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Te amo como un negligente

Summary:

Felix es un paciente roto en un hospital psiquiátrico. Hyunjin, un reconocido psiquiatra, llega a escribir un libro sobre cómo viven los pacientes en este hospital. Ambos se hunden en una adicción negligente que los arrastra a la ruina.

Notes:

No soy psicóloga, ni doctora, mucho menos psiquiatra, pero me comprometo a investigar lo suficiente para no faltarle el respeto a nadie. No busco perjudicar a nadie, escribo esto por puro entretenimiento.

Temas sensibles: adicciones, problemas familiares, violencia, mención a abusos, trastornos mentales, entre otros.

Contendrá nsfw.

Mención a otros idols.

Diferentes puntos de vista, narrados en tercera persona.

Cambio de edad y apariencias físicas de los idols.

 

Lee Felix:
• Diecinueve años
• Cabello naturalmente naranja, ojos color miel
Hwang Hyunjin:
• Treinta y cinco años
• Pelo negro como sus ojos

Chapter Text

Prólogo

El sonido del reloj hacía juego con el sonido del zapato del Doctor Hwang que golpeaba el suelo al caminar por la entrada del Centro de Rehabilitación y Salud Mental Saint Verana, el día anterior había recibido la autorización para realizar su libro, llevaba tiempo queriendo escribir sobre la vida de los pacientes en un hospital psiquiátrico y él sabía que con sólo algunas llamadas y pagos de por medio podría lograrlo, después de todo no era un novato, no sería su debut como escritor y él trabajó en ese lugar por un tiempo en sus inicios como psiquiatra.

Al llegar a la recepción se percató de que la misma mujer mayor de siempre estaba detrás del escritorio, misma mujer que al ver llegar al doctor sonrió mostrando sus dientes disparejos debido a la edad que llevaba encima, revoleteó sus pestañas con felicidad.

— Doctor Hwang, que inesperada sorpresa que esté por aquí ¿en qué puedo ayudarle? — la mujer de tercera edad observó al hombre de aspecto frío frente a ella. Nunca lo diría por que sería criticada pero siempre le pareció atractivo la indiferencia de ese hombre.

— Estoy aquí porque estaré trabajando en un libro sobre los pacientes de este lugar — Contestó mirándola a los ojos antes de responder el formulario de visitante que contenía pocas casillas, escribió su nombre completo y al momento de escribir la hora de entrada tuvo que agitar su muñeca para que la bata resbalara y permitirse ver la hora en su reloj analógico.

— Será un placer tenerlo de regreso, algunas cosas han cambiando a lo largo de los años que ha estado fuera — El doctor le sonrió por cortesía, pero la sonrisa nunca llegó a sus ojos. Dejó la pluma en su lugar para caminar por los pasillos ya conocidos, apretó el botón del elevador y se abrió de enseguida.

Cuando llegó al piso más alto, el piso catorce, se apresuró hasta la puerta de la esquina derecha, golpeándola tres veces con sus nudillos antes de escuchar que le concedieron el permiso para pasar. Ahí estaba, el director del hospital, un hombre de mediana edad con bastantes cirugías estéticas y una sonrisa escalofriante, dientes amarillentos por las manchas de café.

— ¡Doctor Hwang, que honor tenerlo de regreso! — Se apresuró a anunciar al verlo entrar, poniéndose de pie para llegar frente al pelinegro y extenderle su mano en un saludo formal que fue bien recibido.

— Extrañaba este lugar con olor a blanqueador y enfermeros corriendo por todos lados — Se permitió ser sarcástico, el director Conner era amigo de la familia; Hyunjin no veía necesaria tanta formalidad.

— Hemos cambiado muchas cosas desde que decidiste abandonarnos — Ambos caminaron a sus respectivos asientos, y la curiosidad de Hyunjin incrementó, se preguntaba que cosas habían cambiado en sus ausencia para que dos personas se lo hayan mencionado, simplemente se fue por tres años ¿qué tanto pudo haber pasado en ese lapso de tiempo?

— Me imagino que es así, debo ponerme al día antes de empezar a trabajar — Conner asintió llevándose su taza de café negro a los labios.

— Hablando de eso, conseguimos doce pacientes y ellos aceptaron a que entres a sus terapias como oyente, también podrás tener algunas entrevistas y tendrás el permiso de caminar a los alrededores, pero no podrás intervenir en ninguna terapia — Era algo que él ya sabía, se lo habían repetido en reiteradas ocasiones a lo largo del proceso. El mayor abrió uno de sus cajones y sacó una carpeta de papel color caqui que Hyunjin abrió sin dudarlo — Esas son las fichas médicas de los pacientes. Cinco hombres y siete mujeres, el rango de edad es de dieciséis años hasta los cincuenta y tres.

Mientras se le explicaba, Hyunjin se dedicó a darle un vistazo rápido a las fichas médicas todas incluían una fotografía de a quien correspondía del día en el que entraron, todos tenían su mirada perdida y se notaban incómodos de estar ahí. Los que llevaban más de un año o no era su primera vez ingresando ahí renovaban su identificación. Hyunjin no reconoció a ninguno de los que estaban ahí. Él no esperaba nada extraordinario, gente rota, voces apagadas, todos con una historia de fondo que siempre terminaba igual, al final recaerían. Patéticos, pensó muy en sus adentros.

Después de intercambiar algunas palabras innecesarias ambos decidieron que era tiempo de presentarlo con los pacientes. Antes el hospital estaba dividido por géneros, los primeros seis pisos, empezando por el segundo, eran dedicados a las mujeres y los restantes seis era para el género opuesto; ahora está dividido por gravedad de sus pacientes, el director había escogido a uno diferente de cada piso para que su investigación fuera lo más completa posible.

La primera que conoció fue Alicia, una chica del segundo piso con una sonrisa encantadora, a simple vista no podía ser mayor de edad pero en su expediente dejaba en claro que cumplía veintitrés años el mes siguiente. Fue una presentación corta, ambos intercambiaron nombres y le explicó cómo trabajaría con ella estas semanas. Se despidió de ella y continuó con el siguiente chico del tercer piso, su nombre era Apollo, era igual de amable que la chica anterior y Hyunjin pensó que era pura suerte.

Siguió conociendo a los pacientes, algunos eran ariscos y otros eran más abiertos, hasta que llegó al piso diez, el siguiente en la lista era Felix Lee. El doctor entró a la habitación y lo primero que vio fue una melena corta naranja que veía hacia la ventana, seguido de un carraspeo de una mujer mayor que estaba detrás de él, supuso que era su psiquiatra personal.

— Buenos días, Felix Lee. Me presento mi nombre es Hyunjin Hwang — le extendió su mano por cortesía incluso si hasta ese momento él no se había dignado a dirigirle la mirada, y Hyunjin hubiera preferido que jamás lo hiciera. Los ojos del chico eran un color miel bastante claro, su mirada era tan filosa que podría jurar que estaba cortando los nervios de su cuerpo. Su rostro lleno de pecas y lunares, y una marca se adueñaba de su mejilla derecha que mostraba miles de cicatrices pequeñas. Hyunjin no se sintió ofendido al no ser correspondido, sabía que varios pacientes podían llegar a sentir un rechazo por el contacto físico, incluso esa noche ya había sido rechazado por otra persona más, pero no pudo evitar endurecer sus espesas cejas.

Empezó a explicar cómo trabajaría con él, que sería oyente de sus terapias, le haría algunas entrevistas y lo vería caminar por el centro médico, dejándole en claro que en cualquier momento que él quisiera podían pedir que Hyunjin se retirara. Felix nunca dejó de verlo a los ojos, pero en su mirada podía notar que no estaba poniéndole atención, su mano derecha jugaba con la liga negra atada en su muñeca izquierda y podía jurar que en ese momento estaba disociando y no pudo evitar preguntarse si lo había hecho a propósito para ignorarlo. Supuso que fue demasiado obvio su mirada curioso porque la mujer habló.

— No tuve tiempo de presentarme, soy la psiquiatra Rankin. Amanda Rankin — Extendió su mano y Hyunjin la apretó con formalidad. La mujer se volvió a posicionar detrás de Felix — Él no suele hablar con nadie que no sea yo, pero seguro que irá agarrando confianza conformen los días pasen ¿cierto, Felix?

El pelinaranja no respondió con palabras, en su lugar se puso de pie y estiró la liga con dos de sus dedos, quitando el trasero para que saliera disparada, golpeando el pecho del doctor antes de salir de la habitación. Dejando a todos en un silencio incómodo hasta que Amanda pidió una disculpa como despedida para poder seguir a su paciente.

— Vamos, te quedan tres más por conocer — Conner le dijo mientras se acercaba de nuevo al elevador.

Hyunjin siguió presentándose, esta vez estaba más distraído al igual que cuando se despidió de el director y de la recepcionista, ninguno lo pasó por alto, pero no dijeron nada, creyendo que simplemente estaba cansando después de conocer a los pacientes y regresar a ese lugar, al fin y al cabo un hospital de salud mental siempre cargaba energías pesadas, nunca te acostumbrabas.

El pelinegro llegó a su automóvil y dejó salir por la boca todo el aire que estaba conteniendo sin darse cuenta. Sus manos apretaban el volante hasta que sus nudillos estuvieron blancos y sus cejas seguían en un ceño fruncido que cuando lo soltó sentí todavía la presión en su entrecejo.

Nadie le había advertido sobre el chico que no hablaba, nadie le había comentado que no debía acercarse demasiado al de cabello naranja y ojos miel que lejos de ser dulces, sólo derrochaban amargura ¿por qué nadie le aconsejó huir antes de destruirse por un paciente fracturado?

Chapter 2: Capítulo uno

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La vida en ese lugar siempre empezaba a la misma hora para Felix, el reloj electrónico de su habitación marcaban las siete de la mañana exactas en números verdes cuando su vista se enfocó. Esa noche no había tenido pesadillas, había dormido medianamente bien por eso mismo tuvo que tallarse los ojos con sus puños, así quitaba un poco las lagañas creadas en su lagrimal. Se levantó de la cama y puso dos dedos en su muñeca izquierda, checando su pulso para poder confirmar que no estaba soñando, era su rutina de todas las mañanas que ya ni siquiera se daba cuenta de que lo hacía, cuando confirmó que estaba despierto empezó a acomodar su cama, estirando las sábanas rasposas y poniendo su almohada en su lugar para poder tener algo de orden.

Camino por los pasillos y ya escuchaba algo de ruido pero lo ignoró hasta llegar a las duchas donde había dos enfermeros y tres pacientes dentro, por suerte la ducha del fondo estaba libre así que sin pensarlo dos veces agarro una toalla antes de caminar hasta el cubículo, quitándose el uniforme gris oscuro y ponerlo en un banco cerca suyo, cuando ya estaba desnudo abrió la llave de la regadera y se sobresaltó por lo fría que estaba, jamás se acostumbraría a eso a pesar de bañarse todos los días, a veces incluso dos veces por día. Se mojó bien su cabello y con el shampoo se lo limpió bien, le encantaba esa sensación de limpio, el buen olor, era un placer poder bañarse. Simplemente jamás entendería a la gente que no le gustaba hacerlo. Cuando estuvo listo cerró la llave para poder secarse el cuerpo por completo antes de volver a ponerse su uniforme, era martes, hoy le tocaba lavar su ropa sucia y le darían un uniforme limpio.

Al salir de las duchas regresó a su habitación, tendría que esperar treinta y siete minutos más para que los llamen a comer. Ese día se había levantando con ganas de hacer ejercicio, por eso quiso aprovechar y empezó a dar vueltas en su pequeña habitación, escuchó el murmullo de un enfermero cuando pasó frente a su "puerta", que realmente sólo tenía el agujero porque no había nada que lo cubriera, y cuando terminó de caminar decidió hacer flexiones, desde que llegó ahí había perdido musculatura pues no tenía un gimnasio donde poder entrenar, así que intentaba hacer ejercicios mínimos para no perderla por completo, además el tiempo pasaba más rápido si mantenía su mente y cuerpo ocupados en alguna cosa.

Un enfermo pasó por las habitación aplaudiendo y dándole leves golpes a las paredes, ya debían ser las ocho de la mañana.

— ¡A despertar todos y directos al comedor, no quiero quejas! — Al pasar frente a la puerta de Felix lo miró con una sonrisa agria al ver la posición en la que se encontraba, pero no dijo nada y siguió gritándole a los demás.

El pelinaranja se puso de pie y salió de su habitación, siguiendo a la masa de personas caminando por los pasillos, algunos arrastraban los pies y otros caminaban dando saltos, algunos otros se mantenían al margen. Cuando llegó al primer piso y entró al comedor agarró la bandeja de plástico blanco y se formó en la fila, esperando su turno para recibir puré de papa frío, un pan duro y albóndigas acartonadas junto a un vaso de agua. Se sentó en una de las mesas solas y empezó a comer con las manos, él no tenía permitido los utensilios y hace mucho dejó de importarle verse ridículo, realmente en ese lugar nadie le prestaba atención a lo que otros hacían. O eso pensó.

— Hola, ¿puedo sentarme? — una voz alegre se hizo presente, haciendo que él levantara la cabeza. El chico de cabello castaño no esperó una respuesta y se sentó frente a él — Soy Jisung, estoy en el piso cuatro ¿tú quién eres? — Se quedó callado un rato, pero no recibió más que una mirada de confusión antes de que Felix volviera a comer. Jisung empezó a hablar y hablar, esta vez ya no esperaba que el contrario respondiera, pero aún así a veces le preguntaba cosas por cortesía.

— Mira que tenemos aquí, el mudo y el pollito feliz. Que combinación más extraña ¿no crees? — Uno de los enfermeros le dijo a otro mientras pasaban a un lado de ellos, Jisung los ignoró como si ni siquiera los hubiera escuchado y Felix hizo lo mismo, no le sorprendían ese tipo de comentarios, eran su pan del diario.

— ¿Te dejan tener esa liga? — Le dijo Jisung bajando su mirada a la muñeca zurda de Felix — Debes ser especial si te dejan tener algo así, a mí me quitaron toditas mis pulseras cuando llegué — Eso hizo que bajara su mirada a sus muñecas, donde había cicatrices blancas. El chico hablaba mientras masticaba sus albóndigas, de alguna manera Jisung hacía que la comida se viera mejor de lo que era. Pero Felix no era especial, nadie ahí lo era mucho menos si estaban en los pisos más altos, ahí eras tratado igual o peor que un prisionero ¿pero qué iba a saber el castaño si él estaba en el piso cuatro?, con ese pequeño coraje en su corazón el pecoso agarró su bandeja y se levantó de la mesa para poder dejarla junto a las bandejas sucias e ir a su habitación, quería seguir ejercitándose, ya después le tocaría su terapia grupal al menos eso le quitaría tiempo.

Llegó a su piso y ya había algunas personas en las salas comunes, enfermeros caminando por todos lados para estar prestándoles atención, el pelinaranja ni siquiera llegó a la zona de habitaciones porque su psiquiatra lo interceptó con esa sonrisa dulce de siempre, Amanda Rankin.

— Te estaba buscando, Felix. Acompáñame, necesito que hablemos un momento — él no se opuso en ningún momento, ambos caminaron en silencio hasta la sala de Amanda, decía su nombre en una placa gris y ambos se sentaron en sus respectivos lugares, Felix no sabía de qué se trataba, pero por la forma en la que la mujer lo miraba podía deducir que no se trataba de algo especialmente bueno ¿acaso lo subirían de piso otra vez? — ¿Cómo te encuentras hoy? — Estaba intentando ablandar la conversación, no era nada bueno.

— Habla — la voz rasposa del chico se hizo presente, tenía ese tono de voz grave como siempre por el poco uso, pero esta vez podía incluso escucharse un temblor, la ansiedad del pecoso estaba subiendo, se podía esperar cualquier cosa de ese lugar y que Amanda no lo diga lo estaba llenando de preguntas, incluso podía sentir su pulso acelerado mientras sus dedos enredaban la liga.

— Antes de que tú llegaras aquí trabajaba un psiquiatra y escritor, el Doctor Hwang — el joven intentó hacer memoria de porque ese hombre debería importarle, pero no recordaba a nadie con ese nombre — Va a volver a trabajar con nosotros y a él le gustaría conocerte. Está escribiendo un libro sobre la vida de los pacientes en un establecimiento como este y el director le recomendó diez pacientes, entre ellos estás tú — hubo un silencio incómodo por unos segundos, Felix esperaba a que ella le dijera que era una broma, sin embargo ese momento no parecía que iba a llegar.

— No quiero hacerlo — la pelirroja hizo una pequeña mueca y desvió su mirada por un instante que podría haber pasado desaparecido, pero no lo hizo — ¿No es pregunta, cierto? — ella negó con su cabeza y de su maletín sacó unos papeles que le pasó a Felix, él empezó a leerlos, todos eran documentos de consentimiento que estaban firmados a su nombre ocasionando una risa nasal sin nada de gracia.

— Sé que esto es algo que no te gustaría, pero tal vez abrirte a hablar con más personas pueda ayudarte en tu proceso, podemos darle una oportunidad ¿cierto? — Habló la mayor recibiendo de regreso los papeles para poder guardarlos en su lugar, no podía perderlos por nada del mundo — Además el doctor Hwang es más joven que todos los psiquiatras aquí, hablar con alguien joven puede hacerte sentir mejor — entonces pensó en Jisung, creyó que debería contarle sobre eso, por ahora no era el momento.

— No voy a hacerlo, no pueden obligarme a aceptar algo así. Es mi privacidad — pero sí podían hacerlo, ya lo habían hecho y sabía que por más que rezongara no podría cambiarlo, tendría que buscar una forma de que ese doctor se diera por vencido como todos ahí, menos Amanda, claro.

— ¿Qué dieron en el almuerzo hoy? — Felix la miró confundido, pero sabía que cambió el rumbo de la conversación porque ya no podía hacer nada más, así que contestó. Amanda le soltó preguntas sin importancia al otro le gustaba eso, le gustaba no sentirse como un paciente todo el tiempo, Amanda sabía que eso funcionaba, siempre lo veía contestar y hablar más cuando hacía eso. Mientras Felix contestaba algunas cosas ella sacó de su cajón una pequeña dona de chocolate, le daba una en cada sesión, había descubierto meses atrás que era su postre favorito.

Ambos sabían cómo era la vida en ese lugar, si alguno de ellos te decía que hacer tú tenías que hacerlo incluso sino querías, podías negarte pero los castigos eran severos, al menos eso demostraban las marcas en las muñecas de Felix o los pequeños círculos rojos en su sien. Pero él no era el único que recibía castigos, todos en ese centro eran víctimas de los enfermeros con aires de superioridad, a menos que seas alguien que se deje pisotear, y para la desgracia del ojimiel, él jamás sabía cuando ceder. O más bien, sí lo sabía, pero no lo haría.

Amanda miró el reloj de su muñeca, la hora indicaba que Hyunjin ya iba a entrar, carraspeando su garganta se puso de pie.

— El doctor está por llegar, estaré detrás tuyo todo el tiempo — el joven se movió hasta acomodarse dándole la espalda a un reposabrazos, dejando que su psiquiatra se colocara detrás suyo, dándole esa seguridad que necesitaba. Pasaron los minutos y él ya estaba empezando a impacientarse, pero la ventana detrás suyo daba directo al patio, podía ver como varias personas pasaban el rato ahí o eran visitados por sus familiares. A Felix le encantaba imaginar la conversación que tenían y sus vidas, hacía eso incluso antes de llegar ahí, era la mejor forma que tenía para distraerse.

Entonces la puerta se abrió, de reojo observó que dos personas entraban a la habitación, pero él no necesitaba mirar quién era, ya lo sabía. Lo escucho presentarse y vio como le extendía la mano, por eso decidió mirarlo. Sí que era joven y aparentaba menos edad de la que tenía, se preguntaba si tenía alguna cirugía estética, de repente empezó a hablar y hablar, su boca se moví y oía su voz, pero realmente no lo estaba escuchando, no le importaba lo que alguien como él le dijera, Felix estaba seguro que era uno más de ellos. Alguien que se creía mejor que los que estaban encerrados ahí.

Su mano jugueteaba con su liga, la movía entre sus dedos haciendo diferentes formas hasta que escuchó su nombre, los tres presentes esperaban una respuesta, esperaban que cediera. Pues no iba a hacerlo y darles el gusto, esa fue la razón por la cual el más joven de todos se burló del doctor lanzándole su liga y salió de ahí sin darle la oportunidad de que lo reprendiera, estaba cansado de eso.

Escucho a la mujer decir su nombre, pero simplemente camino hasta llegar a su habitación, aumentando un poco el paso para que deje de seguirlo y funcionó. Estando en su habitación se dedicó a mirar con atención el reloj de la pared, lo miraba y tomaba su pulso al mismo tiempo, tenía que saber todo el tiempo que eso era real, incluso si el tiempo pasaba demasiado lento, incluso si de repente se sentía demasiado cansado. Escuchaba como su propio sudor caía por su frente, o al menos creía escucharlo, no estaba seguro.

Se sobresaltó cuando alguien dio un golpe a su pared para llamar su atención, era uno de los enfermeros, Jonathan, un hombre en sus treintas que se creía demasiado por ser enfermero de un centro como ese, no podría aspirar a más incluso si lo quisiera.

— ¿Por qué no estás en tu terapia grupal, 915? — ese era su número de ingreso, lo decía en su uniforme en una pequeña placa bordada color blanco con negro. Felix no respondió, simplemente lo miró en silencio por un largo rato — ¿No vas a responder? no, claro que no lo harás — una risa cruel se apoderó de su voz y eso hizo que el joven apartara la mirada, dejó de escucharlo pero pudo oír por lo lejos una advertencia de que debía estar ahí mañana. Idiota, fue lo que ambos pensaron.

Felix se puso de pie y después de asegurarse de que nadie venía levantó su colchón hasta sacar una bolsa de plástico con ligas, se puso una en su muñeca y volvió a acomodar todo. Miro el techo y se puso a pensar en lo que había pasado hoy, en ese escritorio, entonces la ira golpeó su pecho, ya estaba harto de ellos. Haría que ese doctor lo sacara de esa prisión, vivo o muerto.

Chapter 3: Capítulo dos

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Hyunjin manejó en completo silencio hacia su casa, ni siquiera encendió el radio, no le interesaba lo que las noticias tenían que decir. Estaba tan sumido en sus pensamientos que no se daba cuenta hacia donde se dirigía, pero agradeció mentalmente que se sabía de memoria cómo llegar a su casa, que a pesar de ser tan grande, siempre se sentía solitaria, incluso en los días más calurosos de verano ahí dentro era frío. Sus nudillos se encontraban blancos de tanto apretar el volante, ni siquiera se había dado cuenta de que estaba haciendo eso.

¿Quién demonios se creía ese enfermito mental para tirarme su liga de esa forma?

El pensamiento fugaz le atravesó la mente con fuerza, pero ya no quería pensar en el hospital. El peso de su jornada aún lo sentía en sus hombros tensos y sus cejas fruncidas, y ese chico, Felix, seguía flotando en su cabeza como una sombra por haberse burlado de él. Hyunjin estaba estacionado frente a su mansión desde hace rato, pero aún no podía mover un solo músculo, no se había dado cuenta que estaba ahí. Respiró profundo y, con un gesto casi mecánico, apagó el coche, agarró su maletín del asiento del copiloto y cerró la puerta, asegurándola con la llave.

— Hyunjin, llegaste — la voz sonó suave, como siempre, como un eco de lo que alguna vez fue una verdadera conexión o al menos eso quisieron creer. Victoria, su esposa, bajaba las escaleras con la gracia de alguien acostumbrado a ser el centro de todas las miradas. El vestido de pijama corto y la bata de seda, hacían un match perfecto. Siempre sabía cómo ser una mujer deslumbrante, su cabello negro caían en ondas naturales hasta su ombligo, su piel era hermosa, ni tenía ni una sola imperfección. Ni un grano, ni una sola marca — Te estaba esperando — Lo miró con una sonrisa coqueta, estaba seguro de lo que ella quería pero él estaba tan cansado que no quería ni pensarlo.

— ¿La comida está servida? — La frase salió de sus labios sin pensar, su mente aún lejos de todo lo que tenía que ver con ella. La respuesta fue un cambio de expresión, una mueca de decepción y su sonrisa que tembló por un instante pero, como siempre, volvió a sonreír enseguida, la sonrisa perfecta de dientes blancos y alineados. Unos labios pomposos y perfectamente maquillados.

— Sí, Martín preparó lasagna. Asegúrate de comer bien, te espero arriba — dijo mientras se daba la vuelta antes de ser rechazada de nuevo, sus caderas contorneándose de una manera tan sensual que cualquier hombre habría babeado.

Hyunjin la observó por un segundo, pero no la siguió, en cambió entró a la cocina. El olor a salsa napolitana y queso mozzarella inundó sus sentidos. Su chef, Martín, siempre se aseguraba de que la comida fuera lo único en lo que podía confiar, sus comidas siempre eran deliciosas nadie podría si quiera pensar en ganarle.

— Señor, le he preparado la cena. ¿Qué le gustaría beber hoy? — Martín preguntó con una cortesía tan limpia, con un rostro cansado y viejo pero que radiaba amabilidad. Hyunjin lo miró, ya acostumbrado a su formalidad, y le respondió de manera automática.

— Sírveme vino barolo — y Martín, como siempre, se puso en marcha, sirviendo el vino en una copa de vidrio fina pero preciosa, mientras en el aire flotaba el aroma a comida. Hyunjin dejó que la comida se sirviera antes de tomar un bocado, pero mientras lo hacía, su mente volvía al hospital. Martín conocía al pelinegro desde que nació, por eso sabía que después de un largo de día de trabajo a Hyunjin le gustaba comer solo, así que con una reverencia corta salió por el pasillo.

 

Martín recordaba a la perfección la primera vez que un Hyunjin de ocho años le había dirigido la palabra, recordaba sus ojos curiosos y su voz infantil.

— ¿Qué cocinarás hoy? — preguntó detrás del hombre mayor, que en ese momento tenía veintinueve años, haciendo que se sobresalte y la harina se desparramé por el suelo — Lo siento, no era mi intención — ahora se mostraba triste, algo decepcionado de haberlo causada.

— No se preocupe, joven. No fue su culpa en lo absoluto — el cocinero se agachó para quedar a su altura y le dedicó una sonrisa para hacerlo entrar en confianza, haciendo que el gesto de decepción del pequeño desaparezca en un segundo — Además, en la cocina también se puede jugar a veces — eso pareció sorprender al menor quien abrió sus ojos y ensanchó una sonrisa que mostró sus dientes.

— ¿De veritas?, papá y mamá nunca me dejan jugar ni siquiera afuera de la cocina — Martín era consciente de eso, había sido testigo de lo estrictos y lo cuadrados que los señores Hwang podían llegar a ser, sobretodo con sus propios hijos quienes ahora estaban convirtiéndose en una copia de ellos, sobretodo los mayores. Caras sin expresión y un aura sombría los seguía a donde sea que fuera. Pero el pequeño no era así, él siempre reía a escondidas de su familia.

— ¿Te parece si hoy te cocino nuggets de dinosaurios? — ese fin de semana los padres del niño no estarían, ambos estaban en unos viajes de negocios así que podría consentir un poco a ese infante, al menos hasta que su familia lo corrompa lo suficientemente para que se vuelva igual que ellos.

Esa noche un Hyunjin de ocho años aprendió cómo cocinar nuggets de dinosaurio y también los comió mientras escuchaba todo tipo de historias por parte de su cocinero, ese día fue cuando un vínculo creció entre ambos aunque ninguno de los se dio cuenta hasta tiempo después.

 

Un suspiro de frustración escapó de sus labios mientras dejaba los cubiertos a un lado y miraba la copa de vino en su mano, había días en los que Hyunjin se sentía tan vacío a pesar de todos sus logros y éxitos, ¡por Dios, él era el psiquiatra y escritor Hwang! no debería estar sintiéndose así. Le pegó otro morido a la lasagna y maldijo por lo buena que estaba.

[…]

 

Felix, Felix, Felix. Su nombre se escuchaba tan extraño, estaba seguro que no era de Corea a pesar de su apellido apuntaba a que así era, ¿será extranjero?, seguro que era de Estados Unidos. Después pensó en las horas de trabajo que tendría que dedicarle al hospital de nuevo, como debía de acostumbrarse de nuevo a los gritos de las madrugadas y a estar alerta en todo momento. Su mente ahora cambió a todo lo que habían cambiado, por lo poco que había conversado con el director ahora eran más estrictos y ahora estaban usando distintas técnicas para poder llevar a los pacientes por el mejor camino. No le habían explicado completamente de qué se trataba, pero estaba seguro que en algún momento de esas semanas vería y escucharía más sobre eso. Tal vez podría escribir

— Hyunjin — la voz de su mujer lo regresó al mundo real, haciendo que bajara la mirada hasta verla — Te la llevo chupando quince minutos seguidos y ni siquiera se te para — lo miró con una confesión notoria, pero el hombre sólo negó con la cabeza y volvió a subirse los pantalones de pijama con diseño de cuadros. Victoria se apartó de él, ofendida, con el mismo gesto de siempre que ella intentaba algo. Sabía que no la amaba y que ella tampoco lo amaba a él. Estaban juntos porque los negocios de sus familias lo dictaban, porque eso los beneficiaría a ambos. Además sus hijos serían poderosos, pero Hyunjin no quería hijos, por eso evitaba a toda costa cualquier momento íntimo con la veintiañera.

— No tengo ganas de hacerlo hoy, estoy cansado — se excusó, aunque en parte era de verdad, había tenido un día exhausto.

— Hyunjin, tienes que darme un hijo — la mujer ya estaba desesperada, ambas familias los estaban presionando demasiado para concebir, para darles un nieto — Te juro por Dios que sino me lo das este año me voy a embarazar de otro.

— Embarázate de quien quieras, Victoria. Poco me importa quien se mete entre tus piernas — el hombre contestó con la misma frialdad de siempre, mirándola con desdén. Haciendo que la chica contestó un enojo bastante visible saliera de la habitación dando un portazo. Probablemente iría con alguno de sus amigos, llorando y pregúntale sino era atractiva para después mantener relaciones sexuales con él, poco o nada le importaba a Hyunjin. No le quitaba el sueño.

Él apagó la luz de la habitación con su mano derecha y acomodó sus lentes antes de tomar su iPad del cajón de la mesa de noche y comenzó a revisar los archivos de los pacientes. Los nombres y las historias pasaban rápidamente por su vista, leyéndolas por encima hasta llegar a Felix Lee.

El expediente decía todo lo básico de él. Diecinueve años. Adoptado. Sobredosis provocadas y accidentales. Robos pequeños, peleas callejeras, consumo de drogas y alcohol desde que era menor. Violento, no verbal, no cooperativo. Hyunjin dejó escapar una risa amarga, la misma que se había convertido en su respuesta predilecta ante las tragedias humanas. Patéticos.

“Seguro no saldrá de ahí”, pensó. “Las personas como él nunca lo hacen. Terminan en la calle, en un bar de mala muerte, o peor aún, en una tumba”. Su padre se lo había dejado bien claro, que la gente que no era como ellos siempre acababan mal por sus pésimas decisiones, por dejarse llevar por la pasión, por el amor, por vivir de momentos espontáneos. Eran personas que nunca podrían aspirar a ser más que desastres y por eso debían mantenerlos encerrados, lejos de la sociedad.

La sonrisa que se formó en su rostro fue fría, cuel. De alguna manera, Felix le parecía una figura trágica. Un niño malcriado. Hyunjin no pensaba que pudiera ser más que eso. Lo veía como un experimento fallido de sus padres adoptivos, una historia que podía vender, que podía usar para ganar dinero, tanto dinero y éxito que el pecho de Hyunjin se infló de forma inconsciente. Era una historia fascinante para su libro. Hyunjin estaba seguro de que todos esos momentos de rabia, esos gestos de frustración, serían perfectos para contar su propia versión de la locura. Y entonces, cuando el libro se publicara, sería tan grande, tan famoso que su familia lo dejaría hacer lo que quisiera con su vida.

Apagó el iPad. La oscuridad en la habitación se extendió, y con ella, la sensación de vacío en su estómago. Pero también algo más. Algo que no quería reconocer. Algo que nunca había sentido tan cerca. La presencia de un reto. Era algo inquietante y que crecía desde lo más profundo de su mente, pero se dijo a sí mismo que simplemente era la ansiedad de poder publicar su libro. Sólo era eso.