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Characters:
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Language:
Español
Series:
Part 3 of Oribell Prince y los elementos de la velación
Stats:
Published:
2024-12-08
Updated:
2025-01-13
Words:
36,176
Chapters:
20/21
Hits:
166

Oribell Prince y el yelmo de la quimera

Summary:

Cuando Morfeo, el dios del sueño, comienza a perder fuerzas, Oribell, Malec y Elizabeth deben unir fuerzas para conseguir el yelmo, uno de los objetos de la velación, antes de que sea demasiado tarde. Con la amenaza de Okniton, el hermano traidor de Morfeo, acechando cada vez más cerca, los tres hermanos deberán enfrentarse a monstruos, misterios y secretos del pasado. Junto con sus cuervos -Alex, Desiree y Jesamy- y un equipo de amigos un poco caóticos (como Lisandro, Tommy, Will, Nico y Percy), Oribell descubrirá que ser un héroe no siempre significa tenerlo todo bajo control.

Mientras el reloj corre, tendrán que tomar decisiones que podrían cambiarlo todo, y descubrir si están listos para el precio de salvar a su padre... y al mundo.

 

[ESTA HISTORIA FUE PUBLICADA EN WATTPAD.COM Y AO3, SI LA ESTAS LEYENDO EN OTRA PLATAFORMA ESTO SE DEBE A QUE ESTA SIENDO PLAGIADA]

◽ Tercera entrega de "Oribell Prince: Y los elementos de la velación"

◾ Los personajes de Percy Jackson y The Sandman no me pertenecen, pertenecen a Rick Riordan y Neil Gaiman

◾ Esta obra es solo contenido para fans, prohibida su comercialización.

◾ Fanfic escrito por @Leider_Andraste (Wattpad) (AO3)

Notes:

Notas del autor:

Hola, lamento mucho la demora en continuar con la historia. Han pasado muchas cosas, especialmente la pérdida de un familiar muy cercano, lo cual me ha afectado en varios aspectos, tanto académicos como personales. Sin embargo, aquí les traigo el primer capítulo. Mi idea es poder actualizar una o dos veces por semana, aunque aún no estoy completamente seguro, pero iré viendo cómo organizarme. Les agradezco muchísimo por su paciencia y espero que disfruten este capítulo.

Chapter 1: Todo lo que no soy (y todo lo que aún puedo ser)

Chapter Text

Capítulo 1


La oscuridad me rodea. Siento algo diferente en mi ser, algo que no puedo descifrar. Mi respiración es pesada, y el miedo me invade. Desde que salimos del desierto, todo parece haberse complicado… o al menos, así lo siento. Imágenes borrosas comienzan a aparecer, como fragmentos de un recuerdo. Me muestran algo: es mi padre. Está recostado en una camilla, débil, casi irreconocible. Las palabras de Okniton resuenan en mi mente, implacables.

"Yo estoy matando a papá."

Ese pensamiento se aferra a mí como una sombra imposible de disipar. Todo esto es mi culpa. No importa cuánto lo intente, no importa cuánto me esfuerce por convencerme de que hago lo mejor que puedo… Siempre siento que no es suficiente.

—Oribell… —la voz de mi padre pronuncia mi nombre, y un escalofrío recorre mi espalda. Sus ojos se clavan en los míos, llenos de decepción—. ¿Por qué no eres suficiente? ¿Por qué me estás matando?

—No soy yo… —susurro con un hilo de voz, aunque sé, en lo más profundo, que soy culpable—. No puedo ayudarte… No puedo…

Un grito ahogado escapa de mis labios, y despierto de golpe. Mi corazón late desbocado, golpeando mi pecho como si quisiera escapar. El sudor frío me empapa, y por un instante, la sensación de la pesadilla aún me envuelve. La oscuridad no me suelta del todo, pero entonces mi mano roza algo cálido y suave.

Es Alex.

El tacto de su plumaje, firme pero reconfortante, me devuelve a la realidad. El cuervo inclina la cabeza, emitiendo un leve graznido de reproche antes de acurrucarse más cerca de mí. Cierro los ojos y exhalo lentamente, tratando de calmarme. La textura familiar de sus plumas, su presencia constante, es lo único que me arraiga al presente.  Parpadeo, observando alrededor, y entonces noto dónde estoy: la habitación del hotel. La penumbra es apenas rota por la luz tenue de la calle que se filtra a través de las cortinas entreabiertas. El aire huele a polvo y a madera vieja.

A mi izquierda, en la cama contigua, Malec duerme profundamente. Su respiración es suave y rítmica, lo que me alivia; parece estar recuperándose de todo lo que hemos pasado. Desiree, su cuervita, está posada en la cabecera de la cama, vigilante incluso en su descanso. Su cuerpo pequeño se mueve con cada ligera respiración, como si compartiera los sueños de Malec.

Me llevo una mano al rostro y froto mis ojos. El peso de la pesadilla aún cuelga sobre mí como un recuerdo persistente, pero al menos estoy aquí. Estoy con ellos. Por ahora, eso es suficiente.

Alex se mueve, posándose en mi hombro con un salto ligero. Su mirada, oscura y penetrante, parece observar más allá de mí, como si supiera lo que acabo de soñar.

—Estoy bien —susurro, más para convencerme a mí mismo que a él. Pero mi voz tiembla, y Alex ladea la cabeza, como si dudara.

Por un instante, dejo que el silencio me envuelva. La presencia de Malec y Desiree, la familiaridad de Alex, me ayudan a calmarme. Pero algo me dice que esta calma es momentánea. Afuera, el mundo sigue esperando, con sus desafíos y peligros.

Me levanto de la cama con un movimiento torpe, el estómago revuelto y la sensación de náusea creciendo. Camino rápidamente hacia el baño, apenas consciente de mis pasos. La presión en mi interior es insoportable, pero al llegar y arrodillarme frente al lavabo, no sale nada. Solo arcadas vacías que sacuden mi cuerpo. El esfuerzo me arranca algunas lágrimas, ardientes y frustradas, que se mezclan con el sudor en mi rostro. Me aferro al borde del lavabo como si fuera un ancla, tratando de estabilizarme, y finalmente abro el grifo. El agua fría corre sobre mis manos mientras lavo mi rostro, buscando alivio.

Levanto la vista y me miro en el espejo. Mi reflejo es casi irreconocible. Las ojeras oscuras se han instalado bajo mis ojos, marcando mi agotamiento con brutal honestidad. Han pasado dos días desde que salimos del desierto, y todo parece un caos interminable. No fue sensato detenernos para descansar, pero estábamos demasiado agotados para continuar. Y aunque han sido días duros para todos, siento que la carga es aún mayor para mí. Respiro hondo, dejando que el agua fría caiga sobre mi nuca. El sonido del grifo es lo único que llena el silencio. Me enderezo lentamente y cierro los ojos, tratando de reunir fuerzas.

No estoy listo. Lo sé. Pero no puedo permitirme fallar otra vez. Sé que debería dormir, pero no puedo. Las pesadillas volverán a acecharme, como siempre lo hacen, y el descanso seguirá siendo un espejismo inalcanzable. Intentarlo sería inútil, un esfuerzo vacío que solo me dejaría más agotado y frustrado.

El sueño se ha convertido en un campo de batalla, y estoy perdiendo. Cada vez que cierro los ojos, los recuerdos y los miedos toman forma, me desgarran desde dentro. No tiene sentido forzarme a dormir cuando sé que la oscuridad no me dará tregua. Me apoyo contra el lavabo, observando el reflejo roto en el espejo. "Solo unos días más", pienso, aunque la esperanza en mis propias palabras es débil. Tengo que seguir adelante. Por ellos. Por todos. Alex emite un suave graznido desde la habitación, como si me recordara que no estoy solo. Enderezo los hombros y dejo que el agua fría que aún corre entre mis dedos me devuelva algo de claridad. Puede que no pueda dormir, pero todavía puedo hacer algo. Todavía puedo resistir.

☆゚⁠.⁠*⁠・⁠。゚


El amanecer trae consigo una luz pálida que se filtra a través de las cortinas del cuarto. Después de otra noche sin descanso, mi cuerpo se siente pesado, pero me obligo a levantarme. Afuera, el mundo no espera por nadie.

Mientras me visto, no puedo evitar pensar en cómo Malec ha estado entrenándome con la espada. No sé si es su manera de distraerse o si realmente cree que puedo mejorar, pero ha sido constante, paciente, incluso cuando mis movimientos son torpes y lentos.

Debo admitirlo: soy mínimamente bueno, o al menos eso me digo para no rendirme. Ya sé cómo sujetar la espada correctamente y puedo ejecutar algunos movimientos básicos sin parecer un completo idiota. Pero la verdad es que no sería capaz de sobrevivir en un combate real sin su ayuda.

Malec, por otro lado, parece hecho para esto. Su manejo de la espada es fluido, casi natural. Lo he visto enfrentarse a desafíos que me aterrarían y salir adelante sin vacilar. Y aun así, nunca pierde la paciencia conmigo, incluso cuando fallo repetidamente. Mientras pienso en esto, Alex grazna desde el respaldo de una silla, como si estuviera impaciente por que nos pongamos en marcha. Me río entre dientes.

—Lo sé, lo sé. Ya voy —le digo, aunque mi voz suena más cansada de lo que me gustaría admitir.

Cuando salgo de la habitación, Malec ya está fuera, entrenando en un espacio abierto que encontramos cerca del hotel. Practica con una espada improvisada de madera y por un momento me quedo observándolo, admirando la precisión de sus movimientos. No puedo evitar pensar que él merece a alguien mejor como compañero en esta misión. Pero también sé que no hay tiempo para autocompasión. Si voy a estar a su lado, tengo que esforzarme más.

—¿Vas a quedarte ahí todo el día o piensas unirte? —dice Malec sin siquiera voltear a verme, como si supiera que estaba ahí.

Respiro hondo y camino hacia él.

—Estoy listo —respondo, aunque no estoy seguro de que sea verdad.

Malec sonríe, esa sonrisa tranquila que siempre logra calmarme un poco. Me pasa una espada, y antes de que pueda dudar, estamos de nuevo en movimiento.

Malec da otro golpe directo, y apenas logro bloquearlo a tiempo. La vibración de la espada recorre mis brazos, dejándome un hormigueo incómodo. Resoplo, pero me esfuerzo por mantener la guardia.

—Mejor, pero sigue siendo predecible —comenta Malec mientras retrocede y adopta una nueva postura. Su tono no es burlón, solo honesto, y eso lo hace aún más frustrante.

Me esfuerzo por enfocarme, aunque mis pensamientos comienzan a divagar. Es entonces cuando, al mirar hacia el lado opuesto del campo de entrenamiento improvisado, lo veo. Lissandro está allí, caminando hacia nosotros con su paso despreocupado, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo. Una sonrisa leve se asoma en mis labios antes de que pueda evitarlo.

Sin embargo, el pensamiento se disipa tan rápido como llegó. Últimamente, las cosas no han sido fáciles entre nosotros. Ni solo con él, sino con todos: Nico, Percy, Will, Tommy, Malec... incluso Lissandro. No son ellos; soy yo. Mi cambio de actitud parece haber levantado una barrera invisible entre nosotros. Antes podía bromear y ser uno más del grupo, pero ahora, todo parece diferente.

No puedo culparlos por no entenderme. Apenas si me entiendo yo mismo.

El golpe de Malec me saca de mis pensamientos. Esta vez no logro bloquearlo, y la espada de práctica me golpea el costado. Doy un paso atrás, jadeando.

—Te distraes demasiado, Bell —dice Malec, bajando su espada. Tiene razón, pero no respondo.

Me froto el costado y miro al suelo.

No hemos vuelto al campamento mestizo, y no lo haremos. Sería una pérdida de tiempo regresar ahora. Cada minuto cuenta, y necesitamos encontrar el yelmo de Morfeo. Con dos elementos de la Velación, Morfeo tendría más fuerza para resistir su condición. No podemos permitirnos fallar; él no puede permitirse que fallemos. La sensación de responsabilidad pesa en mi pecho como una piedra. Al alzar la vista, Lissandro ya se ha acercado más, su mirada fija en nosotros. Malec me da una palmada en el hombro, como diciendo que el entrenamiento ha terminado por ahora.

Lissandro se acerca con las manos en los bolsillos, una expresión relajada que contrasta con el caos interno que siento.

—¿Cómo va el entrenamiento? —pregunta, deteniéndose a unos pasos de nosotros. Su tono tiene esa mezcla de interés y sarcasmo que le es tan natural.

Malec responde antes de que pueda hacerlo.

—Mejorando, aunque aún le falta mucho para no morir en su primer combate real.

—Gracias por la confianza —murmuro, rodando los ojos, aunque no puedo evitar esbozar una sonrisa cansada.

Lissandro suelta una risa breve y se sienta en una roca cercana. Sus ojos me observan con atención, como si pudiera ver más allá de mi intento de parecer tranquilo.

—Descansa un poco, Bell. No servirá de nada si te fuerzas más de la cuenta.

Quiero responder, decirle que estoy bien, que no necesito parar, pero las palabras no salen. En el fondo sé que tiene razón, y mi cuerpo está al borde de su límite. Sin embargo, la culpa no me deja en paz.

—No hay tiempo para descansar —digo finalmente, más para mí mismo que para ellos. Miro a Malec y luego a Lissandro—. Tenemos que encontrar el yelmo. Si perdemos más tiempo, Morfeo...

Mi voz se quiebra, pero rápidamente me aclaro la garganta y desvío la mirada. No necesito decir más; ambos saben lo que está en juego.

Lissandro se inclina hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas.

—Lo encontraremos. Pero matarte en el proceso no va a ayudar.

Malec asiente, cruzándose de brazos.

—Tiene razón. No estamos solos en esto, Bell. Déjanos ayudarte.

Esas palabras me golpean más fuerte que cualquier espada. Trato de no mostrarlo, pero siento el peso de sus miradas. El sol está comenzando a elevarse en el horizonte, bañando todo con una luz dorada. Es un recordatorio cruel de que, aunque el mundo sigue avanzando, nosotros seguimos atrapados en esta misión.

—Está bien —susurro al fin, dejando caer los hombros—. Solo un momento.

Me siento en el suelo, dejando que Alex se pose en mi brazo. La calidez de su peso es extrañamente reconfortante. Cierro los ojos, permitiéndome un breve respiro, aunque sé que no durará mucho.

Lissandro y Malec comienzan a hablar entre ellos en voz baja, probablemente planeando el siguiente paso. Y mientras el viento fresco de la mañana me roza el rostro, intento no pensar en lo que nos espera. Pero es imposible. La presión sigue ahí, y aunque ellos estén a mi lado, la carga no deja de sentirse mía.

 

Chapter 2: Todo suena mejor en un teatro, excepto las profecías

Chapter Text

Capítulo 2


Las cosas han sido bastante difíciles en estas últimas horas. Todos estamos hartos de la profecía, pero sabemos que necesitamos, al menos, una idea de hacia dónde ir y qué hacer a continuación. No podemos confiarnos; eso nos costó caro la última vez, y no queremos repetirlo.

—Dímelo nuevamente —dice Percy mientras toma una bebida energizante de color azul, con sabor a mora.

—Ya lo hemos dicho varias veces —responde Malec, claramente agotado. Está rodeado de pequeñas bolitas de papel arrugado; ha estado tomando notas, y su fastidio es evidente.

—Aun así —suspira Nico—. ¿Cómo sabremos a dónde ir?

—No lo sé, pero siento que esto tiene sentido —dice Percy, intentando mostrarse positivo. Sonríe, pero todos sabemos que esto es un desastre.

—Bien, sesos de alga —Malec se acomoda, resignado, para recitar la profecía:

"El yelmo sombrío, en catacumbas escondido,
De un castillo olvidado que la historia ha besado,
Rodeado de lagos y montañas que murmuran,
En las sombras del castillo, su poder ha quedado."

Percy se queda pensando un momento, frunciendo el ceño, pero luce tan perdido como el resto.

—Bueno... no entiendo nada aún, pero sé que tiene sentido de alguna manera muy extraña.

No, no tiene sentido.

—Creo que no tiene sentido intentar encontrarle lógica. Las profecías son así después de todo —dice Nico con un encogimiento de hombros.

—Tomemos un descanso —interviene Tommy, pasándose una mano por el cabello con expresión de fastidio—. Necesito chocolate...

Todos se retiran a buscar algo dulce para intentar subir los ánimos, pero yo me quedo con Malec en el jardín del hotel. Ambos estamos sentados en el césped, recogiendo los papeles arrugados para evitar problemas. Siento que debería hablar con él.

—¿Cómo lo haces? —suspiro suavemente, rompiendo el silencio. Malec me mira, algo confundido.

—¿Hacer qué cosa, Bell? —me responde con una leve sonrisa, a pesar de su evidente cansancio.

—No molestarte por todo... Esto es un fastidio. Seguimos perdiendo el tiempo, papá podría estar muriendo y nosotros solo estamos aquí... —mi voz se quiebra un poco mientras suspiro nuevamente, tratando de calmarme.

—Bell, conozco a papá, y te aseguro que lo que más le molestaría sería que no nos estemos cuidando. —Su voz es tranquila, como si intentara contagiarme algo de esa calma—. Y para responder a tu pregunta... sí, estoy molesto por todo esto que está pasando. Pero sé que papá estará bien. Tiene una voluntad enorme de vivir, y no se dejará vencer tan fácilmente.

Sus palabras, cargadas de confianza, alivian un poco mi inquietud.

—Es un dios fuerte —añade Malec con una sonrisa mientras se inclina hacia mí para abrazarme con cuidado—. Y siempre ha cuidado de nosotros.

—Lo entiendo —murmuro—, pero no puedo evitar sentirme más desconectado de lo que ya estoy.

Hago una pausa, mirando al suelo, antes de volver a hablar.

—¿Alguna vez sentiste que no encajabas? ¿Como si todo a tu alrededor te hiciera sentir raro? —suspiro, evitando mirarlo directamente.

Malec me observa un momento, como si estuviera escogiendo sus palabras con cuidado.

—Bell, somos semidioses. ¿De verdad crees que alguna vez sentí que encajaba? —ríe suavemente, y no puedo evitar sonreír un poco. Tiene razón. Soy un idiota.

—No hablaba de eso, pero... tiene sentido —digo, devolviéndole la sonrisa.

Malec se recuesta ligeramente hacia atrás, apoyándose en sus brazos mientras continúa.

—Siempre me sentí así, desconectado. Pero cuando tenía tu edad... hace dos años —sonríe con un toque de nostalgia—, descubrí algo curioso. Todos, o al menos nosotros, tenemos una habilidad especial para entrar en trance.

Levanto la mirada, interesado.

—¿En trance?

—Sí, es algo que llamamos "droménia". Cuando la descubrí, pude ver a papá en una especie de ensoñación. Fue... agradable. No tenía comunicación directa con él, pero de alguna forma me recordó que no estaba del todo solo. Que había alguien que no me veía como un simple guerrero destinado a luchar sus batallas.

Sus palabras me tocan más de lo que esperaba.

—¿Puedes enseñármela? —pregunto con un leve tono de esperanza.

Malec asiente, con una sonrisa tranquila.

—Claro que puedo, si estás dispuesto a aprender.

Me inclino hacia él, curioso.

—¿Cómo funciona?

—Es más fácil de sentir que de explicar —responde, dejando escapar un suspiro ligero—. La idea es entrar en un estado de concentración profunda, como si te desconectaras de este lugar y permitieras que tu mente viaje.

—¿Viaje? —repito, tratando de entender.

—Sí, pero no físicamente. Es tu conciencia la que se mueve, como si abrieras una puerta que conecta con algo más.

Lo miro con escepticismo, pero algo en su tono me impulsa a seguir escuchando.

—Lo haces relajándote y enfocándote en algo específico, como un recuerdo, un sentimiento o incluso un objetivo claro. Es ahí cuando entras en un trance, y, si lo haces bien, puedes percibir cosas que no podrías en este plano.

—¿Qué clase de cosas?

—Presencias, imágenes, lugares... incluso emociones que no son tuyas —explica con una seriedad que no suelo verle—. Es como si tu mente se expandiera más allá de lo que puedes entender normalmente.

—¿Y cuando lo hiciste, viste a papá? —pregunto, intentando procesar todo esto.

—Lo vi —responde Malec, con una sonrisa pequeña pero sincera—. No como si estuviera físicamente ahí, pero sentí su presencia. Fue como si me hablara sin palabras, mostrándome que, aunque estemos separados, no estoy solo.

La esperanza comienza a brotar en mí, pero también la duda.

—¿Crees que yo pueda hacerlo?

—Por supuesto —dice con firmeza, colocando una mano en mi hombro—. Pero requiere práctica y paciencia, Bell. No puedes forzar este estado; tienes que dejar que suceda.

Respiro hondo, intentando calmar mis pensamientos.

—Está bien. Quiero intentarlo.

—Perfecto. —Malec se acomoda en el césped, frente a mí—. Cierra los ojos. Respira profundo. Déjate llevar por mi voz.

Obedezco, cerrando los ojos mientras el sonido del jardín se apaga lentamente. La voz de Malec es suave y constante, guiándome paso a paso.

—Respira profundamente... siente tu cuerpo relajarse. Deja que los pensamientos fluyan como un río, sin detenerlos, sin aferrarte a ellos.

Por un momento, no ocurre nada. Pero de repente, siento un leve hormigueo, como si una corriente cálida recorriera mi piel. Algo cambia dentro de mí; es sutil, pero innegable. Es como si mi mente se apartara de mi cuerpo, deslizándose hacia un lugar más profundo.

—Eso es... sigue así —dice Malec, aunque su voz suena distante, casi como un eco.

El mundo se desvanece a mi alrededor, reemplazado por algo oscuro pero no aterrador. Es cálido, envolvente, y en medio de esa negrura empiezo a ver algo. No estoy seguro de qué es, pero parece importante.

Un hombre aparece frente a mí en esta ensoñación. Su presencia es imponente pero tranquilizadora. Tiene cabellos rubios cenizos que caen con suavidad sobre sus hombros, ojos de un violeta hipnotizante y una barba bien cuidada que le da un aire sabio. Sus mantos parecen estar hechos de galaxias: tonos morados y negros que brillan como estrellas en movimiento.

El aire alrededor de él es cálido, envolvente, como si la calma misma hubiera tomado forma. Su aura tiene algo diferente, algo que me recuerda a mi padre, pero con más solemnidad.

—La oscuridad tiene ojos que todo lo ven, y desde ella te hablo, hijo de Morfeo —dice con una voz que resuena en mi mente más que en mis oídos—. Soy Hypnos, hermano de tu padre, y he venido a guiarte.

Siento mi respiración detenerse por un instante. Hypnos... el dios del sueño profundo, el hermano mayor de Morfeo. Su mirada parece atravesarme, como si supiera más de mí de lo que yo mismo entiendo.

—El destino del yelmo está sellado en un castillo, pero no uno común. Este es un refugio donde los ecos de un actor perduran... —sus palabras me desconciertan, pero antes de que pueda preguntar, él sonríe con dulzura y continúa.

—Busca el río que baja hacia el este, donde las aguas brillan como plata y los árboles se inclinan en reverencia a las montañas. Allí, en las sombras de un castillo antiguo, un hombre que jugó a un detective construyó su morada.

Mi mente intenta procesar lo que dice, pero las palabras parecen enredarse entre lo literal y lo enigmático.

—¿De qué habla...? —murmuro, con más confusión que claridad.

—No lo olvides: fue un hombre con una gran barba, pero no solo de esa apariencia vivió, sino que sus palabras fueron escritas en el teatro de la mente.

Intento interrumpirlo, hacer preguntas, pero su voz es como una corriente imparable.

—La piedra del castillo guarda secretos antiguos. No es solo un refugio, sino un teatro de historias. En sus catacumbas, los fantasmas del pasado susurran.

Su tono se vuelve más solemne, como si cada palabra estuviera cargada de significado.

—Donde las montañas se encuentran con el río y el sol acaricia las rocas, encontrarás lo que buscas. Ve donde el agua y las sombras se abrazan. Allá, bajo el cielo del este, el eco de un hombre que interpretó al detective aún resuena.

Su figura comienza a desvanecerse, pero su presencia sigue llenando el lugar. Intento gritar, pedir más respuestas, pero no puedo moverme ni hablar. La visión se disuelve, dejándome en un vacío silencioso que poco a poco se desvanece junto con mi trance.

Abro los ojos de golpe, jadeando. Estoy de vuelta en el jardín, con Malec mirándome preocupado.

—¿Qué viste? —pregunta, su voz tensa pero expectante.

Me llevo una mano a la cabeza, intentando ordenar mis pensamientos.

—Hypnos... —respondo finalmente—. Fue él quien me habló. Y creo que sé dónde está el yelmo.

 

>★<


Estamos reunidos alrededor de la mesa en la sala común del hotel. Percy despliega un mapa del este de Estados Unidos sobre la mesa y lo aplana con ambas manos. Sus ojos brillan de emoción, como si estuviera conectando las piezas de un rompecabezas que solo él puede ver.

—Creo que sé de qué castillo hablaba Hypnos —dice, con una confianza que no habíamos visto en días.

Nico, que está sentado a su lado, lo mira con curiosidad.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta, inclinándose hacia él.

Percy sonríe de lado, como si estuviera a punto de revelar algo importante.

—Porque mencionó a un hombre que jugó a un detective. Y no cualquier detective, sino Sherlock Holmes.

—Espera, ¿cómo sabes eso? —interviene Tommy, mirando a Percy con incredulidad.

—Me gustan las obras y los filmes antiguos, ya sabes. Y William Gillette, un actor del siglo XIX, fue uno de los primeros en interpretar a Sherlock Holmes en el teatro —explica Percy, señalando una zona en el mapa—. Construyó un castillo en Connecticut, cerca del río Connecticut.

—¿Tú sabes eso porque... te gusta Sherlock Holmes? —pregunto, algo desconcertado.

—Sí, Nico y yo hemos visto sus obras y hablamos de Gillette más de una vez —responde Percy con una sonrisa, lanzándole una mirada a Nico, quien asiente ligeramente.

—Es verdad. Es raro, pero Percy tiene un punto. Si Hypnos mencionó un hombre con barba que interpretó a un detective, Gillette encaja perfectamente —añade Nico, cruzando los brazos y mirando el mapa con interés renovado.

Malec asiente, su semblante serio pero animado.

—El castillo también cumple con las otras pistas: está rodeado de montañas, tiene vistas al río, y se dice que hay túneles y pasadizos ocultos debajo de él.

—Catacumbas... —susurro, recordando las palabras de Hypnos.

Percy golpea suavemente el mapa con el dedo.

—Y no olviden lo de "un refugio donde los ecos de un actor perduran". El Gillette Castle es literalmente eso. Es como un monumento a su legado.

Nico levanta una ceja, con un destello de orgullo en sus ojos.

—¿Ves? A veces ver esas cosas contigo tiene sus ventajas.

Percy sonríe y se inclina hacia él, rozándole la mano de forma casual.

—Siempre hay ventajas cuando estás conmigo.

Tommy hace un sonido exagerado de disgusto.

—¡Corten la escena romántica! Estamos hablando de un yelmo, no de su relación.

—Sí, claro, lo sentimos —responde Percy, aunque no parece realmente arrepentido.

Malec carraspea para recuperar la atención.

—Entonces, ¿es oficial? ¿Nos dirigimos a Connecticut?

Asiento, sintiendo que las piezas finalmente encajan.

—Sí. Si Hypnos nos dio esas pistas, tiene que ser ese castillo.

Percy recoge el mapa y lo dobla cuidadosamente.

—Perfecto. Entonces vámonos.

Chapter 3: Paciencia, sombras y chocolate

Chapter Text

Capítulo 3


Los ánimos han regresado y todo parece estar en orden. Estamos empacando rápidamente nuestras cosas para salir directo hacia Connecticut. Me siento más tranquilo al ver que la esperanza ha vuelto a todos. Mi padre estará bien en poco tiempo, y eso me alivia más de lo que puedo expresar. Nada podría empeorar en este momento.

—Podríamos irnos en avión —sugiero mientras estamos reunidos en la entrada del hotel—. Así llegaríamos más rápido y no tendríamos que perder tanto tiempo.

—Bell, no puedo viajar en avión —dice Percy de repente, mirándome con cierta incomodidad—. Digamos que no tengo una buena relación con Zeus y... bueno, han pasado cosas. Perdón.

—¿Qué? —Me siento completamente confundido. No entiendo qué demonios quiere decir con eso.

—Bell, sería mejor que viajáramos en autobús o usáramos otro medio de transporte —interviene Nico, tomando la mano de Percy y sonriéndole con dulzura.

—Ya hemos perdido demasiados días como para perder más tiempo —respondo, frustrado—. No podemos irnos en autobús, son demasiadas horas, y además sería mucho más rápido tomar un avión.

Tommy, quien hasta ahora había permanecido en silencio, cruza los brazos y nos mira a todos con expresión seria.

—No sería justo forzar a Nico —dice, interrumpiendo la discusión—. Si alguien aquí puede hacer algo como llevarnos con un viaje entre sombras, es él, pero no deberíamos presionarlo. Todos sabemos que ese tipo de cosas le cuestan mucha energía, ¿no es cierto? —Sus palabras son firmes, y mira de reojo a su hermano Will, como esperando su respaldo.

Nico baja la mirada, incómodo. Percy aprieta su mano en señal de apoyo, y Will da un paso al frente.

—Tommy tiene razón —interviene Will, mirando a los demás—. Nico ya ha hecho más que suficiente para ayudarnos, y no es justo pedirle que se desgaste aún más, sobre todo porque necesitamos que todos estemos al cien por ciento para lo que venga.

—Entiendo eso, pero ir en autobús nos costará demasiado tiempo —protesto, aunque menos seguro de mi argumento. Miro a los demás, esperando que alguien se ponga de mi lado, pero el grupo parece inclinarse hacia la opción de Tommy.

—Tal vez perderemos algo de tiempo —admite Tommy—, pero también estaremos más descansados cuando lleguemos. No tiene sentido arriesgarnos ahora por querer llegar unas horas antes.

Un silencio tenso se instala en el grupo. Finalmente, Nico levanta la cabeza, con una pequeña sonrisa agradecida hacia Tommy.

—Gracias, Tommy. La verdad es que podría llevarlos con sombras, pero... no sé si podría con todos al mismo tiempo. Y si fallo en el intento, las consecuencias podrían ser... malas.

Percy lo mira con orgullo y asiente.

—Entonces es definitivo, vamos en autobús —dice Percy, con tono firme.

—¡¿En serio?! —exclamo, frustrado, pero la decisión ya está tomada.

Tommy sonríe levemente y da una palmada en mi hombro.

—Tranquilo, Bell. A veces, tomar el camino más largo es la mejor opción.

Sus palabras no me calman del todo, pero al menos sé que todos están de acuerdo. Aunque me cuesta aceptarlo, el autobús parece ser nuestra mejor alternativa... por ahora.

Lissandro, que hasta ahora había estado revisando su mochila, se estira y rompe el silencio:

—Bueno, si vamos en autobús, será un viaje largo. Deberíamos aprovechar para comprar algo de comer y tal vez algunas cosas para el camino. —Mira a Malec, quien asiente de inmediato.

—Sí, definitivamente. Y también algo de café, porque ya me veo quedándome dormido a la mitad del trayecto. —Malec se lleva una mano a la frente, como si estuviera visualizando el agotamiento que le espera.

—Yo iré con ustedes —dice Will, levantando la mano—. Percy siempre me dice que tengo ojo para elegir los mejores snacks.

Mientras ellos discuten la logística de la compra, Alex, mi fiel cuervo negro, se posa en mi hombro. Sacude las alas y me lanza una mirada que solo puedo describir como condescendiente.

—Vamos, Oribell, relájate un poco. Los chicos tienen razón, ¿sabes? El camino largo a veces es el más seguro. Además, mira el lado positivo: más tiempo para que me compres galletas. ¿Qué tal una de avena? Aunque prefiero las de chispas de chocolate, son más sofisticadas, como yo.

—¿Galletas? ¿Sofisticadas? —replico, alzando una ceja mientras lo miro de reojo.

—Claro, ¿qué esperabas? Soy un cuervo de gustos refinados, Bell. No me voy a conformar con las migajas de siempre. —Alex infla el pecho, orgulloso, mientras los demás comienzan a reír por lo bajo al escucharlo.

—Oye, Oribell —interviene Lissandro, sonriendo con complicidad—, tal vez deberías conseguirle una "galleta sofisticada". No querrás que Alex te abandone a mitad del viaje.

—No lo tentemos —añade Malec, con una sonrisa burlona—. Ya me lo imagino dejando una carta de despedida dramática en pleno autobús.

Alex suelta un graznido, ofendido.

—Por favor, como si pudiera dejarlos. Mi deber es asegurarme de que tú, Bell, no tomes decisiones impulsivas y arruines todo. Vamos, dale, disfruta el viaje. Tienes a tu cuervo de confianza para guiarte.

No puedo evitar sonreír ante su actitud descarada. Tal vez Alex tiene razón, aunque nunca lo admitiría en voz alta. Al menos, su humor hace que la tensión se sienta menos pesada.

—De acuerdo, pero si empiezas a quejarte en el autobús, te voy a mandar con las maletas.

—Ah, sí, claro, maletas. Muy gracioso. —Alex se acomoda en mi hombro, como si fuera el rey del mundo—. Ahora, ¡vamos por esas galletas!

☆゚⁠.⁠*⁠・⁠。゚

 

Con las galletas y los boletos del autobús en mano, camino hacia donde está Nico, quien está de pie cerca de una sombra proyectada por la marquesina de la estación. Parece tranquilo, pero hay algo en su postura que siempre me ha parecido distante, como si parte de él nunca estuviera completamente presente.

 

Me acerco lentamente, sin querer interrumpir sus pensamientos, y me detengo a su lado.

 

—Nico —digo con algo de torpeza, intentando captar su atención.

 

Él gira la cabeza hacia mí, su expresión neutral.

 

—¿Qué pasa, Bell?

 

Respiro hondo, sintiendo un peso en el pecho.

 

—Quería... disculparme por cómo he estado actuando. Sé que he sido un poco... bueno, difícil. Es solo que... —Hago una pausa, sin saber cómo expresar lo que siento—. Estoy preocupado por mi padre. No sé qué vamos a encontrar cuando lleguemos, y la idea de perder más tiempo me pone ansioso.

 

Nico me observa en silencio por un momento, luego cruza los brazos.

 

—Es normal que te sientas así. Todos estamos preocupados, pero no puedes cargar con todo tú solo, Bell. Tienes que confiar más en nosotros. Estamos aquí para ayudarte, no para que lo hagas todo tú.

 

Sus palabras son tranquilas, pero cargadas de una sinceridad que me impacta. Asiento lentamente, sintiendo que tiene razón.

 

—Lo intentaré —respondo, aunque la inseguridad aún me ronda.

 

Nico me da una pequeña sonrisa, una que rara vez se ve en él.

 

—Eso es todo lo que pedimos.

 

Por un momento, el silencio entre nosotros se siente cómodo, pero una pregunta me ronda la cabeza. Algo que siempre he querido saber.

 

—Nico... —digo, dudando un poco—, ¿cómo fue que tú y Percy terminaron juntos?

 

Su sonrisa se amplía, y por un segundo sus ojos parecen iluminarse con un destello de felicidad que pocas veces muestra.

 

—¿Quieres la versión corta o la larga? —bromea, y hasta yo me sorprendo al escucharlo hablar con tanta ligereza.

 

—La que prefieras —le respondo, curioso.

 

Nico mira hacia la sombra, como si estuviera recordando algo que atesora profundamente.

 

—Fue un proceso largo. Percy era... bueno, Percy, ¿sabes? Siempre tan valiente, tan dispuesto a ayudar a todos, sin importar lo que costara. Yo lo admiraba mucho, aunque al principio lo veía más como algo inalcanzable. Supongo que nunca pensé que alguien como él podría mirarme de la forma en que lo hace ahora.

 

Hace una pausa, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.

 

—Pero un día, después de una misión particularmente difícil, él simplemente... se quedó conmigo. No intentó que hablara, ni me presionó para que explicara cómo me sentía. Solo estuvo ahí, en silencio, hasta que yo estuve listo. Fue entonces cuando me di cuenta de que no era solo admiración lo que sentía por él.

—¿Y él? —pregunto, intrigado.

—Él tardó un poco más en darse cuenta de lo que sentía por mí —admite Nico, con una risa suave—. Pero cuando lo hizo, fue directo, como siempre lo es Percy. Me dijo que no le importaba cuánto tiempo necesitara para confiar en él, que estaría a mi lado sin importar qué.

Me quedo en silencio, asimilando lo que acaba de decir.

—Eso suena... bonito.

—Lo es —dice Nico, mirándome con una calma que parece contagiarme—. Y sé que tú también tienes personas a tu alrededor que harían lo mismo por ti, Bell. Solo tienes que permitirles estar ahí.

Sus palabras se quedan conmigo mientras nos preparamos para abordar el autobús. Quizá tiene razón. Quizá no tengo que cargar con todo este peso solo.

 

Chapter 4: Tengo un cuervo muy metiche

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Capítulo 4


El autobús avanza por la carretera, y aunque el paisaje no es nada del otro mundo, hay algo tranquilizador en la monotonía del camino. La sensación del movimiento me relaja un poco mientras recargo la cabeza contra la ventana. Mi mente sigue atrapada en una maraña de pensamientos, pero trato de no dejar que se note demasiado.

—¿Todo bien? —pregunta Lissandro con una sonrisa suave. Su tono es relajado, pero hay un destello de preocupación en sus ojos.

—No lo sé —admito, sin apartar la vista del cristal—. Desde lo que pasó en el desierto, me siento... raro. Y sé que he estado actuando de forma bastante cruel y fastidiosa.

Suspiro, tratando de aligerar el peso en mi pecho, pero parece que no funciona.

—No diría que fastidioso, pero sí que actúas raro —responde Lissandro, tomando mi mano con cuidado. Su toque es cálido, y por un momento me olvido del frío que siento por dentro. Su sonrisa sigue ahí, serena, mientras sus ojos ámbar brillan con una calidez que me desarma.

—Haces un buen trabajo, Bell —continúa—. Te aseguro que eres mejor en esto de lo que crees. Pero no tienes que exigirte tanto. No todos sabemos qué hacer, y ser semidioses no significa tener todo resuelto. Hay cosas que aprendemos sobre la marcha.

Lo miro, intentando procesar sus palabras.

—Mira a Percy y Nico —dice, señalando con un gesto sutil hacia ellos, que están sentados un par de filas más adelante—. Ellos no conocían nada de este mundo al principio, y aun así lograron grandes cosas. Pero lo hicieron porque aprendieron en el camino.

Hace una pausa, dándome tiempo para asimilarlo.

—Es verdad que tienes amigos y un hermano que saben más que tú en algunos aspectos, pero nadie lo sabe todo. Ni siquiera los dioses. Ellos, que supuestamente son perfectos, también cometen errores. Pero incluso de esos errores, aprenden lecciones importantes.

Me quedo en silencio, dejando que sus palabras hagan eco en mi mente. Hay algo reconfortante en saber que incluso los seres más poderosos tienen fallas, que no soy el único que siente que no tiene todas las respuestas.

Miro su mano sobre la mía, luego subo la vista hacia sus ojos. Hay algo en Lissandro que me da paz, aunque no sé exactamente qué es.

—Gracias —digo al final, con un pequeño suspiro.

—Para eso estamos —responde él, con una sonrisa que logra arrancarme una pequeña curva en los labios.

Tal vez, solo tal vez, no necesito tener todas las respuestas ahora.

El autobús da un pequeño salto al pasar por un bache, y el sonido de risas bajas desde la parte trasera rompe el silencio. Parece que Tommy y Malec están haciendo algún tipo de competencia absurda con las botellas de agua que compraron antes de salir. Percy y Nico están susurrando algo que los hace sonreír, mientras Will parece ocupado en un monólogo con Alex, quien responde con comentarios sarcásticos que hacen reír a medio autobús.

Pero yo no puedo despegar la vista de Lissandro. Su calma parece contagiosa, aunque solo en parte. Sus palabras siguen resonando en mi cabeza, y aunque no suelo ser de los que expresan mucho, siento que debo decir algo más.

—A veces siento que... todos esperan algo de mí, ¿sabes? Como si tuviera que tener todas las respuestas solo porque... bueno, porque soy yo. —Mis palabras salen más inseguras de lo que esperaba, y eso me frustra.

Lissandro me observa con paciencia, sin interrumpirme.

—Y no quiero decepcionarlos. Especialmente a mi padre. Sé que Morfeo no está en su mejor momento, pero... es mi padre. Y siento que si no hago esto bien, lo voy a perder para siempre.

Lissandro aprieta mi mano con un poco más de fuerza, suficiente para llamar mi atención.

—Bell, nadie está esperando que seas perfecto. Ni siquiera Morfeo. Y mucho menos nosotros. —Su voz es suave, pero firme—. Estamos en esto juntos, ¿recuerdas? No se trata de que tú cargues con todo, se trata de que trabajemos como un equipo.

Suena tan lógico cuando lo dice, pero el nudo en mi pecho aún no desaparece del todo.

—¿Cómo lo haces? —pregunto, medio en broma, medio en serio—. ¿Cómo logras ver las cosas de forma tan clara?

Lissandro ríe suavemente, un sonido bajo y cálido que me hace sentir un poco menos perdido.

—No lo sé. Supongo que es más fácil ver las cosas desde fuera. Pero te diré algo: nadie espera que seas perfecto, Bell. Solo que seas tú. Y créeme, eso es suficiente.

Sus palabras logran calmarme un poco más, y por primera vez en horas, siento que puedo respirar con más facilidad.

—Deberíamos dormir un poco —dice, soltando mi mano para acomodarse en el asiento—. Nos quedan muchas horas, y necesitarás energía cuando lleguemos.

—Sí... supongo que tienes razón.

Cierro los ojos, intentando hacerle caso. Pero aunque lo intento, el cansancio no llega del todo. Mi mente sigue dando vueltas, aunque el recuerdo de la calidez de su mano sobre la mía y sus palabras parecen desdibujar un poco la ansiedad.

El ronroneo constante del motor del autobús y el leve traqueteo del camino terminan por darme una sensación de calma que no esperaba. Aunque no logro dormirme, dejo que mi cabeza siga apoyada contra la ventana mientras observo el paisaje que pasa lentamente. No hay mucho que ver: desierto, montañas a lo lejos, y alguna que otra nube que cruza el cielo despejado.

Lissandro parece haberse quedado dormido. Su respiración es tranquila, y su cabeza se inclina ligeramente hacia mí. Por un momento, lo observo, notando los pequeños detalles de su rostro: la relajación de sus facciones, cómo sus labios se curvan ligeramente en lo que parece ser una pequeña sonrisa incluso en sueños. Hay algo tranquilizador en su presencia, como si estuviera completamente seguro de que todo estará bien.

Un graznido me saca de mis pensamientos.

—¿Qué estás mirando? —pregunta Alex, acomodándose en el respaldo del asiento frente a mí.

Lo miro con una mezcla de cansancio y fastidio.

—Nada, Alex. ¿Qué haces despierto?

—¿Yo? Siempre estoy despierto, Bell. Tengo una misión divina que cumplir: mantenerte cuerdo en esta aventura caótica. Aunque, honestamente, no sé si lo estoy logrando. —Inclina la cabeza en un gesto exagerado de preocupación falsa.

—Gracias por tu apoyo incondicional —digo con sarcasmo, rodando los ojos.

—De nada. Pero hablando en serio, deberías relajarte un poco más. No todo está bajo tu control, y eso está bien. Además, tienes un grupo bastante decente cuidándote las espaldas. —Alex agita sus alas y me da una mirada de complicidad—. Y a mí, claro, lo cual es un lujo que pocos tienen.

No puedo evitar reír entre dientes, lo cual hace que Alex se infle con orgullo.

—Bien, al menos logré sacarte una sonrisa. Mi trabajo aquí está hecho. —Se da la vuelta, preparándose para volar hacia otro asiento—. Por cierto, si te sientes tan mal como parece, tal vez deberías hablar más con ellos. Los humanos tienen esa cosa de "comunicación", ¿no?

Antes de que pueda responder, Alex se aleja, graznando algo que no logro entender, pero que seguramente es un comentario sarcástico. Me recuesto de nuevo en el asiento y dejo que las palabras de Alex resuenen en mi mente. Tal vez tenga razón, aunque sea difícil de admitir. Quizás no todo se trata de controlar el destino o cargar con el peso de las expectativas. Quizás, solo quizás, necesito aprender a confiar más en quienes están a mi lado.

Cierro los ojos, decidido a al menos intentar descansar, mientras el autobús sigue avanzando hacia nuestro destino.



Chapter 5: ¡Este autobús no era normal!

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Capítulo 5


¿Cuándo me quedé dormido tan profundamente? Intento abrir los ojos, pero no puedo. Sin embargo, logro percibir una sombra extraña, y mi cuerpo se siente pesado, incómodo, como si estuviera atrapado en un sueño del que no puedo despertar. La sensación es inquietante, nada que me guste. ¿Por qué no puedo gritar? ¿Por qué no puedo hablar? La desesperación comienza a consumir cada rincón de mi ser. No puedo moverme... No puedo moverme.

— Querido sobrino... — esa voz maldita, esa voz que ya conozco demasiado bien. Okniton está aquí. — Pensé que ya se habrían rendido con la búsqueda del Yelmo. De verdad, pensaba que eras más inteligente y abandonarías la misión. No creí que, después de lo que ocurrió en el desierto, quisieras seguir. ¿Así que los semidioses son tan estúpidos, después de todo?

Intento hablar, pero mis labios no se mueven, mi garganta está cerrada. El miedo me recorre mientras siento el temblor de mi cuerpo, pero aún así, no responde.

— No, no hagas eso. Si intentas forzarte, podrías salir herido... — Su maldita mano toca mi rostro, fría y desagradable, como una serpiente deslizándose por mi piel. La sensación me llena de asco y miedo.

La parálisis me consume por completo, como si estuviera atrapado entre dos mundos, uno en el que estoy despierto, pero mi cuerpo no responde, y otro en el que los sueños son tan reales que me resultan insoportables. Mi mente está consciente, pero no puedo mover ni un solo músculo. Okniton se acerca más, su presencia se siente como un peso sobre mi pecho.

— Pronto sabrás de mí, sobrino. — Su voz resuena en mi mente, fría y llena de amenaza. — Y te convendría alejarte... porque si sigues con esta misión, lo pagarás caro.

La oscuridad me rodea, como si el aire mismo se volviera espeso y difícil de respirar. Cada palabra de Okniton quema en mi mente, pero, aunque mi cuerpo sigue inmóvil, mi alma lucha por escapar de su poder.

Finalmente, la oscuridad se desvanece un poco, y siento cómo una leve brisa toca mi rostro. Mi cuerpo, por fin, comienza a moverse. Abro los ojos con dificultad, pero todo a mi alrededor está borroso, como si una niebla densa se hubiera apoderado de todo. Mi visión se aclara lentamente, pero lo que veo me paraliza aún más. Frente a mí, una pesadilla está tomando forma, una sombra de oscuridad y terror. Se desplaza por el autobús, como una masa de sombras, absorbiendo algo de los pasajeros. Siento cómo la presión en mi pecho aumenta, como si estuviera siendo succionado junto con los demás. Un grito, un sonido ensordecedor, emerge de la criatura, destroza el aire, atravesando mis oídos y haciéndolos arder. El dolor es insoportable, y rápidamente cubro mis oídos con las manos, tratando de protegerme de la tormenta sonora.

Los chicos están inconscientes, sus cuerpos inertes y caídos, ajenos a lo que está sucediendo. La criatura continúa su avance, dejando un rastro de miedo a su paso. El terror es tan palpable que siento cómo me invade por completo, como si fuera lo único que quedara en el mundo. Pero no puedo dejarme vencer. No ahora. Necesito hacer algo.

Con la desesperación creciendo en mi pecho, tomo mi espada con manos temblorosas, mi primer impulso siendo atacar, aunque mi experiencia no es mucha. La hoja corta el aire con un sonido sordo, y avanzo hacia la criatura, buscando un punto débil, algo que pueda usar para repelerla. Mi respiración es errática, pero sigo adelante, con la esperanza de que algo en mi interior pueda guiarme. El miedo y la incertidumbre se mezclan, pero no puedo darme por vencido.

La sombra monstruosa se retuerce, como si se burlara de mi esfuerzo. La espada apenas la toca y la criatura se desvía, deshaciéndose en la niebla antes de reformarse. No puedo entender cómo funciona, pero sé que no puedo detenerme.

A mi alrededor, los pasajeros siguen en su extraño estado, todos dormidos o, al menos, eso parece. Sus rostros están pálidos, sin signos de vida. El conductor, por otro lado, parece estar en un estado de sonambulismo, moviéndose sin conciencia de lo que sucede a su alrededor, sus manos sobre el volante de forma mecánica, como si no tuviera control de sus propios actos.

Desesperado, giro hacia Alex y Desiree, los cuervos, quienes están haciendo lo posible por despertar a los chicos. Alex, con su plumaje negro brillante, vuela alrededor de los cuerpos inertes, picoteando ligeramente a Will y Tommy, con la esperanza de traerlos de vuelta a la consciencia. Desiree, también se encuentra en acción, revoloteando cerca de Percy y Nico, emitiendo un sonido agudo que parece ser un intento de sacarlos de su trance. Pero nada parece funcionar.

— ¡Despierten! — grita Desiree, en un tono urgente, pero su llamada se pierde en la quietud del autobús. No hay respuesta.

La criatura parece alimentar su poder con cada segundo que pasa, absorbiendo la energía de los pasajeros dormidos, y el aire se vuelve más denso, más pesado. El grito sigue resonando, lastimando mis oídos, y mi corazón late con fuerza, empujándome a seguir luchando, aunque siento que cada movimiento me cuesta más.

— ¡No! — grito en mi mente, mi voz atrapada en el silencio, pero la determinación se enciende en mí.

Con un nuevo intento, apunto mi espada hacia el monstruo, y este vez, en lugar de atacar de frente, me deslizo hacia su lado, buscando un punto más vulnerable. Mi esperanza es que, si logro un golpe directo, pueda debilitarlos lo suficiente como para romper su control sobre el autobús y los pasajeros.

La sombra ante mí se distorsiona, y de repente, como si fuera una pesadilla personalizada, toma la forma de algo mucho más aterrador. La figura ante mis ojos no es solo una masa de oscuridad: es la imagen de Morfeo, pero no tal como lo recuerdo. Esta versión de él está en el suelo, sin vida, con los ojos vacíos y el rostro pálido, completamente despojado de su esencia. Mi estómago se revuelca ante la visión, y un grito silencioso de horror me invade.

No. Esto no es real. No es real.

Me repito a mí mismo, pero el miedo está tan arraigado en mi pecho que casi me cuesta respirar. La imagen de mi padre, el dios del sueño, muerto a mis pies, es la última visión que quiero tener. Sin embargo, la realidad parece distorsionarse a medida que la pesadilla se burla de mi dolor y dudas. Intento luchar contra la desesperación, mi mente gritándome que esto no es más que una manifestación de mis peores miedos, pero no puedo evitar sentir el peso de la angustia aplastándome.

El autobús se tambalea, y noto que mi equilibrio se ve afectado. El conductor sigue moviéndose sin rumbo, sonámbulo, como si no tuviera conciencia de lo que sucede alrededor. Cada sacudida del vehículo me hace perder aún más el control, mis piernas temblando, incapaces de mantenerse firmes bajo el peso de la parálisis del miedo. Mis movimientos son torpes, vacilantes, pero mi espada sigue en mis manos, aunque mis brazos apenas pueden sostenerla.

La pesadilla parece nutrirse de mi miedo, acercándose a mí, esa imagen de Morfeo muerto tomándome por sorpresa. Me siento casi derrotado por la visión, pero cuando la sombra se lanza hacia mí, una figura más cercana a mí interviene rápidamente.

Lissandro, con un destello de valentía en su mirada, saca una daga de su cinturón sin pensarlo ni un segundo. En un movimiento rápido, se coloca frente a mí, interponiéndose entre la criatura y yo.

— Maldita porquería... — Lissandro grita, su voz llena de furia mientras una sombra de impaciencia cruza su rostro. Ahora entiendo por qué es hijo de Ares; esa determinación, esa rabia contenida que lo hace actuar sin dudar.
Me siento inútil por no poder ayudar más, pero él ya tiene un plan, y está claro que no va a esperar a que yo me recupere completamente.

— Bell, intenta despertar al resto de inútiles, yo me encargo de esta criatura asquerosa. — Su tono es firme, pero cargado de esa molestia que parece ser parte de su naturaleza.

— Lissandro... — digo su nombre en voz baja, mi garganta aún tensa por la ansiedad, pero el dolor de ver a todos los demás dormidos me consume más.

— Descuida, estaré bien. — Lissandro sonríe, una sonrisa desafiante que me da algo de consuelo, aunque el peligro sigue acechando. Con una agilidad sorprendente, se lanza hacia la pesadilla, sin vacilar ni un segundo.

Aquí tienes el texto corregido y mejorado:
Voy a donde están los demás e intento desesperadamente despertar a Percy, pero no puedo; tiene el sueño demasiado pesado. Sigo sacudiéndolo con fuerza y, en un momento de pánico, le doy un golpe en el rostro. Eso lo hace despertar, y me mira sorprendido.

— ¡Entré en pánico! — digo, mirándolo preocupado.

— ¡Auch! — responde, pero al ver el caos, entra en pánico conmigo. — ¡¿Qué está pasando?! — grita, moviéndose rápidamente para ayudar a Lisandro con la pesadilla.

Nico es el siguiente en despertar, así que también está confundido. No duda en salir rápidamente, lanza su espada y corre hacia el conductor. No sé si ha manejado alguna vez en su vida, pero no duda en sacar al conductor de ahí y tomar el control del autobús. Un brillo dorado sale de la mochila de Malec. Al ver que es arena, me sorprendo un poco; parece que nos está ayudando a alejar las pesadillas de todos para que despierten. Me agacho al sentir que me arrojan algo: es la daga de Lisandro.

— ¡Ten cuidado! — grito, y por suerte no estoy herido. Lisandro sigue luchando, pero ahora con una espada. Percy le ayuda. Will, que en algún momento despertó, solo grita, y eso basta para que Tommy y Malec despierten. Desireé y Alex vuelan sobre la pesadilla, intentando atacar.

¡Entendido! Aquí tienes el fragmento con diálogos, narrado desde la perspectiva de Bell en primera persona

Los chicos siguen luchando contra la pesadilla. Mi espada brilla con un resplandor dorado, y cada golpe parece hacerla retroceder. No puedo dejar de atacar; siento que si me detengo, todo se vendría abajo. De repente, veo a Malec lanzar un puñado de arena al aire. No sé exactamente qué está haciendo, pero la pesadilla parece tambalear, como si algo la estuviera debilitando.

Percy está a mi lado, y lo veo concentrado. De repente, el aire a su alrededor se llena de agua, como si hubiera creado una corriente. La pesadilla retrocede un poco más.

— ¡Eso funciona! — grito, sin saber si lo escucha. Pero él sigue concentrado, creando más agua.

Tommy y Will no tardan en reaccionar. Escucho el sonido de sus flechas, que brillan intensamente en la oscuridad. La criatura parece desmoronarse con cada flecha que se clava en su cuerpo.

— ¡Sigan! ¡No paren! — grito, sin dejar de atacar.

Finalmente, Malec lanza otro puñado de arena con fuerza. La pesadilla parece desvanecerse, y antes de que pueda darme cuenta, ya no está. Todos nos quedamos en silencio por un momento, respirando aliviados, aunque el zumbido de la adrenalina aún nos recorre.

Pero de repente, un grito rompe el silencio.

— ¡Nico! — exclamo, mirando hacia el autobús. El caos es absoluto. Los objetos están tirados por todas partes, y los pasajeros siguen inconscientes. Corro hacia el lugar donde está Nico, sin saber qué está pasando exactamente, solo sé que el caos es evidente.

— ¡Nico, ¿estás bien?! — grito mientras me acerco al volante.

— ¡Estoy bien, pero esto está fuera de control! — responde, visiblemente agotado. Su voz está llena de desesperación. — ¡El autobús... está fuera de control!

Al mirar a mi alrededor, veo que el autobús está hecho un desastre. Las mochilas y objetos están esparcidos por el suelo, y todo está hecho un caos.

— Tenemos que ayudarlos — digo, mirando a los demás. — ¡Vamos! ¡Hay que asegurarnos de que todos estén bien!

No tenemos tiempo para más. El caos nos rodea, y sabemos que necesitamos actuar rápido.

☆゚⁠.⁠*⁠・⁠。゚


Logramos detener el autobús, finalmente. El sonido de las ruedas frenando contra el pavimento me hace respirar más tranquilo. Al mirar por la ventana, veo que hemos llegado cerca de una de las paradas de descanso, un lugar solitario, pero al menos parece seguro por ahora. Todos los pasajeros, e incluso el conductor, comienzan a bajar lentamente, como si nada hubiera sucedido, estirándose y despertando de su extraño sueño.

— ¿Creen que se dieron cuenta de lo que pasó? — le pregunto a Percy mientras miro a los demás. La mayoría de los pasajeros parecen confundidos, como si acabaran de despertar de una pesadilla común.

— No lo creo — responde Percy, frotándose los ojos. — Están demasiado calmados, como si nada hubiera pasado. Es raro.

Miramos a los chicos, que están en sus asientos, actuando como si todo estuviera bien, como si no hubieran estado luchando contra una pesadilla gigante en pleno autobús unos minutos antes. Lisandro está en su asiento, como si todo fuera normal, revisando su mochila, mientras Malec parece distraído mirando por la ventana.

— ¿Estamos seguros de que estamos a salvo? — pregunto, bajando un poco la voz. Todos estamos alertas, pero intentamos disimularlo. Nadie quiere parecer sospechoso.

Tommy asiente mientras se ajusta el cinturón.

— Estamos bien por ahora, pero no nos confiemos. Algo no está bien, y sé que no es solo el caos del autobús.

Me recuesto en mi asiento, mirando por la ventana mientras los demás continúan en silencio. Todos nos miramos, intercambiando miradas que dicen más de lo que las palabras podrían expresar.

Chapter 6: Plan A: No morir. Plan B: Improvisar

Notes:

¡Hola! Solo paso a comentarles que en este enlace están disponibles las fichas de los personajes que aparecen a lo largo de esta saga.

https://heyzine.com/flip-book/f14838daae.html

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Capítulo 6


Fueron horas terribles, pero finalmente llegamos a Connecticut. Todos estamos agotados; el viaje fue peor de lo que imaginamos. Sin mencionar el tema de la maldita pesadilla... eso fue, sin duda, lo más difícil. Aún llevamos nuestras mochilas y, con suerte, logramos encontrar Gillette Castle. Es un lugar sumamente bonito, con una estructura realmente impresionante.

-Deberíamos entrar ahora mismo -dice Percy con entusiasmo.

Nico lo detiene, sujetándole el brazo.

-¿Qué sucede?

-Sería mejor seguir investigando. Siento una presencia algo extraña -responde Nico, sin soltarlo-. Chicos, deberíamos observar un poco más antes de tomar una decisión apresurada.

-Concuerdo, además debemos asegurarnos de dejar nuestras cosas en un lugar seguro -añade Will, sonriendo mientras contempla la imponente estructura.

Tommy, quien hasta ahora no había dicho nada, se quita los lentes de sol y mira a Malec con seriedad.

-Vi un hostal cerca de aquí. Podemos quedarnos ahí. Está bastante cerca del centro de la ciudad, así que podremos descansar y planear bien qué hacer a continuación.

Malec asiente, y todos decidimos dirigirnos al hostal para dejar nuestras mochilas y sentirnos más ligeros, aunque sea por unos minutos.

Más tarde, ya reunidos en una de las habitaciones, discutimos nuestro siguiente paso.

-¿Cómo hacemos esto? -pregunto, mirando a Malec.

-Primero tendremos que explorar el castillo -responde él con calma-. Así podremos identificar o al menos percibir dónde podría estar el Yelmo. Yo iré con Tommy y Nico. Percy y Will, ustedes busquen señales de compañía o algo sospechoso. Sean discretos. Bell, tú y Lissandro investiguen sobre el castillo en la biblioteca del lugar. Es probable que no nos dejen entrar a las catacumbas, pero al menos podremos aprender algo de su historia y descubrir si ha tenido algún vínculo extraño relacionado con los dioses.

Todos asentimos, y con el plan decidido, me encamino junto a Lissandro hacia la biblioteca. El ambiente del lugar es agradable, los aromas dulces, y el clima, cálido. Es el tipo de día que me hace sentir cómodo, como si el entorno mismo intentara calmar las tensiones de la misión.

☆゚⁠.⁠*⁠・⁠。゚


Lissandro

Camino junto a Oribell por el lugar; aún no llegamos a la biblioteca. Puedo notar que tiene la piel un poco más pálida de lo normal, y esas ojeras debajo de sus ojos azul eléctrico lo delatan. Su cabello negro, con ese mechón naranja tan peculiar, resalta aún más la intensidad de su mirada. Podría decirse que Oribell es como el espacio: tiene encantos que podrían compararse con la Vía Láctea o algún cuerpo celeste, único y fascinante.

A mi lado, Alex -ese pollo extraño- me mira fijamente, como esperando que haga o diga algo. Su mirada me incomoda.

-¿Qué tanto miras, cotorro? -le pregunto, confundido. Alex, en lugar de responder, vuela hacia mi cabeza. Bell sonríe al verlo y sigue caminando, adelantándose un poco. Parece emocionado por las tiendas que hay a nuestro alrededor.

-¿Y tú qué tanto miras a mi niño? -pregunta Alex, posándose ahora en mi hombro-. ¿Te gusta Bell?

-¿Qué dices? Solo estoy siendo amable con él... ¿No sabes lo que es ser decente?

-Lo sé, pero no parece eso. Parece que te gusta mucho -dice con un tono coqueto, dejando entrever su intención.

Frunzo el ceño y le respondo con molestia:

-Deberían dejar de darte galletas, no sabes lo que dices.

Aun así, mientras seguimos caminando, no puedo evitar observar a Bell. Hay algo en él que capta mi atención.

Todo parece en calma hasta que Alex, ese maldito pollo disfrazado de cuervo, comienza a cantar con su voz chillona:

"Él está, ahí sentado frente a ti,
No te ha dicho nada aún, pero algo te atrae.
Sin saber por qué, te mueres por tratar
De darle un beso ya.
Sí, lo quieres, sí, lo quieres, míralo,
Míralo y ya verás, no hay que preguntarle,
No hay que decir, no hay nada que decir...
¡Ahora bésalo!"

Me detengo de golpe, sintiendo cómo el calor sube a mi rostro mientras Alex continúa cantando esa maldita canción.

-¡Cállate ya, estúpido pollo! -mascullo, avergonzado.

-¿Todo bien? -pregunta Bell al mirarnos. No estoy seguro de si escuchó todo, y realmente espero que no.

-Sí, solo que tu pollo me está molestando -suspiro con resignación.

-...Es un cuervo -responde con una sonrisa divertida. Luego llama a Alex, quien se acomoda en su hombro con aire orgulloso.

Seguimos caminando hasta la biblioteca. Al llegar, preguntamos por información sobre el castillo. Por suerte, nos envían a un pasillo donde se encuentran los libros que necesitamos.

-Todos se sorprenden al ver a tu "pollo" -comento con una sonrisa leve mientras hojeo el lomo de un libro antiguo.

-Para muchos es extraño... y yo aún no me acostumbro del todo -ríe suavemente, tomando un par de libros con cuidado-. No los leeremos aquí. Mejor busquemos un lugar más tranquilo.

Asiento, siguiéndolo mientras él carga los libros. A pesar de la situación, su risa ligera se queda resonando en mi cabeza, y no puedo evitar pensar en lo sencillo que es Bell para desarmar cualquier incomodidad.

El parque está tranquilo, con el sonido lejano de las hojas susurrando con el viento. Bell y yo estamos sentados en una banca, con los libros en el regazo. La luz del sol se filtra entre las ramas, creando patrones danzantes en el suelo. Estamos en silencio, cada uno inmerso en la lectura, aunque no puedo evitar lanzar alguna que otra mirada hacia él.

De pronto, Bell cierra su libro suavemente y se gira hacia mí, rompiendo la calma del momento.

-¿Por qué fuiste a ayudarme cuando fui atacado cerca del campamento? -pregunta, su voz es tranquila, pero su mirada está cargada de curiosidad y algo más, como si esa duda hubiera rondado su mente por mucho tiempo.

Cierro mi libro y lo dejo a un lado. Sus ojos azules están fijos en mí, y sé que merece una respuesta honesta.

-Esa noche tuve un sueño -comienzo, mirando el horizonte antes de volver mi atención a él-. Morfeo apareció y me pidió que te ayudara. Dijo que debía guiar a un chico al campamento y que cuidara lo más valioso que tenía.

Bell parpadea, sorprendido, pero no dice nada, dejándome continuar.

-Me pidió que protegiera su tesoro más preciado, y ese semidiós eras tú. Fue una misión que acepté con gusto, porque gracias a eso pude conocerte.

El silencio regresa, pero esta vez no es incómodo. Bell parece procesar mis palabras, con los labios ligeramente entreabiertos y los ojos brillando con algo que no logro descifrar.

-¿Así que soy el tesoro más preciado de un dios? -pregunta finalmente, con una leve sonrisa que no logra ocultar del todo su emoción.

-Lo eres -respondo con sinceridad.

Por un instante, el mundo parece detenerse. Sus ojos se encuentran con los míos, y aunque trato de mantener la compostura, hay algo en su mirada que hace que mi corazón lata con más fuerza de lo habitual.

-Gracias, Lissandro -dice al fin, con un tono suave pero lleno de significado.

-Siempre estaré para ti, Bell -le aseguro, intentando que mi voz no tiemble.

El momento se interrumpe cuando Alex, su cuervo, decide aterrizar entre nosotros con un movimiento torpe, tirando algunos de los libros en el proceso. Bell suelta una risa ligera, y yo me agacho para recogerlos, agradeciendo en silencio la distracción.

Pero algo dentro de mí sabe que las palabras ya fueron dichas y que algo entre nosotros ha cambiado, aunque ninguno lo diga en voz alta.

☆゚⁠.⁠*⁠・⁠。

 

La tarde comienza a caer, tiñendo el cielo con tonos cálidos que anuncian el final del día. Estamos todos reunidos nuevamente en el hostal. El ambiente es tenso, y Malec, en particular, parece llevar el peso de la situación en sus hombros.

 

-¿Qué encontraron? -pregunta Malec, mirándome con seriedad.

 

-Bueno... tomamos algunos libros, pero no encontramos nada demasiado extraño -respondo, dejando los libros sobre la mesa-. Según la información, en las catacumbas hay una especie de cámara secreta. Fue sellada hace tiempo, y aunque podríamos intentar romper los muros, no estoy seguro de que sea posible. -Miro a Bell de reojo, esperando su reacción.

 

Malec asiente lentamente, procesando la información, y luego dirige su atención hacia Oribell.

 

-¿Y ustedes? -pregunta Oribell, dirigiendo su mirada hacia su hermano.

 

-Las catacumbas están clausuradas, pero puedo llevarnos ahí esta noche usando el viaje entre sombras -responde Nico con calma, aunque sus ojos reflejan un ligero cansancio-. Solo necesito comer bien y tomar una siesta antes de intentarlo.

 

-Nosotros no encontramos nada fuera de lo común -interviene Will, cruzando los brazos y dejando escapar un suspiro-, pero eso no significa que debamos confiarnos.

 

Un silencio tenso se apodera del grupo mientras todos asimilamos la información. Finalmente, Malec toma una decisión.

 

-Está decidido -dice con firmeza-. Esta noche entraremos y obtendremos el Yelmo, cueste lo que cueste.

 

Las palabras quedan flotando en el aire, cargadas de determinación, pero también de incertidumbre. Sabemos que estamos a punto de enfrentarnos a lo desconocido, y la única certeza es que no será fácil.

 

Chapter 7: ¿Quién guarda sus armas en una catacumba espeluznante?

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Capítulo 7


Oribell

La noche ha caído, y con ella, el inevitable sentimiento de miedo. Hoy nos adentraremos en Gillette Castle, y aunque ya tenemos un plan sencillo que consta de tres pasos, no puedo evitar pensar que todo podría convertirse en un completo caos o que las cosas no saldrán como esperamos. Sin embargo, este no es momento para dudar ni para echarnos atrás. Es necesario dar el primer paso y comenzar con esto.

Nico ha estado cuidándose bien durante todo el día: ha comido adecuadamente, bebido suficientes líquidos y descansado un buen rato. Percy, por su parte, no ha dejado de preocuparse por él. Es evidente que está profundamente enamorado de Nico, y ese amor es enternecedor. La manera en la que lo cuida, con tanta dedicación, es simplemente hermosa.

—¿Todo listo? —pregunta Malec mientras ajusta el carcaj de sus flechas a la espada y tensa un poco el arco.

—Creo que todo está bien —digo, mirando a mi hermano con cierta preocupación.

—Sí, todo bien —responde Nico mientras acomoda su espada y suspira ligeramente. Es evidente que está nervioso por la misión.

—Bien, Nico, recuerda que debemos estar en la sección del castillo que lleva a las catacumbas —le recuerda Tommy mientras ajusta su propio carcaj en la espalda.

Alex y Desiree permanecen callados, lo cual resulta inquietante, especialmente porque Alex, siendo un cuervo, suele ser bastante parlanchín.

—Desiree y yo estaremos con ustedes, así que vamos por el yelmo de Lord Morfeo —dice Alex, batiendo sus alas con entusiasmo antes de posarse en mi hombro.

—Todo saldrá bien —añade Desiree mientras vuela al hombro de Malec. Ahora estamos listos para partir.

Nos tomamos de las manos, formando una cadena. Nico, con voz firme pero tensa, nos repite:

—No se suelten. Corran lo suficientemente rápido hacia esa sombra —señala un enorme árbol cuya silueta oscura domina el paisaje bajo la luz tenue de la luna—. Confíen en mí.

Sin dudar, hacemos lo que pide. Corremos juntos, con el sonido de nuestras pisadas resonando en la quietud de la noche. El árbol parece crecer a medida que nos acercamos, su sombra envolviéndonos como un manto oscuro. Por un momento, siento que el aire se vuelve denso, casi como si la misma oscuridad quisiera tragarnos.

—¡No se detengan! —grita Nico, su voz rompiendo el silencio.

El momento justo antes de impactar contra el tronco del árbol es vertiginoso. Mi corazón late con fuerza, y el instinto me dice que cierre los ojos. Sin embargo, en lugar de sentir el golpe esperado, todo cambia. Una ráfaga fría nos envuelve, y el suelo bajo nuestros pies parece desaparecer por un instante.

Cuando abro los ojos, ya estamos dentro. Las paredes de piedra húmeda y el ambiente opresivo del castillo nos reciben. La entrada a las catacumbas está justo delante de nosotros, marcada por un arco de piedra tallada con inscripciones antiguas que no logro comprender.

—Lo logramos —susurra Malec, soltando un suspiro de alivio mientras baja su arco.

—No estamos seguros todavía —dice Nico, mirando a su alrededor con atención—. Esto es solo el principio.

Tommy asiente, ajustándose el carcaj con movimientos rápidos. Alex, ahora más serio, se acomoda en mi hombro. Desiree se mantiene cerca de Malec, mientras Nico da un paso hacia el arco que lleva a las catacumbas. Todos lo seguimos en silencio, sabiendo que la verdadera prueba está a punto de comenzar.

Todos pasamos por el arco y comenzamos a caminar. No sé si es la presión del momento o algo parecido, pero el ambiente se siente extraño, como si algo nos observara desde las sombras. Es una sensación que he experimentado antes, aunque esta vez parece más intensa, más inquietante. Miro a los demás y, aunque todos aparentan tranquilidad, no puedo evitar preguntarme si soy el único que siente que algo anda mal o si simplemente están ocultando sus emociones.

Nico se detiene de repente y deja escapar un leve suspiro. Percy, atento como siempre, se acerca de inmediato y le toma del brazo con delicadeza.

—¿Estás bien? —le pregunta con preocupación evidente en su mirada—. Te excediste demasiado.

—Estoy bien, no te preocupes —susurra Nico con una leve sonrisa que apenas disimula su agotamiento—. Ya sabes que estaré bien...

—Nico —lo llama Malec, deteniéndose a unos pasos de ellos—. Descansa un poco. Necesitas reponer la energía que gastaste al viajar entre sombras.

Mientras ellos conversan, yo me mantengo en silencio, observando el lugar con detenimiento. Es completamente distinto al templo del desierto de las dunas. Aquí, el aire es frío y denso, cargado con un aroma a humedad que se filtra por cada rincón. Las paredes de piedra parecen estar vivas, con líquenes y moho que crecen en ellas como si fueran una advertencia. Todo en este lugar parece sacado de una película de terror.

—¿Todo bien? —pregunta Lissandro, acercándose a mí mientras Alex vuela hacia donde está Desiree.

—Sí, es solo que este lugar es tan diferente al templo del desierto... Es curioso —le respondo con una sonrisa que intenta ocultar mi incomodidad.

Lissandro me devuelve una sonrisa cálida, su mirada llena de dulzura.

—Bueno, los dioses son bastante versátiles con sus pruebas. Y si hablamos de Okniton, esto encaja perfectamente con su estilo... o eso dicen los mitos. —Acomoda un mechón de mi cabello con un gesto despreocupado.

—Supongo que tienes razón —respondo, sonriendo de nuevo mientras desvío la mirada hacia las sombras que parecen danzar en los rincones del lugar.

Nos quedamos un momento en silencio antes de girarnos y seguir caminando. El ambiente sigue siendo pesado, pero con cada paso intentamos aferrarnos al propósito de nuestra misión, esperando que lo que nos espera al final de este camino valga la pena.

Nico logra recuperarse tras unos minutos de descanso. Su respiración vuelve a estabilizarse, y aunque aún parece un poco pálido, insiste en que está listo para continuar. Percy no deja de mirarlo con preocupación, pero decide no presionarlo más. Malec, sin decir palabra, asiente y avanza, liderando al grupo con determinación.

Seguimos caminando por las catacumbas, nuestros pasos resonando en el silencio sepulcral que nos rodea. Las paredes de piedra son frías al tacto y están cubiertas de musgo y humedad. El aire es pesado, como si llevara siglos atrapado aquí abajo, y un olor acre, mezcla de moho y algo más difícil de identificar, se cuela en nuestras narices. Las antorchas que llevamos parpadean, proyectando sombras que parecen cobrar vida con cada paso que damos.

El túnel se ensancha gradualmente hasta que llegamos a un espacio más amplio, una especie de sala que parece sacada de otra época. Me detengo en seco al mirar a mi alrededor.

—¿Qué es esto? —murmura Lissandro, rompiendo el silencio con su voz apenas audible.

La sala se parece a una antigua bodega o almacén. Está repleta de cosas que parecen pertenecer a un museo olvidado: armaduras oxidadas descansan contra las paredes, algunas incompletas y cubiertas de telarañas; espadas y escudos de todos los tamaños están apilados en un rincón, como si hubieran sido descartados hace siglos. Cajas de madera, algunas abiertas y otras cerradas con cadenas, están esparcidas por toda la habitación. Entre ellas, se pueden ver pergaminos descoloridos y mapas antiguos que sobresalen como si estuvieran pidiendo ser leídos.

Pero lo más inquietante no es lo que vemos, sino lo que sentimos. El ambiente es extraño, opresivo, como si algo estuviera vigilándonos. Una corriente helada recorre mi espalda, y el vello de mis brazos se eriza sin motivo aparente.

—Algo no está bien... —digo en voz baja, mirando a los demás.

Nico asiente, su mirada fija en el centro de la sala. Percy se posiciona a su lado, con una mano en la empuñadura de su espada, listo para cualquier cosa.

—Nada está bien —añade Malec, tensando su arco con un movimiento rápido. Su mirada recorre cada rincón de la habitación, buscando algo que no podemos ver.

Alex, que hasta ahora había permanecido en mi hombro, bate sus alas y vuela hacia un estante alto lleno de libros cubiertos de polvo.

—Esto es raro incluso para mí —dice mientras examina los tomos con la cabeza ladeada—. Este lugar no debería existir. No tiene sentido que todas estas cosas estén aquí abajo, tan intactas y... —se detiene de repente, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y miedo—. Esperen, ¿escucharon eso?

Un ruido sutil, como un rasguño en la piedra, rompe el silencio. Todos nos quedamos quietos, conteniendo la respiración. El sonido se repite, esta vez más cerca, como si algo estuviera moviéndose entre las sombras.

—¿Qué fue eso? —pregunta Desiree, volando rápidamente hacia el hombro de Malec, sus alas temblando levemente.

—Quédense juntos —ordena Nico, con voz firme. Su mano se cierra con fuerza alrededor de la empuñadura de su espada mientras da un paso adelante, colocando a Percy detrás de él.

—No estamos solos —susurra Lissandro, su tono bajo pero cargado de tensión.

De repente, una de las cajas de madera se sacude con violencia, el ruido de las cadenas resonando como un grito metálico en la sala. Todos nos giramos hacia ella, armas en mano, mientras un silencio mortal cae sobre nosotros, interrumpido solo por el latido acelerado de mi corazón.

—No toquen nada —dice Malec en un tono casi imperceptible, tensando aún más su arco. Su mirada está fija en la caja, que se mueve una vez más, como si algo en su interior intentara salir.

El ambiente se vuelve más denso, casi irrespirable, y de pronto una grito gutural, grave y distorsionado, se escucha desde algún rincón de la sala. No proviene de ninguno de nosotros.

Chapter 8: Flechas, arena y el yelmo de todos los problemas

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Capítulo 8


El aire a mi alrededor se vuelve espeso, pesado, como si el mismo ambiente estuviera tratando de atraparme. Mis ojos recorren las sombras del pasillo, el eco de nuestros pasos se desvanece, como si las paredes mismas quisieran tragarnos. Todo está demasiado callado.

De repente, escucho un crujido, un sonido tan sordo y retorcido que me eriza la piel. Al principio, lo ignoro, pero el crujido se repite, como si algo se estuviera moviendo lentamente, avanzando a través de la oscuridad. Mis compañeros siguen adelante, ajenos a la creciente tensión que se acumula en mi pecho. Mi cuerpo, por alguna razón, se estremece más de lo que debería.

—Oribell—susurra una voz a mi lado, pero no la escucho. Mis ojos están fijos en algo que se mueve en las sombras.

Unos pasos adelante, en la penumbra, algo largo y delgado se desliza, como una sombra que se estira y retuerce, arrastrándose hacia nosotros. La criatura es como una columna vertebral expuesta, cubierta de brea, que brilla débilmente a la luz de nuestras antorchas. No tiene rostro, pero algo en la forma de su cuerpo me hace sentir que está observándonos. Las extremidades de la criatura, delgadas como costillas rotas, se estiran hacia el suelo, crujendo con cada movimiento, generando un sonido tan inquietante que me hace temblar. De su cuerpo emana un cántico bajo, un sonido gutural y retorcido que, aunque no tiene palabras, se cuela en mi mente, susurrando mis miedos más oscuros, mis inseguridades. La brea que recubre su cuerpo gotea lentamente, cayendo al suelo con un sonido pegajoso que me hace sentir que, si no me muevo, esa sustancia comenzará a tragarnos. Mi corazón late más rápido. Cada paso que doy hacia atrás es un susurro de desesperación en mi mente, pero no puedo apartar la mirada de esa criatura. Su movimiento es lento, como si disfrutara de nuestra ansiedad. Cada vez que sus "costillas" crujen, siento un estremecimiento en mi interior, como si algo dentro de mí estuviera desgarrándose, colapsando bajo el peso de lo que esta cosa podría ser.

—¿Qué es eso? —me atrevo a susurrar, mis palabras parecen ahogarse en el cántico, pero sé que todos lo han escuchado.

Nadie responde. La criatura avanza, sus extremidades se retuercen como insectos, moviéndose de una manera antinatural, errática, pero con una precisión que hace que un miedo primal se apodere de mí. El cántico se intensifica, volviéndose más agudo, como si la criatura estuviera celebrando nuestra desesperación. Es imposible respirar. Cada inhalación parece más pesada, cada exhalación más corta, como si el aire fuera absorbido por la misma presencia de la criatura. La brea que gotea de su cuerpo empieza a arder, huele a ácido, como si estuviera quemando todo lo que toca. Y, de repente, me doy cuenta de que no solo está protegiendo el yelmo... está protegiendo todo este lugar, lo que hay dentro de él.

—¡Atrás! —grita alguien, pero ya es tarde. Con un sonido ensordecedor, las extremidades de la criatura se despliegan hacia nosotros, y la oscuridad que nos rodea se siente más fría, más asfixiante.

Logramos apartarnos de la criatura rápidamente, esquivando sus embestidas, pero Lissandro, con esa furia que lo caracteriza, no se detiene ni un segundo. Su risa suena fuerte y desafiante, y sin pensarlo, se lanza directamente contra la criatura, su espada brillando en la oscuridad. Sus golpes son rápidos, certeros, pero la criatura parece ser invulnerable. Los ataques de Lissandro apenas la afectan, y la brea que recubre su cuerpo parece reabsorber incluso los impactos más poderosos.

Percy, sin perder el tiempo, invoca a Anaklusmos, la espada de fuego, y se une a Lissandro en el ataque, apoyándolo con movimientos ágiles y potentes. La criatura responde con un crujido de las costillas que la componen, su cántico sigue sonando en los oídos de todos, un recordatorio de lo que estamos enfrentando. Tomás, Malec y Will no dudan en lanzar flechas, pero nada parece hacerle daño a la criatura. Es como si estuviéramos luchando contra una sombra imposible de vencer.

Mientras ellos se ocupan de la criatura, Nico y yo nos dirigimos rápidamente hacia las armaduras, observando cómo nuestros compañeros luchan con todas sus fuerzas. La tensión en el aire es palpable, pero la urgencia de encontrar el yelmo nos impulsa a seguir adelante. De repente, escuchamos un sonido extraño, como si algo estuviera graznando, y al mirar, vemos a Alex y Desiree volando hacia una zona detrás de una de las armaduras.

—¡Ahí tiene que estar!—digo, levantándome con rapidez. Nico me sigue, y ambos nos acercamos a la armadura, pero justo antes de llegar, la criatura lanza un ataque brutal que hace que Percy y Lissandro tengan que bloquearlo con todas sus fuerzas.

—¡Sigan! ¡Busquen esa cosa para irnos!—grita Percy, sin dejar de atacar, su rostro lleno de determinación. La situación es cada vez más desesperante.

Al llegar a donde estaba la armadura, la empujamos con todas nuestras fuerzas, pero al caer al suelo, descubrimos que no hay nada, la pared está lisa, sin ningún indicio de lo que estábamos buscando.

—¿Sientes algo?—pregunta Nico, mientras sus dedos recorren la pared, buscando alguna señal.

—Creo que está detrás del muro...—digo, mi voz temblando ligeramente. El pánico empieza a subir por mi garganta. Recuerdo lo que leí en los libros antiguos, sobre la cámara secreta oculta en este lugar, pero lo que me preocupa es que no hay ningún mecanismo visible para abrir la puerta. —En los libros decía que había una cámara secreta, pero normalmente, aquí debería haber algo que haga que la maldita puerta se abra, y no hay nada.

Nico se queda quieto por un momento, concentrándose, sus ojos cerrados mientras se conecta con la energía que siente a su alrededor. La conexión entre él y el yelmo es palpable, y por un momento, la criatura deja de moverse, como si estuviera esperando algo.

—Concéntrate—me dice Nico, abriendo los ojos. Sus palabras son serias, cargadas de presión. —Tienes que sentir donde está. Tú y Malec están conectados a esa cosa, porque forma parte de ustedes. Tienes que sentir dónde está...

Lo miro, casi con desesperación. El yelmo es la clave para salir de este lugar, pero el tiempo se acaba, y la criatura está cada vez más cerca de nosotros. Mis manos tiemblan, pero cierro los ojos, tratando de bloquear todo lo que sucede alrededor. Solo puedo enfocarme en una cosa: la energía del yelmo.

Es como si pudiera sentir algo, una vibración sutil, un susurro en el aire. Me concentro más, y entonces, lo siento. La energía está justo detrás de la pared, una fuerza que palpa mi conciencia, haciéndome sentir que estamos más cerca de lo que parece. Mi corazón late con fuerza, y una idea comienza a formarse en mi mente.

—Está aquí—susurro, tocando la pared con más fuerza. —Creo que tenemos que... hacer que la pared se mueva. Pero no sé cómo.

De repente, una explosión de energía sacude el aire, y la criatura lanza un grito desgarrador, como si supiera que estamos a punto de encontrar lo que buscamos. Cada segundo cuenta ahora.

La desesperación me consume, pero no sé qué hacer. Mis manos recorren la pared una y otra vez, tocando todas las partes en busca de algo que abra la cámara, pero no hay nada, absolutamente nada que lo haga. Siento miedo, siento que todo ha terminado. La presión en mi pecho crece, como si la oscuridad de la criatura nos fuera a tragar. Todo va a terminar mal... o al menos eso creo, hasta que escucho un silbido que corta el aire.

Una figura aparece de la nada, tan rápida como la sombra que nos acecha. Es una chica, su cabello cobrizo brilla como el atardecer, y un mechón dorado/amarillo se mueve con gracia. Una tiara en forma de luna adorna su frente, y su sonrisa es tan segura que, por un momento, me olvido del terror que nos rodea.

—¡Hey, feo! —grita con una voz desafiante, su tono burlón cortando la tensión del momento. Sin dudarlo, lanza una flecha. La flecha se divide en tres, y cada una de ellas emite un resplandor intenso, como el color de la misma luna. Las flechas vuelan con una precisión mortal, y se clavan directamente en las costillas de la criatura. Un grito ensordecedor surge de ella, y por un momento parece tambalearse, pero su sombra continúa retorciéndose como una masa informe.

La chica corre hacia nosotros, sus movimientos son ligeros y rápidos. Llega hasta Malec, quien está herido y se incorpora lentamente, su rostro esta contorsionado por el dolor.

—Elizabeth—dice Malec, con voz baja y sorprendente. En ese momento, todo encaja. La chica no es una desconocida, es nuestra hermana... la hija mayor de Morfeo y la acólita de Artemisa.

Me quedo paralizado, observando cómo ella se acerca a Malec. Es imposible no sentir una mezcla de asombro y alivio, como si una parte de la oscuridad que nos rodea finalmente se despejara. La energía que trae consigo es diferente a la de la criatura, es como una luz tenue pero firme, como la luna misma en medio de la noche.

—Malec, ¿estás bien? —le pregunta Elizabeth con una expresión de preocupación, aunque su tono sigue siendo igual de confiado que siempre. Es como si nada pudiera tocarla, como si ella misma fuera una fuerza inquebrantable. Sus ojos ámbar brillan con el mismo resplandor de la luna, como si la calma de Artemisa residiera en ella.

—Estoy... bien, ahora—responde Malec, aunque todavía se ve débil. Elizabeth no espera más y se coloca frente a él, mirando a la criatura con furia en sus ojos.

—Esto termina aquí—dice con determinación. Con un movimiento rápido, toma una de sus flechas restantes, la cual brilla aún más intensamente. El brillo lunar envuelve la punta de la flecha, y ella la dispara hacia el corazón de la criatura. La flecha atraviesa el aire con una velocidad casi sobrenatural, y al impacto, la criatura emite un grito agonizante, como si estuviera siendo consumida por la luz misma.

La brea que cubre su cuerpo comienza a evaporarse, desintegrándose lentamente en el aire. La criatura se tambalea, su cántico ya no tiene la misma fuerza, y en un último esfuerzo, intenta atacar nuevamente. Pero es inútil. La flecha de Elizabeth ha sido suficiente.

La criatura cae al suelo, desmoronándose en una masa viscosa que se disuelve en el aire. El silencio que sigue es absoluto, pero la atmósfera sigue cargada de tensión. La amenaza ha desaparecido, pero no sabemos cuánto tiempo durará la calma.

—Elizabeth, ¿qué haces aquí? —pregunta Malec, su voz llena de sorpresa y gratitud. Elizabeth, con su sonrisa tranquilizadora, lo mira.

—¿Qué creen? ¿Qué me iba a quedar esperando mientras ustedes se meten en problemas? —responde con un tono juguetón, pero sus ojos reflejan una profunda preocupación. —Morfeo y lady artemisa me enviaron para asegurarme de que el yelmo estuviera a salvo. Y, por supuesto, para salvarles el pellejo.

Elizabeth se acerca a mí con esa calma imperturbable que la caracteriza, mientras Will y Tommy se concentran en tratar las heridas de Malec, que sigue tambaleándose pero ya está algo más consciente. La preocupación en su rostro es evidente, pero en sus ojos también hay una chispa de admiración por la llegada de nuestra hermana.

—Entraste en pánico, niño—dice Elizabeth, con un tono suave, pero lleno de esa crítica cariñosa que siempre ha tenido. Su mirada se fija en la pared lisa, como si estuviera viendo más allá de su superficie fría. —Pero al menos sabes dónde está el yelmo.

—¿Tienes la arena con ustedes?—pregunta, sin apartar la vista de la pared, y mi confusión crece.

—Sí—respondo, asintiendo levemente, aún sin entender a qué se refiere. —¿La necesitarás?

Ella me mira entonces, como si estuviera evaluando mi reacción. Su expresión cambia a una más seria, y por un momento, siento que estamos conectados de alguna forma extraña. Como si, de alguna manera, todo lo que está ocurriendo tuviera un propósito, y yo fuera una pieza más en este complicado rompecabezas.

—Sí—responde, y su voz toma un tono más bajo, más urgente. —Los elementos de la revelación están conectados entre ellos, son importantes. La arena es una especie de llave que abrirá la cámara... o algo así.

Sigo sin entender del todo lo que está pasando, pero la seriedad en sus palabras me hace tomar la arena de mi mochila sin cuestionar más. La arena parece pesar más de lo que debería, como si estuviera cargada de una energía que me es ajena, algo ancestral.

—Entonces, ¿qué tengo que hacer?—pregunto, mi voz temblando un poco mientras intento comprender lo que me dice.

Elizabeth no dice nada, solo me mira fijamente, esperando. Al parecer, no hay más que hacer que seguir sus instrucciones. Con un suspiro, dejo caer un pequeño puñado de arena sobre la pared, y, para mi sorpresa, empieza a moverse por sí sola. La arena se desliza lentamente, como si tuviera una vida propia, su resplandor leve brilla con un color cálido, casi dorado, y se adhiere a la pared, formándose en una pequeña grieta que empieza a crecer.

—Está funcionando—murmuro, sin poder evitar sentir una mezcla de asombro y temor.

La grieta se ensancha lentamente, como si la pared misma estuviera cediendo a la voluntad de la arena, y de repente, el sonido de un mecanismo antiguo comienza a resonar en el aire. La cámara secreta comienza a abrirse, y la arena se disuelve, desapareciendo en la oscuridad de la nueva entrada.

Allí, en el fondo, en un pedestal de piedra cubierto por la sombra de la cámara, está el yelmo. El objeto que hemos estado buscando, brillante y oscuro, como si estuviera esperando ser reclamado. Algo en el aire cambia, como si la atmósfera se volviera más densa, más peligrosa.

—Es nuestro—susurro, mi corazón latiendo rápido mientras observo el yelmo. La sensación de estar tan cerca de lo que hemos venido a buscar me llena de una extraña mezcla de alivio y ansiedad.

Elizabeth se acerca a mi lado, su presencia reconociendo la importancia del momento, pero también la gravedad de lo que estamos a punto de hacer. La misión aún no ha terminado, pero por primera vez en mucho tiempo, siento que hemos dado un paso decisivo.

—Tómalo—dice, y su voz es firme, como si no hubiera espacio para la duda. Yo me acerco al pedestal, pero antes de poder tocar el yelmo, un escalofrío recorre mi columna vertebral. Sé que lo que hacemos ahora tendrá consecuencias, pero no hay vuelta atrás.

Con un gesto decidido, extiendo la mano y tomo el yelmo. Al contacto, una oleada de energía recorre mi cuerpo, como si algo en el objeto estuviera despertando. Y en ese momento, me doy cuenta de algo. Este yelmo no solo tiene poder. Es una llave, una puerta hacia algo mucho más grande, algo que aún no entendemos completamente. 

Chapter 9: Dioses, heridas y cuervos: mi vida familiar, más o menos

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Capítulo 9


Todo parecía estar bien, pero no fue así. Malec comenzó a ponerse muy mal, Tommy y Will estaban claramente preocupados, ya que no era normal que algo así sucediera.

— ¡Malec! — grité muy asustado, acercándome a él.

— Salgamos de aquí primero — dijo Elizabeth, mientras todos nos apresurábamos a salir de esa zona, nuevamente usando el viaje entre sombras.

Aparecimos en el hostal donde estábamos quedándonos, y Elizabeth, sin perder tiempo, se quitó la chaqueta para revisar a Malec. La herida que tenía por la criatura era horrible, su tono verdoso y la forma en que se extendía por su piel solo aumentaban la preocupación de todos.

— Es veneno — dijo Elizabeth, sorprendida, pero sin dejar de actuar rápido.

— ¿Veneno? — preguntó Will, mirando a Malec y claramente sin saber qué hacer. — No tengo medicina para eso...

— Descuida — respondió Elizabeth mientras abría la ventana. En ese momento, un cuervo negro con el pecho blanco voló hacia adentro.

— ¿Sucede algo? — la cuervita habló con una voz suave pero decidida.

— Jessamy, necesito que busques lo que Lady Artemisa nos dijo — Elizabeth le pidió con urgencia, sin dudar ni un segundo. No sabíamos exactamente de qué estaban hablando, pero el tono de su voz dejaba claro que era importante.

— Claro — respondió Jessamy con rapidez. Se posó en el alféizar y miró a Malec. — Chicos, lo que haré es preparar un brebaje o una cura temporal, pero necesitaremos a Hypnos para que nos ayude a tratarlo completamente.

El aire se volvió más tenso, cada uno de nosotros sabiendo que el tiempo apremiaba. Nadie quería pensar en lo peor, pero la situación era seria. Elizabeth ya estaba trabajando rápido, sus manos se movían con precisión mientras preparaba lo necesario para ayudar a Malec.

— Vamos a necesitar más que suerte — dijo Tommy, apretando los puños, sin querer mostrar su miedo.

Elizabeth comenzó a sacar varias cosas de su mochila con rapidez, sus manos se movían con la eficiencia de alguien acostumbrado a situaciones de vida o muerte. Miró a los demás, su expresión seria pero decidida.

— Lissandro, Percy, Will, sostengan a Malec — ordenó, y los tres se acercaron a él, ayudando a mantenerlo quieto mientras el veneno seguía haciendo su trabajo. Malec temblaba, su rostro pálido, los ojos entrecerrados por el dolor.

Un par de minutos después, Jessamy regresó, volando hacia la ventana. En su pico, llevaba un líquido brillante que resplandecía con tonos azul y plateado, un color que parecía sacado de una pesadilla. Se posó junto a Elizabeth, quien comenzó a preparar el brebaje con la rapidez que solo alguien entrenado podría lograr.

— Esto será rápido, no se preocupen — dijo Elizabeth, sus ojos nunca dejando a Malec, pero su voz calmada era como un ancla en medio del caos. Sacó algunas hojas de su mochila y las mezcló con el líquido que Jessamy había traído, creando una mezcla viscosa con un olor fuerte y penetrante.

Una vez que tuvo el brebaje listo, se acomodó al lado de Malec, sus manos firmes mientras se inclinaba hacia él.

— Malec, tienes que beber esto — dijo, mirando sus ojos con intensidad.

Malec intentó apartarse, sus labios se curvaron en una mueca de asco, como si la idea de beber algo así lo disgustara profundamente. Intentó mover la cabeza hacia un lado, pero Percy, Lissandro y Will lo sujetaron con más fuerza.

— No, no puedes escupirlo — insistió Elizabeth, tomando su barbilla con una mano mientras con la otra acercaba la mezcla a sus labios. — Si no lo tomas, no vamos a poder salvarte.

Malec luchaba, su cuerpo temblaba por el dolor y la fiebre que ya comenzaba a hacer efecto, pero finalmente, Elizabeth no dio marcha atrás. Con una presión suave, pero firme, forzó sus labios para que aceptara el brebaje. Hizo una cara de repulsión, pero la urgencia de la situación superaba su resistencia. Tragó a regañadientes, su rostro reflejando lo desagradable que le parecía el sabor. El líquido tenía un sabor amargo y picante, que dejaba una sensación fría y ardiente en su garganta, como si algo estuviera ardiendo y helándose a la vez.

— Eso es, Malec, aguanta — dijo Elizabeth, observando sus ojos de cerca, buscando cualquier signo de mejora.

A los pocos segundos, la fiebre de pareció estabilizarse un poco, y su respiración, que antes era entrecortada y agitada, comenzó a calmarse ligeramente. No era una cura definitiva, pero al menos el veneno ya no avanzaba tan rápido.

— Esto solo es temporal — dijo Elizabeth con un suspiro de alivio. — Necesitamos a Hypnos para hacer un tratamiento completo. Pero por ahora, al menos ha ralentizado los efectos.

Malec, todavía pálido y debilitado, miró a los demás, su voz apenas un susurro.

— Gracias... — murmuró, aunque sabía que aún había mucho por hacer.

El alivio en sus rostros fue breve, ya que todos sabían que el peligro no había pasado, solo se había aplazado.

☆゜・。。・゜゜・。。・゜★


El ambiente en la habitación estaba cargado de silencio y cansancio. Algunos ya dormían, como Nico, que descansaba abrazando a Percy con una expresión tranquila, completamente ajeno a lo que sucedía alrededor. Tommy y Will se turnaban para vigilar a Malec, vigilando cada uno de sus movimientos con una dedicación que dejaba claro lo mucho que se preocupaban por él. Tommy, en ese momento, parecía completamente absorto en la mirada que le dirigía a Malec, pero había algo en su expresión que no había notado antes, algo difícil de identificar pero palpable en su atención.

Lissandro, por su parte, estaba en una esquina de la habitación, afilando su espada con una concentración casi zen. El sonido del acero deslizándose sobre la piedra era lo único que interrumpía la quietud del ambiente.

— ¿Así que otro hijo de Morfeo? — preguntó Elizabeth, rompiendo el silencio mientras bebía una taza de té caliente. Se acomodó a mi lado en la alfombra, cruzando las piernas y observándome con una mirada profunda.

— Sí, ¿y tú eres la mayor? — No estaba seguro de cómo responder, pero al menos esa pregunta parecía más sencilla. No conocía mucho sobre ella o su familia, y aún menos sobre el resto de los hijos de Morfeo.

— Sí, técnicamente, tengo 22 años. Malec tiene 18 y tú tienes 16 — respondió con una leve sonrisa, pero su tono se suavizó cuando sus ojos se apagaron un poco, como si estuviera pensando en algo distante. — ¿Cómo está papá? — La pregunta me sorprendió. No pensé que fuera a preguntar por Morfeo. No me esperaba esa preocupación, ni esa curiosidad en su voz.

Me quedé un momento en silencio, intentando ordenar mis pensamientos. No estaba seguro de qué tan sincero debía ser, ni si debería contarle todo lo que realmente sabía o sentía al respecto.

— Supongo que está... complicado. Morfeo no es fácil de entender. — Mi respuesta salió algo vacía, como si no quisiera ahondar más en el tema, pero a la vez, la idea de hablar de él me hacía sentir un nudo en el estómago. — Es... distante.

Elizabeth asintió lentamente, como si estuviera meditando sobre mis palabras. Su mirada no era de juicio, pero sí de comprensión, como si hubiera conocido a alguien similar, alguien con quien las relaciones familiares fueran más difíciles de lo que deberían ser.

— A veces, los dioses no son... lo que esperamos — dijo, tomando otro sorbo de su té. — La familia es complicada, más aún cuando uno de los padres es un dios. Pero eso no significa que no importe. — Sus palabras me dejaron pensativo.

Permanecimos en silencio por unos momentos, el peso de nuestras propias reflexiones flotando en el aire, antes de que finalmente Elizabeth hablara nuevamente.

— Debes estar cansado, Oribell — dijo, su voz suave. — Puedes descansar un poco. Si necesitas hablar, sabes dónde encontrarme.

Asentí lentamente, agradeciendo la oferta, pero no estaba listo para descansar todavía. Había demasiadas preguntas sin respuesta, demasiados misterios que rodeaban nuestra misión, las criaturas que habíamos enfrentado, y el destino de Malec. Pero tal vez, solo tal vez, en este momento, necesitaba un poco de calma antes de que la tormenta volviera a estallar.

 

 

 

 

Chapter 10: Si sobrevives al veneno de okniton, ¿aún te queda sueño?

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Capítulo 10


La mañana llegó como cualquier otra. Al abrir los ojos, noté a Elizabeth en la habitación, concentrada en una pequeña caja de madera que sostenía en sus manos. Dentro había algunas frutas, inciensos y todo lo necesario para montar un altar. No entendía si estaba preparando algo para Artemisa o qué estaba haciendo exactamente en ese momento, pero decidí no interrumpirla. Jessamy voló hasta mí y se acomodó en mis piernas.

—Lord Morfeo tiene un don para hacer que sus hijos sean tan bonitos —dijo con alegría, aleteando emocionada.

—Gracias —respondí, algo nervioso. Alex y Desiree volaron hasta donde estaba Jessamy.

—Jess, él es Alex, el cuervo de Oribell —dijo Desiree con entusiasmo.

—Me alegra saber que tiene a su cuervito. Lord Morfeo estará feliz de ver que se llevan tan bien.

Jessamy se posó un poco más alto en mis piernas, mirando a Alex y Desiree con una mezcla de curiosidad y diversión.

—Es curioso, ¿no? —comentó mientras observaba cómo Alex y Desiree se acomodaban cerca de ella—. Los hijos de Morfeo siempre tienen algo... peculiar, pero también hay algo especial en cada uno.

Miré a Elizabeth, que seguía preparando el altar, su concentración era total, como si estuviera en una especie de trance. No podía evitar preguntarme qué tipo de conexión tenía con nuestro padre, Morfeo. Aunque sabía que era su hija, a veces me sorprendía la facilidad con la que trataba con los dioses y sus enigmas. No era como los demás, eso era seguro.

—¿Tú crees que realmente Morfeo se preocupe por nosotros? —le pregunté, sin querer sonar demasiado curioso, pero la pregunta había estado rondando mi mente.

Elizabeth dejó de preparar el altar por un momento, mirándome con una expresión que no supe interpretar.

—Morfeo es... diferente —respondió, como si las palabras no pudieran encapsular todo lo que sentía. —A veces me pregunto si realmente le importa todo esto. Pero lo que sé es que hay algo en nosotros, en sus hijos, que va más allá de las expectativas de los dioses. Somos más que lo que ellos esperan de nosotros.

Fue un momento silencioso, en el que todos se quedaron mirando el altar que poco a poco comenzaba a tomar forma. Jessamy había cerrado los ojos y parecía escuchar algo, una presencia o susurros que solo ella podía oír.

— ¿Para Hypnos? — pregunté, confundido, mientras observaba la caja que Elizabeth había dispuesto cuidadosamente sobre el altar. No esperaba que fuera para él. — ¿Qué tiene que ver Hypnos con todo esto?

Elizabeth sonrió de nuevo, pero esta vez con una expresión que casi rozaba la diversión, como si estuviera jugando con un secreto que solo ella conocía.

— Bueno, si hay algo que he aprendido de tener un padre como Morfeo —dijo mientras sacaba más cosas de su mochila, que claramente era más una despensa mágica que una simple mochila— es que los dioses tienen sus propios métodos de actuar. A veces, ni siquiera ellos saben cómo conectarse con sus propios hijos. Pero Hypnos... él puede hacer más que dormir a la gente, ya sabes. En realidad, puede influir en las decisiones de los que están entre sueños y vigilia. Y en este momento, necesitamos su ayuda para que las cosas sigan en curso.

Mientras hablaba, comenzó a sacar trozos de fruta seca, unas hojas que no pude identificar y un poco de miel en un pequeño tarro. Todo parecía tener un propósito, aunque yo no lo entendiera completamente.

— ¿Vas a hacer una especie de ritual? — pregunté, aún sin comprender por completo, pero intrigado por la atmósfera que Elizabeth estaba creando.

— Exacto — respondió ella, sin dejar de colocar cada cosa en su lugar. — Es una plegaria, sí, pero también un ofrecimiento. Un agradecimiento por el favor que necesitamos. Si Hypnos responde... las cosas podrían ser más fáciles. Si no... bueno, sigamos con lo que tenemos.

De repente, me sentí un poco abrumado. No solo por la preparación, sino por lo que eso significaba. Elizabeth estaba actuando como si todo fuera más simple de lo que realmente era. Mientras me quedaba observando, Jessamy voló hacia el altar y comenzó a emitir un suave canto, algo que sonaba como un susurro entre sueños, pero que parecía invocar algo mucho más profundo. El cuervo se inclinó un poco hacia Elizabeth, como si esperara alguna señal para continuar.

— Tú sabes cómo invocar a Hypnos —dije, más para mí mismo que para ella, pero Elizabeth me miró con una sonrisa en los labios, como si hubiera adivinado lo que pensaba.

— Aprendí de los mejores — respondió con una ligera risa. — Pero no es solo invocar. Hay algo más que debe fluir entre nosotros y ellos.

La tensión en el aire aumentó mientras se preparaba lo que parecían ser los últimos pasos del ritual. Sentí que el espacio se cargaba de una energía sutil, pero poderosa. Podía notar el cambio, aunque no entendía completamente lo que estaba ocurriendo.

Y entonces, en un susurro casi imperceptible, Elizabeth habló, como si estuviera invocando a un dios desde las profundidades de su alma:

— Hypnos, si aún estás observándonos, escucha nuestras plegarias. Que el sueño sea el camino que nos guíe. Que tus sombras no nos ahoguen, sino que nos protejan.

Me quedé en silencio, observando cómo las sombras que se desprendían de la sala parecían cobrar vida. Una presencia diferente se sentía en el aire, como si el mismo sueño hubiera comenzado a envolvernos.

El ritual había comenzado. Y con él, un sentimiento extraño de calma comenzó a llenar la habitación, mientras las luces suaves de las velas parpadeaban, creando figuras sombrías que parecían bailar en las paredes.

La habitación quedó sumida en un silencio extraño, como si el tiempo mismo hubiera suspendido su curso por un momento. Elizabeth observó el altar con una expresión serena, casi como si estuviera esperando una señal, pero en su mirada ya había algo más, algo que me hizo pensar que ya sabía que Hypnos había escuchado su plegaria.

Aún no había nada tangible, ningún dios o espíritu apareciendo frente a nosotros, pero Elizabeth asintió levemente, como si estuviera recibiendo una respuesta silenciosa. Los cuervos a su alrededor parecían moverse inquietos, como si algo estuviera a punto de suceder.

— Ya lo sé — susurró, casi para sí misma, antes de volverse hacia los demás. — Es hora de despertar.

Se acercó a la cama donde Lissandro estaba dormido, mirando su rostro adormilado con una suavidad que contrastaba con la energía que ahora sentía en el aire. Elizabeth tocó ligeramente su hombro, suficiente para hacer que despertara. Él parpadeó, confuso al principio, pero sus ojos se aclararon rápidamente cuando vio el entorno y la expresión de Elizabeth.

— ¿Qué pasa? — preguntó Lissandro, frotándose los ojos, claramente desconorientado.

— Es hora de que todos despierten — respondió Elizabeth, su voz seria, pero sin perder ese toque de calma que parecía rodearla. — Hay cosas que aún necesitamos hacer.

Uno por uno, despertó a los demás: Malec, que todavía tenía la marca de la herida de la criatura; Tommy, quien, al parecer, no había dormido mucho, y Will, que se incorporó con rapidez. Percy y Nico, los últimos en despertar, se sentaron en la cama con un aire de confusión, sin entender del todo lo que estaba ocurriendo.

— ¿Elizabeth? — preguntó Nico, su voz algo adormilada, pero con la misma intensidad que siempre. — ¿Qué sucede?

Elizabeth tomó una respiración profunda, mirando a cada uno de los chicos mientras hablaba.

— Necesitamos regresar al Campamento Mestizo, ahora — dijo, con la determinación en su mirada. — para que las cosas sigan su curso, debemos entregar los dos elementos de la velación a Morfeo: el yelmo y la arena. Son necesarios para completar lo que ya hemos comenzado.

Un murmullo recorrió la habitación. El yelmo y la arena. Esa misión aún no había terminado, y lo sabíamos todos. Pero la urgencia en la voz de Elizabeth hacía que el peso de la situación se sintiera más cercano.

— Está bien — dijo Lissandro, poniéndose de pie con rapidez. — Pero necesitamos un plan. No sabemos qué nos espera en el camino de vuelta al campamento.

— No nos queda tiempo para planes largos — respondió Elizabeth con una sonrisa triste. — Lo que hacemos ahora es lo único que importa. Tenemos que salir antes de que las cosas se compliquen aún más.

Tommy se levantó también, mientras se acercaba a Elizabeth, claramente decidido.

— Entonces, vamos— dijo él, dándole una sonrisa suave. —

Elizabeth asintió y con un último vistazo a todos, se giró hacia la ventana.

— Jessamy, ¿estás lista? — preguntó, y el cuervo negro voló hacia ella, posándose en su hombro.

— Vamos, es hora de irnos.


☆゜・。。・゜゜・。。・゜★


Caminamos en silencio, siguiendo a Elizabeth mientras se deslizaba entre los árboles con una agilidad que solo alguien con el don de Artemisa podría tener. Cada uno de nosotros mantenía una distancia respetuosa, como si temiera interrumpir la concentración de la chica, que parecía completamente conectada con el bosque que nos rodeaba. El aire fresco de la mañana se colaba entre las hojas, y el suave crujir de las ramas bajo nuestros pies era lo único que rompía el silencio. La luz se filtraba entre las copas de los árboles, creando patrones que danzaban en el suelo, pero nadie hablaba. Todos estábamos demasiado concentrados en no perder de vista a Elizabeth, pero también en nuestras propias inquietudes. Nadie quería admitirlo, pero todos estábamos preocupados. No sabíamos qué nos esperaba en el camino hacia el Campamento Mestizo, y después de lo que pasó con los monstruos en el autobús, las últimas cosas que queríamos eran más ataques sorpresivos.

Alex, por supuesto, había sido un chismoso en ese viaje. Aún recordábamos cómo terminó todo. Por eso, Elizabeth parecía tener claro que lo mejor era seguir por rutas más naturales y alejadas de caminos transitados. De hecho, había sugerido hacer todo el trayecto por el bosque, lo cual nos parecía la opción más sensata en ese momento.

— No más autobuses — murmuró Tommy en voz baja, casi como si el pensamiento de estar atrapados en otro vehículo lo hubiera hecho temblar. Will asintió con una sonrisa tensa, recordando la situación caótica en la que casi habíamos perdido la vida.

Elizabeth, sin embargo, no parecía mostrar señales de cansancio ni de duda. Ella simplemente seguía avanzando, moviéndose entre los árboles con tal soltura que parecía que las raíces mismas le conocían. Su concentración era palpable, y aunque no decíamos nada, sabíamos que estaba guiándonos por el único camino que podía llevarnos al Campamento Mestizo sin complicaciones adicionales. De vez en cuando, Elizabeth se detenía por un segundo, tocando una rama o una hoja, como si estuviera conectada con algo más grande. Parecía leer el terreno, sentir las vibraciones del bosque, tal vez hasta escuchar lo que las sombras del lugar susurraban. En su rostro no había miedo, solo una calma que contagiaba. Sin embargo, todos sabíamos que bajo esa calma, había una presión, un sentido de urgencia que no estaba siendo verbalizado. Nadie quería que los elementos de la revelación cayeran en manos equivocadas.

Al cabo de unas horas caminando en silencio, las tensiones empezaron a aflorar.

— ¿podemos descansar? — preguntó Percy, finalmente rompiendo el silencio. Su voz estaba cansada, pero aún mantenía la misma determinación.

Elizabeth hizo una señal de silencio con la mano, deteniéndose por un momento para escuchar.

— en un rato más— dijo finalmente, sin girarse. — debemos seguir siendo cautelosos. Aquí no estamos solos.

Nadie dijo nada, pero todos sabíamos a qué se refería. Algo en el aire había cambiado, y aunque aún no sabíamos qué, una sensación de peligro comenzaba a calar en nuestros huesos.

El ambiente estaba tenso, cargado de esa quietud extraña que siempre precede a un enfrentamiento. El crujir de las ramas bajo nuestros pies era lo único que rompía el silencio, y cada uno de nosotros se mantenía vigilante, como si el simple acto de respirar pudiera atraer algo que no queríamos ver. La naturaleza a nuestro alrededor se sentía diferente, más densa, como si los árboles mismos estuvieran observándonos. A lo lejos, un ruido extraño rompió la monotonía del bosque: algo crujió, como si algo pesado se deslizara entre las sombras. Elizabeth se detuvo en seco, levantando la mano para indicarnos que nos quedáramos quietos.

— Escuchen — susurró, y todos nos quedamos en silencio absoluto.

En ese momento, la sensación de estar siendo observados se intensificó. Mis sentidos estaban alerta, y por un segundo, me sentí vulnerable, como si todo lo que nos había mantenido a salvo hasta ese momento estuviera a punto de desmoronarse. Los árboles a nuestro alrededor parecían cerrarse más, como si nos estuvieran rodeando.

De repente, el ruido se repitió, esta vez más cercano. Algo se movía entre los árboles, y no era el viento.

— ¿Qué fue eso? — murmuró Nico, apretando la mano de Percy, quien le devolvió un gesto firme, pero con los ojos llenos de tensión.

— No lo sé — respondió Elizabeth, su voz baja y firme. — Pero debemos estar preparados para cualquier cosa.

El aire se tensó aún más, y todos nos preparamos para lo peor. Sabíamos que no estábamos solos, y la amenaza de lo desconocido nos pesaba a todos en el pecho. Sin decir una palabra más, Elizabeth nos hizo una señal para que nos cubriéramos. Todos nos esparcimos, buscando el mejor punto de defensa en el que pudiéramos reaccionar rápidamente. El bosque, en ese momento, parecía completamente inmóvil, como si todo estuviera esperando el próximo movimiento. Las sombras entre los árboles se alargaban, y el aire se volvía cada vez más denso, como si la atmósfera misma nos estuviera presionando. Sin embargo, todo seguía en silencio... hasta que un sonido muy bajo, como un susurro, llegó a mis oídos.

Algo se acercaba, y no iba a ser amable.

— ¡Niños! — La voz resonó, y nuevamente apareció el hombre rubio de cabellos desordenados y barba. — ¡Mi gallinita hermosa! — dijo mirando a Elizabeth con una sonrisa amplia. — Estoy aquí para ayudar a tu hermano el pingüino.

— ¿Pingüino? — Malec soltó un suspiro exasperado. — No soy un pingüino.

— Lo eres — dijo el hombre con una sonrisa burlona. — Tu mechón blanco es igualito al de un pingüino. Elizabeth parece una gallina, y Oribell es un pichón.

No entendía nada de lo que estaba pasando, pero el tipo no parecía dispuesto a explicarse.

— ¿Qué demonios estás diciendo? — preguntó Tommy, frunciendo el ceño, claramente confundido.

El hombre rubio, sin perder el ritmo, se inclinó hacia Elizabeth como si fuera una charla íntima y dijo, sin dejar de sonreír:

— Claro, claro, siempre lo mismo, pero no tengo tiempo para discusiones filosóficas sobre aves. Mi misión es ayudar, ¿verdad, Elizabeth? — preguntó, medio en tono de broma, medio en serio.

— ¡No soy una gallina! — replicó Elizabeth, visiblemente molesta, dando un paso hacia él. En ese momento, parecía mucho más interesada en defender su honor aviar que en escuchar cualquier otra cosa.

El hombre se encogió de hombros, como si ya hubiera esperado esa reacción.

— Lo que digas, querida — dijo, guiñando un ojo. — Pero el pingüino tiene razón, tenemos cosas que hacer. No tengo tiempo para perder.

Lissandro, que hasta ese momento había permanecido en silencio, soltó una risa burlona.

— ¿Este tipo está realmente aquí para ayudarnos? — preguntó, mirando a Elizabeth con una mezcla de incredulidad y desconcierto. — Pensé que íbamos a enfrentar algo mucho más serio.

Elizabeth suspiró, mirando al hombre como si fuera una constante en su vida y no pudiera hacer nada al respecto.

— Lo es — respondió sin muchas ganas, cruzándose de brazos. — Aunque sinceramente, no tengo idea de cómo.

El hombre rubio, con una actitud de "yo soy el salvador", se giró hacia nosotros, extendiendo los brazos como si esperara ser aplaudido.

— ¡Entonces! ¿Quién necesita ayuda?  — dijo con entusiasmo, como si fuera la misión más importante del día.

Nos miramos entre nosotros, sin saber si este tipo realmente iba a ayudarnos o si solo iba a complicar aún más las cosas.

— Tío, necesitamos ayuda con Malec. Una de las pesadillas de Okniton lo hirió de gravedad. Parece que es algo relacionado con veneno. Solo pude hacer un brebaje temporal, pero no creo que pueda ayudarlo sin tu ayuda —dijo Elizabeth, mirando a Hypnos con seriedad.

Hypnos asintió, su rostro tomando una expresión más grave.

— La cosa es seria —respondió, haciendo una pausa mientras nos dábamos un respiro. — Bien, primero vamos a revisar la herida.

Nos acercamos a Malec, y al ver la herida, el rostro de Hypnos se oscureció un poco más. Era peor de lo que habíamos imaginado. La piel a su alrededor estaba de un tono verdoso, y su respiración era irregular.

— Bien, puedo ayudar —dijo Hypnos después de un momento de silencio, su tono serio. — Pero es posible que el veneno deje secuelas. Okniton no es precisamente un buen hermano menor, y dudo que esto sea fácil. Pero haré lo que pueda.

Elizabeth asintió, aliviada de que al menos tuviera una oportunidad de salvar a Malec.

— Haz lo que puedas, por favor —dijo, su voz temblando ligeramente.

Chapter 11: La prueba de los sueños: efectos secundarios incluidos

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Capítulo 11

 

 


Hypnos había estado preparando aquel brebaje, y no podía evitar pensar en lo diferentes que eran los hermanos oníricos. Él, Hypnos, irradiaba alegría y un brillo peculiar, como un golden retriever lleno de entusiasmo. Morfeo, por su parte, tenía un aura de misterio, era reservado y demasiado serio, tal vez como un elegante gato negro. Y Okniton... bueno, Okniton era cruel y despiadado. Compararlo con algo resultaba complicado, pero sin duda, representaba la maldad en su forma más pura.

—Listo —dijo Hypnos, mirando hacia donde Malec estaba recostado. Nos encontrábamos en un claro improvisado dentro del extenso bosque de Connecticut. Su mirada era seria mientras añadía—: Solo quiero advertirles algo: esto no funcionará simplemente "porque sí". Tendrán que dar algo a cambio.

—¿Algo a cambio? —preguntó Tommy, mirando a Hypnos con el ceño fruncido—. Yo haré lo que sea por Malec —añadió con determinación en su voz.

—Buena respuesta, niño lindo —respondió Hypnos con una leve sonrisa—. Pero no basta con querer. Deben expresar lo que realmente hay en sus corazones, ser honestos y, sobre todo, enfrentar una prueba.

—¿Qué tienen los dioses con las pruebas? —murmuró Lissandro con fastidio, cruzándose de brazos antes de suspirar—. Bien, haremos lo que sea necesario por Malec.

—Perfecto. Los pondré en un estado REM para que todo esto funcione. Mucha suerte y, por favor, tengan cuidado. Los sueños son más que simples imágenes; todo lo que hagan allí tendrá consecuencias. Buena suerte.

Hypnos esbozó otra de sus enigmáticas sonrisas antes de que, de repente, todo se volviera oscuro.


Desperté, y al abrir los ojos, me encontré en el departamento de Nueva York. Todo era tan familiar, pero a la vez extraño. Allí estaba papá, de pie en la cocina, como tantas veces antes. Pero algo no encajaba.

—Papá —llamé, mi voz temblando ligeramente.

Él no respondió de inmediato, concentrado en lo que parecía estar cocinando. Cuando finalmente me miró, noté algo en su expresión, algo que me resultaba dolorosamente familiar: una especie de tristeza contenida, como si estuviera cargando con un peso invisible.

Por un instante, me pregunté si todo lo que había vivido en los últimos días había sido un sueño. ¿Era esto la prueba de la que Hypnos había hablado? ¿O simplemente estaba atrapado en una cruel ilusión?

—Papá... ¿qué está pasando? —pregunté, dando un paso hacia él. La sensación de familiaridad seguía ahí, pero no podía ignorar el peso de la incertidumbre que colgaba en el aire.

Él se giró lentamente, dejando de lado el cuchillo con el que estaba cortando verduras. Su mirada me atravesó, llena de una melancolía que no podía comprender del todo.

—Oribell —dijo, su voz grave, como si pronunciar mi nombre le doliera—. ¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que ya lo habías aceptado.

—¿Aceptar qué? —respondí, confundido. Mis manos temblaban, y apreté los puños para contener el pánico creciente—. ¿Qué se supone que debo aceptar?

Él suspiró, pasándose una mano por el rostro, como si estuviera cansado de explicarlo.

—Tu conexión con Morfeo. Tu papel en todo esto —dijo finalmente, su tono cargado de una mezcla de resignación y preocupación—. Siempre has dudado de ti mismo, Oribell. No crees que eres lo suficientemente fuerte, ni lo suficientemente digno.

Sus palabras me golpearon como un puñal. Él tenía razón. Había pasado toda mi vida dudando, cuestionándome si realmente estaba destinado a algo más grande o si simplemente era un error, un eslabón débil en la cadena.

—No lo entiendo —murmuré, retrocediendo un paso—. ¿Cómo voy a cumplir esta misión si no sé ni por dónde empezar? ¿Cómo puedo ser alguien digno de estar relacionado con Morfeo?

Él me observó en silencio por un momento antes de hablar.

—Esa es tu prueba, hijo. No se trata de lo que los demás esperan de ti, ni siquiera de lo que Morfeo espera. Se trata de lo que tú crees de ti mismo.

De repente, la cocina pareció desvanecerse, y todo a mi alrededor se tornó oscuro. Sólo quedábamos mi padre y yo, flotando en un vacío infinito.

Me quedé quieto frente a la inmensa figura de Morfeo, con la garganta seca y las manos temblorosas. La presión de su mirada, o lo que fuera que me observaba, me obligaba a hablar. No había escapatoria.

—Tengo miedo —admití en un susurro, bajando la cabeza. Mi voz sonaba pequeña, rota, pero no podía detenerme—. Tengo miedo porque... porque siento que no soy suficiente.

La figura de Morfeo no se movió, pero su presencia seguía aplastándome. Cerré los ojos con fuerza, tratando de juntar las palabras, mientras todo lo que había reprimido comenzaba a desbordarse.

—Todo lo que hago parece empeorar las cosas. Cada decisión que tomo, cada paso que doy, solo siento que estoy llevando a los demás al desastre. No puedo hacer ni la mitad de lo que ellos hacen. Malec, Lissandro, incluso Tommy... ellos siempre parecen saber qué hacer, siempre parecen más fuertes, más preparados.

Respiré hondo, con la garganta cerrándose mientras las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos.

—Y yo... yo solo soy Oribell. El chico que no sabe cómo manejar su propia sombra, el que siempre duda, el que no puede estar a la altura de un legado que nunca pidió. ¿Cómo se supone que puedo enfrentar esto? ¿Cómo puedo ser digno de alguien como tú?

El vacío se mantuvo en silencio por unos largos instantes. Me sentía expuesto, como si hubiera abierto mi pecho y dejado mi corazón al descubierto. Pero, en ese momento, la voz de Morfeo resonó, profunda y llena de calma.

—Oribell —dijo con una suavidad que no esperaba—. El miedo no te hace débil. La duda no te hace menos digno. Lo que importa no es lo que crees que no puedes hacer, sino lo que decides hacer a pesar de ello.

Levanté la mirada, sorprendido. Morfeo ya no parecía tan imponente, aunque su presencia seguía siendo abrumadora.

—Eres más fuerte de lo que piensas, no porque no tengas miedo, sino porque estás aquí, enfrentándolo —continuó—. La fortaleza no es la ausencia de dudas, Oribell, sino la voluntad de seguir adelante a pesar de ellas.

Sentí que algo dentro de mí se aflojaba, como si una cadena invisible se rompiera. Las lágrimas seguían cayendo, pero esta vez no eran solo de miedo o desesperación; había algo más, algo que comenzaba a crecer lentamente.

—Pero... ¿y si fallo? —pregunté de nuevo, mi voz apenas un murmullo.

Morfeo dio un paso hacia mí, inclinándose ligeramente.

—Todos fallan, Oribell. Incluso los dioses. Lo importante no es el fallo, sino lo que aprendes de él. Así que dime, ¿qué decides hacer?


Lissandro

No, no, no.

Ese pensamiento resonaba en mi cabeza como un eco interminable, un grito desesperado que nunca se apagaba. Las imágenes de aquella fatídica noche volvían a mí con una claridad que dolía. Han pasado diez años, pero los recuerdos seguían persiguiéndome, aferrándose a mi pecho como un ancla que no me dejaba respirar.

Vi el reflejo de su rostro, el miedo en sus ojos, la súplica que nunca llegó a pronunciar. Mi madre. El dolor de su pérdida era como una herida abierta que jamás terminaba de sanar.

La culpa me consumía.

Pude haberla ayudado.
Pude haber hecho más.

Pero no lo hice.

Era solo un niño, un chico de ocho años atrapado en un caos que no podía comprender ni controlar. Me repetía esas palabras, como si decirlas una y otra vez pudiera aliviar el peso que llevaba en mis hombros. Pero nunca funcionaba.

—Eras solo un niño —me dije en voz baja, como si intentara convencerme a mí mismo, pero ni siquiera yo creía en esa excusa. Porque, aunque era cierto, no cambiaba lo que sentía.

El fuego, los gritos, la sensación de impotencia... todo volvía en oleadas, dejándome sin aire, dejándome sin fuerzas.

—Lissandro... —una voz suave rompió mis pensamientos. Miré a mi alrededor, pero no había nadie. Solo un vacío oscuro, interminable.

Cerré los ojos, tratando de bloquear todo, pero las imágenes seguían allí, como si mi mente se empeñara en castigarme.

Pudiste haber hecho algo.
Pudiste haber sido más fuerte.
Pudiste haberla salvado.

Las palabras eran crueles, pero eran mías.

El vacío pareció murmurar algo, una presencia desconocida que sabía exactamente cómo desgarrar lo poco que quedaba de mi coraje.

—Si hubieras sido más fuerte... ella seguiría viva.

La voz no era mía, pero decía lo que ya pensaba. La desesperación creció en mi interior, y un grito ahogado escapó de mis labios.

¿Qué querían de mí?
¿Qué más podía haber hecho?

Me hundí de rodillas, atrapado entre el pasado y la oscuridad que me rodeaba, incapaz de encontrar una salida, incapaz de perdonarme.

El vacío a mi alrededor se llenó de un calor asfixiante, como si el aire mismo ardiera con una intensidad que hacía difícil respirar. Frente a mí, las sombras comenzaron a retorcerse, y de ellas emergió una figura imponente: un hombre de complexión robusta, con una armadura manchada de sangre y ojos encendidos como brasas.

Ares.

—¿Esto es todo lo que puedes hacer, Lissandro? —su voz retumbó, grave y burlona, como si se regodeara en mi sufrimiento—. ¿Caer de rodillas y llorar como un niño?

Me tensé al escucharlo, pero no respondí. Mis manos se apretaron en puños sobre el suelo oscuro, y traté de mantener la compostura, aunque mi cuerpo temblaba.

—Siempre has sido así, ¿no? —continuó, dando un paso hacia mí—. Débil. Incapaz de proteger a quienes te importan.

—¡Cállate! —grité, alzando la cabeza para mirarlo con furia. Pero incluso mientras lo hacía, sabía que sus palabras me atravesaban porque eran verdades que yo mismo había creído durante años.

—¿Por qué? ¿Acaso no es cierto? —Ares cruzó los brazos, su expresión severa, implacable—. Sigues culpándote por lo que pasó con tu madre. Sigues reviviendo esa noche una y otra vez. Pero, dime, ¿qué logras con eso?

Abrí la boca para responder, pero no encontré palabras. Mi respiración era errática, y mi corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de estallar.

—Eras un niño, Lissandro. Ocho años. No tenías la fuerza para cambiar nada, y aun así, aquí estás, cargando con una culpa que nunca te perteneció —dijo, su tono más grave, más firme—. ¿Crees que tu madre querría verte así?

Su pregunta me golpeó con fuerza. Mi mente volvió a ella, a su sonrisa, a las veces en que me acariciaba el cabello y me decía que yo era su mayor orgullo. ¿Querría ella que viviera así, consumido por un dolor que no podía cambiar?

—No lo sé... —murmuré al fin, mi voz rota—. No sé cómo dejarlo ir.

Ares me observó en silencio por un momento antes de agacharse frente a mí. Su imponente figura era menos aterradora de cerca, aunque su presencia seguía pesando.

—Aceptar no significa olvidar —dijo con un tono más bajo, casi como un susurro—. Significa reconocer que no estaba en tus manos salvarla. No siempre podrás proteger a todos, y eso no te hace menos fuerte. Lo único que puedes hacer ahora es honrar su memoria y seguir adelante.

Las palabras se hundieron en mi pecho como un golpe, pero esta vez no dolieron. En cambio, sentí algo diferente: alivio. Un pequeño resquicio de luz en medio de tanta oscuridad.

—¿Cómo? —pregunté, mi voz apenas audible—. ¿Cómo sigo adelante?

Ares me miró con algo que casi parecía orgullo.

—Aceptando que la fuerza no está en cambiar el pasado, sino en enfrentarlo. Levántate, Lissandro. Demuestra que eres hijo mío, no por tu fuerza en batalla, sino por tu voluntad de seguir luchando, incluso contra ti mismo.

Respiré hondo, cerrando los ojos mientras las lágrimas seguían corriendo por mis mejillas. Poco a poco, me puse de pie. No porque sintiera que la culpa había desaparecido, sino porque, por primera vez, entendí que era hora de cargarla de otra manera.

Ares asintió, como si ese simple acto significara más de lo que yo podía comprender en ese momento.

—Has dado el primer paso —dijo, antes de que su figura comenzara a desvanecerse, llevándose con él la oscuridad que me rodeaba—. Ahora, sigue caminando.

 

Cuando abrí los ojos de nuevo, estaba de vuelta en el bosque, con los demás. Pero algo dentro de mí había cambiado. Por primera vez, sentí que podía respirar.

 

 

Tommy


El calor del sol era insoportable. Sentía cada rayo como si atravesara mi piel y llegara directo a mis pensamientos, iluminando cada rincón oscuro en el que había intentado esconderme. Miré alrededor, tratando de ubicarme, pero todo era un campo dorado interminable. Hermoso, sí, pero también inquietante.

Di un paso, y el suelo bajo mis pies se onduló como si fuera un lago. Antes de que pudiera reaccionar, mi reflejo apareció frente a mí, pero no era solo un reflejo. Era más joven, más despreocupado... más sincero.

—Sabes lo que me molesta de ti —dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Lo miré con el ceño fruncido.

—¿Qué estás diciendo?

—Que eres un cobarde, Tommy.

El impacto de esas palabras fue como un golpe directo al pecho. Abrí la boca para responder, pero me quedé en silencio.

—Siempre te escondes detrás de esa sonrisa brillante y esos chistes tontos. ¿Pero a quién crees que engañas? —continuó, cruzándose de brazos—. Porque a mí no.

No sabía qué decir. Estaba atrapado, desnudo ante un espejo que me conocía mejor de lo que yo mismo quería admitir.

—No es verdad... —logré decir, aunque mi voz temblaba.

—Claro que lo es —me interrumpió, inclinándose hacia mí como si quisiera clavarme las palabras—. Te pasas la vida fingiendo que todo está bien, que nada te afecta, pero lo sabemos. Sabemos lo que sientes, aunque no quieras decirlo.

Mis manos comenzaron a temblar. No quería escucharlo, no quería que él—yo—pusiera en palabras lo que había estado enterrando.

—¿Por qué no puedes simplemente admitirlo? —insistió, con una mezcla de burla y tristeza en su voz—. ¿Tienes miedo de que él no te vea de esa manera? ¿O tienes miedo de que sí lo haga?

—¡Basta! —grité, retrocediendo un paso, pero el calor seguía intensificándose, como si el sol quisiera derretir lo poco que quedaba de mi fachada.

—No puedo decirle nada —susurré finalmente, mis palabras cargadas de una derrota que nunca había permitido salir.

Mi reflejo alzó una ceja, como si esperara más.

—No debo decirle nada.

—¿Por qué? —preguntó, esta vez con más calma—. Porque es más fácil así, ¿verdad? Fingir que no importa. Pero importa, Tommy. Siempre ha importado.

El paisaje comenzó a cambiar. El campo dorado desapareció, y de repente estaba de pie en el campamento. Frente a mí, Malec estaba sentado junto a una fogata, de espaldas a mí. La luz del fuego iluminaba su cabello y el contorno de su rostro, y mi pecho se apretó, como siempre pasaba cuando estaba cerca de él.

—Ahí está —dijo mi reflejo, ahora a mi lado, con las manos en los bolsillos—. Siempre lo miras como si fuera el sol mismo.

No pude responder. Mi mirada estaba fija en Malec, en la forma en que parecía tan tranquilo, como si fuera ajeno a todo el caos que yo sentía cada vez que estaba cerca.

—No necesitas decírselo ahora —dijo mi otro yo, con un tono más suave—. Pero al menos admítelo, Tommy. Admítelo para ti mismo.

Cerré los ojos y respiré hondo. Por primera vez, dejé que el pensamiento cruzara mi mente, claro como el día.

Sí, estoy enamorado de él.

Las palabras resonaron dentro de mí, como si al fin hubiera quitado un peso enorme de mis hombros. Mi reflejo me sonrió, y por primera vez, no parecía burlarse de mí.

—Ese es el primer paso —dijo antes de desvanecerse junto con todo a mi alrededor.

Cuando abrí los ojos, estaba de vuelta en el bosque, rodeado de los demás. El calor del sol seguía en mi piel, pero esta vez no era sofocante. Era cálido, reconfortante.

No sabía qué iba a pasar, pero al menos ya no iba a seguir huyendo.


Will

Cuando abrí los ojos, estaba de pie en la enfermería del Campamento Mestizo. Todo estaba exactamente como lo recordaba: los catres perfectamente alineados, el olor a hierbas medicinales flotando en el aire. Pero algo no estaba bien. El lugar estaba vacío, completamente en silencio.

Caminé hacia el centro de la sala, esperando escuchar algún ruido, algún indicio de vida, pero no había nada. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, una sensación de vacío llenándome el pecho.

—Siempre estás aquí, ¿verdad? —dijo una voz detrás de mí.

Me giré rápidamente y me encontré con alguien que me resultaba terriblemente familiar: yo mismo, pero no exactamente. Esta versión de mí tenía los ojos cansados, las manos cubiertas de manchas de sangre seca y una expresión de agotamiento que me hizo estremecer.

—¿Qué se supone que significa esto? —pregunté, aunque mi voz tembló un poco.

—Significa que nunca sales de este lugar —respondió mi otro yo, señalando alrededor—. Siempre estás aquí, curando, ayudando, salvando a los demás. ¿Y quién te salva a ti, Will?

Abrí la boca para responder, pero no encontré las palabras.

—Exacto —continuó, dando un paso hacia mí—. Nadie. Porque nunca te permites necesitar a alguien. Porque crees que si bajas la guardia, todo se va a desmoronar.

—Eso no es cierto —murmuré, aunque ni siquiera yo me creí mis propias palabras.

—¿No? —me retó, cruzándose de brazos—. Entonces dime, ¿cuándo fue la última vez que pensaste en lo que tú querías? En lo que tú sentías.

El aire se volvió más pesado, y la sala de la enfermería comenzó a desmoronarse a mi alrededor. Las paredes se desvanecieron, dejando solo un vacío infinito. De repente, aparecieron imágenes flotando a mi alrededor: Nico y Percy juntos, sonriendo, felices. Yo estaba ahí, a un lado, como siempre.

—Eres un buen amigo, Will. Eso es lo que siempre dicen, ¿verdad? —mi reflejo me miró con una mezcla de lástima y dureza—. Pero nunca eres más que eso. Nunca el primero. Nunca el importante.

—¡Eso no importa! —grité, aunque sentí que mi voz temblaba—. Nico y Percy son felices, y yo estoy bien con eso.

—¿De verdad lo estás? —preguntó mi reflejo, inclinando la cabeza—. ¿O solo te convences de que es suficiente porque no sabes cómo pedir más?

Sentí un nudo en el estómago. No quería pensar en esto, no quería admitir que había momentos en los que me sentía... solo.

—No puedo ser egoísta —dije en voz baja—. Ellos me necesitan. Todos me necesitan.

—Pero tú también necesitas algo, Will —mi reflejo dio un paso hacia mí y me miró directamente a los ojos—. Necesitas entender que no puedes curarlo todo. Que no siempre tienes que ser el fuerte. Y que está bien querer algo para ti.

Las imágenes alrededor comenzaron a desvanecerse, y el vacío se llenó con una calidez que me envolvió como un abrazo. Cerré los ojos, dejando que las palabras se hundieran en mí. Cuando los abrí de nuevo, estaba de vuelta en el bosque. Los demás seguían allí, despertando de sus propias pruebas. Sentí una calma que no había experimentado en mucho tiempo, como si algo dentro de mí hubiera encontrado su lugar.


Percy

Cuando abrí los ojos, estaba de pie en el fondo del océano. Todo era tranquilidad, un mundo de sombras azuladas que se movían con el vaivén de las corrientes. Pero esa paz no duró mucho. De repente, el agua se volvió turbia, oscura, y una voz resonó en mi mente.

—¿Por qué siempre tienes que ser el héroe, Percy?

La voz era mía, pero sonaba más dura, casi acusatoria. Frente a mí apareció una figura: yo mismo, pero con un aire más cansado, más golpeado por las batallas.

—¿Qué estás diciendo? —pregunté, tratando de mantener la calma.

—Lo sabes perfectamente —respondió mi reflejo, señalándome con el dedo—. Siempre te pones en el centro de todo. Siempre tienes que salvar a todos, incluso cuando no puedes. ¿Por qué?

—Porque si no lo hago, nadie más lo hará —respondí, mi voz alzándose con una mezcla de frustración y convicción.

—¿Y quién te dijo eso? —preguntó mi otro yo, dando un paso hacia mí—. ¿Quién decidió que tú eras el único que podía soportar todo?

Quise responder, pero las palabras se atascaban en mi garganta.

—¿Qué pasa si un día fallas? —continuó mi reflejo, su voz como un cuchillo—. ¿Qué pasa si no puedes proteger a Nico?

El agua a mi alrededor comenzó a arremolinarse, formando imágenes. Vi a Nico de pie, su rostro pálido y lleno de dolor. Luego vi a Annabeth, Grover, mi madre... Todos ellos heridos, mirándome con una mezcla de decepción y tristeza.

—¡No voy a fallar! —grité, aunque mi voz sonó más como una súplica que como una declaración.

—No puedes prometer eso —dijo mi reflejo, y esta vez su tono era más suave, casi compasivo—. No eres invencible, Percy. Y está bien. No necesitas serlo.

El remolino de agua se detuvo, y las imágenes desaparecieron. Solo quedaba mi reflejo y yo, flotando en un océano que ahora parecía más claro.

—Confía en ellos —dijo mi otro yo, mirándome directamente a los ojos—. Confía en Nico. Confía en los demás. Ellos no necesitan un héroe perfecto. Te necesitan a ti.

Cerré los ojos y respiré profundamente, dejando que esas palabras calaran en mi interior. Cuando los abrí de nuevo, el océano había desaparecido. Estaba de vuelta en el bosque, rodeado por los demás.

Nico estaba a unos pasos de mí, con una expresión de preocupación en el rostro. Me acerqué a él y, sin decir una palabra, lo tomé de la mano.

—¿Estás bien? —me preguntó en voz baja.

—Sí —respondí, y por primera vez en mucho tiempo, realmente lo creía—. Estoy bien.


Nico

Desperté en un lugar oscuro, completamente silente, como si el aire mismo estuviera suspendido en el tiempo. No podía ver nada, pero sentía que algo me observaba. La oscuridad me envolvía, me presionaba, me ahogaba. Era la misma sensación que había tenido tantas veces, aquella que me decía que siempre estaría solo, atrapado entre sombras.

Un sonido suave, casi un susurro, rompió el silencio. Miré hacia el origen de ese sonido, pero no vi nada. Solo más oscuridad.

—Nico... —la voz me llegó clara, pero no venía de un lugar específico. Era como si la oscuridad misma estuviera hablándome.

Mi nombre resonaba, pero no con amor ni consuelo. Era un recordatorio. Un recordatorio de lo que soy y de lo que he hecho. Di un paso hacia adelante, pero el suelo estaba frío, como si no estuviera en ningún lugar real.

—¿Por qué sigues luchando? —la voz susurró de nuevo, y esta vez se sintió más cercana—. ¿Qué esperas lograr? Estás solo, Nico. Siempre lo estarás. La oscuridad nunca te dejará.

El aire se volvía cada vez más denso, las sombras a mi alrededor se alargaban, estirándose como si quisieran atraparme. Tragué saliva y miré alrededor, buscando alguna salida, algo que me diera algo de esperanza. Pero no había nada.

—No soy como ellos —respondí en voz baja, las palabras saliendo con un amargo resentimiento—. Nunca seré como Percy. Nunca seré el héroe.

—¿Y qué pasa si no lo eres? —la voz se burló de mí, flotando alrededor—. No eres suficiente. Nunca lo serás. Ni para ti, ni para él.

El dolor comenzó a apoderarse de mí. Mi pecho se apretó, mis pensamientos se nublaron. La culpa, la misma culpa que me había acompañado durante tanto tiempo, volvió con fuerza, recordándome todos los errores que había cometido. Las veces que había decepcionado a las personas que más quería. La vez que creí que podía enfrentar todo por mi cuenta y que todo se desplomó.

—No soy suficiente —susurré, la tristeza pesando en mi voz.

—Eso es lo que siempre has pensado, ¿verdad? —la voz resonó en mi mente, hiriente—. Pero lo sabes, Nico. Lo sabes en el fondo. Y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo.

El suelo comenzó a desmoronarse debajo de mí. Sentí el vacío crecer, y el miedo se apoderó de mí. Las sombras se cerraban sobre mí, engulléndome, arrastrándome hacia un abismo del que no quería salir.

De repente, sentí una presencia detrás de mí. No la oscuridad, sino algo cálido. Una luz suave que brillaba en la distancia. Gire rápidamente, y vi la silueta de Percy. Estaba allí, mirándome con sus ojos llenos de comprensión, sin juzgarme.

—Nico... —dijo en voz baja, su tono suave pero lleno de confianza—. No tienes que hacerlo solo. No tienes que seguir cargando con todo. Yo estoy aquí.

Las sombras parecieron retroceder un poco, como si la luz de Percy las disipara, al menos por un momento. Miré sus ojos, vi el amor en ellos, y algo en mí comenzó a desmoronarse, como si por fin pudiera soltar la pesada carga de culpa que siempre había llevado.

—Pero... ¿y si no soy lo que esperas? —pregunté, la duda aún llenando mi mente.

Percy dio un paso hacia mí, tendiéndome la mano.

—Yo no te espero nada, Nico. Solo te quiero a ti. Y estaré a tu lado, sin importar lo que pienses o lo que hayas hecho. No tienes que ser perfecto, solo ser tú.

Las sombras parecieron disiparse por completo, y por un instante, sentí una paz que nunca había experimentado. No tenía que ser el héroe, no tenía que cargar con todas las respuestas. Podía ser yo mismo, y eso era suficiente.

Al abrir los ojos, me encontré de nuevo en el bosque, rodeado de los demás. La prueba había terminado, y aunque mi mente seguía agitada por las emociones que había enfrentado, algo en mí había cambiado. Algo dentro de mí había dejado ir las sombras, al menos por ahora.

Me acerqué a Percy, y sin pensar. No estaba solo. No tenía que ser perfecto. Y, por primera vez, realmente creí que todo estaría bien.

 

Elizabeth

 

Abrí los ojos y me encontré en un bosque oscuro, pero no era el tipo de oscuridad que solía asociar con el sueño, era algo mucho más profundo, algo palpable. El aire estaba cargado, como si las sombras mismas tuvieran peso, y en el centro de ese vacío, había una figura conocida: Artemisa.

 

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, aunque no podía evitar sentir un nudo en el estómago.

 

Ella no respondió de inmediato, solo me miró con esos ojos fríos y calculadores, los mismos que siempre tenía. La diosa de la caza, inalcanzable, que siempre me había guiado, pero a la vez me había dejado sola con mis dudas.

 

—Tienes dudas, Elizabeth —dijo, y su voz no era dura, pero tenía un tono que sabía cómo calar profundo—. Dudas sobre ti misma. Sobre lo que eres, sobre lo que quieres.

 

Miré al suelo, sintiendo cómo la presión aumentaba. ¿Por qué me sentía así? Había tomado la decisión de seguir a Artemisa un año atrás sin pensarlo demasiado. Había sido lo correcto, ¿verdad? Sin embargo, las dudas seguían apareciendo, y mi corazón se sentía como si estuviera dividido en dos partes.

 

—No lo sé —respondí en voz baja—. No sé si realmente lo que quiero es seguir este camino. A veces siento que... siento que no soy tan fuerte como pensaba. Que tengo miedo de enfrentar lo que realmente quiero.

 

Artemisa dio un paso hacia mí, y la oscuridad a su alrededor pareció hacerse más densa.

 

—¿Es el amor lo que te atormenta? —preguntó, y sus palabras se sintieron como si fueran una condena.

 

Mi corazón dio un vuelco. Pensar en él, en el hijo de Afrodita, en lo que sentía... no era algo que estuviera dispuesta a admitir. La relación con Artemisa, mi decisión de ser su acólita, siempre había sido mi refugio, mi modo de no dejarme arrastrar por mis emociones, pero ese refugio parecía desmoronarse lentamente.

 

—Sí —dije finalmente, mi voz apenas un susurro—. Me enamoré de él... o al menos creo que lo hice. Y no sé qué hacer con eso.

 

Artemisa me miró fijamente, como si estuviera esperando una reacción. Pero no vi juicio en su mirada, solo una paciencia que parecía eterna.

 

—¿Por qué lo ocultas? —preguntó, y su voz parecía menos dura que antes.

 

Suspiré, mi mente agitada. ¿Por qué lo ocultaba? Porque había decidido seguir un camino que no permitía espacio para esos sentimientos, porque la hija de Morfeo, la heredera, no podía ser débil. No podía permitir que el amor me desbordara.

 

—Porque el amor es una debilidad —respondí, casi automáticamente—. Yo... yo soy la hija mayor de Morfeo. Se supone que debo tener claridad en mis decisiones, que no debo dudar. No puedo permitirme ser como los demás, no puedo dejarme llevar por sentimientos que me descontrolen. Tengo que ser fuerte.

 

Artemisa no dijo nada durante unos momentos, y sentí cómo las sombras se estrechaban alrededor de nosotros, como si me estuvieran arrastrando.

 

—La fuerza no está en suprimir lo que sientes, Elizabeth —dijo finalmente, y sus palabras parecían resonar en todo el espacio—. La verdadera fuerza está en aceptar quién eres, incluso en tu vulnerabilidad. La fortaleza no es la ausencia de emoción, sino la capacidad de abrazarlas y seguir adelante con ellas. La vida no se trata de ser perfecta, sino de ser auténtica contigo misma. No tienes que ser todo lo que esperas de ti, ni todo lo que los demás esperan de ti. Solo tienes que ser tú misma.

 

Las palabras de Artemisa me golpearon con fuerza, y de repente, me sentí como si una presión enorme se estuviera levantando de mi pecho. Podía sentirme vulnerable, podía ser más que solo la hija de Morfeo, podía ser también la chica que tenía derecho a sentir lo que quisiera.

 

—Tienes razón —susurré, por fin entendiendo. No tenía que ocultarlo más. No tenía que reprimir mis sentimientos solo porque pensaba que ser una hija de Morfeo significaba no tener espacio para eso. Podía ser todo lo que era, incluso el amor que sentía.

 

De repente, el bosque se desvaneció, y volví a estar en el claro, con los demás. Pero algo había cambiado. La prueba había terminado, y sabía que, aunque aún había mucho que descubrir sobre mí misma, había dado un paso hacia la aceptación de lo que realmente sentía.

 

Hypnos nos recibió con una sonrisa, su expresión tranquila contrastaba con el peso de todo lo que habíamos enfrentado. Habíamos sido honestos con nosotros mismos, enfrentado nuestras dudas y miedos, aceptado lo que necesitábamos aceptar. Ahora, al mirarnos, todo parecía estar en su lugar, como si finalmente hubiéramos dado un paso hacia adelante. Él sostenía el brebaje en sus manos, el líquido resplandecía con un brillo azul aperlado que reflejaba la luz de manera misteriosa. Era como si no solo fuera un brebaje mágico, sino una representación de todo lo que habíamos dejado atrás. Hypnos lo acercó a Malec, quien miraba el frasco con una mezcla de esperanza y cansancio en su rostro.


—Bien —dijo Hypnos con una sonrisa suave, pero llena de confianza—. Todo estará bien. Denle unas dos horas para que haga efecto y, mientras tanto, descansen. Necesitan hacerlo. Fueron valientes.

Nos miramos unos a otros, todos habíamos dado mucho de nosotros mismos durante la prueba. El cansancio se reflejaba en cada uno, pero también había una sensación de alivio, como si, después de todo, hubiésemos encontrado algo más allá de nuestras dudas.

—Gracias, Hypnos —respondí, sintiendo que las palabras no eran suficientes para expresar lo que sentíamos. No solo nos había dado la solución a nuestro problema, sino también un espacio para respirar, para soltar lo que nos había estado atormentando.

Nos acomodamos para descansar, todos tan agotados como aliviados. El sueño comenzó a invadirnos, pero esta vez no era un escape, era un refugio que nos permitiría recuperarnos. Sabíamos que lo que venía podría ser aún más difícil, pero por un momento, todo parecía estar bien.





Chapter 12: Cualquiera diría que Morfeo tenía gusto por lo exótico

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Capítulo 12


Oribell

Hypnos tenía razón, Malec comenzó a recuperarse, y por el momento no notamos ningún síntoma secundario, al menos nada alarmante. Lo que realmente importaba en estos momentos era que mi hermano estuviera bien. Tommy estaba con él, cuidándolo con esa dedicación que me resultaba... extraña, pero no de una mala manera. No es que estuviera juzgando, es solo que su forma de cuidarlo era dulce, como si no quisiera que nada le ocurriera. Se preocupaba por él de una forma que no dejaba de sorprenderme.

Percy y Nico llegaron cargados con troncos para hacer una fogata. Decidimos quedarnos allí un rato, aprovechar para descansar después de todo lo que habíamos tenido que pasar con el tío Hypnos.

-Bien, aquí tienen -dijo Elizabeth mientras sacaba de su mochila un montón de frutas y algunas otras cosas

No pude evitar sonreír ante su habilidad de sacar más de lo que parecía posible.

-Vamos, coman -añadió Jesamy mientras llevaba algunas uvas a Alex y Desireé, quienes se agacharon felices, aleteando con alegría mientras comían. No podía creer que esos tres cuervos fueran, en realidad, creacionesde nuestro padre. Es impresionante pensar en cómo la naturaleza de cada ser cambia dependiendo de la perspectiva.

-Gracias -respondí a Elizabeth, sonriendo mientras me disponía a morder una manzana jugosa.

-Bien, iré a ver si encuentro conejos o algo por el estilo -dijo Lissandro poniéndose de pie con su espada en la mano, mirando a todos nosotros con esa determinación que siempre tenía-. Will, Percy, vengan conmigo.

Ambos se voltearon a ver, claramente no les agradaba la idea de ir a cazar, pero la necesidad de comer era mayor, así que finalmente asintieron.

-Supongo que podemos hacerlo -murmuró Percy, como si no estuviera muy convencido de la idea, pero sabía que no había muchas opciones.

-Hagamos lo que sea necesario -dijo Will, casi como si intentara convencerse a sí mismo de que realmente tenía que ser él quien saliera a hacer esto.

Mientras ellos se dirigían hacia el bosque, me quedé atrás, pensando en todo lo que había sucedido hasta ahora. A veces no podía evitar pensar en lo lejos que habíamos llegado, y lo difícil que era aceptar la idea de que todo lo que habíamos hecho hasta ahora estaba más allá de cualquier control.

-¿Entonces eres coreano?-preguntó Eli, observándome con curiosidad. Solo asentí, sin darle muchas vueltas al asunto.

-Sí, bueno, soy mitad coreano. Mi papá es de Corea del Sur y se mudó a Nueva York cuando estaba estudiando la carrera de diseño de modas -sonreí levemente, recordando su historia.

-Vaya, si que le gustan los extranjeros -se rió levemente, como si hubiera encontrado una especie de conexión entre nuestras historias.

-¿De qué hablas?-pregunté, completamente confundido. No entendía a qué se refería.

-Yo soy mitad sueca -respondió Eli con una sonrisa-. Mi madre es de Suecia y también llegó a Nueva York por cuestiones de trabajo, como restauradora en un museo de historia o algo así.

Ambos nos giramos para mirar a Malec, que hasta entonces había permanecido en silencio, observando la conversación con una ligera sonrisa.

-Mi padre es británico -dijo, con una mirada seria, pero que se suavizó al instante-. Y no quiero hablar de ese hombre. -Suspiró ligeramente, como si la mención de su padre fuera algo que prefería dejar atrás.

Inevitablemente, los tres comenzamos a reír. La situación no era tan grave, pero había algo irónico en todo esto. Siendo todos hijos de dioses y criaturas mitológicas, nos sorprendía que tuviéramos una mezcla tan... terrenal en nuestras familias. Y sí, era cierto: nuestro padre definitivamente tenía un gusto por los extranjeros.

-Bueno, al menos sabemos que tiene gustos excéntricos -sonreí levemente, sabiendo que en cierto modo, eso lo describía bastante bien.

-Por eso salieron bonitos -dijo Alex, volando alrededor y posándose en la cabeza de Elizabeth. Su tono era juguetón, como si estuviera disfrutando del momento.

-Los tres tienen sus encantos -continuó, mirando a cada uno de nosotros con una especie de aprobación-. Y ese mechón... bellísimo. El jefe Morfeo sí que hizo bellezas. Una chica sueca de cabellos cobrizos y ese mechón rubio que contrasta con sus ojitos... ¡ambar! Un chico británico de cabello castaño, mechón blanco y ojos grises... Y el menor, un chico coreano de cabello negro como la noche con un mechón naranja y ojos azul eléctrico. Dios, qué bellezas. Afrodita sí que escogió los mejores partidos para Morfeo.

Todos nos quedamos en silencio por un momento, no sabíamos si reír o quedarnos en shock ante la manera en que Alex había descrito nuestras familias. Pero no pude evitar sonrojarme un poco al escuchar los elogios tan detallados. Aunque, para ser honestos, no esperaba menos de Afrodita, siempre tenía una manera peculiar de hacer coincidir a las personas de una forma que hasta el mismo Morfeo, con su aire misterioso, no podía evitar notar.

-Creo que nunca me habían descrito de esa manera -dije con una sonrisa algo nerviosa, mirando a Alex, quien se veía bastante satisfecho con su propia descripción.

-Es la pura verdad -respondió Alex, moviendo la cabeza en aprobación, como si estuviera evaluando nuestra apariencia con ojo crítico.

Elizabeth se echó a reír al ver mi reacción y le dio un golpecito en la cabeza a Alex.

-¡Deja de alabar tanto a los demás, que nos vas a hacer sentir incómodos! -dijo con una sonrisa burlona.

-Solo digo lo que veo -respondió Alex, encogiéndose de hombros mientras sus plumas brillaban al sol. -El jefe Morfeo tiene un buen gusto en cuanto a belleza se refiere, pero también tiene algo más. Todos tienen algo en común: fuerza. O al menos, eso es lo que noto cuando los veo.

Hubo un breve silencio mientras todos digeríamos sus palabras. En ese momento, la fogata comenzó a crepitar más fuerte, como si acompañara la atmósfera relajada del momento.

Tommy, que había estado mirando a Malec todo este tiempo, finalmente dejó escapar un suspiro.

-Supongo que todo esto tiene sentido, ¿no? -murmuró, como si hablara más para sí mismo que para nosotros.

-¿Qué quieres decir? -le preguntó Percy, curioso.

Tommy se pasó una mano por el cabello, incómodo.

-Lo de los "gustos excéntricos", lo de las familias... A veces parece que somos solo un montón de piezas encajadas a la fuerza. Pero todos tenemos algo que nos conecta, algo más allá de nuestras historias familiares. Y eso es lo que nos hace fuertes. -Miró a Malec con una sonrisa cálida, que reflejaba un sentimiento que no podíamos ver claramente, pero que todos sabíamos estaba ahí.

Malec, al notar la mirada, sonrió de vuelta, aunque con algo de timidez. Fue como si todos nos estuviéramos dando cuenta de lo que realmente importaba. No se trataba solo de lo que éramos o de lo que nuestros padres habían decidido para nosotros, sino de lo que cada uno había elegido ser por sí mismo.

El resto del grupo asintió, sintiendo el peso de esas palabras. A veces, la verdad era más simple de lo que pensábamos. Era el momento de dejar de lado los miedos y abrazar lo que éramos, juntos.

-Tienes razón -dije, sintiendo que las palabras salían con más facilidad de lo que esperaba-. No importa de dónde venimos, lo importante es a dónde vamos.

Elizabeth asintió mientras se recostaba sobre la roca junto a la fogata.

-Y, por suerte, todos tenemos compañía en este camino. -Sonrió, mirando a cada uno de nosotros, dejando claro que la unidad de nuestro grupo era más fuerte que cualquier duda o miedo.

Chapter 13: Monstruos y un beso que nadie esperaba (Ni Yo)

Notes:

¡Hola a todos! Sé que esta semana he actualizado muy seguido, pero es porque hoy es un día especial: ¡es mi cumpleaños! Ya tengo 24 años y me siento increíblemente feliz. Quiero aprovechar este momento para agradecerles de todo corazón a todos mis lectores y seguidores, especialmente a aquellos que han estado conmigo desde que tenía alrededor de 14 o 15 años. Su apoyo significa el mundo para mí, y no puedo agradecerles lo suficiente por estar siempre aquí.

Espero que disfruten su sábado, y a partir de la próxima semana, volveré a la rutina de actualizaciones más normales: una o dos veces por semana. ¡Gracias por estar conmigo en este viaje!

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Capitulo 13

La noche no fue tan terrible como pensamos. Estábamos todos juntos, y Lissandro montó guardia mientras descansábamos. Luego, hicimos turnos para las guardias. Al llegar la mañana, todos tomamos nuevamente el camino. Estábamos cerca de la carretera gracias al reporte de Alex, Jesamy y Desiree.


— Todo está tranquilo —dijo Nico mientras caminaba, y era verdad, se escuchaba el sonido del viento, lo cual resultaba algo relajante de cierta manera.

— Vamos con cuidado —dijo Elizabeth mientras sostenía una flecha en su arco y caminaba con cierta prisa, pero con cuidado. Apenas hacía ruido con sus pisadas. — Lleguemos a la carretera y veamos si podemos llamar un taxi o algo parecido.

Todos asentimos y comenzamos a seguirla. La calma no duró mucho, ya que una pesadilla nos lanzó una especie de bola de brea. Por suerte, Elizabeth lanzó una flecha y logró desintegrarla.

Las pesadillas surgieron de entre los árboles, como sombras oscuras que tomaban forma, convirtiéndose rápidamente en monstruos grotescos. Podía oírlos antes de verlos, el sonido de sus pasos pesados retumbando en la tierra. Un par de ellos, con cuerpos amorfos y ojos desproporcionados, avanzaron hacia nosotros con una velocidad que me hizo apretar los dientes. El aire se volvía espeso, casi como si estuviera cargado de energía oscura que trataba de aplastarnos.

— ¡Prepárense! —gritó Percy, sacando su espada y posicionándose junto a Nico.

Todo estalló en caos. Los monstruos comenzaron a atacar sin piedad, y nuestros espadas y armas chocaban contra sus cuerpos deformes, enviando chispas por todas partes. Cada uno de nosotros luchaba con todo lo que tenía, pero no podía dejar de notar cómo Lissandro se adelantaba, su presencia destacándose incluso entre todo el ruido y el peligro. Miré hacia él, justo cuando su espada comenzó a brillar, cargada con una electricidad que iluminó la oscuridad a nuestro alrededor. El poder de su espada era inconfundible, y los monstruos, al sentir la electricidad, retrocedieron un paso. Pero no fue suficiente para detenerlos, y su espada no lo iba a detener a él. Lissandro avanzó con una determinación en su rostro que me hizo sentir un nudo en el estómago.

No sabía por qué, pero algo dentro de mí me decía que, en ese momento, él estaba más cerca de lo que yo podía imaginar.

Entonces, sin que nadie lo esperara, una de las criaturas logró acercarse demasiado a mí, pero antes de que pudiera reaccionar, sentí una mano en mi rostro. Miré a Lissandro, que se había acercado sin que yo siquiera me diera cuenta. Nuestros ojos se encontraron, y todo a mi alrededor pareció desvanecerse en un segundo. No escuchaba el sonido de la batalla, no veía a los monstruos. Solo a él, su expresión grave, pero también una suavidad que nunca había visto en él.

— Ten cuidado —susurró, su voz más suave de lo que imaginé.

Antes de que pudiera contestar o siquiera procesarlo, sus labios se posaron sobre los míos en un beso rápido, pero intenso. Todo lo que había estado acumulándose en mí, todas las emociones y pensamientos que había mantenido reprimidos, se dispararon en ese instante. El beso fue eléctrico, como si todo el poder de su espada se hubiera transferido a ese momento, y mi corazón latió con fuerza, tan rápido que me hizo perder el aliento.

Fue un beso urgente, como si estuviera diciéndome algo sin palabras, como si sabía que el peligro estaba a la vuelta de la esquina y necesitaba hacer eso antes de lanzarse al combate. No supe qué hacer al principio, mi mente estaba llena de ruido, pero lo que sentí en ese momento fue tan real, tan crudo, que me costó un segundo recuperar el aliento cuando se apartó.

— Ahora, vamos —dijo, con una sonrisa decidida en su rostro.

Sin esperar una respuesta, Lissandro giró, su espada brillando intensamente con energía eléctrica. La movió con destreza, y la espada cortó el aire, chocando con una de las criaturas más grandes, desintegrándola con un estallido de electricidad. La batalla volvió a estar en marcha, pero yo no podía apartar la mirada de él. Sentí que algo había cambiado entre nosotros, algo más profundo que la batalla misma. Apreté mi espada con determinación, recogiendo lo que quedaba de mis pensamientos. No había tiempo para pensar en lo que acababa de pasar entre nosotros. Las pesadillas seguían atacando.

Reaccioné justo a tiempo, esquivando el ataque de una de las criaturas que se abalanzaba sobre mí con garras afiladas, sus ojos brillando con una furia cegadora. Mi corazón latía con fuerza, pero mis movimientos fueron rápidos, una respuesta automática, entrenada. Salté hacia un lado, esquivando por poco el golpe, y sentí la energía de mi daga vibrando en mis manos.

— ¡Cuidado, Oribell! —gritó Lissandro desde un costado, y me di cuenta de que había estado tan concentrado en la batalla que había olvidado un poco todo lo demás. El peligro seguía ahí, acechando.

Por suerte, Alex, Desiree y Jesamy se encargaron de las criaturas desde el aire. Los tres volaban, sus alas batiendo con gracia y precisión. Alex lanzó su ataque primero, haciendo girar una espada de energía que cortó el aire con fuerza y derribó a una de las criaturas más grandes. Desiree y Jesamy siguieron con lanzamientos en picada, sus ataques rápidos y mortales, derribando monstruos con una precisión que solo ellos podían lograr.

— ¡Vamos! —grité, alzando mi daga para lanzar un corte certero a la criatura que aún intentaba atacarme. Mi daga brilló con intensidad, como si respondiera a mi ansiedad y energía acumulada.

La batalla se desarrollaba en un caos controlado. Cada uno de nosotros daba lo mejor, no solo para sobrevivir, sino también para proteger a los demás. El sudor recorría mi frente, mis músculos tensos por el esfuerzo, pero algo en mi interior, algo en la forma en que todos trabajábamos juntos, me daba fuerzas. Sabía que no podíamos fallar, no ahora.

Vi a Lissandro al frente, su espada electrificada iluminando la oscuridad, y sentí una mezcla de emociones intensas. No solo era el compañero de lucha, era algo más, algo que ni las criaturas ni la batalla podían borrar.

La última de las pesadillas que quedaba frente a mí cayó al suelo, desintegrada por un golpe preciso de mi daga. Un suspiro de alivio escapó de mis labios, aunque mi cuerpo aún estaba tenso y en alerta. Nos habíamos ganado un breve respiro, pero sabíamos que más amenazas podrían venir. Nos reunimos rápidamente, y aunque las batallas físicas eran las que nos mantenían ocupados, no podía dejar de pensar en lo que había sucedido con Lissandro, en ese beso, en lo que eso significaba. Pero ahora no era el momento de pensarlo. El peligro aún estaba cerca, y teníamos que seguir luchando.

— ¿Todos bien? —preguntó Percy, mirando a cada uno de nosotros con una expresión que reflejaba tanto agotamiento como preocupación.

Asentí, aunque sabía que dentro de mí, las preguntas sobre lo que había sucedido con Lissandro seguían dando vueltas, inquebrantables, como las criaturas a las que acabábamos de derrotar. Pero por ahora, la misión era clara: sobrevivir, protegernos mutuamente y seguir adelante.

Chapter 14: Las emociones no vienen con un manual, pero los monstruos tampoco

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Capítulo 14


De cierta manera, todo esto me resultaba inquietante. Habíamos salido con vida y ahora estábamos en una parada de autobús no muy lejos de donde ocurrió todo. ¿Quién diría que lo que empezó como una simple caminata terminaría en un ataque de pesadillas... y en mi primer beso con Lissandro?

Mi primer beso. Acabo de tener mi primer beso. ¿Los demás habrán notado que me besó? Claro que sí, Oribell, todos lo notaron... ¡Dioses, me besó! Siento el rostro arder mientras la vergüenza me consume. Lissandro y yo no hemos hablado de lo que pasó, y supongo que por ahora está bien, ¿no? No lo sé. Dioses, mi mente está hecha un lío, y tengo tanta vergüenza de todo esto.

—Gracias —dice Malec de repente, tomándonos por sorpresa—. Les agradezco que sigan cuidando de mí, aun cuando fui una molestia en la batalla.

—No digas eso —responde Tommy, mirándolo con seriedad—. Cuidamos de ti porque eres nuestro amigo, y también porque eres quien lidera esta misión. No te trates como si fueras una carga o algo parecido. Eres importante.

—Gracias —Malec sonríe, y ahí está de nuevo esa chispa que he notado antes, aunque no sé si los demás son conscientes de ello—. Eres un buen amigo, Tommy.

—Iré por más leña... —dice Tommy abruptamente antes de alejarse con rapidez.

Malec se queda mirándonos con expresión de confusión.

—¿Hice algo mal? —pregunta, aún desconcertado.

—No, todo está bien —dice Will, poniéndose de pie para ir tras Tommy.

—¿Quién de los dos será más ciego? —murmura Nico mientras ríe suavemente y revisa su mochila.

—Supongo que lo que dicen es verdad: el amor es demasiado ciego —comenta Percy con una leve sonrisa.

—¿Amor? —Malec parece no entender nada y se recuesta en el piso, como si intentara conectar con los dioses.

Solo podemos reír mientras observamos a Malec descansar. Nico comienza a comer unas papas que tenía guardadas en su mochila, y no puedo evitar mirarlo con algo de confusión.

—¿Por qué estás comiendo eso? —pregunto, frunciendo el ceño.

—No pienso seguir caminando y arriesgarme a que más monstruos nos ataquen o algo parecido. Quiero llegar lo más pronto posible al campamento, así que intentaré llevarnos a todos a través de las sombras —responde Nico con calma.

Esa declaración provoca una expresión de miedo en Percy.

—Nico, no deberías forzar a tu cuerpo a usar sus habilidades de esa manera. Podrías morir —le recuerda Percy con dulzura en su voz, visiblemente preocupado.

—Percy, necesitamos salir de aquí, y lo haremos. Además, estaré bien —Nico sonríe, intentando tranquilizarlo—. Solo descansaremos aquí unas horas. Ya casi anochece, y sabes que puedo manejarlo.

Decido dar un pequeño paseo o algo parecido; solo quiero un momento a solas para pensar en todo esto, específicamente en el beso que tuve con Lissandro. Sin embargo, Alex, como siempre, siendo un cuervo chismoso, decide acompañarme.

—¿Qué sucede, Bell? —pregunta mientras se acomoda en mi cabeza.

—Solo estaba pensando un poco en Lissandro. Es alguien genial, pero no estoy seguro de lo que pasó... —murmuro, incapaz de encontrar las palabras exactas para expresarlo.

—¿Hablas del beso? —Sí, definitivamente los demás lo notaron.

—Sí —suspiro ligeramente mientras me detengo frente a una roca lo suficientemente grande como para sentarme. Me alejo unos cuatro o cinco metros del campamento; necesito un poco de privacidad en este momento—. Fue mi primer beso. Y no me quejo, él es realmente genial y... muy guapo.

—¿Entonces? —pregunta Alex, inclinando la cabeza como si esperara una confesión más clara.

—No estoy para novios en este momento —suspiro de nuevo, intentando ordenar mis pensamientos—. Ahora tenemos que concentrarnos en conseguir el rubí de mi padre, y no sería justo empezar una relación con todo esto pasando.

—Pobre Lissandro —dice de repente.

—¿Pobre? —lo miro, confundido.

—Se nota que le gustas. Cuando te ve, se le iluminan los ojos. Es un buen chico —dice, agitando sus alas con entusiasmo.

No había notado eso antes. Siempre pensé que solo era amable conmigo porque esta misión me supera y soy un desastre para todo esto. ¿Un hijo de Ares y un hijo de Morfeo? ¿Realmente podríamos estar juntos? No voy a negar que me siento bien a su lado, pero no estoy seguro de nada aún...

Alex se acomoda mejor sobre mi cabeza, haciendo un ruidito que podría interpretarse como una risa.

—¿Qué? —pregunto, mirándolo de reojo.

—Nada, solo que eres un desastre emocional —dice burlándose suavemente—. Pero eso es normal. Los hijos de Morfeo suelen complicarse la vida más de lo necesario.

—¿Y tú qué sabes? —respondo con un tono algo defensivo, aunque sé que tiene razón.

—Sé que pensar demasiado no va a solucionar nada. Si Lissandro te gusta, deberías decírselo. Y si no, también. Los chicos como él no esperan eternamente, ¿sabes? —comenta con un aire de sabiduría que no esperaba de un cuervo chismoso.

Lo pienso por un momento, mirando las hojas de los árboles moverse con el viento. Sus palabras tienen sentido, pero hay tantas cosas en juego. El rubí de mi padre, las misiones, los ataques constantes... y, sobre todo, la posibilidad de que algo salga mal.

—¿Y si lo arruino? —susurro después de un rato.

—¿Qué podrías arruinar? —Alex me mira inclinando su pequeña cabeza.

—Lo que tenemos ahora. Es fácil estar juntos cuando no hablamos de lo que sentimos. Pero si lo hacemos... —dejo la frase en el aire, sin saber cómo terminarla.

Alex suelta un suspiro exagerado.

—Bell, no puedes vivir toda tu vida con miedo a lo que podría pasar. Si no arriesgas nada, nunca ganas nada. Además, ¿no se supone que estás acostumbrado a soñar? —me dice, con esa mezcla de ternura y burla que solo él sabe manejar.

Sus palabras me hacen sonreír levemente, aunque no quiera admitir que tiene razón.

Por el momento, he decidido no hablar con él. Creo que lo mejor será hacerlo cuando lleguemos al campamento y podamos disfrutar de un momento de tranquilidad un poco más duradero.

Ahora estamos todos reunidos, mirando la luna y charlando. Es una escena simple, pero llena de calidez. Las risas suaves y las historias compartidas flotan en el aire, creando una sensación de alegría que me envuelve por completo. No puedo evitar pensar en lo frágiles que son estos momentos, lo fácil que es olvidarlos cuando la vida se llena de caos y peligros. Pero ahora, mientras las estrellas parpadean en el cielo y la luz plateada de la luna ilumina nuestros rostros, me permito vivir este instante.

Chapter 15: El caos espera, pero primero... comamos

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Capítulo 15


—Ya saben qué hacer —dijo Nico mientras nos miraba a todos. Era temprano en la mañana, y cada uno tenía sus cosas en la mano, listos para otro viaje entre sombras. Ese tipo de transporte siempre nos dejaba con un extraño antojo de chocolate, lo cual era bastante irónico considerando lo aterrador que era.

—Bien... —murmuró Malec mientras suspiraba, claramente no muy convencido de todo esto. A decir verdad, ninguno de nosotros lo estaba, pero estábamos hartos de tantos ataques, de las constantes tensiones, y, sí, también de los dramas adolescentes (aunque Percy y Nico ya fueran adultos técnicamente).

Sin pensarlo mucho, formamos un círculo y nos tomamos de las manos. Nico encabezaba la formación, su mirada fija en el suelo mientras reunía fuerzas. Después de un último respiro colectivo, corrimos con todas nuestras fuerzas hacia la sombra de la parada del autobús.

Y entonces llegó lo feo.

Todo está oscuro, como si el mundo entero se hubiera apagado por un instante. El frío nos envuelve mientras las sombras nos arrastran hacia adelante, como un río subterráneo imposible de controlar. Apenas hay tiempo para pensar o sentir, solo el deseo de que el viaje termine pronto. De repente, el suelo firme vuelve a aparecer bajo nuestros pies, y la luz del sol se filtra entre las ramas de los árboles. Nos encontramos justo debajo de la colina del Campamento Mestizo. El pino de Thalía se alza majestuosamente sobre nosotros, y el aire cálido y familiar nos recibe como una manta reconfortante. Caemos al césped con un estruendo poco elegante, pero en lugar de quejas, las risas llenan el ambiente. Nico, que apenas muestra emociones la mayor parte del tiempo, sonríe ligeramente mientras Malec se sacude la tierra del pantalón. Percy se ríe tan fuerte que parece que se quedará sin aire.

—Creo que cada vez es peor... —dice Percy entre carcajadas, tratando de recuperar el aliento.

—Tal vez sea hora de dejar de usar este método —añade Malec, pero incluso él tiene una sonrisa en el rostro.

—No me culpen —responde Nico mientras se levanta—. Lo logramos, ¿no?

—Sí, pero me sigue dando hambre de chocolate... —murmuro mientras me pongo de pie, sintiendo todavía las piernas un poco temblorosas.

Tras unas cuantas bromas más y una última ronda de risas, nos sacudimos la ropa y comenzamos a caminar. No vamos hacia el corazón del campamento como de costumbre, sino hacia una pequeña cabaña a las afueras, justo en el límite de los terrenos. Es una construcción humilde pero extrañamente acogedora, con paredes de madera oscura y un tejado cubierto de hojas caídas.

La cabaña de Morfeo

Mientras nos acercamos, una mezcla de nervios y curiosidad se apodera de mí. Morfeo, nuestro padre divino, está aquí, y aunque la misión ha sido agotadora, la idea de verlo me llena de emoción y ansiedad a partes iguales.

Nico toca suavemente la puerta, y, para nuestra sorpresa, quien la abre no es Morfeo, sino mi papá, Thomas. Al verlo, no puedo evitar lanzarme a sus brazos, abrazándolo con todas mis fuerzas mientras las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas. No son lágrimas de tristeza, sino de una inmensa alegría por tenerlo nuevamente conmigo.

—Mi niño... —dice suavemente, apretándome contra su pecho—. Mi pollito. —Su sonrisa es cálida, y su voz refleja un alivio indescriptible. Luego dirige su mirada al resto del grupo—. Chicos, ¿están todos bien? —pregunta con alegría, claramente aliviado de vernos a salvo.

—Papi... —susurro, todavía sin soltarlo—. ¿Cómo está papá?

Me siento un poco torpe al formular la pregunta. A veces no sé cómo dirigirme a ellos. Ambos son mis padres, pero esta situación todavía me resulta un poco nueva, y las palabras no siempre fluyen con facilidad.

—Morfeo está bien —responde con ternura, acariciando mi cabello—. Está descansando.

Thomas nos deja entrar, pero, al cruzar la puerta, mis ojos se fijan de inmediato en Morfeo, quien no está descansando en absoluto. Está de pie, apoyado contra una pared, sujetándose el costado con fuerza. Su mirada, sin embargo, está llena de alivio al vernos entrar.

—Thomas... —llama débilmente, y mi papá se acerca rápidamente a él.

—Morfeo, no deberías estar de pie —le reprende suavemente mientras lo sostiene con cariño, ayudándolo a recostarse.

—Niños... —dice Morfeo con voz cansada pero cálida mientras extiende una de sus manos hacia nosotros.

Sin dudarlo, Elizabeth, Malec y yo nos acercamos a él. Morfeo nos rodea a los tres en un abrazo lleno de cariño, ignorando por un momento su evidente dolor. El contacto con él es reconfortante, como si todo el agotamiento, las dudas y el miedo que habíamos acumulado en esta misión se disiparan al estar en sus brazos.

—Estoy tan orgulloso de ustedes... —susurra mientras nos aprieta suavemente, y puedo sentir cómo mi pecho se llena de una calidez que no había sentido en mucho tiempo.

Es un momento de paz, una tregua en medio del caos.

—¿Cómo te sientes? —pregunta Eli, con algo de tristeza en los ojos, la preocupación es evidente en su rostro.

—Estoy bien, mi niña —responde papá mientras acaricia suavemente su cabello, sonriendo con esfuerzo. El gesto es débil, pero está claro que lo hace de corazón.

—Trajimos los elementos, al menos dos de ellos, nos falta el rubí —dice Malec, sin dejar de observar a papá, sus ojos reflejando una mezcla de alivio y preocupación.

Papá asiente levemente, pero algo en su mirada cambia. La suavidad en su rostro se desvanece por un momento, y sus ojos se fijan en Malec con una intensidad que solo él podría comprender.

—... ¿todo bien? —pregunta, y todos nos detenemos un segundo, reconociendo que ha notado algo. Él sabe que Malec fue envenenado por Okniton.

Malec no responde de inmediato. En su mirada, se refleja una combinación de incomodidad y vulnerabilidad, pero también hay determinación.

—Estoy bien —murmura finalmente, aunque su voz no tiene la misma firmeza que siempre.

—¿Qué sucedió? —pregunta Morfeo, su voz firme pero preocupada. No va a detenerse hasta saber la verdad.

—Fue envenenado por una pesadilla —responde Percy, mirando a Morfeo con una seriedad que refleja todo lo que tuvimos que vivir —Nos atacaron cuando fuimos por el yelmo, pero logramos... o más bien, ellos lograron salvarlo.

Morfeo frunce el ceño y se gira hacia nuestros cuervos, que están observando en silencio.

—¿Hypnos les ayudo? —pregunta, su mirada fija en ellos.

Jessamy, Alex y Desiree asienten levemente, reconociendo el peso de la situación.

—Sí, Lord Morfeo —responde Jessamy, acercándose a él con una expresión de arrepentimiento. —Perdónennos, no cuidamos bien de nuestros niños. Usted nos confió lo más preciado que tiene y... fallamos.

Morfeo suspira, una mezcla de ternura y comprensión en su rostro. Con un gesto suave, acaricia la cabeza de Jessamy, transmitiéndole una calma que parece envolver a todos en la habitación.

—Descuida, gracias por cuidar de ellos —dice con voz tranquila, pero firme. —Perdón, el destino que les forjé es el de héroes, pero ustedes merecían vivir una vida normal, sin tener que lidiar con todo esto...

Un silencio pesado llena el aire por un momento, la gravedad de sus palabras flotando entre todos nosotros. Es una verdad difícil de asimilar, pero también una muestra de lo que Morfeo siente por nosotros: el amor por sus hijos, aunque el destino que nos ha tocado no sea el que había deseado para nosotros.

—Esta victoria solo es temporal —dice Morfeo, su mirada grave reflejando la seriedad de sus palabras—. Algo mayor está por venir, y tiene mucho que ver con el rubí. Las cosas podrían salir bien o mal, pero por ahora es mejor que tomen un descanso y coman. Después hablaremos sobre la última parte de la profecía.

La sala queda en silencio por un momento, el peso de sus palabras calando en nosotros. Todos sabemos que la calma es solo una ilusión, que lo que venga a continuación podría ser aún más difícil de lo que ya hemos enfrentado.

Morfeo nos observa con una mirada que mezcla preocupación y determinación.

—Coman, descansen —añade, con una voz más suave—. Aprovechen este respiro, porque lo que está por venir... será mucho más complicado.

Chapter 16: La gran misión de papá Morfeo (porque nadie lo detiene)

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Capítulo 16


Todos estamos sentados cerca de donde mi padre descansa en esa mullida cama. Decidimos quedarnos cerca de él y escuchar lo que tiene que decir en estos momentos.

— El rubí es uno de los elementos más importantes de la revelación del reino onírico. Tiene varias funciones, pero especialmente podría alterar el espacio-tiempo o incluso convertir los sueños en realidad. Contiene parte de mi esencia, y mucho de mi poder sobre la ensoñación se encuentra allí. Si alguien corrupto lo obtiene, podría causar cosas terribles, no solo poniendo en peligro el Olimpo y los reinos oníricos, sino también la vida mortal.

Morfeo suspira, su mirada se vuelve más grave mientras asimila la información.

— Básicamente, sé que el rubí está en manos de Okniton. Es probable que esté intentando modificarlo para que solo siga sus instrucciones, pero eso sería extremadamente difícil de lograr. El rubí tiene una conexión profunda con el reino onírico, y modificarlo no es algo que cualquiera pueda hacer sin consecuencias.

Hace una pausa, observando a todos con un dejo de preocupación.

— Además, Hypnos y yo hemos sellado, de cierta manera, el acceso al reino de Okniton. Eso significa que es muy difícil para él obtener poder directamente de allí. Sin embargo, lo que está ocurriendo es que probablemente esté absorbiendo poder del rubí, que lo deja a mi alcance. Pero esa misma absorción está teniendo efectos en mí. Cada vez que el rubí se carga de su energía, me debilito un poco más. Mi conexión con el mundo onírico se está resintiendo, y si no logramos detenerlo pronto, las consecuencias podrían ser catastróficas.

Morfeo mira a todos, buscando comprender que han entendido la gravedad de la situación.

— Okniton está jugando con fuerzas que no puede controlar, pero si continúa absorbiendo poder del rubí, podríamos perder mucho más que solo el control del reino onírico.

Will observa detenidamente el costado de Morfeo y nota algo que lo preocupa. Aunque el dios intenta ocultarlo, la herida en su costado no sana como debería. Aún se pueden ver los rastros del ícor dorado, la sangre de los dioses, que se derrama lentamente por la tela de su túnica.

— Morfeo... — dice Will, acercándose con cautela. Su voz denota preocupación. — Esa herida no está sanando. Y el ícor sigue visible.

Morfeo no dice nada al principio, solo cierra los ojos por un momento, como si estuviera considerando sus palabras.

— Es una herida profunda... — responde finalmente, con una voz cansada. — No es solo un daño físico. El ícor no fluye como debería. Estoy perdiendo poder. La conexión entre mi esencia y el mundo onírico se está debilitando con cada segundo que pasa.

Will no se aparta, sus ojos fijos en la herida, que parece resistirse a curarse. La preocupación en su rostro es evidente.

— Eso no está bien. Si no sanas pronto, tu fuerza será aún más limitada. Necesitas descanso, Morfeo, de verdad.

Morfeo sonríe débilmente, aunque hay una sombra de tristeza en su expresión.

— El descanso no cambiará nada, Will. El rubí sigue drenando mi poder, y cada vez que mi energía se desvanece, esa herida se hace más profunda. No puedo curarme hasta que logremos detener a Okniton.

Morfeo se queda en silencio por un momento, como si estuviera considerando las opciones. Su mirada se pierde en algún punto lejano, como si estuviera viendo más allá de lo que está frente a él. La tensión en el aire es palpable.

— Si enfrentamos a Okniton de inmediato, podríamos terminar expuestos, todos. A ustedes, a mis hijos... no puedo ponerlos en peligro. Pero si yo voy solo... tal vez pueda detenerlo yo mismo.

Esas palabras hacen que todos se queden en silencio, procesando lo que acaba de decir.

Papá, que había permanecido callado hasta ahora, no tarda en reaccionar.

— ¡Eso es una locura, Morfeo! — exclama, levantándose de su asiento con furia contenida. — No puedes hacer eso. No puedes enfrentarte a él solo, sin poder. Estás debilitado. ¡No pongas a todos en riesgo por tu orgullo!

Morfeo lo mira, sin dejar de pensar en las posibles consecuencias de no actuar, pero la preocupación en los ojos de papá es clara.

— No es orgullo. — responde Morfeo, su voz grave y decidida. — Es protección. No quiero arrastrarlos a esta lucha. Lo he hecho antes, sé cómo controlar la situación.

Pero los ojos de papá lo fulminan con una intensidad que hace que Morfeo vacile, aunque solo por un segundo.

— No puedes hacer algo tan tonto. — insiste Thomas, acercándose a él. — Si vas a enfrentarte a Okniton, buscaremos una solución, como familia. No te voy a dejar ir solo, Morfeo. No importa lo que digas.

El ambiente se tensa aún más. Morfeo baja la mirada, luchando con la idea de arrastrar a sus hijos a una guerra que podría destruirlos.

— No quiero ponerlos en esa posición, Thomas. — dice Morfeo, su voz más suave ahora. — Pero si no lo hago... las consecuencias serán peores.

Papá lo mira fijamente, como si tratara de leer sus pensamientos.

— Entonces, lucharemos todos juntos. Pero no te enfrentamos a él solo. ¿Lo entiendes? No tienes que cargar con todo esto tú solo.

Miro a mi padre con el corazón en la garganta, sintiendo la presión de todo lo que está pasando. La idea de que Morfeo quiera enfrentarse solo a Okniton me parece completamente descabellada, y aun así, la veo en sus ojos. Su preocupación por nosotros, su deseo de protegernos, pero al mismo tiempo, sé que eso lo está debilitando, y eso me duele.

Elizabeth es la primera en hablar. Su voz, tan decidida, corta el aire, como siempre lo hace cuando toma las riendas de una situación.

—Padre, entiendo lo que dices. Pero Thomas tiene razón. No puedes hacerlo solo. No con el estado en el que estás. No importa lo que intentes, estamos aquí para apoyarte, como familia.

Malec asiente, su expresión es seria, pero hay un atisbo de preocupación en su mirada que no puedo ignorar.

— Además, no podemos dejar que el destino de todos recaiga en una sola persona, por más poderosa que sea. No se trata de orgullo, se trata de supervivencia.

Mis ojos se desvían hacia el costado de mi padre, donde la herida sigue sin sanar, y una punzada de miedo se clava en mi pecho. ¿Cómo puede estar dispuesto a enfrentarse a Okniton en ese estado? ¿No le importa lo que pueda sucederle? El temor de perderlo me atormenta más de lo que me atrevo a admitir.

Me acerco a él, mi voz sale más suave de lo que pretendía, pero con el peso de todo lo que siento.

— Papá, no podemos dejar que te hagas esto. Todos somos parte de esto. Y no importa cuánto lo intentes, no puedes luchar contra todo sin nosotros. Necesitamos estar juntos en esto.

Él me mira, sus ojos reflejan algo que no logro leer del todo. Tal vez es frustración, tal vez es miedo, pero también hay una chispa de aceptación. Suspira profundamente, y por un momento parece que se rinde ante las palabras de todos nosotros.

— Está bien, lo entiendo... — murmura, su tono suave pero cargado de emociones. — No puedo hacer esto solo. Pero tenemos que ser rápidos, Okniton no esperará. Cada segundo cuenta.

Papá, a su lado, parece respirar aliviado. Da un paso adelante y coloca su mano sobre el hombro de Morfeo con una sonrisa tranquila, como si la carga que pesa sobre ellos no fuera más que un obstáculo temporal.

— Lo haremos juntos, ¿de acuerdo? — dice con suavidad, y por un momento, todo parece calmarse. 

Chapter 17: Héroes, envenenados y sin terapia

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Capítulo 17


Papá Thomas nos pidió que dejáramos descansar a papá Morfeo y eso hicimos. Regresamos al campamento, donde, si bien no nos recibieron como héroes, al menos nos recibieron por haber sobrevivido. Decidieron que era buena idea festejar; no todos los días un grupo de semidioses regresa de una misión peligrosa. Aunque, bueno, nuestra salud psicológica probablemente esté tan dañada que necesitaremos terapia durante toda nuestra vida. Pero fuera de eso, todo está bien.

Estoy sentado en las escaleras de la cabaña 15, la de los dioses oníricos. Sonrío levemente mientras miro la quietud de la noche. Justo en ese momento, veo que se acerca Lissandro. Lleva dos copas, seguramente con alguna soda o algo por el estilo.

— Hola — dice sonriendo mientras se acerca a mí. — ¿Podemos hablar?

— Claro — respondo, asintiendo levemente. Se sienta a mi lado y me da una de las copas. Suspira, claramente nervioso.

— Quería hablar sobre el beso, Oribell — comienza, mirando al suelo por un momento, como si necesitara reunir fuerzas para seguir. — Realmente me gustas mucho, desde el día en que llegaste al campamento. Sentí que eras especial, y cuanto más convivía contigo, más me daba cuenta de lo increíble que eres. Me emocionaba verte ser tú, y... no puedo evitar sentir que me gustas mucho. Lamento mucho haberte incomodado con todo lo que pasó.

Lo miro en silencio por un momento, procesando sus palabras. Siento un nudo en el estómago, pero también una cálida satisfacción al saber que no soy el único que siente algo por él.

— No me molestó — respondo finalmente, sonriendo levemente. — De hecho, me gustó el beso. Fue una sorpresa, sí, porque jamás imaginé que viviría algo así... menos con alguien como tú. Además, fuiste mi primer beso. Tú me pareces... atractivo, Lissandro. Y, la verdad, me gustas también. Pero... — hago una pausa, buscando las palabras correctas — estábamos pasando por tantas cosas que ni siquiera me di cuenta de lo que sentía, o no quería darme cuenta. No estoy seguro, pero... tú me gustas. Me fascina cómo eres de dulce, cómo me tratas, y... eres lo mejor del mundo.

Lissandro me observa con los ojos abiertos, como si no pudiera creer lo que acabo de decir.

— Pero no sé si quieres estar conmigo en una relación — continúo, sintiendo que mi voz se quiebra un poco. — Teniendo en cuenta que soy un desastre, no sé si merezco algo como eso.

Lissandro se queda en silencio unos segundos, luego me mira directamente a los ojos, como si estuviera buscando algo en mí. Después, suspira con una leve sonrisa.

— Oribell — dice suavemente —, no eres un desastre. Eres increíble, y si alguna vez dudaste de eso, ya no tienes por qué. Si quieres que estemos juntos, yo también quiero eso. Solo quiero que sea cuando tú estés listo. Pero... lo que quiero que sepas es que, si decidimos estar juntos, lo haré porque me haces sentir completo. No soy perfecto, ni lo espero de ti. Solo quiero que estemos juntos, sin miedo a lo que venga.

Mi corazón late más rápido al escuchar sus palabras. Esas palabras que tanto necesitaba escuchar.

— ¿Entonces? — pregunto, con una leve sonrisa que refleja el alivio que siento.

— Entonces — responde, tomando mi mano suavemente —, no tienes que decidir nada ahora. Pero cuando lo hagas, estaré aquí.

Y en ese momento, mientras las estrellas brillan sobre nosotros y el campamento se llena de risas a lo lejos, siento que quizás, solo quizás, las cosas con Lissandro podrían funcionar.

Sin pensarlo demasiado, me acerco a Lissandro, y antes de que pueda decir algo más, lo beso. Es un beso suave, lleno de todas esas emociones que había estado guardando, esa mezcla de nervios, de incertidumbre, de esperanza. Siento sus labios responder con la misma ternura, y por un momento, todo se siente perfecto. Como si todo lo demás desapareciera y solo quedáramos nosotros dos.

Cuando nos separamos, no sé si son los nervios o la emoción, pero no puedo evitar abrazarlo con fuerza. Es un abrazo que no quiero soltar, como si necesitara aferrarme a él para sentir que todo lo que hemos pasado y lo que está por venir, será manejable.

— Gracias... por darme esta oportunidad — susurro, respirando cerca de su cuello.

Lissandro no dice nada por un segundo, pero lo siento sonreír contra mi hombro.

— No tienes que darme las gracias — responde suavemente, apretando un poco más el abrazo. — Estoy feliz de que finalmente lo hayamos hecho.

Nos quedamos ahí, abrazados por un largo momento, y siento una paz que no había experimentado en mucho tiempo. Como si todos los miedos y dudas que había cargado, sobre lo que sentía o lo que podía pasar, se desvanecieran.

— Sabes... — murmura Lissandro después de un rato, con una sonrisa en la voz. — Ya no tienes que tener miedo.

Lo miro, y por primera vez en mucho tiempo, me doy cuenta de que tiene razón. Todo lo que temía, lo que me detenía, ya no importa. Estoy aquí, con él, y eso es lo único que necesito.

Y en ese instante, decido dejar ir esos miedos. Dejo ir las dudas y la inseguridad. Porque, tal vez, lo único que realmente importa es este momento.

Elizabeth

Me encuentro sola en la cabaña de Artemisa, sentada en el borde de la cama, mirando las sombras danzando en las paredes. Las dudas me rodean como una niebla espesa que no puedo disipar, y cada pensamiento parece llevarme en una dirección distinta. Mi padre me ha hablado de lo que se espera de mí, de mi deber, de la importancia de ayudar a mis hermanos con el último de los elementos, pero dentro de mí, hay una guerra interna. No puedo dejar de cuestionarme si realmente estoy tomando la decisión correcta.

¿Qué hago?

Si me quedo, estaré cumpliendo con mi deber como hermana mayor, apoyando a mis hermanos en lo que debe ser la misión final. Pero, al mismo tiempo, parte de mí quiere regresar con Artemisa, seguir con ella, sin más cargas, sin más dudas. Pero no puedo simplemente abandonar todo, no puedo irme sabiendo que aún hay algo por resolver. Es como si algo dentro de mí estuviera tirando en direcciones opuestas, y no puedo ver qué camino debo tomar.

¿Será por él?

No puedo evitar que esa pregunta me atormente. Desde que llegué, no he visto a Nick, seguramente está ocupado con sus cosas o incluso ha salido a alguna misión, pero aun así, me siento extraña. Algo me dice que lo que siento por él no es simplemente amistad, no lo es. Cada vez que lo veo, mi corazón late más rápido, y cuando no lo veo, siento que algo me falta. Es como si una parte de mí estuviera vacía, y tal vez esa parte sea él.

Pero entonces, ¿debería tomar esa decisión ahora?

Me siento dividida. Si lo que siento por él es real, ¿qué significa eso para mi misión? ¿Es el momento adecuado para pensar en algo más cuando todo está tan confuso? No sé qué hacer. Las respuestas se me escapan, como agua entre los dedos.

Cierro los ojos y trato de concentrarme. Tal vez tengo que dar un paso atrás y pensar. No puedo tomar decisiones apresuradas. Necesito encontrar la claridad. Necesito ser valiente, como me enseñaron, y tomar la decisión correcta, aunque mi corazón me grite que lo que quiero está ahí, en lo desconocido.

Pero por ahora, solo sé que tengo que seguir adelante.

Malec

Desde que regresamos, he notado algo diferente en Tommy. No sé qué es exactamente, pero hay algo en su forma de actuar que me hace pensar que algo no está del todo bien. Probablemente solo esté agotado, como todos nosotros, pero no puedo dejar de observarlo. Es como si, a pesar de la calma momentánea que hemos encontrado, él estuviera cargando con algo más, algo que no he logrado identificar.

Aún así, no puedo dejar de pensar en lo que sucedió cuando estuve envenenado. Esos momentos en los que todo parecía desmoronarse alrededor de mí, y Tommy se quedó a mi lado, sin dudarlo ni un segundo. Se quedó despierto toda la noche, vigilando que no me pasara nada, asegurándose de que estuviera lo más cómodo posible a pesar de todo el caos.

No le he agradecido.

Es extraño cómo las pequeñas cosas, las que realmente importan, a veces se quedan en el aire, como un susurro que nunca se alcanza a escuchar. Él estuvo allí para mí cuando más lo necesitaba, y nunca le he dicho lo mucho que eso significó. A veces, creo que me olvido de esas cosas importantes, como si las emociones fueran algo que debo dejar de lado para concentrarme en lo que está por venir. Pero no puedo seguir ignorando lo que ha hecho por mí.

Es hora de decirle lo que siento.

Sé que todo esto es confuso, que todo está lleno de incertidumbre y peligros por venir, pero eso no me impide reconocer lo que Tommy ha hecho por mí. Necesito agradecérselo, aunque las palabras nunca parezcan suficientes. Tal vez es un paso hacia adelante, hacia una forma de entendernos mejor, de no dejar que las pequeñas cosas se queden sin decir.

Así que, cuando tenga la oportunidad, lo haré. Le diré lo agradecido que estoy, lo mucho que me ha ayudado a mantenerme firme en medio de todo esto. Y aunque no tenga todas las respuestas, al menos sé que esa parte de mi corazón está más tranquila ahora.

Chapter 18: La fogata, el cuervo y el sello (casi) roto

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Capítulo 18


El sonido del viento y las voces lejanas se apagaron por completo en el momento en que Alex aterrizó frente a nosotros, su cara reflejando una preocupación que rápidamente se transmitió a todos. No dijo ni una palabra al principio, solo respiró con rapidez, casi como si hubiera volado miles de millas sin descanso.

— ¡Chicos! Hypnos está con Morfeo en la cabaña, ¡tienen que ir rápido! — su tono grave nos hizo saltar al instante. No hubo necesidad de explicaciones adicionales, todos sabíamos que algo importante, algo muy serio, estaba sucediendo.

Corrimos, sin pensar ni un segundo más, salimos del campamento a toda velocidad. El aire frío de la noche nos golpeaba el rostro, pero no importaba. Lo único que importaba era llegar lo más rápido posible, saber qué estaba pasando.

Cuando finalmente llegamos, la atmósfera en la cabaña era tan densa que casi podía cortarse con un cuchillo. Papá Morfeo y Hypnos nos esperaban, ambos con el ceño fruncido, visiblemente tensos. Un silencio incómodo llenó la habitación por un instante, hasta que Morfeo habló.

— Niños... — su voz, aunque tranquila, cargaba un peso que nos heló por dentro. — Las cosas no son buenas.

Todos nos sentamos, por instinto, sabiendo que las noticias no serían fáciles de escuchar. El rostro de Hypnos reflejaba fatiga, pero también una gravedad profunda.

— Su poder ha crecido exponencialmente. — comenzó Hypnos, su voz resonando en la cabaña de manera que parecía llenar cada rincón. — Okniton está usando el Rubí para romper el sello que mantiene cerrado su reino, y lo peor de todo es que está manipulando los sueños, desbordando la realidad.

El miedo comenzó a invadir el aire. Miré a mis amigos, a mis hermanos. Sus rostros reflejaban lo mismo que sentía: un miedo palpable, uno que era difícil de ignorar. No era solo una amenaza lejana, sino algo que ya estaba sucediendo.

— ¿Qué vamos a hacer ahora? — preguntó Malec, su voz grave, aunque con un toque de desesperación que todos podíamos reconocer. No era solo preocupación, era el miedo de no saber si seríamos capaces de detenerlo.

— No podemos permitir que Okniton siga adelante. — Tommy, como siempre, dio un paso al frente, dispuesto a tomar el liderazgo. — Tenemos que detenerlo. Debemos robarle el Rubí de vuelta.

Pero algo en mi interior me frenó. Okniton ya estaba usando su poder, había logrado manipular la realidad con el Rubí. ¿Cómo íbamos a detenerlo? ¿Y si ya era demasiado tarde para hacer algo?

— ¿Y cómo lo vamos a hacer? — Elizabeth preguntó, con una mezcla de frustración y determinación. — No sabemos ni dónde está ni cómo está utilizando el Rubí.

Hypnos suspiró, parecía agotado, como si el peso de la situación lo estuviera venciendo, pero aún así, su voz era firme.

— Lo primero que necesitamos hacer es encontrar el Rubí. — dijo, con la mirada fija en todos nosotros. — Su poder está afectando todo a nuestro alrededor, la realidad se está distorsionando y los sueños de muchos están siendo corrompidos por su influencia. Okniton no tiene control total aún, pero está cerca. Debemos apresurarnos.

Las palabras de Hypnos calaron profundo. ¿Cómo podríamos robar el Rubí? ¿Cómo podríamos enfrentarnos a un poder tan grande, especialmente cuando parecía que ya estábamos tan cerca del borde? La misión se veía más difícil, casi imposible, pero la urgencia en sus palabras no dejaba espacio para dudas. Si no actuábamos rápido, las consecuencias podrían ser peores de lo que imaginábamos.

La pregunta seguía dando vueltas en mi cabeza: ¿Podríamos realmente detener a Okniton? Pero sabía que no había otra opción. Si queríamos salvar nuestros mundos, detener lo que estaba ocurriendo, íbamos a tener que hacerlo. Y rápidamente. Miré a mis hermanos, a mis amigos, y todos compartíamos la misma expresión: una mezcla de miedo, incertidumbre y determinación. Sabíamos que esta batalla por el Rubí era solo el comienzo de algo mucho más grande, y tendríamos que luchar con todo lo que teníamos para detener a Okniton antes de que fuera demasiado tarde.

El Rubí ya no era solo un objeto perdido. Era la clave para todo, y si no lo recuperábamos, perderíamos mucho más que una simple reliquia.

— La profecía jamás nos dijo ubicación... — murmuré, mirando a todos. La tensión en el aire era palpable, y las palabras parecían flotar en la cabaña con más peso del que tenían.

— ¿Qué? — dijeron todos al unísono, como si no pudieran comprender lo que acababa de decir.

— La profecía no nos habló mucho sobre el Rubí... — repetí, sintiendo la presión de explicar lo que había estado rondando en mi mente. — Solo dijo:

"El rubí ardiente, último legado,
En manos de un dios que la venganza desea,
Corrompido por sueños que el equilibrio retan,
Con Morfeo, el guardián, su destino se enreda.

Así la profecía, en ecos se entrelaza,
Con valentía y unión, el destino se abraza,
Los semidioses deben encontrar su camino,
O el mundo caerá en un eterno desatino."

— Pero nunca habló de una ubicación, como en las demás profecías. Entonces, lo más seguro es que tendremos que seguirle el rastro de alguna manera, aunque no tengamos nada concreto. — agregué, mirando a cada uno de ellos, buscando algo de apoyo en sus miradas.

La confusión se reflejaba en sus rostros, pero también entendieron lo que estaba implicado.

— Okniton está en la ensoñación — dijo Hypnos, con una mirada seria, como si estuviera pensando en las posibilidades. — Pero es poco probable que logre romper el sello. Las cosas no funcionan así.

— ¿Entonces qué? — preguntó Tommy, su tono algo más desesperado. — ¿Estamos diciendo que la profecía fue ambigua por alguna razón? ¿Qué podemos hacer si ni siquiera tenemos una pista clara de qué camino seguir?

La respuesta era difícil de encontrar. La profecía nos había dado fragmentos, pero no las piezas completas del rompecabezas. Y Okniton, con todo su poder, parecía estar avanzando a pasos agigantados. Las respuestas estaban dispersas, y nosotros éramos los encargados de recolectarlas antes de que fuera demasiado tarde.

— Lo que sabemos es que el Rubí está en sus manos — dijo Elizabeth, como si lo hubiera estado pensando en voz alta. — Y si no lo detenemos, todo caerá en un caos del que no podremos salir.

— Exacto — asintió Hypnos. — La ensoñación, aunque es un lugar poderoso, está sellada. Pero Okniton ha encontrado una forma de manipular los sueños. Si sigue adelante, las barreras que protegen este mundo y el reino onírico se debilitarán. Y si eso ocurre...

El silencio invadió la cabaña. Todos sabíamos lo que eso significaba.

— Tenemos que robarle el Rubí antes de que logre completar lo que está haciendo — dije, la determinación surgiéndome de alguna parte profunda dentro de mí. — Y para eso, tenemos que seguirle el rastro. Aunque no tengamos nada claro, tenemos que movernos rápido. No podemos permitir que siga manipulando todo a su antojo.

— ¿Y cómo hacemos eso? — preguntó Lisandro, mirando a Hypnos. — ¿Cómo le seguimos el rastro si ni siquiera sabemos por dónde empezar?

Hypnos nos miró fijamente. Parecía que estaba procesando todo rápidamente, pero no tenía una respuesta fácil.

— No tenemos respuestas claras — dijo con una voz grave. — Pero lo que sí sabemos es que si Okniton está en la ensoñación, está haciendo algo muy peligroso con el Rubí. Y si seguimos adelante, tendremos que estar preparados para lo peor.

Con esas palabras, la responsabilidad recaía sobre nosotros, y el tiempo comenzaba a contarse. No teníamos muchas pistas, pero sabíamos que no había vuelta atrás.

Hypnos observó a Morfeo por un momento, su mirada fija en la herida en el costado de mi padre. Podía notar que, aunque Morfeo trataba de parecer tranquilo, la herida no sanaba como debería. La sangre dorada que los dioses derraman estaba saliendo, y eso no era algo que pudiera ignorarse.

— Esto no está bien — murmuró Hypnos, acercándose a Morfeo. — La herida no está cerrando.

Morfeo apenas hizo un gesto, como si estuviera molesto por la preocupación, pero era obvio que el dolor era real. La sangre dorada parecía haberse estancado en su costado, y aunque no lo decía, el agotamiento en su rostro era evidente.

— Morfeo, déjame ayudarte un poco — dijo Hypnos, acercándose con manos extendidas.

Mi padre levantó la mano para detenerlo, pero no pudo evitar que Hypnos lo alcanzara. La energía de Hypnos era diferente, como una corriente suave que fluía por todo el cuerpo de Morfeo. Las manos de Hypnos brillaban con un resplandor plateado y comenzaron a trabajar sobre la herida.

— No es normal que no sane, la manipulación del sello por parte de Okniton está afectando todo — dijo Hypnos mientras trabajaba. — El Rubí lo está drenando, y es posible que la conexión de Morfeo con el mundo onírico también esté siendo alterada.

Morfeo cerró los ojos, pero asintió levemente, reconociendo la verdad de las palabras de Hypnos. Nos miró a todos, como si intentara tomar control de la situación.

— Hypnos tiene razón, el Rubí está haciendo más daño del que imaginaba — dijo Morfeo, su voz algo cansada. — Pero debemos centrarnos en lo que sigue. Okniton está cerca de romper el sello, y no puedo permitir que lo haga.

Hypnos terminó de tratar la herida, pero la expresión en su rostro no era de satisfacción. Aunque la herida parecía haber sanado un poco, aún estaba lejos de estar completamente cerrada.

— La herida no sanará completamente mientras Okniton esté manipulando el Rubí y el reino onírico — explicó Hypnos, dando un paso atrás. — Pero esto ayudará a estabilizarte un poco. De todos modos, necesito que todos ustedes mantengan la calma y se ayuden mutuamente. La situación va a ponerse más complicada a medida que avanzamos.

Morfeo miró a todos y asintió levemente, aunque no con mucha convicción. Estaba demasiado preocupado por lo que estaba en juego.

— Aún así, debemos seguir adelante. No tengo tiempo para descansar. — dijo con voz firme, pero agotada.

Hypnos levantó una mano, interrumpiendo cualquier discusión adicional.

— Escúchenme, todos. No tenemos tiempo para peleas. Morfeo tiene razón en que debemos seguir adelante, pero no puede hacer esto solo. Necesitamos que todos se ayuden entre sí. Okniton va a ser un desafío, y debemos mantener la unidad. Ninguno de nosotros puede ser un héroe solitario.

El tono de Hypnos era claro, y todos nos quedamos en silencio por un momento, asimilando lo que decía. Sabíamos lo que estaba en juego. Lo que estábamos por hacer no sería fácil. Pero si queríamos ganar, tendríamos que actuar como un equipo, apoyándonos mutuamente, y asegurarnos de que ninguno de nosotros se hiciera daño en el proceso.

Chapter 19: Cuando el amor florece (y el padre se entera)

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Capítulo 19

 

Morfeo

 

La herida en mi costado comenzó a "sanar", o al menos ya no me generaba tantas molestias como antes. Sentía cómo el dolor, aunque aún presente, se había reducido a algo soportable. El constante escozor, esa sensación de algo húmedo y cálido deslizándose por mi abdomen, parecía haber desaparecido. Podía moverme con mayor libertad, aunque todavía había una sombra de incertidumbre en mi mente. La tranquilidad seguía siendo un lujo que no podía permitirme del todo, pero por primera vez en mucho tiempo, parecía estar al alcance. Thomas estaba a mi lado, como siempre lo había estado. Su mirada cuidadosa y la forma en que se aseguraba de que estuviera cómodo me llenaban de una calma que solo él podía brindarme. Había algo en su presencia que me hacía sentir que, a pesar de todo lo que estaba pasando, tenía un ancla, un punto fijo en medio del caos. Mientras lo observaba, me vinieron recuerdos del pasado, de ese primer día en que lo conocí. Habían pasado pocos años desde entonces, pero cada detalle seguía grabado en mi memoria como si hubiera ocurrido ayer. Su sonrisa, su manera de hablar, la calma que transmitía incluso en los momentos más difíciles. Supe desde el principio que había escogido al hombre adecuado para formar una familia.

 

Y luego estaba Oribell. Cada vez que lo veía, no podía evitar notar cuánto se parecía a Thomas. No solo en los rasgos físicos, sino también en su forma de ser, en su manera de enfrentar el mundo. Era una combinación perfecta de ambos, pero con una inclinación más marcada hacia Thomas. Y eso me hacía feliz. Porque, aunque mi hijo llevaba mi legado como dios, su humanidad, esa calidez y determinación que irradiaba, eran reflejo directo de Thomas.

 

—¿Todo bien, Oneiros? —preguntó Thomas con esa calidez en su voz que siempre lograba calmarme. Se acercó a mí con pasos firmes pero suaves, como si no quisiera perturbar la tranquilidad del momento, y tomó mis manos entre las suyas.

 

—Sí, solo estaba recordando cuando te conocí —respondí con una ligera sonrisa, dejando que la memoria me llenara de una sensación de nostalgia. Me incliné hacia él y besé su mejilla con ternura—. Me gustaría poder volver al departamento de Nueva York. Sería agradable, ¿no crees?

 

Él dejó escapar una suave risa, pero su expresión cambió apenas un poco, mostrándome la preocupación que intentaba ocultar. —Lo sé, y también lo extraño. Pero por ahora, lo mejor es quedarnos aquí. Además, no sabemos si tu hermano querrá atacarnos... —Suspiró ligeramente, y su mirada se volvió algo más seria, aunque no perdió esa dulzura que lo caracterizaba—. Sin duda alguna, la vida de los dioses es complicada.

 

Lo miré a los ojos, permitiéndome perderme en ellos por un momento. Thomas siempre había sido mi ancla, la persona que me recordaba quién era, incluso cuando el peso de mis responsabilidades amenazaba con hundirme.

 

—Complicada no es suficiente para describirla —comenté, dejando escapar una risa ligera—. Pero mientras estés conmigo, creo que puedo soportarlo todo.

 

—Siempre estaré contigo, Morfeo —dijo él con convicción, apretando suavemente mis manos. Y en ese instante, por más caos que se cerniera sobre nosotros, sentí que todo estaba en su lugar.

 

—Hiciste un buen trabajo criando a Oribell —comenté con una sonrisa ligera, mirando a Thomas con ternura—. Tiene tus encantos.

 

—Yo puse los materiales y tú lo moldeaste —respondió él con una sonrisa traviesa antes de besar mi mejilla.

 

El sonido de la puerta abriéndose interrumpió el momento, y ambos giramos la cabeza para ver a Erick entrar con una gran sonrisa en el rostro.

 

—Tenía que resolver unas cosas y aprovechar para comprar víveres, pero ya está todo listo —anunció, cargando varias bolsas de papel repletas de alimentos y otros artículos.

 

—Gracias, Erick —dije con alivio, al menos había algo bueno entre tanto caos. Pero no pude evitar añadir con una pizca de diversión—: ¿Notaste que Oribell está saliendo con Lissandro?

 

La reacción de Thomas fue inmediata y teatral, con los ojos abiertos de par en par mientras exclamaba:

 

—¡¿El Backstreet Boy con mi niño?!

 

No pude evitar soltar una carcajada, incapaz de contenerme ante su expresión. La incredulidad de Thomas era tan exagerada que incluso Erick tuvo que reír mientras dejaba las bolsas en la mesa.

 

—Bueno, al menos tiene buen gusto —agregó Erick con una sonrisa divertida, mientras Thomas seguía sacudiendo la cabeza como si intentara procesar la noticia.

 

—Primero, ¿cómo es que no lo sabía? Y segundo, ¿desde cuándo mi hijo tiene citas? ¡Es un niño!

 

—Thomas, tiene diecisiete, no siete —dije entre risas, colocándole una mano en el hombro—. Además, ¿de verdad esperabas que nunca creciera?

 

—Eso esperaba, sí —gruñó, cruzándose de brazos mientras Erick y yo intercambiábamos una mirada cómplice y continuábamos riendo.


Estos momentos eran buenos, pequeños respiros entre todo el caos que enfrentábamos. Me alegraba saber que mi niño, mi pequeño, estaba encontrando su lugar en el mundo, un lugar donde podía ser él mismo y sentirse seguro. Saber que había encontrado a alguien como Lissandro, alguien que lo miraba con una devoción casi palpable, llenaba mi corazón de alegría. Se notaba que Lissandro lo amaba con locura, y no podía haber elegido mejor. Ambos se complementaban perfectamente, como si el destino hubiera jugado sus cartas de la forma más precisa. Me hacía feliz verlos crecer juntos, incluso si Thomas seguía en su etapa de “papá protector” exagerado. Aun así, sabía que en el fondo él también estaba contento, aunque nunca lo admitiera tan fácilmente.

El mundo a nuestro alrededor podía estar desmoronándose, pero al menos, en este rincón pequeño de nuestras vidas, la felicidad todavía podía florecer.

Chapter 20: El susurro de los sueños perdidos

Summary:

¡Hola, lectores!

Les comento que las fichas de los personajes ya están disponibles. Pueden consultarlas en el enlace que aparece aquí. ¡Espero que les ayuden a conocer mejor a los protagonistas y disfrutar aún más de la historia!

¡Gracias por su apoyo constante!

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Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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Epilogo


El reino de la ensoñación siempre había sido un lugar de equilibrio. Cada hermano onírico desempeñaba su papel con precisión, asegurando que el delicado tejido entre el descanso, los sueños y las pesadillas permaneciera intacto. Hypnos se encargaba del sueño reparador; Morfeo, de los sueños llenos de significado; y Okniton, de las pesadillas que daban lecciones a través del miedo. Era un balance necesario, aunque no siempre cómodo.

Desde hace tiempo, Hypnos y Morfeo habían notado algo inquietante: Okniton no estaba satisfecho. Su rol como guardián de las pesadillas parecía insuficiente para él. Aunque siempre había sido reservado y un tanto enigmático, últimamente su ambición se manifestaba de formas que resultaban preocupantes.

—Está inquieto otra vez —dijo Hypnos mientras caminaba junto a Morfeo por los pasillos del palacio onírico—. Lo he visto alterar las pesadillas más de lo necesario. Está probando los límites, hermano.

Morfeo suspiró, ajustándose la túnica de tonos oscuros. Siempre había tratado de confiar en que Okniton no cruzaría la línea, pero esa confianza se debilitaba cada vez más.

—No es la primera vez que intenta desafiar las reglas, Hypnos. Pero si lo enfrentamos directamente, solo avivaremos su enojo.

Hypnos se detuvo, frunciendo el ceño.

—No creo que sea cuestión de enojo. Creo que está planeando algo más grande. Ha comenzado a enviar pesadillas a lugares donde no deberían estar. Los mortales tienen insomnio, y las barreras entre los sueños y la realidad comienzan a debilitarse.

—¿Y qué sugieres? —preguntó Morfeo, mirando a su hermano mayor con preocupación.

—No podemos ignorarlo, Morfeo. Si sus acciones continúan, podría poner en peligro todo lo que hemos construido.

El dios de los sueños asintió lentamente, aunque en el fondo sabía que el problema no tenía una solución fácil. Conocer a Okniton significaba saber que nunca se conformaría con lo que tenía.

—Lo vigilaré de cerca —dijo finalmente—. Pero tenemos que ser cautelosos, Hypnos. No quiero iniciar una guerra en nuestra propia casa.

Ambos hermanos se quedaron en silencio, observando cómo las luces del reino onírico danzaban a su alrededor. Sabían que el equilibrio se tambaleaba, pero también sabían que cualquier acción precipitada podría ser el inicio de algo mucho peor.

 

El eco de la voz de Okniton resonaba en el salón del trono como un rugido de tormenta. Su figura, imponente y oscura, se alzaba al centro de la sala mientras su mirada ardía con rabia contenida.


—¡Yo deseo más! —repitió, golpeando el suelo con fuerza, causando que las sombras a su alrededor se agitaran como si compartieran su furia—. Ustedes no entienden. Nuestra madre me creó como un instrumento de control, una herramienta para equilibrar los excesos de los sueños. ¡No fue amor lo que la guió, fue miedo!

Hypnos, sereno pero firme, se adelantó, sus pasos suaves contrastando con la energía caótica de la sala.

—Okniton, hermano mío, no puedo negar tus sentimientos, pero no puedes permitir que ese rencor te consuma. Madre no te temía, veía en ti una fuerza necesaria para mantener el equilibrio. Tú también formas parte de este tejido; sin ti, todo se desmoronaría.

—¡Mentiras! —rugió Okniton, su furia alimentando las sombras que parecían retorcerse con vida propia—. Siempre has favorecido a Morfeo. Siempre ha sido él, el soñador, el amado. ¿Y yo? ¿Qué soy yo para ti, Hypnos?

El mayor de los hermanos lo miró con una mezcla de tristeza y determinación.

—No te odio, Okniton. Nunca lo he hecho. No prefiero a Morfeo, pero tampoco puedo permitir que destruyas todo lo que protegemos. Los sueños son un refugio, un escape para los mortales. Ya enfrentan suficiente dolor en la vigilia. No necesitan que tú lo multipliques en sus sueños.

Okniton dio un paso hacia él, su mirada ahora llena de un desafío peligroso.

—No entiendes nada, Hypnos. Yo no quiero destruir. Yo quiero reinar. Quiero que los mortales vean lo que realmente son: criaturas insignificantes que no merecen nuestros regalos. Los sueños deben ser una prueba, no una recompensa.

—Esa no es nuestra tarea —replicó Hypnos con calma, aunque su tono era firme—. No somos jueces ni verdugos. Somos guardianes del equilibrio. Y, Okniton, si sigues por este camino, no me dejarás otra opción.

Las palabras de Hypnos se suspendieron en el aire como un juramento silencioso. Okniton lo miró con una mezcla de desprecio y amargura antes de darse la vuelta, las sombras siguiéndolo como un manto vivo.

—Entonces, prepárate, hermano —dijo antes de desaparecer en la penumbra—. Porque el equilibrio que tanto valoras está a punto de romperse. Y cuando lo haga, no habrá nada que puedas hacer para detenerlo.

Hypnos se quedó quieto por un momento, dejando que las palabras de su hermano se asentaran en su mente. Luego, suspiró y giró hacia la entrada del salón, donde Morfeo lo esperaba en silencio.

—Está peor de lo que pensaba —dijo Hypnos, su voz baja pero cargada de preocupación.

Morfeo asintió, su expresión sombría.

—No será fácil detenerlo. Pero debemos intentarlo, o lo perderemos para siempre.

El amor, ese sentimiento que para muchos es el motor de la existencia, fue tanto la bendición como la perdición de los oníricos. Morfeo, el guardián de los sueños, encontró en una musa la inspiración no solo para sus dominios, sino para su corazón. Juntos construyeron una vida llena de alegría y significado, con su hijo Orfeo como testamento de ese amor inquebrantable.

Pero donde había felicidad, también existía la sombra del resentimiento. Okniton, siempre al margen, observaba lo que Morfeo tenía con un deseo que iba más allá de la admiración. Anhelaba esa conexión, esa plenitud, pero en su mente torcida, el amor no era algo que se daba, sino algo que se tomaba.

Así, encontró a una joven mortal. Su belleza era innegable, pero lo que realmente atrapó a Okniton no fue su apariencia, sino el poder que sentía al someterla. En lugar de amor, lo que cultivó fue una obsesión enfermiza. La trataba con crueldad, siempre buscando quebrarla, reducirla a algo que pudiera controlar. La joven, atrapada en un ciclo de tormento, perdió poco a poco su luz, hasta que un día, incapaz de soportar más, decidió acabar con su sufrimiento.

Fue entonces cuando los hermanos oníricos intervinieron. Hypnos y Morfeo, al descubrir lo que Okniton había hecho, no pudieron quedarse al margen. Había cruzado un límite que ni siquiera los dioses podían ignorar: había robado la cognición de la joven, atrapándola en un limbo donde su voluntad ya no existía, donde era poco más que un reflejo de lo que había sido.

El enfrentamiento fue inevitable.

—¿Qué crees que estás haciendo, Okniton? —gritó Hypnos, su voz resonando con una autoridad que rara vez usaba.

Okniton, desafiante, respondió con una sonrisa torcida.
—Solo estaba protegiendo lo que es mío.

—¡No es tuya! —rugió Morfeo, avanzando hacia su hermano menor—. El amor no se toma a la fuerza, y lo que haces no es amor.

La batalla que siguió fue feroz. Okniton, con sus sombras y su rencor, luchó con una intensidad que rayaba en la desesperación. Morfeo e Hypnos, aunque profundamente afectados por lo que su hermano había causado, no podían dejar que la joven pagara por las decisiones de Okniton. Ambos hermanos sabían que, aunque su intervención había sido crucial para salvarla, lo que realmente necesitaba era sanación.

Morfeo, con su habilidad para manipular los sueños, decidió tomar responsabilidad por la cognición de la joven. La guiaría a través de paisajes de tranquilidad, construyendo en su mente un santuario donde pudiera descansar y curarse de los daños emocionales y psicológicos que Okniton le había causado. Los sueños que le ofreció eran hermosos, llenos de paz y serenidad. A través de estos sueños, Morfeo no solo trataba de protegerla de las pesadillas que habían sido sembradas en su mente, sino que también le ofrecía un refugio donde pudiera sanar, donde no sintiera más el peso del dolor y la desesperación. Cada noche, mientras la joven descansaba en su lecho hospitalario, Morfeo la guiaba a mundos en los que el amor, la belleza y la esperanza florecían, dejando atrás las sombras de lo que había sufrido.

Por otro lado, Hypnos decidió hacerse cargo del cuerpo de la joven, que yacía en coma en un hospital, luchando por mantenerse entre dos mundos. Usó su poder para entrar en su mente, conectándose con su cuerpo físico. A través de suaves manipulaciones, él buscaba sanar lo que fuera posible: calmar su dolor, aliviar sus heridas, y sobre todo, darle la oportunidad de regresar a la vida. Los dos hermanos trabajaron en paralelo, Morfeo tejiendo sueños de curación, mientras Hypnos cuidaba del cuerpo físico con delicadeza y paciencia. La joven no despertaría de inmediato, pero por primera vez en mucho tiempo, experimentaba algo que no fuera sufrimiento. En su sueño, encontró momentos de paz y amor, rodeada de paisajes de esperanza que le ofrecían la oportunidad de sanar.

Morfeo e Hypnos sabían que esto no podía quedar sin consecuencias. Su hermano había demostrado ser un peligro no solo para los mortales, sino para el equilibrio de sus dominios. Con pesadez en el corazón, llevaron el caso ante su madre, Nyx.

—Okniton ha violado los principios que juramos proteger —dijo Hypnos, su tono grave mientras relataba los eventos.

Nyx los escuchó en silencio, su rostro sereno pero imponente. Cuando terminó el relato, su mirada se posó en Okniton, quien no mostraba remordimiento alguno.

—Te he dado poder, Okniton, porque creí en tu capacidad para mantener el equilibrio junto a tus hermanos —dijo Nyx, su voz suave pero llena de peso—. Pero has traicionado esa confianza. Tu obsesión ha oscurecido tu juicio, y tus acciones han puesto en riesgo todo lo que protegemos.

El juicio fue severo. Aunque Okniton mantendría su lugar entre los oníricos, se le despojaría de parte de sus dominios, limitando su influencia. Además, Nyx dejó claro que cualquier otra transgresión no sería tolerada.

Mientras se retiraban del juicio, Hypnos miró a su hermano con tristeza.

—No puedo salvarte de ti mismo, Okniton —dijo antes de alejarse.

Morfeo, por su parte, no dijo nada. Solo tomó la mano de su musa y caminó hacia la luz, dejando a su hermano menor sumido en la sombra de sus propios errores.


 

Notes:

Notas del autor:

¡Gracias por leer hasta aquí!

Espero que hayas disfrutado de este capítulo final del segundo libro. Ha sido un viaje increíble y, como siempre, agradezco muchísimo el apoyo de todos ustedes. Pero… ¡esto no es el final! El tercer y último libro está en camino. Después de un pequeño descanso para asegurarme de que todo encaje perfectamente, estaré trabajando en la historia para traerles lo que será el epílogo definitivo de esta saga. Planeo comenzar a subir los capítulos poco a poco, dándoles tiempo para saborear cada momento.

¿Cuándo se publicará?
La fecha está por confirmarse, pero les prometo que no tendrán que esperar demasiado. Estén atentos porque planeo comenzar a publicar en mayo/junio de 2025. ¡Es solo un pequeño descanso antes de la gran conclusión!

Gracias de nuevo por su paciencia y por ser parte de esta aventura. ¡Nos vemos muy pronto!