Chapter Text
Cᴀɪᴍ
﹟.Pᴏʀᴛᴜɢᴜᴇsᴇ ﹙ɴ.﹚
ʟɪᴛ. "sᴀɴᴄᴛᴜᴀʀʏ"; ᴀɴ ɪɴᴠɪsɪʙʟᴇ ᴄɪʀᴄʟᴇ ᴏғ ᴘʀᴏᴛᴇᴄᴛɪᴏɴ﹐ ᴅʀᴀᴡɴ ᴀʀᴏᴜɴᴅ ʏᴏᴜʀ ʙᴏᴅʏ ᴡɪᴛʜ ᴛʜᴇ ʜᴀɴᴅ﹐ ᴛʜᴀᴛ ʀᴇᴍɪɴᴅs ʏᴏᴜ ᴛʜᴀᴛ ʏᴏᴜ ᴀʀᴇ sᴀғᴇ ᴀɴᴅ ʟᴏᴠᴇᴅ﹐ ᴇᴠᴇɴ ɪɴ ᴛʜᴇ ᴅᴀʀᴋᴇsᴛ ᴛɪᴍᴇs.
₀₁
"ϙᴜɪᴇɴᴇs ɴᴏs ᴀᴍᴀɴ ᴊᴀᴍᴀ́s ɴᴏs ᴅᴇᴊᴀɴ."
En el aniversario de la muerte de su hermano mayor, Hiro había —¡por fin!— cambiado de planes, y aunque no estaba muy seguro de dónde había surgido la idea, le alegraba haber tomado esa decisión y, así fue como el panorama de todos los años había sufrido una gran alteración. Aunque por supuesto que sin su hermano en mente jamás se le hubiera ocurrido algo semejante a lo que finalmente ideó.
Un día, luego de haber estado pensando en su hermano como siempre lo hacía cada año cuando el aniversario de su fallecimiento se acercaba, se preguntó algo que desencadenó un montón de otras interrogantes ¿Qué le gustaría estar haciendo a Tadashi en un día como hoy si estuviera vivo?
Se lo había preguntado muchas veces antes que llegara el día sin obtener una respuesta clara, así que, como buen científico que era, comenzó a investigar y probar suerte con alguna teoría, aunque sus conclusiones no pudieran ser puestas a prueba ni eran comprobables.
"Tadashi está aquí" le había dicho Baymax cientos de veces. Tantas habían sido, que hasta había llegado a leerlo, y sabía exactamente cuándo lo diría su amigo robot, sin embargo, él no lo creía. No tenía lógica para el gran héroe de San Fransokyo. Pero por si Baymax tenía razón y Tadashi efectivamente los acompañaba en espíritu, energía, alma, o como le llamaran, al menos gustaría de estarle mostrando algo que a él le entretuviera.
Honey Lemon le había dicho "Tadashi era muy amable, muy cariñoso y gentil con todos" con una sonrisa en los labios y las mejillas rojas. Él le sonrió en respuesta, pensando en cómo ni la muerte puede matar el amor.
Fred pensó que Tadashi era "divertido". ¿Su hermano? No podía imaginarlo haciendo bromas con su amigo millonario, pero estaba bien. No era quien para contradecirlo, si él había vivido cosas con su hermano que él jamás pudo presenciar. Y si es que Tadashi alguna vez fue gracioso, concluyó que no era culpa suya que Hiro tuviera un humor más bien ácido, al contrario que ellos, que eran más nerds que todos los asistentes de una Comic-Con unidos en un solo cuerpo.
Wasabi hasta lloró cuando le comentó lo buen amigo que era, que siempre lo apoyaba y le echaba porras para que siguiera adelante. Hiro no lo dudó en ningún momento. Esas eran, sin duda, las mejores palabras para describir a Tadashi: "un apoyo para todos". También se dio cuenta que como él, había quienes aún no podían hablar del Hamada mayor sin quebrarse.
Gogo le mostró una faceta de ella que jamás en la vida había imaginado que tuviera, y Hiro asintió cuando dijo que a veces Tadashi era muy estricto consigo mismo. Y le encontró razón cuando dijo que a veces le molestaba que se responsabilizara por cosas que no tenía por qué. Si ella se equivocaba en algo, él venía y le decía que por qué no le había pedido ayuda, y que podría haberle ayudado y no se hubiera equivocado.
—No era su responsabilidad, pero aun así se sentía culpable...
Su hermano siempre quería ayudar.
Tía Cass confirmó más eso cuando recordó que Tadashi le ayudaba en la cafetería luego del instituto.
—Tadashi está aquí —repitió una vez más Baymax mientras Hiro sostenía una foto de su hermano.
—Si, amigo. Lo está.
El robot era la mejor prueba de que eso era cierto. Baymax era de la más grande ayuda. No sólo para él, sino que para toda la ciudad. Y aunque no era la forma en la que Tadashi lo hubiera utilizado y Hiro había hecho de las suyas para darle al robot funciones que, para lo que había sido programado en primer lugar, no eran necesarias para nada, esa era la forma de solemnizar el paso de su hermano por esa Tierra que no merecía personas tan buenas como él.
Así fue entonces como Hiro había pasado gran parte de su último día antes del aniversario número ocho, confeccionando varias baterías adicionales para Baymax además de una maleta especial para llevar la estación de carga. Era hora de hacer algo diferente a lo que había hecho todos los años cuando se cumplía más tiempo de la muerte de su hermano.
Esa mañana, que en temporadas pasadas había sido tan dolorosa, Hiro se levantó con los ánimos más elevados que nunca. Activó a Baymax con un "auch" tan falso que ni siquiera pensó que el robot acabaría inflándose, y guardó su bata de laboratorio ¡Incluso la había lavado! La ocasión lo ameritaba, debía estar más presentable que incluso el día en el que se graduó.
—Si Tadashi nos está acompañando, entonces haremos algo que sea divertido para él en lugar de estar llorando todo el día por su ausencia.
—Noto un alza en tu estado de ánimo, Hiro. Puedo desactivarme si dices que estás sa...
—No, amigo. Hoy no puedes desactivarte tan pronto. Celebraremos a Tadashi —le comentó mientras se ponía su chaqueta de cuero—, ¿no te gusta la idea?
—¿Iremos a ponerle flores? Si es así —levantó un dedo mientras sacaba de un compartimiento una pequeña cajita con medicamentos—, no olvides tu antihistamínico. Las flores pueden provocar seria urticaria y...
—No, Baymax. No iremos a ponerle flores aún —comentó riendo por lo bajo, acomodando su reloj en la muñeca—. Iremos al hospital a ayudar a las personas que están enfermas y al equipo médico.
—¿Ocurrió algo malo en el hospital? —preguntó el robot, inclinando un poco la cabeza.
—No, Baymax.
Hiro estaba empezando a perder la paciencia con Baymax como cada vez que empezaba a cuestionarlo tanto. Pero ya... la culpa era de él por no ir al grano pronto y estarse haciendo el drama con esas largas pausas mientras ponía todo en orden para que ambos se fueran de casa. Se arrepintió de haber advertido a Baymax del paseo que harían, pero si no se lo informaba, en cuanto llegaran a su destino, Baymax comenzaría a preguntar cosas, entorpeciendo los planes.
—Escúchame —le dijo, sentándose en una silla junto a la puerta para ponerse sus zapatos—. Haremos algo que a Tadashi le gustaría hacer.
—No comprendo —decía de nuevo el robot. Hiro se rascó la ceja y suspiró.
—Tú siempre dices que Tadashi está aquí. Entonces, como él está aquí, quiero que se divierta, y que pueda ver que ayudamos igual como él quería que lo hicieras.
—Sigo sin entender.
Hiro terminó de ponerse el otro zapato y tomó su mochila con todas las cosas que debía llevar en ella para luego ponerse la billetera, el celular y el llavero en los bolsillos de su pantalón.
—Sí —dijo—, quizás no entiendas, pero, confía en mí, ¿está bien?
—¿Ir al hospital me convertirá en un mejor asistente médico?
—¡Claro que sí! Podrás aprender sobre otras enfermedades, atender a otros pacientes, podrás saber cómo son algunos procedimientos médicos, tratamientos, asistencia... Vas a aprender mucho, y así veremos si podemos seguir ayudándolos, como Tadashi hubiera querido.
Hiro estaba muy emocionado y feliz. En todos esos ocho años que llevaban juntos y en los que habían pasado el aniversario de la muerte del Hamada mayor, Hiro nunca se había visto tan contento por iniciar un nuevo proyecto. Baymax notaba que sus neurotransmisores estaban por el cielo y eso era una buena señal para él para finalmente confiar en lo que el genio tenía en mente. Si lo hacía un mejor asistente médico, entonces valía toda la pena del mundo intentar.
—Está bien, Hiro.
El joven Hamada le sonrió ampliamente y se terminó de acomodar la mochila en la espalda y le indicó a Baymax que se debía meter a la nueva zona de carga que podía cargar como una maleta y era más ligera que la que Tadashi había confeccionado. Se subió al auto y partió hacia el hospital.
Mentiría si dijera que no se arrepintió de camino al hospital, pero siguió de todas formas, lleno de inseguridades y marcado por su timidez. Se sentía como el día en el que presentó el proyecto de los microbots.
En la recepción del hospital, una chica los recibió y aunque era un poco petulante y recelosa con quienes iban a voluntariar y miraba a Hiro como su tuviera una bola de estambre en la cabeza —la cual sí tenía—, se fascinó con el escáner fugaz de Baymax que le dijo todo referente a su salud corporal. Incluso sobre alergias que ni sabía que tenía.
—¿Cómo funciona?
—Su sistema está diseñado para permitirte saber todo sobre la salud de un paciente sin necesidad de un examen invasivo. Está programado para usarse en ocasiones de urgencia y desgracias. Con él, la atención en un accidente se hace más fácil.
—Vaya... Es impresionante. Okay, los pondré en el programa. ¿Ya llenaste el formulario?
—Efectivamente. El mío y el de Baymax.
—Excelente. Es impresionante. Llamaré al médico de turno... —iba diciendo la joven, pero se detuvo en seco al escuchar el estruendo de una puerta que se abría al tiempo en que entraban paramédicos y un paciente en una camilla.
Todos en la sala se voltearon a ver de qué se trataba.
—¡Emergencia, emergencia! Quítense del pasillo, ¡Necesito un desfibrilador en este instante! El paciente está sufriendo un paro cardíaco.
Hiro vio todo en cámara lenta. Empezó a sudar frío y la respiración se le detuvo por unos instantes. No podía ni pensar, la situación fue una sorpresa para él y ni se imaginó que así se sentiría apenas entrar. Por supuesto que pasaría todo el día así, al fin y al cabo, era un hospital público en pleno centro de San Fransokyo. Mejor despabilaba y empezaba a moverse.
Aunque Baymax ya había reaccionado un segundo antes que él y se dirigía hacia la camilla con sus dos manos en alto. Adivinen lo que iba diciendo...
—Mis manos están equipadas con desfibriladores, ¡Despejen!
—¡Baymax, espera!
Hiro no pudo llegar a él, porque, sí, ya, que Baymax no es rápido al caminar, ni una bala, ni Speedy Gonzáles, ni Usain Bolt, ni Flash, pero esta historia está llena de drama, así que Baymax se hizo paso como quien está de fiesta en una discoteca intentando encontrar el baño entre los médicos. Nadie notó cuando se metió justo al medio entre el paciente y el carrito con el desfibrilador, obviamente.
—¿Baymax? —un chico de rasgos asiáticos y pelo oscuro se le quedó viendo pasmado por sólo un segundo cuando vio que el robot malvavisco se acercaba. Utilizó todo su cuerpo al reaccionar para quitar a todos del rededor del paciente y gritó:— ¡Despejen!
Baymax posicionó sus manos sobre el torso descubierto del paciente y aplicó la fuerte descarga que le devolvería los latidos a su corazón.
Pero falló.
Ningún funcionario movió ni un músculo, salvo por las miradas que se fueron hasta el monitor de signos vitales del sujeto.
El mismo chico se quedó mirando al robot le gritó que lo volviera a hacer de inmediato. Baymax acató la orden y con ese intento lograron revivir al enfermo. Los doctores estaban muy impresionados como para pensar en algo más que ese robot malvavisco y el niño asiático que lo acompañaba. Ni siquiera intentaron quitarlo del camino cuando el jefe de la unidad les dijo que se quitaran de su camino. Lo único que les hizo volver en sí, fue la voz robótica de Baymax que les indicó qué medicamentos administrarle al paciente y las pruebas que debían realizarle en la Unidad de Cuidados Intensivos.
Se lo llevaron en la camilla algunos de los doctores y enfermeras que se encontraban asistiendo al hombre y los que se quedaron en el camino se acercaron a Baymax para tocar su cubierta de vinilo que lo hacía tan suave.
—¿Qué rayos es este "Baymax"? —preguntó uno de los doctores que picaban el cuerpo inflado del robot.
—Soy un asistente médico personal.
—Hiro, ¿Qué rayos haces aquí? ¿Por qué trajiste a Baymax? —preguntó el chico asiático de cabello oscuro acercándose al Hamada.
A juzgar por su vestimenta y el poder que tenía sobre un equipo médico lleno de personas mayores y seguramente con más experiencia que él, Hiro se hizo a la idea de que él tenía un puesto muy alto dentro del sistema jerárquico del hospital. Nunca pensó que de todos los hospitales de la ciudad, justo cayera de voluntario en un el único que seguramente estuviera él. Hace años que no lo veía y su encuentro ya comenzaba con él gritándole y cuestionando sus decisiones.
—¿Así tratas a todos los voluntarios que vienen aquí a ayudar a tu equipo, Kyle?
—¿Voluntario? ¿Tú?
Hiro lo tenía claro desde que salió de su casa: aquél sería un día laaaaaaargo, más con Kyle como su jefe. Y le terminó de quedar claro en cuanto lo asignaron a él y Baymax con el equipo de la sala de emergencias. Esa a la que solía llevar tantas víctimas en las noches de patroleo en esa gran ciudad. Ahora vería frente a sus ojos la difícil tarea que seguía después de un rescate y seguramente le haría cambiar un montón de parecer con respecto al trabajo que esas personas hacían.
Luego de unos largos dos minutos de puro escuchar las quejas de Kyle y ser testigo de lo mandón que llegaba a ser en su área que era la Sala de Emergencias E.R. (Emergency Room), le ordenó que buscara su delantal y guardara sus cosas en un casillero. Su jornada empezaría en ese mismo instante.
Si creían que la ciudad es una selva de concreto entonces entenderán cuando les digo que un hospital es un infierno vestido de ángel.
Con dos horas dentro Hiro ya se quería morir; se sentían como veinte horas. No había pasado ni la mitad de su jornada y ya estaba exhausto, pero no sabía realmente si lo que le tenía tan cansado era atender a tantas personas con las emergencias más imposibles de atender hasta las más absurdas o si eran los constantes gritos y retos de Kyle lo que ya le tenía sin ganas de seguir ahí.
Era tan estricto con todos y no dejaba de moverse nunca, de camilla en camilla, indicándole a todos qué hacer, y que "corta aquí", "dame eso", o "necesito una jeringa", "haz presión", "ven aquí", y "llama a la familia". A Hiro ya le explotaba la cabeza.
—Hamada —le llamó de pronto con la voz más suave que le había escuchado en todo el día y desde que le conoció—. Puedes tomarte un respiro. Hemos tenido menos pacientes en la sala y mejor flujo desde que llegaste. Tú y Baymax han sido de gran ayuda.
—Gracias. De hecho, esto nos viene bien —respondió el menor—, de seguro se le ha agotado la batería. Comenzará a actuar como borracho si no lo cargo.
—Cuando termine, iré a la cafetería, te llamo cuando esté de vuelta o si te necesito, ¿vale?
—Entendido.
Los dos se separaron y Hiro se dedicó a buscar por toda la sala de emergencia a Baymax. Efectivamente estaba agotando lo último que le quedaba de batería, sentado a un lado de una paciente. Le sostenía la mano e insistía en que todo saldría bien mientras le acariciaba el cabello, hipando como si se hubiera tomado un chimbombo al seco.
Hiro se abrió paso entre toda la gente hasta llegar a Baymax y lo jaló hacia sí despacio para que no tirara de la mano de la chica diciendo:—Disculpen a mi robot, ya necesita que lo cargue. Luego volverá a acompañarla, señorita.
—Soy Baymax, asis...tente meeeedi-jeje médico purrrrrsonal.
—Sí, amigo, ya lo sé.
━━━━❰・❉・❱━━━━
Mientras caminaba por los pasillos y se aseguraba de que Baymax le seguía, trastabillaba y refunfuñaba por todo lo que Baymax hacía que le ponía en vergüenza. Llevaba unos minutos buscando alguna habitación vacía en el sector pediátrico después de haber pasado por absolutamente todas las demás áreas: maternidad, oncología, laboratorio, radiología, etcétera. Ninguna desocupada. Ya empezaba a sentir impotencia; la desgracia lo perseguía justo atracito de su gordo amigo robótico.
También le frustró el mismo hecho de que todas estuvieran habitadas por toda la gente que sufría dentro de ellas. Siendo la salud de cada habitante de la tierra, tan importante, todavía existía gente que sufría por culpa de alguna enfermedad. Aún no había cura para toda esa oscuridad. Y no había nada que él pudiera hacer para detener todo ese sufrimiento, no tenía el conocimiento necesario para hacerlo.
Mordió su labio inferior y siguió caminando, aguantándose un poco las ganas de gritar.
Fue entonces que escuchó una voz que venía desde la siguiente habitación.
But if you loved me, why you leave me...
Take my body, take my body...
All I want is, and all I need is
to find somebody...
I'll find somebody like you.
Y una guitarra.
Hiro estaba intrigado. En las horas que había estado en ese centro de salud, no había escuchado más que gritos, órdenes y la —not so much— dulce voz de Kyle. Y debía admitir que aunque fuera una canción un poco triste y una guitarra que lloraba, la voz cambiaba todo, y le sostenía de caer en depresión, y que dicha depresión cayera en depresión.
See, you brought out the best of me;
a part of me I've never seen.
You took my soul and wipe it clean.
Our love was made for movie screens.
La voz del cantante parecía coqueta en esa estrofa. Hasta sacó risas de quien fuera que recibía esa serenata a medio día. Y Hiro, bueno... Hiro estaba sonriendo igual hasta que Baymax se le cayó encima y chilló con su voz robótica. Hiro se llevó una mano a la boca y levantando su índice le shusheó. Baymax le imitó y se dejó hacer por Hiro, quien le sentó en el suelo, intentando luego acercarse un poco a la puerta para escuchar mejor.
—No me refería a ésa —decía una voz que parecía ser la de una niña. La música paró.
—Ahh-, ya sé cuál entonces —ahora habló el cantante. Su voz no se escuchaba muy diferente a cuando cantaba, sólo más baja.
Empezó a rasguear las cuerdas de su guitarra de manera exagerada y se detuvo drásticamente. Luego, silencio.
For I'm so scared of losing you
and I don't know what I can do about it
—¡Sí! —gritó la niña mientras el chico cantaba la estrofa y reía entremedio, intentando que su voz no se quebrara.
About it...
So tell me how long, love,
Cantaron a coro. Hiro sonrió.
before you go and leave me here
on my own, I know that,
I don't wanna know
who I am without you.
—Bien, Sophie. ¿Has practicado?
—¡Por supuesto! —dijo la niña muy emocionada.
—¡Wiiiiiiiiiiiiiiiiiii! —se escuchó desde el pasillo.
—¡Baymax, cállate!
Hiro le puñeteó sin considerar que ni siquiera le hacía daño y se levantó para jalarlo y salir corriendo del lugar. De pronto, una silueta masculina apareció por la puerta y la voz del mismo se dirigió a Hiro con curiosidad al verlo luchando con una bolsa gigante.
—¿Está todo bien?
—¡S-sí! —dijo Hiro mientras se giraba hacia el chico que todavía le fijaba la mirada como si fuera un escáner de Baymax—. Lamento el inconveniente... —su voz fue haciéndose cada vez menos audible mientras hablaba—, mi robot...
Ahora era su turno de escanearlo y, ¿me estás jodiendo? Ese chico que le hablaba, el mismo que acababa de salir de la habitación de una paciente del lugar, en realidad no estaba de visita. Era un doctor. Llevaba uniforme y una credencial de interno con su nombre. Su piel morena contrastaba con su delantal blanco y le hacía lucir seráfico. Su cabello estaba un poco alborotado, y sus ojos eran grandes y expresivos. Tenía un lunar al lado de la boca y de repente, a Hiro le costaba respirar. Parecía que él se estaba dando cuenta del shock emocional aunque para él sólo se veía como una vergüenza por la situación.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó a Hiro mientras se llevaba las manos a los bolsillos.
Una pregunta simple, de esas que los doctores acostumbraban preguntar para saber si sus pacientes al menos eran conscientes de quienes eran tras alguna situación traumática.
¿Por qué le estaba siendo tan difícil responder la jodida pregunta a este chino?
—Hiro... Hiro Hamada —dijo, tendiéndole la mano.
—Bien, Hiro. Soy Miguel Rivera —le respondió, sujetando su mano para luego sacudirla un poco—. ¿Quién es el que te acompaña?
—Eh... es mi... mi robot, Baymax.
El moreno se quedó un poco confundido al ver al robot. Su mirada casi se desvió cuando Hiro pensó que estaba hablando del asistente médico, y si Hiro no se hubiera apresurado a levantar la mirada hubiera notado que la situación se ponía un poco incómoda para Miguel.
Concéntrate, Rivera, se decía, golpeteándose los muslos.
—Se quedó sin batería, y estaba buscando un lugar para cargarlo sin que nos molesten.
—Ya veo... —contestó Miguel, apartando un poco la mirada para ver hacia la habitación. Seguramente estaba mirando a la niña que estaba dentro—. ¿Quieres pasar a la habitación de Sophie? Estoy seguro de que no le molestará...
—¿En serio? —se apresuró Hiro—, te lo agradecería... mu-muchísimo —dijo el asiático, luchando por levantar a Baymax.
—Pasa —le indicó Miguel—. Sophie, mira, un amigo viene con un malvavisco gigante. Parece que se está derritiendo. ¿Te molesta si lo arregla aquí?
Hiro casi se sonrojó un poco cuando le llamó "amigo" de esa forma tan gentil. Su voz mutaba cada vez que se dirigía a esa chiquilla. El voluntario guió a Baymax hasta la puerta siguiendo de cerca a Miguel.
—¿Qué gano yo con eso? —preguntó la niña, cruzándose de brazos.
Su voz de caprichosa le hizo a Hiro querer devolverse de inmediato, sin embargo, Miguel le estaba sonriendo, y ella le devolvió el gesto. Parecía que solamente estaba bromeando, así que el Hamada siguió caminando.
—¿Otra canción?
—¡Sí! —exclamó la niña, muy emocionada.
Hamada se situó en la puerta en el momento en el que Miguel se lanzó a la cama de Sophie con la guitarra en sus manos. Para ser un doctor, era bastante enérgico.
—Hola, Sophie —le saludó Hiro, moviendo su mano derecha mientras intentaba sujetar a Baymax con la izquierda—. Soy Hiro, disculpa que los moleste...
—No te preocupes.
El genio por fin pudo verla y notar que la pequeña, que en realidad no era tan pequeña como pensó, llevaba cánulas que la ayudaban a respirar mejor conectadas a un respirador mecánico. De principio pensó que la menor podía tener cáncer, llevaba un gorro de color café con leche sobre su cabeza, pero bajo él escondía una melena alargada que llegaba casi a sus caderas de un castaño claro muy luminoso. Su piel se veía manchada y sus ojos tenían círculos oscuros alrededor, aunque aquello no le quitaba la belleza de su pigmentación azul. Ojitos de piscina. No iba a preguntar si estaba enferma ni nada, pero ya tenía sus sospechas.
—Por ahí —le dijo Miguel, sacándolo de sus pensamientos mientras apuntaba hacia la pared cerca de la ventana—, hay un enchufe.
—Gracias —dijo Hiro, arrastrando a Baymax—. Por favor, que nuestra presencia no interrumpa su... espectáculo.
Ni siquiera había terminado de hablar cuando el moreno empezó a mover sus manos sobre la guitarra. El japonés llevaba la estación de carga a rastras en su brazo derecho que ya le dolía tanto que a penas y pudo llegar a la silla y dejarla junto al enchufe para que Baymax se parara en la misma.
—¿Me cantas una en español? —preguntó la niña.
—¿Cuál?
La pregunta de Miguel, por supuesto, venía con su trampa. Por la forma en la que miró a Sophie, Hiro podía decir que él esperaba que ella no supiera el nombre de ninguna canción que él hubiera cantado antes que fuera en español.
—Ay, es que... no sé cómo se llama... No sé español.
Ahí estaba.
—En español no —le contestó, dejando a Sophie un poco decepcionada—. Siempre dices que las canciones en español te ponen triste.
—Pero ahora estoy feliz...
—Cantemos una canción feliz entonces, Sophie...
—¡En español! —Wow, sí que era persistente.
—¡Bien! —gritó Miguel junto con ella, sin estar del todo contento.
Para cuando al fin la niña pudo convencer a Miguel de que le cantara algo en español, Hiro ya había instalado a Baymax en su centro de carga y esperaba que ya estuviera listo para que pudieran ir a la sala de emergencias. Tardaría unos minutos en estar listo, así que se instaló en una silla que había cerca.
Se preguntarán pa qué diablos lo está cargando en la estación de carga cuando llevó como ochenta y cuatro baterías adicionales para Baymax. Pues, simple. Así tenía una excusa para estar lejos de la sala de emergencias por unos minutos sin que nadie le molestara.
Así que ahí estaba el genio, sentado a un lado de Baymax en una silla que aunque era de hergonomía simple era la primera que tocaba con su trasero en todo el día desde que salió del auto, escuchando a las dos personas que acababa de conocer, peleándose, cantándose y haciendo música.
Hiro escuchó el sonido de la guitarra, ahora eran acordes decididos y no descuidados para ambientar. Y cuando vio a los ojos del doctor, notó que aunque no había empezado, ya se estaba arrepintiendo de acceder a las peticiones de la paciente.
Me gustan tus ojos azules,
Me encanta tu pelo que es como una nube
que ha llovido tanto que no tiene nada más que ocultar
Me encanta la fuerza que tu cuerpo tiene para conseguir lo que tuvo y que quiere;
mujer consecuente ahora y siempre hasta la final...
Hiro hubiera deseado tanto entender lo que decía esa canción, porque los ojos de Miguel se llenaron de lágrimas en el instante en que la segunda frase comenzó a salir de sus labios.
Me encanta esa manera en ti...
Me gusta tanto que puedo quedarme a hablar sobre ti pa' siempre.
Su voz se escuchaba bellísima, relajada, aunque se le quebraba un poco. Sophie le limpió la mejilla por la que le rodaba una lágrima.
Me encanta esa manera en ti,
Me gusta tanto que puedo quedarme a hablar sobre ti.
Yo sé que no hay nada tan importante como verte otra vez;
sólo sé que tu mano y tu cuerpo me aprietan muy fuerte,
que de vez en cuando nos pegamos de frente.
No hay nada más que pensar, y mirar de cerca y sentir...
La sonrisa de Miguel de alguna forma transmitía mucho miedo. Y Hiro no lograba comprender por qué. Como no entendía una palabra de lo que decía, tampoco le ayudaba a entender lo que sentía, pero había algo en su interpretación. Miguel no sólo cantaba con la voz. Parecía que su voz salía de todos lados; de todo su cuerpo.
Me encanta esa manera en ti,
me gusta tanto que puedo quedarme a hablar sobre ti pa' siempre.
Me encanta esa manera en ti,
me gusta tanto que puedo quedarme a hablar sobre ti...
La guitarra dejó de sonar al igual que la voz del chico cuando, para evitar mostrar su cara, se levantó de la cama y se puso a revisar las máquinas que monitoreaban a Sophie. Hiro se sentía un poco incómodo de estar en esa situación, pero ya no podía escapar, a Baymax aún le faltaba un poco para estar completamente cargado.
—Bien... Todo en orden, así que me iré. Tengo que seguir trabajando —dijo Miguel, dejando su guitarra bajo la cama de Sophie.
—Quédate otro rato... Al menos hasta que llegue Molly con mi comida, ¿por favor? —insistió Sophie. Miguel le regaló una cálida sonrisa y le acarició la espalda, no se iba a comprar ese tonito en el que le hablaba, ni esa cara del gato con botas de Shrek que le estaba poniendo—. Además, tu amigo aún no termina de cargar al hombre-llanta.
Los dos chicos rieron y Hiro se levantó de su asiento para verificar que Baymax ya estaba casi listo. Justo en ese momento, Miguel le miró fijamente, haciéndole un gesto con la mano indicándole que ya era suficiente y que debían irse.
Baymax se infló despacio y abrió los ojos, para la suerte de esos dos y la mala suerte de Sophie, parecía que todo en esa sala estaba en perfecta armonía y tenían una oportunidad para escapar.
—Ya estoy cargado.
—Qué bien, amigo —respondió Hiro, desenchufando la estación de carga para arrastrarla consigo mientras ambos se dirigían a la puerta de la habitación—. Siento que no podamos quedarnos un rato más, Sophie. Muchas gracias por su ayuda —dijo, inclinando un poco la cabeza (costumbre de asiático, meh)—. Vámonos, B. Kyle me está llamando.
—Oye... Hiro —le llamó Miguel, haciéndole detenerse de golpe.
—¿Qué pasa?
—Espérame, ¿sí? ¿vas con Kyle a la sala de emergencias? Yo voy para allá también.
—Vale, te espero afuera.
Con su mano se despidió de Sophie antes de salir de la habitación y caminó un poco por el pasillo. Sus manos fueron hasta sus bolsillos y aunque le molestaba el constante vibrar de su celular, las dejó ahí y ni se molestó en mirar quién era. Seguramente se trataba de Kyle, así que decidió decirle a Baymax que fuera a ayudar para no ganarse un reto y el rechazo de todo el equipo por andar holgazaneando luego de que él mismo se había ido a inscribir de voluntario hasta el hospital.
Miguel caminó fuera de la habitación de la niña con su teléfono en la mano que no dejaba de vibrar igual que el de Hiro.
—Debe ser muy malo...
—Envié a Baymax, así que no te preocupes. Cuando me fui de la sala de emergencias, era un desierto —comentó mientras él y Miguel caminaban hacia el ascensor.
—Oh, no te creo. Si esa siempre está llenísima.
—Ah, bueno... Digamos que Baymax es bueno con las emergencias.
—Ya me habían dicho que es genial —comentó Miguel, tocó el botón para llamar el ascensor y esperaron unos segundos hasta que llegó para llevarlos al primer piso, donde estaba la sala de emergencias—. ¿Tú lo hiciste?
—No —respondió Hiro mientras entraba en el ascensor, presionando el nivel 1 mientras esperaba a que Miguel entrara con el en el elevador—, bueno, hubo un percance cuando yo estaba en la Universidad hace como siete años. Quedó destruído así que tuve que rearmar su estructura. Por suerte el chip con su configuración estaba intacto, así que no lo perdí del todo. El mérito, por supuesto, no es mío. Su creador original es mi hermano mayor, Tadashi.
—¿Tienes un hermano genio?
—Sí... —Hiro agachó un poco la mirada y se mordió el labio inferior—. Tenía. Falleció hace ocho años.
—¿Fue un accidente?
—Sí. Un incendio —dijo Hiro, luego suspiró—. Por él es que hoy estoy aquí, ¿sabes? Él creó a Baymax para que ambos pudieran ayudar a personas que lo necesitaran...
Miguel suspiró y sin quitarle la mirada a la puerta, posó una de sus manos con gentileza sobre uno de los hombros de Hiro.
El japonés ni siquiera entendía por qué de pronto se estaba abriendo tanto con alguien que no conocía, pero le hacía sentir un poco mejor. Todo el día había estado muy ocupado como para recordar todo el tiempo a su hermano y llegaba este chico y se le caía el casete completo (lado A y lado B). Quizás se sentía en confianza con todas esas personas. Después de todo, ellos eran doctores. A menudo, a diario y a toda hora, millones de personas les confiaban la jodida vida. Él le estaba confiando una parte y aunque se lo cuestionaba, se sentía impresionantemente bien.
—Lamento mucho tu pérdida, Hiro. Estoy seguro de que tu hermano está mas que orgulloso de que estés haciendo esto.
—Gracias, Miguel.
Ninguno dijo nada. Con un par de segundos que pasaron, el elevador los dejó en el piso que necesitaban, y juntos caminaron por los pasillos hacia la sala de emergencia, se apresuraron cuando vieron que todo el mundo caminaba con rapidez. Parecía que había habido un accidente. Seguramente algo múltiple. La sala de emergencias debía estar llena.
—Es hora de volver al trabajo. ¿Hablamos al rato? —preguntó Miguel, sonriéndole.
—Me encant-umh, digo, sí, hablamos luego —respondió Hiro.
Estaba decidido a intentar hacerle ver que le quitaba importancia al hecho de que en verdad quería seguir hablando con Miguel, pero parecía que no le iba a funcionar. Menos cuando se empeñaba en humillarse a sí mismo, enredándose solo con sus propias palabras.
Debía volver con Kyle, así que se giró antes de que la vergüenza lo delatara un poco más. Kyle tenía esa mirada tan asesina como siempre y parecía que su próxima víctima sería Hiro, sin dudas.
—Hasta que apareces, niño. Ven, necesito que me ayudes con esto. Lava tus manos, rápido. Guantes. Pinzas.
Hiro se acercó tan rápido como pudo y empezó a ayudar. No hizo ni una cara de desagrado, ni un gesto de fastidio por el tonito en el que le había hablado ese chico tan engreído y poco amable. Ni siquiera le dio asco estar asistiendo a Kyle, aun cuando la mujer a la que atendían tenía el brazo destrozado por todos los pedazos de vidrio que le saltaron y se le incrustaron en la piel.
Rápidamente Hiro le acercó la pinza que había pedido, y con ella un recipiente de metal para que pudiera dejar los restos de vidrio dentro de ésta, aguantándose las ganas que ahora le venían de vomitar todo su desayuno.
Al rato se acostumbró a la situación, y su mente empezó a divagar. Se intentó mantener concentrado en el momento: preguntó qué había pasado y si la aglomeración dentro de la sala de urgencias se debía a un mismo accidente. Preguntó por Baymax y su paradero, al parecer él estaba en la entrada de ambulancias, dando rápidos escáneres a las personas que entraban en camilla por esa puerta, ayudando a los doctores y enfermeros a detectar cada lesión que tuviera cada paciente, y así poder localizarlos con rapidez y poder tratarlos. También sugería procedimientos médicos para que todo fuera eficaz.
Sin duda era de mucha ayuda en ese lugar y para Hiro también; ya tenía en mente los siguientes veinte proyectos que iniciaría esa semana que recién comenzaba. Por supuesto que necesitaría dinero para financiar tanto los materiales como la tecnología. Necesitaría ayuda de sus amigos, pero pensaba contratarlos, no solo pedirles que le asistieran. Ellos necesitaban trabajar también.
Su única opción era conseguir el dinero en las peleas de robot clandestinas. Sabía que había hecho la promesa de no volver a esos lugares, sin embargo, consideraba que la ocasión lo ameritaba, y la causa era noble.
Luego se pateaba mentalmente cada vez que veía a Miguel moverse por la sala de emergencias. ¿cómo se le ocurría hablar de cosas tan personales con alguien que apenas conocía? Con suerte iba a causar lástima y haría que Miguel volviera a hablarle, pero eso tampoco era lo que hubiera deseado desde el comienzo. Si daba resultado, quizás no se sentiría tan mal. Esos pensamientos lo persiguieron por el resto de esa hora, en la que ayudaron a la mujer y dejaron su brazo limpio y vendado.
La jornada marchó tranquila y en los minutos que se convertían en horas la sala de emergencias volvió a la calma. Sólo había unos pocos pacientes que aún no terminaban de ser atendidos. Todos los demás estaban en la UCI o haciéndose exámenes, preparándose para una cirugía o cumpliendo con su hospitalización. También había algunos pacientes levantándose de sus camillas para salir de ese hospital.
—Hiro, Baymax otra vez está actuando raro —comentó Molly, la chica que se encargaba de las colaciones.
El Hamada sostenía a un algodón con desinfectante sobre la herida en la pierna de un joven.
—¡Ah! ¡Joder! ¡Cómo duele esta mierda! —gritaba el adolescente.
—Si no te movieras tanto, podría terminar más pronto esto para que te deje de doler, niño —dijo Kyle, moviendo con firmeza la pinza mientras la mantenía cerca del agujero que tenía en la pierna el chico. Con suerte le sacó un gruñido al muchacho ese.
—Baymax está descargado. Iré en cuanto terminemos aquí, Molly, gracias —respondió Hiro mientras echaba un ojo a toda la sala de emergencias y analizaba el actuar de su robot.
—Hiro, ve a cargar a Baymax. Yo puedo encargarme de esto —interrumpió Kyle mientras introducía la pinza en la herida del chico y este gritaba de dolor.
—¡Ah! ¡¿Qué estás haciéndome en la pierna?!
—Ve, Hiro, yo termino con este niñato. Mientras antes regresen ambos, mejor para todos. Han sido de mucha ayuda —le dijo, sonriendo con amabilidad.
A Hiro se le erizó la piel. Kyle se veía un poco tétrico.
—Está bien —contestó Hiro. Se limpió las manos con abundante agua y se dispuso a salir con Baymax de la sala de emergencias.
—Y tú ya no discutas más conmigo, eh. Yo no te mandé a dispararte en la pierna para saber qué se siente, mocoso —escuchó a Kyle mientras caminaba hacia los casilleros a buscar su mochila. Kyle era como un dragón cuando se enojaba, y con sus palabras como que escupía fuego. Si pudiera estar tan lejos de él como fuera posible, lo haría.
Estuvo a punto de tomar de nuevo el cargador portátil para Baymax, pero no creyó poder correr con la misma suerte de antes: un doctor guapo y una chiquilla tierna que le prestasen ayuda. Nope. No iba a pasar. Así que llevó a Baymax a rastras hasta la cafetería y de ahí hasta la terraza en la que había algunas visitas y doctores pasándose el rato.
Había llevado dos baterías, por si una de ellas no funcionaba, pero para su mala suerte, ninguna de las dos estaba funcionando. Baymax seguía sin batería, y como Hiro tenía tan poquita paciencia cuando sus inventos no servían, en unos segundos empezó a quejarse de que cómo no iba a funcionar esta mierda si él hasta las había probado la noche anterior, y que si era un estúpido, cómo no iba a poder hacer una batería tan simple para un robot, y que vaya, que ahora sí iba a tener que buscar el centro de carga, ¿por qué no lo trajo consigo por si acaso? ¿Con quién iba a dejar a Baymax ahora?
—Las revisé antes de dormir anoche, por la mierda... —murmuró entre dientes.
Soltó un suspiro mientras tiraba la cabeza para atrás, con los ojos cerrados para calmarse. Sentía que su alma estaba rota, quizás hasta lloraba un poco por la decepción.
—Hola, Hiro.
La voz de... ¿Miguel?
Hiro inclinó un poco la cabeza hacia el lado para ver que efectivamente se acercaba hacia él. Venía con dos vasos en sus manos. Le ofreció uno al japonés, pero como que no reaccionó de inmediato.
—¿Café?
—M-Miguel —soltó en un murmullo. Le recibió el café y agradeció, sintiendo sus mejillas un poco calurosas.
Miguel acercó una silla y se sentó en la mesa en la que estaba Hiro, bebiendo un poco de su café.
—¿Qué le pasó a Baymax ahora?
—Se descargó de nuevo —respondió Hiro, mirando las baterías que tenía en la mano. No tenía cómo abrirlas para revisar su interior y saber qué pasaba realmente con ellas—. Ha estado activo y usando sus funciones por mucho tiempo sin parar.
—Ya veo —contestó Miguel—, ¿y por qué no lo cargas como antes?
—Tengo estas baterías adicionales. Antes sólo lo puse en su centro de carga directo a la corriente eléctrica para holgazanear un rato —confesó el Hamada mientras miraba las baterías y bebía un poco de café.
—Yo soy... max Baymamamax, asis...tente medi-médico purrrrrsonal.
—No entiendo por qué no están funcionando... Anoche sí servían...
Hiro ni siquiera guardaba un mísero destornillador en el bolsillo de su bata, y Baymax no podía ayudarlo con nada si estaba sin carga, apenas y podía hablar, no podría sacar nada de sus compartimentos. ¿Cómo se le pudo pasar revisarlas otra vez ante de salir? Empezaba a entrar en pánico, pero en realidad, Miguel tenía razón: Podía simplemente ir a cargar a Baymax para ahorrarse el tiempo que tardaría en descubrir dónde estaba el problema. El asunto era que Hiro, terco como una mula, no iba a pasar por eso. No podía aunque quisiera. Su cerebro no permitiría que dejara las cosas como estaban. Impaciente, comenzó a romper con la uña, el poco de cartón que cubría el vaso para evitar que sus manos se quemaran con la temperatura de la bebida, estaba ansioso, seguramente tendría una crisis de pánico. Intentaba pensar en una solución que no lograba llegar mientras sostenía la bendita batería con una de sus manos. Ya comenzaba a quitarle la primera capa que parece papel del cartoncito de la bebida, cuando Miguel se acercó a Baymax, quien tenía en la espalda una ranura por la que suponía, entraba la batería perfectamente.
Miguel siempre había sido alguien muy curioso. Y solía meter las manos donde no debía y las narices donde no le llamaban. Tomó con sigilo la batería que no sostenía Hiro y mientras alternaba la mirada entre la batería, el asiático y el robot, se encontró aguantándose la risa.
—Oye, Hiro —intentó llamar su atención, disimulando que por dentro se estaba partiendo de la risa—. ¿Cómo la instalas?
—¿Mh? —Hiro le miró y puso rápido la batería en su lugar, aunque no obtuvo resultados.
Miguel le dio una última mirada y bebió un sorbo de su café. Suspiró para calmarse y dejó el vaso sobre la mesa.
—¿Ya probaste ponerlas al revés?
—¿Al revés? —preguntó Hiro en un susurro.
¿Por qué la iba a poner al revés? ¿Acaso le estaba viendo la cara de estúpido? Si Hiro incluso había marcado la dirección en la que debían ir en la espalda de Baymax y en las etiquetas que le había puesto a cada una de las baterías para no equivocarse. No tenía sentido ponerlas en la dirección contraria.
Para Miguel se veía como una pila cualquiera, de esas que les pones a un control para la televisión, a un auto a control remoto o una linterna, así que tenía sentido lo que decía. Cualquiera se podía equivocar en poner una pila por no ver bien el etiquetado, así que, con toda su calma, se puso de pie y quitó la batería de la ranura de Baymax, la giró y volvió a instalarla.
Y Baymax se cargó de inmediato; abrió los ojos.
¡Bingo!
Y ahí le iba. Le cayó toda la vergüenza encima al pobre japo-americano. Encima, Miguel estaba sonriéndole. ¿Se estaba burlando?
—Apuesto mi guitarra a que anoche te quedaste hasta tarde haciendo estas baterías y confundiste el etiquetado.
Ahí estaba de nuevo, el bendito doctor hijo de su santa madre, sonriéndole, aguantándose la risa.
Bravo. El genio de San Fransokyo, humillado por un doctor que seguramente tenía conocimiento en robótica, lo mismo que Hiro tenía en etimología médica.
Tuvo que ocultarse para no dejar ver lo avergonzado que se sentía ante la situación. Otra vez dando una mala impresión a un público que comenzaba a importarle más que cualquier otro. ¡Qué rabia! Cerró la ranura de Baymax y le dejó irse a la sala de emergencias mientras él se terminaba su café.
Miguel volvió a sentarse a su lado, como si quisiera que realmente Hiro deseara que se lo tragara la tierra.
¿Quién se creía que era? ¿Por qué de las dos veces que había llegado, siempre era para ayudarlo cuando su estadía en el hospital se ponía difícil? ¿Y eso de hablarle como si se conocieran de toda la vida?
Que sí, que se había quedado toda la noche haciendo las baterías. Y sí, quizás se equivocó en el etiquetado. ¿Cómo es que él lo sabía?
¿Cómo es que Hiro no lo supuso?
Es la desventaja de ser un genio, ¿verdad? Nunca se subestima.
Qué frustrante.
—Gracias, Miguel... Por todo —murmuró, intentando sonar casual. Soltó un suspiro.
Quería parecer que en verdad se alegraba por recibir su ayuda. Como si no lo hubieran dejado como un tonto y se le hubiera caído su orgullo hasta el subsuelo.
Por fin se permitió mirar al chico y en cuanto lo hizo, pudo ver su lunar de más cerca. Le quedaba bonito. También notó que cuando sonreía, se le formaba una margarita que le hacía querer picarle con el dedo.
—Para eso estoy —fue su única respuesta.
—Y hablando de eso... —inició Hiro la conversación, intentando llevar el tema a otro lado para olvidar pronto su humillación y romper el hielo en vista de que Miguel no hacía esfuerzos por seguir la conversación—, ¿qué haces aquí exactamente?
—Ah, pues... Mi práctica.
—¿Práctica? Creí que ya eras doctor.
—Ojalá —respondió Miguel, mirando su reloj—. Aún me faltan unos pares de años.
—¿De verdad? —Hiro rió un poco y Miguel asintió.
Había una única razón por la cual Miguel no quería comenzar una conversación muy extensa con Hiro. El tiempo. Algo tan valioso para todo médico. Mientras él se reía con un chico, la pasaba bien, había vidas que necesitaban ser salvadas. Se sentía muy presionado en ese momento.
Pero Hiro insistía al recordar su voz cuando el aprendiz de médico cantaba.
—¿Y qué me dices de la guitarra? ¿Eres músico y practicas para ser doctor?
—Bueno... No sé si llamarme a mí mismo músico. Digo, me gusta mucho la música y se tocar la guitarra, al igual que otros instrumentos, pero cuando era niño, tuve mi momento de fama y... No fue realmente como pensé que sería, así que ese sueño de convertirme en músico quedó en el olvido. Todavía practico, pero no quise dedicarme al cien por cien a eso. Me enfoqué en lo siguiente que me interesaba. Dejé mi casa...
—Ah, cierto... Tu nombre no es muy común para ser de San Fransokyo. ¿De dónde vienes?
—México. Un pueblo pequeño llamado Santa Cecilia.
—¿Y por qué te fuiste?
—Umh... Es una larga historia —rió Miguel—, y no tenemos mucho tiempo, así que te lo contaré en otra ocasión.
Miguel recogió su vaso de café que ya estaba vacío y se incorporó en su silla para levantarse de la misma. Caminó hasta el bote de basura más cercano y Hiro lo siguió de cerca con una sonrisa que, vamos, que era más grande que la del gato Cheshire.
—¿Entonces habrá otra ocasión?
No sabía ni de dónde había sacado esa audacia para salirle de coqueto en último momento, pero se avergonzó al segundo de haberlo dicho. Para parecer casual, comenzó a caminar por donde Baymax se había metido y rezó porque Miguel no siguiera el mismo camino, así no tendría que verle la cara toda roja que se le estaba poniendo.
Y Miguel asintió, metiendo sus manos en los bolsillos de su delantal blanco.
—Si tú quieres, claro. Pero no creo que se pueda hoy. Hay mucho que hacer.
—Lo entiendo —dijo Hiro un poco decepcionado.
Miguel se volvió a acercar y le tendió la mano.
—Si no tenemos la oportunidad de vernos otra vez el día de hoy, entonces, fue un gusto conocerte, Hiro Hamada.
Hiro miró la mano del mexicano y notó que había algo entre la misma. Algo blanco que Miguel sostenía con el pulgar.
—Lo mismo digo, Miguel Rivera —le respondió.
Hiro acercó su mano con lentitud y trató de atrapar lo que fuera que tenía el mexicano en su mano, pero Miguel giró su mano, dejando la propia encima de la del japonés, así no corrían riesgo de que se le fuera a caer por ningún motivo. Una vez que le soltó la mano, hizo que la cerrara y así pudiera guardar el trocito de papel dentro de su puño. Al mirarle otra vez, le sonrió y agitó su mano mientras se alejaba y le daba la espalda. Hiro hizo el mismo gesto con su mano desocupada y caminó hasta la sala de emergencias.
Ni bien se perdió en el pasillo siguiente, sacó el papel junto con su celular. Anotó el número de teléfono y el nombre del mexicano. A ver cuándo sentía de nuevo el impulso de idiotez y terminaba llamándolo. Lo veía difícil, pero sin duda lo haría en algún momento.
