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Bocetos de Grafito

Summary:

¡El viaje de un entrenador por la región de Kalos como pocos lo han vivido! ¿Qué hacer cuando, por un error, tu mundo se cae a pedazos y debes fingir vivirlo todo como si fuese la primera vez?

Alistair es un joven complicado; de mirada distante y lengua filosa. Cuando las cajas de mudanza yerguen montones frente a su nuevo hogar, la perspectiva de conseguir a su primer pokémon deberá parecerle más emocionante que la posibilidad de huir tras el cándido alivio que ofrecen los desafíos de gimnasio.

El sitio le parece frívolo, el aire demasiado limpio y ya ha visto más rattatas de los que le gustarían entre las grietas de una cocina que no sabe usar. Sin embargo… ¿Quién es él para exigir más?

Justo ahora, él es Alistair: chico nuevo de Pueblo Boceto, sin una mancha en el historial y una vida entera por delante. Los ojos sobre él no son más que sombras, y la amenaza de un pasado que muta como la llama de una vela no es más que las fantasías de una mente inquieta.

Chapter 1: Belleza apátrida (Kάλλος)

Summary:

Forastero en una región que debe llamar hogar, la nostalgia socava quién era y lo que perdió.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Alistair estaba a pocas semanas de cumplir diecisiete años y aún no tenía un pokémon al que llamar “compañero”.

Bueno. En realidad, Alistair estaba a pocas semanas de cumplir diecisiete años, y todavía no estaba seguro de sentirse cómodo con ese nombre. No sin tener todavía una ciudad real en la que vivir, o una casa a la que poder llamar suya, al menos, mientras lo del nombre se resolvía.

Bueno. En realidad, en realidad, Alistair estaba a pocas semanas de cumplir diecisiete años, sin un pokémon al que llamar “compañero”, sin un nombre que se sintiese bien, sin una historia memorizada… y sin el vigorizante empujoncito de las manos gentiles que toda una vida se habían preocupado en darle aquello que llamaba “suyo”. Porque, siempre hijo del dinero que les brindó a ellos una casa donde vivir, el calor de un hogar y un nombre que, de ahora en más, no traería para sí más que escarnio y vergüenzas; todo lo que había celebrado familiar pesó junto a la tragedia de tener que lavar sus rostros y sonrisas con la misma fuerza con la que ahora diluía los rastros de bilis en sus dedos. Todos y cada uno de ellos condenados, por su seguridad, a nunca vadear más allá de las ínfimas costas donde la memoria era capaz de sembrar los pies sin lastimarse a sí misma.

Explicar por qué algo tan simple como una polaroid borrosa le alebrestaba el pecho daba más o menos igual cuando lo único que se atrevía a recibirlo frente al espejo eran los manchones de un rostro que era y había sido. Los bordes habían sido marcados con letras negras y en mayúsculas que deletreaban “CASA”, como si el simple hecho de existir y gritárselo en silencio a la cara fuese suficiente para materializar algo más que un peso inamovible sobre sus hombros. «Al menos la intención está», recordó de su madre, quien cada tanto intentaba brindarle cierta sensación de estabilidad en el huracán al que eran sus mañanas, corriendo de cuarto en cuarto y memorizando números telefónicos que, de otra forma, nunca vería la necesidad de usar otra vez. Un pequeño soplo de normalidad en una situación que parecía tener la morbosa fascinación de quitar el suelo bajo sus pies. Todos esos privilegios, claro…, y cuando recordase dónde estaba su nuevo y brillante lugar: en los silencios esquinados y miradas contemplativas que fallaban recordar algo tan importante como «Hey, tonto. Eres capaz de sentir».

Porque… él ya no era “Alistair”, sin pokémon, sin familia y sin un lugar al que pertenecer en la brillante región oligárquica que erguía con orgullo sus monumentos de paz.

Ahora, él era Alistair (“AEL-ihS-Teh-R”, según la tarjeta de pronunciación); sin pecados, sin sombra, y sin ganas de embarcarse en el mismo tedioso viaje que se forzó a iniciar en su dulce niñez, ya fuese para darle un trasfondo significativo a las sonrisas orgullosas de su madre, o porque la protección de testigos requería que hiciese una nueva vida en el infierno al que les arrojaron sin preguntar.

Eveline (nombre que se le hacía fácil recordar), no había tenido reservas con su emoción cuando le informó que uno de los hombres más buenos e influyentes de la región, el profesor Augustine Sycamore, le había dado el visto bueno a sus centinelas para embarcarlo en su pequeña excursión enciclopédica. Oferta que no solo se limitaba a su integración de una división de niños prodigio que lo harían desarrollarse en esa importante experiencia formativa —¿maestro pokémon? ¿Investigador? ¡Quién sabe!—; sino que también le brindaría el privilegio de escoger uno de los tres pokémon iniciales que la región de Kalos otorgaba a sus jóvenes aspirantes.

—Fuego, agua y planta —acallada por el barullo del aeropuerto internacional, la voz de su madre había sonado nostálgica. Ella nunca fue gran fan de las criaturas. No que él supiese. Sin embargo, el cambio de aires parecía haberle vuelto más prudente con respecto a ciertos temas—. Es reconfortante saber que, pese a la distancia, hay cosas que no cambian.

Alistair no tuvo reservas para murmurar una profanidad. En cualquier otro momento, aquello le habría costado un resoplido de Nana, o una risilla intrépida por parte de quien le incitaba a ello. Lavar el confort que le provocaban esa clase de pequeñas cosas era difícil si no se concentraba, pero él sentía que estaba mejorando. Una técnica en camino a perfeccionarse, incluso si sus mejillas sonrosadas por el frío indicaron lo contrario.

—Nada ha cambiado… —expresó al cabo; la cerámica, tibia entre sus dedos, le ayudó a ello—, si ignoras el hecho de que enumeran sus rutas desde el uno.

Ante la mirada escrutadora de su madre, Alistair dio otro sorbo a su café. El saborcillo terroso típico de los campos de Alola le hizo fruncir el ceño. Hacía mucho que no daba una vuelta por sus deslumbrantes playas, y dudaba bastante poder volver a tocar suelo tropical en lo que le quedaba de vida.

—No sería la primera vez que pasa, cariño. —La mirada olivácea de Eveline buscó algo entre la multitud a su espalda. Sombras, recuerdos—. Unova lo hace. Siempre lo ha hecho.

Sin ganas de un revés ingenioso, Alistair dejó que los avisos del altavoz ahogaran el resto de la conversación. Un vuelo a Sinnoh con escala en Hoenn partiría en quince minutos; la voz metálica de los parlantes hizo un último llamado a los interesados para que se dirigieran a la zona de abordaje. Si tenían suerte, su vuelo a Kalos sería el siguiente.

—Pero… No vamos a Unova, ¿cierto? —concluyó la mujer, perdida en su propio mundo. Luego, como quien no quiere la cosa, hizo señas apremiantes al mozo que les atendió.

Lo siguiente que viene a él cuando debe recordar ese día es el pequeño tríptico turístico que rapiñó de un estante al fondo de la sala de espera. Ubicado estratégicamente junto a los cubículos que vendían variedad de dulces tradicionales, muñequitos de plástico y la siempre confiable barra de chocolates y golosinas, Alistair se sumió en lo que paulatinamente se convertiría en su única diversión por el resto del viaje: Kalos como producto. Como una idea que sentías haber perdido hace mucho tiempo, sin saber cuánta falta te hacía tenerla en brazos. Un entramado de montañas, ríos y valles dispuestos en acuarelas para dar luz a un edén personal, mientras su historia y folklore tomaba el arduo trabajo de dar voz a la fantasía que eran sus tierras.

Por desgracia para la región, Alistair conocía ya la mayoría de esos trucos. Una infancia recolectando sellos en pasaportes no transcurría sin dejar huella, mucho menos si era algo que activamente le interesó por un periodo bastante significativo en su vida. Además, ¿por qué la mayoría de sitios tenían que tener nombres tan artísticos y pomposos? 

«Oh, por Arceus en lo alto», pensó, torciendo los labios. Si ellos, los kalosianos, sentían la necesidad de vender sus maravillas sobre un papel barato en una tienda de regalos, entonces lo que fuera que tuvieran en sus tierras no debía ser tan bueno y profundo como querían convencerle. No, señor. Él lo había dicho una vez hacía mucho tiempo, al fondo de un escandaloso rebaño de niños en uniformes, y tal parecía que las cosas no cambiarían ahora que la vida tuvo la graciosa idea de volverlo a raíces más humildes para el descubrimiento.

¡Ven y disfruta del legado histórico que remonta más de tres mil años en nuestra siempre abundante tierra!

(Imágenes de cascadas, un valle, monolitos y tres cuadros desencajados de la capital)

Los cinco sitios imperdibles que no puedes pasar por alto mientras recorres las grandes ciudades”.

—Atención, por favor. —El parlante emitió tres campanadas melódicas. Alistair, consciente de qué venía, echó un vistazo a la gran ventana que daba hacia la pista de despegue—. Extendemos nuestro llamado a los pasajeros del vuelo ciento dieciocho con destino a Kalos. Les pedimos, por favor, se acerquen a la puerta de embarque número cuatro, así como recordamos tener a mano la documentación pertinente para su identificación y abordaje. Agradecemos su colaboración y les deseamos a todos un buen viaje.

Tin, tin, tin.

Alistair buscó a su madre entre una multitud que despertaba de su letargo. Si bien no le hacía mucho peso dejar que el último avión de la noche se fuera sin ellos, tan acostumbrado como lo estaba a dormir en suelos fríos y salones bulliciosos, la idea de perderlo por culpa de su indecisión trajo un picor incómodo en sus palmas. ¿Qué la tenía tan embelesada? ¿Si debía llevar un llavero de growlithe o esa fea figurita de cerámica de un vulpix sin colas?

—Sí, mira… —Alistair se sostuvo el puente de la nariz cuando su madre le preguntó qué opinaba. El alboroto de pasos y voces amenazó con empeorar su jaqueca—. Cualquiera que te haga sentir mejor, mujer. No es como si te gustasen los de tipo fuego, de todas formas.

Con la chuchería bien guardada en una bolsita plástica, Eveline le entregó los boletos al uniformado junto al último umbral que los separaba del largo pasillo hacia el avión. Alistair observó con una expresión vacía al proceso. No había razón para darle un adiós más ceremonial a su tierra natal. No existían tampoco suficientes salas de espera en ese lado de la región, no pasillos o cuartos fríos y metálicos, que lo hicieran sentir nostalgia por esa parte tan extraña de su vida. Para la ocasión, un suspiro cargado de algo más que el frío polar de los aires industriales debería bastar para infundir algo más que una dignidad derrotista en sus pesares: cargar consigo la certeza de que no quedaba más para él que bosquejos de recuerdos, y que las pocas siluetas de voces y sonrisas que agitaban una despedida imaginaria bajo las sombras de la tarde sería mejor dejarlas morir con el resto de pasajeros apretujados en la cabina.

Su madre se decantó por un silencio inusual apenas despegaron de la pista, ahorrándose los ocasionales comentarios de cómo el atardecer pintaba las nubes de rosas y morados, o cómo las pocas estrellas que vadeaban un firmamento pronto a la llovizna tendían confundirse con los luceros y señales de las antenas del aeropuerto.

—Una de las camareras en la barra me dijo que las cafeterías de la capital debía ser una parada obligatoria cuando lleguemos. —El susurro enérgico de una mujer joven agitó los sueños dispersos de Alistair. Bien acomodados en sus lugares, una de las aeromozas le habían dado una almohada para el cuello luego de ver sus patéticos intentos por acurrucarse en el duro asiento de semi-cuero. ¿No pudieron también darle tapones para oído?—. Tú crees, cariño… ¿Crees que podamos ir ho… mañana?

La risilla de un hombre se ganó el reproche de la muchacha. Alistair gruñó, frunciendo el ceño. La pareja frente a él era joven y sensiblera. Recién casados, según cómo parloteaban respecto a su paradisiaca luna de miel, en tanto ella señalaba con emoción el mismo desgastado folleto que se topó en las tienditas.

—Tenemos el hotel para cenar y ponernos cómodos —dijo el marido—. Ya ha sido un día bastante agitado, ¿no crees?

—Recuérdame llamar al señor Jean-Pierre cuando aterricemos, hijo —farfulló su madre, dándole un susto—; luego de que haya cambiado la tarjeta del teléfono por la que me dieron en el hostal.

Alistair levantó una ceja. Su madre miraba por la ventana con una expresión indescifrable. No todos los asientos tenían sus pequeñas luces apagadas, por lo que las sombras de los que sí iluminaron parcialmente el rostro de la mujer, dándole un aire mucho más deprimente y pueril de lo que Alistair creyó ver jamás.

—¿Iremos al hotel cuando lleguemos? —preguntó, de voz grave y aletargada. Eveline no se volvió a mirarlo.

—No —dijo, y juntó las manos sobre su regazo. Ya no tenía ningún panfleto. Tampoco anillos—. Iremos directo a la nueva casa. En el pueblo aquel que nos dijeron. Pueblo Boceto.

Un vacío perplejo golpeó el estómago de Alistair, lavando de sí cualquier intento por descansar lo que quedaba de vuelo.

Si el culpable de ello había sido la cadencia en sus palabras, la creciente turbulencia que bamboleó la máquina, o la abrupta realización de las aguas negras y tormentosas que acortaban la distancia entre ellos… él no tuvo tiempo para decidirlo.

—Tengo… —Sus dedos se encontraron con el frío broche del cinturón. Tenía manchas de óxido hacia los bordes y era incómodo contra su vientre—. V-voy al…

¿Mal de alturas? ¿Un movimiento improvisto del viento contra el maldito pájaro metálico?

Habiendo hecho gran parte de su infancia entre compartimientos privados y pantallas con las que distraerse, Alistair no le había dedicado un solo pensamiento a la posibilidad de sufrir vértigo. Jamás había necesitado una bolsa; nunca el terror paralizante de pensar hacia dónde iba y qué le esperaba allá. Porque él, por muy difuso que le pareciese el mundo ahora que tambaleaba por el pasillo, nunca lo había necesitado. La caridad, el cuidado. La preocupación por qué le depararía el destino…

—Cariño…

Alguien golpeó la puerta del baño. Suave.

Alistair dio otra arcada en el inodoro, sosteniéndose con fuerza de la cerámica. Decir cuándo llegó sería tan difícil como pensar en cuánto tardaría en salir, demasiado absorto en su patético revoltijo de bilis y solo bilis, sin rastro alguno de comida.

—Sé que los viajes largos nunca te han sentado bien, cariño —el tono dócil de su madre le causó náuseas. Ella no podía verlo así. No podía.

Los nudillos de Alistair palidecieron cuando volvió el rostro hacia la puerta.       

—Pero… tenemos que irnos ya, dulzura. ¿De acuerdo? —continuó ella, seguidos de murmullos más lejanos. Alguna azafata, supuso—. El taxi nos pasará buscando dentro de media hora, y estas buenas personas necesitan que dejemos el avión pronto para terminar su trabajo. ¿Está bien, Alistair?

Notes:

Según la definición aportada por The UN Refugee Agency (UNHCR), el término apátrida se refiere a "una persona que no es considerada como nacional suyo por ningún Estado conforme a su legislación". Es decir, alguien que carece de nacionalidad.
Aunque los factores determinantes pueden variar (nacimiento, migración), esta práctica narrativa toma una interpretación más simbólica e introspectiva enfocada en el "pertenecer" más que en los aspectos legales o sociales que inmiscuyen ser un ciudadano reconocido de algún territorio.
La región de Kalos siempre ha sido para mí... una experiencia. Amor, odio, indiferencia. No jugué los juegos hasta mucho después que salieron, habiéndome desencantado por las carencias que el 3D trajo para la saga (sin saber lo que venía...)
Ahora, sin embargo, lo veo con otros ojos. Y me pareció apropiado ponerlo en Ao3, luego de tantas noches de desvelo en que me acompañó. Siento que debo retribuírselo de alguna forma (?)
En fin, esta historia está basada en mi equipo y partida de pokémon Wilting Y: un hackrom que aumenta bastante la dificultad del juego original, entre otras cosillas.
Con esto no espero mucho más que practicar mi narración y la puesta en acción de aquellas ideas que me emocionan. Espero sea una lectura disfrutable para cualquiera que se pase a echar un vistazo, a pesar de los errores :)
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 2: Bochornos velados

Summary:

Desde cuatro paredes que no son suyas, Alistair se permite contemplar la miseria de otros.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¡Sé que la mudanza no es un camino de rosas, Jean-Pierre! Por Dios, eso… Sí. Eso lo sé. Lo entiendo.

Habiendo subido los escalones de dos en dos, Alistair echó un último vistazo enfurruñado a su madre. La mujer estaba caminando sin dirección en el cuarto vacío que suponía ser su salón. Si bien aquella casucha no era de las más grandes que llegó a ver esparcidas por el pueblo, la falta total de muebles y el nítido velo de polvo que cubría los tablones de madera le hacían ver mucho más deplorable y fuera de lugar de lo que se esperanzó en un primer vistazo. «Y eso, claro…» si no contaba con que el único baño con ducha se hallaba escondido en la planta baja, en ese mismo oscuro y entelarañado pasillo que guardaba la habitación de su madre.

—Pero… Okay, ¡okay! —Eveline se sostuvo el puente de la nariz—. No, Jean-Pierre. Eso no… ¡No! ¡No puedes decirme que tendría todo listo apenas llegar, con más de una semana de antelación, y que no encuentre ni una sola caja frente a la puerta!

Alistair rodó los ojos, indolente a la vocecilla que soltaba excusas tras excusa al otro lado de la línea.

Hacía hora y media que su último equipaje había llegado a sus manos; treinta minutos desde que un taxi demasiado caro los dejara frente a la reja metálica de su nueva y pintoresca guarida, y más de quince minutos desde que Alistair se lastimó las encías al intentar restregar lo último del vómito en su boca. Sin haber puesto bien un pie en la capital, los noticieros de las grandes pantallas habían balbuceado algo con respecto a la alta posibilidad de lluvia en los rincones sur de la región: justo donde quedaba la última de sus paradas en ese trajín de aeropuertos y comida plástica que había sido su vida el último año y medio.

¿Quiere acaso que se mojen nuestras cosas? Alistair pensó para sí, visualizando un supuesto de cajas empapadas en el umbral de la puerta. «Al menos fingen que les importa».

—¡¿Y encima pretendes que no les recla…?!

La puerta de su cuarto se abrió y cerró con el mismo chirrido lacónico de bisagras oxidadas. Alistair bufó, resignado como lo estaba a la idea de tener que soportar las fantasías idealistas de su madre destruyéndose con cada día, minuto, que pasaba. Claro que sus niñeros no se preocuparían por averiguar en qué parte de la región habían ido a parar sus muebles prestados. No tuvieron la delicadeza por encender las luces delanteras —decirles qué llave servía para abrir qué cosa—, por lo que no perderían el sueño imaginando qué tan cómodos estarían los primeros tres o cuatro días durmiendo sobre colchones desnudos, sin mantas o trapos limpios que les ayudasen a fingir normalidad en un sitio que claramente no los quería ahí.

—Las paredes se ven gruesas, por lo menos —pensó en voz alta, acercándose a uno de los dos únicos muebles que poblaban su habitación: una mesita de noche abierta junto a su cama individual.

De haber sido otros tiempos, y de haber sido otra vida, aquel escándalo tan propio de su madre hubiese sido el foco de sombras y siluetas con los que Alistair estaba más que acostumbrado de lidiar. El muchacho soltó una risa caustica al imaginárselo, posicionándose junto a la ventana redonda y de cristales rotos que daba hacia un patio trasero bastante crecido. ¿Que alguien escuchó un rumor de llanto por sobre la puerta? No. No lo hizo y no pudo haberlo hecho. Y ¿que uno de los del servicio lo oyó liándose con alguien cerca de los establos sur? No; como una mierda lo había hecho.

Alistair suspiró, maniobrando un zippo recién birlado de algún bohemio distraído en la zona de descarga.

—Solo espero que los vecinos no sean tan…

—¡Rhyhorn, ven aquí!

El muchacho dejó que la brisa nocturna lo golpease de lleno en el rostro. Una jovencita rubia, de pijama rosa y coleta alta, hizo señas a su pokémon para que saliera de la casa. Por lo claro de la luna, gorda y plateada entre el celaje de la llovizna, Alistair notó cómo afilaba un atisbo hacia su nuevo hogar. ¿Buscaba algo?

—Sí, sí… Ya sé que está frío y no te gusta. —La muchacha entrecerró los ojos hacia el muro de arbustos desaliñados que separaba ambas propiedades—. Venga, Rhy-Rhy. ¡No es momento para ponernos exigentes!

Su pokémon, una masa gris y perezosa que se lo pensaba una y cien veces antes de poner una pata sobre el pasto húmedo, lloriqueó un poco antes de dar una pisada aprehensiva fuera del camino de adoquines. La muchacha negó con la cabeza, murmurando algo que Alistair no supo darle sentido. La familiaridad en su expresión, sin embargo, le indicó que aquello no era una ocurrencia novedosa.

—Ya escuchaste lo que dijo mamá —dijo ella, dando unas palmaditas en la cabeza picuda del mastodonte—. No puedes quitarle la cama a… ¡AH!

—Buenas noches, señorita. —Modulando una sonrisa cortés, Alistair dejó que la pequeña llama del mechero encendiese la punta de su cigarro. Debía suponer, por el sonrojo de la muchacha, que atraparla espiando sin cuidado a los nuevos vecinos no debía dar la mejor de las impresiones—. Clima agradable, ¿no? Aunque a su mascota no parezca gustarle mucho.

¡E-e-eso no…! —La muchacha bajó el rostro, buscó a su rhyhorn, arrugó los bordillos de su camisa sin mangas y, finalmente, perdió el poco valor que le quedaba para volverse hacia la ventana—. No es…

Alistair tarareó, cruzándose de brazos sobre el marco de la ventana. La primera calada abrasó su interior con la fuerza de quien se había desconocido en el pequeño cubículo del avión. No importaba cuánto se hubiese lavado la boca, con y sin pasta dental, sabía que el amargo regusto de la bilis no se iría tan fácil.

—Un guardián, entonces. —dijo, tratando el humo como vaho. Olía tan deplorable como todo lo demás en esa pocilga, pero al menos sabía cómo calmarlo—. Salir a esta hora es complicado. Incluso si es a su mismo patio, con toda esta lluvia y el lodo…

—E-estoy bien, gracias. —La muchacha arrugó el entrecejo, incordiada. Los puños que apretujaban su pijama se deslizaron con facilidad hacia sus brazos para sobar el fresco de la noche.

—Hmh. Ya. —Alistair ladeó la cabeza—. ¿Y su amiguito? Se ve incómodo allá.

La chica dio un respingo, temiendo lo peor. Cerca del muro empedrado, el pokémon de tipo tierra estaba haciéndose un hueco entre las raíces de unos rosales. Si para dormir o escapar de la lluvia, su falta de expresión hizo bien en no revelar demás.

—No, ¡no! ¡Rhyhorn, ahí no es! —exclamó ella, dando trompicones hacia su pokémon. Un intercambio lleno de quejidos y sacudidas en el charco le permitió a Alistair soltar una risilla cruel— ¡¿Cuántas veces te he dicho…?! ¡Ay, no; deja las flores!

—Oh, sí… —dijo el muchacho, dando otra calada. Los restos de ceniza que cayeron contra el alfeizan fueron prontamente llevados por el viento—. Tenga cuidado. A pesar de las creencias populares, la humedad puede serle contraproducente si son muy jóvenes.

La desconocida le echó un atisbo irritado mientras se levantaba. El rhyhorn, con un pedazo de rosa en la boca, movió su precaria colita y ladró.

—Ja, ja… —La muchacha se sacudió como pudo su pijama de flores, apretando la mandíbula—. ¿Como fumar?

—Uhm, ¿esto? —El muchacho levantó el cigarrillo con pereza. Su nueva vecina abrió mucho los ojos, casi tan gris como su pokémon. ¿Qué? ¿No tuvo que haberla escuchado? «Pues qué ruidosa es…»—. Sí. Si se hace con mucha frecuencia, sí que puede ser dañino. Pero, no se preocupe, señorita. Yo no soy lo que se dice un fumador acérrimo, ¿sabe? —Sonrió, apoyando la mejilla en su palma—. Es más: bien podría servirle a usted para calentarse un poco. Es un conjunto muy bonito el que tiene, pero quizá no sea…

—¡P-pervertido! —chilló la muchacha, cubriéndose el pecho con ambos brazos. Alistair camufló su sonrisa tras el humo. «Siempre funciona»—. ¡¿No te han enseñado modales?! ¿O, quizá, decencia básica?

—¿Como: no espiar a tu vecino?

—¡Serena!

Una sombra bailó desde el interior de la casa, derramándose sobre el pórtico trasero. Serena dio un saltito en su lugar, volviéndose hacia la voz con los ojos bien abiertos. Su madre, supuso Alistair, mientras apagaba el cigarro. «La dueña de los rosales merendados».

—¿Qué haces todavía afuera, hija? —preguntó la mujer a Serena—. Deja a rhyhorn en su caseta y vuelve adentro. ¡Ni pienses que te vas a resfriar en un momento tan importante!

—¡Y-ya voy! —dijo la muchacha, y se volvió a su pokémon para empujarlo hacia su lugar de descanso—. A eso iba, mamá. Perdón. Ya voy a entrar.

La mujer soltó un último «hm» y cerró con un chirrido lo que al muchacho le pareció una reja. Con una premura abochornada, Serena comenzó a limpiarse la tierra de su pantalón de seda.

Alistair, por su parte, estiró los brazos y bostezó desvergonzadamente, muy intencionado a que lo escuchasen.

—Que tenga dulces sueños, señorita —dijo, dándole un ademán caballeroso. Serena lo miró con cara de pocos amigos, pero no dijo más—. No olvide lavarse bien las manos.

Notes:

En el borrador original, este capítulo y el anterior eran uno solo. Por ello, pueden considerarse inmediatos en la línea de tiempo.
En cuanto a la introducción del rival, nunca he sido muy fan de Serena/Calem como personajes en los juegos. Siempre los sentí bastante falsos. Algo en su forma de aceptar la derrota o cómo eran sus diálogos me hacía sentir desconfianza. El sentimiento ha mejorado bastante, claro, porque he aprendido a que interpretar las cosas de tu propia manera es divertido.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 3: Un paso adelante

Summary:

¡El día de escoger a un nuevo pokémon ha llegado! Alistair piensa qué tan difícil debería ponérselo a todo el mundo.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¡Por Arceus, hijo mío!

Un toque a la puerta. Nada.

Dos toques a la puerta; una risilla silenciosa desde el interior.

Cuatro golpes, ya forzando el picaporte…

—¡Ya es la sexta vez que subo, Alistair! —gritó su madre, dando un pisotón al suelo de madera—. ¡Se te va a hacer tarde! ¡Ya es tarde, de hecho! ¡No voy a escuchar regaños de nadie por culpa tuya!

El aludido, muy cómodo y despierto en su cama, menguó una sonrisa hacia la pantalla de su celular. No parecía quedar mucho más del encanto matutino en la recopilación de skittys graciosos que hicieron su madrugada. Una pena.

—¿En serio quieres comenzar así tu primer día? —Eveline forcejeó un poco más antes de darse por vencida. Alistair rodó los ojos—. ¡No serás un obstáculo para nadie más que para ti mismo!

Dando un último vistazo al porcentaje de la batería, el muchacho se quitó las sábanas de encima. Algo repiqueteó desde la escalera. Pasos, quizá. La indignación muda de su madre una perezosa mañana (casi mediodía) de miércoles. Hacía poco menos de media semana que la negligente compañía de mudanzas les permitió instalarse en la nueva casa: dos días para descargar los muebles y una madrugada extra para que la ropa y demás minucias llegasen a sus manos. ¿Qué nadie podía entender que seguía cansado por eso?

¡Ah~! ¿Madre? —Alistair bostezó, estirándose como un purrloin perezoso—. ¿Qué horas son estas…?

—¡La puntualidad no espera por los irresponsables! —gritó la mujer desde abajo—. ¡No voy a perder más de mi tiempo contigo!

Alistair pasó una mano por su desaliñado cabello rubio con la esperanza de que deshacer los nudos aliviase el hormigueo en la punta de sus dedos. ¿Cuándo había sido la última vez en que se dignó a cortarlo, de todas formas? Ya casi le rozaba el hombro… Era cuestión de tiempo para que la humedad de Kalos lo dejase con la misma patética impresión de un jolteon descargado.

—Mhm. Como si te importara, mujer —refunfuñó, apartándose el fleco—. Ahora, ¿dónde demonios está la bolsa con…?

Alistair se levantó de la cama con ademanes reposados. La falta de un sueño reparador hizo de sus músculos una masa punzante e incómoda. A lo largo del cuarto, la mayoría de sus trastos personales (closet, silla de escritorio, libros y la contada cantidad de equipos electrónicos que no le rapiñaron), seguían enmarañados con la reglamentaria tela plástica que salvaguardaba a la compañía de cualquier queja. Sabiendo que su estadía en la casucha era contada por días, si no horas, ¿qué sentido tenía el molestarse por dotar de calidez un espacio que muchos a su espalda describían como un asunto de mero trámite, si tenemos suerte?

No era insólito pensar, entonces, que ese viejo hábito de rebuscar su ropa limpia entre las bolsas negras se mantuviese a pesar de las circunstancias. Las escasas cosas que sí valía la pena solían llevar más de una semana apiñadas en el fondo de su mal llamado bolso de viaje: ese morral viejo y desgastado con el símbolo de una pokéball timbrada al frente que le arrojaron dos días antes de abordar su primer avión fuera de suelo kantoniano. Lo cual, si le preguntaban, era una broma descarada y cruel producto de cualquiera de los bastardos que siempre le veían por encima del hombro en los pasillos de la Central. ¡Él juraba haber visto algo así en la portada de alguna revista dedicada a aventureros!; “Máximas del primer gran viaje: vive la experiencia como todo un veterano con el equipo adecuado”. Raro era que la maldita cosa no oliese al rattata de algún mediocre.

—¿Para qué necesitas otro, eh? ¿Qué llevas contigo que necesita tanto espacio? —Había cuestionado bruscamente uno de los hombres que solían barajarle preguntas tramposas. Alistair lo admitiría luego: sin mediador y sin oferta, había sido estúpido imaginar siquiera el bosquejo de una propuesta—. No quieras ponerte demasiado cómodo, muchacho. Ya todo se ha dicho. ¡Poco lugar nos queda para más arreglos!

Repitiendo en su mente las cientos de órdenes y reglas que murmuraron bajo el tupido manto de los jardines, el “que no se lleve nada” fue de las cosas que más ruido le hizo. Para ese entonces, Alistair se había cansado de morder y patalear. Cuando uno de los agentes de la ley armado hasta los dientes le estampó la cara contra el frío capó de una camioneta blindada, supo que no tenía caso. No lucharía más esa noche, pero se aseguraría de recordarlo. Un fin de semana completo les tomaría rapiñar de sus manos cualquier intento de recuerdo que hubiesen tenido la suerte de deslizar en sus bolsillos. Algunos serían tan simples y decepcionantes como relicarios o pequeñas joyas familiares que tenían más peso de consciencia que en metálico. Otros, simples papeles arrugados que su madre, llamándolos números y pruebas, se negaría de explicar hasta el día hoy. Él todavía no lo entendía, pero supo que no tenía ningún mérito traerse corajes al presente con respecto a ello. Si las sirenas policiales y la marea de azules y rojos no consiguieron marearlo de rabia, aquella pequeñez tampoco debía hacerlo. ¿No?

Irónicamente, pensó, lo único que sí le dejaron conservar de esa noche había sido la ropa sucia que le pesaba encima. “Nada más que una camisa blanca, pantalones de mezclilla y zapatos deportivos llenos de barro y briznas de pasto que le costaron la huida por los jardines barrocos de la mansión”, según leyó —y describieron— en informes posteriores. Alistair no dudaba de que esas prendas, junto a todo su closet principal, se hallasen guardando polvo en uno de los tantos escaparates del cuarto de pruebas, en alguna caja de caridad que leía precios para subastas y remates, o, quizá, hasta reducidas a cenizas por la mano de los hornos industriales propiedad de la organización. Era bien sabido por todos que a los agentes no les gustaba dejar cabos sueltos al cerrar sus casos, y una marca más de victoria en su historial como lo fueron él y su madre no sería la excepción.

—Y… ja. —Alistair frunció el ceño, mirándose de refilón al espejo. La tela desgastada y lo infantil de su nuevo uniforme no tardaron en cobrar un retorcijón amargo en la boca de su estómago—. ¿Todo eso para qué?

Ahora, Alistair tenía una chaqueta azul de cuello alto, pantalón gris oscuro y botas altas del mismo deprimente color. Sobre la silla de su escritorio, para variar, le aguardaba una camiseta desteñida como único cambio, un par de pantalones de jean claros y… ¿Zapatos? ¿Deportivas? ¿Qué coño importaba? Qué más da.

Si el mundo no dejaba de recordarle con una sonrisa aquello que ya no podría ser, él tampoco se lo haría fácil. Levantándose tarde, tomándose su tiempo, dejando regadas cajas y bolsas con un gran dedo medio en el cuarto que no era suyo para ocupar…

—¿Hiciste algo para desayunar, mujer? ¿O tendré que llamar de nuevo al número en la nevera? —Alistair bajó las escaleras de dos en dos, haciéndose sentir en cada paso. Eveline, desde la cocina, le echó una mala mirada—. Me estoy muriendo de hambre.

Su madre guardó una sonrisa tras su taza de café. Alistair notó el cigarrillo entre sus dedos tan rápido como lo apagó contra el bordillo de cerámica. Debía suponer, era una de las tantas consecuencia de ya no tener perlas con las que juguetear.

—Hacerlo te será contraproducente, cariño —dijo—.  Son casi las once de la mañana. Con algo más de tiempo a tu favor, podría ofrecerte el almuerzo.

—¡Ja, ja! —Alistair se acercó al sofá que abría la sala. Ahora que la mudanza llegó a su fin, la casa le pareció mucho más hogar que al inicio, con su juego de libreros, la mesita de té y el televisor pantalla plana cuyos cuidados costaron más de la mitad de todos los envíos— ¿Y lo harías, mamá? ¿Lo harías por mí?

Eveline entrecerró los ojos los ojos mientras le veía rebuscar sin mucho entusiasmo los añadidos de la noche pasada: su encendedor, lo últimos seis cigarrillos de la cajetilla, una lata vacía que robó de…

—Escuché que hay cafés imperdibles a lo largo y ancho de toda la región. —reflexionó en voz alta, dándole la espalda. Las bisagras de la alacena rechinaron feamente—. ¿Por qué no tomarte la aventura y visitarlos? Si les tomas fotos, no te olvides de mí. Sabes que me encantan esas distracciones.

—¿Ah, sí? —Alistair levantó la cabeza—. Pues te alegrará mucho saber de mí cuando acabe de pordiosero por culpa de sus precios inflados —dijo, echándose el bolso al hombro—. Igual, no te hagas ilusiones. Es posible que no salga hoy. O mañana. De todas formas, solo me darán al bi…

—¿Tienes las llaves de la entrada, cariño?

Alistair se detuvo frente a la puerta; grandes zancadas lo llevaron con prisa hasta ahí.

—¿Cóm…?

—Solo digo, cielo. —Su madre dejó el café sobre el mesón. Había un brillo juguetón en sus ojos. Astuto, si quería.

Alistair no estaba de humor para sus estúpidos juegos.

—¡Ni se te ocurra dejarme afuera, vieja de mier…!

¡Holaaa! ¡Por fin!

Alistair dio un respingo, más asustado de la enérgica vocecita chillona de lo que estaba dispuesto a admitir.

Frente a la reja que daba a la calle, dos muchachas lo saludaban con efusividad. O, bueno, una de ellas. La otra, más recelosa que entusiasmada, parecía querer callar a su amiga de un jalón a sus extravagantes coletas castañas.

—¡Hola, buenos días! —La chiquilla ondeó un saludo a su dirección, como para que no malinterpretase a quién le hablaba— ¿Tú eres Alistair, no?

—Shauna, no creo que…

—¿Qué tal? —La morena tomó a su compañera del brazo; Serena— Te llevamos esperando aquí un ratito, je, je. Pero chiquito, ¿eh? No mucho. No te vayas a creer…

—¡Shauna!

Pese a las quejas de la castaña, Serena tomó a su amiga y la llevó fuera de vista, tras el muro de ladrillos que cercaba el jardín de la propiedad.

—Te lo dije, hijo mío. Pero no quisiste escucharme —comentó su madre, abriendo por completo la puerta. Alistair dio otro saltito.

—¡¿Qué?! —Alistair miró a la mujer, consternado— ¿Qué coñ…? ¡¿No pudiste decirles que se fueran?!

—Pudiste haber pedido tiempo si salías más temprano.

—¿Desde cuándo están…?

—¡Ah, hola de nuevo, señora mamá de Alistair!

De nuevo en la reja, Shauna saludó con menos euforia. Alistair frunció el ceño.

—Hola, cariño. —Eveline respondió con una sonrisa amable. Antes de que el muchacho pudiese preguntar, la mujer le dio el empujoncito necesario para que baje los dos pequeños escalones adoquinados del pórtico—. Te dije que tenía un sueño pesado, ja, ja. Pero ¡no hay nada que una madre no pueda lograr!

—En serio —Serena tomó la cinta blanca de su bolso, removiéndola entre sus dedos—, no hacía falta que…

¿Me despertara? —De sonrisa tensa, Alistair se paró delante de ellas. No le fue difícil distinguir el tenue sonrojo en las mejillas de su vecina—. ¿Qué tal? Ustedes son…

—¡Shauna, un gusto por aquí! —dijo, extendiendo la mano hacia Alistair.

—Sí… —Alistair abrió la reja, esquivando su apretón de manos—. Shauna. Y tú…

—Serena —dijo su vecina, entornando los ojos. A diferencia de la morena, ella no le extendió la mano ni se mostró presta a cortar distancias. Al muchacho le pareció lo más sabio—. Un placer.

—Y~ ¿qué tal te ha parecido el pueblo? —Shauna lo miró con una especie de compasión enternecida. Alistair cerró la reja tras él y sorteó a las muchachas para abrirse paso al empedrado principal—. ¡Bienvenido, ji, ji! No ha habido chance para nada más. Me imagino que la mudanza te ha dejado cansado.

—Sí, eso ha… —carraspeó—. Ha estado bien.

—¡Qué bien! —Shauna dio un aplauso. Serena la miró mal—. Entonces, para ahorrarnos un poquitín más de tiempo, je; me imagino que ya sabes por qué estamos aquí, ¿no?

Alistair las miró con una ceja levantada. Sí, era obvio por qué estaban ahí. Su primer pokémon y toda la cosa. Pero, ¿era necesario venirlo a escoltar fuera de su casa?

—Supongo que el punto de encuentro no es tan sencillo como pensé —Alistair falló en ocultar el dejo rasposo en su gruñido.

—¡Ah, no, no! Para nada. —Shauna se apresuró a negar, cabeza y brazos incluidos—. No creas eso. Es que… De hecho, oye: ¿qué clase de anfitrionas seríamos si te dejamos de lado en un día tan importante? ¡Esperarte no nos cuesta nada! Menos si eres nuevo por aquí. ¡Siempre será un honor!

—Sí. —Serena apartó la mirada—. Un honor.

—¡Pero, bueno! Basta de cháchara. Súper S, ¿qué te parece si vamos tirando ya para el pueblo de al lado? A ver qué pokémon nos tiene…

Serena miró a Shauna con desconcierto. La chiquilla, ni lenta ni perezosa, comenzó a dar saltitos hacia la calle.

—Oye… ¿y lo que nos dijo el profesor?

—¡¿Ah?! —Shauna casi tropezó al darse de vuelta— ¿Que nos dijo? ¿Qué…?

—Sí. —Serena frunció el ceño, con una postura más correcta—. Lo que nos dijo en el correo. De lo que teníamos que decirle a…

—¡Ah~, sí! —Shauna rio, pero no dejó de avanzar— Oye, ¿sabes? Mejor decírselo allá, ¿no? Porque ya es un poco tarde, y yo quiero ver…

—¡Shauna!

—Mejor acortar camino, vecina. —Alistair pasó junto a Serena. La idea de ir tan cerca de la chiquilla coletas no le llamaba la atención. Sin embargo, prefería salir del asfixie que era Pueblo Boceto antes de recibir otra vergonzosa cátedra sobre cómo estaba siendo vigilado—. No querrás perderte la entrega de pokémon, ¿verdad?

Alistair la oyó refunfuñar algo mientras abría la marcha. ¿Una maldición?

—El profesor nos ha pedido ayuda a cinco chicos para asistirlo en su investigación —dijo, más para ella que para él—. Supongo que eso no excluye a los que se acaban de mudar.

Notes:

Un vistazo al pasado. Un vistazo al presente. Escribir a Shauna es divertido. No le hice mucho caso la primera vez que jugué mi propia partida, tachándola de otro intento de Barry. Con esta práctica, he crecido más cercana a su personaje. Creo que hay mucho que explorar tanto dentro como fuera del canon. Siendo un personaje muy dejado de lado, incluso como rival amable, definir un extracto de su personalidad con el cual me sintiese cómoda de trabajar fue complicado. Sin embargo, creo que he llegado a términos con eso.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 4: Compañero (en plural)

Summary:

Bajo la luz adecuada, los buenos momentos tienden a sentirse lejanos.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Para Alistair, las calles de pueblo Boceto podían resumirse en dos grandes ideas: el intento fallido por aferrarse a una atemporalidad poco práctica y la presunción natural de ventanas y jardines que modelaban flores frescas gran parte del año, incluidos los meses más fríos.

Las pesadas nubes de lluvia sobre sus cabezas, así como la molesta pelusilla lumínica que tiñó todo con feos tonos de amarillo, no le habían permitido apreciar sus alrededores con el primer vistazo crítico que le habría gustado. Sin embargo, ahora que el cielo estaba radiante y despejado, Alistair podía asegurar sin temor a equivocarse que los informes dispersos que rescató de guarida en guarida no escatimaban en detalles… No habiendo demasiado con lo que trabajar en un inicio, si era sincero consigo mismo. El pueblo estaba conformado por, al menos, dos docenas de casas coloniales hechas al molde estético de la región: jardines delanteros espaciosos, caminos adoquinados y el infaltable puje cultural por querer modernizar principados amurallados a la gracia de nuevas tecnologías. No se veían caminos reales de asfalto negro y apestoso en ningún lugar cercano a la zona residencial. Lo cual, de vez en cuando, le hacía capaz de rescatar el murmullo de conversaciones ajenas, o el canto de las bestias emplumadas sobre los frondosos árboles que echaban su sombra contra muros de piedra de medio metro.

—¡Y, por allá… —Shauna, habiéndolo tomado sin permiso del brazo, le señaló un conjunto de casas que parecían más cercanas a las lomas que al resto del pueblo—, está la casa de Tierno! ¡Él es quien nos va a entregar a nuestros compañeros! ¿No te emociona?

Alistair puso una mueca incómoda mientras intentaba, sin efecto, zafarse del contacto. La chiquilla había sido bastante insistente con respecto a mostrarle cada uno de esos pequeños detalles que hacían el pueblo un hogar tanto para ellas como para cualquier nuevo vecino que tuviese la mala suerte de parar y morirse ahí.

No por nada, al cruzar la intersección del centro, Shauna indicó muy efusiva dos de las áreas verdes más destacadas: jardines triangulares con variopintas flores y pequeñas tomas de agua ornamental que quedaban muy cerca de donde ella vivía.

—¡Allá, mira: la casa grande con el portón azul! —dijo, empujándolo accidentalmente hacia esa dirección—. Heh, ¡por si me quieres visitar luego~!

—Uhm, quizá se emocionaría más si no lo jalonearas a todos lados, Shauna —Serena, con las manos en los bolsillos de su falda roja, echó una mirada burlona al dúo—. Se van a acabar mareando.

—¡¿Eh!? ¡No es cierto! O… ¿O-o sí lo es, nuevo amigo?

Shauna lo miró con grandes ojos verdes y suplicantes. Alistair, sin embargo, no tuvo tiempo de responder: la chiquilla había encontrado algo más en lo que hincar sus garras.

—¡Ay, qué bien! —dijo, soltándolo de repente. Alistair le miró correr hacia el gran arco que daba pie a la ruta número uno (el Sendero Boceto), y tomar una de las flores silvestres que crecían ahí—. Mira, ¡es por aquí! ¡Ya falta poco! Hm, siempre huele muy rico aquí. Uno pensaría que no florece nada, ¡pero, mira!

Frente al trío, las pesadas puertas de madera se abrieron como impulsadas por la energía inagotable de la jovencita. Alistair observó poco impresionado la caminería forestal que conectaba Pueblo Boceto con lo que, según los mapas, delataba verdadera civilización. Un lugar con tiendas, vida comercial y una terraza de encuentros que hacía las veces de fortaleza si se le veía desde el ángulo correcto.

—¿Por dónde pasan los autos, entonces? —dudó el muchacho. Serena le dirigió una mirada inteligente mientras pasaba por debajo del arco.

—Kalos tiene estrictas políticas naturalistas que impulsan el desarrollo industrial de manera armónica con las áreas verdes —dijo, empujando por un tono carente de cualquier modestia intelectual. Alistair se contuvo de rodar los ojos. Era culpa suya por preguntar—. Las rutas de la región usualmente siguen esos caminos más rurales y vistos a la aventura.

—¡Pero las carreteras están por allá, sobre las colinas! —Shauna señaló las lomas verdes y de pastos cortos que bordeaban la campiña—. Al igual que las paradas de buces, y, eh. Muchas otras cosas. ¿Por qué preguntas?

Alistair se mordió el interior de la mejilla. Región inteligente. No podía hacer su viaje en taxi.

—Oh. Y no temas de algún accidente o sorpresa por aquí —dijo Serena, de rostro vuelto hacia las elevaciones y arbustos que bordeaban el camino de tierra—. No hay pokémon de este lado. La mayoría prefiere el Bosque Novarte o quedarse a los pies del río, que está más adelante.

El muchacho asintió, echándole un último repaso a los árboles. «Casi pensará que aportó algo importante».

—¡Y, y, y…! —Shauna, corriendo al final del sendero, se puso las manos en la cintura. Alistair observó el arco de rejas doradas que daba la bienvenida al nuevo pueblo—. ¡Ya estamos aquí! ¡Bienvenido a Pueblo Acuarela! ¿No es lindo? ¿Pintoresco?

Alistair se cubrió los ojos con el dorso de la mano para verlo mejor. Dos enormes bloques de apartamentos amurallaban la amplia caminería principal. Su estilo arquitectónico destacaba una fuerte influencia en las murallas y edificios más viejos que poblaban ciudades centrales de la enorme Galar, tan lejana en distancia, pero presente en cada uno de los territorios en los que tuvo la osadía de establecerse en algún punto de la historia. Aunque todavía les quedaba bastante para pisar el nuevo siglo en cuestión de estilo, el muchacho se halló incapaz de desestimar el prístino estado de conservación que exhibían los edificios. La forma en que armonizaban con las farolas, sus caminos de oro y el suave olor a tostado que desprendían las chimeneas de sus modestos tejados azules brindó cierta calidez única a los alrededores, a pesar de que él mismo se sintiese un poco distante a la forma en que su cursi presentación buscara entremetérsele en la piel.

—¿Qué tiene este sitio de especial? —se preguntó en voz baja. Shauna lo ignoró, escaneando sus alrededores. Serena, junto a ella, ladeó la cabeza—. ¿No podía hacerse en el pueblo? Es lo mis…

—¿No te emociona conocer un lugar nuevo? —cuestionó su vecina, casi burlona—. Sabes, no es como si el viaje lo fuésemos a hacer solo en las calles de Pueblo Boceto.

—¡Shauna! —gritó alguien más adelante, desde la terraza panorámica que se asomaba tímidamente al final del boulevard— ¡Serena! ¡Por aquí!

—¡Ah! —Shauna dio un saltito—. Ese es Trevor. ¡Hola, amigo! ¡Ya vamos~!

La chiquilla no esperó un segundo llamado para echarse a correr. Serena la siguió de cerca. No era que al muchacho le importase quedarse atrás, de todas formas.

«¿Nadie en esta región sabe bajar el volumen?», rumió, divisando a la vibrante multitud que subía y bajaba la enorme escalera al final de la calle. De acuerdo con los folletos de la clase comercial, el jardín de la fuente solía congregar puestos ambulantes e intercambios de todo tipo. Alistair, tanteando acercarse al mirador, echó un vistazo al resto de personas y pokémon que hacían vida junto al río de la campiña y el inicio de la no-tan-lejana, salvaje, ruta dos…

—¡Alistair! —llamó Shauna, y el muchacho soltó una palabrota instintiva— ¡Por aquí, ven! ¡Solo nos faltas tú!

Alistair volvió el rostro hacia el ala este de la terraza. En una mesa de tantas se hallaban las dos muchachas que lo trajeron, un chico gordito y el peinado de bol más feo y pelirrojo que había visto en toda su vida.

«Arceus mío. —El muchacho intentó con todas sus fuerzas tragarse una mueca de horror. Ni él era tan maldito—. No solo las casas… ¡¿También la gente?!»

—Lindas vistas, ¿eh? —Shauna le ofreció una sonrisa entusiasmada a medida en que Alistair tomaba el único asiento disponible: junto a Serena, casi en la cabeza de la mesa— Ya verás cómo de bonito es todo cuando vayamos hacia la ruta que viene, ¡oh! O al bosque de…

—Shauna. —El chico de peinado horrible rio con dulzura—. Creo que olvidas algo.

—¿Qué? —Al filo de su asiento, Shauna ladeó la cabeza— ¿Repelentes? O pociones. Me aseguré de empacarlo todo bien esta vez, Trev. —La chiquilla infló las mejillas—. ¡Serena me ayudó! ¿Verdad que sí, sú…?

—Ellos son Tierno y Trevor, vecino —interrumpió Serena, haciendo un ademán hacia los dos muchachos—. Fueron los enviados por el profesor Sycamore para entregarnos un…

—¡Un pokémon! —dijo el chico gordito, Tierno, con un chispazo de entusiasmo que iluminó a sus amigos en la mesa. Alistair, por su parte, se retrepó de su asiento—. ¿Qué tal? ¿Están emocionados? Tenemos solo lo mejor de lo mejor para ustedes.

—¡Ay, sí! —Shauna dio un aplauso, y Serena se mordió el labio inferior, ocultando una sonrisilla infantil— ¡Cierto, cierto! ¡Anda, Tierno! ¡No te hagas el de rogar y muéstralos! ¿Síii?

—Claro, claro. —Tierno rebuscó bajo la mesa durante un segundo y trajo al frente un modesto maletín. A Alistair le pareció demasiado sofisticado para su estilo—. ¡A Trevor y a mí nos hizo mucha ilusión conocer a los nuestros! Espero que a ustedes les pase lo mismo.

Con un toque a los seguros, tres pokéballs saltaron a la vista del grupo. Shauna silbó con impresión. Alistair, con el gustillo amargo de un déjà vu, se cruzó de brazos.

—¿Y bien? —Tierno miró al trío de nuevos aspirantes con una sonrisa inquisitiva—. ¿Quién quiere ser el primero?

—Uhm… ¡Es difícil! —Shauna estuvo tentada a morderse el puño—. Alistair, ¿qué tal si eliges tú primero? ¡Es tu primer pokémon aquí en Kalos, después de todo! Debe ser súper emocionante, ¿verdad?

—Sí. —Serena asintió, de mirada fija en las cápsulas—. Sería adecuado que tomaras uno primero. Yo… creo que todavía no me decido.

—¡Ah, no hay problema! —Trevor señaló las pokéballs—. Todos son muy buenos compañeros para iniciar su aventura, la verdad. ¿Les gustaría que hablara un poco de cada uno? ¡Hay muchas cosas inte…!

—Este.

Alistair tomó la pokéball de la izquierda. Lo impecable del material contrastó poderosamente con la palidez de sus nudillos. ¿El frío típico de la región ya lo estaba pescando? ¿O era la fuerza con la cual la sostuvo? En cualquiera de los dos casos, ocultar el temblor de sus manos fue motivación suficiente para no molestarse en parar.

Shauna y Tierno lo miraron con sorpresa, mientras Trevor le dio una sonrisa comedida, quizá especulando que era una decisión mucho más estudiada de lo que él mismo temió.

—Oh, ese es chespin. Pokémon tipo planta —explicó el pelirrojo—. Es una gran elección, sí. De acuerdo a  lo que dice la Pokédex: “cuando acumula energía, las suaves púas de su cabeza se vuelven tan duras y afiladas que hasta pueden atravesar rocas”.

—¡Uh! Defensivo —Shauna asintió, cómplice— ¡Me gusta! Por mi parte, hm… ¡Tomaré a este, sí! —Agarró la pokéball a la derecha, sosteniéndola con ambas manos— ¡Froakie! ¿No? Es tan liiindo.

—En ese caso…, yo escojo a este pequeño —Serena alcanzó la última pokéball que quedaba—. Un gusto, fennekin —dijo con solemnidad—. Gracias a ti voy a convertirme en una verdadera entrenadora pokémon.

Trevor comentó algo significativo sobre la elección, pero Alistair no alcanzó a escucharlo por sobre el rumor de pisadas y murmullos que comenzaba a abarrotar la terraza. Un consejo, pensó, sin ganas de hacerse una idea demasiado profunda al respecto. Sus ojos se entornaron hacia el reflejo amorfo que, desde el rojo, le devolvía la mirada.

Por supuesto, el proceso de selección sería rápido. Hermético, si se atrevía a decirlo.

Él siempre sería el primero en elegir algo, estirar la mano y tomar la prime… última buena decisión que lo miraría a través del afilado bermejo, para luego hacer de menos el pensamiento de: qué extraño, ¿no?; cómo todo se presentaba frente a él, a su cómodo y total alcance, porque no eran más que sujetos destinados al duro juicio de su valor.

Pensar en por qué su corazón latía tan fuerte, entonces, sería tropezar de vuelta con un error de forma con el cual ya estaba más que familiarizado. La sensación se iría tan pronto como llegaba, sin escalar el par de teorías que la emoción de ese instante tan vital no debería tardar en lavar. Ciertamente, la maldita cosa de carne y cartílago enclaustrada en su pecho tenía la mala costumbre de verse afectada por pequeñeces. De minucias, si quería. Porque, ¿qué se creía ella? ¿Qué intentaba hacer? Un maldito error de carácter al que tantas veces hizo frente no lo dejaría achantarse y lo sabía. No por algo a lo que ya estaba presto. Elegido. Pues, todo estaba ya fríamente calculado. Para él y para ellos. Lógicamente, para maldito ellos, que corroían sus extremidades con la misma saña del hielo. O el frío del acero. Sobre la mesa. La cápsula

—¡Y eso: felicidades a los tres! —concluyó Trevor, rebuscando algo en su propio bolso. El peso hizo crujir la mesa y Alistair apretó los dientes— Ahora, hay algo que es tan importante como sus primeros pokémon…

—Oh —Serena miró al muchacho pelirrojo con curiosidad—. ¿Es esa la Pokédex de la que nos habló el profesor? Te gusta mucho esa clase de retos, Trevor. Debió ser una fantasía para ti ser quien nos la entregue.

—Je, je. ¡Sí! —El muchacho se sonrojó, extendiendo tres de las enciclopedias virtuales—. Con ellas, no solo serán capaces de registrar la información de los pokémon que vean y atrapen, sino que también les será muy útil para saber la ubicación de cualquier especie que hayan visto y les interese. Supongo, eh… ¡Ya deben saber que el profesor cuenta con nosotros para esa gran labor!

—Sí. —Shauna se levantó de su asiento, sosteniendo con firmeza la pokéball—. Lo sabemos muy bien, ¿no, chicos? —Intercambió miradas con Alistair y Serena—. ¿Algo más que tengan para nosotros?

—Oh, sí. Una cosita… Para Alistair, en realidad —dijo Tierno, ganándose un atisbo gélido del muchacho—. Ten; esta es una carta del profesor Sycamore. Debes entregársela a tu madre, ¡así que no la pierdas!

—O la arrugues —añadió Trevor, levantando el índice—. Hay que garantizar la integridad del mensaje.

Las tripas de Alistair se revolvieron cuando un ligero aroma de rosas llegó a su nariz. No era la maldita carta, ¿no? No podía…

—¡Muy bien, chicos! ¡Muchas gracias! —dijo Shauna, enérgica— ¿Ya deben irse, verdad? ¿Sí van hoy por el bosque?

—A buscar pokémon, sí —Tierno asintió, recogiendo el maletín—. Nos dirigimos al Bosque Novarte a probar suerte con alguna especie rara —explicó, sonriendo hacia él y Serena—.  No tienen que comenzar a explorar si no se sienten del todo cómodos aún. Pero, si están dispuestos a partir, ¡será un gusto verlos por allá!

—¡Sí, sí! —Shauna dio una vuelta— A mí sí me verán. ¿Y a ti, Serena?

—No veo por qué no. —Serena sonrió, guardando la pokéball en su bolso—. Creo que será una oportunidad ideal para crear lazos con nuestros compañeros. Además de entrenar un poco, claro.

—¡Dicho y hecho, entonces! —Trevor recontó sus pertenencias antes de cerrar su mochila—. Va a ser muy divertido. Hay mucho por ver, y cono…

—¡Oh! Pero, ¿Alistair? ¿Te vas a quedar ahí?

El grupo se había puesto de pie en un momento. Él no se había dado cuenta.

¿El frío del clima también caló la mesa?

—¿Tú vienes también, no? —inquirió Shauna, ladeando la cabeza. Alistair se levantó sin soltar o guardar la pokéball—. ¡Me encantaría tener un combate contigo! Mi primer combate, de hecho. ¡Tu chespin de seguro es tan fuerte como mi froakie!

—Voy a entregarle la carta a mi madre —masculló, con el rostro en alto. Sus pasos se sentían inusualmente livianos mientras se alejaba del grupo.

—Pero, ¿u-uhm?… —Shauna estiró una mano, aunque se contuvo de tocarlo. Parecía que hasta ella tenía un poco de consciencia social de vez en cuando—. S-sí vas a venir al bosque, ¿no? Aunque sea un ratito…

—No lo presiones, Shauna —dijo Serena en voz baja, acercándose a su amiga. Alistair no supo si debió haberlo oído o no—. Ya escuchaste a Tierno, ¿no? Si él no quiere…

—Sí, sí. Está bien. —Shauna, aunque de tono triste, no se amedrentó. Una resignación amable—. Pero, en ese caso… ¡Alistair!

El muchacho se volvió a ellos, dándoles un vistazo tan frío como la palma de sus manos.

Shauna, sin embargo, no retrocedió.

—La próxima vez que nos veamos, ¡espero combatir contigo! —dijo, alzando la pokéball—. Y, que sepas: no aceptaré un no por respuesta.

Notes:

La mayoría de descripciones arquitectónicas que inspiraron este capítulo están basadas en lo aportado por Wikidex y referencias visuales de la campiña francesa.
Al inicio, me debatí mucho incluir también lo del apodo aquí. Es una parte crucial del juego, y hasta el momento mi escritura se había mantenido bastante fiel a los eventos del canon. Sin embargo, es algo que decidí dejar para después, dispuesta a entretener la idea y su potencial para alguien tan cerrado como Alistair. Ya veremos qué tal sale.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 5: Traslúcido

Summary:

Nada sale bien cuando las emociones tropiezan entre sí.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Alistair cruzó el arco de Pueblo Boceto como si la sola idea de ser tocado por su sombra le ardiese la piel.

Respira.

Mantén la compostura.

Lo tienes al frente.

Justo al frente.

—No…

El muchacho perfiló el muro de roca que circundaba el camino principal; la hiedra, las bestias domésticas y los rostros disolutos quienes hacían su vida en una maraña de comentarios inteligibles. En lo que a él respectaba, bien podrían tratarse de gente común. Ignorantes campesinos de un sur que labraba su vida en los recuerdos de mejores tiempos. La simpleza del pasado.

Silencio.

¿Era por eso que habían escogido este sitio?

Detente.

¿Porque era inútil reconocerlo entre los demás rostros? De ojos azules, piel pálida, fuerte acento marcado hacia el norte de la capital de Johto…

—¡CÁLLATE!

Amotinando el silencio con un portazo, Alistair corrió escaleras arriba para encerrarse en la última habitación. La carrera desde el pueblo vecino había resultado en incómodas tachas de colores. Alistair no pudo evitar sentirse mareado por ello. Asqueado. Otro gran cúmulo de ideas furtivas y sin dirección que perdían nitidez a medida en que sus trompicones de tierra se volvían ancadas largas, enérgicas, contra viejos suelos adoquinados.

 A esta hora, bien sabía, a su madre le gustaba irse a pasear por el pueblo con la precaria excusa de querer hacer la compra. Ella no solía quedarse demasiado tiempo quieta entre las cuatro paredes mal tapizadas de su habitación, siempre a la búsqueda de ese algo que transformase una monotonía tradicionalista a la que no terminaba de acostumbrarse. Ya fuera porque tomar comida para llevar acabase por resultarle más cómodo, para escuchar los últimos acontecimientos junto a las tomas de agua ornamentales en los triángulos, para hacerse de una tarde perezosa entre el ir y venir de los vecinos junto a la reja del jardín…

Era ridículo que saliese tan pronto, maldijo en voz baja. La falta de luz en el ático que quisieron forzar de suyo le hizo ver mejor la lúgubre realidad que procuraba entremeterse bajo su piel. Por supuesto. Desde la última llamada que habían hecho ellos, los malditos uniformados, parecía como si una epifanía realizable se hubiera materializado en el rostro de su madre. Ese brillo en sus ojos, la falta absoluta de sonrisa y el fuerte agarre que mantuvo contra uno de los guantes del fogón así se lo decían. Impresionante, sin duda. ¿Qué importaba entonces las pequeñeces que lo incordiaron el resto del día? ¿Mortalidades tan banales como haber encontrado mordiscos de plagas en las alacenas? O ser el testigo principal de un nefasto nidillo de fletchling que se dedicó a chamuscar el inicio de varias tejas junto a la ventana del cuarto de invitados.

—Estúpido, estúpido, ¡estúpido…!

Alistair se quitó el bolso y lo arrojó contra la pared. Por su peso y trayectoria, todo lo que apretujó durante la mañana cayó inerte al suelo. El mechero. La cajetilla. Su dinero. La carta.

—Cierra la boca. —dijo, a la nada particular. Su mano izquierda acabó en su fleco, jaloneándolo hacia arriba con fuerza. Hacia atrás—. No puede ser. ¡No! Ya lo dijiste. Ya lo tienes, maldita sea. ¿Qué demonios…?

El hálito fresco de un mediodía septembrino reptó por su sangre como si fuesen hórridos témpanos de hielo. La ventana de su habitación estaba cerrada. Él la había cerrado antes de salir. No quería que lo viesen, ni tampoco que pudiesen tantear cualquier rastro del fantasma que había embrujado la jaula de arriba por dos semanas consecutivas, apenas levantándose para ir y rumiar unas cuantas sobras mal guardadas en la cocina.

—¡Qué te importa, por amor a…! —Alistair se volvió hacia una pared vacía. Estaba su armario, otra caja, el espejo—. ¡¿Qué coño te pasa?! —gritó a su reflejo—. ¡¿No era esto lo que querías?! ¿Lo que tanto pediste?

El muchacho del espejo no respondió. Alistair pudo discernir una expresión mucho más fea y turbada de la que creía tener. Un monstruo.

—¡Son estúpidos, Alistair! —bramó, golpeándose el pecho con el índice—. ¡Tan imbéciles como para darles un nombre! ¡Para darte un arma y decirte que salgas y te mates frente a…!

El frente.

La puerta del frente estaba sin llave cuando llegó.

La puerta del frente estaba sin llave y al muchacho le pareció una decisión tan deliberada que no pudo evitar sostener su estómago frente al cristal, deseando porque el retorcijón súbito de sus entrañas sangrase lejos de él.

¡Pon un filete al alcance de un puto perro, decían! Lo verá e intentará morderlo. ¡Está en su naturaleza!

«Su lástima es tu salida» era un consejo débil, pero asertivo, que creyó escuchar de su madre una vez. No iba dirigido a él, sin embargo. El remitente de dichas palabras aún era desconocido, y temía que nunca se debelase, condenado a perdurar en el éter de su memoria cada vez más resquebrajada como una vide en la piedra.

Su ingenuidad es tu escape.

Confían tanto en ella como confían en ti.

«Te lo han dicho», falló en decir, carente de voz.

—Lo has visto. Lo escuchaste. E-ellos… —Alistair tragó en seco, mordiendo su labio—. Ellos lo hicieron…

Para burlarse.

Reírse de ti.

¿Te sientes bien, cordero?

¿A dónde hu…?

—¡NO VOY A HUIR!

Presa de una ira familiar, Alistair tomó el espejo y lo arrojó con fuerza al suelo. El ácido de la sangre y el peso de manos contra su pecho no lo restringieron como la última vez; sin sillas tiradas, sin crujidos de cadenas.

—Cállate. ¡Cállate! —exclamó, haciendo puños contra su cabello. Era difícil respirar cuando el dolor reptaba desde su pecho hacia sus brazos, reptando una estática innatural tras cada bocanada de aire forzada.

Su madre estaba feliz porque ella lo sabía. La promesa de un nuevo comienzo significaba huir del pandemónium que segregaba su sombra. Pues, ¿qué rumores habría si la persona protagonista, respetada y querida por todo el mundo, había desaparecido? Sin malas miradas, sin el odio moralista y sin la vergüenza de caminar por los mismos círculos que él se dedicó tan diligentemente a corromper… No quedaba más para nadie de esa vida digna sobre un trono de cristales rotos, y su madre estaba feliz con eso. Feliz por la pérdida y feliz por la muerte. La muerte de una mujer amorosa, de un hijo ejemplar, de un marido trabajador y de las cientos de miles de mentiras que construyeron las mismas bases que la policía echó abajo.

Feliz por la libertad que trajo para sí.

—¿Por qué…? —Alistair perdió fuerza en las piernas; acabó de rodillas contra los cristales rotos, el polvo—. Lo sabías…

Seguir los pasos de un camino predestinado era mejor si no se sabía hacia dónde dirigía el barranco.

Ignorante, como un niño. Impaciente por aprobación.

Alistair había tenido el valor de ver al monstruo a los ojos y el poder de reconocerlo. En el rojo de las esferas, análogas al mismo desasosiego que se enfrentó cuando lo capturaron, él también lo había sabido. Lo sabía. Cada oportunidad que le dieran ahora sería fabricada específicamente para alcanzar una meta común. No la redención. No la rectificación de sus caminos, sino la obediencia. El sometimiento por medio del odio. De saber que estaban ahí para él, en cada sombra, esquina y palabras inocentes, esperando que la respuesta se desdibujara frente a sus ojos y reconociese el acto implícito de sumisión que selló el trato con nuevos demonios. Aquellas mismas bestias que se vestían con trajes caros y relojes de marca, pero que, sobre sus cabezas, no tenían más que la protección de un sistema casi tan podrido como el suyo. Un poco más legal, sí; limpio y organizado, pero también viciado y corrupto. Corrompido por sus ambiciones y el egoísmo intrínseco de una victoria robada.

—Lo que hagas en adelante está en tus manos —le había uno de sus carceleros no hace mucho; la lluvia caía sobre las tejas cobrizas del hotel y el café se enfriaba sobre la mesa. Un augurio nefasto para la tormenta que atracaría junto al contenido de la carta—. Tu futuro, al igual que lo que hagas con esta nueva vida, pesará sobre tus hombros nada más.

Una amenaza de manual, si sabía reconocerla. Atrévete a cagarla de nuevo y nos verás a la puerta de tu próximo escondrijo. Pero… ¿Acaso Alistair podría culparlos? Era su trabajo, después de todo. Una tarea que ya llevaban demasiado tiempo arrastrando junto a objeciones vagas y teorías inconclusas que no dejaban de apuntar al peor destino posible: su inocencia.

—Sabrás qué hacer cuando llegue el momento, ¿no? —Otro oficial sin rostro colocó una mano en su hombro. Alistair se había sentido sucio. Quería tomarle la muñeca y retorcerla hasta que chillase. Ya lo hizo una vez y se ganó una nariz rota. Nadie daba nada por las preguntas sin respuesta—. Es una gran oportunidad, muchacho. Y Augustine es un hombre muy, muy bueno.

Las uñas del hombre mayor dejaron fantasmas indeseados sobre la tela. Alistair no lo miró, ignorando su animadversión incluso en los fragmentos del espejo.

«No hagas que nos arrepintamos».

 

—Sal, chespin.

El destello de la pokéball materializó a la pequeña criatura en uno de los pocos rincones que no tenían basura desperdigada. Ni pertenencias materiales ni vidrios rotos.

¡Ches, ches! —llamó el pokémon, alzando sus brazos. Parecía emocionado de ver a su nuevo entrenador. ¿Cuánto tiempo pasó atrapado, y cuánto estaría dispuesto a esperar la próxima vez que lo liberasen?

Con algo de suerte, él no tendría que quedarse para averiguarlo.

—Guarda silencio y toma esto —dijo, acercándose al reguero de su mochila. Chespin lo vio recoger y guardar las pocas cosas que sí le importaban con la cabeza ladeada—. Esta carta se la entregarás a la mujer que vive en esta casa, ¿entendido?

—¿Ches…?

Chespin vio con grandes ojos curiosos el sobre perfumado que agitó frente a su rostro. Sus púas no exhibieron el filo típico del estrés o la amenaza. Solo parecía… confundido.

—No importa qué diga, ni qué te pregunte —aclaró el muchacho, endureciendo su tono. Los ojos le ardían, pero evitó restregárselos. No haría más que empeorarse—. No dudo que te manden a buscarme o algo. Que te envíen con alguien, o…

—¡Chespin! —El pokémon gritó con una sonrisa determinada. ¿Acaso entendía…?

Alistair tomó su pokéball y la miró un poco más; el brillo bermejo y el reflejo imperceptible que moría junto a la penumbra de la habitación se sintieron asquerosamente familiar. No podía.

—Te ordeno que no salgas a buscarme, chespin —susurró, caminando hacia el armario vacío. De un movimiento bien ensayado, tiró la pokéball sobre él. Si no se sabía que estaba ahí, sería difícil de encontrar—. Tú no saldrás de este pueblo, ¿entendido? No solo. Y no… No sin ella.

—¿Ches…?

Alistair caminó hacia la puerta de su habitación. Si la posición de las sombras no le mentía, estaban cerca de ser las dos de la tarde. La una y cuarenta y pocos.

—Ten una buena vida, chespin —dijo, sin mirarlo. La criaturita mantuvo un silencio sepulcral por el resto de latidos que el muchacho pasó ensimismado bajo el umbral carcomido por rattatas—. A pesar de todo, supongo que alguien lo merece.

Notes:

Capítulo que explora formatos y emociones. Soy del tipo de autor al que le gusta jugar con cómo se presentan las cosas. Enlazar lo que siente el personaje con aquello que se cuenta y la forma en que se presenta. Si el personaje está estresado, sus palabras no tendrán sentido. Si está distraído, apenas aportará algo en una conversación. Siento que le añade más color a la historia y es algo que, en lo personal, siempre he disfrutado de la ficción que consumo.
Hablando ya del capítulo, Alistair está estresado y apenas tiene sentido. Hay muchos detalles que se tocan aquí, pero se aclararán en capítulos futuros. Ténganles el ojo puesto.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 6: Primera segunda ruta

Summary:

¡El primer gran paso de toda aventura! Con solo su orgullo y malhumor, Alistair se pregunta qué le deparará la ruta.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

» Pueblo Acuarela; Descrip.

Pueblo que nació de la concentración de gente atraída por la ribera de su prístino río.

 

Alistair entrecerró los ojos hacia el modesto conjunto de tejados azules que señalaba su mapa. No podía ser coincidencia que el dibujillo de la guía lo pintase más como un pequeño fuerte medieval que con las cualidades arquitectónicas de una villa estancada en el goce campechano de su plaza y gran puente.

 

» Ruta dos, Vía del avance; Descrip.

Multitud de pokémon salvajes se esconden entre el mar de hierbas altas que se extiende a lo largo de esta ruta.

 

—Y ahora… —El muchacho trazó el final del cruce Acuarela con el dedo, donde el bronce y el bosque se tomaban de la mano—, ¡ni siquiera me muestra cómo es la ruta!

Alistair debía darle eso a la morena; de no ser por su cháchara incansable, ¿cómo se suponía que iba a saber que el camino correcto era hacia el túmulo boscoso y no por el pequeño muelle que había a pies del río?

Malditas guías y malditos ineptos que disfrutaban picarse con el monte alto y las plagas…

—Bien, sí —masculló de mala gana, apretujando su mapa en el bolsillo lateral de la mochila—. Como sea. Un maldito puente es más importante que el primer sitio lleno de ferales, supongo.

Alistair se secó el sudor con el dorso de la mano. Frente a él, una línea de pinos bien podados movió sus ramas con la cadencia perezosa de un adiós inmerecido. Sin pokémon especiales que volaran o remontaran las crispadas aguas del río cerúleo, el único camino transitable se extendía a la par de extensos manchones de hierbas y arbustos donde tanto pokémon como entrenadores y transeúntes se dignaban a hacer su tarde. De nada le servirían los diez minutos que había pasado organizando su mochila o regateando con el hombre de la tienda de pokéballs si fallaba en algo tan básico como fingir normalidad. ¿Una batalla para calentar los espíritus? Cómo podría rechazarla… Se suponía que él era un entrenador novicio más, en una ruta llena de pokémon salvajes, y absolutamente tenía algún primer bicho que le valiese para defenderle. Eso, sin mencionar, que el propio profesor Sycamore se lo había entregado. Un hecho considerable que, de falsificarse o ignorarlo, podría traerle severos problemas. Casi tantos problemas como que algún entrenador experimentado lo viese dando tumbos en la hierba y le hiciera las preguntas correctas.

«No seas imbécil, Alistair —se dijo, dándole un último golpecillo al suelo bronceado. El sendero de tierra era fácilmente ofuscado por los vibrantes y altos parches de hierba alta. Debía tener cuidado si no quería acabar fuera del camino principal. Con un camino tan infestado, sería fácil desviarse—. Ya has hecho esto antes. Es la misma ridicu…»

¡Pidg!

Ni bien pisó el primer tramo de maleza, una cabecita emplumada y gritona salió a la vista. Alistair dio un salto hacia atrás, enredándose con sus propias piernas. Si fue por la vergüenza o el repentino equilibrio ganado, esquivó la caída.

—¡Puta ma…! —gritó, aferrándose a los tirantes de su mochila—. ¡Ma-maldita gallina!

El pidgey sacudió las plumas de la cola, procediendo a rascárselas. Idéntico a las pequeñas bandadas que poblaban los cielos de Kanto, el pajarillo exhibía colores cálidos, un pequeño pico rosáceo y las patas fuertes. Alistair observó sus firmes y cortas alas durante varios latidos, atento a cualquier señal que indicase la huida o el reconocimiento de tener compañía no deseada. ¡Vaya suerte!, pensó. Como destinado a mí.

Previendo una situación como esa, las pokéballs que compró reposaban estratégicamente en el bolsillo delantero de su mochila, listas para ser tomadas y arrojadas sin mayores inconvenientes. Alistair se dio palmaditas imaginarias en la espalda mientras se mordía el labio inferior. ¡Que no se diga que no estaba listo para el bodrio que le aguardaba fuera de esos malditos moteles de carretera! Ahora, ni siquiera sus manos temblorosas, o la evidente capacidad del pájaro por sacarle algo más que un susto, deberían ser un problema.

En cuanto el clic metálico de la pokéball llegó a sus oídos, el pidgey batió sus alas y emprendió la huída hacia uno de los robles que sombreaban el lado derecho de la ruta: donde una pequeña colina salpicada de arbustos borraban la posibilidad de un camino alterno.

—¡Mierda! —Alistair chasqueó la lengua con frustración, dando trompicones entre la hierba alta—. ¡Vuelve aquí, pájaro idiota! ¡Ni que te fuera a doler!

Si lo que había leído en esas patéticas revistas de entrenadores era cierto, las primeras rutas solían ser decisivas para encontrar el segundo miembro clave más fuerte de un equipo balanceado. Un tipo volador, un tipo normal, y, si te sentías lo suficiente miserable, un bicho que cazar y usar de carnada hasta que pudieses encontrar algo mejor.

No era que Alistair se hubiera tenido que molestar en perseguir futuros compañeros, sin embargo. Con lo que tuvo a la mano aquella vez, tan mal entrenado como estuviese, le había servido para valerse bien y hacerse notar entre los demás aspirantes de su mismo nivel que se aventuraban a una estructura de viaje más tradicional. Por ello, era fundamental que se preparase bien si quería lograr algo más que dar vergüenza ajena. Las herramientas que le valieron victorias en el pasado tenían un paradero desconocido en el cual creía que era mejor no pensar. Por el dolor o las molestias, no importaba. De nada servía rezongar por algo que ya no existía y era inútil querer imitar. No con sus limitantes… Y definitivamente no con su nueva estrategia de acción.

«¿Qué mejor oportunidad que una de las aves más fáciles?», tanteó, fallando en ocultar una sonrisa. Los pidgeys hacían sus nidos en cualquier lado cercano al calor humano, además de ser contar con un carácter afable y social bastante apreciado por los entrenadores primerizos. No era raro, entonces, que se asentaran junto a un pueblo tan vibrante como Acuarela. De seguro había más de donde salió ese, en caso de perderlo. Él podría encontrar algún otro árbol, o en los pinos.

—Quietecito…, quieto… —Alistair se acercó al tronco, procurando que sus pisadas en la hojarasca no alertaran a su presa. Si bien el denso follaje le servía como escondite y entorpecía un poco cualquier oportunidad de tiro, él solo necesitaba espantarlo hacia un área más abierta. Ya había ido al suelo, de todas formas. Debía estar buscando alguna baya o bicho descuidado al cual hincarle el pico—. Así, muy bien…

El pidgey estornudó, dejando desperdigados un montón de plumones casposos. Alistair puso una mueca de asco, tragando en seco. Bueno. No importaba. No podía ser muy tiquismiquis. Ya lo tiraría él mismo al agua de ser necesario. Lo menos que necesitaba era que un maldito pollo le llenase de pioj…

El pokémon abrió las alas de nuevo, con un gruñido más determinado. Alistair se apresuró en lanzarle la pokéball. ¡Bien! Un golpe seco contra las ramas no era una causa del todo perdida. Quizá sintiese curiosidad por el sonido y fuese a investigar. El muchacho se hizo rápido con otra pokéball. ¡Si lograba acertar otro golpe, desde esa posición, hasta podría darle directamente! ¡Ya casi lo…!

¡Plof!

Alistair corrió a espaldas del roble. ¡¿Ya lo había noqueado?! ¿Lo atrapó? Algo había caído. Eso era seguro. La sombra de algo se había resbalado torpemente de entre las ramas, justo donde el pájaro se volvió a mirar. Una sonrisa temblorosa iluminó el rostro del muchacho. Sí, sí ¡sí!

—¡Ja, ja! —canturreó, luego de saltar una raíz— ¡Ahora sí, malnaci…!

Alistair apretó los puños. Algo se movía bajo las hojas de un arbusto.

Una cabeza redonda, tres feos pelos blancos y…

—¡¿U-un maldito gusano?!

La criaturita asomó la cabeza; sus pupilas pasaron de espirales a rectángulos de lo más curiosos.

—S… ¿Scart?

El pokémon desconocido se levantó, sacudiéndose. Alistair se quedó quieto veía cómo daba un vistazo desconcertado hacia la cápsula, y luego, con una mirada filosa, se volvía hacia él.

La pokéball había dado en el blanco… y había fallado la captura.

—Oh, no… —Alistair comenzó a negar lenta, frustradamente—. Já, no… Ni de chiste. ¡Ni de puto chiste te di a ti!

Nunca en su vida había visto a ese pokémon. Ni en fotos ni folletos. Debía ser de una de las tantas criaturas autóctonas del sur de Kalos, demasiado aburrida para darle un lugar en las guías de extranjeros. Un gusano mucho más feo y descolorido que cualquiera de los otros bichos regionales con los que estaba familiarizado.

—¡Eh, ¿y por qué me miras así?! —gritó, señalando al pokémon. El pequeñín tuvo la osadía de parecer ofendido—. ¡De no querer que te golpeara, no te hubieras metido en mi captura! —Señaló la pokéball—. ¡Esas cosas son caras, ¿sabes?! ¡Y no estoy en la posición de irlas gastando a lo idiota en alimañas como tú!

—¿¡Scart!? —El pokémon bicho se irguió, sacudiendo el afelpado de su cuello con rabia. Pequeños cuadrados brillantes brotaron de él, al tiempo en que el lacio pliego de una pluma roja refulgía con el brío de una llama—. ¡Scatter!

—¡Ja, no! —Alistair se acercó al bichito, pisando fuerte—. No quieras hacerte el digno conmigo, sanguijuela. —Se agachó para tomar la pokéball rota—. Por tu culpa perdí al único pokémon bueno que hay en esta ruta. ¡¿Te vas a indignar?!

El gusano gruñó, amenazante. Al muchacho le pareció demasiado orgulloso de sí mismo como para tener esa cara.

—Aunque, en realidad… —Una sonrisa cruel levantó sus comisuras—, tú deberías darme las gracias, ¿sabes? —dijo, dándose la vuelta. El pokémon pareció bajar la cabeza. ¿Lo deprimió? Buena cosa—. Te regalé una nueva experiencia. ¿No? A menos, claro, que uno de esos mocosos con redes te encuentre y piense que vales la pen…

—¡Scatter!

Un latigazo de dolor escaló desde su espalda hasta los omóplatos, lanzándolo de cara contra el alfombrado de hojarasca.

—¡¿Q-qué…?! —chilló Alistair, falto de aire. La sensación desagradable de seis patas puntiagudas escalándole desde la pierna le hizo volver el rostro—. ¡¿Q-qué coño ha…?!

—¡Scatterbug! —bramó el bicho, alzándose en cuatro de sus patitas traseras. Alistair se dio la vuelta como pudo para esquivar otro golpe.

—¡Eh, n-no! —Retrocedió a gatas, salvándose a duras penas de recibir otro placaje— ¡Aléjate, maldita cosa endemoniada! ¡Pateo con mucha más fuerza que tú y no voy a pensármelo dos veces!

Tomándoselo como reto, el gusano le dio una sonrisa ruin. Una pata, dos patas, y saltó de nuevo con la potencia de un ataque real. Alistair, como pudo, usó su mochila de escudo.

—¡Ya está, te lo advertí! —gritó, rebuscando una piedra entre las hojas. El pokémon no frenó su ataque; menos fuerte, pero más constante en sus placajes—. ¡Te voy a lanzar al puto río, larva subdesarrollada!

—¡Scatter! —chilló, golpeándolo directo en la mano.

—¡Ah!

Alistair tropezó una vez más, a punto de enterrarse contra las ramas de un arbusto. Su única defensa salió despedida hasta el pie de la ruta, desparramando la mayoría de sus pertenencias en el suelo.

—¿C-cómo…?

¡¿Qué tanto odio podía guardar un cuerpo tan pequeño?!

—Scart… —El bicho rio por lo bajo. La pluma en su cuello brilló con una ira depredadora.

Mierda, mierda, mierda. Alistair miró hacia los lados. Si no podía encontrar una roca, lo patearía. O intentaría hacerlo. Quizá eso le costara otro placaje directo a la canilla, con uno o dos crujidos más que le advirtiesen la fuerza del bichito y lo inútil que era el cuerpo humano si no se valía de herramientas modernas. ¡¿Cómo demonios era que los pokémon no los dominaban todavía?!

—Muy bien, bien… —El muchacho recogió las piernas, listo para levantarse. El pokémon no se movió, pero no le quitó los ojos de encima—. Te propongo un trato, ¿sí? Mira: tú me dejas buscar al pidgey que debía atrapar, y yo nunca más toco tu roble o tu preciado orgullo. ¿De acuerdo?

—¿S…scart? —Sus tres horrorosos pelos blancos se irguieron con aparente interés. Alistair tragó en seco.

—S-sí, ¿ves? Ambos salimos ganando. ¿Te parece? Un trato justo para personas justas.

El bicho entrecerró los ojos, guardando un silencio precavido. Alistair no supo si estaba barajeando sus opciones o ganando más tiempo. ¿Qué demonios hacía cerrando tratos con un gusano, de todas formas? Por Arceus… No podía ser…

—¡Scatter! ¡Bug!

Temiendo su inminente huída, el pokémon abrió la boca y lanzó una carga de pegajosos hilos de plata.

Alistair, como pudo, tropezó fuera de los arbustos de ramas secas que bordeaban su ruta de escape. Parte de los objetos que no rodaron hacia el camino principal amortiguaron su caída con pinchazos incómodos. El muchacho siseó por bajo, sintiendo un vacío en el estómago. Las telarañas le habían dado directo al tobillo. No podía moverla bien, por mucho que intentase. Mierda, joder…

—No… —masculló, fallando en liberarse. Intentó jalar, revolverse, patear…—. ¡No, no, no!

—Scatter… —El pokémon bicho bajó la cabeza con una sonrisa escalofriante. Patas en tierra, pelaje erizado…

Empújalo, pensó. Su estómago se contorsionó del horror.

Atrápalo.

—¡…Bug! —gritó el pokémon, cargando de lleno contra él. Alistair apretó el puño sobre la hierba

—¡Por la mierda te dejo hacerlo!

Valiéndose de la basura que no llegó hasta la ruta, Alistair se estiró como pudo y tomó algo. ¿Redondo? ¿Duro? No importaba. Tenía que arrojarlo; lanzárselo. Debía darle de frente si quería sobrevivir. Vamos, vamos, ¡vamos!

—¡¿Scatte-?!

La capsula se abrió, arrojando su infame rayo contra el bicho. Un golpe, cuando se cayó. Dos golpes, tremolando sobre la hojarasca. Alistair abrió mucho los ojos. Tres…

El muchacho miró incrédulo cuando un chispazo brotó del seguro metálico como señal innegable de una captura exitosa. Él… Él lo había…

—¿Q… qué coño fue…?

—¡…bug!

La capsula se abrió una vez más y Alistair gritó, saltando fuera de los arbustos. Un pedazo de su pantalón oscuro yació rasgado entre los hilos como última muestra de su fuerza.

—¡Y-ya te atrapé! —gritó, de espaldas contra el roble— ¡Lo hice, sí! ¡Juega con las reglas, maldito bicho! ¡Te voy a…!

—¡Scatter! —refutó el bicho, erizando su pelusa blanca—. ¡Scatterbug!

—S-si te me acercas, juro que…

—¡Hey!

Tanto Alistair como el bicho saltaron en su lugar, temiéndose lo peor.

En el camino de tierra, un chico y su zigzagoon los miraron con preocupación.

—¡Oye, ¿qué tal?! —dijo el chico, ondeando un saludo— ¿Qué haces ahí metido? El camino es por aquí, amigo. ¿Necesitas a…?

—¡Q-qué te importa, mocoso! —gritó Alistair, temblando un gesto grosero—. ¡¿Qué coño haces viendo para ac…?!

—¡Scatterbug! ¡Bug!

Con un grito de batalla, el pokémon dio una última embestida al muchacho y se lanzó hacia el desconocido y su sorprendido zigzagoon.

—¡¿Qu-?! ¡Oye, espera! ¡No! —gritó el chico, esquivando por los pelos el placaje del bicho. La pluma en su felpudo chispeó con furia— ¡Así no funcionan las bata-!

Alistair puso una mueca cuando el pokémon —su pokémon— tacleó al chico hacia la hierba alta.

¿Qué saña tan demoniaca tenía Kalos en su contra?

Notes:

Pequeña referencia al diseño beta de Pueblo Acuarela y a las descripciones del juego para las rutas (lo que abre el capítulo). Planeo integrar varias cosas de ese estilo aquí, así que me aseguraré de citarlas apropiadamente (o señalarlas) cuando sea necesario.
También, ¿sabían que la primera aparición salvaje de esta ruta siempre es un pidgey? Dice mucho de la sexta generación que el primer pokémon salvaje que te encuentres no sea autóctono /hj
En fin. Scatterbug me gusta mucho. Siento que es tierno a su manera, a pesar de ser el típico insecto de primera ruta y ser básicamente un gusano peludo. Gracias a él le tomé mucho cariño al tipo en general, además de que el detalle de las alas de vivillon siempre me pareció muy cool.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 7: Rostros conocidos

Summary:

Alistair se enfrenta al mayor horror de todo entrenador: conversaciones inescapables.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Hmph. Antes colocaban letreros de advertencia fuera de sitios como estos, ¿sabes? Para evitar que ingenuos demasiado confiados se extraviaran tan rápido.

Alistair apretujó su mapa de regreso a la mochila mientras examinaba el umbral de follaje que daba la bienvenida a las profundidades del Bosque de Novarte. Scatterbug, confinado al bolsillo más grande, falló en acertar el tercer mordisco en lo que llevaban de minuto. Dado lo infructuoso de sus intentos porque se metiera —y quedara— voluntariamente en su pokéball, al muchacho no le quedó más opción que improvisar con lo poco que tenía a la mano. Aterrorizar a más niños y sus zigzagoons en lo que le quedaba de viaje no estaba dentro de sus planes. Uno nunca sabía cuándo un oficial de guardia o un entrenador lo suficiente competente para detenerlo y culparlo de alguna clase de abuso podría aparecer. Ya había tenido suficiente emoción capturándolo e intentando quitar las hojas, mugre y demás hilos viscosos que le quedaron en el cabello después de su primer encontronazo, por lo que, por ahora, estaba más que contento de conformarse con su ingenio y la milagrosa tela a prueba de picos que logró contener a la bestia.

—Sí, letreros —exhaló, simulando un tono conversacional—. ¿Puedes creerlo? Es casi como si el ingeniero de caminos no supiera qué coño está haciendo.

Alistair palpó el musgo húmedo que crecía en una esquina del gran cartel con Pistas para entrenador. Del lado izquierdo había un tramo ciego de hierba alta perfecto para cazar nuevos pokémon. Hacia el frente, el nudo laberíntico de tocones y frondas varias que no salía a ninguna parte. Y a la derecha, moteado por los tímidos rayos de la tarde, un sendero de tierra más abierto y amable con el viajero casual que traía consigo la promesa de calor humano. Entrenadores, turistas y lugareños que hacían un solo eco bajo el trinar alegre de los pokémon salvajes. Quizá, hasta podría darse la oportunidad de encontrar algo mejor.

—En Kanto, cerca de las zonas rurales, hay un bosque muy parecido a este —dijo, con la vista puesta hacia el norte: el corazón del bosque—. Hm… ¿Sabes? Casi parece como…

—¡¿Alistair?!

El muchacho dio un salto en su sitio, volviéndose hacia los arbustos que liaban el camino sin salida.

«…Bendito Arceus en lo alto».

—¡Alistair…! —La hojarasca crepitó con inusual lobreguez—. ¡Hola, hey! ¡Sí… ¿Sí viniste?!

Cual diglett a la caza, Shauna salió a su encuentro desde un enramado de zarzas que no invitaban a la exploración. Su cabello era un desastre y los lazos en su ropa colgaban deshechos por el aparente esfuerzo que le tomó hacerse un lugar entre las espinas.

—Estoy… —Shauna trastabilló fuera de la maleza, agitando los últimos brazos de hierba que se le atoraron en el tobillo. Bajo el fractal de la tarde, Alistair notó que su frente estaba perlada de sudor. Si un paso al monte la había cansado tanto, entonces su condición física estaba en problemas—. ¡Eh, estoy feliz de verte aquí! N-no pensé… que vendrías. Serena me dijo… No queríamos presionarte, pero…

—Todavía no es muy tarde para dar la vuelta, Shauna. —Otra voz, más limpia y remilgada, se abrió paso entre las amalgamas de helechos—. No sé qué viste, pero puedo asegurarte que ya no está. ¡Mira nada más como quedamos! —Rio, soltando un suspiro—. Creo que tengo hojas en los zapatos. Oh, y el pobre Fo…

—¡Súper S! —Shauna alzó los brazos, sorprendiendo a la rubia—. ¡Mira, te lo dije! ¡Sí que te lo dije!

Serena levantó el rostro, habiéndose quitado una rama de la falda. Su sonrisa divertida pasó a una mueca de susto mal disimulada, quizá-demasiado-pálida para el gusto de Alistair.

—¡Scatterbug! —El pokémon tipo bicho soltó un gruñido amenazador en cuanto el pequeño zorro de fuego alcanzó a su entrenadora, restregándose contra su pierna. Serena abrió la boca, incapaz de formar algo, pero intercalando un vistazo rápido entre Shauna, su vecino y la furiosa fierecilla que retomaba sus esfuerzos por salir de la bolsa. Pluma de fuego incluida.

—¿A-Alistair? —preguntó, más para sí misma que para ellos. Alistair fingió su mejor sonrisa.

—Hola, vecina. Un placer verte a ti también.

—¡¿Viste?! —Shauna confrontó a su amiga con una ira risueña—. ¡Te dije que vendría! Te lo dije y no me creíste, Súper S. ¿Eso como habla de ti?

—P-pero… —Serena bajó la vista hacia su fennekin. El zorrito notó su cambio de humor con una oreja doblada—. Pensé…

—¡Pues pensaste mal! —Shauna tomó a Alistair del brazo y lo zarandeó juguetonamente. Lo abrupto del acto y la aparente camaradería sacaron un quejido turulato a scatterbug—.  ¿Ves? Está aquí, muy contento, y vamos a tener una… ¡Ah!

Shauna se alejó de un brinco y el pokémon, como pudo, se metió de lleno a la mochila.

Fuera del horror que cualquiera esperaría, la chiquilla pareció maravillada.

—¡Wow! ¿Qué es eso? ¡¿Un pokémon nuevo?! ¿Lo atrapaste?

—E-esto… —Alistair tomó distancia. Muy bien. La alimaña le temía a algo.

—De acuerdo. Muy bien. —Serena negó, mirando por encima del hombro—. Tenías razón, Shauna. No debí haber dudado de ti. Pero, ¿podemos movernos? Trevor y Tierno se van a enojar si nos tardamos más de la cuenta. No tengo problemas para enseñarte la captura que quier…

—¡Oh, sí! ¡Por favor! —Shauna se iluminó, juntando las palmas—. El pikachu que te dije… El que vimos a… ¡Vamos, Alistair! Tú me ayudarás a buscarlo, entonces. —Más cuidadosa, lo tomó de la mano y atrajo en dirección al camino principal—. ¡Oh! Y Froakikín está por aquí también. ¡A ella le hará mucha ilusión verte!

Sin chance para objetar, la morena lo llevó hacia el largo paseo natural que tan orgullosamente proclamaba ser el primer gran reto de un entrenador novato. Las bestias sobre las ramas habían menguado parcialmente su trinar, mientras Shauna, tan alegre y brillante como temía, se daba a la tarea de recontar para él las últimas horas de un viaje que iba viento en popa, pese a los retardos y la curiosidad incansable de quien lo pilotaba. No hubo piedra que no contase, o maravilla natural que dejase de lado o diese menos importancia en tan colorida narrativa, como lo era el caso de los “enormes robles frondosos, testigos milenarios de un camino hecho del inclemente paso del avance y la civilización” (palabras de Trevor, por supuesto). Todo eso mientras Serena, unos pasos más atrás, parecía haberse decantado a guardar un silencio presente. Alistair no se molestó en disimular la mirada de socorro que dirigió una o dos veces en su dirección, esperanzado en que esa floreciente incomodidad le ayudase a dar distancia mental fuera de las minucias sobre hojas y la mordida de un caterpie muy amarillo que eran murmuradas cual secretos de Estado en su oído.

¡Vaya suerte la suya! Como nunca, su inteligente vecina había preferido prestar total atención al chasquido y los correteos juguetones de su pequeño pokémon.

—¡Entonces… —Shauna gesticuló con su mano libre; un puño hacia la nada—, el caterpie de ese chico, no recuerdo su nombre, usó placaje! ¿Puedes creerlo? Mi pobre, linda froakie recibió el golpe de lleno, ¡pero resistió como una campeona! Según Serena, tuve que haberle dicho para esquivar en lugar de ordenarle usar gruñido. Pero, ¿sabes por qué resistió, amigo?

—No. —Alistair apartó el rostro, volviéndose hacia los árboles. El bosque era bastante denso, sí. De noche debía dar bastante miedo. ¿Qué clase de pokémon saldrían, ahora que lo pensaba? Un tipo fantasma le vendría bien. Debía comenzar a barajear opciones factibles para su supervivencia—. Eh… ¿Por qué lo hizo?

—¡Pues por gruñido, tontito! ¿Sabes que hay ataques que no hacen daño, pero igual afectan a los pokémon? Trevor me dijo que gruñido bajaba el ataque del oponente. ¡Qué útil! ¿No? P-pero… Igual, no conviene usarlo mucho, je.

—No, porque perdiste la batalla —acotó Serena, recogiendo algo que le ofreció su fennekin. Alistair miró al zorrito con una ceja levantada—. No puedes solo bajar las estadísticas de tu oponente y esperar que anule por completo el daño que te hace.

—Agh, síiii, Súper S. —Shauna rodó los ojos, traviesa—. Créeme. Ya aprendí la lección. Además, ¡tú y tu fennekin estuvieron estupendos! Era una victoria completamente merecida. Y me alegro mucho que le hayas demostrado a ese chico quién mandaba.

—Victoria, ¿eh? —dijo Alistair, ladeando la cabeza—. Felicidades, vecina. Tu perrito guardián se ve más confiado.

Serena lo miró con cara de pocos amigos.

—No es un…

—¿Alistair?

Habiendo cruzado el último gran tronco que cerraba el camino, Trevor y Tierno recibieron al trío con una sonrisa.

—¡Hola! —saludó el pelirrojo—. Hey, pensé que no vendrías. ¡Me alegro mucho de que te hayas animado!

—¡Sí, amigo! —Tierno giró en su sitio, haciendo una corta demostración de su coreografía—. Viajar con gente es casi tan genial como una buena melodía para soltar los pies.

Alistair sintió un escalofrío de pena ajena. En cierto modo, se alegró de no ser el único que pensaba así.

—Tierno, por favor. —Trevor miró al muchacho regordete con cansancio—. Eres bastante pesado con eso del baile, ¿sí?

—¿Cómo? —Más asombrado que ofendido, Tierno se volvió al pelirrojo— ¡Bueno, pero es la verdad! O… O por lo menos así lo siento yo.

—¡Pues yo opino que es una forma bastante genial de ver las cosas! —saltó Shauna, soltando por fin a Alistair—. Es bastante original. ¡Me gusta tu estilo, Tierno! No le hagas caso a este gruñón.

—¡Hey! —Trevor jugueteó nerviosamente con la pantalla de su… ¿Cámara?— ¿A quién le llamas gruñón? Yo no…

Un movimiento irregular llamó la atención de Alistair. Cierto. Todavía tenía compañía.

—¿S-scatter? —Con la muchacha enfrascada en una nueva discusión, Scatterbug se asomó lenta y cuidadosamente de su escondite. Alistair le dio una sonrisa maliciosa.

—Veo que incluso satanás le tiene miedo a otro diablo —susurró, ganándose una mala mirada del gusano—. ¿Qué? ¿Por qué me miras así? A ella la conozco, ¿sabes? Y si a ti te molesta…

—¡¿S-s-scatter?! —Scatterbug intercambió un vistazo rápido al muchacho y a Shauna, que había tomado a froakie en brazos y lo mecía juguetonamente.

—Entonces, ¿ese es tu nuevo compañero?

Alistair y Scatterbug se sobresaltaron ante la mirada curiosa de Serena. No porque dijera nada necesariamente malo, o hubiese llegado demasiado cerca, con demasiado sigilo…

—¡Oh, sí! —La morena chilló, para mortificación del bicho—. ¡Ahí estás!

Shauna y el otro par de raritos observaron maravillados al pokémon bicho. Por mucho que scatterbug lo intentó, no logró meter su cabeza a tiempo. Alistair, quizá, había apretado el bolso con más fuerza de la necesaria.

—¡Hola, amiguito! —saludó Shauna—. ¿Cómo estás? ¿Cuál es tu nombre?

—¡S-scart! —Scatterbug se removió como pudo, escapando de las caricias de Shauna al saltar sobre el hombro, y luego la cabeza, de su entrenador.

—¡Un scatterbug, genial! —Trevor rebuscó su Pokédex en la mochila. Por la mirada que le dio Tierno, parecía que era más un acto simbólico que una herramienta necesaria para lo que fuese a decir—. En su campo de estudio, se suele hablar mucho sobre cómo su polvo de escamas es una herramienta crucial para su supervivencia. Con ella repele y paraliza a sus enemigos, ¿sabían? ¡Oh! Sin embargo, poco se habla de cómo lo consigue. La teoría más aceptada comenta que se debe a que puede comer cualquier planta, incluida las venenosas. ¿No es algo fascinante?

—Uh, ¿polvo de escamas? —Shauna retrocedió. Su froakie puso una mueca pensativa—. ¿Es ese pelo blanco que tiene en el cuello? Y ¿qué es eso otro que tiene…?

—Sí, exacto —dijo Trevor, y la cuadrilla de novatos hizo ruidos de asombro—. A pesar de ser un pokémon del tipo bicho puro, puede llegar a aprender movimientos como paralizador. Este se libera a través de las escamas negras de su pelusa, garantizando que la amenaza quede inmovilizada. ¡Son criaturillas realmente fascinantes!

—Hm, ¿un pokémon que afecta los estados de otros? —Serena se acercó por la espalda. Scatterbug se dio la vuelta y soltó un gruñido bajo. Mismo que respondió fennekin—. Suena a algo que puede ser muy útil en batalla. Mi padre siempre dice que la victoria se garantiza limitando a tu oponente lo más que puedas. Ya sea con ataques de estado, como esos, o simplemente bajando sus características de ataque y defensa. ¿Tu Scatterbug sabe algún ataque que afecte las características, Alistair?

El muchacho miró con incomodidad hacia su compañero.

—Bueno, sabe disparar baba de bicho —dijo.

—¿Baba de bicho? —Trevor ladeó la cabeza— ¿No querrás decir seda? O algo como, hm… ¿Disparo demora?

—¡Oh, conozco ese ataque! —Tierno expresó con emoción—. Hay una rama de concursos especializadas llamada Coordinación pokémon. Ahí, los ritmos son muy importantes. ¡Y ataques como esos suelen dar una presentación bastante vistosa!

—¿Llevando todo el escenario de hilos pegajosos? —Trevor sacó la lengua. Tierno se encogió de hombros.

—Bueno, a algunos jueces les gusta.

—Yo pienso que sería interesante verlo en batalla —acotó Serena, asintiendo. Los ojos de Shauna brillaron en reconocimiento.

—¡Cierto, cierto! —La muchacha dio un aplauso que encendió la pluma de scatterbug. Froakie, sentada en su hombro, sonrió con determinación—. Ahora que lo recuerdo… ¡Alistair, tú y yo tenemos algo pendien…!

—No.

Alistair cogió a scatterbug en brazos, cargándolo como una bolsa más. El grupo lo observó con desconcierto.

—¡Eh! ¿Cómo que no? —Shauna hizo un puchero—. Te lo dije: si te veía, te iba a retar a una batalla. ¡Era una promesa y voy a cumplirla!

«No sé qué tan bien la cumplas si esta cosa no puede moverse», pensó, rodando los ojos.

—Uhm, Shauna —Trevor colocó una mano en el hombro de la chiquilla, ofreciéndole una sonrisa tímida—. Quizá sea mejor para otro momento. Por lo que parece, scatterbug es nuevo en todo esto. Será mejor que sea Alistair quien decida cuándo estará listo para una pelea real.

—Aw, pero… ¿Y su chespin?

Un coletazo frío trepó en la espalda de Alistair. Trevor, Tierno y Shauna parecieron demasiado concentrados en su nuevo tema de debate (¿era correcto ignorar una de las primeras reglas de las batallas pokémon?) como para notarlo.

—Chespin debería estar entrenando, ¿no? —dijo Serena, con un atisbo de sospecha—. Froakie y fennekin se han divertido paseando con nosotras fuera de sus pokéballs. Creo que eso es algo que a Chespin le podría beneficiar tambi…

—Está cansado —dijo Alistair de golpe. La muchacha frunció el ceño.

—¿Cansado? ¿Tan rápido? —La incredulidad adornó su tono. En el suelo, el pequeño zorrito de fuego rascó la pierna de su entrenadora, pidiéndole que lo alzara. Serena lo tomó en brazos y apretó cariñosamente contra su pecho—. ¿Por la pelea contra scatterbug? Acaso… ¿No lo llevaste al centro pokémon?

—¡Oh, oh! —Shauna tomó su enorme bolso y rebuscó en el compartimiento delantero, donde había un gran lazo muy parecido a los de su camisa—. Si ese es el problema, ¡no te preocupes! Gracias a Serena, me armé con varias pociones y otros objetos curativos. Sus padres hasta nos dieron algunas bayas, ¿no es gen…?

—Cansado de… —Alistair carraspeó—, de cansancio. Como, está literalmente cansado. De sueño.

—Oh… ¿En serio? —Shauna se detuvo en seco.

—¿Seguro que no es un cambio de estado? —Serena acarició la oreja de fennekin, recelosa. Alistair temió un brote de superioridad en su tono—. La ruta y el bosque traen consigo muchos pokémon. Hay algunos que poseen veneno, como los weedle. No sería raro pensar que habrá alguno que cause…

—¿Piensas que no sé cuándo un pokémon está herido?

—En ese caso —Trevor interrumpió, haciendo un gesto apaciguador—, sería mejor que retomásemos el camino a Ciudad Novarte. Ahí hay un Centro Pokémon completo, a diferencia de la casa de curación en Pueblo Acuarela. Si tú y tu equipo necesitan descansar, Alistair, ese es el mejor lugar.

—¡Oh, sí! Ciudad Novarte. —Shauna asintió, recuperada—. ¿No es ahí también donde quedaba el gimnasio pokémon?

—Así es, Shauna —dijo Serena, sonriendo, a lo que Alistair frunció el ceño. Sí, estaba por las nubes—. Justo ahí. Estoy casi segura que su especialidad es el tipo bicho, y… Bueno. Imagino que será pan comido para fennekin, cuando se enfrente. ¿No, amigo?

El zorrito adornó su risa con ascuas. Alistair arrugó la nariz, presintiendo un temblor inusual por parte de scatterbug.

—¡Súper S, no puedo esperar a verlo! —animó Shauna, dando una vuelta—. ¿Sabías que los padres de serena son entrenadores súper talentosos, Alistair? ¡Saben mucho de muchas cosas! Fue por ellos que yo también me animé a hacer mi viaje.

—Así es. —Serena abrió la marcha hacia el corazón del bosque. A pesar de la oscuridad, el muchacho pudo captar un sonrojo comedido. No dudaba que los demás también fueran capaces de hacerlo—. Mis padres me han preparado desde muy pequeña para que dé lo mejor de mí. La mejor forma de medir mi potencial como entrenadora será verme las caras con la líder de gimnasio.

—Suena excelente, Serena. —Tierno bailoteó hacia fennekin, dándole unas caricias amables. Trevor lo siguió de cerca—. Te desearía buena suerte, pero creo que tú y fennekin se las arreglarán muy bien. ¡Solo hay que ver lo bien que has peleado!

—Oh, y… ¿Tú, Alistair?

Shauna se paró junto al rubio, sin intención de tocarlo. Alistair levantó una ceja.

—¿Yo qué? —preguntó, más a la defensiva de lo que le gustaría admitir. La muchacha morena ladeó la cabeza. Sus mejillas también parecían sonrosadas; por el calor.

—¿Uh? Bueno. Me refería a qué planeas hacer…

—¿Por qué? —dijo, antipático. Aprovechando la docilidad de scatterbug, se apresuró a devolverlo a la bolsa.

—¡Oh! Pues… —Shauna se rascó la nuca, balanceándose en sus talones. Froakie había ido a parar a su cabeza. Alistair no quería pensar que la maldita rana lo estaba juzgando en silencio, con las pupilas puesta en una fina línea—. Lo siento. No quise sonar metiche. —preguntó, tentando una sonrisa—. Solo quería saber… ¿También retarás al líder de gimnasio? O no te gusta mucho pelear, quizá. ¡No tienes que decírmelo si no quieres!

Alistair guardó un silencio reflexivo, palpando la cálida pluma de scatterbug sin querer. Chespin… Él debía pensar en algo. En su interior todavía se agitaba con furia el llamado de atención que fue olvidar un detalle tan importante como ese. Sí, él… Él debía pensar algo rápido. Algo lo suficiente bueno para borrar de una vez cualquier rastro de ese molestoso sentimiento que le anudaba la garganta.

—Supongo… Buscaré pokémon fuertes para el equipo —masculló, distante. Los moretones en sus piernas también comenzaron a picarle. ¿Era por culpa de la adrenalina?

—Pues, ¡oye! Me parece bien, ¿eh? —Shauna asintió, palpando uno de sus muchos lazos—. ¡Suena divertido!

El canto lejano de un ave que no reconoció lo hizo mirar hacia el follaje. Alistair aguzó la vista. ¿Había algo entre las ramas? Ni sombras ni siluetas que jugasen a formas vivas… Solo un vacío, trémulo y sibilante, que sedujo su mente hacia cielos más abiertos. Despejados.

—Quizá, si… Si encuentras algo bueno, ¡p-podamos combatir un rato! —dijo Shauna, casi tan melodiosa como el arrullo—. Eso… Si tú quieres, claro. Y si chespin y los demás se sienten cómodos al respecto.

Alistair se limitó a tararear, avanzando. Si las sombras del bosque no lo engañaban, aquellas enormes siluetas que daban cruce a la siguiente esquina eran rocas. Piedras grandes, musgosas, que narraban la vida del bosque a través de sus cicatrices. Quizá, hasta tenían algún pokémon dando vueltas por ahí. O historias. Esa clase de historias que solían tener mucho más tiempo de lo que cualquiera en sus inmediaciones, incluidos los chiquillos caza-bichos, pudieran ser capaces de sugerir.

Incluso ellos.

—Y… ¿Alistair?

El aludido la sintió dar un paso hacia él; tímido, aprehensivo.

—¿Sí? —dijo, sin menguar su ritmo. Era lento, pero seguro. Más rígido que otra cosa.

—Me… Me alegra mucho, ¿sabes? —susurró la muchacha, a merced de su propia duda—. Me alegra mucho que estés aquí, con… Con todo, a pesar. Y-y… Y me alegra mucho que te animases a…

Lástima que no tuviese tiempo para escuchar lo demás.

Notes:

Alistair se reencuentra con el grupo de amigos. El Bosque de Novarte siempre me pareció hermoso gráficamente. Las sombras me recordaban mucho al efecto que tiene el Bosque Vetusto, uno de mis sitios favoritos de todos los juegos. También los fondos me trajeron un poco a la época donde jugaba el primero de los Pokémon Ranger; el primer bosque.
Me hubiera gustado que el Bosque de Novarte no hubiese sido tan fácil o una copia directa del Bosque Verde. Ya con el pidgey entendimos que hay muchos paralelismos a la primera generación... Pero, bueno. En esta historia también he aprendido a llegar a términos con esas pequeñas cosas.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 8: Hacia la reja

Summary:

Lo más aterrador de una historia es descubrir que sus raíces no se alejan demasiado de la realidad… O la actualidad.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

¡Muy bien, litleo! ¡Acabemos con esto de una vez!

Su corazón dio un salto, embestido por la realización.

No… No puede…

El traqueteo rápido de seis patitas sobre el cristal desparramó bayas, semillas y zumo de hierbas por igual.

Una olisqueada, se aseguró. Dos.

El bálsamo de la colina seguía siendo el mismo, manso y estático por la falta de brisa. Así mismo, el ajetreo amaderado de la ciudad, orlado de rosas y el perfume fácil de sus largas y empedradas guaridas, no pareció estremecerse por lo inminente del peligro.

—E… Entonces… —Su atención viajó hacia la falda de la colina: escaleras rotas, arbustos de flores, la aterradora roselia petrificada que lloraba agua desde sus pétalos…

—¡Usa ascuas, ya!

—¡A-AH!

Scatterbug trastabilló un respingo, chocando de bruces con su entrenador.

—¡¿Qué te…?! ¡Ah! —El niño rubio se sostuvo la nariz, dolorido. Scatterbug se volvió a mirarlo— ¡Maldito bicho! ¡¿Otra vez?!

—¡¿C-cómo…, cómo que otra vez?! —La pokémon se sacudió, de vuelta a sus cuatro soportes—. ¡¿Qué acaso no te das cuenta?!

—¡No sé qué mierda te pasa, pero ya me tienes harto!

Scatterbug lo vio levantarse, sacudiendo con cuidado el interior de su libreta. Las páginas olían a tostado y ahora tenía una fea mancha café oscuro que no paraba de expandirse a lo largo de los trazos sin sentido que había estado rascando. Chocolate, ya frío. Con suerte.

—¡Estás saltando la fina línea de mi paciencia como si fuese una puta cuerda! —gritó el muchacho y señaló a la mancha—. ¡Mira lo que hiciste! ¿Eh? ¡Por si no te basta abrirle huecos con tus sucias patas, también le tiras cosas! ¿Quieres que te devuelva al puto bolso? ¡Porque ganas no me faltan!

—¡¿C-cómo puedes decirme eso cuando te estoy salvando la vida?! —Scatterbug erizó su afelpado blanco—. Si no fuera por mí, ya estuviéramos…

¡Muy bien, litleo! —gritó alguien a la distancia. Ahora, el tizne de las ascuas era mucho más evidente. Un pequeño rugido de cachorro lo acompañó—. Así se hace. Eres un pokémon estupendo.

—¡¿Ves?! —Scatterbug corrió al otro extremo de la mesa. Desde arriba de la colina, los habitantes de la ciudad no eran más que borrones a merced de un ocaso despejado. La pokémon apenas podía diferenciarlos—. Por ahí está. ¡N-nos sigue buscando! Va a comernos, niño idiota. Va a vengarse por lo que le hice y- ¡Ay!

Harto de su escándalo, el chico le tomó por las antenas. Scatterbug, como pudo, intentó zafarse. Sin embargo, el agarre era demasiado fuerte. Más temprano que tarde acabó estampada al fondo del bolso.

—¡Oye! —Se quejó, escalando a la superficie. Al menos tenía un hueco para sacar la cabeza—. ¡¿Qué crees que haces?! ¿T-tú nos defenderás si nos encuentra? ¡Ya quiero verte!

—Vas a hacer que nos cobren hasta el último plato roto de tu berrinche, cucaracha. —Su entrenador se colgó el bolso a la espalda. Scatterbug refunfuñó—. Ya tu ensalada costó bastante cara, ¿eh? Como para que la andes tirando al suelo…

—¡Me la hubiera terminado de comer si no nos cazaran! —dijo, removiéndose. Los pelajes falsos y las demás pokéball no hacían buen soporte—. Pero, claro, tú no me escuchas.

—¡Hola de nuevo, compañero!

Ya bajando los escalones, un flequillo pelirrojo llamó su atención. Era la chica de antes, con todo y su litleo, y se dirigía hacia ellos. A la colina.

—¡Ah, te lo dije, te lo dije! —La pokémon bicho se metió de lleno al bolso, con solo tres antenas visibles—. ¡V-va a vernos, niño! ¡Ya nos encontró! ¡Está perdi…!

—¿Qué tal? ¿Cómo ha estado todo? —saludó la muchacha, deteniéndose junto al rubio.

Alistair no dijo nada y scatterbug se armó de valor para echar un vistazo disimulado de entre la tela del bolso. Si bien los colores oscuros y la profundidad de la tarde no le permitían discernir nada muy bien, el cabello encendido de la entrenadora y el mechón flamante del pequeño pokémon a su lado bastaron para una confirmación inequívoca: eran el mismo trágico dúo de antes, listo para lo que fuera que estuviesen tramando sus maquiavélicas mentes sedientas de pelea.

—Todo tranquilo —dijo su entrenador al cabo. Scatterbug ahogó un gruñido—. Lo mismo de siempre, la verdad. ¿Y tú?

—¡Ah, todo muy bien, sí! Batallas pequeñas por aquí y por allá. Ya sabes. Con esos chicos de los patines… —La muchacha pareció echar un vistazo hacia arriba. Su litleo brincó alegre dos escalones más—. Oh. ¿Vienen del café? —preguntó, señalando el establecimiento—. Oye, ¿sabes de casualidad si sigue la oferta del chocolate y la ensalada de bayas?

—Ah, no… No lo sé —mintió el chico, sosteniendo mejor los tirantes de la mochila—. ¿Quizá? No me di cuenta.

—Hmph. Vale, ¡muy bien! —Su voz denotó una sonrisa. Scatterbug atisbó un ademán de despedida— Nos veremos en otra ocasión, entonces. ¡Mucha suerte con tu entrenamiento! Ya sabes lo que dicen: mientras más tipos, mejor. ¡Vamos, litleo!

Su chico maldijo el gritillo y sacudió la punta de sus zapatos en el empedrado brillante que construía la calle principal de Novarte. Si bien las farolas hacían más fácil diferenciar rostros de formas y colores más humanos, el centro de la ciudad no hacía mucho más para deslavar esa fachada fantasmal que relegaban las últimas horas de la tarde, con apenas personas y pokémon deambulando a las inmediaciones de la fuente.

Scatterbug tarareó, asintiendo con satisfacción.

—Y que no los vea yo… ¡¿U-uh?! —El bolso dio un brinco. Luego otro—. ¿Y tú qué haces aho…?

El chico se quitó la mochila de los hombros, rebuscando algo en los bolsillos delanteros. Scatterbug, pese a quererlo, se aguantó las ganas de morder. Ya no habría más bayas deliciosas después de peleas, si lo hacía. O… ¡O no habrían más peleas! ¡O nada! No luego de que el niño lo amenazara frente a ese espejo brillante que contenía cajas. Dieciséis bunnelbys inconscientes después y scatterbug había decidido escoger mejor algunas de sus batallas.

—¿Qué buscas? —Scatterbug ladeó la cabeza, consciente de qué reposaba en ese sitio— ¿Vas a sacarlo otra vez?

Sin mediar palabra, el chico rubio se hizo con una pokéball. Era roja y brillante como la suya, con una base blanca sin rasguños. Creía haber escuchado de alguien en el bosque que esas eran las más comunes. De las que menos dolía si te pegaban. Pfft, ¡bah! ¡Qué gran mentira parloteaban los fletchlings! Siempre tan ociosos y desplumados.

—Sal, riolu —dijo su entrenador, orientando la pokéball al suelo, y scatterbug sonrió. Diente puntiagudo y todo.

—¡Hola de nuevo, cachorrito! —exclamó ella, sobresaltando al otro pokémon. Nunca fallaba— ¿Qué tal? ¿Listo para otra práctica?

—¿P-p-practica? —murmuró el riolu, sosteniéndose la cola con nerviosismo. ¿Por qué aún era tan tímido? Scatterbug no le había golpeado tanto, tan duro…

—No actúes como si te sorprendiese —dijo el chico, dándole una mirada dura. Scatterbug, aún en la mochila, quedó resignado a una banca de madera junto al paseo que daba a la fuente—. Sabes muy bien para qué estamos aquí.

—P-por favor… —murmuró el riolu, bajando las orejas—. De verdad. No quiero problemas. ¡N-no era mi intención! Era solo…

—¿Intención? —suspiró scatterbug, ganándose un respingo del tipo lucha—. Cuántas veces te lo voy a explicar. Te encontramos, peleamos, te atrapamos. ¡Pan comido! Ya no tienes nada de qué preocuparte. Estás aquí con nosotros ahora.

—¡P-pero no…! —El riolu negó— No lo entiendes. Por favor. Yo no… No quería esto. ¡No puedo pele…!

—¿No puedes? —Scatterbug soltó una risa escalofriante. Incluso el rubio se volteó para mirarlo— ¡Pues pegas bastante bien para no poder!

—¡Eso no…!

—¡Cállense, los dos! —gritó el muchacho, exasperado— No sé qué demonios te pasa, riolu. Ya llevamos días en esto. ¿Piensas colaborar o no?

—P-pero…

—Créeme, chico —Scatterbug se acurrucó en su capullo de tela—. ¿Crees que algo de eso importa ahora? Ya está. Puedes patalear todo lo que quieras el resto de tu vida… O puedes aceptar la oportunidad, aquí. Conmigo.

—¡Pero eso es lo que no quiero! —ladró, exasperado. Sus temblorosas patitas se volvieron puños— N-nunca… Nunca quise esto. De verdad. Lo siento mucho, mucho. ¡N-nadie tiene que sab…!

—Scatterbug —llamó el muchacho, tomando asiento en una banca cercana—. Prepárate para recibir.

La pokémon bicho suspiró, saltando fuera de su escondrijo. Riolu la vio con grandes ojos suplicantes mientras se arrastraba al otro extremo de la plaza ya vacía, muy consciente quizá de que la sombra de los faroles había suavizado su expresión.

—Sabes cuál fue el trato, chico. —Scatterbug frunció el ceño y el pokémon de tipo lucha bajó la cabeza—. No hay nada que podamos hacer ahora. Nada que tú no quieras…

Un fuerte coletazo de acero asaltó sus mandíbulas.

Scatterbug inhaló, contuvo el aire en sus pulmones y soltó un hálito tenso con sabor a herrumbre.

Ya no era un tufo de ascuas lo que cargó el ambiente; solo para ella.

Era la energía pura, concentrada y furiosa de alguien que no quería estar ahí, determinado a escarmentar el lío de alimañas que le costó algo más que su vida, su libertad…

La determinación de alguien que nació mucho antes de que una cápsula sellase su destino.

«¡Palmeo!»

 

 

La Vía Desvío tenía muy mala fama entre las inmediaciones del Bosque Novarte y scatterbug sentía una fascinación morbosa cuando pensaba en el por qué.

—¡Quienes viven ahí, si no acaban en las cuevas, terminan siendo cazados! —había escuchado una vez de un caterpie. Su cola temblorosa y escamas de un verde pálido atestiguaban experiencia—. ¡Es mejor quedarse en estos prados! ¿Qué es lo peor que podría pasarte? ¿Un pidgey? ¡Já! ¡Allá hay verdaderas bestias, enormes!

—Un pariente mío vive junto al muro de Novarte. —Otra tarde, el relato nostálgico de un zigzagoon la entretuvo en su almuerzo. Scatterbug estaba sobre las ramas, mordisqueando una baya robada, cuando lo vio a través de las hojas—. Nosotros le dijimos: «¡no vayas a la frontera!» Pero él fue y cruzó el bosque desde el noreste, y terminó perdido por allá. ¡Tuvo suerte de que un fletchling lo encontrara y le dijera dónde había parado! Nos contaría mucho después que, incluso desde el camino de tierra, todavía se escuchaban gritos y pisadas. ¡Bramidos fuertes y famélicos! Es de los pocos que han vuelto enteros sin la desgracia de entrar y hay que estar agradecidos.

Por esa razón, cuando scatterbug escuchó que ese chico rubio caminaba recto a su perdición, sus antenas temblaron en alerta. ¿Qué habría para buscar por encima de esos muros? ¿Entrenadores? ¿Pasto alto? ¿Qué podría un niño como ese querer de allá? ¿Qué no sabía de las historias?

—¡Litleo, usa ascuas!

—Scatterbug, ¡placaje!

Ella no creía en cuentos de nido. Para nada. No obstante, si algo le había diferenciado de su camada era que ella, muy de patas en tierra, hallaba fácil discernir entre mentiras hechas para asustar a los recién salidos del cascarón, y la hórrida verdad de un mundo que se cocía más allá de las protectoras barreras viridian de su amado bosque arropado en sombras.

—¡Allá… voy! —Haciendo gala de toda su fuerza, scatterbug cogió carrerilla y se estampó de lleno contra el pokémon de fuego. Ya había acertado varios golpes antes; el entrenamiento involuntario que llevó en sus últimas visitas al bosque había hecho maravillas con su fuerza. Sin embargo, no eran embustes eso de que las batallas de la ruta cuatro eran más violentas y sanguinarias. Más que el fuego, temía caerse y no poder huir.

—¡Ouch, ay! —Su rival se tambaleó, ya más aturdido que consciente. Sus ascuas no tocaron ni una de sus escamas, pero no podía confiarse.

—Scatterbug, ahora…

—¡Y no te me vuelvas a acercar! —Con una última tacleada en el blanco, scatterbug derribó al leoncillo. La orden había sido muy lenta para su gusto y las llamas en el pequeño mechón del cachorro habían relucido con la furia de un ataque. Tuvo suerte, sin duda, de que su entrenadora lo llamase de vuelta a la pokéball. Estaría más seguro ahí siempre y cuando a la chica no le diese por soltarlo frente a otras bestias. Bajar la guardia ahí era un error garrafal.

—¡Wow, muy buena batalla! —Luego de curar a los dos pokémon (un psyduck y el cachorro de ascuas), la muchacha se acercó a su entrenador. Según había visto de otros entrenadores, era parte de las reglas estrechar las manos. El chico rubio, sin embargo, se saltó esa formalidad, limitándose a dirigirle una mirada frígida al pokémon bicho—. Tu scatterbug es muy rápido. Sabe qué órdenes darás antes de que las digas. Hacen un gran equipo.

—Gracias —dijo el chico. Scatterbug se paró junto a él—. ¿Tiene salida esta ruta?

—¿Uhm, por qué? —curioseó la chica, ladeando la cabeza—. Así como una salida… Está el paso a la Calle Victoria por allá, al este. Pero no dejan entrar a cualquiera. Y la vía hacia el otro lado también está cerrada.

La Calle Victoria… Ese era el nombre que scatterbug había oído para la Cueva.

Era bueno saber que no solo los pokémon de alrededor la temían, sino también los entrenadores. Eran sensatos al quitar las narices de los Señores que vivían ahí.

—¿Y más entrenadores? ¿Por allá? —El chico señaló a la esquina del camino: un tramo de hierba alta que subía una pendiente fácil y finiquitaba en la loma. Scatterbug pensó que era un cruce ciego, con la única salida siendo el otro tramo del camino, más salvaje y sin sendero.

—¡Oh, sí! —La chica asintió—. Por allí hay más gente. Entrenadores como yo, la mayoría. ¡Asegúrate de ver bien por donde bajas, eso sí! El barranquito del lateral no te deja subir de vuelta. He escuchado que a muchos se les han caído objetos ahí, por lo que también es un poco más difícil de sortear.

—Entiendo. —Su chico cabeceó una despedida. Scatterbug se aseguró de gruñir para dejar claras las cuentas.

¡Y vaya que no mentía la pelirroja cuando dijo sobre los extravíos!

Pociones, pokéballs, pastillas raras y sobres brillantes a donde sea que la pokémon tipo bicho pegara el ojo. Por supuesto, fue su tarea recogerlo todo. El chico le había dado un puntazo hacía más de un cuarto de sol y casi no la regañaba cuando le traía algo prensado en las mandíbulas. Era de suponer, en cierto modo, que sus objetos favoritos fuesen las hojas agrias; trozos de verde opaco muy arrugados que podían confundirse con el pasto, si no fuese por su hórrido sabor a heces. ¡Asco!

—Ya. —El chico arrancó de sus fauces el último papel amargo—. Deja de traerme mierda. No quiero que te desgastes.

—¿Ah, sí? —Scatterbug bostezó, sacudiendo su pelusa blanquecina—. Pues no pareciera. ¡Mira cuánto me pudiste ayudar!

Pero el rubio, como acostumbraba, no respondió. Scatterbug rodó los ojos. Sabía por cuentos de otros que había humanos capaces de hablar y entender a los pokémon. Era una habilidad, según escuchó de algún pikachu demasiado versado en la cultura humana. Pero, ¿este? Pfft. Aunque lo intentase, scatterbug sabía que no le iba a responder. Era demasiado cabezota para comunicarse con los demás de su especie. No perdería el tiempo con la mismo tipo bicho que le tenía la mano hecha picadillo.

—Y… ¿A dónde vamos ahora? —dijo, más para ella que para el muchacho. Algunos de los faroles de la ciudad, los más altos y en las colinas, habían comenzado a brillar. No debía faltar mucho para que la luna se estacionara sobre sus cabezas—. Me muero de hambre. ¿No te habrá quedado una baya? O un dedo demás…

—Silencio.

En cuanto el dúo piso de nuevo la ruta, scatterbug pudo verlo: el muro este de Novarte, tan inmenso y dorado como proyectaban sus sueños.

—Oh, volvemos a la guarida naranja. Entiendo. —Sin mucho pensar, el bicho dio saltitos hacia el umbral—. Espero tengan todavía ese zumo rico de menta. ¡Oh! Y también los pastelitos…

—Para allá, andando.

Sin chance de protestar, el chico le dio un puntazo a scatterbug en el costado redirigiéndole hacia la ruta. La pokémon protestó, sin posibilidad de morderle la bota. ¿Quería dirigirle a la hierba alta? A la izquierda, los muros de Novarte. Y a la derecha…

—¡¿E-eh?! —Scatterbug miró a la reja de color verde, y luego a su entrenador— Oye, ja… Muy gracioso. ¿Qué se supone…? ¡¿Q-qué crees que haces?!

En tiempo record, el chico cruzó la hierba alta y subió un pie contra la cerca. Scatterbug abrió mucho los ojos.

—¡No, no! ¡Espera! —La pokémon saltó y mordió el bajo de su pantalón, jalándolo. Ya tenía una pierna sobre la valla, cómodamente sentado en la división— ¡¿Qué piensas…?!

Pero su fuerza, al igual que su tamaño, fueron inútiles para detenerlo. El chico había dado el gran salto. No podía…

—¡E-espérame! —Scatterbug se escabulló desde abajo. Todas las alarmas y reglas que cicatrizaron los cuentos de su niñez se agitaron en su mente con la fuerza de un pidgey rabioso—. ¡Quédate ahí, quieto!

Scatterbug jadeó al llegar junto a su entrenador, maldiciendo en voz baja sus patitas cortas. No, no, no. Eso era malo. Muy, muy malo.

—¡Asumiré muy fuerte que no sabes dónde estamos! —gruñó en un susurro, intentando cortarle el paso. El chico rubio se limitó a patearla cada vez—. ¡Esta es la Pista, niño tonto! ¡¿A qué crees que se refieren todos cuando hablan de allí?!

Hacía muchas, muchísimas estaciones atrás, la Vía Desvío había gozado una fama muy diferente a la que ahora murmuraban entre los árboles.

Revestido con una brillante muralla de acero, gradas y tramos enteros de caminos por donde correr, la Pista de Novarte había sabido cómo atraer los ojos de cientos, sino miles de espectadores a sus deslumbrantes demostraciones de fuerza y velocidad. Con jinetes y curtidos en áreas de las carreras que variaban tanto como las enormes bestias que hacían su vida dentro de las rejas, era difícil pasar por alto una de las mayores atracciones que tuvo lugar justo al este de la ciudad sureña.

Scatterbug había escuchado mucho sobre los espectáculos que se llevaban a cabo en el campo de carreras. En el pasado, bastaba con que solo un corredor famoso viniese a practicar dentro de las instalaciones para que tanto personas como pokémon se hicieran un lugar desde la Vía Desvío y contemplase de primera mano tan legendario deporte, a veces utilizando algo más que pezuñas o determinación para hacerse con el primer lugar.

—Fue una noche como cualquier otra, según contaban en la comarca —comenzó a narrar el Gran Abuelo vivillon mientras acunaba entre sus alas a la nueva camada de gusanitos sedosos. Entre todos ellos, una scatterbug en particular conocida por su fuerza y mal carácter—. Los más jóvenes, al ganarse sus alas, tenían la tradición de emprender vuelo por donde los vientos de Kalos les llevasen. Eso incluía, por supuesto, lo que ahora ustedes conocerán como la Senda del Parterre.

»¡No había aroma más dulce que el de las flores y arbustos que salpicaban ese magnífico jardín y no habría para nosotros un destino más deseado que retozar entre sus pétalos! Sin embargo, por aquellos días, también existía un vivo olor a grama recién cortada que venía de un poco más al noroeste, hacia lo que los abuelos de nuestros abuelos llegaron a conocer como el prado de Novarte. Incluso cuando los humanos picaron la tierra y construyeron nuevas guaridas, y el largo tramo de camino tostado se cerró para el pokémon terrestre con largar vallas de acero…

—Pero, ¿y qué tiene todo eso que ver con el accidente, Gran Abuelo? —preguntó una cría de otro nido. Una hembra. Scatterbug solo la conocía de vista… y porque le gustaba robar las bayas de los demás cuando nadie la veía.

—Bueno, pequeña —El abuelo se acomodó mejor en su gran nido de seda. Los pequeños, como tarea, tuvieron el goce de arreglárselo. ¡Nadie tenía un hilo tan fuerte como los scatterbugs!—. Verás, pues lo que ahí se hacía, pese a resultar hermoso y asombroso para el hombre humano, también era cruel y despiadado, como lo contaban nuestros jóvenes al llegar. Pues sabían ellos, porque lo escuchaban desde el jardín, que dentro de las enormes cajas de madera y acero que los humanos llamaban establos, vivían grandes bestias de pezuñas fuertes y ansias de libertad. Todas ellas, por supuesto, sometidas por la mano poco gentil de sus amos humanos a practicar el arte de las carreras.

—¿Carreras? —preguntó otra cría. Scatterbug no se molestó en buscarla—. Como, ¿lo que jugamos nosotros? ¿Entre las ramas?

—Bueno…, sí. Podría ser —dijo el Gran Abuelo, sacudiendo las antenas—. Pero esas carreras, a diferencia de las que hacemos todos en el bosque, eran malignas. ¡Muy crueles! Sí…

»A las enormes bestias del recinto se les obligaban a correr en grandes círculos hasta marearse. Muchas de ellas no sabían que era pasear o comer a campo abierto. Una vez, incluso, uno de nuestros jóvenes llegó a decir que escuchó a una gran bestia llorando. ¡Un rhyhorn, ni más ni menos, que estaba muy triste porque ya nunca podría ver los campos verdes!

—¿Y eso por qué, abuelo? —Scatterbug interrogó, ladeando la cabeza—. ¿Se portó mal? ¿Los humanos lo castigaron?

—No, nieta mía —dijo el Gran Abuelo, dotando de severidad su tono—. Resulta que las libertades de las bestias no se limitaban únicamente en lo físico, sino también en lo sentimental. Una vez eran arrancadas de sus propios prados y escarpadas, los humanos lo castigaban severamente, ¡sí! Para enseñarlos a esa nueva vida, lejos de cualquier cosa que no fuesen los establos y la cerca. Arrancarlos de raíz del mundo que los vio crecer.

—Pero, ¿por qué? —preguntó la misma niña, melancólica—. ¡Eso no es justo! ¿Cómo van a cuidarse y prosperar si no pueden tener familias? ¿Los humanos no viven también en manadas?

—Sí, pequeña. Sí lo hacen. Pero esos… —Un atisbo de oscuridad apagó la mirada del Gran Abuelo—. Esas bestias… Eran diferentes.

»Su vida era para las carreras. Sus hijos, si los llegaban a tener, eran arrebatados por las mismas duras manos que forjaban los látigos y las espuelas para obligarlos a correr. Cuando una de las hembras paría fuera de temporada, o la cría no era autorizada por las grandes voces que dirigían los establos… Bueno. Tanto madre como cachorros tenían un destino triste. Muy triste. Una vida lejos del campo y muy diferente a lo que ya se vivía ahí.

»De hecho, fue algo así lo que comenzó toda esta tragedia. El egoísmo de los hombres… Y… por eso, nietos míos, es algo que debemos tener muy presente en nuestros pensamientos. Pues, aunque de especies distintas, todas las bestias provenimos de un mismo fruto, de un mismo suelo y de un mismo cielo. Y ese fruto, sea como fuere, hay que respetarlo. ¡El fruto de nuestra vida, ni más ni menos!

—¡Ali… Alistair! —Scatterbug gritó a su espalda. Ya había pasado el segundo confín de vallas, junto a los grandes arbustos que, según los relatos, habían gozado de flores y formas de lo más vistosas—. De verdad, no podemos… —Miró a los lados; a la gran pista de carreras cuya cerca el muchacho estaba lista para brincar—. ¡Detente!

El chico pisó fuerte, dirigiéndole una mirada mortal.

—¿Qué pasa, gusano? —susurró, glacial—. Si tengo suerte, puedo encontrarte un reemplazo competente. ¿No te gusta eso?

Scatterbug tragó en eso. Algo en su mirada, en el brillo austero de sus ojos azules, trajo a su memoria el gran recuento de la tragedia.

—Te dije que te liberaría si hallaba algo mejor —masculló el chico, mirando a la distancia: los establos, la pista de los rhyhorn, los corrales de ejercicio—. ¿No te agrada la idea? Puedes volver a tus preciados árboles y bayas podridas. Nada de PC para ti… —una sonrisa perversa elevó sus comisuras—, si me traes algo bueno que atrapar.

Notes:

La pista de rhyhorn al lado de Novarte fue un misterio que embrujó mi partida de pokémon Y cuando jugué por primera vez. ¿Qué hacía ahí? ¿Cómo se entraba? Probé muchos métodos antes de descubrir que era simple decoración. Decepcionante, pero no novedoso.
Este capítulo es especial por las razones que señalan las etiquetas: ¡PoV que alternan y pokémon que hablan! (aunque solo entre ellos).
El viaje lo protagoniza Alistair, sí, pero él no acapara todos los focos. Scatterbug toma el mando en el primero de muchos capítulos centrados en estas criaturitas chistosas que nos acompañan durante la aventura. Haré mi mejor esfuerzo para que siempre tengan algo importante que decir.
También, una pequeña referencia a un NPC de esa ruta. Me ayudó mucho a levelearla en la versión que jugué (Wilting Y) y de la cual se basa esta historia. ¡Muchas gracias por dejarme usar a tu litleo como saco de boxeo! (?)
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 9: Tierra de nadie

Summary:

Las palabras son un arma de doble filo. ¿Cómo decidir quién está del otro lado?

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

«¿Cómo fue, abuelo? —Scatterbug preguntó, mirando al Gran Abuelo con ojos curiosos. Ella lo sabía muy bien, en realidad. Quizá hasta mejor que muchos adultos. Sin embargo, la fascinación que sentía por la historia siempre sacaba lo peor de ella. Su curiosidad—. ¿Cómo fue que pasó?»

—Era una noche caliente de verano, como cualquier otra —la pokémon narró de memoria en voz baja, echándole un último vistazo al muchacho rubio. Su entrenador, bastante versado en el arte de no-me-importa, la vio partir desde su cómodo escondrijo bajo las gradas—. Un macho grande y fuerte de gogoat esperó a que los humanos guardasen hasta el último de los rhyhorn para romper la puerta de su jaula con una fuerte, horrible patada.

«Pero, ¡no sean ilusos, nietos míos! —Las palabras del Gran Abuelo hicieron eco en sus pensamientos. Scatterbug se entremetió en los desaliñados arbustos que bordeaban la pista, ansiosa por cruzar la zona dispuesta al público. ¿Quedaría algún alma vagando en los matorrales?—. Así como había maldad en el corazón de esas personas, también lo había dentro del corazón de las bestias. Sí… Egoísmo, ¡así como la justicia! Porque, bajo la misma luz, ¿quién puede decir que son diferentes?».

Los eventos inmediatos a su escape serían recordados por humanos y pokémon como una tragedia sin precedentes. El macho de gogoat, cegado por el odio, arrasaría con cuanto hombre, mujer y bestia se cruzasen por su camino. Solo aquellos que habían sido gentiles con él a lo largo de su estancia en el recinto correrían con la suerte de escapar vivos, según lo que contaban los adultos de su comarca durante las vísperas de primavera. No era extraño pensar, entonces, por qué ni siquiera las personas que vivían y entrenaban cerca de la zona querían algo que ver con lo que se cocía ahí adentro. ¡Ni antes ni después de que las desgastadas rejas pintadas de verde clausurasen su infierno al público! Pues ¿cómo explicar los motivos lógicos tras el racionamiento de un pokémon? Y, sobre todo: ¿cómo sortear el miedo de entender sus razones, el peso de su acto, equiparado con aquello que arrastraba la maldad de su propia especie?

Entre los pocos testimonios que cruzaron el muro de Novarte, scatterbug recordaría uno en particular que siempre le dejó un sabor amargo en la boca: un hombre humano, de aspecto bruto, pero maneras gentiles, recapitularía con el paso de las estaciones que los ojos de la bestia se asemejaban más a la sombra deletérea con la cual Lord Yveltal, Señor de la Muerte y las Tinieblas, robaba el hálito de vida en toda la creación. «Nunca más a la de una criatura domesticada».

—Los cuerpos necesitaron contarse en pares al día siguiente para abarcar el daño —dijo scatterbug por lo bajo, atenta de cualquier rumor o movimiento que se deslizase por el rabillo del ojo—. El pokémon, habiendo finalizado su venganza, reclutó un clan completo de bestias tan fuertes como él y clausuró de una vez y para siempre la pesadilla que alguna vez dominó su valle.

«Muchos de los nuestros escucharon el escándalo y fueron a prestar su apoyo. — Concluiría el Gran Abuelo, para calma (y dolor) de los pequeños pokémon—. La fuerza con la que nuestros abuelos describen al clan es solo comparable al de las bestias que viven y se retuercen en las profundidades de la tierra, en el mismo pozo infernal que muchos humanos llaman la Calle Victoria».

Si los humanos habían aprendido o no la lección, no era obligación de scatterbug averiguarlo. Lo único que se comentaba estos días era sobre los fuertes castigos que había para cualquiera que cruzase la primera línea de vallas verdes, donde, a veces, las bestias más pequeñas y escandalosas del clan salían para hacer de las suyas con los pokémon y entrenadores ignorantes.

—Y ahora... —Scatterbug tragó en seco, con la mirada puesta sobre las enormes puertas del rancho principal: la entrada sur a los cubículos y el paso más limpio de las instalaciones sociales que alguna vez vibraron bajo el vilo de la fanaticada ecuestre—. Yo me voy a meter all…

—Vaya, vaya, vaya... —dijo alguien desde las alturas, sobresaltándole—. Pero ¿qué tenemos aquí?

Dos siluetas bípedas se balancearon juguetonamente en los ornamentos con forma de pokémon que guardaban el techo. Scatterbug entrecerró los ojos, murmurando para sus adentros una maldición. Si se hubieran mantenido en silencio, no habría podido diferenciarlos de la madera tallada. ¿Qué eran? No reconoció la especie de inmediato, así que no debían frecuentar el bosque o sus alrededores. ¿Cuánto tiempo habían estado ahí? ¿Cuánto habían vis…?

Scatterbug erizó las escamas, temiendo la calidez de su pluma.

¿Cuánto vieron?

—Creo que alguien se perdió con la luna —burló la hembra, y scatterbug lo notó: dos extensiones como orejas que temblaban con la energía enemiga. Una riolu—. ¿Necesitas ayuda, pequeñín? ¿Se te cayeron las alas del susto?

—¡N-no tengo alas! —gritó, dándose cuenta muy tarde de su error—. ¡Y-y no estoy perdida! ¡Estoy aquí porque quiero, cachorra! ¡¿Algún problema con eso?!

—¡Varios, en realidad! —dijo otro riolu, de voz más aguda. Una cría—. El bosque de los gusanos está por allá, tonta. ¡Mándala de una patada, Rita!

—¡C-chicos! —Un tercer cachorro, el mayor del grupo, saltó junto a sus parientes—. Por favor, no hagan ruido. E-el Maestro ya salió. ¡Tenemos que volver al nido!

—Pfft, ¿y perdernos la caza? —protestó la hembra con un tono de suficiencia—. ¡Si le va a complacer!

—No… No entien…

—¡Nos va a felicitar! —saltó el más pequeño, sacudiendo el techo. El mayor se aferró de un posadero que simulaba la zarpa de un pájaro.

El cachorro abrió la boca para decir algo, pero la cerró con duda. Scatterbug arqueó una ceja cuando se volvió a mirarla.

—Por favor, debes salir de aquí —advirtió, dócil—. Las vallas existen para protegerlos. Todo lo que entra aquí…

—¡Es propiedad del maestro! —saltó el chiquitín, escapando por los pelos del agarre de su hermano mayor—. ¿Qué? ¡Es lo que siempre nos dice!

—¡No para que…! —quiso decir el riolu, pero negó con la cabeza—. C-como sea. No quieres problemas. Nosotros no queremos…

—¡Uhm! ¡Habla por ti, Lucas! —La riolu le dio un codazo accidental a su hermano mayor mientras se acercaba a la orilla—. Nunca quieres hacer nada. Por eso siempre nos regañan.

—¡Rita! —chilló el aludido, agarrándole cola. La riolu enseñó los colmillos y Scatterbug se iluminó; ¡era una oportunidad perfecta para traer al chico!—. No seas tan obtusa, por favor. Piensa en…

—¿En perder otra oportunidad? ¡Ni hablar! —La cachorra le quitó la pata de un zarpazo, preparándose para saltar—. No voy dejar que me manipules otra vez. Si no quieres ayudar, no importa. Rio y yo nos encargamos. ¿Verdad, Rio? Así no nos castigan.

—¿Y-y qué piensan hacer? —tentó scatterbug, mostrando su colmillo. La mirada de la pequeña chispeó con la emoción del reto—. ¿Atraparme?

—¡Si él nos hace algo es porque intento protegerlos! —El mayor, Lucas, tomó a su hermana por el hombro para obligarla que lo mirase. Scatterbug chasqueó la lengua—. P-por favor, Rita… —Bajó las orejas—. Tienes que entenderme. No son mane…

—¡No me importa, Lucas! ¡Así quiero hacerlo! —La hembra dio un pisotón. El riolu más pequeño dio un respingo—. ¡Está en nuestra naturaleza y tú no puedes evitarlo!

—Rita... —susurró la cría, tomando la cola de su hermana con delicadeza—. Dejen de discutir, por favor. No me gusta.

El riolu mayor apretó los labios en una fina línea. Scatterbug reconoció al instante esa expresión: una frustración exhausta, silenciosa.

Parecía que incluso las bestias de La Pista no la tenían tan fácil.

—Rio… —farfulló el riolu, tentado a extender una pata hacia su hermanito. No obstante, la expresión de su hermana lo disuadió. Scatterbug sabía también lo difícil que era intentar conciliar algo cuando no recibías más que dientes y garras del otro lado—. Está… Está bien, ¿ves? Solo estábamos hablando. No peleando. Solo… —El cachorro tragó en seco, bajando la cabeza—. No tienes que hacerlo si no quieres, ¿sí? ¿Entiendes eso?

—Lo entiende y lo quiere —Su hermana colocó una pata frente a la cría, protectora—. Es hora de que lo entiendas tú, Lucas.

—No es eso lo que trato de decir —masculló Lucas, apretando los puños. Su hermana lo miró con desprecio.

—No, porque no te importa. ¡Nunca llegaremos a nada si no dejas de ser un cobarde! —ladró, irguiendo sus sensores de aura—. Todo lo que nos pasa, todo lo que te pasa a ti ¡es porque no le haces caso! ¡Nunca!

La cola del riolu tembló con frustración, pero no dijo más. Scatterbug sintió su pluma chispear con emociones irresolutas.

—No es ser cobarde decidir no luchar sin propósito… —dijo, desviando la mirada. El riolu más pequeño quiso acercarse a él, consolarlo, pero su hermana lo sostuvo de la muñeca—. O… No luchar en absoluto. Sobre todo si lo único que haces es repetir lo que él dice.

La hembra jadeó con horror, dando un paso hacia atrás.

—¡¿Cómo te atre…?!

¡Silencio!

A la noche la quebró un rayo.

No.

­«Un rugido».

El cachorro mayor palideció tanto como scatterbug al realizarlo.

—¡E-espera! —gritó el cachorro, mirando hacia el cielo. Scatterbug trastabilló una palabrota cuando tres siluetas negras, aladas, bajaron en picada y engancharon a los cachorros en sus garras. Murkrow.

—¡Ay, ah! —chilló la hembra, revolviéndose en el aire. Los pokémon cuervo rieron y dieron dos vueltas más contra la luz de la luna. Luego, sin aviso, cerraron las alas y se dejaron caer al suelo, restregando la cara de sus presas en el frío suelo otoñal.

—¡Rita! —chilló el mayor con esfuerzo. El gran pájaro negro tomó su cabeza con una garra y enterró su nariz en el pasto— ¡E-esperen, por favor! ¡Se los puedo...!

—¿Explicar? —rechinó uno de los murkrow—. ¿Qué van a explicar? ¿Por qué salieron de noche? ¡Saben que la comida es lo único que sale a esta hora!

—A menos, claro… —el murkrow que sostenía a la cría chasqueó su pico muy cerca de su rostro—, que quieran ser la cena esta vez.

—¡N-no! —rebatió la hembra, ganándose otra zarandeada—. ¡No queremos! ¡Solo estábamos…!

—Espantando a mis presas.

Scatterbug contuvo la respiración, maldiciendo su estirpe y mala suerte.

Los matorrales crecidos a un lado del establo se estremecieron y reverenciaron innaturalmente a la llegada de su Señor: el macho gogoat.

El Gran Maestro.

—Se necesita valor para interrumpir mi patrulla —rezongó el gogoat, haciéndose sentir en cada paso. Scatterbug se encogió en su sitio—. ¿Hablo a oídos sordos? ¿O pierdo el tiempo estableciendo mis reglas?

—N-no, señor. —La cachorra negó como pudo, escupiendo tierra—. ¡Eso no…!

—¡Cállate! —bramó la bestia, dando un fuerte pisotón al suelo. El estómago de scatterbug saltó junto a los guijarros—. Mis dominios son para quienes respetan mi palabra por sobre cualquier cosa. Estoy harto que mis oportunidades reposen en patas malagradecidas. ¡Mis órdenes no son caprichos, son leyes!

La cachorra de riolu boqueó como un magikarp, incapaz de concebir nada más que un palpable desasosiego.

Su hermano mayor, a varias colas de ella y sus captores, ahogó un gemido.

—Q-queríamos darle… —lloriqueó la cría, cerrando los ojos. El murkrow que lo apresaba apretó con fuerza su cuello—. ¡C-comida, s-s-señor! ¡Co…!

—Las presas me sobran. No necesito la caridad de quienes criamos para algo mejor. —El gogoat se paseó frente a los cachorros. Sus pezuñas recubiertas de hiedra sembraron vetas en la tierra. Cicatrices—. Es triste, sin duda, que no puedan verlo. Vaya desperdicio de un linaje tan noble y feroz.

—¡P-pero, Maestro…! —chilló la cachorra, en un último intento por apelar a la piedad de sus captores. Los tres pokémon cuervo se volvieron hacia scatterbug con una sonrisa maliciosa—. ¡P-por favor, es nuestra ofren...!

—¡Ustedes son mi ofrenda! —El gogoat dio un último pisotón al suelo, irguiendo largas vides que enraizaron a la pokémon de tipo lucha. El murkrow que la sostenía croó del susto y alzó vuelo, rondando la cabeza de su amo—. No han hecho más que traer problemas. Su pacto no significa nada para mí. Su carne y su sangre ya han pagado el precio. ¿No lo entienden, cachorros? ¡¿Es tal su atrevimiento que toma mi misericordia por garantía?!

—No es más que su chiste, Maestro —burló el pokémon pájaro, posándose en el techo—. ¡Unas buenas risas a su costa!

El gogoat rezongó una injuria, dando un vistazo furioso al cachorro mayor. Scatterbug juró sentir cómo su aura se desvanecía.

—He perdido mi tiempo con ustedes —masculló el Gran Maestro, chasqueando la lengua—. Estoy harto de su debilidad. ¡Exhausto!

—P-por favor… Maestro —imploró el mayor, mordiendo un sollozo—. Fu-fue mi culpa. Yo… Yo los traje. ¡P-pensé que podríamos...! —apretó los dientes. Las garras del murkrow prensaron muy cerca de su ojo—. ¡Queríamos entrenar!

—¿Entrenar? —dijo el gogoat, incrédulo. Un coro de risas ácidas vició el fútil momento de penumbras que proyectó una nube particularmente densa—. ¿Tú? ¿Entrenar?

Las vides soltaron el cuello de la cachorra, permitiéndole tomar una temblorosa bocanada de aire. Scatterbug pensó que era un avance positivo hasta que el Gran Maestro pisó muy cerca del hocico del riolu mayor.

—Un desperdicio como tú no entrena. Nunca —dijo, y atrapó el cuello del riolu con sus vides. Scatterbug observó cómo lo levantaba a la altura de su rostro cicatrizado, cortando cualquier entrada de aire—. Eres un lamentable, triste desperdicio de tu especie. No mereces vivir en lo salvaje, incapaz de defenderte. Tus restos no me sirven ni para limpiarme las pezuñas.

—¡N-no, Maestro! —tosió la hembra, fallando en levantarse. Dos murkrow bajaron del techo para atajarla por los brazos—. ¡Por favor, no! ¡No le haga…!

—¡P-pero lo hará!

El valle fue azotado por un hórrido silencio sepulcral.

Todos los ojos, incluidos los del riolu ahorcado, cayeron duramente sobre ella: la temblorosa e insignificante scatterbug.

—¡E-entrenar, me refiero! —corrigió la pokémon, enredándose con sus propios hilos. Los murkrow del techo ladearon sus cabezas ensombreradas con intriga—. Sí, ¡s-sí! ¡C-conmigo! ¡Y-y-yo lo vine a buscar!

—¿Tú? —el tono del gogoat fue bajo, pero mortal. Los murkrow susurraron profanidades a su espalda— ¿Tú y cuántos más, gusano?

«Oh, sí. Sobre eso…»

Scatterbug se encogió en su pelaje escamado, deseando porque la atención del Gran Maestro fuese a otro lado. No a sus antenas, o los cuadrados negros en su pelusa… O hacia la brillante, pero cautelosa pluma roja que vestía su cuello.

Oh.

—Y-yo… —Scatterbug intercambió una mirada con los cachorros. Debía actuar rápido y debía actuar bien si quería sacar algo más de todo eso que una muerte segura. Los murkrow, fascinados con su silencio, paladearon una burla feral. Comida gratis, pensaría, y no estaría muy equivocados si llegaba a dar un paso en falso. «Un mal cálculo de palabras…»—. Y-yo y…

Hacía mucho, muchísimo tiempo que su actuación estelar no cargaba con el peso de tantas vidas.

—Y-yo y... —La pokémon bicho tragó en seco, irguiendo sus antenas.

Esta, después de todo, era una oportunidad que no podía desaprovechar.

—Yo, mi entrenador y su g-gran y poderoso talonflame —dijo, e infló el pecho.

Con más diversión que espanto, los pajarracos negros cacarearon una burla. Ni siquiera los cachorros, que parecían desesperados por un milagro, parecieron del todo convencidos por tan descabellada declaración.

Pero, el gogoat…

El gran y terrible gogoat…

—Muéstralo —ordenó, soltando al riolu de un azote. Scatterbug luchó por no amedrentarse cuando la bestia pisó fuerte hacia él—. Muéstralo, insecto, si es que acaso te queda algo de valor.

Scatterbug tartamudeó, apenas hallando sentido en lo que su mente apretujaba contra su lengua. Claro; pruebas. En una situación como esa, las pruebas eran tan importantes como la fuerza física o los extremos que una amenaza sutil podían construir para su escape. Sin embargo, scatterbug tampoco era tonta. No era mentira para nadie por qué los intrincados techos del establo tenían tantos ornamentos para posarse y descansar. Tampoco era una coincidencia que una parvada de murkrow, por muy molesta que le pareciese, todavía daba vueltas por un sitio abandonado como este, lleno de bestias de roca y un gran, temible maestro del tipo planta.

«Trabaja con tu entorno. Construye, destrúyelos».

—T-tú y yo sabemos que eso no es algo para pedir, ¿verdad? —dijo scatterbug, mirando a su espalda. La pluma le hizo cosquillas cuando retrocedió un paso—. Puestas las cosas como están, incluso con los números, puedo ver alguna que otra desventa…

—Hey, allá. Mira —masculló un murkrow a otro, cubriendo su pico chismoso con el ala—. ¡Te lo dije! Si ves que está...

—¡Silencio! —ladró el Maestro, doblegando el valle. Scatterbug pudo discernir un brillo irresoluto en su temible iris de sangre—. ¡Nadie más aquí dirá una palabra sin que yo lo ordene! ¿Quedó claro?

—P-podemos acabar con esto de una vez, Gran Maestro… —Scatterbug miró nerviosamente cómo las vides se retorcían y constreñían a la sombra de su amo—. No hay… No hay necesidad de más. Solo dame al cachorro, suelta a los pequeños y-y podemos seguir nuestra linda noche como está.

El gogoat se reservó un latido de silencio, entrecerrando los ojos.

—¿Qué hace una plaga como tú en un sitio como este? —masculló, apretando la mandíbula—. Nunca te había visto. No tienes nada que hacer aquí… Hmph. —Sus comisuras se elevaron, revelando colmillos inusualmente largos para un herbívoro—. Incluso los de tu casta saben mejor dónde meter las narices.

No muerdas, no muerdas, ¡no muerdas!

Scatterbug inhaló, recordándose lo que estaba en juego. La estúpida cabra no lo hacía más que para meterse bajo su piel. Amedrentarla.

—Como… C-como dije, no estoy sola —se limitó a contestar, esquivando su mirada—. Tengo a alguien esperándome afuera y no va a estar contento si lo hago esperar. ¿No crees?

El gogoat sonrió más abiertamente, cerrando la distancia entre ambos con una sencillez amenazante.

—Hm… Un entrenador, ¿eh? —El Gran Maestro bajó la cabeza. Su aliento apestaba a sangre seca y pasto. Scatterbug cerró los ojos, temiendo lagrimear por la acritud—. ¿No había mejores carnadas en el bosque? ¿Un gusano más capaz, por lo menos?

—N-no... —La pokémon bicho se mordió la lengua, fingiendo su mejor sonrisa—. No uno que controlasen a una gran bestia de los cielos como y…

Una olisqueada; scatterbug contuvo el aliento.

Dos.

El hocico húmedo del gogoat pasó desde su frente hacia el costado izquierdo de su rostro. Scatterbug sintió sus párpados latir cuando la bestia inspiró, paladeando el tenue gusto a bayas y el delicado, casi imperceptible tizne de las ascuas sufridas en una batalla anterior.

«Gracias estúpido, litleo. Gracias, gracias».

—… Dile a tu gran bestia de los cielos que tenga claro hasta dónde llegan sus dominios, alimaña.

Irguiéndose con lentitud, el gran gogoat dio un último pisotón al suelo. Sus vides resurgieron de la tierra, y scatterbug  temió saltarse un latido cuando el Gran Maestro tomó al riolu del cuello y lo arrojó junto a él, a un pelo de golpearlo.

—No seré tan misericordioso la próxima vez —dijo, dándose la vuelta. Los otros cachorros chillaron con horror.

—¡Hermano! —ladró la cachorra, tropezando hacia él. Los murkrow, sin embargo, la tomaron por los hombros y arrastraron junto a su amo— ¡¿A dónde vas, hermano?! ¡¿Qué haces?!

Scatterbug le echó un vistazo rápido al riolu: luchaba por levantarse y tranquilizar su respiración. ¿Era lástima lo que empañaba sus ojos rojos? ¿O era alivio? ¿Pena, quizá?

—V-volveré, Rita, Rio… —masculló, más para sí que para los demás. Sus dos hermanitos gimotearon—. Lo prometo.

—¡No, no! —chilló la cachorra, pataleando. Los pokémon tipo siniestro le picotearon las orejas, jalándola como si no se tratase de nada más que un muñeco de paja—. ¡He-hermano, por favor! ¡No nos dejes!

Pero, él…

Scatterbug se mordió el labio inferior, bajando la mirada. Rio, la cría, no apartó sus grandes ojos llorosos de ella.

—No… No les harás daño, ¿no? —preguntó scatterbug en voz baja. Los murkrow mordisquearon un insulto, y temió por un segundo que él no la hubiese oído—. A los pequeños, me refiero.

—¿Por qué te importa? —dijo uno de los pájaros, aleteando muy cerca de ella.

—¡Qué avariciosa! —cacareó otro, sacudiendo su plumaje—. ¿Quién diría que las pequeñas plagas tendrían tanta visión?

La parvada de buenos para nada soltó una carcajada chirriante. Scatterbug frunció el ceño, más cansada que ofendida. El gogoat, por otro lado, se tomó su tiempo para contestar. Algo le decía a scatterbug que estaba sopesando las implicaciones, con o sin amenaza de un depredador acechando desde el otro lado de su territorio.

—Ya perdí a uno —masculló el Gran Maestro, conclusivo. Los murkrow de patas libres volaron por encima de sus cuernos con son de burla—. Solo el tiempo dirá si estos dos también son inútiles.

«No lo serán». Scatterbug frunció el ceño, suspirando. Con o sin leyendas, la supervivencia era crucial. Luchar por su vida era crucial.

Y uno de ellos, ni más ni menos, ya tenía la marca de las bestias.

—…Vamos, chico —masculló scatterbug al cabo, asegurándose de que hasta el último de los murkrow hubiese atravesado el denso follaje que sombreaba el lado más salvaje de La Pista—. Tenemos que…

—¡E-espera, por favor!

Un gritillo, seguido de un zarandeo, llevó a scatterbug a expeler sus escamas.

Riolu, de un salto vigorizado, quedó fuera del alcance de su veneno paralizante. Vaya. Qué, rápido, ¿no? ¿Había estado fingiendo?

—¡¿Q-qué te…?! —Scatterbug frunció el ceño, sacudiéndose el inicio de un ataque involuntario—. ¿No te estabas muriendo o algo?

—¡Por favor, señorita! —Riolu apretó los puños, tembloroso—. ¿Q-qué…, qué pasará con ellos?! ¡No podemos dejarlos! ¡D-debemos…! ¡Su pájaro…!

—¡Lo que pase con ellos ya queda de tu parte, chico! —dijo scatterbug, abriendo su marcha a la salida. Riolu abrió la boca, pasmado—. Ya no tenemos nada que hacer aquí. No ahora, por lo menos. ¡A-así que vamos!

—P-pe… —El cachorro negó, forzándose a la razón—. ¡P-pero, espera, por favor! Y-yo no… ¡Son mis hermanos!

Scatterbug rodó los ojos. Este cachorro… ¿Eran todos así de densos?

—Me encantaría quedarme a conversar al respecto, niño. En serio. —Scatterbug le dio un vistazo; estaba temblando y erizado. A punto de llorar—. Por desgracia, no pretendo estar aquí si cambian de opinión. Y sé que tú…

—¡P-por favor, señorita! —Riolu cortó distancias, colocándose frente a ella. Scatterbug debió tragarse una mofa. No era su culpa. Es nuevo en esto. «Está tonto…»—. Se lo suplico, por favor. ¡Tenemos que sacarlos a ellos también! E-el Maestro va a… ¡S-su compañero talonflame puede…!

—¡No hay talonflame, chico! —saltó scatterbug, exasperada. Oh, no. «Demasiado alto». Mierda. ¡Mierda…!

—¡¿QUÉ?! —ladró el cachorro, para horror de su salvadora. Scatterbug miró hacia atrás con una mueca consternada. Si ataba al riolu con sus hilos, podría callarlo. Pero, ¿quién le garantizaría que iba a colaborar? Oh, por Arceus. ¿A dónde había ido a parar?— ¡P-p-pero...! ¡La pluma...! ¡El trato!

—¡Tampoco va a haber nosotros si no salimos rápido de aquí, niño! —chistó, dándole cabezazos para que se movilizara—. ¡Vamos! ¡No más preguntas! ¡Ya!

—¡N-no, no! —Riolu negó, enterrando los talones en el suelo. Sus sensores de aura tiritaron de frustración—. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué lo…? ¡¿Qué hiciste?!

«Excelente pregunta, de hecho».

—¡Salvarte el trasero, te lo puedo asegurar! —Scatterbug apretó la mandíbula, forzándose a moderar su tono—. No te pongas exquisito, cachorro. Tenemos…

—¡N-no! ¡Me niego! —El riolu gruñó, inspirando con fuerza. Si lloraba, sería más difícil de atar. Demonios—. ¡Ellos son…! ¡No puedo dejarl-! ¡SUELTAME! —bramó, dando un zarpazo a las telarañas que scatterbug intentó enredar disimuladamente desde su espalda—. ¡¿Qué demonios…?!

—¡¿Quieres ayudarlos, niño?! —gritó scatterbug, sin pensar en las explicaciones. Riolu frenó de golpe—. ¡¿Q-quieres salvarlos?!

—¡Sí! —dijo, y scatterbug odió la crudeza en su vocecita. Oh, solo un cachorro más. Una cría.

«Qué hice, qué he hecho…»

La marca nunca, jamás abandonaría a los marcados.

—Entonces… —Scatterbug tragó, armándose del valor necesario para mirarle a los ojos—. Entonces ven conmigo, chico. Vente conmigo y hazte mucho, mucho más fuerte.

—P-pero… —El riolu sollozó, cediendo al peso de la realización—. Pero, ¿por qué? ¿Por qué debería…?

—Porque lo vas a necesitar para liberarlos.

 

—Puto inútil…

Scatterbug desvió la mirada del riolu inhabilitado mientras el chico lo devolvía a la pokéball. Esta vez, solo le habían bastado cuatro placajes certeros para derribarlo. Sin ataques de estado, sin limitaciones físicas más que su propia agilidad e ingenio para esquivar los golpes y aprovecharse de las ventanas de duda que abría el cachorro con cada intento de acercársele en el campo. Luego de tantas victorias regañadas, a scatterbug comenzaba a saberle mal lo fácil que era dejar a su rival inconsciente. Las malas miradas y el malhumor general que fluctuaba en su entrenador tras cada batalla ganada, por muy insignificante que fuese, estaba comenzando a ser demasiado.

—Oye… —Scatterbug tentó cortar distancias. El chico rubio se había vuelto a sentar en la banca contraria, sosteniendo con fuerza la cápsula del cachorro—. Mira. ¡Que sepas que lo intenté! ¿Eh? No le pegué tan duro. No como an…

—No me importa cómo —murmuró el muchacho, emblanqueciendo sus nudillos por la fuerza de su agarre—, pero lo haré funcionar.

—¿U-uh? —Scatterbug agachó las antenas—. ¿De qué hablas ahora, niño?

—Estoy harto de quedarme aquí, en este puto pueblucho, esperando una maldita oportunidad —Alistair apretó la mandíbula, y scatterbug se encogió en su sitio—. No me importa cuánto me cueste, cuánto tenga que arriesgarme y lanzarlo al puto campo…

Alistair miró más allá del pokémon tipo bicho. Sus ojos refulgieron con el mismo resentimiento silencioso que atisbó en el rojo sangre del Gran Maestro.

—Yo voy ganar, cueste lo que me cueste —susurró con la severidad de una promesa—. Y nadie, ni siquiera ellos, podrán evitarlo.

Notes:

Muchas emociones, muchas palabras... Hay una nueva cara en el equipo. ¿Qué le depara el destino a este pequeño riolu? Nadie lo sabe. Ni siquiera scatterbug. Y ¿no son divertidas las sorpresas?
Esta historia planea jugar un poco con cómo se estructuran las comunidades pokémon en lo salvaje. En este caso, de acuerdo a lo formulado en mi Worldbuilding, nos encontramos con una comunidad cerrada o feral: pokémon que han tenido intervención humana significativa, pero que, a última instancia, han decidido aislarse y vivir en sus propios territorios. ¡Las especificaciones y limitaciones de esto se desarrollará más a fondo en capítulos futuros!
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 10: Primer obstáculo

Summary:

Alistair se enfrenta al primer gimnasio de Kalos.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Alistair dejó arder la colilla de su penúltimo cigarro sin atreverse a dar otra calada.

En cualquier otro momento, con algo más que el incesante tac, tac, tac del corazón martillándole las sienes, saber que se estaba quedando corto en su alivio lo habría estremecido. Hastiado, incluso.

—Afuera, bicho estúpido.

Pero…

El rayo carmín de la pokéball se reflejó tétricamente contra los grafitis del callejón. Su pokémon, más confuso que alarmado, lo buscó entre las sombras de los grandes contenedores verdes y apestosos.

—¿S… Scatter…?

Qué podría hacer, pensó Alistair, si no había nada más.

«Ni siquiera el asqueroso reflujo a menta va a colorear de ciertas tus palabras, bastardo».

 

(...)

 

—¡Viola, la líder de gimnasio, solo entrena a los pokémon de su tipo predilecto!

Ni bien metió al último de sus pokémon a en la pokéball, Louise, entrenadora promesa pelirroja, echó un vistazo cuidadoso a su scatterbug. La expresión de Alistair no reveló más que una serenidad indiferente. Plácida, si se quería. Como tenía que ser.

—Pero —La chica se llevó un dedo al mentón, dubitativa—, ella también me ha aconsejado que, mientras más tipos entrenes, mejor, ¿sabes? Es… Uhm. ¿Ese pequeñín es tu único pokémon?

«Por ahora», estuvo a punto de decir el muchacho, con la gravedad de una promesa. Sin embargo, un peso irregular en su estómago lo detuvo. Era muy probable que ella no lo entendiera.  Demasiado casual para formar lazos más allá de la molestia, y demasiado ignorante para ver más allá de esa osadía que hallaba en reconocerlo por las calles, absorto en esa prisa que velaba sus silencios herméticos…

—De momento lo es —masculló en su lugar, echando un vistazo rápido a la hierba alta que bordeaba la ruta. Louise agrandó su sonrisa, bastante más satisfecha de lo que le convenía tras una derrota. Su espíritu, pensó Alistair, parecía difícil de apagar.

—En ese caso, te conviene trabajar en una estrategia que cubra todos los puntos posibles. No será un trabajo fácil dado el tipo, ¡pero confío en que podrás arreglártelas! —explicó, decidida—. Aunque ningún líder de gimnasio tiene la verdad absoluta, ¡vale la pena escucharlos y aprender de su experiencia! ¿No crees?

Acto seguido, Louise narró en tiempo récord cuánta estrategia se le cruzó por la cabeza. Alistair, en contra de su voluntad, escuchó cada una de ellas, perdiendo la pista de a qué se refería cuando enumeró distraídamente los consejos que daba un libro del que en su vida había escuchado. El “Manual de todo Campeón”, le comentó atropelladamente mientras se despedía, y Alistair supo con ello que no habría libro para entrenadores en el mundo que le ayudara a perfeccionar aquello que se cocía a fuego lento en su interior.

Años de triunfos fantasma en un mundo que solo apreciaba la opulencia de su origen le había enseñado desde muy temprano que un camino lleno de dudas y cambios sin dirección solo desembocaría en un fracaso anunciado. En el caso de su yo pasado, se traducía en municiones gratis para madres orgullosas que desestimaban cualquier esfuerzo como un “juego de niños” al tiempo en que enaltecían a sus criaturas con logros igual de vacíos. Para su yo actual, sin embargo, y ahora que estaba verdaderamente solo

—No batallas inútiles —se dijo a sí mismo, trazando las imperfecciones de su reflejo en el cristal mellado del Centro Pokémon—, y no escalones que no valgan la pena.

La noche del miércoles donde se aventuró a la pista de carreras abandonada junto a la Ruta 22 había sido útil para recordarle cuán importante era forzar las oportunidades en esa nueva vida. Ya nadie velaría por sus intereses, porque no había nadie para él. Nadie se preocuparía en construir puentes, pues aquellos con la habilidad tenían los dedos rotos por la misma corrupción que alguna vez les dio el talento. Alistair, particularmente, no creía en el talento o los golpes de suerte externos a sus posibilidades. No ahora, por lo menos, pues no era realista escarbar por fantasías en la limitada baraja de oportunidades que la vida maldijo para sí.

«Este cachorro enmascarado… Scatterbug, ¿lo trajiste para mí, pequeño? ¿Ves que sí valoras tu vida?». El muchacho se permitió sonreír para sus adentros, saliendo del vestidor del Centro Pokémon con la única otra muda de ropa que empacó.

Todo lo que había conseguido hasta ahora, bueno o malo, eran los frutos honestos de tropiezos y contrariedades que logró cicatrizar en tiempo récord. La búsqueda de refugio en una tormenta perfecta, ¿le hacía menos valiente a los truenos? Él creía que no, pero, de hacerlo, entonces tendría que forzar eso también. No podía quedar ningún clavo suelto en sus movimientos porque había demasiado en juego. Demasiadas cosas todavía borrosas en el gran esquema de “qué voy a hacer” como para permitirse perder las riendas de la situación. Pues, ¿qué concluía «ser él», sino el esfuerzo conjunto de muchas manos que intentaban dar orden a un rompecabezas de experiencias borroneadas e ideas prohibidas? De romper el molde para sorprenderlos y bajar su guardia para atacar.

Los indecisos no tenían calma, se recordó. «Nunca tienen resolución». Y así como la fuerza de un entrenador no podía ser medida por sus victorias, la inteligencia que quien movía los hilos no debía ser dada de menos por los pequeños tropiezos que trajera su búsqueda de poder. Poder hacer, poder ganar, poder destruir…

Muy en el fondo, Alistair sabía que estaba jodido. Emocional, psicológica y hasta físicamente, si el frío del clima mordía en las zonas correctas. Sin embargo, ¿no lo estaban todos ya? Hm. Le sorprendería sinceramente que alguno de los idiotas que murió por la causa no lo estuvieran. La caída había sido estruendosa, pero aún más lo fue el peso de sus errores al intentar levantarse.

Por esa razón, él se aseguraría de hacer sangrar cada una de las versiones que esos bastardos asesinaron frente a él. Todo para garantizar que su motivación nunca se apagase.

—¡Bienvenido al corazón de Novarte, joven promesa!

Alistair dejó que el aire acondicionado de la galería lo arrastrase de vuelta al presente. Las paredes estaban cubiertas por un delicado papel tapiz con motivos agrestes, así como un compendio de cuadros fotográficos que retrataban la fauna y flora de la ciudad, sus alrededores y otras instancias que no reconoció. Nada mal para la galería local de un modesto asentamiento sureño, aunque al muchacho le pareció demasiado mediocre en su esencia. Sonso y vacío, para variar. Nada que no hubiese tenido que estudiar como daño colateral en la típica capacitación de letras y pintura que tanto le gustaban presumir al comité de extracurriculares

—Por ese claro brillo de impresión en tu mirada, puedo decir que aquí das el primer gran paso para tu aventura, ¿no? —Un hombre gordo, de la mediana edad, llamó su atención con un ademán entusiasmado—. ¡No tengas miedo, hombre! Que lo harás fantástico. De todas formas, no estás solo.

El sujeto tarareó hacia scatterbug, que miraba con cierto recelo a los otros gusanos fotografiados. Alistair se contuvo rodar los ojos con exasperación. Protocolo descarado.

—Hah~ ¡Así es! —El hombre dio un suspiro satisfecho—. Si confían en el otro, tú y tu compañero tienen todas las de ganar. ¡Que no te achanten los nuevos retos, estrella!

—¿Dónde encuentro a la líder? —preguntó Alistair, intercalando su atención entre el hombre y el poste metálico que se erguía tan siniestramente al centro de la sala. ¿Para qué estaba, siquiera? No era como si se pudiese colgar alguna foto.

—¡Wow! Ja, ja. ¡Chico decidido, puedo ver! —El hombre señaló el poste y Alistair se mordió el interior de la mejilla. Mierda—. En ese caso, tu camino es por allá. ¡Oh! No me mires así, ¡que es todo seguro! Te lo puedo garantizar: Viola lo pensó en todo para estimular el potencial de las jóvenes promesas. ¿Qué mejor que tomar un desafío en un escenario igual de retador?

«Sí… Y ahorrarse costos en salidas de emergencia», pensó Alistair, ajustando los tirantes de su mochila. Scatterbug se acercó a olfatear el palo de hierro y él sonrió para sus adentros, muy tentado a la idea de un empujoncito accidental.

—¿Tienes todo preparado? —El hombre intentó darle una palmada amistosa, pero Alistair se respingó fuera de su alcance—. Lo único que te puedo adelantar, sí: ¡no podrás salir una vez hayas entrado! No sin vencer primero a la líder. O que te quedes sin pokémon para combatir. ¡Así que espero hayas pensado muy bien tus opciones!

—¿Scart? —El pokémon tipo bicho ladeó la cabeza hacia el vacío. Estaba oscuro y no emitía ningún ruido. ¿Cómo estaban seguros de que la caída no los mataría? Quizá ese era el plan, después de todo—. Scatter…

—Sin salida, entonces. —Alistair sostuvo con fuerza el tubo. Estaba frío, pero no resbaloso o pegadizo. Al menos plagas de abajo no lo infestaban tan a menudo.

Con una maldición en la punta de la lengua, Alistair se trepó a la barra y dejó que su cuerpo fuese tragado por la oscuridad del sótano. El sujeto le había dicho algo más, pero fue incapaz de oírlo; los chillidos histéricos de scatterbug rebotaron en las paredes del hoyo, augurando el impacto de su cuerpo y la maraña de hilos que no tardó en disparar como último recurso para salvarlo.

—¡Q-quítateme de encima, cosa asquerosa! —gritó, empujándole fuera de su cabeza. El bicho intentó morderle la mano—. ¡Para lo único que me vas a servir será de almohada!

—Scart… ¡Scatterbug!

Alistair sintió un vacío en el estómago cuando el tubo acabó sin aviso y lo dejó caer de bruces contra una superficie acolchonada.

Scatterbug, que saltó poco después a sus brazos, comenzó a gruñir consternado hacia el intricado centro entelarañado que reemplazaba el suelo.

—¿Qué mier…?

—¡Scatter… ¿Scatterbug?! —chilló en su oído y Alistair se lo sacudió de encima. Si bien la telaraña reaccionó al movimiento, se sintió menos invasiva que la primera vez. Como una pieza de crochet gigante.

—No sé cómo se sostiene esta cosa —dijo él con cautela, levantándose—, pero espero que soporte tu culo gordo. Porque ni de chiste voy a buscarte si caes.

—¿¡S-scart!?

—¡Bienvenido, combatiente! —Un alegre saludo a su izquierda los hizo volver el rostro. Un muchacho y su ledyba, estacionados sobre una plataforma de madera, agitó un brazo con emoción—. ¡Venga! ¡Muéstrame lo fuertes que son…!

—¿Sabes dónde está la líder?

Scatterbug ya estaba cargando carrerilla hacia el otro pokémon cuando Alistair, de un puntazo, lo arrojó de nuevo al centro de la telaraña. El otro entrenador abrió mucho los ojos.

—¿Qu…?

—Sí, la líder. Violeta, creo que se llama. O como un instrumento —indicó, acomodando su fleco—. Da igual. No es relevante. Vengo a enfrentarla.

—Oh, sí. Uh… Eso es evidente. —El chico y su ledyba intercambiaron una mirada divertida. Scatterbug refunfuñó a su espalda—. Pero primero, para eso, debes enfrentarnos a nosotros: ¡los entrenadores del gimna…!

—Y si no quiero, ¿qué? —preguntó, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta. Claro, pensó. Viejo truco. Alistair no se molestaría en desgastar a riolu con estos señuelos. Tampoco era tan nuevo en ese mundillo de las batallas de gimnasio—. No hay tal cosa como un primer gimnasio que te obliguen a luchar contra todo su clan. No en un gimnasio que se toma en serio a sí mismo, por lo menos —masculló, ganándose una mirada ofendida del chico—. Tch. ¿Qué diría eso de su dificultad, caza-bichos?

—¡¿Eh?! —El chico cerró los puños— ¿Cómo que dificultad?

—Sí, ya sabes. —Alistair miró con fingido interés su alrededor. No vio cuadros, pero sí plantas y más ornamentos naturales de madera; muelles y elevaciones de mira. La vaga sensación de familiaridad que lo azotó tras recordar la arquitectura de Ciudad Arborada, tan feral e hipnótica como la región que le daba cabida, le hizo pensárselo dos veces antes de elevar una sonrisa burlona—. ¿Tan poco confían en su líder como para verse en la obligación de cansar a sus retadores? Eso puede que no hable bien de su sistema, o su entrenamiento. ¿Solo manejan bich…?

—¡Si-silencio! —El chico alzó su pokéball a la altura del rostro. Su ledyba se puso en posición de batalla, con las alas abiertas y los puños rígidos. Alistair se contuvo de rodar los ojos—. ¡Los tipo bicho son un tipo muy noble y fuerte! Se requiere de valor y mucho cuidado para criar uno bien. ¡Y yo te lo demostraré!

—¡Scart, scatter! —Scatterbug ladró una amenaza, ya saltando al frente. Alistair pudo ver cómo la pelusa blanca de su cuello se erizaba. Él quería esa pelea.

—Bueno. Qué más. —El muchacho hizo un gesto desdeñoso con la mano, dándole la espalda—. Haz lo que quieras. No me importa. Si tienes ganas de pelear, lo tienes a él. Disfruta tus cinco minutos de algo interesante que hacer en la oficina.

—Ah, ¿qué? —El chico se detuvo abruptamente—. Acaso… ¿T-te niegas a luchar? ¿O a comandarlo?

—No tengo que hacerlo, mocoso —dijo, y caminó con más confianza sobre la malla blanca. El tímido rocío que asomaba entre los hilos le permitió atisbar una intrincada red de soporte tejida a ras de la superficie. Al menos parecía tener alguna lógica estructural. Alistair esperó que también tuviese los permisos de seguridad necesarios para no dar un mal paso y partirse una pierna—. Él hará lo que le venga en gana, ¿no es así, alimaña? No tengo por qué molestarme en fingir que me necesita.

El chico le gritó algo más, probablemente un reproche, pero Alistair lo ignoró. Mientras más rápido acabara con este espectáculo, más rápido podría dejar de fingir que le interesaba el jueguecito de las medallas y centrarse en sacar el máximo potencial de los pokémon fuertes que atrapase.

Una pequeña sonrisa elevó su comisura, tentándolo a dar un vistazo al gusanito lanudo que se preparaba para pelear. «Y…, claro». ¿Quién era él para quejarse si scatterbug estaba dispuesto a darse en sacrificio por el equipo?

 

(...)

 

—¡Kricketune, deshaz el hilo con corte furia! Luego, ¡contrataca con acoso!

Alistair levantó la mirada de su cuaderno de bocetos para dar con el momento exacto donde el grillo rojo zanjaba el disparo demora de scatterbug y daba un salto para ensartar su siguiente golpe.

Si bien el pokémon evolucionado tenía mérito al ser más rápido, scatterbug se las había arreglado para hacerse una rosca y rebotar lejos del peligroso escupitajo negro que lo haría revolverse en sus propias pulgas de tres a cuatro turnos futuros. Chico listo, por lo menos.

—¡Acoso, kricketune! ¡Otra vez! —ordenó su entrenadora, haciendo un ademán brusco hacia el gusano. Alistair levantó una ceja cuando el pokémon rival tropezó en abrir las alas y expelió el enjambre con el viento. Pero scatterbug, determinado a guardar distancia, sacudió de su pelusa blanquecina un polvo amarillo que llenó el aire con energía estática. Paralizador.

«¿Acaso cree que cansándolo bastará para ganar?», pensó el muchacho, volviéndose al revoltijo de rayas y manchones de lápiz que forzó a llamar un dibujo decente. Un kricketune, para mayor ironía. El grillo no era el primer pokémon de la muchacha. De hecho, era el último; y scatterbug había logrado cargarse exitosamente a sus otros dos aliados con la misma gracia atropellada de quien huye de un depredador. ¿El gusano tenía alguna idea de eso? Él no estaba seguro. Y no era como si le preocupara, tampoco. Como última entrenadora reglamentaria, no había mucho que pudiese hacer para complicarle las cosas. Todavía contaba con un pokémon saludable y descansado a su favor —riolu—, y no le desagradaba del todo la idea de tenerlo que sacar a luchar luego de que las tácticas sucias del gusano ya no surtiesen efecto en el pokémon insecto.

—¡Cuidado, amigo! —gritó la chica, agitando los brazos hacia la nube amarilla— ¡Esquívalo! ¡Bate tus alas!

Pero kricketune había sido demasiado lento. Las esporas lo alcanzaron, sitiándolo con un chispazo de dolor y pequeños rastros de estática en sus articulaciones. Scatterbug tembló una sonrisa mañosa.

—K-kricket… —Se quejó el pokémon, incapaz de moverse. Su entrenadora intentó dar otra orden, pero scatterbug se adelantó para atacar: un cabezazo certero que lanzó al pokémon rival contra el suelo de malla. Alistair se alegró de haber encontrado otra plataforma de madera para sentarse. Estaba harto de rebotar con cada ataque.

—¡No, kricketune! —La chica se cubrió la boca con una mano— ¡Vamos, levántate! Todavía no hemos terminado.

Scatterbug jadeó desde el lado contrario del campo, sin quitarle los ojos a su contrincante. El brillo anaranjado de su pluma inundó la escena con una calidez insospechada. Alistair todavía se preguntaba si aquello era propio de la especie o algo exclusivo de la alimaña.

—Vamos, amigo… —La chica cerró el puño, esperanzada. Sin embargo, él la vio alcanzar disimuladamente una pokéball. No le queda mucho más—. Tú puedes, vamos…

Un chirrido de violín triste acompañó los intentos de kricketune por levantarse. ¡Increíble! Había conseguido ponerse de pie, equilibrando sus músculos entumecidos con ayuda de sus grandes patas de arco.

—¡Muy bien, chico! —celebró la muchacha, dando un saltito. Su coleta rubia se agitaba con cada mínimo movimiento—. ¡Excelente! Ahora, usa…

¡Scatterbug! ¡Bug!

Alistair dejó escapar una risotada cuando scatterbug aprovechó la parálisis de su rival y se le abalanzó con las fauces abiertas. La chica intentó forzar una orden (¡defiéndete, bloquea!), pero el polvo paralizador habían hecho lo suyo. Por mucho que intentó escapar, kricketune se resignó al horror de ver cómo el gusano le ensartaba un mordisco en el arco izquierdo, valiéndose de su precaria defensa para dar otro placaje certero al pecho con sus puntiagudas patitas traseras.

 —¡Kricketune ya no puede luchar! —gritó alguien a su izquierda, desde lo alto—. ¡Nuestro visitante gana esta batalla!

—¡Oh, no es justo! —La chica dio un pisotón a la madera, chica, regresando a su compañero a la pokéball. Alistair alcanzó a soslayar un brillo divertido en su mirada. De entusiasmo—. Ya casi lo tenía, maestra. ¿Vio cómo implementé su consejo sobre el acoso? ¿Y nuestra defensa?

Alistair entrecerró los ojos hacia la gran plataforma de madera que concluía el laberinto. Luces como de un estudio fotográfico se encendieron tras el chasquido de su propietaria, revelando una gran carpa de lona amarillenta, más plantas de palma bañadas por el rocío y a una hermosa joven rubia que abría los brazos hacia él con la calidez profesional de un líder.

—La cara de un contendiente antes de enfrentarse a un combate…, es para enmarcarla. ¿No crees? —dijo, y tomó en manos la cámara fotográfica que colgaba en su cuello. Alistair notó un destello nostálgico en sus ojos de olivina—. Un rostro que muestra la tristeza de la derrota o una sonrisa que expresa la alegría de la victoria… Sea como sea, ¡bien merecen ser retratadas!

—¿Eres Violeta, no? —preguntó Alistair, de vuelta a la malla. Scatterbug se erizó al rebote—. La líder de gimnasio.

—Viola —corrigió la chica del kricketune en un chasquido, dirigiéndole una mala mirada. Alistair rodó los ojos. No era su culpa que la chica fuese tan incompetente como para perder contra el gusano—. Se llama Viola, niño. No Viole…

—Es la primera vez que combates en un gimnasio, ¿no, retador? —preguntó la líder, cortés. Alistair asintió, subiendo los escalones de la plataforma. Ya en su mano pesaba la pokéball de riolu, para mal gusto del sucio bicho que brincaba con energía entre sus piernas—. Momentos tan preciados como estos son los que valen la pena capturar eternamente con una cámara. Mi nombre es Viola, sí. Como ya te han dicho —rio con ligereza—. Puede que sea nuestro primer encuentro, pero tu desempeño en las batallas ha sido bastante… Peculiar, si me permites decir. La nueva temporada del desafío trae siempre consigo un mar de talentos que vale la pena consagran en su propia exhibición.

—Sí, hmph… —Alistair falló en patear a scatterbug de la escalera. El pokémon se quejó, asestándole un mordisco en las cuerdas de sus botas—. Mi nombre es Alistair. Un placer.

Recordando fragmentos de la etiqueta que acompañó su niñez, el muchacho extendió la mano hacia la líder. Viola le observó por menos de un latido con una expresión vacía que detonaba análisis. Luego, correspondió su apretón. Tenía las manos frías, pero limpias de cualquier pegajosidad característica de los bichos. Alistair pensó que se trataba de una mujer bastante digna, pese a su ropa ligera y desorden artístico.

—Alistair… —Viola fue la primera en romper el saludo, jugueteando con los botones de su cámara. La naturalidad en su gesto difuminó cualquier atisbo de grosería—. El segundo… No; tercer chiquillo que me llega esta semana. ¿Estás preparado para demostrar de qué eres capaz? ¡El disparador de mi cámara está siempre listo para capturar una instantánea! —Y tomó una foto. Alistair se frotó los ojos, incómodo por el flashazo.

—¡Scart… Scatter!

Un movimiento irregular contra sus pies casi lo hizo dar un puntapié instintivo. Scatterbug saltó frente a él, demasiado confiado para su gusto. Si no fuese por los puntillos de colores que vadeaban su visión, Alistair habría disimulado mejor su odio hacia la criaturita.

—Hm. Ya veo. —Viola ladeó la cabeza, dándole una sonrisa amable a scatterbug—. ¿Ese será tu primer pokémon? Parece listo para la batalla.

Alistair inspiró hondo, luego exhaló. La primera impresión era la más importante. «Recuerda». No podía estropearlo.

—No —dijo entre dientes, alzando la pokéball de riolu—. Lo tengo aquí, de hecho.

—¡¿Scatter?!

Viola soltó una risilla comedida y Alistair dio un atisbo cuidadoso al pokémon tipo bicho mientras tomaban sus respectivos lugares en la plataforma. Como la indumentaria fotográfica estaba apilada hacia las esquinas, no serían una molestia durante la batalla. Scatterbug no tardó en seguirlo, haciéndose escuchar en cada paso.

—Dos contra dos… —Viola rebuscó algo en uno de sus sacos de trabajo. Por un momento, Alistair pensó que sacaría otro de sus aparatos de fotografía. Sin embargo, la líder alzó hacia él dos pokéballs. Cada una con la etiqueta del símbolo de la Liga pegada en la parte superior—. En ese caso, no me queda más que…

¿Dos? —Alistair hizo un esfuerzo por no fruncir el ceño—. Me enfrenté a más del doble de eso para llegar aquí —se quejó—, ¿y vas a usar solo a dos?

—¿Hm? —Viola arqueó una ceja—. Dos pokémon es el mínimo con el cual un líder puede luchar. Para ser un primer gimnasio, y para ser este tu primer reto, creo que es más que adecuado.

Algo se agitó en el interior de Alistair. Algo caliente, enredoso.

—¡Scatterbug! ¡Scart! —El pokémon tipo bicho erizó su pelusilla blanca, dándole una mala mirada a la líder.

—Yo no lucharé con dos, líder —refutó el muchacho, apretando la pokéball—. Solo con uno.

—Oh. ¿Quieres entonces uno contra uno?

—¡No!

Una risilla burlesca estremeció la pequeña espina que crecía en su interior. Alistair se volvió hacia el laberinto de telaraña, reparando en cómo los demás aprendices del gimnasio se reunían a los pies de la plataforma para disfrutar de la pelea.

—No… Agh. No quiero un uno versus uno —masculló, lanzando la pokéball de riolu. «Y tampoco es mi primera vez, vieja idiota».

—¡Dale con todo, Viola! —gritó uno de los pupilos. Era el chico del ledyba, y tenía una sonrisa maliciosa—. ¡Demuéstrale quién manda!

—¡Enséñale quién es la maestra de los bichos! —dijo una chica, no la del kricketune. Esta había utilizado un beedrill y un yanma. Sorpresivamente, scatterbug los arrastró sin más esfuerzo que sus tácticas rápidas de presa asustadiza—. ¡Será panal comido!

Viola levantó una mano para pedir silencio. Alistair apretó los dientes, lanzando a riolu al campo. El cachorro, al salir, echó un vistazo espantado a sus alrededores. Por Arceus… ¡Parecía de gelatina!

—Hmph… ¿Sabes algo, retador? —Viola se llevó una mano al mentón, pensativa—. Usualmente, no soy del tipo que desafía las reglas —dijo echando un vistazo sutil a sus pupilos—. Sin embargo, es cierto que te has enfrentado a mis chicos con solo un pokémon. Lo cual dice mucho de tus capacidades como entrenador. Y eso tiene…

Un murmullo decepcionado surgió de la multitud. Viola carraspeó, ganándose una disculpa colectiva de sus pupilos.

—¿Cuál es el trato, entonces? —presionó Alistair, entrecerrando los ojos. «¿No es suficiente?».

Viola murmuró algo por debajo de su aliento, barajando sus opciones como quien toquetea la configuración de una cámara. Por la forma en que las dos pokéball pesaban en su mano libre, algo le dijo a Alistair que no era del tipo de personas que tomaba riesgos. Mucho menos en algo tan delicado como lo era un primer enfrentamiento de gimnasio, que solía reglarse mucho más estrictamente que otro tipo de desafíos. No obstante, tan rápido como el destello astuto de una idea pareció cruzar por los ojos de la líder, Alistair tuvo por cierto que alguna vuelta le supo encontrar. Misma que se confirmó cuando ella, de manos al bolsillo, reemplazó una de las pokéballs aprobadas de la Liga por una cápsula blanca, sin calcomanías, que auguraba cierto aire solemne: mucho más familiar que sus demás compañeros.

—No utilizaré más de dos pokémon, lo siento —aclaró la líder, aunque el tono resuelto de su anuncio bastó para ganarse un aullido entusiasta del público—. Sin embargo, tomaré el atrevimiento de usar a mi pokémon más fuerte. Mi as bajo la manga, si lo deseas. ¿Te parece bien ese pequeño reto, entrenador?

Alistair se mordió el interior de la mejilla. Arceus; lo estaba alargando más de lo que debería. Estúpido.

—Sí, como sea —dijo, e hizo un ademán flojo al campo—. Vamos, entonces. ¿Cuál será tu primer poké…?

—¡Adelante, surskit!

Notes:

Para mis lectores de otro idioma: el chiste con el nombre de Viola es que, en español, se llama Violeta. ¿Por qué me decanté por utilizar los nombres anglo para este fic en lugar de la adaptación al español? Bueno, fue una decisión más de practicidad que otra cosa. Creo que, si en algún momento llego a traducir este fanfic al inglés, me ahorrará una GRAN carga de trabajo (y que me niego a llamar a Clemont "Lem"...)
También, como ya mencioné en la nota del primer capítulo, esta historia está basada en mi partida de pokémon Wilting Y. Esperen cambios en equipo, aunque quizá no tan drásticos por ahora. Ah, y también referencias a otras cosillas. Veremos si pueden pescarlas...
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 11: Único obstáculo

Summary:

Su mayor enemigo lo ve desde su reflejo.

Notes:

CW: Descripción gráfica de violencia física contra un animal/pokémon en el segundo corte del capítulo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El rayo de la pokéball fulguró siniestramente bajo la luces de los reflectores. Con un ruidito alegre, surskit abrió sus cuatro patas y vadeó de lado a lado en el aire hasta colocarse frente a su entrenadora. Hacía mucho tiempo que Alistair no veía uno. Esos curiosos aclaraguas eran autóctonos de la región de Hoenn, decantándose por una vida tranquila como fauna de exhibición en el jardín botánico que él y su familia solían visitar en la Ruta 120 cuando era más pequeño. Verlos luchar, si bien no era descabellado, encendió las alarmas en su cabeza. ¿Qué tan buenos debían ser en el campo como para formar parte de las líneas de un líder de gimnasio?

—Riolu, ataque rápido —ordeno Alistair de inmediato, echándole un vistazo gélido al cachorro.

—Surskit, ¡danza lluvia!

Riolu dudó en acercarse, por lo que surskit aprovechó de vadear las distancias e invocar una suave llovizna que acabó por desconcentrar al cachorro. ¿Era por eso que todo se sentía tan húmedo allá abajo?

—Muy bien —dijo Viola, impasible—. Ahora, ¡disparo demora!

—Ataque rápido, riolu. ¡Otra vez!

Surskit zigzagueó hacia riolu, soltando una pesada carga de hilos pegajosos. Alistair murmuró una maldición; había dado en el blanco. No obstante, ya más consciente de cómo su rival jugaba con la distancia, el cachorro interceptó su siguiente posición e impactó un golpe con el dorso de su pata. No había hecho mucho daño, pero era algo. «La velocidad solo será un problema si no logra pegarle otra vez».

—Rayo burbuja, surskit —ordenó Viola, haciendo una floritura. Alistair rodó los ojos—. Aprovecha la lluvia para circundarlo.

—¡Palmeo, vamos!

El pokémon de tipo bicho rodeó con gracia a riolu, escupiendo una sarta de burbujas desde todos los ángulos posibles. Riolu se cubrió como pudo, erizando sus sensores de aura. Alistair quiso creer que estaba calculando la mejor ventana para hacer algo. Sus nudillos palidecieron por la fuerza con la que cerraba el puño. No obstante, «Tiene una idea», pensó el muchacho cuando lo vio respingar las orejas. Quizá no estaba todo perdido.

—¡Ahora, riolu! —exclamó Alistair, y el cachorro saltó directo a su rival. El surskit había cometido un error grave: seguir las manecillas del reloj. Por ello, cuando riolu saltó hacia él, no solo lo impactó con la fuerza chispeante del ataque que cargaba en su pata, sino también el impulso residual del ataque rápido que todavía latía en sus articulaciones.

—¡Gana distancia, surskit, y ataca con rayo burbuja! —Viola hizo un ademán. Alistair tensó la mandíbula.

—¡Esquívalo, riolu!

Sin embargo, el cachorro soltó un gritillo patético cuando surskit dio un brinco y disparó hacia él. Alistair observó con frustración cómo el cachorro se cubría el rostro con los brazos mientras las burbujas reventaban en su piel.

Inútil.

—¡Scart, bug! —Alistair se tragó un insulto cuando el pokémon bicho jaloneó el ruedo de su pantalón—. ¡Scatterbug!

—Cierra el pico, imbécil —masculló el muchacho, conteniendo las ganas de patearlo fuera de la plataforma—. ¡Riolu, ataque rápido! ¡No le tengas miedo a acertar!

El cachorro tipo lucha echó un atisbo tembloroso a su entrenador. Luego, a scatterbug. Algo en la expresión del gusano pareció incitar a que riolu tragase duro y apretara los puños hacia el impaciente surskit.

—¡Surk! ¡Surskit! —chilló la alimaña acuática, bailando hacia riolu Por el fulgor que desprendía su antena, Alistair supo que se preparaba para dar otro ataque especial. Sin embargo, riolu bajó las orejas y dio un salto igual de alto hacia la criaturita, traspasando el rayo blanco que se formaba en su cabeza para acertar una embestida precisa. ¿Un ataque tipo hielo?

—¡Avíspate, surskit! —dijo Viola, elevando su puño. El pokémon rival trastabilló, pero se recuperó de un sacudón. Por su expresión y precaria defensa física, algo le decía a Alistair que estaba pronto a desmayarse. Solo necesitaban más ataques competentes, más rápidos—. ¡Baja su velocidad con disparo demora!

—¡Bárrelo, riolu! —Alistair señaló al pokémon acuático. Scatterbug dio brincos a su lado, como animando a su compañero—. ¡Repite lo que hiciste!

El horror chispeó en la mirada de riolu cuando surskit, secundado por la lluvia, cortó distancias a toda velocidad y lo cubrió de más hilos pegajosos. Esta vez no hizo falta que el pokémon lo rodease para ganar alguna ventaja. Riolu se tambaleó con su cola mientras intentaba retroceder, ganándose un par de chasquidos divertidos por parte de la criaturita.

—¡Por la…! —Alistair se mordió el puño, conteniéndose de soltar otra profanidad. Scatterbug chilló algo al cachorro, pero al muchacho no le pudo importar menos—. ¡Ataca, riolu! ¡Vamos! No es tan difícil.

—¡R-rio! ¡Riolu! —ladró el cachorro con indignación. Alistair se contuvo de aventarle algo; a scatterbug, si lo llevaban al límite.

—¡Scart! —Scatterbug brincó frente a él. Alistair lo apartó con un golpe suave del pie.

—Que te puto calles —gruñó en voz baja, dándole una mirada de muerte—. Ya hiciste lo que debías. Ya me fuiste útil, renacuajo. Ahora cállate y agradece que no te arroje de vuelta a la galería.

—¡Scatterbug! —replicó el pokémon, y Alistair chasqueó a lengua.

Como embelesada por su intercambio, Viola se limitó a observarlo con una expresión cautelosa. Sus pupilos seguían ovacionando las claras habilidades de pelea de su maestra, y Alistair sintió un pinchazo de frustración en lo bajo del estómago al ser incapaz de aclararse. No podía ser… ¡Él había pedido un mayor reto! ¡Ese era el reto que podía ganar! ¿Qué coño estaba haciendo entonces?

—¡Ataque rápido, riolu! ¡Y más te vale acertar!

—¡Usa viento hielo, surskit! —Viola hizo un gesto elegante—. ¡Congela la pista!

—¡Scatter, bug! ¡Scart!

La antena de surskit centelleó de un tono pálido, circundada por el hálito del ataque. Sin embargo, antes que el pequeño bicho pudiese atacar, riolu cerró los puños y soltó un rugido de guerra directo hacia él. Lo inesperado de la reacción fue suficiente para que surskit pusiera una mueca y se la pensara dos veces antes de moverse, dándole la oportunidad al cachorro de acertar un último ataque rápido improvisado que los llevó a los dos al suelo, con el rayo de hielo vergonzosamente exprimido hacia el techo de lona en una estalactita cerúlea y brillante.

—¡Surskit ya no puede continuar! —soltó alguien desde el público.

Alistair miró con asombro al pokémon debilitado mientras riolu se levantaba, apenas controlando sus tambaleos. Scatterbug ladró eufórico a su lado. «¿Cr… Crítico?»

—¡Riolu gana esta ronda! —concluyó la chica del kricketune, casi tan sorprendida como Alistair. El entrenador de ledyba la miró, ultrajado.

—¡¿Q-qué?! ¿Hablas en serio? ¡Si hizo trampa!

—Una… —Viola devolvió a su compañero a la pokéball, agradeciendo su esfuerzo con un asentimiento solemne—. Una estrategia bastante curiosa. Singular…

«Estoy muerto. —Alistair se llevó una mano al fleco empapado de sudor. ¿O era la lluvia de surskit?—. Estoy muerto, muertísimo».

—¡Riolu! —llamó al cachorro, sobresaltándolo—. Ven para acá un momento. ¡Rápido!

Alistair rebuscó una poción en el bolsillo delantero de su mochila, disparándosela en la cara a Riolu ni bien estuvo a una distancia prudente. El cachorro aulló de la sorpresa, restregándose los ojos. Al muchacho no le pudo importar menos siempre y cuando surgiese el efecto deseado.

—Eres un puto fracaso, riolu. De verdad —le susurró al pokémon. Riolu sollozó algo mientras le dirigía un vistazo lloroso—. No sé cómo coño vas a manejártelas para sobrevivir al bicho que queda, pero tienes que ganar. ¿Entiendes eso? Tenemos que ganar.

—¿R-rio…? —El cachorro intercambió un vistazo nervioso entre Alistair y scatterbug, que lo miraba con determinación—. ¡Riolu, r-rio!

—No. No me interesa. —Alistair cortó cualquier intento de respuesta de scatterbug con un ademán. El cachorro bajó las orejas, consternado—. Ya está dicho. Eres tú, riolu. Solo tú, y tienes que hacerlo valer. ¿Me oíste?

—¿Listo para mi as, entrenador? —inquirió la líder, a lo que Alistair se puso de pie con una mirada de desprecio.

En su mano libre, Viola sostuvo con fuerza una pokéball blanca. «Una honorball», detalló Alistair. Debía ser un pokémon muy importante, o poderoso, para ganarse el honor de vivir claustrado en una.

—Sí, sí. Ya… —Alistair apresuró a riolu con un puntapié, ganándose un chillido lastimero de su parte. La forma en que se agarraba la cola para no temblar estaba comenzando a cansar al muchacho—. Listo, vamos. Lánzalo o como quieras.

—Muy bien. —Viola asintió. Sus pupilos ovacionaron—. ¡Adelante, vivillon! ¡Demuéstrale de qué estamos hechas!

Al fulgor prístino de la cápsula lo sucedió una explosión de virutas decorativas con motivos de flores. Alistair debió cubrirse el rostro para evitar que los remanentes de la llovizna entorpecieran su visión.

Sucedida por un torbellino de pétalos rosáceos, una criatura de cuerpo gris y enormes alas bicolores abrió vuelo sobre el campo, deleitando a los espectadores con un fino polvo de escamas brillante. Una… ¿Mariposa? ¿Con patrón de pokéball?

—¡Vi, vi~! —celebró el pokémon, haciendo temblar sus antenas. Los gritos y alabanzas de los entrenadores se volvieron más ruidosos, de ser posible.

—¡Vamos, vivillon!

—¡Destrózalos, chica! —vitoreó la chica del kricketune. Alistair puso una mueca.

El pokémon mariposa rio con una suavidad infantil, poniéndole fin a su rutina. Alistair tragó en seco, ansioso porque el rastro de la nicotina borrase el amargo de la bilis una vez saliera de ese infierno. El pinchazo que sentía por debajo de las costillas no debía ser más que un malestar fantasma.

—No la vayas a cagar, puto riolu —masculló para sí, dejando medialunas en sus palmas. Si no se detenía pronto, la fuerza con la que enterraba sus uñas abriría la carne y dejaría cortes reales. Con sangre. Y él… Él debería mantener la calma. Control. «Respira, estúpido; como te dices».

—¡Comencemos con algo simple! —Viola levantó una mano hacia el cielo—: ¡Vivillon, vuela sobre tu rival y usa paralizador! ¡Veamos quién es más rápido!

—¡Riolu, esquívalo!

El pokémon rival canturreó una afirmación reminiscente al cristal. Riolu, cuyos sensores de aura estaban erguidos, la vio revolotear sobre él y sacudir las temibles esporas amarillas como si no fuesen más que una extensión artística de la llovizna pasada.

—¡Riolu, ¿qué esperas?! —bramó Alistair, fallando en disimular su histeria. El golpe acertó de lleno y riolu pronto sufrió un espasmo causado por la electricidad estática. Si las consecuencias fueron agravadas por la lluvia, no quiso ni detenerse a pensarlo. El campo ya estaba lo suficiente húmedo como para temer lo peor. Cualquier golpe, cualquier intento de ataque, ahora debería pesar con la posibilidad de verlo fallar a falta de velocidad, o peor: no poder moverse en lo absoluto—. ¡Despierta, riolu! ¡Estás paralizado, no dormido!

—R-rio… —El pokémon intentó moverse, pero una onda eléctrica lo mantuvo quieto en su lugar. Los charcos a sus patas soltaron chispas también, como atándolo a la superficie. Vivillon celebró con una risilla.

—¡Excelente, vivillon! —animó Viola, con una mano en su cámara—. Ahora, ¡a por el golpe de gracia! ¡Usa psicorrayo!

«No, no ¡no!».

Alistair contempló en pánico cómo el pokémon rival revitalizaba sus antenas con un aura rosa. Poder psíquico.

—¡Vamos, riolu! ¡Esquívalo, como sea! ¡Quítate de su…!

Pero el rayo, tan fuerte como la desventaja de tipos le permitía, golpeó de lleno a riolu y lo lanzó de bruces a un lado del campo, a centímetros de golpear a su entrenador.

No importaba si él lo había curado. Si lo había entrenado.

Todo lo por lo que se esforzó, todo lo que planeó hasta ahora, su oportunidad…

—¡Riolu ya no puede luchar! —gritó el mismo entrenador, ensombrecido por las luces del reflector sobre la plataforma. Alistair sintió cómo las uñas abrían sus palmas. La humedecían—. ¡Viola gana esta bata…!

¡Scatter!

Un rayo naranja saltó desde la espalda de Alistair y se posicionó frente al cuerpo inconsciente de riolu.

La multitud, que había estado vociferando halagos a Viola, ahogó una exclamación que vacilaba entre la sorpresa o una profunda indignación.

—¡Scart! ¡Scatter! —chilló el gusano, y Alistair se sintió arder. No podía…

—¡Hey, eso es trampa!

—¡Dijiste que solo un pokémon! ¡No puedes cambiar ahora!

—¡Booo! ¡Sáquenlo del gimnasio! ¡Trampo…!

—¡Silencio!

La líder reprendió a sus pupilos con una mirada fría que no admitía réplicas. Alistair se mordió el interior de la mejilla con fuerza. Ahora eso también sabía a metal.

—Ser groseros está demás. No es eso lo que predicamos en este gimnasio, ¿de acuerdo? —dijo Viola, y suspiró. Los entrenadores bajaron el rostro, manteniendo sus murmuraciones entre ellos—. Ahora… ¿Podrías explicarme qué planeas hacer?

Nada —mordió Alistair, con el ceño tan fruncido como el dolor palpitante en sus sienes se lo permitía. Aun así, Viola no se inmutó—. Ya… Ya está. Es todo. No tie…

—Sí, claro. —La líder se llevó el índice a los labios, pensativa—. Puede que ya esté, como dices. Sin embargo… Es obvio que este pequeñín tuyo quiere luchar. —Una sonrisa condescendiente elevó sus comisuras. Alistair quiso borrársela de un puñetazo—. Este es tu primera batalla de gimnasio, ¿no? Por lo que no hay necesidad de que seas tan duro contigo mismo o te sobre-esfuerces en cosas que incluso yo, con mi experiencia, suelo ser incapaz de controlar.

—¡¿Lo vas a dejar terminar?! —chilló uno de los entrenadores. Esta vez fue Alistair quien lo hizo callar con un atisbo deletéreo.

—No es dejarlo, per se. —Viola se llevó las manos a la cintura, sonriendo—. Es hacer lo justo: pelear hasta el final. Cumplí mi parte del trato al dejarte luchar con uno de los pokémon especiales, y ahora tú, entrenador, tienes la obligación de darme una buena batalla. ¿Qué opinas, hm? ¿Estás dispuesto a darme tu mejor ángulo?

Alistair sintió el impulso de escupir al suelo: una acción casi tan cicatrizada en su detestable personalidad como las pequeñas grietas que la ira encendía bajo su piel.

Sin embargo… El muchacho aterrizó una mirada de insospechada calma sobre scatterbug. El pokémon de tipo bicho se había acercado para olfatear al cachorro y asegurarse que su orgullo fuese lo único herido de gravedad. Incluso si no podía leer su expresión, Alistair temió que el brillo tenue que sonrosaba su pluma fuese por la determinación de la batalla y no el miedo a lo que sea que le esperase a manos de su propio entrenador.

«Quien no cambia, está condenado a repetirse, chico. Caer en el mismo hoyo».

Alistair dejó que la sangre fluyese con más facilidad al interior de sus uñas, como lo había hecho aquella vez.

—Haz lo que te dé la puta gana —murmuró, devolviendo a riolu a su pokéball. Scatterbug pareció desconcertado al principio, pero no tardó en darle una de sus grandes sonrisas hambrientas de acción.

—¡Scart! —gritó, dándose la vuelta hacia Viola y su vivillon. La líder de gimnasio asintió, complacida—. ¡Scatterbug!

—¡Está decidido, entonces! —Viola dio un aplauso—. ¡Vivillon, prepara el campo con paralizador! ¡Luego, electrotela!

—¡Vi, vill…!

Pero, antes que el pokémon pudiese expandir sus esporas, un disparo certero de hilos pegajosos golpeó directo a sus alas, obligándole a retroceder con aleteos torpes y dispares.

—¡Disparo demora! —dijo uno de los pupilos, señalando al gusano.

Alistair retrocedió dos pasos, dejando que las palmas del estudio cubriesen de sombras su expresión.

—¡Qué rápido! —soltó una entrenadora—. ¡Mucho cuidado, vivillon!

—¡Vivi…! —Vivillon se sacudió, mirando a su entrenadora con el ceño fruncido. Viola, por su parte, lució una gran sonrisa.

—¡Un pequeño bastante astuto, puedo ver! —dijo, y tomó su cámara—. ¡Vamos, vivillon! ¡Enséñale que tú también tienes trucos bajo la manga! ¡Vuela alto y usa acoso!

El pokémon convino un rudillo determinado, haciéndose con la altura necesaria para preparar su ataque. Sin embargo, en cuanto las primeras partículas negras comenzaron a llover desde sus alas, scatterbug se tomó el atrevimiento de rodar lejos y crear con su pelusa blanca un escudo de brillantes esporas amarillas que soplaron una densa nube paralizante hacia donde fuera que mirasen.

—¡Cuidado, chica! —gritó Viola, haciendo un ademán. Vivillon irguió sus antenas—. ¡Despéjalo con psicorrayo! ¡No dejes que se escabulla muy lejos!

Vivillon asintió, concentrando la misma nefasta energía multicolor que finiquitó a su primer pokémon. Alistair, más que preparado para verle achicharrar al gusano, se cruzó de brazos y murmuró una burla sardónica. Scatterbug no salió a la vista; era difícil hacer frente a esa niebla de espora que aterrizó contra la superficie. E incluso cuando los rayos de vivillon lograron diseminar más de la mitad del ataque en su búsqueda, haberle dado la espalda a la nube que aterrizó de su lado del campo demostró ser un error. Scatterbug, aprovechándose del factor sorpresa, difuminó él mismo su escondite y le saltó por la espalda, asestando un fuerte placaje que impactó al pokémon mariposa de cara contra el suelo.

—¡Ay, vivillon!

—¡No puede ser! ¡¿Lo derribó?!

—Vi… Viv… —El pokémon mariposa batió las alas, escupiendo un poco de agua de charco. Scatterbug, aunque quieto a su espalda, no le perdió pista—. ¡Vivi!

Apenas vivillon intentó alzar vuelo, un espinazo paralizante le robó el aliento: ¡las pocas esporas que se colaron en el agua enraizaron al pokémon desde las patas hasta sus antenas con virutas amarillentas!

—¡Scart! —Scatterbug disparó otra carga de hilos pegajosos contra su rival. Vivillon gruñó—. ¡Scatterbug!

—¡Levántate, vivillon! —ordenó Viola, con el fuego ardiendo en su mirada olivina—. Vamos, ¡no dejes que te derribe!

La mariposa dio un canto triste, pero obedeció, poniéndose de pie. Scatterbug notó con una sonrisa la forma en que sus alas caían pesadamente en su espalda. Sin la capacidad de alzar vuelo, su rival estaba bastante limitado en sus opciones defensivas. Sin embargo, todavía tenía energía para luchar. La batalla no acabaría tan fácil y scatterbug, mejor que nadie, lo sabía.

—Scart… —Scatterbug gruñó, colocándose en posición de ataque. La vivillon, por debajo de su aliento, pareció soltar un chasquido muy similar a una risilla.

—¡Usa psicorrayo, vivillon! —ordenó la líder, y como si solo esperase el visto bueno de su entrenadora, la pokémon mariposa sacudió un potente rayo multicolor desde la punta de sus antenas.

—¿¡Bug-!?

Demasiado lento para esquivar un disparo tan cercano, scatterbug recibió el poder psíquico en toda la cara. La multitud ovacionó con la caída del gusano, pero aún más sorprendente: gritó y celebró aún más fuerte cuando el pequeño bicho se levantó, sacudiéndose con una mueca dolorida.

—¡Vamos, vivillon! ¡Tú puedes!

—¡No dejes que te adelante!

«Maldito idiota… —Alistair tomó la pokéball de riolu con fuerza. Sus nudillos palidecieron—. Bastardo, inútil…»

—¡Usa acoso, vivillon! ¡Aprovecha la distancia!

El pokémon mariposa volvió a abrir las alas, resintiendo los chispazos quedos que brotaban de las puntas. Luego, con una reminiscencia de cuadrados similar a las escamas de scatterbug, invocó una densa nube oscura que agitó directo al bicho.

Si bien scatterbug esquivó el ataque con un giro rápido hacia otro lado del campo, la superficie en el extremo de Viola se ennegreció con un manchón hormigueante. De acuerdo. La líder y su pokémon aprendían rápido. No se podía negar. Ahora, si scatterbug quería dar un golpe directo, debía ser inteligente y pensárselo bien. Cualquier paso en falso podía dejarlo rezagado no solo como presa para el pokémon volador, sino también a merced de su nueva estrategia copiada.

—¡Scatterbug! —El pokémon se sacudió cualquier partícula fallida de su última espora. Alistair se mordió el labio, sorteando un destello inquieto en la expresión del bicho. Los movimientos de su rival eran tan lentos como podían serlos al estar electrificada y cubiertas de telarañas, pero vivillon todavía contaban con una ventaja bastante clara sobre el bicho—. ¡Scart!

—¡Danza aleteo, vivillon! —Viola abrió los brazos— ¡Elévate con fuerza!

El pokémon rival soltó un aullido, dejando que sus alas se recubrieran con pequeñas partículas blancas. Scatterbug la vio con recelo, pero no se acobardó. La pluma naranja en su cuello brilló con algo parecido a la determinación.

«Ella tiene la guía adecuada —determinó el muchacho, permitiéndose apreciar hasta el último gramo de odio que corrió sobre su piel como un escalofrío—. La de un entrenador».

—¡Vivil~! —Vivillon dio un salto y comenzó a ascender. La energía del movimiento se fortaleció con cada aleteo, permitiéndole un despegue más limpio de lo esperado. «Más ataque especial, más velocidad…»

—¡Vamos, vivillon! —animaron desde el público. La pokémon dio un giro jocoso, como obligándose a estabilizarse.

Viola sonrió ampliamente, capturando el momento con su cámara. Más que amedrentarse, las ovaciones a su rival parecieron encender algo en scatterbug. «No ha terminado», pensó Alistar cuando notó cómo el pequeño pokémon bicho avizoraba las patas de su rival. Casi invisibles, un puñado de hilos de plata refulgía a contraluz de los reflectores. Era una imagen hermosa, como si estuviese revestida por las estrellas. Y él, en contra de su voluntad, recordó lo dicho por uno de los amigos de su vecina.

—¡Guarda las distancias, chica! —dijo Viola, alzando una mano abierta hacia el cielo— ¡Usa psicorra…!

¡Scatter!

Valiéndose de las maromas de su rival, scatterbug rodó, dio un salto y cortó de lleno su vuelo con un jalón lo bastante abrupto al disparo demora sobrante para estrellar a la mariposa de nuevo contra el frío suelo de madera.

—¡No, vivillon! —Viola jadeó, soltando de golpe su cámara. Alistair quiso reír, pero no tuvo la fuerza para motivarse a ello.

Vivillon volvió a levantarse, todavía con las pequeñas virutas de poder revoloteándole en el cuerpo. Scatterbug aprovechó la sutil ventana de oportunidad que le regaló su aturdimiento para impactar una fuerte tacleada contra el costado de su rival. Y otra contra su espalda. Y bajo su mentón, con el añadido de hilos…

—¡Defiéndete, vivillon! ¡Bloquéale con tus alas!

El pokémon mariposa obedeció luego de dar un ladrido frustrado. Scatterbug acertó un último golpe antes de retroceder, resultando atrapado por el insospechado ataque de acoso que explotó poco después.

—¡Scart! —aulló, mordisqueado por las virutas negras del ataque. Alistair sintió un peso irregular en el estómago— ¡S-scatter…!

—¡Perfecto, vivillon! —Viola se sacudió la sorpresa, apretando el puño. La emoción de la batalla refulgió con mayor brío en su mirada—. ¡Ha caído en nuestras redes! ¡Electrotela!

Una última baza de chispas amarillas eliminó los restos del disparo demora que todavía enredaba sus alas. Scatterbug abrió mucho los ojos y Alistair puso una mueca cuando la maraña de hilos eléctricos cayó directo sobre él, reduciéndolo a un montón quejoso de escamas negras, olor a quemado y el incesante hormigueo del ataque tipo bicho que lo sitiaba en territorio enemigo.

—S… Scatter… —El gusano abrió los ojos con esfuerzo. Viola pareció complacida, lista para dar el golpe de gracia. Vivillon, por su parte, revoloteó más cerca del claustrado bichito, a la espera de cualquier seña oportuna que le permitiese aumentar sus ataduras—. Scart…

Sin embargo… Alistair lo cazó por el rabillo del ojo: una sonrisa confiada, casi depredadora, que se equiparó al destello cálido de la misteriosa pluma en su cuello.

—¡Ahora, acabemos con esto de una vez! —Ignorante a qué se cocía, Viola hizo un ademán hacia el gusano—. ¡Vivillon, usa psicorrayo! ¡Deslúmbranos con tu talento, mi as!

Vivillon irguió sus antenas, canalizando el rayo psíquico que voló directo hacia scatterbug. Solo que, en lugar de proyectarse de lleno contra él, el maldito gusano mordió con fuerza hacia la nada y jaló como pudo en dirección contraria, llevándose consigo a vivillon de una pata e impactando el ataque a un costado de la estalactita de hielo que colgaba precariamente en el techo de la malla.

—¡¿Viv… vivil-?!

El público ahogó un grito cuando la estalactita crujió y se desmoronó sobre vivillon, enterrándola bajo un compendio de cuchillas azules y el siniestro hálito de la súper-efectividad que dotó de frescor el sótano de la galería. Una demostración bastante acertada para el último aliento de su rival.

—¡Vi-vivillon ya no puede luchar! —gritó alguien desde el público. Ya no el chico de antes, sino el hombre de arriba. Alistair se halló incapaz de apartar la mirada de la tumba de hielo al centro del campo—. ¡Nuestro retador gana la batalla!

La indignación de los presentes no se hizo esperar; un griterío casi tan ensordecedor como los pensamientos del muchacho inundó la estancia. Empero, a diferencia de las otras veces, la líder no pareció incordiada con ello. Por el contrario: se mostró eufórica pese a su muy cuestionable derrota.

—Esto ha sido… ¡Increíble! —exclamó, sosteniendo su cámara con manos temblorosas.

Incapaz de replicar, Alistair miró a la mujer con el ceño fruncido mientras tomaba cuanta foto podía de la escena, variando tanto de ángulos y precisión de los flashes para retratar los mejores lados del nervioso pokémon gusano que apenas hallaba fuerzas para gruñirle.

—¡Los movimientos…! —Una foto—. ¡La destreza…! —Otra foto—. ¡La confianza que tú y tu pokémon comparten…!

—¡¿S-scart?! —Scatterbug tropezó fuera del camino cuando la líder caminó hacia el centro del campo, devolviendo a vivillon a su pokéball.

—¡Sí que has sabido sorprenderme de la mejor forma, entrenador! —dijo Viola, haciéndole una seña para que se acercara—. ¡Tú y tu scatterbug han sido el foco de todos los flashes! ¡Felicitaciones!

La líder rebuscó algo en los bolsillos de su pantalón cargo. Alistair entrecerró los ojos y scatterbug dio un paso atrás, temeroso quizá de tener que enfrentarse a otro rival.

—¡Ta-chan! —Viola sacó una pequeña insignia con forma de escarabajo: la medalla del gimnasio de Novarte—. ¡Aquí está! Tu bien merecido premio por haber superado un reto tan espectacular. Ja, ja. Uff. —Suspiró, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. Sus mejillas estaban sonrosadas y su cabello rubio hecho un pequeño desastre—. Disculpa que me salte directo a la acción, heh~ ¡Muy pocas veces una batalla me deja tan cansada como a mis propios compañeros!

—Sí. —Alistair tensó la mandíbula, echando un vistazo a scatterbug. La sanguijuela tenía cara de que quería vomitar. ¿Era normal que su pluma irradiase tanto como lo estaba haciendo?—. Supongo. No sé.

—Sca… Scatter…

—Con la medalla bicho —indicó Viola—, estarás inmerso oficialmente en este camino de los gimnasios. Lo que quizá mañana pueda parecer un pequeño salto, ¡hoy es la portada de un primer gran logro! Debes estar muy orgulloso de tus compañeros el día de hoy. Han dado lo mejor de sí y se aprecia en los resultados.

Alistair contuvo la respiración. Un peso como roca cayó en su estómago, obligándole a reconsiderar la fuerza con la que apretaba su puño contra la chaqueta. Las palmas todavía le dolían, pero no tanto como la garganta. El pecho…

—¡Ah, miren allá!

El gritillo eufórico de una entrenadora sobresaltó al dúo en la plataforma. Tanto Viola como Alistair se volvieron a ella, y luego se miraron hacia donde señalaba: el suelo, junto al muchacho…

—S-scatter… —Scatterbug le dio una mirada indescifrable a Alistair. Su pelusa blanca refulgía como la nieve impoluta, innatural; y la pluma, todavía bien aferrada a su cuello, estaba saltando chispas de calor. No rojas, como se esperaría, sino blancas. Azules…

—¡Oh! —Viola le dio espacio al pokémon. Alistair no pudo moverse—. ¡Entrenador, creo que tu pequeña está evolucionando!

—¿Q-qué…?

Alistair sintió que la plataforma se estremecía bajo su peso. Sus piernas… No. No podía.

Lo que antes flotó sobre él como un tufo electrizante fue reemplazado por el brote de energía pura y violenta de un pequeño bicho que no le quitaba los ojos de encima.

—¿Scatte…?

—No… —susurró el muchacho, primero para sí, después para quien quisiese oírlo—. No, no, ¡no! ¡De ninguna puta forma te lo permito! ¡No te lo mereces!

Tan rápido como sus reflejos le permitieron, Alistair tomó la pokéball de scatterbug y lo apuntó con ella. El pokémon intentó protestar, pero el rayo rojo de la cápsula lo encerró antes de darse voz.

—Oh… —Viola ladeó la cabeza. Volvía a tener esa expresión condescendiente, falsa, y Alistair tuvo que recurrir a las heridas en sus manos para no infringirle una a ella—. ¿No quieres que evolucione aún? Hm… Bueno. Los pokémon tipo bicho crecen rápido. Puedo entender que sea…

—¿Dónde está la salida? —cortó a la líder. Viola arqueó una ceja.

—¿Cómo? ¿La salida?

—Sí, ¡sí! La… La salida —Alistair exclamó, pero se mordió el labio en represalia. «No lo pierdas, inútil. Contrólate».

—La puedes encontrar allí, al fondo —Viola señaló al final de la carpa. Parecía vacío, pero Alistair logró distinguir unas escaleras de madera que ascendían hacia un pasillo oscuro. La galería.

«Gracias, hija de perra —Alistair le rapiñó la medalla de las manos y se dirigió casi trotando hacia la trastienda. El pequeño empujón que quizá le dio a la mujer fue accidental, como todo lo que había pasado ahí. Un gran, gran, accidente—. Gracias, gracias…»

—¡Oh, y una última cosa! —Viola llamó a su espalda. Alistair no se volteó—. Aún no te he dado tu MT reglamentaria. ¡Es el ataque de acoso! Con él puedes…

—¡Me sabe a poco tu lástima, Violeta! —chilló, con un pie en el primer escalón. La líder lo miró con sorpresa—. ¡Guárdaselo a alguien que sí necesite tu estúpido enjambre!

Y, tan torpe como cayó en las redes del gimnasio, Alistair huyó de vuelta a superficie.

 

(...)

 

—S… ¿Scatter…?

Su primer intento de patearlo falló miserablemente, así que Alistair rapiñó al pokémon desde las antenas con la mayor brusquedad que sus cansados músculos le permitieron.

—¡¿Qué mierda te crees que eres, bicho inútil?! —le gritó a la cara, agradecido porque las sombras del callejón le permitiesen fluir sin más de la lástima que le constreñía la garganta—. ¡¿Crees que haces algo de provecho?! ¡¿Que me eres útil, alimaña?! —Alistair lo sacudió con fuerza. Scatterbug chilló, mordiendo al aire—. ¡Eres una carnada, puto bicho! ¡Nada más que un señuelo patético!

Scatterbug gimió de dolor cuando el muchacho lo arrojó al suelo y estampó una patada en su costado. Una mezcla de odio y terror cruzó su expresión malherida. El peso en su bolsillo le daría razones para estarlo, pensó. No aún, porque sus palmas dolían con cada uña que clavaba en la carne. «No aún».

—¡Me robaste mi oportunidad! —ladró, a punto de pisarle la cabeza. Scatterbug rodó fuera de su alcance—. ¡Este era mi momento! ¡Era mi plan para ejecutar! ¡No tuyo, maldita cosa rabiosa! ¡Era mi oportunidad de demostrárselo!

El pokémon de tipo bicho gruñó, erizando su pelusa. Lo que antes fulguró con el regalo de la evolución ahora carecía por completo de cualquier solemnidad. Una risa seca clavó sus garras al fondo de su garganta, incapaz de recrear ese disfrute sádico que fortificaban sus amenazas pasadas. «Bastardo…»

—¿Qué? ¡¿Querías más?! —burló, arrojando su mochila al suelo—. ¡¿Adivina qué, gusano?! ¡No hay nada! ¡Nada más que un patético bicho! ¡Eso es lo que eres!

Scatterbug ahogó un gritillo de sorpresa cuando Alistair lo tomó del cuello. Sus pequeñas escamas se irguieron al contacto, pinchándole las palmas con un frescor estático que no sentía desde hace mucho tiempo. Él siseó.

—¡Las alimañas como tú no pueden probar nada, scatterbug! —escupió, a centímetros de su rostro. El gusano le mostró los colmillos—. ¡No tienen nada que probar! ¡Solo son herramientas para un bien mayor! ¡Mi bien!

El pokémon se sacudió como pudo, encajando un mordisco desastroso en su mano. Alistair maldijo, pero no lo soltó. Al contrario: prensó su agarre hasta que el gusano escupió la sangre ajena y jadeó patéticamente por aire.

—Piensas que puedes desafiar tu naturaleza —masculló, deletéreo. Los pequeños cortes en sus palmas ardieron como el fuego cuando scatterbug inyectó una segunda carga de veneno, pero no le importó. Lo merecía, al igual que merecía el horrible ardor al fondo de sus ojos. Lo quería tanto como el frío contra su pecho y las pequeñas quemaduras que ardían fantasmalmente contra su piel—. Piensas que, con tu minúsculo poder, eres capaz de cambiarlo todo.

Scatterbug tosió, curvando su cuerpo en una posición incómoda. Luego, cuando Alistair temió que sus ojos rodasen hacia atrás, el pokémon bicho abrió mucho los ojos e hipó un chasquido patético.

Cobarde.

—¡Riolu! —ladró el cachorro, jalándolo de la camisa. Alistair gruñó y lanzó una patada que, si bien no lo arrojó al suelo, le obligó a retroceder—. ¡Rio, riol…!

—¡Cállate, sarnoso! —Alistair pisó en su dirección, fulminándolo con la mirada. El riolu lloriqueó y se cubrió el rostro con sus temblorosas patitas—. ¡Eres un desperdicio de fuerza! ¡Nunca había visto a un cachorro tan inútil como tú!

Lo buscaste.

—S… Scart…

El cuello de scatterbug crujió en su agarre, cada vez más falto de fuerzas. Alistair rumió una maldición y lo arrojó al fondo del callejón, junto a las bolsas y papeles tan sucios como él. Inservibles.

—No sé de qué pocilga te sacó ese inútil… —murmuró hacia el riolu, como si él no fuese consciente del por qué. A dónde fue a parar, con sus rejas y pistas tan familiares, antes de maldecir contra las gradas un desliz tan patético—, pero no me sorprende en lo absoluto.

Patético mocoso.

Vuelves a lo mismo.

Te escuchan. ¡Se burlan!

Alistair tanteó con delicadeza la cabeza de su zippo. Estaba fría y abollada por la fuerza con la que solía lanzarse a la vida, pero le dijo todo lo que necesitaba saber. Lo que él más quería hacer.

«Ratas como tú son las más fáciles, niño —dijo el oficial, acechando sus recuerdos. Alistair temió tambalearse al final del callejón, ajeno a su cuerpo entumecido—. ¿Sabes por qué?»

Lo hacen, siempre.

Se arrastran.

Vuelven a ellos.

No escapan.

Se esquinan.

 

Alistair abrió su encendedor, permitiendo que la calidez de la llama bailase junto a las siluetas de monstruos que acechaban en la calle.

Ya no estaba frente al montón de basura. No entre las paredes grises de su cárcel o los cubículos de madera en los que se permitió construir sentimientos reales a costa de esperanzas vacías.

«No, Vesta. Por favor…»

El muchacho se mordió el labio hasta sentirlo sangrar. Aquella mirada carmesí volvió a él con la furia de mil incendios. Hilos de plata, tan tersos y calientes… Y el amor maternal de una caricia que, sin importar lo débil que fuese, siempre lo aceptaría tal y como era.

Alguien incapaz de hacerlo.

«N-no me hagas…»; su sollozo hizo eco en la oscuridad.

—¡Lo hiciste por él! —Uno de los oficiales tomó su mentón con fuerza, obligándole a mirarlo tras los cristales oscuros que mal llamaba alma—. ¡Por eso piensas que es tan perfecto, ¿no?! ¡Por eso mientes, bastardo patético! ¡¿Crees que vales para algo más que su coartada?! ¡¿Piensas que le importa a dónde te arrojemos después de aquí?!

«Lo hice por ella —Alistair pensó en responder. El puñetazo que le dieron, sin embargo, le privó de cualquier defensa—. Por ella, recuerda. Lo haces por ella. Por ella».

—¡A él no le importa en qué zanja acabes, muchacho! ¡A ninguno de ellos! —gritaron una vez, dos veces, sus torturadores. Los golpes de palmas abiertas sobre la mesa no tenían nada que envidiarle a la fuerza de los truenos—. ¡Basta ya de engañarte! ¡Todos ustedes no son más que una jauría de hienas! ¡Criminales!

En el presente, su mechero se le resbaló de las manos. Alistair lo escuchó sisear. Titilar sin morir. Tan afín.

«Es por ella que lo hago…»; porque era accidentado y lamentable. Demasiado emocional para su propio beneficio y siempre temeroso de dar ese último gran salto.

«Volveré, ¿me oyes? Lo prometo. Te lo juro».

Y era por él que sobrevivía, porque lo haría vivir cada estrato del infierno que le hicieron pasar.

«No hay nada más, oficial. Nada que ni usted ni yo no lamentemos ya».

Notes:

Mi primera batalla descrita en su totalidad. No será la única, pero por el peso que tiene en los personajes, este tipo de enfrentamientos se reservará para momentos clave de desarrollo. Mismo con las representaciones más gráficas de violencia. No me gusta colocar etiquetas a lo ligero; muchas veces una vocecita en mi cabeza dice que no es suficiente o que exagero. Sin embargo, siento que es importante destacar el contenido delicado que se trata en determinados momentos.
El vivillon de Viola está basado en el motivo de pokéball: mismo al que me enfrenté en el hackrom. Mi headcanon es que este es su vivillon compañero, regalado por alguien muy especial para ella.
Y, sobre el capítulo... Bueno. Digamos que hay muchas emociones revueltas y encontradas. Alistair no piensa con claridad cuando los sentimientos lo nublan. Ya lo vimos en su pequeño crashout en el capítulo cinco y ahora, aquí, tocó una fibra bastante sensible en sus experiencias. ¿Qué será lo que lo detonó? ¿Fue Viola? ¿El atrevimiento de scatterbug? Con suerte, se aclarará pronto y nos lo dirá todo con calma, lujo y detalles (no).
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 12: Interludio; su nombre

Summary:

Una historia por memorizar. Un nuevo inquilino.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eveline siempre se consideró alguien devota a las cosas hermosas.

Desde su infancia tranquila como hija de granjeros, hasta el nacimiento de su primer y único retoño, apreciar la belleza que constituían años borrosos y lejanos en su memoria consentían un pilar fundamental en la filosofía que tan orgullosamente portaba en momentos difíciles.

—Hola de vuelta, Josephine —extendió su saludo a una de sus nuevas vecinas. La dama de mediana edad atendía con esmero tres macetas repletas de flores. Hortensias, reconoció. Su significado bailaba entre la abundancia, gratitud y belleza—. Son hermosas. ¿Florecen bien en esta época?

Sobre las verdes colinas que circundaban el valle donde vivió, su madre solía señalar los castillos de piedra que se erguían como colmillos sobre fértil suelo kalosiano. Una vez que la pequeña niña de vestidos floreados los detallaba de entre las nubes, la mujer relataba, tan solemne como su legado, que el mundo tenía tantas cicatrices como las manos de aquellas personas trabajadoras que lo poblaban. «La responsabilidad milenaria de los pocos afortunados a los que el Guardián de la Vida veía con buenos ojos», decía. Y aunque sus fábulas sobre criaturas fantásticas no eran tan detalladas como a ella le hubiesen gustado, las noches donde su familia se unía para rezar hasta tarde bajo calor de la chimenea se prestaban como el momento perfecto para imaginar escenarios más allá de las posibilidades. Montañas que tocaban las estrellas, prados florecidos inconmensurables y seres mágicos, muy amables, que tomaban sus cabellos y jugaban a su lado durante las noches más oscuras.

—Oh, sí. —Josephine se secó la frente con el dorso de la mano. Eveline no envidió sus guantes llenos de tierra y estiércol—. Desde primavera hasta bien entrado otoño, querida. Son un regalo de mi esposo por nuestro aniversario.

Eveline asintió, dándole su mejor sonrisa enternecida. Su nombre, de pronunciación “EV-ə-lin”, significaba belleza o resplandor. En otras instancias, también podía significar deseado o hermoso. Tan afín a las flores y su dulce perfume.

—Eres una mujer afortunada, Josephine. Tu jardín se verá precioso con esta nueva adquisición —dijo, y reanudó su marcha. La dama rubia sonrió y continuó escarbando la mugre. De sus labios brotó una melodía local, y Eveline se prometió memorizarla junto a todo lo demás. ¿Sería una de las muchas canciones que relataban sus amores al viento?

«Marido…»

Eveline pensó en ello mientras alzaba el rostro hacia un par de pidgey salvajes que se cortejaban desde una rama. La palabra tenía un peso irregular en su lengua. No porque llamase alguna especie de anhelo, pues ella nunca había estado casada, sino por la epifanía que implicaba tener la sensación de conocer el sentimiento a ojos de todo el mundo. Como una madre soltera que tuvo que labrar un futuro para ella y su hijo el poco tiempo que vivió fuera de su amada Kalos, la perspectiva de una pareja no se adecuaba en su situación de trabajos salteados y semanas ocupadas. Por lo que, las pocas veces que lo intentó (y todas las veces que oyó a sus colegas discutir sus matrimonios), Eveline determinó que ya tenía la experiencia suficiente para aportar su opinión y zanjar el tema de cualquier discusión futura. «Experiencia para esta vida y la siguiente —diría a quien tuviese la osadía de preguntarle—, por muy irónico que lo sintiese».

—Buenas tardes, vecina.

Con una mano sobre la reja de su nueva casa, Eveline se volvió para saludar a la madre de Serena, su vecina de al lado, que también llegaba de hacer las compras.

—¿Cómo está todo? —preguntó—. ¿Su pequeña volvió para almorzar?

La mujer soltó una risilla por debajo de su aliento. Ella no era una mujer conversacional, optando por murmurar en el jardín con su esposo o darle un asentimiento cordial cuando, de mañana, coincidían sus salidas. Ella, para pasear a su rhyhorn, y Eveline…

—Ya sabe cómo son los chicos de ahora —contestó, desestimando cualquier pretensión con un gesto de la mano—. Partió directo a su aventura sin mirar atrás. No diré que me molesta. ¡Me llena de orgullo que ya haya alcanzado la edad! Aunque, ja, ja. Es como dicen: siempre se puede más temprano. Como con esa chiquilla, Shauna… Amiga suya del colegio. Buena muchacha.

Eveline tarareó en acuerdo mientras cruzaba el empedrado de su porche. El tono de frustración de la otra mujer le hizo sentir una punzada de simpatía. Hace mucho tiempo, en el pasado, un resquemor similar la había invadido durante uno de sus muchos tiempos difíciles. ¿Era porque su retoño no estaba interesado en el trabajo de la tierra? O ¿fue por esa vez donde su padre se mostró reacio a invertir en más cabezas de ganado en el duro invierno?

Eveline se limpió los zapatos en el tapete de salut en la entrada, abriendo la pesada puerta de madera con un empujoncito quizá demasiado brusco. Debería releerse esa parte del escrito para corroborar versiones; lo anotó mentalmente. «Y debo aprenderle la maña a esta porquería. Me la van a descontar de los fondos si la rompo».

¿Usted cree en algo, señora?

La quietud de la instancia fue interrumpida por el eco imaginario de uno de los muchos agentes con los que cruzó caminos. Eveline recordaría, en esa misma tónica, el café amargo que le sirvió una vez le dejaron sentar. Si lo pensaba mucho, el sabor se parecía al que había comprado esa tarde en la pequeña tienda independiente del pueblo.

¿Era ella una mujer religiosa?

—Justo ahora, oficial, yo creo en su misericordia —recordó contestar; su mirada tan muerta como la mujer de galas blancas que concluía el reporte al centro de la mesa—. No tengo un dios al que levantar mis plegarias. Todos los que recuerdo por nombre me han abandonado. ¿A usted no?

Eveline separó frutas y verduras. Las lavó, secó y acomodó en platitos hondos de motivos primaverales. Luego, pasó a los productos envasados. Especias, infusiones.

—Pues piense en reanudar sus oraciones, porque hay alguien allá arriba está velando por usted —dijo el hombre, y señaló con descuido a la mujer fallecida—. Tan joven, pero aquí está: con una oportunidad que no le ofrecemos a cualquiera. Menos en casos como el de usted.

En un buen día, Eveline se reiría al recordarlo. ¡Qué irónico! Si a eso le llamaban oportunidad…

—Matarme y traerme de nuevo a la vida no es una oportunidad, oficial. —Ella miró a la foto, y luego a su verdugo—. Es un error. Una equivocación por parte suya y de sus agentes. Incluso desde mi posición, aceptar un reporte de fuentes tan corruptas como…

—¡Osada al hablar de corrupción! —El hombre se carcajeó abiertamente. Ella, a día de hoy, todavía juraba escucharlo en sus pesadillas—. La corrupción le trajo aquí y la corrupción le llevará hasta allá, al otro lado del océano. A donde pertenece.

Eveline cerró los puños sobre la cerámica. La cabeza todavía no le dolía, pero lo haría pronto si no tenía un cigarrillo. ¿Los había compra…?

—Mandarme al exilio no hará la diferencia —afirmaría con convicción, desplazando los papeles sobre la mesa con antipatía—. He vivido los últimos años de mi vida escapando de los reflectores. No obstante, eso no significa que me lo pensaré dos veces en volver si es lo que se requiere para salvar a mi familia.

El hombre se burlaría una vez más y explicaría por qué no estaba en posición de pedir otra cosa que un vaso de café frío sin azúcar. Las cartas ya estaban sobre la mesa, dijo, y aunque su jugada había resultado impecable a los ojos de la ley, todavía existían prejuicios humanos que ningún informe maquillado o cuentas de banco vacías podrían borrar.

Eveline suspiró, dirigiéndose hacia el sillón individual que había acomodado más temprano junto a la chimenea. Sobre el apoyabrazos descansaba la veintena de páginas con título en kantoniano que su hijo cariñosamente apodó “Bienvenido a tu nueva vida”. A pesar de haberse encuadernado, la portada no revelaba nada sobre su contenido. ¿Por qué debería? Era de ella para leer.

—Palabras clave y asociación —murmuró para sí misma, paseando el índice por una de las páginas intermedias—. Me faltarían los colores.

Corroborando lo memorizado durante su último estudio de personaje, las palabras belleza y deseada estaban resaltadas con marcador púrpura, al igual que el nombre Eveline. Acto seguido, los puntos clave de una vida poco familiar —padres campesinos, madre soltera, un solo hijo— enmarcaron los límites e interpretaciones a la mujer que encarnaría de ahora en más. Nunca, en todos sus años como actriz, llegó a pensar que un personaje tan simplón y aburrido le traería tantos problemas. Una mujer cuarentona, sin marido y del campo, que le obligaría a salir de paseo cada tarde, a fin de memorizar las mentiras de alguien más. Las mentiras que cimentarían cuánto tiempo estaba destinada a sobrevivir en un mundo dominado por hombres salvajes y el egoísmo de personas que no la veían como nada más que una moneda de cambio para soltar nombres y ponerle precio a las cabezas de otros.

—Tan pobre, pero sin nada interesante que le haya pasado —farfulló, arrepentida por la falta de vino. Sabía que había olvidado comprar algo—. Pobre criatura.

En su humilde opinión, la versión preliminar en donde se describía un incendio como acontecimiento importarte en su vida era mucho más llamativa y natural. Sin embargo, dada sus similitudes con una de las versiones oficiales que los caballeros de uniforme escupieron a la prensa la última vez que proyectaron sus caras por cadena nacional, cualquier mención de fuego quedaba fuera de la mesa. “Una tragedia, sin duda, para la pobre mujer”, recordaría de una de las revistas que le restregaron en la cara como evidencia. “Abandonada por su marido, perdió a su hijo y se perdió a ella misma entre las llamas de una represalia que atacó inocentes. ¡Quién se lo podría imaginar! Si tan solo tenía…

Tsk. Crack.

Eveline se levantó de un salto, relegando los papeles al suelo.

La casa era vieja, claro. Y crujía. Pero…

—¿Alistair? —llamó, acercándose a las escaleras.

El sonido del plástico rompiéndose, así como pequeños pasos sobre la madera, de puntillas, relegaron el pinchazo de sus sienes a la sensación desoladora de un estómago vacío mientras subía.

—¿Hijo?—preguntó, al límite de un susurro—. ¿Estás…?

La puerta de la cuarto se abrió sin ponerle un dedo encima.

Eveline ahogó un jadeo, casi tan teatral como la escena que le esperaba dentro.

—Ches… —Una criaturita verde y de aspecto picudo sacó la cabeza de una de las muchas bolsas negras que abarrotaban el cuarto, mirando a la mujer con curiosidad— ¿Chespin?

«Por Arceus, Ho-Oh y por tu madre muerta, Alistair»

Notes:

Y... ¡Con esto llegamos al final de la primera parte! Muchas gracias si leíste hasta aquí. El nombre original del manuscrito y la inspiración para los cortes importantes futuros (interludios) nació de aquí: la primera palabra escrita en el borrador original. Me gustó tanto que le hallé una vuelta y significado para darle algún uso interesante.
Sobre el capítulo en sí no tengo mucho que agregar. Eveline, Eveline. Una mujer de secretos tan grandes como su carga emocional. Ahora, ¿con un pequeño chespin para cuidar? Bueno, mejor que estar sola todo el día en casa, supongo... ¡Qué considerado su amado hijito para nada problemático! Esperemos que el futuro les depare a todos días más tranquilos y sosegados...
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 13: Instancias

Summary:

El mundo es inmenso y aterrador. Sin embargo, ¿qué nueva experiencia no lo es?

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¡Espabila, riolu!

Lucas tragó en seco, apretó los puños y cruzó con premura el arco enmalezado que despedía Ciudad Novarte.

No lo mires.

Él hizo los cálculos ni bien salieron.

No lo retes.

Tomaba seiscientos treinta y dos pasos ir desde la fuente donde entrenaron hacia la reja norte de la ciudad. La otra salida.

No te frenes.

Mucho menos que la distancia entre su nido y la pista principal…

No lo enfurezcas.

Pero muchos, muchísimos pasos más de los que el cachorro creyó poder soportar antes de que las consecuencias de sus actos lo aplastasen como a un triste bicho.

—¡Oh, por Arceus en lo alto! —el chico, su entrenador, le lanzó un vistazo furibundo—. ¿Piensas que tenemos todo el día? ¡Estás mal si crees que voy a quedarme parado esperándote, pulgoso! ¡Un shuckle parapléjico es más rápido que tú!

Lucas respingó las orejas, tropezando una disculpa que tenía la certeza de que no llegaría a sus oídos. No precisamente porque la gran mayoría de los humanos no supiese dar sentido a lo que ellos decían, sino por la propia tozudez del muchacho. Un cambio inesperado a la antipatía casi letárgica que pesaba a su sombra hace apenas unas noches…, pero no por ello significaba que sería el inicio de aquella transformación positiva y fuera de lugar que su corazón anhelaba en un silencio doloroso. Esas eran cosas que se podían esperar de alguien tan pequeño como Rio, se reprendió en silencio. O, inclusive, eran cosas que podría esperar de su hermana, cuando ella estaba dispuesta a ver más allá de sus propios sensores de aura. Una vuelta de ciento ochenta grados para un pequeño riolu que divagase antes de dormir, mayormente suscitadas por las ocasiones donde su Maestro era innecesariamente rudo con los ejercicios, suspirando por una amabilidad que difícilmente llegaría a buen puerto. Un anhelo que no podía tener lugar para él, Lucas, porque era un cachorro hecho y derecho que había visto pasar frente a su siempre temblorosa nariz la cara más genuina del mundo que les rodeaba. La faceta más cruel, realista e impositora que le permitía proteger, aunque fuese un poco más, la inocencia que destilaban las sonrisas y jugueteos inocentes de sus hermanos menores.

Su Maestro solía repetírselo mucho. Su estado físico era lamentable, y la torpeza que embriagaba cada uno de sus movimientos no daba más que risa. Si esperaba proteger algo más que la visión idealista de sus hermanos a una comunidad que los apreciaba por lo que eran, él tenía que colaborar en lo que fuese que decidieran apropiado para él. Su naturaleza y entrenamiento. Lucas no negaría una verdad tan evidente. Sería tonto si lo hiciera, incluso si este era un momento donde requería de toda su fuerza de voluntad para creer que había algo más brillante al final de ese túnel, donde las peores circunstancias posibles lo embistieron como un rhyhorn furibundo. Él era lento, sí. Era tonto, distraído y tenía dos patas izquierdas cuando debía danzar junto al despliegue sangriento de una batalla real. Una donde las garras no se ocultasen y los ataques dados fuesen tan fuertes que infundieran aquel miedo primitivo que su especie suprimió en la búsqueda incansable por entender la energía invisible que los rodeaba. Por esa razón, él sabía que no era estúpido. Reconocer el tono de la situación y qué requería de él había sido lo único que lo mantuvo a flote durante tanto tiempo en un mundo tan hostil como aquel, a pesar de no participar activamente o esquivar, como el cobarde que era, cada instancia que le permitiera probarse a sí mismo.

Lo siento, lo siento, eran las palabras que brotaban de él como cascadas; atronadoras y disruptivas. «¿Puedo hacer algo para compensarlo? ¿Necesita algo? ¡P-podría practicar más, señor! ¡Lo prometo!»

Pues… ¿Cuáles eran las posibilidades de que todavía alguien como el niño lo quisiese a su lado? Quizá no de forma voluntaria, porque si algo le habían demostrado esas últimas tres noches, era que la situación, mientras más se miraba de cerca, más complicada se tornaba. Pero…, sus garras se clavaron dolorosamente en sus almohadillas. «P-pero sí a su lado, sin tirar todavía todo por la ventana». Como si, pese a su antipatía, fuese capaz de ver algo que Lucas no… Y que eso lo desconcertase y aterrara en partes iguales, todavía debatiéndose cuál sería el peor desenlace (¡si vivía para verlo!).

—¡No aminores la marcha, riolu! —gritó el muchacho, dando un pisotón al suelo. Lucas lo sintió por medio de su aura; cómo el acre del estrés se mezclaba con el calor picoso de la frustración.

El cachorro tragó en seco, incapaz de contar cuántos pasos se había retrasado esta vez. Aquel tira y afloja no era nuevo; los había acompañado desde que salieron del Centro pokémon, luego de la batalla, el callejón…

¿Cuánta era su mala suerte para que alguien como el niño lo quisiese a su lado? Ya no solo como pokémon capturado, sino de la forma en que se quiere a una pieza útil. Una herramienta, que, sin importar los muchos dolores de cabeza que diera, siempre estaría ahí, lista para usarse cuando la situación lo ameritase. Con el Maestro solía pasar mucho eso, y algo en la constancia de sus favores le enseñó a sentir el mordisco del látigo como el más suave de los besos durante esos momentos donde sentía que no podía soportar más. Porque, sí. Lucas era lento, torpe y un cabezota para los combates. Pero él no era estúpido.

«No es violento si no se le busca», le dijo alguien en el pasado, demasiado difuso en sus pensamientos para no asociarlo con otra cosa que el pavor de su contexto. ¿Scatterbug? ¿Un murkrow? Qué importaba. Qué más daba… Él conocía mejor que nadie esos ademanes bruscos y de qué raíz pendían para tomar sustento. La frustración implícita en cada uno de sus gritos y la forma en que la piel de las palmas dolía luego de que impactase contra su tembloroso cuerpecito…

En esta ocasión, él había corrido con suerte. Una patada bastó para devolverlo a sus sentidos apenas tuvo la brillante idea de jugar al héroe para el mismo verdugo que lo lanzó a ese abismo en primer lugar. No obstante, la falta de dolor físico no hizo que el vacío en pecho se sintiese mejor. Como cuando golpeaban a su hermana, pensó, por culpa suya o la de Rio.

Cuando lo golpeaban a él, su pequeño hermano, por culpa suya y de su cobardía.

«Sabías qué esperar… —Lucas se abrazó a sí mismo, buscando confort en cómo las garras se le clavaban en los costados—. ¿Por qué lo aceptaste, tonto? ¿Por qué?».

Él lo sabía mejor que nadie, lamentó. Lo sabía y era su culpa. Sabía muy bien que, sin importar cuánto se esforzase, los resultados serían los mismos que ella temió en silencio luego de que el niño los hiciera pelearse junto a la fuente. El escenario tenía la mala costumbre de cambiar, pero el miedo y la decepción que lo acechaban cantarían sin falta aquellas terribles promesas que arrullaron su niñez. Inútil, cobarde, bueno para nada… Y la lista seguía, aunque Lucas se sintiese incapaz de oírla. Nunca hubo mucho que hacer en primer lugar, así que, ¿por qué no fingir que esto, estar vivo y a su sombra, era el universo dándole una nueva oportunidad?

¿Por qué no lo había abandonado, como pensó que lo haría?

Que lo patease tan fuerte como a ella (más fuerte todavía), porque no sabía hacer nada bien.

Scatterbug no se había tomado la molestia de disimular la naturaleza engañosa de su promesa. Era su culpa, por supuesto. Y sin la descarga de adrenalina que le incitó a cerrar el hocico… Lucas negó con la cabeza, sintiendo las lágrimas arremolinarse a las esquinas de sus ojos. Él no podía sobrevivir por su cuenta y no se molestaría en intentarlo. Por eso era que seguía ahí, sometido a la presencia ominosa siempre destinada a observarlo… Y ahora aquí,  con él, su entrenador. «Y sin ell…»

¿Lo ves?

Lucas se paró en seco, de cara al pintoresco jardín humano que amenazaba con un mundo aún más grande y desconocido de lo que imaginó.

La distancia física nunca le hizo sentir mejor acerca del infierno tan familiar que oteaba de vez en cuando en la violencia hacia otros. De igual forma, el forzarse a distanciar mentalmente de todo no lo haría más fuerte y correcto ante todo lo que traían consigo cada uno de sus errores, ¿v-verdad?

—¡Agh, ya me cansé! —Ladró el humano, su entrenador, a lo lejos. Lucas no se molestó en contar los pasos. No podía. No cuando sus extremidades se sintieron pesadas y su pecho hormigueó tras un brusco latido de realización—. ¡Haz lo que te dé la gana! ¡Piérdete o muérete en lo que a mí respecta!

Por mucho que él quisiera acuñar todos esos sentimientos al tufo ácido que expelía el aura del muchacho, «Hah…»; ¿a quién intentaba engañar? Muy en el fondo, el cachorro se preguntó si había sido aquello lo que motivó al muchacho a espabilar sus paseos letárgicos por la ciudad y dar la cara en una ruta desconocida. Él nunca tuvo la oportunidad de ver aquellos radiantes jardines en persona, tan avocado como lo estaba a la crianza de sus hermanos y las tareas diarias de mantenimiento y recolección que conservaban los establos donde vivían.

—Algún día me gustaría visitarlo, ¿sabes? —recordó decir, habiéndose ganado una mala mirada de su hermana. Esa vez, hacía frío y llovía afuera. Mucho. Por eso Rita, que odiaba la humedad, había preferido quedarse al interior del nido para hacerle compañía y discutir con los rayones de su lado de la pared cualquier estrategia de batalla intrépida que se le ocurriera—. Los farfetch’d siempre lo mencionan. Dicen que los visitan en primavera porque es muy lindo y huele bien, a pesar de los pokémon que viven en los arbustos. Cerca de ahí es donde crían.

—Ugh —La cachorra dobló una oreja—, ¿y a ti te gustaría verlos criar?

—¡N-no! —Lucas se sonrojó de patas a cabeza. Todavía era propenso a hacerlo si le daba mucha atención al recuerdo—. E-es solo… Eh… ¿Cómo lo digo…?

—Asumiré que es porque te gustan las flores y no porque eres un rarito. —Su hermana tomó un puñado de paja y se lo restregó en la espalda— ¡Rarito, que comes bayas! ¡Puaj! ¡Como un gogoat!

—¡Pa-para ya, Rita! —ladró, incapaz de contener su risa.

En el presente, una nostalgia similar a la que sintió mientras la veía irse a completar sus tareas diarias juró quebrar algo en él con la fuerza de un rayo. Lucas se llevó una pata al corazón, temeroso porque su crescendo lo embistiese en el momento menos esperado. Otra de las pocas instancias donde era capaz de mirar hacia sus fallas sin realmente tener la valentía para enfrentarlas. Qué tonto había sido, pensó. ¡Qué inocente de todo! Inocente del mundo y su maldad. De la inmensidad frente a él y la posibilidad de nunca volver a verlos. La soledad, el desasosiego, la muerte…

Su muerte…

—Disculpe, ¿señor perri…?

—¡AH!

Lucas dio un respingo, irguiendo sus sensores de aura. Si su corazón no amenazaba con salirse de su pecho era porque ya lo había hecho, y esa cosita roja con olor a rosas y aura chispeante que revoloteaba a su alrededor lo era.

—¡Vaya! —Rio la florecilla, dando otra vuelta juguetona en el aire—. ¡Sí que parecías hipnotizado! ¿Se encuentra bien? Uh-oh, ¿acaso se encontró con uno de esos pájaros que hacen tic-tac? ¡No me diga que lo hizo!

Al principio, el cachorro fue incapaz de modular palabra alguna. Luego, con uno, dos, tres parpadeos pacientes (y la fuerza de voluntad que requería tranquilizar los temblores de sus patas), él miró de arriba abajo al extraño pokémon que le sonreía tan enérgicamente. ¿De verdad se había perdido tan profundo en sus pensamientos? ¿Otra vez?

—¡Oh! ¡Ji, ji! Disculpe~ —La pokémon hizo una reverencia, notando quizá su expresión de absoluta devastación. Lucas bajó las orejas, incómodo por cuán cerca estaba de su nariz. ¿Cómo le permitió acercarse tanto sin notarla? «Ah, Santo Xerneas…»—. No quería asustarlo, señor perrito. Solo quería preguntar: ¿está bien? Y, claro…

La pokémon rebuscó algo de entre el núcleo de su flor, revelando una chapa roja y brillante. Era de un material que vio antes; estaba seguro de ello. ¿No venía casi siempre adherido a esas pequeñas botellas de vidrio que los humanos adoraban tirar por encima de la cerca?

—¿Esto es suyo, de casualidad? —dijo, y mariposeó sus pestañas con genuina curiosidad. Lucas tragó en seco, tentado a sostenerse la cola—. Estaba cerca. Creo que vi que se le caía. ¿Se le cayó, señor perrito? ¡Puede decírmelo con confianza, que no se lo diré a nadie!

—Yo… —Lucas se forzó a decir, pinchándose las almohadillas. Esta era una de las cosas que su maestro siempre le reprochaba: ser presa fácil por su distracción—. N-no sé a qué…

—Estaba tirado en el suelo, muy cerca de usted. —La criaturita acercó más el pedazo de aluminio. Lucas tropezó con sus patas al retroceder—. ¿Se le cayó? ¿Lo reconoce? ¡Hum! Porque yo creo que sí.

«Puede… ser suyo», quiso decir, volviéndose a la multitud. Las escaleras se ven mucho más cerca que antes. ¿Caminó tan rápido hasta ellas? Y…

¿Dónde estaba el chico?

—Oh… —Lucas sintió cada pelo de su cuerpo erizarse como espinas.

Oh, no, no, no.

No podía estar pasando.

Aquello debía ser una mala broma.

No podía… No podía…

Sus ojos vagaron entre la multitud de humanos que iba y venía por los enormes jardines, algunos charlando entre ellos, otros a la búsqueda de pokémon entre los elaborados parches de flores que perfumaban hasta el último centímetro de la caminería.

—Uhm. ¿Qué pasa, señor perrito? ¿Recordó que era suyo? —La pokémon intentó llamar su atención, irrumpiendo una búsqueda que cada latido se tornaba más frenética— Parece que vio a un fantasma.

 —Agh, no, no… ¡Pidgeys! —exclamó, frustrado, mientras comenzaba a caminar. La pequeña pokémon lo siguió de cerca, muy atenta en cómo se jaloneaba indiscretamente los sensores de aura—. ¡¿Y-y ahora dónde quedó?! Oh, por favor. Xerneas… No puede ser…

Lucas apartó a la criaturita con delicadeza, saltando sin cuidado los escalones de bronce. ¡Aquella era una maravilla arquitectónica…! Pero él no tenía tiempo para detenerse a pensar en lo bonito que brillaba. No cuando su tamaño por sí solo pareció cómplice a las muchas otras cosas que acrecentaban su ansiedad en el momento. «Más enorme que la de Novarte y muchísimo más grande que las caras alrededor de la pista».

—¿De quién habla, señor perrito? —La pokémon flotó sobre su hombro, entrecerrando los ojos hacia un grupo de humanos que tiraban cosas pequeñas al centro de la fuente—. ¿Tiene algún compañero? ¿Vino con alguien?

—Sí, sí. —Lucas se mordió la pata izquierda, saltándose más escalones de los prudentes—. E-es mí… M-mi entr…

—¿Entrenador?

Lucas soltó un jadeo sorprendido cuando falló el último escalón. Sin embargo, antes de que su hocico impactase contra el suelo, la pequeña pokémon lo tomó del brazo con dos vides que sobresalían desde las hojas de su flor, salvándolo de una caída vergonzosa. ¿Buenos reflejos? ¿Experiencia lidiando con torpes todo el día?

Él no quiso reconocerlo, por miedo a que su agradecimiento se confundiera con grosería. Pero… «¿Esa es una sonrisa?»

—Ehm… S-sí, creo. ¿Supongo? —masculló, poniéndose de puntillas. Podría subirse a las esculturas para ver mejor, pero no tenía ganas de llamar la atención de más humanos. Solo de uno, ¡y justo no lo veía por ningún lado!—.  Es… Uhm ¿M-más complicado?

—Oh, ji, ji~ ¡No se preocupe por eso, señor perrito! —La pokémon agitó sus hojas con diversión—. Creo que lo entiendo. Los capturados siempre son graciosos. ¡No juzgo!

Lucas se limitó a asentir, mezclándose entre la multitud que parecía tener menos riesgo de ser atropellada por el grupo de humanos que se deslizaba con una velocidad abismal a su alrededor.

Si no fuese por lo súbito de su abandono… Quizá hasta se habría detenido a echar un vistazo a lo que decían las inscripciones delicadamente cinceladas en las partes más bajas de la piedra, ¿no? «Cuántas historias tendrían por contar». Muchos de los pokémon capturados de la Pista hablaban de vez en cuando sobre lo diferente que era el mundo humano a lo que ellos estaban acostumbrados. Como todo tenía un significado, a pesar de lo extraño o enrevesado que pareciese. Guaridas enormes para pocos habitantes, territorios inmensos donde no vivían ni patrullaban… Y, claro: el precio que venía con descubrirlo. Ser capturado, resignarse a seguir los pasos de otros, y el malestar que supuestamente los castigaba si estaban muy lejos de su pokéball. Lucas no conocía la distancia exacta, pero ahora que experimentaba el horror de verse solo en un sitio desconocido, con humanos y pokémon cuyas auras se distorsionaban en emociones inconcebibles para la mente poco entrenada. ¿Estaría a salvo si se quedaba ahí? ¿Eran todos esos sentimientos y sensaciones horrendas las que experimentaban los capturados siempre que se alejaban de sus entrenadores? ¿Sus nuevos amos?

¿Eeentonces? —La pokémon intrusa rozó uno de sus sensores de aura con sus pétalos rojos, juguetona—. ¿Qué dice, señor perrito? ¿No es suyo esto, sino de tu entrenador? Y, hablando de lo cual, ¿dónde está? ¡Por su expresión, parece que la chapa no es lo único perdido!

—C-creo que… —Lucas negó, distraído—. Creo que basura, ¿sabes? Aunque, ahm, ¿quizá sea de él? —susurró, recordando todas las cosas extrañas que scatterbug se sacudía de la pelusa luego de dormir en la mochila—. N-no estoy seguro, señorita. ¿Por qué te impor…?

—¡Oh, no te preocupes por eso, señor perrito~! —La criaturita dio un giro juguetón en el aire, tentada a enredar sus vides en uno de sus brazos. Lucas retrocedió con disimulo, temeroso a parecer demasiado hostil—. No tengo prisa. ¡Solo ganas de ayudar!

—Sí… —Lucas dobló una oreja. Una de las primeras reglas de la Pista era no hablar con extraños. Pero, ¿qué pasaba cuando era el extraño quien se acercaba? Y, en una situación como la suya, ¿qué significaba la palabra extraño, siquiera?—. Eh, disculpa. Heh… ¿T-te importaría decirme qué er…?

—Flabébé, del tipo hada —explicó la pokémon, al tiempo en que extendía una patita. Lucas se sintió sonrojar cuando una brisilla fresca y con olor a flores guio su vuelo de nuevo al camino—. ¡Muy útil en combate! También muy rápida, con el viento adecuado. ¡Por aquí!

—S-sí… Lo noto —Lucas se sostuvo la cola, temeroso de que algún humano distraído se la pisase—. Y… ¿t-tú eres de…?

—¿Por aquí? —Flabébé dio otra vuelta. Una mujer humana soltó un jadeo maravillado cuando la vio—. Vivo en las flores, con mis hermanas. ¡Somos de muchos colores! Muchas fragancias, ¿sabes? Encontrarse con una de nosotras es muy especial. De buena suerte.

Lucas se sintió tentado a morderse el interior de la mejilla. Oh, si tan solo esa suerte lo empapase tan fácil como el calor húmedo del cielo encapotado.

—¿De verdad? —El cachorro esquivó a dos humanos adultos que parloteaban en medio del camino—. Yo… no sabía. Nunca había visto algo como tú. ¿No sabes…? No… Uhm.

—¿Uh? ¿Qué pasa? —La pequeña sacudió sus pompones de polen con curiosidad. La pelusilla que sopló contra su rostro casi lo hizo estornudar—. Nunca habías estado aquí en los jardines, ¿verdad? —dijo, y miró más allá de ella, como si también buscase algo entre la flora y fauna que tan ocupada mantenían al público de la senda—. Es un sentimiento natural; lo grande de los jardines puede intimidar, ¡pero no es para tanto! Es hermoso aquí, ¿no cree? Aunque, sin dudas, no debe ser tan hermoso como el mundo fuera de aquí.

Lucas se sintió sonreír con delicadeza; el pasto bajo sus patas cosquilleando agradablemente. ¿Sería un atrevimiento decir que aquel era un sueño compartido entre otros pokémon? Luego de oír tantas historias increíbles acerca del mundo fuera de la reja, el cachorro recuerda no poder explicarse por qué nadie en la Pista parecía demasiado entusiasmado por ir y experimentar nuevas cosas, aunque fuese solo por un latido. Aceptar querer saber qué había más allá no significaba que no fuese leal a su hogar, como a ellos les gustaba creer; ¡su hermana era muy injusta en ese aspecto!

De hecho, ahora que lo pensaba mejor, ¿aquello no se trataba de una parte íntegra de su naturaleza? Já. «¡Qué tontos!», pensó repentinamente, y se atrapó con una risa extraña que le rascaba el fondo de la garganta. Qué tontos y aburridos, cuando a su alrededor había mucho más que ver que solo graneros entelarañados, ¿no era así?

Oh…

Lucas parpadeó lentamente. Un perfume suave y maravilloso cruzó su nariz, instándole a levantar el rostro para no perder el rastro que dibujaba en la brisa. ¡Qué aburridos eran!, pensó con más seguridad. Más confianza, atrevimiento. ¡Qué anticua…!

—Oh, tú de nuevo. ¿No te atropellaron todavía?

Alistair chasqueó la lengua al instante en que flabébé, con un aura tan picante como su tono, bramó:

—¡En guardia, entrenador!

Decir que Lucas fue pateado fuera de su ensoñación sería subestimar la fuerza en que todos sus sentidos se afilaron al instante, mordiendo cada extremidad y enturbiando la percepción energética que tanta sobrecarga creyó darle en el pasado.

«¡¿Qu-qué?!»

—Hm. Eres una alimañita bastante persistente —dijo el muchacho, llevándose una mano a la cintura. Flabébé lo apuntó con su flor; su pequeño rostro aniñado vuelto a la decisión de un pronto ataque—. ¿Qué no tienes nada mejor que hacer, amapola subdesarrollada?

Flabébé sonrió, mostrando pequeños y puntiagudos colmillitos. Ahora que la fragancia se había despejado casi por completo, Lucas lo entendió. «¡Por supuesto!», trastabilló, horrorizado. ¡Ella lo había encantado! ¿No era ella un hada, como le dijo? ¡Las hadas hacían eso! ¡Estas debían ser las criaturillas de las que tanto hablaban los farfetch’d!

—¡E-espera, flabébé! —chilló el cachorro, fallando en agarrarla del tallo—. ¡¿Qué estás haciendo?!

—¡Mi trabajo! —chilló, cargando un polvo rosa y chispeante en el núcleo de su flor. Sin embargo, antes de que cualquiera pudiese actuar, Alistair le sopló en la cara y la voló lejos.

—Estúpidas garrapatas tintineantes —dijo, dándole una mala mirada. Flabébé, que se forzó a controlar el rumbo con el que daba vueltas, lo miró con grandes ojos sorprendidos—. Están por todos lados. Se hacen pasar por flores. ¿Qué quieres, bicho inútil? No tengo migajas, ya te dije. Y, si tuviera, ¡já! ¿Crees que te las daría?

—¡¿Perdón?! —Flabébé chilló con indignación, apretando los puños— ¡¿Garrapatas?!

—Mátala o sácala de mi vista, riolu —Alistair hizo un ademán hacia la criaturita, reanudando su marcha—. No te voy a esperar si no te apuras.

—Pe-pe-pero… —El cachorro erizó la cola, soltándosela con más brusquedad de la requerida. Flabébé suspiró, negando con la cabeza.

—¡Ugh! Bueno. Está bien. —La pokémon se llevó las patitas a la cintura—. Plan dos será entonces. ¡Señor perrito~!

—¡¿Qu-qué?!

—¡Lucha conmigo, por favor! —suplicó el hada, saltándole al rostro—. ¿Síii? ¡Así tu entrenador verá lo fuerte que soy!

—¡P-pero…! —Lucas frunció el ceño, consternado—. ¿Por qué querrías eso? ¡¿Quieres acaso que te atrape?!

—¡Sí, sí! —Flabébé giró con entusiasmo, aunque sus pétalos se erizaron—. O, bueno… ¿Sabes qué? Mejor que no. ¡Hmph! ¡No me respeta el tonto! Pero… Tsk, aún debo encontrar una forma de ir con mis hermanas detrás de los muros… ¡Todos esos niños van para allá, como ellas! Aunque llegué un poco tarde para que me tomaran a mí. ¡Hum! ¿Crees que podrías ayudarme con eso al menos?

—A… ¿A que te capturen? —Lucas susurró, más confundido que nervioso.

—¡No, no, tontito! —dijo la flabébé, dándole un boop en la nariz con una de sus vides—. Eso no. ¡Presta atención! Ese era el primer plan. Esto… El Plan B, sí. ¡Pero ahora ya no se puede! No-no. Y tengo que encontrar otra forma de cruzar. ¿Entiendes?

Lucas asintió con lentitud, temiendo que la pokémon adivinase que, no: él no había entendido ni una sola palabra de lo que había salido de su pequeña boca gritona.

—S-si yo… —farfulló el cachorro, y tragó—. Ya… Ya veo. ¿Sí…?

—¡Yippie, maravilloso~! —Flabébé voló a su alrededor con comiquería—. ¡Muchas gracias, señor perrito! ¡Eres tú muy amable! —celebró, y antes de que Lucas pudiese decir algo más, cualquier cosa, ella lo tomó del brazo con sus vides—. ¡Yo lo intenté con ellos, pero creo…! Ugh. Ya tenían mi color, como ves —señaló sus pétalos rojos—, y no me quisieron llevar. A mis demás hermanas sí. Lo llevan haciendo varios amaneceres. ¡Los he visto! Y dicen que darán dulces maravillosos. Y-y muchas flores para ver. ¡Deliciosas y hermosas!

Lucas tragó en seco, intercalando un atisbo entre flabébé y Alistair, que se había mezclado de vuelta entre la multitud de humanos eufóricos. «Ugh».

—Supongo…, que es algo noble para querer —susurró, cohibido—. A pesar de los métodos.

—¡Sí, sí! ¡Eso creo yo también! —Flabébé canturreó, arrojando la chapa al suelo sin cuidado. Lucas, ya sin el atontamiento de su perfume, pudo ver la verdad: había vuelto a caer—. Ji, ji~ Fiu. Al menos no tuve que combatirte como con los otros entrenadores. Una molestia menos.

—¿Q-qué? —Sus sensores de aura se irguieron, sintiendo un peso desigual en su estómago— ¿E-e-entrenadores?

—¡Ow, no! ¡No te preocupes, señor perrito! —La pokémon agitó una de sus patas, sonriendo—. Está bien, lo entiendo. ¿Eres tú su primero, o eres el más nuevo? Siempre veo pasar a muchos como tú. No cachorros —ríe—, pero sí muuuchos novatos. Y, a veces, ¡los novatos salen de aquí! ¿Lo sabías? ¡Compartimos el jardín con muchos otros pokémon~!

—Eh…

—¡Ahora andando, compañero! —La flabébé apretó su agarre, tan alegre como cuando casi se cayó—. ¡No queremos que nos vuelvan a dejar atrás!

Notes:

Un capítulo instrospectivo porque el personaje (y la situación) lo ameritaba. ¡Bienvenido Lucas al cast de PoVs! Espero te guste sufrir y que derramen tus pensamientos en monólogos de mil palabras, porque para eso estás. Un pequeño precio a pagar por el protagonismo, supongo.
Personalmente, su arco y desarrollo ha sido uno de los más desafiantes en esta historia. Me gusta dar pequeños vistazos ocasionales a sus relaciones en la Pista porque, lo crean o no, es fundamental para el desarrollo general de la trama.
No tengo mucho que acotar en cuestión de referencias. Este capítulo fue más una especie de tren de pensamiento, por lo que no pude añadir tanto detalle a los alrededores como me hubiera gustado. Intentaré compensarlo en lo siguientes, porque tengo algunas notas relativamente interesantes.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 14: Ojos de océano

Summary:

La ruta es tan corta como su paciencia. ¿Qué es lo peor que podría pasarle de camino a una nueva-vieja ciudad?

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Un par de gotas frígidas le salpicaron la piel con una saña que Alistair solo pudo tomarse personal. ¿Había sido la maldita fuente? ¿La lluvia, que se le venía encima? O acaso era Arceus, que, harto ya de sus intentos por salir a flote, le había cogido gusto al pasatiempo de lanzarle un escupitajo o dos para recordarle lo patético que se veía.

—“La aceptación como fuente de armonía” mi culo… —farfulló, echándole un último vistazo desdeñoso a la leyenda de cobre. Los pequeños horsea que echaban agua desde sus pilares turquesa lo hicieron sentir casi tan enfermo como el adormilado clamperl que recibía los chorros, cual si fuese una bendición divina. La lluvia luego de una larga y devastadora sequía.

«Probablemente lo sea», pensó, chasqueando la lengua. Probablemente lo sea, y todo lo que necesitaba para lavarse de la vergüenza era darse un pequeño chapuzón en el agua estancada y verdosa, porque ¡vaya! ¡A los kalosianos sí que les gustaba una buena fuente para embellecer sus patéticas ciudades! Exhibiciones tan banales y materialistas para compensar la inexistente sutileza artística que caracterizaba a sus grandes ciudades. ¡Porque ya eran dos! ¡Dos malditas pozas de chorros hediondos que veía en lo poco que llevaba fuera del pueblo aquel! ¿Cuántas más había por ahí regadas?, cuestionó en silencio, profundizando su mala cara. ¿Cuántas más necesitaban? ¿Acaso gozaban de algún tipo de absolución de impuestos? Porque, por el altísimo, si llegaba a ver otra en lo que sea que le esperase al final de la ruta, iba a gritar. Iba a gritar mucho y más fuerte de lo que quería gritar ahora, mojado por la lluvia, o el sudor, o la sangre seca de una mano mal vendada que parecía hervirle a un grado insano.

—¡No, niño! —gritó, captando al vuelo la mirada pícara de uno de los muchos entrenadores jóvenes que se estacionaban entre los matorrales de flores para combatir—. ¡No voy a pelear contigo! ¿Ves algún pokémon? ¡Porque yo no!

El preescolar, de uniforme naranja y deshilachado peluche de charizard, le miró con grandes ojos húmedos. Alistair se sobó la mano herida y la resguardó con una mueca incómoda en el interior de su chaqueta manchada. Confortar los sentimientos heridos del quinto mocoso que le pedía combatir no estaba dentro de sus prioridades. Iba a llorar igual si llegaba a patearle el culo —en sentido figurado, por su seguridad—, así que, ¿por qué molestarse? «¡Que aprenda de la forma ruda, como todos nosotros!». Nadie podía ir asumiendo batallas arbitrarias sin conocer la condición de sus oponentes. No si quiere mantener su ingenuidad intacta… O la nariz sin romper.

Porque, de vuelta…

Como si no quisiese la cosa, Alistair echó un vistazo pasajero al joven riolu que lo acompañaba. La única razón del por qué lo había dejado fuera de su pokéball era para que adquiriera algo de experiencia cazando a los débiles pokémon que correteaban en el jardín. ¿Eso le gustaba a los cachorros, verdad? Algo le decía que sí, según lo que había visto antes, no solo con ella, que tanto le gustaba corretearlo, sino con la docena de pequeñas bestias que retozaban y jugaban en los extensos jardines de su propiedad veraniega en la lejana Sinnoh.

Ahora, ¿el inepto lo había logrado? Eh… Si es que podía considerar a esa molesta florecilla que lo jaloneaba con sus vides hacia algún rincón que no le interesaba lo más mínimo averiguar como un rival digno de su atención…

Alistair puso una mueca, tentado a morderse la lengua. Suficiente tenía ya con pensar en toda la vergüenza ajena y sentimientos pesados que lo llevaron a vagar como un bueno para nada en la pocilga de Novarte. «¡Hablando de lo cual…!»; azorado por los chasquidos de patinadores y la cháchara optimista del cúmulo de turistas que sorteó fuera del octágono de la fuente, Alistair pensó en lo valiente que había sido por no haber lloriqueado como un quejica ni una sola vez desde que puso los pies de nuevo en la tierra. ¡Un ejemplo acertado para la ocasión, si hablaban de inútiles que perseguían su cola y defectuosos logros a media! ¿Había sufrido él una derrota? Sí. Y una mucho peor que la literal: una moral, emocional. Pero, pero, ¿acaso iba a ahogarse en esa estúpida poza? ¿En esa fuente de problemas? «No, inútil. Céntrate de una vez», se dijo, dando un codazo accidental a una de las tantas promotoras turísticas que posaban junto a sus skiddos ensillados al pie de la escalera. Él solo seguiría adelante en lo que tenía que hacer, sin mirar atrás y lamentarse patéticamente como tanto decían que lo hacía. No se iba a molestar por cosas que no podía solucionar ahora, como en pokémon inútiles o su incapacidad por conseguir alguna herramienta competente que le facilitase todos esos actos de mero trámite que eran fingirse interesado por visitar los gimnasios.

Muy en el fondo, Alistair lamentó que los pokémon que atisbaba por el rabillo del ojo no fuesen mejores que mascotas consentidas o criaturillas demasiado asustadizas como para poner una pata en el campo. No muy diferente al fracaso peludo que cargaba a cuesta, si es que no pensaba en el maldito sitio donde lo había ido a buscar.

—Espero que se lo coma o algo —se quejó, ajustándose la mochila con tirria—. El pulgoso no sabe lo que es una orden. Esa cosa le haría un favor si se lo lleva lejos.

Aquella pequeña florecilla pertenecía a la misma casta de criaturitas de coloridos pétalos que habían tomado un gusto casi sádico por sorprenderlo en esos momentos de debilidad donde la curiosidad ganaba lo peor de sí. Momentos en los cuales se atrevió a echar un vistazo rápido entre las flores del parterre, ansioso por encontrar algo que justificase perder más tiempo entre polen y pelo suelto de skitty. ¿Por qué se veían tan alborotadas?, recordó pensar, espantándose otro estornudo con un ademán brusco del antebrazo. ¿Qué las aterraba tanto? ¿Era la atención humana? ¡Porque estaban en el peor lugar imaginable para ello! Con patinadores ruidosos haciendo vida en los caminos de tierra… ¡Oh! Y eso si no mencionaba a los jardineros ociosos que se sentaban entre los arbustos a ver videos extremadamente ruidosos en sus teléfonos, como si no tuviesen mantenimiento que hacer.

«Muchos buenos entrenadores tienen por alto a los pokémon tipo planta», pensó, rememorando su experiencia en uno de los primeros gimnasios a los que le hizo frente. La medalla no estaba pensada para principiantes, pero el pokémon que tenía a su lado demostró estar a la altura para desafiar cualquiera de los consejos indeseados que murmuró ese grupo de viejos roñosos a la entrada del gimnasio. El mismo trío de ancianos verdes que esperaban por las jovencitas a las afueras del edificio, y a los cuales su madre ofreció una mirada de asco poco disimulada.

La garrapata de pétalos rojos no parecía formar parte de ese grupo tan selecto de ejemplares que servían para hacer frente a rivales competentes. Una pena, se lamentó, no precisamente porque fuese precisamente su pérdida. Pues, si de algo le valía ese pinchazo de familiaridad que le trajo toparse con su arcoíris perfumado por primera vez, quizá era para pensarlo como una forma rebuscada de advertencia. Un mal augurio, si se quería, del cual el universo le permitía servirse antes de volverle a escupir en la cara.

«A lo mejor, las guías decían algo como: ¡el magikarp de la región!», bufó, concentrándose en cómo sus botas palidecían por la suciedad. No recordaba haber visto nada similar entre los panfletos de la clase comercial, pero lo menos que necesitaba era otro inútil exótico con el cual avergonzarse frente a entrenadores mínimamente competentes.

Él pudo tomar previsiones y atrapar algo mejor, lo reconocía. Incluso si le hacía perder más tiempo en el pateadero que fue Novarte, él pudo haberse esforzado en entrenar algo que valiese la pena, negándose a la fantasía de un milagro que se diluía entre la niebla de su indecisión y el incómodo recordatorio que era revivir memorias de otra vida. Planificarse, si bien no estaba de más, no servía de nada si era incapaz de ver el reto a los ojos y pensar cómo sortearlo. Sus recursos limitados no debían ser un limitante, sino un impulso. ¿No era eso lo que siempre le decía él? Y, oh; ¡qué irónico que pensara justo en sus consejos! «Un bastardo por otro, ¿no es lo que te dijeron?». Alistair tensó los puños, tranquilizándose en el dolor que le provocó la mordida. Porque, «No lo olvides, Alistair». Lo que había para él en aquel sitio no era más que un castigo revestido de oportunidad. Y él, como el muchacho inteligente y sagaz que era, debía esquivar cualquiera de sus trampas coloreadas de oportunidad. Eso le había ayudado a sobrevivir los duros meses de encierro. ¿Por qué tenía que ser diferente ahora, que su jaula era más grande y engañosa que nun…?

—¡No, Frill! ¡Basta! Estoy cien por ciento segura que no tenemos nada más que hacer aquí. ¡No hemos encontrado nada que ya no tengamos!

Un ladrido exasperado sobresaltó al muchacho, obligándole a levantar el rostro. Hacia el no tan lejano final de la ruta, Alistair pudo distinguir una figura cuadrúpeda y blanca. La cadencia en su gruñido se le hacía familiar, al igual que el dejo rasposo al final de su argumento feral. ¿Un growlithe? No… No podía. Tenía que ser un…

—¡Fur! ¡Furfrou! —Alistair, casi por instinto, tensó los hombros. Si no fuera porque se hallaban en medio de la caseta que dirigía hacia la próxima ciudad, no le hubieran podido importar menos su falta de decencia al pelear en plena vía. No obstante, aquellas patas delanteras poseían una fuerza que no se debía tomar de juego. Lo último que necesitaba en ese momento era meter las narices en los tejemanejes de una entrenadora incompetente.

—¡Los que están aquí ya los tenemos, Frill! —La chiquilla, de pelo negro y gorro celeste, jaló con más fuerza—. ¡Quéjate con el profesor si quieres, por quitarnos la parte más fácil del trabajo! Si queremos dar la talla a lo que ya consiguió, ¡debemos expandirnos!

El pokémon bufó con saña antes de soltar el bolso. Por lo inesperado, la chiquilla trastabilló hasta casi caerse. El cansancio en su exhalación le indicó al muchacho que aquel comportamiento caprichoso no era nuevo.

—Bueno, ¡gracias! —La niña se sacudió su falda plisada con orgullo. El furfrou masculló algo más, olisqueando el aire con antipatía—. Tienes que entenderlo, Frill. Parte de una buena victoria es saber aceptar las derrotas. Ya sabes, como dice Cosette: «Nunca hay que limi…»

—¡Disculpen…! Con permiso. —Alistair se hizo notar con un chasquido impaciente, aunque sin moverse un paso. La chiquilla y su furfrou se respingaron—. ¿Les falta mucho? Me gustaría pasar, de ser posible. Llegar hoy al siguiente Centro Pokémon y todo eso.

La chica tartamudeó una y mil cosas que difícilmente cobraron sentido fuera de su sorpresa. El furfrou, sin embargo, lo miró con los ojos bien abiertos. En realidad, pareció mirar más allá de él.

—Fur… —El perro bajó las orejas, mostrándole los colmillos. Oh, mier… Alistair sintió su estómago revolverse. ¿Había sido mala idea?— ¡Furfrou! ¡Furr!

—¡¿E-eh?! —La chiquilla pareció volver a tierra, mirando a su pokémon con escándalo—. ¡No, espera, Frill! ¿Qué crees que…? ¡¿A quién le…?!

El furfrou ladró una vez más antes de lanzarse a la acción. Con el horror de saber cuánto daño podía infligir esas uñas romas, Alistair saltó fuera de su camino, dejándole retozar con gruñidos apagados y movimientos confusos lo que fuera que hubiese llamado su atención en los parterres. ¡Qué suerte que pensase como una bestia y no como un maldito K-9!

¡Pidgeys! —maldijo la niña, a punto de correr tras su pokémon—. ¡L-lo siento mucho, señor! ¡Ella no suele comportarse así! ¡F-Frill, ven para acá! ¡Caprichosa!

—¡¿Señor?! —El miedo de Alistair se lavó a la indignación con la fuerza e incomodidad de un chorro helado—. ¡¿A quién coño le dices se…?!

—¡Fur, fur! ¡Grr!

El furfrou cerró los ojos y zambulló el hocico en un cúmulo de flores rojas que se movía con extraña determinación. Los jardineros que trabajaban a un lado, con sus carretillas bien cargadas de estiércol y retoños para replantar, brincaron fuera de la zona de peligro en cuanto el chillido más agudo de un pokémon, sucedido por el polvo rosa y escarchado de un ataque, explotó desde los arbustos.

—¡R-rio! ¡Riolu! —El pequeño riolu emergió a la superficie, tosiendo por aire. Junto a él, la garrapata de flor roja se sacudió de polen mientras lo ayudaba a levantarse. Su expresión brillaba con una sonrisa, aunque su tono y pétalos erizados sugiriesen maldiciones para quien los había emboscado.

Alistair no supo si gritar también, no solo porque la situación se había complicado innecesariamente, sino porque, por supuesto, esa cosita blanca se encapricharía con el pokémon menos indicado.

—¡Frill, basta! —gritó la niña, amenazando con meterle a la pokéball: una lujo ball, ni más ni menos—. ¡Mira el desastre que estás hecha! ¡Y aterrorizando a las pobrecitas otra vez…!

El furfrou chasqueó los dientes, determinada en capturar a su presa. Sin embargo, con el miedo inicial bullendo gradualmente a una frustración venenosa, Alistair decidió que era suficiente: una pisada contundente al suelo y el alboroto calló bajo un denso hálito de expectativa.

—¡Riolu, ven para acá! —gritó, sobresaltando al cachorro y a su acompañante—. ¡No puede ser que, siempre que te quito los ojos de encima, hagas algo estúpido!

—¡R-rio…! —Antes de que el furfrou pudiese pensárselas, el cachorro se sacudió del polvo y tomó a la criaturita de la flor por el tallo, arrastrándola con todo y quejas a un lado de su entrenador. La mirada que furfrou les dedicó le dijo al muchacho que, de no tener cuidado, les arrancaría el culo de un mordisco—. Riolu, rio…

—¡Oh, no! ¡Lo siento mucho, señor! ¡Disculpe! —La niña pelinegra corrió a un lado de su pokémon, abrazándola por el cuello. Si para contener un ataque o sacudirle disimuladamente su remilgado pelaje, Alistair no lo supo—. Nunca se había comportado así, ¡lo juro! ¿Esa pequeña es tu flabébé? ¿Están todos bien?

—No —contestó el muchacho, apuntando por sonar cortante. Antes de que la chiquilla pretendiese acercarse para cerciorar por sí misma, él la despidió con un ademán desdeñoso, tomando a riolu por la pata para jalonearlo a su espalda—. No es mía, ni tampoco planeo que lo sea. ¿Por qué? ¿La quieres o algo?

La chiquilla abrió y cerró la boca como un magikarp fuera del agua, concluyendo en una negación baja y sonrosada. Alistair se tomó un vistazo más largo de lo prudente para examinarla mejor. Por su contextura delgada y rostro aniñado, la mocosa no debía pasar de los catorce años. Sus grandes ojos azules, así como su piel pálida y cabello oscuro, le hicieron considerar que se tratase de una local. Sin embargo, su acento no estaba tan marcado, como creyó escuchar a muchos de los campesinos que observó de lejos entre las murallas de Novarte. Debía ser nueva en todo esto de estar sola, porque ningún entrenador competente —o ciudadano que se respetase— montaba tal escándalo. Los pokémon malcriados no eran novedad. Mucho menos si pertenecía a una raza conocida por aristocrática y estirada.

Alistair frunció el ceño, previniendo un pinchazo de familiaridad demasiado fatigoso como para ahondarlo ese momento. En su lugar, el muchacho se limitó a gruñir por bajo, resguardando ambas manos en los bolsillos de su chaqueta manchada.

—N-no, señor. Por favor, disculpe si algo en mis acciones le hizo creerlo —dijo ella, solemne, mientras levantaba la mano derecha a la altura del corazón—. Nunca tomaría un pokémon ajeno. Jamás. No está en mi código de aprendiz.

Oh, maravilloso; Alistair tragó en seco, fallando en disimular una mueca. «¿Otro de esos raritos?».

—Entonces ¿para qué lo preguntas? —cuestionó, arqueando una ceja—. No es como si fuera algo muy normal de soltar en voz alta.

La chiquilla rio por lo bajo, jugueteando con sus dedos. Una vocecilla mañosa en la mente de Alistair le dijo que la dejase con la palabra en la boca. Que caminase hacia la caseta, ignorando su tartamudeo patético, y siguiera con su patético intento de viaje para nunca ser visto de nuevo. Y, sin embargo…

—Eh…, pues, verá… —La niña echó un vistazo rápido a su furfrou, como si buscase validación. El pokémon bufó, apartando el rostro con un gesto de orgullo. Eso, notó Alistair, tampoco era novedad—. En primer lugar, mi furfrou y yo tenemos la encomienda de buscar más ejemplares como su… Como la pequeña flabébé que le acompaña —se corrigió atropelladamente, poniéndose de pie—. Y, eh… Parte de esa tarea es capturar un ejemplar de cada color, uhm…

—¿Qué? —Alistair entrecerró los ojos, tomado por sorpresa—. ¿Hay de más colores? —dijo, y echó un atisbo desinteresado a la florecilla. La flabébé le quitó una espina a riolu de la oreja, haciéndolo chillar—. No parecen demasiado especiales.

—¡Oh…! —Aquella migaja de interés bastó para iluminar un poco los profundos ojos de la chiquilla. Maldita sea. Alistair se mordió la lengua, pensando en todas las formas en las que el furfrou podría atacarlo si se portaba demasiado hostil con su incompetente dueña—. Déjeme decirle que no puede estar más equivocado —comenzó, y alzó el índice con aires informativos—. Verá: estas pequeñas no solo vienen de muchos colores, como el rojo, el blanco, el azul, sino que también…

—¿Flabéb? —La pokémon flor dejó caer una espina bastante grande que sacó de los sensores del riolu, flotando más cerca del rostro de la desconocida—. Flabébé ¡Flabé~!

—Ja, ja. —La chiquilla sonrió, tocando con delicadeza la corona de polen de la pokémon—. Sí, pequeña. De tu color —asintió, y flabébé ronroneó, estirando una patita hacia la radiante flor amarilla que tenía en su sombrero—. Ellas son… tan curiosas como misteriosas. Le sorprendería lo poco que se sabe de ellas actualmente, pese a ser piezas clave en nuestra historia y el campo de estudio que refiere la compatibilidad entre tipos.

¿Qué? ¿Y eso por qué? —Alistair falló en morderse la lengua, entornando los ojos. De acuerdo a lo que había visto, el jardín cada tanto se movía con una campanada o dos. No podían ser tan escasas y misteriosas, según lo que alegaba la niñita, si a riolu se le había pegado una como si fuese maldito pokérus—. Las especies con variantes no son para nada extrañas. ¿Qué no tienen especialistas de tipo planta donde sea que traba…?

Más espontanea que maliciosa, la niña soltó una risilla baja. El maldito furfrou, incluso, lo miró con extrañeza. Todo en su semblante pulgoso decía ignorante, y a Alistair no le gustó para nada ese tonito en su gruñido.

—Ah. Pues verá, señor, que ahí es donde nada es como parece —dijo la chiquilla, entrelazando sus dedos—. Por su apariencia, asumimos erróneamente qué tipo eran y nos enfocamos en las pistas equivocadas. ¡Estas pequeñas no son ni tipo planta o psíquico, como teorizaban algunos también!

«Para qué abriste el hocico, mocoso idiota», Alistair cerró los ojos, conteniendo un suspiro de frustración. No tenía moral para criticar a la niñita si él mismo no podía controlar su lengua.

—El tipo hada es una calificación relativamente nueva en el campo de estudio que categoriza ataques y pokémon por igual —explicó la chiquilla con una entonación perfecta y brillante. Si Alistair no lo supiera mejor, si no reconociese los ademanes nerviosos de juguetear con sus dedos y esquivar miradas de escrutinio, podría jurar que ella estaba en su elemento—. Varios estudios hechos en los últimos años han sabido apartarlo definitivamente de aquellas concepciones equivocadas que enlazaban sus auras y su sensibilidad energética con tipos como el psíquico… Y su afinidad a lo natural y salvaje con el tipo planta. ¡Todo eso para darles días más ocupados a los científicos del laboratorio, vaya! —bromeó, tosiendo una risa escueta— Los ejemplares de este tipo se caracterizan por ser pokémon muy escurridizos, solo mostrándose ante aquellos con el corazón puro y buenas intenciones. Estas chiquillas, sin embargo, son bastante amables y tienen una larga tradición enlazada con la historia de la región. ¡P-por eso pensamos que serían una fuente confiable de información!

Alistair se mordió el interior de la mejilla, liberando a riolu con un ademán brusco. El picor que sentía en sus manos debían ser las pulgas. Si no, ¿qué más?

Hadas…

Él no era ajeno al tipo, precisamente. Habiéndose criado como lo hizo, desde una cuna de plata y bajo el brillo cegador de los reflectores, era difícil para cualquiera no cruzarse con alguna de esas criaturillas roñosas que corrían entre los pasillos oscuros de la mansión, ignorantes o indiferentes al cautiverio de lujos al cual las sometieron desde la edad del huevo.

—¿Es por eso que ella es tan amargada? —Escuchó de alguien, hacía mucho tiempo, en la privacidad del ala panorámica que daba hacia sus propios jardines.

—No, no. —Otra persona negó: una sirvienta, que se arremangaba la falda para inspeccionar mejor las bolas de pelo blanco amontonadas en el barandal—.  Los pokémon son como los niños, querida. Si los malcrías, así se comportan. Ella es desdeñosa por naturaleza, como nuestro señorito. ¡Ja, ja! ¡Con razón chocan tanto!

Él había visto a un pokémon con flores rojas en algún lado; lo recordaba con claridad. Ahora, el problema era dónde. ¿En qué capítulo de su indecisión se habían topado por primera vez aquellas criaturas grandes, distinguidas y elegantes que lo miraron por encima del hombro? Que lo estudiaron con ojos filosos, como si no se tratase de nada más que una mancha en su alfombra roja y perfecta, siendo joyas vivas de la corona que eran los hermosos jardines donde la gente se reunía para presenciar sus espectáculos.

Aunque extranjeros y carísimos, aquellos pokémon no eran ajenos a los santuarios y zonas de presunción que tan envidiadas eran en sus propiedades. Por mucho que no solieran quedarse mucho más que dos días luego de que terminasen con su trabajo. Caso similar a cómo una de sus niñeras le enseñó que lo hacían en las otras áreas verdes de la oficina donde las encerraban, o en los paseos naturales del country club…

«Tan lejanos de aquella senda, pero tan vanagloriosos en sus falsas ostentaciones», pensó Alistair, y echó un vistazo a los parterres. Por supuesto. Ellas eran el factor común en sitios así. No lo había descifrado hasta ahora, y, para ser sinceros, aquello tenía bastante más sentido del que quería apropiarlo. Por eso a ella siempre le había gustado visitar esos sitios llenos de un encanto que sus personas describían como mágico. Quizá porque eran de la misma región en la que tuvo la desgracia de conocer a aquellos perros de competencia tan caprichosos. ¿En Hoenn, a lo mejor? ¿En Alola?

—“Nuevo tipo descubierto en Kalos” —había leído su madre en una revista científica, antes de entregársela. Alistair, para ese tiempo, era más joven e ignorante del mundo. Al igual que ella. Al igual que todos quienes lo rodeaban—. “Novedad mágica que nos lleva a reconsiderar cuánto sabemos de nuestros pequeños compañeros rosas kantonianos”. Hm, ¿no es maravilloso, hijito? De haberlo sabido, te habría conseguido uno a juego cuando nos la trajeron de allá. Aunque, oh. A tu padre no le habría gustado. ¿Te imaginas? «¡Ese es un pokémon demasiado afeminado para mi heredero!».

Alistair, en el presente, sintió la herida de su mano palpitar en sintonía con su incertidumbre. Qué vueltas daba la vida.

—… No me son extraños, por desgracia —masculló, volviendo paulatinamente a tierra. La niñita desconocida le supo recibir con una sonrisa amable.

—Si es de por aquí, no deberían de serlo. —Ella asintió, creyéndose perspicaz—. Se tuvo que reformar un gimnasio entero por eso mismo. ¡El de mi querida Ciudad Romantis! —dijo, nostálgica. Alistair mordió un insulto en la punta de su lengua—. Ah~ ¿Alguna vez ha ido por allá? Es un sitio encanta…

—Prefiero tomarme mi tiempo —El muchacho se acomodó la mochila, dando un paso hacia la caseta. La chiquilla pareció entender la indirecta. Lástima que no entendiera que planeaba seguir solo a partir de ahí.

—¡Oh! Espléndido. Debe ser un viajero, entonces. ¿Está haciendo su primer viaje? ¿Su tercero? —Ella batió sus pestañas con curiosidad—. Yo misma estoy en, uh… ¿Podría tomarse como un viaje, Frill? —preguntó a su furfrou, que la observó con aburrimiento—. Bueno. El caso es que estamos visitando diversos lugares de la región para recolectar información. ¿Ya ha pasado por el Laboratorio? —curioseó, y Alistair tensó la mandíbula—. ¡Yo trabajo ahí! O, más bien, comencé a asistir hace tres meses. Una tarea muy emocionante, si se me permite decirlo. Aunque con más papeleo…

—Sí, ah… —Alistair echó un vistazo a su riolu, que ladeó la cabeza. Claro, él no entendía—. Qué interesante. Imagino que sabes también cómo llegar, ¿no?

«Quizá se acuerde que tiene trabajo y se pierda», pensó. No obstante, tan acorde a su mala suerte, la chiquilla se iluminó.

—¡¿Quiere que lo lleve hasta allá?! —preguntó, dando un pequeño saltito al frente. Alistair esquivó su emoción por los pelos, apresurándose para llegar a la caseta—. D-digo… Desconozco si hoy está abierto para visitas del público, ¡p-pero algo puedo arreglar! Eso si desea visitarlo, claro —Jugó nerviosamente con los botones de su bolso. Parecía caro—. No es precisamente un destino turístico, ¿sabe? Muchos prefieren visitar la Torre Prisma, o los cafés. Aunque ahora, con el apagón, solo está abierto uno de los bulevares. Lo cual es una pena…

¿Apagón? Alistair se tomó un segundo para asimilar la falta del suspiro fresco que tanto lo consolaba cuando entraba a una caseta. Estaba caliente adentro. No a un nivel insoportable, pero sí demasiado inusual para la temporada, en el umbral del al otoño. A él le costó toda su fuerza de voluntad no meter sus narices en eso también.

—Sí… Me lo imaginé —susurró, sin pensárselo demasiado. ¿Cómo podría…?

—Buenas tarde, señorita Fleur —saludó la chiquilla. La mujer en el mostrador les dio la bienvenida mientras se abanicaba disimuladamente con un panfleto turístico. Fuera de un par de asientos y una máquina expendedora apagada, no había mucho que destacar. Alistair casi se esperó ver una fuente ahí, atajada en alguna esquina, esperando para emboscarlo—. Es una verdadera pena, porque esta es la época perfecta para dar una visita a las joyas de Luminalia —le dijo al muchacho mientras salían a la calle—. Uhm… Por cierto, Frill. ¿Dónde más crees que pueden haber flores? Un sitio que no hayamos visitado ya.

«Definitivamente pasó algo aquí». Alistair abrió mucho los ojos, sintiéndose extrañamente ajeno a sus alrededores. A pesar de que aquella zona de Luminalia presentaba una cara más modesta y cotidiana que los amplios bulevares y la esplendorosa fila de comercios que observó durante su primera visita, hace años, la falta de actividad humana lanzó en su pecho un latido preocupado. Las callejuelas paralelas de Castelia, ahora que lo pensaban, parecían más concurridas que… eso.

—Fur, furfrou. —La furfrou miró con remilgada presunción a su alrededor, masticando un ladrido. Ione se llevó las manos a la cintura, suspirando algo parecido a una queja.

Alistair frunció el ceño, intentando lavar su preocupación con otra pequeña oleada de dolor picoso desde su herida.

Oh…

Ahora que lo pensaba, si quería librarse de la chiquilla, aquella era…

—¡Hombre, Alistair! ¡Hola de nuevo!

A la sombra de un roble bien podado, Tierno se hizo notar con uno de esos bailecitos ridículos que tanto rechazo le causaba. Alistair respingó los hombros como un meowth captado en plena travesura. «¡Ah, excelente! —gruñó, de vuelta a su antipatía inicial—. Lo que puto faltaba».

—¿Qué tal todo? ¿Cómo de bien ha ido tu viaje? —El chico regordete se acercó a él, tan brillante como recordaba—. ¡Te vi el otro día en el centro de Novarte! Quise saludarte, pero parecía que ibas con prisa. ¿Probaste suerte con el gimnasio?

—¿Qué, Alistair? ¿También está aquí?

Asomando su cabeza pelirroja de detrás del árbol, Trevor ondeó una despedida rápida a lo que le pareció la pantalla de su… ¿Celular?

—¡Ah, Alistair! ¿Qué tal? —Trevor salió de su escondite con una mirada cansada, pero entusiasta. Alistair notó cómo muchas de las hojas y carpetas que sostenía bajo el brazo amenazaban con caérsele—. ¡Vaya, justo a tiempo!

—Est…

—¿Verdad que sí? —Tierno recibió a su amigo con una palmada en el hombro que casi le tira los documentos—. ¡Te lo dije! No estamos tan atrasados como crees.

Trevor rio bajito, acomodando su papeleo. El aparato desconocido colgó lánguidamente de su cuello.

—¡Me alegra mucho verte por aquí! ¿Acabas de llegar? —preguntó, y antes de que Alistair fuese capaz de formar una respuesta coherente, Trevor acotó, dirigiéndole una vistazo ininteligible a su amigo—: No podemos perder más tiempo. Quizá si hablamos con una de sus asistentes y le explicamos la situación, nos dejen traerlo a la reunión. No creo que al profesor le moleste, ¿no?

Tierno asintió con entusiasmo, murmurando algo sobre cuánto tiempo tenían sin verse todos las caras. Alistair, sin embargo, no supo contagiarse de su emoción.

¿El profesor Sycamore?

¿Ese profesor Sycamore?

¿Te sientes listo?

—Serena y Shauna llegaron hace dos días también, así que no creo que tengamos problemas —comentó Tierno al aire—. El profesor dijo que nos recibiría cuando mejor nos pareciera. ¡Muy amable de su parte!

—¡Oh! ¿Así que eres uno de los chicos que reclutó el profesor? —La chiquilla se incluyó en la conversación con un respingo de sorpresa. Trevor y Tierno le sonrieron con amabilidad—. ¡Qué pequeño es Kalos, sin dudas!

—Eso no… —Alistair desvió la mirada, dando un paso hacia atrás. Sus manos se sintieron casi tan frías como aquella vez en el Bosque de Novarte. ¿Qué le pasaba? ¿Qué se había dicho frente al espejo?

—Tú eres una de los nuevos aprendices, ¿no? —preguntó Trevor, extendiendo un apretón de manos cordial a la chiquilla—. ¡Un placer! Soy Trevor, y este es Tierno, mi compañero. Creo que te he visto por allá.

—¡Oh, sí! Puede ser. Yo soy Ione, un gusto —dijo, seguido de una reverencia educada. De no haberse sentido mareado, Alistair se habría burlado—. ¡Justo iba a llevar a su amigo al laboratorio para una visita! ¿Qué no son divertidas las coincidencias?

—No. —Alistair miró a Ione con mortificación—. ¿No ibas a seguir…?

—¡Sí! —Trevor rio, dándose la vuelta—. Sí que lo son. ¡El profesor no se lo creerá cuando lo vea!

—¡Todo se ajusta como una buena melodía! ¿No les parece? —acotó Tierno, recibiendo un codazo del pelirrojo—. ¡Ay! ¿Y eso por qué? Es la primero que digo hoy…

—¡Y la última, si tenemos suerte! —bromeó Trevor, ofreciéndole una sonrisa pícara—. Ya lo hablamos. ¡No te hagas el sorprendido!

Alistair se dispuso a dar la vuelta y correr lejos de ahí. Correr como lo venía haciendo desde que salió de ese maldito pueblo campestre. Huir, como el cobarde que er…

—¿Qué estás esperando, compañero? —Ione le puso una mano en el hombro, robándole un gritillo. Su nerviosismo volvió al malhumor cuando la cabeza peinada de furfrou se propuso a empujarlo a las profundidades de aquella jungla de concreto—. ¡Vamos! ¡Veamos qué tiene el profesor para ti!

«Una patada en el culo, con mucha suerte», pensó sin quererlo, tragando en seco.

Y, si no, una llamada directa a los putos Federales.

Notes:

El borrador del capítulo tenía escrito en letras grandes y negritas la palabra "BERRINCHE", porque era un elemento tan sustancial y necesario que no confié en mí misma para traducir bien lo que quería decir /hj
Este capítulo es uno que considero un poco más arriesgado en cuestión de signos de puntuación y comparaciones/analogías. Primero, porque quise reflejar un poco lo disperso que está Alistair con los eventos de capítulos anteriores. Segundo, porque siempre es un buen momento para experimentar (?).
La descripción de la Fuente Nácar tomó forma gracias a la entrada de WikiDex sobre la ruta. Habría sido un honor aportar referencias al sitio real del que se inspira por medio del rant de Alistair, pero no tuvo lugar aquí. Intentaré referenciarlo en próximos capítulos, tho. Por ahora, tengan dos referencias ultra obscuras de la demo de 2013: el hecho de que se podía montar a skiddo y el que era Sycamore quien te recibía al final de la ruta.
Respecto al nuevo personaje, dejaré que sus participaciones hablen por sí solas.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 15: Anzuelo

Summary:

Primeros pasos en el déjà vu de un sitio familiar.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Como no podía ser de otra forma, una de las primeras paradas que su clase tomó al pisar suelo kalosiano fue la extravagante, pero inescrutable y sibilina Luminalia.

Entre edificios viejos que amurallaban el centro de la región, una torre enorme que parecía sacada de la mente de algún arquitecto desquiciado, y las fábulas oscuras que se murmuraban acerca del subterráneo, Alistair se había pasado toda la expedición escolar murmurando cuanta similitud hallara en comparación a la ostentosa fortaleza que era el orgullo de Unova: Ciudad Castelia. Por supuesto, aquello no le había hecho la más mínima gracia al joven repleto de acné que la institución se dignó a contratar a fin de instruir a su juventud, insistiendo en rebatir su sarcasmo con patrañas idealistas en el tono de: «El mundo en el que habitamos vibra a través de una historia interconectada. Los imperios se yerguen por las personas. Nunca al revés».

Para su tierno y sabio yo de once años, la ignorancia de quienes profesaban adelantarlo en temas que lo apasionaban resultaba irrisoria. ¡Qué bien se lo había pasado fastidiando a un interno mal pagado toda la tarde! Tan bien, en efecto, que no se molestaría a prestar la más mínima atención a la retahíla de verdades maquilladas que buscaban extraer lo mejor de otros grandes imperios sin detenerse a pensar en qué los hacía dignos de mención. «Todo esto —había explicado el interno, sin dejarle más opción que rodar los ojos— para abrir nuevos horizontes hacia la belleza del futuro».

—Deja que la evidencia hable por sí sola, tarado —remarcaría el niño para sí, enmudecido por los aplausos y felicitaciones de sus demás compañeros. Gracias a Arceus, una de las últimas paradas que harían durante esa tarde sería en uno de esos recatados museos de arte que se acurrucaban a la sombra de una de las esquinas más recatadas del bulevar.

El joven Alistair, aprovechándose de la libertad dada a su grupo para explorar los pasillos y llenar sus pequeñas encuestas escolares, había optado sabiamente por anexarse a una de las pocas exposiciones privadas que eran dictadas por lo que aparentaba ser un especialista en el área: empleados estelares del museo cuyas brillantes placas de cobre narraban méritos académicos y títulos de peso en el campo de investigación histórica.

Ahí, no solo aprendió acerca de los periodos más oscuros de la región y cómo habían influenciado en la expresión artística y poética, sino que también tuvo el placer de oír una de las primeras crónicas genuinamente interesantes que los antepasados de Kalos tenía para ofrecer: una leyenda negra, según explicaron, que narraba la crónica de una guerra donde ambos bandos perecieron a manos de un rey loco y egoísta.

—Como heraldos de un mundo hecho pedazos —explicó la joven licenciada, apuntando a uno de los cuadros más grandes de ese lado del salón—, gran parte de la población optó por amotinarse y reestructurar de memoria lo poco que pudiesen rapiñar de aquí y allá en su antiguo hogar, haciendo gala de métodos tan horrendos que le darían un sudor frío a cualquier veterano de Kanto —soltó una risilla, y el chiquillo rubio ladeó la cabeza.

«Aquello les salió medio regular —recordaría que bromeó la mujer—, porque muchas de las personas más malvadas de la historia jugaron con fuerzas y entes que no debían». Insensatos que maldijeron la tierra donde sus bestias pusieron las patas, reconociendo entre los escombros la misma perversidad que latía en sus corazones. Luminalia había sido, hacía muchísimo tiempo, una de las cunas de esa energía negativa, abarrotando el valle con la esencia de aquel que cambiaba de nido dependiendo del tiempo…, y de cuando la población necesitaba un chivo expiatorio que rindiese cuentas a las atrocidades tan inherentes al género humano.

—No basta con ver las obras para entender lo cicatrizada que está nuestra tierra. Cada pequeña muesca, colmillo rocoso y cuento popular de antaño vibra a través de nosotros como alguna vez los grandes Señores de la Vida y la Muerte lo hicieron sobre esta tierra, al despertar.

En ese momento, el jovencito rubio no lo había entendido por completo. Y, si era sincero consigo mismo, tampoco le importaba mucho hacerlo ahora, en un presente donde las palabras no dichas de una Capital fantasma se colaban en sus extremidades como pinchazos de hielo escalofriados.

Solo la pasión con la que aquella mujer relataba los remanentes de una de las sombras más atroces que arropó la región le fueron suficiente para que algo parecido a una profunda admiración chispease en su pecho, llamando sensaciones de respeto y temor muy acordes al conjunto de óleos que yacieron impregnado eternamente en su memoria.

—¿Y sabe usted donde se encuentra el nido actual? —preguntaría él, casi al final de la cátedra, sobresaltando a varios de los adultos que pagaron honrosamente por el conocimiento. La mujer, aunque tomada por sorpresa, se limitaría a sonreírle con algo parecido a una reprimenda sigilosa. Él no debía estar ahí, escuchando cuentos inapropiados para su edad, pero ella reconocía y respetaba su curiosidad.

—Con suerte, lejísimos de aquí —le contestó, haciendo un ademán paciente al recuadro de escenas deprimentes que sitiaban el salón—. En Paldea, quizá. Porque muchos dicen que ahí se inmortalizó el testigo más prominente de la guerra: el impacto del arma que trajo tanta devastación a nuestra región.

Satisfecho con la respuesta, Alistair dejaría que la clase prosiguiese sin él, limitándose a echar un vistazo prolongado a las pinturas de valles incendiados y cuerpos sin forma que cerraban aquel capítulo del tour.

¿Qué podía esconder Luminalia con tanto ahínco?, cuestionaría poco después, en la quietud de su abandono, sin más opción que trazar con la punta de sus dedos el idioma extranjero que narraba los pensamientos de un alma tan perturbada como los actos que se infligieron a su hogar.

¿Qué secretos macabros guardaba para sí el legado de una región nacida del narcisismo y la conspiración entre monarcas tan vetustos como la muerte?

«Lo mismo que trajo al pasado —cortaría en su presente, parpadeando con lentitud hacia la carencia de actividad humana que azotaba el ala sur del bulevar—: una falta de todo. De vida, de color, de propósito».

 “Syndrome de Illumis”, en el caso más superficial para Kalos, y sentirse desconectado de todo aquello que los rodeaba en el peor de ambas, todas las regiones.

—Oh, ¿creen que tarden mucho en la reunión? —saltó la chiquilla, Ione, con tono conversacional. Alistair negó con la cabeza, sintonizando de vuelta la conversación que florecía a su lado—. Quizá, si terminan temprano, ¡podríamos visitar uno de los cafés que quedan por aquí cerca! Tienen buenos menús y precios solidarios. A pesar del mal clima, pienso que merecemos una merienda. ¿No?

Tsk. El muchacho frunció el ceño, desviando su atención hacia un callejón particularmente sombrío. Ni siquiera las bonitas enredaderas o macetas que colgaban de sus arcos ayudaron a suavizar el chispazo de ojillos brillantes y hambrientos que corrían entre la piedra.

Que él supiese (en contra de su voluntad) quién era y qué se dedicaba la niña no le daba la confianza para que ella lo invitase a tomar un café. ¿Acaso daba la impresión de que era así de facilón?

—¡Suena a una buena idea, Ione! —Tierno asintió, llevándose las manos a la nuca—. Hay dulces para pokémon muy ricos por aquí. Mi corphish adora los macarrones de caramelo y sal marina que hacen de este lado de la ciudad.

—Uhm, ¿y creen que quede algo abierto hoy, chicos? —Trevor arqueó una ceja, tecleando algo ininteligible en la pantalla de su aparato—. No te olvides lo difícil que fue encontrar un sitio para almorzar, Tierno. ¡Caminamos más de lo que comimos!

—Ah~. Odio que tengas un punto —contestó el chico, frunciendo el ceño—. Además, con estos apagones, ¡pocos sitios están aceptando el descuento de viajeros! Qué tacaños, ¿no crees? —dijo, y miró a Ione, quien frunció los labios con expresión pensativa. Su mano se dirigió instintivamente hacia los pétalos plastificados de la flor que adornaba su sombrero, y si Alistair debía pensarlo por más de dos segundos, diría que el accesorio daba la sensación de simular un pedazo de día soleado.

—Es una verdadera pena —dijo la chiquilla, ladeando la cabeza—. Esas son cosas que no deberían ni pensarse. ¡Mucho más porque no se le ha cerrado el paso a nadie a la ciudad!

«Hm. Habla por ti —pensó Alistair con malicia—, que no tienes riesgo de quebrar si este va a…»

—¡Ay! —El muchacho dio un respingo, mirando al furfrou con cara de pocos amigos. ¡La maldita cosa le había mordido el muslo! ¿Podía oler sus comentarios sarcásticos? ¿O era que estaba reduciendo la velocidad otra vez?— Puta rata pelona…

El furfrou, Frill, sonrió con presunción. Tenía suerte de que su entrenadora estuviera cerca, porque si no…

—Sí, aunque también es entendible —acotó Trevor, echándole un vistazo a la morena—. Si están trabajando con recursos limitados, y no les permiten tener fuentes alternas para recargar los negocios, entonces es necesario que economicen sus recursos al máximo.

—Ow, es cierto… —Ione suspiró, decepcionada—. ¡Aunque no deja de apestar para ustedes, chicos! Y, eh… Para los demás también, supongo. ¡Ay, yo no sé qué haría si no tuviésemos permitido el utilizar una planta alterna para el laboratorio! —lamentó, dando un par de palmaditas en la cabeza estilizada de su perro—. Si me lo preguntan a mí, creo que no eligieron mejor momento para estar de viaje. Parece que, lo que sea que los está causando, no afecta mucho fuera de la ciudad todavía.

—Más que unas pocas luces titilantes en el alumbrado público, no. Todo parece tranquilo en los sitios donde hemos estado —dijo Trevor, apagando su aparato—. Mi familia, que vive cerca de la Plaza Amarilla, me contó que tuvieron que preparar toda la comida que se les podía dañar. Ni siquiera el froslass de la vecina pudo ayudarlos a recuperar las carnes.

—¿Qué? —Alistair chasqueó, sobándose el mordisco. Furfrou, a su espalda, soltó una risilla ronca—. ¿Tanto tiempo llevan con el problema? No creo que los cables roídos por rattatas tomen mucho tiempo.

—Supongo que eso es parte del problema —dijo Trevor, rascándose la mejilla La sombra que cruzó mirada grisácea le supo decir al muchacho que, quizá, un par de carnes perdidas no era lo peor de la situación—. Todavía no se sabe la causa exacta de los apagones.

—Se piensa que están trabajando a ciegas —dijo Tierno, capturando uno de los papeles que discurría de las carpetas de su amigo. Trevor le agradeció, afianzando su agarre a los documentos—. ¡Cosa que no les puedo recriminar! Shauna conoce a alguien que conoce a alguien que trabaja en cosas así, ¡y vaya que es complicadísimo!

—Algunos dicen que es por mantenimiento a la estructura —expuso Trevor, dándole un vistazo rápido a los edificios de puertas abiertas a cada lado de la calle. Si Alistair debía adivinar, aquellos debían ser los famosos hoteles y aparadores turísticos que se habían instalado tras las fachadas de casas antiguas. Para la ocasión, la gran mayoría de ellos tenían las puertas abiertas, no para recibir a posibles clientes o turistas curiosos, sino para airear un poco la cerrazón de su interior—. Cada semana cambian el ciclo de los apagones, y cada vez dicen que están así de cerca de resolverlo. Pero… Luego de tres semanas, se vuelve difícil saber cuándo dicen la verdad.

El grupo pasó de largo a dos mozos de recepción que conversaban distraídamente a la sombra de un roble bien podado. Uno de ellos dio una calada tranquila a un cigarro, y Alistair sintió una punzada incómoda en su mano herida. Cuánto anhelaba uno.

—¡Tres semanas! —Ione se llevó una mano a los labios, fallando en ocultar su sorpresa—. ¡Eso es casi un mes! Qué lento pasa el tiempo. Si parece que llevamos una vida así, ¿no, Frill? —dijo, y el furfrou ladró con absoluta miseria—. Oh. Y, mírate. Ni siquiera hemos podido darle un retoque a tu peinado. Ya has de sentirlo largo e incómodo. Pobrecilla…

—¿Y por qué no se lo cortas tú misma? —curioseó Alistair. «Total, más feo no puede quedar».

Frill gruñó, erizando los mechones desteñidos que comenzaban a enmarañarle el lomo. El muchacho se rascó el puente de la nariz con el dedo medio como respuesta.

—¡Oh, ja, ja! No, gracias. —Ione soltó una risilla nerviosa, pasando una mano por la tela impoluta de su falda plisada—. Me gusta tener mis dos manos completas, eh… Y-y ella no confía en mí todavía para intentarlo. Aunque ¡estoy mejorando en mi técnica! Es una suerte que el Salón Pokébelleza admita aprendices de medio tiempo. Ya pronto voy a poder estilizarla con peinados únicos y mejores.

Frill no pareció demasiado convencida de ello. Tierno rio ante su expresión cargada de orgullo.

—Su pelaje es de alto mantenimiento, sí —dijo, señalando el extravagante peinado de estrella de la caniche—. Tienen una categoría exclusiva en los concursos de exhibición, ¿lo sabías? La mayoría de los que he visto y conozco se entrenan para debutar ahí.

—¡Ah, claro! Si yo los he visto en persona. —Ione dio un saltito, iluminándose—. La escena de Romantis tiene una de las exhibiciones más prestigiosas para los estilistas de furfrou. Muchas de mis maestras en el Salón van allá a competir las primeras semanas de agosto. ¡Escuché también que el dueño actual del Palacio Cénit es un ávido fan!

—El pelaje de furfrou es también un escudo natural para los ataques y padecimientos físicos. —Trevor se inyectó en la discusión, levantando el índice. Aquello le valió más papeles dispersos que Tierno tuvo que pescar muy vergonzosamente—. Estilizarlos me parece bien, pues la mayoría de aquellos con pedigrí ya no pueden mudarlo naturalmente. Pero… ¿No les parece demasiado?

—Oh, ¡no quieras ser moralista ahora, Trev! —Tierno azotó los documentos fugitivos en la carpeta. Trevor abrió la boca para protestar, pero el muchacho regordete no lo dejó—. Es sana diversión, nada más. Y solo se hace durante el verano, cuando hace más calor. Estoy seguro de que la mayoría se sienten muy contentos al ver las tijeras.

—Exacto… —Ione exhaló, abanicándose con la mano—. Uff. Lo que lo empeora todo un poco más para los pobres furfrou de la ciudad. ¿Cuándo llega el fresco por aquí? Estamos en otoño. ¿O es que nunca llueve? Allá en la ciudad lo hacía todo el tiempo…

—Buena pregunta. —Trevor miró al cielo con los ojos entrecerrados—. Ojalá ser un castform para saberlo. Aunque no parece que vaya a tardar en caernos el chaparrón.

—En el edificio del profesorado hay uno muy amable que nos ayuda a regar las plantas —Ione esquivó con un salto a un pokémon verde que dormía en plena acera. Un skiddo—. Pertenece al portero; ¡y nos ayuda con las velas cuando tenemos apagones nocturnos, ja, ja!

—Ese conjunto queda por aquí —Trevor miró más allá de él, quizá buscándolo entre los demás titanes de concreto y piedra a su alrededor—. Ah, como ayudas al profesor en su laboratorio, ¿te dieron un lugar ahí también?

—¡Sí! —dijo Ione, sonrojada— ¡Aunque de colada! Eso porque… Je… Romantis queda un tantito lejos de aquí…

—¿En serio? —Tierno pareció extrañado—. ¡Pero si está hacia el norte!

—Sí —Ione asintió, petulante—, ¡pero es lejos cuando casi todas las carreteras hacia Luminalia están limitadísimas por los apagones! Todos los días agradezco al profesor Sycamore por darme la oportunidad de compartir cuarto con una amable muchacha en mi misma posición. ¡Ha sido muy amable y comprensivo desde que comenzó el problema! Incluso logró llegar a un acuerdo con las autoridades competentes para que nuestra residencia fuese declarada “zona privilegiada”. —Hizo comillas con los dedos.

Trevor y Tierno asintieron con efusividad, señalando algunas de las buenas experiencias s que ellos mismos habían tenido con el famosísimo Sycamore. Alistair, por desgracia, no supo contagiarse de la emoción.

—¿Y tu apartamento es zona privilegiada porque…? —El muchacho aterrizó un atisbo receloso en Ione, buscando disipar el repentino desasosiego que crecía en su estómago. La chiquilla, con cierta vergüenza, se cubrió los ojos con su sombrero.

—Uhm… Por el Centro de Rehabilitación y el Laboratorio, obviamente —masculló, sonrosándose—. N-no va a ser solo porque vivo ahí…

«Pero ya te gustaría», quiso rebatir el muchacho. Empero, se contuvo. No vaya a ser que hablar demás acabase jugándole en contra, tan cerca como lo estaba de un límite. Aunque… Ugh. Cuánto odiaba Alistair la falsa modestia.

—¡A eso le llamo tender una mano amiga! —congratuló Tierno, dando un giro ridículo—. Con alguien como él preocupándose por la ciudad, es casi seguro que tendremos pronto una respuesta, amiga.

—¡Así es! —Ione aplaudió, sobresaltando al muchacho—. Eso esperamos todos. ¡Nos estamos esforzando mucho para que nada de esto nos detenga! La mejor cara ante la adversidad, como dicen mis compañeras.

—Lo que es fantástico, la verdad —Trevor concordó, deteniéndose de golpe. Alistair no le habría hecho mucho caso de no ser porque sus demás compañeros, acallando repentinamente su cháchara, lo hicieron también. Oh, no. No podían…—. Si el profesor ve cuánto nos esforzamos, entonces no tendrá nada de qué preocuparse. Tú, Ione, con tus tareas; ¡y Tierno y yo con todas las nuevas experiencias que nos está regalando este viaje!

Ione se iluminó, dando las felicitaciones por… Algo, la verdad. Alistair no se tomó el tiempo para escuchar bien qué; él ya estaba retrocediendo uno, dos pasos…

¿D-de verdad habían llegado tan rápido?

—Ah~ ¡Qué emoción! —Ione se puso derecha, dándole un vistazo al pálido muchacho rubio—. ¿No te emociona, amigo? ¡Ya estamos aquí! —dijo, y señaló un imponente edificio rodeado por verjas de acero—. La primera visita siempre es intimidante, lo sé por experiencia; ¡pero puedo garantizar que todo mejora a partir de aquí!

Alistair se vio tentado a desestimar su entusiasmo con una maldición. Algún insulto que le brotase del alma y extirpase de raíz cualquier expectativa infantil que tuviese la mocosa sobre nada de eso. Sin embargo…

—Las chicas ya deben estar adentro —interrumpió Trevor, echándole un último repaso a su dispositivo colgante—. ¡Ah, tenemos diez minutos de retraso! Debemos darnos prisa, Tierno. Estamos quitándole valioso tiempo de la hora del almuerzo al profesor.

—Es una pena que Serena no quiera quedarse más tiempo por estos lares —dijo Tierno, recibiendo la mitad de la carga que colgaban precariamente de los brazos de Trevor—. Quizá, si hubiera podido retar al líder de gimnasio, hubiésemos podido planificar algo mejor que un informe apresurado.

—¡Uhm, habla por ti! —reprochó Trevor, dando largas zancadas hacia la entrada—. Yo entregué puntualmente todos mis ensayos y descubrimientos actualizados. Esto no es más que una mera formalidad, lo sé, pero… Uh… —A escasos centímetros de la reja, el chico pelirrojo pareció encogerse—. Sí me hubiera gustado tener algo más de tiempo para arreglar algo entre todos. Tengo tantas preguntas para…

—Oh, ¿como la vez aquella en que nos entregó los pokémon para Alistair y las chicas? —preguntó Tierno, atropellado; se había llevado una carpeta a la boca mientras intentaba organizar los papeles precariamente archivados de las otras—. Sería lindo, sí. Sé cuánto te emocionan esas cosas.

Alistair tragó en seco ante la mención de esa tarde. Claro. No podía ser de otra forma, ¿verdad? Aquel maldito día no dejaría de perseguirlo en sus peores pesadillas. Maldita sea, maldita se…

En el momento menos oportuno, su atención se cruzó con los ojos oceánicos de la chiquilla. Ione, que había fruncido los labios, pareció desconcertada. Como un deerling congelado bajo la luz de los faros. Y… Oh. ¿Acaso eso era un ceño fruncido?

—¿E-entregarle…?

—Sí, sí. Exactamente así. —Trevor cortó a Ione sin querer, inhalando profundamente—. Y, oh. Antes de que se me olvide… Alistair.

El muchacho centró su mirada grisácea en él, tomándolo desprevenido. Trevor era ñoño y tenía una voz extremadamente molesta, al igual que su peinado. Sin embargo, cuando se enseriaba, había algo en su semblante aniñado que perdía cualquier chispa de ingenuidad.

—Te lo digo a ti porque Ione ya debe saberlo —comenzó el chico, levantando una de sus carpeta con aparente dignidad—. Dado que hay muchas cosas rompibles ahí adentro, siempre nos aconsejan tener a nuestros pokémon en las pokéball. No tardaremos mucho, te lo prometo. Supongo que a tus compañeros no les gusta mucho estar ahí atrapados, ¿estoy en lo correcto?

—Compa… —Alistair frunció el ceño antes de captar la indirecta. Mierda, mierda, ¡mierda!— ¡E-eh, ¿riolu?! —gritó, más frenético de lo que quiso aparentar— ¡¿Dónde estás?! Alimaña pulgosa…

—¡R-rio!

El cachorro, que parecía jalonear a su nueva amiguita lejos del durmiente skiddo, lo miró con mortificación. Alistair no esperó más tiempo y lo devolvió a su pokéball. Ahora, debía pensar en una excusa —o rezar por un milagro— para que nadie le preguntase dónde estaba el tercer supuesto miembro de su equipo.

—¡C-cierto! Muchas gracias por recordarlo, Trevor. —Ione le ofreció una sonrisa vacía a su pokémon mordelón antes de guardarla en la lujo ball—. Es de vital importancia conservar el sitio en su prístina gloria. No solo es hogar de cientos de descubrimientos, sino también de otros pokémon. —dijo, y para sorpresa del muchacho, se apresuró en sacudir cualquier remanente de extrañeza que enlutase su semblante—. ¿Todo listo para entrar?

Tout est prêt! —Trevor dejó que un poco de su entusiasmo nerd hiciese picos en su voz—. ¡Vamos!

Notes:

La reflexión y recuerdos acerca del pequeño Alistair visitando Luminalia por primera vez está inspirada en parte por el famoso Síndrome de París: la decepción que sienten muchos turistas (mayormente japoneses) al visitar la ciudad y ver que no cumplen sus expectativas. Considerando que él se siente “apátrida” de muchas cosas, me pareció interesante retratarlo desde la perspectiva de aprender a la fuerza la historia de un sitio que lo decepcionó mucho.
Veremos qué tal le va conociendo al profesor favorito de muchos.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 16: Gusano

Summary:

De cara al pasado, su presente se distorsiona.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¡Buenas tardes, jóvenes! ¿Qué los trae por aquí un día tan caluroso?

Un hombre de barba canosa y gesto amable los recibió junto a la reja que separaba al público general de los pocos privilegiados capaces de merodear el recinto sin las limitantes de una visita guiada. Alistair, quizá susceptible a lo que se le venía, echó un vistazo rápido a las dos grandes pokéball ornamentales que coronaban los pilares de la entrada. La forma en que brillaban bajo la precaria luz del mediodía trajo a su mente la primera vez que vio en acción una de las mal llamadas cápsulas de Galar: dispositivos de capturas pensados para doblegar a los monstruos arcanos que alimentaban su fuerza de las misteriosas partículas que electrizaban el aire de la región.

Hacía más de diez años que ni él ni su familia pisaban el suelo de la famosa Área Silvestre. Sin embargo, el pinchazo de admiración que traía consigo pensar cómo habían logrado reinventar una de las mayores amenazas para la población civil a soluciones prácticas y una nueva cara a la identidad cultural de sus ancestros, sonsacaba de él una tolerancia impropia en lo referente a cuán ruidosas le parecía su escena competitiva.

¿Acaso la majestuosa Kalos tendría algo como eso?, caviló el muchacho, arrugando el entrecejo. Si algo podía recordar de las lecciones de historia pasadas era que el recuento de cuerpos y accidentes por criaturas fuera de control compartía una maquiavélica semejanza al historial bélico del territorio. Aunque, siendo sincero, ¿qué tan positivo era, a final de cuentas? O ¿qué tan único se concluía, luego de milenios tras milenios de hambre, devastación y ansias de poder? Porque, si había algo que unía como hermanas a todas las regiones de aquel mundo tan extenso y misterioso, eran los lazos de sangre que databan su mancha desde los auges de la creación.

—Buenas tardes, señor Bernard —Ione dio un saltito hacia la reja con energías renovadas—. Venimos a hablar con el profesor. O-o, bueno; ellos, mis amigos, tienen la intención de hacerlo. ¡Dicen que tienen una cita!

—¿Hm? ¿Una cita? —El viejo se peinó el bigote con el dedo índice y pulgar, vagando larga y escrutadoramente sobre cada uno de ellos. Alistair en especial—. Sabe, señorita Ione, que a esta hora el profesor suele estar en el jardín ocupándose de sus asuntos. Por lo que no tiene tiempo para encargarse de… Ejem —el hombre carraspeó, escondiendo una mueca burlona tras el dorso de su mano—; los amigos que invitas. Heh. Eso, sin mencionar, que sus muchachas no me informaron nada con relación a una cita.

—¡P-pero…! —Ione trastabilló un argumento fallido, ciñendo ambas manos a los barrotes—. Pero, señor Bernard. ¿C-cómo va a decir…? ¡Hey! ¡E-esto es diferente a las otras veces!

Tierno y Trevor intercambiaron una mirada incómoda, aunque segura de lo que tenían entre manos. En el peor caso, supuso Alistair, el profesor se habría ocupado a última hora con alguna de sus bestias roñosas y no podría atenderlos. ¡Oh, qué desafortunado, sin duda! Una sonrisilla sagaz elevó sus comisuras. Ahora, ¿dónde había dicho la mocosa que podía encontrar esos cafés de precios solidarios…?

—Ahm, si me permite, señor —Trevor dio un paso al frente mientras tecleaba algo con rapidez en su pantalla. Alistair se detuvo en seco, acorralado por la curiosidad y el atisbo poco disimulado que Tierno dio en su dirección—. Sí. Aquí. Observe por favor: el profesor concretó una cita con nosotros a esta hora. Así que, s-si nos permitiese…

—Hm… Sí, sí. Ya veo… —El viejo entrecerró los ojos hacia el escrito. Era muy probable que no pudiese ver ni mierdas con las letras tan pequeñas y el precario brillo de la pantalla, imaginó el muchacho—. Sin embargo, tengo el ligero presentimiento que ese número que marca en la esquina es un doce, y estamos a… —Miró su reloj de muñeca con aires sosegados. Trevor se mordió el interior de la mejilla—. ¡Ah! Doce y un cuarto. Sí. Me temo que, si conocen al profesor tanto como dicen, saben que es bastante estricto con su tiempo. ¿Hm?

El pelirrojo inhaló con fuerza, llamando una calma que Alistair sentía que no llegaría pronto. De no haber sentido un alivio tan abrasador, él se hubiera burlado abiertamente de lo estúpido que parecía, balbuceando cosas que no hacían ninguna clase de sentido. Bueeeno. ¿Qué más? Al menos lo intenta…

—Oh, pero ¿qué tanto problema son unos cuantos minutos, Bernard?

El puntazo de tacones sobre el asfalto captó la atención de los entrenadores con la misma intrepidez que un cebo en el safari. Alistair chasqueó la lengua por debajo de su aliento, despidiéndose amargamente de su oportunidad para darse la vuelta y caminar hacia el bulevar como si no tuviese nada que ver con ese grupo de nerd raritos.

—Buenas tardes a todos. Buenas tardes —dijo la mujer, ondeando un saludo cordial con su mano libre—. Hace un poco de calor, ¿no creen? Oh, ¡cómo me hace falta un zumo de bayas!

Apartando largos rizos castaños, la mujer dejó en evidencia un brillante carnet de identificación que colgaba de su cuello. Según el oxidado kalosiano que manejaba desde pequeño, la leyenda decía algo en la corriente de “asistente” o “voluntaria”.

—¡Ah, hola, Anaïs! —Ione se iluminó, recibiendo a la susodicha con la emoción de un growlithe revoltoso—. ¿Vienes de almorzar? ¿Pudiste resolver el problema con tus informes digitales?

—Hola, pequeña joltik —La asistente, Anaïs, palmeó sobre el gorro de Ione con el cariño de una hermana mayor—. Estaba haciendo unas diligencias, de hecho. Pocas tardes son las que tenemos libres para encargarnos de nuestros asuntos —dijo, y echó un vistazo al grupo de entrenadores que esperaba pacientemente junto a la reja—. Ahora, ¿cuál es el problema aquí? Reconozco dos de los tres —rio, saludando a Trevor y Tierno con un asentimiento cordial—. ¿Vienen a entregar sus informes?

—Anaïs, ¿qué tan cierto que hoy el profesor está recibiendo aspirantes? —cuestionó el viejo, arqueando una ceja. Su tono, si bien no era hostil, detonó cierto escepticismo con respecto a las artimañas de la asistente—. Pensé que las visitas se habían limitado hasta que resolvieran lo de la luz…

—Es algo lógico para pensar, estoy de acuerdo —concordó la mujer, reforzando su agarre en la curiosa carpeta color crema que sostenía bajo el brazo izquierdo. Las letras en negro que rezaban reciclaje, sumado al hecho de que algo brillaba en su interior, capturó la atención de Alistair—. No obstante, debo decir que entiendo a nuestros jóvenes amigos. Ellos no solo se encuentran viajando por la región bajo la atenta mirada del profesor, sino que también han estado trabajando incansablemente para cumplir con sus responsabilidades. Y nosotros, como fuerza permanente en el laboratorio que somos, deberíamos tener en consideración lo difícil que es moverse actualmente por la ciudad Ya ni se diga entrar.

Trevor asintió con efusividad, dirigiendo un atisbo de eterno agradecimiento a la mujer. Anaïs, tan profesional como su bata de laboratorio la hacía resaltar, extendió hacia él una sonrisa cordial.

—Bueno, Anaïs… —El guarda se rascó el bigote, desbaratando el trabajo anterior—. Aun así, pienso que deberían…

—Ione —Anaïs cortó de raíz la pronta diatriba del viejo, echándole un vistazo a la chiquilla—. Tienes que dar reporte a tus actividades de la mañana, ¿estoy en lo cierto? —preguntó, y la aludida murmuró un coloreado por la decepción—. Muy bien. Puedes ir a dar tu reporte a Cosette mientras yo me encargo de nuestros invitados. Así no tendrán más inconvenientes.

—De acuerdo, Anaïs. Entendido. —Ione se mordió el labio inferior, jugueteando nerviosamente con sus dedos—. E-eh… Crees que, luego de hablar con Cosette, yo podría…

—Si queda algo de tiempo, claro que puedes despedirte de tus amigos —aseguró, indicando al viejo guarda que abriese la reja con un ademán desinteresado. Aunque dudoso al principio, el hombre se limitó a obedecer y farfullar como houndoom regañado. Alistair, cuando pasó a su lado, le sacó la lengua—. No obstante, pequeña joltik, no te olvides que todavía tenemos trabajo que hacer. Ja, ja. ¡El profesor ha sido muy complaciente con nosotras y nuestro tiempo libre! Como suele decir, mes meilleurs assistants merecen solo lo mejor.

Ione se mordió el puño, ahogando un grito entusiasmado. A su sombra, Trevor le compartió a Tierno un murmullo indignado sobre cómo eran capaces de rechazarlos por un par de minutos de retraso. Alistair se sintió tentado a soltar un comentario sarcástico, pero acabó por tragárselo junto con su orgullo. De pie en terreno enemigo, cualquier paso en falso podría costarle mucho más que su plan.

¿Tanta cara de extranjero tenía? pensó, echando un vistazo cuidadoso a los jardines frontales. Las áreas verdes, al igual que las afueras de la ciudad, constaban de pinos bien podados y un par de pokémon pájaro que cantaban y revoloteaban sobre sus ramas. El viejo de la entrada lo había mirado más de lo que miró a los otros dos mocosos. No debía ser coincidencia que se mostrase aprehensivo por dejarlos entrar; por dejarles estar cerca del famosísimo Sycamore, profesor y hombre de oportunidades, cuya sola mención hacía temblar a quienes no estaban de su lado. ¿Acaso él estaba de su lado ahora? ¿En su contra? Alistair sintió un retorcijón en el estómago, tomándolo como punto y final a pensamientos que no eran productivos en su contexto actual.

—¡Entendido, Anaïs! —Ione dio un saltito, lista para correr al interior del edificio—. ¡Mucha suerte, chicos! ¡Espero nos podamos reunir una vez hayan terminado!

—¡Igualmente, Ione! —Trevor sacudió un adiós más fluido ahora que el peso de las carpetas había sido dividido entre ambos muchachos—. ¡Un placer conocerte!

Sí… —Alistair tensó la mandíbula. De todas las palabras posibles para describir ese embrollo, la primera que siempre se le venía a la mente definitivamente era placer.

Idiota, idiota, idiota…

—Uhm… Veamos, jovencitos. —A pocos pasos de las puertas automáticas del laboratorio, Anaïs señaló el trabajo investigativo de ambos muchachos—. ¿Qué les parece si nos encargamos de eso antes de que entren con el profesor?  Me aseguraré de dejarlos en un sitio donde absolutamente los lea. ¡Promesa!

—Muchas gracias, señorita Anaïs —masculló el pelirrojo, entregando su tarea a la asistente con un ligero sonrojo. Tierno le dio un codazo juguetón—. Y… Muchísimas gracias allá, en la puerta. Por un momento creí que no nos dejarían pasar.

—Oh, ja, ja. No hay de qué. Bernard puede ser un poco cascarrabias de vez en cuando. ¡No temas! —afirmó, organizando los archivos con una diestra impresionante—. Ya lo compensaré después con un raspado bien frío de baya aranja. Diré que fue de su parte para que los atienda sin rechistar la próxima vez. Con algo de suerte, quizá ni necesiten una cita con el profesor. —Guiñó, ganándose una risita de ambos jóvenes.

Trevor apagó su aparato mientras mascullaba algo relacionado con el propósito de su visita. Anaïs asintió, abriendo la puerta corrediza con un escaneo rápido de su carnet. Alistair conjeturó que aquella medida tendría más que ver con las travesuras típicas de una ciudad tan grande y ruidosa como Luminalia que con el actual problema de la luz.

A pesar de no haber visitado nunca un laboratorio pokémon hecho y derecho, Alistair se sintió inmerso en el déjà vu que constituyó recorrer junto a su madre los largos pasillos con olores metálicos y corrientes eléctricas tan características de las viejas oficinas de su padre. Como aquella vez, el muchacho temió que las puertas del sitio se le cerrasen en la cara, negándose a dejarle conocer los secretos que se entretejían bajo sus alas. Sin embargo, los paneles de cristal no lo escupieron, ni tampoco lo mordieron en el trasero. En su lugar, el tenue soplo del aire acondicionado alborotó su fleco sudado con la diversión de una bestia que le bufaba en la cara. Una advertencia primitiva que era mejor no malinterpretar por cortesía.

—La oficina del profesor está en el segundo piso —informó Anaïs, dirigiéndose al elevador al fondo de la recepción. Alistair supo que aquello no iba dirigido ni a Trevor ni a Tierno. No cuando ella sabía de primera mano con qué frecuencia visitaban las instalaciones—. Estoy segurísima de que él está allá arriba, esperándolos.

—Oh, señorita Anaïs —llamó Tierno, sosteniendo las puertas metálicas para Alistair. El muchacho le volvió el rostro con grosería, negándose a confraternizar más de lo necesario en un espacio tan asfixiante—. Sé que quizá no lo sabe porque llegó junto a nosotros, pero ¿sabe si el profesor está solo en su oficina?

—Hm, ¿solo? —preguntó la mujer, dando un toque forzoso al descolorido botón de P2. Alistair se sintió mareado cuando la cosa dio un traqueteo y comenzó a subir. Si iba a morir ahí, esperaba que el impacto de esa maldita hojalata fuese rápido y definitivo. ¡Lo último que le faltaba era pensar en quedarse atorados con esos insufribles mientras se iba de este mundo!— Te refieres… ¿a si hay algún otro de sus estudiantes con él?

—Sí. Así es. —Tierno miró a Trevor de reojo—. Solo para… asegurarnos. Ejem. Si no es mucha molestia, por supuesto.

—Oh… Pues, veamos. Hm… —La mujer se llevó el índice a los labios, pensativa—. Escuché algo más temprano sobre dos entrenadoras jóvenes que le darían una visita rápida. ¿Podrán ser sus amiguitas? —rememoró, analizando los gestos de ambos entrenadores—. Fue por eso, de hecho, que nos adelantaron la hora del almuerzo. ¡Ja, ja! ¿Debería agradecerles a ustedes por el par de horas extra?

«Solo si odias tu trabajo tanto como yo…» chasqueó el muchacho, alejándose todo lo humanamente posible del grupo. El ascensor era pequeño, caliente y con un tufillo a herrumbre que estaba comenzando a ponerlo de los nervios. Si Anaïs notó su cara de asco cuando les regaló una sonrisa paciente, no mostró interés en cuestionarlo.

—¡Sí! Deben ser ellas —dijo el pelirrojo con entusiasmo—. Nuestra amiga Serena tenía prisa por irse ya que está empeñada en retar a todos los gimnasios y ser una de las mejores —Sus ojos grisáceos brillaron con orgullo por la muchacha rubia—. ¡Es la entrenadora más capaz que conocemos!

—Ah, ya veo, ya veo. —Anaïs ladeó el rostro, tarareando con curiosidad—. Si debo juzgar por sus rostros, diría que ustedes tres tampoco se están limitando a recorrer las rutas aledañas, ¿hmph? ¿Es este el inicio de un viaje solo de chicos por todo Kalos?

Tierno alzó los pulgares mientras Trevor se rascaba la nuca con un gesto nervioso. Alistair, cruzándose de brazos, maldijo el pequeño vacío helado que lo invadió. Solo pensar en la posibilidad de… eso, otra vez, lo hizo sentir sucio.

—Uh, ehm. Yo no lo definiría así, precisamente —farfulló Trevor, fracasando en disimular el rubor de sus pálidas mejillas.

—Ja, ja. ¡Vamos, jovencito! No hay nada de qué avergonzarse —animó la mujer, poniéndole una mano en el hombro—. Apuesto a que ya te lo han dicho antes; viajar en grupo es divertido. Yo nunca lo hice, ¿sabes? Pero casi todos los pupilos del profesor lo han hecho así, por recomendación del mismo. —Un recuerdo plácido llegó a ella, coloreando una sonrisa nostálgica en sus labios—. El último grupo que tuvo el favor del profesor, cuatro jóvenes promesas, hicieron su viaje juntos. Dos de ellos están fuera de la región por comisión de servicio, pero los que todavía viven aquí crecieron para convertirse en jóvenes ejemplares. ¡Puedo garantizárselos!

—Puesto así… Suena bastante emocionante. —Trevor asintió, aunque tuvo sus reservas—. Cada uno explora una faceta diferente de la experiencia. Espero que nuestros avances sean de ayuda para el profesor, a pesar de que no estemos avanzando al mismo ritmo, o con los mismos objetivos.

Anaïs dio un apretón reconfortante al pelirrojo antes de volver a su postura profesional. Por la forma en que la caja de hojalata tropezó consigo misma antes de parar, Alistair supuso que habían llegado a su parada.

—Oh, lo son —aseguró la mujer, satisfecha consigo misma—. Por la cara que pone, es fácil decir cuándo son tus informes los que revisa. ¡Es un verdadero placer oírle hablar sobre tu técnica documental! Su parte favorita es cuando acompañas las cartas con pequeñas muestras de lo que capturas.

—¡¿E-enserio?! —Trevor abrió mucho los ojos, dando un paso atrás en el ya reducido espacio. Alistair mordió un quejido lastimero cuando el chiquillo casi le mete un codazo a su mano herida—. Me-me… Digo… Me alegra… Ejem… —Negó con la cabeza, enredando los dedos en la cinta de su aparato—. M-muchas gracias por su sinceridad, señorita Anaïs. Hemos sido muy afortunados al contar con la guía del profesor.

—Oh, y que lo digas. ¡El placer es de nosotros! —contestó la mujer, haciendo un ademán modesto. La puerta del ascensor se abrió con un chirrido bajo que destiló vejez, seguido por un tintineo que, en otros tiempos, prometieron simular campanillas de cristal—. Al profesor le complace mucho verlos crecer en esta hermosa faena que es la investigación pokémon… Y, oh. Si me preguntan a mí, estoy muy segura de que su próxima tarea será prueba de ello.

—¿P-próxima? —Trevor casi saltó en su sitio, soportándose ahora sí en el brazo malo de Alistair—. ¿Qué quieres decir con próxima? ¿E-el profesor piensa pedirnos algo más?

Anaïs abrió la marcha sin traicionar su calma. Antes de que el muchacho se sintiese capaz de empujarlo fuera de la caja metálica, Trevor apartó sus garras manchadas de tinta y correteó en torno a la asistente cual combee turulato.

—¿E-es acaso sobre los informes que le hemos enviado? ¿El profesor quiere que mejore mis muestras? ¿Mis argumentos?

Tierno exhaló una risa, corriendo al rescate de su amigo. «Ya lo veremos, Trev —replicó en voz baja, tomándolo por el cuello de su pullover—. ¡No vayas a marear a la señorita!».

Necesitarás un milagro para eso, quiso decir el muchacho, tan venenoso como acostumbraba, aunque…, la presencia de un algo en sus alrededores le hizo temer súbitamente de lo imposible: que le cerrasen la puta boca.

—¿Qué clase de…? —Alistair puso un pie fuera del elevador, mordiéndose el interior de la mejilla.

Para empezar, la alfombra, de un elegante color vino, daba más ínfulas de arropar el suelo ajedrezado de algún despacho gubernamental que los pasillos y oficinas de un laboratorio comandado por una de las cabezas brillantes de la escena investigativa en la región. «Misma cosa que…», farfulló para sí, tentado a pasar el índice de su mano buena por sobre el reluciente tapizado cobalto que daba un aire juvenil al edificio. ¡Ah, y eso si no se dignaba a reconocer la exquisita colección de obras de arte que, mientras más profundo se adentraba en la garganta de aquella bestia estructural, más inconcebibles le parecían!

Como un sitio al que llegó a considerar un lienzo en blanco para muchas cosas, Alistair se sorprendió posando su atención más de lo prudente en alguna de las obras que colgaban lánguidamente a su diestra. La gran mayoría constituían retratos muy cuidados de escenas salvajes donde sórdidas criaturitas hacían lujo de sus atributos; sus ataques, sus habilidades, y el misticismo intrínseco que el artista inmortalizó en sus ojillos tan negros como la noche.

Los trabajos que no se tomaban libertades por el bien del arte comprendían diagramas elaborados sobre el cuerpo y biología de los ejemplares más comunes de la región. No menos sorprendente para el caso, pero sí demasiado hechos a medida como para ser del tipo de regalos genéricos que solían pasarse de mano en mano, sin cuidado, entre centros de estudio y universidades de talla local.

Si alguien le preguntaba qué opinaba al respecto, Alistair diría que el profesor o tenía un estilo bastante suyo para decorar interiores, o era asesorado por alguien que sabía cuánto valía su trabajo y extensos conocimientos en el arte de dar vida a interiores que sufrían del mal que era tener un par de siglos encima.

—Esto… —bisbiseó el muchacho, deteniéndose junto a un modesto ventanal de columnas doradas—. El patio parece un bosque.

—Oh, eso es porque nuestras áreas verdes buscan emular los hábitat del sur de la región —expuso la mujer, tomándolo por sorpresa.

Mierd… Alistair frunció el ceño, esquivando las miradas curiosas de sus compañeros. ¿Tanto tiempo se había quedado pasmado viendo todo? Arceus… ¡Debió haberse visto como un completo idiota!

—Este jardín en particular toma inspiración de los bosques que cercan la campiña. —Anaïs señaló la gran columna de árboles frutales cercanos a la ventana—. Si algún día tienen la oportunidad de visitar el Centro de Rehabilitación, podrán notar cierto parecido. También, en la Central Eléctrica… Aunque… Hm. Esa zona creo que no está abierta para las visitas.

—¡Hey, nosotros hemos estado ahí antes! ¿Lo recuerdas, Trevor? —dijo Tierno, señalando el patio. Había un pequeño riachuelo, una simulación de claro forestal con plantas típicas de ese lado de la región, y un revestimiento de cristal que encapsulaba atisbos de una naturaleza ensayada. Alistair se contuvo de rodar los ojos al imaginar el privilegio que era recorrer tal santuario del conocimiento—. Era parte de un paseo escolar; cuando fuimos al Centro. ¡Las instalaciones estaban repletas de vida! Nunca había visto nada similar.

—Oh, sí. Es preciosísimo. —La científica asintió, incitándolos a continuar—. Que hagamos vida en una metrópolis no quiere decir que no podamos abrazar su lado más natural. Después de todo, ¿dónde sino está la belleza? ¿No lo creen así, chiquillos?

Alistair entornó los ojos al cristal, dando un último vistazo receloso al muchacho de ojeras marcadas y desaliñado cabello rubio que le devolvía el mal gesto. Su cansancio y apatía por todo era una cosa, pero ¿qué excusa tenía para aparecérsele al profesor con el aspecto de alguien que había vivido la última semana vagando por la calle?

«Aunque…».

Concéntrate, Alistair.

Ugh… Qué fastidio, gruñó entre dientes, resignándose al confort que le daba estar a la zaga de un grupo.

Quizá, con algo más de tiempo entre manos, pudo haberse dado la oportunidad de arreglar ese cabello suyo. No había estado tan quebrado y largo desde su primer intento de captur…

—¡Y eso no es todo, profesor! —La chillona vocecita de una joven hizo eco en el pasillo, acorralando su atención entre el vacío que le generó reconocerla y la puerta medio abierta desde donde fluyó—. ¡Espere a que escuche cómo…!

—Toc, toc —La asistente dio dos golpecillos ensayados al marco, llamando la atención de los presentes—. Buenas tardes, profesor. Muy buenas tardes, señoritas. ¿Interrumpo algo?

—¡Ah, Anaïs! ¿Qué tal todo? Pasa, por favor, pasa. ¿Traes al resto de mis muchachos?

La aludida rio con suavidad, cediéndole el paso a un Trevor muy nervioso para que estrechasen manos con alguien dentro de la oficina.

Alistair, echando un vistazo precavido entre la mujer y el pequeño espacio que dejaba entrever aquella jaula de cobalto, logró situar las sonrisas complacidas de Serena, Shauna y la figura de un hombre alto, pálido y cabello azabache que los recibía de brazos abiertos.

—¡Bienvenidos, mis pupilos! —El hombre, cuando soltó la mano de Trevor, se dirigió a Tierno—. ¿Qué tal están? Quel plaisir de vous voir!

«No puedo». Alistair sintió un hormigueo seco que nacía desde su estómago y subía todo el camino hasta su pecho, tomándose un latido pausado, angustioso, a fin de dar sentido al miedo que retozaba y se hinchaba como raíces espinosas a lo largo de sus extremidades.

—Lamentamos el retraso, profesor —dijo Anaïs, poniéndole una mano en el hombro. Alistair, sin tiempo para sentirse humillado, le dirigió una mirada indescifrable—. Sin embargo, ¡aquí están todos! Ja, ja. Sé que estarán en buenas manos. ¡Que se diviertan mucho!

Y, sin más aviso que un “buena suerte” farfullado, la mujer le dio un empujoncito hacia las fauces de la bestia.

Alistair no hizo voz al traquido incómodo de la puerta cuando cayó en su lugar. No al repentino hálito caliente que inundó el incómodo habitáculo, o la forma en que todas las miradas se posaron sobre él durante un segundo que, si era sincero consigo mismo, amenazó con extenderse muchísimo más allá de una eternidad coherente.

Zorra, zorra, zorra…

Ah~ ¡ahora sí! —El hombre, el profesor Sycamore, asintió complacido—. Bienvenue, mes élèves. ¡Adelante, por favor! ¡Pasen y siéntanse como en casa!

La oficina, notó Alistair, tenía cuadros desperdigados por el suelo. No que pudiera darle sentido a las imágenes o simbolismos que proyectasen, dado el cómo se posicionaban incómodamente a un costado de la pared, pero… Pero estaban ahí, arropados tras la costumbre humana de quien pasaba grandes partes de su día encerrado en las cuatro paredes. Mismo caso con los variopintos libros y documentos esparcidos sobre el escritorio, y el tenue, pero inconfundible olorcillo a cigarro que la enorme ventana abierta al fondo del cuarto no supo lavar del todo.

—E-encantado de verle de nuevo, profesor. —Trevor asintió efusivamente hacia el hombre, sosteniendo su pantalla con ambas manos. Alistair, aunque congelado en su sitio, halló la fuerza para distanciarse lo más posible de todos y de todo, fuese o no prudente de su parte—. Muchas gracias por recibirnos. Ha sido un placer colaborar con usted, y con el laboratorio, por supuesto; y…

—¡Claro, sí! —El profesor exclamó con jovialidad, medio sentado sobre su escritorio—. Basándome solo en lo que me dicen sus compañeras aquí presentes, estoy seguro de ello. Debería ser yo, en realidad, quien les esté agradeciendo por todo. ¿Qué tal están? ¡Rompamos el hielo un poco! Llegar a pie a la ciudad es un logro de lo cual sentirse orgullosos.

—¡Ha sido muy emocionante, sí! Como… —Tierno, incapaz de ponerlo en palabras, buscó ayuda en su compañero pelirrojo. Y Trevor, aunque presto a mostrar su acuerdo, pareció demasiado perdido en su propia emoción como para dar sentido a sus ideas—. E-eh… Los lugares que hemos visitado y toda la nueva gente que conocimos. Todo se siente diferente cuando se estás de viaje con amigos en lugar de solo estar de paso con la familia u otro adulto.

—¡Cuánta razón que tienes, amigo~! —dijo Shauna, dando un brinquito desde el asiento donde se venía balanceando. Serena, ya previendo su caída, tomó la silla del espaldar y acomodó a su amiga en una posición más decente—. ¿Saben cuántos sitios nuevos encontramos yo y Serena? Los callejones son taaan mágicos. Oh, ¡y las tiendas de ropa! ¡Tienen tantas prendas súper lindas y cómodas para el viaje!

—Uh, siento que vimos más vitrinas y boutiques que pokémon salvaje —reprochó Serena con un tono juguetón. Shauna infló las mejillas.

—¡Hey! ¡Oye! Yo te dije que podías ir a entrenar mientras yo veía la ropa. —La morena se cruzó de brazos con orgullo—. Así teníamos una tarde productiva…

—¿Oh? —Serena falló en morder una sonrisa—. ¿Productiva para quién, señorita mira qué lindas boinas?

—¡Me alegra ver que Shauna ya encontró su nicho! —bromeó Trevor sin mala intención—. No era tan difícil después de todo, ¿no, amiga?

—Espero a tu pequeño froakie le guste tanto ir de compras como a mi corphish —Tierno palmeó instintivamente la cinta de su bolso—. ¿Creen que sea algo que tienen los tipo agua en común? ¡Oh! Creo que sería muy divertido presentarlos y probarlo.

Trevor tarareó en acuerdo, escribiendo una nota rápida en su aparato. Alistair, como quien no quiere la cosa, se sacudió el escalofrío residual que le dejó el hombre al mirarlo. A cada uno de ellos, pausadamente y con inmaculada atención.

—A muchos pokémon de tipo agua les gusta coleccionar cosas brillantes —comentó el hombre de repente—. Son curiosos por naturaleza. Por eso es que se pescan tan fáciles con casi cualquier cosa. ¿Lo han notado?

—Oh, cierto —Tierno se dio un golpecito en la frente con la palma—. Lo vimos en clase una vez, recuerdo. Y tú, Trevor, como cosa rara, ¡sacaste excelente nota en el examen!

—¡Y-yo solo pongo lo que sé, nada más! —replicó, avergonzado—. Además, Serena también sacó buena nota y no le dices nada…

—Hmm. ¿Quizá sea por eso que los tipo agua y yo no congeniamos tanto? —reflexionó la aludida, echando un atisbo rápido al desastre monumental de documentos que había en el escritorio. Alistair receló la falsa modestia que teñía su semblante—. No me distraigo con facilidad, a diferencia de otras…

¡Yaaa! —Shauna le dio un codazo, indignada—. ¡Las cosas bonitas le gustan a cualquiera, Súper S! ¡Se llama buen gusto!

—¡Ja, ja! ¡Tienes un buen punto aquí, jovencita! —El profesor se rascó pensativamente su precaria barba de días—. La diferencia de perspectivas es lo que hace un viaje una experiencia tan variada. Más si viene de la mano con el buen humor juvenil, que siempre ha sabido contagiarme para bien. ¿Tú que opinas, Alistair? Vous êtes d'accord?

Alistair carraspeó, casi ahogándose con la saliva. Su espalda, que yacía pegada protectoramente contra la pared, se respingó de golpe.

Mierda, mierda, mier…

—Hola, ¿qué tal todo? —El profesor Sycamore, académico ejemplar y de las mil oportunidades, ondeó un saludo inocente en su dirección—. ¿Alistair, no? —preguntó, y el muchacho no pudo hacer más que resentir el cosquilleo incómodo de su mano herida—. ¡Es un placer encontrarnos por fin! Me han hablado mucho de ti. Muchas gracias por venir de un sitio tan lejano como lo es Pueblo Boceto.

¿Cómo evadir un mordisco cuando los colmillos se cernían contra su cuello?

Aquello era una cuestión que Alistair, antes y después de recibir ese nombre, había cavilado hasta el cansancio.

Para cualquiera de los escenarios que solían revolotear por encima de su lucidez, el silencio resultaba condenatorio. Los monstruos que lo miraron directo a los ojos y se burlaron de él por intentarlo nunca tardaban en hacérselo saber. Por lo que ahora, esquinado por el miedo de lo que bailaban sus sombras alrededor, él sabía muy en el fondo que no tenía más opción. No bajar el rostro, no mostrar los dientes, pero sí callar y mirar. Dejarse mirar, en caso de que eso fuese lo que querían de él. Analizarlo. Porque, independiente del contexto y las mentiras que acabasen atrapándolo en cuartitos así, aquello era lo que concluía natural cuando lo dejaban a la deriva de sí mismo, retorciéndose en el anzuelo que clavaban con sus dedos sucios bajo su lengua.

—Entiendo que no eres de muchas palabras —continuó el profesor, diluyendo algunas de las toneladas que su falta de valor colgó del aire—. Eso está bien. Muy bien. No te preocupes. Yo mismo, a veces, no suelo ser un gran conversador. Pero, dime: ¿qué te ha parecido el viaje hasta ahora?

Casi por instinto, Alistair buscó algo en los rostros de los otros entrenadores. Shauna, con una sonrisa inocente, chismeó algo en dirección al pelirrojo. Y Serena, a pesar de estar siempre a ojo visor con sus intenciones, no concedió nada más que un soslayo de reconocimiento.

—Está… bien —murmuró, reavivando las medialunas en sus palmas—. Supongo.

—¿Sí? —El profesor torció los labios con aire pensativo—. Y ¿qué tal la comida? Algunos dicen que nuestra cocina es un poco dulce, pero yo pienso que eso es parte del encanto. ¿No crees? Ah~ ¡Los crepés Luminalia son un buen platillo para comenzar! Internacionalmente conocidos.

Alistair frunció el ceño bajo su fleco desaliñado, incapaz de, como en el pasado: «… mostrar los dientes como un puto perro. Gruñir, porque eso haces».

—También está… bien. Sí —farfulló, interceptando la indiscreción de Shauna al otro lado de la habitación. La chiquilla, tomada por sorpresa, se sonrojó un poco—. Nada mal.

El profesor Sycamore asintió complacido, indiferente (o ignorante) a la forma que entornaba los ojos,

Magnifique! —Chasqueó los dedos, abriéndose paso hacia su elegante silla de cuero—. Me complace profundamente escuchar cuánto están disfrutando la aventura que les propuse. Leer la experiencia por mensajes e informes es una cosa. —El hombre dio un guiño a Trevor, con el chico casi desmayándose por la emoción—. Empero, verlo en vivo y directo, tener el privilegio de leerlo en sus rostros… Ah~. Son esas pequeñas cosas que me llenan no solo como profesor, sino como alguien que ya ha recorrido esos mismos pasos. ¡Un orgullo inigualable!

—Es… Ha sido un honor ser seleccionados por usted para tan importante labor, profesor —tartamudeó Trevor, armándose poco a poco del valor necesario para mirar a su ídolo a los ojos—. Ya debe saberlo por mis informes, pero completar la Pokédex ha sido un reto para mí. P-para todos, me atrevo a decir —El pelirrojo buscó algo en las expresiones soñadoras de sus otros amigos, recibiendo un asentimiento conforme. Shauna, más que eso, levantó su pulgar en aprobación—. He… Hemos aprendido muchas cosas y conocido a mucha gente maravillosa también.

—¡Sí, y eso que apenas estamos comenzando! —expresó Tierno con alegría, zarandeando un poco a su amigo—. No puedo esperar a ver más pokémon. Cada uno tiene su propio ritmo al batallar, muy diferente a cómo viven y se divierten en lo salvaje. ¡Y a mí me gustaría conocerlos todos!

El profesor hizo un ademán casual, indicando que los escuchaba. Sus manos se movieron con una habilidad única para dar un poco de orden a las montañas de papeles desperdigados en su zona de trabajo.

—La señorita Shauna me comentaba algo similar antes de que llegasen —rememoró el hombre—. Cómo, a pesar de tener metas tan diferentes, había un punto en común que los hacía entenderse muy bien: su aprendizaje como entrenadores. ¿Gustas comentar algo al respecto, señorita Serena? Un fletchling me dijo por ahí que estabas estrenando muy duro para los gimnasios…

—Uhm… Bueno, sí. De hecho, así me lo he propuesto. —Serena apretó los labios, luchando por disimular una sonrisa orgullosa—. Yo tengo el objetivo de convertirme en una entrenadora del calibre de mis padres. Es lo que me han enseñado desde pequeña, y me gusta demostrar de lo que soy capaz en el campo con mis compañeros

—¡Oh, sí, sí! —Shauna dio saltitos en su asiento, activando de vuelta los reflejos de su amiga—. ¡Cuéntales cómo te fue en el primer gimnasio, Súper S! Fue impresionante, chicos. No se van a creer…

—Está bien, Shauna —Serena levantó una mano, pidiéndole espacio. Shauna, como de costumbre, le ofreció una risilla traviesa—. Ahm… Digamos que, en mi combate contra Violeta, aprendí que se necesita algo más que ventajas aparentes para salir airosa en grandes desafíos. Fue una…

—¿Cómo? —Trevor retrocedió un paso, pasmado. Alistair sintió un peso incómodo en el estómago al rememorar su propio enfrentamiento—. ¿Quieres decir que perdiste?

¿Qué? —Más que tomárselo a mal, a la muchacha se le escapó una carcajada genuina—. No, no, tonto. No perdí. ¡Pero sí que me lo puso difícil! —Volvió su atención al profesor, que barajaba un par de sobre manila—. ¡El éxito en una batalla no depende del azar o la suerte! Ahora lo entiendo mejor, creo; siempre me lo decía mi madre cuando paseábamos a nuestro rhyhorn. Todo recae en qué tan determinado estás y qué tan robusta es tu estrategia. Dos cosas que me estoy esforzando mucho por naturalizar en mi estilo, uhm…

 —Así se habla, Súper S. —celebró Tierno, dándole un pulgar arriba—. Me hubiera encantado estar ahí para verlo. ¡Espero me invites a tu próxima batalla de gimnasio!

—Heh. Shauna lo recordará por mí, no te preocupes —Serena le dio dos palmadas en la cabeza a la chiquilla, como si fuese una mascota. Shauna se apartó con un «¡Hey!», entre divertida y abochornada.

—Esa es una mentalidad de ganadores justo ahí, señorita. ¿Lo sabía? —apuntó el profesor, armonizando varios de los papeles y carpetas que peor estado tenían. Alistair tragó en seco, forzándose a curiosear las elegantes fuentes de color negro que balbuceaban títulos incomprensibles a fin de calmar un poco su mente inquieta. “Dissertation un”, “Échantillon”, “Classification évolut-

“報告書”, en la portada de uno.

En un sobre marrón.

Abierto.

—Es importante reconocer tanto tus fortalezas como aquello de lo que careces —caviló el hombre como si nada pasase. Los otros entrenadores asintieron, prestándole total atención—.  Un equilibrio entre ambos extremos es capaz de garantizar un futuro brillante para quienes están dispuestos a aprender de sus errores. Los grandes entrenadores así lo predican, ¡y yo creo en ellos!

—¿U-usted cree? —Serena se ruborizó, llevándose una mano a los labios para disimular su entusiasmo—. Es un placer viniendo de usted, profesor. M-muchísimas gracias.

Alistair se mordió el interior de la mejilla, temiéndose sangrar.

De repente, el frío de la pared se convirtió en soporte. Un ancla, si quería, a lo que se paseaba tan tentativamente delante de sus narices.

La calidez en su tacto. La empatía ensayada. La desconfianza bien oculta y la cadencia de una oración que florecía verdades dulces para los oídos, pero amargas para el corazón que yacía indefenso ante las malas hierbas de la realización.

Él, contra todo pronóstico, creía estarlas sintiendo florecer de las cenizas.

—¡Oh, por supuesto que lo creo, señorita! —contestó el profesor, lanzando esa y las demás carpetas al fondo de un cajón en su escritorio. Alistair tragó en seco, duro. Y le supo a bilis—. Esa es, de hecho, una de las razones que me hace confiar ciegamente en la corazonada que dio pie a su pequeña travesía…

Sin más ceremonias que un ademan exagerado, el profesor reveló de abajo del escritorio un modesto transportador con forma de cilindro. Las dos entrenadoras observaron el cachivache con curiosidad una vez ocupó el centro de la mesa, al tiempo en que Trevor y Tierno fallaron en disimular su estupefacción.

—¿Será esto lo que mencionó la señorita Anaïs? —susurró Trevor al otro muchacho, apenas capaz de enmascarar el temblor en su voz. El profesor, por el rabillo del ojo, les concedió una sonrisa felina.

—Ah, ¡ja, ja! Ya veo que les han reventado la sorpresa antes de tiempo —captó el hombre sin malicia. Trevor negó efusivamente.

—¡N-no sabemos nada! —fracasó en defenderse, enredando sus ademanes—. Solo nos dijo que tenía algo para nosotros, es todo. S-solo…

—Está bien, está bien. ¡No hay problema! —Sycamore se carcajeó abiertamente—. ¡Mientras más sepan, mejor! Me ahorran un poco tener que recapitularlo…

—Uh, ¿recapitular qué, profesor? ¿Tiene que ver con nuestro viaje actual? —preguntó Shauna, corriéndose al borde de su silla—. ¿O es otra cosa? ¿Qué es eso que hay en el tubo?

—¡Shauna! —Serena la reprendió con un pequeño jaloncito a sus coletas. La chiquilla lloriqueó como un growlithe regañado—. No podemos preguntar eso. ¡No sabemos si es para nosotros!

—¡Ow, pero, Súper S! Yo también quiero saber… S-si se puede, claro.

—No te preocupes, jovencita. Es todo parte de lo que les diré, sí. Si me dan un momento…

Con algo de torpeza, el hombre deshizo los seguros del transportador. Shauna y Serena, como era de esperarse, ahogaron un gritillo de sorpresa al ver qué yacía en su interior.

—Porque, ¿de qué otra forma les puedo hacer saber mi gratitud… —comenzó el hombre, apuntando solemnemente tres capsulas idénticas a las que Alistair despreció esa tarde en Acuarela—, sino es dándoles algo con lo que puedan destacarse al máximo en su viaje?

—¡Wow! ¿Son esos pokémon? ¿De verdad? —exclamó Shauna, corriendo frente al escritorio. Alistair sintió que el aire comenzaba a faltarle. Esos símbolos en la parte superior. Esa muestra…

«No es deliberado», saltó a su mente, y él apoyó su mano buena de la única cosa que le evitaba ceder al hormigueo en sus piernas.

—¿Comparten tipos con nuestros iniciales o estoy viendo mal? —Encantada por las posibilidades, Serena se colocó estratégicamente a espaldas de su amiga. Había cierta indecisión en ella, y Alistair temió sentirse reflejado en la marea de emociones que surcaba su semblante. Demasiado fuerte, demasiado abrupto.

—En este maletín tengo a tres ejemplares de pokémon muy especiales que serán una pieza clave para este nuevo y último capítulo de mi investigación —declaró el profesor—. Como ya han de saber, mi campo de especialización busca desentrañar los enigmas de aquello que motiva cambios más allá de la naturaleza de los pokémon. Cambios como… La megaevolución. ¿Ustedes, jóvenes, son familiares con el término?

Alistair se deslizó cuidadosamente mientras el grupo de amigos alrededor del escritorio daban respuestas mixtas. Algunos decían que no. Otros, con entusiasmo, señalaron conocerla.

La madera del umbral mordió incómodamente la punta magullada de sus dedos una vez el muchacho alcanzó las fauces de su jaula.

—¡Yo me he leído todos sus papeles acerca del tema, profesor! —dijo Trevor, alzando una mano como chiquillo de primaria.

—¡Muy bien! No podía esperar menos de ti, joven Trevor. —El hombre se notó complacido; táctico—. Esto que les daré no quiere decir que lo tenga todo resuelto. Que quede muy claro. Ja, ja. ¡Al contrario, diría yo! Verán, pupilos: justo ahora me son necesarias tres personas comprometidas que traigan a la vida muestras útiles de aquello a lo que le he dedicado tantos años de mi carreta. Y, por supuesto, también necesitaré a otros dos voluntarios más experimentados que se sirvan de la parte más documental.

—¡¿Q-quiere decir…?!

—En principio, tenía pensado encomendarle un pokémon a un niño de cada pueblo y ciudad de Kalos. —El hombre cortó a Trevor sin querer, tanteando una de las pokéball; la del símbolo de la llama—. Sin embargo, el destino es sabio. Debo admitirlo. Y cuando uno menos se lo espera, aquello que creemos imposible se nos presenta y nos abre no una puerta, ¡sino hasta dos y tres!

Serena se mordió el puño, luchando por contener una sonrisa emocionada.

—Estos son… —comenzó, dándole un vistazo rápido al profesor—. ¿Son nuevos pokémon? ¿Para nosotros tres?

—Uhm, ¿y qué hay de Tierno y Trevor? —inquirió Shauna con curiosidad. Trevor pareció mortificado por la pregunta—. Aquí hay solo tres. ¿Ellos no tendrán uno?

—¡Shauna! —chistó el pelirrojo, erizándose como un meowth ultrajado—. Q-quiero decir… ¡N-no te preocupes por nosotros! Somos investigadores, no entrenadores. ¡No sabría cómo excederme en los altísimos estándares del profesor Sycamore!

—Oh, ¿y yo sí? —dijo la morena, llevándose una mano a la cintura—. Solo digo que ustedes también tienen que tener alguna oportunidad de brillar, ¿no? ¡Hay que probar nuevas cosas! ¡Ya lo escucharon!

El profesor soltó una carcajada honesta. Limpia y vivaz.

Alistair, con un puño sobre el picaporte, se sintió inmundo en su propia piel.

—Confía cuando te digo, Shauna, que nadie se quedará atrás. Tengo planes para todos ustedes.

—¿Qué hay en cada una, profesor? —preguntó Serena, atrayendo de nuevo la conversación a lo que más le interesaba—. Se parecen un poco a las que usted nos entregó con nuestros iniciales, pero… No podría ser. ¿Verdad?

—Ja, ja. Bueno. ¿Qué harías si te digo que sí, jovencita? —El profesor infló el pecho con orgullo—.  Con ayuda de unos colegas en Kanto, logré hacerme con tres de los ejemplares más representativos de la región. Por lo famosos que son, ya deben estar familiarizados con ellos. Y, ¡oh! Para lo que tengo entre manos, ¡me vienen como anillo al dedo!

—¿E-en serio? —Serena abrió mucho los ojos, mirando las pokéball con mayor atención—. Eso… Eso quiere decir…

Y Alistair salió de la oficina, incapaz de contener los hórridos fantasmas que tremolaban sus huesos. Zarzas, fuego y maleza, al igual que esa noche. Como esa noche, y como muchas de las que vinieron luego de ella, entrelazándose en sus recuerdos con la fuerza de garras hechas voces y maldiciones vueltas cántaros de aflicción.

Instintivamente, su mano buena cayó sobre su pecho. Su corazón latía con fuerza, lo que no era ni bueno ni malo. Estar vivo no era lo mismo que sentirse así. Él, para la miseria de quienes lo perseguían, seguía debatiéndose si lo estaba. Si era capaz de estarlo luego de todo lo que le habían hecho y le hicieron pasar.

¿Qué era esto?, se preguntó sin voz, porque era físicamente incapaz de hacerse una nueva: Arrebatárselas de sus manos callosas e intenciones podridas. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué quieren de él? ¿Qué piensan lograr?

Hōkoku-sho, leyó en su título. Sangró en su mente.

Informe. Información. Informado.

Qué tonto, Alistair, maldijo para sí, jalándose con fuerza el fleco.

Qué ingenuo. Qué inepto.

Él hombre… lo sabía. Claro que lo sabía.

Ellos se lo habían dicho, de seguro. Y él lo vio, sin dudas. Él, el hombre, el profesor Sycamore, lo supo al instante en que lo vio. En que inocentemente pisó la región y maldijo con su rechazo todo lo que fue de él.

La carta que le dio. La alimaña que le regaló. La forma en que sus ojos

—No vas a escaparte tan fácil —Alistair inspiró, sintiendo que se ahogaba. Había un olor a incienso, a perfume, que no supo localizar. ¿Presente o pasado? ¿Rosas o caléndula?—. No hagas que nos arrepintamos…

Como alimentado por una corazonada, el muchacho rebuscó tímidamente en sus bolsillos. ¿Qué buscaba ahí? No lo supo al instante, porque ellos se habían llevado eso también. Cuando supieron que lo tenía, cuando lo vieron acariciarlo para calmarse, su confort, su calidez, su plata y su frío…

«Llámala», royó su mente como un mal recuerdo. ¿Por qué?, cuestionó el silencio, consciente de lo imposible que era su pedido. ¿Qué haría ella por él? Su madre… Su madre, madre, madre. Já, ja… «Ja, ja, ja». ¿Qué encontraría ella en su desastre que él mismo no desechó? ¿Qué ellos, todos ellos, mancillaron?

Concéntrate, idiota.

Lucha por ella, incitó su miedo, con un nuevo rostro en mente. Un faro a tierra.

El precio de la verdad tras ese anzuelo.

—Cállate. —Alistair se abrazó con fuerza, rezando porque la agonía en su mano izquierda se trasladase a todo su cuerpo. Que lavase las enredaderas y el picor seco de sus demonios—. Cállate, cállate, cálla…

—¡¿Ah, sí?! ¿Pues veamos cuál es más…?

La puerta de la oficina se abrió y cerró sin que él participase en ello, escurriendo las voces de un interior tan lejano, pero tan conocido y familiar que le revolvió el estómago.

—Ah, mon Dieu! —La infame sonrisa de su torturador abrió nueva heridas en sus palmas; Alistair bajó los brazos por mero instinto, enterrando las uñas tan fuerte como su falta de voluntad para escapar le dejase—. Supongo que no fuiste lejos, ¿hm? ¿Todo bien por aquí?

A pesar de las maldiciones que se cocían a fuego lento bajo su lengua, el muchacho no contestó, limitándose al latido de privacidad que le otorgó su fleco andrajoso. Si el hombre no podía ver su horror, no podía actuar sobre él. No tenía el poder.

—Supongo que uno, de vez en cuando, también necesita un poco de tiempo para pensar —susurró el profesor con tono conversacional. Alistair lo sintió removerse a su lado, como si se metiese las manos en los bolsillos de su bata—. Puedo entenderlo, ¿sabes? Hah… Disfrutar la atención no equivale a desearla todo el tiempo. ¿No?

El muchacho, de nuevo, se tragó las palabras. No había por qué. No tenía por qué hacerlo. No cuando Sycamore, sitiándolo en su fortaleza, había sabido dejarle muy en claro quién tenía el poder.

—Hmph… Sí. Es natural, como te digo. —El hombre suspiró, tan falso y mecánico, en su perspectiva. «Lastimero»—. Sin embargo…

Con un movimiento rápido, el profesor Sycamore tomó su mano buena y depositó en ella una cápsula con el símbolo del fuego.

El muchacho no tuvo tiempo de reaccionar, camuflando el horror de su expresión con lo que cualquiera podría llegar a malinterpretar como un chispazo estupefacto.

—No dejes que un pequeño momento de inseguridad arruine las buenas experiencias —aconsejó el hombre, y se volvió hacia la puerta de su oficina. Alistair sintió la pokéball arder como la bestia que dormitaba en su interior—. Eres joven, Alistair. Y me siento orgulloso de que hayas llegado hasta aquí pese a las circunstancias.

Y Sycamore…, sonrió. «Sincero». Emocional.

—Sigue con el buen trabajo, muchacho —dijo, con una mano puesta sobre el picaporte. Sus nudillos estaban pálidos, al igual que los que Alistair—. Tienes un gran futuro por delante. Muchas oportunidades que aprovechar.

«No hagas que nos arrepintamos».

Notes:

El laboratorio de Sycamore siempre me pareció de los más bonitos e interesantes de los juegos (hasta la octava gen). Acostumbrada como lo estaba a una casa con un par de máquinas y libros, fue un lindo detalle que mínimo le diesen uso a los otros pisos.
Aunque, dicho sea: nunca me gustó mucho eso que te regalasen los iniciales de Kanto apenas tener una sola medalla. Hasta ese punto, en mi experiencia personal, los pokémon iniciales eran un compañero sagrado. A los trece años fue divertido tener dos pares, pero... ¿Luego? Eh, quizá no tanto (?) (Aunque las megas estaban geniales).
Como sea. Ecribir este capítulo fue largo y tendido. Dependí de dos versiones con dos intenciones completamente distintas para llegar a términos con él. No diré que es mi capítulo favorito, pero hay muchas cosas que me causan emoción personal cuando pienso en ello.
Shoutouts para Anaïs (OC) por ser un sol y pasarse la burocracia por donde no da el sol. Más gente como ella en los entes públicos, por favor. Y también shoutouts para Sufjan Stevens por ser el soundtrack de todas las veces que me siento a corregir los crashouts de Alistair.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 17: En las sombras

Summary:

No por primera vez, Lucas se siente entre la espada y la pared.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Lucas inhaló con fuerza, contuvo por uno, dos, tres latidos, y recibió de brazos abiertos la posibilidad de que el tufo acre de la ciudad lavase lo peor de los jalones y puntazos que auras voraces imponían contra su pecho.

Para un cachorro sin entrenamiento en el arte de la percepción, regularse de aquello que contaminaba la energía de los demás no solo era una tarea titánica, sino imposible. El Maestro solía decírselo cuando de sus labios era farfullada la excusa de no poder asistir a los entrenamientos por sobrecarga emocional. «¡Carroñeros demasiado sensibleros para su propio bien! —decía, o más bien reclamaba, a los pies de su nido—. ¿A quién creen que engañan? Son todos unos perezosos».

Y, si Lucas lo pensaba bien, ¿acaso no tenía razón? Su linaje nunca tuvo una conexión real con los talentos que hallaban gracia con el tipo psíquico. ¡Al contrario! Lo único que los diferenciaba de, no sé, un humano con talentos excepcionales en la lectura de sus alrededores era la capacidad de sentir lo que otros catalogaban de invisible: la energía, los sentimientos y todos los maravillosos colores aceitosos que revoloteaban sobre el aura de los seres vivos.

Quizá era por eso que muchos otros seres inteligentes lo catalogaban como una debilidad… La combinación de una mente capaz de sentir, pero incapaz de actuar con algo más que la fuerza y el poder crudo de una especie que nació para combatir. Un linaje que se vio obligado a sucumbir a la barbaridad de su temple de acero para sobrevivir en un mundo donde los sentimientos ajenos eran vistos como ventajas. No como virtudes o regalos que atesorar.

—Así que… —Flabébé flotó con cuidado hacia su hombro luego de un silencio particularmente pesado. La curiosidad en sus pequeños ojos marrones era palpable, al igual que el chispazo de compasión que Lucas atrapaba cada tanto a contraluz del ocaso—. No viste nada de nada.

—Me atrapó en la pokéball antes de que pudiera reaccionar —explicó, trazando con sus garras las costuras del bolso. Si palpaba en los lugares correctos, podía llegar a concebir la forma redondeada de la otra cápsula. Una con la que él era familiar—. No pude ver a tus hermanas, flabébé. Lo siento mucho.

«¿Sabrá algo de lo que va a pasar?». Un aguijonazo en el aire hizo que sus sensores de aura se estremecieran. Las imágenes de lo que sucedió fuera del laboratorio, acorralados en ese mismo callejón, amenazaban con revolverle el estómago. Lucas siempre había sido capaz de tener una buena aproximación de las personas. Leer aquello que las palabras no decían. Y… con el chico…

¡SAL, RIOLU!

La pokéball del cachorro había temblado en las pálidas manos de su entrenador. Él lo sabía, porque aun cuando salió, todavía lo hacía. Un temblor tan familiar, pero a la vez extranjero y peligroso a todo lo que le vio capaz de hacer en ese estado.

—¡Q-qué pasa, s-señor! ¿Qué pa…?

—Esta noche… —escupió el muchacho, constriñendo el nudo en su garganta—. Esta noche vamos a atacar. ¿Me entiendes?

Y Lucas abrió mucho los ojos, porque ¿qué otra cosa podía hacer?

Qué más podía esperarse de él cuando el muchacho señalaba directo al edificio donde pasó toda la tarde haciendo quién sabe qué.

«Y tú, bastardo… Tú me vas a ayudar a hacerlos caer».

Lucas abrazó sus rodillas, deseando que los monstruos en sus tripas se trasladasen a la mochila. Él lo había visto en sus ojos; la rabia, el miedo, la impotencia… Traducir eso a un evento en concreto era casi imposible cuando él mismo presenció la forma en que el muchacho cambiaba de máscara tan rápida como peligrosamente. En un momento, podía ser un cretino abusador que utilizaba solo las palabras más filosas. En otro, podía agarrar a su compañera del cuello y amenazar con incendiar las esquinas donde ocultaba su fealdad del mundo.

Pero… Otras veces, como aquellos días que pasaran merodeando Novarte sin dirigirse ni una sola palabra, él vería a través de sus silencios y aura pesada la cara más letal del joven humano. La resignación, el dolor y el miedo, capaces de alimentar las llamas más peligrosas de todo incendio. Cenizas que, nacidas de fuegos anteriores, no tendrían el más mínimo miramiento con hacer suya la tierra de quien retara su inclemencia.

En cierta parte, descubrir que esa noche se tradujo dos días luego del incidente lo calmó un poco, sobre todo porque el muchacho no volvió a ese estado meditabundo dedicado a estudiar las calles y rincones de un mundo al que despreciaba profundamente. También le alivió que scatterbug no estuviese cerca para presenciarlo, porque a pesar de que ella parecía estar más familiarizada con los cambios drásticos de su entrenador, había algo en toda esa situación no dicha que, sabía, solo lo empeoraría todo. No para el muchacho o su nueva compañera autoimpuesta, en todo lo que respectaba ese otro embrollo donde se metió ni bien puso una pata en la Senda del Parterre («¡Adoras tener la nariz en los problemas, Lucas!», diría su hermana, y él no podría hacer más que darle la razón); sino para él, que todavía indeciso en todas las auras que se revolvían a su alrededor, todavía era incapaz de llegar a términos con lo que marcó aquel encuentro en la Pista, tan presente en su consciencia.

—No sé si sea capaz de ayudarte más —farfulló para sí, apoyando la barbilla de sus rodillas. ¿A quién iba dirigido ese susurro? No lo sabía. No quería hacerlo. Sin embargo, aunque tenue, el cachorro fue capaz de percibir la energía del pokémon tipo vibrando fuera de los muros metálicos de la pokéball. Su sentido del aura era particularmente fuerte, razón por la cual los murkrow insistían que esa era la razón del por qué se negaba a pelear. Demasiado cobarde a lo inexistente para evitar los golpes de aquello que sí podía ver.

No tengo el poder.

—Oh, pero… No te sientas triste, señor perrito. —Sacándolo de sus pensamientos, flabébé le alzó el mentón con una de sus vides. Si había escuchado o no su lloriqueo, no dio señales de que le importase. En todo caso, Lucas la vio sonreír, brillante y traviesa como la primera vez. Y aunque él se obligó a hacer lo mismo, no halló la fuerza—. Dijiste que hoy era el día, ¿no? ¡Ahora sí de verdad! Yyy, como volveremos esta noche, ¡yo puedo ayudarte a buscar!

Lucas tornó las orejas, sintiendo sus sensores de aura temblar por malsana anticipación.

—Cómo… ¿Cómo lo harías? —susurró, en un intento por lavar la aprehensión de su tono. Ella no lo merecía. Tenía problemas mucho más grandes e importantes que él. No podía imponerle ese peso también—. N-no solo porque él no parece quererte cerca. Ya no solo hablamos de una travesura como dejarte entrar a la ciudad, flabébé. Es algo… más. ¡Y-y puede ser peligroso!

«No quiero que te hagas daño tú también. Por mí», pensó, sin el valor para darle voz. Qué patético.

—¡Oh, no te preocupes por eso, señor perrito! —Flabébé dio una vuelta, llevándose una patita al corazón—. Adelantarse a los hechos es algo que hacen los cabezas huecas. Y tú no eres un cabeza hueca, ¿o sí? Además, ¡estoy segura de que necesitarán mi ayuda! Ji, ji. No es por presumir, pero… Tengo una corazonada. —dijo, y guiño un ojo. Lucas tragó en seco.

—Suenas demasiado confiada para no tener ni idea de a dónde nos meteremos —masculló, mordiéndose la lengua. No. Él no podía pensar así. Flabébé le estaba demostrando exactamente lo que debía hacer: ser valiente. Útil. ¿Por qué no podía verlo así? Oh… ¡Qué agotado estaba de todo!

—Deja de apretujarte la cola como si quisieras hacerla jugo. —Sin preverlo, flabébé le dio un pinchazo a su pata izquierda. Lucas chilló, y, en efecto: estaba a punto de apretujarse la cola. ¿Ya había llegado a ese nivel de estrés? ¿Tan pronto?— ¡Todo va a salir bien! Pfft. No es como si hubiera sabido qué me esperaba al entrar aquí, ¿verdad? ¡No es muy diferente a toda esta pequeña aventura!

«Está mintiendo», chispeó en su aura de repente, y Lucas alzó las orejas con sorpresa. Flabébé debió interpretarlo como un acuerdo absoluto a su diatriba, porque le ofreció otro de esos giros y sonrisas pícaras que tanto parecían caracterizarla.

—¿Ves? Todo bien. No estarás solo en esto, señor perrito —dijo, y se llevó las patitas a la cintura—. Mete eso en tu tozuda cabeza de perrito azul.

—Su… Supongo —balbuceó, decantándose por clavar la mirada al suelo. Si continuaba mirándola, sus óleos fragantes lo marearían—. —Aunque… Igual. Preferiría que te quedases a una distancia prudente —masculló. ¿Qué iban a hacer adentro, siquiera? ¿Iban a pelear? ¿Iban a escabullirse? Su estómago dio un brinco desagradable de solo pensarlo. Otra vez, rompiendo una de las reglas fundamentales de su clan porque nunca supo decir no—. No sé qué nos espera ahí. Por la forma en que lo dijo, sé que nada bonito. No quiero poner a nadie más en riesgo innecesario. No cuando tienes que estar bien para encontrar a tus hermanas.

—Hmph. Me subestimas, señor perrito. —Flabébé se volvió hacia la calle, espiando a los humanos que pasaban muy cerca de su escondrijo sin notarlos—. No soy una flor delicada. Puede que lo parezca, pero puedo valerme por mí misma, ¿no? ¡Mira nada más como no me han atrapado!

—Uhm. Pero… ¿No querías que te atraparan? —Lucas debió morderse el interior de la mejilla para no sonreír cínicamente. Flabébé, sabiendo por donde iban los tiros, se apoyó despreocupadamente de su flor.

—Así es. Porque yo quiero. Esa es la única forma en la que pueden acercarse. —Flabébé levantó una garrita con suficiencia—. ¡Quizá no sea la más rápida, pero sé defenderme bien!

Inconscientemente, Lucas sonrió. Esta vez más genuino. Algo en esa pequeña florecilla le recordaba a su hermana pequeña. «¿Lo cabeza hueca?». Hm, no. Su determinación, quizá.

—Ahora que lo mencionas, ¿qué fue ese polvo extraño que lanzaste cuando nos atacaron? —preguntó, ansioso por despejar su mente de más cuestiones incómodas—. Nunca lo había visto, pero… Fue doloroso. Aunque olía bien. Un poco picoso.

—¡Oh! eso es mi viento feérico —reveló la pokémon, flotando de vuelta a las sombras de su escondite—. Verás, cuando siento peligro, puedo cargarlo en mi flor. A muchos pokémon noctámbulos no les agrada. En especial a esos pájaros negros horrendos que tanto molestan el jardín de noche. —Flabébé hizo un sonido de asco—. Mis hermanas lo llaman “una tormenta de arena rosa que duele cuando respira”. Imaginarlo así es la mejor forma de sacarlo. ¡Ah! Y te pica la piel, sí. Mucho más si eres débil. ¿Tú eres débil, señor perrito?

—¿Una tormenta de arena rosa? —Lucas miró con atención los pétalos de la pokémon, esquivando deliberadamente su última pregunta. Flabébé frunció el ceño, pero no reclamó. El color rojo de su flor no le perdía pista al arrebol sobre sus cabezas, única fuente de luz en la calle. Hm… Era raro que la calle no se hubiera iluminado todavía con el brillo artificial de las farolas. ¿Sería diferente a Novarte? ¿Cada sitio tenía sus maneras, al igual que la Pista?—. Es como… ¿Una tradición? ¿Una habilidad en cada una de las flores? —dijo al cabo, extendiendo una para para acariciar los pétalos—. Algo generacional, podría decir… ¡Ay!

—¡No toques mi flor! —La pokémon retrajo su vide luego de pincharlo—. Es grosero, señor perrito. Y… No sé qué es eso que dices, pero todas las mayores saben cómo hacerlo —concluyó, encogiéndose de hombros—. Ellas nos explicaron que, al salir del cascarón, la flor que escojamos para habitar será capaz de hacerlo. Pero queda de nosotras prestar atención perfeccionarlo. Ji, ji~ ¡Aunque a veces me distraía!

Lucas se sobó el dorso de la pata, notando el cálido toque de la nostalgia en su pelaje. Aquellos eran buenos recuerdos para flabébé; su aura así lo dictaba. Tal vez las manadas salvajes no eran tan diferentes a cómo se construía su clan. Una familia.

—¿Piensas que puede hacerlo bien? —curioseó, ladeando la cabeza. Flabébé miró su flor y luego él, sin poder ocultar una sonrisa traviesa.

—¿Aún tienes dudas? —La pokémon se puso en guardia, lista para una demostración. Lucas se cubrió con el bolso cuando la vio erizar los pétalos.

—¡P-preferiría que no, heh…! —admitió, nervioso. Flabébé sopló el núcleo de su flor con aparente satisfacción—. L-lo decía porque, cuando nos atacaron, fue una explosión bastante fuerte. ¡Todavía me pica un poco la garganta!

—Por eso digo que podrías necesitar un poco de esto —Flabébé revoloteó muy cerca de su rostro, tocándole la nariz con los pompones de polen—. No eres muy bueno peleando. Con ese perrito grande me hice una idea. Pero… Quizá, si trabajamos juntos, podría utilizar mi viento feérico para que otros no te molesten. ¡Como ese niño malo y rubio!

—Heh. Bueno… —Lucas se cubrió el hocico, camuflando una mueca—. P-preferiría evitar confrontaciones. No veo el sentido de pelear cuando hay maneras fáciles de resolver las cosas.

—¿Huh? —Flabébé ladeó la cabeza—. ¿Y eso por qué? Si estamos hechos para pelear, ¡no para hablar! Sino, ellos nos entenderían. —Señaló fuera del callejón; a los transeúntes y sus conversaciones ininteligibles—. ¡Por eso es que somos mejores~!

«¿Y qué pasa si no pienso así?», dudó, no por primera vez. Decirlo en voz alta era casi tan vergonzoso como saber que el pensamiento todavía rondaba su mente, por lo que guardó silencio. Flabébé, liada quizá por cómo temblaban sus sensores de aura, cortó distancias una para examinarlo.

—Asumiré que crees que no eres mejor que ellos y no que dudas de mí —dijo, entrecerrando los ojos. Lucas sintió las orejas calientes de vergüenza.

—Es solo que… —El cachorro tragó en seco, incapaz de armarse con una excusa convincente.

Por un momento, él se sintió tentado a intentarlo; tomar la cápsula y preguntarle a scatterbug de qué lado estaba. Algo le decía que apoyaría a flabébé, luego de conocerla. Su filosofía de hacerse fuerte y demostrarlo sin importar cuán poderoso fuese su rival encajaba bien con la pequeña pokémon flor y su instinto presto para la batalla. Siempre presta a emoción de la lucha y el azote de adrenalina que llamaba lanzarse de lleno al peligro. Sin importar…, lo que le había dicho mientras luchaba contra ese surskit, asediado por la mirada hambrienta de ambos entrenadores.

¡Hazlo por ellos, Lucas!

Lucas apretó el puño contra el bolsillo delantero. Ya no podía mentir. No podía echarle la culpa por siempre al viento feérico, al miedo que sentía por el muchacho o al terror que sintió bajo los reflectores en aquel combate tan nefasto. Había muchas cosas que estaban mal con él, y scatterbug, sin indagar más allá de la superficie, desentrañó las peores. Su cobardía. Su debilidad. Su verdad.

Nadie era mejor que nadie, pero él era el peor de todos al ser incapaz de cumplir con lo mínimo.

—¿Señor perri…?

—No quiero que te lastimes por defenderme, flabébé —musitó el cachorro, bajando las orejas—. No vale la pena.

Flabébé guardo silencio, transformando sus chispeantes ojillos traviesos a una mirada ininteligible. Tan extraña y… lastimera. 

—Eso es imposible, señor perrito —dijo ella, y Lucas sostuvo su cola sin fuerzas—. No porque sea intocable. Nadie lo es. Ni siquiera el pokémon más fuerte del mundo, como… Eh… ¡S-sino porque somos un equipo! —exclamó, con energías renovadas. Lucas no pudo sino mirarla con extrañeza—. Y eso es lo que los compañeros de equipo hacen cuando enfrentan problemas, tu vois?

El cachorro inspiró con fuerza. No por cansancio o exasperación. Solo… ¿Compañeros?

¿Era él un buen compañero?

—Riolu.

Demasiado extenuado para llegar a términos con la respuesta, Lucas dejó que el frío de la realización erizase su pelaje. El muchacho dobló la esquina y le hizo frente a ambos pokémon.

—Ya casi es hora, cachorro —dijo Alistair, su entrenador, ajustándose un gorro de lana oscuro—. Despídete de tu amiguita y muévete. No tenemos toda la noche.

La falta de luz artificial no lo hizo evidente al instante, pero Lucas fue capaz de discernir un color diferente en el cabello del muchacho. Un tono que se asemejaba más a los colores de la tarde que al rubio casi blanco de su primer encuentro.

—¡Oye! —Flabébé voló hacia Alistair, inspeccionando su nuevo corte. El muchacho la apartó de un manotazo—. Hm. ¡Ya no parece rubio, pero es igual de malo! ¿Seguro que este es tu niño?

Lucas tragó en seco y le extendió la mochila a su entrenador. Alistair la tomó y abrió la marcha hacia el corazón del boulevard sin decir más. El cachorro lo siguió, procurando no tropezarse con sus propias patas.

—Guarda las distancias, ¿está bien? —le susurró a flabébé, más severo—. Es mejor no molestarlo. Te llamaré cuand…

—Ji, ji. ¡Qué lindo, señor perrito~!

A su lado, flabébé alzó el vuelo, mariposeando junto a las flores y enredaderas ornamentales que llovían desde las ventanas de los edificios. Lucas podría jurar que el color carmín de su flor perdió brillo, como si diluyese su cuerpo entre las demás plantas. ¿Una habilidad de su especie? O quizá parte de su encanto mágico…

—Qué lindo que creas que te voy a perder de vista —dijo, y tentó una sonrisa traviesa—. ¡Que no se te olvide: somos un equipo!

Y así, robándole el chance de replicar, la pokémon desapareció sin más rastro que un aura su deseosa de aventura.

Notes:

El hecho de que Lucario no sea tipo psíquico parece ser tópico curioso en la comunidad. Según lo que investigué, las opiniones están divididas: algunos dicen que tiene lógica que no lo sea por cuanto el psíquico se asocia más con la "magia" o habilidades de esa vibra. Otros dicen que debería serlo porque sentir el aura de otros va por esa onda y que Lucario naturalmente aprende varios ataques psíquicos. En lo personal, siempre me gustó su combinación de tipos. Mi único reclamo es que debería aprender ataques cool de acero a niveles razonables.
Con relación al capítulo: es un capítulo de Lucas. Yay.
Esta parte me atrevo a decir que es muy Lucas-centric, por lo que pregunto: ¿qué opiniones tienen acerca del personaje? A mí me gusta escribirlo, aunque a veces me da dolores de cabeza. Supongo que no es muy diferente a cómo se siente su familia respecto a él (?).
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 18: Acechante

Summary:

Alistair se prepara para atacar.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Alistair repasó mentalmente todo lo que tenía a su favor mientras echaba un último vistazo cargado de odio al salón de belleza. ¿Noche oscura? Perfecto. ¿Ropa oscura? Cambiada ni bien salió del laboratorio de Sycamore. ¿Desprecio al sistema capitalista por los tres mil pokedólares que le robaron en la peluquería? Oh. Si de contar sus motivaciones hablaba, esa debía estar entre las primeras, si no la más mezquina, pues ya no solo se trataba de una medida extra para garantizar que su plan estuviese blindado por todas partes. Este era un asunto de orgullo. De una costumbre marchita y de saber lo bajo que había caído para tener que recurrir a las manos de una desconocida en busca de ayuda. Porque, ¿qué demonios se creían todos en esa ciudad? Con sus precios inflados, sus ínfulas de grandeza, su supuesta experiencia en el cuidado de algo tan preciado como su cabello…

«No, no». El muchacho negó con la cabeza, pateando una lata vacía. Entre las sombras de un callejón, el chasquido del aluminio ahuyentó patéticamente a un meowth que se acicalaba sobre un contenedor de basura.

Aquel no era el momento para distraerse con cosas triviales. Lo que auguraba su noche no era ningún juego de niños. Como alguien que se había preparado mentalmente para las circunstancias, lo sabía. Maldita sea que lo sabía. ¿De qué otra forma podría mantenerse cuerdo desde que puso un pie fuera de las malditas jaulas de cemento y espejos falsos? En el peor de los casos, subestimaba sus habilidades. En el mejor de los casos, saber qué quería y qué debía lograr para hacerles justicia debía bastar para hacer un trabajo decente. Haberle prometido la libertad había sido su primer error y él se los haría ver poco a poco, comenzando desde abajo cual criatura maltratada. El mismo papel que tanto disfrutaban de verle jugar.

Alistair, siempre capaz de ver a través de las grietas en sus grises y feas máscaras, tenía la ignorancia de sus rivales como viento afín de lo que quería. Estar debilitado tanto de mente como de cuerpo no significaba mucho cuando él había sabido reconocer desde un inicio las mentiras que se tejían bajo cristales polarizados y sonrisas hipócritas. No importaba quién fuese o con qué intenciones se le cercara, él lo sabía. Por ello, la osadía de aquel hombre le había parecido escandalosa. Tan obscena y sagaz.

¿Qué demonios se pretendía al barajar frente a sus narices algo tan delicado? ¿Creía que no se daría cuenta? ¿Qué no entendería las palabras que tantas noches embrujaron sus pesadillas?

¿Acaso el gran Sycamore, profesor de profesores y mente brillante de su generación, pensó que él vería sus garras expuestas y las tomaría como una invitación a cooperar? El hombre era más estúpido de lo que daba crédito si pensaba así. Alistair no lo creía del todo, sin embargo, por mucho que le facilitase las cosas. Si algo aprendió de los moteles baratos y el olor quemado, era que las máscaras debían engañar a quien las portaba para funcionar. Por esa razón, donde otros veían un desliz inocuo, quizá algo malintencionado de raíz, su instinto reaccionaba al bien conocido ton de una amenaza camuflada con el deseo implícito de sumisión. Congélate, como lo has hecho hasta ahora, y se te perdonará la vida.

Sin las miradas quisquillosas de sus torturadores… Sin las reglas y etiquetas que lo protegían de cara al público, el ácido del miedo difícilmente sería capaz de corroerle las entrañas. Él ya no era un maldito niño asustadizo. «No ahora, no más». Y, para quien había experimentado de primera mano el estar sembrado al suelo como un deerling frente a las luces, el picor seco que constreñía su deseo de caer arrodillado y aceptar el futuro incierto que quisieran imponerle sus torturadores solo podía significar una cosa: ese era el momento óptimo para demostrar cuán fuerte podía morder la mano que le constreñía la garganta, y solo un tonto débil que dudaba de cuánto valor tenía su vida robada era capaz de vacilar.

Sobre mi puto cadáver.

—Y qué hace él con eso, de todas formas… —masculló para sí, dando otro cruce abrupto en un callejón vacío. Los cuerpos de seguridad, aunque incompetentes y dispersos, no habían parado sus rondas en el corazón del bulevar desde la caída del sol. Aquel acontecimiento por sí solo no bastaba para amedrentarlo en su misión. No obstante…

Riolu, que lo había esperado pacientemente junto al establecimiento, chocó contra su pierna y soltó un gritillo patético mientras se sobaba la nariz

—Escúchame, perro imbécil. —Alistair inspiró con brusquedad, echándole un vistazo mortal al pokémon—. Te lo diré otra vez porque, aunque no lo creas, estoy de humor: ¿crees que podrías tener más cuidado? No voy a pensármela dos veces en patearte el culo fuera de la ciudad si sigues estorbándome.

Riolu erizó su corto pelaje azul, negando con efusividad. Enviarlo a su pokéball ya no era opción. Alistair se había comprometido demasiado con la fachada de dar un paseo nocturno y no cambiaría de planes solo porque el cachorro era molesto. Si alguien lo atrapaba metiéndose donde no debía, aquella mentira tan preciada florecería para sacarlo de aprietos. «¡Se distrajo con algo, oficial! Quise atraparlo, pero no me fijé dónde me llevó». No sería la primera vez que pasaba, ni tampoco sería la última. Era tarde para arriesgarse a probar algo nuevo. Tarde en tiempo y tarde para la mente de alguien que no hacía más que seguir malas costumbres cicatrizadas entre los años de encierro e indecisiones.

«Hmph… La mocosa no mentía cuando dijo lo del apagón». Alistair se ajustó el cuello alto de su chaqueta, dando un largo vistazo a la calle. Toda la zona sur de Luminalia estaba a oscuras, con apenas el fuego de las velas y un par de pokémon autorizados que encubrían la miseria de la ciudad. Todavía no se sabían las razones detrás de los apagones, pero al muchacho no podía importarle menos. Era suficiente saber que, para ese día y ese ciclo de apagones, el laboratorio del profesor sufriese de luces bajas. «No un apagón total —como cuchicheó la mujer del salón—, pero sí lo suficiente para que los pokémon de la planta descansasen».

—La gente critica mucho, pero lo entiendo ¿sabes? —había susurrado, dando los últimos retoques su nuevo corte de pelo. Bob largo, según recuerda haber leído del catálogo. Alistair sintió que podía hacerse el mismo puto peinado si le daban el tiempo suficiente y un baño público sin mucha mierda en las paredes—. Es un centro de investigación muy importante. Mi esposo dice que no los pueden dejar a oscuras. ¿Qué hay de los pobres pokémon que viven ahí? Lo mismo con el Centro de Rehabilitación. ¡Sería injusto, digo! Hasta un poco inhumano…

—Mi madre dice que la empatía es algo difícil cuando no se duerme bien —le contestó, con la intención de llenar el vacío que las tijeras y los chismes aburridos de la mujer no compensaban. A decir verdad, no sería él quien se quejara de ver a la brillante capital de Kalos en peor estado que una de esas ciudades abandonadas que contrastaban poderosamente con el espíritu paradisiaco de Alola. Había algo de justicia kármica en todo eso, y él se permitiría sonreír un poco al soslayo del pensamiento.

—Hah. ¡Cuánta razón tiene tu madre! —suspiró la mujer, quitándole la capa de peluquería—. Por eso siempre digo que hay que ser la versión más brillante de nosotros mismos. Dar un poco de luz, ya que tanto nos falta. Ja, ja.

Alistair se mordió la mejilla, conteniéndose de soltar un comentario fuera de lugar. Los comentarios de la mujer debían ser sardónicos; él había visto a mínimo tres ratas eléctricas autóctonas de la región potenciando los aparatos de su local. Pero, ¿quién era él para juzgar a otra buena samaritana que se cagaba en las reglas para su beneficio? Aquella era una mujer lista, debía admitir. Y a pesar de los precios desorbitantes, había hecho un buen trabajo con el cambio de imagen. Entrar y salir del laboratorio sería pan comido bajo el velo austero de la noche. Ahorrar electricidad era muy importante. Por ello, aparatos de seguridad como cámaras y sensores debían estar desactivados. Sin contar el hecho de que los guardias debían estar más ocupados espantando vagabundos o pokémon callejeros muy confiados, ¿cuál era la probabilidad de que explotaran laboralmente a un solo hombre para la tarea? «Muy alta, de seguro».

Sin más testigos que las pesadas nubes de lluvia sobre su cabeza, pronto ese sobre manila del demonio estaría ardiendo en algún bosque para mantenerlos cálidos. Lo único que tenía que hacer era cerrar el pico y ser útil. Útil para sus planes y útil para sí mismo.

—Muy bien, pulgoso…

Con la certeza de haber burlado exitosamente al último policía de la zona, Alistair se hizo lugar en uno de los tantos callejones adyacentes al prístino centro de investigación. Riolu siguió con atención sus movimientos mientras rebuscaba sus herramientas en la mochila. A diferencia de sus acostumbrados escapes en la casa de verano, esta vez no contaba con ganchos de ropa o sábanas sucias para ayudarlo a escabullirse. Lo más cercano que halló en los dos fugaces días de preparación había sido un par de guantes de tela que se los colocó al instante, y tres ganchos para cabello que birló del baño de mujeres en el Centro Pokémon. Fuera de eso, solo Arceus en lo alto sería capaz de ayudarlo al poner en su camino otras chucherías aprovechables. Nada mal para su primera travesura en dos años.

—Escúchame bien porque sé que los de tu clase entienden sobre estas cosas —farfulló el muchacho, cuidando la cadencia en su amenaza. Riolu tragó pesado, pero no rechistó. Sus almohadillas se sintieron frías y sudadas cuando Alistair le tomó de la muñeca y le entregó las horquillas—. La ventana allá arriba, ¿ves?

Alistair señaló hacia el primer piso del laboratorio. Los edificios vecinos guardaban cierta distancia que, para un humano, sería imposible de sortear. No obstante, para un pokémon salvaje con instinto de escalada, aquello no sería más que un juego de niños. Él confiaba en que las pequeñas garras y pinchos en desarrollo del cachorro fuesen suficiente para adherirse a los ladrillos de piedra clara y trepar sin problemas hacia los alféizares desconchados.

—¿R-rio…?

—Sí, muy bien. —Alistair chasqueó los dedos frente al pokémon, robándole un saltito—. Necesito que entres a una de esas ventanas, ¿de acuerdo? Las abrirás con las horquillas que te di, y… No. No me mires como si no supieras cómo. Eres literalmente un perro que lee mentes, ¿de acuerdo? Puedes hacerlo. No eres bueno peleando, pero eres inteligente. No quieras hacerte el modesto ahora.

—¡R-riolu! —El cachorro chilló entre indignado y molesto. Alistair le tapó el hocico con una mano enguantada.

—¡Cállate! —chistó, dirigiendo un vistazo rápido a la calle—. Si nos atrapan, juro que… —se mordió la lengua casi por instinto. No. Él tenía que centrarse. «Vamos, Alistair. Por amor de Dios»—. Okay, escucha. Te lo dejo pasar por ahora, pero no me retes, ¿de acuerdo? Ni siquiera te toca hacer la parte más pesada.

—Rio… ¿Riolu?

Bajo la mirada atenta del cachorro, Alistair sacó su única otra pokéball con algo de provecho adentro. Riolu observó la capsula con una mezcla de miedo y negativa. Sus pequeños puños se cerraron con fuerza.

—Sí… Ya captaste la idea, ¿no? —inquirió, sarcástico. El riolu esponjó su cola nerviosamente mientras Alistair fallaba en disimular una sonrisa—. Cuando llegues abras la ventana, vas a sacar al bicho de aquí y le dirás que ate sus hilos pegajosos en alguna pared o algo, para que soporten mi subida.

—R-riolu…

—¡No! —Alistair cortó su sollozo con un pellizco a la nariz. Riolu saltó cómicamente fuera de su alcance—. Óyeme bien; sé que él te entiende. Vi lo que hizo contigo en el gimnasio de la zorra cazabichos. Porque ¿crees que no lo sé? ¿Qué te dejaste derrotar para que scatterbug finalizara tu trabajo? No van a burlarse de mí esta vez.

Riolu abrió mucho los ojos, perdiendo de repente el valor para mirarlo a los ojos. Alistair sintió la ira ardiendo a fuego lento dentro de él, pero se tragó la maldición. No. Concéntrate. No valía de nada abrir viejas heridas. Trabaja.

—Tienes muchísima suerte de evolucionar a algo competente, cachorro. —Alistair levantó su mentón con el índice—. Algo que puede coronar campeones… O, para mi interés: un escape limpio.

Riolu tragó en seco, y el muchacho sonrió, consciente de cómo el pequeño era incapaz de encubrir su miedo. Más pronto que tarde, sus puntiagudas orejas cayeron en una expresión resignada. Sumisión.

—Ahora… —Alistair se puso de pie, sacudiéndose las manos con desdén. Su herida picó, mas no le tomó importancia. No había tiempo—, haz algo útil y ponte en marcha. No quiero perder…

—Flabé~

El rumor de una brisa fresca pinchó a Alistair en la nuca. ¿Había comenzado a llover?

«Ay, por favor…»

Revoloteando con la elegancia de un jumpluff en primavera, la maldita alimaña de flor voló sobre ellos y quitó juguetonamente el polvo del alfeizan.

—¡¿Tú otra vez?! —masculló el muchacho, tentado de lanzarle una piedra—. ¿Qué no sabes irte a molestar a otro…?

Con un giro grácil de su flor, la pokémon tipo hada lanzó un suspiro rosa hacia la ventana, abriéndola de par en par. Alistair y riolu no tuvieron tiempo para sopesar las consecuencias cuando, luego de dar un vistazo rápido adentro, la criaturita creció dos largas vides desde el núcleo de su planta y las entrelazó como una en algún lado dentro de la instalación.

Aquello… era su insomnio de días jugándole una mala broma, ¿verdad?

—¿A-acaso ella…? —quiso decir, pero flabébé lo interrumpió al estirar un segundo par de vides hacia él, despegándola de su flor. El nudo que unía ambos látigos parecía lo bastante fuerte para soportar al menos el de riolu.

—¡Rio, riolu! —celebró el cachorro en voz baja. Alistair sintió un retorcijón al ver el alivio en su expresión.

—¡Flabébé~! —rio la pokémon, posándose en la cabeza de su amigo—. ¡Flabé!

—Sí, sí. Muy lindo todo —Alistair se sacudió de la impresión, apartando al pequeño milagrito de riolu con un ademán desdeñoso—. Todavía tienes trabajo que hacer, riolu. No pierdas más el tiempo y asegúrate de que no hayan más sorpresas.

—¡R-riolu! —El cachorro asintió, irguiendo sus sensores de aura. Flabébé, por su parte, le dio un empujoncito amable para acercarlo a sus vides.

Bueno… Alistair se mordió el labio, tanteando las marcas de un nombre borroneado en el encendedor de su bolsillo. «Si está dispuesta a serme útil, ¿quién soy yo para negarla?».

Quizá ese era el momento justo para enviar un mensaje a su público expectante. Un mensaje tan claro, conciso y caótico como la vida que esos bastardos fallaron en imponerle como suya.

Notes:

Hola. El nuevo peinado de Alistair está basado en el estilo del mismo nombre de Pokémon Escarlata/Púrpura. Siempre me dio coraje que los estilos de cabello y ropa para el personaje masculino fuesen tan limitados en la sexta generación. Pero ¿podemos culparlos? Tardaron más de una década en agregar customización. Eso sin mencionar que en los remakes siguientes (ORAS, que lo comencé a jugar) no agregaron ni de chiste la posibilidad de, no sé, ¿al menos cambiar los outfit a los colores de esmeralda como un easter egg?
Sé que les estoy pidiendo mucho. Lo sé. Luego del fiasco que fueron los remakes de la cuarta generación no debería quejarme nunca más (oh Dios mío lo que fueron... ;_;)
En fin. Capítulo corto y humilde. La actualización que viene trae consigo un nuevo PoV. Ya nos estamos acercando a la salsa de esta parte, yay.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡

Chapter 19: Hija del jardín

Summary:

Luego de tanto, las piezas parecen encajar… un poco.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Nacida lejos y libre de las imponentes murallas que cercenaban la ciudad, Carmín no recordaba un momento de su vida donde no haya sentido curiosidad por los secretos que yacían tras la fétida niebla alrededor de Luminalia. Porque ¿cómo algo tan puro, a la talla de su perfume, era incapaz de burlar aquella barrera de adoquines y chácharas sin sentido?

—Creo que están buscando algo, Liria —manifestó una tarde a su maestra de cultivación: una hermosa florges de racimo blanco que fallaba en retener su interés—. ¿Tú crees… que deberíamos preocuparnos? Digo. Si algo de eso cruza…

Cada vez que la duda brotaba con timidez de sus labios, Carmín recordaba lo dicho mil y un veces por sus hermanas mayores: «Hace mucho tiempo, humanos y alseides unieron sus corazones para hacer florecer la paz. Los grandes reyes de antaño nos regalaron tierras para embellecer. Y nuestras hermanas, como muestra de gratitud, les regalaron la primavera». Una enseñanza de verdades irrefutables, así como la inquebrantable autoridad sobre los prístinos jardines que tenían la dicha de llamar suyos.

—¿Cruzar? —La elegante florges ladeó ligeramente la cabeza, sin apartar su atención del arbusto—. ¿A qué te refieres, pequeña? No te habrás escabullido otra vez hacia los lindes del Jardín, ¿no?

—¡N-no! Eh, para nada. No… —La flabébé rio nerviosamente. El peso de aquello que había secuestrado sus pensamientos en la última luna trastabilló en su pancita—. Solo digo que…

—Considerando que estamos a vísperas del invierno —expresó la florges, apaciguadora, mientras acariciaba los pétalos de una flor azul. «Es una hortensia, Carmín. Recuérdalo muy bien»—, no me extraña que todas las malas energías estén sucumbiendo al frío. Quizá es eso lo que sientes, cariño. Es de lo más común y saludable experimentarlo a tu edad, pues te estás acostumbrando a ellas.

Carmín jugueteó con sus pompones de polen, limitándose a sonreír y asentir con una sonrisa que no llenaba sus ojos. La incertidumbre que rugía en su corazoncito era todo lo que tenía para probarse a sí misma que no había enloquecido. ¿Las siluetas cenicientas que no esperaban la noche para dejar tras de sí un rastro de energía putrefacta? Innegables, a la par de inalcanzables. ¿Por qué era tan difícil probar su verdad?

—Observa muy bien, querida… —Tomando su mentón, la florges señaló un retoño de hortensia. Sus dedos estaban cargados de la escarcha residual de su poder, lo que erizó a Carmín—. Como un capullo, la tierra necesita protegerse de las adversidades. —Y le ofreció una sonrisa calma, apaciguadora, antes de ordenar a la flor que abriese sus pétalos—. Nuestro trabajo es purgar lo que está muy débil para limpiarse a sí mismo. Cuando cultivamos nuestra energía en las flores, garantizamos que todas esas cosas malas que temes se mantengan dónde pertenecen: lejos de nuestro edén. ¿Entiendes eso?

—S… sí, Liria. —Carmín asintió, permitiendo que su maestra tomase su pata y explorase su palma en busca de puntos sensibles. Cuando los halló, la pequeña flabébé ahogó un quejido de sorpresa, sintiéndose fluir desde la punta de los pétalos hasta el tallo de su flor. Una vez que la florges trasladó esa energía al arbusto a su diestra, las flores que aún no habían nacido florecieron con pausa y decisión, deslumbrando a la pequeña pokémon con colores mucho más vibrantes que los otros capullos. Si bien el proceso de interpretación era una práctica compleja reservada casi exclusivamente a las hermanas de flor blanca, para que a una flabébé como ella se le permitiera conocer el mundo más allá de su comarca, era necesario que manejara desde muy temprano los principios de lo que les hacía guardianas de la naturaleza. Proteger, preservar y conectar con la vida, ya fuera vegetal o…

—La clave está en concentrar tu propio núcleo en aquello que crees —explicó la florges, colocándole dos pétalos azules en su corona de polen—. Déjalo que extienda sus vides y se entrelace con la energía que vibra en su interior. De esa forma, serás capaz de trasladarla al exterior y limpiar el mundo de toda impureza. Física o espiritual.

—No… No creo que tenga la fuerza para canalizar nada, Liria —masculló Carmín, sobándose el brazo. El arbusto no tenía espinas, pero algo entre sus hojas le parecía amenazante. ¿Tan desconectaba estaba con su energía? ¿Era por eso que…?—. P-pero… Pero, aunque eso no sea lo mío, como dicen las demás… ¡Q-quizá pueda ayudar a la comarca de otra forma! ¿Eh? ¿Qué te parece si…?

—Si hablas de salir al Jardín exterior antes de aprobar tus talentos, cariño, ni te molestes en planteárselo a las mayores —La florges soltó una risilla melódica, ganándose un puchero de la pequeña—. Vamos de nuevo, Carmín. No te presiones tanto. Yo confío en que podrás hacerlo si sigues las técnicas que te di. ¿Sí? Ahora, veamos: ¿cuál es la forma más sencilla para…?

 

 

—¡Y… con eso…! —Carmín dio un último jalón a su cuerda improvisada. Riolu, que se agarraba con fuerza del alfeizan, trastabilló hacia la ventana y cayó de bruces al suelo—. ¡Ah~! ¡Listo! No es muy bueno escalando tampoco, señor perrito. ¿Qué no tienen árboles en su territorio?

Carmín chasqueó los dedos y las vides que auxiliaron su invasión se deshicieron en una mezcla de polvos verdosos y el aroma a fresco de la primavera. El riolu se sacudió el pelaje, mirándola con una mezcla de recelo y vergüenza.

—S-sí hay… Sí —susurró el riolu, examinando la ventana por donde se escabulleron. Sus orejas estaban bajas y su cola esponjada. Por la forma en que su pecho subía y bajaba temblorosamente, Carmín adivinó que todavía no pasaba el susto inicial—. Solo que… Esto no es un árbol.

—¡Eh, y faltaría más! —se burló la flabébé, dando un giro a su alrededor. El cachorro rodó los ojos—. Pero prometo avisar la próxima vez que tenga que tomarte de la pata para subir. ¡Así no gritas tanto!

—¡N-no grité! —exclamó riolu, abochornado. Antes de que el molesto niño rubio se volviese para rezongarlos, Carmín le tapó el hocico al cachorro con sus patitas— ¡¿Hmph?! ¡Hm-hm!

—Pues ese sí que es un susurro muy escandaloso. Deberíamos practicar más tu sigilo, señor perrito. Para un cazador, eres bastante torpe… ¡¿Ew?!

Carmín se apartó de golpe, limpiándose las zarpas de sus pétalos. ¿El cachorro la había lamido?

El cachorro puso una gran sonrisa temblorosa, dispuesto a refutar. Sin embargo, un chasquido amargado los obligó a mirar hacia el oscuro pasillo que les esperaba.

—¿Podrían callarse? —susurró el muchacho, bajo y rasposo. Carmín resopló, sacudiendo los pétalos de su flor orgullosamente. El señor perrito, sin embargo, se limitó a correr hacia su entrenador con la cabeza baja—. Más te vale que prestes atención, pulgoso, porque no planeo repetirme. ¿Quedó claro?

Carmín flotó por encima del cachorro, llevándose una garrita al mentón. ¿Qué era eso que sacó el muchacho? Su cubierta tenía el color de la madera, aunque parecía más suave y maleable. Oh, y ¿eran esas hojas de papel?

—¿Es eso una tabla de dibujos? —inquirió la pokémon—. En la comarca tenemos una. Solo las mayores pueden utilizarla. ¡Sirve para dibujar flo…!

—Cállate, alimaña —masculló el chico, dejando a un lado el palito negro con que hacía sus dibujos. Incluso si ella no sabía nada sobre los humanos y su talento en el dibujo, debía admitir que el chico tenía trazos limpios. ¡Ah! Ojalá su personalidad fuese tan bonita como su arte— Ahora, escucha bien: este edificio parece grande, pero es bastante lineal. La mayoría de pasillos y habitaciones solo son finales en un corredor extenso, como este. ¿Ves?

El muchacho anotó algo al borde de la hoja, al tiempo en que flabébé hacía brillar el núcleo de su flor. La luz era suficiente para darles algo con lo que trabajar, pero no demasiado fuerte para alertar a quien sea que estuviese patrullando la guarida.

—Ahora estamos en el primer piso… —indicó, trazando dos círculos a los laterales del edificio. Había dos dibujos en la hoja; uno del piso actual y lo que solo podía teorizarse como un acercamiento del siguiente—, que deben ser los laboratorios de extensión. No tenemos nada que buscar aquí, así que lo óptimo será encontrar una forma de subir al segundo piso. Debe haber escaleras de emergencia no muy lejos de aquí. Necesito encontrar una para subir. Nada de tocar botones o abrir puertas que no estén cerca de los laterales, ¿de acuerdo?

Riolu asintió, afianzando las garras en su peluda cola. Flabébé tarareó con suspicacia.

—¿Y qué se supone que hay aquí? —dijo, señalando un rectángulo que compartían ambos dibujos en el mismo sitio. El muchacho quitó su vide con un ademán hastiado.

—¡Quita, bichejo! —chistó, fulminándole con la mirada—. Esto, riolu, son los ascensores. Ni de broma te vayas a acercar a ellos, ¿entiendes? No deben servir por el corte de luz. Y, si sirven, no estamos aquí para averiguarlo.

—D-de acuerdo, maestro —farfulló el cachorro, tragando en seco. Su entrenador pareció satisfecho.

—Muy bien. Ahora… —El niño rubio se puso de pie, mirando hacia el fondo del pasillo. La flabébé intentó acercarse para brindarle más luz, pero él la sopló de regreso a la cabeza de riolu.

—¡Hey! —se quejó Carmín, erizando los pétalos. Señor perrito pareció horrorizado por tal atrevimiento—. ¿Y eso por qu…? ¡¿Hmph?! ¡Hmph hmm!

—¡N-no lo provoques, flabébé! —chistó riolu, tapándole el hocico con una pata. Por lo grande y desproporcionada que era a comparación de su cabecita, Carmín sintió que se ahogaba—. Está bi…

—Si tu amiguita se va a quedar dando vueltas por aquí, riolu… —El chico le echó un vistazo siniestro al cachorro, haciéndolo temblar en su sitio—, más le vale que no meta sus narices en mis asuntos, ¿quedó claro?

—¡S-sí, maestro! —ladró el cachorro, asintiendo efusivamente. Carmín puso una mueca—. S-sin entrometerse. Entendido.

El chico los miró de arriba abajo, todavía no demasiado convencido. Sin embargo, un destello de urgencia en su mirada cobalto le dijo a Carmín todo lo que necesitaba saber: él no tenía tiempo para esto.

—Ahora… Ayúdame a buscar una salida, si eres tan amable —ordenó, ajustando su gorro de lana—. Mientras menos tardemos, mejor. No quiero tener que abrirles a los zopencos que trabajan aquí.

Riolu iba a responder con algo más, pero Carmín lo interrumpió al sacudirse fuera de su agarre. ¿Cómo se atrevía?

¡Tontito! —siseó, pinchándole la mejilla con una de sus vides. Riolu dio un saltito, pero no dijo nada más. Su mirada estaba fija en el muchacho, que caminaba sigilosamente hacia la boca del mightyena—. Pudiste haberme ahogado, ¡¿eh?!  Tienes patas enormes. ¿Te han dicho eso? ¡Porque las tienes!

—M-me lo agradecerás luego —masculló para sí, entornando las orejas—. No quieres verlo molesto…

—Hm… Quizá no. —Flabébé hizo un puchero, con las patitas en la cintura. Riolu comenzó a seguir a su entrenador a una distancia prudente—. Pero, no hay razón para que te trate tan mal. No le has hecho nada, señor perrito. ¿O sí?

«Tan indefenso y miedoso como eres…»

—O él te ha… —Flabébé, repentinamente nerviosa, jugueteó con sus garritas mientras flotaba a su lado—. ¿Te ha hecho algo a ti, señor perrito? ¿Te ha hecho daño-daño?

El cachorro no respondió, relamiéndose los labios.

Por un breve latido, Carmín se preguntó si alguna de las malas vibraciones que percibía era de aquel molesto muchachito, de su cabizbajo compañero, o quizá… que se colaban de alguna esquina mucho más siniestra y recóndita de todo ese laberinto de concreto.

—No es su culpa, sabes —balbuceó riolu al cabo, sorprendiéndola—. Él no… No me está tratando mal, realmente. Solo he hecho cosas que no debía. Cosas… Tontas. Y quizá malas.

—“¿Cosas?” —cuestionó, encarándolo—. ¿Qué clase de cosas pudiste hacer para que te tratase tan mal? Oye, ni mis maestras se portaban así conmigo. ¡Y eso que una vez casi quemé nuestra reserva de perfumes!

Sin quererlo, el cachorro trastabilló una risa indiscreta. Carmín se sorprendió al sentir un pequeño chispazo de satisfacción.

—Oye… —Ella pinchó al cachorro del hombro sin muchas ganas—. No te burles. ¡Fue algo serio! Y-y… Bueno. Quizá algo tonto, ji, ji.

—¿Q-quemar, eh? —Los sensores de aura de riolu temblaron—. Pensé que a las plantas no les gustaba el fuego.

—¡Uhm, hey! ¡Para tu información, no soy una planta! —Carmín se acercó para pellizcarle, pero riolu la esquivó con la experticia de quien siempre espera un ataque caprichoso—. Primero que nada, soy un hada. Segundo… —Flotó más arriba de su cabeza, cruzándose de brazos—: estábamos trabajando con bayas picantes. ¿Sabes que las semillas de algunas pueden prender fuego? Bueno, no tanto como fuego. Son chispas o estrellitas. ¡Pero aun así son peligrosas!

—¿…B-bayas, dices?

Al principio, Carmín temió haber escuchado mal; su tono iluminado y el pequeño temblor entusiasta en su voz acabaron por enviar señales confusas al núcleo de su flor.

—¿Sabes cosas sobre bayas? —preguntó el cachorro, como para confirmar su sospecha. Carmín notó que, aunque había menguado su paso, sus pisadas eran más rítmicas. Menos dudosas—. Las… ¿utilizas?

—Eh, bueno… —La flabébé rascó su corona de flores, vacilante—. Sé lo básico, nada más. Era una lección obligatoria para salir al Jardín exterior, pero…

—L-las bayas son un tema interesante, si les prestas atención —trastabilló, rascándose las almohadillas—. No es algo a lo que muchos le presten atención, a pesar de lo importantes que son para algunas cosas. Co-como los remedios, o el alimento, o…

—Hm… Algo me dice que tú no las usas solo para comer, señor perrito. —Carmín sonrió, llevándose una patita a la cintura—. A las plantas no les gusta el fuego, pero a los luchadores no les gusta la jardinería.

Riolu bajó sus sensores de aura, cohibido. Si debía adivinar por el ligero carmesí que espolvoreaba sus orejas, aquel tema era uno que lo abochornaba profundamente.

P-peeeero… —La flabébé flotó un par de colas más adelante, echándole un vistazo de falso desinterés—. Mis hermanas mayores siempre dicen que es bueno saber de bayas. Además de comida, ¡son una fuente de conocimientos inagotables! Y ellas lo saben porque pueden hablarle a las plantas.

—¿Hablar con…? —Riolu frunció el ceño, mas se sacudió de la idea con igual inmediatez. Carmín se sintió tentada a rodar los ojos Sí. Hablar con plantas era raro. ¡Pero había muchos pokémon que eran plantas! ¿Por qué no podían…?—. Uh, b-bueno, yo las uso… Las he visto ser usadas en… ¿medicina? —El cachorro hizo un gesto vago con su pata libre—. Como… Remedios y eso. P-para quemaduras, por ejemplo. La pulpa de baya safre sirve para aliviar la herida. Si se junta con polvo de hierbas amargas, sin embargo, p-permite curar casi todas las dolencias de la piel. Ya sea la mordida de un pokémon, quemaduras de veneno, insolación…

—Hm… —Carmín se llevó una garrita al mentón—. Creo que tenemos de esas en algún rincón de la Comarca. Las safre, digo. Aunque… heh. Yo las uso más de merienda que de medicina.

—¿Huh? —El cachorro frunció el ceño, consternado—. ¡P-pero son recursos muy valiosos!

—Ji, ji. ¡Sí~! —La Flabébé dio una vuelta, volviendo al hombro del cachorro. Riolu dobló las orejas con cautela—. En mi comarca tenemos hermanas especiales que hacen florecer arbustos toda la temporada. ¡Es rápido y fácil! No tenemos que preocuparnos por nada de eso. Yo todavía no sé cómo hacerlo, pero sí…

—¿Las florecen? —Riolu se detuvo, abriendo los ojos con asombro. Las pisadas de su entrenador se hicieron más silenciosas y distantes. Ninguno de los dos pokémon pareció demasiado entusiasmado en seguirlo—. O sea, como ¿saben cultivarlas? ¿Tienen un huerto?

—Uhm, ¿supongo? Ji, ji. ¡Sí! ¡Mis hermanas saben de todo sobre las plan…! —dijo Carmín en voz alta, arrepintiéndose de inmediato. Riolu volvió a encogerse en ese manojo de pelos erizados tan característico—. ¡Lo siento, perdón! Hablo más bajo. Mira. Así.

—N-no hay… —Tragó en seco, asegurándose de que nadie los siguiese. Al ser una noche de tormenta, las fantasmagóricas cortinas que bailoteaban junto al viento parecían espectros listos para cazar intrusos—. No hay problema. Eh… ¿Q-qué decías de tu huerto?

—Ahm… —Carmín miró pensativamente al techo; tenía motivos de estrellas—. Pues…, no sé qué es un huerto, pero allá tenemos un rincón grande, muy espacioso, y repleto de flores frescas y arbustos de todo tipo. ¿Te sirve eso?

Riolu inhaló profundo. Carmín supo que lo hacía para esconder su asombro. ¿Su prueba?: el cómo la punta de su cola se movía nerviosamente.

—Y-y, ah… Tienen… ¿Tienen hierbas, también? —curioseó el cachorro, sin perderle la pista—. ¿Alguna clase de planta medicinal?

—Utilizamos las hojas de algunos árboles de bayas para eso —Carmín se elevó lo suficiente para echar un vistazo curioso a través de una puerta con ventana. Aquellos extraños umbrales comenzaban a ser más frecuentes cada que se adentraban más a la guarida—. Mis hermanas las secan al sol. Aunque, a veces, en temporadas lluviosas, las que tienen flores naranja las secan con su poder.

—¿Flores naranjas? —Riolu ladeó la cabeza—. ¡Oh! Creo recordar que esa pokémon que nos atacó dijo algo sobre colores. ¿Pueden cambiar color?

—Ji, ji. No, tontito —Carmín se cubrió la boca con una patita—. ¡Cada una elige una flor al nacer! De acuerdo a tus virtudes, y lo que auguren las hermanas mayores sobre tu talen…

Una risita acallada hizo eco en el pasillo, erizando los pétalos de flabébé.

Tin, tin, tin…

—Eso es… Uhm, s-suena muy asombroso, flabébé —Riolu apretujó su cola con timidez, ignorando su repentina cautela—. ¿Y-y cómo es cuando pasa? ¿Sabes cuál te queda mejor? O quizá…

—Espera. —farfulló Carmín, sin apartar la mirada del imponente pasillo vacío.

El metal chasqueó a lo lejos, conteniendo las penumbras a su alrededor en una expectativa depredadora. El muchacho debía estar forzándose en algún recoveco de mala muerte, si debía adivinar por el tétrico aspecto de las puertas y mirillas de cristal a lo largo del pasillo.

En cualquier otro contexto, Carmín hubiera desestimado la llamada por eso: los famosos goznes humanos cediendo a la fuerza de un intruso. No obstante…

—No hay campanillas cerca —farfulló para sí, echando un vistazo rápido a sus alrededores. «Ni en los jarrones, ni los muebles, ni en…»

—E-ehm… —Riolu se acercó a ella, jalando el tallo de su flor para llamar su atención—. ¿Flabébé? ¿Qué pasa? ¿Estás…?

Tin, tin, tin, a la distancia, aunque no tan lejos.

Flabébé abrió mucho los ojos, capaz de sentir el brote de energía afín que alborotaba los dulces pompones de su corona. Las cen…

—Señor perrito… —Carmín entrecerró los ojos, afinando un poco más sus sentidos. Más tímido, pensó. Más profundo—. Creo que… Ellas… E-están aquí, señor perrito. Mis hermanas. Todas…

Tin, tin tin.

Su perfume le alborotó los pétalos, entrelazado íntimamente con algo más fuerte, presente…

Acre.

Una sonrisilla pícara contorsionó su rostro, a despensas de la incredulidad del cachorro

«Por fin te atrapé».

Notes:

Entonces... ¿Carmín, eh? Quién se lo podría haber imaginado (?) Ahora solo queda saber qué es lo que se trae entre manos :D... Si es que su mente inquieta para cinco minutos para aclararse, ahre.
Las menciones de florges, su historia y magia, está inspirado en las siempre confiables descripciones de la WikiDex, donde suelo escarbar información para espolvorear detalles divertidos en la construcción. Como... ¿sabían que las alseides son un tipo de ninfa que se encargan de proteger bosques sagrados? La línea de florges está basada en eso, de la misma forma en que el nombre de sylveon y su concepto de inspira de las sílfides (espíritu del viento; mi fav de esta categoría de seres mitológicos).
Y, ow... Pobrecito Lucas. Tan solito e ignorado que a la mínima mención de sus intereses especiales ya no se puede callar xd. Él es un mood, la verdad. I feel you, Luquitas.
Nos vemos al rato જ⁀➴ ♡