Chapter 1: EL LIBRO OLVIDADO
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Capítulo 1: El libro olvidado
Edimburgo, Escocia
Café Lochan & Lore
El sonido de la lluvia aún golpeaba suave contra los vidrios cuando Sam entró al café. Saludó con una inclinación mínima de cabeza y fue directo a su mesa de siempre, junto a la ventana, ligeramente alejada del centro donde se reunía mayor cantidad de personas.
No notó nada raro al principio. Hasta que dejó el abrigo, se sentó... y vio pimero un libro.
Un ejemplar gastado, con subrayados y notas hechas a lápiz y post-its marcando páginas. El libro trataba sobre acontecimientos históricos en Escocia, era el tipo de libro que alguien cuida como si fuera parte de sí. A un lado, un cuaderno rojo, con anotaciones escritas a mano.
Las tomó, sin pensarlo demasiado y leyó.
No parecían ser simples apuntes. Ese cuaderno contenía pensamientos lógicos, además de anotaciones llenas de filo y fuego. Había allí una mente intentando comparar dos historias de conquista: las Tierras Altas escocesas y otra región, que Sam no distinguió. El análisis era crudo, emocional, lúcido.
Sam no podía dejar de leer. No por lo que el texto decía, sino por lo que la persona intentaba contar. Por alguna razón pensó que tenía que ser de una mujer. Se notaba en el ritmo, en la intensidad. En los espacios entre palabra y palabra. Quienquiera que fuera... tenía una mirada distinta. Bastante personal.
Sam sabía que debía entregar el libro y el cuaderno rojo a la cajera o a alguien del café, pero no podía parar.
Entonces la puerta se abrió.
Norah entró apurada, mojada por la lluvia, con el ceño fruncido y los ojos escaneando el lugar. Fue directo a su mesa.
Sam la reconoció de inmediato. Y entendió, en un segundo, que todo—el libro y el cuaderno—eran suyos.
Ella lo miró.
Lo vio con el libro en una mano y el cuaderno en la otra.
Se acercó, sin perder el ritmo.
—Disculpa, eso es mío. Lo olvidé —dijo, extendiendo la mano.
Sam se quedó congelado apenas un segundo. No la esperaba. Y, sin embargo, ahí estaba. No era solo su belleza—serena, precisa, con la intensidad de alguien que sabe exactamente quién es—lo que lo dejó sin palabras. Era su presencia. Irradiaba seguridad, inteligencia, una compostura que llenaba el espacio sin necesidad de alzar la voz. Hablaba en inglés con un acento suave, apenas un roce extranjero, lo suficiente para hacerla aún más cautivadora.
Se levantó rápido, casi torpe.
—Claro, disculpa —le entregó el cuaderno y el libro, con una pausa—. No pude evitar leerlo...
Después de un silencio incomodo de solo un segundo, Sam dijo —Interesante análisis que haces.
Ella lo miró, ladeando ligeramente la cabeza.
—¿Leíste mis notas?
Sam se quedó sin palabras. Culpable. Esperaba que ella mostrara una sonrisa, una frase suave, la coquetería ligera de las mujeres, a la que él estaba acostumbrado. Pero ella no lo hizo, en su lugar lo cuestionaba.
—Solo un poco. No debí... lo siento —dijo, sincero, devolviendo todo con más cuidado del que había demostrado nunca con algo ajeno.
Ella asintió, lo recibió, y respondió tranquila:
—Gracias.
Se dio media vuelta para irse, camino unos pasos, cuando se detuvo, se volteó, lo miró con los labios apenas curvados.
—No deberías leer cosas que no son tuyas —le dijo. No fue una reprimenda. Fue... una advertencia suave. Como una invitación a comportarse mejor.
Y entonces sonrió.
Una sonrisa corta, llena de intención, entre risueña y seria. Casi como si lo perdonara. O lo desafiara. Y se fue.
Sam no se movió. No podía.
Había tres cosas que no podía sacarse de la cabeza:
Que ella no actuó como ninguna chica que él hubiera conocido. Que nunca se había sentido tan incómodo... y fascinado a la vez. Y que esa sonrisa... era la más hermosa que había visto en su vida.
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🌙 Norah
Esa noche, en su dormitorio.
Se sentó sobre la alfombra, con la laptop a un lado y una taza de café olvidada a medias.
Había pasado horas leyendo, reordenando, subrayando, intentando darle forma al texto que debía entregar. Se volteó para tomar su cuaderno de apuntes, apenas toco ese cuaderno rojo su rostro apareció.
No como un recuerdo dulce. No. Como un golpe frío de conciencia.
Él la miró con intensidad con esos ojos azules... la miró con atención. Con esa clase de mirada que atraviesa capas. Como si pudiera ver lo que ella no decía.
Y eso la incomodaba más que cualquier comentario.
Era una cara bonita. Sí. Claro que lo era.
Pero Norah ya había tenido suficiente de caras bonitas. Rostros encantadores que mentían con facilidad. Suficiente de sonrisas peligrosas. Y sin embargo... ese rostro en particular la estaba atormentando.
Sus ojos. Azules, como el agua cuando está quieta, pero profunda. Había en ellos una calma antigua.
Otro par de ojos azules vino a su mente. Unos con ojos que recordaba... con temor. Sin embargo, no podían ser más distintos. Mientras que los del pasado eran de un azul cortante, gélido. Un azul que te dejaba desnuda y sola. Estos nuevos ojos azules que tanto la deslumbraron era humano, acogedor, sin juicios.
Luego recordó que lo sorprendió leyendo su cuaderno y su libro ¿Qué pensó cuando leyó sus notas? ¿entendió? ¿se burló? ¿le gustó?
Se sintió expuesta y eso no le gustaba. Y él había leído no solo sus pensamientos sobre el tema... había leído además lo que sentía sobre el tema. Su historia disfrazada de teoría. Su obsesión con la resistencia y la identidad. Su herida intelectual, como ella misma la llamaba.
Se recostó un segundo. Cerró los ojos. Lo vio ahí, en su mente. El momento exacto. Él sosteniendo el libro y el cuaderno, sorprendido. Un poco avergonzado. Y ella... ella le sonrió.
—Bien hecho, Norah —murmuró para sí, con sarcasmo.
Luego se sentó derecha otra vez. Se reafirmó. Sí. Bien hecho. – No se leen los apuntes ajenos – recordó ella.
Además... no era como si lo fuera a volver a ver, ¿verdad?
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🏞️ Sam
Por la noche Sam estaba en su departamento, frente a él su mesa de trabajo, con fotografías, algunas impresas y otras aún húmedas. Las fotos mostraban paisajes de sus últimas excursiones realizadas.
Estaba revelando una serie de fotos tomadas la semana pasada. Lugares que conocía de memoria. Laderas grises, senderos ocultos, piedras cubiertas de musgo. Paisajes con historia.
Pero esta vez, al mirar sus fotos ... algo se sentía distinto.
Sostenía una imagen de Glencoe en la mano. El encuadre era perfecto. Pero por primera vez... no solo veía el paisaje. Veía la ausencia. La huella de algo que ya no estaba, así como el trasfondo de aquello.
La Masacre de Glencoe, 1692. Los Campbell traicionando a los MacDonald, matando a familias enteras que los habían hospedado bajo su techo. Una historia de traición, poder, lealtad quebrada.
Sam se quedó mirando esa foto ¿Ella la sabrá?
Por la forma en que estaba escrito ese análisis, no era alguien improvisada. Y no era de allí.
Había podido reconocer algunas palabras en español, otras en italiano. Comentarios escritos al margen, preguntas lanzadas al vacío entre líneas.
Era extranjera. Eso lo tenía claro. Y por algún motivo... eso le llamó la atención, más de lo que haberse imaginado.
Se sorprendió pensando en eso. En ella. En la chica que lo había sorprendido en su mesa.
La del libro y el cuaderno olvidado. La que lo miró sin temor y le dijo, sonriendo: "No deberías leer cosas que no son tuyas."
Esa sonrisa... Breve, pero clara. Como si lo hubiera perdonado y retado al mismo tiempo.
Se preguntó si iría seguido al café.
Él no iba todos los días. Empezaría a ir más seguido, se decidió.
Pero sus ojos... los recordaba. Marrones, cálidos, inmensamente expresivos. Como si contuvieran más historias que los paisajes que él fotografiaba.
Se recostó contra el respaldo de la silla. Se frotó la nuca.
—No debí leerlo —murmuró, casi para sí.
Y sin embargo... no se arrepentía.
Porque por culpa de esas notas —o gracias a ellas— ahora tenía otra mirada. Ahora, esas montañas no eran solo belleza. Eran memoria. Eran resistencia.
Y por eso, aunque nunca volviera a verla... le debía algo a la mujer del café, la del libro y el cuaderno rojo.
Chapter 2: MIRADAS QUE SE QUEDAN
Summary:
Durante una salida con sus compañeros de la universidad, Norah empieza a notar algo diferente en Sam. En medio de un pequeño evento social, comparten una conversación a solas. La conexión, aunque sutil, es innegable. Algo en su forma de mirarse comienza a revelarse… sin necesidad de explicaciones.
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🍻
El pub estaba lleno, ruidoso, vivo. Saturado de conversaciones cruzadas y risas que estallaban sin contexto, rebotando entre las paredes como parte del ruido habitual de una noche cualquiera, sin horarios ni urgencias. Luces cálidas. Gente apretada. Cerveza que corría fácil entre mesas pegajosas y canciones que se perdían bajo el murmullo colectivo. El aire olía a madera húmeda, cebada, juventud.
Norah no era asidua a esos lugares, pero esa noche se dejó convencer. Trabajo entregado. Mente saturada. Vida pendiente por vivir.
Theo bromeaba con Moira mientras pedían una ronda más. Él intentaba imitar el acento escoces de Moira, exagerando las erres y lanzando frases sobre whisky y castillos encantados. Ella lo empujaba con el codo, fingiendo indignación, pero no lograba esconder la risa. Esa era su dinámica: retarse, bromearse, reírse sin filtros. Pero a veces, Theo tendía a inclinarse hacia el lado de Norah. Nada demasiado evidente, solo pequeños gestos: una mirada que duraba un segundo de más, una pregunta dirigida especialmente a ella, un comentario en voz más baja que lo obligaba acercarse, como si quisiera que sólo ella lo oyera.
Norah no tenía muchos amigos en Edimburgo, pero la amistad con ellos fue natural desde el inicio, una conexión inmediata, casi accidental, pero irremediable. Aunque no lo dijera con palabras, estaba agradecida de tenerlos en su nueva vida.
Ella se mantenía pensativa, como siempre. Pero al menos estaba allí, entre luces cálidas, presente, viviendo, riéndose, intentando ser joven, sin pensar tanto.
Fue justo cuando regresaban a la mesa con los vasos en la mano que lo vio.
Sam. Sentado con sus dos amigos. Ropa de montaña, risas contenidas, cervezas en mano. En su mesa las conversaciones eran más mesuradas, menos escandalosas y más observadores.
Él no la vio enseguida. Pero cuando sus ojos se cruzaron... fue como un roce casi eléctrico. Ambos fingieron no haber notado nada. Ambos fallaron en convencerse de eso.
Ella volvió a su mesa.
Él siguió bebiendo.
Pero los dos, de vez en cuando, miraban.
Norah sentía su mirada recorrerla desde lejos.
Y Sam… no podía dejar de mirar al tipo que estaba sentado junto a ella, que le hablaba tan cerca, que la hacía reír como si fueran algo más que amigos.
¿Será su novio? No tenía cómo saberlo. La mente de Sam no deja de pensar en eso y la idea lo molestó más de lo que estaba dispuesto a aceptar.
Más tarde, ambos coincidieron en la barra. Ella llegó primero, pidió una ronda más para su mesa. Él, unos segundos después, se giró … y la encontró a su lado. Muy cerca, Sam era más alto que ella por una cabeza.
El calor del lugar se intensificó en ese momento, al menos para ellos. Las conversaciones pasaron a ser murmullos lejanos, como si alguien le hubiera bajado el volumen al mundo.
El aire olía a cerveza fresca y madera vieja y algo más … algo que ninguno de los dos quería notar aún.
Norah sintió un leve cosquilleo por la cercanía. Sus ojos se toparon con los de él, le sostuvo la mirada levantando ligeramente la barbilla.
—Hey —dijo ella, con una sonrisa ladeada—. El que no debe leer cosas ajenas – dijo de forma casi juguetona. Definitivamente la cerveza ayudaba a ser así de directa.
Sam rio, genuinamente. Esa clase de risa que nace en los ojos antes de escapar por la boca, breve y sincera. —No deberías dejar tus cosas olvidadas. Podrían caer en manos enemigas.
Apenas lo dijo, se arrepintió. ¿Enemigas? ¿Qué fue eso?
Pero ella rio.
Corto, claro, encantador.
—Touché —dijo sonriendo y guiñando el ojo. Y se giró, tomando sus vasos para volver a si mesa.
Esa sonrisa.
Sam sintió que algo en su pecho se encendía. No se esperaba esa reacción. No esperaba volver a verla. Y ahí estaba…
Un rato después, sin que Norah y Theo lo notaran, Moira se levantó. Cruzó el pub entre mesas, esquivando empujones y carcajadas.
Se paró frente a la mesa de Sam.
Moria, pequeña, determinada, con el vaso en alto.
—Oye tú —dijo.
Sam la miró, sorprendido.
—Estás mirando mucho a mi amiga. ¿Qué quieres?
Uno de los amigos de Sam soltó una risa. Moira ni se inmutó.
Con un ligero arrastre en las palabras—Ella es mi muy buena amiga. Y si vas a hacerle daño o a jugar... mejor no empieces.
Sam no supo qué decir, se quedó simplemente mirando a la pequeña rubia.
—Eso era todo lo que tenía que decir— añadió Moira.
Y con la misma dignidad borracha con la que llegó, se dio media vuelta para regresa a su mesa.
En ese momento, Norah se dio cuenta. Se levantó rápido, Theo detrás.
—¡Moira! ¿Qué haces?
—Nada, no me gustó su cara, tenía que decírselo —dijo ella, encogiéndose de hombros.
Norah se giró hacia Sam solo por un segundo. Él ya la estaba mirando.
Ni una palabra. Solo esa misma mirada de antes. Esa que no sabía qué hacer con todo lo que sentía.
La música siguió, la gente siguió. Pero algo entre ellos dos quedó, algo suspendido en esa última mirada. No cruzaron palabras, no se acercaron más. Y aun asi, fue suficiente para que ambos piensen en esa noche y sus respectivas miradas: ojos azules, ojos marrones.
Chapter 3: LO QUE AÚN NO SE DICE
Summary:
A veces, los lazos más profundos comienzan en silencio.
Una presencia fugaz, una elección inesperada y un gesto aparentemente pequeño dan inicio a algo que ninguno de los dos comprende del todo.
Entre miradas esquivas y mensajes no dichos, se abre un espacio compartido donde las palabras no son necesarias.
Solo hace falta una imagen… y el valor de entregarla.
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Capítulo 3: Lo que aún no se dice
Era tarde. No llovía, pero el cielo estaba cubierto con esa neblina que Escocia parecía usar como abrigo constante.
Sam caminaba por la calle sin apuro. Al doblar la esquina, vio la fachada del café.
No pensaba entrar aún, sólo estaba de pasada hasta que algo, o alguien, lo detuvo.
La vio. Sentada junto a la ventana, exactamente donde él solía sentarse.
Codo apoyado en la mesa. Cuaderno rojo abierto.
Ella estaba ahí. Y Sam... se quedó quieto. Cómo si por un momento hubiese olvidado como moverse. No era duda, era otra cosa. no porque no supiera qué hacer, sino porque sintió un impulso nuevo.
¿Quiso hacer algo – acercarse?, tal vez –, pero no supo cómo, ni por qué.
La observó por unos segundos. Ella no lo vio.
Le hablaba con familiaridad a la mesera. Sonreía. Parecía pertenecer a ese lugar. Como si la mesa, el cuaderno, el café... fueran parte de ella.
Y él... no se sintió que fuese el momento para irrumpir eso y por último no sabía cómo. Se giró. Siguió caminando sin voltear al café.
Días después, en su departamento, abrió una pequeña caja de madera donde guardaba sus mejores fotografías impresas y sus favoritas también. La abrió sobre la mesa de su estudio. Las pasó una por una hasta encontrarla.
Glenfinnan. La tomó durante una excursión de otoño. El cielo naranja filtrado entre las nubes. El monumento solitario. Las montañas suaves como una plegaria detrás. Solía volver siempre a esa imagen. No solo por la luz o por el paisaje, sino por lo que representaba: el inicio de algo que nunca llegó a ser. Igual que varias cosas en su vida.
Escribió en la parte de atrás, letra pequeña, firme:
Glenfinnan, 1745.
Aquí comenzó el último grito de una tierra que no quería rendirse.
Y más abajo agregó: Pensé que tal vez te gustaría saberlo.
No firmó. La metió en un sobre blanco simple, esperando algo sin saber qué realmente.
A la mañana siguiente, de camino a la oficina de la revista, fue al café, más temprano de lo usual. La barista lo reconoció y saludo asintiendo con la cabeza
—Hola —dijo él, disimulando vergüenza y timidez—. Quería dejar esto para la chica que suele sentarse allá, con libros y un cuaderno rojo. Dijo señalando la mesa de siempre. –Podrías dárselo cuando venga, por favor –. Dijo firme y deslizando el sobre sobre la barra.
La barista lo miró con curiosidad, pero tomó el sobre.
—Claro. ¿Nombre?
Él sonrió, breve.
—No es necesario ¿Sólo dáselo si?
Y se fue. Sin mirar atrás.
Algo en su pecho le decía que no era solo una foto. Que, aunque el gesto parecía pequeño, se sentía como algo más. Cómo si, por primera vez, estuviese haciendo algo real.
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📸 Norah
El café estaba tranquilo, como a ella le gustaba. La luz entraba tenue por las ventanas, colándose entre el vapor del día, el olor a café recién pasado le reconfortaba.
Norah saludó con una sonrisa corta, pidió su café con leche y algo de comer, y fue directo a su mesa de siempre. Cuaderno rojo. Laptop. Libros. Orden. Rutina.
Era parte de su ritual: encontrar un espacio que no pidiera nada a cambio.
Donde pudiera pensar, estudiar, existir a su ritmo, sin sentir que tiene que rendir cuentas.
Cuando la barista llegó con la bandeja, puso la taza con cuidado, el plato al lado... y entonces, algo más.
Un sobre blanco.
—Casi lo olvido —dijo—. Dejaron esto para ti.
Norah frunció el ceño, tomó el sobre. No tenía nombre. Ni remitente. Solo el peso ligero de una intención.
Lo abrió con calma. Adentro, una fotografía.
El corazón le dio un pequeño vuelco.
La reconoció de inmediato: Glenfinnan. El valle. El monumento. El cielo como suspendido entre sombras. Pero la imagen no era una postal. Era más que eso. Fue como si pudiese sentir la foto, si es que eso tenía sentido. Como si el paisaje no solo fuera historia, sino memoria viva. Como si ella pudiera estar en ese lugar, como si lo hubiese pisado antes, sin saberlo.
La luz tenía emoción. El encuadre, respeto. La composición, memoria. Era como si la persona que tomó esa foto lo hizo desde el alma. Como si lo hubiese escuchado respirar antes de apretar el obturador.
Norah le dio la vuelta con dedos cuidadosos.
Y leyó:
"Glenfinnan, 1745.
Aquí comenzó el último grito de una tierra que no quería rendirse.
Pensé que tal vez te gustaría saberlo."
El aire le pesó en los pulmones por un segundo.
Norah se acercó nuevamente a la barista. —¿Sabes quién dejó esto?
Ella la miró con calma. Sin intenciones, solo verdad.
—Un chico alto. Viene a veces, sobre todo por la tarde. Suele sentarse en esta mesa, cuando no estás.
No necesitó más. Sabía quién la había tomado. No sabía como explicarlo tampoco, pero lo sabía.
Norah bajó la mirada a la foto.
Primero leyó mis apuntes. Y ahora ... esta foto es como si... yo leyera los suyos.
Porque eso era esta imagen. Un fragmento de su mirada. Un puente entre ambos.
Y, sin palabras, sin firma... él se había expuesto ante ella.
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📸 Sam
Unos días después pasando por el café. Se quedó del otro lado de la acera, fingiendo mirar hacia otro lugar notó que la mesa... la mesa estaba vacía.
No vio a Norah.
Pero el pensamiento le abarcaba la mente buena parte de sus días: ¿Lo recibió?
Se sintió... expuesto.
No había firmado el sobre, no tenía como saber que era él. Tampoco fue una intención romántica.
Pero era su mirada la que había colocado en ese sobre. Su fotografía.
Su forma de decir: Yo también veo lo que tú y lo expreso así.
Pero sí se había expuesto de una forma que nunca lo había estado antes. Y ahora que lo había hecho, entendió lo que ella debió sentir al encontrarlo leyendo sus notas.
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📸 Norah
Colgó la foto, sobre su laptop, frente a su escritorio. De forma que cada vez que levantara la mirada, aquel paisaje cargado de historia estaría mirándola. Le hacía sentir inspirada. Alegre y todo por una foto.
Era un trabajo hermoso.Sensible. Preciso. No era una típica foto tomada por un turista con su cámara. Era de alguien que miraba de verdad. Alguien que tenía una visión y un alma sensible.
Había ido a muchas exposiciones fotográficas con sus padres. Sabía reconocer una imagen decorativa, vacía. Esto no lo era. Esta tenía historia, tenía intención.
Y, aunque ya había leído y escrito tanto sobre las Tierras Altas... esa foto le dio ganas de verlas en persona, de caminar por ellas. Sentir la brisa del aire, oler el ambiente.
¿Lo pensaba? ... ¿a él? Sí. Más de lo que quería admitir. Y eso la desconcertaba. Ella se prometió no distraerse con nada, mucho menos por alguien, no lo tenía permitido, se lo había prometido asi misma.
Y ahora, al mirar esa foto cada mañana o al estudiar, sabía que alguien allá comprendía lo que era mirar aquellos lugares y sentirlos, con el alma.
Chapter 4: MIL PALABRAS EN UNA IMAGEN
Summary:
A veces, basta una imagen para empezar a ver distinto.
Un paisaje. Un recuerdo.
O unos ojos que se cruzaron una sola vez… y ya no se olvidan.
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Capítulo 4: Mil palabras en una imagen
NORAH
Estaba en la bilbioteca, sentada frente a una mesa cubierta de libros abiertos, su laptop, y su cuaderno donde había comenzado a esbozar una nueva forma de abordar su investigación.
Había empezado a incluir imágenes, paisajes, monumentos. Lugares que hasta ahora solo había mencionado en palabras.
Le gustaba la idea de verlos mientras los describía y hacía sus planteamientos, la visualización le ayudaba a su entendimiento, hacerlo suyo.
Glenfinnan.
Volvió a buscar imágenes del sitio, como si algo la empujara. Encontró varias fotos, pero ninguna como la que él le dejó.
La foto que ahora se encontraba en su cuarto, colgada sobre su escritorio en casa. La que no tenía firma. La que no era decorativa, sino casi... confesional, la que le hacía conectar con el lugar de una forma diferente.
Se quedó mirando las imágenes en la pantalla. No era igual, pero aun así sintió ese deseo de estar ahí. De poder ver con sus propios ojos lo que significaba resistir.
Y entonces, sin quererlo ni esperarlo, pensó en él. El chico del café. El que leyó sus notas. El de la foto. El de los ojos azules que parecían ver más allá.
Suspiró. Cerró la pestaña del navegador.
—No estoy aquí para esto —murmuró su mantra.
Se repitió a sí misma que no había venido a Escocia a pensar en chicos. Ya había entregado antes su alma y casi no salía viva. No otra vez. Pero por más que lo dijera ... por más que se repetía el mantra... la imagen volvía sola.
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📸Sam
La sala de reuniones estaba en silencio, solo el leve clic de su presentación proyectada sobre la pared. Todo el equipo atento a la nueva idea de Sam.
—"Una ruta a través de la rebelión," —dijo—. "No solo paisajes, sino memoria. Lugares donde la historia se defendió".
Fotos de Culloden, Glenfinnan, Kilmartin. Cada imagen anclada a un hecho, a una cicatriz colectiva.
Cuando terminó, Miriam, su editora lo miró largo rato. Asintió, sonriendo.
—Esto es diferente a lo que sueles hacer, Sam. No solo estás mostrando lugares... estás contando una historia. Una manera de que el público conecte con los sitios a través de la historia. Se siente un poco más personal"
Él bajó la mirada. Sonrió también. Pero no dijo nada. Y, sin embargo, en su mente, como si la hubiese invocado, apareció ella. Con su cuaderno rojo y sus apuntes.
Los ojos marrones que, sin una palabra, lo habían desarmado. Y que, sin saberlo... ya lo habían cambiado todo. Aún sin saber su nombre.
Chapter 5: MIRADAS ENTRE PÁGINAS
Summary:
Una tranquila tarde en la librería favorita de Norah se convierte en un juego de miradas y emociones contenidas cuando un encuentro inesperado la enfrenta a él otra vez.
Entre estantes de madera y el olor a páginas antiguas, Norah y Theo buscan libros para su investigación. Pero la calma se rompe cuando esos ojos azules —duros, intensos, familiares— la encuentran entre los pasillos.
Sam no sonríe.
Ella casi deja caer su libro.Mientras Theo habla con su encanto habitual, nadie nota cómo los dedos de Sam se aferran a un lomo hasta blanquear los nudillos. Nadie, excepto Norah, que siente el peso de esa mirada como un roce físico.
¿Qué es más peligroso? ¿Lo que dicen... o lo que callan?
En este capítulo:
✓ Tensión que se palpa entre libros y silencios
✓ Celos disfrazados de indiferencia
✓ Una fotografía solitaria que guarda más secretos de los que muestra"El tiempo no se detuvo. Pero sí se contuó. Como cuando estás a punto de tomar aire profundamente."
Perfecto para quienes aman:
- Romance lento y sofisticado
- Personajes que sienten más de lo que hablan
- Ambientaciones literarias con alma
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Capítulo 5: Miradas entre páginas
Capítulo5: Miradas entre páginas
Norah y Theo caminaban hacia la librería bajo un sol tímido, de esos que calientan lo justo para levantar el ánimo.
La librería tenía esa calma sagrada que tanto le gustaba a Norah: techos altos, madera oscura y el olor a libros que parecía atrapar el tiempo entre sus páginas.
El aire fresco, la ciudad pausada y una tarde que parece prometer algo sin decir qué.
Theo hablaba con entusiasmo —como siempre— con ese acento francés que hacía que incluso lo académico sonara como seducción involuntaria.
Ella lo escuchaba, pero solo a medias, su mente estaba en la asignación dejada y cómo esta le ayudaba a su propia investigación. Tenía en la mano un libro sobre la estructura de los clanes escoceses antes de las rebeliones.
Doblaron la esquina de la estantería buscando más tomos. Y entonces... lo vio. Él estaba revisando libros en la sección de relatos históricos. El corazón le dio un vuelco tan inesperado que casi soltó el libro que tenía en la mano.
De pie a unos pasos. Una mano en el lomo de un libro. La otra sostenía un par de ejemplares. No la había notado aún.
Por un segundo, Norah pensó en esconderse. ¿Qué estás haciendo, Norah? ¿Esconderte? Ridículo. Se quedó quieta, alejada, observándolo, con Theo al lado, que seguía hablando mientras revisaba otros libros.
Estaba igual a como lo recordaba. Alto. Serio. Pensativo. Ese rostro que parecía siempre estar en medio de una conversación interna. Esa mirada que no sabes que está pensando realmente. Tenía una expresión casi dura ¿Molesto? ¿Enojado?
Y entonces, sus ojos se alzaron. Ojos azules fijos en ella.
El tiempo no se detuvo. Pero sí se contuvo. Como cuando estás a punto de tomar aire profundamente.
Ella pensó en acercarse, en agradecerle por la foto. En decirle que la había ayudado y servido de inspiración. Quizá preguntarle por su visión de las Tierras Altas. En decirle que... que sí, que sí le gustó y mucho.
Pero su rostro no invitaba a acercarse. Sam no sonrió ni alzó la ceja como en el pub. Solo la miró con una intensidad que la paralizaba, los dedos aferrados al libro que sostenía, tan fuerte que las páginas se arrugaron bajo su pulgar. Serio. Intenso.
Entonces Norah se echó para atrás.
El rostro de Sam no invitaba a conversar; no porque fuera amenazante, sino porque había una seriedad que ella no alcanzaba a entender.
Su sola presencia le aceleraba el pulso, despertando emociones que había jurado no sentir... y eso, más que la seriedad que mostraba Sam era lo que realmente le intimidaba.
Lo único que hizo fue ofrecerle una sonrisa leve. Cerrada. Reservada.
Bajó la mirada y siguió caminando con Theo al siguiente pasillo.
Sam sintió que algo en su pecho le presionaba. Se había quedado mirándola un rato.
¿Debió acercarse? ¿Por qué ella le sonrió así... tan distante?
Sam notó que se fue por otro pasillo con un chico ¿vino con él? ¿quién es él? ¿es el mismo del pub?
Es guapo el maldito, tenía que aceptarlo.
Él hablaba con ella con esa naturalidad que por algún motivo Sam envidiaba. Esa ligereza de quien ya pertenece, quien tiene derecho a estar cerca sin permiso.
Lo miró a Sam de reojo, se puso al lado de ella, ligeramente protector. Como si ella... ya fuera suya.
¿Celos? No... imposible. Entonces ¿por qué carajo me molesta verla con el mismo sujeto de antes? ¿y por qué me irrita que se hablen con esa confianza?
Nunca se había sentido así... tan... tan incomodo.
¿Quién es él? ¿Su amigo? ¿Novio?...
¿Qué estás haciendo Sam? No tienes derecho.
Trato de recapacitar, pero aun así... le molestaba la cercanía del chico hacia ella.
Theo miraba fijamente a Norah mientras caminaban juntos entre los estantes.
—¿To,do bien chérie?—preguntó.
Norah asintió. No dijo nada más.
Pero Theo sabía que algo le había afectado, no era tonto. Reconoció al del pub. La forma en que miraba a Norah no dejaba espacio a dudas.
¿Pero ella lo miraba a él? ¿lo había notado? ¿Se conocen? ¿por qué le afecto a Norah verlo?
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📷 Sam
La luz de la tarde entraba por la ventana de su estudio. El aire tenía ese silencio pesado de los lugares donde uno se queda solo con lo que siente.
Sam descargó las fotos de su última salida que había hecho por la ruta del norte. Había estado afuera al menos 4 días. Las montañas no tenían nieve aún, pero el cielo había estado perfecto. Gris profundo, pinceladas de luz rota, viento apenas visible en los árboles.
Clic.
Pasaba imagen tras imagen. Hasta que una lo detuvo. Un sendero entre helechos. Casi vacío.
Solo la curva de la tierra y una piedra antigua a un lado. No era su mejor foto. Pero había algo en ella. La melancolía del que camina sabiendo que no hay nadie esperándolo al final. Se quedó viendo la foto. Mucho rato. Más del necesario.
Las yemas de los dedos acariciaron la pantalla, siguiendo el contorno del sendero vacío, como si pudiera tocar el lugar el lugar.
Y se preguntó: ¿Le habría gustado esa foto?
Ella. La chica del cuaderno rojo, de los apuntes que lo hicieron repensar su trabajo.
¿Habría entendido lo que él vio en esa imagen?
¿Se habría detenido a mirarla... o simplemente la habría pasado de largo?
Pensó en su rostro en la librería. Esa sonrisa leve. Reservada.
¿Estaba molesta? ¿Desinteresada?
Recordó que había ido con ese chico, el mismo del pub. Y de nuevo sintió ese fastidio en su interior.
¿Qué demonios me pasa?
Tuvo que reconocer que lo que estaba sintiendo eran celos.
Sencillos. Crueles. Ridículos. Nunca los había sentido así; de hecho, nunca los había sentido, y esa incomodidad era nueva para él, tanto que no sabía cómo manejarla.
Cerró el archivo. Se recostó en su silla. Miró al techo. Y dejó que el silencio hiciera el resto.
No entiende por qué le afecta. No entiende por qué le molesta.
Pero desde que leyó sus notas, desde que la vio, desde que dejó esa foto, desde que la escuchó reír ... no hay una sola noche en que no piense en ella.
Y ni siquiera sabe su nombre.
Chapter 6: MESAS COMPARTIDAS
Summary:
Norah busca refugio en su rutina, y Sam, entre viajes y fotografías, sigue su propio camino. Pero cuando se encuentran en un café, lo cotidiano se transforma en un instante cargado de tensión, secretos y sonrisas contenidas. Entre mesas compartidas, conversaciones que fluyen y momentos que parecen eternos, ambos descubrirán que algunas conexiones no se pueden ignorar.
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Capítulo 6: Mesas compartidas
☕📚
Norah llegó al café, pasado el mediodía, varios minutos más tarde de la hora que suele retirarse. Todo parecía ir mal ese día, había recibido noticias de Buenos Aires, de la vida que dejó atrás, se había quedado pensando sobre qué hacer con ellas... y ahora su rutina se había alterado. Eso la hacía sentir incómoda y fastidiada; perder el control de su vida la alteraba.
Entró y saludó con la cabeza, como siempre, a la barista. Dio su orden y se giró hacia el interior del café.
No miró hacia su mesa habitual. No quería. No esa vez. Eligió una mesa más al fondo, alejada, cerca de la estantería de libros que el café mantenía para lectores ocasionales. Sacó su laptop, su cuaderno, unos cuantos libros más, y se puso a trabajar, tratando de recuperar algo del tiempo perdido.
Sam venía de unos días de viaje: caminatas, lluvia, historias, imágenes que aún no terminaban de posarse en su mente. No solía pasar por el café a esa hora; por lo general estaba rumbo a la oficina, pero esa mañana su rutina también había cambiado.
Tenía pensado ir a tomar un café y comer algo; sólo pasaba por ahí, como de costumbre, en el camino de su casa a la oficina de la revista. Extrañaba su antigua rutina, donde podía dejar el alboroto de la ciudad y el ruido atrás.
Miró la ventana. La mesa estaba vacía. La de ella. La de él. La que no había querido tocar en varios días.
Entró como siempre, con confianza, como si no hubiera estado huyendo de ese café. Saludo a la barista y pidió su orden.
Luego se dirigió a su mesa, entrañando su refugio silencioso.
Levantó la mirada y entonces la vio.
Ella.
Un poco más al fondo, apartada, concentrada, absorbida. La luz tenue caía sobre su rostro. El cuaderno rojo abierto. Los labios fruncidos en una línea de concentración. Los auriculares puestos.
Y de pronto, él quiso acercarse. Sin comprender por qué ella seguía ocupando su mente. Sin entender aún por qué lo seguía afectando. Sin saber por qué su presencia todavía lo desarmaba. Y aun así... no podía dejar de pensar en ella. Ni en sus apuntes. Ni en su mirada. Ni en su sonrisa —reservada, elegante, imprecisa.
Se levantó, sin pensar.
De repente se vio caminando.
Se detuvo frente a su mesa.
Ella no reparó en él al instante.
Solo dijo, sin levantar la vista:
—Déjalo en algún lugar libre.
Él sonrió.
Medio inclinado hacia ella. Medio desconcertado. Casi divertido.
Ella alzó la mirada y se encontró con esos ojos azules, tan claros que la obligaron a soltar el aire sin darse cuenta.
Se sacó los auriculares con lentitud, dejándolos sobre la mesa.
—Tú no eres mi sándwich— le salió antes de poder detenerse. Un instante de desconcierto la sacudió, pero alzó la barbilla y sonrió leve, dominando la situación.
Sam sonrió. No del todo, solo una curva leve, irónica, en una comisura. Como si midiera cuánto resistía ella.
—No. Lo siento —respondió, sin moverse.
Norah parpadeó.
Se apoyó ligeramente en el respaldo de la silla, como si eso la estabilizara.
Se miraron, atrapados en un silencio que ninguno quiso romper. En esos breves segundos, el tiempo parecía volverse eterno.
Fue la barista quien rompió el silencio apareciendo con una bandeja.
— Flat White y sándwich de pavo— anunció dejando el pedido de Norah frente a ella.
Después, giró hacia él:
—¿Te traigo tu orden aquí, Sam? —preguntó, sonriente, como si nada pasara.
Norah parpadeó apenas. Sam. Su nombre quedó flotando entre ellos.
Él no respondió en seguida, parecía atrapado en un segundo incómodo, buscando que decir.
Norah, sin pensarlo —o pensando demasiado rápido— señaló con la mano el asiento frente a ella.
—Si quieres...
Su voz salió más natural de lo que sentía por dentro. Su mente gritaba: ¿Qué carajos haces?
A su vez, ella misma se respondió: No sé.
Sam la miró. Bajó la mirada.
Sonrió apenas; un gesto mínimo que curvó la comisura de sus labios. Pero era suficiente.
—Gracias —dijo.
Por fin. Frente a frente. Solo ellos.
Norah levantó una ceja, medio divertida.
—¿Sam, eh?
Él entrecerró los ojos, sonriendo.
—Sí, Sam Fraser.
Ella se inclinó ligeramente hacia adelante.
—Norah Vaughn—dijo, y extendió su mano.
Sam la tomó, firme pero breve.
Apenas rozaron sus manos; fue suficiente para que ambos lo notaran. El contacto mínimo, cargado de algo que ninguno podía nombrar o entender aún.
La barista volvió a aparecer con el pedido de Sam
— Café negro y sándwich de roast beef— anunció, dejándolo sobre la mesa.
Bebieron un sorbo de sus tazas casi al mismo tiempo, como si el café fuera excusa para sostener el momento.
Sam miró los libros abiertos, los apuntes escritos a mano, el cuaderno rojo.
—¿Te interesan las Tierras Altas? —preguntó, sin levantar mucho la voz.
Norah bajó la taza con suavidad.
—Sí, lo estoy. Me interesa mucho la historia de la resistencia y la identidad cultural... —bajó la taza un momento—. Bueno, suena más interesante en mi cabeza.
— Suena fascinante — dijo Sam rápidamente—. ¿Qué es lo que más te llama la atención de todo eso?
Norah sonrió levemente.
—La memoria que persiste, a pesar de todo. Forma parte de mis estudios de posgrado en la Universidad de Edimburgo.
Sam simplemente se quedo mirándola, asintiendo con una ligera sonrisa.
Luego se inclinó un poco hacia adelante, y sus ojos se volvieron intensos de nuevo.
—¿De dónde eres?— preguntó Sam, realmente curioso.
Ella sonrió.
—Nací en Roma, pero he vivido en muchos lugares, el último fue Buenos Aires, donde estudie historia. Mi padre es diplomático, Estados Unidos. Mi madre es italiana.
—Interesante —dijo Sam, luego pensó, eso explica algunas cosas. No quería parecer demasiado curioso, aunque por dentro quería saberlo todo.
Hubo una pausa
Norah sonrió con suavidad.
—Y tú... fotografía, ¿cierto?
—Sí. Trabajo para una revista de viajes. Se llama Northern Trails —respondió.
Ella lo reconoció de inmediato. No era una cualquier revista. Quiso elogiar su foto, pero no le salían las palabras. Sintió que iba a sonar torpe.
Sam la miró con algo entre ternura y expectativa y como si leyera su mente le preguntó:
—¿Te gustó Glenfinnan?
Norah sonrió. Una de esas sonrisas completas, cálidas, que le cruzaban todo el rostro sin permiso.
—Conozco el hecho histórico, claro. Pero tu foto... No sé cómo lograste capturar tanto peso en un solo cuadro. Sentí el eco de la historia ahí... fue una forma nueva de mirar el lugar. Gracias.
Sam no supo qué decir. Solo la miró. Como si esa sonrisa fuera un lugar al que también quisiera volver.
—Me gustaría ir algún día —agregó ella, bajando la mirada al cuaderno.
—¿Nunca has ido? — preguntó Sam.
—No, no es tan fácil. Ya sabes: clases, papers, deadlines... Además, no soy muy fan del trekking —dijo Norah jugando con la tapa de su lapicero.
Miró hacia un lado, distraída, recordando algo. Luego volvió a mirarlo.
—Mi padre lo intentó una vez, conmigo y mi hermano... no terminó bien. Peleamos por quien debía cargar las provisiones, y yo simplemente me cansé de tanto caminar.
Sam rió suavemente.
—Estoy trabajando en un proyecto para la revista. Una serie de rutas por sitios históricos— la miró de nuevo—. La idea surgió después de leer tus notas; fueron inspiradoras.
Norah lo miró sorprendida. Él bajó la mirada por un segundo, casi como si le avergonzara decirlo. Luego la sostuvo, sonriendo.
—Voy a ir a una pequeña excursión con unos amigos. Los que viste conmigo en el pub. A veces salimos a hacer scouting juntos. Si alguna vez tienes tiempo... ¿Te gustaría venir?
Ella no supo qué responder.
—No sé si soy la mejor compañía para eso —dijo bajando la mirada—. Pero... lo pensaré.
Él asintió, respetando el espacio.
—Y hablando del pub.... lamento lo de mi amiga —comentó, medio sonriendo—. Moira puede ser un poco... directa, confrontacional... ambos.
Sam sonrió.
—Pensó que era otra persona. Me reclamó algo. No entendí mucho —dijo, riendo sutilmente.
Norah rió de nuevo, genuina. Por primera vez, él la vio reír así. Libre. Desarmada.
Y no supo qué hacer con lo que eso le provocó.
Norah dejó de reír y le comentó:
— El viernes iremos de nuevo al pub. Es cumpleaños de Moira, en realidad. Si quieres ... vas con tus amigos, digo...— Norah sintió un poco de vergüenza al invitarlo. Pero luego pensó que sólo estaba tratando de ser amigable, sólo eso.
Sam asintió
— Claro, gracias. Moira dejo una gran impresión en Lewis —. Dijo riendo sutilmente.
Luego de eso siguieron conversando de todo y de nada a la vez. El tiempo pasó sin que se dieran cuenta.
Norah miró la hora en su celular y empezó a guardar sus cosas.
—¿Tienes clase?
—Sí —dijo, cerrando el cuaderno rojo.
—Y tú seguro tienes que ir a fotografiar algún rincón remoto del país.
Él rio. Se levantó al mismo tiempo que ella.
Ambos se acomodaron sus abrigos.
Antes de que ella dijera nada, Sam se adelantó.
—¿Nos vemos otra vez? Digo aquí. Para el café.
Norah lo miró.
Recordó su promesa de no pensar en chicos.
Recordó sus notas. Y esa foto.
—Claro —respondió.
—La mesa de siempre— Dijo él mirando la mesa junto a la ventana.
Ambos sonrieron y salieron juntos del café.
En la calle intercambiaron una mirada que duró unos segundos más de lo convencional y se despidieron sin palabras.
Tomaron direcciones opuestas.
Pero esta vez, ya no eran dos extraños.
Chapter 7: LA HUELLA DEL SILENCIO
Summary:
A veces, lo que más pesa no son las palabras que se dicen, sino aquellas que se quedan atrapadas en la garganta. En medio de conversaciones ligeras y miradas que parecen hablar por sí solas, el silencio comienza a dejar marcas invisibles. Una huella sutil, pero imborrable, que ninguno de los dos puede ignorar.
Notes:
* Introspection
* Silent Understanding
* Past Trauma
* Slow Burn
* Emotional Hurt
Chapter Text
Capítulo 7: La huella del silencio
Después del café y sus clases, Norah llegó a su habitación. Cerró la puerta con suavidad. El sonido seco de una puerta golpeando siempre le traía de vuelta recuerdos que ella no pedía. Fantasmas que no quería invocar.
Norah apretó los párpados, como si con ese simple gesto pudiera borrar ese recuerdo que insistía en colarse.
Dejó el abrigo colgado con cuidado, los libros sobre el escritorio, y el cuaderno a un lado, como si el orden pudiese contener lo que sentía.
La fotografía seguía ahí, en la pared de su escritorio. No lo había querido mover de lugar.
Su mente era un nudo de hilos sueltos; por más que tiraba de uno, el resto se enredaba más. Respiró profundo una vez, dos veces, una vez más.
Se sentó en la cama, los hombros rectos, como si una parte de ella temiera ceder.
"¿Por qué aceptaste volver a verlo?", se reprochó mordiéndose el labio. "¿Por qué dijiste que sí, Norah? ¿Para qué?" "¿Acaso no aprendiste nada?" No tenía respuesta.
De repente y sin previo aviso su pasado volvió a su mente. No su cuerpo. No su voz. La sensación. Ese aire cargado. Esa forma en que te envolvía con palabras dulces y promesas infinitas, solo para cortarte con ellas después. La forma en que usaba el amor como una cuerda. Un día te alzaba con ternura. Al siguiente te apretaba hasta destruirte.
Recordó lo que le dijo una vez, entre risas en una reunión. Rodeados de gente, él soltó una broma cruel –inapropiada, desmedida– sobre ella. Todos rieron. Ella no. Solo apretó los labios, contuvo las lágrimas.
– "No seas dramática, amor. No es para tanto. Solo dije la verdad."
Luego, otras veces, otras noches, cuando ella no quería, cuando su cuerpo pedía espacio.
– "¿No me amas?"– decía–. "Entonces muéstrame."
Y ella lo hacía. Con miedo. Con vergüenza. Con la culpa de quien no sabía decir no, aunque todo en su interior gritaba que debía hacerlo. Había partes de su cuerpo que aún no se perdonaban por haber dicho que sí cuando todo en ella gritaba no.
No fue una sola vez. Fueron muchas. Y ella se quedó hasta que su cuerpo empezó a doler tanto por dentro como por fuera. Hasta que la palabra amor se volvió confusión y silencio. Hasta que un día, ya no pudo más y tuvo que huir.
Tuvo que irse tan lejos, que un océano y un continente fueran testigo de su ruptura. Para escapar de su poder hipnótico. Para salvarse de lo que nunca debió llamar amor.
El sonido del calefactor llenó el cuarto. Pequeño. Constante. Casi como una respiración ajena.
Norah volvió a mirar la foto de Glenfinnan. El valle, la bruma y detrás de todo, la mirada de Sam, aquellos ojos que lo vieron todo.
Recordó: "Nos vemos aquí... para el café."
Norah cerró los ojos. Inspiró hondo. Y se dijo, como promesa: "No vine a Escocia para enamorarme. Ni para sentir. Ni para repetir el pasado"
Pero su mente ya no estaba ahí. Estaba en unos ojos azules. En una sonrisa breve. En una mesa junto a la ventana.
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📷Sam
Sam descargó su equipo de fotografía sobre la mesa del estudio. Los lentes de sol colgando aun del cuello del suéter, el abrigo mal colgado, las botas húmedas dejando marcas en el piso.
Todo estaba en su sitio. Menos él.
Encendió la lámpara baja, conectó la cámara y empezó a pasar las fotos del último viaje a la computadora.
Paisajes. Piedra. Musgo. Belleza silenciosa y sin testigos.
Pero su mente no estaba ahí. Seguía en el café. Frente a ella.
Norah.
El nombre flotaba con nuevo peso. Recordó su voz cuando le habló de las Tierras Altas. La pasión contenida. El modo en que parecía sostenerse con argumentos y fechas, como si solo pudiera permitirse sentir cuando todo estaba documentado.
Le fascinó eso. Y también la forma en que lo miró cuando elogió la foto. "Sentí el silencio. El eco de la historia ahí." Eso había dicho. Y él, que había pasado media vida fotografiando montañas, no sabía que alguien podía leer una imagen como se lee una herida.
No, no sabía casi nada de ella. Pero era suficiente para querer saberlo todo.
Abrió una de las fotos nuevas. Una toma de Fort George al atardecer. La composición estaba bien. La luz era perfecta. Pero le faltaba algo. Había capturado el momento, pero no la emoción. Le faltaba alguien que la mirara con historia.
Suspiró.
Se pasó las manos por el cabello, frustrado por una sensación que no podía nombrar.
¿Cuántas veces había hablado con una mujer sin saber si quería volver a verla o no?
Casi nunca. ¿Y ahora?
Había algo en Norah que no sabía cómo tocar. Una especie de muro elegante. Una ausencia calculada. Y, sin embargo, él ya quería volver a esa mesa. A esa conversación tensa y amable.
Pensó en invitarla de nuevo al proyecto. Pero no sabía si quería que lo viera como trabajo. Tal vez solo quería que lo viera. A él. Y no sabía cómo pedir eso sin parecer otra cosa.
Se recostó en la silla, cerró los ojos. Todo estaba en silencio, excepto ese pensamiento que no lo soltaba.
– Estoy jodido – dijo en voz baja, sin sarcasmo, sin defensa.
Chapter 8: SOLO CAFÉ
Summary:
Las conversaciones más simples a veces esconden lo esencial. En este nuevo encuentro, lo cotidiano se convierte en una oportunidad para descubrir lo que late debajo de las palabras: silencios, gestos, miradas que poco a poco comienzan a hablar por sí mismas.
Chapter Text
Capítulo 8: Sólo Café
☕
La campanita sobre la puerta sonó con ese ding delicado que parecía siempre más fuerte de lo necesario.
Norah entró, la bufanda aún húmeda por la llovizna, y escaneó el lugar casi sin moverse, como solía hacerlo. Lo que daba esa sensación de control sobre lo que estaba a punto de hacer y sentir.
Él ya estaba allí. Más temprano de lo que solía ir.
Estaba ahí, en la mesa junto a la ventana, tenía fotos esparcidas sobre la mesa, un mapa doblado a medias y su taza a medio beber. Él no la había visto.
Ella se detuvo solo un segundo. Podría sentarse en otra mesa. ¿Era lo más lógico?. No era una cita. No era un compromiso. Pero entonces recordó lo que ella le dijo: "Nos vemos aquí... para el café." Y algo en ella —su orgullo, su palabra, o simplemente ese deseo que no quería nombrar— la empujó hacia la mesa.
Avanzó, lenta pero decidida. Nerviosa por hacer algo que estaba fuera de su día a día. Era su forma de tener mantener el control sobre las cosas que le rodeaban. No porque fuera meticulosa con los detalles. Sino porque, si todo estaba en orden por fuera, podía contener el caos por dentro. Y esto, él en su mesa, no saber que viene después, era todo lo contrario al orden.
Él levantó la mirada justo cuando ella estaba a unos pasos. No sonrió, solo la miró. Como si no supiera si ella vendría, pero esperando que se siente con él.
Norah no saludó, sólo miró las fotos sobre la mesa. Blanco y negro. Sepia. Color. Montañas, ruinas, un muelle, una puerta de piedra a medio derrumbar. Se quedó mirándolas un segundo. Y sin preámbulo preguntó:
—¿Dónde fueron tomadas?
Su voz sonó más tranquila de lo que en realidad se sentía.
Sam tardó un par de segundos en responder.
—Cerca de Inveraray...Y estas —dijo él, tocando otras— más al norte.
Ella bajó la mirada hacia una de las fotos.
Se quedó mirando una donde sólo se veía una escalera de piedra entre musgo y bruma.
No había personas, solo una sensación: soledad y permanencia.
Él la miró en silencio.
Y luego, como si no pudiera evitarlo, deslizó esa foto hacia ella, para que la tuviera cerca.
—¿Quieres sentarte? —preguntó él entonces, con suavidad.
Norah dudó apenas. Y luego asintió.
—Solo café —dijo, como para recordárselo a ambos.
—Solo café —repitió él.
Y mientras ella se sentaba frente a él, sin quitarle los ojos a la imagen entre sus manos, Sam supo que algo acababa de cambiar.
Más que un inicio, era la continuación de algo.
Y a Norah, eso le parecía aterrador y emocionante al mismo tiempo.
Trajeron los cafés y ellos ordenaron sus cosas para tener espacio ambos.
Estaban sentados en la mesa de siempre.
El sol, perezoso y bajo, iluminaba la mesa, el cuaderno rojo que Norah llevaba con precisión.
Ajustaba las hojas, el lápiz mal alineado, la taza de café a la izquierda, siempre a la izquierda notó.
Sam la observó en silencio unos segundos. No por juicio, sino por curiosidad, algo en ella le llamaba tanto la atención.
—¿Siempre vienes a la misma hora? – preguntó, en tono casual.
Ella levantó la mirada.
—Sí. Casi siempre. Bueno ... todos los días en realidad. – Bebió un sorbo de su café –. Es como un reinicio. El café, la mesa, la vista... Me ayuda a comenzar bien mi día.
—¿Y sin un día no puedes venir?— Pregunto Sam con curiosidad.
Ella se quedó pensando. Sonrió, bajando la vista a su taza.
—Entonces el mundo se acaba— dijo con ligereza fingida.
Pero en el fondo, sabía que un cambio así sí era capaz de hacerla tambalear.
Sam sonrió. No preguntó más.
Hubo un silencio.
Luego Sam, con un tono más ligero, agregó:
—¡Hey! mañana es la fiesta de Moira, ¿no?
Ella lo miró.
—¿Vas a ir no?— pregunto, con un leve matiz de esperanza que no logró disimular del todo.
Sam notó el ligero rubor que subía por sus mejillas.
—Claro que sí— Dijo, sonriendo—. Estos encuentros... se van a volver costumbre, ¿eh?
Ella bajó la mirada unos segundos, pero sonrió. Una sonrisa más real. Más tranquila.
—Me temo que así parece.
Sam, apoyado el codo en la mesa, girando ligeramente su taza entre los dedos.
—¿Cuánto tiempo llevas en la ciudad? ¿Te estás adaptando bien a Edimburgo?
Norah mirándolo, con mezcla de sonrisa y nostalgia:
—Llevo un poco más de tres meses en realidad... sobre cómo me estoy adaptando... —Norah arrugo un poco la nariz, haciendo una mueca que Sam consideró tierna.
—Depende del día la verdad. A veces me siento bien. Otras extraño tener algún familiar conmigo, algo, tu sabes. Por el momento este se ha convertido en mi lugar– Dijo Norah señalando a su alrededor.
Sam solo asintió sin dejar de mirarla.
—¿Tienes familia cerca?
Norah negó suavemente con la cabeza. Pero agregó sonriendo:
—Lo que tengo es un buen grupo de amigos de la universidad. Moira y Theo son... lo más cercano que tengo a una familia aquí —dijo con orgullo en su voz. Luego miró hacia la ventana antes de continuar—. Con ellos todo ocurrió muy rápido, cómo si nos conociéramos de toda la vida. Nuestra amistad... —suspiró y volvió la vista hacia él con una sonrisa solemne— ...fue inevitable.
Sam se quedó pensando un momento y aprovechó en preguntar:
—¿Theo... el de la librería?
Le pareció que su pregunta fue hecha con naturalidad, pero la atención que puso en su respuesta lo traicionaba. No supo por qué quería saberlo con tanta necesidad.
—Sí— respondió Norah alegremente—. Theo es un buen amigo— luego agrego con voz ligeramente más baja— solo eso.
Por dentro Norah se preguntaba: ¿era necesario decir eso?, aclarar que Theo es solo tu amigo?
Sam sólo sonrió.
–Y ¿tú siempre has vivido en Edimburgo? – preguntó Norah, rápidamente, para cambiar el tema.
Sam se puso pensativo por un momento, ¿cómo resumir su vida sin que suene trágica?
–Nací aquí, en Dulkeld, a unas horas de Edimburgo. Luego fui a Londres a vivir un tiempo con mi tío, volví después para dedicarme a la fotografía.
Así continuaron un rato más, entre historias sueltas, cafés que se fueron enfriando y miradas que empezaban a reconocer al otro.
En ese momento no lo sabían, pero algo se estaba construyendo entre ellos. Algo que no entraba del todo en la palabra solo amistad.
Chapter 9: CELEBRANDO
Summary:
Una noche de fiesta, luces y música se convierte en algo más que un simple cumpleaños. Entre risas, conversaciones y miradas compartidas, lo inesperado se abre paso. A veces, la celebración deja ver todo aquello que se oculta bajo la superficie.
Chapter Text
Capítulo 9: Celebrando
Era viernes y el pub vibraba con cuerpos y luces. No era uno de los pubs antiguos con madera oscura y whiskey en silencio. Era un lugar universitario, ruidoso y vibrante. La música sonaba mezclando clásicos de rock con éxitos nuevos y otros géneros, el ruido era demasiado fuerte, haciendo necesario que las personas se acerquen para conversar. Entre las mesas de madera pegajosa se abría un espacio improvisado para bailar donde los cuerpos se movían al ritmo de canciones que nadie escuchaba completas y se mezclaban sin orden, luces de colores, voces superpuestas y risas que estallaban en rincones. Todo vibraba como si fuera el lugar entero celebrara con ellos.
El grupo de Norah, Moira y Theo llevaba buen rato en el pub, ella ya había tomado lo suficiente como para reír sin filtros. Se sentía libre, reía y bailaba, celebraba el cumpleaños con Moira entre abrazos, gritos y cerveza. Theo estaba cerca, como siempre, pero esta vez, demasiado cerca.
Sam llegó con Lewis y Graham. Al entrar buscó entre la gente algún rostro conocido, lo cierto es que buscaba a Norah, la encontró en un grupo numeroso, la saludó con esa sonrisa breve, esa calma que lo hacía parecer más grande que todos los demás.
Norah lo vio cruzar la puerta y al cruzar mirada con él y ver su sonrisa, sin pensarlo, lo llamó:
—¡Sam, viniste!
Estaba realmente feliz de verlo, le sonrió genuinamente. Theo, a su lado, apretó la mandíbula. Desde que apareció Sam, algo cambió en él.
Sam saludó a Moira, se presentó a su grupo, presentando además a sus amigos.
—Hola Moira, ¡feliz cumpleaños! Ellos son Graham y Lewis —ambos saludaron, pero el último le dedicó una amplia sonrisa a Moira y ella se la devolvió.
Luego Moira se acercó a Sam, con una sonrisa ladeada, como si dijera "conozco tu secreto". Sam sólo le sonrió de vuelta.
Los grupos se integraron bien. Lewis busco estar cerca a Moira en todo momento, para acaparar su atención. Graham conversaba con Norah y Theo, que no se despegaba de ella.
Sam fue a la barra por un trago. Desde ahí, se puso a observar todo, tratando de no ser obvio. Norah se fue a bailar con un grupo de amigas ... Theo incluido. Qué tipo tan antipático, pensó, sin saber que Theo pensaba lo mismo de él.
Sam observaba metódicamente a Norah, cómo se movía, notó que le gustaba bailar. La estaba pasando muy bien, libremente, sin restricciones. Eso, por alguna razón, le agradaba, que raro, si ella la pasaba bien, él también.
Norah se abrió paso hasta la barra. El calor de la pista la tenía con las mejillas enrojecidas y el corazón acelerado. Pidió algo de beber y, al girarse, se encontró con Sam apoyado allí, observando la escena con serenidad.
—¿La estás pasando bien? —preguntó él, inclinándose un poco hacia ella, para hacerse oír sobre la música.
—Sí —respondió sonriendo—. Aunque no suelo salir mucho. Pero me gusta la música ... y bailar.
La cercanía obligada por el ruido les pareció a ambos más cómoda de lo que esperaban. Sam asintió, con una sonrisa leve.
—Lo había notado.
Ella lo miró con una sonrisa divertida.
—¿Y tú? ¿Bailas?
Él sostuvo su mirada un instante, más de lo normal, antes de responder:
—Sí.
Norah iba a decir algo más, pero entonces Theo, que había estado observando la interacción desde la pista de baile, apareció junto a ellos. Su energía contrastaba con la calma de Sam.
—Allons Norah —dijo tomando de la mano a Norah y con ese seductor acento francés.
Ella dudo apenas, miró a Sam y luego aceptó. A pocos pasos Moira y Lewis ya reían y bailaban, inmersos en la música.
En la pista de baile, Theo empezaba a rodearla con más confianza de la debida. Ella bailaba. Pero su cuerpo, sutilmente, se alejaba disimuladamente del de Theo. Una vuelta. Una distancia. Una forma de decir "hasta ahí." Theo estaba demasiado confiado para notarlo. O eligió no notarlo. Cuando Norah se acercó para girar, él le sujetó la cintura. De improviso y de una forma muy sugerente y posesiva. Ella se paralizó, pero sonrió, incómoda. Le sacó la mano, sutilmente.
—Theo —dijo, con tono más serio que antes.
Él sonrió y se acercó otra vez, queriendo retomar el ritmo. Esta vez le agarró la cintura con firmeza. Y, sin darse cuenta, también su muñeca. No fue un apretón violento, sino más bien posesivo. Pero fue demasiado para ella. La presión en su muñeca le resultó insoportablemente familiar. Un recuerdo que tenía enterrado se encendió en su piel demasiado vivo.
Por un instante ya no estaba en ese pub ruidoso, sino atrapada en otro lugar, con alguien más. En ese momento él ya no era Theo, era otra persona. El mismo gesto, la misma invasión disfrazada de afecto. Con esa sonrisa casi psicótica, pidiendo disculpa después de cada límite cruzado. Con esa forma de minimizar lo sucedido y decir que no era para tanto. Que estaba exagerando.
Norah se apartó.
Theo la miró, confundido.
—calme-toi déjà —dijo, con una risa incómoda—. Don't look at me like that... it's rien du tout.
Y esas palabras fueron una descarga directa al pecho. Ya cálmate, no es para tanto... Entonces sintió miedo otra vez, hacía tanto que no lo sentía. Sintió la traición del recuerdo. Y peor aún, sintió la traición de un amigo.
Norah simplemente se giró. Cruzó el pub sin despedirse. Necesitaba salir.
Sam, que había estado observando desde el otro lado. Atento. Inquieto. Había notado el comportamiento de Theo desde hacía rato. No sabía qué hacer. ¿Intervenir? Ella parecía tener todo bajo control. No le gustaba para nada verla incomoda. Cuando ella siempre hablo de él como un buen amigo. Por lo menos hasta que él la vio quedarse quieta con una mirada de terror.
Fue ahí cuando Sam decidió ir donde ella. Le dijo a Graham, que estaba en ese momento con él, que ya regresaba y se fue hacia la entrada del pub, dónde veía que ella se dirigía.
Ella se abrió paso entre la muchedumbre, intentando salir.
Sam fue más rápido.
—¿Ya te vas? —preguntó, suave.
—Sí —dijo ella, sin mirarlo.
Él no esperó permiso.
—Te acompaño, necesito tomar aire también.
Ella no discutió, solo asintió.
Ya en la calle, había una ligera lluvia, nada que enfriara mucho. Caminaron varias cuadras en silencio. La brisa fría les devolvía la sobriedad. El asfalto húmedo brillaba con los reflejos de la ciudad.
Norah sacó el móvil. Escribió a Moira: "Me fui. Hecha un ojo a Theo, está muy borracho. No lo soporto así. Disfruta la noche".
Moira respondió: "¿Estás bien? Te escribo mañana", todo en una serie de emojis y letras un poco desordenadas.
Sam, a su lado, no dijo nada hasta que el silencio pesó demasiado.
—¿Estás bien? — preguntó finalmente, pero en tono suave.
Norah asintió. Luego negó con la cabeza. Se frotó los brazos como si el frío fuera interno.
Sam la miró. Detuvo el paso.
Ella lo imitó, sin entender.
—¿Estás bien? —repitió con más firmeza, más lento, más cerca y mirándola a los ojos.
Ella lo miró también. Ojos azules, intensos, con un brillo que no venía de la luz. Había algo en ellos que parecía ver más allá de lo que ella mostraba, como si supieran lo que callaba. Negó con la cabeza, despacio, sin ruido, sin lágrimas. Solo bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de esa verdad que la desarmaba.
Sam se acercó sin pedir permiso, sin preguntas ni palabras que pudieran romper el momento. No invadió, no intentó forzar una respuesta. Simplemente la abrazó. No fuerte, no rápido. Solo la sostuvo, con esa clase de contacto que no pretende arreglar nada, sino acompañar. Y en ese gesto silencioso, Norah encontró un refugio que no necesitaba explicaciones.
Solo dijo: —Estoy aquí.
—No fue nada grave —dijo.
Su voz sonaba más firme, pero aún tenía los bordes blandos.
—Solo que... algunas cosas suben a la superficie sin ser invocadas.
Él asintió. Con comprensión. Su mirada no buscaba detalles. Solo ofrecía presencia.
—Si alguna vez quieres hablar —dijo con calma— sabes que estoy ahí.
Ella lo miró un segundo más.
Asintió, sólo una vez.
Como si ella no acabara de sobrevivir a un terremoto invisible. Empezaron a caminar de nuevo.
Ella sin hablar, el sin preguntar. El ruido del pub quedó atrás. El eco en ellos seguía latiendo.
Chapter 10: DECLARACIONES
Summary:
Entre conversaciones, risas compartidas y silencios que pesan más que las palabras, los vínculos comienzan a transformarse. Lo que parecía rutinario se tiñe de matices inesperados: miradas que duran un poco más de lo debido, confesiones que encuentran espacio en la complicidad de la amistad y planes que abren la puerta a nuevos caminos.
Chapter Text
Capítulo 10: Declaraciones
THEO
AL día siguiente Theo la encontró una tarde, a la salida de la biblioteca.
Norah ya lo había visto venir desde unos metros antes, y no se detuvo. No podía huir, tampoco quería hacerlo.
—Norah…¿tienes un minuto?
Ella asintió.
No por amabilidad. Sino por necesidad de cerrar ese capítulo.
Theo tenía los ojos cansados, la voz más baja que de costumbre y el orgullo apenas sostenido.
—Sobre la otra noche… estaba borracho. Se que no es excusa.
—No, no lo es— dijo ella en tono cortante.
Se quedó pensando un segundo, miró a Norah y continuó.
—Me pasé. Lo vi demasiado tarde, y te puse en una situación que no merecías.
Norah respiró hondo. No quería suavizar la verdad, pero tampoco arrastrar más el error.
—Gracias por decirlo —dijo ella con calma—.
—Theo, no creo que seas una mala persona. Pero esa noche me hiciste sentir incomoda y encima me sentí culpable por poner límites. Eso no está bien.
Theo asintió, tragando el peso de sus palabras
—Lo sé. Y de verdad me siento muy mal. Entiendo si me odias y no quieres volver hablarme.
Ella lo miró un momento. Recordó las risas pasadas, la camaradería sincera. Theo no era solo ese error.
—Quiero que sepas algo —dijo ella, firme—. Yo no olvido lo que pasó porque fue real y me dolió. Pero sí te perdono, porque también creo que no eres ese momento.
Theo levantó la vista, sorprendido, con los ojos brillantes.
—Merci, Norah… vraiment. Prometo que no volveré a ponerte en una situación así.
Norah asintió.
—Situaciones así no deben dejarse pasar, y nadie debería tener que sentirse como yo me sentí esa noche.
Pausa. Su voz se suavizó un poco.
—Aprecio que te disculpes. No todos tienen el valor de hacerlo, y mucho menos de asumir que lo hicieron. Eso habla de ti.
Theo tragó saliva, sintiendo que las palabras eran tanto pesadas como liberadoras.
—Prometo ser mejor persona, mejor amigo.
Norah lo miró un instante más y asintió.
No era olvido.
No era absolución total.
Era perdón con conciencia.
MOIRA
Norah cerró la puerta de su dormitorio con suavidad, como si al otro lado aún vibrara el eco del pub.
Moira, ya instalada en su cama, con las piernas cruzadas y una manta encima, observándola con ojos brillantes de curiosidad. A pesar del dolor de cabeza por todo lo que había bebido el día anterior, no pensaba dejarla escapar sin explicaciones.
—Bueno —dijo arqueando una ceja—, ¿me cuentas qué pasó con Theo o voy a tener que sacártelo a golpes?
Norah rodó lo ojos, suspiró, se sentó en el borde de la cama y le relató lo sucedido.
Moira escuchó sin interrumpir, pero al final apretó los puños con teatral indignación.
—¡Podría matarlo!¿Quieres que lo haga? ¿Al menos darle unos cuantos golpes?
Norah sonrió apenas.
—No, déjalo así, ya hablé con él. De verdad está arrepentido.
Moira la miró unos segundos y asintió con seriedad.
—Bien. Pero debes saber que por el momento está en la lista negra.
El silencio relajó un poco el ambiente, y Moira, como siempre, fue la primera en romperlo.
Cogió una galleta del escritorio, dio un mordisco y hablo con la boca medio llena:
—Los amigos de Sam son muy agradables… Lewis es tan lindo.— Sonrió con picardía, y antes de que Norah pudiera decir algo, soltó sin rodeos—: Te gusta.
Norah parpadeó, desconcertada.
—¿Quién?¿Lewis?
Moira casi se atragantes de la risa.
—¡No! No me hagas repetirlo, que me muero aquí mismo.—Tragó y levanto un dedo señalando la foto, la foto que le dio Sam a Norah—. Sam, el fotógrafo. El que te mira como si fueras lo más preciado en este mundo.
Norah abrió la boca, fingiendo indignación.
—¿Yo? ¡Por supuesto que no! Solo es alguien que conocí. Muy amable la verdad.
Moira se inclinó hacia delante, clavando en ella esa mirada que no dejaba pasar nada, menos excusas.
—¿En serio? Porque yo te he visto y ayer me quedó claro. Tú también lo miras con ojitos soñadores, sobre todo cuando crees que nadie se da cuenta.
Norah intentó reírse, pero su sonrisa se volvió tímida.
—Es que… sí, nos vemos seguido para tomar café. Y conversamos de otras cosas. —Bajó la voz, admitiendo—: me gusta su compañía.
Moira la observó un instante más, luego suavizó su tono.
—Sabes que está bien, ¿no? Qué te guste alguien. Tal vez no haya estado en tus planes, pero está bien.
Norah bajó la vista, nerviosa, jugando con sus dedos
—Me da miedo.
—¿Miedo de él?—pregunto Moira, sincera, dejando atrás la broma.
—No. De todo lo que implica … sentir algo por alguien.
Moira se quedó callada un momento, hasta que respondió con calma:
—Entonces, justo ahí es cuando sabes que vale la pena. El miedo significa que importa.
Norah levantó la mirada, sintiéndose más vulnerable que nunca.
—Cada vez que estamos juntos, siento que algo en mi crece más y más. No sé cómo explicarlo… pero a la vez se siente bien. Sentir de nuevo.
Moira sonrió, con esa mezcla de ternura y chispa que la caracterizaba.
—¿Y crees que podría haber algo más entre ustedes?
Norah dudó, pensativa.
—No lo sé. Si me lo hubieses preguntado hace unos meses, te habría dicho que no, sin duda. Pero ahora… ya no sé nada.
Al decirlo, notó un peso salir de su pecho. Confesarlo a Moira le dio forma a lo que hasta entonces solo había sido un torbellino dentro de ella. Ya no podía negarlo: sentía algo por Sam. No sabía que era, ni donde la llevaría, pero era real.
Moira sonrió y dio una palmada.
—Perfecto— dijo con media sonrisa—. Pero si te hace sufrir, le rompo la cámara.
SAM Y SUS AMIGOS
El pub era el mismo de siempre, pero esa noche parecía distinto: menos ruido, menos risas, más rutina. La cerveza corría más lenta que de costumbre.
Se habían reunido no para beber hasta olvidar, sino para hablar de trabajo, proyectos, rutas posibles para las próximas excursiones.
Lewis estaba absorto en su celular, sonriendo con cara de idiota. Ni se dio cuenta de que Sam lo observaba con una ceja arqueada.
—¿Otra vez con el teléfono? —preguntó Sam, con tono de advertencia—. No me digas que es Moira.
Lewis sonrió sin disimulo.
Graham se carcajeó, dándole una palmada en el hombro.
—Te dije que ella es de fuego.
Sam se inclinó un poco hacia adelante, apoyando los antebrazos sobre la mesa. La voz endurecida por la seriedad.
—Te conozco, Lewis. No la jodas, ¿sí? Ella no es un juego.
Lewis levantó la vista, sorprendido, como si no esperara ese tono de su amigo. Graham dejó de reír por un segundo, alzando las cejas con interés.
—Bueno, bueno…—dijo, buscando relajar la situación—. ¿Y tu? ¿Desde cuándo tan defensor de las virtudes femeninas?
Sam se recostó en la silla y fingió indiferencia.
—No sé de qué hablas.
Lewis y Graham se miraron entre ellos, con una complicidad que precede la burla compartida.
Luego rieron como quien ya sabe la verdad, pero disfruta ver al otro sufrir un poco.
—Vamos, Sam —dijo Lewis, inclinándose hacia él—. Nos conocemos desde hace años. No has salido con nadie desde Eva. Y eso fue hace siglos, hermano.
—Y ahora estás como... distinto —añadió Graham.
—¿Distinto cómo? —preguntó Sam, aun fingiendo ignorancia, pero el vaso entre sus manos mostraba su incomodidad.
—Más callado, más distraído, como si tuvieras la cabeza en otra parte.
—Y más insoportablemente profundo cuando hablas paisajes y viajes —remató Graham entre risas.
Sam exhaló por la nariz, girando el vaso entre los dedos.
—No sé de qué hablan —intento defenderse.
Lewis no le dio espacio.
—Es ella ¿verdad?
Sam levantó la mirada con un sobresalto. Los dos lo observaban, expectantes, seguros de haber acertado. Tragó saliva. Se pasó la mano por la nuca, como si quisiera ganar tiempo.
Finalmente decidió confesar lo que llevaba semanas reteniendo.
—Es inteligente. Interesante. Hermosa —dijo, la voz más baja de lo habitual.
—Cuando habla… quiero que no se calle nunca. Y cuando calla… me dan ganas de llenar ese silencio con algo que no sea idiota.
Silencio.
Lewis se echó hacia atrás en su silla, silbando. Graham sonrió como quien acaba de ganar una apuesta.
—Entonces es serio —concluyó.
Sam asintió, casi sin querer.
—Pero no sé qué piensa ella. A veces parece que sí… a veces no.
—¿Y tú? ¿Planeas hacer algo al respecto? —preguntó Graham.
Sam encogió los homnbros.
—No lo sé.
Y entonces, por primera vez en toda la noche, sonrió.
—Estoy pensando en invitarla.
Lewis levantó una ceja. Graham dejó de reírse.
—¿A una cita?
—No. A Dunkeld. A la casa de mis padres.
Sus ojos brillaron al mencionarlo.
—Tengo que ir antes a preparar todo. Planeo recorrer los alrededores para el proyecto del guiado histórico. Ustedes quedaron en ir también. Solo sería un día antes… para enseñarle un poco más.
—¿De historia? — ironizó Lewis.
—De lo que sea — respondió Sam, sin soltar la risa
No lo dijo en broma, aunque pareciera. Pero al decirlo, su mente ya estaba dibujando la escena: ella a su lado, recorriendo los senderos, piedras con musgos, contándole las historias de cada lugar, historias que aprendió desde niño. Imagino su risa, su curiosidad por cada rincón. Y ese pensamiento tan sencillo e inocente, le llenó el corazón, sin esperárselo.
El silencio se quebró con la carcajada de Graham.
—Hermano, eso es una cita de campo disfrazada de tour histórico.
Lewis asintió, divertido.
—Y que suena genial, por cierto.
Sam los miró con un poco de nerviosismo.
—¿Ustedes estarían bien con eso?
—¡Por favor! —respondió Graham—. Con tal de que no duerman en mi habitación… tiene la mejor cama
Todos empezaron a reír en camaradería.
Lewis alzó su vaso.
—En serio, si ella va será una mejor excursión. Lo que sea que esté pasando entre ustedes …esta ahí. Se puede tocar.
Sam no respondió. Se limitó a sonreír, con esa mezcla de ilusión y cautela. Pero en su interior, la decisión ya estaba tomada. La iba a invitar.
Y si decía que sí...esa casa, esos paisajes, esa historia… también serían de ella, al menos por unos días.
CAFÉ LOCHAN Y LORE
Ya no necesitaban excusas para sentarse en la misma mesa.
Sam llegaba, ella ya estaba.
A veces, al revés.
Compartían mesa, café, silencios.
Ella hablaba de su investigación.
Él escuchaba como si la historia tuviera música.
Él hablaba de rutas escondidas, de luz natural, de piedras que contaban cosas si uno sabía cómo mirarlas.
Norah empezó a esperarlo.
A levantar la vista y buscar su rostro cuando se abría la puerta del café.
A sentir su día un poco más largo si él no aparecía.
Pero casi siempre él estaba ahí, para compartir ese café.
Esa tarde era uno de esos días donde Edimburgo parecía más una acuarela que una ciudad.
Cielo blanco. Luz fría. Gente que pasaba con prisa y bufandas al viento.
Norah ya estaba sentada en su mesa habitual, el cuaderno rojo abierto, una taza de café que humeaba tímida junto a la laptop.
Los auriculares colgaban de su cuello, pero no los tenía puestos.
Sam entró con su andar sereno y sus botas mojadas, dejando huellas oscuras en el suelo del café. La vio, como siempre. Y ella lo vio, como si no lo hubiera estado esperando.
Pidió su café, y al llegar a la mesa se inclinó hacia ella.
—Hola —dijo, con una media sonrisa que ya sonaba a costumbre.
—Hola —respondió Norah, moviendo un poco sus cosas para dejarle espacio.
Se sentó frente a ella. Por un momento la miró terminando de escribir algo en su cuaderno.
Sam apoyó su café sobre la mesa y lo griró entre los dedos, buscando el momento.
—Oye… —empezó, carraspeando suavemente.
Ella levantó apenas la mirada, curiosa.
—¿Si?
Él soltó el aire que tenía contenido.
—¿Tienes libres el próximo fin de semana? —preguntó de pronto y apurado, sin mirar directamente.
Norah parpadeó, sorprendida por la seriedad de su tono.
—Creo que sí… ¿por?
Sam se acomodó en la silla, incómodo con sus propias palabras, como si llevaran demasiado tiempo queriendo salir de su boca.
—Estoy organizando una salida cerca de Dunkeld… —empezó, despacio, como tantenando el terreno—. Queda en el norte de Edimburgo, cerca de algunos sitios históricos.
Norah lo miraba atenta, mientras el continuaba.
—Voy con Lewis y Graham —añadió rápido, como si necesitara despejar cualquier idea equivocada—. Ellos llegan un día después.
Sam bajo la vista hacia su taza, girándola entre las manos.
—Yo iré antes para preparar todo. Hay una casa de campo allí, de mi familia. Y pensé…— se detuvo, eligiendo con cuidado sus palabras— … que quizá te gustaría venir.
Alzó la mirada por fin, con esa mezcla rara de seguridad y nervios que lo hacía ver más humano que nunca.
—Es solo un par de días. Podrías aprovechar para tu investigación. Hay paisajes, sitios menos turísticos… creo que podría interesarte.
Ella lo miró.
No dijo nada por un segundo.
Él, por dentro, sentía que el corazón le hacía eco en las costillas.
Norah bajó la mirada, jugueteando con la tapa de su lapicero.
—¿Tus amigos no se molestarán?
Sam negó de inmediato.
—Están encantados de que vengas. En serio. Solo… no le quites la cama de Graham—bromeó Sam, aligerando el ambiente.
Ella rió, suave, casi sorprendida de sí misma.
—Está bien, lo tendré en cuenta.
Hubo un silencio breve. Ni incomodo, ni ligero: expectante.
Norah se atrevió primero.
—¿Y tú? —preguntó, sin levantar mucho la vista—. ¿Tú quieres que vaya?
Sam la miró entonces, directo, y con una franqueza que lo desarmaba incluso a él, respondió.
—Sí. Quiero.
El corazón de Norah dio un salto, tan nítido que temió que se le notara en el rostro.
Fingió acomodar el cuaderno para ocultar asi la sonrisa que se le escapaba.
—Bueno… —dijo despacio, como si saboreara su decisión—. Esta bien. Voy.
Sam bajo la vista a su taza de café, intentando disimilar la curva orgullosa de su boca. Norah, en cambio, dejo que la emoción se le notara un poco más. No demasiado. Solo lo justo para que él supiera que la idea la ilusionaba tanto como a él.
Chapter 11: EL VIAJE
Summary:
El viaje la lluvia marca el compás de un día distinto. Entre historias compartidas, silencios y tensiones que pesan, lo que parecía frágil empieza a tomar forma. No es un juego. No es un accidente.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Capítulo 11: El viaje
El suelo del dormitorio estaba cubierto de ropa, libros y pequeños objetos que Norah no sabía si iba a necesitar en Dunkeld. Moira, sentada al borde de la cama y una taza de té, observaba el caos con esa chispa burlona que siempre la delataba.
—Nunca te había visto así de nerviosa desde que llegaste a Edimburgo —comentó, arqueando una ceja—. Y créeme, ni siquiera cuando no entendías cómo funcionaba la lavadora parecías tan perdida.
Norah soltó una risa suave, bajando la vista el sueter que doblaba.
—No estoy nerviosa. Solo quiero llevar lo justo.
Moira mostró esa sonrisa traviesa, tan ella.
—Vamos admítelo: no te importa realmente si llueve o te olvidas esto—dijo levantando una bufanda—. Lo único que quieres es estar con Sam.
Norah intentó mantener la compostura, doblando más ropa, que claramente no entraría en el maletín.
—¿Y qué tiene? Me gusta su compañía, sí. ¿Acaso es un crimen?
Moira levantó las manos como si se rindiera.
—No, para nada. Pero seamos sinceras: esto ya no es solo "compañía".
Norah la miró y sonrió, como confirmando lo que su amiga acababa de decir.
Moira la miro seriamente, pero con una ligera sonrisa y agregó:
—Mira, si él no mueve su ficha, ¿por qué no lo haces tu?
Norah se detuvo.
—¿Yo? — preguntó sorprendida.
—¿Y por qué no? —replicó Moira, inclinando se hacia delante—. Las mujeres también podemos iniciar. No es una vergüenza, es un derecho. Si sabes lo que quieres, ve y tómalo. Créeme, nada es mas atractivo que alguien segura de sí misma.
Norah bajo la mirada, sonriendo sin querer, la idea le parecía buena y no es algo que no haya considerado antes. Pensarlo la hacía sentir viva.
—¿Y si me equivoco?
—Pues te equivocas. Y ya. Pero si aciertas, Norah... —Moira se recostó en la almohada de forma teatral—, entonces podría ser la mejor jugada de tu vida.
Hubo un silencio breve, lleno de complicidad. Norah respiró hondo, cerró el maletín con un chasquido metálico y lo miró como si fuera el cofre de un tesoro.
Las dudas seguían ahí, sí. Pero las ilusiones ya no cabían dentro de ella. Había tomado una decisión: quería dar ese paso. Y esta vez, estaba dispuesta a arriesgarse.
Moira se levanta, da un aplauso decidido y soltó:
—Muy bien, guerrera. Ahora solo asegúrate de que en ese maletín haya mas que ropa y bufandas... nunca se sabe cuándo un primer paso se convierte en una sesión maratónica.
Ambas rieron, por el descaro del comentario... y porque en el fondo, las dos lo pensaban también.
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La carretera era una línea húmeda entre verdes montañas silenciosas.
La niebla flotaba baja, como si el cielo estuviera a punto de sentarse sobre la tierra.
Dentro del auto, solo el motor y la leve lluvia contra el parabrisas llenaban el silencio.
Y dos respiraciones que aún no sabían cómo convivir en el mismo aire.
Norah miraba el paisaje con la frente apoyada en la ventana.
No hablaba mucho.
Sam tampoco.
Pero dentro de ella se libraba una batalla: deseo vs. miedo.
No habían dicho gran cosa desde que salieron de Edimburgo.
Él conducía con esa serenidad suya, como si no hubiera prisa en el mundo.
Por momentos, lo único que interrumpía el silencio era el sonido constante del limpiaparabrisas.
Cada curva del camino, cada palabra que él no decía, cada gesto de cuidado, de respeto...
Todo eso que no hacía más que encender algo profundo en ella.
Con la necesidad de llenar el silencio, ambos acercaron la mano para encender la radio.
Sus dedos casi se tocaron.
El contacto fue mínimo, pero una chispa recorrió su piel como si hubieran rozado fuego.
Sam se aclaró la garganta y se disculpó en voz baja.
Norah sonrió, intentando que el rubor no le subiera a las mejillas.
Ella no dejaba de pensar en lo cerca que estaban. En lo que estaba sintiendo.
"No viniste aquí a enamorarte".
"Esto no es parte del plan".
"No vas a repetir el mismo error".
Pero él estaba ahí. Su voz, sus silencios, la forma en que la miraba de reojo como si también midiera cada latido.
Su cuerpo tampoco cooperaba. Ni su respiración.
¿Estoy nerviosa? ¿puede él darse cuenta? ¿se puede oler el nerviosismo? ¿huelo mal?
Sacudió su cabeza, despejando los pensamientos absurdos.
Entonces él habló.
—¿Te molesta si paramos un momento? —preguntó.
—¿Todo bien?—respondió ella
—Sí. Hay una tienda mas adelante. Y el paisaje... vale la pena.
—Claro— dijo ella.
Detuvo el auto al lado del camino, donde había una pequeña tienda de provisiones, junto a un pequeño mirador que daba a un valle abierto, cubierto por un manto de musgo y viento.
Norah recordó la voz de Moira: Si él no mueve su ficha...
Sintió el vértigo subirle al estómago. ¿Y si lo daba ella?
Se bajó del auto.
El aire húmedo la envolvió de golpe, frío y vivo.
Lo respiró hondo, como si quisiera armarse de valor.
Sam estaba a unos pasos.
Ella avanzó, despacio, con el corazón martilleando.
Cada paso era un desafío a sus propios miedos.
Él giró al notarla.
No dijo nada.
Tampoco retrocedió.
Sus ojos la buscaron, expectantes, con un brillo de incertidumbre y algo más.
Norah se detuvo frente a él, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo pese al viento.
Una pausa.
Un instante suspendido.
Ella levantó la mirada, recorriendo la línea de su pecho hasta alcanzar sus ojos. Tragó saliva.
—Sam —susurró, apenas audible.
Él asintió una vez, inclinó la cabeza expectante, los ojos fijos en los suyos
Norah respiró hondo.
—Bésame —dijo, decidida, aunque la voz se quebró al final.
Sam abrió los ojos apenas un instante, sorprendido.
—o...—iba a añadir ella, pero ya no hizo falta.
Norah no terminó de hablar.
Él ya la estaba besando.
Sin duda ni temores.
Sino con esa mezcla exacta de urgencia contenida y reverencia, de fuego y ternura, como si ese beso hubiera estado esperando desde siempre.
De repente un trueno quebró el cielo. Una interrupción momentánea. O tal vez, un respiro.
La lluvia se desplomó en segundos.
Se separaron, apenas.
Norah se rio, entre jadeos.
Sam también.
Se miraron un momento y corrieron de vuelta al auto como dos adolescentes que sabían que el mundo acababa de cambiar.
Ya dentro, mojados, respirando aún rápido, él la miró y dijo:
—Tenemos que llegar antes de que esto se ponga peor. El camino se vuelve difícil con la lluvia.
Ella asintió. No dijo nada.
Pero no dejaba de sonreír.
Como si, por fin, algo estaba comenzando. Como si estuviera avanzando.
La lluvia azotaba el parabrisas con un compás hipnótico.
Afuera, el mundo era puro movimiento. Adentro, todo era espera contenida.
Sam mantenía las manos firmes en el volante, aunque por ratos su mirada se deslizaba hacia ella. Su risa aún seguía flotando en su mente, enredada con el recuerdo fresco de un beso que no dejaba de repetirse.
No podía creerlo.
Y sin embargo... ahí estaba, grabado en su piel.
Ese instante había cambiado algo en él.
Ahora sabía que ella sentía lo mismo. O casi.
Ella dio el primer paso. ¿Por qué no lo hizo él? Pensó. Tal vez por respeto, tal vez por miedo a no ser correspondido. Ahora todo le resultaba tan evidente que su cuerpo apenas podía contener la felicidad que lo desbordaba.
En el auto, ambos respiraban al mismo ritmo.
El camino hacia la casa apareció ante ellos. Sam estacionó y ambos corrieron hasta la puerta, riendo, tropezando con los charcos de agua y con la impaciencia de prolongar lo inevitable.
Sam abrió la puerta y le cedió el paso.
La casa los recibió con tibieza. No era solo acogedora: era un lugar con alma.
La chimenea estaba apagada, los muebles de madera, las paredes con fotos en blanco y negro... testigos silenciosos de otra vida.
Ella quiso decir algo, un comentario cualquiera para llenar el silencio. Pero Sam se acercó despacio, como si cada paso apagara cualquier palabra.
—Tenemos que terminar lo que empezamos —murmuró muy cerca a ella.
Ella levantó la mirada hacia él. No necesitaba pensarlo más.
—Sí.
El besó fue distinto al primero, más seguro, más firme, posesivo, sin dudas.
Los besos los llevaron al sofá, este fue apenas el inicio.
La urgencia los llevó mas allá. Los besos dejaron de ser un juego y se volvieron reclamo: él la buscaba como quien encuentra lo que siempre fue suyo, y ella lo recibía como quien se reconoce en otro cuerpo.
Las manos ya no acariciaban: se aferraban, se hundían, querían memorizar cada curva, cada temblor. Era un choque de voluntades, pero ninguno se resistía. En sus miradas no había preguntas, solo respuestas.
La alfombra se volvió territorio compartido, altar y batalla al mismo tiempo.
Él la cubría, la rodeaba, la reclamaba sin palabras; y ella, lejos de ceder, lo poseía con igual fuerza. No había espacio para el miedo, solo para la certeza abrazadora de que en ese instante no existía nada más que ellos.
Fue deseo, sí, pero más que eso: fue la decisión de no guardarse nada. De dejarse arder juntos hasta hacerse uno sin límites, sin tregua, sin retorno.
Afuera la lluvia golpeaba con furia contenida, pero dentro, la tormenta era ellos.
El cuerpo tibio, la ropa húmeda a un costado.
Pero lo que más le temblaba no era la piel.
Era el corazón.
El de ella. El de él. El de los dos.
No sabía si hablar.
No sabía qué decir.
Temía que una sola palabra pudiera romper la sintonía recién nacida, esa armonía frágil que parecía sostenerlos.
Sam se incorporó.
Le besó el hombro y se levantó.
Volvió con una manta y una toalla, otra anudada a su propia cintura.
Se agachó frente a la chimenea, encendió el fuego con la calma de quien ya conoce todos los rincones, y cuando las llamas empezaron a nacer, volvió junto a ella.
No dijo nada.
Solo se sentó.
La abrazó.
Sin expectativa.
Sin intención.
Solo eso: brazos alrededor.
Presencia. Calor. Un hogar.
Norah apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos.
—Esta casa es hermosa —murmuró después de un rato, sin saber bien por qué.
Sam la miró.
—Era de mis padres.
Entonces habló del accidente. De cómo el mundo se torció cuando aún era adolescente.
De la mudanza con su tío Henry, del camino impuesto, de las empresas que nunca quiso heredar.
Pero ahora, sentado allí, hablaba de esta casa.
—Mi madre la eligió. Decía que los lugares no se construyen con cemento, sino con rituales. Café en la mañana, pan caliente al volver del colegio. Mi padre plantó un rosal en el patio una vez. Nunca floreció.
Sonrió como si el recuerdo estuviera aún vivo en él.
—Y aun así... nunca lo quitó. Siempre estuvo ahí, formando parte de todo. Así sin flores.
Norah lo escuchó en silencio.
La lluvia cedió solo un poco.
Sam se levantó, fue al auto y regresó con las maletas de ambos.
Las dejó junto a la chimenea.
Después de un rato compartiendo recuerdos, dijo en voz baja:
—Creo que deberíamos ir a dormir
Ella asintió.
Lo siguió por las escaleras.
—Este cuarto está libre—dijo él, señalando con la cabeza. Luego, con tono más suave:
—El mío está justo al lado.
Ella lo miró fijamente.
Él sostuvo su mirada, con esa sonrisa ladeada que siempre decía mas de lo que debía.
Ojos azules, ojos marrones teniendo una conversación sin palabras.
Finalmente él llevo las maletas a su cuarto.
Las suyas. Las de ella.
Y Norah lo siguió.
Esa noche no fue de cuerpos encendidos.
Fue de respiraciones acompasadas.
De dormir con la mano de él sobre la suya.
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A la mañana siguiente la lluvia sonaba en el techo como un murmullo constante, sin intención de detenerse. Dentro de la cabaña, el calor del fuego, el cuerpo a su lado.
Norah abrió los ojos primero. Aún estaba envuelta aún en la manta, con el pelo revuelto y el corazón acelerado, lo miró dormir. El recuerdo de la noche anterior le erizó la piel.
No puedo fingir que no pasó... pero ¿qué significa ahora?... mier....
Sam abrió los ojos poco después, pero no dijo nada. Se quedó observándola, como queriendo grabar esa imagen en su memoria: ella medio perdida entre sueño y vigilia, y la certeza creciente de que, al menos para él, ya no había vuelta atrás.
Se levantó sin hacer ruido, se puso un pantalón de algodón, una camiseta, y bajó a la cocina.
El olor del café pronto llenó la casa.
Norah bajo atraída por el aroma y lo encontró sirviendo pan tostado y un par de huevos. Vestía una franela y leggins, el cabello recogido de cualquier manera, y sin embargo, Sam pensó que jamás había visto algo tan hermoso.
Lo admito ¡estoy jodido! pensó Sam
Ella sonrió un poco tímida al verlo.
—¿Desayuno casero?
—Lo mejor que sé hacer —respondió él, colocando la taza frente a ella junto como sabía que le gustaba.
Sam recibió un mensaje de Graham, los caminos estaban enlodados, demorarían en llegar, posiblemente hasta el día siguiente.
Norah lo tomó con tranquilidad, aunque eso sólo significaba una cosa... más tiempo a solas.
Durante el desayuno las palabras comenzaron a fluir con naturalidad. Primero hablaron de nimiedades: el frío de la mañana, lo fuerte que sonaba la lluvia. Pero pronto dieron paso a lo importante. Sam le contó de su infancia en esa misma casa: los juegos en el bosque cercano, las excursiones con su padre, los silencios que aún resonaban en las paredes.
Norah compartió lo suyo: los viajes diplomáticos de su padre, la distancia con su medio hermano abogado en Nueva York, una cercanía perdida con el tiempo. Hablaron como quien va entregando piezas de un rompecabezas personal e íntimo, confiando al otro fragmentos de su propia alma.
Más tarde, al mediodía, Sam volvió a la cocina. Esta vez preparó una sopa caliente para espantar el frío. Norah insistió en ayudar, pero quedó claro que la cocina no era lo suyo: cortaba torpe y peligrosamente, se equivocaba en los tiempos, y al final solo conseguía hacerlo reír. Y aún así, para él, ese torpe esfuerzo la hacía aún más entrañable.
Sentados frente a frente en la mesa, entre cucharadas de sopa humeante y el sonido de la leña en la chimenea, Sam la miró en silencio.
Ella con la risa aún brillando en los ojos, y esa manera de mirarlo que lo desarmaba sin remedio.
—Norah —dijo de pronto, con voz seria, pero sin dureza.
Ella levantó la vista, todavía con la cuchara en la mano.
—Esto — dijo él, señalando la mesa, la sopa, a ellos dos— ...no es un juego para mí. Es real. Lo que siento cuando estoy contigo, lo que me pasa aquí...— dijo señalando su pecho— no es algo que quiero fingir que no existe.
Hizo una pausa, bajando la mirada.
—Sé que no viniste a buscar nada. Que no estaba en tus planes. Y si no deseas una relación seria, lo entiendo.
Otra pausa.
Tragó saliva.
Continuó en voz más baja:
—Solo... no quiero seguir fingiendo que no me importas.
Ella dejó la cuchara sobre el plato, sin apuro.
Sam continuó, ahora bajando la mirada.
—En serio. No quiero presionarte...
Hizo una pausa. Tragó saliva.
Norah lo observó en silencio. No con miedo ni risa, sino con ese brillo especial de quien sabe que está a punto de dar un paso decisivo. Dejó la cuchara en el plato, despacio, le tomó la mano.
—Sam...—dijo suavemente—. Para mí también es real.
Él se quedó quieto, como si las palabras necesitaran segundos para asentarse. Y entonces sonrió. Como un hombre que acababa de ser elegido.
Se inclinó hacia ella. El beso fue lento, cargado de ternura y la certeza de un comienzo. Afuera, la lluvia siguió cayendo. Dentro, todo parecía más claro que nunca. Real.
Notes:
Este capítulo resultó tal como lo imaginé en mi mente. De mi mente a la pantalla.
Chapter 12: DUNKELD
Summary:
Después de la tormenta llega la calma. Sam y Norah exploran los bosques brumosos y las antiguas ruinas de Dunkeld, encontrando momentos tranquilos y risas ligeras. Pero entre miradas cómplices y silencios elocuentes, algo más profundo comienza a asentarse… algo que ninguno de los dos puede ignorar.
Chapter Text
Capítulo 12: Dunkeld
Finalmente, ese mismo día por la tarde, la lluvia cedió.
El cielo seguía gris, y el ambiente aún olía a tierra húmeda.
Sam empezó a preparar los equipos: mochilas, linternas, provisiones.
Norah, en silencio, doblaba una manta sobre el sillón, aunque más jugaba con la tela.
No hacía falta palabras.
La atmosfera había cambiado desde la noche anterior.
—¿Falta mucho para que lleguen? — preguntó ella.
—Graham dijo que en una hora. Tal vez menos.
Norah asintió, distraída.
Sam se acercó sin intención aparente, solo porque sí.
Sus manos se rozaron al mismo tiempo sobre la manta.
Fue un contacto mínimo, pero suficiente para detenerlos a ambos.
—¿Estás bien? — murmuró él.
Ella levantó la vista, y la sonrisa ligera que le dio fue respuesta suficiente.
Sam le sostuvo la mirada con una de esas sonrisas que no necesitan motivo.
Le dio un beso en el hombro, su nuevo lugar favorito, y continuó con los preparativos.
Norah bajó la cabeza, manteniendo la sonrisa que le nació por el gesto de Sam.
Luego, cada uno volvió a lo suyo.
Y ella se quedó unos segundos más, sintiendo el eco de ese instante.
Ligero, íntimo y verdadero.
La llegada de Graham y Lewis rompió la calma de la casa como un huracán de voces y risas.
Chaquetas empapadas, mochilas cargadas, saludos entrecortados por el frío y quejas sobre la humedad.
Pronto la sala se llenó de cervezas, galletas saladas y anécdotas.
Sam, en medio de todo, se movía distinto.
Más ligero, más suelto, incluso más cálido.
Graham y Lewis se miraron, curiosos.
Había algo en él… algo que no estaba la última vez.
Y cada vez que cruzaba la mirada con Norah, la chispa era imposible de ignorar.
Al llegar la hora de dormir, todos subieron a los dormitorios.
Norah, sin titubeo, tomó su manta y entró en el cuarto de Sam.
Graham la vio. Lewis también.
No dijeron nada. Pero lo entendieron todo.
—Bien jugado, Casanova—murmuró uno.
—Idiotas —respondió Sam, cerrando la puerta con media sonrisa y un guiño.
El amanecer llegó frío, pero seco.
Solo contaban con un día de recorrido, debido a la lluvia.
Salieron temprano, termos de café en mano, mochilas listas.
El cielo seguía gris, pero la lluvia ya era cosa del pasado.
El aire estaba frío, perfecto para caminar.
La primera parada fue The Hermitage.
El refugio de la cascada llenaba el bosque como música antigua.
Sam le habló a Norah de Ossian, el bardo ciego de las leyendas celtas, que, según las leyendas, aún susurra entre los árboles.
Ella escuchó en silencio, deteniéndose frente a un tronco cubierto de musgo, como si pudiera oírlo. Tomaron fotografías, pero el silencio de ese momento fue lo que realmente quedó grabado.
Mas tarde visitaron la catedral de Dunkeld, un hermoso edificio gótico del siglo XIII. Hoy parcialmente en ruinas, con un antiguo cementerio con cientos de historias.
Al rozar sus manos sobre las inscripciones, fue imposible no pensar en los nombres borrados, en las vidas que se deshicieron y dejaron huella.
Almorzaron en el pueblo, en Howie’s Bistro. Todos conversaron amenamente. Norah, con su cuaderno rojo, anotaba cada detalle. Nunca se sintió como una intrusa, sino como una más del grupo. Sam la miraba de reojo, sonriendo.
Por la tarde fueron al puente Telford, construido en piedra en el siglo XIX en el río Tay.
Tenía las casas de piedras y tiendas artesanales más lindas a los lados.
Norah tomaba algunas fotos con su celular.
A Sam le gustaba cómo se sumergía en el lugar.
Lewis y Graham se acercaron a Sam.
—casanova… —dijo Lewis, apoyándose en su hombro— Creo que estás metido hasta el cuello.
—Sí —respondió Sam, sin apartar la mirada de Norah—.
Y sonrió
Como quien se hunde con intención y sin querer salir.
De regreso a la casa, ordenaron las cosas para poder regresar a Edimburgo. Sam la miró en silencio, con esa intensidad que parecía atravesar cualquier duda. Norah le sostuvo la mirada, sin retroceder, con una nueva claridad en sus ojos. No hicieron falta promesas ni palabras. Bastó con ese instante para que ambos comprendieran lo mismo.
Un nuevo camino se extendía frente a ellos, incierto, desafiante e irresistible. Y aunque todavía no supieran dónde los llevaría, sí sabían que lo recorrerían juntos.
Chapter 13: CICATRICES
Summary:
Momentos cotidianos entre dos amantes. Un gesto inocente despierta sombras del pasado que pesan más de lo que nadie imagina. Entre confesiones, lágrimas y contención, se desdibujan las fronteras entre vulnerabilidad y confianza. Una entrega cruda de alma y sentimientos.
Notes:
Este capítulo aborda experiencias sensibles relacionadas con abuso emocional y control en relaciones pasadas. Leer con precaución.
Trigger Warnings para este capítulo.
- Manipulación emocional y psicológica.
- Relaciones tóxicas y de poder.
- Menciones de chantaje con fotos íntimas.
- Ataque de pánico.
- Referencias a coerción sexual (no descriptivas).
Chapter Text
Capítulo 13: Cicatrices
Era sábado. Afuera lloviznaba otra vez. A veces Escocia parecía no saber hacer otra cosa que insistir en ser gris.
Adentro, en cambio, la calma parecía haberse instalado.
El departamento de Sam respiraba un silencio tibio: olor a café recién hecho, la cama desordenada, como huella de una noche sin prisa.
Norah estaba sentada sobre las sábanas con una de sus camisas, demasiado grande para ella, aunque sentía que no la cubría lo suficiente. Una parte de ella disfrutaba de estar así con él, otra no podía dejar de estar en guardia. Tenía las piernas cruzadas, un hombro descubierto, el cabello revuelto y los ojos fijos en un libro.
Sam, desde su lado, no podía dejar de mirarla.
Había algo en su concentración, en la forma en que el mundo parecía no existir más allá de esas páginas, que lo golpeaba en el pecho. Tomó su celular casi sin pensar.
—No te muevas —dijo.
Ella levantó la mirada, arqueando una ceja.
—¿Qué haces?
—Eres hermosa —respondió, con una media sonrisa—. Déjame tener una foto tuya así… solo para mí.
Y luego, con un tono juguetón, añadió:
—Aunque si te abres un poquito más la camisa…
Lo dijo ligero, sin malicia, convencido de que serpia una broma.
Pero en ese segundo todo cambió.
Norah se congeló.
Su rostro se endureció de golpe.
Los ojos se abrieron como si acabara de recibir un golpe.
El libro cayó de sus manos, como si de pronto pesara demasiado.
El aire se le escapó del pecho.
Sam frunció el ceño, desconcertado.
—Hey, era una broma, no quise…
Pero ella ya no oía.
Las imágenes vinieron como cuchilladas: Sebastián riendo con el celular en la mano, los gritos, las amenazas, la soledad, el chantaje. Ojos azules, frío como hielo. El recuerdo de sentirse atrapada, usada, despojada de sí misma.
Un zumbido en los oídos se volvió insoportable.
El corazón le latía con violencia. No podía respirar.
Las manos le temblaban. El mundo se cerraba sobre ella.
—Norah… —Sam se incorporó alarmado, con un nudo formándose en la garganta.
Trató de acercarse, pero ella retrocedió.
Negaba con la cabeza, presa de un ataque de pánico que la estaba arrancando de la realidad.
No quería que la tocara.
No ahora. No así.
Porque en su mente, el pasado se había colado al presente.
Sam sintió un puñetazo de culpa directo al estómago.
Dios mío, que he hecho…
Se odió por no haber leído la grieta antes de que se abriera. ¿Cómo podía no ver que ella llevaba tanto peso escondido?
Quiso tocarla, abrazarla, pero se contuvo.
—Shhh… tranquila… —murmuró, apenas a su lado, sin rozarla—. Respira conmigo, Norah. Estoy aquí. Solo respira.
Pasaron minutos que se hicieron eternos.
Hasta que, poco a poco, la respiración de ella empezó a encontrar su ritmo. Sus hombros dejaron de estremecerse, aunque las lágrimas corrían silenciosas.
—Perdóname… —dijo Sam al fin, con voz ronca—. No sé qué pasó. Lo siento tanto Norah.
Ella negó con la cabeza, aún con los ojos cerrados.
—No es tu culpa —susurró.
Cuando abrió los ojos se encontró con los de él: ojos azules, cálidos casi suplicantes.
Y algo dentro de ella se quebró. O tal vez se abrió.
Temblando, con la voz baja dijo:
—Tú sabes que vine a Escocia para estudiar... Pero también vine para escapar.
Sam la miraba como si cada palabra fuese un hilo del que quería soltar.
—¿De alguien?—preguntó.
Ella asintió.
—De mi ex. De Sebastián.
Las palabras fueron saliendo como trompicones. Primero inseguras, luego como un río contenido demasiado tiempo.
—... lo conocí en una de tantas cenas en embajadas a las que fui con mis padres. Su padre es un diplomático noruego. Al inicio todo era emocionante. Todo era nuevo. Él era como una fuerza de la naturaleza. Y yo... yo me deje llevar por eso. Me enamoré perdidamente.
Sam escuchaba atento, sin juzgar.
—Y luego… algo cambió en él. No sé si fue porque sabía que me tenía a su antojo, realmente a su entera disposición. No sé como pasó, como llegué a esa situación. Deje de frecuentar a mis amigos para andar solo con él…
Tragó saliva. Evito su mirada, sentía vergüenza. Pero continuó.
—Empezó a vivir de forma más descontrolada, fiestas, alcohol, excesos. Me engañaba con otras chicas, yo no quería creer que lo hacía. A veces lo hacía delante de mí y discutíamos, pero me pedía disculpas, me juraba que no lo volvería hacer y le creía— soltó una risa burlona, mientras jugaba con el borde de la sábana, arrugándola entre los dedos
—Todo empeoró cuando mis padres se fueron a Italia y yo me quedé en Buenos Aires para terminar de estudiar. Se convirtió en mi único consuelo… o eso creía. Por eso toleraba sus “indiscreciones”. Empezó a decir que debería dejar la universidad, que mis estudios no eran tan importantes, que lo único que hacía era quitarme tiempo con él.
Hizo una pausa.
El aire pesaba entre palabra y palabra.
Respiró profundo y siguió.
—Luego… empezó a usar el sexo como arma. Como una forma de controlarme. Me manipulaba. Me confundía, jugaba con mi mente. Cuando me di cuenta y quise hacer algo al respecto, empecé a tener más distancia con él… pero me decía que si lo dejaba todo lo que pasara después sería mi culpa.
La voz se le quebró. Como si las heridas del pasado se abrieran otra vez, de golpe.
Se preparó para contar lo peor, lo que más le daba vergüenza.
—Me tomaba fotos, sin que me diera cuenta… o a veces me convencía de dejarlo… me decía que eran solo para él, que me veía hermosa. Y yo… quería creerle. Pero tenía miedo.
Sam cerró los ojos.
Apretó los puños tan fuertes que no se dio cuenta que se estaba haciendo daño.
Las lágrimas caían por su rostro.
No de forma explosiva. Sino como esas lluvias constantes, silenciosas, que no se detienen.
—Cuando decidí irme, me dijo que, si lo hacía, mostraría las fotos a todos. A mis padres, a sus amigos, que las subiría a internet.
El ambiente se sentía cargado por el peso de las revelaciones.
—No puedes entender… ellos no estaban… nadie estaba. Solo él. Solo Sebastián. Mis papás ni siquiera supieron… y no, Sam, no pueden ver las fotos. ¡No pueden! ¿Me oyes?
Él se acercó lento.
Ella permitió la cercanía de su cuerpo.
Sam apoyó su frente contra la de ella y con la voz más firme que tenía, susurró:
—Shhh tranquila. No sabes cómo lamento que hayas tenido que pasar por algo así. Pero gracias por confiar en mí. Ya no tienes que cargar esto sola nunca más.
Ella cerró los ojos.
Y por primera vez, en años, se permitió llorar sin esconderse.
Lloró un poco mas en los brazos de Sam, quien la contenía evitando que se desarme.
Cuando terminó, Norah sintió que estaba rota en mil piezas sobre la cama.
Sam no se movió por unos segundos.
Entonces, con cuidado, levantó su rostro con una mano.
La miró a los ojos. Y con esa firmeza tranquila que lo definía, dijo:
—Norah, mírame. Nada de eso fue tu culpa. Nada.
Ella bajó la mirada.
Asintió, apenas.
—Lo sé… en teoría. Pero aceptarlo es otra cosa… No he dejado de sentir vergüenza desde entonces.
Luego agregó.
—Tengo una amiga —dijo Norah, con la voz aún temblorosa—. Que me mantiene al tanto sobre él. Sólo sé que dejó Buenos Aires y nadie sabe dónde está. Hasta ahora no ha cumplido sus amenazas… y si lo hubiera hecho, mis padres ya lo sabrían.
Soltó una risa sin gracia, vacía. Como si aún no pudiera creer que viviera con ese temor constante.
Sam apoyó nuevamente su frente contra la de ella. Su mano en su mejilla, como si con ese gesto pudiera protegerla del mundo entero. Se quedaron así unos segundos.
Luego, Norah se sentó bien.
Se pasó las manos por la cara, limpiándose las lágrimas, intentando recuperar algo de compostura.
—Bueno —dijo, forzando una sonrisa—. Ahora ya sabes todos mis oscuros secretos.
Sam la miró con esa intensidad que no buscaba intimidar, sino ver más allá.
—Sí —dijo él —. Y nunca lo usaría en tu contra. Nunca. Te lo juro Norah. No hay secretos que me alejen de ti.
Norah lo miró, no respondió con palabras. Solo lo miró.
Como quien al fin reconoce un lugar donde quedarse.
Y esa parte dentro de ella que siempre estuvo a la defensiva… por fin se permitió descansar.
Chapter 14: FINALES Y COMIENZOS
Summary:
El semestre llega a su fin y con él, la sensación de que nuevas etapas se abren en la vida de ambos. Entre silencios compartidos y preguntas inesperadas, Norah y Sam descubren que mirar hacia atrás también puede aclarar el presente.
Chapter Text
Capítulo 14: Finales y comienzos
Las semanas se deshicieron en una rutina de estudios, café, fotografías y conversaciones entre dos amantes.
El semestre terminó. Las entregas, las presentaciones, las madrugadas de apuntes y listas de lectura… ahora eran solo papeles huérfanos entre libros cerrados.
Todo empezaba a disolverse en cajas, maletas y despedidas discretas. Ese extraño momento en que lo cotidiano, deja de serlo.
La universidad empezó a vaciarse poco a poco. Theo tomó un tren rumbo a Londres, de allí volvería a París unas semanas antes de irse de vacaciones. Moira, en cambio, viajó al norte, a la casa de sus padres, con planes de recorrer Europa junto con su hermana en enero. Entre abrazos, promesas de mensajes y fotos, Norah los despidió con un nudo en la garganta que se alivió al saber que los finales son también nuevos comienzos.
Norah estaba en el suelo de su dormitorio, el pelo recogido a medias en un moño desordenado, rodeada de un caos que no quería domesticar: ropa doblada a medias, libros apilados sin orden, recuerdos esparcidos, su taza favorita aún con rastros de café seco en el borde. Miraba todo sin saber por donde empezar, como si empacar fuese una especie de traición a lo vivido con cada objeto.
Sam la observaba desde el marco de la puerta, con los brazos cruzados y esa mezcla de calma y determinación que empezaba a volverse su modo natural de estar frente a ella.
—¿Entonces? —dijo él.
—¿Entonces qué? — replicó ella sin alzar la vista.
—¿Te vas al hotel?
Ella asintió, mordiéndose el labio.
—Sí, unos días. No lo he pensado mucho. Supongo que… luego empezaré a buscar otro lugar.
—No te gusta el hotel.
Ella soltó una risa breve, sin alegría.
—¿Cómo sabes?
—Porque siempre que hablas de hoteles, pones esa cara.
Norah levantó la mirada. Intentó bromear con la situación, pero solo suspiró.
Sam cruzó la habitación y se sentó frente a ella, tan cerca que sus rodillas casi se rozaron.
—¿Por qué no te quedas conmigo?
Ella parpadeó, incrédula.
—¿Qué? ¿contigo?
—Sí. Conmigo. En mi departamento. Ya pasas más tiempo allá que aquí. No está lejos del campus... hay espacio. Y no le veo sentido a que estés sola en un cuarto de hotel cuando puedes… no estarlo— dijo Sam, en un tono que pretendía sonar completamente casual, pero en realidad estaba cargado de esperanza.
El corazón de Norah dio un salto extraño. Lo miró con una mezcla de sorpresa y temor.
—¿Estás seguro? —preguntó, apenas un hilo de voz.
Sam asintió sin titubear.
—Sí. —Su respuesta fue firme, segura, cálida—. ¿Y tú?
El silencio que siguió pesaba como un umbral: no incómodo, pero inevitable. Uno que exige decisión.
Ella bajó la mirada. Sus dedos se cerraron con lentitud la cremallera de la maleta. La apartó a un lado. Norah soltó un suspiro exagerado, una sonrisa asomando sus labios
—Bueno, si insistes… Pero te advierto: mis libros son territoriales. Van a exigir reorganizar todo tu sistema de clasificación. Es el precio de la convivencia.
Él sonrió amplia y genuinamente. Se acercó, la beso despacio, y entre risas comenzaron a empacar los libros.
Esa noche, mientras descargaban cajas en el departamento de Sam, ella inspeccionó la estantería de la sala. Sam trajo una de las cajas de Norah.
—¿Te das cuenta de que tienes más libros que ropa?—murmuró él—Prioridades, Vaughn.
Negó con la cabeza, medio divertido.
—Pensé que eso sería una ventaja— dijo Norah juguetona, guiñándole un ojo.
Sam la miró fijamente.
—De esta no te salvas mujer.
Dejó la caja en el piso y cruzo la sala para hacerle cosquillas, entre forcejeos terminaron en sofá, riéndose y extremadamente felices del nuevo acuerdo.
Luego Norah se paró y se puso seria.
—Vamos a necesitar más espacio para todos los libros—dijo mirando la estantería.
Sam rio y fue a la cocina para beber algo.
Había algo en ese gesto: la forma en que releía las portadas y contraportadas, aunque ya conocía cada línea. Cómo los alineaba con cuidado, con cariño. Después de todo, esos libros fueron sus compañeros en este tiempo.
Luego de un rato, Norah terminó con las cajas de libros, guardó unos apuntes, se estiró un poco. Con un movimiento casi distraído, abrió uno de los estantes de la cocina y colocó su taza. Una taza de la ciudad de Edimburgo, se la compró el primer día que llegó. Donde empezó todo.
Sam la vio hacerlo.
Ella no dijo nada.
Pero él entendió todo: había elegido un lugar donde pertenecer.
Mas tarde, desplomados en el sofá, frente a cajas vacías, la fatiga era cómoda, no pesada. Norah apoyó los pies sobre el regazo de Sam, mirando el desorden que ahora era de ambos.
—¿Sabes? —dijo ella, jugueteando con un hilo suelto de su pantalón—. Con todo esto de la mudanza… Se me ocurrió preguntarte. ¿Alguna vez habías vivido con alguien antes?
Él arqueó una ceja, sorprendido por la pregunta, pero no la esquivó. —No. Nunca tuve una relación seria. —Se quedó pensativo—. Bueno…hubo una que podría contar como larga, poco más de un año.
—¿Así? ¿Quién? — Norah mantuvo el tono ligero, pero sus ojos lo estudiaban.
—Eva —respondió con sencillez—, es la hija de uno de los socios de mi tío, en Londres.
Norah parpadeó, esperando algo más.
Sam bebió un sorbo y siguió—: Terminamos porque yo nunca sentí realmente amor. Y ella… me deje llevar, nada más, ella cada vez quería más, una vida juntos, promesas que yo no podía darle. No quería engañarla. Mejor acabar antes que inventar algo que no existía.
Se hizo un silencio breve. Norah bajó la mirada, jugueteando con sus dedos.
—¿Y después? — preguntó con voz tímida.
—Después me quedé un tiempo más en Londres… y luego dejé todo. Me vine a Escocia, me asenté en Edimburgo, me dediqué a tomar fotos… el resto es historia —. Sam la observó, como adivinando el motivo oculto de su pregunta.
Ella sonrió apenas, encogiéndose de hombros.
—Solo quería saber.
Cuando se dio media vuelta para apagar la luz, él simplemente la siguió, sin romper el momento.
Se fueron a dormir. Mañana tendrían que desempacar el resto. Pero esa noche… esa noche, ya estaban en casa.
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Pocos días después y en silencio llego la navidad. Afuera la ciudad se adornaba de luces, escaparates, villancicos que se escuchaban en las esquinas. Pero dentro, en el departamento de Sam y Norah, ahora, había otro tipo de celebración.
La mesa vestida de colores navideños, dos copas de vino, un par de velas encendidas. Nada más. Norah había decidido cocinar —de manera sorprendentemente bien— un plato que no era perfecto, pero que se comía entre risas. Sam había puesto música suave de fondo, y el resto era simplemente ellos: dos almas soñadoras que se habían encontrado sin haberlo estado buscando.
—¿No es raro? —preguntó ella, apoyando la barbilla en su mano—. La primera Navidad en mucho tiempo que no paso con mi familia.
—¿Te arrepientes?
Ella negó, sonriendo.
—No. Es la primera Navidad en mucho tiempo que siento como mía.
Sam levantó la copa hacia ella.
—Por eso. Por lo que es nuestro.
Fue un brindis sencillo. Al chocar las copas, Norah sintió que era mas que un gesto: era una promesa no dicha, un compromiso sin firmas.
Comieron, rieron, y después, entre luces parpadeantes del pequeño árbol que Sam puso en una esquina, se abrazaron largo, sin necesidad de palabras.
Esa noche no hubo grandes regalos ni fiestas bulliciosas. Solo dos personas que, entre murmullos y caricias, descubrieron que a veces la intimidad mas pura puede ser el mejor festejo.
Norah apoyó su cabeza en el pecho de Sam y pensó que, si alguna vez debía guardar un recuerdo para toda la vida, sería esa Navidad.
Chapter 15: LA GALA
Summary:
La elegancia de una noche brillante pone a prueba lo que Sam y Norah han construido. Entre luces, murmullos y viejos fantasmas, descubren hasta dónde llega la fuerza de elegir(se) en medio del ruido del pasado.
Chapter Text
Capítulo 15: La Gala
Habían pasado unos días desde la Navidad. Las rutinas, desde que se muro Norah, se entrelazaban con naturalidad: café en la mañana, risas mientras hacían los quehaceres, los libros que aparecían en otra habitación como si tuvieran vida propia. Era una cotidianidad sencilla pero cargada de una intimidad nueva, firme y cálida.
A pocos días de la celebración de año nuevo, Sam revisaba su celular mientras Norah corregía un texto en el sofá. El silencio que de pronto lo envolvió llamó su atención.
—¿Qué pasa? — preguntó ella, sin levantar la vista.
—Mi tío organiza la gala de fin de año —dijo él, como naturalidad de quien habla del clima. Pero había un matiz en su voz.
Norah alzó la cabeza, ladeó un poco la mirada.
—¿Tu tío de Londres?
—Sí. Es este viernes.
—Ok… —respondió ella.
Sam titubeó un instante, deslizando los dedos por la pantalla.
—No suelo ir—dijo despacio—. Pero esta vez sí quiero. Y quiero que vengas conmigo.
El aire se tensó, como si la petición llevara un peso mayor que las palabras.
Norah parpadeó. Y sonrió, ligera.
—Entonces voy.
Sam volvió a su celular, con los hombros más relajados.
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Londres los recibió con otro ritmo. Otra forma de caminar, de hablar, de mirar. Norah lo sintió apenas bajaron del tren: Sam estaba más serio. No incómodo, solo más recto, más consciente de sí mismo, como si aquella ciudad despertara en él una versión distinta.
Se instalaron en el hotel antes de prepararse para la gala. Sam apareció de negro impecable, un traje a medida, el cabello peinado hacia atrás con sobriedad. Tenía ese aire de alguien que no quiere destacar, pero no sabe evitarlo.
Norah, por su parte, parecía salida de un retrato diplomático: vestido verde oscuro, escote discreto, espalda descubierta, el cabello recogido con esa naturalidad que requiere paciencia y elegancia heredada. Era la hija de un diplomático, y esa herencia se notaba en sus hombres erguidos, en su andar sereno.
Cuando entraron al salón, el mundo parecía brillar en exceso: cristales, metales, violines. Silencios que pesaban mas que las palabras. Élite, poder. Todo estaba diseñado para resplandecer. Incluso lo que no quería.
Sam la tomó de la mano y la presentó a su tío. Henry, un hombre mayor, alto, delgado, con unos ojos fríos que nunca terminaron de sonreír. Saludó con cortesía, pero había algo en su gesto que medía más de lo que expresaba.
—Norah, encantado —dijo él, estrechando su mano— He oído mucho de ti.
—Muchas gracias —respondió ella, con elegancia—. Espero que cosas buenas.
Henry sonrió, pero no respondió. Sus ojos ya estaban en otra parte.
Sam la llevó consigo por el gran salón, entre empresarios, socios, algún político de apellido largo y resonante. Norah escuchaba más de lo que hablaba, observaba con la calma entrenada de alguien que ya había asistido a escenarios similares. Nada la intimidaba.
En un momento, mientras Sam quedaba atrapado en una conversación con dos socios entusiasmados, Norah se apartó un poco. Conversaba con una mujer mayor de acento francés cuando Henry apareció a su lado. La mujer se retiró discretamente.
—¿Te está pareciendo todo muy aburrido? —preguntó él, con media sonrisa.
—No, para nada —respondió ella, honesta—. Todo es muy hermoso. Y la gente parece estimar mucho a Sam.
Henry asintió.
—Así es. Aunque esta gala es más tradición, que elección.
El silencio que siguió fue breve, calculado. Entonces, bajó su copa.
—Espero que Sam reconsidere pronto su futuro. Este mundo —dijo, señalando el salón— lo necesita más de lo que él cree. Y junto a él, alguien firme podría ayudarlo a enfocarse.
Norah ladeó apenas el rostro.
—¿En enfocarse…?
Henry sostuvo su mirada. Una pausa exacta.
—En lo que viene. En el deber.
Y sin más volvió a mirar hacia el centro del salón.
—Sam es brillante, pero aún cree que puede escapar de sus responsabilidades.
Fue en ese momento que Norah la vio. Una figura rubia, delgada, radiante, avanzando con la seguridad de quien conoce cada centímetro de ese lugar. Tocó primero la espalda de Sam, luego bajo por su brazo con la familiaridad de alguien que alguna vez conoció su cuerpo. Él no retrocedió. Pero tampoco lo evitó.
Norah sintió como algo en su interior se replegaba.
Henry, con un comentario ligero, dejó caer la estocada.
—Oh, Eva vino. Linda muchacha. Excelente pareja.
Y se alejó, satisfecho.
Sam intentaba escapar de la conversación desde hacía diez minutos. Asentía, fingía interés, pero sus ojos buscaban a Norah. Ella estaba a pocos metros, en verde oscuro, elegante sin esfuerzo, hablando con una mujer mayor. Su risa era suave, medida. Luego vio a su tío acercarse. Pensó en ir hacia allá, pero entonces lo sintió.
Una mano en su espalda. Demasiada confianza. El brazo, después. Se congeló. Sabía quién era antes de girarse.
—Sam —dijo la voz suave, demasiado familiar—. Sabía que vendrías.
Vestida de blanco, sonrisa impecable. Eva
Él giró, la miró un segundo. Solo uno.
—Eva.
Ella sonrió más.
—Tu tío me dijo que este año sí vendrías. No pensé que de verdad. Esperaba encontrarte.
Sam giró la cabeza, buscándola.
Norah ya no estaba donde la había visto. Henry estaba en su lugar, con una sonrisa cómplice. Finalmente la encontró en el bar, de espaldas, sola.
Eva notó su distracción.
—¿Pasa algo? ¿No estás feliz de verme?
Sam bajó el tono.
—Un gusto verte. Pero tengo que volver con mi cita.
La palabra la desarmó.
—¿Cita?
—Sí. Con permiso.
No esperó respuesta. Caminó hacia Norah. Le tocó suavemente la espalda. Ella se giró, tranquila.
—Ella es Eva. Mi ex—dijo él.
—Sí. Lo vi —respondió ella.
Sam buscó en sus ojos.
—¿Todo bien?
Norah sonrió ligera.
—Es una fiesta. Es normal encontrarse a gente del pasado.
Él asintió, aunque la tensión le quemaba en la nuca, expectante.
Más tarde, mientras Norah regresaba del baño ajustando un broche en la muñeca, se encontró con ella. Eva, recargada en la pared, esperándola.
—Bonito vestido —dijo, con un guiño—. Sam tiene buen gusto. Aunque suele ser volátil. Sus elecciones son más como caprichos del momento. Tu entiendes.
Norah ladeó apenas la cabeza.
—Eva, ¿no?
—Sí. Supongo que ya sabes quién soy.
—Algo así.
—Deberías saber que él no suele tomarse a nadie en serio. Se cansa. De todas.
Norah sostuvo la mirada.
Y con una calma afilada, solo respiró, y soltó la estocada con calma. Después de todo ella se lo buscó, pensó ella.
—¿Así como se cansó de ti?
Eva se quedó en silencio. El golpe fue limpio.
La tensión era evidente cuando Sam apareció en ese momento.
—Señoritas.
Algunas miradas curiosas empezaban a fijarse en ellas.
—Norah —dijo él, firme, pero con la mirada pidiéndole disculpas y comprensión—, ¿puedes esperarme en el bar?
Ella lo miró incrédula.
—¿Me estás pidiendo que me vaya?
—Por favor.
Norah dudó, pero asintió. Se giró sin decir nada más. Eva la siguió con la mirada, sonriendo por unos segundos. Victoria en sus labios.
Sam se volvió hacia ella.
—Que sea la última vez que te acercas a mi novia. Y la última vez que la fastidias.
Eva se quedó en blanco. Nunca había escuchado esa palabra en su boca: novia.
—¿Es cierto?
—Sí. Vivimos juntos en Edimburgo. Y la próxima vez que hables con ella, hazlo con el respeto que merece.
No esperó respuesta. Caminó hacia el bar.
Norah lo había visto todo. No escuchó las palabras, pero leyó los cuerpos, las distancias. Cuando él llegó se sentó a su lado.
—¿Estamos bien?—preguntó él. Tanteando el daño.
Ella tomó un sorbo de su copa.
—Dime tú. ¿Qué le dijiste?
Sam sonrió apenas. Le tendió la mano.
—Baila conmigo.
Ella aceptó. Y bajo las luces del salón, giraron en silencio, el mundo entero observándolos. La hija de un diplomático y el heredero que había marchado. Una pareja inesperada, pero inevitable.
Cuando la música terminó, fueron hacia Henry. Sam fue cortés, Norah impecable. El tío sonrió, pero con tensión en los labios. Los vio alejarse tomados de la mano. Y en su mente el problema ahora se llamaba Norah.
En cuanto llegaron al hotel, se quitaron la ropa de gala. Él dejó el reloj, la camisa y el pantalón de vestir. Ella liberó su cabello, fue al baño a quitarse el maquillaje, Sam se sirvió agua. Norah regresó con un corto camisón de seda negra, se apoyó contra la pared y lo miró con naturalidad calculada.
—Así que… tu ex ¿Qué noche no? —dijo, sin entonación aparente.
Sam levantó la ceja. Sin poder apartar la mirada de ella y su corto camisón de seda
Ella lo miró fijo, luego añadió.
—No me gustó cómo te tocó. Ni cómo te sonreía. Y tampoco me gusta que ella piense que tiene algún tipo de derecho sobre ti.
Sam sonrió. Un destello breve, no de burla, sino de ternura.
—¿Te estás poniendo… celosa? —una pequeña sonrisa se asomaba en sus labios.
Norah entornó los ojos.
—¿Celosa yo? Por favor—. Dijo ella, queriendo sonar casi indignada.
—No mientas —. Dijo él acerándose lentamente.
—Jamás—. Respondió ella, mirándolo con cálculo.
Sam dio un paso más cerca.
—Me encanta— dijo mirándola de pies a cabeza.
—¿Qué cosa? — dijo Norah, casi sin interés.
—Este pequeño detalle que llevas puesto.
Ella cruzó los brazos.
—Solo digo esto porque me parece de mal gusto que algunas exnovias no entiendan cuando ya no forman parte de la vida de algunos...
Sam rio, ya sin contenerse. Le tomó la cara con ambas manos y la besó lento.
—Me gustas así —susurró contra sus labios—. Pero no por los celos. Sino porque te importa.
Ella lo miró, no dijo nada. Pero el beso que siguió fue su manera de responder.
Se besaron con tanto fervor que no tuvieron otro remedio que demostrarse. Y entonces ya no hubo palabras. Los besos llegaron como un incendio largamente contenido, con esa pasión que quemaba y cuidaba a la vez. La sujetó contra sí con una fuerza que no aplastaba, sino que envolvía. Su boca buscaba la de ella con urgencia, pero cada caricia estaba marcada por un amor que no dejaba dudas: era ella, solo ella, sobre cualquiera, sobre todos.
La seda del camisón se deslizaba entre sus dedos, como si incluso la tela quisiera ceder, rendirse al contacto. Sam dejó que sus manos trazaran el contorno de su cintura con una devoción ansiosa, como si necesitara memorizar cada línea de ella.
—No tienes idea de lo que provocas… —murmuró contra su piel, con una voz baja, cargada de deseo.
Norah sintió el peso de su cuerpo empujándola suavemente hacia la pared, no con brusquedad, sino con la urgencia de quien no puede —ni quiere— esperar. El contraste entre la frialdad de la pared y el calor del cuerpo de él hizo que piel temblara.
La seda se resistía a mantenerse en su sitio, resbalando con cada movimiento, revelando más de lo que ocultaba, incitando a Sam a atreverse a más, sus dedos la rozaban como si no se atreviera aún a romper el instante, pero la entrega de Norah decía otra cosa: no había marcha atrás.
Ella levantó la barbilla apenas, y en sus ojos —llenos de certeza y entrega— Sam encontró la chispa que lo terminó de consumir.
El beso siguiente fue distinto: más profundo, desesperado, con mezcla de pasión y ternura que arde y duele por intensa. Sus respiraciones empezaron a entrecortarse en cada contacto.
Norah se aferró a sus hombros, sintiendo bajo sus manos la fuerza contenida en cada musculo, esa fuerza que no la aprisionaba, sino que la sostenía son firmeza. El fuego estaba ahí entre sus cuerpos, creciendo con cada segundo, reclamando espacio, reclamando totalidad. Y cuando Sam la alzó, apartándola de la pared y estrechándola aun mas contra él, el camisón se deslizó todavía más, dejando claro que es anoche no habría barreras.
La llevó hasta la cama sin apartar la boca de la suya. El camisón negro, ya apenas un velo sobre su piel se deslizó aún más, revelando destellos que encendían todavía mas su mirada. La depositó con cuidado sobre las sábanas, su cuerpo se inclinó cubriéndola, envolviéndola.
—Me gustas así… —murmuró, recorriendo con los labios la curva de su clavícula—. Sabes que deseas al punto de los celos…
Ella solo gimió bajo saboreando la sensación de los labios de Sam en su cuerpo.
Sus manos bajaron, recorrieron todo su cuerpo como quien reconoce un territorio sagrado y lo venera. La seda resbalaba bajo sus dedos hasta rendirse al borde de su cintura. Norah, con la respiración entrecortada, arqueó la espalda, invitándolo, respondiendo ala intensidad con una entrega que lo enloquecía.
Los besos se volvieron mas profundos y devoradores. Sam la sostuvo de la cadera con firmeza, anclándola bajo él, como si temiera que pudiera desvanecerse. Cada roce de su cuerpo contra el de ella era un incendio, cada caricia una confesión y cada empuje de su cuerpo hacia el de ella era una promesa.
Norah deslizo su mano por su pecho, buscando piel, encontrando calor y en latidos como confesiones. Esa búsqueda encendió aun mas la pasión contenida. Sam se separo apenas un segundo para mirarla: ojos marrones en un destello de deseo y certeza.
—Eres tú, Norah. Solo tú. —Su voz salió ronca, como un juramento.
Esa noche, bajo la penumbra del hotel y la seda en el piso, Sam se encargó de demostrarle, mas de una vez y con cada movimiento, que no había nadie más. Que siempre había sido ella. Que siempre sería ella.
Al día siguiente, regresaron a Edimburgo.
Y aunque ninguno lo dijo en voz alta, ambos sabían que algo había cambiado.
Sentían su conexión más fuerte que nunca.
Por encima del pasado y de la familia.
Chapter 16: EL PASADO VUELVE
Summary:
El nuevo semestre trae calma, risas, una rutina que parece por fin ligera. Pero la paz tiene grietas invisibles. A veces basta una mirada, un eco del pasado, para que todo lo que parecía seguro vuelva a temblar.
Chapter Text
Capítulo 16: El pasado vuelve
El nuevo semestre comenzó.
Las mañanas eran de caricias, café, prisas suaves.
Los días se llenaban de clases y bibliotecas, y las noches… las noches eran de risas, lecturas compartidas y sábanas revueltas.
Norah sentía que todo tenía su lugar.
Que, por primera vez en mucho tiempo, su rutina no pesaba, no la contenía.
Sin embargo, a veces, muy en silencio, como quien no se atreve a decirlo en voz alta, se preguntaba si todo eso era real.
¿Se puede vivir tan feliz… sin consecuencias?
El sol era indulgente aquella tarde en Edimburgo.
Norah estaba sentada en uno de los jardines del campus con sus amigos, la espalda contra un banco de piedra, las piernas estiradas sobre el césped. Theo contaba una anécdota absurda y Moira reía escandalosamente, como siempre. Y ella dejaba que el sol le acariciara la piel, sin pensar en nada, como si no hubiera preocupaciones en el mundo.
Todo era normal.
Norah sostenía una botella con agua, sonriendo, escuchando, dejando que el murmullo del mundo la acariciara sin exigirle nada. Se inclinó para sacar un libro de su bolso… y entonces, la piel se le erizó. Cuando levantó la cabeza… Lo vio.
Ahí estaba.
Al otro lado del jardín.
Apoyado contra un muro.
Sebastián.
Vestido casualmente de negro, gafas oscuras que sostenía con un dedo.
Tenía una sonrisa que no era otra cosa que la mueca de un depredador que había encontrado a su presa.
Su estómago se retorció. El corazón se detuvo. La botella de agua se le cayó. No sintió que la soltaba. No sintió que ella se tambaleaba, hasta que Theo la sostuvo por el brazo.
—Norah —dijo una voz, distante—. Oye, ¿todo bien?
Ella parpadeó, sudaba frío. La sangre no le corría, se arrastraba.
—E-estoy bien —murmuró.
Mentira. Le temblaban las manos.
Theo quiso ayudarla a sentarse mejor. Moira ya estaba a su lado, tomándola del otro brazo.
—¿Quieres ir a enfermería? Te ves muy pálida.
Norah no contestó.
Volvió a mirar hacia donde estaba él.
Ya no estaba.
¿Lo imaginó? ¿Fue real? ¿Se está volviendo loca?
—Solo me mareé un poco —dijo. —Tal vez el café… o el sol. No dormí bien.
No habría sabido qué decir.
A todos les pareció raro, pero nadie más preguntó.
Y ella no volvió a sonreír ese día.
Más tarde, en casa, Sam preparaba algo simple para la cena.
Norah lo miraba desde el sofá.
Y la pregunta no dejaba de girar en su mente:
¿Decírselo? ¿Cargarlo con eso? ¿O enterrar esa visión como un mal recuerdo?
Pero lo sabía. No fue una pesadilla. Sebastián estuvo ahí. La vio y le sonrió con esa sonrisa malévola.
Pasaron unos días y Norah ya no estaba segura de lo que había visto. A veces pensaba que fue un error. Otras, que fue demasiado real para no haber dejado una marca. Constantemente miraba a todos lados, tratando de reconocer su silueta o una parecida. Pero él no aparecía. Se siente desgastada.
Sam empezó a notar ligeros cambios en su comportamiento. Cómo si siempre estuviera a la expectativa de algo que nunca llegaba.
—¿Estás bien? —preguntó una noche, mientras ella removía una taza de café sin tomarla.
—Sí… ¿por qué?—respondió ella, más abrupta de lo que quería.
—No sé, te noto rara, como impaciente… ¿segura que todo está bien?—insistió él.
—¡Ya te lo dije, que estoy bien! —alzando la voz, y se levantó del sofá.
Se fue al dormitorio, cerrando la puerta con un golpe suave, pero firme.
Sam se quedó mirando el lugar que ella había dejado vacío, desconcertado. Nunca la había visto reaccionar así.
A los días, estaba Norah en la biblioteca de la universidad, todo en silencio.
Había tenido un buen día, lleno de cosas simples: trabajo, clases, una sonrisa de Sam antes de despedirse en la puerta. Se sentó al fondo, donde casi nadie iba y había más privacidad.
Sacó su cuaderno rojo, la laptop, un par de libros. Se recogió el cabello y comenzó a escribir.
Hasta que lo sintió, ese cambio en el ambiente. El mundo pareció cerrarse, la piel se le volvió a erizar. Y entonces, lo escuchó, esa voz.
—Hola, amor.
Norah se congeló.
No. No. No.
Se volteó lentamente, como si moverse más rápido fuera a provocarlo.
Y ahí estaba.
Sebastián, apenas junto a ella, había aparecido por detrás, sonriente, tranquilo. La máscara de un psicópata. Tan fuera de lugar como una pesadilla a plena luz del día.
Dentro de ella, algo gritaba. La parte que no había gritado en mucho tiempo, la parte que su nueva vida había hecho dormir con cariño y respeto. Pero ahora, Sebastián la arrancaba a la fuerza con una sola palabra: "Amor".
Norah no podía moverse. No podía respirar.
—¿Y? —insistió él, sonriendo—. ¿Me extrañaste?
Ella encontró su voz, hecha trizas.
—¿Qué… haces acá?
Sebastián puso cara de falsa sorpresa.
—Imagínate mi sorpresa estando en Londres... Y de pronto veo una foto en la sección de sociales. Un idiota en traje con mi hermosa novia. Aunque, al parecer, el idiota era el novio. Muy confuso todo.—dijo en un tono de sarcasmo suave, pero venenoso.
Y entonces sacó el teléfono y se lo mostró.
En la pantalla, una foto… ella. Desnuda. En penumbra.
Y aunque lo sabía… verla en sus manos la hizo sentir sucia, rota, usada, otra vez.
—Cuando me duele tu ausencia miro esto—dijo, acariciando la pantalla con los dedos—.Y recuerdo que todo esto... es mío. Así que he venido a recuperar lo que es mío.
Norah se levantó de golpe tirando el lápiz. El corazón palpitaba como si quisiera escapar de su pecho. Agarró sus cosas con torpeza.
—Aléjate de mí —dijo, con una voz que no era grito, pero se escuchó en toda la sala—.
No te me acerques más.
Y salió corriendo como si el pasado pudiera alcanzarla en cualquier momento.
Sebastián la miró irse, no dijo nada. Solo volvió a mirar su celular y sonrió.
Esa sonrisa enferma, vacía. Esa que Norah nunca olvidaría.
Norah no supo cómo llegó al baño, solo recordaba sus pasos apresurados, su respiración cortada, el temblor en sus piernas. Entró, cerró la puerta de uno de los cubículos y se dejó caer, con la espalda contra la pared, el cuerpo encogido en sí mismo.
Respiraba como si el aire le doliera, la mano en el pecho. Como si cada inhalación fuera una daga. Intentó levantarse, apenas lo logró con torpeza. Salió del cubículo, cuando se vio en el espejo se detuvo, se cubrió el rostro con las manos. No podía mirarse. Sabría que volvería a ver a aquella mujer que Sebastián había destruido.
Sacó su celular con las manos temblorosas, tanto que casi se le cayó. Entró a sus redes sociales.
Cambio contraseñas. Una. Dos. Tres veces.
Ahora sentía que la seguía, que le respiraba de cerca. Como una presencia que se colaba por debajo de la puerta. Como un veneno que no termina de irse.
Alzó la mirada al escuchar voces afuera, risas. Por un segundo sintió que hablaban y se reían de ella. Que todos sabían y la miraban. Que habían visto las fotos.
No otra vez. No. Otra. Vez.
Se recompuso lo más que pudo. Lo suficiente como para caminar sin derrumbarse.
Pero no lo suficiente como para sentirse libre.
Chapter 17: EN EL OJO DE LA TORMENTA
Summary:
Entre silencios, miradas y lluvia, todo parece suspendido.
Norah, Sam, Theo y Moira aprenden que a veces el refugio se encuentra en los otros… y que la calma puede ser tan frágil como un respiro.
Chapter Text
Capítulo 17: En el ojo de la tormenta
Cuando Sam entró al departamento, podía sentir que algo no estaba bien.
El aire estaba cargado, como si la habitación hubiera contenido la respiración por demasiado tiempo.
Entonces vio a Norah sentada en el sofá, encogida, los brazos cruzados contra el pecho como si quisiera contenerse a sí misma. Los ojos perdidos. En dos pasos estuvo frente a ella.
—Norah —dijo, suave pero firme—. ¿Qué pasó?
Ella levantó la mirada.
Y en sus ojos —esos ojos marrones que siempre chispeaban cuando hablaban de historia, de libros, de cualquier cosa— solo había miedo. Las lágrimas le llenaron los párpados en silencio.
—Me encontró —susurró. —No sé cómo... No sé qué hacer, Sam.
Sam sintió un puño invisible apretarle el pecho.
—¿Quién? —preguntó, aunque ya lo sabía.—¿Quién te encontró?
Norah lo miró directamente y él entendió, Sebastián. Se puso de pie, no sabía si respirar profundamente o empezar a gritar. Pero se obligó a permanecer en control. Se agachó hacia ella, su voz fue un murmullo de acero.
—¿Lo viste? ¿Se te acercó?
Ella asintió, quebrándose.
—En la biblioteca —dijo—. Se me acercó por detrás. Me habló. Me dijo... me dijo que vino a recuperarme.
Sam cerró los ojos un instante, solo uno. El tiempo justo para contener la furia que ya le latía en las sienes. Norah siguió hablando, las palabras salían entre lágrimas, como vidrios rotos.
—Tenía... tenía una de las fotos que me tomó, la tiene de fondo de pantalla, Sam. Dios, si tú la ves… si alguien la ve…
Y volvió a llorar, a temblar. Sam la abrazó sin decir nada, la envolvió como si pudiera reconstruirla solo con sus brazos. La sintió contra su pecho, rota, frágil, tan distinta a la mujer fuerte que llenaba su casa de libros, de ideas, de vida. Le acarició el cabello. Le susurró que estaba a salvo. Que no dejaría que nada ni nadie la tocara otra vez.
—Es la primera vez que lo ves? —preguntó él.
Ella bajó la mirada, negó con la cabeza.
—Hace varios días lo vi o creí verlo, no estaba segura—dijo ella avergonzada, admitiendo haberle ocultado ese detalle a Sam.
Sam comprendió que cuando le preguntó si estaba bien al notar su repentino cambio de actitud.
Ese maldito ya empezaba a destruir la nueva vida que ellos estaban creando.
Por dentro de él algo se encendió frío, letal. Un plan empezaba a formarse. Porque Sam Fraser no iba a quedarse de brazos cruzados. No con Norah llorando así. No con Sebastián respirando el mismo aire que ella.
Horas después Norah se durmió, por fin, con ayuda de unos tranquilizantes. Estaba deshecha, pero dormida. Y Sam, sentado en el suelo junto a la cama, la miró dormir. Una lágrima cayó. No la suya. La de ella. Aún dormida, seguía llorando.
Sam apretó los puños, solo pensaba que ese desgraciado no tenía idea de lo que acababa de despertar, pero lo iba a descubrir.
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Días después, llovía en la ciudad.
Norah no había ido a la universidad; se había pasado la mañana ordenando libros sin convicción, buscando en el ruido del papel una forma de no pensar.
Cuando tocaron a la puerta, tardó unos segundos en reaccionar.
Theo y Moria estaban allí, con sonrisas y café caliente.
—Traemos refuerzos —dijo Moira, levantando la bandeja con tres tazas humeantes. Theo añadió con su acento habitual: —Y algo de comer, por si el alma también tiene hambre.
Norah los dejó entrar. Se sentaron en el sofá, sin decir mucho.
La conversación vino despacio, como si necesitara permiso para empezar.
Norah jugueteó con la tapa del vaso y, sin levantar la mirada, murmuró:
—Tengo que contarles algo…
Moira asintió saber de qué se trataba. Theo esperó.
—Cuando vine a Escocia… dejé a alguien en Argentina. Un hombre.
El silencio cayó pesado, apenas interrumpido por el golpe de la lluvia en las ventanas.
—Se llama Sebastián Vinter. —La voz de Norah se quebró apenas—. Me encontró.
Theo y Moira intercambiaron una mirada muda.
—No quiero entrar en detalles —añadió ella—, pero no fue alguien bueno. Y ahora volvió. Me habló. Tiene unas fotos mías, con las que me chantajea.
Moira dejó el vaso sobre la mesa con un golpe seco.
—Si vuelve a aparecer, lo denuncias. —dijo con voz dura—O me llamas, y te juro que me olvido de ser una dama.
Theo sonrió apenas, sin humor.
—No hace falta que digas más, mon chérie. —Su voz era baja, firme—. Estamos contigo.
Norah levantó la vista.
—No quería preocuparlos.
—Muy tarde —respondió Moira, cruzándose de brazos—. Ya te queremos demasiado.
Theo se inclinó hacia ella, rozándole el hombro.
—Nadie debería pasar por algo así sola.
Norah sintió que algo se aflojaba dentro, una cuerda que había estado demasiado tensa.
—Gracias —dijo, y en su tono había un temblor limpio, como si acabara de llorar y ya no le diera vergüenza.
Nadie habló durante un rato. El café seguía en la mesa.
Theo se colocó al lado de Norah, reclinándose en el sofá, Moira se quitó lo zapatos, se puso al otro lado y colocó lo pies sobre la mesa.
Los tres entrelazaron los brazos.
—Podrían quedarse un rato —dijo Norah, casi en un susurro.
—No pensábamos irnos todavía — contestó Theo.
Moira asintió, acomodándose más.
Y así se quedaron los tres, hundidos en el mismo sofá, mirando la nada, dejando que el silencio los uniera un poco más.
Por un momento, el mundo se redujo a eso: tres amigos, la lluvia detrás del vidrio, y la sensación de que, por fin, era posible respirar.
Pero afuera, entre los árboles mojados, un auto permanecía estacionado desde hacía más de una hora.
Chapter 18: EL ARTE DE LA GUERRA
Summary:
Un encuentro que nadie quería, pero que se dio.
Un demonio, dos enamorados.
¿Qué mal puede salir?
Chapter Text
Capítulo 18: El arte de la guerra
Todo empezó con una llamada.
Sam estaba en el departamento, ordenando papeles del trabajo, cuando su teléfono sonó. Número desconocido. Aun así, contestó, casi por inercia. Lo que menos esperaba escuchar esa voz.
—Hola, Sam. Qué gusto saludarte. Soy Sebastián.
La voz era tranquila, melodiosa, perfectamente modulada.
—Te llamo para proponerte algo civilizado. Una conversación.
Sam se quedó en silencio. Quiso colgar. Quiso decirle todo lo que pensaba. Pero no lo hizo.
—Nada grave, tranquilo —continuó la voz—. Solo creo que podría tener diez minutos de su tiempo... tuyo y de Norah. Me gustaría cerrar capítulos, ¿sabes? Sería lo más sano.
El cinismo era absoluto. Sam lo pudo detectar en cada palabra.
Aun así, no colgó.
—Podríamos reunirnos, un lugar público. Todo en buena fe. Ustedes deciden si van o no, claro. Pero… considérenlo.
Y colgó sin esperar respuesta.
Horas después, cuando Norah regresó de la universidad —acompañada de su grupo de amigos, que ahora no la dejaban nunca sola—, Sam le contó sobre la llamada. Lo hizo con cuidado, midiendo las palabras. No quería alterarla, pero tampoco podía ocultárselo.
Ella reaccionó como él imaginaba.
—¿Está loco? ¿Una cena? ¿Después de lo que hizo?
—Lo sé —dijo Sam—. Pero si no vamos, seguirá buscándote. Y si vamos… podemos reunir pruebas de su obsesión contigo. No lo hacemos por él, lo hacemos por ti.
Norah dudó. Quería gritar que no. Pero Sam estaba convencido de que podía funcionar. Finalmente, asintió.
La cita quedó pactada.
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El restaurante tenía ese tipo de silencio caro. Todo parecía atenuado: la luz, la música, las voces.
Como si las paredes supieran guardar secretos.
Norah caminaba rígida, tomada del brazo de Sam, mientras el maître los guiaba hacia el rincón más alejado del salón. Privado, discreto. Perfecto para reunirse con un demonio.
Sam la rodeaba con el brazo, protector y preciso, apenas perceptible. Un escudo invisible. Un ancla.
Norah respiró hondo. El olor a vino, madera pulida, a perfume caro… le revolvió el estómago.
Y entonces lo vio.
Sebastián.
De espaldas.
Levemente inclinado, teléfono en mano. Reía bajo, solo para él: la risa de quien tiene el control del tablero.
Norah se detuvo un segundo. El corazón le dio un tirón seco. Sam sintió el cambio en su cuerpo, ese leve temblor que solo él podía leer, y deslizó su mano más abajo en su espalda: firme, presente.
Al acercarse, vieron la pantalla del teléfono.
La foto.
Esa maldita foto. El cuerpo de Norah, en sombras. Sin rostro. Pero Sam lo supo de inmediato. Y algo en su pecho rugió.
No era odio.
Era juicio.
La clase de ira que no se grita: se ejecuta.
Sebastián levantó la mirada justo cuando se sentaban frente a él. Sonrió con esa mueca torcida que nunca llega a los ojos y dejó el teléfono sobre la mesa, imagen abierta, intencional.
Primera provocación.
Sam apretó los puños bajo la mesa, pero no se movió. No todavía.
Norah lo miró de reojo y reconoció el anillo en su meñique derecho: la reliquia familiar, con el escudo grabado y las letras antiguas formando su apellido en noruego. Su mayor orgullo.
Sebastián la recorrió con la mirada.
Arriba.
Abajo.
Descarado.
Cada segundo, un ultraje.
Luego miró a Sam, con un leve desdén en su rostro.
—Qué puntuales —dijo Sebastián, con voz melosa.
Ninguno de los dos respondió.
El silencio se hizo más cargado.
Sebastián los miró a ambos, saboreando su propio teatro.
—¿No van a decir nada? Vamos, Samy… sé que te gustan las fotos. ¿Qué opinas de esta? La tome yo mismo. Es hermosa, ¿verdad? —dijo, mostrando el celular.
Segunda provocación.
Norah desvió la mirada, avergonzada. Sam apretó los dientes. Mantuvo los ojos fijos en él, cortantes.
—¿Qué es lo que quieres? —dijo al fin. Su voz era neutral, controlada. Ni una palabra más alta que la otra. Ni una pizca de rabia.
Sebastián ladeó la cabeza, fingiendo sorpresa.
—Directo al grano. Qué escocés de tu parte— rió sin gracia—. Solo quería tener una conversación civilizada, ya sabes… cierre de ciclo, una última cena… después de todo, ella y yo tuvimos algo importante.
Sam no parpadeó.
—Norah está conmigo ahora. Y tú no eres nada para ella. Por tu bien, más vale que te mantengas lejos.
Sebastián sonrió más amplio.
—¿Me estás amenazando, highlander? ¿Tú? ¿El chico bueno?
Norah conocía ese tono, esa cadencia.
Sebastián no hablaba por hablar: medía, calculaba, buscaba el punto débil.
—Ya basta, Sebastián —dijo ella, firme.
Pero él no había terminado.
Se recostó contra en la silla, mirándola con descaro, y soltó su veneno.
—¿Sabes ese sonido que haces justo… cuando estas por acabar?... Dios extraño eso.
Tercera provocación.
Sam se levantó de golpe. La silla rechinó. Todo el salón se volvió hacia ellos.
Sebastián, lejos de inmutarse, también se puso de pie, sonriendo.
—Un gusto verlos, chicos —dijo con falsa cortesía —. Nos veremos pronto.
Y se fue.
Dejó atrás si silla vacía y el aire espeso como pólvora.
Eso no había sido un encuentro.
Había sido una declaración de guerra.
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a_crowe on Chapter 10 Mon 22 Sep 2025 12:19AM UTC
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a_crowe on Chapter 10 Mon 22 Sep 2025 03:54PM UTC
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a_crowe on Chapter 10 Mon 22 Sep 2025 04:07PM UTC
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