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Despiadado

Summary:

¿Síndrome de Estocolmo o amor?
Cuando deseas a alguien completamente incorrecto...
Francisco Romero siempre soñó con encontrar al Sr. Perfecto. Irremediablemente romántico, sueña con enamorarse de un hombre bueno, casarse y tener un montón de adorables hijos. El problema es, que Francisco tiene propensión a sentirse atraído por hombres que son todo menos buenos.

Esteban Kukurizcka, un multimillonario homofóbico y cínico que siente rencor contra el padre de Francisco, ciertamente no es el Sr. Perfecto.
Frío, manipulador y cruel, él no es un hombre agradable y no pretende serlo.
Francisco está plenamente consciente de que Esteban no es adecuado para él. Su atracción por el tipo es sólo una forma del Síndrome de Estocolmo; debe serlo.
Si la vida fuera un cuento de hadas, Esteban sería el villano, no el héroe.
Pero incluso los villanos pueden enamorarse. ¿O no?
La historia de un niño que soñaba con el Príncipe Encantado y acaba enamorándose de la Bestia.

ADAPTACIÓN

Chapter Text

El traje era conservador, gris y aburrido.

Francisco Romero miraba su reflejo en el espejo con el gesto fruncido. Se veía... bien, pero el traje no logró el efecto que había deseado: no se veía mayor.

Quizás había sido esperar demasiado.

Suspirando, Francisco se pasó una mano por su suave mandíbula, deseando tener alguna barba varonil para ocultar su cara de bebé.

Tenía veintitrés años, por amor de Dios. Era vergonzoso que la mayor parte de la gente no creyera que tuviera edad para beber y tuviera que llevar su documento a todas horas. Francisco culpaba a su ridícula boca: debido a sus labios finos, su rostro parecia muy delicado con sus rasgos. Lo hacían parecer muy joven, y mientras que normalmente no era problema, lucir como un twink resultaba un dolor en el culo cuando uno tenía que asistir a una importante reunión de negocios. No es como que asistiera a demasiadas reuniones de negocios importantes.

Francisco le sonrió sombríamente a su reflejo y encuadró los hombros. Bueno, eso estaba a punto de cambiar. Iba a probarle a su padre que él podría ser confiable para cosas importantes.

Seguro, su padre iba a ponerse furioso cuando lo averiguara, pero esta oportunidad era demasiado buena para dejarla escapar de entre los dedos. No conseguiría una oportunidad como esta de nuevo. Normalmente, en Argentina, su padre lo mantenía con correa corta, vigilándolo como un halcón. A Francisco le habría gustado pensar que el motivo de ello era la sobreprotección de su padre, pero no era un iluso: Carlos Romero simplemente no confiaba en su hijo. Francisco trató de no tomarlo muy personal -Carlos Romero no confiaba en nadie- pero ya era tiempo de cambiarlo. No se había graduado con honores de la UBA sólo para pasarse la vida siendo una cara bonita en las campañas de marketing de su padre. Francisco siempre lo había odiado, pero estaba francamente enfermo con ello luego de los últimos dos meses pasados en Moscú, asistiendo a eventos sin sentido en lugar de su padre para la sucursal rusa de las Industrias Romero.

El mail que había recibido Francisco hace unos días resultó un bienvenido descanso de la abrumadora rutina a la que se había acostumbrado. Bien, técnicamente, el mensaje no era para él. Si Francisco no hubiera estado en Moscú, los empleados de su padre sólo lo habrían reenviado hacia la oficina principal en Buenos Aires, donde estaba actualmente su padre. En sentido estricto, Francisco debería haber hecho lo mismo en vez de leerlo, pero había estado aburrido e inquieto y el mensaje lo había intrigado.

-Carlos,

Mi secretaria parece estar teniendo problemas para contactarte. Me informó que ha sido incapaz de llegar a ti. Le dije que eras un hombre ocupado. Pero también yo soy un hombre ocupado. Tampoco soy un hombre demasiado paciente. Tenemos asuntos que discutir. San Petersburgo, 21 de febrero, 9 p.m., restaurante “Palkin”. Espero que estés allí. No llegues tarde. Sabes cuánto detesto la impuntualidad. Odiaría que nuestra amistad fuera arruinada por algo tan pequeño.

Espero ansioso nuestra reunión,

Esteban Kukurizcka.-

Francisco había leído el mensaje varias veces. Algo en él estaba mal. La forma amistosa parecía falsa. ¿O sólo lo estaba imaginando? No lo creía así. Además de que estuviera escrito en inglés hizo que no lo pudiera entender a primera leída.

Esteban Kukurizcka. El nombre le sonaba vagamente familiar, aunque Francisco no podía recordar en donde lo había escuchado.

Pero el hombre, fuera quien fuera, debía ser lo suficientemente importante como para ser capaz de asumir semejante tono de superioridad con Carlos Romero. Carajo, el tipo prácticamente estaba lanzándole órdenes a su padre. Francisco nunca había conocido a nadie que tuviera suficiente poder -y temple- como para hacer eso. Todos sabían que Carlos Romero no era alguien con quien jugar. El padre de Francisco era conocido como el multimillonario latino más despiadado, más poderoso… un multimillonario del cual se rumoreaba que hacía tratos con la mafia italiana y rusa.

Francisco no era ajeno a los rumores sobre su padre; habían estado por ahí toda su vida, pero alguien nunca pudo probar nada. Ni siquiera él, el único hijo de Carlos, lo sabía con certeza. El hecho de que el remitente no estuviera para nada preocupado por las repercusiones, pese a la reputación de Carlos, significaba que, quien quiera que fuera ese hombre, no era alguien a quien tomar a la ligera.

Tampoco.

Debería haberle reenviado el mensaje a su padre cuando lo había entendido. Pero Francisco siempre fue demasiado curioso para su propio bien.

Solo le tomó unos minutos Googleando para encontrar la información que Francisco necesitaba. Esteban Kukurizcka, treinta y tres años, era un magnate petrolero ruso, y multimillonario. Aparentemente, tenía docenas de compañías alrededor del mundo y se sentaba en la junta de otras docenas.

Un multimillonario a los treinta y tres años. Ese tipo de cosas no parecían ser demasiado raras en Rusia. Francisco había notado que muchos magnates rusos eran bastante jóvenes.

Pero no fue la edad de Kukurizcka lo que atrajo su atención.

Francisco estaba algo avergonzado de admitirlo, pero no pudo evitar mirar fijamente las fotos del tipo. Esteban Kukurizcka era un hombre alto, de cabello castaño con tonos rojizos, rasgos faciales juveniles, pero enmarcados en una barba que lo hacía parecer mayor, y unos oscuros casi negros. Parecía más un actor que un empresario exitoso.

Era estúpido crearse una opinión de un hombre que nunca había conocido, pero cuanto más miraba Francisco las fotos de Esteban Kukurizcka, más desconcertado se sentía. Incluso cuando el tipo sonreía, no parecía alcanzar nunca su mirada. Aquella helada mirada oscura dominaba completamente cada foto en que aparecía, llamando su atención cada vez. No había nada atractivo en esos ojos. En todo caso, la crueldad acechando en ellos resultaba francamente fea. El tipo era lo bastante apuesto, supuso Francisco, si te gustaran los hombres fríos y asertivos que parecieran poder romperte el cuello y aburrirse mientras lo hacían. A Francisco ciertamente no le gustaban. Pero, por algún motivo, tenía problemas para apartar la mirada. Era tonto. Sólo era una foto.. Una foto no debería acobardarlo tanto.

Sacudiendo la cabeza, Francisco comprobó la hora en su teléfono.

Si no dejaba pronto el hotel, iba a llegar tarde a su vuelo hacia San Petersburgo.

Francisco miró la puerta que iba a la habitación contigua y suspiró. Valentino. Probablemente debería decirle a Valen que saldría de Moscú. Pero entonces por otra parte, Francisco no estaba seguro de que su amigo notara su ausencia. Valentino estaba tan deprimido que no parecía preocuparse por nada en estos días.

Francisco hizo una pequeña mueca. Ver a su amigo en ese estado casi lo hacía cuestionar su sueño de encontrar el amor.

Considerando que el amor había convertido a Valen de un tipo encantador y extrovertido en un deprimido desastre enfermo de amor. El amor apestaba.

Las propias experiencias de Francisco también eran bastante decepcionantes: sus cuatro novios habían mutado de “Príncipe Encantado” a idiotas Reales. Para ser justos, nunca había sentido nada ni remotamente cercano a cómo era descrito el amor en las novelas románticas baratas de Corin Tellado -que Francisco no se avergonzaba de leer- por ninguno de sus novios. Nunca había sentido la clase de amor que le causara vértigo y lo dejara sin aliento. Para decepción de Fran, lo que ocurría en las novelas románticas era todo lo contrario de lo que experimentó en la vida real. Pero de nuevo, tal vez fue sólo que él tenía un talento especial para encamarse con pelotudos.

Sonriendo con autoarrepentimiento, Francisco se encaminó hacia la habitación de Valen.

Media hora después, luego de lograr sacar a Valentino de la cama y conseguir que prometiera comer mientras no estuviera, Fran finalmente estaba de camino al aeropuerto de Sheremetyevo.

Reposando en el asiento del taxi, Francisco miró por la ventana.

Se sentía algo culpable por dejar solo a Valen. Sabía que había poco que pudiera hacer para ayudar a su amigo, pero aún no se sentía bien irse mientras que Valentino claramente no estaba manejando con demasiada entereza la desquiciada ruptura con su amigo con derechos/mejor amigo/pseudo-hermano/alma gemela. Pese a conocer a Valen de toda la vida y ser uno de sus amigos más cercanos, Francisco sabía que nunca podría reemplazar a Simón: esos dos siempre habían sido co-dependientes como la mierda. Pero Fran también sabía que era una de las pocas personas en las que Valen confiaba implícitamente. Siempre se habían cuidado las espaldas mutuamente, habían estado uno para el otro cuando descubrieron que los dos eran gays, e incluso habían compartido el primer beso de ambos. Valentino fue la única persona a la que le contó con quién iba a reunirse.

Francisco frunció el ceño cuando sus pensamientos regresaron a su futuro encuentro con Esteban Kukurizcka. No fue la primera vez, que una sombra de duda se coló en su mente. Estaba volando a ciegas en esto. No tenía idea de lo que el magnate ruso querría de su padre. Los resultados de su investigación sobre el tipo tampoco fueron tranquilizadores. Esteban Kukurizcka tenía la reputación de ser un tiburón; se decía que controlaba su imperio comercial con puño de hierro. Francisco había buscado en la base de datos de las Industrias Romero, pero no tenía el nivel de autorización suficiente y no pudo encontrar qué conectaba a su padre con ese hombre.

Dios, estaba harto de ser mantenido en las penumbras. Sí, quizás lo que estaba haciendo era imprudente, pero era la única forma en que podría forzar la mano de su padre: si aprendía algo que no debería, su padre prácticamente no tendría más alternativa que confiar en él.

-Tal vez no estás listo para que confíe en vos.-

El pensamiento hizo que el estómago de Francisco se volteara. Era algo que había estado intentando evitar pensar. ¿Qué haría si los rumores fueran ciertos y su padre estuviera realmente tratando con criminales? ¿Si su padre era un criminal? ¿Querría Francisco que le confiaran ese tipo de información?

"Mi na meste (estamos)" espetó el conductor cuando el taxi se detuvo "S tebya dve tyschi rubley. (Son 2000 rublos)"

Francisco se estremeció y observó por la ventana. Ni siquiera había notado que ya había llegado al aeropuerto.

"Spasibo (Gracias)" dijo, agradeciendo al chofer con su ruso limitado y empujando cincuenta dólares en la mano del hombre. Francisco no tenía idea de si era suficiente o no: su ruso no era lo suficientemente bueno como para comprender el acento extraño del conductor.

El conductor le disparó una mirada extrañada y murmuró algo bajo su aliento -claramente algo poco halagador. Bastante acostumbrado a ello, Fran tomó su valija y salió del auto, deseando un vuelo sin complicaciones hasta San Petersburgo.

Pero por supuesto, haciendo que un día de por sí estresante empeorara, su vuelo se atrasó por el mal tiempo, y Francisco apenas tuvo tiempo de registrarse en el hotel que había reservado en San Petersburgo, antes de tirarse en otro taxi y darle la dirección del restaurante “Palkin” al chofer. Al menos había tomado la previsión de vestir un traje por lo que no tuvo que perder tiempo cambiándose. Era un pequeño consuelo.

Fran suspiró agotado cuando salía del taxi enfrente del restaurante. De momento, todo lo que deseaba era una ducha caliente y una cita con la cama suave que lo esperaba al regresar al hotel.

Esperando no lucir tan desgastado como se sentía, Francisco cuadró los hombros y caminó hacia la entrada frontal del restaurante. Esta era una reunión importante. No podía arruinarla.

El restaurante estaba bien decorado y era elegante en una forma anticuada. El preparado personal hablaba un excelente inglés, lo cual era un alivio. Francisco entregó su abrigo y le informó a la amable anfitriona que estaba allí para reunirse con Esteban Kukurizcka. La mujer sonrió y lo guió hacia una mesa en una aislada esquina del restaurante.

Esteban Kukurizcka ya estaba sentado a la mesa, su lenguaje corporal era relajado, casi aburrido.

Las fotos no le hacían justicia, pensó Francisco. Fracasaron en captar la intensidad de su presencia, y esos ojos eran todavía más inquietantes en persona.

A Fran le llevó todo su autocontrol no sonrojarse y moverse, mientras que el tipo lo estudiaba con frialdad. Y más intentar hablar bien en inglés.

"Buenas noches. A mi padre le resultó imposible asistir y me envió en su representación" dijo Fran, extendiendo su mano para un apretón "Francisco Romero."

Esteban Kukurizcka no se movió ni una pulgada, sus ojos casi negros aburridamente sobre él.

"¿Esto es una broma?" dijo finalmente, sin nada de acento ruso por alguna extraña razón.

Su bajo tono, culto, era impecable para todos los estándares.

Incluso el rematadamente aristocrático padre de Valentino no le encontraría falla.

"En absoluto" dijo Fran, tomando el asiento opuesto e intentando no demostrar lo nervioso que estaba "Mi padre está actualmente en Buenos Aires. Está en medio de importantes negociaciones. No podría venir con tan poca anticipación, por lo que me envió en su representación."

El hombre permaneció igual de inmóvil y aparentemente relajado como lo había estado antes. Pero Francisco era bastante bueno en leer a la gente. No se perdió el ligero estrechamiento en sus ojos negros.

Esteban llevó su bebida a los labios y la bebió lentamente, sus ojos aún evaluando a Francisco.

"No hago negocios con criaturas. No puedes tener más de dieciséis, quizás diecisiete años."

Francisco sintió el rubor en sus mejillas. Sabía que esto sería un problema. En momentos como este, consideraba seriamente la cirugía plástica para dejar de ser twink.

"Yo no soy una criatura" dijo.

Antes de que pudiera decir algo para intentar evitar que esta desastrosa reunión se pusiera peor, Esteban lo fijó con una mirada que probablemente podría congelar lava. Francisco no podía respirar, atrapado en esa mirada e incapaz de apartar la vista, su cuerpo tensándose.

"Si Romero no podía molestarse en venir, lo menos que podría hacer era advertirme para que no malgastara mi tiempo" Esteban se levantó "Vete a casa, malchik (chico)."

Y luego se fue, con dos silenciosos guardaespaldas reuniéndose con el a la salida. De inmediato, otros sonidos se precipitaron -suave música de piano, voces susurradas de otros clientes- como si Francisco hubiera estado en una especie de burbuja antisonido; como si la fuerte personalidad de Esteban Kukurizcka hubiera silenciado todo lo demás con su presencia.

Y entonces Francisco entendió lo que Esteban lo había llamado con condescendencia: malchik. Un niño.

Miró el asiento vacío, con una nueva descarga de humillación bañándolo. Sintió una fuerte necesidad de levantarse y salir, pero luchó contra ella. No había comido nada desde la mañana. Podría comer algo.

Francisco hizo una seña al camarero más cercano.

La comida estaba deliciosa, pero apenas pudo probarla con la decepción y humillación aún revolviendo su estómago. También sentía mucha aprensión. En vez de reenviar el mail a su padre, como probablemente debería haber hecho, había actuado por su cuenta y fracasado. Kukurizcka se había enojado por la ausencia de su padre. Las consecuencias de eso eran... inciertas. Francisco no sabía nada sobre el hombre como para predecir su reacción.

Después de todo, no tenía idea de lo que quería el ruso de su padre. En retrospectiva, quizás no debería haber metido la nariz en donde claramente no le correspondía, pero había estado podrido y cansado de ser mantenido en las sombras y solo asistir a eventos triviales. Sólo quería saber qué estaba haciendo su padre. Sólo había querido participar. Tal vez había sido estúpido meterse en esto a ciegas, pero siempre había confiado en su capacidad para seguir su propio instinto… hasta que ese magnate ruso con espeluznante mirada lo redujo a un ruborizado, cohibido, niño.

Estaba nevando para cuando terminó de comer y salió del restaurante.

Francisco se estremeció un poco y se abrazó a sí mismo, pensando una vez más en lo inadecuado que era su abrigo Burberry para los inviernos rusos. Nunca había tenido tanto frío en su vida.

Mirando alrededor y advirtiendo un taxi estacionado cerca, Fran sonrió aliviado y encaró hacia él con paso rápido, la nieve crujiendo bajo sus botas. Por primera vez en el día, la suerte parecía estar de su lado.

Entró al coche, le dijo la dirección del hotel al chofer, y cerró los ojos, sus pensamientos volviendo hacia el desastroso encuentro con Esteban Kukurizcka. No tenía sentido atormentarse a sí mismo. No era su culpa que el tipo fuera un forro de mente estrecha que consideraba estar por encima de hacer negocios con alguien que, simplemente, parecía muy joven. Era un error de Kukurizcka, no suyo. Francisco no era para nada tan joven e inexperto como parecía.

Sin embargo, la cirugía plástica o engordar parecía cada vez más tentadora a cada segundo. Un día iba a heredar el imperio empresarial de su padre, y no podría darse el lujo de no ser tomado seriamente sólo porque lucía como un adolescente enfurruñado. Probablemente tampoco ayudaba que tuviera ese enrulado cabello rubio claro, que sólo podía domarse con un afeitado o aplastándolo hacia atrás con gel. Y dado que su vanidad no le permitía afeitarse su revoltoso cabello, Francisco había recurrido a dejarlo crecer un poco y cortarlo a los costados. En las raras ocasiones en que dejó en libertad a sus rulos, sus amigos lo molestaron despiadadamente con que parecía un hada.

Francisco hizo una mueca al pensarlo. Cuando era más joven, esperaba que su aspecto madurara y ganara severidad con los años, pero a estas alturas prácticamente había abandonado esa esperanza: todavía su piel no había perdido la suavidad de bebé, ni las delicada estructura de su mandibula, lo unico que destacaba era su altura de modelo. Pero en conjunto con sus hoyuelos, labios finos y ojitos verdes no era de extrañar que tuviera problemas para ser tomado en serio por los colegas de su padre.

No, Francisco no tenía baja autoestima. Sabía que se veía bien. No tenía problemas para atraer tipos cuando quería un revolcón. Pero también era un imán andante para todo tipo de cretinos pervertidos. Verse de dieciséis cuando uno tiene veintitrés simplemente atrae problemas. Ya ni siquiera se sorprendía cuando los tipos pedían ver su documento antes de tener sexo con él. De hecho era una buena señal si lo hacían.

Francisco fue sacado de sus sombríos pensamientos cuando el coche empezó a acelerar.

Abrió los verdes ojos.

"¡Eh! Cree que esto es seguro" Sus palabras se apagaron cuando miró por la ventana. Dondequiera que estuvieran, no estaban en el centro de la ciudad. ¿Cuánto tiempo había estado soñando despierto? "… Amigo, estoy bastante seguro de que el hotel no está en esta parte de la ciudad."

No hubo reacción del conductor. ¿Quizás no hablaba inglés?

"Eto nepravilnaya doroga (este es el camino equivocado)" Francisco dijo lentamente en ruso, deseando que su pronunciación estuviera bien.

El hombre no dijo nada. El coche siguió acelerando. Ya ni siquiera parecía que estuvieran en la ciudad.

Con el corazón acelerado, Fran se mordió el labio. Seguro no era lo que parecía, pero era mejor estar seguro que lamentarse, ¿verdad? Lentamente, deslizó la mano al bolsillo derecho de su abrigo, donde guardaba el teléfono. Un sudor frío apareció en su frente cuando su mano no encontró nada.

Su respiración se aceleró mientras rebuscaba en sus otros bolsillos. Nada.

Mierda. Carajo, puta mierda.

Francisco se obligó a dejar el pánico y pensar. Se encontró con los ojos del chofer en el espejo.

"Mira, no quieres hacer esto" dijo, tratando de mantener su voz tranquila y con autoridad "Mi padre no es alguien a quien quieras enojar."

"Zatknis (callate)" murmuró el conductor.

Hubo también el inconfundible ruido del seguro de una pistola siendo quitado.

Francisco respiró hondo. No tenía sentido entrar en pánico. El pánico era inútil y estúpido. Pensá, Fran. Miró hacia atrás. Fuera estaba oscuro, pero podía ver a dos SUV negras siguiéndolos. Así que el chofer no trabajaba solo. No era un robo ordinario. Sabían quién era.

Francisco deseó estar más sorprendido, pero no lo estaba. Era hijo de un multimillonario. Su padre tenía muchos enemigos.

"Lo que sea que te estén pagando, te pagaré cinco veces más" dijo.

El chofer se echó a reír.

"Los muertos no necesitan dinero, latinoamerikanets (latino)" dijo en inglés con un fuerte acento.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Francisco ante las implicaciones de las palabras del tipo. Su estómago se apretó. El chofer estaba demasiado asustado de quien lo contrató como para traicionarlo, sin importar qué le ofreciera Fran. El miedo era una motivación poderosa.

Lo que básicamente significaba que Francisco estaba jodido. Ahora sólo podía esperar que, quien quiera que estuviera tras esto, solamente quisiera un rescate. Y nada más. Nada peor.

Chapter Text

El tiempo pasaba. Minutos, horas, Francisco no lo sabía. Su agotada mente evocaba un horrible escenario tras otro mientras esperaba a que llegaran a su destino, donde quiera que fuese. El chofer le había dicho que se callara cuando Fran intentó interrogarlo, por lo que estaba a solas con sus pensamientos.

De adolescente, Francisco creyó tener su vida completamente resuelta. Se iba a enamorar de un tipo bueno e insanamente atractivo a los veinte, quien lo adoraría también, tendrían una relación comprometida y estable por algunos años antes de casarse con él. Tendrían muchos hijos, y viviría su propio felices para siempre. Pensar en eso lo hizo sonreír ahora. Ya tenía veintitrés, el hombre de sus sueños había fracasado en materializarse, y ahora podría no vivir para ver el siguiente día.

Sí, la vida era así de graciosa.

Parece que se durmió en algún momento, porque lo siguiente que supo Fran, es que despertó sobresaltado cuando dos pares de manos lo arrastraron fuera del vehículo. Con un arma encañonada en su espalda baja.

"Camina" ladró alguien.

Aturdido y desorientado por el sueño, Francisco hizo lo que le ordenaron, parpadeando mientras se orientaba. Parecían estar en medio de la nada. Todavía estaba oscuro, pero podía distinguir el bosque surgiendo a unos treinta metros. El bosque rodeaba la casa en que estaba siendo medio arrastrado, medio empujado. La nieve era profunda, casi hasta sus rodillas, pesada y húmeda, y Francisco luchaba para mover los pies.

"Más rápido, blyad (Puta)" dijo el mismo matón, empujándolo.

Francisco contuvo la respuesta mordaz en la punta de la lengua e intentó caminar más rápido. Resistirse era inútil a esta altura.

Enfurecer a sus captores era simplemente tonto. Había ocho de ellos, y todos parecían estar armados. Tenía que cooperar… por el momento.

Al fin, alcanzaron la casa y fue rudamente empujado dentro.

Francisco cayó sobre sus manos y rodillas, jadeando. Los matones rieron, intercambiando varios chistes a su costa. Ignorándolos con estoicismo, Fran se puso de pie y miró a su alrededor. La sala no era para nada lo que hubiera esperado.

Estaba decorada con buen gusto y elegancia, prácticamente gritando ‘dinero’.

El ruido de la puerta abriéndose llamó la atención de Francisco.

Un hombre alto, fornido, con rasgos eslavos y corto pelo negro salió de la habitación. Inmediatamente los matones se pusieron firmes, dejando de lado sus miradas lascivas y burlas. El morocho intercambió algunas palabras con uno de los matones, demasiado rápido para que Francisco lo entendiera. El delincuente se refirió al fortachon como Jerónimo.

Finalmente, Jerónimo dirigió su mirada hacia Francisco.

Fran encontró sus ojos, negándose a demostrar miedo. Una de las pocas lecciones que su padre había taladrado en él, era que nunca debería mostrar miedo ante la adversidad.

"¿Qué quieres?" Francisco dijo con calma "¿Por qué me secuestraste?"

Jerónimo lo miró de arriba abajo.

"No tengo que explicarte nada, latino" dijo, con un acento muy marcado. Sus ojos se quedaron sobre la boca de Fran por un instante demasiado largo antes de que mirara al matón con el que había estado hablando y le diera una breve orden en ruso.

Si Francisco entendía bien, iba a ser encerrado en la habitación gris del primer piso y sería alimentado una vez por día hasta nuevas órdenes.

El estómago de Fran cayó al oír eso. Había esperado al menos obtener una explicación.

"Por favor, ¿podrías decirme algo?" Francisco lo intentó de nuevo "¿Por qué estoy aquí? ¿Quieres dinero?"

Los ojos de Jerónimo se posaron en su boca de nuevo, haciéndole helar la sangre a Francisco.

Finalmente, el robusto negó con la cabeza.

"Tengo órdenes de no hablar contigo" dijo y volvió a mirar a sus hombres "Zaprite malchishku v komnate seroi." (Encierren al chico en la habitación gris)

Dos matones tomaron a Fran y medio lo empujaron y medio lo arrastraron escaleras arriba. Francisco no luchó con ellos y no intentó hablar con Jerónimo nuevamente. El ruso no era quien daba las órdenes. No era quien estaba detrás del secuestro de Francisco. Jerónimo podría lucir poderoso, pero era un simple peón. No era con quien Fran debería estar negociando.

Si Carlos Romero le había enseñado algo a su único hijo, era que en cualquier situación adversa, siempre había lugar para negociar. Cualquier situación podría volverse a su favor… o al menos podría inclinarse ligeramente a su favor. Pero uno no negociaba con los peones. Uno negociaba con el rey.

Francisco esperaba con ansias conocerlo.

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Una rodaja de pan duro. Una pequeña botella de agua. Esa era su ración diaria.

A fines de la semana, los últimos vestigios del optimismo de Francisco se extinguieron ante el hambre que roía sus entrañas. Se sentía fatigado y débil, a veces casi mareado. En toda su vida no había conocido el verdadero hambre, no hasta ahora. Su estómago se contraía con espasmos dolorosos y lo único en que podía pensar era en comida. Necesitaba comida rica en glucosa.

Fran sabía que si no tuviera un bajo nivel de azúcar en sangre, probablemente no habría sido así de malo, pero era muy poco consuelo cuando el hambre lo mantenía despierto por la noche, acurrucándose en la estrecha cama, la única pieza de mobiliario en la habitación.

La peor parte era la forma en que algunos guardias disfrutaban torturándolo al comer toda clase de comida, con un aroma delicioso, frente a él; riendo cuando Francisco miraba fijamente con ojos hambrientos. A veces, si los guardias estaban ebrios o aburridos, o ambos, lo usaban como saco de boxeo, pero incluso eso era preferible a ver y oler la comida que no podría comer.

Su secuestrador no había aparecido. Por lo que Fran había oído, ni siquiera estaba en la casa. Ahora Francisco se sentía estúpido por esperar una visita del villano principal. No estaba en una cursi película de Hollywood en la que el villano siempre venía a regodearse y compartir sus planes maléficos con la víctima. Muy probablemente, Fran y su bienestar eran completamente insignificantes en el gran esquema de las cosas para la persona atrás de todo esto. Claramente, este secuestro no era por nada personal, y el villano no tenía nada que explicarle a él. La idea lo hería. Nunca se había sentido tan impotente en su vida.

Una noche, Francisco estaba acurrucado en la cama, temblando de frío y agarrándose el estómago, cuando escuchó el sonido de la cerradura abriéndose. Se tensó. Ya lo habían alimentado esa mañana. ¿Estaban los guardias aburridos de nuevo? Todavía le dolían las costillas de la última vez que habían estado aburridos.

Francisco intentó levantarse, pero probablemente no era una buena idea considerando lo fatigado que estaba, por lo que se conformó con sentarse y reclinarse contra el cabecero. Incluso eso drenó la poca energía que le quedaba, y tuvo que respirar profundamente para luchar contra el repentino ataque de mareos que cayó sobre él. No se iba a desmayar, carajo. No ahora.

La puerta se abrió y cerró, pero su visión todavía estaba nadando y sólo pudo distinguir una borrosa figura alta entrando en la habitación.

Finalmente, su visión se agudizó, el mundo entró en foco, y Francisco se encontró jadeando cuando se encontró con los fríos ojos negros de Esteban Kukurizcka.

Carajo.

Durante la última semana, había pensado un par de veces en Kukurizcka, preguntándose si tendría algo que ver con su secuestro, pero había descartado la idea. Esteban era un idiota condescendiente, y sus ojos espantaban completamente a Francisco, pero eso no significaba que el tipo fuera un criminal. Se había dicho a sí mismo, “magnates rusos asquerosamente ricos” no son sinónimo de “mafia rusa”. Bien, claramente se había equivocado en este caso.

Por un largo momento, sólo hubo silencio mientras se miraban uno al otro.

Francisco se removió, sintiéndose bastante cohibido.

Probablemente lucía patético. Sus rulos ya no estaban controlados por el gel, algunos caían sobre sus verdes ojos. Francisco llevaba la misma camisa de vestir verde claro de hace una semana, pero ahora estaba arrugada, sucia y manchada de sangre. Al menos le habían permitido tomar una ducha ayer -sólo porque el matón que le llevaba la comida se había quejado con Jerónimo de que apestaba-

Considerando todo, si Esteban Kukurizcka no había estado impresionado con él hace una semana, cuando Fran se veía en su mejor estado, era poco probable que lo tomara en serio ahora que parecía un golpeado niño, medio muerto de hambre.

"¿Qué quiere de mí?" Francisco dijo con calma… o al menos lo intentó, pero su voz estaba débil, las palabras formándose de un modo extraño en su boca.

La expresión inescrutable de Esteban no cambió. Siguió viéndolo en silencio, con una mirada aguda. Lo que era cien veces más inquietante que cualquier palabra.

Francisco contuvo el impulso de retorcerse.

"Mire, cualquier asunto que tenga con mi padre, no sé nada sobre ello. Sólo déjeme ir, ¿sí?"

El hombre se acercó y tomó su barbilla con un agarre de hierro, con tanta fuerza que dolía. "¿A qué estás jugando?"

Francisco parpadeó hacia él, confundido.

"No lo entiendo" dijo lentamente, intentando no hacer una mueca de dolor o mostrar su miedo.

Los labios de Esteban se afinaron.

"¿Por quién me tomas?" dijo "¿Por qué Romero me mandaría a su único hijo? ¿Desarmado, sin guardaespaldas, sin tomar ninguna precaución? Secuestrarte fue ridículamente fácil."

Francisco no pudo evitar reírse, aunque sus labios aún estaban hinchados por la última paliza recibida y le dolía un poco.

"¿Lo siento? Suena decepcionado."

El hombre lo miraba hacia bajo, como si Fran fuera una criatura extraña que no tuviera sentido alguno.

"No puedes ser un niño tan ignorante" dijo con disgusto, soltándolo y enderezándose.

Francisco lo estudió con curiosidad, el principio de un plan formándose en su mente. Si el tipo no podía ver más allá de su apariencia juvenil, podría usar eso a su favor. Quizás su apariencia adolescente finalmente sería buena para algo. Podría jugar ese juego, pretender ser totalmente inofensivo e ignorante… pretender ser el adolescente vulnerable que ciertamente no era.

Fran era optimista de corazón. Tenía la firme creencia de que no existía la gente completamente mala. Incluso los más endurecidos criminales desalmados, lo pensarían dos veces antes de maltratar a un chico vulnerable. ¿O no?

Bueno, valía la pena intentarlo.

Francisco puso su mejor mirada de cachorro y levantó la vista hacia el otro hombre por debajo de sus pestañas, donde estaban sus orbes verdes, dejando que su agotamiento y debilidad se mostraran en su cara.

"Estoy hambriento" dijo en voz baja. "Si no quiere que me enferme, debería alimentarme mejor. Tengo bajo nivel de azúcar en sangre. Me siento enfermo y mareado si no como bien."

No había un atisbo de remordimiento en la expresión de Kukurizcka.

"Estás vivo" dijo cortante "Eso es lo único que me preocupa. Un prisionero debilitado es menos problemático."

-Buenísimo.-

Negándose a rendirse, Francisco se mordió el labio y bajó la mirada.

"Está bien."

Silencio.

Esperó conteniendo el aliento, pero a cada segundo resultaba cada vez más evidente que este hombre era tan cruel e insensible como parecía.

"No has respondido a mi pregunta" dijo Kukurizcka, colocando su gran mano sobre la cabeza de Francisco con gentileza.

Francisco se quedó paralizado, sin atreverse a mirar, sin atreverse a respirar. Había algo sobre su gentileza que lo perturbaba profundamente. Sabía muy poco sobre este hombre, pero de algo estaba seguro: no tenía un hueso gentil en el cuerpo.

"Yo n-no sé qué espera que diga" se las arregló para decir, luchando contra una oleada de mareo causada por el miedo. Se quedó mirando hacia abajo a sus dedos descalzos "No sé nada de los negocios de mi padre con usted. Él no me cuenta nada. No sabía que vine a reunirme con usted. No tenía idea de en qué me estaba metiendo cuando decidí venir en su lugar."

Los largos dedos peinaron sus rulos con suavidad.

Fran no podía respirar.

Los dedos se apretaron antes de levantar su cabeza tirando su pelo. Duros ojos negros se clavaron en los suyos.

"¿Esperas que me crea eso?"

"Me está haciendo daño" dijo Francisco, dejando brotar las lágrimas de sus claros ojos. Se las arregló para hacer temblar su labio inferior "Le diré todo lo que sé, lo juro."

El doloroso agarre en sus rulos no aflojó para nada, pero la mirada de Kukurizcka bajó hacia el tembloroso labio de Francisco. La mirada duró una fracción de segundo, pero Fran no se la perdió.

-Oh.-

Bajó nuevamente la mirada mientras que una nueva idea se le ocurría. Francisco realmente no quería tomar este camino -parte de él ni siquiera podía creer que lo estuviera considerando con seriedad- pero... pero. Él no era una damisela en apuros. Se negaba a ser una damisela en apuros y esperar con timidez a ser rescatado. Fue su culpa haber actuado imprudentemente y terminar metido en este problema. Sin mencionar que su padre lo degollaría vivo si tenía que pagar una cantidad exorbitante de dinero para rescatarlo. Sí, Francisco la había cagado, pero aún así era su oportunidad de demostrarle a su padre que podía manejar situaciones difíciles por sí mismo. Si pudiera manipular a este poderoso hombre, haría más que probarle a su padre que no era un inútil, le demostraría que era lo suficientemente inteligente y que tenía recursos suficientes, como para que pudiera confiar en él.

Pero, ¿podría hacerlo cuando una simple mirada de este hombre le hacía debilitar de miedo las rodillas? ¿Cuando un ligero toque de él hacía acelerar su corazón y le afectaba la respiración?

Francisco levantó la mirada hacia el otro hombre de nuevo. Su estómago anudado cuando sus ojos se encontraron con los de Esteban. El ruso no era poco atractivo. Lejos de eso. Era ásperamente apuesto, con su despeinado pelo entredorado, barba y bigote desgarbados, nariz grande, y su mandíbula angulosa que le daba un aspecto duro. Estaba muy en forma, sus hombros amplios y poderosos bajo la negra polera que vestía. Si el hombre no hubiera sido tan alto, hubiera lucido fornido. Como era, sólo parecía una perfecta máquina de matar. Había una calmada agresión cuidadosamente contenida en su lenguaje corporal, algo letal y peligroso. Pese a que Francisco tenía una perfecta construcción y altura alta, se sentía pequeño junto a este hombre. Frágil.

Francisco humedeció sus labios con la lengua.

El agarre doloroso en su cabello se apretó, sin embargo, la voz de Esteban era muy suave.

"Quiero respuestas. Ahora."

Francisco tomó una respiración profunda, tratando de sacudirse los nervios. Esteban Kukurizcka sólo era un hombre. Sólo un hombre, como él o como Valen. Muy bien, quizás no como él ni como Valentino, pero aun así. Todo hombre, sin importar cuán endurecido e inteligente fuera, era susceptible a un poquito de manipulación y persuasión. Sólo debía encontrar el enfoque apropiado.

"Estoy diciendo la verdad" Francisco dijo en voz baja, manteniendo un tono abierto e ingenuo "Recibí el mail por error. Vine a conocerlo sin decirle a mi papá porque quería demostrarle que era lo suficientemente maduro como para involucrarme en los negocios familiares."

Esteban resopló burlonamente.

"Usted no me toma en serio. ¿Por qué piensa que mi padre sería diferente?" dijo Fran tragándose la venenosa respuesta que le vino a la mente.

Bingo. Podía ver que Kukurizcka finalmente estaba inclinado a creer en él.

El férreo agarre en su pelo se aflojó, convirtiéndose nuevamente en una suave caricia. Fran estaba inseguro de que era realmente peor.

"Entonces, sólo estás aquí porque eres un niño estúpido e imprudente" dijo Esteban, en tono suave.

Interiormente, Francisco se imaginó dándole un puñetazo en la nariz con gran entusiasmo y en gran detalle. Exteriormente, atrapó su labio entre los dientes y se encogió de hombros.

"¿Podría decirme por qué me secuestró?" preguntó, intentando ignorar los dedos que aún estaban enterrados en su cabello.

"No" dijo Kukurizcka.

"¿No teme ser el principal sospechoso por mi secuestro?" dijo Francisco, ladeando la cabeza "Está el correo electrónico. Hay gente que sabe que vine a conocerlo" Bueno, Valentino había visto una foto de Esteban y probablemente podría darle su descripción a la policía.

Kukurizcka no parecía preocupado en lo más mínimo.

"Tuvimos una reunión muy pública en un lugar muy público, una reunión organizada por los canales oficiales" Su voz seguía siendo suave, sus ojos desconcertantemente vacíos clavados en el pelo rizado de Francisco, mientras que sus dedos lo recorrían gentilmente "Hay numerosos testigos que me vieron irme mucho antes que tú y tomar un vuelo a Sochi, donde pasé la semana. El presidente de Rusia en persona podría confirmar mi coartada."

Las cejas de Francisco se dispararon hacia arriba. Exactamente, ¿Quién era este hombre? ¿Cómo podía un tipo relativamente tan joven acumular tanto poder?

Tres intentos para adivinarlo, pensó Fran reprimiendo un escalofrío.

"Entonces, ¿está demandándole un rescate a mi padre?"

Esteban no respondió.

"¿Qué hizo mi padre para enojarlo tanto?"

No hubo respuesta.

Francisco apretó los dientes antes de recordar su situación -recordar su plan- No podía mostrar su enojo. No podía tener una rabieta. Tenía que ser bueno. Tenía que, de alguna forma, suavizar al tipo. Tendría que seducirlo si era necesario.

Fran sintió que sus mejillas se sonrojaban algo. La meta se veía desalentadora, incluso imposible. Este hombre no podría haber llegado a donde estaba, siendo fácil de manipular. Él era peligroso. Si incluso sospechaba lo que Fran estaba haciendo...

Su estómago se retorció.

"Al menos dile a tus hombres que me traigan comida, ¿por favor? Me siento mal" Fran levantó la vista hacia Esteban y se humedeció los labios con la punta de la lengua "Tengo tanta hambre."

La mirada de Esteban siguió el recorrido de su lengua. Si Fran no se sintiera tan como la mierda, se habría reído. Parecía ser que su primer novio, Marcelo, le había dicho la verdad por una vez. El imbécil le había mentido por meses, escondiendo que estaba casado, y cuando la verdad fue descubierta -cuando su esposa se apareció por el departamento de Fran- Marcelo hasta tuvo el descaro de culpar a Francisco por haberlo sacado del “buen camino”, alegando que ningún tipo hetero de sangre roja, podría mirar sus labios y resistirse a pensar en empujar su pija entre ellos. Por entonces, Francisco se había sentido demasiado estúpido, patético y sucio, pero quizás, sólo quizás, Marcelo había tenido razón. Quizás.

Francisco exhaló con cuidado, dolorosamente consciente de los dedos de Esteban en su pelo, de esos fríos ojos escudriñándolo. Era imposible adivinar lo que estaba en la mente del tipo. Aunque Fran había atrapado la mirada de Esteban fijándose en su boca, su gay-dar aún no sonaba. Todo en él le gritaba que fuera cuidadoso con este hombre, que cualquier intento directo por seducirlo y manipularlo no sería bien recibido. No debía olvidar que el tipo, pese a su inglés fluido, era ruso. Mientras que ser gay todavía estaba lejos de ser algo simple por casa, las cosas eran mucho peores en Rusia. Aunque a Francisco no le gustara generalizar y estereotipar, no podía dejar de notar que los insultos anti-gay parecían arraigados en la cultura rusa. Cada juramento usado por sus guardias era un insulto homofóbico, ya fuera relevante o no.

Francisco nunca había sido llamado marica tan frecuentemente como lo fue esta semana, incluso cuando no dió ningún motivo para que sus guardias pensaran que era gay. Fran supuso que debería agradecer que sus puntos de vista homofóbico les impidiera hacer algo que los volvería maricones también, pero no era demasiado reconfortante. Se sentía incómodo sólo por estar rodeado por tanta hostilidad y repugnancia hacia lo que era. Si descubrieran que realmente era gay, Francisco sospechaba que sería una “luz verde” para que los guardias lo usaran a su antojo: lo racionalizarían como que él simplemente “lo estaba buscando”… y por supuesto, usar a un sucio maricón no los volvería gay.

Ese era el por qué debía andar con cuidado con este hombre. Un movimiento equivocado sería una invitación al desastre.

"Por favor" dijo fran a suavemente "Cooperaré en todo. Haré lo que quiera" mantuvo su voz libre de insinuaciones, asegurándose de que su expresión fuera sincera. No podía empezar nada… eso sería descaradamente obvio.

Sus entrañas le decían que Esteban Kukurizcka pertenecía a la categoría de hombres a los que no les molestaba el poder y les gustaba ver sumisión, aunque no necesariamente sumisión sexual. Francisco podría fingir sumisión. Si jugara bien sus cartas, tal vez ni siquiera precisara acostarse con el tipo. La idea de tener sexo con este hombre, tener las manos de Esteban en su cuerpo mientras que esos ojos desconcertantes lo miraban hacia abajo, provocó un escalofrío por el cuerpo de Fran.

Contra su voluntad, su mirada bajó hacia los musculosos muslos del otro hombre. Podía distinguir el contorno de la chota de Esteban bajo la tela. Aunque no estaba dura, parecía enorme, larga y gruesa. Tragando, Francisco se lamió los resecos labios, con una sensación retorciendo su estómago. Carajo , una poronga como esa lo destrozaría… y un hombre como Esteban Kukurizcka era poco probable que fuera suave. Sería duro, demandante e interesado únicamente en su propio placer. Fran prácticamente podía verlo: el pesado cuerpo del ruso sobre el suyo, aplastándolo mientras se movía entre los muslos de Francisco, usándolo como un agujero para su verga…

Esteban soltó su cabello y se alejó. Su vista se estrechó mientras estudiaba el rostro de Francisco como un halcón.

Fran le sostuvo la mirada, esperando no estar ruborizándose y que sus pensamientos sucios no estuvieran escritos por toda su cara. A veces detestaba su vívida imaginación. Ni estaba seguro por qué había estado pensando eso. Lo más probable era que Esteban no se sintiera atraído por él en lo más mínimo y no tuviera nada que temer. Tenía asuntos más apremiantes de los que preocuparse que la poronga del tipo… como conseguir algo de comida en su vacío estómago.

"Por favor" dijo Francisco con voz baja.

Cierta emoción parpadeó en el rostro de Esteban. Siguió mirando a Fran un poco más, con expresión nuevamente inescrutable, antes de darse la vuelta y salir.

Francisco se desanimó, la decepción casi aplastándolo. Había fallado. De nuevo.

Y entonces, escuchó la fría voz de Esteban, amortiguada por la puerta pero lo suficientemente clara:

"Daite malchishke chto-nibud poyest suschestvennogo.Myortvym mne on ne nuzhen" (Denle algo de comida decente al muchacho. No me servirá de nada muerto.)

Una pequeña sonrisa lenta arqueó los labios de Francisco.

Podría ser una pequeña victoria, pero sentía que su optimismo regresaba.

Pasitos de bebé.

Chapter Text

Esteban Kukurizcka se alejó del cuarto del prisionero, su humor más oscuro que nunca.

La sirvienta que encontró de camino a su oficina le echó una mirada, palideció, y agachó la cabeza, como si deseara que no la notara. Cosita inteligente. Una lástima que estuviera demasiado alterado ahora mismo.

La agarró del brazo. Ella se paralizó, apenas respirando.

"Lena, ¿no?" dijo en voz suave, mirando su cabello rubio y su delgada figura. No era particularmente bonita, pero tenía labios tersos y suaves. Sus ojos se fijaron en ellos. Su mandíbula se tensó.

"Sí" dijo mansamente, levantando la vista para verlo por un momento antes de dejar caer la mirada. Podía notar su pulso latiendo acelerado en la delicada base de su cuello. Tenía miedo de él. O quizás estaba excitada. Probablemente ambos.

En silencio, abrió la puerta de su despacho e ingresó. Sabía que ella lo seguiría dentro.

No se equivocó. Raramente lo hacía.

"Cierra la puerta" dijo.

La puerta se cerró tras él.

Hubo un momento de silencio, únicamente roto por el aullido del viento en el exterior y la rama de un árbol golpeando la ventana. Hacía mucho calor en la habitación pese al helado clima.

No había calefacción en la habitación gris, pensó Esteban, recordando el tembloroso cuerpo del niño. La falta de calefacción fue una decisión estratégica: generalmente los “invitados” que se alojaban en la sala gris debían debilitarse por el hambre y el frío.

Definitivamente no siendo mimados y alimentados adecuadamente.

La mandíbula de Esteban se tensó.

"Puedes irte ahora" dijo "O puedes desnudarte."

Luego de una breve pausa, oyó el sonido de ropa crujiendo.

Tomó una profunda respiración, intentando relajar los hombros. No sería bueno dañar a la muchacha. Más bien podría gustarle... cuando no sentía ganas de romper algo. O alguien.

"Sobre mi escritorio" murmuró. No estaba de humor para preliminares elaborados. No hoy.

Estaba húmeda cuando embistió en ella.

Ella dejó escapar suaves gemidos mientras él la cogía, completamente vestido excepto por la cremallera baja, sus dedos aferrándole las caderas en un agarre castigador, sus dientes apretados y sus ojos enfocados en la rabiosa tormenta de nieve exterior.

Apenas sintió que se corría. Sólo fue una liberación, un escape a su sombrío humor. No lo calmó en absoluto.

"Gracias, amor" dijo después, sacando algunos billetes de su bolsillo y colocándolos en el escritorio junto a la jadeante forma de la muchacha.

Ella sonrió aturdida, tomó el dinero y su ropa, y se apuró a salir de la habitación. Esteban ató el condón y lo desechó en el basurero. Dejándose caer en la silla, encendió un cigarrillo y cerró los ojos.

"Blyad" (Maldita sea.)

Incluso después de coger, aún podía ver los rulos rubios del muchacho y su suave boca rosa-cereza. Esa boca. Era una mezcla entre la boca de un ángel y de una puta.

Quería romperla con su verga.

Lo había deseado desde el momento en que vio al chico en el restaurante por primera vez, completamente vestido para la ocasión e intentando jugar juegos adultos sin conocer las reglas.

Esteban no estaba acostumbrado a negarse lo que deseaba.

Siempre conseguía lo que quería. Excepto que no podía cogerse la boca del muchacho, no podía partir esos labios con su verga y ahogarlo con ella hasta que sus verdes ojos queden hechos agua como su cuerpo deseaba.

Por amor de Dios. Él no era puto. Sin importar lo bonita que fuera esa boca, su atracción sexual por un muchacho no le sentaba bien. No le gustaba lo que no pudiera comprender y controlar. También era inoportuno como la mierda... debería estar pensando en cuál es el mejor uso que podría dar al único hijo y heredero de Romero. En cambio, había pasado minutos acariciando los suaves rulos del muchacho y contemplando su boca. Inaceptable. Y era totalmente inaceptable que hubiera cedido y ordenado a sus guardias alimentar mejor al prisionero sólo porque el muchacho revoloteó las pestañas que enmarcaban esos ojos verdes y se lo pidió bonitamente.

Esteban se carcajeó, disgustado e irritado consigo mismo.

Debería haber matado de hambre al muchacho. Debería haberlo privado de comida hasta que aquellos bonitos labios se pusieran pálidos y agrietados, hasta que aquellas atractivas mejillas fueran ahuecadas por la desnutrición, hasta que sus ojos del color del bosque pierdan totalmente su brillo, hasta que el muchacho se volviera feo y patético. Cómo un hombre ordinario con cara de toro, como Carlos Romero, ¿como se las había arreglado para producir un hijo que se viera así? era un jodido misterio.

Esteban arrojó su cigarrillo en el cenicero y presionó un botón del intercomunicador.

"Jero, tráeme una botella de vodka."

Podía sentir la sorpresa de Jerónimo incluso sin verlo.

"Pero tú no bebes" dijo Jero lentamente "Nunca bebes."

Esteban murmuró. "Siempre has sentido debilidad por decir lo obvio, Jerónimo" Su voz se endureció "Tráeme esa botella ahora."

"Dame un minuto" dijo Jerónimo, probablemente notando que Esteban no estaba de humor para tolerar su insolencia esta vez.

Jerónimo había sido su jefe de seguridad por casi diez años. Era muy leal -era una de las pocas personas en las que confiaba plenamente- pero Jerónimo solía soltarse demasiado, expresando su desacuerdo con las acciones de Esteban en situaciones en que la mayoría no se atrevería a hacerlo.

La puerta se abrió y cerró.

Jerónimo entró y puso una botella de vodka sobre el escritorio, sus negras cejas unidas por su ceño. Abrió la boca, pero la cerró al encontrarse con la mirada de Esteban.

Esteban se quedó observando la botella frente a él. Tenía la boca reseca y definitivamente el impulso de beber todavía estaba allí, pero lo aplastó con bastante facilidad. No había tocado el alcohol por quince años y no tenía intenciones de volver a hacerlo.

Todavía tenía el control de sí mismo y de su vida. Aún estaba al control.

Un muchacho con labios de chupa-pijas no iba a cambiar eso.

"Llévatela" dijo, satisfecho.

Jerónimo no hizo ningún comentario, sólo volvió a recoger la botella. Sus ojos castaños claros lo observaban en silencio.

"¿Qué?" dijo Esteban sin inflexión en su voz.

"¿Qué vas a hacer con el mocoso de Romero?"

Esteban encendió otro cigarrillo y le dió una larga calada.

"No lo he decidido aún. No planifiqué esto, exactamente" El chico prácticamente le habia caido del cielo.

Jerónimo ladeó la cabeza, con expresión curiosa. "Es muy raro en ti actuar impulsivamente."

Esteban encogió un solo hombro. "Reconozco una buena oportunidad cuando la veo."

Jerónimo asintió lentamente.

"¿Eso significa que vas a aprovecharte del muchacho?"

-Aprovecharse del muchacho.-

"Por supuesto que voy a aprovechar al muchacho" dijo Esteban, mirando la botella aún en manos de Jerónimo. Forzó su mirada a alejarse "Romero necesita que le enseñen una lección."

"Y pagar lo que te debe" dijo Jero.

"Ni siquiera es por el dinero" dijo Esteban, viendo hacia el cigarrillo en su mano "El latino ese jugó conmigo" pensó en los ojos sin vida de Michail y aplastó el cigarrillo en su mano "Nadie sale impune de eso."

"¿No crees que sea cruel arrastrar al niño en esto?"

"Tiene veintitrés años" Esteban dijo rotundamente. Lo había comprobado. Dos veces.

Jerónimo resopló.

"Es difícil de creerlo, ¿verdad? Si no te conociera mejor, no le daría ni un día por sobre los dieciséis años. Se ve tan… inocente, supongo."

Esteban le lanzó una mirada aguda.

"¿Por qué el repentino interés?"

Jero se encogió de hombros. ¿Estaba evitando la mirada de Esteban?

"Él es interesante. Durante la semana pasada no lloró ni una vez, no cayó en la histeria incluso cuando fue empujado a esp. Es prácticamente el prisionero perfecto."

Esteban continuó estudiándolo, viendo a Jerónimo ponerse incómodo bajo su escrutinio.

"¿Es eso así?" dijo Esteban.

"Sí."

"Tiene moretones en la cara" dijo Esteban, viendo a su jefe de seguridad "Y por la forma en que respiraba, sus costillas están al menos magulladas. Yo no dí esa orden."

Jerónimo tragó.

Esteban no suavizó su expresión, viendo a Jerónimo retorcerse. No era que le importara una mierda cuando sus hombres se ponían un poco rudos con sus “invitados”. Pero no toleraba que sus órdenes no fueran seguidas con precisión. No les había dado permiso a sus hombres para que tocaran a su nueva adquisición.

"Sabes cómo se ponen los muchachos cuando están aburridos" dijo Jero, todavía sin encontrar completamente su mirada.

"Lo sé" dijo Esteban "Pero es tu trabajo frenarlos."

Jerónimo asintió, sus amplios hombros cayendo.

"No va a suceder de nuevo" dijo, girando para marcharse.

"¿Participaste, también?" preguntó Esteban.

Jerónimo se congeló.

"Eso pensé" dijo Esteban, bajito.

"Mira" Jerónimo comenzó, con las orejas rojas "…solo sucedió una vez. Sé que no debería haberlo hecho, no debería haber dejado que ocurriera, pero estaba jodidamente helando fuera y tomé un par de tragos de vodka para calentarme y… sé que no es excusa."

"Realmente no lo es."

"¡Lo sé!" dijo Jero, la frustración y el arrepentimiento anudando su voz "Es sólo que hay algo en ese muchacho que hace que todos mis hombres se agiten, y yo no soy la excepción."

Los ojos de Esteban se estrecharon. Tenía una vaga idea de lo que volvía a sus hombres tan inquietos. Ni siquiera era la bonita cara del muchacho o sus ojos eléctricos o sus labios de chupa-pijas. Era el aire de inocencia en él. El impulso por corromperlo sería casi irresistible para hombres que ya no tenían ni una pizca de inocencia.

Por un lado, era un alivio saber que no era el único afectado por el muchacho, pero por otro... quedaba claro que dejar a Francisco Romero al cuidado de sus hombres podría no ser una buena idea si ellos eran tan fácilmente influenciados por el prisionero hasta el punto de olvidar sus órdenes. Era peligroso. Esteban se rodeaba únicamente por los mejores hombres, pero era consciente que pocos tenían un buen autocontrol. Algún borracho idiota podría ser demasiado susceptible a los bonitos labios del muchacho y sus ojos de ciervo.

"¿Estás diciendo que no puedes controlar a tus hombres?" dijo Esteban con un bajo y profundo tono.

Jerónimo tragó.

"Estoy diciendo que no puedo controlarlos alrededor del niño" respondió con una mueca "Sin importar con que los amenace, cuando están aburridos o borrachos, quieren divertirse. Y el muchacho se ve" Jerónimo se chupó el labio "…No gay, pero se ve jodidamente hermoso todo golpeado y amoratado."

Los dedos de Esteban se retorcieron.

"¿Tan así?" miró fijamente al fuego crujiendo en la chimenea.

Ese muchacho era peligroso. Si incluso podía poner a la cabeza, normalmente imperturbable, de su jefe de seguridad tan agitado...

"¿Esteban?" dijo Jerónimo tentativamente.

Miró hacia arriba.

"Estoy decepcionado de ti, Jerónimo."

Endureciendo la mandíbula, Jero asintió enérgicamente, su robusto cuerpo tenso y cauteloso. Esteban se quedó en silencio por un rato. Siempre disfrutaba esta parte. -Déjalo inquietarse un poco.-

"Espero que ese... error de juicio no vuelva a ocurrir" dijo por fin.

Jerónimo se relajó, exhalando.

"No ocurrirá. Lo prometo."

"No te creo" dijo Esteban "El hijo de Romero será trasladado al cuarto contiguo al mío."

Los ojos de Jerónimo se abrieron.

"¿Qué?, pero es un riesgo de seguridad…"

"¿Sabes lo que es un riesgo de seguridad, Jerónimo?" dijo Esteban cortándolo "Cuando mi jefe de seguridad se vuelve demasiado jodidamente distraído en el trabajo."

Jerónimo se estremeció.

"Te prometo eso no va a…"

"Tus promesas no son suficiente. No te castigaré sólo porque me has demostrado en el pasado que puedo confiarte mi vida. Pero ahora me has demostrado que no puedo confiar en ti, ni en tus hombres, con el mocoso de Romero" Esteban frunció los labios "Asegura el cuarto y mueve al muchacho allí. De ahora en adelante, hasta que me demuestres que puedo confiar en ti con esto, voy a ser el único que tenga contacto con el muchacho. Puedes irte."

Jero asintió y se marchó luciendo una expresión reprendida.

Tan pronto como la puerta se cerró tras él, Esteban se reclinó en su silla y exhaló, aflojando su puño.

-Me lleva el diablo.-

Esto era lo último que necesitaba.

Chapter Text

Con la cabeza palpitando por una jaqueca, Esteban estaba de mal humor cuando entró a su habitación esa noche. Se perdió una gran oportunidad de aumentar sus ganancias en Europa Central sólo por no haber estado allí en persona para revisar el trato. ¿No podían hacer nada sin que les sostenga la mano?

Suspirando, fue al baño adjunto y sacó algunas pastillas de paracetamol del botiquín. Tragando las píldoras, se tensó ante el sonido en la habitación contigua.

Por supuesto... el chico. Casi había olvidado su orden de mudarlo allí.

Esteban quitó el cerrojo de la puerta, la abrió y entró en el cuarto.

Francisco Romero estaba sentado en la cama, frotándose el abdomen. Levantó la vista, sus ojos ampliándose cuando vió a Esteban. En otros aspectos, ni siquiera se estremeció. Jerónimo tenía razón en una cosa: el chico no era propenso a la histeria.

"Gracias" dijo Francisco "Por la comida. Me alimentaron antes de traerme aquí" enterró los dientes en su labio, con la incertidumbre parpadeando en sus ojos "¿Por qué estoy aquí? Su gente no se molestó en explicarme."

Esteban se acercó.

"¿Qué te hace pensar que yo lo haré?" La idea era divertida.

Esteban lo miró fijamente, evaluando sus opciones. Siempre podría ordenarle a sus hombres que lo golpearan un poco, pero la idea no le sentaba bien. Culpaba a la apariencia engañosamente juvenil de Francisco.

Esteban admitiría fácilmente que no era un buen hombre. Hizo cosas que seguramente le aseguraron un sitio en el infierno... si es que existía la vida después de la muerte. Pero le hizo esas cosas a adultos, no a niños. Francisco Romero no era un niño, pero el aire de inocencia que tenía junto con su carita de bebé, jodía la mente de Esteban. No, no quería entregar al muchacho a sus hombres. Pero el chico debía ser castigado. Si Esteban no lo castigaba, Francisco podría empezar a hacerse ideas equivocadas. Esteban ya había sido demasiado suave con él.

"Te arrodillarás en esa esquina, traba tus manos detrás de la espalda y permanece en esa posición hasta las siete de la mañana. Sin descansos, sin ir al baño, sin dormir" dijo.

Francisco parecía querer protestar, pero cerró la boca, fue silenciosamente hacia la esquina y se arrodilló en el piso, enfrentando a la pared. En lo que refiera a castigos, distaba de ser lo peor, pero Esteban sabía lo incómodo y doloroso que sería mantener la posición.

"Demás está decir que esta sala está bajo constante vigilancia por video" agregó Esteban, enfocado en la rubia melena "No te gustará tu castigo si decides desafiarme. ¿Lo entiendes?"

"Sí, señor" murmuró el chico.

-Señor.-

Esteban dejó la habitación, intentando ignorar la forma en que esa pequeña palabra complacía algo en su interior. Un apodo honorífico como ese no existía en el idioma ruso… o mejor dicho, eran anticuados y ya no se usaban.

Tenía que admitir que, en ocasiones, el inglés podría superar a su lengua materna.

Chapter Text

La primera hora estuvo bien. Su estómago estaba lleno, la habitación cálida, e incluso tenía algo parecido a un plan. 

Francisco estaba aliviado y algo sorprendido por el castigo que Esteban eligió para él. Esperaba algo peor. Había estado algo aprensivo cuando ideó el plan de ser atrapado en el acto, pero todo salió a la perfección. Esteban se lo había comprado. Y ahora que el tipo estaba seguro de su superioridad e inteligencia, seguro de que podría ver a través de Francisco, sería más fácil suavizarlo y guiarlo hacia una falsa sensación de seguridad. Fran sintió una punzada de vergüenza, antes de recordarse que no fuera tonto.

Esteban Kukurizcka era un criminal. Hombres como él no merecían otra cosa. Además, no era como si estuviera planeando matarlo o algo así. Sólo quería salvarse a sí mismo. Sólo quería ir a casa. 

Eso era todo.

La segunda hora fue más difícil, y la tercera fue peor. Estaba volviéndose más incómodo a cada minuto. Sus rodillas estaban doloridas por estar arrodillado en el suelo durante tanto tiempo y sus brazos y hombros ya estaban empezando a doler.

La cuarta hora dejó en claro por qué Esteban había elegido un castigo aparentemente tan suave. El cuerpo entero de Francisco dolía por la rígida posición que estaba obligado a mantener, sus pies estaban dormidos, y su cuello y espalda dolían bastante. Fran tuvo que recordarse que esto era parte del plan. Tenía que ser “castigado” y aceptar el castigo del ruso para que pensara que fue forzado a la sumisión… por decirlo de algún modo. 

Pero casi se rindió hacia el final de la quinta hora. Sus párpados se cerraban, su vejiga estaba llena, estaba agotado, sus magulladas costillas aún le dolían por la paliza que había recibido unos días atrás, y deseaba tanto dormir que era un esfuerzo físico no hacerlo.

El reloj de pared parecía burlarse, marcando el tiempo tan lentamente. Los minutos se arrastraban. El tiempo avanzaba tan lentamente que se preguntaba si el reloj se habría roto. Francisco se mantuvo despierto imaginándose formas creativas de torturar y matar a Esteban. El maldito probablemente estaba durmiendo como un bebé en una cama suave, cómoda, sin preocupaciones en el mundo. Francisco ya no podía sentir sus extremidades.

Para las seis de la mañana, se volvió vagamente consciente de que su rostro estaba mojado por las lágrimas que surcaban sus mejillas. Le dolía todo, y sólo quería enroscarse sobre sí mismo y desmayarse por fin. 

Notó que ya no estaba solo cuando un par de manos fuertes lo levantaron por los hombros. Las piernas de Francisco cedieron. No podía moverse, con los pies aún dormidos y su cuerpo entero doliendo. Lloró, ocultando su húmeda cara en el ancho hombro del hombre.

"Shh" dijo una voz suave, baja, largos dedos acariciaron su pelo "Lo hiciste bien."

Parte del cerebro, privado de sueño y mareado, de Francisco le gritaba que dejara de agarrarse como un bebé al forro que le había hecho esto, pero la sentía muy distante e insignificante.

Esto se sentía bien -las manos se sentían bien- y estaba tan agotado.

Resoplando contra el hombro de Esteban, dejó que el tipo lo levantara y lo cargara hasta el baño. Una vez allí, Esteban lo bajó junto al inodoro, dejando que Francisco recayera contra él, abrió la cremallera de los pantalones de Fran y le dijo, "Puedes aliviarte ahora."

Cualquier otro día, Francisco le habría dicho que se fuera al carajo. Pero estaba agotado, privado del sueño, y le dolía todo. 

Quizás debería haberse sentido mortificado por su impotencia física y emocional, pero ya había superado el límite de la vergüenza.

"Si me voy, te caerás" la voz de Esteban sonaba seca, con un dejo de impaciencia.

Probablemente si.

En silencio, Francisco sacó su pija con sus dedos entumecidos y torpes. Intentó honestamente hacer lo que le dijo, pero con el amplio pecho de Esteban presionado contra su espalda y sus manos en las caderas de Fran, no podía relajarse lo suficiente para hacerlo. Tampoco ayudaba que su vejiga estuviera tan llena… estaba tan llena que le era difícil orinar.

"No puedo" susurró Francisco, cerca del llanto nuevamente. 

Estaba tan, tan cansado. Deseaba… Dios, sólo quería cerrar los ojos y ser atendido.

"Puedes y lo harás" dijo Esteban "No voy a tenerte ensuciando la ropa y apestando mis habitaciones."

¿Sus habitaciones?

Pero antes de que pudiera preguntar nada, Esteban empujó su mano, agarró la pija de Francisco y le dijo:

"Sólo relájate y hazlo. Tengo cosas más importantes que hacer que cambiarte los pañales."

Francisco contempló aturdido su reflejo en el espejo. Parecía una frágil muñeca en los brazos de Esteban. Una mano de Esteban sostenía su pija. La otra mano de subió hasta su vientre y comenzó a frotarlo en círculos. Había algo vagamente inquietante en el contacto del hombre: era tan decidido, como si... como si Francisco fuera alguna cosa de su pertenencia. 

Y aun así, de alguna manera, lo ayudó. Fran casi gimió de alivio cuando su reticente vejiga finalmente obedeció.

Fue una experiencia totalmente surrealista cuando Esteban sacudió un poco su pija antes de volver a guardarla. 

Nuevamente, la agotada mente de Francisco notó cómo de práctico y arrogantemente posesivo era el toque de Esteban, como si esto fuera completamente normal, como si Fran fuera algo que le pertenecía o a lo que le estaba haciendo algún tipo de mantenimiento. 

Debería haberlo enfurecido, pero la ira requería de energía, y él ya no tenía ninguna. Su cuerpo estaba quedándose sin combustible, luego de días de hambre debilitándolo y la falta de sueño ralentizando su velocidad mental.

"Ahora, a la cama" dijo Esteban, levantándolo de nuevo con un brazo y cargándolo fácilmente de regreso a la alcoba. Dejó caer a Francisco en el colchón y dijo "Tu ropa apesta."

Francisco parpadeó hacia él con ojos legañosos.

"Por supuesto que apestan" murmuró "Sus matones no me dejaron lavarlas. No tengo otra cosa."

Los labios de Esteban se apretaron. En un abrir y cerrar de ojos, se había ido.

Los párpados de Fran ya estaban cerrados cuando fue despertado por las sacudidas. Se quejó, dándose vuelta sobre su estómago y abrazando la almohada suave, perfecta.

"Dormirás luego de cambiarte" una odiosa voz familiar dijo "Apestas."

"Ah ha" Francisco murmuró contra su almohada.

Escuchó alguna maldición en ruso, pero su mente estaba medio dormida y no podía traducirla.

"Blya, eto mne chto li nado" (A la mierda conmigo, si esto es necesario) dijo Esteban con tono irritado, antes de sentar a Fran de un tirón y desnudarlo rápidamente. 

Francisco no abrió los ojos, apenas vagamente consciente de ser empujado dentro de algo largo y suave. Olía bien.

Estaba completamente enterrado boca abajo en la cama, cuando una mano gentil acarició su cabello. 

"Duerme."

"Ah ha" Francisco murmuró antes de abrazar su almohada y caer en un profundo y despreocupado sueño.

 

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