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Summary:

Enzo y Julián creían que no tenían nada en común salvo la empresa para la que trabajaban. Enzo era el líder del equipo de Diseño, creativo, carismático y siempre con una sonrisa o un comentario tonto u ocurrente. Julián era el líder de Desarrollo, meticuloso, silencioso y con un carácter que parecía querer impulsar a las personas hacia el lado contrario. Ninguno de los dos se toleraba demasiado pero, cuando un proyecto urgente los junta, ayudarse mutuamente parece la única opción posible.

Chapter 1: Pain, that’s the word you’re looking for. It’s going to be painful.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—En, ¿así te parece bien? 

Enzo Fernández se impulsó con su silla hacia atrás y luego se acomodó junto a Lisandro Martínez, pasando un brazo por sus hombros y alrededor de su cuello para poder observar la pantalla. Los dos tenían cubículos adyacentes en la oficina, por lo que era fácil trabajar juntos. El morocho se quedó analizando el diseño unos instantes, levantando un pulgar en señal de aprobación. 

—Cambiá el fondo a la segunda sección por un D3 y está joya —le dijo—. Si querés mandame el proto que le pego una última mirada y ya lo enviamos. 

—Dale, Enzito, gracias —respondió Lisandro, conocido en la oficina como Licha. Era el que siempre trataba de calmar los humos cuando Enzo ya estaba corto de paciencia. Aunque hacía poco tiempo que trabajaban juntos bajo aquella dinámica, trabajaban bien y se habían vuelto un buen equipo. 

—Emi, ahora reviso lo que me mandaste también y te lo reenvío, quería sumar algunos comentarios, si algo no se entiende me decís y lo vemos —le comentó a Emilia Ferrero, la otra integrante del equipo, que se había incorporado recientemente y todavía estaba cursando sus últimas materias en la facultad. La chica simplemente asintió. No era una persona de muchas palabras cuando trabajaba pero era buena con lo que hacía y había aprendido rápido. Las únicas veces que Enzo la había escuchado hablar de más había sido durante los after, con un par de copas encima. 

Enzo se pasó una mano por la cara, retirándose el flequillo morocho hacia atrás con una expresión cansada. Aunque en general no tenía un cronograma de sueño muy sano, aquella semana había sido todavía peor. Revisó distraídamente los chats que tenía sin leer: había un mensaje de cada departamento, para elegir y repartir. Empezó a responder de a poco, pensando que por lo menos era viernes y que, quizás, podría irse a horario. Sus esperanzas, sin embargo, fueron desapareciendo de a poco cuando vio el chat de Paulo. Cuando mandaba un mensaje al chat de líderes de equipo después de las cuatro de la tarde del viernes, nunca eran cosas buenas para nadie. 

Enzo, Julián, ¿podemos tener una reunión de 15 minutos a las 16:30? Les prometo que no los voy a tener más de eso. El resto lo podemos charlar el lunes. 

Las promesas de Paulo Dybala nunca significaban nada cuando se trataba de tiempos de reuniones. A esa altura del partido y trabajando con él hacía años, Enzo ya lo sabía. Sin embargo, sabía también que no podía hacer mucho. Además de ser el líder de Proyectos, Paulo era uno de los socios fundadores de Vertex, la Agencia Digital donde trabajaba. La empresa había crecido notablemente en los últimos años y Paulo, objetivamente, era una de las personas que más trabajaba dentro de ella. 

El problema con Paulo era que pensaba que todo el mundo tenía que trabajar tanto como él. 

Enzo chequeó el reloj de su pantalla. Faltaban ocho minutos para las cuatro y media. Desde su posición, estiró un poco el cuello para ver a Julián Alvarez, aunque este seguía de espaldas a él, tecleando en su computadora como si ni siquiera hubiese visto el mensaje. El equipo de Diseño y el de Desarrollo estaban en el mismo sector y no había demasiado espacio entre unos y otros, lo que resultaba práctico cuando tenían que trabajar juntos. Por lo menos, así pensaba Enzo, aunque estaba bastante seguro que Julián no compartía su punto de vista. 

El morocho se impulsó hacia atrás, se levantó de su silla y caminó lentamente hasta el área de Desarrollo. Los dos monitores de Julián estaban llenos de código y diseños pero los chats no parecían de su interés aquella tarde. Cuando estaba concentrado era difícil sacarlo de aquel estado, algo que Enzo disfrutaba particularmente. No sabía explicar exactamente por qué, pero era el tipo de persona que le encantaba molestar. El diseñador era bastante pesado con todo el mundo, pero tenía una debilidad por Julián, que parecía no soportarlo ni un poco. 

El diseñador se apoyó con un brazo en el escritorio del líder del equipo, descansando el peso de su cuerpo de costado. Julián tenía el mismo escritorio que él, el más apartado del pasillo junto a la ventana, aunque en otra fila donde estaban todos los desarrolladores, con escritorios enfrentados. Los dos se encontraban junto a los grandes ventanales que daban a la ciudad; Enzo creía que, dentro de las posibilidades, eran los mejores escritorios para tener. La vista de Buenos Aires desde el piso doce era agradable y le daba la sensación de tener un poco de libertad, incluso estando encerrado en la oficina la mayor parte del día.  

El castaño estaba con la camisa ligeramente arremangada y tenía el pelo siempre prolijamente cortado y peinado hacia atrás. Para Enzo era la viva imagen del orden, de una forma casi tradicional. El diseñador se consideraba también una persona ordenada y prolija, pero su apunte era quizás más creativo, mientras que Julián era clásico y parecía casi atemporal. Enzo tenía una remera negra, ajustada, zapatillas modernas, tatuajes por todo el cuerpo y el pelo con un corte más actual. Julián estaba siempre con alguna camisa de un color claro, pantalones con zapatos de vestir, un corte y un aspecto siempre pulcro, la piel algo pálida y sin ningún tatuaje a la vista. Enzo se interesaba por verse bien; Julián, por su parte, parecía ese tipo de persona que estaba siempre de punta en blanco casi sin esfuerzo. No hubiese dicho que eran polos opuestos pero estaban más cerca de serlo de que no. El morocho no creía que tuvieran demasiado en común, aunque tampoco lo conocía lo suficiente como para asegurarlo. 

—Eu, rey del CSS, nos llama Pau —le dijo Enzo—. Esa de leer el chat, no, ¿no? 

Julián le dio una mirada cansada por sobre su hombro, mientras del otro lado Cristian se mordía los labios para no reírse. A diferencia del líder del equipo, el otro chico le caía bien. Los dos desarolladores eran de Córdoba pero Cristian estaba, para Enzo, más cerca de lo que él siempre había esperado de alguien de dicha provincia: tenía una tonada más pronunciada, una risa fuerte, le gustaba la joda y el Fernet, y siempre armaba playlists con canciones que a Enzo le gustaban para poner los viernes. El líder del equipo, por el otro lado, era la antítesis de cualquier cosa que implicara divertirse y sonreír dentro del espacio de trabajo.  

—Lo leí, Enzo, faltan cinco minutos —le dijo el castaño, mientras suspiraba profundamente como si Enzo no fuera más que un mosquito molesto que andaba dando vueltas alrededor de él mientras trataba de dormir. El morocho sabía que le hubiese dado un manotazo para ahuyentarlo si la violencia física hacia otros compañeros no hubiese estado mal vista en cualquier ambiente laboral—. Ahora voy. 

Enzo le sonrió, dándole una pequeña palmada en el hombro, y se fue con su cuadernito a la sala de reuniones. 

Cuando llegó, Paulo ya estaba ahí, sentado en la cabecera de la mesa y tecleando cosas en su computadora como si le fuese a salir fuego de los dedos. Él y Julián podían hacer una competencia a ver quién podía escribir más rápido. El PM le dio una pequeña sonrisa a Enzo y un asentimiento, siguiendo luego con su tarea mientras el morocho se acomodaba en el asiento a su derecha. Enzo abrió el cuaderno, poniendo la fecha y empezando a hacer garabatos alrededor. Comenzó a dibujar una pequeña caricatura de Paulo con su computadora, aunque se quedó a mitad de camino. Pronto Julián se sumó a ellos, sentándose frente a Enzo y a la izquierda del mayor, que lo saludó del mismo modo y finalmente dejó de teclear cosas para observarlos. 

—Voy a hacerla corta, chicos, no los quiero tener acá hasta tarde un viernes —les dijo, aunque no hubiese sido la primera vez que se quedaban en una reunión un viernes después de hora—. Tenemos un proyecto grande al que nos incorporó otra empresa, casi a último momento. Ellos se van a encargar de toda la parte comercial, de gestión y media, y nos quieren a nosotros para lo que es diseño y desarrollo, porque no tienen capacidad para tomar un proyecto así.

Enzo frunció el ceño porque ya le daba mala espina cuando las palabras de Paulo eran tan genéricas y tranquilas. Antes que pudiera decir algo, Julián hizo la pregunta que estaba en su mente: 

—¿Capacidad…? 

Paulo les explicó brevemente de qué se trataba. Esencialmente, necesitaban crear un prototipo de una aplicación web para periodismo joven independiente para una compañía internacional, que buscaba hacer un primer lanzamiento en Latinoamérica, con la posibilidad de expandirse a otras regiones. Era un proyecto grande, donde había mucha plata. Tenía unas especificaciones muy particulares pero, sin dudas, el detalle más destacable —y que Paulo había dejado hasta lo último por una razón— eran los tiempos que tenían para realizarlo. 

—Es importante, porque si esto sale bien tenemos posibilidades de presentarlo después en Europa, hay muchísima expectativa sobre esta primera versión, y la idea es que no sea algo tercerizado, sino una colaboración entre las dos empresas. 

—¿Me estás diciendo que tenemos seis semanas para diseñar y armar un prototipo y dos semanas para testear y corregir errores? —dijo Julián, después que el manager les comentara la fecha de presentación. 

—Sí, Juli, yo sé que los tiempos son complicados, pero si esto sale bien, va a ser un salto enorme para la empresa… —dijo Paulo—. Yo sé que en general trabajamos en cascada, pero voy a necesitar que trabajen los dos juntos por sprints, que diseño y desarrollo vayan de la mano, porque necesitamos ir mostrando lo que vamos haciendo. Vamos a tener una reunión, calculo que semanal, con el PM de la empresa que nos contrató —explicó, casi sin respirar—. También voy a tener una reunión con Nico para que les de una mano con el testing —agregó, refiriéndose al líder de Soporte Técnico, Nicolás Tagliafico, que siempre quedaba pegado para las tareas de testeo. Alguna vez Enzo había escuchado a Julián sugerir contratar un tester para el equipo, pero siempre había quedado en la nada. 

Enzo sabía que Julián se estaba mordiendo la lengua también, porque los dos eran conscientes de que lo que proponía Paulo era terriblemente difícil de implementar, en especial en una aplicación del tipo que necesitaban presentar.  

—¿Cuándo es el kick-off? —preguntó el desarollador, que estaba tomando notas en su laptop, para saber la fecha de inicio del proyecto. 

—El lunes. 

Los dos líderes dejaron sus ojos en Paulo, incrédulos. 

—¿Pero el resto del trabajo…? —preguntó Enzo, dejando el interrogante en el aire, siendo bastante claro que se refería a las tareas que habían planificado para la semana próxima en la planning de aquella mañana. 

—Van a tener que reorganizarse un poco dentro de los equipos —le dijo Paulo, suspirando, como si el problema no hubiese sido algo que él mismo había llevado a la mesa—. Si necesitamos a algún freelance o alguien que se sume part-time, me avisan, pero los necesito a ustedes dos a full en esto, ¿ok? Podemos ver el lunes cómo nos reorganizamos y demás está decir que cualquier hora extra que tengan que hacer va a ser paga y que, si esto sale bien, va a haber un bono grande para los dos al cerrar el proyecto —les dijo, apoyando los antebrazos sobre la mesa—. Nos puede abrir un mercado enorme, chicos. Lo único que necesitamos es presentar el MVP en fecha. 

Enzo anotó un par de cosas en su cuaderno, haciendo un círculo casi violento sobre la fecha de entrega. 17 de septiembre. Sabía que era casi irreal que pudieran presentar algo decente para entonces. 

—Voy a preguntar una obviedad —intervino el diseñador lentamente, suponiendo que valía la pena intentarlo—, pero ¿no hay manera de negociar la fecha, no? 

Paulo apretó los labios, negando suavemente con la cabeza. 

—No, las fechas son esas, no podemos moverlas porque no dependen tampoco del cliente y hay un evento planificado ya para el lanzamiento, acá y en Brasil —explicó el manager. 

—Cero presión… —murmuró Enzo, con una mueca de lado ligeramente irónica. 

Un golpecito en la puerta los sacó de la charla. Leandro, uno de los PMs que trabajaba a la par con Paulo, le pasó un par de hojas abrochadas.

—Es el brief, me quedé sin papel, después les mando por mail la propuesta y las especificaciones completas. Son una banda de hojas —les dijo a los tres, excusándose con una pequeña sonrisa avergonzada, mientras Paulo asentía y le agradecía. 

El recién llegado les dio un guiño rápido, antes de volver a desaparecer por la puerta de la sala de reuniones. Paulo les pasó una copia a cada uno y Enzo lo observó, todavía con muchas dudas sobre cuánto podían hacer a tan poco tiempo. En la portada estaba el nombre del proyecto, el logo de Vertex y de la otra empresa. 

—¿CoreOne? —preguntó Julián en un susurro. 

—Sí, ¿vos trabajabas ahí no? —recordó Paulo—. Me lo comentó Lío cuando vio la propuesta —explicó, refiriéndose a quien era el jefe en los papeles y que siempre estaba presente cuando se trataba de los clientes grandes, incluso cuando no estaba en el día a día.   

Julián asintió en silencio. 

El desarrollador se había sumado a la empresa hacía unos cuatro meses, en marzo, después que el anterior líder de Desarrollo se fuera a vivir a Estados Unidos. La idea inicial había sido que Lautaro, otro de los programadores con más antigüedad de la empresa, tomara el puesto de líder y buscar un desarrollador junior. Pero después había aparecido Julián, con veintisiete años y un currículum envidiable para alguien tan joven, y había parecido la persona perfecta para reemplazar a alguien que llevaba años en el puesto. Paulo había sido quien había querido contratarlo, siendo quien tenía el perfil más técnico entre los fundadores de la empresa. O eso era lo que sabía Enzo de las cosas que se andaban diciendo por la oficina y que le contaba Lean, que era el más cercano al socio. 

—Ahora en un rato los copio en el mail del kick-off y les mando el invite para la reunión —dijo el manager, que estaba mirando de reojo su teléfono, con esa cara que tenía siempre como de tener que estar en varios lugares al mismo tiempo—. Tengo otra reunión ahora, pero lean la propuesta y cualquier cosa el lunes a la mañana lo charlamos, ¿si? 

Sin darles tiempo a responder, les agradeció por el tiempo mientras levantaba sus cosas, les deseó un buen fin de semana y se despidió de ellos con un gesto muy de él. Enzo apoyó el codo sobre la mesa, acomodando su rostro sobre la mano y mirando a Julián, que seguía estudiando la propuesta con el ceño fruncido. El morocho revisó las hojas distraídamente, pasándose una mano por el flequillo y apartándoselo un poco de la frente. 

—Qué lindo regalito de viernes nos dejó, eh —comentó, casi como algo para él, con una media sonrisa un tanto irónica—. ¿Cómo es que dicen ustedes?, ¿qué culiado? —agregó, ante el recuerdo de que Paulo también era cordobés, aunque vivía desde hacía muchos años en Buenos Aires y ya casi no tenía tonada.  

Julián finalmente levantó los ojos de los papeles. Había algo inquieto en su expresión. Enzo suponía que incluso alguien adicto a su trabajo como el castaño no estaba contento con aquellos tiempos. Para una persona que tenía fama de ser perfeccionista, tener que terminar un trabajo de varios meses en algunas semanas no podía ser una buena noticia, incluso aunque fuera un primer prototipo. Además de lo que significaba para sus propios equipos, donde la gente no abundaba. Enzo tenía a uno de sus compañeros de vacaciones y otro puesto que todavía no habían cubierto desde la última renuncia. No sabía cuál era la situación de Julián pero suponía que tampoco le sobraba el tiempo ni los desarrolladores. 

—Voy a armar un cronograma de trabajo —le dijo Julián, mientras el diseñador contenía una sonrisa socarrona. No era inesperado ver una de las famosas planillas del programador: sus gantt eran famosos dentro del área, sus guías de usuario eran siempre las más detalladas y sus modelos ya eran reutilizados por otros equipos—. Yo no puedo dejar todos los proyectos por esto, pero podemos trabajar tres o cuatro horas a la mañana, o a la tarde.

—Si es a la tarde, mejor —apuntó Enzo, que siempre trabajaba mejor cuando la gente empezaba a irse. Tenían una política de horarios flexibles dentro de ciertas franjas horarias y la mayoría del piso prefería llegar temprano e irse antes, pero no era el caso de Enzo. El morocho en general aprovechaba la mañana para entrenar, salir a correr, cualquier cosa que no fuera estar frente a la pantalla. 

—Ok, a la tarde —murmuró Julián, con la vista ya fija en la pantalla de su notebook y tipeando cosas—. Vemos después lo de las horas extra, que seguramente vamos a necesitar... —dijo, casi para sí mismo. Luego volvió a levantar la vista—. ¿Fines de semana? 

Enzo suspiró, inclinando un poco más la cabeza contra su mano. 

—Si no queda otra, menos los domingos al mediodía, puedo —respondió, tratando de mantener el fastidio lejos de su voz, de tomárselo con el mejor humor posible—. Vemos después con la propuesta. 

—Sí, esto seguro tendremos que ajustarlo después de la reunión del lunes —dijo el mayor, todavía hablando con un tono que parecía ligeramente molesto, pero bastante impersonal—. Ahí mandó Leandro la propuesta y las especificaciones.  

Enzo se levantó y caminó hasta Julián, apoyándose en la mesa detrás de él para poder ver la pantalla. Leandro les había mandado el documento a ellos dos, un PDF con más de cincuenta páginas. Las palabras Page GZ, el nombre de la plataforma, estaban en grandes letras en negrita al principio. Julián comenzó a moverse por el documento de a poco. 

—Ocho semanas… —murmuró el castaño, como si no pudiera creerlo. Scrolleó un poco y se quedó leyendo los integrantes del proyecto, donde los nombres Julián Alvarez y Enzo Fernández estaban debajo de Vertex. También estaban ahí algunos nombres del equipo de la otra empresa. Julián se quedó observando la pantalla en silencio.

—Mirale el lado positivo, vas a tener que trabajar conmigo todos los días —le dijo, con una media sonrisa para molestarlo. 

Julián no dijo nada. No rodó los ojos, ni se molestó ante el chiste, no hizo caras o bufó. Parecía que estaba congelado, aunque la mano sobre el trackpad le temblaba ligeramente. 

—¿Estás bien? 

Como saliendo de un trance, el castaño asintió y se puso de pie violentamente, casi llevándose puesto a Enzo, que estaba todavía un poco inclinado sobre su silla. El morocho se alejó, con el ceño fruncido, mientras el desarrollador cerraba su computadora con más fuerza de la necesaria y se alejaba de la mesa. 

—En un rato te envío el Gantt actualizado —murmuró y con aquellas palabras salió de la sala. 

Enzo se quedó ahí un momento, con el ceño fruncido, antes de tomar su cuaderno y abandonar la sala. El equipo de Marketing estaba abandonando la sala contigua y todos saludaron al morocho. Emiliano Martínez, el líder del equipo, y él tenían una buena relación, por lo que en general los grupos siempre se cruzaban en algún after. Su compañero, que le sacaba varios centímetros de altura, le pasó un brazo por los hombros con una sonrisa afable y Enzo le dio unos golpecitos en el estómago mientras pasaba su otro brazo por la cintura del mayor. Todo el mundo lo conocía como Dibu, por esa sonrisa que tenía que se parecía tanto a la del personaje de la serie de los noventa. 

—¿Qué haces, nene? —le dijo Emi, que lo trataba siempre de pendejo incluso cuando la diferencia de edad entre los dos eran solamente cuatro años—. Me estaba contando Lean del proyecto nuevo, lindo muertito les tiraron. 

Enzo se pasó una mano por el pelo, despeinándose un poco mientras Agustina, una de las chicas del equipo, le sonreía al pasar y Enzo le correspondía el gesto. 

—Sí, ni me digas, no sabés lo contento que está mi compañerito de equipo de tener que fumarme ocho semanas seguidas, todos los días —comentó—. Si no renuncia después de esto, se jubila acá.  

Emiliano soltó una de esas risotadas tan suyas que podían escucharse a veces desde la otra punta de la oficina. Marketing estaba del otro lado del piso, pero la voz de Emi trascendía fronteras y paredes de durlock. 

—Me imagino… —le dijo con media sonrisa—. El viernes que viene vamos a tomar unas birritas, ¿por qué no te venís? Me parece que las necesitás. 

El morocho asintió. 

—Si me prometés que no me vas a hablar de laburo, pasame el dato de dónde van y arreglamos —respondió—. Tengo que ver cómo pinta la semana que viene con todo este quilombo… 

—Lo estaba organizando Ota así que no te prometo nada —replicó el mayor con un guiño, cuando llegaron al puesto donde estaba el equipo de Enzo. Nicolás Otamendi, el líder de la parte de Ventas, siempre terminaba hablando de trabajo en los after, en especial después de un par de cervezas. Emiliano saludó en general a todos los diseñadores y a los del equipo de Desarrollo que estaban del otro lado—. Después te escribo, bombón. 

Enzo le dio un guiño y le tiró un beso antes de volver a su lugar. Lisandro se quedó observándolo mientras se sentaba, incluso Emilia parecía estar atenta a lo que el líder del equipo tuviera para decir. En una oficina así las noticias viajaban rápido, por lo que probablemente ya estaban al tanto del proyecto incluso antes de que Enzo pudiera decir algo al respecto. 

—Nos vamos a tener que ajustar un poco —comentó, después de contarles las novedades que, efectivamente, ya sabían a medias—. Cuando vuelva Giu vamos a estar un poco más tranquilos, pero igualmente voy a hablar con Pau para ver si podemos incorporar a alguien más. 

Después de la charla, volvieron todos a trabajar. Enzo tenía que romperse la cabeza para pensar cómo iba a organizar todo lo que tenía ya planificado para el mes, sin volver loco a su equipo ni volverse loco él. Era algo que, inicialmente, no parecía del todo posible. 

—Hola, chicos, hace tiempo que no paso por acá —dijo Valentina Cervantes, que trabajaba en el equipo de Marketing. Aunque no tenían mucho para conversar, ocasionalmente los saludaba cuando pasaba por ahí o iba a robarle un mate a Lisandro cuando preparaba—. Enzu, ¿venís al after hoy? —le preguntó luego al morocho, con una sonrisa. 

El chico correspondió el gesto. 

—Tengo que quedarme a terminar unas cosas pero por ahí después me paso un ratito —le dijo—. Sino la semana que viene, Emi me dijo que estaban organizando para el viernes que viene también.  

Valentina pareció satisfecha con la respuesta. 

—¿Ustedes, chicos? —preguntó un rato después, casi como dándose cuenta que estaba siendo un poco descortés con el resto. 

Lisandro asintió y Emilia ya había desaparecido. Enzo no pudo ver las respuestas del equipo de Desarrollo, aunque podía adivinarlas. Julián no iba a esas cosas. Cristian siempre solía asistir. Lautaro aparecía un rato, por lo general llegando más tarde que todos. Oriana estaba siempre ahí porque tenía amigas en otros sectores y era la más sociable del grupo. Nahuel los acompañaba cuando Cristian y Lisandro se sumaban. El diseñador de su equipo se llevaba bien con los programadores, en especial con ellos dos. 

—Nos vemos entonces—dijo, saludando, dándole a Enzo una última sonrisa antes de desaparecer. 

Lisandro le dio una mirada significativa, que el morocho le devolvió alzando un poco las cejas. Sabía que Valentina le venía tirando onda hacía meses y Enzo realmente no hacía nada para desalentarla, pero no tenía en mente meterse con alguien de la oficina. Sabía que era para quilombo si era algo casual y tampoco estaba con la cabeza puesta en ponerse en pareja, pero al diseñador nunca le molestaba la atención y saber que le resultaba atractivo a otras personas. Ocasionalmente usaba alguna aplicación de citas, tenía algunas relaciones casuales y sabía que alguien de la oficina lo había visto alguna vez de Tinder, pero incluso ahí no buscaba nada serio. No tenía el tiempo ni la energía para una relación en ese momento. De alguna forma, esperaba solamente que las cosas se dieran. No había pasado en los últimos años pero tampoco perdía las esperanzas. 

—Ahí te envié el documento con las fechas y las tareas, Enzo —le dijo Julián secamente al pasar, dándole una mirada rápida mientras volvía a su escritorio, sacándolo de sus pensamientos—. Si le podés pegar una mirada antes del lunes…  

—Gracias, Doctor Strange —le respondió el morocho, levantando su brazo para mostrarle un pulgar arriba por sobre los paneles separadores de los cubículos—. Catorce millones de escenarios posibles y en ninguno llegamos con las fechas. 

Aunque no lo vio, supo que el castaño lo estaba mirando de mala manera y murmurando algo lo suficientemente bajo para que no pudiera escucharlo. Lisandro a su lado tenía una sonrisa con los labios apretados, sintiendo siempre vergüenza ajena por los apodos ridículos de Enzo y los chistes ocurrentes que siempre soltaba cuando el desarrollador estaba involucrado. 

Si un día te tira la abrochadora por la cabeza, la tenés totalmente merecida —le escribió Licha por el chat. El diseñador, dos años mayor que Enzo, era el tipo de persona que nunca molestaba a nadie, que siempre intentaba mantener la paz y el buen humor. Era un buen compañero para Enzo, que a veces podía ser un poco reactivo si la situación se prestaba para ello. La cantidad de emails que había enviado su colega en su nombre para evitar empeorar las cosas cuando Enzo simplemente quería mandarlos a todos a la mierda era un número más alto del que deseaba admitir. 

Menos mal que me aclaraste qué me iba a tirar, me asusté —le respondió el morocho, pasando luego al resto de los mensajes que aún tenía pendientes de lectura. 

Están en el chat grupal —les recordó Emilia secamente, como hacía siempre, refiriéndose a que lo habían enviado por el chat que tenían los cuatro integrantes del equipo, en lugar de por privado. 

Lisandro se rio bajito al lado de él, negando con la cabeza mientras se levantaba.

—¿Querés un café? —le preguntó.

—Dale, porfa —le dijo Enzo con una sonrisa, sin mirarlo, mientras chateaba con Emiliano para confirmarle algunas cosas que tenían que presentar el lunes—. Gracias, Li. 

Luego Enzo fue a chequear sus correos, donde estaba el mail de Julián. Mientras abría el cronograma, sonrió casi de forma irónica, sabiendo que el castaño seguramente había armado la mejor distribución posible de todas las tareas en tiempo record. Enzo disfrutaba de pelear a Julián, lo divertía. En aquel torrente insoportable de reuniones, fechas límite, correcciones y tareas pendientes, Enzo siempre buscaba la forma de divertirse. Desde que había empezado en aquel rubro, se había tomado las cosas así, por su salud mental, tratando de ponerle a su trabajo y a su vida en general la mejor onda posible. Y que Julián fuera tan serio todo el tiempo, probablemente como nadie que hubiese conocido antes, era una de las cosas que lo divertían inevitablemente. No era que particularmente le cayera mal pero tampoco era de sus personas favoritas dentro de la oficina. Ahora, si tenía que elegir a alguien para incordiar, Julián siempre le dejaba el trabajo demasiado fácil como para que no lo disfrutara un poco.  

Enzo revisó el cronograma, coincidiendo con la distribución y la asignación de tareas, haciendo algunos ajustes de las horas y actividades de diseño en el documento colaborativo. A pesar de las bromas y aunque el cordobés podía ser terco y frustrante, era bueno en su trabajo y terriblemente organizado. Enzo sabía que un proyecto con él era siempre sinónimo de tener un buen producto, incluso cuando llevaban poco tiempo trabajando juntos —era algo que nunca iba a reconocer en voz alta, pero lo sabía. Sin embargo, a veces, sólo a veces, deseaba que pudiera relajarse un poco. No podía estar tan tenso todo el tiempo, no era normal. No iba a pasar de los treinta si seguía así. 

Enzo se levantó, yendo hasta el escritorio del castaño y apoyándose contra él. Julián ni siquiera lo miró, tecleando con los ojos fijos en el monitor más grande y con el ceño ligeramente fruncido, algo que era común en su expresión. Aunque le molestaba y lo había frustrado muchísimo cuando el cordobés recién había ingresado a la empresa, Enzo ya estaba casi acostumbrado a ser ignorado. Pero siempre se quedaba ahí, quizás buscando alguna reacción distinta. Había algo en esa concentración, en esa rigidez, que le generaba un poco de curiosidad también.

El morocho se quedó mirando el perfil de Julián un poco más de lo necesario. Tenía la mandíbula apretada y se estaba mordiendo el costado del labio, con un mechón de pelo en la frente que parecía escaparse siempre, a pesar de estar perfectamente peinado, sobre ese ceño fruncido como si estuviera enojado con la vida. 

—Te van a salir arrugas si seguís mirando la pantalla tan serio —le dijo, poniendo un dedo en la frente de Julián, que el castaño inmediatamente apartó de un manotazo para seguir después con la tarea de teclear a mil por hora. 

—¿Podés venir un poco más temprano el lunes? —preguntó el mayor, con una expresión rara, sin interrumpir lo que estaba haciendo. Enzo sentía que no era el Julián serio de siempre, aunque su rostro intentaba mantenerse así—. La reunión con la gente de la otra empresa es a las diez, pero quería repasar las especificaciones. 

El diseñador apretó los labios, protestando internamente mientras suspiraba. 

—Sí, supongo —murmuró—. ¿Ocho está bien? 

Julián lo miró con una ceja alzada y Enzo se cruzó de brazos, con las comisuras de la boca un poco hacia arriba pero con una mirada desafiante. Esa era su última oferta. No iba a ir más temprano cuando sabía que probablemente en las próximas semanas iba a tener que quedarse a dormir en la oficina. 

—Está bien. 

Enzo volvió a su escritorio cuando vio a Lisandro, que se acercaba con dos tazas de café. No quedaba mucho para que todos se fueran pero Enzo siempre disfrutaba aquel momento de los viernes. De ver como la oficina se iba vaciando de a poco, cómo los pendientes eran problema del lunes, cómo ese buen humor que flotaba por el aire quedaba impregnado convirtiéndose en tranquilidad. 

Después de agradecerle a Licha y tomar la taza, Enzo se sentó nuevamente en su puesto. El morocho se echó hacia atrás contra el respaldo, girando un poco la silla para observar hacia la ciudad. Le dio un par de sorbos distraídos al café, perdiéndose un poco en sus pensamientos. 

Le esperaban unas semanas largas trabajando con Julián. Enzo no tenía ni idea de cuánto.

Notes:

Estaba escribiendo algo con angst hace un montón pero andaba medio bloqueada y hace unas semanas se me vino la idea de escribir algo más tranqui. Y que Enzo, para variar, no sea futbolista. Cuando empecé a escribir salió el dibujo que hizo de la Copa, así que más AU que esto, imposible.

Va a ser una historia larga (+20 capítulos seguro), es muy slow burn y trataré de mantener los capítulos más o menos de este largo para ir actualizando por lo menos una vez por semana. Si hay alguna burrada sobre cosas técnicas, me avisan 👾

Ojalá les guste 🧡

MrsVs.

Chapter 2: Stress? No, this is my excited-to-be-responsible face. Ignore the twitch.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Julián se consideraba una persona que sabía mantener la calma o, por lo menos, que sabía pretender que estaba tranquilo. Parte de su posición, de su puesto, se había tratado siempre de saber trabajar bien bajo presión. Desde que había empezado como junior hasta su puesto actual, siempre se había caracterizado por mantenerse impasible cuando había un desafío, de hacer todo el esfuerzo posible por cumplir con los objetivos sin mostrarse afectado por las expectativas. Era una actitud que solía tener en la vida también, por lo menos en la mayor parte de ella. 

Pero había algo que había logrado desestabilizarlo. Dos pequeñas palabras le habían arruinado por completo el fin de semana. 

Ese lunes de mitad de mes llovía con ganas. Julián se arrepentía de haber ido con el auto, en especial considerando lo nervioso que estaba. Aunque era bastante temprano aún —había salido con tiempo de sobra, en general siempre hacía eso para llegar temprano—, el tráfico estaba pesado. Julián vivía en Recoleta y la oficina se encontraba en Palermo, por lo que no era un viaje demasiado largo a aquellas horas. Era una de las cosas que disfrutaba al salir temprano para la oficina, entre otras cosas, cuando iba manejando. Por lo menos no había tenido que correr las tres cuadras que lo separaban del subte al trabajo cuando decidía dejar el auto. 

Después de estacionar, el castaño tomó el ascensor hasta el piso 12. Usando su tarjeta, abrió la puerta de cristal que lo separaba de los puestos de trabajo. Hizo un gesto con la cabeza a la poca gente que había del lado de Paid Media y siguió hasta la zona de diseño y desarrollo. Eran recién las ocho y cinco, por lo que se sorprendió de encontrar a Enzo sentado en su escritorio. El morocho tenía el pelo mojado, un vaso térmico de café y pinta de que en general se había caído de la cama. Estaba todo vestido de negro a excepción de un sweater color crema que le quedaba demasiado grande, aunque era algo que ya le había visto puesto en alguna otra oportunidad. Tenía un estilo que Julián no entendía demasiado bien, pero que parecía suyo, que de alguna forma funcionaba para él. 

Cuando lo escuchó, el morocho levantó la cabeza de su computadora. 

—Buen día —murmuró el castaño.

—Día porque bueno hubiese sido quedarse durmiendo calentito con esta tormenta —dijo el morocho con media sonrisa. 

El castaño simplemente suspiró. A veces Enzo lo ponía nervioso y no sabía exactamente por qué, incluso en los momentos en los que no estaba molestándolo. 

—¿Querés ir a la sala de reuniones, o lo vemos acá? 

—Dios, terminá de llegar primero antes de hablar de trabajo, sacate la campera, prendé la computadora, tomate un té, no sé —le dijo lentamente, dejando caer su cabeza hacia atrás contra el respaldo de la silla y pasándose la manga del sweater por la cara. Tenía los ojos chiquitos, cansados, pero conservaba esa sonrisa de lado algo pedante. No había maldad en su comentario sino más bien algún tipo de diversión, algo que parecía intentar sonar como una broma—. Podemos verlo acá, Licha y Emi no llegan ni a palos antes de las nueve con esta lluvia, y Giu sigue de vacaciones hasta la semana que viene —respondió luego—. Es demasiado temprano —murmuró finalmente, casi para sí mismo, cerrando los ojos.  

Julián se sacó la campera y le dio a Enzo unos momentos, yendo hasta la cocina para hacerse un té que realmente no deseaba tomar. Ya había desayunado en su casa pero se tomó algunos minutos para prepararlo, un poco perdido en sus pensamientos. 

Cuando volvió, el morocho le estaba dando sorbos ausentes a su café, mirando por la ventana como si estuviera también pensando en sus cosas. La lluvia parecía no querer cesar y el cielo se iluminó notablemente mientras se acercaba a su escritorio. Julián sentía que hacía una buena combinación con su humor, que había estado revuelto desde el viernes.

El castaño tomó su laptop y se acercó al escritorio de Enzo. El morocho acercó la silla junto a la suya y Julián se acomodó en ella, abriendo la computadora sobre sus piernas. Ya tenía abiertos los requerimientos, el cronograma que había armado y algunas notas que había tomado sobre lo leído. 

—Sumé algunas cosas y dejé algunos comentarios —le dijo Enzo—, no sé si las pudiste revisar. 

Julián asintió lentamente. 

—Sí, me parece bien —musitó, quizás con más firmeza de la necesaria—. Ya reservé la sala chica de dos a seis, está todos los días menos los viernes y algunas fechas puntuales, vamos a tener que buscar alguna alternativa, por ahí podemos ir a alguna de las otras si están libres… 

—Marketing tiene la planning los viernes a la tarde, y creo que Ventas también, pero podemos ir viendo —coincidió Enzo—. Quería armar unos wireframes hoy, para que podamos trabajar sobre eso. Dejame que lo organizo con el equipo —Enzo habló rápidamente y luego suspiró—. Dios, qué quilombo todo esto… —murmuró, con una media sonrisa, volviendo a enfocarse en su computadora mientras se revolvía el pelo oscuro con la mano libre.  

Julián no podía contradecirlo en aquel punto, aunque no lo dijo. 

Unos minutos antes de las diez fueron a la sala de reuniones que tenían asignada. Julián estaba nervioso, tenía las manos transpiradas y podía sentir las gotas corriéndole por la espalda. Tenía un leve dejo de confianza, una esperanza de que las personas que se presentaran a la reunión fueran dos perfectos desconocidos, alguno de los otros nombres del proyecto. 

Enzo se acomodó en el asiento junto a él, del lado opuesto a la puerta, con su cuaderno de siempre y una lapicera. Julián tenía su laptop y había empezado a hacer cosas innecesarias para mantenerse ocupado. 

Dos minutos después de las diez, la puerta de la sala se abrió. Joaquín entró a la habitación con un pantalón oscuro y una camisa impecables, con esa presencia implacable de siempre, tal y como Julián lo recordaba. A su lado, entró un chico pelirrojo un poco más bajo y que parecía tener algunos años menos que él, que el desarrollador no conocía. Inmediatamente los ojos del más alto se posaron en Julián y el cordobés sintió que le faltaba un poco el aire. Se había preparado mentalmente para ese momento desde que había sabido que iba a pasar y, aún así, parecía que había sido totalmente en vano. 

Quería irse. No quería estar ahí. 

—Buenos días. Soy Joaquín Correa, Gerente de Producto de CoreOne —dijo, extendiéndole la mano a Enzo—. Y este es Alexis Mac Allister, el Product Owner asignado al proyecto. 

—Soy Enzo Fernández, líder de Diseño, y este es Julián Alvarez, el líder del equipo de Desarrollo —los presentó. Era raro escuchar a Enzo tan profesional, cuando solía ser bastante informal, incluso en las reuniones con otros líderes de equipos. 

Luego Joaquín extendió su mano hacia el cordobés. 

—Julián, qué sorpresa encontrarnos acá. 

El desarrollador vio como Enzo fruncía ligeramente el ceño. Julián sinceramente dudaba que fuera una sorpresa para Joaquín, considerando que los nombres de todos estaban en el proyecto y que él tenía que estar al tanto del equipo. Ese tono de voz ya lo conocía demasiado bien y sabía que no era sincero. El castaño simplemente los saludo con un asentimiento a los dos, sus manos ocupadas en la computadora, evitando el saludo directo. Joaquín retiró su mano con una sonrisa de lado, mientras Enzo les hacía un gesto para que se sentaran frente a ellos, todavía un poco descolocado. El cordobés sabía que tenía que comportarse. Abrió un documento nuevo en su computadora, deseando que Enzo sacara a relucir aquella faceta charlatana tan suya y guiara la conversación. 

—Paulo ya debería estar por llegar, pero podemos empezar si quieren —sugirió el morocho. 

Joaquín le dio una sonrisa condescendiente y comenzó a explicar los puntos básicos sobre el proyecto, sobre las que Julián ya había hablado con Enzo aquella mañana. Compartió algunas de las cosas con las que ya contaban, haciendo hincapié en las fechas de cada etapa. Joaquín hizo algunas preguntas particulares sobre las que Enzo pudo responder, mientras Julián ponía toda su atención en la pantalla, tomando notas más extensas y detalladas de lo necesario. Cada tanto, el cordobés podía sentir los ojos del PM sobre él y seguía intentando ignorarlo a toda costa. 

—Queremos algo sólido y elegante, por más que sea un producto básico inicialmente, necesitamos que sea completamente funcional —explicó Joaquín—. Con Julián ya trabajamos juntos antes… —dijo, con un tono que al cordobés le dio piel de gallina—. Y sé que es muy aplicado para estas cosas.

Julián levantó los ojos, un poco sorprendido ante la sugerencia de lo implicado, y sus miradas se encontraron. Pronto el castaño volvió a fijar sus ojos en la pantalla, incapaz de sostenerla. El tono que Joaquín estaba usando le molestaba, le parecía fuera de lugar, lo hacía sentir incómodo. Estaba grabado a fuego en su cabeza, como una canción que había escuchado millones de veces. Las sensaciones lo llenaban de impotencia, como si fuera el mismo Julián que se había ido de CoreOne hacía ya varios meses. 

—Vamos a seguir los requerimientos al pie de la letra —dijo el desarrollador sin mirarlo, con toda la firmeza que pudo, mientras tomaba notas que realmente no necesitaba. 

Paulo ingresó a la sala de reuniones, disculpándose por la demora y presentándose también. Julián se sorprendió cuando sintió una mano cálida sobre su pierna, sin haberse dado cuenta hasta entonces que la había estado moviendo nerviosamente de arriba a abajo. Sus ojos se encontraron un momento con los oscuros de Enzo, que le dio una mirada ligeramente inquisitiva y un pequeño apretón arriba de la rodilla. El gesto le hubiese incomodado en otro momento, pero en ese instante no estaba del todo seguro cómo se sentía respecto a nada. Parecía simplemente algo a lo que podía aferrarse para no pensar en otras cosas. 

El morocho se inclinó un poco luego, como pretendiendo mirar las notas de la reunión, que eran bastante caóticas. El perfume familiar de Enzo, que flotaba siempre por la oficina cuando estaba alrededor, era extrañamente tranquilizante. Algo familiar. Julián sintió la mirada de Joaquín sobre ellos, en un momento que, en perspectiva, parecía extrañamente lleno de confianza. El diseñador era así con todo el mundo, aunque Joaquín ciertamente no sabía aquello. Y sabía que Julián no era el tipo de persona que tuviera confianza con cualquiera.   

—Enzo y Julián ya se presentaron, ¿no? —dijo Paulo—. Los dos trabajan muy bien en equipo, estoy seguro que vamos a tener muy buenos resultados. 

Los dos integrantes del equipo de CoreOne asintieron, mientras Alexis seguía tomando notas con su laptop. 

—Me alegro —respondió Joaquín—. Sé que Julián es muy bueno trabajando, y espero que Enzo esté a la altura también —dijo con una frialdad que parecía innecesaria para referirse a alguien que estaba presente, sentado justo frente a él—. Tenemos una línea de tiempo muy exigente.  

Enzo se inclinó un poco sobre la mesa, con su cuaderno bajo su antebrazo lleno de tatuajes y la lapicera dando vueltas entre sus dedos. Julián lo observó con cautela. Paulo parecía preparado para intervenir, sabiendo perfectamente que el diseñador podía no ser el tipo más calmo del mundo ante una provocación dicha con educación. Y Joaquín, por alguna razón, parecía estar buscándolo. Marcando territorio, de alguna manera. 

—Va a ser estético y funcional, siguiendo el branding y la línea de research que agregaron en la descripción del proyecto —respondió el diseñador, firme pero con un dejo de zozobra—. Y tranquilo, Joaquín, que no me gusta perder el tiempo con cosas que no valen la pena —agregó—. No vamos a salirnos del cronograma de trabajo y vamos a respetar las fechas propuestas. 

Joaquín frunció apenas el ceño, pero mantuvo la sonrisa de costado. El silencio se instaló en la sala, roto únicamente por el sonido de la lluvia en los ventanales y las anotaciones que Alexis seguía haciendo en su computadora a un ritmo que parecía innecesariamente frenético para lo poco que se estaba diciendo. Julián lo entendía, porque quizás era también su forma de calmar los nervios. El desarrollador se enderezó en la silla, respirando hondo, tratando de mantener la mente clara. Sentía la tensión en la sala, los deseos de salir corriendo de ahí, pero también un inesperado alivio por tener a Enzo de su lado y no tener que ser él quien llevara la charla. 

—Bueno, me alegra entonces que estés a cargo de la parte visual —dijo Joaquín, con una sonrisa melosa que era todo menos dulce—. La gente… creativa suele tener buena vista para separar lo importante de lo que sobra.

—Sí, yo tengo muy buen ojo —dijo Enzo, asintiendo con una expresión un poco porfiada—. En general, no solamente para el diseño. 

—Enzo es muy bueno trabajando con experiencia e interfaces de usuario —intervino Paulo, aclarándose un poco la voz y dándole al diseñador una mirada que parecía casi una advertencia, quizás un poco sorprendido por la hostilidad entre los dos—. Hoy podemos enviarles el cronograma de trabajo y calculo que ya esta semana podríamos empezar a enviarles un par de mock-ups —explicó—. ¿No sé cómo prefieren que nos comuniquemos?  

—Lo ideal sería que podamos tener dos reuniones presenciales semanales, considerando los tiempos que manejamos, lunes y jueves, ¿si les parece bien? Después el resto de la conversación podemos hacerla por correo o por Zoom, como prefieran ustedes, podemos coordinarlo —respondió Joaquín, dándole una mirada de lado a su compañero. Dos reuniones por semana parecía excesivo, pero Julián no dijo nada y Enzo tampoco—. Alexis va a ser quien siga el día a día del proyecto y quien va a mantener al día el cronograma de nuestro lado. 

—Perfecto —dijo el PM—. Perfecto. 

Que Paulo, que iba a llevar también el proyecto desde el lado de Vertex, quisiera discutir algunas otras cosas con Joaquín le dio la excusa perfecta a Julián para huir de la sala. Él y Enzo se despidieron con una pequeña inclinación de cabeza, evitando a toda costa prolongar aquel encuentro. Afortunadamente, el diseñador parecía tener tan pocas ganas de seguir con aquella reunión como él. 

—¿Qué onda este chabón? —le preguntó Enzo, en voz baja y más grave de lo normal, deteniéndolo en el pasillo antes de regresar a sus puestos—. ¿Tiene algo personal contra vos?  

Julián suspiró, apretando la computadora contra su costado con fuerza. 

—Nada —murmuró, esquivo—. Trabajamos juntos en algunos proyectos, nada más. 

—¿Pero fue siempre así de pelotudo? —preguntó, visiblemente molesto, en un tono que era raro escucharle—. Le voy a bajar los humos a las piñas si me vuelve a hablar así, ya te voy avisando. 

El castaño volvió a soltar otro suspiro profundo, pasándose la mano libre por el pelo. Estaba inquieto. De todas las personas en la empresa, no podía creer que fuera justo Joaquín el que estaba trabajando en ese proyecto. Y que Enzo, que no parecía la persona con más paciencia del mundo, fuera su compañero de equipo. No había manera de que las cosas salieran bien.   

—No le sigas el juego —le pidió el castaño—. Lo importante acá es el proyecto, nada más. Y el día a día va a ser con Alexis —continuó, no sabiendo si estaba intentando convencer al diseñador o a sí mismo. Aunque Julián no conocía al PO, no parecía ninguna amenaza. Y no era Joaquín. Ya eso era más que suficiente para que fuera una mejor opción. 

Enzo parecía querer decir algo más pero simplemente asintió. Julián aprovechó el momento para escaparse de ahí, volviendo a su escritorio con pasos rápidos. Dejó su computadora y huyó hacia la cocina del piso, sintiendo los ojos de su equipo sobre él aunque sin darles tiempo a hacer ninguna pregunta. Puso a calentar un poco de agua y se sentó en una de las pocas sillas que había en el pequeño espacio, llevándose el pulgar y el índice al puente de la nariz mientras suspiraba. Necesitaba enfocarse en el proyecto y nada más. El resto de las cosas no importaban. Los asuntos personales no tenían que importarle. 

Julián volvió a su lugar con la taza de té pocos minutos después. Cristian lo estaba esperando para discutir algunas dudas que tenía sobre la nueva distribución de las tareas, aunque el castaño tenía la cabeza un poco en otro lado. Se había visto obligado a pasarles varios de sus pendientes al equipo, ajustar las fechas de entrega y empujar proyectos todo lo que fuera posible, por lo que necesitaba estar concentrado en eso también. 

—¿Necesitás que tome eso yo? —le dijo Lautaro, que estaba sentado del otro lado de su escritorio. 

—Sí, por favor —respondió Julián—. Ya subí los últimos cambios. 

—Dale, no hay problema —dijo el programador. 

—Gracias. 

Mientras Julián revisaba sus pendientes, llegó el correo de Alexis con el detalle del cronograma y cómo seguían después. El Product Owner había sugerido tener reuniones presenciales en Vertex los lunes y los jueves a primera hora, y les había pedido confirmación para mandar las invitaciones correspondientes. Había sugerido también alguna reunión en CoreOne para presentar avances a otras partes del proyecto cuando fuera pertinente. Julián apretó los labios, con el pensamiento de que podrían haberse manejado por mensajes, incluso por calls, cualquier cosa que no fuera una reunión presencial. 

Julián sólo notó que Enzo estaba mirando la pantalla con él cuando se apoyó con los antebrazos en el respaldo de su silla y lo escuchó bufar. 

—Qué pesados estos flacos, ¿para qué van a venir dos días a la semana hasta acá? ¿No tienen wifi allá en CoreOne? —comentó Enzo detrás de él, aunque no sonaba realmente molesto. 

—¿Podés en ese horario? —preguntó Julián sin mirarlo.

—Sí no puedo, voy a tener que poder —dijo el morocho—. Ahora les contesto, tranquilo. 

Julián aprovechó que Enzo estaba trabajando en el proyecto para avanzar con sus propias cosas y limpiar su agenda tanto como fuera posible. Los primeros días iban a ser más fuertes en diseño, por lo que tenía que aprovechar cada momento libre que se le presentara.

El martes por la mañana, Julián llegó temprano, sacándose la campera en una oficina prácticamente vacía. El castaño disfrutaba mucho de la tranquilidad que había a la mañana, cuando recién había salido el sol, cuando no había conversaciones, no había ruidos ni música y cuando nadie se acercaba a su escritorio. El ambiente para trabajar era inmejorable y siempre hacía buen progreso cuando nadie lo molestaba. 

Enzo llegó con pocas palabras, diciendo un escueto buen día mientras se sentaba en su escritorio. Julián trabajaba de espaldas a él y, aún así, había un panel semi-transparente que los separaba, por lo que solamente podía escuchar los pequeños ruidos que el morocho hacía mientras se acomodaba. 

—Pau me dijo que en veinte minutos está acá —le dijo Enzo, acercándose a su escritorio—. ¿Querés ir un toque a la sala para pegarle una mirada a los wireframes antes? Después seguimos a la tarde, pero por ahí puedo seguir avanzando en algo antes del almuerzo. 

Julián asintió, tomando su computadora y siguiéndolo a la sala de reuniones. Cuando entraron, se sentaron enfrentados. Enzo apoyó su taza de café en la mesa y tomó los cables para conectar su computadora al proyector. Tenía cara de cansado. Aunque estaba peinado y afeitado, daba la sensación de que recién se había levantado, o que no había dormido en absoluto. Que no dejara de taparse la boca para bostezar parecía un indicio de eso también. 

El morocho abrió Figma, la herramienta de diseño que usaban en la empresa, y comenzó a mostrarle el trabajo que había hecho. Julián lo observó, ligeramente sorprendido con todo el progreso que había hecho en tan poco tiempo. La cara que tenía podía ser de falta de sueño, porque dudaba que hubiese hecho todo aquello solamente en las horas laborales. 

—Hice las pantallas principales, del detalle solamente los artículos —le explicó, mostrándole todas las pequeñas hojas interactivas que había en el archivo—. Del perfil también hice algo genérico, después vamos a tener que meternos más en el detalle de seguidos, seguidores, favoritos y eso. Está el flujo de las pantallas igualmente, por lo que se debería entender. 

Julián asintió. Podía caerle mal Enzo como persona pero lo respetaba como profesional. Aunque nunca se lo había dicho, era bueno en lo que hacía. El castaño había trabajado con otros diseñadores y la mano de Enzo se notaba siempre en sus trabajos, en especial cuando se trataba de interfaces. Aunque a veces era un poco exagerado y extravagante, incluso un poco pesado, sabía lo que hacía y tenía buen ojo. 

—En mobile, ¿podríamos hacer el sidebar con los tags scrolleable? Sino va a ser complicado de desarrollar —comentó el castaño, observando el proyector—. Lo mismo con los perfiles. También debería haber algún tipo de acceso directo para los favoritos, pero podemos ponerlo directamente en el dashboard… Simplificaría un poco la Home también… 

—Dame dos minutos, Robocop —lo interrumpió Enzo, que había abierto un comentario sobre el diseño—. No puedo copiar tan rápido todo lo que decís. Soy lento con el teclado, no soy programador. 

Julián simplemente bufó. Ese era su problema con Enzo. Aunque trabajaba bien, el cordobés ya estaba un poco cansado de su capacidad de tomarse todo siempre con humor, para convertir cualquier cosa en una broma. Todo aquel proyecto lo tenía extremadamente inquieto, sabiendo que había demasiado en juego y que cualquier cosa que pasara con CoreOne podría traerle problemas en su puesto en Vertex. Si tan sólo el diseñador pudiera trabajar siempre sin hablar, hubiese sido todo mucho mejor. 

—Enzo, necesito que te tomes esto en serio.

El morocho suspiró pesadamente también, dejando de escribir para mirar a Julián. El cordobés sabía que el comentario había sido innecesariamente mordaz, pero el diseñador parecía más resignado que enojado. Con toda la paciencia del mundo, agarró su taza, que decía World’s Best Boss en letras negras y grandes, y le dio un sorbo tranquilo a su café, sin dejar de mirarlo con seriedad. 

—Julián, yo me tomo mi trabajo muy en serio —le dijo lentamente—. Que haga bromas, que trate de, no sé, no estar con cara de orto todo el día, no quiere decir que no haga mi trabajo, que te quede claro —añadió, para variar, sin sonreír ni hacer chistes—. Yo me tomo muy en serio este proyecto y tu trabajo también. 

Julián, en el fondo, lo sabía. Sabía que Enzo era bueno en lo que hacía, incluso cuando no lo soportaba mucho. Lo había visto en aquellos meses quedarse después de hora, ayudar a su equipo, tomar la responsabilidad cuando algo no salía bien. Quizás sus personalidades no eran muy compatibles, pero Julián estaba seguro que había trabajado con gente peor. El problema era que había demasiada presión, muy poco tiempo, algo que probar para él, y no veía ningún margen de error posible. Y que Enzo estuviera tan tranquilo era, quizás injustamente, algo que le molestaba. 

Los dos se quedaron mirándose un momento y el castaño suspiró, porque estaba increíblemente cansado y recién estaban a día uno. Esas ocho semanas iban a ser eternas pero Julián sabía que era su primer desafío real como líder de equipo en la empresa y no podía fallar. La necesidad de hacer las cosas siempre bien había sido algo que lo había perseguido desde que tenía uso de razón. 

—Vamos a hacer esto juntos, lo vamos a hacer bien y te pido por favor que no estés a la defensiva todo el tiempo —le dijo el morocho, sin vueltas, algo que era también parte de su personalidad—. Yo sé que no me bancás y yo tampoco te banco mucho, pero esto tiene que salir en menos de dos meses lo mejor posible y vamos a tener que laburar los dos juntos. 

Julián lo miró con una ceja ligeramente alzada. Apreciaba la honestidad para todo, incluso para insultarlo dentro de lo que parecía un discurso motivacional. 

Enzo se levantó de la silla, doblando el pequeño cuaderno y metiéndoselo en el bolsillo de atrás del pantalón. Se acercó a la silla de Julián lentamente, sin decir nada. El morocho apoyó las manos en sus hombros y el desarrollador se quedó duro, sintiendo los dedos largos haciendo presión en su piel, los pulgares fuertes hundiéndose en su espalda por sobre la camisa, en zonas donde Julián no sabía que tenía tanta tensión. Se quedó ahí, tieso por la sorpresa, que le ganó al rechazo del contacto tan íntimo para él, mientras Enzo hablaba y seguía moviendo las manos en sus hombros. Había algo sobre su personalidad que, por momentos muy esporádicos, era extrañamente tranquilizador. 

—Te tenés que calmar un poco porque te vas a morir joven así —le dijo el diseñador suavemente, con voz profunda—. Y no sé cuál es el mambo con el Ken de Once este de CoreOne, pero va a salir todo bien, vas a ver. 

Julián suspiró, moviéndose incómodo y alejándose finalmente del toque. Enzo era demasiado confianzudo y no era algo con lo que él se sintiera cómodo. Pero, aún así, no había nada que deseara más que creerle. En aquel momento, necesitaba la confianza de Enzo de su lado y en su equipo. 

Después de la llegada de Paulo y de escuchar sus comentarios, que eran principalmente para que el diseñador trabajara en ellos, los dos jóvenes volvieron a sus escritorios. No tenía sentido que se juntaran en la sala aquella tarde, cuando aún no necesitaban hacer demasiado trabajo juntos. Julián seguía priorizando su cronograma original todo lo que podía mientras Enzo trabajaba en los primeros pasos del diseño, hasta que tuviera algo que desarrollar. Había aprovechado también para empezar a documentar sobre la arquitectura, algo que podían mostrar en la próxima reunión. 

Pasado el almuerzo, el equipo de Marketing pasó a saludar. El castaño a veces odiaba trabajar en un espacio tan abierto y que su sector estuviera de paso a la sala de reuniones. La oficina tenía una distribución circular, por lo que el equipo técnicamente no necesitaba pasar por ahí, pero muchas veces lo hacían simplemente para verse las caras y conversar. 

—En, al final no viniste al after el viernes —le dijo Martina, una de las chicas de Marketing, bajita y con el pelo castaño por los hombros—. Me dijo Valu que venías, te estuvimos esperando. 

—Perdón, Martu, estoy con un montón de cosas —le respondió—. Este viernes por ahí me paso un ratito, de verdad. 

Enzo era popular en la oficina. Era simpático, parecía estar siempre de buen humor y sabía cómo generar conversación con todo el mundo. No era difícil notar que la gente lo buscaba, era el tipo de persona que resultaba accesible para la mayoría. También se sabía en la empresa que tenía fama de rompecorazones, aunque Julián no estaba demasiado atento a los rumores que corrían por los pasillos. La mayor parte de las cosas que sabía era por los comentarios de su equipo durante alguna reunión o almuerzo, en especial de Oriana, que tenía amigos por todos los equipos, y de Nahuel, que simplemente amaba los chismes aunque no lo aceptara. Julián detestaba profundamente los rumores de oficina. 

Enzo le había escrito al equipo de CoreOne para avisarles que al día siguiente les iban a enviar el material previo a la reunión. Fue Joaquín quien envió el ok de recibido casi al finalizar el día, diciendo también que se veían el jueves en Vertex. Julián había apretado los labios mientras observaba la foto de su firma, con esa sonrisa perfecta, esa expresión confiada que había tenido siempre. El castaño había pensado que quizás iba a tener la suerte de no verlo en esa oportunidad pero parecía que el manager estaba empeñado en participar del proyecto lo más activamente posible. 

El piso pronto se empezó a vaciar y, antes que se hicieran las seis y cinco, el equipo de Julián ya se había ido en su totalidad. El castaño aprovechó la tranquilidad para concentrarse en algo que le había quedado pendiente del día, perdiendo un poco la noción del tiempo mientras trabajaba en ello. Sólo fue consciente de que había pasado bastante tiempo cuando la figura de Enzo apareció apoyada al costado de su escritorio, apenas reclinado de espaldas y con los brazos cruzados sobre el pecho como solía hacer siempre. Tenía la mochila colgada de un hombro, lo que implicaba que ya se estaba yendo también. 

—¿Te vas a quedar? —le preguntó—. ¿Necesitás que me quede viendo algo con vos…?

Julián observó el reloj en la pantalla, que marcaba las siete menos diez de la tarde. 

—No hace falta —murmuró sin mirarlo—. Nos vemos mañana.

Enzo se tomó un momento en silencio, en el que Julián siguió trabajando, un poco incómodo ante el escrutiño. 

—Acordate que no sos una maquina más acá, ¿eh? —comentó finalmente el morocho y, por el rabillo del ojo, vio como ladeaba la cabeza, sonriendo con ese aire despreocupado que tanto irritaba a Julián—. Tenés que descansar.

El castaño giró para mirarlo, con un suspiro de por medio. 

—¿Podés no meterte? —La respuesta salió más dura de lo que Julián pretendía, pero no se disculpó. El pedido iba mucho más allá de ese momento. Los últimos días lo habían sobrepasado un poco; la perspectiva de la reunión del jueves y la confirmación de asistencia de Joaquín lo tenía un poco inquieto—. Estoy bien, de verdad, no hace falta que te preocupes por mí —agregó después, un poco más tranquilo, volviendo a girarse para mirar la pantalla. 

—Che, pará un toque… —Enzo levantó las manos en señal de defensa, mientras Julián lo observaba de reojo—. No me preocupo por vos ni me voy a meter en tus cosas, pero si te quemás los primeros días no vas a llegar al final, nada más —le dijo secamente, ya sin una sonrisa—. Es un consejo, no hace falta que me saltes a la yugular. 

El morocho se puso la mochila para adelante, abrió un bolsillo y sacó de ahí una barrita de cereales, que le dejó sobre el escritorio. Luego le dio una palmadita distraída en el hombro. 

—Hasta mañana, Julián —le dijo, antes de alejarse por el pasillo.

El castaño lo observó irse, reparando en la particularidad de que lo llamara por su nombre y no por alguno de esos apodos ridículos que siempre le estaba poniendo. 

Julián suspiró, volviendo a enfocarse en lo que necesitaba terminar antes de irse. Era mejor que el diseñador se mantuviera distante, lo más frío posible y lejos de sus cosas. Ya bastante tenía con trabajar dos meses en el mismo proyecto que su ex. No necesitaba a Enzo metido en el medio también.

Notes:

El POV de Julián. Seguramente los capítulos serán así, uno y uno. Y los títulos son frases de series, los dejé así porque en general tienen más sentido en el idioma original, pero me avisan si prefieren que ponga la traducción abajo :)

Me estoy divirtiendo bastante escribiendo esto, mil gracias por los kudos y los comentarios 🧡

Nos leemos pronto!
MrsVs.

Chapter 3: Am I a hero? I really can’t say but yes.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Enzo no conocía a Julián lo suficiente, pero desde el momento en que Joaquín había entrado a la sala de reuniones había notado que pasaba algo. El cordobés parecía esquivo e incómodo, algo raro en él, habiéndolo visto siempre tan seguro e indiferente a todo. Y Joaquín tenía el claro objetivo de incordiar con sutilezas, de echar leña al fuego de aquel nerviosismo que parecía estar en la sala. Enzo había trabajado con gente de mierda pero le parecía que nadie era tan mala leche sin motivo desde el vamos. El morocho se había puesto a la defensiva también, sintiendo que cada una de sus palabras no eran solamente dirigidas a Julián, sino también a él. 

Enzo era una persona muy orgullosa. Las personas como Joaquín solamente conseguían que quisiera hacer las cosas mejor, siempre había sido así. Le gustaba cerrarles la boca. Toda su vida el diseñador había peleado contra gente como él, que se creía en un pedestal, por arriba de los demás. El morocho era bromista, se hacía el canchero, pero no toleraba la arrogancia cuando se trataba del trabajo del otro. Sentía que Joaquín los estaba menospreciando, de alguna manera, incluso cuando no terminaba de comprender la situación ni la verdadera razón detrás de ello. 

¿Qué pasaba con Julián para que la atmósfera entre los dos fuera tan tóxica? ¿Por qué el desarrollador, que siempre parecía tan confiado de su trabajo, tan impasible, de repente se había mostrado tan perdido e incómodo? Era una faceta de su compañero que no le gustaba, que lo hacía sentir mal incluso cuando no entendía muy bien por qué. 

El martes por la mañana, Enzo y Julián se reunieron con Paulo para presentar el cronograma de trabajo y explicarles cuál iba a ser el arreglo para trabajar. Mientras el desarrollador cerraba algunas cuestiones de su equipo, el diseñador iba a aprovechar para avanzar con los primeros wireframes y presentarlos en la próxima reunión con Joaquín y Alexis.

—No necesitamos todavía desarrollo, pero podemos empezar a pensar en la arquitectura y presentarles algo documentado, con las especificaciones actualizadas —dijo el diseñador, mirando tanto a Paulo como a Julián—. Le pueden pegar una mirada a los wireframes pero hasta que los muñecos de CoreOne no nos den el ok, tampoco podemos avanzar. 

Paulo asintió. 

—¿Cuándo podés mandarlos? —le preguntó al diseñador.

—Voy a trabajar en eso hoy y en el feedback que vimos recién, mañana se los paso para que les den una última mirada y ya se los mandamos a ellos —dijo Enzo y Julián le dio un breve asentimiento, sabiendo que era una tarea en la que también debía participar—, cosa que ya los tengan presentes para el jueves.  

—Yo voy a empezar a armar la documentación y el plan que tenemos para la parte técnica entonces —dijo el programador, tomando notas—. Sé que hay algo en la presentación pero para ampliar un poco el proceso de desarrollo y presentarlo con los wireframes, y ya dejarlo documentado. 

—Perfecto, chicos, vamos con eso entonces —dijo Paulo—. Yo sé que el PM de ellos es un poco… agresivo —murmuró, sin estar seguro de qué palabra usar. Tampoco era la palabra que hubiese usado Enzo, se le ocurrían unas cuantas mejores pero no tan políticamente correctas—, pero no nos queda otra que respetar lo que pide —dijo, con una mirada significativa al morocho, que sabía que estaban teniendo aquella conversación solamente por él.  

Julián seguía tomando notas de forma ausente, casi como si lo hiciera en piloto automático. Cada vez que se hablaba sobre CoreOne, sobre Joaquín, el castaño parecía mantenerse ajeno a la charla. Enzo no tenía problemas en ser quien hablara pero le preocupaba un poco que el desarrollador estuviera tan ido cuando los dos tenían que estar al cien por ciento enfocados en eso. Cuando, en cierto punto del cronograma, iba a ser Julián quien tenía que tomar las riendas de las conversaciones. 

—Dale, le voy a escribir al Ed Sheeran del subdesarrollo para avisarle que mañana les enviamos el link para que lo vayan revisando antes de la reunión —dijo Enzo, poniéndose de pie—. ¿Necesitás algo más? 

—No, Enzo, gracias —dijo Paulo. 

El morocho hizo un saludo militar antes de retirarse a su escritorio. Se sentó, dejando escapar un suspiro mientras miraba las tareas pendientes en su pantalla. Después de enviarle un mail a Alexis con las novedades, empezó a tomar notas de las cosas que tenía que hacer sí o sí y de cuales podían moverse para la semana próxima. Lisandro le pasó un mate y el morocho le agradeció con una media sonrisa cansada. Su compañero parecía percibir muy bien su estado de ánimo. 

—¿Tenemos lo de las piezas para lo del Día del Amigo ahora no? —preguntó, observando el calendario. 

—Tranqui, hablé con Marketing, nos reunimos ahora un toque y lo veo yo con ellos, va a ser más rápido —le dijo Lisandro, dejándole el termo mientras se levantaba. 

—Licha, querido —le dijo sentidamente—. Cuando termine todo este quilombo, te invito a comer a donde quieras con un vinito. 

Lisandro le guiñó un ojo, desconectando la laptop del monitor para llevársela a la sala de reuniones. 

Enzo aprovechó la mañana para trabajar en el nuevo proyecto, mientras Emilia tomaba las tareas menores y Lisandro atendía los asuntos críticos que, por suerte, no habían sido muchos. Pasada la hora del almuerzo, el líder del equipo no se había movido de su escritorio más que para ir al baño, pero había conseguido hacer un buen progreso. Sabía que igualmente iba a tener que quedarse después de hora o trabajar un poco desde casa. Enzo deseaba que llegara el fin de semana para poder dormir sin alarmas. No recordaba la última vez que había llegado a la oficina tan temprano durante tres días seguidos. 

El miércoles a la mañana, los tres volvieron a juntarse en la oficina de Paulo, todavía cuando era bastante temprano para el resto del equipo, y Enzo aprovechó para mostrar los cambios en los que había trabajado. También había agregado ya algunos comentarios sobre el branding, el diseño de interfaces y las animaciones, y cómo iba a comportarse todo una vez que pudiera empezar a trabajar en los prototipos. Tenía muchas ideas en mente, que estaba tratando de plasmar antes de empezar con el trabajo propiamente dicho. Más allá de los tiempos absurdos, era un proyecto interesante. 

—¿Necesitás poner tantas animaciones? —preguntó Julián secamente.

Enzo lo miró con una expresión neutral, porque no era la primera vez que tenían aquella discusión sobre un prototipo. La mayor parte de sus primeras interacciones con el cordobés como líder de desarrollo habían sido pelearse por los detalles en sus wireframes, cosas complicadas de desarrollar. Y Enzo ni siquiera había empezado con las interfaces.  

—Si lo seguimos simplificando, podemos darles una folleto en blanco y negro, va a ser más o menos lo mismo —le dijo el morocho, con una sonrisa falsa.

Julián le dio una mueca que no llegaba a ser una sonrisa, era casi como si le estuviera por mostrar los dientes para morderlo. Parecía que, con cada día que pasaba, estaba de peor humor. A esa altura, Enzo ya no descartaba que realmente pudiera llegar a morderlo.  

—No necesita estar todo animado, no es una película de Pixar —murmuró el castaño, haciendo que el diseñador sonriera de lado socarronamente ante la analogía, casi sorprendido de que le siguiera el juego, quizás por primera vez. 

—No empiecen —pidió Paulo, cortante, conociendo ya la dinámica entre los dos—. Tengo cinco reuniones más todavía, no me hagan salir quemado ya de acá que todavía es muy temprano, por favor se los pido —agregó, algo que solía decir siempre. Paulo siempre tenía muchas reuniones, nadie sabía bien de qué ni con quienes—. Enzo, fijate si pueden simplificar algunas de las animaciones —le dijo, al morocho y luego se giró hacia el desarrollador—. Y vos Julián intentá, aunque sea, sumar las básicas. ¿Lo pueden discutir después?

Julián murmuró algo que Enzo no llegó a escuchar. El programador era también era un cabeza dura. Esa era otra de las cosas que Enzo sabía sobre él. Y la idea de tener que trabajar en un proyecto tan extenso los dos juntos le resultaba un poco agotadora incluso cuando recién empezaba. Pero, viéndolo así, prefería lidiar con aquella persona porfiada y que no dudaba en decir lo que pensaba que con la que había visto durante la primera reunión con el cliente. 

El jueves llegó demasiado rápido. Por cuestiones de CoreOne y problemas en el calendario de Joaquín, ese día habían pasado la reunión para última hora. Cuando fueron a la sala, un rato antes de que llegaran los integrantes del otro equipo, Julián ya estaba nervioso, de una forma absurdamente evidente. Enzo todavía tenía dificultad para verlo así. Una cosa era el nerviosismo de una persona introvertida cuando alguien en la oficina le hablaba, cuando lo invitaban a algún evento o ese tipo de socialización que se daba en esos espacios, pero otra muy distinta era aquella incomodidad que parecía casi mezclada con miedo. Sabía que Julián era profesional, que era bueno en su puesto, lo había escuchado conduciendo reuniones y dando instrucciones, peleando con él, por lo que aquella faceta lo desconcertaba. 

El morocho se sentó junto a Julián, del lado más alejado de la puerta. Era un día espectacular de sol, que se filtraba por los amplios ventanales de la sala como una burla para quienes seguían ahí trabajando. Paulo bajó un poco las persianas con el control remoto para que el proyector se viera mejor. Buscando empatizar de la única forma que sabía, Enzo golpeó el brazo de Julián con el suyo para robarle el espacio en el apoyabrazos. El castaño lo miró de mala manera y Enzo solamente le mostró todos los dientes, usando el brazo libre para ponerse a escribir en su cuaderno. 

—Va a estar todo bien —prometió Enzo, a nadie en particular, y el mayor del grupo asintió mientras chequeaba su reloj. 

La reunión en sí no había salido mal. Joaquín era bastante pesado con los detalles, pero Enzo también lo era con su trabajo. Podía sentir los ojos del manager de CoreOne sobre Julián, que había vuelto a aquella actitud de ignorarlo. Estaban tratando un tema que era propio de diseño, por lo que el cordobés realmente no tenía necesidad de intervenir demasiado. Al morocho le preocupaba un poco cómo iban a ser las cosas cuando pasaran a la fase de desarrollo y fuera Julián el que tenía que exponer el trabajo. Enzo no podía hacer toda la charla por los dos, incluso aunque quisiera. 

Joaquín tenía una de esas miradas y presencias que intimidaban. Enzo conocía a los tipos como él, que tenían la facha, el puesto, que daba la sensación de que tenían poder y algo más, algo que para el resto parecía inalcanzable. Esos que se sentían por encima de todos. Y parecía ser el tipo de persona que no tenía problemas de pasarle a otros por arriba si lo necesitaba, incluso si era solamente para tener la razón.  

Enzo tomó la palabra, mostrando los wireframes con confianza, sabiendo que era un trabajo bien hecho. No era una persona fácil de intimidar, sin importar quién estuviera del otro lado. Julián hablaba solo cuando era necesario, con frases medidas y técnicas, evitando mirar a Joaquín directamente, incluso cuando este lo buscaba todo el tiempo. Con preguntas innecesarias, observaciones demasiado minuciosas y ese tono que parecía amable pero que iba justo a donde sabía que generaba alguna discusión. 

—La parte de los frames me parece bien —dijo secamente el manager de CoreOne—, pero dentro de las especificaciones, no entiendo a qué apuntamos con la arquitectura —dijo, mirando los documentos que había armado Julián sobre el plan de desarrollo—. Pensé que buscábamos algo más simple. 

El cordobés se enderezó, mirando a Joaquín a los ojos. Parecía que era exactamente lo que Joaquín había estado buscando. Enzo apretó los labios para no mandarse a decir alguna cosa fuera de lugar, porque no le correspondía. Se limitó a tomar su taza, dándole un sorbo cuidadoso al café que ya estaba frío. Joaquín lo observó, sonriendo socarrón, supuso, ante las palabras grabadas en la taza. 

—Es la estructura más escalable si el producto va a crecer después del primer lanzamiento —dijo Julián, con cierta tensión en su voz, que no sonaba con la fuerza usual que tenía para rebatir algo cuando discutía con Enzo—. Lo que está documentado es lo que se discutió y teniendo en cuenta el plan a mediano plazo. 

Joaquín sonrió, ladeando la cabeza. La sonrisa que tenía le provocaba a Enzo borrársela de una patada voladora. Suspiró profundamente, tratando de recordarse a sí mismo por qué era una mala idea. Su conciencia tenía la cara enojada de Paulo. 

—Bueno, a veces documentar no es equivalente a comunicar, ¿no? —insistió el PM—. Quizás podría estar un poco más claro el motivo de la elección.

—A veces comunicar tampoco es lo mismo que entender —interrumpió Enzo cuidadosamente, apoyando los codos sobre la mesa y cruzando un poco los brazos, inclinándose hacia los miembros del otro equipo. Dios, el esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse sentado y profesional, se merecía un premio—. La estructura está impecable, Julián hizo todo este trabajo en un par de días. Si querés armamos una versión más a prueba de… personas no técnicas —se atajó a último minuto, sintiendo que los ojos claros de Paulo le estaban por hacer un agujero en la cabeza a través de la mesa. Sabía que no era políticamente correcto llamarlos boludos, incluso si se lo merecían—  para que se entienda mejor, pero va a funcionar igual de bien. Podemos sumarlo en la próxima versión, no hay problema. 

Joaquín le sonrió a Enzo, esa mueca afilada que lejos estaba de ser cordial, pero que intentaba pasar por una. Había un aire raro en la mesa, innecesariamente tenso para una reunión así. Se sentía como si cualquier comentario pudiera provocar que empezaran a volar cosas de un lado al otro. Paulo parecía listo para intervenir, como si fuera el árbitro de un clásico entre dos rivales. 

—Está bien, confío en su criterio —dijo Joaquín, con los ojos clavándose en el cordobés—. Podemos avanzar con los primeros diseños para arrancar ya el desarrollo cuanto antes.

Enzo salió de la reunión con una contractura en el cuello que no recordaba tener antes de ingresar. Ya no quedaba prácticamente nadie en la oficina. La reunión se había extendido innecesariamente y el diseñador esperaba que no fueran todas así, porque le sacaban más energía que el trabajo en sí. Tenía ganas de patear cosas. Y esas cosas tenían la cara del PM de CoreOne en ellas.  

El morocho fue a la cocina para prepararse un café, pensando que quizás podía quedarse un rato más puliendo el trabajo y dejando todo listo para arrancar con los bocetos al día siguiente. Todavía no habían definido a dónde iban a trabajar ese viernes, cuando las salas de reuniones estuvieran ocupadas, por lo que quería discutirlo con Julián antes de que se fueran. Cuando volvió a la zona de su puesto de trabajo, se cruzó con Paulo, pero le sorprendió notar que el desarrollador ya no estaba en su escritorio. 

—¿Todo bien, Enzo? —le preguntó el mayor.

—Sí, sí —respondió ausentemente—. Estaba pensando en dónde podemos trabajar mañana con Julián, las salas están reservadas ya para la tarde. 

—Te puedo dejar la tarjeta de mi oficina —le dijo Paulo—. Yo no voy a estar en todo el día mañana, la planning la va a hacer Lean, y hasta las nueve se pueden quedar, no hay problema, yo aviso abajo —le dijo rápidamente, con ese tono lleno de apremio de siempre, que daba la impresión de que tenía que estar en otro lugar. El edificio cerraba las puertas a las nueve de la noche. Enzo lo sabía porque alguna vez lo habían ido a echar del piso. Tenía la impresión que era algo que podía volver a pasar durante aquellas semanas. 

—Dale, gracias, Pau —respondió—. ¿Lo viste a Julián? Así le aviso. Le tendría que pedir el celu aunque me da la sensación que no me lo va a querer pasar… —comentó, casi como un pensamiento en voz alta. No recordaba que Julián estuviera en ninguno de los grupos de WhatsApp que había entre la gente de la oficina. 

El mayor se rio suavemente. 

—Bajó recién —le dijo, haciendo un gesto hacia la puerta de salida con la cabeza—. Ya se iba, me parece, pero por ahí si corrés todavía lo podés agarrar abajo.

Enzo frunció un poco el ceño. Era una rareza que Julián se fuera antes que él cuando había tanto para hacer, cuando solía ser él quien cerraba la oficina. Aunque ya no quedaba casi nadie, ni siquiera era tan tarde. 

Enzo bajó hasta la cochera, con la esperanza de encontrar a Julián antes de que se fuera. Sabía que el castaño iba y venía en auto porque alguna vez había visto las llaves en su escritorio. El morocho salió del ascensor con paso apurado, pero frenó en seco al escuchar voces que no tendrían que haber estado ahí. A esa hora estaba todo demasiado tranquilo, por lo que la conversación se escuchaba con claridad incluso a pesar del tono bajo de voz. 

—Siempre tan correcto vos, ¿no? —escuchó Enzo que decía Joaquín. Desde su lugar no podía verle la cara, solamente veía el rostro contrariado de Julián, pero podía verlo de espaldas y reconocerlo por la voz incluso a la distancia—. Igual que antes. Siempre con ese aire de que no pasa nada, de que podés con todo… Siempre me gustó eso de vos. 

—No sé de qué hablás, Joaquín —dijo Julián, con un suspiro que parecía más resignado que otra cosa, aunque su voz sonaba diferente. Enzo no estaba acostumbrado a ese tono inseguro y nervioso, pero cargado de una familiaridad con el otro que le resultaba ajena. Era como si de pronto escuchara a alguien completamente distinto.

—Dale, Julián —insistió Joaquín, dando un paso más cerca, mientras Enzo trataba de aguzar el oído para intentar no perderse la charla—. Vos sabés muy bien de qué hablo. No es casualidad que estemos trabajando juntos en este proyecto. Que te hayan elegido a vos… 

—No importa más, basta, ya está —dijo finalmente el cordobés, con la voz baja, difícil de escuchar. Había algo en su tono que Enzo no podía definir pero parecía… roto, tan distinto al de todos los días—. Terminó. Te pido que por favor no mezcles las cosas ni me traigas problemas acá.  

—¿Terminó? —repitió el más alto y en su voz se escuchaba una sonrisa. Tenía una voz dulce pero del tipo que se escuchaba falsa, agresiva incluso al hablar sin gritar—. Podrás hacer de cuenta que superaste todo, pero yo sé cuándo estás actuando, Julián, te conozco. Hay cosas que nunca supiste disimular, no me podés engañar a mí.   

Joaquín dio medio paso más, apenas un desliz hacia el espacio personal de Julián. No fue invasivo, no del todo, pero lo justo como para que Enzo viera el leve retroceso del castaño.

—Basta, Joaquín… 

El entendimiento llegó a Enzo tan pronto como lo hicieron las palabras del PM. Y el diseñador había prometido no meterse, pero algo en ese tono, en la forma en que Julián parecía encogerse ante la presencia del otro, le revolvió el estómago. Su parte menos racional pensaba que Joaquín directamente se merecía una piña como su hermano decía siempre que se pateaban los penales, fuerte y al medio, pero una vocecita un poco más lógica lo hizo hablar en vez de reaccionar. 

—¡Ahí estás! —gritó Enzo. 

El morocho se acercó a los dos a paso vivo y se paró junto a Julián, pasándole un brazo por los hombros con confianza y una expresión animada que no tenía nada que ver con su humor.

—Perdón, Ju, no encontraba el cargador de la compu —le dijo, atrayéndolo un poco contra él con una sonrisa que probablemente nunca le había dirigido al castaño, un apodo que jamás hubiese usado en cualquier otra situación, que se sentía incluso ridículo—. ¿Nos vamos? 

Por el rabillo del ojo, vio como Joaquín alzaba las cejas. Julián se tensó bajo el contacto, pero no se apartó. Enzo lo atrajo un poco más contra su cuerpo, como tanteando hasta dónde podía llegar.

—¿Se van juntos? —inquirió el más alto, con una expresión condescendiente y una sonrisa apenas perceptible. 

—Es casi viernes, Joaquín —dijo Enzo, con una simpatía que ciertamente no sentía, con cierto deje de picardía, girándose hacia él—. De vez en cuando hacemos otras cosas además de trabajar —agregó, intentando sonar casual y relajado, teniendo incluso el descaro de sonreírle de lado—. ¿Necesitabas algo?, ¿quedó algo pendiente de la reunión con lo que te pueda ayudar? 

Joaquín soltó una pequeña risa, más como un resoplido, ante las claras intenciones de Enzo. El morocho sabía perfectamente lo que el diseñador estaba haciendo, se le notaba en el rostro, y Enzo no retrocedió ni un centímetro. Los dos se quedaron mirándose, diciendo demasiado sin hablar. Aunque no era su territorio, Enzo lo estaba marcando de cualquier forma, y era obvio que Joaquín lo entendía. El diseñador sintió cómo se le tensaba el puño libre, tratando de recordarse a sí mismo que no podía hacer más que eso. Julián seguía quieto, casi congelado en su puesto, como si no estuviera realmente ahí. 

—No, estamos bien —respondió secamente Joaquín, todavía con una sonrisa pequeña pero clara, esa sonrisa que no le gustaba nada, dándole una última mirada intensa al desarrollador—. Que tengan un buen fin de semana, nos vemos el lunes. Estoy ansioso por ver el progreso del proyecto. 

El Gerente de Producto se alejó por el estacionamiento con pasos tranquilos. Enzo y Julián se quedaron observándolo hasta que se perdió de vista. Sólo entonces el castaño pareció reaccionar, zafándose del brazo del diseñador, que todavía seguía alrededor de sus hombros. Enzo también se había quedado perdido entre sus pensamientos, procesando la conversación y lo que acababa de pasar. 

—¿Qué hacés acá, Enzo? —preguntó el cordobés sin mirarlo. El morocho seguía con la vista fija hacia donde había desaparecido Joaquín, metiendo las manos en los bolsillos, con la mandíbula tensa.

—Estaban saliendo —dijo casi sin escuchar la pregunta de Julián.  

—¿Qué? —fue la réplica inquieta del programador.

—Vos y Joaquín —dijo Enzo, hablando despacio, todavía un poco desconcertado—. Estaban juntos, ¿no? Por eso se la agarra con vos así, con el laburo… 

Julián se pasó una mano por la cara, con un suspiro de frustración. Era raro aún verlo tan fuera de eje por algo. Enzo estaba tan acostumbrado a verlo siempre tan serio y organizado que aquella versión del desarrollador lo confundía terriblemente, era alguien que no conocía.  

—Enzo, te pedí por favor que no te metieras… De verdad. 

El morocho suspiró, volviendo a mirar el lugar por donde Joaquín había desaparecido, con la duda de cómo habían terminado los dos solos ahí. De cómo habían terminado discutiendo sobre algo que parecía tan sensible en un lugar tan público, donde cualquiera podía escucharlos. Parecía que a Joaquín no le importaba demasiado, incluso si aquello podía traerle problemas a Julián en su nuevo puesto. 

—Yo… Me da bronca, nada más —murmuró Enzo, sabiendo perfectamente que lo que Julián decía era cierto, que era algo sobre lo que no le correspondía opinar, sobre lo que ni siquiera sabía por qué estaba haciendo un berrinche, ese planteo que parecía casi infantil—. Yo sé que no tengo ni idea de nada y disculpame, pero es un pelotudo, no da mezclar las cosas así cuando no tiene nada que ver… 

—Enzo… —murmuró de nuevo Julián, interrumpiéndolo con firmeza. Parecía terriblemente incómodo—. ¿Qué hacés acá? Vos no venís en auto —preguntó, desviando el tema de la conversación. 

El morocho estaba a punto de preguntarle cómo había notado eso, de hacer alguna broma ocurrente como hacía siempre, pero no dijo nada. Aceptó el cambio de tema sobre algo que el castaño evidentemente no quería hablar, pero que acababa de confirmar sin decirlo de forma explícita al no negar ni escandalizarse con la afirmación. Había habido algo entre Joaquín y Julián, de eso Enzo no tenía ninguna duda. 

—Paulo me dio las llaves de la oficina de él —explicó, tratando de tranquilizar el tono de su voz, de sonar lo menos enojado posible, todavía un poco desorientado, tratando de recordar por qué había ido hasta ahí en primer lugar—. Mañana va a estar afuera todo el día así que podemos usarla para trabajar más tranquilos. 

Julián asintió. El morocho, que todavía tenía las manos en sus bolsillos, sacó su celular. Después de crear un contacto nuevo, se lo pasó al cordobés, que lo estaba observando con cautela. 

—Va a ser más fácil si tengo tu número —le dijo—, así no te tengo que andar corriendo por el estacionamiento. 

El castaño no dijo nada. Simplemente tecleó los números con agilidad y le devolvió el apartado con una mirada inescrutable. 

—Nos vemos mañana —murmuró el programador, antes de pegar la vuelta.

Enzo lo observó irse hasta su auto, pensando que quizás podía seguir con el trabajo en su casa. No tenía ganas de seguir en la oficina. Había sido un día demasiado pesado como para seguir en el mismo lugar.  

Aquella noche Enzo durmió apenas un par de horas. Se había quedado trabajando hasta tarde, con el mate y una playlist como su única compañía en la oscuridad del monoambiente donde vivía. Cuando se había acostado, ya bien pasada la medianoche, se había dormido al instante pero se había despertado pocas horas después, con ganas de ir al baño después de tantos mates antes de dormir. El reloj de la mesa de noche marcaba las cinco y media de la mañana y decidió que, teniendo en cuenta la hora, ya era preferible levantarse que volver a intentar dormir. 

Salió a correr, todavía con la oscuridad sobre el barrio como un manto helado que llevaba en los hombros y que intentó sacarse de encima con el ejercicio. Vivía había ya algunos años en Palermo, casi en el límite con Chacarita, por una cuestión de comodidad. Su familia vivía en San Martín y le resultaba mucho más práctico vivir ahí, en ese pequeño departamento, desde donde podía ir caminando hasta la oficina. No pasaban demasiado tiempo en él, de cualquier manera. 

Correr siempre le despejaba la cabeza. Incluso estando cansado y cuando todavía hacía demasiado frío, era como un momento de él. La música, el viento y el cuerpo en movimiento siempre lo ayudaban a arrancar mejor el día. Sin embargo, tenía demasiadas cosas en la cabeza como para que desaparecieran. Todavía no podía terminar de procesar la conversación entre Julián y Joaquín del día anterior, el dato que hacía que todo lo que había pasado en los últimos días tuviera un poco más de sentido. 

Después de correr, Enzo volvió al departamento a darse una ducha, se puso unos jeans limpios, una remera, un buzo y se peinó un poco frente al espejo. Se preparó un café y salió antes de las siete y media. Tenía tiempo pero no quería llegar tarde. Cuando cruzó las puertas del piso de la oficina, el cordobés ya estaba en su puesto frente a la computadora, tecleando cosas sin parar como era costumbre. 

—Vos te hacés el que te vas con el auto pero en realidad dormís acá, ¿no? —le dijo, a modo de saludo—. Tenés una trampilla ahí abajo del escritorio para pasar la noche.

Julián ni lo miró y siguió con lo suyo sin inmutarse, aunque había cierta tensión en su postura. 

—Buen día. 

—Bueno porque es viernes —replicó el morocho, con una falsa sonrisa radiante.

Enzo se sentó en la silla de Cristian junto a Julián, observando un momento al desarrollador mientras le daba un sorbo a su café, que había metido en un vaso térmico. Se quedó mirándolo fijamente, pensando una vez más en lo que había pasado el día anterior. Aunque había jurado que no iba a meterse, su naturaleza le hacía querer preguntar cosas. Parecía tan poco propio de Julián involucrarse con alguien con quien trabajaba, tener una relación o lo que fuera que hubiese pasado ahí. Pero especialmente lo confundía la actitud que tenía con Joaquín, que parecía una persona horrible, pero con quien sentía también que las cosas no habían terminado bien. Había algo raro y le molestaba no tener la confianza o el derecho suficiente para preguntar. Enzo era un chusma pero, especialmente, le gustaba entender a las personas. Le gustaba entender lo suficiente como para poder ayudar. Y Julián lo desconcertaba y lo confundía, porque no sabía cómo ayudarlo.  

—¿Qué querés? —le preguntó el cordobés a la defensiva, todavía sin mirarlo, haciendo que Enzo volviera a la realidad. 

—Nada —dijo él simplemente—. Vamos a la oficina de Pau, dale, antes que vengan todos y nos empiecen a pedir cosas. El colorado quería tener una reunión hoy por Zoom para ver en qué andamos. 

Enzo se puso de pie, sin siquiera molestarse en dejar la mochila en su escritorio. Iba a ser otra jornada larga y sus días trabajando junto a Julián comenzaban, quizás, de manera oficial aquella tarde. Mientras los dos se acomodaban en la mesa de la espaciosa oficina de Paulo, el morocho se quedó observando disimuladamente a Julián, todavía pensando cómo alguien como él podía haber terminado con un idiota como Joaquín… y si las cosas eran como Enzo se las estaba ya pintando en su cabeza, incluso cuando el cordobés no había confirmado nada. Tenía todo el sentido del mundo que fuera así.  

La voz de Julián lo sacó de golpe de sus pensamientos. 

—¿Tenés los últimos frames? —preguntó, sin levantar la mirada de su pantalla. 

—Sí —respondió Enzo, pasándole el link—. Están subidos desde anoche. 

La oficina quedó envuelta en un silencio pesado, del tipo que Enzo solía llenar con algún chiste o comentario innecesario. En ese momento, ninguno parecía tener ganas de hablar. El morocho se acercó un poco al monitor de la laptop del castaño, como para seguir el movimiento del cursor de Julián en la interfaz, con sus brazos chocando suavemente. No buscaba invadirlo, o al menos eso quería pensar, pero había algo en ese espacio compartido que lo tenía más pendiente del otro que del trabajo. El desarrollador no dijo nada. Lo miró de reojo un momento, pero pronto volvió a lo suyo. Sólo movía el mouse de un lado al otro, con las cejas apenas fruncidas, aunque no parecía estar haciendo nada puntual. Enzo pudo ver cómo sus dedos tensaban el borde del trackpad, cómo su mandíbula estaba levemente apretada y sus hombros se mantenían tensos, aunque parecía lejos de estar concentrado. Se veía más bien como acciones que hacía por inercia, como si pensara en todo menos en lo que tenía delante.

El diseñador volvió a apoyarse contra el respaldo y soltó un largo suspiro. Quería empujar todos esos pensamientos ajenos al proyecto al fondo de su cabeza. Sabía que siempre había tenido un poco de complejo de superhéroe, desde que era chico, pero tenía que evitar meterse donde no lo habían llamado. Siempre le había traído problemas, incluso cuando era una cualidad de la que se sentía orgulloso. Ya tenía suficientes problemas como para estar voluntariamente en medio de una relación complicada con la que nada tenía que ver. 

Claro, tampoco era que Enzo fuera muy fiel a su palabra cuando de no meterse se trataba.

Nunca había sido su estilo mantenerse al margen.

Notes:

Se va prendiendo esto. Pero ya avisé que va a ser (muy) lento. Y cuando digo lento, es lento.
Espero que les haya gustado, ya tengo escritos varios capítulos y me parece que van a ser unos cuantos más de 20, estoy muy enganchada escribiendo y se vienen cositas 🙂‍↕️

Gracias por leer, por los kudos y por comentar 🧡

Que tengan buen finde!
MrsVs.

Chapter 4: I’m a little bit mad. But it’s a productive, organized mad.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Julián se había ido el jueves de la oficina con un dolor de cabeza insoportable. Había terminado a horario, pensando en tomarse algo, pegarse una ducha y seguir trabajando desde su casa. Por supuesto, aquello había sido antes de cruzarse a Joaquín en el estacionamiento. Había dudado de que lo estuviera esperando, pero no creía que hubiese sido casualidad tampoco. Alexis no estaba ahí y la reunión ya había terminado minutos atrás, dándole tiempo para irse incluso si no se apuraba. Pero era algo típico de Joaquín, siempre había sido esa persona calculadora que necesitaba tener el control, la última palabra. Tenía que agarrarlo a Julián solo, tenía que decirle esas cosas que ya no importaban, solamente para volver a meterse dentro de su cabeza. Julián estaba cansado, pero también enojado de darse cuenta que todavía podía afectarlo, que su ex todavía sabía cómo manipularlo y dejarlo callado en su lugar. Como había sido siempre. 

Aunque había atacado a Enzo, en ese momento había estado aliviado de que interrumpiera una conversación que no quería tener. Incluso si significaba tener al diseñador involucrado en algo que era demasiado personal. 

Julián se sentía un tonto por no haberlo negado. Cuando Enzo le había dicho tan seguro que entre él y Joaquín había pasado algo, no había ni siquiera atinado a decir que no. Y que su compañero de equipo supiera eso solamente hacía todo más complicado. Julián odiaba la persona en la que se convertía cuando Joaquín estaba alrededor, pero más odiaba la consciencia de que alguien supiera por qué. No le gustaba dar lástima pero, especialmente, tenía miedo de los rumores. No quería que nadie hablara sobre él, sobre lo que había pasado en CoreOne. No necesitaba eso, otra vez. 

Después de un viaje corto e inusualmente tranquilo, Julián había llegado a su casa, un tres ambientes en Recoleta que había alquilado hacía unos meses. Tenía su oficina, su habitación y estaba en una zona de la ciudad que siempre le había gustado y que resultaba cómoda para ir a la empresa. Dejando sus cosas, se había metido directamente en la ducha sin ánimos para nada más que eso. Estaba tan cansado que ni siquiera tenía ganas de comer. Se había ido directamente a la cama después, quedándose dormido demasiado temprano. 

Por supuesto, al otro día se había levantado cuando todavía no había claridad afuera. Se quedó acostado en la cama, observando al techo, pensando que podía ir temprano a la oficina y adelantar algunas cosas antes que llegara todo el mundo, antes que tuviera que enfocarse en las tareas del día y en el nuevo proyecto. Realmente no tenía muchas ganas de levantarse pero no era como si tuviera otra opción. 

Cuando llegó a la empresa, estuvo un rato solo hasta que apareció Enzo. Cuando sugirió que fueran a la oficina de Paulo para prepararse para la llamada con Alexis, el castaño accedió. Todavía se sentía un poco incómodo por lo que había pasado el día anterior. Quería ignorarlo, pretender que la charla no había existido, pero también era una persona a la que no le gustaba dejar cabos sueltos. No podía arriesgarse a que Enzo hablara demás, incluso cuando confrontarlo implicaba reconocer que lo que había pasado entre ellos había sido real. 

—Sobre lo de Joaquín… —dijo Julián, casi de la nada, todavía con la vista en su pantalla aunque sin estar realmente usando la computadora—, ¿te puedo pedir que no digas nada?

Enzo lo miró de reojo, podía sentir la mirada sobre él. El morocho estaba haciendo algunas correcciones en su computadora y había estado callado por varios minutos, con los labios apretados y anotando cosas en su cuaderno. 

—No pensaba decir nada, tranquilo —murmuró—. Es tema tuyo.

—Gracias. 

A las nueve y media, los dos se acomodaron frente a la computadora de Julián, decididos a tomar la llamada juntos desde la oficina de Paulo. Era una reunión de seguimiento con Alexis, por lo que no parecía necesaria tanta formalidad. Fue una sorpresa cuando no fue sólo el colorado el que se sumó a la reunión, sino que apareció también Joaquín. Julián podía reconocer las paredes de su oficina en CoreOne detrás de él. 

—Perdón, me quería sumar porque tenía algunos comentarios —explicó, con esa expresión tranquila, imperturbable pero falsa, que Julián tan bien conocía—. Seguimos revisando los agregados en el documento de las especificaciones después de la reunión —comentó—. Podría simplificarse un poco más el mensaje, ¿no? Julián tiene esa tendencia a ser demasiado detallista, pero no queremos complicarlo tanto… 

Esa última frase lo dejó un poco desorientado. Aquel exceso de confianza con el que Joaquín hablaba sobre él, casi como si no estuviera presente, era el que a Julián siempre le había cerrado la boca. Al desarrollador le transpiraban las palmas de las manos y se sentía impotente. Cada vez que Joaquín hablaba en ese tono tan bien disfrazado de compañerismo y camaradería, sentía que volvía a ser esa persona de antes: el que no sabía cómo defenderse sin parecer exagerado, que se callaba y asentía para no buscar una confrontación. Ahora no estaba solo, pero igual se sentía atrapado en el mismo lugar de antes, como si cualquier reacción no fuera la correcta para el entorno en el que se encontraban. 

El cordobés había apretado los dientes y se había limitado a asentir. Pero Enzo, sentado al lado, se le adelantó antes que pudiera responder: 

—Preferible sobreexplicado que subestimado, Joaquín. Podemos reescribirlo como si fueran mensajes de chat si no, tipo con emojis y eso, pero entiendo que no es el target de quienes van a leer esto tampoco —comentó, con una tranquilidad que ciertamente no sentía, a juzgar por cómo estaba apretando la lapicera que estaba moviendo entre sus dedos, fuera de cámara—. No queremos hacerlo aburrido, pero no creo que el detalle sea algo malo en este caso.  

Hubo un pequeño silencio en la reunión, tenso, ante el comentario innecesario y la mordacidad que se escondía detrás del chiste. Enzo resultaba tan bueno como Joaquín para hacer comentarios con mala intención pero sin perder la simpatía. Alexis parecía estar conteniendo una sonrisa después de la sugerencia de los emojis, que disfrazó haciéndose el que tomaba notas, bajando la vista. Joaquín sonrió de lado, dándole la razón al diseñador con una expresión fría. Julián estaba bastante seguro que la boca de su compañero les iba a costar caro, aunque era imposible saberlo en ese momento. Era un problema que Paulo no estuviera en aquellas reuniones; parecía ser la única persona a la que Enzo le tenía un poco de respeto —o miedo, quizás, el desarrollador no lo sabía a ciencia cierta. 

Enzo y Julián acordaron enviar un update antes que terminara el día, finalizando la reunión escuetamente. La idea era que aquellas charlas no duraran más de quince minutos, por lo que tampoco tenían la posibilidad de estirarlo demasiado. El objetivo principal era que tanto el diseñador como el desarrollador hablaran sobre el proyecto y pusieran a Alexis al tanto, no que Joaquín estuviera ahí quejándose de todo y haciéndoles perder el tiempo. 

Terminada la charla, Julián fue a la cocina a hacerse un té. Se sentó unos momentos en una de las mesas, suspirando profundamente. Echó la cabeza hacia atrás contra la pared, cerrando los ojos. Estaba cansado y ni siquiera había empezado el día. Poco después entró Enzo, que se movió hacia la pequeña mesada para poner la cafetera de filtro a calentar. 

—¿Querés juntarte después de comer a ver los cambios? —preguntó el castaño suavemente. 

Enzo asintió mientras la cafetera detrás de él comenzaba a hacer ruido. 

—Sí, sí lo podemos terminar hoy… —murmuró—. Si el muñequito de torta este vuelve a decir algo sobre la simpleza de comunicar en la próxima reunión, voy a dejar de comunicar y le voy a bajar los dientes —aclaró. 

—No necesitabas hacer eso —soltó Julián finalmente, enderezándose en la silla de plástico, sin mirarlo. 

Enzo levantó la vista de la máquina de café, con una ceja arqueada. 

—¿Qué cosa? 

—Lo que dijiste en la reunión. Interrumpir, saltar así —dijo lentamente, buscando su mirada—. No hace falta, Enzo. Sé hablar solo. Y nos va a traer problemas si seguimos discutiendo así cada vez que hay una reunión.  

—Ah, mirá vos —respondió él, sus ojos en otro lado mientras sacaba la jarra de café para servirse un poco en la taza—. Qué lástima que no lo hacés entonces. 

Julián frunció el ceño. 

—¿Qué? 

—Eso. Decís que te defendés solo, que no me meta, pero desde donde yo estaba sentado, parecía que el otro te estaba boludeando y vos estabas ahí sin decir nada… otra vez —le respondió—. Te aguantás todo y después venís a decirme a mí que no me meta cuando el problema claramente es él. No vos, ni yo. Él. 

—No es tu problema —intervino Julián secamente, sintiendo una amargura que recordaba muy bien—. No tenés idea de cómo manejar a alguien como Joaquín.

 Enzo agarró su taza y se apoyó contra la mesada. 

—¿Alguien como Joaquín? —replicó—. ¿Qué es, Voldemort? ¿Querés que empecemos a decirle el que no debe ser nombrado? —agregó el morocho, socarrón, haciendo que Julián apretara los labios con una mezcla de furia y vergüenza—. No hace falta saber qué pasa para ver lo que hace. Y si vos te quedás callado, no sé por qué, está bien, yo no sé qué pasó entre ustedes —antes que Julián pudiera interrumpirlo, continuó—: pero no me hagas quedar como un exagerado por querer que el tipo deje de tratarte como si fueras un inútil, como si pudiera pasarnos por arriba —le dijo, sus ojos oscuros clavados en los suyos, cerrándole un poco la garganta—. Hiciste un trabajo espectacular en tan poco tiempo y el otro viene y bardea, no entiendo qué pretendés que haga.  

Julián se quedó serio. Era probablemente la primera vez que Enzo decía algo positivo sobre su trabajo, incluso cuando antes lo había hecho sentir como un idiota. El cordobés sabía perfectamente el poder que Joaquín tenía sobre él, no necesitaba a nadie que se lo recordara.   

—Es el cliente, Enzo —le dijo—. Y yo no te pedí nada. 

—Ya sé. Justamente. Nunca pedís nada —Enzo bajó la voz, más seco—. A veces está bien que aceptes lo que ofrecen los demás y digas gracias y listo, Julián. 

Con aquellas palabras se retiró de la cocina, dejando al cordobés con la réplica en la punta de la lengua y sintiéndose impotente de saber, muy en el fondo, que Enzo tenía un poco de razón. Julián era una persona distinta cuando Joaquín estaba alrededor y se odiaba un poco por eso. No era algo que supiera cómo manejar, en especial cuando su ex seguía siendo la misma persona que había sido cuando se había ido de CoreOne. Y cuando Julián se había acostumbrado, inevitablemente, a no necesitar a nadie. 

El desarrollador se terminó el té con una sensación amarga en la boca del estómago. Sabía que no quedaba demasiado tiempo para la planning, por lo que volvió a su escritorio y aprovechó para responder un par de mails y chats hasta que se hizo la hora de ir a la sala de reuniones. Cuando llegó, ya estaban Emiliano, el líder de Marketing de su área, y Nicolás, el líder de Soporte. El cordobés llegó solamente a intercambiar un breve saludo cuando apareció Enzo, pronto seguido por Leandro, que iba a estar reemplazando a Paulo en aquella oportunidad, algo que hacía ocasionalmente cuando el mayor estaba fuera de la oficina. 

Empezó hablando Emiliano, como siempre, que en general eran junto a Paulo los que más tenían para decir en aquellas reuniones. Julián lo escuchaba, aunque estaba un poco distraído. Enzo estaba tomando notas en su cuaderno, pero en realidad estaba, mayormente, dibujando. El desarrollador ya lo había visto hacer eso antes, pensando que era un poco desubicado. Tenía la teoría que muchos de los tatuajes con los que el morocho tenía cubiertos los brazos y parte del cuello habían salido de aquellos bocetos que hacía cuando estaba aburrido entre reuniones.

—¿Enzo? —ofreció la palabra Leandro una vez que Emiliano había terminado de hablar. 

El morocho levantó la vista, mencionando alguna de las tareas con las que estaba el equipo, dejando deslizar nuevamente que estaban con dos miembros del equipo abajo, uno que había cambiado de trabajo hacía poco y otro de vacaciones. Parecía que siempre que podía lo recordaba, con la intención de que empezaran a buscar un reemplazo. A diferencia de otras veces, sin embargo, no parecía decirlo con tanto humor. 

—También vamos a tener que pasar el revamp de On See, no vamos a llegar a terminarlo la semana que viene —dijo después—. Lo va a tomar Licha pero esta semana es imposible, va a arrancar la próxima y seguro lo termine la otra.  

—No podemos pasarlo —intervino Julián—. Necesitamos empezar con el desarrollo, ya venimos demorados con el cronograma original que se le presentó al cliente. 

—Mirá, salvo que me clones un par de diseñadores o encuentres una forma de que yo no duerma en toda la semana, no podemos hacer todo —interrumpió Enzo. 

—No tiene que ser algo tan complejo.

—No me digas cómo hacer mi trabajo —replicó Enzo, que lejos estaba de las bromas y la ironía con lo que se tomaba siempre aquellas confrontaciones, haciendo que la sala de reuniones quedara sumida en un extraño silencio. Parecía más serio que nunca, algo que no era normal en él durante esas reuniones internas. 

—Yo no—

—Bueno —intervino Leandro casi tímidamente, sin el hábito y habilidad que ya había desarrollado Paulo para interrumpirlos en el momento justo y con un tono de voz que no dejaba lugar a discusión—. Se lo puedo comentar a Pau, ¿por ahí podemos hacerlo con alguno de los freelance? 

Enzo asintió y se enfocó en las anotaciones de su cuaderno, con palabras perdidas entre garabatos. 

—¿Julián? —sugirió Leandro para que continuara. 

El castaño explicó brevemente lo que tenían en el calendario, sin mucho que aportar. Había reasignado el trabajo, conservando algunas cosas que sabía que iba a ser más fácil si las hacía él. El PM asintió, sabiendo que igualmente era Paulo quien tenía la última palabra cuando leyera las notas de la reunión.

—¿Nicolás? 

El líder del equipo de Soporte hizo también un breve resumen de las cosas en las que estaban trabajando. 

—Juli, ¿te podés quedar un toque así hablamos del cronograma de Page GZ? —pidió, refiriéndose al proyecto nuevo en el que estaban trabajando con Enzo—. Pau me comentó lo del testing. 

El castaño asintió. 

Una vez finalizada la reunión, todos los líderes abandonaron la sala. Enzo ni siquiera atinó a quedarse, todavía con aquel aire ofuscado y sin decir nada. Julián suspiró, abriendo el cronograma que había armado para el proyecto mientras Nicolás se sentaba junto a él. 

—El testing de todo va a ser las últimas dos semanas, pero podés empezar con algunos test unitarios a medida que vayamos teniendo las pantallas —sugirió Julián y Nicolás asintió—. Enzo va a hacer el QC de diseño pero sería bueno también testear la funcionalidad.  

—Sí, va a ser mejor ir haciéndolo de a poco, así también ustedes tienen menos para corregir al final —comentó, mirando las fechas y las etapas. 

Los dos se quedaron tomando notas. 

—Che, hablando de Enzo —dijo Nicolás, con un tono más bien casual pero un poco cauto—. ¿Se llevan bien o mal ustedes dos? Porque siempre lo veo jodiendo con vos pero hoy parecía que te iba a arrancar la cabeza… 

Julián levantó la vista, incómodo. 

—¿Por? 

—Nada, nada. Me llamó la atención nomás —dijo con una pequeña risa—. Hay que hacer mérito para que esté tan enojado, siempre que lo veo anda de buen humor con todo el mundo, se ve que hoy andaba medio cruzado...  

Julián suspiró, sabiendo que probablemente Nicolás tenía razón. Aunque el castaño seguía firme en su posición, no quería que Enzo se metiera en sus asuntos personales y su pasado con Joaquín, tenía que reconocer que quizás había sido demasiado frío con él. El diseñador no tenía la culpa de lo que había pasado. 

A la tarde, Enzo y Julián se juntaron en la oficina de Paulo, para dedicarle aquellas tres o cuatro horas que habían prometido asignar al proyecto. Había una tensión un poco rara. El castaño había creído que su compañero era molesto cuando hacía bromas sobre todo, pero parecía mucho peor tenerlo con aquella expresión seria y suspirando pesadamente a cada rato. No sólo parecía cansado, parecía enojado también. 

—Perdón —murmuró Julián finalmente, con aquello que había estado dando vueltas en su cabeza desde la conversación que habían tenido a la mañana, después de la llamada con CoreOne. 

Los ojos oscuros de Enzo dejaron la pantalla para enfocarse en él. Había un poco de sorpresa en ellos, como si Julián le estuviera diciendo algo que no había pensado escuchar nunca. 

—¿Por qué? 

—Por agarrármela con vos —le dijo, sin mirarlo, moviendo el trackpad de la computadora aunque sin hacer realmente nada, algo que era casi un tick—. Yo sé que Joaquín es… complicado —murmuró, sin querer realmente hablar de él, simplemente tratando de justificar su pedido de disculpas. No se le daban fácil esas cosas, no estaba acostumbrado a reconocer sus errores, o a tener la oportunidad de hacerlo—. Y sé que vos no tenés nada que ver, pero se está metiendo con tu trabajo también, tenés derecho a enojarte…  

—Perdón, yo también me calenté al pedo… —murmuró el menor, un poco esquivo, volviendo a ese tono casual que usaba siempre—. ¿Cómo terminaste con un flaco así? —preguntó y pareció darse cuenta que quizás había sido demasiado frontal porque tensó los hombros y apretó los labios—. Perdón, es que no entiendo… 

A Julián le sorprendió un poco la naturalidad con la que Enzo había aceptado su relación con Joaquín. No era que esperara que fuera una persona retrógrada o homofóbica, pero se había cruzado de todo en su vida. Cuando la relación con su ex se había hecho pública, había habido un montón de reacciones diversas de la gente que había estado alrededor suyo. Que Enzo hubiese aceptado con tanta normalidad que Julián había estado saliendo con otro hombre era, extrañamente para él, una tranquilidad. No era algo que quisiera compartir con todos sus compañeros de oficina. Cuanto menos supieran de su vida en general, era mejor para él. 

Joaquín y él eran un tema complicado, pero no había sido siempre así. En un principio, Joaquín no había sido esa persona. Había sido un mentor para Julián, alguien que lo había ayudado cuando recién estaba arrancando su carrera, en su vida profesional y personal lejos de casa. Pero ese recuerdo parecía ya demasiado lejano, casi como de otra vida. El cordobés ya no sabía justificar muy bien su relación. Cómo, aún en el tiempo, seguía teniendo aquella influencia sobre él. Cómo, a pesar de la distancia y los caminos diferentes que habían tomado, Julián seguía sintiéndose afectado por todo lo que había pasado.  

—Prefiero no… hablar de eso —musitó el castaño, ya moviendo el mouse por la pantalla como si fuera lo más interesante del mundo. 

Enzo no dijo más nada y volvieron a sumirse en un silencio ligeramente incómodo mientras seguían trabajando. No había la misma hostilidad que había quedado flotando después de la planning pero tampoco parecía un ambiente demasiado relajado. Julián sentía la necesidad de decir algo más, aunque fuera solamente para romper aquella pesadez. El silencio no era algo que usualmente le molestara pero en aquel momento parecía una persona más adentro de la habitación, clavándole los ojos en la nuca. 

El castaño suspiró, pasándose las manos por la cara lentamente. Sintió la mirada de Enzo sobre él, como si estuviera esperando también que dijera algo. 

—Quería terminar de repasar los casos de uso pero estoy un poco cansado —reconoció Julián—. Me parece que lo voy a hacer en casa.  

Enzo se puso de pie, estirándose mientras le hacía ruido el estómago. Se rio un poco de sí mismo, apoyando una mano en su panza. Luego apoyó una mano en la mesa, inclinándose un poco sobre Julián. A veces lo encontraba un poco avasallante, como si tuviera la capacidad de llevarse todo por delante. 

—Sabés que no está mal pedir ayuda de vez en cuando, ¿no? Ya te lo dije —comentó, sin sonreír pero con una mirada más suave, que parecía casi resignada, como si estuviera ofreciendo una tregua. Parecía mucho más calmado que aquella mañana—. Te juro que no le voy a decir a nadie que te di una mano, Mr. Robot —agregó después, ladeando un poco la cabeza, como para sacarle un poco de peso a sus palabras. 

Julián se apoyó contra el respaldo de su silla, sin decir nada, estirando los brazos con sus manos aún sobre el teclado. Enzo ya no parecía tan enojado como había estado aquella tarde, o por lo menos lo estaba ocultando mejor. Parecía un poco más la persona de siempre. 

—¿De dónde sacás tantos apodos? De verdad… —murmuró el cordobés sin mirarlo—. ¿Por qué no te dedicaste al stand up? —ciertamente no era un halago y tampoco esperaba que sonara como uno.

Cuando Julián levantó la vista para mirarlo de lado, Enzo sonrió con aquella socarronería tan suya, todavía apoyado en la mesa e inclinado sobre él. Su mirada parecía un poco divertida, incluso un poco sorprendida. Era mejor que fuera así, porque Julián no quería pelear con él. No quería sumar un problema más a la lista cuando tenían que pasar todas esas semanas juntos. Ya bastante caótico era todo como para sumarle eso.

—Porque me apasionaba molestar desarrolladores malhumorados así que me anoté en diseño —respondió el morocho, alzando un poco las cejas—. Dejame que voy a comprar un café y algo para comer y seguimos con eso porque ya me preocupa los ruidos que me está haciendo la panza a esta altura —murmuró—. ¿Vos querés algo? 

—No, gracias —respondió el castaño, sabiendo que el agradecimiento iba un poco más allá de la oferta de comida. 

Cuando Enzo se fue de la oficina, Julián suspiró. Intentó seguir con la tarea que estaba haciendo pero no tocó el mouse. Afuera el cielo ya estaba terminando de oscurecerse por completo. Las ventanas de la oficina de Paulo tenían una de las mejores vistas del edificio y era una tarde completamente despejada. El desarrollador volvió a observar fijamente la pantalla pero ya no veía nada. En su cabeza, como un ruido molesto, como esa gota que queda de la canilla sin cerrar, estaban todavía las conversaciones que había tenido con Joaquín, todas esas veces que se había guardado lo que pensaba, las cosas que sentía. En una sala de reuniones. En la cocina de la oficina que solían compartir. En la cama donde los dos se habían acostado juntos tantas veces. La forma en que la relación entre los dos había cambiado su vida casi sin que se diera cuenta. 

El castaño fue hasta el baño y se lavó un poco la cara, observando la expresión agotada en el espejo. Bajó la cabeza, mirando sus manos apoyadas a cada lado del lavabo. Le temblaba un poco el pulso. Se sentía ansioso, de una forma que ya sabía reconocer, que ya sabía qué lo provocaba.  

“No es tu momento, Julián. Todavía necesitás que te estén encima. Lo hago porque te quiero ayudar, nada más, vos sabés que yo siempre te voy a ayudar. Te estoy cuidando, nada más.”

La voz, en su cabeza, sonaba con la misma calma y frialdad de siempre. Con esa falsa dulzura que Joaquín siempre había usado tan bien para tenerlo al lado suyo. 

Julián tragó saliva y suspiró profundamente, enderezándose y levantando la vista. El reflejo del espejo le devolvió la imagen de siempre: prolijo incluso para la hora, serio, como si no pasara nada. Con pasos lentos, volvió hasta la oficina de Paulo, con el silencio de la tarde acompañándolo. Se sentó y volvió a encender la pantalla con un movimiento del mouse, intentando concentrarse un poco más aunque sin mucho éxito.  

Enzo tenía algo de razón en sus reproches, aunque el desarrollador no deseaba admitirlo. Julián no decía nada porque si decía algo, pensaba que por ahí no iba a poder parar. Por ahí la bronca iba a terminar por desbordarse y no era una escena que quisiera protagonizar en ese lugar que era nuevo, donde había tenido la posibilidad de arrancar de cero. No con Joaquín. No delante de otras personas que no sabían su historia. No delante de Enzo que, de alguna forma, lo respetaba como profesional y lo trataba de igual a igual.

El problema en sí no era que Enzo lo defendiera. El problema era que una parte de él se había sentido aliviada cuando había intervenido, y eso era lo que más le molestaba. Esa sensación de dependencia, de sentirse tan vulnerable y expuesto otra vez. 

Estaba agotado y todavía ni siquiera había pasado la primera semana. 

Cuando Enzo volvió algunos minutos después, con dos cafés y varias cosas para comer, Julián no pudo hacer más que aceptar la improvisada merienda después de haber comido poco y nada durante todo el día. Parecía algo que el diseñador hacía sin darse cuenta, hacer las cosas aunque el castaño decía que no, intentar ayudar aunque no tuviera ni idea de si estaba haciendo un bien o no. Meterse en el medio, incluso cuando el cordobés había sido claro en su pedido de que se mantuviera al margen. 

Julián no le había pedido el café. Como siempre, no le había pedido nada a Enzo y él lo había hecho igual. Pero, en ese momento, mientras el morocho se sentaba junto a él a revisar los casos de uso, la bebida caliente le hizo mejor de lo que había creído posible. 

Notes:

No se acostumbren a esta velocidad de actualización, por favor se los pido 😂 Es un capítulo medio de transición así que quería compartirlo. Prometo que ya se viene lo bueno, esto es necesario para la trama.

Gracias por los kudos, los comentarios y por leer. Me gusta siempre saber qué piensan, estoy muy entusiasmada escribiendo esto 🧡

Que tengan una buena semana!

MrsVs.

Chapter 5: I know I should stay out of it, but I’ve already made a PowerPoint.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Enzo estaba frustrado. Y sabía que no era el tipo de persona que manejaba bien la frustración. No tenía problemas en reconocerlo. Incluso cuando siempre trabajaba para mantenerse de buen humor, para tratar de ser positivo bajo presión, había ciertas situaciones que lo desbordaban un poco. El proyecto nuevo era la razón.

En realidad, no era el proyecto en particular. Era Joaquín. Enzo odiaba a la gente así. 

Joaquín parecía más involucrado de lo necesario. Aunque Alexis era el Product Owner, el que estaba asignado para seguir el día a día, parecía que el otro estaba también sobre el proyecto todo el tiempo. A ver, era lógico, era el responsable después de todo, pero no esperaba que el PM de CoreOne siempre tuviera un comentario negativo o soberbio. Enzo estaba un poco cansado. Sabía que había prometido no meterse e iba a intentar cumplirlo pero era demasiado difícil no querer frenarlo en seco todo el tiempo. Inicialmente había creído que era solamente un tipo insoportable, pero después de entender un poco su relación con Julián había comprendido por qué se portaba así. 

Enzo sabía que no era tema suyo pero sentía un poco de curiosidad. Esencialmente, quería autoconvencerse de que un poco le incumbía. Joaquín estaba tratando de sabotear el proyecto, de quejarse de todo, simplemente porque había algo no resuelto con Julián. Y el diseñador estaba ahí, era parte del equipo y, por ende, era también afectado por cualquier cosa que estuviera pasando entre ellos dos. 

Era un pensamiento lógico, por lo menos dentro de su cabeza. Mientras él y Julián terminaban de repasar los casos de uso y chequeaban que todo estuviera cubierto en los wireframes y en la funcionalidad que esperaban que estos tuvieran, Enzo seguía pensando en eso. Estaba bien si su compañero no quería que se metiera en su vida pero el morocho estaba decidido a que no le iba a dar cabida a Joaquín. Si seguía con los comentarios pasivo-agresivos y esa actitud de mierda, Enzo iba a responder. No tenía por qué no hacerlo, era su proyecto también. No tenía nada que ver con Julián y cualquiera que fuera su relación con él.

Lo que seguía también inevitablemente en su cabeza era cómo alguien como Julián podía haber estado con una persona como Joaquín. Por más que le daba vueltas, no lo comprendía. Pero también había visto la persona en la que el cordobés se convertía cuando el otro estaba alrededor, que era una totalmente ajena a la que conocía, o a la que creía conocer. Quizás había demasiadas cosas que no sabía sobre el desarrollador como para entenderlo y ese sí era un terreno en el que prefería no meterse. No sabía si estaba tan a la defensiva por Julián o por él mismo, pero no podía evitar salir con un nudo en el estómago después de cada reunión. Aún así, seguía sintiendo esa necesidad de separarlo un poco de aquella obvia toxicidad que tenía el manager. Julián era el tipo de persona que le generaba ese extraño deseo de querer cuidarlo, incluso cuando nunca se habían soportado mucho desde que había ingresado a la empresa. Enzo siempre había tenido un poco de debilidad por intervenir cuando creía que una situación era injusta. 

Alrededor de las siete y media, decidieron casi sin hablar que era tiempo de irse. La atención de los dos ya parecía haber llegado a su límite. 

—Voy a pasar un rato por el after —comentó el morocho. Estaba bastante seguro que nunca lo había visto a Julián en uno, por lo que no dijo nada más. Luego giró su computadora hacia él.

El castaño no respondió nada pero se acercó un poco para ver mejor. 

—Voy a seguir con esto mañana —comentó Enzo, mostrándole un primer boceto en el que había estado trabajando durante el almuerzo, que pareció tomar a Julián un poco por sorpresa. Aquella reacción le dio un poco de satisfacción—. Creo que podemos presentar la home y las pantallas de categoría el lunes, pero si puedo avanzar con algo más ya lo tenemos para la próxima. 

—¿Querés juntarte en algún lado mañana? —preguntó el castaño, con tono profesional.

—Voy a trabajar desde casa —le dijo Enzo, cerrando su laptop y sonándose el cuello—. Tengo el monitor, estoy más cómodo —explicó—. Estás más que invitado a cebarme unos mates mientras trabajo, pero me parece que para esta primera etapa estoy bien por mi cuenta. 

Julián le dio una de esas miradas inexpresivas que le daba cada vez que hacía un chiste o algún comentario con doble sentido, incluso cuando Enzo no había dicho absolutamente nada raro. 

—¿Dónde vivís? 

—Acá a quince cuadras —respondió, diciéndole la dirección exacta después y entre qué calles se encontraba. 

El castaño no dijo nada y el diseñador sonrió un poco. 

—Podemos revisar todo el lunes, tenemos algo de tiempo hasta la reunión si venimos a las ocho. 

Julián asintió.

—El lunes está bien. 

Enzo fue hasta la dirección que le había enviado Emiliano, un bar nuevo que quedaba a unas pocas cuadras de la oficina. Lo bueno de trabajar por aquella zona era que siempre encontraban algún lugar que había abierto hacía poco para salir. Aunque tenían algunos favoritos que elegían los que eran más clásicos cuando les tocaba reservar, siempre había algún espacio que recién habían descubierto. 

El bar era bastante grande, con música, banquetas altas, cerveza artesanal y todo lo típico de la zona. El grupo también era grande y Enzo los encontró al instante, haciendo un saludo generalizado antes de ir para el lado donde estaban parte de su equipo y el de Desarrollo sentados. 

—¿Te liberó el Juli? —le preguntó Cristian. Enzo y él se trataban ocasionalmente durante algún proyecto o algún after, pero no tenían demasiada confianza. Le parecía un buen tipo igualmente. 

—Sí, en cualquier momento nos quedamos a dormir en la oficina —bromeó el diseñador, apoyándose contra el respaldo, tratando de relajarse un poco. 

—Tengo la teoría de que Julián puede dormir con los ojos abiertos —intervino Nahuel—, tipo Gandalf. 

Enzo se rio entre dientes porque Nahuel era, probablemente, el único medio nerd dentro del grupo de programadores, por lo menos de los que conocía y solían sumarse a aquellas salidas. Le caía bien, tenía pinta del típico programador tímido que no hablaba mucho pero que se soltaba con un par de copas, y con el que seguro tenía muchas cosas en común. Alguna vez habían hablado de series cuando Lisandro y Giuliano le habían regalado la taza que usaba todos los días en la oficina, que pertenecía a una de sus series favoritas. 

—Para mí tiene una cama abajo del escritorio, una puerta secreta —ofreció el morocho. 

Nahuel alzó las cejas, haciendo un gesto agitando el dedo índice como para indicar que podía ser también una posibilidad. Evidentemente ya había tomado lo suficiente como para estar relajado. 

Enzo se fue a pedir una cerveza, divisando pronto a Nicolás Otamendi hablando en la barra con Emiliano. Era fácil encontrarlos porque el último medía casi dos metros y su voz siempre se escuchaba a los lejos. Cuando el morocho se acercó a ellos, Nicolás lo abrazó por los hombros con una sonrisa. Tenía pinta de que ya se había bajado un par de birras. 

—¿Qué hacés, gallina querida? —le dijo el mayor, mientras Emi les daba un guiño y se llevaba un par de vasos de cerveza llenos a la mesa—. Hace tiempo que no te veo en la oficina. 

—Yo estoy siempre ahí, no te veo a vos —le dijo Enzo, estirándose para pedir una cerveza rubia. 

—Nah, boludo, me tienen cagando, de acá para allá todo el día —le confesó Ota, dándole un sorbo a su bebida—. No tengo un minuto de paz, estoy podrido.  

El morocho se apoyó en la barra, sintiendo el cansancio de la semana golpeándolo como un tren. Aunque le gustaba salir, aunque disfrutaba un poco del esparcimiento después del trabajo y de charlar con la gente de la oficina en un entorno más relajado, algunos días no veía la hora de llegar a su casa. Ponerse un pantalón de fútbol viejo, meterse en la cama a ver alguna serie hasta quedarse dormido entre las frazadas, calentito, hasta despertarse el sábado a la mañana sin tener que apagar la alarma varias veces. 

—Estás en otra, pá —le dijo Nicolás, sacándolo de sus pensamientos—. ¿Qué pasa? 

—Nada, mucho laburo, Ota, un poco quemado —confesó.

—¿Cómo vienen con el proyecto nuevo? 

Enzo sonrió. Era imposible estar alrededor de Nicolás y que inevitablemente no empezara a hablar un rato de trabajo. Incluso cuando le estaba haciendo ojitos a una rubia que estaba detrás de ellos, tenía tiempo para preguntarle por el proyecto. Era famoso dentro de la empresa por ser muy bueno con el multitasking. Especialmente cuando había mujeres involucradas.

—Nada, bien, el PM de ellos es una patada en los huevos —comentó, agradeciendo con una sonrisa cuando el chico detrás de la barra le pasó su cerveza—. Si ser pasivo-agresivo fuera deporte olímpico, este forro se lleva el oro, la plata, el bronce y los diplomas, no sabés lo que es.  

Nicolás se rio ante la comparación, tomando otro poco de su bebida también.  

—Tengo un amigo en CoreOne, ¿querés que le busque mierda?, ¿que lo mande a apretar? 

Enzo soltó una carcajada. Nicolás era una de sus personas favoritas de la oficina, le recordaba siempre a sus amigos del barrio, su grupo de toda la vida. Era una lástima que no estuviera dentro de ella la mayor parte del tiempo y que casi no pudieran pasar tiempo juntos más que cuando se encontraban en algún after o algún evento que organizaban fuera de la oficina.  

—Nah, tranquilo, ya lo voy a hacer cagar —murmuró, dándole otro trago largo a la cerveza, como si con eso pudiera sacarse el mal sabor de pensar en Joaquín—. No me va a ganar a mí el hijo de puta ese. 

Nicolás lo observó, quizás un poco sorprendido por la bronca que tenía. 

—¿Por qué no nos jugamos un fulbito la semana que viene? —sugirió el mayor—. Decile a los pibes de la ofi si querés, yo les puedo decir a los de Brenton, le digo a este flaco de CoreOne también que es copado —dijo, refiriéndose a su antigua empresa, con gente que muchas veces se sumaba a los partidos y con los que ya se conocían todos. Nicolás tenía amigos por todos lados—. ¿Organizo algo para el viernes que viene?   

El pronóstico decía que iba a llover toda la semana siguiente pero no quiso ser Enzo quien diera las malas noticias, por lo que simplemente asintió. El morocho había tomado el tiempo como un buen indicio para encerrarse a trabajar y esperaba poder hacer buen progreso aquel fin de semana. De alguna forma, quería llegar al lunes preparado para cualquier planteo que el boludo ese con la cara demasiado ordenada pudiera hacerle. 

Valentina saludó a Enzo también, como pasaba siempre en los after. La chica lo buscaba, el diseñador charlaba un rato con ella y luego encontraba la forma de escaparse. La morocha siempre sugería hacer algo otro día aunque Enzo era bueno en eso de prometer cosas sin comprometerse demasiado. Valentina era una chica preciosa y le caía bien pero creía que no valía la pena involucrarse con ella si era para algo casual. No iba a hacer eso con alguien dentro de la oficina si no tenía en mente una relación un poco más a largo plazo o intenciones de que fuera más que algo de una noche. 

Efectivamente, el fin de semana llegó como había sido pronosticado, con un cielo plomizo que parecía pintado sobre la Ciudad de Buenos Aires y alrededores. Sus amigos, ese grupo de toda la vida que tenía en San Martín, tenían ganas de hacer un asado pero ninguno parecía demasiado entusiasmado con el pronóstico. Al morocho le servía, pensando que quizás era algo que podían hacer el domingo próximo. Enzo simplemente se encerró en su departamento y trabajó solo durante horas, ajustando los wireframes, revisando los flujos y buscando no dejar ningún cabo suelto para la reunión del lunes. Necesitaban finalizar aquella etapa para comenzar con el diseño propiamente dicho y no quería volver a escuchar a Joaquín cuestionando el trabajo que estaban haciendo. También siguió trabajando en su boceto de la Home para proponer y, si podían, darle ya a Julián algo real para empezar a desarrollar. 

Enzo tenía pocas cosas inamovibles en su calendario y una de ellas era la visita a su familia los domingos al mediodía, ocasionalmente reemplazada por algún asado con sus amigos del barrio que terminaba con unos mates en la casa de sus padres. Cuando el día se prestaba, su viejo tiraba alguna cosa a la parrilla. Cuando el tiempo estaba horrible como aquel fin de semana, su mamá hacía unos fideos con un buen estofado o algún guiso como sólo ella sabía preparar y comían todos en familia. Enzo a veces llevaba helado, a veces compraba algo en alguna panadería de Palermo que tenía cosas vistosas y muy ricas. A su sobrina le encantaban esas boludeces que vendían en Capital y todos en la familia sabían que Enzo tenía una debilidad absoluta por Olivia, que la quería como si fuera su propia hija. 

Era un viaje de poco más de una hora hasta San Martín, pero Enzo ya estaba acostumbrado a tomarse el tren y llegar con el tiempo justo para el almuerzo. Cuando cruzó la puerta, el olor a tuco lo llenó como siempre de esa sensación hermosa de estar en casa. Cuando llegaba, su sobrina lo esperaba con un abrazo como era costumbre, lista para contarle todas las cosas que había hecho en los últimos días. Olivia tenía cinco años, pero a veces parecía mucho más grande. Entre él y su papá, sin dudas ella era la más inteligente. Enzo y Sebastián no tenían muchas luces, siempre habían sido dos atorrantes. 

—Hola, princesa —le dijo alegremente, después de bajarse la capucha de la campera. La levantó en brazos y ella siempre le devolvía la sonrisa más radiante. 

—Hola, Menzo. 

—Hola, hermanito —le dijo Seba, que era cinco años más chico que él. Había sido papá de muy joven y habían sido Marta y Raúl, sus papás, quienes se habían hecho cargo de Olivia, cuando la madre había dicho que quería darla en adopción. Sebastián no había querido separarse de su hija, por lo que había terminado viviendo con sus papás, que lo ayudaban a cuidar de ella. Seba había debutado hacía muy poco en Defensa y Justicia como jugador de Primera y sus papás se quedaban con Oli cuando él no estaba. Los dos estaban encantados con su nieta, que realmente era una de las personas más especiales que Enzo había conocido —siendo totalmente objetivo.

Sebastián había jugado el día anterior, por lo que tenía el domingo libre, algo que no solía ser moneda corriente desde que había hecho su debut en Primera. Los dos chocaron los puños mientras Marta aparecía en la escena también para abrazarlo y arrastrarlo hasta la mesa, donde ya estaba la picada que había armado su papá, que había tenido que resignar el asado cuando la lluvia había decidido no cesar. Siempre había para él unos fiambres, una cerveza o un vino y algún partido en la tele aunque fuera del ascenso. Esos eran los domingos en su casa, que no cambiaba por nada. 

Enzo estaba un poco entonado después de la comida, con esa modorra típica de domingo a la tarde, pero aún así aprovechó para seguir adelantando algo de trabajo mientras su mamá le cebaba unos mates. El morocho había comprado algunas cosas en una panadería cheta de Palermo, donde había unas facturas que a Marta le encantaban. Su mamá llevó todo a la mesa mientras Olivia rápidamente se robaba uno de esos cupcakes llenos de colores que Enzo compraba especialmente para ella. Seba y su papá miraban a Boca, que jugaba aquella tarde por el torneo. Toda la familia era gallina pero cualquier partido que estuvieran pasando era una buena excusa para clavar el culo en el sillón y no moverse de ahí. Sus papás seguían viviendo en la misma casa donde Enzo y su hermano habían crecido, le habían hecho algunas reformas y lucía mejor que hacía unos años, pero al morocho siempre le traía lindos recuerdos estar ahí. Era una casa humilde pero en la que había sido feliz, donde sus papás nunca habían permitido que le faltara nada a él y a Sebastián, incluso cuando algunas veces les había faltado a ellos. Desde que había empezado a trabajar, Enzo se había sentido feliz de poder ayudar a su familia, de poder devolverles algo de todo lo que le habían dado. 

El domingo por la noche Enzo se quedó trabajando en su departamento hasta la madrugada, consiguiendo un buen avance para mostrar el lunes. Había llegado a la oficina cerca de las ocho y veinte, con el pelo despeinado por el viento y la mirada de los mil wireframes bajo los anteojos de sol. Era un día inusualmente caluroso para la época, con una humedad horrible, para el que había salido demasiado abrigado. El morocho murmuró un seco buen día y se dejó caer en la silla frente a su escritorio, deseando que ya fuera viernes y soltando un quejido al pensar que todavía tenía toda la semana por delante.

Echándose hacia atrás en su silla, se impulsó para poder esquivar los paneles y mirar a Julián. El castaño estaba de espaldas, ya tecleando como un loco como hacía siempre. 

—Te mandé lo último que hice ayer a la noche, ¿lo pudiste ver? —preguntó el morocho, recostándose un poco más sobre la silla, estirando los pies y ladeando un poco la cabeza, con los brazos en el apoyabrazos y las piernas un poco abiertas. Deseaba quedarse así por el resto del día. Tenía mucho sueño. 

—¿Es el mismo link? 

—Sí —murmuró Enzo, poniéndose finalmente de pie, suponiendo que aquella respuesta significaba que Julián no había visto nada todavía—. ¿Querés ir a la sala de reuniones?  

El castaño asintió y los dos fueron hacia la sala que iban a usar para la reunión de aquel día con CoreOne. Julián apoyó su computadora y Enzo se sentó junto a él, sin molestarse siquiera en abrir la suya también. Se inclinó un poco sobre la pantalla, viendo que en realidad el board había quedado un poco desordenado y que probablemente iba a tener que hacer algunos ajustes antes de enviarlo. 

Enzo apoyó la mano en el trackpad, tocando la de Julián para guiarla por la pantalla. Había un particular contraste entre la piel blanca del cordobés, sus manos pequeñas y prolijas, contra las manos grandes y tatuadas de Enzo, llenas de garabatos en tinta negra. Eran realmente la fiel imagen de polos opuestos. 

El castaño apartó la mano tímidamente mientras Enzo se deslizaba para mostrarle la Home y las animaciones, todavía con la sensación cálida de la piel ajena sobre su palma. Le daba un poco de gracia a veces que Julián se sintiera siempre tan incómodo a su alrededor. El contacto físico parecía no ser de sus cosas favoritas, por lo menos con él, cuando para el morocho era lo más común del mundo. 

—Saqué algunas animaciones —comentó significativamente el diseñador, obteniendo una mirada de lado en respuesta. Ni una sonrisa, ni un qué bueno, ni nada—. ¿Podés empezar a trabajar con eso aunque todavía no tengamos el ok de ellos? —le preguntó—. No sé si por ahí podés ir adelantando algo de la estructura… 

—Sí, pasame el board y arranco hoy —murmuró, todavía con ese tono un poco inquieto en su voz, con esa incomodidad que siempre parecía que era cosa de los lunes y los jueves. Todavía observando la pantalla fijamente, señaló uno de los listados de favoritos—. ¿Podríamos agregar acá un menú con tres puntos para evitar el paso adicional para editar o borrar?, ¿o es mucho problema? 

Enzo se inclinó un poco sobre él y lo pensó unos instantes. 

—No, es un toque, es una buena idea —accedió, anotando en grande agregar menú para eliminar paso—. Si te querés cambiar de equipo, me avisás —agregó, dándole un golpecito con el hombro con su brazo. 

Julián se quedó mirándolo, todavía con aquel nerviosismo a flor de piel que era casi contagioso. Y Enzo, por alguna razón, deseaba poder pasarle un poco de su humor, de su tranquilidad, de la confianza que tenía sobre el trabajo de los dos. Sabía que hacían un buen equipo, solamente necesitaba que Julián lo creyera también.    

—Vos sabés que sos muy bueno en lo que hacés, ¿no? —comentó, y los ojos del castaño, que habían vuelto al diseño en la pantalla, se clavaron nuevamente en los suyos con una expresión un poco distinta, un poco más sorprendida, inquieta pero de una forma más agradable. 

—¿Por qué me lo decís? 

—Por nada —respondió Enzo con simpleza, levantando un poco los hombros—. A veces siento que necesitás que alguien te haga acordar.

El castaño no dijo nada por un momento, volviendo los ojos a su pantalla con una expresión que parecía impasible, más del tipo a la que Enzo se encontraba acostumbrado. 

—Gracias. 

A la hora pautada, ya estaban los dos nuevamente en la sala de reuniones. Enzo había tomado un par de respiraciones profundas, intentando mantenerse relajado y repitiéndose a sí mismo que golpear a los clientes estaba mal. Julián, a su lado, había entrado de nuevo en aquel extraño piloto automático que parecía tomar cuando Joaquín estaba involucrado. Estaba silencioso, tecleando cosas en su computadora como si estuviera re-escribiendo la saga completa de Harry Potter. 

Fue una sorpresa cuando la puerta se abrió y solamente Alexis cruzó a través de ella, con el pelo colorado medio despeinado y el rostro un poco sonrojado y transpirado por el evidente apuro. Paulo estaba detrás de él, siempre impecable y con esa expresión de que tenía otro lugar en el que estar. 

—Perdón, Joaquín no pudo venir hoy, está viajando —explicó brevemente Alexis, sentándose frente a ellos—. Después yo le paso las notas de la reunión y lo que tengan para mostrar para que lo revise, y cualquier cosa lo vemos el jueves, o hacemos una call en el medio. 

Aunque fue apenas perceptible, Enzo pudo escuchar perfectamente el suspiro de alivio que soltó Julián junto a él. Se había erguido un poco en la silla, dejando de tipear cosas innecesarias. No lo había hecho evidente pero, por su lenguaje corporal, parecía que le habían dicho que se adelantaba la Navidad. 

La reunión con Alexis duró poco. Resultaba ser que sin las interrupciones y los comentarios ponzoñosos de Joaquín, no había demasiado que comentar sobre los wireframes y sobre el prototipo de la Home. Alexis parecía contento con el resultado, había hecho algunos comentarios con cambios muy puntuales y deseaba compartirlo con el resto del equipo antes que avanzaran con el desarrollo. Julián iba a comenzar a configurar el sitio y a armar las primeras plantillas pero eso era algo que el cliente no necesitaba saber. 

Cuando terminaron la reunión, el ambiente parecía particularmente ligero, en especial para un lunes. Julián era una persona distinta cuando Joaquín no estaba alrededor y Enzo, por un momento, pensó que prefería mil veces más a esa persona. Si tan sólo todas las reuniones fueran tan sencillas como esa…

Cuando volvió a su sector, el morocho no se sorprendió de encontrar a Giuliano ya sentado en su puesto, con cara de querer morirse ahí mismo mientras revisaba los correos que tenía acumulados después de dos semanas de vacaciones. Su compañero tenía dos años menos que él y estaba terminado la carrera en una universidad privada, por lo que todavía estaba en ese momento de vivir con los padres y disfrutar de las vacaciones familiares en el verano europeo. A Enzo nunca le había pasado, pero conocía varios casos así dentro de la empresa. Mucha gente se pedía vacaciones en aquella época para poder huir del frío. 

—Hola, Giu, querido —le dijo Enzo, dándole un abrazo—. Mirá lo bronceado que estás, hijo de puta, y nosotros acá parecemos los white walkers. 

Giuliano se rio un poco. 

—Tranquilo que en una semanitas acá vuelvo a mi pantone natural blanco encierro —respondió. Luego hizo un gesto con la cabeza hacia el lado de desarrollo, donde Julián estaba parado hablando con Cristian en el escritorio de este último, sus ojos deteniéndose en el castaño—. ¿Qué onda ustedes?

—Un proyecto nuevo —murmuró Enzo—. Después te cuento, ahora dejame que te ponga al tanto de todas las cosas que te tiramos a vos porque eras el que estaba de vacaciones y no te podías quejar. 

Giuliano frunció el ceño. 

—Los odio a todos.

—¡Ese es mi pollo! —respondió el morocho, dándole una palmadita en el hombro—. Vení, dale.

Después de trabajar en sus tareas como líder, Enzo volvió a enfocarse en su trabajo, arreglando algunas cosas dentro del proyecto después del feedback de Alexis. Ajustó algunos detalles dentro del archivo con el diseño también y con el primer prototipo que tenían para la Home. Salvo algunos cambios menores, el colorado parecía conforme con los resultados y Paulo estaba feliz de la vida. 

—Buen feedback el de Alexis —comentó el PM al mediodía, pasando por el sector donde trabajaban Diseño y Desarrollo—. Laburazo, Enzo, Julián. Gracias.  

El morocho levantó un pulgar desde su puesto. Después de estirarse, fue hasta el escritorio de Julián. Era un día de sol con algunas nubes y los rayos entraban por la ventana, dándole a la oficina una calidez agradable en aquel día de invierno. 

Julián estaba recostado contra el respaldo de su silla, con los brazos en el apoyabrazos y los ojos cerrados. Era, probablemente, lo más relajado que Enzo lo había visto en mucho tiempo. Le daba el sol en la cara, parecía iluminarle las facciones, y el morocho pensó que, con ese atisbo de una sonrisa, la nariz fruncida así y el pelo escapándose un poco del gel que usaba siempre, parecía más chico de lo que era. Viéndolo de esa forma, parecía un Golden Retriever que había pedido el deseo de ser humano. Lástima que tenía la personalidad de un Pinscher enano. 

—Parece que estás de buen humor hoy, rayito de sol —comentó Enzo, apoyándose contra su escritorio, y escuchó la risa de Cristian detrás de él. Si era un día en el que alguien de su equipo podía reírse de aquellas cosas sin represalias, era ese—. ¿Es el día para pedirte cosas? 

Julián abrió lentamente los ojos, que tenían un matiz dorado bajo el sol. Enzo sintió la extraña necesidad de sacar lápiz y papel y dibujarlo en ese preciso momento, en ese exacto segundo donde sus ojos estaban llenos de calidez y tranquilidad, justo antes de que volvieran a mirarlo con el hastío con el que lo miraba siempre.

—¿Qué querés, Enzo? 

—Actualicé el documento con los cambios que sugirió el colorado —le dijo—. Y puede que haya agregado alguna animación más en base a lo que comentó.  

Julián suspiró profundamente. 

—Ahora lo reviso. 

—Dale, si me das el ok lo mando. 

Enzo volvió a su escritorio con una sonrisa y se sentó, con Lisandro y Giuliano mirándolo atentamente. Emilia se había ido a comer, aparentemente. Nunca decía mucho sobre dónde andaba. Y realmente, mientras siguiera cumpliendo con las fechas y las tareas, a Enzo no le molestaba demasiado. Sabía que algunas personas no eran tan felices con la vida de oficina y de estar en un equipo todo el tiempo.  

Mirá lo bien que están trabajando los dos —envío Lisandro por el chat que tenía el equipo—. Los mejores del grado.  

Me fui dos semanas nada más, loco, ¿qué onda? ¿Ahora somos amigos de Juli o cómo es? ¿Lo queremos?, ¿lo odiamos? Me tienen que dar contexto. No puedo trabajar así, me da ansiedad —aportó Giuliano. 

Si no tienen nada para hacer lo que les puedo dar es más laburo —fue la réplica de Enzo, con una carita feliz al final para sonar lo más pasivo-agresivo posible. 

A mí no me metan —respondió Emilia, quién sabía desde dónde—. Y usen el chat privado.

Entre abucheos para Enzo, sus dos compañeros volvieron a su trabajo, sin querer tentar a su suerte. Era una de sus cosas favoritas de ser líder.  

El martes el equipo de Desarrollo estuvo con un fuego para apagar, por lo que Enzo estuvo trabajando solo en la sala de reuniones hasta entrada la tarde. El miércoles a primera hora, recibieron la confirmación de Alexis de que el boceto de la Home estaba aprobado, con algunos pequeños comentarios adicionales, y Enzo suspiró un poco aliviado. Que en sólo diez días hubiesen conseguido algo así parecía un mérito enorme, incluso con todas las horas extra y cuando todavía quedaba muchísimo trabajo por delante. 

—¿Viste el mail de Ed Sheeran? —le preguntó Enzo a Julián, cuando la oficina comenzaba a llenarse. 

—Sí, hoy avanzo con eso —respondió. 

Después del almuerzo, Enzo tomó su computadora para ir a la sala de reuniones. Había comido apurado y le dolía un poco la panza, por lo que dejó sus cosas y fue hasta la cocina a hacerse un té. Se sentó en el silencio de la sala y se acomodó en la silla, estirando los músculos de la espalda. Se pasó las manos por la cara repetidas veces, auténticamente cansado. Estaba contento con cómo habían salido las cosas pero había sido agotador. Extrañaba ir al gimnasio, tener un poco de tiempo para él, dormir sin necesidad de poner la alarma tan temprano. Tenía también los ojos a la miseria, los lentes de contacto le estaban pasando factura después de tantas horas con la vista en la pantalla, incluso cuando se los sacaba en su casa para descansar. 

Julián entró pocos minutos después y con un asentimiento se sentó frente a él. 

—¿No es más fácil que te sientes al lado mío? —apuntó Enzo casualmente, volviendo a su trabajo—. ¿Vos sabés que no muerdo, no? Recién comí. 

El castaño no dijo nada, simplemente suspiró, tomó sus cosas y se sentó junto a Enzo, que le dio una sonrisa irónica antes de que los dos se sumieran en las tareas que tenían planificadas. Pasaron ahí más de tres horas, con el silencio interrumpido por la lluvia, que cada vez parecía caer con más fuerza, y alguna ocasional pregunta de Julián sobre el diseño, con sus piernas chocando cuando Enzo se acercaba para ver algo en la pantalla del castaño. Para cuando se hicieron las seis, los cristales de la sala de reuniones parecían estar moviéndose por el viento como si alguien los estuviera sacudiendo. Ya no era lluvia, era una tormenta con todas las letras. Enzo se quedó con los ojos fijos en el gran ventanal que rodeaba la sala, disociando un poco y ya bastante agotado. No quería trabajar más. 

—Me parece que me voy a ir porque me voy a ahogar —murmuró el morocho, más como un pensamiento en voz alta que otra cosa.

Julián se enderezó un poco en su lugar. En su pantalla, Enzo pudo ver que ya había algo que lucía como la Home que había diseñado, aunque todavía le faltaba bastante trabajo. Habían hecho un buen progreso. 

—Yo quiero terminar esto para la reunión de mañana, aunque sea la versión de escritorio —comentó el cordobés—. Voy a trabajar un rato más en casa, mañana a la mañana si querés lo revisamos juntos si venís temprano. Ya le dije a Nicolás que mañana o pasado ya puede empezar a testear...

—Está bien, yo voy a seguir trabajando en los bocetos nuevos también y ajustando la versión mobile, si querés ir pasándome lo que tengas lo voy revisando —sugirió—. ¿Podemos usar Slack? Escribime si tenés alguna duda. 

El castaño asintió mientras guardaba la computadora en su mochila. Enzo hizo lo mismo, observando la lluvia golpeando con violencia los cristales de la sala de reuniones. Era algo bueno que el año pasado hubiese comprado una mochila impermeable para proteger sus cosas. Iba a ser un camino largo hasta su departamento. 

—¿Te tomás algo a tu casa? —le preguntó Julián suavemente, observando la lluvia también, como si le hubiese leído la mente. 

—Nah, me voy caminando —dijo el morocho, poniéndose de pie para salir los dos de la sala—. Es un toque. 

Julián frunció un poco el ceño, terminando de cerrar su mochila.  

—Pero está lloviendo un montón… —murmuró, sin mirarlo. 

—No pasa nada —dijo Enzo, dándole una palmadita en el hombro—. Los tatuajes son permanentes, no me voy a desteñir ni nada. 

El castaño se quedó un momento en silencio, terminando de acomodar sus cosas con demasiada lentitud, como si estuviera sopesando algo. 

—Vení conmigo, te alcanzo con el auto —sugirió el desarrollador, dubitativo.

Enzo le dio una sonrisa de lado, alzando las cejas, un poco sorprendido por la oferta tan fuera de contexto. Pensó que, si se ahogaba, Julián iba a tener que buscar otro diseñador e iba a ser un problema para él también. Lo necesitaba vivo, por lo menos hasta el final del proyecto. 

—No hace falta, de verdad. 

Julián suspiró, como si toda aquella conversación fuera una pérdida de tiempo innecesaria. Lo había visto suspirar así, con esa misma expresión, más de una vez durante las plannings. Era su cara de esta reunión podría haber sido un mail. 

—¿No sos vos el que me dijo que a veces está bien aceptar ayuda? —replicó él, finalmente levantando los ojos para mirarlo. 

Un trueno resonó con fuerza en el cielo y Enzo no pudo evitar soltar una risa entre dientes, con una de las comisuras de la boca hacia arriba, ante la impecable sincronización de la tormenta con su conversación. Se inclinó un poco sobre Julián, como si quisiera compartir un secreto. 

—A mí no me da vergüenza decirte que tenés razón —le dijo en voz baja—. Dale, vamos.  

Los dos fueron hasta el área donde trabajaban sus equipos, donde ya no quedaba nadie más que Giuliano, que se estaba poniendo al día con todo lo que tenía atrasado después de las vacaciones, y Cristian. Enzo tomó su abrigo y sus anteojos de sol, que parecían ridículos con aquel día. Se puso un gorrito que no sabía por qué había llevado y se colgó la mochila al hombro. Giuliano le dio una mirada curiosa cuando vio que él y Julián se estaban yendo al mismo tiempo. Enzo le sacó la lengua. 

—Después te contesto lo que me mandaste por Slack, así ya lo tenés para mañana. 

El menor siguió mirándolo de aquella manera inquisitiva y sugerente, pero solamente asintió. 

—Hasta mañana. 

Los dos bajaron hasta el estacionamiento en el ascensor, Enzo saludando ocasionalmente a alguna persona que se cruzaron. El morocho se subió al asiento de copiloto, mientras Julián dejaba sus cosas en el asiento de atrás y tomaba el asiento a su lado. Con una maniobra segura, salió de su lugar y los dos abandonaron el edificio. Enzo lo observaba de reojo, porque había algo extraño en verlo al volante. No sabía decir específicamente qué. Era algo distinto, como ver otra parte de él que no conocía, algo que no era fácil dentro de la oficina. 

Julián lo intrigaba, y eso era algo que no le pasaba seguido con la gente.

La lluvia los golpeó con fuerza cuando salieron a la calle, haciendo ruido contra el techo del auto. La cantidad de agua era casi absurda, con el limpiaparabrisas pareciendo un mero accesorio. Julián suspiró pesadamente. El tráfico era, además, bastante caótico. La combinación del horario con el temporal estaban haciendo que fueran a paso de hombre. 

—Dejá, posta, me bajo acá, no quiero que te desvíes al pedo —murmuró Enzo, cuando apenas habían hecho tres cuadras. 

—Mirá si te vas a ir caminando con esta lluvia —murmuró el castaño. 

Los dos se quedaron en silencio, con el sonido del agua haciendo que no fuera tan incómodo. Julián tenía una mano en el volante y se llevaba la otra ocasionalmente al cuello, como si estuviera contracturado. Probablemente habían sido días largos para él también. 

Cuando estaban a dos cuadras de llegar a la casa de Enzo, sin embargo, la cosa empeoró. A la lluvia se sumó un poco de granizo. Era un temporal ridículo. 

—No te puedo creer… —musitó el cordobés. 

—Hay un estacionamiento en la otra cuadra, casi en la esquina —señaló Enzo, inclinándose un poco hacia adelante—. Metete ahí.

Julián no lo pensó demasiado y obedeció. En cuanto se puso en verde el semáforo, aceleró y se metió en el estacionamiento de barrio, que tenía por lo menos un techo donde el granizo le había dejado de pegar en el auto. Enzo suspiró aliviado, como si fuera su propio coche. Se sentía un poco culpable, incluso cuando el granizo lo hubiese agarrado igual a Julián yendo a su propia casa.

El castaño dejó el auto, sin saber realmente qué hacer con aquel tiempo, mientras Enzo lo observaba. Aunque podían esperar ahí, pensaba que tampoco había tanta distancia hasta el edificio donde vivía como para quedarse esperando en la puerta del estacionamiento hasta que la lluvia parara. 

—¿Por qué no venís a casa? —sugirió Enzo—. Te podés ir cuando pare un poco y mientras podemos trabajar. 

Julián parecía inseguro y su respuesta no fue inmediata pero realmente no había mucho que pudiera hacer, por lo que asintió suavemente. Enzo estaba bastante seguro que no hubiese aceptado esa propuesta si no hubiese sido realmente un último recurso. La lluvia no tenía pinta de estar por parar. 

Los dos se asomaron a la puerta del estacionamiento, con el agua cayendo como si fuera el fin del mundo. Parecía una tormenta de verano, incluso cuando ya estaban en pleno invierno. El granizo había mermado un poco pero todavía había pequeños pedacitos que caían frente a ellos. 

—¿Estás muy lejos de acá? —preguntó el castaño, alzando la vista al cielo. 

—Vamos a tener que correr una cuadra —le dijo, señalando en la dirección de su edificio—. ¿A la cuenta de tres? ¿O preferís que te lleve a caballito? —bromeó.

Julián lo miró con una expresión seria, como si pensara que era un nene insoportable, pero, aún así, se acercó al final del techo y se preparó para salir. Cuando los dos empezaron a correr abajo de la lluvia, cubriéndose en vano con las mochilas, Enzo no pudo evitar reírse un poco ante lo absurdo de todo. Si alguien le decía hacía una semanas que iba a estar corriendo con Julián hacia su casa para refugiarse de la lluvia… 

Mientras guiaba el camino hacia el departamento, Enzo se puso a pensar si había sacado la ropa sucia del medio y si había lavado los platos de la noche anterior. No estaba demasiado acostumbrado a tener gente en su casa. Y nunca había creído que una de esas personas iba a ser nada más y nada menos que Julián Alvarez. 

Notes:

Quería dejar un capítulo para el feriado. Tengo un par escritos ya y tengo muchas ganas de compartir lo que se viene ✨

Espero que les haya gustado! Gracias a quienes la están siguiendo 🧡

Nos leemos seguramente antes que termine la semana.

MrsVs.

Chapter 6: I’m going to take this meeting off the record.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Julián se había acostumbrado demasiado a poner distancia entre su vida privada y su vida en la oficina. No había sido siempre así pero, desde que había empezado a trabajar en Vertex, había sido una parte más de su proceso de adaptación. No le daba demasiada confianza a nadie, rechazaba las invitaciones para cosas después de hora con una expresión cordial, comía con sus compañeros pero no compartía ninguna información demasiado personal, sonreía antes una broma pero no se reía abiertamente. Estaba siempre un poco a la defensiva, un poco atento a no dejar ver más de lo que quería. Para otras personas hubiese sido algo agotador, quizás un poco extremo, pero él ya estaba tan acostumbrado que realmente era lo único que sabía hacer. Y todo el mundo parecía respetar sus límites.

Excepto Enzo. 

Enzo realmente no sabía lo que era el espacio personal. Esa línea que cada uno dibujaba a una distancia diferente, el diseñador parecía no verla en absoluto. Todo el tiempo se paraba sobre ella, cruzaba para el otro lado y, cuando parecía que se había alejado lo suficiente, volvía a intentar. Era lo único que el programador encontraba verdaderamente cansador sobre sus relaciones personales dentro de la oficina. 

Pero Julián también lo admiraba un poco. 

Sabía que el morocho estaba agotado, no había manera de que no lo estuviera con todo lo que había hecho para el proyecto en los últimos días. Lo había visto cuando pensaba que nadie lo miraba, pasándose las manos por la cara, mirando al techo como si no quisiera más que descansar un poco. Había visto las ojeras, las incontables tazas de café y los almuerzos a apuradas en su escritorio. Enzo tenía muchísimo para hacer, estaba descansando poco y, sin embargo, parecía no perder nunca el buen humor. El castaño admiraba eso porque sabía que poca gente se comprometía tanto con su trabajo y aún así lograba estar ahí para los demás. Como líder, Julián lo respetaba. 

Por eso se había ofrecido a llevarlo. Era algo que generalmente no hubiese hecho pero la lluvia se había vuelto una tormenta y había sentido que era lo mínimo que podía hacer después de un día tan largo para los dos. En sus planes no había estado terminar corriendo hasta la puerta de su departamento, pero últimamente la vida de Julián no parecía seguir un patrón muy normal.

Y Enzo… Enzo confiaba en su trabajo, en el equipo que hacían los dos. Julián no había tenido eso en mucho tiempo con alguien que era su par. Como líder, tenían que seguir sus instrucciones y el cordobés consideraba que era bueno en ello. Pero como par, trabajando de igual a igual, no sabía nunca si estaba a la altura. Pero Enzo parecía siempre darle su espacio, respetaba su opinión y era algo por lo que Julián estaba un poco agradecido. 

El diseñador giró y se detuvo frente al techito de un edificio, que Julián supuso que era el suyo cuando empezó a buscar la llave en su mochila. Era un edificio nuevo y bastante moderno para la zona. A pesar de que verdaderamente habían corrido hasta ahí, estaban los dos completamente empapados, por lo menos donde no los cubrían los abrigos. El castaño tenía que recordar volver a guardar un paraguas en el baúl del auto.  

Ambos subieron en el ascensor hasta el décimo piso. Enzo se apartó varias veces el flequillo de la cara, con el pelo todo mojado y adherido a ella. Julián por lo menos se había puesto la capucha de la campera, por lo que tenía el pelo seco. Probablemente era de las pocas partes de él que habían quedado sin mojarse. 

El morocho abrió la puerta del departamento e ingresó. Julián murmuró un suave permiso antes de entrar también. Los dos se sacaron los abrigos y el castaño replicó los movimientos del dueño de casa mientras colgaba el suyo en el perchero junto a la puerta y se sacaba los zapatos. Luego Enzo se sacó las zapatillas y el buzo, también mojados, dejándolos en un canasto cerca de la puerta. Lo que dejó al castaño duro como una piedra fue cuando también se sacó la remera, los pantalones y las medias con movimientos veloces, como si Julián no estuviera ahí parado al lado de él. 

—¿Qué hacés…? —casi tartamudeó.

—No voy a mojar todo el departamento —respondió él simplemente—. Si no te gusta, no mires. Si te gusta, podés mirar, no hay problema —dijo sin ningún tipo de pudor, dejando la ropa en el cesto y alejándose luego de él. 

Los tatuajes que pensaba que Enzo sólo tenía en los brazos… bueno, resultaba ser que no terminaban ahí. Tenía también tatuajes en sus piernas. Tenía tatuajes en toda la espalda, particularmente uno de un león que parecía ser el más vistoso, que ocupaba casi toda la superficie. La tinta cubría cada parte de su piel, cada uno de los músculos marcados, hasta el elástico de los boxers. El físico de Enzo llamaba la atención de cualquiera, era inevitable admirarlo. Enzo en sí llamaba la atención. Tenía el cuerpo de alguien que se cuidaba y entrenaba. Y tenía la confianza de alguien que lo sabía perfectamente. Sin verdaderos deseos de dejar de observarlo, el desarrollador apartó los ojos mientras el chico desaparecía detrás de un biombo que dividía el departamento. Por lo menos su compañero en ningún momento había mirado hacia atrás, lo que lo hizo soltar un suspiro casi de alivio. 

Julián nunca había pensado en cómo podía verse la casa de Enzo, pero aún así se sorprendió. Era un monoambiente amplio pero bien distribuído y muy luminoso, incluso en un día de tormenta, con el biombo y un mueble que parecían dividir el living de la habitación, por donde el morocho se había ido, y un pequeño balcón hacia el costado. Había una cocina junto a él, una mesa grande y un escritorio con un gran monitor, un sillón de dos cuerpos con una tele, un mueble y una consola, y una puerta que debía ser el baño. No sólo le había llamado la atención la limpieza y el orden en general, sino la cantidad de cosas que tenía decorando las paredes, los estantes, su escritorio. Se sentía tan distinta a su propia casa. 

Había dibujos enmarcados —algunos muy buenos, otros que parecían hechos por un nene chiquito—, otros tantos en una amplia pizarra de corcho y algunas imágenes de películas también en sus cuadros. El morocho tenía una biblioteca pequeña, con libros de distintos colores y tamaños, muñecos, figuras y algunas fotos que parecían familiares. Había también cosas de River y la Selección acá y allá. Un dibujo en particular llamó su atención, porque parecía del mismísimo Enzo vestido con la indumentaria del club millonario, en una cancha y corriendo con una pelota en sus pies. El look de jugador de fútbol le quedaba bien, incluso cuando los tatuajes en sus brazos parecían diferentes a los que tenía. No era que Julián le hubiese prestado demasiada atención a los tatuajes, simplemente estaban ahí siempre y los había visto demasiadas veces. 

—Si sos bostero, te voy a tener que pedir que te retires de inmediato y sin escándalo. 

Julián giró la cabeza cuando escuchó la voz de Enzo, que ya estaba vestido con una remera y unos pantalones demasiado grandes. En sus manos tenía una toalla y algo de ropa, que le pasó con una media sonrisa. 

El castaño negó con la cabeza. 

—No, soy de River también —le dijo lentamente, tomando la toalla para secarse un poco el pelo, aunque lo tenía seco. La campera lo había protegido un poco del agua, pero tenía parte de la camisa y los pantalones empapados. 

Cuando volvió a mirarlo, Enzo parecía ligeramente sorprendido. 

—¿Te gusta el fútbol? 

Julián hizo un ligero movimiento para encogerse de hombros pero asintió. No era un fanático enfermo del fútbol, no era su prioridad absoluta, pero seguía los partidos y los resultados. Cuando era chico le había importado más, en especial por su papá y sus hermanos, que siempre habían sido muy fanáticos. 

—¿Vas a la cancha? —le preguntó luego. 

—Hace tiempo que no voy, desde que mis hermanos se fueron a vivir afuera… —respondió. Desde que Agustin y Rafael, cuatro y cinco años mayores que él, se habían ido a vivir a Europa, Julián no había vuelto a la cancha, pero más que nada porque no tenía con quién ir y no le emocionaba mucho la perspectiva de ir solo. Prefería ver los partidos en el living de su casa. El resto de su familia vivía en Córdoba y no se veían demasiado seguido, por lo que tampoco era un plan para hacer con ellos. 

—A mí me pasa también, a veces no tengo con quién ir —le comentó, con una media sonrisa—. Mi viejo dice que le hace mal al corazón y mi hermano nunca tiene tiempo ahora. 

Fue sólo entonces que el morocho pareció notar que Julián no iba a cambiarse con él adelante, porque le dio una media sonrisa casi porfiada. 

—Voy al baño, cambiate tranquilo —le dijo, retirándose nuevamente hacia la parte de atrás del departamento—. Si querés dejá la ropa ahí —le dijo, señalándole el canasto de tela—, que después la pongo a secar.  

Tratando de ignorar todo lo incómodo de aquella situación, Julián se cambió rápidamente en la entrada de la casa. Se puso una remera que no le quedaba demasiado grande y unos pantalones deportivos que tenían dos tiras para poder regularlos por la cintura. Soltó un suspiro cuando se terminó de cambiar, secó un poco su mochila con la toalla y avanzó hasta la mesa, tímidamente sentándose en una de las sillas sin saber muy bien qué hacer. En ese momento apareció Enzo y los ojos del castaño se quedaron en su rostro mientras el morocho sacaba la computadora de su mochila y se sentaba frente a él. Julián probablemente todavía lo estaba mirando con una expresión sorprendida porque el diseñador soltó una pequeña risa entre dientes. 

—Uso lentes de contacto —le explicó—, pero tengo la vista muy cansada y me hacen pelota, estos son más cómodos para estar en casa. 

—Te quedan bien —le dijo Julián, arrepintiéndose inmediatamente de sus palabras. No había sido algo que hubiese querido decir en voz alta, sino solamente un pensamiento que había pasado por su cabeza. De alguna forma, los anteojos de marco grueso negro iban bien con su estilo en general. Era como si lo complementaran.

Enzo alzó un poco las cejas, evidentemente sorprendido ante el cumplido, enfocándose luego en la pantalla de su computadora aunque con una pequeña sonrisa de lado en sus labios apretados. 

—Gracias —murmuró—. Me siento Clark Kent cada vez que me los pongo. 

Julián levantó la mirada para observarlo, mientras Enzo seguía enfocado en la pantalla con el ceño fruncido. De alguna manera, todas las bromas, todas las referencias y los chistes tenían un poco más de sentido ahora que estaba en su casa. El diseñador no era solamente un pesado que conocía un montón de personajes, frases, chistes y que pensaba rápido. Era un nerd hecho y derecho, algo que de alguna forma extraña no coincidía para nada con esa fama de rompecorazones que tenía en la oficina y ese look que siempre parecía querer hacerle justicia a los rumores. Estando ahí, Julián pensaba en lo engañosas que podían ser las apariencias y los rumores algunas veces. Él lo sabía perfectamente y, aún así, seguía sorprendiéndose por ello.  

—¿Tomás algo? —le preguntó Enzo, todavía con esa sonrisa—. ¿Tomás mate? 

El castaño asintió, inclinándose luego para sacar también su computadora. 

Enzo fue hasta la mesada a preparar el mate, calentando el agua en la pava eléctrica en el intervalo. Julián podía sentir sus ojos sobre él, aunque seguía enfocado en su computadora, y la mirada le estaba resultando un poco incómoda. 

El diseñador regresó a la mesa poco después. El termo, por supuesto, estaba lleno de stickers tan variados como la decoración de su casa, desde fútbol hasta personajes de Marvel. Con el mate, apoyó también algunos paquetes de galletitas y algunas barritas de cereales. 

—Perdón, esta semana no tuve ni tiempo de ir al supermercado. 

—No pasa nada —dijo Julián, tomando el mate que le estaba extendiendo. 

El castaño le dio un sorbo y luego puso una cara rara al tomarlo, sintiendo un gusto extraño. Enzo soltó una pequeña risa al verle la expresión cuando le devolvió el recipiente. A Julián le sorprendía a veces la facilidad que tenía de reírse por todo, en cualquier momento. Era raro verlo de mal humor. Incluso cuando lo había visto enojado, nunca parecía durarle mucho tiempo.

—Es una de esas yerbas con yuyos —comentó, llevándose una mano a la nuca con media sonrisa—. La compró mi mamá la última vez que estuvo acá, ella toma de esto y yo últimamente casi no tomo mate en casa. 

Julián le dio otro sorbo, asintiendo. A Enzo le gustaba hablar de sí mismo, parecía no tener problemas en hacerlo. Sin conocerlo demasiado, le daba la sensación de que era una persona cercana con su familia, que tenía facilidad de relacionarse con otras personas. Incluso en eso, seguía teniendo la sensación de que los dos eran polos opuestos. Y que Enzo efectivamente no era la persona que parecía o, por lo menos, que Julián había creído que era. 

Ambos estuvieron por varias horas trabajando después de eso. La lluvia parecía no cesar del todo y el programador estaba trabajando bien. A pesar de la incomodidad de estar en una casa ajena, con ropa que no era suya, Enzo era bastante silencioso mientras trabajaba y resultaba práctico poder hacerle preguntas directamente al estar frente a frente, era mucho más cómodo que discutir aquellas cosas por videollamada o por chat. 

Los dos perdieron un poco la noción del tiempo. Enzo se sacó los lentes, se pasó una mano por los ojos cansados, un poco rojos, y fue al baño. Julián estaba ya casi cerca de terminar con la Home, lo que parecía una locura. Realmente le parecía increíble todo lo que había podido adelantar en un par de horas sin ningún tipo de distracción más que algún comentario del morocho, tomar algún mate y levantarse ocasionalmente al baño. 

Después de unos minutos, sin embargo, Julián frunció el ceño. Enzo se había ido y no había regresado, lo que resultaba un poco raro considerando que ya había pasado demasiado tiempo para que estuviera en el baño. Se quedó quieto, observando la computadora, y entonces escuchó algo que lo descolocó. 

Un ronquido. Eso había sido un ronquido. 

Con cuidado, el castaño se levantó de la silla. Casi sintiéndose un intruso caminó a través del biombo, para encontrarse con Enzo acostado sobre la cama de dos plazas. Estaba tirado boca arriba, con una mano sobre el estómago, la boca un poco abierta y durmiendo profundamente. Julián se quedó en blanco unos instantes, porque no podía creer que se hubiese quedado dormido así como si nada. Apretó los labios, mirándolo fijamente. Era tan raro ver a Enzo tan tranquilo. Si tenía que ser sincero, le daba un poco de lástima despertarlo. 

Y sintió algo distinto al mirarlo. 

El diseñador tenía el pelo un poco revuelto, como si se hubiera pasado las manos por la cabeza justo antes de tirarse ahí, y el cuello estirado hacia atrás. La remera oscura le caía suelta sobre el pecho, pero se le había subido apenas al costado, dejando ver parte del vientre marcado. El pantalón, demasiado bajo sobre su cadera, dejaba a la vista la piel donde tenía tatuado un beso, justo arriba de la cintura de la prenda. El castaño se quedó observando la pequeña imagen en rojo por más tiempo del necesario, sintiendo que se le había secado un poco la boca. Parecía algo tan Enzo y, a su vez, tan inesperado.

Había algo entre la persona que Julián creía que conocía y la persona que realmente era. El cuerpo relajado, sin la energía arrolladora de siempre, sin los chistes ni los gestos exagerados, lo hacían ver un poco distinto, mucho más accesible para él. Una persona que Julián encontraba un poco atractiva. Físicamente no era ninguna novedad, sabía que Enzo era agraciado, pero aquellas pequeñas cosas que había descubierto sobre él hacían que realmente pareciera otra persona totalmente distinta a la que había imaginado en un primer momento.

Julián se quedó observándolo ausentemente, como quien mira a una obra en un museo, un poco curiosa e inalcanzable, atribuyendo todo al cansancio.

Parecía que le estaba costando hilar pensamientos coherentes ya a esa hora. 

Obligándose a apartar la vista y con pasos lentos, Julián decidió volver a enfocarse un rato más en su trabajo, respirando hondo e intentando que su mente estuviera centrada solamente en el código frente a él. Eran cerca de las doce de la noche y todavía le sorprendía un poco todo lo que habían trabajado en silencio. Quizás en algún momento Enzo iba a despertarse y Julián iba a poder irse a su casa. 

Sin embargo, el castaño cometió el terrible error de sentarse en el sillón. Se dijo a sí mismo que iba a descansar los ojos un poco, solamente un ratito. Había sido un día largo y había progresado mucho pero tenía la vista cansada y le dolía un poco la cabeza. Cerró los ojos, suspirando profundamente y disfrutando de aquella sensación de descansar por un momento, del silencio de la habitación, de esa quietud que sólo se sentía a la madrugada. Por supuesto, eso fue lo último en su mente antes de quedarse totalmente dormido. 

Al día siguiente, se despertó totalmente desorientado. Le costó algunos instantes darse cuenta de que se había quedado a dormir en la casa de Enzo. Estaba todavía en el sillón, tapado con una manta que no tenía ni idea de dónde había salido. Incluso desde su lugar, escuchaba los suaves sonidos que salían de la boca de Enzo, una señal de que claramente seguía durmiendo sin problemas. 

Julián se estiró lentamente, un poco cohibido, tratando de estirarse y notando que le dolía la espalda. Se incorporó con cuidado, sin apuro, por lo menos hasta que vio el reloj en la pared, que tenía un diseño peculiar. Nueve y algunos minutos. No sólo ya deberían haber estado en la oficina, sino que además ya deberían haber estado listos para la reunión con CoreOne, para la que faltaba menos de media hora.

El desarrollador se levantó torpemente del sillón, casi tropezando con sus propios pies, y se acercó hasta Enzo, que ya no estaba tirado sobre la cama sino metido debajo de las sábanas y tampoco tenía la remera puesta. El castaño suspiró y empezó a sacudirlo del brazo lleno de tatuajes para que se levantara. Julián no recordaba la última vez que había llegado tarde al trabajo. No era una situación normal para él. Quedarse dormido era una rareza absoluta, en especial si no había alcohol o algún medicamento involucrado. 

—Enzo, dale, levantate que ya es tardísimo, tenemos que ir a la oficina —le dijo.

El morocho hizo un ruido con la boca aunque nunca abrió los ojos, acurrucándose más contra la almohada. 

—No, bonito, dejame dormir un ratito más —murmuró, estirando las palabras con pereza de forma caprichosa. 

Julián se quedó congelado en su lugar ante el calificativo, dicho con voz ronca, que hizo que por un momento se le quedara la mente en blanco. Sintió algo en el estómago, por lo menos hasta que se acordó que era Enzo la persona que estaba acostada en la cama frente a él. Su compañero de trabajo. Con el que estaban llegando tarde a la reunión porque los dos se habían quedado dormidos. En su casa.

—Enzo, dale, en veinte minutos tenemos la reunión con CoreOne, dale —insistió el castaño, sacuidéndole todavía el brazo con un poco más de fuerza. 

Estaba a nada de recurrir a la técnica del vaso de agua que su mamá había usado con él y sus hermanos cuando eran chicos, mas aquel último comentario pareció tocar alguna neurona, porque Enzo se incorporó bastante rápido para alguien que recién se había despertado. 

—¿Cómo que veinte minutos? —preguntó lentamente, todavía con la voz ronca y el ceño fruncido, sentado en la cama.

—Sí, nos quedamos dormidos —respondió Julián. 

—Pero la puta madre… —murmuró—. No llegamos ni a palos a la oficina en veinte minutos —le dijo, todavía con los ojos chiquitos por el sueño—. La hacemos desde acá, ya fue. 

Julián estaba mortificado. No había manera de que él fuera a tener esa reunión desde la casa de Enzo.  

—¿Vos querés que nos conectemos los dos desde la misma computadora sin estar en la oficina y con cara de que recién nos levantamos? —replicó el castaño, ligeramente incrédulo, poniendo las manos en la cintura—. No, esperá que lo llamo a Paulo y le digo que estamos demorados… —agregó, moviéndose rápidamente hasta la mesa para tomar el teléfono de su mochila, soltando un gruñido frustrado luego—. No tengo batería —eso explicaba por qué no había sonado la alarma—. ¿Vos?

Enzo suspiró, tomando también su teléfono. 

—Tampoco, no lo cargué ayer —respondió—. Nos podemos poner adelante de una pared blanca y listo, decir que estamos en un café, no sé —murmuró—. Va a ser más bardo si cancelamos la reunión, porque ya deben estar en camino. 

—Le aviso a Paulo por Slack, si salimos ahora en unos minutos llegamos más o menos bien. 

Enzo se encogió de hombros y luego miró hacia el balcón, mientras Julián se inclinaba sobre su computadora y empezaba a teclear una justificación. Tenían un poco más de veinte minutos, el castaño solamente había exagerado un poco con el propósito de levantarlo. Aún así, era tarde.  

—Tu ropa ya debe estar seca. 

Julián miró las prendas y frunció un poco el ceño. Ese era un detalle en el que no había pensado en absoluto. 

—¿Qué pasa? —preguntó Enzo, viendo que se había quedado quieto, a mitad de camino de ponerse una remera. Julián todavía no podía acostumbrarse a los dibujos en su piel, que también seguían en su abdomen, pero intentó por todos los medios no observarlo más de la cuenta.  

—¿De casualidad tenés una camisa? —preguntó suavemente. No podía caer al trabajo con la misma camisa del día anterior y completamente arrugada. Podía zafar con el mismo pantalón y el abrigo, pero la camisa era demasiado evidente. 

—Como tener, tengo, pero deben estar arrugadísimas —dijo, pensativo frente al armario, abriendo luego el cajón de una cómoda, de donde sacó una remera básica negra después de buscar un poco—. Es lo más simple que tengo y me parece que es tu talle. 

Julián suspiró.

—Está bien. Gracias. 

El castaño fue rápidamente al baño y se cambió, poniéndose los mismos pantalones del día anterior y la remera de Enzo, que tenía impregnado su perfume y que poco pegaba con su vestuario normal para ir a la oficina. No recordaba la última vez que se había puesto una remera para ir a trabajar y estaba seguro que no había sido ni negra ni al cuerpo como esa. Cuando salió, el morocho ya estaba vestido con un jean y una remera blanca algo grande y con detalles pasteles, y parecía todavía estar intentando despertarse. Los dos guardaron pronto sus cosas y dejaron el departamento, aún medio desorientados de empezar la mañana de aquella forma. 

El viaje en auto fue corto, incluso cuando el tráfico a esa hora ya estaba bastante cargado. Julián estaba agradecido de que había dejado todo más o menos listo la noche anterior, porque iban a tener que improvisar un poco. Enzo iba en el asiento de al lado, con la frente apoyada contra la fría ventanilla, cargando su celular con el USB del auto. 

—Dios, ¿te dije bonito antes de despertarme? —preguntó el morocho de la nada, como si el pensamiento le hubiese llegado a la cabeza inesperadamente, levantando la cabeza. 

Julián estaba bastante seguro de que tenía las orejas rojas. Entre las cosas que seguían sorprendiéndole de Enzo, además de la facilidad para reírse y bromear sobre todo, era cómo podía hablar sobre cualquier cosa como si estuvieran discutiendo el clima o la formación de River. 

—Sí… —respondió con los ojos todavía fijos en la calle. 

—Por favor, lo mal que me hace dormir ocho horas como la gente normal —murmuró, volviendo a dejar caer la cabeza contra el vidrio de la ventanilla con un golpe seco, con un tono de voz inusual para él, casi con un deje de vergüenza—. Perdón, cuando recién me despierto necesito un tiempo para conectar dos neuronas. Hasta después de un rato, no sé ni dónde estoy.  

Julián no dijo nada y así llegaron los dos a la empresa. Bajándose rápidamente del auto, se tomaron el ascensor hasta el doceavo piso, con una oficina que ya estaba llena de gente. El castaño podía sentir los ojos sobre ellos. Dios, tendrían que haber subido por separado, ni siquiera había pensado en eso. Había estado tan enfocado en llegar a la reunión que ni había pensado en el escenario de ellos entrando a la oficina llena, juntos, y con él usando una remera que no era suya.  

El programador dejó su mochila en su escritorio, saludando a su equipo sin mirarlos, tomó su computadora y salió disparado hacia la sala de reuniones. Pudo sentir pronto los pasos de Enzo detrás de él, aunque no se giró para mirarlo. 

Apenas entró, tres pares de ojos se posaron sobre él. 

—Disculpen la demora —murmuró, sentándose en el lugar que siempre ocupaba. 

Enzo dijo algo similar, ocupando también su puesto junto a él. 

—No pasa nada, recién llegamos —replicó Joaquín, con aquel tono de voz helado que a Julián todavía lo ponía incómodo. Era como si tuviera la capacidad de decir que no pasaba nada y pasaba todo al mismo tiempo. Lo conocía bien. 

El diseñador pronto conectó su computadora, ajeno a los nervios de Julián, y comenzó a mostrar el progreso que había hecho la noche anterior. Admiraba a Enzo y la forma en la que podía ponerse la reunión al hombro con tanta facilidad, cambiar de una persona a otra sin inmutarse. Lo respetaba un poco por eso, porque era algo que Julián no hubiese sabido nunca cómo hacer con tanta simpleza. 

Durante la reunión, Joaquín hizo algunas observaciones técnicas con su tono habitual, insinuando que el diseño se había resuelto demasiado rápido, que quizás habría algunas cosas que pulir. El ataque a Enzo era evidente, pero el morocho le respondió sin perder la calma.

—Trabajamos los dos hasta tarde para llegar pero podemos hacer los ajustes que sean necesarios para que cumplan con lo que esperan —dijo despacio, aunque había algo de tensión en su voz—. Estamos dentro del cronograma, así que no hay problema, Joaquín.  

Los dos se sostuvieron la mirada. Aunque Julián era bueno ignorando los comentarios del PM, haciendo de cuenta que no existían, Enzo parecía completamente determinado a responder a cada uno de ellos, a confrontarlo por cualquier cosa. Aunque sabía que Joaquín era el que estaba en falta, era un poco agotador.  

—Hice un pequeño update en el cronograma —intervino tímidamente Alexis, casi como deseando cortar aquella tensión innecesaria—. En dos semanas tenemos una reunión con algunos inversores y nos gustaría hacer una presentación en CoreOne de lo que tengamos desarrollado hasta entonces, ¿lo ven viable? 

Julián giró para ver a Enzo, que hizo lo mismo. El morocho asintió suavemente, dejándole a él la decisión final, considerando que la última etapa era suya y que la demo en sí era algo que el desarrollador tenía que armar. 

—Sí, no creo que haya problemas —respondió el castaño—. Si después nos pueden pasar un poco más de información sobre lo que quieren mostrar…

—No hay problema, Julián, yo les escribo —dijo Joaquín—. Me quiero asegurar de que salga todo bien, no podemos tener fallos en esto. 

Julián vio el movimiento de la mano de Enzo, que parecía listo para cerrarla en un puño. El castaño simplemente asintió, deseando terminar con aquella charla cuanto antes. 

Cerraron la reunión con ese acuerdo y cada uno comenzó a levantar sus cosas. Mientras Alexis y Joaquín guardaban sus computadoras, Enzo se acercó a Paulo, que siempre se sentaba en la cabecera de la mesa, entre los dos equipos. Todavía estaba mirando a Joaquín con cierto recelo, como si todavía estuviera sopesando la posibilidad de darle un golpe. 

—Pau, ¿me podés enviar la información de la reunión de hoy? —preguntó el morocho. Julián no sabía exactamente a qué reunión se refería, pero al parecer Paulo sí.

—Te lo mandé por Slack —le dijo el mayor. 

Enzo sacó el celular de su bolsillo y observó la pantalla negra. 

—Perdón, no tengo batería… —murmuró. Hizo una pausa y el castaño vio que lo miraba de reojo, y tenía sus serias dudas de que no supiera exactamente lo que estaba haciendo cuando agregó, un poco más fuerte de lo necesario—: Me parece que dejé el cargador en tu auto, Ju.

Paulo alzó un poco las cejas, con su mirada deteniéndose en la remera del desarrollador como si rápidamente hubiese atado cabos en su cabeza. Julián pronto encontró los ojos de Joaquín casi sin buscarlos. Si quedaba alguna duda de que habían llegado juntos a la oficina, Enzo acababa de despejarla por completo. El uso del apodo tampoco había sido casual. Ya lo conocía lo suficiente.

—Vení a mi oficina después, la podemos tomar los dos ahí —dijo Paulo para cerrar el tema. 

Por supuesto, después de la reunión con CoreOne, cuando Enzo fue a la cocina a servirse un poco de café, Julián no perdió oportunidad de confrontarlo. Estaba un poco molesto con él, a pesar de todo. Tenía una sensación que no podía explicar bien pero que lo estaba incomodando. Justo cuando había creído que las cosas entre los dos estaban un poco mejor, tenía que volver a meterse donde nadie lo había llamado. 

—¿Querés café? —preguntó Enzo, como si nada. 

—No —respondió el castaño, sin mirarlo. Su compañero asintió y se sirvió el suyo.

—¿Pasó algo? —volvió a hablar, con toda la tranquilidad del mundo, llevándose luego la taza de World’s Best Boss a los labios.

—¿Te parece que no? —Julián dejó su taza sobre la mesada con más fuerza de la necesaria, con un poco de frustración—. ¿Qué necesidad de hacer ese comentario sobre el cargador? Estás haciendo otra vez lo mismo… 

Una de las chicas de otro sector entró —Julián no tenía ni idea del nombre, creía que trabajaba en Marketing—, los saludó con una sonrisa un poco incómoda y tomó algo de la heladera. El programador se acercó a la mesada también para poner a calentar el agua para un té. Enzo esperó hasta que la chica se fuera para volver a hablar.

—No entiendo, ¿qué tiene de malo? 

Nunca había tenido una gran relación con el diseñador, pero era la primera vez que Julián se sentía tentado de zarandearlo un poco. 

—Sabés perfectamente qué tiene de malo —respondió, todavía conservando el tono de voz bajo—. Es poco profesional.

El morocho había parecido querer probar algún punto frente a Joaquín pero no era algo que Julián necesitara que hiciera. Sentía que ya se lo había dicho varias veces, se estaba cansando de hacerlo, y Enzo todavía no lo entendía. No quería que se metiera en su vida. No quería mezclar las cosas.  

—¿Por qué te jode tanto lo que piense ese forro? —fue su réplica.

—Enzo, ya no sé cómo decírtelo, no te metas, ¿puede ser?

El morocho suspiró, aunque en realidad fue más un bufido. 

—Perdón pero me voy a meter todo lo que quiera si veo que alguien te trata como el orto —replicó, notablemente enojado—. No me gusta cómo te habla. No me gusta cómo te mira. Y no me gusta que se meta con todo el trabajo que estamos haciendo, no es justo para nadie. Yo soy la única persona que sabe lo que estás trabajando en esto, mirá si no me voy a meter.

El castaño negó con la cabeza, exasperado, mientras tomaba un saquito de té y lo ponía dentro de su taza con un movimiento demasiado brusco. El corazón le estaba latiendo con fuerza después de las palabras de Enzo, de la forma en que siempre parecía tan vehemente para todo cuando Julián no hacía más que reprimir lo que sentía. Algunas veces, le hubiese encantado pensar con aquella simpleza, hacer lo que sentía sin analizar mucho las consecuencias, las cosas que habían pasado. 

—No sé cuál es el mambo que tiene este pelotudo —dijo el morocho después de un momento—, pero sabés que a veces la gente cambia si se da cuenta que no tiene control sobre vos, ¿no? Que no te puede manejar porque no te importa. 

Hubo un silencio un poco abrupto. Julián bajó la mirada primero, aprovechando para poner el agua caliente en su taza. Apretó los labios, porque quería decir un montón de otras cosas, porque sabía que había algo de razón en lo que había dicho el diseñador pero también demasiado que no comprendía. Enzo no sabía qué había pasado y, lejos de querer que lo supiera, pensaba que era razón suficiente para que se mantuviera lejos de ello. Joaquín no era solamente el problema, era todo lo que había provocado también que ellos dos estuvieran juntos. Y todo lo que había implicado separarse de él. 

—Ya lo sé, Enzo —murmuró el cordobés, pasándose una mano por el pelo. 

El diseñador se inclinó sobre él, con determinación en sus ojos oscuros. La cercanía siempre incomodaba a Julián, con esa costumbre que tenía el morocho de no respetar en absoluto el espacio personal. Aunque el desarrollador estaba siendo injusto con él, en el fondo lo sabía, Enzo no parecía haberle hecho demasiado caso a sus palabras. Eso era quizás lo que a Julián más le molestaba. 

—No me digas que no me meta —dijo el morocho, en voz baja, su tono un poco más suave—. Julián, ya te lo dije, a veces podés aceptar lo que te ofrecen los otros y listo —añadió lentamente, todavía manteniendo ese tono contenido—. Si vos no vas a saltar cuando él te habla para la mierda, está bien, pero no esperes que yo me quede callado —insistió—. Dios, a esta altura tenés que agradecer que no le haya partido la notebook en la cabeza. 

Enzo se quedó observándolo, apretando un poco los labios como si estuviera conteniendo una sonrisa. Nunca parecía durar demasiado tiempo enojado. Luego levantó la mano y lentamente le corrió un rulo que Julián tenía sobre la frente. El castaño alzó los ojos, bizqueando un poco, pensando que ni siquiera se había peinado al salir. Aquel gesto hizo que la expresión seria del diseñador finalmente se rompiera con una pequeña sonrisa. El cordobés apartó la cabeza hacia atrás, incómodo. 

—Nunca te vi más desaliñado que hoy —agregó el morocho, con esa facilidad con la que tenía de hablar de cualquier tema como si estuviera comentando lo que había desayunado, de no leer en absoluto el humor. Sus ojos bajaron desde su cara hasta su pecho, haciéndolo sentir demasiado consciente de sí mismo—. Te queda bien estar un poco más casual —murmuró después—. La ropa robada completa el look.

—No te estoy robando nada —replicó Julián, cruzando lentamente los brazos para poner algo de espacio entre los dos, aunque sabía que Enzo claramente estaba tratando de provocarlo. Como siempre, como si la conversación anterior no hubiese existido.

—Te la podés quedar —dijo, con un gesto de sus hombros—. A mí me queda chica y a vos te queda linda.

Enzo le dio una última sonrisa antes de irse de la cocina. Julián suspiró, apoyándose contra la mesada, agarrando la taza de té caliente y pensando que ya tenía suficientes cosas sobre las que preocuparse como para sumar también la terquedad de su compañero, sus bromas, sus comentarios fuera de lugar y ese complejo de superhéroe. Incluso cuando algo dentro de él sentía que era agradable, por primera vez, tener a alguien que sinceramente parecía de su lado, no lo necesitaba. 

Lo que Julián necesitaba era terminar con ese proyecto.

Y vacaciones.

Notes:

Lo que me frustra escribir a este Julián que este capítulo no me termina de convencer. Espero que les haya gustado igualmente! Solamente puedo decir que se vienen muchas noches de trabajo.

Gracias por seguir la historia, por los kudos, los comentarios, me ponen muy contenta 🧡

Nos leemos en unos días!
MrsVs.

Chapter 7: I don’t need an excuse to drink, but starting a new project is as good a reason as any.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Enzo sabía que estaba tocando terreno ligeramente peligroso. No era tan tonto como para no darse cuenta de que quizás se estaba involucrando un poco más de lo necesario, casi como si fuera un capricho. Pero había algo que sentía inevitable. Cada vez que Joaquín hablaba, cada vez que decía algo fuera de lugar, Enzo tenía la necesidad de hacerlo dar un paso atrás, de enfrentarlo como si fuera algo más que un cliente complicado. Le molestaba como Julián simplemente se volvía chiquito y frágil, cuando ciertamente no era la persona que el morocho conocía —o, por lo menos, creía conocer. No le parecía justo, incluso si no sabía explicar muy bien por qué. 

La noche anterior no se había dado cuenta ni de cómo se había quedado dormido. Se había tirado en la cama dos minutos, con el celular ya casi sin batería, y antes que pudiera darse cuenta había perdido la conciencia. Si lo pensaba bien, no era realmente una sorpresa. Los últimos días habían sido agotadores y ni siquiera había tenido la posibilidad de descansar bien el fin de semana. 

En medio de la noche, se había despertado totalmente perdido. De golpe había recordado la situación y se había incorporado torpemente. Julián estaba en su casa y él… él se había quedado dormido, así sin más. Se había llevado una mano a la cabeza, pasándosela por el pelo desordenado y sintiéndose un boludo. 

Enzo se había levantado con cuidado, con las luz de la lámpara de pie siendo lo único que iluminaba la habitación, junto con las luces de la calle. Entonces había notado que no estaba solo. En el sillón, Julián estaba durmiendo medio sentado, medio acostado, con los brazos cruzados sobre su estómago. El morocho no había podido evitar la sonrisa de verlo, por primera vez, con la guardia baja. Era raro poder observarlo sin el ceño fruncido y con una expresión que parecía tan tranquila, así de vulnerable. No pudo evitar pensar que aquella faceta le quedaba mucho mejor. Con su pantalón deportivo, con esa remera blanca algo grande para él, con el pelo despeinado y así de relajado… parecía otra persona. Una persona con la que a Enzo le hubiese gustado poder compartir más tiempo. Una persona que, en algún lugar dentro de él, deseaba poder sacar a la superficie más seguido.     

Buscando con cuidado en el placard y todavía un poco dormido, Enzo había sacado una manta y tapado a Julián con ella. Le había apartado algunos mechones de la cara con una pequeña sonrisa, procurando no sobresaltarlo. No tenía sentido despertarlo a aquellas horas. Y el morocho solamente quería ir al baño y volver a dormirse. 

Por supuesto, aquel día el diseñador había dormido todo lo que no había dormido en otra oportunidad. Había descansado sin soñar, sin pensar en todo lo que quedaba pendiente. Había estado tan cansado que había dormido profundamente y de corrido, más horas de las que normalmente podía. 

Enzo ciertamente no había buscado avivar los rumores de que habían llegado juntos a la oficina, incluso cuando era obvio que todo el mundo lo había notado. Pero cuando Joaquín había vuelto a hablar así, cuando había puesto otra vez sus ojos sobre Julián de esa manera posesiva, un poco obsesiva, le había molestado. Habían trabajado demasiado para que el pelotudo ese volviera otra vez a cuestionarles cosas por algo que poco tenía que ver con trabajo. 

Y sabía que Julián estaba enojado después de eso, sabía que había algo en su conversación que tenía cierta verdad, pero Enzo tampoco creía que hubiese hecho algo tan grave. Disfrutaba un poco de molestar al desarrollador, incluso cuando no esperaba que después todo el mundo estuviera hablando de eso. Pero, especialmente, disfrutaba de saber que estaba estableciendo un límite entre él y Joaquin, uno que Julián parecía no estar dispuesto a poner. 

—Así que pasaron la noche juntos —comentó Paulo casualmente, mientras Enzo y él se sentaban en la mesa de la oficina del mayor, para tomar una call juntos de un cliente nuevo. 

—¿Quiénes pasaron la noche juntos? —intervino Leandro, que estaba sentado en el escritorio de Paulo como si fuera el suyo, despatarrado en su silla y usando su computadora. Era la única persona en la oficina que podía comportarse así, que tenía coronita con él. 

—Nadie —intervino el diseñador rápidamente, dándole a Paulo una suave patada por abajo de la mesa—. No pasamos la noche juntos, nos quedamos trabajando, nada más. Dios, no lo digas así que parece cualquiera. 

Su jefe puso una cara como de quien no esperaba una reacción tan incómoda por parte de él. Quizás era algo que, en otro momento, Enzo hubiese retrucado con alguna sonrisa, algún comentario ocurrente, pero el tema parecía un poco más sensible que en otras ocasiones. 

Por supuesto, Paulo no fue el único que tuvo algo para decir al respecto. En aquella oficina, todo el mundo siempre tenía algo para decir cuando había un chisme nuevo, sin importar sobre qué fuera. Cuando Enzo volvió a su puesto de trabajo, había mensajes de Slack de su equipo al respecto. ¿Trabajar? Nah. Amaban usar el chat grupal para cualquier otra cosa menos para eso. Emilia nunca les dejaba olvidarse. 

Licha, te perdiste a Julián y a Enzo llegando juntos. Ayer se fueron juntos también. Y Julián tiene una remera de él. No te podes ir unas semanas de acá eh… 

La respuesta de Lisandro fue un emoji de una carita sorprendida y otra con un gorrito de fiesta. 

Ah, bueno, la pasamos bien anoche, ¿eh? —respondió Licha.

Enzo suspiró, dándoles una mirada de lado antes de responder. 

¿Qué sabés si es una remera mía vos? ¿Qué sos?, ¿la policía de la moda? Ni en San Martín hay viejas tan chusmas —fue la respuesta de Enzo, haciendo referencia al barrio donde había crecido.

Soy observador, Julián se viste bien —dijo Giuliano simplemente. 

¿Y yo no? 

No te puedo decir nada porque sos mi jefe. Pero hay una foto vieja de mi mamá del día que tomó la Comunión, y tiene puesto algo parecido a esa remera que tenés hoy. 

Enzo tenía una pequeña sonrisa de lado, que intentó contener apretando los labios cuando le respondió. 

Ah, menos mal. Quedamos así.

¿Pueden hablar estas cosas por el chat privado? —insistió Emilia, sabiendo que sus protestas nunca eran escuchadas, mientras mandaba un link al brief de la reunión que había tomado aquella mañana para que el equipo lo revisara. Era la única que siempre usaba el chat grupal para lo que estaba pensado: para trabajar.  

Enzo se encontró teniendo una mañana productiva después de las reuniones, tratando de mantenerse enfocado en sus pendientes y nada más. Cuando se hizo la una de la tarde, Lisandro prácticamente lo arrastró fuera de su escritorio para que fueran a comprar comida. El morocho no tenía demasiado hambre pero sabía que tenía que comer, por lo que se dejó llevar hasta uno de esos locales de comida por peso donde mucha gente de la oficina iba a comprar porque era barato y estaba cerca. 

Cuando entraron al negocio, mientras Lisandro le comentaba algo sobre un proyecto en el que estaba trabajando, Emiliano apareció de la nada, pasando un brazo por los hombros de los dos e interrumpiendo la conversación. 

—¿Cómo andan mis diseñadores favoritos? —les dijo con una sonrisa amplia, con la bandeja de plástico todavía vacía, mientras Enzo lo abrazaba por la cintura, dándole unas palmaditas en ella a modo de saludo—. Así que vos te estás comiendo al caramelito de desarrollo, ¿eh? —agregó después, mirando al morocho—. Mirá cómo te lo tenías guardado, picarón —bromeó—. Todo ese acting de que se peleaban en la planing…  

Enzo giró el cuello para mirarlo, haciendo que sonara en el proceso. El término caramelito le hubiese sonado extraño viniendo de otra persona, pero Emiliano era así con todos, sin excepciones. Estaba casado y tenía dos hijos, pero a Enzo siempre le había dado la sensación de que, algunos años atrás, no debía haber perdonado a nada ni a nadie. Había algunas historias que había compartido durante los after que el diseñador estaba bastante seguro que rozaban la ilegalidad. 

—No, pará, es una banda —dijo el morocho, parpadeando repetidas veces—. ¿De dónde sacaste eso? 

Enzo ni siquiera tuvo que escuchar la respuesta. Claro que algo que había pasado en la oficina esa misma mañana ya era de conocimiento popular y había sido completamente desvirtuado. No era la primera vez, ni iba a ser la última. Menos para alguien como Julián, sobre el que nadie sabía nada. 

—Están todas las minitas del área locas, piensan que no tienen oportunidad, ahora les cae la ficha de que no les dabas bola porque andas metiendo goles en el otro arco… Y con él tampoco, tiene un par de fans por el piso también —explicó Emiliano como si fuera lo más obvio del mundo, con esa capacidad de decir cualquier cosa sin filtro en cualquier lugar o momento del día—. Y Valu… pfff, está con el corazón roto, estuvo con una carita toda la mañana… 

Enzo se pasó una mano por el pelo, sabiendo que Emiliano tendía a ser un poco exagerado, pero pensando también que quizás Julián había tenido un poco de razón cuando habían hablado después de la reunión. Tal vez una acción o un comentario inofensivos en la oficina no eran tan inofensivos como él había creído para una persona que mantenía todos sus asuntos personales absolutamente privados.  

—Si Julián se entera me va a matar… —murmuró el diseñador, casi un comentario para sí mismo—. No estamos juntos, no pasó nada, difundilo por el piso con esa voz tuya que te escuchan seguro en todo el edificio, Dibujito —pidió el morocho, haciendo que Emi solamente se riera. 

—¿Vienen mañana al fulbito? —preguntó, como si cada uno de los temas que tocaba fuera totalmente trivial. Luego apoyó una mano en el hombro del morocho—. Pero necesitamos que metas goles a favor.  

Lisandro asintió, aparentemente divertido con toda la charla, mientras Enzo ponía los ojos en blanco, aunque sin evitar la sonrisa. Ota había organizado el encuentro tal y como había prometido, y el morocho sabía que Emiliano nunca se perdía la oportunidad de probarles que había jugado en las inferiores de Independiente y era un arquero muy bueno —por lo menos para un grupo de oficinistas.  El mayor les dio un guiño y una palmadita en el hombro a ambos antes de alejarse.

Enzo suspiró profundamente, tirando un par de cosas en la bandeja que ni sabía que eran. Lisandro lo siguió en silencio, sirviéndose algo de comida también. 

—Che, posta, ¿qué onda con Julián? —preguntó su compañero casualmente, tratando de mantener la conversación ligera mientras los dos hacían la fila en el local de comida por peso para pagar. Su voz era tranquila y baja, como sabiendo que cualquiera podía escucharlo. De todas las personas alrededor de Enzo en la oficina, probablemente él era el más sensato. Quizás por eso siempre lo había mantenido cerca.

—¿Qué onda de qué? —replicó el morocho, con un suspiro profundo. Estaba un poco cansado—. Nos quedamos trabajando juntos, nada más. Le presté una remera mía porque tenía toda la camisa arrugada. No sé que están flasheando todos. 

Lisandro alzó un poco las cejas. 

—Es raro nada más, por como es Julián, que se yo —le dijo, con una media sonrisa—. Por eso todo el mundo debe estar sorprendido. 

—Li, tenemos que presentar esto en tiempo record, a Julián es lo único que le importa —le dijo con tranquilidad, intentando restarle importancia, responder de mejor manera.

—¿Vos estás seguro? —le dijo el castaño, mientras seguían avanzando. 

Enzo no contestó, simplemente suspiró. Aunque el morocho siempre intentaba tomarse las cosas con humor, esa mañana había salido corriendo de su casa, se había tenido que fumar los comentarios innecesarios de Joaquín, estaba física y mentalmente agotado y con demasiado trabajo pendiente, organizando recursos que ya desde antes habían sido escasos. No tenía ganas de que lo jodieran. 

Cuando llegaron hasta la caja, cada uno pagó lo suyo después de que lo pesaran. 

—¿Por qué me lo decís? —preguntó después de un rato, todavía con el comentario en su cabeza y la facilidad con la que todo el mundo había creído que pasaba algo por una secuencia tan simple como haberse ido y llegado juntos. Aunque Enzo no quería seguir hablando mucho del tema, su lado curioso no podía evitar querer saber qué pasaba. 

—No sé… hace unas semanas decías que no te lo bancabas, que estaba siempre con cara de culo y corrigiéndote cosas, que él tampoco te bancaba a vos —comentó su compañero, con esa tranquilidad que no llegaba a ser condescendiente pero que siempre lo hacía sonar como si estuviera un paso adelante de todos—. Y ahora se quedan a laburar hasta cualquier hora, llegan juntos, te reís cuando lo jodés… Es raro, qué sé yo —insistió—. Parece como cuando en el primario te gustaba una pibita y la molestabas hasta que te daba bola. 

Enzo resopló, con las comisuras de los labios hacia arriba, soltando una especie de risa por la nariz. No podía negar que aquella siempre había sido la forma en la que había actuado con las personas que le gustaban. Ser un cargoso había sido siempre parte de su encanto. Pero no era el caso con Julián. 

—Laburamos bien juntos, nada más —le dijo, sin demasiadas ganas de dar explicaciones por algo que realmente no las necesitaba.

—Ajá… —murmuró Lisandro mientras los dos salían del local. 

—Si tenés tanto tiempo libre para armar teorías falopa como todos los otros, te voy a pasar algunos de los proyectos que vengo pateando así te entretenés —dijo, zanjando el tema con un poco del viejo y querido abuso de poder, recurso que ya estaba usando demasiado seguido, mostrándole una amplia sonrisa.  

—No seas hijo de puta. 

Enzo apoyó la mano libre en sus labios y le tiró un besito, apurando el paso por la avenida para volver a la oficina, con Lisandro pisándole los talones, sabiendo que no era una amenaza vacía e intentando por todos los medios que llegara a su computadora y pudiera comenzar a asignarle cosas nuevas.  

Después de organizar un poco las tareas de su equipo, Enzo se preparó un café y se fue a la sala de reuniones. Julián ya estaba trabajando y los dos compartieron un asentimiento antes que el morocho se sentara a su lado. Trabajaron por un largo rato en silencio y el diseñador tenía que reconocer que, aunque era ligeramente incómodo, era también terriblemente productivo. Para cuando ya eran cerca de las seis, no habían hablado más de tres o cuatro veces y Enzo ya tenía un progreso enorme en las pantallas que deseaba presentar el lunes. 

A su lado, escuchó a Julián bostezando suavemente, tapándose la boca con la mano. El castaño se sonó el cuello y se estiró contra el respaldo de la silla. Enzo giró levemente para mirarlo y lo encontró con la cabeza un poco echada hacia atrás y los ojos cerrados. El morocho se quedó con los ojos fijos en el rostro cansado de Julián. En la forma en que las cejas pobladas, siempre fruncidas, parecían haberse relajado un poco al cerrar los ojos. En como las pestañas largas, demasiado largas, caían sobre los pómulos marcados. Como el rastro de la barba incipiente le daba un aspecto un poco menos prolijo, menos perfecto, pero que no le quedaba necesariamente mal. Cómo el pelo algo largo, saliéndose del gel como siempre lo usaba, le enmarcaba la cara de una forma que parecía casi arreglada contra la piel clara. Por un momento, Enzo pensó que si no hubiese sido programador ni hubiese tenido aquel carácter horrible, tranquilamente podría haber sido actor o modelo. 

Casi sin darse cuenta, estiró su mano, apoyando las yemas en su mejilla y el pulgar cuidadosamente debajo de su ojo. El castaño levantó los párpados casi inmediatamente mientras Enzo lo observaba, un poco sorprendido también, sin saber muy bien lo que estaba haciendo. 

—Tenías una pestaña, príncipe —comentó suavemente, todavía manteniendo los ojos sobre los suyos. 

Como volviendo en sí, Julián le apartó la mano. Enzo lo hacía inconscientemente. No buscaba una reacción, no sabía exactamente qué buscaba. Era su forma de ser. Desde que lo había visto por primera vez, siempre le había gustado molestar a Julián. 

—Cortala, Enzo, de verdad —pidió, visiblemente cansado—. Ya bastantes cosas se están diciendo como para que vos sigas jodiendo con eso. 

El morocho no sabía exactamente qué le molestaba sobre la actitud de Julián pero había algo que no le gustaba. Quizás era que volvían a hablar siempre sobre lo mismo y no era algo que Enzo encontrara tan problemático. Nunca le había prestado demasiada atención a las cosas que se decían en la oficina, de él o de los demás, más que para un chisme para pasar el rato, quizás en un almuerzo o una pausa de café. Se inclinó contra el respaldo de su silla, soltando un suspiro pesado mientras descansaba sus brazos a ambos lados de la misma.  

—¿Qué te molesta tanto? —preguntó sinceramente—. ¿Me explicás qué pasó para que estés tan a la defensiva todo el tiempo? 

Julián soltó una especie de bufido. 

—¡No soy vos, Enzo! —interrumpió el mayor, con cansancio, esquivo—. No quiero caerle bien a la gente, no quiero tener amigos acá, no quiero que hablen de mí, solamente quiero que no me molesten —dijo rápidamente—. Ya no sé cómo decírtelo.

Enzo no dejaba de sorprenderse al escuchar a Julián hablar así, ante una reacción que ciertamente era demasiado exagerada para algo tan trivial. Incluso el mismo Julián parecía haberse dado cuenta de ello después de decirlo. Se le notaba en la cara, algo que era poco común en él. A Enzo le había golpeado un poco el orgullo, pero sabía que tampoco era una mentira. Al morocho le gustaba caerle bien a la gente, tener amigos, llevarse bien. Era su personalidad. Y la de Julián era muy diferente. 

Estirándose un poco, el diseñador largó un profundo suspiro. Ya era tarde y sinceramente no tenía más ganas de trabajar ni discutir. Solamente quería irse a su casa y descansar.  

—Te dejo en paz —dijo tranquilamente, cerrando su computadora con un gesto ausente, sin mirarlo, sin buscar tampoco otra confrontación entre los dos—. Si necesitás algo, escribime por Slack.

Julián no dijo nada y Enzo dejó la sala de reuniones con un ligero mal humor. Aquel jueves se iba a ir temprano, iba a merendar tranquilo y se iba a ir a correr un rato. Y si el desarrollador tenía que quedarse hasta las nueve de la noche trabajando solo, no era problema de él.

El viernes transcurrió de manera similar. Los dos se mantuvieron casi sin hablar. No tenían sala disponible aquella tarde, por lo que cada uno trabajó desde su escritorio, con algún comentario ocasional por Slack. Daba la sensación que ambos estaban intentando hablar lo menos posible, lo cual era un poco tonto, pero Enzo no tenía las energías para nada más que eso. Esperaba poder recargar un poco de energías el fin de semana y afrontar los problemas recién el lunes. 

Enzo suspendió su computadora cuando todavía quedaba algo de tiempo para dejar la oficina. Lisandro y Giuliano todavía estaban en sus escritorios, concentrados en sus cosas. Los dos iban a ir a jugar al fútbol aquella tarde, por lo que estaban esperando a que se hiciera la hora para irse. Bajo la atenta mirada de los dos, el líder del equipo guardó su computadora, pensando que cualquier cosa pendiente iba a ser problema del Enzo de la semana próxima. O del día siguiente, por lo menos, cuando retomara el trabajo desde su casa. 

—¿Vamos saliendo para la canchita? —sugirió. 

Sus dos compañeros lo miraron como si le hubiese crecido otra cabeza. 

—¿Vos nos estás ofreciendo irnos temprano con todo lo que hay pendiente? —preguntó Giuliano con desconfianza, entrecerrando aún más los ojos—. ¿Quién sos?

—¿Vienen o no? 

Ninguno de los dos necesitó más para empezar a guardar sus cosas y dar la jornada laboral por finalizada en tiempo record. 

Los tres se fueron caminando lentamente, sin apuros y con el reloj a favor, hasta las canchas, que no estaban demasiado lejos de la oficina. Fueron discutiendo algunos temas que habían quedado pendientes del día. 

—¿Qué onda la reunión con los brazucas? —le preguntó Enzo a Giuliano. Tenían varios clientes en Brasil y uno de ellos era de los más grandes de la empresa. El menor se estaba encargando de llevarlo adelante mientras Enzo se dedicaba al proyecto nuevo. Solía ser el morocho quien tomaba esas calls, aunque Giuliano muchas veces lo acompañaba, siendo el único del equipo que sabía hablar un poco de portugués. Las conversaciones terminaban siempre en una mezcla extraña de portuñol, siendo que algunos del otro lado también tenían negocios con otras partes de Latinoamérica y manejaban los dos idiomas. 

—Todo bien —respondió el menor—. El portugués está re contento con el laburo que hicimos, dijo que en unas semanas va a estar en Buenos Aires por el evento, que quiere pasar por la oficina a dejarnos un regalo y preguntó por vos —le dijo, poniendo una cara divertida, casi pícara, muy típica de él—. Te quiere venir a dar un regalo así —Giuliano alzó sus manos, haciendo un gesto sugestivo con ellas, poniendo una palma frente a la otra con cierta distancia— de grande. Cero pruebas, cero dudas. 

Enzo se rio entre dientes, con las manos en los bolsillos, y Lisandro soltó una carcajada mientras revisaba su teléfono. Uno de los gerentes de la empresa brasileña, que era en realidad nacido en Portugal, vivía tirándole palos a Enzo en las reuniones. Sus compañeros de equipo no dejaban pasar oportunidad para molestarlo con eso, como con tantas otras cosas. 

—¿Estamos hablando de Pedrito? —preguntó Licha, que lo había visto en alguna oportunidad aunque no participaba activamente de aquellas calls—. Me ofrezco como tributo. 

—No, boludo, es fachero pero tiene pinta de que es re intenso —le dijo Giuliano—. Aparte está enamoradísimo de Enzo, no tenés chance. Y el otro gerente tiene dos millones de años, no recomiendo. Ni se le debe parar. 

El morocho se rio abiertamente porque era una charla totalmente normal dentro del equipo. Reconocía que Emilia tenía un poco de razón algunas veces de censurar el chat grupal. Y, fuera cual fuera el tema, le servía para distraerse un poco. 

Cuando los diseñadores llegaron para el partido, algunos de otros equipos y de la otra empresa ya estaban ahí. Los tres se cambiaron rápidamente y salieron con el resto. Enzo pronto vio a Ota, que estaba hablando animadamente con otro joven que debía tener unos años menos que él. 

—Rodri, este es Enzo, el líder de Diseño en Vertex —los presentó Nicolás—. Enzito, este es Rodri, es diseñador en CoreOne y es crack. 

Los dos chicos se dieron un apretón de manos con una sonrisa. 

—¿Vos sos el que trabaja con Juli? —preguntó Rodrigo animadamente, mientras Ota iba a saludar a Licha y a Giuliano, que se habían quedado en el medio de la cancha.

—Sí… —murmuró Enzo—. Está muy feliz de trabajar conmigo, por suerte —agregó, con una media sonrisa tirante.  

Rodrigo se rio un poco. Como primera impresión, le caía bien. Tenía una de esas risas un poco contagiosas.

—Le cuesta entrar en confianza con la gente, pero es buen pibe. Y trabaja bien —le dijo el otro chico, que tenía el pelo castaño un poco largo y peinado hacia atrás con una vincha elástica—. Después de todo lo que pasó en CoreOne, siempre se portó re bien con todos, incluso con los que lo trataron mal…

Enzo frunció un poco el ceño mientras se movía un poco para calentar, con Rodrigo imitando los movimientos mientras el resto discutía cómo acomodar la cancha.

—¿Qué pasó en CoreOne? —le preguntó el morocho, haciendo una pausa, como si no supiera si mencionarlo o no—. Con Joaquín… ¿se fue por él? 

Rodrigo parecía ligeramente sorprendido de que supiera algo de eso. Quizás no estaba al tanto de la presencia de Joaquín en el proyecto, o de que Enzo supiera que había habido algo entre los dos. 

—Juli la pasó mal, no se merecía que las cosas se dieran como se dieron —respondió un poco dubitativo, siendo un poco genérico, con una media sonrisa un tanto arrepentida, quizás por decir más de lo que debía—. Me alegra que esté en un lugar como líder, donde haya gente copada y no lo jodan. 

No pudieron hablar más antes de que comenzara el partido pero aquellas palabras quedaron en la cabeza de Enzo por un rato. Tenía que admitir que Julián había tenido algo de razón al quejarse con él. No entendía lo que había pasado y, quizás, las cosas que había hecho no habían causado más que problemas. El desarrollador debía tener sus razones. Que Enzo las entendiera y se mantuviera al margen era otro tema. 

El partido pasó sin pena ni gloria, aunque al diseñador le hizo bien. El ejercicio físico siempre le despejaba la cabeza y se había formado un lindo grupo. Aunque todos tenían edades, físicos y estados civiles distintos, trabajos diferentes y no eran amigos, siempre había un gran ambiente cuando se juntaban a jugar. 

Terminado el partido, todos se fueron a cambiar, con el grupo de Vertex pidiendo la revancha para la semana próxima. Algunos volvían a casa, otros estaban pensando en ir a la parrillita cerca de la cancha a la que iban seguido después de jugar. Enzo se quedó junto a Rodrigo, charlando un rato más. El castaño le contó también que trabajaba freelance, por lo que el chico de San Martín sugirió que intercambiaran números en caso que hubiera algún proyecto en el que pudieran trabajar juntos. El morocho estaba desesperado por conseguir algo de ayuda, del tipo que fuera. 

—Sos bueno jugando vos, eh —le dijo Rodrigo, mientras Enzo buscaba el teléfono en su mochila—. Si diseñás como jugás a la pelota, quiero laburar con vos. 

El morocho le dio una sonrisa. Fue entonces cuando se dio cuenta que no tenía su teléfono. 

—Pero me cago en todo… —murmuró, después de pasarle su número a Rodrigo—. Lo debo haber dejado en la oficina, soy un pelotudo. 

Enzo pensó un momento, acercándose a Lisandro, Lautaro y Cristian, que estaban hablando con Kevin, uno de los chicos de la empresa donde había trabajado antes Nicolás.

—Che, Cris, ¿tenés el número de Julián? —le preguntó Enzo. El morocho asintió, confundido—. ¿Le podés mandar un mensaje a ver si todavía está en la oficina? Me olvidé el teléfono, debe haber quedado en mi escritorio, así lo paso a buscar. 

El más alto asintió, tomando su celular para escribir mientras todos terminaban de guardar sus cosas. En el fondo pudo escuchar la voz de Emiliano, organizando al grupo para ir a la parrilla. 

—Me dijo que en quince está acá, que ya se iba —le respondió. 

Julián llegó poco tiempo después mientras el grupo comenzaba a dispersarse. Todavía quedaban algunos en el exterior del lugar cuando el castaño estacionó su auto en doble fila. La noche estaba tranquila, por lo que Enzo se acercó mientras Julián bajaba la ventanilla del vehículo. Sin decir nada, el desarrollador le pasó su teléfono. 

—Gracias —le dijo el morocho, apoyándose contra el hueco de la ventana del auto e inclinándose un poco—. No hacía falta que vinieras hasta acá, lo podía ir a buscar yo. 

—No pasa nada —respondió el cordobés, apartando la mirada. 

Los dos se quedaron un momento en silencio, como no sabiendo muy bien qué decir. 

—Yo—

—Che—

Ambos se miraron cuando hablaron al mismo tiempo, quedándose callados de golpe. Enzo hizo un gesto para que fuera Julián quien hablara primero. Se sentía un poco incómodo después de la charla de la tarde anterior y el silencio de ese día. 

—Te quería pedir disculpas… Otra vez —dijo el castaño, con voz fría e impersonal, y a Enzo le dio la sensación de que estaban los dos en un círculo donde siempre volvían al mismo lugar—. Más allá de que lo que dije lo dije en serio, no te quería hablar así ni quiero que las cosas estén mal entre nosotros para trabajar… —agregó, desviando la mirada y dejándola fija en el volante—. Me molestó que la gente estuviera hablando, nada más, que digan cualquier cosa… 

Enzo suspiró y asintió suavemente, pensando en lo que había dicho Rodrigo. Había quizás muchas cosas que el morocho no sabía. Sabía que su personalidad a veces era así, que se metía en todo y después pensaba en frío, pero no podía evitarlo. Le molestaban esas cosas. Él no iba a quedarse callado cuando Joaquín insultaba su trabajo, pero lo que pasaba con Julián era tema de él, lo entendía muy bien. Incluso cuando no siempre estuviera de acuerdo en sentarse y ver cómo pasaban las cosas. 

—No pasa nada —dijo el morocho, aún con cierta incomodidad en su voz, sin querer volver a tocar el mismo tema otra vez.

Julián observó por sobre su hombro, donde todavía había algunos de los chicos saliendo. 

—Tranquilo, que todos saben que me trajiste el celular y nada más —comentó, apoyándose otra vez contra la ventanilla como si fuera a contarle un secreto. Enzo de verdad quería mantener la distancia, pero Julián se lo hacía siempre tan difícil. Le daba tanta bronca que no pudiera simplemente dejar de pensar en lo que opinaran los demás. No tenía por qué preocuparse—. Y perdón. Aunque, de verdad, no debería importarte tanto lo que digan de vos, ¿sabés?   

Julián no dijo nada pero no parecía tener intenciones de pelear tampoco, lo que era algo bueno. Enzo no quería volver a tener la misma discusión.

—Gracias por alcanzarme el teléfono —dijo el morocho, volviendo a enderezarse—. Si necesitás algo de laburo, escribime, que ahora te puedo contestar. 

Julián asintió suavemente, justo cuando Rodrigo lo vio y se acercó a saludarlo. Enzo aprovechó la oportunidad para alejarse. Lisandro lo estaba mirando con una ceja alzada, con Cristian y Nahuel a su lado. El diseñador simplemente hizo un gesto para que se movieran, mostrando su celular recuperado. Aquella era la única razón por la que Julián había ido hasta ahí, nada más. Esperaba que fuera claro para todo el mundo, por el bien de la relación laboral de los dos. 

Eran unas quince personas cuando entraron a la parrilla. Ota y el dueño se conocían desde hacía años y no sólo siempre comían de diez, siempre terminaban teniendo alguna atención con ellos. Les armaron una mesa juntando varias y Enzo se sentó con Lisandro a un lado y Rodrigo al otro. Pronto empezaron a aparecer cervezas en la mesa mientras decidían qué pedir y el morocho agarró una sin pensarlo demasiado cuando alguien propuso un brindis. Ya tendría tiempo para entrenar. O para trabajar, si venía al caso. En ese momento, no le importaba ni siquiera por qué brindaban. 

La mayoría estaban más enfocados en tomar que en comer después del partido. Lisandro estaba hablando con Cristian, Lautaro y Nahuel, por lo que Enzo se encontró pronto charlando con Rodrigo. En algún momento de la conversación y con varios vasos de cerveza vacíos, el tema de Julián volvió a aparecer. 

—No puedo creer que Joaquín lo haya ido a buscar igual —comentó el castaño, cuando Enzo había mencionado el proyecto—. Yo pensé que ya había soltado, pero es un psicópata. 

El morocho lo observó mientras se llevaba el vaso a los labios. Había comido un poco pero tenía más sed que hambre. 

—¿Vos decís que él lo buscó a Julián? 

Rodrigo asintió. 

—No fue casualidad el contrato, eso seguro —dijo vehementemente, con un sorbo de cerveza de por medio—. Joaquín tiene bastante peso en CoreOne y para tomar decisiones, y hay otras empresas con las que tercierizamos siempre. Y la verdad que, después de todo lo que pasó, no me extraña. 

—Qué hijo de puta… —murmuró Enzo, ya sin muchas luces pero interesado en la conversación a la que el resto parecían ajenos. 

—Sí, es un hijo de puta —afirmó Rodrigo—. Es de esos que no sólo te clava un puñal por la espalda sin problema, te sonríe mientras lo está haciendo. Pero es muy bueno en lo que hace también y tiene buenos contactos, supongo que por eso sigue donde está. 

El morocho no tenía dudas de eso. Sin embargo, después de conocerlo a Julián, de pasar tiempo con él, la misma pregunta volvía a su mente una y otra vez.  

—¿Cómo terminó Julián con un chabón así? 

El otro joven suspiró, como si él pensara lo mismo. 

—Yo no sé la historia completa —dijo Rodrigo y parecía completamente sincero, con la lengua un poco floja por el alcohol—. Pero Joaquín fue el… ¿mentor? de Julián, no sé —explicó, un poco dubitativo—. Lo metió en la empresa, se conocían de antes, lo acompañó cuando Juli estaba solo acá en Buenos Aires, ¿viste que él es de Cordoba? —le dijo—. Pero después se volvió medio… tóxico todo, qué se yo. 

Enzo asintió, porque podía verlo. Podía imaginar a ese Joaquín, porque se parecía mucho al que conocía. Lo que le parecía irreal era que alguna vez pudiera haber sido una persona en la que confiar, una persona con la que Julián había tenido una relación normal. Una persona con la que el cordobés se había abierto, con lo difícil que parecía eso.

—Ellos estaban saliendo y no se sabía en la empresa, pero Joaquín estaba siempre encima de Julián, controlaba todo —explicó Rodrigo—. Lo aisló, no sé, parecía que lo estaba ayudando pero terminó siendo peor —agregó—. Y cuando todo el mundo se enteró que estaban juntos, medio que se lavó las manos, no se quería quemar…

—¿Cómo?

—Vos sabes cómo es, si salís con el jefe todo el mundo piensa que estás donde estás por eso, y si encima sos hombre… —comentó, haciendo una pausa para tomar un poco de cerveza—. Y Joaquín medio que dejó que todo el mundo pensara así —murmuró—. Yo no sé cuál fue el quiebre, lo que hizo que Julián renunciara y se fuera, pero la estaba pasando bastante mal… Y creo que Joaquín nunca aceptó del todo que Julián se fuera, que hiciera la suya… 

Un grito de Ota y un brindis que prometía la revancha del partido interrumpieron la conversación. Rodrigo terminó hablando con otro de los chicos de la otra empresa y Enzo fue arrastrado a la conversación que estaban teniendo sus compañeros de piso, aunque sin prestar mucha atención. Tenía la cabeza en otro lado, una mezcla de la bronca con el alcohol que le estaba quemando el estómago. 

Después de comer, Enzo se separó del grupo, caminando hasta su casa con todas esas cosas en su cabeza, un poco borracho, un poco cansado, pero esencialmente un poco más confundido sobre cómo se sentía en relación a Julián y todo lo que pasaba con él. 

Incluso si lo intentaba, definitivamente sabía que no había chances de mantenerse al margen. Quizás era sólo cuestión de cambiar las formas. 

Notes:

Rodrigo llevando el chisme en todos mis universos.

Lo largo que quedó esto al final y nuevamente perdón si va muy lento, pero prometo que en los próximos capítulos va activando. Espero que les haya gustado!
Tengo bastante escrito, así que seguro actualizo de nuevo antes que termine la semana.

Gracias por leer, los kudos y los comentarios 🧡
MrsVs.

Chapter 8: I was told there would be snacks.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Cuando Enzo se fue de la oficina, Julián supo que había reaccionado innecesariamente. No porque no tuviera razón, realmente sentía que la tenía, pero la forma en la que había explotado quizás no había sido justa. No era solamente con Enzo. Julián estaba frustrado. Con el proyecto, con Joaquín, con las cosas que se decían en la oficina y que habían llegado a sus oídos inevitablemente, con cómo se sentía. Pero también con Enzo, él también era parte del problema. 

Julián sentía a veces que era un disco rallado pero no podía evitarlo. Era bueno manejando la presión laboral, pero era pésimo cuando se trataba de cosas personales. No quería volver a ser la misma persona que había sido antes bajo los ojos de todos, expuesta a los comentarios, tomándose a pecho todo lo que la gente tenía para decir. Pero le afectaba, en especial cuando sabía que nada era verdad. Y Enzo no era como el resto de las personas. La mayoría, a la primera negativa, a la primera réplica arisca, se alejaban con facilidad. Aquello había funcionado bien para Julián. Pero el diseñador insistía todo el tiempo y había algo que al cordobés le molestaba sobre eso. En especial porque, algunas veces, demasiadas quizás, no deseaba decirle que no.   

Pero él y Enzo no eran más que compañeros de trabajo. Nada más. Y Julián quería que eso quedara bien claro. No quería discutir con él, no quería hacer nada que pudiera arruinar la buena dinámica que tenían para trabajar. Había escuchado lo que se estaba diciendo sobre ellos y no le gustaba, porque le traía malos recuerdos. Había sido una de las razones por las que había decidido buscar otro trabajo después de lo que había pasado en CoreOne. No deseaba repetirlo en otro lugar donde, para variar, estaba bien con su trabajo, donde se había ganado todo por su cuenta, por su habilidad. Donde nadie dudaba de eso. 

Enzo, sin embargo, no tenía la culpa de sus problemas del pasado. Por eso, cuando Cristian le había preguntado por el teléfono del diseñador, él le había dicho que se lo alcanzaba. Era su pequeña ofrenda de paz. Esperaba que Enzo hubiese captado el mensaje, nada más que eso. 

El desarrollador se sorprendió al encontrar a Rodrigo en la puerta de las canchas. Aunque los dos se seguían en redes sociales, era una de las pocas personas con las que había mantenido algún tipo de contacto después de irse de CoreOne, no lo había visto desde que se había ido de la empresa. Aunque siempre estaban esas promesas de un café o una cerveza, un encuentro casual fuera del trabajo, la vida de Julián y el ajuste a su nueva posición habían sido bastante exigentes. Y sabía que Rodrigo tenía también sus propias cosas, lo recordaba de su tiempo como compañeros y los proyectos que tenía por fuera de la empresa. 

—¡Juli! —exclamó el diseñador, con esa simpatía tan natural que había tenido siempre—. ¿Cómo andás tanto tiempo? 

—Hola, Rodri —le respondió, mirando para atrás para ver si había algún problema con que estuviera en doble fila, aunque no parecía ser el único—. Bien, ¿vos? 

—Bien, bien, ¡hace un montón que no nos vemos! ¡Cómo pasó el tiempo! —le dijo, con entusiasmo, sin ningún tipo de reproche en su voz. 

Rodrigo le contó brevemente cómo estaban las cosas en CoreOne, que tenía mucho trabajo, y le habló un poco sobre sus ex compañeros. Julián evitó por todos los medios mencionar el proyecto en el que estaba trabajando con Joaquín, y Rodrigo parecía lo suficientemente consciente sobre la situación como para no decir nada al respecto. Los dos habían quedado en salir a tomar algo algún día, quizás con algunos de los chicos de la oficina, aunque Julián dudaba que fuera durante aquellas semanas. No era tampoco un encuentro que lo emocionara mucho. 

El desarrollador verdaderamente aprovechó el fin de semana para trabajar. Aunque el tiempo había estado bastante agradable para la época, había decidido adelantar todo lo que fuera posible. Lucas, uno de sus pocos buenos amigos, había sugerido de hacer algo pero el castaño lo había descartado diciendo que necesitaba trabajar. Había prometido que podían verse el fin de semana próximo, aunque fuera solamente para tomar unos mates. Quería avanzar con los pendientes. Pensaba pasarle a Paulo aquellas horas extra de todas formas, por lo que mejor antes que después. 

El domingo por la mañana, aprovechando que se había levantado temprano, Julián hizo un poco de ejercicio, se duchó y después salió a comprarse un café y a dar una vuelta. A pesar de la hora, mucha gente ya estaba paseando a sus perros por el barrio y disfrutando de desayunar al sol. El castaño se tomó su tiempo para dar una vuelta, estirar un poco las piernas y despejar un poco la cabeza antes de ponerse de nuevo a trabajar. Aprovechó para pasar por el supermercado, por la panadería y después volvió a su casa, sin intenciones de salir hasta el día siguiente. 

Pudo hacer un buen progreso durante el resto de la mañana y después del mediodía. Tenía algunas preguntas para Enzo, que fue anotando y le envío por Slack, diciéndole que podían verlas al día siguiente si no estaba conectado. Julián realmente no quería molestarlo fuera de horario, por lo que se sorprendió cuando el morocho le escribió de vuelta a los pocos minutos. 

¿Querés hacer una call un toque? Por ahí es más fácil —le puso en el chat.

Julián aceptó, sabiendo que probablemente era así, pero sin querer sugerirlo un domingo. Si Enzo estaba de acuerdo, estaba bien por él. El castaño le envió un link para que pudiera unirse a la llamada. El diseñador ingresó unos minutos después, saludando con voz ronca, un poco despeinado, en un lugar que no se veía como su departamento. Había un ventanal detrás de él y unas cortinas, de lo que parecía una casa. Sin embargo, la atención del desarrollador pronto se quedó en la cara del morocho. Al costado de los ojos y en la parte alta de los pómulos, Enzo tenía pequeños brillitos pegados, de distintos colores. Había también unas hebillas con purpurina en su pelo, tirándole el flequillo para atrás, que a Julián le recordaban a los peinados que les hacían a los perros chiquitos. El castaño parpadeó varias veces, confundido. ¿Era un filtro o…? 

Enzo se empezó a reír solo cuando aparentemente se dio cuenta de lo que tenía en la cara y de cómo se veía en su rectángulo de la call. 

¡Princesa! ¿Cuántas veces te dije que no me pongas cosas en la cara mientras duermo? —dijo, todavía con aquel tono de voz cansado pero divertido, mirando sobre su derecha. Luego se giró a volver a mirar a Julián—. Perdón, dejame que abra los links.

Mientras el morocho compartía su pantalla, volvió a apartar su mirada a un lado. La cara de una nena apareció junto a él frente a la cámara. Eran dos gotas de agua. Era como una mini versión de Enzo pero con dos colitas. 

Perdón, Menzo —la chiquita se quedó mirando a la pantalla fijamente y saludó agitando su mano. Julián le devolvió el saludo con timidéz, todavía un poco perdido. El ocurrente apodo quedó en su mente, haciendo que apretara los labios un poco. Enzo le sonrió a la chiquita, una sonrisa radiante y cálida que Julián no recordaba haberle visto nunca. Se le hacían los ojos chicos y parecía que la lengua le asomaba apenas entre los dientes, como si fuera un nene también. Era una sonrisa sincera y algo encantadora. 

Termino unas cosas y después jugamos, Oli, ¿sí? —le dijo dulcemente, pasándole una mano por el pelo—. Andá con la abu, preciosa.  

Oli asintió, volvió a saludar a Julián con la mano y luego desapareció con la misma sencillez con la que había llegado. Enzo le sonrió y volvió a enfocarse en la pantalla, abriendo los documentos y los links sobre los que Julián había estado trabajando como si nada hubiese pasado. 

Perdón, estoy en la casa de mis papás —explicó, aparentemente no muy preocupado por los brillos que todavía tenía en la cara y los pelos apuntando en distintas direcciones, dejándolos donde estaban mientras seguían con la conversación. 

—¿Tu hija? —preguntó Julián mientras observaba la pantalla compartida de la computadora de Enzo, aunque desviando su mirada al pequeño rectángulo donde todavía estaba el rostro del morocho. Estaba un poco en shock, porque no esperaba eso de Enzo. Nunca había creído que podía ser papá y era una información totalmente fuera de contexto para él.  

Mi sobrina —le explicó con media sonrisa mientras negaba con la cabeza. Ah. Aquello tenía un poco más de sentido—. Y yo soy el conejillo de indias para todo porque no sé decirle que no. Le encanta hacerme cambios de look. 

Julián sonrió apenas mientras el morocho comenzaba a leer la lista de cosas que le había enviado, repasando las dudas una por una. Y el castaño realmente no iba a decirlo en voz alta, pero trabajar con Enzo resultaba tan fácil algunas veces. Cuando dejaba de lado las bromas, cuando no estaba cerca de él molestándolo, su forma de trabajar era totalmente compatible. En menos de veinte minutos, ya habían resuelto todos los puntos para que el desarrollador pudiera seguir trabajando. 

Y Julián de verdad quería que aquella fuera la relación que mantuvieran. 

—Gracias —le dijo el castaño—, y perdón por molestarte un domingo. 

Enzo sonrió, todavía con esos brillitos en la cara y las hebillas en el pelo que le sacaban toda seriedad a la charla. 

No pasa nada —respondió—. Si necesitás algo más, escribime.

Julián pudo progresar muchísimo con lo que estaba trabajando después de aquella breve conversación. Cuando llegó a la oficina el lunes, estaba confiado del progreso que tenían para mostrar. Cuando cruzó las puertas y caminó hasta su sector, alrededor de las ocho, se sorprendió de encontrar a Enzo ya en su lugar. Estaba con las manos en el mouse y unos auriculares grandes puestos. Mientras movía la mano, trabajando, estaba también moviendo sus hombros de un lado a otro y su cabeza suavemente, tenía los ojos un poco entrecerrados y una sonrisa suave sobre los labios, como si realmente nadie pudiera verlo, como si estuviera disfrutando de ese pequeño momento que era sólo suyo. Mientras seguía con aquel extraño baile, se puso a cantar también, con tanta naturalidad que era hipnótico. 

Si me ven solo y triste no me hablen… Si me ven solo y triste soy culpable… La vida es una fiesta que un día termina… Y fuiste tú mi baile inolvidable…

Cuando el morocho giró un poco la cabeza, se dio cuenta de que Julián estaba ahí. Y el programador se había quedado en su lugar, porque Enzo tenía algo que era un poco hipnótico. El castaño envidiaba un poco aquella simpleza que tenía siempre para todo, ese buen humor, lo fiel a sí mismo que parecía todo el tiempo. De alguna forma, le recordaba un poco a la persona que él había sabido ser alguna vez. Cuando estaba con él, a veces, Julián se sentía un poco más cerca de esa persona. 

—¿Estabas escuchando el show privado? —le preguntó el menor, sacándose los auriculares con media sonrisa—. Te voy a cobrar, eh.  

Julián siguió caminando hasta su escritorio. 

—Buen día —murmuró el desarrollador, todavía sintiéndose un poco descolocado.  

—Buen día, rayito de sol —respondió el morocho.

Antes de comenzar con las tareas pendientes, después de dejar sus cosas, Julián se fue a preparar un té y se lo llevó con él a su puesto de trabajo. Antes que pudiera darle un sorbo, Enzo apareció apoyado en su escritorio como siempre hacía. 

—¿Necesitás que revisemos algo antes de la reunión? —le preguntó, sus ojos cayendo en la taza de té, pero sin decir nada. 

—Termino lo que estaba haciendo y si querés vamos a la sala, así te muestro con qué avancé —respondió, abriendo los links en la computadora sobre los que había estado trabajando. 

Enzo soltó un silbido, observando el progreso en la pantalla. Julián, de alguna forma, era más consciente de la cercanía, del perfume, se la forma en que Enzo se movía alrededor de él y ya no parecía una invasión a su espacio personal. Era una sensación ambigua. La confianza entre los dos le generaba entonces algo agradable pero también le molestaba. Era difícil de explicar.  

—Flash —dijo, dándole una palmada en el hombro—. Dale, avisame. 

Julián le envió los accesos y los dos revisaron un poco el trabajo. En el interín, Paulo les avisó que no iba a llegar a la reunión, si podían tenerla sin él. 

No pasa nada —le había escrito Enzo—. Julián laburó todo el fin de semana, está quedando espectacular, no la van a poder creer cuando vean todo lo que tenemos ya. Le vas a tener que aumentar el sueldo después de esto, Paulito. Y a mí también, me vas a tener que pagar los anteojos con más aumento. 

Paulo le dio un me gusta al comentario, que el castaño releyó un par de veces mientras respiraba profundamente. Era raro que alguien lo halagara tan directamente por su trabajo, que reconociera el esfuerzo así. Y que aquella persona fuera Enzo lo hacía más extraño todavía, teniendo en cuenta su historial antes de trabajar juntos así. 

Gracias por todo el trabajo, chicos —dijo el PM después de un rato—. No se olviden de cargar todas las horas extra, por favor. 

Antes de las diez, Enzo y Julián ya se encontraban listos, esperando a Joaquín y Alexis, que llegaron unos minutos antes de que el reloj marcara la hora en punto. El PM de CoreOne le dio una sonrisa antes de sentarse frente a él, mientras Alexis se sentaba a su lado. Julián respiró, intentando enfocarse en lo que tenía para presentar. Joaquín no importaba, confiaba en la calidad de lo que había hecho. Sabía que era bueno. 

—Paulo no va a venir hoy, pero después lo ponemos al tanto de todo —explicó Enzo rápidamente—. Acá hay algunos avances de las pantallas principales después del feedback y el trabajo que estuvimos haciendo en las secundarias, la idea es cerrar todo esto hoy para poder tener los diseños aprobados para la semana que viene… 

Joaquín y Alexis asintieron, mirando el trabajo que había hecho el diseñador. Luego Julián fue explicando lo que había hecho él, mostrándoles una primera demo de lo que era la Home. Fue el colorado quién hizo algunos pequeños comentarios o sugerencias, aunque parecía contento con el resultado. El mayor se había mantenido en silencio, siguiendo la presentación atentamente. Cada tanto, el cordobés podía sentir su mirada sobre él, aunque el desarrollador se había mantenido con los ojos en el proyector. 

—¿El lunes o martes que viene podremos hacer una demo en nuestra oficina? —preguntó Joaquín, con aquella expresión condescendiente de siempre—. La idea es que lo puedan ver algunos de los stakeholders y que puedan presentarles los avances antes del pre-lanzamiento. Sería ideal tener ya los primeros diseños finales y lo más avanzado posible el prototipo. 

Julián y Enzo asintieron casi al mismo tiempo pero fue el morocho quien habló.

—Sí, no hay problema —afirmó el diseñador—. Necesitaríamos tener los diseños aprobados a más tardar el jueves. Podemos mostrar la Home también y el funcionamiento básico de la plataforma —añadió, con la última oración como una pregunta dirigida a Julián, que el castaño confirmó con un asentimiento. 

Joaquín asintió y Alexis tomó nota de eso. 

—Después les mando los detalles y cómo llegar —intervino colorado, anotando aún cosas en su computadora. 

—Julián conoce bien el lugar igual —comentó Joaquín, con esa cadencia en la voz que el castaño odiaba—. Es en la sala que está al lado de mi oficina, sabe dónde queda. 

 —Bueno, pero yo nunca fui, así que si me pueden mandar más info, buenísimo —insistió Enzo con una sonrisa amplia, tan falsa como el tono cordial en su voz—. No tengo muy buen sentido de la ubicación —le dijo a Joaquín directamente. 

—No, sí, se nota —murmuró el otro. 

Julián miró a Enzo, que hizo ese gesto con la lengua moviéndose dentro de su boca que hacía cuando estaba enojado. El castaño ya estaba familiarizado con él porque parecía un factor común a cada una de las reuniones que habían tenido con CoreOne. Inconscientemente, apoyó una mano en su pierna, con un poco de cautela. Que Paulo no estuviera en aquella oportunidad no parecía más que un problema, en la mente de Julián era una vía libre para Enzo para salirse de sus casillas. 

Aquel gesto, sin embargo, pareció bastar para que el diseñador enfocara toda su atención en él, un poco sorprendido, olvidándose de Joaquín. La acción no pasó desapercibida para el PM tampoco, que se quedó con sus ojos fijos en Julián mientras el desarrollador volvía a enfocarse en las innecesarias notas que siempre tomaba, después de sacar la mano rápidamente. 

—Mañana a la mañana hacemos una call y les paso los detalles —sugirió Alexis y Julián asintió, intentando cerrar aquella charla lo más rápido posible. Podía sentir los ojos de su ex sobre él, sobre ellos, y estaba intentando mantenerse indiferente, por lo menos en el exterior. 

Para suerte de todos, la reunión no se extendió mucho más que eso. Julián estrechó la mano de Joaquín con recelo, con incomodidad, con un toque que duró un poco más de lo necesario y no porque él así lo quisiera. Los ojos del mayor estaban siempre fijos en él, de esa forma que parecía querer insinuar algo más. El cordobés se odiaba por cómo lo hacía sentir, cómo su cuerpo parecía reaccionar involuntariamente cuando él estaba cerca. Joaquín parecía tener algo para decir pero la presencia de los otros dos lo detuvo, y el castaño estaba agradecido por ello. Cuando los dos miembros del equipo de CoreOne se retiraron, Enzo se dejó caer de nuevo en su silla, soltando un resoplido y cruzando los brazos contra su pecho.

—Si tuviera un arma con dos balas y estuviera en una habitación con Hitler, Bin Laden y este hijo de puta, le pegaría dos tiros a él —murmuró el morocho unos segundos después, estirando una mano luego para cerrar su computadora con un poco de bronca.  

El castaño frunció el ceño, girándose para mirarlo, todavía sentado junto a él. Apretó un poco los labios ante la ocurrencia. 

—¿No es un poco mucho? —preguntó.

La expresión molesta de Enzo se transformó en una ligeramente divertida, mientras se inclinaba contra el respaldo de la silla y lo miraba de lado, girando un poco el cuello para estirarlo. 

—Dios, ¿nunca viste The Office? —le preguntó, alzando un poco las cejas. 

—No… No miro muchas series y películas —confesó Julián, conociendo la serie solamente por el nombre, haciendo que Enzo frunciera un poco el ceño ante su respuesta. 

—Para alguien que estudió sistemas, sos bastante poco nerd —dijo, con una ligera sonrisa ladeada. 

—Es un estereotipo ese —replicó el castaño, cerrando su computadora también y desconectándola del HDMI—. Y vos sos demasiado nerd. 

—Y a mucha honra —fue la respuesta de Enzo, dándole luego una suave palmadita en el brazo—. Es mi arma secreta —agregó con un guiño descarado, antes de levantarse para salir de la sala. 

Julián casi no se dio cuenta que tenía una pequeña sonrisa mientras volvía a su puesto de trabajo. Dejando la computadora, saludó a su equipo que ya estaba ahí; luego aprovechó para ir al baño y se fue a buscar un poco de agua. Estaba pensando en todas las cosas que tenía que hacer. Con el proyecto, había tenido que reacomodar todo y algunas fechas estaban demorándose demasiado. Quizás era momento de hablar con Paulo, buscar alguna alternativa para sumar a alguien más… Era otra de las cosas que necesitaba resolver. Otra entre tantas. 

Cuando regresó a su escritorio, Oriana estaba cerca del mismo, hablando con Cristian. Cuando vio a Julián sentarse, se acercó a él con una sonrisa. 

—Vamos a hacer un after por mi cumple hoy —le explicó—. ¿Vas a venir? 

Julián la observó con los ojos ligeramente entrecerrados. Creía que ya era de conocimiento popular dentro de la empresa, o por lo menos del sector, que él solía saltarse cualquier salida que hubiese después de la oficina, salvo que no tuviera otra opción. 

—¡Dale, Juli! —insistió la chica, estirando las palabras con tono suplicante—. Un ratito chiquito y después te vas, va a haber cosas ricas para comer, unas cervezas, un trago —le pidió, haciéndole ojitos por detrás de los grandes anteojos—. ¿Por mí?, ¿sí?, ¿un ratito?  

Cristian lo estaba mirando desde su escritorio, con una expresión tranquila, como esperando para ver qué excusa iba a poner para zafarse de esa. Julián casi podía ver la sonrisa implícita en la cara de su compañero de equipo, que más de una vez había sugerido hacer cosas y se había ido de ahí con una negativa. Oriana, por su parte, parecía totalmente dispuesta a no obtener otra cosa que un como respuesta. 

—Tengo mucho trabajo, Ori —dijo simplemente—. Me tengo que quedar trabajando hasta tarde en el proyecto nuevo… 

—¡Pero Enzo viene! —insistió la chica. 

El morocho apareció con sus brazos apoyados por arriba del panel de su escritorio, mostrando una media sonrisa, aparentemente habiendo escuchado toda la conversación. 

—Un brindis por el cumpleaños no se le niega a nadie —le dijo, dándole a Julián una mirada divertida, sabiendo exactamente que el castaño buscaba zafarse de aquella invitación. 

Oriana alzó las cejas, asintiendo fervientemente para darle la razón, mientras volvía a mirar a Julián y hacía puchero. 

El castaño suspiró. No tenía ni siquiera la energía para buscar una excusa. 

—Bueno, cuando terminemos acá, paso un rato.

La chica soltó un grito entusiasmado, dándole una sonrisa a Enzo antes de volver a su escritorio. Julián estaba bastante seguro de que el morocho le había guiñado un ojo. 

Julián se había ido a la sala después de almorzar, para ponerse a trabajar un poco más en el código después de la reunión. Enzo tenía cosas que hacer con su equipo, por lo que el desarrollador estuvo un rato trabajando solo, pensando en la presentación de la semana próxima. No estaba entusiasmado por volver a CoreOne. Aunque se había ido en buenos términos con la mayoría de las personas, sin tener una verdadera relación con muchas de ellas, no tenía los mejores recuerdos.

El cordobés salió de sus pensamientos cuando vio la mano tatuada junto a su pantalla, dejando un vaso de café de una de las cafeterías que estaba cerca de la oficina.

—Tenés cara de que necesitas uno. 

Julián alzó la vista, encontrándose con la expresión tranquila de Enzo, que se sentó junto a él con su café también en la mano.

—Lo que necesito es irme a mi casa —le dijo, con una mirada de lado—, pero gracias. 

El diseñador se rio despreocupadamente y Julián no estaba seguro de si no había entendido el sarcasmo o simplemente lo había ignorado. 

—Perdón, Houdini, pero venir una vez no te va a hacer mal —sugirió—. Necesitás bajar tres cambios por lo menos. Y Ori re quería que fueras, ¿sabés? Me preguntó si te podía convencer yo. 

Julián lo observó un instante, un poco sorprendido, pero luego suspiró profundamente. Si Enzo solamente hubiese sabido que lo que él necesitaba era una semana de vacaciones lejos de la empresa, de CoreOne y de toda la gente que trabajaba en ambos lugares… El after no iba a solucionar nada. El café tampoco.

Enzo se puso a trabajar junto a él, mostrándole ocasionalmente alguna cosa para preguntarle cuál era la mejor opción desde el punto de vista de desarrollo. En la mayoría de los casos, las sugerencias del morocho parecían las acertadas, por lo que el aporte de Julián tampoco había sido demasiado significativo. Aunque Enzo tendía a diseñar cosas pretenciosas, que llevaban tiempo, esfuerzo y recursos, parecía estar ajustándose un poco al cronograma y bajando las expectativas a algo en lo que los dos pudieran trabajar. 

Julián no era muy consciente del paso del tiempo cuando estaba enfocado en su trabajo. Aunque su pantalla tenía un reloj como cualquier otra, apenas lo miraba cuando estaba concentrado. Se daba cuenta por las pequeñas cosas, como el cielo oscureciéndose o el movimiento de la gente que iba abandonando la oficina en forma de saludos que se escuchaban lejanos. En aquel caso, el indicio fue Enzo, que se había echado hacia atrás en la silla junto a la suya y estaba estirado a lo largo de ella, mirándolo fijamente. Aunque Julián no lo estaba observando, podía sentir los ojos sobre él. Se giró ligeramente sobre su hombro, encontrándose con los ojos oscuros y la sonrisa apenas visible. El morocho tenía los brazos cruzados sobre el pecho, los tatuajes contrastando contra la remera blanca apenas ajustada y una lapicera en una de sus manos. 

—¿Qué pasa? —preguntó el castaño. 

—No quiero trabajar más y es tarde —le respondió el otro, moviendo la lapicera entre sus dedos como hacía siempre, con una habilidad digna de un baterista, y haciendo un ligero puchero con el labio inferior—. ¿Vamos? 

Julián suspiró, ignorando aquella incomodidad que le generaba la mirada sutilmente suplicante de Enzo sobre él, observando el reloj en su computadora. Eran las siete menos cuarto, por lo que probablemente todo el mundo ya se había ido. Supuso que cuanto antes fuera al after, más pronto iba a poder irse. Tenía algunas cosas que terminar todavía pero podía hacerlo al día siguiente si llegaba temprano. Estaban aún dentro del cronograma, incluso cuando había sido bastante poco realista desde un principio. 

—Vamos —murmuró el desarrollador, cerrando lentamente la computadora. 

El bar estaba a unas pocas cuadras de la oficina, por lo que Enzo sugirió que podían ir caminando. Julián sabía que probablemente iba a tomarse por lo menos una cerveza, por lo que supuso que después podía tomar un taxi hasta su casa y listo. Los dos se pusieron sus abrigos, tomaron sus cosas y dejaron una oficina prácticamente ya vacía, bajando por el ascensor en silencio. 

—¿Viniste a algún after alguna vez? —le preguntó el morocho mientras caminaban hacia el centro de Palermo Soho—. No me acuerdo. 

Julián lo observó casualmente de reojo. 

—Una vez sola —confesó el castaño—. Cuando recién entré. 

—Seguro te daba vergüenza decir que no. 

El programador no dijo nada porque era verdad. Enzo soltó una pequeña risa entre dientes pero no agregó más nada. Los dos siguieron caminando en silencio, con Julián siguiendo los pasos del morocho hasta el bar. Cuando entraron, enseguida encontraron la larga mesa donde se encontraban una treintena de personas de la oficina. 

Enzo enseguida saludó a todos con la mano, con Julián caminando detrás de él a una distancia prudencial. 

—¿Qué se quedaron haciendo en la oficina? —gritó Emiliano—. ¡Mucha noche juntos ustedes dos, eh…!

El castaño vio como su compañero rodaba los ojos, todavía con la usual sombra de una sonrisa en los labios que parecía su expresión de descanso.

—Se llama laburar, papu, deberías probar alguna vez —respondió el diseñador, sentándose junto a Lisandro.

Julián se acomodó del otro lado, donde Cristian y Giuliano le hicieron un lugar entre ellos. De alguna forma mágica, Enzo pronto tenía un vaso de cerveza en la mano, que se estaba bajando como si fuera agua. El desarrollador decidió esperar antes de pedir, con la excusa de que prefería ir a la barra. Entre las conversaciones, los gritos y el alcohol, nadie parecía demasiado preocupado por lo que el cordobés hiciera o dejara de hacer. 

—¿Qué hacés, Juli? —le preguntó Giuliano—. Creo que nunca pude hablar con vos fuera de la oficina, ¿no venís mucho a estas cosas, no?

El castaño negó suavemente con la cabeza, intentando no ser desagradable, incluso cuando no tenía ganas de estar ahí. No había cruzado muchas palabras con Giuliano, que era un par de años más chico que él —hasta donde sabía—, pero parecía una buena persona. Era un poco parecido a Enzo, de alguna forma; siempre que lo veía parecía estar con una sonrisa pintada en la cara o haciendo algún chiste con su líder. Quizás por eso el morocho lo había sumado al equipo.

—No, siempre salgo bastante cansado —se excusó, subiendo una mano a su propio hombro y haciendo presión, un poco incómodo. No era muy bueno con eso de hacer conversación con gente con la que no tenía confianza—, y prefiero estar un poco en casa. 

El chico asintió, dándole un trago a su bebida. 

—Sí, te entiendo, a mí me pasa cuando tengo que ir a la facu —le dijo—. Enzo también está laburando un montón estos días, no sé cómo saca la energía para todo —comentó con una risita. 

Julián vio que los ojos del aludido estaban sobre ellos, con una mirada ligeramente curiosa. Probablemente no podía escuchar la charla desde su lugar, entre las otras conversaciones, la música y el ruido.  

—¿Estás estudiando todavía? —le preguntó el desarrollador, girándose hacia Giuliano, más que nada para generar conversación y seguir postergando el ir a buscar esa bebida, evitando los ojos de Enzo. 

—Sí, estoy en Diseño Gráfico, me quedan finales ahora nada más —le explicó el chico—, pero me sirvió un montón trabajar acá, me di cuenta que me gustaba más todo lo que son interfaces que el diseño en sí. 

—¿Sí? —preguntó el castaño, que entendía un poco a lo que se refería. A él también el trabajo lo había ayudado para eso, sabiendo qué era lo que más le gustaba dentro de lo amplio que era lo que había estudiado. 

El más joven asintió, con una expresión afable. 

—Sí, Enzo y Licha saben un montón, me ayudaron a agarrarle la mano y me copa —explicó con calidez—. La verdad que me metí en Diseño porque me gustaba dibujar y eso, pero me di cuenta que esto me gusta más —agregó, mientras el castaño asentía. 

Cuando los dos se quedaron en silencio, Julián echó una mirada por sobre su hombro, pensando que quizás era una buena oportunidad para ir a buscar algo para tomar. Excusándose con Giuliano, se levantó, yendo con pasos lentos hasta la barra. 

Alguien chifló mientras el castaño se abría paso entre las mesas. Julián entendió, cuando llegó a la barra, que Enzo había ido detrás de él. El castaño pidió una cerveza rápidamente, una de las primeras en la larga lista que no tenía ganas de estudiar, y luego soltó un profundo suspiro. 

—Más que Menzo, Denzo… —murmuró para sí mismo, recordando el apodo que la sobrina del morocho había usado con él. 

Enzo, lejos de parecer ofendido, soltó una risita entre dientes ante la mención del sobrenombre, mientras se apoyaba con un brazo sobre la barra.

—Mi hermano me dice Denzo —aseguró, haciendo hincapié en el apodo, aparentemente ya bajo los efectos de las cervezas que se había tomado rápidamente—. Int-Enzo también —agregó, separando la palabra en dos—. Te la dejo, seguro que en algún momento te va a servir.  

El castaño observó a lo lejos, donde algunos de sus compañeros parecían bastante atentos a la conversación que estaban teniendo. Enzo estaba demasiado cerca, aunque no parecía ser algo exclusivo con él. El morocho realmente tenía muy poca consciencia sobre el espacio personal de los introvertidos. 

—Tranquilo, ya hablé con el Dibu —le dijo el diseñador, como si supiera exactamente lo que estaba pensando—. Le dije que nada que ver, nosotros. Ya lo saben todos. No te tenés que preocupar por eso.  

El castaño lo observó, un poco sorprendido. La verdad que habían hablado tanto sobre el tema que tampoco parecía algo inesperado que Enzo supiera exactamente en qué estaba pensando. 

—Gracias. 

—Ahora, ¿te puedo hacer una pregunta? —le dijo luego el morocho, con un tono que parecía de sincera curiosidad y más irreverente de lo normal, apoyando el codo en la barra y luego dejando que su barbilla reposara en su mano, mirándolo de lado.

—Ya me la estás haciendo —respondió Julián. 

El diseñador le sonrió un poco. 

—¿Por qué te escondés de los demás? —le preguntó, demasiado directo incluso para Enzo, con el alcohol probablemente metiéndose dentro de esa conversación—. ¿Sabés que no le debés nada a nadie, no? 

Julián se quedó observándolo, sin cambiar su expresión aunque un poco sorprendido ante el planteo. El morocho estaba hablando sin mucho filtro. Sin importar cuál fuera la razón, Julián no quería hablar sobre eso. No se sentía bien. Era algo que no le gustaba discutir con nadie, ni siquiera con él mismo. 

—Es tema mío, Enzo —le dijo secamente. 

El morocho suspiró y Julián no supo leer muy bien la expresión en su cara. Ya no tenía esa sonrisa canchera, un poco porfiada, sino algo que no se condecía demasiado con las bromas y la pedantería. El cordobés no quería tratarlo mal pero tampoco sabía bien cómo mantener las cosas a una distancia prudencial. 

—Necesito que pares —dijo el castaño, con un tono un poco más suave, sin saber muy bien qué quería decir pero sintiendo que su compañero lo entendía. Los ojos de Enzo encontraron los suyos y Julián tuvo la sensación, quizás por primera vez, de que estaban compartiendo un momento totalmente honesto—. Por favor. 

El morocho suspiró, todavía mirándolo de esa manera que por alguna razón hizo que Julián sintiera la necesidad de apartar los ojos. 

—Tranquilo, yo no te voy a molestar más —susurró Enzo y su tono de voz no sonaba como siempre, no había aquel deje burlón que parecía tener en ella cada vez que tocaban ese tema—, pero no quiero que estemos en malos términos, ¿ok? Trabajamos bien y quiero que nos llevemos bien —le dio un trago a su vaso, con las comisuras de los labios un poco hacia arriba en una sonrisa casi gentil, quizás por el alcohol, Julián no lo sabía—. La gente en la oficina siempre va a pensar lo que quiera y a mí sinceramente no me importa. Tampoco tendría que importarte a vos lo que piensen los demás. En nuestra oficina o en las otras —aclaró verborrágicamente, haciendo hincapié en la última parte, tomándose un momento después como si buscara las palabras que quería decir, como si fuera algo que ya tenía pensado desde antes—. Sos bueno en lo que hacés, Julián, y estás donde estás porque te lo ganaste. Lo estás probando con este proyecto y con el laburo de todos los días, pero no tenés nada que demostrarle a nadie.

Antes que pudiera seguir hablando, alguien llamó a Enzo y el morocho le dio una última mirada cálida antes de agregar: 

—Y me gusta trabajar con vos —dijo con una media sonrisa—. Somos un buen equipo, los dos. 

Luego Enzo se acercó a otra parte de la barra para hablar con alguien más y Julián volvió a su lugar, con aquellas palabras cambiando algo adentro de él. Cristian y Nahuel estaban discutiendo sobre fútbol con Giuliano y Lisandro, que no parecía muy interesado pero los estaba escuchando igualmente. El cordobés se dedicó a hacer lo mismo, sin verdaderas intenciones de participar en cualquiera de las otras charlas y pensando cuándo podía ser el mejor momento para decir que se iba. 

Tan en esa estaba, que no se dio cuenta de cuando el primer vaso de cerveza fue reemplazado por otro, a juzgar por el color diferente del líquido. Tampoco fue consciente de lo que estaba haciendo Enzo hasta que en la mesa empezaron a comentarlo. 

—¡No te la puedo creer!, ¿se le dio? —gritó Oriana, que parecía ya haber tomado más de lo recomendado. 

Julián siguió inconscientemente la mirada de la morocha, girando un poco la cabeza, hacia donde Enzo y Valentina estaban en la barra. Enzo estaba inclinado por la diferencia de altura y tan cerca de ella que, desde esa perspectiva, parecía que estaban por darse un beso. O hablando demasiado cerca. 

—Le rezo, necesito una estampita con la cara de ella —dijo otra de las chicas, que Julián no tenía ni idea de quién era.  

El desarrollador le dio un trago a su cerveza mientras veía una de las manos tatuadas del morocho en la nuca de Valentina. Era un poco hipnótico, no podía dejar de ver aunque quisiera apartar la mirada. Parecía que todos estaban en una situación similar. 

—El que decía que no se enganchaba con gente de la oficina… —murmuró Lisandro a su lado, quizás hablando con alguien más, quizás hablando con él mismo. 

Julián finalmente apartó la vista, volviendo a darle un trago a su bebida e ignorando un poco el incomodidad que la imagen le había generado. No conocía a Valentina, no sabía la historia entre los dos, por lo que tampoco era quién para juzgarlos.  

Alguien llenó su vaso con más cerveza y Julián siguió tomando, ajeno a la cantidad que estaba bebiendo, algo que nunca hacía. Desde que había cambiado de trabajo, siempre había estado nervioso, siendo la persona que era y queriendo siempre probar su valor. Sin embargo, en esas últimas semanas, había registrado picos históricos. Tenía la mente un poco desconectada en ese momento, como si hubiese entrado en cortocircuito. 

Y Enzo… Enzo hacía las cosas tan fáciles a veces, pero tan complicadas en otros momentos. Julián también sentía que trabajaban bien juntos y quería aferrarse a eso que le había dicho. Quería creer que podía trabajar bien con alguien sin que las cosas terminaran explotándole en la cara una vez más. 

—Uh, pasame una de las torres de papitas que este va a terminar dado vuelta si no —gritó Cristian, que parecía ya bastante entonado. Julián no sabía si hablaba de él o de alguien más, ya que la mayoría parecían muy comprometidos en la tarea de vaciar sus vasos. Cada uno estaba bastante en la suya, mientras el castaño seguía dándole sorbos a su cerveza, evitando volver a girar el cuello para saber lo que pasaba a algunos metros de él.  

Cuando se terminó el contenido de aquel otro vaso, alguien le ofreció uno más y el castaño aceptó. Le dio un trago con un poco de sed y otro tanto de cansancio, sintiendo la variedad de cerveza más amarga que la anterior, sin pensar realmente en los problemas que eso le había traído en el pasado. 

Julián, que ya de por sí no tomaba frecuentemente, no manejaba nada bien el alcohol. 

Notes:

Julián siendo el meme de ✨ yo tratando de disimular que no me emborraché con dos cervezas ✨

Acá empieza todo 🤝

Gracias por leer, por los kudos y a quienes se toman el tiempo de comentar, de verdad 🧡

Nos leemos pronto!
MrsVs

Chapter 9: He’s not passed out. He’s simply sleeping off his personality.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Enzo solía tener malas ideas cuando tomaba un poco. Si a esa mezcla le sumaba la falta de sueño, el estrés y todas las cosas que tenía dentro de la cabeza, el combo no podía resultar en nada bueno. Y, sin embargo, se había bajado un par de vasos de cerveza con naturalidad, tomando aquel lunes como un viernes, no pensando realmente en que al otro día se tenía que levantar a trabajar y afrontar aún gran parte de la semana. Había tomado porque adentro del bar hacía calor, porque estaba cansado, porque aquella cerveza artesanal era cara pero no tan mala como había creído en un principio. 

Enzo sabía que venía provocando a Julián de una manera que no estaba bien. Lo que pasaba lo confundía a él también, porque no entendía demasiado esa necesidad que tenía de meterse con él. No era para pelearlo solamente, si no que había otra cosa también. Había algo que se había desencadenado desde toda la situación con Joaquín que lo tenía un poco perdido. No quería solamente incordiar al desarrollador, sino que sentía la extraña necesidad de ayudarlo, de estar de su lado y cuidarlo un poco. En especial después de lo que le había contado Rodrigo. Y la única forma que Enzo siempre había conocido de acercarse a alguien era a través de sus bromas y sus chistes, del contacto físico. No era una persona que supiera muy bien cómo relacionarse con otros si le sacaban eso. No cuando realmente quería hacerlo, por lo menos. O cuando la otra persona parecía empeñada en salir corriendo para el lado contrario todo el tiempo. 

—Estás muy pensativo vos, me parece. 

Enzo había alzado los ojos mientras Valentina se acomodaba junto a él, también apoyada en la barra. Al morocho a veces le causaba un poco de gracia la diferencia de altura que había entre los dos. Incluso cuando ella usaba tacos la mayor parte del tiempo, los centímetros entre ambos seguían siendo muy notables. Enzo tenía que inclinarse para hablarle, para hacerse escuchar cuando había música. 

—Tengo muchas cosas en la cabeza —le dijo, los dos bastante cerca. 

—¿Por ahí te puedo ayudar a que te olvides un ratito? —sugirió ella, mirándolo hacia arriba con aquellos ojos azules con intenciones más que claras, acercándose todavía un poco más.

El morocho le apartó un mechón de la cara con una media sonrisa, acomodándoselo detrás de la oreja y dejando la mano apoyada en su cuello mientras se inclinaba un poco. Sabía muy bien lo que estaba haciendo, incluso a pesar del alcohol. Y aún así, se sentía como si lo estuviera haciendo desde afuera, como si fuera otro el que decidía dejar la mano en su cuello, conservar aquella cercanía. Valentina parecía un poco sorprendida por el gesto, con sus ojos abriéndose aún más. Enzo pensó que era un color lindo y, por alguna razón, volvió a pensar en los ojos al sol de Julián, en ese color caramelo que lo llevó también a las palabras de Emiliano para referirse a él. No entendía por qué se le venía eso a la cabeza justo en ese momento, pero ahí estaba. Quizás era porque estaba todo mezclado y ya no sabía muy bien cómo separarlo. La coherencia de sus pensamientos no estaba en su mejor momento, pero recordó también lo que le había dicho a Julián hacía un rato. 

—Valu —le dijo a la chica suavemente—, no quiero que mezclemos las cosas —agregó, con la mente un poco ligera por el alcohol pero con absoluta certeza sobre cómo se sentía hacia ella—. Sos preciosa, pero no quiero que te confundas conmigo. 

Ella se quedó mirándolo. Era quizás la primera vez también que Enzo hablaba directamente sobre la obviedad de lo que pasaba entre los dos. 

—Me lo hacés muy difícil —replicó Valentina con una pequeña sonrisa, todavía un poco sorprendida ante la cercanía—. ¿Es por Julián? 

Enzo frunció un poco el ceño, ligeramente confundido. 

—¿Qué tiene que ver Julián? 

—No sé, lo que están diciendo… —comentó ella con un tono casual, aunque con la clara intención de sacarle una respuesta—. ¿Te gustan los hombres? —preguntó, con una mueca que parecía casi sombría. 

El morocho entrecerró un poco más los ojos, sin la capacidad mental para analizar demasiado los gestos de Valentina, lo que había dicho o cómo lo había dicho. Sabía de los rumores que andaban corriendo por la oficina y seguía pareciendo ridículo que alguien pudiera estar hablando sobre ellos dos así. 

—Entre Julián y yo no pasa nada —le dijo, con paciencia—. Estuvimos mucho tiempo juntos por un proyecto, nada más. No sé de dónde sacaron eso. 

Ella le sonrió un poco, como si fuera una buena noticia, como si fuera algo que había estado esperando escuchar. Enzo realmente estaba sorprendido por la importancia que le habían dado a un rumor así. Suponía que Julián siendo tan cerrado y Enzo rechazando siempre los avances de cualquiera en la oficina quizás tenían algo que ver. Podía ser una costumbre, algo que había pasado siempre, a lo que el morocho simplemente nunca le había prestado atención. Aún así, le parecía un montón. 

—O sea que estás solo… —no fue una afirmación, sino más bien una pregunta. 

—Valu… 

—Me gustás mucho, Enzo —lo cortó ella, que nunca había sido tan frontal sobre el tema—. Y no sé qué hacer ya para que me aceptes aunque sea una invitación. 

Enzo se quedó observándola en silencio, aún con la mano en su cuello, todavía inclinado sobre ella. Y tuvo un pensamiento egoísta, creyendo que quizás eso era lo que necesitaba. Nada había cambiado dentro de su cabeza con respecto a salir con ella, pero sabía que con Valentina todo era más fácil. Más claro. Nadie se iba a hacer preguntas si los veían juntos. Y cualquier cosa que se estuviera diciendo en la oficina iba a morir con aquella salida entre los dos. 

El silencio de Enzo, ese análisis sin decir nada, pareció ser algo positivo para la morocha, porque sonrió un poco más. 

—¿Vamos a tomar algo la semana que viene? —preguntó Valentina, con un dejo de súplica en su voz—. Una cerveza, nada más —añadió rápido, antes que Enzo pudiera decir algo más—. Te prometo que no tengo más intenciones que esas. 

Enzo asintió suavemente, todavía con aquel extraño debate interno dentro de él. Generalmente no era una persona que pensara tanto cuando se trataba de relaciones humanas. Y tenía una regla sobre la gente de la oficina pero parecía que últimamente las cosas se estaban desvirtuando con mucha facilidad. El entorno en la oficina había cambiado un poco para él.

—Bueno, dale. 

La chica se acercó a él, que todavía estaba un poco inclinado sobre ella para hablarle, y dejó un beso en su mejilla. El beso fue rápido, pero parecía una muestra de lo que Enzo sabía que podía verse perfectamente desde la mesa donde estaban todos. Y Enzo no era así, no le gustaba jugar con otros ni manipular a la gente, pero estaba un poco desorientado. Si estaba haciendo eso por su paz mental o la de Julián, todavía no estaba muy seguro. 

El diseñador se quedó un rato más en la barra, quizás sin querer enfrentar al resto del grupo, buscando un poco de tranquilidad. Pronto apareció Ota, que parecía recién llegado y se puso a hablar de fútbol y de trabajo, para variar. A Enzo le servía la distracción, mientras se bajaba un par más de vasos de cerveza. Quizás por primera vez, charlar de trabajo parecía algo que necesitaba. Estuvieron un buen tiempo ahí, con Nicolás hablando y Enzo escuchando con una sonrisa. Sabía que el mayor podía hablar sin parar si se lo proponía, si tenía alguien que lo escuchara, y Enzo estaba bien con eso. Por eso el diseñador se sorprendió cuando sintió una mano en su brazo, tocándolo suavemente para llamarlo. 

—Che, Enzo… —la voz de Giuliano lo sacó del limbo antes que pudiera girarse a mirarlo—, ¿tenés un minuto?

El morocho asintió, dándole un golpecito en el hombro a Nicolás antes de alejarse con su compañero de equipo para poder hablar. 

—¿Qué pasó? —preguntó el morocho, con el ceño ligeramente fruncido, pasando un brazo por los hombros de Giuliano y acercándolo a él con confianza. 

—Juli… ehm, está medio en pedo —comentó el menor, con una media sonrisa que parecía un poco culpable, como cuando se mandaba una cagada en algún proyecto y necesitaba que Enzo le diera una mano para arreglarlo—. O sea, no sé cuánto tomó, pero se estaba quedando dormido y lo sacamos con el Cuti, que tampoco está lo que se dice sobrio, para que tomara un poco de aire, pero medio que no sé qué hacer… —continuó, hablando sin parar—. Por ahí es mejor que se vaya a la casa… pero tampoco sé si vino con el auto…

—¿Sabés dónde vive? —interrumpió Enzo mientras los dos caminaban en dirección a la salida del bar—. ¿O está lo suficientemente lúcido como para dejarlo que se vaya solo en un taxi? 

Giuliano se rascó la cabeza, aparentemente no del todo seguro como para responder ninguna de las dos cosas. 

—Lo de lúcido… Qué se yo, lo dejo a tu criterio. 

Cuando los dos salieron, Julián estaba sentado en el cordón de la vereda con Cristian. Los dos estaban lado a lado, el castaño con la cabeza apoyada en el hombro del morocho, que tenía la suya sobre la cabeza de Julián. Era una imagen que Enzo nunca creyó que iba a ver en su vida. Estaba para sacar el teléfono y tomar una foto, aunque sabía que probablemente el castaño le iba a hackear todas las cuentas para recuperarla si se enteraba. Lo creía capaz.   

Lisandro estaba en cuclillas frente a los dos, con una mano apoyada en el hombro de Cristian y hablándole con una sonrisa. Compartió una mirada divertida con Enzo, que estaba observando toda la escena un poco confundido. No era la primera vez que alguien terminaba dado vuelta en un after y, de alguna manera, Licha parecía quedar siempre pegado para salvar las papas. Cristian tampoco era nuevo en aquello de ponerse en pedo, pero definitivamente su compañero en el cordón si era una adición inesperada al fin de la noche.  

Cristian se aferró a las piernas de Lisandro y Enzo corrió para sostener a Julián por los hombros, que parecía a nada de irse al piso, inclinándose un poco sobre él. Apoyó las manos en sus hombros para mantenerlo sentado, usando sus piernas como un respaldo. Cruzó otra sonrisa tensa con su compañero de equipo, que estaba intentando que Cristian se pusiera de pie. Enzo no estaba seguro de cómo su compañero, que medía varios centímetros menos y tenía menos masa muscular que el desarrollador, iba a conseguir llevarlo, pero él tenía su propio problema también. 

—Licha se lo lleva al Cuti —comentó Giuliano, haciendo referencia al apodo que tenía Cristian dentro de la oficina—. ¿Lo podés llevar a Julián? 

El morocho asintió. No tenía ni idea de dónde vivía Julián pero había dejado el auto en la oficina y no estaban demasiado lejos de su propia casa. Si no conseguía la dirección, era más fácil llevarlo a su departamento, que estaba a unas pocas cuadras del bar. No iba a ser la primera vez que se durmiera en su casa, incluso si al otro día Enzo tenía que fumarse un discurso sobre por qué era una mala idea. 

Resultó ser que Julián borracho era una de las cosas más divertidas que le habían pasado a Enzo en las últimas semanas. No era que su últimos días hubiesen sido un viaje a Disney, pero ver al castaño tambalearse mientras se subían al coche que el diseñador había pedido, diciendo que estaba bien mientras tropezaba con sus pies y acomodado contra el respaldo del asiento mientras se dormía en una posición completamente descontracturada y con la boca medio abierta… Enzo hubiese pagado por verlo más seguido. Era como ver a otra persona, una que al morocho le parecía casi una versión mejorada de la que conocía. Estaba sorprendido y curioso por saber cómo había llegado Julián a estar así pero no podía negar que lo estaba disfrutando un poco. Cuando lo escuchó roncar ligeramente y abrir los ojos con sorpresa, asustado por su propio ronquido, Enzo tuvo que presionar los labios con fuerza para no reírse.  

El conductor del auto no hablaba. Sólo tenía la radio puesta con un volumen lo suficientemente bajo como para no molestar. Enzo agradeció el silencio mientras abría apenas la ventana para dejar que un poco del aire helado de la noche llenara el ambiente. Julián soltó un quejido suave, pero no se movió de la posición en la que estaba. 

—¿Estás bien? —preguntó Enzo, manteniendo la voz baja. 

—Sí —murmuró su compañero, sin moverse, aunque no sonaba muy convencido. 

—¿Seguro? —insistió el morocho y el conductor les dio una mirada disimulada por el espejo, temiendo quizás por la integridad de su auto. Enzo también tenía un poco de miedo de tanta quietud, si tenía que ser sincero. Había acompañado a amigos borrachos antes y parecía un mal presagio. 

—Mhm. 

Los dos se bajaron frente al edificio de Enzo. El morocho lo sostuvo por la cintura, solamente por si acaso, un poco sorprendido todavía por la docilidad del castaño, que estaba despierto pero no parecía del todo consciente. Daba la sensación de que estaba perdido en sus pensamientos. Enzo sentía la mezcla de su perfume con el olor a alcohol con claridad mientras los dos se movían por el silencioso hall que llevaba hasta el ascensor, mientras mantenía la mano afianzada a aquella curva en su torso. 

—¿Dónde estamos? —murmuró finalmente Julián cuando los dos ya estaban subiendo hasta el piso diez, hombro con hombro en el moderno ascensor y con Enzo todavía sosteniéndolo por las dudas, aunque sin hacer demasiada presión. 

—En mi casa —respondió sencillamente, mientras la puerta se abría. 

—¿Qué hacemos en tu casa? —preguntó el castaño, mirándolo con los ojos ligeramente entrecerrados pero brillantes, un poco idos, y las mejillas sonrojadas, con una expresión relajada que a Enzo le parecía particularmente favorecedora—. Yo quiero ir a mi casa. 

—Y yo quiero un millón de dólares, bonito —le respondió el morocho con una sonrisa, recordando cómo lo había llamado la última vez, un apodo que parecía deslizarse por sus labios casi de forma natural—. Dale, dale, vení que tenés un pedo, necesitás acostarte —dijo, tirando de su brazo para que saliera del ascensor antes que se cerrara la puerta—. Mañana podés ir a tu casa.  

—No estoy en pedo —cuestionó Julián, con convicción, mientras Enzo lo dejaba apoyado contra la pared del junto a la puerta, sosteniéndolo todavía por la muñeca y apoyando la otra mano en uno de sus hombros—. ¿Querés que me ponga en cuatro? 

Enzo alzó los ojos con sorpresa y luego soltó una carcajada que resonó por el silencioso pasillo, mordiéndose los labios después, sabiendo que era un poco tarde para hacer tanto ruido. Intentó, por todos los medios, no buscar la imagen mental de eso, aunque fue bastante difícil. Julián seguía mirándolo con una seriedad absoluta mientras el morocho metía torpemente la llave en la cerradura, todavía un poco shockeado y sin demasiada coordinación. 

—¿No querrás decir hacer el cuarto? —preguntó, mirándolo de lado con una sonrisa contenida mientras abría la puerta del departamento. 

Julián lo observó con una ceja alzada, aparentemente convencido de que era exactamente lo que había dicho. Todavía tenía esa tranquilidad flotando por el rostro, como si nada fuera demasiado importante como para alterarlo. Era inusual verlo así alrededor de él.   

—Eso. 

—Dejá, te creo —le dijo el menor con una media sonrisa, volviendo a tomarlo de la cintura para obligarlo a entrar—. Y si te querés poner en cuatro, esperá a que lleguemos a la cama, que mi vecina no tiene mucha buena onda conmigo. 

No hubo una mirada molesta después de eso, lo que era verdaderamente un milagro del alcohol. El castaño seguía con aquella expresión relajada, no alegre pero tampoco molesta.  

Con la mano en la cintura del castaño, Enzo se sacó las zapatillas con los pies y guió a Julián por el departamento. Sin pensarlo mucho, lo llevó hasta la cama, haciendo que se sentara ahí con un delicado empujón mientras el morocho buscaba algo para que se cambiara. Revolviendo un poco entre sus cajones, agarró los mismos pantalones que le había dado la última vez y una remera, que suponía que iban a ser más cómodos para dormir que la ropa que tenía puesta. 

Cuando se giró hacia Julián nuevamente, el castaño había perdido los zapatos, se había sacado la camisa de adentro del pantalón y estaba luchando con los botones de arriba, habiendo desabrochado ya dos del cuello y mirando de mala manera el tercero mientras forcejeaba con él. Enzo no pudo evitar quedarse observando la porción de piel blanca del pecho, con una sonrisa un poco incrédula en el rostro mientras seguía la escena. Frustrado, Julián abandonó la tarea de desabotonarse la camisa y se dejó caer hacia atrás en la cama, con los brazos sobre su estómago y observando a Enzo con una expresión neutral. 

—Al final la clave era darte alcohol —comentó el morocho, un poco en broma, un poco en serio—. Me decís que te vas a poner en cuatro, te empezás a poner en bolas, te acostás en mi cama… —lo cargó, sabiendo que Julián no estaba con todas las luces como para enojarse por el comentario, pero queriendo molestarlo igualmente—. Te voy a llevar a los after más seguido si te ponés así.   

El castaño se tomó su tiempo para entender las palabras, para comprender exactamente qué había querido decir. Tenía los ojos un poco entrecerrados, que se clavaron en él cuando pareció comprender a qué se había referido Enzo con lo que había dicho. Era tan raro verlo tan lento.   

—Pff, dice el que tiene un beso tatuado —comentó Julián, observándolo con una chispa que el morocho nunca había visto en su mirada, aparentemente lo suficientemente lúcido como para entender lo que había querido decir—. Pero la trola soy yo.

Enzo lo observó con los ojos muy abiertos, antes que sus labios se curvaran en una amplia sonrisa, soltando una risa casi silenciosa. Estaba maravillado. Esa persona no podía ser Julián. No había manera. Si esa era la razón por la que no iba a los after, por la que se negaba a tomar, lo entendía perfectamente. Era como si alguien hubiese liberado a un alter ego alimentado a base de cerveza artesanal con sobreprecio y un par de horas lejos de la computadora. 

 —¿Cómo sabés que tengo un beso tatuado? —preguntó con auténtica curiosidad, sin perder la sonrisa, acercándose un poco más a él.

Julián se incorporó un poco, apoyando los antebrazos en el colchón para sostener su peso. Enzo estaba sorprendido de que pudiera mantenerse así. Había algo en la pose descuidada, en la camisa un poco abierta y arrugada, en la mirada desenfadada, que al morocho le aceleró un poco el corazón. Había algo magnético en ver a Julián así, como si no pudiera sacarle los ojos de encima. Como si fuera alguien que no había visto antes, incluso cuando había estado ahí. Parecía la persona real detrás de la que veía siempre, una que le gustaba mucho más que la que conocía. 

—Lo vi cuando dormías, estaba ahí —respondió con naturalidad—. Y yo tengo ojos, ¿cómo no lo voy a ver?  

Enzo se acercó hasta que sus piernas chocaron con las rodillas de Julián, que todavía estaba con las suyas colgando de la cama. El castaño se incorporó un poco más, quedando justo frente al diseñador. El morocho apoyó una mano en su barbilla, levantando la cabeza del mayor suavemente para que sus ojos se volvieran a encontrar. Estaba como en un trance.

—Me intriga saber qué otras cosas viste —le dijo despacio, con media sonrisa. 

Enzo sabía lo que estaba haciendo y sabía también que su filtro para pensar en esas cosas estaba bastante dañado en ese momento. Julián lo provocaba, de una forma de la que él no parecía ser consciente y Enzo tampoco. El castaño lo estaba mirando fijo a los ojos, sin apartarlos de él. El diseñador tampoco quería apartarlos. Quizás, por primera vez, Julián no estaba siendo esquivo y escurridizo. Parecía que, tal vez, estaba siendo él, la persona que se escondía detrás de todo eso. Había una honestidad en la forma en que lo miraba que al morocho le parecía mucho más agradable que cualquier otra cosa.  

—Nada más —dijo el castaño, en ese mismo tono de voz. 

—¿Ah, sí? —preguntó despacio—. ¿Y querés ver algo más? 

La mano de Enzo se movió un poco, apoyando uno de sus pulgares en el labio inferior del mayor, con su índice todavía en su barbilla. Los ojos de Julián se abrieron un poco, pero no se movió, no se apartó, aunque tampoco respondió. Por el contrario, su rostro se inclinó sobre el toque. Su labio superior se movió un poco, quedando apoyado sobre la punta del pulgar de Enzo, con su boca apenas entreabierta y sus dientes frontales rozando la piel de su dedo. El diseñador deslizó la yema suavemente hacia el labio inferior. La imagen en sí era casi obscena. El morocho estaba un poco fascinado con aquella reacción, con la forma en que parecía no estar listo para salir corriendo, para irse como siempre y evitarlo a toda costa. Era como si quisiera estar ahí. 

Enzo se quedó quieto, sabiendo que hacer algo más significaba quizás cruzar una barrera que no quería cruzar con él. En especial porque Julián no estaba del todo consciente de lo que hacía o, por lo menos, le daba esa sensación. No quería hacer algo de lo que pudiera arrepentirse al día siguiente. No quería que Julián volviera a alejarse completamente de él. Si había algo más ahí, Enzo sabía que iba a ser un camino lento.  

Con aquella última neurona razonable que le quedaba, el morocho levantó la mano del rostro de Julián para tirarle el pelo hacia atrás. El castaño todavía lo miraba con aquellos ojos de ciervo que poco se parecían a los que veía todos los días y, a su vez, eran los mismos. Le gustaba cómo le quedaba el pelo cuando se le deshacía ese jopo hacia atrás que insistía en usar. 

—¿Por qué no te cambiás y te acostás? —sugirió Enzo en un susurro, su voz sonando un poco afectada, pasándole la ropa, apoyándola sobre su regazo.

Julián seguía observándolo fijamente pero asintió. 

Enzo todavía se sentía dentro de aquel mundo paralelo donde el castaño lo dejaba acercarse, donde quería hacerlo, donde había algo entre los dos tan distinto que le daba escalofríos. 

El desarrollador apartó la mirada para volver a luchar con su camisa y Enzo decidió tomar un pantalón corto y se fue al baño. Se mojó un poco la cara y el pelo, respirando profundamente. Se observó en el espejo un momento, como si ahí pudiera encontrar respuestas a preguntas que ni siquiera tenía muy claras. Se cambió con torpeza, se sacó los lentes de contacto, se lavó los dientes y sólo entonces salió del baño. 

Cuando volvió frente a la cama, Julián ya estaba acostado, con la ropa que le había dado y con las frazadas hasta la cintura. Enzo sintió una inusual calidez ante la imagen. Había algo de él… algo que siempre le generaba ese extraño deseo de cuidarlo. El diseñador tenía ese complejo, era sobreprotector, le gustaba cuidar a los demás, estaba en su naturaleza. Desde que era chico, siempre había sido así y sólo se había vuelto peor a medida que había crecido. Pero Julián… no sabía exactamente qué le pasaba con él. Al verlo así acostado, con los ojos cerrados, con la postura despreocupada… Enzo sentía una extraña tranquilidad. 

—¿Te vas a quedar ahí parado? —preguntó el castaño todavía con los párpados cerrados, dando la sensación de que estaba en un limbo, ni dormido ni despierto. 

—No, me voy a acostar al sillón —respondió Enzo, todavía poco acostumbrado a aquella franqueza en la voz del castaño, la forma en la que había cierta irreverencia al dirigirse hacia él—. ¿Necesitás algo más? 

—Quedate —murmuró Julián, casi interrumpiéndolo—. Podés dormir acá, no me molesta. 

Enzo se quedó a mitad de camino, porque aquella sí era una sorpresa. A esa altura de la noche, parecía una más de tantas.  

—No me molesta dormir en el sillón. 

—Es tu cama —agregó en voz baja el castaño, que ya parecía más dormido que despierto—. Iría al sillón yo pero… 

El desarrollador dejó la frase en el aire. Enzo estaba bastante seguro de que ya no tenía las energías para levantarse. Conocía esa sensación después de tomar mucho alcohol. Le sorprendía incluso que siguiera hablando con tanta coherencia. 

El morocho se acercó lentamente al otro lado de la cama, sin decir más nada. Levantó la frazada y las sábanas del lado contrario y se metió debajo de ellas, manteniendo la distancia. Había compartido la cama con otras personas más veces de las que podía contar, pero no recordaba nunca tener aquella cautela, ese espacio entre los dos que parecía poder medirse con regla. Julián le estaba dando la espalda y los ojos de Enzo se quedaron fijos en el pelo que caía sobre su nuca, en el cuello de la remera demasiado grande y la forma en que los huesos apenas se marcaban a través de la tela demasiado fina. Podía sentir las respiraciones rítmicas junto al sonido lejano de la calle, algo que parecía estirarse en el tiempo, haciéndolo pasar más lento. 

Enzo siempre había sido una persona bastante impulsiva. Con Julián, sin embargo, se sentía distinto. No entendía muy bien aquella necesidad de buscarlo, de entender eso que parecía tener siempre sobre la piel, como algún tipo de armadura que lo estaba protegiendo de algo. Aquella noche, parecía que eso no estaba. Y el morocho no podía decir que no sentía curiosidad, ganas de saber qué había ahí abajo, cuando esa defensa había desaparecido por un rato.

Estiró una mano sin pensarlo demasiado y la apoyó apenas sobre el hombro de Julián, en un gesto torpe, sin intención más que esa. El morocho dejó una suave caricia con el pulgar sobre la tela de la remera, con un toque sutil, casi como si buscara nada más probar que estaba ahí. A diferencia de otras veces, no sintió el cuerpo de Julián tensarse, las respiraciones seguían siendo relajadas, como si el gesto fuera casi bienvenido. El castaño giró sobre la almohada, quedando boca arriba, sus ojos todavía cerrados pero su rostro tranquilo. Enzo mantuvo la mano en su hombro izquierdo, apenas tocándolo.  

—Qué raro es verte así… —murmuró el morocho, casi como un pensamiento dicho en voz alta, como algo que Julián probablemente ni siquiera podía registrar. 

—Es raro… —coincidió el castaño, su voz en un breve susurro, un poco lento y cansado—. No estoy acostumbrado a tener a alguien en la cama conmigo. 

La honestidad hizo que algo corriera por la espalda de Enzo, distorsionando las palabras al antojo de su cuerpo. No era una confesión, ni tenía tono de víctima. Era un dato que Julián estaba compartiendo como cualquier otro, pero que repercutió en la mente nublada de Enzo como si hubiese sido algo explícitamente dicho para él. 

—Me puedo ir al sillón si querés —musitó Enzo, hablando bajito. 

—No hace falta —murmuró el cordobés, ya sonando más dormido que despierto. Enzo podía ver el perfil con la boca entreabierta y el cuello largo, con el pecho subiendo y bajando con tranquilidad—. Está bien. 

El morocho dejó escapar el aire con suavidad. Todavía tenía la mano sobre el hombro del desarrollador, pero no quería moverse. No quería romper esa calma rara entre los dos, que parecía muy frágil, una que probablemente ya no iba a estar ahí cuando se despertaran al día siguiente. 

—Perdón si soy un poco intenso —susurró el diseñador, sin saber muy bien por qué estaba diciendo eso pero perfectamente consciente de que era algo que nunca hubiese dicho estando completamente sobrio, ni sin Julián borracho como estaba—, pero… no quiero que estés a la defensiva alrededor mío, Julián. No hace falta —agregó, en el mismo tono suave—. Nadie te está juzgando por nada, ¿sabés? 

El desarrollador soltó un suspiro suave y parecía que estaba haciendo un esfuerzo por seguir despierto, todavía relajado bajo el toque suave en su hombro. 

—Ya sé —dijo el castaño en un murmullo—. A veces… no sé hacer otra cosa —susurró, sus palabras saliendo lentas, como si ya le costara hilar pensamientos coherentes—. No terminó muy bien eso para mí… lo de confiar en otra persona —agregó, de forma apenas audible, un poco incoherente—. Terminó con alguien decidiendo todo por mí… Cruzando límites que yo… 

La mano de Enzo se deslizó suavemente por el hombro de Julián, bajando un poco por su brazo con delicadeza. El castaño soltó otro suspiro relajado, casi como estando ya dentro de un sueño. Y el morocho no sabía muy bien que estaba haciendo pero tampoco quería parar. 

—Es lo que me sale —agregó después el castaño, casi como si hablara estando dormido—. No es por vos.

La mano de Enzo encontró la muñeca de Julián por debajo de la frazada, sosteniéndola como si fuera un sostén, como si ese pedazo de Julián era uno al que quería aferrarse. 

Enzo se quedó dormido así, con una distancia prudencial, pero todavía con ese contacto entre los dos. 

El ruido del tráfico filtrándose por la ventana fue lo primero que Enzo registró al despertar al día siguiente, antes que sonara la alarma. Sentía un ligero dolor de cabeza y la boca un poco seca. Tardó unos segundos en ubicarse. Reconoció pronto que el departamento era suyo y la cama también, aunque le llevó otro momento recordar que no estaba solo. Julián dormía todavía, con una de sus manos debajo de la almohada y la otra colgando cerca del borde de la cama. Estaba boca abajo, con la espalda ligeramente descubierta. Una parte de su cintura asomaba por encima del pantalón que Enzo le había prestado, haciendo una curva imposible hasta sus muslos. Había algo en esa imagen que al diseñador le pareció extrañamente íntima, que no podía dejar de observar. 

Las palabras de Julián habían quedado grabadas en su cabeza. Mientras lo veía descansar tan tranquilo, le costaba creer que fuera esa persona que estaba siempre a la defensiva cuando se despertaba. Había tanto de él que le hubiese gustado entender mejor, pero tanto otro que parecía haber comprendido con aquel pequeño momento de honestidad. Enzo entendía un poco mejor que las cosas con Julián no eran tan fáciles, que esa barrera entre él y los demás estaba ahí por una razón. 

Usando uno de sus antebrazos para incorporarse un poco, Enzo llevó la mano del otro brazo a su cara, frotándosela con fuerza. Pero al bajar la mano, Julián ya no dormía, sino que lo estaba mirando. Tenía los ojos apenas abiertos, como si no pudiera abrirlos más que eso. El morocho contuvo la respiración por unos instantes, casi sin darse cuenta. Había algo realmente magnético sobre toda la situación, que resultaba mucho más íntima que muchas otras veces con las que se había levantado en la cama con gente con la que sí había pasado algo. 

El diseñador se extendió para correrle un poco el pelo de la cara, algo que ya parecía casi una costumbre. Julián se quedó quieto, todavía observándolo a través de ojos entrecerrados, adormilados. Enzo seguía con la vista fija en él.

—¿Estás bien? —preguntó el morocho, en voz baja, casi en un suspiro. 

Julián pareció hundirse más en la almohada, volviendo a cerrar los ojos y haciendo una mueca, curvando un poco la espalda para pegarse más al colchón, casi como si deseara fundirse con él y soltando otro gemido cansado. Parecía que le estaba costando procesar todo. Y a Enzo le estaba costando creer que aquella escena era real, y que le estaba generando algo que no sabía que podía generarle. 

—Me quiero morir… —murmuró Julián en respuesta contra la almohada, un sonido ronco, acompañado con un quejido.

Enzo tenía sentimientos encontrados pero sonrió un poco, pasándole una mano por el pelo. El castaño era casi tierno cuando dejaba de lado su personalidad usual, cuando actuaba por reflejos como en aquel momento, despojado de la ropa de oficina y siendo una persona más real. Más parecida a él.  

—¿Eso es un sí? —insistió el menor, sentándose en la cama y tapándolo un poco con la sábana casi por inercia. 

Julián volvió a soltar algo que era una mezcla entre un gruñido y un gemido. 

—¿Querés tomar algo?, ¿un café, un té? —sugirió el diseñador. 

—Agua, por favor —le pidió, todavía en la misma posición—. Con cianuro. 

Enzo se rio un poco entre dientes. Resultaba que Julián podía ser gracioso, incluso en una situación así. Si alguien se lo hubiese dicho unos días atrás, no lo hubiese creído. Quizás estaban pasando demasiado tiempo juntos y se estaba contagiando.

—Te puedo dar un paracetamol y un té, Yiya Murano —dijo Enzo, mientras Julián volvía a soltar otro sonido lastimero—. O el pésame. 

El castaño finalmente levantó los ojos, girando para quedar boca arriba, su mirada amenazante sin surtir el efecto de siempre. Era una mezcla de dolor, cansancio y ganas de morirse. Enzo lo entendía, era preferible morirse que tener resaca de cerveza artesanal un día de semana.

—Paracetamol está bien, gracias. 

Enzo se levantó de la cama y fue hasta la cocina, poniendo la pava y buscando el blister en donde tenía los medicamentos. Se tomó su tiempo para preparar el té, para servir un vaso con agua, sabiendo que todavía era temprano y que Julián probablemente necesitaba un momento para asimilar las cosas que había dicho y hecho la noche anterior, si era que las recordaba. El diseñador, que solía ser bastante impulsivo, no estaba muy orgulloso de su comportamiento cuando tomaba. Asumía que el cordobés debía estar muerto de vergüenza. 

Cuando volvió, encontró a Julian sentado en la cama, con la cabeza entre las manos y la remera arrugada un poco torcida en el cuello. Cuando lo escuchó, se enderezó lentamente, aceptó el vaso y el paracetamol con un murmullo en agradecimiento y bebió despacio, sin levantar la mirada.

—Perdón… —musitó después—. Por todo lo que dije ayer… lo que hice… Ah, me quiero morir —repitió, llevándose una mano a la frente para cubrirse los ojos. 

Enzo apretó los labios. No quería reírse pero Julián lo estaba haciendo tan difícil. Le daba un poco de ternura verlo así.  

—No te mueras, que tenemos que terminar el proyecto antes y no puedo sin vos—le dijo, sin poder evitar esa sonrisa casi imperceptible al verlo tan mortificado, era un lado mucho más agradable de él, uno que prefería por sobre el del día a día—. Todos nos agarramos algún pedo en algún after alguna vez, hubo cosas mucho peores, preguntale al Dibu —trató de consolarlo, recordando algunas oportunidades en las que él también había hecho el ridículo, historias que prefería no compartir—. Te dejé el té en la mesa, tomalo tranquilo que yo me voy a pegar una ducha, después te podés bañar vos si querés. 

El castaño asintió. Todavía parecía demasiado cansado, extremadamente cohibido como para llevarle la contra. 

—Gracias, Enzo —le dijo en un susurro que, por alguna razón, quedó en sus oídos incluso cuando había cerrado la puerta del baño. Parecía ir más allá del té y la oferta de darse un baño. 

El morocho se sacó la ropa y se metió debajo de la ducha, como si el agua caliente pudiera despejarle la mente de todas las cosas que habían pasado la noche anterior. Iba a ser un día largo y sentía que concentrarse iba a ser una tarea difícil.

Estaba cansado. 

Después de tomar una toalla y secarse un poco, Enzo la envolvió alrededor de su cintura. Julián estaba sentado a la mesa, con cara de querer morirse ahí mismo, mientras le daba sorbos distraídos a su té. El morocho tomó algo de ropa y se cambió detrás del bimbo, sin prestar demasiada atención a lo que se ponía: un pantalón negro, una remera gris. Tomó una remera blanca básica y se la dio a Julián, que levantó los ojos de su té para observar la prenda que le estaba extendiendo. 

—No es una camisa planchada, pero… —murmuró—. Tenés un toallón en el baño. 

El castaño asintió con un silencioso agradecimiento en los ojos antes de dirigirse lentamente hacia el baño. 

Enzo se sirvió un vaso de agua y se comió una rodaja de pan tostado con queso, más que nada para matar el tiempo mientras Julián se duchaba. Se tomó también un paracetamol, no estando del todo seguro si aquel dolor de cabeza que tenía era únicamente por el alcohol. Pocos minutos después, el castaño salió del baño ya cambiado, con su pantalón de vestir claro y la remera blanca que le quedaba apenas suelta. Tenía el pelo húmedo tirado hacia atrás y había algo que hacía que el estilo simplemente funcionara para él. Como si fuera un poco más fiel a todo lo que Enzo había visto sobre su personalidad en las últimas horas.

—¿Nos vamos? —preguntó el morocho, tomando su mochila. El desarrollador había dejado la suya en el auto, por lo que no tenía nada con él más que su abrigo y las cosas que tenía en el bolsillo. 

El castaño asintió, todavía con cara de cansado, de querer desaparecer de la faz de la Tierra. 

Los dos salieron del departamento en silencio. Enzo cerró la puerta con llave mientras Julián llamaba al ascensor, con una quietud entre los dos que era más de agotamiento que de incomodidad. Las puertas automáticas se abrieron y los dos ingresaron, quedando frente a frente. Enzo observó al castaño, que se había pasado las manos por el pelo y tenía un desastre de ondas mojadas apuntando en cualquier dirección. 

Casi sin darse cuenta, Enzo alzó una de sus manos y la pasó por los mechones castaños, todavía húmedos entre sus dedos, tirándolos hacia atrás e intentando peinarlos con aquel movimiento. La acción había sido inconsciente pero no tenía intenciones de detenerse. 

—No podés salir siempre despeinado de mi casa —le dijo suavemente, buscando justificarse, aún peinándolo con cuidado. 

Julián lo miró sorprendido pero, sin saber Enzo muy bien si por la sorpresa o por el cansancio, no se apartó de él. Se quedó ahí, duro, observándolo como si no supiera qué más hacer. Por primera vez —por lo menos, estando sobrio— dejó que la mano del morocho se deslizara lentamente por su pelo, apartando los mechones ondulados hacia atrás, con sus ojos sin despegarse de los suyos. Pensó que le quedaba mucho mejor así, al natural. 

—Gracias —murmuró Julián finalmente, antes de salir del ascensor apenas se detuvo y se abrieron las puertas. 

El menor lo siguió en silencio, todavía un poco abrumado sobre lo que había pasado en las últimas horas. Estaba todavía un poco desencajado con aquella faceta de Julián que, lejos de haber sido vergonzosa o estúpida como la de cualquier persona que tomaba un poco de más, había sido una revelación. 

Había sido la primera vez que Enzo se había planteado que, quizás, Lisandro no estaba tan equivocado cuando le decía que las cosas entre los dos parecían haber cambiado. 

Notes:

A este ritmo el +20 capítulos se transforma de a poco en un +30.

Espero que les haya gustado! Gracias por los kudos y los que se fueron sumando en estos días 🧡 Por los comentarios también, que siempre me hacen reír y me dan algunas ideas también 🤭

Nos leemos seguro antes que termine la semana!
MrsVs.

Chapter 10: I have drunk too much. I need to lie down in a hole.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Julián quería hacer un pozo, meterse adentro y no salir de ahí por un par de semanas. Meses, quizás. Estaba seguro que alguna empresa en Asia podía apreciar a un desarrollador con las capacidades que él tenía. Europa no parecía lo suficientemente lejos, Estados Unidos tampoco. ¿Cuáles serían las condiciones laborales en Singapur? ¿Lo aceptarían en Corea del Sur aunque no supiera el idioma? La comida japonesa le gustaba y estaba seguro que había muchas empresas de tecnología en Tokio que podían apreciar su disciplina…  

Dios, le dolían la cabeza y el amor propio. No sabía cuál era peor. 

—Qué carucha, Juli —comentó Nicolás mientras apoyaba su taza junto a la de Julián mientras el castaño se servía café. El desarrollador terminó de llenar su taza y llenó la de su compañero, que agradeció con un gesto de la cabeza—. ¿Te pegó el escabio ayer?  

—Sí, dormí mal —respondió, esquivo. Tenía la boca todavía seca y el estómago un poco revuelto. No había nada que deseara más que seguir durmiendo, de ser posible hasta la próxima vida.

Nicolás sonrió pero no dijo nada. Julián estaba agradecido de que fuera una persona tan tranquila y de pocas palabras, o que por lo menos sabía leer el ambiente. Era el único tipo de persona que quería cruzarse ese día. 

El camino hacia la oficina con Enzo había sido silencioso. Los dos habían salido del departamento sin decir nada, caminando lado a lado. Julián había seguido repitiendo los sucesos de la noche anterior en su cabeza, odiándose a sí mismo por ser tan inconsciente, por tomar tanto y decir todas las cosas que había dicho. Estaba muerto de vergüenza. No podía creer que se había comportado así alrededor de Enzo, que se había metido en su cama, que había actuado como si fueran cualquier cosa menos compañeros de trabajo. 

Recordar todo sobre la noche anterior era una bendición, pero también una pesadilla. Y le dolía la cabeza. Lo estaba matando.  

Lo que había pasado… Julián necesitaba que no volviera a pasar. No solamente por el alcohol, pero dentro de su relación con Enzo. Cómo lo había mirado, cómo lo había tocado… Julián no podía permitirse nada de eso. Sabía que se sentía atraído por Enzo a nivel físico y que había algo en su personalidad que había comenzado a generarle algo más que molestia, pero no podía ser más que eso. No podía dejar que fuera nada más que eso. 

Julián se sentía vulnerable cuando estaba alrededor de Enzo. Sentía que, casi sin darse cuenta, había empezado a encontrarse demasiado cómodo alrededor de él, como si pudiera ser la persona que había sido alguna vez. Pero eso nunca había salido demasiado bien para él. 

—Podés ir vos a la oficina primero —le había dicho Enzo, casi como leyéndole la mente, cuando estaban a un par de cuadras de la empresa—. Yo me voy a comprar un café y después voy. ¿Querés algo? 

El castaño había negado suavemente con la cabeza y Enzo le había dado la espalda para seguir caminando por delante de él. Julián había continuado caminando hasta el estacionamiento, donde había quedado su auto. Había tenido la maravillosa idea de dejar ahí una muda de ropa limpia y una camisa planchada por las dudas, después de haberse quedado dormido en la casa del diseñador por primera vez. 

Julián no había visto al morocho desde entonces. Y prefería postergarlo todo lo que fuera posible. 

—Les compartí un docu a vos y a Enzo con algunos bugs y sugerencias sobre la Home, cualquier duda que tengan me pueden dejar un comentario ahí —le explicó Nicolás y Julián tuvo que hacer un esfuerzo para prestar atención, con la cabeza todavía latiendo como si alguien le estuviera pegando martillazos desde adentro—. La mayoría son cosas de Front igual. ¿Me dijo Enzo que tenían una demo el lunes que viene y que por ahí podemos charlar un toque después del Zoom que tienen con los de CoreOne hoy? 

El castaño asintió después de llevarse la taza a los labios, procesando cada palabra con lentitud, como si fuera en otro idioma que no hablaba muy bien y tuviera que repetirlas dentro de su cabeza para comprenderlas.

—Gracias. 

Nicolás le guiñó un ojo antes de abandonar la cocina. 

Julián suspiró, regresando a su escritorio. Solamente Enzo y Lisandro estaban ahí. Todavía no había llegado nadie del equipo de Desarrollo, probablemente aún tratando de levantarse de la noche anterior. El castaño intentaba aferrarse al pensamiento de que no había sido solamente él quien había tomado un poco más de la cuenta. Recordaba que Cristian y Nahuel no estaban mucho mejor que él. No sabía que había sido de Oriana el resto de la noche tampoco, pero la recordaba gritando más de lo normal. 

El desarrollador intentó concentrarse en lo que tenía frente a él, aunque la cabeza todavía le dolía y el café le estaba dando acidez, aún cuando la sensación de algo caliente era sumamente agradable. Tenía ganas de volver a su casa, sacarse la ropa y meterse en la cama, de dormir hasta la hora que tuviera ganas y no interactuar con nadie por un par de días. Todavía se encontraba intentando sacudirse la sensación de haber dormido en una cama ajena, en la de Enzo, de la incomodidad de tener otra vez puesta su remera abajo de la camisa, con su perfume aferrado a ella. Era un pensamiento que lo avergonzaba de una forma casi infantil, como si todo el mundo pudiera saber que habían dormido lado a lado con sólo mirarlo. 

—Buenos días —murmuró Cristian al llegar, sin lucir mucho mejor que él. 

Lautaro y Nahuel llegaron poco tiempo después, seguidos por Oriana, que parecía querer morirse en su escritorio. Julián suspiró, suponiendo que iba a ser un día complicado para todo el equipo. Agradecía que todos parecieran tener pocas ganas de interactuar, limitándose a los comentarios y las preguntas estrictamente necesarias. Nadie estaba tampoco en condiciones de comentar lo que había tomado Julián. No había sido el único, evidentemente. 

El castaño estaba disfrutando de aquel silencio, tratando de no mirar el reloj y deseando que el tiempo pasara más rápido, por lo menos hasta que vio por el rabillo del ojo las piernas de Enzo apoyadas en su escritorio. Siguió concentrado en lo que estaba haciendo, aún un poco cohibido por todo lo que había pasado. 

—Che, Charlie Sheen, ¿vamos para la sala? —preguntó, y Julián podía escuchar la sonrisa porfiada en su voz—. Tenemos la call con el colorado en quince. 

Julián escuchó la risita cansada de Cristian, que era el único de su equipo que siempre le festejaba los chistes a Enzo, chistes que el castaño a veces ni comprendía. Si la broma le había causado gracia al resto, por lo menos lo habían disimulado. Todavía quedaba una larga semana por delante como para tener demasiado buen humor. 

El desarrollador finalmente alzó los ojos, encontrándose con el rostro de Enzo, con la inusual visión de sus anteojos negros sobre el punte de la nariz. Tenía cara de cansado también pero su sonrisa siempre seguía ahí. Siempre estaba de buen humor, lo que era verdaderamente envidiable en un día así. 

—¿Vamos? 

Julián se puso de pie, llevándose la computadora y la botella de agua.

—Me parece que necesito otro café —musitó, pensando en voz alta. En realidad necesitaba desaparecer y volver a aparecer mágicamente en su casa, pero sabía que esa no era una opción. 

Enzo le dio una palmada en la espalda. 

—Andá para la sala, dale, que ahora te llevo uno —le dijo sin darle tiempo a reaccionar, antes de caminar para el lado contrario, hacia donde se encontraba la cocina—. Le quería consultar algo al Dibu igual y nunca me responde los mensajes, así que le voy a dejar un regalito en el escritorio. 

Julián se arrastró hasta la sala de reuniones, envidiando la predisposición de Enzo para todo. Apoyó su computadora en la mesa y se dejó caer sobre la silla, sin querer pero sin poder evitar pensar que todavía quedaba por delante la mayor parte de la semana. Necesitaba que ese paracetamol hiciera efecto cuanto antes. 

Enzo apareció pocos minutos después, apoyando su cuaderno en la mesa y dejando la taza de World’s Best Boss frente a Julián, antes de sentarse a su lado. Dejó también una medialuna de manteca en una servilleta de papel. 

—Las trajo Giu, te va a hacer bien comer algo. 

Julián no dijo nada. El olor del café era reconfortante. El castaño cerró un momento los ojos, tratando de enfocarse en lo que tenía que hacer. Sintió la mano de Enzo sobre la suya, apartándola suavemente del trackpad. El desarrollador abrió los ojos para ver cómo el morocho ingresaba a la aplicación para tomar la call, sus manos todavía lado a lado y el castaño aún intentando conectar sus pensamientos. Enzo tenía esa forma de invadir su espacio personal y su trabajo, pero sin ser ofensivo. Era como pidiendo permiso, intentando siempre ayudar en lugar de dominar. 

Julián entendía la diferencia. Lo que no podía entender era cómo algo tan simple como sus manos rozándose podía ponerlo tan tenso. 

Alexis apareció en la pantalla a las diez en punto. Joaquín estaba ahí también, con esa sonrisa que Julián había encontrado tan encantadora en otro momento pero que poco después había aprendido a despreciar. 

—Están aplicados los cambios que discutimos la última vez —comentó Enzo, después de los saludos y las formalidades—. Y vamos a tener una primera ronda de testeo antes de la demo del lunes, para poder revisar el prototipo antes del jueves.  

Alexis dijo algo sobre dicha demo. Julián tenía todavía la cabeza un poco nublada. Tomó la taza y le dio un sorbo al café, buscando algo que hacer mientras Enzo hablaba. Sintió los ojos de Joaquín sobre él, siguiendo el movimiento a través de la pantalla, observándolo.   

El Product Owner les pidió si podían estar el martes, en lugar de lunes, a la diez en CoreOne, que les iba a mandar la invitación formal para la reunión. En la misma, iban a estar presentes algunos de los integrantes del equipo que estaban involucrados en el proyecto, y algunas otras personas de parte del cliente final. Julián suspiró, sintiéndose un poco nervioso. No estaba emocionado con aquella reunión. Supuso que la única parte positiva era que tenían un día más de lo que habían creído inicialmente. 

Cuando estaban cerrando la charla, Enzo le dio un sorbo a la taza y Julián lo observó. Los dos compartieron una breve mirada, con las cejas alzadas y expresiones similares, como si el morocho no se hubiese dado cuenta de lo que estaba haciendo. Era su taza, después de todo, pero era el café de Julián.

—Gracias por su tiempo —dijo Alexis, como para cerrar, con una sonrisa contenida. Joaquín estaba quieto y el castaño pudo ver la expresión ligeramente pedante en la cara de Enzo. Ya la conocía bastante bien, por lo menos dentro de aquel entorno. 

—Gracias a ustedes —dijo el diseñador, condescendiente—. Nos vemos el jueves. 

Antes que pudieran hacer algún comentario, Enzo sacó su teléfono y le envió un mensaje a Nicolás para avisarle que la reunión ya había terminado. Julián ahogó un bostezo contra su mano y sintió los ojos de el morocho sobre él, que tenía esa sonrisita que a veces quería borrarle de una patada. El castaño cerró los ojos. No tenía ni siquiera las ganas para hacer eso o empezar una discusión. 

Se sorprendió cuando sintió las manos de Enzo en el cuello de su camisa, acomodándolo ligeramente hacia adelante. Abrió los ojos para observarlo, encontrándose con que aún tenía esa expresión entretenida en la cara. 

—No sé de dónde sacaste la camisa, pero parece que te la pusiste con los ojos cerrados. 

Nicolás tenía aquella mañana toda la energía que les faltaba a ellos dos. Había agregado un montón de feedback al documento que les había compartido y tenía algunas cosas más anotadas que no había llegado a agregar. Julián estaba tomando nota, revisando el listado, mientras Enzo hacía sus propias anotaciones en papel. Nico era desarrollador también y había trabajado antes como tester, por lo que el feedback que había dado era muy detallado. Él y Julián se entendían bien y el diseñador trataba de seguirlos cuando la cosa se ponía demasiado técnica. 

—¿Por ahí podemos cambiar la cantidad de elementos por fila de las últimas noticias para pantallas más grandes? Desde mi monitor en tres columnas queda muy grande —sugirió Nicolás entre sus comentarios, mientras repasaban juntos las pantallas—. ¿Por ahí lo podemos poner en cuatro? 

A Enzo se le escapó una carcajada casi inmediatamente ante la casualidad en el inocente comentario de su compañero. Julián apretó los labios, sintiendo el calor y la vergüenza subiendo por su cara, mientras Nicolás los observaba, un poco confundido aunque sonriendo ante la diversión del diseñador. El programador sabía exactamente en lo que estaba pensando Enzo porque las palabras le habían traído a él el mismo recuerdo, recuerdo que estaba tratando de olvidar y hacer desaparecer por todos los medios. Dios, lo iba a matar. Sabía que Enzo no lo iba a soltar nunca. 

—Sí, podemos —dijo Julián firmemente, pegándole con la parte de atrás de su mano a Enzo en el brazo, más fuerte de lo necesario como para que fuera un gesto amistoso. El movimiento no hizo más que avivar su risa, haciendo que el morocho golpeara su brazo con el suyo suavemente—. Puede ser arriba de mil seiscientos —agregó, refiriéndose a la resolución, soltando un suspiro tenso y Nicolás asintió, de nuevo enfocado en la lista de cambios. 

Enzo apoyó su codo en la mesa y apretó el puño contra su boca, todavía escribiendo en su cuaderno con la mano libre pero con una sonrisa incontenible en sus labios. Julián podía ver cómo se los estaba mordiendo, cómo seguía conteniendo la risa por detrás de su mano, que se mantuvo ahí hasta que terminaron la reunión y Nicolás dejó la sala. 

El diseñador rompió en una nueva carcajada entonces, mucho más libre, apoyando la espalda contra el respaldo de su silla. Julián se sentía avergonzado pero había algo en la forma de reírse de Enzo, tan despreocupada, tan sincera e infantil, que le había hecho un nudo en el estómago. 

—Perdón, perdón, perdón… No puede ser —dijo el morocho entre risas, apenas se fue su compañero, tirándose hacia atrás—. Ay, Dios… me tenté… —continuó, mientras tomaba una bocanada de aire—. Me duele la panza. 

Julián se puso de pie, cerrando su computadora. 

—Te odio tanto. 

Enzo estaba tentado y las palabras del castaño le hicieron alzar un poco las cejas, riéndose todavía más. Estaba tentado de verdad. Y Julián estaba entre mortificado y enojado, pero a nada de contagiarse de la risa del menor, que parecía no poder parar. Tenía ese tipo de risa.  

—Sos tan tierno cuando querés —dijo el morocho, todavía recuperando el aliento mientras se ponía de pie y guardaba el cuaderno en el bolsillo de atrás de su pantalón.

Julián suspiró, su corazón un poco inquieto ante la naturalidad de las palabras de Enzo, pensando que ese día no podía terminarse lo suficientemente rápido. Los dos se movieron hacia la salida y el morocho le pasó un brazo por los hombros con tranquilidad, con esa facilidad suya para el contacto físico, a la que el mayor comenzaba a acostumbrarse de a poco. 

—Estás muy pálido hoy —le dijo Enzo junto a él—. O sea, más de lo normal. 

El castaño suspiró mientras caminaban por el pasillo, manteniendo sus ojos en el frente.

—Sí, dormí mal —murmuró, con la que se había vuelto su respuesta por defecto aquel día cada vez que alguien decía algo sobre su aspecto.

Enzo se inclinó un poco sobre él, dándole un pequeño apretón en el brazo y dejando la boca más cerca de su oído. 

—Con lo que roncabas, tengo mis serias dudas... —dijo con esa sonrisa de lado que parecía exclusivamente hecha para molestarlo. 

Julián le dio una mala mirada, escapando del agarre y volviendo a su puesto de trabajo, mientras escuchaba la risa suave de Enzo detrás de él. 

El desarrollador estuvo el resto de la mañana haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantenerse concentrado, incluso cuando sentía la vista cansada y las puntadas en la cabeza eran cada vez peores. Se levantaba cada tanto para ir a buscar agua o ir al baño, pero nada más que eso. 

Al mediodía, todo el mundo parecía ansioso para salir de la oficina. El equipo de Marketing pasó por el área, haciendo más ruido de lo normal. O quizás era Julián, que encontraba cualquier sonido terriblemente molesto. 

—Vos, hijo de puta, si me volvés a llenar la pantalla de post-it, te voy a colgar de los huevos, ¿me escuchaste? —dijo Emiliano a lo lejos, señalando a Enzo a través del espacio entre el pasillo y su puesto de trabajo.  

—Abrí el Slack entonces, chiquito, así te hago las preguntas por ahí —fue la respuesta del diseñador, que era tan confianzudo con cualquier persona dentro de la oficina. 

—Te tengo bloqueado por hinchapelotas. 

—Si lo usaras un poco sabrías que no me podés bloquear, gil —le devolvió y Emiliano solamente se rio, con esa risa suya que era tan fácil de reconocer y de escuchar—. Respondeme los mensajes.  

—Obligame. 

Dios, estaban haciendo demasiado ruido. Julián quería dormir, irse, morirse… Lo que pasara primero. 

Valentina se acercó al sector, saludando a todos y apoyándose en el escritorio de Enzo. Julián suspiró, tratando de seguir con lo que estaba intentando hacer hacía varios minutos. Observó el código con frustración, como si tuviera la culpa de su falta de concentración y cansancio. La mayoría se estaban yendo a comer, por lo que esperaba que quizás, en aquella quietud, pudiera enfocarse un poco en la tarea.

—¿Qué hacés con anteojos, En? —escuchó que preguntó Valentina.  

—No veo nada —confesó el morocho con naturalidad—. Y salí un poco apurado hoy, dejé los de contacto en casa. 

Julián tragó pesado, estirándose para agarrar su botella y tomar un poco de agua. Aunque nadie había dicho nada sobre él, se sentía estúpidamente tocado por aquel comentario. 

—No sabía que usabas. Te quedan muy lindos —le dijo la chica—. Son muy vos. 

Escuchó la risa suave del morocho, mientras sus compañeros empezaban a conversar también entre ellos para ver qué podían comer. 

—Gracias. 

—Che, el viernes, estaba pensando, abrieron un barcito acá cerca hace unas semanas. Querían hacer un after, pero por ahí podemos ir nosotros a ver qué onda… —sugirió la morocha, dejando la pregunta implícita en el aire. 

No era que Julián quisiera escuchar. Valentina estaba hablando en un lugar abierto. No parecía preocupada porque todo el mundo supiera que lo estaba invitando a Enzo a salir. Incluso parecía hecho para que el resto la escuchara, como marcando territorio. O quizás era el castaño, que nunca hubiese hecho una invitación tan abierta para que se enterara media oficina. 

—Dale, de una —fue la respuesta del diseñador, tomándolo un poco por sorpresa. 

Entonces lo que había pasado en el bar…  

El castaño apoyó la botella con un ruido seco, deseando realmente poder irse de esa oficina. Hubiese trabajado en el baño si alguien le garantizaba que no iba a escuchar ninguna otra conversación por el resto del día. 

Deseando escaparse un poco de los ruidos del piso, el cordobés acompañó a Cristian y Nahuel a comprar algo para comer, aunque realmente no tenía mucha hambre. Tenía todavía el estómago un poco revuelto y estaba pensando más en comprar algo para el dolor que para almorzar. Nahuel se fue a un Burger King, mientras Julián seguía a Cristian a un local que hacía sandwiches, empanadas, tartas y ensaladas. 

—¿Vos también te sentís como si te hubiera pasado un bondi por arriba? —le preguntó Cristian, mientras los dos hacían la fila para comprar. 

El castaño asintió. 

—No tomo más. 

El morocho se rio entre dientes, pasándose una mano por el pelo.

—Igual fue piola tenerte en el after —le dijo el más alto, que siempre tenía esa expresión bonachona, como si no pudiera matar ni una mosca a pesar de que tenía el físico para hacerlo—. Tenés que venir más seguido. 

Julián le dio una pequeña sonrisa, quizás un poco tensa, y un asentimiento algo vago porque realmente no estaba en los planes. No la había pasado necesariamente mal pero necesitaba mantenerse lejos del alcohol y los papelones, por lo menos por un tiempo. 

El líder de Desarrollo se refugió en la sala de reuniones después del almuerzo, sin comer nada y con una taza de té. Había un silencio tan agradable que, por unos minutos, se dedicó solamente a disfrutarlo. Sus ojos se quedaron fijos en el documento que había compartido Nicolás, aunque sin analizar realmente lo que decía. Ya iban dos semanas de aquel proyecto y todavía tenían tanto por hacer… 

Enzo entró a la sala de reuniones con su usual sonrisa, su computadora y su taza, moviendo la silla mientras se pasaba una mano por el pelo. Sacó el cuaderno de su bolsillo trasero, lo apoyó en la mesa junto a su laptop y se sentó, inclinándose un poco para observar la pantalla de Julián. 

—Nicolás sumó algunos snags, son mayormente cosas de front-end —explicó el castaño secamente—, pero yo necesito seguir con la funcionalidad antes de enfocarme en eso. No sé si voy a llegar con todo para el jueves pero necesito que tengamos esto para la reunión para que nos den el ok antes de la presentación. 

—¿Querés que los revise yo? —preguntó Enzo, chequeando los ítems en la planilla. El perfume ya se sentía como un aroma familiar cada vez que estaba cerca.  

—¿Sabés programar? —preguntó el mayor, con una mirada de lado, un poco confundido—. Le puedo decir a alguno de los chicos del equipo si no…  

—Sé algo de CSS y JavaScript… O sea, no , sé, pero me defiendo —explicó el morocho, con esa sonrisa de lado tan suya, un poco confiada, desafiante—. Me vas a tener que corregir si me confundo en algo pero supongo que es mejor que hacer todo vos —sugirió, diciendo lo último casi como una pregunta—. ¿Te parece bien?  

Julián asintió. 

—Ahora te comparto los accesos, podés usar la hoja de estilos principal, poné los cambios al final con un comentario. Revisa los ítems y asigname los que no puedas hacer que después los veo —comentó el castaño rápidamente, apreciando la ayuda. 

Enzo le hizo un saludo militar, con esa sonrisita de lado y las cejas ligeramente hacia arriba. 

—Sí, jefe. 

Julián apretó los labios. El humor de Enzo, de alguna forma, empezaba a pasar desapercibido. Detrás de eso, sabía que el morocho tenía buenas intenciones. Sabía, esencialmente, que confiaba en la capacidad de Julián; que se tomaba su trabajo, el de los dos, en serio. Que su ego no era tan grande como para dejar de lado su lugar de líder y ser simplemente una parte de un equipo. Julián se sentía cómodo con la responsabilidad porque sabía que Enzo respetaba su trabajo. 

—Gracias. 

Los dos trabajaron un rato sin decir nada. Julián realmente agradecía que Enzo se hubiese puesto sus auriculares y estuviera concentrado en la música, siguiendo el ritmo con la cabeza y moviendo sus labios suavemente, pero sin emitir sonido. Había una paz envidiable dentro de la sala, que le permitió a Julián avanzar, no al ritmo de siempre, pero con pequeños pasos. 

Cada tanto se escuchaban conversaciones afuera, era la única distracción. Lo malo de la sala era que justo en frente había un bidón para sacar agua caliente y fría y un pequeño descanso, que mucha gente usaba para quedarse un rato charlando. Al estar alejado, parecía el lugar ideal para el chisme. Aunque Julián no reconocía la mayoría de los nombres, se había enterado de demasiadas cosas que no quería saber contra su voluntad. 

Julián odiaba los chismes de oficina. Era una de las cosas que detestaba de trabajar en lugares así. La gente siempre tenía algo para decir sobre otros, incluso cuando no los conocían, cuando no sabían la historia completa. Y Julián había quedado atrapado en el lugar donde todo el mundo parecía entretenerse con los rumores que corrían por ahí. Quizás tenía que empezar a usar auriculares como Enzo. 

Alrededor de las cinco, el desarrollador le pegó una mirada al documento que había armado Nicolás. Muchos de los ítems ya estaban marcados como in review para que Julián pudiera pegarles una mirada. Entró a mirar solamente los primeros puntos dentro del desarrollo, que ya se encontraban solucionados correctamente. 

Se quedó observando a Enzo, que le devolvió la mirada mientras se sacaba los auriculares y se los dejaba alrededor del cuello. Todavía resultaba raro verlo con anteojos, aunque Valentina tenía razón. Le quedaban bien. Eran algo muy de él, que Julián ni siquiera sabía cómo explicar y por qué ese concepto existía dentro de su cabeza.  

—¿Todo bien? —preguntó el morocho, enderezándose un poco y estirando los brazos hacia arriba y girando el cuello. Lucía cansado también, soltando un suspiro profundo mientras cerraba los ojos por un momento. 

Julián volvió a pegarle una mirada al documento, todavía con aquella expresión ligeramente sorprendida. 

—Al final el rey del CSS eras vos… —comentó el castaño, dándole una mirada de lado, sin analizar demasiado lo que decía pero con el pensamiento cayendo en su mente al observar el progreso.

Enzo abrió un poco los ojos, su expresión tranquila y cansada rompiéndose con una sonrisa. 

—Ah, mirá cómo me robas los apodos —dijo animadamente, sus ojos con esa chispa que el castaño ya conocía, inclinándose un poco contra el respaldo de su silla—. Voy a empezar a creer que te caigo bien y todo. 

—Ya quisieras —le respondió el desarrollador y pudo ver nuevamente la sorpresa en el rostro del morocho, que resultaba siempre tan fácil de leer. 

Julián no sabía si se sentía cómodo alrededor de Enzo, pero sabía que había algo sobre él que le daba tranquilidad, por lo menos a la hora de trabajar. Era el tipo de persona que, más allá de las bromas y los chistes, transmitía seguridad. El programador sentía que podía confiar en él, como si el trabajo de los dos fuera algo donde no había competencia, no había dobles intenciones. Donde solamente se estaban ayudando el uno al otro. 

Enzo no era Joaquín. Y Julián trataba de pensar que las cosas no tenían que ser de la misma forma que habían sido en CoreOne. No con él. Por lo menos en el ámbito profesional, el cordobés comenzaba a sentirse más tranquilo cuando estaba con él. 

—Creo que puedo seguir un rato más, pero voy a comprar algo para comer, ¿querés algo? —le preguntó Enzo, sacándolo un poco de sus pensamientos—. ¿Comiste algo hoy además de la medialuna? 

El castaño negó con la cabeza mientras el diseñador se ponía de pie, apoyando las manos sobre la mesa y estirando un poco la espalda como si fuera un gato.

—Cualquier cosa está bien, decime después así te doy la plata —respondió, estirándose para agarrar su botella de agua y conteniendo un bostezo, algo que había estado haciendo todo el día—. Gracias. 

Enzo se fue y Julián revisó un poco más la planilla, todavía un poco sorprendido por el progreso que había hecho su compañero en tan poco tiempo. Le parecía un poco increíble, pero todavía estaban dentro del cronograma y, aunque había muchísimo por hacer, estaban trabajando a buen ritmo. El castaño empujó un poco su computadora lejos de él, apoyando los antebrazos sobre la mesa y hundiendo la cabeza en ellos. No quería pensar en lo que quedaba pendiente. Se acomodó sobre un lado y cerró los ojos, invadido por las ganas de estar en su cama, por el deseo de tomarse un día simplemente para descansar, para no pensar en nada. 

No supo en qué momento se quedó dormido, sólo fue consciente de que lo había hecho cuando volvió a abrir los ojos, con esa usual desorientación de irse al mundo de los sueños sin querer. Estaba sorprendido con la facilidad que se estaba quedando dormido en cualquier lugar en el último tiempo. Pensar que había una época en la que no podía hacerlo sin tomar algún medicamento le parecía sorprendente.  

Lo primero que Julián hizo fue buscar con la mirada a Enzo, como si aún estuviera ahí. El asiento a su lado estaba vacío y sus cosas ya no estaban. Miró hacia la ventana, un poco perdido, donde la oscuridad ya caía sobre la ciudad. El castaño levantó la cabeza lentamente y encontró frente a él un jugo, un sandwich y un yogur, apoyados sobre la mesa. 

Al lado de la comida, vio un papel que le llamó la atención. Lo tomó con la mano derecha, su vista cansada haciendo un esfuerzo para enfocarse. 

Era un dibujo de Julián hecho con una birome negra. Una pequeña caricatura de él durmiendo sobre la mesa, junto a su computadora, con los brazos cruzados debajo de su cabeza, en la posición en la que había estado instantes antes. Tenía el pelo un poco despeinado, la boca abierta y una burbuja de moco saliendo de su nariz. En la parte de arriba del dibujo, sobre su cabeza, decía Está compilando, no molestar en caligrafía prolija, como si fuera un comic. Julián se quedó un momento mirando cuidadosamente el dibujo y sus detalles, con un sentimiento inusual llenándole el pecho. Luego apoyó la hoja en la mesa y observó la pantalla oscura de su computadora en reposo, que le devolvía la imagen de su cara con una pequeña y cansada pero cálida sonrisa. Una sonrisa un poco infantil, algo que parecía fácil cuando el diseñador estaba alrededor. 

Poniéndose serio nuevamente, suspiró y se pasó una mano por el pelo. No era nada especial, nada que Enzo no hiciera todo el tiempo cuando estaba aburrido o sin ganas de trabajar. 

Sin embargo, esa tarde antes de irse, Julián se encontró guardándolo en su mochila con cuidado.

Notes:

Si llegaron hasta acá, gracias por leer! Serán recompensados (espero) los que se están bancando todo este slow burn.

Voy a estar desconectada la semana que viene, pero intentaré dejarme algún capítulo para actualizar en unos días.

Gracias por los kudos, los comentarios y por decirme qué piensan 🧡

Nos leemos pronto!
MrsVs.

Chapter 11: This is a very complicated situation that I’ve made more complicated by existing.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Enzo se sentía intranquilo. Tenía esa sensación de sus épocas en la facultad cuando se acercaba la fecha de un final, uno de esos que había estado postergando indefinidamente. Aunque no lo tenía presente, era como un peso que estaba ahí, en la parte de atrás de su cabeza. Y, cada tanto, aparecía para atormentarlo, para darle dolor de panza y ponerlo nervioso, incluso aún cuando no tenía pensado estudiar hasta último momento. 

El martes se le había hecho largo y bastante agotador. Enzo no había dormido demasiado bien y tenía muchas cosas en la cabeza. Tenía un montón de pendientes, Joaquín estaba siendo un dolor de huevos y había algunos proyectos nuevos sobre la mesa. Sin embargo, había intentado mantener el buen humor. Y Julián había, inesperadamente, contribuido bastante a ello. Cuando estaba cansado, recordaba lo que había pasado la noche anterior y, aunque también había avivado un poco aquella incertidumbre que tenía sobre demasiadas cosas, conseguía arrancarle una sonrisa. 

Cuando volvió de comprar algo para comer, el diseñador se sorprendió al encontrar a Julián durmiendo en la sala de reuniones. 

Enzo se sentó despacio en la silla de la cabecera que solía usar Paulo, con cuidado de no hacer ruido para no despertarlo. Se le escapó una pequeña sonrisa, observando aquella tranquilidad que había visto en su cara sólo cuando se había quedado dormido en su casa. Parecía ser el único momento en el que Julián estaba verdaderamente relajado. Detrás de esa persona que el morocho había sabido odiar, que había creído que necesitaba que la sacudieran por los hombros un par de veces o tomarse un té de tilo constantemente, también estaba esa otra. 

A Enzo le gustaba verlo así. 

Casi sin darse cuenta, el diseñador tomó su cuaderno y comenzó a dibujar, mientras tomaba el café que había comprado. Julián no parecía ni cerca de despertarse y Enzo se tomó su tiempo para dibujarlo, observando las facciones tranquilas con los labios un poco curvados hacia arriba aún. Le hubiese gustado tener más tiempo para hacer un retrato más realista, pero se conformó con una caricatura. El morocho tenía una debilidad por plasmar en papel las cosas que le hacían sentir algo. Y, en ese pequeño momento, se dio cuenta de que Julián le hacía sentir algo, incluso si no sabía aún muy bien de qué se trataba. 

El diseñador dejó el dibujo en la mesa una vez que lo terminó, junto con las cosas que había comprado para Julián. Podía dejarlo dormir un poco más, por lo menos hasta que se fuera todo el mundo. En algún lugar, Enzo deseaba que el cordobés pudiera mantener aquella fachada tranquila por todo el tiempo que fuera posible.

Enzo volvió a su escritorio, donde la mayoría de las personas del sector ya comenzaban a emprender la vuelta a casa. Había sido un martes largo para todos. Nunca era una buena idea salir los lunes pero, aún así, seguían haciéndolo. 

Lisandro lo estaba esperando en su puesto para consultarle algo antes de enviarlo. Era el único que quedaba en su sector. 

—¿Y Julián? —preguntó Licha mientras terminaba de redactar el mail—. ¿No estaba con vos? 

—Está en la sala —respondió simplemente, con una media sonrisa—. Tenía cosas para compilar.

Lisandro frunció un poco el ceño pero no dijo nada. Los dos trabajaron unos minutos en silencio, escuchando ocasionalmente alguna conversación a lo lejos de los que todavía quedaban en el piso. Enzo tomó su celular, revisando sus mensajes. Tenía el chat familiar, donde su hermano siempre mandaba algo; el chat con sus amigos de toda la vida, que estaban organizando un asado para el domingo a la noche; algunos mensajes de Paulo, donde venían discutiendo la posibilidad de sumar algún diseñador o de pasarle a un freelance algunas cosas. Enzo había pensado en escribirle a Rodrigo pero no sabía cómo podía caerle a Julián… No lo estaba haciendo por él, Rodrigo realmente le había caído bien y había visto el portfolio del contacto que le había compartido, que tenía unos cuantos trabajos interesantes. Quizás podía ser una opción, aunque fuera para trabajar por hora y de forma remota. 

—¿Te quedás un rato más? —le preguntó Lisandro—. ¿Querés que prepare unos mates? 

Enzo levantó sus ojos del teléfono. Estaba cansado pero todavía tenía algunas cosas que terminar. Había hecho un buen progreso con las correcciones que había marcado Nicolás para la parte web pero todavía necesitaba seguir trabajando en los diseños. 

—Dale, sí, un ratito me quedo. 

Lisandro se levantó y el morocho se sacó los anteojos para pasarse una mano por los ojos. Luego aprovechó la quietud y se sumergió un poco en su trabajo. Cuando su compañero regresó, compartieron un par de mates mientras trabajaban, hasta que terminaron los dos sentados en sus sillas solamente pasándose el pequeño recipiente. 

—Así que vas a salir con Valentina… —comentó su compañero, dejando la oración abierta para que el morocho contestara. Los dos estaban lo suficientemente cerca como para que la conversación fuera íntima, aunque no había nadie cerca que pudiera escuchar. 

Enzo le dio un sorbo al mate, entrecerrando un poco uno de sus ojos en un gesto ligeramente confundido e inseguro. 

—Vamos a ir a tomar algo —fue su respuesta—. Nada más. 

Lisandro hizo un sonido apreciativo con la boca mientras Enzo le devolvía el mate. 

—¿Qué cambió? 

Enzo lo miró. Lisandro no lo juzgaba, ya lo conocía. 

—¿Por qué? 

Lisandro cebó un mate y lo tomó con tranquilidad. 

—No sé, vos habías dicho que no querías tener quilombos acá en el laburo con ella… —comentó, dejando un espacio para una respuesta que nunca llegó—. ¿O es por Julián?, ¿por lo que se estuvo diciendo de ustedes dos?  

Enzo suspiró porque Lisandro lo conocía bastante bien y era una persona que entendía. Dentro de la oficina, sabía que era alguien en quien podía confiar. Podía incluso considerarlo un amigo. Y, a diferencia de sus amigos más cercanos, era una persona un poco más sensata, por decirlo de alguna manera. Adoraba a sus amigos de toda la vida, pero sus consejos siempre le habían traído más problemas que soluciones. Pero tampoco sabía muy bien qué era lo que quería contar. Ni él entendía muy bien qué era lo que pasaba. 

—No, con Julián no pasa nada —respondió el morocho, recostándose un poco en la silla con el mate que le pasó Lisandro—. Valu es una buena piba, me gusta. 

El mayor asintió aunque algo en la mirada le decía que no estaba muy convencido de su justificación. Si Enzo era totalmente sincero, él tampoco lo estaba. No podía culparlo. Tampoco consideraba que buena piba fuese un término que uno usaba con alguien con quien quería salir. Era como preguntar si alguien era lindo y responder es buena persona. Sonaba más como una excusa que otra cosa, incluso cuando Valentina de verdad le gustaba. Siempre le había parecido una chica con la que podía salir. 

—¿Entre vos y Julián no pasa nada entonces? —preguntó Lisandro. 

Enzo negó con la cabeza, un poco suspicaz ante la desconfianza. Él y Julián no eran ni siquiera amigos. Hasta donde la mayoría sabía, se soportaban lo justo y suficiente para trabajar.

—No pasa nada —le aseguró.

El castaño asintió.

—Tratá de no meterte en quilombos —le recomendó, con una media sonrisa—. Por andar salvando al resto, después terminás metido en un bardo vos. 

Enzo se rio un poco mientras le devolvía el mate, sin entender por qué se lo decía, pero consciente de que era algo que le había pasado más veces de las que podía contar. La mayoría de los problemas en su vida habían sido desde lugares donde se había metido él solo, por voluntad propia, por querer hacer cosas que quizás no eran buena idea. Era un patrón, algo casi genético. Enzo tenía una capacidad especial para meterse en quilombos donde nadie lo había llamado, que podrían haberse evitado. 

Y ahí estaba otra vez. 

La charla entre los dos mutó hacia el fútbol. Ota estaba organizando una revancha del partido que habían jugado contra su antigua empresa y Enzo tenía que admitir que aquellos pequeños planes le ayudaban un poco a despejar la cabeza después de tanto trabajo. Lisandro no era muy fanático de ese deporte pero siempre se sumaba a jugar y se defendía bastante bien. Sobre eso estaban charlando cuando Julián apareció por el pasillo, con cara de dormido y un poco despeinado, en una imagen casi inusual. 

—¿Terminó de compilar? —le preguntó Enzo seriamente. 

El castaño se pasó una mano por el pelo sin decir nada, sentándose en su escritorio.

Efectivamente, había sido un día largo para todos.  

El miércoles los ánimos parecían un poco mejores en la oficina después de una buena noche de sueño. Enzo incluso se había acostado a una hora decente y había llegado a la oficina bastante temprano después de salir a correr. Julián y, sorprendentemente, todo su equipo ya estaban ahí. 

—¿Se cayeron de la cama? —preguntó el chico de San Martín, mirando a Cristian, que solía ser el que le respondía. Oriana no era la persona que uno quería molestar en la mañana, frunciendo el ceño detrás de los anteojos y con un rodete desordenado en la cabeza, y Lautaro estaba del otro lado, demasiado lejos como para prestarle atención y con los auriculares puestos. Julián, para variar, lo estaba ignorando. 

—Tenemos una salida a producción hoy —explicó el cordobés simpático, mientras el líder seguía en silencio. 

Enzo asintió. 

—Éxitos —les dijo, levantando un pulgar, antes de acomodarse en su puesto y Cristian le guiñó un ojo en respuesta. 

El diseñador trabajó un poco más en la lista de Nicolás y en lo que tenía pendiente de su lado. Julián le dijo que no podía juntarse aquella tarde, que estaba ocupado con la salida a producción, por lo que Enzo se dedicó a seguir solo. Había acordado que podían revisar todo al día siguiente, antes de la nada esperada reunión con el cliente. Aprovechó también para pegarle una mirada a algunos de los CVs de la búsqueda para un diseñador, aunque todavía seguía en contacto con Rodrigo y le había sugerido que se sumara a las entrevistas. Esperaba poder dedicarse a eso la próxima semana.

El jueves, Enzo y Julián se fueron en silencio a la sala de reuniones. El morocho le mostró al desarrollador el progreso de los diseños, que iba pasando las pantallas en su computadora con cuidado. Enzo tenía su taza de café, mucho sueño y pocas ganas de verle la cara al equipo de CoreOne. Julián lucía cansado también. A pesar de que siempre estaba impecable, con el pelo peinado, la camisa celeste claro adentro del pantalón oscuro, el reloj en su muñeca y los zapatos que parecían casi nuevos; algo en su mirada y en sus gestos lo hacía ver un poco menos rígido. 

Después de los diseños, pasaron a revisar los puntos del control de calidad que había hecho Nicolás. El castaño observó la planilla, repasando los ítems que Enzo había marcado de diferentes colores para diferenciar el estado. 

—¿Vos cambiaste esto así? —inquirió el castaño. 

Enzo se inclinó sobre Julián, su brazo chocando contra el de él. Estiró el otro para señalar la pantalla, donde las filas de colores destacaban con facilidad.  

—Sí, con naranja marqué los que son para vos. Los lila son míos. Los celestes están con Nico —explicó rápidamente, marcando cada uno de ellos con su dedo índice—. Los verdes están hechos. Los amarillos están en progreso. Los rosas todavía están sin empezar. 

—Tantos colores ibas a poner… —murmuró el mayor, aunque no había molestia en su voz. 

Enzo se inclinó un poco más, apoyando su brazo en la silla de Julián, como si fuera a contarle un secreto, para quedar a su altura. El castaño se hizo un poco hacia atrás y se giró un poco para mirarlo.  

—Soy diseñador, Tamagotchi —respondió—. Me gusta usar colores. Te diría que hasta me pagan por eso. 

Gracias a la cercanía, pudo ver el momento exacto en el que una de las comisuras de la boca de Julián se curvaba hacia arriba, en un gesto irónico, los dos compartiendo una mirada un poco divertida. El nerviosismo que tenía el desarrollador siempre antes de aquellas reuniones parecía un poco menos evidente, y Enzo lo sintió como una pequeña victoria. Había algo en sus ojos más suave, más tranquilo, que hizo que el morocho sintiera algo agradable. Le daba la sensación de que había cierta complicidad entre ambos. Los dos se quedaron mirándose un momento, los ojos grandes de Julián observándolo de una forma mucho más honesta que otras veces. Aquella sombra de una sonrisa en su boca hizo que Enzo sonriera un poco también.

Le quedaba bien sonreír. 

—Me agota trabajar con vos —le dijo el castaño después de un suspiro, aunque, quizás por primera vez, no parecía decirlo tan en serio.

—Ídem —replicó Enzo, conservando la sonrisa un poco sarcástica. 

—Buen día. 

El diseñador giró la cabeza para encontrarse con Joaquín, que venía seguido por Alexis y Paulo. El morocho se tomó su tiempo para alejarse de Julián, acomodándose en su silla mientras los recién llegados se sentaban frente a ellos. Paulo ocupó la cabecera de la mesa, apoyando su teléfono y su computadora con el usual ritmo presuroso de siempre. 

Enzo arrancaba siempre aquellas reuniones con la peor predisposición. Intentaba mantenerse relajado, profesional, pero Joaquín nunca se la hacía fácil. Cuando empezaron a discutir los próximos pasos, por supuesto que tenía algo que decir. 

—Lo ideal sería que esto esté listo para la demo del próximo martes —comentó Joaquín—. Salvo que sea mucho para ustedes, pero sería bueno que podamos compartirlo en la reunión.  

Enzo lo miró con los ojos ligeramente entrecerrados y Joaquín le devolvió la mirada con pedantería. Sabía que lo que estaba pidiendo era mucho para los recursos asignados, para el tiempo laboral que les quedaba, incluso dentro del cronograma que habían establecido. Implicaba muchas horas adicionales pero, particularmente, hacer algo que estaba más adelante dentro del calendario que ya habían establecido. Y la responsabilidad caía toda sobre Julián, ya que era mayormente un trabajo de desarrollo. El diseñador apretó los dientes y los dedos de los pies se le curvaron de la bronca. Hizo una rápida lista mental de los pros y los contras de sacarse una zapatilla y tirarla en su dirección. Los pro cada vez era más. 

—Estamos un poco fuera de cronograma —intervino Paulo con cierta vaciliación, observando a Enzo y Julián como para medir cuán viable era hacerlo. 

El morocho observó a su compañero de equipo y los dos compartieron una breve mirada, que parecía tener una conversación implícita. Enzo esperaba que entendiera que estaba dejando la decisión en sus manos, que cualquier cosa que Julián decidiera estaba bien. Intentó ver en su cara un gesto, una mueca, algo que le indicara que no podía, que no quería, que efectivamente estaban pidiendo algo sin sentido. No sabía si el castaño iba a tener la capacidad de negarse, de tragarse el orgullo para reconocer que era una locura comprometerse a eso tan cerca de la fecha.

—Lo podemos hacer —dijo finalmente Julián, observando a Joaquín directamente. Enzo se sorprendió porque, por un momento, no parecía ese Julián que se escondía, que había visto otras veces. Había algo de firmeza en su voz, como si el desafío no fuera más que algo que lo impulsaba, como solía ser siempre en otros proyectos—. Lo podemos tener para el lunes, para que lo testeen y poder presentarlo el martes. 

Enzo lo miró de reojo. No iba a contradecirlo frente al cliente, en especial teniendo en cuenta que el ochenta por ciento del trabajo era probablemente para él, pero le parecía bastante injusto. Joaquín sabía lo que estaba pidiendo. Sabía que estaba haciendo algo para provocar a Julián, consiguiendo exactamente la respuesta que quería. 

El diseñador suspiró, apretándose la pierna con la mano que tenía apoyada sobre ella, mientras Joaquín mostraba esa sonrisa perfecta y condescendiente que Enzo ya tenía grabada en la cabeza.

—Perfecto, entonces —respondió mientras Alexis tomaba notas. Paulo parecía otra vez en aquella posición, como si estuviera listo para hacerle un tackle a Enzo por si se le ocurría saltar por arriba de la mesa y agarrarlo a Joaquín de los pelos. Lo conocía ya bastante bien después de tantos años.  

Paulo acompañó a los dos integrantes del otro equipo hasta la salida, levantándose los tres después de una fría despedida a Enzo y Julián. Apenas cruzaron la puerta, el castaño soltó un suspiro profundo. El morocho, sin poder contenerse, le pegó un golpe a la mesa con el puño cerrado. El programador, sentado junto a él, pegó un pequeño salto en su silla ante el repentino movimiento.  

—¡Es un hijo de puta! —se quejó el diseñador, poniéndose de pie y tomando su cuaderno con bronca, que se puso en el bolsillo de atrás del pantalón de mala manera. 

—Enzo… —murmuró el castaño, poniéndose de pie también, no sin cierto fastidio. 

El morocho se pasó las manos por la cara, ahogando un grito un poco frustrado. Estaba odiado. Era increíble. Más que Ken de Once, era Ken de Chernobyl.

—Dios, no le quiero ver más la cara —le dijo a Julián con bronca, mientras el castaño tomaba su computadora con una expresión resignada—. Necesito que la próxima reunión sea un mail —continuó, caminando hacia la puerta—. O a las piñas. 

Enzo necesitaba pegarle. De verdad. Nunca en su vida había querido tanto borrarle a alguien la sonrisa de la cara de una trompada. Y había conocido gente desagradable en su vida, Joaquín realmente no era el primero. 

—No le hagas caso —le dijo Julián, siguiéndolo hacia la salida—. Estamos bien, tenemos dos días completos todavía y si trabajo el fin de semana lo puedo tener para el lunes. 

—Sí, pero él no tendría que asumir que vos vas a laburar sin parar para cumplirle el capricho, ¡le tendrías que haber dicho que no! —se quejó rápidamente—. Alguien tiene que decirle que no… —musitó después—. Agh, lo quiero cagar a trompadas. ¿Por qué no le dijiste nada? Yo no te quería pisar pero... —soltó casi sin sentido, se llevó una mano al cuello, sintiendo que estaba volviendo a contracturarse. Paulo le iba a tener que cubrir el costo del Diclofenac. Probablemente también el de algún Alplax.

Julián lo observó en silencio, algo raro en su expresión, quizás un poco atípico. Enzo no sabía explicar muy bien qué. 

—No vale la pena —le dijo, los dos deteniéndose frente a la puerta. 

—¿Por qué? —replicó el morocho, despacio, como si estuviera por compartirle un secreto—. Si es por cagarlo a trompadas, se lo merece. 

El castaño giró hacia la puerta y la abrió despacio. Enzo la sostuvo para que pudiera pasar delante de él. 

—Ya sé, pero vos no sos como Joaquín —respondió el mayor, sin mirarlo, mientras los dos salían hacia el pasillo—. Si le seguís el juego, gana él.  

Julián siguió su camino pero Enzo se quedó en su lugar. Las palabras del castaño lo habían shockeado un poco, lo que había servido para que la bronca se transformara un poco en la sensación de una tarea bien hecha. En su mente, que Julián lo diferenciara de Joaquín sonaba casi como un halago.

Aquella tarde, trabajaron en silencio. Julián estaba enfocado en diagramar lo que faltaba para poder presentar las páginas adicionales y Enzo seguía con sus diseños, atento a cualquier cosa con la que pudiera ayudarlo. Julián iba a tener que trabajar varias horas extra. 

El viernes se repitió con un patrón familiar. En la planning de la semana, Julián parecía agotado y Enzo no podía culparlo. Aunque el castaño siempre tenía esa forma de lucir serio e impasible, el diseñador había comenzado a ver un poco más allá de esa fachada. Julián no había cambiado su actitud hacia el trabajo pero el morocho sentía cómo si todo ese tiempo lo hubiese estado observándolo en la oscuridad. Con el paso de los días, sus ojos se habían adaptado. Ya no era todo una incógnita, sino que había algunas cosas sobre él que empezaba a entender, que empezaba a notar incluso cuando otros no podían. Cosas que en el pasado le habían molestado, le habían hecho creer que Julián era una mala persona, parecían haber cobrado otro sentido. 

—¿Almorzaste? —preguntó el morocho cuando se juntaron en la oficina de Paulo aquella tarde. El mayor les había dejado otra vez la llave, sabiendo que las salas estaban ocupadas y que él siempre podía meterse en la oficina de Lionel, que por lo general no estaba ahí todos los días. 

Julián negó con la cabeza, con los ojos fijos en su pantalla mientras tecleaba como desquiciado. A Enzo a veces le hacía acordar a los videos esos de los gatos que golpeaban los teclados con las patas. El pensamiento lo hizo sonreír un poco mientras apoyaba un wrap sobre la mesa, que Licha había comprado para él. 

El castaño levantó sus ojos de la laptop para mirarlo con una expresión curiosa. 

—Me quedó del mediodía, no sé si te gusta —le dijo Enzo mientras se sentaba junto a él, abriendo la computadora. Tenía tantas cosas para hacer que realmente no sabía por dónde empezar. Necesitaba sumar alguien más al equipo urgente, y sabía que Julián estaba en la misma. 

—Gracias —dijo el castaño después de un momento, abriendo el paquete lentamente—. ¿Vos comiste? 

—Una de las chicas de Marketing trajo torta por el cumpleaños, Valu me trajo una porción y la comí con un café y un par de mates —comentó, mientras abría Figma, haciendo una mueca—. Muy sano por suerte. 

Julián le dio una mirada de lado, casi cómplice, porque los dos estaban haciendo desastres durante aquellos días con las comidas, las horas de trabajo y las de sueño, las cantidades de café y el tiempo frente a la pantalla. Los horarios ya eran algo extraño, como si tuvieran su propio cronograma dentro de la oficina. Era raro ver a Julián tan relajado alrededor de él, pero era probable que tuviera que ver con el cansancio. Era algo que a Enzo igualmente le gustaba. Esos días parecía otra persona; una que toleraba y que, especialmente, parecía tolerarlo a él también.

El castaño tomó una mitad del wrap y le pasó la otra a Enzo. 

—Comé un poco vos también —le dijo y parecía un poco avergonzado—. Me siento culpable de sacarte la comida. 

El morocho lo aceptó y lo tomó con cuidado, con dos manos, con la tortilla comenzando a desarmarse. La mano de Julián quedó entre la suya y los dos se observaron un momento. Un pedazo de lechuga fue a parar al piso en el intercambio, deslizándose por la parte de abajo del wrap. Enzo se agachó para agarrarla pero Julián tuvo la misma idea. La escena simplemente terminó con los dos chocando las cabezas, haciendo que el diseñador soltara un quejido y luego una risa. Cuando alzó la vista, su compañero tenía la mano en la frente y el ceño fruncido, aunque también una pequeña sonrisa. Una sonrisa sincera. Era, quizás, la primera vez que Enzo lo veía con una. 

—Yo intuía que nos íbamos a matar trabajando juntos, pero no sabía que iba a ser por una hoja de lechuga —apuntó el morocho. 

Julián mantuvo la apenas perceptible sonrisa cuando volvió a acomodarse en su asiento, agarrando el wrap para poder comerlo. 

—Si te mato, te prometo que no va a ser por comida —le dijo. 

Enzo alzó un poco las cejas, todavía sin poder acostumbrarse al concepto de Julián dejando caer alguna broma cuando estaba con él. Sentía que algo muy chiquito había cambiado, que el cordobés ya no estaba tan al límite todo el tiempo cuando se trataba de ellos dos y que no tenía esas ganas de pelear con él que siempre había habido cuando trabajaban juntos. Le gustaba esa dinámica entre ambos. Era mucho mejor que las discusiones, los silencios incómodos y los reproches. Le gustaba esa versión de Julián, que parecía relajado, incluso cuando estaba tapado de trabajo. Incluso si era sólo cuando estaban los dos y nadie más.

Le daba curiosidad. Quería conocerla más. 

Cuando se hicieron las seis, Paulo volvió y tuvieron una breve charla con él para contarle el progreso. Después fueron cada uno a su escritorio, Enzo sin querer pensar en todo lo que quedaba pendiente antes de la primera demo. Cada vez que pensaba en ello, quería ir a buscar a Joaquín a la casa. 

El diseñador se sentó en su escritorio, con un profundo suspiro. Su equipo ya se había ido y tenía algunos mails todavía para revisar. Se puso con eso, mientras escuchaba el ruido del teclado de Julián del otro lado, con ese ritmo furioso que era tan usual. Por lo menos era viernes. Podía pensar en todo lo que quedaba pendiente el fin de semana. 

Algunos minutos después, Valentina apareció en el pasillo. Se acercó a él con una sonrisa, ya con el abrigo puesto y la cartera colgada al hombro.

—Enzu, ¿estás ya? —le preguntó la morocha, apoyándose en el escritorio vacío de Lisandro—. ¿Vamos? 

—Sí, dame un minuto que mando algo y estoy —le dijo, releyendo un último mail que tenía que enviar antes de irse. 

—Dale, voy al baño mientras, terminá tranquilo —respondió ella. 

Enzo le pegó una última leída al correo, pensando que no había nada demasiado urgente fuera de eso. El resto de las cosas podían esperar hasta el lunes a la mañana, por lo que cerró la laptop con un suspiro después de suspenderla. La desconectó, la guardó en su mochila y luego se levantó para ponerse la campera. Caminó luego hasta el escritorio de Julián, que seguía en lo suyo.

—¿No querés que me quede? —le preguntó Enzo, acomodándose la mochila sobre el hombro—. Te puedo dar una mano de nuevo con los estilos… 

—No, andá —le dijo Julián, sin mirarlo—. Estoy bien, de verdad. 

—Bueno… —murmuró el morocho—. Escribime cualquier cosa. Si vas a trabajar el fin de semana, avisame.

—Está bien, Enzo —insistió el desarrollador, todavía con los ojos fijos en su pantalla—. De verdad. 

El morocho suspiró. Sabía que Julián no iba a decir otra cosa. Incluso si necesitaba algo, nunca le iba a pedir que se quedara. Aún si iba a estar todo el fin de semana con eso, no le iba a pedir ayuda. No parecía algo que fuera capaz de hacer. 

—Bueno —le dijo, no muy convencido pero resignado—. Nos vemos. 

—Que la pasen bien… —murmuró el castaño, aún concentrado en lo suyo.

Enzo y Valentina fueron al bar que la chica le había comentado en la semana. El diseñador realmente ya no podía diferenciarlos, todos los lugares de la zona se parecían bastante, salvo alguno u otro que habían estado ahí por años. Habían pedido unas cervezas, algo para picar y habían charlado de todo un poco. Valentina era simpática y era fácil hablar con ella, incluso cuando Enzo tenía la cabeza en otro lado. Estaba pensando en trabajo, en lo que tenía que hacer.

Estaba pensando en Julián, que se había quedado solo en la oficina.

Cuando Valentina se levantó para ir al baño, después de la segunda cerveza, el morocho sacó su teléfono. Dudó por unos momentos. Quizás Julián ya estaba en su casa, tal vez lo estaba molestando, pero… 

¿Seguís en la oficina? —le escribió, apoyando luego el teléfono en la mesa.

Antes que la morocha regresara a la mesa, el diseñador recibió una respuesta.  

Me estoy yendo, ¿por qué? 

Enzo dejó los dedos apoyados sobre el teléfono, pero no respondió inmediatamente. Valentina volvió y el morocho le dio una pequeña sonrisa antes de escribir. 

¿Vas a trabajar mañana? —preguntó a su compañero. 

La chica agarró la carta para pedir otra cerveza mientras comentaba las variedades. Enzo la estaba escuchando, aunque aún tenía su teléfono encendido y estaba observando ocasionalmente las notificaciones. Julián no tardó mucho en responder. 

Sí, voy a trabajar todo el fin de semana.

Enzo pidió otra cerveza, la misma que había pedido Valentina, aunque no tenía ni idea de lo que había elegido. Esperó un momento a que les trajeran las bebidas y le dio un sorbo largo, pensando si estaba bien invitar a Julián a trabajar con él. Realmente podía servirles a ambos la compañía. El morocho se sentía un poco culpable por todo el trabajo que había que hacer. Sabía que no había sido exactamente la persona más amigable con Joaquín. Se lo merecía, de eso no había duda, pero Enzo no había hecho más que tirar leña al fuego cada vez que tenía la oportunidad. 

¿Por qué no venís a mi casa? —sugirió, con la mirada curiosa de Valentina mientras tipeaba, un poco inseguro. Sabía que era muy probable que Julián inventara alguna excusa para rechazar la invitación, pero no perdía nada con intentar—. Te puedo ayudar. Yo también quiero avanzar con mis cosas mañana y me vendría bien la compañía.  

—Cosas de trabajo —le explicó a la chica, con una media sonrisa algo culpable—. El proyecto nuevo es un bardo… 

—¿Qué onda eso? —preguntó ella y Enzo no iba a perder una oportunidad para insultar a Joaquín con alguien que no tenía ni idea sobre él—. Me dijo Emi que están a full.  

Mientras charlaban sobre el tema, con Valentina riéndose ante las exageraciones de Enzo y sus quejas hacia el PM de la otra empresa, el teléfono del morocho volvió a mostrar una notificación. Lo tomó mientras su compañera le daba un trago a su cerveza, sabiendo perfectamente cuál iba a ser la respuesta. 

Se sorprendió cuando leyó los dos nuevos mensajes.

Bueno —había escrito Julián—. ¿A qué hora? 

Enzo ni siquiera había pensado en la hora. Había asumido que el cordobés iba a decir que no, que iba a tener que insistirle un poco para que aceptara. 

¿Después de comer, tipo dos? —ofreció, sin pensarlo mucho. Podía aprovechar la mañana para hacer ejercicio y limpiar un poco. 

Está bien.  

Valentina no vivía demasiado lejos del bar, por lo que los dos se fueron caminando hasta su casa después de aquella última cerveza. Enzo tenía una sensación rara, algo que se había mantenido dentro de él durante la semana, aunque no sabía muy bien cómo definirlo. Hacía frío pero no era necesariamente una noche desagradable para caminar, por lo que los dos fueron hombro con hombro por las calles del barrio, que estaba lleno de movimiento de cara al fin de semana. 

Cuando llegaron al departamento de la chica, la morocha subió al pequeño escalón que llevaba a la puerta. Aprovechando la altura, que la ayudaba a quedar a la par, Valentina apoyó sus manos en los hombros de Enzo y se estiró para juntar sus bocas en un beso. El diseñador no se apartó pero tampoco buscó profundizar el contacto. Sentía que tenía la cabeza en otro lado, pero no sabía si quería pensar demasiado en por qué parecía tan desconectado de todo. 

Fue Enzo quien se separó de ella, quien buscó dejar las cosas ahí, incluso cuando estaba seguro que la chica hubiese aceptado cualquier propuesta que tuviera. Quizás podían volver a salir. Quizás era cuestión de tiempo. Quizás era Enzo, que había estado físicamente ahí pero con su cabeza no del todo presente.

Con Valentina todo parecía tan fácil. 

La chica lo miró por un momento pero no dijo nada. Le dio otro beso rápido y se metió en el departamento con una sonrisa, girando para saludarlo animadamente antes de desaparecer detrás de la puerta del ascensor. 

Enzo creía que quizás era verdad que se estaba comprando un problema. Otra vez. 

Pero, como solía ser siempre en aquellos casos, no sabía muy bien cómo salir de él. 

Quizás era cuestión de tiempo. Parecía más sencillo convencerse de eso que tratar de entender de verdad qué era lo que le estaba pasando. 

Notes:

No me peguen, lo hago por la trama. El próximo compensa un poco el mal trago 🤞 Intentaré volver a publicar el lunes.

Gracias por leer, por los comentarios y los kudos, estoy con mil cosas estos días y un poco desmotivada para escribir así que se aprecian todavía más 🧡🙂‍↕️

Que terminen bien la semana!

Nos leemos pronto.
MrsVs.

Chapter 12: I hate everyone. But I’m not mad you’re here.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Julián sabía que la opción más sensata hubiese sido tomar un poco de distancia. Sabía que, quizás, estaba haciendo exactamente lo que había dicho que no iba a hacer. Pero había algo de Enzo que le daba confianza. Había algo sobre él que lo había ayudado a poder tolerar las reuniones con Joaquín, a llevar adelante el proyecto, a no volverse loco con las cosas que lo atormentaban. Aunque en un principio se había negado, cada vez le resultaba más difícil no aceptar la ayuda que le ofrecía. Incluso con los rumores dentro de la oficina, con lo que la gente pudiera pensar de él, Julián no tenía la fuerza para seguir diciéndole que no. Sabía que Enzo no era Joaquín. Sabía que las cosas no necesitaban ser tóxicas. Y sabía, esencialmente, que el diseñador estaba de su lado. Que no era la persona odiosa e insoportable que había creído en un principio, por lo menos no del todo.

Enzo era demasiado transparente, demasiado puro para lo que Julián estaba acostumbrado, y aquello lo confundía. Era algo inusual en su vida, por lo que parecía inevitable sentirse atraído hacia ello, incluso si era simple curiosidad por algo que nunca había tenido. 

El desarrollador tenía la cabeza hecha un lío pero tampoco podía permitirse pensar en eso. Tenía que seguir trabajando. Tenía que tener todo listo para el lunes. No podía hacer otra cosa. No podía dejar que Joaquín se saliera con la suya otra vez, como siempre. Sabía que no era más que otro de sus juegos, otra de esas cosas que siempre había hecho para probar que Julián no estaba a la altura. En un principio no lo había entendido, pero después había quedado demasiado claro. Cuando se había sacado la venda de los ojos, se había dado cuenta que esa siempre había sido la forma en la que Joaquín hacía las cosas.

Se había sorprendido cuando había recibido el mensaje de Enzo el viernes por la noche. Por lo que había entendido, él y Valentina iban a salir. No sabía por qué le estaba escribiendo a él cuando se suponía que estaba con ella. Tampoco sabía por qué estaba mirando su teléfono de lado cada vez que se encendía, incluso cuando quería terminar lo que estaba haciendo para irse de la oficina.  

¿Por qué no venís a mi casa?

Había recibido el mensaje mientras iba hasta su auto, ya pasadas las ocho de la noche. Julián sabía que podía inventar alguna excusa, que podía decir incluso que prefería trabajar solo, que estaba más tranquilo así. Sabía que Enzo no iba a molestarse. Después de aquellos días trabajando con él, sabía que el diseñador no buscaba presionarlo o controlarlo, no buscaba ver qué estaba haciendo. Enzo sinceramente quería ayudarlo, no buscaba otra cosa. El castaño había estado a la defensiva desde el principio, pero sabía que su compañero estaba de su lado. 

Y el pensamiento le generaba algo que Julián sabía que estaba mal, pero que no podía evitar. 

Poco tiempo le había costado aceptar que le gustaba que Enzo se preocupara por él. 

Le gustaba que el morocho intentara ayudarlo, que tomara partes del proyecto que no le correspondía solamente para sacarle un poco de carga laboral. Había llegado a encontrar algo agradable en la forma en la que siempre tenía algún chiste, algún comentario ocurrente, alguna sonrisa incluso después de insultar a Joaquín y todos sus parientes. Le gustaba que le preguntara si había comido, que le dejara algo en su escritorio, que buscara la manera de hacerlo reír cuando Julián estaba bastante seguro que tenía ganas de renunciar para convertirse en el dueño de su propia granja de gansos. 

Y, después de tanto tiempo haciéndole frente a todo solo, no tenía ganas de decirle que no. Simplemente no tenía la energía para seguir diciéndole que no en ese momento. Julián realmente no quería rumores sobre ellos, no deseaba que se hablara de él ni esperaba que fuera algo más allá de ese proyecto… pero estaba cansado de hacer todo solo. Estaba cansado, en especial cuando del otro lado estaba la persona que más lo había lastimado, que lo había dejado solo. Y ahora estaba Enzo, que simplemente le estaba ofreciendo su ayuda. 

Que le había dicho que no necesitaba estar con la guardia en alto todo el tiempo cuando estaba con él. 

Julián había llegado a su casa y había pedido algo para comer. Lucas le había escrito también y el castaño recordó la promesa que había hecho para verse. Le había dicho que tenía que trabajar todo el fin de semana y su amigo se había ofrecido a hacerle compañía un rato. Julián tenía que reconocer que, últimamente, si Lucas no hacía el esfuerzo, no podían coincidir nunca. Habían pasado ya varias semanas desde la última vez que se habían visto, que se habían convertido en meses. 

¿Domingo? —sugirió su amigo—. ¿Te caigo a la mañana full abuelo con unas facturas para despertarte y tomar mates? ¿O te llevo un vino directamente? ¿Cuál es el nivel de estrés? 

El cordobés sonrió de lado.  

Dale, mates está bien.

Julián comió despacio, pensando en las próximas semanas. Agustín, uno de sus hermanos, también iba a estar de visita, aprovechando las vacaciones de verano en Europa. Siempre que algunos de sus hermanos volvía de visita, el menor de la familia se sentía inevitablemente nervioso. Sabía la charla que iban a tener sobre sus papás, sobre Córdoba, sobre las cosas que habían pasado. Pero también sabía que, en aquella ocasión, iban a tener que hablar de Joaquín. Agustín había sido quien los había presentado y le iba a preguntar por él como hacía siempre. Era la primera vez que él y su hermano se iban a encontrar después de la separación. Era una charla que el desarrollador no estaba esperando con ansias. 

Después de comer, Julián se sentó a trabajar un rato. No tenía demasiadas energías pero sabía que no podía desperdiciar demasiado tiempo si quería llegar con todo para el lunes. Había un problema que había estado intentando resolver desde la mañana y, aunque estaba un poco bloqueado, sentía que necesitaba sortearlo antes de seguir con el resto de las cosas. Pero estaba cansado. Estaba en uno de esos momentos donde odiaba todo, donde solamente quería dormir hasta que se le pasara el mal humor. 

Ya entrada la madrugada, se pegó una ducha rápida, se lavó los dientes y se arrastró hasta la cama. Incluso con todas las cosas que tenía en la cabeza, con la ansiedad que le generaba el proyecto, no tardó en quedarse dormido. 

El sábado se levantó temprano e hizo un poco de ejercicio. Después de ducharse, trabajó un poco mientras desayunaba, ocasionalmente observando el cielo nublado desde su ventana. Había muchísimo viento pero no estaba pronosticada lluvia. 

Alrededor de la una y media, Julián salió de su casa. Pasó por una panadería a comprar algunas cosas para comer y luego siguió hasta la casa de Enzo, dejando el auto en el mismo estacionamiento donde lo había dejado la última vez. Le mandó un mensaje al morocho para avisarle que ya estaba abajo, con ese nerviosismo que le generaba siempre ir a la casa de alguien con quien no tenía mucha confianza. 

El diseñador bajó enseguida a abrirle la puerta. Le dio una media sonrisa mientras sostenía la puerta. Estaba con un jogging de River y una remera gris un poco grande, y tenía cara de recién levantado incluso cuando eran pasadas ya las dos y media de la tarde. Los ojos se le veían chiquitos detrás de los anteojos y tenía el flequillo apuntando en varias direcciones. Era una imagen bastante distinta al Enzo de la oficina.

Los dos subieron al ascensor, con Julián teniendo war flashbacks de la última vez que había estado ahí, con las piernas torpes y la lengua floja. 

—Traje algo de la panadería —comentó, pasándole la bolsa como para llenar el silencio.

El morocho la tomó mientras se abría la puerta del ascensor.  

—Después de la última vez tenías miedo de no poder comer nada, ¿no? 

—No… yo— 

—Te estoy cargando —le dijo Enzo con media sonrisa, mientras empujaba la puerta del departamento—. Gracias —agregó, apoyando la bolsa en la pequeña mesada de la cocina integrada. El castaño entró detrás de él, apoyando la mochila en el suelo y sacándose la campera—. ¿Querés que prepare unos mates? 

Julián asintió mientras acomodaba sus cosas en la mesa, donde parecía que Enzo ya había estado trabajando un poco. De fondo había algo de música, apenas perceptible, aunque el castaño no conocía al intérprete. Era algo latino, que le sonaba de algún lado.

Trabajar con Enzo resultaba fácil. Se mantenía en silencio, cada tanto le pasaba un mate. Solamente se escuchaba la música y el viento contra las ventanas, el ruido de algún auto o alguien del edificio. Ocasionalmente el morocho le preguntaba algo sobre los diseños, en general para hacerle el proceso de desarrollo más fácil. Aunque habían trabajado juntos antes, nunca habían tenido que hacerlo así, codo a codo, y Julián no dejaba de sorprenderse de lo bien que funcionaban juntos. Nunca lo hubiese esperado de Enzo, si era sincero. 

Estuvieron varias horas trabajando así, con el morocho levantándose para cambiar el agua para el mate o la yerba, trayendo algo de lo que Julián había comprado para comer. Eran alrededor de las siete cuando el castaño se dio cuenta que había perdido la conexión con el servidor con el que estaba trabajando, donde tenían montada la demo. 

—Me acaba de sacar del servidor —murmuró Julián, observando su pantalla con el ceño fruncido y luego el ícono del wifi. Alzó sus ojos hacia Enzo—. ¿No hay internet? 

El morocho se estiró y echó una mirada por arriba del hombro de Julián. El desarrollador se dio cuenta que estaba observando las luces del router. 

—Me parece que no… —soltó un profundo suspiro, chequeando su computadora también—. Voy a calentar un poco más de agua, por ahí es algo de un momento. 

El castaño se quedó observando la pantalla. Había perdido la conexión con el servidor de pruebas. Por más que podía seguir trabajando sin estar online, iba a necesitar internet para subir los cambios y hacer correcciones.

—¿Querés que reinicie? —ofreció Julián, que estaba sentado del lado del aparato. 

Enzo asintió, con su teléfono en una mano y el termo en la otra, mientras caminaba hacia la cocina. El cordobés se levantó, pronto desconectando los cables y esperando un momento. Los dos aguardaron en silencio, con el ruido de la pava de fondo. 

—Me parece que más que reiniciar vas a tener que rezar igual —comentó el morocho con una mueca, apoyado contra la mesada—. No veo ninguna red cercana, así que no es algo de acá nada más —agregó, ladeando un poco la cabeza y dándole una sonrisa—. Y seguro me van a ofrecer conectarme desde los datos, que es la nada misma. 

Parecía que Enzo estaba chequeando las redes sociales, porque estaba scrolleando y mirando fijamente su teléfono. 

—Tiene que ser una joda… —murmuró el diseñador después de un rato, soltando una pequeña risa que no tenía nada de humor—. De todos los días, se viene a cortar internet hoy. 

El castaño volvió a conectar los cables y Enzo se sentó nuevamente a la mesa con el termo lleno. Los dos aguardaron en silencio, intercambiando un par de mates, pero las luces del router seguían igual. Si era algo de la zona, no había mucho que pudieran hacer tampoco. 

—Voy a llamar a ver qué me dicen… —comentó el dueño de casa—. Empezá con un Padre Nuestro. 

Julián alzó una de las comisuras de su boca. Le gustaba que Enzo conservara la calma y el buen humor siempre, a pesar de todo. El desarrollador estaba un poco estresado. Aunque nunca lo había creído posible, la capacidad de su compañero de tomarse todo de aquella forma era algo que necesitaba. 

Aparentemente, era algo de aquella zona específica. Julián pensó que la solución más sensata era seguir trabajando en el único lugar en el que confiaba que la conexión podía funcionar e iban a estar tranquilos. 

—¿Por qué no venís a mi casa? —sugirió el mayor, dejando caer la pregunta con más ligereza de la que sentía—. Va a ser mejor que esperar… Estoy con el auto y no estamos tan lejos —agregó, casi como intentando justificarse aunque sin saber muy bien por qué. 

Enzo alzó la vista, aparentemente un poco sorprendido ante la invitación, pero asintió. No tenía sentido que se quedaran en el departamento esperando por algo que quizás iba a demorar horas. Y fue así como, quince minutos después, estaban los dos caminando hacia el estacionamiento, cada uno con su mochila y sus cosas de trabajo. 

Hicieron el viaje hasta su casa en silencio. El castaño tenía los ojos fijos en la calle y Enzo iba mirando su teléfono. Julián dejó el auto en la cochera y los dos subieron hasta el departamento, que compartía un largo pasillo con el B y el C. El castaño abrió la puerta y la empujó suavemente, pasando y sacándose los zapatos. El menor lo imitó y Julián le pasó un par de pantuflas, que eran quizás un poco chicas para el morocho pero que igualmente se las puso. 

Era raro tener gente en su casa. Julián se había mudado hacía unos meses, cuando había cambiado de trabajo, y las únicas personas que habían visitado el departamento hasta entonces habían sido Lucas y Facundo, probablemente sus únicos dos buenos amigos en Buenos Aires. Sus papás vivían en Córdoba y no se mantenían en contacto muy regularmente, más allá de algún mensaje o llamado. Sus dos hermanos vivían en España y solían ir a Argentina para el verano europeo, pero aún no habían podido ir a visitarlo desde que había cambiado de residencia. Julián no tenía familia en la capital, por lo que tampoco tenía demasiada gente a quien invitar. 

El departamento estaba bastante prolijo. A diferencia del de Enzo, no había tantas cosas decorando, había pocas fotos y más libros que otra cosa. Había comprado varias cosas nuevas cuando se había mudado, por lo que tenía que reconocer que la casa lucía un poco como si ya hubiese venido amoblada. Era una decoración impersonal, que Julián no había sentido la necesidad de modificar demasiado. 

Enzo apoyó la comida que el castaño había comprado sobre la mesa y dejó su mochila en una de las sillas. Parecía un poco cohibido, lo que era extraño en él. El morocho le dio una pequeña sonrisa, señalando el router. 

—Por lo menos, parecería que internet hay. 

—Sí, perdón que está todo un poco desordenado… —No estaba exactamente desordenado, pero Julián había tenido tan poco tiempo para todo en las últimas semanas que lo sentía así. 

—Pero si está todo bien, ¿vos viste mi departamento? —le dijo Enzo, con una media sonrisa—. ¿Vivís solo? 

El castaño asintió, un poco cohibido. 

Los dos estuvieron trabajando otra seguidilla de largas horas después de eso. Enzo se ofreció a ir a comprar algo de comer, considerando que Julián había puesto la casa y deseando estirar un poco las piernas. El castaño aceptó, aprovechando la salida de su acompañante para ponerse un pantalón un poco más cómodo, enjuagarse un poco la cara y tratar de mantenerse tranquilo. 

Enzo volvió con una docena de empanadas, ya listas para comer. Los dos cenaron en silencio, todavía con un ojo en sus respectivas pantallas, comentando ocasionalmente alguna cosa pendiente en la que tenían que trabajar. 

Después de la cena, Enzo se ofreció a preparar café. Julián había comprado una buena cafetera, con muchos chiches, aunque realmente no la usaba nunca. El morocho le preguntó si tenía leche y el cordobés gritó que sí, siguiendo con lo suyo. Pocos minutos después, Enzo apareció con dos tazas de café. Había hecho un dibujo con la espuma y todo, como si fuera hecho por un profesional. 

Julián lo miró con una ceja alzada, tomando la taza entre sus manos y dándole un sorbo a la bebida. Estaba muy bueno. El castaño ni siquiera sabía que tenía las cosas en su casa para preparar un café tan especial. 

—¿No te esperabas un café así, eh? —bromeó el morocho, sentándose con el suyo—. Necesito comprarme una cafetera de esas. Mis viejos aman el café pero siguen usando una que tiene mil años, ya ni sé cómo prende.  

El castaño se quedó con la taza cerca de los labios, tomando un poco más. 

—¿Sos barista también? —preguntó, volviendo a mirar su pantalla. 

Enzo se rió un poco, dándole un sorbo a su café. 

—Cuando arranqué la facultad tuve un montón de laburos distintos antes de terminar en Vertex, para ayudar en casa mientras estudiaba —explicó, volviendo a enfocarse en su trabajo. Julián lo observó por arriba de su computadora, curioso—. Estuve trabajando varios meses en un café —le contó—. Algo aprendí. 

Con aquella bebida tiraron hasta pasada la madrugada. Parecía que realmente estaban encaminados con lo que habían prometido. Enzo había terminado los ajustes en los diseños, finalizado con los detalles que habían quedado pendientes de lo que necesitaban presentar, y Julián estaba bastante avanzado dentro de los nuevos entregables, para poder revisarlos el lunes. 

El desarrollador se pasó una mano por la cara, cansado. Estaba frustrado. Había algo que no podía hacer funcionar, que parecía estar fallando en algún lado. Había probado todo, hasta había recurrido a la IA, que era algo que estaba casi en contra de su religión. Por más que había vuelto sobre el código, ya no le daba la cabeza. 

—¿Por qué no te tirás a dormir un poco? —le sugirió Enzo, sacándolo de sus pensamientos—. Te puedo despertar en un rato. 

Julián lo observó, suspirando pesadamente mientras negaba con la cabeza. 

—Estoy bien, Nicolás me dijo que puede testear un rato mañana… hoy, así que quiero dejarlo terminado, así ya lo tenemos para el lunes —respondió, todavía teclado aunque sintiendo que ya sus dedos se movían independientemente de lo que ordenaba su cerebro—. ¿Te querés acostar vos? —preguntó. 

Enzo alzó una ceja, ladeando un poco la cabeza. Era extraño cómo en tan poco tiempo Julián conocía ya algunos de sus gestos, sabiendo perfectamente que lo que seguía era alguna broma, un comentario ocurrente, algo con doble sentido o alguno de sus apodos.  

—¿Me estás ofreciendo quedarme a dormir en tu casa? —inquirió, con una media sonrisa pícara, aunque se le veía en el rostro que estaba igual de cansado que Julián. Por detrás de los anteojos, incluso, podía ver los ojos chiquitos del sueño—. Hubiese traído el piyama. Tengo un osito también.

El castaño se quedó mirándolo con seriedad pero la sonrisa divertida de Enzo no se movió de donde estaba. A veces se le hacía difícil enojarse con él.

—Si no tenés internet, te podés quedar a trabajar acá —dijo Julián, volviendo sus ojos a la pantalla incluso cuando aún podía ver la sonrisa de su compañero detrás de ella—. No me molesta. 

Los dos siguieron trabajando algunos minutos, aunque Julián ya empezaba a sentir que la vista se le nublaba del cansancio. El castaño ahogó un bostezo, tirándose un poco para atrás en su silla. El diseñador se sacó los anteojos, apoyándolos sobre la mesa con cuidado. 

—De verdad, ¿te tengo que llevar yo a la cama para que te acuestes un poco? —dijo Enzo seriamente—. No das más. 

El morocho se levantó de su lugar y Julián tardó un segundo en entender lo que había dicho. Con una extraña adrenalina corriéndole por el cuerpo, se puso de pie torpemente, casi llevándose la mesa puesta, haciendo solamente que Enzo se riera un poco entre dientes. Los dos quedaron frente a frente, el castaño sintiéndose un poco idiota sobre la forma en que lo hacía reaccionar siempre. Nunca sabía si el diseñador estaba haciendo un chiste o hablando en serio.  

—¿Te vas a ir a acostar? —insistió el morocho. 

—No hace falta… 

Enzo avanzó un poco más hacia él, con esa sonrisa, y Julián retrocedió un poco casi por inercia. Su espalda chocó contra la silla, alzando un poco la cabeza para encontrar sus ojos. Tenía esa chispa, esa mezcla de las bromas de siempre y otra cosa que parecía casi cómplice, que el cordobés ya había notado en los últimos días. 

Le gustaba que Enzo lo mirara así. 

El morocho apoyó una mano en su cintura y Julián sentía que no podía sacar sus ojos de los de él. 

—¿Te tengo que obligar a que te vayas a acostar? 

El castaño se sentía casi borracho del cansancio, un poco frustrado y un poco rendido también. Y Enzo estaba ahí, haciendo lo que hacía siempre, y Julián ni siquiera tenía ya la fuerza para decirle que no. 

—Mhm —dijo, como una afirmación, entrecerrando un poco los ojos, apoyándose un poco contra la silla y contra la mano de Enzo. Realmente ya estaba agotado.  

En un movimiento totalmente inesperado, Enzo usó su otra mano para tomarlo por las piernas, envolviendo sus brazos alrededor de ellas y levantándolo del piso. Julián ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar cuando el morocho lo cargó como pudo por el living, cruzándolo y caminando por el pasillo como si fuera su casa.  

—Enzo, ¿qué hacés? ¡Bajame! —dijo, moviéndose inquietamente entre sus brazos, repentinamente sintiéndose muy despierto, a pesar del cansancio, muy consciente de las manos de Enzo en sus muslos y de la fuerza que estaba haciendo para levantarlo—. ¡Dale, pará!  

El diseñador siguió avanzando y dobló en la habitación de Julián. Con un movimiento de sus brazos, lo tiró en la cama. El castaño cayó sobre su espalda, rebotando ligeramente contra el somier mientras Enzo lo miraba desde arriba con una sonrisa. Al programador le generó una sensación extraña, esa escena entre los dos. Con esa costumbre suya de no tener idea sobre límites personales, sobre lo que generaba, Enzo se dejó caer en la cama junto a él, acostándose a su lado boca arriba. 

—Dale, dormí un rato que te va a explotar la cabeza —le dijo, dádole una sonrisa de lado con el pelo despeinado hacia atrás—. Ya puedo ver un poco de humo saliendo ahí —agregó, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Julián. 

—Estoy bien —murmuró el desarrollador, aunque no sonaba convincente; solamente sonaba cansado. Se acomodó un poco contra las varias almohadas que había sobre la cama, pensando que tenía que seguir trabajando pero sintiendo muy poca voluntad de levantarse de la cama. Cerró los ojos, disfrutando de descansar la vista.

Julián probablemente hubiese buscado una excusa en otro momento, algo para levantarse e irse de ahí. Pero ya estaba en ese estado en el que podía quedarse dormido en cualquier momento y Enzo parecía en ese mismo lugar también. No le molestaba que estuviera acostado a su lado, no realmente. No era la primera vez tampoco. No les iba a hacer mal descansar un poco, aunque fuera un rato. Como cuando había tomado alcohol la última vez, Julián ni siquiera tenía la energía de analizarlo mucho, de buscarle una justificación a lo que estaban haciendo.  

Escuchó a Enzo acomodarse un poco en la cama, el movimiento, todo como si fuera un eco lejano. Creyó escuchar que dijo algo, una pequeña risa, aunque no estaba muy seguro. Sintió cómo el morocho lo tapaba con la frazada que estaba doblada sobre los pies de la cama. El cordobés estaba tan cansado que ni siquiera se dio cuenta lo rápido que se quedó dormido. 

Julián se despertó envuelto por un calor agradable. Ni siquiera había abierto los ojos cuando sintió una mano apenas presionada sobre su cintura, con el peso de alguien más junto a él en la cama. No se movió, sin tener idea si era de día o de noche o de cuánto exactamente había dormido. Sólo era consciente del contacto sobre su cintura, de la mano cálida y grande descansando sobre la tela de la remera y de la respiración cerca de él.  

Enzo y él estaban en su cama. Recordaba que se habían quedado dormidos ahí, aunque estaba bastante seguro que el morocho no estaba tan cerca de él cuando se habían acostado. 

Antes de abrir los ojos, Julián sintió la otra mano del menor en su frente, apartando los mechones de pelo, peinándolos hacia atrás con delicadeza. Parecía ser algo que Enzo hacía siempre, algo que al castaño le encogía el estómago, que en ese momento le generó un escalofrío. No era solamente el gesto, sino la forma. Era esa manera de ser de Enzo que parecía avasallante todo el tiempo y, de repente, era totalmente cálida y delicada. Era algo que nunca nadie había hecho. Lo confundía, porque le gustaba.

Le gustaba la persona que Enzo era con él. 

El castaño abrió despacio los ojos cuando sintió la mano del otro deslizándose por el costado de su cara, peinando el pelo detrás de sus orejas. La mano grande del morocho encontró su cuello y se quedó apoyada ahí, provocándole otro escalofrío cuando sus dedos hicieron un poco de presión sobre su piel, contra el pulso. Julián estaba bastante seguro de que su corazón podía escucharse a metros de donde estaban. 

—Buen día —murmuró Enzo, con voz ronca, baja, sus ojos oscuros encontrando los suyos, algo que hizo que a Julián se le quedara la respiración a mitad de camino.

—Buen día —susurró el castaño sin fuerza. 

El desarrollador apretó la boca y los ojos de Enzo bajaron hacia ella. Inconscientemente, Julián se pasó la lengua por los labios secos, sintiendo la necesidad de humedecerlos. Los ojos del diseñador se quedaron ahí, subiendo nuevamente a los suyos. No había ninguna sombra de una broma o comentario de los que siempre hacía. Y Julián tampoco sentía la usual urgencia de apartarse. No sabía si era la inconsciencia de estar recién despierto, el momento del día o el estar compartiendo la misma cama, pero el castaño no quería alejarse de ahí. Nunca había sido muy fanático del contacto físico con gente con la que no tenía confianza, pero Enzo había conseguido pasar esa barrera con demasiada facilidad. La cercanía, lejos de incomodarlo, lo inquietaba pero de una forma que resultaba casi adictiva. Como si fuera algo que no tenía que estar haciendo pero quería seguir haciendo igual. 

La mano de Enzo se deslizó despacio hasta su hombro y la respiración de Julián se volvió un poco errática. 

—¿Dormiste bien? —le preguntó el morocho, sin moverse, sin dejar de mirarlo así. Julián se sentía un poco intimidado pero los ojos de Enzo también lo hacían sentirse de otra forma. Era eso de él, que no le permitía terminar de apartarlo del todo.

—Sí —murmuró el castaño, con honestidad. Había descansado tan bien—. No sé ni qué hora es… 

—Es domingo, Mr. Robot —le dijo, con una sonrisa apenas perceptible pero una expresión que seguía siendo intensa; con su humor usual, pero conservando aquella voz que parecía casi afectuosa, un poco cálida y ronca. La mano que tenía en su cintura se movió apenas, rozando la piel que dejaba al descubierto la remera. No sabía si Enzo era consciente de lo que estaba haciendo y el cordobés no sabía si él estaba realmente dispuesto a salir de ahí—. Podemos descansar un ratito más. 

El morocho se quedó observándolo, de aquella forma tranquila, como si no hubiese nada raro en aquel abrazo o en aquella situación entre ambos. Y Julián seguía pensando que estaba mal mezclar las cosas, que no era normal involucrarse así, pero Enzo lo hacía tan difícil. Esa necesidad constante de contacto que tenía siempre, que el cordobés todavía no comprendía muy bien, parecía por momentos también tan reconfortante. Enzo no tenía ni idea. Parecía que era algo totalmente natural para él, algo que tampoco era exclusivo.

Julián movió un poco la cabeza hacia abajo, rompiendo el contacto visual, dejando los ojos fijos en el cuello, prestando atención a cada uno de los tatuajes que decoraban la piel ahí. 

La mano del diseñador volvió a apartarse de su cuello para correrle otra vez el pelo de la frente, que había caído de nuevo con el movimiento. Hundió los dedos entre los mechones y Julián cerró los ojos, soltando un suspiro. Enzo no sabía lo mucho que siempre le había gustado que le tocaran el pelo y el hecho de que lo hicieran con tanta delicadeza. El cuerpo de Julián se debatía entre relajarse y mantenerse alerta, pero se quedó con los ojos cerrados ante el contacto. 

—¿Por qué siempre me tocás el pelo? —preguntó de la nada, casi sin darse cuenta, un poco hipnotizado por el movimiento y la sensación. Podía volver a quedarse dormido. Podía quedarse ahí, sin hacer nada. No le molestaba. 

—Porque tenés lindo pelo —respondió el menor con voz profunda, con ese tono bajo que parecía ser más pronunciado a la mañana—. Cuando no lo matás con tres kilos de gel, cuando te relajás un poco… —su mano volvió a pasar por su pelo—. Te queda lindo. 

Julián abrió lentamente los ojos para fijarlos en él. No entendía muy bien lo que estaban haciendo pero tampoco estaba muy dispuesto a parar. 

Los dos se quedaron así, Enzo dejando caricias en su pelo y Julián disfrutando de aquello, cerrando los ojos de nuevo, sin querer dimensionar lo que podía significar entre ambos, lo raro que podía resultar estar así y seguir pensando que era solamente un compañero de trabajo con el que nunca se había llevado muy bien. El morocho no parecía preocupado por eso. Enzo, a diferencia de Julián, no parecía estar buscando todo el tiempo una excusa, una justificación o una forma de catalogar todo. 

Enzo estaba ahí y nada más. Parecía suficiente en ese momento. 

Julián estaba por volverse a dormir. Por lo menos hasta que sonó el timbre, una vez pero sostenido por varios segundos. El castaño abrió los ojos de golpe. Su compañero parecía entre confundido y molesto por el ruido. 

—Lucas —dijo Julián, con el ceño fruncido. Se había olvidado completamente. 

—¿Eh? —murmuró Enzo, que todavía parecía un poco shockeado. El timbre sonó de nuevo, igual de insistente, y el morocho gruñó un poco—. ¿Quién toca así un domingo a la mañana? —añadió, con voz pastosa—. Hijo de puta… Lo quiero preso.  

—Mi amigo, quedamos en desayunar hoy… El timbre… —murmuró Julián, sonando casi incoherente, incorporándose hacia su lado de la cama, un poco mareado. 

El timbre sonó una vez más. Y el castaño ni siquiera miró a Enzo cuando fue a atender el portero eléctrico, cuando le dijo a Lucas que ya bajaba, tomó las llaves y se escapó del departamento. Cuando las puertas del ascensor se cerraron, suspiró pesadamente, apoyándose contra el metal, intentando mantenerse tan frío como la superficie detrás de su espalda.  

Lucas estaba con una sonrisa cuando Julián abrió la puerta, cargando únicamente un paquete de una panadería que estaba a unas cuadras de su casa. 

—¡Hey, hola, Juli! —dijo su amigo, mirándolo con una ceja apenas alzada ante lo que debía ser su expresión, mientras entraba al hall del edificio—. Pensé que me ibas a dejar clavado acá, ¿qué onda? 

—Buenas… —murmuró el dueño de casa, suspirando, sin saber muy bien qué decir.

Los dos subieron en el ascensor, Lucas comentando que había visto un accidente por el camino y alguna otra cosa que Julián no escuchó. Los dos cruzaron la puerta, el castaño sintiéndose un poco nervioso ante la inevitable situación de un encuentro que no había planeado. De un encuentro que realmente no significaba nada pero que lo incomodaba de igual manera.  

Enzo estaba en el living, descalzo, con el mismo jogging y el buzo grande del día anterior, el pelo desordenado y los ojos todavía con evidentes rastros de sueño. Tenía la mochila en una mano y el celular en la otra, los anteojos puestos y sus cosas ya guardadas. Estaba claramente a punto de irse pero se notaba perfectamente que había pasado la noche ahí. Sus ojos se alzaron para ver a Julián y a Lucas, acercándose torpemente con la mochila al hombro. Hubo una breve presentación, donde el cordobés murmuró los nombres de ambos, dándole a Lucas la etiqueta de amigo y a Enzo la de compañero de trabajo.

El diseñador hizo un gesto con la cabeza, con una sonrisa ligeramente incómoda, que el recién llegado devolvió con una expresión sorprendida. 

—Gracias por dejarme quedarme —dijo Enzo, sin demasiada pausa, con la voz despreocupada como era costumbre—. Ya me voy, los dejo tranquilos.

Julián no atinó a decir nada. La mirada del morocho era la de siempre: relajada y un poco divertida, como si realmente no hubiese pasado nada, como si no hubiese sido más que otra cosa que había pasado entre los dos, otra reunión de trabajo que había terminado con ellos dos abrazados en la cama. 

—Podés salir directamente —le dijo Julián—. La puerta abre de adentro. 

Enzo asintió, tocándole el brazo suavemente cuando pasó por al lado de él. 

—Gracias —dijo despacio el morocho—. Nos vemos el lunes. Escribime si necesitás algo.

Lucas no dijo ni una palabra, solamente lo siguió con la mirada mientras Enzo se agachaba, se ponía las zapatillas sin desabrocharlas y se acomodaba un poco el pelo. El diseñador les dio una última sonrisa cansada antes de salir del departamento y sólo entonces Julián soltó un suspiro, algo que no sabía que había estado conteniendo hasta entonces. 

—Buen desayuno, eh —murmuró Lucas, yendo hasta la cocina—. Y yo como un boludo trayendo medialunas.

Julián se pasó una mano por la cara, que todavía ni se había lavado. Le estaba empezando a doler la cabeza.

—No pasa nada. 

Su amigo lo miró por sobre su hombro, con una expresión condescendiente. 

—Si vos decís… —dijo, con una de las comisuras de la boca hacia arriba—. Si me escribías, venía más tarde. 

—No pasó nada —insistió el dueño de casa, quizás con más seriedad de la necesaria, teniendo en cuenta que Lucas era siempre así con todo—. Nos quedamos dormidos trabajando, nada más. 

—Con razón estás siempre ocupado con el trabajo vos —murmuró su amigo, mirándolo con una media sonrisa—. ¿A dónde hay que mandar CV?  

Julián rodó los ojos, haciéndose el superado, sin la energía para lidiar con otro comediante. En realidad no sabía muy bien cómo se sentía con todo. Tenía una mezcla de emociones que hacía que ninguna fuera demasiado clara, ni siquiera la vergüenza.  

—Dale, prepará eso que me voy a pegar una ducha rápida —dijo el cordobés, antes de escaparse de la cocina. 

El castaño tomó una muda de ropa limpia de su habitación y se metió en el baño. Abrió la llave de la ducha, dejando que el agua demasiado caliente llenara todo el cuarto de vapor.  

Julián suspiró, todavía con la sensación de Enzo en la cama con él. Se observó en el espejo y se pasó una mano por el pelo, demasiado consciente de sí mismo, demasiado consciente de la forma en la que el diseñador siempre lo acomodaba, con un cuidado sobre el que el castaño no quería leer más de lo que era. El vapor empezó a nublar su imagen en la superficie del espejo mientras Julián seguía pensando en lo adolescente y absurdo que se sentía todo, pero aún así en lo evidente que resultaba. Y en lo problemático que era para alguien como él. 

Le gustaba Enzo. A esa altura, parecía algo imposible de seguir negándose a sí mismo. 

Notes:

Actualizo hoy porque mañana no creo que pueda. Estoy buscando la motivación para escribir, me está costando un montón estos días conectar, así que de verdad agradezco a quienes todavía siguen la historia y se toman el tiempo de comentar qué les parece. Gracias, de verdad!

Espero que les haya gustado.

Nos leemos pronto.
MrsVs.

Chapter 13: I don’t know what I’m doing, but I’ve been doing it consistently for years.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Enzo salió de la casa de Julián todavía medio dormido, sumido en esa inconsciencia que lo mantenía un rato en la cama cuando recién se despertaba. No era una persona mañanera. El aire frío de principios de agosto le pegó en la cara y en el pecho, todavía con la campera abierta y medio mal puesta en el apuro de dejar el departamento. Tomó una bocanada de aire que le enfrió hasta la punta de los pies. 

Aunque había una distancia bastante grande entre su casa y la de Julián, el morocho comenzó a caminar a paso vivo, sin pensar mucho, observando la poca gente que había un domingo a la mañana andando por la zona. 

Enzo, para variar, no sabía muy bien lo que estaba haciendo. 

Le gustaba cuidar a Julián. Había algo sobre él que Enzo no terminaba se saber muy bien cómo explicar y explicarse a sí mismo. Y le gustaba también el poder que tenía sobre él, esa forma en la que el castaño cada vez se acercaba un poco más, distanciándose lentamente de esa vieja urgencia de alejarse lo antes posible. Enzo sabía que él nunca había sido una persona sutil o medida, pero las formas con Julián eran otras. No sabía muy bien lo que estaba haciendo pero lo hacía con cuidado. Como si fuera algo demasiado delicado para hacerlo de otra forma, como si quisiera ir obteniendo esos pequeños hitos cada vez que Julián se portaba distinto con él, y sólo con él. 

Había una pregunta en la cabeza de Enzo que no se atrevía a hacer. Una pregunta que hubiese sido fácil de resolver si Julián no hubiese sido la persona que era. Algo que con Valentina había visto de forma tan sencilla, porque la relación entre los dos era muchísimo menos compleja. Valentina era una persona mucho más simple, que le había dicho de frente lo que quería.  

El morocho casi no se dio cuenta de todo lo que había caminado hasta que reconoció la puerta de la oficina, a unas pocas cuadras de su casa. Y recordó que se le estaba haciendo tarde para ir a lo de sus papás. 

Cuando llegó a su casa, Enzo dejó su mochila, se pegó una ducha rápida y se puso un jean, una remera y un buzo arriba. Agarró nuevamente sus cosas de trabajo, la campera y volvió a salir. Le hacía bien mantenerse ocupado. Le hacía bien, por un rato, no pensar en nada más que los planes que tenía ese día y olvidarse de las cuestiones relacionadas a la oficina. 

Mientras viajaba en el tren, aún cuando no quería, el diseñador no pudo evitar pensar en lo que había pasado. Su salida con Valentina parecía tan lejana. Se pasó una mano por el pelo, tirando un poco de él, porque realmente estaba confundido. Valentina le gustaba y estaba todo bien con ella. Habían salido, se habían dado un beso, Enzo la había dejado en la puerta de su casa y se había ido, realmente sin desear que pasara nada más en ese momento. Había sido una cita, si se quería, una común y corriente. Julián no tenía nada que ver en aquella ecuación. Y, sin embargo, se había metido en la cabeza de Enzo a la fuerza, casi sin darse cuenta. Había un trecho grande entre pensar cosas sobre el castaño y hacer algo al respecto. El chico de San Martín era muy consciente de que podía complicar todo, sabiendo perfectamente lo que su compañero pensaba sobre apenas un rumor entre los dos, algo que no existía. 

Con aquellos pensamientos, Enzo llegó a la casa de sus papás. Olivia, como siempre, fue la primera que lo recibió. Cuando entró, el mayor de los hermanos ya podía sentir el olor de la comida de su mamá, ese aroma a casa que siempre estaba esperándolo. Sebastián jugaba ese domingo y Enzo después se iba a lo de Gonzalo para un asado, por lo que habían optado por una comida más tranquila. 

El diseñador comió con sus papás y Oli, y después se sentaron a ver el partido de Defensa y Justicia, con la menor de la familia señalando la tele cada vez que su papá aparecía en pantalla. Era como una especie de juego entre la familia desde que el menor había debutado en Primera. Padre e hija tenían su propio festejo, por lo que Olivia siempre estaba esperando que Sebastián hiciera un gol para que se lo dedicara a ella. Enzo amaba ver a su sobrina mirando la tele, ilusionada, cada vez que su hermano jugaba. Cuando hiciera menos frío, le había prometido también que iba a llevarla a la cancha. 

El morocho aprovechó también para trabajar un rato, chequeando Slack ocasionalmente para ver si Julián le había escrito algo. Mantenerse ocupado le había servido para no pensar demasiado en otras cosas. Había tomado un poco con la comida, pero el vino siempre lo ayudaba. Se justificaba diciendo que liberaba la creatividad, aunque en realidad lo único que hacía era que estar trabajando un domingo fuera más tolerable. 

—Siempre laburando vos —se quejó su mamá.

—No me queda otra, viejita —le dijo su hijo sin poder ocultar su sonrisa—. Tendría que haber sido jugador de fútbol como el Seba, por ahí a esta altura ya estaba en la Premier y estábamos todos salvados —bromeó. 

Su mamá le puso cara de reproche y Enzo la abrazó por los hombros, frotándolos un poco, mientras Marta agarraba el termo con el mate recién hecho. 

—Sabés que te estoy jodiendo. 

—Siempre jodiendo, siempre te tomás todo para la chacota —le dijo su mamá, buscando verse seria pero sin poder ocultar una pequeña sonrisa que era muy parecida a la suya. Era la única que siempre se reía de todas sus bromas. La única que siempre lo había bancado a pesar de todo, aunque la había vuelto loca desde que era chico.  

—¿Y el príncipe Disney, Menzo? —preguntó Oli, haciéndole gestos para que la subiera a upa. 

Enzo la alzó y la sentó sobre sus piernas mientras la chiquita lo miraba con esos ojos grandes que siempre conseguían todo lo que querían. El morocho frunció el ceño, todavía con una sonrisa, pensando en lo que su sobrina había querido decir. Enzo amaba mirar películas de Disney con ella, muchas veces terminando él con lágrimas en los ojos y Olivia abrazándolo para consolarlo. Y su hermano diciendo que era un trolo. Y su mamá diciendo que no dijera esas cosas delante de Olivia. Era una secuencia tan común en la casa como el asado de los domingos.   

—¿Qué príncipe? —preguntó el morocho. 

—El que estaba el otro día ahí —le dijo ella, señalando la pantalla de la computadora con total seriedad, como si fuera una obviedad—. ¿No está más? 

Enzo le dio una sonrisa, de esas profundamente enamoradas, que tenía exclusivamente reservadas para ella.

El príncipe. Pero claro.

—No, hermosa, el príncipe está descansando hoy —le explicó, acomodándole algunos mechones de pelo detrás de las orejas. Seguramente no era cierto. Lo más probable era que Julián estuviera trabajando también. 

Marta le pasó un mate mientras Enzo continuaba revisando su pantalla, con Olivia siguiendo atentamente todo lo que hacía. El morocho lo aceptó, apreciando el calor de la bebida. La casa estaba helada. Otra vez estaba rota la estufa y su mamá nunca le decía nada. Después de una discusión durante el almuerzo, el morocho había pedido dos estufas eléctricas online, que les iban a llegar la semana próxima. Sus papás siempre lo peleaban cuando quería gastar en ellos, en la casa, en mejorar el que había sido siempre su hogar. Había sido así desde que el morocho había empezado a ganar su propia plata, pero Enzo siempre los ignoraba. La llegada de Olivia había sido la excusa perfecta para que Raúl y Marta lo dejaran gastar en ellos sin decirle nada. 

No va a estar Oli pasando frío si no funciona la estufa, ¿mirá si se enferma? —les había dicho. Y sus papás nunca le iban a llevar la contra cuando se trataba del bienestar de su nieta, incluso si sabían los verdaderos motivos de su hijo mayor. 

A eso de las seis y después de unos mates, Enzo se había ido a la casa de Gonzalo, que vivía con su mujer y su hija a unas pocas cuadras de sus papás, cerca de la propiedad donde había crecido. Las mujeres de la casa se habían ido a lo de los abuelos, por lo que les habían dejado todo el lugar para los hombres solos. 

Aún compartiendo abrazos con sus amigos, con la música de fondo y con el Fernet que Gonzalo le había preparado mientras Pala y el Chino arrancaban con el asado, Enzo se sentía un poco distraído, como si parte de su cabeza estuviera en otro lado. No estaba pensando en otra cosa en particular pero estaba sí algo ausente. 

—¿Qué pasa, Enzurri? —le preguntó Gonzalo, mientras los dos se sentaban en una pequeña mesa medio destartalada que había en el jardín. Tenía algunas manchas de pintura, probablemente de la hija de su amigo—. ¿En qué andas tan pensativo?  

—Nada —respondió Enzo como un reflejo, tomando un puñado de maní que alguno había puesto en un plato demasiado grande—. No sé… 

Gonzalo se quedó observándolo, como esperando que continuara. De sus amigos era, quizás, el que más acostumbrado estaba a escucharlo. También era con quien más tiempo se conocía, aunque Exequiel y Lucas habían sido compañeros de escuela de ellos también. 

—Hay una chica en el laburo —comenzó, sin saber muy bien cómo seguir, o cómo explicar realmente algo que ni él mismo estaba muy seguro de entender. Se sentía un poco adolescente, eso de hablar de las relaciones nunca había tenido un tinte tan inocente—. Le gusto, salimos a tomar algo el viernes. 

—Ok… —dijo Gonzalo, analizando las palabras de Enzo, como buscando qué era lo que podía fallar en aquel escenario—. ¿Y vos qué onda con ella? 

—Me gusta, sí —fue la respuesta de Enzo, ante la que su amigo alzó una ceja. No había sonado demasiado convencido—. O sea, sí, me gusta, pero… 

El dueño de la casa le dio un trago a la bebida, esperando, todavía con esa mueca ligeramente escéptica ante la narrativa de algo que solía ser bastante sencillo. Pala y el Chino estaban a unos metros de ellos, junto a la parrilla, discutiendo cuál era la mejor forma de prender el fuego. Era una charla recurrente, algo que discutían siempre. Nunca había un claro ganador, por lo que la discusión siempre seguía vigente y les daba tiempo suficiente para seguir con su propia conversación. 

—Estoy un poco… confundido —confesó el diseñador, planteando algo en voz alta por primera vez. Gonzalo le hizo un gesto con la cejas, como que estaba escuchando—. Con otra persona. 

Enzo no quería pensar demasiado en lo que había pasado esa mañana. No estaba ni siquiera seguro de lo que había pasado y de cómo se sentía al respecto. Lo que le pasaba con Julián era algo bastante particular, que no se parecía a nada. 

—¿Te gusta alguien más? —preguntó su amigo.

—No sé, me pasa algo pero no sé bien qué —le explicó, no sabiendo muy bien cómo ponerlo en palabras. No sabía específicamente si le gustaba Julián—. Es otro compañero de trabajo, hasta hace unas semanas no nos bancábamos mucho… 

—Ah, ok, un flaco, bueno —intervino su amigo, haciendo después una breve pausa—. Necesito una pizarra táctica, boludo, nunca me trajiste algo tan complicado —agregó, mientras Enzo soltaba una pequeña risa—. ¿Sabés si le caben los chabones por lo menos?

Enzo asintió. Gonzalo parecía estar haciendo un esfuerzo por seguir la charla, después de haberse bajado casi todo el vaso de Fernet y quién sabía cuántos antes de ese. Tenía los ojos entrecerrados y parecía estar buscando la respuesta más lógica, haciendo cálculos dentro de su cabeza, aún cuando el diseñador no había contado demasiado. Había escuchado todo tipo de historias de parte de Enzo durante sus épocas de secundario y universidad, con mujeres y hombres, por lo que ya era difícil sorprenderlo con algo. A pesar de eso, el morocho no recordaba haberse encontrado en una situación así antes, donde no sabía muy bien qué hacer o cómo se sentía. El problema con Valentina no era, lo sabía. El problema era otro.  

Enzo había estado con algún otro hombre, pero nunca con una relación de por medio. Había sido siempre por curiosidad, por cosas del momento; situaciones en las que se había encontrado cuando estaba un poco borracho, en alguna fiesta, en alguna salida. Nunca le había pasado nada con ninguno más allá de algo casual. Y, esencialmente, nunca había tenido tanto cuidado al pensar en qué le pasaba. Nunca había sentido que tenía que reprimirse de alguna forma porque la persona del otro lado no era tan abierta, tan simple como él. Porque cualquier cosa entre los dos pudiera traerles un problema.  

—¿Corte estás caliente con él o cómo es? —soltó finalmente Gonzalo. La sencillez era algo que siempre habían compartido. Enzo, en general, no era mucho más complejo que eso.  

—No… no sé —murmuró con sinceridad—. El flaco tuvo una mala experiencia en la otra empresa, ahora estamos laburando con alguien de esa empresa que es el ex y… como que, no sé, me dan ganas de cuidarlo —explicó con poca convicción, siendo la primera vez que se lo planteaba a alguien más, pero también a sí mismo—. De que esté bien. Es como muy cerrado con todos, conmigo, y como que me molesta eso, ¿me entendés? 

Gonzalo lo miró con el ceño ligeramente fruncido, todavía haciendo esfuerzos por seguir la trama. Claramente la respuesta era negativa. 

—¿De cuidarlo? —preguntó, un poco incrédulo—. Boludo, ¿qué sos?, ¿Floricienta?

Enzo le pegó una patada en el tobillo y su amigo soltó un quejido. 

—Chupame un huevo —respondió el diseñador con una media sonrisa, dándole un trago a su Fernet—. Ni sé para qué te cuento las cosas. 

Gonzalo se rio un poco entre dientes, apenas haciendo ruido.  

—Bueno, pero que se yo, chabón, ganas de cuidar me pueden dar a mi vieja, a mi hija, a un amigo, no necesariamente tiene que ser otra cosa… —le dijo y Enzo frunció un poco el ceño—. Tiene que haber algo más. A vos medio que te gusta hacerte el Hombre Araña con todo el mundo. Por ahí va por ahí la cosa.

Enzo no se lo discutió porque sabía que tenía algo de razón y no era una conclusión errada. Efectivamente, no era la primera ni la última persona que se lo decía. Gonzalo lo conocía desde que eran chicos y conocía todos los quilombos en los que el diseñador se había metido simplemente porque sentía la necesidad de ayudar, de intervenir, de hacer justicia por mano propia, aún cuando nadie se lo había pedido. Había sido un patrón durante toda su vida. Y, sin embargo, a Enzo le parecía que con Julián las cosas eran ligeramente distintas. Resultaba difícil explicárselo a alguien que no estaba al tanto de toda la situación, que no sabía la historia completa ni entendía cómo se habían dado las cosas. El diseñador creía que era algo que nadie más que él podía entender. 

—Es que no sé —murmuró Enzo, no del todo seguro si estaba siendo honesto o no—. Hay algo más pero es un poco complicado.   

Los dos se quedaron un momento en silencio, dándole tragos ausentes a sus bebidas mientras observaban como Pala y el Chino seguían todavía luchando para prender el fuego. Gonzalo agarró algunos hielos del pote de telgopor y volvió a prepararse otro Fernet, con menos Coca de la recomendada. 

—Me parece que te estás complicando mucho la bocha al pedo —dijo Gonzalo resolutivamente—. Si les pasa algo, les pasa y listo. No hay tantas vueltas. 

El morocho asintió porque ya lo sabía. Pero también sabía cómo era Julián, algo que parecía difícil de explicar a alguien que no lo conocía. 

—Por ahí te lo tenés que coger y chau, hermano —agregó despreocupado su amigo, que tomó un sorbo de su bebida como si le estuviese contado el resultado del último partido que habían jugado con su equipo—. O a ella, no sé. O a los dos. 

—Revelador tu punto de vista, eh —murmuró Enzo, soltando un suspiro pero todavía con una sonrisa entretenida—. Contame más, porque no se me ocurre mejor solución que cogerme a dos personas que laburan en la misma oficina conmigo. Seguro que sale joya eso, boludo. 

Gonzalo siguió riéndose, sabiendo los dos que probablemente no tenía un buen consejo para darle. Enzo le contaba las cosas porque le hacía bien hablar, pero rara vez se iba de ahí con alguna respuesta útil. 

—Dale una oportunidad al flaquito, entonces, Flori —le dijo su amigo—. Por ahí, dentro de todo ese cuidado, querés darle una buena sacudida también. 

Enzo se rio un poco. 

—Menos mal que vos sos el padre de familia, vos deberías ser el de los buenos consejos —comentó el diseñador—. Si le pregunto a los otros dos, seguro me salen con alguna mierda que leyeron en Twitter o un trend de TikTok —o me agarran el teléfono y entran en Tinder para hacerme un par de matches con las minas más fáciles que encuentren, pensó Enzo, pero evitó comentarlo para que volviera a pasar. Esos días no tenía ni la energía para entablar conversaciones con gente que no conocía, ni para fingir interés en personas con las que probablemente no iba a volver a verse.

—¿Qué consejo de X estamos buscando? —intervino Pala con voz profesional, que trabajaba como notero de un canal de deportes, acercándose a ellos. Era siempre el que estaba al tanto de las noticias, el que compartía siempre los últimos chismes o novedades en el grupo—. Yo tengo todos.  

—Sobre si te gusta alguien o no —intervino Gonzalo, resolutivo, antes que Enzo pudiera decir algo. El morocho simplemente se rio entre dientes. Eran el peor grupo de consejeros del mundo. Todavía parecía sorprendente que hubiesen llegado todos vivos y sin estar privados de la libertad a los veintiséis. 

Pala asintió, su labio inferior asomando un poco más de forma pensativa, haciendo luego un gesto como si hubiese recordado algo importante. 

—Yo leí algo el otro día —comentó, con la seriedad de compartir algo que parecía casi un diagnóstico médico—. Que, para saber si te gusta alguien, tenés que imaginarlo pajeándose.

—No, no, no, no, ¡cerrá el orto! —interrumpió Enzo casi sin dejarlo terminar, levantándose de la silla con una sonrisa y tapándose la cabeza con un brazo como si eso evitara que pudiera escuchar lo que decían o la imagen mental de aquel consejo—. Me voy a la mierda —dijo, avanzando hacia la parrilla, donde quedaba su único amigo sensato—. ¡Chinito! ¿Te puedo dar una mano ahí? ¿Prendiste el fuego o necesitás que frotemos dos piedras?  

Mientras se alejaba, escuchó las risas de los otros dos detrás de él y algún comentario sobre su vida amorosa que decidió ignorar por su salud mental. Era siempre una pésima decisión pedirles consejos del corazón o cualquier cosa remotamente relacionada con ello.

Pasar tiempo con su grupo de toda la vida le había hecho bien, escuchar los problemas cotidianos de los demás parecía mucho más entretenido que pensar en los propios. Le hacía bien también estar un poco alejado de la computadora, incluso si era solamente por algunas horas y para descansar la vista. Su grupo de amigos era una de esas pequeñas costumbres, esas cosas que se mantenían aún con el paso del tiempo, los problemas y el camino que cada uno había tomado. 

Después de la comida, que terminó a eso de las once, Pala se ofreció a dejarlos a Enzo y al Chino en sus casas. El diseñador aceptó, acomodándose en el asiento de atrás, estirándose con la mezcla del alcohol y el cansancio, tentado a dormir hasta que llegaran. Con pereza, mientras sus amigos hablaban cosas de laburo por arriba de la radio, agarró su celular. Había una conversación con Valentina, donde la chica le decía que la había pasado bien, sugiriendo una segunda salida. El morocho abrió el chat con Julián. Parecía tonto escribirle por Slack cuando tenía su número. Se quedó observando la pantalla, sujetando el teléfono frente a él con las dos manos, con los pulgares a ambos lados. Suspiró, pensando que no tenía realmente sentido pensarlo demasiado. 

¿Cómo venís con los pendientes para mañana? ¿Necesitás algo? 

La respuesta no llegó hasta que Enzo ya estaba en su casa. Cuando cruzó la puerta del departamento, empujó las zapatillas fuera de sus pies y se movió por el monoambiente a oscuras, algo que hacía con frecuencia cuando estaba muy cansado o había tomado. Se sacó la campera, dejó el buzo y los pantalones en una silla, tiró la remera al suelo y se dejó caer en la cama con el celular en la mano. Se estiró a lo largo y ancho del colchón, y se quedó observando el techo, donde se reflejaban algunas de las luces que entraban de la calle. 

Cuando tomó el celular, que ya estaba en no molestar por la hora, el morocho descubrió que tenía un mensaje nuevo de Julián, con el tono de siempre, la profesionalidad que lo caracterizaba. 

Todo bien, sí —le había escrito—. Podemos verlo mañana a la mañana, antes de la reunión. Te quería consultar algunas cosas pero no te quería molestar. 

¿Querés verlo ahora? Estoy con la compu —mintió. Era tarde pero sabía que Julián no tenía problemas en quedarse trabajando hasta cualquier hora. 

No, mañana está bien. 

Enzo tipeó un dale casi de forma automática y dejó su teléfono en la otra punta de la cama, con su brazo estirado a lo largo de ella. 

Agradecía estar demasiado cansado porque realmente no quería hacer más que dormir. Enzo nunca había sido una persona que pensara y le diera muchas vueltas a las cosas. No era algo a lo que estuviera acostumbrado. Y estaban pasando demasiadas cosas a la vez. 

Iba a ser una semana larga. 

Aquella mañana el diseñador se levantó temprano y aprovechó el día frío pero de sol para salir a correr. No le importaba si después tenía que irse en tiempo récord para la oficina, necesitaba eso que le daba el ejercicio para quemar energía. Sabía que no tenía tiempo para ir al gimnasio, pero por lo menos se conformaba con algunos minutos en el parque cerca de su casa. 

Cuando volvió, Enzo se pegó una ducha rápida, se puso un pantalón oscuro y una remera limpia, agarró una abrigo, su mochila y salió a paso rápido del departamento. Eran las nueve menos cuarto cuando cruzó las puertas de la oficina, un poco más tarde de lo que venía llegando, y ya había bastante gente. Hizo un saludo general y se sentó en su escritorio, apoyando la mochila en el suelo con un suspiro. Antes de que pudiera hacer nada, Julián se asomó por arriba del panel de su escritorio, sorprendiéndolo un poco. Tenía cara de cansado, más de lo normal. Las ojeras eran claramente visibles sobre la piel pálida. Más que cansado, parecía agotado, casi enfermo. 

—Avisame cuando estés para revisar lo que hice ayer —dijo el castaño suavemente. 

—Dame diez que chequeo los mails y estoy —respondió Enzo—. ¿Querés ir a la sala? 

—Sí, está bien.  

El morocho revisó que no hubiese nada urgente y luego se levantó con su cuaderno, haciéndole un gesto a Julián hacia la sala. Los dos caminaron en silencio y se sentaron lado a lado, en los puestos que ocupaban siempre. El castaño abrió su computadora en silencio y comenzó a navegar la web, explicándole las cosas en las que había estado trabajando el domingo.

Se lo notaba nervioso pero parecía ese nerviosismo general que tenía siempre antes de las reuniones con CoreOne. Fuera de eso, parecía el Julián de siempre, concentrado y frío, aunque un poco en cámara lenta, quizás por la obvia falta de sueño. No había nada diferente. 

Un golpecito en la puerta de la sala desconcertó a Enzo. Poco después entró Nicolás, con una pequeña sonrisa para los dos. Se sentó a la mesa con ellos, apoyando su computadora del otro lado. Julián dio la vuelta para sentarse junto a él, para explicarle lo que había hecho y lo que podía testear. El diseñador se quedó observándolos, garabateando en su cuaderno, escuchando parcialmente la conversación. 

Nicolás empezó a hablar después y Julián se inclinó sobre su computadora, apoyando el codo en la mesa y llevándose una de sus manos a la boca. Tenía los labios ligeramente entreabiertos y estaba presionando el inferior con dos de sus dedos, de forma inconsciente, pensativo. 

Enzo se apoyó contra el respaldo de la silla. Fingía estar prestando atención pero en realidad estaba observando la cara de Julián. Nunca se había fijado en detalle en sus facciones, observándolas con cuidado. En la forma de la boca, en las manos chicas pero de dedos estilizados o en la mandíbula definida que mantenía siempre perfectamente afeitada. La manera en que los hombros subían cuando soltaba algún suspiro frustrado, cómo se tensaban los músculos debajo de la camisa cuando estaba pensando en algo o en los ojos entrecerrados detrás de las pestañas largas, entre algunos mechones que se le escapaban del peinado perfecto. 

Enzo sabía que Julián era una persona atractiva pero no sabía a ciencia cierta si le gustaba o solamente sentía curiosidad por él. Si había algún tipo de línea entre los dos y valía la pena cruzarla, o si estaba solamente un poco confundido. No parecía el tipo de relación que quería poner en riesgo por algo que no sabía muy bien qué significaba. Y del otro lado estaba Julián, que probablemente no tenía ninguna intención de probar algo así con él, considerando el ambiente en el que interactuaban.  

El diseñador le dio un trago al café frío, que estaba ya asqueroso, que dibujó en su cara una mueca de desagrado. Se pasó las manos por los ojos, cansado, y suspiró. Tenía que intentar enfocar su cabeza en el trabajo y nada más, por lo menos hasta el día siguiente. 

La reunión de ese día con CoreOne fue, increíblemente, positiva. Joaquín parecía sorprendido por el progreso, su sonrisa un poco condescendiente y sus comentarios en dirección al diseñador casi sarcásticos, pero sin nada que decir que pudiera poner en tela de juicio la capacidad de Julián como desarrollador. Enzo se quería parar y hacerle fuck you con las dos manos, pero se conformó con inclinarse un poco sobre el apoyabrazos de su compañero y darle una sonrisa. El PM le devolvió una expresión cortante. El morocho sabía que el verdadero desafío era al día siguiente, pero aquello se había sentido como un gol a favor. 

Enzo suspiró un poco aliviado después de la reunión, aunque Julián no parecía del mismo humor. Cuando el morocho volvió de almorzar rápidamente con su equipo, lo encontró ya encerrado en la sala. El menor lo ayudó un poco con el front-end de las últimas correcciones de Nicolás, y luego siguió trabajando en su parte de los diseños, en la presentación que quería mostrar al día siguiente. Había agregado lo que había pedido Joaquín y había quedado bien, por lo que volvió a enfocarse en lo que correspondía al desarrollo. 

Cada tanto observaba a Julián, que parecía estresado, incluso en niveles por arriba de lo que ya era usual. Cerca de las cinco, Enzo le ofreció un café, que el castaño aceptó ausentemente, sin sacar los ojos de su computadora. El morocho le dejó una barrita de cereales también, que el desarrollador mordisqueó con el ceño fruncido. Estaba bastante seguro que si adentro del paquete había una piedra, Julián ni siquiera se hubiese dado cuenta hasta morderla y romperse los dientes con ella.

Estuvieron algunas horas más ahí, hasta que el cielo terminó de ponerse oscuro, hasta que los ruidos lejanos de la oficina comenzaron a morir con la salida del resto de los empleados del piso. Enzo se fue a buscar otro café, notando el lugar prácticamente vacío y con la mayoría de las luces y monitores ya apagados. Cuando volvió a la sala, Julián seguía con aquella expresión contrariada, con la frente arrugada y los hombros tensos. Cada tanto golpeaba las teclas con más fuerza de la necesaria, borrando algo y volviendo a escribir. 

Enzo se sentó en la silla junto a su compañero y luego rodó con ella para acercarse a él con cuidado. Sus piernas se chocaron por abajo de la mesa pero, a diferencia de otras veces, Julián no se apartó. Parecía estar demasiado concentrado en lo que estaba haciendo.

—¿Algo que no te sale? —le preguntó despacio. 

El programador suspiró pesadamente. 

—Sí, es un detalle pero quería que quedara bien —murmuró y sus ojos fueron al reloj en la esquina de la pantalla—. Es tarde ya igual. 

 —¿Te querés quedar un rato más? —preguntó Enzo, estirándose para apoyar la taza en la mesa—. Me puedo quedar con vos. 

Julián negó suavemente con un gesto de la cabeza, pasándose una mano por el pelo. Estaba bastante más despeinado de lo normal, con las ondas apuntando en distintas direcciones. Lo tenía un poco largo también, pero le quedaba bien así. 

—¿Te querés ir? —preguntó después el morocho. 

El castaño volvió a negar, con la mirada fija en la computadora, con la lista de correcciones que había mandado Nicolás abierta frente a él. Había una mezcla de colores, aunque la mayoría ya estaban en verde.  

—¿Qué querés, Julián? —preguntó suavemente Enzo, hablando despacio, y la pregunta pareció quedar haciendo eco en el silencio de la sala—. Hacemos lo que vos quieras. 

Los ojos castaños finalmente se levantaron hasta encontrar los suyos. Enzo le sostuvo la mirada, intentando ser lo más transparente posible. Parecía difícil hacerle entender a Julián que estaba ahí, que eran un equipo, que lo que pasaba era responsabilidad de los dos y no tenía que hacerlo todo él. Que, sin importar lo que hubiese pasado en CoreOne, esta vez era distinto. Esta vez no estaba solo. Y Enzo sabía que era lo único que importaba. Que, en ese momento, Julián estaba pensando solamente en el proyecto y en la presentación del día siguiente.  

Aunque el desarrollador rara vez decía algo sobre el tema, Enzo sabía que había algo mucho más problemático de lo que se veía. No era sólo presión por el trabajo; era la forma en la que Julián se inquietaba cada vez que se mencionaba a Joaquín, la manera casi automática con la que bajaba la mirada cuando hablaban del día siguiente. El morocho quería preguntar, pero no sabía tampoco exactamente cómo hacerlo. 

Algo en los ojos del castaño pareció relajarse un poco. Si había entendido lo que Enzo estaba intentando hacer, no lo sabía, pero parecía haber surtido algún tipo de efecto en él. 

—Vacaciones —dijo el mayor seriamente. 

Enzo sonrió un poco, con una pequeña risa por la nariz.

—Ah, qué vivo —espetó, divertido—. Nos podemos ir de vacaciones al fin del mundo si querés, pero vos sabés que Paulo nos va a buscar, nos va a encontrar y nos va a traer acá de nuevo hasta que terminemos esto —agregó, todavía conservando aquel buen humor, intentando aligerar un poco la tensión—. Es como Liam Neeson. 

El cordobés se echó hacia atrás en la silla también, quedando los dos en una posición similar, alzando una de las comisuras de la boca. Parecía ser una referencia que entendía.  

—Necesito que lo de mañana salga bien —murmuró Julián después, poniéndose serio nuevamente, cerrando los ojos un poco y respirando profundo. 

—Va a salir bien —le aseguró Enzo, con confianza—. Va a salir todo bien —insistió, con más firmeza, inclinándose un poco hacia adelante y apoyando su mano en el antebrazo del desarrollador, que estaba sobre el reposabrazos, y dándole un pequeño apretón—. Hiciste un trabajo espectacular, Juli, de verdad, no hay forma de que no salga bien. 

Julián giró la cabeza, todavía estirado en su silla, buscando sus ojos y encontrándose con la mirada de Enzo. No sabía si era el apodo, el gesto, o el hecho de que su compañero no lo había rechazado, pero se sentía mucho más cerca de él. Aunque el castaño no sonrió, sintió que su expresión atormentada se aflojaba un poco, sus ojos sin despegarse de los suyos. En su rostro, era casi como una sonrisa. El corazón de Enzo empezó a latir con un poco más de fuerza ante el gesto, ante la inusual complicidad entre los dos. 

—Voy a seguir ajustando algunas cosas —comentó Julián, desviando finalmente la mirada—. Voy a tener que seguir en casa igual… —agregó, pasándose una mano por la cara, y pronto el morocho entendió que se refería a la hora. 

Era fácil en el lenguaje corporal saber que Julián estaba nervioso y un poco al límite. El morocho ya lo conocía un poco, lo entendía bastante, y sabía que volver a CoreOne, presentar los avances del proyecto no sólo frente a Joaquín sino también frente a otras personas que quizás lo conocían, era algo que lo debía tener ansioso. A la mente de Enzo volvió la charla con Rodrigo, la historia incompleta sobre lo que había sido su último tiempo ahí, lo que probablemente implicaba volver. Era normal que Julián estuviera tan fuera de eje. 

—¿Querés que vaya con vos? —preguntó suavemente el diseñador, sin buscar imponer nada, simplemente como una sugerencia. Había algo nuevo entre los dos, algo que Enzo sentía distinto, como si aquella invitación no fuera algo tan inesperado o inusual. Quería que Julián supiera que tenía la posibilidad de elegir pero también que no tenía que lidiar con eso solo—. Podemos revisar todo juntos. 

El castaño lo miró un momento y asintió suavemente. Fue un gesto silencioso e inesperado para el menor, pero que hizo que las comisuras de sus labios se alzaran apenas. Le daba cierta tranquilidad que Julián hubiese dicho que sí. Que aceptara su ayuda y su compañía, sin darle demasiadas vueltas, por lo menos aquella noche. 

Los dos salieron en silencio de la oficina, que ya estaba completamente vacía. Sin decir nada, se subieron al auto de Julián, que manejó hasta su casa con aquella expresión todavía un poco inquieta, un poco atormentada. Enzo fue mirándolo de reojo, porque no sabía muy bien qué hacer. Quería ayudarlo, quería repetirle hasta el cansancio que iba a estar todo bien, pero no dijo nada. Se mantuvieron en ese silencio hasta que estacionaron en la cochera del edificio, donde ambos se bajaron todavía sin mediar palabra. 

Julián abrió la puerta de su casa y prendió las luces. Enzo se sacó las zapatillas junto a él, dejando su abrigo también en la entrada. No tardaron demasiado en acomodarse en la mesa, todavía entre ese silencio cansado, pero que al diseñador no le molestaba. Había mucho para el día siguiente y habían sido semanas largas de trabajo, por lo que las energías a aquella hora flaqueaban, incluso para alguien tan entusiasta como Enzo.

El morocho aprovechó para terminar con los detalles de lo suyo. Se levantó para ir al baño, tan sólo para encontrarse con un frustrado Julián al regresar, que observaba su computadora como si tuviera la culpa de algo. Era una expresión que le había visto varias veces a lo largo del día, un poco más transparente que en otras oportunidades. 

Enzo se acercó despacio hasta él hasta quedar detrás de su silla. Apoyó las manos en sus hombros con cuidado, inclinándose sobre el castaño para poder ver la pantalla. Julián dio un salto apenas perceptible por la sorpresa, pero no se movió.

—¿Qué pasa? 

—Nada, hay algo que quiero mejorar pero termina rompiendo otra cosa —le explicó el desarrollador, soltando otro suspiro, con una ligera tensión en su voz—. Lo puedo dejar así, pero sé que podría estar mejor. Por ahí si vuelvo a probar con la estructura anterior… 

Enzo se quedó apoyado ahí, sus pulgares haciendo un poco de presión en los hombros del más bajo, mientras el castaño parecía seguir pensando en voz alta. Podía sentir que Julián estaba tenso, pero no era realmente ninguna sorpresa. Había algo sobre la perfección de todo que parecía tan arraigado a su personalidad, que el desarrollador parecía casi no darse cuenta. Era un trabajo increíble, en tan poco tiempo y, aún así, Julián seguía buscando dejar impecable hasta el último detalle.

—Lo de mañana no tiene que estar perfecto —le dijo el diseñador, sus dedos todavía moviéndose por arriba de la tela de la camisa—. Podemos mejorarlo después. Mientras funcione, estamos bien. Ellos no esperan algo perfecto tampoco. 

El programador asintió suavemente, pasándose una mano por el pelo. El menor mantuvo las manos en sus hombros y Julián siguió ahí, sin alejarse, algo de lo que reparó después de unos instantes. Ya no parecía tan esquivo a su alrededor, sino que parecía haberse acostumbrado un poco a la forma de ser de Enzo, a lo natural que era para él el contacto físico con todo el mundo. 

—¿Querés que vaya a comprar algo para comer? —preguntó despacio el morocho, apartándose un poco.

Julián negó con la cabeza, volviendo a teclear algunas cosas en la computadora, todavía dándole la espalda. 

—No tengo mucha hambre —respondió con cansancio—. Si querés algo para vos… 

—Algo tenés que comer —insistió el menor, mirando después hacia la cocina—. ¿Te puedo revisar la heladera? 

El castaño simplemente se encogió de hombros, como si ya estuviera un poco resignado a que Enzo hiciera lo que quisiera. Pocos minutos después, el diseñador volvió al living con un omelette. No había mucho en la heladera, pero había encontrado huevos y queso. Era mejor que nada. Era algo que él muchas veces preparaba en su casa cuando no tenía ni tiempo ni ganas de cocinar. 

—Comé eso aunque sea, dale, ¿mhm? Yo me comí la mitad. Es poquito.  

Julián no dijo nada, siguió trabajando pero ocasionalmente sacando un pedazo del omelette que, para cuando se lo había terminado, ya debía estar frío. Enzo aprovechó para ajustar alguna cosa más acá y allá, aunque realmente no tenía la necesidad. Podía seguir con los diseños para después de la presentación, pero no era urgente. Todo lo que habían hecho los tenía adelantados en el cronograma, por lo que después de la reunión del día siguiente corrían con un poco de ventaja. 

Con un bostezo sin contener de por medio, Julián le compartió el link para que pudiera revisar el progreso. Enzo bostezó también, contagiándose de él, observando el reloj en la pantalla, que ya marcaba que eran las doce y veinticinco del martes. 

—Yo lo veo muy bien —reconoció el morocho, después de pasar las pantallas—. Lo que marcó Nico está casi todo cubierto, los problemas críticos están todos solucionados.  

—Hay un error en el backend, pero no debería ser un problema para lo de mañana —explicó el mayor, con ese tinte ligeramente ansioso que Enzo ya había notado antes, pasándose las manos por la cara—. Quería arreglarlo pero… 

—¿Por qué no cortás un poco? —sugirió el diseñador, interrumpiéndolo suavemente; no como una imposición, sino como una sugerencia—. ¿No me vas a hacer que te lleve a upa a la cama, no? 

Julián negó suavemente con la cabeza, poniéndose de pie. 

—No, ya me voy a acostar —le dijo despacio, levantando la vista para mirarlo. No tenía la cara de alguien que se estaba por ir a dormir, sino la de alguien que se iba a quedar mirando el techo toda la noche, comiéndose la cabeza. 

—Por las dudas espero a que te vayas a la cama antes de irme —bromeó el diseñador, dándole una mirada de refilón y guardando su computadora en la mochila con cuidado. 

Hubo un silencio en el ambiente que sólo fue interrumpido por los movimientos de Enzo, que terminó de guardar todo mientras pensaba en buscar qué se podía tomar a su casa desde ahí. Por la hora y teniendo la computadora encima, quizás era mejor un Uber… 

—¿No… te querés quedar? —sugirió Julián, en voz baja y un poco insegura, tomándolo por sorpresa—. Es tarde ya. 

Enzo se giró para mirarlo de frente. Los ojos del castaño estaban fijos en la ventana, desde donde se veía la ciudad y el cielo oscuro con algunas nubes, esa rara quietud que había en Capital a la madrugada de un día de semana. El morocho dejó lo que estaba haciendo, acercándose un poco. El programador volvió la vista hacia él, los dos mirándose a los ojos. Enzo entendía muy bien lo que le estaba pidiendo, pero aún así quería que el castaño lo dijera. 

—¿Querés que me quede con vos? 

Julián apretó ligeramente los labios, apartando la mirada de nuevo y volvió a asentir sin hablar, como lo había hecho en la oficina. El morocho le devolvió el gesto, dejando sus cosas sobre la silla a medio guardar y acercándose un poco más a él. 

—¿Querés que duerma acá en el sillón? —preguntó despacio.

El castaño negó suavemente, dejando la mirada en otro lado. 

—No hace falta —musitó, aún en el mismo tono que había usado antes—. Podés dormir en la cama… Vas a dormir mejor. 

El comentario lo tomó un poco por sorpresa, pero también la forma en la que Julián lo dijo. Antes que Enzo pudiera hacer o decir algo más, el castaño tomó su teléfono de la mesa y caminó lentamente hacia la habitación, como esperando que el menor lo siguiera. A tientas, Julián encendió la lámpara de una de las mesas de noche. El morocho se mantuvo en el marco de la puerta, no sabiendo muy bien qué hacer. La habitación del programador era amplia, con una cama grande y una mesa de noche a cada lado. Había un placard grande sobre una de las paredes, un pequeño banco y una cómoda con un televisor arriba, ubicados frente a la cama. Era todo bastante impersonal y frío, pero prolijo, como si ahí no viviera nadie.  

Julián le dio a Enzo una remera y un pantalón de pijama y fue al baño. El morocho se sacó la ropa, dejándola apoyada en un pequeño banco junto a la cómoda y se puso solamente el pantalón que le había dado su compañero. Incluso cuando hacía frío en el departamento, no estaba muy acostumbrado a dormir del todo vestido. Cuando el castaño salió del baño, los dos cruzaron una breve mirada. Enzo fue hasta su mochila para agarrar su cepillo de dientes y se tomó un momento para prepararse para dormir. 

Cuando volvió del baño, el diseñador se encontró con la habitación ya a oscuras. Julián estaba acostado, de espaldas, con su figura visible gracias a las luces de la calle que se filtraban por la persiana. El morocho se acercó a la cama con cuidado y dejó el celular en la mesita de luz. Se sentía un poco cohibido. A diferencia del sábado, no estaba tan agotado, sabía mucho mejor lo que estaba haciendo, en especial después de todas las cosas en las que había estado pensando. Se metió despacio bajo las sábanas, del lado de la puerta, sin dejar tanto espacio entre los dos. Era plenamente consciente de que aquello no tenía sentido para dos compañeros de oficina, que era mucho más evidente que en otras oportunidades en las que habían dormido en el mismo lugar. 

O quizás era Enzo, que lo estaba sobrepensando otra vez. 

Estuvieron un momento en silencio. El morocho cerraba un poco los ojos, tan sólo para volver a abrirlos un instante después. Podía sentir los suspiros pesados de Julián, un poco inquietos, aunque seguía de espaldas a él. El castaño cada tanto acomodaba la cabeza en la almohada, como si se fastidiara al no encontrar la posición justa, sin terminar de relajarse para descansar. Era exactamente lo que el morocho había imaginado, la precisa razón por la que había ofrecido quedarse. La cabeza de Julián debía estar yendo a mil por hora y era muy poco probable que fuera a dormir tranquilo, o a dormir en absoluto.  

Enzo se acercó despacio a él, sin saber muy bien qué hacer, hasta quedar apenas detrás del castaño. Con todo el cuidado del mundo, sin querer alterarlo, apoyó una mano en su cintura. El mayor respiró hondo pero no se movió, no hizo nada para alejarse o alejarlo. Enzo deslizó apenas su mano por la cintura del mayor, buscando acercarse un poco más a él, dejando su pecho casi pegado a la espalda del castaño. Había algo en esa intimidad que parecía un poco fuera de lugar, pero no quería pensar demasiado en lo que significaba. En ese momento, lo sentía correcto, como algo que deseaba hacer porque quería que Julián supiera que estaba ahí y nada más. 

Pronto se dio cuenta como el castaño se tensaba dentro del abrazo pero no protestaba; simplemente se quedó quieto, sin decir nada. 

—¿Te molesta? —susurró Enzo, su voz ronca por el cansancio, ya sintiendo el peso agradable de estar acostado, de poder descansar la vista, el cuerpo y la cabeza de una vez. 

Julián se tomó un momento para contestar. El morocho sintió los dedos del castaño rozando apenas los suyos, que estaban sobre su estómago. Algo en el gesto hizo que se tensara un poco, que tuviera una necesidad que no había sentido antes. Algo tan trivial, tan simple como ese gesto, había tenido la capacidad de ponerlo nervioso, de acelerarle el pulso.  

—No —replicó el castaño, casi en un suspiro. 

Enzo se acercó un poco más, dentro de aquella sensación atípica y ese ambiente distinto, apretando un poco más su agarre alrededor de la cintura del mayor. El perfume y la calidez lo dejaron quieto en su lugar por un instante, junto con aquella sorpresa de no haber sido rechazado. No podía moverse más, no sentía la necesidad de asustar a Julián en un momento así. Su cabeza estaba siendo mucho más racional que cualquier otra parte de su cuerpo. Enzo se moría de ganas de seguir presionando ese límite, de saber qué pasaba, pero era consciente de que no era la noche para hacerlo. Sabía que el día siguiente era demasiado importante para su compañero como para meter otra cosa más dentro de su cabeza.  

—Va a estar todo bien —susurró Enzo, otra vez—. Descansá un poco, dale.

El castaño no se movió del lugar donde estaba, pero sus dedos se tensaron apenas sobre la mano del morocho. Los deslizó sobre su piel, hasta que su palma cubrió la suya con un poco más de firmeza, la calidez cubriendo la parte de atrás de la mano del diseñador. 

—Gracias por quedarte —murmuró Julián, tan bajo que Enzo apenas lo oyó. 

El menor le dio un pequeño apretón a su agarre, sin decir nada, sintiendo la respiración elaborada de Julián. Golpeó apenas su nariz contra la nuca del castaño, un gesto casi imperceptible, como una confirmación de que no iba a irse a ningún lado. Aunque había decidido parar ahí, aquel momento parecía mucho más íntimo en sí mismo que muchas cosas que los dos hubiesen podido hacer. 

Enzo sabía que aquella no era una situación normal pero no quería analizarla de más. No estaba seguro realmente de cómo se sentía, pero sabía que definitivamente sentía algo. Que no era solamente él siendo él, queriendo cuidar a todo el mundo sin pensar en las consecuencias. 

Si podía o no hacer algo con eso, Enzo creía que ya no dependía tanto de él. 

Notes:

Quedó un poquito más largo que los otros, pero espero que les haya gustado.

Gracias por los comentarios del capítulo anterior, de verdad, me pone muy contenta que les esté gustando la historia 🧡🥹 No está en los planes abandonarla eh, para nada. Las próximas actualizaciones quizás sean un poquito más espaciadas de lo normal, pero nada más, tengo ya varios capítulos escritos y estoy calentando con el smut también, que siempre me lleva más tiempo que otros.

Gracias a quienes siguen la historia y se toman siempre el tiempo de dejar kudos y comentarios!

Nos leemos pronto
MrsVs.

Chapter 14: I’m calm. I'm extremely calm. I'm too calm. I'm freaking out about how calm I am.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—O sea, ¿estás trabajando con el hijo de re mil puta de tu ex, otra vez? —dijo Lucas despacio, con el ceño fruncido y los ojos casi cerrados—. ¿Vos me estás jodiendo, Julián? 

Julián negó con la cabeza, con los labios apretados. Lucas no sabía la historia completa con Joaquín, pero había estado ahí durante todo el proceso. Incluso cuando el castaño se había alejado de él, de todos, su amigo había seguido ahí, a la distancia que Julián había impuesto. Sabía por lo que había pasado, aún si no sabía con lujo de detalles todo lo que Joaquín había hecho. Y había estado para él cuando se habían separado, cuando el cordobés había cortado las cosas por completo, por lo que le estaba profundamente agradecido. Si no hubiese sido por Lucas, estaba bastante seguro que el camino para volver a ser una persona funcional hubiese sido mucho más largo. 

—¿Y te gusta tu actual compañero de equipo, que es un dulce de leche, está re fuerte y encima ahora el jefe sos vos? —prosiguió Lucas, como si estuvieran discutiendo la trama de una serie que acababan de ver y estuviera comentando emocionado el resumen del último capítulo.

Cuando Julián salió de ducharse aquel domingo a la mañana, su amigo lo estaba esperando sentado en el sillón de su living, con el mate listo y muchas preguntas. El castaño suspiró, pensando que tenía que dejar de invitar gente a su casa. Le iba a ahorrar muchos problemas. 

Pero, en el fondo, estaba agradecido de que Lucas estuviera ahí. Después de que Joaquín se fuera, su amigo y su novio se habían encargado de mandarle mensajes todo el tiempo, de visitarlo ocasionalmente incluso a pesar de sus horarios de trabajo, sus estudios y sus asuntos personales. Lo habían ayudado con la mudanza y a acomodarse dentro de su nueva vida, cuando Julián todavía no entendía muy bien cómo seguían las cosas, cuando todavía seguía viviendo la vida como en piloto automático. Que estuvieran los dos ahí y que la vida de Julián se hubiese acomodado hasta ese punto… Lucas también tenía un poco de mérito sobre eso. 

—No te dije que me gusta Enzo. Y no es mi compañero de equipo, no soy su jefe —puntualizó el dueño de casa, sintiendo que las palabras sonaban extrañas en su boca, con aquel segundo dato siendo completamente irrelevante—. Estás armándote la novela de todo vos, como siempre. No pasa nada.  

—Pero es que sí, boludo —insistió Lucas que, para variar, lo estaba ignorando. Julián sabía que, detrás de la broma, se ocultaba la preocupación de saber qué pasaba cuando Joaquin estaba involucrado—. Vendele los derechos a Cris Morena, no sé. 

Su acompañante se quedó mirándolo, usando el mate como un micrófono. Hacía siempre lo mismo. Si Julián no metía presión, no tomaban más. Con su vida pasaba igual: no importaba lo que le contara, Lucas siempre encontraba la manera de armar su propia historia y sacar sus conclusiones, sin necesidad de que Julián diera su versión de los hechos. Desde su separación, su amigo estaba firmemente convencido de que lo que el cordobés necesitaba era otra persona en su vida. Alguien nuevo, alguien que le hiciera olvidarse de cualquier recuerdo de Joaquín y empezar una vida nueva.

Demás estaba decir que Julián no estaba de acuerdo con eso. 

Su amigo lo analizó un momento, como midiendo realmente qué pasaba. El cordobés alzó una ceja, porque sabía que quería preguntar por su ex pero no lo hizo. 

—No me lo tenés que decir, Juli —dijo finalmente, con esos aires de psicoanálisis que no iban con él para nada, pero que igual seguía usando—. Me doy cuenta. 

El castaño mantuvo aquella ceja en alto, sacándole el mate de las manos como para cebar otro. Los dos estaban sentados lado a lado, con las facturas frente a ellos y el noticiero del domingo de fondo, casi sin volumen. Era una rutina de viejos que habían adoptado hacía tiempo, cuando Lucas había empezado a trabajar para una empresa de Europa y se había acostumbrado a madrugar y acostarse temprano. Aunque Julián no tenía problemas en quedarse trabajando hasta tarde, siempre había sido una persona más de la mañana y no tenía problemas con levantarse antes de lo normal para alguien de su edad, incluso los domingos. 

Lucas y él se habían conocido en la facultad, cuando Julián recién había llegado a Buenos Aires y no tenía contacto con nadie más que sus hermanos. Aunque habían tenido sus idas y venidas —principalmente por Julián y algunos momentos de su relación con Joaquín—, su amigo siempre se había mantenido cerca de él. Había sido quizás la única persona que, con el paso del tiempo, seguía todavía ahí. 

—¿De qué te das cuenta? —replicó el cordobés, con suspicacia. 

—Mirá, ya que vos traigas a alguien a tu casa… raro —le dijo para justificar su afirmación—. ¿Se queda a dormir?, ¿se va a la mañana con una sonrisa así? Raro —prosiguió, gesticulando y estirando la última palabra de forma exagerada mientras el castaño cebaba otro mate—. ¿Seguro que no pasó nada?  

Julián lo miró con una expresión aburrida, porque siempre hacía lo mismo. Desde que se había separado, su amigo buscaba historias de amor donde no las había. Cosas que no estaban ni cerca de la realidad. Cosas que, por sobre todo, Julián no quería. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que su amigo había intentado presentarle a alguien, arrastrarlo a alguna salida, llevarlo para conocer a alguno de sus otros amigos. Sabía que no lo hacía con mala intención, que había algo de verdad en aquella afirmación de que Julián quizás necesitaba estar con alguien nuevo, pero no era algo para lo que el cordobés se sintiera preparado. Había sido difícil acostumbrarse a estar solo pero, especialmente, a estar bien con eso. No sabía si quería cambiarlo, incluso si era para algo casual, para conocer gente y nada más. Había preferido enfocarse en los estudios, en el trabajo, como había hecho siempre.    

—No, fantasma, no pasó nada —le dijo el cordobés secamente—. ¿Cómo está Facu?

—Dale, hacete el boludo —murmuró su amigo, poniéndose serio—. ¿Estás bien vos con todo esto? Posta te pregunto. 

El castaño asintió, sin saber muy bien cómo responder a esa pregunta. 

—Sí, estoy bien —dijo, como siempre, como algo que le salía casi sin pensarlo.

Cuando preguntaban, él siempre estaba bien. 

Lucas aceptó el cambio de tema igualmente, hablando de su pareja que era también una persona que el castaño apreciaba mucho. Julián no necesitaba hablar sobre su vida personal. No tenía ganas de tocar un tema que era delicado, considerando que en dos días él y Enzo tenían que dar una presentación delante de un montón de gente, una presentación que necesitaba que saliera bien. El cordobés prefería seguir ignorando el tema.

Estaba agradecido con la visita de Lucas, porque le había sacado un poco la mente de los problemas. Sin embargo cuando su amigo se había ido, había vuelto todo. Julián apenas había podido pegar un ojo aquella noche de domingo. Estaba cansado pero estresado, pensando en todo lo que tenía que hacer. En algún punto de la madrugada desistió de intentar dormir, puso las noticias de fondo y se sentó en la mesa del living, con el cansancio y la ansiedad batallando dentro de él sin ganadores. 

Julián estaba extremadamente nervioso por todo, al punto que le estaba costando concentrarse en el trabajo. Y lo peor de todo era que sabía que Enzo lo había notado. El diseñador tenía facilidad para ver a través de él y el castaño lo odiaba por eso. Pero en aquella oportunidad, había aceptado la ayuda. Había aceptado que Enzo estaba ahí y Julián quería que estuviera ahí, incluso si solamente era para distraerlo, para poner su mente en otro lado. 

Y había querido que se quedara con él. Había querido que le hiciera compañía ese lunes por la noche, incluso si solamente era con un chiste, algún comentario absurdo o un toque despreocupado; esas cosas que al morocho se le escapaban con tanta naturalidad todo el tiempo, sin importar la situación. Enzo lo tranquilizaba. Julián sentía que la confianza natural del morocho y su fé absoluta en los buenos resultados del proyecto, en ellos, era un poco contagiosa. 

Pero había otra cosa ahí también, Julián lo sabía. Incluso si intentaba no pensar, cuando Enzo lo había abrazado antes de dormirse, cuando había sentido la calidez, la seguridad, la forma en que parecía querer cuidarlo… Julián no quería ceder, no quería volver a acostumbrarse a eso, pero su compañero se lo hacía siempre tan difícil. 

Era tan fácil estar bien cuando Enzo estaba alrededor. Parecía tan sencillo acostumbrarse a él. 

Lo primero que el castaño sintió al despertarse esa mañana de martes fue otra vez esa sensación extraña de estar compartiendo la cama otra vez, del calor de alguien junto a él. Todavía le resultaba desconcertante darse cuenta que no estaba solo, después de tantos meses durmiendo por su cuenta. Ni siquiera había abierto los ojos cuando notó el brazo pesado, rodeándole la cintura con fuerza y la calidez de ese cuerpo pegado contra su espalda. 

El desarrollador no se movió. No tenía ni idea de qué hora era, pero había una ligera claridad en la habitación que sugería que ya faltaba poco para el amanecer, para tener que levantarse. Julián estaba cansado, aunque había dormido profundamente quizás después de varias noches durmiendo mal. Poco a poco, el estado adormilado fue dando paso a la consciencia de lo que pasaba a su alrededor, de la mano apoyada sobre su estómago y de la respiración tranquila detrás de su cuello.  

Tardó un par de segundos en entender qué estaba pasando. 

Enzo. 

Enzo se había quedado a dormir con él, otra vez. 

Julián le había pedido que se quedara a dormir con él. 

El desarrollador sintió cómo el pecho del morocho se movía de forma acompasada contra su espalda, con la tranquilidad y regularidad de quien está claramente dormido. Una de las piernas de Enzo estaba apoyada contra las suyas, tocándole el muslo apenas por debajo de las sábanas. Podía sentir también cómo su cadera se apoyaba contra la del castaño con una presión muy suave. El cordobés se removió un poco en su lugar, algo incomodo pero mayormente inquieto. No era una sensación de rechazo, sino más bien de no saber qué hacer ahí. Sentía su corazón latir con fuerza en el pecho y la respiración parecía forzada, como si tuviera que pensar para hacerlo. Había algo sobre despertarse así que lo perturbaba, no porque fuera desagradable, sino porque le hacía sentir un montón de cosas que no debería haber estado sintiendo en ese momento.

El movimiento de su cuerpo solamente hizo que Enzo soltara un pequeño quejido, que apretara más su cintura y lo atrajera más contra él. El rostro del morocho se hundió en el hueco de su cuello y Julián sintió su respiración cálida, seguida de un suave gemido que se extendió por su cuerpo como si alguien lo hubiese conectado a un enchufe. El morocho se pegó más a él, presionándose contra su espalda y murmurando algo entre sueños, como quien se aferra a la almohada para no levantarse de la cama. Julián creía que el morocho aún estaba dormido, pero su cuerpo ciertamente no lo estaba. Respiró profundamente, tenso, con el olor de Enzo cubriendo su espacio personal. Con toda la situación haciendo que su cuerpo reaccionara inevitablemente después de tanto tiempo sin despertarse con nadie así, con nadie que le generara lo que hacía Enzo tan inconscientemente. 

La mano del morocho aferrada a su abdomen se movió, acariciándolo un poco sobre la remera, arrastrándola con el movimiento también. Sintió los labios de Enzo rozando su cuello otra vez, su erección volviendo a pensionarse contra él, con un murmullo adormilado e inteligible escapando de sus labios. Y Julián seguía sin poder apartarse, con los ojos cerrados, con la boca abierta aunque respirando despacio, casi conteniendo el aire como si estuviera haciendo algo que estaba mal. 

El castaño se removió ligeramente, un movimiento suave pero suficiente para hacer que el cuerpo de Enzo volviera a presionarse contra el suyo. Sus caderas volvieron a empujar un poco hacia adelante y el brazo en su torso se cerró más fuerte, con los dedos de la mano hundiéndose un poco en su cintura. Enzo volvió a murmurar algo incomprensible contra su cuello y su boca se apoyó contra la piel expuesta. Sus labios succionaron apenas la zona donde se unía con el hombro, haciendo que el corazón de Julián latiera con más fuerza, que tuviera que contener los ruidos que amenazaban con salir de su boca. El castaño se quedó un momento quieto, sintiendo la respiración de Enzo contra él, la nariz golpeando el hueco de su cuello de aquella forma vaga. El desarrollador sabía que podía irse, hubiese sido fácil apartarse de él si quería, pero su cuerpo y su mente no estaban respondiendo de la misma manera. Se sentía un poco como dentro de un sueño vívido. Un lugar donde quería quedarse, como quien sabe que tiene que levantarse porque está llegando tarde pero internamente piensa cinco minutos más

El despertador sonando fue lo único que le confirmó a Julián que no era un sueño, que estaba perfectamente despierto incluso si Enzo no tenía plena consciencia de lo que estaba haciendo. 

El sonido familiar de la alarma lo desconcertó como si fuese algo ajeno a todas sus mañanas. El cuerpo de Julián se congeló y Enzo murmuró algo, confuso. El morocho se movió, como si recién se estuviera despertando del todo y luego se apartó torpemente, buscando el despertador de su lado incluso cuando era el celular de Julián el que estaba sonando. Aunque Enzo se había apartado por completo, la sensación y el calor seguían sobre la piel de Julián como si todavía estuviera ahí. 

El castaño se estiró como pudo para apagar la alarma, con el celular casi cayéndose de su mano. Enzo se removió en su lugar en la cama, lejos de él, aunque no habló inmediatamente. El cordobés volvió a la misma posición de antes, de espaldas, quieto en su lugar.

—¿Qué hora es? —murmuró Enzo con la voz profunda, que al castaño le parecía una provocación involuntaria.

—Las seis y media —susurró Julián, todavía mirando en dirección contraria, con los ojos fijos en la ventana.

—Mhm, es muy temprano —fue su respuesta. 

Sintió a Enzo estirarse en la cama y como una de sus manos se apoyaba suavemente en la parte alta de su espalda, frotándola apenas con un roce. Julián se tensó, sintiendo todavía un cosquilleo en todo el cuerpo. Respirando profundamente un par de veces, intentó aferrarse a esa parte racional suya, que estaba repitiendo a los gritos que era una mala idea darse vuelta, agarrar a Enzo por la nuca… 

—¿Querés desayunar algo? —preguntó suavemente el morocho, interrumpiendo la dirección de sus pensamientos, con su mano subiendo hasta el pelo del castaño y acariciando suavemente los mechones en su nuca. Si era consciente de lo que estaba haciendo y lo que provocaba, Julián no lo sabía—. Tenemos tiempo todavía… 

El castaño se incorporó, sentándose de su lado de la cama, aún de espaldas a Enzo. Todo lo que decía el morocho parecía una invitación dentro de su cabeza. Suspiró muy profundo, buscando pensar en otra cosa, en no portarse como si tuviera quince años. 

—¿Mate? —sugirió el castaño en voz débil, sabiendo que Enzo no tenía problemas para meterse en su cocina. El cordobés rara vez tomaba mate a la mañana, por lo menos durante la semana, pero había sido lo primero que se le había venido a la cabeza—. Me voy a pegar una ducha. Están las cosas en el mueble al lado de la heladera. 

—Dale —dijo el morocho, todavía con ese tono de recién levantado que Julián no podía terminar de entender por qué le estaba afectando tanto.

El castaño esperó a que el diseñador dejara la habitación para pasarse las manos por la cara, para buscar algo de ropa y tratar de meterse cuanto antes en el baño. Dios, necesitaba calmarse. Necesitaba sacarse de encima la sensación de Enzo sobre él, del toque, de los besos y de aquella naturalidad con la que parecía acercarse todo el tiempo a él como si fueran algo más que compañeros de trabajo, pero como si nada de lo que hiciera tuviera más intenciones que esas. 

A grandes zancadas, el cordobés se metió en el cuarto de baño, dejando que el agua de la ducha se llevara todas las sensaciones con él. 

Cuando salió de bañarse, Julián se observó en el espejo, notando una pequeña y apenas visible marca en su cuello. Respiró profundamente. Necesitaba enfocarse, olvidarse de lo que había pasado y de lo que sentía, por lo menos hasta que terminara el día. Ya iba a tener tiempo para comerse la cabeza después, era algo que le salía demasiado bien y que iba a seguir ahí cuando la presentación pasara. 

El dueño de casa se secó y se puso una camisa celeste claro y un pantalón de vestir gris, casi negro. Se detuvo frente al espejo de su habitación para peinarse. Se observó con el cuello cerrado hasta el último botón, sintiéndose un poco ridículo y sabiendo que era un poco exagerado, pero creyendo que era la única solución rápida a un tema al que no quería darle demasiadas vueltas. Ya no le entraban más cosas en la cabeza. 

Fue hasta el living, donde Enzo estaba sentado a la mesa con el mate listo, el pelo despeinado, los anteojos puestos y mirando algo en su computadora, aunque tenía todavía en la cara una expresión como si en realidad siguiera sin saber muy bien cómo ser una persona funcional. Le pasó un mate casi mecánicamente, que Julián aceptó con ambas manos. La bebida caliente después de la ducha se sintió reconfortante, pero no así tanto lo que sentía cada vez que veía a Enzo recién levantado de su cama y con su ropa. 

—¿Te querés duchar? —preguntó Julián, tragando pesado, sintiendo que todas sus palabras ahora tenían un sentido más amplio, un deje de algo sugestivo que estaba solamente dentro de su cabeza. 

El morocho negó suavemente con la cabeza, mirándolo por atrás de los anteojos, mientras el castaño le devolvía el mate. 

—Voy a pasar por casa, así me pongo presentable —respondió, forzando una media sonrisa que parecía más bien una mueca cansada—. Tengo una camisa planchada y todo.

Después de un par de mates más, Enzo le pasó el termo y tomó sus cosas. Mientras el morocho se preparaba para irse, Julián estaba intentando mantener su atención en la bebida frente a él, en cada mate que cebaba con cuidado. Lo único que le faltaba ese día era una quemadura en la mano. Tampoco podía darse la cabeza contra la mesa hasta perder la conciencia. Necesitaba estar lúcido y pasar ese día sin contratiempos. 

Le dolía la cabeza. Ese día no podía terminarse lo suficientemente rápido. No veía la hora de estar ya de vuelta acostado en su cama, listo para dormir. 

—Nos vemos en un rato —dijo el morocho, dándole un pequeño apretón en el hombro antes de irse. 

Julián suspiró. Aunque había dormido bien, se sentía muy cansado. No era sólo una cuestión mental, sino que sentía también el cuerpo pesado. Quizás todos esos días durmiendo y comiendo mal empezaban a pasar factura. 

Necesitaba vacaciones. 

Julián fue manejando hasta la oficina en silencio y se subió al ascensor con otras dos personas que iban a pisos diferentes. No había nadie en el sector, por lo que aprovechó para sentarse en su puesto y disfrutó de la quietud hasta que poco a poco fueron apareciendo sus compañeros.

Enzo llegó más tarde en comparación a los horarios que había estado manejando desde que habían comenzado el proyecto, casi sobre la hora para irse. Licha estaba hablando con Cristian en su escritorio sobre algo de trabajo y Julián estaba tecleando ávidamente en su computadora, tratando de dejar todo organizado antes de irse y mantenerse ocupado para no seguir pensando en la reunión que se le venía encima. 

—Hola, Cris, Licha —escuchó que decía el diseñador a sus espaldas—. Buen día, Padre —agregó luego hacia Julián, mientras por el rabillo del ojo veía cómo se hacía la señal de la cruz y agachaba un poco la cabeza. 

Julián vio el momento justo en el que Cristian escupió un poco del café que estaba tomando y comenzaba a toser, mientras Lisandro soltaba una pequeña risita y le daba unas palmaditas en la espalda. Su compañero de equipo buscó algo con lo que limpiar el teclado que acababa de escupir mientras el líder de Desarrollo negaba suavemente con la cabeza, sin mirarlo. 

—Pero mirá que fachero el tipo —dijo Lisandro, hablando con Enzo—. Dejá algo para los demás. 

Julián tomó sus cosas, sabiendo que ya tenían que ir saliendo si querían llegar a CoreOne al horario pautado. Sólo después de colgarse la mochila al hombro y agarrar su abrigo, miró en dirección al diseñador. 

Enzo tenía una camisa blanca dentro de un pantalón de vestir y tenía puestos unos zapatos sencillos pero que iban bien con el resto de la ropa. Se había peinado un poco, para variar, con el pelo hacia atrás. Tenía las mangas dobladas prolijamente hasta mitad del antebrazo, contrastando con los tatuajes, con un abrigo oscuro descansando sobre uno de ellos, y la mochila colgada al hombro como si la ropa hubiese sido exclusivamente diseñada para él. Como si fuera un día más, un look más y no estuviera haciendo que a Julián se le retorciera el estómago porque se veía así. 

¿En qué momento Enzo se había vuelto alguien que tenía ese poder sobre él? 

—¿Vas a vender biblias? —le preguntó Giuliano desde su puesto de trabajo, cuando el morocho pasó por detrás de él, camino a su escritorio—. Después del vestido de Comunión, seguís con la temática religiosa, bien.  

—Tengo dos proyectos nuevos con tu nombre, enano —le dijo Enzo a este último, apoyando una mano en su cabeza con fuerza y revolviéndole el pelo, con una pequeña sonrisa mal disimulada—, así que no te hagas el canchero conmigo, ¿me escuchaste? 

—Te dejó algo Valu —le dijo el menor del equipo, señalando su escritorio. 

El morocho no dijo nada y se acercó hasta su puesto de trabajo, tomando algo y dejando algunas de sus cosas.

—Si necesitan algo, me escriben o me llaman al celu, ¿si? —agregó después.

—¿Venís a la reunión de las doce y media? —preguntó Emilia, con un poco de terror en su voz—. La call del kick-off…

—Sí, para esa hora estoy acá, tranqui —le aseguró el mayor—. La tomamos los dos. 

Luego los ojos de Enzo buscaron a Julián, que todavía lo estaba siguiendo con la mirada como si fuera una aparición. El morocho simplemente sonrió un poco. 

—¿Vamos? —preguntó—. Pau está abajo. 

—Suerte —dijo Licha, dándoles un pulgar arriba. 

Enzo devolvió el gesto y los dos juntos dejaron la oficina, con algunos ojos sobre ellos. Julián estaba bastante seguro que la razón de las miradas era el diseñador, que parecía casi una persona diferente vestido y peinado así. 

Mientras bajaban en el ascensor, Julián pudo ver que Enzo tenía en la mano un brownie que tenía pegado un post-it en él. No pudo leer exactamente qué decía el mensaje, solamente podía ver un corazón dibujado al final del mismo. 

Cuando llegaron al estacionamiento, Paulo estaba ya dentro de su auto, en el asiento de conductor. Enzo le hizo un gesto a Julián para que fuera en el asiento de adelante, sentándose él en la parte de atrás, entre medio de los dos asientos. Antes que Paulo arrancara, sin embargo, su teléfono empezó a sonar. Aunque rechazó la llamada, solamente pasaron unos segundos hasta que volvieron a insistir. 

Paulo suspiró profundamente.

—Perdón, atiendo un segundo esto y nos vamos —se disculpó, bajándose del auto. 

—Podemos estar así toda la mañana —bromeó Enzo, apoyando sus antebrazos en los asientos e inclinándose un poco hacia adelante. El perfume a Julián ya le resultaba demasiado familiar, que lo hacía inevitablemente volver a pensar en aquel abrazo, con un curso de sus pensamientos que no quería seguir.  

El morocho le apoyó una mano en el hombro, sorprendiéndolo un poco, haciendo que se tensara aún más. Dios, le iba a agarrar un ataque al corazón en cualquier momento. Enzo tenía un poco de razón cuando le decía que no iba a llegar a los treinta.    

—Tranquilo —dijo suavemente el menor. 

—Estoy tranquilo —murmuró el castaño, sabiendo perfectamente que era una mentira. 

—Estás más duro que turrón de cemento, Julián. 

El castaño giró el rostro sólo lo suficiente para fulminar a Enzo con una mirada de lado, con la cara de Enzo demasiado cerca de la suya. El diseñador le sonrió un poco y pasó una de sus manos por el otro lado del asiento, para apoyarlas en sus hombros y darle un pequeño apretón. Julián ya no sabía si el toque lo inquietaba o lo relajaba, pero se había acostumbrado a él, quizás con demasiada facilidad. Le gustaba el calor de las manos grandes de Enzo y la forma en la que siempre parecían buscar reconfortarlo. Pero también descubrió que le gustaba ese escalofrío que le generaba la calidez del contacto, algo que no tenía que estar ahí pero estaba igualmente. 

Paulo abrió la puerta del auto, con cara de fastidio. Esa cara de que tenía que estar en otro lugar que ponía siempre, sólo que en aquella oportunidad era, efectivamente, así. 

—Perdón, es una urgencia —les explicó, después de decirles que tenía que irse—. ¿Pueden ir ustedes dos a CoreOne, hay algún problema? Lo puedo llamar a Lean para que los acompañe… 

Enzo miró a Julián por un momento y luego los ojos del castaño fueron a Paulo.

—Podemos ir con mi auto, no pasa nada —ofreció el desarrollador. 

—Perdón —les dijo el mayor—. A la tarde nos reunimos así me ponen al tanto. 

Los dos se fueron en el auto de Julián, sin siquiera encender la radio. El castaño se enfocó en manejar, yendo por un camino que sabía prácticamente de memoria. Pocos minutos después, estaban estacionando en la puerta del edificio de CoreOne. Julián suspiró, pensando en que parecía haber pasado muchísimo más tiempo desde que había cruzado esas puertas por última vez. Parecían años, no meses. Casi otra vida. 

Enzo apoyó una mano en su baja espalda mientras los dos se acercaban al mostrador de entrada para anunciarse. Y Julián pensó que ya estaban ahí, que no había nada más que hacer que seguir adelante. No era tampoco como si tuviera otra opción. 

La distribución de la oficina de CoreOne era similar a la de Vertex, solamente más grande, por lo que Enzo y Julián tuvieron que cruzar un sector de escritorios antes de llegar a la sala de reuniones. Aunque el castaño iba guiando el paso, el diseñador se había ubicado entre él y la gente. No sabía si había sido a propósito, pero le dio al castaño una excusa para moverse hasta la sala sin tener que pensar en nada más, sin tener que observar las caras que probablemente lo habían reconocido cuando había cruzado la puerta. 

La sala reservada era una en la que Julián había estado muchas veces antes. Alexis los estaba esperando ahí, ya con el setup armado para el resto de los invitados, algunos de forma presencial y otros de manera remota. Julián se sentó y Enzo se acomodó a su izquierda, frente al colorado. Los dos sacaron sus computadoras sin decir nada y el PO ayudó a Julián a conectarse a la pantalla. Joaquín llegó unos minutos después, con cuatro personas más, presentándolos a todos brevemente. Se sentó en la cabecera y sus ojos pronto recayeron sobre el cordobés, con ese peso que le resultaba todavía un poco asfixiante. 

—Julián —dijo, con ese tono profesional de siempre cuando estaba a cargo—. Supongo que está todo listo —agregó, sin preguntar, sin mirar a Enzo tampoco. La frialdad en su voz era mucho más notoria que en otras ocasiones y el castaño sabía muy bien por qué. Había algo que probar y Joaquín siempre tenía que demostrar que él estaba por encima de todos. Julián siempre había estado a prueba con él. Aunque el mayor siempre lo había disfrazado de cariño, de esa cosa suya de querer empujar al desarrollador a ser mejor, había habido siempre una cuestión de control. A Joaquín le gustaba ser él quien tuviera el control de la situación, la última palabra. Y le gustaba la gente que se adaptaba a eso, que lo respetaba y seguía sus instrucciones como si fueran palabras santas, como había hecho el cordobés en algún momento. 

Cuando todos los invitados remotos estuvieron conectados, el PM abrió la reunión. Julián reconocía el discurso, las frases que parecían casi sacadas de un manual para generar expectativa sobre el prototipo y lo que seguía. Había escuchado tantas veces lo mismo, que casi se lo sabía de memoria, con un tono de voz que tenía grabado en la piel. Julián comenzó la presentación con la pantalla compartida, tratando de mantenerse tranquilo. Su voz al principio salió un poco más rápida de lo normal y podía sentir el pulso en los oídos. Sus manos estaban inquietas mientras hablaba de las especificaciones, como si no supiera muy bien qué hacer con ellas.

Julián sabía lo que decía y tenía confianza en lo que había hecho, en lo que él y Enzo habían armado juntos. Había pasado jornadas enteras afinando cada parte de esa presentación, pero cada vez que Joaquín lo interrumpía, sentía que iba perdiendo un poco de esa confianza que había construído con cada día de trabajo en el proyecto. 

—Es una solución, sí —comentó el PM en un momento, haciendo un innecesario hincapié en la última palabra, después de que el cordobés mostrara una de las decisiones más complejas del frontend. Su mirada recorrió la pantalla pero pronto volvió a al desarrollador, con una sonrisa apenas visible—. Aunque creí que, después de lo que discutimos, apuntábamos a otro tipo de eficiencia. Ya conocés nuestras prioridades, Julián, me extraña. No vamos a sacrificar el impacto visual de los primeros segundos de carga solamente para que el desarrollo sea más fácil.

Esas habían sido siempre las formas de Joaquín, hablando tranquilo y como si estuviera dando un consejo amigable. Aunque el PM conocía el proyecto y lo habían discutido, aunque Enzo tenía su punto de vista también, era un detalle que dependía más del desarrollador que del resto. Era una forma de marcar territorio frente a los inversores y su equipo, una manera de ponerlo a prueba como había hecho siempre. Julián sintió cómo el calor le subía por el cuello pero no bajó la vista. Confiaba en sus decisiones, incluso si las palabras no le salían, si el planteo lo había tomado por sorpresa como para defenderse de inmediato. Lo había consultado con su equipo, había probado distintas opciones, estaba todo en la documentación que habían armado y sabía que lo que había hecho estaba bien.  

Antes que el silencio se prolongara demasiado, Enzo intervino. Su tono fue tranquilo pero firme, como hablaba siempre que estaba intentando contener la rabia. Era más difícil de intimidar, tal vez más espontáneo, quizás con el beneficio de no saber muy bien qué buscaba Joaquín ni cómo hacía siempre las cosas. 

—Por eso armamos esta presentación, para poder explicarles con un poco más de detalle por qué es la mejor opción —dijo el morocho, haciendo un pequeño gesto para que Julián continuara, ante el frío análisis de Joaquín. 

Los dos compañeros de proyecto compartieron una mirada breve, los ojos oscuros de Enzo con ese brillo que siempre parecía tener algo divertido atrás, ese dejo de confianza que era parte de su personalidad. Había sido una intervención en el momento justo, que había frenado a Joaquín sin sonar desafiante y le había dado a Julián el espacio que necesitaba para responder sin quedar a la defensiva. Fue una pausa que el castaño había necesitado para volver a componerse y no dejar que los comentarios del PM lo hicieran titubear otra vez. 

—Consideramos distintos escenarios y este nos pareció el más idóneo para lo que estamos buscando —retomó Julián, ya sin dudar—. Implementamos lazy loading en algunos recursos para reducir la carga inicial y, si bien se sacrifica algo de impacto en una primera instancia, la experiencia final es más fluida y permite escalar ante una expansión futura, que fue uno de los puntos más importantes que discutimos incluir desde la primera versión.

—¿Está testeado esto? —intervino uno de los stakeholders, casi de forma tímida después de lo avasallante que resultaba siempre cada comentario de Joaquín—. ¿Tenemos métricas?  

—Sí, simulamos tráfico antes y después y mejoró casi un veinticinco por ciento respecto al prototipo inicial —respondió Julián, recordando la última discusión que habían tenido con Nicolás, y el otro asintió, aparentemente satisfecho—. La idea es repetir las pruebas con la primera versión del MVP y después compartirles un informe con métricas reales en producción.

Joaquín sonrió y asintió suavemente, apoyando las manos sobre la mesa y juntando los dedos como si lo estuviera evaluando igual que antes. El castaño conocía esa expresión, aunque lo que le generaba entonces era completamente distinto. 

Alexis habló de tiempos futuros y reportes, Enzo presentó los diagramas y el trabajo que estaba pactado para dichas fechas dentro del cronograma. Los representantes de CoreOne dentro del proyecto prometieron organizar otra reunión cuando estuvieran más cerca del primer producto final, antes del primer lanzamiento. Julián movía su pie debajo de la mesa, nervioso, con los ojos fijos en el proyector. Cuando terminaron, la respuesta en general fue positiva, tanto de los presentes como de quienes habían asistido de forma virtual. 

El castaño soltó un suspiro, porque la reunión había salido bastante bien. Mientras juntaba sus cosas, Julián sintió su cuerpo relajarse, de esa manera como cuando terminaba de rendir un examen. Ya estaba. Ya había pasado. Tenía que aguantar un poco más, nada más. Incluso cuando estaba listo para colapsar en cualquier lado, soltar el aire y cancelar el resto del día, sabía que tenía que esperar. 

Cuando se levantaron, mientras Alexis conversaba con los inversores que estaban presentes, Joaquín se acercó a él. Siempre impasible e imponente, con la ropa entallada e impecable y esa sonrisa perfecta que el castaño ya conocía, que ya no lo engañaba como al resto. 

—¿Podes venir a mi oficina, Julián? —le preguntó, mirándolo directamente, con un tono de voz que parecía casi dulce en comparación a cómo había hablado durante la reunión—. Me gustaría hablar con vos. Hay algunos temas del servidor que discutimos internamente pero me gustaría tener tu opinión también. 

El castaño pudo ver como Enzo se detenía a mitad de camino, como si la pregunta también lo involucrara a él aunque el mayor nunca lo había nombrado. Julián apoyó apenas una mano en el brazo del morocho, frenando algo que no sabía si iba a pasar, en un entorno donde una pelea no los iba a dejar bien parados. 

El castaño simplemente asintió en dirección a Joaquín. 

—Gracias —le dijo el PM, y luego se giró hacia el diseñador con una sonrisa—. Julián resolvía estas cosas rápido cuando estaba conmigo, va a ser más fácil así —agregó en voz baja, sabiendo exactamente lo que decía, casi como si le estuviera contando a Enzo un secreto, que hizo que el castaño se sintiera incómodo—. ¿Necesitás que te pida un auto? 

—No hace falta —prácticamente escupió el morocho de mala gana, con la mandíbula apretada, mirando después a Julián—. ¿Te espero? 

El desarrollador presionó los labios, dándole una mirada rápida a Joaquín. Sabía que Enzo tenía una reunión después y tampoco necesitaba que lo cuidara. Era algo que tenía que hacer él. Algo para lo que necesitaba espacio. Joaquín ya no tenía ninguna influencia sobre él, no era más que un cliente externo, alguien que no significaba nada más que eso. El castaño quería autoconvencerse de eso. Pero, si fallaba, tampoco quería que Enzo lo viera.  

—Andá, no te preocupes —respondió el cordobés, girándose hacia él, intentando suavizar la mirada—. Volvé para la reunión. Después revisamos todo. 

Enzo no parecía muy convencido pero asintió, todavía con el ceño apenas fruncido. Daba la impresión de que quería decir algo más, de que se estaba mordiendo la lengua para no hablar. Le dio otra mirada desagradable a Joaquín mientras tomaba su mochila y su abrigo. Se notaba que estaba tenso, a la defensiva, como si estuviera listo para pelear ante la más mínima provocación. El cordobés no podía dejar de pensar que lo mejor que podía pasar era que el morocho se fuera de ahí cuanto antes, por el bien de los dos y de Vertex. Lo único que le faltaba a ese día era que Enzo se agarrara a las piñas con Joaquín; iban a tener problemas peores que ver si la página cargaba rápido o no. 

El PM apoyó una mano en la cintura de Julián para guiarlo fuera de la sala, con una sonrisa sobradora. 

El castaño se alejó rápidamente del toque, con incomodidad, y comenzó a caminar hacia la oficina que tan bien conocía, dándole la espalda a su compañero en aquel proyecto.

La escena era demasiado familiar para él, pero Julián sabía que ya no era la misma persona que había estado ahí la última vez. 

Notes:

Perdón por cortarlo ahí, este y el próximo eran uno solo, pero estaba quedando muy largo, así que le próximo también es del POV de Julián. Intentaré actualizar el finde seguramente 🤞

Espero que les haya gustado! Muchas, muchas gracias por los kudos, los comentarios y a quienes se fueron sumando a leer en estos días, siempre un placer leerlos y saber qué piensan de la historia 🧡

MrsVs.

Chapter 15: I scheduled a breakdown for 7:30, but I might have to move it up.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La oficina de Joaquín no había cambiado mucho desde la última vez que Julián había estado ahí. Aunque era amplia y tenía bastante luz natural, el castaño se sentía como si estuviera atrapado en un lugar chiquito y oscuro, que nada tenía que ver con el ambiente en sí. Los nervios que se habían comenzado a derretir después de terminada la reunión habían vuelto con firmeza, como si fueran algo tangible que le habían puesto sobre los hombros otra vez.  

Joaquín cerró la puerta suavemente y se acomodó detrás de su escritorio. Con un gesto de su mano, le indicó a Julián que se sentara. El castaño obedeció en silencio, acomodándose frente a él con la espalda rígida, sentado al borde y sin tocar el respaldo, como si ya estuviera listo para irse.

—Hacía tiempo que no estábamos los dos solos —comentó el mayor, dándole una sonrisa de lado, mirándolo de esa forma en la que siempre lo había mirado, como si las cosas siguieran igual entre los dos.

El castaño no dijo nada. Simplemente lo observó, manteniéndose atento a lo que tenía para decir, casi como una mala costumbre. Aunque Joaquín lo había cruzado en el estacionamiento, era la primera vez que estaban solos en un ambiente así de familiar, después de que Julián renunciara. Y aunque el cordobés creía que ya era un tema superado, había ciertos hábitos que seguían ahí. Joaquín tenía un efecto sobre él que al castaño le costaba sacarse de encima, esa facilidad para inquietarlo era una costumbre que parecía tener adherida a la piel. Julián bajó la mirada a las manos apoyadas en su regazo, con un suspiro. 

—Estuviste bien hoy, aunque se notó que estabas un poco nervioso —prosiguió el mayor, cruzando una pierna sobre la otra, con voz suave—. Hay un par de cosas que todavía hay que pulir un poco sobre el proyecto, pero estás haciendo un trabajo muy bueno, Julián, como siempre.

—¿Sobre qué querías hablar? —intervino, cortante, levantando la mirada y sin desear caer en ese juego. Joaquín no era su jefe, ya no tenía el derecho de decirle esas cosas, de marcarle los errores o felicitarlo por lo que hacía bien en privado. Si había algo para mejorar, era algo que el castaño tenía que discutir internamente y no con él. Si había algo bueno para decir, eran palabras que tendría que recibir el equipo y no sólo él.   

El mayor sonrió, con un ligero dejo de sorpresa en su expresión ante la réplica. Luego desvió la vista hacia su escritorio y tomó una carpeta con algunos papeles, que le pasó a Julián con un movimiento delicado, con esa tranquilidad suya que el castaño siempre había envidiado. 

—Las especificaciones y algunas cuestiones técnicas —le dijo Joaquín mientras Julián tomaba la carpeta para ojear los documentos—. Me gustaría que les dieras una mirada. 

—Está bien —respondió secamente, aunque sentía el pulso poco firme—. Lo voy a revisar con el equipo igualmente. ¿Me puedo quedar con esto? —movió la carpeta en su mano.

Joaquín sonrió de lado mientras asentía. 

—Tenés un buen diseñador —comentó, apoyándose un poco en el respaldo de su silla—. Muy confiado y muy buena mano. Aunque me cuesta verlo cuando haya desafíos más grandes dentro del proyecto… Vos en eso siempre fuiste bueno —agregó, con esa elección cuidadosa de palabras que había tenido siempre—. Por ahí te está limitando también. 

Eso era lo que Joaquín mejor hacía. Sabía insultar con una sutileza que no todo el mundo tenía, pero también sabía exactamente cómo reconocer el talento de los demás y endulzar el oído con halagos, con ese interés que hacía que uno se sintiera especial. Para Julián era claro entonces, pero en otro momento había sido parte de ese juego. La relación entre ellos había empezado con esa complicidad, dandole al menor esa sensación de que estaban del mismo lado y de que Julián realmente era mejor que el resto. 

El mayor siempre había sido protector con él, pero no había sido un sentimiento desinteresado, para cuidarlo o para hacerlo crecer bajo su tutoría, como el cordobés había creído en un principio. Joaquín lo había mantenido dependiente, con esa falsa ilusión de que eran un equipo, pero sólo para formarlo a su antojo, con las mañas y las malas costumbres. Lo había querido siempre brillante y había admirado su progreso, pero siempre dentro del lugar que le correspondía. Como si fuera suyo y no tuviera más voz ni voto que el que él le permitía. 

—No, Enzo es bueno en lo que hace, trabajamos bien juntos —comentó Julián, sosteniéndole la mirada, haciendo un esfuerzo por mantenerse firme e imperturbable ante los ojos oscuros del mayor.

Joaquín sonrió de lado, con esa sonrisa encantadora que no era necesariamente una expresión amable. 

—Parece que encontraste un buen compañero de equipo —prosiguió, con algo de diversión en su voz—. ¿Con él también te quedás después de hora como te quedabas conmigo? —agregó, estirando un poco los brazos y ladeando un poco la cabeza, con esa sonrisa—. ¿O todavía no llegaron a la parte donde él te felicita cuando hacés algo bien?

Los dedos de Joaquín pasearon suavemente por la madera del escritorio, y por un segundo, Julián supo exactamente de lo que hablaba. Ese escritorio había sido testigo de muchas cosas, algunas de las cuales prefería no revivir, que todavía lo hacían estremecer. Joaquín siempre había sido demandante con él, no sólo mental o laboralmente. La relación entre los dos había sido tóxica en tantos aspectos que el castaño, algunas veces, seguía sorprendiéndose con la sumisión con la que había aceptado todo. Cómo había dicho que sí a tantas cosas, simplemente porque era Joaquín quien las había pedido. Y el cordobés había creído que le debía algo, que le estaba haciendo un favor estando a su lado, y lo había hecho sentir que no estaba solo. El mayor le había hecho creer que tenía alguien que lo apoyaba y lo aceptaba como era, incluso cuando nunca había sido del todo así. 

Julián sintió que le temblaban un poco las manos, pero las apretó un poco contra sus piernas, mirando a un punto fijo y tratando de concentrarse en respirar con normalidad.

—Funcionábamos bien los dos juntos, ¿no? —agregó suavemente el PM, con ese tono de voz que a Julián le recordaba la sensación de las uñas sobre un pizarrón, incluso si sonaba como lo opuesto—. Extrañaba trabajar con vos, Julián. Siempre fue tan fácil hacer las cosas juntos —le dijo, mirándolo fijamente—. Siempre me entendiste mejor que nadie, y vos sabés que eso no es fácil.  

—Funcionaba para vos —dijo el castaño despacio, tratando de mantenerse indiferente, aunque con un ligero temblor en la voz que lo delataba. Estaba tratando, por todos los medios, de no quedarse callado ante la provocación como hacía siempre. Era una conversación que no habían tenido pero que estaba ahí, siempre presente—. No para mí.  

—¿Te parece? —replicó el mayor—. Siempre me pregunto qué hubiese pasado si las cosas hubiesen sido distintas, si no te hubieras ido de al lado mío. 

Julián sintió que aquella última frase lo golpeaba de una forma distinta a las otras dentro de aquella conversación, retorciéndose dentro de su pecho. Era algo que Joaquín nunca le había dicho tan directamente, que lo hacía sentir como más que una pieza útil dentro de la vida del mayor. Sabía que Joaquín lo había querido a su manera, de alguna forma retorcida. Había habido una relación entre los dos más allá del trabajo, que en algunos momentos se había parecido bastante a una relación normal. Pero Julián sabía que la culpa de lo que había pasado, de cómo habían terminado las cosas, no era de él. Eso lo tenía claro entonces, incluso cuando le había costado un tiempo entenderlo. 

—Y no lo vamos a saber nunca —dijo despacio el cordobés, con una voz que sonaba demasiado débil para la certeza que deseaba sentir y transmitir, para lo que trataba de hacerse creer a sí mismo también—. Estoy bien donde estoy ahora. 

Joaquín se inclinó hacia adelante, con una sonrisa tranquila, ante un comentario que parecía no haberle del todo caído bien. Julián lo conocía y sabía que una de las cosas que más le había gustado del castaño era que era una persona sumisa, que nunca tenía la última palabra. Eso era probablemente lo que el mayor extrañaba más de cómo habían sido las cosas.  

—Me da un poco de pena, porque es un desperdicio —le dijo con calma, volviendo a ser la persona que era siempre—. Terminaste en una empresa más chica, con alguien que seguramente no entiende ni la mitad de lo que vos hacés, de lo bueno que sos para todo —prosiguió, con esa cadencia lenta en la voz, pronunciando esa última palabra sabiendo lo que provocaba, inclinándose un poco sobre el escritorio, con los antebrazos apoyados sobre él. Observándolo con esa cara tranquila y perfecta, de la que Julián en algún momento había estado tan enamorado—. Supongo que a veces uno agarra lo que puede porque es más fácil —comentó—. Se sacrifican algunas cosas para tener otras, vos lo dijiste. 

Sabía que Joaquín buscaba una reacción, pero que era también su forma de ver las cosas. Casi de forma inevitable, pensó en Enzo y en la facilidad que tenía para estar alrededor de él. Cómo no sentía la cabeza pesada ni el corazón inquieto, cómo no tenía siempre el estómago hecho un manojo de nervios ante la posibilidad de equivocarse al tomar una decisión. Cuando Enzo estaba alrededor de él, el castaño se sentía mucho más ligero. No tanto como si estuviera finalmente haciendo las cosas bien, sino más bien como si no tuviera algo que probar, como si las cosas no necesitaran ser perfectas todo el tiempo. 

Como si él no necesitara ser perfecto. 

—Las cosas cambian y las personas también —dijo Julián en un susurro, mirando todavía la madera del escritorio, odiando que su voz a veces sonara tan insegura. No tenía la certeza de que esas palabras fueran algo que realmente sentía. Joaquín tenía razón sobre él; Julián siempre había tomado las cosas que podía, se había conformado con eso incluso cuando siempre había trabajado para tener más. Pero ya no quería tener esa conversación con él, seguir sacando a la luz las cosas de las que carecía—. ¿Tenés algo más para decirme sobre el proyecto? Tengo que volver a la oficina. 

Escuchó la risa de Joaquín, que era casi como un suspiro.  

—No, nos vemos el jueves —le dijo con simpleza, como si hubiesen estado hablando de temas triviales desde que habían cruzado la puerta—. Gracias por todo el trabajo, Julián. Siempre es un placer trabajar con vos, aunque sé que podría ser todavía mejor si siguieras acá conmigo. 

El desarrollador se levantó de la silla y Joaquín se levantó detrás de él. El PM se acercó y Julián retrocedió inmediatamente, dispuesto a mantener la mayor distancia posible entre los dos. El mayor sonrió, totalmente consciente de lo que provocaba en él, de la capacidad que siempre había tenido para eso. Joaquín ya no lo intimidaba como antes pero no había dejado de incomodarlo. Era un recordatorio de todo lo que Julián no quería ser, de los lugares a donde no quería volver. 

Necesitaba irse de ahí. Nada más. 

—Vos sabés que la puerta está siempre abierta —le dijo el mayor, con una tranquilidad que a Julián lo volvía loco, como si la decisión de separarse de él hubiese sido algo que Julián había hecho porque sí, sin motivo—. Y no hablo solo de la empresa —puntualizó—. Lo que pasó no cambió nada para mí —le dijo despacio, mirándolo a los ojos—. Todavía te quiero al lado mío, Julián —agregó, con su voz sonando un poco menos profesional al pronunciar su nombre—. Todavía creo que tenés mucho potencial para ser mejor, para hacer cosas más grandes, y sabés que yo te voy a ayudar siempre.  

El castaño suspiró, porque Joaquín lo conocía bien, y siempre había sabido exactamente qué decir. Pero Julián no quería pelear. No quería volver a gritar las cosas que tenía siempre atoradas en la garganta cada vez que lo veía. Ya no importaba. Ya era el pasado y ese proyecto entre los dos no tenía nada que ver con eso. El menor se repitió a sí mismo que era un cliente más, alguien que no tenía más poder sobre él que ese, que no tenía ningún derecho a volver a hacerle sentir lo que ya estaba enterrado. Que esas puertas abiertas sobre las que el mayor hablaba, Julián ya las había cerrado hacía tiempo, con varias llaves. 

Se lo repetía a sí mismo con convicción, porque realmente quería creerlo así. 

Una mano del mayor se apoyó en su brazo con cuidado y la sensación hizo que el castaño se hiciera hacia atrás inmediatamente, odiando todavía la forma en la que seguía reaccionando ante él. 

—Hasta el jueves, Joaquín. 

El mayor sonrió apenas, sin decir nada, como si hubiera visto algo en la mirada del programador que le había generado satisfacción.

Julián salió de la oficina sin volverse, deseando escapar de un lugar que solamente le generaba malos recuerdos. No tenía que explicar nada más. Joaquín ya no estaba en posición de exigirle nada. Sus propuestas… Julián no quería pensar en ellas. No quería pensar en lo que generaban en él, en eso que había tardado tanto tiempo en separar de su vida durante el tiempo que habían pasado sin verse. 

El desarrollador sabía la forma de salir de la oficina sin pasar por donde estaba todo el mundo. Lo había hecho muchas veces, escapándose de los ojos curiosos. Aquella vez lo había hecho simplemente por agotamiento. No tenía las energías de lidiar con nada más aquel día. Dio toda la vuelta, esperando el ascensor en silencio. Parecía que la mayoría habían salido ya a comer, porque había poca gente en el piso. Suspiró, sintiendo que de los hombros le colgaba una mochila de ladrillos. Estaba agotado. 

—¡Juli! 

El castaño giró un poco el cuello, reconociendo la voz de Rodrigo al instante. Su ex-compañero de CoreOne se acercaba desde el pasillo lateral con una sonrisa, como si no hubieran pasado apenas unos días desde la última vez que se había visto.

—¿Cómo estás? —dijo Rodrigo, que tenía la billetera en la mano—. Me dijo Ale que tenían la demo hoy, ¿todo bien? 

—Sí, fue una mañana larga… —murmuró el cordobés, mientras los dos entraban al ascensor. Le estaba por explotar la cabeza, pero trató de mantener una expresión tranquila. 

—Iba a almorzar cerca y quería hablar un toque con vos —le contó, siempre con aquella energía tan suya—. ¿Tenés un ratito? Invito yo.

Julián dudó apenas un segundo, pero asintió, un poco curioso ante lo que Rodrigo tuviera para decirle. No tenía hambre, pero no quería todavía volver a Vertex. Estaba un poco alterado y prefería que pasara un poco más de tiempo. Además sentía que le debía al diseñador aquella comida. Había sido bastante esquivo sobre todo lo relacionado con CoreOne desde que se había ido, incluso con las cosas buenas que le habían quedado de ahí. Rodrigo había sido un buen compañero en el tiempo que habían compartido en la empresa.

El lugar a donde fueron a comer era un pequeño restaurante de muchos años, donde ya habían ido varias veces antes, con un menú ejecutivo que siempre había sido abundante. Los dos pidieron pronto la comida y Rodrigo habló casi sin pausas durante los primeros diez minutos. Julián sólo asentía o metía algún bocado breve, por lo menos hasta que llegó la comida. Era una de esas personas que podían llevar una conversación en solitario y el cordobés estaba agradecido de no tener que hablar demasiado. 

—Juli —comenzó, después de que cada uno tuviera su plato—, lo que quería comentarte es que estoy en el proceso de aplicar para el puesto de diseñador en Vertex —le dijo—. Quería consultarlo con vos primero igualmente, saber si estabas bien con eso, si no te jode… Pasé recién la primera entrevista y ni sé si voy a quedar, pero quería hablar con vos antes de seguir. 

Julián lo miró con sorpresa, mientras terminaba de masticar un pequeño bocado. 

—No sabía que estabas buscando cambiar de trabajo —dijo suavemente—. Pero no, no me molesta. 

—No activamente —explicó, con una media sonrisa, mientras cortaba la carne en su plato—. Pero hablé con Enzo la otra vez, y vos sabés que hay cosas acá que a mí nunca me cerraron mucho… —comentó, refiriéndose a CoreOne y algunas charlas que habían tenido cuando trabajaban juntos—. Le dije que primero quería chequearlo con vos igual. 

Julián sintió un nudo formarse en la boca de su estómago, que le hizo apoyar los cubiertos al costado del plato. Sabía que Rodrigo había sido una de las pocas personas que se había puesto siempre de su lado, que había visto a través de la persona que era Joaquín, pero no había esperado aquel giro dentro de la conversación. 

—¿Con Enzo? —preguntó el cordobés, confundido. Recordaba que se habían encontrado el día del partido, pero no sabía cómo podían haber terminado discutiendo un puesto de trabajo. 

—Sí, fuimos a comer después del partido del otro día y me lo comentó —le dijo—. Me hizo algunas preguntas sobre vos, sobre CoreOne... —Rodrigo se pasó una mano por la cabeza, ligeramente avergonzado—. Tomé un poco y creo que capaz dije más de lo que debía.

Julián bajó la mirada al vaso que tenía entre las manos y le dio un sorbo a su bebida, sintiéndose tenso. Si no tenía mucha hambre cuando se había sentado a comer, se le había ido por completo con aquella conversación. Ese día seguía mejorando. Estaba sorprendido de que todavía pudiera seguir siendo una persona funcional. 

—¿Le dijiste algo de Joaquín? —preguntó suavemente. 

Rodrigo se puso serio y asintió apenas con un movimiento de cabeza.

—Sí… pero no con mala intención, se lo dije bien, posta… O sea, que ustedes tuvieron una historia un poco… complicada y eso, qué sé yo —respondió, notablemente incómodo, sin saber muy bien qué decir—. Me cayó bien Enzo, parece un buen pibe y se nota que se preocupa por vos. 

Julián sintió una nueva puntada en el estómago, sin sentirse cómodo sobre la posibilidad de que Enzo supiera más de eso, de su pasado, sin saber exactamente qué era lo que Rodrigo había dicho pero adivinando un poco por dónde había ido la conversación. No quería que su compañero lo viera como alguien vulnerable, que necesitaba ser cuidado. Quizás el cambio en la actitud del morocho había sido por eso. Por lo que otros le habían dicho de él, por esa persona que Julián había sido tanto tiempo y que había llegado a odiar. 

—Está bien —murmuró, sin mucha convicción.

Rodrigo lo observó con atención.

—Juli... si no querés que aplique, decime, eh —agregó, sin malas intenciones—. De verdad, no quiero que te sientas incómodo o algo por mi culpa. Es tu lugar de trabajo y respeto eso, en serio te lo digo. 

—No es eso, Rodri, de verdad —murmuró, volviendo a enfocarse en la comida para tener algo que hacer con sus manos—. Al contrario, creo que irías bien en el equipo y en la empresa —agregó con sinceridad. Sabía que podía cubrir el rol, que iba a estar a la altura. Y, por su personalidad, sabía que no iba a tener problemas en adaptarse al grupo que lideraba Enzo. Por el contrario, estaba bastante seguro que iba a integrarse al instante con el resto, incluso con sus propios compañeros de equipo. 

Rodrigo asintió con comprensión, sin presionar la charla más allá de eso, cambiando un poco de tema. Los dos pidieron el café que venía incluido con el menú, sin volver a hablar de Joaquín ni del pasado. 

—Tenés cara de cansado posta —le repitió Rodrigo—. ¿Mucho laburo? 

El cordobés asintió, soltando un pequeño suspiro.

—Sí, yo también estoy un poco corto de equipo ahora que empezamos con este proyecto —le explicó—, pero tampoco tengo tiempo para buscar a alguien. Las entrevistas, todo el proceso, vos sabés cómo es… —agregó lentamente, no sin cierto agobio en su voz—. Tendría que buscar alguno de los freelance con los que trabajamos si no, pero también puede terminar siendo otro dolor de cabeza. 

El diseñador asintió, apretando los labios con una mueca pensativa. Rodrigo, como diseñador, sabía lo complicados que podían ser a veces los desarrolladores que trabajaban por su cuenta y para muchos clientes en simultáneo. 

—¿Te acordás de Santi? —preguntó de la nada. 

Julián frunció un poco el ceño, pensando en el único Santiago que los dos conocían. 

—¿Sosa? —inquirió, refiriéndose a un viejo compañero de los dos, un desarrollador que había compartido equipo mas de un año con Julián, antes que el castaño renunciara para ir a Vertex—. Sí, sí. ¿Sigue en CoreOne? 

Rodrigo negó rápidamente con la cabeza. 

—No, está trabajando por su cuenta ahora —le dijo—. ¿Querés que te pase el número y le escriba? Vos ya sabés cómo labura, y yo le pasé algunos proyectos de mis clientes por afuera cuando me pidieron un desarrollador, y la verdad que cero drama hasta ahora. 

El castaño asintió lentamente. La realidad era que no deseaba mezclar su vida pasada con la actual, pero tampoco tenía ganas de seguir agarrando él todo el trabajo porque no tenía quién lo hiciera. Sabía que su equipo ya estaba sobreexigido y recordaba el trabajo de Santiago, Rodrigo tenía razón en ese punto. Habían trabajado bien juntos en el pasado y era bueno en lo que hacía, en un área donde Julián necesitaba reforzar un poco el equipo, por lo que no era malo tenerlo como opción. 

El programador volvió a la oficina con una sensación de tener todavía algo pesado en el pecho, manejando con una llovizna de fondo que había comenzando mientras comían. Había puesto la radio como para tener con que distraerse, mientras trataba que su mente no se fuera a lugares a donde no quería. Sentía cada músculo del cuerpo cansado, como si hubiese hecho ejercicio físico intenso desde que se había levantado. El ligero dolor de cabeza con el que había salido de su casa era cada vez más fuerte, lo que no estaba haciendo más que transformar ese día en uno interminable. El pequeño momento que él y Enzo habían compartido por la mañana parecía ya tan lejano… 

Con aquella excusa, decidió empujarlo hasta el fondo de su mente mientras el ascensor llegaba al piso donde trabajaba. Estaba un poco molesto con eso también, con lo que había dicho Rodrigo, pero no tenía la energía para analizarlo tampoco.

—¿Todo bien? —preguntó Julián lentamente cuando llegó al sector de su equipo. Del grupo de Diseño estaba solamente Emilia, que era en general de pocas palabras. 

Cristian le dio un pequeño resumen de lo que había pasado en la mañana, explicándole las cosas que le había reenviado y cuáles necesitaban su atención. Lautaro estaba en una reunión, siendo por lo general el que reemplazaba a Julián cuando estaba ocupado, Nahuel parecía muy concentrado en algo y Oriana estaba quieta en su puesto, inusualmente inexpresiva, mientras tecleaba despacio. La morocha tenía los auriculares puestos y parecía en otra dimensión. 

—¿Qué le pasó? —preguntó Julián en voz baja, moviendo la cabeza apenas en dirección a Oriana. 

El morocho se estiró contra su silla, como si estuviera a punto de contarle un chiste. 

—Paulo le dio un abrazo y un beso por su cumpleaños, que se había olvidado, y le regaló un chocolate —explicó Cristian, con una sonrisa un poco divertida, casi infantil—. Entró en corto, no me respondió más —continuó—. Y no sé cual es el botón de reinicio, supongo que en un rato se le pasará. 

Julián levantó una de las comisuras de su boca, mientras se sentaba frente a su escritorio. Oriana estaba platónicamente enamorada de Paulo, que le llevaba casi siete años y nunca había demostrado más interés en ella que el que demostraba por el resto de los empleados. Ella decía que era como un príncipe en la vida real, una expresión que Julián había escuchado en varias oportunidades, y que los dos se iban a casar, se iban a ir a vivir a Roma e iban a tener muchos hijos. 

El líder del equipo tenía sus serias dudas. 

—¿Qué tal la reunión? —le preguntó suavemente Cristian, mientras el castaño miraba por arriba los mails—. Enzo dijo que todo bien pero tenía una cara… No le quisimos preguntar nada. 

—Sí, todo bien —murmuró Julián, sintiendo una inusual reacción de su cuerpo al nombre de Enzo—. Todavía hay mucho que hacer igual. 

El castaño revisó sus mails sin conectar la computadora al monitor, haciendo una nota mental de escribirle a Santiago para consultarle su disponibilidad. Cuanto antes pudiera resolver eso, pensó mientras marcaba todo lo que tenía para responder después, mejor. 

Después de unos minutos, el castaño tomó su laptop, la carpeta con los documentos que le había dado Joaquín y se dirigió a la sala de reuniones. Suspiró profundamente antes de dar un pequeño golpe en la puerta y entrar. 

Enzo estaba sentado en el lugar de siempre, con la computadora abierta frente a él, su taza de World’s Best Boss y los auriculares puestos. Estaba en una posición que no parecía muy cómoda, un poco recostado contra el respaldo pero sentado casi al borde de la silla. La camisa ya estaba fuera del pantalón, arremangada de una forma menos prolija y con dos botones del cuello abiertos. El contraste de la tinta del pecho con la tela blanca parecía hecho a propósito. Nunca había notado que Enzo tenía una cadenita de plata colgando del cuello también, con una cruz al final hecha del mismo material. Nada quedaba ya del peinado de la mañana, que se había convertido otra vez en el pelo revuelto de siempre. 

Los ojos oscuros de Enzo se alzaron de la pantalla para mirar a Julián apenas cruzó la puerta. No había sonrisa ni expresión divertida. Estaba serio, lo que solamente hizo que ese peso que el castaño venía cargando durante todo el día fuera aún peor. Tenía algo en el pecho que no se podía sacar de encima, como si estuviera aferrado a él con uñas y dientes. 

Enzo se sacó los auriculares y los apoyó despacio sobre la mesa. 

—Pensé que ibas a volver antes —dijo lentamente, con su tono bastante inexpresivo, algo inusual en él—. ¿Todo bien? 

—Sí, perdón, aproveché para ir a comer —respondió el mayor, dejando la computadora en el lugar frente a él. 

—¿Con Joaquín? —preguntó Enzo con la misma expresión, aunque parecía que había algo contenido que no estaba diciendo.

—Con Rodrigo. 

—¿Sobre qué quería hablar Joaquín? —preguntó de vuelta, con ese tono seco, pero con los ojos firmes. Parecía nuevamente tener esa expresión donde se mordía la lengua para no hablar demás, para no decir todo lo que estaba pensando—. ¿El sentido de la vida? 

Julián tiró la carpeta sobre la mesa, que se deslizó un poco sobre la superficie en dirección a Enzo. El morocho lo miró, un poco sorprendido, porque el gesto había sido un poco más brusco de lo que el programador había deseado. Su paciencia ya estaba pendiendo de un hilo y ni siquiera podía disimularlo. No necesitaba más planteos, más discusiones ni cosas en las que pensar.   

—Es un documento de especificaciones de infraestructura del lado de ellos —fue su respuesta—. Yo lo veo bien, pero quería chequearlo con vos, Paulo y Nicolás antes de darles el ok. 

El morocho tomó la carpeta, pegándole una ojeada rápida con las cejas un poco levantadas. Sabía que Enzo no podía tener demasiado para decir sobre eso, no era su área ni un problema para su parte del trabajo, pero quería compartirlo con él igual como parte de su equipo. 

—¿Para eso tenía que reunirse con vos solo? —preguntó, sin mirarlo, todavía pasando las páginas con una expresión inescrutable. 

—¿Qué querés, Enzo? —replicó Julián, cruzándose de brazos, todavía de pie. Podía sentir el dolor de cabeza ya directamente como si alguien la estuviera golpeando sin cesar. 

—Yo no quiero nada. Nada más me cuesta entender por qué no podés decirle que no —dijo en voz baja, conteniendo el tono como si estuviese peleando internamente por mantener la tranquilidad—. Te arrastró a una reunión privada al pedo, algo que podría haber hablado en público. Y vos no le dijiste nada y fuiste atrás de él.

Julián suspiró con frustración. Como un boludo, faltaba que le dijera. No tenía las energías para tener esa conversación pero ya estaba lo suficientemente enojado como para quedarse callado. No estaba de humor para que alguien lo controlara, mucho menos alguien a quien no le debía ninguna explicación.

—¿Qué iba a hacer? —replicó con firmeza el mayor—. ¿Una escena en por nada? ¿Ahí con todo el mundo? 

Enzo lo miró fijamente, con esa expresión que parecía indiferente pero que claramente no lo era. 

—Podías irte igual —le dijo—. No tenés que hacer siempre lo que te pide —presionó con una mirada severa, que parecía ajena cuando era dirigida a él—. No es más tu jefe ni tu novio, Julián. 

—No sabés de lo que hablás —prácticamente escupió el castaño, la voz baja pero cortante, casi sin darle tiempo a terminar la oración. Aquella última frase que había dicho el diseñador había sido como un disparador, algo que le había tocado un punto sensible. No era el día para discutir con él ni para usar su relación con Joaquín contra él. Ya no le quedaban fuerzas y había estado desde la mañana con los nervios de punta, con sentimientos que ya no tenía más ganas de contener—. Porque hablaste tres palabras con Rodrigo sobre lo que pasó pensás que tenés derecho a opinar sobre mi vida como si supieras algo, a meterte… —agregó, acercándose a él rodeando la mesa, para no gritar. 

—Rodrigo me contó un poco de lo que pasó —replicó Enzo, girando un poco la silla y mirándolo fijamente—, pero no estoy hablando como si te conociera, Julián —le dijo—. Estoy hablando por lo que veo, por cómo te ponés cada vez que él está en frente tuyo— 

—¡No somos todos como vos! —lo interrumpió en un siseo bajo, con algo que hubiese deseado gritarle a viva voz, dándole un pequeño golpe a la mesa y dejando su mano apoyada ahí. Había sido un día demasiado extenso como para que Enzo encima llegara con reproches sobre algo que Julián ya sabía—. ¡No todos podemos ir por la vida haciéndole frente a todos y peleando e insistiendo todo el tiempo como si tuviéramos la razón de todo! —le dijo—. ¡No soy como vos, Enzo! 

Enzo se puso de pie, erguido frente a él, dejándolo con la cabeza mirando un poco hacia arriba, con los ojos de Julián fijos en los suyos con bronca, con frustración y con otro montón de cosas que el cordobés ni sabía que sentía. 

—Julián, no es eso...

—No tenés idea de lo que fue trabajar y estar con él. De lo que significó salir de ahí, de lo que pensaba sobre mí, de lo que es tener que volver a trabajar juntos cuando pensé que era una etapa de mi vida ya totalmente cerrada —prosiguió, ya en una especie de camino sin salida una vez que había empezado, movido por esa furia que le quemaba el estómago pero aún así conteniéndose por no alzar la voz, por no hacer una escena en un lugar por donde podía pasar alguien y escuchar si lo decía muy alto—. No sabés nada, pero igual opinás, siempre opinás, y te metés en mi vida como si te correspondiera —le dijo, levantando la mano para darle un empujón en el pecho, frustrado, sin saber qué hacer—. ¡Tenés que dejar de pensar que me conocés! 

El morocho no retrocedió. Al contrario, se acercó más, como si el empujón fuera un desafío y él quisiera volver a plantarse frente a él. 

—¿Cómo te voy a conocer si siempre que pasa algo estás a la defensiva? —le respondió él, con un poco más de tensión en la voz también—. Prefiero toda la vida que te pongas así, que me grites, que me digas lo que pensás, antes de que bajes la cabeza y digas a todo que sí como hacés cuando él está acá. 

Julián bufó con fuerza, con una furia efervescente dentro de él, que estaba amenazando con escaparse por todos lados. 

—No soy algo que vos tenés que arreglar, Enzo —le dijo, hablando más bajo pero con la misma furia. Dios, estaba tan enojado, que casi no sabía lo que estaba diciendo—. No necesito que vengas a decirme lo que tengo que hacer ni cómo tengo que ser ni a hablar por mí, ¿podés entender eso de una vez?  

—Ya sé que no lo necesitás y que eso no es lo que querés —murmuró el morocho, sin moverse, sin apartarse, con su voz suavizándose un poco. 

—¡No tenés ni idea de lo que quiero! ¡No me conocés! —espetó, pronunciando cada palabra con firmeza, despacio, para que lo entendiera—. ¡Dejá de hablar como si me conocieras, Enzo! —soltó con bronca, sintiendo el corazón en los oídos, con los puños apretados, con ese dolor de cabeza que ya lo estaba consumiendo y la respiración agitada. Nada odiaba más que eso, que su compañero pensara que lo conocía, que sabía todo sobre él y que podía decirle cómo se sentía. Solamente Julián sabía todo lo que había pasado, todos esos años que habían terminado tan abruptamente, toda la vida que creía que tenía y que, de un día para el otro, no había estado más ahí. Enzo no sabía nada sobre su vida y su historia, pero parecía siempre tener algo que opinar sobre ella. 

—Y yo ya te lo pregunté —replicó Enzo, bajito, con voz ronca, con ese tono que parecía casi el de un secreto irreproducible, dando otro paso hacia él. 

El diseñador siempre le sostenía la mirada, con esos ojos oscuros que parecían ver a través de él. Enzo nunca se alejaba, nunca se iba cuando él lo quería mantener lejos. Julián apretó los labios y los ojos del morocho bajaron hasta ellos. El castaño volvió a cerrar los puños, con ganas de golpearlo, pero el diseñador no se movió de donde estaba.

Ese había sido el problema desde un principio. 

Por más que Julián insistía en alejarlo, Enzo seguía ahí. Siempre estaba ahí.  

—¿Qué querés, Julián? 

El desarrollador tenía bronca, algo tan puro y tan fuerte que no recordaba haberse sentido así en mucho tiempo, algo que parecía querer vomitar ahí mismo. Y Enzo lo miraba siempre de forma tan honesta y frontal. Estaba ahí, parado frente a él, y Julián sabía que podía pegarle si quería, que podía gritarle, que podía hacer lo que quisiera porque el morocho se iba a quedar ahí y lo iba a aceptar. Porque el diseñador era sincero cuando le preguntaba qué quería, cuando le decía que iban a hacer lo que él quisiera. Porque era ese tipo de persona, una persona que Julián también había sido en algún momento. Alguien que no buscaba quedarse estancado en el pasado, en las cosas que lo habían lastimado, sino que siempre estaba buscando la confrontación, el acá y ahora, y nada más. 

Una persona que era honesta con quien era. 

Y Julián tenía bronca, lo odiaba un poco, porque lo envidiaba. Porque le gustaba esa forma de ser. Porque se había acostumbrado demasiado rápido a él, a esa facilidad que tenía para plantear las cosas, para romper su espacio personal y meterse en su vida incluso cuando Julián no quería a nadie dentro de ella. Le gustaba la forma en que su cuerpo reaccionaba a él, la manera en que lo hacía sentir cuando estaba cerca. Más que nada, le gustaba que todo para Enzo siempre pareciera fácil, natural, cuando para Julián siempre había sido tan complicado y retorcido, tan equivocado. El castaño lo envidiaba, porque hubiese deseado ser un poco más cómo él a lo largo de su vida, con esa simpleza para aceptar las cosas y quién era, con esa despreocupación sobre lo que opinaran los demás sobre él. 

Pero detestaba que le tuviera pena, que pensara que había algo de él que estaba mal. A Julián no le gustaba que Enzo creyera que no era lo suficientemente fuerte, que no era lo suficientemente bueno. 

Había tenido demasiado de eso toda su vida. 

Y no quería que Enzo pensara eso de él. Porque, en ese momento, se dio cuenta que le importaba lo que pensara. Esencialmente porque no quería que se alejara. 

Julián tomó a Enzo del frente de la camisa abierta y ya arrugada, haciéndola un puño, atrayéndolo hacia él y tirándolo un poco hacia abajo, estampando sus labios contra los suyos con torpeza. 

Con la mano todavía cerrada sobre la tela, los ojos cerrados con firmeza y el corazón todavía latiendo con fuerza; con esa electricidad de la rabia, de la anticipación y de todas las cosas que habían pasado en los últimos días, el castaño presionó su boca contra la de Enzo. El deseo, el cansancio y la bronca eran un combo que tenía a Julián desorientado. No había ni siquiera considerado el rechazo, que el diseñador pudiera apartarlo ante algo tan inesperado y fuera de contexto. 

Pero Enzo respondió sin dudar más que ese instante que lo había tomado por sorpresa. El morocho lo agarró de ambos lados de la cara con firmeza, con los dedos abiertos cubriendo sus mejillas y parte de su cuello, acercándose más a él. Las bocas de los dos se movieron con ansiedad, mientras el cuerpo del menor lo guiaba hacia atrás con pasos descoordinados. Atrapó el labio inferior de Julián entre los suyos mientras la espalda del castaño chocaba contra la pared. El cordobés soltó un leve quejido cuando sintió el cuerpo del otro pegado al suyo, presionándose contra él, y su mano libre se aferró a la parte baja de la camisa del morocho, buscando su cintura, algo que lo mantuviera de pie. Enzo volvió a presionar su labio inferior entre los suyos, rozando un poco con los dientes, haciendo que Julián tirara ligeramente la cabeza para atrás para pegarse más a él, con un inesperado deseo fluyendo por el cuerpo como una corriente eléctrica. Contuvo un gemido cuando sintió la presión del cuerpo del diseñador, todavía más cerca, mientras su boca seguía moviéndose con insistencia sobre la suya, como si buscara aún más que el contacto de los labios. 

Fue entonces cuando Julián recordó dónde estaban. 

Usando el puño que todavía estaba aferrado a la camisa blanca de Enzo, el castaño lo apartó de él con toda la fuerza que encontró, con la cabeza todavía nublada y las piernas un poco flojas. El morocho dio un par de pasos hacia atrás.

Se miraron un momento, desconcertados y con respiraciones irregulares, Enzo con una expresión todavía ligeramente sorprendida en su rostro que debía combinar con la propia. Julián tenía los ojos grandes, la boca todavía entreabierta y el corazón latiendo como si pudiera escucharse en toda la sala. El mayor se escapó por el costado del cuerpo de Enzo, volviendo a su computadora, a sus cosas, a la distancia. No sabía qué había hecho. No sabía ni podía pensar en las consecuencias que podía llegar a tener. Su cuerpo estaba ahí pero su cabeza se había ido lejos. 

Enzo giró y caminó lentamente hasta la mesa, hacia el lugar que había ocupado antes frente a él. Julián tenía sus ojos fijos en la computadora aunque no estaba mirando nada. Tenía la mente en blanco.

—Julián… 

—No digas nada —susurró rápidamente, entre labios apretados, levantando una mano antes que Enzo pudiera hablar—. Por favor, no digas nada. 

Aunque el castaño seguía con la mirada gacha, percibió como Enzo volvía a sentarse lentamente en su lugar. Se mantuvieron en silencio por un momento, un silencio pesado que se prolongó entre los dos, que el desarrollador sabía perfectamente que Enzo se moría por romper. Julián no podía entender lo que acababa de hacer. Todavía con la respiración agitada, con el cuerpo revolucionado, no sabía por qué lo había hecho. 

Antes de que dijeran algo, hubo un breve golpe en la puerta y Paulo ingresó a la sala segundos después. 

—¿Quieren ver quince minutos lo de la reunión de hoy? —preguntó distraídamente, ajeno al ambiente y a la tensión, apoyando su computadora en la cabecera de la mesa y mirando algo en su celular—. Vi el mail de Alexis, así que supongo que fue todo bien. 

—Sí, todo bien —respondió Enzo suavemente, con voz profunda. 

Julián se puso de pie. Ni siquiera quería pensar en lo que podría haber pasado si Paulo hubiese decidido entrar ahí unos minutos antes. Sintió como se le tensaban todos los músculos del cuerpo de una forma familiar. El mínimo pensamiento le daba pánico, lo dejó congelado unos segundos en aquella posición, mientras los ojos de los otros dos se posaban sobre él.  

—Paulo, perdón, ¿te molesta si me voy a casa temprano hoy? —preguntó, pasándose una mano por la cara, todavía actuando un poco por inercia—. Voy a seguir desde allá, pero se me parte la cabeza y no me siento muy bien. 

Paulo frunció un poco el ceño y pronto aflojó su expresión. 

—No, Juli, para nada, lo podemos revisar nosotros —le dijo, con preocupación en su voz, dándole una breve mirada a Enzo—. ¿Querés que te pida un auto? No vayas manejando si te sentís mal. 

El castaño negó suavemente con la cabeza, sin mirarlo a los ojos. No era un buen mentiroso, incluso cuando lo que estaba diciendo era totalmente cierto. 

—¿Querés que te acompañe? —preguntó Enzo despacio. 

Julián no lo miró. 

—No hay problema, me tomo un taxi, no se preocupen. Después les escribo por Slack —le dijo con voz cansada, un poco débil, pero hablando con rapidez, casi como si estuviera leyendo las oraciones de algún lado—. Gracias. 

Y sin siquiera mirar a Enzo, tomó su computadora y se fue de la sala de reuniones, con el corazón todavía latiéndole con fuerza y la cabeza hecha un lío.

Otra vez se estaba escapando pero creía que, considerando las últimas horas que había tenido, era muy meritorio que estuviera todavía de pie y que hubiese podido coordinar una salida —más o menos— digna. Si sus decisiones del día habían sido cuestionables o no, eso ya era problema del Julián del día siguiente. 

El de ese día solamente necesitaba meterse en la cama y desaparecer por un rato.

Notes:

Solamente les tomó 88 mil palabras 😌

Entre la escena del principio y la del final reescribí esto mil veces, así que me encantaría saber qué piensan. Espero que les haya gustado 🧡

Mil gracias siempre a quienes siguen, comentan y comparten la historia, de verdad 🫶

Nos leemos pronto
MrsVs.

Chapter 16: God gave me a gift: I’m very good at pushing the limits.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Enzo estaba sinceramente desconcertado.

Había sido un día tan raro, tan intenso, desde que se había despertado hasta que Julián se había ido de la sala de reuniones, que el diseñador ya no tenía capacidad para más nada. Mientras Paulo leía el documento de CoreOne que había quedado en la mesa, Enzo estaba tratando con todas sus fuerzas de no disociar por completo. Demás estaba decir que estaba fallando terriblemente y que la voz de su compañero sonaba como un eco lejano. El PM podía estar hablando del proyecto, de lo que iba a hacer en las próximas vacaciones o de la formación de River del 2018 que Enzo no hubiera notado la diferencia.

El diseñador realmente era una persona que no tenía demasiada conciencia cuando recién se despertaba. Había abrazado a Julián aquella mañana, en un principio como quien se aferra a una almohada, a lo que está ahí, al calor y la calidez de poder seguir durmiendo. Sin embargo, pronto se había dado cuenta que no era cualquier cosa. La cintura y el pecho bajo sus manos, la cola que se presionaba contra él. Enzo había tardado un poco en darse cuenta de qué era lo que pasaba pero su cuerpo había sido más rápido que él. Se había aferrado a esa sensación de querer quedarse acostado un ratito más dentro de aquel abrazo. Al lado de Julián. 

Cuando había llegado a su cabeza el entendimiento sobre lo que estaba pasando, Enzo no había podido parar, ni había deseado hacerlo. No sabía exactamente las razones ni la simpleza o complejidad de las mismas, pero sabía eso. 

Había tenido una respuesta muy clara sobre lo que le había estado dando vueltas en la cabeza esos días. 

Julián había decidido ignorarlo y él había seguido en ese juego, por la salud mental de los dos. Era un día importante, Enzo lo sabía, y parecía que no era el momento para enfocarse en otra cosa que no fuera trabajo. Ciertamente no era momento de pensar en lo que le pasaba a su cuerpo últimamente cuando el castaño estaba cerca. Parecía que Julián iba a fingir demencia y él estaba bien con eso, por lo menos ese día.

Pero la reunión con Joaquín lo había hecho perder la compostura. No podía entender por qué el desarrollador seguía accediendo a todo lo que el otro le decía. Por qué seguía bajando la cabeza, aceptando cada cosa que le pedía, obedeciendo como si le debiera algo. Enzo no lo podía entender y le molestaba, porque sabía que Julián era una buena persona, que no se merecía estar atrapada en algo así. Y el morocho sabía también que no tenía ningún derecho a meterse, habiendo un montón de cosas sobre la relación de los dos que no sabía ni entendía, que no era responsabilidad de él hacer algo, pero no podía evitarlo. Le importaba. 

Durante la reunión, había podido ver a Joaquín siguiendo a Julián alrededor de la sala, midiendo sus interacciones con los demás, como si lo estuviera evaluando con cada cosa que hacía. Como si fuera algo que tenía que tener bajo control o, en cualquier caso, un lugar que le correspondía. Enzo no recordaba haber sentido tanta bronca por alguien que no conocía, tantas ganas de darle una piña y ponerlo en su lugar. 

Y todo lo que Julián le había dicho, con esa voz contenida que en realidad deseaba ser a los gritos, probablemente se lo merecía. En el fondo, Enzo sabía que cada una de las cosas que el castaño le había dicho eran ciertas. Él no tenía por qué meterse. El cordobés era una persona con un pasado complejo, cosas que el morocho no sabía del todo, y parecía injusto que hablara de su vida sin conocerlo tanto. No tenía nada que decir, sabía que el reproche era un poco justificado. Había estado listo para que Julián le dijera que quería que se alejara de él, que le pidiera otra vez que lo dejara en paz, y estaba listo para intentar cumplirlo, incluso cuando siempre terminaba fallando.

Pero no había esperado ese beso. 

No había esperado que Julián lo agarrara así de la camisa, que fuera él quien iniciara algo que Enzo había querido hacer desde hacía rato, aún si era solamente para despejar las dudas sobre lo que le pasaba. No había esperado lo que había sentido, la desesperación abrazándolo por completo, haciéndolo olvidar de todo lo demás. No había tardado en reaccionar, porque su cuerpo por sí sólo había actuado, como si aquél desenlace fuera uno que había estado esperando. 

No había esperado ese beso pero, especialmente, no había esperado que le gustara tanto, aunque había terminado demasiado rápido, casi antes de empezar.

—¿Qué le hiciste? —preguntó Paulo de la nada, con los ojos fijos todavía en los papeles.

Enzo volvió a enfocarse en la escena que tenía delante: Paulo, con sus anteojos de lectura un poco bajos sobre el puente de la nariz, sosteniendo los documentos. Si había dicho algo antes de eso, Enzo no tenía ni idea. No había escuchado absolutamente nada. 

—¿Ah? 

—A Julián —puntualizó el mayor, levantando la mirada hacia él—. Tenía cara de susto. Y vos tenés cara de que te mandaste una. 

El morocho parpadeó un par de veces, confundido ante la acusación.  

—Yo no hice nada —se defendió Enzo, sin deseos de seguir pensando en eso—. ¿Qué onda lo que piden? Julián dijo que le parecía bien, yo no tuve tiempo de leerlo todavía. 

Paulo soltó un suspiro, apoyando los papeles sobre la mesa. 

—Sí, por arriba parecería que tiene sentido, me lo voy a llevar para leer bien igualmente, antes de la reunión del jueves, y quiero que Nico le de una mirada también —le dijo—. ¿Cómo fue la presentación? 

Enzo le explicó brevemente sobre lo que habían hablado, sobre las reacciones y en general la buena recepción que había tenido lo que habían hecho. Alexis había enviado un correo con copia a todos para agradecer y habían tenido algunas respuestas de los inversores, por lo que parecía que el proyecto estaba bien encaminado. Las cosas estaban saliendo bien, por lo menos en el ámbito laboral. Estaba todo bien. 

—¿Les dijo algo de lo de incorporar un dev? —preguntó Paulo después. 

El menor entrecerró un poco los ojos, haciendo una mueca, sin entender bien la pregunta. 

—¿Qué dev? 

—Joaquín sugirió incorporar otro desarrollador al equipo —le dijo el mayor despacio—. Para acelerar un poco los tiempos. 

Enzo presionó la lengua contra el interior de su labio inferior, moviéndola ansiosamente sin querer hablar. Tenía los insultos en la punta de la lengua, pero no quería quemar a Julián. Sabía lo que Joaquín estaba haciendo. Sabía que, a pesar de todo, seguía buscando a su ex como si tuviera algún derecho sobre él, como si fuera alguien que podía controlar y manejar a su antojo. Quizás era algo que habían hablado en privado, que habían discutido en aquella reunión, pero Enzo se sentía intranquilo. Había algo que le decía que no había sido Julián quien había tomado esa decisión y que, si la sabía, probablemente no estaba contento con ella. 

—No —murmuró—. ¿Va a ser un dev de ellos?

—No, no necesariamente. Yo pensaba en un freelance, pero me dijo Joaquín que ellos pueden poner a un dev si hace falta —dijo Paulo, siempre pragmático—. Le dije que la decisión final era de Julián igualmente, no mía. 

El morocho suspiró, internamente agradecido con el buen juicio de su jefe.

—¿Lo hablaste con Julián? —preguntó Enzo suavemente. 

—No, se lo iba a preguntar ahora, porque supuse que iba a ser mejor si elegía al desarrollador él —explicó, todavía con su mirada en los papeles—. Después le mando un mensaje, lo podemos ver mañana si ya se siente mejor. 

Enzo se pasó las manos por la cara. Estaba enojado, frustrado y también un poco preocupado. Tenía tantas cosas en la cabeza que ya estaba cerca de entrar en cortocircuito. Era como si los problemas, en vez de irse resolviendo de a poco, se fueran multiplicando con el paso de los días. 

—¿Querés irte vos también? —preguntó Paulo, con un tono tranquilo—. Sé que estuvieron laburando un montón después de hora para llegar a lo de hoy, ¿por qué no te tomás el resto de la tarde? 

El morocho suspiró, cerrando su computadora.

—No, está bien, tengo algunas cosas para ver con el equipo, voy a aprovechar para ponerme con eso —le dijo, con un tono más despreocupado de cómo realmente se sentía—. También tengo un par de entrevistas para organizar. 

—Dale, avisame cómo va eso después —le pidió Paulo—. Y si necesitás algo. 

Enzo se levantó, tomando su computadora y su taza, dándole una pequeña palmada en el hombro a su jefe.

—Dale, gracias, Pau. 

El diseñador volvió a su puesto de trabajo, suponiendo que no tenía sentido estar solo trabajando en la sala si Julián se había ido. Lisandro lo observó mientras volvía a sentarse en su escritorio, conectando la laptop al monitor. 

—¿Qué pasó con Juli? —le preguntó Licha. 

Enzo tardó un momento en procesar que evidentemente estaba preguntando por qué se había ido, no qué había pasado entre ellos dos. Estaba cada día más tarado. 

—Se sentía mal —respondió secamente. Luego se estiró en la silla para ver a Giuliano, que estaba sentado del otro lado—. Giu, ¿querés que te ayude con los ajustes de los frames que habían quedado pendientes para Zinco? Tengo un rato. 

Giuliano se estiró también, para verlo por atrás de la silla de Lisandro. 

—¿Cuánto me va a costar? —preguntó, desconfiado, aunque con una pequeña sonrisa—. ¿O es porque te querés mover al portugués y querés hacer buena letra?

Enzo puso los ojos en blanco pero con las comisuras de los labios hacia arriba.   

—Me invitás a una birra en el próximo after, enano, dale. 

—¿Hay algo organizado ya? —preguntó Licha, extrañamente interesado. 

—Estaban en eso —intervino Giuliano—. Creo que en unos días es el cumple de Lauta —después se giró hacia Enzo—. Ahora te mando lo que quedó —le dijo con un guiñó un ojo, antes de pasarle lo que había quedado pendiente. 

Enzo decidió que se iba a enfocar en eso y nada más por un rato. Necesitaba una pausa de CoreOne, el proyecto, Julián y todas las cosas que habían pasado ese día. 

Cuando salió de la oficina, a un horario normal, decidió pasar finalmente por el gimnasio después de varios días sin ir, que se habían vuelto semanas. Aunque los pendientes no se habían ido, aunque estaba física y mentalmente cansado, necesitaba desconectarse, quemar un poco de toda esa energía que le estaba dando ganas de caminar por las paredes aún dentro del agotamiento. 

Enzo llegó a su casa cerca de las nueve de la noche, calentó comida que había quedado del día anterior y cenó mirando una comedia repetida que estaba en Prime. Chequeó de reojo su celular, apoyado sobre el sillón a su lado, pensando en escribirle a Julián. No quería presionarlo tampoco, no tenía nada para preguntar sobre el proyecto, por lo que le pareció mejor esperar a que las cosas se acomodaran. Ignoró aquel deseo, manteniendo la atención en la tele y en las otras conversaciones que estaba teniendo. 

Sin embargo, era más difícil no pensar en eso cuando su cabeza ya estaba en la almohada, cuando estaba intentando dormirse. 

No sabía si lo que había pasado entre él y Julián había sido algo casual, algo que había pasado porque sí, o una consecuencia de cosas que ni siquiera había notado que estaban ahí. Enzo era una persona sencilla con lo que sentía, no le gustaba complicarse la vida con las relaciones ni las cosas que sentía, pero Julián… Julián era un caso aparte, algo que todavía no terminaba de comprender. Cuando pensaba que sabía cómo iba a reaccionar, salía con algo como lo de aquella tarde.

Y Enzo se había quedado con ganas de más, porque se había dado cuenta que Julián le gustaba. Se sentía atraído hacia él físicamente y, esencialmente, hacia la persona que era cuando dejaba un poco de lado aquella fachada siempre dura y perfecta que parecía mostrar por defecto. Pero también sentía que necesitaba hablar con él. Conociendo un poco a Julián, dentro de lo poco que lo conocía, debía estar ya haciendo una lista de las razones de por qué lo que había hecho había sido una pésima idea. Debía estar haciéndose la cabeza con cosas que ni siquiera eran un problema en ese momento. 

Quería verlo. 

Enzo se levantó a la mañana siguiente antes de que sonara el despertador. Le había costado dormir y le estaba costando levantarse. Hacía frío, tenía sueño y sabía que la libertad que se había tomado ayer para cortar antes le iba a pasar factura. 

Un poco nervioso, se preparó para ir a la oficina, poniéndose un pantalón oscuro y una remera blanca un poco ajustada, para variar. Se pasó un buzo por la cabeza, agarró una campera y se calzó las zapatillas. Apenas peinándose un poco, tomó su mochila y recorrió rápidamente las cuadras que lo separaban de la empresa. 

Cuando llegó, le extrañó ver solamente a Cristian y a Lautaro en el área de Desarrollo. En un principio, pensó que por ahí Julián estaba en alguna reunión, en la cocina, incluso en el baño. Sin embargo, cuando chequeó las conversaciones de Slack, vio que había enviado un mensaje al grupo para avisar que no se sentía bien y que iba a estar haciendo Home Office.

Enzo respondió mails y mensajes ausentemente, pensando en escribirle al desarrollador. Podía ver los cambios en el documento colaborativo de correcciones que había armado Nicolás, podía ver los comentarios que iba dejando y los cambios de estado. Julián estaba trabajando activamente, aunque no había escrito más que eso. 

Durante el almuerzo, Enzo rechazó la oferta de sus compañeros para ir a comer con ellos. Quería revisar algunos de los curriculums que le habían llegado para el puesto de diseñador, que habían pasado ya por el filtro de Recursos Humanos. Entre los correos, vio el CV de Rodrigo y le pareció que podía ser una buena opción. Estaba terminando de escribir el mail para coordinar una entrevista con él, cuando Valentina apareció en el sector. 

La chica se acercó a él con una sonrisa y le dio un beso que fue a parar en algún lugar entre su boca y su mejilla, antes de sentarse en la silla vacía de Lisandro junto a él. 

—¿Qué hacés, En? ¿Qué pasó que no fuiste a comer?—le preguntó, apoyando un tupper sobre el escritorio. 

—Estoy con un montón de cosas y estaba aprovechando para mandar unos mails —le explicó, mientras le daba enviar al correo que había terminado de redactar—. Estoy buscando un diseñador para sumar al equipo.

Ella asintió, sin dejar de mirarlo atentamente.  

—¿Querés una? —le dijo, mientras abría el tupper y el aroma a comida golpeaba la nariz de Enzo, recordándole el hambre que tenía, mientras le mostraba el contenido de varias empanadas—. Las hice yo. 

—Con ese olorcito no te puedo decir que no —le dijo, con una media sonrisa, mientras tomaba una—. Gracias, Valu. 

Ella le sonrió y tomó una también. Charlaron un poco sobre cosas triviales, hasta que Valentina volvió a sugerir hacer algo ese viernes después del trabajo. Enzo sabía que ella estaba haciendo un esfuerzo por mantenerlo casual, como dos compañeros de trabajo saliendo a tomar algo sin compromiso, y lo agradecía. Se sentía mal decirle que no, incluso cuando era un poco injusto para ella que Enzo aceptara. Con Valentina parecía todo mucho más… simple. Más parecido a las cosas que estaba acostumbrado. Al tipo de personas con las que había salido siempre, que eran tan básicas como él. 

Después de comer, el morocho se fue solo a la sala, más que nada para poder concentrarse sin que le preguntaran otras cosas. Su concentración, sin embargo, no estaba en su mejor momento. Como un boludo, seguía entrando a Slack, seguía pensando en preguntarle a Julián cómo estaba, incluso cuando dudaba que aquella ausencia no fuera más que una excusa. Si había faltado a la oficina, alguien como él, solamente para no cruzarlo, Enzo creía que podía respetar eso. Aún cuando no quisiera. La clave estaba en la palabra creía, que nunca tenía mucho peso dentro de sus decisiones cuando algo le importaba. 

El morocho estuvo un par de horas trabajando con aquel dilema. A eso de las cinco, se fue a preparar un café. Cuando regresó a la sala, vio que Nicolás había enviado un mensaje en un grupo que tenían con él y Julián para el proyecto. Probablemente ni siquiera se había dado cuenta que el desarrollador no estaba en la oficina. No era la primera vez que alguien ignoraba los mensajes de los grupos generales. 

Buenas, Enzo, Juli, me avisan si necesitan que revise algo del Docu. 

Enzo se quedó observando la conversación mientras le daba un sorbo a su café, estirándose en su silla. 

Hola, Nico, sí, yo estoy trabajando ahí, te estoy asignando las tuyas en azul —fue la respuesta del desarrollador. 

El morocho dejó la taza y apoyó sus manos sobre el teclado, tomándose un momento para arrobar a Julián y responder a su comentario. 

¿Estás bien? —preguntó Enzo. 

—respondió el castaño rápidamente—. Necesito que revises el bloque de Comunidad en que marcó Nico, ¿podés? Se ve raro en mobile.

Julián le envió una captura de pantalla. Enzo no esperaba que fuera diferente. Sabía que el castaño solamente iba a hablar de trabajo. No había ido a la oficina pero seguía conectado, lo que hacía todo un poco evidente. 

Enzo entró a la página que Julián le había indicado, chequeando por arriba el inconveniente que el castaño había mencionado. 

No veo el problema —le escribió. 

¿Limpiaste caché? —preguntó Julián. 

Enzo se mordió el labio. Era una mentira piadosa. 

¿Tenés un segundo para verlo en una call? —le preguntó—. Así me lo mostrás en tu pantalla, va a ser más rápido. 

Julián se tomó un momento para responder y luego le envió un link. Enzo ingresó al meet, donde el castaño ya estaba, con la cámara apagada. 

Hola —le dijo el desarrollador con voz un poco ronca, que se notaba cansada incluso a través de los auriculares—. Dame un segundo que ya te comparto pantalla. 

—¿No ponés la cámara? —preguntó Enzo, con una pequeña sonrisa, acomodándose un poco en su silla mientras esperaba—. Voy a pensar que al final era todo una excusa para tomarte las vacaciones que querías y me estás llamando desde la playa… 

Julián no respondió inmediatamente, pero pocos segundos después apareció en la pantalla. Estaba serio, esa expresión de aburrimiento que ponía siempre que Enzo hacía una broma, aunque en realidad tenía más cara de querer irse a dormir que otra cosa. Tenía ojeras, la cara un poco roja y el pelo despeinado. Se veía el cuello de un buzo con capucha, que tenía cerrado con un nudo. Con un gesto ausente, el cordobés se pasó el puño de la prenda por uno de sus ojos. Le quedaban largas las mangas y parecía una imagen totalmente diferente a la que tenía siempre en la oficina. Los dos se observaron por un instante en silencio, que pareció extenderse mucho más de lo que realmente durado. 

Ahí está —respondió el programador que, a pesar de todo, no había perdido el cansancio hacia él de su voz—. ¿Contento ahora? 

—Ah, estás hecho mierda —comentó Enzo, un poco sorprendido. Sinceramente había creído que la enfermedad era solamente una excusa y que Julián se había quedado en su casa porque no lo quería ver, no porque realmente estuviera enfermo. 

Gracias —musitó el otro, con un deje irónico en la voz—. Estoy bien. 

—Mentira —insistió el morocho, frunciendo un poco el ceño—. ¿Comiste algo por lo menos?, ¿te tomaste algo? 

Julián no respondió, sólo suspiró, aunque la respuesta era bastante obvia igualmente. Ya había ciertas cosas sobre el castaño que Enzo empezaba a reconocer. Era fácil darse cuenta cuándo estaba siendo esquivo o buscando no decir algo para no mentir. 

El desarrollador pronto compartió su pantalla, sin dejar que Enzo dijera más nada. Le mostró el error, comentando algo sobre cuándo pasaba, aunque el morocho no estaba prestando demasiada atención. Ya lo había visto. Simplemente asentía, aunque estaba pensando en otra cosa. 

Enzo, hay otra cosa que no sé si v

—Voy para allá —dijo el diseñador de la nada. 

—¿Eh

—Lo podemos ver juntos —le dijo—. Y así comés algo. 

Enzo, ¿qué? No

—No es por vos, es por el proyecto —le dijo, cerrando su cuaderno, sin darle demasiado tiempo para negarse o sin darse tiempo a él mismo para pensar que estaba volviendo a ser un intenso y que la excusa era demasiado patética, incluso para él, que no tenía mucha vergüenza en general—. Te necesito sano cuanto antes, y para esto tenés que estar vivo. No podés estar sin comer y sin cuidarte.  

Antes que Julián pudiera decir algo, el diseñador cortó la llamada. Sabía que eso iba a traerle consecuencias después, que incluso había una posibilidad de que el cordobés ni siquiera le abriera la puerta de su casa, pero decidió simplemente cerrar la computadora y prepararse para irse. Si no podían tener una conversación, por lo menos quería verlo. 

Enzo se despidió de su equipo con pocas palabras, alegando que iba a seguir trabajando desde casa. En general, Paulo era bastante flexible con esas cosas, incluso cuando el diseñador siempre había preferido trabajar desde la oficina. Mientras buscaba cómo ir a la casa de Julián en su teléfono, decidió pasar por una panadería que estaba cerca de la empresa. Era una tarde helada, podía ver su propio aliento mientras entraba al lugar. Sin estar muy seguro de qué podía querer comer Julián o de qué le gustaba, compró un poco de todo. Algunas cosas dulces, otras saladas, cosas que le gustaba comer a él cuando no se sentía bien. Una vez que le dieron el pedido, tomó el subte y en pocos minutos estaba en la casa del castaño. 

Estoy en cinco —le escribió por WhatsApp, mientras caminaba en dirección al edificio. 

Julián no tardó en responder el mensaje. 

¿Viniste a mi casa de verdad? 

Unos minutos después, Enzo simplemente le mandó una foto de la puerta de su casa. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que el castaño decidiera no abrirle o de que ya tuviera compañía. Como sucedía con frecuencia, el diseñador simplemente había hecho las cosas y después se había puesto a pensar en si eran una buena idea o no. 

Julián bajó enseguida, todavía con la misma apariencia que le había visto por la cámara. Tenía el mismo buzo, un pantalón de algodón que parecía de un piyama y el pelo revuelto por debajo de la capucha que se había subido. Había bajado pero con la peor de las ondas. 

Los dos se subieron lado a lado en el ascensor, en silencio. Julián apretó el botón y se quedó con la vista fija en la puerta, parado bien erguido, incluso a pesar de la cara de cansado que tenía. 

—¿Vos sabés que tener la dirección de mi casa no te da derecho a aparecer acá en cualquier momento, no? —preguntó el cordobés, con voz un poco tomada y todavía mirando hacia adelante. Aunque hablaba todo serio y enojado, parecía más chiquito de lo usual, como si el tono de voz, los párpados hinchados y el buzo grande le dieran un aspecto más frágil. 

—¿Y vos sabés que a veces podés aceptar cuando alguien te quiere ayudar porque te sentís mal y listo, no? —replicó el morocho de igual manera, aunque con un tono más suave, buscando su mirada. Enzo sabía que Julián tenía razón. Casi que se quería reír por la sugerencia de que era un acosador. Sabía que estaba en una zona un poco gris y también que había sido más un capricho propio que otra cosa.   

—Tenés que dejar de hacer cosas que nadie te pide —susurró el castaño en voz baja, con los ojos todavía fijos en la puerta del ascensor, que se sacudió suavemente cuando frenaron en el piso de Julián. 

—Te voy a empezar a preguntar antes de hacer algo por vos… —murmuró y Julián alzó los ojos para mirarlo con firmeza, pero también con un poco de sorpresa. No eran exactamente las palabras que había querido usar, pero servían igualmente para lo que había querido decir. Sabía que a Julián no le gustaban esas cosas, pero era más fuerte que él.

Los dos entraron en silencio al departamento. Enzo se sacó los zapatos y la campera y siguió al castaño hasta el living, donde dejó la bolsa con las cosas que había comprado. Julián se sentó a la mesa y siguió tecleando cosas en su computadora como hacía siempre. El diseñador ya sabía que no era sólo por trabajo, era también un mecanismo de defensa. Se sentó junto a él, apoyando un codo en la mesa y descansando ahí su cabeza mientras lo observaba. Junto a la computadora había algunos papeles, un vaso vacío y una blister de paracetamol. 

—No sabía qué tenías ganas de comer, así que compré un par de cosas —le dijo el diseñador y los ojos de Julián lo observaron de lado, aunque sin mirarlo a los ojos. 

—Gracias. 

—¿Querés un té? 

El castaño finalmente interrumpió lo que estaba haciendo. 

—Enzo, ¿qué hacés acá? De verdad… Yo…

El morocho suspiró. Había esperado que Julián estuviera a la defensiva después de lo que había pasado. Le hubiese sorprendido que no lo estuviera, considerando cómo había reaccionado, cómo se había ido y cómo actuaba normalmente ante cualquier cruce entre los dos.  

—No tengo intenciones ocultas, Julián —le dijo secamente—. Quería ver cómo estabas, quería traerte algo para comer, saber si necesitabas algo o si querías compañía —continuó con sinceridad—. Nada más.

El castaño no dijo nada. Simplemente volvió sus ojos a la computadora, con un pequeño suspiro de por medio. 

Sabía que Julián no iba a ser fácil. Sabía que iba a ignorar lo que había pasado entre los dos tanto como fuera posible y Enzo no quería presionarlo. Solamente quería que supiera que las cosas entre ambos estaban bien. Que, a pesar de la discusión y del beso, a pesar de lo que Enzo había sentido y de las ganas que tenía de que volviera a pasar, no iba a presionarlo. Había prometido eso. Iba a cumplirlo, incluso cuando la situación entre los dos había cambiado un poco y ya no se trataba solamente de trabajo. 

Enzo soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo, apoyando las manos en la mesa y poniéndose lentamente de pie. 

—Si estás bien y no necesitás nada, me voy —dijo suavemente, con voz tranquila—. Y comé algo, te prometo que son cosas ricas. 

Julián finalmente alzó la vista, con los labios un poco apretados, y luego soltó otro suspiro cansado. 

—Un té está bien —murmuró en voz baja, con una mirada significativa, pero parecía una pequeña disculpa sin palabras—. Gracias. 

El morocho asintió y fue caminando despacio hacia la cocina. Había ido también con la intención de hablar, eso era verdad, pero no sabía qué podía decir para hacer que Julián se abriera un poco con él. Enzo sentía que cualquier cosa que dijera en aquella instancia iba a hacer las cosas peores. No tenía ni idea de cómo se sentía Julián respecto a lo que había pasado el día anterior. Le parecía siempre que, con él, algo que era esencialmente sencillo podía ser mucho más complicado. 

Enzo puso la pava eléctrica para calentar el agua y estaba tomando una taza de la alacena cuando sintió el movimiento detrás de él. Cuando miró por sobre su hombro, Julián estaba en el marco de la puerta, ligeramente apoyado contra él. Tenía los brazos cruzados, sosteniéndoselos por los codos como si estuviera abrazándose a sí mismo.

—Perdón —murmuró el castaño suavemente, sus ojos en algún punto fijo de la mesada, cerca de Enzo pero lo suficientemente lejos como para no mirarlo—. Todo lo que pasó ayer, yo… 

El menor dejó la taza apoyada en la mesada y se acercó a él. 

—¿Por qué me estás pidiendo perdón? 

Julián levantó un poco el rostro y sus ojos marrones encontraron los suyos. No era la mirada aburrida o molesta de siempre, no estaba la furia que había visto la última vez. Era esa mirada vulnerable, como si no supiera muy bien qué hacer o qué decir, esa que al morocho le recordaba a la de un ciervo de los dibujitos que miraba Olivia. Y Enzo quería escucharlo decir las cosas. Quería saber lo que pensaba. Después de lo que había pasado el día anterior, quería saber cómo se sentía porque creía que el enojo había sido con razón también. Aún si había terminado en un beso, del que tampoco sabía si Julián estaba arrepentido o no. 

—Por reaccionar así —murmuró, todavía con voz baja—. Por gritar, por pegarte, por… 

El castaño dejó la oración sin terminar. Enzo levantó apenas una de las comisuras de su boca. 

—A veces me merezco que me sacudan un poco —reconoció, mientras escuchaba el sonido de la pava al terminar—. Y no de la forma en que me gustaría. 

El morocho quería dejarle en claro que las cosas no tenían que ser tan serias, que Julián no necesitaba preocuparse por todo lo que hacía de forma tan extrema. Las cosas pasaban. Y no era como si Enzo estuviera tampoco enojado con él por lo que había hecho.

Las cejas de Julián se alzaron un poco pero después su mirada se suavizó. 

—Sos imposible… —farfulló el cordobés. 

—Quiero que sepas que no estás ni cerca de ser el primero que me lo dice.

El morocho preparó el té, mientras Julián se quedaba apoyado contra el marco, con los brazos cruzados sobre el pecho y las manos perdidas dentro de las mangas. Cuando lo veía así, Enzo sentía que era más chico que él, sentía que esa persona que era siempre en el trabajo no era más que un personaje, algo que usaba para defenderse del resto. 

Dándole la taza de té, que Julián recibió con un pequeño gracias, Enzo lo empujó suavemente por la cintura para llevarlo hasta el sillón. El castaño se sentó con su té, mientras el diseñador agarraba el paquete de la panadería con todas las cosas que había comprado y se sentaba junto a él, apoyando las cosas en la mesita frente a ellos. 

—No sé qué te gusta —comentó, mirando de reojo a Julián, que estaba con los pies con medias sobre el sillón y las rodillas contra el pecho, con la taza apoyada sobre ellas. Era una imagen tan distinta a la que Enzo estaba acostumbrado, rígida contra la silla de oficina, concentrado y tiepeando como un demente—. El chipá es espectacular.  

El castaño estiró un poco el cuello, bajando una pierna para apoyarla en el suelo, y tomó una de las bolsitas dentro de lo que Enzo había comprado. 

—Croios, hace un montón que no como… —dijo casi para sí mismo, dejando el té en la mesa para abrir la bolsa y sacando uno, todavía con la voz cansada. 

A Enzo se le escapó una risita por la nariz. 

—¿Cómo los llamaste? 

—Libritos, porteño insoportable —murmuró el castaño, dándole una mirada de lado. No tenía el efecto de fastidio de siempre, sino que parecía todavía cansada, mucho más vulnerable. 

Enzo alzó las cejas, todavía con esa sonrisa divertida en la cara, que se agrandó un poco ante el tono de voz del cordobés. 

—No soy porteño —le dijo el menor—. Soy de San Martín. 

Julián se encogió de hombros, todavía observándolo de reojo, con esa expresión ligeramente desafiante.

—Para nosotros son todos lo mismo.   

Enzo se mordió ligeramente el labio mientras el castaño se llevaba otro librito a la boca y luego otro. Ese era el Julián que le gustaba. Ese que asomaba cada tanto, que le devolvía las bromas, que tenía comentarios con ese deje malhumorado pero divertidos, que no se guardaba lo que quería decir alrededor de él. Ese Julián que no estaba todo el tiempo a la defensiva y no parecía atormentado por cosas que ya no tenían que hacerlo sentir mal. El mismo Julián que el día anterior le había cantado las cuarenta y lo había agarrado de la camisa para darle un beso; el que decía lo que pensaba, el que le hacía frente. Enzo sabía que estaba ahí y esa era la persona que era, incluso cuando el cordobés insistía en reprimirlo la mayor parte del tiempo, cuando eran contados con los dedos de la mano las veces en las que salía a la luz. 

Dios, Enzo quería volver a darle un beso. 

El castaño apoyó la taza vacía en la mesa y luego chequeó el reloj en su muñeca. 

—Me parece que ya me puedo tomar otro paracetamol —murmuró para sí mismo. 

—Dejá que te lo traigo —dijo el morocho rápidamente, apoyando una mano en su muslo para que no se moviera. 

Julián miró la mano en su pierna y luego lo observó. Casi de manera automática, se incorporó rápidamente. La velocidad del movimiento hizo que, cuando se levantó del sillón, perdiera un poco el equilibrio y se quedara en su lugar. 

El morocho se inclinó hacia adelante por inercia y lo tomó del brazo izquierdo, que era lo que tenía más cerca. 

—¿Estás bien? —preguntó Enzo, sosteniéndolo por la muñeca. 

—Sí, me mareé un poco nada más, estoy bien —murmuró, girándose para mirarlo. 

Enzo no lo soltó. Solamente tiró un poco de su muñeca, con cuidado, pero lo suficiente para que Julián se tambaleara en su dirección. El castaño apoyó una rodilla en el sillón, al costado del cuerpo de Enzo, y lo miró sorprendido. El diseñador lo observó a través del flequillo, sintiendo eso que le trepaba por el estómago cada vez que Julián lo miraba así, sorprendido, con los labios entreabiertos, con la respiración contenida como si no supiera bien qué hacer. Le daban esas ganas de abrazarlo, de decirle que estaba todo bien, pero se había sumado algo nuevo a ese conjunto de cosas que sentía. 

No podía dejar de pensar en el beso del día anterior. 

No podía dejar de verle la boca sin pensar en lo mucho que quería volver a besarlo. No siendo tomado por sorpresa; hacerlo bien, poder disfrutar de lo que estaba pasando. 

Enzo tiró de su brazo un poco más, hasta que Julián estuvo sobre él, apoyando la otra rodilla desprolijamente entre sus piernas abiertas y la mano libre en su pecho para sostenerse. El morocho usó su otra mano para tomarlo por la nuca con cuidado. El desarrollador todavía estaba apoyado sobre su rodilla, inclinado sobre él, y con una expresión ligeramente asustada ante la acción. El menor lo miró, arrimándose con lentitud, acercando su frente contra la suya. Le dio un momento para que se alejara, para que dijera que no, para que hiciera lo que quisiera ante algo que quizás había sido demasiado repentino. Rozó apenas su nariz con la del cordobés, casi sin tocarla, y se apartó un poco pero manteniéndose a una distancia corta. Era mucho más consciente de cómo le latía el corazón, de la forma en que la respiración se sentía más pesada o de las pequeñas cosas en la cara de Julián. Podía ver las pestañas largas del castaño, los labios un poco rojos y la forma en que sus ojos parecían siempre un poco desconcertados, como si no supiera muy bien qué estaba pasando entre los dos o cuáles eran las intenciones de Enzo. 

Julián siempre parecía asustado, como si estuviera dentro de un debate interno sobre algo más de lo que pasaba. Como si quisiera escaparse todo el tiempo. Enzo no lo entendía del todo, no sabía bien como lidiar con algo así, pero sabía que el castaño necesitaba control. Se lo había dicho, lo había notado con Joaquín y lo que fuera que había pasado ahí. Julián necesitaba tener la última palabra, dar el último paso, por algo que parecía ir mucho más allá de una personalidad complicada o un sentido innato de perfeccionismo. Enzo era medio bruto, quizás hasta medio tonto, pero se había dado cuenta de eso. Parecía casi evidente cada vez que estaba demasiado cerca. 

—¿Tengo que esperar a que me lo pidas o puedo hacer lo que quiera sin que te enojes? —susurró el menor con voz ronca, con la mandíbula apretada y los ojos fijos en él. 

Lo único que Julián hizo fue apoyar la otra mano en su cuello para atraerlo hacia él y sus labios se encontraron casi a mitad de camino.  

Fue un beso distinto al del día anterior, con los mismos niveles de ansiedad aunque sin la bronca de la pelea. Los movimientos no eran en sí lentos, sino más bien tortuosos, como si los dos estuvieran midiendo hasta dónde podían llegar. Enzo sentía el deseo subiéndole por el estómago, nublándole la cabeza, cuando Julián se acomodó mejor con la otra pierna del otro lado de su cintura y se presionó contra él. El morocho soltó su muñeca para llevar la mano a uno de sus muslos, para mantenerlo ahí, mientras su boca se movía despacio contra la de el mayor, demasiado lento para todo lo que quería hacer. Julián suspiró contra sus labios y el sonido lo hizo suspirar también, obligándolo a buscar más contacto entre los dos, del tipo que fuera. La otra mano fue a su otra pierna y subió por ella hasta alcanzar su cintura, apretándolo contra su cuerpo, atrayéndolo más contra él. 

Enzo hizo una ligera presión con su lengua, buscando profundizar el beso. Las manos de Julián bajaron por su pecho, mientras el castaño abría suavemente los labios, mientras lo dejaba explorar con una intensidad que Enzo estaba intentando controlar, aunque su cabeza ya no parecía responder muy bien. Las palmas de Julián se acomodaron en su abdomen mientras se presionaba más contra él, haciendo que a Enzo se le escapara un gemido bajo, casi un gruñido, cuando sintió su erección presionarse contra la suya. Volvió a sujetar la cara de Julián con una de sus manos, buscando angular un poco el rostro para poder besarlo con más profundidad, sintiendo cómo le ardía cada parte del cuerpo. No recordaba hacía cuánto un beso lo había hecho sentir así, con los roces a través de la ropa, como si no necesitara más que eso y fuera de nuevo un adolescente que estaba descubriendo las maravillas del contacto físico entre dos personas que se gustaban.  

Cuando una de sus manos presionó la mejilla roja del cordobés, se dio cuenta que él no era el único que estaba ardiendo. La piel de Julián estaba transpirada, caliente, y no solamente por lo que estaban haciendo. Subió la otra mano para apoyarla al otro lado de su cara, apretando un poco sus mejillas, mientras la intensidad del beso bajaba un poco hasta convertirse en pequeños tirones de labios entre suspiros. 

El castaño se separó un poco de él, con esos ojos perdidos que a Enzo ya comenzaban a resultarle familiares, como si no tuviera mucha idea de lo que estaba haciendo. Como si automáticamente estuviera arrepentido, asustado, incluso antes de poder pensar en lo que había pasado. 

—Juli —lo llamó, casi como un suspiro—. Estás re caliente. 

El desarrollador abrió más los ojos y Enzo apretó un poco los labios para no sonreír, ladeando la cabeza. A veces el morocho no podía dejar de sorprenderse entre ese contraste de la persona que Julián era en la oficina y la que comenzaba a asomar cuando estaban juntos, sin importar el tiempo que pasara, sin importar las veces que la viera. Todavía tenía la cara del castaño entre sus manos mientras se observaban en silencio. El cordobés tenía el pelo lleno de ondas todo despeinado, las mejillas coloradas, los labios hinchados y los ojos un poco entrecerrados incluso a pesar de la sorpresa. 

Era un desastre. 

Y era hermoso.

—La fiebre, Julián —aclaró, todavía su voz un poco ronca, un poco afectada, aunque sin poder evitar que sonara un poco divertida—. Tenés fiebre. 

El castaño se llevó las dos manos a la cara, apartando las de Enzo y dejándose caer al costado de él en el sillón. Volvió a subir una de las piernas, apoyando la rodilla contra su pecho casi como un escudo. Enzo estiró una de sus manos para sacarle el pelo de la frente, peinándoselo con los dedos hacia atrás. 

—Andá a acostarte, dale, que ahora te llevo yo el paracetamol —le dijo suavemente. 

El castaño se puso de pie despacio, sin mirarlo, y agarró su celular de la mesa. Luego se fue caminando con pasos lentos hacia su habitación, sin decir nada, sin contradecirlo.   

Enzo sonrió para sí mismo, soltando un suspiro profundo mientras se levantaba a servir un vaso con agua y agarrar el blister que estaba sobre la mesa. Se acomodó un poco, todavía con el corazón latiendo con fuerza dentro de su pecho y sin poder entender muy bien cómo podía sentirse así. 

Mientras agarraba las cosas, pensó que era probablemente la primera vez que Julián no ponía resistencia y le hacía caso sin chistar, sin caras ni peros. Quizás la única forma era cuando estaba volando de fiebre. O después de un beso. 

Parecía información valiosa para el Enzo del futuro. 

Tenía que tomar nota. 

Notes:

Todos: se viene el drama. Enzo con una bolsa de bizcochitos y al borde de una perimetral: ✨🤗✨

Gracias por los kudos y por todos los comentarios tan lindos del capítulo pasado, me pusieron muy contenta 😭
Me alegra que les haya gustado y que fuera un poco inesperado. Para mí fue inesperada la subtrama de Joaquín siendo hot en los comentarios así que estamos a mano 🙂‍↕️

Ojalá les haya gustado este también 🧡

Nos leemos pronto!
MrsVs.

Chapter 17: My immune system is too weak to fight off my smile muscles.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Julián había llegado a su casa el martes como quien volvía de la guerra. Nunca había estado tan feliz de poder cerrar la puerta detrás de él, de sacarse los zapatos y la ropa y meterse en la ducha. Cuando el agua caliente había caído sobre él, cuando se había concentrado solamente en la sensación del vapor, de las gotas golpeándole la espalda con fuerza, había sentido una momentánea paz. 

No había durado mucho, lamentablemente. 

Cuando se había metido en la cama, sintiéndose agotado, no había podido dejar de pensar en lo que había hecho. Se sentía un imbécil. Quería esconderse del mundo, pretender que ese día no había pasado. 

Pero no había podido dejar de pensar en ese beso. En cómo se había sentido. En las manos de Enzo en su cara, presionándolo contra la pared, con su cuerpo contra el suyo como si no importara nada más que eso. 

Con un suspiro profundo, se tapó con las frazadas hasta la nariz, deseando dejar de pensar. Le dolía la cabeza y necesitaba descansar, no seguir pensando en todo lo que había pasado como si fuera un disco rayado. 

Sin embargo, aquello no había funcionado. Ni un poco. Desde el vamos, se conocía lo suficiente para saber que iba a ser imposible dejar de pensar. Julián no había podido pegar un ojo en toda la noche y se había levantado el miércoles más cansado que el día anterior, muerto de frío y con todos los músculos adoloridos. Aunque no era algo frecuente, conocía su cuerpo como para saber que estaba enfermo. Parecía el desenlace evidente de todos esos días comiendo mal, durmiendo poco y preocupándose mucho, que habían culminado con la reunión y todo lo que había sucedido después. 

Parecía, además, la excusa perfecta para no tener que ver a Enzo hasta que pudiera acomodar un poco sus ideas. 

No te preocupes, Juli, nosotros nos encargamos de todo —le había puesto Cristian en el chat del equipo, con un brazo haciendo fuerza, después que Julián avisara que se sentía mal y que no iba a ir a la oficina. 

A la tarde te mando un mail con el status de todo —puso después Lautaro, que siempre tomaba la posta de líder cuando Julián no estaba—. Descansá.  

¡¡¡Que te mejores, Juli!!! —puso Oriana con muchas caritas lastimadas y otros íconos que el cordobés no estaba del todo seguro de cómo encajaban con el mensaje. Por las dudas, al no haber especificado Julián qué tenía, ella parecía haber cubierto todos los malestares: desde un emoji vomitando hasta otro de caca. 

Nahuel se limitó a mandar el meme de la pintura de la joven mujer en su lecho de muerte, con un mensaje que decía así nos lee, no lo jodan más.

Gracias. Voy a estar conectado igual —les dijo—. Cualquier cosa me escriben por acá. 

Además del chat del equipo, tenía un mensaje de Paulo. Julián lo leyó cuidadosamente, con una sensación amarga en la boca del estómago ante cada palabra, ante el significado y la intención que había detrás de él. 

Juli, en CoreOne sugirieron incorporar otro dev al proyecto para agilizar tiempos. Dijeron que ellos pueden encargarse, pero por ahí podemos sumar algún freelance de nuestro lado. Cuando estés en la oficina si querés lo charlamos bien. Que te mejores. 

El castaño había suspirado, volviendo a leer el mensaje con cuidado. Sabía que la idea no era de CoreOne, sino de Joaquín. No hacía falta que Paulo se lo dijera. Incluso la idea de sumar un desarrollador propio no era una sorpresa. Sabía lo que su ex estaba buscando con eso, un sentimiento que hizo que se le cerrara la garganta. Algo que ya había experimentado, un patrón que conocía muy bien. Joaquín no había cambiado en nada, incluso cuando quisiera haberle hecho creer que sí.

Julián pensó en lo que había dicho Enzo. Aunque el cordobés le había gritado, aunque le había dicho que no podía hacer las cosas como él, que no podía ser como él, sabía que el diseñador tenía razón. Algunas veces necesitaba aprender a decir que no, a hacer las cosas como creía él que estaban bien. Incluso si era de a poco. 

Tomando su celular, el desarrollador abrió el chat con Rodrigo. No iba a quedarse de brazos cruzados otra vez. No iba a dejar que las cosas fueran de nuevo de la forma que habían sido antes, de la forma en que Joaquín quería. 

Julián realmente no había dejado de trabajar ese día. Se había tomado un paracetamol y había intentado seguir con sus tareas, incluso cuando parecía que estaba en cámara lenta y por momentos sentía que se le cerraban los ojos. Después de hacerse un té, decidió abrigarse y sentarse un poco en la mesa. El paracetamol le había hecho un poco de efecto y no se sentía tan mal como a la mañana. 

Por lo menos hasta que Enzo le había dicho que iba para su casa. 

Julián había pensado que era una broma. Realmente no entendía cómo siempre encontraba la forma de meterse en sus cosas como si no le importara nada, como si fuera lo que estaba bien. Admiraba la tenacidad, aunque también lo inquietaba un poco. No quería que Enzo se metiera en su vida así. No quería acostumbrarse a tener alguien siempre ahí para ahí. Ya le había pasado y no había terminado bien. No quería tener que volver a acostumbrarse a no estar solo. 

Pero el diseñador siempre encontraba la manera de encontrar ese lugar, ese espacio chiquito que estaba para meterse por él, para hacer algo que a Julián lo ablandaba inevitablemente. Enzo lo descolocaba, quizás porque hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba así por él, que no lo hacía sentir así de cuidado. Y Julián no tenía las energías para pensarlo más de la cuenta, por lo menos no ese día. 

Cuando Enzo lo había besado de nuevo, Julián ya estaba como en un trance, totalmente entregado. No quería hacer más que corresponder. No quería hacer más que olvidarse de todas las razones por las que parecía una pésima idea. No le importaba. Le gustaba Enzo. Le gustaba estar así con él y le gustaba sentirse así. O quizás era la fiebre y que nada parecía tan grave, sino más bien como estar disfrutando de un sueño que eventualmente iba a terminar. 

El morocho había comentado después que tenía fiebre y Julián se había arrastrado hasta la cama, con frío y bastante mareado, sin poder llevarle la contra. Si la forma en la que se sentía era por la enfermedad o por lo que acababa de pasar, no tenía ni idea. Estaba bastante seguro de que podía terminar tirado en el piso en cualquier momento. Tenía las piernas flojas, el corazón todavía un poco alterado y el cuerpo en llamas. Quería que Enzo se fuera para estar tranquilo pero también le gustaba que estuviera ahí, quería que se quedara con él, que volviera a besarlo como lo había hecho hacía unos instantes. 

El castaño se había metido debajo de las frazadas, tirándolas hasta su cuello y apretándolas contra él con fuerza. Enzo había aparecido poco después, con un vaso de agua en la mano. Dios, se sentía mal. 

—Tomate esto, dale, después podés dormir si querés —le dijo, con un tono de voz bajo, que el dolor de cabeza que tenía Julián le agradeció.

El castaño tomó el vaso con cuidado, sintiendo que tenía escalofríos. Hacía demasiado frío. Hacía tiempo que no se sentía así, había pasado bastante tiempo desde la última vez que había estado enfermo. Le traía malos recuerdos. 

—Gracias —murmuró, dejando después el vaso en la mesa de luz y acomodándose otra vez contra las almohadas. 

—¿Necesitás algo más? —preguntó Enzo.

—Tengo frío —masculló el castaño, poco consciente de lo que decía, sin pensarlo demasiado. 

Se sentía bien, para variar, tener alguien le cumpliera los caprichos. 

Alguien que lo cuidara. 

—¿Tenés alguna otra frazada? 

El cordobés asintió, señalando el placard. El morocho se acercó, abrió varias puertas hasta que dio con una manta azul, que extendió sobre Julián. 

—¿Estás mejor? 

El cordobés asintió y Enzo se fue un momento de la habitación. El castaño quería hacer preguntas pero no tenía la energía. Se puso de costado, mirando a la puerta y hacia el lado de la cama vacío, acurrucándose bajo las sábanas y sintiendo que podía quedarse dormido. Enzo volvió con su computadora y se sentó en el espacio de la cama junto a él, donde había dormido la última vez.

—¿Vas a trabajar? —preguntó el castaño, con vos chiquita, dándole una mirada antes de cerrar los ojos. Ya ni sabía muy bien lo que decía—. ¿Puedo trabajar con vos? Tengo un montón de cosas para hacer… 

Escuchó la risa suave de Enzo ante lo ridículo del pedido. 

—Sos de mi equipo —le dijo, y sintió una de sus manos grandes en su pelo, acomodándolo con cuidado hacia atrás, dejando caricias ahí con sus dedos. No sabía si era el tono de voz, la tranquilidad en ella o la forma de tocarle el pelo, pero Julián sintió un ligero escalofrío—. Voy a trabajar en los errores que me dijiste, vos tenés que descansar. 

—No me digas lo que tengo que hacer —murmuró el castaño casi por inercia, medio ido, todavía con los ojos cerrados. Su voz no sonaba ni por asomo con la fuerza con la que hubiese deseado hacer esa afirmación. 

—¿Por qué no me dejás que te cuide un poco? —preguntó el morocho suavemente, con una delicadeza que parecía ajena a su voz siempre confiada y directa—. ¿Por qué te cuesta tanto, mhm? 

—No me… no me gusta que me digan lo que tengo que hacer —repitió en un hilo de voz, casi incoherente, sin pensar muy bien en las palabras que decía y lo que realmente quería decir. Sentía la cabeza nublada, una sensación parecida a la de estar borracho. Siempre en su cabeza aparecía Joaquín y Julián se odiaba un poco por pensar en él cuando nada tenía que hacer ahí—. Ya pasó antes y… no quiero que vuelva a pasar. 

—¿Vos sabés que yo no busco eso, no? —le dio despacio, acariciándole el pelo, y lo escuchó tomar aire, como si fuera a decir algo más aunque no lo hizo—. Nunca. Ni acá, ni en la oficina… No lo hago para controlarte —el morocho hizo una pausa, como si estuviera pensando en qué quería decir exactamente—. Quiero ayudarte, nada más.  

El castaño no dijo más nada, simplemente se quedó ahí, sintiendo que sus párpados eran cada vez más pesados, que cada vez era menos consciente de lo que pasaba alrededor, de lo rápido que trabajaba su cabeza. Nunca era una palabra muy fuerte. Julián no creía en el peso de algo tan inalterable, de las cosas que parecían de una forma pero tenían siempre la capacidad de transformarse en otra con tanta facilidad. 

—Dormí un rato, bonito, dale —dijo despacio el morocho, interrumpiendo con cuidado el silencio, con la voz ronca que empezaba a sonar como una canción de cuna—. Me quedo hasta que te baje un poco la fiebre. 

—Mhm —Julián no necesitaba que se lo dijera dos veces. Entre el cansancio, la fiebre y la mano de Enzo acariciándole el pelo con tanta paciencia, era demasiado difícil mantenerse despierto. 

Cuando Julián se despertó, no sabía ni dónde estaba. No estaba demasiado acostumbrado a dormir la siesta y siempre terminaba un poco abombado. Le dolía todo el cuerpo, todavía tenía frío y el otro lado de la cama estaba vacío, aunque la computadora de Enzo seguía ahí. En el ambiente había olor a comida, algo que hizo que se le hiciera agua la boca. Se levantó de la cama, un poco desorientado, llevándose la manta azul alrededor de los hombros como una capa. Caminó lentamente a través del living, hasta la cocina, desde donde había luz y ruido, desde donde estaba llegando el olor. 

Enzo estaba de espaldas a él y, por alguna razón, no tenía remera. Estaba solamente con el jean y tenía la prenda blanca que tenía puesta antes metida en el bolsillo de atrás del pantalón. Lo menos trascendental de la imagen era que estaba cocinando. El morocho se estaba moviendo por la cocina en cuero como si fuera su casa, como si Julián no tuviera suficiente con todo lo que había pasado, con ese tatuaje enorme que tenía en la espalda en todo su esplendor. ¿Estaría delirando? ¿Sería alguna fantasía inconclusa que se le estaba yendo a la cabeza por culpa de la temperatura alta? 

El cerebro de Julián se quedó como cuando se traba una letra del teclado, en un a sostenido que le había dejado la mente en blanco. 

—¿Qué hacés en cuero? —preguntó, con voz rasposa. 

Enzo se dio vuelta hasta quedar de costado, sorprendido aunque con una sonrisa chiquita. La curva de los abdominales con la V marcada, la cintura del pantalón donde Julián sabía que se escondía ese tatuaje, bajo el elástico del boxer, la cadena de plata sobre la piel morena. Julián estaba seguro que el calor poco tenía que ver con la fiebre o con las hornallas prendidas. La vida era injusta. Nadie podía verse así mientras hacía un poco de comida. En especial mientras él se sentía como un trapo de piso.  

Escuchó la risita suave de Enzo cuando buscó sus ojos, después de quedarse mirando su abdomen quizás más tiempo del políticamente correcto. El morocho sabía perfectamente lo que hacía y lo que provocaba. Tenía que ser muy tonto para no saberlo y Julián sabía muy bien que no lo era. 

—No me quería manchar la remera blanca —explicó con sencillez—. ¿Querés un poco de sopa? Te va a hacer bien. 

Julián asintió sin decir nada. No hubiese podido hacer otra cosa incluso si le ofrecía ir a correr una media maratón. La naturalidad con la que Enzo se tomaba todo a veces lo descolocaba un poco, al punto de dejarlo sin argumentos. 

—¿Cómo te sentís? —preguntó el morocho mientras se acercaba a la olla. 

El castaño se encogió de hombros, aferrándose a la manta. 

—Bien —murmuró, aunque no había sonado demasiado convincente. 

Enzo sirvió un poco de sopa y le hizo un gesto para que fuera a la mesa. Julián estaba confundido con toda la situación, pero aún así se sentó frente al plato. Probó la comida con cuidado y le sorprendió lo buena que estaba. Parecía injusto que el morocho fuera el tipo de persona carismática, buena en su trabajo, con esa espalda, esos abdominales y que encima supiera cocinar. 

No lo dijo en voz alta. Le quedaba algún filtro, incluso a pesar de la fiebre y el cansancio. Y Enzo por lo menos ya se había puesto la remera de nuevo. 

El morocho se sentó junto a él, con una taza que tenía sopa también, dándole un par de sorbos ausentes mientras veía como el castaño tomaba la suya. Tenía una pequeña sonrisa sobre la boca, apenas visible. Julián se sintió un poco incómodo mientras tomaba pequeñas porciones con la cuchara, soplando antes de llevársela a la boca, con la manta todavía alrededor de sus hombros como si fuera un nene. 

—¿Qué hora es? —preguntó con suavidad el mayor. 

—Diez y cuarto —dijo el morocho, chequeando su teléfono. 

Los dos terminaron la comida en silencio. La sopa le había hecho bien, Julián lo había sentido como algo calentito en su interior, una comida casera que rara vez había en su casa. La mano de Enzo se apoyó en su frente y el castaño cerró los ojos. Tenía la palma fría, lo que generaba un contraste agradable con su piel caliente. 

—Por ahí te conviene darte una ducha fría… —murmuró el menor. 

Julián asintió casi de forma automática. Pensaba que era una buena idea. Independientemente de la fiebre. 

—¿Querés un té? 

El castaño negó. 

—No, me voy a duchar y a acostar de nuevo —musitó, poniéndose de pie despacio. Todavía estaba un poco mareado y le dolía todo el cuerpo—. Gracias.  

Julián arrastró los pies por el living y luego se giró a mirar a Enzo, que se había ido con los platos. El morocho había llevado la vajilla a la cocina y volvió para mirarlo, apoyándose ligeramente contra la silla. Se quedaron en silencio un momento. Los ojos del mayor se quedaron fijos en el reloj, pensando que ya era tarde y que probablemente Enzo tenía que volver a su casa, aunque realmente no sabía si quería que se fuera.  

—¿Querés que me vaya? —preguntó Enzo suavemente, como sabiendo exactamente en qué estaba pensando. 

—No… —murmuró el castaño, quizás demasiado rápido, quizás con demasiada honestidad para la que acostumbraba tener. 

Hubo otro silencio corto, en el que Enzo dio un par de pasos hacia él. No estaba lejos pero tampoco estaba demasiado cerca. Parecía una escena que ya habían repetido varias veces, incluso si las condiciones habían sido otras. 

—¿Querés que me quede a pasar la noche con vos? —preguntó con el mismo tono de voz. 

Los ojos de Julián viajaron a los suyos ante la forma de formular la pregunta. Tenía en la cara esa mueca que no era en sí una sonrisa, pero tampoco una expresión seria. Tenía una forma de sonreír con los ojos, como si se le iluminaran un poco, como si siempre hubiese alguna broma detrás de ellos. El castaño no estaba seguro de en qué momento había empezado a reconocer esas pequeñas cosas, pero sabía que el morocho había dicho eso a propósito, que estaba jugando un poco con él. A esa altura, sabía perfectamente que Julián no era indiferente. No había que ser demasiado sagaz para darse cuenta.  

El desarrollador fue hasta su habitación, con Enzo siguiéndole los pasos, con algo que parecía estar volviéndose una costumbre. Revisó uno de sus cajones y le dio al morocho un pantalón de algodón y una remera. Aquella fue su respuesta, que Enzo aceptó sin decir nada. Julián se metió en el baño, muerto de frío y poco entusiasmado ante la perspectiva de una ducha helada. 

Cuando volvió a su habitación, Enzo estaba acostado en la cama con su pantalón y su remera, que le quedaban un poco chicos en comparación a la ropa que usaba siempre. El morocho lo miró y apoyó su celular en la mesa de luz, acomodándose para dormir. El castaño fue hasta su lugar en la cama y se acostó, con el velador de la mesa de luz de su lado siendo lo único que estaba iluminando el cuarto. Julián se metió en la cama, con frío y con el pelo ligeramente húmedo. Estaba un poco abombado, confundido por lo que estaba haciendo, con la presencia del diseñador como algo que empezaba a sentirse peligrosamente familiar. Le dio la espalda a Enzo y lo sintió meterse debajo de las sábanas también. Apagó la luz en silencio, queriendo decir algo pero sin saber muy bien qué podía decir en una situación así. 

—¿Te sentís bien? —preguntó el morocho en voz baja y Julián sintió la mano del menor frotando con cuidado su brazo. 

—Sí, perdón —murmuró el castaño, sintiendo un escalofrío—. Tenía frío nada más —le dijo, girando un poco el rostro para mirarlo apenas por sobre su hombro, aún sin poder ver demasiado en la oscuridad. 

Hubo un pequeño silencio entre los dos, mientras el castaño volvía a acomodarse de espaldas a él. A Julián le agarró otro escalofrío, que le sacudió un poco el cuerpo. Incluso a pesar de las mantas, seguía sintiendo un poco de frío.

—¿Te puedo abrazar? —preguntó el morocho suavemente.

Julián sintió otro estremecimiento, que ya no parecía relacionado a la fiebre. Sintió la anticipación como algo que podía tocar, como si fuera algo cálido que le recorría el cuerpo cuando escuchaba la voz de Enzo. Sintió un poco de vergüenza, porque todavía no se acostumbraba a que el morocho fuera tan directo con él, a que preguntara las cosas así. Pero le gustaba que no lo tomara por sorpresa, que fuera siempre aquella su forma de hacer las cosas. 

—Sí… —respondió, en un susurro apenas audible. 

Sintió a Enzo moverse en la cama detrás de él. Una de las manos del diseñador levantó un poco las sábanas alrededor de su cintura y Julián sintió la palma firme contra su estómago, haciendo un poco de presión para acercarlo a él. El pecho del menor se acomodó contra su espalda, y Julián no pudo evitar recordar la última vez que se habían despertado juntos. Lo mucho que había deseado seguir así, el contacto entre los dos, sentir a Enzo contra él. 

No sabía si era una buena idea que estuviera tan cerca, aunque definitivamente estaba entrando un poco en calor. 

—Estás calentito —dijo el menor en un susurro contra su nuca, que le aceleró un poco el corazón—. Me sale más barato que ir a casa y prender la estufa. 

Julián sonrió apenas con los labios apretados. No tenía ni siquiera la energía para mantenerse serio ante las cosas que Enzo decía siempre. Esa barrera a la que estaba tan acostumbrado… En la oscuridad de la habitación, cubierto por las frazadas y con el brazo de Enzo alrededor de él, no tenía fuerzas para levantarla. 

—Te voy a contagiar —murmuró el castaño, casi de forma incoherente, sabiendo que no tenía mucho sentido decirle eso después de lo que había pasado en el sillón. 

—Tranquilo, que tengo buenas defensas —respondió el diseñador, sin moverse de donde estaba—. En la escuela siempre los enfermaba yo a los otros, era el terror de todas las madres.  

—¿Estás seguro que era por las enfermedades eso nada más? —replicó en un murmullo cansado, que solamente se ganó una risa en respuesta, el resoplido chocando contra su piel como una corriente eléctrica. 

—¿Me estás diciendo que soy una mala influencia? —preguntó el morocho, con la sonrisa clara en su voz.

—Vos sabrás. 

Enzo soltó otra risa suave, mientras lo atraía un poco más contra él. Julián suspiró, sintiendo un cosquilleo en el cuerpo que nada tenía que ver con las defensas bajas. Y quizás iba a usar la fiebre como excusa, pero el castaño decidió que ese día no importaba. No sabía qué estaban haciendo, si estaba bien o mal, pero tampoco quería cuestionarlo. Sabiendo cómo funcionaba su cabeza, sabía que ya iba a haber tiempo para eso. 

Julián se moría de ganas de que Enzo lo tocara más, de que se acercara más. Estando los dos así, era lo único en lo que su cabeza le permitía pensar. 

El castaño se presionó un poco contra él. La reacción de Enzo fue automática: su cuerpo se acercó un poco más, apretándolo un poco más con su brazo y su nariz golpeó suavemente la parte de atrás de la oreja de Julián. Sintió el suspiro profundo de Enzo ahí, que no hizo más que generarle otro estremecimiento, tensando todos los músculos ante lo que provocaba algo tan simple. Apoyó su mano sobre la de Enzo, haciendo presión, aferrándose a ella. 

El morocho dejó un beso delicado en su cuello que era más bien un roce, abriendo apenas la boca y sin usar sus dientes ni marcar la piel, que a Julián lo hizo estremecer. Después otro y luego otro más, con aquella inusual sutileza, hasta llegar al cuello de su remera. En los movimientos había una inseguridad que no parecía del todo típica de él. El castaño apretó la mano de Enzo, buscando más contacto contra su cuerpo. Ya no hacía tanto frío. Julián ya no sentía nada más. 

—Enzo… —murmuró el castaño, con un hilo de una voz que casi no parecía suya. 

—¿Qué querés, Juli? —respondió el menor en un susurro profundo contra su piel, con esa voz suave que usaba siempre que le preguntaba algo como si fuera una mera sugerencia. No había imposición, era siempre un deseo sincero de saber qué quería—. Me tenés que decir lo que querés. 

Julián cerró los ojos, con los labios del morocho todavía sobre su piel, sin poder pensar con mucha claridad. Había un montón de cosas en su cabeza que decían que eso estaba mal pero, en ese momento, no podía aferrarse a ninguna. 

—Quiero que me des un beso —musitó el castaño, casi en un suspiro, lo primero que le vino a la mente. Sabía que no era ni por asomo lo único que quería. Y estaba bastante seguro que Enzo ya lo sabía antes de que se lo dijera. 

El morocho ni siquiera le dio tiempo a sentir vergüenza de sus palabras. Con la mano que tenía libre, el morocho lo sujetó por la barbilla con tres dedos, con un poco de fuerza, y lo obligó a girar un poco el rostro. Inclinándose sobre él, antes que pudiera decir nada, cubrió sus labios con los suyos. Enzo ni siquiera tuvo que presionar para que Julián abriera la boca, para que sus lenguas se encontraran. Se sentía intoxicado, como si no supiera muy bien qué estaba pasando y, al mismo tiempo, pudiera sentir cada detalle. Apretó la palma de su mano que todavía estaba sobre la de Enzo, que había levantado un poco su remera para acariciar su abdomen. La boca del morocho siguió moviéndose con hambre sobre la suya, con su cuerpo ligeramente sobre el de él. Pudo sentir la presión de Enzo sobre su cadera y su propia excitación volviéndolo loco. Estaba bastante seguro que quería enfermarse más seguido si la fiebre se iba a sentir así con él. 

Julián giró un poco sobre su espalda, apoyándola un poco sobre la cama, para tener mejor acceso a Enzo, con su brazo libre agarrándolo por el cuello. El beso era bastante desprolijo y Julián sentía que le faltaba un poco el aire, que estaba incluso mareado, que estaba empezando a ver manchas detrás de los ojos cerrados. Si se desmayaba en ese momento, no parecía algo crítico mientras Enzo siguiera ahí. La mano del morocho había subido por su pecho, acompañada por su propia mano, la piel fría contrastando con la suya que estaba ardiendo. Enzo rozó suavemente uno de sus pezones y Julián soltó un gemido contra su boca. 

Enzo se separó un poco de él aunque no demasiado, con su frente apoyada contra su mejilla y su mano bajando por las costillas de Julián hasta su cintura. Los dos estaban todavía pegados, moviéndose al ritmo de las respiraciones agitadas. El castaño se mantuvo con los ojos cerrados, sin poder pensar mucho más que en el contacto físico entre los dos. 

—Dios, quiero hacer tantas cosas con vos —le dijo en ese tono ronco que hacía que el castaño quisiera darle cualquier cosa que le pidiera. 

—Y hacelas —murmuró el mayor en un suspiro, casi sin reconocerse. Era su sistema inmunológico, que estaba alterando todo lo demás, incluso su capacidad para pensar en algo antes de decirlo. Era la única explicación lógica que Julián aceptaba para que le estuviera casi suplicando que siguiera, para que estuviera prácticamente rogándole a Enzo que lo besara, que lo tocara un poco más. 

El morocho soltó una risa suave contra su cuello, que era más un suspiro pesado que una expresión de humor, dejando un beso ahí, todavía presionado contra él. Respiró un par de veces contra su cuello, respiraciones cortas y contenidas, como si estuviera intentando recuperar la compostura. A diferencia del día anterior, era todo muy real, porque los dos estaban muy conscientes. Que Julián fingiera demencia gracias a la fiebre era otro tema.  

—Me volvés loco cuando sos así —murmuró Enzo, dejando una caricia al costado de su abdomen y otro beso chiquito en su cuello. La combinación entre las palabras y las acciones le aceleró el corazón un poco más, al punto que ya no parecía algo saludable—. Pero no me voy a aprovechar de vos cuando estás enfermo —agregó, sin dejar de mover su mano.

En aquellas palabras, el cordobés encontró una promesa de algo más que no lo ayudó en nada a calmarse. 

—Menos mal —musitó Julián. 

El castaño abrió los ojos para mirar a Enzo, que volvió a reírse, ese ruido al que el castaño ya había comenzado a acostumbrarse, quizás demasiado rápido. Los ojos oscuros del morocho se quedaron sobre los suyos, todavía con esa sonrisa en los labios y la respiración un poco agitada. Incluso en la penumbra, parecía poder ver cada detalle de su cara. 

—Sos muy lindo, ¿sabés? —dijo Enzo, todavía divertido, y Julián pensó que quizás él estaba pensando lo mismo, aunque con un tono mucho más serio dentro de su cabeza. No quería darle demasiada importancia a lo que el morocho decía con aquel tono alegre, como si no fuera más que una broma. No quería darle demasiada importancia a lo que estaba pasando, porque sabía que era muy complejo para la capacidad que su cabeza tenía en ese momento. Por lo menos para él, que jamás había sabido tomarse las cosas como se las tomaba Enzo. 

Julián volvió a acomodarse sobre un costado y el diseñador volvió a pegarse a él por detrás, aunque manteniendo cierta distancia de la cintura para abajo. Parecía algo preventivo, con lo que no se sentía muy de acuerdo pero sobre lo que no le daba la cara para protestar. 

—Dormí un poco, dale —le dijo suavemente el menor—. Tenés que descansar. 

El castaño cerró los ojos, todavía un poco alterado pero demasiado cansado también. No quería dormirse pero sabía que Enzo tenía razón. Increíblemente el morocho estaba siendo el más sensato entre los dos en una situación así, y Julián se odiaba un poco por eso. 

—No necesito que me cuides todo el tiempo —murmuró el desarrollador, sintiéndose un poco infantil, como si fuera un capricho. 

—Ya sé —respondió Enzo de igual manera—. Lo hago porque quiero, no porque vos lo necesites —dijo después—. Es lindo que te cuiden cuando te sentís mal —le explicó despacio, sin apuros, como si tuviera toda la paciencia del mundo—. Y ya te lo dije antes, no está mal pedir ayuda a veces, o aceptarla cuando alguien te la da… —continuó, manteniendo ese tono lento, tranquilo—. ¿Podés hacer eso conmigo?  

El castaño no respondió, sólo suspiró profundamente, evitando una conversación que no deseaba tener. No me quiero acostumbrar, pensó. No quería pensar en Enzo como esa persona que estaba ahí, que lo ayudaba, que lo cuidaba y lo respetaba a pesar de todo. Que lo aceptaba como era. Julián no quería volver a depender de alguien así, a tener alguien que pudiera volver a romperlo después de haber juntado todos los pedacitos con tanto cuidado. 

¿Podés hacer eso conmigo?

No sabía si podía. 

Ante el silencio, sintió que el brazo de Enzo se aferraba más a él, como si quisiera recordarle que estaba ahí. Y Julián quería alejarse, quería poner un freno porque era lo lógico. 

Pero no era esa la noche para pensar en eso. No tenía la energía para hacerlo. 

Aquella noche, entre la fiebre y el cansancio, Julián aceptó el calor del brazo de Enzo alrededor de su cuerpo, la forma en que se amoldaban el uno al otro mientras sentía la respiración cálida contra su cuello y el movimiento de su pecho contra él. Se sentía bien tener a alguien que lo cuidara y el cordobés, esa noche, no quería nada más que eso.  

Entre sueños, en esa forma particular que tiene de funcionar la cabeza, a Julián le llegó un recuerdo de la última vez que había tenido fiebre. Había pasado más de un año, estaba bastante seguro porque Joaquín todavía estaba con él y las cosas entre ellos estaban bien. Se acordaba como su ex lo había cuidado en su casa, como habían dormido en la cama incluso cuando Julián había insistido en dormir separados para no contagiarse. Recordaba siempre lo bueno que había sido Joaquín con él, cómo lo había cuidado, aún cuando las cosas entre las dos puertas para afuera se habían vuelto muy distintas. El mayor nunca estaba mucho con él en público, ni hablar de la oficina, pero dentro de casa siempre lo había cuidado de una forma casi devota, con un cariño que Julián había perdido cuando se había ido de su casa, cuando las cosas con su familia se habían roto casi por completo. 

Joaquín siempre estaba ahí en el fondo de su cabeza, incluso cuando Julián sabía que no quedaba nada más entre los dos. Había sido una parte tan grande de su vida, de todos los recuerdos de su tiempo en Buenos Aires y de los años más importantes de su juventud, que la presencia siempre estaba ahí. Entre todo lo malo, las cosas buenas, las cosas lindas, también eran todavía una herida abierta. Especialmente porque, después de él, el cordobés se había encontrado solo. No tenía a nadie más con él. No solamente un compañero de vida, sino también una persona que estuviera cuando Julián tenía un problema, cuando se sentía solo, cuando ya no tenía la energía para hacer todo por su cuenta. Alguien que lo cuidara un poco, incluso cuando él había sido bastante autosuficiente gran parte de su vida. Alguien para compartir las cosas, buenas y malas, cuando tenía algo para contar. Alguien para querer.  

Los recuerdos con Joaquín dolían porque había una añoranza traicionera en lo que Julián sentía sobre él. Atrás de la persona horrible que había resultado ser, había estado también alguien que le había dejado recuerdos, formas de actuar, gustos y costumbres. Cuando se habían separado, el cordobés se había quedado con las mañas, con eso que uno espera cuando tiene alguien con quien compartirlo pero ya no está más ahí. Era como una parte de la vida de Julián que alguien había demolido, como un puente que nadie se había molestado en volver a construir. Cuando llegaba al final del camino, se encontraba siempre en ese lugar intermedio entre volver para atrás con resignación o seguir caminando y caerse al vacío. 

Y Enzo había aparecido ahí de la nada, cuando Julián estaba acostumbrado siempre a pegar la vuelta solo, y no tenía ni idea de cómo actuar. 

Por supuesto, cuando el desarrollador se despertó, los recuerdos del día anterior lo dejaron paralizado por un momento. Los sueños mezclados con el presente parecían una mala combinación. Tenía el brazo de Enzo todavía alrededor de su cintura, aunque el morocho estaba durmiendo boca abajo y no pegado a él. Julián suspiró, sin poder creer todavía las cosas que habían dicho, que habían hecho. Lo que había pasado y lo que podría haber pasado entre ambos después de que Julián quisiera resistirse tanto a sentir algo así. Cómo el perfume de Enzo alrededor de él ya parecía algo tan familiar, al punto que se había vuelto agradable despertarse envuelto en él. 

Con cuidado, el programador se escapó del agarre de su acompañante. Tenía calor y estaba bastante transpirado, lo que era un signo evidente de que ya le había bajado la fiebre, pero todavía le dolía un poco la cabeza. Estaba cansado, confundido y un poco desorientado en su propia casa. 

El castaño fue hasta la cocina, llenó la pava de agua y la puso a calentar casi por inercia. Agarró una taza y puso un saquito de té adentro. Se quedó mirando a la nada, con el ruido de la pava de fondo, todavía sin poder procesar el día anterior. Todavía pensando que quizás se había golpeado la cabeza durante el mareo que le había dado la fiebre y no había hecho ni dicho nada. 

Lo peor de todo era que estaba bastante seguro que si Enzo no hubiese frenado las cosas, Julián lo hubiese dejado seguir sin problemas. Le hubiese gustado que lo hiciera. 

El pensamiento hizo que casi se le cayera la taza al suelo mientras la pava hacía el pitido indicando que el agua ya estaba lista. El castaño suspiró profundamente, poniendo un poco de agua en la taza. Sacó la miel, le puso una cucharada y mezcló un poco, todavía como en piloto automático, sin ser del todo consciente de lo que hacía. 

Se quedó mirando el contenedor de cerámica como si tuviera las respuestas del universo, como si pudiera sacarle ese malestar que tenía en el pecho. 

¿Para qué quería miel si no le dolía la garganta? 

Antes que pudiera hacer algo más, sintió un brazo alrededor de su cuello en un abrazo por detrás. El corazón le dio un salto involuntario. Bajó la cabeza y sus ojos se quedaron en el brazo tatuado de Enzo, que estaba con el cuerpo pegado a su espalda y lo tenía sujeto por el pecho, con la mano apoyada en su hombro e inclinado sobre él. La calidez por sí sola era algo que lo intoxicaba, que le dolía un poco cada vez que se resistía. 

—¿Podés quedarte en la cama, por favor? —le dijo el morocho en el oído, con voz tranquila, con esa voz ronca que tenía cuando recién se despertaba que no estaba ayudando en nada con la situación que Julián tenía dentro de su cabeza—. Te lo estoy pidiendo bien, no me hagas que te lleve a upa —agregó después, y el cordobés podía escuchar la sonrisa porfiada incluso sin mirarlo. 

—Estoy bien —murmuró Julián, escapando del agarre hacia un costado.

El castaño agarró la taza y giró, apoyándose contra la mesada. La mano de Enzo bajó por sus hombros hasta su brazo, quedándose ahí. Julián se puso a jugar con el papelito de la bolsa de té, como si fuera un nene. 

—Necesitás descansar —insistió Enzo. 

—Me estaba haciendo un té, nada más —le dijo—. Ya estoy bien —agregó, aunque aquella última parte era debatible. 

Un día quedate en la cama sin hacer nada, ¿si? —le dijo el diseñador con suavidad—. Uno solo. El trabajo, tu escritorio y todos los quilombos van a seguir donde están.  

Julián suspiró, todavía sin mirarlo. La perspectiva de quedarse otro día en su casa, calentito, sin tener que lidiar con lo que había pasado el día anterior entre los dos, sin tener que verle la cara a Joaquín, sin tener que preocuparse por nada, era tentadora. Buscar tiempo para sobrepensar todo era una de las cosas que Julián mejor hacía y tener un día libre para eso parecía inmejorable. 

—¿Si pasa algo me escribís? 

—Si se prende fuego la oficina, al primero que le mando mensaje es a vos —le dijo el menor. 

Julián puso los ojos en blanco, finalmente levantando los ojos para mirarlo. Enzo seguía teniendo la misma expresión de siempre, con esa sonrisa tranquila, como si el caos en la mente del castaño fuera todo producto de su imaginación. Y Julián volvía a sentirse un poco receloso, porque no le gustaban los paralelismos con cosas que ya conocía. El morocho siempre estaba relajado, como si las cosas fueran tan simples para él, como si no pasaran demasiado tiempo en su cabeza, como si pudiera olvidarlas pronto.

—Si hay algo pendiente, algo del proyecto…

—Si te veo conectado, voy a soporte para que te bajen la cuenta —lo cortó el diseñador, sonriendo ante su propia broma. 

—Enzo, te estoy hablando en serio —dijo, firme. 

El morocho suspiró y la sonrisa de su rostro desapareció. Seguía teniendo una expresión tranquila pero ya no había ningún signo de broma en ellos.  

—Para la reunión con CoreOne estoy bien, tampoco hay mucho que decir después del martes, podemos presentar avances el lunes —le dijo—. Pau quiere discutir un par de temas del proyecto y de la infra con Nicolás, y vos podés seguir trabajando después —agregó—. Quedate tranquilo y descansá, que yo después te pongo al día, ¿sí?  

Julián simplemente suspiró y asintió con un pequeño movimiento de cabeza. Aunque no lo iba a admitir, se sentía bien poder quedarse en casa y que alguien enfrentara los problemas por él. Pero tampoco le gustaba sentirse así.

El morocho volvió a sonreír y sacó el teléfono de su bolsillo.

—Le voy a meter porque se hizo re tarde.  

Antes que Julián pudiera decir algo, Enzo volvió al living. El desarrollador se quedó en la cocina, tomando el té ausentemente hasta que el morocho volvió, ya cambiado y con la mochila sobre su hombro. Hubo un silencio pequeño entre los dos, quizás ligeramente incómodo, quizás exagerado por la mente de Julián, que seguía a mil por hora. No sabía cómo se sentía Enzo con todo eso. 

Los dos caminaron hasta la puerta del departamento en silencio. 

—¿Querés que venga después de la oficina hoy? —inquirió el morocho. 

El mayor negó suavemente con la cabeza. 

—Estoy bien, Enzo —dijo en voz baja, sus palabras un poco vacilantes al buscar qué decir—. De verdad, gracias por quedarte ayer, pero… no hace falta. Estoy bien.

El castaño sabía que quizás estaba siendo muy hipócrita, incluso un poco cruel. Quería morderse la lengua. Había sido él quien le había pedido a Enzo que se quedara la noche anterior, quien había estado totalmente dispuesto a que algo pasara entre los dos, pero no quería repetirlo. No quería que Enzo creyera que lo que había pasado era la regla. No quería que el diseñador pensara que Julián necesitaba que estuviera ahí para él todo el tiempo. 

Pero, especialmente, no quería acostumbrarse a tenerlo alrededor y depender de él.

Enzo estiró uno de sus brazos y le pasó una mano por el pelo, peinándolo un poco con los dedos. El gesto se sintió demasiado íntimo otra vez, como siempre que el morocho le tocaba el pelo con esa delicadeza. Julián por inercia dio un paso hacia atrás. Lo que había pasado entre los dos, todavía no lo entendía muy bien. Sabía que algo había cambiado inevitablemente, pero no quería que el diseñador creyera que las cosas entre ellos iban a cambiar también, que iban a ser como habían sido durante las últimas horas. 

El morocho dejó caer la mano con un pequeño suspiro. Aunque Julián no dijo nada, pareció entenderlo. Los dos se observaron un momento y el castaño supo perfectamente que el mensaje era claro. Lo que había pasado el día anterior no cambiaba nada. 

—Seguí tomando paracetamol y no estés sin comer, ¿mhm? —dijo Enzo, despacio—. Todavía hay sopa en la heladera y quedaron cosas de la panadería. 

Julián asintió.

—Gracias. 

El morocho sonrió apenas. 

—No pasa nada —le dijo—. Hablamos después. 

El diseñador cerró la puerta detrás de él y Julián dejó escapar un suspiro mientras se apoyaba contra la pared de la entrada. Llevando la taza hasta el living, se sentó en la mesa y mandó un par de mensajes desde su computadora para avisar que no iba a ir a la oficina. Todavía seguía de aquel humor, como si su cuerpo estuviera haciendo todo de manera mecánica. 

Después de chequear algunos chats y algunos mails, Julián fue al baño, donde Enzo había dejado prolijamente doblada la ropa que había usado sobre la tapa del inodoro. El castaño se lavó los dientes y se pegó una ducha innecesariamente larga, tratando de mantener la mente en blanco.

Una vez que se secó y se puso ropa limpia, Julián volvió a la habitación. Después de abrir un poco la ventana para ventilar, volvió a meterse bajo las sábanas, sintiendo todavía el perfume de Enzo en ellas. Quizás iba a ser una buena idea cambiarlas, pero lo iba a hacer más tarde. No tenía energías para eso y había algo reconfortante en el perfume, en la forma en que parecía relajarlo alrededor de él. 

¿En qué momento había pasado eso? Julián no tenía ni idea. 

El castaño suspiró profundamente, chequeando su teléfono. 

Tenía un mensaje de Santiago, confirmando que al día siguiente podía ir a la oficina. El otro era de Enzo.

Terminamos la reunión con CoreOne. No hubo heridos. 

Con la frase, había adjunto un dibujo de una caricatura, de esas que el morocho hacía siempre, de Enzo con un arma. Del otro lado de la hoja estaba el que claramente era Joaquín y dos personas más… ¿Era Hitler ese? Paulo lo tenía agarrado a Enzo de un lado, con cara de enojado, y atrás del PM de CoreOne estaba escondido también Alexis con cara de miedo. Julián apretó los labios y, aún así, no pudo evitar la sonrisa que se extendió por su cara. Se preguntó de dónde sacaba el tiempo para dibujar o si realmente era tan bueno que podía hacer esas pequeñas ilustraciones en tan poco tiempo. 

Julián envidiaba la simpleza para todo que tenía Enzo, esa cosa casi infantil que dejaba ver cuando parecía que todo era complicado y retorcido dentro de su cabeza. A veces, solamente a veces, hubiese deseado poder tomarse todo como lo hacía él. 

Le iba a escribir algo más pero se detuvo. 

El castaño apoyó el teléfono en la cama, pensando en la facilidad con la que estaba dejando a Enzo entrar en su vida. Más allá de la atracción física, que era innegable, pensaba en cómo tan inesperadamente se encontraba deseando que estuviera con él, pensando en las cosas que había dicho, en cómo lo había besado, en cómo se había quedado con él cuando no se sentía bien, cuando había estado con mucho trabajo, nervioso por el proyecto o con fiebre.

Suspiró profundamente, tratando de mantenerse tranquilo.

Julián no recordaba ese sentimiento, algo así de puro, y le daba un poco de miedo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había sentido algo parecido. Esa sensación de pensar en alguien, de buscar a alguien y de depender de él, de querer depender de él. No quería volver a sentirse así, porque sabía que eso nunca terminaba bien.

Había sido demasiado difícil volver a donde estaba como para tirarlo todo a la basura por algo que no iba a ser. 

Notes:

Acá hay un principio de lo que es la historia de Juli, que sigue en los próximos capítulos (y que tengo muchas ganas de publicar ya). El rating también les juro que está ahí por una razón. Esto no iba a ser tan largo, pero el capítulo 36 ya tiene título. Nobody participated in the prayer circle.

Mil gracias de verdad por los kudos y a quienes se toman el tiempo de comentar y compartir la historia, siempre me pone contenta leerlos. Espero que les haya gustado 🧡

Nos leemos pronto!
MrsVs.

Chapter 18: I’m like a bad penny —I keep coming back, whether you want me to or not.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Enzo se tomó un taxi hasta su casa porque se le había hecho demasiado tarde. Se pegó una ducha rapidísima, se puso un conjunto de ropa limpia y volvió a salir de la casa a los pocos minutos de haber entrado. Hizo las cuadras que lo separaban de la oficina tan rápido, que cuando llegó a su escritorio, soltó un suspiro profundo que parecía haber estado conteniendo desde que había salido del departamento de Julián, con la campera ya en la mano. Se estiró en su silla, echando el cuello hacia atrás. Estaba un poco contracturado. 

—Con esa cara, siento que si te pido algo me vas a pegar una trompada —comentó Giuliano a modo de saludo, inusualmente temprano en la oficina, sentándose en la silla de Lisandro. 

Enzo se rio un poco, girando la cabeza en su dirección. Licha no estaba; si no recordaba mal el calendario de esa semana, tenía una reunión. Emilia los estaba ignorando a menos que alguien se dirigiera directamente a ella, como era lo normal.  

—Ni las energías para eso tengo, Giu —respondió, manteniendo el buen humor—. ¿Qué pasó? 

—Los brazucas aprobaron los cambios —le dijo y Enzo supo que se refería al proyecto de Zinco—. Ya hablé con el Cuti, él va a laburar en la landing para el evento de Buenos Aires, pero tenemos que terminar con las imágenes nosotros y confirmar las fechas. 

—Dale, si querés copiame que lo miro y les respondo —sugirió—. Y gracias por todo el laburo, enano, te pasaste. 

El menor simplemente sonrió. 

—Pedrito ya está a full con las invitaciones para el lanzamiento —continuó Giuliano, con una sonrisa de lado—. No sé vos, pero yo voy a ir a chupar y a comer todo lo que se me cruce. 

—¿A dónde vamos a ir a chupar? —intervino Lisandro, con una sonrisa, apareciendo por el pasillo con su computadora y un timing impecable mientras Giuliano volvía a su puesto—. ¿Y qué vamos a chupar específicamente? Me interesa. 

—Mirá, nosotros no sé, pero si portugués le sigue mandando corazones a Enzo se me ocurren un par de cosas que va a chupar él —dijo el más chico del grupo, señalando al líder—. Yo por mi parte, champagne, espero. 

El morocho rodó los ojos con una sonrisa, haciendo una bola con una hoja con notas viejas y tirándosela al menor, mientras Licha se acomodaba en su escritorio entre risas. 

Enzo no tuvo ni un minuto libre aquella mañana. Antes de la reunión con CoreOne, consiguió hacerse un café y agarró una barrita de cereales que tenía en la mochila hacía ya unos días y estaba medio aplastada. Si le iba a tener que ver la cara a Joaquín, por lo menos quería hacerlo con algo en el estómago. 

Ni siquiera se pudo tomar un minuto antes que los dos miembros de CoreOne aparecieran en la sala de reuniones, acompañados por Paulo. Los cuatro se sentaron como siempre, con Joaquín observando a Enzo con curiosidad. 

—¿Y Julián? —inquirió.

—No está en la oficina hoy —respondió el diseñador rápidamente, sosteniéndole la mirada con pocas pulgas. Estaba harto de Joaquín y no era el mejor día para meterse con él—. Cualquier cosa que necesiten hablar con él, la pueden hablar conmigo, que yo después lo pongo al tanto de todo. 

Enzo sonrió apenas, gesto que fue devuelto con un desafío que parecía estar siempre implícito entre los dos. Era la personalidad de Joaquín y Enzo no era el tipo de persona que dejara pasar la oportunidad de marcar límites, menos con gente como él. 

—¿Pudieron discutir sobre el nuevo desarrollador para el proyecto? 

Enzo contuvo un bufido, que salió como un suspiro lento y medido. Le molestaba la forma en la que el PM parecía querer insinuar que había un nuevo desarrollador, alguien que iba a tomar el lugar de Julián. Sabía que su elección de palabras, la forma en la que planteaba las cosas, nunca era casual. No era ese tipo de persona, Enzo ya estaba bastante convencido de eso. 

—Es algo que va a definir Julián —intervino el morocho, sabiendo que quizás estaba siendo un poco reactivo, considerando que Paulo estaba ahí también—. Él es el líder —le recordó, como si fuera algo que realmente necesitaba recalcar.  

—Sí, Julián está viendo la posibilidad de sumar un desarrollador al equipo cuanto antes, ya lo discutimos —intervino el mayor, antes que Enzo pudiera decir algo más, siempre con una buena capacidad para leer el ambiente—. La idea es que se incorpore al proyecto la semana que viene. 

Joaquín asintió y el morocho se quedó en silencio, porque no sabía los detalles sobre la incorporación. Ni siquiera sabía que Paulo y Julián ya lo habían discutido, aunque suponía que tampoco era algo sobre lo que él tuviera que opinar. Enzo podía ayudar con algunos ajustes en front-end, pero no podía hacer más que eso una vez que la etapa de diseño estuviera finalizada y quedaran solamente piezas gráficas y ajustes. El último tramo iba a ser mayoritariamente de desarrollo y Enzo sólo iba a poder contribuir mejorando algunas cosas y testeando otras, o quizás como apoyo moral. 

—Perfecto —dijo el PM de la otra empresa. 

El morocho mostró las pantallas y el equipo de CoreOne ofreció sus sugerencias, como siempre, con aquella atención al detalle tan quisquillosa que Joaquín tenía en cada oportunidad, como si necesitara corregir algo por el simple hecho de hacerlo, de mostrar que era él quien tenía la última palabra de todo. Enzo tomó nota en silencio, pensando únicamente en lo larga que se le estaba haciendo aquella semana. 

Cuando terminó la reunión, el diseñador se quedó un rato más en la sala, solo. Parecía ser el único momento en el día en el que había estado en silencio, sin que nadie pudiera molestarlo. Se puso a dibujar de manera ausente, tomándose un instante, pensando vagamente en las cosas que tenía que hacer. Pensando también en lo que había pasado el día anterior. 

Julián le gustaba. Quería estar con él, incluso si no sabía hasta dónde lo iba a dejar llegar. Le costaba entenderlo, y Enzo no era alguien que le diera tantas vueltas a las cosas. Esa mañana el programador había vuelto a poner distancia, y el morocho entendía que tenía que aceptar ese ritmo. No podía forzar más de lo que Julián estuviera dispuesto a darle, porque lo que le había dicho en aquel ataque de ira había sido cierto. Enzo no lo conocía lo suficiente como para meterse en su vida, como para exigirle algo. No sabía su historia y, quizás por eso, no estaba del todo seguro de cómo lidiar con eso sin que fuera Julián el que marcara el ritmo de lo que quería. 

Enzo no obtuvo respuesta sobre el dibujo que le había enviado al castaño y supuso que su compañero necesitaba un poco de tiempo. Sinceramente no tenía ni idea de cómo iba a ser la dinámica entre los dos después de lo que había pasado.   

Estando solo y sin afán de pensar demasiado en su vida privada, Enzo aprovechó para adelantar bastante trabajo. Había algunos temas que quería discutir con Julián, pero que podían dejar para cuando se sintiera mejor. No quería molestarlo. Si el desarrollador quería un poco de espacio, por lo menos mientras estaba enfermo, era justo que Enzo se lo diera. 

Ya entrada la tarde, el morocho revisó los mensajes de nuevo. Julián no le había escrito nada, solamente le había dado me gusta al mensaje que había enviado. Había un mensaje también en el grupo de sus amigos. 

Enzo le mandó un simple ¿todo bien? al desarrollador, antes de abrir el otro chat. 

Estoy por Capital, ¿están para tomar una birra los oficinistas o están muy ocupados los tipos? ¿Vos Chinito en qué andás? —había escrito Gonzalo. 

Yo estoy —respondió Enzo—. ¿A qué hora?  

Si me bancan hasta las siete y media, les caigo —dijo Lucas, que ninguno sabía muy bien qué hacía. Era el tipo de persona que iba saltando de un trabajo a otro, hasta el punto que ya nadie preguntaba qué era exactamente lo que estaba haciendo. 

Yo no puedo hoy, muchachos, perdón, pero tengo que viajar para cubrir un partido. 

¿Qué te mandan a cubrir, boludo? —preguntó Gonzalo. 

La liga de mierda que estás jugando vos, culo roto. 

Mirá cómo te la mandó a guardar —se metió Enzo con una sonrisa. 

Vení a cubrirme esta, pelotudo. 

Haya paz, hermanos —intervino el Chino—. Pasen la dirección después. 

Enzo mantuvo la sonrisa. El mensaje de Gonzalo realmente no podría haber caído en un mejor momento. Necesitaba esa cerveza con sus amigos desesperadamente. Incluso si era solamente para desconectar un poco la cabeza, para distraerse unas horas de todo sobre lo que no necesitaba pensar mucho. 

Antes de irse, estuvo terminando lo que pudo y tomando algunos mates con Lisandro, que parecía saber siempre cuándo estaba más estresado para distraerlo con charlas causales sobre su familia, sobre Oli y su mamá —su compañero siempre escuchaba las historias de Enzo y cada tanto le contaba algunas propias, aunque su familia vivía en Entre Ríos y no podían verse tan seguido— y aprovechaban ese tiempo de tranquilidad de la tarde para conversar antes de irse, para cortar un poco entre el trabajo y la vuelta a casa.

—¿Y vos?, ¿estás bien? —le preguntó Lisandro, cuando Enzo ya se estaba preparando para irse—. Te noto con un par de cambios menos últimamente.  

—Sí, un poco cansado —le dijo, mirándolo de lado, sin querer entrar demasiado en detalle, sabiendo que su compañero no necesitaba mucho para leer el ambiente—. Muchas cosas. 

—Bueno, si necesitás hablar de algo… ya sabés —dijo el mayor—. Mirá que todavía me tengo que cobrar ese vino —bromeó después. 

Enzo le sonrió, pasándose una mano por el pelo. 

—No me olvido —le dijo, con un guiño—. Gracias, Li. 

Cuando salió de la oficina, Enzo fue para el bar que había sugerido Gonzalo, que les quedaba cómodo después para tomar el tren en la estación y desde donde el diseñador podía volver caminando hasta su casa. Cuando llegó, su amigo ya estaba ahí. Después que Enzo pidiera una cerveza, cayó el Chino, que tenía cara de cansado y estaba un poco desaliñado, y se dejó caer sobre la silla. 

Mientras sus amigos hablaban un poco, el diseñador revisó su teléfono. Julián no había contestado todavía. Quería creer que quizás estaba durmiendo, o lejos de los mensajes, pero en el fondo sabía que probablemente lo estaba ignorando y nada más. 

Se tomaron algunas cervezas entre los tres, hablando de todo un poco. Gonzalo tenía algunos quilombos laborales y estaba también un poco estresado con las renovaciones en la casa; había sido esa probablemente la razón por la que había sugerido una juntada. A su amigo nunca le había gustado llevar los problemas a su casa, en especial desde que había nacido su hija. El diseñador sabía que siempre ayudaba tener a alguien con quien quejarse, incluso si no resolvía nada. Cuando ya estaban un poco entonados, la bola pasó a Enzo. Sus amigos sabían sobre el proyecto y sobre la situación con Julián, por lo que no tuvo que explicar demasiado cuando comentó: 

—Pasó algo —dijo simplemente, dándole otro trago a la tercera pinta de cerveza. Cuando terminaran con CoreOne, tenía que considerar seriamente la posibilidad de pasar algunas semanas sin tomar alcohol para compensar. 

—¿Cogieron? —dijo Gonzalo, quizás demasiado alto, tal vez demasiado contento.

—¿No querés gritar un poco más? —le dijo el diseñador frunciendo un poco las cejas, señalando hacia adelante con una sonrisa—. Allá en el fondo del bar todavía no se enteraron. 

Gonzalo le hizo un gesto con la cabeza y el Chino se rio, ya con los ojos más entrecerrados de lo normal. 

—Dale, no te hagas el misterioso —insistió—. Con la cara que tenés, ¿tan malo fue? ¿Volvés al equipo de las tetas? 

El Chino soltó una risa mientras el diseñador negaba con un movimiento de su cabeza, sabiendo que era poco probable que tuvieran una charla seria sobre un tema así después de darle a Gonzalo un poco de alcohol. 

—Nos dimos un beso —dijo Enzo seriamente, mirando su vaso casi vacío.  

Su amigo parecía sorprendido pero se rio. 

—¿Y desde cuándo hacés tanta historia por un beso vos?  —replicó Gonzalo y el diseñador puso los ojos en blanco, aunque con una sonrisa—. Dale, ¿y qué pasó después? Las novelas coreanas que mira mi jermu van más rápido, boludo. 

Enzo soltó una risa entre dientes mientras le daba un último trago a la bebida. Lucas los estaba mirando todavía con una expresión calmada, reclinado contra su silla. El morocho se dio cuenta que quizás la historia en sí no era interesante para nadie, en especial porque ninguno tenía el contexto sobre cómo era Julián y su relación con todo el mundo, incluso con él. Era una historia bastante difícil de contar para alguien que no sabía muy bien todo lo que había pasado el castaño y cómo se habían dado las cosas entre los dos. Enzo no se sentía con la energía para explicar todo desde el principio, principalmente porque él tampoco sabía muy bien cómo hacerlo. Era algo totalmente nuevo para él, diferente a cualquier anécdota entre amigos que hubiese contado antes. 

—Nada, eso —dijo, encogiéndose de hombros con una simpleza bastante falsa, más que nada para zanjar el tema. 

—Que embole… —murmuró su amigo—. ¿Y con la mina qué onda?

—No pasó nada con ella… —respondió el morocho, sabiendo que era otro tema todavía sin resolver. 

—¿Pero cómo quedaron ahora con el flaco? —preguntó el Chino, volviendo al tema anterior. Siempre era una persona un poco más con los pies sobre la tierra. O que tomaba menos.

—Sinceramente, no sé —confesó el diseñador, moviendo el vaso vacío en su mano—. Depende más de él que de mí —pensó en voz alta—. No creo que me vaya a dar cabida así de una.   

—¿Pero vas para algo serio vos o…? —preguntó Lucas, levantando una de las comisuras de su boca—. O sea, nunca te vi darle tantas vueltas a algo así.

—O a nada —intervino Gonzalo, haciendo que Enzo sonriera un poco.

—¿Es porque es un chabón? —agregó su otro amigo. 

—No —respondió Enzo, quizás demasiado rápido, respondiendo a la primera pregunta y luego pensando en la segunda—. O sea, no sé —el morocho suspiró—. No me sale tomarlo como algo así nomás, no es… No sé, con él…

El morocho suspiró, con el impulso de pasarse las manos por la cara. De verdad no sabía cómo explicarlo. Sabía que le pasaban cosas con Julián, sabía que era algo mutuo, pero no tenía ni idea de qué hacer con eso en ese momento.  

—¿Por ahí lo tienen que hablar…? —comentó el Chino, dejando de nuevo la sugerencia en el aire.

Enzo asintió. Aunque no sabía exactamente qué quería decir, sabía que él y Julián tenían que hablar las cosas. No quería que simplemente pretendieran que era algo que no había pasado o que estuviera ahí generando algún tipo de incomodidad entre los dos, después de que finalmente habían conseguido llevarse más o menos bien. A Enzo no le gustaban esas cosas. Siempre le había preferido discutir los problemas de frente. 

—Te voy a dar un consejo —intervino Gonzalo, señalándolo, con una seriedad que, Enzo sabía, nunca estaba alineada con lo que iba a decir a continuación—. Andá a buscarlo ahora a la casa y chau. Vas a ver cómo agarra viaje. Fin de la historia. No tiene que ser todo tan complicado, hermano, no es una novela turca esto.

—¿No era coreana? —recordó Enzo, con una media sonrisa, ante una recomendación que realmente no tenía ningún tipo de lógica y que no estaba inspirado en seguir. 

—Le va a meter una denuncia —apuntó Lucas con simpleza. 

—Un consejo de mierda —coincidió Enzo resolutivamente, asintiendo en dirección al Chino—. Para variar. 

—Y vos seguís insistiendo—replicó su amigo más sobrio, mirando la carta con una sonrisa para pedir algo más, con Enzo espiando también, mientras el otro hacía un sonido con la boca desestimando la afirmación anterior—. Buscate amigos nuevos, boludo, de verdad te digo. 

—Dame el teléfono que le mando un mensaje —insistió Gonzalo, efectivamente ya bajo el efecto del alcohol, estirándose para tomar el celular de Enzo—. Dejame mandar mensaje aunque no me lo vaya a coger yo, lo extraño, boludo.  

—Salí de acá, borracho, que después Kari te caga a pedos —respondió Enzo con una sonrisa, alejando su teléfono y mirando a Lucas, los dos coincidiendo con una mirada silenciosa que tenían que evitar que su amigo tomara más—. Conociéndolo a Julián, puede ser que me meta una denuncia.  

—Cagón —espetó Gonzalo.

—Andá a dormir, loro —devolvió el diseñador, con una media sonrisa. 

Enzo volvió a su casa caminando, con esa sensación de tranquilidad que da el alcohol, y sin tomar ni un sólo consejo de los que le daban sus amigos. En otro momento, quizás les hubiese hecho caso, pero aquella situación era un poco atípica. Incluso si hubiese sido Valentina, sobre quien apenas habían hablado, el morocho sabía que hubiese sido mucho más fácil dar un paso al frente. Porque ella también había sido mucho más directa sobre cómo se sentía, porque parecía una persona mucho más parecida a él.  

Entre toda la incoherencia de la charla, sin embargo, creía que Gonzalo quizás tenía razón en algo: las cosas no necesitaban ser tan complicadas. Sentía que estaban dando demasiadas vueltas sobre algo que no era tan complejo. Eran dos personas que se atraían mutuamente. Cuando lo planteaba en voz alta, cuando lo hablaba con gente que no conocía todo el trasfondo, parecía tan sencillo como eso.  

Enzo estaba lejos de haber tomado mucho pero sentía la cabeza liviana y la sonrisa le salía más fácil de lo habitual, lo que era decir algo. Agarró su teléfono, ya cerca de su casa. Había un mensaje de su hermano. Otro de Valentina. Y otro de Julián. 

Sí, todo bien —le había escrito el castaño—. ¿Todo bien en la oficina? 

Todo bien, todos vivos —escribió el morocho, buscando las llaves de su casa, ya cerca de la entrada, peleando un poco con todos los llaveros que tenía y que a veces se enredaba con otras cosas en el bolsillo de la mochila—. ¿Vos cómo estás? ¿Te sentís mejor? 

Sí, ya estoy bien —fue la respuesta de Julián mientras el morocho se metía en el ascensor. Se apoyó contra la pared, que estaba fría, con la frente sobre la superficie. 

¿Seguro? —preguntó, sin el filtro para identificar que estaba siendo un pesado. No era nada nuevo, tampoco, no era como si Julián se fuera a sorprender—. Necesito evidencia fotográfica. 

Julián le mandó una carita con una ceja alzada que lo hizo sonreír mientras abría la puerta de su casa. No sabía en qué momento había pasado, pero se lo podía imaginar a la perfección con esa expresión en la cara. 

Una foto, Julián, dale —le dijo—. O te voy a buscar a tu casa. 

Va a ser lo último que hagas. 

Enzo se rio un poco en la soledad de su departamento, mientras se sacaba la ropa, pensando en la charla con sus amigos. Ni siquiera se molestó en ponerse algo para dormir. En ropa interior, se metió debajo de las frazadas, disfrutando de estar ya acostado, todavía con el teléfono en la mano. 

¿Vas mañana a la oficina? 

Sí. 

Enzo suspiró, pensando en lo que quería decir. Se quedó un rato con los dedos sobre el teclado aunque sin escribir nada. 

¿Seguro ya estás bien cómo para trabajar?

Antes de dejar el teléfono al costado de la cama, le llegó otra notificación. 

Una foto de una sola apertura. 

Enzo la abrió, sin darse cuenta que estaba sonriendo y que tenía el corazón un poco ansioso. La mantuvo abierta para que no desapareciera, sonriendo un poco más. Era una foto de Julián, una selfie. Estaba con el pelo acomodado aunque sin gel, todavía la cara un poco cansada, y con otro de esos buzos con capucha que eran demasiado grandes para él. Tenía el codo apoyado en la mesa, la mejilla descansando en su mano con la cara inclinada y sus ojos castaños estaban mirando a la cámara con las cejas un poco alzadas, con esa expresión casi inocente. Se veía el borde de la computadora frente a él y una taza. 

Ya estoy trabajando —respondió el cordobés. 

Enzo lo odiaba un poco. A veces sentía que Julián no era realmente consciente de lo atractivo que era. 

Sos malo, eh —le escribió, con una sonrisa todavía en los labios, sin filtros en la cabeza ni en los dedos a la hora de responder—. Me la mandás así porque sabés que saliste lindo y no me la puedo guardar. 

Hasta mañana, Enzo. 

Hasta mañana, Juli. Qué descanses. 

Enzo tuvo que salir corriendo a la mañana siguiente porque se había quedado dormido. En realidad, le había dado fiaca salir de la cama. Era viernes, hacía mucho frío y le dolía un poco la cabeza de la cerveza de la noche anterior, que había tomado con el estómago casi vacío. 

El diseñador llegó a la oficina cuando ya estaba bastante llena, con un saludo genérico a todo el grupo. Julián ya estaba ahí, sentado en su escritorio como siempre. Giuliano le dio una sonrisa al morocho, señalando su escritorio mientras Enzo se iba a sentar. 

—Valu te dejó un regalito —dijo con tono sugerente, como decía habitualmente cuando su compañera dejaba algo en su escritorio.

Enzo tomó la porción de budín en su escritorio, recordando que tenía un mensaje de Valentina sin responder. Se sentía un poco mal, en especial después de la charla con sus amigos, porque la morocha sabía que estaba a las corridas, estresado y saltando comidas y siempre le dejaba algo en su escritorio cuando tenía la oportunidad. Sacó el teléfono y le agradeció, disculpándose por no haber contestado la noche anterior. Habían quedado en salir la semana próxima y el morocho sabía que quizás era un buen momento de ponerle un freno a las cosas entre los dos.

Aunque Enzo podía pretender todo lo que quisiera, sabía que su interés estaba en otro lado. 

Después de chequear sus correos rápidamente, el diseñador se movió hacia el área donde estaba el equipo de Desarrollo. Emilia y Lisandro estaban sobre la computadora de Cristian, observando algo sobre un proyecto en el que estaban trabajando los tres. Enzo se acercó lentamente a Julián, con su laptop y su cuaderno en mano. El castaño seguía enfocado en sus monitores, con la camisa adentro del pantalón de vestir, el pelo impecable y la postura rígida. Si Enzo no hubiese presenciado él mismo que había estado volando de fiebre hacía menos de treinta y seis horas, hubiese creído que había sido todo mentira. 

—Buen día, Lázaro —dijo Enzo—. ¿Cómo te sentís? 

—Bien —murmuró el castaño secamente, sin mirarlo—. ¿Vas para la sala ya? 

—Sí —respondió Enzo—. ¿Querés que revisemos un toque lo de la reunión de ayer?  

—Tengo otra reunión primero —musitó el castaño, poniéndose de pie y chequeando su reloj. Sus ojos finalmente se encontraron con los suyos y Enzo no pudo evitar sonreirle un poco—. Ya debería estar acá… Si me dejás la sala quince minutos, va a ser más fácil. 

—¿Reunión de qué? —inquirió el morocho, frunciendo el ceño un poco. 

—Con el freelance —puntualizó el mayor—. Para el proyecto de CoreOne. 

Enzo se mordió el interior de la mejilla. Eso había sido rápido. El morocho sabía que Julián no iba a decir nada al respecto. No iba a quejarse, no iba a protestar aunque parecía injusto que Joaquín se metiera dentro de la planificación de su equipo. Si había alguien que tenía que decidir si necesitaban un recurso extra o no, ese era Julián. Enzo asintió y estaba a punto de decir algo, pero alguien lo interrumpió.  

—¿Juli? 

El desarrollador alzó la mirada hacia el pasillo. Enzo la siguió, encontrándose con un joven de pelo castaño, que debía tener más o menos su edad. Tenía una expresión amigable, una sonrisa grande y sus ojos fijos en Julián, que había dado varios pasos en su dirección. El otro chico se acercó todavía sonriente y lo envolvió en un abrazo. Las manos alrededor de él y la sonrisa con los ojos cerrados al apoyarse sobre su hombro, con una diferencia de altura casi mínima, parecían demasiado familiares. 

La ceja izquierda del morocho se alzó casi por inercia. Incluso si hubiese puesto la mano en su cara para bajarla, estaba convencido de que se iba a quedar fija ahí. Conociéndolo a Julián en el ámbito laboral, Enzo pensó que quizás era un abrazo demasiado amistoso para el contexto en el que estaban, independientemente del vínculo que tuvieran los dos.

—Hola, Santi —dijo suavemente el cordobés, separándose de él con cierta torpeza, esa incomodidad suya ante el contacto físico, un poco avergonzado—. Vení, vamos a la sala.

El otro asintió, haciendo un pequeño gesto con la cabeza para saludar al resto antes de ir detrás del desarrollador por el pasillo. Enzo los siguió con la mirada. Casi ni habían desaparecido los dos que ya Oriana estaba parada, apoyada sobre la mampara que separaba su escritorio del de Cristian. 

—¿Y ese bombón de dónde salió? —preguntó la chica, mirándolos a todos con ilusión.

—Para vos todos son un bombón —acotó Lautaro, que ni siquiera había apartado los ojos de su computadora, a quien Enzo podía ver desde donde estaba parado, del otro lado de la fila de escritorios—. Si miden más de uno setenta y tienen pelo, ya está.  

Cristian se rio, de esa forma en la que parecía un nene atrapado en el cuerpo de un grandote de metro ochenta y pico. A Enzo le resultaba un poco contagiosa. Lisandro se estaba riendo también, mientras el chico de San Martín se apoyaba contra la otra hilera de escritorios que estaban vacíos. 

—El del restaurante de abajo es pelado así que ni eso —comentó el desarrollador cordobés.  

—Ay, ¿pero no lo viste? Es re lindo —se defendió Oriana, volviendo después su atención a Cristian, para nada afectada por los comentarios de sus compañeros—. Es como un Juli pero más relajado. Tipo Juli el día del after, que estaba medio borracho. 

—No sé cómo te acordás de eso si vos tenías un pedo también —aportó Giuliano desde el otro lado, en su escritorio, detrás de la mampara pero siempre atento a cualquier conversación. 

—Es un freelo que trabajaba con Julián en la otra empresa —explicó Cristian, todavía con una expresión divertida ante los dichos del grupo—. Me parece que se va a sumar para dar una mano estas semanas… 

—¿Va a trabajar con nosotros? —preguntó Oriana, que parecía feliz de la vida ante la noticia. 

—¿Trabajaba en CoreOne? —preguntó Enzo casi sin darse cuenta. 

Cristian se giró para mirarlo. 

—Sí, sí, eran compañeros de equipo allá me parece —le respondió, con Lisandro siguiendo la charla en silencio. 

El morocho volvió a su puesto, todavía curioso sobre la relación de Julián y el tal Santi, que no había sido mencionado antes en ninguna conversación entre ellos. Cuando se había hablado de un freelance para el proyecto, el morocho había asumido que iba a ser alguno de los que generalmente trabajaban con ellos y que estaban en la base de datos de la empresa.  

¿Por qué siempre chabones facheros acá? —se quejó Giuliano por el chat grupal, con una carita con lágrimas—. ¿No puede entrar nunca una minita linda? —insistió el menor del grupo.

Te tengo una mala noticia sobre la posible futura incorporación al equipo, Giu —intervino Enzo—. Vas a tener que hacerte fuerte. 

Ufa, basta, loco, no es un equipo de fútbol esto. 

Estamos más cerca de la fundidora Ajax —acotó Lisandro, compartiendo después el video de Gonna Make You Sweat, ganándose una carita desconcertada de Giuliano y una risa sincera de parte del morocho. 

El chat grupal —insistió Emilia, que muchas veces ni siquiera se molestaba en poner la frase completa. Ya el equipo sabía de qué hablaba. Era algo que el nuevo diseñador iba a tener que aprender directamente en el onboarding.  

Julián y Santiago volvieron un rato después, los dos hablando mientras caminaban hasta donde estaban los ascensores, con una confianza que al morocho todavía le parecía inusual. Era verdad que se parecían un poco, aunque el freelance parecía tener la sonrisa mucho más fácil, una postura muchísimo más relajada. 

Enzo tomó sus cosas y fue caminando lentamente hasta la sala, apoyando su cuaderno en la mesa y estirándose en la silla que ocupaba siempre, con la taza de café en la mano. Esperó a que su compañero regresara, tranquilo, como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

El castaño abrió la puerta pero no entró a la sala. Le hizo un gesto con la cabeza hacia afuera. 

—Tenemos la planning —le recordó, serio, impasible siempre que se trataba de trabajo—. ¿Lo vemos a la tarde?

Enzo asintió, volviendo a ponerse de pie. Quería decir algo más pero no parecía el momento.

Su día fue más o menos así.  

En la planning, Julián contó al grupo sobre la incorporación de Santiago, que iba a estar trabajando solamente part-time, inicialmente hasta que terminara el proyecto de CoreOne. Se iba a sumar para eso, pero también para dar una mano con algunas cosas del día a día. El líder de Diseño aprovechó la oportunidad para mencionar que estaba entrevistando algunos profesionales para su equipo, sin muchas más novedades dentro de las tareas o los clientes con los que estaban trabajando. 

—No tenemos sala hoy, ¿no? —preguntó Enzo cuando se estaban levantando, mirando a Julián. 

—Perdón, chicos, yo necesito mi oficina hoy, tengo un par de llamadas —les dijo Paulo—. Le puedo preguntar a Lio… 

—No, está bien —intervino Julián—. Podemos trabajar separados, yo vengo un poco atrasado con los últimos cambios así que voy a estar con eso —le dijo, dándole una breve mirada a Enzo, que asintió—. Se libera a las cinco y media, nos podemos juntar después. 

El diseñador estuvo trabajando en su escritorio. No era lo mismo que en la sala, ya que usualmente se distraía con cosas de su equipo, con los ruidos y las charlas de la oficina, incluso con los mates que cebaba Lisandro en ese clima relajado de los viernes. Enzo tenía ganas de estar ya en su casa, de pasar el sábado sin hacer nada, de estar el domingo con su familia, sin pensar en otras cosas. Quería estar con Julián también, aún cuando el castaño parecía no querer saber nada de él. Aunque había sido bastante sutil y el día en sí había sido ajetreado, Enzo sabía que lo había estado evitando.   

Cuando Enzo y Julián fueron a la sala, realmente no quedaba mucho de la jornada laboral. Los dos tuvieron una breve charla sobre los pendientes, sobre el trabajo que iba a tomar Santiago y sobre el testeo que estaba haciendo Nicolás. El cordobés se limitó a hablar mientras Enzo lo escuchaba, con los ojos fijos sobre él. Tenían una conversación pendiente que no sabía cómo arrancar y que el castaño parecía no querer tocar ni por casualidad. 

—¿Necesitás que nos juntemos el fin de semana? —preguntó Enzo casualmente, sentado a su lado mientras Julián tomaba notas en la computadora, sólo Dios sabía sobre qué. 

—No hace falta —le dijo el castaño rápidamente, sin mirarlo—. Puedo seguir solo, y tengo algunas cosas que hacer… 

—Julián…

—De verdad, Enzo —dijo el castaño, con un suspiro, todavía con los ojos en la pantalla y sus manos apoyadas sobre la computadora aunque sin hacer nada—. Necesito un descanso de todo. Aunque sea unos días. 

Enzo levantó una de las comisuras de su boca, un poco frustrado, porque lo entendía. Sabía que no debía ser el único que se estaba comiendo la cabeza con lo que había pasado.

El diseñador giró un poco su silla para enfrentar a Julián, que siguió con su computadora, escribiendo de esa forma que le recordaba a las reuniones con CoreOne. 

No quería que se portara así con él. 

—Eu, Juli  —dijo suavemente, diciendo el apodo despacio, dejando su mano en uno de los apoyabrazos de la silla del castaño—. Mirame un toque, dale. 

Julián suspiró profundamente, levantando despacio la mirada hacia él no sin cierta resignación. El morocho usó su agarre en la silla para girarla, quedando los dos frente a frente. Sus piernas se chocaron suavemente pero Julián no se apartó. El castaño lucía algo incómodo, como Enzo lo recordaba en sus primeros días trabajando juntos. Los ojos marrones estaban sobre los suyos, con esa mirada que parecía un poco inquieta. El diseñador se inclinó y estiró una de sus manos para correr uno de los rulos que le caían sobre la frente, que siempre parecían rebelarse cuando el desarrollador estaba más estresado, y su compañero cerró los ojos.  

—Más allá de lo que pasó, no quiero que vuelvas a estar a la defensiva conmigo, ¿mhm? —le dijo despacio, deslizando los dedos por su pelo hacia atrás entre los mechones, mientras el castaño volvía a abrir sus ojos, aunque sin evadir el toque—. Quiero que estemos bien. 

Enzo de verdad deseaba eso. No quería que Julián volviera a alejarse, no después de lo bien que habían estado trabajando juntos.

Julián asintió suavemente, sin decir nada, alejándose despacio de él mientras miraba hacia la puerta. Enzo sonrió un poco, una sonrisa un poco desganada, deseando poder decirle algo más, hacer algo más como hacía siempre con todo. Pero decidió quedarse callado. Sabía que había sido una semana demasiado larga para los dos, pero especialmente para el cordobés.

—Creo que me voy a ir a casa, estoy un poco cansado todavía —dijo Julián en voz baja. El morocho asintió y los dos se levantaron con sus cosas para salir de la sala. 

Antes de abrir la puerta, sin embargo, el castaño se volvió hacia él. Enzo estaba tan sólo a unos pasos de distancia y se detuvo, un poco sorprendido, cuando vio la expresión en el rostro del mayor. 

—Enzo… yo… —murmuró, vacilante—. No quiero que las cosas cambien acá tampoco. 

El morocho se acercó un poco a él, sin querer buscarle muchas vueltas a lo que había dicho pero capturando innecesariamente lo que parecía querer decir. O lo que él creía que había querido decir, tal vez. 

—¿Y afuera? —preguntó suavemente. 

Julián lo observó con aquella mirada conflictuada, esa forma que tenía de hacer que Enzo quisiera darle su espacio y sus tiempos, pero que tampoco quisiera dejarlo solo. El morocho apoyó una mano en el antebrazo del cordobés, bajándola suavemente hasta alcanzar su mano, sujetándola con cuidado. Los ojos del mayor fueron al contacto, soltando un suspiro suave, sin apartarse de inmediato. Enzo dio un paso más en dirección a él y la mirada del castaño volvió a encontrarse con la suya. Había una intensidad en los ojos de Julián que le ponía la piel de gallina, que lo hacía recordar el último beso que habían compartido en esa sala. Enzo se moría de ganas de volver a acortar esa distancia, de volver a tomarlo por el rostro y atraparlo contra la pared que tenían detrás. Pero no lo hizo. Apretó la mandíbula, con un suspiro casi contenido. 

Julián no se movió y no dejó de mirarlo, como si no pudiera apartar los ojos de él, como si ninguno de los dos pudiera o quisiera alejarse de ahí. El castaño solamente abrió un poco la boca y tomó aire, con la clara intención de decir algo, pero ninguna palabra salió de ella. 

Enzo dejó una caricia suave en la parte de atrás de la mano del programador, usando el pulgar, y el castaño volvió a observar sus manos unidas. Después de un momento, Enzo deslizó los dedos y se demoró más de lo necesario en soltarlo, como si esa fuera la única excusa que había podido encontrar para tocarlo. Sólo entonces el mayor suspiró y se apartó un poco.

—Nos vemos el lunes —murmuró quedamente el desarrollador, girando hacia la puerta—. Cualquier cosa que necesites, escribime. 

—Gracias —dijo el morocho despacio, con voz ronca—. Vos también, Juli. Descansá.

Enzo suspiró profundamente cuando la puerta se cerró detrás del cordobés, apoyándose contra la pared junto a ella.

Sabía que a Julián le pasaba algo también y cada vez le resultaba más difícil dejarlo escapar. Pero si había algo que Enzo era, era tenaz. No era de los que simplemente aceptaban las cosas sin buscarle la vuelta, incluso si eso significaba adaptarse a los tiempos de Julián, mantenerse alrededor de él y probarle que realmente le interesaba. De a poco, habían llegado hasta donde estaban, que no era poca cosa. El castaño ya no era la misma persona con él que hacía unas semanas.

Julián no le había contestado que no y eso, por el momento, le bastaba.

Enzo había aprendido toda su vida a trabajar con lo que tenía. No iba a ser la primera vez. 

Notes:

Es un capítulo un poquito de transición, pero necesario para lo que sigue, así que seguro subiré otro el finde. Estoy en esos momentos en los que no me gusta nada de lo que escribo, pero espero poder mantener el ritmo de un capítulo por semana por lo menos, que ya tengo algunos escritos.

No estoy del todo contenta con este capítulo, pero que les haya gustado. Y gracias a los que siempre se toman el tiempo de dejar un kudos o comentar qué les pareció 🫶🫶

Nos leemos pronto!
MrsVs.

Chapter 19: My entire life is just one of those segments where no one knows whether the magician killed a dove or not.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Aunque Julián había dicho que no iba a trabajar mucho el fin de semana, había mentido. El sábado hizo ejercicio, desayunó afuera y aprovechó para comprar algunas cosas para la casa. Pero a la tarde volvió a caer en la trampa de siempre, sentándose con la computadora y empezando a organizar el trabajo de la semana antes de que Santiago se sumara al equipo.

Su ex compañero y él habían tenido una charla breve el día que había ido a la oficina. Ninguno de los dos había tenido demasiado tiempo en ese primer encuentro, por lo que se habían limitado a hablar del proyecto, de las horas y de las tareas que Santiago iba a realizar. El freelance había estado siempre con aquella expresión de que quería decir algo más, pero Julián había mantenido la charla estrictamente profesional. Incluso ante la mención de CoreOne y de Joaquín, Santiago había entendido que no quería hablar del tema.

—Se te ve bien, Juli —le había dicho el mayor cuando lo estaba acompañando hasta la puerta para salir de la oficina—. Espero que podamos ir a tomar algo un día de estos. 

El castaño había dicho que sí con la cabeza y una pequeña sonrisa. Santiago siempre le había caído bien, era una persona reservada pero simpática, generalmente tranquila, y que parecía saber muy bien de los límites que Julián ponía siempre. Algo de lo que quizás algunos de sus otros compañeros de trabajo podían aprender una cosa o dos.  

El domingo, el castaño se levantó un poco nervioso. Agustín, el mayor de sus hermanos, había llegado a Argentina la noche anterior, aprovechando las vacaciones en Europa de su mujer, que trabajaba en una universidad en Madrid. Él, su esposa y su hija iban a irse luego a Córdoba, para pasar tiempo con la familia. Su hermano le había dicho de verse antes, considerando que su vuelo llegaba a Ezeiza, y Julián había aceptado. Sabía que Agustín siempre había hecho un esfuerzo de mantenerse comunicado con él, incluso cuando Julián se había distanciado de su familia y todo lo que la rodeaba. De todos los Alvarez, era el único que realmente parecía seguir preocupándose por Julián y por mantenerse en contacto, quizás el que siempre lo había aceptado un poco más que todos. 

Después de pasar toda la mañana limpiando, acomodando un poco y de hacer algo para comer, Julián había trabajado un rato más. Pasadas las cinco de la tarde, el timbre anunció la llegada de su hermano. Cuando Julián bajó a abrirle, los dos compartieron un abrazo en la puerta del edificio. 

Agustín estaba bronceado y se veía bien. Siempre había sido el tipo de persona que le agradaba a todo el mundo, no solamente inteligente pero también carismático, y que había tenido éxito en todo lo que había hecho. Era el orgullo de sus papás, siempre lo había sido. A pesar de todas las cosas que habían pasado, Julián estaba contento de verlo. Era como una pequeña conexión que todavía tenía con una parte de su vida que, en algún momento, había sido hermosa. 

—Che, está muy lindo —dijo su hermano, dejando su campera en una de las sillas y mirando el living atentamente—. Es re grande. Cuando me dijiste el barrio pensé que iba a ser uno de esos departamentos chiquitos que hacen ahora donde tenés la cocina al lado de la ducha. 

—Sí, para mí solo es grande —respondió Julián, desde la cocina, sin querer implicar nada pero haciendo igual que su hermano prestara atención a aquella forma de decir que no vivía acompañado, algo que probablemente podía ahorrarle de preguntar—. ¿Querés un café?

El mayor asintió, mientras se sentaba en el sillón. 

Julián luchó con la cafetera, inevitablemente pensando en Enzo y la facilidad con la que había hecho un café espectacular en tan poco tiempo. Pensó que la próxima vez podía decirle que le explicara cómo lo hacía, aunque el pensamiento no le generó nada agradable.

Los dos hermanos se sentaron en el sillón con las tazas de café. Agustín tenía un look que parecía medio desfasado con la época del año en el hemisferio sur, un aspecto un poco europeo, con ropa que se veía muy bien en él pero que no parecía cuadrar del todo con el invierno porteño.

—No puedo creer que estés viviendo solo y que seas el líder de un equipo —dijo con una sonrisa—. Me acuerdo cuando te daba miedo cocinar porque pensabas que ibas a activar la alarma con el humo. 

—Crecí —replicó Julián con una sonrisa leve, tomando un sorbo de café, sintiendo algo raro al usar esa palabra en particular—. Vos sabés lo que es estar solo en otra ciudad y tener que hacer lo que podés porque no te queda otra —le dijo. 

Agustín asintió, sabiendo que era una verdad a medias. Había sido el primero de los hermanos en irse a estudiar a Buenos Aires y luego se había ido sólo a España, donde había conocido después a su mujer. Sabía muy bien lo que era tener que aprender, incluso cuando siempre había tenido un talento bastante innato para todo. Pero no había estado solo, nunca había estado del todo solo. Se había ido porque había querido y había tenido siempre el apoyo de su familia, sus amigos, la gente que había ido conociendo en el camino. En el caso de Julián, no había sido por gusto, sino porque no le había quedado otra. Quizás esa había sido la diferencia con sus hermanos, la razón por la que se había distanciado de ellos después de la adolescencia. Aunque habían seguido pasos similares, los caminos y cómo los habían transitado habían sido muy diferentes.   

 —¿Y cómo estás, Ju? En serio. El trabajo, tus cosas... 

Los dos se miraron. No habían hablado de Joaquín en el último tiempo, no era una charla con la que su hermano se sintiera muy cómodo tampoco, y no era algo sobre lo que Julián disfrutara de hablar. Posiblemente Agustín ya sabía las cosas que habían pasado. Sabía que ya no estaban juntos, porque Julián lo había comentado alguna vez. Aunque Agustín los había presentado, él y Joaquín se habían distanciado después de que el mayor comenzara a salir con Julián y su hermano se enterara. No sabía cómo estaba la relación entre los dos, pero suponía que con la distancia y las cosas que habían pasado tampoco habían vuelto a ser lo amigos que habían sido en sus años de facultad. Agustín probablemente sabía sólo lo que Julián le había contado y nada más. 

—Bien, un poco cansado nada más —le dijo sonando más esquivo de lo que había deseado—. Mucho trabajo. ¿Vos cómo estás?, ¿cómo están Florencia y Maggie? —preguntó, haciendo referencia a su cuñada y su sobrina. 

—Bien, bien… Flopi me estaba preguntando si ibas a venir con nosotros a Córdoba… —le dijo, como quien deja caer un comentario casual, que los dos sabían que nada tenía de eso. 

Julián suspiró, volviendo los ojos hacia su café. Dudaba que fuera una pregunta de Florencia, que lo había visto poco y nada y que no tenía una relación con él y que nunca había estado muy al tanto de la historia de sus papás, incluso cuando sabía por qué estaban distanciados. Sabía que era Agustín el que tenía esas intenciones, probablemente el único dentro de la familia que había presionado para que arreglaran las cosas, o por lo menos para que Julián volviera a aparecer dentro de las reuniones y los festejos familiares como si no hubiese pasado nada. 

—Agus, vos sabés que no —le dijo. Cuando discutían así, se sentía de nuevo un nene. Julián nunca había sido muy berrinchudo, pero Agustín no dejaba de ser su hermano mayor.

—Juli… —insistió, con vacilación—. Sabés que podés venir, ¿no? —le dijo su hermano—. Mamá y papá… 

—Ya sé que puedo, pero no quiero —dijo sinceramente, volviendo a mirarlo a los ojos—. No quiero volver a tener las mismas charlas ni las mismas discusiones con ellos. 

Ni los mismos momentos de mierda, le recordó una voz en su cabeza, aunque no lo dijo en voz alta. Sabía que aquella idea de poder volver era real, pero también una situación poco probable sin algo a cambio. Volver a Córdoba implicaba para él dar el brazo a torcer, dejar de ser la persona que era. 

—Bueno, pero ya pasó mucho tiempo… —dijo su hermano suavemente. 

Julián suspiró, porque no era la primera vez que tenían esa conversación. Y Agustín no sabía ni la mitad de las cosas que habían pasado cuando él se había ido a Buenos Aires a estudiar, cuando su hermano del medio se había ido también, y Julián se había quedado solo con catorce años, con sus papás, con su familia tan tradicional para todo, con los prejuicios de un pueblo chico y los ideales de haber crecido con dos hermanos modelo. Julián había pasado un infierno al que no quería volver, a donde no quería tener que ir para pretender que todo estaba bien. Para tener que esconder la persona que era para complacer a los demás o sentirse aceptado por ellos. Sentirse culpable, distinto, incómodo consigo mismo por algo que no había elegido. Le había costado mucho dejar de odiarse a sí mismo todo el tiempo como para volver al lugar que constantemente lo evocaba.   

Julián recordaba con claridad los comentarios, la culpa, el sentirse todo el tiempo fuera de lugar. Recordaba con demasiada facilidad, como si estuvieran grabados a fuego en su mente, los ojos decepcionados de su papá, la mirada preocupada de su mamá, las cosas que se decían sobre él, las personas que se habían alejado de un día para el otro. Se acordaba de todo lo que había sentido, de lo perdido que había estado, de lo desorientado que se había encontrado en un pueblo que había sido toda su vida su casa. De lo difícil que había sido aceptar que era algo que no podía cambiar, algo que era parte de él aunque no estuviera bien para los demás. Agustín no lo entendía, ni iba a entenderlo nunca.

—Agus… 

—Es tu familia, ellos te quieren, Ju. Todos te queremos.  

—La familia te acepta como sos —interrumpió Julián, sin querer alzar la voz pero con firmeza, dejando su mirada fija en la mesa—. No es un mensaje cada tanto para saber si seguís vivo y una invitación por compromiso, Agus —agregó, ya demasiado cansado de discutir lo mismo, suavizando un poco el tono. No era enojo, sino cansancio—. La familia… es otra cosa. 

Agustín se quedó en silencio, probablemente porque en el fondo sabía que Julián tenía razón o porque no sabía cómo responder a aquella acusación. No había sido un reproche para él, aunque quizás había sonado también como uno. No le echaba la culpa a su hermano, sabía que él había hecho su vida y que la distancia había sido algo que simplemente había pasado para dos personas que no vivían primero en la misma provincia y luego en el mismo país. Pero Julián había estado solo, y había sido difícil. A veces no podía evitar sentir un poco de rencor, incluso sin desearlo. 

—Ya sé que me quieren a su manera… —le dijo el menor más despacio, tratando de sonar un poco menos mordaz, aunque no estaba del todo convencido de lo que decía sino que lo consideraba más bien una forma de zanjar una conversación que ya no estaba interesado en tener—, pero eso siempre me lastimó y no es un lugar a donde quiera volver —agregó despacio—. No me hace bien. 

Lo había intentado. Cuando se había ido a Buenos Aires, había vuelto a su casa durante las primeras vacaciones de la facultad. Había sido peor de lo que había recordado. Había llegado a sentir desprecio por sí mismo, algo que nunca más deseaba sentir. Esa sensación de estar fuera de lugar, equivocado, en Buenos Aires no existía. No tener a nadie con él implicaba también que no tenía nadie que lo juzgara. 

—Juli… pero es tu casa. 

—Ya no es más mi casa —dijo suavemente, ya sin mirarlo—. Mi casa es esta.  

La vida de Julián había sido siempre así. Sus hermanos siempre habían destacado en todo y él había caído en ese puesto de tener que seguir con lo que los mayores habían puesto como la regla. Sus papás siempre habían sido exigentes, orgullosos, pero esencialmente habían sido muy críticos con todo lo que no siguiera con lo que esperaban. Su hermano mayor estaba casado, el otro estaba comprometido; Agustín tenía una hija, los dos eran profesionales respetables en lo que hacían y siempre habían llevado una vida prácticamente perfecta. Habían sido el tipo de hijos que otros padres siempre habían envidiado, de esos de los que todo el mundo hablaba cosas buenas. 

Julián nunca había podido seguir con ese rol. Incluso cuando se había esforzado toda su vida, siempre se había quedado corto. Aún de grande, con un título universitario en Sistemas, con una profesión, un buen puesto, un buen sueldo y una vida tranquila, sabía que nunca iba a ser suficiente para sus papás. Sus hermanos nunca iban a entenderlo bien porque, cuando Julián había empezado a descubrir quién era, ellos ya se habían ido de casa, de Córdoba, de los ojos curiosos de todo el pueblo, con los prejuicios que todos tenían. Apreciaba la voluntad de su hermano, que siempre lo había adorado y cuidado cuando era chiquito, pero sabía que estaba lejos de entender la relación de Julián con sus papás. Y en aquella comodidad de no entender, sus hermanos nunca habían hecho nada al respecto. Julián, aunque no quería, tampoco podía perdonarles del todo eso. 

Pero a Julián igualmente le dolía. Le dolía la distancia, le dolía haber perdido contacto con ellos. No tener una relación con su cuñada, no conocer a su sobrina, no saber en qué andaba el resto de su familia, qué era de la vida de sus primos o sus tíos. Le dolía la soledad, en especial desde que Joaquín ya no estaba más con él. Incluso con cómo habían terminado las cosas entre los dos, Julián todavía extrañaba tener a alguien. Incluso si la relación entre los dos había sido algo de lo que nunca se había sentido muy orgulloso. 

Agustín dejó el tema cuando vio que Julián no iba a cambiar de opinión. El menor aprovechó para preguntarle por su vida en España, prometiendo que iba a ir a visitarlos cuando tuviera vacaciones. Su hermano empezó a contarle sobre todos los lugares increíbles que tenía el país para vacacionar, incluso en invierno, de lo cerca que estaban otros destinos, y el desarrollador disfrutó simplemente de saber un poco más de su vida y de hablar de temas que no fueran tan pesados. 

—¿Te quedás a comer? —le preguntó Julián, cuando vio que se estaban haciendo las ocho. 

—Dale —le dijo—. ¿Vas a cocinar vos? 

El menor de los hermanos se rio un poco entre dientes. 

—Sé que amás mi cocina horrible, pero seguro hay algo argentino que te morís de ganas de comer —le dijo. 

—Si me pedís una pizza de fugazzeta y un cuarto de helado de dulce de leche y tramontana, te amo para siempre. 

El castaño se mordió los labios ante la exageración, todavía sonriendo, mientras iba a buscar su teléfono. A pesar de todo, extrañaba tener a su hermano ahí. Extrañaba tener a alguien de su familia con él, alguien que lo conocía de toda la vida, con quien poder hablar de sus cosas y compartir momentos. Había sido una de las cosas más duras cuando Julián había dejado Córdoba. Por lo menos, hasta que Joaquín había llegado a su vida. 

Cuando la comida estaba cerca, su hermano lo ayudó a despejar la mesa, donde Julián había estado trabajando durante el día. El castaño fue a buscar unos platos y cubiertos a la cocina. Llegó la pizza y los dos comieron un momento en silencio, No era un silencio incómodo, pero había algo que parecía estar ahí esperando ser conversado. Tenía la sensación de que Agustín estaba buscando el momento justo y Julián lo conocía como para saber que era un tema que iba a tocar tarde o temprano. 

—¿Vos estás bien, Juli? —preguntó finalmente—. Después de todo lo de… Joaquín. Y lo del trabajo… 

Julián suspiró. Ya ni siquiera tenía sentido hablar de eso. Aunque no había pasado tanto tiempo, lo sentía como algo muy lejano. Incluso con su ex de nuevo en su vida, Julián ya no era la persona que había estado con él. Para bien o para mal, las cosas habían cambiado pero él también. 

Y todo el mundo parecía notar que estaba mejor, que estaba bien. Julián no sabía si era verdad o no, pero siempre había sido muy bueno pretendiendo. 

—Ya está, Agus, ya pasó —dijo secamente—. No quiero hablar de él.

—Ya sé pero… Me siento culpable, ¿sabés? —le dijo su hermano, cortando un pedazo de pizza, sin mirarlo directamente—. No sabía que ustedes estaban mal, que vos la estabas pasando mal… —agregó, levantando la vista para mirarlo.

Julián bajó la mirada. No le servía de nada que Agustín se culpara entonces, cuando lo peor ya había pasado. Eran cosas que ya no tenía sentido discutir, una etapa que Julián prefería no volver a repetir. Cuando se había sentido solo, cuando había estado perdido y sin saber bien a quién recurrir, en esas noches de ansiedad y sin dormir, de no saber bien para dónde iba su vida y su carrera, su familia no había estado ahí. Sus hermanos habían estado lejos, desde donde todo parecía más trivial, como si fuera algo que iba a solucionarse pronto. Habían conversado poco y parecía que las charlas eran mucho más leves que la realidad. Julián se había acostumbrado, pero le había dolido igual. Todo el mundo había pretendido siempre que aquella relación no existía, que era algo que no existía fuera del departamento de Julián. Incluso Joaquín. 

—Ya pasó —insistió el castaño, haciendo hincapié en cada sílaba, buscando zanjar el tema—. Ya estoy en otra etapa, ya… ya no soy la misma persona y Joaquín ya está, es algo del pasado —le dijo, en algo que le salía demasiado bien: hacer creer a los demás que las cosas no le afectaban, que podía con todo solo. Estaba demasiado acostumbrado a aquella dinámica, porque era lo único que conocía—. En serio. Estoy bien. 

Su hermano suspiró profundamente, volviendo a tomar otro bocado de pizza.  

—¿Y cómo estás con el laburo? ¿Qué tal el puesto nuevo? —preguntó con suavidad, buscando cambiar el tono de la conversación. 

—Bien —respondió Julián—. Ocupado, como siempre, pero me gusta.

Su hermano no preguntó por su vida personal y Julián lo agradecía. Parecía haber un límite, algo que no quería volver a tocar después de hablar de Joaquín. En el departamento se notaba que estaba viviendo él solo, por lo que quizás no había nada más para decir que eso. Sabía que el mayor tampoco se sentía cómodo con esas conversaciones y Julián siempre había preferido mantener su vida privada para él.  

Cuando Agustín se fue, con la promesa de volver a verse antes de que viajara de nuevo para España, Julián estaba agotado. Se dejó caer en el sillón, encendiendo la televisión para ver el partido de River, aunque sin prestarle demasiada atención. Era como sacarse una máscara, como dejar de hacer un esfuerzo por pretender que todo estaba perfecto, que había superado todo, que no se sentía solo. Julián estaba acostumbrado. Pero, en las últimas semanas, dolía más. Y sabía cuál era la razón. Sabía que se estaba acostumbrando a tener a alguien más cerca, alguien que se había ganado un poco su confianza casi sin darse cuenta. Alguien que, después de tanto tiempo, lo hacía sentir algo. 

Enzo hacía que mantener la distancia fuera tan difícil. La forma en la que se comportaba alrededor de él, la manera en la que siempre lo trataba como si todo lo que Julián hacía o decía importara, esa forma de ser suya que parecía llevarse a todos por delante pero que siempre lo trataba con cuidado. Julián pensaba todo el tiempo en esa delicadeza para tomarle la mano, para tocarle el pelo; para decir algo para distraerlo, sabiendo que el cordobés estaba demasiado encerrado dentro de su cabeza. Esa forma en que se le había metido abajo de la piel como si las cosas estuvieran bien, como si fueran fáciles, como si ellos dos estando juntos fuera lo más natural del mundo. 

Tenía miedo. 

No quería volver a pasar por lo mismo, incluso cuando sabía que Joaquín y Enzo eran personas muy distintas. El resultado final siempre era el mismo para él. 

Julián tomó su teléfono, manteniéndolo desbloqueado aunque sin hacer nada por unos momentos. Abrió el chat con Enzo, donde los últimos mensajes eran del jueves. Suspiró y volvió a cerrarlo, sin nada para decir. Ellos no eran amigos. No había nada entre los dos que justificara un mensaje un domingo si no era algo laboral. El cordobés lo sabía perfectamente. 

Y sin embargo, cuando terminó el partido, su teléfono vibró. Cuando vio la notificación, se sintió ansioso, como si hubiese estado esperando que llegara ese mensaje. 

Enzo le había mandado un meme de River, alusivo a la derrota y a haberle arruinado el fin de semana. 

Mañana me vas a tener que aguantar de mal humor. 

Julián se mordió suavemente el labio, escribiendo la respuesta.

¿O sea que vas a estar sin hacer chistes toda la mañana? —escribió, con dos manitos rezando al final. 

Siempre tengo chistes para vos, me los anoto en un papelito antes de llegar —le respondió casi inmediatamente y Julián podía imaginar la sonrisa en su cara al mandar el mensaje. 

El castaño dejó el celular boca abajo sobre el sillón. Estaba sonriendo suavemente. Después del día que había tenido, de todas las cosas dolorosas que habían vuelto a flote, Enzo siempre parecía encontrar la manera de sacarle una pequeña sonrisa, por más tonto que fuera lo que tuviera para decir. 

Y le hacía mal, porque Julián no quería dejarse llevar por algo así, pero tampoco sabía muy bien cómo frenarlo. Cada vez tenía menos voluntad para hacerlo.

El lunes se despertó temprano, se pegó una ducha y salió para la oficina con tiempo de sobra. Decidió pasar por la panadería y comprar algunas cosas para compartir con el equipo. Cuando llegó a la oficina, pudo disfrutar del silencio de la mañana, acompañado de una llovizna que había empezado a caer cuando estaba saliendo de su casa. Una de las cosas que le gustaban de los lunes era la tranquilidad que se prolongaba siempre más que otros días. 

A las ocho y veinte, apareció Enzo. Tenía cara de dormido, el pelo mojado y venía caminando lento. Como era costumbre, se apoyó en su escritorio, incluso sin dejar antes la mochila. 

—Buen día, príncipe. 

El castaño alzó la vista, un poco cohibido con el apodo, que incluso dicho de aquella forma irreverente lograba generarle algo. 

—Buen día. 

—Dios, necesito un café —dijo el morocho, sacándose la mochila y haciendo un gesto para sonarse el cuello, que hizo un ruido que no podía ser muy sano—. ¿Nos juntamos en diez?  

Julián asintió y, con un gesto de la cabeza, señaló la bolsa con las cosas que había comprado en la panadería. 

—Traje algunas cosas para desayunar. 

Enzo alzó las cejas, aparentemente interesado. Apoyando la mochila en el suelo, fue a revolver la bolsa y sacó una pequeña dentro. La alzó en el aire, con una sonrisa radiante. 

—Uh, chipá —dijo, entusiasmado como un nene, metiendo la mano para sacar uno—. No tenés idea de lo mucho que acaba de mejorar esta mañana, estaba cagado de hambre.   

Julián sonrió apenas, volviendo a fijar la vista en su pantalla. Tenía algunas cosas que quería resolver antes de que Santiago se incorporara a la tarde, para que pudieran repartir mejor las tareas. Estaba pensando en qué puntos priorizar, por lo que lo tomó por sorpresa cuando sintió los labios de Enzo sobre su mejilla, dejando un beso que terminó tan rápido como había empezado. El castaño se quedó absolutamente congelado por un segundo y luego parpadeó, sorprendido. Se giró hacia Enzo, pero el morocho ya se estaba alejando, caminando de espaldas con una sonrisa. 

—Gracias —le dijo, con un pequeño guiño de ojo antes de desaparecer rumbo a la cocina. 

Dios, odiaba que fuera tan confianzudo y cara rota. 

En aquella reunión con CoreOne, Joaquín no estuvo presente, lo que hizo las cosas mucho más fáciles, con el feedback de Alexis siempre siendo muy puntal y generalmente positivo. Les había pedido si esa semana podían reunirse el viernes en lugar del jueves, para que Joaquín pudiera estar también al regresar de viaje, a lo que habían accedido. Enzo no estaba feliz, pero suponía que tenían que hacer lo que Paulo les pidiera. 

Después del mediodía, Santiago había aparecido en el área con aquella sonrisa y se había presentado a todo el equipo. Tenía un jean clásico y una remera básica, un look en general casual que representaba bastante bien su forma de ser. Siempre había sido una persona muy tranquila, de esas que se llevaban bien con todo el mundo y nunca generaban conflictos si no eran estrictamente necesarios. Era alguien con quien era fácil trabajar y bueno en algunas cosas que no eran el fuerte de Julián, por lo que no había dudado en contactarlo cuando la oportunidad se había presentado. Siempre habían hecho un buen equipo.

El nuevo desarrollador se acomodó en su escritorio, que estaba del otro lado de Cristian, junto al pasillo. La idea era que trabajara ese último mes que quedaba del proyecto de forma part-time por la tarde, asistiendo a Julián pero también tomando tareas del equipo. 

—¡Hay que hacer un after! —dijo Oriana, después de las presentaciones, encontrando siempre el tiempo justo para organizar algo—. Voy a hablar con las chicas de Marketing. 

Santiago se rio suavemente pero no dijo nada. Julián sabía que no necesitaba mucho tiempo para encajar, era algo que se le daba naturalmente.

—La semana que viene es mi cumpleaños —protestó Lautaro, ante la sugerencia de un after que probablemente ya existía. 

—¡Ahí está! —dijo la morocha, ajena al reproche, dándole una sonrisa a Santiago—. ¡Tenés que venir, Santi!  

Una vez que el nuevo desarrollador estuvo instalado, él y Julián fueron hacia la sala. Enzo ya estaba ahí, como siempre, con su computadora y sus auriculares, en el mismo lugar de todas las semanas. 

Julián presentó a Enzo y a Santiago brevemente, que se estrecharon las manos con sonrisas cordiales. El nuevo integrante del equipo se sentó del lado derecho de la mesa y Julián se sentó junto a él, del lado opuesto al que siempre ocupaba. El ambiente estaba relajado, pero Enzo no había dicho mucho. Había hecho algunos aportes sobre los bocetos, los flujos y la interfaz para que Santiago se familiarizara con el proyecto, había bromeado una o dos veces, pero estaba más callado de lo habitual, todavía con los auriculares puestos. Julián, aunque no lo miraba directamente, podía notarlo.

Una vez discutido el brief y el diseño, Santiago y él comenzaron a revisar el repositorio con el código, lo que estaba hecho, lo que faltaba y las cosas que había para ajustar.

—No puedo creer que hayas hecho todo esto en un mes vos solo, Ju —dijo Santiago, mientras revisaba los commits en la pantalla, que eran todos de Julián, y chequeaba la demo funcional que tenía en otra pestaña—. Sos un animal. 

El castaño sonrió un poco, siempre incómodo ante un cumplido, mientras su nuevo compañero seguía revisando los cambios y las cosas que quedaban por hacer. 

—¿Tienen algún backlog de esto? —le preguntó después el freelance, refiriéndose a las tareas pendientes, y Julián se inclinó sobre su computadora. 

—Sí, Nico, que está haciendo el testing, armó algo, pero va a ser más fácil si te voy pasando los pendientes yo —le dijo—. Vos te manejás mejor con lo que son las integraciones para consumo de datos, hay un par de cosas que me gustaría que revisaras, les puse prioridad y te las asigné a vos, son los de color gris.

El mayor le sonrió suavemente. 

—Siempre fuiste bueno como jefe —le dijo y Julián alzó las cejas, con aquello tomándolo un poco por sorpresa. Podía sentir la mirada de Enzo sobre ellos también, aunque Santiago estaba hablando como si el diseñador no estuviera—. Me alegra que hayas encontrado el puesto acá, de verdad.

Julián le dio otra sonrisa avergonzada y volvió a sus cosas, sin saber muy bien qué decir a eso. No era bueno aceptando cumplidos. Nunca lo había sido y no sabía muy bien cómo reaccionar, mucho menos delante de otras personas. Mucho menos cuando Enzo estaba al lado y el comentario le generaba una extraña sensación de autoconciencia. En especial porque sabía que no hubiese podido llevar adelante aquel proyecto sin el apoyo de la persona frente a él. 

Los tres trabajaron un rato largo mayormente en silencio. Cada tanto Santiago hacía una pregunta, Julián la respondía, Enzo seguía con lo suyo sin decir nada. El desarrollador trabajaba bien con el cordobés y la dinámica de los dos parecía encajar bien, tal como lo recordaba. El freelance conocía además los requerimientos de CoreOne, cómo les gustaba hacer las cosas, por lo que entendía bien dónde estaban metidos. 

Cuando faltaban veinte minutos para las seis, decidieron cortar aquella primera jornada de trabajo. Santiago tenía cosas pendientes pero podían seguir al día siguiente; habían podido hacer bastantes avances para un primer día. Se sentía bien tener a alguien que le diera una mano con las cosas que Julián prefería no hacer o donde precisaba un par de ojos extra que verificaran lo que había hecho, incluso antes de testear. 

—Bueno, nos vemos mañana —dijo Santiago después de cerrar la computadora, poniéndose de pie, saludando a los dos y luego dejando sus ojos en Julián—. Y no te olvides que me debés una cerveza, ¿eh? Mirá que yo tengo buena memoria y esta vez no te la voy a dejar pasar —le dijo, señalándolo con una sonrisa. 

El cordobés le devolvió el gesto de forma tensa, siendo casi una mueca, mientras el desarrollador dejaba la sala. La puerta hizo un ruido seco detrás de él mientras el castaño volvía a enfocar sus ojos en la pantalla. 

Muchísima confianza hay, ¿no? —dijo Enzo haciendo énfasis en la primera palabra, casi como al pasar y sin mirar a Julián, recostándose un poco sobre su silla y moviendo la lapicera, que tenía siempre junto a su cuaderno, entre los dedos con destreza. 

—No sé, puede ser… —respondió de igual manera, sin mirarlo, un poco incómodo. Santiago tenía cosas en común con Enzo. Aunque no era tan invasivo y definitivamente era menos insistente, siempre había sido bastante confianzudo con él y con la gente de su equipo, una persona que decía lo que pensaba sin muchas vueltas, y desde el principio habían encajado bien dentro del grupo. Julián tampoco nunca lo había visto con otros ojos que como los de un compañero de trabajo, lo que parecía la diferencia más grande entre los dos—. Trabajamos bastante juntos.  

—Si siguen así adelante mío, me voy a tener que poner celoso —comentó el menor casualmente, sonriendo un poco de lado, con ese tono que usaba siempre para hacer bromas—. Y soy bastante celoso, eh.  

Julián lo miró con una expresión cansada, sin querer darle importancia a nada de lo que Enzo decía con aquella sonrisa descarada, ni a lo que le provocaba cada vez que se portaba así. 

—¿Querés un café o ya te vas? —dijo el castaño secamente—. Quiero terminar con las pantallas que discutimos hoy.

Enzo mantuvo la expresión animada.

—Quiero terminar algunas cosas también —respondió simplemente—. Voy con vos, me viene bien estirar las piernas. 

Los dos caminaron lado a lado hacia la cocina, ya con mucha gente en el piso lista para irse y otros que ya habían abandonado sus puestos de trabajo. La lluvia había empezado a caer un poco más fuerte, por lo que todo el mundo parecía querer huir cuanto antes. 

Enzo se ofreció a preparar el café para los dos. Julián se sentó en una de las sillas plásticas mientras el morocho se quedaba junto a la cafetera. El diseñador tomó sus tazas y las acomodó sobre la mesada mientras esperaba, apoyándose con los brazos cruzados sobre la superficie, mirando a Julián como si tuviera algo para decir. 

—¿Están robando provisiones? —preguntó Valentina, entrando a la cocina con una sonrisa antes que Enzo pudiera hablar.

—Sí, lo traigo a Julián para echarle la culpa a él —respondió el morocho con esa sonrisa despreocupada tan suya. 

La chica cruzó una mirada divertida con el castaño, antes de acercarse a la pava eléctrica para llenarla de agua. Después se acercó para tomar una taza para ella y con Enzo se pusieron a charlar de algo sobre lo que Julián no tenía contexto. Ella se reía, lo miraba a los ojos y cada tanto lo empujaba suavemente con el brazo, como si estuviera buscando ser terriblemente obvia, mostrar algo evidente sobre lo que le pasaba con él. Parecía casi como una forma de marcar territorio, aunque el castaño dudaba que Valentina lo estuviera haciendo a propósito frente a él, que nada tenía que ver con los dos. Julián, con su teléfono en la mano, los observaba con disimulo porque hacían una linda pareja. Ella era chiquita al lado de Enzo, daba la sensación que podía levantarla con un solo brazo. Casi le daba bronca lo bien que encajaban el uno con el otro, la facilidad con la que cualquiera los hubiera aceptado como dos personas que estaban juntas, que se veían bien. En su pecho se sentía un poco mal lo poco complicado que podía ser todo para los dos, en lo laboral pero también en lo personal, porque era lo que la gente aceptaba como normal. Eran el tipo de pareja que no hubiese tenido que explicarle nada a nadie y por la que cualquiera se hubiese alegrado de ver finalmente juntos. 

Julián volvió a bajar la vista a su teléfono, sin poder sacarse ese pensamiento de encima incluso cuando Valentina se fue, saludando a los dos con una sonrisa simpática como tenía siempre. 

Ambos volvieron con sus tazas hacia la sala. Enzo tenía algo en la mano que le había dado la morocha. Parecía alguna otra cosa dulce, una de esas que la chica le daba frecuentemente, quién sabía desde hacía cuánto.

Los dos estuvieron trabajando hasta tarde, casi sin darse cuenta del paso del tiempo. Seguía lloviendo, aunque con menos intensidad, y ya el cielo estaba oscuro, un poco perlado por las nubes que parecían de tormenta. Julián se había quedado con un sentimiento raro sobre él, que lo tenía atrapado con una mezcla de cansancio y frustración con cada tarea que tenía que hacer.

Enzo, junto a él, tenía pinta de estar a nada de quedarse dormido en su lugar. Ya había dejado de trabajar hacía un rato, pero parecía haberse quedado solamente para hacerle compañía. En la pantalla tenía un portal de noticias deportivas, aunque no estaba prestando mucha atención a eso tampoco. Tenía puesta la capucha del buzo, que parecía estar cubriéndolo para que la luz no le pegara en los ojos. Era tarde, tanto que ya no debía quedar nadie en el piso, probablemente en el edificio. 

—¿Querés que te alcance a tu casa? —preguntó el cordobés suavemente. 

Enzo pareció salir del estado adormilado en el que se encontraba, dándole una sonrisa de lado aún un poco cansada. 

—¿Viene con servicio puerta a puerta la cosa? —comentó, estirándose un poco y ahogando un bostezo—. Qué lujo. 

—Dale, fantasma —masculló el mayor, ante la mirada sorprendida del diseñador—. Vamos.

Escuchó la risa de Enzo mientras se enfocaba en terminar de guardar sus cosas. Los dos abandonaron la oficina sin mediar palabra. Eran pasadas las ocho y el edificio estaba ya prácticamente vacío; se escuchaba el silencio por cada lugar que pasaban, acompañado por las gotas que golpeaban las ventanas. Los dos recorrieron el estacionamiento, con los pasos haciendo eco a medida que se movían por el lugar.  

—¿Dónde estacionaste? —preguntó el menor, todavía escondido bajo su capucha—, ¿en otra empresa? 

Julián no dijo nada. Había visto que Enzo tenía en la mano lo que le había regalado Valentina, que había estado apoyado en la mesa mientras terminaban de trabajar. El tema le había quedado dando vueltas en la cabeza, porque pensaba en lo simple que hubiese sido todo para él si, como el diseñador, hubiese podido elegir a alguien como Valentina. Alguien con quien se veía bien, con quien encajaba bien, con quien nadie iba a pensar nada raro sobre él. Alguien con quien su familia hubiese estado de acuerdo, como había pasado con sus hermanos, que hubiese terminado de completar las expectativas de hijo modelo que habían tenido siempre sus papás. Si, como mucha otra gente, hubiese estado bien con pretender que esa vida era para él, un pensamiento que se le había cruzado por la cabeza más de una vez.  

Cuando los dos se sentaron en el auto, sintió los ojos de Enzo sobre él, y lo soltó casi sin darse cuenta: 

—Hacen linda pareja —dijo sin emoción, como quien habla de algo totalmente trivial e intrascendente, que no le genera nada—. Vos y Valentina.

Sabía que era un comentario un poco fuera de contexto. El morocho no respondió inmediatamente, como si estuviera pensando en qué decir ante algo que no tenía nada que ver con la situación y que seguramente lo había tomado por sorpresa. 

—Julián —murmuró después de un breve silencio entre los dos—. No me digas eso. 

—¿Por qué? —preguntó el castaño suavemente, buscando meter la llave para arrancar el auto, apoyando la otra mano en el volante, aunque con el pulso un poco errático—. Es verdad. 

—Porque yo no quiero estar con Valentina —le dijo Enzo, de una forma que hizo que Julián levantara la vista para mirarlo.

El castaño apretó su agarre con la mano izquierda sobre el volante. El diseñador se inclinó un poco, con calma, como si le diera espacio para retroceder y apoyó una mano suavemente en su brazo derecho, que hizo que Julián se tensara inmediatamente. A pesar de los nervios, no se alejó. Cuando la mano de Enzo comenzó a subir lentamente, pasando por su hombro hasta apoyarse en su cuello con delicadeza, no hizo más que quedarse ahí, todavía con la mano aferrada al volante. El toque de Enzo era algo que había extrañado, incluso sin darse cuenta. La forma en la que sus manos lo tocaban siempre con tanto cuidado, como pidiendo permiso, era algo que le gustaba, pero que también lo dejaba siempre al borde de querer pedirle más. De olvidarse de que, si Enzo se portaba tan contenido todo el tiempo, era por culpa de él. 

—¿A vos te parece que yo tengo ganas de estar con Valentina? —le preguntó despacio, manteniendo el mismo tono de voz bajo, que parecía un reproche. Julián no respondió, pero tampoco hizo nada para apartarse. 

Enzo tomó el rostro de Julián con la otra mano y lo giró hacia él con cuidado. Y Julián sabía que no iba a resistirse. Cada vez le costaba más fingir indiferencia cuando el morocho lo miraba así, siempre que le dejaba tener la decisión final cuando de ellos se trataba. Los ojos oscuros por debajo de la capucha estaban fijos en los suyos, como esperando algo de él. Y Julián tenía siempre ese debate interno entre lo que quería y lo que pensaba que estaba bien, pero su consciencia sobre lo correcto parecía cada vez más perdida dentro de su cabeza. 

Julián lo miró por un instante, pensando que lo mejor era alejarse, que todavía estaban en la oficina, pero sin poder obligar a su cuerpo a cumplir aquella acción, que parecía siempre tener lógica propia cuando se trataba de Enzo. No quería seguir pensando cuando él estaba alrededor. 

El castaño se inclinó y lo besó, con la mano del menor afianzándose en su rostro como si no quisiera que se escapara a ningún lado. Julián dejó escapar un leve sonido necesitado, que llenó el auto cuando Enzo presionó con su lengua suavemente su labio superior y el castaño le concedió acceso a su boca, con el perfume del diseñador envolviéndolo como una droga ya conocida, pero con efectos que siempre parecían diferentes. Era un beso lento pero que se sentía igualmente desesperado, como si ninguno de los dos se atreviera a apurarlo, pero que tuvo pronto a Julián apretado contra el respaldo mientras el morocho se acercaba cada vez más y se inclinaba sobre él.

Enzo subió una pierna al asiento del conductor, obligando a Julián a abrir un poco las suyas para acomodarse entre ellas. El morocho se inclinó, haciendo que el cordobés quedara un poco recostado, acorralado entre el hueco del asiento y la ventanilla. El peso del cuerpo del morocho sobre el suyo lo hizo estremecer, con esa necesidad que había sentido cuando habían estado en su casa y en su cama. Sus manos buscaron el muslo de Enzo, la otra guiando el beso sobre su rostro, mientras el menor pasaba las manos por su pecho, subiéndolas hasta su nuca como si no pudiera profundizar el contacto lo suficiente. La forma en que sus bocas se encontraban entre beso y beso le generaba a Julián cierta ansiedad, como si no supiera cuándo iba a volver a pasar o si era algo que debería estar pasando en absoluto. Julián sentía que no tenía ni un pensamiento coherente, ni siquiera una neurona para pensar qué estaba pasando y dónde. Y justo cuando Enzo se inclinó más y sus labios viajaron lentamente de su boca a su cuello, el morocho hizo un movimiento que provocó que la bocina del auto sonara, retumbando por todo el lugar. 

Ambos se separaron de golpe. Enzo se dio la cabeza contra el techo del auto y soltó un quejido.  

—La puta madre —murmuró Julián, jadeando, volviendo la vista hacia afuera. El estacionamiento estaba vacío pero el ruido le había generado una extraña sensación de paranoia, como si alguien pudiera materializarse de la nada. Se quedó duro en su lugar, con las manos todavía sobre la pierna y la espalda de Enzo. Sintió terror al pensar siquiera que aquella bocina pudiera haber sido de un auto que no fuera el suyo, incluso cuando no había ninguno cerca. 

El diseñador soltó una risa entre dientes, ajeno al miedo de Julián, deslizando suavemente la mano por el cuello del castaño hacia su pecho, bajando lentamente hacia su asiento. El cordobés estaba bastante seguro de que podía escuchar el latido de su propio corazón, que estaba golpeando con fuerza ante la mezcla de la excitación y el susto. Pero el morocho nunca se alteraba demasiado por nada. Era así. 

—Me cagué todo —comentó el diseñador, con una pequeña sonrisa infantil asomando por debajo de la capucha pero sus ojos todavía con aquel mismo deseo con el que lo había observado antes de darle un beso. 

Julián suspiró, enfocándose en encender el auto con manos ligeramente temblorosas y salir del edificio. A veces le preocupaba lo fácil que se olvidaba de dónde estaba, de quién era o qué pasaba alrededor cuando Enzo estaba con él, cuando se acercaba y lo besaba así. Le preocupaba, esencialmente, la facilidad con la que se había rendido ante eso. Lo mucho que quería repetirlo. 

El morocho se abrochó el cinturón de seguridad sin decir nada, aceptando el silencio que se había instalado entre los dos. Y Julián decidió que iba a enfocarse solamente en manejar, haciendo un esfuerzo sobrehumano por calmarse un poco y procurar llevarlos a los dos hasta la casa del diseñador sin causar ningún accidente.  

Cuando llegaron a destino, Julián encontró un lugar para estacionar a unos metros del edificio donde vivía Enzo. El morocho se quedó observándolo y el cordobés giró la cabeza. Había algo en esa mirada, como si pudiera leerle la mente, como si supiera algo de lo que estaba pensando incluso cuando no tenía ni idea de las cosas que Julián había pasado, que lo atormentaban siempre cuando pensaba en dejar que todo siguiera su curso sin darle tantas vueltas. 

Enzo le sacó un mechón de pelo de la frente, que a esas horas del día y con la humedad que había, ya era un caos de ondas intentando mantenerse en el peinado a la fuerza. Su mano fue hasta la oreja de Julián, acomodando el pelo detrás de ella y sujetándolo un momento por el cuello. 

—Enzo, yo… —murmuró el castaño, bajando la vista—. No… Yo no… No puedo hacer esto otra vez —La expresión era genérica, porque realmente no tenía ni idea de cómo entrar en detalle sobre lo que abarcaba, pero creía que Enzo podía entender a qué se refería. 

—Me gustás, Julián —le dijo suavemente el morocho, todavía tocándole el pelo, y el mayor sintió un bandazo en el estómago ante las palabras, que para Enzo parecían algo totalmente casual, como todas las cosas que había dicho hasta entonces—. Y sé que yo te gusto también —agregó después, como la obviedad que era—. Creo que no tiene que ser más complicado que eso, que no hace falta que demos tantas vueltas… —continuó, todavía con ese tono de voz. Por la forma en la que lo había dicho, parecía ser un pensamiento en voz alta también, algo que se estaba diciendo a sí mismo, no sólo a él—. No tiene que cambiar nada. No tiene que ser nada tan complicado, Juli… 

Nada serio, parecía querer decir. 

Los dos compartieron un silencio, con el morocho todavía tocando su cuello, la mano grande y cálida haciéndole sentir cosquillas en el estómago cada vez que sus dedos se movían un poco. 

—Yo no soy Joaquín, ¿sabés? —dijo despacio. 

Julián se quedó mirándolo y asintió con un solo movimiento de cabeza, algo apenas perceptible. Lo sabía. Lo sabía muy bien. Enzo y Joaquín eran polos opuestos, eran dos personas tan distintas que a veces el cordobés se sentía tonto de siquiera compararlos. 

Pero sabía que había ciertas cosas que no tenían nada que ver con él. Ni con Julián. Era la manera en que funcionaba todo. Y eso siempre terminaba mal para él.

El morocho se inclinó para darle un beso en la mejilla, que duró más tiempo que cualquier beso de ese tipo, todavía sosteniéndolo por el otro lado de la cara. Luego se agachó un poco para agarrar su mochila y lo miró con una apenas visible sonrisa, con algo que Julián no terminaba de entender. No parecía la expresión del Enzo de siempre.  

—Gracias por traerme. 

El morocho se bajó y Julián se quedó un momento ahí, viendo como corría hasta la puerta del edificio para refugiarse de la lluvia, con el corazón todavía latiendo un poco inquieto dentro de su pecho. 

Y pensaba que quizás Enzo tenía razón. Julián no sabía muy bien cómo volver a hacer algo así, pero tampoco quería eso que tenían fuera de su vida. No todavía, no cuando aún parecía ni siquiera haber empezado. No cuando había encontrado en esa peculiar relación entre los dos un refugio para todas las otras cosas que estaban pasando en otros aspectos de su vida. Tener a alguien, incluso si no podía darle más que cosas a medias. Algo como lo que había tenido con Joaquín, pero donde Julián ya no podía dar demasiado sin sentir miedo. 

Mientras sus manos se mantenían apoyadas en el volante, aferrándose a él, quizás todavía con el beso que habían compartido nublando un poco su sentido común, pensó que quizás eso era lo único que podía ofrecerle. Y aunque no fuera justo, aunque pudiera traerle más problemas que soluciones, Julián se agarró de esa idea de mantener las cosas como estaban, casuales, entre ellos, sin ponerles un nombre. Otra vez. Sin pensarlo mucho, sin pensar en el futuro ni en las cosas que podían pasar si el castaño lo permitía. Sin pensar en el qué dirán, los rumores y todas las cosas que siempre lo habían atormentado. Sin pensar en ese miedo irrisorio que le daban ciertas ideas, en la vergüenza que le generaban algunos pensamientos, que igual iban a seguir ahí. Sin penar, especialmente, en lo que pasaba después de eso, cuando las cosas se terminaban. 

Enzo estaba dispuesto a hacer lo que él quisiera. Y Julián sabía que no tenía mucho más para ofrecer en ese momento, incluso si iba en contra de lo que había creído siempre, que le generaba un conflicto constante con su personalidad. Por primera vez, se sentía bien tener a alguien junto a él, alguien que no tenía segundas intenciones, que no buscaba nada más que eso. 

No quería pelearlo, porque sentía que lo necesitaba. 

Parecía un trato justo para mantener al diseñador donde estaba, para seguir disfrutando de aquella calidez contagiosa que le hacía más bien del que podía admitir. No sabía si Enzo solamente sentía curiosidad, si era la primera vez que estaba con otro hombre, si era una etapa o solamente quería sacarse las ganas. No iba a ser el primero ni el último pero, extrañamente, el desarrollador empezaba a encontrarse de acuerdo con eso.

Aunque fuera sólo por el momento, hasta que Enzo se diera cuenta de que no le convenía, de que no era lo que quería, de que había demasiadas cosas ajenas a los dos, y Julián volviera a quedarse solo. 

Creía que estaba bien con eso.

Notes:

Lo largo que quedó esto. Pero quería contar un poco más de la historia de Juli y un tag que me quedó ahí medio pendiente cuando lo subí.

Como siempre mil gracias a quienes siguen la historia y gracias especialmente a quienes siempre se toman el tiempo de dejar kudos, comentar y compartir 🧡

Nos leemos pronto
MrsVs.

Chapter 20: Is it weird that I find your disdain kind of hot?

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Enzo entró a su departamento sin prender la luz, aunque ya estaba demasiado oscuro. Apoyó la mochila con cuidado, se sacó la campera para colgarla en el perchero, pateó las zapatillas mojadas hacia un costado y dejó la ropa en el canasto para lavar. 

Cómo solía hacer cuando no tenía muchas ganas de nada, se llevó su teléfono y se dejó caer en la cama, sin tomarse siquiera el tiempo de vestirse. Tenía un mensaje de Gonzalo en grupo de sus amigos, que les había estado pidiendo que lo ayudaran con unos arreglos que tenía que hacer en la casa, y un mensaje de Sebastián, que ya estaba en tratativas para planificar el cumpleaños de Olivia, incluso cuando todavía faltaban semanas pero que ya tenía a los dos hermanos como un par de nenes haciendo planes. El morocho decidió que iba a responder todo al día siguiente, sin energías para socializar. 

Dejando el celular en la cama, apoyó uno de sus antebrazos sobre sus ojos, cerrándolos y suspirando profundamente. 

Estaba un poquito frustrado. 

Si era completamente sincero, no sabía si Julián iba a ceder cuando se trataba de ellos dos. Pensaba que, quizás, Enzo sólo lo había asustado un poco más de lo que ya estaba. Pero necesitaba que el castaño lo entendiera, que aceptara que entre los dos pasaba algo, lo que fuera, y que era lo más natural del mundo que intentaran saber qué, darle una oportunidad. Sabía que para el desarrollador lo más importante era el trabajo, el proyecto, y probablemente no iba a hacer nada que pusiera eso en riesgo, pero Enzo esperaba que entendiera que las dos cosas podían mantenerse aparte. 

El morocho estaba bastante convencido de eso. 

Más o menos. 

En realidad ya no sabía muy bien cómo manejar las ganas que tenía de estar con Julián. Cada vez que lo veía, era un pensamiento recurrente, uno que le estaba costando cada vez más controlar, que estaba opacando un poco todo el resto de las cosas de una forma poco sana. Sabía que necesitaba tener la cabeza en otro lado, pero cada vez le estaba costando más. 

Hacía tiempo que no estaba con alguien y tener a Julián alrededor todo el tiempo no lo estaba ayudando en nada. Después de las cosas que habían pasado entre ellos, parecía difícil volver a pensar en él solamente como un compañero de trabajo. Y Enzo sabía perfectamente que estaban entrando en una etapa del proyecto que iba a ser exigente, especialmente para Julián, que no era el momento para pensar o discutir esas cosas, pero no podía sacarse el tema de la cabeza. Incluso aunque lo intentara con todas sus fuerzas, seguía siempre ahí. Y sabía que el cordobés también lo sentía. Sabía que se sentía igual que él. 

Enzo trataba de tomarse siempre las cosas a la ligera, con humor, pero estaba un poco inquieto también. 

Al día siguiente, el morocho llegó a la oficina un poco pasadas las ocho y diez, con su vaso térmico de café, bastante sorprendido con lo rápido que había hecho todo por la mañana y de haber llegado incluso antes que Julián. El castaño no tardó demasiado en aparecer, saludándolo escuetamente como hacía siempre y acomodándose pronto en su puesto de trabajo sin tomarse tiempo para nada. Enzo, sin poder evitarlo, lo fue a molestar como era costumbre también. Se apoyó contra el escritorio de Cristian, cruzando los brazos sobre su pecho aunque todavía sosteniendo el vaso. El castaño tenía el pelo menos peinado de lo habitual y traía un suéter sobre la camisa que le quedaba un poco ajustado. 

Enzo suspiró, pasándose una mano por el pelo. Tenía muchas cosas para comentar al respecto, cosas que probablemente no estaba bien decirle en la oficina, pero se limitó a pensar en las cosas que quería comentarle sobre el proyecto. 

—Cambié la página de los artículos como pidieron, tengo que armar la búsqueda todavía —explicó el morocho, al ver que Julián había ido directamente a abrir los links de Figma que le había enviado aquella mañana. Enzo le dio un trago a su café del vaso térmico de River que había traído de su casa mientras le daba tiempo a que cargaran las pantallas—. Si le pegás una mirada y me das el ok, armo lo otro y se los mando. 

El desarrollador asintió e iba a decir algo cuando sus ojos se desviaron un poco. El morocho giró la cabeza para encontrarse con Santiago, que tenía una pequeña sonrisa y cara de dormido. El recién llegado apoyó un cartón con café en su escritorio y dejó la mochila en su puesto de trabajo. Enzo lo siguió con la mirada, un poco confundido, aunque dándole una pequeña sonrisa y un asentimiento cuando el otro lo saludó. El freelance luego dejó un vaso de café en el escritorio de Julián, que lo observó con curiosidad. 

—No sé si todavía tomás —le comentó Santiago, todavía sonriendo. 

Julián tomó el vaso, un poco sorprendido, y le dio una mirada a la etiqueta que traía pegada sobre él. Luego levantó la vista y le dio una pequeña sonrisa de lado al otro programador, que tenía siempre una expresión tranquila. Enzo seguía ahí, sintiéndose un poco como si no existiera. 

—¿Cómo te acordás? 

—¿Cómo me voy a olvidar? —le dijo, notablemente divertido—. Cuando Leo te tiró el vaso ese de medio litro, estuvimos casi tres días hasta que pudimos sacar el verde de la alfombra —le recordó—. El chino de la esquina con nosotros se hizo la casa. 

El castaño soltó un pequeño resoplido entre dientes, casi como una risa, que hizo que Enzo se quedara observándolo, quizás un poco asombrado. Aunque sentía algo de recelo de la relación entre él y Santiago, le gustaba ver a Julián tan cómodo. Le hacía pensar que esa era la persona real, la que el castaño había sido siempre, la que por alguna razón había tratado de esconder todo ese tiempo desde que había llegado a Vertex. Estaba ahí, a pesar de todo, y parecía cada vez más real. 

—¿Vamos a la sala? —preguntó el cordobés.

—Tengo que ir a llevar algo a Recursos Humanos que me pidieron ayer y voy para allá —dijo el freelance y le hizo un gesto a los dos antes de sacar unos papeles de su mochila y volver a irse por las puertas del piso. 

Enzo lo siguió con la mirada en silencio y luego se volvió hacia Julián, que le estaba dando un sorbo cuidadoso a su bebida. 

—¿Por qué está Santiago acá? —preguntó el morocho, con el ceño apenas fruncido y auténtica confusión—. ¿No viene a la tarde? 

—No puede venir mañana, así que me pidió si podíamos cambiar y hacer jornada completa hoy —explicó el castaño—. Puedo trabajar con él ahora a la mañana y después nos juntamos a la tarde, si no podés. Ya reservé la sala igual.

—No —dijo el morocho, antes que Julián continuara—. Puedo ahora. Dejame que agarro la compu y vamos. 

Enzo tomó sus cosas y siguió a Julián hasta la sala. Los dos se sentaron lado a lado, el castaño todavía con el vaso que le había llevado Santiago. Enzo lo observó con una sonrisa de lado, sintiéndose un poco infantil ante los celos del compañerito nuevo que le había sacado su lugar. Casi que tenía ganas de reírse de sí mismo de lo ridículo que era. Por ahí Licha tenía razón y a veces se portaba un poco como un nene cuando le gustaba alguien. 

—Así que te trajo café y todo… —comentó casualmente, como quien no quiere la cosa, girando la lapicera en sus manos—. Al final de verdad me voy a poner celoso, eh —agregó, haciendo un pequeño puchero.  

El castaño lo miró con aquella expresión severa que le daba siempre cuando hacía chistes. No sabía si el desarrollador estaba perdiendo el toque o si sus ojos ya no eran tan mordaces con él, pero aquellas miradas ya no se sentían tan duras como habían sido antes de trabajar en ese proyecto juntos. 

—No es café —se defendió el castaño, mientras tecleaba algo en su computadora, donde estaban los últimos diseños de Enzo. 

El morocho frunció un poco el ceño y, sin muchas vueltas, tomó el vaso de Julián para darle un sorbo a la bebida que le había comprado Santiago. El cordobés le dio una mala mirada pero pronto el diseñador hizo una mueca y frunció la nariz ante el gusto amargo y raro que tenía la infusión. Efectivamente, eso café no era. Aquello no hizo más que sacarle una expresión divertida al castaño, casi porfiado, que parecía entretenido con su cara de asco. El morocho no pudo evitar sonreír un poco mientras preguntaba: 

—¿Qué es esta cosa?

—Matcha latte —explicó Julián, sacándole el vaso de la mano para darle un trago él. 

—¿Cómo tomás esto? Tiene gusto a pasto —preguntó, todavía un poco asqueado, pasándose la parte de atrás de la mano por los labios, como si eso pudiera sacarle el sabor. 

Julián tenía los labios apretados, como si estuviera evitando reírse, lo que inevitablemente siempre lo hacía sonreír un poco a él también. Que no lo mirara todo el tiempo con cara de culo ya parecía un logro personal enorme, considerando cómo había empezado la relación entre los dos. 

—En una época tenía reflujo y no podía tomar café, así que empecé a tomar esto —le explicó, encogiéndose un poco de hombros y dándole otro sorbo a la bebida—. Me acostumbré, es rico.

—¿Reflujo? —preguntó Enzo—. ¿Tipo acidez? 

El castaño parecía esquivo, por lo que sólo asintió, la expresión divertida borrándose de su rostro. No tardó en cambiar de tema a algo relacionado con trabajo y Enzo podía intuir que todo estaba un poco conectado a las cosas que habían pasado en CoreOne. A veces quería preguntar, saber exactamente todo lo que había sucedido, pero sabía que el castaño no era del tipo de persona que compartía su vida con cualquiera. El diseñador había entendido, con el paso de los días, que ellos dos eran muy diferentes. Enzo nunca tenía problemas en hablar sobre nada, pero había aprendido a respetar un poco los tiempos de Julián y lo que le costaba moverse de una etapa a otra con él, si era que aquello incluso existía. Eran meros compañeros de trabajo, nada más que eso, por lo que comprendía que había ciertas cosas que no le correspondían. Que dependían más de Julián que de él. 

Se preguntó en ese momento si Santiago sabía bien qué había pasado. Si él y Julián habían hablado sobre el tema alguna vez, si el cordobés incluso lo consideraba un amigo. 

—¿Me estás escuchando? 

—¿Eh?

Enzo se quedó mirando a Julián después de la pregunta. El castaño se había girado un poco para darle una mirada con una ceja alzada, pero el diseñador no tenía ni idea de lo que le había dicho antes. Se fijó en sus labios, que tenían algunas manchitas verdes sobre la comisura. Casi sin darse cuenta, se pasó la lengua por el pulgar y luego lo apoyó sobre la boca del castaño, pellizcando un poco el labio con el otro dedo y moviéndolo sobre ella para limpiar la mancha que la bebida había dejado ahí. 

El cordobés se quedó congelado por un instante y luego se echó hacia atrás, con los ojos un poco más abiertos de lo normal. 

—Enzo… ¿qué hacés? —murmuró Julián, con la voz tensa, un poco baja, dándole una mirada a la puerta como hacía siempre, como si alguien estuviera siempre listo para entrar en el momento justo.

—No hice nada —se defendió el menor, echándose hacia atrás en su silla y alzando un poco las cejas, sin dejar de observarlo con un poquito de pedantería. Aunque la relación entre los dos había cambiado un poco en el último mes, todavía disfrutaba de sacarlo de sus casillas—. Tenías manchado de esa cosa horrenda que estás tomando. 

Julián volvió a mirarlo con aquella expresión seria pero no dijo nada. 

—Te lo podía haber limpiado con la lengua directamente —apuntó el morocho tranquilamente, con una media sonrisa de lado que pretendía ser inocente, pensando que era algo que podría haber hecho si el entorno hubiese sido otro. O si hubiese tenido la certeza de que Julián no lo iba a alejar de una piña—. Eso hubiese sido un toque desubicado.

El castaño lo miró con los ojos muy abiertos, enderezándose en la silla y murmurando algo que el morocho no llegó a escuchar, mientras continuaba con su trabajo. Parecía incluso un poco ruborizado. 

—Ponete a trabajar —musitó el mayor.

Cuando Santiago entró a la sala algunos minutos después, el diseñador ya estaba con los ojos fijos en su computadora pero todavía seguía con una sonrisa plasmada en los labios. 

Enzo volvió a enfocarse al cien por ciento en el diseño. Con Santiago ahí, su aporte a la parte de frontend no parecía necesario. Mal que le pesara, el freelance parecía haberse adaptado bien al cronograma que tenían, acoplándose al proyecto rápidamente y captando las instrucciones que le daba Julián con facilidad. Parecía una persona muy hacedora, bastante simpática, con una sonrisa amplia cuando lo miraba al cordobés. No sabía si era admiración, amistad o algo más, Enzo tampoco quería volverse ese tipo de persona paranoica. Pero tenía la ligera sensación de que Santiago no miraba con ojos solamente profesionales a Julián, no era algo tan difícil de notar cuando estaban solos. 

Y Julián alrededor de él era un poco otra persona también. 

Enzo no iba a negar que le molestaba un poco. El morocho hacía bromas al respecto pero era verdad que era una persona bastante celosa. Por lo menos, cuando era alguien que le importaba. 

Los tres estuvieron trabajando hasta que Santiago terminó lo que estaba haciendo. Estaban discutiendo lo que quedaba pendiente hasta que el castaño chequeó sus mensajes y volvió a enfocar su atención en el freelance. 

—Tengo una reunión ahora, pero si querés andá para la oficina, Cristian necesitaba una mano con una integración con una API de pago que no es de acá —le explicó—. Él te va a saber explicar mejor que yo. 

Santiago le guiñó un ojo, mientras tomaba su computadora y la taza que le habían dado, que Enzo estaba bastante seguro que se la habían robado a alguien de Marketing. 

—Dale. 

El freelance le ofreció una sonrisa amigable a Enzo también, antes de desaparecer por la puerta de la sala. El morocho sonrió apenas también, porque creía que Santiago era una persona bastante difícil de odiar, aún si era un poco receloso de su relación con Julián. Se parecía bastante a él. Quizás un poco más tranquilo. 

—¿Tenés una reunión? —preguntó el diseñador, mientras seguía con lo suyo. Le quedaba terminar algo que esperaba poder mostrar el viernes, por lo que quería avanzar todo lo que fuera posible ese día. 

—Sí, tengo una call —explicó Julián, todavía mirando su pantalla—. ¿Te molesta si la tomo acá? Paulo me pidió hace un rato si me podía sumar para explicarles algo.

El morocho negó suavemente con la cabeza, poniéndose los auriculares. 

—No, yo me quedo calladito acá, no pasa nada —le dijo, dándole un guiño rápido y tratando de enfocarse nuevamente en lo suyo.

Eran ya las doce cuando Julián se puso los auriculares y tomó la llamada. Aunque el morocho tenía música de fondo, escuchó perfectamente el saludo en inglés del cordobés. Enzo le puso pausa a la lista de reproducción, un poco curioso sobre qué tipo de reunión estaba teniendo su compañero. Se puso su propia laptop sobre las piernas, cruzando una para usarla de soporte después de alejarse un poco de la mesa, y se echó hacia atrás en la silla, observando el perfil de Julián que estaba enfocado en la conversación. Era distinto verlo en esas reuniones, porque parecía todo confianza en la pantalla. Enzo lo vio humedecerse los labios apenas, mientras asentía. 

No, that’s fine. I can review that for you and we can make a full QC of the website before we send you the list of suggested changes under the new privacy policies that were updated… 

Enzo ladeó un poco la cabeza, con las comisuras de su boca elevándose un poco, mientras su compañero seguía hablando con firmeza y rapidez, ocasionalmente deteniéndose para escuchar la respuesta del otro lado. Nunca pensó que de todas las cosas en el mundo alguien hablando en otro idioma sobre políticas de privacidad fuera algo que pudiera parecerle sensual. Pero ahí estaba Julián, erguido en su asiento, con la camisa impecable como siempre y con los brazos flexionados sobre la mesa, los dedos entrelazados y una voz que parecía más profunda de lo normal, con un acento que le resultaba agradable y perfectamente claro. Alguna vez Enzo había leído que uno tiene personalidades distintas dependiendo del idioma que esté hablando, y la de Julián en inglés parecía más dominante. Como si fuera una persona mucho más segura de sí misma. Aunque en las reuniones y en su trabajo en general siempre era serio y perfeccionista, escucharlo hablar en inglés tenía otro color. Hablaba bien, fluido, y a Enzo le provocaba algo.  

El morocho se mordió el costado del labio, todavía conservando la sonrisa. 

Estaba un poco hasta las manos. 

No, I agree with you, but we will need to check everything before we make any changes on the live site… —dijo luego e hizo una pausa, agregando algo en voz más baja y rápida que Enzo no terminó de entender—. I understand, but we need to do this before we can do anything else to avoid legal issues —agregó con firmeza, todavía con esa voz un poco más baja e inflexible.

Hubo una nueva pausa, en la que el cordobés se limitó a asentir frente a la pantalla. 

Ok, no problem, I will send you an email with all the details after this call, so you can review it with your team —volvió a escuchar que decía el castaño, con una sonrisa de lado, que no sabía si era confiada o condescendiente—. Thank you for your time… Yes, no worries, thank you… You too. Bye. 

Con un suspiro muy profundo, cansado, el desarrollador se sacó los auriculares. Sólo entonces pareció reparar de la mirada de Enzo, que estaba recostado contra el respaldo de su silla y ya ni siquiera fingía que trabajaba. 

—¿Qué? —preguntó el mayor, de esa forma un poco agresiva cuando Enzo lo miraba así. 

El morocho mantuvo la vista fija en él. 

—Me gusta cómo hablás en inglés —respondió simplemente.

Julián desvió la mirada, ocupándose con la computadora como hacía siempre que quería hacerse el desentendido de algo o cuando sentía vergüenza. 

—¿No estabas trabajando vos? 

—Me distraje cuando te escuché hablar así —le contestó lento, tomándose su tiempo para explicarlo—. Sonás como más autoritario que en español, no sé —comentó, con un resoplido divertido, ante la mirada cautelosa del castaño—. Medio como que me quería arrodillar y decirte yes, daddy. 

Julián volvió a darle ese tipo de mirada que se debatía entre incrédula, cansada y de quien estaba por romperle la nariz de una piña. Era difícil de explicar, era casi como una marca personal, algo que Enzo creía que sólo él lograba y que el castaño tenía exclusivamente reservado para él. El diseñador se sentía un poco orgulloso de eso. 

—Me das vergüenza ajena, ¿sabés? —dijo el cordobés secamente. 

Enzo volvió a reírse, porque no podía divertirse tanto incomodando a Julián con esas cosas. De verdad, se lo hacía demasiado fácil y era demasiado divertido ver cómo se ponía cada vez que le decía algo así. Y no era tampoco como si Enzo estuviera diciendo mentiras. Si el castaño elegía tomárselas como bromas, era problema de él. Enzo nunca había sido una persona muy sumisa, pero había algo en esa seriedad para todo, en la firmeza que tenía Julián que le parecía atractivo. El simple pensamiento lo ponía un poco ansioso, porque el morocho sabía que estaba dispuesto a ceder con él. Era algo distinto a estar con una mujer, era muy consciente de eso. Sentía que era algo que nunca había experimentado con otra persona, o quizás era la abstinencia y todas las cosas que habían pasado entre los dos que lo habían dejado un poco al límite; no tenía manera de saberlo a aquella altura del partido.

Pero tampoco tenía ganas de estar con otra persona que no fuera Julián.

Lo quería a él. 

—De verdad, hablás más grave —le dijo el diseñador, manteniendo la diversión en su voz casi como una provocación, pero con algo más también colándose entre sus palabras—. Me da curiosidad saber en qué otros momentos te cambia la voz —agregó después, girando un poco la cabeza para mirarlo de costado. 

El castaño se puso de pie y cerró su computadora innecesariamente fuerte, levantándose de la mesa junto con los auriculares y su botella de agua.

—Chau, Enzo.

El aludido soltó una risa. Sabía que estaba siendo un insoportable, pero Julián también lo estaba volviendo un poco loco. Si tenía alguna forma inocente de cobrársela, era esa. 

—No, pará, volvé, no molesto más —le dijo, con una sonrisa amplia, poniéndose de pie también mientras el desarrollador abría la puerta de la sala—. Please, Shuli. Come back!

Julián simplemente lo ignoró, volviendo a su puesto de trabajo. 

Después de comer y con el castaño poco dispuesto a volver a la sala para que Enzo lo incordiara en privado, siguieron trabajando cada uno en su escritorio. Santiago había agarrado algunas cosas del día a día, el morocho estaba con los últimos diseños en los que había estado trabajando a la mañana y el cordobés estaba aprovechando para adelantar parte del desarrollo que querían mostrar en la próxima reunión. 

Esa tarde iban a jugar al fútbol, por lo que Emiliano y Ota aparecieron en el sector cuando faltaba un rato para que terminara el día. Al parecer no tenían nada mejor que hacer, porque se quedaron ahí con ellos, cayendo con un paquete de facturas mientras tomaban unos mates y compartían algunos con el sector. Oriana, que nunca perdía la oportunidad, se había ido a comprar algunas cosas más para comer y ya habían armado un picnic entre medio de los dos equipos. 

—Juli, me tengo que ir —dijo Lautaro de la nada, dándole una mirada también a sus compañeros—. Mañana recupero, vengo más temprano, los cambios igual ya los pusheé por las dudas. 

—Sí, no pasa nada… —escuchó que replicaba el castaño suavemente—. ¿Todo bien?  

—¡No! ¿Cómo que te vas? ¿Y el partido? —se metió Emiliano en la conversación, con el termo en la mano y su voz siempre capaz de llegar hasta cualquier lugar, incluso cuando estaba en la otra punta de los puestos de trabajo. 

Enzo lo miró con una media sonrisa. El morocho estaba sentado en uno de los escritorios vacíos, con Lisandro a su lado, tomando un par de mates antes de volver a lo suyo hasta que se hiciera la hora de irse. Había sido un día productivo y los mails y pedidos del día habían estado bastante tranquilos. 

—Boludo, me tengo que ir, a Agustina se le quedó el auto en la concha de lora y está sola, la tengo que ir a buscar —dijo el desarrollador, ofuscado, tirando todas las cosas dentro de su mochila con poco cuidado—. ¿Qué querés que haga?  

—Cuidado, no corras que te vas a pisar la pollera —fue la respuesta de Ota. 

Lautaro le levantó el dedo del medio sin mirarlo mientras se colgaba la mochila al hombro y revisaba su teléfono, tecleando rápidamente. Enzo contuvo una pequeña risa. Santiago parecía seguir la escena como si fuera una novela nueva que no conocía pero con la que ya se había enganchado. 

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Emiliano—. No tenemos nueve. 

—¿No se estará tomando el partido muy en serio este? —preguntó Lisandro con media sonrisa, señalándolo con el pulgar, haciendo que Enzo sonriera también. Emiliano era el tipo más competitivo que había, en especial cuando se trataba de fútbol. Sabía que su compañero se lo decía en broma, porque los dos sabían que Emiliano jugaba siempre como si fuera un partido de la Copa del Mundo. 

—Bueno, el colombiano de ellos tampoco es Mbappé, eh —comentó Otamendi—. Es un burro. Con cualquiera que lo cubra estamos.  

—¿Vos jugás, Santi? —intervino Licha y el freelance le dio una sonrisa.

—No, como nueve no —le dijo, con esa expresión buenaza que tenía desde que había cruzado la puerta por primera vez—. Juego de cinco. 

—Ah, competís con Enzo —comentó Giuliano desde su puesto de trabajo aunque siguiendo toda la conversación, y el diseñador no pudo evitar soltar una pequeña risa con algo de humor irónico, que probablemente pasó desapercibido para el resto. 

Lo que eran las casualidades. 

—¿Vos, Juli, no jugabas de nueve? —dijo Cristian, girándose hacia el líder de Desarrollo. Todos los ojos, incluídos los de Enzo, fueron a Julián, que parecía tan sorprendido por el comentario como el resto de los presentes. 

—Jugaba en la secundaria, nada más —murmuró, incómodo, siguiendo con lo suyo en la computadora como si no estuvieran todos ahí al pedo molestándolo con una charla demasiado ruidosa. 

—Jugás bien —intervino Santiago y todos se giraron para mirarlo, como si estuvieran en un partido de tenis. Enzo no pudo evitar alzar una ceja ante la familiaridad con la que el desarrollador hablaba siempre de Julián—. En el partido que habíamos jugado en la fiesta de fin de año habías metido goles y todo.  

—Estaba medio borracho… —le dijo Julián rápidamente, buscando justificarse casi por inercia, y al instante pareció arrepentirse de lo que había dicho. Enzo alzó un poco las cejas, disimulando la sonrisa mordiéndose el labio. A veces se sorprendía un poco, porque cada tanto Julián tenía esos flashes de algo que parecía distinto, que había cambiado con el paso de las semanas. 

—¿Jugabas al fútbol borracho en la otra empresa? —le preguntó Cristian, totalmente incrédulo, como si le hubiesen dicho que el líder de su equipo había jugado a la pelota con el mismísimo Lionel Messi—. ¿Cómo nos perdimos de eso? —se giró para mirar a Santiago, casi cómplice—. ¿Hay algún video? 

—¡En pedo o no, igual sirve! —los interrumpió el Dibu, entusiasmado, volviendo al tema de conversación inicial—. El fútbol es como andar en bici, no te olvidás ni a palos. Y si necesitás un par de birras antes de jugar, te las conseguimos, no hay problema.

Enzo apretó los labios para nuevamente intentar contener la sonrisa, porque sabía que Julián debía querer matar a Cristian en ese momento, a Santiago y a todos los presentes. El dato igual le daba curiosidad. Sabía que Julián era de River y le había dicho que le gustaba el fútbol, pero nunca se lo había imaginado jugando. Sabía también que era un estereotipo. Cristian y Lautaro eran desarrolladores igual que él y los dos jugaban bien. Pero Julián era… bueno, Julián. 

Se preguntaba si había alguna cosa que no hiciera bien. Además de las relaciones interpersonales. 

—Hace un montón que no juego… —murmuró el castaño tímidamente—. Además no tengo ropa ni botines… 

—¿Cuánto calzás, Juli? —le preguntó Lautaro, mientras tomaba otro bolso que tenía además de la mochila, ya listo para irse, aparentemente esperando una respuesta mientras sostenía su teléfono en la otra mano. 

—Cuarenta y uno —musitó el cordobés, que parecía estar buscando la forma de desaparecer por arte de magia. 

—Te puedo dejar mis botines, te tendrían que quedar bien —le dijo, apoyando el celular y sacando una bolsa de plástico del bolso—. La ropa no, no creo que te quieras poner una camiseta de Boca ni ahí, ¿no? 

—¡Ahí va! —dijo Emiliano emocionado. Luego se giró hacia Enzo y lo señaló a lo lejos—. Eu, vos, gallina, que vivís cerca, ¿tenés una camiseta y un pantalón para el pibe? 

El morocho se rio entre dientes y los ojos de Julián aparecieron sobre los suyos. Ya lo conocía un poco para saber que esa era su mirada de por favor, sacame de acá, pero Enzo tenía demasiadas ganas de verlo jugar como para cumplirle ese capricho. Y le gustaba que estuviera integrándose en el grupo, para variar, en lugar de rechazar todos los planes a la primera y con cara de pocos amigos. Por primera vez, Enzo se iba a tomar una pequeña licencia con eso de hacer lo que Julián quisiera.  

—Sí, obvio, paso por casa cuando salgo. 

Sin encontrarse con alguna escapatoria viable y bajo la presión de sus compañeros, Julián aceptó sumarse al partido. Cuando pudo, el cordobés huyó a la cocina. Enzo lo siguió con la excusa de calentar más agua para los mates, que iba a continuar cebando Lisandro. 

Cuando el morocho entró, Julián había prendido la cafetera. Estaba con los brazos apoyados en la mesada y la cabeza inclinada hacia abajo, como si estuviera odiando la vida. 

—¿Preferís una camiseta de River o alguna de Argentina? —le preguntó animadamente el morocho, parándose a su lado y comenzando a llenar la pava con agua—. Creo que tengo alguna del Chelsea también. 

—Me da lo mismo —fue la respuesta del programador, sin emoción. 

—Vas a venir pero con la peor de las ondas, ¿no? —replicó Enzo, prendiendo la pava y apoyándose después contra la mesada.

Julián suspiró.

—Callate un poco, dale. 

Enzo alzó las cejas, un poco sorprendido aunque sin dejar la expresión entretenida que tenía en su cara. De verdad, no podía cansarse nunca de molestarlo. Y le encantaba que Julián lo peleara un poco también, algo que era nuevo dentro de la relación de los dos.  

Cuando todos empezaron a irse, Enzo se hizo una escapada hasta su casa. Rebuscó entre la ropa que solía usar para ir al gimnasio, en el fondo de sus cajones. Había mucha ropa que tenía todavía en la casa de sus papás, probablemente cosas que le hubiesen quedado mejor a Julián considerando la diferencia física entre los dos. Encontró un pantalón de Argentina que le quedaba bastante ajustado, que le habían regalado y nunca había cambiado, tenía la etiqueta puesta y todo. Después agarró una remera de River, la titular de hacía unos años, que era bastante entallada e iba a ser mejor que nada. 

Después de guardar la ropa en el bolso, Enzo se fue directo para las canchitas. Ya estaban todos ahí, la mayoría ya cambiados, entrando un poco en calor y conversando. 

—Juli está en el vestuario —le dijo Licha cuando se lo cruzó. 

El morocho le guiñó un ojo antes de seguir hasta la pequeña puerta que llevaba al interior del lugar. El castaño estaba ahí con Cristian y Nahuel, que ya estaban cambiados y listos para jugar. Los dos desarrolladores les hicieron un gesto, dejando a Enzo y Julián solos. El diseñador tomó la ropa que había traído de su casa y se la pasó a su compañero, que no parecía del mejor humor. Los dos se quedaron parados ahí, como esperando que el otro hiciera algo, hasta que el morocho se dio cuenta. 

Con una media sonrisa sugerente, Enzo se sentó en uno de los bancos y le dio un poco la espalda para dejarlo que se cambiara tranquilo. Se apoyó contra la superficie, extendiendo un poco una de sus piernas sobre la madera. Se estiró hacia el bolso que había quedado en el suelo, sacando algo de él. Cuando se giró hacia el castaño, se estaba terminando de acomodar la remera. El conjunto le quedaba bastante bien. Los colores de River le quedaban pintados. 

El morocho se puso de pie y se paró frente a él. El castaño levantó la mirada mientras Enzo ponía las manos a los costados de su cabeza para tirarle el pelo para atrás con una vincha elástica negra, que había encontrado en su casa. 

—¿Qué me pusiste? —le preguntó el programador, bizqueando un poco para tratar de verse la cabeza. 

—Una vinchita, que siempre te molesta el pelo —le dijo, con una media sonrisa, acomodándole un poco el pelo con cuidado, dejando alguna caricia en el proceso. Julián se apartó, pero el morocho no perdió su sonrisa. Lo tomó por atrás de los hombros y lo empujó un poco hasta un espejo medio destartalado que había a un costado de los casilleros, sin marco y adherido a la pared—. Me gusta cómo te queda así. 

—¿De dónde la sacaste? —preguntó el castaño, mirándolo a través del espejo. 

—Es de mi sobrina —respondió y vio cómo Julián fruncía el ceño, haciendo que su sonrisa se ampliara todavía más. Era tan fácil—. Te estoy cargando, la tenía por ahí en casa, es mía —le tiró un poco los rulos para atrás—. Pero te queda muy linda, me parece que te la voy a regalar. 

El castaño lo observó a través del espejo y luego apartó la mirada. Enzo no pudo evitar sonreír un poco. Que no se alejara de él ya parecía suficiente. El morocho deslizó una mano despacio por su espalda, pasándola por el medio de los omóplatos hasta apoyarla en su cintura, apretándola suavemente. Sabía que no era el lugar ni el momento pero no podía evitarlo, cada vez le costaba más no querer tocarlo. Sintió los músculos del mayor tensarse ante la caricia y, por un momento, sintió que se olvidaba de dónde estaban o de qué tenían que hacer; lo único que quería era inclinarse y besarle el cuello, darlo vuelta y comerle la boca contra los casilleros. Era un impulso que estaba teniendo un poco más seguido de lo que deseaba admitir.

Los dos se observaron a través del espejo unos instantes, antes que Enzo le sonriera un poco y sacara la mano de su cintura. 

—Dale, vamos —dijo finalmente el menor, con toda la fuerza de voluntad que pudo encontrar, dándole un pequeño apretón en el hombro que aún sostenía y guiándolo hacia la puerta.  

Los dos salieron a la cancha, donde el resto ya estaba preparado para jugar. Licha y uno de los chicos de la otra empresa estaban sentados al costado, siendo siempre los que se escapaban del partido si podían.

El encuentro fue como los de siempre, con ese ritmo irregular y las chicanas usuales entre los dos grupos. Enzo, sin embargo, no podía sacar sus ojos de Julián. Aunque intentaba no ser obvio, mantenerse dentro del partido, le costaba evitarlo. La forma en la que el castaño se movía le resultaba hipnótica. Como en aquella oportunidad en la que lo había visto al volante por primera vez, le resultaba extraño verlo haciendo algo tan ajeno a la oficina y al día a día, tan suelto y lejos de esa rigurosidad que tenía siempre para todo. Julián corría por la cancha, pedía la pelota y jugaba como hacía todas las otras cosas: dándolo todo, para ganar, para hacerlo mejor que el resto. 

Enzo lo observaba, porque seguía pareciendo extraño verlo en otro contexto. Era como ir descubriendo pequeñas cosas de él, cosas que le costaba mostrar pero que cada vez parecía más cómodo con exteriorizar.  

Pronto el castaño se había olvidado de la timidez y había conectado con el resto del equipo. Enzo lo había visto y lo había asistido, en una jugada entre los dos que había terminado en gol, con la sensación de que la oficina no era el único lugar donde ambos se entendían bien. Uno de los chicos de Marketing le había dado al castaño un golpecito en el brazo, Giuliano le había dado una palmada animada en los hombros en un medio abrazo. Enzo se acercó a él con una sonrisa, fascinado, poniendo sus manos hacia adelante para que las chocara. 

Julián tenía esa expresión canchera, un poco satisfecha, cuando chocó las manos con las suyas. Los rulos húmedos por la transpiración se le escapaban por arriba de la vincha, que apenas podía contenerlos. Tenía la cara algo roja, brillante, y los ojos castaños estaban un poco entrecerrados. La camiseta de River, su camiseta de River, se le pegaba al pecho transpirado y Enzo no dejaba de sorprenderse con la forma en que los detalles parecían tan perceptibles como nunca antes. La forma en que lo atraía con esas cosas, a las que jamás había prestado atención en otras personas. En lo hermoso que le parecía Julián y cómo el pensamiento se había vuelto tan insistente, como algo que su cabeza le estuviera queriendo recordar a cada rato. En lo linda que era esa persona, la que aparecía cuando el cordobés se olvidaba de reprimirla. 

Sin poder evitarlo, casi como si su boca tuviera voluntad propia, Enzo se acercó un poco a su compañero, pasando un brazo por sus hombros mientras la pelota volvía a estar en juego. 

—No te puedo explicar lo que me calienta verte jugar así con mi ropa —murmuró el morocho contra su oído, sabiendo que nadie podía escucharlo, para luego separarse de él con una sonrisa, de esas que parecían implicar que no había roto un plato en su vida—. Me vas a matar —agregó después, todavía hablando bajito mientras el castaño trotaba a su lado.

La confesión tomó al cordobés por sorpresa un instante muy breve, pero pronto se recompuso y volvió a poner esa mueca de hastío que cualquier comentario de Enzo obtenía siempre a modo de réplica.

—Esperemos —respondió Julián, sin perder el ritmo del trote ni el brillo en los ojos, sosteniéndole la mirada—. Así dejás de decir boludeces de una vez.

Enzo echó la cabeza hacia atrás y se rio abiertamente, no sin un poco de incredulidad, corriendo detrás de él mientras volvían a meterse en el partido. 

A veces Julián lo desconcertaba tanto, había tantas cosas de él que no entendía, había tanto adentro de su cabeza que Enzo no podía terminar de comprender. 

Le gustaba cuando Julián le respondía así, cuando se permitía ser esa persona divertida y algo despreocupada, que podía disfrutar también dentro de todas las responsabilidades sin demasiados filtros. Si pensaba en ese compañero frío que había conocido, en ese desarrollador medio desagradable que había entrado meses atrás a la empresa, le parecía que había un abismo entre los dos. Cuando Cristian le pasó un brazo por los hombros al castaño y él sonrió un poco hacia arriba, parecía que había cambiado tanto. Y la forma en que Enzo lo miraba, también. 

Le gustaba ese Julián. 

Le gustaba mucho. 

Y no sabía cómo hacer para que siguiera dejando ser a esa persona; para que lo dejara acercarse un poco más, de la forma que fuera.

Notes:

Mi amigo, el menos enamorado. Me quedó tan largo este capítulo que lo tuve que dividir en dos. No pasa demasiado acá pero tengo muchas ganas de compartir lo que sigue, así que seguro a mediados de la semana que viene subo lo que falta, que se viene el after 🤭

Muchas, muchas gracias como siempre a quienes se toman el tiempo de decirme lo que piensan y dejar kudos, me pone muy contenta que les esté gustando 🧡

Nos leemos pronto, que tengan un buen finde!
MrsVs.

Chapter 21: You’re emotionally confusing and physically distracting. I’m in.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El partido entre las dos empresas siguió su curso y el equipo de Vertex estaba ganando bastante cómodo. El encuentro se había picado un poco después del segundo gol de Julián, que parecía inspirado, cuando Ota empezó a meter púa a sus ex compañeros ante el baile que les estaban pegando.

Enzo estaba medio como un pelotudo sonriendo por la cancha y estaba bastante seguro que aquella había sido la razón por la que Cristian le había pegado un patadón en el pie cuando había apuntado a un chico de la otra empresa, pero el diseñador había sido el que no se había movido de donde estaba. 

—¡Hijo de puta! —gritó Enzo, tirado en el piso después de caer sin gracia, agarrándose el tobillo. Estaba bastante seguro que se iba a llevar la marca del botín del Cuti a su casa después de la patada que le había dado—. ¡Yo soy de tu equipo, boludo, a los otros los tenés que romper, no a mí!   

El chico de Brenton, que el morocho creía que se llamaba Marcos aunque no estaba del todo seguro, le dio una mala mirada ante la sugerencia. Había sido más rápido que él a la hora de moverse y evitar el choque. 

—¡Uh, no, perdón, perdón, perdón! —dijo Cristian, acercándose a él rápidamente. Aunque era una bestia cuando jugaba, se había agachado a su lado y le estaba hablando como si fuera un nene chiquito que se había mandado una cagada. Si no le hubiese dado una patada criminal antes, el diseñador hubiese jurado que se veía casi tierno—. No te vi, Enzo, disculpame, de verdad, ¿estás bien? ¿Necesitás ayuda? 

El morocho se miró el tobillo, que le dolía, aunque no parecía haber sido nada grave. Lo apoyó un poco, dándose cuenta que le molestaba un poco para pisar, pero probablemente por el golpe. 

—Me parece que voy a tener que salir —murmuró el diseñador. 

—¡Dale, no seas puto! —le gritó el Dibu desde el arco.

—No, pará, boludo, que se le está hinchando —le dijo Cristian con una expresión culpable, después de que el diseñador se bajó la media—. Perdón, de verdad. Vení que te ayudo —le dijo. 

El cordobés lo acompañó para salir de la cancha. Enzo se sentó junto a Lisandro, que estaba mirando todo con una expresión ligeramente divertida, el muy hijo de puta. Mientras tanto el otro chico de Brenton que no estaba jugando se levantó y se ofreció para intentar conseguirle un poco de hielo. Licha lo ayudó a sentarse junto a él, mientras Cristian volvía a pedirle disculpas varias veces.

El diseñador se sacó los botines, observando cómo el tobillo efectivamente comenzaba a hincharse un poco. Los mandó a todos a la cancha de nuevo, diciendo que no era nada y que estaba bien, pensando en cuáles eran las posibilidades de que Paulo le hubiese pagado a Cristian para que le rompiera una pierna y evitara así que se moviera de su computadora hasta que terminara el proyecto de CoreOne. Sonrió un poco, mientras veía al morocho cordobés corriendo en la cancha y dándole cada tanto una mirada preocupada, volviendo a articular un perdón a la distancia. Era como un nene atrapado en el cuerpo de un defensor de la Premier League. 

—Si programa como sale a trabar, es el mismísimo Mark Zuckenberg —le comentó Enzo a Lisandro, mientras los dos observaban el juego que comenzaba a reanudarse con uno menos, el morocho todavía con la mano en su pierna. 

—Lo siento por tu tobillo pero hot —confesó Lisandro casualmente, con ese tono tranquilo que tenía siempre para todo, echándose un poco hacia atrás en el banco, con las manos apoyadas detrás de su cuerpo.

Enzo se giró para mirarlo, alzando las cejas.

—¡Cuchalo! —dijo con una sonrisa, moviendo un poco el pie, suponiendo que iba a estar bien una vez que bajara la hinchazón del golpe. Podía pisar más o menos bien, así que no parecía ser nada grave.

Lisandro se rio un poco, tomando después un trago de su botella de agua. Los dos volvieron a observar a los jugadores dentro de la cancha. El morocho estaba a toda costa tratando de no seguir a Julián con la mirada, aunque se le estaba complicando un poco después de haberlo visto jugar así. El castaño observó en su dirección y Enzo le dio una sonrisa y guiño, que tuvo pronto al desarrollador mirando para otro lado. 

—¿Qué onda igual? —preguntó el morocho, volviendo su atención hacia Lisandro, que seguía observando el partido con una sonrisa—. Tiene pinta de que le gustan más las minas que romper tibia y peroné —continuó, volviendo al tema anterior. 

—Curioso —puntualizó Lisandro en voz baja, dándole una mirada de lado, diciendo las palabras despacio—. Y vos sabes que pasa con los curiosos…

Enzo tardó un momento en procesar la información. Pronto lo miró con las cejas alzadas y una sonrisa, un poco sorprendido. Cuando había hecho la pregunta no había esperado una respuesta tan específica y sincera, ni que la conversación fuera en realidad lo que parecía una confesión. No era que él y Lisandro no tuvieran confianza ni hablaran de otras cosas que no fueran trabajo, simplemente parecía haber surgido de la nada.

—Para, ¿ustedes dos…? —preguntó, haciendo un gesto que dejaba en evidencia lo que quería decir. Él y Licha no charlaban de sus vidas privadas todo el tiempo como Enzo lo hacía siempre con alguno de sus amigos. Hablaban de sus familias, de sus planes del fin de semana, pero siempre parecían temas mucho más casuales. La mirada de su compañero fue suficiente respuesta—. ¡Nah! ¡No puede ser!  

Lisandro se encogió de hombros, con absoluta naturalidad, todavía un poco reclinado hacia atrás.  

—No me mires así, vos sos el que tiene reglas de no meterse con gente de la oficina, no yo —le dijo, sonriendo de lado significativamente—. Bah, tenías. 

Enzo hizo un gesto apreciativo con los labios mientras asentía. Recordó que Lisandro se refería a Valentina. 

—Te miro, te observo, te analizo y te respeto —dijo el morocho despacio, haciendo que su compañero se riera, mientras volvía a mirar a Cristian corriendo por la cancha—. Nunca lo hubiera imaginado —le aseguró, con total sinceridad—. Nunca, eh.

Lisandro se encogió apenas de hombros otra vez, todavía conservando aquella expresión tranquila, un poco divertida, con el tono de la conversación manteniéndose totalmente casual.    

—Tampoco es que lo vamos a andar anunciando por todos lados, con vos tengo confianza, pero no se lo pienso decir a nadie —aclaró, volviendo sus ojos al juego—. Yo sé cómo les gusta el puterío a todos en la oficina —continuó—. Y ya sabés lo que dicen: el que come callado… —agregó, con una mirada ligeramente divertida. 

El morocho asintió, con una sonrisa de lado un poco dura. Se sentía tocado con aquella conversación.

—Y ustedes… tipo… entre ustedes… ¿todo bien?

Enzo sabía que era una pregunta medio estúpida. Lisandro y Cristian interactuaban en la oficina todo el tiempo, él mismo los había visto. Por trabajo, en los almuerzos, en las pausas; los dos siempre andaban juntos, aunque no había nada entre ellos que delatara algo más. Enzo no mentía cuando decía que nunca se hubiera imaginado otra cosa que la camaradería de dos personas que trabajaban juntas en varios proyectos y se llevaban bien. Sabía que, si era algo casual entre los dos, no tenía por qué cambiar nada, pero aún así le daba curiosidad cómo podían verse todos los días sin inmutarse. Si pensaba en él, no estaba seguro de poder hacerlo. 

—Sí, si están las cosas claras desde el principio, no tiene por qué ser un problema —respondió Lisandro, con una mirada que Enzo sintió demasiado personal. Su compañero siempre parecía ver un poco más allá del resto, o quizás era el morocho, que estaba sugestionado con todo el tema—. Hablando la gente se entiende —continuó con naturalidad—. Y lo que hacemos fuera de la oficina, es tema nuestro y de nadie más. 

Enzo asintió, sus ojos todavía sobre el grupo. Parecía tan sencillo. Si tan sólo hubiese tenido una manera de explicárselo a Julián con la simpleza que manejaba siempre Lisandro para todo. Aún cuando, en el fondo de su cabeza, sabía que ni el cordobés ni él eran tan simples como la dinámica que su compañero de equipo pintaba sobre él y Cristian. Enzo no estaba del todo seguro cómo podía funcionar para él eso de pretender que no pasaba nada. Nunca había sido ese tipo de persona, en ningún aspecto de su vida. Y, de una forma totalmente distinta, parecía bastante claro que Julián tampoco lo era. 

—¿No querés que te presente a mi grupo de amigos? —dijo el morocho de la nada—. Necesitamos uno que tenga dos dedos de frente y dé buenos consejos. 

Lisandro se rio, dándole un golpecito con el hombro. Los dos siguieron observando el partido. El pibe de Brenton todavía no había vuelto con el hielo. Enzo pensó que era una tranquilidad que no hubiese sido nada grave porque, si su vida hubiese dependido de él, probablemente ya se hubiese muerto. 

—Ahora entiendo por qué lo llevás siempre vos a la casa cuando está medio escabio —continuó el menor, viendo cómo Julián pateaba al arco, una pelota que sacó por poco el arquero, y cómo él y Giuliano chocaban los cinco—. Y yo que pensaba que lo hacías desde la bondad de tu corazón.  

—Mirá, si yo encuentro a alguien curioso, no soy tan mal tipo como para dejarlo con la duda —respondió el castaño con naturalidad, haciéndolo reír sinceramente—. Es casi un deber cívico, te diría. 

Enzo sonrió de lado en dirección a su compañero. Licha era un tipazo. Realmente era bueno trabajar con una persona que entendiera y compartiera su humor, que se tomara las cosas con tanta tranquilidad y que fuera siempre tan abierto de mente para todo. Era un respiro tener gente así alrededor, en especial en un entorno que a veces podía ser un poco frenético. Alguien que, más allá de todo, siempre tuviera un buen consejo, sin importar el tema de conversación. No era gente que abundara demasiado en la vida de Enzo. Adoraba a sus amigos, pero sabía que tenían realidades bastante distintas y que, algunas veces, era complicado hablar sobre ciertas cosas con ellos. 

—Y vos sos un ciudadano modelo —coincidió el morocho, con un asentimiento y una mueca divertida. 

—Desde que era chiquito, sí —le dijo el mayor, todavía sonriendo. 

El partido terminó a favor de Vertex, por lo que ya se estaba hablando de un tercer partido cuando Ota dijo que fueran a comer algo a la parrilla de siempre. Julián se estaba secando el sudor con una toalla en el vestuario y tenía esa sonrisa chiquita que a Enzo lo hacía sonreír, porque parecía honestamente entretenido. Al morocho no le molestaba ser un pesado absoluto si significaba que iba a seguir viéndolo en aquellos encuentros, que parecían algo más que una reunión casual con compañeros de trabajo. 

—¿Venís a comer? —le preguntó el morocho, ya cambiado. Tenía el tobillo hinchado y todavía le molestaba un poco apoyarlo, pero podía caminar sin problemas. Si descansaba un poco y se tomaba algo para desinflamar, seguro iba a estar mejor pronto. 

El castaño suspiró, mirándolo de lado. 

—Me quiero ir a mi casa —respondió simplemente.

—Dale, vení a comer algo —insistió el diseñador, haciendo apenas un puchero, mientras todos comenzaban a abandonar el lugar—. En tu casa seguro que no tenés nada y te va a dar paja cocinar a esta hora.  

Julián volvió a suspirar, mirándolo de lado como si tuviera con la mente la capacidad de hacerlo desaparecer. 

—Con cada día que pasa, entiendo más el apodo de tu hermano —le dijo bajito, conservando la charla privada. 

Enzo se rio. Sólo Julián podía encontrar formas de insultarlo con tanta sutileza.  

El grupo fue a comer y a tomar como siempre. Enzo se fue apoyando un poco en Lisandro aunque no lo necesitaba, mientras Cristian lo miraba como si quisiera largarse a llorar por lastimarlo. Julián se sentó frente a él con el otro cordobés, con Nahuel del otro lado. Aunque no tomó ni una gota de alcohol porque estaba con el auto, el castaño parecía extrañamente relajado. Tenía una expresión apenas divertida en el rostro, que el morocho ya sabía reconocer, y podía verse que estaba tranquilo. A medida que bajaban las botellas de cerveza y las conversaciones se ponían más ruidosas e incoherentes, Julián parecía cada vez más entretenido. Y a Enzo cada vez le costaba más dejar de mirarlo. 

—¿Te podés ir con la pata así? —preguntó Nahuel, que tenía los ojos chiquitos, como si ya estuviera por dormirse, cuando estaban levantándose de la mesa después de la comida—. ¿No querés venir en el auto con nosotros?  

Enzo asintió mientras todos se dividían afuera de la parrilla para hacer arreglos para volver a sus casas. Algunos ya se habían ido hasta el estacionamiento donde dejaban siempre el coche, otros ya se habían subido al auto que habían pedido con anticipación o se habían ido a tomar el transporte público. 

—Me tomo un Uber, tranqui, estoy acá nomás —dijo Enzo—. Ahora lo pido, no se preocupen. 

—¿Seguro? —preguntó Cristian, que parecía sentirse todavía culpable, con una expresión ligeramente mortificada y las mejillas un poco rojas—. Te puedo acompañar, si querés.  

—No te hagas drama, Cris, estoy bien, de verdad, puedo caminar —dijo el morocho, dándole una palmadita en la espalda—. La próxima me voy a acordar de mantenerme lo más lejos tuyo posible, nada más. 

El desarrollador soltó una risa un poco tosca y ruidosa, una mezcla de su personalidad con lo que había tomado.   

Cristian y Nahuel se fueron y Lisandro se quedó junto a Enzo. Julián estaba ahí también, con su auto también en el estacionamiento, cuando se giró hacia él. 

—¿Querés que te lleve? —se ofreció el programador. 

—¿No te jode? 

El castaño negó suavemente con la cabeza, con una mirada un poco incómoda hacia Lisandro y luego apartando la vista. 

—Esperá acá si querés, que voy a buscar el auto. 

Enzo se apoyó contra el exterior de la pared de lugar, mientras Lisandro se acomodaba el bolso al hombro, con esa expresión que siempre parecía un poco omnipresente, como si fuera todopoderoso y supiera los secretos de todo el mundo sin que nadie dijera nada al respecto. 

—Qué bien se llevan ustedes dos ahora —comentó.

Enzo lo miró de reojo con una sonrisa chiquita, pero no dijo nada. Si Lisandro sabía algo más o no, realmente no le importaba mucho. Sabía que no era el tipo de persona por la que se tuviera que preocupar que dijera algo fuera de ahí o que los fuera a juzgar. Tenían ese tipo de relación, la conversación que habían tenido durante el partido no era más que otra prueba de eso. 

—Te dejo en buenas manos entonces —le dijo Licha, dándole un golpecito en el brazo—. Nos vemos mañana, Enzito. Cuidate esa pata de palo.  

Enzo le devolvió el gesto con una media sonrisa. 

—Chau, Lichi, hasta mañana.  

Julián apareció con el auto pocos minutos después. Enzo se subió al asiento del pasajero con cuidado, después de hacerle un gesto para decirle que estaba bien, que podía caminar solo. El tobillo ya no le dolía tanto, probablemente había sido el golpe y nada más.

Hicieron el corto recorrido hasta la casa de Enzo en silencio, con la radio y el tráfico de fondo. El morocho seguía observando a Julián con cierta fascinación, otra vez en los detalles. Le gustaba verlo jugar al fútbol, manejar, esas cosas que parecían fuera de ese molde que había construido de forma tan diligente. Fuera de la oficina, siempre parecía mostrar esas cosas más naturales que le quedaban tan bien, como si fuera otra persona, una que no vivía solamente para trabajar y hacer las cosas bien.

Julián estacionó frente a su edificio. El barrio se encontraba tranquilo. A pesar de estar en una zona bastante caótica, había un par de cuadras ahí que eran inusualmente tranquilas, en especial fuera de los horarios laborales, que a Enzo le gustaban mucho. Nunca había pensado que iba a encariñarse con esa zona, pero después de unos años viviendo ahí, se sentía bastante a gusto. 

—Gracias por traerme —le dijo suavemente, sacándose el cinturón. 

Enzo se estiró y apoyó su mano izquierda en la pierna de Julián, inclinándose para besar su mejilla, dejando los labios ahí, sintiendo como el castaño se quedaba quieto en su lugar, todavía mirando al frente. La mano que tenía en su pierna la apretó suavemente y se sorprendió cuando de los labios del castaño se escapó un sonido ahogado, una mezcla de una expresión de sorpresa y un jadeo que hizo que el cuerpo de Enzo se revolucionara. Lo miró a los ojos, incluso cuando el castaño parecía esquivo. Volvió a inclinarse para besar su mejilla, un poco más cerca de la boca, subiendo un poco la mano por su muslo. Le gustaba la forma en la que Julián parecía ir cediendo de a poco, en la forma en que ya no rechazaba inmediatamente sus avances y su cuerpo parecía reaccionar naturalmente.  

—¿No te querés quedar? —le preguntó en voz baja, sin alejarse demasiado.

—Enzo… —murmuró el castaño, con los músculos tensos, sentado muy derecho, todavía mirando al frente—. No.

Su cabeza… Bueno, su cabeza era otro tema. 

A Enzo le hubiese encantado saber qué estaba pasando por su mente en ese momento, qué era lo que lo tenía siempre listo para salir corriendo, para alejarse cuando parecía que lo único lógico era acercarse más. Tenía una expresión conflictuada en la cara, algo que parecía estar siempre ahí cuando se trataba de ellos dos. Enzo tenía muy en claro que Julián lo deseaba tanto como él, pero había algo que todavía seguía ahí, que lo seguía reteniendo. 

—¿Ni siquiera para cuidarme? —le preguntó el más joven, con el labio inferior hacia afuera, dejando un beso chiquito en el hueso de la mandíbula—. Me duele la pierna por culpa de alguien de tu equipo —agregó despacio, sus labios apoyándose en la parte de atrás de su oreja, dejando otro beso ahí, actuando casi por impulso, sin poder alejarse mucho y sin querer hacerlo tampoco—. Casi que te tenés que hacer cargo como líder, te diría. 

El morocho dejó otro beso en la parte alta de su cuello, abriendo un poco la boca, con su mano deslizándose lentamente por la cara interna de la pierna del cordobés. 

Julián soltó otro pequeño jadeo y pronto puso una mano sobre la de él, agarrándolo con fuerza y separándolo apenas de su pierna. Luego apartó la mano lentamente, soltándola con cuidado, como si el agarre inicial hubiese sido un impulso, algo que hacía como acto reflejo. El movimiento hizo que el morocho volviera a erguirse en su asiento, alejando la boca de su cuello despacio. Estaba un poco confundido ante la reacción.

—Hasta mañana, Enzo —dijo Julián, todavía sin mirarlo, con la voz afectada, tensa, y la respiración un poco irregular. 

El morocho suspiró, con un apenas perceptible asentimiento. Sabía que había dicho que iba a respetar lo que Julián quisiera, sabía que había algo del cordobés sobre los límites que era complicado, pero a veces le resultaban tan confusos. Que el castaño no terminara de cruzar aquella línea le lastimaba un poco el ego también, incluso aunque nunca iba a decirlo en voz alta. Se moría de ganas de estar con él, y le daba la sensación que Julián también, pero parecía que era mucho más fácil para él no decir que sí, incluso si tampoco era un no rotundo. 

Enzo no sabía exactamente por qué, ni iba a admitirlo nunca fuera de su cabeza, pero ese rechazo en particular le había dolido un poco más que otros.

Sabía que Julián estaba conflictuado, lo entendía, pero eso no hacía las cosas más fáciles. 

—Hasta mañana, Juli —musitó el menor suavemente, tratando de sonar lo más calmado posible, antes de agarrar su bolso y su mochila lentamente y salir del auto. 

El miércoles Enzo estuvo un poco distante con Julián. Sabía que era una actitud casi infantil de su parte, pero no había mucho que quisiera analizar al respecto ni tenía tampoco el tiempo para hacerlo. Trabajó por la mañana con su equipo, fue a la sala con Julián por la tarde. Ante la ausencia de Santiago, trabajaron los dos en un silencio casi absoluto. Podía sentir los ojos del castaño buscándolo cada tanto, pero Enzo no dijo nada. Se limitaron a las preguntas técnicas, que fueron pocas, y después cada uno volvió a su puesto de trabajo en silencio. 

El diseñador se decía a sí mismo que no lo hacía a propósito, pero lo del día anterior le había molestado un poco. Y Julián parecía querer decirle algo, algo que nada tenía que ver con cosas de trabajo, pero no decía nada. El morocho sinceramente no entendía, pero tampoco parecía ni el momento ni el lugar para presionarlo. 

Enzo finalizó también con las entrevistas, decidiendo de forma bastante poco objetiva que quería a Rodrigo en su equipo. Paulo estaba de acuerdo y el proceso en sí no había sido demasiado complejo. Después del típico desafío para probar las capacidades y con el portfolio que tenía el diseñador, habiendo trabajado en un entorno similar, parecía más que suficiente para poder sumarlo. Los dos habían charlado sobre el preaviso, que Rodrigo ya había dado antes en la empresa, por lo que estaba listo para comenzar a principios de septiembre. Enzo encontró un poco de consuelo en aquello, más que preparado para poder delegar algunas tareas más que lo estaban volviendo loco. 

El jueves resultó una bendición que no tuvieran reunión con CoreOne porque, dentro de su mal humor, Enzo no estaba preparado para tener que enfrentar también a Joaquín. Por primera vez desde que había arrancado el proyecto, estaban adelantados en el cronograma y les estaba dando un poco de tranquilidad como para, por lo menos, irse a horario de la oficina. Cuando el morocho llegó a la oficina aquel día, Julián estaba en su puesto de trabajo con Lautaro, los dos discutiendo algo con la vista fija en una de las pantallas del cordobés.

—¿Es hoy tu cumple? —preguntó el morocho con una sonrisa, después de dar los buenos días.

Lautaro le dio una sonrisa apenas perceptible. Era un pibe bastante serio pero no necesariamente antisocial. Era como si su expresión inicial estuviera configurada para no sonreír, como si tuviera esa cara de culo simplemente por default.  

—Mañana —le dijo—. Venís al after hoy, ¿no? 

El diseñador asintió, ya habiendo formado parte de la discusión de hacía algunos días atrás, donde Julián también había sido obligado a ir. Sus compañeros de equipo habían alegado que si había ido al cumpleaños de Oriana tenía que asistir también al de Lautaro. Enzo ni siquiera había intentado hacer que el castaño se zafara de aquella, había estado ahí incluso metiendo púa y dándole la razón al resto de los desarrolladores. 

El festejo de esa noche parecía que era el tema del día, porque varios pasaron a hablar con el cumpleañero y a preguntarle a dónde iban. Lautaro, a pesar de su usual semblante, estaba en la empresa hacía ya unos años y se llevaba bien con todo el mundo. A diferencia de Julián, era ese tipo de persona rígida pero que sabía cómo relajarse cuando la oportunidad de presentaba. Parecía algo que su líder de equipo estaba aprendiendo a hacer de a poco. 

El humor entre el diseñador y el desarrollador se mantuvo similar durante la jornada. Santiago estaba de vuelta ahí, por lo que él y Julián hablaban sobre el código y Enzo seguía con lo suyo con los auriculares puestos, como si estuviera haciendo mucho más de lo que realmente había podido hacer ese día. Estaba disperso y agradecido de que la semana ya se estuviera terminando, porque necesitaba algunos días para darle un descanso a su cabeza. 

Cuando ya era bastante tarde, un grupo grande salió para el bar donde habían organizado el after. El lugar estaba bastante lleno cuando llegaron. A diferencia de los bares a los que normalmente iban, tenía más el aspecto de un boliche que de un bar de Palermo propiamente dicho. Era un espacio grande, la música estaba un poco fuerte como para conversar, la gente estaba bailando entre las mesas y las luces estaban bastante más bajas que en otros lugares. Enzo comprendía un poco por qué habían ido más tarde; parecía ese tipo de lugar. Tenía la sensación que el viernes iba a haber varias bajas por enfermedad y productividad al mínimo. 

—Boludo, es un cheboli esto —escuchó que comentaba Ota. 

—¿Un cheboli? —preguntó el Dibu con una media sonrisa—. Sos un viejo choto. 

—Boe, no te vengas a hacer el pendejo vos, eh —respondió el otro. 

—Salgan de acá, abuelos, vayan a sentarse que les va a empezar a doler la cintura si están mucho parados —los empujó Giuliano, ganándose algunos insultos mientras todos se movían hacia una mesa entre risas y conversaciones que eran demasiado lejanas para escuchar por sobre la música. 

Entre el Dibu y las chicas de Marketing, lo arrastraron a Enzo con ellos. El morocho terminó sentado entre Valentina y Martina, otra de las chicas del equipo, mientras se organizaban sobre qué querían pedir. Tenían que ir a la barra, por lo que se iban turnando para salir. Las conversaciones estaban un poco complicadas con tanto ruido, pero a nadie parecía importarle mucho. 

El bar, que en un principio había parecido un poco caótico, pronto se volvió aún peor. Pasadas las nueve, el lugar estaba más lleno, la música parecía estar más fuerte y todos estaban un poco más ruidosos gracias al alcohol y las conversaciones cruzadas. Enzo seguía la charla de sus compañeros alrededor, se reía casi como si fuera una reacción involuntaria, continuaba aferrado a su botella de cerveza, pero sus ojos cada tanto escaneaban casualmente el otro extremo de la larga mesa. 

Julián estaba con Santiago y los otros desarrolladores de su equipo, a quienes se habían sumado Lisandro y Giuliano. El freelance se inclinaba demasiado para hablarle al cordobés al oído y, aunque el ruido era suficiente para justificarlo, al morocho le molestaba la forma en que le ponía el brazo en el respaldo de la silla y la confianza con la que ambos parecían estar innecesariamente cerca. Enzo sentía una punzada de celos después de lo que había pasado el martes, otro tanto de frustración por la distancia que evidentemente sólo existía con él. Le parecía un poco injusto. 

El líder de Desarrollo sonreía y, quizás por el alcohol o tal vez por la compañía, parecía una expresión mucho más relajada de lo habitual. Y a Enzo le molestaba, porque esa sonrisa era para alguien más, porque parecía que solamente a él lo estaba apartando de forma constante cuando quería estar cerca suyo. Y ya había visto a Julián cuando tomaba un poco, le parecía casi criminal que alguien lo disfrutara en su lugar. 

En algún momento entre las charlas y las sonrisas, Julián levantó la vista. Sus miradas se encontraron y Enzo la sostuvo por un segundo, que pareció más largo de lo que realmente había sido. El diseñador le sonrió apenas, estaba bastante seguro que había salido como una expresión casi irónica, pero el castaño pronto apartó sus ojos hacia el grupo que estaba alrededor de él.

Enzo suspiró, volviendo a enfocarse en Valentina y las personas junto a ellos, en la charla a los gritos que estaban teniendo a su alrededor mientras el Dibu contaba otra de sus moralmente cuestionables anécdotas. Emilia se estaba riendo estrepitosamente, lo que parecía fuera de contexto incluso en un bar y con alcohol de por medio. El diseñador pasó un brazo por el respaldo de la silla de la morocha junto a él, lo suficientemente cerca como para que ella se inclinara sobre él al reírse, dejando algún comentario ocasional cerca de su oído. No era que quisiera ir más allá o darle falsas esperanzas, pero no estaba en su momento más lúcido, estaba de un humor muy particular y sentía cierto recelo por la escena del otro lado de la mesa. Si Julián iba a sonreírle así a su nuevo compañero de equipo, Enzo pensó infantilmente que también podía jugar al mismo juego. 

La noche fue pasando entre rondas de cerveza y conversaciones cada vez menos coherentes, con gente cambiando sus puestos de la mesa, bailando su camino hacia la barra o desapareciendo por un rato. Algunos ya se levantaban para irse cuando Enzo vio a Santiago inclinarse otra vez hacia Julián para decirle algo. El cordobés asintió, todavía con aquella expresión tranquila, se puso de pie y se dirigió solo hacia la barra. 

Enzo lo vio como una oportunidad y se inclinó hacia Valentina para decirle que se iba a buscar otra bebida y preguntarle si quería otra cerveza. La chica estaba muerta de risa por algún comentario de Ota, que había tomado el puesto para contar algo, por lo que asintió mientras seguía escuchando la conversación. Enzo se levantó con cuidado, abriéndose paso entre el lío de gente, hasta que divisó al castaño. Lo encontró apoyado en la barra, hablando con el chico que estaba detrás de ella. 

Enzo se acomodó de pie a su lado, apoyando un solo brazo sobre la superficie de madera, probablemente más cerca de lo necesario y pidió otras dos cervezas a una de las chicas que estaba trabajando ahí. Había mucha gente y estaba todo bastante desorganizado, aunque a nadie parecía importarle mucho a esa altura. Julián giró apenas la cabeza para observarlo, pero volvió a mirar al frente enseguida. 

—Muy amiguitos con Santiago están hoy —soltó Enzo con una media sonrisa, elevando un poco la voz para que lo escuchara, su tono quizás más ponzoñoso de lo que hubiese deseado—. ¿La están pasando bien? —le preguntó después—. Parece que el único que tiene que estar lejos tuyo soy yo al final… 

Julián suspiró, como si la conversación ya fuera aburrida desde el principio. A Enzo le hacía acordar un poco a sus primeras charlas. 

—Enzo, no empecés… —dijo secamente, ya sin mirarlo, con la voz apenas audible por sobre la música.

El morocho se sorprendió un poco ante la respuesta. Se suponía que él era el que estaba enojado, no Julián. No sabía en qué momento habían vuelto a llevarse así, pero no le gustaba.  

—¿Por qué no? —respondió Enzo rápidamente, ya sin muchos filtros. 

Julián se pasó la lengua apenas por los labios, aún mirando al frente, como si ignorarlo pudiera hacerlo desaparecer. 

—¿Y Valentina? —replicó. 

—¿Qué tiene que ver Valentina? —presionó el morocho, un poco cansado de volver siempre al mismo lugar, alzando la voz—. Yo no estoy hablando de ella. No quiero hablar más de Valentina, Julián. 

—Estuviste toda la noche con ella —dijo el castaño, con una sonrisa de lado casi despectiva que Enzo encontraba poco familiar—. Pensé que se iban a ir juntos… ¿no están saliendo ustedes? —musitó, con algo que parecía amargura—. Todo el mundo piensa eso —agregó. Aunque Julián sonaba un poco borracho, parecía que estaba diciendo algo lógico, como si fuera el desenlace obvio de todo eso. 

Uno que Enzo no quería. Que ya le había dicho demasiadas veces que no quería. A esa altura, ya no sabía cómo hacérselo entender. 

El diseñador suspiró pesadamente, observando el perfil de Julián, que seguía esperando por su cerveza con impaciencia. El morocho se inclinó un poco sobre él para que lo escuchara mejor, apoyando apenas una mano en su cintura. Parecía que había algo que el castaño no entendía, y a Enzo nunca le había gustado andarse con vueltas. Necesitaba que Julián entendiera exactamente qué le estaba pidiendo. Si iba a insistir tanto con eso, necesitaba ser muy claro al respecto. 

—Me estás volviendo loco —se sinceró, hablando despacio, sintiendo las palabras pesadas en su boca—. ¿No era lo que vos querías? —replicó el menor, recordando alguna charla que habían tenido alguna vez—. ¿Que pensaran que estaba con ella? ¿Que nadie pudiera pensar que me gustás vos

Julián volvió a suspirar y Enzo se mordió el interior de la mejilla, pensando en aquella obsesión que tenía el castaño, en esa parte de él que no entendía del todo. Vio cómo el cuerpo del cordobés se tensaba, aunque fue algo que no duró mucho.

—Sí… —murmuró el mayor casi de mala gana, asintiendo apenas con la cabeza, todavía sin mirarlo—. Hacen linda pareja. 

Enzo suspiró, sintiendo esa molestia que había tenido en el estómago toda la noche, que se mezclaba un poco con la bronca y la frustración. 

Otra vez lo mismo. 

No quería enojarse con Julián, pero odiaba que tuviera siempre esa postura como si nada le importara, como si él con Valentina fuera algo que estuviera bien, como si las cosas entre ellos dos estuvieran mal. Ese discurso ya lo estaba cansando un poco, quizás porque no lo entendía. No veía nada de malo en querer estar con él, incluso si él mismo no entendía bien qué le pasaba o hacia dónde iban; para Julián parecía algo mucho más complejo que lo que había en su cabeza. Era frustrante no poder entenderlo pero, esencialmente, era agotador que Julián prefiriera siempre alejarse antes que explicarlo.     

—¿Querés que me vaya con Valentina entonces? —le preguntó suavemente, con la voz contenida—. ¿Que la lleve a su casa?

El castaño no dijo nada, siguió mirando hacia adelante en la barra como si fuera la cosa más interesante del mundo.

—¿Querés que la acompañe hasta la puerta, que le de un beso antes de irme? —insistió despacio, sin atreverse a tocarlo más pero manteniéndose cerca de él, diciendo cada palabra con cuidado, asegurándose de que lo escuchara. 

El desarrollador siguió sin decir nada, simplemente soltó un suspiro y pareció apretar un poco los labios, el único signo que Enzo tuvo de que estaba verdaderamente escuchando y entendiendo lo que decía. Aunque el chico de la barra dejó las dos cervezas frente a él, el castaño no se movió.

—Que ella me invite a subir, que le diga que sí, que sigamos dándonos un par de besos en su casa —agregó el morocho, hablando lentamente, con la lengua floja por el alcohol, como si le estuviera dando tiempo a Julián de armar la escena en su cabeza, de pintar esa exacta imagen de lo que le estaba pidiendo—. Que vayamos a la habitación, nos saquemos la ropa…  

El castaño no dijo nada. Siguió con la vista fija hacia adelante, aunque la mano que tenía apoyada en la barra tenía los dedos ligeramente curvados, como si estuviera por apretarla en un puño. Enzo sabía que estaba afectado. Sabía que, como él, sentía celos, sentía que había algo inconcluso entre los dos. Enzo sabía perfectamente lo que Julián quería, pero necesitaba que lo dijera. No aguantaba más que lo siguiera empujando cuando era claro que le pasaba algo con él, incluso si solamente era algo físico. Necesitaba que entendiera qué era lo que estaba haciendo cada vez que le hablaba de Valentina, cada vez que insistía en que eso era más normal que lo de ellos dos. Que se lo imaginara, que fuera plenamente consciente de lo que le estaba pidiendo. 

—¿Querés que me coja a Valentina aunque esté pensando en vos, Julián? 

La pregunta, soltada en un tono bajo y lento, pareció finalmente activar alguna alarma en Julián, porque sólo entonces se giró para verlo. En sus ojos había algo que a Enzo le aceleró las pulsaciones, con una excitación llenándole el cuerpo ante la forma en que la mirada seria del castaño estaba clavada sobre la suya. Había un poco de sorpresa, había bronca en sus ojos, pero también había otra cosa que ya había visto antes. 

Julián no lo miraba ya con indiferencia, sino de la misma forma en que lo había mirado cuando habían estado los dos juntos en su cama. Cuando se habían besado, sin querer parar. Como si quisiera decir y hacer mucho más de lo que estaba dejando ver en ese momento. 

—No —musitó Julián, sin apartar la mirada.

—¿No querés? —inquirió el morocho, firme, como si tampoco pudiera sacarle los ojos de encima, aunque sintiendo la boca seca.

—No —repitió, un poco agitado, un poco fuera de ese personaje que parecía interpretar tan bien—. No quiero que te vayas con ella.

—¿Entonces…? ¿Qué querés? —soltó Enzo despacio, sintiendo que las palabras le salían sin fuerza, casi quebrándose—. Decime. 

Sabía que eso era lo que más le importaba a Julián. Los límites, el control, lo que creía que podía manejar. Enzo ya lo había entendido bien. Y había una parte racional que decía siempre que no, pero que parecía cada vez tener menos convicción.  

Julián no dejó de mirarlo. El morocho sabía que probablemente era una mala idea, tenía todas las banderas rojas levantadas adentro de su cabeza, pero se moría de ganas de comerle la boca de un beso. Todavía tenía un poco de consciencia como para recordar que estaban rodeados de todos sus compañeros de trabajo, incluso si estaban en un rincón apartado de la barra y había grandes chances de que nadie los viera o de que estuvieran ya lo suficientemente borrachos para no prestarles atención.   

—Quiero que te vayas conmigo —respondió Julián, soltando un suspiro que parecía errático, pero sin vacilación, que hizo que al morocho se le aceleraran las pulsaciones. 

El cordobés le mantuvo la mirada y aquello fue mucho más claro que cualquier cosa que pudieran decir. Enzo sabía que el castaño tenía algún tipo de debate interno sobre lo que pasaba entre los dos. Sabía que, incluso si era algo meramente físico, el desarrollador era una persona demasiado aplicada, demasiado ordenada dentro de su trabajo como para hacer algo así, que terminara en rumores, en suposiciones sobre los dos que nunca le habían gustado. Ya le había pasado, y no había terminado bien. Había tanto que no conocía de él. Pero Enzo quería eso, y sabía que Julián también, y en ese momento no le importaba más nada. 

—¿Ya te vas? —le preguntó despacio el más chico. 

—Termino esta cerveza y me voy —le dijo el cordobés, tomando las botellas de arriba de la barra. Le temblaba un poco el pulso.  

Enzo apretó un poco su cintura, inclinándose para hablar, aunque sin estar del todo seguro si le iba a salir la voz. Sentía una excitación correrle por el cuerpo ante la idea, ante lo que estaban prometiendo en ese momento. 

—En una hora estoy en tu casa —le aseguró el morocho.

Julián no respondió de inmediato; sólo le sostuvo la mirada y asintió apenas, con la mandíbula apretada, antes de separarse de su agarre.

Enzo volvió a su lugar algunos minutos después, con las cervezas en la mano, acomodándose nuevamente entre Valentina y Martina. Las conversaciones eran caóticas y todo el mundo parecía en la suya. La morocha a su lado se estaba riendo, apoyando cada tanto la cabeza en su hombro cuando había algo que provocaba una carcajada colectiva. Enzo estaba ahí pero sólo físicamente, porque su mente estaba en otro lugar. Su cabeza ya no estaba en el bar. 

El diseñador pudo ver el momento en el que Julián saludó, tomó su abrigo y se dispuso a irse. Santiago se levantó con él y Nahuel también y, después de un saludo general, los tres salieron del bar. 

Enzo sentía cómo le latía rápido el corazón, como su pierna se movía hacia arriba y hacia abajo de forma involuntaria. 

Quería irse de ahí. 

Los minutos después de eso fueron una tortura. Enzo no podía dejar de mirar el reloj de su teléfono continuamente, como si de alguna forma mágica fuera a pasar más rápido si lo seguía observando así. En algún momento Valentina pareció notarlo, porque apoyó la cabeza en su hombro y lo miró hacía arriba, con una pequeña sonrisa, totalmente ajena a todas las cosas que al morocho le estaban pasando por la cabeza. 

—¿Querés que vayamos a otro lado? —preguntó suavemente ella, las palabras estirándose quizás gracias al alcohol, moviéndose un poco para alcanzar su oído y que pudiera escucharla. Valentina apoyó una mano en su pierna, apretándola un poco—. Los chicos decían de ir a otro bar a unas cuadras, pero no sé si tengo ganas.  

Enzo la miró y sonrió también, pero con un cansancio sincero en el gesto. No quería estar ahí. Se quería ir. En ese mismo instante.

—Estoy un poco cansado, Valu —le dijo, con toda la calma que encontró. 

—Bueno, lo dejamos para otro día —sugirió ella, con un guiño perezoso, que Enzo no se sintió capaz de corresponder o rechazar. No era la noche para eso. No sentía ni siquiera la capacidad de sentirse mal por ella en ese momento, no le cabía nada más en el cuerpo. Con total egoísmo, se dio cuenta de que no podía importarle menos. La diferencia sobre lo que le generaba Julián era abismal. 

Enzo casi contó los minutos para levantarse y avisar que se iba, probablemente antes de tiempo. Era temprano y lógicamente hubo algunos comentarios sobre su partida, pero el morocho los despejó con una sonrisa, diciendo que tenía una reunión a la mañana siguiente. Se puso la campera con tranquilidad, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y salió a la puerta del bar, donde ya lo esperaba el Uber que había pedido. En esa oportunidad, no tenía como destino la dirección de su casa. 

El diseñador se sentó en la parte de atrás del vehículo, que tenía la ventana apenas abierta, echando la cabeza un poco hacia atrás, con ese mareo del alcohol que había tomado y de la ansiedad, que también lo tenía un poco borracho. Físicamente estaba agotado, pero su cabeza no podía parar un minuto. El aire frío que apenas se colaba por la ventana no consiguió despejarle la mente, con toda esa anticipación, con la imagen de Julián en la barra y la forma en que lo había mirado, con la promesa con la que se habían separado.

Cuando el auto se detuvo frente al edificio donde vivía el cordobés, el morocho se bajó con ansiedad y caminó hasta la entrada, soltando un suspiro frente al portero eléctrico. Tocó el timbre apenas, un llamado breve que para nada se correspondía con todas las cosas que estaban pasando por su cabeza. 

Enzo sintió que le transpiraban un poco las manos, que tenía el corazón inquieto e impaciente. No era algo que le pasara comúnmente. El sentimiento no hizo más que intensificarse cuando Julián salió del ascensor, con un jogging suelto, una remera blanca y recién bañado. Solamente para que lo viera él, y nadie más. El pensamiento hizo que al morocho la respiración se le volviera un poco errática, porque no recordaba cuándo había sido la última vez que había deseado tanto algo, que había deseado tener tanto a alguien. 

El castaño abrió la puerta despacio, saliendo del edificio y dejando que se cerrara detrás de él. Aunque hacía frío, no parecía molestarle. Se paró delante de él, mirándolo directamente como rara vez hacía, con una seguridad que al morocho le hizo cosquillas en la panza. 

Enzo le pasó una mano por el pelo instintivamente, para tirarle los rulos húmedos hacia atrás. Los ojos castaños de Julián se mantuvieron sobre los suyos, de esa forma inescrutable que a veces el diseñador no comprendía, por la que hubiese pagado para saber qué pensamientos acompañaban. La mano del morocho se acomodó en su cuello caliente y podía sentir lo rápido que estaba latiendo el corazón del mayor mientras dejaba una pequeña caricia ahí. Los ojos de Julián tenían esa chispa que el morocho recordaba, esa cosa que mezclaba la espontaneidad del efecto del alcohol y el deseo de lo que pasaba entre los dos. 

—Esto no cambia nada —murmuró el programador suavemente, cerrando los ojos despacio ante la caricia que el pulgar del menor estaba dejando en su cuello—. Lo que te dije el otro día…  

—No tiene que cambiar nada —interrumpió el morocho con cuidado, con voz cauta pero ronca y afectada, sus dedos acariciando la piel del cuello, pasando por su mandíbula hasta apoyar el pulgar sobre sus labios, todavía sosteniéndolo por el rostro. Enzo no tenía problemas en ceder el control, sabía que la dinámica entre los dos iba a ser esa, pero necesitaba que Julián fuera claro sobre lo que quería—. Si no querés que cambie nada, no cambia nada.

El cordobés mantuvo los ojos cerrados, casi inclinándose sobre el toque. Y Enzo sentía que le quemaba la piel, que tenía todas esas cosas ahí en la punta de los dedos, en los músculos entumecidos que estaban a la espera de poder hacer algo. 

—No vamos a hacer nada que vos no quieras, Julián —susurró el morocho, con cuidado, sin querer romper ese momento en el que el desarrollador parecía estar perdido en sus pensamientos. Su voz sonaba tranquila pero su cabeza era un caos—. Pero para eso me tenés que decir qué querés —continuó, despacio—. No lo que te parece bien —agregó bajito—. Lo que querés vos.  

Julián abrió lentamente los ojos pero no dijo nada. Tenía esa mirada un poco oscura que Enzo había visto muchas veces, pero también parecía mucho menos desconcertada. El castaño simplemente se alejó de él, con pasos lentos y abrió la puerta del edificio otra vez. La empujó con cuidado, entrando y sosteniéndola con el cuerpo para que Enzo pasara también. Los ojos de los dos volvieron a encontrarse por un momento, antes que el menor entrara y el castaño le diera la espalda. Aunque no dijo nada, en ese caso, el morocho sabía que no era necesario. 

Quizás, por primera vez, después de tantas idas y vueltas, los dos estaban bastante de acuerdo en cómo querían terminar esa noche.

Notes:

*ruido de mate* 🧉

Voy a estar unos días medio desconectada y con poco tiempo para escribir, así que seguro vuelva la semana que viene. Ojalá les haya gustado el capítulo y mil gracias como siempre por los kudos, los comentarios, los bookmarks y por compartir la historia, siempre me pone muy contenta 🧡

Nos leemos pronto, gracias por llegar hasta acá!

MrsVs.

Chapter 22: Keep it simple, stupid. Great advice. Hurts my feelings every time.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Julián siempre tenía presente una de las primeras cosas que había aprendido en la facultad, uno de los primeros conceptos que le habían enseñado cuando recién había ingresado a la carrera de Sistemas.

KISS.

Keep it simple, stupid. 

Mantenelo simple, estúpido, era una traducción acertada de aquel principio que, probablemente, era una de las bases dentro de la disciplina que había estudiado. Mantener las cosas simples, no complicarlas innecesariamente, que fueran fáciles de entender. A Julián siempre le había fascinado lo que encapsulaba ese concepto, siempre lo había aplicado en su carrera profesional y en sus proyectos, en la forma en que pensaba las cosas de cara a un nuevo desarrollo. 

Sin embargo, nunca había sido muy capaz de aplicarlo a su vida privada. 

Julián era una persona que siempre había sobrepensado las cosas cuando se trataba de sus decisiones personales. Era algo que el cordobés consideraba tan inalterable como el lugar donde había nacido o el color de sus ojos. Era una parte de él, algo que estaba siempre ahí, que le salía naturalmente cada vez que se le presentaba algún desafío. Una cualidad que incluso se había desarrollado con el paso de los años y los errores, que había crecido dentro de él y estaba profundamente arraigada a su forma de ser.

Pero el desarrollador, quizás por primera vez en mucho tiempo, estaba cansado de pensar.

Julián estaba cansado de pretender que Enzo no lo afectaba, que no quería estar con él. Tenía miedo, le aterraba dejarlo entrar, sentía que todo lo que le pasaba estaba mal, pero tampoco sabía bien cómo frenarlo. Ya no tenía la energía para pensar en cómo hacerlo cuando Enzo estaba siempre ahí, cuando siempre parecía tan dispuesto a hacer todo lo que él quisiera, cuando le estaba ofreciendo exactamente lo que él quería. 

El programador se había cansado de oponer resistencia cada vez que su compañero lo besaba, cada vez que lo tocaba, cada vez que se moría de ganas por corresponder a cada uno de esos roces que lo estremecían con una facilidad que le parecía injusta. No le importaba si el morocho solamente buscaba sacarse las ganas, saciar algún tipo de curiosidad que tuviera, si Julián estaba cruzando un límite del que después iba a ser imposible volver. El cordobés se había dado cuenta de que, en aquel momento, iba a aceptar lo que fuera. Porque quería. Porque, incluso a pesar de sus miedos e inseguridades, no deseaba resistirse más. Porque el morocho siempre había cumplido con su promesa de hacer lo que él quisiera, de llegar hasta donde él deseara y parar donde Julián pusiera el límite. 

Porque, deseando creer aunque fuera un momento en las palabras de Enzo, no tenía que ser algo tan complicado.

Enzo era el tipo de persona que hacía lo que sentía, el cordobés ya se había dado cuenta de eso, probablemente desde que se habían conocido. El morocho era muy claro con lo que quería, había sido extremadamente claro con cada una de las cosas que le había dicho desde que se habían besado por primera vez. Incluso atrás de las bromas, de ese tinte burlón que sus avances tenían siempre, sabía que lo decía en serio. Y Julián era una persona siempre cauta, que mantenía su distancia, pero se le hacía muy difícil soportar cada una de esas insinuaciones sin decir que sí pero sin mucha fuerza de voluntad para decir que no. 

El desarrollador sabía que era una pésima idea, sí, la parte racional de su cabeza lo sabía, pero no había podido evitarlo. Cuando lo había visto con Valentina, se había sentido lo suficientemente mal. Había pasado la noche pensando en lo bien que se veían, con esa idea recurrente en su cabeza, en lo común que era para todos que los dos estuvieran ahí, en que los dos estuvieran juntos. Julián había sentido celos de que fuera ella la que podía estar con él, reírse apoyada contra su brazo, tener la posibilidad de irse con él a su casa. Pero cuando Enzo había dicho esas cosas, cuando le había dado la exacta imagen mental de lo que podía pasar esa noche, de lo que se había imaginado que iba a pasar entre los dos si se iban juntos de ahí… 

Julián no quería. En un impulso caprichoso, egoísta, había dicho lo que había pensado. Estaba enojado y había tomado, pero sabía que no eran solamente los celos y el alcohol. En el fondo, lo tenía claro, aún cuando podía pretender que era solamente un impulso después de las cervezas y la frustración acumulada durante tantos días.

Incluso si no había nada entre ellos, no quería que Enzo se fuera con Valentina. No quería que estuviera con ella cuando podía estar con él. 

Quería que Enzo se fuera con él.

Julián había estado esperando al diseñador en su departamento por lo que habían parecido horas. Había hecho todo lo que podía hacer cuando había llegado a su casa: todavía medio borracho, se había dado una ducha rápida tratando de no matarse en el intento, se había cambiado, había movido las cosas aunque sin realmente nada para acomodar. Todavía tenía ese cosquilleo del alcohol en el cuerpo, que lo desinhibía, que lo hacía sentirse más liviano mientras se movía a través del departamento, que lo tenía al borde de ponerse a gritar de la ansiedad. No tenía ni siquiera el filtro mental para arrepentirse.  

Quizás Enzo no iba a ir. Quizás había entendido mal. Por ahí se iba a su casa directamente y listo. 

Cuando sonó el timbre, Julián se levantó del sillón como si quemara, casi tropezando con sus propios pies entre el nerviosismo y los resabios del alcohol. 

Enzo estaba ahí, en la puerta de su edificio, como si fuera una aparición. La campera abierta, la mochila colgada al hombro, el pelo siempre medio despeinado, los ojos un poco entrecerrados. Esa confianza cuando lo había tomado por el cuello, cuando le había apartado el pelo húmedo de la cara, cuando le había prometido que las cosas iban a ser como él quisiera. Algo le había corrido por el cuerpo cuando lo había mirado a los ojos, algo que Julián no quería seguir resistiendo. 

El desarrollador no sabía muy bien cómo quería que fueran las cosas entre ellos. Pero sabía que quería lo que estaba por pasar, lo había querido desde que se había dado cuenta la forma en que Enzo lo afectaba, la forma en que se le erizaba la piel ante el contacto más mínimo entre los dos. Esa necesidad que no había sentido desde hacía tanto tiempo, algo que no recordaba bien y que lo asustaba un poco también. 

Julián se sentía un poco tonto, con la anticipación en su cuerpo opacando todas las otras cosas. Sentía los pasos de Enzo detrás de él cuando atravesaron el hall del edificio, demasiado cerca pero todavía demasiado lejos. 

Los dos se subieron al ascensor, que cerró las puertas delante de ellos. Julián tenía los ojos fijos en el metal, podía sentir los ojos de Enzo sobre él, parado justo detrás, aunque no había ningún tipo de contacto entre ambos. El aire se sentía denso, como si hubiese algo ahí que estaban reprimiendo los dos, como si hubiera ahí adentro una bomba a punto de explotar, algo que venían aguantando desde hacía tiempo. Y Julián sabía que había una pequeña voz en su cabeza que no podía evitar estar inquieta, buscar comparaciones, pero Enzo no las merecía. El morocho le había dejado muy en claro que las decisiones las tomaba él y Julián realmente quería creer en eso, incluso a pesar de los nervios y de la ansiedad que le generaba la perspectiva de estar con alguien después de tanto tiempo, después de todo lo que había pasado. 

El cordobés se mordió el labio cuando el ascensor parecía no moverse lo suficientemente rápido, cuando Enzo parecía estar en todos lados, con el olor de ese perfume familiar nublando un poco su buen juicio. Estaba al borde de darse vuelta y besarlo ahí mismo, como si no pudiera aguantar un segundo más. Apretó con fuerza la llave en su mano, soltando el aire contenido. 

Julián quería eso. Aunque una parte lo aterraba, aunque había una parte racional de él que todavía quería frenarlo, sabía que no había vuelta atrás.  

El castaño buscó meter la llave en la cerradura de su departamento, con las manos poco precisas y casi al borde de una risa histérica, mientras sentía una de las palmas de Enzo apoyándose apenas en su baja espalda como una corriente eléctrica. Con torpeza, el desarrollador abrió la puerta y la mantuvo abierta para que el morocho pasara, todavía sin mirarlo. Entrando después, volvió a cerrarla con llave mientras se sacaba los zapatos con un movimiento rápido de los pies, algo que hacía por costumbre, que era prácticamente automático. Casi no tuvo tiempo de nada más que Enzo ya lo había agarrado por la nuca y lo había empujado con su cuerpo, hasta tenerlo presionado contra la pared de la entrada. Su frente se acercó a la suya hasta tocarla, con sus ojos volviendo a encontrarse, mientras el morocho le daba una sonrisa. Esas sonrisas que a Julián le provocaban un poco golpearlo, pero que también le aflojaban un poquito las piernas. Podía sentir el olor del perfume, del alcohol, y todavía no sabía cómo seguía de pie con lo fuerte que le estaba latiendo el corazón. 

—¿Te puedo dar un beso? —preguntó Enzo despacio, con inocencia, casi como si fuera un nene, pero con esa voz profunda que al castaño le generaba cosas, que se sentía como una caricia en sí misma. Tenía la respiración agitada, como si estuviera conteniendo mucho más en esas palabras. 

Una de las manos de Julián se aferró al frente de la remera, haciéndola un puño, manteniéndolo cerca de él con impaciencia. El corazón le latió con más fuerza ante la simpleza de aquella pregunta. Ante algo que Enzo quizás preguntaba un poco en broma, un poco en serio, pero que para el castaño significaba mucho más que eso. Poder dibujar los límites era nuevo, poder saber que las cosas llegaban siempre hasta donde él quería era algo que necesitaba. Con Joaquín nunca había pasado, nunca había tenido esa opción y, de alguna forma, Enzo parecía entenderlo. 

—No me tenés que preguntar eso —murmuró el mayor, demasiado consciente, pero con una sensación de calidez que parecía casi ambigua. 

—¿Ah, no? —preguntó Enzo, con la respiración un todavía agitada, tocando su nariz con la suya, pasando la otra palma de la mano por su pelo para tirarlo hacia atrás, mirándolo con una intensidad que lo estaba volviendo loco—. ¿No me vas a decir lo que querés? —le preguntó con esa curva en los labios que parecía hecha solamente para molestarlo—. ¿Me vas a dejar hacer lo que yo quiera? 

Julián resopló ante el discurso, sintiendo un pequeño escalofrío, sin poder despegar sus ojos de los suyos.

—No… —murmuró el mayor con determinación. 

—¿Entonces? —presionó, acercando su boca, y la urgencia contenida en esa pregunta hizo que el castaño contuviera la respiración—. Decime, Julián, no soy adivino… 

—Callate por una vez en tu vida, por favor —le suplicó, desinhibido por el alcohol, por la excitación, apoyando sus manos en los hombros del morocho y deslizándose por las solapas de la campera para atraerlo en un beso. 

Julián lo besó con desesperación, con la boca abierta, con todas las cosas que había contenido en los últimos días, olvidándose momentáneamente de toda la incertidumbre que sentía. No podía pensar en nada más que en ese beso, en estar más cerca de él. Las manos de Enzo se aferraron a su cintura, metiéndose fácilmente por debajo de la remera. Las palmas frías subieron por sus costillas con fuerza e hicieron que Julián soltara un siseo contra la boca de Enzo, que no había perdido tiempo para profundizar aún más el beso, su lengua casi peleando con la suya. Enzo lo sujetó por la espalda y lo presionó contra él y la pared, con la cabeza del cordobés golpeando la superficie, gruñendo cuando los cuerpos de los dos quedaron alineados, cuando se sintieron a través de la ropa. Julián tenía la mente totalmente nublada, sentía que aquel contacto en ese momento era algo que necesitaba tanto como respirar. Respirar, incluso, con la boca del morocho sobre la suya, parecía algo opcional. 

Enzo le sacó la remera y volvió a mover las manos por su piel, sin separarse en mucho tiempo de su boca. Las palmas del morocho quedaron firmes en su cintura y Julián se aferró a su cuello, a su pelo, como si fuera lo único que lo estaba manteniendo en pie. Enzo dejó su boca para besar su cuello y Julián dejó escapar un gemido cuando sus labios siguieron bajando por su pecho y capturaron uno de sus pezones, chupando suavemente. Julián no podía pensar, solamente podía tirar del pelo del morocho, queriendo prolongar esa sensación pero buscando también más contacto. El menor volvió a subir la boca por su pecho hasta su cuello, mordiendo y marcando la piel alrededor de su clavícula. 

El castaño empujó a Enzo con su cuerpo, con los brazos todavía alrededor de su cuello, dejándolo contra la pared junto a la puerta en el recibidor. El morocho automáticamente apretó el agarre en su cintura, bajando ligeramente las manos hasta apoyarlas en su cola. La boca del diseñador subió hasta su cuello, dejando besos hasta llegar a su oído. Al castaño se le escapó un sonido obsceno cuando el menor presionó con el agarre de sus manos en sus glúteos y sintió la excitación de Enzo presionándose contra su erección, mientras el menor empujaba su cadera contra la suya. 

—Mirá cómo me ponés con un par de besos nada más —le dijo el morocho con voz baja y áspera, con aquella costumbre que tenía de dejar pequeños besos en la parte de atrás de su oreja que eran siempre un atentado contra la cordura del cordobés.

Julián jadeó suavemente cuando la boca del morocho siguió dejando besos y mordidas en su cuello. Lo entendía perfectamente. Él estaba igual. Pero se sentía bien saber qué Enzo también se sentía así solamente con un par de toques. 

Con movimiento descoordinados, Julián se deshizo de la campera de Enzo y luego de su remera, que siguió el mismo destino que la suya en alguna parte de la entrada. Volvieron a besarse con ansias y desprolijidad, casi faltos de aire, y Enzo lo agarró por la parte de atrás del cuello, con los pulgares sobre sus mejillas, para moverlo por la entrada. Ambos siguieron caminando torpemente hasta el living, Julián colgándose de su cuello y las manos de Enzo volviendo firmes para sujetarlo por la cintura, por la cola, bajando hasta sus muslos, todavía manteniéndolo pegado a él. Julián no sabía cómo parar, incluso si hubiese querido, pero el deseo era todo lo contrario. Quería más. 

Los dos chocaron contra una de las sillas del living, que al morocho le provocó una risa nerviosa que murió en los labios del mayor. Julián parecía empeñado en seguir besándolo, en no romper ese contacto que era tan desordenado como los pasos de los dos. Siguieron un camino torpe por el pasillo hasta la habitación, con Julián guiando de frente el camino mientras Enzo caminaba hacia atrás y volvía a dejar su boca para besarle el cuello, con la sonrisa siempre presente contra su piel. Parados frente a la cama, el morocho volvió a hacer un camino de besos y chupones por su pecho, donde tenía una mancha de nacimiento, y parecía dispuesto a seguir bajando, pero el castaño lo sostuvo del pelo en su lugar. 

Si Enzo se tomaba tan en serio lo de hacer lo que Julián quisiera, él también se lo iba a tomar así. Necesitaba que fuera así. 

Con un ligero tirón, todavía sujetándolo por el pelo morocho de la nuca, lo hizo volver a elevarse hasta que estuvieron de nuevo cara a cara. Tomó su labio inferior, lo succionó suavemente, tirando de él, sin poder coordinar mucho los pensamientos y las acciones, sintiendo que las manos y la piel de los dos estaban por todos lados. El morocho soltó un gemido y una risa nerviosa casi al mismo tiempo, que volvió a generarle al mayor un escalofrío. Sus manos fueron al pantalón de Enzo, tratando de desabrocharlo, tratando de buscar más roce entre los dos. Una vez que consiguió bajar el cierre de los jeans, su mano fue directo sobre la tela del boxer de Enzo, sintiendo la erección atrapada dentro de él. El morocho soltó un jadeo ronco contra su boca y murmuró su nombre, sin dejar de besarlo del todo, mientras Julián seguía moviendo su mano contra él por sobre la tela, sintiendo como cada vez le costaba más respirar. 

Enzo deslizó una mano por su cintura hasta su baja espalda. Sus dedos se colaron por debajo del pantalón de jogging, del elástico de la ropa interior, con los dedos presionándose contra su piel, sabiendo muy bien lo que le provocaba. Julián soltó un quejido cuando sintió las yemas acariciando la línea entre sus glúteos, tensándose al instante. Se quedó rígido, con miedo, con un recuerdo que casi le gana a las cosas que estaba sintiendo.

Enzo pareció notar aquella tensión, porque su mano se quedó donde estaba y los labios del morocho fueron a su cuello, dejando un beso ahí. 

—No me contestaste al final —dijo el menor despacio, con la voz agitada, afectada, como si estuviera esperando algo—. ¿Me vas a decir qué querés? Porque me estoy volviendo loco por hacerte de todo —susurró, rozando su oreja con los labios, dejando otro beso ahí. Julián podía sentir la sonrisa mientras la mano de Enzo se aferraba a su cintura, mientras la palma de Julián seguía haciendo lo suyo también—. Si me vas a controlar… me vas a tener que dar instrucciones —agregó, con esa pedantería en la voz que el castaño odiaba un poco, pero con la voz un poco rota entre los jadeos—. Yo sé lo que te gusta a vos eso de dar órdenes, príncipe. 

Enzo se alejó un poco, apenas, lo suficiente como para mirarlo a los ojos pero con sus frentes tocándose. Más allá de esa picardía de siempre, de la facilidad para hacer bromas en cualquier momento, había algo en los ojos del morocho que transmitía confianza. Esa transparencia, esa facilidad que ofrecían siempre para mostrar exactamente lo que pensaba. Enzo hablaba, se hacía el canchero, pero lo que realmente parecía era un acto de sumisión. Julián seguía siendo quien tenía la última palabra. Y había algo de eso que hacía que lo excitaba todavía más. Esa sensación de poder le daba tranquilidad y hacía, de alguna forma, que todo lo otro fuera mucho más fuerte que la incertidumbre. 

Enzo todavía tenía esa sonrisa torcida cuando volvió a hablar: 

—Me vas a decir ent—

Julián le apoyó la palma de la mano libre en la boca para interrumpirlo, todavía mirándolo a los ojos.

—No te callás nunca vos, ¿no? —inquirió con vos ronca.

Sintió la sonrisa del morocho formándose debajo de su mano, achinándole un poco los ojos y cómo dijo no contra su palma. Había algo sobre Enzo que siempre conseguía relajarlo de alguna manera, incluso en los momentos en los que más nervioso estaba. Esa forma de ser que tenía, donde nada parecía demasiado serio, demasiado complicado.

—Callate —le pidió el mayor entre un suspiro. 

Con la otra mano, Julián apoyó los dedos en su pecho y lo empujó con resolución hacia la cama. Enzo se dejó caer sentado, con esa sonrisa torcida todavía dibujada en su cara, que parecía un desafío y una rendición al mismo tiempo, y las manos a ambos lados de su cuerpo sosteniendo su peso. Levantó uno de sus brazos, apoyando la mano en el abdomen de Julián, deslizando la punta de sus dedos por debajo del elástico del pantalón y moviéndolos suavemente. El mayor soltó un suspiro entrecortado mientras el morocho curvaba un poco la espalda y apoyaba los labios debajo de su ombligo, dejando un beso con la boca abierta que lo hizo estremecer. El morocho apretó su boca, chupando, dejando una marca, haciéndolo contener la respiración, casi forzándolo a cerrar los ojos. Julián estaba desesperado y no sabía muy bien qué hacer con todo eso.

—¿Estuviste con otro hombre alguna vez? —le preguntó despacio el castaño, casi sin voz.  

—Sí —dijo el menor, en el mismo tono contenido, inclinándose para darle otro beso justo sobre la cintura del pantalón, la respuesta tomándolo un poco por sorpresa, haciendo que volviera a correrle por el cuerpo esa excitación abrumadora—. Pero nunca con uno que me gustara tanto —agregó lentamente, apoyando la barbilla contra su abdomen y alzando los ojos para mirarlo de esa forma que a Julián le hacía contener la respiración, que lo hizo tragar pesado. Las manos de Enzo fueron a sus piernas y se movieron hasta sus muslos. Volvió a dejar otro beso en su estómago y luego volvió a mirarlo. El castaño apoyó una mano en su cara suavemente, tocando apenas los labios entreabiertos con el pulgar. Era tan chamuyero. Y le gustaba tanto también—. Ni que fuera tan mandón como vos. 

La mano de Julián se deslizó suavemente hasta su cuello, sus dedos pálidos contrastando al acariciar la piel tatuada.

Ese desafío siempre en la voz, esa manera de enfrentarlo, a Julián le hacía sentir confianza. Lo hacía sentirse cómodo, de alguna forma que todavía no comprendía muy bien. Como si estuviera dándole vía libre para hacer lo que quisiera, como si la broma no fuera más que un límite que le estaba dejando cruzar a su manera. Para Julián era todo nuevo, distinto, y lo asustaba, pero había algo cuando lo miraba así que lo hacía olvidar todo lo otro. Como si todo lo que tenía contenido estuviera peleando constantemente con esa otra parte que quería salir, que quería estar ahí, con él.  

Una de las manos de Enzo, que todavía estaba en sus piernas, subió un poco más y acarició su erección por sobre la tela del pantalón, haciendo que soltara un jadeo involuntario. Su mano fue automáticamente a la muñeca del morocho, un poco ansioso, un poco abrumado. La apartó un poco, todavía con ese desafío en los ojos de los dos. Enzo lo entendía. 

—Acostate —dijo el castaño, con voz ronca, liberando su mano. 

Enzo se humedeció apenas los labios con la punta de la lengua y se dejó caer de espalda en la cama, moviéndose un poco para atrás hasta estar acostado en ella, contra las almohadas, todavía sin sacarle los ojos de encima. Había una sonrisa pequeña en su boca, mientras se mordía uno de los costados del labio, pero el cordobés lo vio tragar pesado, el movimiento de su cuello delatándolo. Y Julián sentía el estómago revuelto con una presión agradable ante la visión de darle una orden y ver que Enzo la obedecía sin resistencia. Nunca había tenido ese poder antes.

Julián apoyó las rodillas en el colchón y se movió hasta montarlo despacio, hundiendo las piernas a cada lado de su cuerpo y apoyando una mano en su pecho para sostenerse. Las manos de Enzo subieron despacio por sus muslos, con sus ojos todavía fijos en él. La forma en que lo miraba lo volvía un poco loco, así, tan sumiso sobre su cama; le sacaba el poco sentido común que le quedaba. Lo excitaba verlo tan entregado, mucho más de lo que podía admitir. Se sentía como un alivio, un desahogo después de todo lo que había estado reprimiendo. 

Arrastrando la mano por el pecho tatuado hacia arriba, Julián la apoyó sobre el cuello de Enzo y lo sujetó, haciendo una ligera presión con los dedos, inclinándose para volver a besarlo. El morocho no perdió el tiempo para corresponder, para que sus manos volvieran a ejercer presión entre los dos, para volver a sentirlo todavía tan excitado como él y con demasiada tela aún entre los dos. Las caderas de ambos impusieron un ritmo y Julián estaba bastante seguro que no necesitaba mucho más que eso para acabar como si fuera un adolescente, incluso cuando se moría de ganas de prolongar aquel momento todo lo que fuera posible. El beso era desordenado y agitado, con los movimientos siguiendo su curso lenta pero rítmicamente, mezclándose con los jadeos de los dos, aunque sin sentirse lo suficientemente cerca. Julián se sentía abrumado, torpe, ansioso… era una mezcla de emociones que no había sentido en mucho tiempo. Parecía todo demasiado nuevo. 

El castaño interrumpió el beso y volvió a incorporarse un poco, deslizando la mano sobre el pecho con cuidado. Había una inseguridad en el fondo de su cabeza, algo que seguía ahí, que lo mantenía con un agarre invisible, que no le permitía soltarse del todo. Con lentitud, se apoyó en las piernas del morocho y usó sus manos ligeramente temblorosas para deshacerse con cuidado de los pantalones y la ropa interior de Enzo. El morocho seguía los movimientos sin decir nada. Julián no sabía si era su predisposición para hacer todo solo, la determinación de hacerlo, o la complicidad de aquel momento entre los dos en el medio de la noche y la oscuridad, pero el morocho parecía inusualmente silencioso y dócil, como si Julián pudiera hacer lo que quisiera con él. Era un sentimiento tan nuevo, algo que lo impulsaba a seguir. El castaño tenía miedo, pero se sentía seguro estando en control, sabiendo que era él quien marcaba el ritmo de lo que pasaba entre los dos. Y no parecía algo que se limitara solamente a aquella noche. 

Enzo no era Joaquín. Su cabeza y su cuerpo estaba haciéndose de a poco a la idea. 

Los ojos oscuros de Enzo se quedaron sobre los suyos mientras Julián lo observaba sin pudor. Era hermoso. Con aquella franqueza del alcohol todavía en su mente, pensó que cada parte de él era hermosa, y el castaño quería tomarse todo el tiempo del mundo y tener todo ya, todo a la vez.

No sin algo de torpeza, el mayor se deshizo de su propia ropa, con los ojos de Enzo quemando sobre su piel. No quería ya más preámbulos, no quería vueltas, quería sentirlo dentro de él con una necesidad que lo estaba volviendo loco, incluso cuando su cuerpo iba mucho más lento que su cabeza. No estaba pensando en esa voluntad ya de prolongar las cosas, sino en la urgencia de todo. Volvió a inclinarse para besarlo, soltando un jadeo ante el contacto desnudo entre los dos, que Enzo correspondió con un gruñido, empujándolo un poco contra él. Sintió las manos grandes hundirse en la piel de sus glúteos, los dedos haciendo presión sobre ellos, siguiendo el ritmo impuesto por el castaño. Enzo parecía tan impaciente y excitado como él. 

Cuando finalmente se separaron para tomar aire, Enzo movió sus labios sobre su cuello, por la parte alta de su pecho, volviendo a marcar su piel. Julián subió la mano por su cuello y lo sostuvo por la mandíbula, volviendo a encontrarse con sus ojos. Era casi adictiva la forma en que lo miraba, la forma en que sentía que no podía despegar sus ojos de él. Le fascinaba la manera en la que Enzo parecía estar a la espera, incluso con el fuego en los ojos. Le excitaba cómo estaba debajo de él, quieto y atento, en una imagen tan inusual, mientras Julián marcaba la continuidad. Se sentía tan desconectado de todo, como si ese momento fuera todo en lo que podía pensar. 

El castaño apoyó su frente contra la del menor, sintiendo la anticipación en cada parte de su cuerpo, sintiendo el roce de los dos mientras seguían moviéndose suavemente. 

—Te quiero coger, Julián —le dijo Enzo, mirándolo de esa manera intensa, casi suplicante, con los dedos todavía hundidos en su piel. Presionó las caderas hacia adelante, evidenciando cuánto lo quería. 

—Vas a tener que esperar —susurró el cordobés contra su boca como un suspiro, tragando pesado ante las palabras, ante la idea, ante cuánto lo deseaba él también. Que todavía pudiera hilar frases coherentes parecía todo un logro.  

Enzo sonrió apenas ante sus palabras, esa sonrisa que era una mezcla de desafío y anticipación, con ese brillo en la mirada que era tan natural en él. Julián levantó un poco la cabeza, todavía mirándolo a los ojos, pasándose la lengua por los labios casi de forma involuntaria. 

—Abrí la boca —dijo el mayor despacio, sonando mucho menos autoritario de lo que la frase parecía implicar, todavía un poco inclinado sobre él. 

Enzo alzó ligeramente las cejas, sin perder aquella sonrisa. Se humedeció con la lengua el labio superior antes de abrir un poco la boca, sin dejar de mirarlo ni un segundo, casi como si ese pequeño desafío entre los dos siguiera ahí, entre lo que el morocho había dicho y lo que había prometido. Julián apoyó el codo del brazo izquierdo sobre la cama, hundiendo los dedos en el cabello del morocho, acariciándolo suavemente. Luego unió el índice y el medio de su otra mano y los deslizó suavemente por el labio inferior del menor hasta meterlos en su boca. No era una acción por necesidad, sino una provocación, algo que buscaba una reacción. Enzo presionó los labios contra sus dedos y su lengua se movió sobre ellos, haciendo que la respiración del castaño se volviera más elaborada, que su imaginación volara un poco mientras seguía presionándose contra él. Enzo chupó los dedos sin dejar de mirarlo, mientras entraban y salían de su boca, ahuecando un poco las mejillas, sabiendo muy bien lo que estaba haciendo y la imagen mental que le estaba dando. La mirada en sus ojos oscuros era siempre tan transparente. Mientras Julián movía su mano, el morocho todavía tenía esa expresión casi pícara, con los sonidos de la fricción entre los labios y los dedos entre los dos siendo lo único que se escuchaba en la habitación. 

Sacando la mano despacio, la alejó de su boca, que se encontraba roja, brillante, todavía cubierta de saliva y ligeramente entreabierta. Los ojos del morocho seguían cada uno de sus movimientos como si estuvieran hipnotizados, algo que al castaño no hacía más que hacerlo sentir bien. Julián utilizó los dedos cubiertos de saliva para prepararse. Comenzó con uno, empujando suavemente mientras se acostumbraba a la sensación, soltando un jadeo apenas audible. Enzo seguía los movimientos todavía con los labios entreabiertos, con la respiración errática y todavía con aquella forma tan particular que tenía de sonreír con su expresión aunque sin curvar la boca. 

El morocho seguía acariciando sus piernas hasta sus glúteos, sin moverse más que eso, sin tocarlo más. Sabía que Enzo lo había entendido, sabía que se estaba conteniendo. Julián soltó un gemido profundo cuando introdujo un segundo dedo, que hizo que el morocho embistiera suavemente contra él, que sus erecciones entraran en contacto en un roce que lo estaba desquiciando. Las manos del diseñador subieron un poco más por sus piernas, una de ellas yendo un poco más allá hasta sujetarlo por la pelvis. 

—No te muevas —ordenó entre mayor jadeos, quizás con más dureza de la que había esperado. 

—Juli… —murmuró—. Dios, Julián, me estás matando —subió las manos lentamente por sus muslos, mientras el castaño seguía preparándose, sintiendo la anticipación, la necesidad de que fuera Enzo el que estuviera dentro de él. 

El castaño se inclinó un poco más. Escupió en su mano libre, tomando luego la erección de Enzo despacio, masturbándolo lento, disfrutando de cómo el morocho soltaba un jadeo ronco y arqueaba la espalda en dirección a él ante el repentino contacto. No dejó de mirarlo fijo mientras lo hacía, no creía poder hacerlo, grabando cada gesto de su cara en su cabeza. Cada sonido que salía de su boca era como una corriente eléctrica directa a su estómago, sabiendo que era él quien lo estaba provocando. 

—Así —susurró Julián, como si le estuviera recordando el ritmo de las cosas, la dinámica que había impuesto y que el menor no se había resistido en seguir.

Con aquel apremio, con los jadeos de Enzo resonando en sus oídos, el castaño abandonó lo que estaba haciendo y se estiró sobre la mesa de noche, de donde sacó preservativos y lubricante. El castaño hizo la tarea por él, ante la mirada abrasante de Enzo, que lo seguía en silencio, todavía acariciándolo, como si estuviera conteniéndose de hacer cualquier otra cosa. El morocho soltó un siseo y apretó la mandíbula cuando el mayor deslizó el preservativo sobre su erección y puso lubricante en su mano, masturbándolo suavemente todavía sobre él. Las manos del morocho subían y bajaban por sus piernas cada vez con más intensidad, clavando apenas los dedos en ellas, observándolo con algo que al mayor le ponía la piel de gallina, de una forma tan ardiente que, incluso en la penumbra, era demasiado clara.

Julián se acomodó sobre él con presura, lo tomó con una mano y lo condujo dentro de él con un jadeo y un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, con la incomodidad y el placer dejándolo quieto por un momento mientras se ajustaba a él, mientras el morocho lo miraba con ese deseo entre los ojos cansados, soltando un gemido ronco y apretando el agarre en sus piernas. Julián se acomodó encima, apoyando las manos en el abdomen de Enzo, empujando un poco y sintiendo cada centímetro dentro de él, con un sonido que sonó como una mezcla de un quejido de dolor y un jadeo de placer. Se movió despacio al principio, buscando el ritmo, y Enzo lo dejó, sin interrumpirlo, simplemente acompañándolo con los dedos clavados aún en sus muslos y el sonido de la respiración agitada.  

—Mirá lo que sos… —susurró el morocho, soltando una exhalación temblorosa, mientras el mayor movía las caderas hacia arriba, para luego bajar despacio.

El castaño cerró los ojos, bajando un poco la cabeza, deslizando las manos por la piel del morocho y apoyando parte de su peso sobre su pecho, mientras su cadera seguía moviéndose a un ritmo que iba poco a poco en aumento, de atrás a adelante y de arriba hacia abajo. Cada vez que Enzo intentaba embestir más fuerte, Julián lo frenaba con la mano en el pecho. La tensión lo estaba desquiciando también pero le gustaba controlar la situación, mientras sentía cómo el morocho contenía la fuerza en las piernas, tensando los músculos de su cuerpo. Lo excitaba un poco más saber que Enzo respondía a cada gesto de aquella forma, que lo estaba haciendo solamente por él.

Cuando las embestidas se volvieron más intensas, cuando los dos cedieron un poco ante la urgencia, y Enzo se encontró ese punto dentro de él, los ruidos de la boca del castaño salieron con más fuerza, deslizando una de sus manos hasta la base del cuello del morocho. Sus movimientos tomaron más velocidad, tratando de prolongarlo pero sin querer parar. Toda esa frustración que había contenido, esa necesidad mezclada con el miedo, estaba todo ahí mientras Julián seguía moviéndose cada vez más rápido. 

Entre jadeos roncos, las manos de Enzo fueron hasta su cadera para sujetarlo con firmeza, pero dejándolo marcar el ritmo mientras entraba y salía de él. En medio de los movimientos, el menor se incorporó hasta sentarse, pegando el pecho al del cordobés, sin dejar de moverse. Julián lo miró a los ojos y el morocho estiró el cuello, buscando su boca. El mayor lo besó, mordiéndole los labios, los sonidos confundiéndose los unos con los otros mientras seguían embistiéndose cada vez más rápido, mientras el morocho comenzaba a empujar también, sin poder contenerse, sin que el castaño quisiera detenerlo. Enzo lo abrazó por la cintura con fuerza, clavando los dedos en su piel, mientras las manos de Julián se aferraban a sus hombros para seguir moviéndose con vehemencia, con su erección rozando entre ambos y haciendo todo aún más abrumador. 

—Cómo me vas a coger así, hermoso —susurró Enzo en un suspiro rápido contra su boca, para atraparla después en un beso caótico que era simplemente la combinación de los jadeos de los dos—. Cómo te vas a mover así arriba mío —dijo entre estocadas, que cada vez cobraban más intensidad—, y esperar que me quede acá sin hacer nada. 

Julián se movió con más fuerza, con el sonido de las respiraciones y el choque entre las pieles de los dos llenando la habitación. El castaño ni siquiera podía controlar los sonidos que se le escapaban de la boca, mientras los dos seguían moviéndose cada vez más rápido y con más fuerza, sintiendo en cada embestida cómo perdía un poco más la consciencia. El menor lo sostuvo con fuerza por la cintura, sus brazos cerrándose alrededor de ella, marcando el ritmo también. El cordobés se mordió los labios, apoyando su frente contra el hombro de Enzo, con los dedos clavados en su espalda, mientras sentía que los ojos se le ponían en blanco, mientras lo músculos se tensionaban alrededor del miembro del morocho, que todavía seguía golpeando ese punto en su interior que le estaba haciendo perder cualquier tipo de coherencia. Soltó un sonido con una desesperación que ni él reconocía como suyo, como si llevara años sin dejar salir nada de eso. El orgasmo le desconectó la mente por unos instantes, mientras sentía las últimas estocadas de Enzo dentro de él, la boca del morocho en el hueco de su cuello, que acabó adentro suyo con una mezcla entre un gruñido y un gemido con voz más ronca de lo usual, diciendo su nombre entre murmullos y con las manos firmes todavía alrededor de su cintura. 

Enzo se dejó caer hacia atrás despacio, con un resoplido pesado, y lo llevó con él. Julián estaba todavía demasiado perdido como para hacer otra cosa que intentar recuperar la respiración o el ritmo de los latidos de su corazón, con una mano sobre el pecho del morocho y otra todavía aferrada a su espalda. Tomó un par de bocanadas profundas de aire, de esa mezcla del perfume con la transpiración que los envolvía a los dos. El mayor se quedó en ese espacio sobre el pecho del diseñador, que seguía también respirando irregularmente debajo de su cuerpo. El castaño estiró lentamente las piernas, aflojando los músculos, que sentía todavía temblando ligeramente por el esfuerzo, quedándose como un peso muerto sobre el cuerpo del otro. 

—¿Estás bien? —le preguntó Enzo despacio, con su boca sobre su cabeza y su mano apretando un poco más su cintura. 

Julián asintió, sin confiar demasiado en su voz en ese momento.

—Sí… —susurró. 

Acomodó su cabeza un poco más alto en el pecho de Enzo, sintiendo la piel cálida contra su mejilla y los latidos de su corazón, mientras él lo acomodaba más contra el costado de su cuerpo con el brazo que lo rodeaba, que lo giró un poco para apoyarlo sobre la cama y dejó un beso sobre su cabeza. Por un momento, la respiración de los dos fue todo lo que se escuchó en la habitación.  

El cordobés tenía la mente muy lejos como para poder pensar a futuro, más de ese momento, de eso que habían compartido los dos y lo que podía significar. 

El morocho se estiró para deshacerse del preservativo y tomó una prenda de la cama para limpiarlos. Julián la tomó para sacarse los restos de semen del abdomen, sin decir nada, sin moverse más que lo justo y necesario, demasiado cansado como para sentirse muy consciente de sí mismo. Tenía el cuerpo flojo y la mente relajada, dispersa, sin poder conectar muy bien los pensamientos o la coordinación del cuerpo. Enzo movió las sábanas para cubrirlos, con algo que parecía normal, y el morocho no tardó en volver a atraerlo por la cintura para mantenerlo pegado a él. Julián no movió el rostro de aquel refugio de su pecho, de aquel lugar donde todavía parecía lejos de cualquier cuestionamiento. 

Enzo bajó apenas la cabeza y le besó la frente con un cuidado, lejos de la ansiedad de lo que habían compartido. Sus dedos largos pasaron por su pelo todavía húmedo de la ducha y del esfuerzo, con aquella delicadeza con la que lo peinaba siempre, con el contraste de lo que había provocado tan sólo hacía unos instantes, y el castaño pudo imaginarse la expresión en su rostro incluso sin mirarlo. 

—Hasta mañana, Juli —murmuró el morocho en voz baja. 

Con aquella mezcla del alcohol y del agotamiento después del sexo, con aquella inusual sensación de tranquilidad, el cordobés se durmió entre los brazos de Enzo casi al instante. Sin pensar en nada, con algo que parecía costumbre cada vez que él estaba cerca, mientras sentía los labios del morocho en su sien y su mano grande hundida entre su pelo.  

Todavía estaba oscuro cuando Julián se despertó al día siguiente, con la boca seca y el cuerpo un poco entumecido. Aunque no sabía qué hora era, había un tono en el ambiente que sugería que no faltaba tanto para el amanecer, pero que todavía tenía un rato hasta que sonara la alarma. Julián se había vuelto muy bueno en eso de identificar los estadíos de la noche, habiendo sufrido de insomnio durante bastante tiempo y teniendo un sueño de por sí ligero, que a veces era interrumpido por pensamientos que le dejaban un sabor amargo. Un escalofrío de excitación le recorrió el cuerpo cuando recordó lo que había pasado hacía sólo unas horas, cuando reparó que el calor no era sólo de las sábanas sino también del cuerpo desnudo de Enzo durmiendo junto a él, boca arriba y lo suficientemente cerca del suyo. El cordobés se sentía todavía un poco borracho, aunque no estaba seguro si era todavía el alcohol o la escena frente a él y los recuerdos de lo que había pasado. 

Con la luz que entraba por las persianas a medio subir, el castaño observó el perfil del morocho. 

La noche anterior había sido todo quizás demasiado rápido, Julián sentía que no había tenido ni siquiera tiempo de procesarlo. No habían dado demasiadas vueltas, sabiendo muy bien qué era lo que Enzo había ido a buscar y qué era lo que Julián había estado esperando. En la inconsciencia todavía de la noche, de aquella adrenalina de lo que había pasado, pensó en que quizás era una primera y última vez. No lo habían hablado, tampoco sabía lo que quería Enzo, y la promesa había sido esa. Iban a hacer lo que Julián quisiera, incluso si eso significaba que las cosas no fueran más allá de esa oportunidad. Su compañero se lo había prometido y, teniendo en cuenta cómo se había comportado la noche anterior, parecía que iba a ser fiel a su palabra. 

Julián estaba conflictuado, tanto que le dolía un poco el estómago. Con aquella ansiedad, como quien está acostumbrado a tener algo para después perderlo, el castaño pensó que quería tener a Enzo ahí un poco más. Que no quería que las cosas acabaran, que esa noche se terminara todavía. 

Con un suspiro profundo y la garganta un poco cerrada, el cordobés giró un poco su cuerpo, hasta quedar de costado. Observó al morocho, casi como si quisiera estudiarlo de memoria, que seguía durmiendo profundamente con esa expresión tranquila, con el pelo oscuro, las pestañas largas y el pecho y los brazos llenos de tatuajes contrastando con las sábanas claras que le cubrían la piel hasta la cintura. Observó los detalles de su rostro: el flequillo que apuntaba en distintas direcciones, el corte sutil en la ceja derecha, los aritos en la oreja izquierda, la forma de la nariz, el labio inferior apenas sobresaliendo como si pidiera un beso, la cruz de plata brillando tenue sobre el pecho cubierto de tinta. 

Julián acercó la mano y le acarició la mandíbula apenas con las yemas de los dedos, bajando por el cuello hasta el pecho, la piel suave y cálida bajo sus dedos. Enzo murmuró algo entre sueños, moviéndose apenas ante el contacto, con el labio inferior sobresaliendo un poco más, como si quisiera quejarse ya desde el vamos por tener que despertarse. Era casi criminal lo atractivo que era, la forma tan despreocupada en la que parecía ser así, en cómo hacía que el estómago de Julián se contrajera con tanta naturalidad al observarlo tan de cerca, tan relajado; tan suyo en ese momento y a la vez tan inalcanzable. 

Acercándose un poco más, sin poder resistirse, el castaño apoyó sus labios sobre el pulso del menor, dejando un beso suave en el cuello. Deslizó la boca por la tibieza de la piel ajena, queriendo volver a probarla, con su mano todavía apoyada en el abdomen de Enzo con cuidado, como si pudiera desaparecer si lo tocaba muy fuerte. Besó con cuidado la unión entre las clavículas, gimiendo suavemente cuando su miembro entró en contacto con la piel de las caderas del morocho. 

—Si me vas a empezar a despertar así, me quedo más seguido… —lo escuchó murmurar lentamente, con voz ronca, como si tuviera dificultad en buscar las palabras, y luego soltó un quejido bajo, que a Julián le erizó la piel.

El morocho parecía ser una persona que tardaba en reaccionar por la mañana, él mismo se lo había dicho alguna vez, pero no le costó demasiado enredar su brazo en la cintura de Julián para atraerlo hacia él, para girarlo con fuerza hasta que su cuerpo quedó sobre el suyo. El castaño gimió cuando la erección de Enzo rozó su cadera, cuando los labios del morocho buscaron su cuello casi con pereza, como si todavía estuviera medio dormido. 

—Buen día… —dijo, con esa voz rasposa de la mañana que se le metía siempre debajo de la piel, que hacía que se le tensara todo el cuerpo, con sus labios subiendo por su cuello con pequeños besos hasta la mandíbula, atrapando después sus labios. Enzo lo besó con aquella pereza, con la lengua presionando con lentitud contra la suya, pero haciendo que Julián se olvidara de todas las cosas que había estado pensando hacía sólo unos instantes. 

Julián subió una mano hasta la parte de atrás de su rostro y lo besó con más fuerza, empujando su cadera contra la de Enzo con una renovada impaciencia. El morocho le devolvió el beso con una sonrisa apenas perceptible sobre su boca y un jadeo, las manos deslizándose por su espalda hasta su rostro, atrayéndolo hacia él. La lengua del morocho buscó de nuevo la suya como si tuvieran todo el tiempo del mundo, como si no hubieran dormido unas pocas horas, como si no tuvieran apuro por separarse, como si esa mañana de viernes fuera interminable y no tuvieran ningún otro compromiso. Julián, en el fondo de su cabeza, no pedía que fuera interminable, pero sí que durara un poco más. 

Las manos de Enzo volviendo a bajar por su cuerpo hasta su espalda, bajando de a poco hasta la parte alta de su cola. El castaño, con sus piernas acomodándose a cada lado del morocho, apoyó sus manos sobre las suyas y las presionó contra el colchón, a ambos lados de su cadera, manteniéndolo ahí. Se separó un poco de él, para verlo todavía con aquella sonrisa, con esos ojos fijos en él que le hacían perder la poca coherencia que le quedaba. 

Julián se movió sin pensarlo, sin pensar en nada más que ese momento, en el contacto de los dedos haciendo fuerza en su piel, en el roce entre los dos y la calidez del cuerpo debajo del suyo. Había algo sobre Enzo, una sumisión extraña para con él que a Julián lo derretía un poco, que hacía tan fáciles las cosas que en otro momento habían sido tan difíciles. El cordobés no quería ponerse a medir qué significaba ni qué iba a pasar después, cuando la noche se terminara, cuando Enzo cayera realmente en la cuenta de lo que estaban haciendo. Cuando, eventualmente, los dos tuvieran que volver a la realidad. Intentó reprimir todas esas ideas que le pasaban por la cabeza, los recuerdos y las cosas que lo atormentaban, porque no quería arruinar ese momento entre ambos. 

El castaño se presionó más contra él, escuchando un jadeo que salió de los labios del menor que lo estremeció. Las caderas de los dos seguían moviéndose a la par de las bocas, con esa forma que tenía Enzo de mantenerlo cerca de él pero sin forzarlo, sin buscar imponerse sobre lo que el castaño hacía. Se había dado cuenta de eso la noche anterior y seguía ahí. Él era quien tenía el control. 

Pero el ritmo entre los dos aquella mañana era mucho más lento y consciente, algo que a Julián le generaba más ansiedad aún. Había una urgencia todo el tiempo que parecía no poder saciar, como si fuera algo limitado que tenía que aprovechar en los pocos momentos que tenía. 

—Podría quedarme acá todo el día —dijo el menor en voz baja, casi cómplice. 

Julián se acomodó mejor contra él sin decir nada, liberando suavemente una de sus manos. La mano libre de Enzo fue a su cintura, en un gesto que parecía casi posesivo. Julián sintió el deseo como desesperación, bajando una de sus manos hasta envolverlos a ambos, sus erecciones una contra la otra. El morocho reaccionó con un quejido áspero, su voz mezclándose con la del castaño, arqueándose un poco contra él. 

—Julián… Juli… —musitó cuando el castaño comenzó a mover su mano. 

Julián los masturbó despacio, tomándose el tiempo que no se había tomado la noche anterior, hundiendo el rostro en el hueco del cuello de Enzo. El morocho comenzó a besar su cuello, con la respiración errática perdiéndose en ese contacto entre sus labios y su piel. La mano de Enzo se movió por su espalda, por sus costillas, por todos lados, como si no supieran bien cuánto podían cubrir. El castaño se dejó llevar, el cuerpo respondiendo con un estremecimiento involuntario, moviendo la mano cada vez con más rapidez, sintiendo que tenía el juicio y la mente nubladas de nuevo. Enzo buscó sus labios mientras el movimiento entre los dos, del cuerpo de ambos, de los ruidos que llenaban la habitación aumentaba exponencialmente. El castaño se separó del beso y se quedó con los labios apoyados sobre los suyos, con la respiración irregular, mordiéndole el labio inferior. Aquello hizo que otro sonido gutural escapara del morocho, haciendo que Julián ocultara la cara en su cuello, respirando el perfume, ese olor que ya le resultaba tan familiar. Julián siguió aumentando la velocidad, mientras los jadeos de los dos morían en la piel del otro. Enzo pronunció su nombre con tal vehemencia que al cordobés se le nublaron los sentidos, sintiendo que llegaba al límite más por el sonido de aquella voz y las cosas que decía que por el movimiento de su propia mano. 

El orgasmo fue envolviéndolo de a poco, arrastrando a Julián hasta que tuvo que quedarse quieto, suspirando erráticamente contra la boca de Enzo. El mayor se dejó caer sobre el cuerpo del morocho, todavía con el corazón latiéndole a mil por hora, esperando recuperarse. Después ambos se quedaron ahí, respirando agitados, con las mano del castaño todavía entre los dos y uno de los brazos de Enzo sujetándolo aún por la cintura, apretándose contra él mientras dejaba pequeños besos en su hombro, casi como si lo hiciera de forma inconsciente. La otra mano, que Julián todavía sostenía, ya no la estaba tomando por la muñeca sino que los dedos de los dos estaban entrelazados. Lo notó cuando Enzo comenzó a dejar pequeñas caricias en ella, ese movimiento que hacía con el pulgar casi de forma involuntaria. 

Julián tenía los ojos cerrados, el rostro apoyado sobre el cuello de Enzo mientras la boca de él seguía sobre su piel. Eran un desastre, pero no le importaba, todo lo que podía sentir era el calor de Enzo alrededor de él, la sensación de la piel transpirada, los sonidos de la respiración invitándolo a quedarse ahí. No quería hablar. No quería que eso se rompiera, por lo menos por un rato más hasta que tuvieran que salir de la cama. Se moría de ganas de volver a sentir a Enzo dentro de él, casi con el mismo deseo desesperado de la noche anterior, pero había algo sobre ese momento, un poco más consciente, que lo mantuvo donde estaba.

Enzo pareció entenderlo, porque, extrañamente, no dijo nada. Solamente le acarició la cintura con la palma de la mano, todavía manteniéndolo pegado a él. El movimiento le estaba erizando la piel a Julián, pero también le estaba provocando volver a dormirse. El cordobés se sentía extrañamente seguro. Como si, por una vez en su vida, estuviera con alguien que aceptaba lo que fuera que tenía para ofrecer, incluso si era algo temporal. Que no esperaba nada más de él que eso. 

Con aquel agarre todavía firme, Enzo soltó su mano y cerró los brazos alrededor de él para abrazarlo y el castaño sintió cómo lo giraba un poco sobre la cama para que quedaran lado a lado. Y así nomás, como si fuera lo más natural del mundo, el morocho acomodó la cabeza en el hueco de su cuello, casi sobre su pecho, y se quedó ahí, todavía sujetándolo como si no quisiera que se escapara. 

Julián no sabía exactamente cuántos minutos se había quedado así, sin decir nada, envuelto en aquel abrazo, con su cuerpo entrelazados al de Enzo como si no pudiera apartarse. Creía que el menor se había dormido en algún punto y se había vuelto a despertar, aunque él también tenía los ojos cerrados y no estaba del todo seguro. La habitación estaba en silencio, salvo por la respiración de ambos, algún ruido muy lejano de la calle, pero nada más. Las sábanas los cubrían aunque el castaño realmente no tenía mucho frío donde estaba, envuelto por la calidez del cuerpo junto al suyo. Era uno de esos momentos que deseaba poder prolongar a su antojo, que no deseaba que terminara. No todavía. 

—¿Querés que vaya a comprar algo para desayunar? —preguntó Enzo bajito, de la nada, con la voz todavía ronca y pesada por el cansancio—. Todavía es temprano. 

Julián frunció un poco el ceño, sin moverse, con la respiración todavía tranquila. Se sentía todavía como si estuviera bajo los efectos del alcohol o perdido adentro de un sueño del que eventualmente tenía que despertarse. 

—Debe estar todo cerrado a esta hora —murmuró el castaño con voz tomada, suponiendo que era temprano porque la alarma todavía no había sonado, aunque no tenía ni idea de qué hora era exactamente. No tenía demasiadas intenciones de moverse tampoco. Estaba bien ahí, sin hacer nada más que lo que estaba haciendo. 

—¿Vos decís? Porque estoy cagado de hambre… —comentó Enzo, restregando un poco la nariz contra su hombro, con esa capacidad que tenía para decir lo que le estaba pasando por la cabeza, con esa naturalidad para hablar de cualquier cosa en cualquier momento—. Algo abierto tiene que haber… —murmuró—. Salvo que quieras que me vaya… —agregó, dándole otro beso en el cuello que a Julián le hizo estirarlo inconscientemente, para darle más acceso. 

—Si no te callás tan temprano, puede ser —dijo el mayor finalmente, lento, con un dejo de ironía suave en su tono y la broma evidente, pero también afectada por las caricias. Deslizó una mano por su cintura apenas, reafirmando en aquel agarre que quería que se quedara. Estaba tan lejos de querer que Enzo se fuera, incluso cuando sentía que necesitaba un poco de tiempo a solas para pensar, para entender lo que había pasado sin la presencia del morocho intoxicándolo. Se sentía bien estar ahí. Se sentía bien no pensar.

El castaño sintió la sonrisa del menor contra su piel y el agarre del morocho un poco más fuerte en su cintura. 

—¿Vos viste el café que preparo? —respondió Enzo, sin tomárselo en serio, todavía moviendo la nariz por el hueco de su cuello hacia arriba y hacia abajo, haciendo que sus músculos se tensaran un poco—. ¿Cómo no vas a querer que me quede a hacerte el desayuno? 

—No sé la verdad si hay algo abierto. No vivo hace tanto acá —murmuró el cordobés, con los ojos aún cerrados—. Pero en la heladera tampoco tengo nada.

Enzo dejó una caricia en su cintura que lo hizo temblar, todavía con el rostro hundido en su piel, amortiguando su voz. 

—Alguna panadería tiene que haber —musitó casi infantilmente, aunque no parecía muy dispuesto a levantarse. Era como si en realidad estuviera juntando fuerzas para hacerlo, prolongando aquella charla innecesariamente—. ¿Querés algo en especial? ¿Cómo era qué le dijiste a los libritos la otra vez…? 

El castaño negó suavemente con la cabeza, con los labios un poco curvados hacia arriba. Otra vez el humor de Enzo, que parecía hacer siempre todo un poco menos complicado, por lo menos cuando él estaba ahí. 

—Está la llave puesta en la puerta —murmuró el mayor, apartándose apenas para volver a hundir la cabeza en la almohada. 

—Pensé que te ibas a ofrecer a acompañarme —comentó el morocho, aún con un dejo divertido en la voz. 

—No, quiero seguir durmiendo —respondió Julián, todavía con los ojos cerrados, con una mezcla de sensaciones ante lo corriente de esa conversación, de esa escena entre los dos. Aquello lo asustaba todavía más que lo que había pasado la noche anterior, que lo que había pasado hacía un rato. Eso era lo que más miedo le daba: la costumbre, la naturalidad de ellos dos compartiendo una escena así, tan normal para cualquiera. El sexo podía justificarlo con alcohol, con el impulso y la atracción física, pero era más difícil buscar excusas para ese deseo de esa cotidianidad entre ambos. 

—Ah, pero para despertarme a mí a los besos…  

Julián abrió los ojos y le dio un golpe en el hombro con su brazo, sintiéndose tontamente consciente de sí mismo, sintiendo un escalofrío, incluso si era con Enzo siendo Enzo. El morocho se rio un poco entre dientes y dejó un beso en su mandíbula, todavía sosteniéndolo por la cintura. Al castaño le generaba una sensación extraña, esa mezcla de ansiedad con algo que se sentía bien, la forma en que las manos del morocho lo agarraban como si no quisiera dejarlo irse, pero que al mismo tiempo parecían demasiado delicadas para alguien como él. 

—No me estaba quejando tampoco, eh —murmuró, estirándose para darle un beso sobre el labio inferior, atrapándolo entre los suyos por unos segundos antes de soltarlo, agitándole un poco el corazón, con esa mirada oscura que a veces le cortaba la respiración—. Despertame cuando quieras —le dijo, antes de sonreírle apenas—. Si te vas a poner así, despertame todas las noches que quieras, todas las veces que quieras —le dijo después, besándole suavemente el cuello, con los labios abiertos y la lengua cálida contra su piel. 

El cerebro de Julián se desconectó un momento, hasta que escuchó la risa de Enzo de nuevo, sintió su voz aunque sin saber lo que decía y sus labios en la mejilla, antes de verlo levantarse de la cama.

El castaño siguió con sus ojos su figura desnuda e irreal de Enzo entre las sombras de la habitación hasta que desapareció por la puerta del baño, todavía sin poder entender qué hacía alguien como el morocho con alguien como él. Con esa falsa posibilidad cerrándole el estómago, con esa idea de volver a repetir aquella escena alguna vez más. 

Suspirando profundamente, Julián se acomodó todavía más entre las sábanas, con un peso extraño en el pecho. Porque esa mañana se sentía tan ajena a su vida, pero le gustaba. Y no quería acostumbrarse, porque sabía que cuanto más se permitiera disfrutar de eso, más difícil iba a ser alejarse después.

Julián necesitaba una ducha. Se tenía que levantar, pero decidió cerrar un momento los ojos y quedarse unos minutos más rodeado del calor de las sábanas hechas un lío, del perfume de Enzo por todos lados y de lo que había pasado todavía tan fresco sobre su piel. Se quedó un rato más dentro de esa sensación de tener a alguien con él, de compartir la cama, despertarse juntos, del sexo, de los besos y los abrazos de la mañana cuando ninguno quería levantarse, el desayuno antes de salir apurados para la oficina… De esa sensación de normalidad, de una vida que nunca había tenido del todo, que nunca había creído posible para él, que sabía que nunca iba a tener a largo plazo. 

Le gustaba esa sensación de que las cosas podían ser tan simples.

Incluso si era solamente por esa vez. 

Notes:

El smut no es lo que más me gusta escribir, pero ojalá haya estado a la altura de lo que se hizo desear y que los 10k no se hayan hecho muy pesados 🙂‍↕️ Me encantaría saber qué les pareció, en especial por los capítulos que se vienen después.

Como siempre, muchas muchas gracias por leer, por los kudos, a quienes se toman el tiempo de comentar y por seguir la historia. Ojalá les haya gustado 🧡

Nos leemos en estos días!
MrsVs.