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Language:
Español
Stats:
Published:
2025-05-13
Updated:
2025-05-23
Words:
34,192
Chapters:
6/?
Comments:
2
Kudos:
13
Bookmarks:
2
Hits:
268

Entre Sombras y Muertos

Summary:

En un mundo donde la civilización se desmorona bajo el peso de los muertos vivientes, Alex Grimes, la hermana menor del sheriff Rick Grimes, emerge como una sombra silenciosa con un pasado militar tan brillante como doloroso.

Alex ha vivido entre secretos, disciplina y heridas emocionales profundas. Su desaparición en una misión encubierta dejó a su familia rota… hasta ahora.

Cuando los caminos de los sobrevivientes vuelven a cruzarse en la nueva era del apocalipsis, Alex lucha por proteger a quienes aún ama —Rick, Carl, y un mundo que casi la olvida—, también debe enfrentarse a los fantasmas de su pasado, a las decisiones que la marcaron, y al precio que exige la redención en una tierra sin ley.

Notes:

lo se debería actualizar mis otras historias en vez de publicar una nueva, pero es que estoy ocupada con mis practicas de la universidad y mi tesina por lo que el tiempo es poco, el estrés es alto y no se concentrarme sin tener algo de fondo en la que haga ruido .
por lo que aunque nunca he visto The Walking Dead antes de la semana anterior, ahora se metió en mi cabeza viviendo gratis sin que lo pueda desalojar por tenerlo de fondo por mi estrés.

debo decir que odio algunos personajes y otros los encuentro muy incomprendidos o que podrían ser mejores, además que también encuentro que el grupo original son unos idiotas ingenuos en sus decisiones siendo que se enfrentan a un apocalipsis, por lo que mi personaje original es una perra ruda que hará y tomara las decisiones que hagan falta hasta que los demás maduren.

sobre las otras historias mías debo decir que sigo escribiendo en mis tiempos libres y voy a intentar actualizarlas pero no prometo nada , lo mismo con esta historia y cualquier cosa que escriba. soy una persona un poco ocupada debido a la universidad y me cuesta mantener una linea o relatar de forma correcta lo que quiero escribir por lo que me lleva mas tiempo publicar incluso cuando estoy desocupada.

así que eso , espero que tengan un lindo día/tarde/noche y que les guste lo que publico.

creo que no es necesario pero la verdad es que para que todos sepan no soy dueña de The Walking Dead y este no es el contenido original si no que mi invención por lo que si no les gusta los invito a que busquen algo que les guste.

Chapter Text

 

 

El sol de Georgia caía fuerte sobre el campo abierto, dorando la tierra y las hojas con un brillo suave. Una niña de siete años corría descalza entre los árboles, empuñando una rama como si fuera una espada, sus pequeñas piernas haciendo el esfuerzo imposible por alcanzar a los dos chicos que iban adelante.

—¡Rick, Shane, espérenme! —gritaba Alex, con una mezcla de esfuerzo y alegría.

Rick, de unos dieciocho años, se detuvo en la cima de la colina y volteó. Su cabello revuelto y el sudor en la frente no le quitaban la expresión calmada y protectora que parecía haber nacido con él. Extendió la mano hacia su hermana menor.

—Vamos, miniguerrera. Ya casi nos alcanzas.

Shane, por su parte, se dejó caer en la hierba con una sonrisa burlona y relajada.

—Te dije que traías una ramita, no una espada. ¿Con eso planeas salvar el mundo?

—Es una katana —respondió Alex muy seria, frunciendo el ceño mientras la levantaba con orgullo.

-¡Oh! Perdón, señorita ninja —rió Shane, revolviéndole el cabello cuando llegó junto a ellos.

Alex hizo un puchero y le dio un pequeño golpe en el brazo con su rama. Shane fingio caer, exagerando su muerte como si hubiera sido atravesado por una espada real. Ella irritada, orgullosa.

La escena se desvaneció como una película quemada al sol, y dio paso al interior cálido y ligeramente desordenado de la cocina de la familia Grimes. Las paredes, de un color vainilla desgastado, estaban adornadas con dibujos escolares y viejas fotos familiares. El reloj colgado en la pared marcaba las seis con un leve tic-tac insistente.

Alex, aún con las rodillas cubiertas de polvo del campo y el cabello enredado por el viento, estaba sentado en una de las sillas de madera junto a la mesa. Su madre, una mujer de rostro amable pero mirada cansada, le cepillaba el cabello con ritmo firme pero sin brusquedad.

—Eres muy lista, cariño, pero no puedes seguir empujando a los demás —dijo la mujer con tono de quien ha repetido esa frase muchas veces—. No todos los niños entienden lo que dices. Tienes siete años, y hablas como si tuvieras catorce.

—Me aburro —respondió Alex con sinceridad, sin levantar la vista del suelo—. No me entienden. No sé qué decirles. En la escuela quieren adelantarme de curso. Dicen que soy “demasiado madura”.

Su madre dejó el cepillo a un lado y le alisó el cabello con las manos, como si quisiera calmar algo dentro de su hija más que su aspecto.

—Eso no siempre es bueno. A veces… es mejor ser niña. Solo una niña —susurró con un suspiro, acariciándole la mejilla—. Aunque tú nunca fuiste solo eso.

Alex alzó la mirada. Sus ojos azules, intensos y serenos, observaban a su madre con una comprensión impropia para su edad, como si entendiera más de lo que debía. Se quedó en silencio, asimilar las palabras como si fueran un enigma que aún no sabía resolver.

La puerta principal chirrió al abrirse y cerrarse. Pasos familiares cruzaron la casa con ritmo acelerado. Rick apareció en el umbral de la cocina, con las mejillas enrojecidas por el sol y los rizos húmedos pegados a la frente. Tenía la expresión de alguien que había corrido para llegar a un tiempo.

—¿Todo bien aquí?

Alex se movió en silencio. Su madre se levantó sin decir una palabra más y salió de la cocina, dejando que los dos hermanos estuvieran solos.

Rick se acercó, se arrodilló frente a ella, y le tomó las manos pequeñas entre las suyas, curtidas y tibias.

—Escúchame, Alex —dijo con suavidad, pero con una seriedad inquebrantable—. Está bien ser distinta. Está bien si no te entienden todavía. Pero yo sí lo hago. Yo sí te entiendo.

Ella lo miró con los ojos abiertos, sorprendida. Las palabras de los adultos siempre parecieron abstractas, vagas. Pero las de Rick… se sintieron como una promesa sólida, un refugio.

—¿Siempre? —preguntó con voz temblorosa.

Rick presionó un poco sus manos.

—Siempre —repitió—. Te lo prometo.

 


 

El aula estaba llena de chicos mayores, con mochilas desgastadas y miradas curiosas. Alex, con solo diez años, se sentó al fondo, ignorando los murmullos. Había sido adelantada nuevamente de curso. Ya era la más joven de su clase y empezaba a notar la diferencia más allá de los libros: su cuerpo comenzaba a cambiar, y los chicos comenzaban a mirarla de forma que no entendía del todo.

A los trece, los susurros se volvieron más insistentes, y más de una vez Rick o Shane apareció en la escuela para poner en su lugar a algún adolescente que se acercaba con intenciones que a ellos no les gustaban. Shane disfrutaba especialmente haciéndolo retroceder con una sonrisa amenazante, mientras Rick optaba por advertencias directas y silenciosas.

Lori, la novia de Rick, no veía con buenos ojos la cercanía entre los hermanos. Alex era demasiada lista, demasiado callada, demasiado "algo" para su gusto. Nunca discutían abiertamente, pero la tensión se sentía en cada palabra educada y cada sonrisa forzada durante las cenas familiares.

A los quince, Alex terminó la secundaria con honores. No hubo baile de graduación, ni fotos con amigas. Prefería pasar las tardes en el campo disparando latas vacías o leyendo manuales sobre primeros auxilios y tácticas de combate. Su habitación estaba llena de recortes de periódicos, figuras militares y reportajes sobre mujeres en el ejército o institución del orden.

Fue entonces cuando su escuela le ofreció asistir a un programa de verano para jóvenes con interés en las fuerzas armadas. Durante ese campamento, demostró no solo disciplina sino también una capacidad analítica y emocional que llamó la atención de un reclutador de inteligencia. Comenzó su entrenamiento en paralelo con sus estudios universitarios gracias a una beca especial.

La familia, aunque orgullosa, no ocultaba su preocupación. Su madre lloró en silencio al despedirse, y Rick la abrazó con tanta fuerza como si pudiera detener el tiempo. Shane solo dijo: “No dejes que esos bastardos te cambien”, aunque en sus ojos había más miedo que bromas.

Alex partió sin dudarlo. Lo llevaba en la sangre. El deber, la estrategia, la lucha… siempre le resultaron más familiares que los pasillos de la escuela o los juegos infantiles.

A los diecisiete años, mientras otros adolescentes aún buscaban su lugar en el mundo, Alex Grimes ya lo había encontrado en el filo del combate. Se había graduado antes que nadie en su clase, con honores, y su determinación la llevó directa a los programas de entrenamiento juvenil de las fuerzas armadas. Mientras otros bailaban en fiestas escolares o soñaban con universidades, ella dormía sobre el suelo duro de barracas, con las botas alineadas junto a su literaria y la mente fija en un objetivo que apenas podía explicar, pero sentía latir dentro del pecho como una segunda vida.

Los primeros meses fueron un torbellino de barro, gritos y resistencia. Cada día comenzaba antes del amanecer con carreras interminables, ejercicios con mochilas cargadas y el eco constante de órdenes que exigían más, siempre más. Muchos abandonaron. Ella no.

Durante un ejercicio de combate, un recluta mayor intentó humillarla frente al pelotón. Alex lo derribó en menos de quince segundos. Sus movimientos eran precisos, calculados, como si su cuerpo ya supiera qué hacer antes de que su mente diera la orden. Fue la primera vez que el resto empezó a verla no como una chica pequeña en un uniforme demasiado grande, sino como una amenaza respetable.

El entrenamiento no fue solo físico. Fue psicológico. La rompieron y la reconstruyeron, una y otra vez. Aprendió idiomas bajo presión, técnicas de interrogación, camuflaje, infiltración. La pusieron en simulaciones de tortura: encierros prolongados, privación de sueño, ruidos insoportables, frío extremo. Aprendió a respirar sin perder el control. A mentir sin parpadear. A sufrir sin pedir nada.

Con el tiempo, su nombre empezó a circular. “Grimes”, decían los instructores con tono grave. “No se quiebra”. A los veinte años ya había sido aceptada en fuerzas especiales. A los veintidós, se convirtió en la líder de operaciones encubiertas, tanto en el ejército como en la CIA, la más joven en hacerlo.

Su ascenso fue meteórico y silencioso. Cada medalla que colgaban sobre su pecho parecía más pesada que la anterior, no por su peso real, sino por lo que representaba. Porque aunque el respeto crecía, también lo hacía la distancia. Con cada rango, con cada misión, Alex se volvió más dura. Más fría. Sus llamadas a casa eran breves. “Estoy bien”, solía decir. “No puedo contarles mucho”.

Rick lo notaba. También Shane. Incluso su madre, que intentaba ocultar la tristeza detrás de una sonrisa orgullosa. Había algo en su mirada que se perdía, una parte de Alex que parecía alejarse más con cada regreso. Pero al mismo tiempo, sabían que ese mundo, peligroso e implacable, era donde ella se sentía viva. Donde dejaba de ser la niña rara e incomprendida y se convertía en algo más: una fuerza que podía cambiar el curso de las cosas.

Hubo momentos donde la vida pendía de un hilo delgado. Fronteras cruzadas de noche. Informes falsificados. Armas escondidas bajo vestidos de gala. Una mirada incorrecta podía significar la muerte. Pero ella siguió, impulsada por esa chispa interna que nunca se apagó del todo: la curiosidad, la inteligencia afilada, el deseo profundo de comprender el mundo... y sobrevivir a él.

Y lo hacía. Una y otra vez.

El mundo le enseñó a pelear. Ella aprendió a ganar.

 


 

Durante los primeros años de su formación, Alex Grimes regresa a casa solo por breves temporadas. Pero incluso esos fragmentos de vida civil se volvieron fundamentales para sostener la cordura entre despliegue y despliegue.

La casa de los Grimes olía a madera seca y café fuerte. El mismo porche crujía bajo sus botas cada vez que regresaba, aunque ahora sus pasos eran más firmes, más silenciosos. A veces su madre la esperaba en la cocina, con una sonrisa que ocultaba una mezcla de orgullo y preocupación. Rick apareció poco después, abrazándola con la fuerza contenida de un hombre que intentaba comprender en qué se había convertido su hermana.

¿Estás comiendo bien? —le preguntaba siempre, como un ritual.

—Como un soldado —respondía ella, sin mentir.

Shane era distinto. Él nunca supo si bromear, quedarse callado o mirarla demasiado. Alex lo notaba. Era sutil, pero lo sentía como una corriente subterránea que antes no estaba ahí. Ya no era solo el amigo molesto de Rick que le hacía cosquillas y le revolvía el cabello. Había un silencio extraño entre ellos cuando quedaban solos. Una mirada que se extendía un segundo más de lo correcto. Un comentario que se detuvo justo antes de cruzar una línea.

Ella tenía diecisiete cuando comenzó a darse cuenta de cómo la miraba Shane. Él no dijo nada, claro. No podía. Alcalde de época. Era el mejor amigo de su hermano. Y ella era... demasiado joven. Aunque ya no parecía una niña, ni hablaba como una. Aunque ya era capaz de desarmarlo con una sola frase o retarlo con los ojos sin decir una palabra.

Una tarde, mientras ayudaba a Rick a arreglar la cerca del jardín, Shane se acercó con dos cervezas y una mirada que evitaba la suya.

—Te estás volviendo peligroso, Grimes —murmuró, ofreciéndole una.

Ella la tomó sin dudar.

—¿Apenas te cuento?

Rieron. No dijeron más. Pero ese día él no se fue hasta más tarde de lo normal.

Lori, en cambio, nunca encontró con Alex un punto de equilibrio. Desde el principio había una distancia tensa entre ellas, incluso cuando Carl nació y Alex, con apenas quince años, empezó a quedarse en la casa para ayudar. Había algo en su forma de mirar al bebé, en su manera de cargarlo o calmarlo, que a Lori le incomodaba. Tal vez porque Carl se encarñó con ella de inmediato. Tal vez porque Alex, sin proponérselo, se movía con una firmeza y autoridad que hacían que la gente la escuchara, incluso de adolescente.

Carl la seguía por todas partes, balbuceando su nombre como si fuera un conjuro.

—Aaalex... ¡Alex ven!

Ella lo levantaba con un brazo, lo lanzaba al aire y lo atrapaba como si fuera una extensión de su entrenamiento. Con él no necesitaba cegarse. Se reía. Le enseñaba a contar en ruso. Un caminar en silencio. A distinguir sonidos en la noche.

—Estás criándolo como si fuera un pequeño agente —dijo Rick en una ocasión, riendo desde la puerta.

—Estoy enseñándole a sobrevivir —respondió Alex con una media sonrisa—. Nunca sabes cuándo hará falta.

Rick se quedó en silencio un momento más de lo necesario. Quizás porque, en el fondo, sabía que su hermana hablaba en serio.

El tiempo pasaba, los regresos eran menos frecuentes. Pero cuando llegaba, todos lo sentían. Había algo en su presencia que llenaba el espacio. No porque hablara mucho —de hecho, hablaba poco—, sino porque siempre parecía saber más de lo que decía. Lori se mantenía cortés, pero fría. Shane evitaba estar a solas con ella demasiado tiempo. Rick era el único que parecía encontrar paz en su compañía.

Y Carl... Carl la miraba como si fuera invencible.

Era una familia que se tambaleaba entre lo normal y lo excepcional. Y Alex, sin quererlo, era la línea que separaba ambas cosas. 

 


 

La lluvia había caído esa tarde sobre Georgia, empapando los campos y dejando el aire cargado de humedad y silencios no dichos. Alex, ahora con veinticuatro años, se mueve por la casa de su infancia con una mezcla de familiaridad y desapego. Sus botas resonaban pesadas sobre la madera, su cabello recogido con la precisión automática del hábito militar, sus ojos —más fríos, más duros— no habían perdido esa chispa azul que la hacía inconfundible.

Rick la miraba desde el umbral de la cocina, apoyado en la pared con los brazos cruzados.

—No me gusta esta misión —dijo sin rodeos.

Alex no lo miró. Estaba revisando una lista en su libreta de cuero negro, escribiendo con una concentración quirúrgica.

—Nunca te gusta ninguna —respondió con un leve sarcasmo, sin levantar la vista.

—Esto es diferente. Lo siento en el estómago. Y tú también lo sientes. Perder.

La joven sospechó. Cerró la libreta, la dejó sobre la mesa y finalmente lo encaró. Había un brillo contenido en sus ojos, como si algo la desgarrara por dentro pero se negara a salir a la superficie.

—Es una operación encubierta en territorio extranjero. Objetivo sensato, alto riesgo. Sabías que esto era parte del trato, Rick. Siempre lo supiste.

Rick bajó la mirada, la mandíbula tensa.

—Eso no significa que no me joda perder a mi hermana por una maldita bandera.

Alex se acercó y lo abrazó. Fue un gesto seco, fuerte, sin lágrimas. Ambos habían aprendido a sobrevivir sin mostrarse rotos. Pero Rick sostuvo su cabeza contra su pecho un momento más de lo habitual.

—Prométeme que si todo sale mal, lucharás por volver —dijo él.

—Lo prometo —susurró Alex.

Luego, buscó a Carl. El niño estaba en su habitación, jugando con figuras de acción.

—¿Te vas otra vez? —preguntó él, con la seriedad que solo un niño que ha aprendido a decir adiós puede tener.

—Sí, pero volveré. Y cuando vuelva, te enseñaré cómo atrapar a un hombre invisible con una cuerda y una caja —dijo, tratando de sonreír.

Carl río y se lanzó a sus brazos. Ella lo abrazó fuerte, más fuerte de lo que solía.

—No dejes que nadie te diga que no puedes defenderte —le susurró—. Eres más fuerte de lo que crees.

Esa noche, mientras todos dormían, Alex salió al porche trasero. Shane ya estaba ahí, sentado con una cerveza entre las manos. No dijo nada cuando ella se sentó a su lado. Solo le ofrecí la otra botella.

—¿Te vas sin despedirte de verdad? —murmuró él.

—Vine a despedirme —dijo ella.

La conversación fue breve. Miradas sostenidas. Silencios largos. Hasta que el deseo contenido durante años se hizo insoportable. Cuando sus labios se encontraron, no fue con torpeza, sino con urgencia. Como si el tiempo se les escapara. Como si ambos supieran que esa noche sería la última vez.

Se amaron con una mezcla de pasión y despedida, bajo el sonido distante de los grillos, entre respiraciones contenidas y manos que parecían memorizar la piel del otro. No hablaron del futuro. No hicieron promesas. Solo se quedaron abrazados después, sin necesidad de palabras.

—Si no vuelvo... —comenzó ella.

—No digas eso —la interrumpió Shane, besándole la frente.

—...quiero que cuides de ellos. De Rick. De Carl. Y que no te olvides de mí, aunque intentes hacerlo.

Él la apretó más fuerte.

—Nunca podría.

Al amanecer, ella partió. Su silueta se perdió en la bruma del camino, sin mirar atrás.

Y Shane se quedó con la sensación amarga de que algo sagrado se le escapaba entre los dedos.

Tres meses después, un llamado llegó a la casa de los Grimes. El tono grave del agente que lo comunicó no dejó lugar a falsas esperanzas: Alex había sido capturado durante la operación. Su paradero era desconocido y, por el carácter clasificado de la misión, la etiquetaron oficialmente como 'Desaparecida en Acción'.

Rick escuchó la noticia con los nudillos blancos de tanto apretar el teléfono. Shane, a su lado, no dijo una palabra, pero su mandíbula temblaba apenas, en tensión contenida. Lori abrazó a Carl con fuerza, sin saber qué decirle, mientras el niño solo preguntaba por qué su tía no regresaba.

La realidad era cruel: la operación era tan delicada que incluso el rescate debía manejarse con sigilo. Nadie podía garantizar que Alex estuviera viva. Y si lo estaba, sabía que no sería la misma que se había marchado aquella madrugada brumosa. Algo en todos ellos se quebró en ese instante, una grieta silenciosa que creció cada día con su ausencia.

Dos meses después, Rick fue herido de gravedad durante un tiroteo y cayó en coma. Shane, enfrentado a una realidad desmoronada, sintió que el mundo se le venía abajo. La promesa hecha a Alex —proteger a su familia— se convirtió en su única brújula moral. Incapaz de salvarla, sin saber si estaba viva, volcó toda su energía en cuidar de Carl. Se convirtió en una sombra constante para el niño, llevándolo a la escuela, enseñándole a pescar, protegiéndolo de los silencios que Lori ya no podía llenar. Shane no lo decía en voz alta, pero cada noche miraba la puerta esperando que Rick despertara... o que Alex, milagrosamente, cruzara el umbral. Y mientras los días pasaban, su desesperación fue creciendo, entrelazada de culpa, miedo y el peso insoportable de haber perdido a los dos.

 


 

El cielo sobre la frontera era un mar sin luna. Alex se deslizaba entre sombras, cada músculo tensado, cada paso un cálculo. Tenía la misión de custodio a Amir Qassem, un testigo clave en una investigación contra una célula terrorista con redes profundas en Medio Oriente y conexiones dormidas en territorio estadounidense. Amir no era un traidor, sino un sobreviviente; su esposa e hija estaban con él, bajo la custodia directa de Alex y su equipo, todos operando bajo identidades falsas.

Pero algo había salido mal.

Las señales eran claras: vigilancias duplicadas, movimientos en espejo, comunicaciones interceptadas. La filtración era evidente. Su ubicación ya no era segura.

Con una decisión que le costaría más que una carrera, Alex cambió la operación sin autorización. Reasignó rutas, escondió a Amir y su familia en una villa abandonada, activó un protocolo de extracción de emergencia para civiles, y organizó una distracción para que ella quedara como carnada.

Y funcionó.

A los dos días, fue interceptada. La emboscaron en un paso de montaña. Cegada, aturdida por gases y con los brazos inmovilizados, apenas logró activar su microchip de rastreo antes de ser silenciada por completo.

Despertó en una habitación hecha de concreto. Sin ventanas. Sin puertas visibles. El aire era denso, rancio. Los días se confundían con las noches. Las luces siempre encendidas.

La interrogaron. Exigieron ubicaciones, claves, nombres. Quería saber dónde estaba Amir. Quería desarticular las redes de protección.

Ella no habló. Y entonces vino el dolor.

La golpeon. La privaron de sueño. Le arrancaron las uñas. La sumergieron en agua hasta casi ahogarla. Le gritaban en idiomas que apenas entendía en su estado desorientado, mezclados con el inglés deforme de sus captores.

Y sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, Alex pensaba en Rick. En Carl. En Shane. En lo que había dejado atrás. Y eso la mantuvo en pie.

En su bota izquierda había tenido una cápsula cianuro, pero no la nosotros. No quería morir. Quería vivir. Quería regresar. Aunque tuviera que arrastrarse desde el mismo infierno.

Los meses pasaron. Tres. Tal vez cuatro. Su cuerpo se volvió una herida abierta. Y su mente, un campo de batalla entre la desesperanza y una voluntad férrea.

Una noche, mientras yacía sangrante, temblando por dentro, notó algo extraño. Un dolor punzante diferente. Una intuición. Una pérdida. No sabía que estaba embarazada... hasta que dejó de estarlo.

Había sido aquella noche con Shane. La única vez. Y ahora también se le había arrebatado eso.

El líder del grupo, un hombre con acento europeo y manos meticulosamente limpias, se le acercó mientras la sangre le corría entre las piernas. Ordenó que la trasladaran a una celda más "digna". Intentaban salvarla. Tal vez para negociar. Tal vez para seguir torturándola con más precisión.

Ese fue su error.

Alex esperaba. Observado. Identificar patrones. Cuando el guardia que la alimentaba descubrió el seguro de la reja por un segundo, ella actuó. Como un animal herido que aún recuerda matar. Le quitó el cuchillo. Lo nosotros sin dudar. Uno por uno. Silenciosa. Letal. Sangrienta. Hasta llegar al líder.

Lo miró a los ojos cuando le cortó la garganta. No dijo nada. No presentó. Solo se llevaron las llaves, un transmisor, algo de agua, un mapa a medio quemar... y corrió.

El desierto era inmenso. Las noches heladas. Las heridas no se cerraron. Pero Alex caminó. Y mientras lo hacía, hablaba con el viento como si fuera Rick. Como si Shane pudiera oírla. Como si Carl aún la esperara para enseñarle cómo atrapar fantasmas con cajas de cartón.

Tres días después, una unidad aliada la encontró deshidratada, cubierta de sangre seca, con el arma de uno de sus captores aún en la mano. Ni siquiera tenía fuerza para hablar. Solo murmuró una palabra: “Informe”.

Volví a Estados Unidos bajo máxima confidencialidad. La clasificación como operativa recuperada con daños psicológicos severos. La CIA le ofreció una baja con todos los honores, con posibilidad de reintegrarse tras evaluación futura. Sus datos fueron sellados. Su nombre quedó en el limbo administrativo, entre mártir y fantasma.

Y ella ayudó. Porque necesitaba sanar. Porque había perdido más de lo que cualquiera entendería.

Y porque sabía que algo en casa había cambiado. Que Rick no contestaba el teléfono. Que Carl ya no enviaba dibujos. Y Shane... Shane no estaba.

Alex volvió a la casa y al mundo que conocía se desmoronaba. Su hermano Rick estaba en coma, inmóvil en una cama de hospital con tubos y monitores como única señal de vida. Carl, su pequeño sobrino, había dejado de sonreír, convertido en un niño serio y callado, demasiado grande para sus pocos años. Shane, antes invencible a sus ojos, estaba colapsando poco a poco, sobrecargado por una responsabilidad que no le correspondía solo a él. Y Lori... apenas era una sombra de sí misma.

Alex sintió que el suelo se abría bajo sus pies, pero no podía caer. Por muy rota que estuviera, no podía permitirse flaquear. Había aprendido a disociar el dolor, a enterrarlo profundo. No le contó a Shane lo que perdió. Ni el miedo que aún le recorría la piel. Ni la culpa. Nada de lo que pudo haber sido.

Actuó como si nada hubiera pasado. Como si fuera entera. Se estremecía cada vez que alguien que no fuera Shane o Carl se le acercaba, pero lo disimulaba con perfección. Su voz era firme, sus manos ocupadas, sus ojos atentos. Visitaba a Rick a diario, hablándole como si pudiera oírla, contándole todo lo que pasaba para que, si despertaba, no se sintiera perdido. Cuidaba de Carl con una ternura silenciosa y un templo inquebrantable. Y aunque Lori le despertaba emociones encontradas, hacía todo lo posible por evitar enfrentamientos, sobre todo frente al niño. Porque Carl ya había visto demasiado.

Alex era ahora el ancla de todos. La roca bajo la tormenta. Y nadie imaginaba lo profundamente rota que estaba por dentro.

las sesiones con su terapeuta asignada eran inútiles en el mejor de los casos. ¿Cómo podía esa mujer, sentada cómodamente con su carpeta de notas y tono condescendiente, ni siquiera entender lo que le pasaba a Alex? Alex había estudiado psicología, sabía con precisión qué le ocurría y sabía que no estaba bien, pero por más que lo intentaba no podía confiar en ella. Las palabras se le atragantaban. El trauma no quería vestirse de frases.

Se encontró más veces de lo necesario acurrucada con Shane, quien era el único que parecía entender sin preguntar, sin invadir. Con él, el silencio no era incómodo; era un refugio. Le daba el apoyo que necesitaba para mantenerse en pie, incluso cuando su propia piel se estremecía con los ecos de manos ajenas, cuando las marcas invisibles de sus captores volvían en sensaciones fantasmas que se adherían como sombra.

Shane no la tocaba a menos que ella se lo permitiera. Cuando lo hacía, era con una ternura contenida que dolía más que cualquier herida. A veces se quedaban horas en el sofá, ella con la cabeza sobre su hombro, sintiendo su respiración acompañada como única brújula.

Una noche, mientras el mundo afuera dormía o fincía hacerlo, Alex rompió a llorar, en silencio, hasta quedarse sin aliento. Shane no dijo nada. La sostuvo con fuerza, con una paciencia que solo él parecía tener para ella. En ese abrazo, Alex deseó poder quedarse. Deseó que ese fuera de su hogar. Que el tiempo se detuviera ahí.

Y a veces, solo a veces, deseaba que él tampoco recordara lo que ella había perdido. Que pudiera borrar el dolor como si fuera tinta vieja. Pero ambos sabían que no podían. Así que solo compartían el peso, por insoportable que fuera.

Ya estaba en casa dos meses, y Rick llevaba cinco meses y medio en coma. Cada día era una batalla entre el deseo de rendirse y la necesidad de seguir buscando estabilidad. Fue entonces cuando sus antiguas redes de información le advirtieron que el virus del que se hablaba vagamente en noticieros internacionales era más que una nota de fondo. La palabra "contención" comenzó a repetirse en canales restringidos. "Mutación". "Colapso".

La paranoia creció. Y con ella, el instinto que nunca la había abandonado. Empezó a armarse con disciplina quirúrgica. Ocultó bolsas de supervivencia en lugares estratégicos de la casa. Adquirió recursos, mapas, baterías, radios, medicamentos. Revisaba y revisaba los planos de evacuación mentalmente, mientras cada noche visitaba a Rick e intentaba hablarle, suplicándole en susurros que despertara. A veces, se quedaba dormida con la cabeza sobre su pecho, imaginando que lo oía responder. 

 


 

La ciudad olía a humo ya sangre, aunque aún nadie quería admitirlo. Las señales estaban ahí: sirenas apagadas, hospitales desbordados, policías que ya no respondían por radio. Alex mantenía el motor en marcha mientras Shane bajaba del vehículo, sus botas pisando con fuerza los escalones manchados frente al hospital general. Ella lo siguió, mochila al hombro, pistola cargada, respiración contenida.

El hospital estaba extrañamente callado. Demasiado. Las luces parpadeaban como si el lugar hubiera sido sacudido desde dentro. En la recepción no había nadie, solo papeles esparcidos y manchas de un líquido oscuro que Alex no quiso analizar. Avanzaron con armas al frente, cubriéndose el uno al otro como lo habían hecho en entrenamientos, pero esto era distinto. Esto era real. Y Rick estaba en una de esas salas.

Cuando entraron, su hermano yacía inmóvil en la cama. Alex sintió que algo le arrastraba el corazón hacia el suelo. El monitor cardíaco estaba apagado. No había médicos, no había enfermeros. Solo Rick, pálido y quieto. Shane se acercó primero, tocándole el cuello. Por un momento, el silencio fue absoluto.

—No... no hay pulso —murmuró Shane.

Alex dio un paso atrás, el pecho apretado. Pero no se permitió el lujo del colapso. Cerró los ojos, respiró hondo, y le presionó el esternón. Dos veces. Luego tres. Algo en su instinto —el mismo que la había sacado viva del desierto— le gritaba que no era el final.

Rick respiró.

Una bocanada, seca, sutil. Pero real.

—¡Está vivo! —jadeó Alex—. Está débil, pero sigue ahí.

Entonces se oyó la primera explosión. No lejos. El edificio vibró, las luces titilaron aún más violentamente, y un grito humano cruzó el pasillo seguido de disparos descontrolados.

—Tenemos que sacarlo de aquí —dijo Shane con urgencia, mirando alrededor.

Alex negó con la cabeza, calculando con frialdad.

—Si lo movemos así, lo matamos. No está listo. Necesita tiempo, cuidado. Tenemos que dejarlo aquí, pero seguro. Protegerlo.

Los ruidos se acercaban. Algo —alguien— golpeaba puertas. Gemidos, gruñidos, pasos torpes. Los dos sabían que el infierno se había desatado.

Con rapidez quirúrgica, Alex y Shane arrastraron la cama de Rick contra una pared interna. Aseguraron la puerta del cuarto con una camilla, y reforzaron las cerraduras. Luego, usando vendas limpias y correas de un carro médico, sujetaron suavemente las muñecas y tobillos de Rick a la cama. No para inmovilizarlo con violencia, sino para evitar que, si despertaba confundido, se lastimara.

—Lo siento, Rick —susurró Alex mientras le colocaba una manta sobre el pecho—. No es abandonado. Es estrategia.

De su mochila sacó una hoja doblada y un marcador permanente. Escribió con mano temblorosa pero decidida:

"Si despiertas estoy con Lori y Carl. Te protegí como prometí. Vamos al campamento cerca del acantilado. Si nos movemos, dejaré otra nota. En casa dejé algunas bolsas de suministros para ti y un mapa. No mueras, idiota".

Doblando el papel, lo dejó en el pecho de su hermano, sujeto con cinta quirúrgica. Luego se inclinó y le besó la frente.

—Despierta, Rick. Necesito que te despiertes.

El tiempo apremiaba. Tomaron lo poco que quedaba de medicinas, vendas, jeringas. Alex revisó su pistola una vez más, y Shane cubrió la salida. Los gritos no cesaban. Algunos humanos, otros... no tanto.

Salieron justo cuando otro estruendo sacudía el edificio, esta vez más cerca. El humo llenaba ya los pasillos. Corrieron por las escaleras, jadeando, hasta que salieron al exterior.

En el estacionamiento, Lori abrazaba a Carl con fuerza mientras los veía llegar. El niño corrió hacia su tía, y ella lo cargó sin decir nada, su corazón latiendo con fuerza contra el cuerpecito del niño. Lori intentó hablar, pero Alex solo se acercó, sin detenerse.

—Suban. Ya.

Shane se colocó al volante de su jeep. Alex arrancó la camioneta con Lori y Carl dentro. Aceleraron por la calle vacía, con las sirenas aún lejanas y el cielo comenzando a pintarse de humo rojo.

El mundo se estaba terminando.

Pero Alex tenía una promesa que cumplir.

 

 

Chapter 2: 2

Notes:

Puede sentirse un poco entrecortado el capitulo, diré que es por mi poco tiempo y mi mente ruidosa que todavía no termina de enfocarse bien en lo que quiere como detalle. No diré que lo editare o revisare pronto para solucionarlo , por que eso seria mentir.
Además que no tengo beta así que todo queda en mis manos erráticas por ahora.

Bueno al menos para esta semana ya tengo relativamente listo las cosas que tenia que hacer en mi día a día, creo...
Así que lo mas probable siga publicando para esta historia y mis otros desvaríos públicos en el perfil.

Pronto creo también que cambiare mi nombre de perfil ya que tengo hace años el mismo y tal vez le ponga una foto o algo para personalizarlo.

Se tocan algunos temas sensibles en la historia en general y claramente he hecho cambios del canon ya que al final de todo es mi historia y pudo escribir lo que quiera.
Pero por lo demás estén atentos a las etiquetas y tómenlas como advertencia para la historia.

Chapter Text

 

 

El sol caía pesado sobre los árboles, teñido por el polvo que el Jeep de Shane levantaba al avanzar por el sendero estrecho. Alex iba delante, al volante de la camioneta donde Carl dormitaba con la cabeza en su regazo, exhausto. Lori, en el asiento del copiloto, mantenía la mirada perdida, como si aún esperara despertar de una pesadilla sin fin.

El campamento estaba en lo alto de un acantilado, un claro entre los árboles donde el grupo de sobrevivientes había instalado tiendas, lonas y fogatas rodeadas de piedras. Era improvisado, pero elevado y con buena visibilidad. Lo que más importaba ahora.

Apenas descendieron de los vehículos, un grupo de personas salió a recibirlos con miradas tensas. Shane tomó la palabra enseguida, presentándose como oficial del condado, ofreciendo seguridad. Alex no habló. Observó, evaluó. Contó los hombres, las salidas, la línea de visión. Trazaba mapas mentales mientras parecía simplemente descargar mochilas.

—¿Quién es ella? —preguntó una mujer mayor, observando a Alex.

—Una amiga —respondió Shane antes de que nadie pudiera hablar—. Alex Grimes. Entrenada. Condecorada. Confíen en mí, si hay alguien que puede mantenernos vivos, es ella.

La mayoría asintió en silencio, aunque no con agrado. En los días siguientes, quedó claro por qué.

Alex no buscó agradar. Tomó decisiones rápidas, frías, efectivas. Propuso turnos de vigilancia nocturna. Reorganizó los refugios para crear un perímetro de seguridad. Usó ramas y desechos metálicos para crear alarmas rudimentarias. Enseñó a algunos a identificar rastros humanos y animales. Diseñó tres rutas de escape en caso de emergencia.

—No eres militar, eres una dictadora —espetó Ed, un hombre corpulento de voz fuerte.

Alex lo ignoró. Su prioridad no era ganarse simpatías.

Alex no necesitaba una alarma para despertarse. A las seis en punto de la mañana, sus ojos se abrían como si su cuerpo siguiera sincronizado con un reloj invisible que ni el apocalipsis había podido romper. Mientras el resto del campamento aún dormía o fingía dormir, ella ya estaba de pie, atándose las botas con movimientos precisos, mecánicos, como una costumbre arraigada más allá del pensamiento.

Recorría el perímetro en silencio, atenta al más mínimo sonido entre los árboles. Revisaba trampas, reforzaba las alertas improvisadas hechas con latas, alambres y trozos de metal oxidado. Nada escapaba a su mirada. No hablaba, no saludaba; era como si formara parte del bosque, una sombra más entre las ramas.

Después, buscaba un claro apartado, desde donde pudiera ver todo el campamento sin ser vista fácilmente. Allí comenzaba su rutina física. Estiramientos, respiraciones controladas, secuencias de movimientos que repetía con exactitud militar: golpes al aire, defensas, desplazamientos. Era un entrenamiento para la memoria muscular, pero también una forma de mantener la cordura. Mientras su cuerpo se movía, su mente se ordenaba.

No pasaba mucho tiempo antes de que los curiosos se acercaran. Amy, Sophia y Carl eran los primeros. Al principio solo observaban, en silencio. Luego comenzaban a imitarla, torpemente. Alex los veía de reojo, sin dejar de moverse, hasta que alguno se tropezaba o se doblaba mal el tobillo. Entonces se detenía, se acercaba y corregía con paciencia. Nunca alzaba la voz, nunca imponía. Su enseñanza era sutil, casi instintiva. Les mostraba cómo pararse, cómo mover las manos para no golpearse una muñeca. Y siempre, al final, les ofrecía una palabra de aliento: suave, firme, sincera.

—No necesitas ser fuerte, solo saber cómo moverte —le dijo una vez a Carl mientras le corregía la postura.

Después del entrenamiento, Alex comía algo, si había comida preparada. Si no, se la arreglaba con lo que encontrara. Nunca pedía, nunca reclamaba. Comía rápido, en silencio, como alguien que no quería incomodar a nadie con su presencia.

El resto del día lo pasaba rondando. Ayudaba en silencio: recogía leña, aseguraba las tiendas, arreglaba lo que estaba roto sin que nadie lo notara. A menudo desaparecía entre los árboles, escondida en puntos estratégicos desde donde podía vigilar sin ser vista. Siempre con su libreta negra y un lápiz entre los dedos. Nadie sabía qué escribía. A veces solo dibujaba líneas, rutas, árboles. Otras, anotaba nombres, detalles, ideas.

A pesar de su aislamiento voluntario, Alex compartía pequeños momentos con los demás. A veces se sentaba junto a Carl sin decir una palabra. A veces escuchaba las conversaciones de Dale desde la distancia, sin intervenir. Su presencia era como una constante silenciosa, una sombra que protegía sin pedir permiso.

Cuando caía la tarde, mientras el campamento comenzaba a relajarse y el cielo se teñía de rojo, Alex limpiaba sus armas. Con ritual meticuloso, desmontaba cada pieza, revisaba, aceitada, ensamblaba. Después, volvía a recorrer el perímetro. Una segunda vuelta más lenta, más profunda, adentrándose en el bosque.

Y cuando todos dormían, cuando el campamento quedaba en silencio, ella seguía despierta, sentada en un árbol, escuchando el viento, los grillos… y los muertos.

Alex no esperaba que nadie la entendiera. Su rutina no era un espectáculo, era una promesa. Una forma de mantenerse viva. Una forma de mantenerlos vivos a ellos.

Lori, por su parte, estaba desbordada. Lloraba en silencio cuando Carl no la veía. Dormía mal. Comía poco. Miraba a Shane con una mezcla de culpa y necesidad, y a Alex con recelo.

—No tienes que hacer de madre sustituta —le dijo un día, al encontrarla abrazando a Carl después de una pesadilla.

—No lo hago por ti —respondió Alex, sin levantar la voz ni la mirada.

Carl se apegó a ella. Se sentaba a su lado mientras afilaba cuchillos, le hacía preguntas sobre animales, sobre mapas, sobre cómo saber si alguien es malo. Ella le respondía con ternura y honestidad, sin infantilizarlo. Sabía que el mundo ya se había encargado de quitarle la niñez.

Shane, mientras tanto, comenzaba a cambiar. Su voz sonaba más fuerte en las asambleas improvisadas. Se imponía, a veces sin razón. Quería actuar, moverse, controlar. Alex lo entendía. Estaba roto. Quería llenar el hueco que Rick había dejado. Pero su forma de hacerlo era peligrosa.

—Esto no es una cadena de mando —le dijo Alex una noche, cuando discutieron sobre si salir a buscar más armas era una buena idea.

—¿Y qué propones? ¿Esperar a que el infierno nos consuma?

—Propongo que pensemos antes de actuar. Que no arrastres a un grupo entero a la muerte por culpa de tu necesidad de redención.

La tensión crecía. Dale, el anciano sabio de voz serena, intentaba mediar.

—Necesitamos decisiones compartidas, no imposiciones —decía—. Nadie eligió líderes aquí.

—Nadie, excepto la supervivencia —replicó Alex—. Y la supervivencia no siempre tiene tiempo para votar.

Pese a las fricciones, las defensas funcionaban. El grupo dormía más tranquilo. La comida se racionaba con inteligencia. El agua se filtraba gracias a un sistema improvisado por Alex y Glenn. Poco a poco, incluso los más escépticos comenzaron a escucharla.

Y sin embargo, cada noche, cuando el fuego moría y el viento rozaba las tiendas de campaña como un susurro lejano, Alex miraba hacia el sur. Hacia el hospital.

Rick no había despertado. Y aunque lo había dejado en las mejores condiciones posibles, algo en su pecho la apretaba.

No era solo el miedo de perderlo. Era la certeza de que, si lo perdía, todo lo demás se vendría abajo.

Una noche, días después de su llegada, Alex notó la ausencia de Shane. Lo buscó por el campamento, pero no estaba. Carl dormía y Lori había vuelto sola hacía poco, con una expresión confusa, perdida. Algo se rompía en su mirada, como si quisiera huir de sí misma.

Preocupada, Alex tomó su cuchillo y linterna y se adentró en el bosque.

No tardó en encontrarlo. Shane estaba recostado contra un árbol, medio ebrio, la mirada vacía, apenas consciente. Unos caminantes se arrastraban no muy lejos. Alex los abatió con precisión fría, sin que Shane se moviera.

—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó, arrodillándose frente a él.

—Ella... Lori... —balbuceó Shane, con la voz quebrada—. Lo arruiné.

Alex comprendió. No necesitaba más palabras.

Lo ayudó a levantarse, sin decir nada. No lo juzgó, pero la furia la carcomía. No solo por lo que Lori había hecho, sino porque había dejado a Shane, vulnerable, solo, en medio del bosque. Podía haber muerto. Él no era su responsabilidad. Pero tampoco podía dejar que se destruyera.

Desde ese momento, su relación con Lori cambió. Había una tensión sorda, una hostilidad apenas contenida. Alex no la confrontó directamente. No por Lori. Por Carl. Por Rick. Por todo lo que aún podía perderse si la unidad se rompía.

Mantuvo a Shane lejos de Lori todo lo posible. Se aseguró de que no quedaran solos, de que él no recayera. Lo empujaba a enfocarse en las defensas, en las rondas, en sobrevivir. Lo conocía lo suficiente para saber que, si se mantenía ocupado, no se derrumbaría del todo.

Por fuera, era la soldado fría, la operativa imperturbable. Por dentro, el mundo seguía tambaleándose. Pero si Rick despertaba… entonces, tal vez, habría esperanza todavía.

Alex lidia con la culpa y la vigilancia constante: cada sombra, cada crujido en la noche, despierta el temor de que Rick no haya sobrevivido. A veces se sorprende revisando mentalmente la nota que dejó en su habitación del hospital, repasando cada paso que dio, cada decisión. "¿Y si me equivoqué? ¿Y si había una forma mejor?"

Empieza a tener recuerdos del trauma de su tiempo en cautiverio. Las noches traen consigo visiones de la celda oscura, del concreto húmedo, del sonido de las botas acercándose por el pasillo. Pesadillas que la hacen despertar empapada en sudor, con el cuchillo en la mano antes de darse cuenta de dónde está. Su cuerpo recuerda el dolor antes que su mente. Hay momentos en que le cuesta distinguir el presente de esos meses perdidos. La oscuridad del bosque a veces se funde con la oscuridad de su encierro, y debe respirar profundamente para no perder el control.

Durante el día, su entrenamiento la mantiene enfocada. Recorre el perímetro, entrena al amanecer, diseña nuevas estrategias de defensa, todo con precisión casi mecánica. Pero en su interior, hay una herida abierta que no deja de sangrar. Nadie en el campamento lo sabe. Nadie pregunta. Y Alex no ofrece respuestas. Solo Carl ha notado algo, y a veces se cuela en su tienda sin decir palabra, simplemente para dormir cerca de ella. Ella lo deja. Porque en ese silencio compartido encuentra un ancla, un recordatorio de por qué eligió vivir.

A veces, mientras lo observa dormir, se permite un respiro. Recuerda su infancia con Rick, las navidades improvisadas, las historias que Shane le contaba sobre monstruos en la carretera que luego se volvían juegos. Carl le recuerda todo eso, y también lo que está en juego. Aún hay algo por lo que luchar. Incluso si cada noche es una batalla contra su propia mente. Incluso si cada día se siente como una guerra silenciosa que nadie más ve.

 


 

Glenn hace expediciones de búsqueda regularmente, gracias a su habilidad para moverse rápido, mantenerse fuera de vista y recordar rutas laberínticas. Un día, propone a Alex acompañarlo para buscar suministros en una pequeña tienda al borde del pueblo, aún sin explorar por el grupo.

Alex acepta sin dudar. Desde el primer momento, Glenn nota su precisión. No solo se mueve con sigilo, sino que piensa como una estratega. Antes de entrar al edificio, Alex analiza salidas, ventanas, posibles rutas de escape. Asegura puertas tras ellos, coloca pequeñas trampas para detectar movimiento y cubre puntos ciegos.

Dentro, mientras Glenn recoge medicamentos y productos enlatados, Alex se centra en herramientas útiles, linternas, baterías, incluso cables y espejos que puedan servir para señales. En un momento, al oír pasos, ambos se ocultan tras un estante caído. Glenn está tenso. Alex respira hondo, levanta tres dedos. En silencio, cuenta. Uno. Dos. Tres. Y lanza una botella hacia la dirección opuesta. El caminante que los rondaba cambia de rumbo. Ambos escapan sin ser vistos.

Al regresar, Glenn comenta con los demás:

—Es como tener a una mezcla de ninja y sargento entrenado al lado. No solo sabe sobrevivir. Sabe hacer que tú también sobrevivas.

Alex no responde. Pero en su mirada se nota algo parecido al orgullo, aunque contenido. Desde entonces, Glenn la busca cada vez que hay expediciones importantes.

Andrea y Amy habían observado a Alex desde el primer día. Amy la admiraba abiertamente. Se sentaba cerca cuando podía, hacía preguntas sobre rastros, sobre armas, sobre cómo saber si alguien mentía. A veces, solo la miraba con esa mezcla de fascinación y esperanza que solo los jóvenes pueden ofrecer. Alex respondía con paciencia, aunque sin demasiadas palabras. Pero le caía bien. Había en ella una luz que le recordaba algo perdido, algo que no quería apagar.

Andrea era diferente. Siempre alerta, siempre evaluando. No le gustaba la frialdad con la que Alex tomaba decisiones. No le gustaba que, sin proponérselo, se hubiese convertido en un punto de referencia para el grupo. Le parecía peligrosa, impredecible. Aun así, no podía negar que gracias a ella dormían un poco más seguros. Aunque lo admitiera en voz baja, respetaba su capacidad.

—No me fío de la gente que no sonríe —le dijo una vez, sin rodeos.

—Y yo no me fío de la gente que necesita sonrisas para confiar —respondió Alex, sin malicia, pero sin ceder.

Andrea frunció el ceño, pero no insistió.

Dale, siempre observador, había notado el peso que Alex cargaba. No por lo que decía, sino por lo que no decía. Las noches en que no dormía. Las veces que se apartaba sola al borde del acantilado. La manera en que apretaba la mandíbula cuando creía que nadie la miraba. Con cautela, empezó a acercarse.

Una tarde, mientras Alex revisaba una trampa mal colocada cerca del río, Dale se acercó con su tono pausado y su gorra ya raída por el sol.

—No tienes que hacerlo todo tú sola —dijo, sin esperar que ella lo mirara.

—No lo hago sola. Solo lo hago bien —respondió Alex, clavando un palo en la tierra para reforzar el mecanismo.

Dale sonrió levemente.

—Eso también puede cansarte. A veces, dejar que alguien más lleve una parte del peso no es debilidad. Es sabiduría.

Alex no respondió de inmediato. Terminó su tarea, se incorporó, y lo miró.

—Gracias. Pero no estoy aquí para ser sabia.

—Tal vez no. Pero si alguna vez necesitas hablar, escuchar también es algo que sé hacer.

Ella asintió una vez, casi imperceptible. Fue suficiente. No se dijeron más en ese momento, pero desde entonces, Alex lo saludaba con una leve inclinación de cabeza cada mañana. Y Dale sabía que, en ese pequeño gesto, había más confianza que en muchos discursos largos.

El campamento seguía siendo una coreografía de supervivencia. Buscar agua, cazar, cocinar, mantener la higiene con lo poco que tenían. Alex organizaba tareas por grupos, siempre asegurándose de que nadie quedara expuesto sin respaldo. Enseñó a Amy y a otros cómo lavar utensilios lejos de la zona de comida para evitar contaminación. Propuso rotar las tareas de cocina para evitar tensiones. A veces, incluso se le escapaba una broma seca, algo que hacía que algunos rieran con sorpresa. No era calidez. Pero era humanidad.

Fue en una de esas expediciones de caza donde conoció mejor a Daryl Dixon.

Al principio, él no hablaba mucho. Gruñía más que conversaba. Pero Alex no exigía palabras. Solo resultados. La primera vez que salieron juntos, ella notó que Daryl tenía una puntería casi perfecta con la ballesta, un oído agudo para detectar movimientos y una forma de caminar que apenas dejaba huella. La respetó por no subestimarlo. Y él, por no invadir su espacio.

—No eres como los demás —le dijo Daryl tras una cacería exitosa.

—Tú tampoco —respondió Alex, mientras limpiaba el filo de su cuchillo.

Desde entonces, salían juntos con frecuencia. No hablaban mucho, pero cuando lo hacían, era con honestidad. Sin rodeos. Había una complicidad extraña entre ellos, forjada en el silencio compartido de los bosques, en el entendimiento de que ambos conocían el dolor sin tener que contarlo.

El hermano de Daryl, Merle Dixon, era otro asunto. Grosero, imprudente, provocador. Nadie en el campamento lo soportaba, excepto Daryl. Pero curiosamente, Alex era la única que le respondía con la misma moneda.

—¿Qué pasa, soldadita? ¿Crees que por tener cara de póker y un cuchillo sabes más que yo? —le soltó una vez Merle, mientras fumaba recostado contra una camioneta.

—No lo creo. Lo sé —respondió ella, mirándolo con frialdad.

Merle soltó una carcajada ronca, casi con gusto.

—Tienes huevos, chica. Me caes bien.

—Yo no te devolvería el cumplido —dijo Alex, y siguió caminando.

Desde entonces, Merle le lanzaba pullas cada vez que la veía, pero lo hacía con una especie de respeto torcido. Como si, en su retorcida forma de ver el mundo, la considerara parte del mismo barro que él.

Alex no buscaba hacerse amigos. Pero sin proponérselo, empezaba a construir puentes. Puentes de respeto, de utilidad, de confianza. No eran cálidos ni suaves, pero eran reales. Y en ese mundo, eso era mucho más valioso.

 


 

Lori se siente desplazada. Lo ve en los ojos de Carl, en cómo corre hacia Alex después de cada guardia, en cómo le cuenta a ella sus miedos, sus preguntas, sus sueños. No a su madre, sino a Alex. Aquella mujer que regresó del infierno convertida en una sombra dura e impenetrable… pero que con Carl se suaviza, se arrodilla a su altura, le enseña a sostener un cuchillo sin miedo, a leer rastros, a entender cuándo una puerta es trampa y cuándo es refugio.

—No es una soldado, es un niño —le dice Lori una noche, cuando encuentra a Carl limpiando un arma descargada bajo la supervisión de Alex.

—Y este mundo no va a esperar a que crezca —responde Alex, sin elevar la voz.

—¿Eso justifica prepararlo para matar?

—Justifica prepararlo para no morir.

El tono no es agresivo, pero las palabras caen como piedras. Lori se queda muda, sintiéndose madre e inútil a la vez. Ve a su hermana política y siente una amenaza que no puede nombrar. No teme que Alex le quite a Carl. Teme que Carl ya no la necesite a ella. Teme que, en este nuevo mundo, ser madre no sea suficiente.

Cada vez que Carl acude a Alex para preguntar si puede patrullar, si puede ayudar con las trampas o con las fogatas, Lori siente que pierde un poco más de lo que era su familia. No solo a Rick, a quien ya da por muerto. También a su hijo. También a Shane. También a sí misma.

Una tarde, al verlos reír juntos —Carl y Alex lanzando piedras al río mientras ella le explica cómo calcular distancia con los rebotes—, Lori siente un nudo en el pecho. No es celos. Es duelo. Porque ese sonido, esa risa que solía provocar ella, ya no le pertenece. 

 


 

Alex sabía que Shane la miraba diferente. Lo notaba en sus gestos, en cómo se acercaba más de lo necesario, cómo buscaba su aprobación de manera casi imperceptible. Pero no le importaba. O, al menos, lo intentaba.

Shane estaba roto. Lo veía en sus ojos, en la forma en que tomaba decisiones sin pensar, en el miedo que a veces se escapaba de su boca sin que pudiera controlarlo. No había nada de eso en Alex. Ella pensaba antes de actuar. Cada movimiento, cada palabra, cada mirada, todo estaba calculado.

La tensión empezó a acumularse con el paso de los días. Las pequeñas roces, las miradas que no se sostenían el tiempo suficiente para ser consideradas demasiado intensas, pero que lo eran. Cuando se cruzaban, algo se quebraba, aunque ninguno de los dos lo admitiera.

Una noche, después de una discusión sobre la seguridad del campamento, Shane se acercó a ella con ese tono que Alex ya había aprendido a reconocer. Era el tono que usaba cuando necesitaba que alguien lo respaldara, cuando quería escuchar lo que pensaba, no lo que era más lógico.

—No lo sé, Alex. Todo esto se está desmoronando. ¿Qué quieres que haga? —le dijo, frustrado, mientras pasaba una mano por su cabello.

Alex lo observó, sin responder de inmediato. No lo miraba con lástima, pero sabía que Shane estaba buscando algo que ella no podía darle. Lo había hecho antes, sin pensarlo: lo había protegido, lo había cuidado, y sin embargo, no podía cruzar esa línea. No después de todo lo que había pasado.

—Haz lo que tienes que hacer, Shane. Haz lo que sea necesario, pero hazlo bien —respondió, sus ojos fijándose en el mapa que sostenía en sus manos, sin permitir que su voz se quiebres.

Shane la observó en silencio. Durante un momento, pensó que iba a decir algo más, pero se quedó callado. La incomodidad se hizo más pesada entre ellos, aunque ninguno de los dos lo admitiera.

En las noches, a veces, cuando el fuego ya se había apagado y la gente comenzaba a dormir, Shane se acercaba, y sus miradas se encontraban por más tiempo de lo normal. Alex sentía la presión de la cercanía. Se apartaba rápido, hacía cualquier cosa para desviar su atención, pero era difícil ignorarlo.

Lori y Carl no ayudaban. Lori, al borde del colapso emocional, no veía la relación entre Alex y Shane con buenos ojos. A veces, en medio de la noche, Alex encontraba a Carl a su lado, durmiendo cerca de su tienda, buscando consuelo en ella, tal vez sin saber que su madre se había vuelto una extraña, atrapada en su propio dolor.

Carl le preguntaba cosas sobre la supervivencia, sobre cómo hacer una trampa para conejos, cómo encender una fogata sin que el humo los delatara. Alex le enseñaba, sin alardear. Ella no tenía respuestas fáciles, pero sí suficientes para mantenerlo ocupado, distraído del vacío que Rick había dejado. Y mientras Carl se aferraba a ella, Lori se alejaba cada vez más, como si se sintiera desplazada.

Una mañana, mientras Alex recorría el campamento, notó a Shane observándola desde lejos. No era la primera vez, pero esa vez se sintió diferente. Se sentó en la roca junto a ella, tan cerca que podía oler el sudor de su camiseta, el aire que ya no era fresco, el polvo que se pegaba a la piel.

—¿Estás bien? —preguntó él, con voz suave, como si de alguna manera no quisiera perturbar el silencio que los rodeaba.

Alex lo miró con calma, midiendo cada palabra.

—Estoy bien. Pero no estoy aquí para ser tu terapeuta, Shane. Lo sabes —respondió, sin querer entrar en más detalles. Su mirada pasó sobre el campamento, sobre la gente, sobre la vida que intentaban reconstruir en un lugar tan lejano a la normalidad.

Shane suspiró, dándose cuenta de que esa charla no lo iba a llevar a ninguna parte. Se levantó, más decidido que nunca, pero antes de dar un paso, se detuvo y le lanzó una mirada.

—Tal vez algún día puedas decirme la verdad. —Era más una afirmación que una pregunta, pero Alex no respondió. No podía.

El resto de la noche, Alex se centró en las rondas de seguridad, en las alarmas rudimentarias que había diseñado para proteger el campamento. Era lo único que podía controlar en ese momento, algo que le daba una sensación de seguridad, aunque fuera solo una ilusión.

A la mañana siguiente, cuando Shane le ofreció ayudar con los turnos, Alex lo aceptó sin miramientos. Sabía que, aunque su relación fuera tensa y rota, seguían siendo un equipo. Uno que se necesitaba. Pero también entendía que, en un mundo como este, la necesidad no era suficiente para mantener a las personas unidas.

Cada día que pasaba, Alex lo entendía más. La supervivencia no se trataba solo de estar vivos. Se trataba de saber cuándo dejar ir, cuándo sacrificarse por el grupo, cuándo callar, cuándo hablar. Y, por encima de todo, sabía que había algo que no podía permitir que se rompiera: la promesa que le había hecho a Rick. Aunque él aún no estuviera allí, su responsabilidad era más grande que cualquier otra cosa.

Mientras el grupo luchaba por encontrar algo parecido a la normalidad, Alex se mantenía vigilante, consciente de que cada movimiento en falso podría ser el último.

Alex regresaba del bosque, con el rostro sucio, el cabello enmarañado por el viento y la tensión de los días acumulada en cada músculo. Había dejado la mochila junto a una roca y se disponía a sentarse cuando lo sintió: la mirada clavada en su espalda.

—¿Vas a seguir evitándome? —La voz de Shane rompió el silencio áspero como una cuchilla.

Alex cerró los ojos por un segundo antes de girarse lentamente.

—No te estoy evitando, Shane.

—¿No? Porque desde que salimos del hospital has estado... allá. —Señaló vagamente al bosque, al perímetro, al vacío—. Lejos. Incluso cuando estás cerca, estás lejos.

Ella lo observó. Sus ojos estaban cargados. No de rabia, sino de dolor.

—¿Esto es por Rick? —insistió Shane, dando un paso más—. ¿Porque no pude sacarlo del hospital? ¿Porque no lo traje?

—No. —La respuesta fue inmediata. Alex negó con la cabeza, su mandíbula tensa—. No te culpo por eso. No podías hacer más de lo que hiciste, y lo sé. Nunca fue por Rick.

—Entonces, ¿qué mierda es, Alex? —Su voz se quebró, con desesperación más que enojo—. Pensé... después de esa noche, de lo que pasamos... pensé que tú y yo—

—¿Después de lo que pasó con Lori? —lo interrumpió, con los ojos entrecerrados.

Shane bajó la mirada. Alex dio un paso al frente, cruzando los brazos.

—No te culpo por eso tampoco —dijo, en voz baja—. Fue ella. Siempre fue ella. Se aprovechó de ti cuando estabas roto... cuando yo estaba rota. No esperaba menos. Pero creí que ella había cambiado.

—¿Qué quieres decir?

—Hace años —dijo, con un tono agrio en la voz—, cuando Rick y ella recién habían tenido a Carl, la sorprendí coqueteando con un vecino. Nada grave, pero inapropiado. La enfrenté. Pensé que lo había entendido. Pero no. Siempre fue así. Solo esperaba el momento para volver a lo mismo. Es una perra, Shane. Una maldita oportunista.

Shane no supo qué decir. El silencio entre ambos se volvió espeso.

—Entonces, ¿qué es? —murmuró finalmente—. ¿Por qué me empujas fuera?

Alex se mordió el labio, la mirada desviada hacia el suelo. Un largo momento pasó antes de que hablara, y cuando lo hizo, su voz era apenas un susurro:

—Porque no estoy lista.

—¿Para qué?

—Para sentir. Para volver a entregar algo de mí a alguien. —Tragó saliva con dificultad—. Hay algo que nunca te dije. Que no le dije a nadie.

Shane frunció el ceño, la tensión volviendo a él como una correa apretada al pecho.

—Antes de partir en esa misión —continuó ella, con la voz cada vez más temblorosa—, la noche antes de irme… estuve contigo. Y esa noche... me quedé embarazada.

Shane dio un paso atrás, como si las palabras le hubieran golpeado en el estómago.

—No lo supe enseguida —siguió ella, su voz quebrándose—. Pensé que era el estrés, las horas sin dormir, la presión de la operación. Pero cuando me capturaron… —hizo una pausa larga, dolorosa—. Cuando empezó todo lo que hicieron… entre las torturas, un día empecé a sangrar. Ahí lo supe. Lo perdí. Y ni siquiera me había dado cuenta de que estaba embarazada.

Shane estaba mudo. Los ojos muy abiertos, los puños apretados. No sabía si abrazarla, gritar, o derrumbarse.

—Cuando volví... —Alex continuó, con lágrimas resbalando por su rostro sucio—, todo era demasiado. Tú, Rick, Lori, Carl, el trabajo, el deber... no pude decírtelo. No podía. Y después… el mundo se fue al carajo. No había espacio para mi dolor. Para eso . Solo había espacio para sobrevivir.

Finalmente, levantó la vista. Sus ojos se encontraron con los de él, vulnerables, abiertos.

—No te alejé por lo que hiciste o dejaste de hacer. Me alejé porque estoy rota, Shane. Porque una parte de mí todavía está atrapada en ese lugar, en esa celda. Y no sé cómo volver.

Shane dio un paso más cerca. Con cuidado. Como si temiera que ella se rompiera en mil pedazos. La tocó, apenas, con los dedos en su brazo.

—Debiste decírmelo —susurró.

—Lo sé —dijo ella, dejando que una lágrima cayera sin resistencia—. Lo sé.

 


 

El sonido del motor fue lo primero que rompió la calma del campamento.

Amy fue la primera en levantarse de su asiento, seguida por Dale que frunció el ceño y entrecerró los ojos para distinguir a los recién llegados. Alex, que acababa de regresar de su ronda en el perímetro, sintió el nudo en el estómago antes de ver la figura. Se detuvo en seco, los pies firmes en la tierra, los ojos fijos.

Glenn apareció primero, caminando rápido, sucio y visiblemente cansado, pero con una sonrisa eufórica en el rostro. Detrás de él venía otro hombre. La ropa de oficial, el sombrero de sheriff… Alex sintió cómo la sangre se le helaba en las venas.

Rick.

Carl gritó su nombre antes de que Lori pudiera reaccionar.

—¡Papá! —la voz del niño se quebró, corriendo con fuerza hacia él.

Rick cayó de rodillas, atrapando a su hijo en un abrazo que parecía detener el tiempo. Lori llegó segundos después, sus manos temblando, las lágrimas brotando sin control. Rick la abrazó también, apretándolos contra su pecho como si pudiera protegerlos de todo el horror del mundo con solo ese gesto.

Alex no se movió.

El viento sopló suavemente, pero ella no lo sintió. Su respiración se volvió superficial, como si no pudiera llenar los pulmones. Las manos le temblaban. Sentía que si daba un paso, si siquiera pestañeaba, él desaparecería otra vez. Que todo esto era una ilusión cruel. Se aferró al tronco más cercano, los dedos clavándose en la corteza.

Shane los miraba desde unos metros atrás. Sus ojos no parpadeaban, quietos. Los brazos cruzados, el rostro pétreo, pero en su interior se desmoronaba. Lo había dado por muerto. Había hecho todo lo posible por proteger a Lori, a Carl… a Alex. Porque eso era lo que Rick le había dejado: su familia. Y ahora Rick estaba de vuelta, caminando, abrazando, respirando. Vivo. Y Shane, que había asumido el mando, que se había aferrado a ese rol como a un salvavidas, ahora se sentía como un espectador en su propia vida.

Y entonces, sus ojos se desviaron a Alex.

La vio paralizada. Vulnerable. 

Rick se puso de pie con Lori y Carl aún cerca. Al levantar la mirada, la vio a ella.

—Alex… —fue casi un susurro.

Ella no respondió. Sus ojos se encontraron con los de su hermano. Aquel que había cargado cuando era niña, a quien había admirado, odiado y amado con una intensidad que pocos podrían entender. Estaba vivo. Frente a ella. Y no sabía qué hacer.

Daryl irrumpió en la escena poco después, arrastrando el cuerpo de una ardilla recién cazada y exigiendo explicaciones sobre su hermano.

—¿Dónde carajo está Merle?

Glenn bajó la mirada. Shane cerró los ojos por un segundo. Rick, aún desorientado, intentó explicar. Le dijeron la verdad: lo habían dejado esposado en la azotea de un edificio en Atlanta. Daryl se desbordó en furia, arrojando cosas, gritando. Pero fue Alex quien se interpuso entre él y Rick, sin decir palabra, solo con el cuerpo, serena, firme. Daryl la miró, furioso, y ella no bajó la mirada. Algo en su postura lo hizo contenerse. Se marchó con un gruñido.

Shane lo vio todo. Vio cómo Alex defendía a Rick. Cómo Daryl la miraba. Cómo ella se quedaba cerca del recién llegado.

Y su mundo, ese pequeño control que aún le quedaba, se resquebrajó.

Más tarde, cuando Rick habló con Lori y los demás, exponiendo la necesidad de volver a Atlanta por Merle, las armas y las radios, Shane intentó oponerse. Intentó retomar el control. Pero todos escuchaban a Rick. Como si siempre hubiera sido su lugar.

Lori no le dirigió la palabra a Shane en todo el día.

Cuando por fin lo hizo, fue para dejar claro lo que ambos sabían pero no decían.

—Lo que pasó… fue un error. —No había odio en su voz, pero sí juicio. Y distancia.

Y cuando Shane buscó a Alex, esperando que al menos ella lo mirara como antes, la encontró sentada en la cima del acantilado, dibujando árboles en su libreta. Con el ceño fruncido. Con las manos aún temblando.

 

 

Chapter 3: 3

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

 

Y cuando Shane buscó a Alex, esperando que al menos ella lo mirara como antes, la encontró sentada en la cima del acantilado, dibujando árboles en su libreta. Con el ceño fruncido. Con las manos aún temblando...

Se acercó con pasos suaves, dudando. Como si ella fuera una criatura salvaje que pudiera huir si hacía un movimiento en falso. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se sentó junto a ella sin decir nada, dándole espacio, pero dejando clara su presencia.

Pasaron unos segundos antes de que Alex hablara.

—No vine aquí para pensar. Solo... necesitaba algo que mis manos pudieran hacer —murmuró, sin mirarlo, con la voz apenas firme.

Shane la observó un momento. El sol del atardecer dibujaba sombras largas sobre su rostro, y sus ojos parecían más claros que nunca.

Con cuidado, sin forzar nada, le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia él. Ella no se resistió. Dejó que su cuerpo se apoyara en el suyo, como si lo hubiera estado esperando, como si el peso de la contención fuera más grande que el de la incomodidad.

—Lo extrañé —dijo él, en voz baja—. Y deseaba que Rick no estuviera hubiera muerto. Pasé días rogando que estuviera vivo, que regresara, que… que pudiera abrazar a su hijo otra vez, que pudiera mirar a Lori como si fuera la única cosa buena del mundo.

Shane apretó los labios, la mandíbula marcada de tensión.

—Pero la verdad... —suspiró, como si le costara cada palabra—. La verdad es que no extrañaba las decisiones blandas de Rick. No extrañaba tener que seguirlo a ciegas cuando quería jugar al héroe, cuando se metía en riesgo por gente que no lo merecía. Rick podía convencer a cualquiera de que una idea suicida era noble. Y ahora está de vuelta. Y no quiero volver a perderlo. No... no otra vez.

Alex cerró los ojos. El brazo de Shane aún la envolvía, cálido y tembloroso.

—Y tambien... —continuó—, todo lo que pasó con Lori… Me siento como una mierda. Porque aunque sé que ella se aprovechó, aunque sé que fui yo el que quedó tirado en ese bosque como un perro… todavía me siento culpable. Porque Rick es mi mejor amigo. Y ella es su esposa. Y ahora… ahora ni siquiera me mira sin lanzarme cuchillos con los ojos.

Alex levantó la mano y la apoyó sobre el pecho de Shane. Sintió el latido irregular bajo su palma. Sus dedos ya no temblaban. Estaban firmes. Decididos.

—No tienes que justificar lo que sientes —dijo con suavidad—. Y no tienes que cargar solo con todo esto.

Levantó la mirada. Sus ojos lo atravesaron.

—Yo también extraño al Rick que conocíamos. Pero si vamos a ser honestos… lo que quiere hacer ahora tiene sentido. No completo. No bien planeado. Pero… sentido.

Shane frunció el ceño.

—¿En serio vas a apoyarlo en esto?

—No es cuestión de apoyarlo ciegamente. —Alex se enderezó un poco, aunque no se apartó de él—. Merle es un idiota peligroso, sí. Pero también es útil. Y Daryl… Daryl no se va a quedar si dejamos a su hermano allá. Si perdemos a los Dixon, perdemos habilidades vitales. Rastreo, caza, resistencia.

Shane bajó la mirada, procesando.

—Y además —agregó ella—, Rick está terco. Si no vamos con él, irá solo. Y eso sería aún más estúpido. No está entero todavía. Igual que todos nosotros, cambió. Lo mínimo que podemos hacer es vigilarlo… ver en qué dirección está yendo su cabeza antes de que tome decisiones que nos arrastren a todos.

Shane soltó un suspiro largo. Ella le acarició el brazo antes de separarse del todo.

—¿Y tú? ¿Por qué vas con ellos? —preguntó él, con una mezcla de preocupación y algo más que no se atrevía a nombrar.

—Recibí una señal —dijo, bajando la voz—. Una de las líneas de emergencia que usábamos los operativos en casos extremos. No sé qué significa aún, pero si hay algo de la CIA aún funcionando… necesito responder. Y si no es eso, al menos necesito información. Sobre el mundo, sobre la gente. Sobre lo que viene.

Shane asintió con lentitud. Luego la miró de nuevo, directo.

—Entonces vas.

—Sí. Pero antes tenemos que hablar con Rick, con Dale, y con los que van a ir. No podemos improvisar. Tu y Dale se quedan a cargo del campamento. Quiero que sepas todo lo necesario si algo sale mal. Yo tengo que dejar instrucciones. Y mapas. Y protocolos.

—Como en los viejos tiempos —murmuró Shane, sonriendo con tristeza.

 

—Solo que ahora no es entrenamiento. Es la vida real —dijo ella, poniéndose de pie.

 

Él la miró desde abajo, observando cómo se sacudía el polvo de los pantalones, cómo tomaba aire. Cómo se transformaba de nuevo en la soldado. Pero por unos minutos… había sido solo Alex. Su Alex.

 

Y eso era más que suficiente para seguir.

 

La reunión ocurrió poco después. Rick estaba a la defensiva. Se había reunido con Lori minutos antes, y su conversación no había terminado bien. Cuando vio a su hermana llegar con Shane al costado, el gesto serio y la espalda recta, se preparó para escuchar otra crítica. Otra negativa.

Pero Alex no lo miró con juicio. Lo miró con franqueza.

—No estás del todo equivocado —dijo, y el silencio cayó sobre el círculo de personas reunidas junto al fuego—. Ir por Merle y por los suministros que dejaste tiene sentido. Lo que no tiene sentido es el plan que armaste. Es impulsivo. Poco pensado. Y lo sabes.

Rick apretó los labios, pero no respondió. A su lado, Carl lo observaba con más atención que juicio. Como si intentara entender.

—Voy con ustedes —continuó Alex—. Pero necesito que todos estén al tanto de lo que voy a decir.

Se giró hacia el grupo. Estaban Dale, Shane, Glenn, Daryl, T-Dog, Rick, Carl, y un poco más atrás, Carol y Sophia. Las miradas la seguían con una mezcla de curiosidad, incertidumbre y expectativa.

—Antes de todo esto, trabajaba para la CIA y el Ejército. Operaciones encubiertas. Alta clasificación. Estoy entrenada para situaciones extremas, reconocimiento, extracción y contención de amenazas, entre otras cosas. Recientemente recibí una señal en una línea de emergencia que solo se activa en casos extremos. Necesito investigar su origen. Así que, en algún momento del viaje, me separaré para seguirla y luego me reuniré con ustedes en el punto de extracción para el regreso.

El silencio fue absoluto. Glenn la miraba boquiabierto. Dale alzó una ceja. Daryl solo asintió levemente, como si algo encajara por fin.

—Sobre Merle —continuó Alex—. Es un idiota, sí. Pero no es solo un imbécil bocón. Por lo que he visto en sus gestos, en su lenguaje corporal, estuvo en el ejército. Tiene entrenamiento. Y si se vio atrapado allá arriba, hará todo lo necesario para sobrevivir. Así que si no está donde lo dejaron, lo más probable es que haya escapado por su cuenta… con métodos extremos. Habrá que rastrearlo. Y probablemente estará herido.

Daryl gruñó con aprobación.

—Suena como algo que haría —confirmó.

—¿Y cómo estás tan segura de todo eso? —preguntó Glenn, aún incrédulo.

—Porque hice ese tipo de trabajo. Muchas veces. Y si ustedes van sin considerar esas variables, están entrando a ciegas.

—Entonces deberíamos dejar que tú lideres esta operación —dijo T-Dog, cruzándose de brazos.

Alex negó con la cabeza.

—Rick ya se comprometió con el grupo. No se trata de quitarle el liderazgo, sino de fortalecerlo. De respaldarlo con una estrategia que funcione. Yo estaré ahí para asegurar que eso ocurra.

Alex se giró entonces hacia Shane y Dale.

—Ustedes se quedan a cargo del campamento. Y hay cosas que deben saber. El perímetro tiene puntos de alerta con objetos colgantes para detectar movimiento en la maleza. Hay tres rutas de escape marcadas con pintura en las rocas. Las mujeres tienen puntos de reunión asignados. Revisen las trampas cada tarde. Si algo se sale de lugar, evacúan.

Shane asintió con gravedad. Dale tomó nota mental de cada palabra.

—Ed es un problema. Lo he mantenido a raya, pero cuando no esté, lo más probable es que vuelva a ser violento con Carol o Sophia. No lo duden: deténganlo.

Carol bajó la mirada. Sophia se apretó contra su madre.

—La familia Morales... podrían irse. Y si lo hacen, asegúrense de que no se lleven más de lo suyo. Si desaparecen con los suministros, ponen en riesgo al grupo.

—¿Y Jimmy? —preguntó Dale.

—Descuidado. Inconsciente. Si muere será por error propio. Vigílenlo. Si ronda por el bosque, reténganlo. Es un riesgo de abrir una brecha.

Rick frunció el ceño ante tanta frialdad. Pero Alex lo miró directamente.

—Y antes de que digas algo, Rick, también voy a decir esto: tienes que vigilar a Lori. No porque sea malintencionada, sino porque su necesidad de normalidad la hace actuar con imprudencia. Ha guiado a las mujeres fuera del campamento para lavar ropa sin seguridad, y ha permitido que los niños vaguen en el bosque como si esto fuera un paseo. Hasta ahora no ha pasado nada grave porque Daryl, Merle y yo hemos mantenido la zona limpia. Pero eso puede cambiar en cualquier momento.

Carl frunció el ceño, mirando a su padre.

—¿Eso es cierto?

Rick no respondió. Solo bajó la mirada, tenso.

—No digo esto para atacar a nadie —continuó Alex—. Lo digo porque este grupo está vivo por cosas que no siempre ven. Y si voy a ir con ustedes, necesito que ustedes vean lo que yo he visto.

Esta vez nadie la contradijo. Y por primera vez, muchos entendieron que Alex no era solo una sombra entre ellos. Era el pilar invisible que los había sostenido más de una vez. Que los protegía incluso cuando ellos no ven el peligro.

 


 

La mañana siguiente llegó con un aire tenso, como si el bosque mismo supiera que algo importante iba a suceder. El grupo se preparaba para partir rumbo a Atlanta. Rick revisaba su mochila, Glenn contaba suministros, y Daryl limpiaba su ballesta con una concentración mecánica. Mientras tanto, Alex caminaba por el campamento despidiéndose en silencio de los detalles que solo ella parecía notar: la cuerda floja en una de las trampas, el crujido irregular de la tercera tabla del piso del remolque, el reflejo que usaba como punto de observación al amanecer.

Fue Carl quien corrió hacia ella primero, con una rama afilada en la mano como si fuera una espada de juguete.

—¿Te vas mucho rato, tía Alex?

—No tanto —respondió ella, agachándose para estar a su altura—. Pero lo suficiente como para que tengas que seguir practicando esto en lo que vuelvo.

Le entregó una pequeña piedra negra, pulida. Carl la tomó como si fuera un amuleto.

—¿Para qué sirve?

—Para recordar que puedes ser fuerte. Y que aunque la gente que quieres no esté cerca… aún puedes proteger a los demás.

Carol y Sophia se acercaron. La niña abrazó a Alex sin decir palabra, aferrándose con más fuerza de la que aparentaba tener.

—No dejes que Ed vuelva a gritarnos, ¿sí? —murmuró Sophia en su oído.

—No lo hará. Shane y Dale estarán aquí. Y tú ya sabes qué hacer si pasa algo. ¿Recuerdas?

Sophia asintió, firme. Carol le ofreció una mirada agradecida, y Alex le devolvió un gesto sutil de respeto. Después se despidió de los otros niños que se acercaban, uno por uno. Algunos no hablaban, pero todos la abrazaban. Todos sabían que ella los había estado cuidando desde el primer día, aunque pocos lo dijeran en voz alta.

Cuando terminó, Alex se alejó unos metros del bullicio. Shane la esperaba cerca del borde del campamento, lejos de miradas indiscretas. Cuando la vio, sonrió con una mezcla de resignación y ternura.

—Así que ya te vas, capitana Grimes.

Ella lo miró con una ceja levantada, pero luego suspiró y se detuvo frente a él.

—No me mires como si fuera una despedida eterna.

—Pero podría serlo —replicó Shane en voz baja.

El silencio se hizo espeso entre ellos. Ambos sabían lo que no se estaban diciendo. Las peleas, los momentos compartidos, la noche antes de su último despliegue. Todo flotaba en el aire.

—No estoy lista para volver a eso —dijo Alex finalmente, con honestidad cruda—. A lo que fuimos. A lo que pudo ser.

—Lo sé —admitió Shane, acercándose un poco más—. Pero eso no cambia lo que siento. Ni lo que tú sigues siendo para mí.

Alex asintió, y antes de que él pudiera decir algo más, lo tomó del cuello con suavidad y lo besó. Fue un beso lento, tranquilo, lleno de cosas no dichas. Un beso de despedida, pero también de promesa. Cuando se separaron, Shane tenía los ojos brillantes.

—Cuídate, por favor —susurró él.

—Siempre lo hago —respondió ella, con una media sonrisa.

Ninguno de los dos sabía que no estaban solos.

Desde la distancia, entre los árboles, Rick los había visto. Se había quedado inmóvil al reconocer el gesto, al ver a su hermana con su mejor amigo. Su mandíbula se tensó. No era rabia. No exactamente. Era una mezcla de desconcierto, de protección, de algo que no sabía cómo nombrar.

Y a su lado, Daryl también había visto. No dijo nada. Solo miró en silencio, con las manos en los bolsillos, el ceño fruncido y el pecho apretado por una emoción nueva, incómoda. Una que no supo reconocer hasta ese momento: celos.

Cuando Alex regresó al grupo y les indicó que era hora de partir, ninguno de los dos dijo nada. Pero ambos la miraron con nuevos ojos. Con una pregunta que ninguno se atrevía a hacer, aún.

Y con la certeza de que, de una forma u otra, Alex Grimes era mucho más que la hermana del sheriff. Mucho más que una soldado.

El camino hacia Atlanta era silencioso al principio. Cada paso crujía entre las hojas secas, cada sombra en los árboles hacía que los dedos se tensaran sobre las armas. El grupo avanzaba con cautela, atentos, con la ciudad cada vez más cerca.

Fue Rick quien rompió el silencio.

—Vi a Shane… contigo —dijo, sin mirarla, mientras caminaban lado a lado—. ¿Desde cuándo está pasando?

Alex respiró hondo. Sabía que tarde o temprano llegaría ese momento.

—No es algo nuevo —respondió, manteniendo la vista al frente—. Hace años que nos mirábamos diferente. Pero nunca hicimos nada. Nuestras vidas eran... incompatibles. Yo estaba siempre fuera, con despliegues, misiones. Shane tenía tu lealtad. Y tú eras mi hermano. Él nunca cruzó esa línea. Yo tampoco.

Rick frunció el ceño, procesando.

—Entonces, ¿cuándo cambió?

—La noche antes de mi último despliegue —dijo Alex, sin rodeos—. Tenía un mal presentimiento. Algo me decía que tal vez no volvería. Y no quería irme con ese 'y si' rondando en la cabeza.

Rick la miró de reojo. No había juicio en su rostro. Solo confusión, y una tristeza leve.

—Pero después de lo que pasó —continuó ella—. Lo que viví… estuve meses cautiva, torturada. Me dieron de baja para recuperación. Después te encontré en coma. Y el mundo se fue al infierno. Ninguno de los dos tuvo tiempo para pensar en lo que fuimos. En lo que pudo haber sido.

Un silencio denso siguió a sus palabras. Alex notó que, poco a poco, los pasos de los demás se habían hecho más lentos. Glenn, T-Dog, Daryl. Incluso Daryl, que usualmente no se inmiscuía en asuntos ajenos, la observaba de reojo con una mirada que no supo descifrar.

—Todos escucharon eso, ¿verdad? —dijo Alex, mirando al grupo con una mezcla de resignación y fastidio.

—Sí —respondió Glenn, con cautela—. Pero… tiene sentido ahora. Por cómo eres a veces. Tan fría. O tan directa.

—No es frialdad —respondió ella—. Es supervivencia. No es fácil volver del infierno y fingir que estás entera.

Daryl asintió levemente, como si entendiera más de lo que decía. T-Dog evitó su mirada, incómodo pero respetuoso. Glenn pareció avergonzado por haber preguntado alguna vez si Alex era "rara".

Rick, por su parte, se detuvo. La miró.

—Perdón. Por no haber estado cuando volviste. Por no haber sabido.

Ella se encogió de hombros.

—No es tu culpa. Nadie tenía cómo saberlo. Pero gracias por decirlo.

Y por primera vez en mucho tiempo, Rick estiró una mano y le tocó el hombro. Un gesto pequeño. Pero cargado de algo más.

Un nuevo tipo de cercanía. No el de los hermanos que crecieron juntos. Sino el de los sobrevivientes que ahora sabían lo que había en la oscuridad. Y cómo aún podían caminar hacia la luz, aunque fuera de a poco.

Ya estaban en la ciudad cuando un pitido suave salió del bolsillo de Alex. El sonido era leve pero preciso, como el zumbido de una advertencia que no podía ignorar. Ella se detuvo en seco, sacó un pequeño dispositivo negro y revisó la pantalla.

—Tengo que separarme aquí —anunció con voz firme.

Los demás se detuvieron, tensos.

—¿Qué fue eso? —preguntó Rick.

—Una alerta —respondió Alex—. Ese pitido es la señal del sistema de emergencia. Es lo que estaba esperando. No podemos perder más tiempo.

Sacó una pequeña pantalla de su mochila. Era del tamaño de una libreta, de bordes curvos, con un brillo metálico. La encendió y la sostuvo en alto para que todos la vieran.

—Este es un dispositivo de rastreo satelital militar. Es tecnología de mi antiguo trabajo. Aquí verán dos puntos verdes: uno soy yo. El otro es Shane, en el campamento. Es la única manera de asegurarme de que sepan que estoy viva. Las manchas rojas son firmas de calor: caminantes. Configurado para distinguir entre humanos y muertos.

—¿Nos estás dando esto? —preguntó Glenn, con los ojos muy abiertos.

—Les estoy confiando esto —corrigió Alex—. No lo rompan. No lo pierdan. No hay repuestos.

—¿Y cómo sabremos si estás bien? —preguntó Rick.

—El punto verde se mantendrá activo. Si desaparece, bueno… entonces no estoy bien. Si completo lo que necesito hacer, recibirán una notificación. Luego me reuniré con ustedes donde acordamos.

—¿No necesitas a alguien que te acompañe? —dijo T-Dog.

—No —respondió Alex, cortante, pero no hostil—. Esto es algo que tengo que hacer sola. Y si me retrasan, podemos perder la ventana. Es ahora o nunca.

Daryl la observó con atención. No dijo nada, pero su mirada era intensa, como si analizara cada gesto de ella, como si intentara grabarla en la memoria.

Entonces, sin más palabras, Alex se colocó la mochila al hombro, ajustó su cuchillo en el cinturón y miró una última vez al grupo. Sus ojos se detuvieron brevemente en Rick. Luego en Daryl.

—Nos vemos pronto —dijo. Y como una sombra, se deslizó hacia un callejón, desapareciendo sin el más mínimo ruido.

El grupo quedó en silencio, con la pantalla aún encendida en la mano de Rick. Un punto verde seguía brillando.

Y nadie lo dijo en voz alta, pero todos sabían que ese pequeño destello era lo único que los unía todavía a ella.

—Bueno, tu hermana es genial. Y una ninja —dijo Glenn, rompiendo el silencio con una sonrisa nerviosa—. Y esa pantalla… eso es de agentes secretos.

La tensión se disolvió ligeramente. Incluso Rick soltó una pequeña exhalación que parecía un intento de risa.

—Vamos a buscar a Merle —dijo entonces, y el grupo se puso en marcha, con una sensación renovada de propósito.

 


 

Alex siguió su camino sola, alejándose por los callejones estrechos, evitando las calles principales y el ruido. Su entrenamiento era evidente: sus pasos eran livianos, su respiración controlada. Prefería moverse por las sombras, incluso subiendo por estructuras bajas hasta los techos cuando era necesario, sorteando a los caminantes sin enfrentamientos innecesarios.

Finalmente, llegó a un edificio de oficinas discreto, de apariencia común, pero que ella conocía bien. Años atrás, esas instalaciones habían servido como fachada para una base de operaciones secretas. Había estado allí al menos dos veces en misiones clasificadas. El aire olía a polvo, óxido... y algo más. Putrefacción reciente.

En el interior encontró varios cadáveres de caminantes tirados en los pasillos, cerca de las ventanas abiertas. Disfrazaban el olor general del lugar. Era una técnica. Una de las suyas. Alguien había intentado mantener ese sitio oculto.

Alex caminó sin titubeos hasta una puerta metálica reforzada. Tocó un código en el panel lateral. Una secuencia precisa. Una firma.

La puerta emitió un chasquido, y se abrió lentamente.

Dentro, una figura familiar se puso de pie desde una consola improvisada.

—Sabía que eras tú —dijo Jack, con una sonrisa cansada.

Alex dejó escapar un suspiro breve, pero cargado de alivio. Jack era un antiguo colega, su analista de campo, su “chico de la silla”, como solía llamarlo. Un genio de la informática, más nerd que ella misma, y con una memoria enciclopédica para protocolos, contraseñas y estadísticas absurdas.

—Imaginé que podrías ser tú. Una vez me dijiste que tenías un hermano en Atlanta —dijo ella.

—Sí. Aún sigue vivo, por cierto. Se atrincheró con un grupo en un centro de ancianos. Dice que va a protegerlos pase lo que pase. —Jack rodó los ojos—. Terco, como siempre.

—Y tú estás aquí por él —afirmó Alex.

—En parte. También porque esto —señaló el equipo a medio ensamblar a su alrededor— es lo más cercano a un centro de información funcional que queda en esta ciudad. Puedo interceptar señales, monitorear zonas, crear redes seguras. Todavía no es mucho, pero es algo.

Alex asintió. Le contó brevemente del campamento en el acantilado, de Shane, Rick, Carl, y los demás. Jack escuchó todo con atención, y al terminar, hizo una mueca.

—¿Sabes que cuidar un grupo con niños y civiles desarmados es aún más difícil que proteger un convoy militar, verdad?

—Créeme, lo sé —respondió ella con cansancio.

—¿Y los ancianos del centro? —preguntó entonces Alex.

—¿Peso muerto? Sí. Lo sé. Pero él no los dejará atrás. Y mientras pueda, yo tampoco. Al menos no aún.

Ambos se miraron con un silencio cargado de comprensión.

—¿Tienes forma de mantener contacto? —preguntó ella.

Jack le entregó un pequeño comunicador encriptado y un duplicado de su dispositivo de rastreo.

—Así podremos compartir información sobre el virus, ubicaciones seguras, rutas, recursos. También nuestro estado. No quiero que me sorprendas apareciendo como muerta en el mapa.

Alex esbozó una sonrisa breve.

—Lo mismo digo.

Hablaron un rato más. Jack le compartió lo poco que sabía sobre la expansión del brote.

—Francia está peor. Mucho peor. Al parecer, mutaron el virus. Allá los muertos no solo caminan… corren. Son más violentos. Más agresivos. Y más inteligentes.

Alex compartió su propia teoría.

—He matado personas vivas que no tenían mordidas ni heridas… y horas después se levantaban. Algo está mal. Creo que todos estamos infectados. El virus no necesita una mordida para activarse. Solo que muramos.

—¿Y el líquido que sueltan? —preguntó Jack.

—No sé qué hace. Pero no es normal. Cada vez que mato a uno, lo noto. Como si algo se liberara… como si eso también tuviera un propósito.

Ambos quedaron en silencio por unos segundos. No lo sabían todo. Pero sabían lo suficiente para saber que esto no había terminado. Que lo peor quizás no había empezado aún.

Y por primera vez en mucho tiempo, Alex no se sintió sola. No del todo.

Antes de irse, establecieron acuerdos. Jack sería el centro de información, recibiendo reportes diarios de Alex sobre sus hallazgos, condiciones del terreno y cualquier novedad crítica. Ella, al ser más móvil y parte de un grupo menos estructurado pero más adaptable, se encargaría de explorar nuevas zonas seguras, buscar posibles asentamientos viables y evaluar riesgos en el terreno. Si encontraba un lugar adecuado, ayudaría a Jack a trasladarse junto a su equipo e instalarse con seguridad.

Hasta ese momento, Jack se mantendría en la ciudad protegiendo a su hermano y a los ancianos, además de buscar cualquier superviviente del círculo de Alex para redirigirlo a donde ella estuviera. Volvía a ser su "chico de la silla", aunque el mundo hubiera cambiado, y con él, también sus roles.

Pero seguían siendo un equipo. Eso era lo que importaba.

Alex estaba saliendo del edificio cuando revisó su dispositivo para verificar la ubicación del grupo de Rick y enviar la notificación de que su tarea había terminado. Sin embargo, Jack la detuvo con una ceja levantada y una expresión extraña en el rostro.

—¿Te fijaste bien? —dijo, señalando la pantalla.

Alex entrecerró los ojos y vio que el punto correspondiente al grupo de Rick estaba estático… justo en el centro de ancianos donde se refugiaba el hermano de Jack.

—¿Están ahí? —preguntó.

—Parece que sí. No sé qué pudo haber pasado, pero si están en ese punto, es porque se cruzaron con mi hermano y su gente. Y eso no siempre es una conversación amable.

Alex asintió de inmediato.

—Vamos.

Ambos salieron juntos. Tomaron rutas rápidas que Jack conocía bien y que ella supo seguir con precisión. Al llegar al centro, el ambiente era tenso. Las armas seguían medio levantadas, los rostros endurecidos por la sospecha y la desconfianza. Por un lado estaba Rick con su grupo, visiblemente tensos. Por el otro, los “Vatos”, el grupo del hermano de Jack, firmes pero sin atacar.

—¡Alto! —dijo Alex, irrumpiendo en medio de la tensión. Jack fue tras ella—. Todos tranquilos. Nadie va a disparar a nadie.

Rick se volvió, visiblemente aliviado al verla.

—¿Qué haces aquí?

—Terminamos antes de lo previsto —respondió Alex—. Y rastreé tu posición. Jack reconoció el lugar. Así que vinimos a ver qué pasaba.

Uno de los líderes de los “Vatos” alzó una ceja.

—¿Jack?

—Hola, hermano —respondió Jack, cruzando los brazos—. ¿Armas levantadas ya? Apenas me pierdo unos días y ya te haces el rey del barrio.

Ambos se miraron un segundo antes de soltar una risa breve. La tensión se disipó con rapidez. Rick bajó el rifle y los demás lo imitaron.

—Solo fue un malentendido —explicó Rick—. Vinimos por suministros y tuvimos un encontrón. Pero todo está bien ahora.

Rick abrió una de las bolsas recuperadas y extrajo parte del botín. Lo extendió hacia el grupo de los “Vatos”.

—No buscamos pelea. Aquí tienen. Es justo.

El líder asintió, aceptando sin decir más.

Jack y Alex se apartaron unos pasos, observando a sus respectivos grupos.

—Tienes a tu hermano cuidando ancianos tercos en un refugio improvisado —dijo Alex.

—Y tú tienes a tu hermano queriendo salvar a todo el maldito mundo con discursos de sheriff de pueblo —replicó Jack.

Ambos se miraron, resignados.

—Tenemos familias de idiotas honorables —dijeron al unísono, y soltaron una carcajada breve.

—¡Oye! —protestó Rick desde atrás.

—¿Idiotas? ¿De verdad? —dijo el hermano de Jack, indignado.

—Están justo ahí, escuchando todo —murmuró Glenn con una mezcla de incomodidad y risa.

—Al menos no somos franceses —añadió Jack con tono sombrío, como si eso explicara todo.

—¿Qué tienen los franceses? —preguntó alguien del grupo, desconcertado desde el fondo.

—Confía en mí, no quieres saber —respondió Alex sin girarse, con una sonrisa torcida.

Y con un asentimiento compartido, volvieron a sus grupos, sabiendo que por mucho que el mundo se viniera abajo, aún había cosas que los mantenían conectados: la misión, la lealtad… y la desgracia de tener que limpiar los desastres de sus seres queridos.

 


 

Alex y su grupo estaban de camino de regreso al campamento, avanzando en silencio por las calles desiertas hasta que Glenn, como siempre, fue el primero en hablar.

—Por cierto… Merle. El tipo se cortó la mano para escapar. Literalmente. Se la amputó con una sierra oxidada —dijo con una mezcla de asombro y desagrado.

Alex hizo una mueca, pero no pareció sorprendida.

—Era de esperarse. Si estaba atrapado y no veía otra salida, lo haría. Tiene el entrenamiento. Y la desesperación.

Rick, caminando a su lado, giró ligeramente la cabeza hacia ella.

—¿Y Jack? ¿Resolviste lo que necesitabas?

Alex asintió.

—Sí. Jack trabajó conmigo más de una vez. Era mi analista principal. El chico de la silla. Siempre se encargaba de la información en las misiones. Además de eso, es un informático brillante. Ahora está montando un centro de control provisional con lo que tiene. Desde ahí puede interceptar señales, gestionar comunicaciones… hasta que encontremos algo más seguro.

—¿Y compartieron información? —preguntó T-Dog.

—Sí. Bastante. Según lo que él ha visto, podríamos estar peor. Mucho peor. Por ejemplo… Francia —agregó Alex, sin dar más detalles.

—¿Qué pasa con Francia? —preguntó Glenn.

Alex negó con la cabeza.

—Es mejor que lo hablemos con todos en el campamento. Quiero confirmar algunas cosas primero. Pero sí… seguiré en contacto con Jack. Por la conexión que tenemos. Y porque puede ser un recurso muy útil para todos nosotros. La información es poder. Especialmente ahora.

El grupo asintió con gravedad. La idea de tener a alguien como Jack vigilando desde una red les daba un atisbo de orden en medio del caos.

Justo cuando la conversación llegaba a su fin, llegaron al punto donde habían dejado su transporte. Se detuvieron en seco.

—¿Dónde está la maldita camioneta? —soltó Daryl, frunciendo el ceño.

Rick miró alrededor, confundido, mientras Glenn revisaba el terreno buscando señales.

Alex suspiró.

—¿Apostamos algo a que fue Merle?

Todos se miraron entre sí. La respuesta era obvia.

—Ese cabrón se robó nuestro transporte —gruñó T-Dog.

—Debería haberlo dejado amarrado al techo —murmuró Daryl, sin saber si estaba más molesto o impresionado.

Y sin más opción, comenzaron a planear cómo regresar al campamento… a pie.

—¿Y si Merle va al campamento? —preguntó Glenn, de pronto más pálido de lo normal—. ¿Y si cree que fue culpa nuestra lo que pasó?

Rick y Alex intercambiaron una mirada preocupada. Daryl apretó los puños.

—Él podría pensarlo. Merle no olvida fácil. Ni perdona —dijo Daryl.

—Si va a buscar venganza, no va a ser sutil —añadió T-Dog.

Alex tomó aire con fuerza, ya calculando mentalmente rutas, defensas y escenarios posibles.

—Tenemos que llegar cuanto antes. Shane y Dale tienen las instrucciones. Pero si Merle se aparece, podrían no tener tiempo de actuar.

—¿Y si ya está allá? —insistió Glenn.

—Entonces, más vale que no hayamos llegado demasiado tarde —dijo Alex, y aceleró el paso sin mirar atrás

 


 

Mientras tanto, en el campamento, Shane patrullaba el perímetro como si estuviera buscando un fantasma. Cada crujido de una rama, cada sonido extraño en el viento lo hacía girarse con la mano en la culata de su arma. Sabía que Alex había dejado trampas, puntos de alerta, instrucciones claras. Pero nada se comparaba con tenerla ahí. Con verla recorrer el terreno con sus propios ojos atentos. Con saber que si algo iba mal, ella lo vería antes que nadie.

Desde que el grupo se había ido a Atlanta, Shane se había mantenido alerta. No por miedo. Por responsabilidad. Por rabia. Por algo más difícil de nombrar.

Ed había vuelto a levantar la voz esa mañana. No le había puesto una mano encima a Carol ni a Sophia, no todavía, pero Shane vio el gesto. Vio la amenaza. Y entonces actuó. Lo golpeó. Sin pensarlo. Con más fuerza de la necesaria. No por venganza. No por impulso. Por promesa.

"Si me pasa algo, cuida de ellos. No lo permitas."

Las palabras de Alex le resonaban como si las hubiera dicho hacía un minuto. Esa promesa no se rompía. Y no permitiría que nadie tocara a Carol ni a Sophia mientras ella no estuviera.

Se sentó un momento en una roca cercana al fuego, observando a Carl jugar en silencio con unas ramas, lejos pero no tanto. Lori lo vigilaba desde su distancia habitual, tensa. Siempre tensa desde que Rick volvió. Siempre mirándolo como si nunca hubiera pasado nada. Como si no se hubieran aprovechado de el cuando el mundo se quebró dejándolo como un perro en el bosque.

Pero lo que lo ocupaba en verdad era Alex.

Shane cerró los ojos un instante, apoyando los codos en sus rodillas.

Habían compartido tanto. Risas en los días más oscuros. Silencios que decían más que cualquier palabra. Esa noche antes de su despliegue… él supo. Supo que la amaba. Que quizás lo había sabido mucho antes, pero no lo había querido aceptar. Por Rick. Por ella. Por miedo.

Y cuando volvió… no volvió completa.

La mujer que regresó era la misma, y no lo era. Más dura. Más afilada. Más callada. Y cuando finalmente le confesó que había perdido un embarazo durante su cautiverio, Shane sintió que el mundo se le caía de nuevo. No por la pérdida solamente. Sino porque nunca lo supo. Porque nunca pudo estar ahí. Porque tal vez, ese hijo…

—Podría haber sido mi hija —susurró, solo para sí.

Y aunque lo había intentado, aunque quería que Alex lo viera como más que una parte del pasado, sabía que ella no estaba lista. Que las cicatrices que no se ven son las que más tiempo tardan en cerrarse.

Pero aún así, él estaba ahí. A la espera. No como un soldado. No como un héroe. Sino como el hombre que la amaba, incluso cuando ella no podía amarlo de vuelta todavía.

Porque Alex Grimes era fuego contenido. Y Shane, por primera vez en su vida, quería ser el hogar y no la chispa.

La mirada de Carl se cruzó con la suya y Shane sonrió, forzadamente, pero con cariño. El niño le devolvió una mueca parecida y volvió a su juego. Shane se puso de pie. Merle estaba suelto. El grupo afuera. Y él tenía que mantenerlo todo bajo control hasta que regresaran.

Por ellos. Por Alex. Por lo que aún podría ser.

 

 

Notes:

Bueno ya entregue la primera parte de mi tesina y casi acabo con mi segunda semana de primeras evaluaciones....
estoy peor que cansada...

pero bueno mis desvaríos que me llevan a escribir siguen funcionando y son muy ruidosos, se que esta serie no necesita que se inventen personajes ya que cuenta con muchos. pero no pude evitarlo la verdad además que me imagino a Jack como un chico con ascendencia latina muy nerd y flacucho , que es un mago con las computadoras pero también puede patearte el trasero si quiere.
No se puede negar que Alex necesita mas personajes que compartan su exasperación por todos los problemas que traen los sobrevivientes, así que Alex será su compañía hasta que los demás maduren y logren ponerse sus pantalones de niños grandes.

Como pueden notar me gusta Shane y encuentro que fue un personaje que podría haber dado mas, además que tengo un gusto por lo tóxicos que no puedo negar.

Chapter 4: 4

Notes:

Pase gran parte de mi día en este capitulo, espero que no se sienta forzado y si me falta algún detalle del canon que claramente sea importante pero no tenga que ver con lo que específicamente he cambiado, entonces agradezco el aviso.

no se escribir romance y sexo mas profundo que la capa superficial, ya que yo misma soy demisexual, por lo que mis sentimientos románticos y sexuales son claramente mas lentos en llegar que esto. pero también tengo en cuenta que en un mundo apocalíptico claramente la gente en el ámbito sentimental se mueve mucho mas rápido.

así que esto es lo que salió...

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

 

La pantalla brillaba tenuemente en las manos pequeñas de Carl, sus dedos manchados de tierra apenas rozaban el marco mientras sus ojos recorrían con atención los puntos que palpitaban en ella. A su lado, Sophia inclinaba la cabeza, concentrada, apretando los labios con fuerza.

—Ahí —susurró Carl, señalando el punto que llevaba la etiqueta "1".— Es mi tía. Se está moviendo… y ese debe ser Papá . Se están acercando.

Sophia asintió, seria. La concentración los hacía parecer más grandes, más adultos de lo que eran.

—¿Y esos otros? —preguntó ella, señalando tres puntos rojos intermitentes acercándose por el flanco del bosque.

—Caminantes. Estoy seguro —respondió Carl, con una seguridad que le venía de las enseñanzas de Alex—. No se mueven como nosotros.

Sophia tragó saliva.

—¿Vamos con Dale?

Carl ya estaba en movimiento. Subieron corriendo la escalerilla del tráiler donde Dale estaba en su posición habitual, y Shane, parado junto a él, giró al ver sus caras pálidas.

—¿Qué pasa? —preguntó, bajando de inmediato el rifle.

—Hay caminantes acercándose por el este —dijo Carl con rapidez—. Mi tía y Papá ya están en camino, pero están lejos. Los vimos en la pantalla.

Shane bajó de un salto y se inclinó sobre la pantalla. Examinó el mapa. Los puntos rojos no dejaban lugar a duda.

—Mierda... —gruñó. Miró a Dale—. ¿Qué opinas?

—Si son solo tres o cuatro, podría eliminarlos tú solo. Pero si son más…

—Tendríamos que evacuar —terminó Shane.

Carol, que estaba cerca colgando ropa, dejó caer la manta que llevaba y se acercó.

—Nadie va a querer moverse. Hoy es el cumpleaños de Amy. Están todos relajados, algunos hasta abrieron vino. Si no ven a los caminantes con sus propios ojos no nos van a creer. Y si decimos que la alerta vino de un aparato de Alex…

Shane hizo una mueca.

—Nos van a acusar de exagerados —agregó Carol—. Lori ha estado empujando fuerte para tomar decisiones, y Andrea no la contradice. No confían en Alex, la ven como una loca militar.

Dale cruzó los brazos.

—No podemos arriesgarnos. Si la mitad del grupo está en modo “picnic”, tenemos que actuar nosotros.

—Vamos a preparar todo —dijo Shane—. Preparó el perímetro y revisó el camino de escape. Carl, vas a ayudar a Sophia a empacar lo esencial. Nada de juguetes, solo ropa, agua y provisiones. ¿Entendido?

—Sí, Tío Shane —dijeron ambos al unísono.

—Y mandamos una alerta a Alex y Rick —añadió Dale—. Que sepan que los necesitamos rápido.

Shane asintió. Tecleó rápido en el dispositivo de comunicación cifrada que Alex les había dejado. Solo un código: ALFA ROJO .

 


 

A unos metros de distancia, donde el grupo se había reunido para celebrar el cumpleaños de Amy, la risa sonaba y los vasos con vino pasaban de mano en mano. Lori observaba todo con una sonrisa tensa. Andrea se le acercó, brindando con ella.

—¿Sabes? Estoy feliz de tener una noche normal —comentó Andrea, dejando caer la cabeza hacia atrás un segundo, disfrutando la brisa—. Amy lo merece.

—Sí… al menos hoy —dijo Lori, bajando la voz. Observó a Carl de reojo, que aún hablaba con Sophia, demasiado serio para un niño de su edad.

—¿Pasa algo? —preguntó Andrea.

Lori chasqueó la lengua con desdén.

—No soporto cómo Alex ha enredado a Carl en sus ideas. Lo tiene todo el día hablando de vigilancia, tácticas, trampas. Tiene casi diez años, por Dios. No debería vivir como si estuviera en una zona de guerra.

Andrea bajó la mirada.

—Alex solo quiere que estén preparados…

—No, Andrea. Alex quiere mandar. Siempre ha sido así. Desde niña fue rara, intensa… peligrosa, incluso. Rick siempre se negó a verlo, decía que era solo muy lista. Pero no. Hay algo mal en ella. Y ahora Shane también está atrapado en su red. ¿Lo has notado? Ya no piensa con claridad. Habla como ella. Actúa como ella.

—¿Y tú qué harías? —preguntó Andrea con cautela.

—Soportar. Porque es la hermana de mi esposo y la tía de mi hijo. Pero eso no significa que confíe en ella. Para mí, Alex está loca. Como un perro rabioso al que nadie se atreve a mirar a los ojos.

Andrea se quedó en silencio. El sonido del bosque parecía más espeso de lo normal.

—Espero que esta noche sea solo eso. Una celebración —murmuró Lori—. No otra excusa para que Alex vuelva a imponer su paranoia como si supiera todo.

La risa de Amy rompió el silencio y ambas miraron hacia el centro del grupo. Pero la tensión no se disipó del rostro de Lori.

Un poco mareada por el vino y el calor de la fogata, Amy se levantó del grupo y se alejó hacia el bosque. La caravana estaba ocupada por Dale, Shane y Carol, así que decidió usar la privacidad de los árboles. "No tardó", le dijo a Andrea con una sonrisa.

Caminó más de lo que pensaba, buscando un sitio apartado. El aire estaba quieto. Se agachó entre los arbustos cuando escuchó un crujido detrás de ella. No tuvo tiempo de gritar. Un caminante la embistió con fuerza, tirándola al suelo.

Amy forcejeó, gritó, y con una fuerza desesperada —alimentada por los ejercicios que Alex le había enseñado en días anteriores— logró clavarse una rama afilada en el costado del caminante, empujándolo. Este la arañó con fuerza en el abdomen mientras caía hacia atrás, pero no logró morderla.

Sus gritos de horror desgarraron la noche. El grupo en la fogata se levantó de golpe. Lori se quedó paralizada.

—¿Amy? —exclamó Andrea, echando a correr hacia el bosque.

Pero era tarde. Los gritos atrajeron más caminantes que ya se aproximaban desde la línea del bosque. Shane, desde lo alto del tráiler, comenzó a disparar.

—¡Nos atacan! —rugió—. ¡Todos a evacuar! ¡Ahora!

El caos se desató. Mientras algunos corrían, otros eran alcanzados. Varios murieron en los primeros segundos.

Sophia, en medio del pánico, vio a su padre Ed gritando y golpeando a su madre para obligarla a moverse. Algo en ella hizo clic. Con decisión, lo empujó directamente hacia el caminante que se acercaba. No miró atrás.

—¡Mamá, corre! —gritó Sophia, y ambas huyeron mientras los alaridos de Ed se perdían entre los gruñidos.

Shane descargaba su rifle sin detenerse, retrocediendo hacia el campamento cuando una figura emergió del bosque: Alex, seguida por Rick y Daryl, llegó justo a tiempo. Sin palabras, se unieron al combate.

Alex se colocó al lado de Shane, disparando con precisión quirúrgica, mientras Rick cubría el flanco y Daryl lanzaba flechas certeras desde detrás de un tronco.

—¡Evacuación! ¡Ya! —gritó Alex—. ¡Carol, lleva a los niños al vehículo! ¡No se detengan!

Andrea apareció con Amy en brazos, sangrando y sollozando. Amy estaba consciente, pero muy pálida, con una herida profunda en el costado y otra en la pierna.

—¡No la mordieron! ¡Lo juro! Solo... arañazos.

Alex se acercó de inmediato, revisó sus pupilas, su pulso, sus heridas.

—Está grave, pero está viva. Y no está infectada. Vamos, rápido. No tiene tiempo.

Mientras el grupo eliminaba a los caminantes, las llamas de la fogata ardían solas, rodeadas por cuerpos, armas vacías y una noche que ya no era de celebración.

Shane, Alex, Rick y Daryl acabaron con los últimos caminantes. La respiración agitada, las ropas manchadas de sangre y tierra. Mientras Rick y Daryl se encargaban de revisar a fondo los cuerpos caídos para asegurarse de que no volvieran a levantarse, Alex se arrodilló junto a Amy, cuya respiración era débil y entrecortada.

Con manos firmes pero suaves, Alex aplicó torniquetes y vendajes improvisados, usando su formación en medicina de combate que había recibido durante su entrenamiento militar. Su rostro era una máscara de concentración. Andrea se mantenía cerca, temblando, sujetando la mano de su hermana.

—Vivirá —dijo Alex finalmente, sin apartar la mirada de las heridas que limpiaba—, pero estará en la cuerda floja unos días. Necesitará descanso, ayuda constante y suerte. No la mordieron, pero perdió mucha sangre.

Shane y Rick, mientras tanto, mandaban un mensaje a las tabletas que tenían Glenn y Carl para indicarles que el área estaba asegurada y que podían regresar.

Rick, aún jadeando por el esfuerzo, se volvió con severidad hacia Shane.

—¿Por qué diablos no evacuaron antes? ¿Por qué se quedaron en el claro?

Shane le sostuvo la mirada, exasperado y enojado.

—Porque lo intentamos. Dale, Carol y yo sabíamos que venía peligro. Carl y Sophia también lo sabían, ayudaron como pudieron. Pero nadie quiso escucharnos. Lori dijo que Alex era paranoica, que exageraba. Y todos decidieron seguirla a ella… celebrar el cumpleaños de Amy como si nada. Se rebelaron, Rick. No quisieron moverse. Hicimos lo mejor que pudimos. Aseguramos provisiones, organizamos una posible evacuación. Pero no podíamos forzarlos.

Rick apretó la mandíbula. Miró de reojo a su hermana, que aún atendía a Amy con cuidado quirúrgico. Iba a decir algo, pero Alex se acercó y lo detuvo con una mano en el hombro.

— No  —le dijo, alejándolo de Shane.

Rick se quedó de pie mientras Alex se volvía hacia Shane, que parecía al borde del colapso emocional.

Ella le abrió los brazos y Shane no dudó en apoyarse en ellos. Su rostro, endurecido por días de tensión, se quebró mientras se aferraba a ella como un náufrago a la única tabla que queda flotando.

—Lo hiciste bien —le murmuró Alex al oído—. Mejor de lo que muchos podrían. Un amigo dice que resguardar convoy militares era mucho más fácil que comparados con civiles y niños. Y tenía razón. Esto fue una mierda, Shane… pero la mayoría sobrevivieron. Sobreviviste.

Rick observó en silencio cómo su mejor amigo se derrumbaba en los brazos de su hermana. Y por primera vez entendió: Shane no se estaba volviendo como Alex. Estaba sobreviviendo gracias a ella. El precio de liderar, de proteger, de cargar con vidas ajenas… se reflejaba con brutal honestidad en ese abrazo.

Y todo, pensó Rick con un nudo en la garganta, fue más difícil por la hostilidad irracional de Lori hacia su hermana. Algo que él nunca entendió. Y quizás, por primera vez, empezaba a cuestionar.

El grupo intentó despejar la zona lo más posible de cuerpos mientras los demás regresaban de sus escondites. El aire estaba cargado de humo, miedo y silencio incómodo.

Rick se paró frente al grupo. Alex seguía ocupada con Amy. Daryl patrullaba los bordes del campamento, sin intención de hablar, y Shane apenas empezaba a recomponerse. Rick entendía que debía hablar, no por ser sheriff, sino por alivianar el peso que Shane aún cargaba… y porque ya no podía ignorar las consecuencias de las acciones de su esposa.

—La zona está resguardada por ahora —anunció Rick, su voz firme, aunque cargada de cansancio—, pero no es seguro quedarnos aquí más que uno o dos días. Los caminantes nos encontraron una vez… lo harán de nuevo.

Miró a cada uno de los presentes, deteniéndose un segundo más en Lori.

—Mañana partiremos temprano. Les pido que esta noche decidan si quieren seguir con nosotros, o si prefieren tomar sus propios caminos. Será un camino peligroso. No hay garantías. Pero quien decida irse, se llevará una bolsa con provisiones básicas, sin perjudicar a los demás.

Rick tragó saliva antes de continuar.

—No juzgaré a nadie por querer tomar otro rumbo. Todos hemos perdido demasiado. Pero si vamos a sobrevivir… tenemos que actuar como una unidad. Como un grupo.

Nadie habló. Sólo el crujido del fuego, y el suspiro del bosque que no perdonaba errores.

Alex, con ayuda de Andrea, pudieron asegurar a Amy en la pequeña habitación de la caravana de Dale, utilizando mantas y cojines para hacerla lo más cómoda posible dentro de las limitaciones. Andrea le dio las gracias a Alex en voz baja, sus ojos aún húmedos por el miedo, la culpa y el alivio, mientras Alex salía del vehículo con expresión concentrada pero serena.

En cuanto puso un pie fuera, se le acercaron Carl y Sophia. Sus rostros estaban serios, maduros para su edad, marcados por el cansancio y la responsabilidad que les había tocado asumir esa noche.

—Ayudamos con la evacuación —dijo Carl—. Fuimos nosotros los que avisamos a Shane y a Dale sobre los caminantes.

Alex se agachó frente a ellos, asintiendo con aprobación.

—Lo hicieron bien. Muy bien. Gracias por ayudar a cuidar al grupo. Ustedes también son parte de esto. Y estoy orgullosa.

Sophia bajó un poco la voz, mirando a Carl como buscando permiso para seguir. Luego, alzó la vista hacia Alex.

—Shane… le pegó a Ed para protegernos. Pero cuando evacuábamos, Ed se enojó y golpeó a mi mamá. Yo… lo empujé. Lo empujé hacia un caminante. No quería que volviera a hacernos daño. ¿Eso me hace una mala persona?

El rostro de Alex se suavizó. Puso una mano firme en el hombro de Sophia.

—No eres una mala persona, Sophia. Eres una sobreviviente. Y a veces, eso significa tomar decisiones que no son fáciles. Ni morales. Pero si el resultado es que la gente que de verdad importa está a salvo… entonces hiciste lo que tenías que hacer.

Carl frunció el ceño, como si intentara entenderlo todo de golpe.

—¿Y si eso nos cambia? ¿Si nos hace… como ellos?

Alex los miró a ambos, con más ternura que la que mostraba a casi cualquier adulto.

—Tal vez sí cambie algo dentro de ustedes. Pero mientras recuerden lo que están protegiendo, mientras intenten hacer lo correcto, mientras luchen por ser mejores… entonces nadie tiene derecho a juzgar sus decisiones. Nadie.

Sin que ellos lo notaran, Rick y Carol observaban desde unos metros atrás. Ambos habían escuchado la conversación. Carol, con lágrimas silenciosas en los ojos, entendió algo de su hija que nunca había imaginado. Rick, por su parte, no dijo nada. Solo miró a su hermana.

Por primera vez, comprendió que aunque no siempre entendía —ni aprobaba— las decisiones de Alex, todas tenían un fin. Ella hacía lo que los demás no podían. Lo que nadie quería. Para que él, Carl, y los demás no tuvieran que hacerlo. Porque su hermana no solo era dura, era una verdadera sobreviviente. Y aunque esa realidad no le gustaba… empezaba a entenderla.

Alex se encontraba apartada de los demás, sentada sobre una piedra grande al borde del campamento, con el dispositivo de comunicación en la mano. Su voz era baja, firme, mientras le informaba a Jack del ataque sufrido y de que el grupo pronto se pondría en movimiento, aunque aún no tenían claro el destino exacto.

A pocos metros, Rick y Shane se acercaban, discutiendo en voz baja. Daryl los seguía en silencio, atento. Rick sostenía el mapa de Dale y una de las tabletas de Alex, y buscaba mediar. Había tensión entre ellos, como en casi todas sus interacciones desde el reencuentro.

—El Centro de Control de Enfermedades —decía Rick—. Está cerca. Tal vez haya recursos, información. Algo que nos sirva.

—¿Y si no queda nadie ahí? —replicó Shane—. Deberíamos buscar algo más seguro. Un asentamiento, una comunidad. No arriesgar todo por una apuesta. Hay un lugar hacia el sur que podría estar más protegido. Está lejos, pero valdría la pena.

Alex levantó la mirada de su comunicador, observándolos como si volvieran a tener dieciocho años y ella fuera una niña de siete viendo a sus hermano mayor y mejor amigo discutir por tonterías.

Desde que Rick había vuelto, su relación con Shane estaba marcada por la incomodidad. Shane seguía sintiéndose culpable por haberlo dejado en el hospital, y por la noche anterior. Rick, por su parte, no sabía cómo abordar a su mejor amigo después de verlo besar a Alex antes de salir a Atlanta. Ambos cargaban pesos difíciles de nombrar.

Y a eso se sumaba Lori.

Alex revisó los mapas en silencio, luego le pasó el comunicador a Daryl.

—Ponlo en altavoz —le pidió.

Daryl obedeció, y la voz de Jack resonó débilmente desde el aparato.

—¿Sigues ahí, Sombra?

—Sí. Tenemos dos rutas posibles. Una corta, pero incierta. Una larga, posiblemente más segura. ¿Alguna información?

—Con el estado de tu grupo —respondió Jack, con tono realista— cualquier viaje va a ser peligroso. Pero el CDC está más cerca. Si tienes razón con tu teoría, puede que ahí encuentren las respuestas. Y si no, al menos recursos. Lo otro es apostar a ciegas.

—¿Qué teoría? —preguntó Rick, frunciendo el ceño.

Alex se cruzó de brazos, respiró hondo y los miró uno a uno.

—Creo que todos estamos infectados —dijo sin rodeos—. Que no importa cómo mueras… despertarás convertido. No solo si te muerden. Solo morir basta.

Shane la miró fijamente, sin parpadear. Daryl dejó escapar un resoplido.

—¿Y eso lo sabes o lo crees? —preguntó con desconfianza.

—Lo sospechamos —intervino Jack desde el comunicador—. Hemos visto algunos casos que apuntan en esa dirección, pero nada concluyente. El CDC podría tener información que confirme o descarte esa posibilidad.

—Además —añadió Alex—, no sabemos qué hace exactamente el líquido negro que expulsan los caminantes al morir. Si es tóxico, contagioso o solo un residuo. Jack y yo no tenemos el equipo para analizarlo… pero el CDC podría tenerlo.

—Suena arriesgado —dijo Shane, rascándose la mandíbula.

—Lo es —respondió Jack—. Y deben saber algo más: el CDC tiene protocolos de contención automáticos. Si el sistema detecta una pérdida total de personal o fallo estructural, puede activar una purga. Eso significa autodestrucción o bloqueo total.

—¿Entonces podríamos quedar atrapados o volar por los aires? —soltó Daryl, entre serio y sarcástico.

—Solo si se activa el protocolo. Pero si llegan a tiempo, pueden entrar, recoger lo que necesiten y salir antes de que eso ocurra. Y Alex sabe cómo —agregó Jack—. Ella lideró una misión allí hace unos años. Conoce los pasillos, los accesos… y cómo salir si las cosas se complican.

Los tres hombres miraron a Alex. Ella no dijo nada más. No lo necesitaba.

Alex asintió, como si Jack pudiera verla. Se volvió hacia Rick, Shane y Daryl.

—Mi recomendación es ir al CDC. No es seguro, nada lo es. Pero es lo más cercano, y si hay algo que nos sirva… está ahí.

Rick asintió. Shane apretó los dientes, pero no discutió.

—Entonces partimos al amanecer —dijo Alex, levantándose lentamente.

Daryl apagó el comunicador. Los tres hombres intercambiaron una mirada silenciosa antes de separarse, cada uno cargando más que solo mapas y decisiones.

El camino por delante no solo sería peligroso. Sería definitivo.

Poco después, cuando la mayoría del grupo se había refugiado para descansar antes de la salida al amanecer, Alex se dirigió a la moto de Merle. Daryl ya estaba allí, agachado junto al vehículo, revisando las correas y el amarre de las provisiones.

—¿Te ayudo? —preguntó Alex, quitándose los guantes y agachándose a su lado.

Daryl gruñó apenas, pero asintió. Le pasó una cuerda sin mirarla directamente. Alex comenzó a asegurar uno de los laterales de la moto, en silencio, hasta que rompió la quietud con voz suave:

—¿Estás bien con todo esto? —preguntó—. Seguir con nosotros… después de lo de Merle.

Daryl no respondió de inmediato. Se centró en ajustar una bolsa, tiró con fuerza, luego habló sin levantar la mirada.

—No fue fácil dejarlo. Pero lo conoces… o ya lo estás conociendo. No era alguien fácil de seguir. Ni de defender.

Alex asintió.

—Aún así, lo dejaron atado. Solo. Eso debió doler.

—Sí. Y se escapó… robó la camioneta —resopló Daryl—. Como si nada.

Hubo un silencio más cómodo esta vez. Alex terminó de atar su lado y se sentó sobre una roca, observando a Daryl mientras él revisaba los neumáticos.

—¿Y tú? —preguntó él sin mirarla—. ¿Siempre fuiste así?

Ella lo miró de reojo.

—¿Así cómo?

—Fuerte. Dura. Intocable.

Alex soltó una pequeña risa por lo bajo. Una que no muchos habían escuchado.

—No. No siempre. A veces lo finjo mejor de lo que creo. Pero… la mayoría del tiempo, sí. Es más fácil que andar explicándole al mundo por qué una mujer no puede quebrarse aunque quiera.

Daryl se incorporó lentamente y la miró por primera vez esa noche. No como se mira a un soldado. Sino como se mira a alguien que ha aprendido a cargar con más de lo que debería.

—No tienes que fingir conmigo —dijo simplemente.

Alex bajó la vista, y por un instante, sus hombros dejaron de parecer tan rectos. Tan preparados para la guerra.

—Gracias, Daryl. De verdad.

Él asintió, recogió su herramienta y se sentó a su lado en la oscuridad, sin decir nada más. No hacía falta. La noche era silenciosa, y por un momento, ninguno de los dos fue un soldado, un cazador o un sobreviviente. Solo dos personas que entendían lo que era estar solos… y lo que significaba, al menos por ahora, no estarlo.

 


 

Estaban por salir, con los primeros rayos del sol filtrándose entre los árboles, cuando Alex se acercó a Rick con el ceño fruncido. Observaba de reojo a Jimmy, quien empacaba con movimientos erráticos, sudando más de lo normal.

—Algo no está bien con Jimmy —dijo en voz baja—. Está pálido, nervioso. Tiene fiebre. Creo que tal vez fue mordido y lo está ocultando.

Rick soltó un suspiro, su mandíbula tensa por la falta de sueño y el peso de la responsabilidad.

—No podemos acusarlo sin pruebas, Alex. El grupo está al límite, paranoico, agotado. Un rumor así podría desatar el caos. Por ahora… solo vigílalo. Mantén distancia, pero no lo agites.

Alex cruzó los brazos.

—Si está infectado y se convierte, no va a arrastrar a nadie más con él. Al primer signo… lo mataré. No voy a arriesgar al grupo por esperar a que sea demasiado tarde.

Shane apareció a su lado justo a tiempo para oír las últimas palabras. Daryl venía detrás, ajustando su ballesta al hombro.

—Estoy con Alex —dijo Shane—. No vamos a dejar que alguien que ya está perdido se lleve a otros por delante.

Daryl asintió con un gruñido, su mirada dirigida hacia Jimmy.

—Lo vigilaremos. Pero si empieza a cambiar… no dudaremos.

Rick miró a los tres. Su hermana, su mejor amigo, y el hombre más salvaje pero confiable que conocía en ese momento. Sus ojos reflejaban la misma determinación: proteger al grupo a toda costa.

—Está bien —dijo Rick, resignado—. Seguiremos mi decisión… pero nos prepararemos para lo peor.

Y con eso, el grupo se puso en marcha rumbo a lo desconocido. Con esperanzas tenues, miradas en alerta… y la certeza de que ya nada sería como antes.

No habían avanzado más de un par de kilómetros cuando Jimmy, pálido y tembloroso, se acercó a Alex con la mirada hundida.

—Necesito hablar contigo —murmuró, evitando los ojos de los demás.

Alex lo apartó unos pasos del grupo, sin dejar de observar su lenguaje corporal. Sus manos temblaban. Su sudor era frío.

—Lo sabía —dijo ella antes de que él abriera la boca.

—Me mordieron —confesó él en voz baja—. En el ataque al campamento. No lo dije porque… pensé que podía ayudar. Que todavía podía hacer algo útil antes…

Alex lo observó en silencio. Respiró hondo y asintió.

—Tienes tres opciones —dijo, con la misma firmeza que usaba para ordenar a un escuadrón—. Te dejamos atrás. yo me hago cargo de matarte antes de que te conviertas. O lo haces tú. Pero no voy a dejar que pongas en peligro al grupo.

Jimmy la miró, roto. Sus labios temblaron antes de asentir lentamente.

—Lo haré yo —dijo—. Solo… solo quiero que sepas que no lo oculté por cobardía. Solo quería ayudar… un poco más.

Alex puso una mano sobre su hombro, por un instante más humana que soldado.

—Ya lo hiciste. Y eso cuenta.

El grupo se detuvo cuando Alex regresó sola. Con voz baja pero firme, comunicó la decisión de Jimmy y su confesión. Nadie lo discutió. Nadie tenía fuerzas para discutir.

Minutos después, un disparo resonó en la distancia.

Y el grupo volvió a caminar. Más en silencio que antes. Más conscientes de la fragilidad de cada paso.

 


 

Durante una pausa en el camino hacia el CDC, mientras los vehículos estaban detenidos bajo la sombra de unos árboles para dejar enfriar los motores y que el grupo pudiera hidratarse, se dio un momento peculiar. El camino hasta entonces había sido largo, caluroso y polvoriento. A pesar del silencio general y la tensión latente tras la pérdida de Jimmy, no todos los intercambios eran sombríos. Algunos, aunque breves, estaban cargados de una competencia sutil que solo unos pocos podían notar.

Alex se encontraba cerca del centro del grupo, revisando su tableta cada cierto tiempo, observando las rutas trazadas y escaneando el terreno con ojos entrenados. Fue entonces cuando Shane se le acercó, cargando su rifle al hombro y una media sonrisa en el rostro.

—Pensaba que después de todo lo de anoche tal vez querrías pasar conmigo un rato. Tengo el mapa viejo de Dale y… bueno, me cuesta confiar en mis sentidos después de verte marcar los perímetros tan bien.

Alex alzó una ceja con una expresión apenas divertida.

—¿Quieres que te diga si el norte está en el norte?

Shane soltó una pequeña risa.

—Quiero que estés cerca. Es diferente.

Antes de que pudiera decir algo más, Daryl apareció por el flanco derecho, bebiendo un poco de agua de su cantimplora. Se detuvo junto a ellos, mirando a Alex con su habitual intensidad tranquila.

—Acabo de ver huellas. Algo pequeño, tal vez un zorro… o algo peor. No estaría mal que me acompañaras a echar un vistazo más adelante. Podrías enseñarme otra de esas cosas raras que haces con la tierra y el viento.

Alex giró la cabeza entre ambos, reconociendo al instante el tira y afloja silencioso. No dijo nada, pero su sonrisa era real esta vez.

—Uno a la vez, chicos. No me van a partir como si fuera un MRE.

Ambos hombres soltaron un gruñido suave, cada uno ligeramente más cerca de ella de lo necesario. Shane a su izquierda, Daryl a su derecha. Entre los tres, una burbuja de tensión y camaradería que solo ellos comprenden.

Unos pasos más atrás, Carol observaba la escena en silencio. No dijo nada, pero sus ojos seguían el intercambio con curiosidad creciente. A su lado, Rick con las manos en las correas de su mochila, testigo silencioso de esa danza territorial que se formaba sin necesidad de palabras.

—¿Lo ves? —murmuró Carol, apenas audible.

Rick ladeó una ceja sin girar la cabeza.

—Lo veo. Y me incomoda más de lo que quiero admitir.

Carol sonrió levemente, divertida.

—A mí me parece gracioso. Nunca había visto a Alex… distraída.

Rick suspiró.

—Tampoco yo. Y eso me preocupa más que los caminantes.

Y el grupo siguió avanzando, bajo el sol implacable, hacia un futuro incierto. Con momentos marcados por la tensión, las miradas, y el inicio de una competencia muda que solo acabaría cuando Alex decidiera a quién quería a su lado… o si los quería a ambos.

La llegada al CDC fue como un espejismo entre ruinas. Las puertas reforzadas, cerradas, con cámaras que parecían inertes. Rick gritó, suplicó, golpeó la puerta mientras el grupo empezaba a perder la esperanza. Fue entonces que Alex, más tranquila, levantó su mirada hacia las cámaras. Sabía que alguien miraba.

Y tenía razón.

Las puertas se abrieron con un estruendo mecánico. Dentro, el Dr. Edwin Jenner los observaba desde una plataforma de observación elevada. Su rostro estaba marcado por la fatiga, los ojos hundidos por noches sin dormir, pero al ver a Alex, algo en su expresión se suavizó. Una chispa de reconocimiento iluminó su mirada.

—¿Capitana Grimes? —dijo, con una mezcla de sorpresa y calidez—. Ha pasado un tiempo desde que estuvo aquí. La recuerdo bien… con su uniforme de gala, impecable, firme como una estatua. Y también con su ropa de infiltración, fingiendo ser una adolescente… trenzas, cintas rosas, faldita corta. Todo para probar los protocolos de seguridad. Si no lo hubiera sabido, habría jurado que tenía quince.

Alex soltó un pequeño suspiro, cruzando los brazos con una expresión neutra.

—Ahora me presento como sobreviviente.

El grupo se quedó en silencio. Rick ladeó la cabeza, procesando. Glenn soltó un "¿Qué?" en voz baja. Carol la miró con renovada curiosidad. Andrea ocultó una sonrisa tras la mano.

Shane frunció el ceño, molesto y confundido a partes iguales.

—¿Trenzas con cintas? —murmuró, incrédulo.

—¿Falda corta? —repitió Daryl, con una ceja alzada, visiblemente incómodo.

Ambos se quedaron parados, como si intentaran visualizar a la Alex que conocían —la fría, directa, letal— convertida en una adolescente dulce y risueña. El contraste era tan ridículo que los desconcertaba… y los ponía visiblemente celosos.

Rick los miró y no pudo evitar soltar una risa breve.

—Nunca pensé que Alex pudiera parecer… ¿normal?

—Era una operación —dijo ella sin mirar atrás—. Me mandaron porque nadie más podía pasar por estudiante de secundaria. Fue hace años.

Shane y Daryl intercambiaron una mirada intensa, y aunque no dijeron nada, sus expresiones hablaban por sí solas. Ninguno estaba preparado para ese detalle del pasado de Alex. Ninguno podía evitar sentirse inquieto por ello. Porque imaginarla así… los hacía verla de una forma distinta. Menos soldado. Más mujer. Y eso los descoloca.

Mientras el grupo comenzaba a ingresar al edificio, Jenner les hizo una seña para que lo siguieran.

—Pasen. Está sellado, tienen comida, agua, duchas calientes… por ahora.

Alex se quedó unos segundos más en la entrada, dejando que el aire frío del interior le golpeara el rostro. A pesar de todo, no podía evitar sentirse expuesta. Como si las capas de su identidad se hubieran aflojado ante los ojos de quienes más la conocían ahora.

Y aún así, entró. Con la cabeza en alto. Como una soldado. Como una sobreviviente.

Una vez dentro, el Dr. Jenner explicó con voz cansada que, como protocolo de seguridad, debían someterse a una descontaminación completa y proporcionar una muestra de sangre.

—Es solo precaución —añadió—. Nadie entra aquí sin pasar por eso. Si alguno se niega, no puedo permitir que permanezcan.

El grupo se mostró incómodo al instante. Algunos desviaron la mirada. Otros empezaron a protestar en voz baja. Nadie quería desvestirse frente a desconocidos, y mucho menos después de tantos días de desgaste, heridas, y exposición constante.

Alex levantó la mano y se adelantó, con tono sereno pero firme.

—Está bien. Háganlo. Pero los niños —miró a Carl y Sophia— lo harán en privacidad. Esa es mi única condición.

Jenner asintió con rapidez.

—Por supuesto. Tienen habitaciones separadas asignadas.

Sin decir más, Alex comenzó a quitarse la ropa sin el más mínimo pudor. Sus movimientos eran precisos, indiferentes, como si se tratara de una tarea más. Su cuerpo, curtido por años de entrenamiento y batalla, revelaba cicatrices antiguas, una quemadura en el costado derecho y varias marcas que parecían balazos o fragmentos de metralla. Pero más allá del desgaste, lo que sorprendió a más de uno fue la figura que había debajo del uniforme: definida, firme, y más voluptuosa de lo que sus atuendos solían dejar ver.

Varios hombres del grupo desviaron la mirada por respeto, pero otros no pudieron evitar mirarla. Shane y Daryl, al notar esas miradas, fulminaron con los ojos a cualquiera que se detuviera demasiado. Rick, sin decir palabra, hizo lo mismo desde una esquina, su mandíbula apretada.

Pero incluso entre la tensión, Shane y Daryl tuvieron que admitir para sí mismos —aunque tal vez jamás lo dirían en voz alta fuera de la intimidad— que Alex era hermosa. Más allá de la piel endurecida y las cicatrices, había una belleza cruda, poderosa. Una mujer que había sobrevivido al infierno… y aún así, era capaz de caminar con dignidad, sin avergonzarse de lo que era.

Y eso, más que cualquier trenza o faldita de misión pasada, era lo que los desarmaba.

Después de ese procedimiento, mientras esperaban que el Dr. Jenner analizará las muestras y les dará el visto bueno para ingresar por completo a las instalaciones, Carl y Sophia se acercaron con pasos curiosos, sus ojos brillando con preguntas apenas contenidas. No iban solos: una maltrecha Amy, aún débil pero despierta, observaba con interés desde los brazos de T-Dog, que la cargaba con cuidado.

—¿Tía Alex? —preguntó Carl, su voz cargada de respeto y asombro—. ¿Siempre te disfrazabas así en tus misiones? Pensábamos que eras solo… militar.

La pregunta no solo capturó la atención de Alex, sino también la del resto del grupo. Las conversaciones cesaron poco a poco, y más de uno giró disimuladamente la cabeza hacia ella. Algunos lo hicieron con curiosidad sincera; otros, con incredulidad.

Alex bajó la mirada hacia los niños y luego les regaló una pequeña sonrisa. Una de esas sonrisas suaves que parecían aún más sinceras por ser tan raras en su rostro habitualmente severo.

—La verdad es que… dependía de la misión —empezó, su tono tranquilo pero claro, como si compartiera una historia al borde de una fogata—. Algunas veces era eso: una soldado. Una escolta armada para proteger diplomáticos o eliminar amenazas. Pero otras veces, tenía que convertirme en algo completamente distinto.

—¿Como con las trenzas? —preguntó Sophia, su tono era una mezcla de incredulidad y entusiasmo.

—Sí —asintió Alex—. Me hice pasar por una adolescente, con trenzas y cintas rosas. Usaba uniforme escolar, mochilas coloridas, y fingía tener quince años. En una misión en Rusia, me infiltré como bailarina de ballet. Tuve que presentarme a castings, entrenar, imitar la postura, el acento, la timidez… todo. Me dolían los pies más que en cualquier campo de batalla. Pero necesitábamos saber si un ataque estaba por suceder. Y yo era la única que podía hacerlo.

—¡Eso es como una película de espías! —exclamó Carl.

—Sí —dijo Alex, sonriendo—. Pero sin dobles de riesgo ni banda sonora heroica. Solo mucha presión, días sin dormir y la constante sensación de que si me descubren, no habría un segundo acto.

— Carl dijo que una vez le hablaste de un tigre ¿es verdad? —preguntó Sophia, con los ojos abiertos de par en par.

—También —respondió Alex—. Me infiltré en una mansión donde un líder terrorista tenía un tigre blanco como mascota. Me hice pasar por su nueva entrenadora. Aprendí sobre comportamiento animal, y sobre cómo no moverme para no parecer presa. El truco, por cierto, está en los ojos.

Amy rió entre dientes, y hasta T-Dog sonrió. Carl y Sophia parecían fascinados.

—¿Y todo eso… para proteger a la gente? —preguntó Carl finalmente.

—Siempre —afirmó Alex, mirándolo a los ojos—. No todos los roles eran cómodos, y muchas decisiones fueron… difíciles. Pero todo fue por proteger inocentes, prevenir guerras, salvar a quienes ni siquiera sabían que corrían peligro. Y aunque a veces dudé… valió la pena.

Shane, a unos metros, la observaba con una mezcla de orgullo y tristeza. Recordaba la noche en que Alex le habló del bebé que perdió. Pensaba en cómo habría sido verla con ese hijo, con esa calidez con la que hablaba ahora a Carl y Sophia. Le dolía más de lo que quería admitir.

Y así, mientras Alex entretenía a los niños con historias de espionaje, infiltraciones y entrenamientos extraños, el resto del grupo empezó a verla con otros ojos. Ya no como una máquina militar, ni como una figura dura que imponía orden con voz fría. Sino como una agente hábil, con un pasado que incluía sacrificios difíciles, decisiones morales grises… y una sorprendente capacidad para conectar con los más jóvenes.

Incluso aquellos que alguna vez dudaron de ella, empezaron a entender por qué era cómo era… y quizás, por primera vez, comprendieron que gracias a personas como ella habían llegado hasta aquí.

Daryl, apoyado en la pared con los brazos cruzados, la observaba desde las sombras. Su mirada, dura por costumbre, ahora estaba cargada de algo más difícil de nombrar. Intentaba imaginarla como una bailarina en Rusia, con tutú y zapatillas, girando en una sala blanca llena de espejos. La idea lo descolocó. No podía reconciliar esa imagen con la mujer que había visto matar caminantes con una eficiencia que rozaba lo sobrehumano. Pero la verdad lo atrapaba: Alex podía ser ambas cosas. Y esa versatilidad lo fascinaba más de lo que admitía.

Mientras el resto del grupo volvía lentamente a la conversación o al silencio, Daryl no apartó los ojos de ella. Había visto a muchos sobrevivientes fingir dureza, pero Alex no fingía. Ella era dureza. Y aún así, en ese momento, rodeada de niños, hablando con una voz suave que no usaba con los adultos, era también algo más. Algo que Daryl no podía dejar de mirar. Algo que quizás —solo quizás— deseaba conocer de verdad.

Rick también la observaba en silencio, a Su hermana menor. La misma que había intentado alejar del ejército, del camino que la llevó a misiones imposibles y zonas grises de moralidad. Durante años, había querido verla como una civil más. Una mujer normal, con una vida segura. No como un arma al servicio de su país. Pero verla allí, con los niños en torno a ella, con la mirada tranquila y las palabras sabias, le recordó algo que había olvidado: Alex no era solo la soldado que se volvió por obligación. Era también esa niña pequeña que solía seguirlo por el campo con una rama a modo de espada.

Y ahora… ahí estaba. En control, sí. Pero también humana. Vulnerable. Y viva. Por primera vez en mucho tiempo, Rick Grimes se permitió sentirse orgulloso de ella. No por lo que había hecho por su país. Sino por todo lo que había hecho —y seguía haciendo— por las personas a su alrededor. Por él. Por Carl. Por todos.

No lo dijo en voz alta. Pero en su mirada había ternura. Y, en su corazón, cariño.

 

 

 

Notes:

Me he encontrado con una historia que tiene algunas similitudes con esta, como una OC que es hermana de Rick, es pareja de Shane y Daryl y trabajo como agente de la CIA.

la verdad he estado leyéndola y es en muchos puntos diferente a lo mío, pero no puedo negar que es genial. lo mas probable después de que lea algunos capítulos mas deje el enlace por aquí (cuando sepa como hacerlo). creo que mas personas deben leerla y además tiene 2 partes así que es genial.
las buenas historias se deben compartir mas cuando son de fandoms antiguos o vacíos de buenos trabajos.

intentare tener cuidado en que no se copie de esa historia ya que aunque se dan algunos puntos en común, la idea de mi personaje es en gran parte diferente del de la historia, pero es inevitable que cuando lees algo del mismo fandom o similar uno llegue a inspirarse sin querer.

Chapter Text

 

 

La comida tenía sabor a gloria. No era gran cosa —sopa, pan algo viejo, algo de arroz— pero después de días comiendo raciones y frutos secos, era suficiente para parecer un banquete. Las voces bajaron el tono, algunos reían suavemente, y por primera vez en mucho tiempo, el grupo parecía humano otra vez.

Alex estaba sentada en el extremo de la mesa, con la espalda recta, los ojos observando cada rincón, cada gesto, cada cámara. Su instinto nunca se apagaba. Sentía el CDC como una jaula brillante. Más cómoda, sí, pero una jaula al fin. Observaba los patrones de movimiento, las rutas de evacuación, las cámaras de seguridad. Cada detalle era registrado por su mente entrenada, cada posibilidad calculada.

Se inclinó ligeramente hacia Shane y Daryl, que estaban uno a cada lado suyo. Daryl apenas levantó la mirada de su plato; Shane la observó de reojo, con ese brillo entre desafío y protección que le dedicaba últimamente. Ambos habían aprendido a leer la tensión en su voz.

—Voy a revisar el reloj del protocolo —susurró Alex con tono neutro, como si hablara del clima—. Ver cuánto tiempo tenemos... si es que tenemos algo.

Shane le dio una mirada rápida, su mandíbula se apretó por reflejo. Daryl frunció el ceño apenas perceptible, su mano deteniéndose brevemente a mitad de camino con la cuchara.

—¿Crees que hay un límite? —murmuró Shane, apenas moviendo los labios, con voz densa por la duda.

—No creo. Sé —dijo Alex con suavidad, antes de levantarse—. Vuelvo en cinco.

No le costó moverse sin ser notada. La gente estaba demasiado distraída comiendo, riendo, llorando. El doctor Jenner había desaparecido en los pasillos, probablemente a revisar sus sistemas o hablar con sus fantasmas.

Alex se escabulló entre dos módulos del ala derecha, donde recordaba que los CDC tenían normalmente los paneles de monitoreo. El reloj estaba allí.

72 horas.
Autodestrucción automática por protocolo de contención biológica.

Tres días. Si el sistema seguía estable. Si no había una falla antes.

—Perfecto —susurró para sí. Luego, de su cinturón, sacó un pequeño dispositivo. Apenas del tamaño de una moneda.

Un USB diseñado para enlace remoto. Si Jack seguía con vida —y ella sabía que sí según su último registro—, lo captaría en cuanto lo sincronizara con una frecuencia abierta. Lo conectó con una presión firme y esperó el parpadeo azul. Listo.

—Accede todo lo que puedas, Jack. Y rápido.— fue su mensaje por el comunicador que llevaba para sus registros diarios.

Volvió al comedor antes de que alguien notara su ausencia. Se deslizó en su lugar como si nunca se hubiera ido. Shane la miró de reojo con una ceja levantada. Daryl, más discreto, le pasó el plato de pan sin decir nada.

—Tenemos tres días —murmuró Alex, sin mirarlos directamente—. Después de comer y bañarse, necesito que nos juntemos a hablar. Ustedes dos, Carol y Dale.

—¿Rick? —preguntó Shane.

Alex negó con un pequeño gesto.

—Si Rick va, Lori lo sigue. Y si Lori lo sabe, el grupo entero lo sabe en cinco minutos. O peor: lo sabrá el doctor. Se lo informaremos en otro momento.

Daryl gruñó apenas. Estaba de acuerdo.

Shane la observó con una mezcla de admiración y frustración, como si quisiera desafiarla, pero supiera que tenía razón.

Alex se recostó levemente en el respaldo de la silla. Por un momento, cerró los ojos. Aún quedaba esperanza. Pero no mucho tiempo.

Después de la comida, el grupo comenzó a dispersarse hacia las duchas o a recorrer el lugar con la excusa de explorar y orientarse. Alex se retiró con calma, y pronto los pasillos se llenaron del eco de pasos suaves y voces bajas.

Shane, recién duchado, caminaba solo por uno de los corredores del ala sur. No quería llegar demasiado pronto a la reunión con Alex y los demás; prefería no levantar sospechas. Sus ojos recorrían el lugar con la costumbre adquirida en la patrullas de cuando era policía: reconocimiento, puntos de escape, debilidades.

Fue entonces que se encontró con Lori, parada frente a una consola apagada, aparentemente distraída. Pero Shane la conocía. Algo en su postura tensa le indicó que no estaba bien.

—¿Estás bien? —preguntó con cautela.

Lori se giró de golpe, como si sus palabras hubieran roto un vidrio invisible. Su mirada era una mezcla de ansiedad, cansancio y furia contenida.

—No me hables —espetó—. No tienes derecho. Sólo porque... pasó una vez, eso no significa que engañara a Rick. ¡No fue eso!

Shane frunció el ceño, sorprendido, pero no retrocedió.

—¿Crees que para mí fue un juego? ¿Un plan? Yo pensé que Rick estaba muerto. Yo estaba roto. Y tú... tú no me rechazaste, Lori.

—¡Claro que no! ¡Porque estaba sola, asustada, confundida! Pero tú... tú no eres parte de mi familia, Shane. No lo eras entonces, y no lo eres ahora.

Shane endureció la mandíbula. Su voz bajó, pero el veneno en sus palabras fue claro.

—Yo no quise aprovecharme de ti. Apenas recuerdo esa noche. Estaba destrozado. Pero tú sí sabías lo que hacías. No me mires como si todo hubiera sido culpa mía.

—¡Eso es mentira! ¡Estás intentando convertirte en víctima para llamar la atención! —espetó ella.

Antes de que la discusión escalara más, Carol y Daryl aparecieron al final del pasillo. La tensión era palpable. Habían escuchado lo suficiente, pero lo disimularon.

—Shane —dijo Carol con firmeza, interrumpiendo el momento—. Alex acostó a Carl hace un rato. Rick te está buscando, Lori. Quizá deberías ir a verlo. Ya sabes, por si te importa tu hijo.

Lori los miró como si no supiera qué responder. Su rostro ardía de rabia y humillación. No dijo nada. Se giró y se alejó sin mirar atrás.

Daryl miró a Shane sin decir palabra, pero la dureza en sus ojos hablaba por él. Luego, simplemente empezó a caminar en dirección opuesta, dándole a entender que lo siguiera. Shane respiró hondo y se unió a ellos, en silencio, con la furia latiendo bajo la piel.

Los tres desaparecieron entre los pasillos iluminados artificialmente del CDC, con el eco de la confrontación aún vibrando en el aire.

Fue Daryl quien rompió el silencio.

—¿Alex lo sabe? ¿O Rick?

Shane bajó la mirada, la voz apenas un susurro ronco.

—Rick no lo sabe. Y no tengo idea de cómo decirle. Pero Alex sí... ella me encontró.

Carol y Daryl intercambiaron una mirada discreta mientras continuaban caminando por los pasillos.

—Fue un mal día —continuó Shane—. No podía dejar de pensar en Rick... en el hospital, abandonado, muerto. Discutí con Alex más de una vez ese día. Al final me alejé del grupo, me interné en el bosque con una botella. Me emborraché. Estúpidamente.

Se frotó el rostro como si las palabras dolieran.

—Recuerdo estar sentado, con una mujer en mi regazo. Mis pantalones abiertos. Y de pronto... estoy diciendo el nombre de Alex. Fue lo último que recuerdo claro. Después, una bofetada. Y Lori. Furiosa. Me gritaba por haberla llamado con otro nombre. Me dejó ahí. Solo, borracho. Me sentí como una mierda.

Hizo una pausa larga.

—Lloré. Me quedé ahí tirado hasta que Alex me encontró. Se me acercó sin decir nada. Me ayudó a levantarme, me escuchó mientras le contaba todo entre lágrimas. Me dijo que no era mi culpa. Que no estaba en condiciones de consentir nada. Me llevó de vuelta al campamento. Me cuidó.

—¿Y después? —preguntó Carol suavemente.

—Me desperté en su carpa. Ella estaba sentada junto a mí. Me dijo que justo donde me encontró... había caminantes. Que si no hubiera ido a revisar el perímetro, estaría muerto.

Shane no agregó más. El silencio se volvió espeso, cargado de todo lo no dicho. Daryl fue quien finalmente rompió ese aire denso.

—¿Y la discusión? —preguntó con voz baja—. ¿Qué fue eso realmente?

Shane suspiró, cansado, derrotado.

—Lori me culpa... como si yo la hubiera perseguido. Como si la hubiera forzado a algo. Desde que Rick volvió, está a la defensiva, actuando hostil conmigo. Y lo peor es que quiere alejarme de Carl... como si ya no fuera nada para él. Y Rick... Rick ha sido mi mejor amigo toda la vida. Es como un hermano.

Hizo una pausa, luego miró de reojo a Carol.

—Alex ya sabía. Me lo dijo tiempo atrás, que Lori tenía actitudes de perra, palabras de ella. Yo no entendía por qué se llevaban tan mal... pero ahora todo encaja. Me dijo que no era la primera vez que veía señales de infidelidad en Lori. Yo no quise creerlo... hasta ahora.

Carol bajó la mirada, pensativa. Daryl apretó la mandíbula, sin decir nada. El camino se les hizo más pesado, pero también más claro. La verdad había empezado a salir a la luz, por más incómoda que fuera.

Cuando llegaron a la habitación de Alex, Dale ya se encontraba allí con ella, sentado junto a la pared, observando una pequeña pantalla portátil conectada al comunicador de Alex. Sobre la mesa había mapas, notas rápidas, y una lista parcial de suministros.

Alex los saludó con una inclinación leve de cabeza. Su expresión era firme, centrada.

—Cerrad la puerta —pidió—. Tenemos que hablar con calma.

Cuando estuvieron todos sentados, Alex señaló el pequeño dispositivo conectado.

—Este es el USB que dejé en el sistema. Jack está accediendo a los archivos del CDC de forma remota. El lugar está en protocolo de emergencia, en pocas palabras... se está preparando para autodestruirse. Según el reloj que vi en la sala principal de monitores, tenemos poco menos de tres días. Setenta y dos horas, si todo sigue estable.

Dale exhaló lentamente, mientras Daryl y Shane se miraban con gravedad.

—Lo mejor que podemos hacer —continuó Alex— es reunir todo lo que podamos en suministros, medicinas, herramientas... y prepararnos para evacuar. No vamos a esperar a que queden minutos. Cuatro horas antes del final se abre una brecha en el sistema para la evacuación automatizada. Una oportunidad para salir sin activar las defensas internas.

—¿Y crees que el doctor nos lo va a decir? —preguntó Shane con escepticismo.

—No —respondió Alex con dureza—. Jenner ya no es el hombre que era. Por cómo se comporta, por cómo habla... creo que está planeando quedarse y morir aquí con la explosión. Si eso pasa, no dirá una palabra. Y cuando sea demasiado tarde, moriremos con él.

Se hizo un silencio denso. Entonces, el comunicador chirrió con estática, y la voz de Jack resonó por el altavoz.

—Sombra... aquí Jack. Estoy dentro del sistema. Tengo acceso a parte del almacenamiento médico y notas del personal. Todavía cruzando datos, pero... tu teoría puede ser correcta. Los archivos indican que el patógeno está presente en todos los sujetos, incluso antes de la muerte por mordida. En resumen... todos están infectados. La muerte es el detonante, no la causa.

El silencio fue absoluto. Daryl apretó los puños. Shane tragó saliva. Dale simplemente bajó la cabeza.

—Entonces —dijo Alex en voz baja—, no hay cura. No hay vuelta atrás. Solo preparación. Y control. Vamos a salir de aquí con lo que podamos, sin que el resto entre en pánico. Así que cuando llegue el momento... algunos de ustedes comenzarán a sacar los suministros por la brecha. Jack y yo desactivaremos la seguridad. Otros tendrán que distraer a Jenner.

Su mirada recorrió a cada uno de los presentes.

—Y cuando todo esté listo... nos vamos del CDC. Con o sin su permiso.

Después de discutir la mejor forma de juntar los suministros y armar una lista concreta de lo necesario, Dale y Carol salieron de la habitación con rostros serios y silenciosos, dejando a Alex, Shane y Daryl solos.

La tensión, que apenas había quedado contenida bajo la estrategia, volvió a llenarlo todo apenas la puerta se cerró. Alex, sin decir palabra, empezó a desvestirse con naturalidad hasta quedar en ropa interior, para prepararse para dormir. No era un gesto provocador, sino práctico, directo, como todo en ella. Pero ni Shane ni Daryl pudieron evitar seguirla con la mirada.

Fue Daryl quien habló primero, sin rodeos:

—Me gustas, Alex... como más que amiga. Pero sé que tú y Shane tienen algo. Lo noté desde hace tiempo. Y... también me atrae Shane, no lo voy a negar. Solo quiero saber si ustedes... si están juntos. Si se acuestan.

Shane se pasó una mano por la nuca, incómodo.

—No. No como piensas. Desde que todo esto empezó... lo más físico que ha pasado entre nosotros fue un beso. Nada más. Nunca pensé en estar con un hombre —añadió, mirando brevemente a Daryl, sin juicio, solo como hecho.

Alex suspiró, sentándose en su lugar, la espalda recta, sin cubrirse más de lo necesario, pero tampoco buscando incomodar.

—Antes de que el mundo se acabara —empezó con voz serena—, estuve en una misión encubierta. Fui capturada. Torturada. Me enteré después que había estado embarazada... lo perdí por los golpes, por las condiciones. Ni siquiera sabía que estaba embarazada hasta que fue demasiado tarde.

Shane bajó la mirada. Daryl desvió la vista, apretando los dientes.

—Desde entonces —continuó Alex— no me siento cómoda con la intimidad... de pareja. No he intentado tener sexo porque no sé cómo voy a reaccionar. No sé si puedo ofrecer más de mí emocionalmente, al menos por un tiempo.

Los miró a ambos.

—Pero no me opongo a algo casual, si entienden que no puedo prometer más. Si hay respeto, si hay confianza... puedo intentarlo. Pero necesito tiempo. Y espacio para sanar a mi ritmo.

El silencio que siguió no fue incómodo. Fue respetuoso. Como un pacto silencioso entre los tres, en medio del fin del mundo.

Shane se aclaró la garganta, sus ojos moviéndose entre Alex y Daryl con una mezcla de nerviosismo y vulnerabilidad poco común en él.

—No voy a mentir —dijo con voz baja—. Nunca me planteé estar con un hombre. Pero también es verdad que desde que todo esto empezó... las reglas cambiaron. Las certezas ya no existen. Y tú, Daryl... siempre has estado ahí. Me salvaste más de una vez. No te veo con ojos distintos, pero tampoco me cierro a lo que pueda pasar si los tres lo hablamos claro.

Alex asintió, recostándose un poco, dejando que la tensión emocional se posara sin aplastarlos.

—Lo importante es que no hay mentiras —dijo con firmeza—. Aquí nadie está obligado a nada. Pero si vamos a sobrevivir juntos, también podemos encontrar una forma de estar... no solos. Como sea que eso termine siendo.

Daryl bajó la vista, casi sonriendo, y luego murmuró:

—Entonces supongo que... veremos qué pasa. Con respeto. Y sin promesas vacías.

Alex, en un gesto poco común, bajó la mirada mientras jugueteaba con una de las costuras de su ropa de dormir. Su voz fue apenas un susurro cuando habló:

—Si quieren... pueden quedarse aquí esta noche. No prometo nada. No es por sexo. Es solo que... este lugar no me da buena espina, y... si están conmigo, creo que podría dormir mejor.

Shane y Daryl intercambiaron una mirada breve, sincera, y sin necesidad de hablar, ambos se acercaron y se acomodaron a cada lado de Alex, cada uno respetando el espacio, pero dejando claro que no pensaban dejarla sola.

—Claro —dijo Daryl con suavidad.

—Estamos contigo —agregó Shane, firme pero tranquilo.

Y así, envueltos en la quietud de la noche, los tres se dejaron llevar por un silencio más cálido. No estaban seguros del mañana, pero al menos esa noche... no dormirían solos.

A la mañana siguiente, como cada día, Alex despertó a las seis en punto. Su cuerpo estaba condicionado por años de rutina, disciplina y vigilancia. Pero esta vez, al intentar moverse, se encontró completamente atrapada entre dos cuerpos cálidos y pesados.

Daryl estaba pegado a su espalda, abrazándola con firmeza. Uno de sus brazos descansaba bajo la almohada que compartían, y el otro envolvía su muslo, aferrado con suavidad como si no quisiera soltarla. Su respiración era profunda y pausada, rítmica.

Shane, del otro lado, dormía con la cara acurrucada contra su pecho, el rostro relajado como un niño que había encontrado finalmente un refugio. Tenía ambos brazos alrededor de su cintura, aferrado a ella como si fuera su osito de peluche favorito.

Alex, que medía apenas 1,60 metros, se sentía literalmente envuelta por ambos hombres. A pesar de su fuerza, su complexión curvilínea y su postura siempre firme, entre ellos dos parecía pequeña. Shane y Daryl, con sus 1,78 metros y físicos imponentes, la rodeaban como si fueran una muralla viva. Apenas su rostro asomaba entre ellos.

No podía moverse sin despertarlos. Pero tampoco quería. Por primera vez en mucho tiempo, el calor humano no la hacía entrar en alerta. Solo cerró los ojos unos segundos más.

El sonido de la puerta deslizándose interrumpió la quietud. Rick entró sin anunciarse, pero al ver la escena se detuvo en seco. Su hermana, acurrucada entre Shane y Daryl, que dormían como si estuvieran en paz con el mundo.

Alex apenas lo vio le hizo un gesto silencioso de "shhh" con el dedo. Rick levantó las cejas y reprimió una carcajada.

Pensó, divertido, que tal vez esto era karma. Alex nunca tuvo un novio en la adolescencia. Siempre demasiado ocupada, demasiado madura, demasiado enfocada. Y ahora, el universo le mandaba no uno, sino dos hombres dispuestos a perseguirla.

Rick sonrió para sí, cerró la puerta lentamente y se acomodó contra una de las paredes de la habitación, dejando que el silencio durara unos minutos más antes de hablar.

Cuando Alex finalmente se movió un poco y se aseguró de que los hombres seguían dormidos, Rick se acercó más y le habló en voz baja. Ambos se quedaron conversando en susurros, aprovechando uno de los pocos momentos privados que habían tenido desde su reencuentro. Desde que Rick llegó al campamento, no habían hecho más que enfrentar un caos tras otro.

Claramente no era el mejor momento ahora tampoco, pero el hecho de que Alex hubiera dejado que Shane y Daryl se quedaran con ella esa noche decía mucho. Si había alguien en quien Alex confiaba, era porque lo había evaluado con cuidado. Y

con el resto del grupo siempre tan cerca, y Lori cada vez más extraña y hostil hacia Alex, esas oportunidades de hablar a solas eran escasas.

Rick fue directo.

—Tu última misión... ese fue el último informe que recibí antes del coma. Tu desaparición. Nunca supe qué pasó en realidad. ¿Puedes contarme ahora?

Alex respiró hondo y asintió lentamente. Su mirada se perdió un segundo en el techo antes de bajar otra vez a su hermano.

—Sí. Es hora de contártelo todo.

Alex rara vez era abierta con los detalles de sus misiones, incluso en sus reportes oficiales. Pero Rick era su hermano, y una de las pocas personas que conocía hasta qué punto había descendido moralmente por su trabajo. Siempre había sido honesta con él, incluso cuando la verdad era dura.

Lo que ninguno de los dos sabía era que, desde el momento en que Rick había entrado en la habitación, tanto Shane como Daryl se habían despertado. No hicieron ningún movimiento, no emitieron sonido alguno. Simplemente escuchaban, atentos, sus cuerpos aún entrelazados con el de Alex, que no se dio cuenta por tener la guardia baja por primera vez en mucho tiempo.

—Mi última misión tenía como objetivo proteger a un analista y a su familia —empezó Alex con voz baja pero firme—. Él había descubierto una red de información que comprometía operaciones en el extranjero. Su esposa y su hija también estaban bajo protección.

Hizo una pausa breve, recordando.

—Me di cuenta de que había filtraciones. El enemigo, un grupo terrorista con recursos, sabía demasiado. Movimientos, rutas, nombres clave. Solo podía significar una cosa: había un traidor, y no en cualquier nivel. Alguien con acceso a información clasificada al más alto nivel.

Rick frunció el ceño, pero no la interrumpió.

—Cambién el plan sin avisar. Organicé una extracción improvisada. Me ofrecí como señuelo. Cuando me capturaron, activé el rastreador de emergencia. Pero... ya sabían que lo tenía. Lo destruyeron inmediatamente.

Alex apretó los labios.

—Eso lo cambió todo. Sólo las figuras más altas del gobierno sabían de ese dispositivo. Eso significaba que el traidor estaba en la cima. Alguien poderoso. Intocable.

Rick tragó saliva, el rostro sombrío. Shane, en el pecho de Alex, cerró los ojos un momento, y Daryl aflojó levemente el agarre de su mano en su muslo, pero no se movió.

—Sabes tan bien como yo, Rick, que estaba considerando tomarme un descanso del trabajo —continuó Alex con voz más suave—. Mis misiones empezaron a ser cada vez más peligrosas. Quería ver crecer a Carl, quizás establecerme un poco antes de sufrir alguna lesión... o de que ya no tuviera opción de formar una familia.

Rick asintió, grave, comprendiendo de inmediato el peso de esas palabras.

—¿Y crees que lo sabían? —preguntó en voz baja.

—Sospecho que sí. Que alguien se enteró. Tal vez molesté a alguien con poder. Tal vez vi algo que no debía. Las misiones ya peligrosas se volvieron una trampa tras otra. Y cuando me capturaron... el infierno empezó de verdad.

Hizo una pausa, su voz apenas un hilo ahora.

—Me interrogaron. Me torturaron. Querían saber algo... algo que no les di. Me negué. Cada día. Cada noche. Era constante. Y lo peor es que, a veces, no sabía si querían respuestas o solo romperme.

Rick bajó la cabeza. Su mandíbula temblaba de rabia contenida.

Shane, aún en silencio, sintió una punzada profunda. Escucharla relatar lo que vivió, lo que perdió, lo que tuvo que resistir... le dolía. No solo por ella, sino por él mismo. Por la posibilidad de una vida normal que había empezado a imaginar, y que le fue arrebatada por todo esto. Pero ahora, tal vez... solo tal vez, podría construir algo nuevo. Algo distinto. No como antes. No con solo una persona. Tal vez con ambos.

Y sin saberlo, Daryl pensaba algo similar.

—Durante la misión, mi periodo no llegó —continuó Alex, su voz temblando ligeramente—. Al principio pensé que era por el estrés, por la constante tensión. Sabes que siempre he sido regular, salvo en situaciones extremas. No me preocupé demasiado. No podía darme el lujo de hacerlo.

Rick la miraba con una mezcla de preocupación y contención. No se atrevía a interrumpirla.

—Pero ya en el cautiverio, cuando mi cuerpo estaba agotado, cuando había perdido peso, cuando ya no podía más... ocurrió. Sentí el dolor. El desgarro. Empecé a sangrar, Rick. Lo sentí desde dentro. Y... en mi corazón lo supe. Esa vida que no sabía que llevaba dentro... murió.

Sus labios temblaron.

—Me rompí. Grité. Lloré. Supliqué por un médico, por ayuda, por lo que fuera... para no perder a mi pequeño milagro inesperado. Pero no se pudo. Estaba rota. Apenas respondía cuando me trasladaron a otro lugar, donde me dieron el tratamiento mínimo para que no muriera.

Rick apretó los puños en su regazo, intentando contener las emociones que bullían en su interior.

—Y lo peor... es que se burlaron. Me dijeron que agradeciera que mi hija había muerto. Que si no, me la habrían quitado.

Su voz se quebró finalmente al pronunciar la última frase.

—Así fue como me enteré, Rick. Era una niña. Y antes de saber de ella... ya se había ido.

Shane cerró los ojos con fuerza, sus brazos inconscientemente apretando un poco más el cuerpo de Alex, como si intentara sostenerla incluso dormido. Daryl, en silencio, respiró hondo, deseando poder arrancarle ese dolor, sabiendo que ya era parte de ella.

—Así que esperé. Esperé mi momento —continuó Alex, su tono endureciéndose—. Hasta que un guardia bajó la guardia. Me escapé. No sin antes matarlos a todos. Uno por uno. Les hice gritar. Por lo que me quitaron. Por lo que me rompieron. No lo hice por venganza... lo hice por justicia. Por ella.

Rick contuvo el aliento, impresionado por la intensidad en los ojos de su hermana.

—Vagué por el desierto. Intenté contactar con la base más cercana. Finalmente, me rescataron. Pero mis recuerdos son borrosos. Fragmentados. Lo siguiente que sé es que ya estaba de vuelta, con el uniforme puesto, en una sala blanca frente a los altos mandos, recitando mi informe con voz monótona. Mirando a los ojos a hombres que, en el fondo, sabía... que uno de ellos era quien me había vendido. Quien me había quitado a mi pequeño milagro.

Alex apartó la mirada, mordiéndose el labio.

—Me dieron de baja con todos los honores. Pasé los exámenes médicos. Y volví a casa. Solo para encontrarme con que te habían disparado, Rick. Que estabas en coma. Que Carl apenas hablaba. Y que Shane era solo una sombra, siguiéndolo como un fantasma que no sabía cómo dejarlo solo.

Rick bajó la mirada, golpeado por el peso de todo lo que su hermana había enfrentado en silencio.

—Lori... Lori apenas estaba presente. Se encerró tanto en su dolor que abandonó a Carl. Y a ti. Según los registros del hospital, los únicos que te visitaban eran Carl y Shane.

La voz de Alex se endureció, afilada.

—Discutimos. La enfrenté. Por dejar a Carl. Por dejarte a ti. Me tragué mi propio dolor. Y los cuidé

—Fue entonces cuando comencé a escuchar susurros —continuó Alex, su voz más sombría—. Desde mis redes de información más ocultas. Hablaban de que los científicos se habían metido con algo que no entendían. Algo que afectaba a la gente, que los volvía agresivos. Peligrosos.

Rick levantó la vista, su rostro se tensó.

—¿Antes de que todo comenzara?

Alex asintió.

—Al principio eran solo rumores. Pero la gente empezaba a desaparecer. Y había quienes intentaban silenciarlo todo. Fue entonces cuando empecé a prepararme. Por si era cierto. Por si aquello se salía de control. Compré y recopilé suministros, preparé rutas de evacuación. Intenté por todos los medios hacer que despertaras. Llamé a especialistas. Pero no dabas señales.

Rick tragó saliva. Sabía que había estado inconsciente mucho tiempo, pero no sabía lo mucho que su hermana había hecho por él.

—El día que el mundo se fue al carajo —siguió Alex, su mirada fija en un punto invisible— fui contigo al hospital. Shane y yo. Intentamos despertarte. Estabas vivo, pero no respondías. Tu estado era frágil, y no podíamos moverte. Así que aseguramos la habitación. Te dejé suministros. Todo lo que pude.

Rick cerró los ojos un segundo.

—Según tus signos vitales —continuó Alex—, lo más probable era que despertaras en unos días. Pero no teníamos ese tiempo. Si queríamos mantener a Carl a salvo, teníamos que irnos. Los militares habían empezado a disparar a los enfermos. A los médicos. En los pasillos.

Rick levantó la cabeza.

—Escapé con Shane —dijo Alex—. Dejamos todo atrás, confiando en que te despertarías. En que leerías la nota. En que seguirías el rastro a casa, donde dejé más provisiones. Tomamos a Carl. A Lori... y evacuamos. Hasta el campamento del acantilado.

Rick se quedó en silencio. Luego asintió lentamente.

—Lori y Carl... ¿supieron?

—Les contamos todo —dijo Alex, con un matiz de tristeza—. Carl lo entendió. Lori no. Cuando envié a Carl con Shane para que conociera a los demás del grupo, Lori me atacó. Me culpó. Dijo que había decidido por ti. Pero yo... yo solo traté de cuidarlos.

Rick se acercó y le tomó la mano con fuerza.

—Lo sé. Siempre lo supe. Gracias por no rendirte conmigo.

—El campamento era un punto seguro por el momento —añadió Alex tras un momento—. Sabía que no podíamos quedarnos mucho tiempo. Era demasiado abierto. Demasiada gente. No lo aguantaría. Pero no quería moverlos. No quería arrastrar a Carl a otro lugar incierto cuando lo veía intentando, como podía, seguir siendo un niño.

Rick bajó la mirada, sintiendo la culpa en el pecho.

—Y por mucho que mi moral no sea igual a la tuya, Rick —dijo ella con calma—, que te empeñas en la esperanza y en proteger... la mía está centrada en amenazas. En minimizar el daño. En prevenir. En atacar.

—Lo sé —admitió Rick—. Y nunca dejé de agradecer que lo hicieras. Aunque no siempre lo decía.

—Intenté —prosiguió Alex— darte lo que tú querrías. Darle a ese grupo de gente que sé que tú querrías proteger un lugar donde pudieran descansar, sentirse a salvo. Pero mis esfuerzos no fueron bien recibidos. No como los tuyos. Yo... no sé ser humana de la misma forma que tú. Siempre he sido distinta. Extraña. Pero lo intenté.

—Lo sé, Alex —dijo Rick suavemente—. Yo también soy testigo de eso.

—Soporté las rabietas de Lori, los comentarios de los demás, las miradas despectivas hacia mis métodos. Los enfrentamientos con Shane, que solo buscaba estabilidad y control mientras su mundo se derrumbaba. Y aún así... solo esperaba. Esperaba que llegaras. Esperaba ser lo suficientemente fuerte como para mantenerlos a salvo un poco más.

Alex desvió la mirada un momento, el tono de su voz se volvió aún más oscuro.

—Fue cuando Lori hizo algo imperdonable —susurró, cada palabra pesada—. Dañó a Shane de una forma que no puedo ni describir sin sentir náuseas. Si yo no hubiera salido a patrullar el perímetro esa noche, si no hubiera eliminado a unos caminantes que se acercaban demasiado al campamento… si no lo hubiera encontrado borracho, llorando, a metros de ser devorado... lo habría perdido. Todo por las acciones de Lori.

Rick frunció el ceño, alarmado.

—¿Qué hizo?

Alex negó con la cabeza, mirándolo con gravedad.

—No te lo diré yo. Eso deben hacerlo Shane... o Lori, si alguna vez tiene la dignidad. Pero fue repugnante, Rick. Asqueroso. Y te lo digo con claridad: si la vuelvo a ver cerca de Shane, o de cualquiera de ustedes, intentando algo similar, la mataré. No me importará que sea la madre de mi sobrino. Ni que sea tu esposa. Ha cruzado la línea demasiadas veces, y estoy en mis últimas porciones de paciencia con ella.

Rick la observó con una mezcla de incomodidad y comprensión, sabiendo que si Alex hablaba así, era porque la situación era grave.

—Lo único que evita que lo haga ahora mismo —agregó Alex con un suspiro— es Carl... eres tú... y una sospecha que tengo, que aún necesito confirmar. 

Alex se quedó en silencio unos segundos más, luego continuó en voz baja:

—El mundo es una mierda ahora mismo. Y según lo que sabe Jack... podríamos estar peor. Al parecer, en Francia, el virus mutó. Allá los muertos no caminan... corren. Son más agresivos. Pueden realizar acciones mucho más complejas de lo que vemos aquí. No son solo cadáveres errantes.

Rick parpadeó, procesando el horror de esa posibilidad.

—¿Crees que eso pueda llegar hasta acá?

—Lo más probable es que sí. Aunque por ahora las líneas de transporte están interrumpidas, Jack cree que tenemos algunos años antes de que la nueva cepa llegue a Estados Unidos. Pero cuando lo haga, será devastador. Por eso necesitamos una base. Un lugar bien protegido donde podamos establecernos. Reorganizarnos.

Alex desvió la mirada, luego volvió a enfocarse en su hermano.

—Y eso nos lleva a lo de ahora. El CDC está en protocolo de emergencia. Se va a autodestruir. Ayer, mientras comíamos, me escapé. Revisé la sala de mandos y

monitores. Instalé un USB para que Jack pudiera conectarse a los archivos. Encontré el reloj... el que marca cuánto tiempo nos queda.

Rick se tensó.

—¿Cuánto?

—En ese momento, eran casi tres días. Ahora, ya deben quedarnos mas cerca de dos. El doctor está actuando extraño. Y su esposa, que solía dirigir el CDC... no está. Eso te dice todo.

—¿Crees que...?

—Sí. Creo que perdió la esperanza. Y que piensa morir aquí, con la explosión del lugar.

Rick frunció el ceño y se pasó una mano por la barba, inquieto.

—¿Qué planes tienes, Alex? Sé que ayer estuviste hablando con algunos. Me encontré con Carol, y me dijo que tenía que hablar contigo urgente, sin que los demás lo supieran. Ya veo por qué.

Alex asintió, cruzando los brazos mientras miraba a los hombres que aún dormían a su lado, y luego volvió a enfocarse en Rick.

—Solo nos queda juntar todo lo que podamos, de forma discreta, y largarnos cuando Jack pueda activar la ventana de emergencia para escapar. Ocurre cuando quedan cuatro horas antes de la autodestrucción. No podemos dejar que el doctor lo sepa. Llegamos ayer y en ningún momento se acercó a decirnos que el CDC se autodestruiría. Claramente nos quiere que muertos aquí con él.

Rick se tensó.

—No podemos dejarlo aquí. Aún hay esperanza. Tal vez si hablo con él... tal vez cambie de idea y se una a nosotros.

Alex lo miró con gravedad, pero sin dureza.

—No lo creo, Rick. Pero si quieres intentarlo, hazlo. Solo... no pongas en riesgo a los demás. No lo pongas a él por delante del grupo. No esta vez.

El silencio se asentó entre ellos. Dos formas de ver el mundo. Dos maneras de proteger.

Rick asintió lentamente.

—Lo intentaré. Porque aún creo que algunas personas pueden ser salvadas.

Alex lo miró, con un atisbo de tristeza en su voz.

—Y yo haré lo que sea para que los que sí quieren vivir... sobrevivan. Incluso si eso significa tomar decisiones oscuras. Incluso si eso me hace parecer el monstruo.

Rick la observó en silencio. Sabía que si estaban todos vivos aún, era en gran parte gracias a ella. Y aunque sus caminos eran distintos, confiaba en que ambos hacían lo mejor con lo que tenían.

—Nos equilibramos —dijo él al fin, con una leve sonrisa.

—Eso hacemos —replicó Alex con un suspiro, y por primera vez en mucho tiempo, Rick vio a su hermana relajarse apenas un poco.

—¿Y los archivos que está revisando Jack? —preguntó Rick, aún procesando todo—. ¿Tu teoría era cierta? ¿Estamos todos infectados?

Alex asintió con gravedad.

—Al parecer sí. Según lo que ha visto hasta ahora, todos somos portadores del virus. Lo más probable es que se transmita por el aire, el agua... incluso el contacto físico. Jack cree que simplemente está ahí. Dormido. Solo necesitamos morir para que se active.

Rick tragó saliva, el impacto de esa verdad golpeándolo como una piedra.

—¿Y hay alguna diferencia entre los que mueren por causas naturales y los que son mordidos?

—Jack está trabajando en eso —respondió Alex—. Está investigando si hay alguna diferencia biológica o funcional entre los muertos por otras causas y los infectados por mordidas. Pero aún no ha llegado a ninguna conclusión definitiva.

Rick se quedó en silencio unos segundos antes de levantar la mirada.

—Gracias, Alex. Por todo. Por no rendirte. Por cuidarlos. Por cargar con tanto.

Ella solo lo miró, y por un momento, fue solo su hermano mayor otra vez, no un oficial, no un líder.

—Lamento todo lo que te pasó —agregó Rick—. Lo que tuviste que soportar. Lo que perdiste...

Se levantó lentamente, y antes de salir de la habitación, le acarició el cabello como cuando eran niños.

—Voy a buscar a Carl. Lo voy a abrazar con todo lo que tengo —murmuró, intentando no quebrarse—. Y voy a tratar de no pensar en lo que me contaste. En esa pequeña sobrina que perdí antes de que pudiera tomar su primer aliento. En lo mucho que te rompió eso.

Salió en silencio, dejando a Alex en la habitación, con la respiración contenida y el corazón latiendo pesado.

Alex tomó aire profundamente, su pecho aún agitado por la intensidad de la conversación. Con voz seria, aunque algo más frágil que de costumbre, habló sin voltear la cabeza:

—¿Van a seguir fingiendo que duermen o por fin dejarán el acto?

Shane fue el primero en mover un brazo, soltando una pequeña risa nasal cargada de vergüenza. Daryl gruñó apenas mientras abría los ojos.

—Lo siento —murmuró Shane, abrazándola con fuerza—. No era por entrometernos... solo no quería que te sintieras sola contándolo.

—Sí —añadió Daryl, su voz rasposa—. No fue con mala intención. Queríamos estar... por si nos necesitabas.

Ambos la abrazaron, cálidos, protectores, sin exigir nada. Solo dejando claro que estaban allí. Y que no pensaban irse.

Chapter 6: 6

Notes:

Bueno aquí va otro capitulo, si no lo han notado ya intento tener una idea del canon y sus sucesos en las escenas pero evito copiarlo palabra por palabra. además que es una AU y mi historia, no la serie.
Eso no significa que si hay una escena importante que no estoy haciendo o algún detalle que se me olvido que alguien notara, no aprecie que me lo digan o me dejen un comentario.

Puede que algunos personajes no estén totalmente bien escritos, eso es totalmente por que todavía no se expresar de forma completa mis pensamientos y a veces no logro hacer justicia los personajes. la única que tal vez siempre escriba tal como es Alex por que es un OC y mi creación.

agradezco si me señalan falta de ortografía o gramaticales, voy hacer sincera en que me cuesta ya que mi cerebro no distingue mayormente cosas como la diferencia entre la S y C o la V y B. también no entiende el tema de los acentos y puntuaciones, por lo que pido disculpa por el desastre pero ahora mismo no tengo beta y no tengo tiempo para editar.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

 

Alex suspiró, se sentó al borde de la cama y se frotó el rostro, la mano cubriéndole momentáneamente los ojos como si quisiera borrar el peso emocional de la conversación anterior con Rick.

—Idiotas —murmuró, sin dureza—. Pero gracias.

Ninguno de los dos hombres respondió al instante. El silencio que se extendió fue denso pero cómodo, cargado de todo lo que no se decía, pero que los tres comprendían. Shane la observó desde donde estaba, apoyado contra el respaldo de la cama, mientras Daryl seguía acostado con los ojos abiertos, mirando el techo como si aún procesara todo lo escuchado.

Alex se puso de pie con la eficiencia de quien ha entrenado toda su vida para sobrevivir. Su cuerpo se movía con fluidez mecánica mientras estiraba brazos, piernas, y giraba el cuello hasta que sonó una leve presión. Shane no podía evitar mirarla. Cada movimiento parecía parte de una coreografía pensada para mantenerse viva. Había belleza en esa disciplina, incluso en su dureza.

Revisó sus armas en silencio, con una rutina que era casi ritual. Desmontó el arma corta, la limpió con precisión, volvió a montarla, la cargó y ajustó la funda al muslo. Luego verificó el cuchillo, su chaqueta, y finalmente se detuvo unos segundos junto a la puerta, como si ordenara mentalmente sus siguientes pasos.

—Voy a revisar los ductos de ventilación y el perímetro de escape —anunció sin girarse del todo, con la voz firme pero neutral.

—¿Nos vemos en el comedor? —preguntó Shane, con un tono más suave del que usaba normalmente.

Alex solo asintió, apenas ladeando la cabeza. Salió de la habitación con paso seguro, como si cada pisada estuviera medida.

Daryl se incorporó con lentitud. Su cuerpo parecía más pesado que el de Alex, pero no por falta de fuerza, sino por las barreras internas que cargaba. Shane se vistió sin dejar de observarlo. Notó cómo Daryl bajaba la mirada, cómo se cubría el torso con rapidez, como si aún no supiera si podía ser visto sin juicio. Las cicatrices eran visibles por un segundo antes de que desaparecieran bajo la tela. Shane no dijo nada. Pero algo en su interior se movió.

Caminaron por los pasillos del CDC, en silencio. Shane no era ajeno a la compañía silenciosa, pero esta vez se sentía diferente. Ahora veía a Daryl con otros ojos. Observaba los detalles: cómo miraba de reojo los pasillos, cómo registraba las rutas de salida, cómo inconscientemente protegía la retaguardia incluso en espacios supuestamente seguros.

Daryl no necesitaba reconocimiento. Hacía cosas por el grupo sin buscar atención: revisar puertas, ayudar con el agua, dejar raciones extra cerca de los niños. Tenía una forma callada de cuidar que Shane empezaba a respetar, aunque aún no sabía cómo decirlo en voz alta.

En el comedor, Shane tomó asiento y notó el desvío breve de la mirada de Daryl. No a su rostro. A sus brazos, al pecho. Fue rápido, casi imperceptible, pero no lo suficientemente veloz para escapar a sus ojos de policía entrenado. Cuando Shane giró la cabeza, lo atrapó justo en el momento en que Daryl apartaba la vista, y el leve sonrojo en sus mejillas lo delataba.

Shane no sintió rechazo. Ni incomodidad. Sintió... algo. Calidez, tal vez. Curiosidad. Y una sensación de que, quizás, esta historia no era tan lineal como pensaba. Que Daryl no era sólo el hombre que también amaba a Alex, sino alguien que, poco a poco, empezaba a mirarlo a él con algo más que respeto.

Y por primera vez, Shane no retrocedió ante la idea. La observó de frente.

Pero esa aceptación no venía sin confusión. Shane se dio cuenta de que no tenía experiencia en esto. Nunca se había planteado su lugar dentro de algo que se saliera de la norma. No había considerado jamás la posibilidad de mirar a otro hombre de esa forma, y mucho menos de ser mirado así. No sabía cómo procesar esa atención, ni qué hacer con ella. No le disgustaba, pero era territorio desconocido.

Además, compartir a Alex no era fácil. Shane era posesivo. Siempre lo había sido. Con su lugar, su gente, sus emociones. Lo que consideraba suyo, lo defendía con los dientes. Y Alex... Alex era el centro de su deseo, de su caos, de su necesidad. Ver a otro hombre tan cerca de ella, incluso alguien como Daryl, lo empujaba a una incomodidad visceral.

Y sin embargo, sabía que no podía pensar así. No con ella. Alex no era de nadie. Y si quería estar con ella —realmente estar con ella— tendría que dejar de ver a Daryl como un competidor o un accesorio. Tenía que empezar a verlo como parte del mismo vínculo. Como alguien que no venía a quitar, sino a sumar.

Eso... eso era nuevo. Eso lo tendría que aprender.

Shane bajó la mirada a su plato, pero su mente seguía girando. Miró de nuevo a Daryl, que mantenía la vista baja, centrado en su comida como si no quisiera molestar. Y por un instante, pensó que tal vez, entre los tres, podían construir algo diferente. Algo que no tenía nombre, pero que empezaba a parecer posible.

Y entonces se dio cuenta de algo más. Si Daryl era parte de ese vínculo, entonces también era suyo. No en el mismo sentido posesivo en que alguna vez pensó en Alex, pero sí en uno más profundo. Daryl también era alguien a quien proteger, a quien cuidar. Alguien en quien podía apoyarse.

Quizás eso era lo más desconcertante de todo: que podía confiar en él. Que podía empezar a pensar en Daryl no como una amenaza, ni como un rival, sino como parte de algo más grande. Como parte de una familia que no pensó que podía tener.

Porque Shane no tenía a nadie. Nunca lo tuvo del todo. Su padre los abandonó cuando era niño. Su madre murió de cáncer cuando él era adolescente. Y su abuelo, el último que le quedaba, falleció poco después de que entrara a la academia con Rick. Se aferró a los Grimes porque eran lo único que le quedaba. Rick, Lori, Carl… luego la mas importante Alex.

Y ahora… también Daryl.

Y el grupo. Todos los que protegían. Todos los que los seguían. Shane comenzaba a entender que tal vez, en medio de la muerte y la desolación, estaba construyendo algo parecido a una vida. Una familia. Una razón para seguir luchando que iba más allá de la rabia y la supervivencia.

Solo tenía que aprender a no destruirlo todo en el intento.

 


 

La penumbra de los pasillos del CDC fue casi reconfortante para Alex. El silencio le ayudaba a ordenar su mente mientras se movía por el sistema de ventilación y las rutas de evacuación. Había demasiadas variables sueltas, demasiados riesgos.

El mundo afuera era cada vez más peligroso, y el CDC, por más limpio y seguro que pareciera, era una ilusión temporal. Lo sabía. Y lo más difícil sería sacarlos de allí. No todos lo aceptarían bien, especialmente Lori y Andrea. Ya las escuchaba en su cabeza, culpándola por ponerlos en peligro, por no dejarlos tener un respiro. Como si sobrevivir no fuese suficiente batalla.

Pensó en el ataque en la cantera. En cómo murieron tantos, en cómo Amy casi no lo cuenta. En el terror en los ojos de Carol mientras sostenía a Sophia. La niña se había salvado, sí, pero eso no significaba que seguiría siendo así si el grupo no aprendía a defenderse. No de verdad.

Y Lori… Lori sería su mayor oposición. Lo sabía. Enseñarle a Carl y a Sophia a pelear, a matar si era necesario, iba a traerle conflicto. Pero no pensaba ceder. No esta vez. El mundo había cambiado y Alex no iba a permitir que los niños crecieran débiles, o peor aún, murieran por la negación de sus padres.

Su mente se desvió hacia algo que había notado la noche anterior. Lori estaba nerviosa, ansiosa por estar con Rick. Se le notaba en la forma en que lo tocaba, en cómo lo arrastró con premura hacia su habitación. Había algo más allí. Algo que Alex no podía ignorar. Sospechaba… no, casi lo sabía. Lori creía que podía estar embarazada. Y si era así, estaba intentando ocultarlo, intentando que Rick creyera que era suyo sin preguntar demasiado.

Alex ya había tomado precauciones. Le había pedido a Jack, que analizara cuanto antes los exámenes de sangre que el doctor había tomado a todos al llegar. Necesitaba confirmación. No por morbo, sino por seguridad. Un embarazo en este mundo era una sentencia, para la madre, para el niño y para todos los que la rodeaban si no se manejaba bien.

Terminó de revisar los ductos y el perímetro. Todo estaba estable por ahora, pero no confiaba en que durara. Al doblar un pasillo, escuchó pasos suaves y reconoció a Carol y Sophia. La mujer le ofreció una sonrisa tensa, y la niña corrió a su lado casi por instinto.

—¿Vamos juntas al comedor? —preguntó Carol, con un tono tranquilo que Alex sabía que ocultaba cansancio y preocupación .

—Sí —respondió Alex, devolviendo una sonrisa breve—. Vamos. Tengo hambre, y ustedes también necesitan comer.

Y así, con Sophia pegada a su costado y Carol caminando en silencio a su otro lado, Alex volvió a recorrer los pasillos, con el pensamiento aún lleno de decisiones que pronto tendría que enfrentar.

El leve zumbido del comunicador interrumpió el silencio. Alex alzó la mano e hizo un gesto rápido a Carol y a Sophia para que guardaran silencio. Se detuvo junto a una pared y presionó el botón del dispositivo para que se escuchara en el altavoz pero a bajo volumen.

—Aquí Sombra, adelante —susurró.

La voz de Jack llegó por el canal privado, baja y ligeramente distorsionada, pero clara.

—Sombra —dijo con su típico tono irónico—. El Dr. Jenner acaba de subir los resultados de los análisis de sangre que tomaron al llegar. Y, como sospechabas... tenemos una confirmación. Lori Grimes está embarazada.

Alex cerró los ojos un segundo. Jack continuó.

—Mis condolencias. No solo tienes civiles y niños a tu cargo, ahora también una embarazada en medio del apocalipsis. Buena suerte con eso.

—¿Algo más que deba saber? —preguntó ella, su tono plano pero con un filo oculto de agotamiento.

—En general, todos están en buen estado físico —respondió Jack—. Pero como todos tienen el virus inactivo, no podemos predecir aún si tendrá efectos secundarios a largo plazo, más allá de lo que ya sabemos cuando mueren. Sigo revisando los registros. Te aviso si encuentro algo nuevo. Cambio y fuera.

La comunicación se cortó con un leve chasquido.

Carol la miraba con atención. Sophia había captado el tono de la conversación y su pequeña mano se apretaba con fuerza al brazo de Alex.

—¿Estás bien? —preguntó Carol con suavidad.

Alex tardó en responder. Luego soltó un suspiro lento, largo.

—Lo que escucharon... aún no debe saberse. No por ahora —dijo mirando a ambas—. No quiero que cunda el pánico, ni que se convierta en otro conflicto más.

—No diremos nada —respondió Carol de inmediato.

—Prometo ser una buena, Tía Alex —dijo Sophia con seriedad, inflando el pecho como si recibiera una misión importante.

Alex se agachó un poco, poniéndose a la altura de la niña, y apoyó una mano sobre su cabeza.

—Ya lo eres. Solo sigue observando y aprendiendo, ¿sí?

Sophia asintió con energía.

Carol, por su parte, añadió con firmeza:

—Yo cuidaré a Lori. Y te ayudaré en lo que necesites. Sé que ella y tú... no se llevan bien. Pero esto no se trata de eso.

Alex le sostuvo la mirada por un momento. Asintió una vez. Luego, sin más palabras, reanudaron el camino hacia el comedor. El peso de la nueva información se sumaba al que ya cargaba, pero al menos, no estaba sola en llevarlo.

Cuando llegaron al comedor, el ambiente era cálido y, por un momento, casi normal. Las voces eran suaves, la comida estaba servida en porciones cuidadosas, y había una sensación de pausa, como si todos supieran que no duraría, pero quisieran aprovecharla.

Alex se sentó junto a Sophia y Carl, quienes de inmediato comenzaron a lanzarle preguntas.

—Tía Alex, ¿cuál ha sido la cosa más genial que has hecho? —preguntó Carl con los ojos muy abiertos.

—¿Sí! ¿Lo más loco que hiciste en una misión? —añadió Sophia, mordiéndose el pan con ansiedad.

Alex sonrió levemente mientras se servía un poco de agua.

—¿Lo más loco? Bueno… hubo una vez que mis amigos y yo estábamos escapando, nos acorralaron en una pista aérea. Teníamos un tanque, de esos viejos, pesados como un elefante… —empezó, captando la atención de más de un adulto cercano.

—¿¡Un tanque!? —exclamó Carl.

—Ajá. Solo que el tanque estaba subido en una plataforma de transporte que, bueno… estaba cayendo del cielo.

Las miradas se volvieron hacia ella.

—¿Del cielo? —repitió Glenn, que dejó de masticar.

—Exacto —continuó Alex, divertida por la reacción—. El avión que nos transportaba fue atacado. Tuvimos que improvisar. Así que ajustamos el ángulo del cañón, soltamos peso por un lado, y… usamos los disparos y la propulsión del tanque para maniobrar mientras caíamos. Lo pilotamos como si fuera un avión... pero sin alas, claro.

Amy abrió los ojos como platos.

—¡¿Y funcionó?!

—Más o menos. No diría que fue un aterrizaje suave, pero salimos vivos. Y los que nos perseguían... bueno, ellos no tuvieron tanta suerte.

Los niños reían emocionados, y hasta Shane, más allá en la mesa, sacudía la cabeza entre risas, murmurando un asombrado "Jesús...". Daryl tenía una leve sonrisa, discreta, mientras le daba otro bocado a su comida. Glenn ya estaba mentalmente reconstruyendo la escena, y Amy parecía dispuesta a rogar por más detalles.

—¿Y cómo no se rompió el tanque? ¿Y cómo supiste qué hacer? —preguntó Sophia.

—No lo sabía —admitió Alex—. Pero a veces, cuando todo se viene abajo, tienes que confiar en que puedes hacer algo imposible. Y luego hacerlo.

—¡Cuenta la historia completa! —pidió Carl, y varios más lo respaldaron con entusiasmo.

Alex los miró a todos, sabiendo que los días que venían no serían fáciles. Tal vez un momento de imaginación y asombro era justo lo que necesitaban.

—Está bien. Pero será larga —advirtió con una media sonrisa.

Se acomodó mejor en su asiento y bajó la voz, dándole un tono casi de leyenda.

—Todo empezó cuando me infiltré en una operación internacional bajo una identidad completamente distinta. Me uní a un escuadrón que llamaban la Brigada A . Eran conocidos como "Los Magníficos". Un grupo de locos brillantes con los que me tocó trabajar por un tiempo. Tenía que fingir que era otra persona... hasta el final. Mi contacto directo era John 'Hannibal' Smith, un coronel que tenía más trucos que una baraja. Él sabía quién era yo en realidad, pero nunca lo dijo. Ni siquiera cuando las cosas se pusieron feas.

—¿Feas cómo? —susurró Amy, completamente atrapada.

—Nos tendieron una trampa. Los altos mandos querían deshacerse del escuadrón y me usaron para que pareciera que los había traicionado. Los enviaron a prisión, y a mí... a un psiquiátrico, junto a 'Howling Mad' Murdock. Todo parte del papel. Tenía que fingir locura para mantener mi tapadera.

—¿¡Te encerraron en un manicomio!? —preguntó Glenn, con el tenedor a medio camino.

—Sí. Y te aseguro que fingir estar loca con Murdock de compañero es una experiencia... inolvidable. Pero nunca rompimos el papel. Nunca revelamos quién era yo en realidad. Hannibal lo protegió incluso cuando pudo usarlo para salvarse. Y gracias a eso, pudimos escapar más tarde, limpiar nuestros nombres... y derribar un convoy enemigo desde el aire usando un tanque sin alas.

—¿Pero cómo escaparon del manicomio? —insistió Carl, fascinado.

Alex sonrió, bajando un poco más la voz como si contara un secreto.

—Ah, esa fue una de las mejores jugadas de Hannibal. Hicimos creer a todo el hospital que íbamos a proyectar una película en 3D para los pacientes. Murdock, como siempre, actuó como productor ejecutivo, director y estrella principal de la "película". Convocaron a todos al auditorio, les repartieron lentes 3D, apagaron las luces y comenzaron la supuesta función.

—¿Y entonces? —preguntó Amy, con los ojos abiertos como platos.

—La primera escena mostraba un camión viniendo directo hacia la pantalla. Todos los pacientes estaban fascinados, aplaudiendo, emocionados. Y justo en el momento en que el camión parecía atravesar la imagen… ¡los demás estrellaron una camioneta real contra la pantalla desde el otro lado!

Las carcajadas no se hicieron esperar. Hasta Shane soltó una exclamación de sorpresa.

—¡¿Qué?! ¡¿Un camión de verdad?! —repitió Glenn.

—Uno de verdad. Lo condujo Hannibal con una precisión perfecta. Desde afuera, se estrelló contra la pantalla justo en el ángulo que simulaba el efecto de la película. Fue tan realista que todos los pacientes lo creyeron parte del show. Aplaudieron, rieron y a nadie se le ocurrió que, mientras tanto, Murdock y yo nos estábamos escapando con la camioneta a toda velocidad.

—Eso es una locura… —susurró Daryl, aunque su sonrisa decía otra cosa.

—Fue brillante —admitió Alex con una chispa de orgullo—. Nadie resultó herido, nadie sospechó. Y para cuando revisaron el auditorio, ya estábamos lejos. Nos reunimos con el resto del equipo en un viejo aeródromo militar donde nos esperaba el avion de carga que tenia el tanque… y claro, fuimos atacados.

—Y de ahí el vuelo del tanque —murmuró Carol, negando con la cabeza entre risas.

—Así es. Disparamos los cañones para redirigir la caída, calculamos la propulsión con los restos del motor… y sobrevivimos cayendo en un lago alemán si no recuerdo mal.

El comedor estalló en carcajadas, asombro y preguntas sin fin. Por un instante más largo, el fin del mundo pareció algo lejano.

Fue entonces cuando Sophia, aún pegada al costado de Alex, la miró con ojos curiosos y le preguntó:

—Tía Alex ¿siempre quisiste ser agente secreto y vivir aventuras? ¿O pensaste hacer otra cosa antes?

Alex abrió la boca, pero fue Rick quien respondió primero, sonriendo con un toque de nostalgia.

—Alex siempre fue buena para la música y el arte —dijo—. Si no hubiera terminado en el ejército, probablemente se habría convertido en cantante o en artista itinerante. Algo loco, sin duda, pero brillante.

Alex rodó los ojos con una sonrisa.

—Tenía demasiados intereses —añadió—. Me gradué a los quince, mi cerebro siempre iba más rápido que yo. Si no me hubiera metido al ejército, probablemente habría acabado como una chica excéntrica con múltiples profesiones, viajando por el mundo haciendo cosas ridículas… como lo he hecho igual, solo que sin patear tantos traseros ni ser tan peligrosa.

—¡¿Cantante?! —exclamó Amy con una sonrisa enorme—. ¡¿Puedes cantar de verdad?!

Antes de que Alex pudiera responder, Shane intervino con una risa baja.

—Claro que puede. Cuando Carl era un bebé y Lori y Rick salían o estaban ocupados, Alex lo cuidaba. Más de una vez la encontré cantándole para dormirlo. Tenía una voz suave, de esas que calman el alma. Era la única que lo hacía dormir sin llorar.

Carl se ruborizó levemente, pero sonrió.

—¿Puedes cantarnos algo después? —preguntó, esperanzado.

Alex sonrió, pero no respondió mientras miraba a cada uno con esa mezcla de ternura y responsabilidad que ya todos reconocían en ella.

—Si hubiera sido cantante —añadió Shane con una sonrisa más amplia—, habría sido famosa en todos lados. No solo por la voz, sino porque los chicos en la escuela la seguían como si fuera una estrella de rock. Rick y yo teníamos que espantarlos cada semana. Algunos eran tan insistentes que hasta se aparecían en la casa.

—¡Shane! —protestó Alex, pero con una risa sincera.

—Es cierto —añadió Rick, negando con la cabeza—. Y lo peor es que ella apenas los notaba. Siempre estaba metida en libros o aprendiendo algo nuevo. Podía hablarte de filosofía, anatomía, electrónica, o historia antigua sin respirar.

—Era una nerd camuflada —bromeó Shane—. Con cara de modelo, habilidades de ninja y la obsesión por leer todo lo que encontraba. ¿Sabían que una vez estudió tres carreras al mismo tiempo solo por diversión?

Los niños y varios adultos rieron. Amy y Glenn parecían aún más fascinados, y Sophia miraba a Alex como si fuera una heroína de cuento.

—No parecía tan divertida mientras lo hacía —dijo Alex, riendo con una pizca de vergüenza—. Pero sí, me encantaban los libros. Me siguen encantando. Si me dan un rato libre, probablemente me encuentren hojeando algo raro en una esquina. 

En ese momento, la puerta del comedor se abrió. El Dr. Jenner entró cojeando ligeramente, con ojeras marcadas y una expresión seria. Todos fueron bajando la voz hasta quedar en completo silencio.

—Buenos días —dijo Jenner, sin mucha energía.

—Hola, doctor —saludó Shane con una inclinación de cabeza.

—No quiero abrumarlo con preguntas tan temprano... —empezó Dale.

—Pero lo hará de todos modos —interrumpió Jenner con una media sonrisa resignada.

—No vinimos por los huevos —dijo Andrea con sequedad.

Jenner asintió una vez y luego suspiró.

—Déjenme mostrarles algo...

Los condujo a la sala de control. Luces bajas, pantallas brillando tenuemente, el ambiente cargado de tensión. Jenner se dirigió a la consola central.

—Dame una reproducción del TS-19 —ordenó.

La pantalla principal se activó, mostrando una animación de un cerebro humano. Sus sinapsis chispeaban con energía, brillando en colores vivos.

—¿Eso es un cerebro? —preguntó Carl con los ojos muy abiertos.

—Uno extraordinario —respondió Jenner.

—¿Qué es lo que estamos viendo? —preguntó Rick.

—La vida —dijo Jenner—. Pensamientos, recuerdos, personalidad. Todo lo que somos. Hasta que se apaga.

La imagen en la pantalla se volvió oscura. El cerebro se detuvo. El monitor quedó en silencio.

—Eso es la muerte cerebral —continuó Jenner—. Todo lo que esa persona fue… desaparece.

Después, otra imagen apareció. Un pequeño destello en la base del cráneo.

—Pero algo... se reactiva. El tronco encefálico. Solo lo suficiente para reiniciar funciones básicas. Movimiento. Hambre. Instinto. No pensamiento. No humanidad.

—¿Qué le pasó a esta persona? —preguntó Andrea.

—Fue mordida —dijo Jenner—. Se ofreció como voluntaria para que pudiéramos grabar el proceso. TS-19 era alguien muy valiente.

La pantalla mostró el cuerpo del sujeto TS-19. Un movimiento súbito, los músculos rígidos reanimándose. Una boca abriéndose. El cañón de un arma apareció, disparando a la cabeza. Oscuridad total.

—Dios… —susurró Amy, llevándose la mano a la boca.

—¿Tú le disparaste? —preguntó Andrea.

Jenner solo asintió, con un gesto tenso.

—Francia fue el último en resistir —añadió—. Creían estar cerca de una cura. Pero todo colapsó. Comunicaciones, directivas… todo desapareció. He estado solo desde entonces.

El grupo quedó en silencio, con el peso de la revelación suspendido en el aire. Jenner se retiró sin decir más, dejándolos solos en la penumbra del centro de control.

Uno a uno comenzaron a dispersarse, cada quien intentando procesar las imágenes y palabras que acababan de presenciar. Carol tomó la iniciativa de distraer a los niños, llevándolos junto a Lori hacia una sala lateral para que comieran algo y se tranquilizaran. Aprovechando ese momento, Alex, Rick, Shane, Daryl y Dale se apartaron discretamente hacia un rincón apartado del pasillo, cerca de una compuerta de emergencia.

—¿Vieron el reloj? —susurró Dale, con voz baja pero cargada de urgencia—. Sigue corriendo. Y Jenner no lo mencionó en absoluto.

—Sí, lo noté —respondió Alex, cruzándose de brazos— queda menos de dos días. No dijo una palabra sobre el protocolo de seguridad, ni sobre la autodestrucción.

—Tampoco habló de lo otro —añadió Dale—. De la infección generalizada. De que todos ya lo tenemos. Y tú me confirmaste que esa información estaba en el sistema.

—Así es —dijo Alex, con el rostro serio—. Jenner lo sabe, pero está eligiendo no decirlo. Tal vez por miedo a una reacción. Tal vez porque no quiere que lo impidan.

—Ese tipo no es de fiar —espetó Shane—. Está esperando que nos quedemos con él cuando todo esto vuele por los aires. No podemos confiar en él. Tenemos que seguir con el plan, reunir provisiones y estar listos para evacuar en cuanto esa brecha se abra.

Dale asintió lentamente.

—Yo puedo hablar con T-Dog, Glenn y Andrea. Les diré que empiecen a juntar comida, agua, armas. Lo más discreto posible.

Alex lo detuvo con un gesto.

—Solo dile a Andrea que necesitamos reunir provisiones en secreto. No menciones el reloj, ni la autodestrucción. Está muy alterada desde lo de Amy. Podría perder el control, enfrentar a Jenner o, peor aún, causar pánico entre los niños o Lori.

Dale la miró por un momento y luego asintió con comprensión.

—Entendido. Seré cuidadoso.

El grupo se dispersó en direcciones distintas, cada uno con una misión tácita. La calma que había traído el CDC empezaba a agrietarse, y bajo la superficie, el tiempo se agotaba.

Mientras tanto, los miembros informados del grupo comenzaron a moverse con disimulo por el CDC, desmontando poco a poco y con extrema cautela todo aquello que pudiera ser útil. T-Dog y Glenn, después de recibir la información de parte de Dale, habían soltado maldiciones por lo bajo antes de volverse serios y eficaces, poniéndose manos a la obra para reunir provisiones: agua embotellada, raciones, medicinas, herramientas.

Por su parte, Alex, Shane y Daryl se centraron en identificar la ubicación de las armas y puntos de seguridad. Se movían como si solo estuvieran patrullando, conversando entre ellos de manera relajada mientras recogían discretamente cuchillos, pistolas y municiones. Luego, los tres se reunieron con Rick, fingiendo estar solo revisando cosas, mientras desplegaban un mapa del exterior y comenzaban a discutir las posibles rutas y destinos una vez se abriera la brecha de evacuación.

Durante todo ese proceso, tanto Shane como Daryl no podían evitar observar a Alex. Más de una vez, sus miradas se desviaban a sus caderas, su pecho o a la forma en que sostenía con precisión y soltura cada arma. Había algo en su presencia, en su eficiencia, que los atraía como un imán.

Shane, impulsivo como siempre, era más expresivo. Cada vez que tenía la oportunidad, rozaba el brazo de Daryl, hombros, incluso su espalda, intentando de manera torpe pero decidida acostumbrarse a ese tipo de cercanía. El rubor constante de Daryl no pasaba desapercibido, aunque no parecía rechazar los gestos.

Con Alex, Shane era aún más posesivo, por su parte, no se conformaba con simples roces. Cada vez que tenía la oportunidad, envolvía con firmeza los brazos alrededor de las caderas de Alex, atrayéndola hacia él como si necesitara recordarse —y recordarle al mundo— que ella era parte de lo que lo mantenía cuerdo. A veces se inclinaba para susurrarle algo al oído, innecesariamente cerca, con su mano apoyada en la base de su espalda o deslizándose lentamente por su cintura hasta su abdomen. Más de una vez la atrapó entre su cuerpo y la pared, fingiendo que era para cubrirla mientras pasaban cerca de una cámara o un pasillo más transitado, aprovechando para dejarle un roce fugaz de labios sobre la mejilla o el cuello. Alex lo permitía, con su expresión neutra y mirada fija en su trabajo, pero sin rechazarlo. Mientras no interrumpiera su eficiencia, lo dejaba ser.

Daryl, en cambio, era una historia distinta. No era del tipo que demostraba afecto abiertamente, y menos aún en público. Su cuerpo entero parecía tensarse cada vez que Shane era tan directo, no por celos agresivos, sino por incomodidad ante lo que él mismo sentía y aún no sabía cómo manejar. Aun así, sus gestos estaban allí: le ofrecía armas con cuidado, manteniendo el contacto visual un segundo más de lo normal. Caminaba siempre a un paso de Alex, como si inconscientemente asegurara su flanco. Y cuando nadie miraba, su mano rozaba brevemente la suya, o dejaba un pulgar sobre su hombro cuando pasaba cerca, sutil y casi torpe, pero cargado de intención.

En esos momentos, Shane lo notaba. Y en lugar de frenarlo, empezaba a incluirlo. Le pasaba cosas por encima de Alex, buscaba excusas para empujar su hombro contra el de Daryl o dejarle una palmada breve en la espalda. No era posesivo con él como con Alex, pero había algo en esos gestos que hablaba de aceptación. De adaptación.

Rick observaba todo con una mezcla de diversión y resignación. Conocía bien a su hermana. Sabía que si algo realmente la molestara, lo haría saber con una sola mirada. Pero también sabía leer los gestos sutiles. Y Alex, pese a su concentración y dureza, no se apartaba. Al contrario, parecía estar permitiendo —quizás incluso eligiendo— ese extraño equilibrio entre dos hombres tan distintos como intensos.

El caos latente del CDC contrastaba con la calma calculada de quienes sabían lo que venía. Y en medio de la planificación silenciosa, algo más se fraguaba: una dinámica no tradicional, tejida entre miradas, roces y silencios que no necesitaban explicación.

 


 

Después de un largo día de movimientos discretos y estrategias encubiertas, la cena fue tranquila, aunque con un matiz de tensión apenas perceptible entre aquellos que sabían lo que estaba por venir al día siguiente. Las conversaciones fueron más bajas, los gestos más atentos, y las miradas más frecuentes entre los miembros del grupo que conocían la verdad.

Alex, luego de terminar de comer, se levantó con naturalidad. Se acercó a Rick, se inclinó ligeramente hacia él y le susurró algo. Rick asintió con una sonrisa tranquila y le dio una palmada en el hombro.

—Yo me encargo de Carl —le dijo, con ese tono cálido y firme que usaba solo con su hijo—. Buenas noches, hermanita.

Alex le dedicó una sonrisa breve y luego se giró hacia los niños.

—Buenas noches, Carl. Sophia. Descansen bien, ¿sí?

Ambos asintieron con pequeñas sonrisas, y Alex les revolvió el cabello con suavidad antes de alejarse del comedor. Al pasar junto a Shane y Daryl, que aún terminaban de cenar, apenas les dirigió una mirada significativa y un movimiento de cabeza. Fue todo lo que necesitó.

Shane intercambió una mirada con Daryl, en la que se leía la misma mezcla de deseo y expectación. Luego, ambos se pusieron de pie con calma y salieron detrás de ella, como si fuera lo más natural del mundo.

La noche aún no había terminado. Y para ellos, apenas estaba comenzando.

Mientras caminaban por los pasillos silenciosos del CDC, Alex iba al frente, su paso firme pero relajado, guiándolos hacia su habitación con la seguridad tranquila de alguien que conoce cada rincón. Shane y Daryl la seguían con paso algo más lento, la mirada fija en la forma en que las caderas de Alex se mecían sutilmente con cada zancada. Era imposible no notarlo: la precisión con la que se movía, la elegancia y sensualidad letal que su cuerpo proyectaba incluso sin intención.

Shane tragó saliva, con una expresión entre admiración y deseo, y se acercó lo suficiente como para que su mano rozara la pared junto a la que Alex caminaba. Daryl, más callado, mantenía la vista baja, pero sus ojos se alzaban de tanto en tanto para seguir el vaivén hipnótico de su figura. No decía nada, pero su respiración se notaba más tensa, sus pasos más medidos.

Shane rompió la distancia primero. Dio unos pasos más rápidos, alcanzándola para posar una mano firme en la curva de su cadera, guiándola ligeramente hacia un lado sin necesidad real, solo buscando el contacto. Su mano pasó por la parte baja de su espalda, acariciando con naturalidad el límite entre la tela y la piel.

Alex no se detuvo ni lo miró, pero sus labios esbozaron una ligera curva.

Daryl desvió la mirada cuando eso ocurrió, no por celos, sino por algo más íntimo y difícil de nombrar. Le costaba la idea de mostrar deseo de forma tan abierta, pero había algo en todo eso que le resultaba innegablemente atrayente. Aún así, cuando Alex se detuvo al llegar a su puerta y giró apenas el rostro para asegurarse de que ambos la seguían, fue él quien se adelantó esta vez, como si en ese gesto silencioso también estuviera diciendo: aquí estoy .

Alex abrió la puerta sin palabras. Solo los miró una vez más, sin urgencias, sin presión. Y luego entró.

Y ellos la siguieron.

Dentro de la habitación, Alex no perdió tiempo. Cerró la puerta con suavidad y se dirigió al centro del espacio, dejando caer su chaqueta sin ceremonia alguna sobre una silla. Se giró apenas hacia ellos, sus ojos tranquilos pero firmes, y comenzó a desabrochar su cinturón mientras hablaba con naturalidad, como si estuvieran en medio de una conversación cualquiera.

—El día fue largo —dijo mientras se quitaba la camisa, dejando ver el sujetador deportivo que moldeaba su torso —. Y productivo.

Daryl y Shane estaban quietos, casi demasiado, observándola como si se encontraran frente a algo sagrado. Shane, más atrevido, dio un paso hacia adelante, pero se detuvo cuando Alex se quitó los pantalones con eficiencia militar, quedando solo en bragas negras de tela ajustada.

—Mañana será difícil —continuó, como si no se diera cuenta del efecto que estaba causando en ambos—. No puedo prometer mucho esta noche, no más que besos… y quizás algunas caricias. Aún no me siento lista para más que eso. Pero anoche dormí mejor de lo que lo he hecho en meses. Así que…

Sus ojos recorrieron lentamente a ambos, su expresión más suave ahora, con un atisbo de vulnerabilidad honesta.

—Si quieren dormir conmigo otra vez, están invitados.

Shane exhaló lentamente, su mandíbula apretada con una mezcla de contención y deseo. Dio un paso al frente, pero en lugar de tocarla, simplemente asintió, como si esas palabras hubieran sido todo lo que necesitaba. Daryl, en cambio, parecía inmóvil, su mirada baja, su rostro levemente sonrojado. Pero luego levantó la vista y asintió también, con una convicción incomoda pero genuina.

Alex dio un paso hacia atrás y se sentó en la cama, sin perderlos de vista.

—Entonces pónganse cómodos —dijo con una media sonrisa—. Y vengan a la cama.

No hizo falta decir más.

Shane fue el primero en moverse. Con manos rápidas y seguras, se deshizo de su camiseta y la dejó caer al suelo sin miramientos, sus ojos fijos en Alex mientras su respiración se aceleraba. Daryl, más lento y cuidadoso, se quitó la chaqueta y la dobló con torpeza antes de dejarla a un lado, su mirada apenas levantándose mientras sus mejillas se teñían de rojo.

La tensión en el aire era espesa, pero no incómoda. Era un equilibrio frágil entre deseo contenido y confianza construida. Shane avanzó primero, deteniéndose frente a la cama, con la espalda recta y el pecho descubierto, como esperando el permiso tácito de Alex para acercarse más. Daryl se mantuvo unos pasos detrás, observando con esa mezcla de incomodidad y atracción que lo caracterizaba, su cuerpo rígido, pero sus ojos diciéndolo todo.

Alex los contempló en silencio, reconociendo en ambos esa mezcla de vulnerabilidad y entrega. No necesitaba más palabras.

Lo que sucedió después quedó entre ellos, envuelto en la penumbra de la habitación, en los suspiros apagados y los cuerpos acercándose con una cadencia pausada. Si hubo más que besos o caricias, sólo ellos lo sabrían.

Pero esa noche, por segunda vez, durmieron juntos. Y no por necesidad. Sino por elección.

 

 

Notes:

Lo se, dejo muy al aire de forma incomoda muchas cosas como el tema del Sexo y las reacciones de Daryl , pero es que todavía no le pillo el truco y soy demisexual por lo que el sexo me pone incomoda cuando es de un momento a otro cuando tengo que ponerme a pensar en eso. además que no se escribir ese tipo de escenas.

sobre dejar el enlace de la historia que hable antes y cualquier historia que vea la necesidad de compartir, la verdad es que todavía no se como hacerlo. por lo que si alguien sabe les agradecería la información.