Chapter 1: Aclaraciones
Chapter Text
- Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
- Algunos hechos no corresponden al canon o son temas aun no aclarados en la serie.
- La personalidad o actitudes de algunos personajes, no corresponden al canon.
- Traté de mantener a Alastor dentro del espectro asexual. Sin embargo, dentro de la historia se incluye en el pasado de Alastor situaciones que pudieran no encajar correctamente en esta definición. Una gran disculpa anticipada si existe alguna descripción que pueda no reflejar correctamente este tema.
- Esta historia está siendo publicada en Wattpad y AO3, ambas tienen el mismo nombre y el mismo usuario.
- Algunos capítulos contienen o se mencionan temas como la homofobia, pensamientos autodestructivos, angustia, situaciones sexuales, referencias de abuso pasado (no descriptivas), situaciones de abuso (no descriptivas), actitudes en relaciones no saludables. Se añadirá una advertencia en el capítulo que lo requiera.
- Cualquier duda o sugerencia es bienvenida.
- Gracias por leer.
Chapter Text
Durante sus encuentros, el Infierno se trasformaba en un mundo lejano e inmaculado. Alastor lo había descrito como limpio, porque así lo hacía sentir: puro. Su realidad se desdibujaba entre esas paredes, su pasado carecía de peso, es más, se tornaba ridículo, una comedia, un mal espectáculo. ¿Cómo Lucifer lograba borrar todas las manchas en su ser? En medio de la oscuridad, Alastor no quería saberlo, o cuestionarlo tan siquiera, solo se dejaba enredar en la mentira cada noche que le era permitida, porque así era, así debía ser. Había un aditivo que lo enloquecía, un extra que lo hacía entregarse con mayor esmero. Pasó por alto lo clandestino en su amor, porque saberse amado y cuidado por Lucifer le regocijaba de una manera ponzoñosa, era un deseo que consolaba el martirio que por tanto tiempo mantuvo clausurado. Aquel secreto se fue dando de manera paulatina, no supo cómo terminó por transformarse en otro sentimiento. No lo negó, ni a él mismo ni a Lucifer. Sentir aquel amor le regresó su parte más humana, suena hermoso, pero no lo era, porque no fue un humano sensato. La vida pocas veces fue amable con él, por ello no pudo encontrar un suelo donde fijarse. Todo le fue nuevo y bello, aterradoramente bello, y, aun así, deseó más de ese temor.
Cuando Lucifer le dio la primera negativa, lo entendió, hasta le sonó razonable, creíble. ¿Cómo iba el rey a exponer a su amorío cuando no se encontraba debidamente divorciado? Tenían que hacer planes previos. Los clásicos, viejos pretextos que todos los infieles dicen, pero que los amantes ingenuos deben aceptar. Alastor se creía inteligente, creía que su mente podía detectar mentiras y trampas como si debiera diferenciar entre el blanco y el negro. Pero resultó que no, se convirtió en un amante enceguecido por promesas hechas con el único propósito de extender lo más posible el romance furtivo. Lucifer estaba lejos de plantearse un divorcio en verdad, y, sobre todo, tener que confesarle a su hija que estaba con alguien nuevo, que Lilith no sería más su esposa, que se había enamorado de Alastor. Si esos pensamientos le llegaban a su cabeza, solo era a causa de los comentarios que el demonio de la radio se esmeraba en soltar sin parecer un hostigador, aunque las palabras las tuviera siempre atoradas en su garganta, listas para atacar cada que encontraba un huequito idóneo, pero esos momentos nunca eran convenientes para el diablo.
Antes de que todo se convirtiera en un alboroto, Alastor no se quejó, no reclamó, ni hizo presión a la poca paciencia de Lucifer. Porque debe saberse que el rey era todo, menos paciente. A él le gustaba ser complacido, que todo navegara a su ritmo, a sus anchas, que nadie le dijera cómo o qué hacer. Y justo por eso se decidió por Alastor, él parecía el amante perfecto, no gustaba del contacto con frecuencia, tenía una imagen que cuidar y no era exigente en los detalles; pero, sobre todo, le creyó virgen. No solo en cuanto al sexo, sino en muchos más aspectos, besos, caricias, coqueteos, romance. Lucifer se topó con un témpano de hielo, se encantó con irlo desbaratando de a poco, como deleitarse al ver la cera fundirse a fuego lento. Era como si Alastor hubiera guardado todo su amor en un frasquito y lo hubiera preservado solo para entregárselo en el momento adecuado, desatando un sentimiento en extremo fervoroso. Algo que no contempló, fue justamente que la inexperiencia de Alastor acarrearía el peor de todos los males de un primer amor, la intensidad con la cual se ama en estos casos. Fue entonces que Lucifer se topó con pared, tenía a un complaciente amante, pero enamorado hasta en los sueños. No era que odiase ese amor, pero la manera rápida en que todo se le salió de las manos fue el verdadero problema.
El único reclamo auténtico que hizo Alastor fue el primero y el último, si Lucifer lo hubiese anticipado, en definitiva, hubiera cambiado sus palabras. Y no tanto por no herir a su amante, sino para seguir estirando sus promesas, o que estas continuaran siendo admisibles. El día que cumplían un año de novios, amantes más bien, Alastor se esforzó en preparar una cena; no pareció ser mucho, un platillo de carne bien cocida, una guarnición de vegetales y el vino favorito de Lucifer, pero la ilusión gobernó en cada detalle tal como cualquier enamorado novato delira. El diablo quedó fascinado con la dedicación de Alastor. Lo amaba, de una manera retorcida y egoísta, pero lo hacía, y ese amor se volvió mucho más intenso de lo que planeó. Empero, sin la sensatez debida o la desesperación martirizándolo, tal como experimentó tiempo después, no sopesó de manera correcta la violencia de ese amor contra sus esperanzas y recuerdos por Lilith. E incluso, en esos tiempos, le pareció inútil cavilar más en ello.
La cena transcurrió perfecta, tal como la inocente imaginación de Alastor había anticipado. Cuando llegó el momento de consumar la celebración, fue que todo se malogró. Por una noche, el demonio de la radio quiso creer que Lucifer era solo de él, en realidad lo anheló. Quizá codició de más, o fue muy exigente, como se reprendió más tarde él mismo, pero por esa única noche, no deseó ver el anillo inseparable de la mano de su amante. Eso fue todo, ese fue su error, ese fue el inicio de la pesadilla de Lucifer.
— No quiero verlo hoy, ¿es tan difícil?
Alastor estaba ya medio desnudo, sus largas y sensuales piernas, que tanto veneraba Lucifer, se encontraban en exhibición, mientras que su camisa desprendida de dos botones dejaba ver su terso pecho. Unas cuantas lágrimas surcaron sus mejillas, la sonrisa en su rostro temblaba en una mueca llena de vergüenza y sus manos se aferraban a las sábanas ya arrugadas por los besos previos. El ciervo no estaba iracundo, un estallido en su corazón le hizo ver, por primera vez, lo poco que le importaba al diablo, solo dolor escarbaba en lo profundo de su estremecido cuerpo. La mirada de reproche y fastidio de Lucifer fue taladrando su corazón sin reserva alguna.
— Al, siempre lo hemos hecho así, ¿cuál es la diferencia? ¡No seas un exagerado! Un jodido anillo no cambia nada.
Para Alastor, lo cambiaba todo. No solo era un pedazo de metal, para él, significaba que Lilith nunca se desprendía de la mente de Lucifer, ¡nunca!, ¡ni un maldito segundo!
— ¿Qué quieres decir? Aunque te quitaras el anillo… no cambia que la sigas amando, ¿es eso?
Pese a que aquella deducción no era del todo correcta, el silencio de Lucifer le hizo creer que había caído en una cruel verdad. La respiración de Alastor fue empeorando hasta el punto de transformar su llanto en gemidos de dolor. La realidad estaba ahí, siempre la estuvo, empotrada al dedo anular que Lucifer cuidaba con tanto recelo.
— ¿Tienes que arruinar la noche de esta forma?
— Entonces solo soy tu amante, ¡tu estúpido amante! ¡Nunca pensaste en dejarla!, ¿no es cierto?
La poca paciencia de Lucifer luchaba por mantenerse firme entre sus puños, cerrados con la mayor fuerza posible, pero terminó por explotar en la peor burla que pudo encontrar. Esquivó la imagen de Alastor agonizando en su cama, le fue suficiente con escucharlo gimotear, el llanto se convirtió en un desagradable sonido cuando atravesó sus oídos. Solo arrugó su rostro y rascó su nuca, tal como hacía cada que sentía el peso de un inconveniente.
— ¡Deja de ser un maldito niño! ¡¿Qué esperabas?! — Lucifer rió con pausas, como si tratara de dejar bien en claro que se mofaba del ciervo — Deberías estar satisfecho con esto, ¡eres el amante del rey! ¿Sabes cuántos quisieran tu lugar? ¡Muchos! ¡Cualquier pecador quisiera ser tú!
Alastor pensó que esa noche celebraría un aniversario, pero, en realidad, no había nada que celebrar. Todo estaba en su cabeza, en que tanto podía creer las farsas del diablo, en la ficción que creó con los escombros de algunas de sus ilusiones pasadas. Fue hermoso, por el tiempo que duró, fue glorioso. No dijo más, solo tomó sus ropas y desapareció entre sus sombras. Lucifer se hastió, que le dejara con una excitación entre sus piernas le molestó con ardor. Aunque, por otro lado, se alivió de marcar una línea entre ellos. Por esa noche le satisfizo ese pensamiento, solo quería dejar navegar la barca sin rumbo, si algo llegaba hacerlos virar, quizá, ya muy en el futuro, estaría preparado para soltar su pasado con Lilith, pero esa noche seguía sin estarlo.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Alastor escapó a refugiarse en su pantano. No pudo pegar el ojo en toda la noche, la humillación en su interior lo pasmó sin dejarlo pensar de manera adecuada. Decenas de pensamientos y recuerdos corrieron en círculos sin que prestara atención a uno en específico. Se encontró sin ideas, sin un plan de respaldo. ¿Cuándo dejó de ser un manipulador? ¿Cuándo se volvió maleable? Si ponía todo en su lugar, debía aceptar que todo empezó para sacar beneficio de Lucifer. ¡Por supuesto!, ser cercano al rey le daba ventajas, grandes y necesarias. No pudo enjaretarle toda la culpa, también fue egoísta, o quiso serlo. Nunca se inclinó por dar favores sexuales a cambio de poder, porque se suponía solo serían algo así como amigos, camaradas, buenos conocidos. Ese era el propósito original, tuvo en la mira a Lucifer, no a su amor. Eso se fue dando con el tiempo, porque tuvo que dedicarle tiempo. Noches de copas, pláticas recurrentes, comidas vespertinas y varias peleas sin sentido; ese fue el plan, pero meterse entre sus cobijas, nunca lo fue.
El Lucifer que conocían Charlie y el resto de huéspedes, era uno; el que Alastor conocía, era otro. Podía verlo todo el día ser un bufón soltando chistes malos y haciendo movimientos sin gracia, iba detrás de Charlie para ayudarla en cualquier pequeñez para simular utilidad, se mostraba amable y siempre alegre. Sin embargo, dejando todo de lado, cuando se encontraban solos y a puertas cerradas, Lucifer se transformaba en un demonio con cuernos y de voz firme. Le daba órdenes, hacía que se le obedeciera con solo la mirada, un maldito controlador. Cada centímetro de su cuerpo se crispaba con su tacto, y, por ratos, también podía convertirse en un demonio amoroso. Debía tener mucha experiencia en seducir con halagos, así lo pensó Alastor, porque conocía los atajos, las frases, los puntos donde menear la mente para que esta se apagara.
Lágrimas fueron dejando huella sobre sus mejillas, como un deprimente sendero que terminaba al ras de su rostro. Entre más llegaba el alba, más insultos recibía como auto penitencia, se ilusionó demasiado rápido y con muy poco. Como, por ejemplo, cuando Lucifer lo llevó a su palacio y le juró llevaba años abstente, o cuando lo endulzaba con ilusiones sobre un futuro juntos, y todas esas veces que le permitió ir mudando prendas de ropa a su armario para que pudieran pasar la noche juntos. Lisonjas que el ciervo aceptó y lo hicieron crear ficciones cada vez más absurdas. No dudó cuando Lucifer le dijo que era especial, las palabras bastaron, incluso cuando las acciones evidenciaron que solo se trataban de mentiras. ¿Por qué no lo había visto? Pudo culpar a su inexperiencia o a su vanidad, pero bien sabía que fue su amor quien lo encandiló.
Alastor soñó muy alto. Algunas veces, se imaginaba a sí mismo en las pinturas donde aparecía Lilith, hasta se imaginó con una corona y anillo en mano. Gozó en crear escenarios donde todos en el Infierno lo reverenciaban como nuevo rey, y podía burlarse de manera abierta de aquellos que lo creyeron un mediocre. Otras alucinaciones eran más sencillas, estaba tan seguro de que Charlie lo aceptaría, que no compartía el miedo de Lucifer por revelar su relación. La princesa lo llamaría papá, ¡claro que lo haría!, con una gran sonrisa y lo abrazaría todas las mañanas como hacía con el diablo. Se podría hacer cargo de la administración del Infierno, así, Lucifer descansaría de ese tedioso trabajo del que tanto rezongaba. Y, lo más importante, ¡podría ser libre! Porque siendo rey, tendría el poder para romper su trato y quedar en total libertad. Fueron bonitos sueños, pero sueños, a fin de cuentas.
La noche se volvió más fría, Alastor tiritaba sin control, parte por el descenso en la temperatura, parte por las lágrimas que, obstinadas, continuaron desfilando por un buen rato más. Se recriminó, tanto por ingenuo como por ambicioso. Su corazón, otrora coraza impenetrable, quedó martillada hasta reducirse a una débil lámina. ¡Imperdonable! La rapidez con la cual se había enamorado la sintió sospechosa, pero así fue. Lucifer fue aquel amor que tanto esperó, incluso cuando se convenció de la inutilidad de tal sentimiento. Lo encontró sin buscarlo, y lo tenía ahí, a su alcance en tanto pudiera agachar la cabeza y aceptar la posición de amante. Su madre le inculcó que el amor debía de ser abnegado. Entonces, si amaba a Lucifer, ¿debía hacerlo sin esperar algo a cambio?, ¿ni siquiera debía esperar ser correspondido?, ¿solo así podría probarle que su amor era real? Tal vez, si Lucifer mintió fue porque se sintió arrastrado, empujado a prometer cosas de las cuales no estaba seguro. Mientras su mente trataba de hallar con desesperación un motivo para no rendirse en su relación, su débil orgullo cosquilleó a su espíritu, como si quisiera despertarlo para que entrara al ruedo y jalarlo de un sentón al duro suelo.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
El demonio radiofónico no pudo dormir sino hasta el alba, con apenas unos cuantos chispazos sobre cómo debía proceder, terminó por ser vencido ante el cansancio. Al día siguiente, su ausencia preocupó a Charlie y a Husk, a los demás huéspedes, la extrañeza los acaparó un breve momento, no más. Pese a ello, nadie cuestionó nada ni fueron a buscarle. Lucifer supo de inmediato que los eventos de la noche anterior debían seguir causando estragos emocionales en Alastor, pero solo necesitaba tiempo, un rato de soledad. No tuvo ni la menor intención de averiguar las condiciones en las que se encontraba. Por el contrario, iba enseñarle, a la mala, cómo debía de comportarse. Y no había mejor manera que hacerle padecer su lejanía. Lo haría extrañarlo, que probara el abandono, así, se la pensaría dos veces antes de volver atreverse a exigirle sandeces de tal magnitud. Si alguien debía enmendar algo, era Alastor, no él, pensó creyéndose un gran estratega.
Durante nueve días, la guerra fría siguió su curso, Lucifer no tanteó bien la profundidad con la cual hirió a Alastor, o, de manera más certera, las consecuencias en sus cavilaciones. El ciervo lo extrañó y sus sentimientos supuraban en carne viva, no obstante, ese tiempo le ayudó a menguar el arrebato. En su mente, pudo ir divisando con mayor claridad las mentiras de las verdades. Si quitaba todos los adornos que su ingenuidad colocó alrededor de Lucifer, solo quedaba un amante que deseaba su cuerpo, y que estaba dispuesto a decir cualquier extravagancia para alcanzar sus fines. Aun así, esto no deshacía que se encontrara enamorado del diablo, el que terminaría siendo el mayor de sus problemas. Lo único que rescató, fue descubrir la aparente unilateralidad de su amor, si encontraba el camino correcto, quizá podría escapar sin corromperse en el intento.
Fue irónico que el plan de Lucifer rotara contra sí mismo, porque, mientras Alastor se encontraba cada vez más cerca de condenar a su amor, el mundo del diablo se transformó en una colina cuesta abajo. Si su relación se transcribiera en términos de beneficios, Lucifer recibía más de lo que entregaba. Aunque, en teoría, el objetivo original de Alastor había sido la obtención de poder; en la práctica, no pidió ni recibió algún tipo de gratificación. Solo acabó por dar tiempo, atenciones, complacencias, cariño y hasta abrió la puerta a la calidez de su cama. Entre tanto, Lucifer solo ofreció sexo y bellas promesas, pero huecas como el eco en su palacio desolado. El experimento táctico del rey lo sacó de quicio. El silencio del demonio radiofónico fue lo último que conjeturó, ¡no lo toleró! ¿Hasta cuándo se tragaría su orgullo e iría a rectificar su comportamiento? Al final, fue Lucifer quien se tragó su orgullo y fue en busca de Alastor.
— ¿Por cuánto más piensas seguir con esta estupidez? — reprochó Lucifer sin esconder su frustración. Su cabello despeinado por tanto pasar sus manos y las protuberantes venas que contenían su estado demoniaco, dejaron más que evidente el resentimiento que machacaba en sus nervios.
Alastor apretó sus dientes ocultos para evitar alargar su sonrisa. Los labios iban de un lado a otro en su rostro como de costumbre, pero en ese momento, mientras se mofaba del diablo en sus pensamientos, le apeteció recoger su dignidad y fingir que poco le importaba la aparición del otro en su torre de radio y optó por revisar unos papeles sobre su escritorio.
— ¿Estoy escuchando un reclamo? — la voz del pecador salió melodiosa, con ese toque de locutor animado que podía encantar o irritar a sus oyentes — No recuerdo haber cometido ofensa alguna.
Lucifer pasó la lengua por su labio superior, preparando su boca para seguir arremetiendo con gritos.
— Hacer como si yo no existiera es algo infantil, ¿no te parece?
— Ya sabes que no suelo experimentar deseos de cama. El día en que eso suceda, sin duda me acercaré a ti, mientas tanto, no veo porqué deba ir detrás tuyo.
Los papeles seguían pasando uno tras otro entre las manos del demonio de la radio, su atención era acaparada por esta tarea sin querer dedicarle algo más al diablo que su voz y sus oídos a medias. El descarado insulto cayó directo al pecho de Lucifer, donde trituró algo más que su ego. Una intranquilidad serpenteó desde sus pies hasta sus brazos, como si la sangre en sus venas riera junto a Alastor.
— Veo que aprendiste bien, ¿ya aceptaste que no eres más que la puta del rey?
Tal descuido en las palabras fue el golpe final en las esperanzas de Alastor, la última pequeña y tembeleque chispa se fundió al tiempo que Lucifer terminó de hablar. Aquella pregunta carecía de sinceridad, pero ninguno de los dos advirtió esto. El orgullo del diablo hablaba por él, y el dolor de Alastor no vio más allá de la burla.
— Para que ello fuese de tal modo, yo debería de haber ganado algo a cambio, pero no fue así. Lo nuestro fue más bien un deseo compartido — antes de continuar, Alastor tragó casi en seco, el amarre en su garganta le impidió la elocuencia que solía acompañarlo — ¡Pero, hombre, no te preocupes! ¡Todos los pecadores quisieran ser yo! Seguro encontrarás reemplazo en un santiamén.
— Hace unos días estabas chillando como animal en un matadero por mi amor, y, ahora ¿te sientes con el valor de estar diciendo idioteces? ¿Crees que no lo haría? ¡Puedo reemplazarte cuando yo quiera! Pero, tú… ¡jamás podrías reemplazarme!
Lucifer le arrebató a Alastor los papeles que sostenía en sus manos y los lanzó al piso. Sus ojos se tornaron rojos y unas pequeñas llamaradas salieron de sus fosas nasales. Sin poder seguir jugando con la paciencia del diablo, Alastor alzó la vista para bañarse con la emoción de verlo fúrico al tratar de dominar su desesperación. ¡El orgullo, era como el talón de Aquiles en Lucifer!
— ¡Bien, bien! Ve y busca otro amante. Si algún día me apetece otra aventura, quizá, me dé el gusto de contradecirte. Pero, de momento, continuaré con la patética tarea de sacarte de mis días. Porque, como acertadamente has mencionado, mi querido ex amante, seguir chillando como un animal no es lo más conveniente.
Aquella vez, fue la primera en que Lucifer experimentó el miedo de ser abandonado por Alastor. Fue irreal, un frio devoró su interior y se quedó pasmado en la punta de sus dedos, su corazón se adelantó a su mente, porque fue más rápido en padecer de una desesperación alborotadora. Su rostro se abrió; ojos, nariz y boca se dilataron con bastante sincronía. ¿Había escuchado bien? El demonio radiofónico le dio la impresión de que hablaba con gran firmeza, él en verdad planeaba deslindarse del amorío. Culpando a su orgullo, el diablo se sintió incapaz de soltar al ciervo, lo necesitaba a su lado para satisfacerse con el amor que le entregaba. Si la relación debía de llegar a su fin en algún momento, tendría que ser bajo sus propios términos, no cuando Alastor quisiera.
Con poco tiempo a su favor, Lucifer tuvo que agilizar sus pensamientos. Debió admitir que fue mezquino, no compensó con el debido cuidado la docilidad de Alastor, fue demasiado lejos. ¿Qué le costaba darle gusto de verle unas cuantas horas sin el anillo? No había sido un gran pedido, incluso fue más un ruego. Suplicó para que le demostrara una insignificancia de afecto. Solo eso necesitaba para calmarlo y poder continuar con el cuento de los novios-no amantes. Era cierto que Lucifer podría encontrar otro amante sin el menor de los problemas, pero encontrar a alguien que le tratase y cuidase como el demonio de la radio, ahí estaba la complicación. Alastor era diferente, aunque aún no encontraba la forma de describir de manera exacta esa diferencia, la presentía, enterrada, una verdad era pisoteada por su orgullo. Otro pesar entintó la mente del diablo con telarañas de celos, imaginar que el ciervo pudiera estar interesado en satisfacer sus tardíos deseos sexuales, le hizo retorcer sus tripas, su estómago gruñó de tan solo pensarlo y su pecho se encogió aún más.
Tras varios minutos de silencio, Lucifer cerró sus ojos para organizar sus palabras, dio un pesado suspiro antes de atreverse a replicar la sentencia de Alastor.
— Al… está bien, mira… Perdón, ¿sí? — el diablo abrió sus ojos para encarar la mirada del pecador — Tienes todo el derecho del mundo en molestarte, me comporté como un estúpido.
En su interior, Alastor se dio un festín de complacencia, no pudo evitarlo pese a estar al tanto de que todo era mentira. Su ingenuo amor se sometió ante la burda treta. No mostró reacción alguna, no quiso darle cuerda al diablo y guardó silencio. Solo contuvo su respirar unos segundos para impedir que su sonrisa se estirara y traicionara su convicción.
— Si no quieres ver el anillo mientras estamos juntos, está bien, no lo verás — con teatralidad, se quitó el anillo y lo guardó en uno de los bolsos de su chaleco — ¿ves? ¡Ya no está! Pero no sigas molesto.
La intranquilidad se fue por lo alto, el cuerpo de Lucifer se tensó al ver la falta de respuesta en Alastor. Sonrió con timidez, no supo qué más hacer, necesitaba un indicio para tomar el camino correcto al perdón.
— No seas ridículo, Lucifer. No necesitas hacer eso, si lo que quieres es que sigamos siendo amantes, está bien. Solo te pido que no hagas cosas innecesarias como fingir que somos algo más.
— Amor, sabes que no eres solo un amante para mí.
— ¡Oh, sí! Lo olvidaba, no llego ni a ser eso, ¿cómo me llamaste? — Alastor alzó la mirada, simulando que hurgaba en su memoria — ¡Claro! ¡Soy tu puta!
Lucifer rodeó el escritorio de Alastor hasta quedar a su lado e hizo girar la silla en la que estaba sentado para confrontarlo cara a cara. La mirada del ciervo era retadora, libre de toda culpa y compasión. No soportó ver aquel semblante lleno de rencor y amargura, el tintineo de una terrible premonición le hizo soslayar su vanidad, quizá, solo así podría volver a enredarlo entre sus fraudulentas palabras.
— Perdón, amor, en serio. Sabes que digo puras idioteces cuando estoy enojado.
— Lucifer, nadie te amará de la forma en que yo lo hago, ¿por qué no puedes verlo? — sus traicioneros ojos pasaron del odio al dolor en segundos, la forma en que su entrecejo se encogió le dio la apariencia de estar al límite de su resistencia — Odio no poder deshacerme de este maldito amor.
La respuesta de Alastor fue una advertencia, así no la haya captado el diablo, lo fue. Aquella charla terminó sin un perdón, con un doloroso beso y con sus cuerpos bailando entre las sábanas del rey.
Notes:
¡Gracias por leer!
Realmente me gustaría conocer sus opiniones y comentarios. Siempre me ayudan a continuar y saber si les va agradando la historia.
Chapter 3: Capítulo 2: Camino hacia el abismo
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Husk era bueno observando, pero no eran solo sus ojos quienes trabajaban, sino las mañas que la gente mayor tiene a base de experiencia y penurias. La forma en que podía entender la vida oculta a su alrededor no significaba que le importara, porque falleció pescando casi los setenta años, por ello, se le quedó su personalidad sabionda y perspicaz de anciano que contrastaba con su imagen de gatito jovial. Sino fuera por sus cejas caídas y sus ojos de fastidio, bien podría confundírsele con un muchacho inmaduro que pecaba de no saber qué hacer con su vida. Desde que llegó al hotel, fue enterándose de cuanto calvario pasaba en la vida de los otros inquilinos, obtener esos saberes fue parte indirecta de su profesión forzada. Detrás de la barra del bar, no había mucho que pudiera hacer además de pasar horas escuchando a sus compañeros desaguar chácharas a causa del licor barato y con alto grado etílico.
Desde su tiempo como humano, no solía ser afín de experimentar la compañía ajena. Y como suele ocurrir con las personas poco sociales, no le quedó más que entenderse con él mismo y sus reflexiones. Si tenía problemas, eran solo para él y el Husk en su cabeza. No padecía ninguna enfermedad, aunque muchos lo tildaron de loco por hablar consigo mismo, como hacía en su época de juventud. Se conocía bien y eso le bastaba, no necesitaba que nadie le conociera. Si erraba, no se quejaba y admitía su torpeza; detestaba que las personas se engañaran a sí mismas, y más odiaba que quisieran engañarlo a él. Siendo un hombre calculador y con gran intuición, ser un maestro de los fraudes le resultó fácil, habilidad que lo acompañó hasta el Infierno, donde extendió su fortuna y poder a base de apuestas y marear a los incautos. Fue subiendo en la jerarquía entre los pecadores, donde se hizo del título de señor supremo con cierta facilidad. Le tomó varios años, pero en comparación a los demás pecadores, fue una tarea sobresaliente. Las artimañas que usaba terminaron por llamar la atención de un consolidado overlord. Le había oído nombrar innumerables veces, pero no fue sino hasta pasadas las dos décadas de haber caído en el Infierno que lo tuvo por primera vez frente a él. Una noche, mientras engatusaba a unos cuantos demonios en uno de sus casinos, fue que Alastor se apareció, ahuyentando a todos alrededor.
Si fuese un romántico, podría haber designado como amor a primera vista a la tortura en su cuerpo. Se le escapó el aire, la sensatez deambuló entre campos idílicos que jamás visitó, perdió su brillantez y se convirtió en un niño que se encanta con la primera lamida de un caramelo. Si lo llamaron loco en el pasado, pensó que al fin embonaba en tal adjetivo. La primera charla no fue más que bravuconerías, un intercambio de frases poco inteligentes para imponer una lucha de poder. Después le siguieron otras pláticas menos pesadas, Husk le pidió dejar de lado la imagen galante y de buenas intenciones, porque entre la sonrisa fingida y el acento teatral de locutor, poco tenía a favor el demonio de la radio para engañarlo. Así ocurrió que pudo adentrarse al verdadero Alastor, ambos eran excelentes farsantes y congeniaron de primera por esto. Husk no tenía más planes que sobrevivir de la mejor manera en el Averno, pero Alastor no quería quedarse en ese peldaño, él quería escalar a niveles absurdos, allá donde solo los demonios nativos reposaban. Entre más conoció del ciervo, más enramado quedó su corazón de un deseo incontrolable. Lo supo, siempre supo que Alastor sería su único amor.
De niño, solía morderse las mejillas hasta desprender pequeños cachos de la mucosa bucal al punto de sacarse úlceras. Cada que se estresaba o le picoteaban los nervios, arremetía con sus dientes y no paraba sin antes sentir el sabor ferroso de la sangre. Aquel vicio no desapareció sino hasta su adolescencia, cuando la personalidad se le endureció y adquirió un mejor control de sus emociones, logrando combatir ese mal hábito. Sintiéndose un bobo cuando advirtió que había caído preso de pasiones juveniles, no tuvo más que dejarse de engañar y aceptar para sí mismo que se había enamorado de Alastor con inexplorada locura. Tenía en sus hombros más años que un siglo, por ello encontró ridículos a los delirios de amor que lo atacaron. Miraba el reloj como si este fuera Nostradamus y le pudiera confesar cuándo sería la próxima aparición de Alastor en su casino. Sus sueños se tornaron alegres y atiborrados de lujuria. En el cielo, la figura de Alastor se asomaba en cada nube. La música cantaba por su amor, como si los compositores hubieran anticipado aquel romance y todo fuera una dedicación para ellos. El rojo y el negro a su alrededor se convertían en Alastor por obra y gracia de su imaginación altiva. No supo qué hacer además de volver a molestarse las mejillas hasta hacerlas llorar sangre.
Rara vez llegó a tentarse por la belleza o afecto de alguien más. En su memoria, el nombre de la joven con la cual perdió la virginidad estaba por completo borrado. Ni siquiera llegaba a recordar cuando fue que besó por primera o última vez. Nunca se casó ni tuvo hijos, su entusiasmo sexual solía descargarlo con hombres o mujeres a cambio de unos cuantos dólares. Así de simple, el amor le pareció como un invento para malgastar la vida entre problemas innecesarios. Con Alastor, todos los supuestos que tenía sobre el amor se fueron al traste. Se enfermó de una pasión tan bochornosa, que optó por entregarse a la desesperación por tenerle cerca. Durante los meses que convivieron como supuestos amigos, Husk mantuvo la claridad de que Alastor le buscó para obtener su alma, no podría haber más. Lo confirmó cuando escuchó la palabra trato en una de las oraciones del ciervo, le propuso una apuesta, que claro perdería, de otro modo, Alastor no se hubiera atrevido a desafiarlo en su propio terreno. Sin embargo, era algo que ya había previsto y por ello dispuso a varios de sus trabajadores a investigar todo lo posible sobre el otro. Así fue como se enteró que existía un overlord en ascenso que había ganado la simpatía del demonio radiofónico, y, es más, se rumoreaba que eran tan allegados como dos amantes enamorados. Si Alastor no era inmune al amor, se sintió tentado a perseguir aquel sentimiento que le parecía imposible. No encontró mejor forma que jugar con las mismas reglas que quería imponerle.
— Si lo que quieres es mi alma, te la daré a cambio de algo.
Alastor no advirtió que Husk se había enamorado, si lo hubiera hecho, el camino de su ardid hubiese sido otro.
— ¿De qué estamos hablando, mi querido Husker?
— Te daré mi alma, si tú me das una de tus noches cada mes. Y, claro, no me matas.
— Sabes que no suelo negociar con este tipo de condiciones, no planeo servir mi cuerpo en bandeja.
— No quiero sexo, idiota, solo tu compañía.
El trato se cerró sin que Husk pusiera resistencia. Quedó convenido que la última noche de cada mes, Alastor tendría que pasarla en compañía de Husk, quien perdió su libertad y todos sus recursos fueron confiscados. “Has dado mucho por un amor pasajero”, replicó el demonio de la radio, pero nada de pasajero fue ese amor. Husk se convirtió en uno de sus aliados de mayor calibre, quien no solo le ayudó en sus ideas de poder, también se coló entre sus sentimientos. Alastor no contrajo la misma enfermedad que el gato, pero padeció algunos síntomas. Entre tanto problema, tener a un confidente y un leal súbdito le resultó reconfortante. Además, la pétrea personalidad de Husk logró sostener las emociones volátiles que ocultaba la mayor parte del tiempo. Fue como su refugio, lo más cercano a un amigo. Incluso cuando los problemas con Vox se le salieron del corral, ese pesar también fue sofocado por Husk.
En una ocasión, Alastor apareció en su hogar lleno de una fiebre de pasión atroz. Husk sabía que no era buena idea tomar ventaja de ello, porque la traición y deslealtad eran como puñaladas mortales para el demonio de la radio. Días después supo que la razón detrás de esa situación había sido Vox, pero la noche en que todo ocurrió, no pidió explicaciones. Se limitó a aprisionarlo entre sus brazos, pasarle las manos sobre la ropa y susurrarle todas las frases que llevaba años queriendo dedicarle. “¿Qué más puedo ofrecerte, además de mi alma, para demostrarte lo que siento?”, esa frase giró entre la marea ardiente que colisionaba todo en la mente de Alastor. Con la vaga idea de cómo hacerlo, el ciervo acercó sus labios a los de Husk, ese fue su primer beso. Torpe, modesto, tembloroso. No hubo más hasta el amanecer, Husk impidió cualquier avance en pro de mantener intacta la voluntad extraviada de Alastor. Para beneficio de ambos, fue la decisión correcta. No solo consolidó su postura de incondicionalidad. Ante los ojos de Alastor, Husk se configuró como el único prospecto fiable para sus escasas pasiones.
Alastor llegó mentalmente virgen al Infierno, y se mantuvo así por varias décadas. Rara vez el instinto meneó a sus deseos sexuales, y las pocas veces que sucedió lo encontró asqueroso. Sin embargo, Husk le inspiró la suficiente confianza para animarse a probar por primera vez las tentaciones del sexo consensuado. No solo se sintió anhelado, también amado, pero de una forma limpia, escrupulosa y honorable. Sin embargo, el verdadero encantamiento fue la forma en que Husk parecía cuidarlo, con él, podía permitirse soltar por unas cuantas horas la carga de su miedo al dolor. Fue un tanto impulsivo, y hasta podría decirse que egoísta, porque no era un amor bidireccional, pero su corazón se alborozó entre la atención y dedicación recibida. Años más tarde, Alastor se habría de sentir aliviado de haber tomado esa decisión, porque de haberle entregado su castidad a Lucifer, lo hubiera llevado a caer aún más hondo. La primera vez que sucedió, Husk fue en supremo amable y complaciente y se tomó la calma para ir dejando que Alastor se adaptara a todas las sensaciones que lo hacían convulsionar. No cupo duda de que fue hermoso, tal como debió de ser su primera vez real. Hubo otros encuentros, aunque fueron pocos, se podrían contar con los dedos de las manos y aun sobrarían dedos para seguir con la cuenta en el futuro; pero eso no quitó que Husk quedara más prendado de Alastor y que aumentaran sus esperanzas de algún día ser correspondido.
Cuando fue arrastrado a ser partícipe del proyecto de Charlie, Husk supo que Alastor tenía un motivo oculto. Estaba bien enterado que su dueño también estaba amarrado con una cadena a causa de un trato pasado, por lo cual, no dio problemas y trató de no quejarse tanto durante el tiempo que compartían juntos. Si le necesitaba cerca, debía ser por algo y ahí estaría para cumplir con sus designios. Se adaptó al puesto de cantinero y a deambular entre los pecadores que intentaban engañarse con el tema de la redención. No hizo sino el mínimo esfuerzo con los propósitos de la princesa. Lo único que hizo fuera de sus obligaciones fue amigarse con Angel Dust, a quien toleraba más que a los demás inquilinos. Con Angel se fue dando un grado de intimidad inesperado. Era atractivo, sí, y condenadamente sensual, le fue inevitable imaginárselo de vez en cuando en situaciones provocativas, pero encerró esos pensamientos y los hizo explotar durante algunas noches de solitaria satisfacción. Angel Dust era usado como entretenimiento sexual, sumársele a Valentino y la mayoría de los espectadores de la pornografía que se producía a sus costillas, le pareció una canallada de lo más nauseabunda. Ni siquiera cuando el propio Angel le confesó sentir amor quiso enredarse con él, aprovecharse de tal sentimiento sería aún peor. No le podía ofrecer posibilidad honesta alguna, solo podía ser su consuelo y prestarle sus oídos para que dejara escapar sus dolencias.
Alastor pudo darse cuenta de la cercanía que se fue desarrollando entre Husk y Angel Dust, no sintió celos, más bien una ligera molestia al sentir que la lealtad del gato podría llegar a tambalear. Una noche, de las tantas en que Alastor y Husk debían encontrarse, Angel Dust se presentó afuera de la puerta del gato y no paró de golpetearla hasta que fue recibido. Husk tuvo que abrirle y le pidió postergar cualquier asunto que lo hubiera llevado hasta su alcoba, pero la insistencia de Angel se volvió en una terquedad tal, que soltó en llanto pidiendo por un desahogo. Grande fue la sorpresa de ambos cuando Alastor abrió más la puerta para revelarse con una bata de dormir y pedirle que no siguiera en su intento por acaparar el tiempo de Husk. Durante el resto de la noche, Angel Dust sufrió los estragos del desamor, la envidia y saberse superado por aquel miserable pecador, los celos hirvieron entre sus cachetes colorados y un llanto feroz. Ya tenía la sospecha de que Husk albergaba una fascinación por Alastor, la acarreaba a todos lados: en su mirada, cuando le servía los tragos, en cómo se empeñaba en sentarse siempre junto a él durante las comidas, en el cantar de sus palabras al mencionarlo. Todas esas sutiles señales que sepultó bajo la insignia de exageraciones, resultaron por ser expresiones de un amor encarcelado. A la mañana siguiente, Alastor le amenazó con la dureza de un tirano para que mantuviera la boca cerrada, sin embargo, eso no impidió que fuera a interrogar con gran tesón a Husk. “Es mi jefe, solo era una reunión para que me encargara de unos asuntos que no puedo mencionarte. Destrozará mi alma si desentierro al muerto”, fue la evasiva que le dio. Con lo poco que conocía de Alastor, creyó posible que fuese cierta aquella excusa, pero a partir de ese día no despegó el ojo en ir encontrando más y más evidencias del enamoramiento del gato.
Meses después del exterminio en el cuál pereció Sir Pentious, Husk fue notando cambios en Alastor, empezaron siendo minúsculos, pero se agravaron entre mayor tiempo se le veía a Lucifer en el hotel. Alastor pasó de llamar al diablo “su majestad” a usar su nombre de pila, llenó el bar con el vino favorito del rey, se mantenía alegre la mayor cantidad del tiempo, se metió de lleno a las actividades del hotel y comenzó a cocinar con sospechosa frecuencia. Las anomalías incluso alcanzaron las noches de sus encuentros. Alastor le solicitó que durmiese en el sofá, quedó cancelado cualquier contacto físico, llámese abrazar, besar o asir de la mano. Todo indicó que el ciervo guardaba mayor recato, como si le debiera fidelidad a alguien. Husk no se atrevió a cuestionarlo, ni puso resistencia a la distancia fijada, no le quedó más que acomodarse a aquellas nuevas exigencias. Sin embargo, los indicios apuntaron hacia Lucifer. El porqué, sin temor a errar, intuyó que se debía a la tan anhelada libertad que Alastor seguía buscando. Pero el cómo, esa pregunta empedró su mente. ¿Qué podría ofrecerle Alastor a Lucifer, que no tuviera ya? El mayor lamento del rey era bien conocido por todos en el hotel, la desaparición de su esposa, por lo tanto, brindarse compañía era el eslabón que podría unir a ambos demonios. Alastor ya se había atrevido a pagar ese precio a cambio de un alma, ¿qué no haría por su libertad?
Todas sus dudas se disolvieron una madrugada en la que Alastor irrumpió en su alcoba entre sombras y dando trompicones. Su demacrada fachada lo espantó tan pronto peló los ojos. Líneas de moretes herraban su cuello y muñecas, de su maltrecha ropa colgaban jirones, apareció con el cabello mechudo y el labio inferior reventado. El demonio de la radio cayó directo en sus brazos. Era un manojo de dolor. El llanto no se extinguió con el amanecer, hasta pasadas las ocho de la mañana fue que Alastor dejó de ahogarse con sus propios lamentos. Husk no se le despegó, lo sostuvo con la firmeza que una madre primeriza pone al cargar a su bebé, pero apacible a la vez para no estrujarlo. Lo envolvió entre sus alas, tal como le solía pedir Alastor, adoraba que las usara como dosel. Entre más pensaba Husk, el revoltijo en su mente se fue embraveciendo. La imagen de Lucifer repiqueteó sin parar entre sus conjeturas. Rezó al Dios católico que alguna vez le inculcaron con la única oración que su memoria pudo recoger de sus tiempos como humano.
— ¿Fue Lucifer, cierto?
No hubo una respuesta inmediata, pero el llanto se perdió. Alastor se tensó y retuvo las horribles palabras que tanto quería vomitar. Se hizo más pequeño entre los brazos del gato y sepultó todavía más su rostro. Los minutos fueron como látigos para Husk, más y más cólera se fue apelmazando con cada paso que daba el segundero del reloj en la pared.
— Alastor, estoy aquí para ti. Lo que sea que haya hecho ese hijo de puta, ¡dímelo! — solicitó Husk con desesperanza. Sus dientes se presionaron entre sí y en sus ojos encorvados se apelmazaron unas cuantas lágrimas. Tuvo que tragar la bola de odio en su garganta antes de continuar — ¡Quisiera poder degollarlo!
— Soy un estúpido…
— Por favor, no te culpes, no lo hagas…
Lánguido y sin deseos de recordar, Alastor dilató su confesión. La muerte lo visitó por segunda vez, pero no se llevó su vida, le destripó su dignidad y su brío sin benevolencia alguna.
— Me amarró, me lo hizo como a una prostituta… — Alastor volvió a llorar en silencio, con los dientes crujiendo y el cuerpo endurecido por negarse a aceptar lo que había acabado de vivir — ¡le dije no! ¡no a… así! — las palabras salieron rasposas — ¡me tapó la boca! ¡ME GRITÓ QUE ERA SU PERRA!
La habitación se pintó con las sombras del demonio radiofónico y el aire se llenó de estática embollada con gritos lacerantes. La cornamenta de Alastor creció, sus ojos combinaron con la oscuridad alrededor y varios símbolos verdes brillaron como estrellas nocturnas. Husk mantuvo hermético su propio dolor. Allí, observando la aberración que el diablo había causado, quedó el nacimiento de un odio vehemente. La frustración, que caía transformada en gotas de sudor, le hizo padecer su propia inutilidad. El gato no podía tomar venganza por mano propia, no a falta de voluntad, sino de recursos. Entre él y Lucifer había una diferencia abismal de poder. Aun así, si su muerte sirviera para sanear el alma de Alastor, no pondría ningún “pero” en dejarse decapitar. Su mente no encontró juicio que combatiera la ruina en el corazón del ciervo. Solo pudo quedarse a su lado, contagiado de dolor y con el deseo de ver muerto al diablo.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
La reconciliación no se dio como Lucifer habría querido. Después del traspié que dieron por culpa del desastroso aniversario y el anillo en su dedo, la relación entre él y Alastor fue secándose. Fue abrupto. La brusquedad en la personalidad de Alastor se acentuó con tanta rapidez que le fue difícil frenarla, como si hubiesen regresado a ser un par de desconocidos. No fue sino hasta ese punto que el diablo se dio cuenta de lo mucho que se había acostumbrado a ser amado otra vez. Y para hablar con mejor justicia, no solo era los regalos de atención que recibía, también extrañaba a Alastor mismo. Sus charlas, abiertas y con tono de calidez. Su voz, la divertida con estática o la sincera sin ella. Su humor, tan ácido como para hacerle retorcer de malicia. Lo bien que encajaban en pasatiempos. El baile de sus manos al hablar. Sus diferentes risas, porque ya sabía diferenciar entre la decorosa y la llena de locura. Su cabello húmedo. Su respirar tibio en la noche. Aquella cabeza rojiza reposando sobre el sube y baja en su pecho. Todo se había ido en menos de lo previsto. Lo peor, sin ningún tipo de petitoria, como si nada importara, como si su opinión careciera de valor. Entremezclados, el orgullo y el dolor fueron enloqueciendo los días del diablo.
Trató de apaciguar a Alastor, en balde se acercó para hablar con él. “No veo por qué deba de estarte cuidando, somos amantes, no esposos”, fue la respuesta que obtuvo en uno de los muchos reclamos que le hizo al ciervo. Tan claro como un cielo despejado, el castigo que imputaba caía sobre sus propias decisiones. Alastor no cortó los encuentros sexuales, eran el último puente que los unía, porque quiso que el diablo sintiera lo mismo que él padecía, el saberse un objeto de deseo, no de amor. Durante aquellas citas, fue soltando rastros del Alastor enamorado con el mero propósito de mortificarlo cuando volviera alejarse. ¡Y fue efectivo tal método de tortura! Porque Lucifer probaba una pequeña dosis de su droga, solo para pasar días de flagelante sobriedad. Alastor se encargó de extender lo mayor posible los encuentros pese a que él mismo también colgaba una auto penitencia. No flaqueó en su determinación por vengar a su timado amor y, de paso, irse sacando a Lucifer de sus entrañas, aunque la tarea no dio los avances requeridos para romper el vínculo restante.
Charlie también llegó a notar el cambio en Alastor. Fue desatendiéndose del hotel, evasiva tras evasiva salía de su presunta agenda apretadísima. Algunos días se desaparecía desde la mañana y no volvía a poner píe en el hotel hasta entrada la noche, alegando que tenía cuestiones personales tan imperiosas que le carcomían las horas. La princesa se acongojó, pero no hubo ninguna recriminación de su parte, se mostró empática y solidaria con los asuntos que, poco a poco, alejaban al ciervo del proyecto de redención. Tras dos meses de dejar a Alastor jugar al papel de mártir, Lucifer decidió salir a espiarlo. Quiso ver de primera mano cuál era la empresa que hacía a Alastor descuidar al hotel y a él mismo. Infirió que esos asuntos no eran más que patrañas. Simples argucias que sacaba para hacerle perder el seso, como si cientos de bichitos estuvieran metidos en su cerebro, royéndolo. Así fue como un día lo siguió con la mayor de las cautelas. Nada de imperioso encontró en su trayecto: Rosie, visitar tiendas, ir a un bar y caminar sin rumbo mientras asesinaba a varios pecadores de bajo perfil. Nada que pudiese ser más importante que cumplir sus funciones como anfitrión del hotel, o, en su defecto, estar a su lado calentando su cama. Fue hasta su última parada que todo se fue patas hacia arriba. Lo impensable, sucedió.
Alastor entró a un edificio alto, a donde varios overlords siguieron llegando después de él. No fue difícil para Lucifer deducir que un comité de señores supremos debía de transcurrir allí adentro. Nada seguía sin parecer fuera de lo rutinario en la vida de Alastor. Sin embargo, cuando el ciervo salió, y a menos de cinco metros de haberse alejado de la sede de la reunión, Vox apareció tras él y detuvo su andar. Lucifer estaba lejos como para escuchar lo que vociferaba Vox, pero gracias a los gestos que torcían su rostro, pudo notar que un altercado estaba por desatarse. Alastor se mantenía solemne, respondiendo con la más grande de las tranquilidades sin mover su cuerpo. Tras algunos minutos, el rostro de Vox se mesuró, como si tratara de guardar los sentimientos que burbujeaban en la caldera de su odio. La escena se tornó un absurdo cuando el demonio de la televisión sujetó con delicadeza el rostro de Alastor, y peor aún, cuando este último no lo rechazó. Muy discordante con su comportamiento habitual, contestó sin causar alboroto y recargó más su cabeza sobre la mano que lo acariciaba, correspondiendo a cualesquiera que fueran las intenciones del otro. Ese fue el límite de Lucifer, una cólera desparramó su discreción, el gruñido de una fiera retumbó dentro de él y su cuerpo se zangoloteó sin reparo al observar cómo Alastor compartía el afecto que solo debía pertenecerle a él. Tan rápido como le fue posible, se plantó al lado de los overlords, haciéndolos separarse casi de inmediato.
— Sabes que hay una actividad muy importante en el hotel, y aun así estás perdiendo el tiempo con las cucarachas de la calle.
Los ojos de Alastor se ennegrecieron por una fracción de segundos, pero retomó su tranquilo semblante antes de mostrarse sorprendido. Un ligero nerviosismo le llenó los pulmones, haciendo que aprisionara por un momento el aire allí adentro. Una incomodidad hizo zigzaguear los ojos de Vox sin detener su mirada en alguno de los otros dos demonios, solo meneó sus dedos antes de cruzarse de brazos al sentir el peso de la furia del rey sobre su cabeza.
— Su majestad, Charlie está al tanto que no estaría presente en la actividad de hoy. De igual forma, le agradezco el inútil gesto de venir en mi búsqueda.
Alastor y Vox aparentaron inmutabilidad, quedándose en su mismo sitio y sin dar muestras de querer terminar con la charla interrumpida. Ambos observaron al rey de soslayo, como si fuese un intruso, un mal tercio que importunaba el acalorado encuentro.
— No es opcional tu presencia en el hotel. ¡Vámonos! — dijo Lucifer apretando su bastón con ambas manos, tratando de prensar los celos que estaban por desbordarse desde su interior.
Alastor giró en seco hacia Lucifer, sus ojos se empequeñecieron y sus dientes se avistaron con mayor énfasis.
— ¡No! Tengo asuntos que atender.
— ¡IRÁS AL HOTEL! ¡AHORA! — gritó el diablo con sus ojos tiritando involuntariamente y sus venas palpitando en su cuello y frente.
Lucifer quedó chamuscado entre el fuego de una ira apabullante. En ese momento su cordura se congració con la demencia, enjuiciando que debía de disciplinar a Alastor. Él debía entender de una vez por todas que solo tenía un dueño. Que nadie, exceptuándolo a él, podía toquetearlo con tal descaro. ¡Todo de Alastor le pertenecía! ¡Todo, maldita sea! ¡Alastor tenía una correa muy corta! ¡No podía ir entregando caricias a quien quisiera! ¡Él era de su posesión! ¡Mierda! ¡Le enseñaría, le enseñaría bien y de manera contundente!
— Su majestad, le reiter…
La mano de Lucifer jaló con descuido al demonio de la radio, impidiendo la réplica que estuvo por lanzar. Todo el cuerpo de Alastor bajó de temperatura ante el sobresalto en sus nervios. Sintió sus músculos endurecerse, como si fueran alarmas de un peligro inminente. No fue algo que haya meditado, pero su voz se quedó acumulada sin poder reaccionar con mejor tino. Vox abrió su boca y sus ojos en completo espanto, un miedo lo mordió al ver la indolencia con la cual el rey trataba a Alastor.
— ¡ALASTOR! — exclamó Vox con los puños endurecidos a sus costados y el rostro fruncido.
Algunos chispazos envolvieron al demonio de la televisión, produciendo que su cabeza se llenara de barras de colores por algunos segundos. Sin poder soltar alguna palabra más, Lucifer y Alastor desaparecieron entre una bruma roja frente a sus ojos. Como si el cielo supiera lo que estaba por venir, la oscuridad se condensó aún más y dejó un aire siniestro vagando por todo Orgullo.
Notes:
¡Hola! Espero que este capítulo no haya sido muy desolador, los que vienen también lo serán. Habrá dolor antes de que todo mejore para Alastor.
En lo personal, me emociona mucho esta historia, aunque aun no he conversado tanto con el personaje de Adam, por ello siento que me está costando trabajo sacar todo de mi cabeza. El plan era no publicarla, porque en serio me está costando embonar todo lo que debe pasar, pero sus votos y comentarios me han dado el ánimo de seguir publicando. Iba a esperar por lo menos un mes en subir este capítulo, pero quisiera saber como es la recepción de estos capítulos, ya que se mostrará la peor faceta de Lucifer, y quisiera saber si la historia tiene futuro o mejor la dejo en mi computadora. Realmente me gustaría conocer sus opiniones y comentarios.
¡Gracias por leer!
Chapter 4: Capítulo 3: El fin
Notes:
¡¡¡⚠ ⚠ ADVERTENCIA ⚠ ⚠¡¡¡
Este capítulo contiene actos de violencia sexual no descriptiva, leer con cuidado.-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
En el Infierno, el ser más poderoso era Lucifer, y este hecho fue para Alastor el gancho de sus clandestinos sueños. Más que la salida para romper el trato que lo reducía a un sirviente, el diablo simbolizó, para él, protección. Nunca antes había conocido a alguien que pudiera calmar su incesante miedo al dolor, y no uno físico, el dolor al que temía iba más allá de su piel. Desde que Lucifer llegó al hotel dio muestras de su extraordinario poder: reformó el hotel con mayor habilidad, detuvo el ataque del Cielo, venció a Adam, se ganó los elogios de los huéspedes. La única debilidad que pudo encontrarle fue la paternidad, misma que utilizó para rivalizar con él, y en medio de esas continuas luchas nació un deleite por llamar su atención. Alastor no lo sabía, pero la atención de Lucifer ya la había ganado desde el momento en que sus miradas cruzaron por primera vez. El rey no regalaba tiempo, ni peleas, ni odio, aquellas disputas solo fueron una tentadora diversión para él, un juego de seducción que Alastor no entendió hasta la tarde en que Lucifer le robó un beso. Después les llegó el amor, o lo que ellos entendieron como amor.
Alastor estaba al tanto de lo posesivo y celoso que era Lucifer, ¡y claro que debía ser así! Porque el diablo solo celaba aquello que cuidaba y atesoraba, como a Charlie y Lilith, a quienes no toleraba que ni un insulto pisara su nombre. Sentir la posesividad de Lucifer le bañó de un sentimiento de seguridad; el control significó cuidado, y el amor, pertenencia absoluta. Ligó estos conceptos como una irrefutable verdad con entusiasmo, entre más se dejó dominar, más enamorado creyó a Lucifer. Y es que, en realidad, poco era lo que Alastor hacía para provocar la ira del rey en términos de adulterio, pero no importó, cualquier situación que incomodara a su amante la halló justificada. Cuando le dijo que le molestaba Rosie, redujo sus visitas. Cuando le dijo que no saliera del hotel, se apegó al proyecto de redención. Cuando le dijo que no usara el vocativo cariño en otros demonios, cuidó su forma de hablar. Si Lucifer se hubiera enterado de la relación entre Alastor y Husk, hubiera roto el trato y recluido al ciervo en su palacio. Alastor en verdad creyó que era valioso para el rey, de otro modo, le dejaría hacer cualquier cosa que le viniera en gana y que se expusiera al peligro de estar con alguien que pudiera dañarlo. ¡Eso era!
Lucifer también reflexionó sobre sus sentimientos posesivos, pero su deducción no fue el amor, sino su estatus de rey. ¿Qué rey dejaría que otros se divirtieran con sus juguetes? Ninguno, mucho menos él. Para su fastidio, Alastor era un demonio tentador. Algo no definido en él, hechizaba. ¿Qué era? Tal cualidad no se podía descuartizar, era como si el ciervo tuviese un cúmulo de encantos tan bien soldados que terminaron por formar una estructura nueva en su totalidad. Al compararlo con Lilith, le pareció que su fugitiva esposa llevaba las de ganar. ¡Esos pechos voluptuosos, las caderas anchas, el pelo largo y sedoso, la voz hipnótica, las carnosas piernas! ¿Quién podría ganarle a Lilith? Sin embargo, Alastor le resultaba muchísimo más tentador. Pese a que las curvas del ciervo no eran tan prominentes, él tenía una cadencia que lo acompañaba a todos lados. Su cuerpo, delicado y fino, esparcía un acalorado apetito por poseerlo. Alastor era el deseo de los deseos, un enigma prohibido, lleno de placer sugestivo. No fue hasta que logró encarcelarlo entre sus brazos que lo tuvo claro, ni todos los milenios que compartió con Lilith le entregaron ese efecto de apropiación. La forma en que se entregó, lo prodigioso en su toque, su inmaculado rostro sonrojado, sus involuntarios movimientos eróticos. ¡Tan secretamente lascivo!, Alastor lo llevó a otro nivel de placer. Concentrado en sus delirios sexuales, Lucifer dejó de lado el amor que también recibía, por debajo de la mesa, el amor de Alastor se fue colando entre sus venas sin que apenas lo valorara.
Así como debe sentirse un desahuciado antes de morir al recordar su vida dilapidada y notar que jamás luchó por sus sueños, Lucifer sintió la frustración de haber malgastado el amor de Alastor cuando sufrió su lejanía. Nunca antes degustó un amor igual de fervoroso, así, tan ciego e ingenuo al grado de entregar una obediencia total. ¿Acaso los humanos amaban así? ¿Eran así todos? ¿Era solo Alastor? ¿Cuál era la diferencia entre el amor de Lilith y el amor de Alastor? Ambos eran humanos, y, aun así, la diferencia era en horror notable. Llegó un punto en el cual le fue imposible compartir cualquier gesto afectivo de Alastor, todo lo dislocaba. Quiso ponerle alfileres en sus extremidades y colocarlo en un cuadro para su propio deleite, como si fuese un rarísimo espécimen de mariposa, casi imposible de hallar.
Entre bromas y chismes, varias veces se coló a los oídos del diablo cómo Alastor era molestado por un supuesto admirador empedernido: Vox. Aquel pecador era una mancha putrefacta en la hoja de vida del demonio radiofónico. “Fuimos socios, pero nuestros negocios no eran compatibles. Solo eso”, alguna vez llegó a excusarse el ciervo. Lucifer quiso prohibirle que acudiera a las reuniones de señores supremos, pero Alastor le tranquilizó al explicarle que los V’s no acudían a esas reuniones. ¡Mentiras! Cuando Vox salió persiguiendo a Alastor, lo supo, habían sido asquerosas mentiras. ¿Socios? ¡Maldito traidor! ¿Cuántas veces no le habría visto la cara de estúpido?
— ¡SI TENÍAS TANTAS GANAS DE TENER ALGO EN EL CULO, HUBIERAS VENIDO A MÍ! ¿NO ES ESE MI TRABAJO? ¡MUGRIENTA ZORRA!
Lucifer arrastró a Alastor del brazo hasta su habitación en su palacio. La mente del demonio radiofónico se congeló. Entre el miedo y la vergüenza, solo pudo reaccionar mecánicamente, sus orejas dobladas a los costados, su sonrisa apagada, su mano libre tratando de proteger su cuerpo, sus piernas sin fuerzas para ponerse en pie. El miedo al que tanto huía se repetía, reconoció esos gritos, reconoció esos reproches, reconoció aquel correctivo.
— ¿AH? ¡¡¡RESPONDE, MALNACIDA PUTA!!! ¿POR QUÉ ESE IMBÉCIL ESTABA TOCÁNDOTE? ¿POR QUÉ TE LE RESTREGABAS COMO UNA ASQUEROSA PERRA EN CELO? — gritó con las palabras desgarrando su garganta — ¡¡¡TÚ ERES MI PERRA!!! ¡¡¡SOLO MÍA!!! ¿ENTIENDES?
Palabras que ya había escuchado. Pavor que ya había experimentado. Vulnerabilidad que ya había padecido. No solo fue incapaz de contestar, también se quedó sin el valor de defenderse. Tal como alguna vez pensó, quizá era merecedor de tal castigo. Si había un error, era de él. Alastor se olvidó del demonio en el cual se había convertido, volvió a ser un niño pequeñito, pequeñito, siendo abusado por su propio padre.
— ¡NO TE QUEDES CALLADO! ¿ERES IDIOTA?
La base de metal traqueteó cuando Alastor fue arrojado. Lucifer pudo chasquear los dedos para desnudar a su amante, pero no, no cabía ahí todo su odio. Se agasajó con ir destrozando prenda por prenda con sus garras. Cortes hambrientos, crujidos afanosos, horror excitante. Alastor, quien hasta ese momento había quedado sin voz, sin oído, sin tacto, sin olfato y sin gusto, recobró sus sentidos cuando sintió una correa comprimiendo sus manos y cuello. Allí fue cuando los gritos dejaron de estar ahogados en su pecho, alaridos de muerte llenaron la habitación junto a ruegos de clemencia ignorados.
— ¡NO ME AMARRES! ¡DETENTE, NO QUIERO! ¡NO ASÍ! ¡NO ASÍ! ¡POR FAVOR! ¡PARA! ¡NO A…!
Una cuerda volvió a ahogar su voz.
Esa noche se convirtió en eternidad. Esa noche, Alastor conoció al diablo al que los humanos tanto temían.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Los siete minutos que le tomó a Lucifer fumarse un cigarro en el balcón fueron los suficientes para que Alastor escapara. Conducido por la inercia y la ceguera mental, Alastor llegó hasta la habitación de Husk. Su corazón palpitaba como castigo, agraviado por su deshonra y deslealtad. “¡No debí irme!”, se reprendió con miedo en los huesos. Pese a que varios hematomas aun lo acompañaban, e incluso con los recuerdos de haber sido forzado a saciar el odio de Lucifer; en Alastor carcomía la necesidad de bajar la cabeza, de aceptar la voluntad ajena, de cumplir con la condena por desacato. La vergüenza y la culpa lo pisotearon, lo aplastaron, lo exprimieron. Confesarse ante Husk fue lo único que se atrevió hacer esa madrugada, porque sintió la irrealidad rebasar su cordura. Entre la aglomeración de emociones, la mente de Alastor se deschavetaba por justificar a Lucifer. Sin querer endosarle la culpa al diablo, se sintió obligado a transferírsela a él mismo. Ya se lo habían dicho, él era el anormal, él era el error, él era el deforme. Si alguien había errado, debió ser él, por actuar de manera indecente y haber jugado con la paciencia del diablo, lo sucedido había sido la consecuencia natural de sus propias acciones. Asqueroso, todo en su cuerpo le provocó nauseas, como si las marcas en su cuerpo hubiesen comenzado el proceso de putrefacción. El miedo se descocía de su piel, dispersándose en el ambiente, quería desprendérselo a tirones y olvidar cómo era sentirse usado. Sin embargo, en esa alcoba no estaba una sola cabeza, Husk estaba a su lado, cuidándolo y con sus sentidos bien despiertos para abofetear con verdades las pésimas conclusiones que el demonio radiofónico arañaba.
— ¡Fue una violación, entiéndelo, no lo defiendas! ¡Eres el jodido demonio de la radio! ¡Ya déjalo, es un maldito hijo de puta que no tiene perdón!
Husk se encargó de tranquilizarlo y aniquilar cualquier esperanza que quisiera guardar en su corazón. Admitir que el error había sido de Lucifer, fue el peor sufrimiento para Alastor, porque entonces se obligó a reconocer que no fue amado, que la posesividad del rey nunca fue una muestra irrefutable de amor, que carecía de valor ante el otro, que en realidad todo fue una fantasía ingenua que sacó de algún deseo reprimido. Pensamientos que ya lo atosigaban, pero que hasta ese punto se le transformaron en verdades consientes. Su llanto acompañó a los minutos, avanzaron juntos en un agónico baile sin fin. A partir de esa noche, debió recordarse que Lucifer era el diablo, un verdugo, no un salvador.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Ver a Lucifer durante los once días en que Alastor se ausentó, fue como ver a un león cautivo. Su mente inestable, evocando conjeturas repugnantes, con su humor estropeado y sus sentimientos ardiendo dentro de una contradicción de furia y preocupación. Pudo haber buscado algún tipo de conjuro para obligarlo a presentarse, pero su orgullo sopesó más que su angustia. Quizá se le había pasado la mano, quizá se dejó llevar por un momento de debilidad, quizá debió de castigarlo de otra forma. Pero lo hecho, hecho estaba. No podía regresar el tiempo y solucionar los problemas causados por Alastor de otro modo. “¿Quién hubiera pensado que el gran demonio de la radio se quebraría por una sesión de sexo rudo?”, pensó. Sin creerse perpetrador de un crimen, el diablo se aguantó el fastidio de tener que esperar. Ya llegaría el momento de volver a poner todo en su sitio. Dos escenarios empañaron su tranquilidad. El primero, que debían aclarar todo el enredo de Vox. El segundo, volver a asentar la relación para dejarla tal cual debía ser, la de unos amantes enamorados compartiendo una rígida fidelidad. Y más le valía a Alastor haber aprendido la lección. Le sería una molestia tener que perseguirlo de nueva cuenta. Ningún rey se rebajaría a rogar por amor, mucho menos el rey del Infierno.
Al onceavo día de ausencia, Alastor tuvo que continuar el espectáculo, le era bastante conocido ese dolor, si lo soportó en su niñez, ¿por qué no podría hacerlo en su etapa como demonio? Husk planteó la opción de escapar, podían intentar irse y dejar atrás a Lucifer y al Hotel Hazbin, pero ambos dedujeron que la ira del rey no podría ignorar tal insulto. Terminaron por concluir que no había mejor lugar para mantenerse a salvo que el propio hotel, allí vivía Charlie, la única persona que podía domarlo.
Tras su regreso al hotel, Alastor hizo una jugada que Lucifer no esperó, su primer acto fue pedirle a Charlie una charla en privado. “Si desaparezco, el culpable será tu padre”, fue la dura sentencia que arrojó contra Lucifer. Aun cuando la princesa le pidió una mejor explicación de tal acusación, el demonio de la radio se negó a dar mayores detalles del asunto y afirmó sin balbucear: “Fue en parte mi culpa, no puedo decir que soy inocente. Quizá ingenuo, pero no inocente. No te molestes con tu padre, ambos cometimos errores”. Lo que más consternó a Charlie, fue el miedo deambulando en medio de esa conversación, como si Alastor creyera capaz a su padre de hacer algo atroz. Por supuesto que fue a discutir con el diablo, incluso en contra de la advertencia de no hacerlo. Lucifer se encolerizó, ¿cómo Alastor había tenido la desfachatez de involucrar a su hija? Dando como excusa una discusión que terminó terriblemente mal, le prometió que cuidaría su trato hacia el pecador. ¡Oh, qué buen mentiroso! Fingiendo remordimiento, con sus ojos encorvados, con sus labios apretados y sus manos nerviosas rodando entre ellas mismas, ¿quién no le creería? Su imagen ante la princesa se salvó apenas por un gramo de suerte, aunque le quedó notificado que, si algo le llegaba a pasar a Alastor, tendría que enfrentar la culpa sin ningún tipo de excusa. Tan pronto encontró una oportunidad de enfrentar a Alastor, Lucifer lo acorraló en su torre. Un hechizo de insonorización envolvió la habitación y los gritos llovieron a cántaros.
— ¡¡¡¿CÓMO TE ATREVISTE A DECIRLE SEMEJANTE MIERDA A MI HIJA?!!! — gritó Lucifer lanzando una silla contra la pared y destrozando el suelo a cada pisada — ¡¡¿QUÉ ESTÁS PLANEANDO?!! ¡¡¿PONERLA EN MI CONTRA?!!
— ¡Lárgate, Lucifer! ¡Si me haces algo, ella lo sabrá todo!
— ¿Qué sabrá? ¿Qué me abriste las piernas? ¿Qué soñabas con usurpar el lugar de su madre? — rio con toda la extensión de su boca.
— ¡Sí! ¡Eso sabrá! ¡Que creí en tus asquerosas promesas! ¡Qué yo, el idiota demonio de la radio, se tragó el cuento de tu amor! ¡Qué fui un tonto! ¡Que tengo asco de mí mismo! ¡Que me engañaste! ¡Que me violaste!
Lucifer frenó de golpe su furia. Sus ojos se llenaron de una pesada turbación y su boca se petrificó aun estando abierta. ¿Violación? ¿Dijo violación? Que risible le resultó esa palabra en el reclamo de Alastor. Tosió un par de veces y un bufido se le escapó como sustituto a las palabras que no encontraba en su mente. Ni siquiera entendió la acusación, conocía el significado de esa palabra, pero hasta donde su memoria daba, jamás había cometido tal asalto.
— ¿Qué mierda dices? — la incredulidad se coló entre la pregunta, Lucifer alzó sus manos con las palmas hacia arriba, acentuando que no entendía ni un bledo a qué se refería — ¿Cuál violación?
— Quisiera ser tú. A mí también me gustaría borrar de mi mente que me amarraste y me follaste aun cuando claramente te pedí que te detuvieras.
Las manos de Alastor comenzaron a sacudirse. Él fue el agredido y pese a esto, también era quien estaba a unos cuantos pasos de caer en un vórtice de pavor. Sus lagrimales se aguaron, apretando la lluvia deseosa de peregrinar. Quiso mostrarse sobrio, pero el miedo ante la posible represalia por involucrar a Charlie le mantuvo los nervios enloquecidos, mientras que su esclavizado corazón no dejó de dar guerra con el repulsivo amor que aun cargaba.
— ¡Eso… eso fue solo un juego! ¡¿Tan idiota eres que no sabes de eso?! ¡Así juegan los adultos, cervatillo ingenuo! — el diablo se encogió de hombros mientras trataba de explicarse entre risas y un tono burlesco al hablar.
— ¡Solo en tu cabeza fue un juego!
El cuerpo de Alastor no soportó más. La combinación de humillación y miedo sepultaron los vestigios de su resistencia. Involuntariamente, se cobijó con sus propias manos, dándose consuelo, queriendo protegerse de cualesquiera fueran las intenciones de Lucifer. Lágrimas fueron dilapidando su coraje, porque ya nada quedaba, se le perdió entre las burlas del diablo. Incluso su sonrisa se extravió, regalando su lugar a una mueca agachada ante las groserías que golpearon su alma acorralada. Su respirar se volvió espasmódico al tratar de impedir que el llanto se convirtiera en una patética tormenta. Lucifer volvió a quedarse sin expresiones y sin palabras, su mente se pasmó al tratar de develar en qué rayos se había transformado aquella charla.
— No me salgas con esa mierda. ¡¿Crees que puedes ir con Charlie y decirle una sarta de idioteces y luego tratar de arreglar todo con lágrimas?! ¡Estás imbécil si piensas que caeré en tus trampas!
— ¡SE ACABÓ, LUCIFER! ¡LÁRGATE!
Una corriente fría y densa atravesó al diablo en segundos. Todo el valor e ímpetu se le esfumaron de golpe. Sintió su corazón rebotar sin piedad y en su garganta se acumuló saliva, dándole la impresión de que se ahogaría en cualquier momento.
— ¡¡¡¿Qué?!!!
— ¡QUÉ SE ACABÓ! ¡SE ACABÓ! ¡YA NO SERÉ TU AMANTE! ¡SI PLANEAS MATARME, HAZLO! ¡NO VOLVERÉ A DEJAR QUE ME USES COMO A UNA PROSTITUTA! — gritó Alastor entre temblores y con los ojos cerrados. Su cornamenta se alargó y algunas sombras se avistaron en las paredes, succionando la poca luz en la habitación.
En ese momento, cuando la frase “se acabó” llegó al entendimiento del diablo, fue que asimiló que las acusaciones en su contra eran reales. Alastor no estaba fingiendo, no estaba inventando evasivas, no hablaba con exageraciones. Lo había lastimado, en verdad había roto el amor del demonio radiofónico. La fragilidad y pureza que tanto adoraba del ciervo habían sido destrozadas por sus propias manos. Si la piel del diablo no fuera blanca, se hubiera podido ver la prueba de la culpa contaminándolo y todo rastro de color se hubiera esfumado. El miedo a la ruptura se acumuló en su pecho, allí todo se fundió y quemó como hierro líquido. Incluso la ira por haber incluido a su hija en la disputa, se evaporó.
— ¡Eso no fue una violación! ¡Deja de decir mentiras! ¡No quieras zafarte de lo nuestro con artimañas! — las manos de Lucifer se agitaron abiertas y frías gotas de sudor empaparon su rostro.
— ¿Lo nuestro? ¡Ya no hay nada entre nosotros! ¡Vete! ¡Ojalá nunca tuviera que volverte a ver! — contradijo Alastor sin poder ofrecerle una mirada. Con el rostro ladeado y los dientes castañeteando, el llanto salió raudo y sin freno.
— Al… todo es un malentendido. ¡Me engañaste! ¡Si no hubiera llegado, te habrías ido a revolcar con ese cabrón! ¿Y ahora me sales con esta mierda? ¡No seas un descarado! ¡Lo que hice está justificado!
Alastor giró su rostro y abrió sus ojos para enfrentar el odio del diablo. La humillación, que de a poco lo aniquilaba, recorrió la distancia entre ellos. Lucifer pudo sentirla, lo arrolló. Como una flecha atravesando su cuerpo, el dolor en los ojos de Alastor lo flageló. No había nada que rescatar, no podía seguir rodeando sus errores, en esa habitación, solo él había pecado.
— ¡NO MÁS! ¡LÁRGATE! — sentenció Alastor con la voz embravecida, pero cansado al mismo tiempo. Sus garras traspasaron su ropa, haciendo sangrar sus brazos, pero el dolor pasó desapercibido ante el que cargaba en su pecho.
Lucifer negó varias veces con la cabeza siendo incapaz de aceptar el veredicto. Escalofríos picotearon en diferentes partes de su cuerpo y un miedo desconocido lo amordazó. En verdad Alastor lo estaba abandonando, en verdad lo estaba sacando de su vida. Su mente se llenó de chirridos y su vista se nubló. ¿Qué podía decir? Su boca se abrió y cerró varias veces, tratando de encontrar el discurso correcto que lo ayudara a hacer entrar en razón al ciervo, pero ninguna palabra salió en su defensa. Su respirar se volvió frenético cuando sintió que el amor de Alastor se le escurría de las manos, no halló forma de sujetarlo, de amarrarlo otra vez a sus pies. El estupor continuó por varios minutos, para cuando despertó del trance, Alastor había vuelto a huir.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Lucifer se quedó en la torre de radio por más de quince horas con la esperanza de aclarar todo lo ocurrido. Si debiera disculparse, lo haría. Si debiera prometerle matrimonio, se lo prometería. Si debiera divorciarse, se divorciaría. Con el miedo y la desesperación asfixiándolo, trepó hasta esas desquiciadas ideas. Todo había comenzado por culpa del anillo atorado en su dedo, si arrancándolo lograría conservar a su amante, era un sacrificio que consideró pugnar. Mientras esperaba que Alastor apareciera, de pronto, el recuerdo de Lilith se volvió ligero. En realidad, todos los inconvenientes que le dio a Alastor para espaciar el momento de honrar sus promesas fueron subterfugios, no había nada que lo atara a Lilith más que su propia terquedad. Su matrimonio hacía mucho tiempo que se había terminado, de palabra, pero estaba disuelto. Charlie había partido sus sentimientos y poco le importaba si sus padres estaban juntos o no, es más, ella misma deseaba en silencio que Lucifer pudiera atreverse a rehacer su vida amorosa. Lo que dirían en el Infierno le resultaba menos que una preocupación, estaba acostumbrado a la verborrea sensacionalista de la prensa y nada lo perturbaba. Solo era él. El propio Lucifer era el único impedimento para tirar el ladrillo restante del castillo de sus ilusiones con Lilith. Consideró que sacrificar esa quimera podría no ser tan terrible como sacrificar a Alastor. Pero nadie apareció en aquella torre para compartir sus conclusiones.
Lucifer se atrevió a salir con más miedo que resentimiento. El gran rey del Infierno, reducido a un demonio que daba pasos cortos y ofuscado ante cómo enmendar su error. Para su sorpresa, Alastor no escapó del hotel, lo encontró en la sala junto a los demás inquilinos siguiendo las indicaciones de Charlie en una actividad que poco le interesó. Las horas avanzaron tranquilas, sin prisa, burlonas de la desesperación del diablo. Cuando pudo tener una oportunidad de hablar con Alastor a solas, fue repelido sin cortesía alguna ni el mínimo intento por mantener oculto el asco y odio hacia su persona. Los esfuerzos continuaron, pero el demonio de la radio se escurría antes de que terminara al menos una oración completa. La tensión entre ellos llegó a la vista de los demás. “¡Deja a Alastor en paz! ¡Papá, ¿qué estás tratando de hacerle?”, terminó reprendiéndole su hija al quinto día de persecución. Para suerte de Husk y desgracia del diablo, Alastor se escapaba a la alcoba del gato cada noche para evitar los implacables asedios. Quien quiera que fuese el director de los sueños del diablo debía ser más bien un verdugo, porque las pocas veces que logró dormir, solo imágenes de Alastor en brazos de demonios extraños lo atormentaron en sueños cada vez más explícitos. ¿A dónde era que iba a cada noche? Ni su torre ni su habitación custodiaban el tiempo para dormir de Alastor, entonces, ¿qué sábanas lo amparaban?
Pasado poco más de dos meses y medio de estar tras Alastor, buscando que le dejara al menos explicarse, que le dejara zurcir su error, que le dejara decirle que planeaba cumplir con las promesas hechas; lo único que encontró, fue su propio orgullo disminuido por la culpa. Él era un rey, Alastor un simple pecador, ¿por qué tendría que estarlo persiguiendo? Su ego comenzó a mal aconsejarlo en sus ratos de soledad. Vocecillas que le parlotearon frases que necesitaba escuchar. “¡Soy Lucifer! ¡El diablo! ¡Soy más que todos en este inmundo lugar!” Si alguien debía de padecer la ruptura, ese debía ser el demonio de la radio. Si alguien debía de estar arrepentido, era el otro. Si alguien tenía algo que perder en verdad, era el sucio pecador. ¡Lucifer lo tenía todo! ¡Todo! ¡En sus manos tenía todo el poder del Infierno! ¿Quién necesitaba de un imbécil que no era capaz de ver su propia suerte? Entre más rumeó esos pensamientos, más ridículo le pareció que Alastor fuera especial. Solo era un engaño, un espejismo producto de su necesidad de compañía. ¡Por supuesto! ¡Cualquiera podría llenar el espacio que Alastor había dejado a voluntad! En su mente, todo atractivo que alguna vez percibió en el ciervo se fue ennegreciendo como moho que invade una pared vieja, arruinada y olvidada. Si no podía tener a Alastor, era porque se había dañado, porque se había convertido en un demonio repugnante y sin encanto. Solo debía encontrar un reemplazo, uno nuevo y mucho más exquisito. Y no solo eso, uno que pudiera restregarle en la cara al indeseable demonio radiofónico.
Alimentado por su orgullo, Lucifer ideó encontrar un nuevo amante, pero uno que no terminara por cometer la estupidez de exigirle nada salvo unas cuantas noches de pasión. Y conocía a alguien que no paraba de estirar el cuello al presumir sus dotes en la cama: Angel Dust. Si tenía las precauciones debidas, podría hacerle ver a Alastor que no lo necesitaba sin que Charlie se percatara de su nuevo amorío; y por ello, debía ser muy puntual con las reglas en aquel juego. Para Angel Dust, le resultó increíble cuando Lucifer aceptó pasar una noche con él. Una tarde, mientras tomaba un trago en el bar junto a Husk y Alastor, Angel Dust decidió probar suerte con Lucifer. Tan pronto notó que este apareció junto a ellos, exclamó con frescura y una perversa labia que le gustaría conocerlo “íntimamente”. Ya lo había mencionado en muchas otras ocasiones, tal como acostumbraba hacer con todo demonio que consideraba atractivo, pero esa tarde no esperó una respuesta afirmativa. “Ve en la noche a mi alcoba, te dejaré conocerme mejor que todos aquí”, Lucifer le respondió con una sonrisa predadora, exhibiendo su larga y bífida lengua. Husk se quedó atónito, no por Angel Dust ni por el diablo, sino por la presencia de Alastor, quien se mantuvo taciturno y continuó bebiendo el whisky en su vaso.
La experiencia sexual de Angel fue más que comprobada. Se movió en diferentes posiciones, pidió sin decoro otra ronda y luego otra. Insaciable, su resistencia tanteó la fuerza de Lucifer. Se expresó con las frases más lascivas que se le ocurrieron. Su garganta, acostumbrada a tolerar el reflejo del vómito, fue golpeada y llenada tantas veces quiso el diablo. Usó varios conjuntos de lencería, todas las prendas terminaron destrozadas y sucias. Su cuerpo se llenó de marcas, las garras de Lucifer no tuvieron misericordia y se encarnaron, feroces, entre su piel. Y entre todo el arrebato erótico, no hubo ningún beso, no hubo ternura, no hubo caricias cargadas de amor ni hubo lágrimas de castidad. Sexo, solo sexo, tal como deseó Lucifer al inicio de su relación con Alastor. Angel Dust se despidió del diablo antes de que el amanecer los atrapara aún desnudos en su torre de manzana. Quedó pactado que habría más encuentros, así como el solemne juramento de mantener discreción ante Charlie y Vaggie. Una vez que Lucifer quedó solo en su alcoba, el aleteo de una incomodidad lo meneó. Aun cuando su virilidad parecía más que compensada, una merma desconocida quitó la magia sexual previa dentro de esas paredes. No pensó en el magistral desempeño de Angel Dust, tampoco en su cuerpo que continuaba agitado por las descargas de esa noche, mucho menos en el próximo encuentro. Solo pudo imaginar el rostro doblegado y afligido de Alastor. “¿Habrás podido dormir? ¡Ojalá estés pudriéndote de celos!”
Notes:
Hola, espero que les vaya gustando la historia. Cualquier comentario es bienvenido, siempre me ayudan a mejorar.
¡Gracias por leer!
Chapter 5: Capítulo 4: Miedo
Notes:
¡¡¡⚠ ⚠ ADVERTENCIA ⚠ ⚠¡¡¡
Este capítulo describe actos y pensamientos autodestructivos.
Este capítulo menciona violencia y abuso infantil (no descriptivo, solo se menciona).
Leer con cuidado.
El sobrenombre "el Carnicero de Luisiana", es una referencia a los asesinos seriales Jeffrey Dahmer y Andréi Chikatilo, quienes fueron llamados "el Carnicero de Milwaukee" y "el Carnicero de Rostov", respectivamente.-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Una gran mentira sería decir que Alastor no padeció cada minuto de aquella noche. Su dolor se extendió mucho más allá de su llanto, se transformó en plegarias, se convirtió en otra capa de piel, se materializó en serpenteantes sombras. Su mente escarmentó el sufrimiento de saber que esa noche las manos de Lucifer gozarían una piel nueva, quizá una piel mucho más bella que la suya, una que lograría despertarle un apetito como él mismo jamás lo hubiese conseguido. Angel Dust borraría sus besos y sería elogiado con las palabras usadas que tanto añoraba. En la alcoba de Lucifer, la culminación de su historia de amor sucedía. ¿Serían las mismas telas? ¿Sería la misma luna? ¿Sería la misma sonrisa? El rostro del diablo le pareció más hermoso en sus recuerdos. Su amor se diluía, se escapaba ante el tortuoso conocimiento de saberse reemplazado. Al poner la suficiente atención, alcanzó a escuchar los rechinidos delatores del frenesí sexual en la otra torre, incluso los sonoros reclamos de Angel Dust llegaron a su miseria para presumirle el placer que le hacía gritar. Pudo irse, pudo evitar el sacrilegio a su corazón, pudo repeler el escarnio, pero no, necesitó ser testigo una vez más de la verdad tras Lucifer. Porque su juicio balanceaba la realidad con precisión, sin embargo, su amor seguía tirando de los rastros de ilusiones pasadas. Ignorante y testarudo, su corazón iba a gatas tras los rastros de un pasado podrido, lamiendo recuerdos desgastados, haciéndolo sentir insignificante. ¿Qué tanto más tendría que humillarse? La noche eterna no acabó con el silencio en la torre de Lucifer, no acabó con los pasos de Angel Dust alejándose en la escalera; esa noche siguió atravesando la cabeza de Alastor muchos días más.
Desde entonces, su torre de radio la sintió mugrienta. Vapores se colaron entre las raquíticas grietas en las paredes, debajo de la puerta, entre los huequillos de las ventanas. Eran vapores degradantes, como alucinógenos que distorsionaron todo. Le pareció que la mesa de control se apolilló sin que se pudiera notar, que los cuadros se derritieron, que los muebles se avejentaron, que la luz no entró más, e incluso sintió que un agrio olor a sudor se aferró al techo. Su torre seguía tal cual como siempre, pero desde esa noche se transformó en un mundo oxidado. La resistencia de Alastor solo llegó hasta la cuarta visita de Angel a la habitación de Lucifer, eso bastó para enemistarse con su corazón. Como si fueran dos Alastor, el estúpido y el valiente, comenzó a sermonearse con dureza. Mantuvo un exilio de tres días y tres noches en su habitación en el primer piso del hotel, alejado de las proezas sexuales de Angel, donde pudo castigarse como hacía cada que el dolor rebasaba su dignidad. Esa vez no fue la primera que Alastor sintió la necesidad de autoflagelarse, de niño lo hizo, de adolescente continuó, solo hasta que llegó a la adultez cambió su carne por la de pedófilos y violadores. Las marcas en su cuerpo no fueron castigos del Infierno ni trofeos de guerras pasadas, fueron cuchillazos que el mismo se hizo cada que sintió que no calzaba en la palabra hombre.
De niño se lo dijeron, muchas más veces de las que su memoria pudo almacenar. Su madre, su padre, otros niños, sus maestros. “¡Compórtate como un hombre!” ¿Qué era comportarse como un hombre? Nunca supo cómo hacer eso, porque la mayoría de los hombres gritaban, golpeaban, mancillaban, insultaban. Y quizá no era ahí donde debía buscar. A los hombres no se les permitía muchas cosas, como ser delicados, graciosos, serviles, y, sobre todo, llorar. Por alguna razón que nunca entendió, los hombres no debían mostrar sus lágrimas. “¿Quieres ser una niña? ¡Pues te trataré como una mujer!” Y su padre cumplió con su palabra, no solo lo trató como una mujer, lo convirtió en su mujer. Alastor no tenía la culpa de carecer de una gran musculatura, tampoco de su frágil cintura, ni de su carácter amable. A los ojos de su padre, no servía como hombre. Muchas veces Alastor escondió su llanto, pero le fue difícil controlar los temblores, el tartamudeo, sus ojos vidriosos o su vejiga asustada. Sus lágrimas llegaron a desesperarlo, antes de que recibiera un castigo por su padre o madre, él aprendió a adelantárseles. Primero fue un corte pequeño, apenas un pinchazo con el pico de un cuchillo, luego fueron alargándose, llegaron a ser heridas que debían sanar por varios días. Guardarse el miedo en el pecho fue mucho menos doloroso que estarse cercenando la carne, o eso en apariencia, porque las heridas se extendieron mucho más lejos y profundo que su piel.
“¡Solo un verdadero hombre podría hacer esto!”. Esas siete palabras fueron el último recuerdo que su padre conservaría, porque su propia sangre ahogándolo cuando Alastor alcanzó su carótida, le impidió mantenerse consiente de las siguientes heridas. Ese día Alastor se transformó en el monstruo que años más tarde sería conocido como “el Carnicero de Luisiana”. Ese día nació el demonio de la radio, incluso antes de que llegara al Infierno, a donde su alma fue arrojada por los pecados que cometió, pero a donde llegó sin que se le indemnizara por los pecados que padeció a manos de su padre. Y es que, todos allá abajo eran monstruos, quizá unos más horribles que otros. Algunos aceptaron a regañadientes su condena, no porque particularmente se sintieran arrepentidos, la nefasta segunda vida que debían pasar era el principal de sus lamentos. Un tanto más caía en la ambigüedad de lo considerado bueno o malo, así pudieron decirse a sí mismos que no merecían estar allí. Sin embargo, había otro grupo de pecadores que les gustaba el Infierno, nada los escandalizaba, como si todo fuera tan natural como el oxígeno que algún día respiraron. A estos les gustaba que los adjetivaran como monstruos, lo eran, lo sabían y jamás lo negarían. ¡Ya no más! Negar la putrefacción de sus almas era cosa del pasado. Lejos se quedaron sus máscaras de buenos ciudadanos, donde tenían nombres de personas, donde tenían que esconderse detrás de falsas personalidades, falsas vidas, falsas apariencias, ¡qué horror! Ninguno nació siendo monstruo, siendo unos bebecitos en brazos de sus madres no lo fueron, no siempre. La ciencia ha estudiado la maldad, la filosofía ha tratado de entenderla y la religión de castigarla, sin ponerse de acuerdo, poco importaba allá abajo.
Podría decirse que Alastor pertenecía al tercer grupo de monstruos, a él le gustaba esa descripción, si debía ser un monstruo, entonces sería el más tétrico, el más repulsivo, el que causara más pavor. Esa idea no le llegó de la nada, no sucedió que un día despertó con el ideal de ser el peor ser humano que jamás existió. Fue su padre, de él nació su deseo por convertirse en un monstruo, porque ellos no tienen miedo, no lloran, ni permiten que se les dañe. Alastor tenía un gran miedo al dolor, a lo que pudieran hacerle. ¿Qué le harían? ¡Quién sabe! Quizá una bruja con una esfera de cristal le podría advertir, y ojalá eso existiera para evitar ser herido. Con su mayor miedo y odio bullendo en sus venas, decidió convertirse en una aberración, una de la cual nadie pudiera huir, una que aterrorizara más allá de la muerte, la más siniestra de todas; y no lo pensó dos veces cuando vendió su alma para obtener el poder necesario para lograrlo. ¿Qué más se le podía pedir a un niño de apenas trece años? Sus sueños no fueron tener un buen empleo, casarse con una bella mujer, hijos a quienes heredarles su odiado apellido, viajar o cualquier sueño reciclado por la sociedad. Si alguna vez llegó a pensar en esas fantasías, se llevó el secreto hasta su tumba, porque era su secreto, le avergonzaba admitir que algún día soñó con la felicidad de escaparate. Su felicidad se transformó en la suma de sus peculiares triunfos, más que felicidad era satisfacción y tranquilidad. Si era él quien atemorizaba, podía irse a dormir tranquilo y esa sensación le era totalmente satisfactoria. La única inquietud que lo siguió hasta el Infierno, fue idear planes para siempre salirse con la victoria entre sus garras. Solo siendo el más fuerte, el más poderoso, el más grande, era que tenía la certeza de que nadie podría dañarlo.
Jamás imaginó que sus sueños reprimidos regresarían a él convertidos en Lucifer. Se atrevió a soñar como nunca antes. Lucifer, para él, representó la paz que buscó durante toda su vida y lo que llevaba de muerto. El diablo era el ser más poderoso y ¡lo amaba! ¡Lo amaba con suma pasión! Y fue correspondido, por un tiempo tan siquiera. Cuando testificó que un simple actor pornográfico había podido suplantarlo, fue la más cruel humillación. No por parte de Lucifer, sino de su pasado mismo. Los monstros que alguna vez fue, se aparecieron a su lado. El demonio de la radio, el carnicero de Luisiana, el asesino de su padre, el hombre que al fin pudo ser. Todos llegaron para restregarle en la cara que era un monstruo, el peor, el más temido. ¡Él ya no lloraba! ¡Él ya no sufría! ¡Él ya no temía! Enclaustrado en su cuarto, su reflejo en el espejo le mostró que había vuelto a ser un niñito llorón orinándose frente a los gritos de su padre. Su rostro lo asustó, fue como haber visto una aparición. Fue una pesadilla en tiempos de vigilia, se presentó el fantasma del que alguna vez fue y al que tanto huía.
— ¡No llores! ¡¿Qué eres?! ¡¿Una niñita?! ¡Deja de llorar! — gritó Alastor, sincronizando las palabras y los golpes que sus manos daban, destrozando el espejo — ¡¡¡¿Otra vez estás llorando?!!! ¡Te he dicho que no chilles! ¡¡¡Te enseñaré lo que es el dolor de verdad!!!
Su sombra, como si fuera el historial de todos los monstruos en los que se convirtió, invocó un tentáculo desde el piso y lo enarboló amenazante. No pasó mucho antes de comenzar con los latigazos, azotes duros, continuos, llenos de asco. Las lágrimas que se negaban a parar le ocasionaron a Alastor una repulsión virulenta. Se restregó el rostro con sus garras, esparciendo el llanto hasta difuminarlo en sus mejillas. Sus movimientos erráticos no encontraron el adecuado rigor de antaño. Sintió miedo, todos los miedos se apelmazaron, resurgieron de su prisión, quiso deshacer aquel sentimiento, no lo resistía. Tiró de su cabello, se arrancó mechones, se dio bofetones y estiró sus labios en un intento de transformarlos en su sonrisa perdida; la necesitaba, nunca se iba, nunca debía irse. “¡Nunca muestres tu dolor! ¡Que nadie sepa que puedes sufrir!” Cansado de no poder enderezar su mente, otro tentáculo emergió del piso y atravesó su pierna derecha, haciéndolo caer al instante. Más sombras salieron para ayudar a autoflagelarse. Derrotado en el piso, mientras se arañaba las mejillas y sangre brotaba de su cuerpo, Alastor abrió la boca lo más que su mandíbula le dio, como si estuviera gritando, pero no emitió sonido alguno. Los músculos y cartílagos en su cuello se tensaron, tembló por el sonido sofocado, quería sacarlo, pero nadie debía escucharlo; y ningún grito escapó de su boca dilatada. Las heridas terminaron por llevarlo hasta la inconsciencia, en donde se perdió entre más pesadillas y castigo autoimpuesto.
Cuando despertó, ya no había lágrimas, se esfumaron. Todo el cuarto se atestó de sombras. Sin ojos, lo miraron. Sin boca o brazos, lo celebraron entre una oscura apoteosis. Las lágrimas eran un anatema para el monstruo en el cual se convirtió, estaban prohibidas, como una herejía a su consolidada fortaleza. Ya había soportado más dolores de los que podía enumerar, cada sufrimiento oculto lo coleccionó como trofeo, primero en nombre de su hombría, luego pasó a llamarlo poder. Su resistencia era su mayor virtud, y no la soltaría del amarre firme en la cual la contenía. Lucifer y sus mentiras, Lucifer y sus heridas, Lucifer y su castigo, solo eran más dolores que añadir a su lista. ¿Qué más daba alargarla? Si lograba sobrevivir al diablo, podría sobrevivir a cualquier otro padecimiento. Sin embargo, ¿cómo podría sobrevivir al amor? Ese sentimiento era cálido, fraternal, esperanzador. Lo tenía clavado como un puñal, ¿por cuánto tiempo más su corazón se asiría a la quimera? Ojalá pudiera evitar ver al diablo, ojalá pudiera evitar su presencia, ojalá pudiera ser sordo a su voz. Quizá, si Lucifer seguía comportándose como un canalla, su corazón convertiría al amor en odio, o resentimiento como mínimo. Aun cuestionándose sobre el órgano que latía bajo su pecho, Alastor se levantó, se arregló el saco, curó lo más que pudo sus heridas y estiró sus labios. “Sonríe, ¡nunca estás completamente vestido sin una sonrisa!”, se repitió hasta poder fingir un rostro feliz. Y solo así pudo salir de su habitación, como si nada pasara, como si su espíritu no estuviera al borde del colapso, como si nunca hubiese amado al rey del Infierno.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Lucifer se retorció de satisfacción cuando Alastor desapareció por tres días. Lo presintió, a distancia, casi saboreó el delicioso tormento que de seguro debía estar soportando el demonio radiofónico. Empero, tal como si hubiera utilizado un doble, de esos que se emplean en las películas durante las escenas de alto riesgo, Alastor reapareció sin marcas de guerra. El aspecto del ciervo era flameante, mordaz y tan filoso como la primera vez que lo vio. ¿A dónde había ido? ¿Qué se había hecho? El demonio radiofónico sorprendió a todos con su voz melódica y el retorno de su personalidad bonachona, soltando bromas sarcásticas y moviéndose ligero como una pluma danzante en medio de una ventisca. Había rejuvenecido, se había extirpado el año que pasó con Lucifer como si hubiera tenido que deshacerse de un tumor cancerígeno. Pareció haber recobrado su vitalidad y haber ganado una segunda vida, o segunda muerte, como lo quisieran ver. Lucifer no lo entendió, su venganza inconclusa le produjo una nueva caída a su ego, más pisotones lo embarraron contra el piso. Sentimientos enmarañados de odio y furia lo estrangularon. Las llamas de un incendio le hicieron hervir la sangre en sus venas, y en medio del fuego, el desconsuelo y temor volvieron a torturarlo. ¿Realmente no le importaba? ¿Realmente Alastor no sentía nada? Una voz lejana volvió a producir eco en su mente, el miedo al abandono; no, fue aún peor, el miedo al olvido. Ya había sido abandonado por el ciervo, pero la idea de convertirse en un recuerdo perdido le aterrorizó con mayor violencia. Trató de evocar el recuerdo del rostro desolado de Alastor, ¡lo necesitó! Algo en ese rostro lo había llenado de un sádico deleite y no quiso perder esa sensación, deseó que brotara otra vez el gozo de verlo sufrir. En realidad, aquel circo que armó fue solo un desesperado intento por provocar en el ciervo algo; lo que sea, dolor, celos, envidia, cualquier sentimiento que pudiera traducir como amor. El miedo se volvió gigantesco, acaparó toda su piel, Lucifer se endureció ante cada pensamiento insano. Detrás de él, un ente imaginario le revolvió el cerebro con suposiciones grotescas y absurdas. “¡Ya está con alguien más! ¡El calor de otro demonio lo estremece! ¡Gime en brazos de otro!” Oleadas de conjeturas disparatadas lo acorralaron. Llegó un punto en el cual no supo si lo extrañaba u odiaba.
Alastor dejó de evadir al diablo, comenzó a hablarle como a cualquier otro en el hotel. Para Lucifer, aquella actitud fue peor que la indiferencia, que el rechazo o la lejanía. Porque si Alastor se tomaba la fatiga de evadirlo, era porque no soportaba verlo y saber que ya no se pertenecían; pero si podía hablarle sin tartamudear o flaquear, significaba que ya nada le provocaba, que ya nada le inspiraba, que ya nada le importaba. Lucifer llevó al máximo su amorío con Angel Dust, se volvió descarado. Entonces perdió los cuidados que él mismo había exigido de principio. Empezó a coquetearle en público, lo rozaba sin pudor, lo elogiaba sin recato. El propio Angel Dust quedó extrañado por el drástico cambio en Lucifer, no protestó, pero la incomodidad de Charlie le provocó angustia. La princesa cuestionó en un par de veces a su padre, pero este le prometió que eran simples bromas entre ellos y juró en vano que jamás interferiría con su proyecto de redención del cual formaba parte Angel. No muy convencida de la respuesta, Charlie le dijo que no estaba en contra de que rehiciera su vida, siempre y cuando fuera serio y no jugueteara con los sentimientos de nadie. “Angel usa el sexo como un escape, pero en el fondo quiere ser amado genuinamente”. Esa frase quedó rebotando en la mente de Lucifer, no por Angel Dust, sino por Alastor. ¿Cuál era el escape de Alastor? ¿De qué huía? Sin embargo, sus reflexiones y aquel lapso de sensatez duraron poco, porque Lucifer continuó con sus andanzas nocturnas.
Angel Dust se fue acostumbrando a ser el amante clandestino del diablo, y su personalidad desvergonzada se infló más. Cuando pasaban la noche juntos, la prisa que sentía por irse una vez que el sexo era consumado la cambió por un tiempillo para fumar y platicar trivialidades. Lucifer no le obsequió ni muchas palabras ni mucha atención, pero le permitió quedarse para que balbuceara mientras terminaba de beber licor o descansar por un rato sus caderas. Angel Dust era en extremo complaciente en la cama, pero fuera de ella, esperaba ser él quien fuese consentido. Lucifer debía ser el encargado de llevar alguna bebida, de materializar algún aperitivo o de regalarle alguna baratija. Eso le encantaba al pecador. Al final, Lucifer era el rey del Infierno, y Angel Dust no buscaba su amor, solo satisfacción y si se podía, comodidades. ¿Quién más, sino un rey, podría cumplirle caprichos materiales? Mucho distó de Alastor, quien se esmeraba en sofocarlo con caricias y cuidados sin esperar retribución. Un masaje, una canción, un platillo casero, un poema. Detalles que enamoraron al diablo. Después de cada ronda de sexo con Angel Dust, Lucifer esperaba en secreto que algo más pasara, que de alguna forma la araña se transformara en Alastor y le cuidara con el más grande de los fervores, pero nada, nada sucedió. Un vacío en espiral lo fue devorando, pero fue paradójico, porque ese vacío estaba lleno, todo su ser estaba lleno de melancolía, insatisfacción y nostalgia. Aunque quiso engañarse, no pudo, su cuerpo no lo dejó. Aunque su mente estuviera malaconsejada por su orgullo, en soledad, la desesperación lo infectó como el día en que Alastor lo tiró al olvido. Cada vez le costó más trabajo disfrutar del sexo, su cuerpo le reclamó, se quejó. En huelga, su virilidad tardaba en estimularse, a regañadientes se debía de conformar con la fascinante experiencia de Angel Dust. ¿Cuánto más podría su orgullo soportar el dolor?
— Oye, no es queja, pero ¡no te pases de mano larga enfrente de los demás! — advirtió Angel Dust, frunciendo los labios y mirándolo lascivamente, aun acostado en la cama — Sé que soy irresistible, pero ¡vamos! ¡Hay que ser discretos! ¿O acaso quieres que todos lo sepan? Por mí está bien, pero dudo que sea lo que quiere Papito rey.
Lucifer exhaló con fuerza el humo del cigarrillo que fumaba al tiempo que se recostó al lado contrario del pecador. Era cierto, estaba excediéndose.
— Lo sé, lo sé. Ya Charlie me sermoneó — dijo girando sus ojos con cansancio — Además, supongo que no quieres que Husk pierda las esperanzas, ¿no?
— ¡Já! ¡Tengo más putas esperanzas de redimirme que de enamorar a Husk!
— Oh, ¿sí? Pensé que ustedes dos… — Lucifer no se explicó con palabras, en su lugar, hizo un círculo con los dedos de su mano izquierda, y con el dedo índice de su mano derecha, lo atravesó varias veces; dando a entender que mantenían relaciones sexuales — ya sabes.
Angel Dust soltó una risa nasal y después negó con su cabeza.
— ¡Ojalá! ¡Él solo tiene ojos para Sonrisitas! — dijo Angel con desilusión en la voz. Aventó su cabeza contra el respaldo de la cama y ladeó la mirada — Solo tiene ojos para él…
Lucifer giró su rostro con brusquedad hacia Angel Dust, sus ojos, de manera involuntaria, se tornaron rojos como muestra de la llamarada de celos que lo embargó. No pudo disimular su molestia, no lo esperó; de entre todo el parloteo que acostumbraba sacar su amante, jamás hubiese anticipado que obtendría tal información. Husk era cercano a Alastor, peligrosamente cercano, y hasta esa noche, siempre tuvo la impresión de que se aborrecían. El demonio de la radio era el dueño de su alma, se suponía que lo mantenía esclavizado. ¿Cómo Husk podría amar a su carcelero?
— ¡¡¡¿DE ALASTOR?!!! ¿CÓMO SABES ESO? ¡¡¿HUSK TE LO DIJO?!! — gritó el diablo sin esconder su furia, escupió cada palabra con odio y el más grande de los resentimientos.
— ¡Guau! ¡Cálmate! ¡¿Acaso también caíste en las redes del Señor fino y de voz satánica?! — se carcajeó con entusiasmo mientras zangoloteaba sus manos y las tronaba contra sus piernas — ¡Ay, no lo puedo creer!
— ¿Cómo lo sabes? — Lucifer ignoró la burla, solo reiteró la cuestión de su preocupación.
— Bueno… no sé… — Angel fue parando la risa entre palabras, algunas lágrimas se le escaparon por la fuerza con la cual se bufó del diablo — No me ha dicho nada, pero… ¿lo has visto? Se le nota el amor a kilómetros, deberías ser mejor observando.
— Apenas cruzo palabras con él, ¿qué se supone debo notar?
— ¿En serio estás tras los huesos de Alastor? ¡Mierda! ¡Esto ya es mucho!
Angel Dust estiró un brazo para alcanzar el paquete de cigarrillos en la mesa de noche a su lado. Ignorando la pregunta hecha por el diablo, se tomó el tiempo para sacar un cigarrillo y prenderlo. Lucifer no respondió, trató de esconder los signos de su impaciencia, aunque en su mente, las vocecillas que llevaban días desequilibrándolo, reaparecieron.
— Oye, mira… — Angel no pudo contener una mirada de lástima, dirigida más hacía él mismo que al diablo — … son sutilezas. Como lo mira, como le habla… siempre trata de estar a su lado. Se preocupa por Alastor más que cualquier otro… pero, oye, para tu tranquilidad, dudo que algo esté pasando entre ellos dos. Aunque…
La prudencia llegó a Angel Dust, impidiendo que soltara la lengua más de lo debido. La reacción del diablo, que hasta hace poco le había parecido lo más cómico que había visto en los últimos días, se volcó en una pesadumbre por Husk. No era normal que el rey actuara así, al pensarlo un poco más, le pareció que podría ser peligroso continuar compartiendo sus teorías.
— Aunque… ¿qué? — preguntó Lucifer con la nariz surcada y los colmillos asomados entre sus labios. Su voz salió lenta, enfatizando la pregunta con exigencia, cargada de rencor y maldad.
Angel Dust paró todo movimiento de su cuerpo. Quedó helado ante el semblante del diablo, quien parecía tomarse aquella charla como un insulto personal.
— ¿Qué sucede contigo? ¿Vas en serio con Alastor?
— ¡NO TE IMPORTA! ¡TERMINA LO QUE IBAS A DECIR! — Lucifer prendió fuego sobre el cigarrillo en su mano y las cenizas cayeron sobre la cama. Sus ojos se empequeñecieron, acentuando la amenaza.
— ¡Júrame que jamás le dirás a nadie lo que hablamos aquí! ¡Husk se molestará y Alastor me arrancará la cabeza! — dijo con miedo y culpa dando vueltas en su estómago.
— Nadie lo sabrá… solo ¡HABLA DE UNA MALDITA VEZ!
En realidad, poco se podía fiar del diablo, y Angel Dust lo supuso, pero el miedo ante la ira del rey lo acorraló. Un aura siniestra se paseó por la alcoba y el aire se tornó sofocante. Lucifer no podía contener por más tiempo los celos que acribillaron en su pecho, una bruma rencorosa fue subiendo hasta el peor de los delirios.
— Bueno, pues… una no… noche, encontré a Alastor en la habitación de Husk. Llevaba puesto una bata para dormir… — dijo la araña en un tono bajo, las palabras salieron temblorosas, como si confesara un crimen — … y me corrió de allí, después me amenazó con jamás abrir la boca.
La ágil imaginación del diablo dio rienda suelta ante los celos. Vio nítida aquella imagen en su mente, la devota y virginal pasión de Alastor llenando la noche de Husk. ¿Habría sido la misma bata roja de seda que enguantaba con tanta delicia a su figura? ¿Husk habría notado lo sensual que se veía con ella? ¡Por supuesto que lo debió notar! ¡Que idiota! ¡No solo debió notar eso! ¡De seguro pasó sus asquerosas manos por todo el cuerpo de Alastor! Los ojos de Lucifer se fueron encorvando entre más especuló, su rostro se llenó de arrugas, sus cuernos se visibilizaron y una llama onduló con furia. Angel Dust se horrorizó, el Lucifer que creía conocer quedó oculto detrás de la ira que fue impregnando la alcoba.
— ¡Hemos terminado con esto! ¡LARGO! — Lucifer estaba a punto de estallar, quería demolerlo todo, quería salir y destrozar cada célula de Husk — ¡¡¡VETE!!!
Con la sensación de haber traicionado a Husk, Angel Dust botó el cigarro dentro de la bebida que dejó sin terminar, se vistió apenas lo suficiente para cubrir su desnudez y saltó de la cama, dando los pasos más largos que su equilibrio le permitió. Sin atreverse a voltear a ver a Lucifer o despedirse, cerró la puerta tras de él y se escurrió hasta su propia alcoba.
Notes:
¡Hola!
Noté que tardé una semana en subir el capítulo tres, por lo que decidí subir este. A menos que mi cabeza se pasme, intento no tardar tanto en actualizar. Aunque el siguiente capítulo no llegará tan pronto como este.Muchas gracias a todos los que comentan y dejan su apoyo. De verdad me animan a seguir, y también me indica si les va gustando la historia.
¡Nuevamente gracias por seguir el fanfic!
Nos seguimos leyendo.
:)
Chapter 6: Capítulo 5: El primer rival
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Desde que Husk salió de su habitación, un hormigueo siniestro le erizó el pelaje. Aquel sexto sentido quizá debía agradecérselo a su lado felino, o quizá a su experiencia para las calamidades, o tal vez solo se trataba de su paranoia; pero, esa mañana, el aire del hotel le contagió de pesimismo. Tal como acostumbraba iniciar sus días, bajó al bar que administraba en espera de que un alma bondadosa se apiadara de la hambruna colectiva y se decidiera por hacer el desayuno. Cuando sintió la temperatura elevarse al son de sus pasos al bajar las escaleras fue que se resignó ante el mal presagio. Su rostro quejoso era el usual, sus cejas caían a los costados y su boca murmuró algunas maldiciones. Cuando llegó por completo a la sala y giró hacia el bar, encontró a Lucifer con su espalda recargada contra la barra, los brazos cruzados y su mirada de centinela lo escudriñaba como si fuera un pequeño gatito desamparado. Husk no detuvo su andar, continuó su camino sin miedo en sus pies, sus ojos se clavaron en los de Lucifer, le advirtió con ellos que poco le importaba su ruin semblante. El rey empalmó su odio en el ambiente, las gotas de sudor dieron fe de la ira creciente en sus adentros, caldera humeante, fuego abrasivo. No le importó que el gato no mostrara temor, ni que siguiera acercándose con vanidad, el diablo solo quería arrancarle las extremidades, la lengua, los ojos o cualquier otra parte del cuerpo que hubiese empleado para ultrajar a su amado ciervo.
— Hola, Husk, es muy conveniente que estemos solos, porque tengo una gran duda. Una que no me dejó dormir… — dijo Lucifer con una peligrosa sonrisa y sus ojos acortados.
— Buenos días, su majestad… supongo que el tema gira en torno a Alastor, ¿cierto?
Husk no necesitó más que aquella mirada para saber por dónde era que Lucifer quería hurgar. Una sonrisilla pedante saludó por los costados de su boca, pequeña, pero lo bastante dicente para que el diablo lograra entender su desventaja en ese altercado. Husk creyó que Lucifer debía ser un tonto, incluso algo mayor, un idiota, un tremendo idiota para nunca haber notado que algo sucedía entre él y Alastor. Husk se había reído con el Husk en su cabeza en soledad, se regodeó del lazo que mantenía con Alastor, porque no solo seguían atados, sino que el mismo Demonio Radiofónico había decidido mantenerlo a su lado, incluso cuando se suponía estaba dentro de una relación con Lucifer. De entre ellos dos, solo el diablo había perdido algo, solo él acarreaba una penitencia. El rey enderezó su espalda y se plantó firme contra el suelo, las cínicas palabras de Husk le produjeron un pinchazo en el pecho que fue encarnándose más y más conforme el mecanismo de su imaginación comenzó a desvariar.
— ¡Descarado! ¿Desde hace cuánto sueñas con robar lo que es mío? ¡Porque, maldito hijo de puta, soñar no cuesta nada! ¡Alastor es mío!
— Debemos de estar hablando de dos personas diferentes, porque el único Alastor que conozco me mantiene a su lado, es mi dueño, yo no lo obligo a nada… — la sonrisa de Husk se extendió aún más, adornando su rostro con satisfacción — … pero, ¿tú? Creo que últimamente no logras tener ni su lástima.
La ira masacró el rostro de Lucifer, sus ojos expulsaron rencor y sus labios dejaron a plena vista sus colmillos de serpiente. La humillación le hizo tensar los músculos que, paralizados, lucharon por contener su estado demoniaco. Era verdad, Husk debía albergar sentimientos por Alastor, y tal parecía que algo de reciprocidad había allí. Lo vio, en los ojos de Husk pudo ver no solo engreimiento, también odio, el odio que solo un rival podría derramar. Muy en el fondo, Lucifer sintió un miedo denigrante que no debería de existir. Él era un rey, ¿cómo podía sentir miedo por alguien tan insignificante como Husk?, ¿cómo podía sentir miedo por perder a Alastor? Cuando recuperó el mandato sobre sus músculos, y antes de que Husk pudiera hacer o decir algo más, invocó la cadena que simbolizaba el trato entre los dos pecadores. El largo y pesado metal verduzco apareció y se extendió desde el cuello de Husk hasta la mano de Lucifer.
— Echemos un vistazo a ese jodido trato del que tanto fanfarroneas.
Un frío vagó por la boca de Husk, haciéndole difícil la tarea de tragar saliva. Cuando reparó que Lucifer sería conocedor de los términos de su trato, un pequeño sobresalto lo hizo retroceder un paso. Una angustia descompuso su firmeza, no temía por él o lo que pudiera sucederle, solo la imagen de Alastor herido y sufriendo le llegó a la mente. Unas letras diminutas, pero brillantes, fueron brotando sobre el metal, la fluorescencia se impregnó en los ojos de Lucifer. Mientras más leía, más se entregaba a su lado demoniaco. Sus cuernos se izaron puntiagudos y largos y el fuego onduló feroz entre ellos, sus ojos se convirtieron en brasas avivadas por ira infernal y sus alas aparecieron, abriéndose con majestuosidad. Tan pronto terminó de leer, con su puño tiró de la cadena, jalando a Husk a rastras hasta sus pies.
— ¿Con que una noche al mes?, ¿no? — Lucifer apretó la cadena hasta enrojecer sus nudillos. Sus emociones constipadas hervían como si estuvieran en una olla a presión cerrada.
Un temblor invadió al hotel. Los vidrios alrededor de ellos tronaron con simultaneidad, incluso las botellas de licor reventaron, dejando un revoltijo de bebidas escurriendo por todo el bar. El candelabro en el techo se sacudió peligrosamente, generando un rechinido de fondo. Los pisos se llenaron de fisuras, haciendo que varias maderas se desprendieran de su sitio. Husk se levantó de manera mecánica y alzó sus brazos a la altura de sus hombros, apretó los puños, tratando de prepararse para el inevitable ataque. No pudo pensar si quiera en lo absurdo que resultaba tratar de enfrentarse al diablo, antes de que su mente ideara algún tipo de maniobra, sintió un potente golpe en su estómago que lo lanzó directo contra una pared. Lucifer soltó la cadena y esta volvió a quedar oculta.
— ¡Si te atreviste a tocarlo, juro que te arrepentirás! ¡ALASTOR ES MÍO! ¡ES MÍO!
No fue la falta de palabras lo que impidió responder a Husk, fue el dolor y su cuerpo fallando ante el golpe recibido. Quedó de espaldas contra una pared en ruinas, tosió unas cuantas veces, salpicando saliva y sangre. Con uno de sus ojos magullado, la silueta del diablo acercándose era solo un manchón creciente.
— ¿De verdad creíste que podías tenerlo? ¿Tan idiota eres?
Husk se levantó con todo y su cuerpo desguanzado, la adrenalina le ayudó a mitigar las dolencias que inflamaban su cuerpo. Parpadeó de manera continua en un intento de hacer reaccionar su vista, o que al menos pudiera ver con mayor claridad a Lucifer. Dio un fuerte escupitajo, tirando la sangre acumulada en su boca. Ni Husk ni Lucifer prestaron atención a los pasos que se acercaban con premura, el primero por la pérdida parcial de su oído, el segundo por la ira que acaparaba todo su buen juicio y prudencia.
— ¡Alastor no es de nadie, imbécil! ¿Cómo puedes creerte con el derecho de ser su dueño? ¡Me das un puto asco! ¡¿Cómo pudiste herirlo? ¿A él? ¡ALASTOR ES MUCHO PARA TI! ¡¡NO LO MERECES, PENDEJO DE MIERDA!! — respondió Husk entre gritos, con la boca bien abierta y gesticulando odio con las manos.
— ¡JODIDO IMBÉCIL! ¡ESTÁS MUERTO! ¡¿ME OÍSTE?! ¡MUERTO! — Lucifer sintió un nudo inflamar su estómago y todo su cuerpo se apretó al escuchar los insultos que, como torpedos, cayeron en su contra.
Lucifer se acercó a Husk, y en cada paso sintió que clavos lo aferraban al piso, una amalgama de emociones le robaron su rapidez. La incredulidad lo zarandeó, la irrealidad de ese enfrentamiento lo agarró desarmado, ¿cómo pasó de tener a Alastor lamiendo sus pies a tener que pelear por el derecho de propiedad? Inspeccionó a Husk, ¿Alastor habría besado esos labios que lo insultaban? ¿Alastor habría acariciado ese débil cuerpo que sangraba? ¿Alastor habría sido apresado por esas manos que lo amenazaban? Su cuerpo se sacudió, algo dentro de él fue carcomiéndose, era su amor desmoronándose frente a él, era el miedo de saberse reemplazado por Husk. El Demonio de la Radio era una gran tentación, ¿cómo su ego pudo ser tan ciego para no captar que provocaba apetito en muchos más demonios? Una venenosa lágrima se escapó de sus ojos vidriosos al recordar la desgarradora mirada de Alastor el día que le pidió quitarse el anillo.
— ¡Papá, ¿qué sucede?! — gritó Charlie, asomándose por las escaleras, aun en pijama y con el pelo alborotado.
Una sombra emergió desde el piso, frenando el avance del diablo. No fue Charlie y sus gritos quien regresó a la realidad a Lucifer, sino Alastor, que se materializó desde la sombra frente a él. El rey descubrió con horror que el pecador hizo acto de presencia, y no solo para proteger a Husk, también fue hasta allí para mirarlo con odio y amedrentarlo con el espectáculo de sus sombras estiradas y puntiagudas. Quedó privado de todo pensamiento cuando sintió un tentáculo empujarlo con rudeza, con odio, con el claro mensaje de mantenerlo lejos.
— ¡Tendrás que matarme a mí primero antes que a Husk! — amenazó Alastor con voz calmada, pero con sus ojos vibrando, llenos de rencor.
El estado demoniaco del diablo se extinguió, una parte de él se llenó de vergüenza y miseria. Y entonces los insultos de Husk ya no le parecieron más insultos. Allí, frente al resentimiento de Alastor, sintió que merecía mucho más que esas ofensas simplonas.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Charlie se desesperó tras la quinta vez que cuestionó a Lucifer, para ese punto, el cansancio la rebasó. Ya tenía bastantes problemas con el hotel y el Cielo, lo último que necesitaba era tener que estar cuidando el comportamiento descompuesto de su padre. En balde, había tratado de mantenerse al margen de sus inusuales aventuras, sin embargo, golpear a Husk le pareció algo desconcertante, más allá de los límites permitidos. De verdad quiso saber que sucedía, y más que nada lo necesitaba, porque un demonio iracundo no encajaba con la imagen que tenía de él. Su padre era un demonio amoroso, atento, alegre, y si llegaba a ser problemático, solo era por sus bromas infantiles que no afectaban a nadie.
— ¿Fue por Angel Dust? — preguntó cuando el silencio continuó recluyendo las respuestas a sus incógnitas.
Lucifer negó con la cabeza y su rostro se arrugó con asco. Aquella reacción incomodó a la princesa, no pudo decidir si creer o no tal objeción.
— Papá, si fue por Angel, deberías saber que Husk no está interesado en él. Y si lo estuviera, ¡la violencia no es la forma de resolver los problemas! — insistió con el mismo tema — En serio, muchos en el hotel creemos que Husk en realidad está enamor…
Como si alguien les hubiese echado aceite a los engranajes en su cabeza, Charlie abrió sus ojos al lograr embonar los sucesos de los últimos meses. Abrió su boca y un sonido monosilábico obstruyó el nombre que quiso aventar. Movió su rostro de un lado a otro con ligereza y con el dedo anular de su mano derecha apuntó hacia su padre, acusándolo, señalándolo con su propio aturdimiento.
— ¿A… A… Alastor? ¿Es por Alastor?
Lucifer sintió extraviado todo el peso de su poder, sentado frente a su hija con un dedo señalándolo, perdió su estatus de rey. No fue algo nuevo, su hija tenía la habilidad de convertirlo en un bufón, como si fuera la única forma de mantenerla cautivada. Cuando Charlie era una niña, al diablo no le importó interpretar a un payaso para hacerla reír, tal vez el tiempo que pasaron separados le impidió a Lucifer convertirse en alguien más, no pudo transformarse en una figura que simbolizara algo más que tonterías y se vio arrastrado a seguir actuando al mismo personaje. Charlie trató de reformular su pregunta, quiso ser directa e indagar: “¿te gusta Alastor?”, pero el problema no era si su padre estaba enamorado o no de alguien, sino que su feliz y amable padre había golpeado de gravedad a un huésped del hotel. Los hijos suelen ver a sus padres como eso, como sus padres, pero en realidad son mucho más. Charlie bajó su dedo juzgador y llevó esa mano a su pecho, apretó sus labios mientras pensaba en qué habría más allá en la vida del diablo de lo que creía conocer.
— No puedes simplemente quedarte callado, papá. Solo dime, ¿Husk inició la pelea? ¿te hizo algo?... ¿o todo el problema es que le tienes envidia? — Charlie cuestionó con dureza. La decepción se marcó debajo de su entrecejo surcado y un resoplido dejó salir su tristeza.
— Alastor y yo…
Lucifer no pudo terminar la frase. Podía mentirse a sí mismo dentro de su cabeza, pero se sintió ridículo cuando trató de revelar una relación que ya no existía. “Alastor y yo estamos juntos”, esa oración era una farsa, un montaje imaginario que solo le servía a él como escape, pero que estaba lejos de ser verdad. ¡Si tan solo Alastor dejara de ser un idiota, nada de eso hubiera pasado! Su rostro se sacudió a causa de un espantoso sentimiento de culpa que quiso quitarse de encima tan pronto lo llenó de sopetón. Todo el juego que montó con Angel Dust al final no sirvió de nada. Solo le hizo darse cuenta de lo mucho que extrañaba al Demonio de la Radio y lo hizo sentir como parte de un montón, uno de los muchos enamorados que debía haber por ahí. ¡Era uno más para elegir! ¿Por eso no le importó la separación al ciervo? ¿Por qué allá afuera tenía un festín de dónde escoger? Charlie siguió con el correctivo, acostumbrada a predicar sobre la moral y el buen comportamiento, mantuvo al rey por más de media hora entre ejemplos, explicaciones y reproches. Poco fue lo que la mente de Lucifer acató, se limitó a asentir cuando lo creyó conveniente y responder con palabras cortas. Sus pensamientos viajaron al pasado. Alastor llevándole café. Alastor contando un chiste. Alastor tarareando en la ducha. Alastor alegre con sus mentiras. Solo Alastor y más Alastor.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Husk se recriminó por ser un debilucho que no pudo aguantarle siquiera un round al diablo. No fue una sorpresa, pero sí vergonzoso. Le hubiese gustado que Alastor lo encontrara sobre Lucifer mientras le aflojaba todo el orgullo a trancazos, que viera que aun podía ser un demonio despiadado, pero no, el ciervo llegó para rescatarlo y llevarlo a curar. Como no todo puede ser por completo malo o bueno, el suave toque de las manos de Alastor sobre su rostro y estómago lo mantuvo en un delirio. ¡Cuánto había extrañado esa sensación sobre su piel! Se dejó consentir, y que Alastor se convirtiera en un demonio servicial era un fenómeno inusual, una rareza que no pasó por alto para disfrutarla. La calidez de esas manos dejó una huella de gratitud. Alastor nunca lo diría, pero que Husk lo defendiera hizo debilitar todavía más la muralla alrededor de su corazón. De niño le hubiese gustado encontrar un salvador, quizá si un príncipe peludo y de bigotes, como el que curaba en ese momento, lo hubiese rescatado, su vida no habría terminado tan mal.
— Husk, procura no repetir una idiotez como esta en el futuro. A menos que seas suicida y no lo sepa.
— Estás aquí curándome, si solo se necesita estar al borde de la muerte para que eso se repita, me apunto — contestó Husk entre risas quejosas.
La mano de Alastor, que frotaba una gasa húmeda sobre la ceja de Husk, fue apresada por la palma extendida de este último, haciendo que dejara de fregotear la herida.
— En serio, este problema es mío — Alastor bajó sus orejas de manera inconsciente, aun con miedo merodeando sus nervios.
— Ojalá hubiera podido hacer algo más que insultar a ese bastardo. ¡Me sentí tan bien cuando puso su cara de pendejo! — Husk volvió a reír y apretó la mano de Alastor contra su mejilla.
— No sé qué pasa por la mente de Lucifer, pero es un demonio orgulloso. No creo que deje las cosas en paz, te prohíbo que lo retes otra vez, sabes que es peligroso.
— Y justo por eso no me quedaré de brazos cruzados, ¿ya olvidaste lo que te hizo?
La sonrisa de Alastor tambaleó, pero reprimió el recuerdo de su vergüenza. “Eres un monstruo, el más temido, nada te afecta”, el eco de esas palabras fue en aumento en su cabeza hasta convertirse en un grito interno.
— Estamos en el Infierno, lo que sucedió no fue nada. Yo estoy bien, no me pasa nada.
Husk supo que aquella afirmación era mentira, pero no encontró la réplica adecuada. No podía seguir esa conversación e increpar a su gusto la dureza que Alastor trató de mostrar. Pese a que vivieron en tiempos diferentes en la Tierra, ambos acarreaban el conocimiento tácito de que un hombre que dice “no me pasa nada”, es porque no planea compartir su dolor. Las mujeres pueden decir que no pasa nada, pero la mayoría de personas ya sabe que es mentira y tiene la obligación moral de indagar más, e incluso adivinar qué hay detrás de esa frase. El no me pasa nada dicho por una mujer tiene el poder de la maleabilidad, casi rozando la manipulación. Sin embargo, los hombres deben decirlo con una fuerte convicción, porque lo usual es que los hombres sepan qué hacer y resuelvan sus problemas solos, quitándole toda responsabilidad a quien pregunta, y se debe de aceptar como verdad, una admirable verdad.
— No me puedes prohibir amarte, y mi amor siempre te protegerá — contestó Husk con firmeza. Con su mano libre acarició el rostro de Alastor y le regaló una mirada llena de admiración y anhelo — eres tan perfecto… ojalá pudiera protegerte como te mereces.
Alastor no encontró el valor de rechazar a Husk, se concedió el deleite de sentir esa mano que lo amaba. Las caricias se extendieron por unos minutos, pero fueron los suficientes para aflorar una genuina sonrisa en el rostro del Demonio de la Radio y que ambos viajaran a un mundo flotante. No fue hasta que escucharon el sonido lejano de unos tosidos que los obligó a regresar al Infierno. Cuando voltearon al lugar donde provinieron los ruidos, ambos se separaron al observar a Charlie y Lucifer en la puerta.
El rostro de Charlie pareció tener grapas en sus mejillas que forzaban una sonrisa, la incomodidad la engulló tan rápido que no pudo reaccionar de otra forma al atravesar la puerta. Se maldijo en su mente por no haber tocado, quedó claro que llegaron a interrumpir alguna clase de momento romántico. Volteó a mirar a Lucifer y solo encontró un rostro malvado, un rostro irreconocible. No era que su padre se hubiera convertido en otro demonio, era ella y su falta de conocimiento sobre él. En el pecho de Lucifer defirieron dos sentimientos, el odio golpeó al dolor, el dolor hizo crecer al odio, ver a los pecadores tan cerca del amor le hizo querer arrancarse los ojos. Bajo el escrutinio de su hija, tuvo que dosificar el arrebato de sus venas, su sangre pulsaba, fue una sensación espeluznante. Se suponía que Alastor se había podrido, se suponía que había dejado de ser hermoso y que toda cualidad en él se había acabado; sin embargo, el Alastor sentado junto a Husk le pareció sublime. Encontró a las manos del ciervo más humildes, sus ojos más brillantes, su cuello más delicado, su cuerpo más prohibido, su rostro más afable. Y encontrar que su corazón no había dejado de latir por Alastor, le hizo odiarlo aún más. Aunque, si hubiese sido justo y sincero, habría descubierto que el odio que le hizo torcer su rostro y asustar a Charlie iba dirigido solo hacia él mismo.
Alastor se levantó para recibir a los importunos visitantes, intercambió palabras con Charlie sobre el estado de Husk, pero Lucifer se mantuvo en silencio en espera de su veredicto. “Papá tiene algo que decirte, Husk”, esa fue la señal de su entrada, o de su humillación, tal como lo pensó el diablo. Se disculpó, cometió perjurio al hablar de su arrepentimiento y decir que no se repetiría tal suceso en el futuro. La princesa tomó en consideración a Husk para decidir la permanencia del diablo en el hotel. “Solo aléjate de Alastor, maldito desgraciado, si le haces algo, te arrepentirás”. Para Charlie, resultó obvio que todo el conflicto fue una disputa por el amor de Alastor, y por lo visto su padre había perdido. El silencio del Demonio Radiofónico les indicó que aceptaba de buena gana la defensa del gato; cautivado, se quedó de pie escuchando los insultos y amenazas que lanzó en su nombre. Lucifer ladeó los ojos y pasó su lengua entre sus labios varias veces, aguantándose la deshonra de ser injuriado por un débil y patético pecador. Al finalizar el acto de excusas y perdones, Charlie agradeció la comprensión de Husk e hizo que su padre ratificara su falso remordimiento. Husk soltó un gruñido y apartó la vista del enjuiciado. Teniendo a Charlie como aval de su buen comportamiento, Lucifer se dirigió a Alastor para pedirle la oportunidad de hablar con él. “Por favor, necesito hablar contigo, juro que no haré nada malo”, mintió con alevosía.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
La premonición del dolor acechando, hizo que Alastor caminara con precariedad. No usó sombras ni quiso que Lucifer utilizara algún portal para acortar el trayecto hasta su torre de radio. Sospechó de qué iría la charla solicitada. ¿Cómo podría escapar? El Demonio Radiofónico trató de pensar en diferentes formas de huir en caso de ser necesario. Tan lejano era el Lucifer del cual se había enamorado, que, mientras caminaba, no halló forma de compararlo con el demonio que iba a su lado. Su mente se encargó de matar al primer Lucifer, lo había sepultado, aún lloraba su muerte y le llevaba flores a su tumba de nostalgia. El demonio que seguía sus pasos era otro, ese era el diablo, el Lucifer que lo amarró y le marcó la piel, ese que quería olvidar, ese al que tenía miedo. En cuando advirtió que su cuerpo se zarandeó, sintió el impulso de invocar una sombra y atravesarse el cuerpo con ella, pero se tragó la necesidad de castigarse por su debilidad. “Eres poderoso, eres fuerte, eres imperturbable”, se repitió en el pensamiento hasta que llegaron a su torre. Entró primero el diablo, le siguió el ciervo y cerró la puerta tras él.
— ¡Bien, terminemos con este maldito juego de una vez por todas! — dijo el rey tan pronto escuchó el pasador de la puerta cerrarse, viendo directamente los ojos de Alastor.
— ¿Juego? Creo que dejé muy en claro que no comparto tu concepto de diversión. Solo tú sigues jugando, Lucifer.
— ¿Solo yo? ¿Y todo lo que estás haciendo? ¿Cómo le llamas a eso?
El diablo se quitó el saco y lo arrojó junto a su bastón al sillón a su derecha. Se aflojó el corbatín con fuerza, necesitó más aire, más espacio o cualquier ayuda que lo mantuviera despejado de la imagen de Husk y Alastor amándose.
— No sé a qué te refieres.
Alastor, por el contrario, se aferró a su micrófono, requirió juntar la fuerza necesaria para mantener a la dignidad en su semblante.
— Deja de hacerte el tonto. Hablo de todo esto que haces para desquiciarme. ¡Pues te salió muy bien! ¡Te tengo que aplaudir! ¡Bravo! ¡Lo lograste! — Lucifer levantó sus manos y palmeó fuerte en el aire con un matiz de cinismo — ¡¿Eso era lo que querías?! ¡¿Qué perdiera la cabeza?! ¡Ganaste! ¡Ganaste! ¿Eres feliz ahora? ¿Ya podemos olvidar todo y seguir adelante?
Al ciervo le pareció que a Lucifer debía de fallarle la memoria. El único que había perdido algo, era él mismo. Durante todo ese tiempo, él había estado pagando penitencia, acorralado por sus sombras que lo castigaban cada que el recuerdo del rey lo despojaba de su categoría de monstruo, cada que sentía volverse un humano, cada que miraba los moretes indignos en su cuerpo. Mientras que, a unos metros de distancia, el diablo festejó la ruptura entre los gemidos y caricias de Angel Dust.
— Realmente quisiera entender qué carajos estás diciendo. Dime, ¿cuándo he hecho algo para desquiciarte? Si tu molestia es que no dejé que usaras mi cuerpo como te diera la gana, no es mi problema. ¡Dijiste que me reemplazarías! ¡Pues sal a buscar a alguien a quien le gusten los mismos juegos que a ti! ¡Pero a mí, déjame tranquilo!
— Alastor, no me refiero al sexo.
Una pequeñísima incomodidad nació en el pecho de Lucifer, la leve reminiscencia de su delito, o desliz, como quiso bautizarlo, le dejó una sensación escabrosa. Frunció sus labios y recargó sus manos en sus caderas. Meditó por unos segundos, llevaba meses esperando por una oportunidad de hablar con Alastor, no podía calcinar ese momento con reproches innecesarios, ya tendría más oportunidades de apretarle la correa lo suficiente para mantenerlo a raya.
— Tú y yo sabemos porque empezó todo. ¡Anda, escúpelo!, ¿sigues molesto por el jodido anillo? ¿Todo es por eso? ¡Pues aquí tienes el jodido anillo! — dijo Lucifer con la voz apretada, las palabras no salieron fácil, admitir errores no era una tarea habitual en su persona. Se quitó el anillo con irritación y lo sostuvo con su palma derecha. Una furiosa llama se avistó en su mano, haciendo que el anillo se fundiera y quedara solo líquido incandescente — ¡Ya no existe, ya no lo usaré, así que ya puedes terminar con esto! ¡Me estás volviendo loco! — gritó y sacudió su mano, dejando en el piso los restos del metal.
Las garras de Alastor se engancharon más a su micrófono. Su corazón brincó embravecido en una denigrante y culposa reconciliación con su amor. Quiso azotarse, quiso incrustarse su micrófono en el pecho para detener a los traicioneros latidos.
— ¡Nada de esto es por el anillo! ¡Tú sabes lo que hiciste!
Lucifer comprimió los ojos y asintió con reticencia. Deseó que el tema del sexo rudo, como siguió denominándolo, no fuera expuesto; pero, sin poder evadirlo, se obligó a encararlo.
— ¡Está bien! ¡Me excedí! Fui impulsivo y no debí hacerlo, pero fue tu culpa. ¡Estabas comportándote como un imbécil! Ya no querías pasar tiempo conmigo, no me hablabas, salías del hotel a quien sabe dónde y hacer quien sabe qué. ¡¿Cómo creíste que no me iba a afectar?! ¡Tú me enloqueciste!
— Lo dejaste claro, dejaste claro que solo éramos amantes. ¡Lo fuimos! ¡Lo acepto, solo fuimos amantes! ¡Pero se acabó!
Esa frase, otra vez esa maldita frase. Lucifer giró sus ojos con fastidio, pasó las manos por su cabeza, deteniéndose para jalar los cabellos que alcanzó a pescar, y soltó un bufido para tratar de adormecer la ira.
— Al, ya basta, ¿sí?, detente con esa misma idiotez de ¡mandar todo a la mierda! — el diablo agitó sus manos frente a su pecho, imaginó que tenía los hombros del ciervo y los sacudía.
El rostro de Alastor no soportó el choque de sus emociones en su interior, sus ojos se doblegaron, pero su sonrisa se mantuvo como escudo. Para el diablo, aquella noche fue una idiotez, para él, su segunda muerte. Lucifer observó el declive inminente frente a él, temiendo que en verdad Alastor siguiera con su intento por terminar la relación, decidió sacar su última carta.
— Charlie lo sabe.
Alastor quedó estupefacto, su más grande sueño le pareció una pesadilla en ese momento.
— ¿Qué? — preguntó en tono bajo, detrás de un fino velo de asombro.
— Charlie sabe lo que siento por ti. Cuando acabemos con esta plática, iremos con ella para decirle que estamos en una relación seria. Haré los trámites del divorcio y en unas semanas, cuando se haya acabado el proceso, lo anunciaré a todo el Infierno. Tan pronto ocurra todo esto, cumpliré con mis promesas.
Lucifer habló con orgullo, se sintió como el novio más complaciente que jamás existió, como un piadoso caballero que se rebaja a dar misericordia. Esperó por una reacción. Sonrió cuando Alastor no pudo salir de la conmoción. Le pareció dulce, debía serlo, sentir la compasión del rey debía ser algo maravilloso.
— ¡Sí, Alastor! Podremos casarnos. Mira… incluso… no quiero que sientas que te trato como un amante, puedo esperar estas semanas para que algo suceda entre nosotros, puedo esperar unas semanas para…
— ¡Lucifer, basta! ¡No entiendes!
La incredulidad viajó del rostro de Alastor al de Lucifer. El Demonio Radiofónico negó con su cabeza, negó con horror, con un miedo rascando su nuca, con un temor robándole el oxígeno. La ira del rey volvió a bullir cuando observó la negativa del pecador.
— ¡Tú eres el que no entiende! ¡Te estoy diciendo que voy a cumplir mis promesas! Ya lo entendí… solo… por favor, olvidemos todo. ¡Olvidaré tus errores! ¡Olvidarás los míos! ¡Todo volverá a ser como antes!
Las palabras de Lucifer se volvieron indescifrables en la mente de Alastor. Quiso llorar, quiso reír, quiso desaparecer, o cualquier cosa que hiciera detener al diablo.
— ¿Te burlas de mí? ¡En serio, ya no puedo más! — gritó Alastor con desesperación. Su cuerpo se agitó, sus manos se convirtieron en puños y su mirada escupió rechazo.
— ¡No! Hablo en serio. Si no es suficiente, ¡dime!, ¿qué quieres?, ¿qué quieres que te diga?, ¿qué quieres que te dé?, ¿qué quieres que te prometa? ¿Ah? Pero, ¡ya! ¡dejémonos de pendejadas! ¡Te estoy diciendo que me voy a divorciar! ¿No era eso por lo que estabas jodiendo? — exclamó Lucifer al ras de su paciencia.
Alastor trató de hablar, pero, al abrir su boca para replicar, esta se contrajo llena de nervios. La convulsión de labios fue el indicio de un desesperado esfuerzo por aplacar las lágrimas. Apretó fuerte los dientes para detener los sollozos e intentar recomponerse.
— No era eso, y que no veas lo que destruiste, solo me deja bastante claro que no te importo en lo más mínimo — dijo Alastor tan pronto encontró una oportunidad de rescatar su voz.
El respirar de Lucifer se volvió pesado. El cansancio por reprimir su furia lo comenzó a rebasar. Molesto, se reprochó el haberse dejado hechizar por un sentimental demonio empeñado a torturarlo hasta quién sabe cuándo.
— ¡No seas injusto! ¡Me importas, me importas mucho! — gritó con molestia en sus palabras.
— ¡Si te importo, entonces déjame en paz!
Los ojos de Lucifer se volvieron rojos. Otra vez sintió aquellos picotones por todo su cuerpo, aquellas punzadas que lo convertían en un glacial. El terror al abandono, el terror al olvido, el terror al amor, un terror desconocido que lo llevó más profundo que el mismo Infierno. La determinación del pecador lo clavó en una desesperación gigantesca, tan grande que sintió pequeño a su cuerpo para contenerla. ¡No era posible! ¡¿Qué tendría que hacer?! Fuera lo que fuera, no le importó. No planeaba rendirse, claro que no. Alastor sería suyo, eternamente suyo.
Notes:
¡Hola!
Una disculpa por la tardanza, mi organización en mis actividades de señora ha sido terrible en las últimas semanas, debo dejar de ver concursos de cocina. Mi cabeza anda de viaje. Pero ya me regañé para concentrarme en hacer mis tareas con diligencia y, así, tener tiempo para mis actividades personales, lo que incluye seguir con esta historia. Pero, la verdad, el capítulo que escribo en este momento ya sale Adam, y su personalidad me cuesta trabajo; por lo que, mientras hago mis tareas diarias, pienso mucho en él. Así que, considero que no todo es tiempo perdido. Creo que es divertido, se ha vuelto un personaje que me cae bastante bien. Siento que el Adam en mi cabeza va muy bien con Alastor. Jajajaja. Bueno eso pienso yo, falta lo que diga Alastor.
Bueno, muchas gracias por seguir la historia. ¡De verdad, gracias a las personas que dejan su apoyo y sus comentarios!
Esto lo iba a poner al final de la historia pasada, pero no lo hice por olvidadiza y burra.
Quiero agradecer especialmente a los usuarios Natsu89 (AO3), @WhiteLily09 (Wattpad), @Eliazet_286 (Wattpad), @Lunanico26 (Wattpad), quienes me han dejado palabras de apoyo en cada capítulo desde la historia "La batalla de los reyes infernales", sus palabras me animaron a seguir con esa historia, y me dieron la confianza de atreverme a subir esta que actualmente publico. ¡Gracias!
No por ello quiero dejar de lado a todos los que me han dejado comentarios, votos o kudos, en realidad me han ayudado a seguir con este gusto que tengo por la escritura y a compartir mis ideas locas. ¡Gracias de verdad por su apoyo! Significa mucho, mucho más de lo pueden imaginar.Bueno, espero actualizar pronto. ¡Ya quiero que aparezca Adam! ¡¡¡Sí!!! ¡Lucifer, prepárate!
¡Muchas gracias por seguir la historia!
Nos seguimos leyendo
Chapter 7: Capítulo 6: La llegada
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La redención de Sir Pentious hizo que los exterminios se pausaran mientras se concluía un veredicto sobre la viabilidad de una suspensión definitiva. Charlie tuvo que acudir a varias audiencias de las muchas que se llevaron a cabo en el Cielo para exponer su proyecto y tratar de contagiar su optimismo y buena voluntad. Sin embargo, aquella pausa estaba por expirar, Sera le advirtió a Charlie que un alma redimida era poco en comparación a las miles que llegaban a diario al Infierno y que, pese haber probado que la redención era posible, ello no significaba que tuviera un proceso estructurado y confiable para conseguir que más pecadores se rehabilitaran. Vaggie intentó de todo para consolar a la princesa de lo que pareció el declive de sus sueños, en el hotel reinó el silencio y la derrota por varias semanas. Fue en ese lapso que sucedió el enfrentamiento entre Lucifer y Husk, y a Charlie le pareció que era el momento más inoportuno para que su padre perdiera la cordura. Ella necesitaba ayuda, o al menos apoyo moral; sintió una profunda decepción cuando percibió que el diablo había recaído en sus acechos hacia Alastor. Sin el ánimo de fungir el papel de una madre, se obligó a increparlo, prometiéndose que sería la última oportunidad que le daría.
Como sabe hacer todo buen mentiroso, Lucifer decidió confesarse ante su hija a medias, lo hizo de tal modo para sonar creíble. Si mentía en su totalidad, cuando la verdad saliera a la luz terminaría por destrozar su imagen paternal; pero si confesaba todo lo sucedido, creyó que un veto del hotel sería inminente. El enojo de Charlie se transformó en lástima cuando escuchó a su padre hablar sobre el amor que tenía por Alastor. Le reveló el romance oculto y cómo lastimó al pecador con sus promesas incumplidas. El alma del diablo respiró en libertad, él creyó que mentía, creyó que nombrar amor al sentimiento que lo torturaba solo fue una barandilla para no caer. Quedó en deuda con su corazón; porque, cuando admitió que amaba con suma entrega a Alastor, no lo hizo para sí mismo, lo hizo creyéndolo una mentira. Las palabras salieron con rapidez, una a una, brotaron las cualidades que lo habían enamorado. Habló de las suaves manos que lo cuidaron, de la virtuosa voz que le cantó, de la impoluta pasión que lo cautivó, de la reservada fragilidad que le hizo soñar despierto, de la calidez que lo resucitó. El rostro de Lucifer se llenó de brillo, su subconsciente lo traicionó, tomó el mando sobre sus labios que, llenos de amor, sonrieron tontamente hasta hacerle doler las mejillas. Sin embargo, omitió los insultos, las humillaciones, el abuso, las heridas; diseccionó con cuidado lo sucedido de tal forma que solo quedara una trágica historia de amor.
— ¡Char, por favor, habla con él! ¡Ya no creé en mí! — pidió Lucifer entre lágrimas tan reales, que incluso lo sorprendieron a él mismo — ¡Sé que aún me ama! ¡Yo lo sé!
— Pá, no sé… no creo que sea buena idea. Me pareció que él y Husk tienen algo, bueno… tú los viste el otro día — Charlie cruzó los brazos con reserva, infló sus mejillas y fue soltando el aire de a poco sin saber qué más decirle a su padre.
— Alastor tiene una gran estima por Husk, pero no lo ama, no siente nada por él. ¡A quien ama, es a mí! ¡Por favor, Manzanita! ¡Solo me creerá cuando sepa que ya he hablado contigo! ¡Debe saber que cumpliré mis promesas, por favor!
— ¡Papá, es que… tú también te pasaste! ¡Te pasaste de…!
Los hombros de Charlie se elevaron con frustración e impotencia. Su boca estaba llena de insultos más que de palabras de aliento. Aunque el diablo cuidó de quitar la crueldad en su confesión, lo restante lo encontró horroroso. Ella no escuchó una historia trágica de dos enamorados como intentó sugerir su padre, ella solo escuchó una historia de traición y despecho.
— ¡Lo hiciste sentir como si no valiera nada y luego te involucraste con Angel! ¿Qué esperas ahora? ¡Pá, te pasaste de cruel! Conociendo a Al, no creo que te dé una oportunidad, es mejor que lo dejes en paz, lo siento… lo siento mucho — condenó de tajo, sin espacio a la esperanza.
— ¡No, Charlie, no! ¡No puedo dejarlo! No me entiendes, de verdad lo amo… lo amo mucho. ¡Lo necesito! ¡Lo necesito a mi lado! Si no regresa conmigo, ¡moriré! ¡No lo soportaría! — Lucifer tomó las manos de su hija y las apretó contra su pecho. Inclinó la cabeza con los ojos cerrados y dejó en libertad a la tempestad en su interior.
Las lágrimas de Lucifer escaparon tan aprisa como el aire al pincharse un globo. En ese momento, cuando amenazó con su propia muerte si no conseguía tener a Alastor de vuelta, su alma habló por él, no supo cómo fue que salió esa amenaza, la palabra moriré hizo acto de presencia sin autorización, se filtró sigilosa entre la mezcla de verdades y mentiras. Esa palabra permaneció en las cavilaciones del diablo por largos días más, sin que supiera si debía ponerla al lado de lo que fue verdad o lo que fue mentira.
— ¡No digas eso, papá!, es peligroso pensar de ese modo — dijo Charlie con preocupación. Levantó una de sus manos para acariciar la cabeza del diablo, tratando de consolarlo — Mira… hablaré con él, le diré que tus intenciones son honestas, pero no creo que sirva de algo. Al no es alguien que abra su corazón con facilidad, si te dejó entrar, de seguro fue porque se enamoró de verdad. ¡No puedo imaginar lo grande que fue su desilusión! Debe estar sufriendo mucho… y es muy posible que también esté odiándote.
— ¡Dile que haré cualquier cosa que me pida! ¡Dile que haré cualquier cosa para ganar su perdón! Pero, por favor, ¡convénselo! — suplicó.
— Mañana tengo otra reunión con el Cielo, y parece ser algo importante. Los ánimos en el hotel están decaídos, lo mejor será que hable con él ya que regrese, ¿sí?
Lucifer asintió sin control y agradeció reiteradas veces. Una parte de él quedó perforada por la vergüenza de tener que pedir prestada la credibilidad de su hija para obtener una oportunidad. Esa parte emponzoñó a su mente, lo fue golpeando con rudeza para que dejara de estar ciego ante sus verdaderos sentimientos. ¿Por qué se empeñaba tanto en recuperar a Alastor? Si lo tenía de vuelta, quizá se daría cuenta que no era más que un capricho y podría abandonarlo como se merecía. En verdad quiso creer que no era más que un deseo pasajero, que todo se trataba de quitarse esa molesta espiga enterrada en su orgullo. Pero, entonces, ¿por qué anhelaba volver a sentir su amor?, ¿por qué sus sueños se llenaron de ilusiones en las que vivían felices en una acogedora eternidad?, ¿por qué su cuerpo ardía con solo pensar en abrazarlo por el resto de sus noches?, ¿por qué imaginar a Alastor amando a Husk le produjeron pensamientos de muerte? Cuando vio la mirada que el Demonio Radiofónico le dedicó a Husk, deseó ser él quien estuviese postrado en esa cama, deseó haberse dejado golpear para que él hubiese sido el receptor de los atentos cuidados del ciervo. Le tuvo tanta envidia a Husk, imaginó que debió haberse ganado una imagen de príncipe, ¡maldito imbécil! De seguro Alastor le habría agradecido y le habría parecido que podría llegar a ser el mejor novio del mundo. Lucifer trató de reprimir su furia, debía guardarla si esperaba dar una creíble impresión de arrepentimiento; pero el miedo ante los sentimientos que Alastor podría tener por el gato continuaron metiéndose en sus pesadillas.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Cuando Charlie regresó al Hotel Hazbin de su reunión con el Cielo, Lucifer esperó que fuera de inmediato a hablar con Alastor. La impaciencia le produjo la sensación de que un día había sido una infinitud de tiempo, ni siquiera llevar milenios de vida le ayudaron a sentir ligereza en el paso del reloj. Lo normal para Lucifer era que el tiempo viajara sin que apenas lo percibiera, un año era un parpadeo en su vida; pero al estar en espera de que su hija cumpliera con la plática prometida, su tiempo se volvió lento. Peor aun cuando, tras su regreso del Cielo, Charlie le dijo que debía esperar aún más. Compartir la información que traía la encontró de mayor importancia que salvar su relación con el Demonio Radiofónico, y fue relegada con un “después de la reunión de la tarde”.
Vaggie llamó a los huéspedes del hotel para que Charlie pudiera comunicarles las últimas indicaciones que le dio Sera. La princesa se mostró preocupada, tartamudeó con escepticismo marcando el ritmo de su voz, ni ella misma supo si debía tomar el dictamen establecido como algo bueno o malo. “Adam llegará al Infierno, y el Cielo espera que podamos redimirlo”, terminó por advertirles. Las dudas y burlas hirvieron en un mar de sonidos mezclados. Angel Dust rio hasta sentir dolor en el estómago, que el primer hombre terminara convertido en pecador lo halló irónico y exclamó: “Ese cabrón venía a matarnos por ser pecadores, ¿quién no querrá matarlo cuando llegue? ¡No va a durar ni un puto día!” Niffty corrió en círculos mientras repetía la palabra apuñalar una y otra vez. Cherry Bomb les recordó a todos las insistentes menciones que Adán había hecho sobre su virilidad y confesó que intentaría averiguar a qué se debía aquella acentuada obsesión, Angel Dust secundó la idea e incluso expuso sus acaloradas expectativas. Los demás huéspedes solo maldijeron, unos en alta voz y otros en sus pensamientos. Charlie fue terminante en recalcar que nadie podía intentar agredir o hacer algo en contra de Adam, e hizo énfasis en aquella nueva regla mientras miraba a Alastor con inquietud. La zozobra de la princesa estaba más que justificada, en ese momento, a Alastor le gorgoreó el orgullo y la idea de una posible venganza coqueteó con él. No obstante, guardó su deseo personal y aceptó el pedido de Charlie.
El Cielo en realidad no se inclinó a la idea de parar los exterminios, deliberaron que el Hotel Hazbin no podría redimir más almas de las que se destruían en ellos. El proyecto de la princesa funcionaba con actividades que intentaban mejorar el comportamiento de los pecadores; pero tal método lo encontraron inadecuado y poco eficaz, dado que solo un alma había llegado al Cielo desde que inició con su centro de rehabilitación. Sin embargo, cuando advirtieron, con gran consternación, que el alma de Adam había salido del Purgatorio y comenzado su descenso al Infierno; encontraron en este evento la oportunidad idónea para que Charlie pudiera crear y consolidar las pautas necesarias para redimir a los pecadores, de tal forma que lograra replicar los resultados como una fábrica que produce en serie. Si existía un pecador más que dispuesto a cooperar y con deseos de ir al Cielo, ese debía ser Adam, supusieron. Charlie recalcó con suma expectación que el primer hombre representaba la vía perfecta para alcanzar el fin de los exterminios. “No sé exactamente cuándo llegará, pero será pronto. Papá, debes estar pendiente de su alma. Cuando entre al Infierno, debes traerlo antes de que lo descubran”, indicó Charlie como punto final de la reunión. Lucifer se manifestó entusiasta y aceptó la orden de dar seguimiento al alma de Adam. Él tenía la capacidad para indagar sobre todas las almas que eran mandadas a sus dominios, pero que le interesara, ese era otro tema. Charlie desconocía que su padre podría ser de muchísima más utilidad de la que expresaba. Él, al igual que San Pedro y los altos mandos angelicales, podían escudriñar la vida pasada y percibir el arribo de cada alma que les era asignada. Pero al rey, hacía tiempo que la vida de los pecadores dejó de importarle, la única verdad que creía necesaria conocer era que habían llegado al Infierno, por ende, merecedores de los castigos que allí encontraban.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Tras estar escuchando las perseverantes súplicas de Lucifer durante toda la mañana y parte de la tarde, Charlie se armó de valor y le pidió a Alastor un momento para charlar. No fue algo inusual, casi a diario surgían conversaciones privadas entre ellos; sin embargo, que la princesa maquillara con risas su nerviosismo y no pudiera sostenerle la mirada, hizo sospechar al Demonio de la Radio. Si hubiese tenido que apostar, él hubiera ido por la idea de ser advertido de no hacer nada en contra del inquilino por llegar, y qué bueno que no apostó, porque habría sido una de las pocas veces en que perdiera. Charlie inició dando grandes bocanadas de aire y expulsando el aire con lentitud, frotó sus manos y sopló entre ellas como si necesitara calentarlas, organizó una y otra vez sus ideas para encontrar la manera más certera de remover la conmiseración del Demonio de la Radio. No quería cumplir con su promesa, en ese momento renegó contra la Charlie del pasado por haber aflojado compasión por su padre. En verdad creía que Alastor se molestaría, que se indignaría por la intromisión a su privacidad y la amistad entre ellos, que con tanto esfuerzo se había ganado, terminaría fracturada.
El ciervo se petrificó cuando Charlie comenzó a relatarle pasajes de su vida de niña, historias que recordaba del desastroso matrimonio de sus padres, gajos de conversaciones que eran ya muy lejanas y que posiblemente su memoria adulteró. “No quiero justificar a papá, creo que no lo conozco del todo, pero debes saber que lleva mucho tiempo afectado por su matrimonio con mamá”. Alastor escuchó atento cada palabra, un tren comenzó a echar humo en su cabeza al tratar de organizar los eventos ocurridos en su relación con lo que expresaba Charlie. “Recuerdo a papá llorar por las noches, me daba mucha tristeza. Lo único que podía hacer era ir a su cuarto y acostarme a su lado. No lo entendí en ese momento, pero creo que mamá lo hirió mucho”. El pecador se cuestionó en su mente si Lucifer habría padecido alguna infidelidad, Lilith era la madre de los súcubos, tal vez eso explicaría sus celos patológicos. Charlie solo representaba un pequeño fragmento de la longeva vida del diablo, y uno incompleto a causa de sus memorias recortadas. ¿Cuánta información no quedaba en el vacío? ¿Acaso fue en extremo ingenuo cuando caviló sobre el diablo como si fuese un humano ordinario? Entonces, entender a Lucifer le sería imposible. Si lo deconstruyera, ¿podría comprender a un ser de naturaleza malévola? Alguna vez fue un ángel, pero no lo era más, ¿habría aún pureza en Lucifer? “Debes saber que todas mis ideas de bondad nacieron de él. Si creo en la redención, es por él”, mencionó Charlie con alegría en sus labios. El interior de Alastor se zarandeó con fuerza, aquella afirmación le hizo sentir que lo transportaba a un lugar olvidado, el aire viajó y llevó consigo el perfume del cuerpo de Lucifer cuando se amaban.
Cuando Charlie terminó con sus desventuras familiares, lo que le siguió, fue la paráfrasis de todas las cualidades que habían enamorado a su padre y sus exacerbados sentimientos. La oratoria de ella fue mejor, más poética, más beatífica. Si Alastor no hubiese estado al tanto de que le hablaba de Lucifer, hubiese creído que le confesaba el interés de un magnífico e intachable admirador secreto. Ni siquiera pudo embonar a ese hombre que le describía con el primer Lucifer, al que seguía añorando. ¿Qué confesión habría escuchado Charlie? ¿Qué sentimientos le habría revelado el diablo? Un bochorno germinó de a poco; temeroso, con vergüenza. El jardín de su amor revivió con apenas unas cuantas palabras de amor. Sin embargo, cuando el tema se centró en el engaño del diablo, Alastor sintió que sus dedos se contrajeron de manera involuntaria, la sorpresa engarrotó a sus tendones, sintió un sudor frío adherirse a su frente y su pecho cristalizarse.
— No te pido que le des una oportunidad, puedes ignorarme; pero, creo necesario que sepas que a papá le costó mucho trabajo manejar el tema del divorcio. Mis papás estuvieron casados por mucho tiempo, hasta pensé que él jamás lo superaría. Pero, ¡de verdad lo hará! Él siente que ya está preparado para soltar su pasado, y esa idea fue gracias a ti.
Alastor se sintió tentado por sus ilusiones, llegaron, regresaron a su mente para doblegarlo con las imágenes que tanto codició. Se vio de nuevo con una corona y anillo en mano, se vio con Lucifer sonriéndole, se vio siendo amado y complacido cada mañana al abrir sus ojos, se vio con el Infierno entero a sus pies, se vio libre del metal en su cuello. Cerró sus ojos para degustar con mayor deleite esas fantasías, tan cerca, tan reales, tan embriagantes. Una mácula negra brotó en medio de sus pensamientos, luego otra, y otra más. Los ojos juzgadores de su pasado destellaron entre un fulgor carmesí, lo observaron con lástima, censuraron su amor, fustigaron sus anhelos. “¿Quieres ser la perra del rey?”, escuchó a lo lejos, como si el viento hubiera regresado, pero esta vez para burlarse de él. “¡Anda, quiero ver cómo te destruye!”, esta última advertencia fantasmal hizo a Alastor abrir los ojos, haciendo que sus visiones se evaporaran.
— Sé que es incorrecto de mi parte venir a decirte esto cuando estás con Husk, pero creí que merecías saber que papá te amó de verdad… que aun te ama, ¡aun lo hace! No quiso herirte. Sé que no es suficiente con pedir perdón, pero ¡está dispuesto a hacer cualquier cosa para demostrar su arrepentimiento! — exclamó Charlie como si pidiera misericordia para ella misma.
Alastor sintió como si algo lo tirara por ambos lados, como si lo quisieran llevar a dos lados opuestos. Se tragó aquella sensación, no quiso tambalear, se negó a seguir a su autoritario amor. El relato de Charlie estaba incompleto, en él faltaron las humillaciones y la vejación que sufrió; Alastor se sintió asqueado por el ingenio del diablo. ¡Claro! ¡Omitió su vergüenza! ¡Cobarde! Si Lucifer hubiera tenido el valor de confesar todo lo sucedido, en ese momento las defensas del Demonio de la Radio se hubieran destrozado; sin duda, hubiera vuelto a caer. Creyó ventajosa la forma con la cual seleccionó qué contar y qué no. Muestra contundente de un timorato arrepentimiento, y, por ello, la armadura en su corazón permaneció sólida.
— No quiero faltarle el respeto a la relación entre tú y Husk, perdón si me excedí — dijo Charlie con la mirada clavada al piso y sus mejillas enrojecidas.
Alastor alzó una ceja, solo esa parte de su rostro se movió al escuchar las especulaciones de la princesa.
— Nada sucede entre nosotros, él es… lo más cercano que tengo a un amigo, no lo amo ni pretendo capturarlo de esa manera — aclaró con gran rectitud y mirando de soslayo a Charlie — Pero eso no significa que esté dispuesto a regresar con tu padre. Él sabe lo que hizo, y no sé qué tendría que hacer para enmendar todo el dolor que me causó. Para serte franco, no creo que haya algo que me haga perdonarlo.
Charlie levantó la mirada y asintió con tristeza. Observó los ojos de Alastor: melancólicos, abatidos, llenos de sueños despedazados; tan diferentes a los desesperados ojos de su padre.
— Aun lo amas, ¿cierto? — preguntó con timidez.
Los labios de Alastor convulsionaron, trató de mantener su sonrisa, pero el dolor imperó sobre su dignidad. Resignado, dejó caer su boca y su sonrisa quedó perdida.
— Qué astuta… creo que soy muy obvio, ¿no?
La boca de Charlie se frunció y sintió un gran peso caer sobre ella. En ese momento, al fin pudo ver una historia trágica de amor a través de los ojos del ciervo.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Cansancio, solo cansancio sintió Adam cuando abrió sus ojos. Nadie debería esperar sentirse aliviado al llegar al Infierno, no después de dejar atrás una vida corrupta. Para Adam, quien siempre derramó engreimiento sobre su vida virtuosa, ese acto de abrir los ojos lo llevó a experimentar una colosal fatiga, por primera vez padeció la pesadez del pecado. ¿Existe diferencia entre el humano que peca a conciencia en comparación al que lo hace por ignorancia? Adam comprendía aquella diferencia. Sin embargo, no fue sino hasta que llegó al Infierno que pudo sentir los estragos de su ética deformada. Incluso sin que lo razonara, el Infierno le hizo pagar físicamente por los pecados que ni siquiera creía haber cometido. Si debía definir una verdad en su vida, sería el pensar que siempre obró de manera intachable, conforme a los mandatos divinos que le fueron ordenados. Ignorante de la culpa con la que viajaba todo pecador al Infierno, no pudo identificar el punto exacto que le produjo tal padecimiento, como si aves de rapiña le hubiesen pellizcado la felicidad. Su cuerpo estaba diferente, falto de voluntad de ponerse en pie y su cabeza cargaba un peso extra. Los latidos en su corazón dolían, incluso la sangre en sus venas dejaba una sensación helada, como si lo que corriera en ellas no fuese sangre, sino la escarcha restante de su vida perdida. Poco a poco, sus ojos trataron de armar el rompecabezas frente a él: una callejuela alumbrada con un foco parpadeante, gritos lejanos, pitidos y maldiciones de conductores iracundos, las nubes rojizas, algunos roedores olisqueándolo. Sus memorias tardaron en llegar, el recuerdo de su muerte le hizo sacudir la cabeza aun estando tumbado en el piso. “¡¿Qué mierda?! No puede ser posible lo que estoy pensando”, exclamó mientras masajeaba su frente con una de sus manos. Desenterró el recuerdo del rostro de Lute cuando gritaba su nombre en sus últimos segundos de vida. Eso debería haber sido todo; él sonrío, resignado, a dejar de existir. Se suponía que había muerto en batalla. Heroico, entregó su paradisíaca vida al servicio del Cielo, defendiendo sus ideales, resguardando la paz de sus hermanos ángeles. “¡No es posible!”, volvió a quejarse.
Si nadie hubiese ido en su búsqueda, esa noche, múltiples reproches en nombre de Dios habrían llegado a oídos angelicales. Una pesada y ardiente incredulidad estaba consumiendo a Adam, lo había empezado a domar; pero la voz de Lucifer postergó su crisis teológica. Ver al diablo fue la confirmación de su denigrante caída al Infierno. Cuando se levantó del piso, Adam notó que dos cuernos, ligeramente curveados en la punta, se alzaban en su cabeza. Con espanto, llevó ambas manos a su rostro para cerciorarse de tener el número habitual de órganos, al menos los que eran visibles. Él consideraba abominable la apariencia de los pecadores, quienes adquirían nuevas extremidades, perdían o ganaban órganos, y terminaban deformados en bestias. Respiró aliviado al obtener el conteo correcto y tentar su miembro cubierto bajo su túnica y comprobar que no había alteraciones. “¡No me jodas!, casi me da un puto ataque”. Lucifer solo le otorgó unos escasos minutos para que procesara sus nuevas circunstancias, no se mofó de él ni le recriminó el intento de asesinato contra Charlie. “Tienes que ir conmigo al hotel de mi hija, Sera nos ha encomendado la fascinante tarea de redimirte”, dijo el rey y esa fue toda la información que le compartió. El cuerpo de Adam se movió ligero como la espuma con la sensación de haberle encontrado algún tipo de solución a su destierro. No lo habían abandonado, no lo olvidaron, ellos lo esperaban de regreso, allá arriba lo necesitaban, y ese saber le fue suficiente para tranquilizarlo.
Con la practicidad de un portal, Lucifer llevó a Adam hasta el Hotel Hazbin, en donde solo fue recibido por Charlie y Alastor. No hubo esmero alguno en su bienvenida, la antipatía de los huéspedes se negó a seguir el entusiasmo de Charlie; quien, con gran habilidad, puso de pretexto a las altas horas de la noche para explicar la falta de más personas. Entre sonrisas e inspiradoras palabras, le reveló que el hotel ya contaba con un pecador en su lista de rehabilitados. “¡Mierda, perra!, ¿cómo lo conseguiste?”, exclamó asombrado Adam sin dar crédito a lo que oía. Después de eso, la declaración de las exigencias del Cielo ya no le parecieron un disparate, creyó posible servirse de aquel ridículo lugar para sus propios fines.
Alastor se mantuvo impasible sin querer involucrarse en la perorata de Charlie, si acudió a recibir al primer hombre fue por sus obligaciones como anfitrión, y maldijo tener que cumplir con ellas. No solo deseó evitar al hombre que lo había vencido, también quiso evitar a Lucifer, principalmente esto último. Su mente seguía choqueada por la plática, que unas cuantas horas atrás, había tenido con Charlie. Aunque disimuladas, podía sentir las melancólicas miradillas de Lucifer que seguían pidiéndole perdón a gritos mudos. Si lo deseaba, una palabra suya bastaría para regresar a los brazos del diablo, una caricia suya sería suficiente para clavarlos en una pasión sin fin. Una febril cascada lo bañó de susurros lejanos, voces que le recordaban que aún amaba al diablo. El Alastor estúpido en su interior continuó buscando señales, cualquier indicio del cual pudiese aferrarse y que le ayudara a desacreditar todo mal comportamiento del diablo. Sin embargo, el Alastor astuto apareció, llevando consigo una de las frases que alguna vez le dijo su madre y que jamás olvidaría: “Él te ama, pero el alcohol le nubla la mente”. La única persona con la mente nublada era su madre; y no por el alcohol, sino por un pestífero amor. Irguió más la cabeza, demostrándose que él podría hacer lo que su madre nunca pudo. Se mantuvo estricto y decidió seguir purgando a su corazón envenenado.
Con un camino tupido de las maldiciones y palabrotas de Adam, el final de la bienvenida llegó cuando lo instalaron en una habitación vacía y contigua a la de Alastor, ubicadas en el primer piso. Lucifer saltó de inmediato a increpar entre berrinches y pucheros, pero fue ignorado y se ganó un gesto obsceno patrocinado por Adam; quien se metió a su alcoba con sus dedos medios alzados y carcajeándose sin saber con exactitud el porqué del descontento del rey. Ajeno a los problemas entre Alastor y Lucifer, el primer hombre quedó con la satisfacción de haber ganado aquella contienda desconocida. “Chúpate estas, imbécil”, exclamó como despedida. La risa le hizo compañía unos cuantos minutos; sin embargo, cuando la realidad lo atacó, sus pies se inmovilizaron presos del pánico al recordar su nueva condición demoniaca. Sus ojos fueron a todos lados, inspeccionó la habitación sin poder encontrar comodidad, sin que pudiera conectar lo que observaba con todo lo que creía saber de él mismo. Sin la conciencia del tiempo que había transcurrido desde su muerte, un hueco le desmenuzó su capacidad de controlar sus emociones. Desde que Lucifer fue por él, todo lo ocurrido lo tomó como una orden nueva del Cielo, como si fuera otra asignación laboral, otra ambiciosa campaña de las muchas a las que fue designado. Pero, una vez que las explicaciones terminaron y quedó atrapado en la vacuidad de esa alcoba, un pensamiento lo apresó: regresar al Cielo era una posibilidad, no una orden, no un hecho perentorio. En su porvenir, nunca hubo otra opción diferente al Cielo; por ello, aquel pasmo que le robó el aliento fue el reconocimiento de haber perdido su destino. Y, como toda persona con el futuro en blanco, no supo qué hacer con su presente.
Aquella noche, Charlie durmió con tanta tranquilidad como hacía mucho que no experimentaba y con la ilusión de haber encontrado una esperanza para su hotel. Lucifer no pudo dormir, bramó al aire con furia. Con sus cuernos en llamas, cuales antorchas encendidas, y sus ojos llenos de lágrimas; se quedó despierto por la desesperación de saber si Charlie había logrado rescatar a su amor. Alastor y Adam compartieron el mismo motivo para su insomnio. Adam gritó hasta desfallecer, mientras Alastor se complació con los sonidos de dolor que atravesaron las paredes y llegaron hasta sus oídos.
Notes:
¡Hola!
Bueno, creo que este capítulo estuvo medio denso. Espero que no haya sido tedioso. No odien a Charlie, ella solo conoce el lado amable de Lucifer, y él es muy mañoso.
Por otro lado, ya llegó Adam, y le tocó estar al lado de nuestro ciervo. Ya veremos cómo avanza esto.¡Muchas gracias por seguir la historia!
Nos seguimos leyendo.:)
Chapter 8: Capítulo 7: El segundo rival
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
De entre todas las pantallas que Vox tenía frente a él, solo una estaba encendida, era la única fuente de luz, y en ella la imagen de Alastor le sonreía con perversidad. Muchas veces trató de quitarse el vicio de pasar horas sentado en su centro de control para dejarse seducir por su pasado, aquellos tiempos en donde tenía el consuelo de haber sido amigo del Demonio de la Radio. ¿Realmente lo habría considerado así? ¿Un verdadero amigo? Con Alastor, no podía estar seguro; pese a la poca certeza que tenía de lo que pudo haber significado para él, asumir que alguna vez fueron amigos le daba esperanza. Sin ese pensamiento no tenía nada, ¿cómo recuperar algo que nunca tuvo? Dejó caer el peso de su melancolía contra el respaldo de la silla, aquella tarde su voluntad volvió a flaquear ante el juramento de odiar a Alastor. No pudo quitarse de la mente al ciervo siendo arrastrado por Lucifer a través de un portal, ni tampoco logró dejar de sentir furia ante los posesivos ojos del rey; los reconoció, eran los mismos ojos que miraba en su reflejo al recordar a Alastor. Pero, sobre todo, no pudo dejar de preocuparse por el miedo que sintió en las ondas electromagnéticas aquella noche en la que Alastor fue raptado por el rey.
Cuando llegó al Infierno, el nombre del Demonio de la Radio ya era reconocido, más que eso, era temido. Pero Vox no tuvo miedo de él, sino de lo que le hacía sentir. No lo entendió en ese entonces, y continuó sin entenderlo; pero Alastor parecía tener el poder de hechizar con su sola presencia. El ciervo alguna vez se burló de su raquítica capacidad de dominar a las masas: “Solo usando la hipnosis puedes tener el control, sin eso, no eres nada”. Y es que Alastor tenía ese algo que seducía, algo en su esencia untaba apetito en quien fuera que lo conociera; y ese apetito era creciente, llegando a ser insoportable. Al principio Vox le siguió como su ayudante, después se apodaron socios, luego amigos, y ese fue el tope para Alastor. Por aquella época, Vox había logrado ir más lejos que cualquier otra persona. Consiguió robarle varios besos y conservar su vida, algunos abrazos se colaron en medio de borracheras nocturnas, y en una sola ocasión lo convenció de dejarse tomar una foto juntos.
El Anillo del Orgullo se llenó de cuchicheos sobre ellos, se esparcieron rumores de un posible romance, Vox pudo sentir la exquisita envidia de otros pecadores y overlords; de ahí fue que supuso tener la victoria asegurada. Empero, la realidad de los sentimientos de Alastor lo dejó caer desde lo alto cuando negó sentir amor y opinó que el medio que utilizaba para la obtención de poder era inferior e inadecuado. Todo terminó por destrozarse cuando Vox se enteró de la existencia de Husk en la vida del ciervo. Se percató de sutiles cambios en el itinerario de Alastor, pero el misterio en él era una constante y por ello lo ignoró de principio. Incluso su insensata imaginación le hizo creer que tales altibajos se debían al nuevo subalterno con quien había comenzado a trabajar: Valentino. ¡Creyó que eran celos! Fue feliz al pensar que Alastor era afectado por la idea de compartir su atención y que no soportaba verlo con alguien más. ¡Por eso la lejanía! ¡Qué ingenuo! Contrario a lo que imaginó, el carácter del Demonio de la Radio se mantuvo ecuánime y con un extraño dejo de felicidad, su sonrisa se volvió más suave, su mirada más pensativa y su andar más ligero. No pasó mucho tiempo antes de que advirtiera que una noche al mes, Alastor la pasaba con ese nuevo overlord de las apuestas.
Valentino no solía inmiscuirse en la anómala relación entre ambos pecadores, pero la tarde en que Vox llegó histérico al departamento que compartían, decidió sentarse a oír la historia a través de los sentimientos de su colega. La encontró estúpida, aquel relato le pareció cosa de adolescentes, se preguntó si alguna vez Vox se habría enamorado, o el porqué de ese amor ingenuo. Admitió que el Demonio de la Radio era atractivo, cogible, seductor; pero no llegó al punto en el que se encontraba el otro. “Voxy, si tanto le traes ganas, te ayudaré a que sea tuyo. Después de que hayas estado metido entre sus piernas, esa obsesión se irá”. Si Vox hubiese estado enceguecido, la idea de Valentino le habría fascinado; pero en verdad estaba enamorado, y por ello se negó. No obstante, a Valentino le pareció que le faltaba coraje, que requería de un empujón para disipar de una vez por todas aquel fanatismo.
La última vez en que Alastor y Vox se reunieron aun considerándose amigos, Vox iba con la idea de confesar su amor, de rogar por una oportunidad. Por días ensayó las palabras adecuadas, buscó todas las posibles ventajas de una relación entre ellos, mandó a confeccionar un traje de etiqueta como los que sabía le gustaban al ciervo, con todo y una pajarita incluida. Planificó cada detalle con la esperanza de conmover los sentimientos que creyó existían en Alastor. Jamás esperó que, tras el primer sorbo que dieron a sus bebidas, ambos se estimularan sexualmente. Supo de inmediato que debía haber sido obra de Valentino, él trabajaba en una pócima de amor que no era otra cosa más que una mezcla líquida de sus feromonas con otros afrodisiacos. Trató de contenerse, trató de ignorar el calor que le produjo una erección, pero ver el rostro lujurioso de Alastor lo transportó al universo donde se refugiaban sus fantasías. Lo tacleó con rudeza. Cuando ambos cayeron al piso, sus manos recorrieron el cuerpo del Demonio de la Radio, su lengua probó el exquisito sabor de su cuello, sus miembros vestidos se frotaron con frenesí, conoció los castos gemidos que podía emitir y sintió la piel ardiente que demandaba pasión. “Si continúas, nunca te lo perdonaré”, escuchó a lo lejos. Aquellas palabras lo sacaron por un momento del trance sexual, alzó la vista para encarar al otro, pero en su cuerpo seguía una avalancha hormonal.
— ¡Le das tu culo a ese pendejo de los casinos!, ¿por qué a él y no a mí? — acusó, aun cuando esa afirmación no era más que una suposición.
Algunas sombras salieron en defensa del Demonio Radiofónico, pero el pánico en el que se encontraba hizo que el intento de protegerse fuera insuficiente, el deseo del otro era mayor. Vox tocó sobre el pantalón el miembro de Alastor, se complació al notar lo duro y abultado que se sentía. “Dices que no quieres, pero ¡mira cómo estás! No eres más que una putita”, se burló con encono. Volvió a buscar la mirada del ciervo, quiso confirmar que aquella reacción en su virilidad concordara con sus ojos, pero lo que halló, le desgarró el alma. El rostro de Alastor estaba sonrojado; pero, por primera vez, no vio una sonrisa ahí. El desolador cuadro se completó cuando advirtió que de sus ojos nacían dos senderos de lágrimas y pudo sentir su miedo navegar entre las ondas electromagnéticas. Vox se apartó de inmediato, fue un reflejo mandado por su cordura viajera. Sintió un vértigo horripilante, el calor en su cuerpo lo asqueó, sus manos quemaron por el remordimiento y le pareció que un hoyo negro crecía en su pecho. Doblado sobre sí mismo y apoyándose sobre sus pies y manos en el suelo, Vox rasgó las maderas que pudo alcanzar. Luchó contra el placer dentro de él, trató de resistir el aroma emanando de Alastor, sucumbió ante la culpa y el arrepentimiento. “¡Vete, Alastor! ¡Lárgate!” Y ese, fue el fin de su amistad.
Intentó buscar el perdón de Alastor, lo hizo por semanas, que se volvieron meses, y luego años. Durante ese tiempo la relación que tenía con Valentino se consolidó, se les añadió una reciente overlord y entre ellos tres crearon a los V’s. Vox se fue haciendo de poder con la ilusión de impresionar a Alastor, con la expectativa de atraerlo con el imperio que estaba formando; porque sabía que ese era uno de los planes más arraigados en él. Cuando fue en su búsqueda para intentar obtener su perdón una vez más, lo hizo con las manos llenas de promesas de poder, le entregó la posibilidad de unirse a su grupo para dominar los medios de comunicación, le aseguró que alcanzarían la cima que tanto anhelaba. La respuesta de Alastor lo llenó de odio: una estridente carcajada acompañada de un “eso jamás sucederá”. Vox sabía que se había equivocado, estaba consciente de su delito, aceptó los desplantes y rechazos; pero en el fondo creyó que merecía una oportunidad. ¡Se detuvo! ¡Lo dejó ir! ¡¿Por qué no le daba ningún crédito por ello?!
Poco antes de que Alastor desapareciera por siete años, una pelea ocurrió entre ellos, una que se convirtió en el segundo de los más grandes arrepentimientos de Vox. ¿Por qué tuvo que ir al distrito donde estaban los casinos de Husk? ¿Por qué cayó ante la tentación de toparse al ciervo? ¿Por qué no pudo dejar las cosas en paz? No soportó la risa mordaz del gato, tan llena de presunción y de la que desembocaba una gran satisfacción. Ya lo había visto en muchas otras ocasiones, y jamás entendió cuál era el chiste que Alastor miraba en él. Husk le advirtió que se fuera de allí, que dejara de buscar al Demonio de la Radio, se burló y le recalcó lo patético que era al seguir hurgando en los despojos del pasado.
— ¿Crees que tú sí lograrás cogértelo? ¡Mírate, jodido cara de verga! — gritó Vox iracundo.
Husk se cruzó de brazos y levantó una ceja. Le miró con desdén, como si fuese un animalejo moribundo.
— Si supieras lo que he logrado, créeme, morirías de la envidia — el gato negó con su cabeza y tronó consecutivamente los labios — ¡Óyeme bien, imbécil! He conseguido lo que ningún otro — se jactó con gran gozo.
Vox quedó helado. Entre rechinidos y chispazos, cayó al piso sobre sus rodillas. Si hubiera podido contener su furia, habría peleado contra Husk; pero este se fue después de un par de minutos de verlo luchar para no cortocircuitarse. Cuando pudo recobrar el control sobre su cuerpo, lo único que residía en su mente era ir detrás de Alastor. Lo encontró en la que en ese entonces era su torre de radio. Le reclamó con fiereza, le echó en cara que era un mentiroso, le insultó sin piedad, desgarró los pocos sentimientos cordiales que habían quedado entre ellos. “¡Yo lo hubiera dado todo por ti!, ¡nadie estará dispuesto a darte todo lo que yo te habría dado!”, gritó con una amargura destrozando su pecho. Alastor sabía que esa afirmación era incorrecta. Él ya conocía alguien que en verdad le había dado todo, inclusive su alma. Sin embargo, aquella pelea que tuvo que enfrentar por culpa de Husk, hizo que una mancha de duda germinara en su mente. Ese día, le pareció que el gato no era tan incondicional como lo había creído, y esa mancha fue la causante de la reticencia que lo acompañó por los años siguientes y que no le permitió aceptar el amor ofrecido por Husk. “Si vas a alardear de tus hazañas sexuales, procura no usar mi nombre”, le advirtió tiempo después. La pelea terminó cuando Valentino y Velvette aparecieron en defensa de Vox. Alastor se evaporó entre sus sombras; no se fue ileso, consiguió varias heridas, pero mucho menos graves que las de su adversario. La forma en que habían luchado fue visceral, sin templanza, como si realmente quisieran matarse. Ambos quedaron con la impresión de que el otro en verdad deseaba su muerte; pero lejos estaban de ser ciertas tales conjeturas.
Vox experimentó un gran dolor cuando Alastor desapareció, parte por la culpa, parte porque Husk también se alejó del ojo público. En su vida no hubo más que trabajo, fue la única adicción que pudo asemejársele a la que tenía por el ciervo. Trabajo, distracciones, trabajo, culpa, más trabajo; nada que le hiciera sentir vivo. Cuando Valentino le reveló que Alastor había regresado, no perdió el tiempo en querer demostrarle a ese ingrato todo lo que había rechazado. Alardeó de su imperio, se autonombró el overlord más poderoso, se burló del medio que controlaba el otro pecador; intentó de todo para convencer al Demonio de la Radio, y en el fondo a él mismo, de que lo despreciaba. Pese a los insultos, la seductora y elegante risa que Alastor le mandaba por sus cámaras, le dejaron claro que no lo había logrado; su amor seguía siendo tan obvio y transparente como siempre. Enterarse que el ciervo vivía con la princesa del Infierno no fue una noticia agradable, pero fue peor saber que Husk continuaba a su lado como su eterno perro fiel. Necesitó saber cuáles eran sus planes, el porqué de su estancia en ese inútil lugar, porqué había regresado.
Vox siguió los pasos del Demonio Radiofónico muy de cerca. Observó su derrota a manos de Adam, estaba al tanto de su cercanía con Charlie, notó el cambio en su sonrisa, se cuestionó cuando redujo drásticamente sus paseos y asistencias a las reuniones de overlords. Sin embargo, pudo sentir el dolor del ciervo el día del funesto aniversario a través de las frecuencias electromagnéticas, y ahí supo que algo no andaba bien. Alastor era condenadamente detallista en guardar las apariencias, en ocultar sus emociones, casi nunca bajaba la guardia. ¿Cómo un demonio tan metódico como él pudo cometer tal negligencia? Vox tiró todo su orgullo al drenaje y se armó de valor para ir a ofrecer su ayuda como tregua de paz. No dejó pasar ningún encuentro de señores supremos con la esperanza de toparse a Alastor, y, por fortuna, lo halló. Sus garras rasponearon la mesa por la impaciencia, no se enteró de lo que se debatió ese día, la voz de Carmilla le pareció más molesta y sus inquietos ojos se aguantaron las ganas de mirar al ciervo. Cuando la cita acabó, Alastor se escurrió entre sombras. Vox salió con gran desesperación en su búsqueda, alcanzó a observar cómo caminaba por la calle y no dudó en detenerlo. No logró contener los reproches, quiso retenerlos, pero su dolor fue mayor. Cuando sintió que perdía la atención de Alastor, las palabras que siempre anheló regalarle, escaparon de su pecho.
— ¡Te amo!… Te he amado desde hace tanto tiempo que me parece ridículo que recién ahora haya tenido el valor de decírtelo — exclamó Vox con los ojos llenos de melancolía — ¡Mierda, Al! Te parezco un idiota, ¿no?
— No, me pareces confundido.
— ¿Qué sucede, Alastor? Sé que algo malo te pasa… ¡puedo ayudarte! ¡déjame ayudarte!
Vox se acercó al Demonio de la Radio. No logró evitar el cosquilleo en sus manos, con cuidado, alzó una de ellas y acarició la mejilla del ciervo. ¡Volvió a viajar al universo en donde había escondido a su amor! Alastor no lo rechazó, cerró los ojos y disfrutó del suave toque. Nunca lo habría de confesar, pero, en algún momento ya muy distante, él también fantaseó con el amor de Vox.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
La primera mañana de Adam en el hotel ocurrieron dos grandes conmociones, y ambas durante el desayuno. Alastor tocó la puerta de Adam para que se presentara en el comedor, después de varios insultos aceptó, de mala gana, unirse al resto de huéspedes para almorzar. Adam estaba cansado por la falta de sueño y sin ánimos de enfrentar el camino a la redención; camino del que seguía inconforme. Después de ducharse, no fue capaz de volverse a poner su túnica, era el recordatorio de que ya no era más un ángel. Refunfuñó entre dientes y optó por salir usando solo ropa interior, solo en bóxer. Charlie apartó la mirada sin querer ver el cuerpo semidesnudo de Adam. Vaggie lo regañó y le ordenó que fuera a vestirse.
— ¡Estamos en el Infierno, pendeja! Siempre he podido hacer lo que se me hinchen los huevos, con muchísima mayor razón en esta cagada de lugar — contestó sin querer obedecer — Además, no tengo ropa. No seguiré usando esa túnica, ¿ok? — añadió.
Solo Lucifer y Husk fueron lo suficiente perceptivos para notar un ligero rubor en el rostro de Alastor. El cuerpo de Adam era en verdad la descripción de un adonis: marcado en los lugares precisos, atlético, con la musculatura exacta, alto, de piel tersa, simétrico y armonioso. Tal apariencia sorprendió a la mayoría, quienes pensaban que era un hombre desproporcionado y fuera de forma. La parte anatómica que más impresionó a Angel Dust fue sin duda el gran bulto cubierto por la ropa interior, y no pudo evitar compartir sus pensamientos.
— No lo regañes. Déjalo recordar sus tiempos en el Edén — dijo con una sonrisa juguetona, volteando a ver al primer hombre — Yo puedo ser tu Eva.
— Paso sin ver, esta verga solo coge vaginas — respondió Adam, señalando con ambas manos su miembro.
— Vagina, ¡estás de suerte! — Angel Dust se echó a reír, contagiando a Cherry Bomb, Niffty y Husk.
— ¡Jódete, Angel! — se defendió Vaggie.
Adam sacó la lengua y negó con la cabeza de manera frenética.
— ¡Ugh, qué puto asco! Esa vagina ya la chupó el diablo… mejor dicho, ¡la hija del diablo!
Una lluvia de risas gobernó el comedor. Lucifer salió del estupor que le causó la reacción de Alastor al ver a Adam, el estridente sonido lo aturdió, pero no supo a qué se debía tanta algarabía. El Demonio de la Radio hizo aparecer en las manos de Adam un cambio completo de ropa y un par de zapatos. “Ya tendrás tiempo para seducir a nuestra estrella del entretenimiento para adultos. Sin embargo, la hora del desayuno no es la indicada para ello. Ve a vestirte”, sentenció el ciervo con tranquilidad. Adam torció los ojos, pero obedeció.
— ¡Carajo!, ese es el cuerpo más sexy que he visto en mi puta vida — comentó Angel mientras miraba a Adam salir del comedor.
— Concuerdo contigo, mi afeminado amigo — dijo Alastor tan rápido, que incluso él mismo se turbó por haber dejado salir aquella observación.
Charlie y Husk escupieron el café que bebían en ese momento, Vaggie se ahogó con un pedazo de tostada, Angel Dust se quedó viendo a Alastor con la boca abierta y Cherry Bomb ratificó con satisfacción. Lucifer fue el único que, más allá de la sorpresa, sintió aquella declaración como un insulto. Una incomodidad lo bañó de golpe, fue como si alguien le exprimiera el pecho desde el interior y una mano le picoteara el cerebro. ¿Desde cuándo Alastor podía tener esa clase de pensamientos? ¿Cuántos cuerpos desnudos habría visto? ¿Por qué lo había mencionado frente a todos? Otra vez fue atacado por imágenes de traición, imágenes en donde Alastor regalaba su inmaculada piel. Sus manos se movieron a causa de unas ligeras convulsiones, tuvo que cerrarlas en puños para ocultar sus garras alargadas. Charlie notó el mal aspecto de su padre y acarició uno de sus hombros. “Pá, cálmate, o asustarás a todos”, dijo por lo bajo. Lucifer volteó a ver a su hija y le sonrió. Fingió calma e intentó seguir comiendo, pero las suposiciones en su mente continuaron mortificándolo. Deseó regresar a su insipiente vida pasada, esa en donde solo esperaba el regreso de Lilith entre patos y tristeza. En esa vida tenía asegurada la soledad, la espera era solo un pretexto para seguir soñando con algo; porque ya no tenía ilusiones en realidad. Él no deseaba a Lilith, él deseaba un amor que serenara sus días, quería volver a percibir el paso del tiempo, que le fueran insuficiente las horas, extrañaba sentir que su vida significaba algo, que era necesario para alguien. Su pecho siguió molestándolo, él sabía que ya no podía regresar a esa vida por más que quisiera. Preferiría mil veces seguir en un vacío existencial a tener que vivir sabiendo que existía Alastor, que existía una persona que podía cumplir sus anhelos; pero que no podía tener. El tiempo era burlón, mientras que a él le iba robando la tranquilidad, lo iba dejando descolorido, le agrietaba la piel y le descocía la mente; a Alastor parecía revivirlo, cada vez se veía más hermoso, más cálido, con más luz, como un largo amanecer. Ese Alastor le pareció muy distante, allá en un mundo prohibido, en donde era libre y podía pensar en el cuerpo de otros hombres, en donde sonreía a todos y repartía tentación. ¡Maldito pecador! ¡Ojalá pudiera despojarlo de esa insoportable sonrisa!
Alastor ignoró con elegancia el asombro a su alrededor, no se atrevió a responder las dudas en la mirada de los demás, y continuó cortando delgados filetes del trozo de carne de venado en su plato. Sus deseos de que el desayuno terminara fueron interrumpidos cuando escuchó un mensaje cifrado a través de una frecuencia compartida en las ondas electromagnéticas. “Estoy afuera”. El cuchillo de Alastor cayó y produjo un áspero sonido cuando chocó contra el plato de cerámica. “¿Todo bien, jefe?”, susurró Husk a su lado. El ciervo no contestó, tomó de nuevo el cuchillo e intentó recomponer su semblante. Sin embargo, los mensajes siguieron llegando. Sabía que era Vox, ni siquiera recordaba la última vez que se comunicaron de esa forma, inclusive se preguntó cómo habría logrado filtrar aquellos mensajes cuando se suponía que había bloqueado toda frecuencia compartida. Su rostro se llenó de miedo cuando escuchó el timbre de la puerta principal sonar. Antes de que alguien más acudiera al llamado, Alastor se levantó con violencia y se desvaneció entre sus sombras; dejando a todos consternados en la mesa.
El Demonio de la Radio apareció fuera del hotel; en donde, como sospechó, estaba Vox. El tiempo jugueteó con sus mentes, se reconocieron del pasado. Fue algo intimidante. Alastor se preguntó si estaría soñando, toda la mañana le pareció irreal, él mismo se sintió irreal. La expresión de Vox era una que creía ya inexistente. Los cielos fueron en retroceso, las calles se volvieron antiguas, su corazón recobró la memoria, el viento migró con ellos. De pronto, la confesión que le reveló la última vez que se vieron invadió la distancia entre ellos, estaba en esos ojos, estaba en el silencio, en la melancolía circundante. Alastor había salido tan aprisa con la intención de correrlo del hotel, pero tal propósito se le desvaneció de la boca; dejándolo mudo, desconcertado, absorto en aquel viaje en el tiempo.
— Alastor… ¿qué sucede? — se atrevió a cuestionar Vox. Su voz salió quebrada, sus ojos estaban curvados, sus hombros caídos.
— Tienes que irte… no podemos hablar aquí.
— ¿Por qué? ¿Por Lucifer?
Alastor echó una mirada rápida a los ventanales cercanos, notó que en uno de ellos la cortina estaba con una ligera abertura. Pese a no poder ver quién era la persona observándolos, infirió que debía ser el diablo. ¿Quién más?
— Vox, no es el momento ni el lugar adecuado — insistió.
Las manos del ciervo prensaban su bastón, y Vox pudo notarlo. Mostrar inquietud era un comportamiento inusual en Alastor, algo en verdad peligroso debía sucederle.
— ¿Qué te hizo ese malnacido? ¡Carajo, Al! ¡No mientas, pude sentir tu miedo! Fue como si pidieras auxilio, ¿qué te hizo ese hijo de puta?
— Hablaremos después, yo te enviaré un mensaje, ¿de acuerdo? Ahora, deja esta actuación de ser un salvador. Todo está bien, nada que no pueda manejar por mí mismo.
— ¡No seas un imbécil! ¿Por qué eres tan necio?
Vox alzó una de sus manos y frotó la parte trasera de su cuello. Su impotencia no fue por el rechazo de Alastor, sino por el motivo que lo había convertido en un venadito asustadizo.
— Solo conozco algo que puede provocarte esa clase de miedo. ¡No soy un estúpido como piensas!
Un escalofrío recorrió la espalda de Alastor, la vergüenza y la humillación volvieron a atraparlo. ¿Por qué seguía siendo tan débil después de tantos años? “No pasa nada, no pasa nada, absolutamente nada”, se recordó con el pensamiento.
— Que vinieras aquí, no fue la idea más brillante que has tenido. Te has puesto en un improductivo peligro tú solo — reprochó el Demonio Radiofónico, alargando su sonrisa — Tendré que decirle a Charlie que viniste a ofrecer ayuda para el hotel. Así que ahora tendrás que transmitir algún comercial para nosotros y detener tu campaña de desprestigio, ¿entendiste?
— ¡Me importa una mierda este hotel! ¡Eres tú quién me preocupa!
— Lo sé, pero es la única forma de mantenerte vivo — los ojos del ciervo se encogieron — Esta charla se termina aquí, espera mi mensaje. Me contactaré contigo, lo prometo.
Dentro del hotel, Lucifer observaba el encuentro. Si llegó a sospechar que entre ambos pecadores hubo alguna vez un romance; la reacción que tuvieron al verse, lo confirmó. ¿Cuánta ventaja le llevaba ese hombre con cara de televisor? ¿Su romance habría sido más intenso? ¿Alastor lo habría amado con mayor fervor? ¿Por qué de pronto aparecían más interesados en querer robarle a su ciervo? ¿Por qué no podía tener un amor que solo le perteneciera a él? “¡Debí haberme quitado ese puto anillo!”, se lamentó con irritación. Su Alastor era complaciente, él decía sí a todo, esperaba por su atención con paciencia y le cuidaba con cariño. Sin embargo, el Alastor allá afuera era un demonio embustero, un descarado que iba repartiendo ilusiones llenas de infidelidad. Prestó atención a cada detalle, a cada movimiento, intentó leer sus labios. La desesperación por no saber que sucedía le prendió la piel. No pudo darse el gusto de salir y destazar a Vox, no si esperaba mantener a Charlie de su lado y seguir con la fachada de arrepentimiento que tanto pregonó.
La conversación terminó después de unos cuantos minutos disfrazados de horas. Vox se transformó en energía y se marchó usando los cables eléctricos unidos por postes de luz. Alastor se alisó el saco con ambas manos antes de darse la vuelta y entrar de nuevo al hotel. Lucifer tenía los alegatos listos para exponer la desfachatez del ciervo. Desde su estómago hasta su garganta llegó el burbujeo fúrico de sus celos. Si pudiera, encadenaría a Alastor y se lo llevaría por siempre a su palacio, o quizá solo el tiempo necesario para aburrirse de él, que lo llenara con su dulzura y, cuando esta se volviera amarga, lo podría destruir para que nadie más pudiera probarlo; volvió a engañarse. Al atravesar la puerta, Alastor fue jalado por Lucifer, le apretó el brazo y lo inclinó hacia él.
— Estás abusando de mi paciencia. ¡Sigue así y sabrás porqué soy el rey de este lugar!
La amenaza del diablo se transportó a la piel de Alastor, el miedo se convirtió en poros erizados y en un sendero frio a lo largo de su espalda. Unos rechinidos de estática se le escaparon, pero frenó su estado demoniaco que estaba a unos cuantos temblores de salir en su defensa.
— Vox vino por temas relacionados al hotel. Por favor, detén este espectáculo tan bochornoso, alguien podría vernos u oírnos.
Con alguien, el Demonio de la Radio se refirió a Charlie, el único salvavidas que podía sacarlo a flote. No obstante, Lucifer perdió de la mira a su discreción. Aun tratando de controlarse, la sospecha lo volvió irracional.
— ¿Por favor? ¡Tú no pides favores, tú los das! Andas de fácil, ¡regalándote! ¡No me quieras ver la cara de imbécil! ¡¡¡Solo faltó que se besaran entre tanto cariño que derramaban allá afuera!!! ¡Dime la verdad, ¿a qué vino ese pendejo?! — gritó colérico.
— Lucifer, ¡cálmate! ¡Todos te oirán!
— ¡QUÉ TODOS ME OIGAN! ¡ME VALE VERGA QUE TODOS ME OIGAN! ¡ASÍ ES MEJOR! ¡ÓIGANLO TODOS! ¡ALASTOR, TÚ ERES MÍO! ¡QUÉ LO SEPAN! ¡QUÉ SEPAN QUE NADIE PUEDE MIRARTE! ¡QUÉ NADIE PUEDE DESEARTE! ¡QUÉ NADIE PUEDE PENSAR EN TI! ¡MALDITA SEA! — Lucifer zarandeó al ciervo con fuerza en cada oración. Más que hablar para los huéspedes, quiso que sus palabras quedaran atornilladas en la mente de Alastor.
— ¡Por todo el Infierno, Lucifer! ¡Detén este descalabro!
— ¡TÚ ERES QUIEN DEBE DEJAR DE ENLOQUECERME! ¿A CUÁNTOS PENDEJOS SEGUIRÁS DÁNDOLES ATENCIÓN? ¡DETENTE! ¿O TOMASTE MUY ENSERIO LA IDEA DE REEMPLAZARME? — Lucifer soltó el brazo de Alastor y se golpeó repetidamente la frente con su puño apretado hasta sacarse sangre — ¡¡¿ELLOS SABEN DE MÍ?!! ¡¡¿SABEN QUE ESTÁ ESTE IDIOTA ESPERANDO POR UNA OPORTUNIDAD?!! ¡¡¿SABEN QUE EXISTE ESTE IMBÉCIL ROGÁNDOTE?!!
El pecho del diablo subía y bajaba con cansancio, gritar parte de la verdad en su interior lo dejó temblando. Giró su cuerpo y aventó la mesilla del recibidor a su lado al tiempo que maldecía con encono. Dejó que una tonalidad rojiza invadiera sus ojos, exponiendo el sufrimiento que tanto quería hacer pasar como odio. Dolor, solo dolor lo consumía.
— Lo dejé muy claro, ¡lo nuestro se acabó! ¡Yo no pedí tus ruegos ni tu arrepentimiento!
— ¡Yo lo sé! Y, aun así, ¡aquí estoy suplicándote! ¡¡¡¿Realmente ya no sientes nada por mí?!!! — gritó con un mar desembocando con rudeza.
La carga de sentimientos en aquella pregunta hizo tambalear a Alastor. Nunca había visto así al diablo: derrotado. Tal vez era su orgullo que no soportaba la derrota, y por ello gritó como si lo despellejaran vivo. Sin embargo, una pequeña y seductora ilusión hizo que se cuestionara si existía la posibilidad de que esa desesperación en verdad podía significar que lo amaba. Si tuviera que responder la pregunta hecha por Lucifer, la respuesta sería un “sí, aún te amo con toda mi alma”. Pero aquella oración no salió a la luz, antes de que sus labios se movieran, Charlie y Vaggie llegaron para detener su locura.
Notes:
¡Muchas gracias por seguir la historia!
Nos seguimos leyendo
Chapter 9: Capítulo 8: Aliado
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Adam volvió a bañarse, lo hizo tres veces antes de ponerse el conjunto rojo y negro que le dio Alastor. La idea de quemar su antigua túnica se le pasó por la cabeza como un flashazo, pero no se atrevió. Le exigió a su cerebro detenerse, no paraba de amenazarlo con renegados pensamientos de rencor. La pregunta del porqué fue arrojado al Infierno le incineró la tranquilidad. La única respuesta que logró inventar fue que su paso por el Infierno debía ser una prueba, o, más específico, una misión. Su Padre debió haberlo mandado allí para una misión importante y debía descubrir cuál era. Si Charlie consiguió redimir a un demonio, eso probaba que, quizá, algo de humanidad quedaba en los pecadores. Sentenció para sí mismo que él no llegó allí como un ángel caído, su caso no fue un exilio, no lo patearon con repulsión. Él era diferente, él tenía una misión, él era un mesías. Era el primer hombre, el perfecto ejemplo a seguir, debía mostrarles a esas bestias infrahumanas cómo debían ser, buscar en ellos la raíz que los deformó, sanar su dolor, debía esparcir su sabiduría. ¿Quién más, sino el primer hombre, lograría tal titánica labor? No había nadie más humano que él, por algo era el padre de la humanidad. “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Debían honrarlo, y él, como un padre, tendría que curar y ser piadoso, tendría que volver a humanizar a esas alimañas infernales.
— Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu nombre — con sus dedos pulgar e índice formando una cruz, alzó su mano y la llevó a su frente — Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad, en la Tierra como en el Cielo — llevó la mano a su ombligo — Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas — después a su hombro izquierdo — así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden — después a su hombro derecho — No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén — besó la cruz formada con su mano.
Adam suspiró y un sollozo se mezcló con el aire. Decía un dicho en la Tierra que Dios solo manda sus más grandes batallas a sus mejores guerreros, y él lo era. En su perfección y pureza infinita, él era el indicado para encontrar el camino de regreso al Cielo. Fue el líder de los exterminadores, y ahora le correspondía ser el líder de la redención. Asintió con los ojos cerrados. Una frágil y modesta sonrisa se formó en sus labios, imaginó su glorioso regreso a los Cielos, ¿lo santificarían? Llevó una mano a su pecho e hizo pequeñas reverencias, no debería inclinarse demasiado; ante todo la humildad. “Gracias, gracias”, susurró con enardecimiento. Siguió vanagloriándose por su triunfal futuro por algunos minutos, consiguió rellenar el frasco de su vanidad que tanta falta le hacía. Se alegró de no haber incinerado su túnica, ya la necesitaría después. Con la mandíbula erguida y el pecho inflado, decidió que era momento de ir a comer, su ego no era lo único que necesitaba alimentar.
De regreso al comedor, observó el altercado entre Lucifer y Alastor; no fue cuidadoso de no ser visto, una oportunidad para burlarse de Lucifer siempre era bienvenida. “¿A cuántos pendejos seguirás dándoles atención? ¡Detente! ¿O tomaste muy enserio la idea de reemplazarme?”, escuchó exclamar a Lucifer. Contuvo las risas y las bloqueó con su garganta. Cambió de parecer. Quizá era mejor que no le miraran ni escucharan para no interrumpir aquella comedia en vivo, era muy circense, Lucifer lucía como un payaso. Escuchó a Alastor recalcar el término de una relación, y tal declaración le sorprendió. “¿Por eso la perra de Lilith vino arrastrándose para que la ayudara? ¡Que cagada!”, se dijo. Cuando aparecieron Charlie y Vaggie a detener la discusión, se lamentó, pero volvió a reír cuando Charlie se llevó a Lucifer con su cara de perro moribundo. Alastor y Vaggie se dijeron algo que no alcanzó a escuchar y, luego, también se retiraron del recibidor. Siguió con mucha a tención el andar de Alastor, trató de analizar al amante del diablo, quiso encontrar el motivo que lo llevó a cambiar a Lilith por un pecador de menor categoría. “¿Chupará bien la verga?, Lilith no lo hace mal. Ese Lucifer está cada vez más pendejo”, caviló con gran intriga antes de retomar su rumbo al comedor.
Cuando llegó a la mesa, solo Husk y Alastor seguían allí. No dijo mucho, solo unas quejas sobre el mal sabor de la comida y más maldiciones. Las miradillas que Adam y Alastor se echaban de manera esporádica entre sí, incomodaron a Husk. El Demonio de la Radio recordó su derrota durante el último exterminio, y por ello lo miró con recelo. Adam se siguió preguntando qué tendría el pecador para haber logrado acentuar la estupidez en Lucifer. Los movimientos del ciervo eran refinados, su rostro delicado, su voz horrible, aunque no tanto como su sonrisa. Al llegar a su cuerpo, la valoración que hacía sobre Alastor se detuvo, se sintió incapaz de juzgar un cuerpo masculino, y solo supuso que el sexo debía ser asombroso. Al terminar de comer, Alastor se levantó y se marchó sin decir ninguna palabra. Husk lo siguió, no sin antes aventarle una mirada retadora a Adam. “¿Qué se trae este pendejo?”, se cuestionó Adam.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Lucifer no estuvo de acuerdo con el regaño de Charlie. “Lo alejarás si continúas acosándolo. No tienes ningún derecho de reclamarle nada”, recordó la advertencia de su hija. Derecho, él tenía todo el derecho del mundo de reclamar lo que quisiera, ¿por qué no? Él había puesto los ojos en Alastor y, por lo tanto, tenía el derecho de alejar a cualquier intruso, nadie podía quitárselo. Alastor lo había enamorado, y ese amor pasó a ser su derecho, ese amor pasó a ser una obligación de Alastor. Las personas no pueden ir enamorando a quien quieran y luego desatenderse de ese amor, mucho menos si el destinatario era un rey. Lucifer se fue a su torre, se bañó, se cambió y se acostó en su cama. Se quedó absorto mirando el techo, de a ratos se encogía y después se alargaba, de a ratos se volvía negro y después desaparecía. Alzó su mano izquierda y la observó detenidamente, movió sus dedos como si tocara un piano, le pareció asombroso. Ver y sentir el movimiento de sus dedos le dejó una sensación enajenante. Él era quien se movía, lo pudo ver y sentir, pero la realidad se le extravió, fue como verse así mismo en una foto, o a través de una pantalla. ¿Qué era aquello que deseaba y no podía tener? ¿Toda su frustración se reducía a Alastor? Su primer pensamiento fue Lilith, pero la mujer que deseaba pertenecía a otros tiempos, era una Lilith que ya no existía. Y el Lucifer que esperaba por esa mujer era otro Lucifer, también ya inexistente. ¿Quizá, entonces, serían sus ideales sobre la humanidad? No, tampoco, hacía mucho tiempo que aceptó su ocaso. Al comparar su longeva vida con la cantidad de sus deseos de antaño, le pareció que la diferencia era ridícula. ¿Cómo Alastor había logrado acaparar todos sus anhelos? ¿O quizá la falta de ellos hacía ver a Alastor enorme? ¿Cuándo Alastor pasó de ser un rato de diversión a ser un anhelo? Recapituló su relación, debía haber un truco, algo que pasó por alto, una táctica que no advirtió. ¿Qué cosa? Su corazón seguía mandándole una sensación fría a todo su cuerpo. La forma en que Alastor vio a Vox lo horrorizó, ver que esa mirada tenía otro dueño le hizo sentirse desterrado, suplantado, olvidado. Maldijo a Alastor, maldijo al nefasto momento en que lo vio por primera vez, maldijo a Lilith por no irse con todo y sus recuerdos, maldijo a Husk, maldijo a Vox. “¡Malditos sean todos!”.
Lucifer volteó a ver el espacio vacío a su lado. Hacía más de un año, en ese sitio, escuchó el primer “te amo” de Alastor; fue después de su novena sesión de sexo. El ciervo no se fue como lo hizo la primera vez, él se quedó y se aferró a su pecho. Su pelo caía en mechones húmedos, sus dedos dibujaban círculos en su cuerpo, sus piernas se estrecharon a las suyas, su sonrisa se volvió tímida y tonta, su voz perdió la estática. Esa vez su ego se engrandeció. Cuando Alastor finalmente se fue, Lucifer se rio de él, se sorprendió de lo fácil que fue hacerlo caer. Había predicho que tal labor sería un reto mayor, pero se equivocó. Después de esa confesión, los encuentros se volvieron más demandantes. Disfrutó del sexo, mucho, demasiado. Sin embargo, también disfrutaba lo que le seguía, la rutina de cariño, de halagos, la necesidad que el otro tenía por complacerlo, las ingenuas sonrisas que le daba cuando escuchaba sus promesas. ¿Por qué se fascinó con esa sonrisa? La dulzura que lo hacía brillar con cada mentira fue contagiosa. Él mismo también se apasionó con esas mentiras, pero no lo notó. No notó cuando él también comenzó a fantasear con sus propias promesas, con esos sueños donde vivían juntos y felices. Fue una invitación al mundo que perdió y que deseaba de regreso; pero su corazón no supo darse a entender, o él no supo descifrar sus sentimientos. Después de ese recuerdo, se maldijo a sí mismo. ¿Amaría a Alastor de verdad? ¿No era solo su orgullo? Se maldijo de nuevo. ¿Husk y Vox amarían a Alastor, o solo estarían detrás de la pasión que provocaba? ¿Ellos también sentirían esa opresión en el pecho? ¿Ellos también perderían el sueño? ¿Ellos también enloquecerían de celos? “¡Maldita sea, soy un imbécil!”, volvió a gritar.
Entre su imaginación y su memoria, el diablo gastó la mañana y el comienzo de la tarde. La imagen de Alastor se anduvo paseando por su torre. Ese día nació su afición por vivir entre fantasías. No solo se había enamorado de Alastor, ese día también se enamoró de los ideales que formó de él. ¿Qué habría pasado si se hubiera quitado el anillo? ¡Qué asombroso! Figuró que aquel futuro habría sido sorprendente. La imaginación puede ser peligrosa, llena vacíos, crea expectativas, se alía con los anhelos y así vuelve todo más grande. La imaginación da respuestas a lo desconocido, en ella los hubiera sí existen, crea significados, inventa señales, encuentra caminos a lo imposible. Lucifer no creía en el destino, porque él y Lilith se encargaron de romper sus cadenas. Ellos dieron conocimiento y libertad, y el destino y la libertad no pueden cohabitar en una mente sensata. Sin embargo, su imaginación le espolvoreó una pizca de superstición cuando Charlie entró a su torre e interrumpió su viaje de ficción.
La princesa fue a comunicarle los resultados pendientes de su plática con Alastor. Esperó a que su padre asentara la rabia y que la lucidez regresara a él. Lucifer se levantó de la cama con grandes expectativas, deseoso de escuchar el triunfo del poder de convencimiento de su hija. Una serpenteante hilera de emociones lo llevaron a extremos opuestos. Charlie trató de explicarse de la forma más clara posible. Detalló lo que le dijo, describió los gestos de Alastor, compartió sus impresiones, y, al final, pareció que no había nada que hacer más que rendirse ante esa causa perdida. Charlie oprimió sus rodillas, como si con eso pudiera aguantarse las ganas de confesarle al diablo que Alastor admitió seguir enamorado. Se mordió el labio inferior y quiso levantarse de la cama e irse, pero el rostro desahuciado de su padre la retuvo. Se talló la frente y sintió las yemas de sus dedos resbalar, la vacilación la hizo sudar. Había ido hasta allí con el plan de omitir ese detalle, pero conectó los rostros demacrados de ambos demonios; la desolación torturaba tanto a Lucifer como a Alastor. Si se amaban, ¿acaso no habría una luz para ese amor?
— Papá… — volvió a dudar de lo que estaba a punto de decir — creo que, a pesar de todo, Alastor aun siente algo por ti — dijo con indecisión, y por ello cambió un hecho por una conjetura.
— ¿Él te lo dijo? — los ojos de Lucifer se abrieron y sus dientes chocaron entre sí. Sus labios oscilaron entre el miedo y la felicidad, sin saber qué debería sentir.
— No exactamente, más bien es una idea mía… por cómo me dijo las cosas… Además — otra vez la duda — me aclaró que no hay nada entre él y Husk.
Una fragante lluvia de esperanza jaló el alma de Lucifer y la encajó de nuevo a su cuerpo. Apretó los labios y comenzó a reír, dejando escapar unas exhaustas lágrimas. Se tapó el rostro con sus manos, temeroso de que siguiera soñando. ¡Esa era una señal! No creyó que fuera el destino quien quisiera insinuarle algo. ¡Era Alastor! Alastor era quien le había mandado aquella señal que quizá Charlie no pudo interpretar, pero que él si podría. Se ordenó a sí mismo ser más diligente, de ahora en más, debería ser más minucioso en ir pescando los indicios que lo llevarían al perdón. ¡Alastor era orgulloso y un amante prohibido! ¡Claro que se haría rogar! Quería ser atrapado, y Husk y Vox no eran más que obstáculos que ponía en frente para probarlo. Y él, ¡debía derrotarlos!, ¡debía demostrar porque era el rey del Infierno! Lucifer sostuvo su mejilla con una de sus manos y miró al techo, ¡ciervo estúpido! Su risa se transformó en una sádica carcajada, ¡el actuar de Alastor le pareció tan tonto que rayaba lo tierno!
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Poco fue lo que Alastor pensó sobre Adam antes de la primera actividad grupal organizada por Charlie. La noticia de su llegada al hotel le incomodó. Que la princesa lo pusiera como su vecino de cuarto y que le pidiera vigilarlo tampoco le fue grato. Haber soltado aquel comentario indecente por su culpa, lo avergonzó. Tener que oír sus vulgaridades lo irritaba. Sin embargo, no le fue ni más ni menos fastidioso que estar escuchando a los otros huéspedes que, sin decoro, se comportaban y hablaban como si hubiesen sido criados por cerdos. Por alguna razón que nunca entendió, a todos en el hotel les parecían convenientes y fructíferas las actividades redentoras. Muy pocas veces trató de hacerle ver a Charlie que sus métodos eran poco eficientes, no quiso contrariarla y aceptó seguir los planes en la mente de la princesa. De hecho, la secundó con gran precisión, y no tanto por creer en ella, sino por verla feliz. Hubo dos motivos que lo enraizaron al proyecto de redención: la idea de que se convertiría en el padre de Charlie y que a Lucifer no le gustaba verlo fuera del hotel. Después de que su horizonte se ensombreciera, su ímpetu por congraciarse con la redención, decayó.
Charlie, con gran emoción, repartió unos papelitos con los nombres de todos los huéspedes en ellos. Les explicó que deberían escribir, como mínimo, tres conductas positivas que hubiesen observado en sus compañeros y tres que consideraran un área de oportunidad. Remató entregándoles un cuadernillo que usarían como diario de gratitud, diciéndoles que sería una buena forma de notar todo lo bondadoso que sucedía en sus vidas. La mayoría obedeció entre chistes y comentarios sarcásticos, pero siguieron las indicaciones sin rezongar. Alastor pasó los papelillos en sus manos y leyó cada nombre. No tenía ni un gramo de ánimo como para inventar cualquier atributo para cada uno, pero sí tenía decenas de críticas para escribir. Adam quedó perplejo, observó a los huéspedes seguir la dinámica sin chistar y no entendió qué ocurría. La incredulidad dio paso a la indignación, y esta se convirtió en coraje.
— ¿Qué mierda es esta? ¿Qué vergas creen que hacen? — Adam aventó el material en sus manos. Su mandíbula se atascó sin poder cerrar su boca, sus ojos saltaron de un huésped a otro y sus brazos se abrieron, tratando de hallar una respuesta.
Todos en la sala voltearon a ver al primer hombre en silencio. Pausaron lo que hacían y esperaron a que alguien interviniera.
— ¿Qué sucede, Adam? ¿Necesitas ayuda con la actividad? — dijo Charlie con una sonrisa forzada — Sé que eres nuevo, y que no conoces a la mayor...
— ¿En serio esta cagada es tu pendejo plan de redención? ¡No me jodas! ¡Debe ser una puta broma? ¿no? — gritó.
Alastor observó con intriga a Adam. Sintió una gran satisfacción ante la queja expuesta. Deseó saber cuáles serían sus objeciones, tal vez tendría algo interesante que decir. Lucifer intervino, le dejó en claro a Adam que no podía dirigirse de esa forma a su hija. Los insultos comenzaron a viajar, iban y venían entre los antiguos ángeles, ambos con la firme idea de tener la razón. Lucifer respaldando a Charlie, Adam contrariándola.
— ¡Mejor vayamos a un puto preescolar! ¿Qué putas sigue? ¿Nos enseñarás cómo ayudar a los ancianos a cruzar la calle? ¡Oh, espera! ¡Nos enseñarás cómo decir no a las drogas! — Adam juntó sus manos frente a su pecho e hizo un puchero infantil — ¡Despierta, perra! ¡Esto es una cagada! ¡Una puta pendejada de mierda!
Adam se rascó con furia su cabello, un picor lo molestó por todo el cuerpo.
— ¡Pensé que tendrías un jodido plan de verdad! ¿Dónde están los expertos? ¡Pensé que tendrías demonios a quienes les funcionara al menos una puta neurona! ¿Dónde están los loqueros? ¿No llega gente inteligente a esta mierda de lugar? ¿O qué?
Charlie quedó pasmada ante el reclamo. Sus ojos se aguadaron y, afectados por el reclamo expuesto, no tardaron en quebrarse.
— ¡No lo puedo creer! ¡No tienes ni puta idea de la humanidad! ¡Allá arriba llevan milenios buscando la forma de enderezar a los humanos! — gritó Adam, señalando con una mano hacía arriba — ¡Si tuvieran jodidos seis años, tu actividad sería perfecta! ¡Pero no para esta mierda de pecadores que llegaron al puto Infierno! ¡Me cago en ustedes! ¡Jódanse!
Adam se retiró a su habitación, no deseó esperar por más explicaciones o defensas. Si la soledad lo asfixiaba, el pesimismo hizo sentir a su alma árida. En la sala, todos rodearon a Charlie y trataron de consolarla. “Amor, Adam es un pendejo, no dejes que te desanime”, dijo Vaggie con tirria. Lucifer quiso ir detrás del primer hombre para que se disculpara y obligarlo a continuar con la actividad, pero Alastor lo detuvo y pidió ser él quien fuera en su búsqueda. “No creo que sea el más indicado, su majestad. Permítame ser yo quien lo disuada”, expuso y, sin importarle recibir una aprobación, tomó camino a la recámara de Adam. Trató de irse adelantando a las posibles excusas que recibiría, su curiosidad se acrecentó con cada paso dado. Al llegar entró sin permiso, y encontró Adam destrozando los muebles.
— Hacer un berrinche no me parece la forma más adecuada de enfrentar la frustración — dijo Alastor, cerrando la puerta tras de sí.
— ¡¿Qué vergas quieres?! ¡Vete a la mierda!¡Váyanse todos a la mierda!
Con un chasquido de dedos, Alastor reparó los muebles y los dejó en su sitio. Adam observó la magia sin mostrar asombro, su respirar era pesado, su rostro colmado de odio y sus cuernos más alargados.
— Debo recordarte que nuestra querida princesa ya ha logrado redimir a un pecador, no deberías subestimarla ni aminorar sus métodos.
— ¡No sé cómo putas lo logró, pero no creo que lo haya hecho con esa cagada de allá afuera!
— ¿Sabes algo? — Alastor caminó con distinción hasta el ras de la cama. Se acomodó las solapas de su traje antes de sentarse y cruzar las piernas — Debo darte algo de razón, el pecador que logró redimir no era un ser particularmente maligno; de hecho, solo intentaba serlo. Supongo que bastó con sentirse parte de una familia, quizá por ello decidió entregar su vida como sacrificio. Desconozco cuales fueron los pecados que cometió en la Tierra, pero, infiero deben de estar relacionados con el sacrificio que hizo. Sin embargo, Charlie fue la que consiguió que se sintiera parte de un grupo nuevamente. Ella plantó una semilla en él. Aunque, ¡claro!, no todos somos como ese pecador, ¡algunos somos verdaderos monstruos! — dijo esto último con voz melodiosa y enfatizando con las manos el orgullo que le produjo decir tal afirmación.
Adam palmeó sus mejillas como si quisiera hacerse despertar de un sueño. Trató de digerir la información que el Demonio de la Radio le dio. Continuó con la sensación de que todo estaba mal. ¿Eran las preguntas incorrectas? ¿Eran las respuestas incorrectas? Una tímida idea se manifestó en su mente: no podía lograr su misión solo.
— ¿Crees que la Princesa Arcoíris logrará redimirte? — interrogó Adam, y con esta pregunta tanteó la racionalidad del Demonio Radiofónico.
— ¡Oh, no, no, no, no! — cantó — ¡Soy como tú! ¡Yo adoro ser un monstruo! — exclamó levantándose de la cama. Extendió sus brazos, abrazando a toda la podredumbre del Infierno — ¡Sé que no podrá redimirme!
— ¡¡¿Qué mierda?!! ¡No te compares conmigo! ¡Yo no soy un jodido monstruo!
— ¡Vaya! ¡Qué sorpresa! El primer hombre creé que liderar la masacre de miles de almas humanas es un acto de bondad. ¡Qué cómico!
Alastor caminó alrededor de Adam y su sombra risueña y burlona lo siguió de cerca. La silla detrás de Adam salió disparada y chocó contra la puerta tras ser pateada por él. Sintió la burla rodearlo, los ojos inquisidores de la sombra atravesaron los suyos y llegaron hasta su orgullo.
— ¡Soy el puto Adam! ¡Mi camino ha sido guiado por los ángeles de más alto rango en el Cielo! ¡Todo lo que he hecho en mi puta vida ha sido por orden divina!
— Y no dudo que, si llegasen a morir, esos ángeles terminarían en el Infierno como tú. Pero, dime, ¿también te ordenaron disfrutar de la muerte de almas humanas?, ¿también te ordenaron gozar de la tortura? Matar es matar en cualquier lado. Ya sea aquí, en la Tierra o el Cielo; incluso en nombre de la justicia. Pero gozar del acto de matar, eso te convierte en un monstruo.
— ¡¡¿Quién coño te crees que eres para juzgarme?!!! ¡¡No sabes nada de mí!! ¡¡Solo Dios puede juzgarme!!
Adam se paró frente al ciervo, le arrastró la mirada desde sus pies hasta su rostro con repulsión. Alastor ladeó la cabeza y asintió con agrado, disfrutó de la última sentencia dicha por el otro. Saboreó la victoria.
— ¡Exactamente! ¿Y no lo ves? ¡Ya lo hizo! ¡Dios te juzgó, por eso estás en el Infierno!
El miedo pintó el rostro de Adam. Dio un paso hacia atrás, necesitó alejarse de Alastor, necesitó alejarse de esa afirmación, necesitó alejarse de la culpa. Las conjeturas que tuvo en la mañana de pronto se desarticularon, se desprendieron de su sitio y solo quedó una maraña de pensamientos aterradores. Intentó mantener la calma. Siguió caminando hacia atrás con la vista agachada, como si tratara de volver a armar sus ideas, como si en el piso estuvieran esparcidas sus esperanzas y debiera recogerlas.
— ¡Yo estoy aquí porque es mi misión! ¡Mi misión es redimirlos! — se defendió.
— ¡Error! Esa es la misión de Charlie. Tú estás aquí porque lo mereces, eres un accidente que Charlie debe reparar.
— ¡Tú no sabes nada! — dijo Adam, remolcando hostilidad en cada palabra.
Un sonido similar a una risilla salió de la boca cerrada de Alastor. Dio unos pasos hasta estar nuevamente frente a Adam, hizo girar su bastón y lo empotró en el piso frente a él.
— ¡Puede que tengas razón! Aunque creo saber algo. Tú deseas volver al Cielo — dio un pequeño toque en el pecho de Adam con su bastón, señalándolo — Y eso, mi estimado compañero, lo lograrás más fácil estando en este hotel y con el respaldo de Charlie. ¡Puedes buscar una forma más eficiente para alcanzar la redención! Pero necesitarás a nuestra extravagante princesa.
Adam se talló la barbilla, sopesando las palabras de Alastor. Retomó su última idea, en efecto, no podría lograr su retorno al paraíso sin aliados. No obstante, siguió con la firme idea de que el método de Charlie era una pérdida de tiempo; pero debería seguirla. El Hotel Hazbin era su nexo con el Cielo, no podía deslindarse, así como así, de tal situación. Alzó su rostro y miró fijamente al Demonio de la Radio, sintió que la furia se iba disipando de su cuerpo. Aquel pecador fue hasta su cuarto para revolverle la mente, entre insultos disimulados y verdades caprichosas, logró hacerlo aterrizar de su vuelo de irascibilidad. Suspiró y dejó salir la tensión dentro de él. Sin querer darle la razón al ciervo de manera expresa, solo se acercó a él y le dio una gran palmada en la espalda. Algo en su actitud le agradó, o quizá fue la maña que mostró al hablar; fuera lo que fuera, a Adam le pareció que Alastor sería un buen aliado. Al menos podría tener a alguien con quien charlar.
— Creo que me caíste bien. Sí, ¡eres un cagón y hablas como marica!, pero no estás tan pendejo como todos los demás de aquí.
— Pasaré por alto ese patético intento de halago, pero no vuelvas a tocarme — amenazó con sus ojos transformados en diales de radio y algunos símbolos verdes rodeándolo.
— ¡Oye, soy el puto amo de las vergas!, pero no soplo nucas ni muerdo almohadas. A menos que tengas una vagina entre las piernas, no debes preocuparte… — la imaginación de Adam voló. Alzó una ceja y sus labios formaron un círculo — ¿o la tienes?
Alastor encogió los ojos y un rubor expuso su timidez. De manera mecánica, una de sus manos tapó la parte inferior de su rostro, haciéndolo ver virginal. Un hormigueo molestó el miembro de Adam, que más tarde, durante la noche, se reprocharía con vergüenza y en soledad.
— ¡Soy un hombre en todo el sentido de la palabra! Y agradeceré que no vuelvas a especular sobre mi anatomía en el futuro — una mirada juzgadora salió en defensa de su hombría — ¡Regresemos a la sala! Y ya no armes más pataletas y solo sigue las instrucciones de Charlie.
— “¡Ñiñiñiñiñi!” — balbuceó Adam como burla — ¡Pues ya qué! Pero solo escribiré mierda de todos… Bueno, de ti pondré que no eres un pendejazo, y tú… tú puedes escribir que tengo una vergota.
Los ojos del Demonio Radiofónico se pusieron en blanco, se preguntó por cuánto tiempo tendría que aguantar las tonterías del primer hombre. Comenzó a caminar para guiar a Adam de regreso a la sala, este último se carcajeó de su propio plan por algunos segundos y después optó por seguir al ciervo.
Notes:
¡Hola! Muchas gracias por seguir la historia. ¡Cualquier duda, aporte o comentario es bienvenido!
Nos seguimos leyendo
:)
Chapter 10: Capítulo 9: Caída
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
-La canción que aparece en este capítulo es I Thought I Knew It All de Megadeth.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Entre Husk, Vox y, sobre todo, Lucifer; Alastor se sintió asfixiado. Nunca antes Husk fue tan insistente en permanecer a su lado. Con la excusa de protegerlo del diablo, no paró de forzar encuentros, de buscarlo, de preguntar sobre sus sentimientos. El problema recaía en la incapacidad del Demonio Radiofónico para entenderse. Entre más pensaba en Lucifer, más se percibía como un idiota por no poder contener a su imaginación. La seguridad que vio en él se transformó en una cruel burla. Para empezar, ¿por qué deseó protección? Lo poco o mucho que hasta ese momento había logrado, lo hizo solo. ¿Por qué se dejó hechizar con la idea de ser amado y, con esto, protegido? Vox continuó mandándole discretos mensajes para extenderle la mano. La imagen, que tanto se esforzó en construir, quedó menoscabada a la de una damisela en peligro. ¡Inaceptable! En el hotel le trataban como un enfermo, como si estuviera discapacitado, ¡como una vulnerable víctima! Pasó de causar temor a causar lástima, y eso le fue insoportable. La única ventaja que halló en tal deplorable situación fue que esa misma lástima creó una presión colectiva sobre Lucifer, su personalidad tonta perdió efectividad. Sin que se dijera algo sobre el asunto, todos notaron que la relación entre Angel Dust y Lucifer finalizó. Si Angel Dust sufrió algún mal trato por parte del diablo, nadie lo supo, o al menos no Alastor. Durante una tarde la araña tuvo el atrevimiento de acercarse al ciervo y decirle: “Todo mejorará, no estás solo”. Al Demonio de la Radio no solo le molestó el tono hipócrita en que se lo dijo, también el dejo de caridad en sus palabras, como si ambos compartieran el mismo dolor, el dolor de ser objetos sexuales. Además, el rencor en la frase “no estás solo” lo irritó, porque Angel Dust no se refirió a él, sino a Husk, y fue como si se lo echara en cara. “Siempre he estado solo y lo seguiré estando”, le contestó y se alejó sin más.
Lucifer redujo la intensidad de sus arrebatos, cambió de estrategia; de ser un ex amante celoso, pasó a ser un caballeroso pretendiente. Alastor no pudo evitar recordar a su padre que, tras cada infidelidad o agresión, se transformaba en un hombre gentil por algunos días. Su madre tomaba esos lapsos de buena voluntad como pruebas de que le amaba, de que se esforzaba por cambiar y preservar su matrimonio. Sin embargo, tanto el Alastor de antes como el del presente sabían que esa etapa era solo una forma de manipular y controlar. Él mismo usó esa melosa táctica para sus propios fines. Dedujo que Lucifer solo quería hacer crecer la esperanza que aún albergaba en su corazón, y lo lamentable era que, de a ratos, funcionaba tal maniobra. Dos semanas después de la pelea entre Husk y Lucifer, Alastor recibió un anillo de promesa junto a los papeles de solicitud de divorcio. No pudo desechar el anillo, lo guardó en un alhajero en el que conservaba los pocos regalos que Lucifer le dio durante su relación y la mitad de la única foto que se tomó con Vox. ¿Por cuánto tiempo Lucifer podría mantener esa máscara?
Sumado a la carga mental y emocional que acarreaba, también estaba Adam, a quien tuvo que vigilar y dedicar tiempo. Pese a lo irritable que podía llegar a ser, el Demonio Radiofónico encontró en él un escape. Los huéspedes del hotel excluían al primer hombre, por lo que tenerlo cerca fue como tener un repelente. Cuando estaba junto a Adam, los demás también lo evitaban a él, incluso Lucifer. Entre la lástima y las vulgaridades, prefirió mil veces lo segundo. Al final de su primera semana en el hotel, Adam le pidió una guitarra. De principio Alastor se negó argumentando fastidio por tener que proveerlo de tanto objeto se le viniera a la cabeza. “No puedo crear objetos, solo invocar cosas de las que sé su existencia. Pero las cosas que tenía en el Cielo, no las puedo hacer aparecer aquí abajo”, se defendió Adam. Aquel día tuvieron una provechosa e interesante charla sobre la diferencia entre la magia blanca y la magia oscura. Por un momento, al ciervo le pareció que Adam no era tan tonto como lo creyó. Más asombroso fue escucharlo hablar sin soltar tantas groserías. Dos días después, descubrió que el primer hombre era una especie de enciclopedia ambulante. Podía sacar datos de su memoria con tanta precisión que lo dejó atónito. “Soy el Puto Amo, fue mi deber vigilar a la humanidad hasta que me ordenaron venir aquí a reventarles el culo”. En específico, Adam le relató cómo antes de ser el líder de los exterminadores fue el líder de los ángeles guardianes. Ese mismo día, Alastor le dio la guitarra que tanto quería. Sin saberlo, ese pequeño gesto de benevolencia fue el parteaguas en su relación.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
La noche que más temía Lucifer llegó. Atrás había quedado el Lucifer que no le importaban los números marcados en el calendario. Para él la medida del tiempo era innecesaria; tal vez para los demonios que interpretaban y estudiaban los astros y el movimiento del Universo lo era, pero no para este despreocupado rey. Después de conocer los términos del trato entre Husk y Alastor, el diablo fue contando los días restantes para llegar al último del mes. Se insultó por no haber roto el trato, aunque dedujo que poco habría servido en realidad; ellos podrían rehacerlo cuantas veces quisieran. Atrapar a Alastor y que este mismo decidiera romper su vínculo con Husk era la única forma eficaz de separarlos. Se dijo a sí mismo que entre ellos no pasaba nada de índole sexual, que debía de aguantarse la ardiente furia que lo calcinaba cada que pensaba en la noche venidera; pero no pudo. Con una muy mal simulada serenidad, buscó a Alastor y le pidió la oportunidad de tener una cita para esa misma fecha. El Demonio Radiofónico lo rechazó y la máscara del diablo se agrietó. Lucifer le exigió que no viera a Husk esa noche, le recordó su antiguo voto de fidelidad y le recalcó que entre ellos aún existía un compromiso.
— ¿Alguna vez te exigí que dejaras de meter a Angel Dust a tu cama? — le reprochó — No, ¿cierto? Y no lo hice porque ya no me competía. Ahora te pido que no te metas en mis asuntos.
Mucho antes de la hora estipulada en el trato, Alastor y Husk desaparecieron del hotel y Lucifer enloqueció.
Husk trató de resistirse a lo que sucedió esa noche. Sabía que Alastor no estaba en sus cabales o que la parte herida de su corazón fue quien lo impulsó a tomarlo de la mano y llevarlo hasta la cama. No obstante, sentir los labios del ciervo y escuchar su nombre ser susurrado por ellos lo dejó rendido ante el deseo. Aquella vez, fue la sexta en que lo pudo tener entre sus brazos de esa forma, pero la primera en que sintió que sus sentimientos eran verdaderamente correspondidos. Debía ser una ilusión, una ilusión que el desamor y el dolor engañaban el buen juicio de Alastor. Lo negó, el ciervo le dijo que necesitaba sentirlo a él, solo a él, que estaba consciente de lo que hacía. Y para formar una mentira se necesitan de dos personas. La oración que más cerca estaba de la verdad era: “necesito sentir a tu amor”. No fue pronunciada, solo quedó como una suposición. A Husk dejó de importarle tal embrollo cuando desvistió por completo a Alastor. Sin importar los años que pasaran, su marchito deseo florecía con el ciervo de una forma súbita. Volvía a ser un húmedo joven dotado de perversiones y vicios. Alastor era su peor vicio. Si el Infierno era el lugar en el que los pecadores encontraban su condena, entonces Alastor debía ser su condena eterna.
Ambos se entregaron al frenesí en sus mentes. Pasiones diferentes, penitencias diferentes. Condensaron sus anhelos en esa noche, su mundo se redujo a esa cama. Alastor rogó por más como si nunca hubiese sido tocado, o como si hubiese pasado mucho tiempo desde la última vez que hizo el amor. Así se sentía. Porque, en sus reflexiones, lo que hizo con Lucifer no fue un acto de amor, sino un error. En cada oportunidad besó a Husk, lo miró lo más que pudo, intentó meterlo en su corazón, quiso que nada que no fuera él lo llenara esa noche. El tiempo perdido entre ellos lo recuperaron en unas horas, el tipo de caricias que nunca se dieron las dejaron impresas en sus pieles, las palabras prohibidas dejaron de serlo, la excitación desordenó su mundo. Ahuyentaron el frío, ahuyentaron el dolor, ahuyentaron a la realidad. Arriba, abajo. Adentro, afuera. Entre luz, entre oscuridad. Sus aromas se mezclaron, sus rezos fueron escuchados, el éxtasis los alcanzó más de una vez. Alastor acarició el rostro de Husk y le sonrió con sinceridad, jugueteó con el pelaje en sus mejillas y volvió a besarlo para comenzar de nuevo el ritual de amor. Husk fue feliz como nunca antes lo fue.
Aquella noche no terminó a la hora estipulada en el trato, terminó cuando ambos tuvieron la fuerza necesaria para regresar al Infierno.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Lucifer insonorizó su alcoba, tuvo que hacerlo para que la destrucción en ella no alcanzara los oídos de alguien más. Se rasguñó el pecho, la cara, los brazos; pero perdió el sentido del tacto. Ni las heridas supurando ni la sangre goteando fueron suficientes para competir con el sufrir de su alma. “¡No puedo, Alastor, esto es demasiado”! De rodillas en el suelo, estrelló su frente cada que fabricaba escenarios en donde Alastor se entregaba a Husk. ¿Sería posible que la venganza lo arrastrara a la infidelidad? “Lo de Angel fue tu culpa, ¡tú me obligaste a hacerlo!… pero yo, yo estoy rogándote, tú no tienes ningún motivo para hacerme esto”. Ojeó su memoria en busca de respuestas. Durante el tiempo que estuvieron juntos antes del aniversario, solo en tres ocasiones Alastor pidió postergar sus reuniones nocturnas. Lucifer no dudó cuando puso de pretexto a sus asuntos como señor supremo. En teoría, el ciervo continuaba siendo un demonio que debía cuidar su influencia en el Anillo del Orgullo, y no halló la forma de negarse a que siguiera haciendo tratos o infundiendo terror. Aunque le irritó tener que aguantarse las ganas de una buena ronda de sexo, no se opuso. Comparando la cantidad de veces en que Alastor fue complaciente y sumiso con la cantidad de veces que pidió por una prórroga para acatar sus órdenes, el resultado era que la docilidad ganaba por muchísimo. Sin embargo, Lucifer supuso que esas tres noches debieron de coincidir con sus citas con Husk. Deseó tener el poder de viajar en el tiempo y así comprobar su hipótesis. “¡Tú también me engañaste, maldito descarado! ¡¿Por qué solo yo debo de sufrir?!”
La mañana tardó en llegar. Lo atrapó con los ojos hinchados, la ropa destrozada y el cuerpo lesionado. “Entre ellos no pasó nada, Alastor sería incapaz. Solo es mío, solo ha sido mío”, trató de tranquilizarse con este pensamiento. En la jerarquía de sus emociones, los celos estaban en tercer lugar, la furia en el segundo y la agonía en el primero. Por un rato, dejó de importarle el pasado entre los dos pecadores, solo rogó porque el amor que Alastor sintiera por él fuera mucho más grande que el rencor. De este modo podía tener la esperanza de que Alastor no hubiera cometido un acto irracional. Cuando faltaban cerca de diez minutos para la hora en que finiquitaba el trato, se arregló la ropa, curó sus heridas y salió a esperar el regreso de Alastor. Necesitaba verlo. Necesitaba abrazarlo. Necesitaba oír que era suyo, solo suyo y para siempre suyo. Pero ni Alastor ni Husk aparecieron.
La hora del desayuno transcurrió en un incómodo silencio. Él único que preguntó sin temor sobre el paradero de Alastor fue Adam, nadie le contestó. No le pareció inusual la falta de palabras de los demás huéspedes, pero el semblante opaco y ensimismado del diablo le dio un indicio del problema en el comedor esa mañana. Como un relámpago, la idea de mofarse de Lucifer le llegó a su estado de ánimo, pero consideró las implicaciones que tendría que soportar Alastor y prefirió retirarse de la mesa antes de que las burlas se fugaran de su garganta. El resto de demonios en la mesa se fueron retirando lo más rápido que pudieron, solo Charlie se quedó para interrogar a su padre. “Están juntos, su trato los obliga a pasar juntos una noche al mes”, le aclaró Lucifer. El positivismo de Charlie inventó varias excusas del porqué de su ausencia. Le recordó que Alastor había dejado en claro que ellos no tenían ningún tipo de relación romántica y que eran solo buenos amigos.
— Char, mi Alastor es una gran tentación, ¿quién podría resistirse? ¡Sé que él quiere separarnos!
— Debes dejar de pensar en Al como si aún estuvieran juntos. Papá, en serio, no puedes seguir con esto. ¡Es enfermizo! Me preocupas… ambos…, ambos me preocupan.
— Alastor quiere estar conmigo, pero me está castigando. ¡Me está haciendo pagar por lo que hice! ¡Pero su castigo excede a mis errores! ¿Por qué no simplemente me entierra un cuchillo en el pecho para que pueda sacar todo su coraje? ¡No podré soportar otra noche como esta! — dijo Lucifer con sus ojos clavados en su plato aun lleno de comida.
— ¡No pienses eso de Al! Él no jugaría con algo así. Puede que sea sádico y que haga muchas atrocidades, pero no es el tipo de persona que lastima a quienes am… — Charlie cortó de tajo la palabra ama — a quienes estima — corrigió.
— ¿Entonces por qué me hace esto?
— No ha hecho nada malo. Alastor siempre hace trabajos fuera del hotel y muchas veces Husk lo ayuda, es su secuaz después de todo. No te imagines cosas que no son — Charlie frotó una de las manos de su padre sobre la mesa — Por favor, cuando regresen, no armes un alboroto ni le reclames nada. ¡Lo terminarás hartando!
Charlie se levantó de la mesa. Pasados quince minutos, Lucifer también lo hizo. Después de restaurar su torre de manzana y tomar un baño, salió para regresar al primer piso. No era algo usual que utilizara las escaleras para movilizarse, pero su cuerpo solo siguió avanzando sin recibir una orden diferente a caminar. Su mente estaba ocupada en la tarea de repetir las palabras de Charlie. Nada pasaba, nada pasaba, solo estaba exagerando. Nadie en su sano juicio podría cambiar a un rey por un pecador. Mucho menos alguien como Alastor, tan lleno de ambiciones y sediento de poder, tan refinado y de buen gusto, tan minucioso y estratega. Cuando giró en el último tramo de escaleras, se topó con Husk, quien se dirigía a su habitación. Sus miradas chocaron, y continuaron caminando sin romper el contacto visual. A escasos cinco peldaños de distancia, Lucifer se detuvo. Husk entendió las intenciones del otro y también interrumpió su trayecto. No mostró ninguna emoción, las esporas de su amor seguían haciendo efecto en él, tanto que poco le importó la amenaza frente a él.
— Solo te advertiré que, si te atreves a tocar a Alastor, te destruiré.
Husk no movió ni su rostro ni el resto de su cuerpo, solo observó a Lucifer con cansancio. Aun siendo el ser más poderoso del Infierno, en ese momento le pareció que era el ser más insignificante. Lucifer podría ser el rey o la estupidez que quisiera, y, aun así, no fue capaz de impedir lo ocurrido entre Alastor y él. La amenaza que lo intranquilizaba iba disminuyendo su impacto, el diablo era cada vez menos un contrincante.
— Pues destrúyeme, entonces. Porque he probado la piel de Alastor desde mucho antes que tú y seguiré haciéndolo cada que él lo deseé. Y eso, es algo que jamás podrás destruir, incluso si muero.
Lucifer quedó despojado de todo. Su mente, sus emociones, su orgullo, todo se diseminó de una manera tan abrupta que fue incapaz de protestar. Volvió a caer, pero esta vez al verdadero Infierno, a ese Infierno donde debía sufrir, a donde solo podía encontrar tortura y castigo. Por dentro hervía, por fuera se paralizó cual estatua de hielo. Su ojo derecho fue el único en soltarse del estupor, se contrajo una y otra vez, aún incrédulo y desorientado. Sintió que la sangre en su cuerpo se evaporaba, que sus huesos se reducían a polvo, que la fuerza en su cuerpo escapaba presa del pánico. Su alrededor se difuminó como si los invadiera una densa neblina, haciendo que su estómago se revolviera, haciéndolo sentir a punto de desmayarse.
— Es más, ojalá cumplas tu palabra. Si muero, sé que cualquier sentimiento que Alastor aún pudiera tener por ti también moriría. Me llevaría tu recuerdo conmigo, y pagaría ese precio con tal de que Alastor se deshiciera de ti.
— Eres un hijo de puta… — dijo en voz baja, aún pasmado — Sé que estás mintiendo…
Las emociones comenzaron a regresar al cuerpo de Lucifer como si se fuera prendiendo una serie de focos multicolores. Su piel punzó al ir recobrando la sensibilidad, pero seguía con la impresión de flotar entre el humo de un incendio. Su imaginación fue incapaz de reconocer la revelación de Husk. Ni ella quiso someterse a la posibilidad de que aquello fuera cierto. Tragó en seco, trató de hablar, pero sus labios estaban anestesiados. El rostro de Husk estaba sereno, sin miedo, sin que le importara los alcances de lo que decía, con la firmeza de un francotirador al ver por la mirilla a su objetivo.
— Y si miento, ¿cómo podrías saberlo? ¿Le preguntarás a Alastor? Ojalá hagas otra escenita como la del otro día — soltó una risilla — Todos nos cagamos de la risa con las pendejadas que le dijiste. ¡Corre!, ve a reclamarle a Alastor. Yo simplemente puedo negar que dije algo o decirle que tú me obligaste a abrir la boca. ¡Y ya veremos a quién le creé! Sirve que de paso Charlie te corre del hotel.
La carcaza de hielo en la mente de Lucifer se derritió al tratar de entender las intenciones de Husk. Era una trampa: estaba presionando a su orgullo. El gato quería obligarlo a cometer una locura y así orillarlo al escarnio, que Alastor viera que no era más que un dictador, que la huella de su amor terminara de borrarse.
— No tienes ni idea de con quién te estás metiendo. Óyelo bien, pagarás muy caro todo esto. Lo juro…
— Sé lo que hago, y no me importa. ¿Crees que has sido el único detrás de él? ¡Han sido muchos cabrones! Debo admitir que lograste llegar más lejos que cualquier otro, pero tú solito te echaste la soga al cuello.
Husk sabía que Lucifer podría ser el último rival que tuviera que enfrentar, su propia vida estaba pendiendo de un hilo. No obstante, nada le importó. Su vida en el Infierno antes de Alastor fue solo sobrevivir y existir, ¿por qué querría vivir sin el ciervo a su lado? Aun cuando los pretendientes nunca le escasearon al Demonio de la Radio, solo con Vox tuvo que intervenir. Los demás fueron descartados como basura. Lucifer dejó brotar sus cuernos y sus ojos cambiaron de color, su semblante extraviado fue más aterrador que verlo fúrico. Su cuerpo se dejó dominar por la caldera en su interior. Explotaría, quería hacerlo, quería destruir todo y a todos.
— Supongo que ya sabes de Vox, todos en Orgullo lo saben. Y, ¿te digo algo? Él cometió el mismo error que tú, el muy pendejo destruyó lo que Alastor sentía por él. ¡Fue muy divertido deshacerme de él! Cuando me mates, me iré riéndome, porque sabré que también logré deshacerme de ti.
La reacción de Lucifer no fue la que Husk esperó. Alrededor de él, una densidad lo hacía ver siniestro. El fuego entre sus cuernos se sacudía con arrebato. En su cuello y frente, el sudor escurría con desesperación. Su cuerpo sufría espasmos. Era como una bomba con la mecha encendida a punto de estallar. Pese a esto, no dijo mucho ni se aventó a los golpes. Creyó que cometería el mismo error que Vox y terminaría desquiciándose, pero no, se quedó de pie con la furia constipada.
— Bueno, me avisas cuando sea la hora de mi muerte. Yo tengo que ir a mi habitación, tuve una noche muy ocupada y solo quiero descansar — se jactó y continuó subiendo las escaleras.
Husk miró a Lucifer de reojo al pasar a su lado. Hasta él llegó el calor manando del diablo, era el odio mezclado con el fuego entre sus cuernos. Ya no había nada qué hacer más que esperar a que cometiera otra imprudencia. Sabía que el amor de Alastor no podría seguir aguantando la imposición del rey, y ojalá esa charla fuera la gota que derramara el vaso. Volteó a sus lados con cuidado, la zozobra por haber sido visto lo ensució de pronto. Si sucedía otro altercado, solo Lucifer debía quedar mal parado. Al seguir subiendo, otra intranquilidad se apoderó de él. ¿Y si Lucifer se desquitaba con otra agresión sexual?, sería un error que no podría reparar jamás. Cuando incitó a Vox, sabía que no sería capaz de rebasar ese límite; sin embargo, el diablo era diferente. Husk había planeado ir a dormir y dejar de lado el bar por ese día, pero tiró todo por la borda ante la preocupación de lo que su propio actuar pudiera ocasionar. Terminó por cambiar el descanso por montar guardia, solo podría ir a su habitación para cambiarse y tendría que bajar al bar.
La insinuación de Husk remachó en la mente de Lucifer. Su corazón rebotaba con tanto ímpetu que le pareció que trataba de escapar. El dolor lo fue resquebrajando desde su interior, partía de su pecho y llegaba hasta la punta de sus extremidades. No fue que no sintiera odio, lo sentía, pero fue mucho más grande su dolor. Si antes llegó a cuestionarle a su cuerpo sentir miedo, esa mañana entendió de dónde venía ese sentimiento. Ni su poder ni su título ni su influencia servían para que Alastor regresara a su lado. Cuando la desesperación dejó de estar congelada y se mezcló con el dolor, supo que no podía seguir en el hotel. Eso era lo que Husk quería, le había puesto una treta, pero su alma no entendía el engaño. Su alma solo quería venganza, solo quería explicaciones, solo quería desquitarse con quien fuera. Sin pensarlo demasiado, se desvaneció entre un humo rojo y escapó a su palacio.
Desgarradores gritos llenaron el hogar de Lucifer tan pronto apareció allí. Los pocos empleados que trabajaban para el rey se acercaron al recibidor, pero fueron expulsados del lugar con más gritos e insultos. Lucifer no quería ver a nadie, no quería exponer su tortura, no quería que nadie fuera testigo de lo bajo que podía caer. Sus sirvientes ya habían visto pruebas de que el rey podía sufrir. Lo acompañaron en el declive de su matrimonio, lo cuidaron cuando enfermó de depresión, lo alimentaron cuando quería morir, y, pese a esto, nunca antes el dolor lo había vuelto irracional. Se retiraron del lugar sin querer contrariarlo. No se alejaron demasiado, solo a unas cuantas habitaciones de diferencia, esto con la intención de intervenir si su amo lo requería.
— AMOR…, MI DULCE CIERVO…, ¡DIME QUE SOLO ERES MÍO! ¡POR FAVOR, DIME QUE TODO ES MENTIRA!
Lucifer caminó tambaleándose hasta llegar a las escaleras. Se sostuvo del pasamanos para no caer, sus piernas perdían la fuerza para sostener el resto de su cuerpo, sus rodillas se doblaban por momentos. Con su mano libre se golpeó el pecho sin prudencia. Quería dejar de sentir miedo, quería castigarse por sentir dolor. ¿Por qué tenía que humillarse? ¡Él no podía perder los estribos por culpa de un pecador! ¡Husk era nada! ¡Alastor era suyo! Y entonces el odio ganó terreno en su mente. Si Husk tuvo la insolencia de amenazarlo, de seguro fue porque Alastor le dio vuelo. Alastor era quien alimentaba el orgullo del gato, y debía hacerlo con gran empeño como para darle la ilusión de que podía ganar aquella contienda. ¿Qué le habría prometido? ¡¿Con qué lo habría provocado?! Si de algo estuvo seguro Lucifer, fue que Husk tenía una gran ventaja sobre él: la confianza de Alastor.
— ¡IMBÉCIL! ¡NO TE LO QUEDARÁS! ¡NO ME LO ROBARÁS! ¡ASÍ TENGA QUE ENCADENARLO, ALASTOR SE QUEDARÁ CONMIGO! ¡CONMIGO!
Los sirvientes regresaron tan aprisa cuando escucharon explosiones y crujidos de objetos desconocidos y una tronadera de vidrios. Sintieron las vibraciones de destrucción en sus pies y cómo la temperatura se elevaba gradualmente. Hallaron a Lucifer demoliendo todo lo que podía alcanzar. Husk estaba en todas partes, en las paredes, en los muebles, en el aire. Estaba ahí gritándole que saboreó la castidad de Alastor. Al diablo se le perdió la lucidez, la burla estaba en todos y en ningún lado, pero quería deshacerse de ella. Los diablillos le gritaron que se detuviera, se acercaron con miedo, trataron de hacerlo salir del trance. Solo hasta que el dolor volvió a prevalecer sobre el odio fue que consiguieron arrimarse para atender las heridas del rey. Parte del castillo quedó destruido, pero fue un secreto entre Lucifer y sus sirvientes. Parte de su orgullo quedó arruinado, pero fue un secreto que Lucifer tardaría en develar.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Alastor caminó a su habitación aun meciéndose en el aire, como si fuera polvo, como si fuera una risa perdida. En su cabeza, una tenue canción se repetía despacio. Un violín perezoso era rasgado sin propósito alguno, como si alguien tratara de componer una melodía. Entre desidia, entre temor, entre la indecisión de no reconocer las notas correctas. Sus pasos siguieron la progresión armónica, él mismo vaciló en dónde poner sus pies. Husk no estaba en sus pensamientos, su mente lo castigaba con el recuerdo de Lucifer. O, tal vez, la palabra correcta era probarlo, su mente probaba su voluntad, probaba su juicio, sus decisiones. El éxtasis ya había abandonado su cuerpo, dejándolo suspendido en el vacío, privado de la calidez residual que debería haber después de hacer el amor. Si la noche anterior pensó que las manos de Husk podrían reemplazar al dolor y la humillación, por la mañana le pareció imposible aquella presunción. Su cálculo estaba errado. No podía huir, y no podía huir porque en el fondo no quería hacerlo. Su amor era más grande que su vergüenza, y entonces se acentuó la humillación. Si le daba una oportunidad al diablo, ¿habría alguna diferencia?
Los acordes de una guitarra lo hicieron aterrizar en la realidad. No fue el compositor en su mente que había decidido cambiar de instrumento. Era su vecino de alcoba que, como de costumbre, dejó entreabierta su puerta. Alastor se resignó al ruido, no tenía los ánimos para corregir el comportamiento de Adam, solo trató de apresurar sus pasos para entrar a su cuarto y encerrarse con su soledad. Empero, aun contra su disgusto por el sonido del heavy metal, la melodía le transmitió una oleada de melancolía y determinación. Sentimientos abrasivos, presagio de una explosión emocional, el reconocimiento de su sentir en esa melodía.
En algún lugar, hay una razón por la que las cosas van como lo hacen
En algún lugar, hay una razón por la que algunas cosas simplemente fracasan
No siempre las vemos como realmente son
Pero sé que hay una razón, solo que no puedo verla desde esta lejanía
Alastor cambió su rumbo sin meditarlo. La voz de Adam lo atrajo como si cantara para su alma. La música hechizó a sus oídos que, intrigados, solo querían escudriñar de cerca al cantante torturado. Aquella canción era un grito desesperado que ambos compartían.
Tal vez no me guste, pero no tengo elección
Sé que, en algún lugar, alguien escucha mi voz
Tal vez no me guste, pero no tengo elección
Sé que, en algún lugar, alguien escucha mi voz
El mismo dolor, aunque con respuestas diferentes. Alastor se asomó por la abertura de la puerta sin ser percibido. Adam cantaba con furor, azotaba la cabeza, movía las manos con frenesí, se inclinaba con agresividad. Su alma destrozada era su única compañera en ese concierto sin público.
Pensé que lo sabía todo
Pensé que lo había hecho
¿Cómo pudo terminar de esta manera?
Pensé que lo sabía, pensé que lo sabía
Culpa, la culpa por la ignorancia. Ignorancia de uno mismo. La penitencia por haberse fallado a sí mismo. La peor de todas las traiciones. Adam gritó aquella pregunta con rencor, como si gritar le ayudara a comunicarse con el padre que lo había abandonado. Un huérfano de voluntad, un huérfano de conocimiento, un huérfano sin destino.
En algún lugar, hay una razón del porqué las cosas no salen a mi manera
En algún lugar, hay una razón que yo no puedo explicar
Al igual que el cambio de estación, solo puede que no sea mi turno
Pero sé que hay una razón, la lección es mía para aprender
Si nunca termina uno mismo de conocerse, fue peor la ingenuidad de ambos por creerse con la capacidad de conocer el Universo en otra mente. Alastor sintió que su orgullo se encogió, así como Adam seguro tenía el suyo propio. Ambos incrédulos ante su caída en una realidad desconocida, apartada, incómoda. Alastor soñaba con el poder, pero se entregó a Lucifer. Adam soñaba con proteger a la humanidad, pero terminó destruyéndola. ¿Qué era aquello que realmente querían? En esos tiempos, Adam creía que la respuesta estaba en Dios y Alastor creía que la respuesta era reprimir aún más a su corazón.
El primer hombre giró hacia la puerta y miró a Alastor de pie en el marco. Detuvo su actuación de manera repentina y dejó la guitarra colgando con ayuda de la correa que atravesaba su pecho. Se dio un tiempo para normalizar su respiración. Quiso quejarse de la falta de privacidad, pero la mirada opaca de Alastor interrumpió los insultos que ya se encontraba formulando.
— ¡Luces como la mierda, hombre! ¿Lucifer te hizo algo? — preguntó Adam sin vacilar y con un tono de verdadera preocupación.
Alastor entró a la habitación y cerró la puerta con magia. Le incomodó la pregunta, y por ello la ignoró. Se acercó a Adam sin apartarle la mirada. Lo examinó con intriga. Hace pocos minutos cantaba su lamento, pero todo le pareció una simple actuación con el radical cambio en su semblante. Había creído su agonía, su desilusión, sus dudas; quizá, solo era una canción más, un modo de matar el tiempo.
— Pensé que rezabas por una respuesta.
Adam quitó la guitarra de su pecho y la colocó sobre su cama. Se encogió de hombros e hizo una mueca de duda.
— ¿Qué importa? — dio un largo bostezo y talló sus ojos para esparcir la humedad que se escapó por la compresión de sus lagrimales — Sé que la mierda en la que andas metido no es mi problema, pero déjame decirte que, si sigues toreando al idiota de Lucifer, terminarás bien jodido. Lo traes loquito, puede que sea un pendejo, pero es un pendejo peligroso.
— Tienes razón, no es un problema que deba importarte.
— Lo sé, pero… tu sufrimiento es muy grande. No deberías seguir destruyéndote.
— ¿Qué sabes tú de mí?
— ¡Soy el Puto Amo! — se rio y se auto señaló — ¡Mierda, venado! Fui el guardián de los humanos por mucho tiempo, ¡ustedes salieron de mis putas bolas!, ¡reconozco cuando sufren! ¡Carajo, no sigas subestimándome!
— Tratas de aconsejarme cuando tú mismo no puedes soportar tu dolor. No creo que estés en condiciones de dar ese tipo de juicios.
El silencio imperó por algunos segundos. Si a Adam le importaba el bienestar del Demonio de la Radio, la realidad era que no. Acostumbrado a tratar de sanar el dolor de la humanidad, Adam se precipitó y cuestionó al ciervo. Sus días pasaban entre reflexiones y preguntas, los pecadores son humanos, se decía. Y si lo afirmaba, era para confirmarse que él mismo seguía siendo un humano, un humano pecador. Se resistió a la idea de ser un monstruo. Sin embargo, compartir tiempo con Alastor era su entretenimiento favorito después de la música. No eran amigos, pero ambos se beneficiaban de su compañía. Quizá fue la soledad, quizá la monotonía, o solo el cansancio de hablar con un Dios que lo ignoraba. Adam reconoció que no era necesario inmiscuirse demasiado en la vida de Alastor. No era bienvenido y él no quería embarrarse de la suciedad del Infierno, mucho menos si incluía a Lucifer.
— ¿Te gusta la música? — cambió de tema.
— No la ruidosa y poco refinada.
Adam soltó un resoplido e hizo girar sus ojos.
— ¡No empieces de cagón! ¡Vamos! Di algo y lo tocaré.
— ¡Jazz! — mencionó Alastor en tono alegre, alzando su bastón y haciendo aparecer un piano con la magia de sus sombras.
— ¡El jazz es para maricas! — Adam frunció su nariz y labios con disgusto — ¡Tocaré!, pero no le digas a nadie que lo hice. ¡Puta madre! Mira lo que me haces hacer solo para que dejes de estar con tu cara de culo. ¡Más te vale putas quitarla!
No hubo ninguna queja ante la advertencia enviada. Alastor se sentó en la cama con grandes expectativas. La última vez que alguien tocó jazz para él fue estando aún en vida, por lo que un ligero aleteo zumbó en su estómago. Si no hubiese conocido a Lucifer, la coraza que cubría a su corazón seguiría intacta, dura como un diamante. Pero su corazón ya no era el mismo, quedó desgastado, frágil, vulnerable. Tal vez por ello aquella muestra de afecto lo agarró desprevenido, no estaba el escudo que le repetía: “Eres un hombre, un monstruo, y ellos no anhelan, no lloran, no aman”. Adam se sentó en el piano y sacudió sus manos, preparándose para su actuación. Ladeó su cabeza a ambos lados y el sonido de sus articulaciones tronando fue el preámbulo de la música. Las notas guiadas por sus dedos llenaron la habitación, haciendo que Alastor se sorprendiera aún más por la gran habilidad y técnica empleada. Reconoció la melodía en seguida. Cerró sus ojos y dejó que su mente zarpara al mundo de las mil maravillas del jazz acompañado de la voz de Adam que cantaba My Blue Heaven.
Pese al ruido en su mente, Alastor anhelaba, lloraba, amaba. Y la música fue testigo de ello.
Notes:
¡Hola!
Espero que la historia no vaya tan lenta, trato de que no sea así. Una disculpa si el ritmo se siente pesado. ¡Siempre son bienvenidos sus comentarios y opiniones!
Sobre la noche de Husk y Alastor, no es mi fuerte el spacy (o como se le diga actualmente), pero principalmente no escribí una escena más explícita por el contexto en el qué sucedió. Realmente no quería que el momento fuera erótico, porque no lo fue. Aun así, trataré de incluir algo más candente cuando lo amerite.
Esta historia tiene, hasta ahorita, dos posibles finales, y dependiendo cómo se desarrolle es que puede que se podría incluir el contenido +18. En la historia pasada, la idea original era que Alastor y Lucifer se quedaran juntos, pero su rival ganó carisma y no pude separarlo de Alastor. Así que no todo esta definido. Me gusta saber sus pensamientos y así no dejarlos con un mal sabor de boca (dentro de lo posible).
He notado que muchos se han inclinado por Husk, quisiera saber la opinión de ustedes sobre él después de este capítulo. El StaticRadio no era una pareja protagónica, en uno de los capítulos que vienen sale otra vez Vox, ya me dirán si les gustaría más de esta pareja.Bueno, espero les haya gustado el capítulo.
¡Muchas gracias por leer y seguir en el barco!Nos continuamos leyendo.
Chapter 11: Capítulo 10: Cadena de dudas
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Adam y Alastor tenían muchos pensamientos opuestos, pero, de entre todos, los que más contrastaban eran aquellos sobre el destino y la soledad. Adam creía tener un destino. Y es posible que, de todos los humanos que han existido, solo él, Lilith y Eva llegaron a tener, en verdad, un mandato divino. Alastor le dijo que esto lo hacía el humano menos humano de todos. Lilith desertó de su destino. Eva cumplió con procrear junto a Adam, pero, al igual que la primera mujer, terminó por ejercer su voluntad. Solo Adam decidió quedarse bajo las normas del Cielo, negándose a quitarse los grilletes que ya no tenía razón de seguir usando. La cadena quedó rota, y Dios desapareció. Alastor era partidario de la libertad absoluta con todo y las consecuencias que esto conllevaba.
— Tenemos la libertad de hacer lo que queramos, siempre y cuando no jodamos a otros.
— Si hay excepciones, no es libertad.
Incluso con aquella defensa, Alastor le recordó que él fue quien decidió aceptar ser el líder de los exterminios. ¿Dónde quedaba el respeto por los otros? “Me lo ordenaron”, siguió excusándose. Adam no quiso cambiar de parecer, porque, al hacerlo, tendría que poner en duda la autoridad del Cielo. Los más grandes ángeles eran su único vínculo con Dios. Si Lilith, Lucifer y Eva soltaron el libre albedrío y el conocimiento, aquella libertad, ¿habría alcanzado también a los ángeles? Siempre supuso que el actuar del Cielo estaba cercado por la mano invisible de Dios, ¿sería posible que no fuera así? Si los límites entre el bien y el mal también se borraron para los ángeles, eso significaba que siempre estuvo errado. Quitando este inquietante pensamiento, Adam decidió centrarse en su aversión por los pecadores. A los ojos de la mayoría en el hotel, él era insufrible. Su megalómana personalidad opacó cualquier atributo que fuese rescatable, como su ya bien conocido cuerpo. Alastor le dijo que debería bajarse del altar en el que se tenía, ya que solo así podría aceptar que tenía errores que reparar, y, con suerte, encontraría un arrepentimiento sincero. “O haces eso, o aceptas que eres un monstruo y buscas tu lugar en el Infierno”. Tal advertencia dejó a Adam pensando por días.
Charlie comenzó a inquietarse por el nulo avance de Adam en su plan redentor. Él acudía puntual a las actividades y las realizaba sin quejarse tanto, pero su actitud era indiferente, como un alumno que asiste a clases solo por alcanzar el número de asistencias necesarias para aprobar. Sin embargo, en la mente de Adam se mecía como un péndulo perpetuo la búsqueda de los correctivos que lo sacarían del Infierno. A su parecer, le servía mucho más debatir con Alastor que cualquier actividad tonta que se le ocurriera a la princesa, y justo en este nuevo pasatiempo fue que surgió la segunda gran diferencia entre ambos pecadores. Alastor era solitario, pero Adam gustaba de la compañía. “Yo vivo perfectamente en soledad, me basto a mí mismo”. El primer hombre le reconoció que era necesario el tiempo en soledad para el crecimiento personal, empero, añadió que todo exceso era dañino.
— Los putos monstruos, como tú dices, nacen de la soledad. Por más que me quieras ver la cara de pendejo, sé que, en el fondo, tu alma pide auxilio. ¡Y la soledad no salvará a tu culo! Solo te va a joder más.
Alastor guardó silencio sin querer aceptar o contradecir a Adam. Lo que sí sucedió, fue que, después de esa charla, tener que gastar su tiempo con Adam, pasó de ser una obligación a ser un entretenimiento. Encontró en él a un hábil e interesante conversador. De hecho, la cercanía que, de a poco, fue ascendiendo entre ellos no pasó desapercibida en el hotel. Aún con esto, no hubo sospechas o comentarios directos sobre el tema. En palabras de Charlie, mantener a raya y vigilar a Adam fue una encomienda que dejó en manos de Alastor. Además, la habilidad del ciervo por mantener las apariencias le sirvió para camuflar su, recién descubierto, gusto por la compañía de Adam. Aunque, en concreto, la circunstancia que más ayudó a que se desarrollara aquella extraña relación fue la ausencia de Lucifer. Desapareció del hotel por más de dos meses, ni siquiera regresó para hostigar a Alastor durante las noches de sus encuentros con Husk. Algo, sin duda, discordante desde la perspectiva del Demonio Radiofónico. Charlie en alguna ocasión soltó que su padre tenía asuntos que atender en los otros Anillos. ¿Qué asuntos?, no lo aclaró, pero lo dijo de manera tan natural que nadie cuestionó su palabra. No pudo ser de otro modo, ya que esa fue la excusa que el mismo Lucifer le dio. Su palacio era su paradero, se encerró allí para evitar que cometiera otra imprudencia. Decidió que no regresaría hasta tener los papeles de la disolución completa de su matrimonio. Ideó que esa sería la única forma de demostrarle a Alastor que sus intenciones eran verdaderas, y solo así podría tener una posibilidad de recuperar la relación. Sin embargo, la suspicacia de Alastor se despertó. Antes de esfumarse, Lucifer le había exigido alejarse de Husk. ¿Cómo era posible que se fuera sin más? Entré más rumeó la situación, más se contagió de una sensación similar a un déjà vu.
— Dime, mi querido Husker, ¿debería preocuparme porque tus manos estén embarradas en la misteriosa desaparición de nuestro rey? — no tardó en cuestionar el ciervo.
Alastor se mantuvo alerta, trató de leer a Husk con gran cautela. Ambos eran magníficos embusteros, y en más de una ocasión el gato había logrado engañarlo.
— ¿Crees que yo podría hacerle algo a ese cabrón? Créeme, si pudiera, hace tiempo que ya lo habría hecho. Es una lástima que no tenga el poder necesario, pero, si llego a tener una oportunidad, no dudes que lo haré.
Una respuesta perfecta, tal como el propio Alastor la hubiera formulado, y, por lo tanto, una respuesta muy sospechosa. El Demonio de la Radio aflojó su sonrisa como si la respuesta del gato lo tranquilizara, muy por el contrario de lo que sintió en verdad. En menor medida, el recelo que la ausencia del rey le produjo, también influyó para que se acercara a Adam. Husk solía aventajar a cualquier otro demonio, él era el único que poseía la confianza de Alastor, simulando con gran paridad a un amigo. Si Alastor nunca le puso esta etiqueta, fue porque sabía que el otro le amaba. Un amor que no es correspondido, ¿podría convertirse en una amistad verdadera? De hecho, en varias ocasiones trató de obligarse a retribuir ese amor. Pero cada que lo intentó, una mácula empañó las intenciones del gato. Nunca lo confesó, pero, tiempo atrás, en verdad amó a Vox. Y perder ese amor le dolió profundamente. Pensar que Husk prefirió anteponer sus sentimientos por encima de los suyos, se transformó en una sombra que lo persiguió de manera constante. Quizá el tiempo hubiera borrado ese amor, pero nunca lo podría saber, porque ese amor se quebró cuando estuvo a punto de matar a Vox. Pese a todo, optó por darle a Husk el beneficio de la duda. Quiso creer que su descuido fue en verdad solo eso, un descuido; y no una estrategia del mejor apostador del Anillo del Orgullo. Cuando Lucifer tomó distancia, también lo hizo la confianza que el ciervo sentía por Husk, ergo, perdió al único que podía considerar algo así como un amigo, el único al que podía acudir en momentos de crisis.
Pese a la pedantería que Alastor hacía sobre su preferencia por la soledad, las circunstancias que lo envolvieron debilitaron su resistencia a la compañía, dejando una ranura para que Adam se colara. Mientras que los pretendientes de Alastor se revolvían entre discordias e imposiciones, Adam estaba ahí de paso. Se suponía que él regresaría al Cielo, o ese era su objetivo. Él no soñaba con atrapar a Alastor, y para este último, fue una tregua para su tranquilidad. Adam resultó ser sincero, no porque quisiera quedar bien, no porque quisiera sacar ventaja, no era una máscara; sino que, sencillamente, no le importaba. Su indiferencia era real. A él no le importó la imagen que pudiera proyectar, porque creía que tarde o temprano abandonaría el Infierno. Que mostrara todo lo despreciable que podía ser, fue algo agradable para Alastor. Sin embargo, entre más convivían, el ciervo pudo darse cuenta que era alguien con múltiples y encantadores talentos. Y esa faceta de Adam era una que, hasta ese tiempo, solo él conocía.
Alastor consiguió obtener varios privilegios por parte de Adam. El día que lo pescó rezando, no pudo evitar burlarse de aquel hábito. “Pensé que las religiones eran una estafa”, le dijo. La respuesta acarreó un debate del porqué varias religiones servían como puente para alcanzar una conciencia espiritual elevada, pero no necesariamente para alcanzar el Cielo. De allí llegaron al poder, y ese fue el verdadero tema que atrapó a Alastor. Le pidió al primer hombre que le enseñara cómo protegerse de la magia blanca. Aunque dudó al principio, accedió a compartirle un par de trucos. Otro día, cuando Adam mencionó: “así lo hace un verdadero hombre”, una maraña de disgusto se apoderó del ciervo. Discutieron más que debatir. No era un secreto que Adam se identificara de manera abierta como heterosexual. Muy a menudo se quejaba de necesitar una vagina para cogérsela; pero la insistente forma en que desairaba a la homosexualidad, terminó por exasperar a Alastor. ¿Por qué creía que la homosexualidad y la hombría estaban divorciadas? Adam notó que, de alguna forma, ofendió al otro pecador. Tuvo que recordarse el hecho de que Lucifer era el ex amante de Alastor, es decir, un hombre. De ahí provenía el agravio, supuso. “Dime qué verga quieres que haga para que dejes de joder”, trató de disculparse. Alastor aprovechó la culpa del otro y le pidió cuidar su tono al hablar. Los huéspedes del hotel tuvieron que seguir soportando la colorida lengua de Adam, pero no Alastor, él ya no tuvo que escucharlo sacar una maldición cada tres palabras.
A casi dos meses de su llegada, Adam recién se dio cuenta que Alastor era el demonio que hirió en el techo durante el último exterminio en el que participó. Primero se burló hasta cansarse, después se disculpó diciendo: “Para mi defensa, tú también querías reventarme el culo”. Ni la disculpa ni el rostro enojado de Alastor impidieron que, de vez en cuando, siguiera dándose el gusto de decir alguna que otra broma sobre ello. El ciervo cedió y terminó por tomarlo con humor, no pudo hacer otra cosa cuando él mismo le restregaba a Adam su llegada al Infierno con bastante frecuencia. De hecho, las bromas entre ellos crecieron y se volvieron parte de su extraña convivencia al punto de asombrar a Charlie. Ella fue la primera en notar la verdadera naturaleza de la relación que estaba suscitándose entre ellos, pero decidió guardar silencio para evitar que los demás huéspedes malinterpretaran la situación. Lo último que deseó fue que aquella amistad en potencia se rompiera por la vergüenza que Alastor pudiera llegar a sentir al ser objeto de burlas. En medio de todos los eventos que sucedieron entre Adam y Alastor, hubo uno en específico que inquietó al Demonio de la Radio y que merece ser mencionado. En ciertas ocasiones llegó a experimentar una sensación aturdidora cuando Adam hablaba con ímpetu. No pasó a mayores y fueron poquísimas las incidencias. Dedujo que debía ser el contagioso entusiasmo que ponía al expresarse. Era un líder nato y con gran experiencia de mando, creyó que, quizá, poseía un don para cautivar a las audiencias.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Tan repentinamente como se fue, Lucifer apareció en la sala del hotel una tarde. Vaggie y Angel Dust fueron los primeros en percatarse. El diablo puso la mejor cara que pudo, pero le fue complicado borrar toda la inquietud que padecía. Andaban entre las preguntas de cajón que se realizan a todo aquel que se ausenta, cuando Charlie se unió a la reunión improvisada de bienvenida. Para el diablo las palabras estaban de más, nadie lo extrañó y, por lo tanto, sobraba la condescendencia. Contestó rápido los comentarios y se disculpó diciendo: “Tengo que ver a Al urgentemente, después terminaremos de hablar”. Varias alarmas se prendieron en la cabeza de Charlie. Apartó a su padre del grupo para advertirle que no debía seguir acosando a Alastor y le sugirió esperar pasada la cena, así el encuentro sería natural y no lo tomaría como una persecución. “Es algo importante”, le contestó el diablo y omitió la sugerencia. Dejó a Charlie preocupada en la sala y se dirigió a la torre del Demonio Radiofónico. Una transmisión de radio recién había concluido, le fue fácil deducir que Alastor aún debía seguir allí.
El cuerpo de Alastor se entumeció al ver entrar a Lucifer a su torre, le echó una miradilla antes de obligar a sus músculos a recomponerse y levantarse de la silla. Con la cabeza alzada y la espalda recta, se plantó frente al rey con gran formalidad, como si el encuentro no fuese más que una audiencia entre un rey y uno de sus súbditos.
— Me honra con su presencia, su majestad — simuló una reverencia — ¿En qué puede servirle este humilde súbdito?
— ¡No empieces, Al! Sabes que esta estupidez no es necesaria, no me hables como si fuésemos extraños.
“Calma, calma, calma”, se repitió Lucifer. No era el momento de arruinar todo, ya vendrían tiempos mejores, ya vendrían oportunidades para domarlo. Dio un par de pasitos para estar lo más cerca posible de Alastor.
— Lo lamento, su excelencia, pero entre más pasa el tiempo, más siento que el pasado se borra. Cada vez más, me es difícil compaginarlo con el presente.
— Sé que debes querer eso, borrarme de tu mente, pero no planeo rendirme. ¡Vine a demostrarte que voy en serio contigo!
Lucifer invocó varios papeles con una de sus manos y se los extendió a Alastor.
— ¡Velo tú mismo!
El pecho de Alastor se agitó. La estática, producto de su conmoción, provocó un temblor en la habitación. Los adornos en las paredes se sacudieron, los muebles vibraron, sus pupilas se transformaron en diales de radio. Al leer los papeles, por un momento, su rencor se ablandó. Allí, escritas en tinta negra, estaban las promesas de Lucifer. Allí, firmada con el puño del diablo, estaba la sentencia de Lilith. La sonrisa del rey era genuina, los documentos parecían fidedignos, sus ilusiones se volvieron posibles. Aun entre este magnífico panorama, algo estaba mal, el tiempo estaba desfazado, la garantía de su amor ya había expirado. Cumplir aquellas promesas careció de sentido para el ciervo, el Lucifer que fue hasta su torre a entregarle los documentos de su libertad era un Lucifer que no deseaba. Ese demonio era un farsante, celoso, manipulador, ególatra. Si tuviera que emparejarse con ese demonio, solo podría retribuirle con esos mismos defectos. O, tal vez, su Lucifer estaba todavía allí, empequeñecido, encerrado, herido. Tal vez solo necesitaba ser consolado para que brotara a la luz.
— Esto no tiene nada que ver conmigo, ¿para qué me das esto? — la mano que sostenía los papeles tembló — ¡Ya no me importa!
— ¡Amor, lo hice por nosotros! ¡Quería demostrarte que mis intenciones son verdaderas! Aun no puedo hacer el anuncio oficialmente, pero lo haré.
Alastor aventó los papeles a los pies de Lucifer. ¡Claro! ¡Qué conveniente, lo anunciaría después! Debía haber un ángulo oculto, debía ser otra mentira.
— Me engañaste una vez, y fue tu error. Si te dejara hacerlo de nuevo, el error sería mío. ¡Y no suelo caer dos veces con la misma piedra!
— ¡Carajo, Al! ¡Escucha! — rogó.
Con velocidad y firmeza, el diablo apresó las manos de Alastor, las apretó para evitar el rechazo.
— Ella tiene parte de mi poder, y lo ha usado para cerrar pactos y tratos, es mucha magia en sus manos. Si estuviera aquí, podría quitarle todo con un ritual en apenas unas horas, ¡pero no está en el Infierno! ¡Y no sé dónde buscarla! Me tomará al menos tres meses para terminar de romper el vínculo. ¡Pero legalmente el divorcio ya está hecho! ¡Lee los papeles! ¡Solo… solo necesito tiempo para quitarle todo!
Como si alguien hubiera hechizado la habitación, el temblor se detuvo. Alastor quedó hipnotizado con la revelación de Lucifer. Lejos de alegrarse, un hueco lo engulló a una aterradora profundidad. Vio a Lucifer cada vez más borroso, más lejos, más irreal. Su torre se transformó en espacio infinito, y quedó flotando en la monstruosidad de la nada.
— ¿Qué… qué quieres decir con que le quitarás todo? — apenas y pudo hablar. Él tuvo miedo, las palabras tuvieron miedo, su futuro tuvo miedo.
— Bueno…, que mi poder y todo lo que obtuvo al usarlo…, lo perderá. Tendré que hacerme cargo de sus tratos en el Infierno y sus pactos en la Tierra. ¡Es una mierda!, pero si lo piensas bien, cuando nos casemos, podría darte esos tratos a ti. ¡Serás mucho más poderoso!, ¿no crees que es genial?
Nunca antes Alastor se sintió más acorralado. Solo quedó la carcasa de sus sueños. Su esencia salió de viaje, o tal vez escapó, lejos, a un lugar lejos de Lucifer. La cadena invisible en su cuello pesó más, se volvió más grande, le quitó el aire. Fue el miedo devorándolo, fue el miedo de saber que su dueña dejaría de serlo, y su lugar lo ocuparía un verdugo aún peor.
¿Cuántas veces soñó con el divorcio de Lucifer? ¿Cuántas veces soñó que Lilith dejaba de ser su dueña? ¿Cuántas veces soñó con entregarse por completo al diablo? “Ten cuidado con lo que deseas, porque se podría cumplir”, advertía la sabiduría popular. ¡Y sí que fue certera! Cuando un deseo se cumple en el momento incorrecto, cuando el tiempo les gana la carrera a los deseos, el anhelo pierde su encanto. Como el humo del tabaco, que en los pulmones esparce éxtasis, pero fuera de ellos se transforma en contaminación, así mismo fue para Alastor. Los deseos en su mente eran júbilo, pero al jalarlos a la realidad se trasformaron en terror. “Lo pensaré”, fue la única respuesta que le dio al diablo. Su conmoción fue tomada como alegría, ¡por supuesto! ¡La alegría de un amante que roba al esposo! ¿Qué amante no sería feliz con tremendo logro? Lucifer dejó que el ciervo se marchara, se quedó admirando el desastre en la torre de radio. “¡Debí impresionarlo!”, se felicitó, casi con la victoria entre sus manos.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Mientras Alastor arrastraba sus pies hasta su habitación, su imaginación hizo explotar las paredes a sus lados. Los escombros fueron golpeando su cuerpo, lo hirieron, necesitaba sentir dolor, necesitaba sentir el castigo, incluso si estaba solo en su mente. ¿Qué esperaba de involucrarse con un hombre casado? ¿Acaso un matrimonio fallido no fue un mal indicio suficiente? “¡Estúpido, ingenuo, imbécil!”. Los abucheos, de los monstruos que alguna vez fue, acompañaron sus pasos. Tiempo atrás se burló de Lilith, le dedicó expresiones sarcásticas, se calificó más inteligente que ella. No solo presumió que se liberaría de su trato, también que se quedaría con Lucifer. ¡El karma es cruel! ¡Tan irónico! ¡Aplastó a Alastor con sus propios sueños! Lilith terminó derrotándolo sin tener que entrar al campo de batalla. Nunca fueron rivales reales, y, aun así, ¡lo aniquiló! Ella sí tuvo el amor del diablo, ella sí tuvo poder, ella sí ostentó un título; pero, ¿y él? ¡Él solo era un esclavo! Alastor llegó a su alcoba aun navegando entre un abismo infinito. Sentía todo, sentía nada. Al igual que las paredes, su imaginación continuó torturándolo, colocó a su alrededor visiones de un futuro imposible. Fragmentos de lo que pudo ser y ya no sería. Quien no tiene porvenir, no sabe qué hacer en el presente; se pierde, deambula sin rumbo, vive al día, está más cerca de la muerte que de la vida.
Su interior se sacudió, por dentro estaba aterrado, invadido de pánico; pero, en el exterior, todo se volvió lento. Perdió el control de su cuerpo, este comenzó a crecer, a deformarse. Sus extremidades, siniestramente alargadas, lo hicieron parecer un insecto más que un ciervo. Como si fueran troncos secos, llenos de ramificaciones, sus cuernos también se estiraron. El peso provocó que Alastor ladeara su cabeza, se inclinó de un lado a otro cada que un cuerno crecía más que el otro. Los diales en sus ojos se volvieron una brújula sin norte, con la manecilla enloquecida sin saber a dónde apuntar. Herejes lágrimas lo amenazaron con escapar de sus ojos, allí estaban, al borde del precipicio, listas para el asesinato de su hombría.
Desde el suelo que pisaba, varias sombras emergieron, fueron embarrando el piso, perimetraron el cuarto, llegaron a las paredes. No había más, se transformaría en el esclavo del rey, sería suyo, el objeto de sus perversiones, un deseo gastado. ¿Qué sucede con los deseos cuando se alcanzan? Pasan a significar nada, pasan a ser basura, pasan al olvido. ¡Lucifer, su amor! ¡Su maldito amor! ¿Por qué lo amaba? No podría soportar lo que el diablo haría con él, no podría soportar que le volviera humillar. Alastor quería que su amor sufriera una muerte natural, que se volviera nostalgia, después un recuerdo, hasta llegar al olvido. ¡Pero ya no podría ser así! Estaba a merced del diablo, él asesinaría a su amor con vejaciones, con brutalidad, con crueldad. Podría soportar eso y más si viniera de cualquier otro demonio, pero no de él, no del ser al que amaba. Cuanto más pensaba en Lucifer, sus sombras se volvían más violentas. Los tronidos de la revolución en su alcoba traspasaron las paredes. En ese punto, perdió la guerra contra sus lágrimas, corrieron a prisa, huyeron del dolor.
— ¡NO LLORES! ¡NO LLORES! ¿CUÁNTAS VECES TENDRÉ QUE DECÍRTELO?
En su desespero por detener a sus lágrimas, Alastor se movió frenéticamente. Chocó contra el techo, arañó el piso, destrozó los muebles, se azotó en las paredes.
— ¡ERES DÉBIL! ¡¿A QUÉ LE TEMES?! ¡PARECES UNA NIÑITA! ¡NO ERES MÁS QUE UN MARICÓN! ¡DEJA DE LLORAR POR TODO!
Varias sombras adquirieron la silueta de Alastor. Como si estuviesen casando un animal, las sombras humanoides estiraron los brazos y se enrollaron en Alastor. Bramó. Gruñó. Trató de liberarse, pero fue más grande su necesidad de castigarse. “Fuiste, eres y serás la puta del rey”, se escuchó un eco espectral. “No sirves para otra cosa, naciste para ser una zorra”, volvió a resonar en la habitación. Gritos llegaron para complementar a las lágrimas. Furia. Miedo. Agonía. Vergüenza, el verdadero pecado para Alastor.
— ¡DEJA DE LLORAR! ¡DETENTE!
Un portal dorado se abrió a uno de los costados de la habitación, Adam lo atravesó y quedó estupefacto con la visión frente a él. Ni Alastor ni las sombras le prestaron atención, sumergidos en el castigo, ni siquiera notaron la aparición del primer hombre.
— ¡ERES UNA VERGÜENZA DE HOMBRE! ¡NO CHILLES, MARICÓN DE MIERDA! ¡NO LLORES! ¡NO ME HAGAS REPETÍRTELO!
Sin necesitar una explicación, Adam sacudió la cabeza para hacerse entrar en razón. Más sombras brotaron del piso con la única tarea de mutilar al Demonio Radiofónico.
— ¡PUTA MADRE, PENDEJO!, ¿QUÉ HACES? — le gritó Adam.
En sincronía, las sombras voltearon a ver a Adam. Los círculos rojos que simulaban ser ojos se clavaron en él. La cabeza de Alastor se giró como si careciera de huesos, se detuvo al dar la media vuelta y su mirada quedó fija en Adam.
— ¡LÁRGATE! ¡¿QUÉ HACES AQUÍ?!
— ¡¿Qué crees, imbécil?! ¡Vine a jugar a las muñecas y a que nos cepillemos el cabello! — le dijo, simulando la voz de un niño — ¡CARAJO! ¡¿NO ES OBVIO QUE VINE A VER QUE PUTAS SUCEDÍA? ¡TU MIERDA LLEGÓ HASTA MI HABITACIÓN!
Alastor se desató de las sombras y giró el cuerpo en dirección a Adam. Su cuello se alargó hasta que su rostro quedó cerca del intruso.
— ¡LÁRGATE! ¡LÁRGATE AHORA MISMO!
— ¡Claro que no! ¡Pensé que te funcionaba el cerebro! ¡Te veo hacer esta mierda, ¿y crees que me iré?! ¡Así tenga que patearte de nuevo el culo, no me iré hasta que te tranquilices!
Pese a su asombro, Adam no estaba molesto ni parecía amedrentarse por la apariencia amenazante del Demonio Radiofónico. Le gritó fuerte, demandando, con la seguridad de tener la razón.
— ¡ESTO NO ES TU ASUNTO! ¡¡¡VETE!!! — rugió con todas sus fuerzas.
Los cabellos de Adam se despeinaron con el grito, pero se mantuvo firme, plantado en el piso sin la intención de unirse a la locura de Alastor. Con la preocupación de que alguien más en el hotel se percatara de lo que sucedía allí, lanzó un escudo protector alrededor de la habitación. Supuso que Alastor odiaría ser visto en ese estado por más personas.
— ¡Pues te jodes, porque no me voy! ¡Vamos, venado! ¡Te puedo ayudar!
— ¡Qué tierno! ¡El inútil angelito de la guarda quiere sanar a un pútrido pecador! — se burló. La estática distorsionó su voz.
Uno de los más grandes orgullos de Adam era su trayectoria como ángel, y Alastor lo sabía. Pese a esto, el primer hombre repelió la ofensa, supo que aquellas palabras salieron del miedo, del tormento, pero que carecían de verdadera malicia. No respondió al insulto. Buscó en su mente un tema para distraer al demonio iracundo. Recordó el correctivo que Alastor se decía, la autoflagelación a la que se sometía. “No llores”, se había gritado.
— ¿Quién te dijo que no podías llorar?
Alastor creció aún más, su espalda llegó hasta el techo. El espacio empezó a serle insuficiente, su cuerpo crecía al ritmo de su desesperación. Gigante, monstruosa, expansiva.
— ¡LÁRGATE! ¡FUERA DE AQUÍ! — volvió a exigir, pero, esta vez, la furia no prevaleció en su voz. Era dolor, el dolor de la derrota.
— Sea lo que sea que te pase, se puede arreglar. ¡Vamos, hombre! ¡Déjame ayudarte!
— ¡¿Quién pidió tu ayuda?! ¡No la quiero! ¡Solo quiero que desaparezcas de aquí! Creo que resultaste ser el imbécil que todos creen — trató de burlarse otra vez — ¿No entiendes? ¡LARGO!
— ¡Puta madre! ¡Tú eres el pendejo! ¿No entiendes que no me iré? — Adam picoteó su frente con un solo dedo, como si tratara de señalarle a Alastor qué parte su cuerpo le era conveniente usar — Si el único modo de detenerte es pateando tu jodido trasero, ¡lo haré!
Adam dejó brotar sus alas y se lanzó contra Alastor. Lo derribó de un solo golpe, y lo único que logró fue hacerlo enfurecer más. Aun con la diferencia de tamaño, los movimientos del ciervo eran descuidados, erráticos, faltos de puntería. Adam se movió ágil, evitando las sombras y los manotazos. Sin otra opción más sensata en mente, lanzó un puñetazo directo al rostro de Alastor, generando un tosco sonido con el choque. El Demonio Radiofónico cerró los ojos tratando de contener las lágrimas. Se sintió inútil, un completo perdedor, inservible. Ni siquiera valía como guerrero. Su cuerpo comenzó a encogerse y llevó sus manos a su rostro con desesperación. La agonía estaba al ras de su cordura, la humedad comenzó a escaparse. No podría soportar por más tiempo la humillación bullendo en su interior.
— ¡Vamos, venado! ¡Si quieres llorar hazlo!
Adam se arrodilló frente a Alastor con el semblante angustiado.
— ¡DÉJAME SOLO! ¡NO ME VEAS!
— ¡No! ¡Puta madre, qué no! ¡No me iré! — le advirtió.
Cuando Alastor regresó a su tamaño normal, se encogió lo más que pudo. Quiso cercar su dolor, quiso dejar de exhibirlo. Tan indefenso, abandonado, pequeño. Adam se acercó al ciervo despacio y en silencio, cuidó que sus pasos no fueran bruscos.
— Oye…, escúchame bien, tendré que tocarte. Sé que no te gusta, pero no me dejas otra opción.
Adam estiró sus manos e intentó tocar los hombros de Alastor, pero fue rechazado con un movimiento violento. No era asco o molestia, aquel roce le provocó miedo, miedo de lo que aquel hombre, que lo había vencido más de una vez, pudiera hacerle. Fue un miedo involuntario, recuerdos que desenterraba cada que estaba a merced de alguien más poderoso que él. La experiencia de Adam como ángel guardián reconoció al instante ese tipo de miedo. La vio, más veces de las que le gustaría admitir, en otros humanos. Conocía esa mirada, esa forma de escapar, esos movimientos para protegerse; y, por ello, no pudo evitar contagiarse del dolor.
— ¡Cálmate, carajo! ¡No haré ninguna porquería! Solo… solo te sostendré con mis brazos.
Otra vez intentó tocar a Alastor, y otra vez encontró el rechazo.
— ¡No te haré nada! ¡Mierda!, ¡sabes que, si no fuera necesario, no haría esta clase de puterías! Pero…, en serio, es la única forma en que puedo ayudarte… por favor — pidió entre una mixtura de tristeza y afabilidad.
Alastor descubrió su rostro por completo. Con dificultad, alzó la vista para enfrentar al primer hombre. Algo en esa voz le produjo la sensación de ceder al pedido, pero la humillación lo obligaba a seguir en negación. Sin embargo, cuando observó el semblante de Adam, se topó con una mirada que jamás había visto en él. El rostro de un verdadero ángel.
— ¿Tratarás de curar mi alma? — preguntó con pena.
— No digas tonteras. Sabes que los ángeles no podemos curar ni hacer milagros. No podemos interferir de ese modo en la vida de los humanos. Pero…, pero sí puedo darte fe, esperanza y fuerza. Es lo único que un ángel puede hacer.
Las mejillas de Alastor se contrajeron y sus ojos decayeron. Tal ayuda le pareció inútil, su futuro ya no tenía arreglo. ¿Para qué la esperanza? ¿Solo para caer más profundo cuando Lucifer se convirtiera en su dueño?
— ¡Es en serio! ¡Cualquiera que sea tu dolor! ¡Te ayudaré a soportarlo! ¡No puedo sanarte ni obligarte a decirme qué tienes! Pero déjame compartirte mi fe.
Adam se acercó más a Alastor, colocó las yemas de sus dedos en los brazos del ciervo, después asentó toda la mano. Sintió el cuerpo del otro temblar, luchaba contra el miedo, trataba de confiar, soportaba el reproche de sus sombras. Moviéndose lo más lento que pudo, Adam atrajo a Alastor a su pecho y lo sostuvo fuerte. Quedó sentado en el suelo con el ciervo entre sus brazos, todavía podía sentir los estremecimientos y escuchar los sollozos ahogados.
— Puedes llorar, ¡anda!, no le diré a nadie.
¿Era compasión? ¿Era una estafa? El Demonio de la Radio no lo pudo adivinar.
— Apuesto a que piensas que llorar es de maricas — le acusó en voz baja.
— ¡Te juro que no me burlaré! ¡Es más, yo lloraré contigo!
Alastor soltó una risa cansada. No quería que la humillación siguiera creciendo.
— ¿Por qué harías algo como eso? ¿Tanta lástima te doy? — interrogó, anticipando la burla.
El entrecejo de Adam se frunció. Alzó un poco su cabeza y miró el techo. No quería responder, pero no hacerlo lo convertiría en un pecador igual de testarudo que Alastor, y no podía pedirle sacar su dolor con lágrimas cuando era algo que él mismo también evitaba.
— No me das lástima… es solo que… es solo que yo también he estado reprimiendo mis lágrimas. He querido llorar desde que llegué al Infierno.
El cuello de Adam perdió fuerza, haciendo que su cabeza se desplomara. Alastor sintió que las manos de Adam lo apretaron con mayor fuerza. Unas gotas cayeron sobre su rostro, sorprendiéndolo. Los sollozos de Adam se hicieron más ruidosos, desesperados, llenos de la amargura que encerraba en su corazón. Alastor sintió a ese corazón latir con furor, y esa fue la invitación perfecta para que él mismo se permitiera expulsar su propio dolor. Si fue magia, no le importó, dejó salir las lágrimas sin culpa, sin penitencia, dejando a su alma tomar una bocanada de alivio.
— ¿Por… por qué los hombres no pueden llorar? — preguntó el ciervo entre espasmos.
Adam asintió con su cabeza.
— Sí pueden, sí podemos… solo que nosotros dos estamos bien pendejos.
El llanto de ambos se transformó en gritos agonizantes. ¿Por cuánto tiempo puede un ser humano soportar el dolor antes de la fatalidad? Los monstruos no nacen siéndolo, se crean cuando el dolor rebaza a la razón, transformando su realidad, separándolos del mundo, deformando sus almas. ¿Podrían estos monstruos ser algo más que eso?
— Estoy aquí, Alastor… ¡ESTOY AQUÍ!
Alastor encajó su rostro contra el pecho de Adam. Necesitó de un soporte en ese momento, aún si este era un pecador, un ángel corrupto, un hombre.
— ¡ADAM! ¡ADAM! ¡NO PUEDO! ¡YA NO PUEDO MÁS!
Adam levantó su rostro con los ojos cerrados. En su mente, evocó a su Padre, rememoró el Cielo, rogó por que la bendición divina aun permaneciera en él. Murmuró algo ininteligible a oídos de Alastor. Pocos minutos después, una tenue luz los rodeó, y la esperanza de un mejor mañana germinó en el interior de Alastor.
El rezo de Adam continuó hasta que Alastor se rindió ante el sueño. Ese día, fue el primero en que se llamaron por sus nombres. Se determinaron, se reconocieron como individuos, como parte de sus vidas. Antes, solo se percibían el uno al otro como entes deambulando alrededor de su solipsista realidad. Alastor y Adam solo nombraban a quienes consideraban importantes o necesarios en sus vidas. Para Alastor, los demás eran estimados, queridos, compañeros, camaradas. Para Adam, pendejos, putos, pecadores, perras. Cuando se nombra un objeto, es porque se le reconoce, el objeto pasa a existir, obtiene un significado, pasa a ser un concepto. Así mismo sucedió para Alastor y Adam. Antes solo intercambiaban datos, se entretenían, la existencia del otro carecía de peso, la existencia del otro era banal. Al nombrarse, abrieron la puerta de su realidad. Ese día, no solo se llamaron por sus nombres, también establecieron los cimientos de su amistad.
Notes:
¡Hola!
¡Muchas gracias por seguir leyendo! La historia podría dividirse en cuatro partes, o arcos, por decirlo de algún modo. Con este capítulo terminamos la primera. Espero que les haya gustado el capítulo.
¡Sus opiniones y comentarios son bienvenidos!, me ayudan mucho para saber cómo va la historia. También me animan mucho a continuar. ¡Gracias!Nos seguimos leyendo.
:)
Chapter 12: Capítulo 11: Opciones
Notes:
¡¡¡⚠ ⚠ ADVERTENCIA ⚠ ⚠¡¡¡
Este capítulo menciona violencia y abuso infantil (no descriptivo, solo se menciona).
Leer con cuidado.-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
A sus ocho años, Alastor carecía de muchas cosas. Era algo normalizado, en la época de su niñez y dentro de su estrato social, pasar hambre, trabajar a temprana edad, que los niños fueran adultos pequeños. Por lo que no encontró nada malo en sus precarias circunstancias. Poco era lo que se preguntaba del mundo fuera de su hogar, sus incógnitas se reducían al mundo en las palabras de sus padres. Iba a la escuela, o, como le decía su madre, tenía el privilegio de ir a la escuela. Aunque deficiente y con pocos recursos, era uno de sus lugares favoritos. Uno de sus maestros de dijo que tenía buena cabeza para las matemáticas, pero a él no le interesaban los números. En realidad, no le interesaba el estudio, pero disfrutaba el tiempo libre de los gritos de sus padres. A él le asustaban mucho. Le hacían llorar y, en ocasiones, mojar su ropa. “El día que tu padre y yo muramos, ese día podrás llorar”, le dijo su madre. A ella la vio llorar muchas veces, entre golpes y en silencio mientras cocinaba. “Eso es cosa de mujeres, es lo único que hacen”, le explicaron. Su padre era todo un hombre, porque nunca se le veía llorar, y, por lo tanto, un gran ejemplo a ojos de los demás. Era alto, corpulento, sombrío, aguantaba bien los tragos, aventajaba en los golpes y gritaba mucho. Sin embargo, a Alastor se le dificultó ser como él.
Si alguna vez le hubiesen preguntado a Alastor qué quería, habría respondido que vivir en su imaginación. Allí, cualquier cosa era posible. Fantaseó con múltiples mundos en donde sus padres sonreían siempre. En esos mundos no había problemas, nadie se quejaba, jugaban por horas y comían pudín de pan todos los días. ¡Él fue feliz! Dentro de su imaginación y a su inocente forma, pero fue feliz. En ese entonces aún no soñaba con huir de su casa. Tampoco rogaba al Cielo que sus padres se transformasen en reyes amorosos, pendientes de él. Aun no brotaban los deseos por ver a su padre muerto. Existen personas que creen que la semilla del mal viene ya implantada desde el nacimiento, otros afirman que la sociedad es quien corrompe el alma. Y en medio de discusiones y análisis, Alastor esperó muchos años a que alguien volteara a ver su dolor. Tuvo que pasar mucho tiempo antes de que lograra atraer la atención de los demás, cuando todo Luisiana quería conocer el nombre detrás del asesino en serie que comía gente.
Ya siendo un adulto, Alastor repasó muchas veces su infancia. En específico, aquellos indicios que le advirtieron que en su hogar vivía un monstruo, pero que su inocencia pasó por alto. Es claro que de niño jamás pensó que su padre podría hacerle algo malo. Incluso los golpes o insultos los tomó como pruebas del amor que debía tenerle, pruebas de que le cuidaba y corregía para que llegara a ser el hombre que debía ser. Tal vez, el dolor era la medida de la fuerza. Entre más aguantara el dolor, más cerca estaba de ser un hombre; por ello cambió las lágrimas por mutilaciones. Sin embargo, hubo otro tipo de maltrato que pasó desapercibido, y que, siendo un niño, no pudo ver la maldad en el actuar de su padre. Las obscenas nalgadas jamás las tomó como impropias. Que se metiera a mirarlo cuando se bañaba tampoco lo encontró extraño. Cuando lo hacía sentarse en sus piernas y que fingiera que montaba un caballo, le pareció un juego. O las veces que, en ausencia de su madre, lo tocaba en lugares extraños, con la excusa de supervisar su crecimiento. El vínculo de lealtad y confianza que Alastor tenía en su padre, era el que le indicaba que este siempre tenía la razón. Era su cuidador, la autoridad, a quien debía seguir y escuchar. Sin malicia en su alma, nunca esperó que su padre lo destruyera.
La primera vez que Alastor sintió que el comportamiento de su padre era maligno, fue una tarde en la que salió a jugar con un vecino. Su madre se alegró cuando un niño, tres años más grande que Alastor, tocó a su puerta para preguntarle si dejaba salir a su hijo a jugar. Alastor no solía tener amigos, siendo un niño silencioso y temeroso, la amistad le resultaba complicada. Lo que pareció ser una tarde feliz, llena de risas, lodo en los calcetines y raspones en las rodillas; se transformó en una pesadilla. Cuando su padre llegó a la casa, observó a Alastor trepado en la espalda del otro niño. Lo miró sonreír, lo escuchó decir palabras agradables, lo vio aferrarse al cuerpo de otro hombre. Alastor no entendió por qué su padre lo regañó, menos entendió el oscuro significado de las palabras que le dijo, tales como puta, zorra o perra. Si gritó, ya no pudo recordarlo, tampoco si trató de defenderse. Los únicos recuerdos que Alastor conservó de ese día, fue el dolor que quedó en su cuerpo, la sangre que tuvo que limpiarse y la vergüenza de haber hecho algo malo.
Después de ese día, las agresiones sexuales de su padre pasaron a ser otro de los muchos maltratos que recibía. Pero, conforme fue pasando el tiempo, los ojos con los que miraba a sus padres, cambiaron. “Honrarás a tu padre y a tu madre”, le decían en la clase de valores religiosos; pero, ¿acaso no se deberían honrar también a los hijos?, comenzó a reflexionar. Las preguntas sobre la vida se extendieron más allá de su hogar, o esa casa que se suponía era su hogar. No había sido un niño devoto de la religión, pero sí creía en la existencia de Dios y que los ángeles le cuidaban. Este pensamiento, fue otro que el tiempo se encargó de modificar. “Si hay un Dios, es ciego al sufrimiento. Si existen los ángeles, no le importamos”, sentenció. Las estructuras a su alrededor mutaron en su pensar: familia, amistad, autoridad, el bien y el mal. Para cuando tenía trece años, su padre ya se había transformado en un monstruo a sus ojos. Y ningún Dios y ningún ángel destruían a los monstruos. La única forma de destruirlos, era que otro monstruo, aún peor, los matara.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Al abrir los ojos, Alastor se sobresaltó con el recuerdo de su padre aún en la cabeza. Su rostro, húmedo por el sudor, se encogió con repulsión. La desgracia parecía seguirlo hasta en sus sueños. Trató de deshacerse de los vestigios de la pesadilla, y, en medio de esa tarea, sintió que sus brazos estaban sobre un cuerpo extraño. Brincó de la cama y se quedó observando a Adam en completo pánico. El primer hombre estaba muy a gusto descansando en su cama, ya despierto y sin un gramo de inquietud. “¿Cómo te sientes?”, fue lo primero que le dijo. Alastor no recordó de inmediato lo sucedido el día anterior. Lo primero que se preguntó fue el porqué de aquella peculiar compañía. Su cuerpo, a excepción de sus ojos hinchados, estaba sin lesiones. Su ropa, aunque arrugada, estaba completa y en su debido sitio. Nada que indicara que entre ellos dos hubiera pasado algo de connotación sexual. Sus recuerdos le fueron llegando después del susto. Adam había llorado. Él había llorado. Sin embargo, la promesa del primer hombre pareció honrada. Su interior se mecía con un aire esperanzador. El miedo se había ido, al menos de momento. La desesperación quedó apaciguada por una sensación de paz, como si su alma hubiese cargado las baterías de su resiliencia. Sin obtener una respuesta, Adam se levantó de la cama y se quedó parado a un costado de esta.
— Alastor, sea lo que sea que te pase, puedes contar conmigo. Bueno…, tú me entiendes. Puedo ayudarte con esta mierda que hago. Perdón, quiero decir…, puedo ayudarte a que encuentres calma para que pienses mejor las cosas.
— ¡Oh!, un ángel, cómo tú, no debería preocuparse por un pecador como yo. Créeme, no volverá a ocurrir un incidente como el de ayer. Prometo que no interrumpiré nuevamente las actividades que realizas en tu habitación — dijo el ciervo con voz melodiosa y moviendo las manos con gracia.
Adam dio un suspiro largo y miró de manera juzgadora a Alastor.
— ¡Cómo te gusta ser cagón! Ser amable contigo es como una patada en los huevos — Adam se restregó el rostro, tratando de mesurar sus pensamientos de frustración — No sé qué te pasó, ni tienes que decírmelo. Solo quiero que sepas, que, si lo necesitas, ¡aquí estoy! ¿Ok? No me burlaré, ¿entiendes?
— ¿Por qué tendría que confiar en ti? — Alastor levantó una ceja y ladeó su cabeza. Trató de buscar cualquier trampa oculta en las palabras de Adam.
— No tienes que confiar en mí. Piensa que es como si le quitaras al mar un vaso de agua. ¡Es igual! Puedo darte fuerza para que lidies con tus problemas, ¡tengo mucha fe! Además, ¡está en mi destino ayudar a los humanos!
Destino, el primer hombre y su destino. Alastor especuló que, tal vez, Adam quería ser amable no porque le importara realmente, sino en beneficio propio, para acumular las buenas acciones suficientes que lo llevarían de vuelta al Cielo.
— ¿Y qué me pedirás a cambio? — cuestionó con cautela, con una nota de escepticismo merodeando sus palabras.
— ¡Nada, pend… tonto! ¿Qué querría de ti? — Adam se encogió de hombros y miró hacia arriba por un par de segundos — Lo hago porque me caes bien. En este hotel hay pura mierda, tú eres la excepción. No quiero nada de este lugar, no tienes nada que me sea útil, pero…, me caes bien. Y si puedo ayudarte, aunque sea un poco, con lo que sea que te pase, ¡lo haré! No me cuesta nada.
La duda continuó acaparando el rostro de Alastor, como si no tuviera la capacidad de creer en los actos de buena voluntad. La voz de Adam salió tan sincera y entusiasta, que tuvo la impresión de estar hablando con alguien diferente.
— Mira…, te dejo esa opción. Tómala si quieres. Tampoco te voy a rogar para que aceptes mi ayuda, esa mierda es tuya al final de cuentas — al terminar de hablar, tronó sus labios con enfado.
Adam se volvió a encoger de hombros y se dispuso a abandonar la habitación. Cuando llegó a la puerta, tomó la perilla y la giró. Antes de salir, la voz de Alastor lo detuvo.
— Gracias, Adam.
Adam giró su cabeza, y solo pudo observar a Alastor viéndolo de soslayo, sin querer exponer su gratitud. El primer hombre no le respondió con palabras, solo asintió con un pequeño movimiento y se marchó. Alastor pensó en el ofrecimiento de Adam por algunos minutos, no era la salida a sus problemas, pero precisaba poseer la entereza necesaria para no claudicar. Lucifer y su trato regresaron a él de manera abrupta. “Tres meses”, susurró. Ya había perdido mucho por él. Se juró que no le entregaría su libertad. Para el diablo era solo una grieta en su orgullo, pero, para Alastor, era su porvenir.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Husk notó los sutiles cambios en Alastor. Desde el regreso de Lucifer, poco fue lo que el ciervo comentó sobre este suceso. Trató de introducir al diablo en medio de diferentes conversaciones, pero Alastor no le compartió información nueva, solo le repitió la que ya era de su conocimiento. Husk entendió que lo estaba excluyendo de sus problemas. No fue la primera vez que el Demonio Radiofónico trató de alejarlo de su vida, y se dijo a sí mismo que, al igual que las otras veces, lograría salir del fuego sin quemaduras. Tendría que hallar el modo de reafirmar su incondicionalidad, y que no quedara duda alguna de que él era su mejor y única opción. Era algo de lo que estuvo seguro, nadie amaba a Alastor cómo él lo hacía. ¿Qué tanto debía demostrarlo?
Años atrás, después de la pelea contra Vox, también hubo un distanciamiento entre ambos. Sin embargo, esa vez, los envolvió una extraña circunstancia que obligó a Alastor a depender de Husk. Su indiferencia duró apenas y un par de meses, ya que, sin motivo aparente, la magia del Demonio Radiofónico quedó bloqueada. Tardaría en conocer las razones de tal fenómeno, pero, en esa época, no le quedó más remedio que esconderse. Fueron siete años de permanecer en las sombras, recluido, con el temor constante de que alguien se aprovechara de su vulnerabilidad. Husk fue el único conocedor del estado de inhabilidad de Alastor, y fue con esto que tuvo la perfecta oportunidad para demostrar que sus intenciones eran sinceras. Ayudó al ciervo a ocultarse, le proveyó de todo lo necesario para que sobreviviera, trató de encontrar una solución al problema, le llevó pecadores para que se apropiara de almas nuevas con la esperanza de recuperar su poder. No funcionó, su poder no regresó; pero, la lealtad de Husk quedó restaurada.
Quitando la posibilidad de adueñarse de su alma, ya que esta estaba en manos de Lilith, Alastor creyó que no había mejor opción, para cualquiera que quisiera domarlo, que tal peculiar escenario. Husk pudo haber hecho muchas cosas, actos deplorables, someterlo, obligarlo a cumplir sus fantasías; sin embargo, no sucedió. En varias ocasiones, Husk reflexionó sobre sus posibilidades, fue una gran tentación tener a Alastor a su merced. La cuestión principal, fue que no supo por cuanto tiempo duraría aquella situación. Alastor supuso que Lilith debía de estar detrás de todo, pero Husk no tuvo ningún indicio factible. Él no sabía quién era el dueño del ciervo, si aquel misterioso demonio era el causante del problema, ¿por qué no apareció para reclamar a su esclavo? El tiempo que Alastor estuviera sin poder, ahí recayó la raíz de su conflicto moral. Que Alastor quedara indefenso por siempre, era una posibilidad, pero Husk no creyó que fuera la más probable. En su pensar, solo había dos formas efectivas para domar a alguien: el miedo o el amor. Irse por la primera opción no era posible, porque solo alguien con un inmenso poder podría lograrlo. Por ello, mostrar un amor incondicional fue la mejor forma que halló para salir victorioso.
Alastor no era un demonio que aceptara la compañía, por ello, Husk dedujo que, pese a lo mucho que congeniaron al conocerse, no tendría el tiempo suficiente para demostrarle que su amor era legítimo. Al ciervo le gustaba obtener el alma de otros overlords, eso era un hecho, por ello entregó su alma, pero con la cláusula de no matarlo. De ese modo Husk se aseguró que Alastor no destrozaría su alma, y lo obligó, sutilmente, a usarlo como secuaz. Solo así podría estar junto a él, con todo el tiempo del mundo para lograr su objetivo. Entregar su alma fue una apuesta arriesgada, pero él, como el overlord de las apuestas, siempre apostaba a ganar. Tomó ese camino en el pasado, y continuó haciéndolo en el presente. El amor de Husk era real, pero, para hacérselo notar al ciervo, tuvo que usar métodos muy cuestionables.
Tras sentir de nuevo la lejanía de Alastor, Husk se reprendió por haber hecho un mal movimiento con Lucifer. No solo no consiguió que montara un espectáculo, sino que orilló a Alastor a dudar de él. Con su amistad fluctuando entre la sospecha, dejó el paso libre para que sus rivales pudieran aprovecharse. La cercanía entre el Demonio de la Radio y el diablo fue reparándose. Alastor dejó de evitarlo con tanto ahínco, volvió a llamarlo por su nombre, no rechazó su toque, su sonrisa se suavizó. Lo más inquietante sucedió una mañana mientras Husk secaba los vasos del bar. Lucifer apareció en su lugar de trabajo, se sentó frente a él y le pidió una bebida, todo esto mientras sonreía con enorme satisfacción.
— Así como a ti te gusta compartirme tus avances con Alastor, creo que a mí también me gustaría darte las buenas nuevas — dijo Lucifer y se tomó el licor de un solo trago — Me he divorciado, y Alastor está muy feliz con esa noticia. Vete despidiendo de ese trato. En unos meses, cuando nos casemos, él mismo te sacará de su vida. Y, cuando eso pase…, te destruiré, ¡maldito hijo de puta!
Lucifer apretó el vaso hasta tronarlo, sacudió su mano y se alejó del bar. El cuerpo de Husk quedó inerte, pero su mente echó a dar vueltas. Era posible que el divorcio del rey fuera verdad, pero, ¿el matrimonio? ¿Acaso Alastor estaba comprometido con el rey? Dejó pasar unos días, esperó a que llegara el encuentro de su trato con Alastor. Desde la noche que hicieron el amor, habían pasado ya más de dos meses. Aquella noche pensó que era el punto inicial para una relación verdadera, llegó a tener esa ilusión. Sin embargo, ocurrió lo contrario, sintió a Alastor más evasivo. Solo conversaban nimiedades, dejó de beber en el bar, ni le delegó tareas nuevas. Durante la noche del trato, aparentaron que todo había regresado a la normalidad. Entre licor, cigarros y música, las palabras se tornaron animosas. El Demonio de la Radio trató de simular que nada pasaba, como si sus problemas fueran una ficción. Aunque Husk lo conocía mucho mejor que cualquier otro, y claro que notó su intranquilidad, pero fingió que no percibió nada. En un momento de la noche, el semblante de Alastor se nubló. Con la mirada perdida y dejando que el cigarro en su mano se desperdiciara, le preguntó: “Husk, ¿qué harías si quedaras en libertad?”. El miedo más profundo en el gato se disparó hacia todas direcciones. Maldijo a su forma felina, porque su pelaje se erizó, sus orejas cayeron y su cola se agitó. Se sintió miserable, como si la derrota lo saludara con aquella pregunta.
— Solo quiero tener la libertad de amarte, y si esto implica que tengas mi alma, prefiero ser tu esclavo por siempre — le respondió sin titubear.
Alastor lo miró con tristeza. Justo en ese instante, tuvo la impresión de que Husk en verdad podría llegar a ser el indicado. No le importó si había hecho algo o no para amedrentar a Lucifer. Si lo hizo, ¿no fue para protegerlo? La melancolía viajó entre sus ojos, fue y vino acarreando posibilidades desperdiciadas. Alastor seguía buscando una salida a su trato, pero si antes no lo consiguió, con el límite de unos cuantos meses, la esperanza de lograrlo se desvanecía con el pasar de los días. Esa noche, Alastor pensó que, como último recurso, preferiría morir a dejar que Lucifer fuera su dueño. Y, tal vez, podría darle el gusto a Husk de que fueran algo más que amo y esclavo por el tiempo que le quedara de vida. Pero ese pensamiento se esfumó cuando sintió una pequeña chispa latir dentro de él, la esperanza aún no se extinguía.
— ¿Es porque planeas casarte con Lucifer? ¿Realmente le darás una oportunidad? ¡Al, es un cabrón! ¡No ha cambiado en nada! — gritó Husk con el rostro arrugado.
Alastor se impresionó ante la pregunta. Sus cuernos crecieron un poco y sus orejas quedaron bien estiradas hacia arriba.
— ¿Quién te dijo eso?
— ¿Quién más? Lucifer me echó en cara que se casarían. No le creí, pero ya veo que es verdad — Husk dejó caer su mirada hacia la alfombra y sus garras apretaron la botella de whisky en su mano.
— Yo no he aceptado casarme con nadie. Él creé que lo haré. Se divorció, y él creé que eso es suficiente para que lo acepte de nuevo, pero no lo hecho — aclaró con la voz tensa, tratando de ocultar la tristeza.
Husk lanzó la botella de licor al suelo. Sus pies se movieron rápido hasta la silla en donde Alastor estaba sentado, se hincó frente a él y se aferró a una de sus manos. Su cuerpo tembló, se sintió tan cerca de la derrota que todo en él vibró por el miedo.
— ¡Jamás me sentí tan vivo como lo hago cuando estoy contigo! ¡No te pido que correspondas a mis sentimientos! Pero, por favor, ¡no seas de él! — Husk recargó una de sus mejillas en el dorso de la mano que sostenía — ¡Él no te merece! ¡Él no te ama! ¡Solo te desea porque no puede tenerte!
Muy pocas veces Husk derramó lágrimas frente a Alastor, pero el gato no pudo evitarlo. No le importó la amenaza del diablo, no le importó que Alastor no le amara, no le importó si quedaba en libertad o no. ¡No quería una vida sin el ciervo en ella! ¡Eso sería lo mismo que la muerte!
— ¡Al, te amo! ¡Te amo más que cualquier otra cosa! Si planeas romper nuestro trato, quita la condición de no matarme, ¡y destrúyeme! ¡Mi vida ya es tuya! ¡Yo soy tuyo! ¡Mi corazón solo puede latir por ti! Si he de morir, ¡que sea por tus propias manos, no por tu lejanía!
Si se debiera añadir un renglón a la lista de las ventajas que tenía Husk, en este se escribiría compasión. Un sentimiento que rarísimas veces visitaba a Alastor, e incluso lo adjetivaba como inútil. Su corazón se enterneció al mirar el llanto del gato. Allí estaba, entregándose, suplicando en total rendición. Alastor se levantó de la silla y bajó al suelo para acompañar a Husk en su dolor. Lo abrazó con vigor, sosteniendo el miedo y lamento del otro. No pudo confesarle todo lo que pasaba, pero lo besó como si ese beso fuese el último. Sin la certeza de su porvenir, quizá podría serlo, era algo que ni el propio Alastor sabía. ¿Por qué no disfrutar cada momento que aún tenía en sus manos?
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Días después, en el transcurso de una tarde, mientras Charlie exponía sobre el arrepentimiento, el timbre sonó. Vaggie se levantó para atender el llamado, pero, al abrir la puerta, nadie estaba allí. Estuvo a punto de cerrar, pero notó que había un pequeño paquete en el suelo. No tenía remitente, lo que consideró sospechoso. Lo recogió y lo llevó consigo a la sala. Al reintegrarse al grupo, le cuestionaron quién había llamado a la puerta. Mostró el paquete y explicó que no supo quién lo había dejado allí. La mayoría se inclinó a la idea de desecharlo, pero Angel Dust dedujo rápido: “Apuesto a que es para ti, Sonrisas. El envoltorio es de los V’s, debe ser de Vox”. Si tal suposición fue expresada con malicia, a Alastor no le afectó. Le recordó que, la única persona con un verdadero vínculo con los V’s, era la araña misma. Angel le respondió que Valentino no tenía la necesidad de ser misterioso y que todo obsequio se lo entregaba él mismo. Adam estuvo tentado a burlarse de Alastor por tener tantos pretendientes, pero recordó la presencia de Lucifer y prefirió cambiar su burla. “A lo mejor es un puto explosivo. ¡Ábrelo!, para que veamos cómo te hace mierda!”, dijo, con la idea de cambiar el tono de la conversación. La mayoría rio, solo Lucifer se quedó en silencio y añadió que él lo abriría para saber qué era. Sin embargo, Alastor había tenido la misma idea de Angel Dust, de modo que la intención del diablo le pareció contraproducente. “Yo me haré cargo de este anónimo paquete”, sentenció y, con sus sombras, se lo arrebató a Vaggie de las manos y lo hizo aparecer en su habitación. La exposición de Charlie continuó sin más interrupciones. Cuando terminó, Alastor no tardó en retirarse de la sala, con la excusa de tener que preparar una de sus transmisiones de radio.
Entre sombras, se escurrió hasta su alcoba maldiciendo a Vox. Se apresuró a tomar el paquete para ver qué contenía. Antes de que pudiera abrirlo, el rechinido de la puerta lo hizo detener y girar de manera involuntaria. Lucifer entró y cerró la puerta tras de sí. Esa mirada en el diablo la reconoció. Alastor ya podía oír los gritos y reclamos del otro dentro de su cabeza. Su cuerpo se estremeció ante la premonición de lo que se acercaba. Sus manos temblaron y el paquete cayó al piso. Sintió su rostro arder, pero sus ojos fueron los más afectados. Otra vez las lágrimas lo amenazaron. El miedo al miedo. Cerró sus manos en puños, sus propias garras lo picotearon, se castigó por su debilidad. No sangró, aunque el ligero dolor lo ayudó a apaciguar la humedad en sus ojos. “¡Qué inútil!”, pensó. Su tolerancia al dolor era muy alta, le fue imperdonable sentir miedo por la simple presencia del diablo. ¡Podía hacerle frente! ¿Por qué lo subyugaba con tanta facilidad?
— Amor…, puede que haya sido impresión mía, pero ¿acaso no me pareció oír que irías a preparar una transmisión? ¿No deberías estar en tu torre de radio? — Lucifer se acercó despacio, con una mano sobre su cadera y furia en sus ojos — ¿O no será que te urgía tanto ver el regalo que te mandó ese pendejo que decidiste mentirme?
— No es ningún regalo, recuerda que Vox se ofreció a colaborar con el hotel. Debe ser eso — dijo con un dejo de miedo, la mirada ladeada y sus orejas agachadas.
— ¿O sí? Entonces, ¿por qué no dejaste que yo lo abriera? ¿Eh?
— Existe la posibilidad de que sea una trampa, por eso preferí abrirlo yo mismo.
Lucifer se detuvo al estar frente a Alastor. Escudriñó su semblante, le fue obvio que algo ocultaba. Con rudeza, apretó uno de los brazos del ciervo y lo jaló hacia sí, para que sus rostros quedaran cerca.
— Trato de ser razonable. No sabes todas las concesiones que te he dado. Te lo advierto, no me obligues a enseñarte cuál es tu lugar.
Alastor sacudió su brazo, alejando la mano que lo apretaba. Con la espalda recta y la mirada recortada, giró su cuerpo y se alejó unos pasos del diablo. No agacharía la cabeza, ese no iba a ser su final.
— No me importa cuál sea el lugar que tú crees que deba ocupar — su voz se elevó desafiante — Realmente no entiendo, tienes a ¡todo el Infierno a tus pies!, pero te aferras a esta puta que ya usaste.
— ¡Creo que ya dejé bien en claro que esa no es la forma en que te veo! No eres una pu… — un ligero gruñido detuvo sus palabras. La nariz y el entrecejo del diablo se arrugaron — ¿Por qué te empeñas en seguir desenterrando el pasado? ¡Ya pasó! ¡Déjalo atrás!
— ¡Déjame ayudarte a buscar opciones! — Alastor extendió sus manos con diversión. Con las palmas abiertas, desde su pecho hasta los costados, mostrando lo maravilloso de su idea — ¿Por qué no le das otra oportunidad a tu apasionado ex amante? Una grandiosa estrella del mundo galante, como él, te sentaría mucho mejor. Si lo piensas, se beneficiarían mutuamente. Él podría quedar en libertad y tú tendrías a un lascivo consorte. ¡Jamás te desatendería en la cama!
Lucifer pateó el escritorio a su lado, lo volcó y estrelló en la pared, haciendo que los objetos encima de este quedaran dispersos en el suelo. Su respirar se volvió pesado, se podía escuchar el aire salir por entre sus afilados dientes, cual rugido de una bestia.
— ¡¡¡¿ASÍ QUE NO TE IMPORTA QUE TE CAMBIE POR CUALQUIER MIERDA?!!! ¡¡¿NO TE IMPORTA QUE LO NUESTRO SE TERMINE?!! ¡¿ESO ES LO QUE QUIERES DECIR?! ¡¿QUÉ SOLO ME VES COMO UNO DE LOS PENDEJOS DE TUS EX AMANTES?!
— ¡Deja de comportarte como un niño! ¡¿Qué esperabas?! — Alastor giró su rostro en un movimiento juguetón y rio de manera mordaz — Deberías estar satisfecho con esto, ¡fuiste el amante del Demonio de la Radio! ¿Sabes cuántos quieren ese lugar? ¡Muchos, como lo has podido ver! ¡Cualquier demonio quisiera ser tú!
Una furiosa llamarada salió de la nariz de Lucifer. Esa respuesta la reconoció. ¡Claro!, ¡qué ironía que esas palabras regresaran a él! ¡El tiempo invirtió los papeles! Él era, en ese momento, quien actuaba como el amante ingenuo y Alastor era quien reía.
— No me importa tu divorcio, ni el poder que pudieras darme, mucho menos el título que alguien más desechó — dijo Alastor, lento y en casi un susurro, como si compartiera un secreto.
La sonrisa de Alastor se amplió, enseñando sus grandes colmillos con malevolencia, burlándose de las vueltas que da la vida. Sin embargo, por dentro su corazón se zangoloteó del terror. Podía hacerle todos los desaires que quisiera al diablo, pero sabía que su inminente futuro lo jalaría a ocupar ese lugar que le fue asignado. “No me obligues a enseñarte cuál es tu lugar”, le había amenazado Lucifer. Un esclavo, eufemismo para puta. ¡Que lo matara en ese mismo instante si quería! ¡Pero jamás volvería a ser la puta de nadie!
— ¡DÍMELO ENTONCES! ¡DIME QUE NUNCA ME AMASTE! ¡QUÉ NO SIGNIFIQUÉ NADA! ¡QUE SOLO ME VISTE COMO UN JODIDO AMANTE! ¡ANDA, MALDITO CABRÓN DE MIERDA! — bramó el diablo.
El estado demoniaco de Lucifer bulló en toda su gloria, perfecta imagen de un demonio. Las grietas de su orgullo se ensancharon, agravando su dolor.
— Ese lugar, en el que me quieres poner, es el mismo en el que yo te pondré. Si quieres ver en mí a una puta, entonces solo veré en ti a un amante.
— ¡Carajo, Al! ¡No quise decir eso! ¡Sabes que me enojo y solo digo mierda!
Las alas de Lucifer se ocultaron al mismo tiempo que su espalda se encorvó. Sostuvo su frente con una mano, el cansancio debilitó a sus huesos. Sus dientes repiquetearon entre sí, entrecortados y nerviosos. El descenso de su ego fue súbito; con cada rechazo del ciervo, su orgullo lo desequilibraba. Cualquier pronóstico desfavorable para sus planes, lo hundía en una ira fangosa, y la única salida que encontró, fue la violencia e intimidaciones. Si, para dominar a alguien es preciso implantar temor o evocar amor, entonces Lucifer jamás requirió que lo amaran. Siendo el ser más poderoso del Infierno, bastó su solo nombre para someter hasta al más valiente. Pese al miedo que Alastor sintió, no quiso doblegarse; no aún, no hasta agotar toda esperanza.
— Al… todo lo que he hecho para demostrarte que eres especial para mí, ¿no sirvió de nada? — Lucifer irguió su cuerpo, aun con los ojos encorvados y los labios fruncidos.
La dolorosa realidad era que Alastor si quedó asombrado. Aunque lo quisiera negar, los actos del diablo fueron más allá de lo que imaginó. Si no fuese Lucifer quien terminaría siendo su dueño, quizá podría dejarse engañar, pero las circunstancias no lo dejaron ser tan optimista.
— Lo único que has demostrado es que ya no deseas estar atado a Lilith. ¡Y qué bueno por ti! Pero si piensas que te daré mi confianza otra vez, estás equivocado. ¡Tú no eres el Lucifer del que me enamoré! ¡Ese Lucifer me protegía! ¡Cuidaba de mí! ¡Pero tú…, tú solo me amenazas, me humillas…, me lastimas! ¿Así demuestras tu amor? ¡Pues, entonces, no lo quiero!
Muy en el fondo, Lucifer lo sabía. Apenas y unos pequeños brillos de sensatez destilaron. ¿Qué pesaba más? ¿Su orgullo o su amor? Tal vez, si les hubiera hecho caso a esos brillos, su mente hubiera podido disipar la ególatra bruma que lo enceguecía. Pero estaba todavía lejos de alcanzar ese grado de lucidez, por entonces, él creía que sus actos eran normales. Lo normal que cualquier pecador encuentra en el Infierno.
— ¿Cómo habría podido saber que, a alguien cómo tú, le afectarían esas estupideces? ¡Trato de cambiar! ¡En serio lo intento! ¡Pero no puedo controlarme cada que pienso que estás con alguien más! ¿Cómo quieres que reaccione? ¡Trato de ser bueno, pero tú me empujas una y otra vez a comportarme como un imbécil!
¿Por qué un monstruo, como él, se ilusionó con ser amado limpiamente? ¡Nadie lo haría! Nadie estaría dispuesto a extender la mano sin querer algo a cambio. ¡Debió saberlo! ¡El mundo funcionaba así! La culpa asedió al Demonio de la Radio, pero él ya conocía ese tipo de culpa. Era la misma que su padre le echaba encima cada que erró en algo que jamás entendió. Era la misma que su madre le hizo sentir cada que pidió auxilio. ¡Vergüenza! ¡La vergüenza por no poder soportar el dolor!
— No me enredarás de nuevo en tu juego. Me tratas así, y ni siquiera hay algo entre nosotros. ¿Y todavía quieres que nos casemos? ¡Imagínate cuando me tengas entre tus manos! ¡Qué no harás cuando te sientas mi dueño! — le acusó.
Las alas de Lucifer volvieron a emerger, voló hasta Alastor y lo abrazó con firmeza. No podía dejarlo ir, no podría soportarlo.
— ¡De verdad trataré de cambiar! ¡Confía en mí! Solo…, solo no vuelvas a decir cosas como las de hace rato. ¡No sabes cuanto me lastimas! Voy a cambiar…, lo haré — musitó esto último.
Lucifer aflojó la presión y colocó su rostro frente al de Alastor. Lo miró con cautela, como si pidiera permiso para estar a su lado. El ciervo pudo entrever un ligero matiz de arrepentimiento. Fuese real o su imaginación, le pareció tentador dejarse llevar por esa mirada. Su mente se llenó por densa niebla. Sintió que sus emociones y pensamientos se revolvieron, como si pelearan entre sí. ¿Qué debía hacer? ¿Qué debía de sentir? Nada estaba en su sitio. El pasado tiró de él con violencia, su presente nadó entre incertidumbre, su cuerpo quedó anestesiado. El diablo acercó más su rostro, intentando rozar los labios ajenos.
— Lucifer…, basta… — susurró Alastor.
La última vez que sintió aquellos labios, fue en el palacio del rey entre llanto y gritos. Alastor trató de mantener sus labios cerrados en esa ocasión, pero la fuerza del diablo fue más grande que la suya. ¿Esta vez, podría escapar?
— Un beso nada más…, solo uno.
Su cuerpo quedó paralizado, solo sus labios cedieron ante Lucifer. Con los ojos cerrados, La imaginación de Alastor retrocedió hasta la tarde en que el diablo le robó, por primera vez, un beso. Esa tarde se rindió ante la delicadeza y pasión impregnada en la humedad de su boca, fue mágico, un vistazo a lo que podría ser el Cielo. Muy por el contrario, allí, en la tenebrosidad de su habitación, solo pudo sentir cómo su vida era succionada por Lucifer. De a poco, con cada roce, con cada choque. Sus opciones, hasta antes de esa discusión, eran encontrar un escape a su trato o la muerte. Empero, quizá, tantear las intenciones de Lucifer podría ser una tercera opción. ¿Habría una posibilidad de que fuese sincero? Ese beso, tal vez podría ser el primero de muchos otros en su encadenado futuro. Quisiera o no, ¿podría en verdad escapar del diablo? Tal como en su niñez, se sintió indefenso, acorralado, como si su única opción fuese aumentar su tolerancia al dolor.
Notes:
¡Hola!
Espero que hayan disfrutado del capítulo. A veces quisiera ir directo a las partes más emocionantes. Esas partes que en mi cabeza giran y giran, pero no puede dejar de lado las situaciones necesarias para llegar a ese punto. Una disculpa si este capítulo se sintió como paja.
¡Se viene otra aparición de Vox! ¡Y ya empezará a madurar la relación entre Adam y Alastor! ¡SIIIIIIIII! Ya quiero llegar a ese punto. Bueno, creo que es todo.
Si mal no recuerdo, alguien me preguntó si el StaticRadio se desarrollará, y creo que no lo respondí. (Sorry, a veces soy distraida) Esta pareja está ahí porque es parte de la vida de Alastor, y Vox, bueno, él sigue con la esperanza de restablecer su relación con Al. En un punto de la historia, Vox demuestra su amor con un acto desinteresado (no daré más spoilers). Sin embargo, no tenía planeado incluirlo mucho, por ello no está etiquetado dentro de las parejas principales, solo como etiqueta adicional y como algo menor. Sin embargo, ustedes podrían decirme si les gustaría más de Vox.¡Muchas gracias por seguir leyendo! ¡También muchas gracias a las personas que comentan y dejan su apoyo! Espero que esto les vaya gustando.
¡Nos seguimos leyendo!
:)
Chapter 13: Capítulo 12: Noches de entretenimiento
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
-La canción que aparece en este capítulo es Radio de Rammstein. En un verso se cambia la palabra "extranjeras" por "desconocidas".
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
En cinco ocasiones más, repartidas en seis semanas y media, Alastor experimentó el esperanzador toque de Adam. Ni siquiera tuvo que pedírselo de manera verbal, solo tocó a su puerta y entró en silencio. Su rostro derrotado fue todo lo que el primer hombre requirió para entender qué necesitaba. Fue abrazado como la primera vez y también desfalleció por el cansancio en su alma. En cada ocasión, Alastor despertó en la alcoba de Adam, en su regazo y sobre su cama. Sin pedir explicaciones ni esperar un gracias, el primer hombre lo dejó marcharse sin cruzar palabras. Se encontró sorprendido consigo mismo por dejarse arrastrar por la tristeza del ciervo. Ese hombre que recargó contra su pecho, a quien dejó oír de cerca el latir de su corazón y por quien sintió compasión, era un pecador. Los pecadores también sufren. Cada que visitó el Infierno siendo el líder de los exterminadores, no se le cruzó por la mente que aquellas bestias merecieran compasión. Y, en cierto modo, dedujo que esas bestias llevaban mucho más tiempo que su estadía en el Infierno sin recibirla. Siendo un ángel guardián, su enfoque principal fue cuidar de los sanos, cuidar de no dejarlos contaminarse. Si se quitase la piedad celestial, incluso entre humanos se marginaban. A nadie le gustaba que los criminales ronden entre las personas buenas, a los ángeles tampoco les gustaban los pecadores. En la Tierra se les encierra, y pasan a dejar de ser humanos, antes de llegar al Infierno, ya se habían vuelto bestias. Entre las cárceles y el Infierno, el tiempo de la condena era la mayor diferencia. La condena se volvía eterna, así se lo dijo a Charlie, así se lo habían dicho a él. Cada monstruo lleva colgando más monstruos en la espalda, y es un peso del cual no se pueden deshacer. El dolor ajeno se vuelve un problema solo hasta que afecta a otros, hasta entonces se visibiliza. ¿Quién podría tener la voluntad de ver más allá de los crímenes cometidos? Condenar es más fácil que ayudar. En las cárceles, se les ayuda a rehabilitarse, pero este problema queda en manos de quienes gobiernan, no de los humanos sanos. Pocos se preocupan del dolor ajeno que puede convertir en monstruos a los sanos. Sin embargo, en el Infierno nadie hubiese esperado que alguien tratara de rehabilitar pecadores. El diablo debía castigarlos, pero no lo hizo, y no lo hizo por un acto de compasión, sino por desilusión. Dejó de ver a los pecadores como humanos y los transformó en monstruos. ¡Que entre ellos mismos se castiguen! Nadie imaginó que Charlie heredaría los ojos perdidos del diablo. Queriendo ver más allá de los crímenes cometidos, deseó darles una segunda oportunidad. Sin embargo, ¿En verdad sería capaz de ser compasiva hasta del peor monstruo en el Infierno? Siendo un ángel, a Adam le enseñaron que era mucho más importante proteger a los rescatables, a los que tenían una oportunidad de llegar al Cielo. Y este pensamiento fue, tal vez, la verdadera condena para los monstruos, incluso antes de pisar el Infierno.
Adam quiso hacer más por Alastor, pero, sin que su ayuda fuera solicitada, se sintió con las manos atadas. No se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado. Si darle esperanza era lo único que podía hacer por él, entonces le daría toda su esperanza si era preciso. Por ello no preguntó, no esperó un gracias, no cerró su puerta. Pese a que el toque de Adam no solucionó el problema de raíz, sí ayudó a mantener a flote a Alastor, su ánimo se estabilizó con cada sesión de fe. Por consiguiente, pudo refrenar a Lucifer y la presión que siguió ejerciendo sobre él. La melosa forma con la cual el diablo lo hostigaba, le resultó abrumadora, ponía tanto esfuerzo en demostrar su afecto que le dejó la sensación de quedar en deuda. El Demonio Radiofónico se llenó de regalos, pero todos los arrumbó en su pantano sin querer tenerlos a la vista. Los únicos presentes que siguió atesorando, fueron los que ya tenía guardados en su alhajero: un pato con cuernos de ciervo, un dije con la figura de una manzana y el anillo de promesa. Fueron los únicos objetos que, para él, representaban las intenciones honestas que alguna vez tuvo el diablo. Adam fue testigo de cómo Alastor desechó los obsequios que le llegaban a diario. “Pídele que no te de flores, es una cagada que se pudran tan rápido. ¿Qué culpa tienen las flores?”, fue el único comentario que hizo al respecto.
Una parte de Alastor quedó hechizada con la dualidad secreta de Adam. Cuando estaban solos, el primer hombre hablaba de múltiples temas, su vocabulario era decente y su personalidad se volvía amable. Cuando recién llegó, detestó tener que oírlo maldecir a medio mundo y quejarse hasta del aire que respiraba. Por el contrario, una vez que lograron establecer una relación afectuosa, pasó a disfrutar de esa odiosa personalidad. La principal y única razón, era que ese comportamiento lo excluía a él. Es decir, Adam siguió tonteando con él, pero lo hacía para que ambos se divirtieran, no con el mero propósito de fastidiar. Además, el primer hombre aprendió cuáles eran los límites que no podía cruzar, había temas prohibidos, y sabía que no los podía tocar ni de broma. Adam era muy curioso, le preguntaba cuanta cosa le llegaba a la cabeza, pero Alastor era quién decidía el rumbo de las conversaciones. Entre ambos quedó el acuerdo implícito de respeto mutuo, y esta parte de Adam era únicamente para Alastor. Los demás huéspedes del hotel se acostumbraron a la grosera personalidad de Adam, e incluso algunos se llegaron a tomar con humor las idioteces que le gustaba exclamar.
Pasados los cuatro meses de encierro, Adam se volvió insistente en querer salir del hotel. “¿Quién vergas podría hacerme algo? Oye, perra, ¡no me puedes tener encerrado aquí como un animal!” se quejó con Charlie. El principal motivo de su necedad por salir se reducía a una sola cosa: sexo. Pese a los reclamos, la princesa le recordó que la adicción sexual era perjudicial para alguien en vías de redención. “¡Allá arriba cogemos, ¿sabías?”, le contradijo, negando tener una adicción. Era cierto que la libido de Adam era, en comparación a otros humanos, inusualmente alta. Él se excusó diciendo que le crearon para ser un semental, y, como tal, le era inevitable apetecer del sexo en mayor grado. En muchas oportunidades, tanto Angel Dust como Cherry Bomb se ofrecieron como sacrificio para la causa del primer hombre, pero este último se resistió.
— Ya te lo dije, ¡puta madre! ¡Qué te falta una vagina! — dijo Adam mientras le alzaba el dedo medio a Angel.
— Yo tengo una — le recordó Cherry Bomb al primer hombre. Alzó su ceja con perversión y entreabrió ligeramente sus piernas, dejándolo echar un fugaz vistazo a su ropa interior.
— Pero te falta un ojo — le respondió, sacándole la lengua — Aunque, en verdad necesito reventarme un rico coño, creo que podría intentar cogerte con la luz apagada. ¡Admito que tienes un buen par de tetas! — corrigió entre risas.
— ¡Jódete, pendejo de mierda!
— Seré lo que quieras, pero con una buena verga, ¡ya lo verás! No querrás que te la saque.
Apartado de las disputas, Alastor mantuvo ocultas sus reflexiones. Una latosa basurilla quedó enterrada en su interior, molestándolo, y más irritante fue que no pudo darle nombre al origen de esa molestia. Escuchar la insistencia de Adam por una pareja sexual le acarreó un tumulto de pensamientos absurdos. En un par de ocasiones, observó a Cherry Bomb pararse, de espaldas, frente a Adam y empinarle el trasero. Adam sepultó su disgusto por la falta del órgano visual de ella, y respondió a la sugestiva invitación rozando su miembro sobre la línea que los glúteos de Cherry Bomb marcaban en su falda. Alastor volteó a ver hacía otro lado y cambió de rumbo. Sabía sobre el desenfrenado apetito sexual de Adam, pero prefirió separar esta imagen para no perturbarse al convivir con él. Y pudo evadirlo con la vista, pero no con el pensamiento. Afirmándose que todo se debía a los deseos de Charlie, un día le señaló al primer hombre que debería de contenerse, a no ser que quisiera ser reprendido por la princesa.
— Ya ni me digas, yo sé. Me vale verga Charlie, si aún no me cojo a la cíclope, es porque, después, ¡ya no podré sacarla de mi habitación! ¡Me gusta el sexo casual, pero no con los que vivo! Se vuelve un puto problema. ¡Pero le traigo unas ganas! ¡Me urge salir!
Alastor enumeró los motivos por los cuales Adam debería permanecer dentro del hotel, pero arrugó esa hoja mental y la tiró a su bote de malas ideas. Cada que estuvo a punto de arrojar esos motivos a oídos de Adam, un nerviosismo le revolvió las palabras y sus argumentos se volvieron los de un niño de cinco años que quiere comer doble ración de postre. Prefiriendo enmudecer las sugerencias en su boca, ciñó sus comentarios a meras burlas. Sin embargo, con lo que conocía de Adam, ideó una actividad que ayudaría al otro a distraerse de sus ímpetus sexuales. Una tarde mientras cocinaba la cena, le ofreció la oportunidad de tocar en una de sus transmisiones de radio. Para la desgracia del ciervo, esto desencadenó lo opuesto a lo que quería lograr. Adam se entusiasmó con la propuesta y no tardó en contarle a Charlie que participaría en el programa del Demonio Radiofónico, y le dijo que, teniendo el respaldo de Alastor y el Hotel Hazbin, las probabilidades de que alguien quisiera atacarlo serían bajas. “¿Qué imbécil se metería con el proyecto del diablo? ¡Qué el inútil de tu papá sirva de algo!” Charlie no estuvo segura de aceptar la idea. “Lo consultaré con Vaggie, Al y mi papá”, terminó por responder. Alastor se indignó con Adam por usar su ofrecimiento para llevar a cabo su cometido de salir del hotel. No externó su disgusto, ya que, al repasar la situación, se sintió como un tonto por tratar de mantener recluido al otro pecador. “Que se contagie de alguna enfermedad si quiere, no es mi problema”, le dijo a su sombra. Días después, su molestia se esfumó tan rápido como había llegado.
No era muy difícil, para cualquiera que conociera el sobrenombre de “El Demonio de la Radio”, saber cuál era uno de los temas que más apasionaban a Alastor. La radio se volvió un tema recurrente entre el ciervo y Adam. En algunos puntos concordaron y en otros surgieron diferencias. Para el primer hombre, la radio, junto a otros medios de comunicación masiva, representó la desvirtualización de la música. En su pensar, la música se transformó en un fetiche, en un accesorio para movilizar masas. Para él, la manera correcta para deleitarse con la música era oírla en vivo. Alastor enfatizó que los verdaderos humanos no tenían la capacidad de abrir portales y andar brincoteando de concierto en concierto. “La radio dio paso a lo desconocido, cortó los grilletes de la censura, dio color a la monotonía, sedujo a las audiencias con el misterio y logró moldear la realidad”, expresó con viveza. Adam quedó maravillado con la pasión de Alastor por la radio. ¡Nunca antes lo había visto tan lleno de vitalidad! El tono que usó al hablar lo hizo permanecer sentado y atento, los ademanes de sus manos crearon los escenarios de una obra de teatro, el ardor girando en la habitación, ¡qué manera de esparcir pasión! Al verlo gesticular con tal energía, el primer hombre entendió que dentro de Alastor aun existían apetitos propios de todo ser humano. No pudo contener su curiosidad y le preguntó por sus épocas como locutor. Alastor le relató las anécdotas de sus logros en la radio y cómo fue que llegó a enamorarse de esta profesión. Entre tecnicismos con los que no estaba familiarizado y sonrisas por recordar tiempos ya muy lejanos, Adam terminó de transformar a Alastor en un humano, y no hubo marcha atrás, ante sus ojos, jamás volvería a ser un monstruo. Adicional a esta metamorfosis, es de suma importancia subrayar la anexión de una efeméride a la vida de Alastor. Aquella vez no solo fue la primera en que Alastor le contó a Adam sobre su vida como humano, también fue la primera en que habló con alguien sobre ello desde que llegó al Infierno.
El ciervo le pidió a Adam prepararse debidamente para la transmisión en la que participaría. De hecho, le demandó presenciar uno de sus ensayos, pero el primer hombre se opuso diciendo: “Es una sorpresa, la echarás a perder”. Alastor lo amenazó al decirle que no cantara sobre ningún tema obsceno, de lo contrario, jamás le permitiría participar otra vez en alguno de sus programas. Adam balbuceó algunas niñerías, pero le señaló que su preocupación estaba de más. “Sé lo importante que es para ti, no la cagaré”. El día de la presentación de Adam llegó rápido, ambos estaban emocionados, tal como si se tratase de dos amantes que hacen el amor por primera vez. Si bien, Alastor ya había tenido invitados mucho tiempo atrás, nunca antes experimentó aquella agitación en su pecho. Sus manos sudaron, expectantes a lo que tocaría Adam, y un gusto culposo cosquilleó al ver el rostro alegre del otro. El primer hombre parecía excitado con la idea de tocar en su programa. Hasta se atrevió a afirmar que debía ser porque compartía su gusto por la radio, muy distante al insulto que hizo cuando se enfrentaron en el techo hace años. “La radio está más muerta que tu madre”, le había dicho. Pero ver su compromiso por dar un buen espectáculo le hizo imaginar que tal esfuerzo iba más allá que su deseo de salir a buscar con quien tener sexo. Alastor inició puntual a las ocho de la noche, saludando y comentando sobre las últimas almas que añadió a su colección. Unos cuarenta minutos después, con gran misterio en su voz, anunció a su invitado especial. Enfatizando que era parte del proyecto que lideraban el rey y la princesa del Infierno y que contaba, de igual manera, con su propio respaldo, lo presentó.
— ¡Y ahora, llegó el momento que han esperado! Desde lo más siniestro del Inframundo, nos acompaña, en esta tétrica noche, nuestro invitado especial. Con ustedes: ¡Adam, el primer hombre de la humanidad! ¡Griten con todo el dolor de sus almas! ¡Adelante!
La pista de música inició con una mezcla de sintetizadores, un pulsante bajo y los potentes temblores de la batería. Adam acompañó a la pista con su guitarra, tocándola en vivo. Pese a que Alastor consideraba al metal como ruido más que música, se dejó envolver por la combinación de los instrumentos. La música expresa emociones, y si el metal era el género con el cual el primer hombre se expresaba, entonces ampliaría su biblioteca musical. Adam permaneció con los ojos cerrados antes de la primera línea vocal. Concentró cada fibra de su piel en evocar el rostro emocionado del ciervo al hablar de la radio.
No se nos permitía pertenecer, ni ver, hablar o escuchar absolutamente nada
Pero todas las noches durante una o dos horas, desaparecía de este mundo
Pero cada noche tenía un poco de felicidad, con mi oreja pegada del receptor mundial
Con la primera palabra, Adam abrió los ojos cantando en un tono suave. Explicando un secreto, detallando la mágica sensación de haber hallado una centrífuga a la realidad. Así lo hizo sentir Alastor, como si la radio fuese su secreto, la fuerza que le permitió renacer cada noche dentro de una cabina.
Radio, mi radio
Me dejo absorber por el éter
Mis oídos se convierten en mis ojos
Radio, mi radio
Entonces oigo lo que no veo
Satisfaciendo en secreto a mi espíritu viajero
Radio, los ojos de Adam apuntaron a los de Alastor. El ritmo se intensificó en el estribillo en conjunto a los movimientos del ángel. Sacudidas. Azotes. Éxtasis mezclado con sudor. El vigor en su voz develó admiración, frases duras, afirmaciones poderosas. La piel de Alastor quedó presa de esa voz, la fascinación de escuchar sus pensamientos en palabras de alguien más. ¡Como si Adam entrara a su cuerpo y extrajera su pasión para propagarla por todo Orgullo con su voz!
No se nos permitía pertenecer, ni ver, hablar o escuchar absolutamente nada
Ese tipo de canciones estaban prohibidas, las notas desconocidas eran tan peligrosas
Pero cada noche tenía un poco de felicidad, con mi oreja pegada del receptor mundial
La radio, como si fuese la llave para entrar a un mundo oculto, fue enaltecida entre cada verso. Entre más avanzó la actuación, Adam llevó al extremo las notas y su baile. Su cuerpo se veía fatigado, pero su garganta siguió aumentando el furor en el canto. Sus labios, bajo la influencia del delirio, se negaron a ceder ante el cansancio. El frenesí en su cuerpo lo absorbió de lleno, perdió el control, perdió el tiempo, perdió la realidad. Solo fueron él y Alastor. Alastor y su pasión. La pasión de un humano que lo salvó de no enloquecer entre dolor y pecado.
Cada noche me montaba en secreto en la espalda de la música
Ponles alas a tus oídos
Canta suavemente en tus manos
Vuela cada noche, una y otra vez
Solamente seguía la música
Flotando por todas las habitaciones
Sin fronteras, sin vallas
Alastor quedó embelesado con la actuación, canto de sirena, brillo lunar en un páramo desolado, hechizos de un brujo alado. ¿Cantaba para él? ¿Cantaba para su alma? ¿Para la humanidad en su interior? Como si fuese espuma de mar, se meció entre las olas que el canto de Adam produjo. Y entre cada vaivén, recuperó recuerdos, sensaciones, atisbos de su otrora felicidad, cuando la radio era su vida y no solo un instrumento.
Radio, mi radio
Me dejo absorber por el éter
Mis oídos se convierten en mis ojos
Radio, mi radio
Entonces oigo lo que no veo
Satisfaciendo en secreto a mi espíritu viajero
¡Él vivía! Fueran tres meses o una eternidad lo que le restaba de vida, ¡él vivía en ese instante! Cuando Adam terminó de cantar, Alastor quedó sin palabras, puso en transmisión los lamentos de las almas recién añadidas a su colección para tener tiempo de recomponerse. Adam se tumbó en el piso con sus músculos aun vibrando y ardientes. El Demonio Radiofónico se acercó a él con lentitud, incrédulo y fascinado. ¿Quién era ese hombre que se retorcía de cansancio? ¿Dónde estaba el hombre que solo tenía obscenidades en la cabeza? ¿Quién era ese ángel que lo hacía sentir vivo? Se paró junto a él y le miró desde arriba. Y al verlo de cerca, vio a un hombre fanático por disfrutar la vida, por llevar al límite los deseos de su alma, por descubrir el mundo de alguien más. ¡Un hermoso ángel que disfrutaba de ser un humano!
— ¿Lo hice bien? — le preguntó Adam aun jadeando.
— Lo hiciste excelente.
Alastor sonrió sin rastro de malicia, y Adam le respondió de igual forma, y una infecciosa carcajada los llevó a un mundo donde solo existían ellos dos.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Si todos en el hotel no hubiesen estado al tanto de las necesidades sexuales de Adam, bien podrían haber sospechado de su acalorada presentación que enalteció a la radio. Tomando en cuenta su rechazo a experimentar el sexo con alguien de su mismo género, su bravuconería e insistentes burlas, ni Lucifer ni Husk contemplaron la posibilidad de un amor prohibido. ¡Adam no podría entallar en los estándares de Alastor ni porque volviera a nacer cien veces! ¡Él era todo lo que Alastor odiaba de una persona! Narcisista, sin etiqueta, de vocabulario pordiosero, irrespetuoso, depravado, y la lista podía seguir y seguir. ¡Pobre anfitrión que tenía que aguantarse las majaderías de tal indeseado inquilino! Tanto Charlie como Lucifer se acercaron al ciervo para agradecerle su compromiso para con el hotel. “Debes soportar a ese imbécil. Sé que lo haces por mi Manzanita, y por eso quiero decirte lo mucho que significa para mí tu esfuerzo”, le expresó el diablo. Puede que los primeros acercamientos fueron impulsados por esta orden, sin embargo, ya para ese tiempo, a Alastor le importaba la redención no por Charlie, sino por Adam y sus deseos de redimirse. El Hotel Hazbin no entraba en su ranking de metas principales, y que no se malentienda, Alastor seguía simpatizando con Charlie, pero su preocupación por mantener a flote al hotel se traspapeló en medio de todos sus verdaderos problemas.
Cinco días después de su presentación, Adam obtuvo luz verde por parte de Charlie para salir. Después de una fugaz decepción al enterarse que no podría ir a Lujuria, reformuló su petición: “Entonces quiero ir al prostíbulo con las putas más desquiciadas. ¡Unas que se dejen hacer de todo! ¡Quiero cogérmelas hasta por las putas orejas!”. Angel Dust, como buen experto en la materia, se sumó a la Noche de putas, tal como la nombró Adam, y se ofreció a llevarlo a los lugares más ardientes de todo Orgullo. “No me perderé la oportunidad de ver al Rey de las Vergas coger. ¡Quiero comprobar lo que tanto presume!”. Con Angel Dust a bordo, Cherry Bomb también se subió al barco. Con enfado, pero con muchas ganas de beber, Husk aceptó acompañarlos. Angel le pidió ir como escolta, no era la primera vez que lo hacía, por lo menos una vez cada tres semanas, ellos salían a pasar el rato. Lucifer se negó a que Charlie fuera la chaperona de la noche, ofreciéndose a relevar a su hija, terminó por ser el cuarto integrante de la Noche de putas. El quinto y último miembro en unirse fue Vaggie, que accedió a ir para hacerle compañía a su suegro.
Durante los dos días previos a la gran noche, Adam no paró de hablar de todo lo que haría y qué tipo de mujeres esperaba encontrar. Angel Dust lo suministró con una gran variedad de juguetes sexuales. Una tarde, llegó del trabajo cargando una mochila repleta de vibradores, dildos, accesorios, preservativos, lubricantes y cuanta cosa pudo encontrar. “Son nuevos, no empieces a decir estupideces. Velo como mi contribución para Adam Jr.”, le dijo coqueto. El estómago de Alastor se retorció al ver a Adam darle una palmada en la espalda y las gracias a Angel, figurándole que vendía su afecto a granel por unos cuantos obscenos artilugios. “Si me los hubiera pedido, lo habría ayudado a conseguir todas esas porquerías”, pensó sin tomar en cuenta que el primer hombre en ningún momento le pidió favor alguno a Angel, y que todo fue por iniciativa de este último. De hecho, por la cabeza del primer hombre sí cruzó la idea de pedirle un favor similar al ciervo, pero, sabiendo que el sexo le era un tema incómodo, prefirió no acudir a él. Sin embargo, un favor que sí se atrevió a pedirle fue una nueva muda de ropa, siendo muy específico sobre lo que quería. Alastor solía darle la ropa a su gusto personal, no prendas muy formales, pero siempre con la mezcla de rojo, blanco y negro en la paleta de colores. El Demonio de la Radio hizo aparecer en las manos del ángel una chaqueta de cuero negra con estoperoles, unos jeans oscuros y una camiseta negra. Aunque, en esta última prenda, se tomó la libertad de añadir una letra A mayúscula en color rojo con cuernos de ciervo a los costados. “Ahora que lo pienso, nuestros nombres empiezan con “A”. Esta camiseta podría simbolizar a cualquiera de los dos”, le dijo Adam feliz, antes de meterse a su recámara a probarse la ropa. Alastor también se retiró a su recámara, preguntándose si esa letra la había puesto ahí por el nombre de Adam o el suyo propio.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Alastor, Charlie y Niffty despidieron al grupo en el vestíbulo, casi frente a la puerta principal. El diablo se acercó por quinta vez a Alastor para recordarle que solo iba como cuidador y que no tenía planeado ser partícipe de ninguna actividad. “Cuando regresemos, puedes preguntarle a Vaggie, ¡me portaré bien!”, le prometió y se despidió con un beso en la mejilla. Alastor le respondió que se divirtiera, sin mostrar el gozo que sintió con aquel juramento. Husk se mantuvo de espaldas, esquivando la tortura de ver la melosa escena entre Lucifer y Alastor. Con un beso en los labios, Charlie y Vaggie también se despidieron. “Noche de putas, noche de putas, noche de putas…”, salieron coreando Adam, Angel Dust y Cherry Bomb. Tras desearle buenas noches a Charlie y Niffty, Alastor también se retiró del vestíbulo.
El camino hasta su habitación fue para Alastor un camino de reflexiones. Él gustaba de pensar, o, mejor dicho, sobrepensar. Rumear sus ideas las esclarecía, sin el poder de la adivinación, fue lo más cerca que pudo estar de predecir los acontecimientos y saber por cuál piso andar. Sin embargo, el futuro no era el único acontecer en su mente, muy ameno, y quizá de manera poco sana, también gustaba de releer su pasado. La mente puede ser caprichosa, guarda datos sin permiso, olvida eventos importantes o falsea hechos. ¿Cómo confiar en la memoria? Por ello, Alastor solía consultar, una y otra vez, sus recuerdos en busca de piezas perdidas en el rompecabezas de su vida. En el último mes, Adam rebotó en su cabeza sin que pudiera detenerlo. Y para entender este pensamiento, tuvo que acudir a su memoria en busca de explicaciones a las emociones que sentía al ver los cambios en el comportamiento del ángel. ¿Por qué, de pronto, se mostraba más sociable? ¿El sexo era el único motor? Y, más importante que todo, ¿por qué le molestaba a él? Si tuviera que echarle la culpa a algo o alguien, dedujo que debía ser a su imaginación. De niño, le fascinaba inventar cosas con ella. Pero el tiempo le enseñó que la imaginación era un arma de doble filo, daba esperanza, pero una falsa; por consiguiente, la imaginación era inútil. Se obligó a estar en perpetua lucha contra su personalidad soñadora, las idealizaciones eran un lastre en su necesidad de certeza. Ya se había atrevido a romper la valla, con la cual mantenía confinada a su imaginación, con otros, obteniendo funestos resultados. Y esa valla desvencijada la estaba rompiendo de nueva cuenta con Adam y sus esperanzas inútiles.
Al llegar a su habitación, observó la puerta abierta de su vecino. “Esa manía de no cerrarla”, se quejó en alta voz. Se acercó a la alcoba de Adam con la intención de jalar la puerta, pero, al tener la perilla en su mano, su vista se fijó en la guitarra del primer hombre empotrada en un atril. Fuese un capricho de su memoria o su consciencia, pero esa guitarra lo trasladó a la noche que el ángel tocó en su torre de radio. Si en el cuerpo de Adam vivían dos hombres diferentes, ¿cuál sería el auténtico? Hipnotizado por el instrumento musical, sus pies se adentraron a la habitación. El aroma de Adam seguía nadando en el aire, incluso sin su presencia, el ambiente lo llenó de una nostálgica sensación de esperanza. “¿Para qué la fe?, solo me hará caer más fuerte”. El rostro de Adam le sonrío en aquella oscuridad. Las amables palabras que lo consolaron se repitieron como si hubiese una multitud allí mismo. Los cálidos brazos que lo habían abrigado, lo sedujeron a viajar entre constelaciones sin nombre. Los latidos que escuchó en el pecho de Adam, hicieron que su propio corazón latiera. Y esa combinación de recuerdos liberó un encantamiento. Adam apareció frente a él, extendiéndole la mano y murmurando palabras que no pudo escuchar. Alastor tomó su mano y Adam lo sostuvo por la cintura. Una orquesta sin músicos se escuchó de fondo, y la noche se transformó en un vals. Sincronía perfecta, giros elegantes, manos amables. Sueño atemporal, perdido entre el pasado, el futuro y la nada. De niño deseó vivir en su imaginación, y ese deseo se convirtió en un ruego en esa alcoba. Pidió que las notas se alargaran, que los minutos se transformaran en siglos, vivir en los cuentos de las mil y una noches. Los brazos de Adam se aferraron a su cuerpo, atrayéndolo, necesitándolo. Y entonces la voz de Adam cobró vida. “Te amo”, le escuchó decir, y el hechizo de su imaginación se apagó. Alastor hiperventiló por la ruptura de su realidad. Una hendidura se pintó en su corazón al contemplar su soledad. Sus sombras salieron, sus lágrimas lo humillaron, su garganta secuestró su aliento, y nadie estaba allí para regalarle trozos de esperanza.
— ¡LA ESPERANZA ES INÚTIL! — le gritó a la imagen de Adam desvaneciéndose.
¿De qué le sirvió soñar de niño? Solo lo hizo esperar algo que nunca llegó. Y si esperaba algo en ese momento, supo que tampoco llegaría. “¡¿Con que estabas soñando, imbécil?!” Adam lo miraba a través de los ojos de un ángel. ¡Él vivía para ayudar a la humanidad, no a él! Alastor era un alfiler más clavado en el alfiletero de los necesitados, ¡y nada más! La esperanza daña más de lo que ayuda, ¿acaso no aprendió a dejar de soñar? ¿Por cuantos verdugos tendría que pasar antes de aprender? “¡No te ablandes, no lo dejes entrar!” Su vida oscilaba entre las manos de Lilith y Lucifer, pero a su corazón no le importó, ¡el muy traicionero solo le atrajo más problemas!
— ¡LA ESPERANZA NO TE SALVÓ, TÚ MISMO FUISTE QUIEN LO HIZO! — se gritó.
El dolor ve solo lo que quiere ver, y la memoria no sabe diferenciar entre el mundo que observa el dolor y el mundo real. ¿En verdad la esperanza lo arruinó? Si no hubiese sido un niño soñador, él mismo se habría quitado la vida mucho antes de llegar a la edad suficiente para librarse de su padre. Su memoria culpó a la esperanza, la culpó de crear ficciones para sobrevivir. ¡Hermosos sueños, pero que en la realidad no valían nada!
“¡Cualquiera que sea tu dolor! ¡Te ayudaré a soportarlo!”
El recuerdo de las palabras de Adam resonó en un eco. La esperanza era un soporte, no la solución. Y, entonces, ¿su memoria castigó a una inocente? Sus sueños lo sostuvieron de pie en espera de ayuda. Su madre le dijo: “Cállate y aguántate. Yo me aguanto que me quites a mi esposo”. Sus vecinos fingieron ser buenos ciudadanos y le dieron migajas de conmiseración. Sus maestros solo vieron que tenía buena cabeza para las matemáticas, pero ignoraron los moretones. Para la policía, fue solo un pobre niño más caminando por las calles. El cura le dijo que el sufrimiento lo llevaría al Cielo. Y, mientras todos lo ignoraron, la esperanza lo mantuvo vivo, soñando en un mundo mejor. Un mundo que tuvo que crear con sus propias manos.
— ¡NADIE TE SALVARÁ! ¡SOLO PUEDES SALVARTE TÚ MISMO!
Pero entre la esperanza y la imaginación, la línea que las separaba era muy fina. La esperanza ayuda a soportar la realidad, la imaginación se pierde fácil en la irrealidad. La imaginación le hizo creer que Adam estaba ahí, susurrándole un amor inexistente. La imaginación sobrealimenta a los deseos, escribe soluciones en el viento y con tinta invisible.
— ¡PUEDES SALIR DE ESTO SOLO! ¡DEJA DE SOÑAR!
Porque nadie lo ayudaría.
— ¡TODOS QUIEREN ALGO! ¡LA AYUDA TIENE UN PRECIO!
Vox le ofreció cumplir sus ambiciones a cambio de unirse a él. Husk le entregó su alma a cambio de tenerle a su lado. Lucifer le ofreció matrimonio a cambio de su libertad.
— ¡EL AMOR TIENE UN PRECIO!
Y Adam, ¿cuál sería el precio de su amistad?, ¿cuál sería el precio de su amor?
Alastor sacudió su cabeza, tratando de calmar a su mente acelerada. Echó un vistazo a la alcoba de Adam, despidiéndose de sus sueños entre lágrimas y jadeos. Confinó a su imaginación en una celda de castigo, condenándola por traición. Ya no podía seguir perdiendo en tiempo entre los brazos de un hombre que jamás lo voltearía a ver. Alastor combinó el llanto con risas, burlándose de su dolor. “¿En qué estabas pensando? De entre todos los hombres, ¿por qué lo escoges a él? ¡Él jamás te verá de esa forma, estúpido!” Los sollozos de Alastor cayeron al piso, grabando el fin de sus anhelos ocultos. Entre más esclareció sus sentimientos, más ridículo se sintió. ¿Por qué siempre soñaba alto? El dolor se volvió cada vez mayor, trató de calmarse con el aroma a su alrededor, el olor de la fuerza de un ángel. Su cuerpo succionó a sus sombras, no las usaría, no volvería a cometer el mismo error de caer en la dulce trampa del amor. Aun con lágrimas en los ojos, dio media vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta con un gran golpe. Y no solo cerró la puerta, también cerró a su corazón y a sus sueños.
Notes:
Hola.
Alastor empieza a tener sentimientos por Adam. No odien a Adam, él en verdad siente afecto por Alastor, pero no amor romántico (aún). Su gusto por el sexo es algo que sentí que no podía excluir, pero ya se tocará ese tema más adelante.
¡Ya viene Vox! No sabría decir si es bueno o triste, pero ya viene. Y también más de Lucifer. Husk se siente perdido, pero no derrotado. No odien a Angel Dust y Cherry Bomb, nadie en hotel tiene idea que Adam y Alastor en realidad sí se llevan bien. Si Angel lo supiera, supongo que se alegraría, y Cherry Bomb no trataría de tentar a Adam.
¿Qué les pareció el capítulo?
Por cierto, no puedo evitar meter canciones en algunos capítulos, me gusta mucho la música. Sorry, aun no puedo quitarme ese gusto de incluir canciones xD. Espero que esto no distraiga mucho de la lectura.Bueno, ¡muchas gracias por seguir la historia!
Nos seguimos leyendo
:)
Chapter 14: Capítulo 13: Tiempo
Notes:
¡¡¡⚠ ⚠ ADVERTENCIA ⚠ ⚠¡¡¡
Este capítulo describe pensamientos autodestructivos, leer con cuidado.-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
“De esta luna nueva a la siguiente, haré la última ceremonia”
“De esta luna nueva a la siguiente, haré la última ceremonia”
“De esta luna nueva a la siguiente, haré la última ceremonia”
La advertencia de Lucifer se aferró a la mente de Alastor y no lo soltó. No le bastó con llenarlo de interminables posibilidades, cada una peor que la anterior, también fue escarbando a través de su cabeza hasta llegar a su corazón, a su estómago, a sus pies, a todo su cuerpo. Enajenado, el Demonio de la Radio deambuló con su sonrisa mecánica, trabajó en el hotel como si fuese una marioneta, guiado por alguna parte de su alma que se enganchó a la idea de no exponer su dolor. Fue extraño, a los seis días de vivir como un alma en pena, la resignación, a la que pocas veces accedió, lo abrazó y le confesó al oído que era tiempo de ser libre. Aquel secreto fue maravilloso, dejó de sentir miedo, dejó de temerle a la cadena en su cuello. Por primera vez en mucho tiempo, el pesado metal no lo lastimó, dejó de asfixiarlo, las manos de Lilith se retiraron en silencio y sin dar pelea. Agachó la cabeza, más bien perdió la fuerza para mantenerla erguida, como una rama marchita que cede ante el cambio de estación. Fue el tiempo llamándolo, una cuenta regresiva le anunció que el dolor dejaría de torturarlo, que sonriera una vez más, la última. Tiempo compasivo, le prometió tranquilidad, le reveló que existía un mundo sin límites, donde cada cosa era parte de un todo, donde él encajaría, donde nadie lo cuestionaría, donde nada importaba, donde la existencia dejaba de doler.
Ya había presentido el fin cuando perdió su poder por siete años, en sus débiles manos vislumbró la verdad de su insignificancia, aunque él era un luchador, y se negó a la idea de convertirse en un esclavo. Pero el tiempo esclarece las mentiras, no tenía escape, no en sus pordioseras circunstancias. ¿Por qué sufrir por lo inevitable? Durante los últimos dos meses, su habitación la había llenado de pilas de libros. Entre idiomas que desconocía, magia exclusiva de la realeza demoniaca, hechizos que su cuerpo no soportó e información que le tomaría años comprender; aceptó que no bastaba la voluntad, nada le ganaba al tiempo. Si los humanos están condenados a ser libres y carentes de un destino, entonces la vida de los seres humanos se reducía a momentos, emociones aisladas, felicidad efímera y subjetiva, disfrutar el sinsentido de la vida. ¿Él había disfrutado su vida? Es triste cuando un humano comienza a pensarse en tiempo pasado, tras escuchar el veredicto de Lucifer, Alastor pasó a hablar de sí mismo como si ya no existiera: “cuando vivía, cuando podía, lo que me gustaba, lo que hacía”. Pero nadie lo escuchó, nadie escuchó que ya se había matado con el pensamiento y con el lenguaje. Si antes no soportó a sus lágrimas, fue porque iban acompañadas de dolor y miedo. Sin embargo, el dolor y miedo perdieron el sentido. Las lágrimas llenaron sus días, pero fueron custodiadas por tristeza, y después de la tristeza lo abrazaba la calma, la tranquilidad de que ya nada importaba. Su mente y su corazón fueron libres de preocuparse, ya no habría más heridas, el tiempo llegaría a reclamarlo, y él se entregaría como ofrenda de manera voluntaria.
Así como el miedo se fue, ni siquiera notó cuando otras cosas se fueron. Perdió el apetito, la emoción por sus programas de radio, sus ambiciones de poder, su empeño por deslumbrar, su gusto por beber y fumar, la pasión que encontraba en la música, el ritmo en sus pies al bailar, la fuerza para abrir sus ojos cada mañana. Vivir en espera de la muerte le quitó toda angustia e incertidumbre. Alastor llevaba mucho tiempo huyendo de estas dos emociones, por ello, pensar en su muerte le quitó esta carga, su mente se mantuvo quieta, apagó el perpetuo modo alerta. Sus sueños se liberaron de las pesadillas, las sombras que lo torturaban lo dejaron descansar.
Lo qué hacía a Alastor ser Alastor, se fue desvaneciendo. Aislado y con la excusa de estar ocupado en asuntos que no eran de incumbencia de nadie, se apartó del grupo. Para Charlie no fue novedad que se ensimismara y volviera a desatenderse de su puesto como anfitrión. Ya volvería a integrarse cuando sus actividades personales se lo permitieran. Vaggie, Angel Dust y Cherry Bomb apenas percibieron su ausencia. Lucifer se encantó con la docilidad que surgió nuevamente en Alastor. Si le pedía un beso, lo besaba. Si le decía ven a mi palacio, iba. Si le invitaba a comer, comía. Sumido en sus sueños, el diablo no distinguió el cambio en la voz, sonrisa y mirada del Demonio Radiofónico. Husk, quien usaba la paciencia como su mayor apuesta, volvió a tomar el camino de la espera silenciosa. Le preguntó varias veces sobre su actitud, pero se mantuvo al margen del no pasa nada que recibió como respuesta. Le reafirmó su amor. Con el temor de que, tal vez, Alastor estaba contemplando la idea de regresar con Lucifer, sus pensamientos se saturaron de planes para impedirlo. El ciervo ya le había cortado el habla y el contacto físico en el pasado, y no miró la diferencia en esta situación.
Alastor no esperó nada de nadie, solo esperaba al tiempo, sonriéndole, añorando el día en que conocería la máxima libertad de un ser humano. Sin embargo, la presencia de Adam se le convirtió en un pesar. Ante él, se sintió como un cobarde. Su corazón volvía a palpitar con solo verle, y un hubiera se grabó en su libro de cosas que ya no podría hacer. Escuchar el ruego de su propia alma lo desconsoló, ella suplicó para que su lamento fuera escuchado, pero Alastor se fue cansando hasta el punto en el que respirar lo agotaba. Toda su energía la usó en fingir una apariencia decente, por lo menos aceptable, de tal modo que nadie le preguntara, que nadie sospechara, hacer feliz a Lucifer para que le dejara tranquilo, que Adam no descubriera el amor en su mirada. Mes y medio, dos lunas nuevas, eso era todo. Cada día al despertar se cuestionó por qué no acortar el tiempo. Podría hacerlo, tenía lista la daga de acero angelical, un mes o un día, ¿cuál era la diferencia? Muy en el fondo, amordazados y cautivos, sus deseos de vivir lo alentaron a seguir existiendo hasta el último momento.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Lilith y Lucifer pecaron, según el Cielo, de sucumbir ante el orgullo, se creyeron más sabios que Dios y decidieron cambiar el plan divino estipulado. Sin embargo, poco se habló de los ángeles en el Cielo que tuvieron que tomar las riendas del mundo humano, señalando lo bueno y lo malo según sus principios. ¿Acaso esta subjetividad no fue pecar de orgullo también? Para Adam, el Cielo era sinónimo de Dios, y, teniendo la tarea de poblar la Tierra, se otorgó el papel de creador supremo, echándoles en cara a los humanos que le debían a él su existencia. Fue el primer padre autoritario de la humanidad, ese tipo de padre que le recuerda al hijo hasta el plato de comida con el cual lo alimentó. Tal argumento de grandeza permeó el camino de Adam cómo ángel, viendo a los humanos como su responsabilidad, incluida la responsabilidad de sentir compasión, creyó que era su derecho vigilarlos y juzgarlos. Así como un padre abogado que desampara al hijo que quiere ser músico y no abogado, Adam les revocó el título de hijos, después de humanos, a quienes no hacían lo que él consideraba aceptable o bueno, su compasión fue discriminatoria. Y cuando se llenó la boca al decir que amaba a la humanidad, no advirtió el auto engaño. No la amaba, amaba ser un creador, no amaba a toda la humanidad, amaba solo a una parte de ella.
Pocos fueron los que quisieron conocer y entender a los pecadores, y como lo diferente es peligroso, lo diferente es dañino, se les otorgó doble condena. A los pecadores se les puede tratar como bestias, y no importó que, para castigarlos, el verdugo tuviese que comportarse como una bestia también. El permiso divino justificó los actos de brutalidad, y Adam se negó a reconocerse como monstruo. Cuando Alastor lo acusó de disfrutar los exterminios, Adam no halló argumento para desmentirlo, porque no existía tal refutación, él sí disfrutó la matanza, llegó a convertírsele en diversión, algo tan natural como ir de paseo o al cine. Tal vez sus jefes en el Cielo no desearon ver a Adam como un monstruo, pero los pecadores ojos de Alastor reconocieron a uno de los suyos, solo un monstruo pudo entender las motivaciones de otro de sus iguales. Ya en el Infierno, Adam logró entrever que un error nacía de otro, creando una cadena larguísima, dejándolo con más dudas que respuestas. Nadie advirtió los cambios en él, porque nadie quería conocerlo más allá de lo que se percibe a simple vista. Ni siquiera Charlie, quien se empeñaba en trabajar la conducta de los pecadores, pero no en descubrir los motivos que los llevaron a comportarse de tal modo. El problema estaba en la raíz de aquellas plantas, no en cuanto sol recibían.
Los complejos pensamientos de Adam desarticularon el paradigma de su realidad. Escondido en su habitación, se llenó de libros, facilitados por Alastor, en los cuales trató de hallar el punto exacto en donde falló como ángel, pero lo que encontró fue que se desconocía a sí mismo. Si quitaba su papel como padre de la humanidad y ángel justiciero, lo resultante fue que su vida carecía de pasión propia. Charlar con Alastor le recordó lo bello en la simplicidad de los humanos. El Demonio de la Radio no necesitaba de un destino, moldeaba los recursos a su disposición para alcanzar sus metas, disfrutaba de sí mismo, conocía sus limitaciones. Adam se sintió como el humano menos humano, porque sus pasiones fueron órdenes, sus propósitos eran los de alguien más, su todo era el Cielo. Nunca se preocupó por el tiempo, porque se creía inmortal, un humano se debe preocupar en qué gastar su tiempo, pero él deambuló con un propósito interminable, gastando su energía en una labor sin fin. No fue sino hasta llegar al Infierno, y notar que su tiempo en el Cielo era finito, que comprendió que nada era y nada tenía. Y el terrorífico pensamiento de haber errado desde el inicio de su vida lo sepultó en la desesperación. “Debí haberme largado como Eva”.
Tratando de distraerse, concentró su tiempo en la música, pero le fue insuficiente. No porque la música no le gustase, sino porque su desesperación fue más grande. Entonces le insistió a Charlie con salir, el sexo nunca le falló, requería frenar a su mente, descargar sus frustraciones, perderse entre el placer, usar y dejarse usar. Por esa noche logró distraerse. No le importó las miradas curiosas, se sacudió el poco pudor que aún tenía y se dejó dominar por la lujuria. Perdió el conteo de mujeres después de la séptima, dejó de importarle si ellas tenían uno, dos o más ojos, o si tenían más de un par de brazos, incluso si su apariencia era animalesca, todo pasó a segundo plano. Cuando salieron del burdel, Vaggie le dijo que era un animal, Lucifer que daba asco y Angel Dust lo felicitó. Al llegar al hotel, todos los insultos y elogios ya los había olvidado, solo quiso engancharse al éxtasis que se desvanecía de a poco en su cuerpo. Con el permiso de la princesa para salir cada quince días, utilizó la alienación sexual como centrífuga. Consumido por el placer de los orgasmos, se preguntó por cuánto tiempo podría evadir sus problemas siendo un visitante de camas ajenas.
Aunque Adam estaba en extremo consciente de que había caído al Infierno, que vivía en el Hotel Hazbin, rodeado de desagradables pecadores, y que su redención era esencial para cambiar la dinámica entre el Cielo y el Infierno; todo le pareció incidental, como un escenario en el fondo que solo adorna, de lo cual se podría prescindir. Conteniendo un resentimiento sin destinatario, optó por priorizarse a él mismo y a su mente, siendo la única excepción Alastor, quien se le convirtió en una constante. ¿Cuándo y cómo rebasó la línea de lo que era importante y lo que no lo era? Esa respuesta estuvo de más. Sin embargo, el momento en que Adam reconoció que, en efecto, Alastor le importaba, fue después de tres días en los cuales solo recibió frases cortantes por parte del ciervo; y este hecho lo alejó de su propia desesperación. La hostilidad de Alastor se transformó en una preocupación lo bastante caótica como para eclipsar su crisis existencial. “Si esa perra me hace abrazar a ese pendejo otra vez, vomitaré del asco”, le dijo después de una actividad integradora. El tono de fastidio en la respuesta de Alastor lo tiró al suelo: “Procura tener un balde cerca”. Escuchó el sarcasmo, pero falto de diversión, solo hartazgo salió de esos amarillos y filosos colmillos. Y allí, Adam supo que estaba siendo ignorado. Pese a que no estaba acostumbrado al rechazo, la antipatía de Alastor no le ofendió. En verdad no creyó tener culpa alguna de aquella displicente actitud. En cambio, supuso que los problemas que tanto mantenía ocultos Alastor, debieron de haber escalado a niveles insostenibles.
Adam esquivó los desplantes de Alastor por algunos días. Dado que la mayor parte de su tiempo la empleaba en leer, la música y conversar con Alastor, le fue casi imposible no advertir la distancia que el ciervo puso entre ellos cuando sus días se atiborraron de libros y partituras. La indiferencia le duró unos doce días antes de inquietarse, y no solo porque le extrañara, sino porque comenzó a ver alarmantes cambios en Alastor más allá del mal humor. Al igual que Husk, Adam reparó que, durante las comidas, los alimentos del Demonio Radiofónico permanecieron casi sin consumir. Incluso modificó su dieta, dejó de salir por carne al Barrio Caníbal o conseguir ciervos para el desayuno. Pasó de realizar dos trasmisiones a una por día, y, en las últimos tres, la mayor parte del tiempo solo se escucharon gritos o música en repetición. Actividades como cocinar o beber fueron suplantadas por interminables periodos de sueño. Y si todos estos síntomas no bastaran para intuir que Alastor atravesaba alguna adversidad, Adam presenció una escena que dejó a su alma desgarrada. Una noche, al dirigirse a su alcoba, observó a Alastor ser arrinconado por Lucifer frente a su puerta. “He sido tan paciente, solo déjame tocarte un poco, no llegaré al final”, escuchó al diablo exigir. Las orejas agachadas, las sombras alargándose en el piso, el rostro escondido, conductas involuntarias que le dieron a entender que Alastor se resistía al contacto. En un breve movimiento, alcanzó a observar la mirada ausente del ciervo, Adam se aterró con esos ojos, los conocía, ¿cuántos humanos con esa mirada había visto rendirse? Su lejano instinto de ángel lo meneó, haciéndole imposible la tarea de ignorar a los otros dos demonios. “Suéltalo, enano de mierda, ¿no entiendes que no quiere?”, exclamó, interrumpiendo el asedio. Adam y Lucifer se hicieron de palabras, sacaron a colación problemas del pasado que poco tenían que ver con el problema inicial, y, al tornarse absurdos los argumentos para ofenderse, Alastor los detuvo. “Te recomiendo que no te metas en nuestros asuntos”. Adam sintió a su corazón encogerse y a su valentía disiparse cuando Alastor bajó la mirada con resignación. Al final, lo único que logró fue que Alastor trasladara el alboroto a su recámara. Lucifer sonrió complacido y lo siguió adentro, mientras se despedía con una señal obscena. Adam esperó afuera por algún llamado de ayuda o, por lo menos, para cerciorarse de que Lucifer abandonara la habitación. Sin embargo, después de casi dos horas se dio por vencido, y entendió que Alastor debió de haber terminado por acceder a las demandas del otro. Aquella noche no logró conciliar el sueño, la culpa lo carcomió con gran esmero.
A casi un mes de la última vez que Alastor irrumpió en su habitación en busca de su toque de fe, la preocupación de Adam se disparó. Cada que se acercó con la intención de extender su mano fue rechazado, y comenzó a preguntarse si la indolencia con la cual Alastor lo estaba expulsando de su vida se debía a Lucifer, a su personalidad hermética o si había hecho algo para ofenderlo. Revivió las últimas charlas que tuvo con el ciervo, tratando de encontrar alguna palabra mal dicha, una burla fuera de los límites permitidos, un gesto extraño o cualquier indicio de haber errado. Cuando era un ángel guardián, podía juzgar la vida de los humanos desde afuera, gustaba de puntear sus errores y anticipar sus tropiezos. Sin embargo, los humanos eran más como conejillos de indias que debía cuidar y descartar si era preciso. “Amo a la humanidad”, había pregonado, pero lo que amó fue ser un juez que nunca es juzgado. Cayó en cuenta que llevaba muchísimo tiempo sin que le importase un ser humano de manera honesta, en otras palabras, pues, no solo por ser el padre de la humanidad, un ángel o su obligación, sino por la sencilla razón de estimarle, de quererle en un buen sentido. Él decía preocuparse por los humanos, pero lo que le preocupaba era su creación, su legado, su posición.
“¿Por qué verga te importa?”, se regañó, pretendiendo ignorar el asunto por un par de días al querer suponer que en el Infierno esos problemas eran naturales. Trató de rebobinar la imagen del ciervo al de un simple pecador con el poder suficiente para salir del hoyo en donde estaba metido. No obstante, una noche se despertó de golpe, con la sensación de ser observado por alguien. Aun con el susto en su pecho que subía y bajaba, alcanzó a ver a la sombra de Alastor disolverse en el piso. La duda, sobre si aquella visión fue producto de sus sentidos adormilados, se disipó al escuchar un tenue, pero desgarrador, lamento. El primer hombre se levantó con cuidado, pese a estar solo, se movió despacio, procurando hacer el menor ruido posible. Pegó su oreja a la pared compartida con Alastor, corroborando que este debía de estar llorando. Una urgencia por abrir un portal y obligarlo a recibir su toque de esperanza se enganchó en su mente, sin embargo, dedujo que no haría más que molestar al Alastor y terminaría por ser expulsado por completo de su vida. Esperó la llegada del alba con la paciencia que jamás tuvo por nadie. Esperó sentado al lado de la pared, simulando que, de alguna forma, le hacía compañía a Alastor. Esperó entre lágrimas, con la certeza de que, por primera vez, su preocupación por un ser humano era genuina, sin que existiera ningún rastro de superioridad.
A la mañana siguiente, tan pronto comenzó a saludar la luz del sol, Adam tocó la puerta de Alastor. No fue sino hasta el quinto golpeteo que la puerta se abrió. El primer hombre entró con sus pies vacilando en dónde pisar, el rostro frío y la garganta seca. Alastor no le dedicó movimiento alguno, permaneció solemne, pero al mismo tiempo demacrado, el rostro de un honroso desahuciado. La mirada del ciervo estaba sumergida en el infinito paisaje de su pantano, perdido entre la vigilia y el sueño. Frente a Adam, Alastor no sintió la necesidad de fingir vitalidad, él sabía más que los demás, le había visto llorar entre sus brazos, le había regalado cachos de esperanza. Aun cuando ignoró al primer hombre hasta donde su resistencia pudo, queriéndole dar a entender que era un estorbo, estaba allí, en su habitación con el rostro agobiado. Podría aparentar ser un tonto, pero su intuición angelical no era una broma estúpida. Si le veía mal o no, careció de importancia, supo que no podría engañarlo. Mantuvieron el silencio por un largo rato, hasta que Adam se atrevió a ofrendar la primera palabra, con gran determinación, fue directo a la razón que lo había empujado hasta la habitación del ciervo.
— Alastor, si he hecho algo para ofenderte, quisiera saberlo — pronunció Adam, haciendo que Alastor volteara a verlo desde la silla en la que se encontraba sentado.
— No has hecho nada.
Tras su respuesta, Alastor volvió a fijar la mirada en su pantano, aunque las palmas de sus manos se cubrieron por una fina capa húmeda, sintiendo el cosquilleo inevitable de los nervios. Su concentración se evaporó, inspeccionó cinco veces el mismo junco que sobresalía de entre la maleza sin hallarle sentido a lo que observaba, y fingió que ese junco era lo suficientemente importante como para no perderle de vista. Adam permaneció callado por cinco minutos más, le echó un ojo al estante de libros, al pantano, al techo y por último a la cama tendida y sin señales de haber sido utilizada. Se mordió el labio inferior y meneó los dedos de sus manos, tratando de encontrar algo en qué entretenerse. Él podía ser bueno en muchas cosas, como dando órdenes, en el sexo, en las distintas artes, los deportes, idiomas, memorizando datos, y en muchas otras más; pero convertir sus sentimientos en palabras no era una de ellas.
— Oye…, Alastor, amigo… — Adam frenó en seco a su lengua cuando reparó que había mencionado la palabra amigo.
El cosquilleo se extendió en todo el cuerpo de Alastor, sus dientes rechinaron y sintió un peso irreconocible en su pecho, un peso cálido, doloroso, confuso.
— No quiero que me tomes como un pendejo, porque tuve que agarrarme bien los huevos para venir a decirte esto… — dejó salir un enérgico suspiro, dándose ánimos para continuar hablando — ¡Te extraño!, bueno, ya sabes, extraño que pasemos el rato juntos. Quiero decir, no solo eso. Tú también, idiota, a ti…, ya sabes. Me caes bien, eso… Sí, eso.
Alastor giró su rostro entre pausas hasta toparse con el par de ojos que lo miraban. No consiguió mitigar el dolor que le hizo fruncir el entrecejo, la mirada de Adam era amable, tan compasiva que la creyó irreal. Un ángel lo veía con devoción, fue a su alcoba para decirle amigo, tocó a su puerta y se tragó el orgullo para confesarle que lo extrañaba. Con la mente aprensiva, procuró sepultar sus ilusiones, reduciendo los sentimientos de Adam a mera condescendencia.
— He estado muy ocupado. Te sugiero que encuentres otra forma de pasar el rato, mis servicios como entretenimiento están cerrados. Una disculpa, mi estimado compañero. Quizá te convendría hablar con Charlie para que te otorgue el permiso de salir más a menudo.
Adam se mordió los labios con mayor fuerza, aguantando el nudo en su garganta. Una presión lo hizo sentir débil. Tragó varias veces la saliva que se acumuló prontamente. No supo que contestar, porque no descifró qué sucedía en su cuerpo. Frente a Alastor se sintió pequeño, inhabilitado, como si estuviera vacío, sin huesos y sin órganos, solo quedó el ardor punzando en su piel.
— Estoy acostumbrado a ver a los humanos sufrir, a que se peleen y hagan de su vida una mierda, y se supone que debía ayudarlos, porque pensaba que yo amaba a la humanidad. Hasta ahorita me doy cuenta que en verdad nunca sentí nada por ellos más allá de una obligada compasión. Pero tú eres distinto, tú me caes bien por lo poco que sé de ti. No quiero sonar como un marica, pero…, pero…, ¡aagh! ¡creo que estoy pendejo porque ya ni sé lo que estoy diciendo! — Adam se detuvo, tratando de encontrar las palabras adecuadas que expresaran su sentir — Mira, Alastor, no te veo como una forma de entretenerme, en verdad me caes bien…, y me preocupas. Solo quiero decirte que, si me necesitas, puedes contar conmigo, ¡lo digo en serio! Incluso si ya no quieres que hagamos cosas juntos.
Alastor no cambió de posición, mantuvo la mirada en Adam, asimilando los irreconocibles sentimientos confesados. Los había leído en libros, visto en películas, escuchado en sus fantasías, pero jamás vivido en la realidad. Todo tenía un precio, Adam no podía ser la excepción a la regla.
— ¿Qué ganas con ello? ¿Crees que, comportándote así, podrás regresar al Cielo? — su risa burlona se avistó por unos segundos.
— ¡¿Qué verga dices?! — preguntó con incredulidad — ¿Crees que esto me redimirá? Mis pecados son más grandes que esto, ayudar a un pecador no me llevará al Cielo. ¿Sabes algo? Llevo todos estos jodidos meses tratando de entender qué necesito hacer para regresar allá arriba, pero verte así, jodido y pudriéndote en quién sabe qué mierda, ha hecho que me olvide de todo. ¡Ni siquiera he tenido tiempo de pensar en el puto Cielo!
¿Cómo un ángel caído podría olvidarse del Cielo? ¿Cómo alguien podría olvidar sus problemas para preocuparse por unos ajenos? Tal verdad al desnudo hizo a Alastor sentir una doble conmoción. Por un lado, las súplicas en su corazón festejaron, envueltas en un delirio, por ser escuchadas, por otro, el tiempo le recordó que ya no tenía esperanza alguna.
— No te entiendo, ¿por qué te importa? Esto no tiene sentido.
Adam abrió la boca, su cuello se estiró, incluso dio un paso al frente, pero aplacó la confesión que quiso escapar. La cobardía lo regañó en sus pensamientos, cerró sus ojos para acentuar la amonestación. Con los puños bien apretados, se obligó a saldar la deuda con su corazón.
— Por que en verdad te aprecio, Al — le dijo con firmeza, casi como si hiciera un juramento con su mano puesta sobre una biblia — Te considero mi amigo, y quiero estar contigo, incluso si no puedo ayudarte. Por favor…, déjame acompañarte en lo que sea que estés atravesando. La soledad hace que el sufrimiento sea más grande…, no sé, quizá no sirva de mucho, pero al menos podríamos llorar juntos.
Adam sintió arder su rostro, algo dentro de él escaldó sin que pudiera hallar el punto exacto del malestar. Dio media vuelta y salió de la habitación sin querer examinar el significado de todo lo que había dicho. Al mover su boca, las palabras brotaron de algún lado desconocido, exponiendo a sus sentimientos como nunca antes. Al hablar, no se reconoció en lo absoluto, no insultó, no mintió, no exigió. Quizá su mente se atrofió de tanto repensar, o el Infierno ya le estaba pasando la factura por su estadía. Huyó del lugar con la esperanza de que Alastor lo hubiera entendido más de lo que él mismo se entendía en ese momento. Si había actuado como un estúpido o no fue lo de menos, si con eso lograba que el Demonio Radiofónico entendiera que tenía su amistad y afecto en sus manos. La amistad sabe cuándo alejarse, pero también cuando debe acompañar. La soledad difiere de sentirse solo. En la soledad, nace la existencia de uno mismo. Cuando alguien se siente solo, incluso uno mismo se disipa. Alastor solía disfrutar de la soledad, porque no se sentía solo en ella, pero cuando Alastor dejó de ser Alastor, Adam quiso sentarse a su lado, quiso sostener su mano, en silencio y sin pensamientos, con la esperanza de no dejarlo sentirse solo. El primer hombre caminó a prisa sin una dirección en específico. Caminó para aplacar a su mente. Caminó para que su corazón le explicara qué acababa de hacer. Caminó para meditar cómo iba a darle la cara a Alastor después de semejante sarta de cursilerías. Caminó para secarse las lágrimas y tener la fortaleza de acompañar a Alastor a dar sus últimos pasos.
Notes:
¡Hola!
Una disculpa por la demora. Cuando releí el capítulo para tratar de editarlo, no me gustó para nada. Jajajajaj, me dije: "Mi misma, ¿qué pasó aquí? Y terminé por reescribir el capítulo dos veces. Para serles franca, aun sigue sin gustarme mucho el capítulo, pero sentí que entre más lo leía, más modificaciones iba a seguir haciéndole. Y, pues, bueno. Ya mejor lo dejé así. Cambié un suceso, así que eso modificó los siguientes dos capítulos, no tanto, pero tendré que reescribir parte de ellos también. No sé, en un punto de este capítulo me pregunté si la historia era buena idea, jajajaj. ¡Ay, ya no sé! Solo espero que este capítulo no esté tan chafa (mala calidad) o aburrido.
Bueno, eso es todo por hoy.
¡Gracias a todos por seguir la historia y por dejar sus comentarios!Nos seguimos leyendo.
:)
Chapter 15: Capítulo 14: El consuelo de la inocuidad
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Adam tenía reglas inquebrantables para sus encuentros sexuales. Varias malas experiencias le hicieron ser muy puntual sobre lo que podía ofrecerles a sus fugaces amantes. El límite de encuentros con una misma mujer era tres, más allá de eso lo consideraba demasiado íntimo y muchas veces ocasionó problemas sentimentales, odiaba que las mujeres quisieran más que sexo. Evitaba en lo posible a sus colegas, ese fue el motivo que le dio a Lute cuando le insinuó que deseaba atravesar la raya del compañerismo, y, de hecho, no solo fue ella, tuvo muchas más propuestas similares. Podía sacar a flote sus encantos para seducir, pero evadía toda pregunta personal que rozara sus reflexiones sobre la vida, ideales, temores, sueños. Y así como estos ejemplos, existían muchísimos más, sin embargo, de entre todas las reglas de su libro para el libertinaje, había una a la que hacía mayor hincapié: no dormir con nadie. Muchas veces recibió reclamos cuando al terminar el acto sexual, con llana tranquilidad, se levantó, se vistió y dijo adiós. Sus horas de sueño eran algo que le asqueaba compartir. Disfrutaba tener sexo con ellas, pero dormir con ellas, no. Tener que pasar la noche junto a alguien le molestaba, sintiéndose con la obligación de mostrar afecto, tenía que fingir interés en acariciar y besar esos cuerpos desnudos que habían perdido ya todo su encanto. Él solía preguntarles: “¿te gusta el sexo o solo quieres la compañía de alguien?” La respuesta obtenida le ayudó a sortear a sus posibles amantes. Si una mujer gustaba del sexo, no requeriría de algo más que placer. Pero aquellas mujeres que, deseosas de sentirse amadas, caían en la trampa de usar el sexo como consolación, posiblemente terminarían heridas y desilusionadas y, en consecuencia, sería un problema para Adam.
No engañó a nadie ni prometió algo que creyera incapaz de cumplir. Podría decirse que fue honesto de manera brutal, aunque no solo eso, también pecó de vanidad. ¿Qué más podrían esperar de la primera verga de la humanidad? ¡Gracias le deberían de dar por otorgarles al menos una caricia! La compañía no era algo que le desagradase, al contrario, estar rodeado por ángeles que lo idolatraban le fue placentero. Recibir atención sin otorgarla se volvió su estilo de vida. Los gracias y elogios le cayeron por montones, provocando que en verdad se viera como un prodigio, un mesías, un hombre magnánimo. Al ser creado para poblar la humanidad, no se concibió como un lujurioso pecador, su apetito por el sexo era una virtud, no un pecado, eximiéndose así de la culpa. Compartir ese apetito era, en su cabeza, un honor para sus amantes, pero esto no significó que debiera amarlas. En conclusión, para Adam, compartir la cama durante el sexo era un acto de placer, pero compartir la cama para dormir era un acto de amor. Dormir con alguien le provocaba un gran disgusto, porque era su espacio, era su tiempo más íntimo, su momento de ser vulnerable donde solo eran él y sus sueños. Sin embargo, no contempló que esta regla la rompería no con una amante ni con una mujer, sino con un amigo, un amigo hombre.
Después de pasar todo el día examinando sus propias palabras, Adam se fue a dormir sin haber encontrado el valor de encarar a Alastor, algo muy impropio de él. ¿Cuándo el Puto Amo requirió juntar valor para hacer algo?, él hacía lo que quería, cuando quería y listo. Acostado en su cama, con la tenue luz de una lámpara parada en la mesilla de noche, trazó caminos en el techo, dejando a los minutos transformarse en horas. Un sonido húmedo y viscoso lo despabiló y le hizo girar el rostro en búsqueda de aquello que lo ocasionó. Desde el piso, como si fuera brea hirviendo, unas sombras, apenas perceptibles con la vista, burbujeaban inquietas e indecisas. Adam se sentó en la cama para contemplar el espectáculo desde un mejor ángulo. Después de unos minutos, Alastor emergió de entre las sombras. En silencio, pero con gran decisión, se acercó a la cama, levantó las sábanas y se metió debajo de ellas, buscando un refugio. Adam abrió sus brazos y dejó al ciervo acurrucarse en su pecho. Ambos se acomodaron, se acostaron con las extremidades amarradas, solo el sonido de sus corazones cabalgando le hizo frente al silencio. Adam volvió a mirar el techo, pero no logró encontrar camino alguno, tanto su mente como su cuerpo se atrancaron en medio de un mar de sensaciones irreconocibles. Cuando sus dedos dejaron de estar engarrotados, los movió despacio para frotar la espalda de Alastor. Unas pocas preguntas se asomaron de soslayo, tímidas, se mantuvieron al ras de sus dientes por largo rato.
— Alastor…, oye — susurró el primer hombre — ¿necesitas que te dé fuerza? — le preguntó, especulando el motivo de la visita.
— No.
— Entonces, ¿por qué…, por…?
Adam se tragó la pregunta, sin decidir si quería en verdad conocer los motivos de Alastor para ir a su alcoba y meterse entre sus sábanas.
— Porque también te aprecio…, y también te extraño.
La alegría fue más grande que el susto en el interior de Adam, porque lo revolvieron ambos sentimientos. Aquel grado de intimidad no solía estar dentro de sus deseos, y mucho menos si se trataba de un hombre, pero tener a Alastor entre sus brazos y en su cama sin que estuviera de por medio la ayuda del toque sanador, no le desagradó. No obstante, rebasar ese límite agrietó su hombría.
— Pero en un sentido no gay, ¿cierto?
Alastor sacó su rostro del pecho de Adam y lo volteó a ver con reproche. El primer hombre bajó la vista al sentir el movimiento del otro cuerpo, topándose con una mirada entrecortada y molesta. Ignorando a su hombría agraviada, apretó más el cuerpo de Alastor y lo acarició con mayor cuidado.
— La estoy cagando, ¿cierto? Perdón, perdón…, no me hagas caso — le dijo con suavidad — Tú puedes demostrarme aprecio como quieras, lo siento.
Al quedar conforme con la respuesta del ángel, Alastor volvió a hundir su rostro en el pecho del otro. Su cuerpo rebozó de felicidad, yacer con Adam en la misma cama lo tupió de satisfacción. Debajo de las sábanas, era sujetado con gran pasión, no fue rechazado, le acariciaba para consolarlo, y nada más importó. Durante el día se dedicó a cavilar sobre las palabras que Adam le ofrendó, llegando a una conclusión: si ya nada importaba, esto podía incluir también a sus sueños, es decir, el miedo al dolor y la desilusión tampoco importaba.
Existen personas que, al enterarse que pronto morirán, se les abren las puertas de lo imposible. Aquellos sueños que, por acarrear posibles catástrofes, resultaban impensables. Pero, al acercarse la muerte, ¿qué más da hacerlo? La muerte es un conocimiento universal, es lo único seguro en la vida. Quizá el miedo a morir vuelve a los humanos más cuidadosos, instinto de supervivencia le llaman algunos. Si el ser humano pudiera saber el momento exacto de su muerte, tal vez podrían dejar ese miedo de lado y gozar sin ataduras el tiempo restante de vida, pero es algo imposible de predecir. Claro, en cuanto se hable de una muerte por causas naturales o de manera accidental. Sin embargo, Alastor no encajaba en ninguna de las dos circunstancias anteriores, él decidió por cuenta propia el momento en que partiría. Por lo tanto, ¡todo era posible! ¡Ya no tendría que afrontar consecuencia alguna! ¡Ni siquiera las consecuencias de soñar alto! ¡Muy alto! Podría liberar a sus ilusiones sin el temor de que alguien las hiciera añicos porque ya no tendrían tiempo para desilusionarlo. Podría ver a Husk como un verdadero amor incondicional. Podría ver a Lucifer como un pretendiente enamorado. Podría convivir con Adam sin miedo de que descubriera los sentimientos germinando en su interior. Sus ilusiones se volvieron inocuas, ¡ya no podrían dañarlo nunca más!
Alastor asió sus manos al pecho de Adam con mayor fuerza, disfrutó de su calor, de su aroma, de sus caricias. Si eran reales o no aquellas muestras de afecto, ¡dejó de importarle! Si tenía mes y medio para vivir en sus sueños, ¡lo haría! ¡Él y sus sueños morirían felices!
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
El repentino y drástico cambio en la actitud de Alastor ocasionó un gran impacto en Lucifer. En las últimas semanas había logrado, con gran perseverancia según su entendimiento, avances con el Demonio de la Radio, pero cada interacción le dejó un regusto amargo. Pese a que el comportamiento del ciervo fue sumiso, su falta de iniciativa dejó entrever que cumplía con una labor y que no disfrutaba de pasar tiempo con el diablo. Si se debe forzar el amor, entonces no puede ser llamado amor. Lucifer se dijo que era una etapa, un peldaño más que debían de superar, porque, ante todo, continuó sin resignarse ante el pensamiento de que Alastor ya no le amaba. Diciéndose las palabras que requería escuchar, se dispuso a insistir con mayor empeño, por ello no encontró mejor explicación al canje de personalidad que esto fuera el fruto de sus esfuerzos. Como si hubiese regresado de unas largas vacaciones, el Alastor de sus recuerdos reapareció ileso. Las ilusiones del diablo tronaron como fuegos artificiales, grandes, festivas, brillantes; empezaron como una hilera de suposiciones y explotaron al materializarse en caricias y atenciones. A más de un año del altercado que produjo su anillo de matrimonio, recobrar a ese Alastor de antaño lo infestó de felicidad y grandes expectativas. Todavía para ese punto, a nadie se le pasaba por la cabeza que Alastor y Adam fueran más que dos demonios obligados a convivir por el bien común del Hotel Hazbin. No cupo la dicha en Lucifer cuando el Demonio de la Radio irrumpió en su alcoba, por dos noches consecutivas, y le propuso compartir cama para dormir. Aunque, muy lejos de sus preocupaciones, no tuvo ni la ligera sospecha de que Alastor pasó el doble de noches en la habitación de Adam y una en la de Husk.
Lucifer tenía bien documentado todo lo que extrañaba de Alastor, pero no fue hasta que lo tuvo de nuevo a su lado que entendió por qué lo había echado tanto de menos. Puede parecer absurdo esto, pero la mente y el corazón del diablo eran dos órganos que se mantuvieron inconexos. Su mente achacó que un rey no podía ser rechazado, de modo que todo el dolor no era más que su ego herido. Su corazón se defendió con la excusa de amar honestamente al Demonio Radiofónico. Al final, su mente fue quien ondeó la bandera de paz en esa cruel guerra. Después de casi ser expulsado del campo de juego, la tarjeta roja fue sustituida por una amarilla, quedándole una aterradora advertencia. Una verdad tan grande y tan obvia se le esclareció en cuestión de días, nada como perder algo para entender su verdadero valor. La primera noche que Alastor durmió en su habitación no consiguió conciliar el sueño con facilidad. Se quedó despierto por horas viendo al ciervo dormir, y no pudo hacer más sino llorar de felicidad. Fue un gran consuelo, reprimió los vergonzosos gemidos, su nariz quedó con rozaduras a los costados de tanto limpiársela, envolvió al pecador con sus brazos, alas y varias cobijas, confesó su amor y no paró de repetir lo mucho que lo había extrañado. Alastor, naturalmente, no escuchó ni una palabra, pero al despertar se topó con un Lucifer irreconocible. Por primera vez, el diablo le llevó el desayuno a la cama, le sonrió con dulzura, le besó la mano y se empeñó por complacerlo hasta en los mínimos detalles.
Si alguien hubiese estado al tanto de la determinación de Alastor por acabar con su vida y los motivos que lo llevaron a tal resolución, tal vez hubiese encontrado prudente aconsejarle que considerara la buena voluntad de Lucifer y usarlo para obtener su libertad. Si tan real parecía el amor del diablo, quizá lo era, y no objetaría en ayudarlo. Sin embargo, si a ese alguien se le informara del abuso, las humillaciones y amenazas que padeció Alastor, tal vez también se hallaría reticente a esta hipótesis. Y más improbable se volvería tal idea si se enterase de todo lo vivido por el ciervo en su infancia. En el subconsciente de Alastor, el diablo era la viva imagen de su padre, en otras palabras, se transformó en su miedo más enterrado. Ambos representaron a una autoridad de la cual no podría escapar, los amó con tremenda sinceridad e ingenuidad, los miró como protectores, depositó en ellos todas sus esperanzas y los colocó en un altarcito en su corazón. Lamentablemente, ambos lo convirtieron en el objeto de sus deseos sexuales, destrozándolo sin arrepentimiento. Si existía la diminuta posibilidad de que Lucifer lo ayudase en lugar de aprovechar aquella conveniente situación, al Demonio de la Radio no le importó en tanto existiera también la posibilidad de que ocurriese todo lo contrario. No solo era el hecho de convertirse en un esclavo sexual nuevamente, también que tal aberrante acto lo cometiese alguien que amaba. Lucifer le demostró que su amor se condicionaba a qué tanto cumplía con sus demandas, frente a cualquier desvío de sus exigencias, se transformaba en un sanguinario monstruo. Limitarse a los deseos de Lucifer fue para Alastor lo mismo que perder su libertad, y carecer de libertad lo mismo que la muerte; volviéndosele inasequible la idea de confiar en el diablo.
Con una solución ya en mente, el porvenir del ciervo dejó de ser abstruso. Fue sacando sus ilusiones del confinamiento y se dejó acarrear por ellas. Lucifer se sintió más enamorado que nunca, todo de Alastor lo maravilló. Donde antes solo vio una banal comida, encontró un prospecto de esposo hogareño. Cada contribución del ciervo al Hotel Hazbin fue concebida como el trabajo de un excepcional padre preocupado por su hija. Halló belleza en detalles tan pequeños como la forma en que parpadeaba, su obstinación por empuñar el micrófono en la espalda, los brinquitos en su caminar, el revoloteo de sus manos al hablar, su chasquido de dedos al usar magia, sus cejas expresivas. El diablo glorificó las manías y pasatiempos del Demonio de la Radio, y enfadó a los huéspedes de tanto parlotear sobre él.
En medio de la bonanza, Lucifer padeció de ver a Alastor brindar mayor atención a Husk. Durante una semana se aguantó la curiosidad de saber a dónde iban al salir del hotel, porque agarraron aquel hábito. Al espiarlos, los observó trabajar en el distrito de las apuestas, reactivando y mejorando las actividades allí. Sin fundamentos de peso para reclamar, corrió la cortina a sus reproches y guardó sus incomodidades para después. Más temprano que tarde ajustaría cuentas con Husk, su hora llegaría, se desharía de tajo de ese estorbo. Se sofocaba de tan solo pensar que las revelaciones del gato fuesen ciertas, aquella sombra continuó pisoteando a su orgullo, por lo que se asió a la idea de que todo era mentira, una treta para separarlo de Alastor. Otro acontecimiento que le desagradó fue la participación regular de Adam en las trasmisiones del Demonio de la Radio. Situación no solo molesta, también sorpresiva al ser demonios radicalmente distintos. La explicación que obtuvo fue que Adam había pillado un gusto por la radio desde su primera aparición, y al ser tan pocas las actividades en las que colaboraba de buena gana, Alastor le abrió las puertas a su torre, claro, en beneficio del hotel y la redención. Hasta ahí la excusa fue aceptada por el diablo, pero presenciar las cuantiosas horas que ellos pasaban entre ensayos y tocando música, le pareció un exceso injustificado.
— Amor, sé que te esfuerzas mucho por Charlie y el hotel, pero no necesitas pasar tanto tiempo con ese imbécil. Si quiere ayudarte con tus programas, que te acompañe en algunos cuantos, no tienes por qué dejarlo cantar ni ponerte a ensayar con él. ¡Es ridículo!
— Puede que a ti te parezca ridículo, pero no a Charlie. Hace dos días me informó que ha notado mayor disposición por parte de Adam. Ella creé que dejarlo participar en una actividad de su agrado le ha mejorado el humor.
— En serio, Al, ya no le dediques tanto tiempo — le dijo con una entonación que manifestó ordenanza.
— Entre los deseos de Charlie y tus celos, supongo que puedes anticipar quién ganará.
En realidad, los deseos de la princesa no participaban en esa batalla, eran los deseos de Alastor quienes competían, y basta decir que Lucifer ya no ocupaba el primer puesto en sus prioridades para deducir al ganador. Al diablo no le quedó de otra que tragarse su molestia al corroborar con su hija lo expresado por Alastor, y más cuando le declaró sentir tranquilidad por aquel pequeño avance en el proceso de redención de Adam.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Exceptuando a Adam, Husk fue quien más se acercó al trasfondo del renovado entusiasmo de Alastor. Empezó por aparecerse en el bar nuevamente, le siguieron largas charlas sobre magia, luego lo sorprendió con visitas nocturnas para dormir juntos y por último retomaron el control del distrito de las apuestas. Todas estas señales le dejaron en claro que el Demonio Radiofónico se despedía indirectamente, esforzándose por dejar todo en orden entre ellos dos. Aunque ese adiós no lo entendió como un pensamiento de muerte, sino como la confirmación del barullo que tanto presumía Lucifer, es decir, que Alastor sí tenía planeado retomar la relación y casarse con el diablo.
Husk intuyó que el Demonio Radiofónico lo estaba preparando para dejarlo en libertad, para que retomara su vida desde el punto en que la dejó cuando entregó su alma, que volviera a ser un overlord poderoso y pudiera continuar solo con aquella travesía. A diferencia de Lucifer, el gato no se sintió rebosante de felicidad con todas las atenciones recibidas por Alastor. Cada beso, caricia, mirada, le dejó una excoriación en su alma.
— Él te volverá a herir, por favor, Al, reconsidera lo que estás a punto de hacer — con voz trémula y ronca, apenas y pudo articular Husk.
— No te preocupes, jamás lo dejaré herirme de nuevo.
Si Husk hubiera divisado algo más que ingenuidad en esa respuesta, tal vez hubiera entendido el terrorífico significado detrás. La palabra jamás fue mucho más diciente de lo comprendido por Husk. Si lo hubiese meditado, palabras como siempre o jamás son poco veraces en el habla común, de pocas cosas se puede decir que siempre o jamás ocurrirán. Si se hace referencia a la vida, es poco probable conocer si un evento jamás se repetirá, claro, a menos que la vida sea tan corta como para tener la certeza de afirmar algo así. Aunque Husk era diestro en el cálculo de las probabilidades, su dolor y desesperación lo enceguecieron. Acertó en prever que perdería a Alastor, pero no en cómo lo haría.
Cada noche que pasaron juntos se dejaron mecer por el amor y se expresaron sin restricciones. Alastor cantó en varias noches mientras masajeaba la frente de Husk. Bebieron hasta marearse. Escucharon la música favorita del ciervo y bailaron entre pisotones. Hablaron de su tiempo juntos, de cómo se conocieron, cuando hicieron el trato, sobre qué sintieron cuando hicieron el amor por primera vez, sobre las fechorías que realizaron solo por diversión y también aquellas que resultaron muy lucrativas. Aun en medio de toda esta felicidad, Husk no pudo ocultar su dolor, por momentos perdió su sonrisa y su semblante se arqueó suplicante.
— No olvides que nunca estás completamente vestido sin una sonrisa, mi amado minino fiel.
— Tú eres mi risa, te lo ruego, no te la lleves. Sin ti, ¿cómo podría poner una sonrisa en mi rostro?
Sin un mejor consuelo en mente, Alastor besó a Husk en un intento por dejarle como herencia la huella de sus labios.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Charlie se alegró muchísimo por la paz reinante en el hotel, aunque el gusto le duró poco. Al haber pasado medio año desde que Adam llegó al Infierno, Sera le solicitó una reunión con él para evaluar su avance. ¿Cómo sería tal evaluación? No se lo esclarecieron, tan solo le indicaron la fecha y horario en que debía presentarse en el consulado del Cielo. La princesa sobrecargó el itinerario del hotel con actividades y exposiciones de temas de orden moral. A pedido de Alastor, el primer hombre concluyó el cronograma, especialmente dispuesto para él, sin quejarse la mayor parte del tiempo ni alardear sobre sus conocimientos sobre la ética y moral humana.
— ¡Qué pendejada de mierda!, en serio, es como si quisieran enseñarle a un chef cómo se hierve el agua — le dijo Adam al Demonio de la Radio con una voz chillona y apretándose las mejillas, haciendo que sus labios pareciesen la boca de un pez.
— Puede que el chef cocine excelente, pero, tal parece, se le olvidó cómo se prende una estufa.
— Mi cerebro está hasta la puta madre de conocimiento, ¡y lo sabes!
— ¿Y de qué sirve todo ese conocimiento en esa cabecita tuya si te comportas como un animal? ¿Mmm? — dijo Alastor, alzando una ceja y tronando los labios.
— Con los pendejos aquellos, sí. Pero contigo soy un amor, ¡dame algo de crédito!
Tras diecisiete días de intenso repaso y preparar respuestas a hipotéticas preguntas, la reunión en la embajada del Cielo llegó. Charlie, Lucifer y Vaggie escoltaron a Adam hasta el lugar. La cita comenzó puntual, los hologramas de Sera, Emily y Lute aparecieron exacto al medio día. Se saludaron entre todos con propiedad e intercambiaron algunos comentarios sobre sus expectativas en cuanto al tema de la redención de Adam. Para sorpresa de Charlie, Sera les pidió que esperasen en el recibidor a que la evaluación terminara. Así que, sin más, se retiraron de la sala de conferencias, dejando a Adam con los embajadores celestiales. La espera duró un buen rato, faltando un cuarto de hora para las cuatro de la tarde, Adam abrió las puertas y llamó a sus compañeros del hotel, avisándoles que el peritaje moral había concluido. Al regresar a la sala, se encontraron con Sera sonriendo satisfactoriamente y a Emily saltando y palmeando en su mismo sitio. En el semblante de Lute también se asomó felicidad, pero en sus ojos persistía un rastro de melancolía cada que miraba a Adam, lo cual fue constante al casi no perderle de vista. Sera felicitó a Charlie por el excelente trabajo realizado, comentándole que los cambios en el alma de Adam eran en extremo notorios y que, sin duda, estaba probando tener la capacidad de reformar el interior de los pecadores. Ni Charlie ni Lucifer ni Vaggie esperaron tal resultado, se quedaron con una sonrisa tiesa y viéndose entre sí, incrédulos de que Sera hubiese observado cambios tan favorables y contundentes en el primer hombre.
Al llegar el momento de las despedidas, Adam, con afanosa inquietud, le pidió a Sera que le dejara hablar con Lute a solas. Su petición fue consentida, los hologramas de los ángeles con mayor jerarquía desaparecieron primero, a su vez, los integrantes del Hotel Hazbin dejaron la sala de conferencias para darles privacidad. Lucifer se burló de Adam, recalcándole que no podía cogerse a un holograma. Con su dedo medio alzado y gritándole un “¡púdrete!”, el primer hombre despidió al diablo. Tan pronto estuvieron solos, Adam puso seguro a la puerta y pegó su oído izquierdo a esta, tratando de escuchar las voces al otro lado y así estimar qué tan lejos estaban. Al quedar conforme con la especulación de que nadie los oiría, le indicó a Lute caminar hasta el extremo opuesto de la puerta.
— Perra, escúchame bien, necesito que hagas algo por mí — susurró Adam, aun con la intranquilidad de que alguien escuchase sus palabras.
— Un “hola, ¿cómo has estado?” sería mejor, ¿no crees, maldito pedazo de mierda?
Lute se ofendió profundamente ante la indiferencia de Adam, ella había previsto que el tiempo a solas sería para compensar, por un ratito, a sus corazones separados por el Infierno y la muerte. Al escuchar la desesperación con la cual Adam le pidió a Sera que le dejara hablar con ella, la fantasía de una confesión de amor la meneó con ingenuidad. Cuando el primer hombre murió, su mundo se fue abajo, pasó noches enteras de corrosivo dolor e ideas de venganza y guerra le saquearon su tranquilidad. Al enterarse que el alma de Adam no había sido destruida y que este fue arrojado al Infierno, floreció en ella la esperanza de un reencuentro. Y ese reencuentro sucedía en ese momento, pero lejos estuvo de lo que imaginó.
— Ya habrá tiempo para esas pendejadas, ¡no empieces con tus quejas, mujer!
— ¡Eres un…!
— Sí, sí, soy un cabrón imbécil que vale para pura verga, dime algo que no sepa. ¡En serio, pon atención! Esto es grave.
Lute se obligó a menguar su indignación y encerrar a sus ilusiones en un cuarto de espera. Con la cabeza gacha y mordiéndose los labios, accedió al encargo de Adam.
— ¿Qué sucede?
— ¡Es esa maldita perra hija de puta! No sé qué rayos está haciendo, pero está tramando algo. Necesito que no le despegues el ojo, ¡mantenla bien vigilada hasta que regrese! — dijo en un grito contenido, el encono en su rostro no combinó con el tono bajo en su voz.
— No tiene el poder para hacer algo, ¿qué mierda podría estar tramando? ¿por qué piensas eso?
— No puedo explicarte todo aquí, ¡solo hazme caso!, sé que esa pendeja se trae algo entre manos, ¡lo puedo sentir! ¡Maldigo el puto día que se me ocurrió ayudarla! Mantenla a raya hasta que regrese al Cielo. Si notas algo sospechoso, arréglatelas para avisarme de algún modo, ¿me entendiste?
— Bien, como digas — Lute resopló con vigor, haciendo que el aire saliendo de su boca topara con un mechón de su cabello y lo meneara ligeramente.
— Gracias, perra. Te debo una por cuidarme el trasero. Cuando regrese, te invitaré al bar de siempre.
Aunque Lute tenía un montón de palabras para Adam, este dio por terminada la plática. Se despidieron como si nada pasara, como si el primer hombre siguiera en el Cielo y pudiesen conversar todos los días sin impedimento alguno. Aunque la perspicacia e intuición de Lute no era tan aguda como la de Sera, ella también logró vislumbrar grandes cambios en Adam, pero fue en específico la sonrisilla tonta que hizo al mencionar a un alguien que le había hecho entender que los pecadores seguían siendo humanos. Y ese alguien se mantuvo en la boca de Adam durante toda la evaluación. Era bien sabido en el Cielo que Adam no era una presa fácil de atrapar. Muchas mujeres lo intentaron con toda clase de trucos sin que tuvieran éxito. Conociendo que el primer hombre no mostraba amor genuino por nadie, Lute pudo soportar el rechazo, porque no era ella, eran todas. Sin embargo, ver en los ojos y labios de Adam el nacimiento de un amor anónimo, hizo que su corazón desembocara en una cruel verdad: Adam sí podía amar.
Notes:
¡Hola!
Gracias por seguir la historia.
Nos seguimos leyendo.
:)
Chapter 16: Capítulo 15: Despedidas. Parte 1
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
El furor de Alastor por entregarse a sus fantasías fue desacelerándose entre más se aproximó la luna nueva. Durante los primeros días de su resolución, liberó sin control hasta el más descabellado deseo, y entre más obtuvo de Adam, Lucifer y Husk, más distraído se volvió ante las consecuencias que sus actos pudieran desencadenar. Solo hasta estar a tres días de la ceremonia final, en la que Lucifer consumaría su divorcio, fue que el hechizo se apagó, dejándolo con una inquietud constante. La idea de morir se volvió más real que nunca, desde algo tan insignificante como su cenicero de cristal, hasta algo tan importante como su seudónimo “El Demonio de la Radio”, se irían, todo se desvanecería por igual. Sin poder decidir si era un demonio valiente o el más grande de los cobardes, Alastor meditó en qué ocuparía sus últimas setenta y dos horas de vida.
El hábito de Alastor por fumar se acentuó a tal punto en que pocas veces se le veía sin un cigarrillo en la mano, la sorpresa no fue para menos, la mayoría de los huéspedes ignoraban que siquiera supiera cómo fumar, por lo que verle actuar como una humeante locomotora los dejó anonadados. Vaggie, Angel Dust y Cherry Bomb se incomodaron por la inusitada amabilidad que recibieron por parte del ciervo, más que halagados, se sintieron ofuscados, preguntándose las intenciones ocultas de tal actitud. Una tarde, Alastor se sentó al lado de Angel Dust, que descansaba en la sala tras una larga jornada de trabajo, y le habló con gran serenidad y sin que la estática se mezclara con su voz.
— Husk adora que le pregunten sobre sus actos de magia. Tolera bastante bien las películas de terror, aunque sus favoritas son las de acción y las detectivescas. Sus pasatiempos son los de un anciano, no le gustan las aventuras si no obtendrá algo a cambio, por lo que sus veladas perfectas no son más que sentarse a oír música y hablar de los buenos tiempos en la Tierra. No lo presiones con más, te complacerá por consideración, pero no lograrás ocupar un lugar en su corazón — le sugirió sin voltear a verlo y de manera directa.
Angel Dust no tuvo tiempo de reaccionar y responderle algo al Demonio Radiofónico, este se levantó tan pronto terminó de hablar y se retiró de la sala. Esa misma tarde, unas tres horas después de aconsejar a Angel, se topó con Vaggie cocinando la cena y aprovechó para dirigirle unas palabras también a ella.
— ¿Estás consiente de que no basta con amar a Charlie, cierto?
Vaggie torció la mirada antes de voltear a ver a Alastor. Levantó su única ceja con desdén y sus dientes se divisaron entre sus labios curvados hacia abajo.
— ¿Qué mierda quieres, Alastor? Estoy ocupada como para que vengas con tus pendejadas, ¿no ves? — le contestó malhumorada.
— Si solo apoyas el proyecto de redención por el amor que le tienes a Charlie, poco podrás hacer por las almas de los pecadores que toquen las puertas del hotel. Deberás aprender a respetarlos y ver en ellos algo más que simples monstruos. Y no puedo negar que una parte de nosotros lo es, pero seguimos siendo humanos.
Sin añadir más, Alastor se alejó de la cocina. Vaggie siguió cocinando e hizo como si tal encuentro jamás hubiese sucedido. Más que preocuparse por Angel Dust o Vaggie, el deseo de Alastor fue la felicidad de Husk y Charlie, en especial la del primero, ya que, consciente del fervoroso amor que le profesaba, le preocupaba con creces la reacción que tendría tras su muerte.
Pocos asuntos fueron los que Alastor consideró requerían de un cierre. Le hubiese gustado despedirse de su audiencia, pero no podría hacerlo abiertamente, un último programa sería su único consuelo. Le hizo algunas visitas a Rosie, y, en la última, le entregó su tan codiciada receta de jambalaya, que tanto le había implorado compartir con anterioridad. A manera de agradecimiento, la overlord le facilitó varios kilos de sus mejores cortes de carne humana, pero Alastor los rechazó, sabiendo que se echarían a perder en la heladera. Más tarde ese mismo día, visitó su antigua torre de radio para hacerle una exhaustiva restauración, tarea que no le tomó más que unos cuantos chasquidos de dedos. La dejó brillante como en sus mejores ayeres, adornó las paredes de la sala de control principal con varias guitarras, y en el estante donde reposaba su colección de discos de vinilo, agregó algunos de diferentes artistas de rock and roll, rock y heavy metal. Antes de irse colocó en la puerta de aquella habitación un papelito con la siguiente nota:
“Algún día, cuando vuelvas a volar entre los cielos de la Tierra, no olvides que existen monstruos que no lo quieren ser, pero que no saben cómo dejar de serlo.
Fuiste mi último y más hermoso sueño. Has estado en mis pensamientos sin que tuviera el valor de alejarme. Agradezco que no me dejaras solo, que sostuvieras mi dolor con la más grande de las compasiones y que me regalaras la ilusión de tener tu amor. En este momento, puedo jurar que me acompañarás en mi mente hasta la eternidad, y, por ello, puedo decirte que me iré feliz. Si estoy llorando en este instante, no es por culpa de la tristeza, al contrario, una inmensa alegría me domina al imaginar que estarás conmigo en mi último aliento.
Gracias por todo, mi mejor y más querido amigo.”
Después de secarse la humedad en su rostro, el Demonio Radiofónico se retiró del lugar con la ayuda de sus sombras.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Tras cuarenta y tres minutos de estar en su alcoba, varios vasos de whisky y unos cinco cigarros, un chirrido de estática picoteó la cabeza de Alastor, a los seis minutos otro más, dos minutos después, empezaron a caer como lluvia. El vaso de cristal en su mano salió volando, estrellándose contra un mueble y haciéndose añicos. Sin tener que verse en un espejo, supo que su aspecto debía ser lamentable, adecuado reflejo de su alma. La noche trascurría sin prisa, congraciándose con Adam y los cuerpos que, de seguro, debía tener entre sus brazos. Entre música y luces neón, debía estar en algún burdel de Orgullo festejando la consumación de sus deseos sexuales. Ni siquiera haberle dedicado la mayor parte de sus noches hizo que el primer hombre se alejara de sus salidas quincenales. Hace apenas un tercio de hora atrás, Adam salió junto a Lucifer y Angel Dust a otra noche de viciosa lujuria. Alastor estuvo tentado a pedirle que retrasara su diversión nocturna para que pudiera tener la oportunidad de entregarle sus últimas dos noches. Su anhelo por compartir cama con Adam no estaba motivado por intenciones de índole sexual, aun así, habría estado dispuesto a entregársele para ayudarlo a apaciguar su potente libido. En realidad, sabía a la perfección que carecía de los atributos necesarios para llevar a cabo tal labor, y que no importaba en lo absoluto lo que estuviera dispuesto a ofrecerle, por ello se resignó a pasar su penúltima noche en soledad.
Sin embargo, teniendo a Lucifer fuera del hotel, la oportunidad de cerrar uno de los ciclos más tormentosos de su pasado y cumplir con una promesa pendiente, se dispuso perfecta frente a él. Al reducir el cigarrillo a solo el filtro, lo apagó en su cenicero de cristal y sacó otro más. Abrió el primer cajón del escritorio y cogió una cajita azul eléctrico con el logo de Voxtek, la miró por unos segundos y la abrió, cuidando de no maltratarla. ¡El maldito regalo de Vox que tantos problemas de causó con el diablo! Sino hubiese sido porque terminaron besándose, el paquete habría terminado incinerado entre las garras de Lucifer o confiscado. Al investigar el contenido dentro, al rey le pareció una tontería, no armó mayor escándalo y solo le exigió echarlo a la basura. Alastor lo tiró, pero, claro, después lo sacó y lo guardó con nostalgia. Dentro de la caja estaba el adorno de lo que alguna vez fue un llavero. A simple vista parecía un círculo con ocho triángulos dentro, seis pequeños y dos más grandes, pero Alastor conocía el significado real de ese símbolo, eran una A y una V atravesadas, enmarcadas por un círculo. Ese símbolo, se suponía, iba a ser el que representara la asociación que nunca se logró dar entre ellos. Y, aún más en específico, ese adorno fue el guardián de las llaves del edificio que Vox compró para que pudieran vivir juntos.
Desde que conoció a Vox, reconoció en él a un demonio ambicioso. Al principio Vox bajó la cabeza y se conformó con ser un perro guardián, pero el tiempo lo volvió insaciable. Algo de esto le gustó a Alastor, y si solo lo hubiera visto como a un socio habría estado perfecto, pero su relación pasó a ser algo más que un simple acuerdo de negocios. Vox tenía el mismo problema que Lucifer, en menor medida, se debe aclarar, pero ambos eran controladores y en extremo celosos. La personalidad de Alastor terminó por exasperarlo, porque, pese a sus esfuerzos, no logró que el ciervo se entregara como él quería. El rechazo de Alastor por el contacto físico fue la primera hendidura que se forjó entre ellos. Sin poder aceptar que alguien no pudiese experimentar pasión sexual, Vox asumió que Alastor no estaba en verdad interesado y comenzó a desconfiar de él. Su ego se despedazó cuando Husk apareció en la vida de Alastor. Pelearon de manera irreparable y no pudo contener las palabras hirientes que dijo y que nunca serían olvidadas.
El edificio destinado a convertirse en su base de operaciones se fue empolvando y quedó en el olvido. El día que Vox le mostró el inmueble a Alastor, brindaron y crearon el dije con sus iniciales entrelazadas y cada uno se quedó con una copia de esas llaves, creándose en ellos fuertes expectativas de un futuro juntos. Sin embargo, entre más tiempo Alastor pasó con Husk, el corazón de Vox se fue ennegreciendo y quiso pagarle con la misma moneda, él también se consiguió un nuevo socio. Lo que inició como una venganza, terminó por transformarse en una magnífica oportunidad para llegar a la cima en la jerarquía del Anillo del Orgullo. Vox en verdad congenió con Valentino y ambos comenzaron nuevos proyectos de los cuales Alastor no estuvo interesado en participar. Y entre más grande fue la lejanía, también lo fueron los celos y la desesperación.
Vox mandó a espiar a Alastor y a Husk. Pese a que este último tenía el suficiente poder para vencer a los secuaces que fueron enviados a investigarlo, no lo hizo. Fue astuto, fingió ser sometido por ellos y les confesó: “Le di mi alma al Demonio de la Radio a cambio de una de sus noches por mes”. Y con mayor astucia omitió que no podría ser asesinado, porque de esa forma Vox creería que Alastor lo mantenía vivo por deseo propio. Además, dedujo que Vox no revelaría el método que usó para obtener tal información, ya que, al hacerlo, tendría que admitir que mandó espías tras ellos. En esa jugada, Husk tuvo su segunda ventaja, porque todo sucedió tal como lo supuso. Vox pensó que Alastor se había entregado a otro hombre mientras seguían juntos, y Alastor jamás supo que Vox estaba al tanto de su trato con Husk.
Los sentimientos de Alastor se agrietaron aún más después de la cita en la cual casi es abusado. Y más grotesca le pareció la situación cuando Vox trató de excusarse con el cuento de estar bajo los efectos de la pócima de Valentino. No fue que no le creyera, sino que le asqueó que siguiera trabajando con él aun sabiendo la fechoría que hizo. Vox midió con una balanza a sus prioridades, de un lado puso a Alastor, y al otro lado puso a sus planes de poder que incluían a Valentino, terminándole de pesar más lo segundo. Aquellas disculpas le resultaron insultantes al ciervo, tanto para su intelecto como para su corazón. Vox continuó disculpándose, pero ya no hubo forma de rezurcir el daño ocasionado.
Alastor apretó el adorno en su mano aun con los distantes recuerdos de su historia con Vox. ¿Cómo podía persistir en amarle? Dio un chasquido con sus labios y masculló en voz baja: “Terminemos con esto de una maldita vez”. Dando movimientos pausados, se levantó de la silla y desapareció entre sus sombras.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Alastor caminó por el edificio que aún se mantenía en pie, aunque el desuso y el olvido lo convirtieron en la guarida de insectos y basura. Sus pasos alzaron el polvo y sus tacones dejaron un camino de eco. Espantó a la densa negrura con magia, materializando algunos focos y dejándolos encendidos; los conos de luz, lejos de vivificar el ambiente, lo hicieron más hosco. Cerró sus ojos y trato de recordar cómo se veía aquel lugar cuando lo visitó por primera vez. No solo llevaba mucho tiempo sin pensar en aquel edificio, sus épocas con Vox también eran un recuerdo que pocas veces sacaba del baúl. Al pensar en él, solo podía relacionarlo con otro de los muchos pecadores que deseaban su ruina, un overlord más, la cabecilla de los V’s o como su rival en los medios de entretenimiento. En algún momento amó a Vox, lo sabía; pero del mismo modo en que sabía que, alguna vez, fue humano, es decir, sin poder reconciliarse con los sentimientos que tuvo. Alastor lo recordaba del mismo modo en que se le recuerda a un muerto, con la certeza de que no volverá. Tal vez fue su estado mental alterado o el desamor en su cuerpo, pero, durante los minutos que duró su último encuentro, el tiempo le regresó al Vox que le hizo creer en la existencia del amor. Volver a experimentar aquel sentimiento con tal crudeza, lo paralizó, le figuró haber visto al fantasma de un difunto.
Alastor se detuvo al llegar a la habitación en el fondo del último piso, había algo diferente en ella, era la única parte limpia en todo el edificio. Alargó un poco su sonrisa al ver una televisión analógica en el piso y enchufada al toma corriente, muy similar a la cabeza de Vox cuando recién llegó al Infierno. Al contemplarla, la nostalgia lo apuñaló por primera vez esa noche. Rodeó el aparato unas cinco veces antes de pararse frente a la pantalla y prenderla con magia. El ruido de la estática corrió rápido, llenó la habitación y parte de las contiguas, ganándole al frío silencio. No pasó ni un minuto cuando, desde el enchufe y pasando por el cable, un rayo de electricidad envolvió al aparato. Segundos después, Vox se materializó frente a él.
El cansancio en Alastor comenzó a expandirse. Pese a que sus músculos y huesos dolían, tal cansancio no podría ser descrito como físico, era el peso de sus sentimientos consumiéndolo. Ver a Vox agravó su hinchazón emocional, sus pulmones se saturaron, haciéndolo soltar sollozos entrecortados y que sus extremidades se tensaran por culpa de una maraña de nervios. El dolor se acentuó en su columna, siguiendo una línea recta hasta llegar al cuello y a la nuca, clavándose, al final, en su cabeza. La armadura de su corazón fue lapidada por la mirada de Vox, piedra tras piedra la abolló sin tregua. En aquellos ojos descansaban décadas de sufrimiento, una larga contienda contra la razón, una dolorosa y desesperada necesidad por recibir misericordia. Alastor lo ignoraba, pero Vox seguía saludándolo por las mañanas, deseándole dulces sueños por las noches, imaginándolo a su lado mientras le contaba su día, llorándole a su foto en medio de interminables reuniones con el alcohol. El amor de Vox seguía intacto, incluso podría afirmarse que era mucho más intenso que antes, las ilusiones acrecentaron la pasión en su interior sin ningún tipo de mesura.
— Pensé que eras alguien de palabra, han pasado meses desde que fui al hotel — dijo Vox, no fue un reclamo, solo una línea para romper los grisáceos colores navegando entre ellos.
— No mencioné el tiempo que me tomaría buscarte. Mi vida ha estado muy ocupada últimamente, mi estimadísimo colega. Pero, aquí me tienes, ¿no es así?
La voz de Alastor salió seca, sin ese tono melodioso ni sarcástico que tanto gustaba de usar para burlarse de todos. Habló y se explicó sin necesidad de más, no quiso manchar su último encuentro con Vox añadiendo más discusiones e insultos.
— ¿Tan corta te tiene la correa Lucifer?
“Así es”, pensó el ciervo con tristeza en los ojos, pero no se atrevió a confirmar tal suposición.
— Eso no importa, no cuento con mucho tiempo, ¿por qué usarlo en hablar de Lucifer?
— No deberías preocuparte. La gente de Valentino le informó que vieron a los idiotas con los que vives muy entretenidos en uno de los peores burdeles del Anillo, ¿sabías en dónde se encontraba tu querido rey? — expuso Vox sin tapujos, con la clara intención de confabular en contra del diablo.
— Sí, lo sabía. Se despidió de mí con un tierno beso y me dijo que regresaría antes del amanecer. Así que, como te darás cuenta, no tengo mucho tiempo como para perderlo en tonterías.
Vox escuchó atento, unos cuantos chispazos lo envolvieron y en la pantalla de su cabeza se visualizó algo de estática; sin embargo, mantuvo los pies firmes, tratando de conservar la compostura.
— Así que de verdad estás con él… ¿por qué? ¿Cómo puedes estar con él después de…? — Vox cerró los ojos por algunos segundos, imaginó a Lucifer jalando a Alastor a través de un portal y rememoró el miedo entre las ondas electromagnéticas — Me mandaste al demonio por mucho menos que eso, ¿acaso ya lo olvidaste?
— No sé ni me importa lo que creas que Lucifer hizo, y no planeo explicarte nada. De verdad, Vox, no estoy de humor para esta charla inútil.
Alastor giró su cuerpo con los ojos cerrados y suspiró con pesadez. No quería malgastar el tiempo en pláticas sin sentido. Lucifer ya no importaba, ya nada lo hacía.
— ¿Sabes algo, Al? Tienes razón, no deberíamos desperdiciar nuestro tiempo en ese pendejo. Y justo por eso iré al grano… — lamiendo las líneas que delimitaban su boca, se preparó para seguir hablando — Tengo algo que proponerte.
Alastor alzó su rostro y miró a Vox sin expectativas. Aun si encontrara atractiva aquella propuesta, cualquiera que fuese, ya no tendría el tiempo de llevarla a cabo. Frunció el rostro y negó en apenas unos cortos movimientos. El interior de Vox se llenó de dolor al contemplar el agotado semblante del ciervo, ¿por qué no podía siquiera escucharlo?
— Al…, mira, estoy dispuesto a separarme de los V’s, podemos ser solo tú y yo, tal como debió ser desde un principio — expuso con rapidez, incluso las palabras se pisaron entre sí, quitó el espacio entre ellas por el miedo a que Alastor huyera antes de oír la propuesta entera.
Alastor echó la cabeza hacia atrás, cediendo al peso de la fatiga que se arremolinó en su mente. La propuesta no la creyó ni loable ni absurda, es más, ni siquiera la reflexionó. Aunque no evitó que el recuerdo de Lucifer, cuando intentó enmendar su error destruyendo su anillo de matrimonio, brotara en su mente. Asimismo, Vox quería reparar su error quitándose a sus socios. ¡Qué ciegos! ¡Moriría sin que ellos pudieran ver en qué habían errado!
— ¿Para qué querría que te separaras de los V’s? Si ya no te satisfacen, es problema tuyo, no me incluyas en él — le contestó.
Aun cuando la voz de Alastor salió desgastada y sin la intención de ofender, Vox sintió que su amor fue ridiculizado. ¡Estaba dispuesto a dejar todo por él! ¿Acaso no merecía compasión? ¿Por qué siempre lo tomaba como un tonto?
— ¡Deja de ser una mierda! ¡Sabes que todo empezó por ellos! ¡Por Husk y Valentino! ¡Y déjame refrescarte la memoria! ¡Tú fuiste el primero en buscarme un reemplazo!
La culpa no visitó a Alastor por haber cerrado el trato con Husk, ni siquiera en ese momento al oír el reclamo. Si alguna vez se culpó de algo, fue por haberse enamorado de Vox, allí estaba su error. Podría engañarse y repartir culpas, pero cada uno tenía su saco lleno de faltas. Si pudiera regresar el tiempo, se reprendería por fantasear con un tipo de amor imposible, por ser ingenuo, por tratar de ser algo más que un monstruo. No consiguió ser algo más que eso en la Tierra, con menor razón podría serlo en el Infierno.
— Cuando hablas de nosotros, lo haces como si hubiese existido algún tipo de relación afectiva, ¡y sabes que nunca fue así! Fuimos socios, cuyas empresas no fueron compatibles. ¡Es inútil hablar del pasado! — Alastor prensó sus puños hasta que sus nudillos punzaron.
¿Qué es más doloroso? ¿el dolor de un amor que fracasó o el dolor de un hubiera? Entre Vox y Alastor había tantos hubieras, tantas oraciones sin punto final, tantos secretos, tantas palabras no expresadas, que el dolor se extendía infinitamente tal como lo hacía la imaginación. Vox conoció al amor de su vida, y saber que este deambulaba cerca de él no lo dejó resignarse. Saber que sus manos fueron quienes apuñalaron ese amor no lo dejó renunciar a las posibilidades en su imaginación, allí, siempre existirían.
— Quizá para ti fue así, ¡pero no para mí! ¿Sabes lo doloroso que me resulta no poder dejar de vivir en el pasado? ¡Todos los días estás en mi cabeza! Repaso y repaso lo que sucedió entre nosotros tratando de buscar en qué fallé, si hubiera hecho esto, si hubiera hecho aquello. ¡Cada maldito día pienso en ti y me imagino lo que pudo ser! A veces imagino que tú también piensas en mí, otras veces imagino que me has olvidado por completo. ¡No sabes lo doloroso que es imaginar que te entregas a alguien más! ¡Imaginar que esa persona pude haber sido yo!
La boca de Vox tembló. El dolor acumulado explotó en su pecho, quiso gritarle, quiso odiarlo, quiso abrazarlo, quiso suplicarle. Pese a ello, la aglomeración de sentimientos lo mantuvo inerte, sin saber qué hacer además de vomitar las verdades que lo consumían.
— ¡No te atrevas a mentirme, maldito imbécil!, ¡no te atrevas a decir que nunca sentiste algo! ¡Lo sentí en tus manos! ¡Lo vi en tus ojos! ¡Me lo dijo tu sonrisa! ¡No te atrevas a negar que sentiste algo por mí, maldito hijo de puta!
Los hombros de Vox cayeron, cedieron al miedo, trató de mover las manos al ritmo de sus palabras, pero se quebraron sin poder funcionar. No pudo mirar al Demonio de la Radio, sus ojos caminaron sin rumbo con el temor de hallar lástima en la mirada del otro. Si habló con sentido o no, dejó de importarle, si iba a ser la primera vez que hablara con la verdad desnuda, entonces no callaría nada.
— Te veo ser herido por Lucifer y ¿esperas que no sienta nada? ¡¿Crees que puedo quedarme cruzado de brazos? ¡No puedo ni dormir de tan solo pensar que ese malnacido está lastimándote! ¡Le tienes tanto miedo que ni siquiera puedes ocultarlo! ¿Crees que soy un tarado? ¡Quisiera matar a ese cabrón con mis propias manos!
Varios rayos de electricidad rodearon a Vox y descendieron en líneas irregulares a lo largo del piso, desvaneciéndose a lo lejos. Su cuerpo se contrajo por el paso de la electricidad, su espalda se encorvó por el dolor y una pequeña grieta se formó en una esquina de su cabeza por la sobrecarga de energía. Su corazón se arrodilló sin poder soportar más sufrimiento, no se doblegó a causa de la electricidad, sino por su amor no correspondido, por aquel amor que lo mantenía sumergido en una penitencia constante.
— ¡Te amo y no puedo evitar preocuparme por ti! ¡No puedes obligarme a dejar de amarte! ¡Ni yo puedo hacer eso! ¡Llevo años, escúchame bien, llevo todos estos putos años tratando de olvidarte! ¡Pero no puedo! ¡Si pudiera sacarte de mi corazón, ya lo habría hecho!
Alastor observó el rostro lloroso de Vox. Aquella rezagada confesión le estrujó el pecho. En otros tiempos, quizá se hubiese alegrado, quizá se hubiese atrevido a corresponder a Vox. Pero él y su amor ya vivían en tiempos diferentes. Lo único que quedaba entre ellos era un minuto de silencio para honrar lo que pudo ser. Alastor sonrió con gentileza y lágrimas en los ojos. Trató de recordar pasajes de su amor, algunas palabras, lugares extintos, risas nocturnas. Sin embargo, se dio cuenta de que, para atraer esos recuerdos, debía de hacer un gran esfuerzo, y entonces se dio cuenta, como nunca antes, que Vox estaba cerca del olvido.
Las lágrimas de Alastor salieron en silencio, se mordió los labios para mitigar su intensidad, trató de contener su dolor porque entendió que el de Vox debía ser mayor. Dio unos cuantos pasos hasta quedar frente a él y lo miró fijamente. Lo vio con amor, lo vio con tristeza, lo vio con añoranza, y, con sus ojos encorvados y húmedos, se despidió sin espacio a réplicas. Al levantar el rostro, Vox comprendió el significado de aquellos ojos, no dijo nada, pero liberó a su llanto, lo dejó salir sin vergüenza alguna entre jadeos y convulsiones.
— Algún día me olvidarás… — Alastor acarició el rostro de Vox con delicadeza, intentando entregarle los últimos rastros de su amor — No te preocupes, no dejaré que Lucifer me lastime otra vez.
Vox negó con su cabeza, el final sucedía, y, aun viéndolo, su corazón siguió suplicando por un perdón, por una oportunidad.
— Al, por favor, déjame ayudarte. Si volvemos a estar juntos, podrás alejarte de él. Buscaremos la forma de mantenerte oculto mientras nos deshacemos de ese estúpido. ¡Por favor, ven conmigo!
Alastor recargó su cabeza en el pecho de Vox, y este, sin pensarlo, lo rodeó entre sus brazos. El ciervo dio un hondo suspiro por el consuelo de tenerle cerca por última vez. Deseó que, cuando Vox lo recordara en el futuro, aquella calidez gobernara su mente, y que todo dolor se disipara ante el recuerdo de ese último abrazo. Vox besó la frente de Alastor y, al retirar su boca, le juró que, si alguna vez llegara a otorgarle una oportunidad, solo viviría por y para él. Juramento no lejano de la realidad, porque, de hecho, ya lo hacía. A lo lejos y en silencio, cada respiro de su pecho y cada latido de su corazón, le pertenecían a Alastor.
— Lo siento, Vox, nuestro tiempo se acabó. Por favor, trata de olvidarme, y si no logras hacerlo…, prométeme que solo recordarás este momento.
Sentenciado al olvido, la verdad que tanto negó Vox, la verdad a la que tanto temía. Su llanto se trasformó en desgarradores gritos y fuertes sacudidas. Apretó más el cuerpo de Alastor contra su pecho y le acarició la parte trasera de su cabeza, deseando que, de algún modo, el tiempo se atascara.
— Al…, si necesitas mi ayuda, llámame. ¡En serio! No dudes que iré. ¡Promételo!
Alastor acurrucó su rostro contra el pecho de Vox, sonriendo en secreto. Un cálido sentimiento alivió su alma, entre los brazos de Vox, su cuerpo recordó lo que su memoria no pudo. Si alguna vez cuestionó la veracidad del amor de Vox, dejó de hacerlo, ¡aquel demonio lo amaba! No lo confesó solo con palabras, las frenéticas pulsaciones de su corazón también lo hicieron.
— No puedo prometer algo que no estoy seguro de poder cumplir. Aunque, puedo asegurarte que creo en tus intenciones de ayudarme…, gracias, Vox.
Despidiendo a su amor, dejaron que los minutos pasaran. Entre lágrimas y felicidad, un recuerdo agridulce quedó guardado en la memoria de ambos, uno que no podrían borrar, incluso si quisieran hacerlo.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Veintiséis minutos separaron a Alastor de una tragedia. Poco antes de la media noche, Adam entró al Hotel Hazbin dándole un fuerte golpe a la puerta principal, produciendo un estruendo que asustó a Charlie y a Vaggie. Ellas esperaban el regreso de los juerguistas nocturnos junto a Cherry Bomb y Niffty. Usando la umbrakinesis, Alastor se les unió tan pronto su sombra le comunicó el escandaloso regreso del primer hombre, le ganó la curiosidad por conocer los contratiempos que hicieron al grupo adelantar su retorno al hotel. Charlie se apresuró a tratar de predecir lo acontecido, siendo su primera conjetura el ataque de algún malhechor. Sin embargo, sin señales físicas de una riña, descartó la idea. Angel Dust le aclaró que Adam no se encontraba de humor para sus acostumbradas noches de lujuria. Lucifer fue mucho más explícito al revelar el significado de ese mal humor, entre risas y encorvado por el dolor de estómago, gritó el motivo que los hizo regresar con tanta rapidez.
— ¡Al pendejo no se le paró! ¡Creo que llegó al límite de su capacidad para coger! ¡Ay, no, lo hubieran visto! ¡Ahora me doy cuenta porqué tus esposas estaban tan insatisfechas! — dijo el diablo, dirigiendo su última oración hacia el primer hombre.
Adam destrozó algunos muebles pequeños y golpeó la pared junto a la escalera en medio de su arrebato de ira y frustración. Insultó a Lucifer y trató de excusar su falta de libido exclamando: “No había ni una puta vagina cogible en ese jodido lugar!, ¿cómo iba a prenderme con esos adefesios?” Angel Dust contuvo sus risas con un puchero apretado, aunque, por dentro, quería unirse a la diversión del diablo. Charlie trató de calmar la situación sin éxito, Adam no quiso acabar de escuchar su perorata y se retiró a su habitación entre gritos y maldiciones, dejando un rastro de objetos destruidos en el piso.
— Iré tras él, quizá esté dispuesto a hablar conmigo — dijo Alastor con un tono calmado, pero con una sonrisa larga y llena de satisfacción.
Lucifer cortó de tajo su risa al escuchar la intención de Alastor por ir en búsqueda de Adam, los celos invadieron su pecho y, sin disimulo, sus ojos cedieron a la ira.
— ¡¡¿Qué?!! ¡¡No, detente!! ¡Pero claro que no irás a hablar con él! ¡¡¿Qué sucede contigo?!! ¿Sa… sabes qué hora es? ¡No es una hora adecuada para que estés en su habitación!
Alastor giró sus ojos con desagrado e ignoró al diablo. Sin exponer alguna réplica o excusa, emprendió camino hacia la habitación de Adam. Tal indolencia hizo que las escleróticas de Lucifer se tiñeran de rojo. Se apresuró a alcanzar al ciervo y se plantó frente a él, impidiendo que avanzara. Pronto, una disputa comenzó entre ellos, cada uno con argumentos deficientes en el parecer del otro. Charlie se vio obligada a intervenir cuando la voz y actitud de Lucifer escaló en intensidad, apoyando la idea de Alastor, le dijo a su padre que lo dejara marcharse.
— Al…, por favor, no lo hagas — dijo el diablo, recurriendo a la súplica cuando advirtió que no surtiría efecto la imposición de sus palabras.
— Lucifer, ¿no entiendes que es contraproducente dejar a Adam así? Puede que sea divertidísimo para ti, pero humillarlo fue cruel. Él ve a su capacidad sexual como una virtud, hacerlo sentir… deficiente, solo le creará inseguridades. Podría alejarse del grupo por la vergüenza de tus burlas, ¿no lo ves?
— ¿Por qué tanta preocupación por ese inútil? ¿Eh? ¿Por qué no lo regañas a él cada que se burla de mí? — le reprochó, ofendido por la consideración que Alastor mostró por Adam — ¿ya se te olvidó que ese pendejo casi te mata durante el último exterminio?
— ¡Llévale tus pataletas a alguien a quién le importe! Yo iré a cerciorarme de que nuestra estrella de la redención se encuentre bien.
— ¡Estará bien!, no es para tanto — el diablo tomó del brazo a Alastor y lo alejó de la sala para que nadie pudiera escuchar sus palabras — Además…, bueno…, han pasado diez días desde que tú no me visitas…, eh…, tú sabes. Yo esperaba que hoy pudiéramos…
— ¡Por todo el Infierno, Lucifer! La estabilidad de Adam es mucho más importante, lo demás puede esperar.
El diablo bajó su cabeza totalmente apenado, escuchar que Adam ocupaba un mejor lugar en las prioridades de Alastor que él, hizo que su orgullo doliera.
— ¿De verdad te preocupas más por Adam que por mí?
Alastor se masajeó la frente dando círculos con las yemas de los dedos de una de sus manos. Resopló y miró atentamente al diablo con una tierna sonrisa. Aun arrastrando un terrorífico historial tras de él, Lucifer le pareció un pequeño niño asustado por perder su atención. Con tan pocas horas de vida, Alastor se obligó a calmar su frustración en pro de mantener una cordial relación con el diablo. Al irse, no quería hacerlo con resentimientos colgando en su espalda.
— No es eso, Adam es la llave para que el proyecto de Charlie triunfe, y lo sabes — el ciervo le dio un golpecito juguetón a Lucifer con su micrófono — Además, ya es muy tarde, deberías ir a descansar. Prometo que mañana iré a visitarte, ¿de acuerdo?
Tal propuesta bastó para que el rostro de Lucifer destellara con ardiente alegría. Sin insistir más sobre el asunto, se quitó su sombrero y lo estrujó con sus manos, agradeciéndole su preocupación por Charlie y halagando su alma servicial. Le dio un breve abrazo y se despidió agitando su palma extendida y con las mejillas hinchadas de tanto sonreír. Alastor respondió agitando su mano del mismo modo que el diablo y musitó un “buenas noches” que no llegó a oídos de nadie. Una vez que Lucifer y los demás huéspedes se retiraron de la sala, se dispuso a reanudar sus pasos hacia la habitación de Adam.
Al caminar, el Demonio Radiofónico trató de limpiar su mente, la melancolía de su encuentro con Vox seguía achacando en su interior. Careciendo del tiempo apropiado para otorgarle un duelo, deshizo el nudo con el cuál su corazón mantenía agarrados a sus recuerdos. Dejó varios suspiros atrás, junto a los nervios y la inquietud. Encauzó toda su atención hacia Adam, no podía presentarse frente a él convertido en un manojo de dolor y pesadumbre. Cualesquiera que fuesen las molestias del primer hombre, le ayudaría a mitigarlas. Se convertiría en un pañuelo para sus lágrimas, en la canción que suavizara su corazón, en la almohada que custodiara sus sueños, todo lo que necesitara, se lo daría. Se entregaría con docilidad, se convertiría en su refugio, le daría la escasa pureza que aun resguardaba dentro de sí, o cualquier otra cosa que disipara hasta el último rastro de su dolor.
Al llegar a su destino, dio un último suspiro antes de agarrar el picaporte y abrir la puerta. De entre todas las posibilidades que Alastor contempló, ser abrazado por Adam tan pronto entrara a la habitación, no fue una de ellas, no obstante, así ocurrió. Los brazos y alas de Adam lo acorralaron con desespero, haciéndole tirar su bastón al piso. Acunado entre la dulzura y el ardor de Adam, el ciervo sintió una fuerza jalarlo al Cielo. ¡Si podía soñar, entonces se dejaría guiar por esos ojos dorados! Si le concedieran la osadía de ilusionarse, elegiría confiar en el amor de las manos que lo sostenían. ¡Qué valor el suyo al imaginar que lo tocaba con deseo! Tan loco, tan absurdo. Sin embargo, Alastor se entregó a la locura, siendo un moribundo, dejó de estar prohibida. Pasó sus brazos por detrás del cuello de Adam para obligarlo a descender, al sentir que sus mejillas rozaron, el Demonio Radiofónico giró su rostro y depositó un delicado beso. ¿Fue valentía o demencia? ¡Qué estupidez pensar en el origen de aquel impulso!, lo único que importó fue la sensación que la barba mal afeitada del primer hombre dejó en sus labios.
— Al…, creo que me descompuse — le dijo con la voz trémula, entre gimoteos y con el cuerpo estremecido.
— No seas tonto, no siempre estarás con… con ganas de eso, es normal. No le des tanta importancia, ya será la próxima vez.
— No entiendes, yo nunca… fue como si no pud… ¡no sentí nada! Nunca… yo nunca… ¡mierda! ¡¿Qué está mal conmigo?!
La angustia de Adam fue enorme, se sintió acorralado, como si algo en él se despedazara con toda la intención de torturarlo. ¡Así lo sintió!, como si alguien estuviera dispuesto a martirizarlo sin motivo alguno, solo por pura diversión. Sin embargo, nadie le impidió abalanzarse sobre las lujuriosas pecadoras que se ofrecieron a saciar su apetito sexual, las tuvo entre sus brazos, pero no sintió más que una inquietante repulsión al tocarlas. Sentir aquellas pieles frotándose contra su cuerpo le hizo querer aventarlas lejos, empujarlas para que dejaran de envenenarle. ¡Porque estaban envenenando a su corazón! ¡Sintió que traicionaba algo dentro de él! ¡Qué tontería! ¡Sintió como si pecara! ¡Sus emociones abigarradas lo mortificaron con encono! Envuelto entre caricias y gemidos, no pudo apartar aquella sensación de censura, se levantó en silencio y salió del lugar con la humillación de no haber logrado tener una erección.
— Solo quiero dormir, vayamos a la cama, ¿sí? — pidió Adam en un susurro, queriendo detener los tumultuosos pensamientos que lo dislocaban — Te estaba esperando.
Alastor asintió con alegría, su pecho se sacudió al escuchar la voluntad de Adam. Burlaría a la muerte, porque volvería a la noche eterna con el pensamiento. ¡Su última noche con él! Si había un momento oportuno para resucitar al Alastor joven y soñador, era ese. Adam le dejó en claro que le apreciaba en su totalidad, incluso apreciaba al Demonio de la Radio que comía carne humana y deambulaba por las calles para atrapar incautos. Le demostró que se divertía con su lado cruel y sarcástico y que, sin el temor a ser juzgado, podía expresarle todo lo que odiaba en la vida. No obstante, esa noche no deseó ser aquel demonio, esa noche se entregaría con plenitud, cedería a sus impulsos sin restricciones.
Ambos cortaron el abrazo para colocarse sus pijamas e ir a la cama. Con un chasquido de dedos, Alastor quedó vestido con una bata roja de seda, la delicada tela se adhirió con exquisitez a su piel. Adam guardó sus alas y se desvistió sin pudor, dejándose puesto solo su bóxer. Al voltear a ver al Demonio Radiofónico, un estupor lo embargó, su récord de nunca dejarse asombrar por la apariencia de un hombre se rompió. ¿Cuántas rajaduras más se forjarían en su hombría a causa de Alastor? Se apresuró a apagar las luces para esconder el sonrojo en sus mejillas. ¡Qué hermoso era! ¿Por qué no lo había notado antes? Quizá sus ojos se adaptaron a la belleza existente en el Infierno, o quizá fue Alastor favorecido por la bata de seda. ¡Oh, por su Padre! Su cuerpo reaccionó sin reparo, no sintió excitación ni se le cruzó pensamiento lujurioso alguno, fue un tumulto de misteriosas emociones lo que ocasionó que su corazón se desprendiera de su sitio y se pusiera a brincotear por todas partes. ¡Alastor apaciguó toda apetencia en su cuerpo! ¿Cómo comparar al placer con esa magnífica sensación de plenitud?
En silencio y con sus pulsos agitados, se metieron a la cama y se cobijaron como si las sábanas fuesen un capullo. Adam extendió su brazo derecho para que Alastor pudiera usarlo de almohada, y este así lo hizo. El ciervo se acurrucó lo más que pudo, tomó la mano libre del primer hombre y la colocó en su cintura, haciéndolo girar de tal modo que quedaron frente a frente. Los prejuicios remanentes de Adam terminaron por desvanecerse, sin miedo de ir en contra de sus propios principios, apretó el cuerpo de Alastor y disfrutó del calor entre ellos. Con poca ropa impidiendo que sus pieles se rozaran, una gloriosa pasión germinó en medio de aquel abrazo, no fue sexual ni obscena ni libidinosa. Aquella pasión brotó de sus corazones reconociéndose, aceptando que no había ningún otro ser con el cual quisieran intimar. Corazones cómplices, unidos por un secreto, entregándose a la ambición de pertenecerse y convertirse en el todo del otro.
Notes:
¡Muchas gracias por seguir la historia!
Saludos.
Nos seguimos leyendo.
:)
Chapter 17: Capítulo 16: Despedidas. Parte 2
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Charlie se unió tarde a los huéspedes para el desayuno a la mañana siguiente de la fallida salida nocturna. Se presentó con una gran sonrisa y dando enérgicos giros. Con la confianza de haber ideado un plan para motivar a Adam, les anunció que el hotel organizaría un pequeño festejo para homenajearlo y celebrar los avances que mostró ante el Cielo durante su evaluación. Pese a que nadie dio indicios de compartir la animosidad de Charlie, Angel Dust dio visto bueno a la idea mencionando: “Una fiesta es una fiesta, espero que haya mucho licor e invites a hombres rudos y fuertes como él”. Adam no comentó nada, su mente rumeaba los recuerdos de la noche anterior. Su piel se negó a soltar la sensación que le dejó el cuerpo semidesnudo de Alastor. La cantidad de personas a las que alguna vez denominó como amigos era mínima, aun con esto, tuvo claro que la interacción entre el Demonio de la Radio y él, viró a un lugar desconocido. De manera furtiva, su corazón se dejó dominar por una pasión irreconocible. Su cuerpo, que siempre le exigió placer, se aplacó con el dulce e inocente abrazo del pecador. Su virilidad, siempre dispuesta a tomar lo que le ofrecieran, se indispuso sin remedio aparente. Su mente, que gustaba de mantenerse libre de ataduras y apegos, se aferró a reproducir sin descanso la sonrisa de Alastor.
Las primeras veces que Alastor durmió en su cama debido al cansancio posterior de recibir el toque sanador, Adam mantuvo una estricta vigilia. No fue que durmieran juntos, que el pecador yaciera junto a él y en sus brazos fue algo circunstancial, ¿en dónde más, sino en la privacidad de su alcoba, podrían realizar tales sesiones de fe? Sin embargo, la noche en que Alastor se apareció en su habitación sin requerir de sus servicios angelicales y le confesó que sus afectos eran mutuos, fue la primera vez que, sin excusas, durmieron juntos. Adam cerró sus ojos y durmió enredado al cuerpo del ciervo. No le tomó mucha importancia en ese momento, ni a la mañana siguiente, ni en los días que le siguieron, y ahí estaba el problema. ¿Por qué no le afectó? ¿Por qué, salvo unos efímeros y prejuiciosos pensamientos, fue incapaz de mortificarse? No tuvieron sexo, no hubo insinuaciones ni caricias eróticas, es decir, nada pasó que le hiciera sentirse obligado a dormir con él. En el pasado, el inoportuno lloriqueo de algunas mujeres lo empujaron a permanecer con ellas después del sexo, y esto lo volvió un patán. Con gran precaución, se aseguró de dejarles bien en claro a sus posibles amantes lo que podían esperar de él, y entre las muchas limitaciones, dormir con ellas no estaba a discusión. Sin embargó, con Alastor, su mente, corazón y cuerpo se olvidaron de sus propias exigencias y se entregaron al goce de dormir junto a alguien. Y tan voluntaria fue esta decisión que ni siquiera advirtió a lo que había cedido. La noche anterior se encontró desesperado por la presencia de Alastor y, por ello, lo esperó como si fuese alguien importante, como si lo necesitara a su lado, como si para dormir tranquilo requiriera de aquellos brazos. ¡Qué locura!
Las parejas legítimas del primer hombre habían sido dos: Lilith y Eva. Ambas relaciones terminaron sin que el desamor visitara a los involucrados. Corría el mito, tanto en el Cielo como en el Infierno, de que Adam padeció el rechazo de Lilith. Una de las más fervientes creyentes de esta teoría era Lute, quien fue testigo de los múltiples encuentros íntimos que se dieron entre ellos, y, todavía más grave, del peligroso pedido al que accedió Adam para ayudar a su ex esposa. Sin embargo, es preciso aclarar que el padecimiento de Adam se debió a la negativa de Lilith de seguir la voluntad de Dios. “¿Crees que yo quiero tener hijos contigo? ¡Claro que no!, pero es nuestro deber”. Adam desaprobó que Lilith quisiera moldear su destino, pero le importó poco que ella se hubiera enamorado de Lucifer. Con Eva se resintió por desatar el mal en la Tierra, pero lejos estuvo de sufrir por su amor. El corazón de Adam era un órgano hermético, sintiéndose perfecto, no encontró a alguien digno a quien profesarle amor, por consiguiente, llevaba toda su existencia sin sufrir los estragos del desamor.
Si los pensamientos de Adam se desguarnecieron esa mañana, no solo fue por causa de los vestigios de la piel de Alastor, sino por verlo interactuar con Lucifer. Al entrar al comedor, observó al diablo, muy entusiasmado, besar la mano del Demonio Radiofónico y reclamarle: “Oye, amor, ¿por qué no usas tu anillo? Pronto lo reemplazaré con uno de compromiso, pero quisiera verte usar el de promesa”. El primer hombre conocía la tormentosa relación entre ellos, sabía que Lucifer lo atosigaba con un cortejo impositivo y que juraba, frente a todos, que pronto se casarían. Sin embargo, fue hasta esa mañana que la idea de Alastor y Lucifer casándose le ocasionó un profundo e inédito dolor. Pese a que el ciervo esquivó la protesta, accedió a los mimos y toques de Lucifer, y esto le dio a entender que, de cierta forma, no se resistía a la idea del matrimonio. Si en verdad llegaran a casarse, eso significaría que Alastor dejaría de dormir con él. Conociendo el temperamento del diablo, era probable que su amistad con Alastor llegara a su fin. ¿Quién en su sano juicio dejaría a su esposo dormir en la alcoba de alguien más? Y fue hasta ese momento que Adam se cuestionó su relación con Alastor. ¿Acaso los amigos dormirían juntos? ¿Los amigos se mirarían como ellos se miraban? ¿Los amigos se acariciarían como ellos se acariciaban? Si no eran amigos, ¿qué eran? Esta pregunta machacó el corazón de Adam, porque, de entre Lucifer y él, solo Lucifer parecía tener el derecho de afirmarse como algo más que un amigo. El diablo casi se coronaba como esposo, y él, ni siquiera podía denominar qué era y qué sentía por Alastor.
Adam alzó la vista, sobresaltado, cuando sintió un pedacito de pan aterrizar en su frente. “¡Oye, don Vergota, ¿sí o no?”, le cuestionó Angel Dust. Ante el rostro desconcertado del primer hombre, Angel volvió a repetir su planteamiento. Tratando de sumarse a los esfuerzos de Charlie para subirle el ánimo a Adam, propuso una salida, acompañados por Cherry Bomb y Husk, a un bar en donde tocaban música en vivo, y así pudiera despejar su mente y borrar el mal sabor de boca que le dejó el fracaso de la noche anterior.
— Ahí trabaja la pelirroja de tetas grandes que te gustó como te la chupó. No ha parado de preguntarme por ti, ¡tigre! Me dijo que le prometiste tocarle una canción — dijo Angel con voz seductora, imitando con el tenedor en su mano el movimiento de una felación.
— ¡Oh, sí, me acuerdo! ¡Qué buenas mamadas me dio esa zorra! — Adam colocó sus manos detrás de su cabeza y asintió con serenidad, recordando la sesión de sexo que tuvo con la mujer nombrada — Aunque, las mujeres deberían saber que todo lo que un hombre promete mientras les revientan el coño es ¡pura mierda!
— ¡Cállense, par de pervertidos! ¡Estamos comiendo, nadie quiere oír sus asquerosidades! — exclamó Vaggie.
— Y, Adam, esa no es la forma de referirse a una mujer — añadió Charlie.
— ¡¿Qué?! Tenía la apariencia de una zorra, aunque también era una puta, ¡no sé por qué te escandalizas, mujer! — dijo, encogiéndose de hombros — Pero, regresando a cosas importantes…, me uno a tu plan, araña patona. Siempre que la jefa me deje salir, ¿no?
— ¿Qué no la oíste? Ya me dio permiso de llevarte, es una salida tranqui, nada de quedar hasta el culo ni llegar tarde, ¿eh?
— Peor es nada — sentenció Adam, estirando sus labios y guiñándole a Angel.
La frase que mejor se acoplaba a los deseos de Adam era: “Cualquier cosa es mejor que estar pensando en Alastor”, pero la reformuló para no exponer la maraña en su cabeza.
— Ok, pero lleva tu guitarra. Si le tocas una canción, apuesto a que te dejará tocarle otra cosa — Angel alzó una de sus cejas de manera lasciva — ¿no crees?
— Con o sin guitarra, de seguro quiere que me la coja, ¡pero la llevaré! Así que no jodas más con eso.
Alastor se mantuvo al margen de la conversación, pero dejó de comer y apretó su pantalón con tirria por debajo de la mesa. Con tan poco tiempo entre sus manos, había ideado pasar toda la tarde con Adam, preparando su última transmisión de radio. Le restaba ese día y parte del siguiente, pero, por lo visto, su tiempo con Adam se acortaría significativamente por culpa de las grandes habilidades y senos protuberantes de una mujer desconocida. Y, siendo el peor martirio, el primer hombre tocaría música para ella en lugar de tocarla para él. Con un nudo en la garganta y otro en el estómago, se levantó de la silla y se excusó con tener trabajos pendientes que realizar.
El Demonio Radiofónico caminó rápido a refugiarse en su habitación. Al entrar, se recargó contra la puerta, imaginando que Adam aparecía para investigar qué le sucedía, pero no se presentó. Casi cincuenta minutos después, escuchó la puerta vecina ser azotada. Entre ellos dos se había desarrollado la costumbre de reunirse tras desayunar, pero esa mañana se rompió tal rutina. Alastor sintió el apuro de ir a la habitación de Adam, pero, aun sintiendo un hoyo absorber su alegría, se obligó a ponerse a trabajar en la planeación de su último programa. Un par de horas más tarde, la lejana música de la guitarra de Adam lo entumeció, sin duda, ¡debía de estar practicando para tocarle a esa estúpida mujer! Fue allí cuando la angustia lo venció, de solo imaginar al otro tocar para alguien más, todo su cuerpo se estremeció de dolor. La mano con la que sostenía una pluma, tembló, dejando rayones en la hoja donde escribía. Sus ojos se ennegrecieron, su cornamenta creció y su cuello se estiró. Sin resistirlo más, se levantó y aventó el pesado cenicero de cristal, que reposaba en su escritorio, contra la pared que compartía con el primer hombre. La música dejó de escucharse por unos cuantos minutos, pero se reanudó como si nada hubiera pasado. Con sus emociones abigarradas y sin pensar en lo que hacía, desapareció entre sus sombras.
Adam se sorprendió cuando vio a Alastor aparecer y lanzarle una pluma en su cara.
— ¿Qué mierda, Al? ¿Qué carajo te pasa?
El aspecto trémulo del ciervo estaba cargado de emociones; miedo, cólera, tristeza y despecho, batían un duelo por predominar. Si Adam supiera que estaba por irse, ¿desperdiciaría su tiempo con esa mujer? ¿Lo dejaría solo? ¿Lo cambiaría por una tarde de sexo? El momento se acercaba, y Alastor temió despedirse de la vida con el corazón roto y en la soledad de su antigua torre de radio. Él deseó irse con el recuerdo intacto de Adam amándolo, así fuese un sueño, no le importó, porque se convertiría en uno del que jamás despertaría.
— No cantes para nadie más — pidió Alastor cabizbajo — No toques música para ella, al menos no hoy…
Adam dejó de lado su guitarra y se levantó de la cama. Tratando de descifrar las acciones del Demonio Radiofónico, se acercó a él y sostuvo su barbilla, instándolo a alzar el rostro. Dos caminillos de lágrimas se extendían bajo sus ojos, sus labios se apretaban con tanta fuerza que apenas se podía distinguir una sonrisa en ellos. Adam, sin pensarlo, envolvió a Alastor con sus brazos y alas. Desde el desayuno hasta ese instante, su mente lo atolondró con imágenes de Alastor y Lucifer. Tratando de ignorar lo que sucedía en su corazón, decidió distraerse con la música, pero no consiguió más que correr al recuerdo de Alastor en cada nota. Como si lo hubiera llamado con el pensamiento, allí estaba, escondido en su pecho y confundiéndolo aún más. ¿Qué era lo que buscaba Alastor? ¿Qué era lo que él mismo buscaba?
— ¿Por qué me pides eso? ¿Qué importancia tiene?
Alastor negó con la cabeza, ¡claro que no le diría la razón! Mordió su labio inferior para detener cualquier locura que su corazón quisiera arrojar. ¿Cómo decirle que, dentro suyo, un amor crecía sin control, cual fuego avivado por el viento? ¿Cómo decirle que soñaba con morir prendido a la mentira de ser correspondido? Nada de eso pudo confesar con palabras, pero sus manos transmitieron sus más profundos anhelos.
— No me preguntes, pero, por favor, no lo hagas. Espera unos días para cortejarla.
— ¿Cortejarla? ¿Pero qué vergas crees que…? ¡Al, sabes que jamás me he enamorado! ¿Cómo crees que podría interesarme hacer algo así? ¡A lo mucho, me la cojería!
Aun cuando la intención de Adam de tener relaciones sexuales con alguien más no fue agradable para Alastor, encontró en tal idea un mejor consuelo, pero esto no inhibió su llanto. Cubierto de la dulzura del primer hombre, deseó tener más tiempo, imploró porque su alma fuera inmortal y así eternizar la sensación que hacía estremecer a su cuerpo.
— ¿Qué sucede, Al? ¡Realmente quisiera entenderte! — le cuestionó al sentir los temblores intensificarse — Sé que algo te pasa, y juro por mi Padre que he respetado tu dolor, pero, por favor, dime ¿qué pasa? ¡Mierda, Al! ¿Acaso no he demostrado que puedes confiar en mí?
Alastor sonrió entre sollozos, ¡claro que lo había respetado! ¡Lo había respetado como nadie más en toda su vida! ¿Cómo podría negarlo? Adam, el engreído y petulante ángel, padre de la humanidad, lo cuidó y lo ayudó sin pedir pago alguno. ¿Cómo, alguien como él, pudo otorgarle tal privilegio a un monstruo? ¡Su compasión le pertenecía! ¡Era suya, su secreto! Nadie más conocía la ternura de sus manos, la bondad de sus palabras, la indulgencia de su corazón. ¡Ese Adam era suyo y lo sería por siempre!
— Adam…, ¿qué harías si dejara de existir? — murmuró con miedo, pero, a la par, con anhelo en sus palabras — ¿me extrañarías?
El corazón de Adam bombeó con violencia. Desde su estómago, se dispersó una corriente helada, como si bolas de granizo se incrustaran en sus venas. Fue incapaz de procesar aquella pregunta, ¿cómo podría imaginar un mundo sin Alastor?
— ¡¿Por qué me preguntas algo así?! ¡Al, ¿en qué estás pensando?! — Adam apartó a Alastor de su pecho y lo miró, preocupado, a los ojos — ¡He observado una profunda tristeza en ti! ¡Sé que has actuado raro las últimas semanas! ¡Puedo sentir el cansancio de tu alma! ¡Así que, más te vale decirme qué sucede! ¡Y quiero la verdad! ¡¡¡Con un maldito carajo!!! ¡Al, déjame ayudarte!
Alastor estiró su sonrisa y alzó una mano para acariciar la mejilla izquierda de Adam, sintió los pequeños vellos de la barba raspar las yemas de sus dedos. Al ver el rostro mortificado del otro, tuvo la osadía de imaginar que le extrañaría, se atrevió a sustentar sus ilusiones, como si aquel preocupado rostro significara que lo amaba. Alzó la otra mano y, con sus dedos, mapeó las facciones de Adam. Delineó sus cejas, ojos, nariz y labios de manera minuciosa, grabando en su mano la belleza frente a él.
— No pienses tonterías…, mi ángel guardián, solo fue… curiosidad. A veces, quisiera saber qué significo para ti.
— ¡¡¿No crees que yo también quiero saber qué significo para ti?!! — dijo Adam sin miramiento, su corazón se contrajo por el dolor de no entender a Alastor ni a él mismo — ¡Quisiera saber qué mierda estamos haciendo! ¡¡¿Qué carajos haces?!! ¡¡¿En qué rayos me estoy metiendo?!! ¡Dime que pasa por tu jodida cabeza! ¡Prométeme que no harás ninguna pendejada!
Alastor soltó un ligero bufido. Incluso consternado, le pareció que Adam era el ser más hermoso que jamás existió. ¡La misericordia de un ángel! Si era obra de Dios, entonces le agradecería que lo hubiese puesto en el último tramo de su vida. Si era obra de la casualidad, entonces se nombraría como el hombre con la mejor suerte de todo el mundo.
— Prometo que haré todo a mi alcance para cuidarme del mal, no dejaré que nada me dañe — le respondió, y tan pronto terminó de hablar, recostó su cabeza contra el torso de Adam nuevamente.
Con delicadeza, Adam cargó al ciervo y lo llevó a su cama. Se recostaron juntos sin romper el abrazo, los rescoldos de la pasión de la noche anterior reavivaron el fuego en sus corazones. Se abrazaron con mayor ímpetu, se acariciaron con libertad, se miraron con ardor. ¡Claro que existía algo más que amistad entre ellos! ¿Cómo contrariar el ansia de sus manos? ¿Cómo desestimar el golpeteo en sus pechos? ¿Cómo defenderse de las ilusiones llenando sus mentes?
— Si necesitas que esté a tu lado, no saldré con Angel y los demás. Tú eres mucho más importante, ¿me oyes?
Un rubor manchó las mejillas de Alastor y sus orejas se agacharon. No tuvo que ofrecerle nada al primer hombre para que lo posicionase como algo importante. No tuvo que pagarle de algún modo, no hubo tratos, no hubo promesas, no hubo exigencias; solo la devoción de Adam lo cuidaba y atesoraba. Por primera vez, ¡Alastor se sintió valioso para alguien más! Desde siempre, todos habían querido algo de él; pero no Adam, él solo velaba por su bienestar.
— No te preocupes, necesitas distraerte. Además, yo estaré ocupado con algunos pendientes.
— ¿Seguro? — preguntó, apretando el cuerpo de Alastor y pasando saliva con dificultad — No parece que estés bien.
— En serio, ya estoy mucho mejor.
— Creo que solo me queda confiar en tu palabra. Prometo que, cuando regrese, cantaré algo para que puedas dormir tranquilo.
Alastor palideció ante el ofrecimiento de Adam. ¡Qué crueldad! ¡Su amor queriendo cantarle, y él tendría que pasar su última noche en cama ajena!
— Lo siento, pero empeñé mi palabra con Lucifer. Le prometí acompañarlo esta noche — le contestó con pavor, tal como si confesara un crimen.
Otra vez aquel dolor desconocido se propagó por la piel de Adam. Sus manos se llenaron de sudor, sus extremidades se congelaron y un bulto se atoró en su garganta. Imaginar a Alastor acurrucado entre los brazos de Lucifer le hizo perder el aliento. ¡Era lógico! ¡Eran pareja, se casarían! ¿Qué impediría que dos amantes enamorados se entregaran al deseo de dormir juntos? ¡Qué estúpido! ¡El corazón de Alastor ya tenía herrado el nombre de alguien más! ¿Por qué, hasta ese momento, no reparó en lo mucho que le dolía tal verdad?
— Sí…, en… entiendo — dijo con la voz quebrada — Supongo que no puede esperar más noches a estar casado contigo, ¿no? ¿Quién podría?
El conocimiento de que, pronto, la cadena en su cuello le pertenecería a Lucifer, hizo a Alastor tiritar. Se había esforzado por mantener la imagen del diablo separado de este inminente hecho, y solo así logró deshacer el dolor que lo sofocaba cada que estaban juntos.
— ¡No seré su esposo! ¡Jamás dejaré que sea mi dueño! — sentenció sin titubear.
Adam se sorprendió por el brío en la voz del ciervo. Tal afirmación salió con antipatía, como si la idea de casarse con Lucifer le repugnara. Desconcertado por el dictamen de Alastor, reorganizó sus pensamientos y trató de comprender qué sucedía.
— Pues deberías de aclarárselo a ese pendejo…, porque no para de hablar pura mierda. Esta mañana, mientras comíamos, dijo que te propondría matrimonio en la fiesta que está organizando la Princesa Arcoíris.
— Créeme, le dejaré muy en claro que no planeo casarme con él.
Imaginar a Lucifer humillado, hizo a Adam soltar una carcajada, ¡era algo que le gustaría ver! Sin embargo, lejos de su diversión, se preguntó por qué Alastor consentía el coqueteo del diablo, intuyó que debía existir una causa que justificara tal comportamiento, pero ¿cuál era? Lucifer daba la impresión de estar en verdad enamorado, aunque dentro de ese supuesto amor se escondían manchas de violencia y dominio. Observó al diablo en distintas ocasiones presionar al ciervo hasta no dejarle más opción que ceder a sus exigencias. Nunca olvidó la vez en la que a Alastor no le quedó más remedio que dejarlo entrar a su alcoba para no seguir exhibiendo el acoso al que era sometido. No obstante, otras veces, Alastor parecía feliz y encantado de compartir momentos y caricias con el diablo. ¿Qué era aquello que silenciaba el Demonio Radiofónico? La primera vez que compartió su fe con él, fue testigo del pavor en su mirada. Al tocarlo, huyó por el terror al contacto físico. ¡Conocía esa clase de miedo! ¿Habría sido Lucifer el creador de ese temor? O, quizá, ¿el autoritarismo en su método de conquista era el que ocasionaba la reticencia de Alastor por aceptarlo? “Por favor, Padre, ¡dame la fuerza para protegerlo! ¡Te lo ruego, perdona sus pecados! ¡No merece esta tortura!”, rezó Adam en su mente.
Tiempo atrás, el primer hombre se regocijó con los exterminios. Deseó aniquilar las almas de aquellos seres que ni siquiera podía darles el adjetivo de humanos. Por el contrario, en ese momento, mientras acariciaba con ternura el cuerpo de Alastor, dejó de importarle cualquier pecado que cometió, y solo deseó protegerlo del mal que hacía marchitar su vida.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Husk hurgaba en su ropero cuando escuchó la puerta abrirse y cerrarse. Sin tener que voltear, dedujo que debía de ser Alastor quien había irrumpido en su alcoba, era el único que entraba sin tocar previamente. Dejó de buscar su camisa con botones en forma de picas para atender la visita. Desganado, volteó a ver al ciervo y solo levantó sus cejas a modo de saludo. Sus hombros caían como si sus brazos fueran dos piedras colgando a sus costados, su espalda cargaba el peso de la derrota y en sus ojos gobernaba la furia de mil hombres. Alastor carraspeó para agarrar el valor suficiente para hablar, de entre todos a quienes les debía una despedida, Husk le representaba mayor dificultad. A Lucifer podía mantenerlo contento con actos bondadosos. Con Vox, la melancolía lo desestabilizó, pero en su corazón ya no había remanentes de su amor. La situación con Adam, hasta ese momento, oscilaba entre la alegría y la tristeza, pero la felicidad terminaba por ganar sobre cualquier sentimiento dañino. Sin embargo, a Husk, al nunca haberle ofrecido una oportunidad limpia para que estuviesen juntos, no podía dedicarle ninguna palabra de aliento sin que fuera tomada como una ofensa. Era como si entre ellos existiera una deuda implícita, como si nunca hubiera liquidado el pago por su paciencia infinita.
— Husk…, sé que estás por salir, y supongo que estarás ocupado ultimando los detalles de tu atuendo. Sin embargo, he venido a despedirme como es debido.
El gato rio con cinismo, como si lo expresado por Alastor hubiese sido un chiste. Ladeó el rostro y sacudió ligeramente la cabeza. Miró hacia varios puntos en la habitación: el ropero, una lámpara de piso, una alfombra circular, alrededor de sus pies, pero no pudo hallarle sentido a nada. “Despedirse”, ¿cómo podía decirlo con la mayor de las calmas? Su voz salió tan campante, como si le contara una trivialidad o le diera un recado cualquiera. Tratando de concientizar a su corazón para lo que estaba a punto de suceder, encaró al Demonio Radiofónico.
— ¿Vienes a despedirte de mí porque saldré? ¿O vienes a mandarme al demonio porque te casarás con el pendejo aquel? — Husk lanzó una mirada fulminante en contra de Alastor — Te ahorraré el patético discursito que has preparado. Entiendo perfectamente que has elegido ser el juguete de alguien que no te ama, no tienes que decir nada más. No me debes ninguna explicación, así que ¡solo lárgate!
— Husk, sabías que algún día tendríamos que decirnos adiós. Lo que había entre nosotros estuvo mal desde el principio…, perdóname. Cuando hicimos el trato, pensé que tus sentimientos serían efímeros, jamás imaginé que llegaríamos a esto.
— ¡Estamos llegando a esto porque tú así lo quieres! ¡No vengas a pedirme perdón solo porque no puedes soportar la culpa de deshacerte de la basura que ya no te sirve!
Husk se tapó la boca con su mano izquierda y prensó sus mejillas con brutalidad, quiso reprimir los sollozos que desafiaban a su dignidad apretando los dientes. Incluso tensando la garganta, algunos quejidos se le escaparon. La valentía se le fue esfumando con cada lágrima que surcó por su rostro.
— Sé que no puedo compensarte de ninguna forma, pero no quiero que pienses que no significaste nada para mí. ¡Eres alguien valioso en mi vida! ¡Créeme, siempre estarás en mi memoria!
— ¡¿Y de qué me sirve estar en tu puta memoria?! ¿Ah? ¡Yo no quiero amarte con el pensamiento! ¡Yo quiero amarte estando a tu lado! Por favor, Al, ¡no rompas nuestro trato! ¡No dejes que él nos separe! ¡¿No puedes verlo?! ¡¡Mi vida entera eres tú!! ¡¡Despierto cada día solo para seguir amándote!!
Las manos de Husk sostuvieron su frente, entre convulsiones, trató de mitigar el dolor en su pecho. No pudo seguir conteniendo sus lágrimas, resbalaron por sus mejillas y algunas cuantas cayeron en el piso. Sus orejas se sacudieron involuntariamente, su cola quedó colgada al esfumársele la fuerza para mantenerla erguida. Alastor se apresuró a abrazarlo, ¿qué más podía hacer? Ya no había nada, salvo intentar obsequiarle un último momento juntos. Con devoción, procuró arrullarlo para adormecer su dolor y, con sus manos, confirmarle lo mucho que significaba para él.
— Tú y yo podemos soportar cualquier adversidad. ¡Nunca podrán vencernos, somos imparables! No importa cuánto daño nos hagan, no importa cuántos golpes recibamos, no importa cuánto miedo sintamos, incluso si nos hallamos solos…, ¡siempre seguiremos en pie! ¡Somos a prueba de balas!
— ¡No, Al! ¡No soy tan fuerte, no soportaré tu ausencia!
— ¡Sí, sí lo harás! ¡Tú puedes soportar eso y más! ¡No me falles!
Husk alzó la cabeza y jaló del cuello a Alastor. Unieron sus labios con desesperación, se besaron con la urgencia de expresar lo que las palabras silenciaron, se entregaron la pasión que ya no podrían darse en el futuro, se hundieron en la melancolía de un último adiós.
— Si pudiera regalarte mi sonrisa, lo haría sin dudarlo. Tal vez, así podrías soportar cualquier dolor — le dijo Alastor en un tono bajo, casi susurrando.
— Te amo tanto, Al…, tanto…, tanto…
Unos toquidos interrumpieron el abrazo, y el llamado de Angel Dust al otro lado de la puerta los hizo separarse. Alastor besó la frente de Husk y le sonrió con dulzura.
— Adiós, mi amado minino fiel.
Poco a poco, sus manos se alejaron. Husk quedó inerte mientras observó al Demonio de la Radio desaparecer entre sus sombras, y, en ese punto, supo que era el final de su amor.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
En punto de las nueve de la noche, Alastor apareció en la torre de Lucifer, y aunque este último se esmeró en prepararle una cena romántica, no logró contagiarse de su entusiasmo. En los últimos días, por más que pretendió ver al diablo a través del lente de su antiguo amor, no consiguió más que enfadarse por lo ridículo de su actuar. Era un farsante, y uno muy malo si debiera admitirlo. Ese Lucifer era el que odió cuando recién lo conoció, el que hacía chistes malos, el que reía exageradamente, el que buscaba atención con desespero, el que brincoteaba como payaso de circo. Añoró al Lucifer poderoso, al demonio decisivo y temperamental, pero que, de a ratos, mostraba gentileza y suavidad con pequeños detalles. Incluso deseó ver al Lucifer vulnerable, al ser deprimido que le enseñó que hasta un severo rey cargaba con sufrimientos y angustias. Se opuso a que le siguiera obsequiando objetos costosos y le entregara cartas llenas de poesía barata. No pudo ocultar su fastidio, y, por supuesto, el diablo lo notó y no hizo más que acentuar su comportamiento obsesivo.
El miedo de Lucifer fue creciendo como avalancha cuesta abajo. Pocos fueron los momentos en que sintió el genuino amor de Alastor, por lo que le fueron insuficientes y sus inseguridades lo vencieron. Su última esperanza fue el matrimonio, aguardaba con desespero el día en que pudieran unir sus vidas. ¡Cuando ese día llegara, jamás lo soltaría! Se lo llevaría lejos, a donde nadie pudiera amenazar a su amor. Necesitó consolidar su relación, suplicó para que los sentimientos del ciervo se restauraran, ¡soñó con volver a sentirse amado! ¿Qué podía darle para traer de regreso a ese Alastor? Si el diablo hubiese admitido sus errores, si le hubiese dado un solo perdón al Demonio de la Radio antes de que Adam se incrustara en su corazón, hubiese logrado rescatar a su amor. Cerrado en su orgullo, ni siquiera anticipó que la melancolía crónica en la mirada de Alastor era un prolongado adiós.
— Amor, estaba pensando que ya es hora de redecorar mi palacio…, bueno, nuestro palacio. Viviremos allí, y me gustaría que te sintieras cómodo, ¿no te gusta la idea? — su voz vibró de emoción, pretendiendo compartir su alegría.
Alastor ni siquiera se molestó en contestar, solo cerró sus ojos y dejó que su imaginación lo transportara a un lugar lejano. Un tic se apoderó de uno de los ojos de Lucifer ante el incómodo silencio, se rascó la nuca e intentó mejorar su propuesta para, así, pescar la atención del ciervo.
— Aunque, si lo prefieres, ¡podría construir un palacio totalmente nuevo!
Recostado en la cama, el Demonio Radiofónico apretó la base de su nariz y la masajeó con fuerza.
— ¿Podrías dejar de hablar del matrimonio y esas cosas? En serio, déjame descansar de eso ¡al menos por esta noche!
Lucifer se levantó del sillón, en donde reposaba la comida, y se apresuró a sentarse en la cama, justo a los pies del ciervo.
— ¿Cómo me pides eso? ¿Qué, acaso te fastidia?
— ¡Es que no paras de hablar de eso! ¡Ya! ¿No tienes algo más en la cabeza?
— Cuando dos personas están por casarse, es normal que hablen de los preparativos previos. El lugar donde viviremos es algo importante, ¿no crees?
— Por favor, Lucifer, ¿podrías quitarte esa tonta máscara de buen esposo? ¡¿Crees que el matrimonio arreglará los problemas entre nosotros?! Si ese fuera el caso, no te estarías divorciando.
La pantomima del diablo no logró abarcar la ira, tal emoción le era incontrolable, se encendía tan rápido como el fuego de un fósforo; y Alastor lo sabía.
— Nuestros problemas están resueltos, solo eres tú que no puedes dejar el pasado atrás. ¿Qué más tengo que cambiar para que estés contento?
— ¡Solo te exigí respeto, jamás te pedí que te convirtieras en un bufón enamorado!
— ¡Mentiroso! Lo que querías era a un perro rendido a tus pies como los pendejos de Husk y Vox, ¿no? ¡Es lo que te gusta de ellos, no mientas!
— ¡El que me dice que no puedo dejar el pasado atrás! ¡Ja! Piensas más en ellos que yo, ¿para eso querías que viniera esta noche?
Alastor levantó su espalda de la cama y giró su cuerpo, dejando sus piernas suspendidas al ras de la cama. Con un breve movimiento de dedos, hizo aparecer su bastón en su mano derecha, dando a entender que daba por terminada la velada y que pretendía marcharse. Lucifer entró en pánico, se apresuró a quitarle el micrófono y lo puso en la mesita de noche a un costado. Tomó las manos del pecador y repartió besos en ellas.
— Se que he estado comportándome como un estúpido, pero es que no sé qué hacer para recuperarte. ¡Creí que eso era lo que querías! Dime, ¿qué debo hacer? ¡Es que no lo sé!
— Sé tú mismo. Me mostraste al Lucifer real, y es de él de quien yo me enamoré. Sé que tienes defectos, y, aunque eres el ser más poderoso del Infierno, también tienes inseguridades. Tu mezcla única de poder y fragilidad fue lo que me atrajo, me conquistaste con esa maravillosa dualidad. Me provocaste que quisiera protegerte y, al mismo tiempo, me sentí tan protegido a tu lado, pero… terminaste humillándome… Yo solo te pedí que jamás volvieras a irrespetarme.
El corazón de Lucifer se agitó por la confesión del ciervo. ¡Ser inmaculado, lleno de virtudes y devoción! ¡Ahí estaba su Alastor! Ese que lo comprendía y tenía el don de arreglar toda desavenencia. El único que lo amaba pese a su rota personalidad. Aquel que conseguía tranquilizarlo con palabras amables. Para el diablo, el tiempo no menguo su pasión, porque se descubrió enamorado tras la distancia que puso Alastor, es decir, no disfrutó su amor en el tiempo que le correspondía hacerlo. Por ello, sus ansias por recuperarlo se fueron hasta los cielos, aunque seguía sin estar preparado para el tipo de amor que le fue ofrecido. Con la boca seca, pero los ojos húmedos, se abalanzó sobre Alastor y lo besó con vehemencia. Ambos se tumbaron contra el colchón y le concedieron el gusto a su amor de extenderse hasta sus manos que, como barcos perdidos, navegaron entre un mar de incertidumbre. El arrebato continuó hasta que el Demonio de la Radio sintió los dedos del diablo desabotonar su abrigo. Un miedo reminiscente se apoderó de él, como si una de sus sombras lo abofeteara sin piedad.
— Lucifer… dijiste que no haríamos nada de esto hasta formalizar la relación… tú… tú lo prom…
— Lo sé, lo sé…, pero no puedo contenerme. He sido tan paciente, ¿acaso no me deseas tú también?
— Por favor, no me obligues a…
El diablo silenció a Alastor con un ligero beso sobre sus labios cerrados, y dejó otro más en su mejilla derecha. Respirando agitadamente, acercó su boca al oído más cercano del otro.
— No, mi amor…, tú no me obligues a hacer algo que no quiero. No sabes lo mucho que he esperado por esto. Solo acariciarte… ya no es suficiente. Necesito tenerte, necesito sentir que eres mío…, por favor, por favor, Al.
Alastor comprendió que el diablo lo había acorralado, tenía dos opciones: entregarse a voluntad o sería tomado por la fuerza. ¿Cómo Lucifer lograba deshabilitarlo con tanta facilidad? ¿Era culpa del amor o del miedo? Sin el deseo de transformar su última noche en un tormento, ladeó su rostro y cerró sus ojos, tratando de evocar al Lucifer de sus fantasías.
— Está bien…, pero apaga las luces — pidió con timidez. Si sus lágrimas se atrevían a traicionarlo, deseó que la oscuridad guardara el secreto de su dolor.
— Pero, amor, quiero verte. Quie…
— ¡Apaga las luces! — gritó con furia.
Lucifer asintió sin replicar más y apagó las luces con un chasquido de dedos.
En medio de aquella penumbra, Alastor se despidió, tanto del Lucifer que amaba, como del diablo al que temía.
Notes:
¡Hola!
El capítulo siguiente, es el último de la segunda parte de la historia. ¡Ya quería llegar a esta parte!
¡Muchas gracias por seguir la historia!P.D: ¿Se les hacen muy largos los capítulos? A veces pienso que, si me extiendo, se vuelve aburrida la lectura.
Nos seguimos leyendo.
Saludos.
Chapter 18: Capítulo 17: Despedidas. Parte 3
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Decir que el corazón de Adam lo castigó con insomnio sería errado, porque ni siquiera hizo el intento de dormir, no le dio ni la oportunidad ni la orden a su cerebro para que lo llevara al mundo de los sueños. Por el contrario, su corazón fue sometido a un arduo interrogatorio, aquella noche se trasformó en un camino fragoso en el que puso en duda sus más intrínsecos principios. El terror que lo apresó la primera noche que pasó en el Hotel Hazbin hizo eco en su cabeza, aquel sentimiento de abominable enajenación volvió a encapsularlo, pero de manera mucho más agresiva. La mayor parte de la noche la pasó acostado, acompañado de una mirada vagabunda mientras escudriñaba la razón de su aflicción. Otras veces, cuando sus pensamientos se volvieron absurdos, caminó sin brújula de un extremo a otro de la habitación buscando, con su raciocinio y sus pies, alguna salida a tales disparates. Cada intranquilidad la desgajó como hacen las jóvenes al adivinar si son amadas con los pétalos de una flor, fue descartando suposiciones cuando las creyó inaplicables para él.
Antes de ir a la torre de Lucifer, el Demonio de la Radio pasó a darle las buenas noches, y tal acto le habría sido indiferente de no ser porque los labios de Alastor no solo se movieron para despedirse, sino que también intentaron dejar un beso en su mejilla. Rápido, dio una palmada en el hombro del ciervo, atajándose del contacto íntimo y provocando una mueca de dolor en el otro. “¡Diviértete!”, fue lo último que le dijo antes de cerrar su puerta con un trancazo, y fue entonces que advirtió la furia que se revolvía en su vientre. ¡Porque estaba furioso! ¡Lo estaba! Con toda la naturalidad del mundo, el Demonio Radiofónico había ido a besarlo con la mayor de las ternuras solo para irse a dormir en brazos de otro. ¡Oh, ese maldito pecador! Se abofeteó un par de veces antes de sentirse ridículo por molestarse, ¡maldita sea, no eran nada! ¡Amigos solamente, no más! La rabia en su interior fue lo que desencadenó el tempestuoso interrogatorio, y en lugar de hallar respuestas solo se hundió más y más en un océano de dudas.
— ¡Puta madre! ¡No eres un marica! ¡Eres el Puto Amo! ¡El Puto Amo! ¿Qué pendejada piensas? Ese tipo está mal, tú estás mal, ¿en qué mierda te estás metiendo?
Antes de acercarse a la verdad de sus emociones, la decepción de sí mismo acribilló su ego, había perdido todo aquello de lo que alguna vez se sintió orgulloso, fue allí cuando no pudo reconocerse. ¡Era el primer hombre! ¡Un hombre hecho para procrear, carajo! ¡Había sido destinado a la grandeza, no para vivir como un simple pecador! ¡Era una obra de Dios, no un bicho infernal! ¡Era un ser para vanagloriar, no para ser tratado como plato de segunda mesa! ¿Cómo fue que su vida comenzó a girar en torno a Alastor? Vivía en el Hotel Hazbin por una razón, una sola y puta razón, que era encontrar el método correcto para la redención, y no para andar mariconeando, tal como lo determinó, con un pecador. Se reprendió, se insultó con severidad por haber perdido el sendero correcto, porque sus días pasaban sin que el Cielo se asomara en sus quehaceres y comenzó a vivir a expensas de un sentimiento irracional, producto de la confusión y la soledad. ¡Ese fue el problema! Que, tanto Alastor como él, pendían de un hilo cuando se conocieron, se lamieron sus heridas, se acompañaron en su soledad, se extendieron la mano para levantarse; y entonces confundieron la gratitud con algún otro sentimiento estúpido. Si el desamor no torturara a Alastor, de seguro no actuaría de tal modo, y si él mismo no hubiera llegado al Infierno, tampoco lo haría. ¡Solo eran dos pecadores necesitados! ¡Nada de mágico había en esa amistad! ¡Su furia no era porque Alastor pasara la noche con Lucifer, era porque no quería sentirse solo! ¡Claro! ¿Por qué no lo vio?
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Más que el deseo de sentirse mimado por Lucifer, Alastor no se levantó de la cama por el dolor en su cuerpo. Desde el coxis hasta sus caderas se deslizaron fuertes piquetazos, sus piernas pesaban más de lo normal, su espalda crujió a modo de protesta y muchísimos moretes y rastros de mordidas pintaban su piel. Si la noche anterior la oscuridad logró esconder su llanto, esa mañana sus ojos hinchados lo delataron. Y no fue el hecho de sentirse forzado a mantener relaciones sexuales lo que provocó que llorara, incluso después de que el diablo se durmiera, fue el recuerdo de Adam y la traición en su corazón lo que impidió que dejara de verter lágrimas en toda la noche.
Lucifer evitó hablar sobre el motivo de la hinchazón en los ojos del ciervo, se inventó algo que enmudeciera a la vocecilla molesta en su cabeza y sepultó el tema, prefirió perderse entre la fantasía de amanecer con Alastor a su lado. ¿Por qué arruinar el momento con futilidades cuando estaba a tan pocas horas de ser libre? Llenó su torre con flores similares a las rosas, le llevó el desayuno a la cama y le masajeó los pies. ¡Oh, que maravilloso! Hablaron con una soltura que hacía tiempo que no compartían, bromearon con coquetería, se rodearon de risas, juguetearon como niños y se besaron como si llevaran una eternidad amándose. Cerca del mediodía, Lucifer se lamentó por tener que marcharse a preparar la última ceremonia que lo separaría, al fin, de Lilith. Alastor, con intriga, lo cuestionó sobre el horario de la ceremonia, fingiendo preocupación por su asistencia a la fiesta.
— No te preocupes, amor. Esta luna nueva empezará por eso de las seis y habré terminado con este asunto antes de que inicie la fiesta. Créeme, no me la perdería por nada del mundo, te tengo una gran sorpresa, ¡ya lo verás!
Alastor silenció sus preocupaciones por un momento, justo cuando despidió a Lucifer. Se dejó vencer ante su más loca ilusión, imaginó que era la mañana siguiente a su aniversario, desvaneció los recuerdos del último año para permitirse la felicidad que le fue negada. Se aferró al cuerpo de Lucifer cuando este se acercó para darle el último abrazo, ¿habría sido de ese modo?, ¿habrían sido felices? Antes de separarse, el diablo hizo una parada en sus labios, no opuso resistencia, un sabor dulce anestesió su mente. Apoyaron sus frentes por unos segundos y luego volvieron a besarse, continuaron en medio de este bucle: frente con frente, besos castos, como una corografía, como un ritual, como si usaran un idioma secreto para decirse lo mucho que se amaban.
— No me quiero ir, de verdad… ¡no sabes lo feliz que me siento! — le dijo el diablo.
Alastor notó el llanto de Lucifer cuando su propio rostro se manchó de sus lágrimas. Sí, él tampoco quería irse, sin duda, esa mañana fue la primera vez en la que se sintió en verdad amado por Lucifer. No quería desprenderse de esa sensación, un rayo se extendió desde sus labios, viajó por su garganta y anidó en su pecho.
— No te preocupes, ya pronto acabará tu dolor…, el mío…, todo estará mejor.
El diablo asintió aun con sus frentes unidas, sonrió con la boca apretada y volvió a besarlo. Once minutos pasados el mediodía, finalmente tuvo el valor de separarse y abrir un portal hacia su palacio. Antes de atravesarlo, le mandó una bellísima sonrisa al Demonio de la Radio, y él le respondió igual.
— Adiós…, mi amado Lucifer — dijo una vez que se quedó solo — Finalmente mío, mi Lucifer, solo mío…
Sentado en la cama y con las piernas dobladas de tal forma que parecían una pequeña montaña, el ciervo encorvó el cuello y sus manos atraparon su rostro. Y otra vez sus lágrimas lo llenaron de dolor.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Alastor dejó el cigarrillo en el cenicero cuando quedó reducido a solo el filtro, exhaló el humo restante en sus pulmones al tiempo que alzó la vista para echar un vistazo al reloj de pared frente a él. Dejó caer todo su peso sobre el respaldo de la silla mientras contaba las horas restantes en voz baja. Cinco horas, pero solo dos para hablar con Adam, las tres restantes las reservaría para consumar su muerte. Sería la última vez que hablaría con él, y el desprecio con el cual fue tratado la noche anterior no dejó de inquietarlo. “Diviértete”, le había dicho. ¿Fue una burla? ¿Ironía? ¿Celos? Dando un largo suspiro, se levantó y salió de su habitación. Tres pasos desde su puerta hasta la de Adam bastaron, no tocó, no pidió permiso, solo entró en silencio y con el corazón retumbándole en la garganta.
Sentado en su cama, Adam refinaba su guitarra cuando advirtió la presencia del Demonio Radiofónico, lo saludó con alegría y volvió a enfrascarse en la tarea de mover las clavijas conforme escuchaba el temblor de las cuerdas. Alastor respiró como si caminara entre las flores de un valle, lejos, muy lejos del Infierno, sin el azufre y fuego quemándolo. Ver al primer hombre tan apacible adormeció los nervios que viajaban en su cuerpo. Caminó hasta la cama y se acomodó a su lado con toda la intención de hacerse notar. Dejó pasar unos minutos, pero la inquietud regresó cuando percibió la indiferencia de Adam, algo debía andar mal, porque lo usual era que el ángel le prestara toda su atención desde el momento en que ponía un pie en su habitación. Pero en esa mañana solo hubo indiferencia, Adam, con un ánimo extraño, le dio la impresión de no simpatizar con su presencia y esto lo aventó a un remolino de incertidumbre. ¡El peor momento para enemistarse! No se suponía que su último encuentro sucediera así, y no dejaría en su memoria el recuerdo de ser tratado con indolencia. Sin más que hacer, supo que debía irse lo más pronto posible, debía ser de tal modo si quería salvaguardar la imagen del Adam dulce y amable, quizá era un deseo egoísta, pero sería ¡su último deseo! Con los ojos hinchados, contuvo sus lágrimas, ¡otra vez quería llorar! ¿Por qué, últimamente, lloraba con tanta facilidad? Bastaba un recuerdo, un aroma, un toque o el mismo silencio para volverlo frágil, sus ojos se humedecían con la menor de las provocaciones. ¿Lo sabría? ¿Adam sabría que su silencio lo empujaba a un tormentoso abismo? Pero ya no tenía tiempo para su tristeza o para indagar qué sucedía con Adam, y mucho menos tenía el ánimo de discutir con él, lo único que podía hacer era entregarle su herencia y huir.
— He estado pensando… — Alastor se cruzó de brazos y prensó su propia carne con furia — Ya que te gusta tanto la radio, quería darte las llaves de mi torre principal. No es la que está aquí, en el hotel, es una verdadera estación de radio.
El intento de Adam por restarle importancia a la visita de Alastor frenó cuando escuchó el ofrecimiento. Dejó de lado su guitarra para voltear a ver al ciervo, y fue hasta ese entonces que notó la hinchazón en sus ojos y que lo envolvía un aura melancólica tan densa que su cuerpo parecía derrotado. No era tan extraño que Alastor luciera así; últimamente, su estado de ánimo era cambiante y, de a ratos, se le olvidaba esconder el sufrimiento que, como una roca atada al cuello, cargaba a todas partes.
— Podemos ir juntos, no es necesario que me des tus llaves. Podríamos hacer ahí las transmisiones desde ahora, ¿no crees? — le propuso, tratando de animarlo.
El entrecejo de Alastor se contrajo por un instante, apenas perceptible, pero Adam lo vio.
— ¿No te gustaría? — le insistió.
— Hoy no transmitiré, quizá mañana.
Alastor pasó saliva con tanta dificultad como si esta pesara una tonelada, incluso su sonrisa flaqueó por culpa de su garganta rígida. Ignorando al primer hombre, destrabó sus brazos y, con un movimiento de manos, invocó un bulto de llaves. Cabizbajo, ladeó el cuerpo para alcanzar las manos de Adam, las acarició un poco, era su último toque, y dejaría en esas manos todo su amor. Antes de entregarle las llaves, cerró sus ojos para rememorar las noches que durmieron juntos, necesitó sentir esa calidez, sería el recuerdo que lo acompañaría en la muerte.
— Quiero que sean tuyas, por favor, no me niegues el gusto de obsequiártelas.
— Bueno…, bien, sí así lo quieres, es… está bien — un extraño sentimiento le revolvió la voz, haciéndolo tartamudear — ¡Vamos ahorita! Qué se joda la Princesa Arcoíris, ¡está tan ocupada con la puñetera fiesta, que ni va a notar que me fui! ¡Te lo apuesto!
— Hoy no puedo…, mañana será.
Cuando Alastor mencionó por segunda vez la palabra mañana, su entrecejo volvió a fruncirse y su voz vibró. De repente, llegó a Adam la reminiscencia de varios rostros. ¡Fue horripilante! ¡Eran los rostros de las almas afligidas que perdieron toda esperanza! ¡Era el mismo sentimiento sombrío y oprimido! Volvió a él una antigua nostalgia, la misma que sintió cuando vio partir a los humanos bajo su cuidado que, desesperados, no hallaron mejor consuelo a su dolor que desaparecer por siempre.
— Al, ¿qué sucede? ¿Es por lo de ayer? ¡Perdón, fui un estúpido! ¡Perdóname, por favor, perdóname!
El veredicto, al cual llegó la noche anterior, se le perdió más rápido que el tiempo que le tomó pronunciar la palabra perdón. La respiración de Adam se aceleró, haciendo que el aire desprendiera un espeso sonido al salir de su boca. ¿A dónde había ido el fulgor en la mirada de Alastor? Ya no estaba, solo eran dos esferas vacías y hundidas, ni siquiera el rojo en ellos pudo matizar algo de viveza.
— ¡Háblame, Al! ¿Qué sucede?
Despedirse de Adam resultó muchísimo más difícil de lo que premeditó Alastor. Días antes, su corazón dio vueltas con solo tocar su piel, pero, en ese momento, inclusive mirarlo le pareció imposible. Aun sin enterrarse la daga de acero celestial, ¡su corazón ya estaba muerto! ¡Necesitaba huir! ¡Necesitaba irse antes de que su alma se fragmentara por el dolor de separarse por siempre de Adam!
— No pasa nada, ¡en serio! Sabes que últimamente parezco una niñita. No me hagas caso.
— ¡Oh, vamos! ¡No me jodas! ¿Se te olvidó que soy un puto ángel? ¡¿Qué mierda estás pensando?!
Si Adam rompió el juramento de reducir la cantidad de groserías que salían de su boca al hablar con el ciervo, no fue por la ira, fue la desesperación que comenzó a invadirlo. Alastor se maldijo, debió ser mucho menos transparente, ¡Adam era un ángel, y uno acostumbrado a cuidar seres humanos! Debía tener la experiencia necesaria para adivinar sus planes.
— Creo que amaneciste muy sensible, mi querido angelito. ¡No seas dramático! Solo tengo varias diligencias que hacer, por lo que hoy no puedo quedarme a tontear contigo. Pero estaré de regreso en punto de las ocho de la noche para celebrar tus grandes avances redentores — mintió con el mejor semblante que pudo fingir.
— Si es verdad lo que dices, entonces me darás estas putas llaves hasta la noche. Te estaré esperando aquí, así que no quiero excusas, ¡promételo!
La fuerza de Alastor era poca, y sintió vaciársele al ver la exasperación de Adam por encontrar calma. ¿Cómo podría prometerle algo que no cumpliría? Sus últimas palabras estaban escritas en una nota en su torre de radio, allí era donde debía encontrarlo frío y muerto. Si alguien, en verdad, podría tener compasión de su cuerpo sin vida, era Adam. Solo él lo cuidaría hasta la tumba, solo él rezaría por su alma, solo él pediría por su descanso eterno.
— Adam, tengo que irme. Se me hace tarde y no tengo tiempo para seguir con tu letanía. ¡Sé un hombre!
Alastor trató de reírse de su pésimo intento de broma, pero no hizo más que delatarse con mayor descaro. Lo estropeó, su último encuentro en vida quedó arruinado, había ido allí para regalarle al primer hombre su legado y no consiguió más que volver miserables a ambos. El rostro de Adam comenzó a convulsionar, primero sus labios, después sus cejas y por último sus mejillas. Quiso decir algo, pero cada que abrió la boca solo pudo soltar algunos quejidos ahogados. Frustrado, observó al ciervo desde la cabeza hasta los pies, recorrió ese camino varias veces sin hallar coherencia a lo que sucedía. ¡Sabía lo que pasaba!, pero no entendió el por qué.
— ¡QUÉ NO, MIERDA! — le gritó cuando finalmente pudo hilvanar sus palabras — ¡DIME QUÉ PUTAS SUCEDE! ¡DEJA DE FINGIR! ¡PORQUE DÉJAME DECIRTE QUE LO ESTÁS HACIENDO MUY MAL, JODIDO IMBÉCIL DE MIERDA! ¿ME QUIERES VER LA CARA DE PENDEJO?, ¿EH? ¡SI TENGO QUE PARTIRTE EL CULO PARA QUE NO PUEDAS IRTE, LO HARÉ! ¡SI TENGO QUE IR CON LA PERRA DE CHARLIE PARA IMPEDIR LO QUE ESTÁS TRAMANDO, TAMBIÉN LO HARÉ! ¡INCLUSO IRÉ CON LUCIFER SI ES NECESARIO! ¡ASÍ QUE MÁS TE VALE QUE DEJES DE PUTAS JODERME, QUE NO ENGAÑAS A NADIE! ¡ME RECAGO EN EL PUTO INFIERNO, EN EL PUTO CIELO Y EN LAS REMILPUTAS DE TODOS! ¡QUE SE JO…!
— ¡Basta! — dijo Alastor, interrumpiendo el ataque demencial del otro.
¡No tenía sentido! ¿Cómo pasó por alto todas las advertencias? Adam recordó la pregunta que el día anterior le hiciera el ciervo. “¿Qué harías si dejara de existir?” Ya lo había planeado, y meticulosamente, por lo visto. ¿Por cuánto tiempo? Entre más especulaba, mayor fue la rabia contra sí mismo. ¿Cuánto dolor habría soportado Alastor en soledad? ¿Cuántas lágrimas sin testigos habría derramado? Intentó replicar, pero, otra vez, fue traicionado por su garganta que no paraba de soltar trémulos gemidos. Levantó sus manos, las llevó a su pecho, a su rostro, las extendió, pero ni ellas lo ayudaron a expresar su dolor. El Demonio de la Radio se levantó para poder sentarse en el regazo de Adam y acurrucarse en su pecho.
— Al, por favor, no — le dijo con la mandíbula apretada y con una voz lejana, casi perdida — No te dejaré ir, no lo haré. Te lo ruego, dime qué pasa, ¡dímelo! Te ayudaré, haré lo que sea. ¡Lo juro! ¡Lo juro por mi Padre! Pero, por favor…, por favor…, por…
Alastor besó la mejilla de Adam, silenciando su lamento. ¡Otra vez aquella compasión que derretía hasta el peor de sus miedos! ¡Qué dulzura! ¿Quién podría resistirse a ese hombre? ¿Quién podría no amarlo?
— Y yo te juro que, en verdad, no hay nada que hacer. Confía en mí, no hay salida.
Adam negó con fiereza sin querer aceptar lo que oía. Bajó la cabeza para enfrentar la fría mirada de Alastor. Pese a la calidez en el roce de sus manos, sus ojos no hacían otra cosa que pedir auxilio, como si lo observara hundirse entre un mar embravecido.
— Dime qué sucede, entonces. Si ya no hay nada por hacer, ¿qué caso tiene que lo ocultes? Por favor…, por favor, Al…
— No te preocupes. Créeme, esto es lo mejor.
— Dime por qué haces esto, por favor — Adam acarició el rostro del ciervo con suavidad, tal como si tocara una nube del Cielo — Te juro que, si en verdad no hay nada por hacer, yo mismo te acompañaré. ¡No te dejaré solo! ¡No te abandonaré! ¡Estaré contigo hasta el final, sosteniendo tu cuerpo y cantando para ti!
Una suave sensación de consuelo arropó el corazón de Alastor. ¡No era un sueño! ¡No era su engañosa mente sometiéndolo a un delirio! Aquellos ojos dorados bajaron para mirarlo con amor, aquellos labios se abrieron para expresarle lealtad, aquellas manos lo tocaron para librarlo de todo mal. Lo acompañaría en su último recorrido, no tendría que imaginarlo porque estaría allí, no como una ilusión, sino como un verdadero amigo, como su amor, como el amor de su vida. Desde el pasado, una ventisca entumeció sus sentidos y le confesó que pronto podría descansar, al fin, de la preocupación constante a ser herido. Al cerrar sus ojos, miró a lo lejos a un niño correr hacia él, desde un pantanal venía brincoteando con un ramillete de jacintos de agua en su mano. A unos seis metros de distancia, reconoció al niño, ¡era él mismo!, pero ya no lloraba, ya no sufría, ya nadie lo esclavizaba. ¡Era libre! ¡Libre para ser feliz!, y lo había ido a recoger para llevarlo a un mundo mejor, uno que ni en sueños habría podido imaginar.
— ¿En verdad harías eso?
“¿Qué harías si dejara de existir?” Adam sintió paralizarse todo a su alrededor, fue brusco, insolente, la cama se volvió infinita y las paredes desaparecieron, como si quedaran suspendidos en la terrorífica nada. Imaginar que nunca más amanecería con Alastor en sus brazos le hizo arrugar todavía más el rostro por el dolor. Los gemidos se convirtieron en pesadas lágrimas y su nariz no paró de gotear, sin preocuparse por su apariencia o su dignidad, se limpió el rostro con la manga de su chamarra cada que la humedad se volvía excesiva. Al contemplar el pacífico aspecto de Alastor, sintió como si el agua cristalina de un manantial lavara su alma, porque, pese al dolor, su corazón fue abrazado por un calor protector. Lo creyó imposible, porque lo era, pero sintió la divina benevolencia de su Padre cuando fue creado. No era Dios ni su mano omnipotente, era Alastor, solo él y sus caricias.
— ¿Cuándo te he mentido? ¿Cuándo te he mentido?
No tuvo que pensarlo por más tiempo, Alastor sabía que la sinceridad de Adam era real, merecedora de ser retribuida. Con delicadeza, se levantó del regazo del primer hombre y se puso de pie. Dio unos cuantos pasos, buscando la manera de explicarse con la menor cantidad de palabras. No requería dar muchas explicaciones, tampoco tenía el tiempo para relatar a detalle, carraspeó un par de veces antes de animarse a compartir el motivo de sus propósitos.
— Perderé mi libertad — dijo sin más preámbulos — Me volveré prisionero de alguien que solo me llenará de dolor. Prefiero morir con la frente en alto, que vivir como la puta de alguien.
Adam se levantó de la cama, tratando de digerir la confesión.
— ¿Qué? Yo no… no entiendo.
— Estoy encadenado a Lilith, cuando aún era un humano hice un trato con ella, pero mi cadena pasará a manos de Lucifer. ¿Sabes lo que eso significa?
Los ojos del ángel se abrieron de par en par. Sin esperar que los nombres de Lilith o Lucifer salieran a relucir en la conversación, el desconcierto pintó su rostro. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo? Su mente no supo qué emoción liberar, porque una mezcolanza de sentimientos prevaleció por encima de su tranquilidad restante.
— ¿Y cómo vergas hará eso? ¿Él sabe dónde está Lilith? — cuestionó Adam, tratando de apaciguar a su mente y acomodar las piezas del rompecabezas en el lugar indicado.
— No lo sabe, aun así, se divorció de ella. Lucifer ha estado haciendo varios rituales para quitarle el poder que le dio. Le quitará todo, incluido los tratos que realizó con ese poder, yo estoy incluido en ese paquete.
El cerebro de Adam trabajó igual a una máquina industrial, rápido y con precisión, para unir los eslabones faltantes y reconstruir la cadena de acontecimientos en los últimos meses. Tal como si se encontrara en un escenario con todas las luces proyectándolo, fue bañado por una verdad iluminadora, todo comenzó a tener sentido.
— Con que esa perra está perdiendo su poder, ¡que cagada! — una mezcla de asombro y paz atravesó su cuerpo. De la manera más inesperada, Alastor le había entregado la respuesta a una de las inquietudes que más lo había molestado durante los últimos meses — ¿Lucifer sabe que Lilith tiene tu alma? ¿Por eso lo dejabas hacer lo que quisiera?
Alastor pudo vislumbrar un dejo de reproche en esa última pregunta. Tenía la opción de explicar el miedo que Lucifer le producía, de igual forma, tuvo la opción de revelar que todo había sido un montaje para que pudiera disfrutar la compañía del diablo, pero evadió la pregunta ante la posibilidad de ser juzgado.
— No, aun no lo sabe. Pero, tan pronto el poder de Lilith pase a sus manos, lo hará. Y dudo mucho que me siga viendo como su futuro esposo. Si quiere casarse conmigo, solo es porque piensa que así podrá controlarme. Cuando sepa que es el dueño de mi alma, ya no habrá necesidad de un matrimonio, podrá hacer conmigo lo que quiera, y tú no sabes de lo que es capaz.
Adam continuó absorto en sus pensamientos, articulando cada declaración. Alastor caminó de regreso al primer hombre, ¡qué hermoso se veía! ¡Tan preocupado por hallar una salida a su fatal destino!
— ¿Ves ahora mi callejón sin salida? He pensado en toda posibilidad existente, hablar con Charlie, usar magia, alguna laguna en mi contrato, incluso traté de hallar un hechizo para esconderme, pero no hay nada. ¡Nada! — Alastor no solo intentó explicarse, también trató de compartir su desesperación, que Adam entendiera sus razones por muy ilógicas que pudieran sonar.
— ¿No se supone que el pendejo de Lucifer está muerto de amor por ti?
— ¡Solo tiene el ego herido! No soportó que lo dejara, no me ama. Lo que me ha hecho…. — el cuerpo de Alastor se tensó, había disfrazado la humillación, pero seguía allí. Tuvo que convertir sus manos en puños para contener la vergüenza de no soportar ni el recuerdo de haber sido abusado por Lucifer.
El primer hombre no necesitó escuchar más explicaciones. Ya lo sabía, o al menos podía intuirlo, y no deseó someter a Alastor al dolor de recrear con palabras su tormento. ¿Cómo el diablo habría podido dañarlo? En el Infierno nadie era inocente, Adam lo sabía, pero una cosa era dañar a cualquier persona por cualquier motivo, y otra era dañar a una persona amada por orgullo. Con su mente trabajando a mil por hora, jaló la mano del Demonio de la Radio para resguardarlo entre sus brazos. Con la boca cerca del oído del ciervo, dejó escapar una risilla. Entre más pensó, más improbable le resultó todo. Alastor se estremeció cuando sintió el aliento de la risa de Adam rozar su oreja, ¿debía enojarse?, ¿o el ángel habría enloquecido? Trató de romper el abrazo para cuestionarlo, pero Adam lo apretó con mayor fuerza.
— Al, tú crees… quiero decir… ¿podría decirse que eres un recurso de Lilith? — cuestionó Adam con voz ligera y suave.
— ¿A qué te refieres?
— Si Lilith tiene tu alma, ¿se te podría considerar un recurso de ella? ¿algo así como una herramienta o un arma? — al hablar, restregó el rostro en el cabello de Alastor y sus manos acariciaron su espalda.
— Sí, soy de su propiedad. Puede usarme como ella quiera — mientras era cuestionado, Alastor tuvo la impresión de que el primer hombre merodeaba una verdad oculta ante sus ojos — ¿Por qué la pregunta?
Otra risa se le escapó al primer hombre, pero, esta vez, con un toque burlesco e irreverente. Agarró los hombros de Alastor y lo separó de su pecho para que pudiera verle el rostro al momento de contestar la pregunta. El Demonio de la Radio quedó desconcertado, en los ojos de Adam había simpatía, pero en sus labios una perversa sonrisa, como si ambos órganos no encajaran. ¿A quién debía de hacerle caso? ¿A la bondad o a la burla?
— Bueno, pues… emm… — habló Adam, con un gesto calculador y el cuello bien estirado — Yo tengo el alma de Lilith.
Alastor perdió la fuerza de sus extremidades, y Adam tuvo que sostenerlo para impedir que cayera al piso. Todo su mundo comenzó a girar, nada quedó en su sitio, ni siquiera Adam. ¿Debía sentirse alegre? ¿Debía sentir miedo? Su realidad bailó en medio de ángeles y demonios, y, de pronto, se halló convertido en un muñeco de trapo, encadenado y sin valor.
— ¿Cómo es posible eso? ¡¿Cómo que tienes el alma de Lilith? — el terror se coló en su voz.
— Hace algunos años me pidió ayuda. Ella quería abandonar el Infierno, pero no había lugar en el que pudiera esconderse sin que su adorada familia la encontrara. Así que la ayudé a salir de esta pocilga y la dejé vivir en el Edén. Estuvo allí por varios años, pero luego me pidió que la llevara al Cielo. ¿Crees que iba a confiar en ella? ¡O sea, cogíamos de la puta madre! ¡Pero no soy tan pendejo como para creer que tenía buenas intenciones! Así que le dije que hiciéramos un trato. Me quedé con su alma y me apropié de su poder y cualquier recurso que pudiera usar en contra del Cielo. ¡Pensé que no aceptaría! Pero esa perra estaba loca, porque lo hizo, ¡aceptó! No sé si estaba desesperada por escapar del Infierno o creyó que podría matarme o alguna mierda así.
Alastor se alejó de Adam con las piernas entumecidas, logró dar tres pasos en retroceso antes de que sus rodillas fallaran, haciendo que se detuviera para no caer. Su mirada subió y bajó sin que pudiera dejarla en un punto fijo, Adam parecía feliz, incluso aliviado, sus labios sonreían, pero él solo pudo sentir miedo.
— ¡No puede ser posible! ¿Es real lo que estás diciendo?
— ¡Lo es! De hecho, he estado con el culo en la mano desde hace varios meses. ¡He sentido que el trato estaba quebrándose! Pensé que esa perra estaba tramando algo, pero ¡no era ella!, ¡era ese puto enano de mierda el que me estaba quitando el poder de Lilith!
La diversión de Adam no era por burlarse de Alastor, sino de los reyes del Infierno. Tener el alma de Lilith era algo así como un chiste personal, una venganza muda en contra de Lucifer y la propia Lilith. No es que los acusara de haber roto su corazón, su rencor se debía a que ellos fueron los causantes de corromper a Eva, terminando con ello el plan divino de su Padre. Creyéndolo enamorado y un imbécil, Lilith acudió a él con motivos ocultos que, hasta ese momento, seguían siendo un misterio. Sin que nadie lo supiera, fue ese trato, y no la distancia, lo que impidió a Lucifer arrebatarle su poder a Lilith, porque ese poder había pasado a manos de un tercero. Incluso para alguien poderoso como el diablo, recuperar el poder que le había concedido a su esposa resultaría complejo, pero no imposible.
Tan pronto Alastor entendió porque Adam le había revelado tal secreto, la desesperación por comprobar las conjeturas a las que había llegado el primer hombre, lo sacudieron.
— ¡Adam, trata de invocar mi cadena! ¡Hazlo!
Adam alzó su brazo derecho y apuntó hacia Alastor. Tuvo que pensar en el ciervo como si fuese de su propiedad, algo no grato, pero fue necesario para reclamar esa cadena. Concentró su mente, imaginó ser su dueño, como si, a distancia, le advirtiera a Lilith que el alma de Alastor dejaría de estar ligada, en todo sentido, a ella. Un haz de luz rodeó el cuello de Alastor y, desde ese punto, una cadena dorada se extendió hasta la mano de Adam.
— ¡Puta madre! — exclamó Adam, sorprendido porque su hipótesis fuese verdad.
Alastor palideció al ver la cadena. Tanto Lucifer como Lilith quedaron sepultados en su mente, saber que Adam era su nuevo dueño lo llenó de pánico. ¿Sería en verdad el piadoso ángel que aparentó ser? ¿O se convertiría en un monstruo tal como lo había hecho el diablo? Pasmos violentos se apoderaron de él, inquieto ante la posibilidad de haberse topado con un desalmado verdugo.
— ¡Dime qué quieres! ¡Dime qué quieres a cambio de mi libertad! — suplicó con sus ojos llenos de lágrimas y terror — ¡Haré lo que me pidas, lo juro, te doy mi palab…
Antes de que Alastor pudiera terminar de hablar, una luz enceguecedora los rodeó justo en el instante en que Adam prensó la cadena. Los fragmentos de la atadura brillaron para luego irse desvaneciendo con lentitud, los destellos se reflejaron en la mirada atónita de Alastor.
Libertad, en verdad era libre.
El Demonio de la Radio tiritó, su cuerpo frío lo hizo parecer como si caminara desnudo en medio de un bosque invernal. Nunca antes se había quedado sin aliento de tal forma, ¡fue irreal! Su futuro, aunque incierto, regresó a él junto al peso de saber que seguiría viviendo. No pudo pensar en nada más que la cadena deshaciéndose ante sus ojos. Adam corrió para abrazar a Alastor, lo apretó fuerte con sus manos nerviosas y su corazón alocado. Dentro de él, un doloroso alivio lo contrajo, pensar que estuvo a tan poco de perder a Alastor le hizo sostenerlo con furia, solo para asegurarse que seguía allí, y que lo seguiría estando.
— ¡Mierda, Al! En serio, pensé que te perdería, por un momento creí que… ¡Mierda! ¡Mierda! — Adam no mesuró su llanto, ni siquiera le importó que el ciervo lo viera deshecho y rendido a sus pies. ¡Porque era cierto! Su alma se rindió sin dar batalla, en ese momento, ninguna otra preocupación se equiparó a su anhelo por ver vivo al Demonio Radiofónico.
Aun cuando Adam estaba sobre él, llorando y temblando, Alastor no pudo enmudecer el eco de las sombras en su mente. “Todo tiene un precio”. Si seguiría vivo, ya no podría seguir viviendo en una fantasía, debía regresar a la realidad.
— ¿Qué es lo que quieres a cambio?
El pecho de Adam palpitó con brusquedad. ¿De dónde había salido esa pregunta estúpida? Encajó su rostro contra la cabeza de Alastor y apretó sus ojos para recluir a la ira que comenzó a brotar en su interior. Trató de mantener la cordura, ¡era Alastor! ¡El demonio que no creía en la incondicionalidad y la honestidad! Y no podía juzgarlo, tras él, mil pesares lo mantenían en alerta y con el miedo a ser traicionado. Podía ser un monstruo, podía ser un pecador, y hasta un maldito hijo de puta, pero seguía siendo un humano, uno que jamás había recibido amor verdadero.
— ¿Pero qué vergas…? ¡Nada! ¡No quiero nada! ¿Estás tonto? ¡Mierda, Al! Si me lo hubieras dicho antes, si hubieras confiado en mí… ¡Carajo! ¿Por qué no pudiste confiar en mí?
Nada.
Nada.
Nada.
Aquella palabra se repitió en la mente de Alastor como si fuese un mantra. Lo que había hecho Adam fue, por mucho, el acto más desinteresado y bello que alguien había hecho por él. El ciervo no pudo contener las ganas de corroborar la respuesta del primer hombre observando la transparencia en su mirar. Y lo que contempló, le atravesó el alma. No eran sus sueños, no era un engaño de sus sentidos, en aquel par de ojos dorados encontró un paraíso descansando frente a él, abundancia de anhelo, una deslumbrante fuerza que los atraía como las olas que siempre vuelven al mar. En el corazón del Demonio Radiofónico no había ceguera alguna, ni deuda pendiente que pagar, tampoco segundas intenciones o perversión pasional. Su corazón, tan maltrecho como lo fue su vida misma, solo podía rogar por sofocar las llamas que lo quemaban vivo. Si alguna vez creyó amar, entonces debían de encarcelarlo por perjurio, porque cualquier sentimiento que antes hubiese experimentado, en nada se podía comparar a lo que sentía al ver al primer hombre. Sin hacer uso de ilusiones, en ese momento confirmó que lo amaba. ¡Lo sabía! ¡Ya lo había sabido! Pero quiso engañarse con la creencia de amar a un Adam falso, pero nunca existió tal falsedad. Todo fue real, su bondad y su amor eran reales.
Bajo el hechizo de su amor explotando en su pecho, Alastor tomó el rostro de Adam entre sus manos. Le creía, creía en su honesto actuar, y si sus ojos se lo confirmaron, quiso que sus labios también lo hicieran. Antes de que fuese cuestionado por lo que estaba haciendo, elevó sus pies y atrajo el rostro de Adam al suyo, fundiendo sus labios en un cálido beso. Adam tardó cerca de un minuto en reaccionar, sin entender cuáles eran las pretensiones del ciervo, ladeó la cabeza para romper el beso.
— ¡Al! Te dije que no necesitas darme algo a cambio, ¿por qué crees que yo…?
— Esto no es un pago, es lo que yo deseo.
Alastor trató de jalar a Adam para volver a besarlo, pero antes de que sus labios se unieran, el ángel lo apartó de un tirón.
— ¡Detente! No, Al, esto está mal.
El corazón de Alastor quiso enloquecer, o al menos eso creyó él, porque sintió escapársele en medio de grietas formándose en su pecho. Quizá seguía vivo, pero nunca antes se sintió tan vacío como en ese instante. Era bueno soportando el dolor, y bien podría Dios dar fe de ello si le hubiera puesto una pizca de atención, pero el sufrimiento que sintió estuvo lejos de asemejarse a cualquier otro que hubiera padecido. Cualquier otro dolor lo habría podido llenar de furia, de venganza, o mitigarlo con el rencor de sus sombras, pero el rechazo de Adam lo despojó de toda sensación, incluso la sombra bajo sus pies se desvaneció.
— ¿Por qué? — el rostro de Alastor se mantuvo inexpresivo, pero lágrimas surcaron, a toda prisa, sobre sus mejillas — ¿Es porque soy un hombre? ¿O es porque no tengo una vagina? ¿Por qué no soy lo suf…
Adam lo silencio con un beso.
“¡Dios que estás vagando en el Universo, por favor, detén el tiempo!”
La mente de Alastor no se atascó en meditar la contradicción de ser rechazado y besado a la vez, se dejó llevar por el calor fluyendo entre sus labios. Inició suave, con movimientos lentos, pero constantes; inspeccionaron, tímidos, el sabor de la carne del otro. Cuando sintieron que el ardor en ellos creció, se adentraron a la profundidad de sus bocas, compartiendo la humedad de sus lenguas en un rítmico vaivén. La pasión ciñó el espacio entre ellos, pegaron sus cuerpos lo más que pudieron, como si quisieran fusionarlos, y sus manos se aferraron al devoto anhelo de pertenecerse. Al sentir la falta de aire en sus pulmones, separaron sus labios que, insaciables, deseaban volver a unirse.
— ¡Porque estás confundido! — dijo Adam, antes de que el fuego en su interior lo hiciera besar a Alastor otra vez — Lo que sientes es gratitud, no amor. Mira, Al, yo te quiero mucho…, pero como un amigo. ¡Y sé que tú sientes lo mismo! Estamos en nuestro peor momento, y confundirse es fácil estando así. ¡No somos nosotros mismos!
El Demonio de la Radio no pudo estar menos de acuerdo con la afirmación de Adam. ¿Cuál confusión? Si apenas al primer toque, su alma caía rendida por su amor.
— ¿Crees que estoy confundido? ¡Ojalá fuera así! ¡Sé perfectamente lo que sie…!
— No sigas, no es el momento — le dijo para detenerlo, porque no quería oírlo ni cometer un error — Han pasado muchas cosas, y no estamos pensando bien, ¿ok? Mañana será otro día, ya tendremos todo el tiempo del mundo para esclarecer lo que sucede con nosotros. Pero por hoy no sigas, te lo ruego, por favor…, o no podré detenerme.
Notes:
¡Hola!
Traté de apurarme con este capítulo, pero no pude. Sorry. Bueno, quizá aun queden más dudas por ahí, como porqué el alma de Lilith no se liberó con la muerte de Adam, pero en el siguiente capítulo se esclarecerán algunas otras cosas. Con este capítulo se acaba la segunda parte de la historia. La tercera parte es la más corta, creo que no serán más de cuatro capítulos. Antes de entrar al tramo final, me gustaría saber sus opiniones sobre su candidato favorito. En el siguiente capítulo se mostrará más sobre los sentimientos de Adam, y quizá no les guste, no sé. XD Ya veremos, pero es necesario mencionarlo para más adelante.
Bueno, es todo por el momento. ¡Muchas gracias por seguir la historia!
Nos seguimos leyendo.
:)
Chapter 19: Capítulo 18: Confesiones de un ángel
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Al ir adentrándose al humedal, Adam tuvo la impresión de que viajaban a un lugar apartado del Infierno. Entre croares de sapos y ranas, el chapoteo de algunos peces y el aire vibrando a su paso, el primer hombre le indicó a Alastor que se encontraban a una buena distancia para que pudiera lanzar el hechizo. Pese a que Adam había sido un símbolo de terror en sus gloriosos días como líder de los exterminadores, la realidad era que, para ese entonces, a los ojos de Alastor se había convertido en algo así como un curandero bondadoso y mágico. Acostumbrado a oírlo maldecir y verlo actuar sin modales, la fea personalidad de Adam ya le había dejado de dar dolores de cabeza, al contrario, después de que destrozara su cadena de manera tan desinteresada, se atenuó el aura angelical que le creía tener. Por ello, al momento de verlo inclinarse y lanzar el hechizo con una de sus manos extendida sobre el suelo, el recuerdo de que era un ser poderoso, uno incluso mucho más fuerte que él mismo, lo heló. Los cuernos de Adam se alargaron y sus ojos tomaron un tono negruzco, haciendo que el dorado de sus pupilas se asemejara a dos lunares cósmicos.
La primera situación en la cadena de eventos que los llevó a refugiarse en la dimensión de bolsillo en la antigua torre de radio de Alastor, fue la ruptura de su cadena. Si Lucifer no estuviese tan empecinado y presuroso por proponerle matrimonio al Demonio Radiofónico, quizá no habría sido necesario que debieran ocultarse, cual cobardes, no dar la cara les figuró la mejor solución. ¿Cómo podría rechazar a Lucifer frente a toda una multitud de burlescos demonios? El ego del diablo no soportaría tal humillación, y no quisieron ni imaginar el alcance de su furia. Esconderse tampoco arreglaría el problema, ya que el impaciente carácter del diablo no podría aguantar la duda sobre su paradero, y lo más probable era que trataría de hallar el modo de encontrarlo. Y entre ambas opciones, la segunda al menos lograría apartarlo de la fiesta, impidiendo que causara un alboroto público. Por otro lado, la inasistencia de Adam también sería un problema, sobre todo para Charlie, porque la celebración había sido dispuesta específicamente para aplaudir al primer hombre, ¿cómo podría pasar desapercibida su inasistencia? Pero ese fue el menor de los problemas, tendrían toda la noche para inventarse algún pretexto que tranquilizara la angustia de la princesa. Existía otro fallo en el plan, y es que Lucifer tenía el poder y distintos métodos para encontrarlos, pero que contara con el tiempo necesario, ese era otro asunto. Buscar algo o alguien en una dimensión de bolsillo era complejo, pero más complejo resultaría si la dimensión estuviera cerrada. Alastor le dijo a Adam que sus pantanos siempre debían de tener una entrada que fungiera como ancla o, de lo contrario, podría terminar perdido entre el espacio multidimensional. Sin embargo, para Adam ese no era ningún problema; porque él tenía la capacidad, el conocimiento y el poder para sellar aquella dimensión y que se mantuviera ligada al Infierno. Aun así, Lucifer podría encontrarlos, pero para conseguirlo requeriría más de una noche; el tiempo suficiente para evadir la fiesta y el cotilleo de la gente. Alastor tenía en mente rechazar a Lucifer, pero le era preciso hacerlo en privado.
La atmósfera mágica, que se originó horas atrás, seguía merodeando cerca del Demonio Radiofónico, y esta fue la causante de que la majestuosidad que veía en Adam se disparara hasta los cielos. Mientras siguieron penetrando en el pantano, Alastor sintió que fue jalado por hilos invisibles, todo de Adam lo llamaba entre los coros de algunas aves. Esa noche tenía algo indescriptible, era su noche, la de ellos. Tuvo el presentimiento de que algo pasaría, algo trascendental, como si cada paso lo acercara a una paradigmática verdad. Lo sentía, su piel se crispó por el nerviosismo de revelar aquel misterio, fuera lo que fuera, precisaba saber qué era. Un frondoso sauce negro, al margen de un arroyo, los detuvo; debajo de sus ramas, un amplio espacio libre de espesa maleza los invitó a descansar. Alastor conjuró un reloj de bolsillo, un encendedor y un par de cigarros, prendió uno y el otro se lo entregó a Adam junto al encendedor. Averiguó la hora, dieciocho minutos pasaban de las siete de la noche, lo que significaba que el caos se aproximaba al hotel. Lo más probable era que todos ya habrían notado la ausencia de ambos, y Lucifer debía de estar por llegar, sino es que ya lo habría hecho. Pero como esos problemas eran cosa del futuro, ni Alastor ni Adam se detuvieron a discutir o conjeturar sobre el tema. Al ciervo solo le importaba resolver la supuesta confusión que le había achacado el primer hombre, que, sin duda, no creía tener.
Un punto importante a mencionar sobre Alastor, era que jamás, en toda su vida y muerte, había sido acorralado por el amor de aquella manera tan apiñada. Tenía a Husk enamorado, a Lucifer enloquecido y su anhelo por ser correspondido por Adam se le estaba yendo de las manos; ¡todo al mismo tiempo! El amor le resultaba abstracto, y ninguna de sus experiencias con este sentimiento se podría catalogar como limpias. La magia que percibía en aquel pantano no era amor, era su resistencia aferrándose a una última ilusión para no quebrarse. La presunta confusión que expuso Adam debía de ser considerada con mayor detenimiento, pero Alastor no quería vivir en la realidad, solo quería que el primer hombre validara su amor, y que, por primera vez en su vida, se le cumpliera uno de sus sueños.
Hacía muchos años, Alastor tuvo que soportar el martirio de personificar los repulsivos deseos de su padre. ¿Cuántas veces no lo vio enloquecer ante la idea de que lo abandonaría? Entre el miedo y la confusión, aprendió que obedecer era la única forma de mantener feliz y tranquilo a su padre, pese a que esa obediencia le fue en extremo dolorosa. Ante la falta de otros modelos de afecto, su mente infantil deformó el vínculo entre el sexo y el amor. Incluso después de haberlo asesinado, los conceptos que tenía sobre el amor y el sexo ya habían sido trastornados en lo más profundo de su mente. Los problemas mentales y emocionales de Alastor, al igual que los de la mayoría de monstruos en el Infierno, eran tan complejos que resolverlos resultaría difícil. Los años no hicieron otra cosa más que agravar su situación, la satisfacción que sintió al matar a su padre cambió para siempre su entendimiento del poder, el que se volvió su más acérrimo deseo. Sin embargo, ya en el Infierno se tuvo que enfrentar al amor sin tener la mínima idea de qué era un amor sano. Con Vox, el sexo fue el punto de inflexión que comenzó a alejarlos, al nunca acceder al contacto físico a ese grado, cualquier muestra de afecto quedó desestimada. Las circunstancias con Husk fueron mejores, pero incluso así, los métodos que usó el gato para estar junto a él, lejos estaban de ser correctos. Por último, estaba Lucifer, quien, al igual que su padre, tenía una fijación extrema por la pertenencia. Si de algo creyó estar seguro el Demonio Radiofónico, fue que la locura del diablo se ceñía a esta condición de dominación. Para Alastor, el deseo sexual era complejo, tanto de entender como de experimentar; además de representarle una gran contradicción. Por un lado, le repugnaba; por otro, lo miraba como la validación del amor, tal como lo habían condicionado en su infancia. Ahora bien, la primera impresión que tuvo de Adam con respecto al sexo fue terrible, porque él gustaba de este acto casi como una droga. Pese a esto, Alastor se ilusionó cuando el primer hombre se vio incapaz de seguir manteniendo relaciones sexuales a diestra y siniestra, imaginó que el amor debía ser la razón de este extraño escenario. Atando cabos, creyó que entregarse a él sería la confirmación, para ambos, de que sentían un amor mutuo.
Después del cigarrillo, la conversación inició con trivialidades: el pantanoso ambiente, comparaciones entre los animales del Infierno y la Tierra, datos sobre la evolución de la fauna. Pronto, Alastor se aburrió de los temas que se alejaban de la tensión latente entre ellos e intentó encaminar la charla a lo que en verdad le importaba. Con algo de disgusto, le preguntó sobre Lilith y Eva. Poco fue lo que Adam añadió a lo que ya conocía. Lo más relevante en su respuesta, fue contarle sobre el largo amorío que sostuvo con la reina del Infierno. El primer hombre sospechaba que Lilith lo creía enamorado, y quizá su plan era usar esto para asesinarlo. Se echó a reír cuando dijo: “Ni porque me hubiese matado se habría librado de mí. ¡Mi Padre no me dejó morir!, sigo aquí, mi alma nunca fue destruida. Esa estúpida no pudo escaparse del trato.” Tal como un humano con una deuda infernal pendiente, el acto de morir no lo libra de la deuda, porque la encadenada es su alma, no su cuerpo. Lo mismo pasó con Adam, aunque él no era el deudor, al seguir viva su alma, el trato que tenía con Lilith siguió vigente. El primer hombre se extendió al hablar de Dios y cómo había demostrado su infinito amor al no destruir su alma. Si Alastor hubiese sido más perceptivo con este último tema, quizá habría descubierto que todas sus aspiraciones las estaba llevando por el camino equivocado.
Cuando la defectuosa imaginación de Adam no dio para más temas de conversación, con voz soñolienta y haciendo un mohín, le sugirió a Alastor que lo mejor sería que fueran a dormir. El borlote que los aguardaba por la mañana era en verdad grave, y sin lugar a dudas necesitaban descansar para encararlo. El Demonio Radiofónico congenió con la idea y se apresuró a invocar una cama y, usando magia, hizo que la oscuridad se acentuara, pero dejó la suficiente luz para que se pudieran seguir viendo. ¡Qué hermoso es amar!, ¿no? La racionalidad de Alastor quedó hipnotizada por el cuerpo semidesnudo de Adam, ¡qué glorioso es sentir el corazón palpitar por el anhelo de estar junto a un ser amado! Como quien roza los rayos del sol después de un perenne invierno, Alastor sintió rodearse de una pasión asfixiante. Estaba listo, la firmeza de sus convicciones lo hizo creer que ese ardor era su ímpetu sexual despertando. Caminó en línea recta hacia la cama donde Adam lo esperaba con los brazos extendidos y su boca llena de felicidad. Tres pasos antes de llegar, sustituyó su traje por una bata roja, la tela era delgada, casi transparente, pero la oscuridad guardó ese secreto. Si Adam supiera lo que provocaba en él, de seguro no pondría tantas trabas para aceptar que entre ellos había nacido un amor incontrolable. Si Adam supiera que, con solo oírle hablar, el mecanismo defensivo en su cerebro se apagaba en automático, no lo tomaría como un loco. ¡O quizá si estaba loco! ¿Quién no lo es cuando se enamora? ¡La locura es parte del amor! ¡Incluso el dolor es parte del amor! ¿Qué enamorado es inmune al sufrimiento? Son el mango y el filo de una misma espada.
Adam recostó su espalda sobre el colchón y, con uno de sus brazos extendidos, le indicó a Alastor que se acomodara a su lado. Sin embargo, este último se colocó a horcajadas sobre sus caderas, ignorando la invitación de dormir a su lado. La primera impresión que tuvo Adam fue la correcta, ¿quién más, sino él, podría adivinar el plan en la mente de Alastor? Ya lo había vivido muchas veces, ¿cuántas mujeres no habían utilizado la misma técnica para intentar seducirlo? Más sabe el diablo por viejo que por diablo, y aunque esta frase se le cruzó por la cabeza, no fue que quisiera comparar sus mañas con las de Lucifer, pero sí con las del ciervo. La percepción que tenían con referencia al sexo, al igual que el destino y la soledad, distaba de manera exorbitante. Adam supo desde un inicio que todo era un error, pese a esta conjetura, no logró, ni quiso, impedir que Alastor plantara un desesperado beso sobre sus labios. Nadie podrá negar que hubo deseo en esa lucha contra la razón, la hubo, y mucha. Nada se interpuso en ese intercambio de sentimientos ahogados, quedaron mudos, no solo porque sus bocas estuviesen ocupadas, sino porque aquellos sentimientos estaban borrosos, llenos de fisuras. Las manos de Alastor bajaron al vientre de Adam y sus labios al cuello, y fue allí cuando el primer hombre recobró la conciencia.
— ¡Detente, Al! ¡¿Pero que verga crees que haces?! — le dijo, apartándolo con sus manos.
Alastor ignoró el regaño y pretendió regresar a su acto vampírico de saborear el cuello de Adam, pero fue rechazado una vez más. Se miraron por unos segundos, con el sonido de su frenético respirar llenando el medio ambiente. Incredulidad, desconcierto, furia, rencor, un entramado de emociones se tejió entre ellos. Por tercera vez, el Demonio de la Radio intentó seguir con sus propósitos seductores, y al no encontrar más que las rudas manos de Adam deteniéndolo, un dolor lo hizo luchar sin detenerse a razonar el motivo del rechazo. Las caricias se transformaron en forcejeos, y los besos en maldiciones, uno resistiéndose, otro queriendo implantar dominio.
— ¡Sé que también lo deseas! ¡No soy un estúpido! — acusó Alastor.
El primer hombre jaló a un lado al ciervo para poder levantarse de la cama, pero, antes de conseguir alejarse, una mano y unos ojos lastimeros lo detuvieron.
— ¡Puta madre!, ¡¿quién carajos te dijo que quiero cogerte?! ¡No quiero hacerlo! ¡Y puedo apostar a que tú tampoco quieres cogerme a mí!
— ¿Tú qué sabes? ¿Puedes leer mi mente? — el rostro de Alastor rondó entre el dolor y la ira, tales sentimientos estaban tan amalgamados, que difícilmente se podría adivinar qué sentía en realidad — ¡Tú eres el confundido! ¿Por qué te cuesta tanto trabajo aceptarlo? ¿Es difícil aceptar que te gusta un hombre?, ¿es eso? ¿O lo complicado es aceptar que por primera vez en tu vida te has enamorado?
Adam bajó la vista y sacudió su cabeza, se relamió los labios y dejó escapar una lúgubre risilla con las palabras de Alastor revolviendo su cabeza. Entre más digirió aquella protesta, más le resultó una ofensa. Con indolencia, tomó la mano derecha de Alastor y la jaló hasta su entrepierna, refregándola por todo lo largo de su miembro.
— ¿Lo sientes? ¡Nada! ¡No he sentido nada! ¡Mi verga no se ha despertado ni en lo más mínimo! ¡Ha estado tan tiesa como la tuya!
Alastor retrajo su brazo y escondió su mano con vergüenza.
— ¿Quieres que te confiese algo? ¡Ya estuve a punto de tirarme a un hombre! Y sí, tienes razón, no lo hice por mis putos prejuicios, pero, créeme, ¡puedo mandar esos prejuicios a la mierda! ¡Si en verdad tuviera ganas de clavarte la verga, ya te tendría rogando para que no te la sacara!, ¡pero no quiero! ¡Puta madre! ¡Y tú tampoco!, ¿por qué haces esto?
Las trémulas manos del Demonio de la Radio se engancharon a su bata, bajó la cabeza hasta que la piel en la parte posterior de su cuello ardió. Si pudiera, escaparía de ese lugar, pero el sello que Adam había lanzado unas cuantas horas atrás, no lo dejaría. Sintió que la humillación se paseó por todo su cuerpo, como si fuese los restos de un banquete que alguna vez fue exquisito, pero que el tiempo lo había llevado a un estado de descomposición. Imaginó lo patético que debía verse bajo la mirada juzgadora del primer hombre.
— ¡Al, por favor, contesta! Sino deseas esto, ¿por qué lo haces? ¿Es por qué rompí tu trato? ¡Te dije que no quería nada a cambio!
— ¡No lo hice por el trato! ¡Tú sabes lo que siento! ¡No me hagas pasar la vergüenza de tener que deletreártelo para que tu estúpida cabeza lo entienda!
Adam se talló el rostro y se jaló las mejillas. Si Alastor fuese cualquiera de las mujeres de su pasado, sin remordimientos, le dejaría bien en claro, de la manera más hiriente que pudiera encontrar, su falta de interés. Y es que en verdad no tenía ningún interés en mantener relaciones sexuales con Alastor, lo que sentía por él era un sentimiento que le provocaba pavor.
— Mira, Al… dejemos esto aquí, ¿ok? Solo olvidemos que esto sucedió y vayamos a dormir.
Tal resolución hizo que el interior de Alastor se fuera desgajando con lentitud. Nada estaba bien, era imposible. La huella de los labios de Adam seguía sobre los suyos, tan fresca; el interminable anhelo de sus manos acariciándose seguía encendido en su piel. ¿Sería esa la verdadera penitencia en el Infierno? ¡No podía estar equivocado! La confusión acaparó a todos sus sentidos; tan fría, cruel, punitiva, cargada de autodesprecio e infamia. Fue como si cualquier cualidad suya hubiese sido degradada, como si no valiera lo suficiente para ser amado.
— ¡Dame una noche!, ¡solo una! — suplicó, alzando el rostro — Solo por esta noche, ¡no quiero solo dormir a tu lado! ¡Quiero sentir que en verdad me deseas!
— ¿Qué?, ¿te parece poco que durmamos juntos? ¿eso piensas? — Adam pasó del lamento a la ira en segundos, movió su quijada como si debiera ajustarla para poder seguir hablando — ¡No tienes ni puta idea de lo que hablas! ¿Prefieres que te coja a que duerma a tu lado?
— ¡Pasa una noche conmigo! ¡Te reto a que lo hagas y sigas diciendo que no sientes nada por mí!
— Déjame aclararte algo, solo me tiro a mujeres que desean lo mismo que yo, ¡placer!, ¡solo puto placer! ¿Por qué querría cogerme a alguien que espera algo más? Para mí, el sexo y el amor son dos cosas muy diferentes. ¡Que tengamos sexo no demostrará jodidamente nada! — antes de continuar, Adam apretó los ojos por unos segundos para contener la ira que lo amenazaba con salir en forma de lágrimas — ¿Quién te hizo creer que coger es una muestra de amor?
Si existía una diferencia entre el sexo y hacer el amor, Adam desconocía cuál era. Para él, todavía en ese entonces, eran lo mismo, y más importante aún, él creía que el sexo poco tenía que ver con el amor. ¿Qué ser humano podría sentir amor y no desear intimidad? Para Adam eso era posible; para Alastor, también, pero sus experiencias pasadas le hicieron creer lo contrario.
La tonalidad de la luz comenzó a sufrir variaciones al mismo tiempo que las emociones de Alastor lo apuñalaron con mayor intensidad. Adam no prestó atención al colorido baile en el aire. Si de algo estaba seguro, era que no quería descubrir a cualquiera que fuese aquel sentimiento que germinaba en su interior. Pero ver la vulnerabilidad excesiva de Alastor, lo obligó a seguir confrontando a sus emociones.
— Al, te diré algo, y de seguro es algo que ya sabes. Tener sexo no tiene ningún significado especial para mí, solo lo hago porque me gusta el placer. Y, ¡créeme!, me gusta llevar al sexo al límite, ¡en serio! Soy un pervertido de lo más asqueroso, no tengo respeto por las personas con las que me acuesto, y tampoco espero que ellas me respeten. ¡Las uso y me usan!, eso es todo… no hay más. ¿Acaso quieres que te trate igual?
— Si hicieras el amor conmigo, sería diferente. ¡Hazlo!, ¡hazlo y date cuenta de que estás sintiendo algo por mí!
— ¡No estoy pendejo!, sin tener que cogerte, ¡sé que estoy sintiendo algo por ti!
— ¡Entonces, ¿por qué me rechazas?!
Adam estiró sus labios y sonrío con desgano, responder esa pregunta significaría poner al desnudo su corazón, y era algo que odiaba hacer. Las verdades en su interior solo debían ser conocidas por él, por él y su Padre, y nadie más. Resignado a resolver la inquietud de Alastor, se acercó a él y se sentó a su lado, al ras de la cama. Se frotó las manos y se tronó los dedos uno a uno; luego, con un rápido giro, las muñecas. El loco desfile de colores se detuvo cuando el ambiente quedó saturado de un tono violáceo, como si el aire hubiese quedado suspendido junto a la expectación de Alastor. Las manos de Adam no dejaron de moverse sobre sus piernas, alzó la vista, tratando de hallar alguna estrella en aquel cielo ficticio, pero nada encontró.
— Porque lo que siento por ti… va mucho más allá de la tentación.
Alastor quedó totalmente conmovido por la confesión de Adam. ¿Cómo era posible que superara a la perfección misma? Así lo vio, como un ser perfecto, pese a que no lo era. ¿Acaso podría alguien culparlo de haberse enamorado? ¿No era ese el amor más puro que alguien pudiese sentir? ¡Tuvo miedo! Miedo de que lo que estaba por descubrir fuera más grande que la vida misma. Las frías ventiscas se volvieron cálidas, el vaivén de las plantas se hizo más lento y el sonido de los insectos más lejano. Si todo el dolor en su vida lo había llevado a conocer a Adam, entonces cada dolor había valido la pena. Una opresión en el pecho ocasionó que el ciervo tiritara y que sus orejas cayeran a los costados.
— Adam…, yo también te…
— ¡Espera!
Al momento de interrumpir la confesión de amor, Adam se giró hacia el Demonio Radiofónico con los ojos llenos de lágrimas. El corazón de Alastor se paralizó, como si hubiese estallado y desaparecido al mismo tiempo.
— Sé que estoy sintiendo algo por ti…, pero no me interesa descubrir qué es este sentimiento, y mucho menos dejar que crezca.
— ¡Qué idiotez! ¿Tienes miedo de enamorarte? — le recriminó furioso.
— No entiendes, eres muy joven aún.
De entre todos los insultos que alguna vez recibió Alastor, por alguna razón, que Adam le recriminara su edad fue el peor de todos. Lo hizo sentir ingenuo, insignificante, como un animal que es incapaz de reconocer su propia existencia.
— Ten cuidado con lo que dices. Puede que confíes en tus capacidades, pero no olvides que tu poco juicio te trajo al Infierno.
— ¿Por qué crees que los humanos tienen los deseos que tienen? ¿Eh? — Adam levantó una ceja, esperando una respuesta por algunos segundos — Es porque tienen una vida limitada, en la Tierra el tiempo tiene valor. Si quitas ese límite, llegará un día en el que nada te será suficiente; amor, dinero, poder, familia…, ¡todo perderá su valor! Tus deseos son los de un humano vivo, algún día, cuando logres todas tus metas, dejarán de satisfacerte y ¡quedarás perdido! ¡Mis deseos no son los de un humano común y corriente!
— ¡¿Cómo puedes decir que ya no te satisface el amor si nunca has amado?!
— Si el Alastor del pasado pudiera oírte, ¡de seguro ya te habría apuñalado con una sombra! — Adam sacudió sus manos con furia y luego dejó caer un puñetazo sobre la cama — Ya que parece que estoy en un puto confesionario, te diré otra cosa, ¡otra mierda de explicación que no debería de darte! ¡Sí amo a alguien, y ese ser me ama a mí de una forma que jamás se podrá comparar a cualquier jodido y cursi sentimiento que pueda experimentar un humano!
Un débil chispazo brilló en la mente de Alastor y un mareo lo golpeó de sorpresa. Impróvido ante tal sentencia, no tuvo los argumentos listos para contrariar al ángel.
— ¿Tu Padre?
— ¡Ay, Al! ¿Cómo podría decirlo? ¿Cómo te lo explico? Lo que siento… Cuando me creó…, cuando me hablaba…, cuando me consolaba en mi soledad… — Adam alzó las manos y las llevó hasta su pecho, la emoción que sintió hizo que las palabras se le atragantaran, tal como sucedía cada que recordaba a Dios — De verdad, Al…, es algo inexplicable. Basta con un recuerdo suyo para que todo mal se aleje. Y no vayas a pensar estupideces, mi amor por él no es inmoral…, ¡sentir el amor de Dios es algo que jamás podría explicar!
Alastor retuvo la objeción que merodeaba en su cabeza. Sí, podría admitir que el amor a una deidad debía ser asombroso, era un tipo de amor del que poco entendía. Sin embargo, tal juicio le pareció tramposo, como si Adam hubiese puesto sus expectativas del amor en un lugar inalcanzable, era un amor que jamás podría tener competencia por la sencilla razón de que Dios no era un humano. Aun si admitía que el amor de Adam por su Padre era pulcro, libre de toda corrupción, no quitaba el abandono con el cual había sido castigado. Dios se había ido, lo había dejado solo, ¿por qué seguirle profesando amor alguien que lo había desamparado? El amor que él sentía también tenía valor, y que fuera desestimado con tal arrogancia solo hizo que sintiera rencor.
— No dudo que sea un amor perfecto, pero el amor romántico entre humanos también es hermoso. ¿Cómo podrías saber la diferencia si nunca sientes este tipo de amor?
— ¡Porque sé quién soy! ¡Sé lo que quiero! Soy el Puto Amo, el primer hijo humano de Dios, el padre de la humanidad, un ángel…, y deseo redimirme. ¡Ya sé cuál fue mi error! Fue creer que la voluntad del Cielo era lo mismo que la voluntad de mi Padre, ¡y sí que la cagué con eso! Regresaré, y esta vez cuidaré de la humanidad en serio, me dejaré de pendejadas. ¡Y no está en mis planes permitir que algo interrumpa con mi destino divino! ¡Incluso si es un sentimiento tan maravilloso como el amor! Sé que al final, en algún momento, ese amor se apagará, ¡lo he visto! ¡Siempre sucede!
En ese punto, Alastor entendió que las convicciones de Adam eran mucho más que simple testarudez. Y no solo sus convicciones eran fuertes, también lo era su resiliencia. Quizá era la fe que le brindaba el recuerdo de Dios, quizá era amor propio, o incluso responsabilidad por creerse con un destino; pero el evidente deseo de Adam por perseguir sus sueños era implacable. ¡Era tan gigantesco, que jamás podría ofrecerle algo semejante! Y conocer esa verdad, le produjo un hondo desconsuelo. Entonces entendió porque el amor que sentía era para el corazón de Adam apenas un leve cosquilleo, algo tan ínfimo que ni siquiera era merecedor de ser vivido. No pudo evitarlo, enroscó su rostro entre sus manos y dejó que el llanto descargara el revoltijo de emociones que lo despedazaban dentro suyo. Tuvo que darle la razón a Adam, el Alastor que alguna vez fue, había muerto, o por lo menos se encontraba moribundo. Sin levantar la vista, sintió las reprobatorias miradas de sus sombras escondidas entre la maleza nocturna. Debían estar allí, esperando para castigarlo, esperando para recordarle que era un hombre, un demonio, un monstruo; y no el niñito llorón en el que se había convertido.
Una gran diferencia que separaba a Adam, y, de hecho, también a Lilith y Eva, del resto de la humanidad, no era el destino, ni que hubiesen experimentado el amor directo de Dios. No, la mayor y, sobre todo, injusta diferencia era que ellos no tuvieron que pasar por la etapa de ser niños. Ellos jamás tuvieron que padecer dolores con la inocencia e ingenuidad como lo hacen los infantes. Cada uno de sus problemas lo enfrentaron como adultos, y nunca padecieron de tener que reprimir recuerdos, dolores o traumas en lo más recóndito de su alma. En la mayoría de sus reflexiones y de su actuar, el consciente prevalecía, porque fueron creados con una mente madura, capacitada para entender lo que sucedía a su alrededor. En la infancia, algunos humanos deben de hallar la forma de sobrevivir a los más terribles males, y se crearán explicaciones que más tarde, en la adultez, olvidarán de manera aparente; aunque la mente no las olvida, las oculta. Y esto, fue algo que Adam pasó por alto, ocasionando que desestimara a los sentimientos propios de un humano. Lo más siniestro para el ser humano no suele ser lo desconocido, sino los monstruos ocultos; viejos recuerdos que todos quisieran borrar por completo, pero que regresan, fortalecidos y dispuestos a demoler todo a su paso.
— Al…, perdón, pero debes de entender… — Adam dudó por unos segundos si lo que estaba por decir era adecuado. De soslayo, observó al ciervo por unos segundos y se mordió los labios antes de continuar hablando — Si te sirve de consuelo, te diré lo que pienso. Yo creo que…, creo que en verdad no me amas. Yo soy lo que necesitas, pero no lo que quieres.
— Sé bien qué es lo que quiero — contestó Alastor sin vacilación, aun con el rostro cubierto por sus manos.
— No, no lo creo. Lo que en verdad quieres… es a Lucifer.
La lista de insultos aumentó con esa afirmación. Un escalofrío recorrió la columna de Alastor que, como si fuera un encantamiento, le hizo mesurar el llanto.
— ¡Qué absurdo! ¡¿Cómo puedes decir eso? En definitiva, ¡has perdido el poco juicio que tenías! — las manos de Alastor bajaron hasta su nariz, dejando al descubierto una violenta mirada.
— Escúchame, ¿sí? Tú deseabas morir, y no querías morir por miedo. Si fueras el Alastor de antes, hubieras hecho de todo por aguantar cualquier mierda que Lucifer pudiera hacerte, y jamás hubieras pensado en morir. Pero lo amas, y sabías bien que no podrías soportar que justo fuera él quién te provocara dolor. ¡No me imagino cuánto lo debes amar! Pero ese amor es más grande que cualquier otra cosa en tu vida. Podrías soportar que te destrozaran, que te quitaran todo, que te torturaran… ¡cualquier otra cosa!, siempre que no fuera Lucifer quien lo hiciera. Ni siquiera lo que, según tú, sientes por mí es más fuerte; si lo fuera, hubieras luchado por seguir vivo. La resistencia de los humanos cuando aman es asombrosa. Sea lo que sea que sientes por mí, no es más grande que lo que sientes por Lucifer.
— ¡Qué estupidez más grande! ¡No sabes nada! ¡No sabes todo lo que Lucifer me ha hecho! — Alastor sintió arder su rostro, ¡era rabia! ¡era vergüenza! Porque solo él y su soledad sabían que las palabras de Adam no eran todo mentira.
— No me lo has dicho, pero lo sé. El miedo y dolor que refleja tu rostro es inconfundible. Y, aun así, sigues soñando con que ese pendejo cambie y te ame como tú quieres, ¿no?
Sin querer seguir oyendo la acusación de Adam, el Demonio de la Radio se levantó de la cama y, con un chasquido de dedos, cambió la bata roja por su traje habitual. Sí, era cierto. La última noche que pasó con el diablo no hizo sino imaginar que, a quien le hacía el amor, era al Lucifer dulce y gentil que lo creyó ser al inicio de su relación. Incluso a la mañana siguiente, quiso suplantar el horrible recuerdo de su aniversario por el fervoroso trato que le brindó Lucifer. Y, peor aún, cuando se despidieron, lo que más le dolió fue pensar que todo lo que había vivido con Lucifer aquellas últimas horas, no fue más que una ilusión. Le dolió mucho más pensar que jamás podría ser amado por Lucifer tal como en sus fantasías que su muerte acercándose. Pero, ¿cómo admitirlo? Quizá su amor por el rey no estaba del todo enterrado, pero no creyó que superara al que sentía por Adam.
— Quizá tienes razón, ya no soy tan fuerte como lo era antes. Lo que él me hizo desestabilizó todo mi mundo… lo que él me hizo…
Alastor agachó el rostro, avergonzado por no soportar el dolor que le ocasionaba el recuerdo de haber sido herido por Lucifer, porque ese dolor era algo del pasado. Un dolor al que debía de ser inmune, un dolor ya superado. El tormentoso cuadro de Alastor llorando y con la mirada enterrada en el suelo, hizo que Adam se estremeciera. Como si una luz divina bajara desde el Cielo solo para iluminar a su mente, el ángel abrió los ojos, horrorizado ante el pensamiento que, abruptamente, llegó a él.
— Lo que ese mal nacido te hizo… ya lo había hecho alguien más…
Alastor se mantuvo impávido, sus sombras le susurraron insultos, recordándole que ningún dolor era más grande que la deshonra de ser débil. Adam rodeó la cama, apresurado, para consolar al ciervo. Lo abrazó con gentileza y le acarició el cabello detrás de su cabeza. El calor que el cuerpo de Alastor le transmitía cada que lo tenía cercado por sus brazos, dejaba siempre una nueva impresión en su alma. Trozos de una misma verdad que se iban acumulando, una verdad tan grande que lo incitaba, secretamente, a descubrirla.
— No tienes que hacer esto. Primero me dices que soy un cobarde, ¿y ahora me tratas como si fuera un niño? — musitó el Demonio Radiofónico.
— Jamás quise decir que fueras un cobarde…, perdón — Adam restregó su mejilla contra una de las orejas de Alastor, haciendo que se doblara — Una cosa es sanar las heridas y otra, muy diferente, ignorarlas. Pensé que ya habíamos superado la etapa de fingir que no sufrimos.
La ambivalencia de sus sentimientos hizo que Alastor dudara si debía corresponder el abrazo. Deseaba sentir el amor de Adam, lo necesitaba, pero, en el fondo, sintió repulsión de él mismo. ¿Cómo había llegado al punto de arrastrarse por alguien que ya le había rechazado? ¿Cómo había llegado a depender tanto de un sentimiento que siempre había despreciado? El primer hombre detuvo sus caricias y se cortó el estrujón. Tal como si recogiera el frágil pétalo de una flor, tomó las manos de Alastor y las rodeó con las suyas. Sus labios se movieron, pero no produjo ningún sonido. Unos minutos después, una luz blanca nació dentro de las palmas del ciervo y destelló con gran intensidad por un par de minutos, iluminando el rostro de ambos. Después, poco a poco, se fue apagando hasta desvanecerse por completo. Adam soltó las manos de Alastor, quien lo miraba desconcertado y en espera de una explicación.
— Cuando un ángel guardián cuida de un humano, crea un lazo con él para que pueda escuchar sus plegarias. Así es como sabemos que alguien bajo nuestro cuidado necesita ayuda. Si algún día me necesitas, solo reza, te escucharé en donde sea que me encuentre. Prometo que siempre te ayudaré, incluso si ya no estoy en el Infierno.
No hacía mucho tiempo atrás, el Demonio Radiofónico le había preguntado a Adam qué haría si dejara de existir; y mientras lo miraba a los ojos, se preguntó qué haría él mismo cuando Adam dejara de existir en su mundo. Algún día llegaría ese momento, y no pudo concebir tal idea. Enmudeciendo las auto recriminaciones, apartó las voces en su cabeza que lo insultaban y se abalanzó a los brazos del ángel. No importaba cuántas acusaciones recibiera en contra de su amor, él estaba seguro de amarlo.
— ¿Dejarás al menos que siga durmiendo a tu lado?
— ¡Oye! ¡Deja de menospreciar el hecho de que durmamos juntos! Lo dices como si fuera poca cosa.
— No es que sea algo insignificante, es solo que… no puedo evitar sentir que no valgo lo suficiente como para que te intereses por mí.
— ¡Qué pendejada! ¡Mierda! ¿Cuántas confesiones tendré que hacer hoy? ¿eh? — Adam ladeó un poco el rostro para alcanzar la frente del ciervo y poder plantar un casto beso allí — Puede que tenga sexo con un putero de mujeres, pero… no me gusta dormir con nadie. O sea, literal, solo dormir con ellas… fue algo que siempre me produjo asco. Antes de ti, solo llegué a compartir cama con Eva, ¡y porque me obligaron! Tú eres la única persona con quien he disfrutado el acto de dormir. Y no solo eso, también los abrazos, besos, caricias… todas esas mariconadas, solo las he disfrutado contigo. No es que no te deseé, es solo que te respeto, no sabría cómo tocarte, no sabría qué hacer, el solo hecho de pensar en tu cuerpo me aterra. Es como si estuviera profanando algo sagrado. Además…, no creo que el sexo sea algo que te interese, y eso lo vuelve mucho menos importante para mí. Te lo repito, lo que siento por ti va mucho más allá de la tentación.
Aquella revelación fue mucha más efectiva para aliviar el dolor de Alastor. Todo se volvió claro, tan evidente como la luz de una vela en medio de la oscuridad. Para Adam, el sexo era algo tan mundano como el acto de comer o respirar, era solo otra necesidad fisiológica. ¡Nunca había tocado a alguien por quien sintiera amor, y de ahí nacía su temor! Aquel pequeño mundo que los rodeaba fue borrándose. Si se acercaba una tempestad que lo destruiría, entonces Alastor se haría más fuerte, pero no dejaría escapar la oportunidad de sentir, por primera vez, el amor puro y genuino.
— Entonces, durante todo el tiempo que estés en el Infierno, disfrutaré de dormir a tu lado. Para mí, dormir juntos también es algo mucho más importante que el sexo.
— ¡Carajo, Al! Por favor, solo te pediré una cosa, no te dejes dominar por este sentimiento. Tu vida y tus sueños son mucho más valiosos. Cuando vuelvas a ser tú mismo, lo entenderás… — el primero hombre oprimió con mayor fuerza el cuerpo de Alastor, dejándose llevar por el aroma que emanaba de su cabello — ¿en qué mierda nos estamos metiendo?
Adam prefirió no insistir en el tema, pero no pudo evitar la dolorosa punzada de saber que, pese a la negativa mostrada, el verdadero amor de Alastor, era Lucifer.
El resto de la noche transcurrió tranquila. Adam y Alastor se olvidaron de la peligrosa mañana que los esperaba. Entre dulces besos y delicadas caricias, se atrevieron a ser simplemente dos hombres que se amaban.
Notes:
¡Hola!
Sorry por tardar en actualizar. Con este capítulo he alcanzado todo lo que llevaba escrito, así que ya todo lo que sigue solo está en mi cabeza. Quizá sea irrelevante, pero quisiera contarles que llevo un par de años confinada a mi casa con problemas existenciales, jajajaja, y bueno, una de las cosas que me ayudó a salir de bucle de pesimismo fue escribir. Hace unos meses, mi esposo me animó y apoyó a estudiar otra carrera, porque le dije que quería aprender a escribir. Y bueno, esto me lleva a este punto, mi tiempo de ocio se acortó abruptamente. (¡Cosorroooo!) Por eso he tardado en publicar los últimos capítulos. Extraño tener todo el tiempo del mundo para escribir y andar imaginando cosas, jajajajaj ¡Qué terrible adulto soy! Pero bueno, aún así, me esforzaré en acomodar mis tiempos y publicar más seguido.
Espero que les siga gustando la historia, creo que es mucho más melancólica que la anterior, ojalá que no los esté aburriendo. Alastor aun tendrá que sufrir por otro ratito más, pero ya mero se acerca el tramo de la historia en donde se libra del dolor. Estos últimos capítulos han girado en torno a Alastor y Adam principalmente, pero los demás volverán a la contienda. ¿Ustedes creen que Alastor está en verdad enamorado? ¿O están igual de escépticos que Adam?
¡Muchas gracias por seguir la historia!
Saludos.
:)
Chapter 20: Capítulo 19: Némesis
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
-La canción que aparece en este capítulo es Amor de hombre de Mocedades.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
∘°❉°∘°∘❉∘°
—Es un gusto conocerlo señor, estoy encantado —respondió el Demonio de la radio, limpiándose la mano con la cual había tocado el bastón del rey—. Por fin conozco la cara del famoso soberano. Pero, eres mucho más chaparrito de lo que esperaba.
Lucifer no consiguió desprenderse de la primera impresión que tuvo de Alastor. Apuñalarle el ego, sin duda, fue la mejor estrategia no planeada por el ciervo para clavársele en la cabeza. La mayoría de huéspedes encontraban ridículas a las riñas entre ellos, ¿cómo el rey se prestaba para tal juego? Pero Lucifer se empecinó con domar a Alastor, más allá de las críticas a su paternidad y su gestión como gobernante, lo que más lo enloqueció fue la contradictoria aura que lo rodeaba. Rechazaba a todos con sus palabras y acciones, pero, al mismo tiempo, lo hacía con una seducción intangible. Estaba ahí, no sabía qué era, pero Alastor parecía gustar de ser la tentación de todos, sin querer entregarse a nadie.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—Un rey que no es respetado, es como un cesto con el fondo hueco, ¡no sirve de nada!
—Que no meta las narices en los asuntos de ustedes, los señores supremos, no es porque les tema, venadito. ¡Me desterraron por darles libertad!, ¿para qué quitárselas ahora? ¡Oh, vamos! Si allá afuera quieren verme como alguien sin importancia, me da igual, pero si se volvieran un dolor de trasero, créeme, los aniquilaría a todos.
—Usted no es invencible, los humanos siempre encontramos la forma de lograr lo que nos proponemos, ya debería conocer lo que la voluntad humana es capaz de hacer.
—La voluntad tiene límites. Justo porque ustedes tienen un alma humana es que jamás podrán compararse a los demonios nativos del Infierno. Mucho menos a este humilde servidor que, además de ser un demonio, tiene un alma de naturaleza angelical.
Lucifer no se detuvo a reflexionar el origen de la necedad de Alastor por el poder, de hecho, le parecía un anhelo común entre los pecadores. Pero de haber ahondado en el tema, hubiera encontrado el verdadero interruptor que condicionaba a Alastor a buscar el control de todo a su alrededor.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—Si me sigues preguntando por ella, pensaré que estás celoso —dijo Lucifer, barriendo con la mirada al Demonio Radiofónico—. ¿Por qué tanto interés en Lilith? No me importa en dónde está o si regresará, tengo otros asuntos en mente.
—¡Qué suposición tan desagradable y ridícula! Quien no deja de hablar de ella, eres tú, todos en el hotel sabemos que la extrañas. ¿No dijiste que somos amigos? Solo trato de estar a la altura de tan honorable título, mostrando solidaridad con tu dolor. No todos tienen la oportunidad de ser amigos del rey del Infierno.
Lucifer extendió sus alas y se acercó a Alastor, pareció flotar más que volar, sus pies apenas se elevaron unos treinta centímetros por encima del suelo, pero fue la altura suficiente para quedar frente a frente con el pecador.
—¿Desagradable y ridícula? ¿Eso dices?
Por primera vez, el diablo tuvo la dicha de contemplar el rostro sonrojado de Alastor, fue exquisito. Alastor se desvaneció entre sus sombras y reapareció detrás de Lucifer, con el semblante recompuesto y empuñando su bastón con dureza.
—¡Procura mantener tu rostro alejado del mío!
∘°❉°∘°∘❉∘°
Lucifer se encandiló cuando la oscuridad en su torre de manzana fue espantada por los rayos del sol, el Demonio de la Radio había corrido una de las cortinas para obligarlo a levantarse de la cama. Después de lidiar por más de un mes con el bajón emocional del diablo, su paciencia fue mermándose.
—Hoy tienes que bajar a desayunar, Charlie ya empieza a preocuparse. Deja de ser un peso muerto y ¡arréglate!, te ves fatal.
—Le diré que tengo asuntos que atender en otros Anillos y me iré a mi palacio —contestó el diablo mientras se tapaba el rostro—. Ahora, ya puedes dejarme en paz.
—Bien, si deseas escapar a tu palacio, está perfecto. Te acompañaré.
El diablo apartó las sábanas y se sentó en la cama en un solo movimiento. Observó a Alastor con sospecha, tratando de adivinar los motivos que lo habían llevado a ofrecerle su compañía, pero la eterna inmutabilidad que desprendía no le reveló nada. Sin embargo, su sonrisa le pareció más bella que antes.
— Jamás haré un trato contigo. Olvídate de la artimaña que estás tramando, no funcionará.
—Los amigos se ayudan en las dificultades, ¿no es así?
∘°❉°∘°∘❉∘°
Cualquiera que fuera el verdadero motivo de Alastor para aceptar su amistad, dejó de ser una preocupación para Lucifer, su deseo por poseerlo pasó de ser un alivio a su ego a un alivio a su soledad, o quizá fue una mezcla de ambos. El diablo comenzó a imaginar que en cada acción de Alastor había, oculta, una seductora invitación a su intimidad; como si cada gesto de amabilidad recibido tuviera una doble intención, cuidarlo y, a la par, tentarlo.
De todas las actividades que hacían juntos, beber era su favorita. Aun cuando el ciervo tenía buena resistencia, el licor que el diablo tenía en su palacio le afectaba con prontitud. No era para extrañar, ya que el licor que los pecadores bebían era muy distinto al que se producía en Avaricia, el cual estaba elaborado para el consumo de demonios endémicos del Infierno, quienes, a diferencia de los pecadores, requerían de un altísimo grado etílico para que surtiera efecto en su organismo. Ver inhibido al ciervo fue como un vistazo al futuro en potencia entre ellos. Alastor, ajeno a las lujuriosas predicciones de Lucifer, se esforzó en imitar a un buen amigo, incluso si esto lo orilló a bajar la guardia innumerables veces, todo en pro de conseguir una alianza favorecedora.
—Oye, Al, ¿acaso nunca te has enamorado?
—Cuando estás borracho, te vuelves más tonto. —Alastor bebió el último trago en su vaso, luego, lo rellenó hasta la mitad—. El único tipo de amor que es útil, es el amor propio.
—Eso suena a que te rompieron el corazón. ¿O me equivoco?
—No podrías estar más equivocado, ¿por qué siempre hacen tanto escándanlo por ese frívolo sentimiento? Si me permites hablar con sinceridad, creo que el amor no es más que un inútil entretenimiento que las personas usan para escapar de sus miserables vidas sin sentido ni propósitos. ¡Un desperdicio de tiempo y de esfuerzo!
∘°❉°∘°∘❉∘°
Alastor empujó al diablo y lo abofeteó tan pronto sintió que sus labios se despegaron. Se esforzó por mantener el equilibrio con sus pies temblorosos y, cual barrera, sus manos bloquearon su boca. Lucifer no apartó la mirada del ciervo, ya estaba cansado de dar vueltas, como estúpido, a su alrededor. En ese momento, ninguno de ellos concibió la historia de su tercer beso como algo romántico; Lucifer por la desesperación, Alastor por la incredulidad. Aunque meses más tarde, para el ciervo, se transformaría en el recuerdo del inquebrantable amor del diablo.
—¡Te advertí que no lo volvieras a hacer! —le recriminó.
—No veo que me estés destruyendo, ¿En dónde están tus sombras? ¿No dijiste que me destruirías con ellas? —Lucifer usó su larga cola para jalar el brazo del Demonio Radiofónico y obligarlo a encorvar la espalda y bajar hasta su altura—. Lo único que veo es el bonito rostro ruborizado de un virgen.
∘°❉°∘°∘❉∘°
La música había dejado de tener color para Lucifer, sin poder soportar la nostalgia que lo embargaba cada que tocaba el violín, se alejó de este pasatiempo. Las notas lo llevaban hasta los recuerdos de Lilith, hasta la alegría de los mejores ayeres que compartió con ella; pero su mente fue suplantando el dolor con felicidad cada que oía tocar el piano a Alastor. La música volvió a ser arte, el tiempo volvió a tener sentido, la vida volvió a ser vida.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—No sabía que cocinaras tan bien, ¿por qué habías mantenido oculto este talento?
—Todos en el hotel saben que mi cocina es excelente, solo tú no estabas al tanto.
Lucifer, como si fuese un niño pequeño, escarbó en el plato en busca de más camarones.
—Lucifer, no seas quisquilloso y come correctamente. —El Demonio de la Radio tronó los dedos y una docena de camarones apareció en el plato del diablo—. De lo contrario, jamás volverás a probar alguno de mis fabulosos platillos.
∘°❉°∘°∘❉∘°
Alastor escuchaba atento la conversación telefónica entre el diablo y el Pecador de la Lujuria, el tono y las palabras de Lucifer eran diferentes a las que solía usar, se escuchaba prepotente, autoritario, no pedía opiniones, solo daba órdenes. Después de veinte minutos de oír las quejas sobre el uso inadecuado de algún tipo de cristal, se enfadó y bajó a la cocina en búsqueda de un diablillo. Se topó con tres de ellos en la sala y, entregándoles una nota, les ordenó que consiguieran los ingredientes para la comida que más tarde prepararía. Los diablillos le reverenciaron y acataron la orden sin ninguna queja. Alastor se dio la vuelta y regresó a la habitación del rey con la satisfacción de que todos en el palacio le obedecían como si fuera un monarca.
—No me importa en dónde estés metiendo la verga, solo no hagas más estupideces. Eres el Pecado de la Lujuria, no del amor. —El diablo frunció el rostro cuando dijo esta última oración—. Sí, ok…, bien. Nos vemos en el juicio.
Lucifer colgó la llamada y exhaló con fuerza. Antes de que dejara el celular sobre la mesilla a su lado, revisó algunas notificaciones y refunfuñó.
—Lo siento, Al, pero no puedo evadir estos asuntos, aunque me saquen de quicio. ¿Por qué todos dan problemas?
—Si me lo permites, podría ayudarte. Confía en mí, haría mucho menos estresante tu labor como rey.
—Eso suena bien, me vendría bien ayuda extra. Veré de qué te puedes ocupar.
Aquella respuesta, fue la primera promesa falsa que Lucifer le hiciera a Alastor.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—Quita la mano de tu boca, quiero oírte.
Alastor obedeció, puso las manos al lado de su cabeza, pero, involuntariamente, se mordió el labio inferior para impedir que más balidos se le escaparan.
—Eres tan hermoso…, tan, tan, tan perfecto para mí.
La imagen frente a Lucifer era magnífica, el cuerpo desnudo del ciervo se estremecía ante el mínimo roce, su piel era mucho más suave de lo que imaginó y sus ojos derramaban castas lágrimas. «Es solo mío. Soy el primero, seré el único», pensó. No lo creyó de otro modo, todas las señales estaban ahí. Tuvo que dirigirlo, la inexperiencia del ciervo era contundente, sus movimientos eran tímidos y torpes y se desmoronaba con la fragilidad de un castillo de arena a la orilla del mar.
—Ya no puedo esperar…, prometo que seré gentil.
El Demonio de la Radio no tuvo tiempo de responder, sentía los dedos y las pesuñas frías, pero el resto de su cuerpo ardía bajo las expertas manos del rey. Apenas podía hallarle sentido a las palabras que escuchaba, las pulsaciones en su espalda y caderas le deshabilitaron la razón. Lucifer fue introduciendo su miembro sin mucha paciencia, tan pronto sintió las cálidas y aterciopeladas paredes de Alastor envolver su miembro, el placer lo dominó.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—¿Eso significa que Lilith es y será tu único amor?
—No, lo que quiero decir es que el amor de los humanos siempre se agota; pero el amor de los ángeles es eterno y colectivo. En parte, el Cielo me castigó porque mi amor era individual, no solo me enamoré de Lilith, también les demostré tener amor propio. Ellos lo llamaron orgullo, para mí, era tener el control de mi destino. Los ángeles aman a todos por igual; para ellos, no existe diferencia entre uno mismo y el prójimo.
—¿Aún la amas?
Lucifer se encogió de hombros y divagó con la mirada antes de atreverse a contestar la inquietud de Alastor, sabía por qué preguntaba, y estaba casi seguro de la respuesta que deseaba escuchar.
—Es un sentimiento complicado. Antes pensaba que el amor de Lilith era diferente al del resto de los humanos, creía que me amaría por siempre y que le bastaba con estar a mi lado. Pero me equivoqué, ustedes no saben lo que es el amor verdadero.
—Eso no responde a mi pregunta.
∘°❉°∘°∘❉∘°
Lucifer no halló la gracia en el comentario de Angel Dust, pero soltó una amarga risilla para encajar en la diversión de todos en la sala.
—En serio, hazme caso, Charlie, usa su imagen. Dile a Sonrisas que pose desnudo para los nuevos panfletos y verás como se llena este hotel —reiteró Angel Dust, echando la cabeza hacia atrás para poder reír mejor.
—Ya hemos tenido suficiente con los pecadores que han venido solo para conocerlo. Si al menos quisieran redimirse de verdad, usar su imagen no me parecería tan mala idea. Aunque no de la forma que tú quieres, Angel — añadió Vaggie.
—Alastor es un chico malo muy tentador. —Niffty sonrió con malicia y brincoteó en su propio lugar—. ¡Todos quieren tenerlo…, pero nadie lo conseguirá!
Niffty, enloquecida, corrió en círculos por la sala. Un minuto después, trepó la espalda de Husk mientras soltaba una estruendosa carcajada y, con su ojo bien abierto y lleno de pequeñas venitas rojas, añadió: «¡Nadie!»
∘°❉°∘°∘❉∘°
—La próxima vez, pide mi ayuda. ¿Cómo creíste que podrías enfrentarte a un Goetia? ¡Estás demente!
La luz que rodeaba la herida del brazo de Alastor fue apagándose conforme fue sanando hasta dejar una tenue cicatriz. Una vez que la curación finalizó, Lucifer tomó la barbilla del Demonio Radiofónico y lo obligó a verle.
—¿Para qué querías ese grimorio? ¡Ni siquiera hubieras podido usarlo!
—Lo que haga no es de tu incumbencia. —De un manotazo, Alastor apartó a Lucifer y volvió a ladear el rostro.
—¿Pero qué dices? Todo lo relacionado contigo también me concierne. Desde ahora, no puedes salir sin que yo sepa a dónde vas, ¿entendiste?
Alastor se levantó de la silla y caminó unos tres pasos hacia el frente, tratando de alejarse del diablo. Usando magia, cambió su saco roto por uno nuevo e invocó a su bastón.
—¡Qué hilarante! ¿Por qué tendría que avisarte qué hago o a dónde voy?
—Últimamente sales demasiado, y siempre regresas hecho mierda. ¡Solo me preocupo por ti! Eso hacen los novios, ¿sabías?
Varios símbolos fluorescentes aparecieron alrededor del ciervo y sus pupilas se tornaron negras. Apenas escuchó al diablo autoafirmarse como su pareja, todo su cuerpo se entumeció, pero su corazón ardió como si fuese una estrella incandescente.
—¿Qué acabas de decir?
∘°❉°∘°∘❉∘°
Lucifer detestaba cuando Alastor no conseguía una erección con facilidad. Algunas veces le dio la impresión de que su cuerpo estaba atrofiado; otras, imaginó que existía alguien que lo satisfacía en secreto. Sin embargo, Alastor seguía reaccionando como si fuese virgen, su cuerpo se revolvía entre el pudor y el placer de una manera embriagadora, ¡no había forma de que lo traicionara! Apenas y podía desvestirlo sin que sus ojos se humedecieran por la vergüenza, ¿cómo podría estarse viendo con alguien más?
—¡Oh, Al! ¿Qué pasa? —Lucifer apartó el rostro de la entrepierna de Alastor, dejando caer de lado el miembro flácido de su amante.
—Lo siento…, yo…
—¿No te gusta lo que hago? ¿No quieres hacerlo?
—Lo que me gusta… es verte feliz. Solo eso, solo quiero hacerte feliz.
Hasta ese momento, ni Alastor ni Lucifer se habían dicho un “te amo”, sin embargo, para el diablo, oír aquella frase le fue mucho más complaciente. Por años había deseado ser el todo de Lilith, así como ella se volvió su todo; por lo tanto, que Alastor lo priorizara por sobre cualquier otra cosa, incluso por sobre él mismo, fue como haber encontrado el santo grial del amor. No lo entendió, ni pudo ponerle nombre al sentimiento que lo zarandeó ese día, simplemente aceptó y disfrutó las devotas caricias de Alastor.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—Solo te pido que pases más tiempo en el hotel. ¿Qué es más importante, tus malditos problemas de overlord o el proyecto de Charlie? ¡Ella necesita tu ayuda!
—Tu único inconveniente es que pueda toparme con Vox, ¿no? ¡Sigues con eso!
—¡Claro que no!, y lo sabes. —Lucifer se cruzó de brazos y soltó un bufido. Dejó que el silencio gobernara la habitación mientras ideaba una buena excusa para impedir la partida de Alastor—. ¿No crees que sería bueno que reforzaras tu figura paterna frente a Charlie?
—Pensé que eso lastimaba el ego de nuestro altísimo gobernante.
—No puedo negar que, antes, odiaba que te comportaras como si fueras su padre, pero ahora es diferente. Digo, en el futuro… lo serás. Algún día te convertirás en su padre.
Alastor, quien se acomodaba las solapas de su saco frente a un espejo, dejó escapar un fuerte chirrido de estática y detuvo todo movimiento en su cuerpo. Su pávido rostro reflejó el miedo que su corazón propagó en su interior. Que lo improbable dejara de serlo, lo aterró. Nunca antes había tanteado ese tipo de felicidad, y mucho menos la entendía; pero la determinación en la voz del diablo le hizo cuestionarse si estaría dispuesto a correr el riesgo de soñar con esa felicidad.
—¿Insinúas que estarías dispuesto a formalizar nuestra relación?
—¡Por supuesto! ¿Qué creías?
—Eso significa que tendrías que divorciarte.
—Lo sé.
∘°❉°∘°∘❉∘°
Frente al enorme retrato de Lilith, Lucifer se arrodilló y agachó la cabeza, sin poder soportar la culpa, rompió en llanto. Creía traicionarla, lo que había comenzado como un juego de cacería, se había transformado en una pesada cadena de mentiras. Entre más avanzó la supuesta relación que tenía con Alastor, más promesas tuvo que decir, ocasionando que el recuerdo de Lilith se volviera una condena.
—Lo siento, lo siento, amor. ¡Sé que siempre digo que terminaré con esto, pero no sé cómo! Todos los días trato, pero algo me detiene. ¡Es que te extraño tanto! Si volvieras, podría mandarlo a la mierda sin ningún problema, ¡pero él me consuela! ¡Sabes que solo te amo a ti! Sabes que jamás podría ocupar tu lugar. —El diablo alzó el rostro y extendió la mano en la cual llevaba su anillo de bodas—. ¡Mira!, jamás me lo quitaré, aunque esté con él, sabes que solo pienso en ti. Cuando lo beso, te beso a ti. Cuando lo abrazo, imagino que eres tú quien está en mis brazos. ¡Lo juro, solo te amo a ti!
Lucifer siguió mintiendo sobre un amor inexistente frente al retrato de Lilith, mientras que censuró el amor que sentía por Alastor, reduciéndolo a un fugaz deseo.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—Te convertirás en Alastor Morningstar, el rey consorte del Infierno, ¿por qué quieres seguir siendo un overlord? Tendrás muchísimo más poder que cualquiera de ellos. ¡Tus únicas preocupaciones deberíamos ser Charlie y yo!
—Mientras eso no suceda, seguiré siendo simplemente “El Demonio de la Radio”, y te recuerdo que tengo una reputación que cuidar.
—Y yo quiero cuidar de ti. ¿Cómo crees que me siento cada que te desapareces por días?, ¿eh?
—Solo fue un día y medio y te prometí que no volvería a suceder, por favor, deja de hacer berrinches.
Los ojos del diablo se encorvaron y sus labios hicieron un pronunciado mohín. Odiaba, realmente odiaba cuando Alastor mostraba mayor interés por cualquier otra cosa que no fuese él mismo. Su adicción por acaparar toda la atención del ciervo se intensificó, y no halló mejor forma de persuadirlo que recalcarle la mentira de un futuro juntos, aquella táctica era efectiva, infalible.
—¡Quita esa cara larga!, ¿sí? Tú ganas, le diré a Zestial que me retiraré del proyecto. ¿Contento?
∘°❉°∘°∘❉∘°
Alastor, vestido solo con su camisa desabotonada, deshizo el nudo del corbatín del diablo para rehacerlo de una manera más pulcra. Cualquiera de los dos podría haber usado magia, pero al diablo le gustaba ser atendido por su amante, se le hizo costumbre dejarse la pajarita mal hecha para que las serviciales manos de Alastor la arreglaran. No fue el único hábito que adquirió, se asió a muchas otras atenciones: que le preparara la tina de baño, que le hiciera el desayuno, que le organizara la ropa, que le cepillara las alas, que le cantara cuando la nostalgia lo apuñalaba. Sin percibirlo, Alastor se convirtió en el gobernante de su mente, de su felicidad, de su vida.
—Recuerda llegar temprano, tengo preparada una sorpresa para nuestro aniversario —dijo Alastor mientras acariciaba el cabello de Lucifer.
—Lo tengo bien metido en la cabeza, no te preocupes, estaré de regreso antes de que anochezca.
—Más te vale, o ya no habrá sorpresa.
—Sé que no debería preguntarte, pero es que soy malo para los regalos. ¿Hay algo que quisieras? ¡Pídeme lo que quieras!
—Solo tengo un pedido que hacerte… —Los ojos del Demonio Radiofónico bajaron por un instante, echando una fugaz mirada al anillo en la mano del diablo—. Pero te diré qué es lo que quiero después de mi sorpresa.
—¡Qué misterioso!, si lo prefieres así, está bien. ¡Te daré lo que me pidas!
∘°❉°∘°∘❉∘°
Lucifer aventó la almohada a su lado con rabia, ¡otra vez amaneció solo en su cama! Había pasado un mes desde la reconciliación, pero Alastor seguía distante. La noche anterior todo parecía mejorar, el ciervo se comportó amoroso y complaciente como si nunca hubiesen peleado, en verdad creyó que el castigo al que era sometido había terminado. ¡Sí, lo extrañaba! Lo extrañaba más de lo que imaginó, pero no planeaba agachar la cabeza por un pecador. El amor de los humanos era ponzoñoso, y el de aquellos que llegaban al Infierno lo era aún más. ¡Ninguno de ellos merecía compasión ni consideración! El corazón de Alastor debía estar podrido, descompuesto hasta la última célula, ¿por qué actuaba como si mereciera algo más que mentiras? ¡Debió ser un estúpido si en verdad creyó que podría usurpar el lugar de Lilith! ¡Un verdadero idiota!
∘°❉°∘°∘❉∘°
La imagen de Vox acariciando el rostro de Alastor seguía repitiéndose en su mente, violentos cosquilleos lo sacudían al recordarlo. Primero terminaría de poner al Demonio de la Radio en su lugar, luego le restregaría en la cara a la estúpida caja parlante quién era el verdadero y único dueño del ciervo, y quizá se daría el gusto de matarlo. ¡Nadie tocaba lo que era suyo! ¡Maldito par de asquerosos traidores!, ¡por supuesto, eran pecadores! ¿Qué más se podría esperar de ellos? Lucifer echó la última bocanada a su cigarrillo y quemó el filtro con una rápida llamarada. En su pecho, la ira continuaba burbujeando y su entrepierna punzaba por una segunda ronda de sexo. Dio un último vistazo al paisaje que su balcón le ofrecía antes de regresar a su habitación. Sin embargo, cuando entró, Alastor ya no estaba allí.
—¡Qué dulce, cariño! ¿Con tan poco te asustaste?, pensé que eras un poderoso overlord —se burló el diablo con una siniestra sonrisa en los labios.
∘°❉°∘°∘❉∘°
Aun en pijama, Lucifer atravesó un portal hasta su palacio. Su pecho galopaba, perseguido por los sueños que atormentaban sus noches, no podía apartar la idea de que Alastor debía estar en brazos de otros demonios. ¿Cuántas noches llevaba sin poner un pie en su habitación o torre? ¡El ciervo se escapaba a quién sabe dónde! ¡Pensar aquello era una despiadada tortura! Mientras que él perdía la cabeza entre insomnio y culpa, el otro se divertía a costa de su dolor. Caminó entre los pasillos de su hogar, buscando cada uno de los cuadros de Lilith y quemándolos en el acto.
—¿Esto era lo que querías? ¡Bien, ahí lo tienes!, ¿ya estás contento? ¡Ya puedes dejar de comportarte como una asquerosa zorra! ¡Tú eres mío! ¡Solo puedes amarme a mí, lo prometiste! ¡Dijiste que yo era tú único amor! ¡El único!
Lucifer continuó destrozando los cuadros, y cuando no quedó ni un rastro de la imagen de su esposa, siguió con sus pertenencias: joyas, ropa, antigüedades, libros, todo remanente de ella desapareció.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—Últimamente me ha dolido mucho la espalda, los Pecados han estado excediéndose con el papeleo. ¡Eso sí es un verdadero pecado! —Lucifer se rio de su propio mal chiste, pero Angel Dust siguió entretenido en su celular.
—Deberías traer algunos de tus sirvientes, ¿qué no eres un rey? ¿No tienes algo así como un masajista personal?
—Sí, lo tengo, pero es mucho más reconfortante cuando alguien que te ama lo hace.
—Dudo que Charlie tenga tiempo de estarte dando masajes, y no quiero echar sal a la herida, pero… la reina no está. Creo que tendrás que pedirle a uno de tus sirvientes que lo haga o, si lo prefieres, puedo recomendarte un excelente lugar donde dan masajes con “final feliz”—. Angel Dust volteó a ver a Lucifer y le regaló una cómplice sonrisilla.
Con un largo suspiro, Lucifer dio por terminado el tema.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—Es como si Lilith estuviera protegida por magia celestial, no sé. Quizá está en el Cielo o en algún lugar sagrado.
—¡Pues no me importa lo que tengas que hacer, solo rompe este maldito vínculo!
—Lo haré, Lucifer. Sé cómo corromper este tipo de magia, pero, como te he dicho, me tomará al menos tres o cuatro sesiones.
—¡Carajo, Paimon! ¿Qué no vives con la cara enterrada entre libros?
—La Tierra, la Luna y el Sol se alinean por un instante, aunque la fase de luna nueva dura cerca de un día, solo puedo manipular la energía de estos astros mientras están perfectamente alineados. Cualquier otro demonio que no fuese yo tardaría años en lograr hacer lo que me pides.
—¡Bien!, pero que no pase de cuatro meses. Mi credibilidad está en juego, no puedo fallar. ¡Tú no puedes fallar!
—Nunca lo he hecho, y nunca lo haré.
Con un leve movimiento de su rostro, Lucifer le indicó a Paimon que se retirara. Una vez que se quedó solo, sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar que Alastor pasaría otros cuatro meses amarrado a Husk, entregándose a él, obsequiándole su hermoso cuerpo.
∘°❉°∘°∘❉∘°
Si no conociera a Adam, la cercanía que había entre él y Alastor le sería inadmisible. A través de la puerta, ligeramente entreabierta, el diablo espiaba el espectáculo musical de los pecadores. Reían, cantaban, bailaban y hablaban como si se conocieran de toda la vida. Alastor lo ignoraba la mayoría del tiempo, pero al primer hombre le dedicaba interminables horas de atención. Allá estaba el ciervo, comportándose como un adolescente, poniendo cara de imbécil y fascinado por las estupideces del otro. Si fingía disfrutar de su compañía para beneficio del hotel, ¡lo hacía muy bien! «Esta canción la cantaba mi madre cuando cocinaba, tenía una voz hermosa», le oyó mencionar. Adam se quitó la correa de la guitarra y colocó ambos, la guitarra y la correa, sobre el piano. Luego rodeó el instrumento hasta llegar al taburete donde estaba sentado Alastor y se acomodó junto a él. «Aunque esta canción es hermosa, me gusta más la que cantas tú cuando cocinas»
Lucifer sintió una fuerte nausea descomponerlo, si hubiera desayunado, habría vomitado por el colérico ardor en su estómago.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—Char Char, ¿por qué no me dijiste que también había costillas para comer? —reclamó el diablo con visible indignación en el rostro.
—Alastor cocinó eso para Adam —intervino Vaggie—, pero dudo que quiera probarlo, es carne del Barrio Caníbal, o sea, carne humana.
—¿Qué? —El rostro del diablo se desfiguró con tanta rapidez que Charlie entró en pánico.
—Sí, es asqueroso, pero Adam se ha acostumbrado a comer lo mismo que ese psicópata. ¡Puaj!
—¡No me refiero a eso! ¿Alastor ha estado cocinando para Adam?
—Sí, sí, yo le pedí a Alastor que lo hiciera. Es que es el único que sabe cocinar ese tipo de carne, ¿no? — mintió Charlie.
∘°❉°∘°∘❉∘°
Lucifer se alivió con el pasar de los días, aun con las displicentes caricias de Alastor, su alma pasó de vivir entre maleza grisácea a sentir la frescura de una verdosa primavera. Tiempo atrás, se le cruzó la idea de pedirle a Paimon que manipulara la mente de Alastor con el fin de volverlo manso, ya que, según le explicó el búho, no podía crear ni destruir al amor, pero sí controlarle la mente. Fue una idea muy tentadora, sin embargo, Paimon le advirtió que terminaría decepcionado, porque una cosa era tener a una mascota domesticada que hiciera todo sin pensar ni sentir nada, y otra, muy distinta, tener a alguien que actuara por iniciativa propia, impulsado por el amor. Tuvo que darle la razón, deseaba recuperar el amor de Alastor, no tenerlo de sirviente. Y todo pareció mejorar desde que le entregó los papeles del divorcio, no obstante, el comportamiento del Demonio Radiofónico era extraño, como si actuara de modo automático. Algo no estaba bien, pero creyó que podrían arreglar cualquiera que fuese el problema.
∘°❉°∘°∘❉∘°
Tres veces, Adam había tocado a Alastor tres veces mientras hablaban sin que fuese apartado. Además, notó algo que había pasado inadvertido a sus oídos: se llamaban por sus nombres.
∘°❉°∘°∘❉∘°
—¡Todo es por mí, papá! Yo le pedí a Alastor que fuera amable con él.
—¿Por qué hiciste eso, Manzanita? En serio, parecen verdaderos amigos.
—¿Y qué tendría de malo si lo fueran?
Lucifer se mantuvo pensativo, alzó una mano cerrada, siendo el dedo índice el único levantado, sugiriéndole a su hija que estaba por exponer algo importantísimo. Pero, quitando a su paranoia, no tenía buenos argumentos para contrariar a Charlie.
—Déjalos en paz, papá. Tú oíste lo que Sera dijo, si alguien ha influido positivamente en Adam, de seguro fue Al.
∘°❉°∘°∘❉∘°
«Ay, amor de hombre
Que estás haciéndome llorar una vez más
Sombra lunar que me hiela la piel al pasar
Que se enreda en mis dedos
Me abraza en su risa
Me llena de miedo»
Lucifer escuchaba atento cada palabra de la canción. Tan romántica como inusual, la transmisión de Alastor se había desviado de manera colosal a la rutina de miedo y terror. En lugar de gritos, una confesión de amor sonaba por todo Orgullo.
«Ay, amor de hombre
Que estás llegando y ya te vas, una vez más
Juego de azar que me obliga a perder o a ganar
Que se mete en mis sueños
Gigante pequeño de versos extraños»
Y cada que la voz recitaba “amor de hombre”, no pudo apartar de su mente la imagen de Adam. Debía estar enloqueciendo otra vez, debían ser los celos que lo carcomían, debía ser su inseguridad atacándolo en lo más profundo de su alma. «Alastor no es Lilith. Alastor no es Lilith», se repitió el diablo. El ciervo lo negó. Charlie le dijo que todo era producto de su imaginación. Angel Dust le dijo que Adam seguía firme en su anticuada hombría. ¡Conocía a ese hombre desde que fue creado! Era mezquino, holgazán, pervertido, irrespetuoso, egocéntrico, ¡todo lo que Alastor odiaba! Esa canción que flotaba en el aire debía ser para él, era suya, era Alastor confesándole su amor. Para él, no para Adam.
«Ay, amor de hombre
Que estás haciéndome reír una vez más
Nube de gas que me empuja a subir más y más
Que me aleja del suelo, me clava en el cielo con una palabra
Te quiero, no preguntes por qué ni por qué no, no estoy hablando yo
Te quiero, porque quiere quererte el corazón, no encuentro otra razón
Anda, ríndete, si le estás queriendo tanto»
∘°❉°∘°∘❉∘°
—Amor, por favor, por favor. ¡Necesito oírlo! ¡Contéstame! ¿Me amas?
Alastor no pudo hacer otra cosa que apretar la sonrisa y tratar de mantener la mirada firme, tal como acostumbraba hacer cada que Lucifer le formulaba esa misma pregunta. No quería responder, y había logrado evadirlo con gran esfuerzo, porque la persistencia del otro era implacable. Sin embargo, esa vez no bastaron las frases ambiguas de siempre. Lucifer siguió taladrando la muralla que tanto le costó reconstruir. En los últimos dos meses, el ciervo sintió que recobraba el control, como si la maleabilidad se la hubiera transferido al diablo, pero fue un engaño, su vida seguía girando en torno a él, tanto era así, que sus planes de muerte siguieron su curso.
—Todo lo que estoy haciendo es por ti, por favor, dime qué sientes por mí, dime que no soy un estúpido detrás de alguien que no me ama. ¡Responde! ¡¿Me amas, sí o no?
—¿Qué te hace pensar que no lo hago? ¿Acaso no cumplo con todo lo que me pides?
—¡Eso no responde a mi pregunta!
—Sí, aun te amo —se obligó a responder finalmente Alastor.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Había pasado una semana desde que Alastor transmitió aquella canción de amor, pero todos en Orgullo seguían cuchicheando sobre el tema. En las redes sociales, cientos de personas seguían compartiendo el audio, realizaban covers y hacían especulaciones. Una parte de los internautas se burlaba de Alastor, pero la mayoría exhibía su lamento porque el gran “Demonio Radiofónico” hubiese sido atrapado y se preguntaban quién podría ser el afortunado en ganarse su corazón. Con asco y horror, Lucifer leyó decenas de posibles candidatos que se posicionaban como los favoritos, algunos nombres los reconoció, e incluso quedó sorprendido por las historias que se contaban. ¿Cuántos inmundos pecadores estaban detrás de Alastor? Días atrás, había jurado que esa canción era para él. Después de confrontar al ciervo y que este le dijera que seguía amándolo, ¿qué otra cosa podría haber pensado? Sin embargo, la desaparición de Alastor y Adam le hizo dudar, la seguridad de ser el destinatario de aquel romántico acto, se esfumó.
La fiesta terminó poco después del amanecer y ya todos estaban en sus habitaciones durmiendo. Charlie le pidió que detuviera su búsqueda y que esperara, por lo menos, hasta la mañana siguiente para preocuparse. Ella misma se alarmó por la ausencia de Adam, pero insistió en que lo más probable era que se encontraran bien y a salvo. «Las malas noticias son las primeras en llegar», le había dicho. Pero lo que ambos entendían como malo eran dos cosas aparte. Para Charlie, malo era que alguien los hubiese atacado; para él, que los pecadores anduvieran gozando de una mágica noche de amor. Trató por meses de convencerse de que nada pasaba entre Adam y Alastor, porque en verdad le resultó ilógico que algo sucediera entre ellos. Es más, todos lo creyeron absurdo, incluso Husk se unió a la sorpresa colectiva cuando advirtieron que el retraso de los pecadores era una rotunda evasiva a la fiesta.
Después de más de tres horas de estar raspando su mente, torturándose con los trágicos recuerdos de su historia con Alastor, no encontró consuelo alguno que lo ayudara a mitigar el escarnio en su corazón. Su pasado estaba repleto de errores, les ganaban con creces a los aciertos, y el miedo regresó desde las sombras. Destapó la cuarta botella de whisky y bebió el licor directamente de ella, su garganta ardió, aunque poco le importó, nada se comparaba con la miseria en su interior. Desde lo lejos, oscuras reflexiones lo golpearon como si el Infierno cayera sobre sus hombros, se había concentrado en analizar el inusitado comportamiento de Alastor, pero dejó de lado a Adam. A diferencia de Husk y Vox, a quienes sí culpó de ladrones, al primer hombre lo creyó irrelevante, no solo por su falta de cualidades, sino porque era alguien que se afirmaba heterosexual. ¿Cuántas veces no lo vio rechazar la compañía masculina? Una y otra vez recalcó su desagrado por la intimidad con otros hombres, y pareció sincero con sus preferencias, en cada oportunidad, no se contuvo de tener sexo con cuanta mujer quiso. Sin embargo, al pensarlo bien, dejó de parecerle tan inocente como lo creyó.
Claro que había señales alarmantes de las cuales debió sospechar desde el principio. Adam no solía ponerse límites, es decir, él no respetaba a nadie que no fuese un ángel con un rango superior al suyo, pero a Alastor lo trató con decencia, hasta podría catalogarlo como consideración. Además, obedecía al ciervo sin chistar, la propia Charlie solía aprovecharse de esta situación para que Adam se acoplara a las actividades del Hotel Hazbin. Solo usaba la ropa que Alastor le daba, se acostumbró a comer carne humana, modificó sus gustos, su humor mejoró. De manera abrupta, un subidón de adrenalina lo paralizó, sus extremidades se engarrotaron, preso del pánico, y su rostro, más frío que la misma noche, se llenó de sudor. Todo dio vueltas con un solo pensamiento haciendo colapsar su mente: Adam había dejado de tener sexo con mujeres.
—Ese maldito… ¡ese maldito también está detrás de Alastor!
De pronto, el “te amo” de Alastor se trasformó en una mentira, comparada a una confesión de amor emitida por todo Orgullo, resultaban insulsas esas dos palabras. Si las atenciones del ciervo hacia Adam no eran fingidas, entonces debían existir sentimientos de por medio. Más y más, la furia y el horror se atiborraron en su pecho, como si la mezcolanza de emociones quisiera estallar dentro de él. Nunca antes había visto a Alastor actuar tan descaradamente, era como si nada le importara, ni siquiera por él llegó al extremo de gritar a los cuatro vientos su amor. Y, de hecho, también desconoció a Adam. Si su deseo por redimirse fuera el motor del cambio en su comportamiento, entonces debería de haber sido parejo, es decir, hubiera cambiado de actitud frente a todos; pero no fue así. Con los demás huéspedes del hotel seguía siendo el mismo despreciable hombre de siempre, pero a Alastor le mostraba excepcionales consideraciones. Fuera lo que fuera que sucedía entre ellos dos, debía ser algo sin precedentes, algo contra lo que ni siquiera él podía competir. ¿Cómo pudo cometer tal garrafal error? Adam no era un rival más, era su némesis.
Notes:
¡Hola! Espero que este capítulo no haya sido tan tedioso, sé que fue largo y quizá redundante, lo siento.
Como dato extra, al principio, me planteé la idea de que los demonios tras Alastor fueran 6. El quinto sería Paimon, y conocería a Alastor cuando Lucifer le pidiera manipular su mente. El sexto, me debatía entre Stolas y Mammon, y este demonio sería el dueño del alma de Alastor, y de igual forma sería Adam quien le ayudaría a romper el trato. Pero al desarrollar la historia, que fueran seis los pretendientes se volvió caótico.
Es de madrugada donde vivo, así que me iré a dormir, pero mañana subiré el siguiente capítulo, ya lo tengo listo. No quería subir este capítulo solamente, porque la mayor parte de él fueron solo recuerdos, y sentí que no avanzó la historia. El que viene se pone intenso, no pude meter en ese capítulo todo lo que quería, por eso lo dividí en dos. El capítulo 21 ya está en proceso, así que espero sacarlo pronto.
Gracias por seguir la historia.
Saludos.
Chapter 21: Capítulo 20: Confrontación. Parte 1
Notes:
¡¡¡⚠ ⚠ ADVERTENCIA ⚠ ⚠¡¡¡
Este capítulo describe actos violentos, angustia y dolor, leer con cuidado.-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Faltando ocho minutos para las nueve de la mañana, Adam y Alastor atravesaron la puerta principal del hotel. Entraron con sus brazos entrelazados, charlando en clave y riéndose de cosas que solo a ellos les podría parecer graciosas. Todos voltearon a verlos, expectantes y con los nervios de punta, pero nadie tuvo el valor de hablar, se quedaron tiesos como si fuesen esculturas de mármol, esperando que alguno de los recién llegados explicara el porqué de su prolongada ausencia. Adam y Alastor siguieron su camino, ignorando las miradas que seguían sus pasos, pero antes de que llegaran al pasillo que comunicaba con sus respectivas habitaciones, la presencia de Lucifer interrumpió su camino. Charlie se apresuró a intervenir, el diablo lucía sereno, pero en sus ojos vivía la ira infernal de un verdadero demonio. Tratando de evitar un conflicto, les dijo a los pecadores que fueran a descansar, que más tarde tendrían tiempo de compartir sus motivos para faltar a la fiesta. Lucifer ignoró la indicación, es más, ni la oyó, y siguió caminando hasta quedar al lado de Alastor.
—Necesitamos hablar.
Una contracción hizo que la nariz del diablo se frunciera por un instante cuando notó que Adam tenía el brazo enlazado al de Alastor, volteó a ver al primer hombre con el ferviente deseo de destruirlo con la mirada, pero no dijo ni hizo algo más. La serenidad de Lucifer, lejos de transmitir tranquilidad, ocasionó que Charlie se inquietara. Alastor soltó el brazo de Adam y asintió en dirección al diablo.
—Iré contigo, Al —dijo el primer hombre.
El Demonio de la Radio colocó la mano sobre el hombro de Adam y le sonrió con dulzura.
—No tardaré, no hay nada de qué preocuparse.
Era más que evidente que sí había motivos para alarmarse, y Alastor lo sabía, sin embargo, creyó necesario hablar con Lucifer y terminar, de una vez por todas, la relación que tenía con él. La situación era insostenible, si hubiera sabido que para esa mañana seguiría vivo, no le habría dado falsas esperanzas.
—No olvides que puedes rezar si lo necesitas —le susurró Adam al oído.
Alastor y Lucifer se retiraron en silencio tal como si atravesaran una biblioteca, y con los ojos de todos sobre ellos. Para sorpresa del ciervo, Lucifer lo dirigió al salón principal, no estaba lejos de la sala, y si la discusión subía de tono podrían ser escuchados con facilidad. «Insonorizará la habitación», pensó. En realidad, poco le importaba al diablo a dónde era que iban, eligió el lugar más cercano para no perder tiempo. Tan pronto entraron al salón, abrió un portal y jaló al Demonio de la Radio del brazo para obligarlo a ir a su palacio.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó el ciervo, aun cuando podía deducir la respuesta con facilidad.
El miedo comenzó a invadir a Alastor, su firmeza flaqueó al recordar la noche en que fue llevado hasta ese mismo sitio para saciar la furia del diablo. Sus piernas fallaron, se quedaron tiesas, sintió como si debajo de sus pies le crecieran raíces que se aferraban al suelo, imposibilitando que pudiera caminar, correr, huir o lo que sea. Con esfuerzo dio una ojeada al lugar, y hasta ese punto notó que no era la habitación de Lucifer, sino su despacho. Más y más dudas fueron brotando, sin gritos ni reclamos, se encontró en un campo minado, sin saber qué esperar. Lucifer caminó hasta el escritorio en el centro del cuarto, abrió uno de sus cajones y de allí sacó una hoja de papel, la miró por unos segundos y la colocó sobre el escritorio. Después invocó una pequeña daga de plata, sin explicar lo que hacía o mirar al ciervo, la apretó sobre su dedo índice hasta hacerlo sangrar y, con este mismo, firmó la hoja de papel.
—Es tu turno— dijo el diablo con tranquilidad mientras se tallaba el dedo herido.
—¿Mi turno para qué?
Lucifer metió una mano dentro de su chaleco y sacó un anillo. Lo alzó por un breve momento para que Alastor pudiera verlo y luego lo dejó sobre el escritorio junto a la daga.
—¿No adivinas? Nos estamos casando, amor.
Las pupilas de Alastor se trasformaron en diales de radio, sus orejas se crisparon y algunas sombras serpentearon en el piso.
—Estoy cumpliendo con mi palabra, ahora… cumple con la tuya y ¡firma!
—Nunca acepté casarme contigo, ¡no lo hice!
El estado demoniaco del diablo brotó con espeluznante energía, el ambiente subió de temperatura y un temblor sacudió la habitación. Lucifer caminó hasta donde estaba Alastor, lo agarró con violencia del brazo y lo obligó a seguirle, sin importarle que pusiera resistencia. A unos cuantos pasos del escritorio, lo aventó con furia y le volvió a gritar: «¡Firma!» Alastor se golpeó el estómago contra el filo del mueble y su rostro se estampó contra la hoja. Al levantarse, comprobó que el documento frente a él era un acta de matrimonio. Todo a su alrededor fue alargándose, como si una brocha difuminara su mundo. De su espalda, varios tentáculos se arremolinaron, uno de ellos se enganchó a su cuello y otro más se clavó en su mano, el demonio dentro de él hizo que el dolor lo regresara a la realidad. Lucifer abrió los ojos, estupefacto y sin entender qué sucedía, observó cómo la habitación fue llenándose de sombras con ojos rojos cuales lava ardiente. Los tentáculos obligaron a Alastor a levantarse, quedó colgado de ellos. En su mente, decenas de voces y gritos lo maldijeron, el miedo se mezcló con la vergüenza por cada insulto que recibió.
—¡¿Qué mierda haces?! —le gritó el diablo.
Alastor escuchó el reclamo a lo lejos, pero los alaridos en su cabeza fueron más fuertes. Tal como si estuviera a punto de morir, una lluvia de recuerdos se apelmazó en su mente. Su infancia, su padre, su madre, los asesinatos que cometió, cuando invocó a Lilith, su descenso al Infierno, Husk, Vox, Charlie… De pronto, las imágenes se ralentizaron, los momentos que pasó junto al diablo desfilaron en cámara lenta. Su mente no discriminó, todo tipo de recuerdos llegaron a él, dolorosos, alegres, nostálgicos, amorosos; nada quedó fuera de aquella tormenta. Conforme fue recuperando la fuerza, las sombras fueron desapareciendo; cuando el tentáculo en su cuello lo liberó, alzó la mirada para encarar la rabia del diablo. Ese no sería su fin, ese no sería el final del Demonio Radiofónico.
—Preferiría morir… a tener que casarme contigo.
La llamarada entre los cuernos de Lucifer se intensificó, cada que sentía rozar sus fantasías, estas se disolvían como la espuma.
—¿Por qué me haces esto? ¿Sigues vengándote, que no ya tuviste suficiente?
—Esto no es una venganza, aunque tal vez debí hacerlo, ¡lo merecías!
—¿Y, entonces, esto qué es? ¡¿Qué tanto más piensas seguir lastimándome?! Lo sé, sé que estás rompiendo mis ilusiones como yo rompí las tuyas, ¡pero esto es demasiado! Sabías que planeaba proponerte matrimonio, ¡y tú lo aceptaste! ¿Qué esperabas que sucediera? ¡Tú me amas, lo dijiste! ¿Por qué ahora actúas como un maldito cabrón de mierda?
—Me equivoqué, Lucifer. Todo fue un error.
El cuerpo del diablo tambaleó, sintió que el suelo se movió y que todo comenzó a dar vueltas. Otra vez el mismo dolor, otra vez la misma furia; no era la primera vez que lo denominaban como un error, y si antes no aceptó tal veredicto, mucho menos lo haría en ese momento. No era posible, el equivocado era Alastor, sus palabras carecían de lógica. ¡Él sintió el incondicional amor del ciervo! ¡Ese amor era real, tan intenso como la explosión de un sol! ¡Un sentimiento de tal magnitud no podía haber sido una ilusión!
—Al, sé que me comporté como un idiota, pero he hecho de todo para enmendar mi error. ¿Qué más quieres de mí?
—Sigues sin entender, todo este tiempo… y sigues sin entender.
—¡Pues dímelo!, ¿qué es lo que no entiendo? —El estado demoniaco de Lucifer fue apagándose y la temperatura decayó de manera paulatina—. ¡Tú eres el que no entiende! Llevo meses aferrado a tu recuerdo; no puedo dormir, no puedo comer, no puedo mantener la cordura si no estás a mi lado. ¡Te extraño tanto! ¡No tienes ni la menor idea de la cantidad de lágrimas que he derramado por ti!, mientras que tú vives feliz, disfrutando de mi dolor y revolcándote con quién sabe cuántos demonios. ¡¿Y aun así tienes el descaro de decirme que no entiendo? ¿Cómo puedes decir que lo nuestro fue un error? ¿Sabes que creo? ¡Creo que jamás me amaste! Desde que me mandaste a la mierda no has hecho otra cosa que burlarte de mí. Actúas como si no te importara, te la pasas pavoneándote por todos lados sin mostrar una pizca de dolor ni arrepentimiento. ¡Tú no sabes lo que es sufrir como yo he sufrido! ¡Lo único que buscabas de mí era llegar al trono!, ¿no es cierto? Y cuando me negué a cumplirte el capricho me tiraste como si fuera basura, ¡porque ya no te servía! ¡Claro! Y como ahora ya tienes un juguete nuevo, ¡entonces yo salgo sobrando!, ¿no? ¡Eres un maldito desgraciado, Alastor! ¡Un puto pecador de mierda!
El raciocinio de Lucifer quedó empañado por la cólera, las acusaciones que salieron de su boca fueron brutales, pero no eran por completo honestas. Alastor sintió a su corazón despedazarse. ¿Cómo podía seguir siendo tan ingenuo? Al estar frente a Lucifer, se transformaba en otra de sus sombras, una pequeña e insignificante sombra bajo el peso de la autoridad del diablo. ¿Por qué seguía esperando a que algo cambiara? En lo más profundo de su ser, la última esperanza por salvar a su amor, murió.
—¿Cómo querías que te demostrara mi dolor? ¿Esperabas que te rogara? ¿Querías verme humillado a tus pies? ¿Así hubieras creído que mi amor era real? Cuando te reíste en mi cara y me dijiste que no era más que tu asqueroso amante, ¡me destrozaste! ¡Creí que no valía lo suficiente como para merecer tu amor! ¿No dijiste que solo éramos amantes? ¿Ya se te olvidó que me restregaste en la cara tu amorío con Angel Dust? — Alastor gritó cual fiera, entre cada reclamo, hilillos de saliva salieron disparados, sus manos se sacudieron al ritmo de su voz, los diales en sus ojos se movieron con frenesí—. Te lloré muchas noches, me clavé docenas de sombras cada que el dolor me hizo sentir miserable, me insulté por amarte más de lo que me amaba a mí mismo. Y aun con la humillación de saber que solo me mirabas como a una puta, agaché la cabeza, porque no me sentí capaz de seguir viviendo sin ti. Pero me cansé de llorar, Lucifer. ¡Tengo dignidad! ¡Lo admito! ¡Intenté sacarte de mi corazón!, traté de alejarme poco a poco, pero tu orgullo no soportó verme salir adelante, ¿no es cierto? ¿Y qué hiciste cuando lastimé tu ego? ¡Me violaste! ¡Me violaste por una maldita sospecha! ¡Jamás pasó algo entre Vox y yo! ¡Tú fuiste quien destruyó este amor! Y, aun así, ¡jamás te reclamé nada! Recogí los restos de mi corazón y me marché de tu vida en silencio. ¡Porque eras tú quien no merecía mi amor! ¡Ni siquiera mi odio!
Lucifer dio algunos pasos en zigzag sin desprenderse de su lugar, sus brazos colgaban a los lados, presionando la furia dentro de sus puños. Sus ojos se prendieron al espectáculo frente a él, cada palabra de Alastor lo atravesó como si fueran balas ardiendo.
—¡¿Acaso no he tratado de corregir mis errores?! ¡¡Llevo un jodido año buscando tu piedad!! ¿Y tú qué has hecho? ¡Solo disfrutar de mi dolor!
—¡Te dije que no quería tu arrepentimiento! ¡Jamás quise que corrigieras nada! ¡Yo terminé contigo, terminé con lo nuestro! Pero el gran rey del Infierno no pudo soportar un rechazo, ¿no? Todo lo que has hecho ha sido por tu ego, ¡por tu vanidad! ¡Todo ha sido por…!
—¡No es cierto! —interrumpió el diablo—. ¡Sabes que no es cierto! Sí, terminaste la relación, pero nunca tomaste en consideración lo que yo quería. ¡Merecía una oportunidad! ¡No me diste la oportunidad de enmendarme!
—¿Debí pedirle permiso a mi violador para alejarme? ¡Por favor, Lucifer! ¡No tienes vergüenza!
—Me tienes hasta la puta madre con esa pendejada de la violación. ¡Tú eres el que no tiene vergüenza! ¿Ya se te olvidó quién eres? ¿Ya se te olvidó en dónde estás? ¡Eres un puto psicópata, un asesino sin escrúpulos! ¿Desde cuándo a un monstruo como tú le afectan esas cosas? ¿Crees que me tragaré el cuento de que te violé? ¡Sí, me pasé de la raya, quizá! ¡Pero merecías ese castigo! ¿Dices que nunca te metiste con Vox? Entonces, dime, ¿qué hay de Husk? ¿También vas a negar que le abriste las piernas como una asquerosa zorra?
«Eres un monstruo. Eres un hombre. Eres el Demonio de la Radio», el eco de las convicciones que forjaron su vida siguió repiqueteando en la mente de Alastor. Sin embargo, las palabras de Lucifer le hicieron entender, por fin, el verdadero problema entre ellos. «¿Desde cuándo a un monstruo como tú le afectan esas cosas?», esta pregunta lo dejó suspendido, vacío, flotando entre la levedad de la insignificancia. «Él me ve como un monstruo», pensó. Ese era el problema, por más que Lucifer sintiera amor por él, en el fondo, jamás dejó de verlo como un monstruo, como un ser infrahumano sin el derecho a ser amado. Y tal creencia, era una que Alastor compartía.
—Mientras estuvimos juntos, nunca estuve con nadie más —dijo el ciervo sin razonar la respuesta. Su voz fue más rápida que su mente, contestó solo para continuar el hilo de la conversación.
—¡Ja! —Lucifer soltó una lúgubre risa—. ¿Mientras estuvimos juntos? ¿Eso qué significa? ¿En verdad te revolcaste con Husk?
Los cuernos del diablo volvieron a brotar junto al fuego entre ellos y sus ojos se encogieron peligrosamente. Solo hasta que sintió la temperatura elevarse, Alastor reparó en lo que había dicho.
—Lo que haga o deje de hacer con mi intimidad, no es de tu incumbencia. —Alastor aguantó los temblores de su cuerpo sin mostrar el miedo que lo agitaba—. ¡Tú no gobiernas mi vida!
El dolor y el miedo despedazaron el ego de Lucifer hasta convertirlo en un demonio sediento de venganza. Sus músculos se tensaron, su cuello, brazos y frente se llenaron de venas y sus ojos se transformaron en dos rubíes encendidos. En un rápido movimiento, que incluso pareció que se teletransportó, llegó hasta Alastor y lo cogió del brazo y, a rastras, lo llevó hasta el escritorio. «¡Firma de una maldita vez, firma!», le gritó. Tomó la daga, cortó el dedo índice del ciervo y repitió: «¡Firma!» Alastor, con el pecho tumbado en el escritorio, movió sus brazos y tiró todo lo que había en el mueble, incluyendo el acta de matrimonio.
—¡No lo haré! ¡No me casaré contigo!
Lucifer jaló del cabello a Alastor y lo tiró al piso, después, con un chasquido de dedos, hizo aparecer correas en sus muñecas y tobillos.
—¿Por quién? ¡Dímelo! ¿Qué pendejo es el que te impide casarte conmigo? ¿Husk? ¿Vox? —el diablo se agachó y apretó las mejillas de Alastor con los dedos de una mano, obligándolo a verlo de frente—. ¿O… Adam?
Los ojos de Alastor se abrieron de par en par cuando escuchó nombrar al primer hombre. La transparencia en su mirada fue todo lo que Lucifer necesitó para entender que sus suposiciones eran correctas: Alastor sentía algo por Adam. El rostro del diablo se deformó, el amor reflejado en los ojos del ciervo fue como un puñal cercenando su corazón. No sangraba, pero el dolor que experimentó fue como si le extirparan el alma. Ya no era su paranoia, no eran sus celos, no eran sus inseguridades; era la realidad, aquella mirada llena de devoción, ya no le pertenecía.
—¿Tan bajos han caído tus estándares? Yo pensé que no podrías rebajarte aún más… Primero un overlord, luego un pecador de pacotilla… y ahora… ¿el hombre más repugnante de la humanidad? ¿Con tan poco te conformas?
Jalando todo el rencor, odio y dolor que alguna vez le hizo sentir el diablo, Alastor forcejeó para romper las ataduras. Dentro de él, sus emociones se aglomeraron, lucharon por salir, por descargarse, por explotar; incluso sintió que su corazón saltaría por su boca.
—¿Qué tengo que hacer para que entiendas tu lugar? Eres mío, amor, solo mío. —Las manos del diablo rozaron las piernas de Alastor, y al llegar a sus rodillas, las abrió de sopetón—. Aunque, tú y yo sabemos cuál es el método más efectivo para que esta cabecita aprenda a comportarse, ¿no? ¿Qué prefieres?, ¿hacer el amor con tu amado esposo?… ¿o ser cogido por el dueño de tu alma?
Lucifer alzó la mano y un resplandor dorado la rodeó. Alastor entendió de inmediato lo que pretendía hacer: sellar un trato.
—¡No! ¡Jamás haré un trato contigo!
—¡Es lo que todos quieren! ¡Solo desean mi poder! ¡Es lo único que buscan! ¡Todos son unos malditos hijos de puta! ¡No lo niegues, eso fue lo que quisiste desde un principio! ¡Decide! ¿Mi esposo o mi esclavo?
Alastor se retorció debajo de Lucifer, pero poco fue lo que pudo hacer. El diablo usó una de sus manos para inmovilizar al ciervo y usó la otra para deleitarse con sus espasmos. «Sé que también lo quieres, deja de comportarte como un niño», dijo antes de enterrar sus colmillos en el cuello del otro. En el fondo, sabía que era mentira, ni él mismo deseaba poseer a Alastor. Su fin no era la satisfacción sexual, solo deseaba verlo sufrir, que pagara no solo por sus pecados, también por los de aquellos que alguna vez lo hirieron en el pasado. No había justicia en aquel repugnante acto, solo desagravio, escarmiento, furia; la condena inmerecida sobre alguien a quien juraba amar. Usó a ese amor para curar sus heridas sin importarle nada más. Ciego por sus prejuicios hacia los pecadores, no pudo reconocer que el amor de Alastor era pulcro y honesto.
Dentro de Alastor el miedo fue esparciéndose, intentó mantener la cordura frente a la sensación de peligro. Quiso alejar el recuerdo de ser tocado con perversidad, de ser usado para satisfacer una lujuria que no entendía, pero aquellas manos abrieron la caja fuerte de sus pesadillas. Algunas sombras salieron en su defensa, pero se desvanecieron por su incapacidad de concentrarse. El miedo se convirtió en terror, luego en horror, haciéndolo caer preso de un profundo letargo. Su mente quedó anulada, soltó chirridos de estática sin control, sus ojos vagaron perdidos en la nada y dejó que sus emociones viajaran entre las ondas electromagnéticas.
Los labios del diablo subieron por el cuello de Alastor, succionando y mordiendo con vehemente cólera, deseando marcarle no solo la piel, también deseó estampar su nombre en lo más profundo de su mente. De repente, cuando llegó al final de la mandíbula, se detuvo al percibir un rastro húmedo al costado de su rostro. Con miedo, irguió la espalda e inspeccionó a Alastor; y el cuadro que encontró, lo paralizó: el ciervo lloraba en silencio. Podía sentirlo tiritar debajo suyo, muestra evidente y espeluznante de su error, provocando que su ira titubeara. Una parte de él quiso continuar con el castigo, pero otra, mucho más pequeña, le gritó que se detuviera. Si aun habitaba en su interior el ángel bondadoso que alguna vez tuvo fe por la humanidad, tal vez fue este el causante de su vacilación. Se quedó mirando al ciervo, sumergido entre la profundidad de dos mares, su conciencia rasgó las vestiduras de su furia y su mente se debatió entre la cordura y la demencia. Sin embargo, el estupor duró unos pocos minutos, un fuerte chirrido atravesó sus oídos y lo sacó del trance. Aun perturbado, su cabeza siguió el camino del estridente ruido, recorrió las paredes y el techo, hasta llegar a una lámpara circular que allí colgaba. Como si se tratara de una presencia paranormal, se prendió por sí sola y comenzó a parpadear, produciendo enérgicos chispazos.
—¿Qué mierda sucede?
Un fuerte zumbido resonó por todo el cuarto y las paredes retumbaron como si algo las golpeara desde el interior. Un rayo de electricidad emergió por un tomacorriente y viajó saltando de uno en uno por los restantes en la habitación. Se perdió dentro de una pared y siguió su curso por el cableado hasta llegar al techo. Las lámparas fueron tronando de manera consecutiva cuando el rayo pasó por ellas, y al llegar a la que parpadeaba, descendió entre truenos y relámpagos, formando una figura humanoide: Vox.
La ira de Lucifer regresó en un instante, toda su atención se centró en Vox. Sin despegarle la mirada se levantó lentamente, imaginando cuál podría ser la forma más dolorosa de aniquilarlo. Por el contrario, Vox solo podía pensar en Alastor. Lo vio tan pronto apareció en la habitación, comprobando las sospechas que tuvo cuando sintió su miedo viajar entre las ondas electromagnéticas. A diferencia de la última vez, el miedo continuó extendiéndose de manera constante, como si Alastor hubiera perdido todo control sobre sí mismo, algo inconcebible. Dar con su ubicación no fue ningún problema, el miedo del ciervo actuó como una especie de señal, y Vox pudo rastrearlo entre las bandas del espectro electromagnético. El verdadero problema era el diablo, no bastaba con saber en dónde estaba Alastor, tenía que encontrar la forma de sacarlo de ahí, incluso a costa de su propia vida. Antes de salir de la Torre de los Vees atiborró de mensajes el teléfono de Angel Dust, con la esperanza de que, si moría antes de que lograra rescatar a Alastor, alguien más lo hiciera. Porque si de algo estuvo seguro, fue de que ese día moriría.
—Supongo que piensas que venir hasta aquí fue un acto valiente, pero no es así, ¡fue una completa estupidez! —Lucifer caminó alrededor de Vox, hablando con un tono malicioso y burlón—. ¿Qué tan imbécil debes ser para creer que puedes enfrentarme? Has cometido el segundo peor error de tu vida; porque, déjame decirte, el primero fue haber puesto tus patéticos ojos en Alastor.
—¿Y crees que ponerle las manos encima es mejor? Prefiero ser un estúpido que defiende a la persona que ama, que un repugnante violador.
Lucifer sintió las venas bajo su piel arder, la acusación de Vox se propagó como el veneno de la mordedura de una serpiente. Liberó su estado demoniaco y lanzó un rayo de poder a Vox, quien, rápido, volvió a transformarse en energía y viajó por el cableado entre las paredes hasta llegar al tomacorriente más cercano a Alastor y retomó su apariencia física. Un par de cables brotaron de la parte posterior de su cabeza y se enchufaron al tomacorriente de donde había salido. Múltiples explosiones se escucharon a lo lejos y un apagón general atacó a todo el Anillo del Orgullo, la furia de Vox era inmensa. Sus brazos y manos se rodearon por energía eléctrica y, aprovechando el desconcierto de Lucifer, le lanzó un tempestuoso rayo. Contra toda expectativa del diablo, la electricidad se encajó en su piel como si la cortara, sintió dolor, su cuerpo convulsionó mientras su mente apenas y pudo hilvanar que un simple pecador era quien lo atacaba.
Vox sacudió sus brazos con los dedos bien rectos, simulando una cuchilla, e hizo salir más hileras de rayos desde todo aparato conectado a la corriente eléctrica. Por la ventana, erráticos chispazos que salían de los postes de luz se alcanzaron a ver, las paredes se cuartearon y del techo cayeron varios pedazos de la estructura; el control que Vox tenía sobre la electricidad era impresionante. La mezcolanza de estruendos y gritos en las calles hizo que Alastor saliera del estupor en que lo había dejado Lucifer, cuando recuperó los sentidos, advirtió la danza de rayos en el aire. Al levantarse, la imagen del rey retorciéndose en el centro de la habitación lo heló, y cuando giró a su derecha, la sorpresa lo golpeó aún más fuerte al ver a Vox rodeado de rayos. Cómo, cuándo y porqué, fueron preguntas que se atravesaron por su mente; la respuesta a las dos primeras las dejó a la imaginación, pero el porqué, no tuvo el menor problema en saberlo, sin lugar a dudas, estaba ahí para protegerlo. Tan pronto Vox notó que el Demonio de la Radio se había incorporado, se acercó a él lo más que pudo, sin dejar de lanzar rayos.
—¡Al, lárgate de aquí! ¡Huye! —le gritó Vox con desesperación.
Lucifer luchó contra el dolor en su cuerpo, las descargas eléctricas eran bestiales, como si bajaran del mismo cielo para castigarlo, estrellándose contra su columna vertebral. Tuvo que esforzarse para recuperar el control de sus extremidades. Cada que doblaba sus articulaciones fue como si se le desprendieran los huesos y en cada movimiento sintió que sus músculos se desgarraban. Colocó sus manos cerradas en puños una encima de la otra frente a su pecho, formando una especie de torrecita, y gritó: «¡Immōbilis!» Los rayos se paralizaron en el aire y Vox se petrificó al instante, solo sus ojos quedaron libres del hechizo, su mirada, aterrada, osciló entre los otros dos demonios. Lucifer, aun choqueado por haber sido herido por alguien tan insignificante como Vox, separó las manos y se tomó unos segundos para recomponerse. Alastor concluyó en seguida que el intento de Vox por ayudarlo había terminado, desde ese punto, ya no tendría posibilidad alguna de hacerle frente a Lucifer. Guiado por el instinto de sobrevivir, llamó a sus sombras, desde el piso emergieron tentáculos que rodearon a Vox y a él, pero antes de lograr escapar, fue impactado por un rayo del diablo.
—¿Te vas tan pronto, amor? Te recuerdo que aun no ha finalizado nuestra boda —dijo Lucifer acompañado de una burlona risilla.
Un difuso pitido se encarnó en los oídos del Demonio Radiofónico, su vista se nubló y todo dio vueltas a su alrededor. Alcanzó a empotrar sus manos al piso antes de caer por completo, pero la grave herida al costado de su torso que el rayo del diablo le dejó, lo mantuvo imposibilitado. Lucifer se acercó a Vox a pasos lentos, disfrutando los escenarios de muerte creados por su imaginación.
—Debo admitir que no creí posible que un pecador pudiera llegar a ese nivel de poder, supongo que deberé poner mayor atención a lo que hacen ustedes allá afuera. Con razón Lilith se empeñó en mantenerlos a raya, siempre tuvo la idea de que algún día se levantarían en nuestra contra… ¡y no estaba equivocada! —Al llegar a Vox, caminó detrás de él y agarró los cables en su cabeza. De un solo jalón, los arrancó con fuerza, desprendiendo parte de su cuerpo y dejando a la vista el laberinto de circuitos en su interior—. Pero te diré lo mismo que le dije a ella. No importa lo que hagan… porque ¡jamás podrán conmigo! ¡Un sucio pecador jamás podrá compararse con el mismísimo diablo!
Lucifer chasqueó los dedos y Vox cayó al piso, liberándolo del hechizo que lo había paralizado. Pese a que sangre brotaba de su cabeza y un agudo dolor lo hacía temblar, Vox se levantó sin titubear y reanudó su ataque. Irregulares líneas de electricidad rodearon sus manos y más rayos salieron disparados hacia el diablo, sin embargo, esta vez, ninguno de ellos alcanzó a tocarlo, una barrera invisible lo protegía.
—Ese truco no te funcionará dos veces, me agarraste desprevenido, pero eso no volverá a suceder. —El sigilo demoniaco de Lucifer apareció bajo los pies de Vox, resplandeciendo en un tono rojizo—. No tienes ni la menor idea del tipo de magia que domina un verdadero demonio.
Largas y abrasivas llamas azules se alzaron desde el sigilo, aprisionando a Vox dentro de un turbulento fuego. Su cuerpo se retorció de dolor, las quemaduras le hicieron gritar y soltar terroríficos gemidos. No podía moverse, el sigilo lo mantenía cautivo sin la posibilidad de escapar de las llamas. El aire se llenó de un abrumador olor a piel y plástico quemado. Alastor observó, completamente horrorizado, el vengativo acto del diablo; pese a que el fuego no había aparecido apenas unos segundos atrás, el tormento de Vox parecía llevar mucho tiempo más. Su mente reaccionó de manera automática, se movilizó entre sus sombras hasta Vox e intentó sacarlo del fuego, pero sus sombras se disolvieron tan pronto tocaban el fuego. Metió las manos sin importarle el dolor, su ropa y piel se quemaron, el calor era tan intenso que incluso afectó a las partes de su cuerpo fuera de las indómitas llamas.
—¡VOX! ¡VOX! —lloró Alastor. —VOX, POR FAVOR, ¡RESISTE! ¡VOX!
El corazón de Lucifer bramó al ver a Alastor luchar por rescatar al pecador. Antes de que la desesperación del ciervo fuera más lejos, el diablo volvió a chasquear los dedos y el sigilo y el fuego desaparecieron. Vox, en un estado de shock hipovolémico avanzado, cayó casi inconsciente. Alastor se apresuró a sostener el cuerpo del otro pecador, la adrenalina recorriendo su sistema le hizo ignorar el dolor de sus brazos y manos heridas. Lo abrazó con delicadeza, tratando de no lastimarlo aún más, y palmeó su pecho en búsqueda de signos vitales. Una desbordante alegría lo sacudió al sentir los débiles latidos del corazón de Vox, seguía con vida.
—¡VOX!, ¡POR FAVOR, NO TE VAYAS!
Lucifer se llenó de cólera al observar la determinación de Alastor por salvar a Vox, en sus ojos brillaban los vestigios de un amor inconcluso.
—Hazte a un lado, cariño. ¡Necesito terminar con este pequeño contratiempo, no quiero que nuestra boda siga demorándose!
La voz del diablo hizo reaccionar a Alastor, el peligro seguía a sus espaldas. Su estado demoniaco brotó gradualmente, sus ojos ennegrecieron y sus pupilas se volvieron diales de radio, su cornamenta creció y múltiples símbolos fluorescentes danzaron en el aire. Los pasos de Lucifer acercándose le crisparon el pelaje, en un intento por proteger a Vox, invocó a sus sombras, creando una serpenteante formación de tentáculos a su alrededor.
—No quiero que tu cuerpo sufra más daños, solo por eso solté a ese pendejo. Pero si no te quitas, no me importará que salgas herido. Sabes que puedo sanarte, ¿no? ¡No puedes seguir protegiéndolo! ¡Apártate, él se buscó esto!
Las sombras, amenazantes, se irguieron hasta el techo, mostrando que no tenía ni la menor intención de abandonar a Vox. Alastor se mantuvo en silencio y con el retumbar de los latidos en su pecho. El declive racional de Lucifer era inminente, concluyó que, pasara lo que pasara, no se alejaría de Vox.
—¡Ya basta, Alastor! ¡Ya! ¡Quítate! ¿Crees que puedes defenderlo? ¡Já! Lo único que puedes hacer es rezar por su alma, porque su muerte es inevitable.
Las sombras se sacudieron con frenesí al tiempo que la mente de Alastor procesó las palabras del diablo. Rezar. Sí, tal vez, lo único que podía hacer en ese momento era rezar. En contra de una de sus más grandes convicciones, cerró los ojos, serenó la mente y comenzó a recitar una plegaria dirigida al ángel que se había proclamado su guardián.
—Sé que me escuchas, porque jamás romperías una de tus promesas. Te necesito, lo admito, tenías razón, no siempre podré seguir solo, ¿eres feliz? Lo acepto, no puedo con esto, no solo, por favor, ayúdame…
Alastor continuó rezando sin importarle la impaciencia del diablo. Poco a poco, sus sombras y su estado demoniaco fueron marchándose, solo quedó su tranquila voz llenando la habitación. Lucifer observó totalmente impactado al ciervo, preguntándose qué hacía o si habría enloquecido. Jamás hubiese creído que un pecador como él recurriría a rezar, además de sorpresivo, lo halló ridículo.
—¿Qué crees que haces? ¿A quién le rezas? ¿Si sabes que aquí abajo los rezos van dirigidos a mí? ¡Por favor, amor, déjate de estupideces!
Lucifer parecía hablar solo, Alastor continuó ignorando sus palabras, no creyó poder contener los reclamos de su corazón que, intoxicado por el odio, solo lo incitaban a luchar, sabía que tan pronto se alejara de Vox, el diablo terminaría con su vida. Antes, había quedado fascinado por el inmenso poder de Lucifer, pero, en ese momento, no pudo sentir más que desprecio, furia, impotencia; quedó acorralado por el ferviente deseo de verlo humillado y destruido.
—¡Detente con esta mierda! ¡Todo es culpa tuya! ¡Si no fuera por tu terquedad, nada de esto hubiera pasado! Tú fuiste quien llamó a este pendejo, ¿no? ¿Qué ocurrente idea tuviste? ¿Creíste que trayendo a tu amante lograrías escapar de mí? ¡Ustedes dos tienen la culpa! ¡No son más que dos asquerosos y traicioneros pecadores!
La indiferencia de Alastor sacó de quicio a Lucifer, verlo perdido entre insensatos rezos y lágrimas de amor, lo empujó al límite de su entereza. Levantó una de sus manos preparado y dispuesto a atacar, sus ojos se afilaron cual cuchillas y sus colmillos se avistaron entre sus labios fruncidos.
De pronto, un remolino de bruma dorada comenzó a levantarse desde el piso a un costado de la habitación; brillante y espesa, se extendió hasta el techo con elegancia. Lucifer, perplejo, bajó su mano con lentitud y examinó con atención la aparición frente a él. No podía creerlo, aquel humo era el inequívoco advenimiento de un ángel. Alastor quedó absorto, percibiendo la majestuosa aura de un ser celestial; como imanes, sus ojos no se apartaron de la silueta formándose entre la nube etérea.
Desde el centro de la bruma, una cegadora explosión de luz se propagó por la habitación, dejando restos de polvillo dorado por todas partes. La luminosidad del estallido hizo que, tanto Alastor como Lucifer, ladearan el rostro y cerraran los ojos por unos segundos, y al abrirlos, se toparon con la imponente figura de Adam.
Notes:
¡Hola!
Finalmente reapareció Vox. No sé porqué, pero en mi mente solo puedo ver a Vox perdidamente enamorado de Alastor. xD Bueno, ya viene Adam.
¡Muchas gracias por seguir leyendo!
Saludos
:)
Chapter 22: Capítulo 21: Confrontación. Parte 2
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
El desconcierto de Lucifer al ver la llegada de Adam fue enorme por varias razones que, pese a no poderlas acomodar en su mente, lo dejaron pasmado. Era cierto que un ángel no dejaba de serlo por caer al Infierno, pero Adam no era un ser de naturaleza angelical, era un humano convertido en ángel tras morir e ir al Cielo y se suponía que había perdido tal estatus al llegar al Infierno. ¡Era un pecador, un demonio! ¿Cómo podía seguir teniendo dotes angelicales? Contempló en silencio cómo Alastor le pidió ayudar a Vox, y su sorpresa se acrecentó al verlo usar magia celestial para impedir su muerte. La locura del diablo lo dominó por completo y dejó de pensar en cualquier consecuencia que sus acciones pudieran ocasionar, el milenario odio que sentía por Adam lo dejó varado entre un árido desierto. La magia que Adam usó le recordó un sueño lejano, como quien tiene la sensación de haber perdido algo, pero no sabe qué es lo que perdió.
El diablo había lidiado con Adam en innumerables ocasiones, había sido un embajador del Cielo y posteriormente el líder de los exterminadores, por lo que le fue imposible evitar que sus caminos se cruzaran. Aunque se debe aclarar que gran parte del resentimiento que el rey albergaba se debía a tres circunstancias: que fuera el amante más antiguo de Lilith, el atentado que fraguó en contra de Charlie y, en tiempos más recientes, su cercanía con Alastor. La preocupación de Lucifer se condensó en esta última cuestión. Dejando de lado el por qué Adam conservaba sus dotes angelicales, que Alastor hubiese podido invocarlo significaba que se había convertido en su ángel guardián. Y para que esto sucediera debían cumplirse tres condiciones imposibles de eludir o falsificar: que el invocador tuviera fe, que el ángel sintiera compasión y que existiera un vínculo de por medio en ellos. ¡Cualquiera de las tres condiciones le pareció un disparate! Pensar que Alastor y Adam compartieran un vínculo de tal magnitud le perforó el pecho, su corazón se contaminó de un rencor asfixiante, se sintió oprimido por la desesperación y el miedo.
—A potestate Luciferi et illecebris mundo, libera nos, Domine. Ab superbia et praesumptione posse quidquam sine Te, libera nos, Domine. Ab illusionibus timoris et anxietatis, libera nos, Domine. Ab incredulitate et desperatione, libera nos, Domine. A duritia cordis et incapacitate amandi, libera nos, Domine.
Con una última oración, Adam alejó las manos de Vox, volteó a ver a Alastor y le dijo: «Pase lo que pase, no te alejes de él. Confía en mí, no intervengas». El Demonio de la Radio no entendió qué planeaba hacer. ¡Debían huir!, enfrentarse a Lucifer era una pelea perdida, más cuando Adam ya había sido vencido por él, ¡no existía posibilidad de que ganara! Antes de que su boca dejara salir las objeciones en su mente, el primer hombre estiró los ojos y frunció sus labios, indicándole que le dejara manejar la situación sin protestar. Alastor solo atinó a asentir levemente.
Adam se levantó con elegancia y solemnidad, como si fuera una autoridad de peso, un juez que había llegado a impartir orden. Caminó con el porte de un ángel apocalíptico, la rectitud de su andar dejó un eco de grandeza. Por un breve momento, la mirada de Adam causó que Lucifer rememorara la dureza de su Padre cuando lo desterró del Cielo, ¡y tal sensación agravó su furia!
—Lucifer, cura las heridas de ese pecador —le ordenó.
Una sonora carcajada llenó la habitación, el diablo encontró irreal que el primer hombre quisiera comportarse como una potestad, quería ejercer el control desde una posición que no le correspondía. Su burla se extendió hasta que su estómago protestó.
—Te recordaré tu posición. No eres más que un inmundo pecador, si quisiera podría matarte con un simple movimiento de dedos. Nunca olvides que soy tu rey, ¡yo gobierno el Infierno!
—Lo sé, y si te digo que cures a ese pecador es por tu bien. Hazme caso, arregla el desastre que has hecho. Sánalo y deja que nos vayamos en paz.
Más que una orden, las palabras de Adam figuraron ser una advertencia. Sin embargo, Lucifer solo podía pensar en Alastor, en su ego humillado, en su amor traicionado y en la extensa lista de agravios que Adam había cometido en su contra. Eclipsada, Charlie y su proyecto de redención dejó de serle una prioridad.
—No escucho sugerencias de imbéciles como tú. Ahora, presta atención porque es una orden. Ya que soy un ser sumamente piadoso, dejaré que te lleves el cadáver de ese pendejo, pero ¡lárguense! Alastor y yo estábamos a mitad de nuestra boda, y no quiero más interrupciones.
Una de las cejas de Adam tembló y sus labios se fruncieron, la terquedad del otro estaba fuera de control. Sintió una gran impotencia, era incapaz de proteger a Alastor. Frente a Lucifer, no era más que una roca que lucha contra una montaña.
—Sabes que Alastor no quiere casarse contigo, ¿por qué le haces esto?
El rostro de Lucifer se encendió, la sangre hirviendo en sus venas inició un indómito incendio. Con la certeza de que Alastor había cometido adulterio, su mente fue acaparada con la imagen de Adam muerto. Sus manos temblaron por el ansia de pulverizarlo, quería verlo sufrir, quería verlo retorcerse de dolor, ¡y no sería rápido!, ¡claro que no! ¡Lo torturaría por la eternidad, debía pagar por codiciar a Alastor y su amor! Su ira causó que el palacio se sacudiera violentamente, sin el deseo de seguir escuchando al primer hombre, se lanzó contra él. Su estado demoniaco brotó en un segundo y, volando, enganchó sus manos al cuello de Adam. Atravesaron tres habitaciones contiguas, al llegar a la cuarta, el diablo lo lanzó al piso y le asentó un golpe tan fuerte que destrozó el piso. Adam cayó sobre una dura mesa de granito en la sala del primer piso y varios escombros se derrumbaron sobre él. Lucifer bajó volando por el agujero en el techo con las manos alzadas y, dispuesto a seguir con el ataque, creó una incandescente esfera de poder entre ellas. Por el rabillo del ojo, Adam alcanzó a ver la esfera dirigiéndose a él, se impulsó con sus alas y rodó sobre el piso para evitar el ataque, pero la fuerza del impacto lo alcanzó y lo lanzó contra una pared cercana al vestíbulo.
—Te arrepentirás de haber puesto tus asquerosas manos encima de Alastor. ¿Tienes el fetiche de meterte con las putas del diablo? ¿No te bastó con arrastrarte como perro a los pies de Lilith? —dijo Lucifer mientras descendía al piso y escondía sus alas.
Adam, con la espalda sobre los restos del muro, le lanzó una retadora mirada al diablo.
—No sé qué te hace pensar que Alastor cogería conmigo, ¿no lo conoces? Estando en su sano juicio, sería incapaz de meterse a la cama de alguien. Y sobre Lilith, ¿no se suponía que amabas su libertad? ¿En serio esperabas que ella se conformara con coger con una sola verga? ¡Qué cagada, Lucifer! ¡Eres el puto diablo! ¡No sabía que fueras tan ingenuo! —Adam soltó una estruendosa risa, haciéndolo escupir sangre y toser un par de veces.
Aun cuando su antiguo matrimonio fue insultado, la burla no se estampó contra el ego del diablo, este solo pudo concentrarse en lo que Adam había afirmado sobre el Demonio de la Radio.
—¿Piensas que me creeré el cuento de que no te metiste con Alastor? ¡Yo sé lo que provoca en asquerosos demonios como tú! ¡Él es una gran tentación!
Adam se valió de tener la atención de Lucifer para levantarse. Supuso que debía tener alguna herida interna, un agudo y punzante dolor lo acompañó en cada uno de sus movimientos, y al respirar, le pareció que sus pulmones estallarían.
—Antes de que me mates, contéstame algo, porque, en serio, no puedo putas entenderlo. ¿Cómo puedes herir a Alastor y no sentir nada? No me cabe en la cabeza que lo tengas a tu lado y lo trates como si fuera mierda.
—Él es mío, y lo que haga con él, no debería importarte.
El odio se encarnó en la piel de Adam, tal respuesta no solo avivó su furia, hizo que su alma se agrietara. Recordó el dolor que había mantenido prisionero a Alastor, recordó los interminables días que lo vio postrado en la cama sin ilusión alguna. Apenas un día antes se había ido a despedir con la seguridad de morir para protegerse del sufrimiento que su propio amor le ocasionaba. ¡Y para Lucifer ese dolor no existía!, era invisible, cosa de nada.
—¿Realmente no te duele ser el causante de su dolor? ¡Tú no lo amas, entonces! ¡¿Cómo puedes abrazarlo y no querer entregarle tu vida?!
La voz de Adam fue alzándose más y más conforme siguió hablando hasta que se convirtió en acusadores gritos. Incluso sintiendo un profuso dolor, no se contuvo en exponer el rencor y odio que lo cercenaba.
—¡¿CÓMO PUEDES OÍRLO CANTAR SIN QUE TU ALIENTO SE EXTINGA?!
La mente de Adam se llenó de los momentos que vivió junto a Alastor, ¡su vida se había reducido a esos momentos! ¡Y eso lo aterraba! ¡Le aterraba sentir una felicidad tan grande que nada podía comparársele! ¿Cómo podía sentir algo de tal magnitud por una persona que no estaba en su destino? Su respirar se hizo más doloroso, no solo eran sus costillas rotas, se le sumó una terrible angustia al pensar que estaba destinado a separarse de Alastor.
—¡¿CÓMO PUEDES SENTIR SUS CARICIAS Y NO CAER RENDIDO A SUS PIES?!
Adam se arañó el cabello, las mejillas y el pecho, sus uñas trazaron caminos irregulares sin que pudiera detenerse. Las líneas que delimitaban sus emociones se difuminaron por primera vez en su vida, el dolor, la ira, la desesperación y el miedo dejaron de tener nombre u origen.
—¡¿CÓMO PUEDES SENTIR SU AMOR Y NO DESEAR PROTEGERLO CON TODAS TUS FUERZAS?!
En verdad Adam no entendía a Lucifer, la única explicación que podía darle a su comportamiento era que no amara a Alastor. ¡No había más! Lucifer era la máxima autoridad en el Infierno, posición que Alastor anhelaba alcanzar. Lucifer siempre había buscado un amor que fuera devoto, y el amor de Alastor era extremista. Lucifer era la personificación del mal, y Alastor disfrutaba de ser malévolo. Lucifer debía vivir para toda la eternidad allá abajo, y Alastor disfrutaba de vivir allí, ¡ni por asomo buscaba la redención! ¡Lucifer tenía todo dispuesto para hacer feliz a Alastor, y este a su vez, tenía todo para hacer feliz al diablo!
—¡¿CÓMO PUEDES VER SUS LÁGRIMAS Y NO HACER QUE EL MUNDO ARDA SOLO PARA RECUPERAR SU FELICIDAD?!
Adam deseaba redimirse y regresar a cuidar de la humanidad tal como alguna vez le encomendó Dios, sin embargo, estando al lado de Alastor se olvidaba de todo. La redención dejaba de ser importante y sus sueños tomaban la forma de la sonrisa del ciervo. Para Adam, permanecer al lado de Alastor significaba que tendría que renunciar a todo por lo que había luchado en su vida. Por el contrario, para el diablo el amor de Alastor era como haber encontrado su complemento perfecto.
—¡¿CÓMO PUEDES PROBAR SUS LABIOS Y NO DESEAR QUE TODO LO DEMÁS DESAPAREZCA?!
El rostro de Adam se frunció entre iracundos temblores y un desesperado esfuerzo por comprender lo que sucedía con Lucifer y él mismo. ¡Sí, deseaba admitirlo! ¡Alastor lo hacía dudar! ¡Y odiaba sentirse confundido! ¡No podía echar por la borda a su destino por culpa de un amor que ni siquiera le pertenecía! ¡El maldito de Lucifer había sido bendecido, y era tan estúpido que no podía verlo!
—¡¡¿CÓMO, LUCIFER?!!, ¡¡¿CÓMO?!!
La mirada del diablo quedó perdida por unos cuantos segundos, pasó la lengua por su labio inferior, procesando cada palabra del primer hombre. Aquellas recriminaciones no eran las de un rival que peleaba por la posesión de Alastor, eran las palabras de un ángel enamorado.
—Ahora entiendo todo…, ¿te enamoraste de Alastor? —El rostro del diablo se estremeció sin control, su nariz quedó en medio de violentos espasmos y su barbilla se arrugó tanto que asemejó ser la cáscara de una nuez—. No lo puedo creer, amas a Alastor con la intensidad que solo un ángel podría sentir.
Los ojos del primer hombre se encorvaron, el porte autoritario que minutos antes lo había dotado de valentía y furor se fue achicando conforme sus hombros cayeron. La desgracia que reflejó hizo pensar a Lucifer que quien estaba frente a él era un hombre desconocido.
—Deberías olvidarte de él… porque a quien ama es a mí. —La voz del diablo fue dura, con odio, como si quisiera destruir todas sus esperanzas. No hubo burla, solo desprecio y severidad.
—¡Lo sé! ¡Sé que te ama! —Adam volvió a llenarse de furia. Saber que Alastor amaba a Lucifer lo hacía perder los estribos, y no por él mismo, sino por el dolor de Alastor, por el egoísmo del diablo—. ¿Y entonces porque soy yo quién está aquí arriesgando su destino para salvarlo de ti? ¿Por qué no puedes ver todo el daño que le ocasionas? ¿Por qué no puedes ver lo afortunado que eres? ¿Por qué no puedes dejarlo sanar y hacer las cosas bien?
—¿Ese es tu juego? ¿Esperas que me aleje de Alastor para dejarte el camino libre? ¡¿Me crees un estup…?
—¡Sí, creo que eres un estúpido! ¡Un pendejo, imbécil de mierda! ¡Un malnacido hijo de puta! ¡Un cabr…!
Lucifer reanudó el ataque para detener los insultos de Adam. Nada que dijera lo haría cambiar de opinión, ¡solo eran las fraudulentas palabras de un ladrón! ¡Una bien pensada estrategia en la que usaba la culpa como arma! El diablo apretó el cuello de Adam con una sola mano y lo elevó hasta el techo y allí lo deslizó por todo el largo de la sala. El hermoso candelabro que adornaba la habitación y varias lámparas fueron destruidas en el trayecto. El primer hombre se aferró del antebrazo de Lucifer, intentando zafarse del agarre, pero no logró librarse, fue arrastrado como si fuera un muñeco de trapo.
—¡Aléjate de Alastor! ¡Ustedes los pecadores no son más que asquerosos traidores!
El diablo arrojó al primer hombre al suelo, haciendo que el impacto formara un gran agujero y que algunos muebles se volcaran. Adam gritó de dolor, pero no hizo nada para defenderse. Con una de sus manos se apretó las costillas y con la otra el estómago, sintió que, si se levantaba, sus intestinos caerían, como si tuviera un hueco en el vientre. No pudo abrir uno de sus ojos debido a la sangre que brotaba de su frente y una de sus cejas. El resto de su rostro no estaba en mejores condiciones, la nariz le quedó fracturada, el labio superior reventado y múltiples moretes quedaron a la vista.
—¿Qué esperas? ¿Por qué no haces nada? ¡Eres un completo inútil!
Si se hubiera detenido a reflexionar por un momento, Lucifer habría hallado ilógico que Adam no se hubiese defendido en ningún momento. No tenía oportunidad de vencerlo, pero al menos su derrota no habría sido tan denigrante. La llama entre sus cuernos creció, era tan ardiente que el calor recorrió la distancia entre él y Adam.
—¡Ojalá Alastor pudiera ver cómo te mato! ¡Debería traerlo aquí para que vea como me deshago de otro de sus amantes!
Lucifer descendió cerca de dos metros hasta quedar a la mitad del espacio entre el techo y el piso. Su mirada se fijó en Adam. Todo rastro de cordura quedó sepultado bajo su desesperación, quería desprenderse la humillación del rechazo. Sentía que alguien le debía una remuneración, que alguien debía pagar por sus penurias. Debía hacerle entender a Alastor que no tenía más opción que permanecer junto a él, ¡ya habían sido demasiadas pruebas! ¿Qué más necesitaba de él? ¿Cuánto más tendría que doblegar su orgullo?
Adam observó a Lucifer crear una brillante esfera de poder, fueron pocos segundos, pero durante ese instante pensó que moriría. De pronto, la puerta principal se abrió de sopetón y Charlie, Husk y Angel Dust entraron desesperados. Súbitamente, el diablo tomó conciencia de lo que hacía, su estado demoniaco desapareció y la bola de luz en su mano se desvaneció. La escena ante sus ojos pasó en cámara lenta, como si fuera una película antigua: muda y en blanco y negro. Charlie vociferaba algo, no escuchó nada, solo la vio mover con violencia la boca y menear frenéticamente los brazos. Angel Dust corrió hacia Adam para auxiliarlo, con lágrimas surcando sus mejillas y el rostro horrorizado, se hizo paso entre los escombros y lo abrazó con delicadeza. Husk también gritaba, pero, harto del silencio del diablo, abrió sus alas y voló para forzarlo a bajar de un tirón.
—¡Cúralo! ¡Cúralo! —repitió llena de pánico Charlie.
Habiendo recordado que Adam era la clave del proyecto de redención, Lucifer obedeció a su hija. A sus espaldas, Husk seguía repitiendo: «¡¿En dónde está Alastor?!» Angel Dust se hizo a un lado para que el diablo pudiera realizar el hechizo de sanación. El cuerpo de Adam fue rodeado por una cálida luz y sus heridas fueron desapareciendo como si fuese un video en retroceso. Lucifer parecía un robot descompuesto, su cuerpo se movía espasmódicamente y solo actuaba bajo las órdenes de Charlie, su mente quedó en blanco, un miedo profundo lo devoró, la resaca de su furia le pasó factura. Charlie se unió al interrogatorio de Husk, pero el diablo se aterró aún más y no paró de tartamudear, no quería revelar lo sucedido, aunque fuese inevitable que Charlie se enterara del desastre que había ocasionado. Una vez que terminó de curar al primer hombre, se levantó, cabizbajo, y se alejó del agujero. Angel Dust regresó al lado de Adam. «Hey, grandote, ¿cómo te sientes?», le dijo con voz trémula, acariciándole la frente y mejillas. El primer hombre respondió con una sonrisilla, tranquilizando a Angel, y este le devolvió la sonrisa.
—¡Papá! ¡¡¿En dónde está Al?!! ¡¡Responde!! —recalcó Charlie.
Lucifer mantuvo su silencio, las repercusiones que su ira tendrían sobre la relación con su hija serían terribles. Se regañó en su mente, debió ser más cuidadoso, debió tomar mayores precauciones. ¡Lo echaría del Hotel Hazbin! ¡Lo echaría de su vida! En su impaciencia, Charlie le zarandeó un brazo con rudeza. Fue la primera vez que mostró un trato hostil hacia su padre, y no le importó. La inquietud la hizo actuar fuera de sí, no solo sacudió el brazo de Lucifer, lo agarró de las hombreras y lo alzó unos quince centímetros del piso, tratando de hacerlo reaccionar.
—Está arriba…, está cuidando de un pecador con el rostro de vidrio. Ellos también necesitan ser sanados —aclaró Adam entre espasmos y con la voz somnolienta.
Aun con el hechizo, Adam sintió que sus huesos se despedazarían cuando trató de levantarse, Angel lo ayudó a ponerse en pie y dejó que usara su cuerpo como muletilla. Los sentidos de Lucifer seguían alborotados, sus nervios le hicieron sentir que todo a su alrededor latía al mismo ritmo que su corazón, como si el aire, los muebles, el piso y los presentes crecieran cuando inhalaba y se achicaran cuando exhalaba. Charlie tuvo que obligarlo a llevarlos con Alastor, al ver que no lo haría por su propia voluntad. Usando un portal, Charlie, Husk y Lucifer llegaron al despacho en pocos segundos. Más gritos de terror salieron de la boca de la princesa cuando vio el calamitoso estado de Vox, su piel carbonizada daba la apariencia de ser cuero y su cabeza estaba completamente deformada. Las manos de Alastor habían perdido el tono rojizo en la punta de los dedos y su piel se veía correosa y negra hasta los hombros. En otras partes de su cuerpo se divisaban ampollas de un color rojo intenso, hinchadas y llenas de líquido, aun así, se movía con normalidad, como si sus heridas fueran un espejismo.
Husk empujó a Lucifer para que avanzara y se apresurara a curar a los otros dos pecadores. Charlie no pudo contener las lágrimas, la imagen frente a ella le pareció irreal, no podía conectar aquellas pruebas de tortura con Lucifer. ¿Qué habría hecho para dejar a Vox en ese estado? ¿Cómo había podido herir a Alastor? A empujones, el diablo llegó hasta Vox y se arrodilló frente a él, al lado opuesto de Alastor. Su sigilo demoniaco apareció debajo de ellos, resplandeciendo, y comenzó a mover sus labios como si recitara una plegaria, pero sin emitir sonido alguno. La magia de Adam solo mejoró los sistemas internos de Vox, pero no pudo reconstruir la parte externa de su cuerpo, en donde había recibido la mayor parte del daño. Por ello, decidió inducir un coma temporal en Vox, ya que al despertar el dolor le sería insoportable. Lucifer no pretendía reconstruir el cuerpo de Vox, optó por cambiarlo por completo, como si hiciera una especie de trasplante de piel, músculos y cables. La razón detrás de esta decisión fue simple, era mucho más sencillo cambiar la carcasa de un cuerpo que curar las heridas que dejaban las llamas infernales producidas por su sigilo. Aquel fuego era en extremo letal, incluso demonios nativos del Infierno les sería difícil sobrevivir a él. Si el contrincante no tenía conocimientos en magia oscura elevada, nada podría hacer. Si alguna vez Vox se autoproclamó como el overlord más poderoso, ese día lo demostró, de haber sido cualquier otro pecador, habría muerto con menos de la mitad del daño que él recibió. El hechizo del diablo también hizo efecto en Alastor, cuando la luz y el sigilo se desvanecieron, tanto el Demonio de la Radio como Vox habían recuperado su apariencia normal, incluso su ropa fue reparada.
—Está… es… está en un coma temporal, despertará… en unas cuantas horas —susurró Lucifer, siendo escuchado solo por Alastor.
Con Vox fuera de peligro y recobrando la consciencia de lo que sucedía, Alastor giró su cabeza en todas direcciones. No se detuvo a reflexionar cómo y cuándo fue que Charlie y Husk aparecieron en el palacio del diablo, solo pudo pensar qué había sido de Adam.
—¿En dónde está Adam? ¡¿Qué pasó con él?! —exclamó el ciervo, entrando de nuevo en crisis.
—Él está bien, Al, está abajo con Angel Dust —le contestó Charlie.
Durante algunos minutos, Husk y Charlie rodearon a Alastor y lo envolvieron de cálidos abrazos y preguntas sobre su estado tanto físico como emocional. La princesa se disculpó reiteradamente, creía tener parte de la culpa de todo lo ocurrido. A Husk también lo carcomió el remordimiento, si hubiera podido dejar de lado su rencor por la extraña desaparición conjunta de Alastor y Adam, no habría permitido que el ciervo se quedara a solas con Lucifer. ¡¿Cómo había sido capaz de hacerlo?! Lucifer se levantó y permaneció de pie en una orilla de la habitación, reflexionando sobre las alternativas que tenía para salir de ese problema. Lamentó que su furia lo llevara a cometer aquella locura, porque no sabía qué hacer para remediarlo, las consecuencias serían enormes. Solo le restaba someterse a la voluntad de Charlie el tiempo suficiente hasta ser perdonado, tal vez el tiempo y muchas disculpas harían que su futuro fuera más indulgente.
Una vez que el afectuoso reencuentro finalizó. Husk no tardó en arremeter en contra del diablo, lo insultó con ferocidad y lo amenazó sin clemencia. Lucifer ladeó el rostro, dejando pasar de lado la perorata del gato. Si las circunstancias fueran otras, le reventaría la boca y le obligaría a tragarse sus injurias, pero no podía hacerlo, agravaría el problema con Charlie. Los nervios que antes lo torturaban fueron mermándose, Lucifer se resignó a ser condenado por su hija, pero aplacó tal hipótesis, afirmándose que, tarde o temprano, encontraría la forma de reivindicarse con ella. Al final de todo, lo necesitaba para seguir con el proyecto de redención, no podía prescindir de él. En el futuro requeriría formalizar tratados y convenios, los cuales no podría realizar sin la autoridad del rey del Infierno, ya tendría formas de mostrar su arrepentimiento, sin contar que su hija era gran partidaria de las segundas oportunidades. En verdad la amaba y, hasta ese momento, era el único motivo que lo afligía, no la redención, no Alastor, solo Charlie. En sus adentros, juró que hallaría el modo de sanear esa relación.
El diablo abrió otra vez un portal para que todos pudieran regresar al primer piso, caminaron en silencio sintiéndose derrotados. Nadie tuvo el ánimo de seguir hablando. Fue como si hubieran perdido una batalla, incluso cuando todo había sido arreglado. Emprendieron su retorno al Hotel Hazbin llenos de amargura e impotencia. Una sombra humanoide cargó a Vox, mientras que Alastor fue guiado por Husk. Charlie se mantuvo detrás del grupo, abrazándose y sin el valor de dirigirle la mirada a su padre, no podía comprender cómo había sido capaz de cometer tal atrocidad. Tenía miedo de voltear y descubrir que su padre tal como lo conocía era en realidad una farsa, sabía que debía existir una explicación, pero no creyó tener la fuerza para lidiar con cualquiera que fuese la raíz del problema. Ella, más que nadie, sabía que el diablo cargaba con el peso de innumerables penas, y justo fue por ello que intentó ser indulgente con él, pero ¿a dónde la llevó esta decisión? No podía ceder una vez más, y no tanto por el hotel, sino por las vidas que puso en peligro. No tuvo otra salida que dejarle al karma la tarea de hacerle entender al diablo en qué había errado. Y tal como había previsto Lucifer, Charlie lo expulsó del Hotel Hazbin y lo reprendió con una severidad desconocida en ella, la desilusión en sus palabras le atravesó el pecho, se sintió pequeño e insignificante bajo aquellos rencorosos gritos.
El Demonio de la radio se alegró al ver al primer hombre de pie, intentó ir a su lado, pero Husk lo detuvo diciéndole: «Tendrás todo el tiempo del mundo para hablar con él una vez que regresemos al hotel». El interior del Demonio Radiofónico aflojó el cansancio acumulado, sus extremidades le parecieron livianas, sintió como si fuese arrastrado por el aire. Llegó a él la vaga sensación de que todo reiniciaba, como si su pasado se volviera difuso. Podría enterrar el recuerdo de Lucifer, esta vez lo haría de verdad, la atadura que lo mantenía dócil desapareció por completo. El Infierno era suyo para reclamarlo, repentinas ansias de recuperar sus ambiciones lo atravesaron como una lluvia de flechas. ¡Era libre! ¡Completamente libre! Lucifer quedaría atrás, Lilith quedaría atrás, las humillaciones quedarían atrás. En sus manos tenía el potencial de hacer lo que le viniera en gana. Su corazón era libre de amar a Adam. Una ominosa sonrisa se pintó en sus labios, su vida comenzaba a tomar el rumbo correcto. Guardó su protesta y obedeció a Husk, sí, ahora tenía todo el tiempo del mundo tal como le había mencionado.
Adam soltó el cuerpo de Angel Dust y abrió un portal directo al Hotel Hazbin, pero Charlie le dijo que afuera se encontraba la limusina en la que habían llegado y que no podían dejarla allí. Adam se apegó a las instrucciones de Charlie y cerró el portal. Todos, excepto Lucifer, caminaron hacia la puerta principal para regresar al hotel, pero antes de que Charlie saliera, Adam detuvo su andar y le dijo: «Necesito hablar con tu padre, adelántense. Los alcanzaré después». La primera reacción de la princesa fue negarse, infiriendo que el primer hombre deseaba continuar con la confrontación. Sin embargo, este le aclaró que no se trataba de nada similar y le pidió confiar en él. Charlie, dubitativa, terminó por acceder y se retiró del palacio, no sin antes lanzarle una fuerte advertencia al diablo.
En medio del silencio, la puerta cerrándose tras Charlie produjo un estruendoso chirrido. Lucifer, con un semblante inquisidor, se mantuvo quieto, supuso que tendría que aguantarse las burlas de Adam por haberlo hecho caer en su treta, porque comenzó a sospechar que toda la catástrofe ocurrida había sido su culpa. El primer hombre aún tenía mucho que decirle al diablo, pero, dados los recientes acontecimientos, desechó los insultos y se concentró en el tema que lo hacía perder los estribos. Organizó sus palabras, tratando de mesurar su animadversión y no sonar como un amante rencoroso.
—Lucifer, necesito preguntarte algo, pero te pido que me contestes con sinceridad —dijo Adam mientras caminaba para acortar la distancia entre ellos.
—Si no te conociera, casi podría creer que eres un hombre decente pidiendo un favor.
Adam chasqueó los labios e hizo girar sus ojos. Pese al coraje abigarrado en su estómago, se contuvo de ofender al diablo. No podía darse por vencido, por el bien de Alastor, necesitaba que Lucifer abriera los ojos ante todo el daño que le ocasionaba.
—¿Por qué maltratas a Alastor?
—Sé cuál es tu interés por conocer los detalles de mi relación con Alastor, pero te lo repetiré, es algo que no te importa.
—Es mi amigo y me preocupa. ¿Realmente no ves que lo lastimas? ¡En serio! ¡Es que no lo puedo entender! ¿No eres consciente de su dolor?
—¿Crees que sufre? —Lucifer soltó un bufido, incrédulo por el interrogatorio de Adam—. Contéstame algo primero, ¿ya se te olvidó porqué Sera me pidió autorizar los exterminios? ¿Ya no recuerdas porqué venías a matar a los pecadores?
El cuerpo de Adam se entumeció de manera súbita, los errores de su pasado seguían frescos en su memoria, eran látigos que no paraban de flagelarlo.
—No, no lo he olvidado —contestó en voz baja—. Pero he aprendido a distinguir el bien y el mal, y esa separación no la delimita el Cielo… ni el Infierno.
—No te quedó otra opción que pensar eso, ¿no? Ahora que eres un pecador debes buscar la forma de consolarte.
—¿Quieres decir que los pecadores debemos sufrir? ¿Crees que es lo único que merecemos? ¿Por eso tratas así a Alastor? ¿Lo castigas por ser un pecador?
El diablo estiró los brazos y dio un largo bostezo, al cerrar su boca dejó escapar un quejido y sus ojos se humedecieron. Con un chasquido de dedos hizo aparecer una silla detrás de él y se sentó en ella. Volvió a bostezar antes de recargar su cabeza en el respaldo y perder su mirada en el techo.
—Yo no castigo a nadie. Y eso que el Cielo deseaba que lo hiciera, incluso Lilith también me incitó a ello, pero no, los dejé en completa libertad. —Lucifer se rascó la nuca por unos segundos, luego bajó la mirada y la clavó en Adam—. Pero no importa cuantas oportunidades les des, nunca dejan de ser monstruos. Créeme, cualquier cosa que le haya hecho a Alastor no es peor que los pecados que él cometió. Lo que él entiende como dolor está a otro nivel.
—¡No entiendo, Lucifer! ¿Qué tienen que ver sus pecados en esto?
—¡Vaya que eres estúpido! Está tan claro y no lo ves. ¡Los monstruos son insensibles! ¿Crees que las pendejadas que hice le afectaron? ¡Solo actúa así porque es un sádico! ¡Quiere verme sufrir por pura diversión! ¡No es un maldito niño, él sabe lo que hace!
Adam, involuntariamente, abrió su boca y la mantuvo de tal modo mientras Lucifer se explicaba, no logró concebir aquella respuesta. ¡El diablo no creía que Alastor sufriera! ¿Cómo? ¿Cómo era posible?
—Si crees que Alastor es pura mierda, ¿por qué lo acosas? ¿Por qué quieres que regrese contigo? Si, según tú, solo es un maldito manipulador, ¿por qué lo persigues?
—Antes de que todo se fuera al carajo… él me mostró cómo es en verdad. —Lucifer tuvo que hacer un enorme esfuerzo por mantener la compostura, tan solo recordar los tiempos felices que vivió junto a Alastor lo aventaban a un vórtice de dolor. No quería humillarse frente a Adam, no sabiendo que era uno de los amantes del ciervo—. La forma en que ama…, es como si hubiera esperado toda su vida por mí, solo para conocerme y entregarme su corazón. ¡Debí darme cuenta que era el amor de mi vida! ¡Me equivoqué, lo sé! ¡Si tan solo dejara de ser un maldito sádico hijo de puta! ¡Nada de esto hubiera pasado!
El diablo se levantó y pateó la silla con furia, esta salió disparada y se estrelló contra el piso. La ira volvió a invadirlo, llevó las manos a las caderas y suspiró entrecortadamente. Adam observó la espalda del otro subir y bajar, la furia no solo atacó a Lucifer, él también se contaminó por el deseo de explotar y destruir todo el palacio.
—Escucha, Lucifer, ¡Alastor sufre! Lo he sanado muchas veces con mi fe, ¡y todo para que pudiera soportar tus jodidos abusos! Si su dolor no fuera real, no habría podido hacerlo. ¡Él no te está castigando! ¡Entiéndelo!
La revelación de Adam hizo dudar a Lucifer, no pudo asimilar que fuese real tal información. Otra vez sintió que el aire palpitaba bajo la dirección de su corazón. ¡Era ilógico! ¡Alastor no era débil! ¡¿Cómo podría sufrir por insignificantes malentendidos? Aunque, si fuese verdad, significaría que sus errores empeorarían descomunalmente. Dio media vuelta para quedar de frente al primer hombre, y ver el semblante fúrico de este le dio el indicio de que no mentía. Sin embargo, no contestó.
—No me creas a mí. Velo tú mismo. —Adam avanzó tres pasos, quiso que Lucifer escuchara cada una de sus palabras sin margen a las malas interpretaciones—. Eres el rey del Infierno, y yo sé que, al igual que San Pedro y los serafines, puedes conocer la vida en la Tierra de los humanos que llegan a tus dominios. ¡Todos aquí abajo somos monstruos, pero eso no quiere decir que dejemos de sentir dolor! ¡Alastor no es inmune al sufrimiento, maldito pedazo de mierda! ¡Pero tuvo que aprender a esconderlo! ¡Él no nació siendo un monstruo, lo convirtieron en uno! ¡Ve con tus putos ojos porqué Alastor no puede perdonarte!
Notes:
¡Hola!
Bueno, se acerca el final de la tercera parte de la historia, con el próximo capítulo se termina. La cuarta parte es más larga, aunque aun no sé como cuántos capítulos serán, pero es la fase final de la historia.
Después de leer este capítulo, ¿consideran que Adam debería quedarse con Alastor?
¡Muchas gracias por seguir la historia!
Saludos
:)
Chapter 23: Capítulo 22: El nacimiento de un monstruo
Notes:
¡¡¡⚠ ⚠ ADVERTENCIA ⚠ ⚠¡¡¡
Este capítulo describe actos y pensamientos autodestructivos.
Este capítulo menciona violencia y abuso infantil. Leer con cuidado.-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Alastor sintió que sus párpados ardían, quería cerrar los ojos y dejarse vencer por el cansancio y sueño, pero la agitación en su mente se propagó por el resto de su cuerpo, manteniéndolo dentro de una cautivante expectación. Los eventos recientes lo dejaron al ras de un mar de posibilidades, algunas tan descabelladas como maravillosas. Poseía el don de la paciencia, y en otras circunstancias la espera no le representaría inconveniente alguno, pero no quería hacerlo. Si dependiera de él, saldría en ese mismo instante, con todo y el cuerpo maltrecho, a continuar su vida desde el punto en que la dejó antes de conocer a Lucifer. No podía jerarquizar sus prioridades, los pensamientos en su cabeza se fugaron sin que pudiera contenerlos, como si fuesen una plaga royendo sus nervios. Tenía todo y nada al mismo tiempo.
Entre perturbadores sueños, el cuerpo de Vox se meneó, sacando a Alastor de su ensimismamiento. En ese momento, la inverosimilitud de la realidad cortó de tajo la producción que su imaginación maquilaba. Bajó la mirada y la encajó en Vox, quien yacía inconsciente en su cama, y se dejó contaminar por la nostalgia de su antiguo amor. El rostro de Vox le produjo la sensación de repetir un evento de su pasado, pero no pescó cuál. Frente a él tenía al hombre que lo había rescatado, porque, si algo no podía negar, era que Vox protegió su libertad. Si no hubiese aparecido en el palacio de Lucifer, para ese momento se habría convertido en Alastor Morningstar y su existencia habría pasado a ser la de un autómata. La felicidad coqueteó con su corazón, la memoria puede ser caprichosa, se escurre, discreta, sin que se le solicite. Por más que quisiera minimizar la proeza de Vox, no pudo, arriesgó su vida por defenderlo, y ningún argumento podría desestimar tal hecho.
Alastor apretó sus ojos y sacudió la cabeza para espantar a los pensamientos que ya comenzaban a acelerar el ritmo de los latidos de su corazón. Irguió la espalda y soltó un profundo suspiro para recomponer la firmeza de su porte. Tenía metas bien definidas, y no planeaba hacerlas tambalear por un fantasma errante. En su futuro había un solo nombre labrado, y no era el de Vox, Husk o Lucifer, solo Adam y su escrupulosa incondicionalidad merecían su atención. ¿Por qué gastarse en demonios que ya lo habían defraudado cuando tenía a un ángel que lo cuidaba? Al pensar en Adam, Alastor se sumergía en una impetuosa marea, su piel gritaba por sus caricias, una inmensa alegría anegaba su pecho, sus ilusiones reverdecían entre el rastro invernal de sus dolores pasados y su codicia se convertía en un gigante insensato. ¡Estaba a tan poco de capturar su amor! ¡Le pertenecía! Aquello que Adam silenciaba con sus labios, lo expresó con acciones. Una y otra vez ratificó su amor, ¡le parecía una estupidez que no pudiese nombrarlo! ¡Se amaban!, ¿qué más requería para confesarlo? Incluso en ese momento, sospechaba que Adam debía de estar advirtiéndole al diablo que se rindiera. Imaginó la puesta en escena: Lucifer derrotado y Adam presumiendo su victoria. Allí, en donde culminaba una pesadilla, daba inicio un sueño. El Demonio de la Radio no escatimó en su delirio, ¿y por qué hacerlo? ¿Por cuál otro motivo se habría quedado en el palacio del diablo? ¡Adam debía de estar reclamándolo como suyo! ¡Debía de estar destruyendo las esperanzas de Lucifer! ¡Y de esos escombros alzarían un imperio por todo el Anillo del Orgullo! Alastor rio con la boca atestada de locura, se mordió el labio inferior para atenuar la burlona carcajada. Los dedos de sus manos se movieron en cadena, creando un hipnotizante y siniestro baile. Sintió el cosquilleo de sus ambiciones renaciendo, junto a Adam, trazaría los nuevos límites de lo imposible.
Los goznes chirriantes de la puerta abriéndose de la habitación de al lado hicieron que las meditaciones de Alastor se disolvieran. Un nerviosismo vibró bajo su piel. La impaciencia, habiendo derrocado al raciocinio, lo hizo levantarse de la silla con brusquedad. La espera se volvió insoportable, los pocos metros que lo separaban de su vecino le parecieron un horizonte sin fin. Su respirar entrecortado le dificultó simular compostura, sus labios convulsionaron inquietos, quería sonreír hasta que sus mejillas sangraran, pero se resistió, guardó su felicidad para compartirla con Adam. El motor de su atrevida imaginación operó incontrolable, dentro de su pequeño mundo, se dejarían consumir por sus ilusiones sin arrepentimiento.
Salió de su alcoba flotando, las emociones en su pecho se rebelaron contra la tiránica sobriedad que gustaba mostrar a diario. Sin embargo, tal como si hubiera chocado contra una barrera invisible, sus pies se detuvieron a escasos centímetros de la habitación de Adam. La voz de Angel Dust, adornada por las risas del primer hombre, lo frenaron en seco. No avanzó ni retrocedió, el entusiasmo que segundos atrás burbujeaba en sus venas fue suplantada por una colérica irritación. Por un instante esbozó la idea de regresar al lado de Vox y postergar el encuentro con Adam, pero una corrosiva inquietud lo incitó a curiosear la conversación entre los otros dos pecadores. Llamando precaución al cúmulo de dudas que lo estrujaron, hizo que la sombra bajo sus pies se deslizara, sigilosa, por debajo de la puerta del primer hombre.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
—¡Si serás pendejo, pudo haberte matado! —chilló Angel Dust con manifiesta preocupación, sentado al borde de la cama.
—Claro que no, Charlie amenazó a ese pedazo de mierda. ¡Oh, Nony!, ¡lo hubieras visto, en verdad se veía patético! ¡Fue épico!
—¡Sí, claro! ¡Qué épico hubiera sido que te sacara las putas tripas! —Angel Dust agarró una almohada y la aventó contra la cabeza de Adam.
Acostado en su cama, el primer hombre no hizo ningún esfuerzo por esquivar la almohada, esperó a que esta cayera sobre su cara y así poder regresarle el golpe a Angel.
—Ya te está gustando que Lucifer te parta el culo. Cuidado, así se empieza —dijo la araña con un tono juguetón.
Adam y Angel Dust se miraron entre sí mientras fruncían sus rostros con asco y luego volvieron a reír con jocosidad.
—Incluso en modo gay, no tendría tus malos gustos.
—¡Oye, ¿cómo iba a saber que era un pedazo de mierda?! Ya admití que me pasé de idiota, no sigas con eso.
—¡Ah!, pero cuando te tenía con su verga enterrada en el culo, ¡ahí sí no decías que era una mierda! —se burló Adam entre carcajadas y levantando el dedo medio—. ¡Me cago de la risa!
—Aunque esté demente, Lucifer coge bien. ¿Qué quieres que diga? ¡Ya!, un error lo comete cualquiera. ¡Te dije que me dejaras en paz con eso!
Angel Dust volvió a coger la almohada y comenzó a repartir golpes en las piernas de Adam, pero esto no impidió que continuara con la burla.
—¡Ya, pues! ¡Me calmo, me calmo! —gritó Adam entre risas—. Estás viendo que el enano ese me agarró como puto saco de boxeo, ¡¿y todavía quieres joderme más?!
—Lo merecías. —Angel paró los almohadazos y, con una actitud victoriosa, le mostró la lengua a Adam—. Aunque, por otro lado, te mereces un premio por andar haciéndola de héroe. En cuanto te mejores, te llevaré al show BDSM que tanto querías ir.
—Dame unas horas y yo quedo como nuevo. Me caería bien ver unas cuantas vaginas reventadas. ¡Puta madre, necesito algo de acción!
—¡Hey, don Vergas!, necesitas descansar.
—Neee, no fue para tanto, ya estoy mucho mejor.
Angel Dust estiró una de sus manos y acarició el brazo de Adam. La preocupación se coló entre sus cejas arqueadas, de pronto, el recuerdo del primer hombre malherido oscureció su humor.
—Por tu culpa casi me da un jodido infarto. ¡Mierda, Adam!, ten más cuidado, ¿quieres?
—¡Hey, perra! ¡Soy el Puto Amo, quita esa cara de cagón! No te preocupes.
—Tú eres el que tiene una cara del asco. Ojalá pudiera sanar a los demás con abrazos como tú —dijo Angel Dust con melancolía—. Así, con un abrazo, te levantaría el ánimo.
—Nony, tus abrazos son mejores que los míos, puede que no levanten el ánimo, ¡pero sí que levantan vergas!
Angel Dust se atragantó con su propia saliva y volvió a usar la almohada para golpear al primer hombre.
—¡Pendejo!
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
La sombra se difuminó en el piso cuando Alastor se sintió incapaz de seguir viendo a Adam compartir su alegría. Regresó a su habitación sintiéndose ridículo, la emoción que sentía transmutó a un denigrante miedo. En él quedó la impresión de haber escuchado un secreto muy bien encubierto, aquella conversación tenía un tinte de afectuosidad que le disgustó sobremanera. El grado de intimidad entre Adam y Angel Dust rebasaba los límites del compañerismo, el humor entre ellos dejó al descubierto una asquerosa compatibilidad. Caminó hacia Vox dando trompicones, sintiendo que todo a su alrededor se convertía en un ominoso vacío. La solidez de sus creencias se volvió líquida, súbitamente, se halló perdido. ¿Qué estaba haciendo? ¿Quién era él? ¿Cómo podía enfermarse ante una insignificancia? Con la incertidumbre rasgando su pecho, sintió que, una vez más, sus ilusiones se le escurrían de las manos.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Lucifer dejó pasar cerca de cuarenta minutos antes de ir al templo principal en su palacio. La última vez que estuvo allí fue cuando Charlie le encomendó seguir de cerca el trayecto del alma de Adam. No le sorprendió que el primer hombre supiera que, como soberano del Infierno, tenía la facultad de escudriñar la vida de los pecadores, su extrañeza fue por el ahínco que puso en mencionar el pasado de Alastor. ¿Qué se supone debía descubrir? ¿Una trágica historia? ¿Una vida llena de dolor y penurias? ¡Qué tontería! ¡Todos guardaban sufrimientos pasados!, Alastor no podría ser la excepción, estaba consciente de ello, pero eso no lo eximía del castigo. Cada humano tenía la responsabilidad de hacer algo con ese dolor, parte de ser libre conllevaba tal exigencia. Estando en vida, los pecadores pudieron elegir superar su dolor y convertirse en mejores personas, pero no, habían decidido ser monstruos, la culpa era suya y de nadie más. ¿Cómo se supone que debía lidiar con un pecador cuyo corazón estaba contaminado del mal? Quizá Charlie podría darse el gusto de ser ingenua y soñar con la redención, pero él ya no. La experiencia le enseñó que nada podía hacer por ellos, mucho menos por engendros del calibre de Alastor. Y justo por este axioma era que el comportamiento de Alastor lo trastornaba, ¿cómo fue que, un monstruo como él, pudo mostrarle aquel nivel de amor y devoción? Si de algo se enorgulleció de sí mismo fue la facilidad con la cual lo hizo caer, fue inesperado, algo insólito, incluso risible. Y era ahí en donde se hallaba la respuesta: su amor no fue algo fácil, fue una mentira, una repugnante mentira. ¡Maldito pecador! ¿Qué más podía esperar después de haber engatusado al diablo? Allá en el Infierno, lugar atestado de maldad y tortura, ¿cómo podría considerarse malo su actuar? ¡Era algo normal! ¡Para Alastor debió serlo!, y, aun así, Adam se aferró a contrariarlo. ¿Sería igual de ingenuo que Charlie? ¡Por supuesto que no! Lucifer lo conocía muy bien, la moral del primer hombre estaba tan torcida que creía ser un mesías, un ser todopoderoso que podía repartir justicia según su conveniencia. Nadie odiaba a los pecadores tanto como él. Antaño, bajó al Infierno para disfrutar del genocidio de la raza pecadora, porque su motivación no se ceñía a las órdenes del Cielo, su motor era el gozo de aniquilar a los pecadores. ¿Cómo podía, entonces, defender a Alastor? Le dijo que viera con sus propios ojos cómo fue que Alastor se transformó en el Demonio de la Radio, sin embargo, creyó que quien requería de ver aquella transformación debía ser el propio Adam, para que así recordara porqué solía bajar cada año al Infierno.
El templo principal se encontraba tres niveles bajo el palacio. Caminó con apatía y pereza, su mente se esforzaba por dilucidar a detalle las consecuencias de su arrebato. Si decidió seguir la indicación de Adam fue para comprobar que tenía la razón. Cualquiera que fuese el pasado de Alastor no deshacía los pecados que lo llevaron al Infierno, y mucho menos le quitaría la condena de tener que vivir entre putrefacción e inmundicia, nadie en el Infierno debería esperar algo más. La puerta del templo se abrió con la presencia del diablo y, al entrar, una serie de pequeñas llamas flotantes se encendieron consecutivamente, dejando bien iluminado el lugar. El templo figuraba ser una especie de espectral domo vacío, una sola pared se extendía sin esquinas ni cortes. Lucifer alzó su mano, tal como si le ordenara a alguien levantarse, y del centro de la habitación emergió una luz celeste y fluctuante que se movía como si fuera agua en un espacio sin gravedad. Cerró sus ojos y, al pensar en Alastor, la luz se expandió hasta adoptar la forma de un gran ovoide, su diámetro de seis metros casi rozaba el piso y el techo. La luz se revolvió hasta adquirir la apariencia de un espejo y la imagen de Alastor apareció en él. El diablo observó por algunos segundos el retrato y luego chasqueó los dedos, haciendo que la imagen se tornara opaca hasta fusionarse con el fondo del ovoide.
La vida de Alastor comenzó a reproducirse como si fuese una película. Lucifer fue saltando las imágenes según su curiosidad. Sí, la vida de Alastor fue precaria y llena de maltrato desde muy temprana edad. El primero golpe que recibió fue a los tres meses cuando su padre, harto de su llanto, le lanzó un plato. Insensibilizado ante el dolor humano, el diablo halló habitual que Alastor, con apenas año y medio, ya mostrara reacciones de alerta ante los gritos de sus padres. Nadie se emocionó con sus primeras palabras, al contrario, le recriminaron por ser un niño tonto que no habló hasta pasados los veintiún meses de edad. Para los tres años, Alastor comenzó a provocarse daño a sí mismo, se jalaba el cabello, se pellizcaba, mordía o rasguñaba. Nadie se alarmó, «son berrinches», afirmó su padre. El diablo se detuvo abruptamente en una escena donde el padre de Alastor lo bañaba.
—Si no fuera por esto, serías mi princesa. No le digas a mamá, pero tú eres mucho más bonito que ella.
Lucifer dejó pasar la escena de sopetón justo en el momento en que Alastor comenzó a llorar por el descuidado toque de su padre. Se quedó helado, de algún lugar muy lejano, casi olvidado, la tristeza que solía albergar por el dolor de los humanos exprimió su pecho. En su garganta se formó un nudo que lo hizo salivar y un escozor oprimió su pecho.
—¡Si vuelves a romper algo, yo te romperé los huesos! —gritó el padre mientras nalgueaba la piel desnuda de Alastor.
El castigo que Alastor recibía no solo era cruel, también era morboso. Su padre buscaba sanciones humillantes, lo insultaba para hacerle sentir vergüenza, tratando de siempre incluir algún tipo de connotación sexual que Alastor era incapaz de entender. Hacía mucho tiempo que Lucifer había perdido la fe en la humanidad, conocía que ese tipo de casos, e inclusive más infames, sucedían en la Tierra, pero, en ese momento, mientras miraba a Alastor de cuatro años siendo maltratado, fue que se dio cuenta que jamás podría entender esa clase de dolor. No porque fuese un ángel, un demonio o el rey del Infierno, sino porque jamás fue niño. Nunca podría entender lo que era sentirse indefenso, tanto física como mentalmente. ¿Cómo un niño podría explicarse lo que sus padres hacen? ¿Cómo un niño podría explicarse que sus padres son monstruos? De pequeños, los humanos eran incapaces de comprender más allá de la vida que sus padres les ofrecían. El dolor no tenía un porqué, solo lo sentían.
—Ven, acércate más o te caerás del caballo. ¡Brinca, brinca! —Alastor sonreía por jugar con su padre, mientras que este lo acariciaba con lascivia.
A los cinco años, Alastor, con el entendimiento de que un cuchillo podía causar dolor, se hizo su primera autoflagelación; sin embargo, sin poder tantear la gravedad de este acto, algunas heridas llegaron a ser profundas, dejándole cicatrices permanentes. Aquellas marcas que Lucifer llegó a besar tantas veces no las ganó como castigo del Infierno, fue el mismo Alastor quien las creó como auto penalización por sentir miedo. Su estrés, ansiedad y desesperación por el castigo que recibiría lo orillaron a eso, a esa edad no entendía por qué lo hacía, pero era efectivo, dejaba de llorar.
—¡Maldito niño estúpido! ¡Deja de llorar, pareces una niña! ¿Qué no eres un hombre? ¡Limpia tu cochinero o lo limpiaré con tu cara! ¡A ver si así aprendes a no mearte encima!
¿Cuántas veces le habría recriminado a Alastor que no se comportara como un niño? De pronto, la culpa comenzó a manchar el orgullo de Lucifer. Su convicción por aborrecer a los pecadores tambaleó. Las imágenes fueron empeorando, el maltrato para Alastor se volvió tan natural como la hora de comer. A los seis años, Alastor aun rezaba al Cielo para que su padre dejara de golpearlo, no le deseó mal alguno, rogó porque lo amara.
—¡Papi, perdón! —gritó Alastor entre balbuceos—. ¡Perdón, no lo volveré a hacer! ¡Por favor, papi, te quiero mucho!
Todavía a los ocho años, Alastor trató de buscar consuelo en diferentes lados, pero nadie lo escuchó. Pocos fueron los momentos felices en su vida, sin embargo, aún sonreía, incluso se emocionaba cuando su madre preparaba su comida favorita. No recibió regalos ni le compraron juguetes, pero su ilusión por una vida mejor no se había apagado. Sus sueños eran simples, un abrazo, un beso, una canción, un gesto cálido, que sus padres fueran felices.
Lucifer se detuvo a contemplar una bella escena: Alastor jugando con un niño. Se veía feliz, muy feliz, parecía un niño de verdad. La tarde se extendió entre risas y juegos, deseó que ese momento se detuviera, que se alargara. Reconoció esa sonrisa, ¡por supuesto!, pese a la diferencia de edad, aquel Alastor también tenía aquella encantadora luz que transmitía dulzura y calidez cual rayo de sol. Los gritos del padre interrumpieron la escena, estaba furioso, su rostro, arrugado y deforme por la ira, era el de una bestia. Alastor se despidió del niño y regresó rápido a su casa con sus piernas temblando y sus ojos llenos de pánico.
—¿Qué estabas haciendo? ¿Por qué estabas encima de ese mocoso como si fueras una maldita zorra? —reprendió el padre.
—Ju… ju… jugar, salí a…
—¡Solo las putas salen! ¡¿Eres una puta?!
Alastor no contestó, no pudo comprender lo que su padre decía y el miedo lo venció. Trató de aguantar el llanto, pero las lágrimas salieron, silenciosas y cargadas de vergüenza.
—¡No te quedes callado, estúpido! ¡Si tantas ganas tienes de que te anden tocando, yo lo haré! ¡Eres mío! ¿Entiendes? ¡Mío!
El cuerpo de Lucifer se paralizó, lo que sucedió en aquellas imágenes le resultó horrorosamente familiar. Las palabras, el reproche, la ira, los celos, el abuso… fue como verse en un gigantesco espejo. Sus actos, que antes había calificado como un simple desliz, adquirieron un nuevo nombre, el verdadero, el que siempre había sido: violación. La escena continuó reproduciéndose, la mente del diablo se atascó, obligándose a ver a su mellizo atemporal.
Los gritos de Alastor se volvieron ensordecedores, dejó de pedirle a su padre que se detuviera, dejó de pedir perdón, solo se aferró al sillón con todas sus fuerzas. El dolor de Alastor excedió al entendimiento, a la realidad, su mente se extravió en un abismo. Su llanto y sus gritos permanecieron en aquel cuarto, pero el resto de él escapó a la inmensidad de la nada, solo así pudo soportar el peso de su vida destruyéndose. Lo que sus ojos reflejaban no podría ser descrito, solo podría comprenderse estando en ese mismo lugar, inefable en cualquier idioma, solo vislumbrado a raíz de la experiencia. Sin embargo, Lucifer pudo entenderse con el gozo del padre, y eso lo asqueó, más que eso, sintió que su piel exudó una pútrida pestilencia, su fétido corazón debía estar por estallar, tal como un cadáver hinchado y en estado de descomposición. El padre sonreía con malicia, gesticulaba placer, se veía victorioso, no paró de regocijarse de su posición de dueño. En medio de la repugnante lujuria, acusó a Alastor de ser una tentación infernal, decir eso lo hacía estremecerse, lo volvía sanguinario, le inyectaba una dosis mayor de placer, pero, a la par, lo limpiaba de toda culpa. Lucifer reconoció aquel retorcido y perverso deleite, muchas noches soñó con encarcelar a Alastor, gastó decenas de horas en imaginar cómo esclavizarlo, usó el recuerdo de la violación cada que su ego le reclamó satisfacer su lujuria, pero siempre con la seguridad de que el culpable era Alastor por haberlo enloquecido.
Las bolas de fuego que iluminaban el templo crepitaron y soltaron varios chispazos al unísono del dolor del diablo. Las llamas crecieron hasta chocar entre sí, creando un círculo ondulante de fuego. Lucifer alzó una de sus manos para tratar de alcanzar al Alastor del ovoide y con la otra estrujó el cuello de su camisa. Comenzó a sofocarse, no fue solo el fuego rodeándolo que lo hizo sentirse verdaderamente en el Infierno, las emociones descontrolándose en su interior le quitaron el aliento, su frenético respirar hizo que sus pulmones y estómago se contorsionaran entre un desesperado vaivén.
—¿De quién eres? ¡¡Contesta!! ¡¡Contesta!! ¡¡Eres mi puta!!
En el llanto de Alastor no había odio, no había furia, no había venganza. Sus lágrimas eran una súplica que su voz no pudo transformar en palabras. Su sangre era una súplica de su débil cuerpo a punto de languidecer. Lucifer gritó con la fuerza de mil tambores retumbando en su garganta, los músculos en su cuello se tensaron y su cuerpo trepidó. Transformó sus manos en puños y golpeó su pecho como si se clavara un puñal. «¡Es mi culpa, es mi culpa!», repitió sin descanso. Alastor perdió el conocimiento, pero eso no detuvo al padre, quien, consumido por la locura, siguió usando el cuerpo de su hijo sin una mísera gota de compasión. El diablo no soportó seguir viendo las imágenes frente a él, estrelló su frente contra el piso. Conforme los golpes aumentaron, también lo hizo la intensidad que empleaba. Sin embargo, el dolor le fue insignificante, quería transferir el dolor de su corazón a su piel, y la sangre manchando su rostro apenas y pudo sentirla.
Los abusos sexuales se volvieron frecuentes. Aun a los nueve años, Alastor seguía rezando en secreto, sus ruegos apelaban por el amor de sus padres, pero su mayor deseo era ser un hombre. Con las manitas entrelazadas y el rostro apretado, Alastor suplicó por convertirse en aquello que todos le exigían, pero que él continuaba sin entender qué era. Sus escasas risas disminuyeron, sus palabras se volvieron cortas, sus movimientos sigilosos y su vejiga lo traicionaba con mayor frecuencia.
—¡Bien que te gusta, hasta rápido te encueras! —afirmó orgulloso el padre al ver a Alastor obedecer tan rápido como un soldado en el campo de batalla.
Lucifer se volvió testigo de los secretos de Alastor. Solo en su casa, la agonía fue desgarrando sus esperanzas. Con cada lágrima pidió perdón, no sabía cuál era su pecado, pero le desesperaba no hallar consuelo. La primera persona que se volvió blanco de su odio fue él mismo. Oprimido por la culpa y vergüenza, aprendió a castigarse antes de que sus padres lo castigaran aún peor.
—¡Por favor, por favor! ¡No quiero llorar! —gritó Alastor arrinconado en el baño. Sus manos tiraban de su cabello y su cabeza la escondía entre sus piernas. Él no quería dejar de llorar, lo que quería era dejar de sufrir, quería ser amado, quería una esperanza, quería que una de sus ilusiones se hiciera realidad.
Lucifer extendió sus alas y voló hasta el ovoide, trató de tocar el rostro del niño, pero su mano atravesó la luz. Repitió el movimiento con ambas manos, pero la imagen se revolvía como si meneara el agua de un arroyo. No podía hacer nada por el Alastor del pasado, sin embargo, sí pudo haber hecho algo por el Alastor del presente. Tuvo la oportunidad de hacerlo. Cuando este pensamiento llegó a la mente de Lucifer, el sufrimiento en su interior lo penetró con mayor saña. Muchas veces creyó que Alastor lo amaba como si ese fuera su destino, como si hubiera esperado toda su vida por él, como si todo su amor lo hubiese guardado para obsequiárselo. Y entonces comprendió porqué el amor del ciervo era tan devoto e intenso, no era el destino ni era que Lucifer fuese alguien excepcional. ¡Era porque Alastor había esperado toda su vida por ser amado con sinceridad! En el fondo, aquel niño que lloraba en el ovoide seguía vivo dentro de Alastor, ¡sus ilusiones nunca se apagaron!
«¡¡¿Por qué lo hice?!! ¡Perdón! ¡¡Alastor, ¿por qué yo?!!» Lucifer enloqueció al descubrir tal verdad, sus ojos, enrojecidos, se ensancharon hasta arder. Sus cuernos crecieron deformes, como si fuesen pequeños troncos maltrechos y secos, causando que su frente se agrietara y que más sangre escurriera a los costados de su rostro. Su estómago desencadenó una peregrinación de virulentos nervios al distinguir, por primera vez, que dentro de Alastor aun habitaba un ser humano. La dulzura y devoción que le mostró fueron los rastros que el niño en el ovoide dejó de su existencia. ¡Por él, Alastor volvió a ceder ante la fantasía de ser amado! ¡Alastor se había atrevido a soñar otra vez! ¿Y qué hizo él? ¡Ilusionó a Alastor solo para destruirlo de la misma forma que lo hiciera su padre! El peso de su delito lo hizo desvariar, su mente se partió entre las imágenes en el ovoide y el recuerdo del dolor que le produjo a Alastor.
El fuego a su alrededor se alargó como si se tratase de mechones de lava escurriendo que, al tocar el piso, adquirieron formas humanoides. Entre llamas ondulantes y sombras siniestras, veinticuatro pares de ojos negros lo maldijeron con repulsión. ¿Cuántas veces no se empeñó en que Alastor sufriera? ¡Se deleitó al imaginar su aflicción! Quiso apropiarse de él, de todo, incluso de su dolor. ¿Cómo pudo amarlo y odiarlo al mismo tiempo? Era verdad, el Demonio de la Radio era un pecador, un monstruo, pero uno que jamás atentó en su contra. Entonces, ¿por qué lo castigó? Que Alastor se negara a perdonarlo no era un escarmiento ni una prueba, era el niño en el ovoide recordándole que debía protegerse del dolor. Lo peor era que estaba en lo correcto, el diablo había querido encarcelarlo dentro de un matrimonio para que cumpliera sus fantasías, solo las suyas, las que le eran convenientes.
A los diez años, Alastor dejó de rezar. La luna fue espectadora de la derrota de sus sueños, resignado a no ser amado, lloró muchas noches mientras se enterraba las uñas para evitar que su lamento fuera escuchado. La última esperanza de Alastor murió con su madre. Atormentado por el miedo y la desesperación, trató de buscar en ella el consuelo de una sonrisa, una palabra, un abrazo, cualquier gesto que le ayudara a continuar creyendo que todo mejoraría. Sin embargo, lo que recibió de ella fue más culpa y vergüenza.
—¿Qué te duele? ¿Qué te duele? ¡Ya cállate! ¡Aguántate, así como yo me aguanto que me quites a mi esposo!
Lucifer perdió el equilibrio y zigzagueó de un extremo a otro del templo. Se estrelló varias veces contra el judicante fuego, ocasionando que algunas plumas de sus alas se volvieran cenizas al rozar las llamas. Su vuelo pareció el de una mosca encerrada en un vaso que busca huir. Sintió su corazón desgarrarse cuando contempló a Alastor rasguñarse las mejillas para obligarse a sonreír. La locura en sus manos no escatimó en producirse dolor, cada que sus labios volvían a encorvarse, Alastor estampó la cabeza contra el buró a su lado. Una espantosa sonrisa tiritaba en su rostro mientras que sus ojos no dejaban de soltar más y más lágrimas. La desesperación del diablo lo jaló a imitar al niño en el ovoide. Se dejó caer al piso y, consumido por una incontrolable histeria, se despellejó la cara con sus garras, cuales filosas cuchillas.
A los trece años, el rostro de Alastor se había convertido en una eterna sombra. Aprendió a controlar el llanto y, con esto, al miedo. Cada que el padre usaba su cuerpo cerraba sus ojos y apretaba los dientes para soportar el dolor de ser ultrajado; cual máquina automatizada, ejecutaba hasta la más degradante fantasía sin mostrarse afectado. Sin embargo, de manera inversa, su odio creció conforme fue perdiendo el miedo. Los años hicieron que el alcoholismo de su padre se acentuara, dándole a Alastor la salida idónea de la cruel prisión en la que permanecía como esclavo sexual. Para esa época, ya consideraba a sus padres muertos, se veía a sí mismo como huérfano. No podría ser de otro modo, porque aquellos asquerosos adultos con los que vivía eran monstruos, y ellos jamás deberían de ser padres. El primer mandamiento que Alastor creó en su libro de principios fue: “Una sonrisa es una herramienta. Confunde a los enemigos, esconde el dolor”. Mientras que el segundo fue: “La única forma de destruir a un monstruo era que otro, aún peor, lo matara”
—¡Solo un verdadero hombre podría hacer esto! —gritó Alastor mientras clavaba un cuchillo en el cuello de su padre.
La luz del ovoide se tornó roja, indicando el primer pecado por el cual Alastor fue juzgado como merecedor del Infierno. Dentro de Lucifer, mil revoluciones removieron sus más intrínsecos pensamientos. ¿Cómo alguien podría culpar a un niño por sentir odio contra su violador? ¿Cómo alguien podría condenarlo por matar a su verdugo? ¿Cómo alguien podría esperar que un niño abusado se arrepintiera de escapar del dolor? La dulzura y gentileza de Alastor fueron masacradas por seres infrahumanos, la fe de Alastor fue lapidada por la indiferencia, la inocencia de Alastor fue vejada por la perversidad de una asquerosa bestia. ¿Qué tipo de justicia había en aquella sentencia? El diablo creyó caer en un rabioso mar de fuego, la culpa lo perforó como si brasas corrieran por sus venas. Ninguna mano vendría a salvarlo, el peso de sus crímenes lo hundió en la locura. Lo que creía conocer de Alastor se despedazó en insoportables verdades. Incluso sus prejuicios hacia los pecadores se quebraron como si fuese un gigantesco espejo reflejando su propio rostro. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había sido capaz de cegarse por el odio? ¡El amor de Alastor había sido real, tanto como lo fue su dolor! El recuerdo de sus días amándose le carcomió las entrañas. En sus manos estuvo la oportunidad de sanar sus heridas, tal como Alastor había hecho con las suyas. Mientras que él jugaba a ser un seductor, el ciervo se entregó en cuerpo y alma.
—¡Perdón, amor! ¡Alastor! ¡Alastor!
Sin resistir el dolor que lo atormentaba, un desesperado deseo por expiar sus culpas lo enloqueció. Un primer rayo de luz en forma de lanza cayó sobre él, parecía recién forjado, cual hierro al rojo vivo. La culpa lo enajenó, su subconsciente tomó el control de su cuerpo, enjuiciando que merecía ser castigado. Aun cuando no halló condena equivalente al dolor en la mirada de Alastor, dejó caer más lanzas de luz para que lo destrozaran, la tortura que lo devoraba en su interior era más severa que el dolor de su carne abierta de la que goteaban ríos de sangre dorada. Un rayo de luz perforó justo por la mitad a su corazón, provocando que Lucifer soltara un jadeo corto y ahogado y perdiera el conocimiento. Su cuerpo no cayó, quedó suspendido entre las incandescentes lanzas como si no fuese algo más que un alfiletero alado. Por algunos segundos el corazón del diablo dejó de latir, sin embargo, el rayo que lo había herido a muerte se desvaneció como arena en el viento y su corazón volvió a latir. Lucifer no podía morir por su propia mano, el castigo divino que imputaba no le permitía quitarse la vida. Su cuerpo convulsionó al recuperar el conocimiento y, horrorizado, advirtió que seguía con vida.
—¡Padre, déjame ir! ¡Por favor, piedad!
Soltó un alarido desgarrador extirpado desde lo más profundo de su alma. La agonía fúrica que desprendió lo hizo sacudirse, ya no podía contener más dolor, la condena rebasó a su cordura y a sus sentidos. Más rayos de luz atravesaron su cuerpo, y más intentos de terminar con su vida fueron frustrados. El mismo Infierno comenzó a temblar, cada que una lanza perforaba el corazón del diablo, la intensidad con que el suelo retumbaba se acrecentó. Aquel bucle de dolor, muerte y resurrección se extendió hasta llegar al Anillo más lejano, los cielos se unieron al llanto del diablo, rugieron truenos y contaminaron con ácido hasta el último rincón del Inframundo.
Notes:
¡Hola!
Tarde una eternidad en escribir este capítulo, fue complicado.
Bueno, para los que querían ver sufrir a Lucifer, con este capítulo se inicia su tormento.
Y sobre Adam, no se enojen con él, todo tiene una razón de ser. A Angel Dust y Adam me los imagino divirtiéndose, creo que su humor es compatible. No sé, ¿qué opinan?
En el siguiente capítulo tendremos de nuevo a Vox y más de Lucifer sufriendo. xD
¡Muchas gracias por seguir la historia!
Saludos.
:)
Chapter 24: Capítulo 23: Convicciones
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Las emociones de Alastor fueron mudando según la creatividad de su imaginación. Los veintiséis minutos que Angel Dust tardó en salir de la habitación de Adam le parecieron una infamia. De lo poco que escuchó pudo exprimir una inquietante verdad: entre Adam y Angel Dust existía una alianza; o amistad en el peor de los casos. Este hecho, aunque en apariencia banal, hizo que Alastor desgranara un variado de escandalosos supuestos sobre el camino que habrían tenido que recorrer para llegar a ese punto. Su imaginación, merecedora de ser llamada sádica, se propuso a entregarle imágenes donde Angel Dust era sanado entre los mágicos brazos de Adam. Y aunque en realidad tal acontecimiento sí ocurrió, no fue en medio de la atmósfera romántica que Alastor idealizó. Cansado de crear malos entendidos, y con la seguridad de tener el derecho a reclamar, se dispuso a abandonar, por segunda vez, su puesto como custodio de Vox para ir en búsqueda de explicaciones. Sin embargo, no fue necesario que saliera de su habitación, antes de que su cuerpo pusiera en marcha los planes de su mente, escuchó la puerta abrirse y, al volver la cabeza, observó al primer hombre parado en el umbral. Alastor se dividió entre colmarlo de caricias o molerlo a gritos, pero la efervescente alegría en el rostro de Adam neutralizó su ira.
—Al, ¿cómo estás? —preguntó en voz baja, tratando de ser cordial con Vox que seguía convaleciente en la cama.
Alastor se levantó con un elegante movimiento y caminó con tal frescura que parecía recién llegado de unas provechosas vacaciones; pero el porte le duró poco, a tres pasos de llegar a la puerta, no soportó el peso de su melancolía y se lanzó sobre Adam. El Demonio de la Radio jadeaba como si en lugar de un metro hubiese saltado un gigantesco sumidero y su rostro no guardó decoro en exponer su alegría, pese a estar manchada de sospechas. Adam se tragó un quejido cuando Alastor aterrizó en su pecho, más que por su hombría, lo hizo para no desazonar el reencuentro. Sus manos tallaron la pasión escondida en sus corazones. No se contuvieron, dejaron que sus cuerpos hablaran por sí mismos. Espalda, hombros, cintura, brazos, cuello; el camino de caricias llegó hasta sus mejillas, ahí se detuvieron para contemplar el deseo del otro. Alastor se dejó hechizar por el mar dorado en la mirada de Adam, y este cayó indefenso ante el atardecer en los ojos del ciervo. El aliento de ambos se mezcló mientras sus rostros bailaban, indecisos, por el apetito de besarse. Adam reprimió la urgencia de su corazón y terminó por plantar un gentil beso en la frente de Alastor.
—¿Cómo estás? —repitió Adam.
—¡Magníficamente! —Alastor alejó sus manos del torso del primer hombre y retrocedió un paso. En su rostro, sus mejillas se contrajeron y sus ojos se encogieron con recelo—. ¿Qué sucedió? ¿Por qué te quedaste en el palacio con Lucifer? ¿Debería preocuparme?
Adam entró a la habitación y cerró la puerta con suavidad, un inquietante chirrido opacó al carraspeo que dio, pero Alastor entrevió la incomodidad en sus gestos.
—Necesitaba aclarar unas cosas con él. No te preocupes, no creo que moleste en un buen rato.
—Oh, ¿sí? ¿Y se puede saber de qué hablaron? ¿Acaso mi humilde persona tuvo algo que ver?
—Algo así. Mira, toda la mierda que hizo fue demasiado… —Adam balbuceó y se encogió de hombros mientras sus ojos saltaron de una pared a otra—. No te preocupes, Al…, no le dije nada malo.
—Lo sé… —El Demonio de la Radio alzó una ceja y ensanchó su sonrisa—. Sé que no harías nada malo. Y sabiendo esto, me gustaría que le aclararas a mi malintencionada imaginación una trivialidad.
—¿Qué cosa? —preguntó, intrigado, el primer hombre.
—Quisiera saber qué sucede entre Angel Dust y tú. No fue mi intención, debo aclarar, pero escuché parte de su interesante conversación, y quedé terriblemente angustiado. ¿Existe algo que deba saber? Odiaría enterarme por terceras personas que han estado ocultándome… cosas —expuso Alastor con un dejo amenazante en cada palabra.
Los ojos de Adam se ensancharon y su mandíbula cayó tan rápido que, por un instante, su respirar se detuvo y dejó escapar un gemido entrecortado.
—Al…, yo… no quiero sonar grosero, pero, sea lo que sea que hayas escuchado, es algo privado.
—¿Privado? —El Demonio de la Radio se cruzó de brazos e irguió la espalda lo más que pudo, desafiando la negativa de Adam—. Sí, supongo que el hecho de que te esté levantando la verga es algo privado, ¿no?
—¡Puta madre, Al! No es lo que piensas… eso… solo nos llevamos así, nos gusta decirnos pendejadas.
—No me pareció que fuera una pendejada. Es más, tuve la impresión de que Angel Dust estaba muy afligido por ti, imagino que debió asustarse por perder a su ángel guardián. Después de todo, a él también le has dado esperanza, ¿no es cierto? —Los ojos del ciervo se ahogaron entre una ira carmesí y expulsaron condena—. ¿Él también ansía que la esperanza que entregas se convierta en amor?
Alastor se dejó llevar por el dolor y su boca se infectó por la angustia naciente en su pecho y, precipitado, se rindió a los pies del arrebato.
—¡Oh, por favor, Al! ¿De verdad me estás haciendo una puta escena de celos? —cuestionó Adam alzando la voz y aferrando las manos a sus caderas.
—No son celos, querido. Simplemente quiero saber cuáles son tus verdaderas pretensiones, ya he tenido suficientes decepciones como para sumarle otra.
—Mira, Al, no es ni el momento ni el lugar, es mejor que me vaya. Hablaremos después.
Adam se rascó la cabeza y dio un chasquido con sus labios antes de girarse, tomar la perilla y abrir la puerta, pero, cuando estuvo a punto de salir, sombras en forma de tentáculos la cerraron con violencia.
—¡Claro que no! No volveré a estar detrás de un mentiroso que gusta de regalar promesas vacías.
—¡Yo no te he prometido nada que no planeé cumplir! —exclamó Adam al volverse hacia Alastor—. ¡Te prometí mi amistad, pero nada más!
La sonrisa del Demonio Radiofónico tambaleó, incrédulo por la desfachatez del otro.
—¿Realmente pasa algo entre ustedes dos? —Aun sonriente, los ojos de Alastor brillaron por la humedad reprimida—. ¿Cómo pudiste?
—¡Al, no es como piensas! Sí, algo sucede entre nosotros, pero no es la mierda que te imaginas. ¿Ya olvidaste que soy un ángel? ¡Necesitaba mi ayuda!
—¡Entonces júrame que no has intimado con él! ¡Júrame que entre ustedes no ha sucedido nada especial!
Adam, dispuesto a expulsar su frustración, abrió la boca, sin embargo, la desilusión que enmarcaba el rostro de Alastor debilitó la dureza de sus palabras.
—Lo que tú y yo entendemos como íntimo o especial son cosas diferentes, así que no puedo jurarte nada; pero, por favor, no pienses mal. Hablemos de esto más tarde, ¿sí? No es el momento para hacerlo, te prometo que te explicaré todo. Si decides odiarme después, lo entenderé, pero te pido que primero me escuches.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Perdidos entre la oscuridad del pantano, los ojos de Alastor despidieron con melancolía algunas lágrimas sin que tomara conciencia de lo que hacía. El recuerdo de las promesas que alguna vez recibiera de Vox, Husk y Lucifer taladraron su cerebro con punitiva astucia. Se suponía que la experiencia volvía sabios a los humanos y, sin embargo, allí estaba él, deseando cometer el mismo error. ¿Así se habrían sentido ellos? ¿También habrían sentido aquella venenosa desesperación al no alcanzar el objeto de sus anhelos? ¿Habrían tenido razón, él fue quién los enloqueció? Tiempo atrás, usó la misma carta que, ahora, Adam usaba en su contra: «¡Te prometí mi amistad, pero nada más!». ¡Claro que no le había prometido algo más! ¡Jamás empeñó su palabra!, pero el habla no es la única forma que los humanos tienen para comunicarse. ¿Qué sucedía con los besos, con las caricias, con los abrazos, con las miradas…? ¿Qué había con todo ello? Adam decía una cosa, pero hacía otra. ¿Cómo se suponía que su corazón debiera actuar frente a esa contradicción? Bandolero celestial que bajó para embrujarlo con sus bondadosas manos y encender esperanzas en su gélido lamento. Bandolero celestial que expropió su tranquilidad sin entregarle indemnización alguna.
Los cálculos de Alastor lo llevaron a concluir que Adam solo tenía miedo, pero que, tan pronto lo superara, se dejaría llevar por los sentimientos que habían germinado entre ellos. ¡Tenían un espléndido futuro juntos! ¡Lo podía visualizar! Adam no solo era el ser humano más fuerte, también era un ángel. ¿Hasta dónde podrían llegar? Por mucho que se quisiera hacer el santo, aún existía dentro suyo aquel exterminador despiadado que estuvo a punto de matarlo. ¡Adam también era un monstruo! Si tan solo se dejara acarrear por su sanguinaria alma, podría entender que el Infierno era el lugar indicado para pasar toda la eternidad. ¡Entre el Cielo y el Infierno, solo este último brindaba verdadera libertad! Pero Adam estaba cegado por un pasado que ya no existía y se aferraba a un destino que ya no le pertenecía. ¡Se había convertido en un pecador!, esa era la realidad. ¿Por qué no podía verlo? ¡Y no le bastó con ser necio, también se puso a jugar al ángel guardián con otros! El rompecabezas perfectamente ensamblado en sus ilusiones se desbarató de golpe, ¿qué debía hacer? No podía renunciar a Adam, tan solo imaginar su ausencia provocaba que su piel se entumeciera, pero ¿de qué podría aferrarse? ¿Cómo podría saber si avanzaban o caminaban en círculos? ¡Qué estupidez! ¿En dónde había quedado el Demonio de la Radio enamorado de la soledad?
El parpadeo de los tres focos en el techo hizo que Alastor despabilara su mente y recordara la tarea que tenía consignada. Al bajar el rostro se topó con la cariñosa mirada de Vox, quien, con una sonrisa, le extendió los brazos. Alastor se inclinó para abrazarlo, en realidad deseó hacerlo, Vox había hecho méritos más que suficientes para ser merecedor de su gratitud. El estrujón duró apenas unos minutos, pero al Demonio de la Televisión le pareció sentir al tiempo compadecerse de él, los minutos se alargaron para que su piel pudiera degustar el ardor de esos brazos que alguna vez creyó suyos.
—Deberé admitir que, en ocasiones, ¡sí que sabes cómo dar un buen espectáculo! —mencionó Alastor, cambiando la silla en la que estaba sentado por el borde de la cama.
Vox tardó en reaccionar a la extraña habitación en la cual se encontraban. Desconcertado, sintió como si se hubiese echado un clavado a un lago congelado al recordar a Lucifer y su furia quemándolo. Dio un vistazo rápido a su alrededor, y la anticuada decoración le hizo suponer que se hallaban en la habitación de Alastor. Si aquel sitio era el Hotel Hazbin o no, fue algo que no pudo garantizar. Tanto para Vox como para Alastor encontrarse frente a frente fue como deambular dentro de sus recuerdos. No pudieron evitar que la historia colgando a sus espaldas se propagara por medio de extraños sentimientos. Para Alastor fue mucho más complicado, siempre lo había sido, Vox fue su primera ilusión, era su primer amor, y, en su memoria, jamás dejaría de serlo. No obstante, era un recuerdo con el cual estaba en perpetua guerra y, por ello, fue que lo sentenció al olvido. Atormentado por la idea de Adam dejándose seducir por Angel Dust y sus tentadoras habilidades, su corazón quedó desabrigado de su habitual imperturbabilidad y dejó que antiguas sensaciones lo visitaran.
—¿Qué sucedió, Al? ¿Qué pasó con Lucifer? —cuestionó Vox al tiempo que, con torpeza, intentó sentarse.
—Todo está bien. — Alastor detuvo a Vox con sus manos y lo instó a acostarse de nuevo con una amabilidad impropia de él—. Para nuestra fortuna, Charlie llegó a detener la locura de nuestro rey.
—¡Ese maldito imbécil jamás será mi rey! ¿Qué fue toda esa mierda de que se iban a casar? ¿En qué estabas pensando? —Algunos chispazos brincaron de la cabeza de Vox, quien, con una mano, apretó la manga del saco de Alastor—. ¡¿Qué te hizo ese infeliz?! ¡Pensé que él te…!
—¡Basta, Vox! —La mirada de Alastor bajó avergonzada y su tristeza se extendió a través de temblores hasta la mano de Vox—. Todo está bien…, ya pasó.
El Demonio de la Televisión soltó el saco de Alastor y volvió a recostarse. Si tan solo tuviera una oportunidad, transformaría el sufrimiento de Alastor en alegría; sin importar qué o cómo, lo haría.
—Al…, yo…
—Gracias, Vox… —interrumpió el Demonio de la Radio—. Mi viejo amigo.
—Sabes que puedes contar conmigo. Siempre te protegeré, lo juro, siempre.
La convicción en las palabras de Vox hizo que las inquietudes de Alastor se congelaran, la aprensión en su pecho le otorgó indulgencia para que pudiera disfrutar de la ofrenda recibida. La dulce y sutil sonrisa en los labios de Alastor contagió a Vox de la suficiente confianza como para atreverse a acariciarle el rostro. Estiró su mano con cautela, pero no fue preciso que se esforzara, sin tener que pronunciar palabra alguna, Alastor se inclinó para complacerlo. Vox se llenó de melancólica alegría, ¿cómo podría describirse el amor que sentía por Alastor? El mundo de Vox se convirtió en un punto flotante, nada podía comparársele a su amor por el ciervo. ¡Era horrible y hermoso a la vez! Llevaba años esperándolo, y, quizá, solo el Dios que lo había olvidado podría saber hasta cuándo seguiría amándolo. Los sentimientos de Vox explotaron, dejó que se esparcieran por las ondas electromagnéticas. Sin que existieran palabras lo suficientemente intensas para expresar su amor, quiso que Alastor lo sintiera en carne propia por medio de aquel idioma que solo ellos dos entendían. La complejidad que el corazón de Vox guardaba llegó hasta el Demonio de la Radio, quien experimentó el fuego sagrado que consumía al otro. Vox no se contuvo en su silenciosa súplica, rodeado de una muchedumbre de emociones, produjo un apagón en el hotel y algunos edificios colindantes.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
El parpadeo de la luz alertó a los residentes del Hotel Hazbin. Charlie, Husk, Adam y Vaggie se apresuraron a llegar a la alcoba de Alastor, pero, una vez que estuvieron allí, ninguno se atrevió a abrir la puerta; el silencio parecía indicar que el luminiscente alboroto había sido un simple fallo técnico y no una pelea entre los pecadores. Vaggie propuso que se retiraran, pero Charlie, aun intranquila, quiso corroborar que todo estuviese bien con Alastor; por lo que, vacilante, abrió la puerta. Los cuatro demonios se pasmaron al ver a Vox y Alastor abrazados. La princesa volvió a cerrar la puerta con el ferviente deseo de no haber interrumpido aquello que sucedía dentro de la habitación. Dado que Alastor no se apareció para reprenderlos, supusieron que su presencia pasó desapercibida. Adam mencionó que lo mejor sería que regresaran a la sala, y los demás concordaron con él; sin embargo, los pies del primer hombre no se movieron, se quedó parado sin atreverse a formular la pregunta que su imaginación deseaba plantear.
—¿Creíste que Lucifer era el único detrás de él? —expresó Husk una vez que se aseguró de que Charlie y Vaggie se hubieran alejado lo suficiente como para no oírlo.
Adam se giró hacia la voz que interrumpió sus cavilaciones, encontrándose con el enfadado rostro de Husk.
—¿Q… qué?
—Jamás me imaginé que tú también estuvieras enamorado de Alastor.
—¿Yo…? ¿Por qué cree…?
—Si pudieras verte, te reirías de ti mismo. ¿Se te partió el corazón? —Husk bufó y negó con la cabeza—. ¡Vaya! Bueno, pues, ¡bienvenido al club de los corazones rotos, somos muchos los miembros! Créeme, Alastor es experto en eso. ¿Y quieres que te diga algo más? Ese pendejo de allá adentro fue su primer amor.
La conmoción en las facciones de Adam hizo reír a Husk, ahí tenía la verdad: el primer hombre era un contrincante más, y uno peligroso, por lo visto. Husk torció sus labios, dejando al descubierto sus colmillos; todo volvía a complicarse, cuando creía que por fin se había desecho de todos sus obstáculos, otro aparecía. «¡Mierda!», maldijo para sus adentros mientras se devolvía a la sala.
Adam se quedó inerte frente a la puerta de la habitación de Alastor, preguntándose que era aquel sentimiento que parecía querer despellejarle la carne para poder escapar de su pecho.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
La sucesión de calamidades no terminó con las luces parpadeantes, minutos después, un apagón interrumpió la disposición de Charlie para cocinar la cena. Desde el bar, Husk advirtió a todos: «Vox debe estar muy emocionado de estar con Alastor, no se alarmen, ya volverá la luz». Y tal como fue vaticinado, la oscuridad se alejó al poco tiempo tan abruptamente como había llegado. Con los ánimos caldeados en el hotel, Angel Dust sugirió pedir comida a domicilio y nadie se opuso a tal idea. Aun cuando Vaggie se armó de valor para ir a invitar a Alastor y Vox a unírseles a la cena, fue rechazada con bastante cordialidad. La comida transcurrió con apenas el ruido de dientes masticando y tragando y el golpeteo de los cubiertos al chocar con los platos. La molestia en el rostro de Husk iba más allá de su tedio habitual, Adam parecía tan perturbado como si hubiese visto un fantasma, el humor de Angel Dust se arruinó al punto de enmudecer su vivaracha lengua, Niffty se unió al ayuno de Alastor, Cherry Bomb comió rápido para escapar de la tensión en el comedor y Charlie y Vaggie no pararon de intercambiar preocupantes miradas.
Cerca de las diez de la noche, un elegante carro se estacionó fuera del hotel, que Angel Dust reconoció en seguida tras asomar la cabeza por la ventana: era Valentino. Sin haberse recuperado por completo, a Vox le fue imposible transformarse en energía para regresar a la Torre de los Vees, y no le quedó más remedio que recurrir a sus colegas. Alastor y Vox salieron de la habitación riendo y se despidieron al llegar a la puerta principal. Charlie se acercó para agradecerle a Vox por haber ayudado al Demonio Radiofónico, pero solo recibió como respuesta un quejido y un leve asentimiento con la cabeza. Adam examinó a detalle cada acción de Alastor, trató de leer sus expresiones, pero no halló más que teatralidad. Un furioso nerviosismo lo pescó desprevenido, la plática que tenían pendiente lo hizo palidecer, no supo si el revoltijo en su estómago era culpa de Alastor o de él mismo, ya que, al parecer, ambos tenían secretos que confesar. Tragando en seco y con los latidos de su corazón en la garganta, se dijo que era el momento de aclarar la situación. Si había algo que le fastidiase más que lidiar con sus sentimientos, era tener que lidiar con los de otras personas. Sin embargo, el dolor de Alastor hacía mucho tiempo que le había dejado de molestar, al contrario, verlo sufrir lo saturaba de una imperante necesidad por consolarlo. Aquel día ya había sido lo suficientemente malo para Alastor como para sumarle otro martirio. Inmerso en sus reflexiones y antes de que pudiera dar un solo paso, Husk se movilizó, cual gato, y se pegó a Alastor y ambos se marcharon a la habitación de este último. «¡Carajo!», refunfuñó Adam en voz baja, pero gesticulando impotencia con sus abundantes cejas. Charlie percibió el trasfondo de la escena que se desarrollaba en la sala, y preocupada porque se desencadenara una calamidad más, se acercó a Adam, colocó una mano sobre su hombro y le dijo: «Dales su espacio, son buenos amigos. Husk ha de estar muy preocupado por Alastor». Adam se pintó de mil colores y su rostro se arrugó aún más. «¿De qué mierda hablas, perra?», le respondió avergonzado antes de huir del lugar.
Todavía a la una de la mañana, Adam seguía escuchando la música de jazz provenir de la habitación de Alastor y una que otra risa que se les escapaba a los dos pecadores. Y su impaciencia hubiese ido en ascenso de no ser por un temblor que lo sacó de sus cavilaciones. Tal evento pasó de ser una casualidad a ser un problema luego del quinto temblor. Al escuchar la puerta vecina abrirse y los pasos de Alastor y Husk alejarse, optó por imitarlos y también salió. De nueva cuenta la sala se convirtió en un punto de reunión, para cuando llegó, ya se encontraban allí todos los residentes del hotel con sus caras preocupadas y parloteando sin orden. Tras cincuenta minutos de temblores, el cielo comenzó a rugir como si soltara los lamentos de las almas pecadoras al llegar al Infierno y dejó caer una torrencial lluvia ácida. Angel Dust, Cherry Bomb y Charlie buscaron en sus celulares las últimas noticias que explicaran qué sucedía, pero solo hallaron suposiciones amarillistas. Los temblores se intensificaron al punto de tronar ventanas y producir que las paredes se coartaran. Alastor tuvo que ponerse a trabajar en los desperfectos, pero la destrucción fue más rápida que su magia, para cuando terminaba de reparar algo, ya se habían estropeado otras dos o tres cosas más. El Anillo del Orgullo se llenó de pánico y el internet se encendió con pedidos de ayuda y desesperación. La tecnología de VoxTek, así como la de otras compañías de medios de comunicación, fueron incapaces de hacerle frente a la furia de las calles, el aire no solo se atestó de ácido, una poderosa magia deshabilitó a los drones que intentaban buscar el origen de aquella tempestad, y tuvieron que pasar treinta minutos más antes de que se revelara. Charlie recibió una llamada de un número desconocido que dudó en contestar, sin embargo, dadas las circunstancias que atravesaban, terminó por hacerlo. Su rostro se transformó en una caldera de horror mientras hablaba con aquel personaje desconocido, y al terminar la llamada exclamó sin demora: «¡Es mi papá, él es quien está ocasionando todo!»
Un familiar de Charlie, miembro de la familia Goetia, pidió su ayuda para contener la furia de Lucifer. La destrucción no solo afectaba al Anillo del Orgullo, había llegado hasta el último, el de la Pereza. Varios demonios de alto rango, y que se consideraban cercanos al rey, habían intentado, en balde, acercársele; fueron desterrados del palacio tan pronto hicieron acto de presencia. La hipótesis de aquel personaje desconocido era que solo la princesa sería recibida por el diablo. Adam se ofreció para ir con Charlie, pero ella no lo creyó conveniente y solo le pidió abrir un portal hasta el palacio para que pudiera eludir la catástrofe en las calles. Vaggie y Alastor también se ofrecieron para acompañarla, pero la princesa insistió en que era peligroso. Sin embargo, el Demonio de la Radio la objetó, diciéndole que, muy probablemente, requeriría de su ayuda para tranquilizar a Lucifer. Charlie no pudo refutar tal aseveración, era verdad, si de algo estaba segura, era que el dolor de su padre se debía al ciervo. Dubitativa, terminó por aceptar la propuesta. Adam se opuso de manera rotunda y demandó ir también. Alastor, al ver su desesperación, se acercó a él y lo abrazó con total entrega. «Si algo malo sucede, ten por seguro que recurriré a ti», le dijo para tranquilizarlo. La ira, el miedo y cualquier otra aflicción en Adam, se aliviaron al sentir las manos de Alastor sobre su cuerpo. Era la primera vez que ojos ajenos testificaban el profundo afecto entre ellos, y no le pudo importar menos. Por más que quisiera aplacarlo, su corazón no escuchaba razones y corría, frenético, a entregarse sin reparo. De nada le servía razonar en soledad porque Alastor lo desarmaba con tanta facilidad que le hacía sentir insignificante. Comparado al ardor que atravesaba su pecho y le llegaba hasta el alma, todo argumento era irrisorio. En ese momento, el primer hombre sospechó que la impresión que Alastor había dejado en él sería inextinguible, ante la amenaza de perderle, un vacío se abría en su propia existencia. De pronto tuvo la idea de que, si alguna vez llegase a alejarse de manera permanente de Alastor, su vida dejaría de ser vida. Refugiándose en la curva del cuello del Demonio Radiofónico, Adam imploró a su Padre que cuidara de él en su ausencia. «Al, no le entregues tu libertad. Piensa en ti, antes de pensar en él».
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Al atravesar el portal, Alastor y Charlie quedaron impactados por el caos en el palacio del diablo. De hecho, el palacio ya no lo era más, un torbellino de escombros, girando alrededor de un agujero, era todo lo que quedaba de la antigua edificación. Alastor creó sobre ellos un escudo de sombras para sortear al viento y la lluvia que les dificultaba avanzar, pero, al llegar al borde del hoyo, una fuerza invisible impidió que Alastor pudiera continuar caminando. Charlie gritó que bajaría sola, pero el ciervo no logró escucharla y solo pudo suponer sus intenciones al verla descender sin él.
Desprovista del escudo de sombras que la protegía, Charlie fue arrastrada por el viento hasta la base del agujero. Una barricada de niebla protegía a Lucifer, pero eso no la detuvo, forzando a sus pies a soportar la rabiosa corriente, se adentró al epicentro de la catástrofe, y al cruzar la espesa bruma el horror se apoderó de ella. El diablo se encontraba suspendido entre lanzas de luz que atravesaban su cuerpo e hileras de sangre escurrían, cuales ríos dorados, desde sus heridas expuestas. La princesa no pudo reaccionar de manera inmediata, su cuerpo se paralizó sin poder asimilar que aquel acribillado hombre era su padre. La cabeza del diablo se levantó de repente, emitiendo un quejido ahogado y recuperando el conocimiento; pero, a los pocos segundos, una nueva lanza de luz cayó desde el cielo y lo atravesó, justo donde debía estar su corazón. Charlie, entonces, comprendió lo que sucedía: Lucifer trataba de matarse. Aquella escena bastó para hacerla reaccionar. Con el rostro inundado de lágrimas y vociferando el nombre de su padre, corrió hasta él y trató de liberarlo de su castigo. La desesperación la atacó cuando advirtió que nada podía hacer, no tenía forma de sacar al diablo de aquella cárcel de dolor y muerte. La lanza de luz, que minutos atrás había herido el corazón de Lucifer, se desvaneció lentamente y, pocos segundos después, volvió a levantar el rostro, dando otro sofocado gemido.
—¡Papá, detente! ¡Por favor, deja de hacerte esto! —gritó Charlie con todas sus fuerzas.
Lucifer apenas y pudo reconocer a su hija. El trance en el que se encontraba lo hizo seguir desvariando, pero Charlie no paró de llamarlo entre lamentos y una aguda desesperación. Poco a poco, el diablo fue volviendo en sí, los lejanos gritos fueron acercándose a su cordura y la lucidez comenzó a retornar a su mente. El torbellino de escombros se detuvo y, tal como si se hubiese roto un encantamiento, cayeron a su alrededor, levantando olas de polvo y produciendo estruendosos y profundos crujidos. Los suelos de todos los Anillos descansaron de los temblores y la toxicidad de los cielos menguó. Conforme transcurrieron los minutos, la calamidad que azotaba a todo el Infierno fue desapareciendo, pero no las lanzas de luz que perforaban el cuerpo del diablo. Los esfuerzos de Charlie por liberar a su padre resultaron inútiles, por más que intentó romper las lanzas, estas permanecieron intactas.
—¡Sal de ahí! ¡Papá, por favor, sal! ¡Papá, hablemos! ¡Hablemos!
Charlie tuvo que dar muchos más gritos antes de que Lucifer recobrara por completo el juicio, y una vez que lo hizo, las lanzas de luz se desvanecieron en el aire. Lucifer cayó al suelo, herido y derrotado. La carne de su rostro parecía haber sido atacada por algún animal salvaje, y su cuerpo exhibió la gravedad de las heridas abiertas y chorreantes. Charlie sintió que su corazón no podría soportar seguir viendo a su padre, todo él era un despojo, el residuo de lo que alguna vez había sido un hombre. Con la memoria anestesiada, se hincó al lado de Lucifer y trató de enderezarlo.
—¡Necesitamos ir con tía Belphegor! ¡Pa, por favor, reacciona! ¡Abre un portal! ¡Papá!
El remolino de emociones dentro de Charlie estalló, no pudo más y se aferró al cuerpo de Lucifer. La rudeza de sus lágrimas se intensificó y sus extremidades enloquecieron de nervios. En ese momento, se lamentó haberlo dejado solo.
—¡Papá, abre un portal! ¡Papá!
Lucifer estiró un brazo y acarició la cabeza de su hija sobre su pecho. Sin embargo, lejos de sentir consuelo, la culpa lo acribilló.
—Mi patito…, por favor…. —Lucifer habló con dificultad, su voz, en apenas un susurro, dejó escapar la penitencia de su alma—. Mi manzanita, por favor…, mátame. Perdón… Perdóname…
Toda Charlie se sacudió con vehemencia, sintió su sangre congelarse y a su corazón estremecerse. El pedido del diablo la dejó en shock, como si algo dentro de ella se hubiese dañado, como si alguien le hubiese transportado a otra realidad, su mundo seguía deformándose sin que pudiera detenerlo, sin que pudiera hacer algo más que llorar.
—¡¡¿Qué?!! ¡No! ¡¡¿Qué dices?!!
—Manzanita…, yo… no sé quién soy. No sé qué hago… No… no… —Conforme continuó hablando, Lucifer fue recuperando la consciencia y, con ello, el recuerdo de todo lo que había hecho—. Perdón... No soy nada…, no sé quién soy.
—¡Basta, papá! Todo estará bien. No necesitas decir más, ya lo podremos solucionar después, pero ahorita necesito que abras un portal para ir con tía Bel. ¡Por favor, hazme caso! —le pidió exasperada.
—Char…, no entiendes… no sé en qué me he convertido… —Lucifer encogió su rostro, provocando que la carnosidad de las heridas se expusiera grotescamente y que sus lágrimas se perdieron entre suciedad y sangre. La culpa y el arrepentimiento se unieron para torturarlo, era lo único que creía merecer, no podía huir. En su mente, los desgarradores gritos de piedad del niño del ovoide y de Alastor seguían encajados en su pecho, condenándolo, juzgándolo—. Yo… soy un monstruo… Yo… yo violé a Alastor.
La preocupación y el desconsuelo abandonaron a Charlie tan rápido como el disparo de una bala. Al instante, dejó caer el cuerpo de Lucifer y se levantó completamente aterrada. Había escuchado la confesión de su padre, pero no logró conectarla con la realidad.
—Mentí… Lo enamoré por vanidad, lo engañé, no tenía planeado divorciarme de tu madre. Lo seduje por mi orgullo, lo usé para llenar un vacío, lo humillé y me burlé de él. Y cuando creí que ya no me servía, lo cambié por alguien más. —Los ojos de Lucifer no se despegaron de Charlie, ellos reflejaron la flagelante culpa que lo martirizaba—. Solo hasta que lo perdí, fue que pude darme cuenta de que en verdad lo amaba. ¡Y no pude soportar su rechazo!, ¡lo obligué a permanecer a mi lado!
La culpa arremetió contra la fortaleza de Charlie. El pavor la hizo temblar al darse cuenta que las palabras de su padre encajaban repulsivamente en los acontecimientos ocurridos durante el último año en el Hotel Hazbin: la advertencia que alguna vez le hiciera Alastor, el amorío con Angel Dust, la pelea con Husk, el divorcio, las persecuciones, la apresurada boda, el atentado de muerte contra Vox y Adam. ¡Todo fue causado por la malicia de aquel ser extraño que se retorcía de dolor a sus pies! Como un electrizante rayo, el odio llenó el corazón de Charlie, desprovista de compasión, la cólera se inyectó en sus venas y envenenó su alma. Nunca antes había deseado la muerte de nadie, pero, en ese momento, un visceral deseo por ver consumada la extinción del diablo la enajenó. Sentimientos que jamás había experimentado la arrojaron a un mar vengativo; en sus adentros, la decepción avivó el rencoroso fuego que la hizo sentir que, en verdad, era un demonio infernal.
—¿Cómo pudiste? ¡¡¡¿Qué fue lo que hiciste?!!! ¡¡¿Quién mierda eres?!!!
El padre de Charlie era un demonio amoroso y gentil, un ser de luz que albergaba esperanzas por el alma de los pecadores que llegaban al Infierno. El padre de Charlie era un hombre apasionado por la belleza y enamorado de los pequeños detalles que le entregaba el mundo, era un rey que, aun siendo el más poderoso, no gustaba de tomar ventaja de su posición. El padre de Charlie era tierno, sonreía con vivacidad y usaba la imaginación para dar vida a sus creaciones. El padre de Charlie era eso y mucho más, pero no aquel despiadado monstruo que pedía perdón, envuelto en sangre e inmundicia.
—Mi… mi manzanita…, perdón. Dile a Alastor que me perdone, dile que en verdad lo…
—¡NO! ¡CÁLLATE! ¡CIERRA LA JODIDA BOCA, NO TE ATREVAS A PRONUNCIAR SU NOMBRE! ¡NO TE ATREVAS A DECIR QUE LO AMAS! —gritó Charlie con voz vibrante. Su cuerpo no paraba de convulsionar, entre más escuchaba al diablo, más repulsión sentía por él—. ¡LO QUE HICISTE NO TIENE PERDÓN! ¡¡¿OÍSTE?!! ¡NO TIENE PERDÓN!
La tormenta de emociones engulló a Charlie, sintió su piel despostillarse, como si su identidad mudara, como si se trasformara en otra persona. Deseó desaparecer, si continuaba en aquel sitio, la presencia de su padre la enfermaría. El odio pisoteó su sensatez, se creyó incapaz de sentir algo más que rencor y rechazo, Lucifer la destruiría, quien alguna vez fue su guía, sería el mismo que terminaría por corromperla. Intentó mantener la templanza, pero la violencia de sus sentimientos fue más fuerte que sus convicciones. Sus manos crecieron de tamaño y un tono rojizo las pintó. Largos y amenazantes cuernos brotaron en su cabeza y sus ojos se prendieron de fuego. La disputa entre expulsar su ira y mantener la cordura hizo que sus extremidades temblaran, como si quisiera exorcizar la decepción que perforaba en lo más profundo de su alma y destruir las esperanzas que albergaba por su padre. Expulsó un desgarrador grito, aun con el odio clamando venganza, no pudo satisfacer a la malevolencia murmurándole al oído.
—Char…, mi manzanita… Lo siento, lo siento.
Un inusitado deseo por hacer callar a Lucifer se plantó en las manos de Charlie, no obstante, el último hilo de su integridad la hizo darse vuelta y abandonar al diablo. Antes de que lo notara, sus pies corrían tambaleantes; huía, pero no sabía ni a dónde ni porqué. El dolor se coló entre su ira, generando que su pecho retumbara con mayor vigor. Se olvidó de todo, solo siguió corriendo sin rumbo y se dejó guiar por la desesperación. Poco antes de que llegara a uno de los extremos del agujero, varias sombras en forma de tentáculos rodearon su cuerpo, haciéndola caer, pero no tocó el polvoriento suelo, la sombra de Alastor la pescó con gran precisión. Aun con la conciencia adormecida, observó a Alastor extendiéndole la mano, quien, al no verla reaccionar, se inclinó para sujetarla y la levantó. No puso resistencia, observar el rostro de Alastor aplacó el hervidero emocional en su interior.
—Tenemos que ir por tu padre, aun no podemos marcharnos —mencionó Alastor con tanta tranquilidad que una nueva oleada de culpa castigó a Charlie.
—¡Al! —Los errores de Charlie se presentaron como látigos en su mente. Impulsada por el afecto que sentía por el ciervo, se abalanzó sobre él y lo estrujó con vehemencia—. ¡Perdón, Al! ¡Trataste de pedir ayuda, y yo fui tan ciega! ¡Perdón, perdóname!
Nunca antes la ingenuidad le pesó tanto a Charlie, lo fue, y las consecuencias de sus decisiones le carcomieron la conciencia. El remordimiento no le permitió respirar con tranquilidad, en ella quedó una repugnante mancha que creyó jamás podría borrar. Se sintió asqueada de sí misma al recordar cada malsano acto de Lucifer que dejó pasar por alto. No pudo engañarse, en el fondo ya lo había presentido. Cada mentira piadosa que dijo para calmar la ira de su padre, cada que restó importancia al extraño comportamiento de Alastor, cada que le dio una oportunidad al diablo, cada que miró hacia otro lado para no causar más problemas. Allí, en cada una de sus decisiones, tuvo la oportunidad de rescatar a Alastor, pero no lo hizo, prefirió a su padre, prefirió callar para mantenerlo a su lado.
—¡Al, perdón! ¡No sé cómo…! ¡Perdón, de verdad, lo siento mucho!
Alastor quedó consternado por el quiebre de Charlie. La aflicción que mostraba parecía que la partiría en mil pedazos y sus manos lo apresaban como si temiera desaparecer. En un instante, su corazón bramó por el presentimiento de lo que aquel perdón pudiera significar.
—¿Qué sucedió? ¿Qué pasó con Lucifer? —preguntó el Demonio de la Radio, oscilando entre el miedo y la angustia.
—Me dijo todo, me confesó todo lo que te hizo… Al, me dijo que él… —La voz de Charlie salió con miedo y emparejada al dolor. El hecho de tener que repetir las palabras del diablo le pareció un agravio en contra de Alastor, no pudo, su lengua se detuvo como si temiera cometer una ofensa.
La dicotomía entre el amor y el odio dentro de Alastor se revolvió con furia. El arrepentimiento del diablo le produjo una amarga victoria, había deseado por tanto tiempo que Lucifer enmendara sus errores que una parte de él resucitó. Una vocecilla lejana le dijo: «Tenías razón, siempre la tuviste. Él te ama, tu amor lo reparó, por ti, él está dispuesto a cambiar». Sin embargo, aquel arrepentimiento llegó tarde, muy tarde. Lo que sentía por Lucifer no era ni la sombra de lo que alguna vez fue. Su corazón lloró, pero no supo si lo hacía por felicidad o tristeza.
—No digas más…, es suficiente —concluyó Alastor, tragándose la ambivalencia en su corazón, y se obligó a terminar la tarea inconclusa que los había llevado hasta el palacio de Lucifer—. Eso no importa en este momento…, tenemos que ayudar a tu padre antes de que provoque otra catástrofe.
Las palabras de Alastor fueron como un hechizo puesto sobre los labios de Charlie, quedó enmudecida. Ella se alejó del pecho del Demonio Radiofónico tan rápido como las fuerzas en sus brazos le dieron, lo tomó de los hombros y se quedó viendo, absorta, la serenidad en su mirada.
—Querida, no es el momento para desmoronarse. Recuerda que eres la princesa del Infierno, si cae Lucifer, eres tú quien debe tomar la batuta.
Charlie soltó por completo al ciervo mientras su mente hacía un gran esfuerzo por articular lo que sucedía con él. ¡Quién sabe que horrores habría padecido en manos de su padre! ¡¿Cómo podía siquiera pensar en ayudarlo?!
—Pero…, Al. ¿Por qué…? —Charlie vaciló en la construcción de sus oraciones, ni ella misma sabía qué quería decir, pero algo quería expulsar de su pecho—. ¡Mi padre te violó!
Rápido, Charlie se tapó la boca con ambas manos, penalizándose por haber insultado a Alastor. Mencionar en alta voz la desgracia del otro le hizo sentir como si le hubiese clavado un puñal en la herida abierta. Alastor no mostró perturbación alguna, su rostro seguía sonriente y sus ojos tan duros como los de un dictador, sin embargo, un aire de reproche deambuló a su alrededor.
—Sé lo que hizo y, aun así, nuestro deber es ayudarlo.
—¡No! ¡No lo haré! —exclamó Charlie, volviendo a fruncir el rostro.
—¡Qué extraño! Pensé que eras una apasionada creyente de la redención, no creí que tus convicciones tuvieran un límite tan corto. —Alastor ensanchó su sonrisa e hizo bailotear los dedos de sus manos con fina gracia.
—¡Esto es diferente!
—¿Por qué? ¿Acaso es porque a la persona a quien debes perdonar es una a la cual amas? ¡Oh, mi encantadora niña! ¡¿Hasta ahora notas que tu padre es el diablo?! ¡Qué dulce de tu parte, pero bastante ingenuo a mi parecer!
—¡Al, basta! ¡Esto no es sobre mí! ¡Nada de esto es por mí! ¡Lo que él te hizo…!
—¡Charlie, escucha! Los monstruos… nosotros los monstruos nacemos en la soledad. El dolor se convierte en odio, y el odio corrompe el alma. Lucifer es mucho más que tu padre…, es el ser más poderoso después de Dios, ¡recuérdalo! Piensa bien lo que harás. Si realmente crees en la redención, ¡demuéstralo y no permitas que se convierta en el peor monstruo que jamás existió!
Notes:
¡Hola!
Bueno, ya estamos en la última parte de esta historia. Como les mencioné, aun no sé cuantos capítulos faltan, pero no creo que sean más de seis. Aun falta que pasen varias cosas con algunos personajes y que se acomoden otras. Por cierto, si estuvieran en el lugar de Charlie, ¿ayudarían a Lucifer? Una de las reflexiones que me he hecho con respecto a Hazbin Hotel, es el límite de maldad que Charlie podría aceptar para los pecadores que quieren redimirse. Cuando pienso en los humanos que, de existir el Infierno, pudieran llegar allí, solo puedo suponer que son humanos en verdad malévolos, ruines, aquellos que han cometido actos innombrables. Mi hija, quien es la persona por la cual conocí la serie, me dice que no piense en eso, que no empiece con mis cosas raras y solo la disfrute. Jajajaj, quizá debería hacerlo, aunque pensar es lo que hace que imagine estas historias.
Un usuario, KiriMart_17, escribió en un comentario que teme de las historias donde Lucifer es el malo, porque al ser el más poderoso del Infierno, sería complejo, e incluso imposible, vencerlo. Yo pienso lo mismo, no puedo concebir que sea derrotado. Por eso motivo, en la historia de "La Batalla de los Reyes Infernales" no pude castigarlo ni matarlo, me pareció complicado. Al menos en la otra historia, Paimon era influyente, poderoso y gran conocedor de la magia, pero en esta no existe algo así. Sin embargo, no quise que los actos de Lucifer quedaran impunes. Él mismo es su perdición. Que preferirían ver, ¿un Lucifer redimido o uno convertido en monstruo?
Bueno, es todo por hoy.
¡Muchas gracias por seguir la historia!
Saludos, ¡nos seguimos leyendo!
:)
Chapter 25: Capítulo 24: Promesas
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
—Supongo que tendré que recurrir al favor que me adeudas —pronunció Alastor, ladeando la cabeza y con sus ojos y boca brillando.
—No… —Charlie retrocedió un paso y encogió los brazos sobre su pecho, protegiéndose—. No es necesario…, ¡creo en la redención!
La princesa no entendió la insistencia de Alastor por ayudar a su padre. Pero, una vez dentro de la limusina en la que Husk llegó para recogerlos, y durante el camino de regreso al hotel, varias suposiciones le llegaron a la cabeza mientras lo miraba atender las heridas del diablo con sumo cuidado y fervor, aunque sonriendo cual cazador al pegarle un tiro a su presa. Una mezcla de conmiseración y ansiedad se asentaron en la base de su estómago, aquel comportamiento la puso nerviosa, como si fuera un mal augurio. Y no fue para menos, no cupo la satisfacción en Alastor de ser el hombre por el cual Lucifer puso de cabeza al Infierno. ¡Había querido morir por él! ¡Se confesó ante su queridísima hija aun a riesgo de perderla! ¡Su arrepentimiento lo llevó a la locura! Allí, sentado en la parte trasera de la limusina y con la cabeza de Lucifer en su regazo, sintió que tenía en sus manos al ser más poderoso del Infierno. La tentación tuvo efectos amnésicos, su memoria se enzarzó por el tumultuoso recuerdo de sus ambiciones pasadas.
Al llegar al Hotel Hazbin, la conmoción no se hizo esperar tan pronto vieron a Alastor atravesar la puerta con Lucifer en sus brazos; detrás de ellos entraron Charlie, frotándose los brazos, y Husk, refunfuñando por lo bajo. Vaggie se unió a Alastor y acató cada orden que le dio. «Trae agua tibia y un paño limpio. Debemos cambiar las sábanas, trae unas de mi recámara. Necesito vendas, pero que sean nuevas, búscalas». Como antaño, Alastor hizo todas las tareas de curación con sus propias manos y solo usó magia para lo indispensable; se dio el gusto de recrear, por última vez, las atenciones que habían enamorado a Lucifer. Tras asegurarse que estuviese cómodo y fuera de todo peligro, el éxtasis que lo mantenía hechizado se extinguió. En sus manos, sintió a la tentación convertirse en escarnio; a sus pies, su sombra se burló de él y, al levantar el rostro, un bombardeo de miradas cargadas de lástima lo atacó. La satisfacción se evaporó y solo quedó la huella de su debilidad. Tratando de evadir cualquier comentario crítico, le dio la orden a Charlie de custodiar a su padre y se retiró de la habitación. Los huéspedes, en medio de un sepulcral silencio, se hicieron a un lado para permitir su huida.
Alastor se sintió repelido, como si fuera portador de una enfermedad contagiosa; después de girar en la esquina del pasillo, su rectitud comenzó a desintegrarse. Primero fue su respiración indomable; luego, sus músculos tensionados; le siguió el sudor frío destilando de su piel; y, por último, sus mejillas se deformaron por hilos que lo obligaban a sonreír. El Hotel Hazbin le pareció un lugar extemporáneo, prohibido, volátil. «Fue lo correcto, lo hiciste por Charlie, lo hiciste por ellos..., lo hiciste por él», se dijo a sí mismo. El pánico asfixió su garganta, sus manos hormiguearon por la desesperación de encajarse en su piel, sus oídos se llenaron de chirridos y el terror se dilató en su vejiga. El camino se tornó confuso a sus ojos, un revoltijo de rayas, manchas y puntos lo rodearon. Sus sombras lo mantuvieron de pie y le ayudaron a llegar hasta su habitación, sin embargo, incluso allí, la alienación no lo abandonó.
—¡Contrólate! ¡Deja de pensar estupideces!
El aire quemó sus pulmones, sintió que lo haría estallar, alzó la voz para deshacerse de la histeria abrasante. Una maraña de pulsaciones lo contrajo, le hizo sentir que sus extremidades no eran suyas, como si su cuerpo y su mente desencajaran. Al mirar sus manos no pudo reconocerlas, esas manos no podían ser suyas, esas necróticas manos eran las de un cadáver. Las observó con terror, ellas se reían de él en medio de su putrefacción, y el vehemente deseo por mutilarlas lo sobrecogió. Desde su espalda, varios tentáculos brotaron y se clavaron en el piso, los tablones de madera crujieron como el masticar de viejos huesos. Una sombra humanoide se alargó por debajo de sus pies hasta llegar a uno de los extremos de la habitación y, allí, continuó creciendo por la pared y luego por el techo. Alastor luchó por ignorarla, sabía que significaba; el miedo se enraizó a su piel al sentir unos redondos y gigantescos ojos rojos sobre su cabeza, lo cubrió como una pesada manta mojada. «¿Quién eres?», escuchó el reclamo a lo lejos. No pudo hacer frente al interrogatorio, la pesquisa de su alma lo halló indefenso y con sus sentimientos mortajados. «¿Quién eres?», crepitó la voz. «¿Quién eres?», demandó la voz.
La luz entrando de soslayo al abrirse la puerta espantó a las sombras, estas corrieron a refugiarse bajo la protección de su amo. Alastor se contorsionó por la ruptura de sus visiones, no solo se tragó a sus sombras, los hilos verdes en sus mejillas succionaron el terror y lo transformaron en una sonrisa. Pero el eco de las voces, análogo al pulso de una máquina, perseveró en su reclamo: «¿Quién eres?». La advertencia en aquella pregunta lo hizo cogerse de la realidad, como quien despierta de una pesadilla, o, quizá, como quien entra a una.
—¿Qué quieren? —gritó iracundo el ciervo.
—Soy yo. —Adam entró al cuarto y encendió las luces con magia. En su rostro, la angustia machacaba cada una de sus facciones.
Alastor se esforzó por enderezarse y recomponer su semblante, sin embargo, Adam no se dejó engañar; la oscuridad rodeaba al ciervo, lo tragaba en carne viva y trasgredía su mirada. Tras cerrar la puerta y asegurar el pestillo, corrió hasta donde Alastor y trató de abrazarlo, pero este lo rechazó y, con falsa solemnidad, se giró para encararle.
—Al, ¿qué sucede? Soy yo —dijo Adam, pasando la mano varias veces sobre el rostro de Alastor para ratificar que se encontrara en sus cinco sentidos.
—Lo sé…, no soy estúpido. ¿Qué sucede? —Alastor ladeó el rostro con irritación, molesto por las indagaciones de Adam.
—Pensé que… —Temiendo cometer una imprudencia, el primer hombre escondió su preocupación y modificó su estrategia para abordar al ciervo—. Es que… teníamos una charla pendiente, pensé que, ya que el lío se había acabado, podría aclararte todo.
—Olvídalo, no hay nada que aclarar. Puedes marcharte, necesito descansar…, quiero estar solo.
—Al, por favor…
Adam sintió que su corazón era lapidado, la reticencia de Alastor a sus ruegos lo convirtió en una estatua, estaba allí, de piedra e incapacitado. La triste aura de Alastor lo dejó varado en un desierto nocturno, sus sentimientos eran inmensos como aquel horizonte azul, pero volaban sin control como la arena. Aun habiendo sido rechazado, nuevamente intentó abrazar al ciervo, pero esta vez no se rindió con facilidad. Forcejearon por unos minutos hasta que Alastor claudicó ante la tibieza del cuerpo de Adam.
—¡Por favor, Al! ¡Ignora mi dolor, pero no ignores el tuyo! ¡Déjame ayudarte! Cuando te veo sufrir, todo mi mundo se apaga, nada existe, nada es, nada tiene sentido…
En la mente de Alastor, las palabras de Adam se diluyeron como la lluvia. Allí dentro, las voces se enemistaron con el primer hombre y discreparon sobre el significado de su confesión: «Si Adam sufriera por tu dolor, entonces se entregaría a ti, pero no lo hace. Él miente, su mundo sonríe cuando tú lloras». En lugar de sedativas, las palabras de Adam le parecieron insensatas, imprudentes, venenosas; pero calló, él y las voces en su mente aplazaron su veredicto.
—Estoy cansado…, confundido… solo necesito dormir. Mañana todo estará en su lugar…
—No intentes engañarme, por favor, Al. Sabes que conmigo no necesitas guardar tu dolor. ¡Solo quiero ayudarte! ¡Sabes que solo quiero eso…!
—Sí…, sí. Lo sé. —Alastor apretó los labios. Debió recordarse que Adam en realidad solo quería eso, ayudarlo y nada más—. Mira, si tanto deseas ser útil, ayúdame a dormir. Estoy… nervioso, necesito tranquilizarme…, solo quiero dormir.
—¡Claro! No te preocupes…, te dormiré como si fueras un bebé —mencionó alegre el primer hombre—. Ahora que lo pienso, nunca hemos dormido en tu habitación, hoy será la primera vez que…
—No…, solo ayúdame a dormir. Después ve a tu cuarto…, por favor.
Un chubasco de adrenalina afectó al primer hombre, se sintió agitado. La petición de Alastor, tan inusual como inflexible, la sintió como un ultimátum. ¿Qué era lo que Alastor trataba de romper? No era su amistad, no era su camaradería, no era su alianza, era algo sin nombre.
—Bueno, si es lo que quieres…, está bien, Al.
Con magia, el Demonio Radiofónico cambió su traje por un pijama de dos piezas y se acostó en su cama. Adam, nervioso, le siguió y se acomodó a su lado. Esa madrugada no hubo bata roja, la respiración de Alastor no descansó sobre el pecho del ángel, y el deseo de sus manos inquietas fue censurado. Solo tuvo el desprecio de una espalda que dijo buenas noches. Adam intuyó que una decisión transcendental estaba tomándose en ese momento, en ese cuarto y en medio de ese silencio, una de la cual parecía no tener voz ni voto, una que ni siquiera entendía. Nada había sucedido aun, pero el arrepentimiento ya había comenzado a pasarle factura. No sabía qué o porqué, pero, dentro de él, alguien le rogó para que reaccionara.
—Oye…, sé que me dijiste que no debo aclararte nada, pero… quiero hacerlo. —Adam pasó saliva, intentó tragarse el bulto en su garganta que debilitó su voz y sus manos no pararon de tamborilear sobre la espalda de Alastor al masajearla—. Mira, lo de Angel Dust solo pas…
—¡Detente! —interrumpió Alastor—. Si no quiero oír tus explicaciones es porque no las necesito. Dejaste muy en claro que lo que entendemos como íntimo y especial son cosas diferentes, y también tuviste la gentileza de esclarecer que, para ti, el sexo no tiene nada de especial. ¿Qué más necesitas explicar? ¡Ahórrate los detalles! No los necesito.
—¡No, Al! ¡Por eso quiero expl…!
—¡Sal de mi habitación! Si vas a seguir con lo mismo, prefiero que te vayas. ¡No quiero oír nada más sobre eso! ¡¿No entiendes que solo quiero dormir?!
—Perdón, Al…
Sin saber si aquel perdón era por haber destrozado sus ilusiones o importunarlo, Alastor se apretó consigo mismo y encajó su rostro contra la almohada. Adam lamentó haber dejado pasar el momento oportuno para explicarse, porque, tal vez, ya no podría hacerlo en el futuro. Su ánimo palideció tal como su rostro y el cosquilleo en su garganta se acentuó. Sin nada más que hacer, redujo el espacio entre ellos y continuó masajeando la espalda de Alastor. Al no tener acceso a la frente del ciervo, besó la parte posterior de su cabeza antes de atreverse a hablar otra vez.
—Al…, pongo de testigo a Dios para confesar que mis sentimientos son genuinos, solo él sabe hasta qué punto me están consumiendo… Lo juro tres veces por el nombre de mi Padre, y yo sería incapaz de jurar en vano…
¿Desear su amor lo convertía en un pordiosero o en un ingenuo? Alastor se negó a dejarse llevar, una vez más, por el recuerdo de sus ilusiones. Escuchó a Adam, pero reprimió la fe ciega que tenía por él. No le creyó, no quiso creerle, el dimorfismo en su alma distanció sus anhelos de la evidencia de la realidad. La almohada bajo su cabeza se convirtió en la tumba donde sepultó sus lágrimas, silenciosas, bajaron para el sepelio de su amor.
—¿Cómo hago para no dudar de la única verdad que me ha acompañado toda la vida? Este sentimiento es más fuerte que yo. ¡Tú me despojas de todas mis creencias!
Entre más hablaba, la frontera entre el corazón y la lengua de Adam se perdió, un solo camino lo llevó a defender sus acciones, a respaldar la sinceridad de sus sentimientos, a buscar indulgencia para su indecisión. Aquello que deseaba escuchar Alastor, Adam quería decirlo, pero años de lealtad celestial le impidieron hacerlo. La cabeza del Demonio de la Radio dio vueltas, inmersa entre el choque de dos océanos. El niño en su interior lloró de felicidad, el hombre en su interior lloró de tristeza, pero ambos pidieron amnistía para su amor.
—Alguna vez me prometieron felicidad, pero ningún camino me llevó a ella. —Vacilante, Adam se aferró al cuerpo de Alastor y encajó su rostro en la curvatura de su cuello, aspirando el místico aroma emanando de él—. ¡Pero ahora lo sé!… Alastor, tú eres mi promesa de felicidad. Aun no me marcho, pero ya he comenzado a morir por tu ausencia, ¡y moriré cada día cuando ya no esté aquí! ¡Tú y Dios están en el mismo altar en mi corazón! Yo no nací cuando fui creado, ¡nací cuando te conocí a ti…! Tú me convertiste en un hombre…, mi corazón ya no es virgen, sangra y sufre como el de un verdadero humano.
Alastor dejó que las palabras de Adam avivaran las llamas dentro de él, dejó que el fuego se extendiera hasta el último rincón de su ser, dejó que destruyera todo, porque, al día siguiente, solo cenizas quedarían. Adam declaró su amor a un Alastor moribundo, a uno que estaba por convertirse en otra de sus sombras, en otra de sus condenas. Ese Alastor se uniría al niño que seguía castigado bajo una máscara sonriente. Sin desear morir, ese Alastor no paró de navegar entre aguas saladas y suplicó hasta su último aliento, hasta que el sueño llegó para reclamar su existencia. Lo único que quedó de esa madrugada fueron las voces repitiendo: «¿Quién eres?, ¿quién eres?», hasta que, en sueños, Alastor halló la respuesta.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Según Angel Dust, tenía motivos más que suficientes para aborrecer al Demonio de la Radio, y deseaba, con gran energía, que todos vieran la verdadera naturaleza de su alma. La noche que Adam y Alastor desaparecieron, el Hotel Hazbin se llenó de sospechas. La mayoría, naturalmente, supuso que la convivencia entre ellos había pasado de ser una extraña amistad a un extravagante romance. Al pensarlo bien, Lucifer, Husk, Vaggie y Cherry Bomb encajaron el comportamiento de ambos en un tórrido y siniestro amor. Charlie y Niffty corroboraron lo que ya sabían, pero que callaban como un secreto sin dueño. Sin embargo, Angel Dust fue el único que culpó a Alastor de haber fraguado una venganza en contra de Adam. Intentó persuadir a Charlie para que se unieran a la desesperada búsqueda de Lucifer, pero su idea fue descartada. «Adam no corre ningún peligro, hazme caso, si está con Alastor, está bien», le dijo para tranquilizarlo. De principio, le pareció descabellado que todos creyeran que Adam se hubiera convertido en otro de los enamorados de Alastor y, de hecho, tal pensamiento le molestó sobremanera.
Lo más sensato para quien no es correspondido en el amor es la aceptación y buscar el camino adecuado para sanar las heridas que causa el rechazo. Sin embargo, Angel Dust no pudo ni quiso rendirse ante alguien tan nefasto como Alastor cuando confirmó que Husk estaba perdidamente enamorado de él. Por lo que optó por una estrategia mucho más conservadora de la que usaba con la mayoría de sus conquistas; sin conocer el trasfondo de la historia entre ellos, decidió que le haría ver a Husk que el Demonio de la Radio no lo miraba como algo más que una herramienta. Porque, ¡vamos!, ese monstruo sonriente era incapaz de sentir amor. ¿Cómo Husk podía ser tan ciego? ¡Era evidente!
El tiempo aparentó ser amable con Angel Dust, tras ocupar el puesto como amante oficial de Lucifer, su abatimiento se aplacó gracias a su vanidad que desorbitó de la realidad. No fue ingenuo, no se creyó amado y él tampoco se enamoró; pero, en la amplitud de su imaginación, saboreó todos los beneficios que podría obtener. Lidiar con Lucifer no le fue complejo, bastaba con exponer sus habilidades y adularlo en la cama, después de eso la relación entre ellos mejoró. Pese a su apática personalidad, le permitió quedarse después del sexo, lo alimentaba y hacía aparecer sus bebidas favoritas; incluso recibió obsequios que, pese a que eran baratijas para Lucifer, para Angel eran costosísimas. Eso lo llevó a pensar que, con el tiempo, el diablo podría llegar a estar dispuesto a hacer mucho más por él. Y se debe reiterar, Angel Dust nunca aspiró a que Lucifer se enamorara de él, conocía la historia de su esposa fugitiva y pensaba que era imposible que el rey llegara a amar a alguien más. No obstante, nunca imaginó que los motivos para que lo eligiera como amante se debieran a Alastor. Luego de la pelea que tuvo con Husk, la personalidad de Lucifer cambió de manera drástica, la poca amabilidad que le mostraba desapareció y su relación pasó de amantes a ser la de cliente-prostituto. Los celos se tiñeron de odio cuando el nombre de Alastor se volvió una súplica constante de la boca de Lucifer. El último encuentro que tuvieron ocurrió el mismo día en que Vox visitó el Hotel. Ya en la noche, los servicios de Angel Dust perdieron su valía tras no lograr que el rey se excitara.
—Puedo presentarte a uno de mis amigos, o amigas si lo prefieres. Te aseguro que harán un trabajo que te volará la cabeza.
—Así déjalo, no me interesa. El chiste de esto era que Alastor se diera cuenta de lo que perdió, ¿para qué querría cogerme a más putas? Si ese fuera el caso, iría a Lujuria, ahí tienen cosas que valen más la pena. Hasta aquí llegamos con esto, ya no vengas más. ¡Esto fue un jodido error!, ¡un puto error! Y ya no puedo cometer más…, o Alastor jamás me perdonará. Te pagaré lo de un mes más, pero ya no regreses. —El diablo invocó un sobre regordete y lo lanzó al extremo de la cama donde Angel estaba sentado—. Y escucha bien esto, todo lo que pasó entre nosotros jamás saldrá de tu asquerosa boca, ¿entendiste?
Enterarse que Lucifer lo escogió como su amante, no por su belleza o su personalidad, sino porque vivía en el hotel y de ese modo podría exhibirlo frente a Alastor, ocasionó que aborreciera aún más al ciervo. Sin embargo, ese desprecio se deformó en un intenso deseo por verlo sufrir cuando buscó en Husk algo de consuelo.
—Angel, ¡es el puto diablo! ¡Ese bastardo es mierda! ¿Qué esperabas?, ya sabías qué era lo único que quería.
—¡No soy pendejo!, no esperaba que se enamorara de mí, pero no tenía por qué ser un idiota. Dime las cosas por su nombre, ¡sí, fui su puta! Pero mira, ahí está Alastor que también lo fue, y a él lo trata como si fuera no sé qué cosa.
—¡Hey, no! Ni se te ocurra embarrar a Alastor en esto, él no tiene nada que ver con las pendejadas que haces. ¡Él no es la puta de nadie!
—¡Guao!, ¿el gatito salió a defender a su dueño? Te apuesto que Lucifer también lo puso de cuatro en su cama, y, hasta donde todos sabemos, el rey sigue casado. Eso, ¿en qué convierte a Alastor?, ¿mmm?
—¡No sabes ni una mierda! El imbécil de Lucifer planea divorciarse, cree que así logrará que Alastor regrese con él, pero ¿adivina qué? Alastor sí tiene dignidad y lo rechazó, él no necesita andar ofreciéndose para recibir limosnas.
Por varios días, Angel Dust vivió con la ira desgarrando su estómago, deseó que Alastor sufriera el peor tormento que el Infierno pudiera ofrecer y se alegró muchísimo cuando lo vio doblegado ante el acoso de Lucifer. A sus ojos, tanto Alastor como él mismo, no eran más que las putas del rey, y tal pensamiento lo hizo retorcerse de la risa. Un día, en un arranque de lástima, se acercó al ciervo y le dijo: «Todo mejorará, no estás solo». Ofrecer su conmiseración redujo el volumen de la humillación gritando en su interior, le hizo sentir piadoso, humanitario, como si fuese un bondadoso misionero que da esperanza a los desvalidos. Pero sus benéficos sentimientos terminaron cuando Husk le retiró su atención y se la entregó de lleno a Alastor.
Por ese tiempo, para su fortuna, la odiosa personalidad de Adam fue aplacándose. Ni él ni la mayoría de los huéspedes imaginó que tal cambio se debiera al ciervo, pero le sentó de las mil maravillas. Con Adam podía hablar tonteras, cosas sin importancia, él entendía su sentido vulgar y libidinoso de humor, no tuvo que esforzarse para que congeniaran. Es más, una morbosa curiosidad lo movió a querer descubrir todos los atributos de los cuales se jactaba con gran orgullo; y, después de la primera Noche de putas, quedó fascinado. Adam en verdad era un experto en la cama, sus habilidades se convirtieron en la sensación de todos los burdeles de Orgullo. «¡Ojalá tuviera una puta vagina!», se quejó con Cherry Bomb varias veces. Sin embargo, aquellas Noches de putas le ocasionaron graves problemas con Valentino, quien, lleno de celos, lo reprendió con crueldad y lo hizo trabajar en videos cada vez más asquerosos. Los días de Angel Dust se tornaron desesperados y se llenaron de miedo. Le aterraba el reloj, le aterraba las notificaciones de su celular, le aterraban sus sueños en donde Valentino seguía torturándolo. Su pánico no pasó desapercibido a ojos de Adam, a quien, después de una implacable insistencia, le confesó la tortura que vivía a manos de su jefe. «Puedo ayudarte, puedo darte fe, eso aliviará el dolor de tu alma», le ofreció el primer hombre. La calidez de los brazos de Adam hechizó a Angel Dust y no se contuvo en pedir y pedir más sesiones de fe; pasaron a ocurrir una o dos veces por semana, a ser casi diarias.
Adam era un pésimo conversador, fuera de la cháchara pervertida, rara vez hablaba de algo más, pero resultó ser un buen oyente. Angel Dust compartió gran parte de su vida con él, sintió que su compañía era valorada y llegó a pensar que en verdad eran amigos. Esta última suposición, aunada a las Noches de putas, impulsó a Angel Dust a tantear los límites sexuales de Adam cuando este cayó en una espiral de impotencia sexual.
—Mira, puedes cerrar los ojos y pensar que es una mujer quien te la está chupando. Créeme, mi boca hace magia.
—Nony, no quiero que esto se vuelva raro. No me gusta meterme con quienes vivo porque tienden a esperar algo más de mí.
—¿Con quién putas crees que hablas? ¡Soy un profesional! Prometo que jamás te saldré con una mierda rara. Ya sé que don Vergotas no ama a nadie, sí, sí. ¿Qué otra cosa debo saber?
—Sé que no eres una mujer sentimental, pero… no sé. En verdad, Angel, nunca mezclo el sexo con el amor. ¡Si supieras todas las veces que he tenido que lidiar con el lloradero de mujeres! ¡Aggh, qué fastidio! Y, no me lo tomes a mal…, pero a veces me da la impresión de que tienes una gran necesidad de afecto. ¡No lo digo para ofenderte!, pero, ¡puta madre!, no quiero que esto se vuelva una mierda de problema —dijo Adam con voz cansada.
El primer hombre en verdad creyó que Angel Dust y él se encontraban en sincronía. Aceptó el trato y acordaron que, cada que tuviera urgencias sexuales, Angel Dust lo ayudaría con una buena dosis de sexo oral; y tal experimento resultó, su miembro en protesta resucitó. Una pequeña ilusión nació dentro de la araña por ser el hombre que había logrado doblegar la heterosexualidad de Adam, o eso supuso, porque la realidad distaba de sus fantasías. Adam no solicitó su ayuda con la regularidad que él hubiese deseado, pero le bastó con creerse el único que podía complacer a su lujuria. Poco más de dos meses tras el pacto sexual, el odio de Angel Dust por el Demonio de la Radio revivió. La mayor parte del tiempo Adam y Alastor se la pasaban juntos realizando entretenidas y melosas actividades. Y, al igual que Lucifer, habría sospechado de ellos de no haber sido por Charlie, quien pregonaba día tras día que le había encomendado a Alastor la tarea de mantenerlo ocupado. ¡Claro que debía ser obra de la Princesa Arcoíris! ¡Alguien tan noble y deseoso por redimirse jamás hubiera puesto los ojos en ese despreciable monstruo sonriente!
El último encuentro sexual que se dio entre Adam y Angel Dust fue una tarde después de haberle compartido su fe. Adam no requirió su ayuda, pero Angel insistió diciendo que hacía mucho tiempo que no tenía una descarga. El ambiente subió de tono cuando Angel Dust no se detuvo al sentir el esperma de Adam deslizándose por su garganta. Sus manos continuaron, sus labios probaron más piel y sus caderas se refregaron contra el miembro chorreante del primer hombre. Sin embargo, antes de que comenzara a cabalgarlo, Adam se levantó de la cama, lo empujó y le dijo: «Lo siento…, no puedo, no puedo, ¡jamás!» Después de aquella tarde, Adam le pidió romper el pacto y solo continuar con sus noches de juerga en la ciudad. Pese a la tristeza y desconsuelo que sintió, Angel Dust se juró que lograría que Adam se entregara a los clandestinos deseos que tanto reprimía. Sin embargo, una desquiciada idea se plantó en su cerebro al darse cuenta que su amistad no sufrió tras la anulación del pacto. Dado que el primer hombre continuó siendo amable y no se negó a compartirle su fe, pensó que, si ya no quería tener sexo con él, quizá era porque sentía algo más profundo. Al repensar la situación, recordó las palabras que alguna vez le dijera Adam: «Nunca mezclo el sexo con el amor». Y aquí otra aclaración, el corazón de Angel Dust no dejó de suspirar por Husk, pero la sensación de ser amado lo sedujo con rapidez. En sus labios, una sonrisa lo acompañó por muchos días, lo alejó del tormento de Valentino, suplantó la humillación que le hizo sentir Lucifer, le hizo creer que era algo más que un cuerpo usado. En cada acto gentil de Adam, encontró una excusa para avivar sus locas fantasías.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
El desfallecimiento de Lucifer se extendió por cinco días en los cuales Charlie no se le despegó. No dejó que nadie más lo cuidara, en especial Alastor, a quien le prohibió tajantemente que se acercara a la torre de manzana. Al despertar, el diablo se topó con la juzgadora mirada de su hija. Tuvieron una larga charla en donde la princesa le pidió confesar todos sus pecados en contra de Alastor; ella tuvo que sacar toda la fortaleza que tenía guardada para resistir hasta el final de la revelación. La decepción y la tristeza la hicieron llorar, pero se mantuvo firme e inmutable, sostuvo la espalda recta e irguió la barbilla durante toda la conversación.
—Lo que sucederá a partir de ahora es que te convertirás en un huésped más del hotel. Aquí no serás más el rey; tendrás el mismo itinerario que los demás. Te mudarás a los dormitorios del segundo piso, nada de levantarse tarde, cocinarás, limpiarás y participarás en las actividades como un huésped, no como parte del personal del hotel. Tendrás las mismas limitantes que Adam, sin compañía, no sales. ¡Y nada de magia! Si descubro que te escapas sin vigilancia, ¡te irás! Además, tomarás sesiones individuales de terapia con Adam, solo él podrá ayudarte en eso.
Lucifer abrió los ojos, estupefacto, por la última indicación de su hija, pero no se atrevió a objetarla.
—Quita esa cara, la terapia no es opcional —indicó la princesa, antes de que el diablo lanzara alguna queja—. ¡Por último, y lo más importante, te mantendrás alejado de Alastor! No sé cómo pudo tenerte compasión, pero, gracias a él, tienes esta oportunidad. ¡No la desperdicies! Un solo error, ¡óyeme bien, papá!, un error más y te irás para siempre del hotel… y de mi vida. ¿Entiendes? ¡Esta es tu última oportunidad!
Lucifer, con la derrota tatuada en el rostro, asintió en silencio. Charlie salió de la torre de manzana con las manos aun temblándole y secándose el rostro, pero con la tranquilidad de haber mostrado, por primera vez, dureza frente a su padre.
Los días en el Hotel Hazbin pasaron entre un ambiente lleno de tensión e incomodidad, como si fuera la casa de una avergonzada familia tratando de esconder que entre sus miembros se encontrase un criminal. Los huéspedes no sabían cómo reaccionar ante la presencia de Lucifer, quedaron sobre la línea que separaba al temor del rencor. Aun con esto, todos trataron de sobrellevar la situación; continuaron con sus rutinas imaginando que lo ocurrido había sido una espeluznante pesadilla, pero cautelosos de que el diablo recayera en sus perniciosos vicios. El nombre de Alastor se mantuvo de manera recurrente en las conversaciones del hotel, entre conjeturas y predicciones, no pararon de hablar de él. Alastor guardó silencio sin querer desmitificar ningún chisme, se concentró en restaurar su posición en el Anillo del Orgullo. Había descuidado por mucho tiempo su imagen; en el pasado, cada que trató de hacerlo, algo se interpuso en su camino. Encontrándose libre y sin restricciones, concluyó que era el momento idóneo para regresar al cuadrilátero. Pese a que la agenda de Alastor quedó repleta de asuntos que solo él y Husk conocían, no se fue del hotel, porque pudo hacerlo; y, de hecho, Husk no se contuvo al insinuárselo muchas veces. Para algunos, que Alastor se resistiera a abandonar el hotel se debía a Lucifer, para otros, se debía a Adam; y esta última opción era la correcta.
El alma de Alastor renunció a sus ilusiones, pero su corazón no fue lo suficientemente fuerte para alejarse. Una fuerza desconocida lo llevaba de vuelta a Adam, como si fuese una muerte lúcida, como si el mismo se clavara un puñal. Frente al primer hombre fingió que nada sucedía, guardó silencio, no se tomó la molestia en decirle que planeaba mandarlo al olvido, aunque a pasos lentos, pero lo haría. Para Adam, esta sentencia, aunque desconocida, fue fatídica; en cambio, para Husk, fue una bendición. Continuando con su círculo vicioso de infracción y absolución, Alastor y Husk volvieron a ser cercanos, o confidentes, mejor dicho. De la viva voz del ciervo, Husk se enteró de todo lo que había vivido: su trato con Lilith, que Lucifer se convertiría en su dueño, la ayuda que recibió de Adam, cómo fue que quedó libre… Fue entonces que entendió por qué Alastor era incapaz de marcharse, no lo reprendió ni mencionó ofensa alguna contra Adam. Una tarde, mientras visitaban uno de los casinos del gato, este le dijo: «Vive tu historia de amor con él, pero no despegues los pies del suelo. Él sabe lo que quiere, y tú también deberías saber qué es lo que quieres. Algún día se irá, pero tú te quedarás aquí abajo, y el Infierno no se detendrá para esperarte». De antemano, Husk entendió que no habría nada que pudiera hacer para separar a Alastor y Adam, por lo que volvió a emplear su más vieja e infalible táctica: mezclar la lealtad con la paciencia. Si, al final de todo, Adam se iría del Infierno, ¿por qué gastarse en confabular contra él?, no tendría caso. Por el contrario, si mostraba empatía por ese amor, el tiempo lo volvería a poner en la cima de la incondicionalidad. Alastor terminó hallando factible el consejo de Husk, no forzaría la extinción de su amor, pero lo degradaría en su lista de prioridades.
Tras aquel unilateral dictamen, Adam y Alastor volvieron a compartir sus días con música, bailes, charlas, comida y trasmisiones de radio. Corrieron el velo de su amor secreto y vivieron el presente de su pequeño mundo flotante sin pensar en las cadenas del futuro. En muchas ocasiones, el ímpetu en el corazón de Adam lo desinhibió y lo impulsó a mostrar su afecto lejos de las frías paredes de su habitación. Extasiado, besó a Alastor cuando sus necesitados labios clamaron por probar el inmaculado sabor de Alastor. Al verlo tocar el piano, la música lo adornaba entre notas angelicales que lo hicieron sentir que había regresado al Cielo. Lo acompañó en cada trasmisión, compuso canciones de amor para darle voz a su corazón y las cantó con exacerbado anhelo. Los valses, que antaño le parecían aburridos, los bailó con entusiasmo, imaginando que sus cuerpos se mezclaban con la infinitud del tiempo. Y cada que sus manos suplicaron por liberar la febril pasión de su tormento, lo abrazó con la delicadeza de quien sostiene una frágil rosa de seda. El primer hombre reescribió los mandamientos tallados en piedra que alguna vez configuraron su realidad. Sentir el amor de Alastor lo ayudó a redescubrir su pasión por la belleza y el arte. Ver a Alastor sumido en prácticas para mejorar sus habilidades mágicas lo inspiró a retomar sus investigaciones sobre el comportamiento humano para, así, poder contribuir seriamente al proyecto de redención. Tener la compañía constante de Alastor modificó su antigua necesidad de rodearse de personas; se sentía tan pleno y libre a su lado que juzgó como inconcebible tener que volver a soportar la falsedad ajena. Llegó un momento en el que olvidó que vivía en el Infierno.
Sin embargo, hubo un cambio que preocupó a Adam, al principio no le tomó importancia, pero con el paso de las semanas llegó a inquietarse estrepitosamente: Alastor había dejado de aparecerse en su habitación para dormir junto a él. Las primeras semanas que el Demonio de la Radio prescindió de su compañía nocturna, Adam se mantuvo expectante, pero, con paciencia, evitó hablar sobre el tema. A mitad de la cuarta semana, su entereza cedió ante la intranquilidad y se arriesgó a manifestarle que extrañaba su presencia durante las noches. Alastor solo contestó: «¡Oh, mi ángel guardián, yo también extraño esas noches!», pero continuó sin presentarse en la habitación del primer hombre. Fue hasta pasadas las siete semanas que el desasosiego de Adam se trasformó en desesperación y decidió abordar, directamente, tal cuestión. Esperó hasta la hora en que Alastor acostumbraba terminar de preparar sus transmisiones de radio para abrir un portal, ir a su habitación y, armado con un excelente whisky, pedir su permiso para quedarse a dormir con él. Grande fue su sorpresa al encontrarse a Alastor, luciendo un elegante traje color vino, sentado frente al espejo del tocador mientras se acicalaba el cabello con mucho esmero, tal como si estuviera por salir del hotel.
—Al…, perdón, creo que estás ocupado. —Adam carraspeó antes de continuar, su voz salió vacilante, rozando la timidez—. Solo… solo venía…, bueno, vine a pedirte que me dejaras dormir contigo esta noche.
—Lo siento, Adam, ya tengo planes —le contestó Alastor con tranquilidad y sin despegar la vista del espejo en el que se miraba.
—Puedo esperarte…, puedo esperar a que regreses —insistió.
—¡Oh, no, no! Estaré con Husk, no regresaré a mi alcoba hasta mañana.
El rostro de Adam palideció tan pronto escuchó la respuesta de Alastor, quedó petrificado. Creyendo malentender el significado de tal afirmación, trató de reconstruir su juicio para, así, esclarecer la oscuridad en su mente.
—¿Cómo? ¿Van a salir por negocios? —Adam se mojó los labios, tratando de esparcir la saliva acumulándose en su boca—. ¿O te refieres a que dormirás… o sea, pasarás la noche con él?
—Pasaré la noche en su alcoba. —Alastor dejó el cepillo sobre el tocador, se levantó del taburete en el que se hallaba sentado y, con fina gracia, se devolvió hacia el primer hombre—. Es muy posible que nunca lo hayas notado, pero Husk y yo mantenemos un estricto hábito de compartir una noche por mes.
—¡¿Qué?! ¡¿Desde cuándo?! —Las manos de Adam se pusieron tan rígidas que la botella de whisky que sostenía se agrietó. Sus ojos se abrieron con espanto y sus labios se estremecieron.
—Desde hace más de treinta años.
La respuesta de Alastor salió tan natural como si hubiera dicho cualquier nonada. Muchas preguntas se formaron en la boca de Adam, pero la conmoción lo enmudeció. El motor en su cabeza colapsó al no poder procesar que Alastor y Husk llevaran tantos años de compartir sus noches.
—Te veré por la mañana, ya me tengo que ir —cantó Alastor mientras hacía aparecer su micrófono en una de sus manos.
El Demonio de la Radio caminó hasta la puerta y la abrió, pero no salió, se quedó parado junto a ella, invitando a Adam a retirarse de su habitación. El primer hombre giró a donde Alastor y entendió la insinuación que le hizo. Con el cuerpo entumecido y el rostro moteado de dudas, se dispuso a salir, pero, al llegar a la puerta, el recelo en su interior lo alentó a interrogar al ciervo.
—Al, dime la verdad… ¿Qué sucede?
—Pensé que había sido muy claro, pero si necesitas oírlo de nuevo, está bien. Pasaré la noche con Husk y me es preciso marcharme.
—¡Claro que escuché eso! Lo que quiero saber es porqué.
—Eso… es un asunto privado entre Husk y yo.
Un espeluznante sentimiento que Adam jamás había sentido lo hizo contraerse hacia un costado para poder soportarlo. Lo que sintió no fue dolor, ni miedo, ni odio, sino una punzante mezcla de todas aquellas emociones que trasgredía su interior. De pronto se sintió pequeño, lejano, excluido, reemplazado. Sintió que estallaría si volvía a escuchar a Alastor nombrar a Husk. Cuando el miedo predominó entre la mezcolanza de emociones, sus extremidades se destrabaron y, rápido, abrazó al Demonio de la Radio, dejando caer la botella de whisky al suelo.
—¿Esto es una puta broma?, porque me estás asustando. ¿O es un castigo?, Al, dime qué sucede.
—Mi tonto ángel guardián, esto no es nada en contra tuya. Cuando mencioné que Husk y yo nos hemos reunido por más de treinta años, lo dije en serio. Nada de esto tiene que ver contigo.
—Pero dormirás en su cuarto… ¡dormirás junto a él! ¡eso es algo demasiado…! —Adam apretó con mayor vigor al ciervo, tratando de reprimir el reproche que deseaba expulsar. ¿Qué podía reclamar? Nada.
—Demasiado, ¿qué? ¿Demasiado íntimo? —Alastor sintió el cuerpo de Adam temblar sobre él, y entonces tuvo la certeza de haber dado en el clavo de sus pensamientos—. Creí que ya habíamos dejado claro que el significado de esa palabra es diferente para cada uno. No te agobies.
—Al, me estoy sintiendo como un estúpido.
—Trata de calmarte, lo que sientes… ya pasará. Piensa en otra cosa, piensa en el Cielo, en tu Padre, en el día en que logres redimirte. Déjate llevar por tus sueños y pronto lograrás dominar ese sentimiento, no dejes que él te domine a ti. —Alastor giró su cabeza y buscó la mejilla de Adam para darle un suave beso—. ¿Te digo algo, mi ángel? Tú también eres mi promesa de felicidad, y por ello respeto lo que eres y lo que quieres. Sé que tu vida está en el Cielo, pero la mía está aquí abajo… no lo olvides.
Adam trató de retener el cuerpo de Alastor cuando lo sintió desvanecerse entre sus sombras, pero no lo consiguió. Se quedó parado y con los brazos extendidos sin querer aceptar que Alastor lo había abandonado para ir con alguien más.
Notes:
¡Muchas gracias por seguir la historia!
:)
Chapter 26: Capítulo 25: Diferencias
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
-La canción que aparece en este capítulo es The Game of Life de Scorpions.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Niffty y Husk hacían buena mancuerna a la hora de levantarle el ánimo a Alastor. Pese a que Husk no terminaba de entender a la pequeña pecadora, le resultaba útil que ella lograra divertir a Alastor con sus marionetas de bichos, cadáveres y pedazos carcomidos de quién sabe qué objetos. Si alguien lo supiera, Husk moriría de vergüenza, pero, en algunas ocasiones, él y Niffty organizaban presentaciones de magia clásica y marionetas pavorosas para el deleite del ciervo. ¡Oh, por todos los Infiernos! ¡Cómo adoraba ver la cara tonta y la sonrisa simplona que Alastor ponía cuando Niffty arruinaba el acto de los cajones y el serrucho! «¡Córtame, Husk, córtame!», gritaba histérica, tratando de cortarse con el serrucho falso. Siempre era lo mismo, Niffty era una pésima asistente, pero buenísima para hacer reír al Demonio Radiofónico. El éxito de sus presentaciones no radicaba en lo bien que le salieran los actos, sino en qué tanto podían fallar.
Después de meses en los que las citas de Husk y Alastor se atascaron en oír jazz y beber en silencio, o con un número limitado de palabras, Husk pudo ver la luz al final del túnel. «Esta noche tendrás entretenimiento, te lo digo para que vayas bien vestido», le advirtió a Alastor. Y por supuesto que el espectáculo llenó las expectativas de todos. El Demonio de la Radio ocupó su sitio en el palco real, que no era otra cosa más que un sillón destartalado al cual Niffty le pegó unas ramas gruesas y secas que, según ella, eran las astas de un ciervo. A la cama le tocó hacer de tarima escenográfica, y no fue que sirviera mucho para tal propósito, pero no hubo otro objeto que pudiera tomar ese papel. Niffty era la diseñadora, tanto de la escenografía como de los atuendos, y pocos eran los que podían dar fe de su creatividad para las manualidades, pero sí qué era hábil. Tenía una destreza como ningún otro para construir cosas con trastos desvencijados que ya nadie quería, pero que ella conservaba como si fueran tesoros perdidos.
La noche empezó estupenda, Alastor llegó puntual para ver aparecer a Husk y a Niffty entre pirotecnia multicolor y sombras animalescas. El primer acto que la compañía “La Cuve Cramoisie” presentó fue el de las “Manos danzantes”, que literalmente eran manos cortadas que Niffty hizo bailar; luego siguió Husk con su función imperdible de cartomagia. Aun cuando Alastor dominaba magia verdadera, su curiosidad humana lo hacía tratar de descifrar el momento en que Husk amañaba los naipes para atinar a la carta de su elección. Los siguientes actos fueron arruinados por Niffty; cuando debía desaparecer, reveló la trampilla a su lado; al levitar, comenzó a trepar por los cables invisibles; cuando se suponía que iba a sufrir una metamorfosis que la convertiría en el secuestrado Fat Nuggets, salió corriendo para abrazarlo. El último acto fue el favorito de Alastor: el enésimo intento de Husk de partir a Niffty por la mitad; y tal como se esperaba, todo salió mal.
Después de hora y media de travesuras y bobadas, “La Cuve Cramoisie” dio por terminada la función con su récord perfecto en lograr enmendar el ánimo de Alastor. Niffty se retiró de la habitación con la misión de llevar la buena noticia a Angel Dust de haber encontrado a su mascota y Alastor usó verdadera magia para acomodar todo en su sitio y poder continuar con la diversión, porque, como Husk dijo, la noche aún era joven. Retomaron la buena combinación de música y whiskey, pero sin la visita de silencios incómodos como había sucedido en los últimos encuentros. La vetusta personalidad del gato acaparó la conversación con recuerdos de sus buenas épocas de juventud, tema que al Demonio de la Radio le fascinaba, pronto se aliaron para echar pestes de lo moderno y exaltar a lo antiguo. Entremedio de la charla, Husk se sorprendió al escuchar algunas canciones de heavy metal infiltradas en la lista de reproducción del ciervo que sonaba de fondo, pero luego ya no le pareció tan extraño al reconocer al cantante: Adam. La voz de Alastor fue secándose conforme aparecieron más canciones de amor, y tras la quinta, enmudeció. Husk se unió al silencio luctuoso por unos minutos, hasta que las lágrimas del Demonio de la Radio lo hicieron reaccionar.
—Vamos, Al, lo mejor será que ya nos durmamos… —Husk se levantó de la silla en la que estaba sentado y caminó hasta el trono improvisado de Alastor para abrazarlo—. Recuerda que somos a prueba de balas… Siempre has hallado el modo de levantarte, y esta no será la excepción… Tú siempre ganas todas las partidas.
—Estoy cansado…, a veces quisiera largarme y olvidar este maldito hotel —repuso Alastor, prensando su pantalón con las garras—. Pero luego… pienso en que se irá… y que nunca más lo volveré a... Quiero verlo cumplir sus sueños…
—Pero no te olvides de los tuyos, Al… — reviró Husk con un tono que, más que brindar consuelo, figuró ser una orden—. Anda, vayamos a dormir.
El gato se dispuso a levantar a Alastor del sillón, pero al tomarlo de los brazos, el ciervo los tensionó, pareciendo que los había soldado a sus piernas.
—No, Husk. Tú en el sillón…, quiero dormir solo —dijo Alastor por no decir «No quiero dormir con alguien que no sea Adam».
—Me sentaré a tu lado hasta que te duermas, luego iré al sillón, ¿de acuerdo?
Quien no conociera a Husk, que era la gran mayoría, no podría dar crédito a lo cariñoso que podía llegar a ser; pero Alastor ya estaba acostumbrado a sus buenos modos, por lo que, sin protestar, se dejó guiar por sus pasos lentos, que lo arropara entre las cobijas y que le sacara el saco y los zapatos de charol. Al mencionar que estaba cansado, Alastor no lo dijo desde el fastidio, lo hizo desde el sufrimiento. Escuchar a Adam hablar de su amor y al mismo tiempo de la redención como si no fueran temas irreconciliables, lo martirizaba antes de tiempo. No podía disfrutar el presente sin atormentarse continuamente con el futuro. Lo peor era que Adam parecía complacido con aquel trágico amor, tal vez estaba tan acostumbrado a predicarle amor a un ser omnipresente, pero invisible, que le bastaba con el puro acto de amar.
Husk dejó deambular a Alastor entre sus pensamientos por unos diez minutos antes de sentarse a un costado de su espalda y comenzar a cepillarle el cabello con sus dedos. Ya tenía bien estudiados todos los trucos para hacerlo dormir, y en su afán por adormecerle el padecimiento de amar a un hombre descorazonado, tarareó con la boca cerrada una canción. El canto gutural de su garganta espolvoreó calma y soledad, como si develara la historia de una fría y nubosa montaña, la clásica historia de un viajero errante que debe abandonar a otros para poder encontrarse a sí mismo. Alastor se encargó de imaginar las escenas de aquel cuento melódico. La vibración de las cuerdas vocales de Husk parecía un ronroneo pesado, henchido de melancolía, que invitaba al olvido, a sostener la soledad con el puño de la libertad. Las notas lograron su cometido, antes de que llegaran a su fin, Alastor había dejado de llorar y solo daba suspiros entrecortados como remanentes de su dolor. Husk carraspeó un par de veces para preparar su voz, una canción no bastaba, lo sabía, por lo menos debía sacar tres o cuatro de su repertorio musical para que Alastor cruzara de la vigilia al sueño.
Tal vez las palabras no servirían para que Alastor dejara la locura de amar a demonios incapaces de dar todo, incluso su vida, por él; pero la pasión del ciervo por la música nunca había dejado de ser su aliada para hacerle entender, o sentir, sus errores. Sin importarle si alguien ajeno a esa habitación lo escuchaba, Husk cantó con la intensidad del artista frente a un gran escenario. Si los oídos sordos de Alastor no querían escuchar razones, entonces le gritaría a su corazón.
Ha llegado el momento de hablar contigo, y no pretendo herir tu orgullo.
Pero todos necesitamos un amigo a veces para hacernos ver la luz.
En el juego de la vida, los fuertes sobreviven.
Estamos en una calle de un solo sentido.
Tenemos que salir con vida y nunca dejar que nos hundan.
En el juego de la vida, vivimos y morimos.
Otro respiro comienza.
Otra oportunidad para ganar la lucha desde el momento en que golpeas el suelo.
En el juego de la vida.
Lo que había seducido a Alastor de Husk fue su empuje para entregarse de lleno a su amor. Husk era un fanático, ¡todo o nada!, el maestro de las apuestas; y Alastor pudo reconocer ese espíritu devorador de mundos. Pero había una gran diferencia entre ellos, cuando el Demonio de la Radio luchaba por las personas a quienes amaba, podía, incluso, llegar a sacrificarse él mismo; pero evitaría a toda costa herirlos con tal de verlos felices. Por su lado, Husk luchaba para que su amor fuera correspondido, y vio como un daño menor que Alastor sufriera con tal de alcanzar sus fines. Ambos entendían la vida como un gigantesco coliseo donde los ensangrentados guerreros batían entre sí para sobrevivir; sin embargo, los objetivos que perseguían eran abismalmente diferentes. La meta de Husk era Alastor, sin él, no tenía más por lo cual luchar; y este hecho, de manera paradójica, atraía y alejaba a Alastor.
Has nacido para cazar y nunca huir.
Y entonces eres cazado por la presa.
El ciervo herido salta más alto hacia el sol hasta que su día termina.
En el juego de la vida, los fuertes sobreviven.
Estamos en una calle de un solo sentido.
Tenemos que salir con vida y nunca dejar que nos hundan.
En el juego de la vida, vivimos y morimos.
Otro respiro comienza.
Otra oportunidad para ganar la lucha desde el momento en que tocas el suelo.
¡Aquí viene la mañana!
¡Hora de jugar!
El devastador mensaje de Husk obtuvo los resultados que buscaba. Alastor recordó el abandono que se auto decretó por complacer a Lucifer. ¡Habría dado todo por él!, pero Husk llegó al rescate de su cordura. ¡Lo hizo antes y lo hacía ahora! ¿Qué tendría que sacrificar por Adam? ¿Qué tendría que sacrificar Adam por él? ¡Todo! ¡Absolutamente todo! La verdad que no quería escuchar hizo eco como un taladro que demuele el concreto más duro. Alastor sabía que Husk le tendía la mano para su beneficio propio, aun así, se asió a esa mano amiga. Tal vez no servía para el amor, debía aceptarlo, aunque fuese doloroso, debía hacerlo.
Cuando el entremés de la actuación de Husk llegó, Alastor aprovechó ese espacio de tiempo para girarse y enfrentarse a la mirada curiosa del gato.
—Husk…, soy consciente de que has atentado en mi contra para impedir que Vox y Lucifer te vencieran en este juego tuyo…
—Al…, yo… te jur…
—No te lo reprocho, al contrario, tienes mi permiso. Después de que Adam haya logrado redimirse, procura alejarme de la tentación del amor; pero… por ahora déjame terminar de vivir mi fantasía. Será la última.
Alastor volvió a darle la espalda a Husk y se acomodó para la siguiente canción. Aquella petición dejó pasmado al gato, una maquiavélica felicidad se apoderó de él. Estaba muy cerca, más cerca que ningún otro y como nunca antes. No ganaría, no perdería: sería un empate. Si él no podía conseguir el amor de Alastor, ya no importaba tanto, porque entonces no sería de nadie. La espalda de Alastor se topó con la verdadera sonrisa de Husk, una malévola, narcótica, codiciosa, embustera.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Adam pasó fatal esa noche, se privó del sueño y se negó a moverse de la habitación de Alastor hasta que no testificara que había vuelto. Más preguntas quería hacerle a Alastor de las que se realizó a sí mismo. Imaginó las posibles actividades con las que se habrían entretenido los pecadores, inventó la respuesta de Alastor a ese “porqué” eludido, se torturó al pensar que los sentimientos de Husk fueran correspondidos. ¿En verdad formaba parte del “Club de los corazones rotos” como le habían insinuado? Sin poderlo evitar, el nombre de Lucifer se coló en las respuestas que buscaba. ¿Y si todo era parte de la confusión de Alastor? ¿Qué pasaría cuando lograra regresar al Cielo? Para Adam, su redención no equivalía a renunciar a su amor porque el juzgaba a este sentimiento como incorruptible; aunque el error de esta idea recaía en el significado que Adam y Alastor le daban a la incorruptibilidad.
La base de su relación se asentó sobre pensamientos eclécticos, y tal diversidad no entorpeció su camino al amor. Sin embargo, una vez que llegaron a ese punto, dejaron como algo menor las diferencias entre ellos, error común de los amantes en las primeras etapas del enamoramiento. Con Adam, Alastor tuvo que hacer frente al mismo problema que Lucifer sufrió con Lilith: sus deseos sexuales. Tanto para Alastor como para Lucifer, el amor debía de guardar una estricta fidelidad; mientras que Adam y Lilith veían al amor y al sexo como dos temas separados, incluso habrían llegado a considerarlos incompatibles. Teniendo una naturaleza angelical, Lucifer dudó del amor de Lilith, pero, queriendo conservar su matrimonio, no vio otra salida que aceptar esa diferencia y seguir adelante. Por su parte, Alastor no dudó del amor de Adam, pero se negó a consentir la idea de que anduviera de cama en cama con tal de consolidar su relación. Esta diferencia fue la causante de que Alastor comprendiera la resistencia de Adam por aceptar su amor, y no era que él diera prerrogativa al sexo, sencillamente, las expectativas de ambos no encajaban.
Esa noche, Adam se sintió forzado a entrar a un mundo sentimental que no entendía, y que sabía no entendería fácil. Su mirada retozaba de incredulidad, allá estaba el que alguna vez se apodó “El Puto Amo”, siendo ahora el amo de nada, ni de sus sentimientos. Lo primero que le advirtió a Alastor fue que no se dejara dominar por el amor, y resultó que quien se encontraba en el umbral de la sumisión era él mismo. Bien tuvo razón en preguntarse a dónde era que se estaban metiendo, porque no lo sabía y no quería convertirse, contra su voluntad, en un miembro del “Club de los corazones rotos”. Si se hubiese visto al espejo, hubiera notado que el dolor de cabeza, que le hizo sentir como si le abrieran el cráneo, no fue consecuencia del tren de pensamientos de aquella noche; fueron sus cuernos que se alargaron unos treinta centímetros, añadiendo por lo menos dos kilos extra a la carga habitual. Si no hubiera dejado de lado el ardor en sus ojos, se habría topado con sus pupilas doradas flotando, bellísimamente, entre sus escleróticas ennegrecidas. Esa noche, por unas cuantas horas, cuando sus sentimientos se rindieron ante su imaginación, su estado demoniaco se avistó por primera vez.
El regreso de Alastor se alargó hasta pasadas las siete de la mañana del día siguiente. Aun cuando el trato terminaba a las cinco, no se quiso despegar de las cobijas y se quedó a compartir con Husk las dos horas que le restaban antes de tener que levantarse y afrontar el interrogatorio que ya sentía venir por parte de Adam. Pero no bien puso un pie en su habitación, advirtió que no tendría ni un minuto para capotear las preguntas. Adam se levantó de la cama y corrió a abrazar a Alastor como el sediento se lanza contra un vaso de agua. Cada uno había pasado la noche pensando en el otro, pero solo Alastor profundizó sobre el empedrado futuro que, amenazante, venía por ellos.
—Te juro que no saldremos de esta jodida habitación hasta que me aclares qué demonios pasa, Al —anticipó Adam, estrujando con fiereza al Demonio Radiofónico.
—Yo soy el que necesita aclaraciones, no entiendo por qué estás molesto. ¿Quién es el confundido ahora?
El tono irónico de Alastor le sentó horrible a Adam. Si de algo no tenía ánimo, era de escuchar las reprimendas sabiondas de Alastor a base de preguntas, que solo las hacía para sacar a relucir sus errores o su ignorancia sobre algún tema.
—¡¿Qué mierda soy para ti?! ¡¿Qué mierda somos?! —cuestionó sin rodeos.
—Qué raro que no lo sepas, siendo tú quien dejó muy claro ese asunto. —Alastor rodeó el cuello de Adam con sus brazos y le plantó un tierno beso en la mejilla, como si debiera preparar el terreno para dar su respuesta—. Somos amigos.
Adam apartó al Demonio de la Radio y le miró con una mezcla simétrica de enojo y resentimiento. Su intención esa mañana no era tratar de atinarle al blanco con los ojos cerrados, y Alastor parecía empecinado a tantear los límites de su paciencia.
—¿Amigos? No me salgas con esa mamada porque ¡te juro por mis benditas bolas que te tomaré la palabra! ¡¿Cómo que amigos?! ¡Y todo lo que ha pasado, ¿qué?! ¡¡¿Qué putas con todo lo que hemos estado haciendo?!! ¡¿Ahora resulta que solo somos amigos?! —objetó el primer hombre, olvidándose por completo de mesurar las groserías que salían por su boca.
—Me asusta tu falta de memoria, Adam, pero te ayudaré a refrescarla. —El ciervo bailoteó la cabeza con gran diversión y luego se enderezó, adoptando la rectitud de un buen orador—. Me rechazaste cuando quise declararte mi amor, diciéndome que solo me querías como un amigo. Después, para despejarme toda duda, me dijiste que jamás habías tenido la intención de ofrecerme algo más que una llana amistad. ¿Así?, ¿o necesitas que te aclare algo más?
—¡Eso fue cuando aún estabas embarrado de la mierda de Lucifer!, pero terminaste con todo eso, ¿no? —señaló mortificado, con el fantasma del diablo merodeando su mente.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—¡Oh, no me jodas! ¡Pues que ya eras libre!, ¡que ya podíamos estar juntos!
—¿Me estás diciendo que quieres que seamos algo más que amigos? —Alastor ladeó la cabeza con una ceja más arriba que la otra, preocupado por el rumbo que estaba tomando la conversación.
La frustración llevó a Adam a jalarse los cabellos a los costados a la vez que soltó varios quejidos desesperados.
—¡Puta madre, Al! ¡Ya somos algo más que amigos, ¿cómo puedes pensar que no somos algo más?! —gritó, sacudiendo sus manos con las palmas hacia arriba, gesticulando obviedad.
—Yo soy quien no se explica cómo puedes pensar lo contrario —contratacó Alastor y frunció el entrecejo, molesto por la última sentencia expresada por Adam—. ¿Cuándo me lo propusiste? Supongo que, ahora, a quien le falla la memoria es a mí porque no lo recuerdo.
—¡Oh, ¿cómo putas puedes decir eso?! ¡No he parado de decir toda una mierda de mariconerías durante los últimos jodidos dos meses! ¡Nos la pasamos besándonos y abrazándonos por todo el puto hotel! ¡Se me ha secado el maldito cerebro de tanta música cursi que te compongo! ¡¡No me jodas, no he hecho otra cosa que expresarte mi puto amor y tú lo has aceptado!! ¡Venga!, contesta, pues, ¿cómo que solo somos amigos?
—Sí, has dicho y hecho muchas cosas durante estos últimos meses, pero jamás me has pedido que seamos algo de manera oficial. ¿Cómo habría de adivinar cuáles eran tus intenciones?
Adam estuvo a punto de arremeter con otra queja, pero sus labios se quedaron a mitad del camino al no ponerse de acuerdo con su mente sobre si el reclamo de Alastor era admisible o no. Meneó la cabeza, tratando de intercambiar su rostro por uno más amable, y apoyó las manos en sus caderas.
—¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Preguntarte si querías ser mi novio, mi esposo o alguna mierda de esas?
—Sí, exactamente eso. Debiste preguntarme una mierda de esas —repuso ofendido Alastor.
—¡Qué cagada! ¿Cómo iba a saber eso? ¡Te demostré mi amor y tú me correspondiste!, ¡me correspondiste! Eso es más que suficiente, ¿no?
—¡Qué cómico! ¡Por supuesto que no, así no funcionan las cosas! ¡Pensé que quien era malísimo para los asuntos del corazón era yo! —Alastor torció los ojos y su labio superior sufrió un espasmo que debilitó su sonrisa—. En fin, ¡gracias por esta memorable charla! —exclamó con vigor, al tiempo que se arreglaba las solapas del saco—. Y ahora que hemos resuelto nuestro pequeño embrollo, te pediré encarecidamente que me permitas continuar con mi itinerario, ¡tengo mucho por hacer!
Alastor emprendió camino hacia el baño y pasó de largo a Adam, pretendiendo que habían dado por terminado el altercado, pero, casi enseguida de su huida, Adam lo detuvo al cogerlo del brazo. El Demonio de la Radio no tuvo más remedio que devolverse, y al hacerlo, se encontró con el rostro ruborizado del primer hombre. De inmediato, adivinó las intenciones del otro y no pudo horrorizarse más.
—¡Oh, no, no, no y no! Ni siquiera pienses en preguntarlo —advirtió Alastor al presentir la catástrofe que se avecinaba.
—Claro que lo haré, —dijo con seguridad Adam—, te dije que no saldríamos de este puto cuarto hasta que aclaráramos todo.
—¡Pero que disparate! Al menos, espero que pienses bien lo que dirás, porque detesto ese hábito tuyo por decir tonterías cuando estás alterado.
Adam restregó sus manos sobre su pantalón, queriendo secar el sudor en ellas y exhaló fuerte para tranquilizar a su corazón alborotado.
—Al…, por favor, sé mi novio… o esposo…, no sé. Elige el título que te parezca apropiado, pero respóndeme. De verdad pensé que ya habíamos dado ese paso…, pero tienes razón, debí preguntar. Es que… no sé, entre nosotros, ¿quién se supone que es la mujer? ¡Bueno, es que ambos somos hombres!, no creí necesario…. —Adam giró con frenesí sus manos muy cerca de su boca, como si aquel gesto lo ayudara a sacar las palabras con mejor fluidez—. ¡Ay, puta madre! Al, tú sabes que soy un pendejo para estas cosas, pensé que bastaba con todo lo que estaba haciendo. ¡Y créeme que tuve que apretarme las malditas bolas para tener el valor de hacer todas esas cursilerías!
—¡Qué conmovedor! —exclamó Alastor con un tono que mezclaba la burla y la decepción de manera extraña— ¡Qué hermosa propuesta!, quién hubiera imaginado que el gran Padre de la humanidad podría ser tan elocuente.
—Lo sé, lo sé, ¡estoy jodidamente nervioso! Bien, bien, aquí voy… Al… Al…, yo… todo es… esto… esto que… Quiero decir, desde… de… des… ¡Con un puto carajo!
Adam dio un fuerte pisotón y soltó un gruñido a la vez. Despeinó su cabello, imaginando que de ese modo podría reorganizar sus pensamientos. Alastor quiso detener la penosa declaración, pero, al abrir la boca, el dedo del primer hombre lo detuvo. Hablaron con la mirada, y Alastor comprendió la silenciosa súplica de Adam para que le otorgara una oportunidad más. El ciervo se encogió de hombros y aguardó pacientemente. Adam se frotó el pecho y respiró con calma para aplacar sus nervios, y una vez que creyó estar listo para continuar, tomó la mano derecha de Alastor y la besó.
—Al…, soy casi tan viejo como los océanos, conozco tanto de la humanidad que pensé que ya nada podía emocionarme y mis ojos han visto lo más bello que las manos de Dios han creado en la Tierra. Y por ello no me explico cómo, después de todos estos milenios, tú me haces sentir tan joven, tan ingenuo, tan asombrado. ¡Tú le das un nuevo significado a todo, uno que yo desconozco, que no entiendo! ¡Me haces temer del amor, pero, al mismo tiempo, amo sentir ese temor! Las noches a tu lado no son oscuras, y tu ausencia hace que los amaneceres no sean más que penumbra. Contigo, el Infierno es el paraíso, y pensar en el Cielo es como pensar en el castigo eterno. Perdóname por nunca haberte dicho “te amo”, pero amar es solo una acción, y lo que provocas en mí es mucho más que eso. Lo que este sentimiento me ha hecho no tiene fin, transforma todo mi mundo, no me deja en paz, no se detiene… Alastor, tú eres mi amor, mi tristeza, mi risa, mi miedo, mi tranquilidad, mi desesperación… Eres lo que sé, y serás lo que aun desconozco…, por favor, por favor. Sé mío, así como yo, ya soy tuyo.
Si Alastor no hubiera rumeado por semanas el estatus de la relación que mantenía con Adam, bien podría haberse dejado llevar por las bellas palabras que escuchó. Su corazón saltó emocionado, pero el resto de su cuerpo se entumeció. Estaba a un “sí” de cumplir su fantasía, estaba a su alcance; tan cerca, pero, al mismo tiempo…, tan lejos.
—Solo necesito saber algo más, y así podré responder a tu honorable petición —dijo Alastor con tanta seriedad que asustó a Adam—. Todo lo que has dicho, ¿significa que estás dispuesto a quedarte aquí, en el Infierno, conmigo?
El rostro enternecido de Adam se deformó apenas terminó de procesar la pregunta del ciervo. El desconsuelo lo devoró con tanta brusquedad que sus ojos se humedecieron al ras de sus lagrimales y sintió un vacío desgarrador dentro suyo.
—Al…, no…, por favor, Al. No me hagas esto…
—No, Adam, tú eres quien no debe hacernos esto. ¿Para qué vienes aquí, a decirme todas esas hermosas palabras, a pedirme que sea tuyo, si planeas abandonarme?
—El amor no conoce la distancia ni el tiempo. Incluso si debo marcharme, lo que siento por ti no cambiará.
La respuesta de Adam fue la esperada por Alastor, aun así, la anticipación no menguó el dolor de escucharla. Adam ni siquiera dudó al contestar porque él privilegiaba a su destino por sobre cualquier otra cosa, incluso estaba encima del amor que decía tenerle. ¿Cómo podrían mantener vivo al amor solo a base de recuerdos? ¿Cómo podría ofrecer un amor de ese tipo? Alastor intentó organizar sus emociones, la lucha entre la felicidad y la tristeza en su interior lo terminarían por aniquilar si no se contenía. Se detuvo a contemplar el rostro ilusionado de Adam, ¡oh, ese bello ángel que le había prestado Dios! Después de tantos momentos compartidos, lo único que deseaba era abrazarlo y no dejarlo ir nunca, pero sería imposible.
—No entiendo ni me sirve ese tipo de amor que describes. Lo siento, Adam, pero no me comprometeré contigo —respondió Alastor con voz trepidante y liberando su mano de las del primer hombre—. Lo siento.
La escalera de emociones avanzó a un nuevo nivel, allí, la desilusión atacó a Adam, haciendo que la ira se encarnara en sus venas. El rechazo de Alastor demolió los castillos danzantes en su imaginación, fue como si una gigantesca bola pasara repartiendo devastación. Hasta ese momento de su vida, Adam jamás se había atrevido, por iniciativa propia, es decir, sin que fuese una orden, a ilusionarse con un futuro en el que incluyera a otra persona en él. En su historial llevaba sumadas dos esposas y más de cincuenta hijos, pero a ninguno de ellos los llegó a concebir como suyos, y menos pretendió pertenecerles. Hasta antes de conocer a Alastor, solo había pertenecido a un solo ser, a Dios; y no planeaba renunciar a él. Pero no creyó que eso fuera un impedimento válido por el cual Alastor debiera rechazarlo.
—¿Tan fácil te rendirás? ¡¡No puedo creerlo!!
—Tu forma de amar no me basta, ya te lo dije. Tengo todo el derecho de negarme a esa relación a la que aspiras. ¡Yo no quiero amar a alguien que no está a mi lado y no me harás empeñar mi palabra!
—¡¡¿Entonces qué?!! ¡¡¿Mandaremos todo a la mierda?!! ¡Aaah! ¡Qué puto coraje! —Adam sacudió todo el cuerpo y alzó las manos de manera acusadora. Su voz no se contuvo de expulsar la cólera por la displicencia del otro—. ¡¿Cómo puedes ser así?! ¡Ni siquiera haces el mínimo esfuerzo por entender! ¡Al, sabes que tengo una gran responsabilidad! ¡No solo soy yo, es la humanidad! Sabes que tengo un deber divino que cumplir… Y también está esta cagada de hotel, ¡si no me remido, no habrá acuerdo con el Cielo! ¡Mi futuro no solo me afecta a mí, de él dependen muchas más personas! —remató histérico, queriendo sembrar comprensión en Alastor.
Una pequeña parte del Demonio de la Radio suplicó, en un murmuro, que cediera ante el dolor de Adam. El amor que sentía por él era limpio, lo purificaba, lo reverdecía de una forma tan peculiar que, incluso, había creído imposible. ¿Alguna vez podría hallar a otro amor así? ¡No! Y fue por ello que se condenó a no volver a amar, ya no quería vivir de esperanzas, pero tampoco lo haría de recuerdos. La distancia entre los anhelos personales de ambos era enorme, antagónica, inflexible.
—Yo no te estoy pidiendo que renuncies a tus sueños, solo te estoy diciendo que no estoy dispuesto a ser la pareja de alguien que no estará a mi lado. Dices que el amor no conoce la distancia ni el tiempo, ¡pues yo no pienso lo mismo! Así como yo no te pido que abandones tu “deber divino”, espero que tú no me exijas aceptar un tipo de amor que no me satisface. Quizá para ti es suficiente, pero no para mí.
Hablar, fue para Alastor como cercenarse la lengua, cada palabra fue tan dolorosa como lo fue para Adam; pero no se detuvo. Le pareció absurdo que él mismo fuera quien estuviera aniquilando las esperanzas de ambos. Todo su cuerpo protestó, algo en él lo castigaba, lo hacía arrepentirse, como si lo asfixiara una segunda piel.
—¿Crees que es fácil? No, Al, ¡no lo es! —Adam se golpeó el pecho con el puño, sintiéndose inculpado por las justificaciones de Alastor—. Si no entiendes mi forma de amar, y no deseas que nos separemos, dime, ¿por qué no buscas la redención junto a mí?
—Ni por un segundo pensaría en algo tan descabellado como eso —contestó el ciervo sin reservas, tal como sugirió.
Adam creyó caer ante una injusticia, Alastor no solo era indolente, también severo; como si lo hubiera llevado a un camino tramposo, uno en el que lo obligaba a tomar una decisión sin permitirle una tregua. Su corazón debía ser el tasador de tal macabro juicio: Dios y su destino a un extremo, Alastor al otro. Cualquiera que fuese la resolución, lo dejaría agonizante, porque, tal como lo afirmó alguna vez, Dios y Alastor estaban en el mismo altar en su corazón. Entonces, no se trataba de a quién amaba más, sino en quién le dolería más perder.
—¡¿Lo ves?! ¡Te valgo un carajo, te valgo una puta mierda! ¡¡Ni siquiera tratas de buscar una solución!! —acusó Adam, levantando un dedo juzgador en contra del Demonio Radiofónico.
—¡Porque no la hay! Para poder estar juntos, uno de nosotros tendría que renunciar a sus ambiciones, pero ninguno de los dos está dispuesto a hacerlo. Admito que fantaseé con un futuro a tu lado, ¡y me excedí, porque mis sueños no son los tuyos! Debí hacerte caso…, trataste de advertirme. —La dureza de Alastor se agrietó al recordar sus ilusiones pasadas, y en cada hendidura el dolor escapó en forma de lágrimas, doblegándolo. Todo él tembló al tratar de reprimir la humedad, su sonrisa fue vencida por gemidos entrecortados y sus rodillas lo amenazaron con desfallecer—. Te ignoré cuando me dijiste que tu mayor amor era Dios y que no deberíamos dejarnos dominar por este sentimiento, ¡pero ya lo entendí! Y no lo digo como un reproche, solo trato de que entiendas lo absurdo de esta discusión. Lo único que tenemos, y que tendremos, son y serán bellos recuerdos, ¡y nada más! Deberás aceptarlo, así como yo también tuve que hacerlo, porque si no podemos cambiarlo, entonces no nos queda otra salida.
Alastor cayó al piso sobre sus rodillas, sin poder soportar el peso de su veredicto. Sus manos buscaron dónde aferrarse, desde la cabeza hasta los costados de la espalda, sus garras fueron clavándose con desesperación. ¡Claro que no quería soltarlo!, en sus labios aún estaba clavado el sabor de Adam, en su piel merodeaba la pasión de sus dedos, en su mente se avistaban los momentos que le hicieron creer que su amor era invencible y su pecho rugía por aferrarse a la locura de una vida junto a él. ¡No quería terminar con ese sueño! ¡No quería caer a ese abismo! Un estallido vertiginoso revolvió todo alrededor de Adam, las paredes se fusionaron con los muebles y todo quedó hecho un revoltijo pardo. Ver a Alastor derrotado en el piso hizo que su colérica fiebre bajara de un sopetón, el crudo desconsuelo del ciervo lo contagió, y ambos cayeron por el mismo vórtice desolado que no dejaba más que dolor e impotencia. El primer hombre se arrodilló y detuvo el arranque convulsivo de las manos de Alastor con un fúrico abrazo. El encuentro de pieles propagó en ellos la sensación de que su amor era una fuerza incomprensible; el dolor no dejó de ser dolor, pero, al estar juntos, un manto protector los cubría.
—¡No podré vivir sin ti…! —gritó Adam con la seguridad de que sus palabras eran el verdadero presagio de una vida insipiente y vacía—. Tú eres mi primer amor… y serás el único. ¡No seas malo conmigo!, por favor, no me hagas esto. ¡¿Qué se supone que haremos?! ¡¡¿Qué es lo que maldita sea se supone que haremos?!! ¡¿Solo seremos un puto rato y ya?! ¡¡Me niego, no lo acepto!! ¡¡No podré soltarte, no ahora que te he encontrado!!
—¡¡Pues detengámonos, paremos con esto, dejemos de alentar esta fantasía que no va para ningún lado!! ¡¡¡Hiciste bien en rechazar mis sentimientos, ahora te haré el mismo favor y rechazaré los tuyos!!! —Contrario a sus palabras, Alastor se prensó del cuello de Adam e imprimió en él su angustia y miedo.
—No, Al… Pensé que tus... ¿Realmente soltarás mi amor? Compárteme el jodido secreto de cómo lo harás porque yo no creo poder hacerlo. Siempre viví a mis putas anchas y sin preocuparme de esta clase de mierda, pero, después de ti, ya no podría regresar a lo mismo. ¡No tienes ni la mínima idea del dolor que estoy sintiendo, ni siquiera yo hubiera imaginado que alguien pudiese sentirse así de miserable!
—Por el momento sientes dolor, pero verás que podrás superarlo y seguir viviendo. Y tal como me has pedido, te compartiré mi secreto… Trabaja día y noche en tus sueños y nunca olvides que luchar por ellos es la justa razón del porqué hoy nos separamos. El dolor sirve para algo, no es en balde, transfórmalo en algo para tu provecho.
El dúo de sufrimiento y llanto se extendió por media hora en la cual no se despegaron. Incapaces de afrontar sus propias decisiones, se besaron con vehemencia. La desesperación despertó en ellos una pasión incurable, el fuego que incineraba sus corazones dejó en evidencia lo incapaces que eran de soportar el distanciamiento. Adam ignoró el supuesto itinerario de Alastor y lo llevó a la cama, en donde siguieron mezclando el sabor de sus labios y sus manos se amoldaron al cuerpo del otro. La danza de caricias se prolongó hasta calmar la angustia que les provocaba conocer su inminente futuro. Pese a que el sol retozaba en el cielo, el velo celestial de los sueños cubrió su pequeño mundo, invitándolos a perderse en sus fantasías donde solo existían ellos, y nadie más.
Notes:
¡Hola!
Este capítulo se alargó demasiado, por lo que lo dividí, el siguiente será un capítulo más corto de lo usual, por ello los subiré juntos.
P.D: La melodía que tararea Husk, pese a que no tiene letra, la descripción está inspirada en la canción Misty Mountains que aparece en la película "El Hobbit".
¡Muchas gracias por seguir la historia!
:)
Chapter 27: Capítulo 26: La resurrección del diablo
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Lucifer se volvió un modelo del buen comportamiento, que más que por el sobrio deseo de redimirse, fue resultado directo del letargo anímico en el que quedó sumido. Podría confundírsele con Keekee por obedecer sin chistar, pero incluso a ella se le veía sonreír por lo menos de vez en cuando, mostrando que sentía y vivía muy a su modo gatuno de ser. Estar con su hija le resultaba tremendamente doloroso, la decepción estaba en ella de manera tan natural como podrían estarlo sus cejas o sus rosadas mejillas, pasó a ser otra de las facciones de su rostro, y eso lo devastó. Por otro lado, su situación con Alastor no podría ser peor, cada que lo veía le nacían unas virulentas ganas de pedirle perdón; pero anticipó que nada de lo que dijera sería bien recibido. Además, ni siquiera se creía merecedor de su perdón, llegó a la conclusión de que lo más sensato sería cumplir con el pedido que muchas veces le hiciera: dejarlo en paz. Y ahí estaba otro problema, su cuerpo podía mantenerse lejos de Alastor, pero su mente, su alma y su corazón, no. Ellos lo tenían bien presente, a toda hora, en todo lugar. ¡Qué difícil le resultó esconderse del tierno amor de Adam y Alastor!, ellos creían ser discretos, pero todo el hotel se dio por enterado de su romance.
Una tarde, que en mal momento se le ocurrió al estómago de Lucifer tener hambre y a sus piernas querer caminar, fue a la cocina solo para toparse con las alas de Adam cobijar a Alastor y al beso que de seguro se estaban dando. Se devolvió tan despavorido que inclusive olvidó que tenía el poder de teletransportarse o abrir un portal. En otra ocasión los pilló jugueteando en el jardín. Adam trataba de atrapar a Alastor mientras este se desvanecía una y otra vez entre sus sombras, tal deporte simplón parecía una fiesta de tanto que reían. En una de tantas, Adam alcanzó a taclear a Alastor y ambos cayeron sobre una zona fangosa, que poco les importó, y pasaron de la diversión al arrumaco con absurda facilidad. También estaban las trasmisiones del Demonio Radiofónico, ya no solo servían para contar noticias, esparcir miedo y presumir nuevas víctimas, pasaron a ser otro de los medios por los cuales Adam declaraba su amor. ¡Qué tonto sonaba Adam cada que hablaba con Alastor! Hacía mucho que el primer hombre había sedado sus palabrotas al dirigirse al Demonio de la Radio; pero, para el resto de huéspedes, tal acto de gentileza fue un secreto hasta el momento en que los enamorados dejaron al descubierto sus sentimientos. Escuchar a Adam decir palabras como embeleco, sosiego y beatitud, con un tono sentimental y elegante, fue mucho más sorprendente que verlo comer la misma carne que Alastor. Si quería simular ser un caballero a la antigua, pues le salía bastante bien.
No todos festejaron el romance juvenil de los pecadores. Vaggie se alarmó como nadie más por el proyecto de redención y compartió con Charlie, en muchas ocasiones, su preocupación. Fue allí cuando la princesa dejó boquiabiertos a varios al confesar que ya sospechaba lo que ocurría entre ellos y, es más, casi podía jurar que el responsable de los grandes avances que Sera vio en Adam habría sido el mismísimo Demonio Radiofónico. Husk se mantuvo al margen con sus comentarios, aunque su rostro expresó, sin mesura, su verdadera opinión. Cherry Bomb y Niffty fueron las más fascinadas con el buen espectáculo que daban. «Con esas ganas con que se besan, ¡solo hace que quiera verlos coger!», le dijo Cherry Bomb a Angel Dust un día mientras curioseaban las actividades musicales de Adam y Alastor. Niffty agarró la costumbre de treparse por la espalda de Adam y susurrarle cosas que lo dejaban tan colorado como si hubiese subido y bajado las escaleras del hotel a pie. Nadie se enteró del chisme de esos susurros, pero que el primer hombre volteara a ver a Alastor al tiempo que Niffty cuchicheaba en su oreja, ayudó a la imaginación de los huéspedes a llenar los vacíos de información. Sin tomar en cuenta a Lucifer, porque su tristeza no tenía comparación y era de otro tipo, quien más aborreció y renegó del romance que acaparaba la atención de todos en el hotel fue Angel Dust. Aquella historia de amor le sacaba úlceras, odiaba ver las sesiones de besos y caricias de los enamorados, pero agarró la malsana costumbre de espiarlos. De alguna forma retorcida, se creyó parte de aquella relación, y por ello sentía la necesidad de recolectar todos los detalles que pudiera pescar. En una ocasión se atrevió a decirle a Husk: «Alastor debería darme las gracias, sino fuera por mí, Adam jamás se habría interesado en los hombres». Una larga e irritante suma de ofensas cometidas por Alastor iba al día en su mente, y la cifra no paraba de aumentar.
Dejando de lado la valoración, fuese buena o mala, de los huéspedes sobre la relación de los enamorados, había un convenio tácito en creer que ellos la oficializarían, más temprano que tarde, y flotaba en el aire la duda de qué pasaría cuando ello sucediera. Husk era el único que sabía los planes de Alastor por abandonar su amor una vez que Adam se redimiera, pero los demás se dedicaron a conjeturar y escandalizarse sobre si Alastor estaría dispuesto a cambiar su estilo de vida para seguir los pasos del primer hombre. Sin embargo, un día, Alastor y Adam sorprendieron a todos al refutar las teorías que venían formulando durante las últimas semanas. La relación entre ellos pasó del amor a la tragedia repentinamente y, entonces, la duda pasó a centrarse en los motivos de tal cambio. Los pecadores no se distanciaron, pero el dulzor entre ellos pasó a ser una melancolía constante. La desesperación de sus besos, en lugar de manifestar pasión, dejó al descubierto el abatimiento que los agobiaba; sus abrazos se prolongaban como si temieran separarse y sus pláticas se convertían, rápido, en riñas llorosas y lastimeras. Charlie fue la más optimista, les pidió a todos los huéspedes que no intervinieran y que trataran de apoyarlos. «Es normal al inicio de todas las relaciones que haya peleas, pero estoy segura que lograrán resolver sus diferencias. Por favor, ¡no hagan bromas ni comenten nada!, ¡es asunto de ellos!», les advirtió.
Con la atención acaparada por Adam y Alastor, el sufrimiento de Lucifer fue omitido. A fin de cuentas, ¿no era lo que todos esperaban, que Lucifer sufriera? Es más, el mismo Infierno era la encarnación del deseo por ver castigados a los criminales. Ni el Hotel Hazbin se salvó de aquel sanguinario deseo, porque no solo había quienes ansiaban ver sufrir a Lucifer, ignorarlo se convirtió en otro tipo de castigo. Solo las cuatro paredes de su habitación conocían el pesar del diablo, y lo peor de su situación fue que no hubo alma que se congraciara con su dolor. Su destino regresó a ser el de llorar por un viejo amor, y ni su imaginación pudo consolarlo con ficciones lisonjeras. No tenía esperanzas, su tiempo se había terminado y solo el bucle en su memoria lo mantenía cuerdo. Se sintió estático, todo avanzaba a su alrededor, pero él se quedó atascado en el recuerdo de Alastor entregándole su amor. ¡Fue horripilante! ¡Aquel amor que lo acuchillaba hasta dejarlo temblando en el piso, era el mismo que lo hacía abrir los ojos cada mañana! ¡Le fue una tortura ver a Alastor a diario y no poderle decir ni «buenos días»! Su llanto se quebraba con tanta fragilidad que debía huir a la soledad de las cuatro paredes de su alcoba y compartir, solo con ellas, la agonía crónica de su corazón. ¡Ese dolor lo mataba y lo revivía! ¡Ese dolor era lo único real que le quedaba de su amor por Alastor!
Tuvieron que pasar tres semanas más antes de que alguien recordara que existía un nuevo demonio que requería atención para su proceso de rehabilitación. Durante mucho tiempo, la depresión de Lucifer había sido uno de los secretos mejor guardados del Infierno. Sin embargo, Alastor fue el encargado de sacar de aquel bache al rey, por lo que distinguir las señales de su recaída no le fue complicado. Reconoció las ojeras, la falta de apetito, aquella mirada ausente, el espasmo en sus manos, su servilismo exagerado, el incesante parpadeo que hacía cada que debía reprimir el llanto. En contra de las órdenes de Charlie, en el transcurso de una tarde, el Demonio de la Radio se escabulló entre sus sombras para ir a dar a la habitación del rey. La emoción y sorpresa de Lucifer fueron abismales, perdió el norte y no pudo pronunciar palabra alguna.
—El hotel no te ha olvidado, pero a veces no es fácil perdonar. Tú y yo sabemos lo que es tener padres que nos han decepcionado, ¿no lo crees? Dale un poco más de tiempo a Charlie, sé que te ama, no lo dudo ni en lo más mínimo. Pero también necesita un empujón, hablaré con ella, le recordaré que necesitas apoyo para que puedas redimirte y seguir adelante —dijo Alastor con esa voz dulce y comprensiva que el diablo tanto extrañaba.
Que el Demonio de la Radio se tomara la molestia de ir hasta su alcoba, a riesgo de una reprimenda, para consolarlo, hizo que Lucifer se desmoronara. Lo que quedaba de su orgullo se diluyó en forma de lágrimas y de rey solo le quedó el nombre. Alastor se acercó a Lucifer a pasos cortos, simulando que aquel encuentro no lo afectaba, pero sí que lo hacía. Tal vez era su debilidad, verlo sufrir provocaba que su lado bondadoso surgiera espontáneamente. No creía amarlo, o al menos no como solía hacerlo, pero aquello no significaba que disfrutara verlo sufrir. Muy a su pesar, ni su propia aflicción ni el pasado entre ellos lograron evitar que su alma deseara protegerlo. Y allí estaba, contra todo pronóstico y su propia sensatez, ofreciendo su compasión a la persona que más lo había herido desde su caída al Infierno. Una vez que llegó a donde estaba Lucifer, giró una de sus manos con gracia e invocó un objeto pequeño.
—Toma —dijo Alastor con voz baja, agarrándole una mano al diablo y colocando allí el objeto—. No olvides que hay cosas por las cuales valen la pena vivir.
Lucifer bajó la mirada para ver lo que Alastor había puesto en su mano, y al mirarlo, todo su mundo se paralizó: era un pequeño patito de hule con un sombrero idéntico al suyo. Hacía mucho tiempo, le había dado al pecador un regalo similar, un pato rojo con astas de ciervo, por lo que su mente no tardó en evocar aquel recuerdo. Los sentimientos en su memoria migraron al presente, su sensibilidad parecía tener consciencia propia, explotaba sin permiso y brotaba ante la mínima provocación. Así era el diablo, o al menos una parte de él; la que conocía Charlie, la que había enamorado a Alastor. Incontrolable, el llanto de Lucifer no tardó en escapar, lo sacudió como el viento hace con las ramas de los árboles, y desgarró por completo su máscara de entereza. El Demonio de la Radio atrajo el cuerpo del rey y lo apretó entre sus brazos.
—¡Al!, ¡¿por… por qué?! ¡¿cómo?! —Lucifer encajó el rostro contra el pecho del ciervo y dejó salir sin vergüenza todo padecimiento. Aquellos brazos sanadores eran tal cual los recordaba, le limpiaron el miedo, sepultaron la soledad, rompieron su condena; sintió que volvió a ser alguien—. ¡Perdón! ¡De verdad, lo siento! No sabes lo que daría por regresar el tiempo y cambiar todo… ¡Perdón! ¡Quisiera desaparecer para demostrarte cuánto me arrepiento de haberte herido! ¡Perdóname! ¡Perdóname!
Alastor escuchó por largo rato el arrepentimiento del diablo. ¡Cuánto hubiera dado por escuchar esos perdones en el pasado! Los había esperado por tanto tiempo que algo de ese momento le pareció un sueño. Su corazón quiso gritar: «¡Te lo dije, te dije que no merecías mi amor!» Sin embargo, aun cuando creía que debía hacerlo, no pudo odiarlo. ¿Por qué no podía hacerlo? Aquel demonio lo acorraló, le hizo querer morir, perpetró un crimen imperdonable, trató de esclavizarlo…, y todo se desvanecía con solo verlo llorar. ¡Qué difícil ver más allá de los pecados de un monstruo! ¡Qué difícil tratar de entenderlo! ¿No acaso era ese el propósito del Hotel Hazbin? ¿Por qué, entonces, nadie lo ayudaba? Alastor acarició el cabello enmarañado del diablo, queriendo que sus manos exteriorizaran el perdón que fue incapaz de pronunciar. Una carga en el corazón de Lucifer dejó de pesar, fue como si una parte de su dolor escapara con cada suspiro que dio, así, tan liviano como el aire en sus pulmones. El Demonio de la Radio esperó con paciencia a que Lucifer se tranquilizara, pero esto no sucedió hasta que desfalleció. Colgando entre sus brazos, lo llevó hasta la cama y lo arropó como antaño. El ciervo se permitió observarlo dormir por unos minutos, luego sonrió dulcemente y se desvaneció entre sus sombras.
Varias horas después, ya de madrugada, Lucifer despertó en compañía del pato de hule. El sentimiento en su corazón era inefable, no entendió qué sucedía ni que sentía, pero algo dentro de él había renacido. Temblando, sujetó al pequeño pato y lo talló contra su rostro, como si con rozarlo en su piel pudiera, de algún modo, abrazar a Alastor. Tardó algunos minutos en aquella tarea sin dejar de celebrar que el Demonio Radiofónico le había visitado. Le pareció tan irreal, un sueño imposible, un espejismo; si debiera morir en ese momento, se iría feliz y sonriéndole a la vida que dejaría. Renuente a abandonar el estado idílico en el que se encontraba, decidió pararse y tomar un baño; estaba hecho un desastre y la noche lo esperaba para seguir descansando. No le tomó más que quince minutos el poder asearse. El agua no solo le limpió el sudor y la suciedad típica de cada día, algo más le purificó, por el desagüe se fueron varios kilos de melancolía.
Al salir de la ducha, con solo una toalla rodeándole la cintura, se miró en el espejo empotrado a un costado de su ropero y una virulenta agitación se apoderó de él. Detestó ver a ese hombrecillo de mirada deprimente, le asqueó su cuerpo descuidado y le molestó el aire de fracaso que lo rodeaba. ¿Qué lo había llevado a ese estado? ¿Qué había estado haciendo los últimos años? Tal como si alguien leyera en voz alta una lista de todas sus derrotas y todos sus pecados, se sintió enjuiciado por sí mismo. A cada dolor en su vida le había otorgado un nombre, pero poco había pensado que cada uno de esos dolores provenía de una decisión suya y de su incapacidad por responsabilizarse de sus actos. ¡Siempre fue bueno para endosar culpas! Su caída, la pérdida de su fe en la humanidad, el fiasco de su matrimonio, su familia fragmentada…, la pérdida de Alastor; todo se lo había achacado a los demás. ¡Sí que era el pecado del orgullo como para haberse creído intachable! Y pese a todo, Alastor había doblegado su propio ego para ir a consolarlo. Tanto Alastor como él mismo eran monstruos, sí, por supuesto. Sin embargo, podría enlistar todos los crímenes del ciervo y no hallaría ninguno en su contra. En cambio, todo lo que recibió de su parte fue amor y devoción. ¡¡¿Cómo pudo ser tan estúpido?!!
—No hay peor monstruo que aquel que daña a quienes ama…, ¿no, Lucifer? —se dijo mientras se acercaba al espejo.
¡Qué tramposo se sintió! De pronto, su dolor dejó de ser su enemigo para volverse un aliado. Tenía dos opciones: agarrar ese dolor y hacer algo con él, o dejarse vencer, tal como era su costumbre. ¿Cuánto más perdería? Se quedó sin Lilith, sin Charlie, sin Alastor, sin el control del Infierno…, incluso se perdió a sí mismo. Las imágenes del niño en el ovoide llegaron a su mente como un rayo de luz iluminando sus ideas.
—Eres un monstruo, ¿qué esperabas? —se dijo, mirándose al espejo con los hombros erguidos y el pecho levantado—. ¡Qué patético, Lucifer! ¡Eres un monstruo que no sabe afrontar las consecuencias de sus actos! —se gritó con tirria.
Mientras que él gastaba sus días en llorar y endilgar culpas, Alastor se había atrevido a amar de nuevo. Alastor se enfrentaba a uno de sus mayores miedos y ahí estaba, sufriendo otra vez, con la frente en alto y sin dejarse vencer.
—¡Él sufrió más que tú, imbécil de mierda! ¡Anda, deja de estar llorando como un pendejo inútil! ¡Eres tú quien debería ayudarlo, no él a ti! ¡¡Eres tú el que debe reparar tus malditos errores, no él!! ¿Ya olvidaste quién eres, Lucifer? ¡Eres el jodido diablo! ¡El diablo, maldito hijo de puta! ¡El diablo! ¡El Infierno es tuyo! ¡El puto Infierno es tuyo!
Esa madrugada, en ese cuarto y frente a ese espejo, el alma del diablo se sintió viva. No sabía qué hacer ni cómo lo haría, pero una poderosa fuerza por alcanzar ese futuro distante y desconocido lo hizo sonreír como no lo había hecho en mucho tiempo. Siguió recordándose que era el ser más poderoso del Infierno, abrazó al dolor y lo saboreó sin quejarse, sus lágrimas cayeron sin doblegarlo y su furia avivó su deseo por redimirse. No solo se lo debía a Charlie y a Alastor, también al Infierno y a él mismo.
Una vez que el frenesí catártico llegó a su fin, chasqueó los dedos para ponerse su pijama y se lanzó, sonriente, a su cama, en donde el patito de hule lo esperaba paciente. Y bien podrá parecer extraño, porque incluso a Lucifer se lo pareció, pero al mirar al juguete, toda su aflicción mutó a una tremenda preocupación por Alastor. Comparado al sufrimiento del ciervo, el suyo le pareció poca cosa. Fue como si una mano invisible lo hubiera abofeteado y amonestado, su tristeza le fue arrancada y la suplantó una inquietud al pensar que Alastor estaba cayendo otra vez por un abismo. No era un secreto en el hotel la crisis sentimental que atravesaban los pecadores enamorados; cualquiera que fuese el motivo, deseó que pudiesen encontrar una solución. Si fuese Adam, haría cualquier cosa por evitar que Alastor sufriera. ¿Sería consciente el primer hombre de la oportunidad que tenía en sus manos? Si él supiera lo doloroso que era perder el amor del ciervo, ¿actuaría de otra forma? Lucifer tomó al pato de hule y lo apretó contra su mejilla, imaginando que era Alastor a quien abrazaba. ¡Oh!, ¡cuánto lo amaba! ¡Su corazón lo esperaría por siempre, aun sabiendo que jamás regresaría! Los pensamientos del diablo no se liberaron del dolor que debía de estar sintiendo Alastor por culpa de un estúpido que no podía ver lo afortunado que era. Su zozobra fue tal, que incluso llegó a compadecer el amor de los pecadores, porque mil veces prefería la tortura de ver a Alastor y Adam juntos, que la tortura de ver infeliz a Alastor.
Imaginando la felicidad del Demonio Radiofónico y apretando el patito de hule entre sus manos, Lucifer terminó siendo vencido por el cansancio; y allí, en sus sueños, la sonrisa de Alastor lo volvió a saludar.
Notes:
¡Hola de nuevo!
Como les comenté en el capítulo anterior, este capítulo quedó corto porque originalmente sería la tercera parte del anterior, pero se alargó mucho y sentí que no encajaba con la temática, y para no descuadrar la organización en mi cabeza, preferí subirlo como un capítulo aparte. Aunque, por ello, subí los dos al mismo tiempo, espero que no haya sido tedioso.
Bueno, ya se empezarán a desenredar todos los cabos sueltos.... ¡Sí! Además, se acerca una parte crucial para el final del fanfiction, por lo que consultaré con ustedes por última vez, ¿con quien les gustaría que se quedara Alastor? Tengo dos finales en mi cabeza, pero me gustaría saber su opinión.
Es todo por ahora, ¡Muchas gracias por seguir la historia!
:)
Chapter 28: Capítulo 27: Amigos o enemigos
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Charlie sabía que jamás volvería a tener «a su papá», no al que creía que era, o al que fue. Por más que oía a su arrepentimiento, no pudo volver a colocar al diablo de donde se había caído en su corazón, el espacio vacío lo tendría que llenar un «nuevo papá»; uno mejor, esperaba. Aunque también lo llenaría un «nuevo diablo», un «nuevo Lucifer», un nuevo de todo.
Ella conocía el resto de los anillos del Infierno como puede un turista conocer el lugar al cual va de vacaciones, y eso la hizo sentir terrible. Con la restricción que le había puesto al diablo, no le quedó otro remedio que hacerla de acompañante y andar de aquí y a allá por todo el Infierno con él. «Hay muchos problemas, ¿sabes? Ni siquiera sé por dónde empezar. Creo que será por Pereza. No es posible que, siendo demonios, tengamos un sistema de salud peor que el de los humanos en la Tierra», le dijo en uno de los recorridos por aquel anillo. Ver a su padre preocupado por sus labores de rey fue lo que le hizo pensar que, en el futuro, un nuevo demonio ocuparía el lugar de su padre. Pese a que tal pensamiento la reconfortó, no pudo apartar el recuerdo de todo lo ocurrido con Alastor y la escalofriante maestría con la cual había engañado a todos. Es más fácil perdonar a pecadores cuyos delitos fueron en contra de desconocidos, que a un ser amado que atentó en contra de otro ser amado.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Cuando Sir Pentious se redimió, nadie pensó en los delitos que lo llevaron al Infierno; lo único que celebraron fue que hubiese alcanzado el arrepentimiento y el perdón del Cielo. Sin embargo, ¿qué habría hecho para ir a dar al tártaro? Cuanto esta reflexión golpeó la cabeza de Charlie, se alejó de las conjeturas. Fuera lo que fuera, ¡no quiso saberlo! Ella sentía un gran afecto por él y no deseó menear aquel recuerdo. Por el contrario, Lucifer no estuvo de acuerdo con su hija y le dijo que, tal vez, conocer los delitos de los pecadores serviría para diferenciar a los verdaderos monstruos de aquellos que estaban en vías de serlo. Esta idea la germinó después de haber conocido el pasado de Alastor. Pese a que solo vio el primer asesinato que cometió, dedujo que los siguientes habrían sido más sanguinarios y más placenteros, lo que, eventualmente, lo convirtió en un monstruo hecho y derecho. ¿Cuántos pecadores no llegarían al Infierno por crímenes cometidos en defensa propia, por aquellos de los que sintieran arrepentimiento o que hubieran cometido por coacción o cobardía? «Char Char, no te corresponde ser juez, tu Hotel no es para eso; pero conocer sus pecados te ayudará a saber quiénes tienen más oportunidades de éxito. No sé, quizá con el tiempo puedas ayudar a los que somos verdaderos monstruos», le comentó a su hija una buena tarde, cuando tuvo los primeros chispazos de un nuevo plan para atraer más huéspedes. Sus motivos para activar al desolado Hotel Hazbin no se limitaban a Charlie, guardó en su caja fuerte que aquella idea era también un plan táctico para incentivar a Adam a permanecer en el Infierno.
Después de que Alastor cumpliera su promesa de hablar con Charlie, ella reconoció el poco esfuerzo que había puesto por ayudar a su padre. «Es que me es muy difícil», argumentó. Pero tuvo que armarse de valentía y rectitud cuando, dulcemente, el Demonio Radiofónico le reprochó: «Lo haría yo encantado, pero me has prohibido acercarme a él». Tres días después de este recordatorio iniciaron las sesiones de terapia, como fueron nombradas, del diablo. Adam le hizo el solemne juramento a Alastor de tomar el asunto con seriedad y de no usar las pláticas para tomar venganza, aunque le puntualizó que no creía ser la persona indicada para tal labor. Así fue como se acordó que todos los viernes, en punto de las seis de la tarde, se reunirían Lucifer y Adam. En las primeras sesiones hubo más silencio que palabras, pero ya para la quinta encontraron un tema que disparó la atención de ambos: las probabilidades de éxito del Hotel Hazbin. Para sorpresa de ambos, cada uno almacenaba un buen tanto de esperanzas de que el proyecto despuntara. Sin embargo, Adam fue más pesimista y señaló que el Hotel Hazbin era tan contradictorio como lo sería un grupo de alcohólicos anónimos dentro de una taberna.
—Deberías darle el gusto a tu hija de ver más humanos en el Cielo y hacer que tus putos demonios dejen de ir a la Tierra —espetó el primer hombre mientras alzaba sus dedos medios de manera sincronizada.
—No puedo hacer eso. Charlie ha vivido en Orgullo desde que nació y por ello ve a los pecadores como su gente, pero, en realidad, nuestro pueblo son los demonios nativos y no puedo hacerlos a un lado. De hecho, debería encargarme de ellos, el jodido Infierno es un caos —repuso Lucifer con un tono de preocupación.
—Pues, entonces, volvemos al inicio de todo. Llevo diez meses aquí y no hemos logrado reclutar ni a un solo pecador. ¡¿Qué putas haremos?!
—Un buen comienzo sería que lograras redimirte, ¿no crees? —Lucifer soltó una sonrisilla que molestó a Adam, pero la retuvo con rapidez y recompuso su semblante—. Ok, sí, eso estuvo fuera de lugar —dijo a modo de disculpa y luego carraspeó.
Esa charla fue como un empujón para las ideas de Lucifer. No le tomó mucho tiempo llegar a la conclusión de que podría usar su magia para hallar almas cuyos pecados fueran no tan graves. «Sería como empezar en el nivel uno, y podríamos seguir así hasta llegar a los niveles difíciles», le dijo al patito de hule que nunca se despegaba de su lado y que se había vuelto su mejor amigo y confidente. El hilo con el cuál terminó de coser su plan fue el chismorreo deambulando en el hotel: el trágico amor entre Adam y Alastor. Los huéspedes casi podían afirmar las causas de que aquella relación no se concretase, pero, al final de cuentas, eran solo suposiciones. Mentalizado a ser maldecido, una tarde, en una de las sesiones de terapia, sedó a sus emociones y, con el rostro más sincero y pacífico que pudo adoptar, le preguntó al primer hombre:
—No me lo vayas a tomar a mal… ni pienses cosas que no son… —inició entre pausas—. Hay muchos chismes en el aire…, pero en sí, ¿cuál es el problema entre tú y Alastor?
—¡Lo sabía! ¡Ni siquiera lo pienses, enano de mierda!
Adam se levantó tan rápido y con tanta fuerza que tumbó la silla en la que estaba sentado. Consciente de que el mínimo error provocaría su expulsión del hotel, Lucifer se apresuró a detener la partida del pecador e insistió en la benignidad de sus intenciones. De principio Adam hizo caso omiso a toda súplica, renuente a creer que el interés del diablo por Alastor se debiera a algo más que a los celos y la mezquindad, y lo amenazó con exponerlo frente a Charlie. Dado que la gentileza no surtió ningún efecto, Lucifer pronto se desesperó y recurrió a otro tipo de persuasión: «Veme, pendejo. Un día estarás de este lado y te arrepentirás de haberlo dejado ir. ¡Allá tú!» Adam buscó el truco de aquella maniobra en las reacciones del otro, fue minucioso al observarlo: a donde volteaba los ojos, el tono en su voz, si escondía las manos o si apretaba los labios, siguió de cerca el bulto en su garganta por si caía más pesado de lo que debería y hasta trató de escuchar el ritmo de los latidos de su corazón. ¡Pero nada encontró! El fatal presagio contenido en la frase del diablo fue lo que anestesió su ira y su prudencia. Sin entender cuál sería el beneficio para su relación con Alastor de que se sincerara, soltó el recelo de sus hombros y dijo de mal modo: «¿Por qué más sería? ¡Yo planeo redimirme! Y a Alastor no le satisface un amor a larga distancia». Una vez confirmado el motivo de la tristeza de Alastor. Lucifer ideó su plan para auxiliar al desolado hotel de su hija y tratar de que «el tonto» del primer hombre reconsiderara su porvenir.
Lo primero en su plan fue buscar a un demonio que pudiera automatizar su magia sin que él o un clon estuvieran presentes. Con vergüenza, debió admitirle al patito de hule que su conocimiento de magia oscura era insuficiente tras dos semanas de tratar de crear, sin éxito, un hechizo que mecanizara y filtrara los poderes del ovoide. Sin más qué hacer y al no tener permitido salir sin compañía, le pidió a Charlie que lo acompañara a visitar los diferentes Anillos del Infierno en busca del demonio indicado. Aquellos viajes hicieron que al diablo lo invadiera un vírico apetito por retomar las riendas de su reino; como si el aire lo contagiara de vitalidad con cada respiro y el sol se postrara a sus pies ante su presencia, implorando por su regreso. Cada Anillo tenía sus problemas y las leyes eran transgredidas hasta por los Pecados mismos. Después de visitar a los nueve reyes Goetia, la mejor opción resultó ser la que ya había previsto: Paimon. Sin embargo, este le pidió un mes de espera para crear tal hechizo y le dijo que, quizá, hasta requeriría de más tiempo. El diablo dejó en manos de Paimon su empresa, pero siguió con el recorrido por el Infierno, en parte por su renovado ímpetu de rey, y en parte para continuar pasando tiempo con Charlie. Habiendo subestimado sus propias habilidades, Paimon consiguió crear el hechizo en solo veinticuatro días, por lo que Lucifer decidió que era el momento oportuno de revelar su gran plan.
En teoría, el diablo tenía la facultad de escarbar en la vida de los pecadores para poder designarlos al Anillo correspondiente según sus faltas cometidas, pero esto nunca sucedió. Los dejó en libertad y les otorgó el perdón, desde el punto de vista del Cielo, y los confinó a vivir en Orgullo. Al llegar al Infierno, las almas de los pecadores aparecían de manera aleatoria en aquel anillo, sin que nadie las recibiera ni les anunciara el porvenir que les aguardaba. Por lo tanto, lo siguiente en su plan fue crear una recepción infernal por la que pasarían las almas que recién llegaban, y donde se activaría el hechizo pericial que valoraría la gravedad de sus pecados. Ya en la tercera etapa del plan era que el Hotel Hazbin entraría en acción. Alguien tendría que encargarse de darles la bienvenida a los pecadores elegidos, exponerles la oportunidad de redimirse y tratar de convencerlos de unirse al hotel. Tanto Charlie como Adam estuvieron de acuerdo en que tal selección era prejuiciosa y que cada alma que llegara al Infierno debería tener la opción de redimirse; pero Lucifer insistió diciendo: «Lo sé, pero esto es mejor que seguir con el hotel vacío. Intenta primero con esto, con el tiempo podrás ayudar a otros pecadores». Charlie, no muy conforme, aceptó el plan y Adam la secundó con bastante entusiasmo, pero les advirtió: «Si esto marcha bien, deberíamos de darles la jodida oportunidad a todos los que lleguen, aunque poniendo mayor atención a los que seleccione tu hechizo. ¡Discriminarlos fue la misma mierda que hizo el Cielo, y al final no funcionó!»
En teoría la idea de Lucifer sonaba muy fructífera, pero en la práctica resultó que no tanto. En la primera semana de haberse inaugurado la recepción infernal no hubo ningún seleccionado. Lucifer mandó llamar a Paimon para que corrigiera el hechizo que parecía ser un fiasco; pero el Goetia, ofendido por tal acusación, se defendió lo mejor que pudo.
—Su majestad, la selección de almas es un tema complejo y desconocido incluso para los más poderosos del Cielo, por ello existe el Purgatorio y nadie puede saber qué sucede ahí. Las almas que llegan aquí ya han sido previamente seleccionadas, no espere encontrar mucho material con el cual trabajar. Si gusta puedo modificar el hechizo para que sea menos estricto.
Lucifer se negó a la modificación y todos decidieron darle más tiempo a Paimon para que demostrara la efectividad del hechizo que había creado. No tuvieron que esperar mucho: a la semana siguiente, dos pecadores fueron seleccionados, aunque solo uno accedió a ser huésped del hotel. Dos semanas después, se sumó otro más. Antes de que Adam cumpliera un año en el Infierno, ya había cuatro pecadores nuevos en el Hotel Hazbin.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Todos en el hotel estaban al tanto de las intenciones de Lucifer por proponerle matrimonio al Demonio de la Radio durante la fiesta dedicada a Adam; y la mayoría lo tomó como un mero formalismo porque creían que aquella relación estaba más que oficializada. El ego de Angel Dust sufrió varias magulladuras por culpa del rey: se había divorciado, declaró su amor por el ciervo, se reconcilió con la monogamia y se olvidó por completo de que alguna vez fue el objeto de sus deseos. Imaginar lo que Alastor haría una vez que ocupara la posición de rey consorte fue el menor de sus tormentos, lo que incineró su vanidad fue saber que «aquel imbécil» había logrado lo imposible: sacar a Lilith de la vida del diablo. ¿Qué habría hecho para lograr semejante hazaña? ¡Era un demonio asqueroso, un espanto sonriente, un ser maligno y un hipócrita remilgado! ¿Qué no gustaba del sexo? ¡Mentiras! ¡Solo era una puta con clientes de alta gama que se hacía pasar por inocente! Y de entre todo el hervidero de odio, lo que le resultó más insoportable fue ver a Husk sufrir por el inminente matrimonio.
Las pasiones de Husk eran como el viento, nadie se percataba de ellas a menos que soplaran fuerte. ¡Y sí que era bueno para ocultar sus emociones! Como buen anciano, poco era lo que dejaba al descubierto, guardaba todo para sí mismo como si fuese su deber de hombre. Enmascaraba tanto lo bueno como lo malo y casi nadie podía adivinar cómo era que pasaban sus días, pero Angel Dust pudo notar el discreto dolor en las miradas del gato ante la presencia de Lucifer y Alastor. Cuando este último se acercó a él para aconsejarlo sobre cómo debía hacer para acercarse a Husk, quedó sorprendido y terriblemente ofendido. Aquel gesto, en lugar de tomarlo como altruismo, se le figuró como si Alastor le obsequiara sus sobras. ¡Qué desgraciado!, ¡ahora que iba a casarse, quería deshacerse de Husk tal cual un estorbo!
Por aquel tiempo, Angel Dust se ocupó de hacer lo que tuviera a su alcance para mejorar el humor de Husk al mismo tiempo que daba rienda suelta a su adicción de creerse amado por Adam. Poco fue el tiempo que tuvo para mantener vivas sus ilusiones, pero no por ello fueron menos intensas. Se dice que todos somos o seremos el villano en la historia de alguien más, y Alastor solía regocijarse con ser la debilidad de otros. Había trabajado arduamente en forjarse una reputación tan apabullante que bastaba con pronunciar su nombre para que todos se alborotaran a su alrededor. Eso sí, los efectos que buscaba eran provocar miedo y respeto y que le creyeran el peor monstruo del Infierno. En sus planes nunca estuvo ser el centro de envidias pasionales y menos andar rivalizando por amor o atención afectiva. Sin embargo, en la guerra mental de Angel Dust, el Demonio de la Radio era un durísimo competidor y no podía explicarse cómo era que iba perdiendo contra él. Sus impresiones sobre Alastor eran tan desfavorables que llegó a sospechar que encantaba a todos con magia, porque algo debía de hacer para hechizar a todo mundo; incluso él mismo llegó a encontrarlo cogible cuando recién lo conoció. Enterarse que Adam había caído en las redes de su peor rival lo desequilibró y, en confidencia con su corazón, juró que desenmascararía el mañoso juego del ciervo. ¡Cómo se arrepintió de haberle informado a Charlie y a Adam sobre los desesperados mensajes que Vox le había enviado el día que Lucifer enloqueció! De hecho, la única razón por la que lo hizo fue el miedo a las posibles repercusiones si alguien llegaba a enterarse de que había ignorado al Demonio de la Televisión y la ayuda que pedía para Alastor. Después de que Adam y Alastor expusieran su amor sin tapujos, deseó regresar el tiempo y haber cerrado la boca, ¡tal vez, de ese modo, se habría deshecho del Demonio Radiofónico!
Ser espectador del apasionado romance de los pecadores ocasionó que su deseo por ser amado se disparara hasta la inmensidad. Él quería un amor igual al que Adam le profesaba a Alastor, entre más descubría lo maravilloso que era como novio, su loco anhelo más se hinchó. Tenía la creencia de haber estado a muy poco de obtener el favor del primer hombre, ¡si Alastor no se le hubiera metido entre los ojos, hubiera sido suyo! ¿Por qué nadie podía ver que tenía mucho más que ofrecer que solo sexo? En su mente, vivía una bellísima historia de amor con Adam, pero este no lo sabía. El primer hombre no se enteró del primer beso que se dieron, no se dio cuenta de que cada que salían de fiesta o bebían en el hotel habían tenido espléndidas citas, no entendió que los roces de piel eran en realidad caricias sinceras, ni supo que cada noche le concedía la entrada a su cama para que le hiciera el amor. Angel Dust se conformó con vivir su romance imaginario a través de Alastor; sufría viéndolos interactuar, pero no podía dejar de hacerlo, espiarlos era su único medio para alimentar sus fantasías.
Los únicos que hacían que Angel Dust pisara la dura realidad eran Valentino y Husk. Él primero era quien le ofrecía lo más cercano al tipo de atención que soñaba, pero a costa de maltrato y sumisión. Al segundo lo amaba en verdad, y de él no solo quería su afecto, quería entrar a su mundo, conocerlo, aliviar su dolor y sanar su alma. Fue quizá que los enamorados se vuelven susceptibles a las emociones de quienes aman, o simplemente fue Husk que ya se había acostumbrado a Angel Dust y por ello le dejó ver más de lo que habitualmente mostraba; pero la araña siguió de cerca la montaña rusa emocional de su guerra fría contra Lucifer y Adam.
Husk alternó de la desesperanza al optimismo en diferentes momentos, pero se sintió victorioso después de que Alastor le pidiera alejarlo del amor una vez que Adam se hubiese redimido. De ser el competidor con la mano más débil pasó a ser el inesperado ganador. ¡Desbancó a uno de los overlords más poderosos de Orgullo! ¡Había logrado derrotar al mismísimo rey del Infierno! ¡Se libraría del gran Padre de la humanidad! ¿Quién lo hubiera imaginado? Sintió que todos sus esfuerzos recién estaban dando frutos y que Alastor al fin le recompensaba por su infinita paciencia. Sin embargo, luego de que Adam se enfrascara en el proyecto de Lucifer y que el hotel comenzara a recibir nuevos huéspedes, se le vino una premonición que lo asustó. ¿Qué ocurriría si Adam desistía de redimirse? En poco tiempo, los melancólicos traspiés entre Adam y Alastor bajaron de intensidad para terminar de desvanecerse en menos de tres semanas. El ánimo del Demonio de la Radio se restauró y se oía tan vivaracho como antaño. Husk sufrió una caída catastrófica, haber llevado su apuesta tan alto solo ocasionó que se sintiera como un estúpido ingenuo. Su futuro se degradó rápido, las risas burlonas que le echaba a la espalda de Adam pasaron a ser gruñidos llenos de tirria y no tardó en imaginar formas de separar a los enamorados, aun cuando le había prometido a Alastor que lo dejaría vivir su romance en paz.
Fueron dos gotas las que derramaron el vaso de la ira de Angel Dust. El primer incidente sucedió una noche en la cual salió de juerga con Adam. Después de invitarlo por octava vez a una Noche de putas, usando la excusa de celebrar el aniversario de su llegada al Infierno, Adam cedió y se pusieron a organizar la salida. Para su sorpresa, le pidió que fueran a un bar normal, es decir, sin nudistas o prostitutas.
—No me ha dicho nada, pero sé que a Al le incomoda que… ya sabes, que sea un puto…, que me coja a todas las que se me antojen. Quiero demostrarle que puedo darle el tipo de fidelidad que él espera.
Hasta antes de esa noche, el odio de Angel Dust por Alastor había estado reservado para él y sus pensamientos. Él solito lidiaba con el huracán de desprecio y se tragaba cada insulto que deseaba gritar; solo su imaginación conocía los perversos planes que fraguaba, pero que nunca se atrevía llevar a cabo y su corazón ocultaba la inquina que le tenía. Sin embargo, las palabras de Adam pincharon su bolsita de bilis y su rencor salió a la luz.
—Quisiera saber qué tiene de bueno ese imbécil, ¿tan bien coge? ¿O por qué harías algo tan estúpido como desperdiciar tu tiempo aquí abajo?
El tono en la voz de Angel Dust dejó entrever su molestia, pero Adam se esforzó por creer que no había nada de extraño y que solo era la curiosidad de Angel Dust expresada con su vulgar forma de hablar.
—Por respeto a Al, no quiero hablar sobre nuestra intimidad, solo te diré que no, no me lo he cogido. Para que eso sucediera, no sé… creo que tendría que dejar pasar un buen tiempo para… ¿cómo decirlo? No sé, para depurarme.
Angel Dust se echó a reír ante la idea de que Adam considerara a Alastor como alguien casto o virginal. Se dobló erráticamente y palmeó la mesa con gran diversión.
—¡No me jodas! ¿Crees que Alastor es virgen? ¡¿No crees que Lucifer ya te ganó ese agujero?!
—¡No hablaré de la intimidad de Alastor! ¡Y tampoco lo digo por eso!... Lo amo…, y nunca he tenido intimidad con alguien por quien haya sentido esto.
La fiesta de Angel Dust terminó en el instante en que se dio cuenta de que, dentro de esos “alguien”, estaba incluido él. Los fragmentos de sus ilusiones volaron en compañía de la voz de Adam que siguió de largo con los halagos para Alastor. De una, su imaginaria relación desapareció, todo se fue. A Adam no pareció importarle la pasión que había reservado para sus besos, ni la lealtad que le habría entregado, ni la serenidad que hubiera puesto en su vida, ni el esfuerzo que habría hecho para redimirse con él. Si Adam le hubiera ofrecido el amor que le ofrecía a Alastor, lo habría tomado y habría aprendido a amarlo como se merecía; no como ese amor defectuoso que le daba el «espanto sonriente». Él habría estado dispuesto a darle su vida en una cajita como quien se muda de casa a cambio de que le amara como amaba a Alastor. Pero no, para Adam era un “alguien”. De pronto, imaginó que él y un montón de “otros alguien” eran podados del bello jardín que el primer hombre arreglaba para recibir a Alastor.
Angel Dust revivió aquella noche en su mente por varios días, y su odio creció cuando Adam ni siquiera notó que llevaba dos días ignorándolo. Al tercero tuvo que dirigirle la palabra por culpa de una actividad integradora del hotel, pero el primer hombre actuó tan despreocupado que le dieron ganas de insultarlo frente a todos. Su molestia continuó afectando sus días, y fue por ello que ocurrió el segundo percance. Una semana después, Husk se cansó del mal humor que Angel Dust llevaba cada tarde al bar y no tuvo de otra que entrometerse en su vida como todo buen cantinero haría. Entre la intranquilidad que le generaba la animosidad de Adam, el miedo que le producía ver feliz a Alastor y el trabajo extra que tenía por los nuevos huéspedes, a Husk no le apetecía más problemas. No sospechó que el colérico ánimo de Angel le fuera a causar otro disgusto y si lo hubiera sabido nunca se habría puesto a beber como lo hizo.
Los tragos se extendieron hasta la madrugada y Husk, por primera vez en casi dos años, ya sentía que alguien taconeaba dentro de su cabeza. Su fanatismo por el alcohol no era algo desconocido y mucho menos su resistencia para beber, que incluso era mayor que la de Alastor; por eso, cuando Angel Dust lo oyó balbucear incoherencias, no pudo sino sorprenderse. Era cierto que la cantidad de tragos que había consumido el gato duplicaba a la suya, pero no por ello dejó de ser alarmante. Y todo apuntaba a que la noche terminaría como una buena desahogada entre amigos, pero unos cuantos tragos más y escuchar una sola vez el nombre de Alastor bastaron para que la araña retomara su mal humor y su lengua se desatara.
—¡Mi gatito! ¡No me digas que estás así por culpa de Sonrisas! ¡Mira, estás hecho mierda!
—Siempre estoy así, Alastor no tiene nada que ver en esto. Estamos en el Infierno, ¿recuerdas?
Angel Dust siguió presionando con el mismo tema, tratando de despistar a Husk y hacer que hablara de más, pero ni mareado lo consiguió. Entonces cambió de táctica.
—¿Te imaginas que Alastor quisiera redimirse? Sé que ese cabrón no lo haría, pero sería lo mejor para ti. ¡Tendría que liberarte!
—¡Te dije que dejaras de hablar de eso! ¡¿Qué mierda te pasa?! ¡Mi puto trato es algo entre Alastor y yo!
—¿Tan enamorado estás que no te importa que te tenga amarrado como un puto sirviente? ¿Eso quieres?, ¿ser su jodida mascota? ¡Mierda, Bigotes! ¡Te quitó tu alma! ¿Cómo puedes sentir algo por él?
—Mi alma será de él por todo el jodido tiempo que quiera. ¿Entendiste? ¡No metas las narices en donde no te llaman!
El corazón de Angel Dust diferenciaba a Adam de Husk. Del primero quería su amor, no al hombre en sí, porque ese hombre era uno inventado por su imaginación, uno que solo aparecía con la presencia de Alastor. Pero a Husk lo amaba, a lo que era y lo que conocía de él: su voz rasposa que hacía juego con su cara rezongona, sus sonrisas amables que le aliviaban el alma, su tranquilidad frente a las adversidades, su habilidad para entender a los demás, su forma simple de ver la vida, su astucia para salir de problemas, su loción a pino, sus alas de ángel, su manía por la magia, sus manos laboriosas. Cada día podía agrandar la lista de las virtudes que veía en él y por más que intentó frenar sus sentimientos, no lo había logrado y creía que nunca llegaría el día en que podría hacerlo. ¡No importaba con cuantos hombres durmiera ni con cuantos hombres se ilusionase! ¡Seguía, inútilmente, esperando a Husk! Le daba miedo ilusionarse con él. De otros podría soportar que no lo amaran, podría soportar que sus fantasías no fuesen reales, que lo rechazaran y lo abandonaran; pero no de Husk, ¡jamás de él!
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Rastrera, una inquietud parasitó en la mente de Adam, ocasionándole momentos desafortunados. El colorete en sus mejillas delató a ese odioso sentimiento que, finalmente, pudo darle un nombre, las palabras se le enroscaron haciéndolo parecer un bebé que recién comienza a hablar y su cuello, como si lo hubiese poseído una entidad malévola, giró sin disimulo en busca de los demonios que le hacían padecer unos tiránicos celos. Con Alastor negándose a responderle qué tipo de relación tenía con Husk, verlos ya no le resultaba lo mismo que antes de la noche en que “La Cuve Cramoisie” ofreció su presentación privada. Husk le pareció más atento, su conversación más coqueta y el tiempo que compartían más extenso. El verdadero problema era que ni Alastor sabía qué relación tenía con Husk. No eran amigos ni se comportaban como lo harían amo y esclavo, pero tampoco tenían un romance. Los más jóvenes dirían que eran un “casi algo”, pero ellos evitaban, a toda costa, ponerse alguna inverosímil etiqueta. Temeroso de que Alastor le regalara más noches a Husk, Adam se aparecía en la alcoba del ciervo en punto de las diez de la noche para reclamar su tiempo para dormir, como si fuera un guardián cuidando una bóveda llena de misteriosos tesoros. Y pudo darse el gusto de acaparar las noches de Alastor hasta que llegó el último día del mes, porque no hubo poder celestial o infernal que sacara al Demonio Radiofónico del rotundo «no» que le dio.
—Dime qué mierda hacen, o te juro que no volveré a dormir contigo— amenazó Adam, convencido de que removería al indolente corazón del ciervo.
—No siempre hacemos lo mismo, pero…, por lo regular, solemos hablar, beber y oír música.
La respuesta no satisfizo la inquietud de Adam porque era algo que le había dicho con anterioridad, y que Alastor siguiera dándole vueltas a su paciencia, lo irritó.
—Trato de que seas sincero por tu propia voluntad, pero me sigues tomando como si fuera un pendejo. ¿Quieres que te lo pregunte? ¡Bien!... ¿Duermen juntos?
Existen personas que gustan de hacer rabiar a sus enamorados, como si los celos fueran un termómetro que mide la llama del amor; pero Alastor no consideraba beneficiosa tal práctica. Ni siquiera a Lucifer, en el peor momento de su relación, deseó ponerlo celoso alguna vez. Si llegó a enloquecerlo, tal como le fue recriminado, fue por mero accidente. Es más, tanto a Lucifer como a Adam los calificó de impertinentes e hipócritas. Con el primero, que en aquel entonces aún tenía esposa, se contuvo de sentir envidia u odio de una mujer a la cual le estaba quitando el marido. Y así como se juzgaba a sí mismo, también juzgaba a Lucifer. ¡Le pareció una desfachatez que le celara como si fuera su verdadero esposo! Con Adam el asunto era de otro talante, pero no por ello menos presuntuoso. Entender al primer hombre le resultaba difícil, porque cada uno tenía valores diferentes en cuanto a las relaciones amorosas. Sin embargo, ¿por qué tendría que ponerse a mediar tales diferencias si no estaban en una relación? Lo que pasaba entre ellos, al igual que le sucedió con Lucifer, no alcanzaba el mérito de ser oficial. Por este motivo, desde la vez que se atrevió a cuestionarle sobre Angel Dust, nunca más volvió a tocar el tema de sus andanzas carnales. Eso era algo de Adam y las peregrinas con las cuales dormía. ¿Quería saberlo? No. ¿Le daba curiosidad? A veces. ¿Sentía celos? Tristeza más bien. Devolviéndole la frase «Es algo privado», que alguna vez le contestó, sorteó varios interrogatorios. Pero tal respuesta había dejado de tener efecto, y Adam parecía un desesperado pez que lucha por su vida en la red de un pescador.
Con la convicción de que Adam debía de alinearse a la realidad, por más terrible que le resultara, y de que lo correcto era no mentirle, Alastor hizo frente a la pesquisa.
—Respeto al amor que siento por ti, y por ello he evitado compartir cama con él. Pero, en el pasado, hemos dormido juntos.
A Adam no le importó si era razonable el coraje que sintió, pero lo agarró con el puño y le dio vida con palabras imperativas y acusatorias. Alastor, con la elocuencia que lo caracterizaba, supo defenderse bastante bien y no dio marcha atrás en defender su derecho a compartir su tiempo para dormir con quien le diera la gana. Al primer hombre se le paralizó el mundo, ¡qué fácil le fue imaginar que, una vez que se redimiera, Husk y Alastor podrían compartir cama sin ningún tipo de restricción culposa! Los dolorosos inventos de su imaginación lo atormentaron hasta que Alastor, con una dureza que hacía tiempo no escuchaba en él, le dijo: «Busca la sensatez en donde la hayas dejado. Así como yo no me meto en tus “Noches de putas”, tampoco tú te entrometas con mi tiempo para dormir. ¡Me sorprende la cantidad de sandeces que puedes decir por minuto!» En el rostro de Alastor no solo había firmeza, también había dolor; y fue entonces que Adam entendió que las decisiones del ciervo no obedecían a un escarmiento o venganza, sino a la justicia.
—¿Sientes amor por él? —preguntó Adam, mirando al piso con los ojos húmedos.
—No, pero es un buen… compañero —dijo el ciervo dubitativo, sin saber qué título era el más apropiado para Husk—. Nos entendemos bastante bien y…, a su modo, se preocupa mucho por mí.
La forma en que Alastor movió las cejas al hablar de Husk, dejó en Adam una impresión escalofriante. Aceptó que el Demonio de la Radio no sentía amor por Husk, pero, si algo pudo confirmar ese día, era que el gato sí estaba enamorado.
—Él te ama. Lo sabes, ¿no? —Adam trató de esconder el miedo que lo amenazaba con destruir su voz, por ello habló lento, como si el menor ruido pudiera desatar un alud—. ¿Por qué lo dejas estar a tu lado si tú no sientes lo mismo?
Pese a que Adam habló tan quedito como un ratón robando comida a la media noche, sí desató un feroz alud.
El primer hombre decidió que no volvería a tocar el tema hasta que no tuviera en sus manos la posibilidad de ofrecerle el tipo de fidelidad que Alastor esperaba, porque tenía razón. Por mucho que lo destrozara, no podía exigirle que dejara de regalarle sus noches a Husk cuando él seguía renuente a dejar sus noches de lujuria. ¡Lo había intentado! Había evitado el coito, considerándolo como el acto que delimitaba la traición de la lealtad, pero continuó frecuentando los centros nudistas y pagándole a prostitutas para que le hicieran un espectáculo especial, que podía incluir sexo oral, masturbaciones o todo tipo de caricias.
Por su lado, a Alastor se le pegó la última pregunta que le había hecho Adam y no lo dejó en paz. Después de que el proyecto de Lucifer comenzara a marchar, el tiempo que compartía con el primer hombre se redujo, provocando que sus cavilaciones se extendieran hasta que la noche llegaba para reñirlo por holgazanear. Con grata sorpresa, notó que Lucifer andaba más activo en cuestiones que parecían ser de suma importancia. Lo vio caminar erguido, dar pasos autoritarios e ignorar las malas lenguas del hotel con el porte de un verdadero rey. De vez en cuando lo pescó mirándole, pero volteaba el rostro tan rápido que bien pudo haberlo tomado como simple casualidad; aunque sabía que no lo era. Como Charlie se había aliado a Adam en referencia a ausentarse del hotel, le relegó a él y a Vaggie la tarea de administrar el hotel. ¡Y qué pesado le fue cumplir con aquella encomienda! No por lo difícil, sino por lo insatisfactorio que resultó. Tuvo claro, como nunca antes, que su permanencia en el hotel se reducía a estar cerca de Adam. Cuando llegaron los nuevos huéspedes, no compartió el júbilo de los demás. Se alegraba por Charlie y Adam, le gustaba verlos animados y con su espíritu renovado; pero se sintió ajeno. El éxito del Hotel Hazbin no le retribuía ninguno de sus esfuerzos. Solo le dejó el terrible vació de saber que luchaba por los sueños de alguien más.
Al cumplirse el aniversario de la estadía de Adam en el Infierno, Charlie les notificó que Sera le había pedido otra audiencia para ver el progreso del primer hombre. No aclaró cuándo sería, solo les dijo que deberían de prepararse. A diferencia de la primera entrevista, esta vez hubo mayor optimismo, porque, si bien seguía sin redimirse, creyeron que exponer el progreso del hotel le daría un punto a su favor.
Alastor, como buen enamorado, apoyó con fervor a Adam y se encargaba de dedicarle una espléndida sonrisa cada vez que regresaba de trabajar en la recepción infernal. Una noche, de las muchas en las que esperaba, pacientemente, el retorno de Adam mientras ultimaba los detalles de su próxima transmisión de radio, la puerta de su habitación se abrió de golpe y al levantar el rostro, observó a Angel Dust con el rostro iracundo.
—Por la nula cortesía con la cual has entrado a mi habitación, he de suponer que algo sumamente grave ha ocurrido. —Alastor dejó de lado los papeles que tenía en sus manos y se levantó con su habitual elegancia—. ¿Qué sucede?
—¿Hasta cuándo planeas jugar con Adam y con Husk? —arrojó Angel Dust sin más, con la idea de que Alastor le entendía y, al igual que él, lo consideraba un rival.
—Debo darte crédito. Pocos son los que pueden regocijarse con haber logrado que me quede sin palabras, y, evidentemente, tú lo has logrado. Bien, pues, ¡te felicito! Ahora, deja de lado esta pésima broma y dime, ¿a qué se debe esta inoportuna e indeseada visita?
—¡Mierda, Sonrisas! Siempre te creí inteligente, pero veo que me equivoqué. ¿No me oíste? ¡¿Hasta cuándo putas seguirás jugando con Adam y Husk?!
La ágil mente de Alastor no tardó en unir las pocas piezas que tenía en su memoria para deducir el motivo de la rabieta de la araña, porque así lo entendió, como la rabieta de un niño que no obtiene el postre de su agrado.
—Hasta que se me dé la gana —contestó con naturalidad y volvió a sentarse con toda la calma que pudiera haber en el Infierno—. Ahora que he resuelto tus dudas, puedes irte. Cierra la puerta cuando salgas…, pero trata de recordar tus modales y no la azotes.
Angel Dust había ido hasta allí preparado para luchar, fuera de palabra o de acción. Su mente estaba cargada de insultos y argumentos para desestimar cualquier evasiva. ¡Sabía que Alastor era mucho más poderoso que él! ¿Y qué importaba? ¿Qué sería lo peor que pudiera pasar? Tal vez lo destrozaría contra el suelo o lo estrangularía con sus sombras, ¿y qué con eso? Incluso deseó que eso pasara, así, todos podrían ver al monstruo que verdaderamente era. Y si estaba de suerte, Valentino vendría en su ayuda al sentir que su alma peligraba. ¡Qué divertido sería ver una pelea entre ellos! Cualquiera que fuera el resultado, saldría favorecido: o se deshacía de su peor rival o de su verdugo. Sin embargo, nada de eso pasó. Su rencor recibió otra dosis de agravios al ver como el ciervo, con gran tranquilidad, lo había ignorado.
—¡Maldito hijo de puta! Te gusta volver a todos pendejos, ¿no? ¡No creí que el gran Demonio de la Radio fuera una puta que disfruta de ser el centro de atención! ¡Compárteme tu secreto, colega! ¡Estoy seguro que tus habilidades son mejores que las mías! Mira que echarse al bolso al diablo no es tarea fácil, pero con Adam…, ¡guau!, con él, ¡sí que te luciste! ¡Los dos son insaciables en la cama!, supongo que tu jodida magia te da un buen aguante.
La araña cerró la puerta con otro porrazo y caminó hasta el escritorio de Alastor. Su ego quedó hecho trizas sobre el suelo al ver a su rival, inmutable, seguir leyendo el papeleo en sus manos.
—Nadie en su sano juicio vendría a decirme toda una sarta de estupideces como las que has gritado, pero no te preocupes. Entiendo que tu valentía se debe a que te crees protegido, ¡y, de hecho, lo estás! Charlie y tu trato con Valentino te amparan. ¡Qué cansado sería un sermón de nuestra queridísima princesa! Sin contar que dejé mi palabra con Vox de no matar a ese inútil que tiene tu alma. ¡Y mi palabra vale lo de un escrito!, jamás la rompería por alguien tan insignificante como tú. Si tantas ganas tienes de saber cómo es que he encantado a Lucifer y a Adam, pues ve a hablar con los hechizados, te aseguro que te lo podrán explicar mejor. Además, ellos han sido los que rompieron tu corazón, no yo. ¡Así que no me molestes y sal de mi vista!
Como las cenizas de un volcán que cubren todo cuando hace erupción, la ira de Angel Dust explotó a todas partes de su cuerpo, convirtiéndose en un oscuro anhelo por ver humillado a Alastor. ¡Quería escucharlo decir insultos de vuelta! ¡Qué explotara entre sombras! ¡Qué lo atemorizara con su estado demoniaco! ¡Cualquier cosa, pero no que lo ignorara! ¡La mayor ofensa contra su orgullo fue advertir que no provocaba nada en Alastor! De pronto, sintió que rivalizaba contra un fantasma, o peor, ¡contra alguien tan grande que ni siquiera lo veía como competencia! «Ellos han sido los que rompieron tu corazón», esta frase hizo que el dolor llegara a compartir con el odio la vergüenza de ser despreciado; porque se dio cuenta que, hasta antes de que entrara por esa puerta, Alastor no había tenido ni la mínima idea de su viacrucis amoroso. Pero él había sido tan tonto como para delatarse al haber ido hasta allí a exponer su auto derrota. ¡Pero qué más daba! ¡Lo tenía enfrente y ya no tenía ni la dignidad para perder!
—¡Qué grandísimo hijo de puta eres! ¡No mereces que nadie te ame! Solo los usas y les jodes la vida. ¡¿Qué mierda tienes en el puto cerebro?!
—Estoy cansado de tus tonterías. Si estás tratando de convencerme de que tu amor por ellos es verdadero; créeme, ya lo demostraste con solo haber azotado mi puerta. Pero, mi queridísimo amigo, a mí no es a quien debes persuadir, es a ellos. ¡Anda!, corre y dales las buenas nuevas. Diles que descubriste que soy un monstruo y que deberían dejar de amarme, ¡de seguro que no lo saben! Diles que tú puedes amarlos mejor. Aunque no lo creas, cuando rechacé por primera vez la propuesta de matrimonio de Lucifer, yo te recomendé, pero no me hizo caso. Tal vez tus métodos de convencimiento sean más eficaces, ¡funcionaron conmigo! Y sobre Adam, puedo hacerla de mediador y ponerlo al tanto de tus honorables sentimientos. ¡Hablaré muy bien de ti, no lo dudes! Pero, ¡ya!, ve a molestar a alguien más que yo estoy muy ocupado.
Si el vaso de la ira de Angel Dust se encontraba derramándose, la respuesta de Alastor lo hizo estallar. Con una desesperación errática, sacudió los objetos sobre el escritorio y trató de empujar el mueble, pero no logró moverlo ni un centímetro. Finalmente, el ciervo se apiadó de su ego y le regaló una mirada manchada de frustración.
—No dudo que el amor que sientes sea grande, pero no es asunto mío. Todos somos libres de hacer lo que queramos… y a nadie he obligado a permanecer a mi lado. Si quieres conquistarlos, ahí están, ¡pueden ser tuyos! Tienes toda la libertad del mundo para hacer lo que te plazca. ¡Es decisión de ustedes, no mía! —resolvió Alastor, sentado desde su silla y sosteniendo su aburrido rostro ladeado con una de sus manos.
Angel Dust paró de arremeter contra el escritorio y se quedó de pie cual estatua. Escuchar que Alastor se lavaba las manos de aquella manera tan simple, lo sacó de balance. «A nadie he obligado a permanecer a mi lado», aquella frase la sintió tan irreal como la idea de que alguna vez alguien lo amara con sinceridad. Fue una burla, un desfile de letras que unidas formaron la más cruel de las burlas.
—¿No obligas a nadie a estar a tu lado?... ¡Já! —espetó la araña con gran malevolencia—. ¡¡¡Qué puta mentira!!! ¡¡¡A Husk lo tienes amarrado!!!
Alastor creyó que Angel Dust ya se había demorado en volver a mencionar a Husk. Rodó los ojos con fastidio al sospechar que la charla podría alargarse y, para tratar de evitarlo, respondió:
—Ten por seguro que, en el momento que Husk me pida romper el trato, yo lo haré sin chistar.
—¡Qué mentira! A ver, ¡hazlo! ¡Libéralo!
—Claramente dije que: «en el momento que Husk me lo pida». No cuando tú quieras.
«Maldito desgraciado», pensó Angel Dust, apretando con tirria sus cuatro puños. Sin tener que pensarlo demasiado, entendió por qué Alastor había afirmado con tanta seguridad que estaría dispuesto a liberar a Husk, simple: porque sabía que Husk lo amaba y no estaría dispuesto a alejarse de él.
—¿Te divierte tener su amor? ¡¿Te gusta que ande como un maldito perro detrás de ti?! ¡¡Tú no sabes cuánto sufre!! Ojalá te dieras cuenta de todo el daño que le haces, ¡jodido cabrón!
Por primera vez en toda la disputa, Angel Dust obtuvo la atención de Alastor.
—¡Oh, ¿sí?! Pues dímelo, soy todo oídos. Dime qué tanto es lo que le hago sufrir.
—¡Pero qué bastardo! ¡Me sorprende lo mosca muerta que puedes llegar a ser! ¡Ya deberías saber que él, como un pendejo, guarda las esperanzas de que algún día lo ames! —Angel Dust no se contuvo; gritó tan alto como si le rezara al Cielo, meneó sus manos con desquiciada cólera y salpicó saliva por hablar sin pausas—. ¡Y tú andas de puta con otros! ¡Porque eso es lo que eres, una puta! Ahí tienes el amor de Husk, pero le andas abriendo las piernas a otros que son mejor partido, ¿no? ¡No planeas corresponderle y solo lo ilusionas! ¡No eres más que un pedazo de mierda! ¡Husk te ama, y nunca dejará de hacerlo si está atado a ti! No sabes lo que yo daría por estar en tu lugar. ¡Yo lo amaría! ¡Él merece que lo amen! ¡Vive por estar arrastrado a tus pies y a ti te vale verga! ¡Yo lo cuidaría y nunca lo haría sufrir!
Angel Dust desconocía la mayoría de los eventos concernientes a la relación entre Alastor y Husk. La mayoría de sus pensamientos eran meras conjeturas y no era consciente de la forma embustera con la cual operaba el gato a espaldas de Alastor para alejar a sus pretendientes. ¡Ni siquiera lo imaginaba porque solo veía en Husk lo que le convenía, lo aparente, la cáscara!
Alastor tiró al viento los insultos que recibió y solo se quedó con la imagen del gato sufriendo, misma que se sumó al alud que había provocado Adam cuando le interrogó sobre el mismo tema. «¿Por qué lo dejas estar a tu lado si tú no sientes lo mismo?», recordó la pregunta que le había planteado. Si en algo tenía razón Angel Dust era en que no estaba en sus planes corresponder ese amor. Le había prometido al gato que, una vez que Adam se redimiera, se olvidaría de volver a amar y permanecería a su lado. Y, entonces, surgió otra devastadora interrogante: ¿qué tan loable era tal convenio? Husk le perdonaría el hecho de no ser amado siempre y cuando no amara a alguien más. Y Alastor se haría de la vista gorda con todo el mal que había ocasionado en su vida a cambio de recibir la lealtad de un enamorado. El Demonio Radiofónico sentía que nada en su realidad cuadraba, como si estuviera al servicio de ambiciones ajenas, e incluso la idea de seguir adelante en compañía de Husk le pareció, por un instante, un total error. Las voces en su cabeza volvieron a exclamar: «¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo? ¿Qué quieres?» Un vértigo lo invadió, como si anduviera caminando en una cuerda floja sobre un tenebroso vacío abismal y un fuerte deseo por encontrar algo desconocido lo envolvió.
Con una fuerte sacudida, Alastor acomodó lo mejor que pudo sus pensamientos y exclamó:
—Te daré el beneficio de la duda. Dependiendo de la respuesta de nuestro querido minino, tal vez puedas tener la oportunidad de demostrarle que ese amor tuyo, del que tanto presumes, es lo suficientemente fuerte para sanarlo y hacer que se olvide de mí.
Notes:
¡Muchas gracias por seguir la historia!
:)
Chapter 29: Capítulo 28: Punto de quiebre
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
—Y por fin, ¿ya te decidiste? —preguntó Lucifer mientras simulaba que sus dedos eran dos piecitos caminando por las abultadas caderas de Alastor.
—La boda, definitivamente, aquí, en Orgullo; pero la luna de miel aun no lo sé. Quizá un recorrido por los demás anillos.
El diablo hizo correr a los piecitos que, inquietos, fruncieron la bata de Alastor, dejando que la cálida luz de la chimenea imprimiera sus llamas en su piel desnuda. El rabo descubierto se meneó avergonzado, pero el pudor a la desnudez del ciervo solo propició que el ardor se avivara en la entrepierna de Lucifer.
—No seas impaciente, tendrás mucho tiempo para darte a conocer en todo el Infierno.
Acomodados sobre una montaña de almohadones, que cubrieron con una blanca sábana de lino para que simulara ser una cama, los demonios cedían a la necesidad de sus cuerpos llamándose. Alastor había ido a merodear en la biblioteca del palacio y escogió un libro grueso y antiguo sobre criaturas demoniacas para estudiar; pero no pudo leer ni un solo capítulo. Tras la llegada del diablo, se olvidó de su lectura y de las propiedades energéticas en la sangre de las empusas para entregarle toda su atención.
—Desde que llegué aquí, he querido conocer el resto de los anillos pa… —murmuró el Demonio de la Radio, pero los dientes del diablo mordisqueando su cuello lo interrumpieron.
—Los conocerás…
Alastor cerró los ojos y se dejó vencer por las manos de Lucifer que acariciaban su miembro aun adormilado. Antes de que su mente se sometiera al placer de esas caricias, se imaginó caminando de la mano del diablo por las desconocidas tierras que pronto gobernaría.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
—¿No me escuchaste?, te dije que te escondieras en el pantano. ¿O prefieres que utilice a mis sombras para obligarte a hacerlo? —advirtió Alastor con un tono tan severo que provocó que Angel Dust corriera a obedecerle.
Por lo único que Alastor se molestó con Angel Dust fue por interrumpir la preparación de su transmisión de radio, lo demás no era su problema. Que la araña se presentara en su habitación a reclamarle por jugar con sentimientos ajenos, le pareció tan absurdo como lo hubiera sido que él le reclamara a Lilith por abandonar al diablo. A quienes sí maldijo fueron a Adam y Lucifer; ellos lo habían convertido, sin su consentimiento, en el rival de alguien. No se negará que le dolió saber que Adam había contribuido, consciente o inconscientemente, a que Angel Dust fantaseara con un romance. El desfile de confesiones siguió marchando en el aire. «Gracias a mí, Adam se interesó en los hombres. Yo hice que su verga volviera a ser útil. Sé que le gusta estar conmigo, pero tú no lo sueltas». Alastor tenía los contraargumentos idóneos para desestimar a Angel Dust, pero exponerlos significaría que aceptaba la rivalidad planteada; y por ello continuó aconsejándole que buscara una solución con los infames demonios que le habían roto el corazón. Tampoco se negará que renació en su corazón el dolor que le produjo el amorío ocurrido entre Angel Dust y Lucifer; no preguntó, pero la idea de que tal aventura continuara reabrió una herida que creía sanada.
Sin embargo, había una excepción en medio de esa letanía de quejas: Husk. Con él sí había un problema; uno que no le concernía a Angel Dust, pero que le había ayudado a verlo con tanta nitidez como nunca antes. Le fue imposible no comparar a ambos pecadores, ellos vivían con un amor no correspondido, y, pese a esto, resolvieron que la mejor forma de afrontarlo era inventarse rivales imaginarios y luchar contra ellos. Tal como Angel Dust le presumía ser el primer hombre con el cual Adam había tenido sexo, ¿Husk le habría presumido a Vox? La araña había revelado, con malicia y a espaldas de Adam, las intimidades entre ellos, ¿Husk habría hecho algo similar con Lucifer? ¿Acaso planearía alguna jugada en contra de Adam? Si Lucifer y el primer hombre habían puesto su grano de arena para que Angel Dust creara sus delirios románticos, entonces él había hecho lo mismo con Husk.
El problema con el gato era más grande de lo que quería admitir. Decidió darle su virginidad y, aunque en pocas ocasiones, continuaron manteniendo relaciones sexuales a través de los años; intimaban como lo harían un par de esposos y ambos eran el refugio del otro. Husk tenía motivos de peso para creer que podría llegar a ser correspondido. Sería mentira si el Demonio Radiofónico afirmara que la relación entre ellos se limitaba a la de amo-esclavo, de igual forma si dijera que desconocía las intenciones de Husk. ¡Estaba al tanto de ese amor y comenzaba a culparse por no corresponderle! De otro modo, ¿por qué le habría prometido que, después de Adam, no volvería a enamorarse? Claro, Husk no era inocente, ni de cerca; ambos se engañaban sistemáticamente. Quién sabe hasta donde estaría dispuesto a llegar con tal de ganar aquel juego, porque así era como lo veía el gato: como una arriesgada apuesta, y él no acostumbraba perder.
El eje central del problema para Alastor fue la desconexión que sintió con la realidad. Estuvo a poco de gritarle a Angel Dust: «¡Quédatelos, no me importa!» Las palabras efervescieron en su garganta y casi brotaron como la espuma, pero se contuvo al no visualizarse metido en un mal de amores con la araña. En realidad, sí le importaban Adam, Husk y Lucifer; en lo que tenía nulo interés era en pelear por su amor. Podría admitir mil adversidades, como el destino de Adam, la depresión de Lucifer o la apatía de Husk; pero nunca rebajaría su dignidad a rivalizar con alguien por amor. Peor era el caso del Demonio de la Radio, quien podría luchar por poder, conseguir nuevas almas o ascender en la jerarquía infernal; pero no por acaparar el corazón de alguien. ¡He ahí el problema! El demonio que tuvo que aguantarse el griterío de Angel Dust no había sido el Demonio de la Radio, ¡era uno que desconocía! ¡Quién sabe cuál habría sido! Su cuerpo había estado allí, forzado a ser el rival de Angel Dust; pero su alma y las voces en su cabeza, no.
«¿Quién eres?», escuchó a su alrededor, como si cientos de bocas se mecieran en el aire.
Sintió que había pescado la punta de una verdad más grande de la que podía captar a simple vista y se prendió a ella. Volteó el rostro a la izquierda, luego a la derecha, luego otra vez a la izquierda, y continuó así hasta que recordó que no buscaba nada. Sus garras hendieron largos caminos en los reposabrazos, dejando al descubierto la madera debajo de la pintura roja de la silla. Aquella verdad develándose lo llenó de éxtasis, su cuerpo hormigueó con la impresión de tener una encomienda importante. Sabía cuál era: Husk. Y tal como le dijo a Angel Dust, buscaría en el mismo Husk la confirmación a sus conjeturas.
Antes de que el lapso clarividente se apagara, Alastor invocó al gato, y este apareció con las botellas de licor aún en sus manos que, hasta pocos segundos antes, había estado acomodando en los estantes del bar. El Demonio de la Radio escondió, con gran destreza, la inquietud en su corazón detrás de una sonrisa melancólica. La quietud en la habitación y el silencio de Alastor plantó duda en Husk. Mientras formulaba la pregunta adecuada para satisfacer su curiosidad, notó el reguero de papeles en el piso y después giró su cuerpo para tratar de hallar algún indicio de peligro. Alastor se levantó de la silla y caminó hasta el gato, le quitó las botellas de licor y las colocó sobre el escritorio sin dirigirle la mirada. Husk comenzó a buscar la lógica detrás del actuar del otro, pero Alastor entorpeció sus pensamientos y se apresuró a poner el señuelo para su trampa.
—Pronto nos marcharemos del hotel. He estado pensando que… ya no hay motivos para alargar nuestra partida.
—Al…, ¿qué está pasando? ¿Qué te hizo Adam? —preguntó Husk con los ojos bien abiertos y latigueando el rabo contra el piso.
—Nada ha pasado. Adam sigue siendo un caballero conmigo. Es solo que… Solo he aceptado que no tengo ningún futuro con él —afirmó Alastor, dudando si había mentido o dicho una verdad.
—¡Con un puto carajo, Al! ¿Estás seguro de querer dejarlo? —Husk soltó un gruñido, irritado por la desconcertante actitud del ciervo—. Dices esto ahora, ¿y después qué? ¿Cuánto tiempo pasará para que lo vuelvas a buscar? ¡Lo mismo pasó con los pendejos de Vox y Lucifer! Mientras Adam siga en el Infierno, no podrás soportar la tentación de estar con él.
— Prometí no dejar que el amor volviera a hechizarme, no dejar de amar a Adam. Para serte sincero, no creo que eso suceda.
—No, pues, ¡qué alivio! Si nos vamos de esta mierda de hotel, será para no regresar. Te lo advierto, a la primera que quieras ver a ese cabrón…
—¿Lo alejarás de mí? —interrumpió Alastor con un tono de reproche grabado en su voz.
—¡Lo prometiste! —respondió fúrico Husk.
Alastor suavizó su rostro y bajó la mirada con vergüenza, como si le diera la razón a Husk silenciosamente.
—¿Sabes algo, mi amado minino fiel? Después de todos estos años, creo que por fin he logrado entender porque me alejaste de Vox. No juzgaré si estuviste en lo correcto o no; pero sé que, en tu cabeza, deseabas hacerme un bien. O al menos creíste que, entre el dolor de separarme de Vox y el dolor que podría provocarme seguir a su lado, era mejor que padeciera el menos peligroso. —Alastor dejó que Husk procesara el señalamiento en medio de un inquietante silencio, pero, en todo momento, una sonrisa indulgente adornó sus labios—. No te atrevas a insultar mi inteligencia, sé que todo lo que hiciste fue intencional. Y casi podría jurar que nos pusiste más trampas que yo desconozco. ¿Harías lo mismo con Adam, aun sabiendo que lo amo?
—Hemos hablado de esto muchas veces, ¿cuántas veces tendré que explicar lo que sucedió? —repuso Husk con desdén y luego chasqueó los labios.
—Solo quiero entenderte. Me intriga saber cómo es que puedes estar tan seguro de que tu amor es el verdadero…, ¿cómo puedes desestimar el amor que otros tienen por mí?
—¡Por qué sé perfectamente qué es lo que siento! —exclamó Husk rápido, con tanta seguridad como lo estaba de vivir en el Infierno. Su mano se ancló en su pecho y sus alas se abrieron—. ¡Nadie te amará de esta forma! Al, todo lo que hice fue para protegerte, ¡incluso de tus propias decisiones! Si hubiera tenido la certeza de lo que pasaba entre tú y Lucifer, ¡ten por seguro que en este momento estarías llorando por no estar a su lado, pero no por todo lo que te hizo! ¡Adam es otro imbécil a quien ni siquiera le importas! Tú mereces ser amado por alguien que esté dispuesto a dar todo por ti, que te cuide y que nunca te haga sufrir. ¡Y sabes bien que yo soy ese alguien!
El pelaje de Husk se crespó y su indiferente compostura se plagó de frustración y recelo.
—Dices que solo me protegiste de mis propias decisiones, pero, entonces, dime… ¿quién te protege de las tuyas? Te he dicho que no puedo corresponder a tus sentimientos e, incluso así, aquí estás. ¿No crees que esa es una mala decisión?
—¡Me basta con estar a tu lado!
«Mientes», pensó Alastor.
—Contéstame algo, pero sé sincero. No me obligues a usar magia para saber si tu respuesta es genuina… —afirmó el Demonio Radiofónico pese a no tener dicho poder—. Si llegara a darte una oportunidad, aunque hoy me parezca imposible amarte… ¿crees que con el tiempo podrías hacer que eso cambie?
—¡Sí, lo haría! —gritó Husk. Sus cejas se arquearon y sus ojos se abrieron esperanzados—. ¡Sé que puedo hacerlo!
Los ojos de Alastor derramaron el dolor provocado por la respuesta que obtuvo. Poseído por una ráfaga de compasión y melancolía, se inclinó y besó a Husk con vehemencia. Lo apretujó y lo jaló como si estuvieran a punto de caer por una cascada. Aquel maravilloso sueño había terminado, si continuaban juntos, caerían en un océano de mentiras. Husk sintió amor en los labios que le devoraban el alma, sin embargo, Alastor no pudo sentir más que traición. Ellos se traicionaban; de manera velada, pero lo hacían. Husk maquillaba sus verdaderas intenciones para que su desesperación no fuese descubierta y Alastor aceptaba la mentira, consciente de que el gato era su último refugio cada que lo perdía todo.
Husk falló estrepitosamente en sus cálculos, creyendo que Alastor le daría la oportunidad que tanto había anhelado, se bañó de euforia y su mente se tiñó de mil colores. Al separarse, su apariencia gatuna afloró como nunca antes, o así se lo pareció al ciervo, con los ojos saltones, sus orejas caídas y su rabo sacudiéndose con frenesí. Pero, en un instante, toda la magia se transformó en pánico cuando Alastor invocó la cadena que simbolizaba el trato entre ellos.
—¡¿Qué estás haciendo, Al?! —gritó Husk con voz temblorosa.
Alastor relajó los labios y deshizo su eterna sonrisa; sin ella, lo único que quedó en su rostro fue melancolía.
Una horrorosa melancolía.
Cada día que pasaba, la realidad de Alastor perdía una pieza. Le parecía incomprensible cómo podía vivir entre tanta calma al tiempo que, dentro suyo, el caos se desataba sin restricciones. Su futuro se había vuelto azaroso, sin rumbo, como una hoja que viaja en el viento hasta que el tiempo la destruye. No sabía de dónde venía, en dónde estaba ni a dónde iba. Pero fuera cual fuese el lugar al que debía dirigirse, no podía ir con Husk a su lado; no cuando él tenía una perpetua agenda oculta.
—¡¡¿Qué haces?!! —volvió a gritar.
Alastor estiró su brazo libre para invocar a sus sombras e hizo aparecer a Angel Dust entre ellas. El impacto de la araña al estar frente a los otros dos demonios se visibilizó en su rostro. Trémulas, dos de sus manos taparon su boca y las restantes se contorsionaron como si no tuviera control sobre ellas.
—Mi querido Husker, no te explicaré mis motivos para hacer esto, solo debes saber que… es necesario.
—¿Motivos para hacer qué? ¡Mierda, Al! ¡¿Motivos para hacer qué?!
—Nuestro estimado amigo ha tenido la gentileza de venir a sugerirme, de una manera bastante enérgica, que te libere. ¿Y sabes algo? Creo que está en lo correcto. Aunque no te lo parezca en este momento, el dolor que sentirás será menor al dolor de seguir a mi lado. No olvides que sus intenciones son hacerte un bien. Si yo pude perdonarte por haber hecho exactamente lo mismo, no dudo que tú también encontrarás la manera de perdonarlo.
Ante los ojos de Alastor, la escena avanzó lenta: Husk arrodillándose y jalándole el saco, Angel gritando su arrepentimiento y la cadena convirtiéndose en polvo verde mientras se desvanecía en el aire.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Al llegar al hotel, Charlie y Adam se encontraron con Vaggie intentando detener los golpes que Husk quería propinarle a Angel Dust, quien, sumido en un mar de llanto, pedía perdón mientras Cherry Bomb permanecía a su lado. El primer hombre se acercó a ellos para mediar el altercado, pero, tan pronto comprendió el trasfondo del conflicto, la felicidad se propagó por todo su cuerpo y se olvidó del conflicto frente a él.
—¡Te dije mil veces que no te metieras! ¿Creíste que, si Alastor me liberaba, mágicamente me enamoraría de ti? ¡Estás imbécil! ¡Nunca lo haré! ¿Me escuchaste? ¡Nunca, maldita puta de mierda! ¡Solo eres un jodido perdedor que no vale nada! —Los gritos de Husk eran una mezcla de desesperación y furia. Insultó a Angel Dust con toda la intención de herirlo, de apuñalarle sus inseguridades y avivarle sus temores.
El taconeo de un par de botas pasó desapercibido por el escándalo en la sala, fue hasta que Husk detuvo su arrebato y apuntó la mirada hacia las escaleras que los demás huéspedes se percataron de la presencia de Lucifer. Tanto el recién llegado como Adam dedujeron que algo de suma gravedad debía de estar pasando con Alastor como para que hubiese decidido liberar a su eterno aliado. El primer hombre, sin querer perder el tiempo o que el diablo se le adelantara, se dio la vuelta y se fue directo a la alcoba de Alastor, ignorando la suplicante mirada de Angel Dust que pedía ser sanado por su toque de fe. El pasillo pareció alargarse, como si el hotel jugara con su impaciencia, y sus pies se revolvieron, provocando que se estrellara un par de veces contra las paredes. Que Alastor rompiera el trato de Husk no podría ser algo fortuito, y conocer los motivos que lo impulsaron a hacerlo lo mantuvo con un subidón de adrenalina. Si de algo estuvo seguro, fue que Angel Dust había jugado un papel importante en aquella decisión, ¿Husk lo habría traicionado? Le pareció irrazonable; hablar de traición sería afirmar que, necesariamente, existía un lazo sentimental entre Husk y Alastor.
Al llegar a la habitación, Adam tenía la frente llena de sudor y su pecho clamaba por un descanso. Alastor se hallaba de espaldas, fumaba con serenidad un cigarro y mantenía la mirada perdida en su pantano. El primer hombre cerró la puerta tras de sí y caminó despacio, no lo hizo así para pasar desapercibido, sino por el pasmo en sus piernas. La habitación compartía el clima frío del humedal; tenía el cariz de una casa abandonada, apagada, vacía e inmóvil.
—Angel Dust ha venido a reclamarme por jugar contigo. Al parecer, soy un impedimento para el mágico futuro entre ustedes —pronunció Alastor sin más, como si tal declaración fuera una nimiedad.
Adam detuvo su andar, incluso su respiración se cortó por algunos segundos. La incredulidad saturó su mente, haciéndole imposible ofrecer alguna respuesta.
—No me importa con quien decidas descargar tus necesidades sexuales, solo no vuelvas a incluirme en una situación tan bochornosa como esta. —Alastor suspiró con cansancio, y al hacerlo, el sabor amargo del cigarro oprimió su garganta—. Te daré un consejo, y es uno que yo mismo he puesto en práctica. No revuelvas la amistad con el amor, complica todo.
—¿Que hizo qué ese cabrón? ¡Angel Dust ni siquiera es mi amigo! ¡Lo que pasó entre nosotros fue una estupidez! —repuso Adam, impulsado por la ira germinando en su interior.
Alastor aventó el cigarrillo y lo pisó con rudeza. De pronto, recordó a Lucifer gritándole que no era más que una puta. Existía una enorme diferencia entre Adam y Angel Dust; para el primero, el sexo era una virtud; para el segundo, una inseguridad. El Demonio de la Radio sabía a la perfección que Adam era un patán con sus amantes, él mismo se lo había dicho; sin embargo, a su manera de ver la situación, un mujeriego no debería aspirar a tener una esposa oficial y seguir con sus andanzas. O era un patán con todos o no era un patán con nadie; de otra forma se crearían discordias y envidias. Con la frustración destrozándole el cráneo, Alastor giró su cuerpo para enfrentar la descarada respuesta de Adam.
—Sé que eres un desgraciado al igual que yo, pero deberías respetar a los huéspedes que viven en este hotel. No solo porque eres un ángel, por si ya lo olvidaste; sino porque es tu trabajo ayudarlos, no destruirles más la vida. ¿Por qué crees que Angel Dust ofrece sexo a todos los que se cruza? ¿La cabeza que tienes entre las piernas te afectó a la de arriba? Él no es como tú, no busca sexo en realidad, busca alguien quien lo ame. No me digas que no lo notaste. ¿En dónde quedó tu regla de no involucrarte con los que vives? ¿No te bastó con tener un solo amante bajo el mismo techo?
—¡No, no, no! ¡A ti no te trato como un amante! ¡Déjame explicarte, he querido hacerlo desde hace mucho tiempo! Es solo que… ¡yo hablé muchas veces con él!, pensé que…
—¡No, no pensaste! —el grito de Alastor hizo retumbar la habitación. Las figurillas de ciervos en la chimenea cayeron al piso y la lámpara en la mesilla de noche se volcó—. O quizá sí lo hiciste…, pero no te importó. Sé que eres un malnacido con tus conquistas, pero, ¿por qué tuviste que involucrarme a mí? ¡Estoy cansado de esto! ¡Soy el Demonio de la Radio, no un amante, un novio, un esposo o una puta! ¿Cómo pudiste obligarme a ser el rival de alguien? ¡Haz lo que quieras con quien quieras, pero no me arrastres a tus errores!
—¡Al, escucha! Yo no le di motivos a Angel Dust para que creyera que éramos algo más. ¡Ni siquiera me lo cogí!
Adam maldijo el día en que se le ocurrió compadecerse de Angel Dust. Eran tantas las explicaciones que deseaba expulsar, pero sentirse juzgado lo atestó de rencor. Sus ojos ennegrecieron y sus cuernos se alargaron hasta su nuca. Alastor observó horrorizado la transformación; en ese momento, Adam era más un demonio que un ángel; lo opuesto al sueño que tanto anhelaba.
—¿Y tú no has hecho lo mismo? ¿Quién me obligó a ser el puto rival de Lucifer? ¡Y ni hablar del pendejo de Husk! —recriminó el primer hombre—. ¿Cómo puedes juzgarme cuando tú me tienes como un pendejo detrás de ti? ¡Yo no le prometí nada a esa puta de mierda!, ¡pero tú sí eres bueno para andar ilusionando a más cabrones! ¿Quién estuvo a punto de casarse?, ¿quién es el que ha tenido un amante por más de treinta años? ¿Ah? En cambio, yo…, yo te he tratado como a ningún otro en toda mi jodida vida. ¡Nadie más sabe lo patético que puedo llegar a ser! —Adam extendió sus brazos y alas simultáneamente, como si, de alguna manera, desnudara su alma.
—Sí, tienes toda la razón. A mí también me repugna el demonio en el que me he convertido. Estoy cansado…, ya tuve suficiente de todo esto… —sentenció Alastor tan fatigado que, en lugar de hablar, pareció que dio su último aliento.
—¿Estas cansado?, ¿qué mierda significa eso?
Como si cientos de arañitas subieran por su cuerpo, Adam convulsionó de manera errática. La respuesta del ciervo lo descolocó, sintió que aquellas palabras guardaban un funesto secreto. Habían pasado varios meses en los que creyó que todo iba mejorando, pero, de pronto, todo se volvió un espejismo a punto de desaparecer.
—Significa que dejaremos de comportarnos como algo que no somos. Traté de fingir que no me afecta saber que nunca serás mío, traté de ignorar que algún día te irás de aquí y me dejarás solo. ¿Para qué alargar la despedida? Unos meses más o menos no cambiará nada, solo terminaremos enloqueciéndonos.
—Al, por favor, no sigas con lo mismo. Si no somos pareja es porque tú no quieres que lo seamos. Te he dicho que estoy dispuesto a casarme contigo si así lo quieres, he dejado de salir a buscar sexo para demostrarte cuanto me importas. Yo no quiero volver a ser el mismo imbécil que conociste, yo quiero avanzar contigo. ¡Déjame hacerlo! Tú me has ayudado a ser una mejor versión de mí, tengo tanto que aprender…, por favor, Al, ¡perdóname! Encontraremos la fo…
—¡Suficiente, Adam! No volveré a discutir lo mismo…
Alastor se mareó por el vértigo que sintió por las palabras de Adam. Sonaban hermosas, y tal vez lo eran para alguien que compartiera el mismo concepto de bien que el primer hombre; pero no para él.
Fue allí que el Demonio de la Radio entendió lo que las voces en su cabeza habían querido decirle durante los últimos meses: estaba transformándose, con tanta lentitud que no lo advirtió. Poco a poco, sus sueños volvieron a ser los del niño llorón que se orinaba por los gritos de su padre. Ya no soñaba con el control del Infierno, soñaba con Adam y su amor, con una familia a la cual proteger y a quien amar. Si tuviera que buscar en el tiempo el momento exacto en donde aquella mutación comenzó, encontraría que fue culpa de Lucifer; fue él quien sensibilizó a su corazón, fue él quien despertó al gigante dormido.
Y, entonces, ¿por qué al estar con el diablo no se dislocó su realidad?
La sonrisa de Alastor se esfumó cuando la respuesta apareció en su mente: con Lucifer había tenido la oportunidad de enlazar sus metas personales con el amor, con él habría tenido el control del Infierno y el amor que tanto había deseado. Sin embargo, con Adam no podría tener lo mismo. Al contrario, entre más tiempo pasaba con él, su alma comenzaba a purificarse. El concepto de bien del primer hombre comenzaba a ser el suyo propio.
Había querido ser libre para apoderarse del Infierno, y ahora que era libre solo quería ser el esposo de alguien.
No solía empatizar con emociones ajenas, y ahora se compadecía de Husk y Angel Dust.
Creía que la redención era una estupidez, ¿cuánto tiempo tendría que pasar antes de que deseara redimirse?
«¿Quién eres?»
«¿Qué estás haciendo?»
«¿Qué quieres?»
Alastor apretó su cabeza en un intento de reprimir a las voces murmurándole. ¡Amaba a Adam! ¡Lo hacía! A su lado, la vida era algo más que un corazón latiendo. No podía explicar lo que le hacía sentir. ¡Todo era correcto!, junto a él todo parecía posible. Nada era pequeño o grande, dulce o amargo, negro o blanco, frío o caliente; ¡las cosas eran como debían ser! Quiso gritar: «Sí, tú también me incitas a ser una mejor persona», pero no pudo. ¡Él no quería ser una mejor persona! ¡Él quería ser un mejor demonio! Si tuviera que sincerarse, lo que secretamente deseaba era que Adam se dejara dominar por su lado demoniaco, tal como sucedía en ese momento.
Pero entonces dejaría de ser Adam…, su Adam.
Sacando fuerzas que ya no creía tener, Alastor enderezó el cuerpo y pronunció:
—Necesito tiempo…, no puedo más. En serio, ¡no puedo más!
Aunque tiempo, era lo que menos tenían.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
La discusión en la sala se intensificó cuando Adam se sumó a los reproches de Husk en contra de Angel Dust. Charlie se inquietó tras ver el estado demoniaco de Adam; tal situación era mala, malísima para alguien en vías de redención y no pudo evitar que la frustración de Adam y Husk se le contagiara. Vaggie le apretó la mano para hacerle saber que contaba con su apoyo, gesto que fue bien recibido y logró su cometido. Lucifer, quien no había pronunciado palabra alguna desde que bajó de su habitación, cuestionó al primer hombre sobre el estado de Alastor, pero fue ignorado sin un mínimo de consideración. Sin embargo, no tuvo que pasar mucho tiempo para que el mismo Alastor diera señales sobre su condición emocional. Los cinco radios que había en el hotel se prendieron por sí solas y una procesión de gritos siniestros se escucharon en ellos. Adam estuvo a punto de salir disparado, nuevamente, hacia la habitación de Alastor, pero el diablo lo detuvo diciendo:
—No va a estar ahí. Los gritos son de almas recién…, ya saben… asesinadas. Alastor debe estar en alguna parte de la ciudad causando caos.
—¡Mierda! —espetó Adam—. Iré a buscarlo.
—¿Crees que querrá verte? —Lucifer se cruzó de brazos y alzó la barbilla, molesto por la imprudencia del primer hombre—. Solo lo alterarás más. Yo iré a buscarlo.
—¿Piensas que preferiría ver tu cagada de rostro? ¡Yo no lo creo! Alas…
—Yo sí… —interrumpió Charlie—. Ve, papá, pero ten cuidado con lo que haces. Recuerda que no tienes más oportunidades… ni con Alastor… ni conmigo.
Pese a las protestas de Adam, Husk, Cherry Bomb e incluso Angel Dust; la princesa asintió con el rostro. Lucifer, con la grata sensación de haber saneado una de las tantas hendiduras en la relación con su hija, sonrió de oreja a oreja. Aquella encomienda no solo representaba un voto de confianza de Charlie, también la oportunidad de demostrarle a Alastor que podía ver en él a alguien confiable, dispuesto a ayudarlo sin condiciones. La felicidad no lo engañó, sabía que jamás podría recuperar al Demonio de la Radio, pero, quizá, sí podría enmendar parte de las heridas que le ocasionó.
Quince minutos antes, Alastor caminaba a paso rápido hacia su antigua torre de radio. Bajo la luz nocturna, varios pecadores y diablillos merodeaban las calles en busca de placeres, bullicio o incautos a quien timar. El Demonio Radiofónico abandonó su habitación en el hotel, dejando a Adam con la palabra en la boca, y huyó al único lugar que lo podía amparar. Sin que la tormenta emocional en su interior hubiera cesado, tener que abrirse paso entre la multitud, lo irritó. En otras épocas, su presencia en las calles hubiera bastado para que todos corrieran despavoridos. Ni siquiera recordaba la última vez que tuvo que caminar y esquivar peatones distraídos al mismo tiempo, ¡fue algo inaudito! Las voces en su cabeza le susurraron: «Has perdido todo. Nadie le teme a tu nombre…, nadie sabe quién eres». Siete años desaparecido, la derrota que sufrió contra Adam, su asociación con Charlie, los rumores amorosos a sus espaldas… incluso sus transmisiones de radio pasaron de provocar miedo a parecer un compendio de canciones románticas.
«¿Quién eres?»
«¿Qué estás haciendo?»
«¿Qué quieres?»
La última punzada que pudo soportar fue el insulto de un insignificante pecador cuando chocaron en la calle. «¡Mira por dónde caminas, pendejo! ¿Qué no sabes usar tu bastón, anciano de mierda?» Eso fue todo. El control que siempre debía tener en sus manos, lo perdió. Aquella banalidad fue suficiente para que Alastor se diera cuenta de que su reputación en el Anillo del Orgullo había desaparecido. El sobrenombre “El Demonio de la Radio” se había ido desvaneciendo con cada decisión pasada.
«No eres nadie»
En segundos, las calles se llenaron de sombras y en las radios de todo Orgullo se transmitieron los gritos de los pecadores que Alastor comenzó a cazar.
Notes:
Mi ánimo ha sido un caos en las últimas semanas, no sé. Sufrí una desconexión con la historia, quizá fue en general con lo que hago en mi día a día. Espero que el próximo capítulo fluya mejor. Sé que la historia se ha vuelto un poco tediosa, pero está a muy poco de terminar y no quiero dejarla inconclusa. Así que trataré de seguir, en remoto caso de que no sea así, haré un capítulo corto en donde escribiré de manera concisa cómo era que terminaba la historia.
Les agradezco mucho a las personas que han seguido la historia hasta este punto.
¡Muchas gracias!Saludos y nos seguimos leyendo.
:)
Chapter 30: Capítulo 29: El nacimiento de un demonio
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
En el Infierno el promedio de muertes era muchísimo más alto que en la Tierra, de otro modo haber confinado a todos los pecadores en Orgullo habría sido una tarea imposible. ¿De qué tamaño tendría que ser una ciudad para albergar a todos los pecadores que habían llegado al Infierno desde el inicio de la humanidad? Antes de que se efectuaran los exterminios anuales el número de muertes era alarmante, y por ello el Cielo se había hecho de la vista gorda con la población infernal. Así lo fue hasta que a Lilith se le ocurrió crear un ejército de pecadores y establecer normas y leyes entre ellos. Los títulos de señores supremos surgieron y entonces coleccionar almas se volvió más provechoso que asesinar a diestra y siniestra. La época dorada de las masacres quedó en el olvido con el pasar de los siglos, aunque después regresaría bajo el nombre de “exterminios” y en nombre del Cielo y del castigo divino. Esa noche, la baja de pecadores se asemejó a la de las masacres angelicales. Pese a que Charlie reprendió a Lucifer y Alastor, la mayoría en Orgullo solo habló del «gran regreso del Demonio de la Radio» y teorizó sobre una posible alianza con el rey del Infierno.
Es irónico como un acto, en este caso el de exterminar pecadores, puede ser más o menos grave dependiendo el motivo por el cual se realice.
Veinte minutos después de que Alastor comenzara a asesinar, Lucifer se plantó en la calle donde el distrito del placer y la embajada celestial se saludaban amistosamente. Si la furia de Alastor no hubiera irrumpido la cotidianidad de aquella noche, los trabajadores sexuales caminarían frente a la descontinuada Torre del reloj sin importarles el aura angelical que despedía; gritarían obscenidades y posarían como maniquíes dentro de un escaparate con la esperanza de ser escogidos y juntar su cuota diaria lo más pronto posible. Pero aquella noche todos huían despavoridos de la destrucción proveniente del sur de la ciudad. Lucifer esperaba pacientemente la llegada del Demonio Radiofónico mientras miraba el ocaso de edificios al ser engullidos por tentáculos negros y destellos verduzcos. Los gritos de las víctimas chirriaban en el aire y su dolor se repetía con malevolencia, formando un siniestro y lastimero coro de horror. El dolor que Alastor reproducía sin fin en las radios despertó pavor en los orgullenses. Las atormentadas almas de las víctimas siguieron gimiendo después de muertas. Les habían arrancado la vida con tanta violencia que buscaban la forma de hallar consuelo, otras fueron aniquiladas con tanta rapidez que parecía que no habían advertido su muerte y trataban de regresar a sus cuerpos triturados. El espectáculo era espantoso, pero Lucifer lo contemplaba maravillado.
Alastor, que dominado por su estado demoniaco había crecido hasta los cinco metros de altura, avanzó impulsado por sus sombras como si fueran los tentáculos de un pulpo deslizándose sobre la arena. La afluencia de pecadores y diablillos se apelmazó en la avenida principal que daba al centro de la ciudad, pero se fue ramificando en las calles colindantes a los territorios gobernados por Valentino y Carmilla con la esperanza de que los overlords salieran a defender sus respectivos distritos y escudarse bajo su poder. Las sombras de Alastor, como buenas centinelas, olían el miedo y mitigaban su hambre con las almas de los más desesperados.
Lucifer esperaba que Alastor se aproximara con el éxtasis bullendo en sus venas. Más que una masacre, él observaba una expiación. A sus ojos, Alastor no luchaba contra insignificantes pecadores, luchaba contra otro Alastor. El que había sido. Un difunto. El oleaje que recorría las calles traía consigo una brisa siniestra. Edificios, banquetas, farolas, bancas y anuncios se fueron tupiendo de diminutos puntos de sangre, hasta que parte de la ciudad quedó pintada de muerte. El diablo aspiró el olor ferroso viajando en el aire, fue el preámbulo de la llegada del Demonio Radiofónico. Tan pronto lo observó aparecer, alzó vuelo hasta plantarse a la altura de su rostro.
Pese a lo que podía pensarse, el ciervo no desvariaba; él sabía lo que hacía y la placidez de asesinar puntilleaba en cada fibra de su piel. Lucifer contempló su alma a través de sus ojos, la vio llorando, sonriendo y atestada de locura. Una locura que nacía del caos para volverse sobria. Una locura que solo quería ser locura, sin miedo, sin odio, sin venganza. El tipo de locura que lleva a los demonios a ser verdaderos demonios. La locura de ser libre.
¡Qué demencia! ¡¿Quién está preparado para ser totalmente libre?!
La cara del diablo se deformó con perversidad, sus ojos enrojecieron y sus cuernos refulgieron por la errática llama entre ellos. Una tétrica risa compartida por ambos demonios resonó por las calles colindantes, tan fuerte como si el aire hubiera sufrido un encantamiento para propagarla e infundir pavor. Lucifer rodeó al ciervo y se situó en su hombro izquierdo y, sin dar explicaciones, lanzó un rayo de luz por el camino de destrucción que había quedado atrás. Los escombros ardieron entre llamas tornasol y el cielo reflejó la feroz sed de libertad de sus almas. Alastor ladeó el rostro para deleitarse con el fulgor destructivo de las llamas, las conocía, eran las mismas que casi habían asesinado a Vox. Los pocos sobrevivientes del ataque previo encontraron su ruina entre el fuego infernal del diablo, sus lamentos quedaron rondando en las calles, como el quejido de un fantasma eternamente torturado. El Demonio Radiofónico se colmó de un placer sanguinario único, su respirar enloquecido hizo tambalear al diablo en su hombro, quien se aferró a uno de sus cuernos alargados, y ambos soltaron una morbosa carcajada por la muerte en su expresión más cruda.
Un monstruo asesina por su mente trastornada, por enfermedad, por dolores incomprendidos, por el pecado con el que decidió regir su vida; pero solo un demonio puede matar por el simple hecho de matar. Lo hace porque sabe que tiene la libertad de hacerlo, y está preparado para asumir la condena de ser libre.
¿Qué es lo que separa a un monstruo de un verdadero demonio?
Solo un demonio libre podría comprenderlo.
Alastor y Lucifer se unieron en un festín de sangre y fuego: el primero, destripando; el segundo, incinerando. Nadie, ni siquiera overlords del calibre de Vox, Zestial o Carmilla, salieron a confrontar al mortífero dúo. Tal como si estuviera intoxicado por algún narcótico, Alastor exudó la maldad oprimida en su alma. Liberó a los monstruos en su interior para que descansaran en paz; se alejaron marchando y se perdieron entre las llamas danzantes. Se liberó del recuerdo de su padre; le cortó las manos que seguían acariciando su cuerpo y lo hizo marchar detrás de los monstruos. Se liberó del miedo al sufrimiento, y con él, se fue también el miedo a perder el control. ¡Y entonces fue libre! ¡Aterradoramente libre! Lucifer se apropió de la furia del ciervo; pudo sentir el peso de la libertad en sus manos, en sus pies, en su cabeza, en su pecho: todo él latía al ritmo de sus exacerbados deseos. Allí, en medio del caos, Alastor y Lucifer parieron al Demonio de la Radio y al Diablo; allí, entre la nada y el sinsentido de la vida, el Demonio de la Radio y el Diablo parieron a Alastor y a Lucifer.
La masacre continuó hasta que Alastor fue incapaz de mantener su estado demoniaco. Tres distritos quedaron reducidos a llameantes montañas de despojos y una centésima parte de la población pecadora pereció. En Orgullo, la era romántica en las radios había terminado; y la era anárquica, también.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Apenas salió del portal que los condujo a la sala del palacio de Lucifer, Alastor encendió un cigarrillo. El éxtasis se acumuló en sus pulmones y salió en forma de hipnotizante humo. La sádica embriaguez en su sistema iba en descenso, pero la satisfacción se mantuvo por el resto de la noche; en ese momento, mientras se atestaba de tabaco, olvidó los casi cuatro años en los que se convirtió en un amante. Tal como el nombre de Vox se había convertido en un mal sueño, los otros nombres de la lista le parecieron lejanos. Incluso a Lucifer, que lo tenía a su lado, lo halló diferente. Sin embargo, conforme el cigarrillo fue consumiéndose, la nitidez de la realidad regresó.
Un diablillo, el cual Alastor reconoció, se acercó para llevarle una botella de su whiskey favorito junto a dos vasos de vidrio. Este le reverenció como antaño y le llamó «su majestad», sirvió el licor y se retiró con otra reverencia. Tanto Lucifer como Alastor estaban hechos un desastre, con la ropa y piel tiznada y el cabello enmarañado, pero ninguno se tomó la molestia de acicalarse. Conservaron la suciedad como si fuese una marca de guerra y, cómodamente, se sentaron en el sillón de tres plazas a beber como lo hiciera un par de ancianos que se conocen de toda la vida. En esta última sentencia se deberá extender una explicación para poder entender la conversación que sucedió a continuación.
Que Lucifer se uniera a la masacre de Alastor no fue tan impulsivo como lo creyó Charlie, tampoco se trató de una alianza como lo dirían los medios de comunicación a la mañana siguiente, ni un intento por recuperar al ciervo tal cual lo sugirió Adam. El diablo se unió al Demonio de la Radio porque observó en su mirada el despertar de un demonio.
Nadie podrá comprender en su totalidad al diablo; sin embargo, sí se podría explicar cómo fue que llegó a amar a Alastor y cómo ese amor se transformó en algo nuevo.
Lucifer rompió con la tradición angelical del amor colectivo. El amor de los ángeles, aquellos creados biológicamente como tal, era dirigido a un todo de manera incondicional. A los humanos le sería imposible entender este sentimiento porque son incapaces de amar sin que exista contacto y reciprocidad de por medio. ¿Cómo podría un humano amar a un ser que jamás ha visto o hablado? Para los ángeles esta forma de amar era imperfecta, resultando, así, que los humanos tenían apenas una vaga idea de qué era el amor y no les quedaba más que amar a un puñado de seres que, bajo toda la esplendidez de la arbitrariedad, conocían en el camino de su vida. El Cielo adjudicó la culpa a Lucifer por haber instaurado ese tipo de amor: se había enamorado de Lilith, es decir, de una persona en particular, y de paso, se amó a sí mismo. Este fue uno de los motivos por los cuales quedó condenado a ser el pecado del Orgullo. No obstante, para el diablo, amar por decisión propia no era orgullo, era libertad. Lo complejo de esta situación fue que Lucifer no era un humano, pero amaba a uno. Era un ángel cuya alma permanecía en una constante mutación demoniaca; en otras palabras, no amaba como lo haría un humano o un ángel.
Ya se ha mencionado porqué Adam y Lilith podrían ser considerados los humanos menos humanos, lo que incluye su forma de amar. En realidad, Lilith llegó amar al diablo tanto como Adam amaba a Alastor, pero esta forma de amar era improcedente para el resto de los humanos, incomprensible. Lucifer no pudo satisfacerse con el amor de Lilith porque era un amor sin apego, sin traumas pasados, nómada, que no requería de la convivencia constante para seguir vivo. Añadamos a esto que el amor de Lucifer se volvió dependiente, ¡su amor era una variante de la forma que amaban los ángeles! En lugar de amar a todos colectivamente, transfirió esa intensidad a una sola persona. Tenía una necesidad constante de expresar su amor, de alentar y demostrarlo, y deseaba sentirse amado; todo lo contrario a Lilith. Aunque trató de ajustarse a las directrices de ella, pero el resultado fue que se llenó de rencor, prejuicios, celos y posesividad. Lilith no padeció al trastornado corazón de Lucifer, fue Alastor quien lo hizo.
¿Qué sucedió, entonces, con Alastor? Este, que era un humano más humano que Lilith, acarreaba con una vida de dolores pasados que lo llevaron a ser incapaz de amar y sentir atracción sexual por cualquier persona. Él no amaba como la mayoría de humanos, ¡era un psicópata insensible! Tan pronto Lucifer obtuvo la llave de su corazón, desató un amor tan intenso como siempre lo había deseado. ¡Y es que ambos buscaban desesperadamente ese tipo de amor! ¡Los dos eran seres corruptos! ¡Seres retorcidos e intoxicados! Lucifer lo amaba como si no quisiera soltarlo nunca, y Alastor deseaba que lo sostuviera por siempre porque solo así podía alejar al dolor y sentirse seguro.
Sin embargo, hubo otro detonante para que Lucifer se enamorara de aquella forma tan exacerbada de Alastor: la pasión de este en la sencillez de la vida. Al sentirse seguro y protegido, el ciervo pudo dejarse llevar por las pequeñas cosas que alegran la vida. Esta percepción solo puede ser entendida por los humanos que vivieron, o viven, en la Tierra. Estos seres sin destino ni poderes divinos hayan sentido a sus vidas en fugaces felicidades, tan cotidianas que pueden pasar desapercibidas; pero Alastor sobrevivió gracias a poder reconocerlas. Él, siendo un asesino solitario, aprendió a disfrutar de una canción a la media noche, de observar las hojas caer en otoño, del frio que congela los dedos, del viento cuando silva una melodía, del olor a pan cuando se hornea. Lucifer encontró al humano que había en Alastor, y se enamoró de él. Sin darse cuenta, Alastor le enseñó cómo un humano, uno más humano que Lilith, le daba sentido a la vida, ergo, le enseñó cómo darle sentido a su propia vida.
Ahora, los ejemplos antes descritos dan sentido a la vida no solo por su simpleza, sino porque son placeres desinteresados, no se goza con ellos por sacar un tipo de beneficio o provecho; simplemente se les disfruta por el hecho del disfrute. Un humano que entiende que la vida no tiene sentido es un humano libre. Y entonces le podrá dar el sentido que quiera. Los demonios, aquellos libres, pasan por algo similar. Ellos no suelen quedarse en placeres simples porque su naturaleza es distinta a la de los humanos. Ellos están dotados de un inmenso poder y de extraordinarias habilidades, pero son libres cuando usan ese poder y esas habilidades para sí mismos. Son poderosos porque quieren serlo, son sabios porque aman el conocimiento, son guerreros que no buscan la gloria. En el Infierno, lugar donde la corrupción prevalece y los pecados surgen, llegar a ser este tipo de demonio es complejo.
Esta disparidad entre demonios libres y aquellos que no los son, ocasionó que la distancia entre Lucifer y Lilith se ensanchara con el tiempo. Lucifer nunca pudo hacerle ver que sus aspiraciones eran vacías; ella entendió esto como debilidad. «Le tienes miedo al poder», le acusó en varias ocasiones. Muchos años después, se arrepintió de no haberse explicado mejor por temor a herir su orgullo. Lo que intentó hacerle entender era que el poder no tenía límites, que no importaba si lograba vencer al Cielo, porque existían fuerzas mucho más poderosas a las que jamás podría acceder. El poder que ella buscaba era uno basado en la dominación, y aquello, al final, era como correr en círculos.
El gobernante que controla en base al miedo vive en una guerra perpetua porque su poder le es dado por aquellos a quienes controla. Deberá, entonces, luchar eternamente por mantenerse en el poder. Luchará contra golpes de estado, contra traidores, contra la inteligencia de otros, contra paranoias y contra la duda. En el fondo, nada tiene sentido más allá de sí mismo; una verdad aterradora que pocos seres vivos se atreven a aceptar. Quizá solo para aquellos que lo tienen todo o no tienen nada les es más fácil entenderlo. Para seres como Lilith, que de tener poco pasaron a tener mucho, puede que el sinsentido les parezca ilógico; y que, por el contrario, la angustia de perder lo que ganaron los empuje a aferrarse al poder ilusorio que les da el controlar a otros. En el Infierno, los demonios libres no tienen interés en gobernar al Infierno, al Cielo o a los demás; ellos viven entregados a develar verdades prohibidas, a entender fuerzas desconocidas y a entrelazar su alma con el mismo Universo por el simple deseo de hacerlo.
Regresando a Lucifer, él hallaba felicidad en cosas simples como construir juguetes, diseñar atracciones, beber té o pensar; actividades que por siglos le causaron vergüenza al no ajustarse a lo que se esperaba de él. Alastor fue el único que se enamoró de la dualidad en su interior. Amaba su lado sensible y también amaba su lado siniestro. Su amor fue como una pequeña caja de música, en donde la belleza estaba oculta y guardada por una llave maestra que sólo ellos tenían. Sin embargo, el alma de ellos pendía de un hilo porque ninguno era libre. Ambos se aferraban a sus dolores, al pasado, al miedo y la vergüenza. Lucifer tardó en comprender a su propio corazón, pero una vez que lo hizo, ya no pudo dar marcha atrás. La noche que le gritó a su reflejo entendió que no había más opción que aceptar sus errores y afrontar las consecuencias de sus decisiones. ¡Ya no era un ángel y nunca volvería a serlo! ¡Era el diablo! ¡Un demonio! Y si era un demonio, entonces sería uno libre.
Que Alastor iniciara una masacre le indicó que este se resistía a afrontar las consecuencias de sus actos. No podría borrar con sangre los cuatro años que vivió entregado al amor, llenar de gritos a las radios de Orgullo no destruiría al amor que sintió. Lucifer estuvo a punto de detenerlo, pero al verlo de cerca se dio cuenta que Alastor estaba en medio de una catarsis. Al perder el control, el ciervo se dio cuenta de la fragilidad de su poder; pronto se dio cuenta que se encontraba asesinando por el puro gusto de asesinar.
Después de terminar el segundo vaso de whisky, Alastor volteó, cansado, hacia Lucifer y le dijo:
—Si planeas decir algo o volverte a disculpar, hazlo de una maldita vez, pero, por favor, quita ya esa desagradable cara de mártir.
Lucifer, quien había estado volteando a ver a Alastor en espera de que él iniciara la conversación, forzó una risilla que más pareció un tosido entrecortado que una risa.
—Sé que no merezco ser perdonado…, las palabras no servirán para demostrar mi arrepentimiento ni para enmendar mis errores; pero puedo hacer muchas cosas. Si existe algo que pueda hacer por ti, solo dilo. Tienes mi eterna existencia en tus manos.
—No digas tonterías. Tal parece que no has cambiado en lo absoluto, sigues regalando promesas que no podrás cumplir. ¿Tienes la ligera idea de lo que ofreces? —Alastor sirvió más licor en su vaso y le dio un sorbo. Revolvió el líquido en su boca para saborearlo y luego de tragarlo suspiró con placidez—. Si te pidiera que me dieras tu título, ¿lo harías?
—Si pudiera, lo haría —contestó fuerte y sin vacilar—. Pero el título de “rey del Infierno” no puede ser transferido, se hereda. La única forma de que alguien más pudiera convertirse en rey, es que yo muriera. Podría dejar que me mataras, pero eso no te haría rey; solo volvería a Charlie reina. Incluso si ella no quisiera gobernar el Infierno, al no haber un heredero directo, hay seis Pecados con derecho al trono si la familia Morningstar faltase. El título de “rey del Infierno” es un castigo, no un premio; solo los ángeles caídos pueden acceder a él. Conoces la única forma en que pudieras llegar a ser rey, pero no creo que sea una opción… y por ello ni siquiera la mencionaré.
—¿Sabías que nuestra querida Charlie me debe un favor? Podría matarte y luego pedirle que me acepte como su esposo. ¿No te parece que es una buena alternativa para solucionar el problema?
—No lo harías. No dañarías a Charlie ni te rebajarías a ser el esposo de alguien para ascender al trono.
—¿Cómo estás tan seguro de que no me volvería en su contra? Además, si mi memoria no me falla, me acusaste de haberme acercado a ti solo por el trono. ¿O ya lo olvidaste?
—No, sé lo que dije, pero hablaba desde la ira, solo quería herirte. No lo decía en verdad, sé que deseabas casarte conmigo porque me amabas y no por el trono. —El entrecejo de Lucifer se frunció por un instante al recordar sus propias palabras—. Y sobre Charlie… No la lastimarías porque eres incapaz de herir a las personas que amas. No lo niegues, quieres a Charlie como si fuera tu propia hija. Si yo muriera, la protegerías.
Una de las cejas de Alastor tembló en sincronía con la comisura de sus labios. Lucifer había dicho tales afirmaciones de una manera tan natural que lo hizo sentir como si estuviera ante un juez que dicta una sentencia de guardia y custodia.
—¡Espléndido! ¡Soy un padre divorciado ahora! —espetó divertido el ciervo.
—Sí. Te has deshecho de mí, pero la custodia de Charlie la compartiremos —afirmó entre risas—. Aunque yo me quedaré con el título del “mejor papá infernal”. ¡Qué lástima! Incluso cuando muera mi epitafio dirá: «Aquí yace el mejor papá infernal de todos los tiempos».
—¡Qué descaro el tuyo! Después de todo lo que ha pasado, ¡soy yo quien merece ese título! Es más, ¡seré el mejor papá y la mejor mamá del Infierno! Yo valgo por los dos, ¡par de irresponsables! ¡Hasta la custodia completa me deberían de dar!
Lucifer asintió con la cabeza, dándole la razón al Demonio Radiofónico, y luego se dio unos golpecitos en la boca a forma de auto reprimenda.
—Bueno…, regresando a lo que estábamos… En serio, pídeme lo que quieras. Siempre que esté en mis manos dártelo, lo haré; incluso si lo que quieres es matarme.
Alastor volteó a ver al diablo con la mirada empequeñecida, irritado por las absurdas palabras del otro.
—¡Que tontería! ¡No quiero que mueras! ¿Hemos regresado al punto en donde no entendías mis chistes? Tú mismo lo dijiste, soy incapaz de dañar a quienes...
La lengua de Alastor contuvo la palabra que su mente había arrojado al considerarla inexacta. Permaneció en silencio mientras buscaba el término correcto para concluir la oración. Lucifer bajó la mirada, estuvo tentado a decir: «No te molestes en ser amable», pero sabía que Alastor no se obligaría a ser amable por caridad. Mientras reflexionaba sobre el comportamiento del ciervo, olvidó que lo tenía a su lado y su rostro se apesadumbró.
—No lo diré otra vez, ¡quita esa cara de mártir! ¡No es lo que piensas, tonto! —dijo Alastor a modo de aclaración—. ¿No lo has notado? Aún tengo aprecio por ti, de otra forma, ¿por qué habría sido tan indulgente contigo? Creo entender lo que pasaba por tu mente, en verdad creías que no me lastimabas. Creías que todo era un juego absurdo de poder, de dominación. No te justifico, en lo absoluto, pero entenderte ha hecho que el dolor sea más llevadero. No sé qué fue lo que te hizo ver que eres un maldito monstruo, pero fue reconfortante que te dieras cuenta que no merecías mi amor, que todo fue tu culpa, que mi único error fue haberte amado más de lo que me amaba a mí mismo. Aunque nada borrará lo que hiciste…, lo sabes, ¿no?
—Al…, de verdad…, lo siento. La eternidad no bastará para terminar de arrepentirme. —Lucifer apretó los puños sobre su regazo y agachó la cabeza con los ojos cerrados—. Si hay algo que pueda hacer por ti, ¡dímelo!
El Demonio de la Radio suspiró con pesadez. Dubitativo, dio otro sorbo a su bebida y dejó que el trasiego de pensamientos se acomodara en su mente. Pasaron algunos minutos en los cuales gobernó el silencio y después preguntó:
—¿Existe algún poder capaz de hacer que deje de amar a alguien?
Lucifer se enderezó de golpe y miró atónito al ciervo. La duda no era a quién quería dejar de amar Alastor, sino por qué deseaba arrancarse el amor que sentía por Adam.
—Al…
—¿Existe? —recalcó impaciente.
—No…, el amor es una fuerza que no se puede crear ni destruir… Lo siento.
Alastor apretó el rostro, sintió que el borde de sus ojos ardía. Había dejado tres distritos en ruinas y terminado con una centésima parte de los orgullenses, pero solo sus ojos parecían claudicar de cansancio.
—Quisiera regresar el tiempo y nunca haber puesto un pie en el Hotel Hazbin… —En su mente, Alastor terminó la frase: «Porque me siento más cautivo ahora que soy libre que cuando no lo era».
Lucifer sintió que algo rasguñó su pecho desde el interior, algo que lo hacía sangrar y que formaba un riachuelo hasta desembocar en su estómago. Alastor seguía parado en el umbral de una verdad, estaba listo. Se había despedido de sus monstruos pasados, del miedo y el dolor; pero el amor y la libertad son dos fuerzas complicadas de escribir en el mismo renglón. No hacía mucho, Lucifer recién lo había descubierto.
—Quiero mostrarte algo —pidió el diablo con una cálida sonrisa—, ¿me dejarías?
Lucifer se acercó a Alastor en silencio, rogándole que no huyera con la mirada. Alastor desbarató su sonrisa; y sin hablar, le dijo: «No me iré». Cientos de recuerdos se mecieron en el espacio que los separaba; corrieron, juguetones, a descobijar un sentimiento adormilado. Sus almas inermes se saludaron, como quien va a encontrarse con alguien que partió hace mucho tiempo y vuelve. Entre colores sepia reconocieron la tranquilidad que alguna vez sintieron al estar juntos. Respiraron el sutil aroma a ceniza, cuero y nostalgia en la sala. Aunque el palacio había sido reconstruido, las flores carnívoras que Alastor ponía en la mesilla de centro seguían ahí, el tapiz rojo y tupido de serpientes con astas de venado fue colocado otra vez, el piano se empolvaba de tanto esperar a su dueño y las cortinas se negaban a ser abiertas porque aún recordaban que a Alastor le molestaba la luz. Aquel palacio lo reconocía, le dio la bienvenida, las velas en los candelabros de piso se encendieron por la emoción y el viento sacudió las llamas como si hubiese dado un suspiro.
En ese momento el ciervo pudo comprender lo que Adam se empeñaba en afirmar: los sentimientos pueden no tener tiempo, algunos viajan sin rumbo, se esconden y se activan cual hechizo del corazón. Si en ese momento Lucifer lo hubiera invitado a bailar, le habría parecido de lo más normal. Estuvo a punto de decir: «Cocinaré el venado que mandaste a traer hace unos días»; como si, de pronto, el tiempo se hubiera mutilado o, quizá más exactamente, doblado, y los casi dos años de separación hubieran quedado suspendidos en un saco atemporal. La frase entonces se alargó: «Cocinaré el venado que mandaste a traer hace unos días para nuestro aniversario, y, por favor, ni se te ocurra negarte a quitar ese anillo. Si no me das el regalo que te pediré, nuestra historia volverá a derrumbarse». Sin embargo, si Lucifer no se hubiera negado a quitar el anillo, quizá seguirían engañados. Él creyendo que era amado y Lucifer creyendo que aún amaba a Lilith. Tal vez no habría sido violado o tal vez el amor le habría hecho creer que una violación era hacer el amor. No se habría acercado a Adam y nunca habría conocido un amor tan bello y puro como el que él le profesaba. Entonces Lucifer no habría aprendido nada y no estaría ahí, rogándole que no huyera con la mirada. Al recordar a Adam, su mente cogió el saco colgando con los casi dos años de separación y el tiempo se enderezó.
Adam.
Alastor volvió a sonreír, pero esta vez lo hizo con su alma y sin mover los labios.
Lucifer se arrodilló a los pies de Alastor y le tomó de las manos, las alzó y las puso a los costados de su cabeza.
—Cierra los ojos y trata de no pensar en nada…, quiero decir… concentra tu mente.
El Demonio de la Radio no dudó en obedecer.
Las luces de la sala vibraron en su mente, se transformaron en pequeños torbellinos multicolor y luego se despidieron en forma de puntos danzantes. La negrura se acentuó al desaparecer el último rastro de luz. En sus manos sentía los cabellos del diablo, trató de imaginarse a sí mismo sosteniéndole la cabeza, pero recordó que debía despejar su mente y regresó a la negrura que había quedado tras la partida de las llamas de los candelabros y la imaginó más obscura otra vez. La negrura palpitó como si miles de escarabajos pulularan en ella; se expandió y entonces los escarabajos se dispersaron. Resultaron no ser insectos, era un enjambre de planetas que no soportaban estar pegados unos con otros y el Universo, apiadándose de ellos, los liberó como borregos a los que llevan a pastar. Alastor olvidó que Lucifer estaba arrodillado a sus pies, pidiéndole que no huyera con la mirada, y que sus manos se aferraban a su cabeza.
Observar al Universo al natural lo inquietó y lo asombró a partes iguales. Por un lado, lo desconocía; y por otro, sabía que era parte de él. Algunas estrellas le guiñaron a lo lejos, lo sedujeron con un encanto abrumador, y otras lo deslumbraron con su cercanía. Cientos de planetas giraban, andaban errantes, ensimismados sin prestarle atención a nada más que a su propio camino. Allá andaban en su quehacer diario, tal vez visitarían a sus planetas amigos, o tal vez iban a su destrucción. La negrura ya no era toda negrura, una estampida de colores que jamás conoció se movían en todas direcciones en forma de nubes rebeldes. El caos era orden, y el orden era caos; sus ojos no podían ver dónde comenzaba uno y terminaba el otro. Un resplandor distante llamó su atención, el poder proveniente de una estrella moribunda lo paralizó como si le hubiesen colocado una camisa de fuerza. Era un poder libre, silvestre, indomable; poder para sí mismo y de sí mismo. Un poder cuyo propósito desconocía; quizá ni siquiera tenía uno. Era del caos, era del orden, era de todos, era de nadie, era para quien lo viera, para quien quisiera entenderlo. La sublimidad del resplandor le hizo llorar. No era tristeza, no era alegría, no era miedo, no era dolor; era el sentimiento de los sentimientos. Y entonces, abrió los ojos.
Lucifer lo observaba sonriente, con una expresión inteligible, pero abarrotada del poder cósmico de aquella estrella moribunda.
—¿Qué fue eso? —preguntó Alastor quedito, con miedo y curiosidad.
—El poder que buscas no tiene sentido…, el Alastor que eres ya no podrá satisfacerse con ese poder… Eres un demonio con el corazón de un humano; usa tu apetito de demonio para crecer y a tus sentimientos humanos para no perderte, pero no al revés.
Lucifer bajó las manos de Alastor y besó el dorso de estas, luego las bajó aún más y las soltó.
—No uses al miedo y al dolor para hacerte más poderoso porque no lo lograrás, solo conseguirás que el miedo y el dolor crezcan. —Lucifer habló con la calma de quien quiere ayudar y sin la prisa de quien quiere convencer.
—¿Desde cuándo sabes tanto de miedo y dolor?
—Desde que deseé morir para no enfrentar la realidad —puntualizó el diablo sin el menor indicio de timidez—. Mi muerte no habría servido de nada, todo hubiera seguido igual. Merezco sufrir, vivir con el dolor y afrontar las consecuencias de mis actos. Si hubiese muerto, el Universo seguiría sonriendo; nada habría pasado, pero yo habría perdido la oportunidad de aprender y enmendar mis errores. No sé qué debo hacer o quién seré; tal vez un rey, un padre o simplemente Lucifer, pero no pienso quedarme parado en el mismo sitio.
—Últimamente… —Alastor se mordió el labio inferior, anestesiando la necesidad de confesar que, en los últimos meses, su mundo se llamaba Adam—. ¿Por qué haces todo esto?
—Verte destruir la ciudad… —Lucifer soltó un pesado y sonoro suspiro antes de continuar, con la imagen vívida de Alastor haciendo colapsar Orgullo—. Recordé que eres un ser de caos, pero con la habilidad de poner orden. ¡Vida que tocas, es vida que cambias…! Sabes qué hacer con el dolor y el miedo de los demás, pero no con el tuyo. Verte desear ser libre fue como verte pedir auxilio, ¡si necesitas destruir Orgullo, entonces lo destruiré contigo! ¡Haré cualquier cosa para que vuelvas a encontrarte, hasta que encuentres el equilibrio entre el caos y el orden dentro de ti! ¡Puedo ayudarte a ser poderoso para que destruyas todas las ciudades que quieras por el simple deseo de destrucción! ¡Sin miedo a la debilidad, sin necesidad de atención, sin rencores ni venganzas! Si quieres ser un demonio, selo porque eres libre de serlo, no porque le tengas miedo a la muerte o al dolor. ¡Haré lo que sea por ti!
—¡Por favor, Lucifer! ¡No me debes nada! —bufó—. Me basta con que me hayas dejado en paz…
—¡Lo hago porque quiero hacerlo! —aclaró extasiado el diablo.
Alastor negó con el rostro, reticente a creer en la buena voluntad de Lucifer.
—Si no te conociera, pensaría que realmente te enamoraste de mí.
El diablo sonrió, y con la mirada le pidió otra vez que no huyera.
Aquella sonrisa nacía de la felicidad; de la felicidad y nada más.
— Quiero ser libre… Mi único deseo para ti es que tú también lo seas. Te lo juro, Al, haré todo lo que esté en mis manos para que logres ser libre. No es un pago, ni espero obtener nada a cambio… Sé que suena ridículo que yo lo diga, pero, en serio… lo que más deseo hacer con mi libertad… es hacerte feliz. Si uno mismo es quien le da sentido a su vida, entonces el mío es tu sonrisa.
Y entonces Alastor también sonrió.
Notes:
¡Hola!
Una disculpa por la densidad del capítulo. Traté de sintetizar mis ideas para que no quedara tan abrumador. A veces ni yo misma puedo poner orden a mi cabeza. En los últimos capítulos vinos la metamorfosis de Alastor y de Lucifer, en el siguiente se viene la de Adam, y por ello también falta un poco más de reflexión. Por cierto, también se viene una escena +18, aunque no sé si es en el que viene o en el final. Bueno, ya estamos por acabar.
¡Muchas gracias a todos los que siguen la historia!
Ojalá estén muy bien, y si están atravesando momentos difíciles, ¡ánimo! ¡Ustedes pueden, todos aquí somos a prueba de balas!Saludos.
Nos seguimos leyendo.
:)
Chapter 31: Capítulo 30: Destino
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Alastor aceptó su insignificancia cuando no pudo replicar ninguno de los hechizos que Lucifer le enseñó. Su ego no sufrió la deshonra de saberse inexperto. Por el contrario, su apetito cognoscitivo se intensificó. Volvió a ser un niño que desconoce al mundo; en este caso, al Universo. Habiéndole tomado la palabra al diablo, le solicitó que le permitiera libre acceso a su biblioteca y que le facilitara todo artilugio mágico que requiriera para dominar las artes oscuras dentro de aquellos antiguos textos. Lucifer, yendo más lejos de sus expectativas, le ofreció la totalidad de su palacio, incluidos dos nuevos sirvientes con la facultad de viajar a la Tierra y, así, facilitarle los objetos que necesitara o cualquier antojo estrafalario que se ocurriera. Además, le presentó a un caballero de la familia Goetia, famoso y experto piromante, para que lo instruyera en los principios básicos de la magia demoniaca de alto nivel.
Sumergido en un mar de conocimientos nuevos, perdió la noción del tiempo. Fue hasta los cuarenta y tres días posteriores a la noche cataclísmica que Lucifer le pidió que visitara el hotel para aplacar las acusaciones en su contra. «Charlie comienza a creer lo que dicen los demás. Tú sabes… Creen que te he secuestrado». Alastor encontró absurda tal denuncia y afirmó: «¡Qué tontería! Tal pareciera que piensan que soy un idiota». En realidad, nadie lo consideraba uno, pero dudaban de su fuerza de voluntad y de las buenas intenciones de Lucifer. ¿Cómo explicar el punto donde se encontraban situados? ¿Cómo explicar que el Alastor y el Lucifer que habían sido ya no lo eran más?
El diablo se arrodilló a los pies de Alastor y sostuvo sus manos con ternura. Mantuvo su atención en el dorso de esas manos como si allí estuviera escrito un impresionante secreto que solo sus ojos podían develar. «Si no quieres salir, puedo pedirle a Charlie que venga. Solo deja que te vea para que despeje sus dudas. Pero… si para ti es necesario mantenerte aislado, está bien. Volveré a hablar con ella», dijo mientras le tallaba las manos con sus pulgares dando movimientos circulares. Alastor creyó que le besaría las manos, pero Lucifer se levantó con el rostro gacho y la espalda encorvada. No necesitó preguntar ni escuchar explicaciones, él mismo compartió los rescoldos de su antiguo amor en aquel breve toque.
No es que hubiese pasado mucho tiempo desde la época en que se amaron; era la trascendencia de los hechos lo que hacía sentir que año y medio se había disfrazado de un siglo entero y que su amor era algo tan pasado que incluso sonaba a un invento. Sin embargo, esa tarde, habiendo pasado cuarenta y tres días de la noche cataclísmica, Alastor esbozó una premisa que se anclaría a su mente: Lucifer sería el amor de todas sus vidas y todas sus muertes.
Cual marca invisible, Lucifer estaría con él por siempre. Adonde fuera, un pedazo de Lucifer lo acompañaría en silencio. Solo él podía despertarle pasiones indómitas: un fuego que, en lugar de consumirlo, enaltecía su espíritu. A su lado, el bien y el mal se expandían sin principio ni fin, y podía ver más allá del mundo de lo aparente. Sin miedos que lo enceguecieran, comprendió que aquel velo protector que alguna vez lo sedujo no era más que el potencial de Lucifer para crear, para destruir, para conocer, para comprender: el potencial de un demonio libre.
Solo él podía hacer que sus sentimientos permutaran sin que su esencia se viera afectada. Lucifer lo entendía, y Alastor a él. El dolor sería dolor hasta que sus almas, por sí mismas, decidieran lo contrario.
Fueron arrojados al Universo; existían, y después serían. Allí estaban ellos, libres en toda la extensión de su ser.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Lucifer le comunicó a Charlie que Alastor los visitaría con dos condiciones: que Husk no estuviera presente aquel día y que Angel Dust accediera a charlar con él. Tales peticiones causaron que Husk, con una ira bien regulada en la voz, amenazara con matar al diablo si aquella visita resultaba ser un engaño. Por su parte, Angel Dust, lleno de miedo, aceptó la petición solo para aligerar el peso de la culpa que seguía sin poder sacudirse.
El ánimo de Adam se recompuso al enterarse de la visita. En las últimas semanas, su estado demoníaco fluctuaba conforme su corazón era apuñalado por emociones negativas. Sin que pudiera controlarlo, sus ojos cambiaban de color y sus cuernos se alargaban, sus alas se tornaban negras y en sus mejillas aparecían líneas escarlatas. Nunca antes sus emociones habían sido tan afectadas por incidentes externos.
La zozobra de no saber que sucedería entre él y Alastor lo mantuvo en el umbral de la desesperación. Su vida se redujo a repensar los últimos acontecimientos, a ensayar las disculpas que le pediría al ciervo, a buscarle soluciones a los problemas que él mismo se inventó, a soñar con el «sí» que obtendría en el mágico reencuentro. ¿Cómo el amor podía llegar a ser tan doloroso? ¿No se suponía que debía bastarle con sentirlo? ¿No él mismo decía que no importaba la distancia? ¿Por qué el amor a Dios y el amor a Alastor se sentían como dos emociones tan desiguales, tan ajenas entre sí? Amar a Alastor debería de proporcionarle paz, independientemente de dónde estuviera o qué hiciera, ¿no debía ser así? Entonces, ¿por qué la realidad distaba de tales suposiciones?
Enterarse que Alastor había decidido vivir en el palacio de Lucifer fue una magulladura directa a su corazón, sintió que su cuerpo era herido de manera constante por culpa de su ingrata imaginación. Fue mucho peor que enterarse que compartía cama con Husk; en aquella ocasión su racionalidad se esmeró en mantenerse activa. Pero con el diablo no pudo; le resultó difícil moderar el ardor de sus celos, sabiendo que él era la única persona a la que Alastor deseaba ver. Las sesiones de terapia destinadas a ayudar a Lucifer se cancelaron cuando le resultó imposible apartar al Demonio de la Radio de la conversación. No había día en el que no insultara y acusara al diablo de mantener cautivo al ciervo. ¡Quería creerlo! ¡Quería creer que las explicaciones de Lucifer eran mentira! «¡Eres un maldito violador de mierda y nunca serás otra cosa!», le gritó. Charlie decidió dar por terminadas las sesiones para evitar que Adam, en un arranque de ira, expusiera la intimidad de Alastor al resto de huéspedes del hotel.
Adam necesitaba certeza. De manera específica, su corazón demandaba la seguridad de que Alastor era suyo. Si esto fuera así podría, tolerar su ausencia. No importaría con quién estuviera porque se pertenecerían. No importaría el tiempo ni la distancia porque su amor era más poderoso que cualquier otra fuerza. Pero necesitaba que Alastor le confirmara que ese amor existía.
Perdido entre la incertidumbre, el proyecto de redención se le volvió una obligación fatigosa. Se alegró cuando Sera pospuso la reunión prevista. Dejó de ir a trabajar a la recepción infernal y su actitud volvió a ser hosca durante las actividades integradoras del hotel. Charlie se alarmó por el evidente retroceso del primer hombre, y por ello fue que comenzó a presionar a su padre con la desaparición de Alastor.
La noche previa a la visita del ciervo, los nervios impidieron que Adam pudiera dormir. Se bañó ocho veces y se cambió de ropa más de quince. Practicó con el piano varias canciones de jazz y corroboró que en el refrigerador siguiera intacta la carne que había ido a traer al barrio Caníbal. Abrió incontables veces el cajón superior de su mesita de noche para observar el anillo de compromiso que había fabricado y modificó la forma del estuche muchas más. Cualquiera que hubiese conocido al Adam de hacía unos tres años no podría reconocerlo. Y si esa noche Adam mismo se hubiera detenido a reflexionar sobre su propio comportamiento, tampoco habría podido hacerlo.
Atormentado en una noche sin fin, Adam, por primera vez, suplicó a su Padre que le permitiera vivir sin el peso de un destino.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
La llegada de Alastor pasó inadvertida. Pidiéndole a Lucifer que abriera un portal que conectara con su torre de radio, evitó cruzar la puerta principal del hotel y el cuchicheo de los huéspedes. El diablo bajó al primer piso en busca de Angel Dust y, al encontrarlo, le pidió subir a la torre. La histeria de Angel advirtió a Adam de la presencia del Demonio Radiofónico. Sin importarle las indicaciones de Lucifer, el primer hombre se encaminó hacia las escaleras, pero Charlie lo detuvo. «Por favor, espera hasta que Angel y Al hayan hablado. Papá dice que bajará después de eso». Molesto, Adam agachó la cabeza y regresó a la sala.
Pasada media hora de haber iniciada la reunión de los pecadores, la voz de Angel hizo que todos en la sala se levantaran de sus asientos y se reunieran al pie de las escaleras. La araña y Alastor bajaron juntos, charlando y riendo de algún tema desconocido, pero envueltos en un ambiente de complicidad que sorprendió a los demás.
—Puedes contactarme a través de Lucifer —dijo el ciervo, haciendo un pequeño señalamiento con la punta de su bastón—. Solo procura no arruinarlo esta vez.
—¡Mierda, Sonrisas!, me da miedo tu amabilidad —repuso el otro con tono burlón.
Al girar en el último tramo de las escaleras, ambos enmudecieron frente a los ojos curiosos que los esperaban. Angel Dust volteó a ver a Alastor y le susurró: «Adiós, y suerte con todo». Después aceleró el paso y se despidió con la excusa de tener que responder un llamado de Valentino, aunque era mentira.
Alastor siguió la huida de Angel con la mirada hasta que sus ojos encontraron la figura de Adam. Y entonces volvió a naufragar en ese mar dorado que tenía el poder de mover la tierra bajo sus pies, el cielo sobre su cabeza y al tiempo de su abismo. ¡Ahí estaba! ¡Con su belleza eterna! ¡Fuente de sus ilusiones! ¡Armadura de su corazón!
Alastor sonrió, y Adam renació.
Hipnotizados, caminaron lento sin despegar la mirada del otro. Adam, al ras del último peldaño, le ofreció su mano y Alastor la aceptó. Se abrazaron con miedo, como si estuvieran cortando la valla que mantenía encerrados a sus recuerdos y temieran enfrentarse a su historia juntos. Esa historia que los había llevado a un callejón sin salida, en donde debían elegir entre amar o vivir. Adam cortó el abrazo con la intención de besar al ciervo, pero este, con las mejillas manchadas de pudor, hizo que sus sombras los trasladaran a su habitación.
De regreso a su pequeño mundo flotante, olvidaron que cada uno se hallaba en un camino distinto. Unieron sus labios, fusionaron sus anhelos, unificaron su amor. Adam deslizó su lengua con un apetito desconocido. Con el sabor de Alastor consumiéndolo, su corazón no pudo más que palpitar de dolor. En su pecho, una súplica rugió agonizante. Su cuerpo tembló, ocasionando que sus manos se encajaran en el saco del ciervo y sus pies se enraizaran al piso. En los suaves labios de Alastor encontró a un nuevo destino. Sintió que aquellos tiernos labios lo transformaban, lo moldeaban, lo hacían desear ser algo más que “el hijo de Dios”. Un deseo sin castigo, sin traición, sin arrepentimiento. Solo el deseo de ser Adam.
Un mar de pasión corrió desde la boca de Alastor y desembocó en su vientre; allí, el mar se transformó en un maremoto y su piel se inundó de pasión.
—Espera… Por favor, espera —murmuró Alastor, aun con los labios de Adam sobre los suyos.
El primer hombre sacudió la cabeza y se contuvo de seguir besándolo. Juntaron sus frentes y sus alientos se entremezclaron. Alastor acomodó los brazos sobre los hombros de Adam, y este se sostuvo de sus caderas. Se mecieron en un apacible baile sin música, permitiéndole a sus pulmones serenarse.
El recuerdo de las interminables noches sin saber de Alastor se abrió paso en la mente de Adam. Recordó el dolor de la incertidumbre. Recordó la desesperación de su ausencia. Recordó la soledad de sus brazos. Su rostro se arrugó al tratar de contener el llanto, pero las rebeldes lágrimas no se detuvieron, lo traicionaron y expusieron la miseria que lo arrastraba a un límite incierto y aterrador.
—Sentí que moriría… Al, mi Al, no sabes lo doloroso que fue extrañarte.
—Pensé que tu amor era más fuerte que la distancia. Tú lo dijiste.
—Dime que tu corazón me pertenece. Dime que eres, y que serás por siempre mío, y te juro que podré esperarte todo el tiempo que desees.
Alastor bajó los brazos y sostuvo el rostro de Adam entre sus manos. Lo hizo mirarlo. Lo hizo mirar por el cristal rojizo de sus ojos al dolor en su alma.
—Te amo, Adam. Lo juro. —El ciervo encorvó las cejas, el peso de su angustia bajó por esas dos colinas como las piedras que se desprenden de un derrumbe. Las palabras brincaron en sus labios temblorosos, reticentes a unirse en una oración—. Pero… no puedo asegurar lo que sucederá en el futuro. Ignoro muchas cosas, entre ellas al amor. Quizá sea como tú dices, y lo que siento será eterno. O quizá sea como yo lo imagino, y el tiempo terminará por desvanecerlo.
El mundo de Adam comenzó a diluirse. La pintura de las paredes se trasformó en cera derritiéndose. Los muebles perdieron su forma, a su alrededor quedaron solo manchones opacos entremezclados. La luz dejó de ser cálida, como si alguien hubiese robado la vida en ella. El miedo punzó en su pecho cada vez con mayor violencia. Sigiloso, su peor miedo lo observaba desde las sombras. Venía por él, lo acorraló y le quitó el aire.
—No me hagas esto, Al. ¿Qué hice para merecer tu indiferencia? Por favor, perdóname. En verdad he tratado de ser una mejor persona para ti… Por favor, tenme misericordia. No me rechaces, no me abandones.
Alastor retrocedió un paso, alejó sus manos, alejó su amor. La protesta de su alma se reflejó en su rostro. La lucha de sus deseos tensó su cuerpo. En ese preciso momento, allí frente a Adam, el resto del Universo le pareció pequeño.
—Necesito decirte algo… —empezó Alastor, pero la vacilación que creía inexistente se manifestó en su voz—. Planeaba decírtelo más adelante, pero no tiene caso que siga guardando esto.
Los ojos de Adam se oscurecieron. El rencor brotó salvaje, se unió al miedo y juntos mutaron a un terrorífico sentimiento imposible de explicar.
—¡No, Al! Si solo has venido para destruirme, ¡entonces no quiero oírte! —arremetió el primer hombre dejando caer más lágrimas.
Alastor se frotó el pecho para aplacar a los nervios que anudaron su garganta. No se detendría, seguiría hablando, pero observar el sufrimiento del primer hombre provocó que las palabras dilataran el viaje desde su cabeza hasta su boca.
—Lucifer tiene programado un viaje al Anillo de la Pereza en unos meses; y le pedí que me llevara con él. —Alastor apretó los labios, su voz se fue debilitando frente al medroso rostro de Adam—. Él estará yendo y viniendo para seguir al tanto del hotel, pero yo no. Quiero conocer los demás anillos y estudiar la magia oscura más sofisticada. Lucifer me pondrá en contacto con los demonios indicados que puedan instruirme en este tipo de magia. Para serte sincero, no sé cuándo regresaré.
—¡Vaya! Finalmente, Lucifer encontró la manera de comprar tu perdón.
La traición sacudió al primer hombre. La tempestad que originó la ausencia de Alastor desencadenó la caída de truenos y rayos. Adam sintió que era castigado por el puño de Dios. El peso de la condena se acumuló en su estómago; el dolor se expandió como la espuma rabiosa de la boca de una bestia. Sus extremidades se entumecieron; incluso mover los dedos le fue imposible. Quedaron tiesos, como témpanos de hielo suspendidos de un árbol por la crueldad del invierno.
—No es lo que imaginas. Si mi decisión estuviera basada en el amor, entonces me quedaría aquí, contigo. Ni Lucifer ni yo estamos buscando escarbar en el pasado. ¡Entiéndeme!
—¿Entonces porque lo eliges a él?
—¡No lo estoy eligiendo a él! ¡Me elijo a mí mismo! ¡Esto lo hago por mí! Quiero saber lo que hay más allá de lo que ven mis ojos. Quiero entender al Universo. Conocer las verdades que Dios nos oculta. ¡Malear la naturaleza a mi voluntad! ¡Lo que sé es nada en comparación a lo que desconozco!
—¿Estás loco, Al? ¿Sabes la mierda que les pasa a los seres que juegan a ser Dios? ¡Fragmentarás tu alma irreversiblemente! ¿Quieres volverte uno de esos jodidos demonios? ¡No sabes en lo que te estás metiendo!
El vigor regresó a Alastor tras escuchar el encolerizado reproche de Adam. Había anticipado tal reacción. Lo sabía: no podría entenderlo. Suavizó su rostro, el lamento que antes lo martirizaba le dio una tregua. Seguía bajo su piel, enterrado en su corazón, pero sedado por la convicción de ser libre.
—La próxima vez que visite este hotel será para despedirme —señaló con voz impávida—. Ojalá tenga la oportunidad de verte una vez más, pero, si no es así, te deseo lo mejor en tu regreso al Cielo.
El cuerpo de Adam se pasmó, incrédulo por la displicencia del ciervo.
—¿Me estás escuchando? ¡Parece que te importara una maldita mierda todo lo que estoy diciendo! —arremetió con furia—. ¡Puta madre, Al! ¿Cómo puedes ignorarme?
—Estoy cansado de hablar, una y otra vez, de lo mismo. Sé feliz a tu manera; yo lo seré a la mía.
—¡¿Cómo puedes terminar conmigo así?! Durante todos estos putos días no ha habido uno solo en el que no haya querido arrancarme el corazón por el maldito dolor de no estar a tu lado. ¡En cambio tú, pareciera que borraste de tu jodida mente todo lo que vivimos juntos!
—Ya sabes la respuesta. Si lo que quieres de mí es que te diga que te amo y que te amaré pese a todo. Que no importa si te vas y nunca vuelvo a verte porque mi amor seguirá intacto, estás equivocado. Te amo, y también me duele muchísimo alejarme de ti, pero es algo que tiene que suceder. Te lo repito, no sé qué pasará en el futuro. No juraré que te seguiré amando porque quizá no sea así. Quizá, algún día, no serás más que un hermoso recuerdo. Quizá vuelva a enamorarme. Quizá muera tratando de alcanzar esas verdades que tanto anhelo. ¿Quién podría saberlo?
—¡Dilo claro! ¡Quizá algún día perdones a Lucifer y vuelvas a amarlo!
Alastor sintió una corriente helada atravesarlo. La verdad ardió en su pecho como si hubiese sido impactado por una bala.
En el fondo, muy en lo profundo, su alma… ya había perdonado a Lucifer.
No lo dijo. No lo admitió. Cómplices, su corazón y él guardaron el secreto.
—Adiós, Adam.
La sonrisa en el rostro de Alastor se reconstruyó. Despiadada. Severa. Indescifrable. Sus sombras lo rodearon formando un elegante y delicado torbellino. No habría más palabras, ya no quedaba nada por decir.
—NO, AL, ¡ESPERA! ¡ESPER…!
La súplica se quedó atorada en la garganta de Adam al ver la figura de Alastor desvanecerse en el piso.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Las sombras trasladaron a Alastor hasta la sala. Su apariencia desmejorada resultó tan diciente que Charlie no se opuso a su partida inmediata. Se retiró del hotel solo, afirmando estar bien y pidiéndole que lo visitara en el palacio de su padre para conversar sobre los temas que seguían en el tintero. Para cuando Adam llegó a la sala, el ciervo ya se había ido.
Quiso ir tras él. Abrió un portal, pero, para su asombro, no pudo atravesarlo. «He puesto un hechizo. Nadie sin autorización puede entrar a mis dominios», aclaró el diablo. Adam giró en seco y, musitando maldiciones, regresó al pasillo que conducía a las habitaciones del primer piso, en donde Lucifer lo alcanzó a toda prisa.
La última persona con la cual quería hablar era el diablo. Tan solo escuchar su voz le hizo sentir que su sangre se desparramaba por todos sus órganos.
—Oye…, todo esto no es algo en contra tuya —dijo Lucifer en un tono medianamente alto para detener el avance del primer hombre—. Deberías ser capaz de entender a Al, en este momento necesita más a su ángel guardián que a su novio.
—¿Te dijo que soy su ángel guardián? —preguntó petulante Adam mientras se giraba despacio. Sus músculos se resistían a encarar al rey. No le temía, lo estaba odiando como nunca antes había odiado a nadie, y su cuerpo se contenía de cometer una locura.
—Pudo invocarte con una plegaria, es obvio que te vinculaste a él, pero eso no es lo importante ahorita. ¡Hey! Al está pasando por una etapa complicada de su vida, él no es como tú. Él lleva consigo la carga de ser libre, no tiene un destino que le resuelva todo.
Adam soltó una risa en forma de quejido. Le pareció que Lucifer se empeñaba en ser despreciable cada vez más.
El destino era la verdadera carga. El deber ser era la cruz que todo hombre de fe tenía que cargar.
—¡Tener un destino es algo importante y muy difícil! ¡Hacer lo que se te hinchen las bolas, eso es lo sencillo!
—¡Oh, Adam! No tienes ni una puta idea. Aceptar que tenemos un destino es lo mismo que aceptar que no tenemos vida propia. ¡No importa cuánto te equivoques, siempre podrás echarle la culpa al destino!
—¡JÓDETE! ¡NO ENTIENDES! —gritó fúrico Adam, al borde de que su estado demoniaco estallara. En sus ojos, la demencia de un ser maligno se asomó amenazante.
Lucifer frenó su protesta. Preocupado por el estado mental del primer hombre, trató de sintetizar la explicación que quería darle.
—Mira, no importa lo que yo piense, pero deberías tratar de entender a Alastor. Quizá tú seas feliz teniendo un destino, pero no puedes pretender que él piense igual.
Adam entrecerró los ojos y barrió con la mirada a Lucifer. Jaló desde sus pies hasta su cabeza el asco que le tenía y luego clavó sus ojos en los del otro. El odio en su mirada se expandía como las ondas en el agua que alguien perturbó.
—¿En serio estás sermoneándome? ¿Tú? ¿Después de todo lo que le hiciste? ¡Jódete, pequeña mierda! ¿A quién crees que engañas poniéndote esa piel de borrego?
—Mira…, piensa lo que quieras. En el fondo, sabes que la culpa de que Alastor esté alejándose de ti es solo tuya.
Adam apretó sus puños y contuvo sus manos contra su vientre. Tuvo que hacer un inconmensurable esfuerzo para no golpear al diablo en el instante en que lo culpó.
La culpa no era suya, no podía serlo.
—Solo te advertiré algo. —Adam dio un paso al frente y bajó su rostro. Quería que Lucifer lo escuchara tan claro como si estuviera escuchando a su propia voz—. Si vuelves a herirlo… de la forma que sea… quien pagará las consecuencias será tu amorcito. Entérate, Lucifer…, el alma de Lilith me pertenece. ¿Quieres que Charlie se quede sin madre?
Los labios de Adam se alargaron. Una pequeña sonrisa se dibujó en ellos, pero tan siniestra como la de un verdadero monstruo infernal.
Lucifer ensanchó sus ojos, estupefacto por la revelación que acababa de escuchar.
—¡MALDITO CABRÓN! ¡CHARLIE NO TIENE NADA QUE VER CON TODO ESTO!
—¡Pero claro que puedo serlo! ¡Yo también puedo ser un maldito cabrón! Atrévete a lastimar una vez más a la única persona que he amado en mi jodida vida, y yo pondré el cadáver de esa perra en la puerta de este mugroso hotel. Te lo advierto, ¡estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por proteger a Alastor!
—¡YO TAMBIÉN QUIERO PROTEGERLO, PUTO DE MIERDA!
—Si es así…, no tienes nada de qué preocuparte. ¿No?
Adam se asustó de sus propias palabras cuando se escuchó amenazar a Lucifer. Lejos de sentir remordimiento por utilizar a dos inocentes, porque Lilith lo era en ese embrollo, para una venganza personal; lo que sintió fue un bien cimentado odio por Lucifer. Se asustó de sí mismo al reconocer que sería capaz de herir a Lilith y Charlie con tal de ver al diablo sufrir. Podrá parecer hipócrita que le haya asustado tal idea cuando antes ya había maquinado planes similares. Durante los años que él y Lilith fueron amantes jamás bajó la guardia. El trato que mantenían era prueba de ello: al primer signo de traición, no habría dudado en matarla. En el caso de Charlie bastará con recordar que, si Lucifer no se hubiera presentado en el último exterminio, el plan del primer hombre había sido aniquilarla junto al hotel.
Quien designaba como bueno o malo al acto de matar, para Adam, era su destino. En otras palabras, siempre que fuese el Cielo quien le ordenara matar, entonces el acto sería bueno. Él no se visualizaba como un criminal. Cada mala acción que realizó fue acompañada de una excusa: salvaguardar a la humanidad y al Cielo. Fue en ese momento, cuando se imaginó asesinando a Lilith e hiriendo a Charlie, que tuvo que admitir una dolorosa verdad: Alastor no estaba en su destino. Si lo estuviera, matar no sería malo; pero lo era.
Lucifer, aunque perturbado, enderezó su espalda y le dijo:
—Yo tampoco quería aceptar qué tan equivocado estaba. Es muy cómodo echarles la culpa a otros de nuestras idioteces, ¿no crees? Si sigues así, no lograrás ni redimirte ni recuperar a Alastor. ¿Sabes cuántas oportunidades me dio para que corrigiera toda la mierda que hice? ¡Muchas!, y no aproveché ninguna. Su amor no es eterno. ¡NO ES ETERNO!
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Adam no pensó en matar a Lilith y herir a Charlie por Alastor.
Adam pensó en matar a Lilith y herir a Charlie por él mismo. Porque desconfiaba de Lucifer, porque lo envidiaba, porque estaba celoso de él. Quería dañarlo, quería verlo sufrir.
Incluso un nivel arriba de Lucifer, su odio era contra él mismo. Trató de engañarse. Renegó de Dios, de su destino, del Cielo, de su compromiso con la humanidad; pero su odio y frustración tenían herrados su propio nombre. ¿Qué pasaría si, sencillamente, abandonaba el camino de la redención? ¿Sería su culpa si el Cielo decidía reanudar los exterminios?
No. La culpa sería del mismo Cielo.
Si tuviera que sincerarse, debería admitir que su único deseo en ese preciso momento era estar junto a Alastor. Ya no ansiaba redimirse, no extrañaba volar por los cielos de la Tierra, no le ilusionaba ayudar a la humanidad, no aspiraba a la paradisiaca gloria de ser un salvador. Desde su creación le llenaron la mente de propósitos ajenos; se los impuso el Cielo con la excusa de que eran voluntad de Dios. ¿Alguien podría saber cuál era el plan divino original? ¿Podría saberlo un simple humano?
«Quiero entender al Universo. Conocer las verdades que Dios nos oculta». Las palabras de Alastor se quedaron grabadas en su mente, como si fueran la contraseña de una hermandad secreta, como si fuera la pista para encontrar un escondrijo oculto.
Razonamiento. La facultad más bella del ser humano.
El conteo de días sin Alastor se reinició. Después de su visita, Adam emprendió un viaje de dudas sin fin. Como si cercenara las cabezas de la hidra de Lerna, cada vez que creía alcanzar una certeza, nuevas dudas se interponían, multiplicando la incertidumbre hasta el infinito. Renuente a aceptar que Alastor no formara parte de su destino, su amor lo hizo volver a desconfiar de las verdades dictaminadas por el Cielo.
Tras dieciocho días que le parecieron solo dos, llegó al callejón sin salida de la fe.
Fe. La única guía del Cielo. Lo único que tenían.
Un ángel podía volverse demonio. Un demonio podía volverse ángel. ¿Cuál era el sentido en ese bucle expiatorio? ¿Realmente tenía sentido que los ángeles gastaran su vida en la humanidad? ¡La humanidad quedó huérfana! ¡Solo eran ellos y su capacidad para razonar!
A los veintidós días dejó de comer; antes ya había reducido la cantidad de alimentos que consumía, pero entonces entró en un ayuno continuo. Su habitación se volvió una cueva oscura y nauseabunda en donde sus ilusiones morían y lo que creía saber se craquelaba. El terror fue asfixiándolo cuando recogió los pedazos de su vida libres de la voluntad del Cielo.
Sexo. Vicios. Riqueza material. Ocio. Nada.
Su vida sin el Cielo era una fiesta eterna en la cual había celebrado una falacia.
Ser el primer hombre no fue una decisión suya. Convertirse en el Padre de la humanidad fue solo una orden; cuidarla, un trabajo; y amarla, un mandamiento que jamás pudo acatar. Su gloria era una mentira que de tanto escucharla la terminó por creer. ¿Cómo podía autodenominarse “El Puto Amo” cuando no tenía en sus manos el poder de estar al lado de la persona que amaba? ¿De quién era el amo? ¿Sobre quién mandaba? ¿Quién lo escuchaba? ¡Él era el perro amaestrado! Un perro al que le hicieron creer que era libre y al que dejaron andar dentro de un corral, siempre con la cadena puesta para que no escapara.
¡La estrategia perfecta! Lo hicieron adorar al engaño. ¿Para qué angustiarse buscando verdades cuando le regalaban satisfacciones fáciles?
Sus ojos, acostumbrados a la espesa negrura de su soledad, se atascaron en los montículos a su alrededor. La habitación fue haciéndose pequeña, opresiva, mefítica. El aire no era más aire, allí solo había fétidas risas que se burlaban de su ingenuidad. Un sulfúrico hedor le quemó la nariz y sus oídos fueron taladrados por pedantes y ásperos gruñidos. La ropa se pegó a su piel sudada, haciéndolo sentir más y más acorralado. El aliento se le quebró en el pecho; jadeó, implorándole a sus pulmones reaccionar. Pero sus manos, como si hubiesen sido secuestradas por un ente maligno, rodearon su cuello y él mismo comenzó a estrangularse.
«¿Por qué estás en el Infierno?»
—¡Es culpa del Cielo!
«¿Por qué los obedeciste?»
—¡Ellos me engañaron!
«¿A quién debías proteger?»
—¡La humanidad, era mi deber!
Sus manos se apresaron con más encono a su cuello. Su locura no era locura; era el castigo de un ser lejano. Tan piadoso como severo. Tan poderoso como incomprensible. Tan sabio como el infinito. El ser omnipresente que nunca lo abandonó; solo lo dejó en libertad. A él. A todos.
La culpa no era del Cielo, era suya.
No lo engañaron, obedeció porque era más fácil y conveniente que pensar por sí mismo.
La humanidad no era su deber, él era su propio deber.
A punto de desfallecer, Adam recordó las últimas palabras que Dios le dijo antes de nunca volverlo a ver: «Sé feliz». Lo que creyó una promesa de felicidad no lo era. Aquella frase no era una ofrenda, sino una búsqueda: hallar a la felicidad, perderla, volver a hallarla, volver a perderla, gozarla y angustiarse por su ausencia.
Sí. La libertad es más aterradora que el destino.
Adam fue aflojando el agarre de sus manos. Si en verdad había sido Dios quien le ayudó a liberar su mente, no lo supo y nunca lo sabría. Ese día descubrió una sola verdad.
—El destino… no existe —murmuró con su último aliento antes de caer desmayado sobre el piso.
Notes:
¡Hola!
Perdón por la demora. Estamos a dos capítulos de terminar, procuraré acabar antes del 8 de septiembre.
Bueno, el plan era que este fuera el penúltimo capítulo, pero aun no aprendo a economizar las palabras. Así que sorry. El cap que viene se pondrá candente. xDTambién debo disculparme por no contestar mensajes. Sé que la historia se fue poniendo menos intensa conforme pasó el tiempo y también que mi escritura se puso densa, y que esto no es muy agradable para los lectores. ¡Así que agradezco a todos los que siguen aquí y continúan apoyando la historia!
Como agradecimiento, he pensado regalar un one-shot. ¿Les gustaría? Bueno, creo que es todo por el momento.¡Gracias por seguir leyendo!
Saludos.
:)
Chapter 32: Capítulo 31: Más allá de la tentación
Notes:
¡¡¡⚠ ⚠ ADVERTENCIA ⚠ ⚠¡¡¡
Este capítulo contiene descripciones sexuales explícitas +18.-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
-La canción que aparece en este capítulo es "Et si tu n'existais pas" de Joe Dassin, la versión original está en francés (aunque existe una versión en español del mismo cantante titulada "Y si tú no has de volver").
-Capítulo largo.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Verlo era como ver dos cielos que se cruzan y nadie sabe si es noche o día. Ver a Lucifer le producía un choque alienante, era y no era al mismo tiempo. La memoria de Alastor acostumbraba trabajar desde el rencor: primero recordaría el dolor, después la felicidad. Antes de Lucifer, procuró guardar los momentos de felicidad como un postre que rara vez se atrevía a consumir. Y no se deberá de confundir con satisfacción, aquellos momentos bajo cerrojo escondían su paz espiritual, su verdadera sonrisa que pocos conocían. Temía de su efecto a largo plazo; creía que inclinarse a esa felicidad se volvería su punto débil, y por ello la evitó. Sin embargo, Lucifer era su excepción. Antes lo nombró amor; en tiempos más actuales, una anomalía sin descifrar. Sin importar el tiempo ni el dolor, su corazón reaccionaba involuntario, presa de un impulso indomable.
En la cabecera de la mesa, larga y rectangular, se encontraba sentado Lucifer; a su derecha, el sitio que por siglos alternaron Satán y Paimon, ahora lo ocupaba Alastor. Los Pecados observaban atentos al diablo; y de vez en tanto le echaban una miradilla al Demonio Radiofónico. La reunión duró apenas unos cuarenta minutos. El tema principal: habría una rigurosa auditoría en cada uno de los anillos; el tema de fondo: presentar a Alastor como consejero oficial del rey. Después de que Lucifer rodara los ojos y mandara callar a Mammon y a su broma «fuera de lugar», no hubo más cuestionamientos sobre las decisiones tomadas esa tarde.
Alastor prestó suma atención a las reacciones de los Pecados, pero, sobre todo, a los severos movimientos de Lucifer. Durante la reunión, fue el único al que los sirvientes le llevaron una copa de vino y al que le encendieron los cigarrillos que fumó. Habló sin errar palabra alguna, su dicción autoritaria y pulcra monopolizó la atención de todos los presentes. Cada reprimenda la expulsó desde el estómago, como si vomitara la frustración que, por años, reprimió en la soledad de su palacio. Sus señalamientos acusatorios bajaron la cabeza de los Pecados, subyugados por el peso de la vergüenza. Cuestionó con dureza y no aceptó respuestas ambiguas. Al finalizar, despachó a todos a sus respectivos anillos con un: «Esperen mi visita. Si no tienen todo en orden, no habrá excusa que valga». Los Pecados se retiraron con una larga reverencia y solo Asmodeus se atrevió a pronunciar su nombre de pila al despedirse. El inflexible rostro de Lucifer se esfumó a los pocos segundos de cerrarse la puerta tras Beelzebú, el último Pecado en salir. Con un hondo suspiro expulsó su encono y una radiante sonrisa se moldeó en su rostro.
—Hey, Al. Espero que estés preparado para lo que viene, será muy cansado.
—Debe ser que tu batería de energía es tan pequeña como el resto de tu cuerpo, que te parece «muy cansado» hacer lo mínimo que exige tu título de rey. Vete despidiendo de tus siestas hasta el mediodía; sabes que acostumbro ganarle al sol.
—Por eso te nombré mi consejero, para que madrugues por mí.
Alastor retó a Lucifer con la mirada, pero aflojó el gesto al ver la sonrisa tonta del diablo, de la que asomaba parte de su lengua bífida y escapaba un sonido burlón. Aquella risa lo desarmó. La adoró antes y la seguía adorando. La línea de esos labios no solo daba forma a una sonrisa, también forjaban la llave a su felicidad que, pronto, ardió en lo más profundo de su alma. Ahí estaba, esperándolo sin miedos, sin reglas y sin memoria. Se deslizaba furtiva, prueba oculta de la verdad de sus sentimientos.
¿Cómo hacía Lucifer para derrumbar su mente? ¿Cómo hacía para disipar sus miedos?
Un día, ese ser malévolo buscó la muerte para demostrar su arrepentimiento. Quien era la encarnación del mal sintió culpa, se torturó por la agonía de haberle hecho sufrir. Y ahora, estaba frente a él sonriéndole con la pureza de un ángel. Ese ser, el segundo más poderoso, solo superado por Dios, estaba frente a él tratando de encontrar su lugar dentro de un Universo que desconocía y del que no poseía control. Lucifer era lo que era, ya no ofrecía más porque no podía hacerlo. No obstante, le había ofrecido su vida y el Infierno entero. No una, sino dos veces. Lucifer habría sido capaz de azotar al Infierno con tempestad hasta convertirlo en un pozo habitado por almas errantes.
Ambos eran iguales: apasionados, locos, soñadores, viajaban de extremo a extremo con total libertad.
Lucifer le había dicho que solo deseaba verlo feliz.
«¡Qué tonto! ¿Acaso no sabes que ya me haces feliz?», pensó Alastor.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Hacía tres semanas que las transmisiones de Alastor se reanudaron, aunque con una modificación en el horario. La cantidad de programas se redujo a uno por día, y la hora se recorrió hasta entrada la noche. Adam no se enteró del regreso del Demonio Radiofónico a las grandes audiencias. Fue gracias a Angel Dust que solo se perdió los tres primeros programas. Una tarde, la araña, juntando todo el valor que pudo, se animó a tocar su puerta para darle la noticia. Le agradeció desde adentro, sin abrirle; más que por resentimiento, fue para que no viera la emoción que lo desbordó. Se arrepintió de haber destrozado la única radio que tenía. Al ir en búsqueda de la de Alastor, tampoco la halló. «Debí de haber aprendido a usar magia oscura, ¡ni siquiera puedo crear una puta radio!», maldijo irritado.
Desertando del acuartelamiento que se autoimpuso, corrió hasta la sala para robar la única radio de uso común del hotel. Sin embargo, Husk se le adelantó: ya la tenía acaparada sobre la barra del bar. Fue así como se inauguró, esta vez, de verdad, “El Club de los Corazones Rotos”. En punto de las nueve de la noche, y para sorpresa de los demás huéspedes, Adam y Husk prendían la radio mientras ahogaban sus penas en whisky y rajaban de Lucifer.
—Lo que me da más puto coraje es que ese pendejo no se lo merece. ¡Qué cagada! No sé qué jodido truco está usando, pero algo debe de estar haciendo ese imbécil. ¡¿Acaso a Alastor se le dañó el cerebro?! —se quejó Adam por tercera vez en esa noche.
—Deja el drama, se nota que sigues siendo un angelito mimado —repuso Husk arrastrando las palabras debido al alcohol—. Alastor regresará, me lo dijo Angel.
—¿Cómo puedes confiar en el Patas Largas después del escándalo que armó? ¡Parte de esta cagada es culpa de él y su grandísima lengua larga!
—Sé que fue egoísta, pero, dejando la mierda de lado, sé que no lo hizo para cagarnos la vida. Seamos sinceros: metimos la pata con Al, y eso no es culpa de Angel Dust.
—¿Ahora lo defiendes? —Adam alzó una ceja y torció los labios—. ¿Ya se volvieron amigos otra vez?
—Solo trato de ser justo. —Husk bebió de sopetón el licor restante en el vaso y luego se encogió de hombros—. ¿De qué me sirve estar enojado con él? Eso no quitará que fui un pendejo con Alastor. Tú deberías hacer lo mismo. Nada borrará que preferiste al Cielo en lugar de Alastor y, peor aún, que te cogiste a todas las putas que te abrieron las piernas.
Adam asintió de mala gana. Husk tenía razón. Al tratar de ser justo, el primer hombre aceptó que Angel Dust era quien menos culpa tenía en ese problema. Quien había fallado era él; Angel solo ayudó a visibilizar sus errores.
—¿Realmente no te caga que esté con Lucifer? —Adam retomó al diablo como tema principal de la conversación al no hallar más quejas sobre Angel Dust—. ¡Es un puto desgraciado! ¡Lo volverá a herir, estoy seguro! ¡¿Cómo Al no puede verlo?!
La mirada de Husk pasó del aburrimiento a la amargura con rapidez. Quizá para Adam era mejor engañarse a sí mismo, pero él no podía hacerlo. Él sabía que las últimas decisiones de Alastor no eran fortuitas; detrás de su actuar se hallaba un gigantesco e inexorable sentimiento.
—¿Quieres oír lo que realmente pienso? —dijo el gato con la mirada perdida en el árido vaso que sostenía.
—Habla; hazme el honor de oír tus sabias palabras —contestó Adam enderezándose sobre su silla y exagerando solemnidad.
—Bien, pero te advertiré que dolerá —comenzó con crudeza—. Yo creo que… realmente ninguno de nosotros tuvo una verdadera oportunidad. El único chance que podríamos llegar a tener es si Lucifer, otra vez, la caga en grande; si no es así, estamos bien jodidos.
Adam desbarató su falsa y divertida seriedad y, al instante, su rostro se trastornó.
—Habla por ti. Yo sé que Alastor en verdad me ama; él me lo dijo.
Husk levantó la mirada, la inexpresividad en ella no delataba insensibilidad, sino un vacío demoledor.
—¡Claro que te ama!, y no es sarcasmo. —El gato suspiró con cansancio y apretó los ojos. Por unos segundos, masajeó su entrecejo antes de continuar—. Mira, ¿te acuerdas del tipo con cara de TV? Te lo dije esa vez que estuvo aquí, Alastor estuvo enamorado de él. Sé que también sintió algo por mí. ¡Y por supuesto que debe estar enamorado de ti en este momento!, pero… ¿adivina qué? Con nosotros siempre encontrará algo que lo detenga, algo que lo hará dudar. Pero con Lucifer es diferente; con él, las dudas se le borran.
—¡Conmigo quiso formalizar! —contrarió el primer hombre—. ¡Pero yo, de estúpido, no acepté! ¡Aaggh! ¡Qué puta mierda tenía en la cabeza!
—Sí, eso pasó cuando estaba mal con Lucifer.
—¡Créeme, no es eso! No era que Alastor estuviera confundido, ¡el pendejo era yo! Le solté toda esa mierda de mi destino y mi deber con la humanidad. ¡Me cago en el puto Cielo!
La boca de Husk vaciló brevemente, pero, apretando los puños, continuó:
—Sé que estás enterado de toda la mierda que Lucifer le hizo a Alastor, así que no me detendré en los detalles. La noche en que ese malnacido hizo lo que hizo, Al me buscó. ¿Y te digo algo? Él estaba desesperado por hallar la manera de justificar a ese asqueroso animal. En serio, él no quería aceptar que Lucifer lo había… —Husk se detuvo sin atreverse a pronunciar en voz alta la vejación sufrida por el ciervo—. La forma en que Alastor lo ama no se compara a lo que siente por ninguno de nosotros. Su amor por él no tiene límites. Va a sonar horrible lo que diré, pero la única esperanza que tenemos es que Lucifer sea el desgraciado que tú crees que es y vuelva a demostrárselo.
El primer hombre negó con violencia. De sus dedos, largas garras se estiraron y con ellas rasguñó el borde de la barra.
—¡Tú no sabes nada! Mira, sé que Alastor amó irracionalmente a Lucifer. Estuve a su lado en esa etapa de su vida, lo vi perderse en la oscuridad por ese cabrón; pero el amor que surgió entre nosotros es más fuerte. ¡Es puro, honesto, desinteresado! ¡Sé qué es lo que hay entre nosotros! ¡Sé que nuestro amor es más elevado!
—Creo que olvidas quién es Alastor: un demonio, no un ángel. Quizá lograste encantarlo con tu amor angelical, pero lo que le ofrece Lucifer no tiene comparación. Y para que quede claro, yo aborrezco a Lucifer tanto o más que tú, pero no permito que mi corazón me engañe. Lo único que puedo hacer es ser paciente y esperarlo. Si sigues exigiéndole cosas a Alastor, solo lograrás hartarlo. Deberías aceptar la realidad: Alastor ama a Lucifer. No solo por quién es, también por lo que puede ofrecerle. Tal vez tú le brindes un mágico presente, pero solo en Lucifer ve un futuro. Aparte de amor, ¿qué más podrías darle? ¿Al menos entiendes qué es lo que quiere?
El mundo de Adam se paralizó. Lo único que escuchó fueron verdades, aterradoras y devastadoras verdades.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Adam quedó destruido por las palabras de Husk. Sí, tal vez era un ángel mimado como sugirió el gato porque su manejo de la frustración era terrible. Estaba acostumbrado a ser tratado como una eminencia, a conseguir todo lo que deseaba con apenas el mínimo esfuerzo y a que los demás le ayudaran a corregir sus errores. Solo podía conservar la calma frente a fatalidades que no le afectaban.
Había sido como aquel hombre prisionero del mito de la caverna. Permitió que su vida fuera guiada por las sombras que adoraba como si fuesen Dios mismo. Nunca dudó de ellas, nunca dudó de la cómoda caverna en dónde era alguien. Y de pronto, un día despertó y se dio cuenta que todo era un equívoco, que en realidad no era nadie.
Conforme pasaron los días el hotel se volvió melancólico. Podía estar en cualquier lado, haciendo cualquier tarea; y tan espontáneo como ilógico, el llanto lo embargaba con hervor. En su interior, un extraño recoveco se abrió y dejó escapar los lamentos que nunca antes tuvo. La aflicción era tan grande que su cuerpo temblaba pidiendo auxilio, sus músculos hormigueaban por días enteros, y su corazón se encogía como si tratara de esconderse. Muchas veces quiso gritar el nombre de su Padre, pero la furia lo dejó mudo en cada ocasión. Las crisis de llanto terminaban igual, con la aterradora sensación de no saber qué hacer ni a dónde ir.
¿En verdad quería regresar al Cielo?
Sabiéndose ajeno a un destino, ¿cómo podría seguir ciegamente las órdenes de los ángeles?
En donde antes idealizaba un magnánimo futuro, ahora veía unos grilletes que lo amenazaban con encarcelarlo. La imagen era nítida: él entrando al Cielo para recibir una nueva orden. Él entrando al Cielo y dejando atrás a la única persona cuya presencia deseaba con absoluta certeza en su vida. Porque en ese momento podía dudar hasta de su propia creación, pero no podía dudar de estar sintiendo algo, de sentir amor por Alastor.
¿Y eso era lo correcto? ¿Recargar toda su existencia a la de otra persona?
No. Nadie debería gastar su vida en solo amar, pero era todo lo que tenía. Su amor por Dios guio su vida antes, y ahora la guiaba su amor por Alastor.
Finalmente lo entendió. Comprendió porqué Alastor había decidido alejarse: él no quería vivir solo de amor.
Aquellos días fueron terribles para Adam. En las noches despertaba entre sudor y gritos; los insultos de los ángeles se le presentaban en pesadillas donde le arrancaban las alas y lo maldecían con brutalidad. Otras veces despertaba sobre el piso, hecho un ovillo en medio de una penitencia sonámbula, con la garganta seca y los ojos húmedos e hinchados. En las mañanas, tener que levantarse se le volvió una tortura. Le tomaba por lo menos media hora agarrar la fuerza suficiente para salir de la cama e ir a bañarse. Todo volvió a ser extraño como cuando recién llegó; nada era suyo y no pertenecía a ningún lado.
La idea de la redención lo agobiaba con tal intensidad, que llegó a temer el día en que debiera abandonar el Infierno; y, sin embargo, también lo horrorizaba pensar en la condena de permanecer allí eternamente. Tenía que avanzar, pero no sabía a dónde. Se encontraba en el umbral de la caverna fría y oscura y ahora podía ver lo que había afuera, pero todo le era tan nuevo como si recién lo hubieran parido. Incluso llegó a sentir que la piel en su estómago, en el lugar donde todo humano tenía un ombligo, se retorcía como si una luz omnipresente cortara el cordón umbilical que lo mantenía unido a Dios.
No mintió cuando le dijo a Alastor que no había nacido cuando fue creado, sino cuando lo conoció a él. ¡Fue Alastor quien lo convirtió en un hombre! ¡Su corazón ya no era virgen, sangraba y sufría como el de un verdadero humano!
Varias semanas después, durante una noche que ya comenzaba a ser madrugada, Lucifer regresó al hotel repleto de dicha y sonriendo al punto de parecer detestable. Charlie, que seguía despierta y lo esperaba en pijama, lo reprendió por abusar de la libertad que le había otorgado y por saltarse sus obligaciones en el hotel.
—Perdón, Char Char, es que Alastor me pidió ayuda con unas cosas. ¡Y luego me dijo que me quedara a cenar! ¡Oh, mi Manzanita! Me pidió a mí, ¡a mí!, que me quedara. Se nos pasaron las horas, ¡fue mágico! ¡A veces tengo la impresión de que apenas nos estamos conociendo! Es sorprendente, simplemente sorprendente.
Adam, escondido en el pasillo, escuchó la conversación mientras imaginaba cada detalle descrito por el diablo. Recordó cuando era él quien pasaba horas debatiendo y charlando con Alastor. Cuando los temas de sus conversaciones eran un festín de conocimiento y reflexión. Cuando se entretenían aprendiendo sobre el mundo del otro. Cuando se maravillaban con la experiencia ajena e intercambiaban trucos. ¿En dónde habían quedado esos días? Muy por el contrario, sus últimos encuentros solo fueron discusiones y reproches.
Después de escuchar, de la boca del diablo, que Alastor estaba emocionado por conocer el resto de los anillos y que no aguantaba la espera del próximo eclipse solar para quedar libre del sello restrictivo; Adam salió de su escondite y se retiró a su habitación. Sin embargo, al estar parado frente a su puerta, no pudo entrar. La soledad le fue insoportable.
Refugiándose en los recuerdos de él y Alastor compartiendo las noches, caminó a la habitación contigua y entró con los ojos cerrados. Imaginó a Alastor recibiéndolo, a su sonrisa y a sus filosos chistes, a su bata roja de seda y a sus manos tímidas, al deseo en sus ojos y al confort de sus brazos. Pudo oler el tabaco seco que solía fumar el ciervo. Escuchó el tintineo de la licorera cuando bebían. El aire lo saludó con amabilidad. Al abrir los ojos, se enfrentó a la huella de Alastor en su vida. Su historia podía ser relatada por esas paredes, por esos muebles, por esos objetos. ¿Qué haría Alastor en ese momento? ¿Podría dormir? ¿También estaría recordándolo? Al sentir que sus mejillas se humedecieron, reparó que lloraba de nuevo. Lágrimas sin fin, dolor constante, melancolía en cada sombra: esa era su vida.
—¿Encontraste lo que buscabas? ¿Eres feliz?
Adam cuestionó al Alastor en su imaginación con voz serena, realmente intrigado y deseoso de saber de él. Caminó despacio por la habitación, hurgando con la mirada el pasado que el ciervo dejó atrás. Su respirar entrecortado lo hizo sollozar en silencio; aunque lloraba, de vez en cuando soltaba una sonrisa. Libros, un cenicero, varios cigarros sueltos, el sillón violáceo, el reloj de pared, los juncos en el pantano. En cado objeto había una historia que recordar, una felicidad que no supo apreciar en el tiempo indicado, una posibilidad que tiró con sus propias manos. Y al final solo estaba él.
—Espero que seas feliz… Para eso fuimos creados.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Lucifer le había prometido a Alastor que no iría al palacio sin previo aviso o sin que fuera invitado, y cumplió con su palabra. Pasados cuatro días de la cena que compartieron, Alastor requirió otra vez su ayuda. Pese a que era un pormenor, solo la traducción de unos hechizos escritos en un idioma que desconocía, el diablo se mantuvo preocupado y sin poder sostenerle la mirada. El Demonio de la Radio decidió pasar por alto el extraño comportamiento del rey, hasta que su constante distracción entorpeció la conversación. «¿Me dirás que sucede? ¿O seguirás perdido en tu propia cabeza?», le reclamó más curioso que molesto. Lucifer torció el rostro en diferentes direcciones y bailoteó los ojos por algunos minutos. Sus labios, dudosos, quisieron hablar, pero su mente debatía si era o no pertinente hacerlo.
—Ok, bien. Sí. Te lo diré, —accedió al cabo de unos minutos—, pero quiero que no pienses en el hotel Hazbin. No es que no importe, pero no es el problema ahora. Bueno, sí, es un problema, pero... Lo que quiero decir es que no debería preocuparte en este momento.
La mirada de Alastor se llenó de intriga. Dejó el libro que sostenía en la mesa frente a él y se acomodó en el sillón para que su cuerpo quedara paralelo al del diablo que, de igual forma, se encontraba en un sillón. Con sus manos, y sin decir nada, le indicó que continuara con la explicación.
—Adam ha estado muy inestable. Para serte franco, nunca lo había visto así. Se encerró por muchos días en su cuarto. Dejó de comer, de convivir con los demás, simplemente no quería hablar con nadie. Después mejoró, o eso creímos. No sé qué pensaba; nadie lo sabía. Empezó a escuchar tus transmisiones de radio en compañía de Husk. Hasta parecían llevarse bien. Nos sorprendieron a todos. Pero un día, así sin más, volvió a aislarse; aunque esta vez no duró muchos días encerrado. El punto es… Bueno, antier finalmente salió. Yo estaba con Vaggie en la recepción, así que no tengo todos los detalles, pero, al regresar, Charlie me dijo que abandonó el hotel y que ya no le interesaba redimirse. Se fue; nadie, excepto yo, sabe en dónde está. Dejó instrucciones de no decírtelo. Así que, en teoría, no debí contarte esto, pero creo que mereces saberlo.
La mente de Alastor quedó suspendida tratando de racionalizar las acciones de Adam. Debía de existir un complejo trasfondo tras su renuncia a la redención. El Cielo era su todo, era la fuente vital de sus días, tenía la importancia que podría tener el sol para los seres vivos. ¿Qué podría haber llevado al primer hombre a tomar esta decisión? El ciervo anticipó la respuesta, y no le agradó en lo más mínimo.
Se levantó de un brinco, casi por inercia. Su semblante palideció y en sus ojos aparecieron dos diales de radio oscilando de manera frenética. Varios tentáculos emergieron ondulando del piso, tumbaron la mesa y al libro con un golpe violento. Imaginó al primer hombre solo, castigándose en la oscuridad y rezando sin parar.
—¡Ese ángel tonto! ¡¿En dónde está?! —exigió Alastor, conteniendo la mezcla de rabia y tristeza dentro de sus puños.
—En tu antigua torre de radio —respondió Lucifer tranquilo y con una sonrisa—. Creo que deberías explicarle que entre tú y yo no pasa nada. Yo traté de hacerlo, pero tú sabes que, últimamente, nadie cree en mi palabra.
Los ojos de Alastor retomaron su figura habitual y sus sombras se ocultaron bajo sus pies. El origen de su torbellino emocional viró hacia la afirmación que había arrojado el diablo. ¡Qué mentira!
—¿Dices que no pasa nada entre tú y yo? —cuestionó Alastor irritado—. Todos los problemas entre nosotros surgieron a raíz de tu falta de sinceridad. Lucifer, ya viví la mentira de alguien que juró no esperar nada de mí, pero que, en el fondo, deseaba poseerme. Dime ahora, ¿realmente no sucede nada entre nosotros? ¿Acaso no esperas algo más? ¿Quizá amistad? Te lo dije la otra vez: «Si no te conociera, pensaría que realmente te enamoraste de mí».
El semblante de Lucifer se mantuvo sereno, pero sus cejas se tensaron otorgándole un aire de seriedad. En su garganta sintió el bombeo de su corazón, en sus oídos podía escuchar su angustioso latido. Su amor por Alastor era un sentimiento tabú, una verdad sabida que nadie se atrevía a mencionar. Él mismo no hallaba la forma de explicar lo que sentía. Su amor era mucho más intenso que antes, pero no habitaba dentro suyo la exasperante necesidad de expresarlo; mucho menos el deseo de la reciprocidad. Su amor era similar al amor incondicional de los ángeles, pero profesado a una sola persona.
—Mi intención no es mentirte. Todos lo saben, tú también. No creo que sea necesario decírtelo, pero está bien, lo diré. Estoy enamorado de ti. Te amo. Mi amor es tan intenso que a veces no sé si estoy vivo o muerto; es como si viajara a un mundo que solo mi Padre podría entender, como si escribiera en las páginas de la eternidad. —La voz de Lucifer, contagiada por el sentimiento que confesaba, se avivó eufórica—. ¡Ardo en llamas con solo oír tu nombre! Soy feliz con solo mirarte. Tu existencia tranquiliza mi alma. ¡Si me abrieran el pecho y me sacaran el corazón, encontrarían tu nombre perforándolo! Pero, por favor, no me malinterpretes. Tú y yo… sé que nunca sucederá, y ni siquiera pienso en ello. —Sus ojos se curvearon y un rio desembocó de ellos, pero su boca sonreía, aun cuando era atravesada por las palabras. La presión en sus manos las hizo temblar; su cuerpo temblaba al tratar de mesurar la vehemencia en sus entrañas—. Amarte es como amar al Universo: amo tu belleza, lo que eres como persona, tus cualidades, tu capacidad para evolucionar, tus sueños y tus lágrimas. Pero no quiero poseerte. ¿Acaso tú, al pensar en el Universo, piensas en poseerlo? ¡No, ¿cierto?! Te lo dije, y te lo repito: «Mi único deseo es verte feliz».
El llanto quebradizo de Lucifer hizo que soltara pequeños gemidos. Creyó que su amor por Alastor había sido condenado al silencio, que jamás tendría que pronunciar palabra alguna. Sin embargo, en ese momento, su amor no solo existía en sus pensamientos, lo había postrado a los pies de Alastor, como un acusado que debe probar su inocencia.
Alastor vaciló en su respuesta. Una parte de él festejaba eufórica; otra se paralizó de miedo. Él mismo fue quien deseó merodear en los vestigios de su historia, en las ruinas de su amor. Era como si una fuerza, mucho más poderosa que él mismo, lo hiciera regresar siempre a su antiguo amor. Ya lo había especulado, y ahora lo confirmaba: «Lucifer sería el amor de todas sus vidas y todas sus muertes».
—Si te ofreciera mi amistad… ¿Realmente podrías estar a mi lado y no esperar algo más?
—Es mucho más de lo que merezco. Tu mundo es solo tuyo; yo seré feliz con aquello que decidas compartir conmigo —respondió sin rastro de duda.
Un mareo desequilibró al Demonio Radiofónico y su piel se empapó de sudor frío. La sensación de haber encontrado aquello que buscó desde niño lo abrumó sobremanera.
—Si volvieras a herirme… Si volvieras a traicionarme…
—¡NO! —gritó tajante el diablo—. ¡Jamás! ¡Preferiría morir a que derramaras una lágrima más por mi culpa! Sería capaz de destruir los tres mundos si con ello pudiera evitar tu dolor. ¡Estoy dispuesto a darte mi alma si necesitas una prueba de la honestidad de mis palabras!
La piel del ciervo se erizó al escuchar al diablo. Sus músculos sufrieron unos espasmos ocasionando que retrocediera un paso para lograr mantener el equilibrio. La confesión de Lucifer se asemejaba aun sueño lúcido. Necesitaba recuperar el rumbo, se concentró en su respiración y en sus ingratos pulmones; exhalaba con lentitud y al inhalar saturaba los pulmones hasta el fondo.
Cuando su mente recuperó el juicio, recordó que alguien lo necesitaba: Adam, su verdadero amor.
—Creo que debo irme.
Lucifer asintió con los ojos y los labios apretados; luego, al hallar el coraje para observar la partida de Alastor, contuvo el llanto y le sonrió cálidamente.
—Suerte, Al. Sé que encontrarán la manera de ser felices.
Alastor giró el cuerpo con un paso perezoso, pero regresó a mirar al diablo al sentir un vacío abrirse en su pecho. Repitió aquel movimiento varias veces, como si tuviera guardada una respuesta que se negaba salir a la luz. Tras la quinta repetición, obligó a sus piernas a detenerse. Sacudió la cabeza y no volvió a mirar atrás.
Ante la mirada borrosa de Lucifer, se desvaneció entre sus sombras.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Al enterarse de la boca de Charlie que, finalmente, Sera había fijado una nueva fecha para la reunión postergada, Adam rompió la última fibra de la cuerda que lo unía al Cielo. Nunca antes le pareció tan ridículo el concepto deber. En lugar de honor y lealtad, se le figuró que esa palabra era ensombrecida por la imposición. «Si el Infierno es el lado negativo de la libertad, el Cielo es el del deber», pensó.
Por ahí andaba Alastor llamando libertad a su búsqueda de verdades a costa de muerte y dolor ajeno; mientras que él era obligado a seguir un destino que no quería en nombre del bien común y el deber. ¿Acaso el bien y el mal eran eso? ¿La decisión entre sacrificar o sacrificarse?
Adam observó a Charlie parlotear y brincar llena de entusiasmo, y lo único que deseó fue gritarle que «cerrara la puta boca». Su ánimo no se lo permitió. De pronto, nada tuvo sentido. Que estuviera en el Infierno le fue absurdo; regresar al Cielo, también; que Alastor eligiese a Lucifer, una estupidez; que no pudiera estar al lado de quien amaba, ilógico. Alienado, solo atinó a levantar su mano para detener el júbilo de la princesa y le dijo: «Me iré. Dile a Sera que no pienso redimirme. Asumiré las consecuencias de esta decisión: si el Cielo quiere pelear, entonces vendré aquí y lucharé a tu lado».
Los oídos del primer hombre no escucharon nada más. No hubo réplica ni reclamo que detuvieran su partida.
Llegó a la olvidada torre de radio con solo una pequeña maleta, su guitarra y las llaves que Alastor le había obsequiado a modo de herencia, de cuando planeó su muerte para librarse de las cadenas de Lucifer. Al entrar, por primera vez acogió a la soledad con tranquilidad. Le tomó la mano y recorrió con ella cada rincón de la torre. Todo el lugar gritaba el nombre de Alastor y, por ello, algo en su interior echó aceite al mecanismo creativo de su cabeza. Aquel impulso renovador hizo que quitara el polvo, que redecorara algunas paredes e intercambiara la posición de los muebles. Cual mago, creó en el aire una fantástica corografía de objetos, y en menos de cinco horas dejó rehabilitada la torre.
Tras una larga ducha, cayó rendido sobre la cama de la habitación principal y durmió por más de treinta horas. En sus sueños, sombras con siluetas humanoides lo persiguieron. Corría entre nubes, pero estas se transformaron en los arbustos del Edén, luego fueron llamas, y por último paredes altas de piedras gruesas y antiguas. Escuchó los llamados de voces conocidas; gritos ásperos, susurros de fondo, un constante murmullo repiqueteando cerca, como si tuviera metida una personilla en la cabeza. Llantos y risas burlonas. Oscuridad y luz cegadora.
Dormido, revolvió las sábanas de seda debajo suyo. Sudó por las pesadillas auguradoras, su ropa se asió a su cuerpo por la humedad salada. Las visiones se fragmentaron como si fuesen un cristal golpeado por una piedra, su alrededor fue cayendo a cachos y el piso retumbó embravecido. «¡Adam! ¡Adam!», le gritaron. «¡¿En dónde demonios estás?!», le preguntaron. «¡ADAM!», este último alarido le hizo abrir los ojos abruptamente. Y entonces observó que sus sueños se materializaban: Alastor estaba de pie en el umbral de la habitación, la puerta destartalada colgaba solo de una bisagra, algunas piedritas rebotaban por los escombros de la pared y llovía una delgada capa de polvo.
—¡Más te vale que esto no sea un chantaje, o yo mismo te arrastraré de vuelta al hotel! —vociferó Alastor mientras cruzaba por el agujero que él mismo cinceló en la pared.
—¿Qué verga…? —Adam, sin saber si seguía soñando o no, se levantó rápido y dando trompicones—. ¡Al, ¿qué haces aquí?
—¿Tú qué crees? —Alastor empuñó su bastón con fiereza y ladeó el rostro sonriente—. De pronto me entraron ganas de golpear a un ángel tonto. Y como últimamente no haces más que estupideces, ¡eres el ganador!
—¡Ahí tenías a Lucifer! A él le hubieras partido la madre. ¡Es el rey de los pendejos!
Adam se cruzó de brazos con una sonrisa victoriosa por algunos segundos, luego la deshizo y rodó los ojos. Alastor quiso defender a Lucifer, pero contuvo el halago que, fúrico, hormigueó entre sus dientes.
—Sabes a qué he venido. Me intriga saber cuál es el brillante motivo de que hayas decidido abandonar el hotel.
—¿No es obvio? Por el momento ya no deseo redimirme. ¿Para qué me quedaría? Por si esa cabezota no lo recuerda, es un hotel para re-di-mir-se —deletreó la última palabra con burla entre cada espacio.
—¡Adam, deja de jugar! ¿Qué sucede contigo?
El rostro de Alastor cambió por completo. La cólera se transformó en la zozobra de quien contempla la partida de un ser amado. Sus cejas se volcaron en amargura y sus labios temblaron sin control.
—Por favor, Adam, dime que no es por mí.
—¿Y qué sucedería si así lo fuera? Sería problema mío, no tuyo. —Adam bajó el rostro queriendo evitar que la tristeza de Alastor lo afectara. Golpeteó repetidamente el piso con la punta de su pie derecho y sus manos apretaron los costados de su pantalón.
—¡Dijiste que sabías quién eras y qué querías! ¡No puedes destruir tu vida por un amor del que no tienes la certeza cuánto durará! ¿No lo recuerdas? ¡Tú mismo dijiste que, al final, el amor de los humanos siempre se apaga! ¡No eches por la borda todos tus planes! ¿Qué pasó con tu destino?
«Tu amor por Lucifer nunca se apagará», pensó el primer hombre.
—¡No existe! ¡Eso pasó! —Adam abrió los brazos y sacudió las manos con furia, como si alzara un objeto que Alastor requiriera ver—. ¡Me di cuenta que eso del destino es una cagada de las mil mierdas!
Su rostro luchó por estabilizarse. Sus cejas y mejillas convulsionaron indecisas entre la derrota y la incredulidad. Ni él mismo podía creer que hubiese negado al destino que lo había acompañado toda su vida. Sentenciarlo de viva voz hizo que el fraude adquiriera un nuevo nivel de realidad. La falacia de su vida pasaba del terreno de lo especulativo al de lo empírico.
—Tenías razón. Ríete de mí, de mi estupidez. —Adam soltó un bufido resignado—. No quiero seguir pensando porque, entre más lo hago, más confuso se vuelve todo. No sé qué es lo que quiero, no sé qué debo hacer ni quién soy. Solo puedo afirmarte una cosa, la única de la cual no tengo la menor duda: te amo. Te amo con vehemencia. Lo que siento por ti… es lo único real que tengo en mi vida. Este amor es mío; yo decidí amarte. Si me redimiera, ya me imagino lo que diría Sera: «Olvídate de él. Es un demonio, está prohibido, no es tu destino». Si este amor no está en mi destino, entonces el destino es una mentira. ¡¿Cómo puede ser un error lo que siento por ti?! ¡¡Eres lo mejor que me ha pasado en toda mi puta vida!! ¡No quiero vivir en un mundo donde no existes! ¡Tenías razón! Si regreso al Cielo te perderé, y no quiero que eso pase. ¿Acaso no tengo el derecho de decidir lo que quiero? ¿Por qué debo redimirme si no lo deseo? ¡Mi padre creó a los humanos para que fueran felices! ¡Así que nadie me dirá qué debe o no hacerme feliz! ¡Ya no sé nada! ¡Nada! ¡Ya no quiero pensar si en verdad alguna vez fui feliz o mi ignorancia me hizo creer que lo era! Estoy cansado, no puedo resolver esto ahora.
Un tono carmesí cubrió las mejillas de Adam. Las gotas de sudor en su frente se acumularon hasta crear hilillos cayendo por su rostro. Expulsó su frustración con tal desespero que sus pulmones tardaron largo rato en retomar su ritmo habitual. Los pensamientos seguían inquietos en su cabeza. Sus ojos rebotaron de objeto en objeto, cada idea hacía que navegaran en la incertidumbre, como barco a la deriva. Cuando la marea de cólera bajó en su pecho, juntó el valor necesario para encarar de nueva cuenta a Alastor. Angustiado, volteó a verlo y continuó:
—No quiero quedarme aquí, pero tampoco quiero ir al Cielo. Sin embargo, si tengo que elegir… Prefiero al Infierno porque tú estás aquí.
Un escalofrío atravesó a Alastor. Su estómago se apretó como si alguien lo hubiese golpeado en seco. Las palabras de Adam lo asfixiaron, como si, de pronto, el propio Adam le hubiera puesto una cadena alrededor de su cuello. En su interior, su parte humana lo instó a reconciliarse con el amor que sentía por el primer hombre; pero el demonio libre que también habitaba en él luchó contra tal idea. Adam no tardó en descifrar el horror impreso en su rostro.
—¿Qué sucede, Al? ¿Desde cuándo aborreces mi amor? —El dolor se enganchó en sus ojos, el límite de ellos quedó marcado por una línea acuosa, pero reprimió cualquier otro gesto que exteriorizara el derrumbe que lo debilitaba—. No te estoy pidiendo nada. Tú solito has venido hasta aquí a pedirme explicaciones. Sabes que nunca te he obligado a hacer nada que no quieras.
La culpa desamarró la maraña de contradicción anidándose en el interior de Alastor. Aquella culpa no fue originada por Adam, sino por él mismo. Deslealtad. ¿Cómo podía abandonar a la persona que más lo había ayudado en su vida? Adam era su ángel guardián; lo fue y lo seguía siendo. ¿Cuántas veces, ese hombre arruinado frente a él, no dejó de lado su propio camino para salvarlo de los monstruos de su pasado?
En ese momento, Alastor comprendió algo: así como Adam lo permeaba de bondad, él permeaba a Adam de rebeldía. Adam lo elevaba al Cielo, y él lo arrastraba al Infierno.
—No aborrezco tu amor, pero me preocupa que sea lo único que alimente de vitalidad tus días. —Alastor sintió su cuerpo tan ligero como el humo. Caminó despacio hacia Adam con la impresión de no tocar el piso—. Yo también te amo, mi bello ángel guardián.
¿Sería posible que Adam buscara su propio camino a la libertad? El amor que Adam sentía era tan grande que lo llevó a la duda. El asombro de Alastor dio paso al éxtasis al comprender que había provocado que las convicciones del humano, cuya fe parecía inquebrantable, flaquearan. Adam atravesaba la misma encrucijada que él luchó: dejar de ver al mundo a través de ojos ajenos, soltar el dolor y miedo para ver más allá de lo aparente.
¿Existía una posibilidad para su amor en este nuevo comienzo?
¿Podría permitirse vivir ese fervoroso amor que Adam le ofrecía?
Tan puro, tan incondicional, tan celestial. Ese amor que lo resucitó. Él seguía existiendo gracias a Adam; si no fuera por él, habría muerto. No sería otra cosa que un nombre más en la historia del Infierno. Una efeméride que algún día todos olvidarían. Y ahora era Adam quién se desvanecía, el sinsentido lo devoraba con crueldad.
Alastor tomó las manos de Adam y las entrelazó con las suyas. Pese a la diferencia de altura y que le veía desde abajo, el primer hombre le pareció pequeñito, indefenso. Su mirada medrosa lo convirtió en un cachorrito que se esconde de la lluvia, en un pajarillo piándole a su madre desde el nido. El alma de Adam estaba desnuda frente a él llamándolo, invitándolo a un mundo etéreo.
—Estoy aquí, Adam. No estás solo. No dejaré que luches esta guerra en soledad. Déjame ayudarte; todo estará bien.
Adam soltó las manos de Alastor. Le tomó de la cintura y lo atrajo con suavidad. Sus labios se unieron desesperados. Las palabras hubiera e imposible se borraron de su vocabulario. Los mares de dolor se tornaron cristalinos y la furia de sus aguas se apaciguó. El pasado se volvió lejano; el presente, un sueño; y el futuro, esperanzador. Alastor se aferró al rostro de Adam, lo reconoció con el tacto. Su mandíbula cuadrada, su barba mal afeitada, sus cejas pobladas: era él, el hombre del cual se enamoró.
—Al… —pronunció Adam en el oído de Alastor—. ¿Recuerdas aquella vez que me preguntaste qué haría si tú dejaras de existir?
—Sí, lo recuerdo.
—Mi corazón ya conocía la respuesta, pero este idiota que estás abrazando no lo entendía. —Adam buscó la mirada de Alastor. Lo admiró, embelesado, con una pequeña sonrisa saludando desde la comisura de sus labios—. No podría seguir viviendo. Te buscaría hasta el fin del Universo. Incluso si tuviera que pelear contra mi Padre, hallaría el modo de traerte a la vida.
Alastor recargó su cabeza en el pecho de Adam mientras imaginaba un remoto escenario donde el primer hombre luchaba contra Dios para protegerlo de todo mal. Acurrucándose aún más sobre el cuerpo que lo sostenía, se dejó envolver por la belleza del mundo que Adam le ofrecía.
El sonido de sus pasos era el único presente en la habitación; no obstante, ellos escuchaban la música que alguna vez los llevó a ser algo más que amigos. Su memoria acarreó el crujido de la chimenea y el canto de los grillos que acompañaron sus noches en el hotel. El frío del Infierno abandonó la habitación, quedaron protegidos por un escudo de fuego que los acariciaba con gentileza.
Y si tú no existieras
Dime, ¿por qué existiría?
Para vagar en un mundo sin ti, sin esperanza y sin fe
Y si tú no existieras
Trataría de inventar el amor
Como un pintor que ve bajo sus dedos los colores del día cuando nace
Y no puede creerlo
La voz de Adam desenterró la exacerbada pasión que Alastor le provocaba. La historia de su amor bailó junto a ellos. La primera charla, las sesiones de fe, la disolución del trato, las interminables horas en que se refugiaron el uno en el otro, los besos, las caricias. Su pequeño mundo se volvió real, posible; estaba ahí, latiendo en donde sus corazones se besaban.
Y si tú no existieras
Dime, ¿para quién existiría?
Transeúntes dormidas en mis brazos que nunca amaría
Y si tú no existieras
Sería solo un punto más
En este mundo que viene y que va me sentiría perdido
Necesitaría de ti
La extraviada tranquilidad de Adam regresó a él; una luz lo envolvió y alejó toda aflicción. Tener al ciervo entre sus brazos le pareció una quimera, un sueño. Sin embargo, era un anhelo propio, nació de él y seguirlo fue su decisión. Pese a las consecuencias, no era un error. No había culpa, solo una felicidad que lo hizo llorar y estremecerse. Su alma gritaba radiante, ardía en su piel y le confesaba que, finalmente, había encontrado el significado de la felicidad.
Y si tú no existieras
Dime, ¿cómo existiría?
Podría fingir ser yo, pero no sería real
Y si tú no existieras
Buscaría el secreto de la vida, el porqué
Solo para crearte y poderte ver
Un reclamo lejano apresó cada uno de sus sentidos. Sus corazones exigieron el pago de una deuda olvidada, como si hubiesen estado a la espera de la consumación de su amor. El baile abrió la puerta al deseo, solo abrazarse resultó insuficiente. Ninguno de los dos reflexionó cuando sus manos comenzaron a escudriñar en la ropa del otro; el ansia en ellas los condujo a la cama. Sin pensarlo, pronto se encontraron en medio de un beso desesperado por hallar el origen del fuego que los incineraba.
Adam, por primera vez, envidió a los humanos que seguían el impulso de sus corazones para entregarse al deseo carnal. Su mente dudaba en dónde y cómo tocar a Alastor. Aquel hombre debajo suyo no era un cuerpo más para satisfacer sus fantasías. Ese cuerpo tenía nombre y rostro; era único, la huella dactilar de su corazón.
Su cuerpo se estremeció por la fascinante mezcla de amor y sensualidad. La primera prenda en desaparecer fue el saco, le siguió el chaleco, luego la camisa. La aterciopelada piel de Alastor besó sus manos; en ellas, sintió la delicada textura de los pétalos de una rosa.
La oscuridad no los acompañaba, Adam observó cada gesto de Alastor: cuando apretó los ojos, cuando se mordió el labio inferior, cuando soltó su primer balido cargado de deseo. La imagen era inmaculada; jamás podría olvidarla, su memoria se volvería esclava de ese recuerdo. Su miembro reaccionó al observar las marcadas clavículas del ciervo. El Adam del pasado jamás se habría detenido a degustar esos pequeños detalles; sin embargo, con Alastor le fue imposible desatender cada centímetro que iba revelándose en su cuerpo. Desde la punta de sus orejas hasta el pico de sus pesuñas había un templo que adorar.
Adam recorrió el pecho de Alastor con apetito; poseer y pertenecer, pasión y amor, desesperación y calma. Alastor soltó un gemido ahogado cual virgen que debe esconder el fuego que lo quema, pero Adam, con dulzura, se inclinó y le susurró: «Déjame oírte. Entrégame todo de ti porque, esta noche, yo me entregaré por completo a ti». El ciervo respondió sin dudar: un glorioso y hondo gemido salió desde sus pulmones. El primer hombre, complacido de escuchar la lujuria llenando la habitación, continuó adorando el pecho de Alastor. Ese pecho con ese pelaje y esos rosados pezones, con esa finura y ese sabor intoxicante. Su lengua hambrienta saboreó la carne salada y dulce; salada por el calor, dulce por lo prohibido.
Sus manos no resistieron la tentación de apretar, a su antojo, aquellos bultos carnosos vestidos de pelusa. Alastor se miraba exquisito desde su posición, con el torso desnudo, los ojos a medio cerrar, el pecho jadeante y su boca abierta y necesitada. Bajó para trabajar con esos pezones duros y demandantes. Las aureolas eran tersas y más oscuras en contraste con los botoncitos precoces que lo esperaban impacientes. Con la punta de su lengua, lamió primero el izquierdo. Alastor volvió a gemir desesperado. «Tranquilo, no hay prisa. Me amamantarás hasta quedar bien satisfecho», dijo burlón Adam y luego se humedeció los labios. Su lengua se divirtió torturando aquel pezón hasta dejarlo rojizo y sensible. Recorrió los costados y, cuando sintió al ciervo contorsionarse, abrió la boca y lo succionó como si en verdad tratara de sacarle leche.
Una vez que Adam sació su apetito hasta dejar hinchados y húmedos los bultitos del ciervo, bajó por la línea central de su abdomen, pasó por el ombligo y se detuvo en el límite de los pantalones. Adam se levantó y comenzó a desnudarse. El ciervo lo miró extasiado. Ya conocía la mayor parte de ese cuerpo desnudo, pero esta ocasión era distinta; esta vez se desnudaba para él, para su deleite, para obsequiarle su intimidad. Adam se quitó cada prenda con avidez, afanado por continuar transcribiendo su amor en la piel del Demonio Radiofónico. Al llegar a la última prenda, el bóxer, sus mejillas se abochornaron deliciosamente. Los hambrientos ojos de Alastor siguieron cada uno de sus movimientos. Cuando Adam terminó de desnudarse, su miembro se reveló erecto y lloroso. Volvió a acomodarse entre las piernas de Alastor; las abrió más y refregó entre ellas su virilidad. El ciervo sintió que la temperatura de su cuerpo se elevó, su imaginación anticipó el momento en que engulliría al primer hombre ocasionando que su entrada palpitara expectante.
Adam desabrochó el cinturón de Alastor y lo retiró de un jalón. Después continuó con el botón y cremallera del pantalón, pero se detuvo al ver al ciervo apretar los ojos y ladear el rostro, queriéndolo esconder en la cama. Su corazón se encogió al instante. Tomó una de sus manos y la besó con paciencia; formó un camino de pequeños besos hasta el antebrazo y luego se acercó a su rostro y le hizo mirarlo.
—Tranquilo, Al. Me detendré si así lo quieres.
Alastor negó tímidamente; en sus ojos vidriosos se reflejaba la lujuria que recorría sus venas. Su miembro palpitaba bajo su pantalón deseoso por sentir las ásperas y expertas manos del primer hombre. Su entrada punzaba ansiosa, se humedecía al pensar en ser llenado por el miembro que lo acariciaba. Y, sin embargo, un dejo de vergüenza se escurrió entre sus pensamientos.
—Lo que me estás entregando significa mucho para mí. Debes saber que solo quiero adorarte, quiero demostrarte que te amo con locura —murmuró el primer hombre.
—Yo… —El Demonio de la Radio volvió a ladear el rostro—. Tengo miedo de no poder complacerte; yo no sé hacer muchas cosas. Quizá termines decepcionado.
Adam buscó los labios de Alastor con los suyos. Lo besó sin prisa, imprimió unos delicados toques para distenderlo.
—Yo soy quien teme decepcionarte, es la primera vez que hago el amor, es la primera vez que me entrego por algo más que la tentación. Para mí, tú eres más que una fantasía. Lo que siento en este momento solo tú puedes provocarlo. No sé cómo explicarlo, es como si mi alma deseara unirse a la tuya.
Alastor suavizó el nudo en su rostro y sonrió con debilidad. Una lágrima se escapó de sus ojos, y el fuego en su cuerpo incineró la reticencia en su mente. Temblorosas, sus manos jalaron el cuello de Adam para besarlo con pasión. Sus lenguas se revolvieron en la boca del otro y la humedad se acumuló al no encontrar salida. La habitación volvió a llenarse de gemidos y de un ardor insoportable.
Adam bajó por el cuello de Alastor, volvió a recorrer el sendero que sus labios habían dejado atrás mientras que, con una de sus manos, continuó desvistiéndolo. Levantó su espalda para desprenderle con mayor facilidad la prenda de los tobillos; se detuvo por unos segundos a contemplar el cuerpo de Alastor antes de animarse a retirarla por completo. El ciervo le ayudó alzando las caderas, y entonces su desnudez quedó al descubierto.
El primer hombre, hipnotizado, se acomodó entre las piernas de Alastor. La virilidad del ciervo caía a uno de los costados y era adornada por una montañita de vello rizado y rojizo. El lascivo aroma golpeó la nariz de Adam, provocando que el calor se acumulara en su estómago y su boca salivara hambrienta. El instinto lo apresuró, besos y mordiscos quedaron impresos en los muslos de Alastor, el reclamo húmedo de un hombre territorial.
Aquello que solía impulsar la lujuria en Adam era la búsqueda de nuevas formas de placer; en algún momento de su vida se volvió un bastardo desconsiderado. No importaba quién fuese su amante, lo único que le interesaba era saciar la lujuria que lo corrompía. Nunca antes experimentó el bestial anhelo de poseer, la asfixiante necesidad de contener para sí mismo a alguien más. En ese momento deseaba reclamar todo de Alastor, solo de él; sintió que jamás podría tocar un cuerpo que no fuera el suyo.
Con un áspero rugido, exploró la intimidad del ciervo con el tacto. La temblorosa voz de Alastor fue su guía para hallar los puntos correctos que lo hacían lloriquear y deshacerse de placer. Pronto, sintió la erección de Alastor hincharse en su mano y las primeras gotas blanquecinas resbalaron lascivamente, invitándolo a probar la excitación de su amante. Comenzó a bombear con mayor avidez; al subir, refregaba el capullito lechoso con su dedo índice; y al bajar, giraba la muñeca para crear un delicioso ritmo.
Alastor perdió el mando de su cuerpo, violentos espasmos lo hicieron gemir y pronunciar el nombre de Adam. Las corrientes de placer le hicieron olvidar qué significaba el pudor. Arqueó la espalda y abrió las piernas con honesta y descarada lujuria.
Adam, sin querer que el ciervo terminara en su mano, dejó de estimularlo y acercó su rostro. Dio un primer lengüetazo largo y enérgico. El segundo partió desde sus testículos hasta la punta, allí se detuvo para dedicar su atención a estimular la cabeza. La chupó y succionó con cuidado; jugueteó con el pequeño orificio en la punta y la línea que la separaba del tronco. Alastor, rendido ante las abrumadoras sensaciones escalando por su cuerpo, apagó su mente: todo se redujo a la boca que lo devoraba y las manos que lo refregaban sin piedad.
Adam, complacido por la manifiesta necesidad del ciervo, se tragó por completo su miembro. Sus labios subieron y bajaron voraces, sus mejillas se hundieron por la fuerte succión y por los costados de su boca escurrió saliva. Cada que el eje lo penetraba, lo llevó a lo más profundo que su garganta le permitió. Sin importarle arquear, dejó que la polla de Alastor lo invadiera hasta quitarle la respiración. Solo deseaba ordeñarlo, que le destrozara la boca y probar el sabor de su semilla caliente y espesa.
El placer viajó por la espina dorsal del Demonio de la Radio, torturándolo centímetro a centímetro. La presión en su coxis le arrancó un largo gemido cargado de locura y el placer se extendió por sus muslos. Involuntariamente, alzó sus caderas en un desesperado intento de que Adam lo engullera hasta el fondo. Una de sus manos se enroscó en la cabeza del primer hombre y la otra rasgó las sábanas con furia al sentir el llamado del orgasmo avecinándose. Un intenso ardor se propagó por su cuerpo. Gimió sin parar, apenas pudo advertir que eran sus gritos los que llenaban la habitación. Una succión más a su hinchado capullo provocó que su desgasto se derramara incontrolable. Adam degustó el fuerte sabor de la descarga bajando por su garganta. Repartió un par de lamidas más para limpiar todo rastro de semen y luego bebió con ansia las gotas restantes escurriendo por sus labios.
Al levantar la espalda, observó cómo el cuerpo del ciervo seguía contrayéndose sin querer soltar el placer reminiscente del orgasmo. No le concedió tregua; aun cuando su pecho luchaba por recobrar el aliento, se negó a regalarle un respiro. Jaló a Alastor de sus muslos y lo acomodó sobre los suyos, dejando expuesta su sonrosada y palpitante entrada.
—Espera, necesito descansar. Mi cabeza da vueltas —exclamó Alastor entre jadeos.
—Tranquilo —respondió el primer hombre sin soltar las piernas del ciervo—. Confía en mí, solo déjate llevar. Lo que sientes es normal, pronto estaremos en un lugar mejor.
El Demonio Radiofónico no entendió a qué se refería con «un lugar mejor», pero no protestó. Trató de relajar los hombros y dejó caer el peso de su cuerpo sobre la cama.
Adam alzó las caderas del ciervo, acortando la distancia hasta esa entrada palpitante que lo aguardaba con impaciencia muda. Al saborear la fruncida piel, su verga saltó emocionada, la sintió humedecerse por el líquido preseminal desbordándose desde la punta. Su lengua se movió con mayor empeño; besos e intensas lamidas persuadían al sonrosado anillo para que le permitiera el paso. Alastor dio un respingo por la intromisión; el chapoteo libidinoso de la boca que exploraba dentro suyo se sumó al subidón de adrenalina que seguía sin bajar. Lujuriosos sonidos llenaron la habitación; los gemidos que el primer hombre le arrancó del pecho se propagaron sin competencia en el aire. Su flor fue abriéndose gustosa, se rindió ante la dedicación de Adam, que revelaba la experiencia de un ávido seductor. El ciervo se revolvió entre las sábanas, sus manos se aferraron a la almohada bajo su cabeza y más gemidos rasparon su garganta; fuera cual fuese aquel lugar al que quería llevarlo, debían ir por el camino correcto.
Una vez que la entrada del ciervo quedó lo suficientemente dilatada, Adam introdujo un primer dedo, lo hundió despacio, permitiéndole al ciervo acostumbrarse a la invasión. Fue alternando entre su dedo y su lengua; sacaba uno y metía el otro para mantener lubricado al hinchado capullo y aflojarlo con el mayor cuidado posible. Le siguió un segundo dedo al sentir que las paredes cedían a la tensión y comenzaban a succionarlo. Abriendo y cerrando sus dedos, preparó al ciervo para que pudiera recibir su miembro, que reclamaba lloroso y adolorido entre sus piernas.
—Al, ¿estás bien? No creo poder aguantar más tiempo.
Las mejillas de Alastor brillaban por el sudor, sus orejas se hundían sobre la almohada y su boca permanecía abierta y sin dejar de soltar gemidos demandantes. Escuchó la súplica del primer hombre de fondo y asintió por puro instinto; la lujuria se arremolinaba en su cabeza, haciéndole perder la cordura.
El primer hombre bajó las caderas del Demonio Radiofónico y las acomodó cerca de su polla. Se restregó sobre la caliente piel que había preparado; con ayuda de sus pulgares, estiró las mejillas del ciervo para aumentar el contacto. La dureza de su eje lo mantuvo al borde del delirio, saboreaba con exquisita anticipación la estrechez que Alastor guardaba para él.
Otra vez sintió el primitivo rugido de apropiación, pinchó en su vientre y subió hasta su cabeza. «Eres mío. Dímelo, dime que eres solo mío» El Demonio Radiofónico no pudo digerir las palabras de Adam, los espasmos que su sobreestimulado cuerpo sufría lo incapacitaron para hacer uso de la razón. «Quisiera poder embarazarte. ¡Oh, qué hermoso te mirarías hinchado y lleno de mis hijos! Te criaría todas las noches y me aseguraría de poblar toda la Tierra» Adam también comenzó a desvariar. Su instinto de reproducción, ese del que siempre alardeó, pero que en verdad jamás tuvo, brotó por primera vez en su cuerpo. No solo lo movía el deseo, con él, se entremezcló el amor y la locura. Necesitaba a Alastor, lo necesitaba en ese momento y para siempre.
Sin poder resistir más, Adam se introdujo en el interior de Alastor. Lo abrazó una calidez irreconocible; aquellas paredes sedosas le dieron una exquisita bienvenida. Alastor movió las caderas desesperado, y Adam le respondió con movimientos férreos y profundos. Ambos se aferraron a la piel del otro, una ardorosa marea los inundó y los llevó al pico más alto del placer. El vaivén se transformó en una lucha por no dejarse corromper por la lujuria emanando de sus cuerpos. El miembro de Adam dio un certero empujón en la próstata de Alastor, haciendo que se derritiera entre sus brazos. «¡Adam!» El llamado del ciervo fue descifrado con rapidez, el primer hombre se ensañó contra ese punto y no se contuvo de torturarlo con bestial satisfacción.
Su realidad pasó a ser un nebuloso mundo en donde todo ardía sin piedad. Sus mentes se perdieron en el fuego pasional de sus corazones que, indómito, se extendió hasta el último rastro de su existencia.
Besos, rasguños, apretujones, gritos, sudor, fluidos. En aquella guerra de lujuria toda arma les fue permitida.
Alastor se corrió dos veces antes de que Adam sintiera que su miembro se preparaba para llenar el interior del ciervo. Siguió empujando enérgicamente, la excitación le hizo esforzarse para que su amante consiguiera un cuarto orgasmo.
La cama crujió escandalosa, la unión de sus cuerpos húmedos creó una gloriosa sinfonía, los sollozos del ciervo se mezclaron con los toscos gemidos del primer hombre, y las paredes retumbaron por el eco de sus voces. No solo ellos se desmoronaban, la habitación lo hacía con ellos.
—¡Esta vez haré todo bien! —exclamó Adam entre alucinaciones—. ¡Soy yo quien decide! ¡Soy yo quien disfruta o padece el fruto de mis decisiones!
El Demonio Radiofónico escuchó a Adam sin hallar coherencia en sus palabras; no es que no las tuviera, simplemente su cabeza no pudo dividirse entre la tarea de razonar y la de resistir la nueva oleada de calor que se apoderaba de su miembro.
Adam, de manera increíble, aceleró el brutal ritmo de sus caderas. Se inclinó sobre el cuerpo de Alastor para lograr alcanzar sus labios. Su orgasmo estaba cerca, sus endurecidos testículos bramaban por drenarse dentro de la aterciopelada cueva del ciervo. Unieron sus labios con total demanda, sus lenguas se mecieron desesperadas, como si nunca quisieran desprenderse una de la otra. Alastor encajó las garras en la musculosa espalda de Adam, tan dura como viril, tan amplia como proveedora. «Estoy cerca». Tal anuncio provocó que la imaginación del Demonio Radiofónico degustara la imagen de él ordeñando la verga del primer hombre. No tardó en correrse por cuarta vez, manchando el vientre de ambos y soltando un glorioso y largo gemido. Su cuerpo se contrajo placenteramente, llevando la resistencia de Adam al límite, quien, al sentir que su miembro era prensado por las paredes de Alastor, dejó salir su espesa semilla.
Adam, aun con fuerza en su cuerpo, sostuvo su propio peso con las manos para no caer sobre Alastor. Sus lastimeras respiraciones chocaron mientras sus mentes batallaban por recuperarse de la tormenta de placer. El ciervo rodeó con sus brazos el cuello del otro y lo jaló con ternura. Un nuevo beso nació entre ellos, aunque esta vez la dulzura y la devoción dominaron.
Su pequeño mundo era real, tan real como su amor.
—Te amo tanto, Al, mi Al. —Adam frotó su mejilla contra la del ciervo, acariciándolo con total entrega—. Te amo con tanta intensidad que me parece increíble que un sentimiento así exista.
Alastor, recobrando la lucidez, sonrió con debilidad. El amor de Adam no era una ilusión, un imposible; estaba allí, dócil a sus pies y esperando por ser correspondido.
—Yo también te amo, Adam, mi bello ángel guardián.
El primer hombre repartió varios besitos por el largo de la boca de Alastor, y luego respondió:
—Gracias a ti, he aprendido lo que es la felicidad. Créeme, mi corazón y mi cuerpo son tuyos. Solo tuyos.
La noche fue testigo del amor de los pecadores. Continuaron amándose hasta que el cansancio los condujo al mundo de los sueños, en donde siguieron manifestando el deseo de permanecer juntos.
Libertad. Deber. Amor. Felicidad. Dolor. Miedo.
¿Realmente los humanos podrían entender la complejidad de estas palabras?
La noche sonrió para ellos; los cobijó con su manto estrellado y los llevó a descansar en la profundidad del tiempo.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
En punto de la media noche, en el momento exacto que el reloj marcaba la hora cero, una tenue luz descendió desde más allá del Cielo. Atravesó los tres mundos para otorgar a alguien el perdón de Dios.
En punto de la media noche, una cálida neblina se esparció por la alcoba donde un par de amantes yacían abrazados.
En punto de la media noche, en el libro custodiado por San Pedro, con tinta dorada y con una majestuosa caligrafía, volvió a escribirse el nombre de Adam.
Notes:
¡Hola!
Sorry, en serio traté de apurarme, pero una infección de muela arruinó mis tiempos. Quería terminar la historia antes de que la escuela comenzara otra vez, pero no pude. Bueno, pero al menos ya salió este cap.
Debo aclarar que, como habrán notado, mi experiencia escribiendo contenido NSFW es escasa (bastante). Al editar el capítulo, no pude hacer que el ritmo en esa parte fluyera suavemente. Quedó pesada. Sorry x2, se hizo lo que se pudo, ya iré mejorando. Aunque espero que haya sido digerible.
Por otro lado, este capítulo quedó terriblemente largo. Decidí dejarlo con esta extensión porque necesitaba que contuviera todos los sucesos que ocurrieron. Otra cosa que debo mejorar es mi economización de las palabras. Me estresaba cada que veía cómo subía y subía el conteo de palabras. JajajajajaaskEs siguiente capítulo será el final. ¡Siii! Wuju, pensé que no lograría terminar esta historia. ¿Cómo creen que terminará? Al inicio de la historia, ¿se imaginaron que sucedería todo lo ocurrido? ¿Los decepcionó algún contendiente por el amor de Alastor?
Muchas gracias a las personas que siguen leyéndola, ustedes me animaron a seguir escribiendo. Mañana (mejor dicho al rato, porque ya es de madrugada) me pondré a contestar sus comentarios. Una disculpa por el atraso.Sobre el one-shot, decidí que serán 2 los que obsequiaré. Uno por cada plataforma en la que publico. En las notas finales del fanfiction pondré los parámetros y algunas sugerencias para que los lectores elegidos se ayuden a decidir el tema/trama de la historia. Más adelante pondré todos los detalles. Quiero escribir estos one-shot antes de que la segunda temporada de Hazbin Hotel llegue. Así que me pondré las pilas en ello.
¡Nuevamente gracias a todos! Ojalá se encuentren bien. ¡Saludos!
Nos seguimos leyendo.
:)
Chapter 33: Capítulo 32: Sueños
Notes:
-Los personajes le pertenecen a Vivienne Medrano, esta historia se basa en la serie Hazbin Hotel.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
—Espera, necesito descansar. Mi cabeza da vueltas —exclamó Alastor entre jadeos.
—Tranquilo —respondió el primer hombre sin soltar las piernas del ciervo—. Confía en mí, solo déjate llevar. Lo que sientes es normal, pronto estaremos en un lugar mejor.
El cuerpo de Alastor, involuntariamente, continuó reaccionando a la pasión de Adam. Lo que inició como la esperada consumación de su amor se transformó en una abrumadora mezcla de sensaciones a las cuales no pudo hacerles frente. La monstruosa experiencia de Adam para hallar zonas erógenas lo acorraló entre el miedo y el placer. Por más que el primer hombre se empeñó en transcribir su amor con sus manos, Alastor solo percibió su lujuria. En vez de viajar a un «lugar mejor», para Alastor fue como regresar al pasado del que tanto trabajo le había costado escapar. Nuevamente, se traicionó a sí mismo al dejarse arrastrar sin emitir protesta alguna. Adam le había asegurado que se detendría cuando él quisiera, pero, cuando le pidió detenerse, no lo hizo.
La mente de Alastor no quiso contrariar las afirmaciones de amor de Adam; sin una salida a dónde huir, cortó con la libidinosa realidad impregnándose en su piel y se refugió en su subconsciente. Siguió gimiendo y gritando el nombre de Adam, pero su imaginación lo transportó al humedal en el que jugaba en su infancia. En sus pies, la maleza fangosa le hizo cosquillas mientras corría en búsqueda del grillo que escuchaba cantar. Cuando encontró la guarida del insecto, una cálida voz lo llamó a lo lejos: «¡Alastor, ven! ¡Ya es hora de irnos!» Alastor se estremeció aliviado, como si hubiese estado esperando por esa voz desde hace mucho tiempo, y se levantó feliz.
El aire melancólico imitó a un desgarrador violín. Reconoció aquella canción, la había escuchado una noche en un balcón, y no dudó en usarla como guía. «¡Espérame, no te vayas sin mí!», gritó Alastor y, desesperado, se echó a correr. Entre más cerca escuchó el llamado, más dilató sus zancadas. Su único deseo era reunirse con el dueño de esa voz. Los huesos de sus pies dolieron, pero no se detuvo. Sus pulmones se hincharon exhaustos, pero siguió respirando. Sus mejillas ardieron, pero su corazón lo hizo con mayor fuerza.
Un golpe en su espalda baja lo hizo caer, y todo se volvió nubloso. «¡Vamos, tú puedes! ¡No quiero irme sin ti!» La voz adoptó la silueta de alguien que le pareció familiar, le extendió la mano para que pudiesen continuar el camino juntos y lo llamó con más vigor. Alastor, aun tirado en el fango, sonrió; aun con su piel herida, quiso levantarse. La silueta se fue definiendo poco a poco, pero antes de que consiguiera reconocer a ese hombre que lo llamaba, los gemidos de Adam lo regresaron a la realidad.
—Eres mío. Dímelo, dime que eres solo mío. Quisiera poder embarazarte. ¡Oh, qué hermoso te mirarías hinchado y lleno de mis hijos! Te criaría todas las noches y me aseguraría de poblar toda la Tierra.
Entre sacudidas y orgasmos, Alastor comenzó a reaccionar; iba y venía, se perdía y aparecía, sufría y disfrutaba. Alcanzó su límite después de que Adam diera con el punto perfecto dentro de él. Gritó su nombre; si fue por tristeza o por placer, jamás lo sabría porque el sentimiento que experimentó se desvanecería como una nube en su memoria. Su alma se dejó incinerar por el abrasivo deseo del primer hombre; solo pudo rogar que el amor que sentía por él se salvaguardara. Y así fue, siguió amándolo.
—Te amo tanto, Al, mi Al. —Adam frotó su mejilla contra la del ciervo, acariciándolo con total entrega—. Te amo con tanta intensidad que me parece increíble que un sentimiento así exista.
El tumulto de sensaciones fue disipándose conforme la tranquilidad regresó a la voz del primer hombre. Los sentidos de Alastor fueron cediendo al letargo, uno a uno despertaron para indicarle que todo había terminado; ya podían estar en calma y seguros dentro de su pequeño mundo.
—Yo también te amo, Adam, mi bello ángel guardián.
Adam no tardó en caer rendido y feliz; se aferró a la espalda de Alastor y se durmió balbuceando: «Eres mío, y yo soy tuyo». Casi treinta minutos después, el ciervo se dejó vencer por el cansancio y el dolor en sus caderas mientras era arrullado por las adormiladas afirmaciones de Adam.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
—Quiero ser libre… Mi único deseo para ti es que tú también lo seas. Te lo juro, Al, haré todo lo que esté en mis manos para que logres ser libre. No es un pago, ni espero obtener nada a cambio… Sé que suena ridículo que yo lo diga, pero, en serio… lo que más deseo hacer con mi libertad… es hacerte feliz. Si uno mismo es quien le da sentido a su vida, entonces el mío es tu sonrisa.
El subconsciente de Alastor no permitió que aquella noche terminara con el recuerdo de ver dormir a Adam y de sentir su cuerpo sudado y adolorido. Al cerrar los ojos, la voz de Lucifer guio sus sueños. Varado en la inmensidad el Universo, Alastor visitó planetas, estrellas y cometas en búsqueda del diablo. «¿En dónde estás? ¡No te veo! ¡¿Por qué demoraste tanto?! ¡Ya no puedo encontrarte!», gritó moviendo la cabeza sin hallar el lugar donde provenía la voz que podía escuchar en todos lados y en diferentes tonos.
De pronto, el escenario cósmico se arremolinó entre una gama de asombrosos colores vibrantes, fue como si un tramoyista bajara el telón tras bambalinas. Entonces el vacío se transformó en las hiervas del pantano de su infancia, las estrellas en juguetonas luciérnagas, los planetas errantes en sauces llorones, un cometa viajero en una pequeña choza inclinada, y la luz de mil soles en la silueta de Lucifer.
Fuese traición o no, Alastor corrió dentro de su sueño para encontrarse con el diablo. Corrió como si huyera, o tal vez como si regresara al sitio que alguna vez llamó hogar. «¡Espera! ¡Yo esperé por ti! ¡Ahora espera por mí!». A mitad del camino, las ramas de los sauces llorones se alargaron y atraparon sus extremidades con furia en sus hojas. Trató de zafarse, pero la terquedad de las ramas lo dominaron. «¡Suéltenme! ¡Quiero irme! ¡Quiero ser libre!», exclamó con tanta desesperación que le hizo abrir los ojos.
Alastor despertó con la impresión de ser absorbido por las ramas del sauce llorón, pero, al recobrar total conciencia, observó que no eran más que los brazos de Adam sujetándolo con fuerza. Consternado por la presencia de Lucifer en sus sueños, pasó por alto la luz que irradiaba detrás de él. La noche, extrañamente amigable, lo invitaba a cerrar los ojos y dejarse llevar hacia donde el Lucifer de su imaginación quisiera conducirlo; sin embargo, el fuerte agarre de Adam, que le oprimía el estómago, y la protesta de sus caderas por la incómoda posición lateral, le hicieron imposible volver a dormir.
Alastor se giró para quedar de frente con el primer hombre y, así, que las manos de este dejaran de encajárseles en el estómago. Fue un movimiento inocente, libre de toda maldad. El Dios al que no profesaba fe alguna podrá ser testigo de que, hasta ese momento, no pensó en herir a Adam. Ni siquiera al soñar que huía con Lucifer se le cruzó la idea de en verdad abandonar esa habitación.
Cuando terminó de acomodarse, Alastor alzó el rostro para ver a Adam dormir y, al hacerlo, se topó con lo que se le figuró una ilusión: la cabeza de Adam libre de los cuernos demoniacos que lo marcaban como un pecador; en su lugar, una brillante aureola los había suplantado.
Con la ayuda de sus sombras salió de la cama para no despertar al primer hombre. Se movió rápido, más que por miedo, lo hizo así para cerciorarse de que aquella visión no era un sueño. Fuera por el estupor que lo asfixió o por abandonar los cálidos brazos de Adam, su cuerpo desnudo quedó convertido en un témpano de hielo.
Quiso correr y despertar al primer hombre, y lo hubiese hecho de no haber sido porque sus pies se atrancaron en el piso. Sin embargo, no tardó en sentirse conmovido por la escena ante sus ojos. Solo él y su soledad sabrán que su corazón quedó destrozado antes de que pudiera entender las implicaciones de la redención de Adam, y por ello nadie debería dudar de su dolor. Pero ese dolor era, más bien, una conclusión; el punto final que, hasta ese momento, ni él ni Adam se habían atrevido a ponerle a su amor.
Cuando fue a buscar a Adam, lo hizo para hacerlo entrar en razón. Pero, tan pronto lo escuchó ratificar su amor, se dejó llevar por los mágicos poderes que este sentimiento les confiere a los enamorados. ¿Qué se suponía que harían? Alastor no había logrado ver un futuro entre él y Adam, y seguía sin hacerlo, pero en verdad creyó que el primer hombre se había sacado al Cielo de su corazón, aunque no fue así. La prueba de esta afirmación estaba frente a él, flotando sobre la cabeza del ángel.
Tal vez Adam trataba de engañarse, pero su alma sabía la verdad. Llamándole destino o no, la verdad era que el primer hombre seguía deseando volver al Cielo y cuidar de la humanidad. Eso era ya innegable.
Alastor sonrió satisfecho: su ángel guardián, finalmente, cumpliría sus sueños olvidados.
Aun debatiendo sobre la decisión que estaba por tomar, el Demonio de la Radio se vistió con un chasquido de dedos y escapó de la torre de radio.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Lo que debió ser el mejor despertar en la vida de Adam se trasformó en su peor pesadilla. La soledad y la noche helada castigaron su cuerpo desnudo; cuando trató de cobijarse con el cuerpo de Alastor, su ausencia lo despertó. Palpó la cama aún adormilado, al no hallar rastro de su amante se incorporó y se talló los ojos con pereza. «¡Alastor!», lo llamó, pero no hubo respuesta. «¿Alastor?», lo buscó, pero nadie lo acompañaba en esa habitación.
Como si alguien lo hubiese pateado fuera de la cama, se levantó de un brinco. Sus pies no coordinaron, se enredaron entre sí vergonzosamente haciéndolo estrellarse contra la pared más cercana a la cama. Volvió a fregotearse los ojos con rudeza para espantar al cansancio de su cuerpo, mientras la somnolencia terminaba de salir en forma de largos y gustosos bostezos. Al sentirse despabilado, y como último gesto antes de ir en busca de Alastor, peinó su cabello con ambas manos. Tuvo que dar dos pasadas antes de notar la falta de los cuernos en su cabeza.
—¡¿Qué mierda?!
La respuesta más lógica fue la última que se atrevió a imaginar. De primera creyó haber sufrido una metamorfosis, después que seguía dormido, luego se giró y hurgó entre las sábanas para descartar una posible muda de cuernos. Por último, bien erguido y con las manos temblorosas, tanteó sobre su cabeza el objeto que temía encontrar; sin embargo, allí estaba: la aureola que había perdido, prueba inequívoca de su redención.
—¡No, no, no, no, no! ¡Esto debe ser una puta broma! ¡No es posible! ¡NO! ¡NO! —Histérico, Adam siguió tentando la aureola flotando sobre su cabeza—. ¡Alastor! ¡Mierda, Alastor! ¡Ven aquí, tenemos un jodido problema de mierda!
Para ese punto, Adam ni siquiera sospechó que Alastor ya no se encontrase en la torre; siguió llamándolo, cada vez más fuerte y con mayor desespero. Al no obtener respuesta, se vistió con lo primero que encontró a la vista, un bóxer y una playera holgada, y salió de la habitación como una bala.
Buscó en el resto de habitaciones del segundo piso, en la estación principal de la torre, en la salita que fungía como biblioteca y en el baño. Sin encontrar a Alastor, se le ocurrió que, con toda seguridad, debía estar en la cocina preparando algún refrigerio. No oír la voz del ciervo cantando, como hacía cada que cocinaba para un ser querido, debió ser el primer mal augurio en ser percibido por Adam, pero su mente optimista no lo descifró. Continuó gritando el nombre de Alastor, lo hizo al bajar por las escaleras, al atravesar la sala y al pasar por el estrecho pasillo que conectaba con las habitaciones al fondo del primer piso; incluso al llegar a la cocina, y encontrándola vacía, no dejó de llamarlo.
Antes de atreverse a aceptar la inevitable verdad, un dolor inconsolable se adhirió a su pecho. «Al…, por favor, ven. Te necesito», susurró como último intento de negar lo que estaba ocurriendo.
¿En qué momento habría huido el ciervo? ¿Qué fuerza lo habría hecho escapar de sus brazos?
—Dios, ¿cuál fue tu propósito en haberme hecho enamorar, si planeabas quitarme este amor?
Los pies de Adam tambalearon. Ligero como la pluma que abandona un ave al alzar vuelo, sintió su cuerpo flotar. El aire se llenó de decenas de máculas oscuras, fue pintándose hasta convertirse en un océano de tinta negra. Sus pulmones se ahogaron en agonía y sus ojos lloraron en silencio. Un único deseo suspiró en su mente. «Padre, devuélveme a Alastor. Mi paraíso está junto a él.»
El viento se estampó contra la torre de radio como si fuese la ira de alguien que lo reprendiera desde un lugar desconocido. Las paredes retumbaron, las puertas crujieron y las ventanas se agrietaron. Adam abrió los ojos cuando escuchó un trueno bajar del cielo. Creyéndose traicionado, se limpió el sudor de la frente y, desde la pequeña ventana frente al fregadero, observó el espectáculo de truenos en las calles. ¡Estaba en el Infierno! ¡El único lugar donde la libertad podía ejercerse con total plenitud!
—¡Esto aún no se acaba! ¡No se acaba, maldita sea!
Revitalizado por el rencor y la furia, abrió un portal hacia el palacio de Lucifer. Trató de atravesarlo una vez, dos veces, tres veces, cuatro veces; pero falló en cada intento. Gritó hasta que su voz superó al ventarrón golpeando las paredes, y luego abrió otro portal directo al Hotel Hazbin.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Esa madrugada, mientras se dirigía a su hogar, Alastor no pudo evitar recordar lo que, alguna vez, afirmó Adam: el amor de los humanos se apaga con el tiempo.
¿Cómo pasó de despreciar lo que sentían los humanos a estar dispuesto a entregarlo todo por uno de ellos? Tal vez lo que sucedía no era que el amor se apagase, si no, más bien, que este sentimiento terminaba mutando. Al comparar a sus cuatro amores, advirtió que, hasta ese momento, tres de ellos acabaron inmersos en una malsana obsesión, en la que utilizaron perversos métodos para evitar el olvido. No por nada Husk cogió el camino de la atadura, fue el único método que encontró para permanecer a su lado. Estrategia que Vox y Lucifer trataron de replicar; el primero, ofreciendo una asociación; el segundo, proponiendo matrimonio. El extraño anhelo que Adam gritó, entre gemidos, horas atrás se repitió como un oscuro augurio: «Eres mío. Dímelo, dime que eres solo mío. Quisiera poder embarazarte. ¡Oh, qué hermoso te mirarías hinchado y lleno de mis hijos!»
¿El amor sincero de Adam podría deformarse como el de los otros? ¿Su deseo de procrear se alineaba al instinto reproductivo humano, a un fetiche, o escondía un mórbido deseo de vincularse a él de manera permanente? ¿Cuál era la diferencia entre el Adam de antes y el Adam, cada vez más posesivo, de ahora?
Al llegar al palacio y abrir la puerta, que sintió más pesada que nunca, esta chirrió delatora. Dos diablillos aparecieron al minuto y miraron desconcertados al ciervo.
—¡Por todo el Infierno! ¡Ha regresado, su alteza! —exclamó uno de los mayordomos.
—¿Cuál es la sorpresa? Este es mi hogar. —El Demonio de la Radio sintió un extraño cosquilleo en el estómago al oírse nombrar «hogar» al palacio de Lucifer.
Los diablillos compartieron miradas llenas de ansiedad y luego, el mismo que había hablado antes, y al tiempo que hacía una reverencia, respondió:
—Por supuesto, amo Alastor, es solo que… —El diablillo tragó saliva para aflojar las palabras—. Su excelencia, el rey Lucifer, notificó a todos que usted se mudaría de emergencia. Nos hizo empacar sus pertenencias y ordenó que, por la mañana, las enviásemos a la torre de radio en el sur de la ciudad. Todos nos entristecimos, también el amo Lucifer; créame, usted sabe que lo apreciamos mucho.
—¡¿Que hizo qué?! ¡Ese rey de pacotilla me oirá!
Alastor abandonó el recibidor y se encaminó a la sala, mientras los mayordomos le siguieron el paso como pequeños patos que no se despegan de su madre en espera de una nueva orden.
—Llámalo inmediatamente al hotel, dile que venga.
—Pero, su alteza, el rey no ha abandonado el palacio desde que usted se retiró por la tarde. Ahora mismo se encuentra en su despacho, y nos ordenó que no lo interrumpiésemos a menos que fuese un tema relacionado con la princesa.
Alastor no respondió, pero su rostro indignado le hizo entender a los diablillos que iría tras el diablo y, por supuesto, que no aceptaría ningún tipo de oposición. Salió hecho una furia hacia el despacho del rey. A mitad del camino, no soportó seguir andando a pie por culpa de las fuertes punzadas en su espalda baja y el tambaleo de sus piernas al subir las escaleras. No fue sino hasta ese momento cuando reparó en lo maltrecho que se encontraba su cuerpo y comprendió que, de no ser por la adrenalina en su sistema, no habría podido llegar tan aprisa al palacio. Aún más irritado, desapareció entre sus sombras.
Para cuando Alastor se materializó en el despacho de Lucifer, lo halló parado de frente al amplio ventanal que daba al jardín lateral del palacio, donde estaban las begonias mariposa en concubinato con frondosos helechos que él mismo había plantado.
—Podría preguntar qué haces aquí, pero supongo que ya no me corresponde hacerlo, dado que has decidido expulsarme de este palacio —recriminó el Demonio Radiofónico.
El diablo dio un pequeño salto que le hizo tirar la copa de vino en su mano, y, sin importarle que sus botas estuvieran rodeadas por pedazos de cristal, se giró de inmediato.
—¡Al, ¿qué sucedió?! ¡¿Por qué regresaste?!
—¿No dijiste que este palacio era mío, que podía vivir aquí hasta que yo quisiera?
—¡Sí, claro!, pero… —La boca del diablo paró en seco por el temor de decir algo que se pudiera malinterpretar como descortesía—. ¿Adam también está aquí? Perdón, es que pensé que, a partir de ahora, vivirías con él en tu torre de radio.
—No conocía tus dotes para la adivinación, pero déjame decirte que son terribles. Él y yo no viviremos juntos, ni aquí, ni en mi torre, ni en ningún otro lugar. Tomaremos caminos separados.
Lucifer ladeó la cabeza y su semblante se llenó de duda. La aclaración de Alastor pescó a su mente desarmada.
—¿Qué dices? ¡¿Cómo?! ¡¿Por qué?!
Alastor bajó la mirada y estampó contra el piso la mescolanza de emociones que volvía a propagarse por su piel al recordar lo sucedido en las últimas horas.
—Porque se ha redimido —respondió con lentitud, como si cada palabra fuese una bala disparada contra sí mismo, y necesitara darse tiempo para recibir cada impacto y, así, no morir de inmediato.
La histriónica revelación acentuó el silencio en la habitación. El diablo, apremiando el bienestar del ciervo, disimuló su sorpresa y reforzó su compostura.
—¿Cómo qué se redimió? ¿Ya no está en el Infierno? ¿Se fue? ¿Desapareció?
Sin apartar la vista del suelo, Alastor dio unos cuantos pasos, luego regresó al mismo sitio y repitió el movimiento, esta vez en dirección contraria.
—Hablamos, en verdad aclaramos nuestros sentimientos. Él dijo que no deseaba redimirse ni quedarse en el Infierno, pero que, si tenía que escoger entre uno o el otro, prefería permanecer a mi lado. Nosotros… —Alastor dudó si era necesario explicar que Adam y él habían hecho el amor, pero tal pensamiento se disipó rápido de su cabeza y continuó—: Nosotros pasamos la noche juntos, fue como si hubiésemos sellado nuestra relación. De verdad tenía la intención de quedarme con él y de ayudarlo a reencontrar su camino. Se lo debía. Tal vez, juntos, hubiésemos encontrado la forma de recuperar ese bello amor que surgió entre nosotros.
Alastor alzó la mirada hacia el techo, la dejó perdida en el mar de recuerdos del nacimiento de su amor. Imaginó al Adam soñador que había sido, al que se amaba a sí mismo, al que sabía quién era y qué hacer con su vida. Tal vez el Cielo lograría rescatar a ese Adam.
—¿Y entonces? ¿Cómo es que se redimió? ¿Cómo es que decidieron que lo mejor era separarse? Porque, incluso si logró redimirse, existe una forma para que pueda quedarse a tu lado. Adam puede convertirse en un ángel caído. Le costaría toda posibilidad de regresar al Cielo, pero permanecerían juntos.
El interrogatorio del diablo sacó del trance a Alastor, quien, ignorando la disparatada sugerencia que había pronunciado el otro, siguió explicando:
—Nos dormimos, no sé cuánto tiempo pasó, pero yo me desperté antes que él. Fue entonces que lo vi: sus cuernos habían desaparecido y, en su lugar, tenía una aureola flotando sobre su cabeza.
Tan pronto Alastor terminó de hablar, volvió a perderse en un pozo de recuerdos. Lucifer esperó unos minutos a que el ciervo ampliara los detalles sobre la redención del primer hombre, pero su nula intención por continuar explicándose le hizo estallar en dudas.
—¿Y qué hizo Adam? ¿Qué dijo? ¿Por qué no eligió quedarse contigo? ¿Regresó al hotel? ¿Charlie lo sabe? ¿Ya lo contactó el Cielo? ¿Por qué no ha pasado nada? ¡¿Cómo es que nadie ha hecho algo?!
La lluvia de preguntas abrumó los pensamientos del Demonio de la Radio, negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—No sé… No sé nada. Cuando mi cerebro procesó todo, salí de la torre y vine directamente hasta aquí.
—¿Cómo? ¿No hablaste con Adam? ¡¿Lo dejaste dormido?! ¡¿Ni siquiera sabe que se ha redimido?! —Lucifer explotó al no concebir que Alastor hubiese actuado de manera tan descuidada—. ¡Debes regresar, Al! ¡Regresa y habla con él! ¡Deben decidir qué harán!
Alastor apuñaló al diablo con la mirada. Sus ojos lo reprendieron como si hubiese pronunciado la peor de las injurias.
—¿No me escuchaste? ¡Adam se redimió! Tal vez el lado hueco de su cabeza no sabe qué hacer con su vida, pero es claro que su alma sí. ¡Él no pertenece al Infierno!
—¡Vamos, Al! Adam tiene el derecho de decidir qué es lo que quiere hacer, no te precipites a sacar conjeturas.
La sonrisa del Demonio de la Radio se alargó de extremo a extremo en su rostro, sus labios temblaron por el esfuerzo de mantener aquella máscara sonriente.
—Lucifer, no eres tonto, aunque en ciertas ocasiones gustas fingir serlo, y por ello deberías ser capaz de entenderme. ¡Es obvio que Adam preferirá quedarse aquí! ¡Sé que me elegirá por sobre el Cielo! ¡Y es justo por ello que no le daré la oportunidad de hacerlo! ¿En verdad no lo ves? ¡Está enceguecido por su amor! ¡Está trastornado! Soy la única razón por la que escogería al Infierno, aunque, en el fondo, es claro que aun sueña con la humanidad y su antigua vida. ¡Él se ha librado del peso de un destino! ¡Sí, lo hizo! Pero eso no quiere decir que deba renunciar a sus sueños. Solo que, ahora, podrá perseguirlos porque es libre de hacerlo, y no porque se lo han ordenado.
—Alastor, dale la oportu…
—¡No! Por favor, Lucifer, razona la situación como el demonio libre que eres, y no como un enamorado que solo quiere verme feliz. —Alastor gritó tan fuerte que hizo avergonzar al diablo. Agitó sus manos y se golpeó varias veces el pecho con ellas—. Soy la única felicidad de Adam en el Infierno. Su esperanza se marchita entre toda la podredumbre porque es incapaz de ver la belleza de vivir aquí. Déjalo que vaya al Cielo. Si recupera su antigua vida y aun así desea regresar, entonces podré creer que su decisión nace desde la libertad, porque en este momento está esclavizado por el amor. Lo último que deseo es cargar con otro amor que solo vive por y para mí. No podría soportar la culpa y la tristeza de ver a Adam transformarse en uno de ustedes. ¡No él! Sé que me amó sinceramente, ¡pero el Infierno lo está deformando! ¡Él y yo estamos en dos lugares diferentes! ¡Él recién ha descubierto cómo es ser un humano! ¡Y yo busco ser un demonio libre! ¡Deja que regrese al Cielo y se dé cuenta de que, en realidad, lo que busca está allá arriba!
Lucifer vio en Alastor la misma desesperación de antaño. El mismo martirio y la misma desilusión que sus ojos reflejaban cada que discutían, cada que buscaba cambiar el pensamiento del ciervo para que se adecuara al suyo. Bajó la cabeza con vergüenza al darse cuenta de que, una vez más, estaba yendo en contra de los deseos de Alastor
—Perdóname, Al. Si crees conveniente separarte de Adam, respetaré tu decisión. ¿Quién soy yo para invalidar lo que sientes y piensas? Perdóname.
Alastor soltó un suspiro entrecortado y talló su pecho lentamente. Al ver a Lucifer, desarmó su falsa sonrisa y asintió con la cabeza, aceptando las disculpas que le ofrecía.
—Sé que intentabas evitar que actuara de manera precipitada, pero, créeme, no es así. Por favor, en el futuro confía en mis palabras. Sé que no es fácil cambiar viejos hábitos, pero, si en verdad deseas reparar lo que rompiste, deberás aprender a confiar por completo en mí. ¿Podrás hacerlo?
—Lo juro, Al. Aprenderé a gobernarme para que mis impulsos no me gobiernen y nunca más vuelvas a temerle a mis sentimientos. Si algún día recupero tu confianza, seré el hombre más feliz del Universo. Por ahora, ten la seguridad de que tienes la mía en tus manos.
Alastor soltó una risilla apretada, rompiendo la tensión flotando en el aire, luego volvió a reír y caminó hacia Lucifer con una burla pícara adornando su rostro.
—Anda, ya, dime. ¿Quién eres y dónde está el verdadero Lucifer?
Como espejo, el diablo replicó la risa de Alastor mientras se encogía de hombros y alzaba sus manos con teatralidad.
—Soy su gemelo, el que es más inteligente y más apuesto —respondió petulante.
—No lo sé. Tendrás que probar que eres más inteligente, porque mientes al decir que eres más apuesto. Yo te veo más viejo y más chaparro.
—¡Oye! Lo de «más chaparro», sí dolió.
—Qué bueno que te dolió porque era un insulto, no un halago.
Lucifer miró divertida y juzgadoramente a Alastor cuando este estalló en risas. El ciervo meneó su cabeza de tal forma que su cuello parecía carecer de huesos y las pupilas en sus ojos se distanciaron hacia extremos opuestos. Trató de llevar la burla un nivel más alto, pero, al doblar la espalda, sus piernas fallaron y una fuerte punzada estalló a la mitad de su cadera. Sus risas se apagaron en un instante y fueron reemplazadas por un sonoro quejido.
—¡AL! —gritó Lucifer a la vez que atrapaba al Demonio de la Radio entre sus brazos y lo libraba de estamparse contra la fría y dura cerámica que cubría el piso—. ¡AL! ¡¿Qué sucede?! ¿Estás herido?
—No es nada. Solo perdí el equilibrio.
Los labios del diablo se torcieron, dejando entrever uno de sus afilados colmillos.
—Por favor, Al. —Lucifer suspiró para domar la frustración hormigueando en su pecho—. Sé que sonará pretencioso, pero, por favor, no me mientas. Es válido que me digas que no quieres mi ayuda y que no me entrometa, pero, por favor, no me ocultes tu dolor.
Alastor sintió cómo la corriente de dolor paseaba por toda su columna hasta llegar al coxis. Su entrada seguía hinchada, y no fue hasta que apretó las piernas para no caer que advirtió que un líquido viscoso escapaba entre ellas y se mezclaba con su ropa interior. Sus mejillas se pintaron de un rojo intenso al comprender que, aquello escurriendo, era el rastro de la semilla de Adam.
Lucifer no tardó en descubrir la vergüenza en el rostro del ciervo, aunque no pudo deducir el motivo que la había originado.
—Al, por favor, escúchame. ¿Puedo ayudarte en algo?
Tras un largo rato de silencio, Alastor afirmó para sí mismo, en su mente, que solo se trataba de un accidente que bien podría ocurrirle a cualquier adulto que ejerciera su sexualidad, y que no había nada de lo que debiera avergonzarse ni motivo alguno para sentir culpa. Convencido de que podía confiar en el diablo, se aferró al chaleco de este y le dijo con gran firmeza:
—Me vendría bien que usaras tu magia angelical y curaras mi cuerpo.
—¿En dónde estás herido? —preguntó Lucifer, tratando de sostener con mayor gentileza al Demonio Radiofónico.
—Mi cuerpo no está acostumbrado a la notable experiencia de Adam, creo que no pude seguirle el paso —confesó.
Lucifer comprendió rápido lo que Alastor trató de explicar, sus parpados tiritaron por la molestia apelmazándose en sus sienes, tuvo que morderse el labio para no arremeter en contra del primer hombre por haber herido a Alastor, incluso si no fue de manera intencional.
—Sí, bueno, no es algo de lo que pueda enorgullecerme, pero he visto a Adam en acción, y sé que puede llegar a ser bastante efusivo. —dijo Lucifer para relajar el ambiente. Trató de sonreír, pero solo logró que una de sus mejillas se contrajera fugazmente—. No te preocupes, te cuidaré.
—No hagas cosas innecesarias. Solo usa tu magia.
—Al, me siento como un pendejo de ser yo quien te diga esto, pero debes saber que este tipo de heridas deben ser tratadas con devoción. Te prometo que no tocaré ninguna parte de tu cuerpo que te haga sentir incómodo. Prepararé el baño para que puedas asearte tú solo y, cuando termines, te daré un masaje que te relajará y te hará dormir como un bebé. No tocaré tu piel si no quieres, incluso puedo pedirle a tu sirviente favorito que esté presente para tu tranquilidad.
—Pues sí, sonaste como algo más que un «pendejo», —confirmó el ciervo en medio de una sonrisa burlona—, pero confiaré en ti. Anda, sé mi enfermero si tanto quieres serlo.
Lucifer sonrió con la mirada; sus ojos se cristalizaron, pero se mantuvo firme y seguro.
—Gracias.
—Pero ni se te ocurra cargarme. Solo ayúdame a ponerme en pie, puedo andar por mí mismo —añadió Alastor.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Por octava vez, Angel Dust intentó replicar el truco con la baraja inglesa que Husk le había mostrado. Se suponía que las cartas debían abrirse como un elegante abanico, pero cada que las soltaba, en lugar de desplegarse en orden y con gracia, salían disparadas y caían dispersas sobre la barra del bar.
—¡Mierda, Bigotes! Cuando tú lo haces parece sencillo, ¿cómo puede ser tan difícil? —se quejó Angel Dust.
—Calmado. Debes tratarlas con paciencia, las cartas no son fáciles de domar.
Husk recogió las cartas y las ordenó para explicarle, una vez más, el truco detrás del hipnótico movimiento a Angel Dust, quien lo observó atento y curioso como buen alumno. Husk sonrió complacido por la perseverancia de la araña en aprender el arte de la cartomagia. Pese a que sospechaba que Alastor estaba detrás del repentino interés de Angel por su pasatiempo favorito, no le tomó mayor importancia; fuese así o no, la verdad era que disfrutaba aquellas sesiones de magia.
Pasaban de las dos y media de la madrugada para cuando las clases terminaron. Beber y charlar era lo único que mantenía despiertos a Husk y Angel Dust. Habían rescatado aquella vieja rutina apenas unas cuantas semanas atrás, pero ambos sentían como si hubiera pasado mucho más tiempo. Husk rellenó los vasos con vodka y le advirtió a Angel Dust que esa sería la última ronda. Antes de que cualquiera de los dos pudiera darle un primer sorbo a su bebida, un portal se abrió en medio de la sala y, a través de él, apareció Adam.
—¡Lucifer! ¡Maldito enano de mierda, ¿en dónde estás?!
Husk notó de inmediato la aureola sobre la cabeza de Adam. La sorpresa se estampó en su rostro e hizo que su boca se quedara abierta. «No me jodas. ¡Se ha redimido!», exclamó incrédulo. «¡Carajo!», respondió Angel Dust, uniéndose al asombro del gato.
Adam alzó vuelo hacia el segundo piso, en donde estaban las habitaciones de los huéspedes, incluida la del diablo. Los cuadros cayendo de las paredes por el rápido vuelo del ángel, sumados a los gritos de este mismo, despertaron a todos en el hotel. Adam se plantó frente a la puerta de Lucifer y la golpeó con toda la ira que su puño pudo contener.
—¡Maldito cabrón! ¡Déjame hablar con Alastor! ¡No lo escondas! ¡Ábreme, puto imbécil de mierda!
El tumulto de groserías y amenazas acarreó la curiosidad de los huéspedes, pero la mayoría no pasó de entreabrir la puerta y mirar el espectáculo desde la seguridad de su habitación. Charlie y Vaggie fueron las primeras en acercarse a Adam, pero la preocupación de ambas se disolvió al ver la aureola flotando sobre el primer hombre.
—¡Adam, Adam, tus cuernos ya no están! —gritó entusiasmada Charlie.
—¡Gracias por avisarme! Si no lo hubieras hecho, jamás habría notado que los putos cuernos que he cargado por más de un año han desaparecido. ¡Gracias, de verdad, gracias! ¿Por qué crees que vine a esta cagada de hotel, en plena noche, gritando como un idiota para que salga el, aún más idiota, de tu padre?
La satisfacción de Charlie opacó a la desesperación de Adam, apenas y entendió algo relacionado con su padre en el reclamo del otro. Con una férrea sonrisa, que bien podría haberle hecho competencia a la del Demonio Radiofónico, se acercó al primer hombre y lo abrazó con alegría. «¡Felicidades, felicidades!», no paró de repetir. Vaggie, quien mantuvo su distancia, se vio incapaz de compartir el festejo de su novia. «Cariño, creo que deberías dejarlo tranquilo», le sugirió cuando observó la lucha de Adam por mantener su ira a raya.
—Si no me sueltas en este instante, ¡haré mierda este putísimo lugar!
Algunos fisgones, cuya curiosidad fue superada por el miedo, cerraron sus puertas con cautela, teniéndose que conformar con oír el alboroto como si fuese una radionovela.
Angel Dust y Husk aparecieron al final del corredor, después de subir las escaleras y sortear el pedacero de vidrios de los retratos que antes colgaban de las paredes. Vaggie volteó a verlos y, con la mirada, les suplicó que la ayudaran a frenar el entusiasmo de la princesa. El problema se agravó cuando Niffty salió corriendo de su cuarto y se aventó directo a la espalda de Adam para celebrar junto a Charlie cualquiera que fuese el motivo por el que abrazaba al primer hombre.
—¡Sí, sí! ¡Felicidades! —dijo Niffty, soltando una risilla perversa—. ¿Y por qué lo felicitamos?
—¡Se redimió, Niff, se redimió!
Cada palabra emparentada con la redención ocasionó que Adam acumulara más y más ira. La indiferencia de Charlie y la pasividad de los otros evaporó la última gota de su paciencia. «¡Váyanse a la mierda!» El primer hombre empujó a Charlie, quien cayó de espaldas sobre Vaggie, y se sacudió a Niffty con un rudo movimiento. Su respiración era la de una bestia agotada, más que por soportar a los huéspedes del hotel, era la impaciencia de no hallar a Alastor la que le quitaba el aire. Sin querer perder más tiempo, porque sabía que tenía los minutos contados antes de que Sera o cualquier otro ángel de rango superior apareciera en el Infierno para llevarlo de vuelta al Cielo, pateó la puerta de madera tallada con manzanas y serpientes para hacer salir al diablo.
—¡¡¡CON UN PUTO CARAJO!!! —vociferó el primer hombre cuando observó la deshabitada recámara de Lucifer—. ¡Si estás con Alastor, juro que te mataré con mis propias manos! ¡Maldito hijo de puta, no me lo quitarás! ¡No a él!
Adam se lanzó contra los muebles del diablo con una fuerza descomunal, los alzó como si estuvieran hechos de cartón y los destrozó mientras imaginaba que era a Lucifer a quien golpeaba. Charlie salió de su jubiloso trance cuando tuvo que rodar para evitar ser aplastada por una pesada cajonera. Angel, Husk, Vaggie y Charlie entraron a la habitación tras cerciorarse que ya no había más muebles que pudiera demoler el primer hombre. La furia de Adam se concentró, entonces, en objetos menores: ropa, libros, patos de hule, productos de cuidado personal, herramientas de trabajo, un mar de papeles sin revisar. Del piso levantó una prenda roja, pero, antes de hacerla jirones, advirtió que era una de las batas para dormir de Alastor. Su furia se disipó en un instante y fue suplantada por una desalmada melancolía.
—Adam, ¿qué pasa? —finalmente se animó a preguntar Charlie. Siguió acercándose con precaución, como si estuviera al acecho de una presa a la que teme espantar.
—Habla con tu padre y dile que me deje ver a Alastor. Sé que lo está escondiendo.
—¿Mi papá hizo algo? —Por unos segundos, la piel de Charlie se erizó al imaginar que el diablo hubiese recaído en su acoso hacia el ciervo—. Por favor, dime qué sucedió.
Adam apretó la bata roja contra su pecho y bajó la cabeza para acurrucarse en la tela. Un mal augurio lo invadió al sentir la delicada seda rozar sus mejillas; de pronto, tuvo la sensación de que aquella bata sería la última parte de Alastor que podría acariciar.
Con la voz quebrada y con miedo de sus propias palabras, le explicó a la princesa lo ocurrido. Al finalizar, volvió a pedirle, esta vez más como una súplica que una orden, que se comunicara con Lucifer para que le permitiera hablar con Alastor. Con todo rastro de celebración apagado en su ánimo, Charlie frotó la espalda de Adam y accedió a su pedido. Regresó a su habitación para realizar la llamada no sin antes encargarle a Vaggie y Angel Dust que cuidaran que el primer hombre no cometiese alguna locura. Al tomar su celular de la mesita de noche al lado de la cama, miró con horror una larga lista de llamadas perdidas. En total habían tratado de localizarla veintitrés veces; Sera, dieciocho; y Emily, cinco. Al final, la notificación de un mensaje de Sera le avisaba: «Felicidades, princesa. San Pedro nos ha informado que el nombre de Adam ha vuelto a escribirse en el libro del Cielo. Bajaremos lo más pronto posible.»
—¡Mierda, mierda, mierda, mierda! —maldijo por lo bajo.
Con el celular tambaleándose entre sus manos, le marcó al diablo. Realizó doce llamadas sin éxito; entendiendo que su padre la evadía, cambió de táctica y tecleó el número del teléfono fijo en el palacio. Al primer intento un mayordomo le respondió y ella le exigió la comunicara con Lucifer. Tras cuatro minutos de espera la voz de su padre la saludó al otro lado de la línea.
—¡Papá, es una emergencia! ¡Adam se ha redimido y debe hablar con Alastor! Sera está por bajar al Infierno, y no puede llevarse a Adam. ¡Él no quiere ir! ¡Por favor, dile a Alastor que Adam no irá al Cielo, debe escucharlo! ¡Dile que no se irá!
Lucifer carraspeó un par de veces, soltó un resoplido y luego respondió: «Manzanita…, él ya sabía que Adam decidiría quedarse, y es por ello que no desea verlo. Alastor cree… Bueno, en realidad, tiene la certeza de que su decisión es un error; no solo para Adam, también para él. Mira, Char Char, esto es un asunto delicado, pero necesito que entiendas una cosa: Alastor está muy seguro de no ver a Adam, incluso si decide quedarse en el Infierno. Puedes venir a hablar con él mañana, por ahora está muy cansado y no está en condiciones ni de humor para recibir a alguien. Por favor, confía en Alastor y en mí. Retén a Adam hasta que llegue Sera; verás que, una vez que esté aquí, él cambiará de opinión.
Charlie siguió insistiendo y tratando de persuadir al diablo. Sus gritos fluctuaron entre la ira, la desesperación y la angustia, pero ningún tono funcionó para lograr su cometido. Después de ocho minutos de tira y afloja, Lucifer finalizó la conversación diciendo: «Manzanita, debo irme, Alastor me necesita», y después colgó. Pese a intentarlo, Charlie no consiguió comunicarse otra vez con su padre, ni el teléfono del palacio ni el celular del diablo recibieron más llamadas.
Charlie entró en pánico por tener la tarea de avisarle a Adam que Alastor, no solo estaba al tanto de su redención y su decisión de no regresar al Cielo, sino que no deseaba hablar con él bajo ninguna circunstancia. Con la desesperanza apuntillando cada facción de su rostro, salió de la habitación para encarar al primer hombre. Avanzó a pasos cortos, frotando sus manos entre sí y mordiéndose el labio inferior. Al verla, Adam supo de inmediato que ese era el fin de sus esperanzas. No esperó cualquiera que fuese la explicación que Charlie debiera darle; se tragó su dolor y, con lágrimas secándose en su rostro, le exigió: «Iremos al palacio y harás que Lucifer me deje entrar. Si Alastor no planea venir, yo iré a él». Charlie volteó a ver a Vaggie, Husk y Angel Dust y, sin decir nada, asintieron con un breve gesto, estipulando de manera tácita que ayudarían al primer hombre en su travesía al palacio del rey.
Adam seguía en bóxer y descalzo, pero no pensó en ello y se puso a la cabeza del grupo, guiándolo para que avanzara. A pesar de que Charlie y Vaggie iban en pijama, y de que Husk y Angel soportaban una terrible resaca, todos emprendieron el camino de buena gana y dispuestos a cooperar en lo que pudieran. Sin embargo, no terminaron de llegar a la mitad de las escaleras cuando un fuerte temblor sacudió al hotel y una luz refulgió por unos cuantos segundos.
—¡Debe ser Sera! —declaró Charlie sin la menor de las dudas.
Como una estampida, Vaggie, Husk y Angel Dust se adelantaron a corroborar las palabras de Charlie. Adam se paralizó, el miedo corrió por sus venas congelándolas como si la primavera diera paso al invierno de un sopetón. Charlie trató de ser optimista, comenzó a balbucear idea tras idea: «Podemos pedirle a Sera que te dé un poco de tiempo. O, mira, te prometo que haré que Alastor se reúna contigo en la embajada del Cielo. Quizá te permita quedarte si le explicamos el trabajo que has venido haciendo en la recepción. Podemos decirle que debes capacitar a alguien para que tome tu lugar. ¡Anda, Adam, debemos pensar en algo!» Pero el primer hombre no respondió, la voz de Charlie se transformó en un ruido turbio al atravesar sus oídos.
Adam supo que no podría escapar de Sera. Volteó a su alrededor y observó el hotel con melancolía. Caminó con los ojos cerrados, el incierto porvenir que se avecinaba lo condujo sin tropezar, lo jaló con una fuerza intangible, pero poderosa. El latido de su corazón se transformó en el ominoso rugido de un tambor, sus pasos fueron acompañados por el grave retumbar de su más profundo miedo. Cuando bajó el último peldaño, abrió sus ojos infestados por lágrimas; frente a él, sintió su vida desvanecerse, el Hotel Hazbin guardaba el secreto que lo había convertido en humano, un enigma que solo los enamorados pueden reconocer. Su alma había renacido dentro de esos muros: en los salones, en la cocina, en los jardines, en las habitaciones, en la torre de radio, en la biblioteca. La voz de Alastor resonó desde cada rincón, oraciones y risas entremezcladas llovieron en el aire, era su amor que lo saludaba por última vez. La felicidad le pareció lejana, le pareció que moría y se le escapaba del cuerpo.
Charlie jaló del brazo al primer hombre para tratar de detener su andar, pero este siguió inmerso en el trance. Hizo un último intento antes de que giraran a la sala principal, le gritó desesperada y con la voz desgarrándole la garganta. Nada funcionó, Adam caminó sin detenerse por un instante.
Al llegar a la sala, una avalancha de vítores y aplausos la inundó. No solo estaba Sera allí, la acompañaban Emily, Abel, San Pedro, Lute y una buena parte de sus compañeras exterminadoras. Los ángeles corrieron para reunirse con Adam. Al unísono, de sus bocas brotaron felicitaciones, palabras de afecto y muestras de lo mucho que lo habían extrañado. Se arremolinaron para abrazarlo, la euforia del reencuentro ocasionó que la montaña de ángeles cayera al piso entre risas y diversión. Fue entonces que Adam, tumbado en el suelo, con su hijo aferrándose a su cuerpo y rodeado por sus antiguos amigos, recordó por qué había anhelado regresar al Cielo. No solo su estatus, su destino o el plan de Dios le habían dado sentido a su vida; el Cielo albergaba gran parte de su felicidad, la que olvidó y no supo reconocer.
—¡Abel! —El primer hombre abrazó a su hijo con una mano, la otra la extendió para rodear a más de los ángeles a su alrededor—. ¡Carajo, chicas! ¡Son ustedes!
—¡Pensé que este día nunca llegaría! —exclamó Lute restregando su lloroso rostro contra la espalda de Adam.
Por encima de las cabezas de los ángeles, Adam alcanzó a ver el pasillo que llevaba a su antigua habitación y a la de Alastor. El recuerdo del ciervo regresó para atormentarlo y sin poderlo evitar rompió en llanto. Sus lágrimas no eran de felicidad, jadeó con tanta desesperación y nerviosismo como si le estuvieran desgarrando la piel. Los ángeles lo observaron preocupados y pararon el festejo sin saber qué hacer o decir, creyendo que habían hecho algo que lastimó a Adam.
—¡Dios, no me hagas elegir! —suplicó el primer hombre—. ¡No puedo, no puedo!
—Papá, ¿qué sucede? —preguntó Abel tratando de aguantarse la angustia de ver a su padre llorar como nunca lo vio en su vida, aunque su voz tembló de vez en tanto al seguir hablando—. Pá, ¡Papá! ¿Qué pasa? ¿A qué te refieres? No te entiendo.
Entre todos los ángeles ayudaron a levantarse al primer hombre. Trataron de consolarlo de la forma que pudieron; sin conocer el motivo de las lágrimas de Adam, supusieron diferentes cosas y cada uno expresó lo que creyó más conveniente. Sin embargo, Sera pudo ver más allá del dolor de Adam. Se acercó a él dando majestuosas pisadas, y la multitud de ángeles se fue dispersando a su paso, permitiéndole llegar hasta el primer hombre.
—Adam, te has ganado la llave a las puertas del Cielo, esta vez por méritos propios. Tu penitencia termina aquí, es hora de irnos —pronunció Sera con una voz tan cariñosa como la de una madre.
El primer hombre estiró el cuello para ver el pasillo detrás de Sera, después devolvió el rostro y observó a su hijo y amigos que habían ido a su reencuentro. El tiempo avanzó lento y frío; el color de todo a su alrededor se desvaneció, y su mundo quedó reducido a una escala de grises. Lo que en el pasado habría sido una fácil decisión, en ese momento era la más difícil. En su pecho se concentró una bola de nervios que lo paralizó. Cualquiera que fuese el camino que eligiera terminaría sufriendo: Alastor o el Cielo, Alastor o su hijo, Alastor o sus sueños pasados, Alastor o lo que alguna vez dio sentido a su vida.
En el Infierno todo se ceñía al Demonio de la Radio, no tenía más; allí, no existía ningún otro motivo para vivir. El Infierno no le inspiraba anhelo alguno, para hacer llevadera su vida necesitaba de Alastor. Por el contrario, en el Cielo no solo tenía a su familia, amigos y compañeros, también se encontraban sus más grandes sueños. Allá arriba podría buscar un nuevo camino, uno propio, uno congruente con su esencia.
Adam enderezó la espalda y, conteniendo con ferocidad el llanto, asintió con firmeza. Sera le sonrió dulcemente y extendió los brazos. Un torbellino de luz y polvo celestial rodeó el cuerpo de Adam, brilló con intensidad y luego se disipó en el aire. Cuando la luz desapareció, el primer hombre vestía con su bata blanca de antaño.
Dirigiéndose a Charlie, Sera añadió:
—Princesa, estaremos complacidos de trabajar con ustedes para que tu proyecto funcione. Podemos dar por concluido el acuerdo de exterminio que sellamos con tu padre. De ahora en más, ningún alma pecadora perecerá en nuestras manos. Tu nobleza nos ha dado una gran lección: incluso en la peor de las adversidades, jamás volveremos a perder la esperanza y fe en la humanidad. Gracias por todo.
El corazón de Charlie se dividió entre la alegría y la tristeza. Le respondió a Sera con un entusiasmo apagado, estaba feliz por lograr que los exterminios se detuviesen, pero, de algún modo, sintió que Adam era quien pagaba el precio de ese triunfo.
Los ángeles agradecieron a los huéspedes presentes del Hotel Hazbin, estrecharon manos y se despidieron reiterando su compromiso en el proyecto de redención. Husk y Angel Dust fueron los primeros en acercarse al primer hombre, le desearon buena fortuna y le sonrieron para reconfortarlo. «Hey, grandote, te sienta bien esa corona», le dijo la araña en un intento de hacerlo sonreír. Adam, aun perdido en sus pensamientos dicotómicos, frunció los labios a manera de respuesta. Vaggie se unió a la despedida, frotó uno de los brazos de Adam y le deseó un buen viaje de regreso al Cielo. La última en aproximarse fue Charlie, al caminar ideó qué podría decirle al primer hombre, felicitarlo le pareció ahora cruel, decirle que lo extrañaría una indelicadeza; sin hallar el consuelo más adecuado, le prometió:
—Seguiremos en contacto. Por cualquier cosa que necesites, no dudes en llamarme.
Los párpados de Adam tiritaron para que no se cerrasen y evitar presionar al llanto que luchaba por escapar, y solo le regaló una débil sonrisa.
—Dile a Alastor que siempre cuidaré de él. Recuérdale que solo debe rezar y yo vendré a buscarlo. Díselo, por favor, prométeme que lo harás —rogó.
—Lo prometo.
Adam se talló los ojos y esparció la humedad rezagada en ellos. Aspiró hondamente y expulsó con pesadez un último suspiro. Una vez preparado para abandonar aquella vida en donde existía Alastor, se acercó a Sera y caminó detrás de ella.
Un portal dorado se abrió a mitad de la sala, tan radiante que encandilaba con solo verlo. Los ángeles se despidieron con una gran sonrisa y meneando sus manos mientras caminaban de regreso al Cielo.
Adam avanzó con la frente en alto, pero con el cuerpo y las emociones sedadas. La voz de Alastor se multiplicó en el aire; entre más cerca estaba de la luz, la algarabía de voces se hizo más fuerte. El Hotel Hazbin le regaló la voz del ciervo describiendo la historia de su amor.
—¡Vaya! ¡Qué sorpresa! El primer hombre creé que liderar la masacre de miles de almas humanas es un acto de bondad. ¡Qué cómico!
—¿Por… por qué los hombres no pueden llorar?
—¿Qué ganas con ello? ¿Crees que, comportándote así, podrás regresar al Cielo?
—Adam…, ¿qué harías si dejara de existir?
—¡Pasa una noche conmigo! ¡Te reto a que lo hagas y sigas diciendo que no sientes nada por mí!
—No, Adam, tú eres quien no debe hacernos esto. ¿Para qué vienes aquí, a decirme todas esas hermosas palabras, a pedirme que sea tuyo, si planeas abandonarme?
La colección de recuerdos se repitió hasta que Adam llegó al fulgente portal. Se detuvo a escuchar un par de oraciones más, e imaginó que era el propio Alastor quien le hablaba a lo lejos. Mas lágrimas volvieron a escapar de sus ojos al tiempo que comenzó a reír entre jadeos.
Era el fin, ese era el fin de su historia de amor.
—Adiós, Al. Te juro que eres y serás mi único amor. Te amo, nunca lo olvides. Nunca olvides que un ángel en el Cielo te amará y protegerá por siempre.
Con su alma a punto de colapsar, Adam se armó de valor y, sin volver a mirar atrás, cruzó el portal.
Él, finalmente, había logrado volver al Cielo.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Al escuchar la perilla del baño abrirse, Lucifer se despidió de manera presurosa de Charlie y colgó la llamada. Un lío se desataba en el Hotel Hazbin, y tuvo que dejarlo en manos de su hija. En realidad, poco era lo que alguien podría hacer; Alastor ya había tomado una decisión, solo faltaba que Adam tomara la suya.
Alastor salió del baño vestido con una túnica roja de sarga que le cubría desde el cuello hasta los tobillos. Su cabello, aún mojado, goteaba sobre la túnica y desprendía un sutil aroma a almizcle.
—¿Con quién hablabas? —interrogó el ciervo.
—Con Charlie —aclaró rápido Lucifer—. No te preocupes, ella manejará la situación.
Alastor suspiró al imaginar el desastre que debía estar ocurriendo en el hotel y lo desesperado que debía de estar Adam. No obstante, un dejo de tranquilidad se asentó en el fondo de su corazón, convencido de que, pronto, todo se acomodaría en su sitio. Una corriente melancólica pasó a su lado, tal como si el aire lo acariciara, o, quizá, el toque distante de alguien.
—¿Usaste el ungüento que te di? —preguntó el diablo, cortando los pensamientos de Alastor.
—Sí, claro. Ya me siento mucho mejor.
—Bien, ahora recuéstate. Ya han traído todo lo necesario. Tu único trabajo es relajarte, déjame el resto a mí.
Lucifer destendió la esponjosa colcha que cubría la cama, y ayudó a Alastor a acostarse en esta. Acomodó las almohadas bajo la cabeza del ciervo, dosificó la intensidad de las lámparas, prendió el antiguo gramófono y colocó un disco de jazz, y encendió unos inciensos para que perfumaran la habitación con un aroma terroso.
—Pondré esto en tu vientre mientras te doy un masaje; trata de no moverte mucho —indicó Lucifer y, luego, colocó una compresa caliente sobre Alastor.
Las atenciones del diablo surtieron efecto, sin embargo, el Demonio Radiofónico no dejó de pensar en Adam. Sentía culpa por no estar a su lado, pero, sabiendo que hacerlo provocaría que el primer hombre actuara irracionalmente, se mantuvo firme en su decisión. Una lágrima, que no pasó desapercibida por Lucifer, escapó de sus ojos.
—Sabes que podrás hablar con él cuando lo desees, ¿cierto? Al final, es tu ángel guardián. Además, tengo muy buenos contactos en el Cielo. Solo debes pedírmelo y haré que puedan reunirse. No sientas que esto es un adiós definitivo, míralo como un tiempo para que ambos puedan pensar bien las cosas.
—Llevo meses despidiéndome de este amor. Créeme, le guardé luto mucho antes de que llegara a su fin. Aun así, no deja de ser doloroso, pero sé que es lo correcto.
—Bien, perdón, no hablaré más sobre el tema.
Sentado en la cama y a los pies de Alastor, Lucifer presionó con ambas manos sus muslos y luego untó en ellos un poco de ungüento de alcanfor; repitió el dúo de masaje y pomada hasta llegar a los tobillos. Alastor se mantuvo tranquilo y con los ojos cerrados mientras disfrutaba el alivio que las manos del diablo iban dejando en sus músculos adoloridos. Cuando Lucifer finalizó con los cuidados posteriores, Alastor se encontraba adormilado y recompuesto. Sin duda, fue entonces cuando comprendió lo que el diablo había querido decir al explicar que ese tipo de heridas debían tratarse con devoción. Al abrir los ojos, Lucifer guardaba los materiales que había utilizado para la curación; en verdad se le figuró que era un enfermero acomodando el quirófano después de una operación.
—¿Quién es este? ¿Qué hace aquí? ¿Es el botones?
Alastor recordó el día en que conoció a Lucifer, era tan lejano que le pareció un sueño.
—Quién diría que el mismísimo rey del Infierno se convertiría en el enfermero del botones que trabaja en el hotel de su hija.
Lucifer, quien acomodaba la túnica del ciervo para que cubriera la piel expuesta, negó con la cabeza y soltó una disimulada risilla.
—Querrás decir: «en el enfermero del Demonio de la Radio, y que ya no es el botones del hotel de mi hija» —corrigió el diablo.
—Lucifer, —llamó Alastor susurrando—, ¿lo recuerdas? ¿Aun recuerdas cómo se sentía nuestro amor?
En ese momento, Alastor creyó haber hablado por un impulso impropio de él; sin embargo, como descubriría mucho tiempo después, aquella noche fue su alma, al perdonar completa y sinceramente a Lucifer, la que atrajo el recuerdo de lo que era estar enamorado de él.
Lucifer miró a Alastor con una seguridad incorruptible, no dejó que sus ojos reflejaran cualquier rastro de duda o tristeza. Tan fuerte como su propio amor, su voz no tambaleó al salir.
—Mi amor no se ha convertido en un recuerdo; aún existe, está aquí, siempre me acompaña. Quien ha cambiado soy yo, mi propio recuerdo es la huella de lo que jamás quiero volver a ser. Si tu inquietud es si recuerdo todo lo que hice, entonces la respuesta es sí, lo recuerdo; debo hacerlo para no cometer los mismos errores. ¿De qué otro modo podría ser?
—A veces pienso que, inevitablemente, tu amor volverá a trastornarse.
—El amor no es el que se trastorna; es la persona que lo siente quien lo hace. Sé que me falta mucho para llegar a ser el demonio que aspiro ser, pero sigo trabajando en mis miedos, inseguridades y defectos para no volver a herirme a mí mismo ni a nadie más. ¿Te confieso algo? Eso es algo que aprendí y admiro de ti: que nunca lastimas a los que amas y siempre piensas en su felicidad. Mereces un amor igual.
Alastor volvió a sentirse joven, como un niño que aprende a soñar y a tener esperanza. Una hermosa melodía resonó en su mente, no la reconoció, eran notas jamás escuchadas que recién comienzan a unirse para crear una canción. El Infierno volvió a ser un mundo lejano e inmaculado. Sintió que, finalmente, toda atadura se desvanecía de su cuerpo. Ya no existían su padre y su madre, tampoco el Husk estratega ni el Vox obsesivo, dejó de sentir culpa por corromper a Adam, y dejó de temer al Lucifer del pasado. Era libre, completamente libre.
—Yo aun lo recuerdo, aún recuerdo cómo fue amarte. Nunca lo olvidé, aunque quise hacerlo.
Lucifer sintió su cuerpo pesado y ligero al mismo tiempo, pesado por la responsabilidad de sus acciones, ligero por oír la confesión de Alastor. Sin pensarlo, se hincó junto a la cama y sujetó el faldón de la túnica de Alastor con ambas manos. Lo apretó fuerte y hundió su rostro entre la tela. Mantuvo aquella pose por un par de minutos como si estuviese rezando una plegaria y, tras alejar el faldón unos cuantos centímetros, besó la túnica.
—Siempre cuidaré de ti, lo juró. Pase lo que pase, incluso si debo incinerar al Universo, siempre te protegeré.
Alastor sonrió con sinceridad en sus labios, y Lucifer reconoció esa sonrisa. De a poco, el cansancio comenzó a dominar al ciervo; al parpadear, sus ojos tardaban cada vez más en abrirse. Su respirar se volvió lento, dejó escapar varios suspiros al soltar el aire. La cama absorbió el peso de su cuerpo, invitándolo a regresar al mundo de los sueños.
—Ya quiero que viajemos a los otros anillos; no puedo esperar a conocer todas las maravillas que existen en el Infierno.
—Solo cuatro días más, no seas impaciente. Ya han terminado de rehabilitar el palacio en el que viviremos.
—¿Nuestro hogar?
Lucifer volvió a sonreír, esta vez con su amor estallándole en el estómago.
—Sí, nuestro hogar.
Alastor cerró los ojos y regresó al sueño donde corría por el humedal de su infancia. Las ramas de los sauces llorones ya no lo retenían, estas se agitaban en el aire y dejaban caer una lluvia de hojas verduzcas. Las luciérnagas se dispersaban alocadas al pasar junto a ellas, y el canto de los grillos coreaban su propia risa. ¡Nunca antes se sintió tan feliz de seguir viviendo! Lo que fue, quedó en el pasado; frente a él, estaba lo que sería. El humedal esparció tranquilidad en sus pulmones. La luz del sol comenzó a salir a lo lejos, allá, detrás de la choza a la que se dirigía.
—¡Ya voy! ¡Espérame! —gritó entusiasmado.
Buscó la silueta que antes lo esperaba paciente, pero ya no estaba junto a la choza. El golpeteo de otro par de pies corriendo lo hizo girar, y entonces advirtió que Lucifer corría a su lado.
—¡Iremos juntos! —le respondió el diablo.
Ambos sonrieron y corrieron más fuerte. Con una mirada, compartieron un silencioso secreto que se quedaría grabado en sus corazones y que, algún día, volverían a descubrir.
Notes:
¡Hola!
Finalmente hemos llegado al fin de esta historia. ¡Muchas gracias por acompañarme hasta aquí!
Nos leeremos en las notas finales.¡Gracias!
:)
Chapter 34: Notas finales
Chapter Text
¡Hola!
Muchas gracias por seguir la historia hasta el final. Se que muchas partes de ella se pusieron algo densas y creo que abusé de las reflexiones, no supe como desarrollar con mayor sutileza cada problema de los personajes. Sigo trabajando en ello, aun me cuesta trabajo dejar de escribir historias como si fuesen un ensayo 🥲. De hecho, hubo partes de la historia que quité al releer los capítulos y editarlos, pero intenté que todos los personajes tuvieran un cierre. Espero en el futuro hacer otra edición.
Ojalá no hayan quedado decepcionados con el final. 😞😞Me fue difícil escribirlo. ¡Me sentí muy mal por Adam!, pero creo que fue lo mejor para él y Alastor.
Bueno, ahora pasemos a lo prometido: los one-shots. De antemano les agradezco a todos los que leyeron la historia y dejaron sus votos, kudos y comentarios. ¡En verdad, gracias! Si pudiera, regalaría más historias, pero últimamente mi tiempo es limitado.
Los usuarios a quienes les regalaré estos one-shot son: Natsu89, @Lunanico26 y @Eliazet_286 ¡Muchas gracias por sus palabras de apoyo! Tendrán cinco días a partir de la fecha en que publico estas notas finales para reclamar su premio (Del 12/OCT/25 al 16/OCT/25).
***Les dejo algunas opciones que pueden elegir:
—StaticRadio: Alastor se encuentra sufriendo por un amor no correspondido. Tras una noche en un bar, en el que se reencuentra con Vox, nuevamente surgen sentimientos entre ellos.
—AppleRadio: (epistolar/mpreg/final oscuro) Lucifer está feliz de que Alastor esté extrañamente cambiado y su trato sea mucho más cariñoso. Mal influenciado por las personas cercanas a su relación, duda de Alastor y termina hiriéndolo de manera funesta.
—HuskRadio: Alastor no puede soportar ver en silencio cómo Husk y Angel Dust parecen vivir el nacimiento de un romance, por lo que decide confesar sus sentimientos.
—AppleRadio: Alastor siendo humano invocó a Lucifer, pero, al llegar al Infierno, el diablo no lo reconoce. Alastor ideará la forma de hacerle recordar lo que vivieron juntos.
***También puede ser una historia libre, pero deberán tomar en cuenta los siguientes puntos:
Que NO puede contener la historia: incesto, gore, shotacon/lolicon (menores de edad), poliamor (se permite trio amoroso, pero no una relación abiertamente de tres o más), que toda la historia sea solo NSFW (soy mala escribiéndolo), que tenga una trama compleja/larga o con muchos personajes, que no esté dentro del Hellaverso (Helluva Boss y Hazbin Hotel).
La historia debe ser BL. No escribo sobre relaciones hetero o GL.
Ships permitidas: Cualquier shipp BL que incluya a Alastor.
Puedo incluir escena NSFW no larga, sin parafilias complejas y Alastor debe ser el bottom (esto es, más que nada, porque aun no aprendo a escribirlo correctamente).
Por último, ¡nuevamente muchas gracias! Disfruté y sufrí escribiendo este fanfic, gracias por seguirme en este viaje.
Espero que nos sigamos leyendo en el futuro.
😊
Pages Navigation
Ariel_recordofragnarokAI on Chapter 1 Sun 16 Feb 2025 08:11PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 1 Thu 20 Feb 2025 07:09PM UTC
Comment Actions
AnorexiCheesecake on Chapter 1 Wed 18 Jun 2025 07:02PM UTC
Comment Actions
Lorenmar on Chapter 2 Sat 11 Jan 2025 02:02PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 2 Wed 15 Jan 2025 07:00AM UTC
Comment Actions
Entropy_Atropa on Chapter 2 Sat 11 Jan 2025 03:59PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 2 Wed 15 Jan 2025 07:11AM UTC
Comment Actions
Silverphoenix0311 on Chapter 2 Sat 11 Jan 2025 06:21PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 2 Wed 15 Jan 2025 07:06AM UTC
Comment Actions
Silverphoenix0311 on Chapter 2 Wed 15 Jan 2025 11:21PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 2 Tue 04 Feb 2025 12:46AM UTC
Comment Actions
Milo (Guest) on Chapter 2 Sun 12 Jan 2025 07:07AM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 2 Wed 15 Jan 2025 07:01AM UTC
Comment Actions
MeganDowner on Chapter 2 Mon 13 Jan 2025 08:02PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 2 Wed 15 Jan 2025 07:04AM UTC
Comment Actions
KiriMart_17 on Chapter 2 Sun 01 Jun 2025 10:09PM UTC
Comment Actions
Natsu89 on Chapter 3 Wed 15 Jan 2025 06:05AM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 3 Thu 23 Jan 2025 02:48AM UTC
Comment Actions
S (Guest) on Chapter 3 Wed 15 Jan 2025 07:07AM UTC
Comment Actions
Pipsqueakerrrr on Chapter 3 Wed 15 Jan 2025 01:38PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 3 Thu 23 Jan 2025 02:51AM UTC
Comment Actions
MeganDowner on Chapter 3 Wed 15 Jan 2025 02:59PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 3 Thu 23 Jan 2025 02:55AM UTC
Comment Actions
Amane_302 on Chapter 3 Thu 16 Jan 2025 01:33AM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 3 Thu 23 Jan 2025 02:56AM UTC
Comment Actions
Ariel-chan (Guest) on Chapter 3 Mon 03 Feb 2025 06:30AM UTC
Comment Actions
KiriMart_17 on Chapter 3 Sun 01 Jun 2025 10:51PM UTC
Comment Actions
Natsu89 on Chapter 4 Wed 22 Jan 2025 11:38AM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 4 Tue 04 Feb 2025 12:48AM UTC
Comment Actions
Amane_302 on Chapter 4 Wed 22 Jan 2025 01:00PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 4 Tue 04 Feb 2025 12:50AM UTC
Comment Actions
MeganDowner on Chapter 4 Wed 22 Jan 2025 02:00PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 4 Tue 04 Feb 2025 01:00AM UTC
Comment Actions
SpinedotLazuli (Guest) on Chapter 4 Thu 23 Jan 2025 01:06AM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 4 Tue 04 Feb 2025 01:05AM UTC
Comment Actions
Silverphoenix0311 on Chapter 4 Fri 24 Jan 2025 08:07PM UTC
Comment Actions
Kinitapiei on Chapter 4 Tue 04 Feb 2025 01:30AM UTC
Comment Actions
Pages Navigation