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Joya familiar

Summary:

El clan Senju selló su destino con la muerte de Izuna Uchiha; en un intento desesperado por mantener la paz; se acuerda un matrimonio entre el líder del clan Madara Uchiha; y el hermano menor del líder del Clan Senju, Tobirama.

El amor surge de todas las formas con el cuidado y paciencia adecuados, incluso si es tu peor pesadilla durmiendo en tu cama.

MadaTobi 2025

Advertencias: Abuso emocional, matrimonio arreglado, aborto y mucho mas.

Playlist del fic: https://www.youtube.com/watch?v=hGzuUPdEp28&list=PLU3kcxK1XsNp-oyozoLgAN_k3snfacwnp&ab_channel=Ram%C3%B3nAyala-Topic

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Chapter 1: Capítulo: Mi tesoro

Chapter Text

Capítulo 1: Mi tesoro

La guerra entre los Uchiha y los Senju por fin había terminado con la muerte de Izuna a manos del segundo heredero del clan: Tobirama Senju.

La sangre de su enemigo manchaba su armadura de batalla, y su cuerpo aún vibraba con la euforia que solo la victoria podía traer consigo. Un grito desesperado marcó el final del combate entre los segundos al mando de los clanes más poderosos.

En otro tiempo, Tobirama habría celebrado con entusiasmo una victoria tan aplastante sobre sus enemigos jurados.

Pero esta vez no fue así.

Su hermano había pactado un tratado de paz para mantener la estabilidad entre los clanes tras la muerte de Izuna. Madara, herido de gravedad, estuvo a punto de morir en batalla, y los Uchiha quedaron a merced de la buena voluntad de Hashirama Senju. Durante días se debatieron las condiciones del acuerdo, una vez finalizado el luto por el segundo heredero del clan Uchiha.

Muchos temían que la moneda de cambio fuera el asesino de Izuna. Un nuevo conflicto parecía inminente.

Estaban a punto de rechazar el tratado, hasta que Hashirama propuso un matrimonio arreglado como medio de unión entre los clanes. Al principio, pensó en ofrecerse a sí mismo como voluntario para esa difícil tarea. Pero los consejeros del clan Senju se opusieron rotundamente, exigiendo que retirara esa cláusula. Hashirama ya estaba comprometido con Mito Uzumaki... y, sobre todo, era un alfa. Jamás podría concebir un heredero con otro alfa, ya fuera Senju o Uchiha.

La fue intensa discusión. Ninguna parte quería ceder.

Entonces, uno de los consejeros lanzó una propuesta que Hashirama deseaba evitar a toda costa:

—Hashirama no podría darte un heredero, pero Tobirama Senju sí. Es el segundo en la sucesión... y es un omega dominante.

Madara rió con fuerza, incrédulo... y aceptó el trato de inmediato.

Una sonrisa tenebrosa se forma en su rostro al terminar el acuerdo.

Hashirama no tuvo oportunidad de protestar por la vida de su hermano menor, que —por su propia imprudencia— había ofrecido en bandeja de plata al hombre que aún llamaba "amigo", pero cuya piedad dudaba poder invocar.

El consejo Senju sintió un alivio contenido al ver lo fácil que fue convencer a Madara. Sin embargo, ninguno pudo mirar a Hashirama directamente, quien claramente se encontraba desconsolado por la decisión.

Mientras que los consejeros Uchiha miraban con desprecio la decisión de su líder.

Antes de firmar el tratado, Hashirama pidió quedarse solas con Madara por un momento. Justo cuando salió el último consejero, una presión intensa de chakra se hizo sentir en la sala.

El aire se volvió denso, cargado con una energía palpable que hizo que Madara frunciera el ceño y diera un paso atrás, como si una fuerza invisible le apretara el pecho. Por un instante, sus ojos mostraron un destello de miedo contenido.

—Esa presión... —murmuró Madara, con la voz apenas un susurro—. No me sorprende viniendo de ti, Hashirama. Tu chakra siempre ha sido una tormenta que amenaza con arrasar todo.

Hashirama mantuvo su mirada fija, imperturbable y poderosa.

—Madara, no es una tormenta cualquiera. Es la protección que rodea a mi hermano. Y te lo advierto ahora, antes de que firmemos cualquier cosa: Tobirama no es un sacrificio ni un trofeo para tu vanidad o tu odio. Es mi tesoro más preciado...

Madara ladeó la cabeza con una sonrisa ladeada, cargada de sarcasmo y desdén.

—"Tu tesoro"? Qué noble suena, Hashirama. Pero no te equivoques, ese omega que tanto aprecias ha sido la causa de todo este circo. Tal vez sólo voy a divertirme un poco.

La voz de Hashirama bajó a un tono grave, amenazante.

—No permitiré que le cause un solo daño. Si algo le pasa, yo vendré por ti. Vendré sin previo aviso, y no habrá lugar en este mundo donde puedas esconderte de mí.

Madara esbozó una sonrisa amarga, con un brillo peligroso en los ojos.

—¡Vaya! Pensé que siempre habías deseado esta paz y unión entre los clanes "amigo". Pero no te preocupes, no mataré a Tobirama... al menos no mientras este pacto esté en pie. Aunque debo admitir que la idea de quebrar ese hielo me resulta tentadora.

Hashirama presionó los puños, sus ojos ardían con fuego contenido.

—Tobirama es mi hermano y la alegría de mi familia. No lo perderé por tu deseo de venganza.

Madara cruzó los brazos, su sonrisa sarcástica permanecía, pero su voz adquirió un tono solemne, casi un compromiso forzado.

—Fuiste tu quien propuso esto. No lo olvides, hasta entonces haré lo que se espera de mí. Pero ten por seguro que vigilaré cada paso de esa "joya". Y si algo no me gusta, tú serás el primero en saberlo.

Hashirama asintió con firmeza, con la mirada que no admitía discusión.

—Así debe ser. Porque la próxima vez que Tobirama sufra, tu destino estará sellado.

Madara clavó en él una última mirada desafiante, aunque respetuosa.

—Perfecto, Hashirama. Por el bien de esta alianza y de nuestra... antigua amistad, así será.

Tobirama había estado ausente del consejo debido a una baja médica. Durante días, el Demonio Blanco del clan Senju permaneció en cama, recuperándose de las heridas de la batalla. Aunque había salido victorioso, no estaba ileso. Su celo estaba próximo, y el cuerpo le dolía con una intensidad insoportable.

Más que el deseo sexual, el sufrimiento físico, el dolor de cabeza y cuerpo era lo que lo devastaba. A veces, su hermano mayor cuidaba de él; en otras ocasiones, fue su padre quien velaba por su salud. Solo el aroma de un familiar cercano lograba aliviar el tormento. Había deseado que su madre estuviera ahí, pero la guerra se la había arrebatado junto a sus hermanos menores.

Cuando finalmente logró recuperarse de sus heridas, fue informado de la decisión del consejo. Aturdido por la noticia, estuvo al borde del suicidio; prefería la muerte antes que ser esclavo de los Uchiha.

Hashirama lloró en su regazo durante días, sintiéndose débil por no haber sido él quien se sacrificará. El consuelo parecía no llegar a su corazón. Deseaba no haber hecho esa propuesta.

El día de la boda estaba cerca y con ello su destino sellado. Tobirama, se despidió del personal de la mansión Senju con tristeza, las maletas se realizaron, los pergaminos personales se envolvieron. De un viejo baúl, su traje de boda, que era completamente blanco; El wataboushi tenía un fondo rojo, al igual que sus ojos. Los delicados bordados en plata brillaban con la luz del día. Había sido heredado de su madre para el matrimonio del único hijo omega, la joya del clan. Su pequeño.

Butsuma Senju soñaba con que Tobirama usara ese traje para unir al clan Senju con los Uzumaki y así concretar una alianza duradera.

Para el clan Senju, los omegas eran fundamentales. No solo concebían y cuidaban a los futuros guerreros, sino que también eran feroces combatientes, expertos en técnicas de sigilo y curación. Algunos incluso superan en fuerza y ​​resistencia a alfas de alto rango. Por eso eran respetados, cuidados y vistos como augurios de victoria en la batalla.

Originalmente, Tobirama iba a contraer matrimonio con la hermana menor de Mito Uzumaki, prometida de Hashirama. Mientras el mayor Senju se esforzaba por mantener un vínculo con su prometida, él nunca había visto a esa alfa. Pero sólo era cuestión de tiempo con la propuesta que Hashirama ya le había realizado a Mito semanas antes de su última batalla.

Pero ahora, Tobirama se dirigió a una jaula de oro: la compleja mansión Uchiha, donde Madara lo esperaba para casarse con él.

El trayecto era desolador. Hashirama tomó con fuerza el brazo de su hermano para entregarlo a alguien que consideraba su amigo; Tobirama, en cambio, se negó a llamar "amigo" a un Uchiha.

La tradición dictaba que el Omega debía llegar vestido a la ceremonia ya preparada, por ello, salían sólo unas pocas horas antes de la celebración, sobre un carruaje escoltado. Únicamente el líder de la familia y el omega por casarse. 

Estaban cerca del lugar de la ceremonia. Tobirama cayó con una elegancia que sólo podía acuñarse. Era tan hermoso como su madre, esa preciosa piel de porcelana y el cabello plateado. 

—N-no puedo... no puedo hacerlo, Anija —sus ojos, como rubíes, brillaban con lágrimas a punto de caer—. Prefiero estar muerto.

—Tranquilo, estarás bien. Tu hermano mayor te protegerá. No importa dónde estés, siempre iré cuando me necesites.

Con vergüenza, sollozó como un niño en el abrazo de su hermano.

Caminó entre la multitud y se arrodilló frente a la persona que sería su esposo. Según la tradición, debía dejarse vincular frente a todos los presentes como muestra de amor incondicional y devoción. Esto implicaba que una alfa impregnara su olor sobre él, marcándolo hasta que la muerte deshiciera el vínculo o la marca se desvaneciera arrancando la piel.

Madara, aún consumido por su odio, reconoció que la belleza de un omega como aquel que estaba por desposar no era común. Un omega dominante era algo muy raro, sobre todo tras la guerra. Cabello plateado brillante, piel pálida como si tuviera maquillaje, y esos ojos rojos escarlata, brillantes y rasgados. Era un omega sin duda... hermoso. No era el Demonio blanco que había visto en batalla contra Izuna.

Se acercó sin decir palabra y mordió el cuello del peliblanco. Fue un mordisco brusco, sin cuidado. El cuerpo de Tobirama tembló con el dolor, y casi se desplomó por la invasión del olor de Madara en la sala, que era abrumadora.

La sensación era extraña, su mente un poco distorsionada. Madara tomó su brazo y saludó a los presentes al lado de su pareja. Tobirama no podía hablar; las palabras se atoraban en su garganta, y el creciente calor en su cuerpo impedía formular algo ingenioso. Durante una hora, ese calor era insoportable. De pronto, sintió que se congelaba; poco a poco se apaga...

Esto era...

La ceremonia fue corta, tanto que había terminado en un parpadeo, no recordaba haber despedido de su hermano, estaba tan ensimismado en sus sentidos que no sabía en qué lugar estaba.

Madara arrastró al peliblanco hasta la habitación matrimonial. Su hechizo sobre él aún tenía efecto; la marca del alfa siempre volvía sumiso a cualquier omega, por más renuente que fuera.

Tenía deseos de humillarlo, pero también de poseerlo. Tobirama Senju, un shinobi, su enemigo, el asesino de su hermano, un omega dominante... Esa mezcla de fuertes deseos se volvió rabioso al alfa.

Tobirama cerró los ojos con fuerza, temiendo caer en un genjutsu y no salir jamás. Madara tenía la costumbre de torturar a sus víctimas antes de asesinarlas.

Era extraño: estaba ansioso debido al celo inducido por el vínculo, pero temía por su vida; los escalofríos cada vez eran más intensos. Sabía que no lo mataría en ese instante. iba a hacerlo sufrir. Primero lo humillaría, después lo mataría.

Se acercó poco a poco al cuerpo del alfa. A pesar de ser más alto, el cuerpo de Madara era mucho más musculoso que el suyo. Sentía una necesidad extraña del calor de su cuerpo, quizás por la marca recién hecha o por el frío que recorría su piel. Aunque no lo deseaba, su cuerpo reaccionaba a las emociones del pelinegro, aunque su mente permanecía serena.

Había sido entrenado en el arte de la seducción y su mente preparada para momentos en que el instinto más bajo pudiera dominarlo, pero esto iba más allá de la mente. Era un instinto animal. Primitivo. Sentia que iba a morir.

Iba a sobrevivir, incluso si tenía que acostarse con Madara Uchiha. Estar vivo era una victoria. Tenía que verlo así.

Su haori blanco cayó al suelo y poco a poco las capas de su traje de boda yacían sobre el frío suelo de la habitación. Las cicatrices de batalla pintaban su tez pálida.

—Si vas a hacerlo, hazlo de una maldita vez. Mátame —su voz era suave.

—No te mataré —respondió Madara—, aunque lo deseo. Hashirama me ha hecho jurar cuidar de su pequeño tesoro. ¿Puedes creerlo? "La alegría de su familia". No hay nada valioso en un agujero para criar.

Tomó el cabello de Tobirama y lo obligó a arrodillarse. Desató su traje de boda, sintiendo una extraña excitación al verlo así. Su olor impregnó la habitación mientras se desnudaba. La erección de Madara era evidente; era un hombre bien dotado, con un cuerpo hecho para la batalla. La respiración de Madara se agitó.

En cambio, el omega se sintió atormentado y enjaulado; su vida pasaba frente a sus ojos. No era así como debería haber terminado.

De pronto, su mente se vació y su cuerpo se sintió como nieve derritiéndose.

El Uchiha sintió un dolor indescriptible, como si su corazón se aplastara, al ver el cuerpo de Tobirama desplomarse sobre sus pies, completamente inconsciente. Maldijo para sí mismo y llamó al hombre, gritándole, pero no reaccionaba.  ¿Se habría suicidado?

Activó su Sharingan para comprobar si estaba muerto, pero no lo estaba; Seguía vivo, en un estado de coma muy profundo.

La ansiedad lo consumió. Llamó al médico principal, quien confirmó el diagnóstico menos esperado:

—Está en tanatosis.

Chapter 2: Capitulo 2: Nada me importa

Notes:

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Capítulo 2: Nada me importa.

La luz tenue del atardecer se colaba por los ventanales altos de la mansión Uchiha, tiñendo de dorado las paredes blancas del ala privada. Una calma artificial reinaba sobre el dormitorio matrimonial, pero no era paz. Era algo más parecido a la espera agónica antes de un desastre inevitable.

Tobirama aún no despertaba.

Su piel, blanca y cálida, ahora parecía mármol frío. Respiraba, sí, pero sin conciencia. Como una flor hermosa que se ha marchitado, pero su belleza sigue cautiva.

Madara lo observaba desde el umbral, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Había pasado ya más de una semana desde la boda. Y desde el vínculo.

Aún no podía pronunciar esa palabra sin querer romper algo.

—Luce igual que una maldita estatua funeraria —masculló para sí mismo.

Un suspiro interrumpió su pensamiento. Era el médico personal del clan, un anciano de mirada penetrante y expresión neutral. Sólo atendía a la rama principal Uchiha desde la guerra, y aunque nunca cuestionaba directamente a Madara, tampoco le temía.

—Señor Madara —dijo con voz firme—. La condición de su pareja no mejorará sin su intervención directa.

—¿"Intervención directa"? —repitió con burla contenida.

—Debe acercarse a él. Hablarle. Tocarlo. El vínculo fue incompleto, inestable, y está afectando su sistema nervioso. Necesita sentir que usted está presente. Sólo un lazo emocional fuerte lo traerá de regreso.

Madara soltó una carcajada áspera, incrédula.

—¿Ahora resultas ser poeta, médico? ¿O te volviste consejero de pareja mientras yo no miraba?

—Se lo advierto —insistió el anciano, sin molestarse—. Si no se forma un lazo afectivo real, pronto podría entrar en estado de letargo permanente. Su cuerpo no resistirá mucho más. Él morirá.

—¡Es Tobirama Senju! —gruñó Madara—. Ese maldito demonio tiene más vidas que un gato. No va a morir por falta de abrazos.

El médico sólo inclinó la cabeza y se retiró de la habitación. Madara quedó en el pasillo. Pero antes de irse por completo, el anciano se acercó aun con la cabeza inclinada.

—Mi señor, no creo que realmente conozca lo peligroso que es para un omega permanecer así. En caso de que pudiera despertar por su cuenta, las consecuencias de este coma podrían ser irreversibles. —advirtió de nuevo. — Nuestro clan depende de usted.

Madara no respondió, dejó que el hombre se fuera a pesar de su imprudencia al aleccionarlo de esa manera.

Pero los días pasaron. Y Tobirama no mejoraba.

Su chakra era apenas un susurro. El olor de su cuerpo se debilitaba, y aunque Madara no quería admitirlo, eso le ponía los nervios de punta. Algo en su interior le gritaba que debía hacer algo. Que tenía que tocarlo, que hablarle, aunque fuera sólo para insultarlo.

Pero no lo hacía.

En lugar de eso, se encerraba en la habitación de Izuna, murmurando recuerdos de niñez, pidiéndole perdón por sentir lo que sentía, por desear lo que no debía. Humedeciendo las sábanas con sus lágrimas. Las pesadillas de ese día lo visitaban cada noche sin falta desde su pérdida, atormentándolo por haber descuidado por un segundo a su ser más preciado.

—No quiero ni puedo quererlo —susurraba contra las sábanas—. No puedo. No después de ti.

Y, sin embargo, cuando pasaba por el dormitorio matrimonial, se detenía. Siempre. Lo observaba en silencio. A veces notaba un leve movimiento de sus dedos, o creía ver cómo su pecho subía un poco más lento. Pero nunca lo suficiente como para pensar que estaba volviendo.

Hasta que fue demasiado.

Una mañana, un grito desesperado de uno de los enfermeros sacudió la mansión:

—¡Traigan a Lord Madara! ¡Ya! ¡El Senju ya no responde!

Madara que aún yacía sobre el lecho de la habitación de Izuna, desconsolado por su pérdida, fue interrumpido por una sensación de dolor en su pecho. Se levantó con rapidez y fue hasta la habitación matrimonial. Activó su sharingan para ver qué pasaba. Pero su visión lo aterró. Llamó rápidamente al personal médico de la mansión para que resolvieran la situación.

El enfermero comenzó a redactar una carta dirigida a Hashirama, de la voz de Madara, esta fue atada al halcón más veloz que poseía con la esperanza de que no fuera tarde.

La noticia voló como relámpago hasta la sede del clan Senju.

 

El día estaba hermoso. La luz del mediodía acariciaba la piel de los obreros del clan Senju, que se tomaban un breve descanso para observar los cerezos en flor. El aire era tibio y olía a madera recién cortada y pétalos en descenso. No muy lejos del bullicio, Hashirama se encontraba junto al estanque ceremonial, bajo la sombra protectora de un cerezo antiguo, con un rollo de pergamino en el regazo. Estaba trabajando en sus votos para la boda con Mito.

A pesar de la belleza que lo rodeaba, su mirada era melancólica. El recuerdo de la reciente boda de Tobirama aún le apretaba el pecho, como una verdad que no había tenido tiempo de procesar. Aquel matrimonio impuesto, envuelto en tensión política y silencios incómodos, lo dejaba intranquilo. La carta que Mito le había enviado la noche anterior, llena de dulces palabras y promesas de futuro, había traído un poco de consuelo. Le recordaba que no estaba solo, que aún quedaba ternura en medio del deber.

Se sentía afortunado de tenerla a su lado. Pronto estaría unido a ella, y eso le daría la oportunidad de ver a su hermano nuevamente... o al menos eso pensaba. Tal vez entonces, en un clima más amable, podrían hablar, sanar viejas heridas, intentar reconstruir algo de lo que se había roto. Y también ver si Madara estaba cumpliendo su palabra.

Después de revisar una última línea del pergamino, Hashirama se permitió cerrar los ojos por un momento, dejando que el viento le revolviera el cabello. Fue entonces cuando un grito rasgó el cielo: un halcón mensajero descendía en picada desde las nubes, con una cinta roja atada a una de sus patas. Al aterrizar con precisión militar, el ave extendió la garra y dejó caer un pequeño cilindro sellado con el emblema del clan Uchiha.

Hashirama rompió el sello sin pensarlo dos veces. Al leer el contenido, su rostro perdió color. El mensaje era claro: Tobirama estaba al borde de la muerte y Madara pedía su presencia de inmediato.

Horas después, el suelo tembló bajo los pies de todos cuando una presión abrumadora se abatió sobre la residencia principal del clan Uchiha. Los sirvientes dejaron caer sus charolas, los guardias desenfundaron sus armas por reflejo, y hasta los ancianos alzaron la vista con inquietud.

Un rugido ensordecedor de chakra recorrió el aire como una tormenta súbita, y sin previo aviso, las imponentes puertas de la residencia fueron arrancadas de sus goznes, estrellándose contra las paredes con un estruendo que sacudió los cimientos.

Hashirama Senju irrumpió en el umbral como una fuerza de la naturaleza. Su capa ondeaba detrás de él como si fuera parte de una tempestad, y sus ojos, normalmente amables, ardían con una furia apenas contenida. La madera del piso crujía bajo sus pasos, incapaz de resistir la intensidad de su chakra desbordado. Cada paso era una amenaza silenciosa, cada exhalación cargada de poder.

—¡¿Dónde está?! —bramó, su voz retumbando por los pasillos como un trueno. La mansión entera pareció contener el aliento.

El corazón de todos los presentes se comprimió al verlo; no era el mediador amable ni el diplomático generoso. Era el líder del clan Senju y estaba dispuesto a destruir todo a su paso si algo le había sucedido a su hermano.

Las criadas lo guiaron hasta los aposentos de Madara sin decir ni una sola palabra. Cada murmullo y sonido se silenció con su presencia. Y antes de abrir las puertas de la habitación, pudo ver a Madara fuera de la misma, en el marco de la puerta, inmóvil, incapaz de entrar a la habitación.

Cuando entró en la habitación de su hermano, cayó de rodillas. La visión del cuerpo inmóvil, tan pálido como la nieve, lo destrozó. Su llanto era desolador.

Y entonces giró hacia Madara, que lo observaba desde la sombra de la puerta, impasible por fuera, pero con el alma hecha un nudo.

Hashirama se puso de pie y cruzó la distancia en un instante. Lo tomó por los hombros y lo sacudió con fuerza.

—¡¿Qué demonios le hiciste?! —gritó, los ojos inundados de lágrimas—. ¡Se suponía que lo protegerías, que cumplirías el maldito trato!

Madara no se defendió. Ni una palabra.

El peso de la culpa lo aplastaba como una losa de piedra.

Quería responderle. Quería decirle que no era tan fácil. Que había intentado. Que no podía acercarse más sin quebrarse, sin traicionar el recuerdo de Izuna. Que lo odiaba a él y a Tobirama por obligarlo a vivir esta pesadilla.

Pero su voz no salió.

Hashirama retrocedió al ver el silencio, horrorizado.

—¿No hiciste nada...? —susurró—. ¿Lo dejaste así? Madara... mírame... por favor.

Madara bajó la mirada. Por primera vez en años, sintió miedo de sí mismo.

Y de lo que empezaba a sentir.

Un susurro apenas perceptible se abrió paso entre la tensión que comenzaba a ahogar la habitación:

—A... Anija...

Ambos hombres se giraron. Hashirama corrió de inmediato al lecho, el corazón golpeándole en el pecho. Se arrodilló junto a su hermano, tomando su mano con urgencia, sintió un escalofrío recorrer su mano; el tacto era frío y abrumador. Y poco a poco comenzó a imbuir su chakra con delicadeza.

—¡Tobirama! Estoy aquí, hermano, estoy aquí...

Tobirama apenas podía mover los labios. Su voz era como un suspiro, inestable, como si cada palabra le drenara energía vital.

— Anija...yo...

El médico se apresuró a llegar, haciendo a un lado a Hashirama con una mano firme y profesional. Madara, sin moverse del sitio, observaba como si el suelo se le abriera bajo los pies.

El médico revisó signos vitales, pupilas, reflejos. Su gesto se fue tensando hasta que finalmente habló:

—Hay algo mal con él. — Revisó un poco más. — No hay daño permanente aparente, pero su sistema nervioso aún está inestable. Está ciego, es temporal al parecer.

Hashirama inspiró con fuerza. Madara no reaccionó. No externamente.

—¿Es por el colapso de chakra? —preguntó Hashirama, con voz baja, pero con un filo apenas disimulado.

El médico asintió.

—Su chakra, Lord Hashirama, fue el que logró estabilizarlo. Si usted no hubiera estado aquí, ya no estaría respirando. Sin embargo...

Volteó hacia Madara, sin ocultar el juicio en su mirada.

—Lo fundamental es estabilizar el lazo. Si esto no sucede, los síntomas pueden empeorar... o volverse permanentes. Necesita reposo, sí, pero, sobre todo, necesita una conexión activa. Contacto, atención, suministro sostenido de chakra compatible.

El silencio fue pesado.

—¿Entonces yo puedo quedarme a cuidar de él? —preguntó Hashirama, ya anticipándose.

Pero el médico negó con la cabeza.

—Si. pero no servirá de nada si no es su vínculo príncipal. No está vinculado a usted, Lord Hashirama. El que debe poner de su parte... es Lord Madara.

Los ojos de Hashirama se volvieron hacia Madara, y el aire pareció chispear de tensión.

Madara apretó la mandíbula. Un tic nervioso le cruzó el pómulo, como si las palabras le hubieran golpeado donde no estaba preparado.

—Y supongo que eso me convierte en su maldito salvador, ¿no?

—Te convierte en responsable.—replicó Hashirama.

—No necesito tus reproches —respondió Madara, seco.

—¿Y qué piensas hacer? —dijo, con voz tensa—. ¿Seguir allí parado mientras él se desmorona? ¡Tampoco necesito verte destruirlo con tu orgullo!

Hashirama dio un paso al frente, furioso, mirando al médico.

—Llévenlo a mi residencia. Haré lo que sea necesario para estabilizarlo. No dejaré que dependa de alguien que no es capaz de acercarse siquiera.

Madara alzó la mirada, lento, firme.

—No.

Hashirama frunció el ceño.

—¿Qué dijiste?

Madara respiró profundo. Su voz no subió de volumen, pero sonó como un filo bien templado.

—No te lo vas a llevar. No puedes. Él me pertenece.

El mundo pareció detenerse por un momento.

—¿Lo ves como una posesión, después de lo que hiciste? —espetó Hashirama.

Madara lo miró con odio, pero no respondió. Su chakra vibraba apenas, como una corriente eléctrica contenida bajo su piel. Quería gritar, maldecir, negar que lo que sentía ahora fuera culpa... pero lo era. Y lo sabía.

Hashirama se incorporó lentamente, los ojos enrojecidos por la ira.

—¿Qué esperabas que pasara, Madara? ¿Qué lo marcaras y todo iba salir bien en tu retorcido plan? ¿Pensabas hacerlo sufrir de esta manera? ¡¿Todo esto es parte de un plan retorcido tuyo?! ¡Eh! ¡Responde!

—No te atrevas a hablarme como si supieras lo que pienso o que significa para mi esto.

—¡Entonces demuéstralo! —espetó Hashirama.

Un gemido suave los interrumpió. Tobirama se removió débilmente entre las sábanas, su rostro contraído por el dolor, los ojos aún abiertos pero desorientados.

—Herman...o... llévame... a casa...

El silencio se volvió absoluto.

Hashirama tragó saliva. Madara dio un paso hacia la cama, pero se detuvo.

—Tobirama... —susurró Hashirama, temblando.

Madara cerró los ojos con fuerza. Por un momento, su rostro perdió toda arrogancia, toda rabia. Solo quedó el hueco de un abismo que él mismo había cavado.

—No —dijo, en voz baja, casi quebrada—. No te lo llevarás.

—¿Cómo puedes siquiera decir eso después de lo que has hecho? —Hashirama lo miró como si ya no lo reconociera.

—Porque me pertenece —espetó Madara, sin mirarlo—No voy a dejar que te lo lleves. Es un vínculo. Uno que se acordó. Que ambos hicimos. No puedes interferir en eso, aunque quieras.

El médico interrumpió, serio:

—Lo que Lord Uchiha dice... es cierto. Romper el vínculo a la fuerza causaría más daño. Potencialmente irreversible. Necesitan resolverlo ustedes dos. Nadie más puede hacerlo.

Hashirama retrocedió, el corazón en guerra con la razón. No podía confiar en Madara. Pero tampoco podía negarle esa parte de Tobirama... no sin arriesgar su vida.

Madara frunció los labios, sus ojos oscuros brillaban con una mezcla violenta de resentimiento y algo más antiguo: dolor.

El líder Uchiha no se movió de su sitio. Pero sus ojos no dejaban de observar al albino tendido entre las sábanas, respirando con dificultad, buscando a ciegas el sonido de voces familiares.

En sus ojos se reflejaba algo que no era odio ni culpa... sino temor.

Hashirama se volvió hacia su hermano, le acarició la frente con cuidado, y murmuró:

—Si en algún momento quieres irte... solo dímelo, ¿sí? —Su voz se quebró—. Haré lo imposible para sacarte de aquí.

Tobirama no respondió. Apenas respiraba. Pero en su rostro tenso apareció un rastro de calma, como si, aún en la oscuridad, reconociera que no estaba del todo solo.

—No te atrevas a llevártelo.

—¡Entonces demuestra que te importa esto! —espetó Hashirama.

Notes:

Ya tengo un Beta Reader, con ello aspiro a mejorar esta historia; no creo que sea muy larga, al final, creo que esta si tendrá un final "feliz", aunque mi manera de ver la felicidad es un poco retorcida, debo admitir que me hace mucha ilusión esta pareja. Tengo más que un amor por ellos, es una hiperfijación. Me encata Tobirama, no sé que tiene que me hace amarlo tanto, y la fiereza de Madara, su intensidad... ojalá hubiera sido un poco diferente el manga y estuvieran juntos TuT.

Agradecimiento a Miss4D, por darme la inspiración de continuar este escrito; vayan a Leer "Vacío" es su nuevo fic ambientado en el universo de Naruto también, Omegaverse está disponible en Wattpad<3, este mismo fanfic está disponible en Wattpad. bajo el mismo nombre por si quieres ver la actualización más reciente.

La canción inspiración para este capítulo:

Playlist del fanfic: https://www.youtube.com/watch?v=hGzuUPdEp28&list=PLU3kcxK1XsNp-oyozoLgAN_k3snfacwnp&ab_channel=Ram%C3%B3nAyala-Topic

Chapter 3: Capítulo 3: Suave como una brisa de primavera

Notes:

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Inicio del Capítulo 3: Suave como una brisa de primavera

Era doloroso pensar que todo este hecho había sucedido por su culpa; Madara dentro de sí, se ahogaba de remordimiento, quería llorar y decir que estaba arrepentido. Pero no podía hacerlo, su orgullo... su terrible orgullo era aún más grande que la culpa.

Hashirama se quedó durante cuatro días en la mansión Uchiha; jamás dejó el lecho de su hermano, quien, mejoraba cada día su estado de salud; se veía cansado y un poco descuidado a los ojos de Madara quien, había acatado las "sugerencias" del médico y comenzó el contacto físico entre él y su esposo.

Sólo lo hacía cuando Tobirama dormía profundamente, se sentaba a su lado mientras Hashirama miraba atentamente la interacción. Su tacto era suave, cerraba los ojos mientras su chakra se mezclaba con el de Tobirama. Al inicio, era levemente rechazado, el poco chakra que poseía el albino se sentía hostil.

Madara, frustrado, pensaba rendirse con ello y dejar que el hermano tomara su lugar, pero Hashirama lo alentó, pidiendo que no se rindiera tan fácilmente, que le hablara un poco, que le dijera que no le haría daño.

Eventualmente, después de varios intentos... funcionó, y Tobirama aceptó el chakra de su esposo.

En ocasiones en vez de mirar a un punto ciego, miraba el rostro del omega. Era simplemente hermoso, podría observarlo durante una eternidad; no era el rostro que alguna vez había visto en batalla, feroz, lleno de ira, bañado en la sangre de los miembros de su clan.

En cambio, esta faceta lo tenía completamente desconcertado. Sus manos, incluso, llenas de heridas de batalla, eran suaves y cálidas a su manera, como una suave brisa en una primavera brillante; y el olor que emanaba su cuerpo; delicioso, una suave fragancia a jazmín, dulce de miel y el exótico olor de la vainilla. Era vergonzoso aceptar que disfrutaba ese olor; incluso se quedaba más tiempo que el día anterior sólo para disfrutarlo.

Al final del cuarto día, Hashirama recibió una carta, exigiendo su regreso a los territorios Senju. Su mirada desconsolada se apartó del escrito. No deseaba irse.

Temía que el progreso en la mejoría de Tobirama se desvaneciera tras abandonar la residencia Uchiha. Incluso, viendo cómo su amigo se acercaba poco a poco a su hermano, aún no confiaba lo suficiente.

El albino despertó esa tarde, mejorado, incluso con energía para conversar; contaron alegres historias sobre su infancia, y cómo Hashirama era demasiado intrépido en comparación con su hermano menor.

Las sonrisas se convirtieron en lágrimas cuando Hashirama anunció su despedida.

Tobirama permanecía sollozando en silencio, aun procesando lo que acababa de escuchar. El sabor amargo de su propia debilidad se alojaba en su garganta. Sentía la respiración agitada de su hermano junto a él, la forma en que su mano lo sostenía, como si al soltarlo pudiera romperse por completo.

—Tobi... —la voz de Hashirama fue suave, casi culpable—. Tengo que regresar a casa. Me lo exigen.

El albino giró levemente el rostro hacia donde provenía el sonido. Le costaba imaginar el espacio sin la presencia tranquilizadora de su hermano, y ese temor volvió a encogérselo por dentro.

—No... no me dejes aquí —susurró con esfuerzo, aferrándose torpemente a la mano de Hashirama.

—Tobirama —Hashirama tomó su rostro con ambas manos, forzándolo a mirarlo pese a su ceguera—No me estoy yendo para siempre. Sólo será por unos días. Volveré en cuanto pueda. Lo juro.

Tobirama negó débilmente, con la garganta anudada. Aunque su cuerpo aún no respondía del todo, usó la poca fuerza que tenía para sujetarlo con desesperación, como si ese gesto fuera capaz de anclarlo a su lado.

—Prométemelo —dijo con voz temblorosa, casi infantil—. Promete que volverás...

Hashirama lo abrazó con fuerza, conteniendo el temblor que amenazaba con filtrarse en su tono.

—Te lo prometo, hermanito. Pronto estaré de vuelta. Vas a estar bien.

Desde el umbral, Madara se había detenido. Había ido con la intención de discutir lo dicho por el médico, de reclamar la forma en que Hashirama intentaba llevárselo... pero algo lo detuvo.

Esa escena.

Tobirama, frágil y roto, abrazando a su hermano con un temor tan humano que dolía. Y Hashirama, conteniéndolo como si se le fuese la vida en ello.

Por un instante, la imagen se mezcló con un recuerdo antiguo y escondido. Izuna, apenas un niño, llorando desconsolado por la muerte de su madre. Él, sujetándolo con la misma fuerza, prometiéndole que jamás volvería a dejarlo solo. Que él estaría ahí siempre. Que nada les pasaría mientras se tuvieran.

Una punzada cruel se clavó en su pecho. Madara bajó la mirada, sintiendo el vacío bajo sus pies. Ese dolor —la pérdida, la culpa, el amor— le era conocido. Intenso. Insoportable.

Sin hacer ruido, retrocedió un paso. Luego otro.

Porque si daba un paso más hacia esa habitación, tal vez tendría que enfrentar lo que había causado.

Y aún no estaba listo.


El anochecer cayó con una suavidad engañosa, el cielo estaba teñido de tonos lavanda y escarlata. Hashirama se despidió. Se inclinó respetuosamente ante el personal de la mansión Uchiha, agradeciendo los cuidados que su hermano había recibido durante esos días de profunda incertidumbre.

—Les pido, por favor... —su voz se quebró un poco, aunque intentó mantener la compostura—, que vigilen a Tobirama. No lo dejen solo más de lo necesario. Y si algo cambia... cualquier cosa... quiero saberlo de inmediato.

Los sirvientes asintieron con solemnidad, haciendo una reverencia mientras él cruzaba el umbral hacia el exterior. A unos metros, Madara lo esperaba, de pie, con el porte rígido y el rostro inexpresivo.

—Madara —dijo Hashirama, acercándose a él con lentitud—.Dejo todo en tus manos. Confío en que, al menos, por respeto a mi... no lo dejarás caer.

Madara no respondió. Sólo lo miró, los ojos oscuros brillando a la luz de las antorchas. Por un momento, parecía que quería decir algo. Pero se tragó las palabras. De nuevo.

Hashirama suspiró con pesadez, dio media vuelta, y sin mirar atrás, se marchó.

Una vez la figura del Senju se perdió entre los árboles, Madara inhaló profundamente, como si acabara de librarse de una presión insoportable.

—Vuelvan a sus labores —ordenó con voz firme al personal, que aún lo observaba expectante.

Sus pasos resonaron sobre el tatami del pasillo principal, retumbando en el silencio ahora más palpable de la mansión.

Entonces, una figura emergió con suavidad desde una de las esquinas del corredor. Era el médico, con el rostro marcado por la urgencia.

—Lord Madara —dijo, inclinándose brevemente—. Disculpe la interrupción. Quería informarle que el estado del señor Tobirama. Su temperatura se ha estabilizado, y su pulso es más firme. No obstante...

Madara alzó una ceja.

—¿Qué?

—La vista no la ha recuperado del todo—continuó el médico—. La ceguera parece mantenerse por ahora, aunque hay señales de actividad en los nervios ópticos. Aun así, lo más relevante... es que su cuerpo ha comenzado a aceptar su chakra de manera más constante. Eso es señal de que, quizás, está bajando la guardia con usted. O tal vez simplemente... ya no le queda fuerza para resistirse.

Hubo una pausa incómoda. El médico pareció vacilar, pero añadió:

—Ahora que el señor Hashirama se ha marchado, sería prudente que usted tomara su lugar como el soporte vital de chakra.

Madara no dijo nada. Se limitó a asentir con un gesto breve y seco.

Sin más, se dirigió hacia la habitación matrimonial. Sus pasos, antes decididos, ahora se volvían más lentos a medida que se acercaba a la puerta. Allí, donde Tobirama lo esperaba, inconsciente del mundo, de su partida, de su propia fragilidad.

Madara se detuvo frente a la puerta, apoyando una mano sobre la madera.

El peso de la culpa, el eco de la promesa rota que alguna vez le hizo a su hermano, y la cercanía de otra alma a punto de romperse... todo caía sobre él al mismo tiempo.

Y sin demostrar algún signo de duda, abrió la puerta.

Madara avanzó en silencio por la habitación apenas iluminada. Las cortinas estaban echadas, dejando que sólo un tenue resplandor azul violáceo se colara desde el exterior. Tobirama dormía aún, su pecho subía y bajaba con rapidez, su rostro... parecía sentir la ausencia de su hermano.

Madara se detuvo a su lado. Lo observó largo rato, en silencio.

Entonces, como si sintiera su presencia, Tobirama movió los dedos, con torpeza, como tanteando el espacio. Finalmente logró encontrar su mano, rozarla, aferrarse débilmente a ella.

Madara, sorprendido, no retiró la suya. Sintió el ligero temblor de los dedos de Tobirama aferrándose a los suyos. Como si le costara incluso eso.

—Tobirama... —susurró, apenas audible, pero no hubo respuesta.

El cuerpo del omega, hasta entonces ligeramente frío al tacto, comenzó a calentarse. No con fiebre, sino como si algo se hubiera desbloqueado. Su respiración, antes irregular, se volvió rítmica. Tranquila.

El lazo invisible entre ambos pareció vibrar.

Y el olor.

Aún estaba allí.

Aquel aroma floral dulce y profundo que lo trastornaba, que se le metía en el pecho y le hacía doler los ojos. Madara cerró los suyos por un instante, absorbiéndolo. En toda su vida, jamás había tenido la fortuna de oler un aroma así; los omegas eran escasos; pero no todos tenían la fragancia tan sofisticada de Tobirma. Quiza era por su sangre Senju...

Se inclinó con lentitud, como si temiera espantar la escena, como si su cercanía pudiera romper la frágil burbuja de estabilidad que apenas se sostenía.

Sus dedos, con cautela, rozaron la mejilla de Tobirama.

Era suave

Era frágil.

Llevó sus labios a la frente del albino y los dejó reposar allí, con un beso apenas perceptible.

Sintió el pulso del lazo como una descarga en el pecho.

Y por primera vez en mucho tiempo, Madara deseó con todo su ser saber si Tobirama lo había sentido también.

Que supiera que estaba ahí.

Que no se iría.

...

El resplandor dorado atravesó las cortinas, acariciando suavemente sus párpados. La calidez en su piel le anunció el amanecer antes de que pudiera siquiera abrir los ojos. Tobirama se removió apenas, en silencio.

Se sentía... cálido. No en un sentido febril, ni en la pesadez de la enfermedad que lo había arrastrado días atrás, sino en un calor más profundo. Reconfortante. Vivo.

Fue entonces cuando lo sintió.

El aroma.

Pino, con un fondo terroso de canela.

Una fragancia que, aunque tratara de negarlo, sabía a quien pertenecía.

Madara.

El peso de un brazo lo empujó suavemente hacia abajo, forzándolo a hundirse nuevamente en la suavidad de la almohada. Parpadeó con lentitud. Su visión era borrosa aún —manchas de luz, contornos difusos— por un instante, la incertidumbre lo hizo contener la respiración. Sintió la punzada del miedo, como si el abismo de la ceguera volviera a tragárselo.

Pero entonces, el calor junto a él.

El ritmo pausado de una respiración dormida.

El sonido de un corazón, fuerte y constante, a escasos centímetros del suyo.

No había peligro.

Su mente le gritaba que no era seguro, que no debía confiar tan rápido, que aún dolía, que aún no olvidaba. Pero su cuerpo... su corazón, traidor, se dejaba envolver por aquella calidez.

Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía a salvo.

Dejó escapar un suspiro breve, apenas un soplo en la habitación silenciosa.

Y en lugar de alejarse, en lugar de apartar el brazo, Tobirama giró con esfuerzo hacia el calor, hasta que su frente rozó el pecho del alfa dormido. Cerró los ojos. No podía verlo con claridad aún, pero no necesitaba hacerlo.

Lo sentía.

Y por un instante —solo uno—, dejó de resistirse.

Volvió a quedarse dormido.

Envuelto en el olor de pino, canela... y un vínculo que, pese a todo, ardía.

Notes:

Notas finales: Me siento muy agradecido con todas las personitas que leen, muchas gracias por seguir la historia, me siento muy conmovido por ello, me hace muy feliz, gracias por su apoyo <3.

Para mi, el amor suena como esta canción; y siento que sería un buen aporte para todos ustedes, hace poco, tuve una ruptura muy dolorosa, me di cuenta de que la persona con la que estaba, no eramos compatibles en la forma que queremos vivir nuestras vidas, incluso en la forma de amar... ha sido difícil de aceptar, y más cuando pones mucho empeño por ello. Decidí cortar lazos para siempre. y justo esta canción es lo que pensaba cuando venía a mi mente su recuerdo; quiero resignificarla. Incluso, esta historia es para darle un sentido a estos sentimientos que en su momento han sido dolorosos. hoy puedo decir que estoy bien y trato de pasar página para siempre.

Corazón de melón - Los panchos.

Playlist del fanfic: https://www.youtube.com/watch?v=hGzuUPdEp28&list=PLU3kcxK1XsNp-oyozoLgAN_k3snfacwnp&ab_channel=Ram%C3%B3nAyala-Topic

Chapter 4: Capítulo 4: Dueño de ti

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Capítulo 4: Dueño de ti

Madara no acostumbraba a despertar de buen humor; todos los días tenía infinidad de cosas en las que pensar. Ser líder del clan no era nada sencillo.

Sin embargo, esa mañana, despertó de manera suave; el olor de su marido inundó sus fosas nasales de nuevo, era tan sencillo caer en su hechizo. Su pecho se sintió cálido al instante. Enterró su rosto en el cabello plateado, y se frotó contra ella. Por Amaterasu... podría estar así toda la eternidad.

Tobirama despertó enseguida por el movimiento, se movió sutilmente y el contacto terminó de manera abrupta.

Aún desconcertado por la falta de visión, miró a la dirección donde creía que estaba su esposo.

El silenció lo rompió Madara.

-¿Haz logrado descansar? ¿Necesitas algo?- acercó su mano para ayudar a Tobirama a encontrarlo, el suave roce se sus manos fueron como electricidad. Una conexión. Y se sintió abrumado de la nada.

Tobirama ladeó ligeramente el rostro hacia donde escuchaba la respiración de su marido. Su ceguera persistía como un velo espeso, y aunque no lo admitiera en voz alta, le resultaba inquietante no poder anticipar los gestos o intenciones de Madara. Pero su silencio... no era hostil. Solo pesado.

Madara no dijo nada al principio. Solo se inclinó con lentitud, acomodando las almohadas detrás del albino con una precisión medida. Fingía una indiferencia que ya no convencía del todo. Su mandíbula se tensaba levemente, pero sus manos eran suaves. No le gustaba ver a Tobirama débil, no era el Demonio Blanco que conocía en batalla. No le gustaba sentirlo "frágil"... a pesar de que en otro momento hubiera preferido verlo morirse lentamente. Ahora le causaba rechazo la idea.

Tobirama no opuso resistencia. Solo colaboró lo justo, respondiendo con gestos secos y eficientes, sin emitir juicio, sin retarlo. Había una fricción perceptible entre ellos. Nada como el rechazo total que hubo días atrás... pero aún quedaban brasas encendidas.

Madara evitó el contacto visual, aunque Tobirama no podía notarlo.

—Pediré que te lleven algo de desayuno dentro de poco —dijo con tono práctico, casi formal—. Tengo una reunión con los consejeros del clan... pero volveré antes del mediodía para ver cómo sigues.

Tobirama asintió con un solo movimiento de cabeza.

—Entiendo.

—Si llegas a sentirte mal... llama a la enfermera. Ella sabe cómo encontrarme rápido.

Otro gesto afirmativo. Madara observó cómo la figura de su esposo permanecía erguida, pese a lo evidente de su agotamiento. Incluso ahora, Tobirama intentaba no mostrarse débil. Parte de él lo admiraba. Otra parte lo odiaba.

Sin pedir permiso, tomó su mano.

El gesto fue directo, sin titubeos, pero esta vez no hubo tensión. No hubo rechazo.

Los dedos del albino, aunque fríos, no se retiraron. Se dejaron envolver.

Madara cerró los ojos brevemente y dejó fluir una pequeña porción de su chakra hacia él. La conexión fue inmediata, y aunque aún no era tan fluida como deseaba, ya no era rechazada. Sentía cómo Tobirama lo recibía. No completamente. Pero lo aceptaba.

Y eso era más de lo que merecía.

Mientras se vestía con un kimono blanco y una hermosa capa negra, como era la tradición de los recién casados, giró de nuevo a donde descansaba el albino. y se acercó tomando su mano.

—Volveré pronto —repitió, bajando la voz casi a un susurro.

Tobirama, sin palabras, apretó apenas su mano en respuesta.

Era todo lo que podía ofrecerle por ahora.

Y Madara... por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentirse en paz con eso.

...

El andar de Madara era firme, elegante, casi felino. Su capa negra ondeaba detrás de él como una sombra viva mientras cruzaba los arcos de la sede del consejo Uchiha, esta se había instalado en la sala principal del edificio gubernamental. Las paredes de piedra estaban adornadas con tapices marcados con el abanico del clan. Las velas apenas derretidas y el incienso aun flotando indicaban que la sesión llevaba al menos media hora en preparación.

Cuando Madara ingresó, todos se levantaron, el silencio se apoderó del recinto. El líder Uchiha irradiaba un aura de autoridad innata, pero esa mañana había algo diferente. Aunque su caminar era igual de firme, su rostro tenía un gesto inusualmente sereno. Su aroma... también había cambiado.

No tardó mucho en que Uchiha Naomasa, un beta de mediana edad y lengua afilada, dejara ver su falta de tacto.

—Lord Madara —dijo con una sonrisa ladeada—. Parece que amaneciste con mejor ánimo que de costumbre... ¿Tuviste compañía para inspirarte?

Algunos rieron con nerviosismo. Otros desviaron la mirada en señal de disgusto. Madara lo fulminó con una mirada helada, sin responder. Ese solo gesto bastó para que los demás se dirigieran a su respectivo asiento.

—Si ya terminaron las especulaciones —dijo con voz firme—, comenzaremos.

Una vez todos se sentaron, Uchiha Gorō, un veterano de los campos de batalla, levantó la voz:

—Hemos revisado la asignación de recursos provenientes del dote Senju. La propuesta actual considera un 40% destinado a armas y refuerzo militar, un 30% para almacenes estratégicos, y el restante para bienes civiles.

Madara arrugó el ceño.

—¿Cómo pretenden justificar esa proporción mientras hay niños durmiendo sobre tierra y ancianos pidiendo pan?

—Con todo respeto, Lord Madara —intervino Uchiha Yajirō, joven, recién integrado al consejo—, no podemos ignorar que la paz con los Senju es frágil. El matrimonio puede sostener un tratado, pero no detendrá una invasión si las circunstancias cambian. Necesitamos estar preparados.

—Lo estaremos —respondió Madara con frialdad—. Pero de poco sirven las armas si no hay manos fuertes que las levanten... y no las habrá si nuestros civiles están muertos de hambre.

Uchiha Daigo, de facciones duras y cicatrices de guerra, bufó.

—¿Y qué pasa si Hashirama cambia de opinión? Ese hombre puede partir montañas si lo desea. ¿De verdad piensas que un lecho compartido con su hermano es suficiente garantía de paz?

Uchiha Rei, una mujer alfa de mirada aguda, entrecerró los ojos.

—Tal vez no confiamos en los Senju... pero tampoco podemos gobernar con paranoia. Tobirama vive y está recuperándose, entonces tenemos margen. Si presionamos al pueblo con miedo, la alianza se romperá desde dentro, no desde fuera.

Madara asintió con un ligero movimiento de cabeza.

—Exacto. Que no se les olvide: gobernamos Uchihas, no espectros. Alimenten a los nuestros. Refúgienlos. Denles razones para creer que este tratado nos beneficia. Reforzaremos las defensas, sí, pero no con prioridad. Ahora mismo, lo más importante es que cada alfa, cada omega, cada niño y anciano tenga paz y pan.

Uchiha Naomasa, aún renuente, murmuró:

—La alianza es sólida mientras todo se mantenga en su lugar... aunque algunos no estén tan atentos como deberían a los compromisos fuera de esta sala.

Madara se enderezó. Su chakra se arremolinó en su interior, apenas contenido.

—Entonces hablaremos de guerra cuando sea necesario. Pero hasta que eso ocurra... nuestro deber es cuidar a los vivos, no contar a los muertos por adelantado.

El silencio fue sepulcral. Nadie replicó.

La tensión en el aire se palpaba a pesar de la solemnidad del lugar. Después de discutir la asignación de recursos, el tema derivó hacia los entrenamientos ninja.

—El entrenamiento debe ser exigente, sin excusas ni debilidades. No se trata solo de llenar filas, sino de formar guerreros capaces de defendernos en cualquier terreno. Cualquiera que no esté dispuesto a darlo todo, no tiene lugar entre nosotros.

Un murmullo de acuerdo se extendió por la sala.

—Por otro lado —intervino Uchiha Yajirō, con un dejo de preocupación—, el pueblo no está del todo contento con la idea de que nuestro líder despose a un Senju. Las viejas rencillas y el odio ancestral no desaparecen de la noche a la mañana, y muchos cuestionan que ahora estemos compartiendo mesa con nuestro enemigo jurado.

El silencio siguió mientras todos esperaban la respuesta de Madara.

—Sé que algunos no lo entienden —replicó con dureza—, pero la política no se maneja con rencores del pasado. Es el presente lo que importa. Estamos aquí para fortalecernos, no para repetir errores ancestrales.

Por un instante, su mente viajó a un recuerdo reciente.

La imagen de Hashirama, cuidando pacientemente a Tobirama.

Recordó sus palabras, dichas con una voz cargada de preocupación, pero también de esperanza:

-Madara, esta paz no es solo un acuerdo entre clanes. Es lo que más importa para mí, porque sé que, si protegemos a nuestra gente, si cuidamos de nuestro clan primero, podemos construir algo que dure. No solo por nosotros, sino por los que vienen después.

Madara cerró los ojos brevemente y luego volvió a abrirlos, repitiendo en su mente, con un peso nuevo:

"Es mejor cuidar de nuestro clan primero."

Volvió la mirada a los consejeros, la autoridad en su voz ahora inquebrantable.

—Esta es la base de todo. Mientras Tobirama siga vivo, mientras nuestro clan esté unido, no hay poder que pueda vencernos. No perderemos tiempo pensando en lo que podría hacer Hashirama o los Senju. Nos centraremos en nuestra gente. Después, veremos cómo reforzamos nuestras tropas y defendemos nuestro territorio. Pero antes que eso, asegúrense de que nadie aquí dude de la fuerza de los Uchihas ni de mi liderazgo. —Sé que la idea no es fácil para muchos. Pero el tratado no solo trae un dote económico considerable; lo que realmente importa es la alianza estratégica que implica. El clan Senju ha acordado proveernos recursos vitales y abrirnos rutas comerciales que conectan con otros clanes poderosos, como los Nara y los Hatake. Esto fortalecerá no solo a los Uchihas, sino a todo el sistema ninja que protege nuestras tierras.

—¿Entonces confías en que esta unión mejorará nuestro futuro? —preguntó con cautela Uchiha Daigo.

Madara asintió con determinación.

Un murmullo aprobatorio comenzó a extenderse por la sala, mientras Madara contemplaba el desafío que significaba unir no solo a dos clanes, sino también a generaciones marcadas por el odio.

La reunión se extendió por casi dos horas más, con discusiones detalladas sobre las misiones ninja pendientes.

—Gorō —dijo señalando al veterano—,se te asignará una misión de reconocimiento. Debes localizar fuentes confiables de agua potable para la sede secundaria del clan, esta debe cumplir con los requerimientos de este formato. Léelo atentamente antes de irte.

Gorō asintió con seriedad, consciente de la importancia de la tarea.

—Uchiha Rei —continuó Madara—, te encargarás de una entrega muy importante para el señor feudal. Esta misión requiere discreción y rapidez. No podemos permitir fallos. El paquete estará aquí en 10 días, elige a un grupo pequeño de personas que te ayuden a escoltarlo.

Rei inclinó la cabeza con determinación.

—Los demás —prosiguió—, sus funciones serán principalmente administrativas. Mantendremos el orden en la sede y aseguraremos que todas las operaciones continúen sin contratiempos. Asegúrense de que todos reciban sus raciones hasta que podamos comprar los recursos necesarios para comidas más completas.

Mientras hablaban, el aroma del desayuno recién servido comenzó a flotar en la sala, llevando un aire de calma entre los consejeros.

En ese momento, una figura familiar apareció al borde de la sala: la enfermera que cuidaba de Tobirama. Se acercó discretamente a Madara, bajando la voz hasta casi un susurro.

—Lord Madara —dijo—, Lord Tobirama no ha querido probar bocado. Entiendo que no lo podemos obligar a hacerlo, pero quería informarle para que lo tenga presente.

Madara asintió, mostrando una preocupación apenas visible tras su máscara de líder imperturbable.

—Gracias por avisar —respondió con voz baja.

La enfermera hizo una pequeña reverencia y se retiró sin más.

Madara volvió a la mesa, terminó de asignar algunas tareas menores y, tras una última mirada firme a los presentes, se puso de pie.

—Muy bien. Por hoy, se concluye la sesión. Cada uno sabe lo que debe hacer. Espero informes precisos el día de mañana.

Con esa orden, la sesión terminó. Los consejeros comenzaron a disponer de su desayuno, y Madara salió de la sede con la mente ya puesta en su próximo encuentro, al tiempo que la salud de Tobirama permanecía en el fondo de sus pensamientos.

Apenas cruzó los pasillos laterales de la sede, Madara se encontró de frente con una de las sirvientas encargadas del servicio de alimentos. Era una mujer joven, de ojos agudos y modales impecables. Vestía con sobriedad, y cargaba entre las manos una bandeja cubierta, lista para servir.

—Lord Madara —saludó con una leve reverencia, midiendo bien sus palabras—. El desayuno ha sido dispuesto para usted en la sala del consejo, como es costumbre. ¿Desea que lo sirva ahora, o prefiere hacerlo en cuanto terminen de limpiar?

Madara la observó unos segundos, su mirada era mesurada, pero no severa. Su respuesta fue clara, sin dejar lugar a réplica:

—No comeré aquí. Lleva mi desayuno a la habitación principal —donde está Tobirama—. Que esté bien servido, ordenado. Y que nadie más entre sin que yo lo indique.

La mujer parpadeó, sorprendida quizás por el tono, quizás por la instrucción poco habitual, pero asintió con presteza.

—¿Desea que prepare algo en particular, Lord Madara?

—Té de manzanilla y té verde. Que ambos estén calientes —dijo con precisión—. Asegúrate de incluir miel... y algunos dulces suaves. Nada pesado.

Ella asintió de inmediato, con una formalidad atenta.

—Como usted ordene, señor. ¿Desea que haga la prueba de los alimentos como de costumbre?

—Sí —respondió sin titubeos—. Pero apresúrate. No quiero que se enfríe.

Con otro asentimiento respetuoso, la sirvienta giró sobre sus talones para dar las órdenes a la cocina y preparar la bandeja bajo el protocolo habitual. Madara, en cambio, retomó su camino de regreso hacia la residencia principal. El eco de sus pasos era contenido. Había dejado atrás las discusiones del consejo... y ahora, todo su enfoque estaba en lo que realmente importaba: lo que le esperaba detrás de aquella puerta.

La puerta se cerró con suavidad tras Madara, y el silencio reinó por un instante en la habitación. La luz era tenue, filtrada por las cortinas pesadas que cubrían las ventanas, y el aire olía a madera tibia, medicina... y a un rastro casi imperceptible de chakra Senju.

Tobirama seguía en la misma posición en la que Madara lo había dejado horas antes. Reposaba sobre las almohadas, erguido, pero inmóvil. El cansancio era visible en la rigidez de sus hombros, en la forma tensa de su mandíbula. Había algo más... su expresión era apagada, lejana. No estaba dormido. Solo... desconectado de la realidad.

Madara frunció el ceño con cierta molestia, no del todo oculta. Caminó hasta la cama con paso firme, y pronunció su nombre con tono bajo, casi como un reproche:

—Tobirama...

El albino giró apenas el rostro en su dirección, respondiendo con lentitud, sin la fuerza de costumbre.

—No tengo hambre —dijo, su voz ronca, agotada—. Solo quiero dormir un poco más.

Madara cruzó los brazos, irritado, aunque contenía la explosión detrás de un manto de frialdad.

—Tener pereza no es justificación para esta actitud.

Tobirama suspiró con pesadez, pero no respondió. Simplemente volvió a apoyarse contra las almohadas con los labios apretados.

En ese momento, la puerta se entreabrió con un golpe suave. La sirvienta apareció, llevando una bandeja de madera fina. El aroma del té recién hecho se deslizó por la habitación como una caricia cálida: té de manzanilla dulce, té verde amargo, miel floral. También había algunos dulces suaves, pastelillos de arroz y panecillos tibios.

Tobirama reaccionó de inmediato. No fue un movimiento brusco, pero sí perceptible. Su nariz se alzó apenas, captando el olor. Su expresión, hasta ese momento neutra, se suavizó un poco. Madara no dejó pasar el detalle. Una chispa de satisfacción cruzó su mirada.

—Déjala aquí —indicó a la sirvienta, señalando la pequeña mesa junto a la cama.

La mujer asintió, hizo una ligera reverencia y se retiró sin emitir palabra.

Madara tomó la tetera, vertiendo el líquido en una taza de porcelana sin perder la compostura. Luego la alzó y se acercó al lecho.

—Prueba esto —dijo, con una voz más baja, menos áspera—. Está caliente. Y no aceptaré un "no".

Tobirama giró el rostro hacia él, un poco escéptico. Aún no podía ver, pero la forma en que el chakra de Madara vibraba cerca de él... lo ponía en alerta, lo mantenía atento.

—¿Me estás dando de beber tú? —preguntó, no sin un dejo de ironía.

—No confiaría esto a nadie más —fue la única respuesta que recibió.

Tobirama dudó un momento más. Pero luego asintió con suavidad. No porque estuviera completamente convencido... sino porque, en ese instante, ceder parecía más sencillo que discutir. Sin el respaldo de Hashirama y fuerza alguna de combatir, estaba en una clara desventaja.

Madara acercó la taza con cuidado, posándola en los labios del albino, y Tobirama bebió un sorbo. El calor del té le envolvió la garganta, y un tenue sonrojo apareció en sus mejillas, casi imperceptible.

Pensó, con cierta molestia consigo mismo, que tener a un Uchiha sirviéndole no era tan malo como había imaginado. Algo cálido se posó en su vientre y sin querer, su suave aroma se intensificó.

Y Madara, sin decirlo, lo supo.

El silencio entre ambos se prolongó... pero esta vez, no fue incómodo. Fue denso, íntimo. Un respiro extraño entre tantos muros levantados.

El ambiente en la habitación había cambiado. Había algo distinto. Algo cálido. Tobirama bebía con parsimonia el té que Madara le ofrecía, dejando que el calor suave recorriera su garganta. Su expresión, aunque aún fatigada, se había relajado. Y lo más notable: sus mejillas comenzaban a recobrar color.

Madara lo observaba en silencio, con la taza aún en mano, como si ese simple detalle fuera una pequeña victoria.

—¿Te gusta el té de manzanilla con miel? —preguntó, sin poder evitar el tono curioso, casi sorprendido.

Tobirama asintió, apenas esbozando una mueca que podría pasar por una sonrisa muy contenida.

—Siempre me ha gustado el té. Más si es dulce —admitió, como si soltar esa pequeña verdad no fuera gran cosa... pero lo era. Era íntimo.

Madara lo anotó mentalmente, con una satisfacción que no quiso analizar demasiado. Solo lo supo: Tobirama disfrutaba los pastelillos de arroz, y el té, especialmente si estaba endulzado con miel natural al igual que a él.

Mientras lo veía comer con lentitud, sin prisa y disfrute, Madara sintió algo inflarse dentro de su pecho. Orgullo. Algo primitivo. Su alfa interior se removía, complacido. Por un momento, dudó. ¿De verdad sentía eso... por Tobirama Senju?

Su Tobirama.

La palabra cruzó por su mente sin permiso, y le hizo apretar la mandíbula.

Tobirama se recostó un poco más, buscando apoyo, y terminó inclinándose hacia él, como si su cuerpo, sin consultarlo, lo reconociera como refugio. El contacto no fue forzado ni teatral. Fue simple. Natural. Madara tragó saliva. El calor subió desde su pecho hasta sus orejas, y un leve rubor se coló en su rostro.

No podía evitarlo. Quería seguir odiándolo. Quería sentir rechazo por ese hombre que le había arrebatado tanto en el campo de batalla, que había sido su enemigo natural durante años.

Pero en ese momento... Tobirama estaba frente a él, débil, pero tan absurdamente hermoso que dolía. No era una belleza fácil. Era filosa, fría, pero hipnótica. Como el borde de una espada que brillaba justo antes de cortar.

Madara desvió la mirada un segundo, solo para volver a fijarla. No podía apartarla por mucho tiempo.

Deseó poder usar su sharingan, capturar esa imagen y grabarla en su memoria para siempre. Aquel instante exacto: Tobirama, con el rostro suavizado, los labios rozando la taza, las pestañas blancas vibrando apenas por el vapor del té. Vulnerable... y, sin embargo, hermoso.

No lo haría. No ahora. No cuando Tobirama todavía era la causa del dolor que lo anclaba, que aún no lo dejaba respirar del todo.

Pero algún día, quizás...

Madara suspiró apenas, y volvió a llenar la taza con una precisión que ocultaba sus pensamientos.

—Come otro pastelillo —dijo, intentando sonar neutral.

Tobirama giró ligeramente el rostro hacia él, con una ceja arqueada, y una sonrisa muy, muy leve dibujándose en sus labios.

—¿Estás alimentándome... o dándome una orden?

Madara soltó una risa seca, nasal, sin verdadero humor, pero con cierta complicidad.

—Ambas cosas —respondió, y por primera vez, no mintió.

Notes:

Notas finales: Gracias por leer el nuevo capítulo, me hace muy feliz escribir esto, realmente ya quiero llegar a esas escenas donde se me romperá el corazón. Quiero hacer una recomendaciónde varias canciones que son la inspiración de este capítulo además de Miss4D, que siempre está al pendiente de cada cap. :3 Dedicado a ti.

Amo el amor romántico, y espero darlo a entender con esta historia. Lo que espero que sea la felicidad, es así. Estoy pensando a futuro si algún día Madara y Tobirama tendrán un bebé, que será mejor ¿una niña o un niño? o dejarlo a interpretación... espero leerlo en los comentarios.

Playlist del fanfic: https://www.youtube.com/watch?v=hGzuUPdEp28&list=PLU3kcxK1XsNp-oyozoLgAN_k3snfacwnp&ab_channel=Ram%C3%B3nAyala-Topic

Chapter 5: Capítulo 5: Necesito saber

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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Capítulo 5: Necesito saber

Habían pasado varias semanas desde aquella tensa reunión con el consejo Uchiha, y la rutina entre Madara y Tobirama había cambiado. El té por las mañanas se había vuelto una costumbre, una especie de paz silenciosa; y aunque seguían siendo ellos, algo en su trato había comenzado a suavizarse. Las bromas eran escasas, pero reales. Los silencios, antes tan fríos, ahora eran pausas necesarias, incluso cómodas. Madara acompañaba muchas veces a Tobirama a caminar por los jardines dentro de la mansión con el objetivo de recuperar su movilidad. 

Tobirama ya no se resistía, ya no era indiferente ante los esfuerzos de Madara.

Durante ese tiempo, Hashirama los visitó. Pero no vino solo, sino acompañado por su prometida, Mito Uzumaki, una mujer imponente incluso en el más dulce de los silencios. El líder Senju no se presentó con discursos, ni con advertencias, ni con sentimentalismos innecesarios. Sólo se quedó unos días, observando la dinámica entre su hermano y su amigo. Con cada taza de té que compartían, con cada cuidado, Hashirama comprendía que había una posibilidad real de paz.

El respeto entre ambos estaba floreciendo, lento, torpe, pero vivo. Incluso algo más comenzaba a asomar bajo la superficie: una cercanía que no podía reducirse al deber, ni a la conveniencia política. Mito, astuta como siempre, lo notó antes que ellos. Le bastó con una sola tarde para captar la gravedad de las miradas que no se dirigían, la forma en que Tobirama ya no evitaba el tacto, y cómo Madara no se permitía desviar la vista por demasiado tiempo a su esposo. Sus ojos antes fríos y calculadores en batalla, brillaban con la pequeñas sonrisas y aprobaciones de Tobirama.

Hashirama se marchó días después, satisfecho.

Su corazón, aunque aún herido por las acciones del pasado, se sentía un poco más en paz al ver a su hermano menor recuperar fuerzas... y algo más. Con suerte, tal vez podría esperarlos para el festival de los crisantemos y su propia boda.

Y así, los días siguieron su curso.

En una de esas mañanas frías de primavera, Madara entró, saliendo de un reconfortante baño, y como ya era costumbre, se acercó a la bandeja donde su catadora dejaba su té. El sol apenas se colaba por los paneles de papel, iluminando el rostro aún adormilado de Tobirama. Madara se acercó y tocó su rostro con delicadeza para despertarlo.

—¿Otra vez té de jazmín? —preguntó el albino, sin abrir del todo los ojos—. Si me envenenas, al menos que sea con buen sabor.

Madara dejó escapar una risa corta, seca, pero auténtica.

—Tu humor mejora cuando tienes hambre —replicó, sentándose junto a él—. Y no, no es jazmín. Hoy probaremos manzanilla con anís. Dicen que ayuda a que los viejos no se quejen tanto de sus dolores.

—Tendrás que probarlo tú primero —dijo Tobirama con fingido desdén, pero ya estirando una mano en busca de la taza.

Madara la tomó, firme, guiándola hasta los dedos de su esposo.

Y por un instante, sólo hubo el calor del té, y el silencio compartido entre dos hombres que empezaban a conocerse... de verdad.

Madara observó el modo en que Tobirama sostenía la taza, cómo la acercaba lentamente a sus labios sin necesitar ayuda. Sus movimientos eran aún cuidadosos y suaves, pero más seguros que antes. El aroma del té se mezclaba con la luz de la mañana y por un instante, Madara no pensó en nada.

—¿Descansaste bien? —preguntó en voz baja, casi sin querer romper la calma del momento—. ¿Y tú vista...?

Tobirama asintió levemente

—He dormido mejor estos días. Sigo sintiendo algo de dolor de cabeza cuando trato de leer por mucho tiempo, pero ya no es como antes. Supongo que con más descanso se irá por completo, me gustaría saber si podemos ir a la biblioteca del clan a recoger otros pergaminos. —Bebió otro sorbo, relajando los hombros—. Quiero recorrer el complejo contigo. Conocerlo todo... ya que este será mi hogar y necesito estudiar.

Madara lo miró, sintiendo cómo ese comentario le provocaba un calor inesperado en el pecho. Hogar. Era una palabra demasiado íntima viniendo de Tobirama, y quizás por eso le sonrió con sinceridad.

—Cuando termines de desayunar, iremos.—dijo, sirviéndole más té.

Justo entonces, la puerta corrió con suavidad, y la jefa de sirvientas del complejo Uchiha hizo una breve reverencia antes de entrar. Llevaba consigo un kimono de tela pesada, azul oscuro con bordes negros, la prenda formal de Madara para las visitas de alto rango.

—Lord Madara, el consejo espera su presencia en la asamblea de mediodía —dijo con profesionalismo—. He traído su kimono.

Madara se puso de pie, dejando la tetera sobre la mesa baja. La mujer se acercó con eficiencia a ayudarlo, acomodando las mangas con una precisión acostumbrada. Sin embargo, mientras lo hacía, su voz adquirió un matiz más suave, casi condescendiente.

—Siempre es un honor atenderlo, mi señor... aunque —su mirada se deslizó por un instante hacia Tobirama, aún sentado con la taza entre las manos— estas cosas deberían hacerlas los omegas. Es parte de su deber, ¿no cree? Asistir a su alfa, vestirlo, servirle...

La pausa fue breve, pero tensa.

—Así se ha hecho siempre —añadió con una sonrisa medida—. En fin, supongo que no todos los matrimonios son iguales.

Tobirama no respondió. Tomó otro trago de té con completa serenidad, como si no hubiera escuchado nada. Su expresión no cambió ni un poco, pero Madara lo conocía lo suficiente como para notar que su espalda se había tensado apenas.

Madara, en cambio, se quedó en silencio, sintiendo que las palabras de la mujer le perforaban algo que no sabía que podía doler. Antes le hubiera dado la razón a la mujer—,pero ahora, una parte de él, profunda y callada, quería cuidar a Tobirama por elección. Y ahora dudaba si ese deseo no se le notaba demasiado.

—Tomaré un baño —dijo Tobirama de pronto, poniéndose de pie con la elegancia de siempre, sin mirar a la sirvienta ni al propio Madara—. Llámame cuando estés listo.

Se alejó con calma hacia los aposentos contiguos. No hubo enojo en su voz, ni prisa. Pero su gesto fue tan claro como el silencio que dejó tras de sí.

Madara bajó la mirada y se dejó ajustar el último pliegue del kimono. Por primera vez en mucho tiempo, algo en él se sintió desacomodado, como si la tela no terminara de encajarle del todo.

El vapor le recibió como un abrazo antiguo al cruzar la entrada de los baños privados, ocultos entre biombos lacados y madera oscura. Tobirama conocía bien esa zona ahora, reservada para los líderes del clan; sin embargo, no dejaba de sentirse como un extraño que se deslizaba por el mármol y la piedra con demasiada cautela.

Se desató el nudo de su obi con un solo gesto. El suave kimono de dormir, azul cielo, cayó sobre sus tobillos con un suspiro apenas audible. El vapor le rozó la piel desnuda con cierta reverencia mientras se acercaba a las aguas termales. Se sentó junto a una cubeta de cedro para lavarse primero, con movimientos pausados, casi ceremoniales.

El murmullo del agua se mezclaba con sus pensamientos.

"Estas cosas deberían hacerlas los omegas."

La voz de la jefa de sirvientas volvía a él como una astilla alojada bajo la piel. Era cierto: en las tradiciones del clan Uchiha —y de tantos otros— se esperaba que los omegas sirvieran a sus alfas. Vestirlos, atenderlos, cuidar de su imagen y de su descanso. Incluso su madre lo había mencionado alguna vez, en tono neutro, que era parte de otras culturas.

Pero Tobirama no era de ese mundo. Había crecido en una familia donde la guerra robaba las reglas tradicionales y les daba nuevas formas. Los roles se adaptaban al sobrevivir. Ser un omega nunca le impidió tomar decisiones, ni estar al mando, ni liderar.

Y aun así...

Le preocupaba Madara.

El hombre no había hecho exigencias desde que cayó enfermo. Todo lo que le daba —el té cada mañana, su compañía constante, las palabras suaves antes de dormir— venía envuelto en un respeto cuidadoso. Pero ¿qué esperaba en realidad de él? ¿Qué tanto de ese respeto era parte del momento, de su enfermedad, de la culpa, de las amenazas de Hashirama?

Tobirama vertió agua caliente sobre sus hombros. El calor lo hizo estremecerse, soltando un suspiro contenido.

No quiero disgustarlo, pensó. No ahora

Madara no era como lo imaginó en los primeros años de odio y rivalidad. Tenía aristas que comenzaban a gustarle. Una forma extraña de ternura que no combinaba con la imagen cruel que se había fabricado de él. Estaban, poco a poco, acercándose... más allá de lo que dicta el acuerdo.

Y eso lo volvía todo más frágil.

No quería ser una carga. No quería fallar en lo que tal vez se esperaba de él.

Apoyó la frente contra la roca tibia junto a la piscina humeante, permitiendo que el vapor le cubriera los pensamientos.

"No todos los matrimonios son iguales..."

No, desde luego que no.

Pero ¿y si este... podía ser distinto?

Tobirama regresó a la habitación con el cabello aún húmedo, peinado hacia atrás de forma sencilla. Llevaba un kimono gris claro, liso, cómodo, sin pretensiones. No era vistoso, pero lo había traído junto con algunas cosas desde su casa en la sede del clan Senju. Se sentía más ágil con él, más libre. Sin embargo, al abrir la puerta, lo recibió la figura erguida y severa de Hana, la jefa de sirvientas.

Ella, una mujer mayor de cabello recogido en un moño impecable, lo observó con una expresión impasible, casi despectiva, mientras se inclinaba ante él con un respeto protocolario.

—Señor Tobirama —dijo en voz baja—. He venido a preparar su vestimenta para la salida con Lord Madara. Es el apropiado. Señaló un hermoso kimono, color blanco, detalles en plateado y rojo, con motivos del clan uchiha. Un match perfecto con el que le había colocado a Madara hacía un rato.

Tobirama mantuvo la compostura y agradeció con una leve inclinación de cabeza.

—Le agradezco, Hana, pero este kimono es suficiente por ahora. Todavía no me acostumbro del todo a los más pesados... podría causarme molestias.

Hana frunció apenas los labios, aunque su tono siguió siendo educado, como si cada palabra viniera envuelta en hielo.

—Comprendo, pero debería saber que presentarse así solo servirá para avergonzar a Lord Madara. Esa ropa... —lo recorrió con la mirada de arriba abajo— es indigna de su rango como omega unido a nuestro líder. Su deber no es solo recuperarse, señor Tobirama, es también representar a su clan... aunque sea solo de nombre por ahora.

Tobirama apretó los labios. No respondió. No quería discutir.

—Usted jamás podrá compararse con nuestro señor Madara —prosiguió Hana con crueldad—, pero, aun así, le pertenece. Aunque sea vulgar su manera de comportarse, aunque no entienda aún su lugar, sigue siendo su pareja. Esa sola condición debería bastarle para saber qué se espera de usted.

Tobirama clavó la mirada en el suelo, no porque estuviera de acuerdo, sino porque el enojo le subía por la garganta como un veneno. No quería darle el gusto de verlo reaccionar. Tragó saliva con dificultad. Se limitó a asentir en silencio.

Hana, satisfecha con el silencio sumiso, se acercó con su caja de cosméticos y empezó a arreglarlo. Pese a sus palabras duras, su habilidad era impecable. Aplicó con precisión un poco de color a sus mejillas y labios, y delineó apenas sus ojos, realzando la intensidad natural de su mirada. Todo con comentarios punzantes.

—Una piel tan blanca y enfermiza no favorece a nadie —murmuró mientras trabajaba—, pero con algo de esfuerzo, al menos podemos sacar algo hermoso de usted. Aunque sea por deber.

Cuando terminó, se hizo a un lado para dejar que Tobirama se viera en el espejo. Lo había dejado perfecto, como una obra de porcelana: sereno, elegante, casi etéreo. Un omega digno de estar a la vista... pero a costa de su orgullo.

Hana no esperó una respuesta y el dirigió con pasos decididos al biombo donde ya estaba dispuesto el kimono. Era una prenda preciosa, tejida con hilo de seda gruesa, y un obi ancho, rígido, hecho para moldear el porte de quien lo usaba.

Tobirama no tuvo más opción que quedarse quieto mientras la mujer regresaba con las piezas.

—Levante los brazos, por favor —ordenó con amabilidad fingida.

Él obedeció en silencio, permitiendo que la capa exterior del kimono gris cayera al suelo. Ella no se inmutó. Tomó la prenda interior blanca y se la colocó con eficiencia. Luego, el juban, una capa más que se anudaba cuidadosamente sobre la primera. Cada movimiento era firme, calculado, como si estuviera vistiéndolo para una ceremonia importante... o para una exposición.

El kimono principal fue colocado encima. Era pesado. Demasiado. Antes, un peso como este hubiera sido nada; pero ahora, que su cuerpo había estado sin hacer mucha actividad, se sentía pesado y rígido.

El tejido, aunque fino, estaba reforzado en los bordes y las mangas, como se estilaba en las prendas de alta jerarquía. Le oprimía ligeramente los hombros, como si el peso de la expectativa se tejiera en cada costura. Hana lo alisó con las palmas, asegurándose de que el escote delantero quedara perfectamente alineado, y comenzó a doblar y ajustar las capas con cintas finas.

—No mueva los brazos —advirtió al comenzar a atarle el obi alrededor del torso.

El obi era ancho, rígido, y requería varias vueltas. Con cada tira, sentía que su pecho era más oprimido, como si le costara un poco más respirar. El lazo en la espalda lo empujaba hacia adelante ligeramente, obligándolo a mantener una postura recta, orgullosa. Falsa.

—Los omegas del clan han sido entrenados desde jóvenes para moverse con esta vestimenta —comentó Hana mientras le acomodaba el cuello trasero—. Usted, sin embargo... apenas puede sostenerlo.

Tobirama no dijo nada. Pero en su cabeza resonaba como un golpe. Era cierto. No estaba acostumbrado a estas cosas. Aun así, ahí estaba, soportando las faltas de respeto.

Con delicadeza, se inclinó para colocar frente a él un par de geta, sandalias de madera oscura con tiras blancas y un leve bordado rojo. Tobirama las observó por un momento. El grosor de la suela, la forma en que debían equilibrarse al caminar... todo parecía una prueba, un rito que no se había preparado para cumplir. Dudó. El peso del kimono ya era considerable, y la idea de caminar con esas sandalias lo hacía imaginarse tropezando en el peor momento, como un adorno frágil que se desploma sin gracia.

Pero se tragó su orgullo.

Respiró hondo, colocó el pie derecho con firmeza, luego el izquierdo, y se incorporó con una dignidad que no sentía del todo. El sonido seco de la madera al tocar el suelo retumbó en la habitación.

—Está listo —declaró Hana con voz alta y clara.

Tres damas de compañía esperaban ya del otro lado de la puerta corrediza, perfectamente alineadas, como figuras de porcelana. Vestían de tonos oscuros, discretos, pero impecables, y bajaron la cabeza con respeto al verlo salir. Hana las miró de reojo antes de dar la orden:

—Guíen al omega de Lord Madara al jardín interior. Él se encuentra en el pabellón norte, esperando.

Las tres mujeres asintieron. Una caminó al frente, las otras dos lo escoltaron a cada lado. Tobirama apenas si podía ver hacia abajo con claridad; el peso del obi lo obligaba a mantener la vista al frente, erguido, elegante, como exigía el protocolo. Cada paso hacía crujir la madera de las sandalias contra el piso pulido. Avanzar era una mezcla de esfuerzo y resignación. Un recordatorio de que, en esa estructura imponente y ancestral, cada cosa tenía su lugar... incluso él, aunque no supiera aún cuál era.

Al cruzar el umbral del ala privada hacia el pabellón norte, una brisa suave le acarició el rostro. Ese aroma a pino y canela podría reconocerlo a kilómetros.

Tobirama apretó los labios por un instante, ordenando a su cuerpo mantenerse firme.

Fuera cual fuera la mirada que Madara le dirigiera, necesitaba saber si estaba dispuesto a aceptarlo como era... o si también lo vería como un adorno más en su gran mansión.

 

Dentro del pabellón, el murmullo final de la reunión se desvanecía. Madara se había despedido con su habitual firmeza —una reverencia leve, pero respetuosa—, dando por concluida la sesión con consejeros. Estaba por abrir la puerta corrediza cuando una de las acompañantes se adelantó con una reverencia elegante.

—Lord Tobirama lo espera afuera, mi señor.

Madara parpadeó con ligera sorpresa. No era usual. Tobirama solía esperarlo en la habitación principal, donde la luz era suave y el silencio más amable con su sensibilidad. Dio un par de pasos hacia la entrada mientras la acompañante deslizaba la puerta con la gracia de un ritual.

El sol del mediodía bañaba el corredor exterior con su fulgor dorado. Y allí, bajo la sombra delicada de un paraguas ceremonial rojo, estaba él.

Los murmullos se alzaron, pero no fueron de juicio.

Los consejeros, al salir del pabellón uno a uno, se detuvieron con sutiles exclamaciones contenidas. Sus ojos, se abrieron más de lo habitual. Un par intercambió miradas silenciosas, como si no hubieran esperado que el infame Senju pudiera portar con tanta naturalidad el esplendor de una imagen casi mitológica. No dijeron nada, pero el asombro flotaba entre ellos como incienso.

Madara lo vio todo.

Y, aun así, lo único que pudo mirar fue a él.

Tobirama estaba radiante. Vestido con el kimono tradicional blanco con detalles rojos, la tela pesada caía sobre su figura con solemnidad, otorgándole una elegancia etérea. Bajo el paraguas, la luz se filtraba sobre su rostro con suavidad. Su cabello, peinado con cuidado, brillaba con un tono casi plateado. Sus ojos, intensos colores rojos, como si poseyera un sharingan nato, lo observaban desde la distancia con serenidad.

Madara sintió cómo su respiración se le quedaba atrapada en la garganta. Era imposible no mirarlo.

Pensó, por un momento, que Amaterasu se le había revelado en forma humana ante él.

Y eso lo desconcertaba más que cualquier otra cosa.

Los murmullos a su alrededor hablaban de belleza, de elegancia, de cómo un Senju podía portar con más gracia los símbolos de la casa Uchiha que muchos de los suyos.

Madara caminó hacia él, con pasos silenciosos, pesados por la repentina conciencia de la escena. Cada detalle —el paraguas, las sandalias de madera, el borde rojo del kimono rozando el suelo— era como una pintura viviente que no quería perturbar.

Se detuvo justo frente a él.

—No esperaba que vinieras hasta aquí —murmuró.

Tobirama no respondió de inmediato. Solo lo miró. Su mirada no era desafiante ni altiva, sino tranquila. Y, aun así, había algo en ella... algo profundo, algo que Madara no sabía si quería entender del todo.

Era una invitación.

Tobirama apenas levantó la mirada al encontrarse con la de Madara, su gesto estaba sereno, sí, pero algo más asomaba detrás de sus ojos rojos: una incomodidad difícil de esconder. Las mejillas, apenas teñidas de un sonrojo tenue, parecían sugerir vergüenza. Aunque para él, en su mente ordenada y racional, aquello no era más que incomodidad por la ropa, por el maquillaje, por las sandalias de madera que crujían con cada paso y amenazaban con traicionarlo.

Madara, por su parte, lo observaba con detenimiento, su rostro tan hermoso, no se cansaba de repetirlo en su mente, tocó un poco su rostro, el suave tacto fue correspondido sobre la palma de su mano.

—Déjennos solos —ordenó con voz baja pero firme, dirigiéndose a las acompañantes que custodiaban a Tobirama.

Las mujeres se inclinaron sin protestar y se retiraron con pasos suaves, como pétalos arrastrados por el viento. Hana, desde la distancia, frunció apenas los labios, pero guardó silencio.

Tobirama, aún en su aparente compostura, se inclinó para avanzar... y trastabilló.

Madara sintió cómo la fuerza con la que su brazo fue tomado lo sacudió por dentro. Por un instante, creyó que era un gesto de desesperada emoción, algo fuera de lugar en el Tobirama que conocía. Pero al mirar hacia abajo, entendió. Las sandalias tradicionales, altas y toscas, no eran para alguien que apenas estaba recuperando su equilibrio. Tobirama no se aferraba a él por cariño. Se sostenía porque estaba a punto de caer.

El alfa lo sostuvo con firmeza, sin soltarlo, y acercó ligeramente el rostro para que solo él pudiera escuchar.

—Puedes decir si no estás cómodo. No tienes que vestirte así por nadie.

Tobirama no respondió. Solo asintió con una ligera inclinación, incapaz de aceptar abiertamente una amabilidad que no estaba acostumbrado a recibir.

A lo lejos, los consejeros observaban la escena en silencio. El respeto que hacía unos minutos pesaba sobre el aire, por la belleza imponente de Tobirama, se desvanecía entre susurros envenenados.

—Con qué facilidad lo ha domesticado... —murmuró uno.

—Debió ser cuestión de tiempo —añadió otro con desdén.

—¿Y ese es el legendario Demonio Blanco? Se ve más omega que cualquier otro...

Las palabras no eran lo suficientemente altas como para ser oídas con claridad. Y aunque pudiera escucharlas, Madara las habría ignorado en ese momento.

No soltó su brazo. No permitió que Tobirama sintiera que podía caer.

Su pecho se sintió cálido de nuevo. Él era su pareja. Su esposo. Su omega.

—¿Vamos? —preguntó Madara, sin mirar a los otros.

Tobirama asintió. Caminó a su lado, el brazo enlazado aún, y en su rostro persistía un leve rubor que Madara no se atrevía a descifrar. Pero el calor de su mano, la forma en que se aferraba a él, le bastaban por ahora.

Madara lo sintió como un juramento silencioso.


El calor del mediodía era cálido, pero no abrasador. Tobirama caminaba junto a Madara, con pasos algo cautelosos por culpa de las sandalias. El brazo de su esposo seguía ofreciéndole apoyo, y aunque el rubor en sus mejillas aún no se había disipado del todo, su semblante se veía más tranquilo.

Atravesaron el jardín principal, ese que Tobirama ya conocía. Las flores estaban en pleno nacimiento y el estanque interior de la Mansión Uchiha brillaba con reflejos plateados. Madara caminaba a su lado con la espalda recta, los movimientos suaves, como si estuviera paseando por un templo que conocía de memoria. El enervante perfume de las flores provocó una sonrisa en Madara, le encantaba ese toque dulce. Uno al que se estaba acostumbrando.

—Este es uno de los cuatro jardines —explicó Madara, señalando con la mano libre hacia el borde del estanque—. Este lo conoces, claro. Es el más reservado, pero aquí tenemos la mayoría de las flores más raras. Los otros están distribuidos alrededor del complejo. Cada uno tiene un estanque y plantas que representan las estaciones: primavera, verano, otoño e invierno. Cómo verás, este es la primavera.

Tobirama asintió, grabando la información.

—¿Y esta calle? —preguntó mientras doblaban en una vía adoquinada, flanqueada por faroles de madera tallada.

—La calle principal. Conduce desde la sede de juntas hasta los barrios civiles —explicó Madara—. Aquí viven la mayoría de las familias del clan. Hay mercados pequeños, casas antiguas, talleres de textiles y cerámica. No es muy ostentoso, pero es eficiente. Actualmente las colonias están en reconstrucción, así que no pasaremos por ahí.

Tobirama observó con atención los puestos de frutas, carne seca y utensilios. El bullicio era suave, y el ambiente, aunque no festivo, era cálido.

Sin embargo, algo le llamó la atención. Aunque veía comercio, casas, incluso zonas de juego para niños, no encontraba tierras de cultivo.

¿Dónde cultivan? ¿Cómo se sostienen? se preguntó, sin decirlo en voz alta. Era una observación técnica, pero también una preocupación oculta en su mirada analítica. ¿No tienen una escuela?, pudo observar a lo lejos una zona de entrenamiento militar, pero no estaba delimitada.

Madara lo notó distraído por un momento y retomó la conversación para no perder el hilo.

—Durante el Festival del Fuego, solemos cocinar distintos guisos de carne, sobre todo carne de res y cerdo —dijo con tono animado—. Se decora todo con cintas rojas y se preparan asados al aire libre. Es uno de los pocos días donde los guerreros se relajan de verdad. Cada familia tiene una receta propia.

—¿Y todos participan? —preguntó Tobirama, curioso.

—Sí. Es obligatorio —respondió con una sonrisa ladeada—. Pero el que más disfruto es el "Día Rojo". Cuando la luna se tiñe de carmesí, se rinde tributo a la diosa Amaterasu. Bebemos sake, danzamos bajo los cerezos, y se recitan poemas a su belleza. Los omegas suelen ser los más hábiles para ello. Hay un concurso en cada festival.

Madara hizo una pausa, como si recordara algo que le causaba orgullo.

—Pero yo los supero a todos —agregó con una sonrisa de suficiencia—. Incluso sin tener esa "delicadeza omega" de la que tanto presumen. Rió.

Tobirama lo miró de reojo, algo divertido.

—¿En serio?

—Puedes ponerlo a prueba cuando quieras. —Madara alzó una ceja, desafiante, pero con un dejo de coquetería mal contenida.

El Senju sonrió, genuinamente intrigado. Lo cierto era que jamás había imaginado a Madara recitando poesía o bailando. Había algo... casi tierno en pensar en ese alfa entregado a las artes.

—En el Clan Senju, en cambio, la mayoría pinta o baila —murmuró Tobirama, sin pensar mucho en ello—. Es más... introspectivo.

—Me lo imaginaba —respondió Madara—. Su forma de moverse, incluso cuando luchan, tiene algo de danza.

Caminaron unos pasos más, en silencio. Tobirama respiró hondo y sintió el aroma a madera fresca, a incienso en el aire, y a las hojas húmedas del jardín de verano por el que pasaban.

A pesar del peso de la ropa tradicional, de la incomodidad con las sandalias, Tobirama comenzó a sentirse parte del paisaje.

Y por primera vez, la idea de conocer ese nuevo hogar no le resultaba tan ajena.

Caminaron un poco más por los senderos adoquinados, bordeados por faroles de madera negra y cuerdas de papel blanco que ondeaban suavemente con el viento. Aunque el paso era tranquilo, Tobirama comenzaba a sentir el peso del kimono y la inestabilidad de las sandalias. El calor de la tarde, más persistente que abrasador, sumado al esfuerzo de mantenerse erguido en ese atuendo tradicional, empezó a hacer mella en él.

Madara notó el leve temblor en su brazo y cómo Tobirama apretaba un poco más su agarre, disimuladamente. Incluso cerraba los ojos ante el esfuerzo.

—Estás cansado —murmuró Madara, más como una certeza que una pregunta.

Tobirama no respondió de inmediato, pero desvió la mirada como si no quisiera reconocerlo. Sin embargo, su respiración un poco más pesada lo delataba.

—Ven —añadió Madara con suavidad, guiándolo hacia un rincón del jardín más cercano—. Hay sombra allá, junto al estanque de las camelias.

Tobirama asintió en silencio, agradeciendo sin decirlo en voz alta. Caminaron unos metros más hasta llegar a una estructura de madera semicubierta, donde un banco de piedra reposaba frente a un pequeño estanque. A un lado, una hilera de camelias florecía en todo su esplendor: blancas, rojas y rosas, como pinceladas de pintura sobre el verde.

El Senju se sentó con cuidado, dejando escapar un suspiro silencioso. El lugar era sereno, solo roto por el canto suave de algunos pájaros y el sonido del agua corriendo lentamente en el estanque.

Madara permaneció de pie un momento, observándolo. En el silencio íntimo, parecía aún más etéreo: su cabello blanco suave, la línea de sus labios todavía algo tensos por el esfuerzo, y ese leve sonrojo sobre sus mejillas.

Poco a poco, algunos civiles se acercaban por el mismo sendero, bajando la voz al ver a los dos líderes. Al principio, las miradas eran discretas, observadoras, con un matiz de duda. Muchos aún no sabían qué pensar del Senju como consorte del líder Uchiha. Pero conforme se acercaban, sus ojos se desviaban inevitablemente hacia Tobirama.

El kimono blanco con detalles en rojo realzaba el tono marfil de su piel, y aunque no era en su mayoría, de su agrado, había algo en su presencia que no podía negarse: era hermoso. Incluso con el rostro ligeramente sonrojado por el calor y el esfuerzo, incluso con los mechones sueltos en la frente, Tobirama lucía más como un retrato pintado que como un hombre real.

Los susurros no tardaron.

—"¿Es él el Senju?" "Nunca había visto ojos tan intensos...casi como un Sharingan" "Se ve... ¿frágil? Pero tan digno." "Parece un espejismo."

Madara escuchó todo, cada palabra. Sintió el pecho llenarse de algo extraño, una mezcla entre orgullo feroz y un deseo primitivo de protegerlo de todas las bocas que lo nombraran sin cuidado.

Tobirama, ajeno a los murmullos o simplemente desinteresado, solo cerró los ojos un momento y giró levemente el rostro hacia las camelias.

—Son hermosas —susurró, sin abrir los ojos—. Nunca había visto tantas floreciendo a la vez.

Madara lo miró en silencio por un instante y luego se sentó a su lado, dejando que el momento respirara por sí mismo.

Como tú —dijo al fin, sin sarcasmo. Solo una verdad simple, dicha en voz baja.

Tobirama abrió los ojos, lo miró de reojo, y no respondió, sólo sonrió con ternura. Pero su mano, aún algo temblorosa, buscó la de Madara.

Y la encontró.

El sol ya se había desplazado alto sobre el cielo cuando Tobirama, con una expresión serena pero algo tensa, desvió la mirada del jardín y le murmuró a Madara:

—Me gustaría visitar la biblioteca. Hay algunas cosas que necesito revisar...

Madara asintió con suavidad, dispuesto a complacerlo. Comenzaron a caminar por el sendero de piedra que cruzaba los jardines, pero apenas habían avanzado algunos pasos cuando Tobirama tropezó levemente; sus sandalias se tambalearon y su cuerpo se inclinó hacia adelante. Madara lo sujetó por el brazo, firme, pero sin brusquedad.

—No más por hoy —dijo con tono decidido, sus ojos oscuros midiendo con atención el color pálido en el rostro de Tobirama—. Volveremos a la habitación. Vamos a tomar un baño y descansar. Luego... quizás.

—Estoy bien —insistió Tobirama, con su obstinación habitual.

Madara entrecerró los ojos.

—No lo estás.

Caminaron un poco más hasta el umbral de la mansión Uchiha.

Y sin más, giró el rostro hacia su catadora, que lo seguía unos pasos atrás.

—Hiyori, lleva agua fresca y fruta a la habitación —ordenó con calma—. Que sea algo ligero.

—Sí, Lord Madara.

Continuaron caminando, ahora con un paso más lento. Tobirama no protestó más, pero el temblor casi imperceptible en su brazo lo traicionaba.

A mitad del corredor, Madara se detuvo un instante al ver pasar a una de las damas de compañía.

—Haz venir a Hana —le indicó—. Dile que su presencia es requerida en la habitación principal.

La mujer asintió de inmediato y se marchó por el pasillo contrario.

Cuando entraron en la habitación, Madara soltó un largo suspiro. El calor atrapado bajo las capas del kimono ceremonial comenzaba a incomodarlo. A pesar de estar completamente sano, detestaba esa ropa. Sin pedir ayuda, comenzó a desatarse los nudos con una leve torpeza.

Tobirama lo observó unos segundos y luego se acercó.

—Déjame ayudarte —ofreció en voz baja, alzando una mano.

—No tienes que hacerlo —replicó Madara, bajando la mirada con suavidad—. Descansa. Estás agotado.

—Quiero hacerlo.

Madara vaciló, pero no dijo más. Tobirama se inclinó para retirar la capa exterior, con cuidado de no hacer un movimiento brusco y caer.

Fue entonces que la puerta se deslizó suavemente y Hana entró.

Sus ojos fueron primero hacia Tobirama, analizando su cercanía con el señor de la casa. Se acercó sin decir nada, colocó las manos sobre los hombros de Madara con una autoridad silenciosa y apartó a Tobirama con un gesto tan suave como firme. No necesitó decir palabra: ese movimiento lo decía todo.

—Déjamelo a mí, Lord Madara —dijo al fin, con una leve reverencia. Su tono era neutro, pero en su mirada había una sombra clara de juicio.

Madara asintió sin notarlo.

—Te espero en el baño —le dijo a Tobirama con una sonrisa sutil, sin percibir del todo el gesto de Hana.

Cuando se retiró, Hana se quedó junto a Tobirama, doblando con cuidado las capas del kimono que acababa de quitarle a Madara. Guardó la tela como si fuese un símbolo sagrado y, al hacerlo, lanzó una mirada breve pero afilada al omega que seguía de pie a su lado.

—Patético... —susurró, sin molestarse en disimular.

Tobirama sintió que la garganta se le apretaba. No respondió. Sólo permaneció allí, con las manos apretadas sobre el regazo, viendo cómo la mujer que servía con lealtad inquebrantable a Madara también lo despojaba a él —poco a poco— de cualquier dignidad.

La mujer retiró las capas de la ropa y las guardó en una caja especial. Ni siquiera lo miró en todo el proceso, completamente indiferente a él.

Y por primera vez en días... volvió a sentirse verdaderamente solo.

Se supone que así lucía Tobirama en su paseo con Madara: https://www. /oli-the-hore/787299556870242304/here-we-go-again-okay-my-english-is-bad-im?source=share

Notes:

No pude dejar de pensar en el cap, es por ello que lo escirbí jjajajaa, trataré de trabajar en el fic lo más que pueda, estoy más que inspirado, tengo una obsesion. jajajaja, me encanta como Madara cuida de Tobirama. UwU quisiera saber como es celoso... me tienen enamorado estos 2, ¿será que ya necesitan sufrir para hacer esto más emocionante?

Se vienen momento dificiles para ellos ¿están listos? <3

La recomendación musical es " Eso y más - Joan Sebastian"

La mejor frase de la canción es

Sería un honor amor, ser tu esclavo

Sería tu juguete por mi voluntad,

y si un día glorioso en tus brazos acabo,

qué felicidad...

Poesía pura amiguitos.

Playlist del fanfic: https://www.youtube.com/watch?v=hGzuUPdEp28&list=PLU3kcxK1XsNp-oyozoLgAN_k3snfacwnp&ab_channel=Ram%C3%B3nAyala-Topic

Chapter 6: Capitulo 6: Joven y hermoso

Notes:

Notas del autor: Considero que realmente este fanfic está avanzando a pasos agigantados, gracias todas las personitas que lo leen. :3 planeo hacer fanarts de cada capítulo y ponerlo de portada o pubicarlo en tumblr, aunque por lo menos, trataré de terminar primero el fic antes de centrarme en los dibujos, incluso si quieren regalarme un fanart seré muy feliz TuT.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Capítulo 6: Jóven y hermoso.

Madara no dejó pasar el hecho de que su esposo se estaba tardando demasiado con ese kimono, incluso ya había enjuagado su cabello más de dos veces; últimamente a Tobirama le daba por peinar su larga cabellera negra. Es por ello que esos días, ponía mucho empeño en siempre tenerlo lo mejor posible, no sabía en qué momento iba a querer estar cerca de él y era mejor siempre estar precavido.

Y después de esos vergonzosos pensamientos se hundía dentro del agua, soltando un grito de vergüenza que fue encerrado por el líquido.

¿Cómo era posible tener tales pensamientos de jovencito? ¿desde cuándo anhelaba tanto la atención de Tobirama?

Era mucho decir, que Tobirama lo tenía más que cautivado, con su manera de mirar y de sonreír.

El baño comenzó a sentirse más caluroso de lo habitual, y optó por salir un momento y ver qué pasaba en la habitación.

Y justo al abrir, Tobirama esta del otro lado, desnudándose; se miraron a los ojos, Madara giró su rostro de la impresión, mientras que Tobirama se mantenía recto y orgulloso.

Su cuerpo era igual que su rostro, de un tono casi blanco; estaba mucho más delgado que hace un mes, pero la complexión y músculos seguían ahí, sus largas extremidades, elegantes y cautivadoras a la vista, cubierto por cicatrices de batalla y una toalla de baño; que pecado sería desear que cayera en ese instante pensó el pelinegro.

Madara recuperó la compostura e invitó a su esposo a compartir el baño con él.

Tobirama aceptó con un asentimiento; antes de eso, Madara se ofreció a lavar su espalda; no esperaba que su segunda vez desnudo frente a su esposo fuera en esta situación; o por lo menos, desearía que esta hubiera sido la primera; para olvidar el tropiezo de la anterior.

El agua fría se convirtió en un alivio para el albino, logró enjuagar los restos del maquillaje y lavó su cabello mientras Madara regresaba al agua caliente.

Él pronto lo acompañó, sentándose a su lado. Madara aún seguía en silenció, pero se acercó un poco más. Mientras sus manos se sostenían bajo el agua.

...

Ambos se vistieron con ropas más ligeras, lejos de las prendas formales que exigían los paseos oficiales. Tobirama, con una yukata gris y ropa de combate color negro, de cuello alto y manga larga, mientras que Madara con una túnica oscura de lino suelto, que dejaba a la vista parte de su pecho aun ligeramente húmedo.

En la mesa cercana, la jarra de agua fresca y el plato de fruta esperaban por ellos. Madara sirvió un vaso para Tobirama, y se sentaron juntos, hombro con hombro, en los cojines frente a la pequeña mesa baja en una zona dentro de la habitación principal; que era reservado para tomar el té.

Tobirama rompió el silencio primero, mientras probaba una rebanada de melón verde.

—Los jardines son muy hermosos. He notado que hay muchas plantas medicinales... algunas raras, incluso para mí, me gustaría revisar algún libro en la biblioteca. Podría intentar clasificarlas, algunas pueden venderse a precios bastante altos en el mercado. —Su voz sonaba tranquila, sincera, enfocada como siempre en algo práctico.

Madara asintió, aunque en realidad no había procesado del todo lo que le había dicho.

Tenía los ojos fijos en el recuerdo de sus manos entrelazadas.

No sabía en qué momento Tobirama las había tomado con tanta naturalidad, ni por qué él no se había resistido. Solo sabía que sus dedos se sentían cómodos allí, entrelazados con los de su esposo, como si ese gesto hubiera sido siempre parte de su rutina.

—¿Madara? ¿me estás escuchando?

El pelinegro parpadeó, notando que Tobirama lo observaba con una ceja ligeramente arqueada, mientras tomaba otro trozo de fruta.

—Ah... lo siento —murmuró, volviendo a la realidad—. Dijiste... ¿clasificar...?

Tobirama suspiró con suavidad, una sonrisa minúscula dibujándose en sus labios.

—Pensé que eras tú quien me estaba escuchando con atención. Al parecer, te robé la concentración.

Madara se aclaró la garganta, nervioso.

—No es eso... Es solo que... —miró sus manos unidas y bajó la voz—. Estaba recordando lo de hace un rato, en el baño.

Tobirama noto el nerviosismo de Madara en su vínculo, no respondió de inmediato. Solo lo miró, evaluando la honestidad que, poco a poco, se asomaba en los gestos del Uchiha. En su mente pensó que sería divertido provocar a Madara, sólo para ver que podría pasar, pero al mismo tiempo, tenía miedo de esa reacción.

—¿Te refieres a mis cicatrices?—dijo finalmente, sin vergüenza.

Madara sintió cómo el sonrojo le subía otra vez por el cuello

—No, no no.—replicó, rápido—. Bueno, no... pero también fue...

—¿Desagradable?

Los ojos de ambos se encontraron. Madara abrió la boca para responder, pero no encontró las palabras correctas. Sólo negó con la cabeza y bebió un gran trago de agua.

—Entonces... ¿qué ha sido? —. Sonrió con malicia

Pero Madara siempre lo sorprendía. Lo miró a los ojos profundamente, con ese hermoso color azabache, entre cerrados un poco por la vergüenza, como si ese pequeño gesto pudiera decir todo lo que su orgullo aún no le permitía poner en voz alta.

Tobirama lo entendió. Y su corazón se disparó.

—Entonces vamos a la biblioteca —dijo al fin, levantándose aún nervioso.

Madara asintió, y lo siguió.

Caminaron tomados de la mano por los pasillos silenciosos de la Mansión Uchiha, ya casi desprovistos de la luz directa del día. Tobirama aún llevaba consigo la ligereza del baño y la dulzura de la fruta, pero su mente estaba centrada ahora en el recuerdo de las plantas del jardín. Mientras avanzaban, su mano soltó el apoyo que brindaba el brazo de su esposo, respetando la solemnidad que parecía envolver la estructura principal.

La entrada de la biblioteca se alzaba sobria, flanqueada por columnas talladas con el abanico del clan. Tobirama notó que, a pesar de la austeridad exterior, la puerta era de una madera pulida y rojiza que dejaba escapar un suave aroma a cedro.

—Antes de que entres —dijo Madara, apenas abriendo la puerta—, deberías saber cómo está organizada.

Tobirama levantó la vista, curioso.

—¿Tiene sistema de claves?

Madara sonrió con un dejo de orgullo.

—Sí. Fue idea de mi padre. El espacio es demasiado grande como para perder tiempo buscando un pergamino entre miles. La biblioteca se divide en seis secciones principales —explicó mientras entraban, y un par de sirvientes inclinaban la cabeza al verlos pasar—. La primera es el Archivo Histórico del Clan: actas de nacimiento, propiedad, documentos sobre la distribución de tierras... allí se guarda la memoria viva del linaje Uchiha.

—Suena como algo delicado —comentó Tobirama, observando que esa sección estaba resguardada con una puerta más gruesa y una cerradura de chakra.

—Lo es —admitió Madara—. La segunda sección es la Normativa Vigente del Clan: leyes internas, reglas ceremoniales, deberes y prohibiciones.

Tobirama asintió. Para él, tenía sentido que un clan tan estructurado necesitara un marco jurídico claro. Anotó mentalmente que se llevará algunos de esos pergaminos.

—La tercera sección es el Código Civil —continuó Madara—. Allí se establece cómo debe comportarse cada rango dentro del clan. Líderes, militares, civiles, alfas, omegas, betas, ancianos y niños...

—¿También hay normas para los líderes? —preguntó Tobirama, ladeando ligeramente la cabeza.

—Especialmente para ellos —replicó Madara—. La cuarta sección es Cultura General. Ahí encontrarás novelas, literatura extranjera, historias locales y registros de festivales

—¿Y las últimas dos?

Pasaron bajo un arco que dividía el recinto en dos alas más nuevas.

—La quinta sección está aún en expansión: Biología y medicina. No hay muchas personas interesadas en la flora y la fauna... actualmente, nuestros médicos están en formación de medicina tradicional, pero quiero que eso cambie.

Tobirama se detuvo un momento a observar los estantes más recientes, con etiquetas aún sin terminar.

—Entiendo por qué quieres ampliarla —dijo, tocando con los dedos un lomo polvoriento.

Madara asintió.

—La sexta sección es la de Ninjutsu —añadió con un tono más severo—. Restringida. Solo los militares de alto rango pueden acceder, y, aun así, necesitan mi autorización directa.

—¿Incluso yo? —preguntó Tobirama con una media sonrisa.

Madara no respondió de inmediato. Solo lo miró de reojo a su hermoso marido. —Especialmente tú — bromeó.

Tobirama desvió la mirada, fingiendo concentrarse en una guía de claves ubicada sobre un atril. Se inclinó apenas para leerla.

—Es un sistema eficiente. Alfanumérico, con códigos de color. Inteligente.

Madara se encogió de hombros con humildad forzada.

—Aún falta mucho para clasificarlo todo, pero al menos ya no tenemos a los bibliotecarios buscando pergaminos sobre medicina entre historias de guerras antiguas.

Tobirama asintió, había algo en esa conversación que los mantenía unidos. Como si la pasión de ambos —él por el conocimiento, Madara por la estructura— estuviera trazando un lazo invisible, mucho más fuerte que sus propias manos.

—Entonces.—dijo finalmente el Senju, con la voz ya envuelta en curiosidad.—Necesitaré que lleves todos estos a la habitación. Señalando el código civil. —¿Puedo tener mi propia oficina verdad?

Todo lo que desees. Pensó Madara.

—Mañana estará lista para ti. Asintió.

—Gracias. Me gustaría hacer mi primera aportación a tu sección de biología, así que me llevaré estos para estudiarlos y agregar notas a la investigación. — Tomó uno de los libros y comenzó a revisarlo; absorto en su lectura imagino cómo podría integrar sus propias notas en varios escritos y crear copias fieles. Y Pensó en una escuela; donde los niños podrían aprender a escribir copiando y redactando sus escritos, una manera más sencilla de replicar escritos importantes y de alfabetización.

—No necesitas hacerlo todo de golpe, Tobirama. Puedes tomártelo con calma —dijo en voz baja, con un tono casi protector.

El albino no respondió al instante. En su interior, una risa sorda se formó como una marea contenida.

"No tienes idea de con quién te has casado..." pensó, mientras su rostro mantenía una expresión serena.

Madara no sabía realmente que había despertado al verdadero Demonio Blanco.

...

El ritmo de la mansión Uchiha había cambiado.

Durante dos semanas, Tobirama se sumergió en una rutina maratónica de estudio. Desde el primer amanecer tras aquel paseo por los jardines, el Senju había tomado la decisión de comprender a fondo la estructura legal y cultural de su nuevo clan político. No solo por respeto, sino porque entendía que su rol como consorte del líder no podía ser pasivo. Era un deber, y como tal, lo abrazó con disciplina.

Madara en un inicio estaba bastante molesto porque sus pequeños paseos se vieron reducidos a ver a Tobirama leer y leer extensos pergaminos día y noche, hubo varios días que durmió en su oficina dejando a Madara desconsolado en su habitación.

Sus días comenzaban temprano, a veces incluso antes del canto de los pájaros, la rutina de sueño de Madara se vió severamente afectada, ya que no estaba dispuesto a dejar su rutina de tomar té con su esposo por las mañanas, así que iniciaba su día junto a Tobirama. Muchas veces llegaba adormilado a las reuniones con los consejeros; le daba vergüenza incluso admitir que una que otra ocasión se quedó dormido mientras los consejeros discutían.

En cambio, el omega tomaba notas extensas de los códices del Código Civil Uchiha, debatía pasajes con los archivistas encargados, hacía preguntas incisivas y sugería paralelismos con los sistemas normativos del Clan Senju, a pesar de su desagrado por las agudas preguntas del albino, estos contestaban temerosos de su actitud recta y estricta; antes pensaban que Lord Madara era duro y estricto, pero su esposo era aún peor.

Madara lo observaba con una mezcla de fascinación y desconcierto por las mañanas; Tobirama lucía incluso más radiante que otros días; enfocado en sus lecturas e investigaciones: ¿cómo podía alguien tener esa clase de determinación?

Esa mañana, le hizo la propuesta a Tobirama de reservar una hora de su día para compartir una cena, y celebrar su recuperación e incorporación al consejo esa semana.

Tobirama aceptó con gratitud.

Madara pidió que organizaran una cena íntima, cerca del jardín de primavera; esa misma noche, el sacerdote había visto en sus sueños que habría una lluvia de estrellas, y quería disfrutar de ese momento con su esposo.

Tobirama finalmente soltó el pincel de caligrafía, había terminado por fin de realizar la última copia de su propuesta. Estaba un poco cansado; pero en ese momento sentía que estaba logrando algo. Esperaba que pudieran ver a través de sus intenciones y no de su nombre.

Salió de su oficina, y la protegió con un sello de chakra; si alguien intentaba entrar, tendría que lidiar primero con su clon de sombra.

Entró a la habitación matrimonial, donde Hana estaba preparando a Madara para la cena; este estaba feliz de verlo; y comenzó a hablarle sobre que habían avistado un gran conjunto de ciervos en una tierra cercana a una cascada; pensaban ir de cacería pronto.

Tobirama lo escuchó atentamente, al parecer su esposo era fan de la caza; lo anotó mentalmente.

Hana eligió para él un kimono negro muy elegante, y un haori del mismo color con detalles de hilo de plata; sentía que estaba viendo al Madara de su ceremonia de boda, esta vez, con un sentimiento de alegría en vez de uno de terror. La jefa de sirvientas se acercó a Tobirama para ayudarle a vestirse; un kimono azul marino, con motivos de olas, blanco e hilo de oro, el obi se ajustaba en su cintura, acentuándola.

Esta vez no llevó unas sandalias de madera muy altas, y a pesar de ello, se podría notar la diferencia de alturas entre su alfa y él. Le parecía bastante extraño, pero al final eran una pareja igual o peor de rara.

Ambos se tomaron el uno al otro para caminar por los pasillos de la mansión hasta el lugar de la cena; estaba iluminado por velas en el estanque y hermosas lámparas de papel. Había una mesa la cual estaba sobre una tela de picnic bastante suave.

Madara fue el primero en tomar asiento, y como si ya fuera costumbre, tendió la mano para que Tobirama hiciera lo mismo a su lado, no al frente como dictaría el protocolo. El Senju no dijo nada, pero la sonrisa que esbozó al sentarse, con elegancia y tranquilidad, dejó a Madara por un segundo sin aire. Era un gesto casi imperceptible, pero cada vez más frecuente.

Los primeros platos no tardaron en llegar: pequeñas porciones de arroz al vapor, pescado a la parrilla con glaseado dulce y verduras encurtidas, todo cuidadosamente preparado por los cocineros personales de la mansión. Hiyori, apareció a la distancia para hacer la habitual revisión. Tras una leve reverencia, se retiró para no interrumpir el ambiente íntimo.

Mientras cenaban, el jardín de primavera comenzó a murmurar con el viento. Las flores de ciruelo ya comenzaban a abrirse, y el aroma se mezclaba con la tenue fragancia de la vela de sándalo que alguien había encendido en algún rincón. Tobirama lo notó, cerrando los ojos un instante. Madara lo miraba, como si ese solo instante de paz le revelara un universo. Había una ternura salvaje en ese rostro de facciones suaves.

—Se dice que cuando las flores se abren antes de la lluvia, es porque están ansiosas por florecer —dijo Madara de pronto, rompiendo el silencio. Tobirama alzó una ceja.

—Vaya, no mentías cuando mencionaste tener talento con las palabras suaves. —respondió en tono sarcástico.

Madara soltó una carcajada honesta.

—También con las fuertes—replicó, sonriendo. Luego, en un tono más suave—. Me alegra verte así, Tobirama. No solo por tu salud... será que por fin puedo ver quién eres.

El comentario tomó al Senju por sorpresa. Se quedó quieto, observando el reflejo de las velas sobre el agua del estanque. Madara no necesitaba explicarlo. Y apareció ese instinto de cerrarse, de protegerse, de esconder la vulnerabilidad tras muros de razón y estrategia.

Tobirama respiró hondo. Y su pecho se sintipo nuevamente cálido.

—Eres realmente impredecible Madara Uchiha... —suspiró sonrojado.

La sonrisa de Madara era hermosa, y aún más hermoso el motivo de esta.

Tomó con delicadeza un trozo de fruta de la bandeja, lo sostuvo entre los dedos y luego lo ofreció a Madara con una seguridad inesperada. El alfa lo aceptó con una sonrisa apenas contenida.

—Este es mí regalo para ti—murmuró Tobirama, sin mirarlo directamente.

—¿Un trozo de fruta?. — dijo de manera sarcástica mientras saboreaba el sabor dulce de la fruta.

—Mi lealtad, te la ofreceré sólo a ti y a nadie más mientras tenga vida.

El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier discurso. En ese momento, una corriente de aire fresco cruzó el jardín, y el cielo pareció abrirse como una cortina oscura para dejar paso a la lluvia de estrellas. Una tras otra comenzó a aparecer, titilantes, como si el mundo quisiera recompensarlos por haber llegado hasta ahí.

Madara extendió la mano y la entrelazó con la de Tobirama sobre la tela del picnic. Por un momento sus miradas se entrelazaron más allá.

Sus alientos cálidos se encontraron, y sus labios aún más.

Una estrella fugaz cruzó el cielo, y ambos la observaron en silencio. Tobirama no pidió un deseo. Por qué se hizo realidad antes de pedirlo.

Notes:

Notas finales: Vaya, soy un romántico empedernido jajajaaja, me encanta todo el romance, los roces suaves y las palabras cursis. Me encanta que Madara sea afin a la poesía, porque es mi manera favorita de recibir afecto, las dulces palabra de un corazón enternecido por la dulce miel del amor uwu <3

La inspiración de este capítulo como siempre es Miss4D, mi real.

La recomendación musical y de la cual se tomo el título es Young and Beautiful - Lana del Rey. Siento que si pudiera tomar un soundtrack para este cap, sería esa canción. ¿Sería bueno hacer una playlist de este fanfic? dejenlo en los comentarios y veré si la hago jejejeje. No sé si pueda seguir este ritmo de publicación pero ya casi vamos a 1/3 de la obra. Veremos que tan lejos podemos llegar a este paso; me siento como Tobirama escribiendo a las 2:00 am mi proyecto de maestría jajajaj.

Hago enfoque en la belleza de Tobirama porque realmente pienso que es de los hombres más hermosos de Naruto jajajaa; siento que ha sido desaprovechado ese recurso, todos esa belleza tiene que ser venerada. Pondré mi propia iglesia en honor a la belleza de los albinos en el manga/anime.

Playlist del fanfic: https://www.youtube.com/watch?v=hGzuUPdEp28&list=PLU3kcxK1XsNp-oyozoLgAN_k3snfacwnp&ab_channel=Ram%C3%B3nAyala-Topic

Chapter 7: Capítulo 7: Contigo

Chapter Text

Capítulo 7: Contigo

La cena tuvo un ritmo tranquilo después del tan anhelado beso; se abrazaron por un segundo y bebieron hasta que la lluvia de estrellas finalizó.

Esa noche, compartieron de nuevo la cama en la habitación matrimonial, con el sonido lejano de las cigarras sobre el jadín privado. Tobirama se recostó primero, y cuando Madara se deslizó a su lado, él simplemente se giró para acomodarse contra su pecho, Tobirama durmió profundamente al instante, agotado por esas semanas de trabajo. Madara lo abrazó con firmeza, como si temiera que ese instante pudiera desvanecerse. Se sentía tan lejano el momento donde Madara se sentía culpable por los males de Tobirama.

Antes del alba, incluso antes de que el primer pájaro cantara, Madara abrió los ojos. El calor bajo su espalda era insoportable, y se removió apenas, sudando un poco por la tela de su pijama. Al girarse, encontró el rostro de Tobirama hundido en su cuello, respirando profundamente anhelando el calor de su cuerpo.

El corazón se le aceleró de golpe, no por el calor, sino por la cercanía. Por la tranquilidad.

Madara bajó lentamente la cabeza, y sin pensarlo demasiado, hundió su rostro en la melena plateada de su esposo, aspirando su aroma con una necesidad casi primitiva. Aún dormido, Tobirama se movió un poco, buscando de nuevo el contacto, como si incluso en sueños lo reconociera.

Dudoso, acercó su brazo de nuevo para abrazarlo, sintió que era necesario volver a compartir un poco de su chakra con él, se mezcló suavemente de nuevo, en un hermoso baile de sensaciones cálidas. Sólo se había sentido así después de haber compartido un celo. Satisfecho y feliz.

Madara no era excento al placer del sexo; lo había hecho algunas veces con hermosas mujeres, hombres y omegas en varias misiones antes de ser el líder del Clan. En ese momento fue un joven temerario, siempre siendo cuidadoso en cada uno de los encuentros, de no espacir su semilla con cualquiera, siempre fingiendo ser otra persona en cada uno de ellos.

Pero esto era incluso extraño; de muchas maneras.

El canto de los pájaros ya resonaba levemente cuando la puerta se abrió con cuidado. La luz del sol comenzaba a colarse entre las rendijas del biombo de papel, tibia y dorada. La silueta de Hana, rígida y puntual como siempre, entró sin hacer ruido, portando una expresión tan severa como el dobladillo de su kimono.

—Lord Madara —susurró, con el tono de quien no estaba acostumbrado a repetir órdenes.

Madara no respondió. Seguía profundamente dormido, el rostro sereno y la respiración acompasada. Tobirama, aún abrazado a él, apenas se movió. Hana observó con desprecio el gesto tan íntimo de su señor hacía... el omega.

—Lord Madara, con todo respeto —insistió Hana, ahora un poco más firme—. Ya es bastante tarde para seguir en cama. Tiene una reunión de consejo en menos de una hora, y aún no ha tomado el desayuno.

El Uchiha gruñó suavemente, sin abrir los ojos, y se giró apenas, aferrándose más al futón. El cansancio le pesaba como una capa invisible. La noche anterior había sido muy hermosa, pero la realidad es que fueron a dormir bastante tarde.

—No quiero... levantarme —masculló entre dientes, en voz apenas audible—. Solo... un poco más.

Hana frunció el ceño y cruzó los brazos, claramente frustrada.

—Mi lord, sé que anoche se desveló. Pero usted es el líder de este clan. No puedo permitir, mientras tenga aliento en el cuerpo, que falle a su deber —soltó, con un tono que sólo las mujeres que crían guerreros saben usar.

Madara entreabrió un ojo con fastidio y una sonrisa somnolienta. Iba a replicar, pero entonces Hana añadió, sin sutileza alguna:

—Y su esposo... debería entender estas cosas. Debería ayudarle a mantenerse firme, no ser una excusa para que se desentienda de sus responsabilidades. Su deber es asegurarse de que usted siempre luzca intachable.

El comentario lo tocó en un sitio profundo. Madara giró la cabeza hacia Tobirama, aún dormido, su rostro blanco como el arroz, relajado y ajeno a la escena.

La ceja de Madara se alzó con ironía. ¿Realmente estaba "ablandándose"? ¿Era ese el efecto que Tobirama tenía en él?

Tal vez sí.

Cerró los ojos de nuevo y por un instante, como una pintura desvanecida por el tiempo, una imagen de su madre cruzó su mente: cabello largo recogido en moño perfecto, manos firmes, mirada severa... pero siempre capaz de envolverlos a todos con un solo gesto. Su padre más de una vez, pidió ser ella quien se encargara del consejo mientras el salía de cacería. Una mujer feroz, imbatible.

No esperaba que Tobirama fuera así... no esperaba que fuera nada realmente. Pero no podía evitar comparar su fuerza con aquella que tanto respetó en su infancia.

Y luego, el recuerdo de su hermano Izuna apareció con una intensidad inesperada. Su risa. Su testarudez. Su manera de verlo como si nada lo hiciera más feliz que estar a su lado. Dolía. Pero también daba fuerza. Si Izuna estuviera vivo, ¿qué diría al verlo así? ¿Qué pensaría de él ahora, que compartía la cama y el desayuno con su más grande rival?

La culpa de nuevo lo invadió. Y se sintió extraño, cómo si una corriente electrica bajara desde su cabeza a la parte baja.

—Está bien, Hana —dijo con voz ronca pero clara—. Me levantaré.

Ella se inclinó con una leve reverencia, y sin añadir más, salió a preparar lo necesario.

Madara volvió la mirada hacia Tobirama una última vez antes de levantarse de la cama. Pasó su mano cerca de su rostro para retirar una parte de su cabello.

La quitó al instante.

Y decidió irse.

Todo el día, el tacto fugaz sobre la piel de Tobirama le había carcomido la tranquilidad.

Madara no entendía por qué lo había perturbado tanto. Fue apenas un roce, pero su mente había reaccionado como si le hubieran marcado la carne con fuego. La piel del albino siempre había sido fría, pero esta sensación de desagrado... Era la sensación inmediata de vacío, de odio. Como si su tacto se hubiera hundido en el reflejo de un espejo y no en algo tangible.

Desayunó apenas un par de bocados antes de empujar el plato a un lado, ignorando la mirada inquisitiva de Hiyori. Todo le sabía asqueroso.

Y su cuerpo... lo sentía alterado, no enfermo, pero incómodo. Irritado por dentro, como si su chakra estuviera girando en direcciones contrarias. Ni una sola gota de concentración logró reunir durante la reunión del consejo. Sus pensamientos estaban ausentes, como el eco de una voz que se negaba a callar.

Hablaban de la misión de Rei, del tratado que los Senju habían enviado. Él solo asentía con expresión dura y mirada ausente. Cuando uno de los consejeros preguntó su opinión, Madara solo murmuró que lo revisaría más tarde.

Ya sabían leerle el temperamento. Cuando estaba así, nadie se atrevía a provocarlo.

Al concluir la reunión, salió sin palabras y caminó en dirección al campo de entrenamiento. Necesitaba liberar tensión. Cambiar su humor antes de encontrarse con los reclutas. No iba a tener piedad con ellos. No hoy.

Subió las escaleras hacia la habitación matrimonial, con la idea fija de cambiarse de ropa. Se desabrochó parte del cinturón de su haori en el camino, harto del calor que parecía haberse acumulado bajo su piel. Iba tan ensimismado que no reparó en el aroma de té y tabaco hasta que abrió la puerta.

Y entonces... lo vio.

Tobirama estaba sentado en la mesa de té, inclinado ligeramente hacia un pergamino que revisaba con toda calma. Su kimono ligero azul oscuro caía abierto por la parte superior, revelando gran parte de su pecho pálido, definido, pero aún con el rastro de fragilidad que la enfermedad había dejado. Sus piernas largas descansaban en posición relajada, el dobladillo subido por encima de la rodilla. Y en su mano, con una elegancia casual e insultante, sostenía un kiseru, del que emergía una voluta de humo que enmarcaba su perfil de porcelana.

Madara sintió cómo su sangre bajaba de golpe al estómago.

Era una visión erótica, sí, pero también profundamente inquietante. Había algo en su serenidad, en esa calma calculada, que lo hacía sentir vulnerable. Como si Tobirama lo supiera... y estuviera esperando algo.

Tobirama giró el rostro, con esa media sonrisa que pocas veces usaba, pero que cuando lo hacía, podía arrancar el aire de los pulmones de cualquiera. No sabía si era de burla o de alegría.

—Llegaste temprano —murmuró, dejando escapar una bocanada de humo que dibujó un espiral entre ambos.

Madara cerró la puerta sin apartar la vista.

—Iré a entrenar— comentó un poco indiferente.

—¿Estás bien?—preguntó Tobirama sin perder la calma, dejando el kiseru en un pequeño cenicero de porcelana.

Madara no respondió de inmediato. Solo se acercó lentamente, deteniéndose a una distancia prudente, donde podía mirarlo.

—Por favor no te metas en esto—dijo al fin.

Tobirama desvió la mirada. Aún así, no dijo nada.

Madara se inclinó solo un poco para acercase un poco más.

—Entiendo—Tobirama levantó el rostro, altivo, con esa arrogancia tan suya que a Madara le irritaba tanto como lo atraía.

—Estaré preparando mi propuesta para mañana.—dijo, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo.

Madara exhaló hondo. Y se retiró de la habitación con la mente abrumada.

Tobirama no volvió a tocar el kiseru.

Había quedado en su lugar, frío ya, con la ceniza esparcida de forma irregular en el pequeño cuenco de porcelana. Pero su atención estaba en otra parte.

El aire de la habitación estaba más frío que antes. No por el clima. Sino por el eco del roce sutil entre ambos, del silencio que Madara había dejado atrás.

La imagen de aquella noche volvía sin permiso a su mente.

El beso.

La forma en que las manos de Madara se habían posado sobre su cintura, la delicadeza con la que sus labios se habían encontrado en ese espacio privado, bajo el resplandor tembloroso de las velas y las estrellas. Había sido real. ¿Verdad?. Y esa noche, Tobirama había dormido profundamente, abrazado al cuerpo cálido de su esposo, protegido en una quietud que no recordaba haber sentido jamás.

Pero esa mañana...

Despertó solo.

Se había incorporado lentamente, aún envuelto en la seda desordenada de la cama, buscando con la mirada el cuerpo de Madara. Su chakra ya no estaba ahí. Solo quedaban las sábanas frías, el leve aroma a pino y canela flotando en el aire.

La tetera ya estaba servida, por supuesto.

Hiyori lo había traído como cada mañana.

Y él, con las manos temblorosas, bebió su té en soledad.

¿Dónde está? —había preguntado a la nada.

No hubo respuesta.

Hana había entrado poco después, sin golpear, sin preguntar, con un trapo húmedo y ojos que lo ignoraban como si no existiera. Pasó cerca del futón, sacudiendo las sábanas con brusquedad, y Tobirama no tuvo fuerzas para reclamar. Lo único que deseaba era volver a sentirse... en sintonía con él.

¿Qué había cambiado?

¿Había sido por la escena de la mañana?

¿Lo había disgustado de algún modo?

¿Acaso no había sido todo perfecto esta semana?

Repasó mentalmente cada conversación, cada gesto, cada momento en que sus dedos se rozaron mientras caminaban por los jardines, cada mirada que compartieron en la biblioteca. Había estado contenido, respetuoso, incluso... ¿cariñoso? ¿Demasiado? ¿Demasiado poco?

El dolor punzante en su pecho, que había creído extinto durante su recuperación, se intensificó esa mañana, justo al notar su ausencia. No era físico. No exactamente. Era otra cosa. Un nudo interno, una punzada antigua. ¿Era el vínculo?

¿Otra vez...?

No podía permitirse esa posibilidad.

Madara le había dicho esa frase antes de irse.

"Por favor, no te metas en esto."

Fría. Extrañamente dolorosa.

Y lo peor de todo: completamente ambigua.

¿A qué se refería? ¿A su conversación? ¿A su propuesta de mejora? ¿A su cercanía?

¿Era acaso una forma sutil de decirle que no quería que interfiriera más en su vida?

Sus dedos se crisparon ligeramente sobre el borde del pergamino abierto.

No, no era justo.

Tobirama había entregado todo lo que podía dar, aun perdiendo un poco de su dignidad, estudiando, volviendose parte de esta cultura tan ajena y poco cordial... incluso había comenzado a abrirle su corazón, lentamente, con miedo.

Cerró el pergamino con un chasquido suave.

La tinta fresca se quedó a medias, secándose al aire.

Ya no podía seguir leyendo.

Sus ojos se fijaron en la entrada. En ese espacio vacío donde esperaba ver a Madara entrar como cada tarde. Con su cabello suelto y húmedo tras entrenar. Con una sonrisa cansada. O con sus cejas fruncidas y su usual ceño de concentración.

Pero no venía.

Y lo peor... es que Tobirama se sentía afectado por ello.

No tenía derecho a sentirse así.

No debía.

Y, sin embargo, el frío que le calaba los huesos no tenía nada que ver con el clima.

¿Qué es esto que siento?

Trató de relajarse en cama un poco; pero el olor de Madara seguía atormentadolo en la suavidad de su almohada; necesitaba respuestas antes que terminar como loco. El siempre había tratado de mantener la compostura y el decoro. Ponía realmente mucho de sí para no decir nada imprudente, estudiando los gestos al máximo de Madara.

Tomó ropa de entrenamiento, con su tradicional protector, aún con el simbolo del clan Senju en él. Se lo colocó con orgullo, recordansose a si mismo que esto sólo era una muestra de cuanto deseaba la paz.

El pasillo hacia el campo de entrenamiento estaba tibio por el sol del mediodía. El aire tenía un dejo de incienso y madera húmeda. Tobirama caminaba con el porte de un general en marcha, con el protector del clan Senju firmemente ceñido al rostro, sin miedo ni titubeos.

Su mirada era acero líquido, su respiración, constante.

Y fue entonces cuando la vio.

Hana.

La jefa de sirvientas doblaba la esquina con una bandeja en las manos. Al verlo, se detuvo como si hubiera visto un fantasma. Sus ojos se encontraron.

Ella frunció los labios, pero ni siquiera su desprecio de siempre fue suficiente.

Porque lo que tenía frente a sí no era el omega dócil en proceso de recuperación que había visto esas semanas.

No era la figura delicada que adornaba los jardines con su presencia silenciosa.

Era Tobirama Senju.

El demonio blanco.

El aire pareció pesar una tonelada entre ambos.

Y fue entonces cuando Hana soltó la bandeja.

El metal golpeó el suelo con un estruendo seco, las tazas rodaron como huesos en una ofrenda indeseada, una fruta se partió al chocar con el suelo como si presintiera el mal augurio.

Ella no dijo nada. No pudo.

No supo si era miedo, odio... o ambas cosas al mismo tiempo.

Tobirama ni siquiera se detuvo.

No desvió la mirada, no arqueó una ceja.

Solo siguió caminando, con los ojos clavados en el campo de entrenamiento al final del pasillo.

Algunos sirvientes a su alrededor se apartaron de su camino con torpes reverencias, murmurando en cuanto creyeron que no podía oírlos. Otros se inclinaron más por inercia que por respeto, porque el temor aún estaba demasiado vivo, demasiado fresco.

Tobirama lo sintió en sus espaldas como el viento antes de una tormenta.

Los Uchiha no olvidaban.

Y, sin embargo, ahí estaba él.

Caminando con el emblema Senju aún visible, con la frente en alto.

Como una cicatriz imposible de borrar.

No se detuvo.

Porque no tenía por qué hacerlo.

Hoy no era un adorno en la mansión Uchiha.

Hoy era un shinobi.

Hoy era una presencia.

Hoy era una advertencia.

Y los Uchiha sabían leer muy bien entre líneas.

Iba a demostrar que era digno de esta misión.

Tobirama llegó al borde del campo de entrenamiento justo cuando el crujido de una técnica de fuego estremecía el aire.

El suelo estaba tiznado, seco por la constante actividad de los jutsus de fuego. En el centro, Madara se movía con la gracia letal de un tigre al acecho. Su cabello ondeaba como sombra en movimiento.

—¡Katon: Gōka Mekkyaku! —exclamó con fuerza.

Una oleada de fuego monumental barrió el campo. El calor obligó a Tobirama a retroceder apenas un paso, aunque la técnica no iba dirigida hacia él.

Tres jóvenes shinobi trataban de responder al asalto. Uno logró formar el sello de la técnica de sustitución en el último instante, desapareciendo con una nube de humo justo antes de ser incinerado. Los otros dos, más astutos o quizás más desesperados, activaron simultáneamente su Sharingan de dos aspas, y lanzaron un genjutsu dual sobre Madara.

Por un momento, el campo pareció calmarse. Madara se detuvo. Sus ojos —el Sharingan eterno— brillaron con un fulgor rojo profundo.

—¿En serio creen que pueden atraparme con eso? —susurró.

En un parpadeo, rompió el genjutsu sin siquiera moverse un centímetro. Solo con la diferencia de nivel entre sus dōjutsu y los suyos, la ilusión se deshizo como neblina bajo el sol.

Tobirama entrecerró los ojos.

Madara no usó ninjutsu para contrarrestar. Esta vez, fue puro taijutsu.

Su cuerpo se impulsó con un movimiento: un giro de cadera, y su pierna trazó un arco limpio que impactó el costado del primer shinobi, enviándolo volando varios metros. Sin darle tiempo a caer, Madara apareció detrás del segundo con un empellón de codo al diafragma, cortándole el aliento y dejándolo inmóvil.

El tercero apenas tuvo tiempo de pestañear antes de que Madara se deslizara por debajo de su guardia con una patada giratoria invertida, que lo hizo estrellarse de espaldas contra una roca.

Tobirama observaba todo sin pronunciar palabra, aunque su mente analizaba cada movimiento con la precisión quirúrgica de siempre. A pesar de su mutua rivalidad, siempre supo que Madara era un genio del combate. Y verlo en acción, tan despiadado, tan elegante y certero como siempre, era como contemplar a una bestia sagrada en medio del ritual de la guerra.

Madara se sacudió el polvo de la túnica sin mirar atrás.

—Pónganse de pie —ordenó, su voz dura como piedra—. No quiero soldados que caigan con un simple ataque combinado.

Uno de los muchachos se tambaleó hasta quedar sobre una rodilla, tosiendo.

—L-Lord Madara... no podemos seguirle el ritmo...

Madara lo miró por encima del hombro, y por un momento, sus ojos brillaron con algo que no era crueldad, sino... expectativa.

—Entonces corran hasta que sus piernas se desagan, y entrener hasta que el sol vuelva a salir.

Tobirama sintió una tensión en el pecho.

Era esa extraña y peligrosa admiración que nacía al ver a un depredador en su elemento.

Madara Uchiha. El hombre que incendiaría el mundo solo para rehacerlo a su manera.

Y sin embargo... ese hombre, cada noche, compartía su lecho.

Un alfa imposible.

Tobirama no dijo nada, pero sus pasos resonaron firmes mientras avanzaba al borde del campo.

Madara alzó la mirada. Lo había sentido antes de verlo.

—Tobirama... ¿Qué...—preguntó, autoritario.

Tobirama frunció los labios, aún agotado, pero sin intención de retroceder.

—He venido a entrenar también—respondió con frialdad. — Espero no te moleste, prestarme a tu mejor estudiante, o puedes ofrecerte tu mismo a ser mi practica.

Odioso.

Altanero.

Orgulloso.

—No creo que estés a mi nivel, aún estás recuperandote. — Aún con ese tono indiferente, un poco fingido.

—Si eso crees, manda a tu mejor estudiante ante mi.

—Estás demente... no desafies mi autoridad Tobirama. — comentó en un tono más bajo, evitando que los otros escucharan.

—No lo hago, es sólo una solicitud formal. — suspiró.

—Bien, haz lo que desees.

Madara giró el rostro levemente y alzó la voz:

—Ryuuji. Ven aquí.

El joven beta, de complexión ágil y mirada afilada, se adelantó con un brillo orgulloso en sus ojos carmesí. Era el favorito del escuadrón, el prodigio que había sido entrenado para llenar el hueco táctico de Izuna, una mezcla entre talento innato y ambición desmedida.

Se inclinó levemente ante Madara y luego giró hacia Tobirama, con una media sonrisa que pretendía ser cortés.

—Será un honor enfrentarme al esposo de Lord Madara —dijo, activando su Sharingan de inmediato.

Tobirama apenas asintió. Se colocó en posición, los pies firmes sobre el terreno, respirando lentamente.

—¿Listo? —preguntó Madara, ahora con los brazos cruzados, ocultando el nudo en el estómago.

Ryuuji fue el primero en moverse, como una flecha roja atravesando el aire.

Rápido.

Muy rápido.

Tobirama recibió el primer ataque de forma defensiva, cruzando los brazos para bloquear la patada directa al pecho. El impacto fue fuerte, y sus pies resbalaron apenas unos centímetros por el polvo del campo.

Ryuuji no dio tiempo para más. Su técnica de taijutsu era precisa, casi coreografiada: un puño dirigido al rostro, seguido de un gancho que buscaba derribar el equilibrio del Senju. Tobirama evitó ambos con movimientos mínimos, apenas desplazando el cuerpo con eficiencia.

No contraatacó.

Solo observaba.

El segundo asalto fue aún más violento. Ryuuji utilizó su Sharingan para anticiparse a los movimientos, generando un bucle de presión ofensiva. Era evidente que los espectadores comenzaban a murmurar: "Ryuuji tiene la ventaja."

Pero Tobirama, con su mirada afilada, ya estaba un paso adelante.

Mientras todos observaban el cuerpo visible de Tobirama, nadie notó el sello de mano que formó en medio del vendaval.

—Kage Bunshin no Jutsu.

Sin alarde, sin espectáculo. Dos clones se dispersaron a la distancia, ocultos entre los movimientos, sin alzar polvo ni alterar el equilibrio. Uno subió al techo de un pabellón; el otro, se mantuvo entre los árboles.

Tobirama estaba recolectando datos.

Midiendo cada impulso de chakra.

Observando cómo Ryuuji confiaba ciegamente en el doujutsu.

Madara entrecerró los ojos. ¿Estaba retrocediendo? No. Estaba... bailando. Como si tejiera un patrón invisible que nadie más podía ver.

Y entonces, cambió el ritmo.

Ryuuji lanzó una serie de sellos para ejecutar un jutsu de fuego a corta distancia:

—Katon: Hōsenka no Jutsu.

Pequeñas bolas de fuego llovieron sobre Tobirama. El Senju se desvaneció con un giro imposible, dejando una nube de vapor donde estuvo.

Un clon.

Madara cruzó los brazos al ver que Ryuuji se adelantaba, con esa expresión concentrada que había aprendido a dominar desde que comenzó a entrenarlo. Su postura era impecable, su doujutsu activo, las pupilas escarlata brillando con el sello de dos aspas. Era su discípulo más hábil, y no por nada lo habían propuesto como el nuevo capitán de escuadrón.

—Ryuuji, combate de nivel medio —ordenó Madara con voz clara. —No lo subestimes.

—Nunca lo haría, Señor —respondió el joven Uchiha, haciendo una breve reverencia antes de activar su guardia.

Tobirama solo se limitó a colocarse en posición, con los pies firmes, los brazos relajados. No desenvainó arma alguna. Solo esperó.

Ryuuji fue directo. Como buen Uchiha, atacó con velocidad explosiva, buscando dominar con taijutsu y el apoyo del Sharingan. Un barrido bajo, un golpe giratorio al cuello, y una finta de shuriken que Tobirama esquivó con mínimos movimientos, sin lanzar un solo contraataque.

El joven frunció el ceño.

—¿No piensas golpearme?

—Aún te falta mucho para tener ese honor, mocoso.—respondió Tobirama, y por un instante, Ryuuji se desconcentró.

Siguió el combate. Ryuuji cambió de estrategia, lanzando una ráfaga de kunai mientras se deslizaba por el suelo, encadenando una secuencia de golpes con el codo y la rodilla, veloz como un halcón. Tobirama retrocedía, giraba, bloqueaba con la muñeca o el antebrazo, sin contraatacar nunca.

Madara observaba. Sabía que Tobirama no se estaba defendiendo por estar débil. Estaba calculando. Lo conocía demasiado.

Y entonces, sucedió.

Una explosión de humo detrás de Ryuuji. Y luego otra, y otra más. Dos, tres... cinco Tobiramas aparecieron en círculo, sin previo aviso.

—¡¿Clones?! —espetó Ryuuji, girando sobre sí mismo con un kunai en cada mano, tratando de leer el chakra con su Sharingan.

Pero los clones eran reales. Multiclones de sombra.

Madara frunció el ceño. No muchos podían realizarlo sin agotar grandes cantidades de chakra. Pero claro... Tobirama era el creador de esa técnica; muchos Uchihas habías caído con ese jutsu.

Ryuuji retrocedió y rompió dos clones de inmediato, pero los otros solo lo empujaban más a una posición vulnerable.

Y justo entonces, el verdadero Tobirama se deslizó a su espalda. En un movimiento tan rápido como letal, tomó el brazo del muchacho, giró su propio cuerpo, y usó su fuerza contra él.

Una técnica fluida, sin violencia innecesaria. Judo puro. Un giro de cadera, un agarre al codo, y Ryuuji voló por encima del hombro de Tobirama, cayendo de espaldas al suelo con un impacto seco que lo dejó sin aire.

—¡Gh...!

Tobirama se inclinó con respeto mientras el último clon desaparecía en humo.

—Gracias por el combate, Ryuuji —murmuró, su voz tranquila pero firme.

Ryuuji se incorporó con ayuda, claramente aturdido, más por la estrategia que por el golpe. Miró a Madara con desconcierto, como pidiendo disculpas.

Pero Madara no dijo nada. Solo lo miraba.

Y luego, su atención volvió a Tobirama.

¿Qué quería demostrar con eso? Era claro que Ryuuji se había confiado, ni siquiera era un simple Senju. Era un general. Un estratega. Un hombre que había cargado guerras sobre los hombros con la misma precisión con la que ahora analizaba a sus nuevos aliados.

Madara se sintió orgulloso hasta cierto punto.

Pero la felicidad sólo duró un instante cuando se encontró con los ojos rojos de Tobirama Senju. Ardientes por el combate; victorioso.

—Quiero pelear contigo —dijo Tobirama, con la voz firme y la mirada fija en Madara.

—¿Ahora? —replicó el Uchiha, alzando una ceja, mientras terminaba de ayudar a Ryuuji a levantarse.

—Solo taijutsu. Sin chakra, sin genjutsu, sin trucos oculares. Sólo tú y yo.

Madara lo miró por un segundo, en silencio. La propuesta lo sorprendía... aunque no tanto como el tono con el que fue hecha. Era un desafío. Uno que no podía tomar a la ligera.

—No estás al cien por ciento aún—respondió al fin, con un deje de superioridad en la voz.

—No lo necesito.

Ese fue el detonante. Madara sonrió, pero era una sonrisa seca, una de esas que usaba cuando el orgullo comenzaba a hervirle por dentro.

Ambos se colocaron al centro del campo. Los estudiantes Uchiha y algunos miembros del escuadrón se detuvieron a mirar. Nadie hablaba, solo se escuchaba el viento rozar las ramas y el sonido de los pies acomodándose sobre la tierra.

Madara atacó primero. Directo, como siempre. Una finta de puño al rostro y luego un giro con la pierna, buscando barrer a Tobirama. Este bloqueó con los antebrazos, agachándose con fluidez para esquivar el barrido, y giró sobre un pie para lanzar una patada lateral que Madara detuvo con el brazo, aunque retrocedió un paso.

Un paso.

No era insignificante.

Madara volvió al ataque, ahora midiendo mejor sus movimientos. Usaba el peso de su cuerpo con precisión; su taijutsu siempre había sido feroz, de ritmo constante, con una base sólida inspirada en el arte tradicional del combate Uchiha, una mezcla agresiva de potencia y balance.

Pero Tobirama no retrocedía. Fluía.

Absorbía los ataques, redirigía las fuerzas. Sus movimientos eran limpios, casi clínicos. Golpes secos al torso, rodillazos dirigidos a puntos clave, palmas abiertas que golpeaban con la fuerza de una lanza.

Y cada vez que Madara lograba conectar un puñetazo, Tobirama lo devolvía con la misma intensidad.

El murmullo entre los presentes creció.

Un par de estudiantes Uchiha se acercaron más, con los ojos abiertos por el asombro.

—¿Está ganando el omega ...? No, mi señor Madara sólo está siendo compasivo.

Madara retrocedió, jadeando. Tenía el labio partido. Una línea de sangre bajaba por su mentón.

Tobirama también respiraba con dificultad, pero sus ojos... estaban brillando con una calma afilada. Como un depredador que no necesita rugir para hacerse temer.

Y fue entonces que Madara hizo algo inesperado: intentó replicar la técnica de judo que había grabado un combate atrás con su Sharingan.

Era precisa, exacta...

...pero Tobirama ya lo sabía. Lo había hecho con esa intención.

Anticipó el agarre, cambió el eje de su cuerpo y giró con él, usando el impulso de Madara contra él mismo.

Fue un contragolpe perfecto.

Madara fue derribado con fuerza, y por primera vez en mucho tiempo, sus hombros tocaron el suelo sin que él pudiera evitarlo.

Silencio.

Tobirama se quedó quieto un segundo. Luego, se acercó... y extendió la mano.

Su respiración era pesada, algunas hebras plateadas caían sobre su rostro, cubierto de sudor. La manga de su kimono de entrenamiento había sido arrancada en medio del forcejeo. Aún así, se veía... impecable. Imponente.

—Fue un buen combate —murmuró, sin burla ni superioridad.

Madara lo miró. No con odio. No con rencor.

Con una mezcla de vergüenza y... fascinación.

Pero no tomó su mano.

Se levantó por sí solo, sin decir nada.

Tobirama bajó la mano lentamente. El gesto no cambió en su rostro, pero por dentro.

Madara se giró hacia los presentes, todos en completo silencio.

—Entrenamiento terminado —ordenó. Su voz sonó firme. Controlada.

Y caminó fuera del campo sin volverse a mirar a nadie.

Ni siquiera a él.

Tobirama se quedó allí. De pie. Viendo cómo se alejaba.

Y aún con la victoria en sus manos...

No se sentía como un vencedor.

Sólo buscaba demostrarte que soy capaz de más...

El orgullo herido de Madara Uchiha le impidió regresar directamente a la habitación matrimonial.

Después del combate, se duchó en silencio dentro del baño común para la sorpresa de todos los que se encontraban ahí, todos los soldados salieron del baño con pánico al reconocer su presencia, Madara ni siquiera lo notó, permitiendo que el agua hirviente calmara sus músculos... y su ego. Cada golpe de Tobirama le había dejado marcas, tanto en la piel como en el pensamiento. No eran heridas profundas —el Senju aún estaba en recuperación, después de todo—, pero no dejaban de ser reales.

No dejaban de ser suyas.

Se miró al espejo de cuerpo completo con la toalla apenas ceñida a las caderas. Había una marca violeta justo en la base de las costillas. Recordó el instante exacto. Tobirama lo había esquivado de perfil, girando sobre un pie, y le clavó el codo en el punto perfecto para desestabilizarlo. Todo en esa secuencia había sido fluido, limpio, elegante... como un combate escrito con tinta fina.

—¿Desde cuándo puedes hacer eso...? —murmuró al reflejo.

No, Tobirama no era como Hashirama. Su hermano mayor peleaba como un dragón de mil colas: fuerza bruta, chakra desbordante, naturaleza en ebullición. Tobirama, en cambio, era una aguja de hielo: certera, silenciosa, dolorosa.

Caminó hasta su oficina y se encerró dentro.

Madara se dejó caer en la silla frente a su escritorio. Sus manos aún olían a la mezcla del polvo del campo y a la resina del jabón de pino que usaba siempre. Cerró los ojos.

Te superó.

El pensamiento era tan punzante como esa caída que había sentido al final. Y lo peor es que no podía negarlo. No esta vez.

Y eso lo enfurecía más... porque también lo excitaba.

Tobirama lo tenía atrapado entre un resentimiento mudo y una admiración ardiente. Ese condenado tenía el talento de meterse bajo su piel sin siquiera proponérselo. ¿Cuándo se volvió tan difícil de leer? Antes era más fácil detestarlo. Más fácil verlo como enemigo. Como amenaza.

Pero ahora...

Ahora lo había vencido.

Y para colmo, había sido amable. Le había ofrecido la mano, como si le importara. Como si no se diera cuenta de lo que eso significaba delante de los demás.

Madara se cubrió el rostro con ambas manos. Mordió la parte interna de su mejilla para no maldecir.

—Hay tres cosas que los Uchiha hacen bien... —gruñó para sí—. El doujutsu, el ninjutsu de fuego... y el chisme.

Y vaya que ese último iba a arder.

Podía imaginárselo ya: los susurros en el patio, los comentarios en los pasillos, las versiones exageradas del combate. En una semana, algunos dirían que Tobirama lo había derribado con un dedo, otros que lo hipnotizó, y algunos hasta insinuarían que el Uchiha había dejado que ganara para "hacerlo sentir útil".

Maldito clan.

Pero más maldito él... por estar tan jodidamente orgulloso de su omega.

Y tan enojado por eso mismo.

Tobirama llegó a la habitación matrimonial con paso lento, aún con el pulso del combate retumbándole en los oídos. La adrenalina ya se había disipado y lo que quedaba era dolor. Dolor físico, pero también algo más profundo, más punzante. Algo que le carcomía el pecho desde dentro.

¿Qué hice mal?

Esa pregunta lo acompañó en silencio mientras desanudaba su ropa. Cada capa revelaba un nuevo moretón. Marcas oscuras sobre la piel blanca. Las de Ryuuji no eran nada. Pero las de Madara... esas ardían. Literalmente. Los golpes habían sido violentos, impetuosos. No como los de un entrenamiento entre camaradas, sino como los de un hombre que necesitaba castigar algo. O a alguien.

Y el castigo había sido él.

Se desnudó por completo y recogió la ropa sucia, la dejó en una pequeña cesta al lado del tocador y se enfrentó a su reflejo.

Ahí estaba.

Su cuerpo —ese que hacía semanas apenas podía sostenerse en pie— ahora cubierto de cicatrices viejas, nuevas y marcas que comenzaban a adquirir tonos violáceos. Se veía delgado y tenso. A pesar de todo el esfuerzo por recuperar su fuerza, la palidez de su piel seguía traicionándolo. Como si fuera una señal de advertencia constante: sigues siendo débil.

Tobirama apretó los puños.

No soy débil... —susurró con rabia contenida.

Pero era imposible no sentirse así, después de cómo Madara lo había mirado. Como si no quisiera tocarlo. Como si fuera un problema. Una molestia. Un error.

El agua caliente que llegaba la tina de piedra se sintío fría por un instante. Se sentó en el borde y esperó a que el vapor envolviera la habitación. Cerró los ojos. Lo único que escuchaba era el leve burbujeo del agua y su respiración un poco agitada por la fatiga.

Por favor no te metas en esto.

La frase de Madara aquella mañana volvió como un puñal. No entendía. No comprendía en qué momento lo había arruinado todo. 

¿Había cruzado un límite?

¿Lo había avergonzado frente a los suyos?

¿Acaso esa expresión de serenidad que llevó al campo fue malinterpretada?

Todo lo había hecho por respeto.

Por deseo de pertenecer.

Por estar cerca de él y entender que había hecho mal.

Entró al agua con cuidado, reprimiendo una mueca al contacto del líquido caliente con las heridas. El agua no calmaba. El silencio tampoco. Y Madara no llegaba.

Quizá esperaba demasiado.

Apoyó la cabeza contra la roca tibia y cerró los ojos. No lloró. No lo haría. Nunca. Pero en la inmensidad de ese baño, entre vapores y ausencia, se sintió solo.

Tan solo como en la noche de bodas.

Tan solo como ahora... en esta casa que jamás terminaría de ser suya.

Y, sin embargo, seguía esperando que la puerta se abriera.

Que Madara entrara.

Que dijera algo.

Pero los minutos pasaron. Y ese momento nunca llegó.

Chapter 8: Capítulo 8: Orgullo y resentimiento

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Capítulo 8: Orgullo y resentimiento

Tobirama no pudo resistir la dolorosa ausencia del calor en su cama; angustiado y frustrado de no entender por qué su cuerpo se aferraba tanto a la compañía de un hombre que claramente no quería estar ahí.

¿Por qué anhelaba tanto eso?

Piensa de manera racional...

Ojalá su hermano estuviera aquí, él podría sentir su angustia y vendría a pasar un rato con él.

¿Por qué este lazo le impedía ser racional?

Se levantó por la madrugada, jadeando, asustado y nervioso, caminó hasta el armario con los kimonos de Madara y sacó toda la ropa que estaba ahí, los arrojó directamente a la cama matrimonial. Con rabia, ahogó un grito enterrándose en la montaña de ropa; buscando refugio en el olor conocido.

Era tan humillante.

No iba a derramar una sola lágrima por un Uchiha jamás en su vida.

Esa noche sintió más frío que cualquier invierno.


Por la mañana, después de tomar el té, había sentido como todo se volvía neblina de nuevo; era como estar de nuevo en recuperación, los sonidos estaban eclipsados por un zumbido molesto; Hana decía algunas cosas que no comprendía del todo, parecía molesta; y sinceramente no tenía ganas de lidiar con aquella mujer, simplemente la ignoró como había decidido hacerlo el día anterior.

La única presencia que si logró sentir fue la de su esposo desaparecido, que lucía bastante molesto también, en este punto no sabía si era por él o por otra cosa, parecía hablarle... pero no quería tomarse el tiempo de intentar siquiera descifrar...

Estaba tan enojado con él por haberlo puesto en esta situación tan humillante.

Rogando por compañía.

Rogando por humanidad de nuevo...

—Voy a vestirme, Hana, trae mi kimono, tenemos una junta. — la voz grave de Tobirama resaltó sobre las exigencias de Madara. Quien, sorprendido de cómo el omega había ignorado por completo sus palabras.

—Tobirama ¿qué demonios? — exclamó.

—No te había dicho que coloques mi kimono ¿o debo repetirlo? — se dirigió de nuevo a la mujer. Ignorando al alfa (otra vez).

—No tengo tiempo de lidiar con esto, te veré allá. — la puerta se cerró con fuerza, el aura y el vínculo burbujeaba, como si fuera agua hirviendo.

Eso es lo que te mereces maldito alfa de mierda, esposo de mierda.

Tobirama optó esta vez ir por la sugerencia de Hana, quien muy a pesar de su disgusto por él, siempre tenía buen gusto; y ajustaba el mínimo detalle de sus atuendos. Demasiado eficiente para ser un Uchiha, si no fuera por su actitud... hasta podríamos ser subordinados. —pensó.

—Mi señor Tobirama, está listo. —la mujer inclinó su cabeza con respeto y salió de la habitación.

Esta vez se miró al espejo, con un precioso kimono color negro, que complementado con su haori azul marino estampado del símbolo, lo hacía lucir impecable. Su rostro, igual que siempre, inexpresivo, cosecha de años de perfeccionamiento y encubrimiento.

No tomaría el desayuno en la habitación como solía hacerlo; fue directamente al comedor para la sorpresa de todos los presentes, no se acostumbraba que los líderes y mucho menos la pareja del líder acompañara a los subordinados de menor rango en la mesa.

Tobirama no era ajeno a ello, tenía en su mente grabada cada acción, castigo y costumbre uchiha; quería ver que tan lejos podía llegar sin que lo decapitaran por deshonra. Se apresuró a tomar lugar en el lugar designado para el líder, que, por obvias razones, correspondería a Madara. Pero este no se encontraba ahí.

Las sirvientas ofrecieron darle lugar en una sala privada para que disfrutara de sus alimentos con mayor goce, Tobirama se negó rotundamente, exigiendo que se le sirviera la comida en este momento.

La mujer se apresuró a servirle y comió en soledad de nuevo.


Madara ya estaba sentado en la mesa, en el centro como correspondía su rango; Tobirama subsecuente a su lado, Madara ofreció su mano para ayudarlo, como anteriormente lo había hecho. El albino no ignoró el gesto y de mala gana tomó su mano, para evitar cotilleo entre los espectadores.

—Vamos a dar inicio a la reunión del consejo el día de hoy, y le damos la bienvenida a la pareja de nuestro señor, Tobirama Senju. — anunció Gorō Uchiha.

—Ya que nuestro señor nos ha honrado con su presencia, sería bueno iniciar por las medidas de protocolo más básicas ¿no?, lo ideal es presentarse y conceder su rango u ocupación. — agregó Rei para iniciar la junta.

—Excelente idea consejera Rei. En este caso ya que has iniciado la conversación, lo ideal sería que persiguieras. — comentó uno de los consejeros.

—Mi señor, mi nombre es Uchiha Rei, 4ta de la rama familiar secundaria; por el momento estoy cargo de los equipos de misiones y asignación de grupos de búsqueda. — Rei era una mujer de larga cabellera oscura de corte hime, piel bronceada, con ojos grandes y pestañas prominentes. Su cuerpo era alargado y delgado, de 1.80 metros. Una mujer de belleza moderada y compasiva.

Tobirama asintió en aprobación y miró al siguiente en la mesa.

—Uchiha Gorō, Capitán del escuadrón de reconocimiento y por el momento el ingeniero principal del clan. — Hombre de mediana edad, alto, de 1.89 metros de altura, cabello castaño, una gran cicatriz cubría la palma de su mano; mientras que en la otra tenía un vendaje. — En ocasiones realizo patrullajes y revisión a negocios.

—Uchiha Tatsuya, Médico principal de la base Uchiha, cirujano e investigador a tiempo completo, me alegra saber que nos acompañará a partir de ahora. —agregó. —Aunque le pediría que se lo tomara con calma si no es mucha mi insolencia.

—Agradezco su interés, tomaré como sugerencia su petición.

—Uchiha Naomasa, Administrador principal del clan, cuido del archivo principal y jurado en la corte de justicia. — Tobirama pudo ver un poco de malicia en la manera de expresarse de aquel hombre, Hombre de mediana edad, cabello castaño corto, usaba una extraña corbata anudada de un color que no combinaba con su traje ceremonial. —Es un placer que nos acompañe tan semejante personaje el día de hoy; si me permite mi señor de explayarme un poco más con mis obligaciones...

—No es necesario por el momento, el que sigue será el siguiente en hablar.

Naomasa se tragó sus palabras amargamente, un senju le había faltado el respeto por primera y última vez... no importaba si era la vaca de crianza de Lord Madara.

—Me presento mi señor, Uchiha Yajirō, en conjunto con el consejero Naomasa y el General Daigo, cumplo las funciones de contador y tesorero del Clan, claro, hasta que usted indique lo contrario; anteriormente tenía el papel de maestro de finanzas para miembros de la milicia. Actualmente ya no existe ese departamento. — Hombre joven, calculaba 23 o 24 años de edad, alto, cabello oscuro rizado y ojos verdes; un color bastante extraño para un Uchiha, bello rostro.

—Eres bastante joven...—

—Si mi señor, pero se me ha reconocido por mis aptitudes y mis capacidades, no lo defraudare.

—Eso espero.

Madara alzó una ceja.

No solo había perdido el desayuno el día de hoy porque no tenía su ropa lista, ahora ¿Tobirama dudaba de la selección de las personas de su confianza?

—Sigamos. Madara alzó la voz con molestia. Miró de reojo a su esposo, luciendo hermoso, con el kimono perfectamente ajustado; en cambio él... bueno, Hana era bastante hábil desarrugando su haori....

Una voz interrumpió sus pensamientos.

—Uchiha Daigo, general y estratega militar del clan; encargado de los presupuestos al personal militar de la sede; también ejecuto misiones de reconocimiento con el consejero Gorō. — Hombre de al parecer más de 50 años, cabello oscuro con un mechón de canas sobre sus entradas; tenía facciones duras y varias cicatrices, a la vista de Tobirama, lucía como una persona con mucha experiencia.

—Uchiha Momoko, estoy a cargo del departamento cultural y bienestar del clan; me complace decir que actualmente la mayoría de nuestras actividades son de cultura y recreativas para los omegas, mujeres y ancianos de clan; actualmente tenemos la responsabilidad del comedor comunitario; este rol casi siempre es asignado al consorte del líder; sin embargo, puedo seguir fungiendo el papel el tiempo que lo desee mi señor...— Momoko era una mujer mayor, pequeña, con un hermoso kimono color negro con detalles en rosa; recogido en un moño perfecto; le recordaba bastante a Hana hasta cierto punto.

—Gracias a todos por su tiempo; quisiera que presentaran un resumen situacional del clan con dos meses de vigencia para el final de la semana; también necesitaré todo esto por escrito; es cierto que estoy retomando las actividades el día de hoy, pero me tomará aproximadamente de tres a cuatro días estar completamente al día. Ma... Mi señor. —enfatizó suavenmente.— Me gustaría que me diera la oportunidad de presentar lo que he estado trabajando estas semanas de ausencia...

Madara se sentía como en las nubes; aunque su mirada estoica parecía demostrar lo contrario. Pero el suave el suave desliz de las palabras de Tobirama... llamándolo... su... mi...

Mi señor

Se le quedó grabado en la mente; pensando cómo sería pedirle que le siguiera llamando así para siempre, algo dentro de él tenía la intención de tomarlo en ese momento y hacerlo repetir lo que había dicho... en su oído, en sus brazos... tal vez podría perdonar lo de su ropa si volvía a decirlo.... si... tal vez lo haría...

Pero tuvo que regresar a la realidad.

—Adelante.

Tobirama se puso de pie, con elegancia sobria, y comenzó a repartir pergaminos uno a uno.

—En cada rollo encontrarán un resumen de las propuestas que presentaré hoy, así como una hoja anexa con las fuentes consultadas. —Hizo una pequeña pausa antes de realizar un jutsu de invocación. Un gran mapa apareció sobre la mesa, generando leves murmullos de sorpresa. Tomó su bastón de mando con naturalidad, como si siempre hubiera pertenecido allí, y comenzó:

—He recolectado esta información tras consultar los registros históricos del clan en la biblioteca, así como en conversaciones detalladas con mi señor. —Buscó con la mirada a su esposo, que asintió en respuesta. — No obstante, si alguno de ustedes cuenta con datos más actualizados, les agradeceré que los adjunten al informe final que deberán entregarme al concluir la semana.

Hizo una breve pausa y luego continuó con voz clara:

—La primera de mis propuestas nace de una observación que he realizado durante mis recorridos por el complejo, así como de los documentos civiles disponibles: muchos de nuestros ciudadanos carecen de lectoescritura básica. Este problema representa un rezago que obstaculiza la participación plena de los civiles en asuntos administrativos, económicos y culturales. Por ello, propongo la creación de una academia básica de instrucción general.

Algunos consejeros intercambiaron miradas, y Tobirama, imperturbable, prosiguió:

—La institución será gratuita y accesible, y estará orientada a formar nuevas generaciones de Uchiha capacitados no solo en combate, sino en pensamiento crítico y administración comunitaria. He dividido el proyecto en cinco etapas fundamentales: control, formación, corrección, evaluación y divulgación.

Señaló con el bastón el mapa que ahora mostraba un croquis de dónde pensaba ubicar la instalación de la escuela una vez concretado y aceptada la propuesta.

—Primero, la etapa de control: se seleccionará un grupo de entre 18 y 20 años como población piloto. Se les evaluará para determinar el punto de partida educativo.

—Segundo, la etapa de formación: en ella se instruirá a los estudiantes en lectura, escritura, matemáticas básicas y cultura general, con énfasis especial en la historia del clan Uchiha.

—Tercero, la corrección: en esta fase aplicaremos diferentes métodos pedagógicos para encontrar el más efectivo. Cada avance será documentado, cada error, corregido.

—Cuarto, evaluación: se realizarán exámenes prácticos y teóricos que validen el conocimiento adquirido en las etapas anteriores.

—Y quinto, divulgación: aquellos que concluyan con éxito el ciclo serán entrenados como instructores para replicar el conocimiento con otros civiles y jóvenes. Esta será la semilla de una cadena de aprendizaje autosustentable.

—Esta propuesta, además de fomentar la autosuficiencia intelectual del clan, permitirá asignar horarios escolares a los menores, de modo que sus padres puedan enfocarse en otras labores esenciales para el desarrollo del complejo. Sé que no es una idea común en un clan con base militar, pero si queremos sobrevivir como comunidad, debemos pensar en algo más que la guerra.

Tobirama se detuvo un momento para pedir que sirvieran él te a todos los presentes, cosa que no parecía disgustarle a nadie al parecer; hizo una señal a Hiyori, para que le proporcionara miel y un poco de pastelillos de arroz y se los sirviera a su esposo. Hiyori hizo una reverencia y salió de inmediato de la habitación; algunos de los consejeros seguían reparando los diagramas y textos de Tobirama con detalle; después de que el té fue servido y Madara tuviera un delicioso detalle, con una firmeza tranquila, Tobirama retomó la palabra:

—La segunda propuesta que hoy presento es más ambiciosa, pero también más urgente. Me refiero al fortalecimiento del sector agrícola del clan Uchiha.

Varios consejeros murmuraron entre sí. Tobirama prosiguió sin perder el ritmo.

—Actualmente, el clan depende casi en su totalidad del comercio exterior para abastecer sus alimentos básicos. Esto representa un riesgo estratégico y una debilidad económica. Mi propuesta busca remediar esa situación en tres etapas claramente definidas.

Hizo un ademán con el bastón de mando, y el mapa proyectó tres zonas de color sobre el territorio Uchiha.

—Primera etapa: huertos personales. Cada familia recibirá una pequeña dotación de semillas y capacitación técnica básica. Enseñaremos a cultivar vegetales de rápido crecimiento y fácil cuidado: rábanos, zanahorias, cebollín, espinacas. Todo esto acompañado de manuales ilustrados que personalmente elaboré para facilitar la comprensión visual del proceso.

Se oyó un leve murmullo de confusión. Incluso Madara, que no solía reaccionar en público, asintió con visible orgullo por su idea. Naomasa, por su parte, hojeaba el manual con una expresión entre analítica y contenida.

—Segunda etapa: zonas de cultivo comunitarias. Designaremos áreas dentro del territorio del clan para cultivos a mayor escala. Estas tierras serán administradas por civiles previamente capacitados, bajo un principio claro: el uso de la tierra estará condicionado a su productividad. Introduciremos cultivos de alta demanda y resistencia —como el arroz y el trigo— con el fin de mejorar la dieta del clan y reducir la dependencia de los comerciantes externos.

Tobirama hizo una pausa breve, observando a cada uno de los presentes antes de continuar:

—Tercera etapa: comercio y autosuficiencia. Una vez que logremos un volumen de producción estable, abriremos rutas de intercambio con otros clanes y aldeas vecinas. El objetivo es establecer una economía interna sólida, sustentada en la producción agrícola local. Esto no solo generará ingresos, sino que elevará el prestigio del clan como comunidad autosuficiente y bien administrada.

Entonces bajó el bastón con suavidad, y su voz, sin elevarse, cerró la propuesta con la misma firmeza que había mantenido desde el inicio:

—Una nación se construye desde la raíz. Un clan, desde su gente. Si cultivamos la tierra, cultivamos también la dignidad de nuestros civiles. Esta propuesta no es caridad: es estrategia a largo plazo.

Yajirō tomo la palabra al finalizar Tobirama.

—Con el debido respeto, Lord Tobirama —intervino Yajirō Uchiha, un hombre de unos cincuenta años, de mirada dura y postura marcial—. ¿Es usted consciente de lo que está proponiendo?

Tobirama lo miró con serenidad, sin interrumpirlo.

—Somos el Clan Uchiha, el más temido en los campos de batalla. Nuestra historia, nuestro prestigio y nuestras alianzas han sido construidas con el filo del kunai y la precisión del sharingan. ¿Pretende usted que esa misma gente, la que ha luchado por generaciones, ahora se dedique a sembrar zanahorias?

Hubo murmullos entre algunos de los consejeros. No todos estaban en desacuerdo con Yajirō.

—Los demás clanes —habló ahora el general Daigo— temen nuestra fuerza. Ese temor nos ha traído contratos, respeto, territorio. ¿Cómo espera que el orgulloso pueblo Uchiha acepte esa... transformación en agricultores y comerciantes?

El aire se tensó.

Pero Tobirama no bajó la mirada ni un instante. Dio un paso al frente con toda la compostura del mundo y respondió:

—Comprendo su inquietud. Y es válida. El Clan Uchiha ha sido —y sigue siendo— una de las fuerzas militares más respetadas de la región. Pero permítame ofrecerle una reflexión:

—Una hoja afilada que solo sabe cortar, termina por romperse. Un guerrero que solo conoce la guerra, no sabe qué proteger.

Se giró ligeramente para observar a los demás consejeros.

—No propongo sustituir la fuerza del clan. Propongo ampliarla. Que un civil aprenda a sembrar no lo vuelve débil; lo vuelve útil. Y que un shinobi conozca la tierra que protege, lo vuelve completo. No he pedido que bajen las armas, sino que construyan algo que valga la pena defender. Además... ¿qué mayor muestra de poder puede ofrecer el Clan Uchiha que alimentar a su gente, sostener su economía y elegir cuándo y dónde luchar?

Madara entrecerró los ojos, pensativo.

Tobirama bajó ligeramente el bastón de mando.

—Mi señor Tobirama —dijo Naomasa con tono amable, casi diplomático, apoyando ambos codos sobre la mesa como si compartiera una confidencia—, no me malinterprete... su propuesta tiene un noble trasfondo, sin duda. Pero me preocupa que esté un poco desfasada respecto a nuestras prioridades actuales. Las reservas del clan no están en su mejor momento y, francamente, pensar en infraestructura educativa ahora... bueno, me temo que podríamos estar poniendo la carreta antes que los bueyes, ¿me explico?

Algunos consejeros asintieron con reservas. Rei mantuvo la mirada fija en los documentos, mientras Yajirō simplemente alzó una ceja con curiosidad.

Tobirama se mantuvo sereno. Su rostro no se alteró en lo absoluto, pero sus palabras fueron medidas con precisión quirúrgica.

—Agradezco su preocupación, consejero Naomasa —dijo con voz firme—. Pero en este caso, no será necesario comprometer el presupuesto actual del clan.

Madara giró el rostro hacia él con leve sorpresa, como si no esperara ese comentario.

—Como sabrá, al momento de casarme con mi señor Madara—mi hermano— ofreció una dote nupcial considerable. Hasta el momento, no se ha hecho uso de ella ¿o me equivoco?. Planeo invertir la mitad de esa riqueza en este proyecto. Es más que suficiente para implementar y sostener la propuesta inicial.

Un murmullo se levantó entre algunos de los presentes. Naomasa frunció apenas los labios.

—Además —prosiguió Tobirama—, hay formas de construir sin recurrir a presupuestos abultados. Con la capacitación adecuada, muchos de nuestros propios civiles podrían participar en la construcción. Y para eso me ofrezco personalmente.

Hubo un silencio momentáneo. Tobirama se acomodó con elegancia en su asiento antes de añadir:

—Soy bastante competente en diseño estructural. Y conozco carpinteros y constructores del Clan Senju que estarían dispuestos a compartir sus conocimientos con nuestros aliados, sin costo alguno solo por respeto a mí.

Los ojos de Madara se centraron en la mirada de superioridad de Tobirama.

—Como ve, señor Naomasa —concluyó, con una inclinación leve de cabeza.— Se trata de saber cómo construir esos sueños con los pies bien puestos en la tierra.

Rei, quien había permanecido atenta durante toda la exposición de Tobirama, levantó ligeramente la mano y tomó la palabra con su habitual tono moderado, pero firme:

—Lord Tobirama, su proyecto es ambicioso y aun no decido si apoyo su propuesta. Sin embargo, me gustaría señalar un detalle importante respecto al grupo etario que propone como grupo de control. Las edades de entre dieciocho y veinte años —hizo una breve pausa.— son, actualmente, una de las menos frecuentes en el censo general del clan. Y, además, muchos de los jóvenes en ese rango se encuentran actualmente en servicio activo o en proceso de formación militar.

Varios consejeros asintieron, y Daigo, que hasta entonces se había mantenido callado, intervino con voz grave.

—Puedo confirmarlo. —Sus ojos eran duros, como de costumbre—. La mayoría de los reclutas de esa edad están bajo mi supervisión directa o en las filas de entrenamiento avanzado. Interrumpir su formación para actividades académicas, por muy nobles que sean, pondría en riesgo nuestra capacidad de respuesta inmediata. Sería una debilidad evidente en una edad crucial para el desarrollo de un shinobi.

Tobirama asintió, sin perder la compostura. Estaba por responder cuando la voz de Madara resonó desde el centro de la mesa.

—Consejeros Rei y Daigo, sus puntos son válidos. Es cierto que no podemos darnos el lujo de debilitar nuestras líneas jóvenes, sobre todo ahora que aún consolidamos la paz —sus ojos se desviaron brevemente hacia Tobirama, suaves, pero atentos—. Sin embargo, tampoco estoy en desacuerdo con la propuesta de mi esposo.

Todos en la sala giraron hacia él.

—Una academia militarizada —continuó— no sólo podría complementar las habilidades de lectura, estrategia y conocimiento histórico, sino que también serviría para reforzar la formación básica de los cadetes, sin necesidad de comprometer su desarrollo como combatientes. Podría formar parte de su entrenamiento, más que reemplazarlo.

Rei se mantuvo pensativa, mientras Daigo entrecerró los ojos, sopesando la viabilidad de la idea.

Madara entrelazó las manos con calma.

Tobirama estuvo a punto de tomar la palabra para continuar el debate, pero Madara continuó.

—Las propuestas realizadas el día de hoy se van a discutir dentro de la siguiente sesión; tengan preparadas sus observaciones y votaremos si son aprobadas o no.

Esto desconcertó al albino, aún no terminaba de realizar sus propuestas; aún faltaba la del hospital, el cambio a las leyes civiles... pero su esposo ya había terminado por hoy.

Su semblante titubeo un poco; formaba tantos argumentos en su mente de porqué era importante discutir eso hoy mismo. En el clan Senju; siempre se debatía hasta el final cada propuesta, por ello se preparaba para cualquier improvisto, tipo de pregunta, contra argumento; al parecer aquí era bastante diferente. Podía adaptarse, pero... ¿qué hacía con todo lo demás que tenía preparado?

El general Daigo, relató cosas que se había discutido anteriormente en las reuniones y juntas, como lo podría ser el tratado y el tratado de paz con los Senju; además de las misiones asignadas a Rei y Gorō. Estos se sumaron a la explicación agregaron detalles de sus misiones; en un inicio no hubo más que comentarios cortos; hasta que Tobirama quiso profundizar en la situación de la fuente de agua. Esa parte había capturado su atención, ya que era una zona que sabía, estaba custodiada por miembros de Hatake. Él tenía una buena relación con ellos y podrían negociar el derecho del uso del agua si podían formar una alianza. —También sé que mi hermano envió varias propuestas comerciales; ¿alguna de ellas ha tenido respuesta?

—Seguimos procesando la información mi señor. —comentó Naomasa. —Es difícil ver una propuesta tan poco organizada.

—¿Y cómo la redactaría usted? — Tobirama tenía experiencia lidiando con gente de ese tipo; era fácil ponerlos en su lugar cuando sólo eran un par de gente altanera.

—Con más decoro, por supuesto mi lord. —

—Será suficiente por hoy, en 3 días continuaremos los temas hablados en la reunión. — concluyó Madara, quien se levantó para evitar la discusión; los ojos de Tobirama, miraban con determinación y desprecio al beta. Madara tendió su mano para ayudarlo a levantarse.

Busco la mirada de su esposo, pero este sólo siguió su camino; y cuando todos salieron de la sala de juntas, ninguno se había llevado los pergaminos que había preparado.

Desde el punto de vista de Tobirama su reunión fue desastrosa, nadie había estado dispuesto a escucharlo en esa sala, había buscado el apoyo de Madara a quien le había contado parte de las mismas y se había encontrado interesado en varios puntos, pero este no parecía reaccionar a nada de lo que comentó; completamente indiferente.

No estaba acostumbrado a ser ignorado en las juntas de batalla, ni en la de consejo, era el segundo al mando en su familia, la persona encargada del bienestar de la sociedad en general del clan Senju, el estratega de la batalla que les otorgó la paz; sus simples hazañas hablaban más que por el mismo...

Era inaudito ser exiliado de esa manera.

Estaba muy molesto, podría arrancarle la cabeza a alguien, a quien fuera que se pusiera en frente en ese momento.

Y pensó: ¿Por qué me esfuerzo tanto en demostrar que soy capaz? Saben perfectamente que lo soy... simplemente no quieren escucharme...


Después de 2 semanas intensas discusiones con el consejo por las propuestas de Tobirama, algunos ya habían aceptado por lo menos realizar la consideración, sobre todo  Momoko, quienes sus propuestas impactaban de manera directa y de cierta manera positiva. Algunos de los partidarios de Naomasa argumentaban que las costumbres Senju eran riesgosas para el estilo de vida de la civilización Uchiha y se deberían respetar las tradiciones e inculcar eso a las futuras generaciones. Los debates, al final no llegaban a nada, porque no había opción a ceder, seguía siendo la mayoría los que se oponían al cambio.

Madara era casi un mero espectador en ocasiones, y no participaba a menos que la sala lo exigiera; este estaba más concentrado en el entrenamiento y avance de los nuevos reclutas que lo que su omega podía proponer. Al final, Tobirama, en una de las juntas había dejado a la luz una clara deficiencia en su método de entrenamiento y era algo que su orgullo no permitía soltar.

Escasos ya eran los momentos  que pasaban juntos, más que la hora de dormir y el té por la mañana, eso a exigencia de Madara obviamente. En ocasiones estos cenaban juntos, sólo para actualizar la información necesaria. Lejano era el momento donde Madara disfrutaba de la compañía de Tobirama en un paseo. A veces se preguntaba si eso había sido real, o fue un sueño lejano. 

Había momentos en los que Tobirama absorto en su oficina era interrumpido y obligado a salir de sus pensamientos por Madara, exigiendo compartir sólo el té o un almuerzo común; a veces pensaba que lo hacía por obligación más que el deseo de su compañía, y dolía un poco. 

Era bastante solitario sentir que todo lo que Madara hacía era por obligación; no era como que le importara mucho...

¿Verdad?

Tobirama solía ocultar bien sus emociones, enterrándolas bajo una fachada de disciplina y mesura. Sin embargo, su naturaleza era terca, caprichosa e indomable por momentos. Era exigente hasta el exceso, rara vez conforme con lo que le rodeaba; siempre buscando perfeccionarlo todo, empujando los límites de lo establecido. A veces rozaba la soberbia, lo sabía, y lo reconocía como uno de sus mayores defectos. Pero, a los ojos de Hashirama, su hermano mayor, esas no eran fallas, sino virtudes en bruto. Siempre que Tobirama proponía algo —por extraño, exagerado o meticuloso que sonara—, Hashirama se detenía a escucharlo, sin juicio previo. No todo en la mansión Senju era como él lo deseaba, pero allí nunca le faltó lo escencial... amor y respeto. Y eso lo sostenía más de lo que a veces quería admitir.

Sabía que no estaba en casa.

La mansión Uchiha era imponente, pero sus muros no lo abrazaban como los de su hogar.

Los consejeros no eran hermanos, ni siquiera aliados; eran lobos bien vestidos, evaluándolo con cada palabra, cada gesto.

Y Madara... Madara no era su hermano.

No tenía su calidez, ni su ternura disimulada entre regaños. No le ofrecía esa mirada que decía "te creo" incluso antes de escuchar su propuesta completa.

Sabía todo eso. Lo aceptaba, con la lógica fría que había vuelto su lema de vida.

Pero aun así... no podía evitar anhelarlo.

Ese amor incondicional. Esa seguridad absoluta.

Esa sensación de pertenecer sin tener que luchar por cada paso.


Durante una de esas reuniones donde Tobirama participaba de manera firme como siempre; de pronto llegó un halcón, con una carta especial dirigida directamente al líder del clan, pero el ave reconoció antes a su antiguo cuidador; esto captó la inmediata atención de Madara; algo que no pasó desapercibido por el omega, quien rápidamente abrió el sobre sin leer que la carta era para Madara.

Era una invitación para la boda de su hermano. 

Chapter 9: Capitulo 9: El silencio de las cosas

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Capítulo 9: El silencio de las cosas

Tobirama sintió que el pecho le vibraba al desplegar el pergamino. Las líneas caligrafiadas con ese estilo—claramente de su hermano mayor— le bastaron para saber de qué se trataba incluso antes de leer el contenido.

Era la invitación a la boda de Hashirama.

Por un instante, todo pareció volverse menos importante. Los papeles, las discusiones, el ambiente denso de aquella sala. Incluso el recuerdo reciente de las constantes descalificaciones de los consejeros. Su mirada se suavizó. Una tibia nostalgia lo invadió. Hashirama... su hermano... finalmente daría ese paso con Mito.

Una sonrisa leve se dibujó en sus labios, pero no fue contenida con la mesura habitual. Era sincera. Casi vulnerable.

Madara lo observaba con atención desde el extremo de la mesa, su ceño apenas fruncido.

—Esa carta... —murmuró, apenas audible para los que estaban cerca— era para mí.

Tobirama parpadeó. Aún sujetaba el pergamino en alto, sin haberse percatado del nombre que figuraba en el exterior del sobre.

—Ah... —atinó a decir, volviendo en sí.

Madara se levantó levemente de su asiento, estirando la mano con gesto seco. Tobirama, algo turbado, le entregó el mensaje sin oponer resistencia. Por un instante, sus dedos rozaron los de su esposo.

El Uchiha leyó la carta con rapidez, sin mostrar ninguna emoción evidente. Tobirama aguardó, expectante. Quería escuchar algo. Una confirmación. Una fecha. Una respuesta. Algo. Pero Madara dobló el pergamino con precisión y lo dejó a su lado, como si no tuviera mayor relevancia.

—Gorō, continúa con el reporte de distribución de escuadrones en el sector oeste —dijo simplemente, ignorando por completo lo que acababa de pasar.

Los murmullos no se hicieron esperar. Algunos consejeros torcieron la boca. Otros intercambiaron miradas de desaprobación.

Había cometido un error.

Leer la correspondencia destinada al líder del clan, aunque se tratase de su esposo, era una falta grave a los protocolos establecidos. Madara no lo reprendió verbalmente, pero su indiferencia fue castigo suficiente. Tobirama permaneció en silencio, tratando de controlar su expresión. Se obligó a fijar la mirada en sus propios documentos y a tomar notas, aunque no absorbiera una sola palabra de lo que se estaba discutiendo. Su mano temblaba ligeramente al sujetar el pincel.

Durante el resto de la reunión, apenas participó. Cuando mencionaron sus propuestas de nuevo, prefirió recibir las observaciones con reserva en lugar de defenderlas. Casi agradeció que Madara no lo involucrara más en el debate del día.

El foco cambió.

Uchiha Daigo tomó la palabra para hablar sobre los avances en el tratado con los Hatake. Un asunto delicado que había sido resuelto gracias a la intervención diplomática de Tobirama. Él mismo había redactado el acuerdo preliminar y diseñado el esquema de distribución equitativa del agua de la fuente que antes era motivo de conflicto entre ambas comunidades. Hatake confiaba en los Senju, ya que su madre provenía de ese clan; y habían pactado un acuerdo de no agresiones ante la "jauría".

—Se agradece su colaboración, señor Tobirama —dijo Daigo, sin sarcasmo—. Sin su mediación, esto habría escalado a un conflicto.

Tobirama solo inclinó la cabeza con respeto. Ni una palabra más.

Madara no comentó nada. Ni en favor, ni en contra. Tampoco lo miró una sola vez más.

La junta concluyó con el sonido seco del sello de Madara marcando el final en el pergamino de actas.

Uno a uno, los consejeros se pusieron de pie, inclinándose levemente ante su líder antes de retirarse. Algunos lo hacían con sincero respeto, otros solo por protocolo. Varios ni siquiera miraron a Tobirama al marcharse.

Madara permaneció sentado, sin moverse, hasta que la sala quedó vacía.

—Quédate —ordenó, sin levantar la voz, pero con una firmeza incuestionable.

Tobirama detuvo el movimiento de sus piernas, ya casi de pie, y volvió a sentarse lentamente. Mantuvo el rostro sereno, aunque el estómago le ardía con una mezcla de vergüenza y ansiedad. Sentía como la mirada de Madara lo enjuiciaba.

Madara no tardó en hablar.

—El halcón cometió un error, lo sé —dijo con un tono severo, controlado—. Pero tú también.

Tobirama tragó saliva.

—No debiste leer la carta —continuó el Uchiha—. Aunque estés casado conmigo, aunque seas parte del clan... sigue siendo mi correspondencia. Y lo hiciste frente a todos.

La voz no alzó ni un ápice.

—Fue una falta de respeto —sentenció, sin perder el contacto visual.

Tobirama se obligó a mantener el rostro neutro, pero algo en su pecho se apretó con fuerza. Se había esforzado tanto por seguir las reglas, por aprenderlas, por adaptarse a esa cultura que no era la suya. Y aun así... erraba. A los ojos de todos, y sobre todo de Madara.

¿Por qué justamente hoy tenía que fallar? Había sido tan cauteloso...

Iba a disculparse. Sabía que debía hacerlo. Respiró para iniciar la frase correcta, diplomática, pero sus labios, obstinados como siempre, dijeron lo primero que le nació.

—¿Vamos a ir?

La pregunta salió más suave de lo que esperaba, cargada de una esperanza casi infantil que no había planeado mostrar.

Madara frunció el ceño, confundido por el giro repentino.

—¿A la boda de tu hermano? —preguntó, sin ocultar cierta incredulidad.

Tobirama asintió con un leve movimiento de cabeza, bajando por fin la mirada.

Madara lo observó en silencio. El aire entre ambos era denso, como si una línea invisible los mantuviera a distancia.

El Senju se mordió el interior de la mejilla, maldiciéndose en silencio. Esa no era la conversación que debía tener. No en ese momento. No con ese gesto de esperanza tan evidente. Se suponía que debía mantenerse frío, disciplinado... no dejar que Madara viera que le dolía.

Pero allí estaba. Esperando una respuesta. Una afirmación. Un gesto. Algo.

Tobirama sintió cómo la culpa le inundaba de inmediato. La esperanza que había asomado en su voz se disipó al instante.

—Lo siento... —murmuró, bajando la mirada, apenado—. No debí hacerlo. No debí... interrumpir la reunión así.

Madara suspiró, una mezcla de cansancio y resignación en ese simple gesto.

Se puso de pie con lentitud, estirando los músculos tensos por el día.

—Está bien —dijo, su voz firme, pero sin ira—. Iremos.

Y sin añadir más, giró sobre sus talones y salió de la sala, dejando a Tobirama con el eco de sus palabras y un pequeño respiro en el pecho. Tobirama sonrió para sí mismo, una sonrisa pequeña pero llena de alivio y esperanza. Fue lo último que Madara vio antes de salir de la sala, sin voltear atrás.

Con el ánimo renovado, Tobirama se dirigió a la biblioteca, ese santuario de silencio y conocimiento que, poco a poco, se había transformado en su refugio más íntimo. Allí encontraba no solo paz, sino también compañía sincera, libre de juicios y expectativas.

Algunos de los encargados del archivo lo reconocían ya como una figura de autoridad, por la firme dedicación que mostraba día con día en su labor de estudio e investigación. Le facilitaban con gusto la información más reciente disponible, y él, a cambio, les compartía copias cuidadosamente elaboradas de sus propias notas, diagramas y observaciones, tomados de su vasta colección personal.

Entre los pasillos y estantes, dos jóvenes gemelos se habían ganado su afecto: Kou y Koutarō, de apenas siete años, cabello oscuro y mirada vivaz. Ayudaban a sus hermanos mayores con las labores de limpieza de la biblioteca y, en los últimos días, Tobirama se había encargado de enseñarles a leer y escribir. Avanzaban con rapidez sorprendente, devorando sílabas con la misma hambre con la que otros ansiaban el poder. Pronto estarían listos para enfrentarse a textos más complejos, y Tobirama no podía evitar sentirse orgulloso.

Aún no habían recibido su designación, Tobirama intuía que serían omegas. Aunque rara vez se permitía hacer suposiciones de ese tipo, su instinto pocas veces se equivocaba.

Era bastante común ver gemelos o mellizos en el Clan Uchiha. La presencia de Kou y Koutarō le arrancaba una sonrisa silenciosa cada vez que los veía repasar los ejercicios de caligrafía, completando las frases del otro, compartiendo gestos que solo ellos comprendían.

Le resultaba... entrañable. Casi divertido.

Y por un breve, brevísimo instante, se permitió imaginar algo imposible.

Tal vez, algún día... él también podría tener algo así...

Pero el pensamiento fue tan fugaz como doloroso.

Lo atrapó antes de que pudiera echar raíces, y lo enterró en lo más profundo de sí.

Donde nadie —ni siquiera él mismo— pudiera encontrarlo con facilidad.

En más de una ocasión, durante las reuniones del consejo, se había insinuado —a veces con sutileza, otras con descaro— que consolidar el gobierno del Clan Uchiha requería de un heredero. Naomasa solía ser el más insistente al respecto, respaldado por la consejera Momoko, quien hablaba de deberes con una sonrisa demasiado amable. Madara, por su parte, evitaba siempre prolongar esos temas. Los ignoraba con el mismo desdén con el que silenciaba cualquier amenaza al equilibrio frágil de su matrimonio. Dando a entender que por el momento no era un tema de prioridad.

Durante sus visitas al médico en las semanas de recuperación, Tobirama había escuchado lo mismo una y otra vez: que su cuerpo, tras haber atravesado un proceso tan severo como la tanatosis, estaba en pausa. Prácticamente infértil hasta que su siguiente celo se presentara, lo cual no ocurría desde hacía casi seis meses. Y si se contaba la noche de bodas... bueno esa, simplemente, no debía contarse.

Tener hijos no era algo que le quitara el sueño. Era difícil siquiera pensar en compartir una conversación estable con Madara, como para imaginar traer una nueva vida al mundo.

Además, la idea de concebir con él...

Aún le causaba una punzada en el pecho.

Los recuerdos de aquella noche, por mucho que tratara de silenciarlos, seguían allí. Persistentes. Fríos. Demasiado vívidos.

Sí, la situación había cambiado desde entonces. Madara se había ganado, en cierta medida, su respeto. Incluso, en algunos momentos, su compañía le era grata.

Pero jamás hubo una disculpa. Y aunque tampoco la esperaba, convivir con su ausencia era una herida más que no terminaba de sanar.

Tobirama permanecía inmóvil, la mirada perdida en las estanterías de la biblioteca, pero no leía. Su mente había viajado muy lejos de allí.

Fue la voz de Kou la que lo sacó de su ensoñación.

—Maestro Tobirama... ¿Usted dijo que las hojas de la planta ashitaba pueden comerse? —preguntó el niño, con los ojos brillantes por la curiosidad.

Koutarō se acercó también, extendiendo el pergamino de ilustraciones que habían estado estudiando.

—Queremos saber si realmente ayudan con los calambres como dice este escrito... ¿es verdad?

Tobirama parpadeó, dejando que la nube de sus pensamientos se disipara. Observó a los gemelos con atención, y la leve curva de una sonrisa apareció en sus labios. La pasión de esos pequeños por el conocimiento tenía una forma pura de salvarlo, aunque fuera por instantes.

—Esa planta crece en el jardín interior de la mansión, tiene muchos usos, sobre todo después de entrenamientos intensivos —comentó, tomando con suavidad el pergamino para observarlo—. ¿Quieren verla?

Los ojos de los gemelos se iluminaron al instante.

—¡¿En serio?! —dijeron al unísono, la emoción desbordando en sus voces.

Tobirama asintió, y caminó con ellos hacia la entrada. Localizó a los hermanos mayores de los niños, quienes se encontraban aun organizando volúmenes cerca del archivo de reservas.

—Me gustaría llevarlos al jardín privado, quiero que vean personalmente las especies que están estudiando, ¿me permitirían estar a su cuidado mientras lo realizamos?

Los jóvenes se miraron entre sí, sorprendidos, pero asintieron con respeto.

—Por supuesto, Lord Tobirama, sería un honor que siga instruyendo a Kou y a Koutarō.

Los gemelos corrieron a su lado, agarrándose uno de cada manga de su haori como si temieran que cambiara de opinión. Tobirama no hizo gesto alguno por alejarse. Era poco afecto a las muestras físicas de afecto, pero con ellos... no podía evitar cierta ternura.

No lo llamaban "señor".

Ni "Lord Tobirama".

Lo llamaban "maestro".

Y había algo en esa palabra, tan sencilla y tan profunda, que le daba sentido a todo aquello por lo que estaba luchando.

Caminó por los pasillos de la mansión con paso sereno, mientras los gemelos a su lado lanzaban preguntas vivaces, señalando cada rincón con curiosidad infantil. Tobirama respondía con paciencia y entusiasmo, apuntando detalles, corrigiendo con dulzura y enseñando como si el tiempo no le apremiara. Sonreía.

Pero no era una sonrisa cualquiera. Era una de esas raras sonrisas suyas, tan suaves y luminosas que, por un instante, hasta los pasillos grises parecían teñirse de color.

Algunos trabajadores que se cruzaban en su camino se detenían, desconcertados, sorprendidos por la escena. Los niños los saludaban con una alegría natural que desarmaba incluso a los más rígidos, y Tobirama —con esa quietud digna y protectora los guiaba con la firmeza de un maestro, pero también con algo más.

Hana los observaba desde la distancia, medio oculta tras una columna, con los labios apretados. Al principio, su expresión fue de recelo, pero algo en aquella escena removió un rincón olvidado de su corazón.

No era solo la ternura con la que Tobirama se agachaba a explicar los brotes de una planta o les corregía la postura al caminar. Era la forma en que los miraba, como si su presencia tuviera valor, como si educar fuera también un acto de afecto.

Por un instante, Hana recordó a la madre de Izuna y Madara.

Esa mujer de voz serena y sonrisa perenne, que tomaba la mano de su hijo al caminar por esos mismos pasillos, que hablaba del mundo con amor, aunque vivieran rodeados de guerra. La imagen de Tobirama, tan sereno y entregado con los niños, hizo que el recuerdo regresara con fuerza inesperada.

Y Hana, que juró no olvidar nunca, se sintió... tocada.

Solo por un momento.

-

En la soledad de su oficina, Madara estampaba sellos con movimientos mecánicos, uno tras otro. El papel crujía con cada movimiento de muñeca, y el sonido del tintero mojando la pluma era casi lo único que rompía el silencio. Documentos de seguridad, reportes de entrenamiento, informes de recursos... Todo parecía tan terrenal y carente de sentido en comparación con lo que pasaba por su cabeza.

Un rollo de pergaminos a un lado de su escritorio le recordó algo que había dejado deliberadamente ignorado durante días.

Las correcciones que Tobirama le había hecho llegar.

La propuesta original, a pesar del rechazo del consejo, había sido sólida desde un principio. Pero ante las negativas y objeciones de cada reunión, Tobirama había modificado, adaptado, reescrito... no menos de siete veces, según los resúmenes que ahora Madara leía con el ceño fruncido.

Demasiado trabajo para algo que ya estaba bien justificado. — pensó mientras repasaba una nota escrita con la caligrafía fina y recta de su esposo.

Suspiró.

—Así son las cosas... —musitó, más para sí que para nadie.

Era la misma estructura burocrática que su abuelo había construido. El mismo sistema que en algún momento se pensó que protegería la integridad del clan. Y, sin embargo, ahí estaba, haciendo perder tiempo y energía incluso al más eficiente de los consejeros.

Tobirama trabajaba bajo reglas que no le eran propias. Se doblaba, pero no se rompía. Reformulaba una y otra vez como si cada palabra fuera una pieza en un tablero de shōgi. Y, aun así, Madara sabía que nada garantizaba que lo aprobaran.

Madara dejó caer la pluma sobre el escritorio con un leve clac. Apoyó los codos sobre la madera y se frotó el rostro con ambas manos, exhalando despacio.

Tal vez había sido injusto.

Tal vez, simplemente, no quería admitir que esa propuesta era demasiado buena.

Que esa persistencia le resultaba tan irritante como admirable.

Y que —aunque no lo dijera en voz alta— había momentos en los que deseaba compartirle eso.

Pero no sabía cómo.

Dormían en la misma habitación. Compartían el mismo espacio, el mismo aire, el té por las mañanas. Y aun así... Madara sentía que Tobirama estaba a kilómetros de distancia.

Como si entre ellos existiera un muro invisible, una muralla gruesa hecha de silencios incómodos.

A veces, pensaba que sería más fácil hablar con Ryuuji —ese muchacho orgulloso que había heredado parte del fuego de Izuna— que con su propio esposo. Al menos Ryuuji respondía a sus palabras. Tobirama, en cambio, lo miraba con esos ojos rojos, afilados, que lo hacían sentir como si sus intentos no fueran más que ecos sin destino.

Ya ni siquiera sabía de qué hablarle.

Se le habían acabado las excusas para acercarse. Que si el té, que si la cena, que si el consejo, que si las notas de la junta de ayer. Ninguna de esas razones bastaba, porque Tobirama respondía con lo justo. Con educación, sí. Con eficiencia, sin duda. Pero no con calidez.

Y Madara se estaba cansando de eso.

De sentirse un extraño.

De ser el esposo al que solo se responde por protocolo.

De fingir que no lo afecta esa distancia helada que Tobirama mantiene entre ellos.

Apoyó la frente en la palma de su mano, mirando de reojo los últimos informes que aún no firmaba.

¿Qué estoy haciendo mal? —murmuró al aire, como si alguna sombra le fuera a responder.

Pero el cuarto permaneció tan callado como siempre.

Y el silencio fue, otra vez, su única compañía.

Además del calor insoportable que azotaba esa época del año, Madara sentía que cada día su cuerpo se derretía un poco más bajo el peso del clima... y de su propia frustración. Los baños fríos ya no bastaban. Ni el sake ni las caminatas al atardecer lo ayudaban a calmarse.

Se removió en su asiento, incómodo, sudoroso, con el ceño fruncido. Entonces, sin saber por qué, su mente divagó. Pensó en la fecha, en el mes. Un detalle minúsculo lo golpeó como un shuriken entre los ojos.

Se irguió de golpe.

Sacó rápidamente uno de los calendarios anotados a mano por él mismo, revisó varias fechas, sumó mentalmente, restó... y volvió a contar.

Una. Dos. Tres veces.

—No... —murmuró, bajando el pergamino con lentitud. Sus ojos se abrieron apenas un poco más de lo normal.

Esto tenía que ser una maldita broma.

Madara dejó caer el pergamino sobre la mesa con un suspiro profundo. Se talló el rostro con ambas manos, frotando con fuerza sus mejillas, como si pudiera borrar así la tensión que le escalaba por la nuca.

—Tres días... —repitió en voz baja, como si al decirlo en voz alta pudiera sonar menos ridículo—. ¡¿Quién demonios celebra tres días una boda?!

Hashirama Senju, claro. Solo él sería capaz de organizar una ceremonia de proporciones, con rituales sagrados, ofrendas familiares, discursos interminables, una procesión espiritual y, seguramente, flores flotantes en cada maldito estanque.

Y él, tenía que asistir.

En dos días.

Justo cuando había notado ese maldito calor bajo la piel, esa sensibilidad que no era del clima ni del estrés... Era su cuerpo anunciando lo inevitable: su celo se acercaba.

Se levantó de golpe de la silla, como si el movimiento pudiera ordenar su mente, pero solo logró aumentar su ansiedad. Caminó de un lado a otro en su despacho, maldiciendo por lo bajo.

Conocía perfectamente su reloj biológico. Si comenzaba con los supresores hoy mismo, podía evitar que estallara en pleno evento. Aún tenía tiempo. Pero había un problema.

No estaba cómodo.

No se sentía tranquilo dejando su hogar —su territorio— justo en ese estado. Estaba vulnerable, inquieto... y si a eso se le sumaba el estrés del viaje...

Madara apretó los dientes.

Sabía que la ansiedad podía interferir con la eficacia de los medicamentos. Y si los efectos se veían alterados, ni todo el autocontrol que había cultivado a lo largo de su vida le serviría.

Su celo llegaría en una semana; pero iba a sobrevivir a eso.

-

Madara dejó los documentos sobre el escritorio con algo más que molestia. No podía seguir concentrado. Cada línea le parecía más ajena que la anterior y el leve zumbido del calor acumulado en la habitación lo estaba volviendo loco. Salió al pasillo, en busca de algo que enfriara su cabeza... y su cuerpo.

Bajó hacia la cocina, cruzando los corredores casi vacíos a esa hora. El mármol aún conservaba parte del frescor de la mañana, pero el bochorno del mediodía ya se colaba por las rendijas.

Al entrar, se encontró con Hiyori, quien revisaba las bandejas del almuerzo. Al verlo, enderezó la postura y bajó ligeramente la cabeza.

—Mi señor —saludó con respeto, aunque sin perder esa eficiencia que la caracterizaba.

—Hiyori —respondió Madara, con un leve gesto de cabeza. Se dirigió directamente a la jarra de agua fría y vertió un poco en una copa. Bebió en silencio, dejando que el líquido helado le bajara por la garganta como un pequeño alivio.

—¿Desea que le lleve su comida a la oficina? —preguntó ella, acercándose con discreción.

Madara lo pensó por un momento. Había considerado almorzar solo, seguir repasando los informes... pero su mente no dejaba de girar en torno a Tobirama. Era una buena oportunidad. Tenía que hablar con él. Sobre el viaje. Sobre el estado de las cosas. Sobre... ellos tal vez.

—No. Hoy la tomaré en el comedor principal —dijo con calma, dejando el vaso a un lado—. Sirve también para Tobirama.

Hiyori asintió de inmediato.

—Lo haré de inmediato, mi señor.

Madara la observó por un instante antes de volver al pasillo. Aún no tenía del todo claro qué iba a decir. Pero si no lo hacía ahora, el momento jamás llegaría.

Entonces lo escuchó. Risas. Voces infantiles. No las reconoció al principio, pero la curiosidad —o algo más primitivo— lo guio por el ala sur, siguiendo el eco de esa alegría... y ese aroma inconfundible.

Jasmín, dulce de miel y vainilla; mezclado entre otras tantas flores.

Allí estaba Tobirama.

Sentado bajo el cerezo más grande, el cabello plateado brillando como seda al sol, inclinado sobre un pergamino con dos niños. Reían, hablaban rápido, señalaban los dibujos con emoción. Tobirama respondía con una calma que Madara no recordaba haberle visto en semanas. Sonreía. No esa mueca forzada con la que solía responder en las juntas. No. Sonreía de verdad.

Y Madara... se detuvo.

Desde la sombra de los pilares, lo observó con una rigidez extraña en la mandíbula. Esa sonrisa. Esa mirada. Esa calidez.

Alguna vez, le habían pertenecido a él.

Y ahora eran de esos dos mocosos.

Sintió una punzada en el pecho, no por los niños —ellos no tenían la culpa—, sino porque esa imagen parecía tan lejana para él como si observara una vida ajena. El Tobirama que reía con niños, que tocaba sus cabezas con ternura... ese Tobirama no era el que dormía en su cama.

El que compartía su mesa, sí. El que se presentaba a las reuniones, también. El que aceptaba su mano por formalidad.

Pero el Tobirama real, ese que brillaba cuando nadie lo exigía, parecía que había dejado de ofrecérselo.

Madara tragó saliva. Su orgullo quería hacerle creer que no le importaba. Que estaba demasiado ocupado, demasiado centrado en asuntos importantes. Que no tenía tiempo para celos infantiles.

Pero no era eso.

Era rabia.

Rabia de saber que Tobirama todavía podía mostrar afecto. Que todavía sabía reír. Que esa parte no estaba muerta. Solo... le había cerrado la puerta a él.

Y eso lo carcomía por dentro.

Pensó en acercarse, interrumpir, reclamar ese lugar que consideraba suyo. Pero los niños lo miraban con admiración, como si nada en el mundo les importara más que estar a su lado aprendiendo.

Y Madara no podía competir con eso.

Apretó los puños.

Tobirama, sonriente... pero no por él.

Madara no dio un solo paso más. Solo observó, con una rabia sorda y los celos vibrando bajo la piel. Como si el jardín hubiera dejado de pertenecerle también.

Pero la voz y el saludo de un pequeño lo desvió de su camino.

—¡Lord Madara! —exclamó Kou al notarlo cerca del sendero de piedra—. ¡Venga, venga! ¡Queremos mostrarle lo que hicimos con Tobirama-sensei!

—¡Sí! Hicimos muchas notas —añadió Koutarō, alzando una hoja prensada entre sus manitas—. Y ya casi sabemos todos los nombres, se lo juramos.

Tobirama alzó la mirada al escucharlos, con una expresión serena, iluminada por la risa de los niños. Le tendió la mano con amabilidad.

—Mi señor...—dijo en voz baja, pero clara—. Ellos quieren compartir lo que han aprendido contigo. Y... yo también.

Una calidez brotó del cuerpo de Madara, algo suave, casi acogedor, provocado por el tono dulce y pausado con el que Tobirama le hablaba. Se acercó sin resistirse, y se sentó a su lado bajo la sombra del cerezo florecido.

Frente a ellos, los gemelos tenían organizadas varias hojas, tallos y pétalos prensados sobre pergaminos, clasificados con cuidado. Kou y Koutarō comenzaron a explicar con nerviosismo los nombres de tres plantas, sus propiedades medicinales, cómo cultivarlas y cuidarlas. La presencia de Madara los intimidaba un poco, pero Tobirama los alentaba con una sonrisa cálida y una voz paciente.

Cuando terminaron, Madara se inclinó apenas hacia los niños y, con una voz mucho más suave de lo usual.

—Han hecho un gran trabajo. Su dedicación al estudio me alegra... Espero que algún día puedan aplicar estos conocimientos por el bien del clan.

Los niños se iluminaron de felicidad, casi temblando de emoción.

—¡Lo haremos! ¡Lo prometemos, señor Madara! —exclamaron al unísono.

—¿Qué les parece si almuerzan con nosotros? —propuso Madara, mirándolos a ambos.

Tobirama lo miró sorprendido, pero asintió con entusiasmo.

—Sería un honor para ellos... y para mí también.

Así fue como, en lugar de regresar al comedor principal, improvisaron un pequeño picnic a la sombra del cerezo. El aire estaba cargado de flores y risas, los platos sencillos se sentían exquisitos entre conversación y aprendizaje, y por un momento, Madara dejó de pensar en sus preocupaciones.

Al terminar, los hermanos mayores de los gemelos llegaron a recogerlos. Agradecieron con respeto a Tobirama por cuidar de ellos, e hicieron una reverencia tanto a él como a Madara, con una formalidad sincera.

Tobirama los despidió con una mirada afectuosa, y luego comentó, en voz baja

—Me gustaría que esos niños pudieran tener más educación de la que les puedo ofrecer por ahora...

Madara, aún con la imagen de los gemelos sonriendo grabada en su mente, asintió con lentitud.

—Yo también lo espero... Quizá esta vez, los demás puedan ver lo que realmente estás intentando construir.

Tobirama se sonrojó ante aquellas palabras. Bajó la mirada unos segundos, mordiéndose el interior de la mejilla.

Madara lo miró de reojo.

—¿Algo te preocupa? ¿es la boda acaso?—preguntó con una media sonrisa.

—Sí. ¿En qué momento partiremos? ¿O... acaso has cambiado de opinión?

Madara negó con la cabeza, sin perder del todo esa serenidad que había adquirido tras la escena con los niños.

—No he cambiado de opinión. Iremos... como lo prometí —dijo, desviando la vista hacia el cielo entre las ramas del cerezo.

Tobirama asintió, satisfecho, aunque algo en su pecho le decía que aún no era un verdadero "sí". Había mucha distancia en las palabras de Madara, como si el viaje fuera una obligación más en la lista.

—Sin embargo... —continuó el Uchiha, bajando la voz apenas un tono—. Hay demasiado por hacer. La situación entre los clanes Inuzuka y Hatake se ha tensado. Los Hyūga están involucrados en una disputa de territorio. Es una red de intereses que no puedo descuidar... y con el entrenamiento de los nuevos escuadrones no tengo el tiempo necesario para revisar la situación como desearía...

Tobirama lo miró con atención, sin interrumpirlo.

—Por eso quiero pedirte algo. ¿Podrías encargarte tú del borrador del acuerdo comercial con los Inuzuka? La información está en mi escritorio. También necesito que prepares el equipaje del viaje, por favor. Algo práctico. No llevaremos escolta numerosa.

Tobirama lo escuchó con paciencia, sin sentirse ofendido por lo doméstico de la tarea. De hecho, en cierto modo, agradecía que Madara confiara en él lo suficiente como para delegarle la negociación interclanes.

—Lo haré —respondió simplemente, con un pequeño gesto afirmativo.

Madara no añadió nada más. Sólo se levantó con parsimonia, se sacudió suavemente los pliegues de su ropa y murmuró:

—Gracias.

Y por primera vez en días, hubo un rastro de calidez verdadera en su voz.

Había pasado un día entero desde que Madara le había confiado la tarea, y Tobirama seguía sumido entre documentos, pergaminos, mapas territoriales y cartas diplomáticas. El calor era espeso esa tarde, pero su concentración era más firme que el sudor que le perlaba la frente. No se permitiría errores.

La situación interclanes era mucho más compleja de lo que Madara había resumido en unas pocas líneas. A primera vista, parecía una simple disputa por tierra fértil entre el Clan Inuzuka y el Hyūga... pero al analizarlo más a fondo, Tobirama vio con claridad lo que Madara intentaba conseguir.

El terreno en disputa no era especialmente fértil, ni tampoco abundante en recursos... pero su valor estratégico era incalculable. Servía como punto de cruce entre las rutas secundarias que conectaban la frontera norte del País del Fuego con los caminos principales hacia la capital. Un pase seguro allí era oro puro.

Los Inuzuka estaban en desventaja. Pagaban altos tributos cada vez que querían movilizar sus caravanas a través del territorio Hyūga, y esto los había debilitado económicamente. Madara lo sabía. Por eso les había ofrecido una salida tentadora: si cedían los derechos de administración del terreno a los Uchiha, él les garantizaría un pase libre permanente hacia la capital, sin necesidad de pagar tributo alguno.

Era un acuerdo brillante... pero también un acto político agresivo.

Tobirama lo comprendía mejor que nadie: si los Hyūga se enteraban de que el Clan Uchiha estaba utilizando su poder militar y económico para extender su influencia sobre rutas claves, lo considerarían una provocación directa. Y una guerra con los Hyūga era lo último que necesitaban, sobre todo después de las bajas sufridas ante el Clan Senju meses atrás.

Tobirama afiló la mirada

El estilo de Madara era ese, directo, imponente. Pero en diplomacia, la fuerza bruta rara vez era suficiente.

Suspiró, tomando una hoja limpia y comenzando a redactar una contraoferta. Una que protegiera los intereses Uchiha sin encender el orgullo Hyūga... una que incluyera garantías legales de que el territorio sería compartido en actividades mixtas —civiles y comerciales—, en lugar de únicamente militares. Si se lograba disfrazar la maniobra como una estrategia de cooperación, tal vez podrían lograrlo sin derramar sangre.

Dejó la carta sobre el escritorio de Madara; esta al final tenía que pasar varios filtros, así que no sería necesario profundizar hasta que los intereses de los otros consejeros se tomaran en consideración.

Le tomó casi todo el día terminar la revisión exhaustiva de los documentos y la propuesta para el acuerdo con los Inuzuka y Hyūga. Exhausto, Tobirama decidió que era momento de preparar su maleta para el viaje a la sede Senju.

Al llegar a la habitación, varias criadas ya esperaban para ayudarlo con el equipaje. Hana, quien siempre parecía entrometida, últimamente mostraba una actitud un poco más amable, se encargó con cuidado de revisar cada kimono y prenda que iban guardando. Tobirama no pudo evitar escuchar sus comentarios sobre qué conjuntos serían apropiados para la fiesta; su tono, aunque un tanto inquisitivo, reflejaba una experiencia en modales y etiqueta que él agradecía, sobre todo porque las cosas estaban relativamente bien con Madara en este momento.

Además, prestó atención cuando Hana le sugirió cómo ajustar mejor los kimonos de Madara para que lucieran impecables durante la ceremonia. Le sorprendió gratamente que ella también mencionara detalles personales sobre su esposo: que le agradaban los jabones con aroma floral.

—Quizás podría usar uno de esos en su cabello, tal vez lo ayude a relajarse después del largo viaje. — añadió con una sonrisa sutil en voz baja.

Tobirama guardó silencio, agradeciendo la información. A pesar de todo, esos pequeños detalles revelaban que Hana conocía a Madara más de lo que él mismo imaginaba, y quizás, en su forma particular, cuidaba también de ellos.

Madara y Tobirama tomaron el día libre antes del viaje, esto con la finalidad de seguir asignando tareas y revisando los últimos detalles. El albino tenía todo listo para el viaje con horas de anticipación, cada baúl y maleta perfectamente acomodado y, por otro lado; el Uchiha había seleccionado a Ryuuji y Gorō como escoltas, todos viajarían en caballo, ya que era la manera más rápida de llegar.

Y al amanecer, se despidieron del personal de la Mansión y partieron al complejo Senju.

Chapter 10: Capítulo 10: Matrimonio feliz

Summary:

Playlist para el capítulo: https://www.youtube.com/watch?v=K3QZVxqFEGE&list=PLU3kcxK1XsNp8H1SjdJeX-4NBySYNBjn3&ab_channel=LosPanchos-Topic

Chapter Text

Capítulo 10: Matrimonio feliz

Era extraño cabalgar de manera tranquila sobre los territorios Uchiha.

El valle se extendía silencioso, protegido apenas por una barrera que tiempo atrás habría sido impenetrable, pero que ahora, por falta de personal, apenas podía mantenerse activa. Madara había insistido en reforzarla él mismo, un acto de terquedad más que de eficiencia. Lo que en realidad se necesitaba era gente. Tobirama lo sabía. Y Madara también, aunque no lo admitiera en voz alta.

El camino se desplegaba como un cuadro pintado con calma: campos floridos ondeaban al viento, los estanques reflejaban un cielo sereno salpicado de nubes, y los aromas a tierra, agua y vida se mezclaban con dulzura. Las tierras Uchiha, pensó Tobirama, no tenían nada que envidiarles a los dominios Senju.

Los había visto antes en innumerables batallas, pero con una mirada más sombría, nublado por el resentimiento. Hoy podía respirar, sin el peso constante del juicio en su espalda.

Ryuuji y Gorō estaban detrás de Madara, sólo unos diez metros más atrás; Tobirama asumió que era para darles privacidad, pero en este momento; con Madara siendo una roca malhumorada, prefería la compañía del militar veterano y el joven entusiasta.

Aceleraron el paso para llegar a la sede antes de medio día, no sin antes detenerse en un pequeño río; Madara comentó que aquí fue el lugar donde conoció a Hashirama, y solía tener competencias de arrojar rocas, los recuerdos felices hicieron efecto en su vínculo, contagiando de buen humor la miraba de Tobirama. Quien de manera reservada comentó que cuando era pequeño el a veces solía ir a pescar, agregó que en ocasiones había ido a practicar sus jutsu en un lago no muy lejos de la zona; ya que estaban a escaso kilómetros de la sede del Clan Senju.

Madara se acercó un poco a él para continuar la conversación, pero penas se ubicó a su lado, un aroma denso, dulce y sofisticado lo golpeó en la cara.

Quería enterrar sus colmillo de nuevo sobre esa piel pálida; olvidar lo que había pasado esa noche y reclamarlo nuevamente; eran esos estúpidos pensamientos de alfa de nuevo. Atormentándolo día y noche mientras más cerca estaba su celo. Gritando dentro de sí mismo:

TÓMALO, TÓMALO, ME PERTENECE, ES MÍO...

Trató sólo acercarse un poco, pero ahí estaba ese calor debajo de la espalda, creciendo; como un dolor intenso. Se negó esa oportunidad. Ahora necesitaba calmarse, podría descansar llegando a la Mansión Senju y si lo necesitaba, podía quedarse un rato en la habitación ocupándose de sus asuntos sin que nadie, NADIE, pudiera interrumpirlo.

Inhaló y exhaló profundamente.

—Sigamos —ordenó, sin mirarlo.

Tobirama no se veía muy feliz por aquel repentino mandato, quería disfrutar un poco más del paisaje, y de un poco de agua fresca; tenía meses sin salir del complejo Uchiha; pero la sensación que tenía en su vínculo era extraña; brumosa y contenida. Decidió ignorarlo porque al final; Madara siempre hacía lo que se le daba la gana.

Los caballos volvieron a tomar ritmo, y después de media hora de cabalgata intensa se deslumbró el hogar de los Senju.

Las puertas eran majestuosas, talladas en roble macizo, adornadas con lobos, zorros y ciervos. Una obra maestra que dejaba sin aliento. Incluso Madara, con todos sus estándares de poder y grandeza, tuvo que admitir que era más impresionante que las del palacio del señor feudal.

Tobirama no había mentido: los mejores carpinteros estaban entre su gente.

Ryuuji observaba todo con ojos brillantes. Los campos de arroz que rodeaban la entrada daban una sensación de abundancia. Algunos aldeanos los saludaban con sonrisas sorprendidas. Madara bajó de su caballo en cuanto se detuvieron, y sin decir palabra, se acercó al de Tobirama y le tendió la mano.

Tobirama la aceptó, a pesar de no necesitar ayuda. Era una de las pocas costumbres matrimoniales que respetaban en público.

La sede se encontraba agitada; había tanta gente trabajando y arreglando cosas que todo parecía un caos. Hashirama los recibió con alegría, abrazó a su hermano con fuerza, acariciando su suave cabello plateado, pudo sentir como su corazón dejó salir una carga.

—Qué bueno que llegaron temprano —sonrió con sinceridad.

Tobirama lucía radiante como siempre, los colores claros siempre habían acentuado esa belleza mortal que lo caracterizaba; tan parecido a su madre, el único de sus hermanos que había heredado esos rasgos tan hermosos.

Pero sus ojos, estaban nublados con una ligera capa de tristeza y nostalgia; su olor, dulce y fragante estaba un poco apagado; Hashirama asumió que era por el largo viaje, pero conocía muy bien a su hermano y sabía que algo andaba mal.

Giró para saludar a Madara quien se veía ligeramente molesto, pero al encontrarse con la mirada inquieta de Tobirama, su semblante cambió.

Tal vez sólo necesitaban hablar un poco. Pensó.

Agradeció que llegaran temprano a la ceremonia, y los llevó hasta la habitación en donde se quedarían, que era la antigua de Tobirama. Al entrar, todo el personal los recibió con alegría, saludaban con cariño a su antiguo residente, y para sorpresa de los uchiha, también los recibieron con cariño, sobre todo por las señoras mayores que atendían el lugar.

La jefa de sirvientas se presentó. Mirai era la antigua asistente de Tobirama, y ella estaba muy feliz de ver que su señor venía de visita; los ayudó con el equipaje hasta la habitación de su antiguo jefe y los dejó para que tuvieran un poco de privacidad.

Su habitación estaba exactamente igual, como si no hubiera pasado el tiempo, el olor estaba mezclado entre Hashirama, Mito y Mirai. Al parecer habían estado limpiando desde que se fue. La recamara estaba compuesta por seis secciones, al entrar había un desnivel; había unos tres escalones de madera que conectaban a una oficina; el tatami era color verde oliva, y tenía una pequeña mesa de te al centro que daba vista a un balcón. También delante de ellos estaban unos libreros enormes con fácilmente más de cien ejemplares entre pergaminos y libretas de estudio. Tobirama los invitó a pasar; pero Ryuuji y Gorō decidieron esperar afuera de la habitación junto a Mirai que, los acompañó a otra habitación.

Madara estaba sorprendido por el lugar, bastante elegante y perfectamente decorado; nada muy ostentoso, de buen gusto.

Tobirama se adelantó y abrió las puertas que daban a su sala de descanso, que más que sala, era un santuario; tenía en el centro una hermosa cama decorada, ovalada, con muchas pieles y almohadas; el olor estaba profundamente arraigado en las sábanas; entonces Madara entendió que este era el nido de Tobirama.

Era profundamente íntimo mostrar algo así, Madara incluso aún no se atrevía a mostrarle el suyo a su esposo, que estaba en su antigua recamara; no pensaba que Tobirama era del tipo que anidaba o que encontrar confort en un nido. Su nido no era mucho en comparación al del albino.

—Las pieles las curé yo mismo, fueron cazados y aprovechados al máximo. —Tomó una de las pieles y se la pasó a Madara; una de un zorro blanco de las nieves, eran animales difíciles de obtener debido a que se caracterizaban por vivir en climas inhóspitos. — Es un obsequio, es igual a la que uso en mi armadura de batalla... espero te agrade, es suave al tacto...

—Gracias, es realmente suave...—Madara la acercó a su rostro... oh

El suave olor a vainilla seguía impregnado...

—Pasaré al sauna, voy a preparar mi ropa; dejaré la tuya lista en el vestidor... descansa si lo necesitas, puedes quedarte en el nido si así lo prefieres...—Tobirama cerró la puerta de madera, dejando atrás a Madara; caminó hasta el vestidor personal y desempacó algunos sellos; invocando las maletas de su esposo. Dejó el traje colocado sobre el maniquí de madera y tomó un baño.

Apenas eran las 11:00 am; saliendo de ese baño tan reconfortante, regresó vestido de manera ligera; entrando lentamente, observando como Madara descansaba sobre su nido, tan reconfortante, durmiendo profundamente como un niño pequeño, envuelto en todas esas almohadas.

Secándose el cabello con una toalla, Tobirama se acercó. Se recostó con cuidado a su lado, aspirando el aroma a pino y canela que lo cubría.

Y, con timidez, rozó la mano de su esposo.

Deseando, tal vez, que no despertara.


La gran ceremonia de apertura inició alrededor de las 7:00 pm, hermosas aves y flores decoraban la plaza principal de la sede, con inmensas estructuras de madera, bancas perfectamente colocadas en círculo; y en el centro una plataforma del mismo material, con velas y un hermoso arco de flores blancas; cada estanque, cada esquina, cada maldito árbol tenía decoración...

Hashirama sí que sabe llevar todo a lo grande...

¿Así hubiera sido su boda si ...?

Tobirama no lucía sorprendido al lujo y los detalles; al contrario, comentó que le parecía un poco modesto por parte de su hermano sólo colocar flores blancas, pero esperaba que la pirotecnia estuviera a la altura de la celebración; Mito lo merecía.

Madara, estupefacto.

­—Debes estar bromeando ¿no?, esto es... bastante....

¿Ostentoso?. —sonrió. — Si lo es. Tiene su encanto, yo pensaba que m...—un vago esbozo de angustia se sintió en sus palabras. Suspiró.

Madara captó de inmediato lo que Tobirama se guardó para sí mismo, un pequeño dolor y culpa aplastaron su corazón. Era cierto que su boda fue algo muy formal y tradicional, como dictaban las costumbres de su clan; sin tomar en consideración que Tobirama provenía de otro, y tal vez esperaba que fuera muy poco más parecido a su idea de boda que la de Madara.

Quería decir algo para aligerar un poco el ambiente, pero no hubo necesidad, ya que Tobirama se encargó de terminar y sellar el tema para siempre.

—Estas son circunstancias diferentes... así que no vale la pena preocuparse por lo que ya pasó. Olvida lo que iba a decir ¿está bien? — Pero la angustia seguía ahí.

Todos entraron en silencio cuando la música de presentación dio inicio; una hermosa composición de cuerdas, cautivadora, para la entrada del novio; Hashirama Senju, vestido como todo un lord; un precioso kimono de boda color blanco de la cabeza a los pies; y la orgullosa banda con el símbolo del clan senju en su frente; su rostro posaba una cálida sonrisa que buscaba llegar hasta el altar de manera perfecta, casi ensayada.

La melodía cambió, y Mito Uzumaki se hizo presente, cautivadora y hermosa; vestida igual que Hashirama con sus característicos moños sujetados esta vez con largos listones de color blanco, su mirada serena se enfocó en la de su otra mitad.

La ceremonia tomó lugar; el ministro enviado por el señor feudal inició la firma de los papeles, asegurándose de que todos los requisitos estaban debidamente llenados; una vez finalizado, el servicio religioso prosiguió. Todos los presentes se pusieron de pie, en un aplauso unisonó. Los votos matrimoniales eran una preciosa tradición del Clan Uzumaki que Mito quiso implementar en su boda, cosa que Hashirama estaba encantado de realizar; por lo que la pelirroja se dirigió a su esposo citando:

Hashirama... amado mío,

No quisiera vivir mi vida de otra manera, porque desde que tus ojos miraron los míos, supe —sin entender cómo ni por qué—que mi alma ya te pertenecía.

No hace falta recitar las más hermosas poesías para decirte cuánto te amo, pero aun así deseo que estas palabras sean el puente entre mi corazón y el tuyo.

Te he visto luchar por la paz, te he visto sonreír como un niño, te he visto llorar por el peso de un mundo que sólo tú soñaste cambiar...

Y aun entonces, no cambió mi deseo de estar contigo.

Al contrario, cada parte de ti me llamó.

Como si el destino, desde hace mil generaciones, me hubiera tejido para ti.

Hoy me permito llamarte mío, y me permito a mí misma ser tuya.

En cuerpo, alma y voluntad.

No porque debamos, sino porque quiero...

Porque no puedo —ni quiero— seguir esta vida sin estar contigo.

Y si el amor fuera un fuego, dejaría que me consumiera,

sí en sus llamas estuvieras tú.

Hoy te elijo, Hashirama Senju,

con la firmeza de mi espíritu y la dulzura de mi sangre, para caminar a tu lado, no sólo en esta vida, sino en todas las que el tiempo nos permita.

Porque no puedo estar sin hacer algo contigo.

Porque si no es contigo... no quiero.

Los ojos de Hashirama se posaban sobre los labios de su alma gemela, vidriosos por las palabras que acababa de dedicarle, la mujer tomó una copa de sake y la sirvió.

Hashirama, tomó la palabra un poco nervioso, pero al sentir la suave mano de Mito apoyándole, tomó más valentía.

—Contigo, Mito...

Contigo aprendí que hay cosas por las que vale la pena romper el silencio.

Que hay personas que no se buscan... pero que, al encontrarlas, se vuelve imposible mirar hacia otro lado.

—No soy un hombre fácil de amar. Lo sé. Mi vida ha estado hecha de guerra, deber y control. Y aun así... tú entraste. No pediste nada, y, sin embargo, lo cambiaste todo.

Pausó un momento.

—Yo no quiero riquezas, ni fama, ni reconocimiento. No quiero el poder de un dios, ni la paz de un sabio. Lo que quiero, Mito...es despertar contigo.

Dormir contigo.

Soñar contigo.

—Quiero caminar contigo por los senderos que nos queden. Tomarte la mano cuando la noche sea larga. Reír contigo cuando el mundo pese menos. Y si alguna vez todo se derrumba... que se derrumbe contigo.

—Porque si tú estás, no importa lo demás. Porque todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que deseo... es contigo.

—Hoy te elijo, no sólo como esposa, sino como compañera, como mi única paz verdadera, y como mi hogar.

—Y si me preguntas por qué te amo, te responderé con el corazón en la mano:

Porque vivir sin ti, sería morir lentamente con los ojos abiertos.

—Mito... Te amo. Y quiero esta vida contigo. Y si me lo permites, también la que venga después.

La plaza principal estalló en vítores apenas los labios de los novios se encontraron. El cielo fue cortado por las luces de la pirotecnia, cuyos colores danzaban sobre los tejados en destellos de rojo, oro y azul. A cada explosión, los invitados miraban con asombro. Las linternas flotantes fueron encendidas, y los ríos brillaron como si el fuego hubiera decidido fluir con el agua.

Los invitados se dirigieron al gran salón preparado para el banquete: mesas circulares de madera laqueada, cubiertas con telas blancas bordadas con hilo dorado. El aroma a arroz dulce, caldo de pescado, verduras salteadas y carnes finas invadía el aire, mezclado con sake especiado y dulces tradicionales preparados por el grupo de señoras mayores que tanto admiraban a Hashirama.

Tobirama se sentó junto a Madara en la mesa principal. No era un lugar elegido al azar: era el sitio de los "honorables consortes". Un símbolo público, fuerte y claro. Aun así, el albino mantenía su porte estoico, agradeciendo con gestos corteses los cumplidos que le llegaban. Madara, por su parte, se servía otra copa de sake mientras disimulaba cómo su mirada se posaba, una y otra vez, sobre los labios de su esposo cuando sonreía sin darse cuenta.

Vestían elegantes kimonos a juego, el de Madara azul marino, con un haori negro, detalles grises, con el monograma del clan uchiha en la espalda y al frente, agregó también la piel que le había regalado Tobirama esa misma mañana; lo que aumentó la majestuosidad de su conjunto. Por su lado, Tobirama vestían color azul marino también, esta vez en un kimono de fiesta un poco más ostentoso, con hermosos detalles en hilo de oro; y un haori negro con el monograma del clan uchiha bordado al frente; y una tiara que poseía un rubí al centro, con bellos listones envolviendo su cabello plateado combinando con su propia piel de zorro de las nieves a juego con Madara.

La música inició, suave al principio, ejecutada por un ensamble de cuerdas, flautas y taikos menores.

Las primeras danzas tradicionales Senju se ofrecieron como tributo a los novios: movimientos amplios, giratorios, con túnicas de gasa flotando como alas. Las bailarinas entonaban un canto ancestral que hablaba del sol, la montaña y el lazo sagrado del matrimonio.

Esa canción se bailaba en cada boda Senju, no importaba que.

Madara se sorprendió de la habilidad y las bellas coreografías mientras disfrutaba de su sake.

Los sirvientes nunca dejaron de llenar su copa, y no tardó mucho en ponerse un poco ebrio. Hashirama estaba tan feliz de que su amigo estaba disfrutando su boda, pero Madara sólo seguía pensando en lo precioso que lucía su esposo esa noche...

Tenía tantas ganas de besarlo.

Pero...

Ah...

Madara le arrebató la botella de sake a la sirvienta y tomó directamente de la misma.

Al final de la velada, los novios fueron escoltados hasta su nueva residencia dentro del complejo Senju, entre pétalos y luces. Pero la celebración no terminaba allí.

Aún faltaban dos días más.


El sol apenas se asomaba entre los paneles de papel arroz cuando Tobirama abrió los ojos. El silencio de la habitación sólo era interrumpido por la respiración lenta y profunda de Madara, que yacía envuelto en las sábanas y pieles de su nido. Había rastros de sake en el aire, mezclados con su aroma natural, más pesado de lo habitual.

Tobirama se incorporó con lentitud. No quería despertarlo de forma brusca, pero la expresión de Madara lo decía todo: frente ligeramente arrugada, una mano sobre los ojos y un suspiro bajo apenas audible.

—Buenos días... —murmuró Tobirama al sentarse junto a él—. ¿Te sientes bien?

Madara soltó un quejido gutural mientras se tapaba aún más con la manta.

—Mal... Me duele hasta el alma —gruñó, frotándose la frente con torpeza—. ¿Qué demonios bebimos anoche?

—Sake dulce, fuerte y en cantidades innecesarias —respondió Tobirama con serenidad—. Debiste parar en la tercera botella.

Madara le lanzó una mirada acusadora entre los dedos.

—Y tú debiste quitarme la cuarta...

Tobirama alzó una ceja, divertido. Sin decir más, se levantó y caminó hacia la zona de baño, dejando caer su bata ligera sobre un tabique de madera. Tocó el agua para saber si estaba lista, y en efecto.

Perfecto.

—Ven. El baño está listo. El calor te hará bien. —

Madara no se movió.

—Madara

—Voy en un instante...—Mantenía sus ojos cerrados por el fuerte dolor de cabeza, le sorprendió no tropezarse con nada, sólo siguió en dulce olor de Tobirama quien ya estaba en la bañera, relajándose.

—No es necesario que te laves antes de entrar, tenemos un sistema de canalización que separa el jabón del agua limpia. Un diseño mío por supuesto. —

Madara al fin abrió los ojos y se desvistió sin mucha ceremonia.

Tenía el cabello hecho un nido de pájaros, había olvidado cepillarlo por la noche de nuevo.

El calor le hizo bien al cuerpo de Madara, quien suspiró relajado en las suaves burbujas de la tina.

—Te ayudaré con ello.

—¿Con qué? — miró sonrojado.

Tobirama señaló su cabeza.

—¿Mi cabello?

Tobirama se acercó y comenzó a verter agua caliente sobre su cabello. Lo separó con una pinza de plata para seccionarlo. Sus dedos eran suaves pero firmes, masajeando el cuero cabelludo con precisión. El aroma floral se elevó lentamente, llenando el espacio cerrado. Había optado por utilizar el jabón que Hana le había dado.

Madara cerró los ojos.

—Esto es... agradable —murmuró.

Un silencio cómodo los envolvió por unos minutos. Luego, Madara habló, con voz algo más animada:

—Pensaba... quizás podríamos dar un paseo por el lugar.

Tobirama se detuvo por un instante, sorprendido por la sugerencia, aunque su rostro apenas lo reveló.

—Claro —respondió, retomando su tarea—. Me parece bien.—hizo una pausa.— ¿Está bien si vamos sólo tú y yo?

Madara no respondió de inmediato. Pero asintió con entusiasmo.

Cuando terminaron de asearse, regresaron a la habitación donde les esperaban sus kimonos del día: un conjunto exquisito en tonos negros, decorado con flores rojas y blancas bordadas en hilo de oro. Tobirama ayudó a Madara a sujetar su cabello en una coleta alta, y con dedos cuidadosos deslizó un broche de oro con una perla y un rubí sobre el nudo del lazo, justo al lado del cuello.

—Combina con tu collar —dijo simplemente.

Madara bajó la mirada al broche. Por un momento, no supo qué decir. Pero su pecho se llenó de ese calor que sólo provocaba la presencia constante de Tobirama. El albino regresó al vestidor por unas sandalias de madera un poco más cómodas. Madara aprovechó la oportunidad para tomar la medicina que tenía pendiente con un poco de agua que estaba en la mesita de té.

Ambos salieron juntos, caminando con elegancia por los pasillos internos del complejo.

Gorō y Ryuuji estaban sentados bajo el alero del jardín, disfrutando del té de la mañana. Al verlos salir, se pusieron de pie por reflejo.

—Buenos días, Lord Tobirama, Lord Madara —dijeron casi al unísono.

Tobirama los saludó con un gesto de cabeza y se acercó.

—Volveremos pronto. Vamos a dar un pequeño paseo. Mientras tanto, quédense y disfruten del té. No hace falta que nos acompañen.

Ryuuji asintió con entusiasmo, mientras Gorō alzaba su taza con una sonrisa educada.

Madara echó un último vistazo a los dos guardias, luego a Tobirama, y sin decir nada más, comenzaron a caminar juntos entre los senderos de grava blanca y árboles frondosos.

Tobirama desvió su ruta hacia el ala este del complejo Senju. Madara lo siguió en silencio, mientras se tomaban del brazo. Curioso al notar cómo su esposo tomaba una ruta poco transitada, adornada con linternas de papel blanco y banderines con caligrafía infantil.

—¿A dónde vamos? —preguntó Madara, con la voz aún baja, quizás por respeto al entorno que ya se sentía distinto.

—Quiero mostrarte algo —respondió Tobirama, sin girarse—. Algo que podríamos adaptar a la sede del clan Uchiha... si se dan las condiciones por supuesto.

El camino los llevó a un pequeño claro rodeado de árboles de durazno. Entre sus ramas aún colgaban trozos de papel colorido, deseos escritos por los niños durante la última festividad. Más adelante, entre la sombra de las copas frondosas y los aromas suaves de la mañana, se reveló un conjunto de construcciones de madera clara, con techos curvados y ventanales abiertos de par en par. Una escuela.

El patio central era un estallido de risas, colores y movimiento. Niños y niñas de todas las edades corrían, practicaban con pinceles en tablillas de bambú, o cultivaban pequeñas hortalizas en los huertos que rodeaban los salones. Algunos plantaban flores con sumo cuidado; otros, simplemente jugaban con piezas de madera, construyendo estructuras complejas que imitaban puentes y casas.

Madara se detuvo.

Esto era sumamente inesperado

—Esto... esto es lo que propusiste en el consejo —murmuró—. ¿Todo esto lo organizaste tú?

—En su primera etapa —respondió Tobirama—. El diseño, la distribución, el enfoque educativo. Luego lo tomaron otras personas... lo han hecho bien.

Se acercaron más, y pronto una pequeña oleada de niños se abalanzó sobre Tobirama con gritos de alegría.

—¡¡¡Tobirama-sensei!!! —gritaron varios, interrumpiendo sus juegos.

—¡¡Tobirama-sensei ha vuelto!!

Pequeñas manos se aferraron a sus ropas, tirando de sus mangas, abrazándolo por la cintura sin ninguna reserva. Tobirama no pudo evitarlo: sonrió.

—¡Pensamos que ya no vendrías nunca más! —exclamó una niña de coletas mientras lo miraba con los ojos grandes y brillantes.

—Touka-sensei dice que estabas ocupado con cosas importantes, pero que volverías un día.

—¿Nos vas a enseñar algo nuevo hoy? ¡Aprendimos a leer los kanjis del clan Inuzuka! —dijo otro, levantando un cuaderno lleno de garabatos orgullosos.

Tobirama se arrodilló lentamente, rodeado por los niños como si fuera un árbol protector en medio de un bosque.

—Han crecido mucho —dijo con voz suave—. Y me alegra que sigan aprendiendo con tanta dedicación. Estoy muy orgulloso de ustedes.

Los niños brillaron con emoción, y uno de ellos, un chico de cabello oscuro y espeso, lo abrazó con fuerza por el cuello. Tobirama lo sostuvo, cerrando los ojos por un momento.

—¿Vas a volver a enseñarnos, sensei?

Tobirama dudó. Sus ojos se tornaron un poco más apagados, y su voz se volvió delicada:

—No puedo prometerlo... Pero seguiré de cerca su progreso. Confíen en Touka-sensei, ella es excelente. Y si siguen esforzándose... tal vez, sólo tal vez, pueda volver algún día con una lección especial.

Los niños gritaron de emoción con la mera posibilidad.

Madara, unos pasos más atrás, no apartaba la vista. Había algo profundamente cálido en esa escena. Ver a Tobirama así, tan abierto, tan querido por los niños, tan natural en ese entorno... le despertó una punzada en el pecho. No de celos esta vez, sino de anhelo.

No pudo evitar pensar en los gemelos.

Se acercó, interrumpiendo sin querer la escena cuando un niño lo miró con asombro.

—¡Ese es el líder Uchiha! —susurró un niño a otro.

—¿El esposo de Tobirama-sensei?

—¡Es guapo!

—¿Es cierto que cuando te casas te tienes que besar con otra persona?

Madara se ruborizó, disimulando con una carraspera. Tobirama alzó la mirada hacia él, aún arrodillado, y su sonrisa se suavizó.

—¿Qué opinas? —preguntó, señalando el entorno—. ¿Crees que podríamos construir algo así? Creo que los niños del clan se verían muy beneficiados...

Madara miró a los niños, los huertos, los salones donde se impartía sabiduría y donde se crecía con dignidad. Y, sobre todo, la felicidad que emanaba su vínculo con Tobirama.

—Sí... sí lo creo. —Y tras una pausa— Apoyaré tu propuesta en la próxima asamblea.

Tobirama asintió con alegría, cubriendo un poco la satisfacción que sintió al obtener una valiosa victoria.


El sol brillaba con fuerza entre las ramas del bosque cercano. Un nuevo pabellón fue dispuesto en los jardines internos, rodeado por árboles de cerezo, donde las flores aún caían a destiempo, como si quisieran participar del evento.

El segundo banquete fue más relajado. Mito y Hashirama ya vestían prendas más cómodas, aunque igual de elegantes. Ella llevaba un kimono blanco con detalles en oro; él, un haori blanco sobre tonos verdes suaves.

Se anunció la danza oficial en pareja.

Los músicos iniciaron una melodía más íntima, un ritmo de cítara y tambor que evocaba el mar y el fuego —símbolos de Uzumaki y Senju. Hashirama tendió la mano, y Mito se incorporó con una sonrisa tranquila. La danza era pausada, ceremoniosa; cada paso hablaba de respeto, cada giro de entrega.

Sus ojos jamás se desviaron de la mirada el otro.

Cuando el baile concluyó, hubo un silencio contenido... seguido por una ovación tan fuerte que algunas aves alzaron vuelo.

Arrojaron semillas de girasol y arroz; como tradición para la abundancia.

Luego vino el recital de poesía: miembros del clan Senju, uzumakis invitados y algunos poetas de renombre recitaron versos que hablaban de amor inmortal, fidelidad, y del fuego compartido entre dos almas. Uno de los versos decía:

"Un corazón que late junto al tuyo,

aunque el tiempo lo arrastre al fin del mundo,

seguirá recordando el primer instante,

en que supo, sin palabras, que eras hogar."

Hashirama era conocido por ser un hombre bastante apasionado, quien de vez en cuando sollozaba en los brazos de Mito, diciéndole que la amaba, que lo había vuelto el hombre más feliz del mundo. Mito correspondía en todo.

Entonces llegó el momento de los regalos.

Hashirama, visiblemente emocionado, presentó una flor rara: de pétalos tornasolados, ligeramente azulados con un centro blanco. Sólo florecía una vez al año, bajo condiciones específicas, en lo alto de una montaña que había escalado en su juventud.

—Esta flor... la vi por primera vez cuando aún era un niño. Me prometí que, si algún día encontraba a alguien digno de compartir mi alma, la buscaría de nuevo... y lo hice. —Sacó también una pieza de su armadura, tallada a mano, ornamentada con los símbolos de ambos clanes.— Esto es para ti, Mito. Es parte de mí, como tú lo eres desde ahora. Protegeré tu vida con la mía.

Mito no pudo contener las lágrimas.

Ella, en respuesta, sacó un delicado estuche de madera pulida. Dentro, un collar de cristal verde azulado, con un símbolo en espiral grabado en su centro.

—Este collar es una reliquia de mi linaje... representa el flujo de la vida, del chakra y del amor que nunca muere. Hoy quiero que sea parte de nuestra historia, y que un día, cuando el momento llegue, lo lleve nuestro heredero, para recordar lo que fuimos... y lo que soñamos.

Madara, observando en silencio, sintió algo punzarle en el pecho. No era envidia. No exactamente. Era... un anhelo.

Tobirama, que hasta entonces se había mantenido sereno, giró hacia él. Lo había notado. Esa sombra sutil en su mirada. Pero no dijo nada.

A veces, los silencios son más elocuentes que mil palabras.


Mito observaba a la distancia mientras acomodaban las bandejas con pastelillos de arroz dulce y té de crisantemo en las mesas del segundo banquete. Su vestido color blanco ondeaba con elegancia, pero su atención estaba fija en una figura en particular.

Tobirama.

Lo había visto sonreír educadamente, lo había visto conversar con algunos invitados —Touka, Mirai, incluso un par de oficiales Inuzuka que habían sido invitados por cortesía política—, pero había algo en la forma en que mantenía la mirada baja, en el modo en que sus dedos tamborileaban contra la copa sin levantarla a los labios, que la inquietaba.

—No está bien —murmuró Mito al oído de Hashirama, mientras se apoyaba levemente en su brazo.

—¿Tobirama? —El mayor de los Senju giró a verlo—. Ayer se miraba un poco desanimado, pero, pensé que se debía al cansancio del viaje.

—Al parecer hay otros motivos para ese desánimo—añadió Mito, con esa calma suya que siempre escondía un filo. Su tono fue más bajo—. Voy a hablar con él.

—¿Sola?

—Sí. Lo necesita —dijo sin dejar espacio a discusión.

Hashirama sonrió, orgulloso de su esposa. Ella conocía a su hermano político tan bien como él, a veces incluso mejor.

Mito se acercó con naturalidad a la mesa de los invitados especiales, con el porte de una reina y la suavidad de una amiga cercana. El kimono blanco de hilos dorados reflejaba la luz de las lámparas como si llevara consigo un fragmento de fuego. Al llegar, inclinó la cabeza con elegancia.

—Mis señores, es un honor tenerlos con nosotros en este día tan especial. —Sus ojos se posaron primero en Tobirama—. Luces espléndido, querido.

Tobirama, sorprendido, se puso de pie con cortesía.

—Mito, querida hermana mayor, gracias por tu hospitalidad. La celebración ha sido impecable. Se ha notado tu influencia en mi hermano, por favor, cuida de él.

—Y usted... Lord Madara—continuó, girándose hacia el líder Uchiha—. Ese broche... combina perfectamente contigo. Supongo que no fue elección tuya. —Le sonrió con un dejo de complicidad femenina.

Madara sólo asintió, apenas esbozando una mueca que intentaba ser una sonrisa. Sus ojos, sin embargo, estaban puestos en Tobirama. Algo en la forma en que Mito se dirigía a él le provocaba incomodidad.

—¿Puedo robarte un momento, Tobirama? —preguntó ella, girándose hacia él—. Me encantaría caminar contigo. Hace tiempo que no hablamos a solas.

Tobirama asintió enseguida. No podía negarse.

—Claro, será un honor.

Se inclinó ante Madara, como pidiendo permiso. Pero el gesto, aunque cortés, fue el que detonó algo en el Uchiha.

—¿A dónde van? —preguntó, más brusco de lo necesario.

—Sólo a dar un paseo. No tardaremos —respondió Tobirama, medido.

—Soy una excelente compañía, Lord Uchiha—añadió ella con amabilidad—. Lo devolveré entero.

Madara no dijo más. Su mandíbula se tensó mientras observaba cómo ambos se alejaban. El broche en su coleta parecía más pesado de repente. Sentía ese cosquilleo detrás del cuello, una sensación de alerta y posesión que tanto detestaba reconocer. 

Su pierna comenzó a temblar.

El recuerdo de esa mañana volvió a su mente para atormentarlo: las manos de Tobirama peinando su cabello con calma, el olor floral en el vapor del baño, ese caminata romántica hasta la escuela...

Y ahora, lo dejaba en la mesa. Solo.

—¿Celoso? —dijo una voz a su costado.

Hashirama se había acercado sin hacer ruido, como un gato astuto. Tenía una copa de sake en la mano, y una sonrisa que oscilaba entre lo bromista y lo preocupado.

—No seas ridículo —gruñó Madara, tomando su copa con más fuerza de la necesaria.

—Mito es maravillosa, Madara. A veces habla con el corazón de las personas cuando ni ellas saben lo que sienten —comentó Hashirama con serenidad, observando cómo Mito y Tobirama se perdían entre los árboles del jardín.

—¿Eso es una amenaza? —replicó el Uchiha con los ojos entrecerrados.

—No —respondió Hashirama, sonriendo mientras alzaba la copa—. Es una invitación. Vamos a beber un poco. Por la paz. Por esta locura de boda. Y porque necesitas dejar de mirar a mi esposa como si te fuera a robar tu alma.

Madara gruñó.

Pero bebió.


La luz del sol comenzaba a retirarse con lentitud, tiñendo los cielos de tonos dorados y rosas. Las hojas de los sauces se mecían con el viento templado del atardecer, y el eco lejano de música y risas llenaba el aire con un murmullo apacible.

Mito caminaba al lado de Tobirama por uno de los senderos empedrados del jardín lateral. Su paso era lento, casi ceremonioso, y por un instante, todo parecía suspendido entre el día y la noche.

—Es un atardecer hermoso, ¿no crees? —dijo ella, con voz suave, mirando cómo los rayos de luz atravesaban las ramas como flechas doradas—. Siempre me gustó este momento, cuando todo parece calmarse por un instante.

Tobirama asintió apenas.

—Sí... es un momento tranquilo —respondió, sin mirar el cielo, ni las flores, ni a ella.

Mito lo observó de reojo. Aunque su postura era impecable y su rostro mantenía esa expresión serena que siempre usaba en público, sus ojos... sus ojos no brillaban. No había en ellos ni la luz de la contemplación, ni la simple paz del presente.

Había un vacío. Un velo.

Y Mito no iba a ignorarlo.

—Tobirama... —dijo con amabilidad— ¿Estás bien?

El albino se giró apenas hacia ella, sorprendido por la pregunta directa.

—Sí, claro —respondió de inmediato, demasiado rápido—. Todo está bien.

Pero su tono sonaba hueco, como un jarrón agrietado.

Mito se detuvo, plantándose con elegancia frente a él. Sus ojos, de un esmeralda profundo, se clavaron en los suyos sin vacilar.

—¿De verdad? —preguntó— Porque no lo parece.

Tobirama frunció ligeramente el ceño, incómodo. No por enojo, sino por la cercanía. Por la claridad con la que Mito lo estaba mirando.

—Estoy cansado, eso es todo —dijo—. Son días largos.

—Cansancio he visto, sí... —replicó Mito—. Pero lo tuyo es otra cosa. Es como si... como si cargaras un peso en el alma que no sabes dónde dejar.

El mundo pareció detenerse con ellos.

—Desde que llegaste —continuó Mito, bajando un poco la voz—, he notado que evitas hablar de ti. De tu vida. De tu hogar. No mencionas a nadie, no hablas de nada que te pertenezca. Sólo sonríes con cortesía... pero tus ojos están apagados, Tobirama. Como si te hubieran dejado sin alma.

Tobirama desvió la mirada.

Mita sabía golpear en las partes más blandas.

—Es más fácil así —murmuró—. Seguir el protocolo. Hacer lo que se espera.

—¿Y qué hay de lo que tú esperas o deseas?

Él no respondió.

Mito dio un paso más cerca y alzó una mano, colocándola con dulzura sobre el brazo de su cuñado.

—Sé que eres fuerte. Siempre lo has sido. Pero nadie puede mantenerse entero si niega su tristeza por tanto tiempo.

Tobirama tragó saliva.

—No quiero hablar de eso ahora.

—Lo haremos—concedió Mito.— Mi deber, ahora, es cuidar de mi familia, y tú eres parte ella.

Tobirama se giró, evitando responder.

—Nada parece ser suficiente... sólo soy un adorno en ese lugar; no siento que nadie quiera escucharme; y lo entiendo, soy el enemigo ¿no? — La profunda tristeza de sus palabras combinaron con la oscuridad creciente. — Entiendo que no confíen en mí, en verdad... pero esperaba que fueran personas más razonables...

—¿Hablas del consejo Uchiha o de Madara Uchiha?

Maldita sea, Mito, sí que saber golpear.

Tobirama permaneció de espaldas. Pero su respiración cambió. Se tornó más rápida, entrecortada. Como si el nudo en su garganta se tensara.

—No entiendo qué estoy haciendo mal —murmuró, al principio para sí mismo, pero luego, dejando que su voz quebrada lo llenara todo—. Me esfuerzo... cada día. Me preparo, estudio, repaso cada maldita propuesta antes de presentarla... me adelanto a sus objeciones, corrijo hasta el más mínimo detalle. Pero siempre... siempre hay algo que está mal.

Se giró hacia Mito con los ojos vidriosos, la mandíbula apretada.

—Todo conmigo está mal. La manera en que hablo. En que saludo. En que visto. En cómo... cómo me siento. Incluso la forma en la que debería atender a mi esposo. No hay nada que haga bien. Te juro que me estoy esforzando... quiero la paz... quiero que mi hermano cumpla su sueño.

Su voz se alzó por un instante, trémula, vulnerable. Luego bajó, apenas un susurro.

—Es como si todos estuvieran jugando un juego con reglas que no vienen en ningún manual... créeme... he leído la maldita biblioteca entera, Mito. Entera. Pero nada de eso sirve. No hay una fórmula para ser parte de ellos. Nadie se detuvo a explicarme nada. Nadie dijo cómo debía... cómo debía vivir así.

Sus ojos se cerraron con fuerza. Bajó la cabeza.

—Tengo recuerdos borrosos de esos primeros días... no sé si me cuidaban o sólo me vigilaban. Todo es una niebla. No tengo un hogar allá. No tengo raíces. Sólo un papel firmado.

Guardó silencio. Solo un instante.

—Y Madara...

La palabra salió como un lamento, casi como una plegaria. Pero no dijo nada más.

Sus piernas flaquearon apenas. No cayó, pero sí se aferró a uno de los pilares del jardín para mantenerse firme.

El llanto lo venció.

Primero fue una lágrima solitaria. Luego otra.

Hasta que su pecho se sacudió en un sollozo seco, desbordado.

Como si años de contención lo hubieran desgastado hasta quebrarlo.

Un guerrero.

El maldito Demonio blanco.

Ahora llorando como un niño.

Y Mito... sólo lo observó. Firme. Silenciosa. Sintiendo el corazón oprimirse.

—No lo sé... —dijo finalmente, y en su voz había rabia. Dolor. Desesperación.—No lo entiendo, Mito.

Y ahí se desbordó.

—¡No lo entiendo!

Se sujetó la cabeza con ambas manos, como si quisiera arrancarse los pensamientos. Las lágrimas, contenidas durante días, semanas, meses... cayeron sin piedad.

Su nombre fue apenas un soplido quebrado.

—Madara no me odia. No me ama. No le importa. No me entiende. A veces... es amable. Me mira. Me toma la mano, me besa... Me abraza cuando piensa que estoy dormido. Me cubre con mantas cuando no lo pido. Me escucha, a veces. Pero después se aleja. Desaparece. Me habla como si no importara.

Se limpió las lágrimas con torpeza, inútilmente.

—No sé qué hacer con todo eso, Mito. No sé qué significa.

Suspiró con dolor.

—Sé que no soy fácil de amar. ¡Lo sé! Tengo defectos, muchos... y fui yo quien mató a su hermano.. Nunca voy a poder borrar eso. No espero su perdón...

Levantó la vista. El corazón hecho cenizas.

—¡Pero él eligió casarse conmigo! Él aceptó este vínculo. ¿Y ahora? ¿Ahora qué? ¿Se va a esconder? ¿Se va a encerrar en su deber y dejarme a mí con todo esto? Sólo quiero que se haga responsable de todo esto... de todo esto que siento por él... por este extraño amor que tengo aquí aferrado al pecho.

Las últimas palabras le temblaron en los labios:

—Yo también perdí hermanos. Mito. Dos. También enterré sangre por culpa de esta maldita guerra. También odié. También deseé venganza. Pero yo... estoy dispuesto a dejar ese odio atrás. Estoy dispuesto a avanzar. A construir algo nuevo. A perdonar. A amar.

Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla.

—Y sólo quiero hacerlo por amor, te juro que lo dejaría atrás, todo este resentimiento... pero no hay nada como para pensar que esto vaya a cambiar.

Mito no dijo nada al principio.

Y después de secar las lágrimas del albino, lo abrazó.


La terraza estaba tranquila, pero no en el interior de Madara.

El sake era fuerte, y la noche se sentía más pesada de lo normal. Hashirama había logrado arrastrarlo fuera del salón principal, convencido de que "Un trago entre viejos amigos" no les haría daño. Pero Madara no podía relajarse. Había algo en su pecho que lo inquietaba, que lo mantenía con la mandíbula apretada y los dedos firmemente cerrados sobre la copa.

Tobirama llevaba demasiado tiempo con Mito.

Demasiado.

No debería importarle. Debería disfrutar la velada y los chistes rancios de Hashirama, dejarse llevar... pero su maldito cuerpo no obedecía, ni su maldito corazón.

Cada minuto que pasaba sin verlo volver lo hacía beber más. Había empezado por cortesía. Ahora, simplemente necesitaba ocupar las manos en algo para no ceder a la ansiedad que lo estrangulaba por dentro.

¿De qué estaban hablando?

¿Qué tanto podían decirse?

¿Por qué Tobirama no volvía?

¿Por qué le pesaba tanto no tenerlo cerca?

Hashirama, que hasta ese momento había fingido estar distraído con la bebida, levantó la vista, mirándolo con más atención.

—Madara.

—¿Qué?

—¿Cómo está mi hermano?

Madara lo miró de reojo, con una ceja levantada. Su tono era más serio que antes. No era una pregunta cualquiera. No era charla de borrachos. Era un juicio.

Madara bebió. De nuevo. El líquido ardía.

—Está bien.

—¿Seguro?

—Sí. Hace lo que debe —respondió con brusquedad.

Hashirama entrecerró los ojos.

—Lo digo porque se ve... diferente. Más callado. Más apagado. ¿Está comiendo bien? ¿Duerme? ¿Tú...? —Pausó—. ¿Tú lo estás cuidando verdad?

Madara golpeó la mesa con los nudillos, no fuerte, pero lo suficiente para dejar claro su fastidio.

—¿A qué viene todo esto?

—A que lo quiero, Madara. Es mi hermano. Y tú no has dejado de mirar hacia la entrada desde que se fue con Mito. ¿Me vas a decir que estás tranquilo?

Madara no respondió.

Hashirama suspiró y se sirvió otra copa.

—No vine a pelear contigo. Sólo... quiero entender. ¿Qué pasa entre ustedes?

Madara soltó una risa seca, sin humor.

—Nada. Todo. No sé. Él me confunde. Es tan...

Hashirama lo interrumpió, y dijo sin titubear—. ¿Demandante?

Madara se quedó en silencio.

Bajó la mirada a su copa. El sake se agitaba apenas por la presión de sus manos. El nombre de Tobirama le hervía bajo la lengua. Su olor, su voz, la sensación de sus dedos peinando su cabello esa mañana... el rubí en su broche.

—¿Por qué tarda tanto? —murmuró, más para sí que para Hashirama—. Sólo era una charla con Mito...

—¿Tanto miedo te da que lo escuche alguien más?

Madara lo miró. Los ojos oscuros brillaban bajo la tenue luz de la lámpara de papel. Algo se quebró dentro de él. Tal vez fue el alcohol. Tal vez fue el nombre de Tobirama, martillando sin descanso dentro de su cabeza. Tal vez era el maldito hecho de que no volvía, de que tardaba tanto en volver.

Tomó otra copa.

Otra más.

No era suficiente.

—¿Quieres saber cómo está tu hermano? —soltó, arrastrando un poco las palabras, con esa furia contenida que sólo el sake puede destapar—. ¿Quieres saber qué pasa conmigo y ese maldito hermano tuyo?

Hashirama alzó una ceja, pero no interrumpió. Le permitió hablar.

—¡No lo entiendo! —confesó Madara con los dientes apretados—. ¡No entiendo a Tobirama! Me abruma. Con todo. Todo lo analiza. Todo lo cuestiona. Todo lo planea. ¿Sabes lo agotador que es vivir con alguien que lo quiere todo perfecto, que lo controla todo? ¿Que nunca se equivoca? ¿Que parece tener una respuesta para absolutamente todo, como si el mundo fuera un maldito libro que él ya leyó?

Su voz temblaba.

—Es tan jodidamente sofisticado... incluso en su forma de herirme. No lo hace gritando. No lo hace peleando. Lo hace con una mirada, con un comentario frío. Lo hace corrigiéndome frente al consejo como si no importara que yo soy el líder de mi clan. Lo hace con ese tono que lo hace parecer más inteligente, más digno... como si los demás fuéramos estúpidos por no ir tan rápido como él.

Hashirama frunció el ceño.

—¡Y aun así! —continuó Madara, golpeando la mesa con el puño cerrado—. Aun así... lo busco. Maldita sea, Hashirama, ¡lo busco! Me tiene atrapado y ni siquiera lo sabe. ¡No puede saberlo! Porque si lo supiera, si supiera todo lo que me provoca...

Madara se llevó una mano al rostro, cansado. Respiró hondo.

—No puedo evitarlo... Me gusta cómo rompe las reglas. Cómo desafía al mundo. Cómo me enfrenta. Es como una tormenta que se mete por cada rendija de mi alma... y no puedo sacarlo. No importa cuánto lo intente. Incluso ahora...

Tragó saliva con dificultad.

—Incluso ahora, cuando cierro los ojos, no veo a Izuna. Veo a él. A Tobirama.

Y ahí, el silencio cayó.

Hasta que Hashirama habló. Su tono fue más serio de lo habitual, pero también más suave.

—La guerra te arrebató a Izuna... no Tobirama.

Madara no lo miró.

—No puedes perdonar algo así —susurró—. Tú no lo entiendes...

—No —admitió Hashirama—. No puedo comparar tu pérdida con la mía... Pero nosotros también enterramos hermanos, Madara. Primos. Tíos. Amigos. La guerra nos robó a todos... No es Tobirama quien mató a tu hermano. Fue el odio que ambos clanes alimentaron durante generaciones. Fue ese conflicto que tú y yo intentamos detener y lo estamos logrando...

Madara apretó los dientes.

—No estoy pidiendo que lo perdones —continuó Hashirama, con calma—. Pero sí te pido que lo mires de verdad. Que dejes de juzgarlo por lo que pasó y lo veas por lo que es ahora... por lo que ha hecho, por lo que ha aguantado.

—Todo lo que hace, Madara... tiene un propósito. Aunque no lo entiendas, aunque no te lo explique, siempre hay algo más grande detrás de sus actos. No es sólo por control o por orgullo. Es porque no sabe otra forma de amar.

Madara levantó la mirada.

Hashirama continuó, con voz grave:

—Tobirama no sabe cómo ceder, no sabe cómo mostrar que le duele. Lo único que tiene son estructuras, reglas y deberes. Pero ¿sabes qué, Madara? Él también está intentando. A su manera... está eligiéndote. Cada día.

Madara soltó una risa, pero fue hueca, áspera. Más un lamento que una burla.

—¿Tobirama tiene corazón...? —repitió, mascullando las palabras como si fueran veneno—. ¿De verdad crees eso?

Hashirama iba a responder, pero Madara lo interrumpió alzando la voz, temblorosa por el alcohol y el resentimiento.

—¡Entonces dímelo tú, Hashirama! ¿Dónde demonios lo tiene escondido? Porque yo no lo veo. ¡No lo entiendo!

Se llevó una mano al pecho, golpeándose una vez, con torpeza.

—¡No lo entiendo! Es... jodidamente impenetrable. Y yo estoy ahí, ¡queriéndolo! Deseando que, aunque sea una sola maldita vez, me mire como yo lo miro a él. Y sé que no me quiere. No de verdad. Sólo me soporta. Me cuida como se cuida un deber... un deber político. Y eso me parte. Porque yo no quiero ser su carga. ¡Yo quiero ser su elección! ¡Sé que es mi maldita culpa! Yo lo obligué a estar atado a mi... es mi culpa... mi odio... mi resentimiento... todo esto es culpa mía ¡¿sí?!

Y entonces, alzó la mirada, desesperado, con lágrimas rabiosas en los ojos.

—Pero...¿Qué hay de mí, Hashirama? ¿Quién me cuida a mí? ¿Quién carajos se preocupa por lo que yo siento? ¿Acaso está prohibido que quiera un poco de cariño? ¿Un poco de ternura? ¿No soy más que un alfa que debe aguantarlo todo sin pedir nada? Sólo soy un tonto...

La botella cayó al suelo.

Y Madara se quedó en silencio. Exhausto. Derrotado.

Hasta que dijo, en un susurro rasgado:

—Quiero que me mime, Hashirama... Quiero que me abrace. Que me diga que me quiere. Sé que no es su obligación... no puedes obligar a nadie a amar... pero lo deseo... en verdad... me estoy volviendo loco por tener su amor.

Esta si que va a ser una noche larga...—Pensó Hashirama Senju.

Chapter 11: Capitulo 11: Confesión

Summary:

Hoy me siento generosa, así que voy a subir todos los cap que tengo escritos.

Chapter Text

Capítulo 11: Confesión

Mito no lo soltó.

Siguió abrazándolo mientras su respiración temblaba contra su pecho, mientras sus manos, siempre tan firmes, ahora se aferraban a su kimono con desesperación. Lo acunó como a un niño que ha tenido una pesadilla por la noche.

Esperó.

Esperó hasta que el temblor de su cuerpo fue menguando, hasta que sus hombros dejaron de sacudirse con cada sollozo. Sólo entonces, apoyó su frente contra la suya, mirándolo con profundidad.

—Tobirama... —susurró—. ¿Él lo sabe?

Sus ojos rojos se abrieron con lentitud, aún húmedos.

—¿Madara sabe todo esto que sientes?

Tobirama mantuvo el silencio por un largo momento. El atardecer ya había desaparecido y dio oportunidad la oscuridad de la noche, en una luna llena brillante. Pero sus ojos... seguían opacos.

—No sé si valga la pena —murmuró al fin, rompiendo el aire denso con una voz baja, ronca—. No sé si... si tiene sentido seguir intentando.

Mito se detuvo. Lo observó con una tristeza serena.

—Tobirama...

—He hecho todo lo que sé hacer. He intentado entenderlo. Adaptarme. Ser paciente. No alzar la voz. No apartarme. No rendirme... —Se llevó una mano al pecho, como si pudiera arrancarse el dolor que apretaba su alma—. Pero nada parece suficiente.

—¿Y si no lo es? ¿Y si nunca lo soy? ¿Y si él sólo me desea cuando no soy yo... cuando soy algo más manejable... algo más dócil...?

Mito sintió que el corazón se le encogía. Pero no lo interrumpió.

El silencio cayó de nuevo, tan profundo que incluso las cigarras habían callado.

Tobirama giró el rostro, incapaz de mirarla directamente.

—Tal vez sea mejor dejar de sentirlo. Tal vez ya es suficiente con lo que di...

Mito, entonces, se acercó sin dudar. Tomó su rostro entre las manos, con fuerza suave pero firme. Sus ojos brillaban de determinación.

—No.

Tobirama alzó la mirada, sorprendido por la intensidad de su voz.

—No está mal quererlo —dijo Mito, con claridad, como si deshiciera una mentira cruel con sus palabras—. No está mal amar a alguien. Lo que está mal es rendirte sin haber intentado todo... Ese es el genio que yo conozco.

Suspiró, bajando un poco el tono.

—Pero sí tienes que ser claro. Contigo mismo. Con él. Con lo que necesitas. Porque si tú sigues guardando todo esto aquí... —apoyó una mano sobre su pecho— ...él nunca lo sabrá. Y tú... vas a destruirte...

Tobirama sintió una punzada.

—No todos aman igual, Tobirama —agregó, con una ternura melancólica—. A veces esperamos caricias cuando el otro nos ofrece tiempo. Esperamos palabras cuando nos dan compañía. Y no porque no nos amen... sino porque no saben amar como nosotros.

—Pero el amor también se aprende. Y si vas a seguir... si decides quedarte... entonces tiene que ser con honestidad. No sólo la tuya. También la suya.

El albino cerró los ojos con fuerza. Por un momento, no dijo nada.

—Tengo miedo... —susurró.

—Lo sé —respondió ella.

—¿Y si... me dice que no siente lo mismo?

—Entonces, al menos, lo sabrás. Y no vivirás cargando con esta incertidumbre.

Mito bajó la mano a la suya, entrelazando los dedos con cariño.

—Pero si él siente, aunque sea un poco... si de verdad hay algo en su corazón que tiembla por ti... entonces vas a ver cómo cambia todo con sólo una verdad dicha en voz alta.

Tobirama tragó saliva. El viento fresco de la noche acarició su rostro, como si la tierra también esperara su decisión.

—A veces... —murmuró Mito, mirándolo con dulzura mientras sus dedos aferraban con cariño la mano de Tobirama— ...los sentimientos más nobles no nacen del instinto, sino del coraje. Porque amar cuando todo duele, cuando todo es incierto... es un acto de valentía, no de necedad.

—Pero también quiero que sepas algo más —añadió, con una gravedad distinta en la voz—. Hashirama y yo jamás... jamás te abandonaremos. Si un día decides que esto es demasiado, si despiertas con el pecho hecho pedazos y no puedes más... si sientes que este matrimonio te destruye más de lo que te construye... nos tendrás de tu lado.

Lo miró directamente.

—Si decides escapar... te seguiremos. Si esto se vuelve un infierno, lo detendremos. Si es necesario ir contra todos por ti... lo haremos. Incluso si eso significa desatar otra guerra.

Tobirama abrió los ojos con desconcierto, pero no logró decir nada.

—Eres consciente de eso, ¿verdad? —insistió ella, con voz queda pero firme—. Que esta paz se tejió con los hilos de tu vida. Que, sin pedirte permiso, te colocamos el peso de un mundo entero sobre los hombros, como si fueras una pieza más del ajedrez de la guerra. Como si fueras un peón, cuando eres un ser humano.

Mito respiró hondo, y su voz se quebró.

—Nunca debió ser así. Nunca debiste cargar con tanto. Fuiste obligado a sacrificar tus deseos por una paz que no terminaba de sanar, ni de pertenecerte. Te entregaron... sin prepararte

Se acercó un poco más, acariciándole el cabello con ternura.

—Y por eso... lo siento tanto, Tobi. Desde lo más profundo de mi corazón... lo siento. Por cada vez que no te protegimos. Por cada vez que tu voz fue ignorada. Por cada noche en que lloraste sin que nadie lo supiera.

Sus ojos se humedecieron.

—Pero ya no estás solo. No mientras yo esté aquí. No mientras tu hermano te vea como lo que eres: nuestro igual... y no un sacrificio.

Tobirama bajó la cabeza, mudo. Las lágrimas cayeron sin fuerza.

Mito lo sostuvo. Como si abrazarlo bastara para sostenerlo al mundo un poco más.

—Estoy tan orgullosa de ti... —murmuró contra su hombro—. No sabes cuánto.

Tobirama no respondió, pero algo en su expresión cambió. Mito se separó suavemente, y con la delicadeza de una hermana mayor, le secó las lágrimas con la amplia manga de su kimono blanco. Sus movimientos eran lentos, casi rituales. Luego tomó su brazo con elegancia y le sonrió.

—Vamos. Aún queda mucho por celebrar. Y estoy segura de que hay alguien en esa mesa que te está esperando ansioso...

Tobirama respiró profundo, cerrando por un instante los ojos. Luego asintió con seriedad. Se dejó guiar por Mito, dejando atrás el jardín, mientras las primeras estrellas comenzaban a encenderse sobre el cielo.


Madara volvió a beber. No se molestaba ya ni en verter en la copa: tomaba directamente de la botella, con la boca roja por el alcohol y los ojos anegados, entrecerrados por una mezcla de tristeza y frustración. El cuello de su kimono le apretaba, el cabello ahora le estaba calando en la nuca, y la luz de la lámpara sólo hacía más evidente que estaba peligrosamente cerca de romperse.

—No es justo... —masculló, dejando caer la cabeza sobre la mano con un quejido ronco—. ¿Por qué carajos es tan hermoso, Hashirama?

Hashirama apenas alcanzó a parpadear. No era la primera vez que escuchaba a Madara delirar, pero hablar de la belleza de su hermano, eso sí era algo nuevo.

—Su cabello, sus ojos, sus piernas, Hashirama. Son... tan jodidamente largas. Tan frías. Como él. Como toda su maldita alma... —soltó una risa amarga—. Pero cuando se me acerca por las noches, buscando calor... me pongo tan duro... te lo juro...

—¿Qué?—dijo el Senju, como implorando una pausa a los dioses.

Pero Madara no lo escuchó. Él ya estaba lejos, muy lejos, perdido en la imagen que tenía de Tobirama en su mente.

—Camina como una deidad, como si Amaterasu bajara y me dijera: Ven y tómame. Y yo... yo quiero hacerle el amor todos los días de mi vida, Hashirama. ¡Hasta que deje de caminar como si fuera intocable!

—¡MADARA! —Hashirama alzó las manos, completamente colapsado. — No quiero escuchar como fantaseas con mi hermano.

Madara se calló de golpe.

Hashirama respiró hondo. Muy hondo. Ya no sabía si quería golpearlo o llorar.

Madara chasqueó la lengua, ofendido como un poeta incomprendido.

—¡Tú me dijiste que hablara, maldita sea! ¿Querías honestidad o no? ¡Pues ahí está! ¿Y sabes qué es peor? ¡Y yo me derrito, Hashirama! ¡Me derrito como un imbécil cuando siento su jodido trasero cerca de mí!

—Madara es momento de parar... ya no puedo escucharte más. —Necesitaba estar más ebrio para poder seguir con esto.

—Eres un cobardeeeeeeee, te abrí mi corazón. —

—Mira, ya regresaron­— Era una técnica tan tonta, pero funcionó para cambiar de tema; no era mentira del todo, Mito y Tobirama regresaron a la fiesta, saludando a los embajadores de Hatake e Inuzuka; parecía una conversación animada.

Tobirama libraba una batalla interna; las palabras de Mito seguían resonando en su mente, tal vez debería ser más claro con lo que desea, y estar dispuesto, aunque le cueste, tratar de ser más empático; era cierto que Madara también debía poner de su parte... pero por lo menos ya no quedaría en él si las cosas no funcionaran.

Quería pensar que sus palabras esa noche si habían impactado de alguna manera en su esposo.

"Mi lealtad, te la ofreceré sólo a ti y a nadie más mientras tenga vida."

Pero tal vez él no sabía a qué se refería cuando la dijo.

Iba a demostrar que significaba tener su lealtad.

---

Llegó a su mesa, pero para su sorpresa, Madara no estaba ahí; se encontraba del otro lado, hablando con su hermano, lucía bastante... ¿extraño? No, borracho. Mito lo acompañó nuevamente hasta llegar a la zona donde bebían ambos alfas.

Madara extendió su mano para ayudarlo a sentarse. La mano robusta y grande de Madara se sentía suave junto a la suya, y al sentarse de manera inconsciente se acercó a su hombro, entrando en contacto al instante.

El olor de Madara, tan intenso, tan embriagante, potenciado por su... ¿borrachera?

¿Qué estaba pasando aquí?

—¡Mito! Querida te extrañé —interrumpió Hashirama desde el otro lado de la mesa—. ¿Vamos por un poco de estofado de pato? ¡Se ve... mmmh... glorioso! Me muero de hambre.

—¿Otra vez con hambre? —preguntó, alzando una ceja.

—Es que me hiciste quemar muchas calorías esta mañana —dijo Hashirama con una sonrisa pícara, como si fuera un secreto que compartía con medio salón.

Tobirama lo miró, horrorizado.

Mito rio con picardía.

—Oh, amor... ¿Quieres que lo diga más claro?

—¡NO! —respondió Tobirama, en un grito más agudo de lo que pensaba posible.

La vergüenza lo abofeteó con tanta fuerza que quiso invocar un jutsu y desaparecer.

Mito soltó una carcajada deliciosa, como campanas.

—Tobirama, no pongas esa cara... No eres ningún virgen, ¿o necesitas que te explique de dónde vienen los niños? —le dijo con una sonrisa cómplice, mientras se levantaba junto a Hashirama que canturreaba la canción que sonaba de fondo. Claramente, necesitaba menos sake.

Tobirama se llevó a los labios la botella de sake que su hermano había dejado sobre la mesa.

El primer trago fue por mantener su dignidad... dignidad que se evaporó al segundo trago.

—¿Te molesta? —murmuró Madara, medio riendo.

—Necesito alcohol para olvidar lo que acabo de escuchar —respondió Tobirama con los ojos muy abiertos, antes de vaciar la botella con una velocidad sorprendente.

Madara rio más fuerte, apoyando la mejilla sobre su brazo mientras lo miraba. Sus ojos brillaban como si hubiera encontrado algo valioso en ese instante.

—Estás rojo, Tobi... —le susurró.

—Cállate —espetó él, con voz tensa. Lo había dicho sin pensar. Pero Madara no parecía molesto. —

Madara se inclinó un poco más cerca, lo suficiente para que sus rodillas se rozaran. Tobirama ya estaba sintiendo como el alcohol le estaba jugando una mala pasada... no era un buen bebedor.

Tobirama apretó los dedos alrededor de la botella

Otra vez ese calor subiendo por su garganta.

Levantó la vista. Los ojos de Madara brillaban como brasas. El albino quiso decir algo, pero sus labios simplemente no encontraron palabras. El sake quemaba su lengua, y sus pensamientos eran una maraña desordenada.

—Vamos a bailar —dijo Madara de pronto, tan campante, como si no acabara de dejarlo mudo con una sola frase.

—¿Bailar? —balbuceó, mirando la mano que lo sujetaba, perplejo. Tomó el último trago a la botella.

—Sí. No acepto un no por respuesta. —La voz de Madara sonó baja, casi ronca, grave como el trueno previo a la tormenta.

—Creo que estoy ebrio...

—Entonces no podrás resistirte.

Y sin darle más oportunidad, Madara lo atrajo hacia su cuerpo, levantándolo en el proceso, tomándolo por la cintura con una seguridad devastadora. Sus dedos se acomodaron con maestría en la curva baja de su espalda, tan natural como si pertenecieran ahí desde siempre. Tobirama aspiró con fuerza, sintiendo el contacto como una descarga.

Su cuerpo entero se tensó... pero no se apartó.

—Estás temblando, Senju... —susurró Madara en su oído, el aliento cálido rozándole la piel del cuello—. ¿O acaso soy yo el que te pone así?

Tobirama apretó los labios, sin poder evitar el rubor que subía a sus mejillas. Sentía la mirada intensa de Madara, clavada en él como si quisiera desvestirlo con los ojos.

—¿Qué?...

—Vamos a la pista—replicó Madara sin pudor, guío a Tobirama hasta el centro de la pista, para la sorpresa de los presentes, acercando aún más sus cuerpos al girar con elegancia en el ritmo suave que marcaba la música. Su pecho rozó el de Tobirama; sus muslos se alinearon, y el roce le arrancó un jadeo silencioso al albino.

La mano libre de Madara subió con descaro hasta la nuca de Tobirama, enterrándose en su cabello blanco como la luna.

—Tranquilo—murmuró, mirándolo con una devoción hambrienta. —Sólo sigue mi ritmo.

Tobirama no pudo sostenerle la mirada. El calor de su rostro competía con el del sake que ya lo dominaba. Apretó los dedos contra los hombros de Madara, intentando no caer. Pero ya estaba cayendo. Cada palabra, cada movimiento, lo derretía.

—Madara...

—Dime —respondió el Uchiha, con voz suave, como si ese nombre fuera su oración favorita.

—No me mires así.

—¿Así cómo?

—Como si quisieras... —pero no terminó la frase. No pudo. El pensamiento era demasiado peligroso.

—¿Como si quisiera qué? —susurró Madara, acercándose aún más, sus labios a escasos centímetros de los suyos—. ¿Besarte?

Tobirama se aferró a él con más fuerza, el corazón golpeando furioso contra su pecho.

—Estás borracho...— Su mirada ansiaba sus labios.

Pero Madara no iba a desaprovechar el momento, subió un poco más los brazos, y completó un abrazo, sus respiraciones se encontraron al igual que esa otra noche.

No fue tierno.

Fue un beso que arrasó con la quietud como fuego entre hojas secas. Sus labios se encontraron con una urgencia apenas contenida, un hambre que había crecido por orgullo y que por fin hallaba su cauce. Tobirama se aferró a la tela del kimono de Madara, enterrando sus dedos en su ancha espalda, como si el mundo girara demasiado rápido y esa fuera la única forma de mantenerse en pie.

Madara deslizó una mano hasta su nuca, sujetándolo con fuerza, dominando el ritmo, guiándolo como en el baile, pero ahora con la lengua, con el deseo. Su otra mano bajó por la cintura de Tobirama, presionándolo más cerca, sintiendo cada parte de su cuerpo encajar con la suya, como si hubieran sido creados para eso.

Un suspiro escapó de Tobirama, ahogado entre sus bocas.

El salón se desdibujó por completo. Ya no existían los invitados, ni la música. Solo estaban ellos, bebiendo del otro, como si no hubiera un después.

Madara gimió bajo, como una súplica, sin separarse de él.

Tobirama lo escuchó. Y algo primitivo se soltó dentro de sí.

El beso se rompió apenas por aire, pero las manos no se soltaron. Al contrario, se aferraron más, como si temieran que todo aquello fuera a desvanecerse con el mínimo parpadeo.

Tobirama se quedó ahí, con los labios húmedos y rojos con el beso; el corazón galopándole en el pecho, mientras los ojos oscuros de Madara lo devoraban sin vergüenza. El alcohol zumbaba en sus venas, lo tenía tibio por dentro, lo tenía tierno... y tan malditamente expuesto.

—Sigamos... bailando —murmuró, sin saber si lo decía para alargar el momento o porque en verdad quería seguir rozando sus cuerpos.

Madara no respondió con palabras. Sólo lo atrajo de nuevo, una mano firme en la espalda baja, la otra enlazada con la suya. Volvieron a deslizarse por el salón con pasos torpes, poco coordinados, pero tan conectados que el mundo podría haber entrado de nuevo en guerra y ellos no se habrían dado cuenta.

Las risas que compartieron eran suaves, susurros borrachos entre mejillas calientes y suspiros.

—Tú... —balbuceó Madara en algún momento, con el aliento cargado de sake y deseo—. Me estás volviendo loco.

Tobirama soltó una risa ronca.

—Eres tú el que está sujetándome...

Los cuerpos se pegaban con cada paso, demasiado. La respiración se entrecortaba por algo más que el esfuerzo del baile. Los labios se rozaban por inercia, por gravedad. Por necesidad.

Y cuando Madara casi tropieza por segunda vez, Tobirama se inclinó apenas para murmurarle al oído:

—Creo que... deberíamos ir a la habitación.

Madara parpadeó, confundido. Estaba tan ebrio que le costaba pensar. Quería seguir disfrutando del momento; y tal vez podría volver a robarle otro beso...

—Madara... —dijo Tobirama, con un sonrojo creciente.— Estoy diciendo... que mejor continuemos... en otro lado.

Madara tardó un segundo más en entender. Luego asintió, lentamente, como si le hubiera tomado un poco más de lo normal procesarlo.

—Ah... Aaaaaah... ¡Oh!

Se fueron tambaleando por los pasillos con pasos de borrachos enamorados. Tobirama se reía por lo bajo cada vez que Madara decía incoherencias. Y Madara no dejaba de mirarlo como si no pudiera creer que el otro estuviera realmente ahí, de su brazo aferrado.

Realmente estaba soñando ¿no?

Y en uno de esos pasillos a media luz, sin poder contenerse más, Tobirama lo empujó contra la pared y volvió a besarlo.

Fue desordenado. Torpe. Apasionado.

Se mordieron los labios entre jadeos hambrientos. El calor subía, se encendía entre el roce de sus ropas, las manos torpes buscando sostenerse, tirar de la tela o sujetarse.

Madara lo tomó de la cintura con tanta fuerza que Tobirama se quedó sin aliento por un segundo. Luego le devolvió el gesto con un jadeo contra su boca, colando una pierna entre las de él, atrapándolo.

—Tobirama... —susurró Madara contra su boca—. Si seguimos así... no llegamos.

—Entonces apúrate... —respondió, casi como un desafío, con los ojos brillando y las mejillas encendidas—. O te dejo aquí.

Llegaron como pudieron.

Tobirama empujó la puerta con la espalda, sin dejar de besar a Madara, que apenas podía mantenerse derecho. Se cayeron en la entrada, pero a ninguno le importó. Entre manos que temblaban y risas que se ahogaban en la garganta, apenas lograron quitarse los haori, dejándolos caer sin cuidado al suelo.

Se levantaron y llegaron hasta el nido de Tobirama.

—Quita... tu maldito cinturón... —murmuró Madara, tirando del lazo dorado en la cadera de Tobirama con más torpeza que sensualidad.

—¿Cuál cinturón? —preguntó Tobirama, entre carcajadas, tropezando con la alfombra.

Ambos cayeron de lado sobre las almohadas del nido.

—Maldición... —jadeó Madara—. Siento que la habitación gira...

Madara se dejó caer de espaldas con un quejido, y Tobirama lo siguió, apoyando la cabeza sobre su hombro, aún jadeante, con los labios entreabiertos y la mirada perdida.

Madara soltó una risa ronca. Se inclinó para besarlo otra vez, más suave ahora. Lento, como si quisiera memorizarlo.

Tobirama le devolvió el beso con cariño. Uno. Luego otro. Luego una mordida torpe que no tuvo fuerza. Y luego...

—Tobi... —musitó Madara.

—Mmm...

—¿Ya estás dormido?

—No...

Silencio.

Madara intentó moverse, pero su cuerpo entero se negó.

—Me estás aplastando... —murmuró Madara

—Estás caliente... —respondió Tobirama, enterrando el rostro en el pecho de Madara.

—...

Silencio.

Ambos quedaron allí, abrazados, tibios, con las mejillas encendidas y el corazón latiendo en una sincronía imperfecta hasta que el sueño les ganó. 

El destino parecía haberles jugado una maldita broma.


Madara despertó con una migraña terrible, como si una roca lo hubiera aplastado. Agradecía que alguien hubiera cerrado las cortinas ese día; porque en sólo pensar en la luz del sol lo ponía de malas, trató de levantarse, pero un peso en su pecho se lo impidió. Tobirama descansaba sobre su pecho, completamente dormido. Con el rostro ligeramente hundido contra su clavícula, respirando lento y profundo, enredado entre las mantas, con un mechón de cabello blanco pegado a sus labios. Todavía vestía el kimono de la noche anterior, aunque algo desacomodado, y su aroma... su aroma lo envolvía de una forma tibia, casi reconfortante.

Madara sonrió, débilmente. No recordaba casi nada, pero si la noche terminó así, tal vez no había sido tan mala.

Le acarició el cabello con los dedos, con ternura torpe, sin querer despertarlo.

Pero algo no cuadraba.

Tobirama no era así. Tobirama era un jodido halcón. El más leve crujido de madera bastaba para que abriera los ojos. Madara ya se había ganado unos cuantos empujones por moverse demasiado cuando compartían cama.

Y ahora... ni siquiera pestañeaba.

Frunció el ceño.

—Hey... —murmuró, suave, apenas un susurro contra su oído—. Tobirama...

Nada.

—Oye, Tobi —intentó otra vez, sacudiéndolo apenas—. Levántate. Huele a nosotros como si fuéramos una destilería.

Silencio.

Madara tragó saliva. Se incorporó un poco, y con cuidado tocó su mejilla. Estaba cálida, pero no sudaba. Su respiración seguía estable, aunque más profunda de lo habitual. Aun así... algo no estaba bien.

—Tobirama... —lo llamó más firme, agitándolo un poco más esta vez.

El cuerpo del albino se movió ligeramente, pero sus párpados ni se inmutaron.

El pulso de Madara se aceleró.

Se incorporó con cuidado, apoyando a Tobirama sobre las almohadas. Lo observó con más atención. No había marcas extrañas, ni moretones, ni olor a sangre... pero su palidez era más marcada, casi translúcida.

—No bromees con esto... —susurró, con una risa nerviosa escapando de sus labios—. ¿Estás enojado por lo de anoche? No seas dramático...

Silencio.

Y de pronto, todo el peso del miedo cayó sobre su pecho como una espada oxidada.

Porque si algo había aprendido de Tobirama...

Era que él nunca bajaba la guardia.

Y ahora... ni siquiera se movía.

—Tobirama... —susurró de nuevo, esta vez con voz rota, sacudiéndolo un poco más—. Por favor, despierta...

Madara se inclinó sobre él, el corazón martillándole en las costillas. Se acercó, desesperado, a oler su aliento, su piel, cualquier cosa que le diera indicios de que estaba bien. El aroma cálido a flor y alcohol todavía flotaba en el aire.

—Vamos, Tobi... —susurró, apenas un suspiro tembloroso—. Di algo. Lo que sea...

Tobirama hizo un leve sonido, como un gruñido apagado desde el fondo de su garganta.

Madara se congeló.

Los párpados blanquecinos comenzaron a agitarse, y lentamente, como si costara siglos, Tobirama entreabrió los ojos, cristalinos y entornados.

—...Madara... —murmuró, la voz ronca, profunda.

El Uchiha contuvo el aliento, arrodillado a su lado, un brillo súbito cruzando su mirada como si se le devolviera el alma al cuerpo.

—Estoy aquí —dijo, casi con urgencia—. Estás bien. ¿Te sientes...?

—Voy a vomitar —susurró Tobirama, antes de dar un respingo torpe hacia un costado de la cama.

Madara parpadeó.

—¿Qué?

—Voy a vomitar, Madara —repitió, con más fuerza, mientras trataba de levantarse con la dignidad de un dios milenario... y la coordinación motora de una planta.

—¡¡Espera, no en la sábana!! —Madara entró en pánico, ayudándolo a girarse con rapidez, sacando el jarrón decorativo de un rincón con movimientos torpes pero eficaces—. ¡Aquí! ¡Usa esto! ¡No es tan caro, creo!

Tobirama apenas alcanzó el jarrón cuando el estómago lo venció.

Madara se arrodilló a su lado, sosteniéndole la espalda y murmurando palabras de consuelo.

Tobirama solo emitió un gruñido miserable, dejándose caer a un lado, medio colapsado contra Madara, con un hilo de baba y dignidad colgando de su labio.

El Uchiha lo miró en silencio unos segundos.

No volveré a dejarte tomar de esa manera. Nunca más —murmuró, con una mezcla de cariño.

Tobirama no respondió. Sus ojos apenas entreabiertos y su expresión ausente eran suficientes respuesta.

Madara suspiró, frotándose la cara.

—Vamos a darnos un baño ¿está bien?

Con cuidado, lo pasó un brazo bajo las rodillas y otro por la espalda, y lo levantó en brazos. Tobirama apenas protestó con un murmullo nasal, su cabeza cayendo contra el cuello de Madara. El calor de su aliento le erizó la piel, aunque no dejó de abrazarlo con fuerza mientras caminaba hacia la zona del baño.

La bañera ya tenía agua tibia —cortesía de Mirai por su puesto. Había dejado los sellos activados para calentar el agua por las mañanas—, así que con cuidado lo depositó dentro. Tobirama se deslizó con torpeza en la tina, hundiéndose hasta los hombros, soltando un suspiro tan profundo que a Madara le pareció que se le había salido el alma.

—¿Mejor? —bromeó el Uchiha, arrodillándose junto a él.

Tobirama no respondió. Sólo cerró los ojos y se recostó en la piedra caliente, dejándose flotar como un gato mojado en resignación.

Madara sonrió. Luego, sin decir palabra, tomó el cuenco de madera que usaban para enjuagar y empezó a mojarle el cabello. Lo peinó con los dedos, desenredando los nudos con paciencia, incluso tarareando suavemente mientras lo hacía. Cuando aplicó jabón perfumado, el olor le trajo recuerdos del día anterior... había tenido un sueño maravilloso donde había bailado con su esposo ruborizado entre sus brazos.

Sus mejillas se encendieron.

—Si sigues así de callado, voy a empezar a pensar que te gusta esto —murmuró, con voz suave, mientras masajeaba su cuero cabelludo.

Tobirama sólo emitió un ronquido muy poco digno.

Madara rio por lo bajo, en voz baja, con una ternura creciente que se le escapaba por las yemas de los dedos.

Terminó de enjuagarle el cabello con cuidado, y luego se deslizó dentro de la bañera también. El agua se agitó levemente. Tobirama, como si fuera un imán, se recostó sin pensarlo sobre el pecho de Madara, su frente descansando contra su clavícula, una pierna entrelazada sobre la suya.

Madara se tensó por un segundo.

Le rodeó la cintura con los brazos, dejando caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos.

—Esto... no está tan mal —murmuró, sintiendo el corazón acelerarse por la cercanía.

Tobirama se removió apenas, hundiendo más el rostro en su pecho. Sus labios rozaron la piel de Madara sin intención, pero lo suficiente para dejarlo sin aire.

Madara apretó los dientes.

No te aproveches de mí cuando estás así de lindo, ¿quieres? —susurró para sí mismo, rojo hasta las orejas—. Voy a empezar a pensar que sí me quieres...

Pero Tobirama ya estaba medio dormido otra vez, dejando un suave ronquido apenas audible contra su cuello.


El sol de la tarde teñía el jardín con tonos dorados y cálidos. Una suave brisa jugaba con las guirnaldas de papel que colgaban entre los árboles, haciendo que las sombras danzaran sobre las mesas cubiertas de brochetas humeantes, vino especiado y charolas de embutidos curados traídos desde las costas de Uzushiogakure.

Los invitados charlaban animadamente entre risas y copas alzadas, muchos de ellos ya con los kimonos más abiertos y los pasos menos firmes que al inicio del banquete. Era el último día de la celebración, y la atmósfera comenzaba a llenarse de una nostalgia anticipada. La banda contratada tocaba con fuerza y muchos de los invitados llenaron la pista de baile.

Hashirama caminaba entre ellos como el buen anfitrión que era: saludando, riendo, llenando copas vacías y abrazando a cada embajador, anciano o niño que se cruzaba en su camino. La paz no sólo se proclamaba en tratados, también se construía en estos gestos.

Pero no todos los invitados estaban presentes aún.

Sus ojos seguían buscando en la multitud a dos figuras que aún no se unían a la celebración.

—Siguen sin aparecer —murmuró, mientras se acercaba a la pérgola cubierta de flores de cerezo donde Mito lo esperaba, una copa de vino blanco en la mano y una expresión serena en el rostro.

—Tal vez necesitaban dormir más que todos nosotros juntos —dijo ella, con una sonrisa suave, sus ojos siguiendo a un grupo de músicos que cantaban con fuerza.

Hashirama se sentó a su lado, soltando un largo suspiro.

—Anoche no te pregunté si hablaste con Tobirama... ¿lograste hacerlo?

Mito giró ligeramente el rostro hacia él, alzando una ceja con esa elegancia casi peligrosa.

—¿Y tú? ¿Tú hablaste con Madara?

Hashirama soltó una risa nerviosa y desvió la mirada.

—...Hablamos. Mucho. Más de lo que quería escuchar, si te soy sincero.

Mito rio con suavidad, divertida, cubriéndose los labios con la copa.

—No te burles de él —pidió Hashirama, aunque en el fondo también reía—. Es... pasional. Más de lo que imaginé. Al inicio estaba preparado para escucharlo hablar mal de mi hermano, estaba listo para defenderlo, pero... terminó diciendo cosas que... creo que eran reales. Que le dolían.

—¿Y eso te tranquiliza? —preguntó ella, con amabilidad.

—Me confunde un poco, la verdad —admitió—. Madara ama con el cuerpo, con orgullo, con esa necesidad de controlarlo todo. Y mi hermano... bueno, Tobi apenas entiende cómo expresar lo que siente sin parecer que va a darte una tesis de por qué no tiene lógica lo que sientes.

Mito miró hacia el cielo, donde las nubes comenzaban a teñirse de tonos ámbar.

—Hablamos un poco, sí —dijo entonces, bajando la voz— Sabes que es complejo de la cabeza a los pies. Ahora sabe perfectamente que lo respaldamos. Que puede hablar, si lo necesita.

Hashirama asintió lentamente.

—¿Está... bien?

—Está intentando —respondió ella, con sinceridad—. Tiene miedo. Siente que nada de lo que hace es suficiente. Que no encaja en el mundo que ahora lo rodea. Pero al menos, tiene el deseo de entender. Y eso... eso ya es mucho para alguien como él. Ha dicho que va a intentar todo lo que esté en él.

—Mi pobre hermano—murmuró Hashirama, entrecerrando los ojos con ternura—.

—Es fácil amar cuando has crecido con él; para otros es más dificil y hay que entender eso mi amado. —Mito lo miró, y sonrió con ese brillo misterioso que siempre tenía cuando sabía algo más de lo que decía.

—Al menos tienen una ventaja.—comentó.

—¿Ventaja?

—Ambos se quieren. Sólo falta que lo digan. O que lo muestren sin miedo. Porque conociendo a tu hermano... va a ser más fácil arrancarle un diente que un te quiero. Creo que sería mejor si Madara fuera quien diera un paso adelante en todo esto...

Hashirama soltó una carcajada suave y negó con la cabeza.

—Sólo quiero verlo feliz.

—Entonces tal vez —susurró Mito, acariciando con los dedos el borde de su copa—... es hora de que le demos un pequeño empujón.

Las cortinas de papel que separaban el jardín del corredor principal se abrieron con un ligero crujido.

Todos voltearon por instinto.

Dos figuras emergieron con paso algo descoordinado. Vestían kimonos de un azul cielo tan pálido que parecía robado del atardecer. Si no fuera por el desastre que lucía uno de ellos, habrían sido el retrato perfecto de una pareja noble.

Tobirama, sin duda, parecía como si se hubiera estrellado contra un árbol. O si una roca lo hubiera aplastado. Su peinado perfecto contrastaba con las terribles ojeras que estaban bajo sus ojos rojos, la cinta de su obi amarrada con un nudo que claramente no era suyo. Caminaba recto por puro orgullo, pero cada paso parecía retarlo.

A su lado, Madara sostenía su mano con una sonrisa que desentonaba por completo con el estado de su esposo. El Uchiha estaba de buen humor, e incluso traía unas pequeñas flores blancas prendidas en el cinturón, obsequio de algún niño del jardín, probablemente.

Hashirama los vio desde su asiento y soltó una risa contenida que terminó ahogada en su copa.

—¡Por los dioses, había olvidado lo mal que toma Tobirama! —dijo por lo bajo, mientras se ponía de pie y les hacía una seña para que se acercaran.

Madara alzó la mano libre en respuesta, sonriendo con ligereza. Se detuvo brevemente a saludar a un grupo de embajadores, y Tobirama solo logró esbozar una leve reverencia antes de apretarse más al brazo de su esposo, como si le pesaran los huesos.

Ya cerca de ellos, Mito alzó una ceja al ver el tono de piel cenizo de su cuñado y se adelantó con preocupación.

—¿Tobirama? ¿Estás bien? ¿Te llevo con una enfermera?

Madara respondió por él, sin soltarlo ni un segundo.

—Ya lo revisaron hace un rato. No hay fiebre ni otros síntomas. Solo necesita algo de comida... y aire fresco —dijo, con voz tranquila, como si cuidarlo fuera ya parte natural de su día.

Tobirama, con un gesto mínimo, asintió.

—Estoy bien, Mito —murmuró con una voz seca y baja, aunque lo suficientemente firme—. Solo es resaca.

—¿Resaca o una maldición? —susurró Hashirama en tono de broma, dándole una palmada ligera en la espalda—. Te ves como si hubieras peleado contra una roca.

—Claramente perdí contra ella —gruñó Tobirama, soltando un leve quejido al sentarse en el cojín.

Madara se acomodó a su lado, sin preocuparse del protocolo ni del cansancio que él también arrastraba. Solo puso una mano en la parte baja de su espalda, y otra en su muslo, protegiéndolo del mundo sin decir una palabra.

Mito suspiró, aunque una sonrisa se le escapó al verlos así.

Tal vez ese empujón del que hablaban ya se había dado.

—¿Ya comieron algo?

—No aún no. Tobirama no soportó el desayuno.—respondió Madara sin remordimiento alguno, mientras se servía un vaso de té.

Tobirama escondió el rostro entre las manos.

—Por favor... mátame.

—Nadie va a matarte. —susurró Mito, dejando un cuenco de arroz y brochetas frente a él con delicadeza—. Pero si no comes, me veré obligada a hacerte un té de jengibre y ajo.

—¡Noooo! —Tobirama reaccionó con horror—. Estoy comiendo, estoy comiendo.

Hashirama se carcajeó y Madara soltó una risita baja, satisfecho al ver que su esposo aún tenía fuerzas para indignarse.

Las horas pasaron entre platos tibios y conversaciones relajadas. Los músicos habían cambiado el tono hacia melodías más suaves, y el jardín se llenaba del aroma de flores y carbón encendido.

Tobirama había logrado comer un poco sin la necesidad de regresarlo, aunque cada tanto cerraba los ojos como si eso lo ayudara a sostener la compostura. El dolor de cabeza apenas cedía, como si el mundo entero insistiera en pulsar dentro de su cráneo. O miles de cuchillas se incrustarán en su cabeza.

Hashirama y Madara conversaban. El tema era serio: los acuerdos comerciales sobre las rutas en las zonas boscosas del norte. Tobirama intentó unirse. Se inclinó un poco, soltó una breve opinión... pero apenas dos frases después, su voz se quebró por la punzada en su sien.

Madara fue el primero en notar el cambio. Su mirada rápida, casi instintiva, se dirigió a su esposo. Pero fue Mito quien se adelantó con más decisión, apoyando una mano suave sobre el hombro de su cuñado.

—Tobirama, creo que es suficiente por hoy. Estás haciendo un esfuerzo innecesario —murmuró con dulzura, inclinándose hacia él.

—Estoy bien —intentó protestar él, aunque el temblor en sus dedos lo traicionaba.

Madara no le dió oportunidad de insistir.

—Vamos a la habitación —dijo, simple, directo, poniéndose de pie—. Ya es suficiente por hoy.

—Pero...—interrumpió Hashirama, frunciendo el ceño—.

—Hashirama —interrumpió Madara, con una calma cortés pero firme— Podemos continuar esto por correspondencia...

El Senju mayor tragó saliva. Bajó la mirada un segundo.

—¿Correspondencia? ¿tan pronto se irán?...

Madara dudó. Se giró un poco hacia Tobirama, que ya se levantaba con ayuda de Mito, y asintió.

—Partiremos mañana por la tarde. Tenemos obligaciones con el consejo del clan. —Hizo una pausa breve—.

Hashirama suspiró, visiblemente decepcionado. Había esperado tener al menos un par de días más con su hermano... y quizás pasar un poco más de tiempo con su familia.

Madara le puso una mano en el hombro, un gesto que rara vez ofrecía.

—Podrían visitarnos para el festival de la luna roja. Será en unas semanas. Hay danza, vino dulce, y un cielo tan claro que parece arrancado de un pergamino de los sabios. Te aseguro que habrá espacio para ustedes en la fortaleza.

Hashirama sonrió, aunque sus ojos se notaban un poco vidriosos.

—Eso suena bien... lo consideraré.

Mito, al ver la tensión contenida, intercedió con su sabiduría característica. Se acercó a Hashirama y tomó su mano.

—Déjalos ir con dignidad, amor. No es una despedida. Es sólo el principio de una historia distinta —dijo con una sonrisa misteriosa, como si supiera algo que los demás no.

Tobirama se apoyó un poco más en Madara al caminar. No hablaba, pero su mano entrelazada con la del Uchiha decía lo suficiente.

—Buen descanso —les deseó Mito, al verlos alejarse.


El sol caía lento sobre los bosques aledaños, bañando todo de un resplandor ámbar y ocre. Las hojas mecían una despedida inevitable. Al pie del gran portón, la comitiva Uchiha terminaba de prepararse para el viaje.

Madara ajustaba el equipaje con una expresión tensa. La boca apretada. Las manos más torpes de lo habitual. A nadie se le escapaba que estaba inquieto, pero aun así se esforzaba en mantener el porte. Solo Hashirama, que lo conocía de años y guerras, notó la impaciencia en sus ojos.

—Espero verte en el Festival de Crisantemos, Madara —dijo Hashirama con una sonrisa amplia, mientras lo abrazaba con fuerza. El contacto era fuerte, sincero, como si quisiera dejarle anclado el recuerdo de su nueva familia.

Madara solo asintió, un gesto seco, pero luego aflojó los hombros y le dio una palmada fuerte en la espalda. Había algo en su rostro.

Tobirama se acercó un paso después. Lo hizo con esa compostura elegante suya, aunque el cansancio aún le pesaba en el rostro. Sus ojos, sin embargo, eran suaves, incluso un poco tiernos.

—Espero que la próxima vez podamos quedarnos más tiempo —dijo en voz baja, sólo para su hermano.

Hashirama le sonrió. Luego, sacó un pequeño rollo de pergamino de entre su túnica y se lo entregó.

—No lo abras hasta que llegues a casa...—indicó, con una expresión ambigua que hacía pensar en algo entre broma, ternura o trampa.

Tobirama arqueó una ceja, pero asintió.

Madara se acercó y, con un gesto que aún guardaba cierto respeto por su estado, lo ayudó a subir al caballo. Sus manos firmes sujetaron su cintura, y por un momento, los ojos de ambos se encontraron.

La marcha comenzó poco después. Los caballos avanzaban al trote tranquilo, bordeando el camino de los sauces. Ryuuji y Gorō reían con entusiasmo, deshaciéndose en halagos por la hospitalidad Senju.

—¡Esa sopa de mariscos, Ryuuji! No te callas con eso, por favor cambia un poco el tema —bromeó Gorō, dando un codazo al joven que no dejaba de hablar.

—¡Es que no me esperaba tanto! Y la decoración, la música, las lámparas de papel... ¿y viste las fuentes? ¡Hasta había una con sakura flotando!

—El vino estaba muy bueno —comentó Gorō—. Pero el sake... ese sí es arte.

—Aunque, claro —agregó Ryuuji—, yo prefiero los guisos de carne Uchiha. Que no se malinterprete... pero los dulces de Uzushiogakure... tienen algo divino.

Tobirama, que los escuchaba sonriendo desde su caballo, intervino:

—Con la nueva ruta comercial que establecimos, pronto tendrán acceso regular. Ya no será necesario que esperen un evento para probarlos. Incluso podremos tenerlos a un precio bastante accesible.

—¡Entonces hay que celebrar eso! —rió Gorō—. De hecho, podríamos hacer un intercambio cultural. Yo les enseño sobre sake y ellos me enseñan a no morir de resaca.

Las risas llenaron el aire.

Pero Madara no se reía.

Desde la cabeza de la caravana, miró hacia atrás. El ceño fruncido. La mandíbula apretada. Y cuando los vio reír de nuevo junto a Tobirama... soltó un bufido apenas audible. Apretó las riendas y redujo el paso de su caballo, obligando a los demás a avanzar. Luego, giró la cabeza y alzó la voz, seca pero clara:

—Tobirama. Ven conmigo.

El albino lo miró, un poco desconcertado, pero sin protestar. Espoleó suavemente su caballo hasta emparejarlo con el de Madara. Ahora iban solos, unos pasos adelante del grupo.

Hubo un momento de silencio.

Madara no lo miraba. Parecía más interesado en el horizonte. Pero había algo distinto en su postura: menos altivo, más tenso.

—Fue una buena fiesta —dijo al fin, la voz profunda, algo ronca.

Tobirama asintió, el cabello blanco bailando con la brisa.

—Sí... aunque normalmente duran más. Esta vez fueron con calma. Lo agradezco. No sé si hubiera aguantado otro banquete como ese.

Madara rio por lo bajo. Luego lo miró de reojo.

—No puedo imaginarme una semana en una fiesta con un ritmo como ese —respondió, con un deje de suavidad en la voz

Madara se quedó mirándolo con una intensidad que lo envolvió entero.

—Me encantaría que siempre fueras así... —susurró, con un hilo de voz cálida.

Tobirama giró apenas el rostro, curioso.

—¿Así cómo?

Madara suspiró, con una dulzura extraña en su mirada.

—Feliz. Trataré de hacerte feliz... tanto que no recuerdes un solo día triste en tu vida.

El corazón de Tobirama dio un vuelco inesperado. Su expresión apenas se alteró, pero un tenue sonrojo le encendió las mejillas, subiendo hasta las puntas de sus orejas. Desvió la mirada hacia el horizonte, sin poder sostener esa ternura inesperada.

Y pensó... que tal vez, sólo tal vez... no era demasiado tarde para salvar lo que quedaba de ellos.

Si es que alguna vez hubo un "ellos" real.

Los recuerdos de aquella noche, entrelazados en música, risas y alcohol, flotaban en su mente como un perfume persistente. Había algo difícil de borrar: los brazos de Madara rodeándolo con fuerza durante el baile, la manera en que lo había sostenido, la forma en que sus labios —cálidos, suaves, dulces— se habían fundido con los suyos. Al principio pensó que había sido un sueño... pero no lo era, estaba ahora grabado en su mente para siempre.

Todo eso lo hacía estremecer ahora, como si aún sintiera el tacto ardiente en su piel.

Tobirama cerró los ojos por un momento.

Era absurdo. Ridículo, incluso.

Sentía su temple tambalearse como si fuera un joven inexperto con su primer amor. No era adecuado permitir que su aroma se liberara así, con tanta desesperación latente, así que bajó un poco el ritmo del caballo. Necesitaba que la brisa se llevara lo que su cuerpo estaba delatando.

Tal vez Madara captaría la indirecta y lo alcanzaría de nuevo.

Pero no fue así.

Al contrario: el sonido de los cascos sobre la tierra cambió repentinamente. El alfa pelinegro espoleó su caballo y aceleró el paso sin mirar atrás, alejándose con brusquedad, sin una palabra.

Tobirama apenas alcanzó a parpadear antes de que Gorō pasara junto a él, haciendo una leve inclinación desde la silla.

—Mis disculpas, señor Tobirama —dijo con gravedad—. Lo dejaré bajo el cuidado del joven Ryuuji.

Y se alejó también, sin más.

Tobirama se quedó quieto unos segundos, sintiendo cómo la brisa ya no bastaba para disipar el torbellino en su pecho.

Porque nada era perfecto.

Y si había alguien que lo sabía, era Tobirama Senju.

El regreso fue inesperado y amargo. Ya en el establo, Ryuuji descendió primero, y con calma ordenó a los sirvientes que bajaran las pertenencias de ambos. No se molestó en ocultar la preocupación en su rostro. Lo sintió de inmediato: el chakra de Tobirama, normalmente silencioso y controlado, ahora era una tormenta espesa, cargada y densa como una niebla venenosa.

Madara se había adelantado. Y no era precisamente cortés ni correcto dejar a su omega atrás... menos a alguien con el temple de Tobirama Senju.

Ya estaba en la habitación, caminando de un lado a otro como una sombra sin rumbo. Ansioso, malhumorado. Pero lo que más irritaba a Tobirama... era su silencio.

Lo había ignorado durante todo el trayecto. Pide su compañía y después lo abandona.

Como si su sola presencia lo incomodara.

¿No era eso lo mismo que hacía antes? ¿No era esa la misma herida abierta que aún no sanaba?

Y entonces, la duda venenosa volvió a morderlo por dentro:

¿Si tanto me desprecia... por qué sigue teniéndome cerca? ¿Por qué insiste en retenerme a su lado?

Durante esos días en la sede Senju, Madara había sido distinto. Extrañamente tierno, incluso atento. Había palabras dulces, miradas largas... algo que lo hacía pensar que, quizá, su vínculo comenzaba a sanar.

Pero ahora, de regreso en la Mansión Uchiha...

Todo se había desplomado de nuevo.

Tres días bastaron para que el peso de esa casa lo aplastara otra vez. El cambio de trato fue inmediato. No había palabras de afecto. No había manos suaves. Sólo distancias que no se medían en metros, sino en vacío.

Y en ese instante, parado frente a la puerta cerrada, Tobirama sintió que una parte de él comenzaba a resquebrajarse.

Otra vez.

—Madara... necesitamos hablar por favor. — una súplica, un vestigio de atención, esta vez no iba a escapar; necesitaba respuestas.

—Estoy cansado por el viaje, sólo quiero regresar a la oficina y revisar mi papeleo atrasado. — no era mentira en cierta parte, pero el calor acumulado en su cuerpo se estaba volviendo evidente, y sus mejillas no mentían cuando se sentía agotado. — Hablaremos en otro momento. Por favor...

—Si estás cansado mejor quédate y hablemos, no te quitaré mucho tiempo. — en un segundo esfuerzo por buscar la conversación. —Tengo cubierta la revisión de las propuestas, estuve trabajando una semana en ellas; y pudiste ver los logros en persona en la sede del clan Senju... es más que obvio que las implementaciones funcionan...

—No es eso...—

—Entonces ¡¿qué quieres?! No entiendo nada Madara, siempre parece que estás mi contra cuando sabes perfectamente que tengo la razón. Estoy realmente intentándolo, por favor sólo dime algo, lo que sea...

—No quiero seguir discutiendo Omega, no es un buen momento...

—¿Desde cuándo me llamas así "Alfa"?, ¿Desde cuando dejé de ser un ser humano otra vez? ¡Mírame a los ojos cuando te hablo! ¿No significó nada lo que me has dicho esta tarde?

—No no, Tobi, escúchame... yo...— y un suave olor a manzana apareció en medio de la pelea; Tobirama no pudo ignorarlo ya que lo sintió al instante en el que Madara cayó sobre sus rodillas. Debilitado por el celo entrante.

Tobirama estaba estupefacto, pero su primer instinto fue a socorrerlo. Bajó a su altura y Madara lo tomó fuerte mente del brazo.

El penetrante olor a Pino, manzana y canela dentro de la habitación se volvió sofocante, Tobirama estaba completamente a merced del alfa en celo; aceptó que huir sería más peligroso que intentar saciar a Madara con su cuerpo. Incumplir su papel sería muy deshonroso en las costumbres Uchiha, que eran muchísimo más severos y rígidos con los roles sociales. Pero él no había sido criado de esa manera, su familia le enseñó a obedecer sí, pero si la orden o ley ponía en riesgo su autonomía era mejor morir que perder la dignidad.

Realmente estaba en duda si quedaba algo de esa autonomía que tanto había intentado conservar. Su cuerpo temblaba, tenía pánico. Su respiración se agitaba. Era difícil mantener la calma; Madara hacía ver que todo era demasiado fácil, estaba detrás de él, calmado, oliendo profundamente su cuello; enterrando sus fosas nasales cerca de la marca del vínculo.

No parecía tener intenciones más allá de eso; pero en un celo alfa era cuestión de tiempo que las cosas se volvieran violentas en su experiencia. El pelinegro abrazó con fuerza; tal vez reaccionando al pensamiento de huir de Tobirama.

Inhaló y exhaló con calma; tratando de recuperar la compostura, acarició su mano suavemente haciendo fluir un poco de chakra sobre la misma. Relajar a un alfa era sencillo según la biblioteca mental de Tobirama. Había lidiado con alfas en celo cerca de él de esta manera en muchas ocasiones cuando las misiones se salían de control.

Era cierto que estaba entrenado en el arte de la seducción como cualquier otro shinobi; claro, era diferente cuando se trataba de un beta, un omega o un alfa. Pero había completado las lecciones con maestría. No se jactaba mucho de ello, sirvió en infinidad de misiones, y no tenía sentido no verlo de esa manera en este momento.

Tenía que ser parte de la misión ¿no? Ahora vería todo esto como una misión a cumplir...

Su mente comenzó a nublarse del recuerdo de esa noche.

—Tob..ra..ma...—Madara gimió en su oído, un escalofrío recorrió su cuerpo, para su sorpresa, no fue de desagrado; estaba tan desconectado de sí. —Hueles tan bien...

Tobirama cerró los ojos, era cierto que su esposo no lo había tocado de esa manera de nuevo; esta era una situación extraordinaria; tenía miedo de lo que podía pasar. Sus piernas temblaban listas para huir.

—No quiero hacer nada que no quieras... pero por favor, quédate a mi lado.

¿Por qué tendría que hacerlo? Nunca quieres escucharme...

Hubo rechazo en el vínculo, inmediato, seco. Como si una roca te golpeara la cabeza. Madara podía sentir la molestia de su esposo emanando de ese agrio olor; no era ese adictivo que lo tenía mordiéndose los labios cuando nadie observaba. No quería que se fuera, no no no.

HAZ ALGO, LO QUE SEA, MANTENLO AQUÍ, ES NUESTRO...

—Lo que dije en el camino era real, quiero que seas feliz, pero... yo, estoy desesperado, no logro entenderte ni un poco Tobirama... me siento profundamente mal con ello ¡No sé cómo acercarme a ti!; no entiendo lo que siento por ti, no sé si es amor, odio, admiración, resentimiento; no soy tan fuerte como pienso que soy... me duele sentir que te alejas y no puedo hacer nada... soy demasiado estúpido para evitarlo...

Y de nuevo, sus ojos se cerraron derramando lágrimas sobre el hombro del albino.

—Me cuesta demasiado pensar en ti. Pero somos tan diferentes, no sé qué excusa inventar para estar a tu lado un segundo sin causarte asco. — presionó un poco más su rostro en la espalda de su esposo.

—Sería tan fácil como anular este matrimonio... pero no quiero, no quiero hacerlo; me enfurezco de solo pensarlo; pensar que otra persona disfrutará de tu calor, de tus besos, de tu belleza, ardo en celos cuando no estás a mi lado... no puedo evitarlo, no sé cómo detenerme. Traté de ignorarte, pero es imposible no verte... en mi corazón te has hecho un lugar ahí... te quiero, te quiero, te deseo.

—Eres mi más grande martirio, y cuando te sostengo entre mis brazos; mi vida es mejor; tu encanto, tu soberbia, la manera en la que todo tiene que ser perfecto a tu visión... estoy loco... sólo quiero conservarte para mí. Quiero que seas mío, y de nadie más, sólo mío, no quiero que mires a nadie, sólo a mi...

Su corazón estaba a punto de estallar.

Lo dijo.

Realmente lo soltó todo.

Madara no pensó dos veces en romper el espacio entre ellos, sellando el trato con un apasionado beso. No era como aquella vez bajo el cielo, tierno, incluso infantil. Su boca estaba ansiosa del sabor de su marido.

Giró su rostro para encontrar su mirada carmesí. Estaban ahí, mirándose fijamente. Sus preciosos ojos rojos, llenos de determinación, y ese rostro lechoso sonrojado por esa confesión tan... tan... suya. — Seré tuyo... sólo si estás dispuesto a ser mío también...Te lo dije aquella vez... Mi lealtad es sólo tuya... mientras tenga vida. —

Madara lo cargó de manera nupcial hasta la cama, quitándose la capa más gruesa de ropa; Tobirama estaba un poco desconcertado por lo que acababa de pasar, pero imitó sus acciones; disfrutaron de sus besos hasta que Madara quedó cegado por la fiebre alta de su cuerpo; apenas había iniciado el celo y tenía que descansar.


Madara besó suavemente los labios de su esposo de nuevo. Si, su esposo.

¿Podía seguir diciéndolo no?

Era suyo, le pertenecía; sólo para él, hecho para estar a su lado. Palma con palma. Hombro con hombro. Un engranaje perfecto.

El cuello de Tobirama estaba completamente lleno de marcas de los colmillos de Madara, podía sentir como su pene palpitaba a través de la ropa gruesa de fiesta, dolía; y el calor dentro de sí era completamente soportable sólo gracias al enervante olor de su esposo. Era así como le gustaba llamarlo en su mente... "Esposo".

 

—Eres mío, sólo mío...— susurraba al oído. —

 

—Bésame por favor... amor mío


Madara despertó por la madrugada de ese hermoso sueño sintiendo la ausencia de su marido, angustiado por ello sollozó, la fiebre lo tenía completamente inmovilizado; débil y hasta cierto punto era doloroso hacer el mínimo esfuerzo. Y como si de telepatía se tratara, Tobirama regresó a su lado, con una toalla fresca. Limpió su rostro con delicadeza, proporcionándole frescura al instante.

—No vuelvas a irte de esa manera, pensé que moriría...— sollozó de nuevo.

—No vas a morirte, pronto te sentirás mejor. —

—Quédate a mi lado... te necesito. — Las palabras de Madara se grababan en su piel; algo primitivo, muy dentro de él estaba complacido; que su alfa anhelara su cercanía... sonaba terriblemente mal en su mente para una persona racional como él... pero estaba feliz por eso, casi podría decir excitado.

Sentía como el calor en el cuerpo de Madara lo llamaba a recostarse de nuevo junto a él.

Se acercó tomando su mejilla, y poco a poco su frente con la suya. Los besos fueron tiernos y suaves; escaló hasta terminar ambos, sin ropa; Madara exploró cada rincón de él, regalando besos y suspiros de satisfacción. Lo tocaba como si fuera una delicada obra de arte, que sólo debe ser venerada.

Madara~

Estás torturándome así... por favor...

—Te daré lo que desees, el mundo será tuyo si me lo pides. — Besó de nuevo sus muslos y siguió hasta su pelvis; Tobirama no era un omega normal, era grande, así que todo en su cuerpo era proporcional; cosa que excitaba aún más la entrepierna de Madara; quien se ocupó de satisfacer la longitud de su esposo con maestría.

A pesar de su celo creciente, estaba completamente consiente; cosa que lo volvía un poco loco; estar de esta manera, al fin disfrutando del cuerpo de Tobirama. Deseándolo por semanas... no... casi desde el inicio de todo esto... era difuso saber desde que momento había empezado a querer poseerlo. En ese momento no importaba.

No pudo ver venir lo siguiente, estaba tan distraído que la profunda y autoritaria voz de Tobirama lo asustó.

Me estoy cansando de tu lentitud, ¿vamos a hacerlo si no para buscar otro alfa que si lo haga?

Madara bajó hasta la entrada de Tobirama, besando y lamiendo con fuerza. Haciéndolo temblar de placer en el acto, casi a punto de la liberación, Madara comenzó a utilizar sus dedos; acercándose a sus labios, lo besó con fuerza...

—Eres mío, ¿no te ha quedado claro omega?.

Ya~ ya... te había dicho que no me~ llames así...

—Eres demasiado impaciente... pero no soy mejor que tú. — Al sacar sus dedos después de masturbarlo, Tobirama gimió angustiado por lo vacío que se sentía; en respuesta Madara lo penetró lentamente; estaba tan estrecho y húmedo, se había apresurado un poco al hundirse completamente en él, pero su esposo estaba solicitándolo en ese momento. Y sus palabras serían las únicas que iba a escuchar esa noche.

Estar dentro de Tobirama era una sensación maravillosa; sentía como su cuerpo estaba completamente hecho para estar unidos por la eternidad; y cada sensación, cada gota de sudor y de humedad combinaban a la perfección con sus cuerpos; el cuerpo musculoso y alargado del albino bajo el suyo; suplicando y recibiendo todo lo que Madara podía darle, era demasiado.

Los besos y las embestidas suaves continuaron unos minutos más antes de que Tobirama tomara por el cabello a Madara; pidiendo que fuera un poco más... fuerte.

Tomó sus caderas con más fuerza, alentando un poco su ritmo, pero yendo a profundidad; aún no estaba completamente dentro, pero si su esposo lo pedía; le daría lo que quisiera.

No estaba seguro si los gemidos de Tobirama o de él se escuchaban por toda la mansión, eso no era tan importante como deleitarse con su rostro excitado; esa preciosa piel lechosa, combinada con el profundo sonrojo de su agitación.

Más, más, más.

Ma~

Más, más... ah~

—Tan exigente... pero ¿cómo puedo negarme a ti? —

Madara~

Yo... ah~

Te necesito... dámelo por favor.

Y lo hizo.


La excitación nunca los abandonó, y fueron incontables las veces que Madara llenó con su semilla esa noche Tobirama, en todas las posiciones que podía inventarse, en el suelo, en la cama, sobre la mesa, en el sauna, de nuevo en el suelo, terminando en la cama, sobre el tocador.... Eran dos adolescentes que acababan de descubrir el placer. Casi dos días enteros, haciéndolo como dos animales salvajes; nadie se atrevía a interrumpir la habitación. Era mejor no interrumpirlos.

Cuando al fin, el celo de Madara terminó por la mañana del tercer día ya todos en la mansión sabían que ellos estaban llevándose bien al parecer.

Madara lucía completamente cambiado, hasta sonreía; cosa que perturbaba a muchos de sus estudiantes. Esa sonrisa boba de fantasía... Esa mañana habían despertado abrazados, aún húmedos de ese pequeño incidente en el baño.

Nadie podía culparlo; estaba en su luna de miel, completamente enamorado de su marido. Se sentía el hombre más afortunado del mundo. Tal vez se lo diría a Tobirama la próxima vez que lo vea... no, tal vez lo haría en ese instante.

Su mente sólo estaba llena de las sonrisas de su esposo...

Su esposo.

Esposo.

SU ESPOSO.

—Mi señor, es momento de que se concentre por favor. —

—¡¿Eh?! ¿qué demonios quieres? — Y ahí estaba, el Madara de siempre. — Estoy ocupado.

—Fantasear con su esposo no es una actividad relativa ni productiva en el campo de entrenamiento mi señor. — Goro suspiró.

—Es porque estás celoso. —

—Disculpe mi señor, pero ... ¿qué?

—Ya olvídalo, mira todos van a repetir los ninjutsu básicos, hasta que estén al mismo nivel; el control de chakra es fundamental para despertar de manera exitosa el Sharingan.

—Bien mi señor; y después tal vez podríamos llevarlos a una expedición para que tengan experiencia fuera del complejo. — agregó Goro.

Madara asintió y cuando Goro iba a dar la orden el líder Uchiha ya había desaparecido.

Espero esta luna de miel se acabe pronto.

 

Chapter 12: Capitulo 12: Mi amor

Summary:

Tu cuerpo es una copia
De venus de Cibeles
Que envidian las mujeres
Cuando te ven pasar

Y llevas en tu alma
La virginal pureza
Por eso es tu belleza
De místico canto

Perfume de gardenias
Tiene tu boca
Perfume de gardenias
Perfume del amor...

Me encanta el amor ~

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Capítulo 12: Mi amor

Era increíble la manera tan afortunada en la que sus sonrisas encajaban en el mundo, los labios de Tobirama completaban los suyos a la perfección, y cada mañana se recreaban en su boca sin falta.

La pasión en los labios del pelinegro sólo crecía día con día al ver el rostro del albino por la mañana.

Estaba completamente bajo el hechizo de sus ojos rojos.

Su piel pálida, sonrojada por las dulces palabras de cada día, envueltas como un regalo anhelado por la vida; ahora que lo tenía, no pensaba dejarlo ir.

No sabía que se podía vivir sin esa atención.

Eres mío, sólo mírame a mi

Te quiero

Te deseo

Te necesito

Quédate a mi lado

Las palabras dulces no eran suficientes para Tobirama, jamás lo fueron; pero cuando venían de Madara... era completamente incongruente, sobre todo cuando tomaba su mano en cada suspiro. La manera en la que su cuerpo recibía un shock tras la humedad de su cuerpo... no tenía explicación.

Sus besos eran como un volcán a punto de estallar, y él anhelaba quemarse y volverse cenizas si eso le permitía acercarse más a él. A esto se referían los mayores cuando comentaban que hacer el amor vinculado era algo especial.

Y Madara no tardó mucho en comprenderlo al igual que él.

Estaban ambos en la oficina del líder Uchiha, tomando todo lo que podían del otro; sus cuerpos rozaban, en un espectáculo desenfrenado de seducción. Madara bajaba por el cuello de su esposo, recorriéndolo con su alargada lengua, saboreando la sangre fresca de las mordidas que había dejado hace unos segundos.

Mad... ah, por favor~

Tobirama era demasiado educado, pidiendo las cosas exactamente como a Madara lo ponía más duro...

Madara... te necesito ...

­—Joder Tobirama, vamos ven aquí. — No podía decirle que no, a ese rostro tan perfecto, a ese cuerpo tan hermoso, y a esos labios pidiendo por él.

Madara se arrodilló, la luz de la oficina se reflejaba en el cabello plateado de Tobirama, ejerciendo una presencia casi celestial para sólo un mortal Uchiha como él. Sintió por un momento que debía rezar, que había bajado un ángel a bendecir su vida, o sólo era su esposo... no había diferencia.

Desató el obi de su costoso kimono, ceñido perfectamente a su cuerpo. El albino se sujetaba del escritorio mientras esperaba que su amante lo desvistiera, paciente.

Y ahí estaban, como hace unas otras atrás. Madara saboreando el pene de su marido, complaciéndolo hasta explotar, con las piernas temblando por el éxtasis. No tardó mucho en desvestirse él también. Se aseguró de cerrar la puerta, no deseaba interrupciones mientras complacía a su esposo.

Ya estaba tan húmedo, y deseoso de él. Su marido lo hacía temblar con tanta frecuencia que comenzó a sentir que era su estado natural. Era tan gentil, besando y atendiéndolo de esa manera.

Abrió la piernas para permitirle entrar.

Ahora estaba sobre el escritorio, había sido su idea hacerlo en la oficina de Madara, por un momento pensó en todos los informes que ahora tendría que reescribir por su pequeña travesura; merecía un castigo por portarse mal. O tal vez un premio por ser tan creativo.

Madara se masturbó observando a Tobirama arquearse de placer por la presidencia de sus dedos dentro de él. Era tan erótico. Todo en él era de esa manera. La forma en la que miraba, en la que se ahogaba con sus gemidos, sus piernas, largas y frías; ahora eran un adorno en el hombro de Madara.

Vamos, Madara, estoy esperando por ti

—No. Vamos... dilo. —

—No voy a decirlo, ahora, mételo o me iré. —

Vamos Tobi... por favor, por favor...

—No...—

—¿Cómo puedes indignarte?... ayer no dejabas de decirlo... por favor, una vez más...—Tobirama no podía resistir por mucho tiempo. Esos malditos ojos suplicantes, había encontrado la manera de doblegarlo. Su aliento estaba en su cuello, y su coño a escasos centímetros del pene de su marido, goteando líquido preseminal... ansioso por cumplir su cometido.

Mi amor...

Madara se aguantó un poco su orgasmo, mordiendo su labio y sangrando por la fuerza que ejerció, amaba la manera en la que Tobirama lo llamaba con ese dulce apodo... le daría el mundo si se lo pidiera de esa manera, su cuerpo, su vida... se arrancaría el corazón para ponérselo en una bandeja.

Lo besó intensamente, en consecuencia, Tobirama correspondió con la misma intensidad. Necesitaba saber que era su amor... sólo de él.

El choque entre ambos cuerpos fue como desde hace dos noches, intenso. Era así como le gustaba a su esposo. Fuerte y profundo. Su cuerpo exigía la completa atención y devoción de Madara; era un maldito omega caprichoso, que siempre obtenía lo que deseaba, porque Madara no era nadie para decirle que no. A veces incluso no podía mantenerle el ritmo, Tobirama se movía de maneras que jamás había visto, grabó cuidadosamente cada expresión de placer con su sharingan, y, aun así, era impredecible a sus ojos. Jugaba con su mente, adulándolo, deseándolo, gimiendo en el momento exacto para que su erección creciera aún más... para ponerlo más duro de lo que podía soportar.

Estaba comenzando a sospechar que estaba en un genjutsu; era imposible tener tanto deseo y placer, y si fuera así; que nadie se atreviera a sacarlo.

El albino se alzó, con esa miraba penetrante, llena de deseo, besando y mordiendo los labios de su marido, esperando que bajara la guardia, para tirarlo al suelo y montarlo como merecía.

Era tan fácil hacerlo caer.

Su mano, casi tan grande como la de Madara, contenía sus muñecas por encima de su cabeza.

El Uchiha, un poco atontado por la abrupta caída, presintió lo que pasaría, y sus ojos brillaron con entusiasmo; y un gemido gutural salió de su boca cuando Tobirama se hundió sobre su pene; moviéndose de arriba hacia abajo, lento y profundo; justo como Madara disfrutaba más. Las palmas del omega rozaban el fornido pecho del alfa; masajeándolo como un gato; aferrándose cuando una descarga de placer lo sobre pasaba.

Estaba tan húmedo, listo para que Madara lo llenara de él. Y cuando se cegaba de éxtasis, solía volverse feral; deseoso y autoritario.

Uchiha Madara, no era ningún virgen, pero también, era su primera experiencia con una persona como Tobirama; estaba acostumbrado omegas sumisos, mujeres entusiastas y hombres buscando experimentar un buen momento. Pero el sexo con Tobirama era otro nivel, lo volvía loco, era casi o más apasionado que él. Siempre buscando más, despertaba ese instinto primitivo al sentirlo.

La manera en la que le entregaba su cuerpo, y ambos chocaban; como ese sonido de humedad se fundía con ellos.

Ah~

Ma~ ma~

Voy a... ah~

Lléname, lléname...

Dámelo

Madara lo tomó de la cintura para controlar el ritmo, volviéndolo más fuerte; ahogando a Tobirama de placer, dándole múltiples orgasmos antes de llegar al suyo. Ambos se besaron mientras su nudo se liberaba dentro. Espeso y caliente.

Se recostaron un momento para recuperar el aliento, sin romper el contacto. Y como dictaba su tradición matrimonial adquirida hace dos días, siempre terminaban con un beso antes que romper el nudo.

Madara abrazó con fuerza a su esposo, compartiendo su chakra y con ello la satisfacción que sentía dentro de su vínculo. Ronroneando fuerte; característica usada para denotar satisfacción entre las dinámicas que incluían alfas.

El pelinegro fue el primero en levantarse, ayudando Tobirama que estaba aún temblando y recuperando el aliento; había sido particularmente satisfactorio para él. Lo pegó a su pecho para darle calor, sabía que él lo necesitaba después de semejante participación.

—Te llevaré hasta la habitación—

—¿Vas a darme ahí también? — susurró el albino, aún excitado.

—Eres un adicto...—rio un poco por debajo, sin creer lo que acababa de escuchar.

—Es tu culpa... ¿por qué sigues haciéndome caso? Sólo quiero estar contigo...— dijo, completamente indignado.

Madara tuvo un escalofrío en su cuerpo, no uno malo. Uno peligroso. Olió la marca de su vínculo, sangrante por una marca nueva y reciente.

—Te daré todo lo que quieres.


Esa tarde, continuaron en la habitación, sobre la cama, tomados de la mano, era una escena romántica en todo el sentido de la palabra. Y después de culminar dentro del cuerpo de Tobirama una vez más; tomaron un baño tranquilo. Abrazados, justo como a Madara le encantaba estar, con Tobirama recostado en su pecho; el albino era renuente en aceptar que también le encantaba, sobre todo el calor que emanaba el cuerpo de su marido.

Le gustaba sentirse rodeado de ese fuego que parecía nunca acabarse.

Siendo él, un usuario de Suiton; era más propenso a padecer frío por su naturaleza; y Madara era un usuario de Katon, de naturaleza vivaz y caliente. Era casi poético que se complementaran.

Ambos se vistieron para ir al comedor y disfrutar de una merecida comida. El líder Uchiha salió antes de la bañera, dejando que Tobirama descansara un poco de la actividad reciente. Vio su reflejo en el espejo antes de salir del vestidor, la espalda con marcas, el pecho arañado, con mordidas del cuello hasta las orejas. No había sitio en su cuerpo que no hubiera sido marcado por su compañero.

Y el olor, por mucho que se lavaran, seguía ahí, mezclado entre ellos, producto de la culminación y el sello de su vínculo en ese celo.

Al verlo, no pudo evitar sentirse feliz.


La comida fue tranquila, con bandejas de arroz, caldo caliente, vegetales salteados, pescado en tempura, y pastelitos dulces al vapor. Madara era atento y servía la taza de Tobirama cuando el té bajaba más de la mitad, hablaban sobre las implicaciones nuevas de los mercados de Uzushiogakure, ahora que Mito formaba parte del clan Senju, era eventual aprovechar y conseguir productos con aranceles más bajos; y comerciar con un país extranjero.

La principal fuente económica del Clan Uchiha era el poderío militar, se cobraban altas cantidades por los servicios de escolta y misiones para muchos países. Una implementación positiva a la vista de Tobirama era que solicitaban el 50% del pago como anticipo como aseguranza; tenían demasiado trabajo y apenas se daban abasto, era por ello que Madara y Gorō estaban tan enfocados en preparar a los nuevos. No sólo era la defensa del Clan, si no, su principal sustento.

El omega insistía que sería positivo agregar más oficios entre los Uchiha; eran buenos músicos, sus telas y bordados eran codiciados por la juventud extranjera al clan; obtenían sus materias primas de clanes más pequeños, y en consideración de Tobirama, en tratados comerciales bastante desequilibrados. Los Uchihas obteniendo los mayores beneficios obviamente.

Si podían implementar la ganadería a mayor escala, podrían obtener mejores precios por la carne y criar mejores reces; con diferentes valores en porcentaje de grasa; cosa, que mejoraría los platillos en base; que, en sí, ya eran buenos; no tan buenos como los alimentos Senju, pero podrían competir.

—Deseo insistir en que se vuelva a considerar la implementación agrícola, hice modificaciones hace unos días, antes de irnos a la sede Senju; sé que están preocupados por la percepción que tendrán otros clanes si ahora hay un sector dedicado a la agricultura... pero se avecina el invierno, y la comida no es precisamente barata por esas épocas. Seguimos en primavera, por lo que aún queda tiempo para realizarlo. — Tomó un poco de su té. — No tiene que ser a gran escala, sólo lo suficiente para que cada familia tenga para alimentarse unas semanas. Nosotros proveeremos lo que haga falta claramente.

—No me parece una mala idea... Pero sabes cómo piensa el ciudadano Uchiha, ¿Quién va a querer dejar la milicia por sembrar? Todos quieren servir en la defensa, en las misiones, en la guerra. Lo demás... no parece tan importante. — Madara era claro; era el pensamiento general Uchiha.

—No lo sabremos hasta intentarlo, hay gente mayor, jóvenes sin vocación y civiles que ya no pueden combatir, que necesitan sentirse útiles, podemos apelar a ese sector. Sé que no todos son aptos para la vida militar; y podemos darles esa opción. Alimentar a un ejército también es proteger al clan — Sugirió.

—¿Cómo volverías atractiva la idea de sembrar? Para jóvenes que tienen que lidiar con la decepción de no poder proteger a su clan como parte de ejército. Toda su vida se han preparado para vivir en combate.

—No hay nada más valioso que aportar al clan ¿no?, de lo que he podido aprender de ti, y los demás; todos están ansiosos por ser reconocidos como proveedores de grandeza. Alimentar a tu gente, alimentar al ejército, para que sean fuertes y poderosos es parte de ello. Cosechar lo suficiente para que nadie pase hambre también es una victoria...

—Pues... no puedo imaginarlo Tobi... me cuesta relacionarlo. —

— Sólo hay que cambiar la narrativa, volverlo honorable a la vista, hacer que las personas quieran tomar esa opción. Parece fácil sembrar, pero es un oficio que requiere mucha precisión y cuidado. El Sahringan podría ser de utilidad para precisar los momentos ideales de cosecha o de riego. Es importante... — pausó. — para mí que esto se haga entre los niños; ya que ellos aún no absorben todos los prejuicios, y aplicarlo en ese cambio generacional... En el clan Senju, a veces solía ir ayudar a Hashirama a arar los suelos, utilizando mi ninjutsu para facilitar los trabajos, puede ser incluso un entrenamiento... sólo hay que tener la mente abierta.

—No pensé que el ninjutsu podría usarse de esa manera. —

—Claro. Usar el Suiton para facilitar el riego, el Doton para arar. Es además es un excelente entrenamiento para dominar la naturaleza del chakra. Incluso el Katon puede tener aplicaciones interesantes. Ustedes ya lo usan para el forjado. Por eso sus armas son tan duraderas, tan elegantes. No solo por el fuego en sí... sino por la precisión del Sharingan. Sabes exactamente cuándo golpear, cuándo enfriar.

Madara abrió más los ojos, genuinamente impresionado por su análisis.

—¿Estás diciendo que podríamos aplicar eso a la agricultura?

Tobirama asintió.

—Y no sólo eso. A través del uso continuo, podríamos identificar afinidades nuevas. Quizá haya Uchihas con predisposición a otras naturalezas... y ni siquiera lo saben porque el entrenamiento ha sido siempre unidireccional. Abrir el panorama... es fortalecer al clan.

Madara soltó una risa baja, divertida.

—Sabes... podrías convencer a cualquier anciano testarudo si se lo dices con esa seguridad. Me gusta. Podría ser parte del servicio militar, incluso. Fortalecer el cuerpo con el ejercicio físico del campo. Darle un propósito a quien ya no puede combatir

Ambos sonrieron. Estaban más conectados que nunca. Ahora entendía las palabras de Hashirama; aunque no del todo por su obvia embriaguez. Sentía que entendía un poco más las intenciones de su esposo.

Después salieron a caminar por los pasillos del ala oeste, con las ventanas abiertas hacia el jardín. Madara tomó su mano con naturalidad. Cada tanto se detenía sólo para girarlo hacia él, robarle un beso descarado y seguir caminando con una sonrisa traviesa. Algunos sirvientes bajaban la cabeza con discreción, acostumbrados ya a las muestras de afecto del líder Uchiha hacia su esposo después de la impresionante, por no decir terrible sinfonía que habían mantenido días atrás.

Tobirama, en cambio, mantenía la expresión estoica... aunque sus mejillas se teñían de rojo con cada beso inesperado, su timidez, lo cautivaba. No era así cuando lo sujetaba con fuerza, exigiendo su cuerpo... pero apreciaba este otro lado de él, era como tener lo mejor de ambos mundos.

Para Madara, no existía nadie más en ese momento.

Sólo los ojos rojos de su omega.

Sólo su andar elegante.

Sólo él.

Y que sus ojos sólo se posaran sobre los suyos.

Chapter 13: Capítulo 13: Posicionamiento estratégico

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Capítulo 13: Posicionamiento estratégico

El cielo estaba cubierto por un velo suave de nubes blancas cuando Tobirama llegó al jardín interior. Una ligera brisa agitaba las hojas de los árboles y la flores que estaban dando lugar a tanta y elegancia. Madara ya lo esperaba, recostado en uno de los bancos de piedra tallada, con un leve gesto travieso en el rostro.

—Tardaste… —dijo, sin reproche, mientras Tobirama se acercaba con calma.

—Tenía que volver a reponer unos informes—respondía el albino, con su habitual tono sobrio mientras guiñaba un ojo con picardía.

Madara le ofreció su mano. Tobirama la tomó sin pensar, y se sentó a su lado. El pelinegro besó su mejilla, se envolvió sobre él, la calidez de su vínculo brotaba mientras disfrutaban del canto lejano de los pájaros y el susurro del viento.

—Te extrañé esta mañana, no sentí cuando te levantaste—comentó Madara, mirándolo con atención.

—Sólo fui al baño, ¿vas a seguir molesto por eso?

Madara se río con suavidad y, sin decir palabra, lo atrajo con un brazo por la cintura. Tobirama no se resistió. Al contrario, apoyó la cabeza en su hombro, y por un instante ambos se fundieron en un abrazo largo y callado.

—No me gusta despertar sin ti a mi lado.

Sus labios se buscaron en un beso lento, profundo, lleno de pasión. Tobirama acarició la nuca de su esposo, y Madara lo atrajo con más fuerza, hasta dejarlo casi sobre sus piernas.

Madara, basta…~

Pero esa mirada decía todo lo contrario.

Madara aumentó la intensidad, y comenzó a sobrepasar la suave tela del conjunto del omega. Pero un tirón de cabello lo interrumpió.

—Tenemos un asunto pendiente en el campo de entrenamiento… no podemos seguir…

—Olvida eso y regresa a mi labios. — Comentó mientras lo volvía a sujetar de la cintura.

Tobirama trataba de recuperar el aliento después de ese beso intenso. — Podemos continuar esto después, con más tiempo.

Madara aceptó a regañadientes, llegaron hasta la habitación para cambiarse de ropa a una de entrenamiento. Ambos conjuntos negros de combate, sencillos con sandalias de uso militar. Tobirama agregó su piel para complementar, se sentía más cómodo con ella en combate, Madara también implementó la suya a su conjunto.

Ese detalle provocó un leve sonrojo en el rostro del albino, ahora sus trajes de combate iban a juego. Era tan ridículo, pero al mismo tiempo tan tierno.

Unos diez minutos más tarde, se dirigieron al campo privado de entrenamiento. Tres reclutas ya los esperaban, con las frentes sudorosas y posturas firmes. Madara cruzó los brazos, observándolos con la mirada aguda de un general. Los chicos habían mostrado grandes avances en el ninjutsu y manejo de chakra, pero sus posturas en el taijutsu dejaban mucho que desear.

Madara sabía que los reclutas, en comparación, su físico no era tonificado como el de los otros. Tenían poco músculo debido a su complexión delgada, por lo que pensó en aquel combate que tuvo con Tobirama hacía un tiempo. Sabiendo que era más fuerte, este usó eso en su contra. Tal vez eso les ayudaría a ganar motivación y ser más creativos a la hora de pelear. Usar y desarrollar el sharingan era vital, pero este iba de la mano con agilidad física.

Llegaron hasta la posición del general Daigo Uchiha. Quien llamó a los otros estudiantes para que observaran el combate.

Tobirama se posicionó en el centro del terreno.

—Primero, quiero ver su taijutsu —dijo—. Ataquen sin contenerse.

Los tres reclutas se colocaron en posición frente a él. Uno era más bajo y ligero, probablemente especializado en velocidad; el segundo tenía una complexión atlética y centrada; el tercero era de estatura promedio, con un exceso de confianza que se podía palpar..

Tobirama no parecía particularmente interesado, pero eso no significaba que no los estuviera analizando. Su cabello blanco brillaba bajo el sol, y sus ojos carmesíes observaban cada músculo de los reclutas con mirada quirúrgica.

Los tres se miraron entre sí, dudando un instante. No era poca cosa atacar al mismísimo Tobirama Senju. Pero su expresión no dejaba lugar a dudas. Era una orden.

El más veloz fue el primero en lanzarse, con una patada giratoria dirigida al costado del albino. Tobirama se deslizó hacia atrás, moviéndose como si su cuerpo no ofreciera resistencia al viento. Con una leve inclinación de hombros, esquivó el golpe sin dificultad y atrapó la pierna del muchacho, usándola como palanca para derribarlo con una llave circular.

El segundo se abalanzó con un golpe directo al pecho, mal distribuido en peso. Tobirama desvió su brazo por fuera con una finta de codo, colocó su pie detrás del tobillo del recluta y lo empujó desde el hombro. Cayó de espaldas con un jadeo seco.

El tercero, más fuerte, intentó sujetarlo en un agarre frontal.

—No lo intentes —murmuró Tobirama.

En un parpadeo, bajó el centro de gravedad, giró sobre su propio eje y lo levantó del suelo con una barrida directa. El chico aterrizó pesadamente, soltando el aire de sus pulmones.

Tobirama retrocedió dos pasos y se cruzó de brazos.

—El error común en taijutsu es subestimar la estrategia —dijo, su voz proyectándose con calma sobre el campo—. No es sólo fuerza. No es velocidad. Es conocimiento del cuerpo. Es lectura del enemigo. Es precisión.

Los tres comenzaban a incorporarse, avergonzados.

Tobirama se agachó frente al primero.

—Tu nombre es Atsuchi ¿no es así? —

—Si señor. —

—Tu patada fue bien dirigida, pero te abriste demasiado. Nunca entregues tu peso si no has controlado la distancia. El que controla la distancia… controla el combate. Aprende eso.

Luego se volvió al segundo.

—Kai, tú tienes fuerza, pero tu base es débil. Si el centro de gravedad no está equilibrado, eres una torre lista para caer. Observa —colocó sus pies paralelos y luego los desplazó—. Aprende a canalizar tu chakra en la base de los pies. Usa la energía interna del cuerpo. Eso es taijutsu.

Al tercero lo miró con dureza.

—Confiaste en tu fuerza Haruichi. Eso sólo sirve con enemigos más débiles que tú. Y si estás en ese lugar, no has entendido lo que es ser un shinobi. Un ninja vive y muere por la eficiencia.

Hizo una pausa.

—Ustedes no son armas. Son herramientas estratégicas. Y si el cerebro no se entrena, si no se estimula con creatividad, análisis y observación, se atrofia como cualquier otro músculo. Escuchen bien. El taijutsu es una extensión del pensamiento. Cada movimiento debe tener intención. Cada esquiva, cada bloqueo, cada presión, debe tener un objetivo: reducir el peligro, desgastar al enemigo, ganar control.

Luego los invitó a colocarse en posición otra vez.

—Ahora, intenten de nuevo. Esta vez… usen mi fuerza en mi contra.

Kai intentó rodearlo por un costado. Tobirama se dejó sujetar, solo para que el muchacho intentara derribarlo con su propio peso. En ese instante, el albino giró su torso y usó el impulso del recluta para hacerlo caer solo.

—Eficiencia —recalcó—. El agua no se opone a la roca. La rodea. La desgasta. Ustedes deben moverse como el agua.

Les hizo repetir la secuencia varias veces. Corrigió posturas: hombros caídos, pies mal anclados, respiración entrecortada.

—Control del chakra es esencial, incluso en el taijutsu. Si liberan chakra en los pies al momento de girar, tendrán mayor firmeza. Si lo canalizan en los brazos, podrán resistir el impacto sin romper huesos. No descuiden eso.

Los muchachos asintieron con respeto.

—Los monjes fortalecen su cuerpo con disciplina, y su mente con claridad. El enemigo no es sólo el que está frente a ustedes. También lo es su propia rigidez. Ustedes no son monjes, pero pueden usar sus técnicas para ampliar su gama de opciones en combate.

El ejercicio se repitió dos veces más. En la última, los tres realizaron una estrategia que consiguió forzar a Tobirama a retroceder un paso.

El albino sonrió apenas con orgullo.

Ahora sí están aprendiendo.

Se giró hacia donde Madara observaba, con los brazos cruzados y una sonrisa en los labios. El Uchiha había estado allí todo el tiempo, presenciando la clase magistral sin intervenir.

Tobirama levantó la voz una última vez para los presentes:

—Recuerden esto: el cuerpo no siempre gana por ser más fuerte. A veces, gana el que piensa más rápido, el que respira con más calma… o el que sabe ceder, para luego atacar con precisión. Si logran comprender eso, estarán un paso más cerca de sobrevivir. Y de proteger a los suyos.

Los jóvenes regresaron a las filas y se acomodaron en el escuadrón.

El suelo tembló ligeramente bajo la presión de más de veinte pares de pies colocados firmemente en posición de combate. El batallón estaba formado por jóvenes de entre quince y veinte años; todos ellos seleccionados por su potencial dentro del escuadrón de asalto de rango medio. Era evidente que algunos estaban nerviosos, otros emocionados. Todos, atentos.

Madara avanzó con paso firme hacia el centro del campo de entrenamiento, mientras Tobirama se colocaba a un costado, cruzado de brazos, observando. El Uchiha detuvo su andar frente a los reclutas y colocó una mano sobre el hombro de su esposo, como si recogiera la estafeta.

—Ahora yo —dijo con voz grave, intensa, dejando que el silencio se hiciera más espeso—. Presten atención.

Sin más, se adelantó dos pasos y realizó un único sello de mano. El calor cambió en el ambiente de inmediato, como si el aire se comprimiera.

—Katon: Hōsenka no Jutsu.

Desde su boca, una ráfaga de pequeñas esferas de fuego salió disparada hacia adelante, impactando con precisión milimétrica en postes de entrenamiento colocados a distintas distancias. Pero no era sólo fuego. Madara se movía mientras atacaba, encadenando los lanzamientos con patadas giratorias, golpes con el dorso del puño, y caídas controladas que lo hacían parecer más una tormenta que un hombre.

—¡Fuego y puño son uno! —gritó al avanzar entre los reclutas.

Cada vez que lanzaba una pequeña esfera de fuego, acompañaba el movimiento con un desplazamiento veloz que tomaba por sorpresa a los más lentos. En un abrir y cerrar de ojos, estaba detrás de un alumno, fingiendo una patada que no conectaba… pero cuyo calor quemaba los bordes del uniforme.

—No teman al calor. Domínenlo. Úsenlo como extensión de su voluntad —gruñó mientras se movía como una sombra ardiente entre ellos.

De pronto, hizo un alto. Respiró hondo, y el chakra en sus pulmones se agitó de nuevo.

—¡Katon: Gōkakyū no Jutsu!

Una gran esfera de fuego brotó de su boca, majestuosa e intensa, pero que se disipó en el aire justo antes de tocar el suelo, sin causar daño alguno.

Los reclutas estaban boquiabiertos.

—Controlar el fuego no es sólo destruir —continuó Madara—. Es también refrenarse. Es intimidar sin golpear. Es obligar al enemigo a equivocarse. Su propio miedo será su perdición.

Se giró hacia el batallón.

—Quiero que se dividan en grupos de cinco. Uno de ustedes será el atacante. Los otros cuatro, defensa móvil. Simulen una emboscada. Quiero que el atacante utilice Katon de bajo rango en combinación con desplazamientos y taijutsu. Los demás deben esquivar, no contraatacar. Quiero ver fluidez.

El grupo obedeció de inmediato. Los primeros enfrentamientos comenzaron. Los resultados, inaceptables.

Madara se movía entre ellos como un espectro, corrigiendo con palmadas rápidas, palabras cortas y movimientos demostrativos.

—¡No cargues tanto chakra! ¡Mira tú sello, está flojo!

—¡Respira antes de atacar! Si no puedes controlar tu aliento, no podrás controlar el fuego.

—¡Golpeas con fuerza, pero sin dirección! El fuego sirve de distracción, pero el golpe es el que conecta.

—¡Tú! ¡Gira los tobillos al patear, no el torso! Si no, abres todo tu flanco. Te matarían en combate real.

Tobirama observaba con creciente respeto, notando cómo cada corrección de Madara tenía una lógica militar impecable. Estaba claro que no enseñaba por orgullo, sino por deseo de fortalecer a su gente.

Sonrió para sí mismo, pensando en lo diferente que era cuando estaba con él.

Gorō, desde el fondo, anotaba nombres y observaciones. También daba indicaciones:

—¡Unidad tres, repitan el ejercicio con más sincronía!

—¡No dependan del ninjutsu! ¡Aprendan a moverse sin él también!

En medio del entrenamiento, un joven perdió el equilibrio tras lanzar un katon mal canalizado. El fuego salió antes del giro, impactando demasiado cerca de su compañero. Madara apareció a su lado en un instante, detuvo el ataque con un simple sello y empujó al chico hacia atrás.

—¡Eso pudo haberle costado la vida a tu camarada! —gritó—. El chakra se canaliza con intención. Si no sabes qué estás haciendo, ¡no lo hagas!

El chico bajó la cabeza. Madara le levantó el mentón con dos dedos.

—No busco que seas perfecto. Busco que seas consciente. Entiendes la diferencia, ¿verdad?

—S-sí, señor.

—Bien. Inténtalo otra vez. Y esta vez… piensa.

La tarde avanzó entre fuego controlado, sudor, gritos y correcciones constantes. Los alumnos empezaban a entender la lección, el fuego no era una simple técnica ofensiva. Era una herramienta de dominio, de miedo, de disuasión. En las manos adecuadas, podía convertirse en el aliado más devastador de un guerrero. Además, el fuego era parte del orgullo Uchiha.

Madara finalizó la sesión ejecutando una última demostración. Esta vez, no usó sellos.

—Katon: Ryuuka no Jutsu.

La serpiente de fuego salió disparada con un silbido infernal, rodeando el campo sin tocar a nadie. Dio una vuelta completa a los reclutas, tan cerca que sintieron el calor besar sus rostros… y luego se disipó en el aire.

—Así se domina el fuego. Con voluntad. Con inteligencia. Y con disciplina. La clase ha terminado, pueden retirarse no si antes dar 30 vueltas al campo de entrenamiento.

Los chicos asintieron con respeto y a la orden de Madara rompieron filas comenzando a correr.

Madara regresó al lado de Tobirama, aún envuelto en el aura cálida de su chakra

—¿Qué opinas, Tobi? —preguntó con una sonrisa ladeada, visiblemente satisfecho.

Tobirama soltó una exhalación.

—Que tu espectáculo fue tan efectivo como intimidante

Madara se rió.

—No se trata de espectáculo. Se trata de que recuerden lo que significa ser Uchiha.

Tobirama alzó una ceja.

—¿Y eso es…?

—Poder, control… y orgullo.

Ambos sonrieron. Tobirama lo empujó suavemente con el hombro, fingiendo fastidio.

—Demasiado teatral.

—¿Y tú no lo disfrutas?

—Un poco.

—¿Solo un poco?

—Mucho. Tal vez me gustaría ver un poco de eso…— Posó ligeramente sus dedos sobre su barbilla de nuevo. Provocándolo. Y Madara sólo intentaba mantener la compostura.

En ese momento, Gorō y Daigo se acercaron a paso firme, aún en sus uniformes oscuros, con una versión reducida de la armadura de combate tradicional Uchiha. Ambos tenían la expresión seria, pero había un brillo de admiración en sus rostros.

—Mis señores—saludó Gorō, haciendo una breve inclinación.

—Increíble demostración—intervino Daigo, con los brazos cruzados sobre su espalda—. Fue un espectáculo educativo y bastante efectivo.

Madara arqueó una ceja, adivinando que no venían solo a felicitar. Además, había interrumpido su juego con Tobirama.

—¿Y?

—Quería retomar un tema que no pudimos discutir hace uno día —explicó Gorō—. Hemos estado considerando llevar a los nuevos reclutas a una misión a campo abierto. Una operación menor, claro, pero significativa para evaluar su desempeño fuera del campo de entrenamiento.

Tobirama ladeó la cabeza, evaluando la propuesta. Madara, sin embargo, frunció ligeramente el ceño.

—¿Una misión fuera? Gorō… son demasiados aún sin experiencia. No podemos arriesgarlos tan pronto. Necesitaríamos, al menos, cinco capitanes para cubrir los flancos, y Rei ya está movilizando a otro escuadrón hacia el este para su primera operación real.

—Precisamente por eso es importante hacerlo ahora —insistió Gorō—.Los conflictos no esperarán a que estén cómodos. La primera misión puede marcar la diferencia entre un shinobi temeroso y uno preparado.

Daigo asintió con su tono sereno.

—Podemos diseñar una simulación dentro del bosque norte, justo antes de la frontera con la barrera. Terreno real. Obstáculos reales. Sin enemigos… pero con tensión. Es el entorno perfecto para empezar a moldearlos. Y ver quienes realmente están listos para pasar al siguiente nivel.

Madara no respondió de inmediato.

Entonces, con calma, Tobirama se acercó un paso más.

—Estoy de acuerdo —dijo, con voz firme.

El silencio fue breve. Madara lo miró con cierta sorpresa.

—¿Tú?

—Sí. Pero no saldrán del perímetro del clan. Usaremos la zona resguardada por la barrera de sellado. Esa sección está diseñada para repeler intrusiones y mantener a raya cualquier chakra externo ¿no? Lo que ocurre allí puede controlarse.

—Incluso así, hace falta personal para vigilarlos. No puedo dividir a los capitanes en tres lugares a la vez.

—No es necesario —Tobirama lo miró directo a los ojos—. Puedo solucionarlo si tú me dejas usar un recurso especial… mío.

Madara lo miró fijamente.

Gorō alzó una ceja. Daigo entrecerró los ojos con atención.

—¿Qué clase de recurso? —preguntó Madara, aunque ya sospechaba.

—Kage Bunshin no Jutsu.

El aire pareció detenerse un instante. Ni Gorō ni Daigo dijeron palabra por unos segundos.

Tobirama continuó.

—Crearé clones sólidos, con conciencia y chakra propio. Los usaré para cubrir puntos estratégicos en la zona de entrenamiento. Podrán observar, patrullar y reaccionar ante cualquier anomalía. Y no arriesgarán vidas. No les enseñaré esta técnica a los reclutas, aún son demasiado inexpertos para dominarla sin poner en peligro sus reservas de chakra.

Madara levantó una ceja, genuinamente intrigado.

—¿Tú crearías los clones? ¿Tú los dirigirías?

—Yo mismo —afirmó Tobirama—. Tú, Gorō y Daigo también podrían aprenderla. Su control de chakra y su capacidad táctica son suficientes para resistir el desgaste.

Gorō, boquiabierto por un segundo, terminó por fruncir el ceño con seriedad.

—¿Está ofreciendo enseñarnos una de sus técnicas más secretas?

—La situación lo amerita —dijo el Senju, sin arrogancia, pero con la seguridad que lo caracterizaba—. Si queremos que estos chicos estén listos, debemos hacer más que vigilar desde la sombra. Debemos darles un espacio donde la ilusión del campo real se sienta verdadera, sin comprometer sus vidas.

Daigo soltó una pequeña carcajada seca.

—Estoy muy agradecido por su confianza.

El demonio blanco sí que sabe cómo sacudir las estructuras.

—Y tú, mi señor~ —Tobirama giró hacia su esposo—. ¿Lo permitirás?

Madara lo observó en silencio. Sus ojos oscuros estaban llenos de juicio, pero también de respeto. Y algo más… algo más blando.

—¿Estás dispuesto a dar parte de ti mismo… de eso… por esto?

—Sí —respondió sin vacilar.

Madara cerró los ojos un segundo y luego suspiró.

—Entonces enséñanos. Pero sólo a nosotros tres.

—De acuerdo.

Gorō asintió con respeto genuino.

—Es un honor, mi señor. No desperdiciaremos esta oportunidad.

Daigo, con la cabeza gacha y las manos en los costados, murmuró:

—Nunca pensé que diría esto, pero… si sobreviven a tu instrucción, estos reclutas serán los más preparados de su generación.

Madara sonrió.

—Y si se nos pasa la mano… bueno, no hay mal que cien lagartijas no curen.

Todos rieron suavemente, incluso Tobirama.

Daigo inclinó la cabeza con respeto—. Lo que vas a enseñarnos cambiará todo.

Madara ya se preparaba para cerrar la conversación, fue Tobirama quien dio un paso más.

—Pero quiero algo a cambio.

Madara se detuvo en seco. Se giró hacia él, con una ceja alzada y una sonrisa apenas perceptible.

—¿Un favor de igual valor?

—Una lección —respondió Tobirama, directo—. Enséñame a dominar la naturaleza de chakra de fuego. He intentado durante un tiempo hacerlo, pero… no he progresado como esperaba.

El silencio se volvió absoluto.

Gorō lo miró como si acabara de oír que el sol se iba a poner por el norte.

Daigo incluso parpadeó dos veces.

Madara lo observó durante largos segundos, sin disimular su sorpresa. Por un momento, incluso pareció haber olvidado cómo respirar.

—¿Estás hablando en serio? —su voz era apenas un susurro, pero cargada de incredulidad.

—No soy afín a ese tipo de chakra —admitió Tobirama, cruzando los brazos—. Pero quiero aprender. Quiero entenderlo. Y si alguien puede enseñarme, eres tú.

Madara tardó un instante en reaccionar. Luego se pasó una mano por el cabello oscuro y soltó una risa seca, breve.

—Creí que moriría antes de oír eso de ti.

—Considéralo una forma de equilibrar las cosas —Tobirama bajó la voz—. Si voy a entregarte uno de mis jutsus más preciados, quiero algo tuyo. Algo que tú controles mejor que nadie.

Madara se quedó callado, con una expresión casi fascinada. No por el chakra en sí. No por la propuesta.

Sino por el hecho de que Tobirama Senju —el shinobi más estratégico, racional y metódico del continente— estaba pidiendo aprender fuego, el elemento que representaba pasión, impulso y fuerza desbordante.

Podía sentir como su fuego interno crecía, era una forma de decirle:

Confío en ti para enseñarme algo que no puedo controlar solo.

—Muy bien —dijo Madara finalmente, con un destello en los ojos que solo Tobirama supo leer—. Pero te lo advierto… el fuego no es un elemento que se deje domesticar con teoría. Tendrás que sentirlo… y dejar que queme lo que sea necesario.

—Estoy dispuesto a intentarlo —dijo Tobirama sin apartar la mirada—. Pero no esperes que me vuelva como tú.

—No, eso sería pedirle al fuego que se apague a voluntad. —Madara sonrió—. Pero me conformo con ver cómo lo haces tuyo… a tu manera.

Gorō se rió por lo bajo.

—Esto va a ser interesante.

—Explosivo —corrigió Daigo.


De vuelta en su habitación después de una agradable cena, tomaron un merecido baño; Madara disfrutaba de los mimos de Tobirama, cepillaba su cabello, masajeaba su cuero cabelludo con suavidad; al igual que sus hombros, recibieron la atención de las manos del albino. El pelinegro correspondió lavando las marcas del cuello de su esposo, con delicadeza, abrazándolo y dejándolo descansar sobre su fornido pecho.

Se recostaron sobre la cama, tomados de la mano.

—Mañana será una junta larga —comentó Tobirama, mirando al techo.

—Lo sé. Tengo tanto papeleo que hacer—Madara giró para verlo mejor—. Sé que tus propuestas son buenas, espero los demás puedan verlo también.

Tobirama no respondió, pero le acarició el dorso de la mano.

Se abrazaron durante unos minutos hasta quedar dormidos.

Ya entrada la noche, Tobirama comenzó a removerse bajo las sábanas. Estaba sofocado, acalorado, con la piel húmeda a pesar del clima templado, sentía un leve zumbido en la cabeza y su mirada era borrosa; buscó seguridad en la figura de Madara, que se encontraba dormido a su lado, la naturaleza de su marido era una fuente de calor natural. Pero, extrañamente, cuando se acercó más a él, se sintió mejor. Extrañamente mejor. Su pulso se estabilizó, pero el zumbido seguía ahí.

Se enterró en su pecho para disfrutar de su olor. Y su respiración la usaba de arrullo.


Despertó cansado, más cansado de lo que consideraba normal. No recordaba haber tenido pesadillas, pero su cuerpo no había descansado del todo.

El albino se levantó a trompicones, arrastrando los pies hasta el vestidor. Su yukata interior se pegaba a su piel como una segunda capa molesta. Entró al baño y, sin mucho ánimo, se dirigió al área de ducha.

El aire húmedo y caliente golpeó su rostro como una pared. Intentó respirar profundo, pero en vez de alivio, sintió una presión sobre las sienes, como si el calor incrementara el zumbido de la noche anterior.

Apoyó una mano en la pared de piedra.

Se apartó del vapor y tomó una de las bandejas pequeñas de cerámica para lavarse rápido. Vertió agua fría sobre su nuca, intentando que el sudor desapareciera junto con el mareo. Se apresuró a vestirse, sacudiendo con impaciencia las gotas de agua de su cuello.

No sabía que Madara lo estaba esperando dentro del sauna.

El Uchiha apareció con el cabello suelto, aún húmedo, los ojos entornados por la mezcla de calor y decepción.

—¿Por qué no viniste al sauna?

Tobirama, en plena tarea de ajustarse el cinturón del kimono, se sobresaltó apenas.

—Me sentí algo mareado… no quise quedarme mucho.

Madara frunció el ceño con preocupación genuina. Se acercó, sin palabras, y lo besó con suavidad, como si intentara medir su estado de ánimo a través del contacto.

Tobirama, sin pensarlo, lo abrazó. Se aferró a su pecho como si su cuerpo recordara mejor que él lo bien que se sentía al tocarlo. Lo envolvió con ambos brazos, enterrando el rostro en su cuello. Su respiración estaba agitada. Sus dedos, algo temblorosos.

—¿Estás bien...? —susurró Madara, apoyando la barbilla en su hombro.

Tobirama no respondió de inmediato. Solo negó suavemente con la cabeza, cerrando los ojos con fuerza.

—Me siento raro —admitió por fin.

Fue entonces cuando se abrió la puerta corrediza y Hana entró con su compostura de siempre, portando una bandeja con sábanas frescas.

—Buenos días, señores —anunció con tono neutro, depositando las sábanas sobre el banco de madera barnizada.

Al ver la escena, no dijo nada, pero se acercó al albino y, con cuidado, ajustó el borde del kimono que Tobirama había dejado mal envuelto

—Le recomiendo sostenerlo así —indicó suavemente—. Para que no se arrugue al doblarlo. La mujer dejó rápidamente la habitación con una sonrisa cómplice.

Tobirama apenas asintió, ligeramente sonrojado, sin soltar a Madara.


La puerta principal de la sala de juntas se deslizó suavemente, revelando la presencia de Madara Uchiha y su esposo, Tobirama Senju, caminando uno junto al otro.

El murmullo de los consejeros cesó de inmediato. Algunos alzaron las cejas, otros intercambiaron miradas rápidas, y Naomasa bufó con teatralidad mal disimulada. Tobirama, sin embargo, no bajó la mirada ni un centímetro. Su postura era recta, el paso firme, con los rollos de pergaminos cuidadosamente atados bajo el brazo. Madara lucía tranquilo, incluso satisfecho.

—Buenos días a todos —saludó Madara, tomando su asiento principal con una sonrisa leve—. Nos espera una sesión larga.

Tobirama se sentó a su izquierda, con una inclinación leve de cabeza.

—Hiyori —llamó Madara con suavidad—, ¿podrías traernos té, por favor?

La joven sirvienta, siempre atenta y elegante, apareció sin demoras desde la puerta lateral con una bandeja de cerámica vidriada.

—Por supuesto, señor Madara, señor Tobirama —dijo inclinando la cabeza.

Depositó con destreza dos tazas perfectamente equilibradas, una infusión verde con toques de jazmín, y se retiró sin ruido. Tobirama tomó la suya con ambas manos, apenas murmurando un agradecimiento.

Madara y Tobirama se sentaron juntos.

Tobirama acomodó sus documentos, colocándolos sobre la mesa larga del centro. Había una pizarra enrollable al fondo, y un mapa extendido con alfileres rojos. Madara lo miró de reojo con una media sonrisa orgullosa, pero no dijo nada.

—Comencemos —dijo Naomasa con voz grave, cruzando los brazos—. Vamos a retomar los temas de la propuesta de la educación básica para los residentes.

Tobirama se puso de pie, tomó el bastón de presentación y se dirigió al frente. Su tono era firme, sin dejar espacio a titubeos.

—Desde un inicio, la propuesta tomaba en consideración sólo las necesidades de un sector de la gente; sin tomar en cuenta que la vida del ciudadano promedio Uchiha está ligada a la milicia; es por ello, se ha optado por realizar una academia militar; donde, toda la población tenga acceso a la preparación física; sólo los más aptos serán los que prosigan hasta convertirse en parte del ejercito; y con ello esperamos que no sólo el índice de alfabetización se reduzca, si no también obtener civiles capacitados para defenderse si es requerido. —No todos. — Prosiguió. — Están destinados a la vida de shinobi, por ello, se les dará uso sus conocimientos y habilidades en otros sectores de importancia. Capacitación legal, administrativa, de enseñanza y cultural.

—Una escuela militar suena mucho mejor a mi parecer.—murmuró Yajirō,—. ¿Ya se tiene pensado el esquema? El anterior no creo que se adapte a la nueva forma que propone señor Tobirama.

—Precisamente.—replicó Tobirama sin alterarse. — En el informe, coloco el plan de acción. En un inicio, habrá alumnos de todas las edades. Vamos a separarlos por grupos de edad. Se pondrán actividades para detectar a los miembros más capaces y aptos para combate; los menos aptos no serán segregados, recibirán educación más personalizada; es importante identificar las necesidades de cada tipo de alumno. Y posicionarlo en el mejor lugar para aprovechar su potencial.

Gorō y Daigo se miraron y asintieron.

—He dividido el proyecto en cinco etapas fundamentales al igual que el otro. —No se trata de una escuela que solo forme soldados. Esta institución será la base de una fuerza versátil, capaz de producir tanto combatientes como estrategas, y líderes civiles capaces de representar al clan en todos los frentes.

Naomasa murmuró algo que no alcanzó a entenderse, pero Rei habló.

—¿Y cómo piensas medir eso? —preguntó.—. ¿Con más exámenes?

Tobirama no se inmutó.

—Con cinco etapas estructuradas. Si tienen la amabilidad de revisar el anexo número dos en sus pergaminos…

Gorō, interesado, ya había llegado a esa parte. Asintió.

—La primera etapa es la de Evaluación y Segmentación —continuó Tobirama, sin necesidad de mirar el texto—. A diferencia de la escuela general, esta institución acogerá a jóvenes con potencial militar de todas las edades. Aplicaremos pruebas físicas, tácticas y de control de chakra para detectar talentos naturales.

—¿Y los que no los tengan? —intervino Tatsuya desde el otro lado.

—No serán descartados. Entra aquí la segunda etapa: Formación Diferenciada. Los estudiantes se agruparán en tres rutas iniciales: combate, estrategia y política-administración. Todos rotarán por las tres, pero eventualmente se especializarán en la que muestren mayor aptitud.

Momoko sonrió levemente, viendo con buenos ojos la opción de formar futuros líderes que no solo supieran blandir una espada.

—¿Y si alguien se equivoca de especialidad? —preguntó Yajirō, cruzado de brazos.

—Entra la tercera etapa: Desarrollo Personalizado —respondió Tobirama, sin perder el ritmo—. Contaremos con instructores que detecten bloqueos y potencial oculto. Habrá libertad de cambio entre rutas, siempre que los resultados lo respalden.

Daigo, hasta ese momento en silencio, murmuró con tono firme:

—Eso suena sensato. Es importante que los nuevos conozcan la importancia de la estrategia más que la fuerza física.

—Exacto —continuó Tobirama—. En la cuarta etapa, la Evaluación Continua, aplicaremos simulaciones tácticas y ejercicios de liderazgo. Se evaluará no solo el rendimiento físico, sino la capacidad de tomar decisiones bajo presión.

Yajirō entrecerró los ojos.

—¿Y no será demasiado costoso todo esto? Personal, instalaciones, materiales…

—A largo plazo, es una inversión. Uno solo de estos estudiantes bien preparados puede ser equivalente a tres escuadrones medianamente entrenados —intervino Gorō con tono severo—. Ya hemos perdido muchos recursos por malas decisiones. Es hora de hacer las cosas con cabeza.

Madara se cruzó de brazos, pensativo.

—La última etapa —concluyó Tobirama— es la de Integración y Servicio. Los egresados podrán incorporarse en escuadrones de élite, unidades de inteligencia, logística, o incluso, como asistentes políticos. Esta escuela será una red formativa de mediano y largo plazo.

Momoko tomó la palabra con su tono afable.

—No puedo negar que esto beneficiaría al clan.

Naomasa frunció el ceño, un poco escéptico

—Y ¿quién decidirá qué alumno sirve para qué? ¿Usted?

—El comité será mixto —respondió Tobirama con calma—. Incluye representantes del consejo, líderes de escuadrón, médicos y analistas. Cada decisión será colegiada. No confío en la centralización del poder, ni siquiera en mí mismo.

Eso sorprendió a más de uno. Incluso Madara levantó una ceja.

Gorō intervino, en tono más relajado.

—Creo que deberíamos poner a prueba este sistema con el grupo piloto del que hablamos ayer. Si funciona… no perdemos nada. Si fracasa, sabremos cómo ajustar.

—Y si funciona —agregó Daigo—, tendremos el semillero más completo de liderazgo que haya tenido este clan desde la fundación.

Madara alzó la voz, con tono firme.

—Estoy de acuerdo con el experimento. Pero no quiero discursos bonitos. Quiero resultados. Tobirama: tendrás los recursos para montar la primera fase. El resto del consejo evaluará los progresos en seis semanas. Quiero para mañana la designación del comité de evaluación, también tendré que ser incluido en ello.

—Acepto. —Tobirama inclinó apenas la cabeza, formal.

—¿Estamos hablando de informes constantes? —preguntó Naomasa con tono escéptico.

—Precisos, y de acceso público para el consejo. Todas las evaluaciones como lo son exámenes prácticos y teóricos. Al final quienes aprueben con éxito el programa, serán entrenados como instructores para replicar el conocimiento con otros civiles y jóvenes.

—Una cadena autosustentable —comentó Tatsuya, interesado—. Tiene sentido.

—Esta propuesta permitirá también liberar a muchos padres del cuidado constante de los menores, asignándoles horarios escolares definidos.

Daigo asintió.

—Los reclutas que han pasado por tus pruebas mejoraron en disciplina y análisis. Es algo que no podemos ignorar.

—¿Y qué parte del presupuesto va a cubrir esto? —intervino Naomasa.

—Yo cederé parte de los recursos asignados a la formación táctica para comenzar —respondió Madara, sin vacilar—. Pero solo si se rinde un informe mensual al consejo.

—Lo tendrán —afirmó Tobirama.

—Entonces, que se incluya en los acuerdos de esta sesión. —Madara miró hacia Momoko—. Anótalo como propuesta aprobada, sujeta a revisión trimestral.

—Sí, señor.

—Ahora —intervino Gorō, animado—, hablemos del comercio con Uzushigakure.

—Ese punto lo propuse yo —comentó Madara—, pero Gorō ha estado dándole forma. Tobirama, por tus lazos con la familia Uzumaki, quisiéramos que sirvieras de intermediario al realizar la propuesta formal.

—Estoy dispuesto —dijo el albino—, pero redactaré personalmente los acuerdos. Y si me comprometo con esta gestión, necesito autonomía operativa. Respetaré los objetivos del clan, pero debo trabajar a mi manera.

—¿Y si tu manera nos lleva a perder influencia? —preguntó Yajirō, con los brazos cruzados.

—Tengo mucha experiencia redactando ese tipo de documentos.—intervino Tobirama con voz seca—.El acuerdo de unión entre Uzumaki y Senju lo realicé yo antes de casarme con M… mi señor. —

—Aceptamos —dijo Madara sin miramientos—, pero yo supervisaré los documentos antes de enviarlos. No es por falta de confianza —miró a Tobirama con gentileza.

Tobirama aceptó con un leve gesto.

—Entonces trabajaremos en equipo. —Sonrió.

—Qué rápido se diluyen los formalismos —dijo Naomasa en voz baja, pero nadie respondió.

—Esto podría traer reconocimiento al Clan —comentó Momoko—. Si exportamos productos, herramientas o saberes, podremos incluso establecer tratados formales. Mi familia podría encargarse del protocolo.

—Es un comienzo —añadió Madara—. Pero necesitamos una estrategia de expansión concreta. Sugiero agendar una reunión en tres días para centrarnos únicamente en comercio exterior y rutas seguras. Tobirama, encárgate de la redacción inicial del borrador de tratados con Uzushiogakure.

—Así será.

—Por otro lado, el siguiente punto del día es la ampliación de los dominios hacia el este. Específicamente, los antiguos senderos compartidos con el Clan Inuzuka —dijo, proyectando con un jutsu simple un croquis del terreno.

Un nuevo mapa se desplegó en el aire, mostrándose flotante sobre la mesa principal. Zonas boscosas, bordes montañosos, caminos apenas marcados. Tobirama frunció el ceño al identificar ciertas marcas territoriales.

—¿Cuánta extensión estamos solicitando exactamente? —preguntó con tono neutro, aunque su espalda se tensó visiblemente.

Daigo contestó desde su asiento.

—Tres kilómetros de radio a partir del Valle del Colmillo. Ya hicimos el cálculo del perímetro defensivo. Allí podríamos colocar una base intermedia y una reserva de suministros.

Tobirama entrecerró los ojos. Con el bastón, señaló dos puntos en el mapa.

—Eso es insostenible. Esta zona está en la intersección de caminos frecuentados por los Hyūga y los Sarutobi. No hay límites claros en esos territorios. Cualquier presencia militar será tomada como provocación.

—¿Y? —Naomasa arqueó una ceja—. ¿Acaso no se trata de proyectar fuerza?

—No necesariamente —intervino Tobirama, su tono más firme—. Una base lejana drena recursos, personal y logística. No estamos en posición de sostener puestos militares. No hay suficiente personal para mantener la barrera de sellado. ¿Cómo piensan enviar personal?

Hubo murmullos. Gorō cruzó los brazos, pensativo. Daigo observó el mapa con detenimiento, mientras Momoko sorbía su té, discreta pero atenta.

—El plan es claro —añadió Rei—. Expandir el control Uchiha por los corredores de comercio. Si los Inuzuka aceptan, el resto de los clanes menores nos seguirán, directa o indirectamente

—¿Aceptarán? —repitió Tobirama, mirándola—. ¿O simplemente los rodearemos hasta que no tengan opción?

Rei resopló, en tono sarcástico.

—¿Y qué propones? ¿Tomarnos de las manos con los clanes que son claramente inferiores?

—Propongo alianzas estratégicas, no sumisión —replicó el albino sin levantar la voz—. Si queremos construir algo duradero, tenemos que convencer, no doblegar. El resentimiento no desaparece cuando fuerzas a un clan a obedecer… se incuba, hasta explotar.

Madara lo observó. Cerró lentamente el pergamino entre sus manos, antes de asentir.

—Eso siempre fue parte del plan —dijo, con calma—. Expandirnos.

Esa afirmación hizo que varios miembros del consejo se miraran entre sí, asintiendo a las palabras de Madara.

El albino lo miró de reojo. Su rostro no mostró cambio alguno, pero en su interior algo se retorció.

¿Siempre fue el plan? ¿Desde cuándo? ¿Y cuántos más lo sabían?

Cuando redacté ese escrito apenas estaba en borrador…

Gorō, consciente del ambiente, intervino:

—Si me permiten... tal vez podríamos redirigir la negociación. Los Inuzuka tienen necesidad de materiales médicos y herramientas para sus perros de guerra. Podemos ofrecer esos recursos a cambio de paso controlado por el valle, sin necesidad de posesión total.

—Eso... eso sí podría funcionar —añadió Daigo—. Es una forma de tener presencia sin encender alarmas. Una estación de tránsito, no una base militar.

Tobirama respiró más tranquilo. Asintió.

—La posesión militar no está a discusión, para eso estamos entrenando a estos jóvenes. —Intervino Rei. —¿De qué sirve presionarlos tanto a la capacitación si sus habilidades no serán usadas para el beneficio del clan?

El silencio se espesó en la sala tras las palabras de Rei. Goro y Daigo se mantuvieron firmes a la pero efectiva de Tobirama; estaban de acuerdo con que la idea de Madara era un poco agresiva y ellos, más que nadie, conocían perfectamente del personal del cual disponían; tal vez en otra situación hubieran apoyado la idea de la expansión; pero en este momento era más prudente apelar a las sabias decisiones del omega; mientras Naomasa y Yajirō intercambiaban miradas llenas de escepticismo.

Entonces Madara, que hasta ese momento se había mantenido sereno, enderezó la espalda y alzó la voz con firmeza:

—Entiendo tus reservas, Tobirama, y no las desestimo. Pero no podemos perder de vista lo esencial: ese territorio es un punto estratégico vital.

Rei, de pie junto al mapa flotante, asintió con decisión. Extendió la mano y proyectó una capa superior sobre el croquis original: rutas comerciales, pasajes naturales, movimientos militares pasados. El Valle del Colmillo brillaba con una luz sutil.

—Todo recae en este punto —dijo Madara, señalando con un dedo el cruce principal—. Es un cuello de botella. Controlar este paso significa controlar el flujo del comercio, de la información… y, si es necesario, de los conflictos.

—Podemos establecer un puesto de vigilancia —añadió Rei—, con estructura discreta pero sólida. Patrullas ligeras. Bastaría con reforzarlo una vez que la situación lo exija. No pedimos desplegar todo un batallón de inmediato.

—Pero el mensaje será el mismo —intervino Tobirama, su voz más baja, más tensa—. Una presencia militar, por mínima que sea, puede interpretarse como una amenaza. Estás consolidando un dominio armado... no una alianza.

Madara sostuvo su mirada con determinación.

—Tobirama… sé que tu enfoque es diplomático. Y lo respeto. Pero no todos los clanes responderán a las palabras. Hay quienes solo entienden la fuerza. Controlar esta región no es para provocarlos, sino para evitar que otros lo hagan primero.

—Prevenir, no invadir —agregó Rei—. Si no lo ocupamos nosotros, alguien más lo hará. Y entonces, estaremos reaccionando, no decidiendo.

Tobirama respiró hondo. Su ceño se frunció, no por enfado, sino por un conflicto más profundo: la lucha interna entre su deseo de construir paz y la cruda realidad del mundo shinobi. Era cierto que Madara tenía una parte de la razón; controlar los territorios más importantes les concedía ventajas importantes en situaciones complicadas; pero en este preciso momento no era ideal realizar acciones tan provocativas.

—Una expansión forzada generará descontento. Podemos ofrecer asistencia, cooperación, acuerdos territoriales compartidos. Si nos convertimos en el único actor que impone condiciones, nos aislaremos. Nadie quiere ser dominado por otro clan, ni siquiera en nombre de la seguridad.­—Argumentó el albino.

—Y, sin embargo, si ese paso cae en manos de los Hyūga, o de los Sarutobi, será nuestra caída —contraargumentó Madara, con tono firme pero no agresivo—. No pretendo ceder, Tobirama. Quiero proteger lo que estamos construyendo.

Gorō, con su experiencia táctica, decidió intervenir para reducir tensiones:

—Podríamos llegar a un punto medio. ¿Qué tal una presencia temporal, sujeta a evaluación? Si el entorno se mantiene estable, retiramos tropas. Si no, ajustamos según las necesidades. Pero hay que actuar pronto.

—Y si usamos a los Nara como intermediarios —propuso Daigo, apoyando la idea de Tobirama—. Nadie negocia como ellos. Su neutralidad puede ser un buen escudo para suavizar la impresión del puesto militar

Madara consideró en silencio. El conflicto entre el idealismo de su esposo y la crudeza de su responsabilidad como líder lo hizo apretar el puño bajo la mesa. Pero cuando volvió a hablar, lo hizo sin hostilidad:

—Trazaremos dos rutas de acción. Una de aproximación diplomática con los Nara, como tú propones. Y otra de establecimiento progresivo, como plantea Rei. Evaluaremos cada paso. Y si algo sale mal, yo asumiré la responsabilidad.

Tobirama asintió, no sin cierta rigidez.

¿Realmente está dispuesto a asumir todo? ¿O simplemente está acostumbrado a ganar... con o sin consenso?

Rei, mientras tanto, se volvió hacia él con un dejo de respeto.

—Gracias por tu perspectiva, Tobirama. Si podemos equilibrar fuerza e inteligencia, tal vez podamos lograr algo más que dominio: legitimidad.

El albino inclinó la cabeza con cortesía. Pero por dentro, su inquietud crecía. Su mirada se desvió a la ventana, hacia los tejados rojizos del complejo Uchiha. Como si aquel profundo carmesí predijera lo que le esperaba.

La conversación sobre el territorio de los Inuzuka se apagó con la tensión aun flotando en el ambiente, como cenizas sobre una fogata mal apagada. Madara, serio, intercambió una mirada con Rei y luego con Tobirama. Pero antes de que alguien retomara el punto, Momoko carraspeó con elegancia, alzando un fajo de pergaminos atados con cinta verde esmeralda.

—Con su permiso, —dijo, depositando los documentos frente a Madara, Naomasa y Yajirō—. Presento el presupuesto actualizado para el ingreso de los nuevos militantes. Incluye el tradicional banquete de bienvenida y… —hizo una pequeña pausa teatral— el presupuesto preliminar para el Festival de la Luna Roja, que como bien saben, se celebra en cinco meses.

Un leve murmullo recorrió la sala. Tobirama alzó una ceja; Yajirō, en cambio, frunció el ceño al hojear el documento

—Esto es… una cifra altísima —dijo el tesorero, con tono cortante—. Momoko, no puedes estar hablando en serio. ¿Gastar tanto por un festival?

—Claro que hablo en serio, querido —respondió Momoko con una sonrisa afilada—. ¿Sabes cuántos de estos productos deben encargarse con meses de antelación? ¿Sabes cuántos artesanos se han perdido por la guerra? Si no aseguramos ahora los insumos, no tendremos ni sake ni linternas para iluminar nuestras propias caras cuando llegue el verano.

—Lo comprendo —dijo Gor, mirando con atención el desglose—. Pero incluso así, el clan no puede asumir un gasto tan agresivo sin afectar otras áreas. Debemos buscar alternativas.

Fue entonces cuando Gorō alzó la voz de forma más firme:

—Durante mi visita a Hakate, noté varios recursos más allá del agua. Hay madera, y una reserva estable de ciervos. Podríamos negociar un tratado para adquirir carne de caza. El agua también podría entrar en circulación como bien comercial.

Tobirama asintió, pero su tono fue cauteloso:

—Podemos intentar algo… pero deben saber que Hatake y Nara ya tienen acuerdos previos sobre los ciervos. El agua es viable, pero para la caza, es mejor negociar con los Nara directamente. Y no será sencillo. No se dejan manipular por presión militar. Son demasiado inteligentes para eso.

—¿Y entonces qué propones? —preguntó Naomasa, escéptico.

Tobirama respiró hondo, entrelazando las manos sobre la mesa.

—Exportar. No de información, ni de shinobi… de productos. Armas, herramientas, acero fundido Uchiha. Podemos aliar esto con el comercio en Uzushigakure. El clan Senju puede facilitar su salida hacia otros países o exponerlo en su catálogo, ya es sabido que el clan Uchiha tiene una alianza con el clan Senju. Tendríamos ingreso directo sin tener que pagar tributo por los ciervos.

Yajirō se quedó boquiabierto un segundo… como acabara de escuchar algo inaudito.

—¿Exportar nuestras armas?

—No las comunes —intervino Tobirama—. Las que se forjan aquí, en casa. Son artículos de arte, no meras herramientas de guerra. Si las vendemos como artículos de lujo, a zonas ricas, a señores feudales o países con escasa fuerza militar… podríamos generar un nuevo ingreso sin comprometer la seguridad del clan.

Rei lo meditó.

—¿Y cuánto generaría eso? En comparación con misiones.

Yajirō consultó mentalmente las cifras y respondió:

—Con tres docenas de espadas o lanzas forjadas por los herreros Uchiha, podríamos ganar cerca de seis millones de ryō. Eso equivale a un año completo de misiones de rango medio.

—¿Tres docenas? —Naomasa soltó una risa seca—. ¿Quién las forjaría? El esposo de Momoko fue el último gran herrero, y ya está viejo. La mayoría de sus descendientes murieron. No hay suficiente gente capacitada.

—Precisamente por eso —replicó Tobirama—. Las venderemos como piezas únicas. Como arte. El arte escaso es más valioso. Crear deseo a través de la exclusividad. No como armas comunes, sino como símbolo de estatus. Cuanto más difícil sea obtenerlo, más lo codiciarán.

El salón guardó silencio. Fue Rei quien rompió el mutismo.

—Suena bastante convincente para mí..

Daigo asintió con los brazos cruzados.

—Estoy de acuerdo. No necesitamos producir en masa si sabemos cómo colocar las piezas correctas.

Yajirō aún parecía asimilando todo:

—¿Cómo puede estar tan seguro Señor Tobirama?

—Porque los Senju ya lo hacen —Tobirama explicó con calma—. Exportan madera desde hace años. Muebles, puertas, estructuras. Productos con distintos niveles de calidad, adaptados al bolsillo de cada cliente. Eso nos permitió establecer redes, abrir mercados. No es diferente.

Tatsuya intervino, con una mano apoyada en el respaldo de su silla:

—Esa red también podría traernos libros médicos, equipo quirúrgico, incluso la oportunidad de capacitar personal en un lugar extranjero. Si exportamos, también podemos importar lo que más nos hace falta: conocimiento.

Madara, que hasta ese momento había escuchado con atención absoluta, se inclinó hacia adelante.

—Bien. El plan tiene lógica. Encárguense de hacer un resumen con las observaciones más importantes y llévenlas a la oficina principal. La próxima reunión será en tres días. Ahí se tomará la decisión.


La reunión había finalizado con el sonido seco de los sellos en los pergaminos y el tenue susurro de los consejeros al levantarse. Tobirama se despidió con una leve reverencia y una media sonrisa que Madara atrapó con la mirada. Justo cuando comenzaron a salir por el pasillo central del salón de juntas, el Uchiha se giró ligeramente hacia él, hablando con aparente casualidad.

—Pensaba que podríamos tener una tarde juntos… algo tranquilo —murmuró—. Ya sabes, sólo tú y yo.

Tobirama ni siquiera se detuvo. Se ajustó el haori con eficiencia y respondió con el tono impasible que usaba cuando estaba concentrado.—Aprecio la intención, mi señor, pero necesito regresar a la biblioteca. Tengo que reorganizar y revisar el archivo de la propuesta de la escuela militar y ajustar el plan agrícola con base en la disponibilidad de personal no asignado. Me diste poco tiempo para dejar listos los contraargumentos. —Refunfuñó.

Madara frunció los labios, claramente insatisfecho con la respuesta. Dio dos zancadas largas hasta ponerse frente a él, bloqueándole el paso.

—¡Moriré si no vienes conmigo! —declaró con fingida desesperación, llevándose una mano al pecho como si sufriera un ataque cardíaco—. ¿Qué será de mí sin tus dulces labios y tu falta total de sentido romántico?

Tobirama lo miró en silencio. Parpadeó. Luego suspiró, cansado, pero en el fondo divertido por el dramatismo de su marido.

—Puedes aguantar hasta esta noche. Cuando termine… te dejo escoger qué parte del cuerpo quieres que bese primero.—Aclamó mientras guiñaba el ojo.

Madara se inclinó hacia él con una ceja arqueada.

—¿En serio?

—No.

El Uchiha estaba completamente indignado.

—No, no, no. Eso no sirve. Quiero una tarde contigo. Ahora. He sido un líder responsable, he aprobado propuestas, no he asesinado a nadie esta semana y te necesito conmigo....

—¿Y si me niego? —inquirió Tobirama, cruzándose de brazos.

—Por favor— dijo Madara bajando el tono de voz y acercándose a su oído, en un tono suplicante— Sólo unas horas…

Tobirama le dio una mirada larga, una que parecía perforarlo… pero cedió. Apenas.

—Una hora —repitió con resignación—. Si me distraes con tonterías, te lanzo por la terraza.

Madara sonrió con triunfo. Pero no lo llevó a la terraza, ni a su alcoba. Lo condujo por el ala este, atravesaron pasillos y puertas de madera tallada hasta que llegaron a una sala decorada con flores de loto frescas y cortinas traslúcidas. El jardín principal se abría al fondo, con pequeños estanques y lirios balanceándose con la brisa.

La sala de té ya estaba lista.

—¿Madara…?

—Sorpresa.

En el centro, una mesa baja estaba decorada con pétalos, bandejas de dulces de arroz, frutos rojos y un servicio completo de té de jazmín. Junto a un biombo ornamentado, se encontraba Tatsuki Uchiha, la prima de Madara, vestida con un kimono rojo escarlata que abrazaba su silueta voluptuosa. Su cabello lacio, cortado por los hombros, brillaba bajo la luz del jardín. Sostenía el shamisen como si fuera una extensión de su alma. La mujer era tan hermosa que parecía una pintura llevada a la realidad.

—Madara me pidió que tocara para ustedes esta tarde —dijo con una voz tan melodiosa como su música.

Tobirama parpadeó. No sabía si sentirse halagado o confundido.

—¿Tatsuki Uchiha? ¿La maestra de artes escénicas del complejo?

—La misma —dijo Madara mientras lo guiaba con una mano en la espalda—. Considera esto… un pequeño detalle sólo para ti.

Tobirama se permitió una leve sonrisa. Tomaron asiento y la música comenzó, suave, envolvente. El shamisen llenó el aire de notas delicadas mientras la luz dorada del atardecer iluminaba las mejillas de ambos.

Madara lo miraba como si lo descubriera cada vez. Le robaba pequeños besos mientras Tobirama le servía té. A veces, le tomaba la mano, acariciaba su muñeca con la yema de los dedos, lo observaba como si su presencia fuera una obra de arte.

—No estoy acostumbrado a esto —confesó Tobirama en voz baja—. Muchos me han cortejado, pero… nunca había tenido tiempo para esto.

—Y jamás lo harán…eso es porque nadie, nadie, nadie nadieeeeee, nadie—respondió Madara sin dudar—.

—Creo que has dado a entender tu punto…

El albino desvió la mirada, apenas sonrojado, mientras le ofrecía una frambuesa con los palillos.

—Eres adicto a los mimos —murmuró mientras Madara aceptaba la fruta—. Y cada día lo confirmo.

—¿Me estás diagnosticando, doctor?

Tobirama, con una leve sonrisa, estiró la mano y le acarició la barbilla con suavidad. Madara cerró los ojos de inmediato, como si le hubieran desactivado todo pensamiento racional. Su ronroneo era fuerte y seguro.

—Lo sospeché —dijo el Senju—. Tacto, estímulo suave, respuesta inmediata. Confirmado: necesitas atención constante.

Madara sonrió contra sus dedos, besó la mano de su esposo. El albino asintió levemente ruborizado.

Se quedó mirando las linternas encendidas del jardín mientras Tatsuki cambiaba de melodía.


El tiempo se fue hasta la hora de dormir.

Disfrutaron un poco de sus besos antes de caer en cuenta lo agotados que estaban. Madara fue el primero en quedarse profundamente dormido para la conveniencia de su esposo.

Esa noche Tobirama tuvo que dejar los fuertes brazos de Madara en medio de la noche, regresó a su oficina a trabajar, había demasiadas cosas por hacer y no había tiempo que perder. Aunque era tentador seguir al lado del caluroso cuerpo de su marido.


Tobirama estaba manteniendo a cuatro de sus clones trabajando en la redacción de los informes pendientes desde hace tres días a pesar de que aún tenía un día para entregar todo; los informes de los reclutas, el avance del proyecto ejecutivo de la escuela… pero siempre pecaba de precavido. Además, tenía a otros tres en el campo de entrenamiento observando los avances en ninjutsu de Madara, Gorō y Daigo. Eran talentosos, pero seguían fallando en la distribución equitativa del chakra. Por lo que dejó a sus clones a cargo de la supervisión. Tenía que llevar la información a la oficina de la consejera Momoko para conocer un poco más del protocolo de exportación.

Estaban a mitad de la primavera, pero el calor estaba causando estragos en él. No era normal. Ni siquiera el día era tan caluroso como se sentía.

De naturaleza fría por ser usuario dominante del suiton; el frío eran su estado común. Optó por quitarse el haori y dejarlo sobre la silla de su escritorio. Poco a poco la oficina se había vuelto su pequeño santuario. Estaba perfectamente ordenado y acomodado a su gusto; no dejaba que ninguna de las criadas limpiara la oficina ya que él personalmente se había encargado de realizarle “modificaciones” a la habitación.

Su sistema de limpieza con sellos ninja era bastante complejo; utilizaba casi todas las naturalezas en él, sobre todo las de viento y agua para la limpieza. Se aseguro de ocultar bien las redes de chakra para que fuera difícil de encontrar; además, siendo el un experto en técnicas de sellado por la formación de varios años que tuvo de Mito; era casi un Uzumaki más. O eso le gustaba pensar.

Tomó el pequeño abanico de mano que se encontraba ahí, era negro con el monograma Uchiha pintado.

Si que les gusta colocar su monograma en todo…

Al salir, volvió a colocar el sello de seguridad, dejando que sus clones terminaran de redactar.

Caminó por el pasillo principal del edificio, y rodeó hasta la parte trasera. Vio a varias doncellas hermosamente vestidas, con peinados casi imposibles, bailando con una delicadeza digna de un cisne, se movían con una gracia casi divina, entre ellas la prima de Madara, quien se destacaba.

Momoko se encontraba vigilando como un halcón cada movimiento de las chicas con su Sharingan. Paró varias veces la música sólo para corregirlas. Las chicas frustradas volvían a sus posiciones una y otra vez.

La mujer mayor notó la presencia de un invitado y lo llamó; al darse cuenta que era él, saludó con respeto; y las bailarinas igual. Tobirama se acercó de manera respetuosa, entregando el contenido del sobre a la anciana. Ella agradeció el gesto de llevarlo hasta su edificio y se disculpó por las molestias que eso debió haberle causado.

—No es necesario, me retiraré, espero obtener la aprobación del documento. —

—Estará listo por la mañana mi señor, noto que se ve un poco acalorado. —

Tobirama no respondió y simplemente se despidió.

Caminó de nuevo a través del edificio para llegar hasta llegar de nuevo a su oficina no sin antes pasar por la cocina y pedirle a la sirvienta más joven que llevara agua a su oficina, que sólo la dejara fuera, no era necesario pasar.

La jovencita asintió y comenzó a preparar todo.

Tobirama siguió su camino, pero notó que el cansancio lo alcanzó con rapidez.

—Hace demasiado calor hoy… Creo…— Su visión se volvió borrosa de repente. Trató de aferrarse a la pared cercana, pero sin reparo alguno, cayó al suelo. Rápidamente se levantó, al parecer nadie lo había visto.

El mareo persistía así que usó su jutsu de teletransportación hasta la habitación.

Por suerte no había nadie en ella, sintió un alivio inmediato.

Su figura alta y atlética quedó frente al espejo.

Dejando en evidencia la sangre que bajaba de su nariz hasta manchar su kimono azul.

Chapter 14: Capítulo 14: Consecuencias

Notes:

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Capítulo 14: Consecuencias

Los escalofríos se sentían contradictorios ante el intenso calor que sentía sobre su vientre; un calor que solo podía encontrarse en el mismísimo infierno. El calor penetraba tan intensamente que sentía que se doblaba como el acero desgastado por un fuego intenso.

Solo pudo ver negro después del dolor.

Ese mismo dolor por momentos lo devolvía a la realidad, golpeando como un terremoto, lo sacudía desde la columna hasta la punta de los dedos; era parecida a la sensación de ser apuñalado por la espalda.

Su conciencia flotaba entre la vívido calor del infierno y la desolada oscuridad del invierno, por momentos recordaba que estaba recostado en la habitación de su matrimonio, en otras ocasiones pensaba que estaba en casa de su hermano, y en la mayoría no recordaba nada.

El ardor era constante, y el calor insoportable.

Un gemido de dolor se escapó de sus labios agrietados, su piel alguna vez blanca y suave, estaba bañada en sudor helado. Sus mantas estaban pegadas como si fuera una segunda piel. Luchaba por respirar en cada intento. El calor por dentro era como brasas.

Sentía como su chakra se drenaba junto con él.

El celo no era nada nuevo para Tobirama, pero la intensidad y los violentos achaques del mismo lo habían tomado desprevenido por completo. Sentía el cuerpo errático, sin orden y sin control.

En toda su vida, nunca había experimentado un celo tan doloroso y violento.

Nunca había deseado tanto que terminara.

Entre temblores y náuseas por el esfuerzo de mantenerse consciente, escuchó una voz suave y profunda.

—Tobirama... —susurró a alguien, tan cerca y tan lejos— Estoy aquí.

Reconoció el tono grave, ligeramente ronco. Reconoció ese timbre entre esa ternura contenida. Madara.

Intentó responder. Quiso alzar la mano, aunque fuera un centímetro, hacerle saber que estaba allí, atrapado entre el dolor y la niebla. Pero solo consiguió soltar un suspiro roto. La oscuridad lo envolvió otra vez durante una hora.

Cuando volvió a abrir los ojos —si es que alguna vez los había cerrado del todo— la silueta de Madara estaba inclinada sobre él. El alfa le pasaba un paño húmedo por la frente, los dedos temblaban apenas, y su expresión... era una mezcla imposible de miedo, rabia y amor.

—Tobirama, por favor... ¿me escuchas? —Susurró otra vez.

Unos dedos suaves rozaron su mejilla. Esta vez, Tobirama logró mover la cabeza, apenas un poco. Sus labios se entreabrieron, buscando aire. Quiso hablar, pero le ardía en la garganta. Entonces, Madara lo abrazó sin apretar, como si temiera quebrarlo.

—¿Por qué no me dijiste que estabas tan mal? —le reclamó con un hilo de voz—. Sabía que estabas esforzándote demasiado... pero esto... Esto es autodestrucción. No pensé que llegarías tan lejos.

Tobirama apenas había vuelto a cerrar los ojos cuando Uchiha Tatsuya se acercó de nuevo con paso firme. Sus ojos clínicos recorrieron las redes de chakra del omega y su cuerpo tembloroso aún envuelto en sudor, y después sobre Madara.

—Se está descompensando —murmuró el médico, acercándose a la cama—. Necesito una evaluación más directa.

Madara no se movió de inmediato. Su mano seguía en la frente de Tobirama, sus dedos acariciando su cabello empapado con movimientos lentos.

—Mi señor, por favor —insistió Tatsuya con más firmeza.

A regañadientes, Madara se apartó. Se quedó a un lado de la habitación, observando mientras el médico deslizaba su chakra cuidadosamente sobre el cuerpo de Tobirama. Un leve resplandor azul verdoso iluminó la piel pálida del Senju, que se contrajo ante el contacto. El silencio se hizo pesado, hasta que Tatsuya habló.

—Es como lo sospechaba. Su celo se ha desatado.

Madara tensó los hombros.

—¿Esa es una buena señal?

—Sí —afirmó el médico sin rodeos—. Significa que se está recuperando. Su cuerpo reconoció que ya no está en peligro inmediato. El inicio de actividad reproductiva, en estas circunstancias, es evidencia de que está saliendo de la tanatosis. Que su sistema ya no está en estado de emergencia.

Madara frunció el ceño, con la mandíbula apretada.

—Y este dolor... ¿es parte de eso?

Tatsuya asintió con pesar.

-Si. Es una transición muy violenta para alguien que ha permanecido tanto tiempo en ese estado. El cuerpo se está reajustando a todas sus funciones. La mente está despierta. El cuerpo está fuerte. Pero no olvidemos que la anatomía del omega no es solo músculo o capacidad cognitiva. Hay procesos que requieren cuidado hormonal, ciclos internos, sistemas delicados. Su cuerpo apagó todo lo que no era esencial para sobrevivir. Y ahora, al sentirse con seguridad, con un vínculo que considera estable y una pareja activa, su biología respondió.

—Entonces... —Madara respiró hondo—, ¿no sería mejor administrarle un supresor? Para aliviarlo, para que pueda descansar... solo...

Tatsuya giró de inmediato, su rostro frío y su voz tajante.

-No. Bajo ninguna circunstancia. Un supresor en este momento podría dañar permanentemente su sistema reproductivo. Su fertilidad es extremadamente vulnerable ahora. El dolor es un signo de reajuste, no de fallo.

Madara desvió la mirada hacia la cama. Tobirama se encogía ligeramente, murmurando palabras ininteligibles entre espasmos. La culpa lo golpeó como una lanza enterrándose entre las costillas.

— Todo esto comenzó después de mí, pensó. —Después de tocarlo. Después de hacerlo mío.

— ¿Cómo no lo vi antes? —susurró Madara, más para sí mismo.

Tatsuya continuó con su labor, regulando el chakra, preparando una infusión de hierbas medicinales para combatir la deshidratación de Tobirama.

—Durante el proceso de la recuperación era notorio que el señor Tobirama no descansaba lo suficiente. No descansaba realmente. No me refiero a solo dormir. Si no, al hecho de sentirse seguro. Los omega son intuitivos y sensibles ante las circunstancias que atraviesan. Ahora que por fin encontró un entorno que considera seguro, su sistema soltó la orden: "ya no estamos en peligro". Por eso se activó el celo. Por eso todo está pasando de golpe.

—¿Y qué quieres que haga? —la voz de Madara sonó ronca, frustrada, casi suplicante—. Apenas puedo controlarme cuando lo huelo así. Si sigo en la misma habitación, voy a entrar en celo yo también. No puedo serle útil si termino perdiendo la cabeza.

El médico se incorporó y lo miró con gravedad.

—Entonces toma tú los supresores.

Madara lo fulminó con la mirada, pero Tatsuya no titubeó.

—Usted es el alfa. Él lo necesita consciente, presente. Su cuerpo ya dio la orden: está preparado para confiar en usted, no olvide que en esta situación requiere de su completa atención.

Madara bajó la cabeza. El olor embriagador de Tobirama se sentía más fuerte ahora, dulce, ardiente, como un perfume natural que sólo él podía captar. Deseable. Fértil. Vulnerable.

Apretó los puños.

-¿Chakra? ¿Cómo hace unos meses?

-Si. Necesita que su chakra se estabilice. Si se agota de nuevo en este estado... no podrá evitar que entre en colapso. La conexión entre ustedes puede facilitar la transferencia. Ya la ha hecho antes.

Madara avanza lentamente. Camino hacia la cama. Tobirama lo olió antes de sentirlo, su respiración se volvió más agitada. Sus labios se movieron con esfuerzo.

—Ma... da...

—Aquí estoy... tranquilo... Tatsuya, avisa a todos que me tomaré unos días de mis labores del consejo, y avisa a Hiyori de esto, ella sabe qué hacer.

El doctor dejó la habitación en breve.

Madara sabía que no todo se refería a él. Lo estaba entendiendo tan rápido como su cerebro se lo permitía. Pero tener a Tobirama sollozando por él entre sus brazos lo regresó ese terrible alfa que estaba tratando de dejar atrás.

Posesivo.

Odioso.

Orgulloso.

Se acurrucó a su lado, recostando al omega sobre si, para que este pudiera compartir sus feromonas con mayor facilidad. Su olor tan delicioso le provocaba una violenta erección bajo la pesada ropa formal. Su aliento descansaba sobre su pecho, acariciando suavemente con cada susurro dado.

El doctor dejó las pastillas cerca de la cama, y Madara las tomó sin más.

El albino no tardó en apoderarse del cuello de su amante, sus dientes se clavaron con una fuerza convocada del mismo infierno. Madara sintió que le estaban arrancando un pedazo de piel cuando sintió los dientes afilados. Lamió la sangre que brotaba de la herida. Como una bestia sentada de sangre.

Los ojos rojos de Tobirama antes suaves y cautivadores, eran los de un auténtico cazador, agudos y feroces. Buscaba y llamaba con fuerza al oído del mayor entre gemidos y quejas.

Madara lo tomó aún más fuerte entre sus brazos, sus músculos se tensaron ante el esfuerzo de mantenerse quieto. Tobirama se retorcía y no sabía si solo era terquedad o molestia.

No tardaron en quedar desnudos, deseándose con fuerza; Tobirama era fuerte, muy fuerte, más de lo que Madara pensaba, dejaba marcas de moretones sobre su piel morena por momentos, en los arranques de energía que tenía. Besaba y chupaba con fuerza cada rincón en él.

Madara al inicio estaba un poco confundido debido al supresor, estaba teniendo un poco de dificultades para calmar a Tobirama con su olor, pero una vez se asentó el vínculo de chakra todo tuvo su lugar. Madara bajó hasta el vientre adolorido, besando y calentándolo con su chakra para aliviar el dolor. Era tan contradictorio.

Tobirama se retorcía con el tacto de su marido. Con los besos, el dulce roce de sus manos firmes sobre sus piernas lo estaba volviendo loco.

—Tócame

Madara bajó con sus dedos hasta la entrada húmeda de su esposo, sintiendo el calor que tanto había molestado a su amante esa tarde, le pidió que fuera paciente mientras susurraba dulces palabras a su odio. La recompensa fue como beber agua después de atravesar un desierto.

La excitación era fuerte e intensa, más intensa que la última vez que lo habían hecho. Madara conocía la perfección de cada sonido emitido por Tobirama, los había grabado para siempre con su Sharingan, su rostro, sus facciones y sus satisfactorios orgasmos.

Pero Tobirama era caprichoso, exigente y muy malhumorado cuando no recibía el placer como deseaba, el ritmo perfecto, la dureza ideal y el punto exacto al que debía llegar en cada etapa si quería disfrutar de su cuerpo. Tenía el talento para tocar las fibras más sensibles del alfa cuando quería. Lo cual Madara amaba. Lo dejaba queriendo más y más. Deseándolo y esperando por más hasta que su esposo estuviera completamente satisfecho. Aún estando básicamente más débil por la fiebre y el dolor, era tan dominante como siempre.

Madara aumentó el ritmo, ganándose el elogio de su omega.

Mi amor... más por favor... te necesito.

Quiero tu nudo...

Por favor...

Damelo

Al escucharlo era casi instintivo besar con fuerza, y sostener sus caderas con lujuria, apretando el ritmo, mientras los gemidos de su amante aumentaban.

El calor de Madara aún permanecía dentro de él. Una calma desconocida se extendía por su vientre hasta sus extremidades, relajando músculos que llevaban semanas tensos, meses tal vez. Tobirama respiró hondo hasta el último estremecimiento de su orgasmo. Podía sentir cómo el nudo de Madara lo llenaba con fuerza.

Madara lo abrazaba con cuidado. No con la urgencia de antes, sino como si temiera romperlo.

—Tobirama... —su voz fue apenas un murmullo contra su cuello—. Perdóname.

El omega parpadeó. Estaba agotado, pero no tanto como para no notar el cambio en el tono. Se giró un poco, sin separarse del todo, con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué?

Madara bajó la vista. Acarició suavemente su costado, con los dedos abiertos como si no pudiera dejar de tocarlo.

—No por lo de ahora. Gracias por confiar en mí... —dijo, con una sonrisa que parecía dolerle—. Me disculpo por lo que te hice antes. Por no ver. Por no escuchar. Por mi orgullo y mi odio... es que...

Tobirama mantuvo su expresión serena, pero sus dedos se enredaron, sin pensar. Su cuerpo se mantenía cerca y cálido como siempre después de su clímax.

Madara continuó, con voz baja, grave:

—Te llevé a la tanatosis. Yo. Con mi terquedad. Con mi deseo de vengarme... de mantenerte cerca sin entender qué te estaba quitando. Y cuando empezaste a romperte... seguí esperando que resistieras. Como si eso fuera lo que se espera de ti. Como si no fueras...humano.

Tobirama cerró los ojos por un momento.

—Madara —susurró—. No soy fácil. Lo sabes.

-Perder. Pero eso no importa. Yo te lastimé... estoy tan arrepentido.

El silencio se alargó. Madara lo miraba como si esperara ser rechazado. Pero Tobirama no se alejó. Lo pensé un momento, como si ordenara las palabras en su mente.

—Es momento de tratar de dejar eso en el pasado —dijo, al fin—. Has cambiado... y no solo me lo has demostrado... Quisiera que diéramos un paso adelante en esto... no espero que me perdones por mis carencias ni por el pasado... solo quiero tener un nuevo inicio a tu lado...

Madara tragó saliva, los ojos fijos en él. Tobirama alzó una mano y le rozó el mentón, obligándolo a verlo de frente.

—Pero no estoy roto. No quiero que sigas pensando en el pasado, lo hecho... hecho está. Debemos concentrarnos en el futuro... pero si no quieres eso...

—No —dijo Madara, sin dudarlo—. Eres lo más hermoso que tengo entre mis manos. Incluso ahora. Sobre todo, ahora.

El omega bajó un poco la mirada, y habló con su típica franqueza.

—También quiero que... sepas que yo... no busco tampoco tu perdón por lo que sucedió en el pasado... y sé que no es fácil estar a mi lado... pero aún con ello. No estoy dispuesto a aceptar dejar que esto muera sin antes luchar...

Madara lo besó con infinita suavidad en la frente.

Tobirama respiró hondo... y lo soltó:

—Izuna.

El cuerpo de Madara se tensó de inmediato. El ambiente se volvió más pesado, como si el nombre hubiera abierto una herida que ambos habían evitado mirar. Sus cuerpos ya se habían separado hacía unos instantes, pero al mencionarlo... fue inmediata la sensación de inseguridad en el vínculo.

—Tobirama —dijo en voz baja, apartando la mirada—. No ahora... por favor.

Tobirama no respondió. Los ojos oscuros de Madara estaban fijos en algún punto de la habitación, como si no pudiera sostener la mirada carmesí de su esposo.

—Sé lo que hice. Lo recuerdo cada vez que veo tu rostro. Era tu hermano... y yo... yo lo maté.

Madara presionó la mandíbula, pero no lo interrumpió.

—No lo hice por odio —continuó Tobirama, con la voz cada vez más baja—. Fue en combate... solo estaba luchando por mi vida como cualquier otro en medio del conflicto...

—No lo conocías —Madara sollozó, finalmente—. No sabes lo que significaba para mí...

-No. No lo conozco como tú, y eso lo hace más difícil. Porque tú lo amaste con cada parte de tu ser... y aún así estás aquí, conmigo, con quien lo arrebató de tu vida.

Madara bajó la cabeza. Su voz fue apenas un susurro ronco.

—¿Crees que no me lo repito cada noche? ¿Crees que no me duele mirarte y saber lo que pasó entre ustedes? Pero también sé que... no fui el único que perdió. Te arrebaté la posibilidad de tener una vida... desee matarte y casi lo logro. Te obligué a casarte conmigo, te quité tu nombre y te di el mío... te marqué para siempre con estas manos... te arranqué de tu hogar sin pedirte consideración y te volví prisionero de mis deseos...

Tobirama lo miró, sereno y triste a la vez.

—Cada uno carga el suyo. Y si no hablamos de esto ahora, nunca podremos construir algo real.

Madara finalmente lo miró. Sus ojos estaban húmedos, pero no cayó ninguna lágrima.

—¿Y qué quieres que diga? ¿Qué está bien? ¿Qué lo acepto?

—Quiero que digas que sobrevivimos. A la guerra. A la pérdida. A nosotros mismos. Y que estamos aquí, juntos, porque decidimos vivir... aunque cueste.

Madara lo observará unos segundos más. Luego ascendió.

—Sobrevivimos —repitió—. Y estoy cansado de sobrevivir solo.

Tobirama se acercó, apoyó su frente contra la de él, y cerró los ojos.

—Entonces... vivamos...

Madara lo abrazó fuerte. Y Tobirama correspondió tomando su mano con fuerza.

 

Notes:

¡ESTAMOS TAN ENAMORADOOOOOOS, SÓLOS EN EL MUNDO, CÓMO UN PAR DE ADULTOS QUE SE AMAN MADURAMENTE!

Buenas noches a todos, lamento la tardanza del capítulo, jajaja resulta que pronto inicio mi maestría y llegó mi compañera desde las lejanas tierras de Muy Muy lejando y he sido un anfitrión peculiarmente ocupado, pero bueno aquí estamos, espero no les moleste que sea un poco más cortito que los anteriores, promento escribir en cuanto tenga oportunidad.

Siento que Madara ama de manera más madura ahora y espero que esto sólo evoluciona. los amo. son mis preciosos.

Prometo que habrá escenas más picantes en el futuro, pero este es un precedente necesario para los futuros caps.

Gracias Miss4D por seguir esta historia desde la concepcón, sabes que todo esto es por ti. Mi inspiración más grande. La reina de mis escritos y mis quincenas. Prometo darte spoilers jajajajaja

Gracias a todos lo que recomiendan y a los nuevos lectores un beso.

Me da felicidad leer sus comentrios, los quiero mucho <3.

Chapter 15: Capítulo 15: Evaluación

Notes:

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Capítulo 15: Evaluación

Para Madara era fácil ceder a los deseos de su omega. Estaba casi de rodillas ante la atención del albino, anhelaba el momento que Tobirama se acurrucaba sobre su pecho al dormir después de su orgasmo, y como se estremecía entre sus brazos. El olor de su dulce cuerpo se mezclaba con el suyo; una fragancia que impactaba donde estuvieran.

El pelinegro sintió ese ronroneo de placer y satisfacción. Era la señal correcta cuando realizaba un buen trabajo. Había pensado que era una manera poco digna para el líder Uchiha de ser evaluado; y mientras más tiempo pasaba recorriendo el delicioso cuerpo del albino más deseaba cumplir sus expectativas.

Tobirama había encontrado consuelo y alivio sobre el cuerpo cálido de Madara, era su segundo nudo del día, y ya estaba completamente agotado; Había dejado a Madara la mayor parte del trabajo esta vez. El estímulo constante lo emborrachaba con facilidad y sólo se dejaba llevar cuando el placer alcanzaba su punto máximo. Susurraba y alentaba a su marido con las palabras correctas siempre que podía.

Una vez había leído que los alfas correspondían a los elogios y la posesividad, cosa que funcionó al instante con el suyo. Madara era orgulloso, pero sobre eso, es posesivo por naturaleza; y obviamente el pensamiento de querer tomarlo estaría presente en su mente. Pero jamás dejaría que lo tuviera por completo, lo dejaría deseando más, más y más de él para que jamás se atreviera a mirar a otro en su vida; si no, volvería lo que queda de ella un infierno.

Tobirama no iba a permitir ir tan fácilmente a ese garañón sin luchar. Había sido criado como un cazador.

Podía sentir como el placer envolvía su preciado vínculo, seguro y robusto; rebozado de calidez después de sincerarse el uno con el otro.

Para ambos, no era sencillo llegar a esas palabras, sobre todo para Tobirama que de por sí era serio por costumbre; Madara era quien siempre iniciaba las conversaciones difíciles; el primero en acercarse… de cierta manera, la persona que siempre daba un paso antes que el omega.

Tobirama correspondía al inicio con un poco de duda, pero jamás indiferente a ello.

Madara regalaba besos suaves sobre su adolorida cabeza, pensando que de alguna manera era la medicina que aliviaría ese malestar; aunque ilógico al protocolo del omega, agradecía el contacto, lo deseaba y anhelaba como el hambriento el pan.

Y algo dentro de él, muy oculto en su corazón, como un pequeño rayo de luz se encendía cuando sus enormes brazos lo sostenían. Y cada instante se sentía más seguro, protegido, y de cierta manera amado.

Los besos continuaron aun cuando los ojos de Tobirama estaban completamente cerrados por el agotamiento, los escalofríos persistían y el dolor estaba menguando más rápido de lo esperado. Su olor ya no era tan intenso, lo que preocupó al alfa enseguida. Era como si el fuego intenso de una hoguera hubiera sido apagado en un instante.

Activó de nuevo su Sharingan para comprobar el estado de la red de chakra de su esposo.

No había nada anormal. Pero aún así comenzó a proporcionar chakra, y ambos durmieron un par de horas.


Madara se despertó con la frente perlada de sudor. Lo primero que notó fue el calor. No el de la manta, ni el del amanecer colándose por los resquicios de la cortina, sino un calor húmedo y pegajoso, de esos que no vienen de afuera, sino de adentro. El calor del cuerpo ajeno quemando la piel propia.

Tobirama jadeaba encima de él, su pecho subía y bajaba con violencia, su piel ardía al tacto, y el sudor en su rostro era tan notorio como su malestar.

—¿Tobirama...? —murmuró Madara, incorporándose con lentitud.

El omega no respondió. Tenía los ojos cerrados, pero sus labios se entreabrían en suspiros suaves, casi gemidos, como si soñara algo íntimo. Su cabello pegado a la frente, la respiración irregular. Estaba tan hermoso, tan vulnerable, tan... necesitado .

Madara sintió cómo el deseo lo invadía sin permiso, una ola violenta subiéndole por el abdomen, envolviéndolo en fuego. Aprete los dientes. El olor había vuelto: esa mezcla dulce, espesa, embriagadora. Celo. De nuevo.

—Maldición… —susurró con una mezcla de preocupación y deseo, activando su Sharingan.

La red de chakra de Tobirama parecía sobrecargada, latía con fuerza, como si algo en su interior pulsara con violencia desordenada. Su cuerpo húmedo brillaba al contacto con la luz que entraba por las rendijas. Madara tragó saliva con esfuerzo.

No quería invadirlo. No sin pedir permiso. No ahora que habían encontrado esa delgada línea de confianza entre los escombros. Pero jodidamente se le antojaba hundirse en él, recorrerlo centímetro a centímetro hasta vaciarse dentro de su vientre.

Entonces, lo escuchó.

—...Ma...dara... —la voz fue un suspiro débil, ronco, cargado de dolor.

Madara bajó la vista. Tobirama tenía la mano en su abdomen, como si buscara algo. Como si lo llamara. Como si suplicara.

El alfa se inclinó con urgencia, le sostuvo el rostro con ambas manos, sin dejar de observarlo.

—Tobirama —llamó, suave, como si temiera romperlo—. Estoy aquí. Dime qué necesitas.

El omega no respondió de inmediato, pero sus brazos se aferraron a Madara con fuerza. Su voz temblaba, ahogada por el sudor y el deseo.

—Abra... zame...

Y Madara obedeció.

Lo atrajo hacia sí, lo envolvió con sus brazos, acarició su espalda mientras sentía cómo el cuerpo del albino se estremecía contra él, temblando. Sus pechos estaban pegados, piel con piel, sus vientres húmedos, palpitantes. Y entre ellos, su vínculo cálido de nuevo.

—¿Te duele? —preguntó Madara con un hilo de voz.

Tobirama asintió apenas. Su respiración era errática.

—Pensé que había terminado—dijo el Uchiha, con voz ahogada por la culpa—. Debería haber estado más atento. Ayer, tu olor se esfumó en un abrir y cerrar de ojos.

El albino deslizó una mano hasta la nuca de su marido, lo atrajo con torpeza y le dejó un beso torpe, húmedo, cerca de la comisura de los labios.

—Generalmente, no suele ser de esa manera…

Madara se quedó en silencio, su frente tocando la de él.

—Pero… siento que voy a derretirme en este instante…

El alfa lo acarició con los nudillos. Quería protegerlo, quería amarlo y desgarrarlo al mismo tiempo. Tobirama era su delirio, su infierno y su cielo.

—Te lo ruego... dime qué necesitas, amor.

Tobirama entreabrió los ojos, brillantes, ardientes por la fiebre y algo más.

—Necesito que me ayudes... a soportarlo. Te necesito…

Madara inhaló con fuerza. Su cuerpo ya estaba reaccionando, sus caderas tensas, su miembro palpitando con ansiedad bajo el peso del cuerpo húmedo y delicioso del otro.

—Entonces —susurró, con voz quebrada por el deseo—. Permíteme aliviarte... como mereces.

Sus labios descendieron por el cuello del albino, suaves y reverentes. Sus manos, cálidas, comenzaron a recorrer el cuerpo que ya conocían, pero que deseaban como si fuera la primera vez. Y todo ardía. Todo dolía de deseo. Todo era él. Podía sentir como la humedad se acumulaba sobre la entrada de su omega mientras acariciaba y atendía esa parte de él.

Sus gemidos fueron suaves, ahogados sobre el hombro sangrante de su marido. Podía sentir el gusto a metal sobre sus colmillos cuando lamía con fuerza. Las manos de Madara eran grandes y se sentían bien en él.

Continuó tocándolo hasta que necesitó más que eso para complacerlo.

Tobirama sólo pidió las cosas por favor cuando sintió que Madara estaba por llegar al límite de su salida.

Al Uchiha le encantaba sentir que tenía el control de todo cuando en realidad sólo hacía lo que Tobirama le exigía para hundirse en él. Lo disfrazaba con suaves gestos, que obviamente Madara ya había notado, pero no le importaba ni un poco. Era extraño y enfermizo este juego de control, buscando quien realmente era el que volvía sumiso a quien. Y aunque Madara presentía que era el ganador, siempre quedó en duda realmente quién era quien hacía el último movimiento.

La sensación de vació se llenó cuando Madara al fin lo penetró, gimió tan descaradamente que sólo pudo ahogarse en el cuello del mayor. Las embestidas estaban en el lugar exacto, con el ritmo perfecto y sólo podía sollozar o gemir de placer. No hubo palabras lindas o un talentoso comentario positivo, su garganta se contraía al intentar formular algo. Madara estaba tocando exactamente donde debía y lo sabía.

El maldito lo sabía.

Esa estúpida sonrisa de satisfacción podía sentirla cada vez que su enorme pene lo llenaba una y otra vez.

Amaba cuando lo tomaba de la cadera y guiaba el ritmo por arriba de la melena oscura de Madara, podía ver su obra desde la cima, como siempre había deseado ya su marido no parecía importarle eso, estaba más concentrada en darle placer que otro pensamiento narcicista que Tobirama podría tener en ese momento. Sus frentes se encontraron cuando el clímax estaba próximo.

—Eres mío Tobirama…

Si, soy tuyo… tómame… tómame alfa.


Los siguientes días fueron una mezcla de fiebre moderada y una líbido en picada. Tobirama apenas se movía de la cama, cubierto en sábanas frescas que Madara cambiaba dos veces al día, aunque él no lo pidiera. El líder Uchiha rondaba como un halcón, firme y sereno por fuera, pero con un torbellino de preocupación girando bajo la superficie.

Tobirama era tan resistente como una piedra de río, y más terco que el calor del verano. Era cierto. Pero había algo profundamente vulnerable cuando se quedaba dormido con el ceño fruncido por la molestia, o cuando le pedía agua en voz baja, evitando por orgullo mencionar que le dolía la cabeza. Para Madara, cada uno de esos gestos se volvía una daga clavándose en su corazón.

—Te ves terrible —le había dicho Tobirama una mañana, medio dormido aún, al verlo inclinarse con una bandeja.

—Tú también, así que hacemos juego —replicó Madara sin pensarlo, pero luego besó su frente con una ternura casi reverente.

Y el omega, aunque refunfuñó algo, no apartó la cabeza de su pecho.

Durante ese tiempo, Madara se negó a asistir a las reuniones del consejo.

El omega no estaba de acuerdo con que Madara sólo pasara el día cuidandolo, él sabe que tiene responsabilidades importantes y las está descuidando por él, se siente ahogado en culpa por ello; pero Madara no cede a sus intentos de hacerlo entrar en razón, o más bien de manipularlo y hacer que se vaya de una vez a trabajar.

Odiaba verlo perder el tiempo con él, cuidandolo y abrazandolo cuando el dolor de cabeza era insoportable.

No le gustaba admitir que le encantaba la atención desbordante y el cuidado que tenía su marido con él. Su pecho cálido y el olor profundo que menguaba por momentos su cuerpo. Que realmente necesitaba que se quedara con él…

Los primeros días de ausencia de Madara fueron desconcertantes para algunos miembros, ya que, hace relativamente poco también se tomó tres días de baja médica. Además, estaban pendientes de muchas revisiones para los proyectos de Tobirama y Daigo.

Todo se había complicado con esta situación tan desafortunada.

Naomasa había comenzado una lista de pendientes por atender desde el primer día de ausencia, pero sólo pudo seguir agregando cosas después del segundo día.

—Aún sigue en cama? ¿Es un problema crónico? Recuerdo que desde el primer día estuvo enfermo…

Fue Momoko quien lo silenció con una mirada filosa.

—Ha tenido un celo complicado. No todos nacimos con la suerte de una biología sencilla, Naomasa. Deberías tener cuidado cuando hables de nuestro señor; mi señor Madara está haciendo lo correcto… más de lo que muchos harían.

Las palabras se esparcieron como tinta en agua. Gorō solo se acercó en silencio. Tatsuya, aunque preocupado, ya había confirmado que no era tanatosis, sino una intermitencia hormonal atípica, posiblemente detonada por el estrés y el trauma físico. Nada irreversible, pero sí delicado.

La mayoría entendió. Al fin y al cabo, los Uchihas eran de sangre caliente… pero no de corazón frío. El lazo con la familia seguía siendo más importante que cualquier otra cosa.

Al tercer día sin su presencia, la sala de deliberación se sentía extrañamente vacía, como si el aire mismo dudara antes de moverse. Los miembros del consejo ocupaban sus lugares habituales, con sus abanicos doblados a un lado, sin pronunciar palabra al principio. Pero las miradas se cruzaban. Las hojas del registro diario habían sido firmadas por Gorō como encargado temporal de los asuntos logísticos, mientras los temas de justicia y finanzas se acumulaban en la mesa.

—No es propio de Madara dejar asuntos sin cerrar —comentó Daigo finalmente, en voz baja, como si no quisiera sonar acusatorio, pero tampoco ignorar la situación.

—Tampoco es común que uno de los nuestros pase tanto tiempo con fiebre en la cama después de un celo —añadió Rei desde su rincón, sin dureza, pero con la precisión de quien no tenía tiempo para rodeos.

Yajirō se limitó a levantar una ceja desde su posición junto a los libros contables, pero no dijo nada. Sabía que un comentario sarcástico estaría fuera de lugar.

Fue entonces cuando Momoko carraspeó y se puso de pie con la gracia solemne que la caracterizaba, su kimono negro con bordados rosa ondeando como tinta diluyéndose en agua.

—Madara está cuidando a su esposo —declaró con calma, pero con voz firme—. Tobirama no está en condiciones de ser dejado solo, y cualquiera que haya pasado por un celo de este tipo, o haya perdido a un ser querido por una regresión hormonal, sabe que lo más peligroso no es el calor... sino el cuerpo después de él.

Hubo un murmullo leve. La tanatosis. El silencio se volvió más espeso.

—Lo hemos confirmado —intervino Tatsuya desde el extremo opuesto de la sala, con su túnica médica aún manchada con algo de tinta—. No se trata de tanatosis, pero el cuadro no es simple. Las reservas de chakra de Tobirama están por los suelos. Su sistema nervioso está inestable y su presión hormonal ha sido volátil. No hay daño permanente… pero necesita reposo absoluto. Y alguien que lo vigile, por si los episodios regresan. Madara ha sido más que competente.

—¿Y el clan? —cuestionó finalmente Naomasa, desde donde examinaba algunos archivos con sus lentes deslizados por la nariz—. ¿Qué pasará si esto se repite? ¿Es válido sólo aplazar todo esto?

La sala se tensó. El aire mismo parecía crujiente.

—Madara así lo decidió —agregó Gorō, cruzando los brazos—. Y no creo que alguno de nosotros esté dispuesto a decirle que no, ¿cierto?

El silencio que siguió no fue de rendición, sino de reconocimiento.

Rei asentado con serenidad. Yajirō alzó la vista y dijo simplemente:

—Entonces lo más inteligente será ajustar la agenda y dividir tareas hasta su regreso. No es la primera vez que hacemos algo así. Ni será la última.

Naomasa, aún preocupada por las revisiones, prefirió no añadir más.

El acta de ese día fue firmada con la anotación: "Por voluntad del líder, se concede período extraordinario de licencia por cuidados familiares. Reasignación de responsabilidades temporalmente acordada por mayoría".

Y así, el clan Uchiha siguió en marcha.


Madara seguía velando cada noche, encendiendo incienso suave que no alterara el olfato sensible de su esposo, leyendo informes sin moverse del futón y atendiendo cada señal, cada gesto, como si Tobirama pudiera desvanecerse si no lo miraba lo suficiente.

Y a pesar de todo, Tobirama tampoco protestó demasiado. No de forma real. Aceptaba los cuidados. Toleraba el calor de las sábanas, el té preparado a mano, y los dedos grandes que acomodaban su cabello sin pedir permiso.

Una noche, mientras Madara pensaba que dormía, escuchó su voz ronca:

—Tienes demasiado trabajo atrasado, ¿verdad?

Madara alzó una ceja sin dejar de trazar la letra en su pergamino.

—….

Tobirama se acercó a él, tratando de averiguar el contenido del texto.

—Amor, no hay trabajo para ti hasta que te mejores…— El albino trató de colarse un poco entre sus brazos para poder leer un poco más.

—Tienes una falta de ortografía en la tercera línea…— Madara sólo pudo reir.

Besó su frente, y pasó el pergamino a la mesa de noche, abrazó a Tobirama contra su pecho para ayudarle a dormir.

Notes:

Nada me importa
cuando me besas,
de todo me olvidoooooo.

Si tu supieras
cuando te tengo entre mis brazos
mucho disfruto
de tus caricias y tus encantos....

Amo a esos dos tontos. Capítulo porque el fin de semana tendré que trabajar, nos leemos la próxima semana amiguitas, amiguitos y amiguitxs :3

Escuchen "Mi tesoro - Ramon Ayala" demonios esa si que pega fuerte cuando estás enamorado.

Chapter 16: Capítulo 16: Enamorados

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Capítulo 16: Enamorados

El celo de Tobirama pasó de cuatro días generales, a casi una semana y media; entre fluctuaciones ocasionales, el dolor físico se mantuvo durante todo ese tiempo, agotándolo de sobre manera durante los picos más arduos de su calor.

Madara no se apartó de su lado durante ese tiempo, mimó y cuidó con esmero a su esposo; a pesar de su renuente manera de ser. Trataba de manejar lo que podía practicando el jutsu que Tobirama le había enseñado días atrás. Por el momento sólo podía hacer tres copias eficientes; tenía capacidad para más; pero si utilizaba su sharingan era más que claro que no había equidad al momento de asignar y dividir el chakra; las copias podían pelear, pero quería hacerlo eficiente como Tobirama lo hacía.

Dos de los clones se encargaban de revisar algunos informes y llenar escritos pendientes de las juntas mientras que otro se encargaba de limpiar la habitación para que Madara sólo prestara atención a su esposo.

Tobirama de cierta manera estaba orgulloso de que su alfa estuviera practicando su jutsu mientras estaba a su lado; pero recordó lo cansado que podía ser tener tantos clones trabajando; el jutsu era una maravilla, pero tenía sus contras; el cansancio se acumulaba y también el dolor físico subsecuente de algún golpe. Había estado trabajando en una manera de transferir todo ese daño a un clon sin la necesidad de pasar primero por su cuerpo… pero no había tenido tiempo de invertir en sus propias investigaciones por trabajar en las propuestas… además, estar en cama consumía demasiado tiempo valioso. Que Tobirama planeaba recuperar redoblando esfuerzos.

Los días pasaron y Tobirama recuperó un poco de su normalidad; ahora con las indicaciones de centrarse únicamente en sus proyectos, la carga de trabajo se vio reducida en un treinta por ciento. Con anterioridad, se hubiera ofendido de sobremanera, con el simple hecho de pensar en quitarle trabajo. Para él era una manera muy insultante de decirle que no era bueno en lo que hacía; Tobirama se jactaba de ser el mejor y era un golpe directo a su orgullo.

No era diferente de aquel entonces, pero Madara había sido claro y justo; estaba en recuperación y la manera tan insana en la cual realizaba sus trabajos le preocupaba, no estaba peleado con su lado apasionado por la política y la eficiencia, al contrario, Madara lo había elogiado con creces durante su discusión; pero estaba profundamente angustiado por su situación con el desgaste físico.

Tobirama tampoco podía ser indiferente con sus sentimientos; su dolor era real, sumamente real a través de su vínculo.

El omega tuvo que insistir un poco más en hacerse cargo también de la supervisión ante la negativa de Madara. El alfa sabía que Tobirama no iba a hacerle caso, por lo que tuvo que negociar sobre la cantidad de tiempo que podía invertir en el trabajo por día. La cantidad de horas y de siestas que debía tomar. La comida que iba a recibir y, sobre todo la limitación en los entrenamientos de combate físico y ninjutsu.

Era injusto, sumamente injusto a los ojos del albino.

Y lo peor de todo es que Madara estaba siendo sumamente justo.

Él no estaba bien.

No podía sostenerse a sí mismo apenas hacía unos días.

No tenía percepción del tiempo cuando trabaja, saltándose comidas e incluso días de sueño.

Sus reservas de chakra estaban al límite de lo que se consideraba seguro.

Y su celo era completamente errático por el momento.

Lo que necesitaba era un itinerario y control sobre su salud, que Madara estaba ofreciendo con todo el amor que podía ofrecer. Para un maniático del control como Tobirama, era la prueba más grande de lealtad que podía dar. Iba a aceptar estar al cuidado de Madara si eso le permitía seguir con sus proyectos de mejora.

Madara era un controlador al igual que él. Pero había algo en su mirada que lo hacía confiar, que era un amor y preocupación genuinos por él. Le llenaba el pecho de calidez, de la misma manera en la que Hashirama llegaba con té por la noche cuando el insomnio lo atacaba; y su cálido calor corporal lo envolvía y obligaba a dormir sobre su pecho.

El pelinegro soltó un suspiro.

Abrazando a su esposo a manera de consuelo.

No le gustaba cuando Tobirama no quedaba satisfecho con algo, pero no podía ceder en esto, se trataba del amor que sentía por él. Tan grande y fuerte como sólo un Uchiha puede sentir. Había entendido muchas cosas en esos días sobre su conexión y vínculo; Así como el amor y la excitación se podían percibir, también sentía tan vívido el dolor y el miedo.

Cuidar de su esposo lo había devuelto a la realidad de esos días de Luna de Miel que había tenido, no siempre serán días felices donde las sonrisas son cálidas y sus besos son un regalo envuelto con su nombre.

Haría lo que fuera porque Tobirama estuviera bien.


El albino comenzó a trabajar al día siguiente acompañado de un clon de Madara, que vigilaba que cumpliera con su agenda.

 El trazo tembló.

Tobirama frunció el ceño, con molestia apenas contenida. Apretó con más firmeza su pincel y deslizó de nuevo la regla sobre el papel mantequilla, como si pudiera trazar sobre la duda una línea de certeza.

—Tsk —chistó entre dientes, volviendo a marcar el pasillo de evacuación hacia el ala este—. ¿Y si colapsa el muro exterior? No hay una segunda ruta… Es inaceptable.

A un lado, el clon de Madara, de brazos cruzados, lo observaba en silencio. Había aprendido que interrumpir el proceso mental de Tobirama sólo lo irritaba más. Pero le tendió sin decir nada un segundo plano, uno que había encontrado entre los archivos de la antigua biblioteca Uchiha. Tobirama lo tomó sin agradecer —no por grosería, sino por concentración— y volvió a inclinarse sobre la mesa.

—La biblioteca tiene cimientos más profundos que la sede administrativa… Si se integrara un corredor subterráneo desde allí… Hmn.

Empezó a dibujar una nueva sección. El diseño era limpio, estructurado, con los accesos marcados en rojo y puntos de refugio señalados con runas de protección.

Pero sus pensamientos regresaban, como niebla inevitable, a esa idea que lo había asaltado de manera traicionera minutos antes. Una que nada tenía que ver con evacuaciones, refuerzos estructurales ni contingencias bélicas.

Recordó lo que había sucedido esa mañana.

“¡Tobirama-sensei!”, exclamaron dos voces al unísono.

Kou y Kōtarō corrían desde la entrada del edificio de la biblioteca, dejando atrás a sus hermanos mayores, quienes apenas alzaron la vista del pergamino con ejercicios. Los gemelos no lo dudaron ni un segundo. Con la caligrafía aun temblando en sus pequeños rollos, se lanzaron a abrazar las piernas del albino.

Tobirama apenas pudo disimular la mueca de sorpresa antes de posar con torpeza una mano sobre cada cabeza.

—Se ven más estables con el pincel —comentó, con suavidad seca, pero no se apartó.

Los niños alzaron la mirada. Kou sonreía como si el mundo estuviera bien otra vez, y Kōtarō hablaba rápido, muy rápido, como si temiera que el tiempo no alcanzara.

—Nos contaron que estaba enfermo, pero ahora está bien, ¿verdad? ¿Sí está bien, sensei?

Tobirama asintió en silencio. El gesto fue leve, pero bastó para que los pequeños se iluminaran como luciérnagas. No dijo nada más, sólo dejó que sus dedos descansaran brevemente en sus cabelleras oscuras.

El presente lo envolvió de nuevo con un peso distinto en el pecho.

Volvió la vista al plano. Las líneas que había trazado no estaban mal, pero faltaban zonas seguras. Había replicado la normativa estructural básica del clan Uchiha, pero… se sorprendió al notar la ausencia de una regla de contingencia en caso de ataque a la sede.

Frunció el ceño.

Inaceptable, pensó.

Tomó su pincel y con el mismo trazo firme con el que había corregido mapas de guerra, hizo una nota en el margen:

“Presentar propuesta para protocolo de evacuación a Madara. Incorporar red de túneles seguros.”

Sus dedos se detuvieron un instante. El movimiento se ralentizó.

Kou y Kōtarō…

Los pequeños regresaron a su mente.

La idea germinó con timidez.

Ahora qu emi celo se ha presentado…

Tal vez…

Sus mejillas se colorearon con un rubor que le dio vergüenza incluso en soledad. Apoyó el pincel en el tintero y se frotó el puente de la nariz. Su corazón latía con un ritmo absurdo.

Podríamos intentarlo ¿no?….

¿Podría preguntarle a Madara si estaría listo, si desea, si podín permitirse intentar… tener un miembro más en la familia?

No es el momento, tal vez.

No es realista, quizá.

Pero su cuerpo reaccionaba con esperanza, y eso era peligroso. Él conocía su condición. Sabía lo complicado que sería lograr un embarazo. La infertilidad era un hecho clínico, tangible. No bastaba con desear.

Y, aun así, por un segundo, se permitió imaginarlo.

Con un pequeño de cabello oscuro, rizado y largo. Como si fuera la viva imagen de un Uchiha que él conocía muy bien.


El sonido de los clones explotando en humo seco llenaba el campo de entrenamiento con un ritmo irregular. Madara retrocedió un paso, jadeando. El jutsu era más complejo de lo que parecía, incluso para alguien con su chakra. A su izquierda, Daigo observaba en silencio con los brazos cruzados. Gorō, en cambio, no disimulaba su expresión crítica.

—Otra vez —dijo Madara con firmeza, formando el sello del tigre.

Dos nuevos clones aparecieron. Esta vez logró una mejor división de chakra, Daigo activó su sharingan para confirmarlo..

—Estás concentrando demasiado chakra en el pecho —comentó Daigo finalmente—. Eso los hace inestables según las notas de Tobirama, además, es fácil identificar quién es el real.

—Lo sé —masculló Madara, secándose el sudor de la frente con el antebrazo—. Pero ya casi está.

Gorō alzó una ceja.

—¿Piensas usar esta técnica en la prueba de campo?

—Tal vez. Podría marcar la diferencia si las líneas de defensa se quiebran en los extremos.

Daigo asintió, meditando la posibilidad.

—Eso, si no aplazamos la prueba.

Madara giró hacia él, desconcertado.

—¿Aplazarla? ¿Por qué?

—Porque Tobirama no está en condiciones de reforzar la barrera —explicó el general—. Él iba a delimitar el perímetro y anclar los sellos de estabilidad. Sin eso, el terreno es demasiado amplio para una prueba controlada.

Madara chasqueó la lengua, pero trató de contenerse.

—Podríamos pedirle que sea sólo consultor. No tendría que salir del despacho siquiera. Podría dirigir el proceso desde los planos.

Gorō hizo una mueca.

—No me convence.

El tono era firme, pero respetuoso. Madara cruzó los brazos, a la defensiva.

—¿No confías en sus capacidades?

—No tiene nada que ver con eso —respondió Gorō, mirando directamente a su líder—. Nadie duda de sus habilidades. Pero es una irresponsabilidad llevar a alguien en recuperación a una misión, aunque sea de forma indirecta, si eso implica que esté en riesgo o bajo presión. No es seguro para él ni para el resto del equipo.

Madara bajó la mirada, endureciendo la mandíbula. Gorō no había terminado.

—Y no es sólo su salud. Tobirama ya está supervisando el anteproyecto de la escuela, evaluando los exámenes del grado militar y aún nos hace observaciones en los tratados. No puede cargar con más, por mucho que lo necesitemos.

El silencio cayó entre los tres.

Daigo no intervino. Sólo desvió la vista al horizonte, donde el cielo comenzaba a teñirse de nubes pesadas.

Madara cerró los ojos por un momento. El instinto lo empujaba a defenderlo. A decir que Tobirama era más tenaz de lo que pensaban. Pero lo sabía. Sabía lo mucho que le estaba costando recuperarse.

Sabía también lo terco que era, y que no pediría ayuda, aunque colapsara en el intento.

—No me gusta dejarlo fuera de algo así —admitió al fin, con voz baja—. No por desconfianza, sino porque sé que le importa. Sé que le gustaría estar.

—Lo sé —dijo Gorō—. Y por eso tú debes protegerlo. Aunque eso signifique dejarlo descansar.

Madara apretó los puños. No dijo nada más. Pero el sello del tigre se deshizo en sus dedos.

El clon de Madara exhaló un breve suspiro mientras observaba cómo Tobirama delineaba con precisión quirúrgica los últimos trazos del plano arquitectónico. Estaba ajustando la circulación de la planta baja, buscando reducir zonas muertas en caso de evacuación. El trabajo era meticuloso, casi obsesivo.

—Es la hora de la cena, mi señor —informó el clon, sin alterar el tono respetuoso que había adoptado desde el inicio del día.

Tobirama ni siquiera alzó la vista al principio. Se limitó a asentir con un leve fruncimiento en el entrecejo. El comentario había llegado en el peor momento: estaba a punto de cerrar la sección final de distribución de aulas.

—Entendido. Ya voy —respondió, con la voz algo tensa por la interrupción.

El clon no añadió nada más. Se inclinó levemente y desapareció con un suave sonido de humo disipándose.

Tobirama dejó el pincel con cuidado sobre la bandeja, lo limpió de manera casi ritual, y se puso de pie. Reacomodó su haori con un movimiento automático y salió de la oficina sin decir palabra. El aire de la tarde acariciaba su rostro con una brisa tibia, y el sol comenzaba a ocultarse detrás de las murallas que rodeaban el campo de entrenamiento.

Desde la distancia, alcanzó a ver tres figuras moviéndose con energía. Madara estaba en el centro, rodeado por Gorō y Daigo, quienes ejecutaban enérgicamente una secuencia del jutsu que él mismo les había enseñado días atrás.

Tobirama no pudo evitar una sonrisa breve, casi imperceptible, pero sincera.

Madara se giró casi al instante, como si hubiera sentido su chakra desde el otro extremo del campo. Sus ojos se suavizaron en cuanto lo vio, y una sonrisa ligera se asomó en su rostro. De inmediato redujo el ritmo de su respiración y caminó hacia él.

—Mi señor —saludó Gorō, inclinando la cabeza con formalidad apenas Tobirama se acercó.

—Nos alegra profundamente verlo de nuevo.—añadió Daigo, replicando la reverencia con idéntico respeto.

—Gracias —respondió Tobirama, inclinando apenas la cabeza—. Y lamento cualquier inconveniente que mi ausencia haya causado. Haré todo lo posible para no ser una carga en el futuro.

—Mi señor —intervino Gorō, con un tono grave y firme—. Usted no ha sido una carga. No es necesario disculparse.

—Coincido —dijo Daigo con serenidad—. Lo que necesita ahora es centrarse en su recuperación.

Tobirama entrecerró los ojos por un segundo, como si fuera a replicar con alguna observación mordaz… pero en ese momento sintió el calor familiar de una mano posarse en su espalda baja.

Madara se había acercado en silencio. Lo miraba con esa expresión que reservaba únicamente para él. una mezcla de calma y devoción silenciosa.

—Ven —murmuró, con un tono suave—. Es hora de cenar. Nos retiramos.

Tobirama no replicó. Aceptó la invitación con un asentimiento discreto, sin apartarse del contacto de la mano en su espalda. Sus pasos lo guiaron al lado de su esposo, mientras los generales se retiraban hacia el otro extremo del campo, retomando brevemente la charla táctica.


Madara observaba la mesa con un deje de ansiedad. Había insistido en que no fuera ningún sirviente quien sirviera la cena de esa noche. Él mismo quería hacerlo, había revisado cada ingrediente, y hasta se había tomado el tiempo de preguntar, de forma encubierta, a los cocineros del clan qué platillos parecían agradarle más a Tobirama.

Hubiera sido más sencillo preguntarle directamente. Pero eso habría arruinado la sorpresa.

Para Madara, cocinar o al menos seleccionar un menú era como planear una estrategia de batalla: con cuidado, con precisión, con una meta en mente. Y esta vez, la meta no era otra que ver los ojos rojos de Tobirama iluminarse, aunque fuera sólo un poco. Una pequeña curva de sus labios, un gesto mínimo que revelara satisfacción.

Era su forma de cortejarlo. O lo que él entendía como cortejo.

Nunca lo había hecho antes.

Y nunca pensó que querría hacerlo.

Madara Uchiha, el jefe del clan, nunca se había planteado dedicar tiempo ni pensamientos a los juegos del amor. Su vida había estado colmada de entrenamiento, estrategia, diplomacia, responsabilidad. Y, sin embargo, ahí estaba, cuidando los detalles de la comida como si dependiera de ello su prestigio.

Las cosas estaban cambiando. Floreciendo, como la misma primavera que teñía de color las colinas que rodeaban la sede del Clan Uchiha.

Tobirama se sentó con ayuda de Madara sobre el cojín del comedor. Se veía elegante, sobrio… y hermoso.

Madara sirvió de inmediato, como si su cuerpo respondiera antes que su voluntad.

—¿Huele bien? —preguntó, intentando sonar casual, aunque su voz tenía una nota de expectativa contenida.

Tobirama alzó una ceja. Observó la mesa servida, notando con rapidez que varios de los platillos eran versiones muy refinadas de las comidas que había aceptado más de una vez cuando estaba enfermo. Fideos con miso suave, arroz con jengibre, tsukemono de nabo dulce y un guiso de pescado sazonado con ciruela.

—Huele… —se acercó más, inclinando apenas la cabeza hacia uno de los platos— familiar.

Madara disimuló una sonrisa. No quería parecer orgulloso, pero el brillo que alcanzó a ver en los ojos del albino le bastó.

Se sentaron uno frente al otro. Tobirama probó el primer bocado en silencio. Masticó lento, evaluando. Y al final, sin decir nada, tomó otra cucharada. Y luego otra

Madara lo observaba mientras comía, intentando ocultar lo enternecido que estaba.

Sabía muy poco del pasado de Tobirama. Lo esencial era conocido por todos: el segundo hijo de Butsuma Senju, brillante estratega, líder militar, un omega de linaje respetado. Pero ahora, cada día, Madara descubría capas más complejas. Podía decir que Tobirama era rígido con sus deberes hasta el extremo, sumamente eficiente, obsesivo con el orden, controlador, argumentativo, sarcástico…

Y, al mismo tiempo, tierno.

Cálido.

Apasionado.

Madara pensó en la forma en que el cuerpo de Tobirama se rendía contra el suyo en las noches: esa respiración que se hacía profunda cuando recostaba la cabeza sobre su pecho; ese suspiro que parecía desarmarlo, desarmarlo a él.

Tobirama lo relajaba de formas impensables.

Y ni hablar del deseo.

Jamás había experimentado tanto placer como el que el albino le brindaba. Tobirama era apasionado, comprometido, divertido cuando quería serlo. Tenía una sensualidad espontánea, casi peligrosa. Siempre había algo nuevo, un ángulo distinto, un sonido inesperado, una mirada ardiente que lo dejaba temblando, incluso días después. Incluso ahora mientras tomaban su cena.

—Estás muy callado —dijo Tobirama, levantando la mirada del plato con la ceja ligeramente arqueada.

Madara parpadeó, como saliendo de una ensoñación.

—Estaba… pensando en ti —respondió sin rodeos

El silencio se alargó un par de segundos. Tobirama desvió la mirada y siguió comiendo, pero un leve sonrojo se coló en la curva de su oreja.

Madara sonrió.

Tobirama bebió el último sorbo de té con una expresión que rozaba el deleite. No lo dijo en voz alta, pero estaba claro que la cena lo había complacido profundamente. Todo había estado equilibrado, en su punto: el pescado cocido a la perfección, las verduras firmes pero suaves, el arroz con el nivel exacto de humedad. Incluso el té —aquel blend de hojas oscuras con un toque de ciruela seca— tenía la temperatura y la intensidad correctas.

Y Madara lo sabía.

No lo presumió con palabras. Se limitó a observar cada gesto que Tobirama le regalaba con una media sonrisa mientras se acomodaba levemente en su asiento, con la seguridad de quien ha acertado.

Tobirama evitó mirarlo directamente. Sintió la mirada fija de Madara sobre él, ese fuego tranquilo que lo desnudaba con más precisión que cualquier técnica sensorial. Reprimió la sonrisa que le pugnaba por nacer. No le daría el gusto de verla.

A veces, había que darse a desear.

—Estuve revisando algunos mapas antiguos de la zona de entrenamiento—dijo, dejando la taza con delicadeza sobre la mesa—. Hay una falla natural en la base de la ladera norte. No es grande, pero podría usarse como ruta de escape si se acondiciona adecuadamente. Podría conectar con la plaza central de la sede.

Madara se incorporó apenas, sus ojos entornados con interés inmediato.

—¿Falla natural? ¿No está registrada en los planos principales?

—No. Fue sellada hace dos generaciones. Pero el terreno sigue estable. Podría funcionar como vía de evacuación en caso de ataque externo. O como ruta alternativa para proteger a civiles… si sabemos cómo utilizarla.

Madara asintió con lentitud, procesando la información con la seriedad de quien entiende que nada de lo que dice Tobirama es trivial con respecto a las propuestas. Había aprendido a escuchar esas ideas con atención. Siempre había una lógica férrea detrás de cada palabra del albino. Y, más aún, una intención protectora disfrazada de cálculo.

—Preséntame un plan —dijo finalmente—. A tu gusto. No necesitas consultar con nadie más. Sólo revísalo conmigo cuando lo tengas listo.

Tobirama parpadeó, apenas. No se lo esperaba. Aunque Madara ya lo había respaldado antes, esto era diferente: le estaba dando libertad total sobre una medida táctica de seguridad para todo el clan. Sin filtros. Sin permisos cruzados. Solo él y Madara.

Era, en términos simples, un acto de profunda confianza.

Y Tobirama lo sintió. En el pecho, un profundo sentimiento de satisfacción.

Una calidez extraña que se coló entre costillas y se anudó bajo su esternón.

—Tendré cuidado con los cimientos —respondió con tono neutral—. No tocaré las estructuras ya existentes, te lo aseguro.

Madara asintió con una leve sonrisa de satisfacción. Una que Tobirama detectó de inmediato.

Y justo por eso no sonrió.

Quería hacerlo. Por supuesto que sí. Sentía un orgullo quieto recorriéndole la espina dorsal. Le emocionaba la idea de diseñar algo útil, con libertad plena. Pero no. No le regalaría esa reacción a Madara tan fácilmente. Tenía que mantener el equilibrio, el juego, la tensión. No se podía permitir volverse predecible.

Así que solo se acomodó el cabello detrás de la oreja con elegancia y alzó una ceja, como si aquello no fuera más que un asunto menor en su agenda.

—¿Algo más que deba considerar? —preguntó, fingiendo desinterés.

Madara lo sostuvo con la mirada un instante más. Sabía perfectamente que Tobirama estaba encantado con la concesión. Sabía también que estaba disfrutando el control de la escena, como siempre hacía.

Y a Madara… le fascinaba eso.

—Solo asegúrate de no perderte ahí abajo —respondió finalmente, con tono bajo, cálido—. Si desapareces entre túneles, tendré que ir a buscarte.

Tobirama no respondió.

Pero esta vez, la sonrisa se escapó. Breve. Lateral. Imperceptible para cualquiera… excepto para Madara.


La noche era fresca y silenciosa, con el murmullo distante del viento rozando las hojas de los ciruelos del jardín este. Madara y Tobirama caminaron sin prisa, bordeando los senderos de piedra que llevaban al límite de la propiedad de la Mansión Uchiha. Las lámparas de aceite apenas iluminaban el suelo a sus pies, proyectando sombras suaves sobre sus rostros.

Tobirama tenía las manos entrelazadas en la espalda, con su haori y el de Madara cubriéndolo de la brisa repentina. Había algo en su postura que denotaba inquietud, a pesar del ambiente sereno que los envolvía.

—La barrera… —murmuró, sin necesidad de girarse para saber que Madara lo escuchaba con atención—. Aún no alcanza el setenta por ciento de cobertura.

Madara ladeó el rostro hacia él.

—Lo sé.

Tobirama bajó la mirada, deteniéndose junto a uno de los árboles del jardín. Rozó el tronco con la yema de los dedos.

—Lo siento—añadió—. Hace más de dos semanas que prometí reforzarla y no he podido realizar nada de eso. El chakra que produzco ahora… no es suficiente para poder ayudarte. Estoy retrasando una defensa fundamental del clan.

La voz le tembló apenas, imperceptible para casi cualquiera. Pero Madara lo notó.

—Tobirama… —se acercó despacio—. Escúchame.

El Uchiha alzó una mano y acarició su rostro con ternura. Luego, lo atrajo hacia sí y lo abrazó.

Sus brazos lo rodearon con firmeza.

—No quiero oírte decir eso otra vez —susurró, con la voz baja y tensa, como si luchara por contener un torrente mayor—. No tienes la culpa de nada de esto.

Tobirama no respondió de inmediato. Se quedó quieto, con el rostro apenas apoyado en el hombro de Madara. Cerró los ojos un momento. Odiaba la debilidad creciente que estaba experimentando.

Madara lo reconfortaba acariciando su espalda, podía sentir en su vínculo la inseguridad de Tobirama.

—Daigo y Gorō están entrenando a sus unidades con clones. Esta noche harán guardia en la frontera sur —continuó Madara, aún sin soltarlo—. La barrera resistirá gracias a que nos haz regalado tu jutsu. Nadie más que tú, podría haber hecho eso por este clan. Aunque no estés canalizando chakra ahora, todo lo que hiciste… y nos enseñaste nos está protegiendo.

Tobirama respiró hondo. Sus ojos rojos se encontraron con los de Madara, llenos de amor y alivio.

—Me siento inútil cuando no puedo servir —confesó, apenas audible—. Cuando no puedo ayudar con lo que sé que puedo hacer.

Madara apoyó su rostro contra el del albino. Lo sostuvo un poco más, antes de separarse sólo lo suficiente para mirarlo a los ojos.

—Te estás recuperando de muchas complicaciones médicas. No me importa si puedes levantar una barrera o invocar cien sellos. Me importa que estés aquí. Caminando. Comiendo. Hablando conmigo. Que me ilumines con tu presencia cada día.

Tobirama se sonrojó de inmediato. Bajó la mirada, levemente avergonzado, con una timidez casi infantil que contrastaba con todo su porte habitual.

—Sólo… espera un poco más —pidió en voz baja—. Pronto podré retomar mis tareas con normalidad.

Madara negó despacio, como si fuera una verdad que no estaba dispuesto a aceptar.

—No te apresures —susurró—. Lo que realmente me importa… es que estés bien.

—Es la única forma en la que siento que puedo corresponderte —insistió Tobirama, con las cejas ligeramente fruncidas—. Es lo que sé hacer. Trabajar. Aportar algo. Si no puedo hacerlo… siento que todo esto no tiene equilibrio.

Madara rio apenas, una risa breve, ronca, contenida en su pecho.

Tobirama alzó la vista, desconcertado.

—¿De qué te ríes? Estoy hablando en serio.

—Lo sé —respondió Madara, con una sonrisa en la voz—. Pero eres tan… tú. Siempre tan estructurado. Tan esforzado. Tan terco. Incluso cuando hablas de corresponderme, lo haces como si se tratara de un contrato.

Antes de que Tobirama pudiera replicar, Madara lo besó.

Lo besó con una pasión tal, que el fuego era poco comparado con el calor que sus cuerpos estaban sintiendo, como si hubiera estado guardando esa energía todo el día para inyectarla en su esposo.

Y Tobirama le respondió con igual fervor, empujado por la marea, con las manos firmes sobre su pecho, agarrándolo como si necesitara sostenerse.

Madara lo abrazó más fuerte, una mano en su nuca, la otra descendiendo por su espalda con una familiaridad que los erizó a ambos. Cuando se separaron, los dos estaban ligeramente jadeantes.

—Tobirama… —murmuró contra su boca—. La forma en la que me desarmas cada noche… en la que me miras… en la que me deseas… y me cuidas…

Es lo único que necesito.

Esa es tu forma de corresponderme.

Y la amo.

Amo que seas tan dedicado a tu clan… a tu nueva familia y a mi…

Tobirama no respondió de inmediato, pero sus ojos, todavía encendidos por el beso, buscaban los de Madara como si en ellos encontrara algo que necesitaba. Acercó su frente a la del Uchiha, rozándola con la suya con una ternura que lo hizo suspirar.

Ese gesto, tan simple y tan profundo, llevaba consigo toda la carga de lo que no sabía decir con palabras.

Su amor.

—Madara… —murmuró, con la voz apenas más baja que un suspiro. Sus pupilas se entrecerraron, y sus mejillas, aún sonrojadas, no ocultaban su vulnerabilidad—. Acompáñame… a la habitación.

Necesito… estar a solas contigo.

El tono tímido. Pero tan erótico, tan lleno de deseo contenido, que el corazón de Madara pareció dar un vuelco.

No necesitó decir nada más . Le tomó la mano y se dejaron guiar por el pasillo en silencio.

Al llegar a la habitación matrimonial, Madara cerró la puerta con cuidado. Tobirama se acercó a la cama sin soltar su mano y lo atrajo con suavidad para que se recostaran juntos, sus labios encontrándose otra vez en un beso lento, profundo, como si quisieran memorizar el aliento del otro.

Sus manos entrelazadas sobre el colchón, firmes, unidas. Como si estuvieran fundidas una con la otra.

Madara se incorporó un momento, sin romper el contacto visual, y con movimientos pausados encendió el incienso.

El aroma cálido del sándalo empezó a llenar la estancia mientras prendía también unas velas aromáticas que Tobirama amaba.

La habitación se tornó dorada y tenue, bañada en luz temblorosa.

La atmósfera cambió.

Se volvió más suave y llena de expectativa.

Tobirama lo observaba desde la cama, con la respiración más agitada, sus ojos clavados en cada gesto, cada movimiento.

Madara regresó a su lado y volvió a recostarse con él, besándolo otra vez. Esta vez, el beso fue más lento. Más paciente.

Como si ambos supieran que la noche recién comenzaba.

Las manos de Tobirama encontraron la cintura de Madara y lo atrajeron con más decisión, mientras sus piernas se rozaban bajo la manta ligera.

Ambos se dejaron llevar.

Con amor.

Como si el cuerpo del otro fuera un mapa ya conocido y, sin embargo, nuevo cada vez.

Y mientras la llama de las velas bailaba en las paredes, el aroma del incienso tejía promesas invisibles entre ellos.

Notes:

Espero les agrade el cap jejejejeje <3 Este arroz ya está a medio cocinaaaaaAr. ¿será que Madara logra darle a Tobirama un mini clon? <3 sería tan lindo verlos con un bebé.

Chapter 17: Capitulo 17: ¿Por qué no asociamos tu frío y mi fuego?

Notes:

Escribí esto en lugar de dormir. u.U me siento mareado....

Chapter Text

Capítulo 17: ¿Por qué no asociamos tu frío y mi fuego?

Aunque no era desconocido el cuerpo de Tobirama bajo el suyo, en esta ocasión, sus besos tenían un sabor diferente, un deseo tan profundo que podía sentir en su vínculo; el calor que brotaba de sus manos era fuego sobre su piel.

Sus cuerpos ya se habían encontrado en esta posición antes, sujetados de la misma manera, pero no dejaba de ser una experiencia de ensueño.

Tobirama besaba su cuello con lascividad, mordía y chupaba todo lo que encontraba a su paso; la temperatura de su cuerpo rivalizó con la del alfa. Y el sudor se aperló su frente en un segundo. Madara lo notó al instante mientras se embriagaba del dulce olor del albino.

Madara sintió que sus piernas temblaban y se doblaban. Era débil a los besos que deseaban ansiosos su cuerpo. El omega recorrió el cuello dejando huella en cada centímetro de la piel de Madara, llegando hasta su pecho, sus manos se detuvieron un momento y bajaron hasta su único. Frotó cerca del área, asegurándose de que esa parte de su marido estuviera despierta para esa noche. Madara casi se atrae con su propia saliva. Mientras se restregaba en el pecho, oliendo profundamente esa mezcla entre pino, canela y… ¿manzana?...

Tobirama perdió la noción del tiempo.

Por un momento estaba en el fornido pecho del alfa… emborrachándose de ese aroma tan delicioso… se perdió en el momento cuando ya estaba en su entrepierna, observó el desgarro de la ropa desde el rabillo del ojo. Estaba muy ocupada atendiendo otra cosa.

Deslizó su lengua con cuidado, impidiendo tocar la punta del pene de Madara. Iba a darle un espectáculo esa noche.

Madara se había portado bien.

Tenía que recompensarle de alguna manera ¿no?

La agitación de su respiración crecía mientras más profunda Tobirama lo exprimía. Madara, sin poder contenerse, sujetó del cabello al albino, obligándolo a mirarlo fijamente a los ojos. Tobirama tenía una expresión obscena. Casi burlándose de la desesperada agitación del alfa, quien, en una ola de placer creciente, soltó el agarre de su cabello y puso los ojos en blanco.

La excitación lo recorrió como electricidad, no pudo evitar correrse dentro de su boca.

Su orgasmo había sido violento y gutural. Mostro de manera posesiva los colmillos, haciéndose daño en el proceso.

El olor de la sangre atrajo a Tobirama, que soltó al fin el agarre que tenía sobre la cintura de Madara. Se lanzó sobre él, hasta sus labios, buscando probar la sangre que había salido de su herida. El pelinegro no desaprovechó para besarlo profundamente.

Sus manos envolvieron al omega con deseo desenfrenado, quitando las pocas prendas que aún estaban sobre él. El costoso yukata que llevaba puesto fue reducido a un trapo viejo en segundos. Lo había arrancado como si fuera nada.

Mostrando el alargado y elegante cuerpo de Tobirama Senju. Un ángel que había llegado del cielo a entregarle su cuerpo sólo a él, o el mismo demonio que lo tenía bajo un hechizo. No había diferencia. Tobirama finalizó el beso por falta de aire. Agitado y tembloroso.

Madara lo acercó con fuerza para abrazarlo de nuevo.

Podía sentir de nuevo la erección de Madara, creciente sobre su vientre, caliente y húmedo. El recuerdo de Madara llenándolo con ello hizo que le temblaran las piernas de intranquilidad. Madara se enterró en su cuello, reclamándolo una vez más.

El omega se doblegó ante la debilidad reciente en sus muslos; buscó las manos de Madara, exigiendo, casi ordenando atender la creciente humedad que brotaba en su entrada. Los dedos de Madara eran largos y gruesos, hábiles para formar sellos y para encontrar el punto de placer exacto del Demonio Blanco. La respiración de Tobirama era desordenada y entrecortada. Cuando pensaba que podía seguir el ritmo de su amante, lo sorprendía con más intensidad.

Su cuerpo cayó apoyado sobre el de Madara. Frenético por el inmenso placer que estaba experimentando.

El Uchiha lo apoyó sobre las almohadas que adornaban su cama. Madara estuvo sobre él durante un momento, observando su obra, como el pecho de Tobirama subía y bajaba desordenado por sus acciones, el cómo su cuerpo se ajustaba a sus brazos, en cómo sus labios complementaban los suyos. Estaban hechos para estar unidos, para estar juntos toda la vida.

Quiero ser tuyo toda mi vida Tobirama, permíteme ser tuyo, por favor…— El cuerpo del albino se contrajo cuando escuchó aquellas palabras mientras Madara se hundía con suavidad entre sus pliegues, llenándolo con su enorme pene, duro por la excitación que recorría su cuerpo durante el celo inesperado.

Tobirama, quien estaba acostumbrándose a la sensación, sintió un calor envolvente en su vientre, parecido al celo, pero soportable gracias a su alfa, quien lo estaba embistiendo de manera tan diligente que el dolor menguaba ante las sensaciones placenteras. Tuvo que sujetarse de las sábanas para no perder el ritmo. Madara estaba cegado en ese momento, sólo respondía a los gemidos y sensaciones dentro del vínculo que compartían.

El omega lo obligó a detenerse cuando el placer lo abrumaba y comenzaba a perder el control. El alfa lo contuvo liberando su olor, para tranquilizarlo. Tomó el esbelto cuerpo de Tobirama, girándolo en el proceso de colocarlo en cuatro. La sangre se le subió a la cabeza, pulsando como un tambor de guerra en plena fase de batalla, pudo sentir las grandes manos de su marido atraerlo. Madara frotó su pene sobre su entrada, húmeda y caliente.

El más joven gimió con fuerza, casi como un animal herido, su cuerpo estaba ansioso por más, y el calor sólo parecía crecer y crecer en su vientre, fue imposible notar en qué momento su celo inició; pero ya estaban haciendo algo al respecto sin saberlo.

Madara lo tomó desde el pecho, obligándolo a levantarse.

—Me tienes completamente atrapado Tobi, ¿Esto es lo que buscabas? —Susurró entre cortado. — Seré tu prisionero de por vida, así que hazte responsable de mí.

Ah…— El placer era tan grande.

Tobirama no acostumbraba quedarse sin voz en una dinámica como esa, sin embargo, esa noche no pudo formar ninguna frase completa… estaba hundido en sus múltiples orgasmos. Estaba apretando con tanta fuerza sobre si, que Madara gruñó.

Podía sentir como Tobirama estaba contrayéndose, buscando desesperadamente evitar que lo dejara a mitad de camino sin un nudo, podía sentir como el cuerpo de su omega temblaba con cada embestida fuerte, apretaba más y más. Madara sintió como su conciencia lo abandonaba a medida que ejercía con más fuerza.

Su liberación estaba cerca, muy cerca, demasiado cerca. Estaba a tres embestidas de lograrlo. El interior de Tobirama, suave como esa piel de zorro de las nieves, se sentía como el paraíso. Fue ensordecedor llegar de esa manera al clímax. Sostuvo el cuerpo de su amante con fuerza, asegurándose de que se sintiera seguro.

Ambos cayeron de lado sobre el colchón.

Tobirama trataba de recuperar el aliento, fallando completamente en el acto. Podía sentir como el semen de Madara lo llenaba con fuerza dentro de sí, dándole el placer que tanto estaba esperando, la deliciosa sensación del nudo y lo que conllevaba.

Se sintió satisfecho y saciado.

Una vez que el nudo bajó, pudieron liberarse. Madara atrajo a su pecho a Tobirama, depositando un beso sobre su cabellera, oliendo como sus aromas se mezclaban después del acto sexual. Ambos se besaron de nuevo, sin decir más. Podían sentir todo a través de su conexión.


La sede del Clan Uchiha había recobrado una calma inusual.

O al menos, tan calmada como podía estar con el constante golpeteo metálico y el eco grave de la construcción de la nueva escuela militar. El aire olía a madera recién cortada y a polvo seco, pero el murmullo de los artesanos y obreros se mezclaba con las risas lejanas de los niños, suavizando la dureza del trabajo.

Tobirama observaba con atención los movimientos de los encargados de la excavación en la zona este, donde se abrirían los nuevos túneles de evacuación. El proyecto había sido aprobado semanas atrás por Madara, de forma directa, frente a todo el consejo. No hubo debate, ni votación, ni objeciones. Solo el peso absoluto del voto de confianza del líder, un privilegio que según Tobirama iba entendiendo, era exclusivo de su rango.

—Alto ahí —indicó el Senju, señalando con precisión el punto donde se acumulaban los escombros—. La medición está corrida cinco metros hacia el oeste. Corríjanlo antes de continuar. No podemos permitirnos errores de cálculo.

Los trabajadores asintieron con un murmullo de disculpas, apresurándose a corregir el rumbo. Tobirama dio un último vistazo antes de entrar en la pequeña carpa instalada a un lado, buscando sombra del sol abrasador. El calor le rozaba la piel como brasas, y aunque llevaba una yukata ligera encima de su ropa de combate, no dejaba de sudar.

Uno de los constructores se acercó con un cuenco de agua fresca.

—Mi señor —dijo con respeto, tendiéndoselo—. Estaba revisando los planos… ¿cómo desea que organicemos el itinerario de trabajo para la siguiente fase?

Tobirama bebió un sorbo antes de responder.

—Lo primero es separar la grava de la arena. Una vez seleccionados, podremos usar la grava como base y la arena para las mezclas. Después iniciaremos con la cimentación de mampostería —explicó, y al notar la duda en el rostro del hombre, añadió—: Es un sistema muy común en fortalezas y castillos de la capital. Básicamente, se colocan grandes piedras irregulares en la base, encajadas entre sí, y se rellenan los huecos con piedras más pequeñas y mortero. Así se distribuye el peso y la estructura queda firme incluso ante vibraciones o humedad.

—Entiendo, mi señor, me parece apropiado. —respondió el constructor con una sonrisa amplia—. Puedo encargarme del resto del día. Usted puede ir a hacer su reporte.

—Lo aprecio —respondió Tobirama con una leve inclinación de cabeza.

Salió de la carpa y se adentró en la calle principal. El sol comenzaba a bajar, pero el calor seguía oprimiendo el aire. Los adoquines oscuros reflejaban la luz, y los toldos de las tiendas se mecían suavemente con la brisa. No llevaba su habitual vestimenta formal y eso resaltaba ante las miradas atentas de la comunidad Uchiha.

Al principio, su presencia en las calles había sido recibida con cierta reserva. Las miradas inquisitivas y los susurros eran inevitables para un Senju en territorio Uchiha. Pero, con el tiempo, la comunidad se había acostumbrado a verlo caminar con paso seguro, siempre atento a su alrededor y, de vez en cuando, dedicando un gesto o una palabra amable.

Los niños, en especial, parecían tener un instinto natural para acercarse a él. Como osos a la miel, lo buscaban sin miedo. Algunos se prendían a sus brazos, otros corrían a enseñarle flores o juguetes improvisados. Las madres y omegas lo saludaban con respeto, algunas con un toque de curiosidad que rozaba la intromisión.

—¿Y Lord Madara? —preguntó una mujer de mediana edad, con una sonrisa cómplice—. Hace días que no lo vemos por aquí.

Tobirama le dedicó una mirada paciente, aunque su pupila escarlata brilló con un matiz de advertencia.

—Está ocupado con asuntos del consejo —respondió, sin más detalles.

No era raro. El chisme corría rápido en la comunidad Uchiha, y las preguntas sobre su líder o sobre él mismo se habían convertido en una especie de costumbre.

Tobirama continuó su camino, saludando a quienes encontraba, con esa mezcla de formalidad y calidez que, poco a poco, estaba tejiendo un nuevo lazo entre él y la gente de ese lugar.


Madara lo recibió en su oficina, sentado tras el escritorio con varios pergaminos abiertos. Tobirama le entregó el resumen del día y explicó con calma el progreso y las correcciones necesarias. El Uchiha lo escuchó sin interrumpirlo, siguiendo cada palabra, pero sin poder evitar que su atención se desviara a otro punto.

En las últimas semanas, Tobirama había recuperado todo el peso que perdió desde su llegada… y más. El ejercicio moderado y el descanso le habían devuelto la masa muscular, definiendo nuevamente sus brazos y hombros. Su rostro, antes demacrado, mostraba un brillo sereno y sus movimientos ya no cargaban el peso de la fatiga constante. Incluso los episodios erráticos de celo habían desaparecido casi por completo.

Madara se recostó contra el respaldo de la silla, cruzando los brazos mientras escuchaba a Tobirama exponer el avance de la obra. Cuando terminó, inclinó un poco la cabeza, como si apenas ahora se permitiera hablar.

—¿Ya has comido? —preguntó, con un tono que disimulaba la preocupación.

—Esperaba hacerlo contigo —respondió el albino—. Así también puedo comentarte lo de la salida de campo con los reclutas en cinco días, junto con un avance de nuestra pequeña investigación.

Madara asintió, apartando algunos pergaminos del escritorio. Tobirama, sin poder evitarlo, comenzó a ordenar los documentos con una paciencia fingida.

—Tu sistema de “organización” es un desastre —murmuró.

El Uchiha soltó una carcajada baja, atrapando la mano del Senju antes de que reorganizara otro montón de papeles.

—No muevas nada, en mi desorden hay orden —dijo con fingida solemnidad.

Tobirama soltó un suspiro exasperado, pero el momento se interrumpió cuando Madara se levantó y lo abrazó por detrás, inclinándose para besar la nuca, justo sobre la marca del vínculo. El contacto fue suave, pero cargado de obscenidad.

—Madara… detente —pidió el albino, aunque su voz carecía de firmeza. Casi era un susurro.

—No puedo —susurró contra su piel—. Últimamente, después de cada sesión de entrenamiento, solo pienso en ti… en cómo tu cuerpo ha cambiado… más fuerte… más—

—¡Ya basta! —lo interrumpió Tobirama, completamente sonrojado.

Madara sonrió con evidente satisfacción antes de soltarlo. Salieron juntos de la oficina y se dirigieron al comedor, donde Hiyori ya los esperaba para servirles. El aroma de arroz con verduras y especias llenaba el ambiente. Había también sopa de miso y pollo asado, dorado en su punto.

Comieron en silencio un momento, hasta que Tobirama habló.

—He avanzado con el jutsu que hemos estado trabajando —dijo, dejando los palillos a un lado.

Madara lo miró con interés.

—¿El de los sellos de almacenamiento?

—Sí. Hashirama me dio un pergamino con varias cosas. Entre ellas, apuntes personales de Mito sobre jutsus de sellado… un halcón mensajero —explicó, recordando el animal—. Y algo que no esperaba: un sello de mi Hiraishin, con modificaciones.

Madara arqueó una ceja, intrigado.

—¿Modificaciones?

—Sí, sin embargo, lo importante fueron los apuntes de Mito. Gracias a ellos, y a tu ayuda, he logrado perfeccionar los sellos de almacenamiento de chakra.

El albino tomó un sorbo de sopa antes de continuar.

—Su funcionamiento es simple en teoría: una persona guarda su chakra dentro del sello y este puede transferirse de manera más rápida y eficiente a alguien con niveles bajos. Pero en la práctica… es un jutsu de alto nivel. Requiere manipulación precisa para que el chakra sea completamente compatible con el receptor.

Madara asintió, comprendiendo.

—Y en nuestro caso funciona porque… —empezó.

—Porque tenemos un vínculo y una compatibilidad casi perfecta —terminó Tobirama, sin mirarlo, pero con una leve sonrisa—. Aunque nuestras afinidades elementales sean opuestas.

—¿Y crees que ya es momento de ponerlo a prueba? —preguntó, con esa chispa de curiosidad que pocas veces dejaba ver.

Tobirama no respondió de inmediato; se levantó ligeramente de su asiento y, con la precisión meticulosa que lo caracterizaba, colocó sobre la mesa un sello ya preparado. Era parecido a un sello explosivo, pero con marcas completamente diferentes.

—Podemos intentarlo ahora. —Sus dedos tocaron el borde del papel, casi como si aún evaluara si era buena idea—. Está cargado con mi chakra, pero no puedo colocar demasiado. Estoy intentando mantener mis reservas estables.

Madara notó el matiz en su voz. No era una queja, sino una aceptación disciplinada de sus propios cuidados. Sus labios se curvaron apenas en una sonrisa orgullosa.

—¿Y en cuánto estás ahora? —preguntó, como si quisiera comprobar personalmente que su omega estaba recuperándose según lo planeado.

—Aproximadamente un setenta y ocho por ciento de mi capacidad física al igual que las reservas de chakra.—respondió Tobirama, casi como si diera un reporte militar—. Nada mal, considerando hace un mes y medio.

Madara tomó el sello sin pensarlo demasiado. La textura bajo sus dedos era simple, pero la presencia de ese chakra era inconfundible. Con un movimiento instintivo, lo colocó sobre su brazo y liberó el contenido

El efecto fue inmediato. Una oleada de frescura lo envolvió, como si el aire marino hubiera irrumpido en su cuerpo y despejado cualquier rastro de fatiga. Podía sentir la densidad del chakra de Tobirama, su fuerza controlada y ese matiz frío que contrastaba deliciosamente con el calor natural de su propio flujo. No era solo energía: era una sensación revitalizante, limpia, casi adictiva.

Madara aspiró profundamente, cerrando los ojos un instante. La adrenalina se encendió en su pecho, pero no era la típica euforia del combate. Era diferente… más íntima.

—Es… —abrió los ojos, clavándolos en Tobirama—. Como si estuviera frente a la playa disfrutando de la brisa marina.

Tobirama apartó la mirada, incómodo ante la intensidad de sus palabras.

—Es solo un sello —murmuró, restándole importancia.

—Quiero intentarlo también, asumo que haz traído contigo otro papel de sellado ¿no?

—Has acertado.

—¿Solo debo imbuirlo en chakra?

—Así es, como si estuvieras haciendo una transferencia, trata de que sea constante para que no se cierre el sello, este se sella justo cuando se corta de manera consciente el flujo.

Madara giró el sello entre sus dedos, inspeccionándolo como si fuera una pieza delicada.

—¿Seguro quieres probarlo? —preguntó con cierta desconfianza.

—Claro que sí —respondió Tobirama, con esa firmeza que no admitía réplica—. Confío en que funcionará.

El alfa arqueó una ceja, dudando, pero finalmente decidió intentarlo. Concentró su chakra en el sello y lo liberó. Todo pareció ir bien, aunque frunció el ceño, evaluando.

—No sé si es buena idea…

Tobirama se adelantó, casi arrebatándole el sello con una media sonrisa.

—Entonces déjame probarlo yo.

Antes de que Madara pudiera detenerlo, lo activó. La sensación lo golpeó de inmediato: un calor envolvente, como si estuviera acurrucado contra el cuerpo de Madara bajo una manta gruesa. Le recordó al té caliente, dulce y reconfortante que tomaba en los días más fríos… solo que esta vez la calidez venía de adentro. Sus párpados se relajaron y, sin darse cuenta, se quedó inmóvil, perdido en esa agradable sensación.

—¿Tobirama? —la voz de Madara lo sacó de su ensimismamiento. El alfa lo observaba con curiosidad—. ¿Qué pasa?

El albino parpadeó, regresando a la realidad, y sonrió levemente.

—Ha funcionado bien.

Madara devolvió la sonrisa, aunque con esa chispa inquisitiva en los ojos.

—¿Y… qué sentiste?

Tobirama, como si no hubiera oído la pregunta, enderezó la espalda y adoptó su tono serio de siempre.

—Sobre la salida de campo… hay varias cosas que debemos considerar: rutas, guardias, provisiones…

Madara le interrumpió.

—No cambies de tema. Dime qué sentiste.

—Tendremos que coordinar con Daigo y Gorō para que cubran los puntos más vulnerables… —continuó Tobirama, ignorándolo por completo.

—¡Tobirama! —insistió el alfa, casi furioso, pero con un matiz más juguetón que amenazante.

—Y también quiero acompañarlos —añadió el albino, como si nada—. Necesito colocar una marca para el Hiraishin no Jutsu.

Madara bufó, resignado, y algo decepcionado por no obtener su respuesta. El silencio se alargó hasta que Tobirama, notando la ligera curva triste en la postura de su alfa, se movió para recargarse primero en su hombro… y luego, con más suavidad, en su brazo.

—Es difícil ponerlo en palabras —murmuró, como si hablara más para sí mismo que para Madara—. Pero si quieres saberlo… se siente igual que cuando estamos abrazados.

Tobirama se quedó recargado en su brazo, dejando que el silencio se llenara del calor que ambos compartían. Madara lo observaba de reojo, con esa sonrisa llena de amor, y el albino la percibió sin necesidad de mirarlo.

Sus labios se rozaron primero como una pregunta, apenas un toque, y luego, al no encontrar resistencia, se hundieron en un beso suave, de esos que parecen durar más de lo que dura el aliento.

Cuando se separaron, Tobirama lo miró como si aún sintiera el eco del sello en su piel.

—Vamos a la biblioteca —dijo, cortando el momento, aunque su voz estaba un poco más baja de lo habitual.

Madara no objetó. Caminó junto a él hasta el gran salón donde las lámparas de aceite creaban un ambiente cálido entre estantes oscuros. Tobirama se acomodó en la mesa central, desplegando un libro, que no era menos que el texto original de Mito. Con cuidado, comenzó a preparar el material para hacer una copia especial destinada a Madara, con anotaciones adicionales y detalles técnicos pulidos.

Mientras el rasgueo del pincel llenaba el silencio, retomaron la conversación sobre la salida de campo.

—No es necesario que vengas —dijo Madara, sin rodeos—. Tienes que vigilar la obra, y lo más importante… me preocupa que te pase algo sin asistencia médica cercana.

—Realmente quiero ir —respondió Tobirama, concentrado en su trazo—. Quiero comprobar si mis pruebas de evaluación son eficientes. No haré más que eso. Y, además… quiero colocar una marca para mi Hiraishin no Jutsu.

Madara lo miró con sospecha.

—¿Por qué tanto entusiasmo por ese sello?

Tobirama levantó la vista solo un instante.

—Es un sello modificado. En lugar de teletransportarme yo, hace que la persona que selle su chakra cambie de posición. Depende de la cantidad de chakra y de la ubicación exacta del sello. Con mi capacidad como sensor, puedo identificar una firma de chakra con precisión, si me lo propongo. Con un sello en un punto intermedio, podría traer a Hashirama desde la sede Senju hasta aquí sin problemas.

Madara alzó una ceja.

—¿Y por qué no ponerlo directamente en la entrada de la sede del clan?

—La barrera lo interferiría, y la distancia es demasiado larga. Incluso alguien con chakra casi infinito, como tú, dejaría peligrosamente sus reservas por debajo de la mitad. Y no olvides que Hashirama tiene una cantidad de chakra abrumadora. En términos burdos, sería como un jutsu de invocación.

Madara soltó un leve resoplido de rendición.

—Está bien, puedes venir… pero me prometes que, si pasa algo o sientes cualquier molestia, me lo dirás de inmediato.

El albino asintió con un gesto casi distraído, aunque el brillo en sus ojos lo delató.

En los últimos días, Madara había sentido algo extraño, una especie de nudo invisible que lo hacía más protector que de costumbre, incluso con personas de confianza como Daigo o Ryuuji.

Daigo, como un viejo lobo de mar, experimentado por la vida le dijo que eso solía pasar cuando el vínculo se asentaba. Recordó cómo, en su experiencia, se volvió insoportablemente protector con su esposa cuando ella quedó embarazada.

Madara escuchaba los comentarios sobre los apuntes de Mito, pero sus palabras comenzaban a difuminarse en un murmullo lejano. Su mente, arrastrada por un impulso primitivo, dibujó una imagen que lo atrapó por completo.

Se imaginó a Tobirama con el vientre suavemente abultado, hinchado con su hijo. La piel pálida estirada con delicadeza, el aroma imposible de ignorar —dulce , cálido, provocador— que lo envolvería en cada respiración. Lo pensé moviéndose por la casa con pasos pausados, con esa puerta noble pero ahora más suave, más… suyo. Cada cambio en su cuerpo sería un recordatorio tangible de que lo había llenado con su semilla, que una vida entera crecía ahí dentro, protegida por él y creada entre ambos.

El corazón le toca el pecho con una fuerza insoportable. Lo queria. Lo quería con una intensidad casi animal. La idea de ver cómo su omega se transformaba, de presenciar día a día cómo su cuerpo albergaba algo que era parte de los dos, lo embriagaba. Ningún deseo de era en solitario. Era el orgullo más profundo, la certeza de que nada sería más hermoso que verlo florecer de esa manera.

Un nivel de calor subió desde su pecho hasta su rostro; Lo estaba imaginando demasiado, demasiado real. En esa visión, podía sentir incluso el tacto tibio de su piel, el ritmo pausado de su respiración mientras dormía con las manos sobre su vientre, como protegiendo lo más valioso. Y él, a su lado, vigilante y rendido a esa imagen.

Pero la fantasía se rompió con un golpe seco de realidad.

Recordó la voz de Tatsuya, seria, casi fría, advirtiéndole que sería extremadamente difícil concebir. Casi imposible por el momento. El médico había sido claro.

Aunque no usaban ningún método de control de natalidad, la probabilidad era mínima, tanto que ni siquiera se habían atrevido a discutirlo abiertamente. El consejo había desistido hace meses, aceptando que no era el momento.

Y aún así… Madara no podía arrancar esa idea de su cabeza. Era como si una parte de él se negara a aceptarlo, como si ya estuviera marcado por ese anhelo.

Lo miré. Tobirama estaba ahí, sereno, con ese templo que tanto lo obsesionaba.

En ese instante, Madara entendió algo con una claridad brutal.

 Lo amaba, más allá del placer. Más allá de las adversidades.

Apretó su mano, como si con ese gesto pudiera anclarlo a su vida para siempre. Si no podía darle ese futuro que su instinto reclamaba, entonces atesoraría cada segundo del presente. Porque su omega estaba ahí, a su lado… y eso, para él, ya era el regalo que más apreciaba.

Chapter 18: Capítulo 18: Dos

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Capítulo 18: Dos

La actividad de evaluación para los reclutas estaba por iniciar esa tarde.

Muchos de los chicos se encontraban emocionados por demostrar sus habilidades en combate y ganar notoriedad en el clan por sus talentos.

Madara estaba entusiasmado por ello. Todos podían sentir como su chakra rugía intensamente por la experiencia. Tobirama estaba tranquilo a su lado, conteniendo su emoción.

El aire de la tarde estaba cargado de expectación. El bosque que servía como campo de entrenamiento vibraba con la energía de los jóvenes reclutas. El terreno se extendía de manera irregular, con lomas suaves cubiertas de hierba, claros donde la luz se filtraba entre los árboles, y pequeños riachuelos que serpenteaban entre las piedras, creando un murmullo constante que se mezclaba con las voces de los muchachos. Los desniveles naturales del terreno eran perfectos para las pruebas que Madara y Daigo había planeado.

Emboscadas rápidas, combate en equipo estratégico que pondrían a prueba no sólo la fuerza, sino también la mente de cada uno.

Los reclutas corrían con entusiasmo, chocando los brazos en saludo, probando armas de madera, algunos incluso lanzando gritos de guerra para darse valor. El entrenamiento se había intensificado durante cinco días bajo la mirada férrea de Madara, la disciplina militar de Daigo, la precisión estratégica de Tobirama y la experiencia táctica de Gorō. El resultado era un grupo vibrante, con músculos tensos por el esfuerzo, pero con una energía ardiente que crecía más cada día.

Tobirama, en medio de la calma de la hora de descanso, se apartó con discreción. Caminó hacia una zona más apartada, donde los árboles crecían más juntos y el sonido del agua de un arroyo cercano era más fuerte. Con movimientos rápidos y concentrados, colocó el sello del Hiraishin no Jutsu modificado que le había comentado a Madara días atrás. Una vez terminado, alzó el brazo y dejó volar a su ave mensajera, que se perdió entre las copas verdes llevando consigo un pergamino con coordenadas precisas. Esa misiva, breve y calculada, llegaría a Hashirama en unas horas o días, dependiendo de la lejanía que suponía.

Cuando el halcón se perdió de vista, Tobirama se permitió un instante de respiro. Se recargó contra un tronco ancho, dejando que el frescor del bosque lo envolviera. Se quitó con cuidado uno de los sellos que llevaba en el brazo, aquel que guardaba parte del chakra de Madara para poder reemplazarlo. Un calor familiar recorrió sus venas en cuanto la contención se liberó. Cerró los ojos, disfrutando del contacto con la naturaleza, de la libertad del aire limpio.

—Sé que me has estado observando… —dijo de pronto, sin abrir los ojos, su tono sereno pero cargado de complicidad.

Madara emergió entre los árboles, su silueta recortada contra la luz que se filtraba entre las ramas. No negó nada; simplemente sonrió con esa intensidad que lo delataba. Avanzó hasta él, y Tobirama le hizo un gesto con la mano para que se sentara.

El alfa obedeció, dejándose caer a su lado, recargando el hombro contra el de su compañero. El silencio los acompañó, interrumpido sólo por el canto de los pájaros y el murmullo del agua cercana.

Poco a poco, la tensión del entrenamiento se desvaneció. Madara, rendido por el esfuerzo de la jornada, cedió al calor y al aroma de su omega. Se acomodó sin resistencia, dejando que su cabeza reposara sobre las piernas de Tobirama. Este no lo apartó; al contrario, bajó la mirada hacia él con un gesto suave, apenas perceptible, y dejó que su mano rozara con naturalidad la frente del alfa.

El bosque los envolvía, y por un instante el mundo pareció detenerse: los gritos de los reclutas se escuchaban a lo lejos, convertidos en un eco distante, mientras ellos se permitían la calma de aquel refugio compartido.


La construcción de las instalaciones de la escuela militar avanzaba con firmeza durante las últimas semanas, los trabajadores de diferentes disciplinas unían esfuerzos. La cimentación y los túneles subterráneos estaban completamente construidos, pero hacía falta el relleno y la estructura principal de la escuela. Se habían tomado dos días de descanso debido al atraso con los materiales; el proveedor de la capital había sobrevendido el material, y ahora Yajirō y Naomasa, trabajaron día y noche para cumplir con las exigencias de Lord Uchiha.

Tobirama se sentía tan extraño cuando lo llamaban por su apellido político.

Era cierto que había dejado de ser un Senju el día que Madara lo marcó como suyo; pero muy en el fondo, no sentía que formaba parte de ellos. No hasta que Madara comenzó complementarlo y hacerlo parte de él.

Madara Uchiha amaba tanto que podía abrumar a cualquiera. Pero no a Tobirama. Era parte de su sangre; esa pasión que tanto demostraba en batalla era igual de intensa cuando lo besaba. Ambos eran personas que tenían pasiones intensas, aunque las vivían de maneras diferentes, era pasión.

El mayor era esclavo de sus pensamientos posesivos, siempre anhelando más y más de cualquier cosa que considerara suya; tenía un impulso inmenso de tener todo a su paso, el cuerpo de su omega, su atención, sus palabras, su gracia, su cariño. Que era proporcional a la terrible necesidad de ser poseído y amado también.

Su necesidad era igual de grande, sentirse amado vital para la vida de sólo un Uchiha como él.

Y Tobirama correspondía con intensidad a sus deseos.

Eran un espejo.

Tobirama tenía el corazón de un Uchiha, protector, obsesivo y apasionado. En el pasado hubiera considerado que era el peor de los insultos.

Mito había tenido razón cuando le aconsejó aferrarse a esos sentimientos; sin duda. El haber sido correspondido con tanta pasión hacía volar su mente. Siempre había sido un niño temerario y decidido cuando no se trataba de hablar sobre lo que sentía.

Su padre le había enseñado a limitarse con ello, no por un deseo egoísta de volver a su hijo un insensible; si no de prepararlo para el combate. Desde muy joven tuvo aptitudes para ser shinobi, su madre, sabía que Tobirama se presentaría como un omega desde que fue gestado en su vientre, tenía una increíble capacidad de percepción, que obviamente su segundo hijo heredo. Le enseñó a ser fuerte como ella, a pelear por lo que consideraba valioso.

Butsuma nunca había estado tan feliz como cuando nacieron sus hijos.

Y lo peor de su vida fue perderlos.

Si hubiera vivido, el mismo día que Tobirama fue entregado a Madara, él se habría suicidado.

Él vivido recuerdo de la muerte de sus hermanos lo estaba atormentando hace días.

Tenía sueños extraños donde su padre lo veía con una inmensa tristeza, una comparada a aquella que experimentó cuando su madre murió. Butsuma había perdido a su única compañera de vida, a su guerrera más leal, su kunoichi más valiosa, a la única mujer que había amado más que a cualquiera. Nunca pudo volver a casarse a pesar de la renuencia del consejo Senju por concebir más herederos.

Butsuma se negó a traicionar el recuerdo de su esposa.

Incluso, hablada de ella como si aún estuviera entre ellos.

Lo mismo sucedía con sus hermanos, llevaba a sus hijos presente en todo momento, en su corazón…


Despertó por la noche angustiado, con la frente aperlada de sudor. Madara estaba a su lado, durmiendo con una expresión de satisfacción. Ambos estaban desnudos después de compartir sus cuerpos hace unas horas.

Tobirama fue hasta el baño, con una sensación de asco en el fondo de la garganta que lo obligó a arrodillarse en un segundo. La angustia y sensación en el estómago lo obligaron a vomitar sobre el retrete.  Casi podía jurar que su desayuno estaba ahí también. No había quedado nada de sí. El agua se había llevado todo un día de alimentos perfectamente cocinados.

Se enjuagó la boca con un poco de agua y mezcla de limpieza dental, regresó derrotado de nuevo a la cama que compartía con el pelinegro. Pero no se sentía cómoda, era extrañamente dura y rugosa en su piel. No puedo volver a dormir, aún faltaban tres horas para iniciar su rutina.

Trató de hundirse nuevamente en la docenas de almohadas que tenía, pero era imposible. Regresó al baño, esta vez hasta la zona del sauna. Se enjuagó completamente y se metió en el agua caliente. Buscó consuelo en ella y logró quitarse la sensación de molestia. El tiempo transcurrió sin que lo notara, preso de sus propios pensamientos y de esa punzada constante de insomnio.

Madara despertó con una incomodidad punzante en la nuca. Extendió la mano de inmediato, esperando encontrar el cabello suave y plateado de Tobirama sobre la almohada, pero el espacio estaba frío. Frunció el ceño, aún somnoliento, y se irguió lentamente. El silencio de la habitación lo hizo más consciente de la ausencia.

Se puso de pie, siguiendo el instinto, y cuando pasó por el baño reparó en que la ropa de Tobirama ya estaba en el cesto. Eso le arrancó una sonrisa cargada de picardía: siempre le gustaba cuando el albino se le adelantaba en los rituales de aseo.

Frente al espejo, comenzó a despojarse del yukata. Sus ojos oscuros se detuvieron en el reflejo: su propia espalda estaba marcada. Allí estaban las huellas de unas manos poderosas, las medias lunas de uñas clavadas en su piel, mordidas oscuras en su cuello y hombros, algún moretón que ardía al tacto. El recuerdo lo hizo reír bajo, con un calor que se extendía hasta la garganta. Casi feral.

Empujó la puerta del sauna.

El vapor lo recibió primero, denso y húmedo, y entre la neblina distinguió la figura de Tobirama, recostado contra la piedra, con los ojos cerrados. Su cabello plateado flotaba parcialmente en el agua, y su respiración era profunda, casi somnolienta.

Madara se acercó sin anunciarse. Deslizó una mano grande por el hombro húmedo del albino, acariciando la piel hasta hundir sus dedos en su clavícula.

—Te he extrañado al despertar —murmuró, inclinándose para besarle el rostro, luego la comisura de los labios.

La reacción fue mínima, pero suficiente: Tobirama abrió los ojos y lo miró de reojo, sin oponer resistencia cuando Madara lo sujetó de manera firme bajo el agua y robarle un beso más profundo.

El contacto le devolvió a Madara esa obsesión, como si el mundo entero se redujera al calor de esa piel. Sin embargo, algo lo detuvo. Había una fragilidad extraña en el cuerpo bajo sus manos: Tobirama no lo repelía ni replicaba con mordacidad, se dejaba hacer, sumiso y silencioso. Y el vínculo entre ambos vibraba de manera distinta.

Eso le arrancó un ligero nudo en el estómago, aunque sus labios no dejaron de recorrer el cuello húmedo del albino.

—Estás muy callado —susurró contra su piel, acariciándolo con una mezcla peligrosa de ternura y deseo—. No eres tú cuando guardas silencio.

Tobirama ladeó apenas la cabeza, cerrando los ojos, dejándose envolver otra vez en los brazos del Uchiha. Madara lo sostuvo con fuerza, sin saber si quería protegerlo o reclamarlo más intensamente. Madara lo observaba en silencio, con el cuerpo envuelto en vapor y la piel perlada por el calor del sauna. Lo tenía entre sus brazos, tibio, relajado, y sin embargo… algo en el vínculo palpitaba extraño, como si Tobirama estuviera conteniendo algo que no decía en voz alta.

Se inclinó para besarlo en la sien, con suavidad, y en un arrullo ronco le susurró.

—¿Qué ocurre? No me mientas, Tobi.

Tobirama ladeó un poco el rostro, apoyando su mejilla contra el pecho desnudo del Uchiha. Su voz salió baja, casi vergonzosa:

—Es sólo que…pronto te irás de cacería, y no puedo dormir tranquilo. Ya me acostumbré a despertar y tenerte aquí… No quiero que se acabe tan pronto.

Madara se quedó inmóvil, como si esas palabras lo hubieran golpeado en lo más profundo. Su primera reacción fue de incredulidad; Tobirama Senju, orgulloso, reservado, se estaba mostrando abiertamente necesitado de su cercanía. Un deseo ardiente lo atravesó. Lo abrazó con fuerza, hundiendo la nariz en su cabello húmedo.

—Maldito seas… —murmuró con un temblor que mezclaba amor y desesperación—. No sabes lo que me haces cuando hablas así.

El albino sonrió apenas, casi infantil, y lo buscó con las manos, acariciando su pecho, reclamando cada beso que Madara le daba con una avidez poco común en él. Se volvió codicioso, exigente: tiraba de su cuello para juntar sus bocas, lo apartaba un instante sólo para volver a besarlo con más hambre, como si no quisiera dejar que se alejara ni un segundo.

Madara perdió la cordura. Cada gesto posesivo de Tobirama lo incendiaba por dentro, lo hacía sentir más vivo que nunca. Nunca habría imaginado que ese hombre, siempre tan rígido, pudiera volverse tan caprichoso, tan desvergonzadamente dependiente de él. Y, sin embargo, ahí estaba, aferrado a su piel, susurrándole con voz áspera:

—No te vayas todavía… quédate conmigo un poco más…

El corazón de Madara se contrajo con brutal intensidad. La idea de separarse de él, aunque fuera por unos días, de repente le resultaba insoportable, era esclavo de cada suspiro de Tobirama.

Lo besó con una devoción arrebatada, casi dolorosa, apretando sus caderas contra él como si quisiera fundirlos en un mismo cuerpo, como si así pudiera evitar que la distancia los tocara.

—Solo serán dos semanas, prometo volver antes si es posible. — Madara lo acercó hasta él con más fuerza.

—Quiero que te quedes… pero es más por mi deseo egoísta de no pasar frío por la noche que cualquier otra cosa…—Tal confesión provocó más presión en el abrazo.

—Si lo dices de esa manera, prefiero no irme.

—Entonces no te vayas y quédate.

—Ojalá fuera tan sencillo como eso amado esposo...

—Tsk.

—No te molestes, sabes que debo ir, te lo comenté meses atrás, es para los preparativos de la Luna Roja. Prometo regresar lo más rápido posible…

—No prometas cosas que no puedes cumplir…—Suspiró.

Ambos salieron del sauna, reconfortados y aseados, utilizando un yukata sencillo por el momento en lo que terminaban de secar sus cuerpos y tomaban el té que momentos antes Hiyori había dejado para su disfrute.

 Hana entró con su andar impecable, dejando sobre la mesa la ropa perfectamente doblada y pulcra, con el aroma delicado de los aceites que solía utilizar. Hizo una breve inclinación, con discreción, y se retiró sin añadir una palabra, dándoles el espacio que ambos parecían necesitar cada mañana.

Madara se giró lentamente hacia Tobirama, que aún tenía la piel ligeramente húmeda, el cabello rebelde sobre sí. Lo vio junto al biombo, recogiendo una de las prendas, y una sonrisa cargada de deseo se formó en sus labios.

—Déjame —murmuró Tobirama, notando de inmediato la intensidad con la que el pelinegro lo miraba—. Puedo vestirme solo.

El rubor subió a sus mejillas apenas pronunció esas palabras; sabía lo ridículo que sonaba después de todo lo que habían compartido la noche anterior. Madara se acercó despacio, sin apartar los ojos de él, como un depredador al acecho de su presa más amada.

—No pienso privarme de este privilegio —respondió con voz baja y firme, tomando la tela de sus manos y apartándola con calma—. Déjame admirarte…

Tobirama apretó la mandíbula, pero no fue capaz de apartarlo. El calor le recorría la piel cada vez que los dedos de Madara rozaban su torso al ajustar el cinturón interior. El alfa se inclinaba a ratos, rozando su espalda con las yemas de los dedos, acariciando sin pudor los moretones que él mismo había dejado.

—Mírate… —susurró Madara, deslizando la tela sobre los hombros anchos de Tobirama— Unidos, para siempre, marcado por mi… eres mío, me perteneces.

El Senju se quedó helado un instante, sorprendido por el peso de esas palabras, por la intensidad de esa confesión.

—Madara… —lo llamó en voz baja, sintiendo cómo el rubor se profundizaba.

Pero el Uchiha solo lo miró con ese fuego inquebrantable, como si deseara grabar en su memoria cada cicatriz, cada línea de su cuerpo. Ajustó con cuidado la faja del kimono, y luego, con deliberada lentitud, alisó los pliegues, acariciando más de lo que era necesario.

—Ya basta… —intentó Tobirama, aunque su voz carecía de convicción.

—Nunca será suficiente —contestó Madara, pegando la frente a la suya, robándole un beso breve, casi insolente.

Tobirama hizo lo suyo con Madara, ajustando su kimono envuelto en su vergüenza y deseo.

Cuando al fin estuvieron vestidos, el silencio se impregnó de un matiz solemne. Tenían que enfrentar el consejo, esa reunión de avances en la que se jugaría una parte de la reputación de Madara. El líder Uchiha, sin embargo, solo pensaba en cómo el mundo se atrevía a pedirle que compartiera su tiempo con otros, cuando lo único que deseaba era encadenarse a la calidez de Tobirama.


El sonido de sus pasos resonaba sobre la piedra pulida del pasillo, acompasados, casi solemnes. La presencia de Tobirama a su lado lo tranquilizaba, su olor dulce inundaba su mente más que de costumbre, aunque el albino caminaba a su paso, intercambiaba saludos con los consejeros que aguardaban en la sala principal. Madara, en cambio, percibía con mayor nitidez la tensión que flotaba en el aire.

Rei se adelantó, inclinándose brevemente antes de tenderle un pergamino cerrado con el sello personal de Hikaku Uchiha.

—Mi señor, ha llegado esta carta hace apenas unas horas.

Madara la tomó con un ademán sereno, aunque en su pecho la expectación latía con fuerza. Reconoció de inmediato la caligrafía impetuosa de su primo. Desplegó el pergamino y recorrió con la mirada cada línea.

 Hikaku hablaba con brío del País de la Nieve, de las dificultades de su misión y, sobre todo, de su regreso para coincidir con el periodo de caza. Retaba, una vez más, a medirse con él para decidir quién merecía la victoria y el título del más hábil de los Uchiha.

Un esbozo de sonrisa asomó a los labios de Madara, teñida de nostalgia. Hikaku, tan testarudo, tan lleno de vida… Pero aquella sonrisa se quebró en el instante en que la sombra de Izuna se interpuso en su mente. Su hermano menor ya no estaría allí para recibir a Hikaku, ni para reírse de su arrogancia juvenil.

Y lo más duro.

Su primo aún ignoraba la tragedia. Apenas cruzara el umbral de la mansión, la noticia lo golpearía como una daga en el pecho.

Madara tragó saliva con discreción, cerrando el pergamino entre sus dedos. Su mirada se desvió, buscando refugio en Tobirama. El albino conversaba animado con Daigo y Gorō, incluso con Momoko, que reía por algún comentario ingenioso. Rei, de pie a un costado, no perdía detalle. Temía que, cuando Hikaku llegara, toda esa armonía se fracturara bajo el peso de la sangre y los recuerdos.

El temor era doble. No sólo a la reacción de Hikaku frente a la muerte de Izuna, sino a lo que podía implicar la sospecha latente en torno al vínculo con Tobirama. Nadie en la mansión se atrevía a nombrarlo abiertamente, pero era un rumor vivo, venenoso, que bastaba con que alguien lo alimentara para incendiarlo todo.

Y entonces pensó en Hana. La única, aparte de los consejeros, que conocía la verdad de aquella noche fatídica. Su refugio cuando el dolor era insoportable, la mujer que lo había sostenido en silencio, como antes lo hizo con Izuna. Madara sabía que su lealtad había sido firme, casi inquebrantable, pero no podía evitar la punzada de inquietud… últimamente se le percibía distante, tal vez herida por la cercanía que había crecido entre el albino y él.

Apretó los labios con un dejo de amargura. ¿Podía confiar ciegamente en ella? ¿O la lejanía era un presagio de que, en cualquier momento, su mundo cuidadosamente mantenido podía derrumbarse de nuevo?

Se obligó a recobrar la compostura cuando Tobirama giró hacia él, con esos ojos rojos que cautivaban al más terco de los demonios dentro de él. Madara lo sostuvo en la mirada más tiempo del necesario.

El murmullo de los presentes cesó cuando Madara y Tobirama ocuparon sus lugares. Rei, con el pergamino aún sujeto entre sus manos, se colocó discretamente detrás del líder, mientras los demás consejeros se acomodaban con sus respectivos registros.

Tobirama fue el primero en tomar la palabra, desplegando los informes con la precisión, entregando a cada uno de los presentes un informe con un pergamino anexado comparando los resultados actuales con los de la primera evaluación. Al igual, extendió otro pergamino con un plano de construcción e inició con la explicación.

—El proyecto de la escuela militar está entrando en su fase final. De acuerdo con la planificación, en pocas semanas podremos darla por concluida —explicó, su voz clara llenando el espacio. Extendió un documento dividido en categorías, cada nombre de los reclutas cuidadosamente anotado—. Aquí están los resultados de la última actividad de campo: cada aprendiz ha sido evaluado según su dominio en Genjutsu, Taijutsu, Ninjutsu, capacidad de análisis, liderazgo y potencial de crecimiento.

Madara observaba de reojo cómo los dedos de su esposo se movían sobre los pergaminos, organizados con disciplina. Sentía en el pecho un orgullo desbordante.

—El entrenamiento de camuflaje, los combates por equipo y las pruebas de supervivencia en exteriores —añadió Gorō, apoyando la exposición— han demostrado la capacidad de reacción de los reclutas bajo presión. También realizamos ejercicios de reconocimiento, con resultados satisfactorios.

Daigo intervino con la voz grave que lo caracterizaba:

—La mayoría de los reclutas han superado la media en Taijutsu. Es evidente la diferencia desde que Lord Madara y lord Tobirama intervienen de forma directa en los entrenamientos, ya no se lanzan a ciegas, ahora analizan a sus oponentes antes de atacar.

El líder Uchiha inclinó apenas el rostro, conteniendo una sonrisa de satisfacción.

Naomasa, con su habitual tono incisivo, intervino de manera positiva.

—Respecto a sus habilidades con el Sharingan… la comparación con los registros de hace unos meses es clara. Los reclutas han progresado en la activación temprana y en el control de sus ilusiones.

El consejo estaba satisfecho. No hubo objeciones ni tensiones.

La reunión no pasó de hora y media. Madara, con los brazos cruzados y el rostro innegablemente feliz, trataba de ocultar con dificultad la calidez que le provocaba ver a Tobirama desenvolverse con tanta soltura, casi rejuvenecido. Tatsuya, siempre atento, percibió ese detalle; se dio cuenta de la cercanía evidente entre ambos líderes, de lo acentuado y próspero que se veía el vínculo. El ambiente estaba impregnado de una calma rara y, al mismo tiempo, luminosa.


Cuatro días después, el equilibrio de su dinámica fue roto.

Hikaku había regresado. La noticia lo había devastado.

 Izuna estaba muerto.

No fue un golpe lento ni esperado, sino un torbellino repentino que lo sumió en una tristeza feroz. Madara, comprendiendo la magnitud del lazo entre ellos.

Nacidos el mismo día, criados juntos como hermanos, había aprendido uno del otro durante toda su vida.

Pasó tres noches fuera de la habitación matrimonial, acompañando a su primo en el duelo. Lo consoló en silencio, ofreciéndole hombro, compañía y palabras que buscaban menguar el profundo dolor que sentía.

Que Izuna no había partido solo, que sus últimos momentos estuvieron llenos de afecto. Le habló de la paz incipiente que Senju y Uchiha estaban labrando, como prueba de que su sacrificio no había sido en vano.

Hikaku lo escuchaba, herido y desconfiado. Notaba que su primo callaba algo, que sus palabras estaban marcadas por un dolor que no se atrevía a explicar. Pero no lo presionó… el llanto de Madara era prueba suficiente de que no era un tema sencillo de compartir.

Mientras tanto, Tobirama se consumía en la soledad. No dijo nada, no reclamó… pero lo resentía. La ausencia de Madara lo mordía por dentro. Se repetía que debía comprenderlo, que Hikaku necesitaba de la familia que le quedaba… pero la ansiedad lo carcomía, hasta volverse insoportable.

Parecía que su celo estaba próximo, y aunque atribuía parte de esa sensación a lo biológico, lo que sentía era más intenso, más cruel. No era simple agitación hormonal, era un vacío que sólo el aroma de Madara lograba calmar. El olor de otros alfas le resultaba repugnante, nauseabundo. Pasaba los días recluido en su oficina, o vagando en rincones apartados de la mansión para evitar cualquier contacto, incluso su santuario más preciado, la biblioteca, había sido descartado de inmediato, por la creciente ola de visitantes en esos días.

No había salido más que para supervisar la obra o tomar u refrigerio ocasional con Madara. El resto del tiempo lo pasaba encerrado, con la frustración apretándole el pecho. Estaba molesto, irritado, disgustado con la ausencia de Madara. Y lo odiaba más porque lo entendía.

Era consciente de que Madara lo había arruinado. Lo había vuelto egoísta, codicioso, esclavo de sus caprichos. El alfa lo había colmado de atenciones, lo había envuelto en un calor que Tobirama, contra su voluntad, aprendió a desear… y ahora sufría. Porque no podía tenerlo. Porque no estaba allí.

Porque lo anhelaba con rabia, con la necesidad desesperada de un adicto privado de su droga.

Tomó la ropa de Madara que estaba guardada en el armario de la habitación y la arrojó hasta la cama, envolviéndose en ella, sintiendo alivio con el olor conocido. El ardor en su nuca se calmó, pero no era suficiente para satisfacerlo del todo, y como si sus deseos hubieran sido escuchados por un dios benevolente, Madara apareció en la habitación.

El líder Uchiha se detuvo en seco. Sus ojos se abrieron con una mezcla de desconcierto y fascinación. Ante él, Tobirama estaba acurrucado en lo que parecía un nido improvisado, rodeado por las prendas de su armario, el cabello desordenado cayéndole sobre el rostro, con los ojos brillando por el cansancio y las mejillas tensas de frustración.

—Tobirama… —murmuró, casi incrédulo.

El albino giró la cabeza apenas, y cuando Madara intentó dar un paso más cerca, un gruñido bajo y ronco salió de su garganta. Su chakra se arremolinó en advertencia. No quería ser tocado. No en ese estado.

Madara contuvo la risa que le subió peligrosa al pecho. Había algo en esa visión que lo exaltaba, que lo hacía sentir dueño de un secreto que nadie más podía ver. Dio otro paso, lento, medido, con una arrogancia tal, que Tobirama apretaba el puño con rabia.

—¿De verdad…? —su voz descendió a un susurro grave, casi burlón—. ¿Esa ropa va a reemplazarme?

Tobirama frunció el ceño, ocultando más el rostro entre las telas, como si quisiera hundirse en ellas y desaparecer. La vergüenza le tiñó las orejas de rojo.

—¿Crees que esas prendas van a satisfacerte como yo lo haría? —continuó Madara, inclinándose apenas hacia adelante, los ojos oscuros fijos en el nido, como un depredador fascinado por la vulnerabilidad de su presa.

Tobirama tragó saliva, apretando más los dedos contra la tela, odiando y deseando a la vez la cercanía del alfa. Sabía que estaba atrapado en una contradicción peligrosa. Estaba feliz por el regreso de su marido a la habitación, pero estaba tan disgustado por tenerlo en esa situación tan humillante…

El murmullo de la respiración contenida de Tobirama llenaba la habitación.

Madara liberó su olor, fuerte, envolvente, casi sofocante en la habitación. El aire se tiñó de su esencia hasta cubrir cada rincón, buscando borrar esa acidez que emanaba del cuerpo de Tobirama. El albino, aún enterrado entre la ropa, soltó poco a poco el agarre, sus manos temblaban de coraje, pero inevitablemente se inclinó hacia él, con ese olor agrio que aún lo delataba.

Madara abrió los brazos, con la calma de un depredador que había aprendido a contenerse.

—Ven aquí —murmuró, su voz grave, casi un ruego escondido bajo un mando—. Entiérrate en mi corazón.

Tobirama, herido y avergonzado, lo obedeció con torpeza, buscando el alivio en su pecho, hundiéndose en él con desesperación. El calor de Madara calmó esa angustia punzante, pero no la borró del todo. Madara sintió el peso de la culpa ahogarle el pecho. Había jugado sucio desde el inicio.

—Perdóname…—dijo, cerrando los ojos al rozar el cabello plateado con la nariz.

Pero Tobirama, con voz herida y quebrada, lo apartó apenas un poco.

—No te disculpes. Ya no tiene sentido. Mañana te irás… así que vete ahora también, déjame solo otra vez. Quizás encuentre a alguien más que caliente mi cama.

Madara se tensó de inmediato, un gruñido visceral salió de su garganta. Su mirada se volvió peligrosa.

—No digas estupideces. No voy a permitir que pienses en otro alfa mientras yo esté vivo.

El albino lo fulminó con los ojos, molesto.

—Me dejaste tres noches sin tu calor, Madara… —la voz de Tobirama se quebró, cargada de rencor y necesidad—. Vete antes de que te odie más. —La mirada de Tobirama estaba cargada de rencor.

Madara no comprendía del todo la violencia de esos impulsos, pero la voz herida de su esposo se le clavaba como cuchillas. Estaba allí, desgarrándolo en silencio. El tiempo que le quedaba antes de partir era demasiado corto para compensar todo lo que había fallado.

Lo abrazó con más fuerza, apretándolo contra su pecho, como si así pudiera fundirlo dentro de sí.

—Lamento haberte hecho sentir solo… no era mi intención, Tobirama. Tú eres mi prioridad. Pero mi primo me necesitaba, y fui desconsiderado con mi esposo caprichoso… —su tono se suavizó, casi un ronroneo—. Voy a compensártelo, aunque me quede sin tiempo.

El murmullo grave vibró en el pecho de Tobirama, arrancándole un estremecimiento involuntario. Madara, sin darle opción, lo levantó en brazos. Sus pasos firmes lo llevaron hasta la vieja habitación que había sido suya. Allí, en una sala oculta tras los biombos de madera, estaba su propio nido.

Madara se sonrojó apenas, desviando la mirada con un dejo de vergüenza.

—No es tan grande como el que tenías … pero fue mi refugio. —Sus manos apretaron la cintura de Tobirama, posesivas—. Si lo aceptas, te lo ofrezco. Prometo cazar cada piel que haga falta, adornar cada rincón, hasta que tengamos un nido digno en nuestra habitación compartida.

Tobirama lo observó, conmovido, sorprendido por la intimidad de la confesión. Había soñado con esto, pero nunca se había atrevido a pedirlo. Dormir en un nido juntos era un gesto reservado para quienes planeaban hijos, para parejas que deseaban unirse más allá. Y, aun así, el calor lo arrastraba, derritiendo sus dudas.}

Tobirama lo observó con esos ojos rojos, brillantes y llenos de emoción, imposibles de disimular.

—No voy a perdonarte tan fácilmente —murmuró con una sonrisa juguetona—, pero… acepto tu regalo.

Se inclinó hacia el nido, inspeccionando cada detalle con cuidado.

Las mantas dispuestas con precisión, las pieles suaves y cálidas, los cojines bordados que reflejaban el gusto de Madara. Cada elemento parecía imbuido con su esencia, y Tobirama no pudo evitar dejar escapar un suspiro de satisfacción.

El líder Uchiha lo miraba, ligeramente avergonzado por la meticulosa inspección de su nido. Sin embargo, no pudo apartar la mirada de cómo su esposo se recostaba allí, entregándose al placer de la suavidad y a su aroma, profundamente marcado por él. La visión lo llenó de un calor intenso, un deseo que le ardía en el pecho.

—Quédate… esta noche, quédate aquí conmigo —susurró Tobirama, la voz cargada de súplica y necesidad.

Madara no dudó. Se inclinó sobre él, atrapándolo contra su pecho, asegurándose de que no hubiera espacio entre sus cuerpos. Los labios se encontraron con una pasión que explotó en un beso profundo y voraz. Cada caricia, cada roce, era un recordatorio de posesión y deseo, un ritual que reafirmaba su vínculo.

Tobirama se rindió por completo a Madara, hundiéndose en su abrazo, inhalando su olor y dejando que la intensidad del momento borrara todo pensamiento que no fuera el latido compartido de sus corazones. El alfa lo presionó más cerca, apretándolo contra sí mismo.

El nido se convirtió en su refugio, un pequeño universo donde solo existían ellos dos, donde la calma de Tobirama se mezclaba con la obsesiva devoción de Madara.

Esa noche Madara se encargó de que Tobirama no olvidara quien era él.

Y Tobirama se encargó de hacerle saber que lo sabía.


Madara partió por la mañana, dejando tras de sí un rastro de aroma y calor que aún impregnaba el nido que habían compartido. Antes de salir, se inclinó sobre Tobirama, rozando sus labios contra los del omega en un último beso cargado de pasión. Su mirada era intensa y devota, como si intentara grabar cada rasgo de su amado en su memoria antes de la separación.

Las marcas más recientes en su cuerpo, señalaban la pasión y a quien le pertenecía el cuerpo de Madara, eran un recordatorio vivo de quien era el dueño de su corazón y su lealtad. Cada moretón, cada mordida, cada caricia profunda contaba la historia de su noche juntos.

La partida de Madara había sido muy dura para Tobirama, aunque trataba de no mostrarlo, la angustia lo devolvía al lugar dónde más seguro se sentía, que era su nido... llevó casi todos sus libros y pergaminos hasta esa habitación para no tener que salir, enviaba a un clon de sombra a recoger la comida que Hiyori dejaba en la entrada.

 Las molestias estaban también presentes, el dolor de cabeza se volvió insoportable al quinto día; estaba agotado. No podía conciliar el sueño sin Madara. Se sentía enfermo. incompleto. y lo estaba volviendo loco.

Tobirama dejó su orgullo de lado y visitó la sala médica, dónde Tatsuya lo saludó con alegría mientras ordenaba unos medicamentos recién llegados.

Tatsuya lo observó con atención, sus ojos captando cada mínima señal de tensión en el cuerpo de Tobirama: el leve temblor en sus manos, la postura rígida, el aroma cargado de ansiedad que emitía el omega.

—Mi señor Tobirama… —dijo con voz tranquila, pero firme—. Parece que ha estado cargando demasiado peso sobre ti mismo. ¿Qué sucede?

El albino tragó saliva, evitando mirarlo directamente. —No puedo dormir… —susurró—. No desde que Madara se fue. Me siento… extraño … es insoportablemente molesto.

Tatsuya inclinó la cabeza, comprendiendo de inmediato que no se trataba solo de insomnio o cansancio. Su vínculo con Madara era fuerte, demasiado fuerte, y el dolor que mostraba Tobirama era genuino.

—Vamos a hacer un examen rápido —dijo el médico—. Nada invasivo, solo quiero confirmar algo. ¿Confías en mí?

Tobirama asintió, con un hilo de nerviosismo mezclado con alivio. No era fácil para él mostrarse tan vulnerable, pero Tatsuya siempre había sido un apoyo confiable. El médico extendió sus manos y activó su Sharingan. Una luz suave atravesó la sala mientras Tobirama sentía cómo su energía era cuidadosamente analizada, cada pulso, cada variación de su chakra. El tiempo pareció ralentizarse

Tobirama sintió cómo su pecho se comprimía mientras Tatsuya observaba con detenimiento a través del Sharingan. Al principio intentó convencerse de que su malestar se debía únicamente al insomnio y a la ausencia de Madara, pero la expresión seria y concentrada del médico le hizo darse cuenta de que había algo más.

—Tobirama… —dijo Tatsuya con voz calmada—. Hay… más de una firma de chakra en ti.

El albino tragó saliva, con el corazón latiendo desbocado. No entendía del todo lo que significaba, pero su intuición se agitó de inmediato.

—¿Dos? —preguntó apenas audible, con un hilo de temor mezclado con sorpresa.

Tatsuya negó con gravedad. —Una pertenece a tu vínculo, eso es obvio, pero las otras… —hizo una pausa, observando la reacción de Tobirama—. Las otras firmas indican presencia de un chakra distinto, contenido dentro de ti. Parece… activo, y en desarrollo.

El mundo de Tobirama pareció detenerse. Sus pensamientos se arremolinaron y un calor extraño le subió por el pecho, mezclado con miedo y confusión. —¿Eso… eso significa lo que creo que significa? —preguntó con voz temblorosa.

—Exactamente —confirmó Tatsuya con suavidad— Felicidades, parece que estas en gestación, es múltiple, están creciendo dentro de ti, tendremos que monitorear de cerca cómo evoluciona, pero tu cuerpo está respondiendo un poco a la ausencia de Lord Madara… tranquilo, es esperable en esta situación que te sientas ansioso e inseguro si estas embarazado. Tendré que hacerte más pruebas para saber en qué semana de gestación estás.

Tobirama cerró los ojos un instante, intentando asimilar la noticia. La ansiedad y el deseo de tener a Madara cerca cobraron un sentido aún más profundo. Ya no solo se trataba de su necesidad de afecto, sino de proteger y cuidar aquello que estaba creciendo dentro de él.

—¿Qué va a proceder ahora…? —susurró, con la voz quebrada, pero con un anhelo contenido en ella.

—Ahora —respondió el médico con serenidad—, te cuidas, descansas lo que tu cuerpo necesite, y te preparas para explicarle a Lord Madara cuando regrese. Estarás bien ahora que sabemos que es lo que sucede. Tómatelo con calma, estaremos haciendo varias pruebas en estos días…

El albino asintió lentamente, posó las manos sobre su vientre acunándolo, de cierta manera protegiendo lo que algún día serían sus hijos.

Chapter 19: Capítulo 19: Ausente

Notes:

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Chapter Text

Capítulo 19: Ausencia

Parecía difícil imaginar que el dolor de hace unos meses sería compensado con una alegría apenas contenida, Tatsuya tuvo que sacarlo de sus pensamientos varias veces mientras hablaban. La dicha que sentía Tobirama no podía expresarse con palabras. Dentro de él, estaba formando nueva vida que se constituía de la pasión incontrolable que Madara Uchiha y él sentían uno por el otro.

Él médico no tenía una expresión positiva

El horror se formó en su rostro por un segundo.

Tatsuya lo regresó al suelo, a la realidad de un golpe.

Su situación era extraordinaria, más no ideal.

La luz tenue de la sala de Tatsuya apenas iluminaba los frascos de medicina ordenados con meticulosa precisión. Tobirama permanecía recostado en silencio sobre la cama de revisión, con los brazos a un lado, intentando aparentar calma. El leve tamborileo de sus dedos sobre la tela de la sábana revelaba lo contrario.

—Respire profundo—pidió Tatsuya mientras ajustaba un par de instrumentos médicos tradicionales y sellos de diagnóstico de chakra, colocó con suavidad la mano sobre su abdomen mientras su sharingan seguía activado—. Quiero medir la energía vital de los fetos y la suya.

Tobirama asintió, conteniendo el aire antes de dejarlo salir lentamente. El sello sobre su vientre brilló en un tono azulado, proyectando sobre un pergamino las diminutas formas que ya comenzaban a definirse.

—¿Hay algo mal? —preguntó con voz baja, casi temiendo la respuesta.

Tatsuya tardó en responder, concentrado en la proyección. Finalmente, se apartó unos centímetros y habló con un poco de alivio, pero no el suficiente para tranquilizar al omega.

—Están bien dentro del todo. Sus latidos son fuertes. Tienen casi doce semanas de desarrollo… y eso es increíble considerando todo lo que su cuerpo ha soportado —dijo sin apartar la vista del sello—. Pero hay complicaciones.

Tobirama sintió un ligero nudo en la garganta.

—¿Qué tan graves?

Tatsuya lo miró directamente.

—Tu placenta está debilitada. Probablemente como consecuencia de la tanatosis y de la falta de nutrientes adecuados durante las primeras semanas. Tu peso actual está por debajo de lo ideal, y tu presión arterial es alta. Si seguimos así, el riesgo no será para uno… sino para los tres.

El silencio se volvió pesado, casi sofocante. Tobirama bajó la mirada, recordando cómo había atribuido sus recientes cambios a simples mejoras en su rutina y descanso. Nunca imaginó que se tratara de algo tan profundo.

—Supongo que no lo notaste antes —continuó Tatsuya—. ¿Tuviste náuseas, mareos, sensibilidad a olores o cansancio extremo?

Tobirama meditó un momento.

—Creí que era cansancio normal… o que me estaba volviendo más quisquilloso con la comida. El chakra… pensé que se regulaba gracias a los parches.

Tatsuya extendió la mano, señalando uno de los parches que Tobirama llevaba en la muñeca.

—Necesito examinar cómo interactúan con tu sistema. Es probable que estén amortiguando síntomas importantes.

Tobirama obedeció en silencio, entregándole el parche. El médico lo inspeccionó con rapidez, pero su expresión se volvió pensativa.

—Funcionan bien para estabilizar tu chakra, pero eso no sustituye los nutrientes ni regula tus hormonas. Vamos a necesitar un plan de reposo absoluto y suplementación de vitaminas, además de monitoreos diarios.

Tobirama intentó bromear, aunque su voz sonó más amarga que ligera.

—¿Reposo absoluto? Eso es imposible.

Tatsuya lo miró con seriedad.

—Tobirama, no es una sugerencia. Si quieres que ellos nazcan, y que tú sobrevivas… tendrás que hacerlo.

Las palabras calaron más profundo que cualquier advertencia. Tobirama cerró los ojos un instante, intentando asimilar el peso de la situación, mientras su mano se posaba de manera casi inconsciente sobre su abdomen.

Tatsuya terminó de desinfectarse las manos, tomó una tablilla con registros y lo miró con expresión grave, pero no carente de empatía.

—Mi señor, lamento haber sido tan brusco. Antes que nada, quiero que sepa que no estoy aquí para juzgarle —comenzó, con voz firme—. Estoy aquí para cuidar de usted y de los pequeños que está llevando. Pero debo ser muy claro: su embarazo es de alto riesgo y necesito que siga ciertas recomendaciones si quiere continuar.

El omega lo miró sin parpadear, aunque un leve temblor en sus dedos se volvió más y más presente.

—Primero —prosiguió el médico—, debe evitar cualquier esfuerzo físico excesivo. Nada de entrenamientos o combates. Su cuerpo no está en condiciones óptimas. Segundo, debe dormir al menos ocho horas y descansar en intervalos durante el día. El estrés que está acumulando puede provocar contracciones prematuras o pérdida fetal.

Tobirama apretó la mandíbula, pero no respondió.

—Tercero —añadió Tatsuya—, necesito que aumente su ingesta de alimentos ricos en proteínas, hierro, especialmente pescado, algas y carnes magras. Su bajo peso es preocupante, repito, para este punto del embarazo, y considerando que son dos, deberíamos ver una curvatura en su vientre.

—En el clan Senju… —intervino Tobirama, su voz apenas un murmullo— no es común que los omegas presenten un embarazo tan prominente. Y… tampoco es común que haya embarazos múltiples.

Tatsuya asintió, registrando el dato mentalmente, pero su expresión se volvió más seria.

—Mi señor… debo preguntarte algo difícil —dijo, dejando la tablilla a un lado—. ¿Realmente quiere seguir con este embarazo? Las probabilidades de que llegue a término son bajas, considerando su historial médico. Lo ideal sería que su cuerpo sanara primero y que lo intentara de nuevo en unos años, con un tratamiento adecuado.

El silencio se prolongó. El omega bajó la vista hacia sus propias manos, incapaz de sostenerle la mirada.

—Sin embargo —agregó Tatsuya, suavizando el tono—, hay algo más. Por la manera en la que sufre sus celos y los registros de su historial… sospecho que tiene una complicación hormonal que va más allá de la tanatosis. El dolor que experimenta no debería ser tan intenso, incluso habiendo pasado ya la fase crítica.

Tobirama alzó la cabeza, sorprendido.

—Si esto es cierto —continuó el médico—, no solo será difícil que vuelva a quedar embarazado… sino que puede que este sea su única oportunidad.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas y casi crueles, pero cargadas de sinceridad, Tobirama tragó saliva. Tatsuya suspiró, consciente de la carga emocional que estaba poniendo sobre el omega.

—He querido investigar este tipo de complicaciones en los embarazos de omegas desde hace tiempo —confesó finalmente—. Pero no cuento con el apoyo suficiente del consejo. Si logro reunir datos, podría encontrar una manera de ayudarle a usted y a otros en el futuro.

Tobirama cerró los ojos, sintiendo cómo la tensión en su pecho se intensificaba.

Tatsuya continuó, esta vez con tono más suave.

—No quiero presionarlo a decidir ahora. Puede pensarlo. Pero recuerde que, además de su salud, también están en juego sus hijos. Impregnarse del aroma de Lord Madara podría ayudarle a estabilizar su estado emocional y físico. Y si es posible… pídale que regrese.

Tobirama apartó la mirada, su orgullo clavado como una espina. Jamás le pediría a Madara Uchiha que volviera solo porque se sentía solo… no era necesario que regresara.

Se puso de pie, inclinando levemente la cabeza.

—Gracias por tu dedicación, Tatsuya.

El médico solo asintió.

Tobirama salió de la sala médica y caminó por los largos pasillos de la mansión Uchiha hasta llegar al jardín de primavera. Allí, el murmullo del agua deslizándose entre las piedras lo envolvió, trayendo consigo una calma frágil… pero necesaria.

Sufrió en silencio muchos de los malestares, aun teniendo a su disposición el halcón, tomó la decisión de no llamar a Madara, esperaba poder darle una sorpresa cuando regresara, no estaba seguro si Madara lo tomaría bien; nunca habían hablado de tener hijos juntos, pero podría tratar de persuadirlo, aunque por la manera en la que Madara trataba a sus estudiantes, podría ser un buen mentor para sus hijos.

Pensó en todo lo que había pasado en esas semanas, todos esos entrenamientos intensos, esas veces que no quiso comer porque no le agradaba el olor… y sintió un poco de culpa.

En esos días, Tobirama puso todo de sí mismo para cumplir con las metas impuestas por Tatsuya, a quien le había confirmado su decisión de seguir adelante con el embarazo. Ningún día fue fácil, pero superó con creces las expectativas del médico. Faltaban ya sólo dos días para el regreso de Madara, y Tobirama ya podía observar ligeros cambios en él. O tal vez sólo estaba volviéndose loco por la idea de tener dos hijos pronto.

Las personas a su alrededor notaban su aroma más de lo común. No era raro que algunos del personal de la casa reconocieran su olor, al fin y al cabo, él era su jefe. Pero los murmullos seguían aún después de meses de estancia. Los niños parecían ser los más afectados, pero al contrario de los adultos, estos eran amistosos, se acercaban a Tobirama como abejas a la miel; exigiendo su atención. Algunos, más cariñosos que otros; los gemelos se volvieron celosos ante la creciente ola de competencia frente a ellos.

El omega no pudo estar más feliz de crecer la cantidad de alumnos. Había infancias de varias edades, predominando la edad de seis a ocho años. Los más pequeños se apoyaban de los gemelos Uchiha que ya estaban más avanzados en el ámbito de la escritura y la lectura.

Una vez terminó de impartir una clase en la biblioteca, se encerró en su oficina a escribir y revisar los avances del proyecto de la escuela militar, pero estaba distraído. Tobirama había estado ansioso por la respuesta a su carta. No sabía si había llegado con la premura que anticipaba.

Parecía obvio que la carta iba dirigida a Madara, pero esta vez Tobirama decidió escribirle a Mito, su cuñada, quien extrañaba de sobre manera, y además era la única persona que podría comprender la situación tan difícil en la que se encontraba.

Describía el terrible tormento que era no poder disfrutar del té a su lado, que extrañaba la calidez con la que se recostaban sobre el tatami en la casa principal Senju. También agregó con alegría sobre exaltada que su consejo y apoyo había dado frutos. Madara había confesado su profundo apego y deseo a su afecto; él estaba completamente complacido de compartir su vida con él.

Con lujo de detalle describió la confesión, incluso agregando algunos momentos más íntimos, como aquella vez que lo sorprendió con una cena, baile y música; reservándose las escenas más eróticas para sí mismo.

Anhelaba que pronto pudiera venir a visitarlo en el festival de la Luna Roja, que sería en pocas semanas; que tenía una sorpresa para ella y su hermano.

Y anexo a la extensa carta que escribió para la princesa Uzumaki, ahora, la princesa Senju, una carta para su Anija, exigiendo con palabras un poco más rebajadas a la de una amenaza, que redactara mejor sus informes, que le está dando un trabajo doble con sus errores de ortografía.

Los dos días pasaron, pero Madara no había llegado, un ligero contratiempo los había obligado a mantenerse una semana más de lo previsto. El desconsuelo de Tobirama fue profundo, esperaba contar con la presencia de su esposo pronto, era difícil estar en el embarazo sin él.

Su cuerpo comenzó a cambiar de manera sorprendente. Su vientre comenzó a crecer y crecer, revelándose un poco más su estado de gestación, aunque aún invisible por la ropa holgada y kimonos que había comenzado a utilizar; el personal de la mansión sospechaba, pero nadie era suficientemente valiente para preguntar directamente al esposo del Líder Uchiha. La señora Hana era acosada por la mayoría de los empleados, ya que era la única que podía entrar a los aposentos de Madara. Pero ella no hacía ningún comentario al respecto. Ganándose la frustración de media mansión.

Hana era discreta y una persona leal, sobre todo lo que involucraba a su señor, no pensaba alimentar los delirios de los jóvenes con chismes vacíos y carentes de productividad.

Por las mañanas limpiaba la habitación y ayudaba a su señor Tobirama con su ropa, aunque había tenido un roce con él en el pasado; no podía negar que la presencia del omega había cambiado y evolucionado. De un susurro a una tormenta de nieve, cambiando su mundo y perspectiva de lo que debe ser un matrimonio; por la manera en la que Madara le entregaba su vida y su cariño; hasta su célula más renuente tuvo que aceptar que Tobirama Sen… no, Tobirama Uchiha, se había incrustado tan profundamente en el ser de su señor que era imposible removerlo sin matarlo al instante.

Estaban unidos por el destino, Amaterasu había sido bondadosa con Madara, le había entregado a la mejor pareja que podía tener. Para los Uchiha, la pasión era la parte más importante de una relación y Tobirama lo era incluso más que cualquier Uchiha.

A veces escuchaba las palabras que le dedicaba en la mañana, tiernas y románticas, cuando se preparaban para las juntas del consejo, remarcando la importancia de cada palabra en su discurso, corregía para mejorar, le recordaba ajustar su kimono antes de entrar a cualquier lugar; pedía el té que más le gustaba al alfa cuando el día había sido duro y desalentador, anticipaba sus necesidades hasta el punto de que Hana había dejado de ser necesaria en la vida de Madara.

Él niño que alguna vez alimento de su seno, al cual había vestido, arropado y amado durante toda su vida se había vuelto un hombre.

Estaba feliz y triste por el suceso, no podía aceptar que el ser que más lo había hecho sufrir en el pasado, ahora era por quien suspiraba y robaba sus sonrisas. Sentía que el recuerdo de su amado Izuna se desvanecía de Madara cada día, y era reemplazado por la vibrante presencia del omega albino. No podía quererlo, no podía siquiera pensar en ello.

La tristeza se alojaba detrás de su garganta, no podía decirlo a voz alta, era injusto, no sólo para Tobirama, si no para su señor. Quien estaba luchando contra todo el mundo por la decisión que tomó. Demostrando su compromiso con la paz que tanto habían anhelado años atrás…

Podía reconocer por el momento, que gracias a Tobirama, al fin pudo ver días de paz, días en los que se olvidaba de rezar a la diosa Amaterasu por la vida de Madara… y eso siempre tendría que agradecérselo.

Era difícil estar en deuda con alguien que te ha causado un dolor tan profundo… pero si su señor Madara lo hizo… ¿por qué seguía tan aferrada al desprecio?

Hana caminó hasta la habitación principal, coincidiendo con Tatsuya Uchiha en el camino.

Al parecer había salido de la habitación principal, tenía una expresión seria. Era un hombre que siempre estaba anticipándose a cualquier situación, pero esta vez su rostro sólo reflejaba duda.

La mujer sólo trató de seguir su camino, tocó a la puerta y le concedieron el acceso.

La habitación estaba casi tan limpia como ayer; se notaba la ausencia de su señor Madara en ella; lo cual inconscientemente Hana agradecía. Madara no era precisamente el hombre más ordenado de todos los Uchiha, y con la llegada de Tobirama a su vida, había presenciado varias veces sus discusiones sobre dónde debe ir cada cosa de la habitación. El albino era ordenado y limpio, amaba el orden sistemático de las habitaciones, pero era un desastre al dormir. Tenía casi una docena de almohadas, pieles y mantas sobre sí mismo; Hana nunca había visto una persona tan friolenta en su vida. Antes sólo había si acaso una almohada por cabeza.

Pero lo omegas eran de esa manera, inconscientemente buscando refugio en sus nidos. Tal vez Madara no había entendido eso todavía.

Hana era dura, una mujer forjada a la antigua; impuesta a ciertos roles familiares.

Pero los tiempos estaban cambiando, ahora con una nueva cultura vecina impuesta por su alianza… tenía que aceptar que no todas las cosas debían ser como ella deseaba.

A Madara no parecía molestarle esa parte de Tobirama, siendo fuerte y contestatario.

La sirvienta entró a la habitación, notando que el esposo de su señor estaba en la sala de baño; observó la cama, y volvió a notar que la ropa de Madara estaba sobre ella, varias veces se topaba con la misma escena durante esas semanas. Hana anotó mentalmente hablar con su señor para readaptar la sala continua y ofrecerles una zona incluso más íntima, que se adaptara a las necesidades de su esposo.

A los omegas les gusta anidar, más cuando se sienten inseguros o…

El olor era inconfundible.


Madara no pudo resistir un día más fuera de los brazos de Tobirama, le costaba concentrarse y dormir por las noches era un infierno, una estupidez lo obligó a quedarse una semana más lejos de su amado.

Los demás cazadores temían el momento en que el mal humor de su líder terminara con sus miserables vidas. El pelinegro estaba insoportable, más incluso de lo que Hikaku podía soportar.

Él amaba a su primo, sin duda, crecieron juntos y era un hermano más para él; pero era sumamente insoportable y terrible cuando se lo proponía; la cacería había ido bien, estaban en perfecto tiempo, pero a uno de los idiotas que los acompañaban se le cayó la piel que Madara pensaba regalarle a Tobirama cuando regresaran, y se volvió completamente loco. Y no podía encontrar nada digno de su esposo.

Hikaku tuvo que escuchar una y otra vez la obsesión que su primo tenía por el demonio Senju.

No entendía que tenía de especial, pero la manera en la que su primo hablaba y suspiraba su nombre cuando estaban mirando a las estrellas. Lo ponía en una encrucijada.

Aún renuente ante la confesión que Madara le había hecho sobre el verdadero asesino de Izuna, se sintió profundamente traicionado, no habló con el líder Uchiha durante tres días; su propia familia había traído al enemigo a su hogar mientras no estaba. El mayor luchaba por encontrar el momento de retomar la conversación con Hikaku, pero parecía imposible… hasta que el menor le concedió su atención; su primo siempre había sido diferente, más comprensivo y racional que cualquier otro Uchiha.

Lo escuchó de manera atenta, todas la situaciones e implicaciones de su matrimonio de papel; de cómo casi mata a Tobirama el mismo día que se casaron, de su terrible manera de actuar, de cómo lo culpó por sus desgracias cuando había sido él, y todo su odio dirigido a una persona que no merecía nada de lo que había pasado.

Confesó que a veces temía que, Tobirama solo le ofrecía su cariño por el profundo miedo que tiene de que lo mate algún día… es una inseguridad latente… aunque muchas veces Tobirama ha dejado claro su profundo apego y cariño; es consciente de que él lo obligó a estar a su lado para siempre… y luchaba cada día contra ese odio que se tiene a sí mismo. Demuestra todos los días porque es digno de ser amado y es algo con lo que va a vivir hasta el último de sus suspiros.

Hikaku comprendía sólo un poco de la compleja relación de Madara. Pero no podía culpar a su primo por su odio y rencor inicial al menor de los Senju; aunque su actuar fue cobarde, Amaterasu lo dirigió por el camino de la paz y con ello, el final de la guerra entre los Senju y los Uchiha.

Sin duda, prefería tener a Hashirama Senju de amigo que de enemigo.

Mientras conversaban un vendedor ambulante se acercó a la caravana Uchiha ofreciendo productos de importación de la tierra de las nieves; había varios pergaminos y pieles, ninguna digna a los ojos de Madara, pero uno de los rollos captó su atención. Parecía una lengua distinta y encriptada con chakra, eso si que podía ser un regalo para Tobi.

El hombre fue generoso con Madara y dejó que se llevara el pergamino por un poco de su ración de carne de caza. Accedió de inmediato y sellaron el trato.

Aunque, aun no tenía una piel para ofrecerle a su esposo, sabía como captar su atención con facilidad.

Al final de la semana, mientras los días pasaban, Madara consiguió cazar un oso negro gigante. La carne serviría para secarla, la piel era suave y brillante. Esto si que era digno de su amado.


La noche había caído sobre la mansión Uchiha, envolviendo los pasillos en un silencio pesado que parecía amplificar cualquier pequeño sonido. Dentro de la habitación principal, Tobirama yacía sobre su cama, había optado, por su salud física, dormir esa noche ahí. Sentía los párpados pesados y el cuerpo extenuado. Los últimos días habían sido un martirio; el cansancio le calaba hasta los huesos, como si cada respiración le robara energía.

Se había vuelto casi un recluso de su propia habitación, abandonando la costumbre de caminar por los jardines o perderse entre los pasillos de la biblioteca. El miedo a que alguien notara la curvatura cada vez más evidente de su vientre lo mantenía en una hipervigilancia constante. Incluso el personal había comenzado a fijarse en él demasiado, y aunque Tatsuya lo tranquilizaba, Tobirama no lograba sacudirse la sensación de vulnerabilidad.

Se dio vuelta hacia el lado vacío de la cama. El frío de las sábanas lo hizo estremecerse por la ausencia.

Madara.

El nombre flotó en su mente sin que se atreviera a pronunciarlo en voz alta. Quería que estuviera ahí, quería sentir su calor, su aroma, la seguridad que solo él podía proporcionarle con su vínculo.

¿Por qué se sentía tan inseguro?

¿Eran las hormonas?

¿Era su propio miedo reflejado en cada sombra de la habitación?

¿O estaba perdiendo la cordura más de lo que ya había admitido?

Un suspiro escapó de sus labios, y cerró los ojos con fuerza, intentando ignorar la sensación de vacío en su pecho. Pero no lo logró.

La noche avanzaba lentamente, y Tobirama, recostado de lado, dejó que su mano acariciara su vientre con un gesto casi instintivo, protector. Aún no podía creerlo, y, sin embargo, la realidad se volvía cada día más innegable.

Anhelaba el regreso de su alfa, no solo para compartir la noticia, sino para buscar en él la seguridad que tanto le hacía falta.

¿Cómo reaccionaría Madara?

¿Se mostraría severo, sorprendido… o feliz?

No podía sacar esa pregunta de su mente, la diseccionaba una y otra vez, imaginando todas las posibilidades. Pero en el fondo, siempre terminaba anhelando los escenarios más dulces, aquellos en los que su orgullo quedaba intacto y su corazón, al fin, en paz. Envueltos en el amor que tanto deseaba.

No supo en qué momento el cansancio lo venció. Aquella noche, por primera vez en días, su sueño fue profundo. Quizá se debía al calor de las pieles que había "tomado prestadas" del nido de Madara; envolviéndolo con su aroma, dándole una ilusión de compañía, de refugio.

Y mientras la luna iluminaba débilmente su rostro sereno, Tobirama soñó que, al despertar, Madara estaría allí.

Tal vez su sueño se haría realidad si realmente lo pedía con fuerza.

Madara llegó entrada la madrugada, los cascos de su caballo retumbaron en la caballeriza y sus pasos resonaron como truenos en el silencio de la mansión. Había dejado atrás a sus acompañantes, ignorando las miradas sorprendidas y las voces de los sirvientes que apenas tuvieron tiempo de inclinarse en señal de saludo. No importaba. Nada de eso tenía importancia.

Solo una cosa estaba en su mente.

Llevaba una semana más de la que había prometido, y la sola idea de que Tobirama pudiera estar molesto o angustiado por su ausencia lo hizo sentir un extraño nudo en el pecho. Sabía cuánto valor le daba a la puntualidad y cuánto despreciaba las promesas rotas. Pero era más que eso. Cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo lejos de él había sido un suplicio. Su cuerpo lo resentía con un dolor que no se parecía al deseo, sino a la ausencia de algo vital. Como si el aire se hubiera escapado de sus pulmones durante una eternidad.

Empujó la puerta con rapidez y cruzó el biombo, conteniendo el aliento cuando lo vió.

Allí estaba Tobirama. Envuelto en mantas, pieles y ropas que recreaban un nido que reemplazara su presencia en medio de la soledad. Dormía profundamente, con su cabello plateado extendido como seda sobre la almohada, casi cubierto completamente por las mantas, mientras su respiración acompasada y su expresión extrañamente apacible se dibujaban sobre la vista del pelinegro.

Madara se quedó inmóvil en el umbral, atrapado por la escena. Una parte de él deseaba acercarse y cubrir su piel con besos hasta despertarlo; otra, simplemente quedarse allí, contemplando en silencio la prueba irrefutable de cuánto lo había extrañado.

Se detuvo un instante al borde de la cama, hipnotizado por la imagen que lo esperaba. Su aroma era tenue, un poco apagado, pero aún guardaba esa nota dulce que siempre lograba enloquecerlo.

Sin embargo, el propio Madara estaba impregnado del olor de la tierra, sudor y polvo de viaje. No podía acercarse así. Se obligó a apartarse con sigilo, dirigiéndose al baño, donde el sauna seguía caliente. Se despojó de la ropa apresuradamente y se dejó envolver por el vapor, frotando su piel hasta que su aroma volviera a ser limpio, nítido, profundamente suyo. Su cabello fue envuelto en una toalla para quitar el exceso de agua y lo secó rápidamente con un jutsu de naturaleza de fuego que aprendió en uno de sus viajes.

El baño fue rápido; su necesidad de volver al lado de Tobirama era más poderosa que cualquier cansancio. Al regresar, se puso la ropa de cama y comenzó a retirar con cuidado algunas de las mantas, arrojándolas al suelo para poder acercarse al cuerpo del albino. No supo lo agotado que estaba hasta que finalmente se recostó a su lado y un ronroneo profundo escapó de su pecho, buscando envolverlo con su calor. Tobirama se removió apenas, como reconociendo su presencia incluso en sueños.

Entonces, el aroma cambió. Esa dulzura oculta, casi imperceptible, se volvió más intensa. Madara, casi dormido, sintió que Tobirama se hundía en su pecho. Su corazón se aceleró con una punzada de adrenalina, y lo besó, primero con torpeza, luego con una urgencia casi feral. Murmuró disculpas entre beso y beso, sintiendo que los labios de Tobirama respondían, aunque con lentitud, como si su sueño fuera aún profundo.

La pasión creció hasta que Madara, casi sin darse cuenta, se despojó de su ropa. Tobirama, ya más consciente, permanecía inmóvil, observándolo con una mezcla de deseo y algo más… algo que no podía descifrar.

—Tobi… —susurró Madara, inclinándose hacia él—. No tienes idea de cuánto te extrañé… Cuánto soñé con tus besos… con tu compañía… me sentía tan solo sin ti…

Tobirama no reaccionó de inmediato. En cambio, en voz baja, le pidió la explicación de su tardanza.

Madara tragó saliva, esperando la reprimenda, pero lo que recibió fue lo opuesto: el omega se desmoronó en sus brazos, hundiéndose en su pecho, buscando consuelo más que respuestas.

Más que una reprimenda, era un berrinche. Sin poder mirarlo a los ojos, aún con toda esa oscuridad, sabía la cara que Tobirama estaba haciendo en ese momento.

Madara lo abrazó, y fue entonces cuando lo notó.

Tobirama lo besó con fuerza, aferrándose a su aroma, a su presencia. Luego tomó las manos de Madara y las guió lentamente hacia su vientre… sin apartar sus labios de los suyos.

—Estas semanas… —susurró Tobirama contra su boca— han sido dificiles sin ti… nos hemos sentido solos…

Madara se tensó ante esa palabra. —¿Solos?

Tobirama sonrió suavemente, con esa dulzura que rara vez dejaba ver. —Sí… que nos sentimos solos…

Colocó de nuevo las manos de Madara sobre su vientre. El alfa pudo sentir cómo se le formaban lágrimas en los ojos, un nudo de emoción subiendo por su garganta.

Madara, con el corazón palpitando en su garganta, se arrodilló al pie de la cama. Sus ojos rojos brillaban con intensidad, pero no por ira, sino por la fuerza de la emoción que lo sacudía. Su voz tembló, quebrada…

—Tobirama… no juegues con mis sentimientos… No podría soportarlo.

El albino lo observó en silencio, con la respiración un poco agitada por la tensión y la ternura que se mezclaban en la atmósfera. Entonces, sin una palabra, se levantó de la cama y caminó hacia la ventana. Con un suave movimiento, la abrió, dejando que la luz de la luna se derramara sobre su cuerpo.

Madara contuvo el aliento. Bajo el brillo plateado, la silueta de Tobirama reveló un estómago creciente y cargado de vida, despertando algo profundo en su pecho. Su sharingan, grabó cada detalle como si temiera que la imagen pudiera desvanecerse.

Sin poder resistir más, Madara se levantó y se acercó, con pasos silenciosos, hasta abrazarlo por la espalda. Sus manos, aún temblorosas, rodearon el vientre con extrema delicadeza. Tobirama se dejó envolver, inclinándose hacia él, y por primera vez en semanas permitió que la serenidad lo venciera.

—¿Lo sientes? —murmuró el albino con una sonrisa suave—. Ha sido una tortura mantenerlo en secreto.

El Uchiha apoyó la frente sobre su hombro y lo estrechó con fuerza, como si quisiera fundirse con él. Por un instante, no importaron los días de ausencia, sólo existía la calidez de ese abrazo.

Esa noche durmieron juntos, entrelazados, sus manos unidas en un agarre que no se soltó ni un solo instante. Madara envolvió a Tobirama con su cabellera negra, protegiéndolo como nunca antes, mientras el albino se sentía pequeño y seguro en el pecho de su alfa.

Notes:

Estamos tan abandonadooooooOs, solos en el mundoooooooo, hola buenas noches, dejo capítulito rico porque no sé cuando podré volver a escribir. Estoy en la maestría, ayudaA!.

Muchas gracias a todos aquellos que siguen esta historia y la apoyan.

Un besazo a mi reina, Miss4D, mi todo, la que inspira este escrito día a día, vayan a leer Vacío, su obra magna. en Wattpad jejejejejeeje.

Besitos y saludos a CruzCredo, Lua_strawberry, Irsyhhw, Shadowtravelingtitans, Crys23, Briar_hartsss, Kimjongin189, que siempre comentan en los capítulos, muchas gracias me hacen muy feliz, incuso algunos de ustedes, ni siquiera hablan español y aún así le dieron una oportunidad. Muchas gracias. <3

Gracias enserio por esas 2.5 k lecturas valoro mucho a todos lo que leen, esta su bella novela mexicana <3 Estos capítulos están cargados de amor y ternura, me encantan, siento que soy un romántico empedernido <3

¿Les ha gustado la revelación? yo siento que ha sido muy poetico... Luz de luna y todo. <3 <3 viva el amor.

Okay, ahora si hablemos de cosas serias, chicos, chicas, chiques. A partir de aquí. Pueden tomarlo como un final. Porque lo que va a seguir después de la Luna Roja; no es apto para sensibles. van a pasar cosas culeras, feas, horribles. PALOMA MUERTA, NO COMER. Dead dove: Don't eat!!!!! JAJAJAA. Bueno, ya viene en la etiqueta, pero es bueno advertir.

Se los digo porque los quiero.

La canción del capítulo es: Duele el amor - Cute british boy x Ana Torroja. Joder, como amo esa rola.

Chapter 20: Capítulo 20: Familia política

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Capítulo 20: Familia política

La fecha para el festival de la Luna Roja estaba cerca.

Hashirama había recibido la carta de su hermano menor entusiasmado, esperaba que Tobi declarara algún avance con Madara o hablara de sus raros experimentos; pero solo la desilusión más grande llegó a sus ojos. Más que una carta de su hermano menor, eran solo reclamos por sus errores. El castaño se desvaneció en su pena. ¡Nunca perdía la oportunidad para darle una lección!... Extrañaba cuando su hermano menor era pequeño y lo perseguía por todos lados, inundándolo con su aroma dulce y sofisticado, tan parecido al de su madre.

Pero la esperanza se recuperó al final del párrafo.

<< Espero verte en el festival de la Luna Roja, quiero darte una sorpresa junto a Mito>>

Cuando Hashirama salió para atender otros asuntos, dejó a Mito tener un momento de privacidad con su propia carta. La abrió e inmediatamente inició la lectura, repasando cada trazo, cada línea que revelaba a un Tobirama distinto al que ella conoció por primera vez

Lo recordó claramente: un chico retraído, serio, con la mirada siempre fija en alguna lectura o pergamino. Inhábil para las interacciones sociales, frío en apariencia, pero con una mente prodigiosa, siempre atento e hiper vigilante de cualquier movimiento. Excelentes cualidades para cualquier shinobi sensor, pero terribles para una persona sensible como él.

No era como Hashirama. Su amado era vulnerable, cálido y amistoso; el tipo de persona que inspiraba cariño con solo sonreír. Y, aunque Mito se había enamorado de esas cualidades desde el minuto en que lo conoció, comprendía que Tobirama había tomado un camino distinto, según las descripciones de su amor; Tobirama era muy parecido a su madre. Callada, reservada pero sumamente protectora y amorosa.

Mito dudaba en el inicio del significado de “amoroso” en el concepto que tenía Hashirama.

Había necesitado mucho tiempo para que el albino confiara lo suficiente en ella. Y, aun así, nunca perdió ese halo de distancia hasta hace dos años.

Sin embargo, mientras sostenía la carta, Mito no pudo evitar sentir que algo había cambiado. Había ternura en sus palabras y una especie de calma que jamás había percibido en él.

Su mente, entonces, vagó hacia recuerdos más lejanos. Su hermana menor, Mizuhara, era como Tobirama en ciertos aspectos: reservada, devota, siempre encerrada en el santuario purificando los símbolos de sus deidades.

Pero había una diferencia. Mizuhara nunca había cambiado, nunca se había permitido abrir su mundo.

Por eso Mito había dudado desde un inicio si ella sería la alfa adecuada para Tobirama. Su cortejo nunca fue auténtico, nunca pasó más allá de simples acuerdos o pergaminos; siempre fue impulsado por la presión de su padre y de Butsuma, obsesionados con sellar una alianza estratégica.

Un enlace que, al final, nunca floreció.

Mito volvió a sonreír al leer de nuevo las últimas líneas de la carta. Había algo en ellas que le decía que Tobirama no solo estaba bien… sino que estaba feliz.

Y eso, de algún modo, la llenaba de una esperanza dulce, aunque no supiera exactamente por qué.

El viaje no fue difícil de superar; Mito y Hashirama amaban conversar y ver la naturaleza a su alrededor. Con anterioridad, cuando Tobirama aún estaba recuperándose, habían realizado ese mismo recorrido, esta vez, por una ruta recomendada por Tobirama, para admirar una hermosa escena en un lago.

Se detuvieron unos minutos para deleitarse con un grupo de aves que disfrutaban del agua dulce; Hashirama no desaprovechó la oportunidad de tomar algunas flores cercanas para ofrecerlas a su esposa, recitando una parte de sus votos de nuevo. Mito sonrió en aprobación. Amaba la manera tan clara en la que su esposo desbordaba su afecto.

El camino hacia la sede Uchiha estaba bordeado por árboles de hojas verdes esmeralda que parecían arder con la luz del sol de la tarde. Hashirama estaba observando el paisaje sobre el transportador, aunque su expresión estaba lejos de la serenidad que solía mostrar. Mito, que sostenía su brazo con delicadeza, percibía claramente la inquietud que lo rondaba.

—Estás muy pensativo, mi amor. ¿Aún intentas adivinar cuál es la sorpresa que tu hermano guarda?

—No puedo evitarlo. Tobirama dijo en su carta que había algo importante que quería compartir conmigo… y contigo, claro. Pensé que podría tratarse de un proyecto nuevo… ya sabes, había mencionado los avances en su escuela militar… pero no creo que sea razón suficiente para tanto misterio.

Mito sonrió levemente, observando los destellos del sol entre las ramas.

—Quizá no se trate de algo militar. Podría ser… algo que acerque más a los clanes. Un paso hacia esa aldea que sueñas construir.

Hashirama levantó la vista, ilusionado, pero enseguida la bajó, dudando.

—Sería maravilloso… pero no puedo estar seguro. Tobirama siempre ha sido reservado… y últimamente… —se interrumpió, frunciendo el ceño.

Mito inclinó la cabeza, divertida.

—Quizá tu hermano no solo esté trabajando en sus proyectos… tal vez también en su relación con Madara. En la carta que me ha enviado… me ha comentado algunos detalles.

Hashirama detuvo sus pensamientos, mirándola con expresión agraviada.

—¿¡Relación!? ¿Por qué contaría esas cosas a ti y no a mí? ¡Soy su hermano mayor! —Un dejo de tristeza cruzó su rostro, apagando el tono airado— …aunque… tal vez sea porque… fui yo quien… —guardó silencio un momento, mordiéndose el labio— quien lo ofreció para esta unión.

Mito percibió el cambio en su voz: la culpa. Suavemente, deslizó su mano sobre la suya, deteniendo sus pensamientos por un instante.

—Hashirama… no pienses así. Si Tobirama guarda un secreto, es porque quiere sorprenderte… no porque te guarde rencor. Tu hermano te ama y adora. Si su rencor fuera mayor, no desearía vernos con tanta ilusión.

Hashirama inspiró profundamente, tratando de ahogar la punzada de remordimiento que le oprimía el pecho. Imágenes vívidas se agolparon en su mente: el instante en que tuvo que entregar la mano de su último hermano, su tesoro más preciado; aquel omega que había transformado su propio dolor y angustia en una armadura para proteger al clan. Recordó, con un nudo en la garganta, el día en que casi lo perdió en aquel lecho, su cuerpo exangüe y su respiración apenas perceptible. La memoria le hizo tensar los hombros, como si todavía pudiera sentir el miedo helándole la sangre. Antes de que pudiera perderse por completo en esa espiral de pensamientos, sintió la cálida presión de los delicados dedos de Mito entrelazando los suyos, trayéndolo de regreso al presente con un gesto lleno de consuelo.

—Hemos llegado.


Ante ellos, las puertas de la sede Uchiha se abrían, imponentes, bañadas por la luz dorada del atardecer.

La mañana en la sede del Clan Uchiha había sido agitada, pero ahora el silencio reinaba en el vestíbulo principal. Madara permanecía de pie frente a las puertas, esperando la llegada de Hashirama y Mito, vestido con su mejor traje. Su kimono tradicional azul profundo, con delicados bordados plateados en los bordes y el monograma del clan en la espalda de su haori, le daba un porte regio. Su cabello estaba recogido en una coleta alta, sujeta por un listón rojo adornado con un broche de rubí que capturaba los reflejos del sol, mientras algunos mechones caían suavemente a los lados de su rostro, enmarcando sus rasgos con naturalidad.

A su lado, Tobirama se veía como un ángel. Llevaba un kimono azul claro, casi llegando al pulcro blanco, ligeramente más delicado y estilizado, que resaltaba su porte esbelto y se ajustaba suavemente bajo el pecho, marcando la silueta de su vientre ya crecido. Sobre su haori oscuro, el monograma Uchiha brillaba con orgullo, y en su cabeza reposaba la tradicional tiara de la pareja del líder, con un velo trasero que se movía con gracia cada vez que una suave corriente de aire atravesaba el salón.

Madara no podía apartar los ojos de él.

Suspiraba con la figura enmarcada en pintura de su amado esposo.

Los portones de la sede Uchiha se abrieron con un crujido solemne. Dos sirvientes, impecablemente vestidos con hakamas negros y chaquetas de gala, se inclinaron profundamente hacia los anfitriones antes de anunciar, con voces claras y resonantes:

—¡La Princesa Senju Mito y el Líder del Clan Senju, Hashirama!

Madara, erguido en la entrada principal, lucía imponente, se inclinó con respeto al igual que Tobirama, añadiendo un toque casi ceremonial.

Los visitantes entraron radiantes. Hashirama avanzó a pasos largos y, antes de que nadie pudiera advertirlo, abrazó a Tobirama con fuerza, levantándolo apenas del suelo.

—¡Hermano! —exclamó con alegría pura—. ¡Por fin te veo! ¡Te he extrañado tanto!

Tobirama, entre un respingo y un gesto de súplica, murmuró con tono sereno y firme.

—¡Anij-¡….Hermano mayor… por favor, no seas tan brusco.

—Es solo que… —respondió el líder Senju, bajando la voz con una leve risa nerviosa— …realmente necesitaba un poco de cariño de mi pequeño hermano. La intensidad del abrazo cedió, volviéndose más y más suave.

El albino suspiró con resignación, pero complacido por la atención y cariño de su hermano mayor, cuando el abrazo cedió, arregló instintivamente su kimono, mientras Mito, que los observaba con atención, esbozó una sonrisa y pronunció suavemente:

—Mi amado… ¿no notas algo?... Deberías ser más cuidadoso con tu fuerza….

El comentario lo detuvo en seco. Su mirada se fijó, por primera vez, con mayor claridad en su hermano menor. La realidad golpeó su mente como una ráfaga de viento fresco. El brillante rostro del menor de los Senju se presentó en respuesta al asombro del castaño.

Madara, percibiendo la intensidad del momento, se acercó a Tobirama con calma y voz protectora. Mientras abrazaba con ternura el vientre de su esposo.

—¿Estas bien, Tobirama? —preguntó, casi en un susurro.

—Sí, gracias —respondió el albino con naturalidad, sin apartar la mano de su vientre.

La princesa Senju, complacida, inclinó la cabeza levemente en reconocimiento hacia Madara, quien respondió con una reverencia precisa, cargada de respeto. Entonces, el líder Uchiha habló en voz grave.

—Hoy… me honra anunciar que mi esposo, Tobirama Uchiha, está gestando no uno, sino dos herederos, ambos varones, y esperamos su llegada al inicio de la primavera.

Tobirama asintió con una leve sonrisa, sus dedos acariciando el contorno de su vientre en un gesto instintivo, protector y feliz.

Mito se adelantó de inmediato, con los ojos brillantes, para rodear a Tobirama en un abrazo delicado.

—¡Oh, Tobirama! —exclamó con voz temblorosa—. Sabía que tu deseo de formar una familia se haría realidad… ¡esto es maravilloso! Estoy tan feliz por ti, por ambos…

Mientras ambas figuras compartían ese instante íntimo, Hashirama y Madara se miraron fijamente. Por un instante, sus miradas fueron de mutua evaluación, pero pronto se suavizaron ante la dicha de los omegas.

Hashirama se acercó al líder Uchiha y, con genuina emoción, dijo:

—Madara… este es uno de los días más felices de mi vida. Gracias… gracias por darle a mi hermano la oportunidad de ser tan feliz. Siempre había deseado tener una familia propia.

Pero Madara negó suavemente con la cabeza.

—No me agradezcas a mí —replicó con voz firme—. Agradéceselo a él. Tobirama ha sido quien ha llevado sobre sus hombros la carga… quien ha trabajado hasta el límite para que todo esto sea posible. Yo… simplemente soy el afortunado que puede amarlo.

Hashirama guardó silencio unos segundos, comprendiendo la profundidad de aquellas palabras llenas de cariño y amor, mientras Mito y Tobirama reían suavemente a un costado, los dos líderes se miraron con entusiasmo.

Madara llevó a sus invitados a una sala privada para compartir té mientras el personal bajaba sus pertenencias y designaba sus habitaciones. El líder del clan Senju llenaba de cariño y preguntas a su hermano menor, quien estaba extrañamente abierto a responder con alegría.

La sala era acogedora, con una vista preciosa al jardín de primavera que tanta paz le daba a Madara en los momentos de estrés.

Cuando todos tomaron asiento, Madara se acercó despacio a Tobirama, en un gesto íntimo le ofreció su mano para ayudarlo a acomodarse sobre los cojines, asegurándose de que su espalda estuviera bien sostenida y que el haori no se arrugara demasiado bajo su cuerpo. Era una atención tan sutil, tan delicada, que hasta Mito notó la ternura en los movimientos del Uchiha.

Hashirama no pudo contener más sus pensamientos, preocupado por el estado actual de su hermano, no temió cuestionarlo.

—Tobirama, ¿Cómo lo has llevado? —preguntó con la seriedad de un shinobi médico que conoce los riesgos—. Sabes que un embarazo después de una tanatosis puede ser complicado, ¿has tenido alguna incomodidad?

Tobirama sostuvo la mirada de su hermano, con esa mezcla de orgullo y serenidad que lo caracterizaba.

—El doctor Tatsuya está siguiendo mi caso muy de cerca —respondió—. Por ahora no ha habido complicaciones. Estoy bien, anija.

La sonrisa fue leve, casi imperceptible, pero suficiente para suavizar la tensión en el ambiente. Sin embargo, Madara, sentado a su lado, sabía que todo ese diálogo era una vil mentira,una que conocía demasiado bien. Sus ojos se ensombrecieron un segundo, antes de disimular con una expresión neutra. Nadie más que él sabía lo mucho que Tobirama había estado luchando contra el agotamiento, cómo algunos días apenas podía levantarse de la cama y cómo Tatsuya le había insistido en suspender todo tipo de esfuerzo.

Hashirama no fue ajeno a la incomodidad en el aire. Su ceño se frunció un poco, quizá adivinando que su hermano no le estaba diciendo toda la verdad. Tobirama lo notó de inmediato, y antes de que el silencio se volviera más denso, desvió la atención con calma.

—Madara, ¿podrías traer un poco de té de limón con miel? —pidió suavemente, llevándose una mano al vientre—. Me ayudaría con el mareo.

El alfa se levantó al instante, obedeciendo la petición de su omega sin la menor objeción. Sus ojos se suavizaron en cuanto captaron el trasfondo de la solicitud: Tobirama quería un momento a solas con su hermano.

—Por supuesto —respondió con una ligera inclinación de cabeza.

Mito se puso de pie también, su rostro iluminado por una sonrisa tranquila.

—Te acompaño, Madara. Podríamos traer algunos dulces para acompañar el té.

Madara dudó un segundo. Lo lógico habría sido llamar a los sirvientes, pero entendió la insinuación con la misma rapidez que Tobirama la había hecho. Al final, asintió con un gesto elegante.

—Será un placer.

Y así, ambos se retiraron juntos, dejando a los hermanos en la intimidad de la sala. Madara echó una última mirada por encima del hombro, asegurándose de que Tobirama estuviera cómodo. Sus ojos oscuros transmitieron un mensaje en complicidad.

<<No tardes en llamarme si me necesitas>>

Hashirama se acomodó frente a su hermano, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas. Su expresión, normalmente cálida, estaba ensombrecida por una seriedad poco común.

El castaño se acercó hasta colocarse frente a su hermano menor, en un inicio, dudando de la situación que estaba a punto de provocar.

—Tobirama… —comenzó, con esa voz que usaba para denotar su posición de líder, pero para el albino, era la voz de un hermano mayor preocupado—. ¿Me estás diciendo la verdad?

Tobirama no pareció sorprendido por la pregunta. Bajó la mirada unos segundos, como buscando las palabras precisas. —Sería absurdo afirmar algo que sabes que no es verdad del todo, eres perspicaz cuando lo deseas, anija. —respondió con calma—. Estoy agotado la mayoría de los días, eso no puedo negarlo. Pero el embarazo va bien, tengo el peso adecuado y no se me exige con demasía en el trabajo. He seguido las indicaciones de Tatsuya al pie de la letra.

Trató de esbozar una pequeña sonrisa para aligerar la tensión.

—Además… Madara me está complaciendo en todo lo que deseo. —Su voz se suavizó, y un leve rubor coloreó sus mejillas. Desviando un poco la mirada.

Hashirama, lejos de tranquilizarse, frunció el ceño, malinterpretando el gesto.

—Eso no es lo que me preocupa, Tobirama —dijo en un tono más bajo, casi un gruñido, liberando un poco su olor con un sutil tono de preocupación.

Sus ojos se endurecieron, y por un instante, su recuerdo lo llevó a aquella noche de la boda, cuando Madara le había hablado de su hermano con una fascinación que lo había inquietado. Demasiado deseo, demasiada obsesión… Su mente se vio perturbada ante solo la insinuación de una escena de terror.

—Dime la verdad, sin rodeos —continuó Hashirama, con la voz firme—. ¿Madara te obligó a acostarte con él? ¿Este embarazo acaso es producto de…

El aire en la habitación se volvió denso. Tobirama parpadeó, sorprendido por la crudeza de la pregunta. Sus labios se entreabrieron, y por un momento, pareció ofendido.

—¿Qué…? —su ceño se frunció, la sorpresa dio paso a una mueca casi incrédula—. Claro que no.

—No me mientas —insistió Hashirama, su voz sonó más tensa—. Si él te forzó a concebir estando en ese estado tan delicado, juro que…

—¡Hermano! —La voz de Tobirama resonó en la sala, cortante y firme. — No me denigres.

El mayor se detuvo. Tobirama rara vez levantaba la voz, y cuando lo hacía, siempre era por algo importante. El silencio que siguió fue absoluto.

—Escúchame bien —dijo el omega, con los ojos entrecerrados, pero sin perder la compostura—. Si hay algo que no necesito de ti es que me trates como alguien indefenso.

—Sabes perfectamente que esta situación es complicada, Tobirama… yo.­— Tobirama lo interrumpió de nuevo, pidiendo que lo escuchara antes de emitir otro juicio.

Respiró hondo, como si necesitara calmarse.

— Nuestro matrimonio no inició en las mejores condiciones, Madara no me ha obligado a nada. Al contrario… ha sido más paciente de lo que imaginé posible. — Había una leve tristeza en su voz que Hashirama no dejó pasar. — Me da vergüenza admitir que…

Tobirama giró el rostro, mirando fijamente al tatami.

Hashirama bajó la mirada, mordiéndose el labio inferior. La incomodidad era evidente.

—Tal vez no es algo que me incumba — interrumpiendo en voz baja—. Pero sigo siendo tu hermano mayor y quien te puso en esta situación. Si algo te pasara… si él te hiciera daño… nunca podría perdonarme por no haber hecho nada. No quiero que te sientas obligado a…— Hashirama no pudo continuar la frase. —Sabes que vendré por ti si me lo pides, ¿verdad? No lo olvides por favor…

El rostro de Tobirama se suavizó. Estiró la mano, que posó sobre el rostro de Hashirama, un gesto que rara vez ofrecía.

—Lo sé —susurró—. Y te lo agradezco. Pero estoy bien ahora, antes no hubiera dudado en irme anija… lo confieso. Las primeras semanas son difusas en mi mente; encontré miles de murallas frente a mí, sobre todo en conocer cuál era mi lugar aquí, quiero que confíes en mí… y en él. Madara me ha demostrado que su lealtad y amor me pertenecen. Este embarazo es la prueba más clara de ello… debo confesar que estoy preocupado por el momento en el que ha ocurrido… Sabía que no iba a ser fácil concebir un heredero después de mi enfermedad…

Hashirama esta vez se contuvo y escuchó atentamente a su hermano.

—Pero… realmente todo ha sido desde el amor y el respeto… no miento cuando digo que realmente amo a Madara, y no dudo del amor que siente por mí.


La cocina se sintió extrañamente pequeña bajo la mirada aguda de la princesa Senju. Madara servía con presición la cantidad adecuada de esencia de limón y miel sobre el agua caliente, colocando todo perfectamente sobre una bandeja de madera negra y roja.

Mito nunca hacía nada sin intención, y el Uchiha sabía que se había ofrecido a acompañarlo para evaluarlo. Sentía su mirada como un kunai sobre su nuca.

—Veo que conoces el gusto de Tobirama por el té.

—Es algo que ambos compartimos.

Su respuesta fue correcta, incluso cortés, pero no satisfació a Mito. Dio un paso más hacia la isla de la cocina, apoyando una mano sobre la superficie de madera.

—¿Cómo está realmente? —preguntó sin rodeos—. Y no me repitas lo mismo que le dijiste a Hashirama.

Madara se detuvo con la tetera en la mano. Su perfil permaneció sereno, pero había una sombra en sus ojos. No estaba acostumbrado a ese tono tan mordaz.

—Está… lo suficientemente bien para que no tengas que preocuparte. — Madara no era tonto, sabía perfectamente que no estaba en la gracia de la omega Uzumaki.

—Eso no responde mi pregunta —replicó Mito, su voz apenas un susurro, pero tan cortante como una hoja bien templada.

Madara dejó la tetera sobre la bandeja con un sonido suave y finalmente la miró de frente.

—No voy a mentirte —dijo con calma, aunque su mandíbula se tensó—. Sí, se cansa más de lo que debería. Tatsuya y yo estamos al tanto. Estamos tomando medidas para ello… Tobirama es renuente a obedecer, ya deberías saberlo.

Mito lo estudió en silencio por unos segundos, como si buscara en su rostro una grieta, una fisura por donde colarse.

—Bien —dijo finalmente, pero no se apartó. Sus ojos se entrecerraron levemente—. Entonces, háblame de ustedes.

Madara parpadeó.

—¿De nosotros?

—De tu relación con él —aclaró Mito, inclinándose apenas hacia delante, como si quisiera asegurarse de que no pudiera escapar de la pregunta—. Hasta ahora, solo te he visto atenderlo, seguirle el ritmo, cuidarlo. Es… inusual.

Madara arqueó una ceja.

—¿Es inusual que lo trate bien?

—Inusual que seas este Madara —replicó Mito sin inmutarse—. Sé perfectamente lo que le hiciste en el pasado, no pienso perdonarte por ello. El alfa impulsivo y severo que todos conocemos se ha vuelto de repente amable, compasivo, casi… indulgente.

Madara se quedó inmóvil, sorprendido por lo certero de sus palabras.

—¿Qué es lo que ha cambiado? —preguntó ella finalmente, en un tono tan bajo que parecía una acusación.

El Uchiha no respondió de inmediato. Sus ojos se desviaron hacia la bandeja, como si el orden de las tazas pudiera darle la respuesta. Al final, habló despacio, midiendo cada palabra. Mito, princesa del clan Senju, era realmente una mujer aterradora; incluso sin el respaldo de Hashirama, temía lo que la exheredera del país del remolino podría hacer si convocaba su verdadera ira.

—Tal vez lo único que ha cambiado… soy yo.

El silencio que siguió fue extraño, no hostil. Mito lo observó un momento más, evaluando la seriedad de aquella confesión, antes de esbozar una sonrisa pequeña. Las palabras de Madara eran sinceras y llenas de respeto.

—Espero que tengas razón —dijo finalmente—. Porque si este cambio es real, será la única razón por la que Tobirama pueda florecer aquí — confesó.

—Tobirama no es una persona sencilla de entender… soy consciente de la complicidad que resuena en sus acciones; sé que lo quieres con sinceridad. Tobirama mismo me ha confesado el profundo amor que siente por ti… solo quería escucharlo de ti.

Madara sostuvo su mirada un segundo más, antes de tomar la bandeja y dirigirse hacia la puerta.

—Lo amo, no dudo de ello. —respondió, y su voz sonó tan segura que Mito, por primera vez, se permitió creerle.


El festival de la Luna Roja iniciaría por la mañana. Tobirama y Madara se despidieron de sus invitados temprano.

El agotamiento del omega era evidente, después de horas y horas de conversaciones sobre la situación actual de los clanes.

Hashirama y Mito se fueron a recorrer una vez más el jardín antes de conocer su habitación por esos días, hablando sobre lo que descubrieron en sus conversaciones más privadas con Madara y Tobi.

El alfa estaba seguro de que ambos coincidían en que todo había estado en regla y no tenían por qué preocuparse por el menor de los Senju por el momento.

Aunque Hashirama no podía entender este amargo sentimiento de que algo no estaba bien.

La habitación donde el líder Senju y la princesa Senju descansarían era sumamente lujosa, era un ala completa para su uso, casi tan grande como la habitación principal Uchiha que Madara y Tobirama compartían.

Ambos estaban agotados por el día lleno de sorpresas y descubrimientos.

Pero era imposible negar que se habían extrañado esas horas.

Acostumbrados a la compañía de otros. A veces se perdían de los momentos más íntimos dentro de la sede Senju.

Hashirama encendió un incienso, provocando la mirada curiosa de su esposa.

—Mi amada… te pertenezco, haz conmigo lo que te plazca. Mis deseos son tuyos, no hay persona en el mundo que me pueda dar la felicidad que tú provocas. La agonía que siento cuando estás ausente es comparable a la peor de las torturas.

Hashirama continuó besando los dedos de su amada con devoción.

No era suficiente tenerla a su lado. Quería encarnarse en ella, que sus mentes fueran una sola y sus cuerpos solo uno, y quedarse hundido en su calor el resto de la eternidad.

Mito era su diosa, su ángel, quien siempre estaba cuidando su felicidad. Era tan benevolente con él…

Permitía que la amara.

Su abrazo era la gloria para alguien tan indigno de su presencia.

Ella retiró las capas más gruesas de su kimono, dejando notar su escote profundo, su piel pálida resaltó a la luz de las velas, y su cabello rojo, hipnotizante, como un fuego abrazador, enmarcó sus preciosos ojos.

La piel morena de Hashirama se erizó al ver la desnudez de su esposa. No había momento en el que él pudiera dejar de sorprenderse con la diosa que tenía frente a él.

La amaba tan profundamente, y ese día se lo volvería a demostrar.

—Mi amor… mi cuerpo es tuyo, solo tú sabes cómo complacerlo, ven y reclama lo que has marcado por la eternidad. — La voz de Mito se suavizó en el más profundo de los suspiros. Cargado de deseo y desespero por el calor de su acompañante.

Hashirama tomó las delicadas manos de Mito.

Una vez entrelazados, besó su cuello con timidez.

Aún sentía un poco de vergüenza en los actos más íntimos, a pesar de su largo historial de noches con su esposa; no había día y noche que no deseara su cuerpo. Ambos, desesperados, buscaron sus labios. Hashirama tomó la iniciativa, tomando por la cintura a la pelirroja.

Ambos se recostaron sobre el futón, a pedido de Hashirama.

Él la recorrió con sus besos, posándose sobre sus pechos, vientre y pelvis, bajando satisfactoriamente hasta su sexo.

Te pertenezco, Mito…

Siempre seré tuyo.

En esta vida y en las que el destino me permita ser partícipe y testigo de tu belleza.

El clímax la estremeció con tal intensidad que su espalda se arqueó, liberando cada fibra de su ser en un solo instante de éxtasis. Para Hashirama no existía mayor deleite que complacer a su amada; su dicha estaba en verla sonreír, en escuchar su respiración agitada y sentir cómo su cuerpo respondía al suyo.

Mito, satisfecha, le hizo saber con la dulzura de sus labios que había cumplido su cometido. Aquella caricia era una recompensa divina; un simple beso suyo bastaba para desarmar al mismísimo Dios de los Shinobi.

Hashirama siempre se preguntaba por qué, frente a ella, sus rodillas cedían sin resistencia. Había en Mito algo más fuerte que cualquier poder que hubiera presenciado en su vida: el amor. Y ese amor lo reducía, lo moldeaba y lo hacía rendirse, una y otra vez, con una sonrisa plena en los labios.

Llenarla con su esencia era solo una pequeña parte de los deseos más primitivos de Hashirama, amaba tanto a Mito que un día, sin ella, sin su afecto, sin su cuerpo, parecía algo antinatural en su sistema.

El ritmo era suave, casi tierno.

Ambos disfrutaban de sus cuerpos en sincronía. Tomados de las manos mientras se besaban sobre las costosas sábanas de seda a la luz de la luna casi en su punto más brillante. Esa noche las estrellas fueron cómplices de la excitación más profunda de ambas almas.

Era esclavo de sus impulsos. En ese aspecto, Hashirama no era mejor que Madara.

La peliroja tomó la iniciativa en la segunda ronda, ayudando a su esposo a encontrar el placer de una nueva forma. Ella era mucho más experimentada que él en muchos ámbitos. Política, redacción y el sexo. Aunque eso jamás fue un motivo de decepción.

Había moldeado a Hashirama a su gusto, insertando íntimamente sus caprichos y deseos más oscuros sobre su esposo… su amor había sido complaciente y entusiasta al recibir toda esa información.

No había noche aburrida para ellos desde su unión.

Al final de la velada, se abrazaron.

Expectantes de lo que podía deparar el día de mañana.

Notes:

🎵🎵🎵Somos la copa y el vino
Tú y yo vamos juntos desde que nos vimos
Subimos, bajamos, lloramos, reímos
Y es que contigo, mi amor, todo me sabe mejor
Somos como una fogata
Quemamos la noche bailando bachata
La gente no entiende qué rayos me pasa
Y es que contigo, mi amor, todo me sabe mejor
Solo quiero tu sabor 🎵🎵🎵

Hola, después de 17 años, Gandalf el gris ha regresado con un nuevo capítulo de esta su bella TVnovela.

Tenía tantas ganas de escribir de Mito y Hashirama, es que son muy amorosos UwU, solo pienso en romance cuando se me cruzan por la mente.

Estamos oficialmente a 3/5 partes de la historia. Se vienen los temas complicados. Pero antes de ello, solo quiero felicidad.

Gracias a todas esas personitas nuevas que llegaron a este fic y a este punto.

Gracias por sus comentarios, votos y esos agregados a sus listas de lectura. Me hacen muy feliz y me han ayudado más de lo que imaginan.

Miss4D, gracias por siempre apoyarme con tu entusiasmo y tu luz en mis días más lluviosos; has sido mi motivación desde el inicio.

A Crys23, Irsyhhw, CruzCredo, Lua_strawberry por siempre comentar y apoyar esta historia.

Un saludito a un nuevo lector InkspireWhimsy, que me ha comentado recientemente.

Gracias enserio a todos los que siguen aquí a pesar de las advertencias xD

En noticias más positivas. ¡Al fin llegó mi título! Oficialmente soy un licenciado. No diré en qué, pero siento que es bastante obvio. JAJAJAAJAJAJA.

La recomendación musical es Bailando bachata - Chayanne.

Es oficialmente la canción de mito y Hashirama. Es un rolón.

Me encanta Madara siendo atento con Tobirama, obvio tiene que serlo, pues es quien lleva a sus hijos y pues lo ama... pero no puedo evitar suspirar por la devoción que sienten uno por el otro.

Notes:

Si, la relación es muy problemática; eso la hace tan interesante de escribir. algunas cosas pueden estar romantizadas, procure ser crítico con la lectura. muchas gracias por la oportunidad de leer esta historia.

Playlist del fanfic: https://www.youtube.com/watch?v=hGzuUPdEp28&list=PLU3kcxK1XsNp-oyozoLgAN_k3snfacwnp&ab_channel=Ram%C3%B3nAyala-Topic