica quería esperar. Así que, tomando una respiración profunda, sacó el último resquicio de autocontrol y jadeó. Luego, abrió un ojo para mirarla de reojo con una sonrisa que prometía problemas.

—Oh, créame, Sra. Bridgerton, la espera valdrá la pena. Pero hasta entonces... —Se inclinó para besarla con una ternura tan abrumadora que Penélope sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies—. Tendrás que ser muy, muy paciente.

Penélope suspiró, fingiendo rendición, aunque la chispa en sus ojos no prometía precisamente docilidad.

—¿Paciente? ¿Más paciente? Bien, pero que le quede bien claro, Sr. Bridgerton... más vale que eso de hacerme esperar valga la pena porque mi paciencia tiene sus límites.

Colin sonrió, con un brillo travieso en sus ojos. —Tomaré mis riesgos. —Se inclinó hacia ella y le dio un suave beso en la frente, como si quisiera tranquilizarla—. Pero, por favor, entiende que cada momento que pasamos juntos solo aumenta mi deseo de ti.

—¿Ah, sí? —preguntó Penélope, arqueando una ceja, desafiándolo con su mirada—. ¿Y qué piensas hacer al respecto?

Colin se rió, disfrutando del juego. —Por ahora, creo que lo mejor es alejarnos de la tentación que representa nuestra cama. —Con un gesto elegante, la guió suavemente hacia un asiento junto al fuego, donde las llamas danzaban y creaban un ambiente cálido y acogedor.

Ambos se acomodaron, el calor del fuego envolviéndolos mientras la noche avanzaba. Las risas y las conversaciones del salón se desvanecían, dejándolos en su propio mundo. Colin tomó las manos de Penélope entre las suyas, sintiendo la suavidad de su piel y la calidez que emanaba de ella.

—Sabes, Pen, a veces me pregunto si realmente puedo esperar. Cada vez que estoy cerca de ti, siento que el tiempo se detiene y un deseo infernal me consume. —Su voz era un susurro, lleno de sinceridad.

Penélope lo miró, su corazón latiendo con fuerza. —Y yo me pregunto lo mismo, Colin. La espera es un tormento, pero también es un preludio. —Se inclinó hacia él, su rostro tan cerca que podía sentir su aliento cálido—. ¿No crees que lo que tenemos es una conexión... especial?

Colin asintió, su mirada fija en los ojos de Penélope. —Es más que especial. Es extraordinario. Y eso es lo que me hace querer esperar. Quiero que cada momento cuente, que cada beso, cada caricia, sea significativo.

—Entonces, ¿qué haremos mientras tanto? —preguntó Penélope, un brillo juguetón en sus ojos.

—Podemos seguir hablando, riendo... y soñando. —Colin sonrió, dejando que sus dedos jugaran con los de ella—. Y cuando llegue el momento, será perfecto. Te prometo que valdrá la pena.

Ambos rieron,  y Pen asintió sabiendo que, a pesar de la tensión que los rodeaba, su conexión era más fuerte que cualquier deseo inmediato. La espera, aunque un tormento, sería el preludio perfecto para algo extraordinario.

Mientras la noche avanzaba, compartieron historias, risas y miradas cómplices, disfrutando de cada instante como si fuera un regalo. En el fondo, ambos sabían que lo que estaban construyendo no era solo un amor físico, sino una unión profunda que trascendería cualquier deseo momentáneo.

Finalmente, cuando el fuego comenzó a atenuarse y las sombras se alargaron en la habitación, Colin se inclinó hacia ella, un destello de complicidad en sus ojos.

—¿Listo para volver a la fiesta? —preguntó, con una sonrisa.

—Sí, pero solo si prometes que habrá más momentos como este —respondió Penélope, sintiendo que su corazón se llenaba de esperanza.

—Prometido —dijo Colin, levantándose y extendiendo la mano hacia ella—. Ahora, volvamos al salón. 

 

Chapter 8: Entre bodas y sábanas de seda

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La boda de Colin y Penélope había sido hermosa, un sueño tejido con hilos de emoción y promesas. Colin, al principio, no pudo evitar la inquietud que le apretaba el pecho, como si algo pudiera salir mal, pero todo desapareció en el instante en que la vio aparecer. Cuando Penélope comenzó a caminar por el pasillo hacia él, el mundo a su alrededor pareció desvanecerse. Su dama, su amor, se acercaba con la gracia de una flor que finalmente se abría al sol, valiente y hermosa, como solo ella podía ser.

Con la mirada fija en ella, Colin sintió que una oleada de emoción lo envolvía. Las lágrimas, silenciosas pero profundas, surgieron en sus ojos cuando su madre, Portia, la entregó a él, poniendo su pequeña mano entre las más grandes de él. Era una promesa, un símbolo del amor que había crecido entre ellos. Él la sostuvo con la mayor delicadeza posible durante toda la ceremonia, como si temiera que, al soltarla, todo se desvaneciera.

Después de los votos, compartieron un beso casto, sí, pero cargado de un amor tan profundo que parecía como si el mundo mismo se detuviera a observar.

En el desayuno nupcial, el tiempo les fue escaso. Fueron rodeados por conocidos, personas importantes de la alta sociedad que no dejaban de felicitarlos por su éxito, tanto personal como profesional. Colin, por su parte, había sido alabado por la publicación de su libro, y Penélope, por el éxito rotundo de sus vestidos. Entre la multitud, las damas se acercaban para elogiar su vestido, un diseño que no era nada convencional, pero que encajaba perfectamente con ella. Realzaba su busto y sus caderas sin ser vulgar, y las flores bordadas, casi como si fueran reales, parecían saltar del vestido. Penélope se sentía orgullosa de cada puntada, especialmente porque esas flores eran las mismas que Colin solía regalarle cuando eran niños, pequeñas flores de tela que ahora formaban parte de ella de una manera tan íntima como el amor que compartían.

Mientras todos seguían celebrando, Colin y Penélope encontraron un respiro en un rincón apartado del salón. Sin pensarlo, se lanzaron a bailar. La música les envolvía, pero sus cuerpos ya se habían sincronizado mucho antes de que la melodía comenzara. Era una danza que solo ellos entendían. Los movimientos fluidos de sus cuerpos, tan en sintonía, mostraban lo que no se podía expresar con palabras. Era como si el aire se cargara de electricidad, y los que los observaban no podían evitar apartar la mirada por no interrumpir algo tan profundamente suyo.

A medida que la ceremonia llegaba a su fin, la emoción en el aire se transformó en un bullicio vibrante durante el desayuno nupcial. Penélope se encontró finalmente sola en la habitación nupcial. Rae, su amiga y doncella, la ayudaba a despojarse del vestido, retirando con cuidado los apliques florales de su cabello. Penélope no podía evitar pensar en lo que se venía. Sabía algo de lo que estaba por suceder, pero había cosas que no comprendía del todo. Sabía lo que su madre le había explicado, pero las palabras de Portia no encajaban con la experiencia que ella había tenido en sus encuentros previos con Colin. Aquellos momentos íntimos habían sido llenos de placer, y si bien su madre le había dicho que habría dolor, Penélope se preguntaba si la experiencia sería tan diferente de lo que ya habían compartido.

Había algo en ella que no quería dejarse guiar simplemente por lo que había aprendido. Quería ser activa en su entrega, no solo recibir lo que Colin le daba, sino también ofrecerle lo mismo, sin reservas, sin temores.

Penélope se sintió abrumada por la mezcla de emoción y nerviosismo que la invadía. Se deslizó en su bata de seda azul, con la ayuda de Rae, tan distinta de las simples batas de algodón que solía usar. Esta le quedaba perfecta, con un corte que resaltaba su figura y que, por alguna razón, la hacía sentirse más hermosa, más poderosa. Esa noche, pensó, no solo sería una entrega física, sino emocional. Quería ser la mujer que él merecía.

La puerta se abrió con suavidad, y Colin apareció en el umbral haciendo que Rae saliera sonrojada por la intensidad de su mirada hacia Pen. Sus ojos oscuros recorrieron su figura con una intensidad que hizo que Penélope se estremeciera. No la tocó, no aún, pero su mirada fue como un roce, un toque invisible que recorrió su cuerpo. La electricidad en el aire era palpable. Penélope lo miró fijamente, su corazón latiendo con fuerza, pero ella sabía lo que quería. Se acercó a él sin vacilar, le besó con intensidad, su boca buscando la de él como si fuera la única forma de respirar.

—Dime qué hacer, qué deseas que haga —susurró, su voz vibrando con una mezcla de deseo y determinación.

Colin la observó por un largo momento, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y algo más profundo. No respondió de inmediato, pero la intensidad de su mirada parecía penetrar en ella, como si quisiera asegurarse de que ella estaba realmente lista. Finalmente, con una suave sonrisa que mostraba tanto deseo como ternura, Colin levantó una mano y tocó su rostro con delicadeza.

—Yo haré todo —respondió, su voz grave, cargada de promesas. Y su rostro acercándose al de ella.

—No, dime—insistió ella con tono apasionado y determinado.

—Podemos empezar con toques, tócame —le dijo, con la voz rasposa, cargada de emoción.

—¿Dónde? —le preguntó, con inseguridad.

—Donde quieras —respondió él con el corazón acelerado y la respiración agitada. Ella asintió, tocando su cabello, el cuello, los hombros, mientras iba quitándole la camisa. El contacto de su piel desnuda y el vello que la adornaba la hizo reír, con una mezcla de nervios y fascinación, mientras él guiaba sus manos hacia nuevos lugares de su anatomía.

Con movimientos lentos, él la dirigió hacia la cama nupcial, y la besó suavemente, embelesado con su cabello suelto, con la forma en que la luz la bañaba, su piel resplandeciente y el azul de su bata, símbolo de su familia. La veía tan hermosa, tan suya.

Se levantó para terminar de desnudarse, y la visión que él le ofreció hizo que el calor llenara su cuerpo. Penélope se sonrojó, apartando la mirada en un gesto tímido al revelarse aún más de su piel, pero al mismo tiempo la vista de él completamente desnudo, hizo que la recorriera un calor diferente, más profundo, que parecía ir de la punta de la cabeza a los pies, la envolvía y llenaba de electricidad al notar cómo él la miraba. Su esposo era un hombre hermoso.

Él se acercó con suavidad, besándola lentamente, con un amor tan profundo que parecía envolverlos por completo. Con delicadeza, Colin empezó a despojarla de cada capa de tela, como si cada pedazo de piel que se revelara fuera un tesoro que deseaba descubrir. Suavemente, acarició la tersura de sus piernas, la almohada mullida de su vientre, sus senos llenos, los lunares y pecas que parecían dibujar constelaciones sobre su piel, y el tono rojizo de su vello, tan único como ella. Su sonrojo, que se extendía desde su rostro hasta cada rincón de su cuerpo, lo llenaba de deseo, arrancándole un jadeo de anticipación.

Era increíble cómo Penélope superaba todas sus fantasías. Colin había imaginado mil veces cómo sería este momento, cómo se sentiría estar con ella de esta manera, pero ahora, viéndola y viviéndolo con ella, sabía que nada en su imaginación había hecho justicia a la realidad. Quería adorarle, venerarle. Pero también quería disfrutar cada instante, grabar cada detalle en su memoria.

Penélope, por su parte, sentía una fascinación igual de profunda. Aunque había aspectos de su anatomía que la asustaban, las sensaciones inesperadas la llenaban de asombro. Estar piel con piel con Colin le daba un confort que jamás habría imaginado, y la suavidad del vello de su pecho y brazos era un detalle que la intrigaba y encantaba a partes iguales. Cada pequeño descubrimiento hacía que se sintiera más cerca de él, más conectada.

Lentamente, con dedos curiosos, deslizó la mano por su pecho, siguiendo el contorno de su definido abdomen, hasta que llegó a su entrepierna. Allí, cuando intentó explorar, Colin la detuvo con suavidad, sobresaltándola ligeramente, pero su sonrisa calmó cualquier nerviosismo.

—Aún no —dijo, su voz baja y cargada de afecto, mientras ella sentía el rubor intensificarse en sus mejillas. Aun así, lo dejó ser, soltando con cuidado su masculinidad bajo la guía de él.

—Permíteme —susurró Colin, con una ternura que la hizo estremecerse. Lentamente, llevó sus manos hacia el centro de su cuerpo, tocándola con una delicadeza infinita, atento a cada una de sus reacciones.

Penélope se dejó guiar, pero su mente seguía llena de pensamientos sobre cómo quería darle placer a él, cómo deseaba que ambos disfrutaran de este momento. Sin embargo, todos sus pensamientos se desvanecieron en el instante en que Colin giró sus dedos, tocando partes de su anatomía que nunca había imaginado que existieran. Un gritito escapó de sus labios, seguido de una risa suave que rápidamente se convirtió en un gemido lleno de asombro y deleite.

Colin gimió al verla reaccionar de esa manera. La besó, como si quisiera absorber toda su emoción, mientras el placer de ella aumentaba. Le resultaba cada vez más difícil contener sus propios deseos. Tratando de controlar su impulso, ocultó su rostro en el cuello de Penélope, respirando contra su piel, sin darse cuenta de que sus jadeos enviaban ondas de placer adicionales a través de su cuerpo.

Penélope, perdida en la intensidad del momento, dejó escapar un gemido profundo y tembloroso antes de alcanzar el clímax, su cuerpo arqueándose mientras la pasión la envolvía por completo. Colin, todavía sosteniéndola, la abrazó más fuerte, sus labios encontrando los de ella en un beso cargado de amor, ternura y un deseo contenido que sabía que pronto compartirían plenamente.


La habitación, iluminada por la tenue luz de las velas, se había transformado en un refugio de intimidad y deseo. Cada rincón parecía respirar el amor que había guiado a Colin y Penélope hasta este momento. La brisa nocturna jugaba con las cortinas de seda, y el suave roce de sus pies descalzos contra la aseda de las sábanas les recordó que estaban solos, sin ojos curiosos, sin expectativas, solo ellos dos y un universo de nuevas sensaciones por descubrir.

Colin se acercó lentamente, sus ojos oscuros cargados de ternura y un deseo apenas contenido. Cada paso parecía deliberado, como si quisiera grabar cada segundo en su memoria. Penélope, por su parte, permaneció recostada en la cama, con las manos entrelazadas, retorciéndose de vez en cuando frente a ella, un gesto que reflejaba tanto anticipación como vulnerabilidad y nerviosismo.

Se inclinó hacia ella, su voz profunda, cargada de emoción. —Eres tan hermosa...

Sus dedos rozaron su mejilla, trazando su cuerpo con una delicadeza que la hizo temblar. Ella cerró los ojos por un instante, permitiendo que su tacto la envolviera.

—No sé qué hacer, no sé cómo complacerte —admitió ella, su voz apenas un susurro, cargada de sinceridad. La valentía de antes abandonando de a poco su cuerpo.

Colin la miró a los ojos —No tienes que saberlo. Lo descubriremos juntos

La declaración, simple pero cargada de promesas, relajó las tensiones en su pecho. Penélope asintió, correspondiendo al beso con más seguridad. Sus manos encontraron los hombros de Colin, y aunque sus dedos temblaban ligeramente, comenzó a deslizarlos con delicadeza por su espalda y brazos. Él permaneció quieto, observándola con una mezcla de admiración y paciencia.

Mientras Colin se inclinaba sobre ella, sus labios se encontraron de nuevo, pero esta vez el beso era más profundo, más intencional, como si quisiera transmitir todo lo que sentía sin necesidad de palabras. Su mano trazó líneas invisibles sobre la piel de Penélope, explorando y adorándola con cada caricia. Pero cuando llegó el momento de la unión más íntima, ambos se detuvieron.


—¿Estás bien? —preguntó él, su frente apoyada contra la de ella, sus ojos buscando los suyos en busca de cualquier señal de duda.

—Sí —respondió ella con un susurro, aunque su voz temblaba ligeramente.

El inicio fue torpe. Colin intentó guiarse por las reacciones de Penélope, pero la incomodidad inicial fue evidente. Ella contuvo un pequeño quejido, cerrando los ojos con fuerza. Colin se detuvo de inmediato, su respiración agitada.

—¿Te duele, me detengo? —preguntó, su preocupación palpable.

Penélope asintió levemente, pero le tomó las manos y las apretó entre las suyas. —Es... diferente. Doloroso, sí, pero no quiero que te detengas.

Colin respiró profundamente, intentando calmarse. Quería asegurarse de que ella estuviera cómoda, de que este momento no fuera algo que ella recordara con desagrado. La besó con ternura, tomando su tiempo para reconfortarla, besándole la nariz, las mejillas y los labios, y con movimientos lentos, continuó, atento a cada reacción de su cuerpo.

El dolor inicial de Penélope comenzó a desvanecerse, reemplazado por una sensación extraña pero agradable. Aunque no era como en las historias románticas que había leído el día anterior a escondidas de su mamá, tampoco era tan horrible e insoportable como había imaginado que sería al escuchar las explicaciones de Portia, había algo profundamente íntimo en la forma en que se movían juntos, en la conexión que compartían. Era real, imperfecto, pero completamente suyo.

Para Colin, la experiencia era completamente diferente a cualquier cosa que hubiera vivido antes. Había estado con otras mujeres, sí, pero ninguna vez había sentido esto: esta mezcla de deseo ardiente y ternura abrumadora. Este no era solo un acto físico; era algo mucho más profundo, una entrega mutua de confianza y amor.

—También es mi primera vez —murmuró él de repente, como confesándole un secreto, como cuando dices un pensamiento dicho en voz alta, rompiendo el silencio.

Penélope lo miró con sorpresa, claramente confundida. —Pero...

—He tenido sexo, Penélope, muchas veces. Pero nunca había hecho el amor. Nunca había sentido esto —confesó, su voz ronca por la emoción, sus embestidas cambiando de ritmo a la vez que su deseo aumentaba. Sus ojos brillaban mientras hablaba, y ella supo que decía la verdad.

Sus palabras la conmovieron profundamente, y cualquier rastro de inseguridad que quedaba en su interior se desvaneció. Lo abrazó con fuerza, dejando que sus cuerpos encontraran su propio ritmo, uno que era único para ellos. Aunque hubo risas nerviosas, movimientos torpes y pequeños errores, también hubo una conexión que iba más allá de lo físico.

Cuando finalmente alcanzaron el clímax, fue una experiencia extracorporal para Penélope era algo más suave, más profundo, difícil de explicar. El aliento de Colin le hacía cosquillas en el rostro, compartían su sudor ella apretaba con fuerza sus hombros y él sus caderas, era tan placentero que rozaba lo doloroso y durante toda la experiencia ella mantuvo los ojos cerrados, en éxtasis. Colin por su parte temblaba por la intensidad de su orgasmo, cerró brevemente los ojos pero luego intrigado por su expresión rápidamente los abrió, lucía hermosa mientras bajaba de su clímax, él la sostuvo mientras ambos se recuperaban, y poco a poco sus respiraciones entrelazadas volvían a la normalidad en la quietud de la noche.

Con un susurro que irradiaba ternura, Colin dijo: —Te amo, te adoro, Pen.


—Te amo Colin —respondió ella, su voz apenas audible mientras el cansancio la envolvía.

Se quedaron así, abrazados bajo las sábanas de seda, con el eco de sus respiraciones aún resonando en la habitación, ambos se sintieron envueltos en una burbuja de amor, paz y conexión que prometía crecer.

La habitación parecía haberse detenido en el tiempo. Los ecos de su respiración aún llenaban el aire, y el calor de sus cuerpos entrelazados era la única realidad que ambos querían reconocer. Colin seguía con un brazo alrededor de Penélope, trazando círculos suaves en su hombro desnudo con los dedos, como si el simple contacto le asegurara que esto no era un sueño.

—¿En qué piensas? —preguntó ella después de un rato, su voz apenas un susurro mientras giraba ligeramente la cabeza para mirarlo.

Colin dejó escapar una risa suave, más un suspiro de incredulidad. —Que me siento el hombre más afortunado del mundo. Que, si esto es un sueño, espero no despertar nunca. —Se inclinó para besar la punta de su nariz, sus labios rozando su piel como una pluma.

Ella sonrió, pero su sonrisa se volvió tímida, casi pensativa. —No fue perfecto... —admitió, su mirada desviándose hacia las sombras que las velas proyectaban en el techo.

Colin frunció el ceño ligeramente y levantó su mano para guiar su rostro de vuelta hacia él. —¿Qué quieres decir?

—Quiero decir... que pensé que sería más fácil, más... como en las historias. —Su voz se quebró ligeramente al confesarlo, pero los ojos de Colin la miraban con tanta ternura que no podía sentirse avergonzada.

—Las historias son historias, Pen —dijo él, su tono firme pero lleno de cariño. —Lo que tuvimos esta noche fue real. Fue nosotros. Y, honestamente, no puedo imaginar algo más perfecto que eso.

Ella parpadeó, dejando que sus palabras se hundieran en su mente. Había algo increíblemente reconfortante en su honestidad, en cómo no intentaba adornar el momento, sino aceptarlo tal como era: torpe, imperfecto y absolutamente hermoso.

—Gracias por decir eso —murmuró, acurrucándose más cerca de él, dejando que su frente descansara contra su pecho.

Colin bajó la cabeza para besar su cabello, inhalando profundamente su aroma. Sonrió levemente, su voz serena, como un refugio seguro. —Gracias a ti por confiar en mí. Por dejarme ser el hombre que camina contigo en este camino.

Por un momento, se quedaron en silencio, simplemente disfrutando de la cercanía, del hecho de que no había nada más que necesitaban hacer o decir.

—¿Sabes qué es lo que más me sorprende? —dijo ella de repente, su tono más ligero, casi juguetón.

—¿Qué?

—Que tu mamá tenía razón.

Colin se tensó ligeramente, confundido. —¿Mi mamá?

Ella asintió, escondiendo una sonrisa. —Sí, Violet. Me dijo que no debía preocuparme por si las cosas no salían como en las novelas, porque lo importante no era la perfección, sino el amor que compartimos.

Colin soltó una carcajada, el sonido llenando la habitación con calidez. —Debería haber sabido que mi madre tenía un consejo sabio para este momento.

Penélope levantó la cabeza para mirarlo, sus ojos brillando con afecto y diversión. —Tiene muchos consejos. Si quieres, puedo escribirte una lista.

Colin fingió horror, llevándose una mano al pecho. —¡Por favor, no! Prefiero descubrir todo contigo. Aunque si tienes algún consejo propio, estoy dispuesto a escucharlo.

Ella lo golpeó suavemente en el brazo, riendo. —Bueno, supongo que podemos aprender juntos.

La risa se desvaneció en un silencio cómodo, y Colin acarició su mejilla con el dorso de los dedos, mirándola como si quisiera memorizar cada detalle de su rostro.

—Pen, prometo que siempre seré el hombre que mereces. No soy perfecto, pero quiero intentarlo, por ti.

Ella lo miró fijamente, su corazón latiendo con fuerza. —Eres más que suficiente para mí, Colin. Siempre lo has sido.

Después de ese momento de intensa intimidad, Colin y Penélope se quedaron abrazados, en silencio, disfrutando de la calidez de sus cuerpos entrelazados. La habitación silenciosa, salvo por el suave murmullo de sus respiraciones.

Penélope, aún sintiendo el eco del placer que había experimentado, y sintiendo confianza para pedirlo, se giró hacia Colin, su mirada llena de deseo y curiosidad. —¿Podemos hacerlo de nuevo? —preguntó, su voz suave aún algo tímida, pero firme queriendo expresar su deseo de explorar más.

Colin la miró con sorpresa, pero también con una chispa de emoción. —¿Estás segura? —preguntó, buscando en sus ojos la confirmación de que realmente lo deseaba.

—Sí —respondió ella, sintiendo que su corazón latía con fuerza. —Quiero sentir más de ti, más de nosotros.

Sonriendo, Colin asintió. —Entonces, permíteme cuidar de ti primero.

Con un gesto suave, se levantó y tomó una toalla húmeda y tibia. Se acercó a ella, su mirada llena de ternura. —Déjame limpiarte, quiero que te sientas cómoda.

Penélope sonrió, sintiendo un cosquilleo de anticipación. Se acomodó en la cama mientras Colin comenzaba a pasar la toalla por su piel, cada toque era delicado y lleno de cariño. Mientras Colin pasaba la toalla por su piel, cada toque suave parecía sellar una promesa entre ellos, una conexión que iba más allá de lo físico. Ella cerró los ojos, disfrutando de la atención que él le brindaba, mientras su mente se llenaba de pensamientos sobre lo que estaba por venir.

Colin trabajó con suavidad, asegurándose de que cada rincón de su cuerpo estuviera limpio y cuidado. Cuando terminó, se sentó a su lado, sus ojos fijos en ella.

—¿Lista? —preguntó, su voz suave y cargada de deseo.

—Sí, estoy lista —respondió Penélope, sintiendo que el deseo se encendía nuevamente en su interior.

Colin se inclinó hacia ella, sus labios encontrándose en un beso lento que rápidamente se volvió más apasionado. Mientras sus cuerpos se movían juntos, él comenzó a descender lentamente, sus labios explorando su piel una vez más.

Penélope sintió una oleada de emoción recorrerla. Colin llegó al vello rojizo de su centro, y esta vez, la anticipación era aún más intensa. 

Pero avergonzada lo detuvo. "Colin no, ¿qué haces?"

Él sonrió- Confía Pen, déjame darte placer, déjame verte.

Ella tímida, pero confiando en el quito las manos de su centro y lo dejo explorar. Su lengua se movía con destreza, llevándola a nuevas alturas de placer. Ella se dejó llevar, sintiendo cómo el mundo a su alrededor se desvanecía mientras el placer la envolvía.

—Colin... —susurró, sintiendo que cada caricia lo acercaba más a su clímax.

Él continuó, concentrándose en cada reacción de ella, asegurándose de que cada toque fuera perfecto. Penélope se arqueó, dejando escapar un gemido profundo mientras el placer la invadía una vez más.

Cuando finalmente alcanzó el clímax, fue como una explosión de sensaciones que la envolvió por completo. Colin la sostuvo de las caderas con firmeza, asegurándose de que se sintiera amada y cuidada en ese momento tan íntimo.

Después de que las olas de placer se desvanecieron, Colin se levantó, mirándola con una sonrisa satisfecha. —Eres increíble —dijo, su voz llena de admiración.

—Gracias por hacerme sentir así —respondió Penélope, su corazón rebosante de amor.

Colin se acercó a ella, abrazándola con ternura. — No tienes que agradecer nada. Siempre estaré aquí para ti, Pen. Quiero que cada momento que compartamos sea especial.

 

Chapter 9: Epílogo

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El sol de la mañana bañaba suavemente la habitación cuando Penélope entró, su vestido de algodón ondeando con la brisa que entraba por las ventanas abiertas. Colin estaba en su escritorio, con la pluma en la mano y la mirada fija en el papel frente a él, aunque su expresión decía que su mente estaba a kilómetros de distancia.

—¿Interrumpo? —preguntó Penélope desde el marco de la puerta, con una sonrisa que revelaba más nerviosismo que confianza.

Colin levantó la vista de inmediato, dejando la pluma a un lado. —Nunca interrumpes, Pen.

Ella dio unos pasos hacia él, sosteniendo un pequeño pañuelo entre sus manos. Su expresión era indecisa, como si estuviera debatiéndose entre hablar o retroceder. Colin se puso de pie, su preocupación evidente.

—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —respondió ella rápidamente, aunque su tono delataba su nerviosismo. —Solo... hay algo que necesito decirte.

Colin frunció el ceño y cruzó la distancia entre ellos. —Pen, me estás asustando.

Ella soltó un suspiro, apretando el pañuelo con fuerza antes de soltar las palabras que había practicado en su cabeza mil veces. —Colin, vamos a tener un bebé.

Por un momento, el mundo pareció detenerse. Colin la miró, sus ojos parpadeando como si estuviera procesando cada palabra lentamente. Entonces, una sonrisa se extendió por su rostro, una de esas sonrisas que iluminaban todo a su alrededor.

—¿Un bebé? —preguntó, su voz llena de asombro.

Penélope asintió, sintiendo cómo la tensión en su pecho comenzaba a desvanecerse.

—¡Un bebé! —exclamó Colin, levantándola del suelo en un abrazo que la hizo reír mientras la giraba en círculos. —¡Voy a ser papá!

—Y yo voy a ser mamá, por si lo habías olvidado —bromeó ella, aunque su propia sonrisa era tan amplia como la de él.

Colin la bajó con cuidado, pero no soltó sus manos. Sus ojos estaban llenos de emoción mientras se arrodillaba frente a ella, colocando las manos suavemente sobre su vientre aún plano.

—Hola, pequeño. Soy tu papá. No te preocupes, ya tengo planeadas todas nuestras aventuras.

Penélope no pudo evitar reír, sus dedos enredándose en el cabello de Colin mientras él continuaba hablando con su futuro hijo, prometiéndole enseñarle a cocinar y cómo atrapar ranas en el jardín.

Meses después, la casa Bridgerton estaba llena de risas y movimiento. Penélope, ahora en las últimas semanas de su embarazo, estaba tumbada en la cama, tratando de encontrar una posición cómoda. Colin entró en la habitación con una bandeja de frutas y té, su expresión radiante a pesar de las ojeras que delataban noches sin mucho descanso.

—Otra vez fresas —comentó ella, aceptando una con una sonrisa mientras Colin se sentaba junto a ella.

—Por supuesto. Me dijeron que son buenas para las mamás embarazadas.

Ella levantó una ceja, divertida. —¿Y qué más te dijeron?

—Que también necesitan masajes relajantes. —Colin dejó la bandeja a un lado y se colocó detrás de ella, comenzando a masajear sus hombros con movimientos firmes pero suaves.

Penélope cerró los ojos, dejando escapar un suspiro de alivio. —Eres demasiado bueno en esto. ¿De dónde aprendiste?

—Tengo mis recursos —respondió él, inclinándose para besar su cuello. —Y, además, tengo un interés personal en ver a mi esposa completamente relajada.

Ella rió, aunque un estremecimiento recorrió su cuerpo con el contacto de sus labios. —¿Seguro que es relajación lo que tienes en mente?

Colin no respondió de inmediato, dejando que sus manos se deslizaran suavemente por sus costados, acariciando la curva de su vientre con una ternura que siempre la desarmaba.

—No puedo evitarlo —susurró él. —Estás más hermosa que nunca.

Penélope se giró ligeramente para mirarlo, su sonrisa tímida. —Estoy enorme y pesada.

—Estás perfecta —respondió él sin dudar, inclinándose para besarla. Lo que comenzó como un gesto suave pronto se convirtió en algo más profundo, lleno de pasión contenida.

—Colin... —murmuró ella, aunque su voz carecía de convicción.

—Shhh. Solo déjate llevar.

Y así lo hizo, permitiendo que sus risas nerviosas y caricias torpes se transformaran en un momento de conexión única, a pesar de la incomodidad de su avanzado embarazo.

Unps años después, la terraza de la casa Bridgerton era un remanso de paz. Colin estaba sentado en un banco, con su hija Eliza sobre sus rodillas, mientras Penélope regaba las flores en el jardín. La niña, con sus rizos rojizos y ojos azul oscuro, no dejaba de reír mientras su padre le contaba una historia inventada sobre un caballero valiente y una princesa que siempre llevaba un vestido amarillo.

—¡Papá, eso no pasó! —protestó Eliza entre risas.

—¿Ah, no? —preguntó Colin, fingiendo estar sorprendido.

Penélope se acercó, secándose las manos con un paño. —No le hagas caso, Eliza. Tu padre es famoso por embellecer la verdad.

Colin la miró con una sonrisa traviesa, inclinándose para besarla rápidamente. —Y tú, mi amor, eres famosa por mejorar cualquier historia con tu ingenio.

Mientras Eliza seguía riendo, Penélope se inclinó para besar a su hija en la frente, sintiendo cómo el amor llenaba cada rincón de su hogar. Habían pasado por tanto juntos, pero cada momento, desde las sorpresas inesperadas hasta las risas compartidas, los había llevado a este lugar.

Y mientras Colin tomaba la mano de Penélope y la de su hija, supo que no necesitaba más aventuras. Todo lo que alguna vez había deseado estaba justo allí, en el calor de sus manos y en las sonrisas de las dos mujeres que amaba con todo su corazón.

Meses después los rayos dorados jugaban con las hojas de los árboles y se reflejaban en las flores cuidadosamente plantadas por Penélope meses atrás. En la terraza, Colin observaba cómo su esposa, vestida con un sencillo pero elegante vestido amarillo, se inclinaba para inspeccionar las margaritas que tanto le gustaban.

—Siguen sin crecer como deberían —murmuró ella, frunciendo ligeramente el ceño mientras pasaba los dedos por los pétalos.

—Tal vez necesitan más sol, o menos. O quizá les hablas demasiado —bromeó Colin desde su lugar en el sofá, con un libro abierto en las manos.

Penélope giró sobre sus talones, con las manos en las caderas y una ceja arqueada. —¿Les hablo demasiado? Eso viene del hombre que pasó quince minutos esta mañana explicándole a una ardilla por qué no podía quedarse con nuestras nueces.

Colin soltó una carcajada, cerrando el libro y dejándolo a un lado. —La ardilla necesitaba orientación, claramente.

Ella negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír mientras se acercaba a él. Colin se levantó para encontrarse con ella, extendiendo una mano que Penélope aceptó de inmediato.

—¿Cómo estás? —preguntó él, acariciando la parte posterior de su mano con el pulgar.

Penélope dejó escapar un suspiro, su mirada suavizándose mientras acariciaba su creciente vientre. —Estoy feliz. Cansada, pero feliz.

Colin sonrió, inclinándose para besarla suavemente en la frente. —Eso es lo único que importa.

El sonido de pasos pequeños interrumpió el momento. Ambos giraron para ver a una niña de rizos rojizos y ojos azul oscuro corriendo hacia ellos con una energía que parecía infinita.

—¡Mamá! ¡Papá! —gritó la pequeña, lanzándose hacia ellos con los brazos extendidos.

Penélope se agachó para atraparla, con cuidado que no golpeara bruscamente su panza, riendo cuando la niña la envolvió en un abrazo apretado. Colin se unió al abrazo, levantando a ambas en un gesto que provocó risas entre los tres.

—¿Qué sucede, Eliza? —preguntó Penélope mientras apartaba suavemente un mechón rebelde del rostro de su hija.

—¡Tía Eloise me dijo que hay una nueva familia de patos en el estanque! ¡Quiero verlos! —respondió con entusiasmo.

Colin alzó una ceja, fingiendo estar profundamente intrigado. —¿Patos, dices? Entonces no podemos perder tiempo. ¿Qué opinas, mamá?

Penélope se levantó, sosteniendo la mano de Eliza. —Opino que sería un crimen no ir a verlos de inmediato.

Con la niña entre ellos, caminaron hacia el estanque, donde las risas y el canto de los pájaros llenaban el aire. Colin se detuvo un momento para observar a su esposa y a su hija, ambas tan vibrantes y llenas de vida, y no pudo evitar sentirse abrumado por la gratitud.

Penélope, notando su mirada, se giró hacia él con una sonrisa que siempre lo desarmaba. —¿Qué pasa?

Colin negó con la cabeza, acercándose para besarla rápidamente en los labios. —Nada. Solo estoy pensando que, de todas las aventuras que he tenido en mi vida, esta es, con mucho, la mejor.

Ella rió suavemente, pero la profundidad de sus ojos le dijo que entendía exactamente lo que quería decir. Juntos, continuaron hacia el estanque, sabiendo que, aunque la vida nunca sería fácil ni perfecta, siempre tendrían la risa, el amor y el uno al otro.