Chapter 1: ˗ˏˋ MONSTER ˎˊ˗
Chapter Text
( 𝑴𝑶𝑵𝑺𝑻𝑬𝑹 ! )
𝐒. ❛Persona que provoca horror mediante maldad, crueldad.❜
━━━━━━ ◜ ☪ ◞ ━━━━━━
All the daisies that you picked are dead;
you're better off just picking fights instead!
MAYA LENNOX,
THE GIRL WHO HAS ALWAYS BEEN HALF GODDESS,
HALF HELL'S PLAYLIST !
1) WONDERLAND by Neoni. ╱ 2) NO RIVAL by Egzod, Maestro Chives & Alaina Cross. ╱ 3) DARKSIDE by Neoni. ╱ 4) WHO AM I? by Besomorph & RIELL. ╱ 5) REDEMPTION by Besomorph & Coopex ft. RIELL. ╱ 6) THE FEAR by The Score. ╱ 7) EMPIRE by Neoni. ╱ 8) STRANGE YOUNG WORLD by Ranya ft. Hidden Citizens. ╱ 9) PAINT IT BLACK (Epic Trailer Version) by Hidden Citizens ft. Ranya. ╱ 10) GENIE IN A BOTTLE by Christina Aguilera. ╱ 11) HEART ATTACK by Demi Lovato. ╱ 12) SHE USED TO BE MINE by Sara Bareilles. ╱ 13) NUMB LITTLE BUG by Em Beihold. ╱ 14) DZANUM by Teya Dora. ╱ 15) BELIEVER by Imagine Dragons. ╱ 16) BORN FOR THIS by The Score. ╱ 17) EMPIRES by Ruelle. ╱ 18) YOU'VE CREATED A MONSTER by Bohnes. ╱ 19) BEAUTIFUL THINGS by Benson Boone. ╱ 20) SCARED TO BE LONELY by Martin Garrix ft. Dua Lipa. ╱ 21) AMERICAN HORROR SHOW by Snow Wife. ╱ 22) KEEP YOU by Spektrum & Sara Skinner. ╱ 23) MONSTER by Skillet. ╱ 24) STILL HERE by League of Legends ft. Forts, 2WEI & Tiffany Aris. ╱ 25) YOU ARE THE REASON by Calum Scott, Leona Lewis (Duet Version). ╱ 26) NO BODY, NO CRIME by Taylor Swift ft. HAIM. ╱ 27) ASTRONOMICAL by SVRCINA. ╱ 28) LION by (G)I-DLE. ╱ 29) LET ME DOWN SLOWLY by Alec Benjamin (Cover by oneyfox, lost., Pop Mage). ╱ 30) ETERNAL FLAME by Atom Music Audio & Alexa Ray. ╱ 31) WAR OF HEARTS by Ruelle. ╱ 32) UNBREAKABLE by Faydee ft. Miracle. ╱ 33) E.T. by Katy Perry. ╱ 34) ROYALTY by Egzod & Maestro Chives ft. Neoni. ╱ 35) TATTOO by Loreen. ╱ 36) IN THE NAME OF LOVE by Martin Garrix & Bebe Rexha. ╱ 37) FACE TO FACE by Citizens Soldier. ╱ 38) THE GOOD ONES by Gabby Barrett. ╱ 39) A SKY FULL OF STARS by Coldplay. ╱ 40) HURRICANE by Thirty Seconds to Mars. ╱ 41) IN THE STARS by Benson Boone. ╱ 42) FIGHTER by Christina Aguilera. ╱ 43) DARK PARADISE by Lana Del Rey. ╱ 44) DAYLIGHT by David Kushner. ╱ 45) PLAY WITH FIRE by Nico Santos. ╱ 46) DRESSED IN BLACK by Sia. ╱ 47) I'M STILL HERE by Sia. ╱ 48) NOT OUR DAY TO DIE by Karliene. ╱ 49) DANCE WITH THE FIRE by Karliene. ╱ 50) IN MY BLOOD by The Score. ╱ 51) WHO'S AFRAID OF LITTLE ME? by Taylor Swift.
Chapter Text
¿Los monstruos nacen o se hacen?
Maya ya no está tan segura de conocer la respuesta a ello. Cuando un horrible tormento cae sobre las cortes de Prythian, la balanza comienza a inclinarse y ella empieza a creer que los monstruos se hacen. Porque lentamente la oscuridad en su interior la convierte en algo más.
En algo que sabía que estaba en su interior, atrapado y encerrado, pero que no estaba lista para mostrarle al mundo. Sin embargo..., ahora todos lo saben, ahora todos pueden verlo.
Atrapada en un juego de poder, Maya debe seguir las reglas del mismo o terminará siendo una de las tantas víctimas de la Falsa Reina que los ha capturado a todos como un gato a un canario.
¿Existirá alguna forma de escapar de este infierno?
Notes:
La inspiración para este fanfic llegó a mí mientras leía la historia de titulada "Rhysand - Bajo la Montaña". Si todavía no lo han leído, vayan y haganlo, es muy bueno. Las situaciones que dicha autora describió en su historia me hicieron preguntarme lo siguiente: ¿qué pasaría si Maya (que es un personaje de mi propia invención, obviamente, y que vive de forma gratuita en mi cabeza) estuviera en esa situación? Las cosas habrían sido distintas, por supuesto.
Y si se atreven a leer este fanfic, lo descubrirán por sí mismos.
Chapter Text
La misiva descansaba como si nada sobre el escritorio de Thesan. A su lado, se hallaba el sobre medio arrugado que la había envuelto. Con el ceño ligeramente fruncido, Maya observó la carta como si fuera una potencial amenaza. ¿Y quién sabe? Tal vez lo era.
Según el mensajero que la había entregado, había sido enviada por la emisaria de Hybern, Amarantha. Su elegante caligrafía le llamó la atención; cada letra parecía tan afilada como una navaja, y cada curva y caída lucía tan peligrosa como una serpiente venenosa. Amarantha había afirmado que sólo estaba allí para establecer acuerdos comerciales entre Prythian y Hybern, alegando que habrían más comunicaciones y beneficios compartidos entre ambas islas…
Maya no le había creído en lo absoluto.
Cada una de las palabras que habían brotado de esos labios pintados del más profundo de los tonos de rojo le había parecido una mentira bien elaborada. Además, sus acciones distaban en demasía de generar algún tipo de confianza. Por cincuenta años, Amarantha se había paseado de un territorio a otro sin crear vínculos con ninguna de las cortes, simplemente viviendo como una cortesana más (según decía, para compensar sus propios actos y los actos de Hybern durante la Guerra) sin jurarle lealtad a ninguno de los Altos Lores de Prythian.
Y eso era raro. Y sospechoso, muy sospechoso. ¿Y cómo es que nadie más podía verlo…? En realidad, sólo había otra persona que había desconfiado de la víbora. Pero nadie lo había escuchado…
Cuando la puerta de la oficina se abrió, revelando los rostros de los viejos estirados que formaban parte del consejo del Alto Lord de la Corte Amanecer, Maya se preparó para una conversación poco agradable con cientos de flechas impregnadas con el más sutil de los venenos (es decir, de indirectas) volando en su dirección. Era bien sabido que ninguno de ellos la soportaba; quizá porque era mujer, o quizá porque ocupaba un puesto elevado. Maya los miró uno a uno. Tal vez lo que veía en los ojos y los rostros de todos ellos era envidia… O quizá era odio, o ira.
O simplemente ella no les agradaba… y ya.
Pues, el sentimiento era mutuo porque ninguno de esos viejos estirados le caía especialmente bien. Una pequeña sonrisa tiró de la comisura de sus labios mientras volvía la mirada hacia la ventana; la luz del sol se derramaba por todo el lugar y sobre la misiva que le había causado un escalofrío. Por lo general, ella lo tomaba como un mal augurio...
En silencio, Maya escuchó cada uno de los comentarios y argumentos de los consejeros de Thesan sobre cómo ésta era una oportunidad que no podían desperdiciar. ¿No podían o no debían? Se preguntó. Enarcando una ceja, observó el rostro del Alto Lord. Su opinión al respecto ya había sido escuchada por él; la invitación le había generado un horrible no-sé-qué en la boca del estómago que no parecía querer disiparse. De hecho, parecía estar empeorando.
Maya tenía un mal presentimiento… Un muy mal presentimiento sobre aquello. Solo esperaba que no se hiciera realidad.
O se vería en la obligación de decirle a Thesan: te lo dije.
━━━━━━ ◜ ☪ ◞ ━━━━━━
La letra de una canción en la que Maya no había pensando en muchísimo tiempo danzó por su mente como si las notas de la misma fueran una preciosas bailarinas ataviadas en sus mejores galas. Todas giraban, bailaban y saltaban al son de una melodía que, si era honesta, no sabía que aún recordaba. La melodía era un rumor lejano que tocaba los bordes de su memoria en una sutil caricia. Maya las miró moverse en el escenario de su fuero interno mientras intentaba capturar algo.
Pero ese algo era jodidamente escurridizo.
Y cada vez que lograba alcanzarlo, cada vez que creía haberlo atrapado, se escapaba de entre sus dedos como el agua… La frustración se fue tejiendo lentamente en su pecho.
Al igual que la incomodidad.
Esa sensación que había tenido al encontrarse en la boca de la cueva seguía empeorando, y no le gustaba. Como tampoco le había gustado la invitación que tan amablemente les habían extendido. Ese no-sé-qué que la había recorrido de los pies a la cabeza había ido creciendo como la mala hierba conforme se adentraban más y más en la cueva; pasando de un hermoso día soleado a una noche eterna, pasando de la brillante luz del sol a una oscuridad similar a la tinta… Turbia, extraña y espesa.
Para todos los efectos, la oscuridad los había engullido y los había escupido en aquel lugar. En aquel horrible lugar. En aquel espantoso lugar.
El oscuro líquido en su copa continuó girando y girando, como las notas en su mente, reflejando las luces inmortales que había sobre ella. Maya no podía mirarlas sin sentir dolor, y sin que sus ojos lo resintieran. Las repercusiones de su salida de anoche todavía la perseguían. Y pese a ello, no se arrepentía de nada. Difícilmente podría arrepentirse de una salida con sus amigos. Su mirada se deslizó sobre todas las personas que habían asistido a aquella reunión en Bajo la Montaña.
Esta era la primera vez que Maya ponía un pie en ese lugar.
Y con un poco de suerte también sería la última.
Según los libros de historia que había leído en su tiempo libre y las historias que había escuchado: Bajo la Montaña era el lugar predilecto para los encuentros y reuniones entre cortes. Siempre que había algún tipo de conflicto y no podían elegir el lugar adecuado para hablar sobre ello; porque ninguna de las otras cortes les parecía del todo segura, acudían a este lugar. En otras palabras, Bajo la Montaña era el epicentro de las cumbres de paz que eran calificadas como oficiales. Y relativamente pacíficas.
Todos sabían lo que ocurría cuando dejabas a siete machos solos en una sala…
Un desastre.
Quizá los problemas que se discutían en Bajo la Montaña no se resolvían, sino que empeoraban.
La octava corte, como algunos solían referirse a este lugar, estaba cavada en la base misma de una de las montañas de Prythian; una que muchos consideraban como sagrada. Estaba bajo El Medio; una franja de territorio salvaje y neutral que separaba las cortes estacionales de las solares. Un pedacito de tierra que estaba lleno de criaturas con las que Maya no quería toparse. Y Amarantha se había aprovechado de la construcción preexistente para construir su propia corte. No…, para tener su propia corte, se corrigió.
Un lugar oscuro para gobernar, semejante a ella.
Su dedo siguió delineando el borde de la copa, su mirada continuó perdida en algún punto en la nada. Las acciones de Amarantha le disgustaban. Y ella no le caía especialmente bien. De hecho, no le caía. Punto. Tal vez lo que iba terriblemente mal era la presencia de la misma pelirroja que los había invitado a aquella fiesta. Eso tendría mucho tiempo. Y explicaría muchas cosas.
Rápidamente, Maya hizo eso a un lado.
No valía la pena pensar en ella.
Además, prefería emplear su muy valioso tiempo en cosas mucho más productivas que insultar a una bruja. Suspirando por lo bajo, continuó con lo suyo. Con la mente abierta y los oídos atentos a todo lo que se decía, Maya escuchó cada palabra que profesaban los invitados. Y evitó bufar al oír ciertas cosas y al captar otras…, era increíble lo que algunos podían llegar a comentar cuando no se percataban de su presencia.
Y era aún más divertido cuando olvidaban que ella estaba allí.
No del todo escondida pero tampoco a plena vista.
Era solo otra cara que se perdía entre la multitud.
Un escalofrío le erizó toda la piel, tomándola por sorpresa, cuando empapó su dedo con el vino. Esa... sensación, pensó, disimulando bastante bien el hecho de que el cuerpo entero se le había crispado al percibirla, le resultaba... familiar. Demasiado familiar. Dolorosamente familiar.
Maya frotó suavemente su dedo índice con el pulgar.
La realización cruzó su mirada.
Por fin, lo había capturado.
Maya siempre había sido buena percibiendo este tipo de cosas de una manera que nadie nunca pudo explicarle. Aunque, por supuesto, ella tampoco había insistido demasiado al respecto. Tal vez porque había tenido miedo de saber la verdad…, fuera cuál fuese esta. O quizá porque temía que las respuestas no fuesen tan fructíferas como ella esperaba que fueran.
Aquella en particular le dejó un regusto amargo en la lengua.
Cada punto que Maya unía en su mente desbloqueaba un nuevo temor mientras evocaba todas y cada una de las clases que había recibido en esa vida a la que había sido arrojada. Esa misma vida que la había cambiado por completo. A veces, debido a ello…, no podía reconocerse a sí misma en el espejo.
Pero ese era un tema que no quería abordar.
Ni ahora, ni nunca.
Sus llamativos ojos recayeron sobre el oscuro vino…, este había dejado una sensación extraña al entrar en contacto con su piel. La verdad sea dicha: no era la primera vez. El sabor debería haber sido su primera pista, pero lo había ignorado mientras se recordaba a sí misma que no debía beber como si el mundo se fuera a acabar. Disimuladamente, Maya lo olfateó. Y pese a la severidad que colmaba sus ojos…, que se deslizaba a través del gris, el azul y el verde entretejidos en sus irises, mantuvo una expresión tranquila.
Serena, aburrida y distante.
Era su expresión habitual.
Era su máscara favorita.
Apenas le había dado un par de sorbos, pequeños, de hecho, al vino. Y estaba realmente agradecida por la reciente renuencia que presentaba con el licor. Era mejor así, ya que no quería terminar igual que esa mañana; maldiciendo a la luz del sol que se filtraba por las ventanas y a cualquier ruido que sonase demasiado fuerte para su muy sensible oído.
Desgraciadamente, para ella, claro, todos los ruidos lo habían hecho.
Maya había tomado la copa solo para pretender que disfrutaba de la velada. Pero no era así. Y era todo un reto fingir que sí lo hacía cuando la música que rebotaba entre las paredes cavadas en la piedra parecía…, carajo…, parecía un asesinato a una melodía que debería haber sonado diferente. No mejor, solo diferente.
Su sentido auditivo no apreciaba mucho la acústica de aquel agujero.
Porque eso era exactamente lo que era: un agujero en la tierra…, en una montaña que ya no era tan sagrada. Y pese a todas las cosas negativas que seguía encontrando y enumerando del lugar, de la situación y de todo en general: estaba ahí.
Maya formaba parte de la Corte Amanecer. Era una emisaria que había ascendido lentamente hasta ganarse la confianza del Alto Lord y convertirse en un importante activo para él y para su hermosa corte. Y ahora ostentaba orgullosamente el título de Jefe de Espías. Le había tomado mucho tiempo, sí, pero había sido perseverante y había esperado y esperado hasta que había alcanzado el puesto que tanto había añorado. Y aquí estaba… haciendo su trabajo.
A muchos les había disgustado e indignado el hecho de que Maya ocupase tal puesto, de que una hembra estuviera en una posición tan elevada. Sobre todo a los machos de la corte. Incluidos sus propios hermanos.
Pero a ella no le había importado ni un poco.
Porque no había absolutamente nada que ellos pudieran hacer o decir cuando el mismísimo Alto Lord de la Corte Amanecer la había nombrado personalmente como su Jefe de Espías. Aunque eso no importaba demasiado en aquel momento…
No, pensó. No lo hacía.
Su mente estaba trabajando a la velocidad del vértigo, pensando en todos los pormenores de la situación y en las posibles repercusiones de la misma, mientras trazaba un plan para acercarse de la forma más casual de todas a Thesan y detenerlo antes de que fuera demasiado tarde. Las posibilidades se doblegaron entre sus manos. La copa con la que había estado jugando retornó a la mesa…, ahora completamente vacía. Si algo andaba mal y si todo pasaba a peor, entonces… sería mejor que ella siguiera la corriente.
Era mejor que fingiera que no se había dado cuenta de nada.
La sensación de la magia (que se había sentido como granos de arena contra su piel…) se quedó pegada a su dedo incluso después de que limpiara este una y otra vez…, era molesto y asqueroso. Era oscuro.
Era… siniestro.
Sus tranquilos pasos la llevaron hacia la multitud; hacia el mar de inmortales que la rodeaban, en la cual se zambulló sin temor alguno de ahogarse entre todo el ruido que provocaban y entre todos los pensamientos que podía oír con claridad.
Algunos deberían aprender a levantar escudos…
Pero era mejor cuando no lo hacían. Porque así ella podía adentrarse en esas mentes desprotegidas, buscar la información que necesitaba y luego retirarse como si nada…, como si nunca hubiera cruzado alguna línea entre lo que era bueno y malo, entre lo que era moral e inmoral.
¿En qué lado del espectro se encontraría aquella situación?
¿Hacia qué lado se inclinaría la balanza?
Los siete Altos Lores de Prythian estaban presentes en Bajo la Montaña junto a sus cortesanos de confianza y sus familiares. Maya los vio a todos beberse alegremente el vino mientras se reían de algo a lo que no le prestó especial atención y quiso…, quiso gritarles que no lo hicieran, o volcar todos y cada uno de los contenedores con un solo pensamiento.
¿Lo consideró? Sí. Pero… no lo hizo. No lo hizo por muchas razones.
No lo hizo porque quería seguir con vida.
En silencio, Maya siguió avanzando.
Debía encontrar a Thesan. Pronto.
Maya se movía a través del salón lleno de personas como si estuviera volando; sus pies apenas tocaban el piso, sus pasos ni siquiera producían el característico ruido que debería acompañarlos. Era como una sombra que desaparecía en la oscuridad reinante. Era como una suave y delicada brisa que se deslizaba entre los allí presentes y que se esfumaba tan rápido como el humo en el viento antes de que pudieran percatarse de que estaba allí…, y de que había pasado junto a ellos.
Claro que había algunas excepciones…
Sus labios pintados de rosa claro se curvaron en una pequeña sonrisa mientras saludaba a aquellos que realmente prestaban atención a su entorno; a aquellos que la reconocían, que la veían y con los que se había codeado durante años y años. Maya no llegaría tan lejos como para llamarlos sus amigos, pero podía decir que los conocía lo suficiente.
Este hecho la golpeó con fuerza.
Por la Madre… Había pasado años construyéndose una reputación, luchando contra viejos amargados y creencias arcaicas y haciéndose con una vida distinta a la que había sido arrojada como si nada, y no iba a perderla ahora.
Inhalando una profunda bocanada de aire y exhalando por lo bajo, Maya detuvo sus silenciosos pasos a unos pocos metros del lugar en donde se hallaba Amarantha. Parecía una víbora, que lo era, claro. Y su sonrisa…, carajo. La bruja sonreía como si hubiera… ganado.
Desde aquella distancia, prudente y segura, la analizó. Leyó lo que había ahí.
Su belleza no era nada del otro mundo…, nada comparada con la que poseían la mayoría de los Fae. Maya la había visto en más de una ocasión y había descubierto que su belleza se afeaba por la mueca permanente que llevaba en el rostro, siempre torcido de alguna manera. Y aunque era alta y esbelta y construida con la complexión grácil que caracterizaba a los Altos Fae —como ella misma—, no había ni un rastro de ello en el cuerpo de Amarantha.
Solo había gracia letal, sonrisas fingidas y mentiras. Su piel era demasiado pálida, sus ojos eran tan oscuros como la brea y su cabello era… muy rojo. Demasiado, de hecho. No como el fuego o las hojas de otoño o un rubí…, solo era… rojo.
Era como una oscuridad carmesí que amenazaba con devorar todo a su alrededor…
Maya se preguntó si en el proceso no se devoraría a sí misma.
Se preguntó si no se consumiría hasta convertirse en cenizas, hasta desaparecer…
La verdad era que no confiaba en Amarantha. Y nadie en su sano juicio debería hacerlo.
Su nariz se arrugó levemente y desvió la mirada cuando captó una sombra viviente en un rincón del salón, unos ojos violáceos le devolvieron la mirada desde la distancia y esbozó una pequeña sonrisa a modo de saludo. No tenía que ser un genio para saber quién era él: era el Alto Lord de la Corte Noche, con quien Maya había tenido el no tan grato placer de charlar en más de una ocasión. Las conversaciones que habían mantenido, si es que podía referirse a estas de tal manera, habían sido cortas e insulsas y él realmente no le había prestado atención.
En respuesta, Rhysand le devolvió el gesto.
Apenas…, porque ese amago de sonrisa no le había parecido real.
Maya lo analizó a él también. Y dejó escapar un suspiro.
Siempre que lo veía encontraba algo nuevo que admirar. Siempre que lo veía algo en su interior se sacudía de forma inquieta, violenta y salvaje, pero ella lo ignoraba. Ahora, ese sí era un macho que llenaba todas y cada una de las casillas de los Altos Fae; era alto, musculoso, bien parecido y con unos ojos sorprendentemente llamativos que le hacían evocar un cielo estrellado.
Pero esa noche, esa gracia de otro mundo que solía brotar de cada parte de él estaba… ausente.
A decir verdad, notó algo distinto en el Alto Lord de la Corte Noche, pero no podía señalar el qué. Maya se tensó ligeramente cuando lo vio llevarse la copa a los labios y beber de ésta como si nada. Rhysand siguió observándola y ella negó levemente, como advirtiéndole que no lo hiciera. Pero… ya era demasiado tarde. Y fue aún más tarde cuando encontró a Thesan entre la multitud para hacerle saber que algo iba terriblemente mal.
Ni siquiera había dado el primer paso en su dirección cuando el salón se llenó de gritos de dolor.
Una fibra sensible en su pecho se estiró hasta lo imposible mientras aquello sucedía…, mientras una mano invisible se adentraba en su ser y tomaba algo que solo le pertenecía a ella. No, no lo tomaba… Sino que lo arrancaba con fiereza, lo arrancaba y dejaba un agujero en su lugar. El poder que la envolvía parecía estar hecho de fuego y hielo, porque quemaba y ardía al mismo tiempo. Jadeando en busca de aire y llevándose una mano al pecho, Maya cayó al suelo. Una puerta…, un límite en su interior, se cerró de golpe. Quizá bajo su comando, quizá bajo una fuerza superior.
Ella no estaba segura de eso. Ella solo sabía que no podía respirar.
El aire se precipitaba en su interior pero no iba a ninguna parte.
Esa mano podía tomar lo que estaba en la superficie, pero no lo que había en el fondo. Eso no. Porque eso era solo suyo y de nadie más. Porque eso le pertenecía exclusivamente a ella.
Un candado mantuvo a salvo ese límite, pero eso fue lo único que pudo proteger. El resto de su ser quedó expuesto. Y mientras Maya veía a todos doblarse por el dolor, mientras todos perdían algo de vital importancia, entendió que un juego extremadamente peligroso había comenzado. Y que el principio del mismo la estaba matando. Y lo estaba haciendo lentamente.
Su cabeza dolió cuando todos esos pensamientos sueltos se volcaron sobre ella.
El mundo dio un giro demasiado brusco y se dobló sobre sí misma.
¡Carajo! Había tanto ruido en su cabeza. La situación le hizo recordar el momento exacto en que su poder se manifestó, se había sentido igual; confuso, molesto y doloroso. Y extraño. Le recordó el momento en el que supo, en el que entendió, que era diferente. Y que podía leer la mente de todos aquellos que la rodeaban. Leerla y controlarla y manipularla, claro.
Aquel don era tan bueno como malo.
Aquella habilidad era tan rara como única y especial.
Pero en aquel instante era terriblemente mala.
Sus ojos se cerraron mientras luchaba contra el dolor, un dolor que no parecía ser del todo suyo. Un dolor que se dispersaba por todas partes como un rayo. ¿Por qué siempre parecía estar absorbiendo los pensamientos ajenos?
Esa fibra sensible en su pecho, en su corazón o… más allá, honestamente, Maya no sabía lo qué era y no pensó demasiado en ello, se estiró una vez más y soltó un quejido, un lamento. No. Si ella había podido soportar todo su entrenamiento sin emitir ni un mísero sonido, podía con aquello.
Puedo soportarlo, y no voy a gritar. Sí puedo hacerlo y no voy a quejarme.
Maya repitió el mantra que solía decirse a sí misma.
Ella no iba a gritar. Ella no iba a quejarse.
Una voz le decía algo. Sonaba lejana, distante. Era Thesan. Pero Maya no le contestó. No podía hacerlo, no cuando estaba tensando la mandíbula con tanta fuerza que sentía que sus dientes comenzaban a astillarse por la presión. De hecho, tuvo que recordarse a sí misma cómo respirar mientras aquello continuaba… Mientras la ola de dolor la arrastraba mar adentro y la empujaba hasta el fondo de un océano helado.
Allí donde no quería estar, allí donde ocultaba cosas que no quería recordar.
La puerta en su mente se abrió de golpe, siendo empujada por un viento fantasma. Y sin importar cuanto luchase por cerrarla, por colocar el seguro, las cadenas y el candado que mantenían todos aquellos recuerdos lejos de su mente consciente, estos seguían escapando.
Basta. Basta. Basta.
Ella no quería ver eso. No quería sentir eso. No quería recordar eso.
El cuerpo de Maya no podría haber estado más tenso y, sin embargo, se crispó al sentir un suave y tímido toque similar a una caricia recorriéndola… No en su piel, porque nadie la estaba tocando…, sino en sus escudos mentales. Una energía fría y refrescante la rodeaba. Era agradable y olía bien, tan bien. Demasiado bien. La caricia se repitió, unas garras se deslizaron por la fortaleza de diamante negruzco que había construido para proteger su mente de los intrusos.
Y para mantener todo allí adentro; incluido al monstruo que quería salir. El mismo monstruo que arañaba y luchaba contras sus restricciones con todo lo que tenía. Pero ella no se lo permitió. No, no iba a salir.
Unos cálidos dedos la sujetaron por la barbilla y se deslizaron por sus mejillas con… ternura. Era raro. Nadie nunca la tocaba así, excepto su familia. Sus ojos se abrieron de golpe, revelando unos irises color turquesa coronados por un círculo dorado alrededor de la pupila que se habían oscurecido como una noche sin luna. Como si la oscuridad hubiera devorado toda la luz. Y al hacerlo, descubrió la posición en la que había terminado.
Un sabor amargo inundó su boca. Mierda… Estaba en el maldito suelo, y estaba arrodillada como si estuviera pidiendo clemencia… Como si le estuviera rogando misericordia a alguien. Un temblor le recorrió todo el cuerpo.
Elevando lentamente la mirada, Maya se encontró con unos ojos color violeta con galaxias enteras atrapadas en una red de oro y plata, las estrellas que se habían hecho de un hogar en esos irises habían alcanzado grados bajo cero, se habían congelado. Y ahora, esas mismas estrellas la observaban fijamente. Un escalofrío le erizó toda la piel. Eran… hermosas. El monstruo en su interior retrocedió ante las vistas… o quizá ella lo empujó de vuelta a su jaula. Honestamente, no lo sabía.
Y tampoco le importaba.
Otra ola de agua helada llegó, empapándola y llenando cada rincón de su cuerpo con astillas de dolor que se clavaban por todas partes. Y aunque se enterraban profundamente en su ser, ella no gritó ni se quejó. Simplemente se tensó mientras soportaba la tempestad. Esa no era la primera tormenta a la que se enfrentaba.
Esa agradable energía seguía presente; era insistente, pero a la vez era suave y gentil y casi parecía estar esperando por algo. Maya parpadeó una vez, dos veces. Y entonces, lo entendió… Entendió que esa energía que se ondulaba a su alrededor provenía de Rhysand, y que era él quien golpeaba suavemente sus escudos, deslizando sus garras sobre este como si buscara alguna fisura. Pero no la había. A Maya le tomó un par de segundos más comprender lo que él quería…
Rhysand quería entrar en su mente; algo que ella no le había permitido hacer a nadie nunca por muchas razones. Además, eso era demasiado personal. Maya consideraba que era demasiado íntimo el dejar que alguien entrara en su mente y que viera lo que había en ésta. Y a pesar de la opinión que tenía al respecto…, ella se lo permitió. Le permitió a Rhysand echar un vistazo. Abriendo una grieta en su escudo, creó un lugar seguro en donde él pudiera entrar sin que ella revelase todo lo que mantenía sólo para sí: lo bueno, lo malo, lo feo y lo hermoso.
El dolor que Maya sentía se volcó en su dirección.
Se derramó como la pintura sobre un lienzo.
Pero no lo hizo en pequeñas gotas sino en grandes oleadas que pasaron de coloridas y brillantes a oscuras…, tan oscuras como lo había estado la boca de la cueva que les había permitido llegar rápidamente a Bajo la Montaña. Era como si la luz se hubiese extinguido. Era similar a la energía que la rodeaba y la sostenía. Sus dedos se crisparon en el suelo.
Un olor que ella conocía demasiado bien golpeó su nariz, e inundó todo el lugar: miedo. Puro miedo. Maya lo sintió a través del puente que habían creado entre ambos. Pero…, ¿por qué él sentiría miedo…? Algo parecido al pánico —otro sentimiento con el que estaba familiarizada— cruzó la mirada de Rhysand como una estrella fugaz. Fue momentáneo, pero ella alcanzó a verlo.
Y eso fue todo lo que hizo, mirarlo.
Maya vio al Alto Lord de la Corte Noche torcer el gesto y encogerse ligeramente en su lugar; quizá por todas las astillas de dolor que habían caído sobre él. Ella se perdió en la noche estrellada que él portaba en la mirada…, se distrajo a sí misma contando estrellas y formando nuevas constelaciones. Rhysand se recuperó con rapidez y comenzó a susurrar en su mente como si estuviera cantando una canción de cuna. La idea era risible, por supuesto.
Por muchísimas razones.
Y sin embargo…, esa voz mental logró convencerla de relajarse, de hacer a un lado todo ese dolor que la inundaba, y de nadar para que no se ahogase en un mar de tormentos que no eran suyos. Lentamente, Maya salió a la superficie. Y esta vez, cuando inhaló profundamente, sus pulmones recibieron de buena gana el oxígeno que tanta falta le hacía y el mundo dejó de girar.
No lo entendía…, Maya no entendía cómo lo había logrado.
Y no intentó comprenderlo en ese momento.
Rhysand continuó susurrando, cantando…, en su mente. Cada músculo de su cuerpo se destensó, al igual que su mandíbula… Sus dientes dejaron de chirriar. Y el ruido llegó a sus oídos: gritos de ultraje, gruñidos de dolor y lamentos por haber sido tan estúpidos…, tan tontos. Maya compartió este último sentimiento.
Si hubiera sido un poco más rápida, probablemente, se habrían evitado aquello.
Pero todo había ocurrido en cuestión de un parpadeo.
Tan rápido que apenas había tenido tiempo para procesarlo. Pero ahora Maya podía hacerlo…, podía comprenderlo. De la misma manera en que Rhysand lo estaba haciendo. Amarantha los había atraído a la trampa perfecta, los había convencido y habían caído bajo sus encantos…
Como unos auténticos idiotas.
Ella no podía decir que había confiado en las palabras de la emisaria de Hybern…, no, porque le habían enseñado a desconfiar hasta de su propia sombra. ¿Por qué debería creer en las palabras de Amarantha? ¿Por qué debería confiar en las falsas promesas de alguien que había acabado con vidas humanas y Faes a diestra y siniestra durante la Guerra, y cuya energía le parecía tan repulsiva como su mera existencia?
¿Y cómo es que los demás no habían podido verlo?
Cuando un mareo la tomó por sorpresa, Maya buscó asirse a algo…, a lo que fuera. En este caso, fue a Rhysand. Y se aferró a él con fuerza como si fuera la tierra firme que había estado buscando durante años después de haber pasado demasiado tiempo en alta mar. Pero la estabilidad le duró poco. Maya volvió a quedarse sin aliento cuando percibió otras cosas a través del puente entre ambos; de esa conexión que aún se mantenía estable y que él se había olvidado de cerrar. Un temblor le recorrió todo el cuerpo. La abrumadora ola de poder que el Alto Lord de la Corte Noche liberó; una ola hecha de oscuridad que se extendió como la tinta en el agua y que comenzaba a disolverse lentamente, le hizo encogerse ligeramente en su lugar mientras procesaba lo que había visto, y lo que había oído. Desde el fugaz contacto con otras mentes, que desbordaron un tipo de pena que ella conocía demasiado bien, hasta ese profundo dolor, esa tristeza y esa ira que podría destruir mundos enteros cuando todos sus poderes se le fueron arrebatados.
Ella sintió todo eso en carne propia.
Y el corazón se le encogió dolorosamente en el pecho.
A veces olvidaba que los demás sí tenían buenas razones para luchar y seguir adelante, olvidaba que no todos eran como las personas que había conocido y que conocía. Ella tendía a esconder o ignorar las propias para que no las utilizaran en su contra. Maya ya había aprendido la lección y había tenido suficiente de eso. Pero él… Por el Caldero. Rhysand, el Alto Lord de la Corte Noche, tenía razones de sobra para hacerlo. Para luchar.
Y ahora ella lo sabía.
Maya bajó la mirada pero no dijo nada, se mantuvo tranquila e imperturbable. Como si no hubieran quemado todas sus terminaciones nerviosas, como si no hubiera visto nada. De esta manera, escondió el caudal de sentimientos que cruzaban sus ojos por temor a ser descubierta.
Los cabos sueltos comenzaron a atarse…
Amarantha había envenenado el vino y les había robado los poderes hasta dejarlos con los más básicos. Había utilizado una artimaña muy sucia. Había jugado de manera deshonesta…, pero… ¿quién era ella para juzgar sus métodos, verdad? La vergüenza le hizo prensar los labios. Y ahora los Altos Lores, los Faes más poderosos…, no eran mucho mejor que cualquier otro inmortal.
Pero Rhysand…
Él…
Maya lo había dado por hecho y ahora lo confirmaba: Rhysand era excepcional más allá de las palabras, sus poderes eran… más. La verdad sea dicha, no sabía de qué otra manera describirlo. Sus poderes eran mucho mayores a los del resto y eso era mucho decir. O lo habían sido…, se corrigió. Pero si ese pozo de poder que sentía vibrando a través de la conexión era todo lo que quedaba después de aquella horrible situación, por el Caldero, pensó, no quería ni imaginarse qué tan grande era su potencial con este intacto. Y lo peligroso que sería si él…
El simple pensamiento de lo que podría suceder le hizo elevar los escudos de golpe. Y reforzar la fortaleza de diamante que había construido hace tantos años atrás bajo la tutela de alguien que le había enseñado de forma renuente. El puente entre ambos terminó hecho añicos, no más que un montón de escombros esparcidos en el suelo. Era mejor que Maya no le dejase saber jamás, jamás, que había visto más de lo que él alguna vez le habría permitido ver.
Maya había pasado un tiempo considerable en su presencia como para saber que era reservado.
Y si los rumores eran ciertos…, entonces… era mejor que nunca lo mencionase en voz alta. Maya no podía dejarle saber a Rhysand que ella sabía sobre… eso, y sería mucho mejor que nunca lo trajese a colación. Ni por accidente. Ni por error. Porque había visto su resolución cuando borró cualquier rastro de bondad de las mentes de su corte.
Era un secreto.
Y Rhysand haría hasta lo imposible para que siguiera de tal manera.
Y contrario a la creencia popular, Maya no tenía un deseo suicida.
Sus miradas volvieron a encontrarse en medio de aquel turbulento mar de caos antes de que él apartara las manos de su rostro, se levantase y se alejara de ella. Llevándose consigo su energía, su olor y su calidez, que le habían parecido tan agradables y relajantes. Negando levemente, hizo esto a un lado. Fue entonces cuando Maya se percató de algo más; Rhysand había estado de rodillas… ante ella. Y ella todavía seguía en la misma posición.
A su lado, se hallaba Thesan.
—¿Maya?
Maya parpadeó un par de veces, se colocó nuevamente su máscara de imperturbabilidad y dirigió la mirada hacia su Alto Lord. Se le notaba preocupado. Thesan era agradable a la vista; de cabello castaño y ojos cafés que iban a juego con su piel morena. De hecho, el color de sus ojos evocaba a la tierra labrada. Eran profundos y honestos. Como él. Y él era muy, muy bueno como persona.
—¿Estás bien?
Una sonrisa torcida curvó sus labios.
Bien…, como ella sabía, era un término relativo.
—Algo así… —susurró, poniéndose de pie tras haberse ahogado en un océano de dolor. Su mano se posó sobre su pecho, la fibra sensible que se había estirado hasta lo imposible había vuelto a la normalidad—. ¿Qué hay de ti?
Una mueca fue suficiente para hacerle saber que Thesan no estaba bien.
Y que nadie lo estaba.
Maya giró sólo para encontrarse con Amarantha en el centro del salón, sonriendo como el gato que ha atrapado al canario. Se erguía como una reina y le sonreía con crueldad a los Altos Lores. El silencio antinatural que inundó el lugar solo sirvió para que los siete comprendieran que ella había ganado, para que la realidad de lo sucedido se asentara y los golpeara a todos en la cara.
Con fuerza.
Con demasiada fuerza.
El terrible hedor del miedo asaltó nuevamente su nariz y la garganta se le cerró. Pero ella no emitió ningún sonido. El silencio era un arte que manejaba muy bien. De pronto, mientras deslizaba la mirada a su alrededor, aún al lado de Thesan, Maya se percató de que no podía moverse. ¿Qué carajos? Pensó, luchando contra sus ataduras. Nada. No logró nada, salvo frustrarse. Y de hecho, tuvo que recordarse que aunque la corriente la estaba arrastrando, con fuerza y muy lejos de allí, no debía dejarse ahogar por esta.
La magia hormigueó sobre su piel.
En algún punto, Maya dejó de forcejear contra el hechizo. ¿De qué le servía pelear si no podría liberarse…? Y de hacerlo, no podría hacer demasiado con su magia disminuida. Una corriente de ira se deslizó por sus venas debido al robo que había sufrido y a la forma en que esa mano había tomado algo de vital importancia de su ser. Un segundo después, el calor que acompañaba a dicho sentimiento se transformó en hielo.
La ira se convirtió en calma.
Y prestó atención a lo que ocurría.
Un grupo de inmortales…, el único que no estaba hechizado, aquellos que servían a Amarantha, se movía a través de los allí presentes. El depredador en su interior observó todo atentamente y vio cómo arrastraban a varios Faes al frente hasta colocarlos a los pies de la pelirroja con ojos de ébano llenos de locura. Luego los obligaron a arrodillarse.
Maya los escrutó a todos. Eran miembros de la Corte Noche.
Eran los súbditos que habían acompañado a su Alto Lord a aquella trampa.
Los ojos color turquesa y oro de Maya se oscurecieron ligeramente cuando su mirada se posó sobre Rhysand, él también estaba atrapado, inmóvil, obligado a mirar lo que sucedía como todos los demás. Su rostro era una fría máscara vacía, impasible e impertérrita. Pero sus ojos…, sus ojos contaban una historia completamente diferente mientras iban y venían entre sus súbditos y Amarantha.
Oh, si las miradas mataran…
Lo siguiente que ocurrió le hizo recordar situaciones que ella habría deseado poder erradicar de su mente pero… ¿quién sería hoy en día sin todas esas amargas experiencias? Honestamente, no lo sabía. Y nunca lo sabría.
Un inmortal de piel rojiza y dientes amarillentos que sobresalían de una horrible boca le pasó una espada a Amarantha. Todos contuvieron el aliento. Y el olor acre del miedo volvió a inundar el lugar. Ninguno de ellos tenía que ser un genio para saber lo que planeaba hacer; la sonrisa en su rostro la delataba. Maya se fijó en el filo del arma antes de que cayera sobre la cabeza del súbdito de la Corte Noche…
El sonido que hizo, el olor de la sangre y la forma en que el acero cercenó carne y hueso, separando la cabeza de los hombros le hicieron estremecerse.
La puerta de su mente se abrió de golpe solo para que ella volviera a cerrarla con fuerza. Maya se mantuvo impasible e impertérrita pese a la corriente de recuerdos que la empapó mientras concluía una cosa: más que un asesinato a sangre fría, aquello era una ejecución con todas sus letras.
El cuerpo del Fae cayó con un golpe seco y la cabeza rodó por el suelo, dejando un rastro carmesí a su paso. Maya no pudo evitar seguirla con la mirada. La combinación de los olores que flotaban en el aire, del miedo, el terror y la sangre, le revolvieron el estómago.
Maya había estado llevando una vida pacífica durante tanto tiempo…, una en donde resolvía sus conflictos con palabras y no con sus puños, de hecho, le habían enseñado a ser un martillo y era bastante buena en eso, había pasado tanto tiempo lejos de… esto, que había olvidado que cosas como estas aún podían suceder. Y de que ocurrían en todas partes.
Y de que a veces… la injusticia estaba a pedir de boca.
Amarantha le sonrió a Rhysand como una mujer loca y desquiciada; el brillo macabro en sus ojos confirmaba sus palabras. Le sonrió como una persona que sabe que ha ganado y volvió a bajar la espada con fría precisión como seguramente lo había hecho hace casi quinientos años atrás en la Guerra que había acontecido entre humanos y Faes. Ella solo había escuchado las historias, y evocarlas le causaba escalofríos. Las cabezas siguieron rodando y el piso se pintó de rojo.
Un charco de sangre se formó a sus pies.
Un río carmesí se extendió por todas partes.
Era una ironía que luciera igual que la pintura derramada.
Maya se obligó a mirar más allá, a un punto muerto, mientras aquella ejecución continuaba. No podía seguir mirando, no quería hacerlo. Y no podían obligarla. Pero ya era demasiado tarde, el recuerdo quedaría grabado a fuego lento en su memoria para siempre. Y ella nunca podría eliminarlo.
Cruel. Desquiciada. Loca. Inestable. Desalmada. A Maya se le ocurrieron varias palabras para describir a la persona que había orquestado todo aquello. Desafortunado. Horrible. Era como revivir una pesadilla. Y otro montón cayó sobre ella cuando la realidad la golpeó en la cara con la mano abierta.
Estaban atrapados.
El pensamiento hizo que la bilis subiera y quemara su garganta.
Las personas que podrían haber vencido a Amarantha estaban bajo su poder.
Maya miró las cabezas en el suelo; los ojos abiertos, las bocas torcidas, luego se fijó en Rhysand. Si le dolía o no, era difícil de saber. Porque lo escondía todo muy bien. Volvió la mirada al frente.
La mitad de la Corte Noche estaba muerta, y la otra mitad temblaba de miedo.
Al igual que el resto de las comitivas de las otras seis cortes.
Complacida por lo que había hecho, Amarantha se detuvo.
Obligándose a respirar pese al terrible hedor de la sangre y la muerte, aplacó el estúpido deseo que estalló en su pecho mientras Amarantha avanzaba hacia el estrado, en donde hizo aparecer un trono en el que tomó asiento como toda una soberana. Maya continuó mirándola, un fuego ardía en sus ojos. ¿Habría sido fácil o complicado? Se preguntó. ¿Habría sido efectivo o inútil…?
Ella no lo sabía… y no quería averiguarlo.
—Bueno… —dijo Amarantha, en un tono que le revolvió el estómago—, ninguno podrá decir que la Alta Reina de Prythian no tiene piedad. ¿No era esto una fiesta? Bailen y rían y diviértanse, hoy es una noche de celebración.
¿Y qué celebraban exactamente?
¿La muerte de unos pobres infortunados?
Sus orbes color turquesa coronados de oro se fijaron en los Faes que habían sido arrojados a los brazos de la muerte. Amarantha movió la mano y fueron liberados del hechizo inmovilizador. La música volvió a comenzar, rebotando sin gracia entre las paredes. Maya soltó un suave suspiro.
Y girando en dirección de Thesan, atisbó el miedo en esos ojos color café. Miedo y odio.
El ruido de los murmullos llegó a sus oídos…, sin embargo, no le puso especial atención a lo que decían los demás conforme se desplazaban por el salón como las sombras que se formaban por las antorchas. Tal como les habían ordenado que hicieran. Todos querían pasar desapercibidos, sobre todo ahora que conocían las consecuencias de cualquiera que fuesen sus actos. Maya no los escuchó.
Ya tenía suficiente con todo el ruido en su cabeza.
Y con la forma en que analizaba el problema que tenía entre manos.
Al final, ese mal presentimiento que había tenido al recibir la invitación por parte de Amarantha no había estado fuera de lugar.
—Tenemos que hablar —bisbiseó Thesan, manteniendo una expresión tranquila.
Maya asintió.
—Pero no aquí.
—Por supuesto que no, Alto Lord.
No se atrevería a hablar con él sobre aquello que podía advertir en su semblante en aquel lugar. Ella era mucho más lista que eso.
Notes:
Espero que les guste. :)
Chapter 4: Capítulo 2: Secretos.
Chapter Text
Un silencio que solo podría describirse como terriblemente incómodo se asentó en la habitación como un invitado no deseado. Deslizándose sutilmente a través de las grietas, encontró su lugar en el rincón más lejano y distante de todos, luego comenzó a extenderse lentamente como la mala hierba en un jardín desatendido y olvidado con cada segundo que transcurría. Maya conocía ese tipo de silencio, lo conocía demasiado bien. Era helado, asfixiante, terrible. Casi podría haber jurado que lo vio trepar por las paredes y devorar todo ápice de luz, como un monstruo hambriento y vicioso, sumiéndolos en la fría oscuridad.
El estómago se le revolvió.
Y la piel se le erizó.
Afortunadamente, sabía cómo moverse en la oscuridad. Maya había aprendido a una temprana edad a bailar con las sombras que se enroscaban como serpientes venenosas en los rincones y a seguir el ritmo que estas marcaban; siempre sigilosa, siempre letal. Aquel baile no era distinto; era un vals de tres tiempos cuya melodía hacía eco en el silencio…
Lamentablemente, no parecía estar en sintonía con la música.
Esta vez, cuando la oscuridad la devoró, Maya solo pudo escuchar el latido de su propio corazón. Un sonido que había aprendido a amar y a odiar a partes iguales… Tomando una profunda bocanada de aire, comenzó a avanzar a ciegas. Las espinas del silencio comenzaron a crecer hasta convertirse en unas peligrosas y afiladas garras que se clavaban profunda y dolorosamente en su piel, en su pecho, en su corazón y en partes de su alma que Maya no sabía que aún conservaba, dejando un sendero carmesí a su paso. Cualquier movimiento por su parte terminaba en arañazos y en heridas nuevas y frescas que resaltaban en su piel demasiado pálida. Pero ni el dolor ni el ardor la detuvieron; no lo habían hecho antes, y no lo harían ahora. Así que Maya continuó moviéndose, avanzando y sangrando, ansiosa por escapar.
En su desesperación cubierta por un fino velo de falsa serenidad, siguió luchando. Tenía que escapar. Tenía que encontrar una manera…, una salida. Tenía que hacerlo. Porque la alternativa era no hacer nada, y rendirse no era una opción. El doloroso entretejido del silencio se sentía tan opresivo como una jaula, quizá hasta peor.
Nada con lo que Maya no hubiera lidiado antes…
Y sin embargo…, había algo que era completamente nuevo para ella: la impotencia de no poder hacer nada y la frustración que eso le producía. La incapacidad de hacer algo, de liberarse de aquella horrible situación y de la forma en que la habían atado de manos y pies. La habían atrapado. El pensamiento le dejó un mal sabor de boca.
La habían atrapado como a una jodida presa. Maya parpadeó una vez, dos veces, escapando de la horrible pesadilla de silencio y oscuridad que había en su cabeza. La habían atrapado… otra vez.
Junto a todo lo demás, estaba el vacío… Ese agonizante y helado vacío que había quedado en su pecho después de lo sucedido en Bajo la Montaña. Maya tensó ligeramente la mandíbula, no lo suficiente para demostrar su creciente frustración, sino lo justo para denotar su molestia con la situación.
El doloroso recuerdo todavía flotaba sobre ella…, sobre todos ellos.
La ira ardiente que recorría sus venas como ríos de lava hirviendo se convirtió en una corriente de aguas heladas mientras pensaba en ello; en la forma en que esa mano invisible se había adentrado en su ser, hundiéndose en su cámara de poder y arrancándole algo de vital importancia en su interior. Algo que ahora echaba en falta… Esa magia había tocado los bordes infectados de todas las heridas de su pecho, heridas que nunca habían sanado… y que probablemente nunca lo harían.
Maya se preguntó si aquella nueva herida se uniría a las demás, si formaría parte del montón o si algún día encontraría la manera de sanar. Elevando la mano, tocó el vacío en su pecho y rozó con la punta de los dedos el daño que había sufrido. Ella lo dudaba, lo dudaba en demasía. Porque habían pasado años desde la última vez que se había sentido así y su pecho aún seguía sangrando…
El recuerdo siguió girando en su mente como si estuviera atrapado en un tornado.
Para ella, era un bucle infernal. Pero para los demás, el recuerdo era como un barco estancado, encallado. Ni siquiera los vientos huracanados ni las fuertes corrientes lo empujaban; el barco no tocaba puerto, no se adentraba en mar abierto ni se perdía en alta mar, simplemente estaba allí. Con sus hermosas velas izadas en señal de una falsa tregua.
Tal vez el ancla, es decir, el hecho de que siguieran hablando y pensando en ello sin parar, impedía que avanzara y se fuera. Desafortunadamente, era difícil dejar ir algo que te hacía enojar… Especialmente cuando lo único que querías hacer era destruirlo con tus propias manos. Cada vez que alguno de los presentes lo traía a colación, Maya se sentía enferma. Y molesta… Muy molesta. Y aun así, su expresión no la delataba. Después de todo, su malestar era solo suyo, al igual que su ira.
La misma ira abrasadora que podría destruir mundos.
Para ser honestos, lo último que Maya quería era que los viejos estirados se dieran cuenta de ello. Se negaba rotundamente a ofrecerles las flechas para sus arcos. Ella no iba a permitir que vieran más allá de su fría fachada, ni de su máscara.
Thesan había convocado una reunión de carácter urgente con sus hombres de confianza; lo que significaba que el consejo que lo asistía para tomar decisiones importantes y que manejaba ciertas áreas de la corte, como la ciudad y el comercio, estaban allí. Al igual que su Capitán de la Guardia Real y su Jefe de Espías.
Maya podía decir, sin lugar a dudas, que ella era una de las personas en las que él confiaba más. El sentimiento era mutuo, por supuesto, ya que ella confiaba en Thesan en la misma medida. De pronto, un pensamiento intrusivo atravesó su mente como una flecha… y le hizo vacilar, le hizo dudar. Y por un segundo, por un aterrador y doloroso segundo, Maya se preguntó si Thesan continuaría confiando en ella si le contara sobre lo que había descubierto y lo que había intentado hacer… solo para terminar fracasando.
Tal vez él lo comprendería. O tal vez no…
Su mirada permaneció fija en la ventana abierta de la sala de reuniones, admirando el vasto paisaje bañado por la cálida luz del sol. La Corte Amanecer era hermosa y brillante, y sus habitantes eran maravillosos y amables… En su mayoría, claro. Porque había ciertas excepciones, y algunas de esas excepciones estaban en aquella sala…
Maya había encajado en aquella corte como nunca lo había hecho en ningún otro lugar, y, ahora…, le preocupaba que eso cambiase. Exhalando por lo bajo, prestó atención a todo lo que se decía en la reunión. Puede que su expresión pareciera la de alguien ausente, pero estaba al tanto de todo lo que ocurría en ese momento.
De cada mísero detalle.
Tyron, uno de los espías bajo su cargo, golpeó la ornamentada mesa en el centro de la habitación con la fuerza suficiente como para hacerlos sobresaltar a todos. La mesa era una obra de arte tallada en madera de arce, y la misma les servía de apoyo cuando discutían sobre cuestiones como la actual; oscuras y tensas.
—Esto es una jodida mierda.
—Debo decir que estoy de acuerdo —comentó Elijah, con su habitual tono tranquilo.
Apartando la mirada del vasto paisaje y del infinito cielo que se atisbaba desde aquella ventana y a tales alturas, donde la brisa mecía perezosamente las cortinas y varios mechones sueltos de su cabello, Maya giró sólo para fijarse en el macho peregryn de hermosas alas blancas. Elijah era el Capitán de la Guardia Real de Thesan, y uno de sus amigos más cercanos. De ambos, en realidad. Uno al que ella podía llamar como tal sin temor a equivocarse. Hablar con él era fácil y divertido, y leerlo era aún más sencillo. Entrecerrando ligeramente los ojos, Maya escudriñó a Elijah.
Aunque el Capitán se encontraba a una prudente distancia del Alto Lord, esos ojos no paraban de mirarlo, de escanearlo, de repasarlo de los pies a la cabeza como si estuviera buscando alguna señal de daño o alguna herida causada por la misma bruja que había…
Los dedos se le crisparon a los costados del cuerpo. Temerosa de que la calma que estaba proyectando se tornase en algo más; como en una furia salvaje y ardiente o como en el peligroso filo de una espada, Maya se obligó a desviar sus pensamientos. No valía la pena, se dijo. No valía la pena pensar en ella… Desafortunadamente, todos sus intentos fueron en vano…, completa y absolutamente en vano. El veneno subió por su garganta, quemándola.
Esa bruja…, esa maldita bruja que había robado los poderes de todos. Esa jodida bruja que ahora los tenía bajo su control. Esa hija de puta que los había engañado durante cincuenta años mientras armaba su macabro plan. El turquesa en sus ojos se oscureció, el oro perdió su fulgor.
La oscuridad que devoraba los colores en su mirada podría destruir el mundo entero si la dejaba en libertad.
Sintiendo el peso de su mirada sobre él, Elijah movió sutilmente las alas antes de posar sus ojos cafés veteados con destellos de ámbar y oro en ella. La luz rebotó sobre las prístinas plumas que se mecían con la suave corriente de aire que entraba por la ventana. Maya elevó ambas cejas. Ellos no necesitaban palabras para entenderse. Con los años, habían aprendido a interpretar las señales del otro. Así que cuando vio la duda plantada en el semblante del Capitán a modo de ceño fruncido, extendió su poder en su dirección y le mostró parte de lo sucedido.
Los fragmentos sueltos que había logrado reunir mientras un rayo caía sobre ella y quemaba todas sus terminaciones nerviosas, todas esas imágenes que por separado no parecían tener ningún sentido pero que juntas contaban una historia de horror, fluyeron por el puente que Maya había creado entre su mente y la de Elijah. Primero, se escucharon los gritos de ultraje y de dolor. El sonido era lo único nítido en un mundo que se había tornado en una mancha amorfa, borrosa y sin sentido, a su alrededor. Luego llegaron los rápidos destellos de los rostros de aquellos que había visto retorcerse por el robo de su magia, y la visión de un piso manchado de pequeñas luces de colores por las piedras preciosas que colgaban de los candelabros sobre sus cabezas.
Maya hizo a un lado el recuerdo de la oscuridad que precedía al amanecer que había susurrado en su mente, que había cantado para ella, y continuó… Al final, le mostró las expresiones de puro odio que había visto en los rostros de todos los presentes después de que la víbora se autoproclamase como la Alta Reina de Prythian. Un segundo después, Maya cortó el flujo de imágenes. La expresión de Elijah cambió, tornándose más oscura.
Solo unos pocos selectos de la entera confianza del Alto Lord de la Corte Amanecer sabían sobre aquello; sobre sus poderes y sus habilidades daemati. El resto solo sabía que era excepcional en su trabajo. Y por ese mismo motivo, Maya estaba bajo la protección de Thesan.
Los daemati eran raros, muy raros… Y sólo aparecían cuando la Madre así lo deseaba.
Aunque habían muchos de ellos esparcidos por todo el mundo, claro, los suficientes como para que las personas se entrenasen contra sus letales habilidades. Sobre todo si ocupaban puestos de alto rango y de gran influencia, los cuales venían con grandes secretos que mantener. Secretos que desenmarañar. Secretos que averiguar. Era una medida de seguridad para que no hurgaran en sus mentes ni robaran sus preciados secretos, ni los manipularan como si fueran unas marionetas. Maya sabía que eso era demasiado fácil de lograr…
Incluso después de todos estos años todavía se preguntaba de dónde había heredado tal habilidad. No podía ser del lado paterno de su familia… De hecho, Maya podía asegurar que no era así. Porque lo único en lo que ellos eran buenos era en ser unos idiotas. Y del lado materno, bueno…, la verdad era que no lo sabía. Su mejor inferencia era que tal vez aquella habilidad no era un poder que compartieran los machos ausentes de su familia…
Parpadeando un par de veces, Maya retornó al momento actual sólo para descubrir que Elijah volvía a revisar a Thesan, asegurándose de que estaba bien e ileso después del infierno que había pasado. Una sonrisa tiró de la comisura de sus labios.
Thesan está bien —le aseguró a Elijah, manteniéndose en el umbral de su mente.
El alivio hizo que el Capitán relajara los hombros.
¿Y tú?
Maya le ofreció una sonrisa fugaz a Elijah.
Mejor que la noche anterior a esa pesadilla, te lo puedo asegurar. —La resaca que Maya había tenido antes de ir a Bajo la Montaña había sido peor que el dolor de esa magia tocando todas sus heridas.
Un pequeño sorbo había sido más que suficiente para que Amarantha robara su poder, para que se llevara algo que solo le pertenecía a ella. Algo que solo ella podía controlar. Y ahora, su núcleo estaba incompleto. No más que una fracción de lo que debería ser…, de lo que solía ser. Probablemente su padre estaba complacido por ello. Maya no se dignó a reconocer la presencia de Cedric. Nunca lo hacía. En cambio, se preguntó cuánto tardaría Amarantha en sentir las repercusiones de su poder.
Con un poco de suerte, toda esa magia contenida en su cuerpo la consumiría de adentro hacia afuera.
Thesan se pasó una mano por el cabello que parecía brillar como si fuera de oro, y ella lo miró. Puede que el suyo fuera del color del sol; rubio platinado, largo y ondulado en las puntas, pero el del Alto Lord parecía tener polvo de oro entretejido entre sus hebras castañas como vestigios del amanecer.
—Ahora que lo recuerdo… —dijo Thesan, su voz era igual que sus ojos: rica y profunda—. ¿Qué buscabas exactamente en el salón, Maya? Te movías como una brisa por todas partes.
—¿Se dio cuenta de eso?
—Sí.
Por supuesto que lo había hecho…
Maya desvió la mirada por un segundo, fijándose en el diseño de la mesa en el centro de la habitación y admirando los vencejos tallados en la madera; sus alas abiertas indicaban que estaban en pleno vuelo. Eran hermosos. Luego, respondió:
—Lo estaba buscando para advertirle sobre algo importante pero… llegué muy tarde.
Thesan elevó ambas cejas.
—No me estoy excusando —se apresuró a decir Maya.
—No tienes que hacerlo.
—Y aun así…, creo que le debo una disculpa. Si hubiera sido un poco más rápida, quizá no habría pérdido sus poderes en manos de Amarantha. —Su mirada turquesa y oro se posó en el pecho de Thesan, allí dónde el pozo de su poder estaba medio vacío. Ella no podía verlo, pero podía imaginarlo—. Yo… —la boca se le secó— me di cuenta de que había algo raro.
Y seguramente todos recordaban sus palabras, su advertencia, sobre la extraña invitación que habían recibido y sobre la reunión en sí misma que no le había dado buena espina. ¿Qué pensarían ahora sobre ello…? ¿Se arrepentirían de no haberla escuchado?
—¿Lo sabías?
—Me di cuenta de ello —repitió Maya, corrigiendo a Tyron.
—¿Cómo?
Su expresión cambió ligeramente, volviéndose más oscura, más sombría, ante esa pregunta. ¿Realmente importaba la forma en que lo había averiguado? Ignorando la mirada que Cedric le dedicaba, Maya se limitó a decir:
—Tengo talento para eso… —Y encogiéndose de hombros, zanjó el tema. Tyron era uno de los pocos que no quería robarle su puesto como Jefe de Espías, o hacerle quedar mal y como una estúpida ante el más mínimo error. Era un buen amigo.
Levantando la mano derecha, Maya observó su dedo índice bajo la luz del sol. Todavía podía sentir los granos de arena contra su piel; el desagradable tejido de un hechizo oculto a plena vista. Así como todavía podía sentir la magia hormigueando sobre su piel, arrastrándose lentamente sobre esta como si fuera un pedazo de seda. Esa era la única manera en que Maya podía describir la sensación que había acompañado al hechizo en el vino y el que la había inmovilizado. ¿Quién habría pensado que la parte más oscura de su pasado le sería útil en aquella ocasión…?
—Lo que me parece extraño es que nadie más se diera cuenta de que el vino estaba alterado —agregó Maya.
Todos los presentes clavaron la mirada sobre ella. Los consejeros de confianza de Thesan la observaron con la duda plantada en sus semblantes; sus ceños fruncidos y gestos torcidos los delataban. Aunque también había algo más allí…, pero ella no quiso hurgar en sus mentes para averiguar qué era esto. Maya les mostró un amago de sonrisa a todos esos viejos estirados.
—Y según tú, ¿cuál podría haber sido la primera pista para averiguarlo?
—Diría que el olor, pero la magia puede encubrirlo —respondió con simpleza, no dejándose amedrentar por el consejero. Y de hecho, Maya podía asegurar que había sido así…, porque no había percibido nada en el vino cuando lo olfateó.
Pero como bien sabía, la magia podía ocultar muchas cosas.
—¿Y cómo lo descubriste tú? ¿Por el sabor?
—¿No lo hizo usted, consejero Basil? —replicó Maya con suavidad, con demasiada suavidad, y un ligero tono burlón. Claro que no lo había hecho, pensó. Ella recordaba perfectamente bien el haberlo visto tragarse alegremente el vino en su copa.
Al igual que lo habían hecho todos los demás…
Y ahora, cada uno de estos viejos amargados y estirados —cabe destacar que todos ellos se habían ganado ese apodo a pulso— tenía una correa alrededor del cuello. Una correa que Amarantha sostenía con fuerza en su puño. Maya se llevó una mano al cuello, tocando su piel como si pudiera sentir el material de la misma y la presión que esta ejercía. Al igual que ella… Y para ser completamente honestos, no le gustaba la sensación de estar atada a alguien de esa manera.
Ni de ninguna otra manera…
Cuando Basil torció el gesto, Maya probó su punto.
El regocijo hizo resplandecer sus ojos, pero su expresión permaneció en blanco e impasible.
—¿Qué haremos al respecto, Alto Lord? —preguntó Maya, volviendo al meollo del asunto. Se rehusaba a hablar sobre el tema con alguno de ellos. Y en especial con Cedric allí presente.
La mirada que Cedric le dirigía era una amenaza velada, una advertencia con todas sus letras. Una que Maya ignoró alegremente. Porque ella sabía que no había nada que él pudiera hacer para doblegarla, ni mucho menos controlarla. El poder que Cedric alguna vez había tenido sobre ella ya no existía, aunque él no lo supiera.
Thesan guardó silencio por un momento. Y adoptando una expresión pensativa mientras mantenía la mirada en punto a la nada, sopesó y evaluó toda la situación. Luego, les explicó lo que tenía en mente, el plan que había trazado: hablar con el resto de los Altos Lores para formar una alianza e ir contra Amarantha para derrocarla de su reinado antes de que se pusiera demasiado cómoda en su horrible trono. Era un buen plan, debía concedérselo, sin embargo…, era algo arriesgado. Sobre todo porque las palabras podrían ser llevadas por el viento a los oídos de las personas equivocadas.
Y así, el elemento sorpresa se perdería por completo.
Ella casi podía apostar que los demás también lo habían considerado. Unirse, sin duda, aumentaría las posibilidades. Pero…, ¿tendrían alguna oportunidad con sus poderes disminuidos? Mientras el consejo discutía sobre ello, Maya vio más allá de cualquier posible unión entre las cortes… Vio la carnicería que podría tener lugar en Prythian. Incluso si reunían a todos los ejércitos de todas las cortes…, Amarantha ganaría. No era cuestión de números, sino cuestión de poder.
Las probabilidades simplemente no estaban a su favor.
No con la balanza inclinada en la otra dirección.
Sin embargo, Maya no era ni la General de los ejércitos de la Corte Amanecer ni formaba parte de la Guardia Real, por lo que su opinión bien podría no contar. Especialmente si Nahuel estaba en la sala.
Como si hubiera dicho su nombre en voz alta, su hermano mayor posó su mirada rojiza con matices terrosos, similares al granate, sobre ella. El color en sus ojos, aunque se acercaba a la tonalidad de la mencionada gema, le recordaba más a las profundidades de un abismo que a una joya… Era demasiado oscuro. Ante aquello, Maya enarcó una ceja de forma inquisitiva. No podía decir que lo odiaba, porque odiarlo significaría sentir algo por alguien que no valía la pena…, pero podía asegurar que lo detestaba lo suficiente como para querer golpearlo cada vez que abría la boca para menospreciar y menoscabar lo que ella decía o aportaba en las reuniones.
Nahuel era el tercer hijo de Cedric y su esposa, Deirdre, y, de hecho, se parecía muchísimo a su padre… Ambos eran unos completos imbéciles todo el jodido tiempo. Con el cabello color caoba y la piel ligeramente bronceada por todas las horas del arduo entrenamiento al cual se sometía debido a que formaba parte del ejército de la Corte Amanecer, Nahuel era la viva imagen de Cedric. Excepto por los ojos, claro… Esos eran los de su madre.
Un rasgo que Deirdre compartía con su hermana, la Dama de la Corte Otoño.
El rostro de Maya permaneció vacío e inalterable ante la intensidad en esa mirada color granate. La visión le recordó que esos idiotas eran parientes de uno de sus conocidos. Y aún no sabía si era igual o peor que el resto de ellos… O si el hecho de ser un idiota era un rasgo hereditario.
Tal vez lo era…
—Maya. —Ante la mención de su nombre, dirigió su mirada turquesa y oro hacia Thesan. Un latido después, él continuó hablando—. Envíale una carta a Lucius y Tamlin, pregúntales si están dispuestos a unirse a nuestra causa.
Aunque ellos estaban bien relacionados con los miembros de otra corte, Maya tenía mayores conexiones. Sobre todo en las cortes estacionales. Dos de cuatro no estaba nada mal.
Ella asintió.
—Muy bien —dijo—. Las redactaré enseguida.
—Y averigua qué dicen tus fuentes en las otras cortes.
Maya volvió a asentir.
Un vistazo a Tyron fue suficiente para que se pusieran en marcha: era hora de trabajar. Poderes disminuidos o no, tenía que cumplir con su deber. Tyron y Maya trabajaban mano a mano; ella se movía y él también lo hacía. Era como su sombra. Y de hecho, era un muy buen amigo. Uno al que ella podía llamar como tal sin temor a equivocarse.
Maya le deseó suerte a Nahuel cuando escuchó a Thesan pedirle…, ordenarle, que se pusiera en contacto con sus primos en la Corte Otoño… Y con su tío, claro, el Alto Lord de la misma. Como si Beron fuera a escuchar a alguien más que a sí mismo.
Conteniendo un bufido, Maya salió de la habitación.
━━━━━━ ◜ ☪ ◞ ━━━━━━
Esa misma tarde, Maya fue citada una vez más a la oficina del Alto Lord.
No era extraño ni mucho menos inusual que Thesan quisiera hablar con ella en privado. Ambos habían mantenido innumerables conversaciones sobre temas varios en distintos lugares como en su oficina, en la sala de reuniones e incluso en la salita de sus aposentos que siempre estaba llena de luz; una luz clara y hermosa que se derramaba por las esquinas y los rincones de la habitación como si el sol mismo naciera cada mañana en ese lugar y se ocultará poco después del atardecer detrás de esas mismas paredes. Y, de hecho, conversaban casi en cualquier lugar en donde nadie pudiera oír las noticias que llegaban a sus oídos, ni captar los rumores que solía averiguar luego de adentrarse en las profundas aguas de las cortes vecinas… Ser otra persona, fingir ser otra persona, se le daba de maravilla.
Esta vez, sin embargo, ella no tenía mucho que ofrecer.
Su mejor inferencia era que quizá él quería saber si había cumplido con su orden, lo cual, por supuesto, había hecho. Maya ya había enviado las cartas a Primavera y Verano. Había redactado ambas misivas con rapidez y coherencia en menos de una hora; siendo clara, precisa y concisa en el mensaje que intentaba transmitir pero sin llegar a revelar demasiado en estas.
Lo último que ella quería era que alguien interceptara las cartas y las cosas se pusieran muchísimo peor de lo que ya estaban. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y le erizó toda la piel ante tal posibilidad, ante tal horrible posibilidad. Poco después, la hizo a un lado. No iba a suceder, se dijo. No lo haría. Pensar en positivo le ayudó a tranquilizar su mente inquieta, y el eterno zumbido que siempre la acompañaba y que le recordaba que, en cualquier momento, esas abejas podrían picarla y esparcir su veneno por todas partes.
Sus tranquilos pasos la condujeron al lugar en el que había estado horas antes. El hogar del Alto Lord de la Corte Amanecer era hermoso más allá de las palabras; era una maravilla arquitectónica que se alzaba en toda su gloria y que rezumaba paz y tranquilidad, y una quietud que Maya siempre apreciaba. Para ser completamente honestos, era complicado encontrar una sola palabra para describirlo. Simplemente no había forma de hacerle justicia a aquel lugar. A sus ojos, era sublime, magnífico y fascinante.
Era increíble.
El castillo era una edificación enorme en una montaña, construido con piedra bañada por el sol. Tenía escaleras y balcones y arcadas y verandas y puentes vinculados a torres y domos dorados que resplandecían como un diamante, lo que tenía mucho sentido ya que el lugar era una joya. Las glorias de la mañana escalaban los pilares y los pulcros bloques de piedra, envolviéndolos, devorándolos, solo dejando a la vista sus hermosos colores. Su atención recayó sobre ellas mientras deslizaba los dedos por la pared y sus flores como si estuviera acariciando la más fina de las sedas conforme avanzaba. Lentamente. Tomándose su tiempo. Disfrutando del camino.
Las escaleras que los conducían a todas partes eran un infierno con todas sus letras; eran muchas, demasiadas, pero valía la pena subirlas. Porque una vez que llegabas a la cima…, por la Madre, podías apreciar unas vistas espectaculares. Eran las mismas vistas que Maya había estado observando esa misma mañana. Observando y apreciando, por supuesto. Perdiéndose en la inmensidad y en la lejanía de un mundo lleno de luz. Y cada vez que las veía, se quedaba sin aliento. Quizá ese era el verdadero motivo por el que Maya siempre terminaba tan absorta al estar tan arriba: porque era el único cielo al que podía acceder, el único paraíso que llegaría a conocer…
Y esa era la pura verdad.
La dolorosa verdad.
Maya no dejó que esto le afectara. Tras tocar suavemente la puerta para anunciar su llegada; un hábito que había adquirido a lo largo de los años, adoptó una pose más firme y profesional antes de cruzar el umbral para encontrarse con Thesan. Sus pasos se detuvieron a mitad de camino. Por el Caldero…, quizá había elegido un mal momento… Quizá debería haber esperado. ¡Pero ella se había anunciado! Parpadeando un par de veces, Maya escudriñó a sus amigos. Thesan parecía agitado, su pecho subía y bajaba mientras recuperaba el aliento. Elijah, por el otro lado, lucía tranquilo mientras fingía quitarse una pelusa imaginaria de la camisa que estaba ligeramente arrugada y fuera de lugar. No hacía falta ser un genio para saber lo que había estado sucediendo allí antes de que ella apareciera.
El macho peregryn se acomodó las alas detrás de la espalda de forma nerviosa.
Maya les dedicó una corta mirada a ambos; fijándose en las prístinas plumas de Elijah, revueltas de alguna manera y enredadas como si alguien hubiera enterrado sus dedos entre las mismas, y en el cabello fuera de lugar de Thesan, antes de ofrecerles una pequeña e inocente sonrisa.
—Lamento interrumpirlos, caballeros —dijo Maya con suavidad, echándose la larga trenza hacia atrás. Aunque no era la primera vez…
—Oh, borra esa sonrisa de tu rostro.
El regaño y el tono empleado por Elijah le hicieron ampliar aún más su sonrisa. El peregryn la miró con los ojos entrecerrados; los tonos de ámbar entretejidos en sus irises color café brillaban como brasas en la oscuridad, como pequeñas piedras de oro resplandeciendo bajo la luz del sol. Maya le sostuvo la mirada como si nada.
—Es complicado —musitó Maya, encogiéndose de hombros—. Es que ustedes dos son realmente adorables.
En realidad, eran más que adorables. Pero Maya no comenzaría a enumerar todos los adjetivos calificativos que utilizaba con ellos. Agitando la mano en el aire, como para restarle importancia, añadió:
—Sabes que soy una tumba, Eli, jamás se me ocurriría hablar sobre ustedes. —¿Y por qué lo haría? Su relación era solo de ellos. Y solo ellos podrían decidir cuándo, cómo y dónde lo harían oficial.
Lo que Maya había dicho era cierto, y un hecho confirmado: ella era una tumba. Era el tipo de persona que podía hacer algo una sola vez sin repetirlo una segunda. Era el tipo de persona que podía guardar muchos secretos, ya fueran suyos o ajenos, y nunca hablar sobre ellos. Como aquel que había visto en la mente del Alto Lord de la Corte Noche.
Maya se obligó a no pensar en eso…, ni en él.
Rhysand nunca debía enterarse de que ella sabía… O eso podría terminar muy pero muy mal para ella.
Haciendo tanto el recuerdo como su temor a un lado, Maya volvió la mirada hacia Thesan, esta vez, con una expresión impertérrita en el rostro, solo para descubrir que las mejillas del Alto Lord de la Corte Amanecer parecían un par de manzanas maduras de lo rojas que estaban. ¿Era eso vergüenza o…? No, ella prefería no saberlo.
Thesan sabía que Maya no diría nada al respecto porque ella no era ese tipo de persona, y porque no quería ser así. Ella quería ser mejor. Mejor que la versión de sí misma que había sido antes de encontrar su lugar en la Corte Amanecer. Y mejor que cualquier otra versión de sí misma que había dejado atrás…
Cuando Elijah se retiró de la oficina, lanzándole una última mirada que casi le hizo reír…, Maya esperó hasta oír el aleteo que confirmaba su partida del castillo. Con un poco de suerte, el viento le acomodaría las plumas. Unos segundos después, Thesan se aclaró la garganta y dijo:
—De verdad agradezco tu discreción, Maya.
—Como dije, nunca se me ocurriría hablar sobre ustedes dos, Alto Lord. —Respondió, con el mismo tono suave y tranquilo que adoptaba en las reuniones. Aunque era Jefe de Espías y los secretos eran lo suyo, Maya no se atrevería jamás a divulgar aquello.
—Lo sé. Y realmente lo aprecio. —Tras acomodarse los mechones castaños con destellos de oro y recomponerse de lo que fuera que hubiera sucedido en esa misma oficina, Thesan agregó—: Quería hacerte una pregunta. Sé que eres discreta… —eso sería un eufemismo, pero, sí, lo era—, y por eso no dije nada al respecto con tu padre y tu hermano presentes.
Maya se tensó ligeramente ante la mención de Cedric y Nahuel, el disgusto se abrió paso a través de su bien elaborada máscara de imperturbabilidad. Era realmente desafortunado que fueran familia… No, se corrigió: ellos no eran una familia. Simplemente tenían un nexo en común; Cedric. Nada más.
—Pero ahora que estamos solos, me gustaría saber algo —su mirada conectó con la de Thesan—. ¿Qué fue lo que vio Rhysand en tu mente? O mejor dicho…, ¿logró él entrar en tu mente?
Ahora entendía por qué Thesan la había convocado por segunda vez en aquel día. Una mueca mitad sonrisa surcó su rostro. Maya tenía muchos temores, miedos y pesadillas, pero, actualmente su mayor temor era que el Alto Lord de la Corte Noche, cuya crueldad y oscuridad le precedía como una carta de presentación, destruyera sus escudos mentales y viera el desastre que ocultaba en su cabeza. El desastre, los secretos y… todo lo demás.
Maya exhaló por lo bajo.
—Yo… se lo permití —admitió. La sorpresa se asentó en el rostro de Thesan; ojos bien abiertos y cejas elevadas—. No le mostré nada, solo le dejé ver lo que estaba pasando y cómo me sentía al respecto.
Haciendo una pausa, Maya escogió cuidadosamente sus siguientes palabras.
—Todos los pensamientos se volcaron sobre mí y todos estaban gritando y quejándose en mi cabeza. Rhysand solo vio…, sintió… —se corrigió con rapidez— mi dolor. Y me ayudó con ello.
Thesan relajó la expresión, sus ojos rasgados la observaron por un largo, largo momento antes de que dijera algo. ¿Por qué tenía la sensación de que él estaba esperando algo?
—Fue extraño.
—Lo sé —dijo Maya, mostrándose de acuerdo. Aunque extraño sería un eufemismo para describir lo que había sucedido; para la forma en que Rhysand había reaccionado.
Desviando la mirada hacia las delicadas cortinas que danzaban en la cálida brisa de la tarde, Maya se tomó un momento para pensar en ello, y en él, mientras se perdía en la inmensidad del mundo que podía ver desde aquella ventana. Una ventana que siempre estaba abierta para ella. La dureza que bordeaba sus rasgos se disipó, dejándole espacio a una expresión tranquila y pensativa.
Esa había sido la primera vez que Rhysand se había acercado a ella, y que la había notado entre la multitud. No es que Maya pudiera culparlo por ello… Aunque habían tenido varios encuentros en distintas ocasiones; como fiestas o reuniones entre cortes, ella nunca se había presentado oficialmente ante él. De hecho, Maya siempre se escondía bajo la piel de alguien más, siempre era alguien más. Se convertía en un susurro en el viento, se transformaba en una sombra en un rincón. En un rostro fácil de olvidar…
El tacto de las manos encallecidas del Alto Lord de la Corte Noche aún persistía en sus mejillas, la calidez que sus palmas habían desprendido había derretido parte del hielo que la envolvía. Al menos por un momento. Maya acarició su mejilla derecha con la punta de los dedos. Una sensación rara le recorría la piel, era como si alguien estuviera arrastrando un trozo de terciopelo por la misma. Era curioso…, era extraño.
Cualquier pensamiento vinculado a lo sucedido; sobre Rhysand, la canción que su oscuridad había cantado para ella, su tacto y la mirada que él le había dedicado en medio del caos, desapareció como humo en el viento. No importaba lo que Maya pensara o la impresión que tuviera sobre él, se iba a mantener alejada porque era lo mejor.
—¿Viste algo en su mente?
La red de sus pensamientos se hizo pedazos y ella cayó con fuerza en la realidad; en su fuero interno, apenas tuvo tiempo de estirar la mano para sostenerse de una larga cuerda que resaltaba entre las demás. Brillaba como el sol naciente. Brillaba como si estuviera hecha de pequeños diamantes. En el exterior, Maya parpadeó un par de veces. Thesan la observaba de forma expectante; no exigía saber si había averiguado algo, sino que preguntaba si lo había intentado.
Un segundo…
A Maya le tomó solo un segundo tomar una decisión.
Negando levemente, mintió. Mintió por alguien que no conocía. Mintió para mantener a salvo un secreto que no le pertenecía. Y sin embargo, había un toque de verdad en sus palabras.
—No. No estaba en condiciones para hurgar en su mente, no con mis entrañas quemándose y mi cerebro captando cada pizca de dolor ajeno. —Por la Madre, evocarlo le daba dolor de cabeza.
A veces, Maya odiaba ser daemati… Aunque tenía sus ventajas.
Thesan le ofreció una pequeña sonrisa que rozaba la burla y se mezclaba con la diversión. Él era como ese hermano mayor que ella desearía tener y no tenía, porque los que sí estaban emparentados con ella eran unos completos idiotas. Maya lo vio apoyarse del escritorio mientras se cruzaba de brazos.
—¿Me vas a decir que nunca lo has pensado, que nunca lo has considerado…?
—¿Qué cosa? —replicó ella, frunciendo ligeramente el ceño
—Intentar traspasar los escudos mentales de Rhysand. —Dijo Thesan, como si no fuera obvio.
Ahora…, esa era una pregunta que ella sí podía responder con toda honestidad.
Un pesado suspiro brotó de sus labios.
—¿Lo he considerado? Sí, lo he hecho. Pero me gusta mucho mi cabeza en donde está, muchas gracias.
Thesan soltó una suave carcajada antes de preguntarle:
—¿Es un reto personal?
—Tal vez… —admitió Maya, arrastrando las palabras.
Pero probar los escudos mentales del Alto Lord de la Corte Noche le sonaba más como un suicidio que como un reto personal. Maya no necesitaba intentar entrar en su mente para saber que sus escudos eran una fortaleza impenetrable; alguien como él debía tener las mejores defensas. Y eso solo podía significar una cosa: no había forma de entrar allí. Y si por alguna clase de milagro lo lograbas, entonces… no habría forma de salir. Lo dicho, era un suicidio… Y en lo personal, Maya ya tenía suficiente con el callejón sin salida en el que se hallaba.
—Pero con la fuente de mis poderes medio vacía…, sería extremadamente peligroso. No quiero ni imaginarme lo que Rhysand haría si me descubriera intentando entrar en su mente. —Énfasis en intentar, porque seguramente le tomaría tiempo romper cada una de sus barreras, cada uno de sus escudos. Y sí, claramente había pensado en ello.
Maya apoyó una mano en aquel punto medio vacío de su pecho. Antes, dicha fuente de poder se había sentido como una preciosa cascada de aguas doradas que caía y caía de las alturas y se dispersaba por todo su ser, formando lagos y lagunas y ríos que resplandecían como polvo de oro. Y ahora…, se sentía como un riachuelo. La corriente era mucho más tenue, más débil. Y esa puerta que había cerrado, esa que ahora estaba rodeada de cadenas y candados que no podía abrir, estaba casi a la vista en el fondo de su cámara de poder. Era toda una visión ver lo que parecía ser la entrada de una celda en su interior.
Ella no sabía cómo lo había hecho, simplemente sabía que lo había hecho. Y gracias a ello, Maya se había asegurado de que Amarantha no tomara más…, más de lo que podía manejar. Aunque dudaba que esa bruja pudiera manejar su poder. Era demasiado complicado, complejo y salvaje.
Así como ella…
Por un segundo, Maya se preguntó si no habría muerto si ese riachuelo se hubiera convertido en un lago azotado por una extrema sequía. Tal vez lo habría hecho… Tras retirar la mano de su pecho, retornó al momento actual. Thesan aún la estaba mirando fijamente; era como si estuviera esperando por algo…, o como si fuera a suceder algo en cualquier momento y él no quisiera perdérselo.
Maya frunció ligeramente el ceño. ¿Qué sería exactamente eso…? De pronto, se le ocurrió que quizá él quería estar a solas. Tal vez tenía mucho trabajo por hacer, o tal vez Elijah regresaría en cualquier momento para… No, se dijo, cortando esa línea de pensamientos, no vayas por allí.
—¿Hay algo más que desee saber? —Le preguntó, el tono formal entrelazado en cada una de sus palabras.
Los hombros de Thesan cayeron al mismo tiempo que exhalaba por lo bajo en forma de suspiro. Maya no pudo evitar preguntarse si lo que atisbaba en su mirada era decepción.
Thesan negó levemente.
—No, eso es todo. ¿Por qué no vas a descansar un poco?
—Muy bien —musitó Maya, mordiéndose suavemente la punta de la lengua antes de agregar algo que podría hacerle terminar con un cojín siendo arrojado a la cara. En realidad, ella sabía que iba a terminar de tal manera—. Usted también debería hacerlo, Alto Lord…, ya que ha sido un día realmente largo.
Las palabras no dichas flotaban en el aire como pequeñas motas de polvo que solo eran visibles bajo la luz del sol. El Alto Lord de la Corte Amanecer bufó por lo bajo, aún de brazos cruzados y apoyado de su escritorio.
—Sé lo que insinúas.
En un segundo, Maya se convirtió en la epítome de la inocencia. Sin duda sus rasgos le ayudaban a ocultar la verdad que se escondía bajo aquella máscara.
—En realidad, señor, no estoy insinuando nada. —Dijo, con voz suave. Tal y como Maya había predicho; un cojín voló directamente hacia ella, estrellándose contra su cara. Y todo porque había elevado varias veces las cejas, rompiendo su acto. De hecho, sí había insinuado algo… Solo que no había utilizado las palabras para ello.
Y, claramente, Thesan lo había comprendido.
—Lo siento —agregó Maya, devolviendo el cojín a su lugar—. Pero no estaría mal que…
—No te atrevas, jovencita. —Las mejillas de Thesan se pintaron de rosa, luego de rojo, como si los arreboles del cielo hubieran encontrado un lugar en su rostro.
Maya soltó una risita, divertida por aquella interacción y su reacción.
Definitivamente, Thesan era como el hermano mayor que ella siempre había deseado tener para molestarlo y chincharlo, como lo estaba haciendo ahora. Su relación se tambaleaba entre el profesionalismo y el trato que deberían tener como jefe y empleada y una amistad que perduraría por siglos y siglos debido al grado de complicidad que compartían.
La diversión hizo refulgir el turquesa y el oro en su mirada. Y antes de que un segundo cojín fuera arrojado en su dirección, Maya salió de aquella oficina como una suave y cálida brisa de verano para volver al departamento que tenía en la ciudad.
Era hora de esperar… y descansar.
━━━━━━ ◜ ☪ ◞ ━━━━━━
El departamento de Maya era hermoso y acogedor, y las ventanas del mismo, que iban del piso al techo, permitían que la cálida luz del sol se derramara en cascada como lo hacía la pintura en el lienzo que había colocado en el atril. Charcos de luz se formaban en el suelo de madera clara, pulida, y sobre la alfombra. Maya observó lo que había creado y frunció ligeramente el ceño, todavía estaba intentando comprender la imagen que le devolvía la mirada. Pero… mientras más la miraba, más confundida se sentía.
El espacio que comprendía su hogar era lo suficientemente amplio, grande, para ella y para todos los libros que coleccionaba. Las historias sobre aventuras a tierras lejanas, recorriendo parajes nunca antes vistos y sobre amores casi imposibles encontraban su respectivo lugar en su biblioteca. De la misma manera en que lo hacían las joyas, los vestidos y casi cualquier cosa que llamase su atención. De hecho, los estantes y las repisas abundaban por todas partes y todos estaban colmados con cientos de cosas. De forma ordenada, por supuesto. Porque ella era así.
Por un lado estaba la habitación principal, decorada en tonos que aludían al color de sus ojos: turquesa con detalles dorados y blancos. Era elegante, y hermosa. Y sumamente relajante. Una enorme cama con doseles que se mecían en la suave brisa de la mañana se atisbaba a través de la puerta abierta de madera tallada y pintada de blanco; las sábanas que la cubrían parecían el dulce canto de una sirena, tentándola a regresar a ellas y olvidarse del mundo. A ambos lados de la cama, se hallaban un par de mesitas de noche con unas preciosas lámparas de luz inmortal descansando sobre ellas. También había un enorme armario, un pequeño sofá cerca de la ventana y un escritorio lleno de cartas, de correspondencia, que Maya debía abrir, revisar y responder. Pero no hoy…, y no en ese momento.
No cuando estaba disfrutando de su tiempo libre.
Ella solía cerrar todas las cortinas solo para dormir en la gloriosa oscuridad, fría y reconfortante. Maya adoraba eso: la oscuridad que la arropaba, que la cubría, y que le hacía sentir segura cuando nada más podía hacerlo.
El baño era simple y funcional pero acogedor; con algunas plantas para darle un toque de color, una enorme bañera de cuatro patas, un inodoro y un lavamanos con un espejo de marco dorado sobre este que resplandecía como el oro en sus ojos. A decir verdad, había muchos toques dorados en su hogar. Lo que lo había convertido en un cofre del tesoro.
La cocina, ubicada a su izquierda, tenía todo lo necesario. Una mesa de madera de roble ocupaba parte del espacio; en esta, Maya solía preparar sus alimentos o sentarse a comer. No tenía ningún tipo de tallado o diseño ornamentado, era simplemente una mesa que cumplía su función. Y pese a ello, encajaba perfectamente con el diseño del departamento. El espacio que comprendía la sala era a la vez sala de estar, estudio de arte y su zona favorita de lectura. Los muebles azul marino contrastaban perfectamente con el color blanco, levemente grisáceo, de las paredes. Era agradable, relajante y cómodo.
A diferencia del cuadro apoyado en el atril…
Su mirada recorrió el resultado de su trabajo. El negro, el rojo, el naranja y el amarillo se habían mezclado para darle vida a la furia que sentía por… todo, en realidad. A esa ira de la que nunca, nunca, podía deshacerse. Era como ver un mar en llamas; las olas no podían apagar el fuego que bailaba sobre sus aguas, sólo podían reflejar el peligro que representaba. Era como ver una cadena montañosa y un valle siendo consumidos y devorados por el fuego; estaban ardiendo, todo estaba ardiendo. Los árboles, las flores, los animales… Honestamente, Maya no estaba segura de lo que había pintado o del por qué. ¿Y de verdad quería saberlo? Ella simplemente se había dejado llevar por el sentimiento que colmaba su ser y que llenaba los rincones más oscuros, heridos y vacíos de su pecho, recovecos que la luz ya no podía tocar. Su mano se había movido con parsimonia sobre el lienzo, como si danzara con el pincel y las pinturas que continuaba mezclando en su paleta de colores, y había terminado creando aquello.
Pero, ¿qué era exactamente aquello…? El pincel continuó girando entre los dedos de su mano derecha. Maya jugaba con este como lo hacía con una daga, como si fuera un extensión de su propio cuerpo.
Al final, concluyó que cualquiera que hubiera sido el pensamiento que la había llevado a pintar aquel cuadro lleno de luz y oscuridad a partes iguales, en el que las sombras se enroscaban alrededor del fuego como si fueran amantes, se había esfumado… O se había drenado al pasar lentamente de su pecho al lienzo. Y ahora…, Maya se sentía liviana.
Otra inferencia surgió, uniéndose a las demás como las pequeñas manchas de pintura esparcidas en sus manos, y en sus dedos. Quizá aquello no era más que una visión, o una representación…, de lo que llevaba por dentro. El pensamiento le asustó, y removió algo en su interior que tiró de las fibras sensibles de su pecho.
Le asustó muchísimo porque si era así…
Si así era realmente cómo Maya se veía su interior, entonces… llevaba la destrucción a donde quiera que fuese. La destrucción y la Madre sabría qué otras cosas más. Su toque era fuego; consumía y devoraba todo, dejando un camino de cenizas a su paso.
Maya bajó la mirada hacia sus manos y recorrió cada pequeña mancha de pintura que adornaba su piel como delicados besos del arcoíris; no había un patrón a seguir, eran solo un montón de motas sumamente coloridas. Eran lunares que iban desde los tonos más profundos y claros de rojo hasta el más suave de los amarillos. Algunos incluso rozaban distintos tonos de naranja; eran arreboles que se convertían en llamas. Sus manos siempre estaban manchadas con algo… Sumergiendo el pincel en el vaso con agua que había colocado en la mesa junto a ella para lavarlo, Maya pensó que si era así…, si la muerte y la destrucción o lo que fuera la seguía a todas partes como lo hacía su sombra, entonces… podría utilizarlos a su favor. El sonido del pincel chocando contra los costados del vaso llenó el vacío, el silencio, que reinaba en su departamento mientras pensaba un poco en su poder.
En su poder, en su vida y en su familia.
Ella solo esperaba que todos estuvieran bien, y a salvo… por muchas razones.
Como solía sucederle a menudo, la red de sus pensamientos se hizo añicos y ella cayó con fuerza en la realidad. Maya parpadeó. De repente, los rayos del sol ya no se sentían tan cálidos sobre su piel. La burbuja protectora que había creado a su alrededor y en la que se había encerrado para alejarse del ruido del mundo y de todos los problemas que intentaban atraparla y para los que no tenía una solución, se quebró en mil pedazos. La visión le recordó a un espejo roto; los bordes afilados eran tan peligrosos como útiles.
La puerta de su departamento se abrió de golpe; los objetos colgados en la pared y los que se hallaban en las repisas se sacudieron levemente ante el brutal impacto, pero, afortunadamente, no cayeron al suelo. Ella no podría decir lo mismo del intruso. No hubo sorpresa en su mirada, cualquier atisbo de suavidad que sus ojos hubiesen desbordado mientras se perdía entre las luces y las sombras de su arte se esfumó como humo en el viento, abriéndole paso a algo más frío y peligroso. El cuerpo se le tensó mientras se preparaba, cada uno de sus músculos estaba listo para atacar a la persona que había osado interrumpir su precioso momento de relajación. Su corazón latió una vez, dos veces, y luego… Maya giró con rapidez. Sus movimientos, tan gráciles como los de una bailarina pero tan letales como los de una víbora, le hicieron lucir tan malditamente peligrosa como una espada bien afilada.
El intruso no lo sabía, al menos no aún…, pero las consecuencias no serían agradables.
Maya hizo un sutil movimiento con su mano derecha y, un segundo después, el pincel que sostenía fue reemplazado por una daga. El peso se sintió reconfortante, le hizo sentir segura. Pese a llevar prendas sueltas y cómodas; una camisa manchada de pintura y unos pantalones holgados envolvían su cuerpo, escondiendo algo más que sus curvas…, ella estaba lista para enfrentarse al intruso. Estaba lista para darle una elección.
Sin embargo, Maya no hizo nada de esto…
De hecho, detuvo su ataque al ver el rostro perlado por el sudor de Tyron.
Sus ojos turquesa y oro lo escrutaron de los pies a la cabeza mientras enarcaba una ceja de forma inquisitiva. ¿Qué podría ser tan urgente como para irrumpir en su departamento de tal manera, arriesgándose a recibir una paliza de su parte? Su amigo respiraba con dificultad.
—¿Estabas huyendo de las chicas otra vez, Tyron? —le preguntó Maya, con un ligero tono burlón entretejido en sus palabras. Uno que enmascaraba la violencia que corría por sus venas y la tensión que casi había liberado con él, y que, ahora, intentaba hacer desaparecer como lo hizo la daga en su mano.
No era un secreto que él atraía al sexo opuesto como las polillas a la luz; deslumbrando a las mujeres con su sonrisa. Y Maya lo entendía. Tyron era bien parecido, educado y estaba en forma. Aunque su postura actual parecía indicar todo lo contrario. Tyron apoyaba las manos sobre sus rodillas mientras recuperaba el aliento.
—El Alto Lord… —dijo Tyron, irguiéndose en toda su altura mientras daba un paso al frente, adentrándose en su departamento— me dijo que viniera por ti.
Esto capturó toda su atención.
La hermosa ilusión de paz y seguridad que Maya había tejido para sí misma; el espejismo en el que se había encerrado voluntariamente, desapareció en la luz. El tono bromista en su voz salió volando por la ventana mientras le preguntaba a Tyron lo siguiente:
—¿Ha ocurrido algo…? —Maya se olvidó por completo del arte en el que había estado trabajando. El significado que pudiera darle al fuego envuelto en sombras podía esperar.
Levantándose del banquillo que había estado ocupando hasta ese momento, Maya escuchó la respuesta de Tyron. Sus palabras calaron hondo, cayendo sobre ella como carámbanos del techo. Su rostro perdió todo rastro de color y el estómago se le revolvió peligrosamente al oír la terrible noticia. Por el Caldero… Limpiándose las manos con un pañuelo que había visto mejores días y quitándose las manchas del rostro con el mismo, avanzó con paso firme hacia su habitación para cambiarse de ropa. En el camino, se recordó que debía respirar y controlar las náuseas…, pero el último trago que le había dado a su té parecía estar luchando contra corriente.
Un sabor amargo le inundó la boca y tuvo que pasar saliva un par de veces para deshacerse de él. Una vez que se encontró en la privacidad de su baño, Maya se tomó un momento para recuperarse. Para procesar, para digerir la noticia. El agua fría le salpicó la cara mientras se quitaba el resto de las manchas de pintura de las mejillas. Las heladas gotas se filtraron a través de las grietas de su máscara…
La imagen mental que se formó en su cabeza la obligó a tomar una profunda bocanada de aire. El resultado fue desagradable, al igual que las memorias que Maya mantenía escondidas en el lugar más recóndito de su mente. Una inquietud que ella solo sentía por las personas que lograban traspasar sus barreras y se hacían de un lugar en su corazón le hizo derramar una solitaria lágrima por Lucien. La lágrima se perdió entre las gotas de agua que rodaban por sus mejillas, luego cayó al olvido.
Lucien había ido a Bajo la Montaña por órdenes de Tamlin y eso no había terminado bien para él. Tal vez el Alto Lord de la Corte Primavera había enviado a su emisario para negociar o hacer entrar en razón a Amarantha, pero ella le había dicho que no a cualquiera que hubiera sido su propuesta y Lucien la había insultado.
Pasar tanto tiempo con Tamlin claramente le había afectado…, quizá la impulsividad era contagiosa. Eso explicaría el por qué Lucien había reaccionado de tal manera…
Lucien era un Alto Fae de educación impecable que provenía de una familia de sangre pura, tenía una lengua afilada como una navaja y una mente aguda. Sabía cuándo hablar y cuándo no hacerlo, de la misma manera en que sabía cómo medir sus palabras y emplearlas como un puñal envuelto en seda que diera justo en el blanco. Era astuto como un zorro. Pero esta vez…, había sido tan imprudente como un tonto.
Maya exhaló pesadamente por la nariz.
Tristemente, no había nada que pudieran hacer. El daño ya estaba hecho.
Posando la mirada en el reflejo que le ofrecía el espejo, comenzó a peinarse los hilos platinados de su muy larga melena. Maya había llevado el cabello recogido en un moño de bailarina durante todo el día para evitar que se manchara con la pintura, pero, ahora, se veía mucho mejor tejido en una trenza con una cinta morada sujetando el final de la misma. Un rostro limpio y despejado le devolvió la mirada, con su piel luciendo menos pálida que hace unos segundos atrás. Ahora sí estaba lista.
Ella simplemente no podía presentarse ante el Alto Lord y los viejos estirados y amargados del consejo luciendo desaliñada. No. Porque si lo hiciera, entonces… nunca escucharía el final de ello. Aunque Maya todavía no oía el final de todo lo que decían debido al puesto que ocupaba, el puesto que se había ganado trabajando duro. Idiotas…
—¿Está vivo?
Maya se reprendió por no haber hecho esa pregunta antes mientras se acomodaba la ropa formal que se había puesto. Aunque formal era un término relativo en aquel momento, porque las prendas que estaba usando eran casuales; un pantalón cómodo de color lila cuyo cinturón había ajustado después de fajarse la camisa blanca a juego con unas zapatillas del mismo color le hicieron lucir diferente a la artista que había estado sentada en el banquillo mientras apreciaba el resultado de su arte.
En otras palabras, ya no era un desastre.
Tyron estaba observando la pintura en cuestión, apreciando los colores y la violencia del fuego que consumía todo a su paso mientras las sombras lo seguían a todas partes.
—Apenas —respondió él, prensando ligeramente los labios. Sus ojos color avellana se oscurecieron—. Amarantha le rajó la cara con las uñas y… le arrancó un ojo.
Esto era mucho peor de lo que Maya había imaginado.
El corazón se le contrajo dolorosamente en el pecho.
—Luego lo envió de vuelta a Primavera casi desangrado…
La firma de Amarantha parecía ser la crueldad envuelta con violencia. Inhalando profundamente y exhalando en forma de suspiro, Maya relegó esa horrible imagen al abismo de su mente, arrojándola al mar del olvido. Pobre Lucien, pensó. Pero al menos seguía con vida. Estaba vivo, y eso era lo que contaba. Aunque la cicatriz y la pérdida del ojo lo persiguirían para siempre como un fantasma que recorre los viejos pasillos de una fortaleza abandonada.
El terror que corría por sus venas se convirtió en ira; en una ira abrasadora que ardía como un incendio forestal alimentado por las fuertes corrientes de aire de un tornado, cada llama amenazaba con convertir en cenizas los hilos de su cordura. Y luego, la ira se transformó en una calma helada; como si una tormenta invernal hubiera caído sobre sobre ella, cubriendo todo con una prístina capa de nieve y congelándola por completo.
Lentamente, como si la nieve, el hielo y la escarcha fueran la respuesta a ello, las grietas se cerraron y su máscara de serena tranquilidad volvió a su respectivo lugar. Maya parpadeó. Necesitaba pensar con la cabeza fría. Necesitaba ver más allá del color rojizo que comenzaba a filtrarse por su visión. La parte lógica de su cerebro tomó el control. Los dedos se le congelaron mientras sopesaba en las posibilidades que podrían desencadenarse debido a este evento.
Una gota cayendo en una superficie tranquila siempre causaba ondas que alcanzaban las orillas, no se detenían, sino que seguían llegando. ¿Qué le decía que Amarantha se detendría ahora…? ¿Qué le aseguraba que no iría por más? Si Amarantha decidía hacer algo más contra Tamlin y la Corte Primavera…, el simple pensamiento removió algo en su pecho, entonces las personas que ella amaba y que residían allí estarían en peligro. En un tipo distinto de peligro del que no podría salvarlos. Y Maya ya había sacrificado demasiadas cosas para mantenerlos a salvo como para que la pequeña vendetta de Amarantha contra Tamlin lo arruinara todo.
Maya había dado todo de sí… Y más. Mucho más de lo que cualquiera podría llegar a imaginarse. Y esa jodida bruja no iba a llevarse lo único bueno en su vida. Además, se recordó, Tamlin se lo había prometido. Se lo había jurado. Y ella haría valer su palabra.
Sus ojos, más similares a los extensos y congelados lagos cubiertos por gruesas capas de nieve de la Corte Invierno que a ese punto en donde el vasto cielo conectaba con el hermoso mar color turquesa de la Corte Verano, se posaron sobre Tyron. Nadie sabía lo que se escondía en esas aguas, allí solo había una profunda oscuridad… igual a la que se arremolinaba en su mirada.
—Supongo que discutiremos sobre todo el asunto con el consejo y el Alto Lord en su oficina, ¿no es así? —Su voz era una melodía de medianoche, tan suave como el terciopelo.
—Sí.
—Entonces, ahorrémonos la larga caminata.
Maya envió una ola de calor a sus dedos helados para entibiarlos, luego estiró la mano en dirección de Tyron y esperó a que él la tomara. Tyron frunció ligeramente el ceño.
—¿Estás segura?
—Sí, lo estoy. —Maya asintió levemente—. Aún tengo el poder suficiente para hacer esto, así que… vamos, no hagamos esperar a esos viejos estirados.
Tyron soltó una risita.
—Bueno, eso es un alivio —le dijo él, tomando su mano—. Porque no quería volver corriendo al castillo otra vez.
Sin poder evitarlo, Maya puso los ojos en blanco. ¿Qué tenía de malo un poco de ejercicio? Quiso preguntarle. En cambio, musitó con tono divertido lo siguiente:
—Pobrecito Tyron.
Luego los transportó a ambos.
Un remolino que se movía como la niebla de la mañana pero que era más oscura que ésta, como velos de la noche entretejidos con pequeñas luces parpadeantes que emulaban perfectamente a las estrellas, los envolvió a ambos y los llevó directamente al castillo de la Corte Amanecer. Transportarse era un don raro que solo los Faes más fuertes podían lograr; la magia les ayudaba a plegar la tela del mundo para moverse de un lado a otro en cuestión de un parpadeo. Y dependiendo de la distancia que los separase del destino que tenían en mente, podían llegar a sentir la tela oscura del mundo rozándoles la piel.
En su caso, el viaje fue rápido… y la agotó. Su fuente de poder estaba lo suficientemente vacía como para que aquello fuera complicado. Antes, transportarse había sido tan fácil como respirar. Y ahora…, Maya podía sentir un dolorcito sordo en el pecho, como si algo la arañara por dentro.
Carajo, como odiaba a Amarantha por haberle robado su poder.
━━━━━━ ◜ ☪ ◞ ━━━━━━
Los rostros de los viejos amargados y estirados del consejo perdieron todo rastro de color mientras escuchaban atentamente la historia de lo que había sucedido en Bajo la Montaña; de la crueldad envuelta en violencia que Amarantha le había dispensado a Lucien y del camino de sangre que el emisario había dejado a su paso de vuelta a la Corte Primavera. Oír la historia por segunda vez, incluso en la tranquila voz de Thesan, no la hacía menos horrorosa ni aterradora.
Distintos grados de miedo y terror cruzaron los ojos de los allí presentes como un rayo que rompe la oscuridad en dos. El breve instante de luz le permitió ver la verdad que todos los miembros del consejo ocultaban con tanto fervor; cualquiera que fueran las máscaras que utilizaban día a día en aquel juego de poder, en el que deseaban llegar a la cima a toda costa, se habían hecho pedazos. Una grieta se había convertido en dos, y dos en un centenar, lo que los había dejado expuestos y desprotegidos, y con un montón de piezas irregulares esparcidas a sus pies.
A diferencia de ellos, Maya se mantuvo impertérrita. Su rostro era un espejo de hielo; era una máscara de fría indiferencia, pero en sus ojos se gestaba una tormenta. Una tormenta cuyas suaves y engañosas brisas se deslizaron sobre cada uno de los machos en la sala de reuniones, notando como la palidez en esos feos rostros le abría paso a un color verdoso como si fueran a vomitar allí mismo. Sabiamente, Maya dio un paso atrás.
Si lo hacían, no quería estar en medio del camino.
De pronto, Maya se percató de algo que le hizo exhalar por lo bajo. Era una ironía que en el gran esquema de las cosas ellos estuvieran en el camino de alguien más. Quizá los demás también lo habían notado. Ella no necesitaba hurgar en sus mentes para confirmarlo, o para saber lo que estaban pensando: las acciones de Amarantha solo confirmaban que eran vulnerables, tanto como un niño recién nacido en los brazos de su madre. Al parecer, estar bajo la gracia de un Alto Lord no te protegía de sus garras…
Ahora, necesitaban planear muy bien su primera jugada.
Necesitaban moverse rápida y sigilosamente, necesitaban una buena estrategia para acabar con Amarantha. Y si lo sucedido no los motivaba, entonces ella no sabía qué otra cosa podría hacerlo. Tal vez el pensamiento de que podría haber sido cualquiera, o de que cualquier persona podría ser la siguiente víctima de la Falsa Reina, los impulsaría a derrocarla.
—Ya le he enviado una carta de condolencias a Tamlin —dijo Thesan, apoyando las manos sobre la ornamentada mesa en medio de la sala de reuniones. Algunos de los consejeros habían tomado asiento en las sillas alrededor de la misma y mantenían la mirada en un punto a la nada mientras procesaban, mientras digerían, la tragedia. El resto permanecía de pie, moviéndose de un lado a otro como para deshacerse de la inquietud que los inundaba.
Otra ironía: querían el poder, pero no tenían el estómago para situaciones como esa… Maya evitó girar los ojos y, en cambio, miró a Thesan. Ese rostro usualmente brillante como el sol naciente lucía apagado, preocupado y pensativo.
Tal vez evaluaba las posibilidades. O tal vez pensaba en cómo podría ayudar a Lucien. Después de todo, la Corte Amanecer era conocida por ser la cuna y el hogar de los mejores sanadores de toda Prythian. Los avances que habían logrado en el campo de la medicina eran extraordinarios más allá de las palabras.
A Maya no le sorprendería que Tamlin encontrara la manera de pedirle ayuda a Thesan sin que las malas lenguas se enterasen de ello y le fueran con el chisme a la Falsa Reina.
—Seguramente Tamlin cerró sus fronteras —dijo Maya, rompiendo el tenso silencio que había caído en la habitación. Era la primera vez que los viejos estirados se mantenían tan callados y era… raro, e incómodo. Quizá estaban pensando y meditando sus siguientes palabras, pero… ¿qué podrían decir ante tal situación? ¿Que lo lamentaban?
Sí, claro… Eso era exactamente lo que ellos dirían, pero solo para mantener las apariencias.
La voz de Maya pareció sacarlos del extraño trance en el que se encontraban. Y cuando volvieron a enfocarse en el meollo del asunto, adoptaron esas expresiones adustas que les quedaban como anillo al dedo.
—Y probablemente matará a cualquiera que ponga un pie en su territorio…, sea amigo o enemigo.
Era comprensible. Y conociendo a Tamlin como lo conocía, eso era más un hecho que una posibilidad. Por primera vez en años, Maya se mostró de acuerdo con Nahuel. Quizá hoy era el día de las rarezas…
Thesan consideró las palabras de Nahuel y dijo:
—Si ese es el caso, tu viaje está suspendido hasta nuevo aviso, Maya. No voy a arriesgarme a perder a mi Jefe de Espías. —La firmeza entretejida en sus palabras le hizo asentir levemente. Thesan estaba usando su voz de Alto Lord, la misma que no dejaba espacio a réplicas.
Cedric entrecerró los ojos y torció ligeramente el gesto; molesto o pensativo, ella no sabría decirlo. Luego lo escucharon decir:
—Seguramente mi hija podría encontrar una manera de entrar a la Corte Primavera, Alto Lord.
Seguramente…
Estar de acuerdo con Cedric no era algo que sucediera a menudo, por no decir nunca, y ella estaba completamente segura de que no comenzaría hoy. Primero se congelaría el infierno, pensó. Maya giró levemente en su dirección sólo para descubrir que él la estaba mirando fijamente. En el pasado, se habría encogido ante esa mirada y la amenaza que colgaba sobre su cabeza pero ahora era diferente. Las tornas habían cambiado.
Ahora, ella tenía el poder.
Y no iba a arriesgarse a ir a la Corte Primavera solo por el falso tono de confianza en la voz de Cedric…, o el reto implícito en sus palabras. Ella no tenía que probarle nada, ni a él ni a nadie. Mientras le sostenía la mirada, le dejó ver el odio que sentía por él. Maya lo odiaba. En serio, lo odiaba. Mucho. Demasiado. El sentimiento era como un fuego que ardía con la intensidad de las llamaradas del sol.
Pero lo que ella odiaba más era el hecho de estar emparentada con alguien como él.
La forma en la que él había pronunciado esas dos palabras le dejó un mal sabor en la boca, como si se hubiera tomado un café sin azúcar. Cedric solo había comenzado a llamarla de esa manera por simple interés, no por la bondad de su corazón o porque albergara algún cálido sentimiento por ella. Y solo la había reconocido como su hija, como sangre de su sangre, después de que alcanzara un rango elevado en la Corte Amanecer.
Desgraciadamente, para él, por supuesto, Maya no usaba su apellido.
Y no pensaba usarlo jamás.
—Tal vez —dijo Thesan, atrayendo nuevamente la atención de Cedric hacia él. Cedric estaba listo para decir algo más, para sugerir que la arrojaran a los lobos…, quizá. El color en los ojos de Thesan cambió; el café se tornó tan oscuro como una noche sin luna. Su voz de Alto Lord seguía presente, impregnando cada una de sus palabras mientras agregaba lo siguiente—: Pero no voy a permitirlo.
La discusión había terminado.
Había terminado mucho antes de empezar.
A diferencia de Cedric, Thesan la apreciaba. Y sí, claro, él confiaba en sus habilidades pero no lo hacía por un interés personal, sino por el bien de su propia corte. No lo hacía por el poder, porque él mismo era el Poder, sino por el bienestar de toda su gente. Incluido el de Maya.
Maya miró al Alto Lord de la Corte Amanecer; su máscara cedió por un momento, dejándole ver el agradecimiento que sentía por sus palabras y por la forma en que continuaba protegiéndola y cuidandola, él era la única persona que no la veía como un arma. No como Cedric, que solo la utilizaba como otro escalón en su largo camino hacia la grandeza…
Thesan asintió levemente en su dirección, comprendiendo el mensaje que Maya no se permitía decir en voz alta en ese momento, especialmente con tantas personas en la habitación. Luego, retornó al meollo del asunto. Y volviéndose hacia Nahuel, Thesan le preguntó:
—Nahuel, ¿has logrado contactar con Beron?
Un color similar al de sus irises; rojo, como las rosas que la madre de Nahuel cuidaba con tanto esmero en el jardín de su hogar, se instaló en sus mejillas. Maya vio como el color le subía por el cuello y las orejas. Era vergüenza…, algo que él no se permitía mostrar a menudo… Por no decir jamás.
Ella lo tomó como un penoso no.
Pero Nahuel nunca lo admitiría en voz alta.
—Aún no. —Profesó Nahuel, tensando ligeramente la mandíbula. Cedric ya le estaba dedicando una de sus miradas; una menos afilada de las que solía dirigirle a ella, una mirada que prometía que hablarían sobre ello cuando estuvieran en privado. Nahuel se estremeció sin poder evitarlo.
Thesan entrecerró ligeramente los ojos, se giró hacia ella y le dijo:
—Maya, ¿Lucius te respondió?
—Sí, lo hizo. —Con un movimiento de su mano, el sobre apareció entre sus dedos y se lo entregó a Thesan. El papel tenía la firma de la corte de donde provenía; estaba impregnado con el olor de Adriata, con el sonido de las olas y de las gaviotas que sobrevolaban la ciudad, recorriendo un hermoso y extenso firmamento siempre brillante y despejado, y con la calidez del sol de verano. Habían pasado un par de días desde que Maya había enviado esa misiva y unos pocos más desde que Lucius, el Alto Lord de la Corte Verano, le había respondido—. Aquí tiene.
Cuando Thesan abrió el sobre, ella casi pudo jurar que percibió el agradable aroma del mar. Maya evitó ofrecerles una petulante y satisfecha sonrisa a su padre y a su hermano mayor. No es que ellos tuvieran mala suerte, simplemente era complicado llegar hasta Beron. La edad lo había convertido en un viejo amargado con todas sus letras. Y ella en serio compadecía a las personas que vivían con él.
Especialmente a la Dama de la Corte Otoño.
Haciendo a un lado la imagen que tenía de la hembra en cuestión, Maya preguntó:
—¿Debería enviarle una carta a Khyone? —Khyone era el Alto Lord de la Corte Invierno, y la personificación de una tormenta invernal. Sus pestañas siempre estaban cubiertas con copos de nieve que no parecían derretirse jamás.
—¿Qué dicen tus contactos?
Sus contactos eran los susurros en el viento que permanecían escondidos a plena vista. Así era como Maya había decidido llamar a la red de espías que tenía en cada corte de Prythian; al grupo de personas, conformado por Faes e inmortales menores, que sabían hacer su trabajo de forma magistral y que eran capaces de infiltrarse en los círculos más cerrados sin levantar sospechas. Y que, por supuesto, le eran leales no solo a ella, sino también al Alto Lord de la Corte Amanecer.
—Dicen que no está muy contento con lo sucedido —respondió Maya. Aunque eso sería un eufemismo—. Estoy bastante segura de que Khyone podría estar de nuestro lado. Y después de lo ocurrido, Tamlin también.
—Es una posibilidad —musitó Thesan.
—Intentaré contactar con él… sin entrar en su territorio —agregó Maya, poniendo especial énfasis en sus palabras ante el tipo de mirada que el Alto Lord le dedicó. Ella no iba a ir en contra de su orden. Sus ojos se suavizaron—. Debe haber una manera.
Siempre había una manera.
La sonrisa en el rostro de Cedric le revolvió el estómago. Maya realmente lo odiaba. Él siempre estaba intentado hacer una de dos cosas: o robarle todos sus méritos para atribuírselos a sí mismo o a sus hijos, especialmente ante los miembros del consejo o del grupo de aristócratas al que pertenecía y en el que siempre intentaba sobresalir, o fingiendo que estaba orgulloso de ella. Esa estúpida sonrisa no era más que un acto; era una máscara que se desvanecía como humo en el viento cuando nadie más estaba mirando. Porqué la verdad era que Cedric no estaba orgulloso de ella.
Nunca lo había estado, y nunca lo estaría.
Pero para él y su familia, la imagen lo era todo. Por eso Cedric continuaba actuando como si él hubiera sido la persona que la había entrenado personalmente para que fuera así de excepcional y extraordinaria. Esas eran sus palabras, no las de Maya. Y él las repetía sin parar cada vez que tenía la oportunidad de presumir de su querida hija.
Presumía como si ella fuera un premio, o como si fuera un regalo caído del cielo. Presumía como si él hubiera hecho algo para que ella llegara tan lejos…
Pero no había sido así.
Porque lo único que Cedric había hecho hasta ahora había sido utilizarla como un medio para un fin, como se usa una daga o una espada para eliminar los obstáculos del camino. Los recuerdos escaparon del lugar en donde Maya los había aprisionado, deslizándose como sombras por las grietas y clavándose en su pecho como si fueran astillas.
La ira ardiente que corría por sus venas como ríos de lava hirviendo y que se dispersaba por todo su cuerpo se convirtió rápidamente en una tormenta invernal. Con dedos helados, Maya se apartó un mechón rebelde del rostro mientras se recordaba que ahora ella tenía el control.
Sobre sí misma y su vida.
—Tan pronto como recibas la respuesta de Khyone, Maya, intenta contactar con Beron o con Cyrus.
Parpadeando, volvió la mirada hacia Thesan. No valía la pena que desperdiciara su energía en su padre.
—Muy bien —dijo Maya, ignorando las expresiones de Cedric y Nahuel.
Ella estaba bastante segura de que obtendría una respuesta mucho más rápida que ellos. Y que eso les molestaría… Mucho. Demasiado. No es que eso le importase, claro. Honestamente, no lo hacía.
Terminada la reunión, Maya se fue con Tyron a hacer su trabajo.
Su tiempo libre se había terminado.