Chapter 1: ━━━PERCY JACKSON Y EL MAR DE LOS MONSTRUOS
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PERCY JACKSON Y EL MAR DE LOS MONSTRUOS
ʙᴏᴏᴋ ᴛᴡᴏ
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𝐃𝐀𝐑𝐋𝐄𝐍𝐄 𝐁𝐀𝐂𝐊𝐄𝐑 regresa al Campamento Mestizo para continuar su segundo verano de entrenamiento. Sin embargo, alguien ha envenenado el árbol de Thalia, aquel que protege el perimetro del campamento.
Un año atrás, Percy Jackson, su mejor amigo y amor secreto, le prometió que la próxima misión la harían juntas, y Darlene está dispuesta a ir con él hasta el temido Mar de los Monstruos con tal de hacerle cumplir esa promesa.
Después de todo, ¿qué podría salir mal?
Chapter 2: 001.SOBRE ÚLTIMOS DÍAS DE CLASES
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━━━NUEVA YORK, JUNIO 2006
ESTIRÉ LAS MANOS POR ENCIMA DE LA CABEZA, PENSANDO EN CUÁNTO DESEABA VOLVER A MI CAMA Y SEGUIR DURMIENDO HASTA LA HORA DEL ALMUERZO.
Pero no podía, porque aún me quedaba un día más de clases y mamá no me dejaría saltármelo sólo porque había decidido empezar las vacaciones un día antes.
—Hubieras dormido y ahora no estarías tirada sobre la mesa —dijo sirviéndome más jugo—, no tengo idea de que haces en esa computadora, pero ahora te vas a aguantar e ir a clases.
Solo asentí, porque no iba a explicarle que estuve leyendo fanfics hasta las cuatro de la mañana. Sé que debí dormirme, pero anoche mi autora favorita publicó un nuevo capítulo y cuando lo terminé, la necesidad de más me llevó a buscar nuevas historias.
—Vamos, mi amor —dijo mi madre entregándome mi bolso—. ¡Último día de clases!
—Eso significa que irás al campamento —agregó mi abuelo—, estabas muy emocionada por eso.
Asentí, sonriendo cansada. Sí, era lo que quería; pero ahora quería dormir.
Al dia siguiente, Percy y yo nos iríamos al Campamento Mestizo, solo un día más de vida mortal y luego todo el verano con mis amigos semidioses.
Me coloqué mi bolso y me di una última mirada en el espejo de la sala, era el espejo de oro que papá me había regalado para hablar con él cuando quisiera, o para hablar con mi madre y abuelo cuando estuviera en el campamento.
Deslicé los dedos sobre la fea cicatriz en el cuello, donde el verano pasado Luke me había apuñalado intentando matarme para que no lo delatara como el traidor.
Había sido gracias a Apolo que había sobrevivido, el mismo que un rato antes había amenazado con aniquilarme.
—Nadie va a matarte si puedo evitarlo, es mi derecho tomar tu vida. Nadie más que yo va a hacerlo.
Un divino, tan divino.
Había pasado todo el año escapando de los rayos solares, usando gorras y un filtro solar que Annabeth me recomendó porque Sunshine decidió que era divertido provocarme un sarpullido que me dejaba tan roja como tomate, Lee había dicho que se llamaba "erupción polimorfa lumínica" y que al parecer, ahora me daba alergia el sol. Además, era ridícula la cantidad de gripes que había tenido este año.
Salí de casa y me dirigí unas puertas a la derecha, al apartamento de Percy, que en ese momento salía con una expresión clara de preocupación.
—Hola —dije colgándome de su brazo.
—Hola —respondió con una sonrisa, pero seguía perdido en sus pensamientos.
Bajamos las escaleras del edificio, fuera Percy miró unos segundos el edificio, algo en el sol que se reflejaba en la pared rojiza lo molestaba.
—¿Qué ocurre?
—Creo que Grover está en problemas —dijo y me contó su sueño.
—¿Qué dijo tu mamá? —pregunté cuando acabó su relato.
—Que no debería preocuparme tanto, que Grover es un gran sátiro y que si hubiera algún problema ya habríamos sabido de algo desde el campamento.
Asentí, tenía razón en que si algo hubiera pasado ya lo sabríamos, pero entiendo que eso a veces no ayuda a aliviar la preocupación. Grover era el mejor amigo de Percy y no tener respuestas puede ser tan malo como tenerlas.
—Mamá va a llevarnos a celebrar el fin de curso —dijo de repente cambiando de tema—, llevaremos a Tyson al Rockefeller Center, a la tienda de patinaje.
—¡Genial! —exclamé encantada. Encanto que murió cuando me di cuenta que él estaba molesto por eso—. ¿Qué pasa?
—Quirón le dijo a mi mamá que piensa que no es seguro para mí ir al campamento mañana —informó. Lo miré asombrada porque el campamento es el lugar más seguro del mundo para los mestizos.
—No pienso matarte esta noche —dijo. Levanté la cabeza, observándolo borroso por las lágrimas—. No podría, tu cuerpo está en el campamento y es territorio de protección para los mestizos, mientras estés aquí no puedo hacerte nada.
Esas palabras vivían grabadas a fuego en mi memoria.
—Dijo que debería posponer el viaje —siguió hablando—, dijo que están teniendo problemas.
—¿Qué problemas? —pregunté frunciendo el entrecejo.
Desde hacía un par de semanas que no había tenido noticias de ninguno de mis compañeros de la cabaña de Afrodita, ni de Lee o Michael, así que tampoco estaba al tanto de lo que estaba pasando allá.
—No lo sé, dijo que no tenía tiempo para explicármelo cuando sonó la alarma para irme. Quería seguir preguntando pero...me miró de esa manera...como si se pusiera a llorar si seguía insistiendo. Además, se nos hacía tarde para ver a Tyson.
Sonreí enternecida. Amaba la compasión que Percy sentía por los sentimientos de las personas que quiere.
—Vamos por Tyson entonces —dije pensando en el chico grande que le teme a viajar solo en el metro. A veces me daba ganas de apapacharle las mejillas.
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El día empezó normal, o por lo menos tan normal como puede serlo en la Escuela Preparatoria Meriwether.
Era una escuela progresista en el centro de Manhattan, no usaban el sistema de calificación normal de notas, tampoco usaban pupitres y se esmeraban en hacer creer que los errores y fallas en el aprendizaje eran solo otra manera de aprender.
Me gustaba, mi dislexia lo agradecía enormemente.
Sin embargo, Meriwether tenía un punto negativo que opacaba todo lo demás: los alumnos.
En la primera clase, Inglés, nos habían hecho leer El Señor de las Moscas, y como examen final el profesor nos soltó en el patio una hora sin supervisión adulta para ver qué pasaba.
¿Qué pasó? Pue un concurso de puñetazos, séptimo contra octavo; también dos peleas de piedras y un partido de baloncesto con placajes de rugby.
Matt Sloan, el típico matón estrella, dirigió la mayor parte de las actividades bélicas. No era grande ni muy fuerte, pero actuaba como si lo fuera. Tenía ojos pequeños y pelo oscuro desgreñado; usaba ropa cara, pero de un manera que a Silena le daría un infarto por lo descuidada que estaba.
Era un claro ejemplo de "mi familia tiene dinero, pero a mí me da igual porque soy rebelde", pero no dudaba en usar ese mismo estatus para lograr sus fechorías.
Como por ejemplo, uno de sus incisivos estaba mellado de haber estrellado el porche de su papá para dar una vuelta sin permiso. Para él era un orgullo contar aquella anécdota.
—Este sería el sueño de Clarisse y los demás hijos de Ares —murmuré observando a la manada de brutos que teníamos por compañeros. Percy se rió de mi broma y me dio la razón.
—Sloan podría ser uno de ellos —agregó haciéndome soltar una carcajada.
Sloan estaba en el centro de la disputa, dando golpes a todos lados e intentó golpear a Tyson.
Tyson era el único chico sin techo de la escuela. Percy y yo teníamos la teoría de que sus padres lo habían abandonado siendo pequeño. Media 1,90 y tenía una complexión de montaña, pero lloraba todo el tiempo porque todo le daba miedo.
A veces hablaba raro, pero eso quizá se debía a que era su primera vez en una escuela. Usaba ropa andrajosa y olía a callejón porque vivía en uno en la calle 72, en una caja de cartón de frigorífico.
Con mamá y la señora Jackson preparamos una caja con ropa para él, fue difícil porque Tyson es bastante grande para su edad.
Cuando se la dimos, se puso a llorar y me dio un abrazo que casi me parte en dos.
La escuela lo había tomado como proyecto de servicio comunitario, pero se olvidaron de que a la mayoría de los alumnos de esta escuela les faltaba algo importante: valores.
Al principio le temían por su tamaño, hasta que se dieron cuenta que era un osito de peluche tierno que se asustaba en todo momento, entonces lo usaron como fuente de "diversión". Percy y yo éramos sus únicos amigos.
La señora Jackson, mi mamá y el abuelo se habían quejado varias veces en el colegio y los había acusado de no estar haciendo lo bastante para ayudarlo. También habían llamado a los servicios sociales, pero los asistentes sociales alegaban que Tyson no existía, que no había nadie en el callejón.
Gracioso, pero no gracioso de risa, gracioso de raro.
El caso es que Sloan intentó ir por la espalda y darle un golpe, Tyson se asustó y lo empujó tan fuerte que lo envió volando contra el columpio unos cinco metros atrás.
—¡Maldito monstruo! ¿Por qué no vuelves a tu caja de cartón! —gritó.
Hizo llorar a Tyson, que se sentó al pie de las barras para trepar con tanta fuerza que dobló una y ocultó la cara entre las manos.
Corrí hacia él, sentándome a su lado y dándole un abrazo. Difícil porque incluso sentado parecía una montaña al lado mío.
—No le hagas caso, Tyson —murmuré tratando de calmarlo—, es solo un imbécil sin cerebro que no sabe lo que dice.
Pero él solo sollozaba sin parar.
—¡Retira eso, Sloan! —gritó Percy furioso.
—¿Por qué molestas, Jackson? —cuestionó él con desdén—. Quizá tendrías amigos si no te pasaras la vida defendiendo a ese monstruo.
Desearía haber tenido mis flechas y poder dispararle una a ese tipo.
Percy apretó los puños, tenía la cara roja y estaba segura de que él desearía tener a Contracorriente para darle una paliza.
—No es un monstruo. Sólo es...
Pero lo que Percy estaba por decir, dio igual, porque Sloan ya no le prestaba atención. Estaba ocupado riéndose a carcajadas con sus amigos.
—Ey —me susurró en un momento—, ¿es idea mía o Sloan parece más alabado de lo habitual?
Confundida, miré al chico que siempre estaba rodeado de dos o tres imbéciles iguales que él, pero ese día había más de media docena que nunca había visto.
Gracioso, pero no gracioso de risa, gracioso de raro al cuadrado.
—Espera a la clase de EF, Jackson —gritó Sloan—. Eres hombre muerto.
Cuando terminó la clase y el profesor volvió, dijo—: Todos entendieron a la perfección el libro, están todos aprobados, y espero que nunca se conviertan en personas violentas.
No creo que Sloan entendiera la idea de no ser una persona violenta.
Percy le prometió a Tyson un sándwich extra de mantequilla de maní para que dejara de llorar.
—¿Soy un monstruo? —preguntó entre hipidos.
—No —dijo Percy con los dientes apretados.
—El único monstruo que hay aquí es Matt Sloan —agregué.
Tyson se sorbió los mocos—. Son buenos amigos. Los echaré de menos el año que viene... si es que puedo..
Le tembló la voz. Me di cuenta de que no estaba seguro de que volvieran a admitirlo en el proyecto de servicios comunitarios. Me pregunté si el director se habría molestado en hablar con él del asunto.
—No te preocupes, grandote. Todo saldrá bien —dijo Percy tratando de animarlo.
Pero por la mirada que me dio, ni él estaba seguro de qué pasaría.
La siguiente hora era ciencias. La señora Tesla nos dijo que teníamos que ir combinando productos químicos hasta que consiguiéramos que explotara algo.
Tyson y Percy eran compañeros de laboratorio. A mí me tocó la desgracia llamada Matt Sloan. Yo hice todo el trabajo sola, porque él pasó toda la hora coqueteándome.
Esta era una nueva faceta que había descubierto de mi parentesco divino. Silena me había explicado que era normal considerando que descendíamos de la diosa de la belleza.
—Pero yo no soy su hija.
—Claro, pero tu padre sí. —Me había dicho cuando alegue que era extraño porque nunca me había pasado de dejar encandilado a un chico solo por sonreírle—. Eros es el más guapo de sus hijos divinos, se dice que es tan hermoso que es imposible verlo al rostro y toda su aura desprende un magnetismo animal atrayente que vuelve loco a cualquiera. Es el dios del deseo y la atracción después de todo; es normal que tu herederas su encanto.
Y ahora tenía a algún que otro energúmeno tratando de coquetearme, y a mí solo me gustaría que Percy me mirara como algo más que "su hermanita de otros padres".
—¡Quítame las manos de encima! —chillé doblandole la mano en una llave cuando tomó mi cabello y lo olfateó.
El quejido de dolor fue tan satisfactorio. Percy me levantó los pulgares al otro lado del salón.
Entonces, Tyson derribó una bandeja entera de productos químicos sobre la mesa y desencadenó en la papelera de un gran hongo de gases anaranjados.
En cuanto la señora Tesla terminó de evacuar el laboratorio y avisó a la brigada de residuos peligrosos, elogió a Tyson y a Percy por sus dotes innatas para la química.
A mi me dijo que podría tener una gran destreza en artes marciales, pero que el salón de química no era lugar para tales actividades, y que llevara mis habilidades al gimnasio donde podría desempeñarme mucho mejor, sin muebles que estorbaran.
Sí, elogió mi llave espanta-imbéciles.
En sociales, mientras dibujábamos mapas de latitud-longitud, Percy abrió su cuaderno de anillas y se quedó mirando por un rato largo una foto que tenía guardada dentro: era Annabeth, de vacaciones en Washington D.C., posaba de pie frente al Lincoln Memorial, con los brazos cruzados y el aire de estar muy satisfecha consigo misma, como si ella hubiera diseñado el monumento.
Ella nos había enviado a los dos aquella foto por e-mail después de las vacaciones de Pascua.
Annabeth y yo habíamos puesto todo de las dos en intentar ser amigas, y mientras estuviera sola, era fácil quererla como tal. Era divertida, inteligente y pasábamos horas hablando por teléfono teniendo debates interesantes de historia.
Mi problema con ella ocurría cuando Percy estaba en medio.
Cuando tenía que fingir que no me molestaba lo cercanos que ambos se habían vuelto después de la misión "En busca del rayo del todopoderoso señor drama".
Cuando tenía que fingir que no me molestaban cosas como estás, atraparlo viendo esa foto todo el tiempo o que la llevaba consigo a todas partes.
—Me gusta pensar que al verla, es real lo que vivimos el verano anterior y no mi imaginación —me había dicho una vez.
Yo no dije nada, solo asentí y guardé para mi el dolor que se instaló en mi pecho. Porque Percy tenía una prueba constante de que lo que pasó era verdad: yo también lo viví. Pero él usaba eso de excusa para ver la foto de Annabeth sin dar muchas explicaciones.
Estaba por cerrar el cuaderno, cuando Sloan alargó el brazo y le arrancó la foto.
—¡Eh! —protestó.
Sloan le echó un vistazo a la foto y abrió los ojos como platos.
—Ni hablar, Jackson. ¿Quién es? ¿No será tu...?
—Dámela.
—Na, imposible —dijo mirándome—, ya tienes demasiada suerte teniendo al bellezón de al lado como amiga, no podrías tener una novia así.
¡Qué ganas de clavar una de mis flechas en sus pelotas!
Sloan pasó la foto a sus espantosos guardaespaldas, que empezaron a soltar risitas y romperla en pedacitos para convertirlos en proyectiles.
Debían de ser alumnos nuevos que estaban de visita, porque todos llevaban aquellas estúpidas placas de identificación HOLA, ME LLAMO: que daban en la oficina de inscripción. Y debían de tener también un extraño sentido del humor, porque habían escrito en ellas nombres raros como "Chupatuétanos" "Devoracráneos" y "Quebrantahuesos".
—Estos chicos se trasladan aquí el año que viene —dijo Sloan con aire fanfarrón—. Apostaría a que ellos sí pueden pagarse la matrícula, a diferencia del retrasado de tu amigo.
—No es ningún retrasado —espetó Percy.
—Lastima que tu no puedas comprarte un cerebro nuevo —dije furiosa.
Pero él nos ignoró a ambos.
—Eres un auténtico gusano, Jackson. Por suerte para ti, en la próxima clase voy a acabar con todos tus sufrimientos —dijo entre risas—. Observame, Darlene, la paliza será en tu honor —agregó tirando besos al aire.
«Qué asco».
Si tan solo supiera este de quién soy hija, papá lo haría pedazos con una sola mirada.
Chapter 3: 002.SOBRE MONSTRUOS DISFRAZADOS
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MIENTRAS SALÍAMOS DE LA CLASE, PERCY SE DETUVO FRENTE A LAS TAQUILLAS, CONFUNDIDO MIRANDO A TODOS LADOS.
—¿Qué ocurre?
—Creí....
Antes de que pudiera responder un montón de chicos cruzaron el pasillo y nos arrastraron hacia el gimnasio. Era la hora de EF. Nuestro entrenador les había prometido un partido quemados a los chicos, en plan batalla campal.
El uniforme de gimnasia del Meriwether era unos pantalones cortos azul celeste y unas camisetas desteñidas de colores variopintos. Por suerte, nadie que me conociera de fuera de la escuela me vería con algo así.
Mis compañeros de cabaña se hubieran infartado si me vieran usando esto.
Me cambié en los vestuarios rápidamente antes de que acabara peleando con alguna de las chicas que parecían encontrar divertido reirse de mi aparente "falta de pechos".
—No les des importancia, mi amor. —Me dijo mamá—. Cada cuerpo tiene su desarrollo adecuado, y dentro de un par de años ya no importará quién tuvo antes y quién después porque todas estarán en la misma etapa.
—Ese tipo de "bromas" son de gente inmadura que no ha comprendido cómo funciona la biología. En mi opinión es más preocupante no tener cerebro —agregó mi abuelo.
Cuando entré en el gimnasio, el entrenador Nunley estaba sentado ante su escritorio leyendo la revista Deportes Ilustrados.
Esperé apenas unos minutos cuando Percy y Tyson aparecieron listos para el partido.
Sloan había pedido ser capitán, y el entrenador sin prestarle mucha atención se lo permitió. Nombró a Percy el otro capitán, aunque daba un poco igual porque Sloan había elegido a todos los más grandes y fuertes.
—Dos mestizos pueden contra unos subnormales con esteroides —le dije en broma. Él se rió, pero la verdad es que nos iban a destrozar.
O al menos así hubiera sido hasta que el entrenador gritó—: ¡Backer, a trotar! ¡Las chicas no juegan!
—¡¿Qué?!
Ahora sí estaba furiosa, y traté de quejarme; pero el entrenador se puso los auriculares y me ignoró.
Los chicos se rieron, y Percy les sacó el dedo medio.
—Lo siento, Dari —dijo irritado.
En un acto impresionante de rebeldía caprichosa, di una patada a una de las pelotas y rompí una ventana.
—Backer, usa esa fuerza para darle toda la vuelta a la cancha externa —ordenó el entrenador.
Salí a grandes zancadas hacia el patio, donde algunas de mis compañeras ya estaban trotando. Estaba sola, salvo si estaba con Percy y Tyson, siempre estaba sola. Me costaba mucho hacer amistad con las chicas mortales, era tan diferente con las semidiosas.
Con ellas podía hablar de moda como de armas, de pintarnos las uñas como de maneras de limpiar las manchas de sangre de la ropa luego de un captura la bandera. Con ellas no tenía que fingir que mi papá era mi hermano mayor cuando se aparecía por la acera de la escuela para su "tiempo padre-hija".
Solo un día más, como dijo mamá.
Mañana estaría en el campamento por todo el verano.
Respiré profundamente, lista para una buena carrera cuando sentí un fuerte tirón en el brazo.
—¡Eh! —La fuerza me tapó la boca y me arrastró hacia las gradas. A esta altura ya sabía que solo había alguien que haría algo así—. ¡Annabeth! —grité molesta cuando me soltó.
Ella se quitó la gorra de su madre, y me sonrió incómoda.
—Hola, Dari. Lo siento, era una urgencia.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
—Algo pasa en el campamento, yo...no estoy segura pero...—Lo que estaba por decir, quedó en la nada, porque negó como si quisiera ordenar sus ideas—. Luego les diré a los dos, pero tenemos que ir por Percy.
—¿Por qué?
—Esos chicos grandes, son monstruos
—Mierda —murmuré recordando como nos llamó la atención aquellos chicos en la mañana—. Necesito pasar primero por mi casillero.
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El camino hacia el gimnasio nunca fue tan grande, habíamos pasado rápidamente por mi casillero para poder tomar mi carcaj con forma de bolso.
—¡Tienes que tener un cuchillo, al menos! —me reprendía Annabeth mientras corríamos—. ¡No puedes depender de las flechas siempre!
—Ya lo sé —solté avergonzada porque tenía razón, pero yo era un completo desastre con las espadas y cuchillos.
—Cuando volvamos al campamento, voy a tenerte día todo el verano entrenando —gruñó irritada.
—¡Ya, lo siento!
Llegamos al pasillo del gimnasio, pero al intentar abrir la puerta, esta estaba trabada.
Annabeth soltó un insulto en griego antiguo y zamarreo la puerta con frustración. Di unos pasos atrás, y con todas mis fuerzas, le di una patada a la madera.
La puerta se estremeció. Di otra, y otra y otra, sin resultados.
—¡Tyson! ¡Cuidado!
Me detuve abruptamente, Annabeth me miró preocupada. El grito aterrado de Percy por Tyson me había dejado helada.
—¿Qué pasa? —Me tomó por los brazos y me dio una sacudida.
—Tyson —murmuré.
Percy sabía defenderse, pero Tyson era demasiado inocente y todo le daba miedo, él necesitaba que lo protegieran. Hubo una explosión del otro lado, un ruido tan fuerte que iba a atraer la atención de muchos mortales.
—¡Darlene!
Empujé a Annabeth y me acerqué a un matafuegos que había en el pasillo. Era demasiado pesado, justo lo que necesitaba.
—¡Apártate! —le grité.
Estrellé el objeto tres veces contra la cerradura, y cuando esta se reventó, lo arrojé a un lado mientras Annabeth abría la puerta y entraba corriendo al gimnasio conmigo detrás.
Dentro era un caos. No vi a Tyson por ninguna parte, los chicos corrían en todas direcciones gritando; otros aporreaban la puerta y pedían socorro. El propio Sloan estaba petrificado en mitad de la pista, mirando incrédulo aquellas bolas mortíferas que volaban a su alrededor.
El entrenador Nunley seguía sin enterarse de nada. Dio unos golpecitos a sus audífonos, como si las explosiones le hubieran provocado alguna interferencia, pero continuaba absorto en la revista.
—Oh mierda —murmuré.
¿Cómo íbamos a explicar todo esto?
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PERCY
Era todo, íbamos a morir.
—¡Espera! —grité—. ¡Es a mí a quien buscas!
El gigante sonrió con crueldad.
—¿Quieres morir tú primero, joven héroe?
Tenía que hacer algo. Contracorriente debía de estar por allí, en alguna parte... Entonces divisé mis tejanos en un montón humeante de ropa, justo a los pies del gigante. Si conseguía llegar hasta ellos... Sabía que era inútil, pero decidí ir a la carga.
El gigante te echó a reír.
—Se acerca mi almuerzo.
Levantó el brazo para lanzarme un proyectil, y yo me preparé para morir.
De repente, el cuerpo del gigante se puso todo rígido, y su expresión pasó del regodeo al asombro. En el punto exacto donde debía de tener el ombligo se le desgarró la camiseta y apareció algo parecido a un cuerno. No, un cuerno no, era la punta reluciente de una hoja de metal.
La bola se le cayó de la mano. El monstruo bajó la mirada y observó el cuchillo que le había traspasado desde la espalda.
—Uf —murmuró, y estalló en una llameante nube verde.
De pie, entre el humo que se iba disipando, vi a Annabeth. Tenía la cara mugrienta y arañada; llevaba el hombro una mochila andrajosa y la gorra de béisbol metida en un bolsillo. En la mano sostenía un cuchillo de bronce. Aún brillaba en sus ojos grises una mirada enloquecida, como si hubiera recorrido mil kilómetros perseguida por una manada de fantasmas.
Darlene apareció a unos pasos detrás, llevaba su arco en el brazo, y una flecha en la otra.
Matt Sloan, que había permanecido mudo de asombro todo el tiempo, pareció recobrar por fin el juicio. Miró parpadeando a Annabeth, como si la recordara vagamente por la fotografía de mi cuaderno.
—Ésta es la chica... La chica... —Annabeth lo tumbó de un puñetazo en la nariz.
—Y tú —le dijo ella—, deja en paz a mis amigos.
Darlene le dio unos aplausos encantada, como si ella casi no le hubiera quebrado la muñeca esta mañana.
—¡Amiga, eres mi heroína!
El gimnasio estaba en llamas mientras los chicos seguían gritando y corriendo en todas direcciones. Oí el aullido de las sirenas y una voz confusa por megafonía. Por las ventanillas de las puertas de emergencia divisé al director, el señor Bonsái, que luchaba furiosamente con la cerradura rodeado por un montón de profesores agolpados a su espalda.
—Annabeth... —balbuceé—. ¿Cuánto tiempo llevas...?
—Prácticamente toda la mañana —respondió mientras envainaba su cuchillo de bronce—.He intentado encontrar una ocasión para hablar contigo, pero nunca estabas solo. Fue más fácil interceptar a Dari que a tí.
—La sombra que he visto esta mañana...—La cara me ardía—. Oh, dios mío. ¿Estabas mirando por la ventana de mi habitación?
—¡¿Que ella qué?! —chilló Darlene con el rostro pálido.
—¡No hay tiempo para explicaciones! —espetó Annabeth, aunque también ella parecía algo ruborizada—. Simplemente no quería...
—¡Allí! —gritó una mujer. Las puertas se abrieron con un estallido y todos los adultos entraron de golpe.
—Los espero afuera —dijo Annabeth—. Y a él también. —Señaló a Tyson, que seguía sentado con aire aturdido junto a la pared, y le lanzó una mirada de repugnancia que no acabé de entender—. Será mejor que lo traigan.
—¡¿Qué?!
—¡No hay tiempo! —dijo—. ¡Dense prisa!
Se puso su gorra de béisbol de los Yankees, un regalo mágico de su madre, y se desvaneció.
Nos quedamos solos en medio del gimnasio en llamas, justo cuando el director aparecía, escoltado por la mitad del profesorado y un par de policías.
—¿Jackson, Backer? —dijo el señor Bonsai—. ¿Qué...? ¿Cómo...?"
Junto a la pared agujereada, Tyson soltó un quejido y se incorporó entre un montón de ladrillos carbonizados.
—La cabeza duele.
Matt Sloan se acercó también. Me miró con una expresión de terror.
—¡Ha sido Percy, señor Bonsai! Ha incendiado el edificio entero.
—¡Oh hijo de puta! —soltó Darlene avanzando hacia él, los adultos la miraron horrorizados. Tenía los ojos rojos, iguales a su padre cuando se enojaba, esperaba que la niebla escondiera ese rasgo—. ¡Ahora sí te la ganaste!
La detuve por el brazo, porque lo último que necesitábamos ahora que a ella también la complicaran por agresión.
—El entrenador Nunley lo contará. Él lo ha visto todo —agregó Matt Sloan retrocediendo asustado por mi amiga.
El entrenador había seguido leyendo su revista todo el tiempo, pero —buena suerte la mía— eligió aquel momento para levantar la vista, al oír que Sloan pronunciaba su nombre.
—¿Eh? Hummm...sí.
Los demás adultos se volvieron hacia mí. Sabía que nunca me creerían, incluso en caso de que pudiera contarles la verdad.
Entonces saqué a Contracorriente de mis jeans destrozados.
—¡Vamos! —le dije a Tyson y tomando la mano de Dari, salté a la calle por el agujero de la pared.
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DARLENE
Annabeth nos estaba esperando en un callejón por la calle Church. Nos sacó a los tres de la acera, justo cuando un camión de bomberos iba para la Preparatoria Meriwether.
—¿Dónde lo encontraron? —preguntó ella, señalando a Tyson.
—Él es mi amigo —dijimos los dos al mismo tiempo.
Annabeth nos miró como si nos hubiera salido un cuerno en el medio de la frente.
—¿Está sin hogar?
—¿Qué tiene eso que ver? —espeté molesta—. Puede oírte sabes. ¿Por qué no le preguntas a él?
Me miró sorprendida.
—¿Él puede hablar?
—Hablo —dijo Tyson—. Tú eres bonita.
—¡Ah, asqueroso! —Annabeth se apartó de él.
—¡Annabeth estás siendo grosera!
Percy la miraba como si no pudiera creer que ella se estuviera comportando así. Se giró hacia Tyson y le examinó las manos en busca de heridas, pero se veían bien.
—Tyson —dijo con incredulidad—. Tus manos no están ni siquiera quemadas.
—Por supuesto que no —Annabeth murmuró—. Me sorprende que el lestrigón haya tenido las agallas para atacarte con él alrededor.
—¡¿Eran lestrigones?! —cuestioné impactada. Ella asintió
Tyson parecía fascinado por el pelo rubio de Annabeth. Trató de tocarlo, pero ella le golpeó la mano.
—¿De qué están hablando? ¿Lestri-qué?
Ella soltó un suspiro, y me miró con cansancio. Conocía esa mirada, cuando Percy hacía muchas preguntas como aquellas, ella recurría a mí para dar una explicación sencilla.
—Lestrigones. Los monstruos en el gimnasio. Son una raza de caníbales gigantes que Odiseo se encontró una vez.
—Nunca he visto uno tan al sur como Nueva York antes.
—Lestri...ni siquiera puedo decir eso. ¿Tienen otro nombre?
Lo pensó por un momento.
—Canadienses —decidió—. Ahora vamos, tenemos que salir de aquí.
—La policía estará detrás de mí.
—Ese es el menor de nuestros problemas —dijo—. ¿Has tenido sueños?"
—¿Los sueños... sobre Grover?
Su rostro se puso pálido.
—¿Grover? No, ¿qué hay con Grover?
Le contó su sueño.
—¿Por qué? ¿Sobre qué tenía que soñar?
Sus ojos parecían de tormenta, al igual que su mente estaba compitiendo con un león millones de millas por hora.
—Campamento —dijo al fin—. Grandes problemas en el campamento.
Chapter 4: SOBRE VIAJAR EN TAXI CON TRES CONDUCTORAS CIEGAS
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PERCY, COMO DIGNO HIJO DEL DIOS DEL MAR, ABRIÓ LA BOCA COMO PEZ.
—¡Mi madre estaba diciendo lo mismo! Pero, ¿qué tipo de problemas?
Annabeth frunció el ceño.
—No sé exactamente. Algo anda mal. Tenemos que llegar de inmediato. Los monstruos me han estado siguiendo todo el camino desde Virginia, tratando de detenerme —dijo Annabeth con el ceño fruncido—. ¿Han tenido una gran cantidad de ataques?
Sacudí la cabeza.
—No en todo el año... hasta hoy.
—¿Ninguno? ¿Pero cómo...? —Sus ojos se dirigieron a Tyson—. Oh.
—¿Qué quiere decir, 'oh'? —espetó Percy.
Tyson levantó la mano como si estuviera todavía en la clase.
—Los canadienses en el gimnasio llamaron algo a Percy... ¿Hijo del Dios del Mar?
Los tres intercambiamos miradas.
Yo no sabía cómo podía explicar, pero supuse que Percy decidió que Tyson merecía la verdad, después de que casi lo mataran.
—Grandote —le dijo—. ¿Has oído alguna vez las viejas historias sobre los dioses griegos? Como Zeus, Poseidón, Atenea...
—Sí.
—Bueno... los dioses siguen con vida. Ellos siguen en torno a la civilización occidental, viven en los países más fuertes, así como ahora están en los EE.UU. Y, a veces tienen hijos con los mortales. Niños llamados mestizos —expliqué.
—Sí.
Tyson parecía como si estuviera esperando a que llegáramos al punto de la conversación.
—Uh, bueno, Annabeth, Dari y yo somos mestizos. Somos como los héroes... en entrenamiento. Y cada vez que los monstruos captan nuestro olor, nos atacan. Eso es lo que los gigantes en el gimnasio son. Monstruos.
—Sí.
No pareció sorprendido o confundido por lo que le estaba diciendo, estaba algo confundida.
—Así que... ¿nos crees?
Tyson asintió—. ¿Pero tú eres... el Hijo del Dios del Mar?
—Sí. Mi padre es Poseidón.
Tyson frunció el ceño. Ahora él parecía confundido.
—Pero entonces...
Una sirena sonó. Un coche de policía corrió por nuestro callejón.
—No tengo tiempo para esto —dijo Annabeth—. Vamos a hablar en el taxi.
—¿Un taxi todo el camino hasta el campamento? —pregunté—. ¿Sabes cuánto dinero es?
No es que realmente el dinero fuera un problema, mi negocio de citas había prosperado en Meriwether porque los profesores encontraban "muy impresionante mi capacidad para los negocios".
Así que tenía dinero de sobra, pero aún así, un viaje desde el centro de Nueva York hasta Long Island sería bastante caro.
—Confía en mí.
—¿Qué pasa con Tyson? —pregunté. Percy también parecía dudoso.
Nos imaginaba llegando al campamento en compañía de Tyson. Si él se asustaba en un patio normal con agresores normales, ¿cómo iba a actuar en un campo de entrenamiento para los semidioses?
Por otra parte, la policía estaba buscándonos.
—No podemos dejarlo. —Decidió Percy—. Va a estar en problemas, también.
—Sí. —Annabeth parecía sombría—. Definitivamente necesitamos llevarlo. Ahora, vamos.
No me gustó la forma en que dijo eso, como si Tyson fuera una enfermedad grande que teníamos que llevar al hospital, y por la mirada de Percy, a él tampoco le gustó nada, pero la seguimos por el callejón.
Tyson había tomado mi mano, parecía preocupado y algo asustado, pero nos siguió de todas maneras.
Juntos, los cuatro a hurtadillas a través de las calles laterales del centro de la ciudad, mientras que una enorme columna de humo se elevaba detrás de nosotros, del gimnasio de la escuela.
—Aquí. —Annabeth nos detuvo en la esquina de Tomás y Trimble. Ella se dio la vuelta en su mochila—. Espero tener una más.
Se veía aún peor de lo que me había dado cuenta al principio. Su barbilla estaba cortada. Ramas y pasto se enredaban en la cola de caballo, como si hubiera dormido varias noches a la intemperie. Las barras en el ruedo de sus pantalones se parecían sospechosamente a marcas de garras.
Me acerqué y comencé a quitarle las ramitas del cabello, ella siguió buscando en su bolso sin importarle, como si estuviera acostumbrada, y quizá lo estaba porque el verano anterior me había pasado gran parte del tiempo trenzándole el cabello.
—¿Qué estás buscando? —preguntó Percy mirándola con preocupación.
A nuestro alrededor, las sirenas sonaron. Pensé que no pasaría mucho tiempo antes de que aparecieran más policías, en busca de un delincuente juvenil gimnasio-bombardero. No cabe duda de que Matt Sloan les había dado una declaración. Probablemente había torcido la historia en torno a que Tyson y Percy eran unos caníbales sedientos de sangre.
—He encontrado uno. Gracias a los dioses. —Annabeth sacó una moneda de oro que reconocí como un dracma, la moneda del Monte Olimpo. Tenía a Zeus estampado en un lado y el Empire State Building en el otro.
—Annabeth —dijo Percy—. Los taxistas de Nueva York no aceptaran eso.
—Stêthi —gritó en griego antiguo—. ¡Ô harma diabolês!
Ella echó la moneda en la calle, pero en vez de caer en el asfalto, la dracma se hundió a través, y desapareció.
Por un momento, no pasó nada.
Entonces, justo donde la moneda había caído, el asfalto se oscureció. Se fundió en una piscina rectangular del tamaño de una plaza de aparcamiento—burbujeante líquido rojo como la sangre. Entonces apareció un coche desde el fango.
Era un taxi, bien, pero a diferencia de cualquier otro taxi en Nueva York, no era amarillo. Era gris como una cortina de humo.
Había palabras impresas en la puerta —algo como MEHARSAN REGIRSS— pero mi dislexia hizo difícil para mí descifrar lo que decía. La ventana de pasajeros bajó, y una anciana asomó la cabeza. Tenía una mata de pelo gris que cubría sus ojos, y habló de una manera extraña murmurando.
—¿Pasaje?
—Cuatro al campamento mestizo —dijo Annabeth. Abrió la puerta trasera de la cabina y nos hizo señas para entrar, como si todo esto fuera completamente normal.
—¡No llevamos a su especie! —gritó la anciana señalando con el dedo a Tyson.
Percy me miró, irritado transmitiendo su pensamiento con la mirada: "¿Cuál es su problema?"
—Oiga señora, ¿nadie le enseñó que es de pésima educación señalar con el dedo? —dije en tono reprobatorio, igual que si estuviera hablando con un niño pequeño.
—Pago extra —prometió Annabeth—. Tres dracmas más a la llegada.
—¡Hecho! —gritó la mujer.
A regañadientes nos metimos en la cabina. Primero yo, Tyson a mi lado, luego Percy y Annabeth se arrastró de último.
El asiento estaba roto y abultado. No había pantalla de plexiglás que nos separa de la conductora vieja...había tres conductoras, todas hacinadas en el asiento delantero, cada uno con el pelo fibroso que cubría sus ojos, las manos huesudas, y un vestido de color carbón cilicio. La que conducía dijo:
—¡Long Island! ¡Prima de tarifa de metro! ¡Ajá!
Apretó el acelerador, y mi cabeza se estrelló contra el respaldo. Una voz pregrabada vino a través del altavoz:
—"Hola, soy Ganimedes, el copero de Zeus, y cuando salgo fuera a comprar vino para el Señor de los Cielos, ¡siempre con el cinturón de seguridad!"
Miré hacia abajo y encontré una cadena grande y negra en lugar de un cinturón de seguridad. Decidí que no estaba tan desesperada... todavía.
El taxi aceleró en la vuelta de la esquina de West Broadway, y la dama gris, sentada en el medio gritó—: ¡Cuidado! ¡Ve a la izquierda!
—Bueno, si me dieras el ojo, Tempestad, ¡podía haber visto eso! —se quejó la que conducía.
«¿Ojo?»
No tuve tiempo de hacer preguntas porque la conductora se desvió para evitar un camión de reparto de frente, pasó por encima de la acera con un golpe fuerte y voló en el bloque siguiente.
—¡Avispa! —dijo la tercera mujer a la conductora—. ¡Dame la moneda de la muchacha! Quiero morderla.
—¡Tú mordiste la última vez, Ira! —dijo la conductora, cuyo nombre debía ser Avispa—. ¡Es mi turno!
—¡No lo es! —gritó Ira.
La del medio, Tempestad, chilló—: ¡Luz roja!
—¡Frena! —gritó Ira.
«¿Acaso son las...?»
Avispa pisó el acelerador y subió a la acera, chillando en torno a otra esquina, y derribó una casilla de periódico.
—Disculpe —dijo Percy—. Pero... ¿pueden ver?
—¡No! —gritaron Avispa y Tempestad.
—¡Por supuesto! —exclamó Ira, la que estaba más lejos del volante.
—¿Están ciegas? —le preguntó a Annabeth.
—No del todo. Tienen un ojo.
—¿Un ojo?
—Sí.
—¿Cada una?
—No. Un ojo para las tres —agregué nerviosa.
Si tenía razón, y ellas eran quienes creía que eran, estábamos en un serio apuro teniendolas al volante.
A mi lado, Tyson se quejó y se agarró del asiento—. No me siento bien.
«Nadie se siente bien» pensé soportando las ganas de vomitar. Cerré los ojos porque estaba muy mareada.
—Oh, hombre —dijo Percy—. Aguanta, grandote. ¿Alguien tiene una bolsa de basura o algo así?
Las tres damas grises estaban demasiado ocupadas discutiendo como para prestarme atención.
—El Taxi Hermanas Grises es la manera más rápida de ir al campamento —escuché a Annabeth decir.
—Entonces, ¿por qué no lo tomaste desde Virginia?
—Eso está fuera de su área de servicio —dijo de nuevo con ese tono de que lo que decía era algo obvio—. Sólo sirven en Nueva York y las comunidades circundantes.
—¡Hemos tenido gente famosa en esta cabina! — exclamó Ira—. ¡Jason! ¿Te acuerdas de él?
—¡No me lo recuerdes! —se lamentó Avispa—. Y no teníamos coche en ese entonces, tu murciélago viejo. ¡Eso fue hace tres mil años!
—¡Dame el diente! —Ira trató de agarrar la boca de Avispa, pero Avispa le aplastó la mano.
—¡Sólo si me da Tempestad el ojo!
—¡No! —gritó Tempestad—. ¡Lo tenías ayer!
—¡Pero estoy conduciendo, vieja!
—¡Excusas! ¡Gira! ¡Esa fue tu salida!
Abrí los ojos, justo cuando Avispa se desvió duro en la calle Delancey, aplastándome entre Tyson y la puerta. Las tres hermanas estaban peleando en serio ahora, bofetadas unas a otras.
Ira trató de agarrar la cara de Avispa y Avispa trató de agarrar a Tempestad. Con su pelo al viento y sus bocas abiertas, gritando la una a la otra, vi que evidentemente, ninguna de las hermanas tenía dientes a excepción de Avispa, que tenía un incisivo amarillo musgo.
En lugar de ojos, sólo se había cerrado, párpados hundidos, a excepción de Ira, que tenía un ojo inyectado en sangre verde que miraba todo con avidez, como si no se cansara de todo lo que veía.
«Entonces sí son las Grayas».
Ira, que tenía la ventaja de la vista, logró dar un tirón a los dientes de la boca de su hermana Avispa. Avispa estaba tan molesta que se desvió hacia el borde del puente Williamsburg, gritando:
—¡'Amelo de vuelta! ¡'Amelo de vuelta!
Tyson se quejó y se agarró el estómago.
—Uh, si alguien está interesado —murmuró Percy pálido—, ¡vamos a morir!
—No te preocupes —dijo Annabeth tomándolo de la mano.
«Genial, ahora además de enferma, me siento enojada».
—Las Hermanas Grises saben lo que están haciendo. Son realmente muy sabias —agregó. Lo cual a pesar de venir de la hija de Atenea, no era exactamente tranquilizador.
—¡Sí, sabias! —Ira sonrió en el espejo retrovisor, mostrando su diente recién adquirido—. ¡Nosotras sabemos cosas!
—¡Todas las calles de Manhattan! —se jactó Avispa todavía golpeando a su hermana—. ¡La capital de Nepal!
—¡La ubicación que buscas! —agregó Tempestad.
Inmediatamente sus hermanas la golpearon por ambos lados, gritando—. ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Ni siquiera a preguntado todavía!
—¿Qué? —indagó Percy confundido—. ¿Qué lugar? Yo no busco ningún...
—¡Nada! —dijo Tempestad—. Tienes razón, hijo. ¡No es nada!
—Dime.
—¡No! —gritaron las tres.
—¡La última vez que lo dijimos, fue horrible!
—¡El ojo se tiró en un lago!
—¡Años para encontrarlo de nuevo! —finalizó Avispa—. ¡Y hablando de eso, dámelo de vuelta!
—¡No! —gritó Ira.
—¡Dámelo!
Le pegó a su hermana Ira en la espalda. Hubo un pop enfermizo y algo salió volando de la cara de Ira. Ésta, fue a tientas, tratando de tomarlo, pero sólo logró lanzarlo con el dorso de la mano. El orbe verde viscoso navegó por encima del hombro, en el asiento trasero, y directamente al regazo de Percy, que saltó tan fuerte, que se golpeó en la cabeza con el techo y el ojo se alejó por el suelo del vehículo.
—¡No puedo ver! —gritaron las tres hermanas.
—¡Dame el ojo! —se lamentó Avispa.
—¡Dale el ojo! —gritó Annabeth.
—¡Yo no lo tengo!
—Ahí, por tu pie —chillé—. ¡No lo pises! ¡Agárralo!
—¡No voy a tocar eso!
El taxi se estrelló contra la baranda y se deslizó junto con un chirrido horrible. El coche entero se estremeció, echando humo gris como si estuviera a punto de disolver la tensión.
—¡Voy a vomitar! —Tyson advirtió.
—Annabeth, ¡deja a Tyson usar la mochila!
—¿Estás loca? —me gritó, y empujó a Percy por el hombro—. ¡Agarra el ojo!
Avispa arrancó la rueda, y el taxi se desvió de la regleta. Nos precipitamos por el puente Brooklyn, más rápido que cualquier taxi humano. Las Hermanas Grises gritaron y se golpearon unas a otras y gritaron por su ojo.
Al final Percy se arrancó un pedazo de su camiseta, que ya se estaba cayendo por todas las marcas de quemaduras, y la usó para levantar el ojo del suelo.
—¡Buen chico! —Gritó Ira, como si de alguna manera supiera que él tenía su ojo desaparecido—. ¡Devuélvemelo!
—No hasta que expliques —dijo él apartándose—. ¿De qué estaban hablando, el lugar que busco?
—¡No hay tiempo! —exclamó tempestad—. ¡Acelera!
Miré por la ventana. Efectivamente, los árboles y los coches y barrios enteros eran ahora una mancha gris. Ya estábamos fuera de Brooklyn, Andando por el centro de Long Island.
—Percy —soltó Annabeth—, no pueden encontrar nuestro destino sin el ojo. ¡Seguirán acelerando hasta que nos rompamos en mil pedazos!.
—Primero tienes que decirme —insistió—, o abriré la ventana y lanzaré el ojo hacia el tráfico.
—¡No! —se lamentaron las tres ancianas—. ¡Es demasiado peligroso!
—¡¿Te volviste loco?! —grité—. ¡Dales el ojo!
—Estoy bajando la ventana.
—¡Espera! —gritaron las tres hermanas—. ¡30, 31, 75, 12!
Los soltaron como si fuera un mariscal diciendo una jugada.
—¿Qué quieren decir? —dijo—. ¡Eso no tiene sentido!
—¡30, 31, 75, 12! —repitió Ira—. Eso es todo lo que puedo decir. ¡Ahora, danos el ojo! ¡Casi estamos en el campamento!
Estábamos fuera de la carretera actual, que penetraba rápidamente en el campo del norte de Long Island. Pude ver la colina Mestiza delante de nosotros, con su gigantesco árbol de pino en la cresta, el árbol de Thalía, que contenía la fuerza de vida o de un héroe caído.
—¡Percy, dales el ojo! —gritamos Annabeth y yo al mismo tiempo.
Esta vez, el muy inconsciente, decidió no discutir y tiró el ojo en el regazo de Avispa. La anciana lo tomó, lo empujó en la cuenca vacía con la habilidad de alguien acostumbrada a hacer aquello, y parpadeó.
—¡Wow!
Ella pisó el freno. El taxi giró cuatro o cinco veces en una nube de humo y se detuvo a su fin en medio de la carretera de la granja en la base de la colina Mestiza.
Tyson soltó un eructo enorme.
—Me siento mejor.
—Muy bien —dijo Percy a las hermanas—. Ahora, díganme qué significan esos números.
—¡No hay tiempo! —espetó Annabeth abriendo la puerta—. Tenemos que salir ahora.
Estaba a punto de preguntar por qué, cuando miré a la colina Mestiza y entendí. En la cresta de la colina había un grupo de campistas. Y estaban siendo atacados.
Chapter 5: 004.SOBRE TOROS QUE ESCUPEN FUEGO
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SI HAY ALGO QUE NO ME GUSTA, SON LOS MONSTRUOS Y MENOS SI ECHAN FUEGO POR EL HOCICO.
En cuanto nos bajamos del taxi, las Hermanas Grises salieron corriendo en dirección a Nueva York. Ni siquiera esperaron a recibir los tres dracmas de propina. Se limitaron a dejarnos a un lado del camino.
—Oh, dioses —dijo Annabeth observando la batalla, que seguía con furia en la colina, donde dos toros de bronce y enormes como elefantes acataban el campamento.
Lo preocupante era que estaban atacando dentro del campamento, más allá de los límites de la Colina Mestiza, donde se supone que ningún monstruo puede entrar.
Uno de los campistas gritó:
—¡Patrulla de frontera, síganme!
—Es Clarisse —dije reconociendo su voz.
—Vamos, tenemos que ayudarla —respondió Annabeth.
Los guerreros que iban con ella se habían dispersado y corrían aterrorizados ante la embestida de los toros, y varias franjas de hierba alrededor del pino habían empezado a arder. Uno de ellos gritaba y agitaba los brazos mientras corría en círculo con el penacho de su casco en llamas.
La armadura de la propia Clarisse estaba muy chamuscada, y luchaba con el mango roto de una lanza: el otro extremo había quedado incrustado inútilmente en la articulación del hombro de un toro metálico.
De un brusco movimiento de muñeca, mi brazalete se convirtió en el arco, estiré la mano por encima del hombro, tomé una flecha de mi carcaj y me preparé para disparar en cuanto tuviera una oportunidad.
—Tyson, quédate aquí. No quiero que corras más riesgos —ordenó Percy con su espada en mano.
—¡No! —dijo Annabeth—. Lo necesitamos.
—Es un mortal. Tuvo suerte con las bolas de fuego, pero lo que no puede —contradijo él.
—Percy ¿sabes quiénes son ésos de ahí arriba? Son los toros de Cólquide, obra del mismísimo Hefesto; no podemos combatir con ellos sin el Filtro Solar FPS 50,000 de Medea, o acabaremos carbonizados.
—¿Qué cosa... de Medea?
—Es un filtro solar buenísimo, Annabeth me lo recomendó para mi alergia al sol —dije.
Annabeth hurgó en su mochila y soltó una maldición.
—Tenía un frasco de esencia de coco tropical en la mesilla de noche de mi casa. ¿Por qué no lo habré...?
—Ten, tengo uno aquí —Le tendí mi mochila y ella sacó la botella, nos aplicamos un poco rápidamente y le pusimos en el rostro y brazos a Percy que parecía haber chupado un limón.
—No voy a permitir que Tyson acabe frito.
—Percy...
—Tyson, mantente alejado, y ponte un poco de esto —dije yo cortando la discusión y dándole la botella—. Vamos.
Él intentó protestar, pero ya estábamos corriendo colina arriba, hacia Clarisse, que ordenaba a gritos a su patrulla que se colocara en formación de falange; era una buena idea. Los pocos que la escuchaban se alinearon hombro con hombro y juntaron sus escudos. Formaron un cerco de bronce erizado de lanzas que asomaban por encima como pinchos de puercoespín.
Por desgracia, Clarisse sólo había conseguido reunir a seis campistas; los otros cuatro seguían corriendo con el casco en llamas. Annabeth se apresuró a ayudarlos. Retó a uno de los toros para que la embistiera y luego se volvió invisible, lo cual dejó al monstruo completamente confundido.
El otro corría a embestir el cerco defensivo de Clarisse.
Apunté hacía él y disparé.
Pero la flecha dio contra el bronce y se desintegró sin hacerle nada. Solté una maldición en griego, eran criaturas animatrónicas, sin sentimientos que poder controlar ni piel a la cual dañar.
Apreté los dientes con furia, estaba enojada conmigo misma. Annabeth tenía razón, no podía siempre depender de mis flechas para todo. Necesitaba aprender a dominar una espada.
No podía hacer nada para ayudar en la pelea, así que decidí correr a intentar socorrer a los campistas que estaban heridos.
Tomé a uno que tenía la pierna totalmente quemada y lo ayudé a ponerse de pie, el chico soltó un quejido de dolor, apoyé todo el peso sobre mis hombros y lo guíe hacia la arboleda.
Había varios ahí, los chicos de la cabaña siete intentaban curarlos, pero era deficiente y bajo presión.
Vi a Lee envolviendo el brazo de una chica con una benda, a su lado había un niño de unos nueve o diez años, rubio y de ojos azules idéntico a él.
—¡Lee!
Él levantó la cabeza ante mi grito, y aunque intentó sonreír, se notaba que estaba preocupado.
—Hola, Dari —dijo terminando de vendar la herida de la chica—. Will, ayudala.
El niño asintió, con la seriedad de un adulto, se puso de pie y me ayudó a bajar al campista en el suelo. Rápidamente, tomó unas tijeras y cortó el pantalón del chico y se puso a limpiar la herida.
A lo lejos oía los gritos de batalla y destrozos que los toros provocaban.
—Dari, él es Will Solace, mi nuevo hermanito —murmuró Lee moviéndose a revisar a otro campista—. Will, ella es Darlene Backer, mi mejor amiga.
—Hola, Will —dije tomando ambrosía y dándole al chico que había traído. Él me sonrió y luego regresó su atención a la herida—. Iré a traer más heridos.
Ambos asintieron sin mirarme.
Me puse de pie y corrí hacia el valle, donde cada vez había más heridos y los toros seguían quemando todo a su paso.
—¡Detrás de ti!¡Cuidado!
El grito de Percy me heló la sangre.
Frente a mí, uno de los toros se estrelló contra el escudo de Clarisse, que salió despedida hacia atrás y aterrizó en una franja de terreno quemada y todavía llena de brasas. Después de tumbarla, el toro bombardeó a los demás héroes con su aliento ardiente y fundió sus escudos, dejándolos sin protección. Ellos arrojaron sus armas y echaron a correr, mientras el otro toro se dirigía hacia Clarisse para matarla.
Quería ayudarla, pero Percy corrió hacía ella primero.
Un chillido angustiado atrajo mi atención. Una niña pelirroja estaba escondida detrás de unos escombros, lloraba y tenía heridas por todo el rostro. Probablemente había quedado atrapada justo en medio cuando esos toros aparecieron.
Corrí hacia ella, esquivando el fuego que se extendía arrasando con todo.
Me agaché a su lado, y ella me miró con sus grandes ojos azules llenos de lágrimas. Estaba aterrada.
—Hey, tranquila —murmuré mirando por encima del hombro para ver que los toros estuvieran distraídos—. Vamos a sacarte de aquí. No dejaré que te pase nada.
—No puedo, me duele mucho —sollozó señalando el pie derecho. A pesar de estar cubierto por la media y las zapatillas, la zona se veía morada e hinchada.
Sentí el ruido de algo explotando a lo lejos y más gritos.
—Te llevaré —le dije ayudándola a ponerse de pie con dificultad. Me giré, y ella se trepó en mi espalda. Comencé a avanzar hacia la arboleda, esquivando el fuego, la niña seguía sollozando y temblando—. Soy Darlene, pero puedes decirme Dari. ¿Cómo te llamas? —pregunté tratando de distraerla.
—Kayla Knowels —respondió entre hipidos.
—¿Qué edad tienes, Kayla?
—Diez.
Estaba por seguir haciéndole preguntas tontas, cuando vi a uno de los toros arremetió violentamente contra Percy, que estaba arrodillado con un gesto de dolor en sus rasgos.
—¡Percy!
—¡Tyson, ayúdalo! —gritó Annabeth en alguna parte.
No muy lejos, cerca de la cima, Tyson gimió.
—¡No puedo... pasar!
—¡Yo, Annabeth Chase, te autorizo a entrar en el Campamento Mestizo!
Un trueno pareció sacudir la colina y, de repente, apareció Tyson como propulsado por un cañón.
—¡Percy necesita ayuda! —gritó.
Impactada, observé como Tyson se interponía entre el toro y Percy justo cuando el monstruo desataba una lluvia de fuego de proporciones nucleares.
—¡Tyson!
La explosión se arremolinó a su alrededor. Sólo se veía la silueta oscura de su cuerpo, y tuve la horrible certeza de que mi amigo acababa de convertirse en un montón de ceniza.
Sollocé, porque me sentía impotente por no poder ayudar más de lo que estaba haciendo. Pero cuando las llamas se extinguieron, Tyson seguía en pie, completamente ileso; ni siquiera sus ropas andrajosas se habían chamuscado.
Tyson cerró los puños y empezó a darle mamporros en el hocico.
—¡Vaca mala!
Sus puños abrieron un cráter en el morro de bronce y dos pequeñas columnas de fuego empezaron a salirle por las orejas. Tyson lo golpeó otra vez y el bronce se arrugó bajo su puño como si fuese chapa de aluminio. Ahora la cabeza del toro parecía una marioneta vuelta del revés como un guante.
—¡Abajo! —gritaba Tyson.
El toro se tambaleó y se derrumbó por fin sobre el lomo; sus patas se agitaron en el aire débilmente y su cabeza abollada empezó a humear.
En cuestión de minutos, Tyson había acabado con todo. Annabeth y yo nos acercamos corriendo a Percy para ver cómo estaba.
Tenía el tobillo herido, pero ella le dio de beber un poco de néctar olímpico de su cantimplora. En el aire se esparcía un olor a chamusquina que procedía de Percy. Se le habían chamuscado los vellos de los brazos.
—¿Y el otro toro? —preguntó.
Ella señaló hacia el pie de la colina. Clarisse se había ocupado de la Vaca Mala número dos. Le había atravesado la pata trasera con una lanza de bronce celestial. Ahora, con el hocico medio destrozado y un corte enorme en el flanco, intentaba moverse a cámara lenta y caminaba en círculo como un caballito de carrusel.
Clarisse se quitó el casco y vino a nuestro encuentro. Un mechón de su grasiento pelo castaño humeaba todavía, pero ella no parecía darse cuenta.
—¡Lo has estropeado todo! —le gritó—. ¡Lo tenía perfectamente controlado!
Yo no sabía qué decir, no entendía qué había pasado y todavía cargaba a una niña llorosa y herida en mi espalda.
—Yo también me alegro de verte, Clarisse.
—¡Argh! —gruñó ella—. ¡No vuelvas a intentar salvarme nunca más!
Kayla escondió el rostro en mi cabello, sollozando asustada por los gritos de la hija de Ares.
—Para ya —le dije molesta.
—Clarisse —dijo Annabeth—, tienes a varios campistas heridos.
Eso pareció devolverla a la realidad; incluso ella se preocupaba por los soldados bajo su mando.
—Vuelvo enseguida —masculló, y echó a caminar penosamente para evaluar los daños.
Miré a Tyson.
—No estás muerto.
Tyson bajó la mirada, como avergonzado.
—Lo siento. Quería ayudar. Les he desobedecido.
—Es culpa mía —dijo Annabeth—. No tenía alternativa, debía dejar que Tyson cruzara la línea para salvarte, si no, habrías acabado muerto.
—¿Dejarle cruzar la línea? Pero..
—¿Han observado a Tyson de cerca? Quiero decir, su cara; olvídense de la niebla y mírenlo de verdad.
Miré a Tyson a la cara; no era fácil. Me obligué a concentrarme en su enorme narizota bulbosa y luego, un poco más arriba, en sus ojos.
No, no en sus ojos.
En su ojo. Un enorme ojo marrón en mitad de la frente, con espesas pestañas y grandes lagrimones deslizándose por ambas mejillas.
—Tyson —tartamudeó Percy—, eres un...
Yo estaba boquiabierta.
—Un cíclope —confirmó Annabeth—. Casi un bebé, por su aspecto. Probablemente por esa razón no podía traspasar la línea mágica con tanta facilidad como los toros. Tyson es uno de los huérfanos sin techo.
—¿De los qué?
—Están en casi todas las grandes ciudades —dijo Annabeth con repugnancia—. Son... errores, hijos de los espíritus de la naturaleza y de los dioses; bueno, de un dios en particular, la mayor parte de las veces... Y no siempre salen bien. Nadie los quiere y acaban abandonados; enloquecen poco a poco en las calles. No sé cómo te habrás encontrado con éste, pero es evidente que le caes bien. Debemos llevarlo ante Quirón para que él decida qué hacer.
—Pero el fuego... ¿Cómo?
—Es un cíclope —dije recordando las historias. Annabeth a mi lado, hizo una mueca desagradable—. Trabajan en las fraguas de los dioses; son inmunes al fuego.
—¿Dari? —murmuró Kayla apoyado la cabeza en mi hombro.
Me di cuenta que esto podía esperar, tenía que llevar a Kayla con Lee para que la atendieran.
Además, la ladera de la colina seguía ardiendo y los heridos requerían atención. Y aún había dos toros de bronce escacharrados de los que había que deshacerse.
Clarisse regresó y se limpió el hollín de la frente.
—Jackson, si puedes sostenerte, ponte de pie. Tenemos que llevar a los heridos a la enfermería e informar a Tántalo de lo ocurrido.
—¿Tántalo?
—El director de actividades —aclaró Clarisse con impaciencia.
—El director de actividades es Quirón. Además, ¿dónde está Argos? Él es el jefe de seguridad. Debería estar aquí.
Clarisse puso cara avinagrada.
—Argos fue despedido. Ustedes tres han estado demasiado tiempo fuera. Las cosas han cambiado.
—Pero Quirón... Él lleva más de tres mil años enseñando a los chicos a combatir con monstruos; no puede haberse ido así, sin más. ¿Qué ha pasado?
—Eso ha pasado —espetó Clarisse.
Ella señaló el árbol de Thalia.
El árbol que antaño había sido una hija de Zeus y que ahora, tenía el papel de reforzar los límites mágicos del campamento, protegiéndolo contra los monstruos.
Un pino alto, verde y lleno de vida. Pero ahora sus agujas se habían vuelto amarillas; había un enorme montón esparcido en torno a la base del árbol. En el centro del tronco, a un metro de altura, se veía una marca del tamaño de un orificio de bala de donde rezumaba savia verde.
Fue como si un puñal de hielo me atravesara el pecho. Ahora comprendía por qué se hallaba en peligro el campamento: las fronteras mágicas habían empezado a fallar porque el árbol de Thalia se estaba muriendo.
Alguien lo había envenenado.
Chapter 6: 005.SOBRE CÓMO DESEARÍA CLAVAR UNA FLECHA EN LA GARGANTA DE UN IMBÉCIL
Chapter Text
DEJÉ A KAYLA AL CUIDADO DE LEE, QUE LA LLEVÓ A LA ENFERMERÍA.
Costó hacer que la niña me dejara ir, y solo dejó de llorar cuando le prometí que la visitaría más tarde.
—Llegó hoy —me dijo Michael mirándola con pena.
«Vaya bienvenida» pensé amargamente.
Cuando Percy mencionó esa mañana que Quirón había hablado con su madre y le había dicho que el campamento no era "un lugar tan seguro" casi me ahogo de la risa.
¿El campamento? ¿No es seguro?
Osea sí, no es quizá el lugar más seguro de la tierra considerando el rocódromo, las peleas con espadas y el bosque donde jugamos captura la bandera.
Y sí, el verano pasado un campista casi me mata apuñalándome en el cuello, pero esos son detalles menores a todo lo que nos puede pasar en el mundo mortal.
Lo que pasó con los toros fue una de esas experiencias uno en un millón, se supone que esas cosas no pasan en el campamento a no ser que alguien de adentro permita la entrada de los monstruos.
Sin embargo, con el árbol de Thalia envenenado no había duda de que pronto sería una constante.
Se sentía en el aire, la tensión y la preparación para el peligro, las ninfas estaban en el linde del bosque armadas, el bosque mismo se veía como enfermo, el cesped estaba amarillo y seco, y los campistas no estaban jugando o realizando las actividades normales, sino que se habían sentado en silencio sombrío mientras afilaban espadas o se movían de un lado a otro llevando mensajes o suministros médicos a la cabaña siete.
—Parece una escuela militar —me dijo Percy luego de dar una mirada al campamento.
—¿Sí?
—Fui a algunas.
El más fascinado era Tyson.
Todo el camino a la Casa Grande se la pasó preguntando por todo, Percy explicó pacientemente cada pregunta que hacía, y lo más dulce de todo, es que se maravilla con las cosas más pequeñas, viendo todo con los ojos de un niño pequeño.
Cuando llegamos, Quirón estaba en su apartamento escuchando música de los '60 mientras empacaba.
—¡Poni! —gritó Tyson asombrado al verlo.
—¿Cómo dice? —soltó Quirón ofendido.
—Quirón, ¿qué está pasando? No irás a marcharte, ¿verdad? —preguntó Annabeth con voz temblorosa luego de abrazarlo.
Podía entenderla, Quirón era como un segundo padre para ella. Yo también quería abrazarlo, le había tomado mucho cariño el tiempo que estuve aquí el año pasado, pero estaba más preocupada por su respuesta.
Quirón le alborotó el cabello y con una sonrisa bondadosa, respondió:
—Hola, niña. Darlene, Percy, mis dioses ¡Han crecido mucho este año!
—Clarisse ha dicho que tú...que te han...—murmuró Percy con la voz también temblorosa.
Yo no podía siquiera pensar en decir algo, desde que Clarisse nos había contado eso, sentía un nudo en el pecho, que en cualquier momento me pondría a llorar.
—Despedido. —Dijo con una chispa de humor negro—. Bueno, alguien debía cargar con la culpa porque el señor Zeus estaba sumamente disgustado. El árbol que creó con el espíritu de su hija, ¡envenenado!. El señor D tenía que castigar a alguien.
—¡No es justo! —sollocé, rompiéndome por primera vez desde que lo vimos.
Percy pasó su brazo por mis hombros, tratando de darme apoyo, pero podía sentir que él no estaba mejor que yo.
—A alguien que no fuera él —refunfuñó.
—¡Pero es una locura! —exclamó Annabeth—. ¡Tú no puedes haber tenido nada que ver con el envenenamiento del árbol de Thalia!
—Sin embargo —repuso Quirón suspirando—, algunos en el Olimpo ya no confían en mí, dadas las circunstancias.
—¿Qué circunstancias? —pregunté.
Su rostro se ensombreció. Metió en las alforjas un diccionario de Latín-Inglés, mientras la voz de Frank Sinatra seguía sonando en su equipo de música.
Tyson seguía contemplándolo, totalmente anonadado. Gimoteó como si quisiera acariciarle el lomo pero tuviera miedo de acercarse.
—¿Poni?
Quirón lo miró con desdén.
—¡Mi estimado cíclope! Soy un centauro.
—Quirón —dijo Percy—, ¿qué ha pasado con el árbol?.
Él meneó la cabeza tristemente.
—El veneno utilizado contra el pino de Thalia ha salido del inframundo, Percy. Una sustancia que ni siquiera yo había visto nunca; tiene que proceder de algún monstruo de las profundidades del Tártaro.
—Entonces, ya sabemos quién es el responsable. Cro...
—No invoquen el nombre del señor de los titanes, Percy. Especialmente aquí y ahora.
—¡Pero el verano pasado intentó provocar una guerra civil en el Olimpo! Esto tiene que ser idea suya; habrá utilizado al traidor de Luke para hacerlo.
—Quizá —dijo Quirón—, pero temo que me consideran responsable a mí porque no lo impedí ni puedo curar al árbol. Sólo le quedan unas semanas de vida. A menos...
—¿A menos que qué? —preguntó Annabeth.
—Nada. Una idea estúpida. El valle entero sufre la acción del veneno; las fronteras mágicas se están deteriorando y el campamento mismo agoniza. Sólo hay una fuente mágica con fuerza suficiente para revertir los efectos de ese veneno. Pero se perdió hace siglos.
—¿Qué es? —pregunté—. ¡Iremos a buscarla!
Quirón cerró las alforjas y pulsó el stop de su equipo de música. Luego se volvió, puso la mano en mi hombro y me miró a los ojos.
—Tienen que prometerme que no actuarán de manera irreflexiva —expresó negando con la cabeza, luego miró a Percy—. Ya le dije a tu madre que no quería que vinieras este verano, es demasiado peligroso. Pero ya que has venido, quédate, entrénate a fondo y aprende a pelear. Y no salgas de aquí.
—¿Por qué? —Preguntó—. ¡Quiero hacer algo! No puedo dejar que las fronteras acaben fallando. Todo el campamento será...
—Arrasado por los monstruos. —Terminó Quirón—. Sí, eso me temo. ¡Pero no debes dejarte llevar por una decisión precipitada! Podría ser una trampa del señor de los titanes. ¡Acuérdate del verano pasado! Por poco acaba tu vida.
La idea de que Cronos pudiera volver a la vida era para entrar en pánico. Luke estaba realmente demente si pensaba que la solución a su enojo era ayudarlo a destronar a los dioses.
Annabeth hacía esfuerzos para no llorar. Quirón le secó una lágrima de la mejilla.
—Permanece junto a Percy, niña, y mantenlo a salvo. La profecía... ¡acuérdate!
—S-sí, lo haré.
—¿Te refieres por casualidad a esa profecía súper peligrosa en la que yo aparezco, pero que los dioses os han prohibido que me contéis? —cuestionó Percy. Nadie respondió—. Está bien —dije entre dientes—, sólo era para asegurarme.
—Quirón...—dijo Annabeth—. Tú me contaste que los dioses te habían hecho inmortal sólo mientras fueses necesario para entrenar a los héroes; si te echan del campamento.
Pero Quirón no le respondió, sino que colocó una mano en su hombro y me hizo una señal para que me acercara a él también. Obedecí, y él nos miró a ambas con seriedad.
—Juren que harán todo lo que puedan para mantener a Percy fuera de peligro. —Insistió él—. Jurenlo por el río Estigio.
—Lo juro por el río Estigio —dijimos las dos.
Un trueno retumbó.
—Muy bien —dijo Quirón, al parecer más aliviado—, quizá recobre mi buen nombre y pueda volver. Hasta entonces, iré a visitar a mis parientes salvajes en los Everglades. Tal vez ellos conozcan algún antídoto contra el veneno que a mí se me ha olvidado. En todo caso, permaneceré en el exilio hasta que este asunto quede resuelto... de un modo u otro.
Annabeth ahogó un sollozo. Quirón le dio unas palmaditas en el hombro con cierta torpeza.
—Bueno, bueno, tengo que dejarlos en manos del señor D y del nuevo director de actividades. Esperemos... bueno, tal vez no destruyan el campamento tan deprisa como temo.
—¿Quién ese Tántalo, por cierto? —pregunto Percy—. ¿Y cómo se atreve a quitarte tu puesto?
—Es...
Estaba por responder su pregunta cuando una caracola resonó en todo el valle. No me había dado cuenta de lo tarde que se había hecho.
Era la hora de reunirse con todos los campistas para cenar.
—Vayan ya —dijo Quirón—. Lo conocerán en el pabellón —Nos miró a ambos antes de soltar un suspiro—. Me pondré en contacto con sus madres, y les contaré que están a salvo; a estas alturas deben de estar preocupadas. ¡Recuerda mi advertencia, Percy! Corres un grave peligro. ¡No creas ni por un instante que el señor de los titanes se ha olvidado de ti!
Y dicho esto, salió del apartamento y cruzó el vestíbulo con un redoble de cascos, mientras Tyson le gritaba:
—¡Poni, no te vayas!
Tyson empezó a llorar casi tan escandalosamente como Annabeth y yo. Percy intentó convencernos de que todo iría bien, pero era claro que ni él mismo se lo creía.
━━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━━
El sol se estaba poniendo tras el pabellón del comedor cuando los campistas salieron de sus cabañas y se encaminaron hacía allí. Nosotros los miramos desfilar mientras permanecíamos apoyados contra una columna de mármol.
Annabeth se hallaba aún muy afectada, pero prometió que más tarde vendría a hablar con nosotros y fue a reunirse con sus hermanos de la cabaña de Atenea.
Me despedí de Percy y Tyson, hipando y secándome las lágrimas que manchaban mis mejillas, corrí a reunirme con los de mi cabaña.
Pasé por al lado de Clarisse que iba encabezando el grupo de la cabaña de Ares. Llevaba un brazo en cabestrillo y se le veía un corte muy feo en la mejilla, pero aparte de eso su enfrentamiento con los toros de bronce no parecía haberla intimidado. Alguien le había pegado en la espalda un trozo de papel que ponía "¡Muuuu!" pero ninguno de sus compañeros se había molestado en decírselo.
Después del grupo de Ares venían los de la cabaña de Hefesto: seis chicos encabezados por su capitán, Charles Beckendorf. Le siguió Deméter y Apolo, y luego mi cabaña.
Silena me vio acercarme y me dio un fuerte abrazo tratando de animarme.
Luego de nosotros pasó la cabaña del señor D, también las náyades y los sátiros, y al final, la cabaña de Hermes.
Ahora que Luke ya no estaba y era un traidor, los hermanos Stoll, Travis y Connor eran los nuevos líderes.
El año pasado ellos habían intentado ayudarme con mi pequeño stand de amor, entregando por mí, las cartas de confesiones románticas que los campistas me daban para ayudarles a conseguir pareja. Por supuesto, lo habían hecho por un porcentaje de las ganancias, lástima que Quirón nos descubrió y nos lo prohibió.
—¿Cómo te fue con el libro? —me preguntó una de las hijas de Afrodita en cuanto estuvimos sentados.
Me sonrojé tanto que sentía la cara caliente, porque ahora tenía toda la atención de la mesa sobre mí.
—Cariño, deberías empezar a controlar esos nervios. —Se rió Silena.
El año anterior, les había contado que estaba planeando organizar un libro con cada uno de los campistas. Uno de dónde estuvieran los detalles más importantes que los llevaran a unirse a su pareja ideal. Me gusta conocer y cuidar el corazón de los demás, ayudarles a encontrar a la persona a la que esté destinada.
Ellos, emocionados, me habían alentado y dado consejos.
Noté que Percy y Tyson entraron en el comedor, atrayendo toda la atención y murmullos.
—¿Quién ha invitado a... eso? —murmuró el bruto de mi amigo en la mesa de Apolo. Molesta, tomé una cuchara y se la tiré a la cabeza—. ¡Ay!—. Michael me miró con el ceño fruncido mientras se soba la zona donde le dí.
—Vaya, vaya, pero si es Peter Johnson... lo único que me quedaba por ver en este milenio —dijo Dionisio desde la mesa principal. Percy se acercó a él, pero lo que hablaron ya no se escuchaba desde donde estaba.
Junto a Dionisio, en el sitio donde Quirón solía sentarse, había alguien que no había visto antes: un hombre pálido y espantosamente delgado con un raído mono naranja de presidiario. Bajo los ojos tenía sombras azuladas, las uñas muy sucias y el pelo gris cortado de forma desastrosa.
—¿Ese es Tántalo? —pregunté.
—Así es —respondió Silena—, el nuevo director de actividades, es un incordio.
Noté que Tántalo estiró la mano para tomar una copa, pero esta se derramó antes de que pudiera tocarla. Frustrado, tomó un tenedor e intentó pinchar el asado que había en un plato frente a él, pero este se deslizó por la mesa y luego saltó directamente a las ascuas del brasero.
—Supongo que aún tiene la maldición —comenté.
—Es lo único divertido, al menos es igual de miserable que nosotros teniendo que soportarlo el resto del día —dijo uno de los chicos.
Percy intercambió algunas palabras más con ellos, pero podía ver que cada segundo más en su presencia lo ponía más de malhumor, sobre todo por como miraban desdeñosamente a Tyson.
Finalmente, caminó solo hasta la mesa de Poseidón.
—Sabes, él no va a desaparecer si dejas de mirarlo cinco minutos —dijo burlona una de las chicas, los demás rieron y yo volví a sonrojarme.
Al final, todos nos pusimos de pie para entregar las ofrendas a los dioses. Arrojé un gran racimo de uvas y recé a papá y también a la señora Psique.
Eros me había dicho que quería presentarme a su esposa algún día, y yo no quería que me odiara, así que había comenzado a hacerle ofrendas a ella también.
Estábamos por empezar a comer, cuando Tántalo ordenó a un sátiro que hiciera sonar la caracola para llamar la atención y anunciarnos algo.
—Sí, bueno —dijo cuando se apagaron las conversaciones—, ¡otra comida estupenda! O eso me dicen. —Mientras hablaba, aproximó lentamente la mano a su plato, que habían vuelto a llenarle, como si la comida no fuera a darse cuenta, pero en cuanto estuvo a diez centímetros, salió otra vez disparada por la mesa—. En mi primer día de mando, quiero decir que estar aquí resulta un castigo muy agradable. A lo largo del verano espero torturar, quiero decir, interaccionar con cada uno de ustedes; todos tenéis pinta de ser nutri... eh, buenos chicos.
Dionisio aplaudió educadamente y los sátiros lo imitaron sin entusiasmo. Tyson seguía de pie ante la mesa principal con aire incómodo, pero cada vez que trataba de escabullirse, Tántalo lo obligaba a permanecer allí, a la vista de todos.
—¡Y ahora, algunos cambios! —Tántalo dirigió una sonrisa torcida a los campistas— ¡Vamos a instaurar otra vez las carreras de carros!
Un murmullo de excitación, de miedo e incredulidad, recorrió las mesas.
—Ya sé —prosiguió, alzando la voz—, que estas carreras fueron suspendidas hace unos años a causa, eh, de problemas técnicos.
—¡Tres muertes y veintiséis mutilaciones! —gritó alguien desde la mesa de Apolo.
—¡Sí, sí! —dijo Tántalo—. Pero estoy seguro de que todos coincidirán conmigo en celebrar la vuelta de esta tradición del campamento. Los conductores victoriosos obtendrán laureles dorados cada mes. ¡Mañana por la mañana pueden empezar a inscribirse los equipos! La primera carrera se celebrará dentro de tres días; los liberaremos de sus actividades secundarias para que puedan preparar los carros y elegir los caballos. Ah, no sé si he mencionado que la cabaña del equipo ganador se librará de las tareas domésticas durante todo un mes.
Hubo un estallido de conversaciones excitadas. Todos parecían emocionados por la perspectiva de un mes sin obligaciones de ningún tipo.
—¡Pero, señor! —dijo Clarisse. Parecía nerviosa, pero aun así se puso de pie para hablar desde la mesa de Ares—. ¿Qué pasará con los turnos de la patrulla? Quiero decir, si lo dejamos todo para preparar los carros.
—Ah, la heroína del día ¡La valerosa Clarisse, que ha vencido a los toros de bronce sin ayuda de nadie!
Clarisse parpadeó y luego se ruborizó.
—Bueno, yo no...
Y modesta, además. —Tántalo sonrió de oreja a oreja—. ¡No hay de qué preocuparse, querida! Esto es un campamento de verano. Estamos aquí para divertirnos, ¿verdad?
—Pero el árbol...
—Y ahora —dijo Tántalo, mientras varios compañeros de Clarisse tiraban de ella para que volviera a sentarse—, antes de continuar con la fogata y los cantos a coro, un pequeño asunto doméstico. Percy Jackson, Annabeth Chase y Darlene Backer han creído conveniente por algún motivo traer esto al campamento —dijo señalando con una mano a Tyson.
Un murmullo de inquietud se difundió entre los campistas y muchos se miraron de reojo. Tenía muchas ganas de clavarle una flecha en la garganta a Tántalo.
—Ahora bien, los cíclopes tienen fama de ser monstruos sedientos de sangre con una capacidad cerebral muy reducida. En circunstancias normales, soltaría a esta bestia para que la cazaran con antorchas y estacas afiladas, pero... ¿quién sabe?
Solté un jadeo horrorizada por lo que acababa de decir, deseé tener mi arco a mano. Silena, quizá notando mi furia, apoyó su mano sobre mi hombro tratando de calmarme.
—Quizá este cíclope no sea tan horrible como la mayoría de sus congéneres; mientras no demuestre que merece ser aniquilado, necesitamos un lugar donde meterlo —agregó—. He pensado en los establos, pero los caballos se pondrían nerviosos ¿Tal vez la cabaña de Hermes?
Se hizo un silencio en la mesa de Hermes. Travis y Connor experimentaron un repentino interés en los dibujos del mantel. Aunque quería gritarles, no podía culparlos. La cabaña Hermes siempre estaba llena hasta los topes. No había modo de acomodar allí dentro un cíclope de casi dos metros.
—Vamos —dijo Tántalo en tono de reproche—. El monstruo quizá pueda hacer tareas menores. ¿Alguna sugerencia sobre dónde podríamos meter a una bestia semejante?
De repente, todo el mundo ahogó un grito.
Tántalo se apartó de Tyson sobresaltado. Lo único que pude hacer fue mirar con incredulidad la brillante luz verde y la imagen holográfica que había aparecido sobre la cabeza de Tyson.
Girando sobre su cabeza había un tridente verde incandescente, el símbolo de Poseidón.
Hubo un momento de maravillado silencio.
—Oh no —murmuré, mirando preocupada a la mesa de Percy.
Estaba pálido y veía a Tyson con incredulidad.
Ser reconocido era un acontecimiento poco frecuente y algunos campistas lo aguardaban en vano toda su vida. Cuando Poseidón lo reconoció el verano anterior, todo el mundo se arrodilló con reverencia, pero esta vez, varios siguieron el ejemplo de Tántalo, que estalló en una gran carcajada.
—¡Bueno! Creo que ahora ya sabemos dónde meter a esta bestia. ¡Por los dioses, yo diría que incluso tiene un aire de familia!
La mayoría se reía. Tyson no pareció darse cuenta, estaba demasiado perplejo tratando de aplastar el tridente que ya empezaba a desvanecerse sobre su cabeza.
Era demasiado inocente para comprender por qué se reían de él y qué tan cruel pueden llegar a ser los seres humanos.
Chapter 7: 006.SOBRE APUESTAS QUE SUPERAN MI ENTENDIMIENTO
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ESA MISMA NOCHE, TYSON SE INSTALÓ EN LA CABAÑA DE POSEIDÓN.
Parecía muy emocionado, encantado con la idea de que Percy fuera su hermano mayor. Percy parecía estar en shock.
—No es que no me guste, es...solo es...—me dijo a la mañana siguiente cuando le pregunté cómo se sentía. Parecía tener un conflicto interno, no sabía si sentirse avergonzado porque ahora era hermano de un cíclope, o sentirse mal por avergonzarse de Tyson—, es incomodo. Sé que la mayoría de los cíclopes son hijos de Poseidón, leyó los mitos, pero nunca me puse a pensar que son...familia.
Y por supuesto, los comentarios y burlas de los campistas no ayudaron en nada.
—¡No es mi hermano de verdad! —se quejaba cuando Tyson no estaba cerca—. Es más bien un hermanastro del lado monstruoso de la familia. Como... un hermanastro de segundo grado, o algo así.
Yo negaba la cabeza, algo decepcionado por su comportamiento. Tyson no tenía la culpa de nada, pero también podía entender que no era nada fácil adaptarse a los cambios de esa magnitud.
Annabeth y yo intentamos hacer lo posible para que se sintiera mejor.
Ella le propuso presentarse juntos a la carrera de carros, yo me enteré un día después. Me sentí molesta, ambos me habían vuelto a dejar de lado.
Lee y Michael me propusieron participar con ellos luego de escucharme despotricar una hora. Les dije que sí, me gustaba hacer cosas con ellos, y ya teníamos experiencia trabajando juntos.
Y fue la mejor decisión, porque como siempre me pasaba cuando estaba con ellos, olvidaba todos mis problemas.
Fue así como me enteré de la apuesta.
Una tarde, nos habíamos puesto a trabajar aprovechando que Will y Kayla —quién había resultado ser otra hija de Apolo y ya estaba como nueva luego de una ración de ambrosía—, tenían una clase de canotaje. Ambos niños se habían pegado a nosotros y nos seguían a todos lados, y eso dificultaba un poco el trabajar en el carro.
Estabamos decidiendo de qué color pintar el carro, Michael quería amarillo y yo rojo, cuando unos campistas de Hermes pasaron por nuestro lado y soltaron silbidos burlones hacia Mike.
Él se puso rojo, y tiró el pincel que había estado sosteniendo.
—¡Píntalo como quieras! —gritó marchándose.
—Y eso? —pregunté anonadada.
Lee se rio.
—No es nada, solo está siendo tonto —respondió, pero al ver mi mirada soltó un suspiro—. Algunos creen que ustedes dos pasan tanto tiempo discutiendo por todo lo que harían una bonita pareja.
Quedé boca abierta. Cual pez.
—¿Q-Qué?
—Es que...digamos que todo el campamento los shippea —agregó aguantándose las risas por mi cara—. Es más, tenemos una apuesta sobre cuánto tardarán en admitir que se gustan, si hasta casi parecen Romeo y Julieta versión griega.
No voy a mentir. Estaba como MUY sonrojada.
—¡Romeo y Julieta terminan muertos! —espeté alterada—. ¡Si iban a emparejarnos, al menos hubieran elegido una pareja más romántica para compararnos!
—Entonces, ¿admites que podrían ser una buena pareja?
—¡No, solo amigos somos! —chillé, seguro que tengo la cara como tomate—. Además, a mí me gusta Percy.
—Ya sé, no es como si trataras de esconderlo, creo que él es el único que no se ha dado cuenta —dijo rodando los ojos.
Miré hacia todos lados, esperando no verlo cerca, y al no ver a nadie, susurré:
—¿Por eso Michael me ha estado viendo raro desde que llegué?
—Sep, se entró hace unas semanas y no sabe cómo manejarlo. —Respondió—. Mike no sabe manejar algunas situaciones que superan sus emociones.
—Esta apuesta supera mi entendimiento —murmuré perturbada.
Mike era un muy buen amigo mío, del tipo con el que discutes siempre, pero sabes que siempre estará para apoyarte.
El verano pasado, después de que ambos nos habíamos disculpado por todas las peleas que habíamos tenido desde que nos conocimos, habíamos pasado mucho tiempo juntos, y aunque seguíamos discutiendo, eras discusiones más divertidas que ofensivas. Y durante el año, habíamos mantenido los tres el contacto, hablando por correo electrónico y llamándonos siempre.
Michael y Lee eran mis mejores amigos, de un modo en que no podía ser con Percy, porque no tenía ningún tipo de afecto romántico por ellos, porque podía contarles todo sin guardarme mis sentimientos por miedo a hacer todo incómodo.
Les había tomado mucho cariño a ambos al punto de que me costaba imaginar mi vida sin ellos.
Así que esta apuesta no tenía ni pies ni cabeza para mí, y aunque podía entender por qué todos pensaban que podíamos ser una pareja, lo que no entendía era cómo Lee podía ser parte de esto.
¿Cómo podía apostar a que habría un momento en que su hermano y yo seríamos una pareja, si él sabía que me gustaba Percy?
Tenía la sensación de que había algo que faltaba en la ecuación que yo no sabía, pero Lee se negó a seguir contándome.
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—¿Quieres que participemos juntos en la carrera?
Estábamos en la cima de la Colina Mestiza, descansando después de un día agitado de entrenamiento. Era la primera vez desde que llegamos al campamento que estábamos a solas.
—Percy, la carrera es mañana —solté con tono seco—. ¿No crees que es un poco tarde para que me una a ustedes? Seguro que ya lo tienen todo hecho y sabes que a Annabeth no le va a gustar si no colaboro.
Él me miró, sorprendido por la manera en que había respondido. Creo que era la primera vez que le contestaba así de mal, pero enserio me había molestado que ni él ni Annabeth me tomaran en cuenta para participar.
Así que sí, estaba siendo mezquina, pero no podía pedirme que participara con ellos un día antes de la carrera, como si de repente se hubiera acordado que yo también era su amiga.
—A ella no le importará —dijo con un tono algo rencoroso—, porque no está en nuestro equipo.
Ahora era yo la sorprendida.
—¿Qué pasó?
—Discutimos.
—¿Ajá sobre qué?
—Sobre...Tyson.
— ¿Qué pasa con Tyson? —cuestioné con el ceño fruncido.
—A Annabeth parece no gustarle, o al menos no los cíclopes en general.
Había notado que ella parecía ponerse tensa e irritable cuando Tyson se le acercaba demasiado.
—Debe tener sus razones para que no le gusten, los mitos de los cíclopes no los pintan muy amigables —dije tratando de defenderla, aunque a mi también me molestaba su actitud—, pero de todas maneras debería darle una oportunidad de conocerlo antes de juzgarlo. Tyson es un amor, no merece que lo traten así.
Percy se sonrojó, y supe que mis palabras le habían afectado, porque él también se había estado portando mal con Tyson.
—Debería pedirle perdón ¿verdad? —murmuró en voz baja.
—No creo que se haya dado cuenta, pero al menos podrías dejar de negarlo como tu hermano frente a todos —respondí—. Como hijos de los dioses, sabemos lo mucho que duele ser negado por tu familia hasta que les conviene reconocerte.
Sé que estaba siendo un poco dura con él, pero también sabía que él necesitaba escuchar esto.
Percy asintió, y luego me sentí decepcionado.
«Ay no puedo estar molesta si me sonríes así» pensé como tonta enamorada.
—Gracias, Dari; tus consejos siempre me ayudan —dijo empujándome por el hombro.
—Entonces, ¿vas a participar solo?
—Más o menos, Tyson me está ayudando en la construcción, pero creo que correré solo —respondió—, ¿quieres que corramos juntos?
«Entonces sí me lo pidió porque Annabeth lo dejó colgado» pensé dolida.
—No puedo, participo con Lee y Michael —dice.
Él me miró con pena, dándose cuenta de que yo tenía razón. Era muy tarde para pedirmelo.
—Ah.
Me sentí mal por eso. Estaba por decirle que quizás, la próxima carrera podíamos hacerla juntos, pero él decidió cambiar de tema.
—Tyson se lleva muy bien con Beckendorf.
—¿De verdad?
—Sí, se lo lleva con él a la armería y le está enseñando a trabajar el metal —me contó—. Dice que en un periquete conseguirá que Tyson forje instrumentos mágicos como un maestro.
—Eso es genial, me alegra mucho por Tyson.
Y eso fue todo, nos quedamos sin temas de conversación. Era muy incómodo.
—Después del almuerzo tuve un entrenamiento de espadas con los de Apolo —dijo de repente—. Creo que me pasé, les di una verdadera paliza sin esuerzo.
—¿Qué es esto? Percy Jackson, ¿desde cuándo eres arrogante? —cuestioné divertida.
Sabía por experiencia que los de Apolo no eran tan buenos con las espadas, yo tampoco; pero era divertido de verlos perder, porque a veces eran unos verdaderos presumidos.
—Creo que no le agrado a Michael Yew.
—¿Por qué lo dices?
—Bueno, estaba muy enojada cuando peleé contra él. Luego, cuando estábamos entrenando con el arco, se obsesionó con vencerme.
—Y supongo que te destrozó —dije pinchándolo con el dedo.
Él se rió, porque ambos sabíamos que seguía siendo un desastre con el arco, no congeniaban de ninguna forma.
—Pero lo que me lo dejó en claro, fue que cuando me venció, algunos de sus hermanos se rieron y dijeron algo de subir las apuestas y Michael se marchó furioso murmurando "estúpido hijo de Poseidón".—siguió contando—. ¿De qué se trata todo eso de las apuestas?
—¡No es nada! —Me sonrojé.
¡Iba a matar a los Stoll!
Había estado investigando. Me había enterado que ellos habían comenzado esa ridícula apuesta después de que le rompí la naríz a Michael el año pasado; e iba a vengarme de ellos.
También había descubierto, bastante sorprendida debo decir, que incluso Luke había apostado en su momento.
Que vergüenza, hasta el tipo que quiso matarme estuvo shippeando con uno de mis mejores amigos.
Decidí que era momento de cambiar nuevamente de tema.
Miré a lo lejos, donde el árbol de Thalía agonizaba. Las ninfas iban y venían mientras le cantaban al pino. Los sátiros traían sus flautas de caña y tocaban melodías mágicas y, durante un rato, las agujas del pino parecían mejorar. Las flores de la colina tenían también un olor más dulce y la hierba reverdecía, pero cuando la música se detenía, la enfermedad se adueñaba otra vez de la atmósfera.
La entera colina parecía infectada, como si el veneno que había llegado a las raíces del árbol estuviera matándolo todo.
—Crees que fue culpa de Luke?
—No tengo dudas —espetó irritado mirando la cicatriz con forma de asterisco en su mano, donde el escorpión del abismo lo había picado—. Sigo recordando lo que me dijo antes de intentar matarme: «Adiós, Percy. Se avecina una nueva Edad de Oro, pero tú no formarás parte de ella.» Mientras más tiempo perdemos, más peligro corremos.
Asentí de acuerdo con él, pero estábamos sujetos a las órdenes de Dionisio, y él a las de Zeus. No podíamos hacer nada salvo rezar que todo saliera bien.
Chapter 8: 007.SOBRE PALOMAS ASESINAS
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LA MAÑANA DE LA CARRERA HACÍA CALOR Y MUCHA HUMEDAD.
Una niebla baja se deslizaba pegada al suelo como vapor de sauna. En los árboles se habían posado miles de pájaros: gruesas palomas blancas y grises, aunque no emitían el arrullo típico de su especie, sino una especie de chirrido metálico bastante desagradable.
La pista de la carrera había sido trazada en un prado de hierba situado entre el campo de tiro y los bosques.
La cabaña de Hefesto había utilizado los toros de bronce, domesticados por completo desde que les habían machacado la cabeza, para aplanar una pista oval en cuestión de minutos.
Había gradas de piedra para los espectadores: Tántalo, los sátiros, algunas ninfas y todos los campistas que no participaban. El señor D no apareció.
Nuestro carro, al final fue blanco con detalles dorados, y pintamos un corazón muy rojo detrás una lira.
¿La parte más bonita? Los chicos me dejaron ponerle mucho brillo rojo.
Estaba discutiendo con Michael sobre quién conduciría mientras Lee miraba el cielo con cansancio, cuando vi llegar a Percy y Tyson con su carro. Era azul y blanco, con un dibujo de olas a ambos lados y un tridente pintado en la parte delantera.
—¡Hola, chicos! —saludé acercándome a ellos.
—¡¿Backer a dónde vas?! ¡No me dejes hablando solo! —gritó Michael, pero lo ignoré.
—Hola, Dari —saludó Tyson emocionado.
—Les quedó increíble —comenté.
—Tyson hizo las partes de metal en la forja de la armería, y yo lijé las maderas y lo armé todo. Y después de todo el trabajo, me pareció justo que Tyson corra conmigo.
—Creo que es muy dulce —respondí apoyando mi mano sobre su brazo—, estoy orgullosa de ti.
—Gracias, Dari —dijo sonriendo.
—¡Backer, deja de confraternizar con el enemigo! —gritó Michael desde arriba del carro.
—¡Cierra la boca, imbécil! —le grité de vuelta.
—¡Mueve el culo, la carrera ya va a empezar!
Percy parecía hacer esfuerzos para no reírse.
—Será mejor que me vaya, o ese ridículo no dejará de chillar —dije rodando los ojos.
Él asintió, y se puso serio antes de mirar a ver si había alguien cerca.
—Cuando acabe la carrera necesito hablar contigo, soñé con Grover.
—¿Con Grover? —repetí como lela, pero la verdad me tomó por sorpresa.
—Sí, me dijo que necesita ayuda.
—¡Backer!
—¡Ya voy! —le grité al tonto que tengo por amigo, y luego miré a Percy—. Haremos un plan, iremos a buscarlo.
—Sabía que dirías eso.
—¡Backer si no vienes aquí ahora mismo...!
—¡Si no cierras el pico voy tirarte al lago!
Me despedí de los dos hijos de Poseidón deseándoles suerte y que ganara el mejor. No les dije que mi equipo tenía las intenciones de aniquilar a todos.
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—¡Muy bien! —anunció Tántalo cuando los equipos empezaron a congregarse en la pista—. Ya conocen las reglas: una pista de cuatrocientos metros, dos vueltas para ganar y dos caballos por carro. Cada equipo consta de un conductor y un guerrero. Las armas están permitidas y es de esperar que haya juego sucio. ¡Pero traten de no matar a nadie! —Tántalo nos sonrió como si fuéramos unos chicos traviesos—. Cualquier muerte tendrá un severo castigo. ¡Una semana sin malvaviscos con chocolate en la hoguera del campamento! ¡Y ahora, a los carros!
Primeros estaban los de Hefestos, con Beckendorf como auriga, tirado por caballos autómatas mágicos. No tenía dudas de que le hubieran puesto toda clase de trampas mortales. Le seguían los de Ares, tirado por dos horripilantes esqueletos de caballo.
Clarisse subió con jabalinas, bolas con púas, abrojos metálicos y un montón más de cacharros muy desagradables.
El carro de Apolo, era todo de oro y lo tiraban dos hermosos palominos de pelaje dorado, cola y crin blanca. Su guerrero estaba armado con un arco, y al igual que nosotros, no pensaban usar flechas normales contra los conductores rivales.
Luego venía el de Hermes, era verde y tenía un aire anticuado, como si no hubiese salido del garaje en años. No parecía tener nada de especial, pero lo manejaban los hermanos Stoll y era seguro que esos dos iban a hacer de lo peor.
El nuestro les seguía. A los de la cabaña siete no les había gustado nada que su capitán y segundo al mando hicieran equipo conmigo, pero ellos les dijeron que si ganábamos, pedirían el premio para la cabaña siete y diez.
Entonces aceptaron por la doble oportunidad de ganar.
Luego seguían los de Atenea, Annabeth era una de las participantes. Percy y Tyson los últimos.
Percy se acercó a hablar con ella, pero parecía que volvieron a discutir.
—¡Competidores! —gritó Tántalo—. ¡A sus puestos!
Lee había decidido quedarse en las gradas, dijo que independientemente de quién manejara y quién defendiera, Michael y yo éramos un equipo de temer. Ambos éramos muy competitivos, así que cuando trabajabamos juntos, arrazabamos con todo.
—Yo manejaré —dije subiéndome—. Mis flechas no necesitan de mis poderes para ser disparadas, las tuyas sí.
Él asintió, y se colgó el carcaj lleno de las flechas de los dos.
«Papá y Apolo se arrancarían el cabello si nos vieran».
Tomé las riendas y llevé el carro hasta la línea de salida.
Mientras los carros se alineaban, en el bosque se iban reuniendo más palomas de ojos relucientes. Chillaban tanto que los campistas de la tribuna empezaron a mirar nerviosamente los árboles, que temblaban bajo el peso de tantos pájaros.
Tántalo no parecía preocupado, pero tuvo que levantar la voz para hacerse oír entre aquel bullicio.
—¡Aurigas! —gritó—. ¡A sus marcas!
Hizo un movimiento con la mano y dio la señal de partida. Los carros cobraron vida con estruendo.
Los cascos retumbaron sobre la tierra y la multitud estalló en gritos y vítores.
Casi de inmediato se oyó un estrépito muy feo. Miré atrás justo a tiempo de ver cómo volcaba el carro de Apolo; el de Hermes lo había embestido; tal vez sin querer, o tal vez no. Sus ocupantes habían saltado, pero los caballos aterrorizados, siguieron arrastrando el carro de oro y cruzando la pista diagonal. Travis y Connor Stoll, los del Hermes, se regocijaron de su buena suerte.
—Hijos de puta —gruñó Michael mirándolos enojado.
—¡Eh, esa boca!
Los Stoll siguieron riendo, hasta que los caballos de Apolo chocaron con los suyos y su carro voló también, dejando en medio del polvo un montón de madera astillada y cuatro caballos encabritados.
Dos carros fuera de combate en los primeros metros.
—¡Ja! Karma —dijo mi acompañante ahora divertido.
Volví a centrarme en la cabeza de la carrera. Íbamos a buen ritmo, por delante de Ares, estabamos por dar la primera vuelta, detrás Annabeth nos pisaba los talones y un poco más atrás, Percy.
Avanzábamos tan deprisa que apenas oíamos ni veíamos nada. Hicimos el primer giro con las ruedas chirriando y el carro a punto de volcar, Annabeth se acercaba a toda velocidad y Michael tensó el arco para dispararles cuando se produjo un gran griterío.
Miles de palomas se lanzaban en tromba contra los espectadores de las gradas y los demás carros. Beckendorf estaba completamente rodeado. Su guerrero intentaba ahuyentarlas a manotazos, pero no veía nada. El carro viró, se salió de la pista y corrió por los campos de fresas con sus caballos mecánicos echando humo.
En el carro de Ares, Clarisse dio órdenes a gritos a su guerrero, que cubrió de inmediato la canastilla con una malla de camuflaje. Los pájaros se arremolinaron alrededor, picoteando y arañando las manos del tipo, que trataba de mantener la malla en su sitio. Clarisse se limitó a apretar los dientes y siguió conduciendo.
—¡Disparales! —le grité a Michael mientras pegaba manotazos intentando apartarlas de mi vista.
—¡Eso intento! —me gritó imitándome.
Nuestro carro se sacudió violentamente, si no nos deteníamos íbamos a volcar.
Tensé las correas y los caballos redujeron la velocidad hasta detenerse.
Los espectadores no tenían tanta suerte. Los pájaros atacaban contra cualquier trozo de carne que hubiese a la vista y sembraban el pánico por todas partes. Ahora que estaban más cerca, resultaba evidente que no eran palomas normales; sus ojos pequeños y redondos brillaban de un modo maligno, sus picos eran de bronce y, a juzgar por los gritos de los campistas, afiladisimos.
—¡Pájaros del Estínfalo! —gritó Annabeth corriendo al lado de Percy—. ¡Si no logramos ahuyentarlos, picotearán a todo el mundo hasta los huesos!
No supe qué le respondió, pero giraron hacia las tribunas.
—¡Héroes, a las armas! —soltó la hija de Atenea. Pero no creo que muchos la oyeran entre los rechinantes graznidos y el caos general.
Transformé mi brazalete en mi precioso arco, y Michael puso el carcaj en el suelo. Ambos tomamos una flecha, y cubriéndonos las espaldas, comenzamos a disparar a las palomas. Lee corrió hacia nosotros, seguido por sus hermanos, siendo severamente picados.
Algunas palomas que recibían los impactos, se disolvían en una explosión de polvo y plumas. Pero quedaban miles aún y era difícil darles a todas cuando volaban alocadas sin rumbo fijo.
—¿Salen huyendo? ¡La lucha está aquí, cobardes! —escuché gritar a Clarisse desde la línea de meta. Desenvainó su espada y se fue hacia las tribunas.
En la pista se veían carros en llamas y campistas heridos corriendo en todas direcciones, mientras los pájaros destrozaban la ropa y arrancaban el pelo. Entretanto, Tántalo perseguía pasteles de hojaldre por las tribunas gritando de vez en cuando:
—¡Todo está bajo control! ¡No hay de qué preocuparse!
Vi a Percy y Annabeth deteniéndose en la línea de meta. Cargaban un enorme equipo de música, que Annabeth preparó. Percy apretó PLAY y se puso en marcha el disco favorito de Quirón: Grandes éxitos de Dean Martín.
El aire se llenó de pronto de violines y una pandilla de tipos gimiendo en italiano.
Las palomas demonio se volvieron completamente locas. Empezaron a volar en círculo y a chocar entre ellas como si quisieran aplastarse sus propios sesos. Enseguida abandonaron la pista y se elevaron hacia el cielo, convertidas en una enorme nube oscura.
—¡Ahora! —gritó Annabeth—. ¡Arqueros!
Con un blanco bien definido, la unidad de arqueros teníamos una puntería impecable. La mayoría sabíamos disparar cinco o seis flechas al mismo tiempo. En unos minutos, el suelo estaba cubierto de palomas con pico de bronce muertas, y las supervivientes ya no eran más que una lejana columna de humo en el horizonte.
El campamento estaba salvado, pero los daños eran muy serios; la mayoría de los carros habían sido totalmente destruidos. Casi todo el mundo estaba herido y sangraba a causa de los múltiples picotazos, y las chicas de la cabaña de Afrodita chillaban histéricas porque les habían arruinado sus peinados y rajados sus vestidos.
Solté un fuerte suspiro, amaba a mis compañeras de cabaña, pero a veces eran estresantes.
—¡Bravo! —exclamó Tántalo, pero sin mirar a Annabeth y a Percy—. ¡Ya tenemos al primer ganador!—. Caminó hasta la línea de meta y le entregó los laureles dorados a Clarisse, que lo miraba estupefacta. Luego se volvió hacia Percy con una sonrisa—. Y ahora, vamos a castigar a los alborotadores que han interrumpido la carrera.
Chapter 9: 008.SOBRE VELLOCINOS SANADORES Y DIRECTORES NEFÁSTOS
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SEGÚN TÁNTALO, LOS PÁJAROS DEL ESTÍNFALO ESTABAN EN EL BOSQUE OCUPADOS EN SUS PROPIOS ASUNTOS Y NO NOS HABRÍAN ATACADO SI ANNABETH, TYSON Y PERCY NO LOS HUBIERAN MOLESTADO CON SU MANERA DE CONDUCIR LOS CARROS.
Aquello era tan rematadamente injusto, Percy le dijo que se fuera a perseguir donuts a otra parte, cosa que no ayudó a mejorar las cosas.
Yo también quise quejarme, y estaba a dos pasos de dispararle a Tántalo, pero Lee y Michael no me dejaron. Los condenó a los tres a fregar platos y cacharros toda la tarde en el sótano con las arpías de la limpieza.
Las arpías lavaban con lava para obtener aquel brillo súper limpio y acabar con el 99,9% de los gérmenes. Así que Annabeth y Percy tenían que ponerse delantal y guantes de asbesto, y soportar durante horas aquel trabajo peligroso y sofocante, especialmente porque había toneladas de platos extra.
Tántalo había encargado a la hora del almuerzo un banquete especial para celebrar la victoria de Clarisse: una comida muy completa que incluía pájaros del Estínfalo fritos a la paisana.
Mientras ellos cumplían con su castigo, me senté bajo un árbol con mis amigos de la cabaña siete.
Lee intentaba enseñarle a tocar una lira a Kayla, y Will se había tumbado sobre mis piernas quedándose dormido mientras le acariciaba el cabello.
—Lo vas a convertir en un mimado —dijo Michael.
—Déjame, está chiquito —repliqué.
Lee murmuró algo que no alcancé a escuchar, pero se ganó un golpe de su hermano.
—Dari, ¿mañana podemos entrenar juntas? —preguntó Kayla con los ojos brillantes.
—Yo puedo entrenar contigo, Kay —dijo Michael tomando un mechón pelirrojo de su hermana y dándole un pequeño tirón.
La niña soltó un chillido furioso y lo apartó de un manotazo. Había aprendido que odiaba mucho que le tocaran el cabello.
—¡Le pregunté a Darlene!
Nos reímos de la cara ofendida de Michael, Lee se inclinó cerca de mí y me dijo en voz baja:
—Creo que eres más su hermana que nosotros.
Y era verdad. Kayla se había apegado demasiado a mí en los días que llevaba en el campamento. Al parecer, haberla salvado de un ataque de toros mecánicos escupefuegos justo el mismo día en que llegó al campamento, me había convertido en su heroína.
Aunque en mi opinión yo no había hecho gran cosa.
—Claro que podemos, Kay —le dije sonriendo.
Ella sonrió como si le hubiera prometido bajarle una estrella del firmamento, y volvió su atención a la lira que estaba sosteniendo. Lee me dio una sonrisa y gesticuló para que solo yo entendiera: "Gracias".
Miré todo el campamento y mi vista se clavó en el nuevo director de actividades.
—Apenas llevo cuatro días aquí y ya no soporto a ese tipo —dije mirando a lo lejos como Tántalo conversaba con unas ninfas—. ¿Cómo aguantaron un mes?
—Fingiendo que no existe —respondieron a la vez.
Estaba por hacer un comentario sobre lo difícil que se hace ignorarlo, cuando vi a Percy a lo lejos haciendo unas señas para que me acercara.
—Yo...recordé que tengo que hacer algo —dije tomando la cabeza de Will y colocándola suavemente en el piso.
Sus hermanos me miraron con curiosidad, y salí corriendo antes de que pudieran preguntarme qué era eso tan urgente.
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—¿El Vellocino de Oro?
Percy acababa de contarme su sueño, había hablado de eso con Annabeth durante el castigo y ahora quería ponerme al tanto.
—Ajá, ¿conoces la historia?
—Sí, Europa y Cadmo, dos hijos de Zeus, iban a ser sacrificados y le rogaron a su padre ayuda. Zeus les envió el carnero alado con lana de oro para que los trasladara de Grecia a Cólquide.
—Y Europa se cayó en el camino -agregó con pesar.
—Pobre Europa.
—Eso pensé, Annabeth dice que a nadie le importa esa parte de la historia.
—Seguro que Europa tendría algo que decir a eso —dije conteniendo la risa. No debería reírme porque si es horrible por la pobre Europa, pero eso ocurrió hace más de dos mil años—. Bueno, entonces al llegar a Cólquide, Cadmo ofrendó a los dioses la lana del carnero, la colgó en un árbol y dio prosperidad a esas tierras. No pasaban males, se dice que revitaliza la tierra donde esté. Cura la enfermedad, fortalece la naturaleza, limpia la polución atmosférica
—A veces olvido lo mucho que sabes de mitología.
—Años de convivir con un profesor de historia antigua que tiene una nieta semidiosa griega —dije sonriendo.
—La cosa es, que sí ese vellocino existe podría curar el árbol de Thalia y reforzaría las fronteras del campamento.
—¡Eso sería genial, Percy! —exclamé sorprendida—. ¿Y crees que Grover lo encontró?
Él asintió.
—Podemos rescatar a Grover, y también salvar el campamento al mismo tiempo —dijo, aunque sus palabras sonaban firmes, su mirada era dudosa—. Aunque podría ser una trampa, pero no tenemos muchas opciones.
—Entonces, ¿a dónde vamos?
—¿Vas a venir con nosotros?
Asentí.
—El año pasado me prometiste que iríamos juntos en tu siguiente misión —le recordé—. Voy a dónde vayas.
Percy sonrió.
«Ay Percy no sonrías que me matas».
—Gracias por ser tan buena amiga, Dari. Annabeth dice que al Mar de los Monstruos.
—¿Qué mar es ese?
No recordaba ningún mar con ese nombre de mis clases con el abuelo, pero probablemente se tratara de esas cosas que se saben solo si perteneces al mundo de los dioses.
—Es el mar que cruzan todos los héroes en sus aventuras. Annabeth me dijo que estaba en el Mediterráneo, pero, como todo lo demás, ha cambiado de posición a medida que el centro de poder occidental se desplazaba.
«Como que ultimamente Annabeth está en todas nuestras conversaciones».
—Entiendo, como el monte Olimpo, que ahora está encima del Empire State pero, ¿a dónde se movió el mar?
—En el Triángulo de las Bermudas.
Mi abuelo va a alucinar cuando le cuente esto.
—Ok, el Triángulo de las Bermudas —repetí pensando en que iba a necesitar una buena dotación de flechas—. Una pequeña isla perdida en el mar infestado de los monstruos más peligrosos que han habitado los océanos, ¿cuándo nos vamos?
—Necesitamos la autorización de Tántalo, vamos a decírselo esta noche al calor de la hoguera, delante de todo el mundo. El campamento entero lo oirá, lo presionarán entre todos y no será capaz de negarse.
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En la fogata de aquella noche, la cabaña de Apolo dirigía los cantos a coro. Trataban de levantar el ánimo general, pero no era fácil tras el ataque de aquellos pajarracos.
Estábamos sentados en el semicírculo de gradas de piedra, cantando sin gran entusiasmo y contemplando cómo ardía la hoguera mientras los chicos de Apolo nos acompañaban con sus guitarras y liras.
Sonreí enternecida al ver al pequeño Will sentado al lado de sus hermanos mayores. Lee me dijo, con gran orgullo, que la especialidad del niño era la medicina.
Cantamos todas las canciones clásicas de campamento. La hoguera estaba encantada y, cuanto más fuerte cantábamos, más alto se elevaban sus llamas; cambiaba de color, y también la intensidad de su calor, según nuestro estado de ánimo. En una buena noche la había visto alcanzar una altura de seis metros, con un color púrpura deslumbrante, y desprender un calor tan tremendo que toda la primera fila de malvaviscos se había incendiado.
Aquella noche, en cambio, las llamas sólo alcanzaban un metro, apenas calentaban y tenían un color polvoriento.
Dionisio se retiró temprano. Tras aguantar unas cuantas canciones, farfulló que hasta las partidas de pinacle con Quirón eran más divertidas, le lanzó una mirada desagradable a Tántalo y se encaminó a la Casa Grande.
Cuando hubo sonado la última canción, Tántalo exclamó—: ¡Bueno, bueno! ¡Ha sido precioso!
Echó mano de un malvavisco asado ensartado en un palo y se dispuso a hincarle el diente en plan informal, pero antes de que pudiese tocarlo, el malvavisco salió volando. Tántalo intentó atraparlo a la desesperada, pero el malvavisco se quitó la vida arrojándose a las llamas.
Él se volvió hacia nosotros con una fría sonrisa.
—Y ahora, veamos los horarios de mañana.
—Señor —interrumpió Percy.
Le entró una especie de tic en el ojo.
—¿Nuestro pinche de cocina tiene algo que decir?
Algunos chicos de Ares reprimieron una risita, pero Percy los ignoró y se puso de pie, nos miró a Annabeth y a mí, ambas lo imitamos.
—Tenemos una idea para salvar el campamento —dijo ella.
Silencio sepulcral. Había conseguido despertar el interés de todo el mundo, y las llamas de la hoguera adquirieron un tono amarillo brillante.
—Sí, claro —dijo Tántalo en tono insulso—. Bueno, si tiene algo que ver con carros.
—El Vellocino de Oro. Sabemos dónde está.
Las llamas se volvieron anaranjadas. Antes de que Tántalo pudiera responder, Percy contó de un tirón su sueño sobre Grover y la isla de Polifemo. Annabeth intervino para recordar los efectos que producía el Vellocino de Oro.
—El Vellocino puede salvar el campamento —concluyó—. Estoy completamente segura.
—Tonterías —dijo Tántalo—. No necesitamos ninguna salvación.
—¿Es una broma? —espeté, este tipo me alteraba los nervios.
Todo el mundo lo miró fijamente hasta que empezó a sentirse incómodo.
—Además —añadió ignorándome—, ¿el Mar de los Monstruos? No parece una pista muy exacta que digamos; no sabrían ni por dónde empezar a buscar.
—Sí, sí, lo sé —dijo Percy.
Annabeth se inclinó para preguntarle algo en voz baja. Él asintió confiado.
—30, 31, 75, 12.
—Muy bien. Gracias por compartir con nosotros esas cifras inútiles —dijo Tántalo con tono aburrido.
—Son coordenadas de navegación. Latitud y longitud. Lo estudié, eh... en sociales.
—30 grados, 31 minutos norte; 75 grados, 12 minutos oeste —dijo Annabeth sorprendida—. ¡Tiene razón! Las Hermanas Grises nos dieron las coordenadas. Debe de caer en algún punto del Atlántico frente a las costas de Florida; el Mar de los Monstruos. ¡Hemos de emprender una operación de búsqueda!
—Un momento —dijo Tántalo.
Pero todos los campistas se pusieron a corear:
—¡Una búsqueda! ¡Una búsqueda!
Las llamas se alzaron aún más.
—No hace falta —insistió Tántalo.
—¡Una búsqueda! ¡Una búsqueda!
—¡Está bien! —gritó Tántalo, los ojos llameantes de furia—. ¿Quieren que autorice una operación de búsqueda, mocosos?
—¡Sí!
—Muy bien. —Asintió—. Daré mi autorización para que un héroe emprenda esa peligrosa travesía, recupere el Vellocino de Oro y lo traiga al campamento, o para que muera en el intento. Permitiré que nuestro héroe consulte al Oráculo —anunció Tántalo—. Y que elija dos compañeros de viaje. Creo que la elección del héroe es obvia.
Miró a Percy y a Annabeth fijamente.
El corazón se me alborotó de la emoción. Sería mi primera misión de héroes. No iba a permitir que Tántalo me asustara. Iba a seguir a Percy a dónde fuera que él fuera y esta vez nadie me detendría.
—Ese héroe tiene que ser alguien que se haya ganado el respeto de todos, que haya demostrado sus recursos en las carreras de carros y su valentía en la defensa del campamento. ¡Tú dirigirás la búsqueda... Clarisse!
El fuego chisporroteó con un millar de colores diferentes. La cabaña de Ares empezó a patear el suelo y estalló en vítores:
—¡Clarisse! ¡Clarisse!
Ella se puso en pie, atónita. Tragó saliva y su pecho se hinchó de orgullo.
—¡Acepto la misión!
—¡Un momento! —gritó Percy—. Grover es mi amigo; fui yo quien lo soñé. El sueño me llegó a mí.
—¡Siéntate! —aulló un campista de Ares—. ¡Tú ya tuviste tu oportunidad el verano pasado!
—¡Sí! ¡Lo que quiere es ser otra vez el centro de atención! -dijo otro.
Clarisse le lanzó una mirada fulminante.
—¡Acepto la misión! —repitió—. ¡Yo, Clarisse, hija de Ares, salvaré el Campamento Mestizo!
Los de Ares la vitorearon aún con más fuerza. Annabeth y yo protestamos, y los demás campistas de Atenea y Apolo se sumaron a su protesta. Todo el mundo empezó a tomar partido, a gritar y discutir y a tirarse malvaviscos; temí que aquello fuera a convertirse en una batalla de malvaviscos asados con todas las de la ley.
—¡Silencio, mocosos! —gritó Tántalo. Su tono me dejó pasmada incluso a mí—. ¡Siéntense! -ordenó—. Y les contaré una historia de fantasmas.
No sabía qué se proponía, pero todos volvimos a sentarnos a regañadientes.
—Erase una vez un rey mortal muy querido por los dioses. Ese rey incluso tenía derecho a participar en los festines del monte Olimpo. Pero un día trató de llevarse un poco de néctar y ambrosía a la Tierra para averiguar la receta, sólo una bolsita, a decir verdad, y entonces los dioses lo castigaron. ¡Le cerraron la puerta de sus salones para siempre! Su propia gente se mofaba de él, incluso sus hijos le reprendían su acción. Sí, campistas, tenía unos hijos horribles. ¡Mocosos como ustedes!
Señaló con un dedo encorvado a unos cuantos de la audiencia, Percy, Annabeth y a mí entre ellos, por supuesto.
—¿Saben lo que les hizo a aquellos niños ingratos? —preguntó en voz baja—. ¿Saben cómo se vengó de los dioses por ese castigo tan cruel? Invitó a los Olímpicos a un festín en su palacio, para demostrarles que no les guardaba rencor. Nadie notó la ausencia de sus hijos, y cuando sirvió la cena a los dioses, mis queridos campistas, ¿adivinan lo que había en el guiso?
Nadie se atrevió a responder. La hoguera adquirió un resplandor azul oscuro y arrojó un brillo maligno al rostro torcido de Tántalo.
Yo sabía la respuesta. Era una abominación, un acto nefasto que lo había condenado hasta hoy en día.
—Ah, los dioses lo castigaron en la vida de ultratumba —gruñó—. Vaya si lo hicieron; pero él también gozó de su momento, ¿no es verdad? Sus niños no volvieron a replicarle más ni tampoco a cuestionar su autoridad. ¿Y saben qué? Corren rumores de que el espíritu de aquel rey mora en este mismo campamento, a la espera de una oportunidad para vengarse de los niños ingratos y rebeldes. Así pues... ¿alguna otra queja antes de dejar que Clarisse emprenda su búsqueda?
Silencio.
Tántalo le hizo un gesto con la cabeza.
—El Oráculo, querida. Vamos.
Clarisse se removió inquieta, como si ni siquiera ella deseara la gloria si había de ser el precio de convertirse en su mascota.
—Señor.
—¡Ven! —gruñó él. Ella esbozó una torpe reverencia y se apresuró hacia la Casa Grande—. ¿Y tú, Percy Jackson? —preguntó—. ¿Ningún comentario de nuestro lavaplatos?—. Percy no dijo nada—. Muy bien. Y dejen que les recuerde a todos: nadie sale de este campamento sin mi permiso. Quien lo intente... bueno, si sobrevive al intento, será expulsado para siempre, pero ni siquiera hará falta llegar a ese punto. Las arpías montarán guardia de ahora en adelante para reforzar el toque de queda. ¡Y siempre están hambrientas! Buenas noches, estimados campistas, duerman bien.
Hizo un gesto con la mano y la hoguera se extinguió. Los campistas desfilaron en la oscuridad hacia sus cabañas.
Chapter 10: 009.SOBRE VIAJES ACUATICOS EN PONIS PEZ
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ESTABA FURIOSA. ESTA ERA NUESTRA MISIÓN.
Percy era quién había tenido las visiones de Grover, era a él a quién las Grayas le habían dado las coordenadas, era Annabeth quién había tenido la idea de usar Vellocino para salvar al campamento.
Y yo...bueno, yo iría a dónde sea que ellos fueran, porque había prometido por el río Estigio que haría lo que fuera para proteger a Percy, y porque ambos eran muy importantes para mí, no volvería a permitir que me prohibieran ir de misión con ellos.
Éramos un equipo, y así nos quedaríamos.
Todos estaban dormidos, ya era bastante tarde, pero no podía dormir. Sentía algo extraño en el ambiente. Miré el pequeño espejo que Eros me había dado, de vez en cuando, unos ojos rojos resplandecían en el reflejo. Papá siempre me cuidaba.
Levanté la vista, y observé el campamento a través de la ventana, había luna llena y el ruido del oleaje era arrullador. Percibía la cálida fragancia de los campos de fresas y oía las risas de las ninfas, que perseguían a los búhos por el bosque.
Una figura se desplazaba en la noche, cuidando que nadie la descubriera.
Entorné los ojos, salir a hurtadillas después del toque de queda iba contra las normas también. Si te atrapaban, o bien te meterías en un lío, o serías devorado por las arpías, debía haber una razón de mucho peso para que Annabeth saliera en la noche.
Tomé mi abrigo y salí de la cabaña tras ella.
Annabeth se dirigía hacia la zona más cercana al lago, la cabaña de Poseidón estaba a oscuras, pero no dudó en golpear de todas maneras.
—Annabeth —murmuré sorprendiéndola.
Ella se giró hacia mí.
—Dari, ¿qué...?
—Te vi por la ventana, supuse que algo había pasado para que te arriesgaras a romper el toque de queda.
Annabeth asintió.
—Necesito saber qué hará Percy. Ambas lo conocemos, Dari, él no se quedará tranquilo con las órdenes de Tántalo.
—Lo sé, y tiene razones para sentirse así, él...
La puerta se abrió en ese momento y fue Tyson quién nos recibió. Se notaba que había estado dormido, estaba algo desorientado y restregándose el ojo.
—¿Dari, Annabeth?
Annabeth se estremeció y se apartó.
—¿Podrías despertar a Percy?
Tyson miró dentro de la cabaña, y luego nos miró confundido.
—No está.
—¿Cómo que no está? —cuestioné.
Pero antes de que Tyson pudiera responder, un grito resonó en la noche tranquila.
—¡Ayuda!
Nos miramos sorprendidos, era la voz de Percy y venía del bosque.
—¡Nos atacan! —volvió a gritar a lo lejos.
Annabeth no necesitó más, salió corriendo mientras sacaba su espada.
—Mierda, vamos —dije empujando a Tyson para que la siguiéramos.
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Lo encontramos en el borde del mar, observando las olas.
—¿Qué ocurre? —preguntó Annabeth—. ¡Te oímos pidiendo socorro!
—¡Y yo! —dijo Tyson—. Gritabas: ¡Nos atacan cosas malas!
Percy nos dio una mirada extraña, como si no pudiera terminar de comprender lo que sea que hubiera pasado.
—Yo no los he llamado. Estoy bien.
—Pero entonces, ¿quién...? —Me fijé en los cuatro petates amarillos y luego en el termo y el bote de vitaminas que tenía en la mano—. ¿Y eso?
—Escuchen —dijo Percy—. No tenemos tiempo.
Nos contó su conversación con Hermes. Para cuando terminó, ya empezaba a oírse un chillido a lo lejos: era la patrulla de arpías, que habían olfateado nuestro rastro.
—Percy —dijo Annabeth—, tenemos que emprender esta misión.
—Nos expulsaran. Créeme, soy todo un experto en lo de ser expulsado.
—¿Y qué? —Solté cruzándome de brazos—. Si fracasamos tampoco habrá campamento al que regresar.
—Sí, pero le prometieron a Quirón....
—Le prometimos que te mantendríamos fuera de peligro. ¡Y sólo podemos hacerlo yendo contigo! Tyson puede quedarse y explicarles.
—Yo quiero ir.
—No. —La voz de Annabeth parecía rozar el pánico—. Quiero decir. . . Vamos, Percy, tú sabes que no puede ser.
—¿Y por qué no? —dije irritada, me preguntaba por qué estaba tan resentida con los cíclopes, obviamente había una razón, pero no tenía por qué tratar a Tyson así cuando él nunca le había hecho nada—. No podemos dejarlo aquí, Tántalo se desquitará con él por nuestra marcha.
Los dos miramos a Percy, esperando que él tomara la última palabra a favor de una o la otra.
Percy me miró, tal vez recordando la conversación que habíamos tenido antes de la carrera, miró a su hermano y supe que él también se había dado cuenta que Tyson podría sernos de ayuda.
—Percy —dijo Annabeth, tratando de mantener la calma—. ¡Vamos a la isla de Polifemo! Y Polifemo es un "ese", "i", "ce"... Digo, un "ce", "i", "ce"..."
Pateó el suelo con frustración; por muy inteligente que fuera, también era disléxica y tenía accesos agudos. No podríamos haber pasado allí la noche mientras trataba de deletrear la palabra "cíclope".
—Bueno, ya sabes a qué me refiero.
—Tyson puede venir si quiere -sentenció al final.
Tyson aplaudió.
—¡Quiero!
Annabeth nos echó una mirada furibunda, pero supongo que sabía que ninguno cambiaría de opinión.
—Está bien —dije—. ¿Cómo vamos a subir a ese barco?
—Hermes dijo que mi padre me ayudaría.
—¿Y bien, sesos de alga? ¿Qué esperas?
Se metió al agua y comenzó a balbucear—: Hum, ¿papá? ¿Cómo va todo?
Casi me ahogo de risa.
—¡Percy! —cuchicheó Annabeth—. ¡Esto es urgente!
—Necesitamos tu ayuda —dijo levantando un poco la voz—. Tenemos que subir a ese barco antes de que nos devoren y tal, así que...
Al principio no pasó nada. Las olas siguieron estrellándose contra la orilla como siempre. Las arpías sonaban como si ya estuvieran detrás de las dunas. Entonces, a unos cien metros mar adentro, surgieron cuatro líneas blancas en la superficie. Se movían muy deprisa hacia la orilla, como las tres uñas de una garra rasgando el océano.
Al acercarse más, el oleaje se abrió y la cabeza de cuatro caballos blancos surgió entre la espuma.
Tyson contuvo el aliento.
—¡Ponis pez!
Eran hermosos, aquellas criaturas solo tenían de caballo la parte de delante; por detrás, su cuerpo era plateado como el de un pez, con escamas relucientes y una aleta posterior con los colores del arco iris.
—¡Hipocampos! —dijo Annabeth—. Son preciosos.
El que estaba más cerca relinchó agradecido y rozó a Annabeth con el hocico.
—Ya los admiraremos luego —dijo Percy—. ¡Vamos!
—¡Ahí están! —chilló una voz a nuestra espalda—. ¡Niños malos fuera de las cabañas! ¡La hora del aperitivo para las arpías afortunadas!
Había cinco de ellas revoloteando en la cima de las dunas: pequeñas brujas rollizas con la cara demacrada, garras afiladas y unas alas ligeras y demasiado pequeñas para su cuerpo. Parecían camareras de cafetería en miniatura cruzadas con pingüinos; no eran muy rápidas, gracias a los dioses, pero sí muy crueles si llegaban a atraparte.
—¡Tyson! —grité—. ¡Agarra un petate! —Él seguía mirando boquiabierto a los hipocampos—. ¡Tyson!
—¿Eh?
—¡Vamos!
Entre los tres conseguimos que se moviera. Tomamos las bolsas y montamos en los hipocampos.
—¡Arre! —exclamó Percy. El hipocampo dio media vuelta y se zambulló entre las olas. nosotros.
Las arpías nos lanzaban maldiciones y aullaban reclamando su aperitivo, pero los hipocampos se deslizaban por el agua a la velocidad de una moto acuática y enseguida las dejamos atrás. Muy pronto la orilla del Campamento Mestizo no fue más que una mancha oscura.
Me preguntaba si volvería a verlo de nuevo. Pero en aquel momento tenía otros problemas en que pensar. Mar adentro, empezaba a vislumbrarse el crucero, nuestro pasaporte hacia Florida y el Mar de los Monstruos.
Montar un hipocampo no es tarea fácil, corríamos con el viento de cara, sorteando las olas que nos daban de lleno, tragué agua varias veces y estuve apunto de caerme otras tantas.
A medida que nos acercábamos al crucero, me fui dando cuenta de lo enorme que era.
Sentí como si estuviese mirando un rascacielos en Manhattan desde abajo; el casco, de un blanco impecable, tenía al menos diez pisos de altura y estaba rematado con una docena de cubiertas a distintos niveles, cada una de ellas con sus miradores y sus ojos de buey profusamente iluminados.
El nombre del barco estaba pintado junto a la proa con unas letras negras iluminadas por un foco. Me llevó unos cuantos segundos descifrarlo: Princesa Andrómeda.
—¿Cómo vamos a subir a bordo? —gritó Annabeth para hacerse oír entre el fragor de las olas.
Pero los hipocampos parecían saber lo que queríamos; se deslizaron hacia el lado de estribor del barco, cruzando sin dificultad su enorme estela, y se detuvieron junto a una escala de mano suspendida de la borda.
—Ustedes primero -nos dijo a Annabeth y a mí.
Ella se echó al hombro el petate y se agarró al último peldaño. Cuando se hubo encaramado, su hipocampo soltó un relincho de despedida y se sumergió en el agua. Annabeth empezó a ascender. Yo aguardé a que subiera varios peldaños y la seguí.
La escala conducía a una cubierta de servicio llena de botes salvavidas de color amarillos.
Unos segundos después Percy y Tyson estaban a bordo con nosotras. Había una doble puerta cerrada con llave que Annabeth logró abrir con su cuchillo y una buena dosis de maldiciones en griego antiguo.
Pensaba que tendríamos que movernos a escondidas, ya que éramos polizones, pero después de recorrer unos cuantos pasillos y de asomarnos por un mirador al enorme paseo principal flanqueado de tiendas cerradas, empecé a comprender que no había razón para esconderse de nadie.
—Es un barco fantasma —murmuró Percy.
—No —dijo Tyson, jugueteando con la correa de su petate—. Mal olor.
Annabeth frunció el ceño.
—Yo no huelo nada.
—Yo tampoco —comenté encogiéndome de hombros.
—Los cíclopes son como los sátiros —dijo Percy—. Huelen a los monstruos. ¿No es así, Tyson?
Él asintió, nervioso. Ahora que estábamos fuera del Campamento Mestizo, la niebla volvía a hacer que viera su cara distorsionada. Si no me concentraba mucho, me parecía que tenía dos ojos y no uno.
—Está bien —dijo Annabeth—. ¿Qué hueles exactamente?
—Algo malo —respondió Tyson.
—Fantástico —refunfuñó ella—. Eso lo aclara todo.
—¡Oye! —sisé enojada—. Dejalo en paz, estará confundido.
Annabeth me dio una mirada furiosa, pero no dijo nada más.
Salimos al exterior en la cubierta de la piscina. Había filas de tumbonas vacías y un bar cerrado con una cortinilla metálica. El agua de la piscina tenía un resplandor misterioso y chapoteaba con un rítmico vaivén por el movimiento del barco.
—Necesitamos un escondite —dijo Percy—. Algún sitio seguro donde dormir.
—Sí, dormir —repitió Annabeth, también agotada. Yo solo me limite a bostezar.
Exploramos unos cuantos corredores más, hasta que dimos con una suite vacía en el nivel nueve.
La puerta estaba abierta, cosa que me pareció rara. En la mesa había una cesta de golosinas de chocolate y en la mesilla de noche una botella de sidra refrescándose en un cubo de hielo. Sobre la almohada, un caramelo de menta y una nota manuscrita: "¡Disfrute del crucero!"
Abrimos nuestros petates por primera vez y descubrimos que Hermes realmente había pensado en todo: mudas de ropa, artículos de tocador, víveres, una bolsita de plástico con dinero y también una bolsa de cuero llena de dracmas de oro. Incluso se había acordado de poner el paquete de hule de Tyson, con sus herramientas y piezas metálicas, mi carcaj y la gorra de invisibilidad de Annabeth, lo cual contribuyó a que los tres nos sintiéramos mucho mejor.
—Nosotras iremos a la habitación de al lado —dijo Annabeth—. No beban ni coman nada, chicos.
—¿Piensas que este lugar está encantado?
Ella frunció el ceño.
—No lo sé. Hay algo que no encaja... Ten con cuidado.
Ambas hicimos el viaje a nuestro camarote en silencio, y al entrar Annabeth trabó la puerta con llave.
Dejé mi carcaj a un costado y me acosté, Annabeth se sentó en la cama frente a mí, mirándome seriamente.
—¿Qué?
—Sé que piensas que soy cruel con Tyson —dijo—. Tengo mis razones, los cíclopes no son de fiar.
—Me lo imaginé —respondí—, sé que los cíclopes no son de fiar, conozco todos los mitos y en ninguno son buenos—. Ella asintió—. Pero sigue sin ser motivo para actuar así con él. Estás actuando basada en el prejuicio, y eso nunca acaba bien. Conocí a Tyson casi un año entero antes de saber que era un cíclope, y nunca hizo nada para hacerme sentir miedo.
—Aún es un niño, quizá todavía no...
—Exacto, es un niño —recalqué—, y los niños siempre pueden ser educados. Ya sabes, naturaleza vs crianza. Quizá los cíclopes sólo necesitan un poco de amor y comprensión para no convertirse en crueles monstruos come humanos.
—¿Amor y comprensión? —preguntó ella sonriendo.
—All you need is love —tarareé, y Annabeth me arrojó una almohada.
—Pss eres peor que las tarjetas de San Valentín de las estaciones de gasolina.
Fue agradable poder tener un momento así, en todo el tiempo que nos conocíamos, nunca habíamos tenido una misión juntas, y era la primera vez que teníamos algo cercano a una pijamada.
Eso sin contar que estábamos escondidas en un barco enemigo y que si nos descubrían, probablemente nos matarían.
Al final, nos venció el cansancio y nos quedamos dormidas.
Chapter 11: 010.SOBRE CUMPLIR PROMESAS AL RÍO ESTIGIO
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
ME DESPERTÉ CON EL RUIDO DE LA SIRENA Y LA VOZ POR PARLANTE DE UN TIPO CON ACENTO AUSTRALIANO EXCESIVAMENTE ALEGRE PARA MI GUSTO.
«Que mal que me caen las personas así de contentas a primera hora» pensé levantándome.
—¡Buenos días, señores pasajeros! Hoy pasaremos todo el día en el mar. ¡El tiempo es excelente para bailar mambo junto a la piscina!
—¿Y si cuelgo del asta al del parlante? —pregunté irritada. Annabeth nego divertida.
—No olviden el bingo de un millón de dólares en el salón Kraken, a la una de la tarde. Y para nuestros invitados especiales, ¡ejercicios de destripamiento en la galería Promenade!
Annabeth ya estaba en pie y frunció el ceño ante aquellas palabras, como si estuviera tratando de descifrarlas.
—¿Escuché bien?
Ella se encogió de hombros.
Ambas salimos de nuestra suite y nos dirigimos a la de los chicos, ella entró primero.
—¿Ejercicios de destripamiento? —preguntó. Los chicos no estaban tampoco seguros.
En cuanto estuvimos todos vestidos, nos aventuramos por el barco y descubrimos asombrados que había más gente. Nadie nos preguntó quiénes éramos. Nadie nos prestaba atención. Pero había algo que no encajaba.
Una familia que iba a darse el baño pasó por nuestro lado, el padre le dijo a los hijos:
—Estamos de crucero. Nos estamos divirtiendo.
—Sí —dijeron al unísono los niños con expresión vacía—. Nos lo estamos pasando bomba. Vamos a nadar a la piscina.
Y siguieron su camino.
—Buenos días —nos dijo un tripulante de ojos vidriosos—. Nos lo estamos pasando muy bien a bordo del Princesa Andrómeda. Que tengan un buen día. —Y pasó de largo.
—Chicos, esto es muy raro —susurró Annabeth—. Están todos en una especie de trance.
Al pasar frente a una cafetería, vimos al primer monstruo.
Era un perro del infierno, un mastín negro con las patas delanteras subidas al buffet y el hocico enterrado en una fuente de huevos revueltos.
Lo raro era esto: había una pareja de mediana edad en la cola del buffet, justo detrás del perro del infierno, esperando con paciencia su turno para servirse huevos revueltos...
Ellos no parecían notar nada anormal.
—Ya no tengo hambre —murmuró Tyson.
Antes de que pudiéramos responder, se oyó una voz de reptil al fondo del pasillo.
—Sseiss máss sse nos unieron ayer.
Annabeth gesticuló frenéticamente hacia el escondite más cercano el lavabo de mujeres y los cuatro nos abalanzamos a su interior.
Dos criaturas se deslizaron frente a la puerta del baño con un ruido como de papel de lija sobre linóleo.
—Sssí —dijo una segunda voz de reptil—. Él losss atrae. Pronto ssse volverá muy fuerte.
Se deslizaron hacia la cafetería con un siseo glacial como el de una serpiente.
Annabeth nos miró—. Tenemos que salir de aquí.
—¿Crees que me gusta estar en el lavabo de señoras?
—¡Quiere decir del barco, Percy! —dije rodando los ojos—. Tenemos que salir del barco.
—Huele mal —asintió Tyson—. Y los perros se comen todos los huevos. Annabeth tiene razón, tenemos que salir del baño y del barco.
Entonces se oyó otra voz fuera, una que me generó una impresionante violencia.
—Sólo es cuestión de tiempo. ¡No me presiones, Agrius!
Era Luke, su voz era inconfundible.
—¡No te estoy presionando! —refunfuñó el tal Agrius. Su voz era más grave y sonaba más furiosa.
—Lo único que digo es que si esta jugada no resulta...
—¡Resultará! —replicó Luke—. Morderán el anzuelo. Y ahora, vamos, tenemos que ir a la suite del almirantazgo y echar un vistazo al ataúd.
Sus voces se perdieron por el fondo del pasillo.
Tyson dijo en un susurro—: ¿Nos vamos ahora?"
Nosotros tres nos miramos y llegamos a un acuerdo silencioso.
—No podemos —le dijo Percy a Tyson.
—Tenemos que averiguar qué se propone Luke. —Asintió Annabeth.
—Y si es posible, le damos una buena paliza, lo encadenamos y lo llevamos a rastras al Olimpo —agregué.
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Nos detuvimos en nuestra cabina el tiempo suficiente para tomar nuestras cosas. Pensamos que pasara lo que pasara, no íbamos a quedarnos otra noche a bordo del barco de crucero zombi, aunque tuvieran un millón de dólares de bingo.
Me aseguré de que mi espejo estuviera bien guardado en el abrigo, me cargué mi carcaj a la espalda y le pedí a Annabeth que me prestara uno de sus cuchillos.
«Al menos así no estaré tan limitada».
Pasamos furtivamente por los pasillos, seguimos las señales de ESTÁS AQUÍ de la nave hacia la suite del Almirantazgo. Annabeth exploraba antes, invisible. Nos escondíamos cada vez que alguien pasaba, pero la mayoría de las personas que vimos eran sólo pasajeros zombi con los ojos vidriosos.
A medida que subíamos por la escalera hasta la cubierta trece, donde la suite del almirantazgo se suponía que estaba, Annabeth siseó:
—¡Escóndanse! —y nos metió en un armario de suministro.
Escuché a un par de chicos que venían por el pasillo.
—¿Viste el dragón aetopiano en la bodega de carga? —dijo uno de ellos.
El otro se rió.
—Sí, es impresionante.
—He oído que tiene dos más por venir —dijo la voz familiar—. Siguen llegando a este ritmo, oh, hombre¡no hay competencia!
Las voces se desvanecieron por el pasillo.
—¡Ese fue Chris Rodríguez! —Annabeth se quitó el gorro y se volvió visible—. ¿Se acuerdan? De la Cabaña Once.
Sí, Chris era uno de los chicos no reclamados que estaban en la cabaña once, también fue uno de los que intentó sacarme porcentaje de mis ganancias con el stand del amor al repartir algunas tarjetas.
Me dí cuenta que Chris no estaba este año en el campamento.
—¿Qué estaba haciendo otro mestizo aquí? —preguntó Percy.
Annabeth sacudió la cabeza, claramente preocupada.
Seguimos bajando por el corredor. No necesitaba mapas para saber que estábamos cerca de Luke. Sentía algo frío y desagradable la presencia del mal.
Annabeth se detuvo de repente.
—Miren.
Se puso de pie delante de una pared de cristal mirando hacia el cañón de varios pisos que pasaba por el centro de la nave. En el fondo había un paseo a un centro comercial lleno de tiendas pero eso no es lo que había llamado la atención de Annabeth.
Un grupo de monstruos se habían reunido frente a la tienda de dulces: una docena de gigantes Lestrigones como los que me había atacado con bolas de fuego, dos cerberos, y unas pocas criaturas aún más extrañas hembras humanoides con colas de serpiente dobles en lugar de piernas.
—Scythian Dracaenae —Annabeth susurró.
—Mujeres dragón —dije.
Los monstruos hicieron un semicírculo en torno a un joven con armadura griega que estaba cortando a un maniquí de paja. Se me hizo un nudo en la garganta cuando me di cuenta que el maniquí usaba una camisa del Campamento mestizo. Vimos como el chico en la armadura apuñalaba al maniquí a través de su vientre y lo arrancó hacia arriba. Voló por todas partes. Los monstruos aplaudían y gritaban.
Annabeth se apartó de la ventana. Su rostro estaba pálido.
—Vamos —dije—. Cuanto antes encontremos a Luke, mejor.
Al final del pasillo, había puertas de roble doble que parecía que conducían a alguna parte importante. Cuando estábamos a unos diez metros, Tyson se detuvo.
—Voces de dentro.
—¿Puedes oír desde tan lejos? —Le pregunté.
Tyson cerró los ojos como si estuviera concentrándose mucho. Entonces, su voz cambió, convirtiéndose en una aproximación ronca de Luke.
Nos repitió palabra por palabra todo lo que escuchaba, era claramente Luke y alguien más, una chica.
Hablaban sobre su plan de envenenar el árbol; sin embargo se detuvieron abruptamente.
Demasiado tarde, nos dimos cuenta de lo que estaba sucediendo.
Las puertas del camarote se abrieron de golpe y ahí estaba Luke, flanqueado por dos gigantes melenudos armados con jabalinas, sus puntas de bronce apuntando a la derecha de nuestros pechos.
—Pero si son mis primos favoritos —dijo Luke con una sonrisa torcida—. Vamos adentro.
Nos llevó a un camarote de enormes ventanas a lo largo de toda la pared del fondo, dándonos una vista a la popa del barco. Era una suite bastante lujosa, sin embargo, lo que se llevaba toda la atención era un cofre de oro, un sarcofago con escenas de griego antiguo grabadas, las ciudades antiguas en llamas y héroes muertos de formas horribles.
Había una chica sentada en una esquina, no tenía ni idea de quién era.
Tenía el cabello rojo con destellos rubios, casi parecía como si estuviera hecho de fuego, largo hasta la cintura, y rapado en el costado derecho. Sus ojos cafés parecían aburridos mientras limpiaba una espada bastante grande y afilada.
—Bueno —dijo Luke, abriendo los brazos con orgullo—. Un poco mejor que la cabaña once, ¿eh?
Había cambiado desde el verano pasado. En vez de bermudas y una camiseta, llevaba una camisa, pantalón caqui y mocasines de cuero. Su pelo rubio, que solía ser tan rebelde, estaba ahora corto.
Parecía todo un villano malvado de película adolescente, atractivo e hijo de puta.
—Siéntense —nos dijo. Agitó la mano y cuatro sillas de comedor aparecieron en el centro de la habitación.
Ninguno obedeció.
Los grandes amigos de Luke seguían apuntando sus lanzas hacia nosotros. Parecían gemelos, pero no eran humanos.
—¿Dónde están mis modales? —dijo Luke suavemente—. Ella es mi mano derecha, Alessandra Olimpia. Nos conocimos hace un tiempo y ha sido de gran ayuda en cada una de mis misiones, lastima que no la conocí cuando robé el rayo, hubiera sido muy útil.
—Ojalá tu fueras más útil, ya estás bastante grandecito para necesitar niñera, Castellan —comentó la chica con tono seco. Me dí cuenta de que era a quién habíamos escuchado hablar con él hacía unos minutos.
Luke apretó la mandíbula, pero no dijo nada, solo rodó los ojos y volvió a sonreír.
—Y estos son mis ayudantes, Agrio y Eneo. Tal vez hayas oído hablar de ellos—. Nadie respondió.
Nos contó brevemente la historia de cómo Afrodita y Artemisa habían arruinado la vida de la madre de esos tipos.
—Típico de los dioses, ¿no te parece, Darlene? —me dijo mirándome, por un segundo rememoré la conversación que tuvimos aquella vez, antes de que me apuñalara—. Se pelean entre ellos y los pobres seres humanos atrapados en el medio. Los hijos gemelos de la niña aquí, Agrio y Eneo, no sienten amor por el Olimpo. Les gustan bastante los mestizos, aunque...
—Para el almuerzo —Agrio gruñó.
Su voz ronca era la habíamos oído hablar con Luke antes.
Su hermano Eneo se rió, lamiéndose los labios. Siguió riéndose como si estuviera teniendo un ataque de asma hasta que Luke y Agrio lo miraron fijamente.
—¡Cállate, idiota! —Agrio gruñó—. ¡Ve a castigarte a ti mismo!
Eneo gimió. Caminó hacia la esquina de la habitación, se desplomó sobre un taburete, y se golpeó la frente contra la mesa de comedor, haciendo de las placas de plata un sonajero.
Luke actuó como si esto fuera un comportamiento perfectamente normal. Se acomodó en el sofá y apoyó los pies sobre la mesa de café.
«Maldito imbécil».
—Darlene, no esperaba que sobrevivieras.
—Malakas —espeté mostrándole la palma y los dedos estirados directo a la cara.
La tal Alessandra contuvo una carcajada.
—Ajá, qué buenos modales —dijo casi con un tic en el ojo, y miró a mi amigo—. Bueno, Percy, a ti sí te permitimos sobrevivir un año más. Espero que lo aprecies. ¿Cómo está tu madre? ¿Y la escuela?
—Tú envenenaste el Árbol de Thalía.
Luke suspiró.
—Derecho al punto, ¿eh? Está bien, seguro, yo envenené al árbol. ¿Y qué?
—¿Cómo pudiste? —Annabeth sonaba tan enojada que pensé que iba a explotar—. ¡Thalia te salvó la vida! ¡Nuestras vidas! ¿Cómo pudiste deshonrarla?
—¡Yo no la deshonré! —Luke se rompió—. ¡Los dioses la deshonraron, Annabeth! Si Thalia estuviera viva, estaría de mi lado.
—¡Mentiroso!
—Si supieras lo que está por venir, lo entenderías.
—¡Entiendo que quieres destruir el campamento! —gritó—. ¡Eres un monstruo!
Luke sacudió la cabeza.
—Los dioses te han cegado. ¿No puedes imaginar un mundo sin ellos, Annabeth? ¿Qué hay de bueno en la historia antigua que has estudiado? ¡Tres mil años de errores! Occidente está corrompido hasta la médula. Tiene que ser destruido. ¡Únanse a mí! Podemos empezar de nuevo el mundo. Podríamos usar tu inteligencia, Annabeth.
—¡Porque tú no tienes ninguna propia!
Entornó sus ojos.
—Yo te conozco, Annabeth. Te mereces algo mejor que el reconocimiento de algunos en esta búsqueda desesperada de salvar el campamento. La Colina Mestiza será invadida por monstruos dentro de un mes. Los héroes que sobrevivan no tendrán otra opción más que unirse a nosotros o ser objeto de caza a la extinción. ¿Realmente quieres estar en un equipo perdedor... con compañía como esta? —Luke señaló Tyson.
—¡Hey! —gritamos Percy y yo.
—Viajar con un cíclope. —-Criticó Luke—. ¡Hablas de deshonrar la memoria de Thalía! Me sorprende de ti, Annabeth. Tu de todas las personas.
—¡Basta!
Yo no sabía de lo que Luke estaba hablando, pero Annabeth estaba enterrando la cabeza en las manos como si estuviera a punto de llorar.
—Déjala en paz —dijo Percy—. Y deja a Tyson fuera de esto.
Luke se rió.
—Oh, sí, lo he oído. Tu padre lo reclamó.
—Luke...—Llamó la chica, pero él la ignoró.
«¿Cómo lo supo?» pensé impactada.
—Sí, Percy, lo sé todo acerca de eso. Y sobre su plan para encontrar el Vellocino. ¿Cuáles fueron esas coordenadas, de nuevo... 30, 31, 75, 12? Ya ves, todavía tengo amigos en el campo que me mantienen informado.
—Espías, querrás decir.
Se encogió de hombros.
—¿Cuántos insultos de tu padre puedes tolerar, Percy? ¿Crees que está agradecido contigo? ¿Crees que Poseidón se preocupa por ti más de lo que se preocupa por este monstruo?
Tyson apretó los puños e hizo un ruido sordo en su garganta.
Luke sólo se rió—. Los dioses solo te han utilizado, Percy. ¿Tienes alguna idea de lo que está en el almacén para ti si alcanzas tu decimosexto cumpleaños? ¿Quirón te ha contado la profecía?
¿Cumplir los dieciséis años? ¿Se trataba acaso de la profecía de un hijo de los Tres Grandes que había provocado la prohibición de tener semidioses? ¿Qué ocurriría cuando Percy cumpliera dieciséis?
—Luke...—murmuró Alessandra de nuevo.
—Yo sé lo que necesito saber —dijo entre dientes—-. Como quienes son mis enemigos.
—Entonces eres un tonto.
Tyson rompió la silla del comedor más cercano en astillas.
—¡Percy no es un tonto!
Antes de que pudiera detenerlo, se encargó de Luke. Sus puños bajaron hacia la cabeza del hijo de Hermes, un golpe de doble cabeza que habría hecho un boquete en titanio.
—Era de esperarse —dijo Alessandra rodando los ojos y haciendo una seña a los gemelos osos.
Cada uno de ellos agarró uno de los brazos de Tyson y lo pararon en seco. Lo empujaron hacia atrás y él tropezó. Se cayó a la alfombra con tanta fuerza que la cubierta se estremeció.
—Es una lástima, Cíclope —dijo Luke—. Parece que mis amigos pardos juntos son más que un partido para tu fuerza. Tal vez debería dejar que ellos.
«Juntos, eso es».
—Luke —intentó decir Percy—. Escúchame. Tu padre nos envió.
No creo que fuera buena idea decirle eso.
—Ni siquiera lo menciones.
—Él nos dijo que tomáramos este barco. Pensé que era sólo para transporte, pero él nos envió aquí para encontrarte. Me dijo que no renunciará a ti, no importa cuán enojado estés.
—¿Enojado? —Gritó Luke—. ¿Renunciar a mi? ¡Me abandonó, Percy! ¡Quiero el Olimpo destruido! ¡Cada trono a escombros aplastados! Dile a Hermes que va a suceder. Cada vez que un mestizo se une a nosotros, los olímpicos se debilitan y nos hacemos más fuertes. Se hace más fuerte. —Señaló el sarcófago de oro.
Por alguna razón, tener esa caja cerca me ponía la piel de gallina.
—Se está reformando. —siguió hablando—. Poco a poco, estamos llamando a su fuerza de vida fuera de la fosa. Con cada recluta que se compromete a nuestra causa, otro pequeño pedazo aparece.
—¡Eso es asqueroso! —dijo Annabeth.
—Tu madre nació de la división del cráneo de Zeus, Annabeth. Yo no hablaría —se burló—. Pronto habrá suficientes del Señor titán para que podamos rehacerlo todo de nuevo. Vamos a armar un nuevo cuerpo para él, una obra digna de la forja de Hefestos.
—Estás loco —dije asqueada.
—Únanse a nosotros y serán recompensados. Tenemos amigos poderosos, patrocinadores lo suficientemente ricos como para comprar este barco de cruceros y mucho más.
Nos hizo promesas de grandes riquezas y un futuro prometedor, pero sólo consiguió rechazo de nuestra parte.
Suspiró decepcionado.
—Una vergüenza—. Llamó a tres miembros zombies de la seguridad, que aparecieron con porras para escoltar a los "polizones"; y se volvió a Eneo—. Es hora de alimentar a los dragones aetiopianos. Toma a estos tontos, llévalos abajo y muéstrales cómo se hace.
Eneo nos pinchó con su jabalina y nos condujo para salir de los camarotes, seguidos al final por los guardias.
Lo último que alcancé a ver antes de que se cerrara la puerta, fue a Alessandra murmurándole algo a Luke como si lo estuviera reprendiendo por algo, le gritaba en voz baja y lo apuntaba con el dedo en el pecho. Él respondía algo y ella le daba un empujón, al final, Luke bajaba la mirada asintiendo.
Me di cuenta, que sea lo que fuera que ella le reprendiera, Luke parecía aceptar sin problema aquellas palabras.
Mientras caminaba por el pasillo con la jabalina de Eneo por la espalda, pensé en lo que Luke había dicho, que los gemelos juntos eran el igual de la fuerza de Tyson. Pero tal vez por separado...
Miré a Percy y le señalé disimuladamente con la cabeza a Tyson. El pestañeó despacio.
"Lo sé".
Ambos nos habíamos dado cuenta de lo mismo.
Salimos por el pasillo en medio del barco y caminamos a través de una cubierta abierta llena de botes salvavidas. Me di cuenta que esta era la única oportunidad de escapar, si llegábamos al ascensor estaríamos acabados.
Percy miró a Tyson y dijo:
—Ahora.
Gracias a los dioses, él lo entendió. Se volvió y golpeó Eneo treinta pies hacia atrás en la piscina.
Uno de los guardias de seguridad sacó su porra, pero Annabeth lo dejó sin aliento con un tiro bien colocado y yo le tiré al otro mi bolso en la cabeza. El tercer guardia se postuló para el cuadro de alarma más cercano.
—¡Deténgalo! —gritó Annabeth, pero era demasiado tarde.
Justo antes de que le golpeara en la cabeza con una silla de cubierta, encendió la alarma.
Las luces rojas brillaban. Las sirenas sonaron.
—¡Los botes! —Grité.
Corrimos hacia el más cercano y le quitamos la tapa.
Varios monstruos y guardias nos seguían, empujando sin importancia a los turistas. Vi arqueros lestrigones en la cubierta por encima de nosotros, preparándose para dispararnos con enormes arcos.
Eran demasiados y aún tenían que bajar el bote. No lo lograríamos a menos...
—Juren que harán todo lo que puedan para mantener a Percy fuera de peligro. Jurenlo por el río Estigio.
—¿Cómo bajamos esta cosa? —gritó Annabeth.
Un cerbero saltó hacia mí, pero Tyson lo estrelló a un lado con un extintor de incendios.
—¡Suban! —grité, me quité el abrigo y lo arrojé dentro del bote porque la tela me estorbaba.
Moví la muñeca con fuerza y el brazalete se convirtió en mi arco, puse toda mi atención en dispararles a los monstruos, sobre todo a los lestrigones de arriba.
El bote salvavidas estaba inclinado sobre el lado de la nave, por encima del agua. Annabeth y Tyson no estaban teniendo suerte con la polea de la liberación. Percy fue el último.
—¡Dari, sube! —me gritó.
Negué con la cabeza.
—Suerte —murmuré, y con el cuchillo de Annabeth, corté las cuerdas.
El bote cayó bruscamente hacia el océano, con los gritos de los tres clamando mi nombre.
Notes:
MOMENTO INFORMATIVO:
El gesto que Darlene le hace a Luke cuando él le dice que no esperaba verla viva, se llama mundsa, y según wikipedia, tiene 3 origenes. Yo tomé el tercero:
"Para los griegos, según Ovidio, se trataba de un grave insulto y expresión de desprecio que sobrevivió hasta la época bizantina".
Malakas = tonto, idiota, estúpido, gilipollas, pajillero.
Chapter 12: 011.SOBRE CÓMO OBTENGO UNA PEQUEÑA VENGANZA
Chapter Text
PERCY
HABÍAMOS LOGRADO ESCAPAR, PERO ESO NO QUITABA LA SENSACIÓN DE FRACASO.
Darlene se había sacrificado por nosotros.
El viento parecía reírse mientras salía del termo, como si se alegrara de liberarse por fin. Al impactar con la superficie del agua, rebotamos una, dos veces, como una piedra lanzada al ras, y de repente salimos zumbando como en una lancha motora, con el agua golpeándonos la cara y sin otra cosa en el horizonte que el mar abierto.
El Princesa Andrómeda se convirtió enseguida en un barquito de juguete y desapareció.
—No puedo creer que lo haya hecho —murmuró Annabeth mirando el barco con angustia.
—Fue muy valiente —sollozó Tyson.
Y yo solo sentía una gran ira bajo la piel. Luke iba a pagar por todo.
—Hagamos que valga la pena, consigamos el Vellocino para no darle a Luke la satisfacción de ganar —dije conteniendo las ganas de volver.
Annabeth asintió, clavó sus ojos en el abrigo de Dari, lo había arrojado al bote antes de dejarnos caer. Se lo colocó, y se abrazó así misma como si intentara abrazar a nuestra amiga ausente.
Mientras nos desplazábamos a toda velocidad por el agua, intentamos enviar un mensaje Iris a Quirón. Pensábamos que era importante explicarle a alguien lo que se proponía Luke, y no sabíamos en quién más confiar.
Annabeth arrojó un dracma de oro a la cortina de agua y yo recé para que la diosa del arco iris nos mostrara a Quirón.
Se lo contamos todo: nuestra salida furtiva del campamento, Luke y el Princesa Andrómeda, el ataúd de oro con los restos de Cronos...
Quirón escuchó, con algo de dificultad por el sonido de la música donde estaba, y una mueca de pesar cruzó su rostro cuando le dijimos del sacrificio de Darlene.
—Percy, tienes que tener cuidado con...
Su voz quedó ahogada por un gran griterío alzado a su espalda un montón de voces gritando.
—¿Qué? —grité.
—¡Annabeth, no deberías haber permitido que Percy saliera del campamento! Pero si conseguís el vellocino...
—¡Sí, pequeña! —chillaba alguien que tenía detrás—. ¡Uau, Uau!
Alguien subió la música y puso los bajos tan fuerte que hasta nuestro bote vibraba.
—Miami —gritó Quirón—. Trataré de vigilar.
Nuestra nebulosa pantalla se desintegró como si alguien del otro lado le hubiese arrojado una botella, y Quirón se evaporó.
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DARLENE
Dejé que mi arco se convirtiera de nuevo en el brazalete y dejé caer el bolso con flechas. Levanté los brazos en señal de rendición.
Me apuntaron con sus armas y me arrastraron de nuevo hacia el camarote de Luke. Alessandra no estaba por ningún lado, pero él estaba de pie frente al enorme escritorio y me dio una mirada mortal en cuanto me vio entrar.
—Sacrificarte por tus compañeros, digno de un héroe de verdad —dijo con fingida admiración, acercándose a mí. Se apoyó contra el escritorio, y los monstruos me arrojaron al suelo, arrodillada mientras seguían apuntándome—. Lamentablemente, es un sacrificio en vano, solo retrasaste su muerte un par de horas, días como mucho.
—Y supongo que la mía está programada para hoy mismo.
—No voy a matarte por ahora —dijo con desdén—. Tómalo como una muestra de mi bondad.
—Claro, la misma que tuviste la última vez que nos vimos.
Luke soltó un suspiro.
—Te lo dije, no quería derramar sangre inocente, pero tampoco me importa sacrificar a cuántos haga falta para ganar esta guerra —respondió—. Ahora llévensela.
Los dos guardias me sujetaron con fuerza de los brazos y me pusieron de pie.
—Luke. —Él me miró, estaba demasiado cerca de mí. Me subestimaba—. Aunque trataste de matarme, la venganza no es una práctica que mi madre me haya inculcado.
Luke abrió la boca, atónito, como si no pudiera creer mis palabras.
—¿Estás...citando Toy Story?
—¡Pero mi papá sí! —grité y le dí una patada en las bolas.
Se dobló, cayendo de rodillas mientras aullaba de dolor.
—¡Eso es por intentar matarme, hijo de puta!
—¡Sáquenla de aquí! —gruñó furioso.
Los guardias me sacaron a rastras, siendo seguidos por los dos osos. Quizá fue una tontería infantil, pero al menos tuve la satisfacción de una pequeña venganza.
Me llevaron a un camarote de tercera clase, y me esposaron a un radiador.
Tenía la vista del océano por la escotilla, pero era todo lo que podía ver. Agua y más agua.
No sabía que pasaría ahora conmigo, solo rezaba a los dioses porque los chicos pudieran llegar a Grover y al Vellocino.
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La verdad es que Luke, como el jodido hijo de puta que es, tiene un concepto retorcido de "no te mataré todavía para que veas que no soy tan malo".
Pasé un día entero en completa soledad, esposada y aburrida.
El problema es que mis músculos comenzaron a doler, sentía las piernas entumecidas, los hombros dolían de estar tirados hacia arriba, las muñecas se sentían como fuego ardiente de estar esposadas. Tenía hambre, no había comido nada desde que salimos del campamento y comenzaba a sentirme mareada.
En algún punto, me quedé dormida.
Sabía que era un sueño, estaba en un bosque y eso me dio mala sensación. La última vez que soñé estar en un bosque, un dios se me apareció y me amenazó de muerte.
Esta vez, era de día y lo primero que vi fue a una chica de cabello marrón tan largo y ondulado que caía como una cascada de agua, entrelazado con diminutas flores blancas. Estaba sentada cerca de un río mientras tomaba flores silvestres para armar una especie de corona muy bonita.
Tarareaba y parecía perdida en su trabajo.
Era preciosa, una náyade sin duda.
Ella levantó los ojos hacía mí, eran verdes como manzanas, iguales a los míos.
—Hola —murmuré acercándome a ella. Pero no me devolvió el gesto.
En realidad, parecía como si estuviera viendo a través de mí. Miré por encima de mi hombro para ver qué era lo que ella veía.
Era otra náyade, que se acercaba sonriente. Yo conocía esa sonrisa, era la sonrisa de tener un jugoso chisme para contar.
—Adivina qué —tarareó la segunda náyade sentándose a su lado.
—Habla de una vez, Cirene —dijo la primera—, sabes que no tengo paciencia para las adivinanzas.
La tal Cirene rodó los ojos.
—Eres demasiado aburrida a veces, Dafne.
¿Qué si me quedé de piedra, con la boca abierta cual sapo? Sí, eso es obvio.
Ella era Dafne, la náyade a la que mi padre hechizó para que odiara a Apolo y que luego acabó convertida en laurel.
—La cosa es así, resulta que acabo de ver a una de nuestras hermanas coquetear con un dios y...
—Esa no es ninguna novedad —espetó Dafne—, y me llamás aburrida a mí. ¿Cuándo no has visto a un dios coquetear con una ninfa?
—Bueno...
—Cirene, si vas a contarme chismes, asegurate que sea algo de verdad interesante.
Cirene soltó un suspiro resignada.
—A tí nada te parece interesante.
Dafne se encogió de hombros.
—Los dioses correteando detrás de ninfas, ese es cuento de todos los días —dijo—, y ni siquiera lo entiendo.
Cirene se acostó en el césped, mirando al cielo y disfrutando de la brisa.
—¿El qué?
—Los amantes de los dioses siempre tienen finales tristes, y los pocos que han conseguido un final feliz casándose con ellos tiene que soportar a sus nuevos amantes —respondió bajando la corona, sus ojos mostraban que estaba decepcionada y frustrada—. ¿Por qué alguien querría vivir así? A mí no me gustaría nada tener que compartir a mi esposo con alguna ninfa salida de quién sabe dónde o con alguna mortal.
«Bueno...tiene razón» pensé.
—Si piensas así no vas a conseguir novio nunca, Dafne.
—¿Y quién te ha dicho a ti que yo quiero un novio? No, ni hablar, mucho menos un esposo —dijo negando con la cabeza—. Estoy perfecta y feliz estando sola.
Cirene no comentó nada más. Se mantuvieron calladas un rato, mientras Dafne retomaba su tejido floral.
Pero supongo que al final, Cirene no pudo contenerse de contarle otro chisme.
—Entonces tengo algo que sí es interesante —dijo sentándose de golpe.
—¿Qué cosa?
—Escuché por ahí, que Apolo se burló de Eros.
Solté un jadeo, sintiendo como si un nudo se me formara en el estómago.
«Oh no» pensé mirando a todos lados preocupada.
—¿Qué? ¿Por qué? —cuestionó asombrada.
—No tengo idea, algo sobre sus capacidades para la arquería; pero la cosa es que Eros ha jurado que se las va a pagar.
Dafne hizo una mueca con los labios.
—Eso no va a terminar bien —dijo—. Eros puede ser un dios bastante despiadado cuando se lo propone, y Apolo también es muy rencoroso.
—Exactamente, quién sabe cuando esos dos logren quedar satisfechos —comentó Cirene—, siento pena por la pobre alma que quede atravesada en el fuego cruzado.
Me sentí pésimo, porque Apolo había tenido razón aquella vez, en mi otro sueño.
Dafne era inocente al igual que yo, y ambas habíamos quedado en medio y pagado las consecuencias de la arrogancia de dos dioses.
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Me desperté cuando sentí ruidos de la puerta abriéndose. Estaba agotada y me dolía todo el cuerpo, ya ni sabía cuánto tiempo llevaba ahí, solo que era de día porque el sol entraba por la ventana.
La puerta se abrió, y quién entró fue Chris Rodriguez.
Entró cargando una bandeja con comida. Al verme, hizo una mueca y se acercó rápidamente.
—Hey, hola —murmuró dejando la bandeja en el piso—. ¿Cómo te sientes?
En el momento en que se acercó, le di una patada en la cara.
—¡Eso...es por traidor! —le dije. Tenía la voz ronca, y aquel movimiento me había tomado un gran esfuerzo.
Chris se frotó el rostro, tenía sangre en el labio donde lo había golpeado.
—Sí...debí suponer que podías reaccionar así.
—Erre es korakas! —espeté con dificultad.
Chris me miró con culpa, podía sentirla ardiendo bajo su piel con tal intensidad que llegaba a ser un poco asfixiante.
—Sé que estás enojada por todo, lo entiendo —dijo acercando la bandeja hacia mí. Tenía un plato de sopa, pan y agua—. Me agradas, Darlene; no eres una mala chica y siempre fuiste amable con todos en el campamento, pero a veces es necesario...
—No me vengas con ese discurso ridículo de Luke. —Solté tratando de acomodarme mejor—. Ustedes están locos, traer a Cronos de nuevo a la vida va destruir el mundo, ¿y todo para qué? ¿Por qué quieren hacer pagar a sus padres?
Chris respiró profundo, mirándome como si hablar conmigo fuera tratar de explicarle algo complejo a un niño pequeño.
—Los olímpicos destronaron a sus padres —respondió—, es nuestro turno.
—¡¿Y qué hay de los mortales?! Ellos también se verán afectados.
—No tiene que ser así, Dari —dijo cortando trozos del pan—, sé que te debe preocupar tu familia humana, si te unieras a Luke, ellos podrían ser protegidos y...
—Entonces se resume a eso ¿no? ¿Elegir entre mi familia humana y mi padre?
Chris frunció el ceño—. Ese es tu problema, que tu padre te haya prestado atención no significa que el resto haya pasado por eso. ¡Yo ni siquiera sé quién es el mío!
Baje la vista, apenada porque Chris sí tenía razón en eso. Él aún no había sido reconocido, su padre ni siquiera se había manifestado y era lógico que estuviera resentido, pero yo tampoco tenía la culpa de que el mío sí lo hubiera hecho.
Chris tomó una cuchara e intentó alimentarme.
—¿No sería más fácil que me soltaras?
Él se rió.
—Sí, no lo creo. Entre la patada que le diste a Luke y la que me acabas de dar a mí no tienes posibilidades de que te suelten de ninguna manera. —Dijo burlón—. Tienes suerte de que te esté alimentado, Luke está furioso contigo.
Me alimentó rápido, y sin decir nada más. Fue una comida pobre para lo que normalmente suelo comer, pero mi estómago estaba agradecido y me sentí un poco mejor cuando terminé.
Chris colocó todo en la bandeja de nuevo y se puso de pie.
—El señor Cronos resucitará, Darlene. —Dijo deteniéndose en la puerta antes de salir—. El Olimpo que nos rechazó será destruido, es mejor que lo aceptes antes de que sea demasiado tarde para salvarte.
Chapter 13: 012.SOBRE COMO ME SALVA EL SER MÁS DESPRECIABLE
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PERCY
SOBRA DECIR QUE CLARISSE SE PUSO FURIOSA CUANDO SE ENTERÓ DE QUE DARI ESTABA CAPTURADA EN MANOS DE LUKE.
Ella nunca lo diría, pero quería a Darlene. Después de todo, era algo así como su sobrina, y solía entrenarla personalmente. Más de una vez Clarisse la miraba con orgullo cuando Dari le rompía la nariz a alguien.
—Ella es fuerte, no caerá sin pelar —murmuró. Parecía como si quisiera convencerse a sí misma.
Yo esperaba que tuviera razón, pero Luke ya había intentado matarla el año anterior porque ella no le servía de nada.
Me odié por no haber previsto lo que estaba haciendo hasta que fue muy tarde. Debí haberla metido al bote y cortar las sogas yo mismo, entonces ella estaría ahora con nosotros.
Clarisse nos dio un recorrido rápido por el barco, y luego nos llevó al camarote del capitán para cenar, pero la verdad es que ninguno tenía hambre.
—Están metidos en un gran lío —dijo—. Tántalo los expulsó para toda la eternidad, y el señor D añadió que si se les ocurre asomarse otra vez por el campamento, los convertirá en ardillas y luego los atropellará con su deportivo.
Nos explicó de dónde había sacado el barco, al parecer, el bando perdedor de una guerra le debe tributo por toda la eternidad a Ares como maldición por haber sido vencidos.
—Clarisse —dijo Annabeth—. Luke quizá vaya también tras el vellocino. Lo hemos visto; conoce las coordenadas y se dirige al sur. Tiene un crucero lleno de monstruos.
—¡Perfecto! Sacaremos a Darlene de ahí, y luego lo volaré por los aires, lo sacaré del mar a cañonazos.
—No lo entiendes —insistió ella—. Tenemos que unir nuestras fuerzas. Deja que te ayudemos.
—¡No! —Clarisse dio un puñetazo a la mesa—. ¡Esta misión es mía, listilla! Por fin logro ser yo la heroína, y ustedes dos no van a privarme de una oportunidad así.
—¿Y tus compañeros de cabaña? —pregunté—. Te dieron permiso para llevar a dos amigos contigo, ¿no?
—Pero... les dejé quedarse para proteger el campamento.
—¿O sea que ni siquiera la gente de tu propia cabaña ha querido ayudarte?
—¡Cierra el pico, sabionda! ¡No los necesito! ¡Y a ti tampoco!
—Clarisse —dije—. Tántalo te está utilizando. A él no le importa el campamento. Le encantaría verlo destruido. ¡Te han tendido una trampa para que fracases!
—¡No es verdad! Y me importa un pimiento el Oráculo —Se interrumpió bruscamente.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué dijo el Oráculo?
—Nada. Lo único que has de saber es que voy a llevar a cabo la búsqueda sin tu ayuda. Por otro lado, tampoco puedo dejarlos marchar...
—Entonces ¿somos tus prisioneros? —preguntó Annabeth.
—Mis invitados. Por el momento. —Clarisse apoyó los pies en el mantel de lino blanco y abrió otra botella de SevenUp—. Capitán, llévalos abajo. Dales unas hamacas en los camarotes. Y si no se portan como es debido, muéstreles cómo tratamos a los espías enemigos.
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DARLENE
Ok. Definitivamente perdí el sentido del tiempo.
Ya no tenía idea de cuanto había pasado, Chris no bromeaba cuando dijo que Luke estaba furioso conmigo, llevaba horas en soledad y sin recibir ni comida ni agua.
Lo que era peor, es que me habían dejado atada cerca de la claraboya así que todo el sol entraba de lleno, y por alguna razón, habían encendido la calefacción de la habitación, en pleno verano.
Me retorcí en mi lugar, desesperada por un poco de agua y porque llevaba horas sin haberme puesto de nuevo filtro solar, y los rayos que entraban por la claraboya comenzaban a irritarme la piel.
Quería llorar y gritar. Quería estampar mi puño en la cara de Luke, aunque probablemente no podría volver a tomarlo con guardia baja, y quería con muchas ganas una hamburguesa con papas fritas y una coca-cola de las grandes.
No estaba segura, pero entre momentos perdía la conciencia y volvía a recuperarla. Una de esas veces, volví a soñar con Dafne.
En realidad, soñé que era ella.
Estaba internada en el bosque, el dolor en mi pecho era desgarrador, como una herida sangrante justo en mi corazón.
—¡Dafne!
Podía sentir mis latidos en los oídos, era ensordecedor. Corrí, las piernas me ardían de tanto correr, pero si me detenía...
No quería pensar en lo que sería capaz de hacerme.
—¡Dafne, amor mío!
Hice una mueca, asqueada de solo pensar en que lograra atraparme.
¡¿Es que acaso no entendía que no lo quería cerca?!
Me escondí detrás de un árbol, respiré agitadamente, me dolía demasiado el pecho.
No entendía qué pasó, todo estaba bien, había estado disfrutando de la mañana con un tranquilo baño cuando vi a lo lejos a ese tonto aparecer. Sonreía hacia mí, lo admito, tiene una sonrisa preciosa, pero no me interesaba lo que pudiera decirme.
Y de repente el dolor me nubló, una ira que nunca había sentido y los ojos azules de Apolo brillaban enloquecidos de amor me hizo correr.
Sabía de muchas ninfas que solían recibir este tipo de atenciones y que luego tenían que correr despavoridas porque rara vez los dioses desisten de sus caprichos amorosos, y yo no quería esto. No quería ser una más de las amantes de los dioses, siempre me había mantenido lejos de ellos, pero ahora...
—¡Cariño, no huyas!
—¡Déjame en paz! —grité furiosa.
Apolo apareció entre los árboles, sus ojos seguían nublados por un amor que me aterraba.
—¡Alejate!
—¿Por qué me rechazas? —preguntó. Su expresión se volvió llena de dolor, casi como si fuera a llorar—. Dafne, amor mío, solo quiero hacerte mi esposa.
—¡No quiero!
Apolo se acercó a zancadas, dispuesto a abrazarme.
Me agaché justo a tiempo y corrí lo más lejos que pude, tratando de poner distancia entre ambos nuevamente.
—¡Dafne, por favor! —gritó corriendo detrás de mí—. ¡No huyas!
—¡Déjame sola! —sollocé.
Lo odiaba, no quería saber nada de él. Apolo era uno de los peores, siempre coqueto, siempre mujeriego, era el último dios con el que se me ocurriría casarme.
—¡Dafne!
—No...—murmuré agitada. La respiración se me escapaba, me dolía el cuerpo de tanto correr, pero estaba tan cerca.
—¡Dafne, casate conmigo! —gritó cada vez más cerca—. ¡Prometo hacerte feliz, te daré todo, pondré el mundo a tus pies!
—¡No! —Lloré. Frente a mí divisé un acantilado, era mi fin, no importa cuando huyera, Apolo nunca se detendría. Aunque ahora escapara, él volvería. Me arrojé al suelo, implorando por una manera de alejarlo de mí para siempre—. ¡Madre tierra, Señora Gaia, gran protectora de todos los espíritus de la naturaleza, escuchame! —recé entre llantos.
—¡No, Dafne!
—¡Sálvame de convertirme en la esposa de este dios!
Y la primordial oyó mi súplica. Justo cuando los brazos del dios del sol me estrecharon contra sí, mi cuerpo se convirtió en un árbol. Mis brazos ahora eran ramas, y mi cabello eran hojas.
Mi alma se despegó por completo, dirigiéndose a su siguiente destino en el inframundo.
El sol comenzaba a ponerse cuando me desperté, tenía la vista borrosa y sentía que volvería a quedar inconsciente en cualquier momento. Tenía hambre y me dolía todo, incluso noté que tenía varias quemaduras por los rayos.
Una sombra apareció frente a mí, no había sentido el ruido de la puerta. Entrecerré los ojos tratando de ver quién era, pero estaba tan cegada por el sol que solo podía ver una silueta alta de un hombre.
—¿Acaso quieres irritarme? —cuestionó agachándose a mi lado. No sabía si reír o llorar al darme cuenta de quién era—. Te di una sola orden, que cuidaras tu vida porque es mi derecho tomarla, pero sigues poniéndote en peligro y me está comenzando a molestar tener que salvarte.
Y puede que estuviera un poco lela por la falta de comida y la deshidratación.
—Es que me da curiosidad cuántas veces me salvas antes de matarme tú mismo —dije con sarcasmo.
Sentí su mano posarse sobre la cadena que me sujetaba al radiador y me desplomé como bolsa de papa.
—Mírate, tan pequeña y débil —murmuró colocando mi cabello detrás de la oreja—. Ni siquiera puedes sostenerte por tí misma.
Acá es cuando me hubiera gustado tener la fuerza suficiente para morderlo.
—La misión...
—Te dejaste atrapar y tus amigos siguieron sin tí, ya no eres útil en esa misión.
—¿V-Vas...a matarme entonces? —pregunté agotada.
—No te preocupes, quiero que estés muy consciente y de buena salud cuando acabe contigo —dijo sujetándome, y sin ninguna dificultad, me alzó en brazos.
Me di cuenta, que nuevamente se había presentado en su armadura griega. No sé si pensaba que así se veía más imponente o qué, pero era muy dura y caliente al tacto.
—Cierra los ojos —ordenó—, sería aburrido si acabas muriendo por mi forma real.
La verdad es que podría haberle jodido el deseo y haber acabado con todo en aquel momento, pero pues, no tenía ganas de morirme todavía.
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Comenzaba a ponerme de mal humor que los últimos días había estado más inconsciente que despierta, sobre todo porque soñé mucho con Dafne.
Seguía repitiendo una y otra y otra vez aquel recuerdo de su transformación. Por eso me tomó por sorpresa cuando esta vez, frente a mí, había una mujer que me miraba fijamente. Esto no era un sueño común. Era otra visita divina.
La mujer tenía un largo cabello negro y unos ojos tiernos, tranquilos que inspiraban confianza.
—Humm...hola —dije levantando la mano en un saludo.
«Esto es incomodo» pensé sin saber qué más decir. «La última vez que alguien me visitó en sueños no fue bonito».
—Tienes los ojos de tu padre —comentó curiosa.
Ok, una de las conocidas de Eros.
—Yo...lamento si soy grosera, pero ¿quién es usted?
La mujer hizo una mueca, algo entre irritada y decepcionada.
—Por supuesto, quién conoce a Peitos. Nadie —se quejó—. Peitos solo es un concepto, una faceta más de Afrodita, no importa. "No seas vanidosa, igual sabemos que hablan de tí aunque no tengan idea" dijeron. Siempre es lo mismo, todo el crédito se lo llevan los Olímpicos.
Peitos siguió soltando quejas por un rato, y yo la escuché algo avergonzada por haberla hecho sentir así.
—Supongo que tú no tienes la culpa de la arrogancia de los Olímpicos.
Le di una sonrisa pequeña, no sabía qué decirle.
—¿Qué relación tiene con Eros?
—Soy una de sus hermanas, solía ser una de las erotes —dijo melancólica—, el amor es un dominio tan complejo y grande, tu padre necesitaba un poco de ayuda; después de todo, la atracción por sí sola no puede crecer sin ayuda de los demás afectos. Pero no vine aquí en calidad de visita, sino más bien para evitar un desastre.
—¿Desastre?
—Apolo te secuestró —dijo con tono obvio.
—Sabía que tarde o temprano iba a hacerlo. —Me encogí de hombros.
Peitos sonrió.
—No sé si eres valiente, estúpida o suicida.
—No pienso dejarme matar sin pelear —respondí—, si va a pulverizarme que lo haga por que lo hice enojar por mí misma.
—Bueno, puedo entender por qué Eros ha estado actuando tan paranoico —murmuró—, claramente te has propuesto ser la primera persona en causarle un infarto a un dios. Es por eso que estoy aquí, te daré una pequeña ayudita para que salgas de esto con vida.
La verdad, me tomó por sorpresa.
—¿Por qué?
Ya sé, muchos dirán: "Darlene, cierra la boca y agradece la ayuda", pero si algo aprendí de mis clases en el Campamento, es que los dioses rara vez, por no decir nunca, hacen regalos que te podrían salvar la vida. Siempre tienen un motivo detrás.
—Primero, no apruebo la violencia —dijo con el entrecejo fruncido—, es innecesaria, una buena conversación puede evitar tantos conflictos. Siempre he sentido rechazo por las figuras superiores que reprimen o someten a los más débiles.
No dije nada, pero me contuve una réplica por llamarme débil. Aunque quizá ella lo veía así porque sigue siendo una diosa.
—Y segundo, por Eros —La miré fijamente, sin entender de qué hablabA—. Tu padre está aprendiendo a lidiar por las malas lo que implica tener una semidiosa —dijo haciendo una mueca—. Lo que resulta más duro cuando eres un dios es que a menudo tienes que actuar de modo indirecto, en especial en todo lo relacionado con tus propios hijos y sus misiones. Aunque él desee ayudarte en cada paso que des, al menos en el camino de tus aventuras, solo podrá actuar de formas ocultas. Deberás aprender a reconocer su mano cuando te sientas sola.
—Entiendo.
La verdad es que aunque él dijera que no había problemas, sabía que Eros podía estar pasando por encima de las leyes divinas. Una cosa era que pasemos tiempo juntos en momentos libres de vez en cuando, y otra muy distinta, era que interviniera en mis misiones.
Los caminos de los héroes son para obtener la grandeza y el honor, si mi padre divino solucionara todos mis problemas entonces no tendría mucho sentido llamarlo "mi grandeza y mi honor".
—Supongo que papá está siendo un verdadero dolor de cabeza ¿no? —Mi padre había resultado ser alguien bastante intenso, como el mismísimo amor, le costaba mucho desprenderse de todo lo que le atraía.
—Puede ser...bastante difícil de lidiar cuando no se sale con la suya, y ninguno de nosotros quiere tener que soportarlo si algo te pasa.
—¿Nosotros?
—Eros está acostumbrado a hacer a placer, el amor no es fácil de controlar, es caprichoso y no entiende los conceptos de leyes y raciocinio. Se guía por los sentimientos e instintos —siguió hablando ignorándome—, es entendible, después de todo fue criado por animales salvajes —dijo encogiéndose de hombros, casi divertida por la idea de su hermano en esa situación. Así que, te daré un obsequio, algo que te ayudará a defenderte —dijo extendiendo hacia mí su mano. Una luz incandescente brilló y el calor inundó mi pecho—. Úsalo sabiamente, el don de la persuasión no sirve de nada sin inteligencia.
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Me desperté en una enorme habitación dorada, sobre una cama gigante con sábanas tan suaves que casi parecía agua que se escurre entre mis dedos.
Me sentía mucho mejor de lo que había estado en bastante tiempo, estaba más descansada y ya no tenía hambre.
No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, pero estaba agradecida del regalo de Peitos.
Me levanté de la cama y me di cuenta que mi ropa había sido reemplazada por una especie de camisa blanca y pantalones negros
La habitación estaba decorada de forma exquisita, todo de oro. Caminé hacia un balcón que estaba escondido detrás de unas cortinas blancas casi transparentes que se mecían suavemente con una brisa fresca.
Quedé impactada con la vista.
Estaba en el interior de un palacio bastante grande, y todo a su alrededor eran más palacios inmensos, todos decorados de formas distintas y magníficas. Era una ciudad en las nubes que brillaba en la oscura noche, con flores preciosas y adornos de oro, cascadas que caían y fluían por las calles adoquinadas.
Había espíritus de la naturaleza por todas partes, y seres que parecían humanos pero que brillaban con auras que hacía doloroso el tratar de verlos. Todos vestidos con túnicas blancas antiguas.
Percy me había contado sobre este lugar, me lo había descrito a detalles dentro de lo poco que había visto cuando estuvo aquí hace un año.
—Estoy en el Olimpo —murmuré asombrada.
Sentí la puerta de la habitación abriéndose y me apresuré a volver dentro. Tomé un jarrón que había visto sobre una mesa, era muy bonito y pesado, lo sostuve sobre mi cabeza lista para arrojarlo a quién sea que estuviera entrando.
No era estúpida. Este debía ser el palacio de Apolo.
Pero si él era lo suficientemente arrogante de pensar que lo dejaría matarme sin que yo me defendiera, iba a llevarse una sorpresa.
Estaba harta de los tipos que pensaban que podían intentar matarme porque "soy un ser demasiado débil y frágil".
Era descendiente del dios de la guerra. No iba a caer sin llevarme a mi agresor conmigo. Si he de morir, será con el honor de haber peleado hasta el último segundo y no suplicando por mi vida.
Una chica encontró cargando una bandeja, era una ninfa, sin duda.
—¡Oh, estás despierta! —exclamó. Tenía una mirada asustada, y su cuerpo se veía tenso. Dio una mirada al pasillo detrás y luego hacia mí varias veces—. Yo...
—Este es el templo de Apolo ¿verdad? —pregunté entrecerrando los ojos.
Ella asintió casi imperceptiblemente. Tragó saliva, asustada y supe que era mi momento.
La siguiente vez que ella miró hacia el pasillo, arrojé el jarrón directo hacia el marco de la puerta. La ninfa gritó y se encogió en el suelo, cubriéndose la cabeza con las manos. Corrí, saltando sobre ella y salí hacia un enorme corredor.
Me desplacé por el lugar, intentando abrir las puertas que encontraba a mi paso sin buenos resultados. Finalmente, encontré una que estaba abierta de par en par.
Dentro, era una zona de culto. Una ligera música, como de arpa, sonaba por toda la estancia y el aire olía a flores.
«Jacintos».
Por todas partes había jarrones llenos de jacintos.
En el centro, un gran altar de oro macizo, con adornos también de oro que brillaban encandilando todo. Había un gran brasero de fuego donde una llama ardía intensamente. Sobre el altar, al fondo colgados en la pared, pendían un arco con una flecha y una lira, todo...de oro.
«A Apolo le gusta un poco mucho el oro, me parece» pensé acercándome al altar.
Me mordí el labio, pensando si lo que estaba por hacer era una buena idea.
Al final decidí, que nada de lo que hiciera aquí sería una buena idea. Probablemente estar viva y de pie en su templo era una ofensa que merecía la muerte, así que no importaba si lo que estaba pensando hacer lo ofendía más o no.
Me acerqué a la pared del fondo, y tomé la flecha. El arco sería difícil de esconder, y no quería probar tampoco mi suerte más de lo que ya lo estaba por hacer.
Caminé hacia el brasero, sosteniendo la flecha casi con reverencia y la puse sobre mi cabeza, arrodillándome en una pierna.
—Padre, disculpa por tan grande ofensa al pedirte esto, pero es mi única posibilidad de momento. —Murmuró con los ojos cerrados—. Bendice esta flecha con tus dones, permíteme salir victoriosa con tu mano guiando mi camino. No tengo nada para entregarte como ofrenda en este instante, así que si salgo viva de aquí, te ofrezco mi victoria contra el dios que tanto detestas —finalicé conteniendo una sonrisa.
Eros iba a tener un infarto cuando se diera cuenta de dónde estaba, pero me concedería lo que le estaba pidiendo.
Aunque si lograba sobrevivir tal cómo lo estaba planeando, también iba a ganarme un buen sermón de su parte sobre ponerme en peligro. Quién sabe, quizá hasta me castigue por mil años en mi habitación.
Un escalofrío me recorrió la columna, como una advertencia de peligro inminente. Me puse de pie y escondí la flecha detrás de mí, justo cuando el dios del sol apareció en la sala.
Chapter 14: 013.SOBRE COMO ME METO EN UNA PELEA DIVINA
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PERCY
POR FIN HABÍA ENCONTRADO ALGO EN LO QUE ERA BUENO DE VERDAD.
El Vengador de la Reina Ana respondía a todas mis órdenes. Yo sabía qué cabos tensar, qué velas izar y en qué dirección navegar. Avanzábamos entre las olas a unos diez nudos, según calculé. Y lo bueno es que incluso comprendía qué velocidad era ésa.
Para un barco de vela, era bastante rápido.
Todo parecía perfecto, el viento a favor, las olas rompiendo contra la proa. Pero ahora que nos encontrábamos fuera de peligro, sólo conseguía pensar en lo mucho que echaba de menos a Tyson y a Darlene, y en la inquietante situación de Grover.
Navegamos toda la noche.
Annabeth intentó echarme una mano en el puesto de mando, pero navegar no era lo suyo. Tras unas cuantas horas de balanceo, su cara se puso verde y bajó a tumbarse en una hamaca.
Poco después de medianoche, Annabeth subió a cubierta.
Fue cuando me di cuenta que a pesar de que las chicas de Circe le habían puesto un vestido muy bonito, ella nunca se quitó el abrigo de Darlene.
—Lo sigues teniendo —murmuré viendo el abrigo sobre ella.
Annabeth asintió.
—Quisieron quitármelo igual que el resto de mi ropa, dijeron que estaba feo y sucio, pero...no pude...exigí quedarmelo.
La entendía. Aquel abrigo era quizá lo último que teníamos de Darlene. Ambos habíamos hablado de ella cuando estuvimos en Virginia Beach, Dari era nuestra mejor amiga, no podíamos creer que simplemente se hubiera ido. Teníamos la esperanza de que Luke no la hubiera matado, esperábamos que la mantuviera cautiva.
Hacía algo de frío, y Annabeth metió las manos en el bolsillo del abrigo. Frunció el ceño y sacó un objeto redondo.
—¿Qué es eso? —pregunté acercándome a ella.
—Un espejo —respondió. Era pequeño, apenas del tamaño de su mano, de oro puro—. Debe ser de Dari.
—Se me hace raro que ella ande con un espejo en el bolsillo —comenté, que yo supiera, nunca la había visto usarlo.
—Sí, es raro.
Ambos lo miramos, y entonces, el reflejo de unos ojos rojos destelló a la luz de la luna. Fue un segundo, pero bastó para asustarnos. Annabeth lo soltó y él esperó cayó al suelo del barco.
—¿Qué fue eso? —espeté mirándolo.
—No lo sé.
Ella volvió a tomarlo, moviéndolo para que la luz de la luna volviera a relucir el reflejo, pero no pasó nada. Eran sólo nuestras imágenes.
—Yo que ustedes no andaría tocando lo que no les pertenece —dijo una voz a nuestras espaldas que nos sobresaltó.
Nos giramos hacia el recién llegado.
Era un hombre alto, tenía la típica armadura griega y unas enormes alas blancas. El arco y el carcaj que colgaban de su hombro no eran de juguete: eran armas de guerra.
Tenía el cabello negro, y sus rasgos eran duros, pero lo que sobresalía, eran los ojos rojos como la sangre que nos miraban enojados. Los mismos que habíamos visto en el espejo.
Desprendía una presencia divina que nos hizo retroceder, parecía el tipo de dios que se ofendía fácil y que nos destruiría sin dudar, aunque tenía la sensación de que él no nos eliminaría, sino que sería capaz de algo mucho peor que solo matarnos.
—¿Y bien? —dijo—. ¿Qué hacen con el espejo de mi hija?
¿Su hija? Abrí los ojos con asombro al comprender quién era este tipo.
—Usted...es el padre de Darlene —dije con la boca abierta—. Es Eros, el dios del amor.
Eros inclinó la cabeza a un costado, de repente, su enojo desapareció y sonrió con una ternura que jamás había visto en otro dios.
—El padre de Darlene —repitió suavemente—, siempre me resulta bonito como suena eso. —Annabeth me miró, asombrada por el cambio repentino que tuvo, sin embargo solo fue un segundo, porque el dios volvió a mirarnos con furia.
Annabeth se apresuró a responderle.
—Señor Eros, somos amigos de su hija.
—Ya lo sé —espetó rodando los ojos— sé quienes son, sobre todo tú. —Dijo señalándome—. Eres muy importante para mi Dari, siempre tiene algo que decir sobre ti, apareces en cada conversación.
Annabeth frunció el ceño y murmuró algo en griego que no alcance a escuchar.
Yo en cambio, sentí un dolor en el pecho, una angustia desgarradora. Darlene era mi mejor amiga, la chica que hubiera deseado tener como hermana, quien se había sacrificado sin dudar para darnos una oportunidad de triunfar en nuestra misión.
—Pero no pregunté quiénes eran, pregunté sobre el espejo. —dijo Eros—. Se lo regalé el año pasado para poder vigilarla.
—¿Usted...la vigila? —preguntó Annabeth. Es cierto que resulta un poco desconcertante, los dioses no suelen interesarse mucho en sus hijos.
—Por supuesto que lo hago, la vida de los semidioses es una constante puesta en peligro, rara vez llegan a la adultez y personalmente, me gustaría que mi hija lo haga. ¡Por eso le dije a Quirón que no la dejara ir a ninguna misión!
—Usted es la razón por la que no la dejaron venir conmigo el año pasado —dije recordando sobre cómo Quirón había dado excusas para no permitir que Darlene fuera con nosotros en la búsqueda del rayo.
—Sabía que ella te seguiría a donde sea que fueras. —Espetó irritado. Me miró como si fuera el culpable de todas sus desgracias y como si estuviera seriamente considerando destrozarme de todas las maneras más horribles que se pudiera imaginar—. El verano pasado logré que se quedara segura en el campamento, pero por supuesto que no dejaría que alguien la detuviera ahora —agregó rodando los ojos—. "Los héroes necesitan de las misiones, eso les da honor a ellos y respeto a nosotros" dijo mi padre. Pfff, ridículo. ¿De qué sirve el honor cuando tienes una muerte trágica y dolorosa? ¿De qué me sirve el respeto si no viene de mi propia mano? No, no quería que Darlene tuviera misiones, la quería viva y a salvo en el campamento.
Por un segundo, tuve la sensación de que si Eros tuviera a Dari frente a él ahora mismo, sería capaz de llevársela y castigarla en su habitación quien sabe cuanto tiempo, donde no pudiera ponerse en peligro. Y he de admitir, que a pesar de que ella pudiera enojarse conmigo, después de ver lo que hizo, yo apoyaría a su padre en esa decisión.
—Le di ese espejo porque así sería más fácil para mi vigilar que no se metiera en problemas, ahora que no puedo leer su mente, no puedo saber que locura cometerá antes de que lo haga.
—¿Ya no puede hacer qué? —cuestioné anonadado.
—No es que no pueda, ella no me deja, me lo prohibió. —se quejó como si estuviera tratando de justificarse—. Adolescentes y su necesidad de privacidad.
Era claro que no le gustaba nada no tener el control de la vida de su hija.
Eros centró su mirada en el espejo y luego en nosotros con enojo—. Entonces, ¿dónde está Darlene? Si ustedes tienen su espejo...
Annabeth se apresuró a contarle lo que pasó, y con cada palabra, estaba cada vez más preocupado por la evidente furia de Eros.
—Mi padre es hijo del amor y la guerra, dos conceptos que crearon un verdadero monstruo —me había dicho Darlene hace tiempo—. Lo que es capaz de hacer...bueno, la muerte es más compasiva que él.
Cuando Annabeth acabó, la tomé del brazo para apartarla de él. Eros parecía un volcán a punto de erupcionar, y no sabía si nos culpaba por lo que había hecho Dari.
Este dios desprendía un aura que en serio asustaba, quería poder mantenerme firme, pero la verdad que incluso mirarlo mucho tiempo a la cara me generaba una sensación extraña.
Recordé lo que Darlene me había contado de su padre, que no era fácil ni agradable mirar el rostro del amor.
Cerró los ojos y apretó su arco con fuerza, como si estuviera tratando de contenerse de arremeter contra nosotros.
Cuando los abrió, parecía triste y preocupado.
—Así que ese es su defecto fatídico —murmuró.
Annabeth dio un paso temerosa hacia él—. Disculpe, señor Eros —Él la miró—, pero ¿cuál es el defecto fatídico de Dari?
Eros guardó silencio unos segundos, perdido en sus pensamientos.
—El amor desmedido —dijo finalmente.
—¿Y eso es malo? —cuestioné incrédulo—. ¿Desde cuándo amar es algo malo?
—El amor debería ser felicidad, respeto y cariño, es un sentimiento nato, que requiere de dar y recibir en igual medida, no es fácil de atrapar y es aún más difícil de mantener. —Explicó con seriedad—. Pero el amor desmedido puede generar verdadero dolor a quien lo siente. Por amor se han cometido las más grandes atrocidades de la historia. La persona que ama de forma desmedida puede sufrir mucho porque es capaz de aceptar cualquier afecto desigual que reciba, es capaz de aceptar las cargas más pesadas, los sacrificios más horribles, el dolor más desgarrador solo por obtener la sonrisa de sus seres amados. Aún peor, sería capaz de perdonar hasta la peor de las traiciones si se trata de alguien que ama profundamente. —Siguió explicando, parecía que el dios se rompería en cualquier momento solo de pensar en lo que su hija sería capaz de hacer—. Después de todo, el verdadero amor no es envidioso ni vanidoso, no siente orgullo, no es egoísta o violento. No se enoja con facilidad porque es paciente y tierno, no sabe guardar rencor o deseos de venganza. Dari tiene un defecto fatídico que podría condenarla a una vida llena de dolor, y aún así, ella lo aceptaría voluntariamente por aquellos que ama. Se cegará y olvidará de amarse a sí misma primero.
—Por eso se sacrificó por nosotros —murmuró Annabeth.
Estaba pálida, yo no estaba mejor. Sentía que podría desmayarme en cualquier momento.
Las implicancias de lo que Eros nos acababa de decir eran aterradoras. Ahora por fin comprendía el peligro del que todos hablaban, sobre cómo el amor era una fuerza despiadada y cruel, que no medía el daño que podía dejar a su paso.
Por eso el dios frente a nosotros era tan temido.
Y lo peor, es que podía comprender aquellos sentimientos. Los respetaba, la lealtad era algo importante para mí, amar tanto a alguien al punto de estar dispuesto a todo por ello.
Darlene nos amaba. Por eso no había dudado un segundo en cortar las cuerdas del bote.
Nos amaba lo suficiente para dejarnos ir sin ella, amaba a Grover tanto como para priorizar su búsqueda por encima de su libertad, y amaba el campamento como para renunciar incluso a su vida con tal de preservar su existencia.
Sentí un nuevo nivel de respeto y amor por ella.
Pero ahora, también había un nuevo nivel de odio.
Por culpa de Luke habíamos perdido a Dari. No aceptaba que ella pudiera estar muerta, tenía que estar viva aunque fuera prisionera.
Quería a mi amiga de regreso, e iba a recuperarla.
Eros cerró los ojos, como perdido en sus pensamientos y al abrirlos, no estoy seguro de qué sentimiento predominaba. La incredulidad, el horror, la ira o incluso el orgullo.
Soltó un insulto en griego antiguo. Uno que seguramente si yo lo repitiera le daría un infarto a mi madre y me castigaría por cientos de años.
—Parece que he encontrado a mi hija —murmuró. Sus ojos rojos resplandecieron de odio.
Nos dio la espalda, listo para irse sin decirnos nada más.
—¡Espere! —grité. Él nos miró por encima del hombro—. ¿Entonces aún está viva? —pregunté esperanzado.
—¿Se escapó? —preguntó Annabeth en el mismo tono que yo.
Eros asintió.
—Por ahora sí. —Respondió—. No se preocupen, volverán a verla pronto.
Desapareció en una luz blanca que nos hizo cerrar los ojos.
Nos quedamos en silencio, incrédulos por lo que acababa de pasar. Annabeth respiró profundamente.
—Entonces, solo nos queda esperarla —comentó.
Yo solo asentí, permitiéndome sentir por un momento una sensación de paz al saber que aún estaba viva. No solía confiar mucho en los dioses para garantizar la seguridad de sus hijos, la mayoría de las veces ni siquiera les importa reconocer nuestra existencia y parentesco, pero la mirada en los ojos de Eros, el cariño y el dolor en su voz al hablar de Darlene, me hizo tener esperanza de que al menos él sí se preocupaba mucho, y que al parecer estaba dispuesto a romper varias reglas por su hija.
Dari volvería a nosotros. Confiaría en que su padre se aseguraría de eso.
Y cuando la volviera a ver, me aseguraría de darle una buena sacudida por haberse expuesto así, no dejaría nunca más que esa tonta se pusiera en peligro.
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DARLENE
De las tres veces que estuve frente a él, realmente no había podido verlo bien; una había estado oscuro y las otras dos estaba medio inconsciente.
Pero ahora podía verlo en todo su esplendor. Apolo era alto, al menos unas dos cabezas más que yo y tenía la apariencia joven de alguien de unos diecisiete años. Estaba vestido con una armadura griega dorada, tenía rizos rubios y ojos brillantes como oro fundido.
«No lo voy a negar, su cara parece tallada por los mismos ángeles».
—No sé si estás buscando molestarme a propósito o en serio eres tonta —murmuró entrando con las manos en la espalda—, ahora atacas a mis sirvientes y te atreves a vagar por mi santuario sin ningún tipo de respeto.
—Tú me trajiste a tu templo, técnicamente, tengo tu permiso de estar aquí.
—¡Te salvé la vida, mocosa ingrata!
—No te pedí que lo hicieras —espeté tratando de poner en mis palabras toda la molestia que su actitud había comenzado a generarme. Estaba harta de que me tratara así cuando nada de lo que le pasó era mi culpa—. Lo hiciste porque te dio la gana.
—Eres realmente una irrespetuosa, desagradecida y...
—¡Me amenazaste con matarme y durante un año me atormentaste con gripes y ronchas por el sol, no puedes esperar que te tenga el más mínimo aprecio o respeto! —Apreté con fuerza la flecha que tenía oculta, su expresión se endureció y podía ver como el enojo iba creciendo cada vez más en él.
Se acercó bruscamente en tres zancadas con toda la intención de despedazarme. Sus ojos destellaban odio contenido.
—¡Espera! —grité extendiendo mis manos hacia su pecho.
Apolo se detuvo justo a unos centímetros de mí. Miró con furia hacia mi mano, que sostenía contra su pecho una flecha de oro.
—¿Esa...es una de mis flechas? —cuestionó con tono indignado. Podía sentir a raudales la ira que sentía.
—Sí —respondí levantando la barbilla. Tenía que mostrarme valiente, aunque sintiera terror, no dejaría que nadie más intentara matarme sin pelear—. Le recé a mi padre para bendecirla con sus dones. Un solo paso más y haré que te enamores del ser más horrendo que haya cerca en el Olimpo.
Apolo entrecerró los ojos y me miró con odio.
—Miserable mortal, por supuesto que seguirías las enseñanzas de ese cabrón de Eros.
—Shhh —lo callé—. Será un cabrón, no lo niego; pero sigue siendo mi padre y nadie puede llamarlo así delante mío. —Él rodó los ojos y se apartó un poco—. Creo que podemos tener una conversación como individuos decentes —agregué.
El dios soltó un bufido, y colocó las manos detrás de la espalda.
Sinceramente, no tenía idea de que estaba haciendo. Apolo era en la Antigua Grecia uno de los dioses más temidos por sus actos de crueldad. Era un dios temperamental, que había matado incluso a sus amantes que lo habían ofendido.
—No tengo la culpa de tus problemas con mi papá —dije—, pero entiendo que las disputas en nuestra familia se heredan. Así que puedo dejar que me trates de matar de una manera dolorosa o puedo defenderme y caer al menos sabiendo que peleé hasta mi último aliento. E imagino que un dios de tu posición y con un gran poder disfrutaría más de una pelea que engrandezca aún más su valía.
Apolo ladeó la cabeza un poco, considerando mis palabras. Agradecí infinitamente el regalo de Peitos, estaba funcionando a la perfección.
—Digo, no creo que haya nada mejor que poder decir: "Dio una gran pelea, pero al final, gané épicamente".
—Mmm...puede ser que tengas razón.
—Además, los hijos de Ares dicen que su padre cree que no hay victoria en una pelea regalada, que es mejor cuando se disfruta del combate y ganas porque realmente eres el mejor.
—Bueno...—dijo colocando sus manos en las caderas—, supongo que sí sería divertido cazarte como a un roedor. —Se inclinó sobre mí, sus ojos resplandecían de oro y tenía la sensación de estar viendo un fuego tan grande que quemaría todo a su paso—. Después de todo, los gatos siempre despedazan al ratón.
—Y otras —espeté entre dientes—, cuando el ratón se cansa de que lo molesten, se rebela, le da un buen mordisco al gato y este termina huyendo.
—Ya lo veremos —dijo sonriendo de forma condescendiente—. Seré benevolente, adelante, elige el desafío.
Chapter 15: 014.SOBRE DIOSES QUE INCITAN A LA VIOLENCIA
Chapter Text
APOLO, COMO DIOS MÁS IMPORTANTE DE LA SEGUNDA GENERACIÓN DE LOS OLÍMPICOS Y COMO HIJO DEL REY DE LOS DIOSES, NO PODÍA HACER ALGO PEQUEÑO.
Eso, o estaba planeando humillarme con toda intención.
Rodé los ojos por el nivel de extravagancia que había creado en tan solo unos segundos después de aceptar mi desafío.
Frente a mí había un laberinto hecho de mármol, las paredes eran bastante altas y estaban decoradas con mosaicos multicolores que brillaban bajo una luz abrasadora suspendida en lo más alto del palacio. El suelo estaba hecho de oro y todo ahí desprendía un calor insoportable.
Sobre el laberinto había una grada alta donde las musas se estaban acomodando para...lo que sea que Apolo les hubiera pedido. Quien sabe, componer baladas, alguna obra teatral o una pintura donde retrataran su magnificencia aplastando a la pobre e insignificante semidiosa que se había atrevido a desafiarlo.
«Es un payaso» pensé amargamente.
Él estaba parado a mi lado, con las manos en la cintura y una sonrisa soberbia.
—Bueno, adelante —dijo—. Di las reglas.
—Jugaremos a policías y ladrones —sentencié.
—¿Disculpa?
—Me dejaste elegir el desafío, y eso hice. Elijo policías y ladrones.
Apolo me miró como si quisiera torturarme de formas lentas y dolorosas.
—¿Te burlas de mí?
—Déjame explicar las reglas para que no pienses que solo estoy pensando en el juego infantil —dije rodando los ojos. Tampoco era estúpida como para burlarme así de un dios—. Intentaré llegar al final del laberinto, y tú intentarás detenerme, puedes usar cualquier método siempre y cuando no implique usar tus poderes de dios del sol o cualquiera de tus otros dominios.
—¡Eso...!
—¡Eres un dios, Apolo! —grité interrumpiendo—. ¡Tienes superfuerza y capacidad de aparecer y desaparecer, de transformarte en lo que sea que quieras! Y yo solo soy una adolescente mortal de trece años, es una clara ventaja a tu favor. ¡Yo ni siquiera puedo sostener una espada, mis únicas capacidades son las peleas cuerpo a cuerpo y el arco, y aún así estoy en desventaja contra tí.
Él tensó la mandíbula, claramente molesto. Al final, volvió a sonreír de esa manera entre amigable y sádico.
—Entonces sí se trata de una cacería —dijo burlón.
—Tómalo como quieras.
—Bien, seré aún más generoso —comentó—. Te dejaré usar un cuchillo y te daré unos...cinco minutos de ventaja.
Hizo una seña con la mano y una ninfa se apareció a mi lado, entregándome una daga con el mango de oro. Era bastante pesada.
«Jodido cabrón» pensé entrecerrando los ojos. Claramente esperaba que el peso de la daga me jugara en contra, considerando mis habilidades con este tipo de armas, sería mejor simplemente no tener nada.
—Gracias —espeté con tono venenoso.
Él acentuó más su sonrisa que solo hacía verlo más atractivo.
—Bueno, adelante. Ve a la línea de salida —dijo—. Veamos que tanto tardas en caer, pequeño ratón.
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Apenas llevaba diez minutos perdida en este infernal laberinto y ya Apolo me había estado a punto de arrancar la cabeza tres veces.
No importaba cuanto corriera o cuantas veces lograra escapar, él seguía apareciendo a la vuelta de la esquina de cada pasaje.
Era una certeza que el condenado dios estaba disfrutando de jugar con mis nervios.
Estaba cansada, sudada y ya me había hecho raspones por todos lados. Incluso en una de las veces que alcancé a derrapar para evitar el brazo de Apolo que apareció de repente, me rasgué las rodillas del pantalón y las tenía sangrando.
A veces podía escuchar la música y risitas de las musas, y otras, era la risa de Apolo resonando por entre los muros.
Me arrastré contra una de las paredes, tomando aliento y observando todo a mi alrededor en busca del dios.
No tardó mucho en aparecer.
Aunque solo sentía su risa ronca, sus palabras venían de algún lugar a la derecha.
—No dejas de ser una simple mortal con tantas limitaciones que te convierten en un ser fácil de aplastar, pequeño engendro —dijo burlón.
Apreté los dientes, estaba furiosa.
Este dios egocéntrico y narcisista creía que podía salirse siempre con la suya, que podía tratarnos a los mortales como si fuéramos insectos y que debíamos aceptarlo así sin más.
Bueno, ya era hora de que alguien le mostrara lo que era enfrentarse a un semidiós adolescente del siglo XXI.
—Es muy fácil para ti pelear a la distancia ¿no? —grité con tanta furia que sentí como si mis cuerdas vocales se desgarraran. Mis ojos se llenaron de lágrimas por el enojo—. ¡¿Qué tan bueno eres peleando de frente y como un igual, cabrón?!
Sentí el golpe antes que siquiera comprendiera lo que había pasado. Me arrojó contra una de las paredes y me golpeé la cabeza.
—Como puedes ver, muy bueno —dijo divertido.
Se arrodilló a mi lado, y me miró fijamente. Llevó su mano hacia mi cuello, donde un pequeño hilo de sangre me bajaba por donde me había golpeado.
Entonces, algo en su mirada cambió. Como si ver aquello le provocara un inmenso dolor. Tristeza, confusión y enojo eran las emociones que desprendía.
—¿Por qué me cuesta tanto matarte? —murmuró tan bajo que si no fuera porque estaba cerca no lo habría escuchado. Aunque la verdad es que no estoy segura de que ni siquiera se hubiera dado cuenta que lo pronunció, parecía como perdido en sus pensamientos.
Decidí que era mi oportunidad. Le di un puñetazo directo a la mandíbula, al mismo tiempo, saqué la otra mano con la daga hacia su rostro haciéndole un pequeño rasguño.
La pequeña, casi ínfima, gota del icor de los dioses que bajó por la herida fue lo único que alcancé a ver antes de salir corriendo.
No me quedé a ver su reacción. Seguramente estaría atónito de que hubiera podido lastimarlo aunque fuera algo tan pequeño, pero también sabía que eso lo pondría furioso.
Corrí nuevamente, me desplacé por los pasillos hasta comenzar a sentirme mareada. La mano con la que lo golpeé me dolía como la puta mierda, tenía los nudillos ensangrentados, seguramente me la había roto y me la sujetaba con la otra porque me latía demasiado y comenzaba a ser un dolor insoportable.
«Mierda, si que tiene la cara dura» pensé aguantando las ganas de gritar por el dolor.
Comenzaba a sentirme angustiada por no poder encontrar el camino hacia el centro del laberinto. Sentía que en cualquier momento me volvería loca.
«Papá, si quieres aparecer este es el mejor momento».
Mi respiración se agitaba cada vez más, veía todo borroso y estaba mareada. El golpe en la cabeza me había dejado bastante atontada.
Miré hacia atrás cuando sentí como si una ola de calor me estuviera acechando, era tan intenso que sentía como si mi piel se estuviera quemando.
Fue solo un segundo que me distraje, cuando volví la vista al frente, me di de lleno contra una pared.
Caí de espaldas, sujetándome la nariz que me sangraba.
Sollocé, seguramente también me la había roto.
Una mano me tomó de la muñeca y me levantó con fuerza. Miré con dificultad por el dolor, Apolo parecía una bomba a punto de estallar. Estaba muy enojado.
—Mira si eres tonta, me haces perder el tiempo persiguiéndote y al final lo único que has hecho es lastimarte a ti misma —espetó empujándome lejos suyo con asco—, eres patética.
Ignorando el dolor, escupí a sus pies un poco de la sangre. Seguramente era una imagen preciosa: despeinada, sudorosa y ensangrentada.
—Patética, pero logré darte dos golpes —repliqué mirándolo con el mismo enojo.
—Un error que no pienso volver a cometer —murmuró dando dos zancadas hacia mí con la mano en alto y una luz irradiando en ella.
Lo miré con la barbilla en alto, sabía que no me dejaría ir de aquí con vida.
El calor se intensificó a nuestro alrededor, una llamarada infernal que me sofocó. Podía sentir mi piel ardiendo como si se estuviera prendiendo fuego.
La luz en su mano se hizo cada vez más brillante y supe que ya estaba cansando de jugar.
—Llegaste al final de tu camino, insignificante mestiza.
Levantó el brazo dispuesto a calcinarme.
Y de repente, una mano enorme y llena de cicatrices se cerró bruscamente contra su muñeca, deteniendolo.
—Lo siento, pretty boy —dijo un hombre que me recordó levemente a mi papá. Usaba unas gafas de sol rojas y un peinado como militar—. Personalmente, me divertí viendo el espectáculo, pero ni mi chica ni mi mocoso van a apreciar si matas a la pequeña pulga.
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Apolo estaba bastante disgustado por la aparición de Ares.
El laberinto había desaparecido y nuevamente estábamos de pie en la habitación-templo de antes. Los dos dioses estaban de pie uno frente al otro, enfrentándose, desafiándose con la mirada. Apolo parecía querer despedazar a su hermano, y Ares parecía divertirse con toda la situación.
—Será mejor que ya la dejes ir, hermano —dijo Ares—. Mi chica está teniendo problemas para contener a Eros, y aunque para mí sería una maravilla, no quiero tener que soportar las quejas de Afrodita, y ambos sabemos que todo acabará en desastre si tú y él finalmente tienen un enfrentamiento serio.
—Pues que venga —replicó Apolo—, tendrá que venir él mismo por su engendro, porque no pienso dejarla ir.
«¿Cómo que no?» pensé irritada. Ya estaba harta de todo esto. Miré a mi alrededor y puesto que ninguno de los dos dioses me prestaba atención, decidí que era hora de hacerme respetar.
Tomé el jarrón que estaba sobre el altar y se lo arrojé, con una puntería perfecta, directo a la cabeza del dios del sol.
El ruido resonó en el enorme templo. Ambos dioses parecían atónitos por mi actuar repentino, y de suerte que mi fuerza mortal y su anatomía divina no iba a provocarle ningún daño serio más que una jaqueca.
Me quedé paralizada, a la espera de que alguno reaccionara.
Ares soltó una carcajada estridente. Apolo me miró como si fuera el insecto más despreciable y tuvo toda la intención de acercarse a mí con furia resplandeciendo en sus ojos, pero la mano del dios de la guerra apoyándose sobre su hombro para detenerlo, nuevamente me salvó.
—Tienes que reconocer que para ser una mocosa, tiene ovarios —dijo riéndose.
—Voy a pulverizarla —murmuró entre dientes.
—No, no lo harás —expresó Ares—. La pulguita aún tiene una misión que cumplir y lo sabes, además, Afrodita quiere hablar contigo.
—¡Me importa un carajo lo que quiera Afrodita!
—Me gustaría ver que se lo digas a la cara —murmuró divertido—, pero creo que es algo que te interesará mucho saber antes de que cometas algo de lo que te vas a arrepentir toda la eternidad.
Apolo apretó los labios, enojado, pero no dijo nada. Supongo que algo en la expresión de Ares, que yo no entendí ni tres patitos, le hizo dudar.
Al final, hizo un gesto con la mano y se dirigió hacia una de las ventanas. No me volvió a dirigir la mirada, simplemente actuó como si no existiera.
—Largo de aquí —espetó—, antes de que cambie de opinión.
Era sorpresivo que cambiara así de repente de opinión. Quise pensar que quizá se debía a su condición de dios de la razón y el pensamiento lógico. Él, para los antiguos griegos, podía representar la armonía y el equilibrio que presiden al raciocinio. A veces, aún con un temperamento volátil, podía ser el dios ideal para que al menos te escuchara si le hablabas con las palabras correctas.
—Vamos, mocosa —dijo Ares—, te esperan.
Chapter 16: 015.SOBRE PADRES SOBREPROTECTORES CON COMPLEJO DISNEY
Chapter Text
SEGUÍ A ARES POR UNA ESCALERA DE MÁRMOL QUE DABA A LAS CALLES DEl OLIMPO.
El tipo era mi supuesto abuelo paterno, pero como que no se parecía en nada a mi abuelo Thomas.
Estaba por decir algo cuando noté al dios que nos esperaba al pie de las escaleras.
—Papá —dije sonriendo.
Eros me miró seriamente, y miró a Ares. No tengo idea si estaban teniendo algún tipo de conversación telepática o algo así.
Fueron unos segundos y luego Ares me miró.
—Diste una buena pelea —dijo con una sonrisa que me heló la sangre—, para ser una pulga le diste batalla al golden boy, tienes ovarios, pero no te recomiendo volver a intentar desafiar a un dios.
—No lo hará —espetó papá.
Ares se encogió de hombros y comenzó a brillar. Papá me colocó la mano en los ojos y un brillo cegador inundó por entre las rendijas de sus dedos. Cuando la apartó, estábamos solos.
Eros lucía bastante enojado. Llevaba en su espalda un enorme arco y la armadura griega, más aún llamativas, eran las grandes y blancas alas que le llegaban casi hasta el piso. Sus puños estaban apretados con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos, su mandíbula estaba tensa y cada pocos segundos miraba hacia lo alto de la escalera que daba al Templo de Apolo con un odio salvaje y despiadado.
—Yo...
—Nos vamos a casa —dijo comenzando a caminar hacia la salida.
Corrí para alcanzarlo—. ¿Vas a llevarme con mamá? —pregunté confundida.
—No, te llevaré a mi palacio.
—Pero...aún tengo una misión —murmuré deteniéndome, confundida.
Eros negó.
—No, ya hiciste tu parte.
—Ares dijo que tenía que volver... —intenté decir remarcando la importancia del "tenía".
—¡No me importa lo que digan! —exclamó interrumpiendo. Era la primera vez que él levantaba la voz cerca mío y fue...doloroso. Podía ver que lo dominaba una gran angustia, una ira que era más pena que enojo, como si algo lo estuviera rompiendo—. No vas a seguir en el mundo mortal, es demasiado peligroso, te llevaré a dónde puedas estar a salvo de todo mal.
Me acerqué a él lentamente.
—Papá...
—Apolo no es tan omnipotente cómo le gusta pensar —espetó con tono venenoso—, hay maneras de eludir a un dios. Ya lo hice en el pasado, creé todo un valle para esconder a mi esposa de la ira de mi madre, puedo hacerlo para protegerte a ti.
—Papá...
—Solo tengo que llevarte a mi palacio y...
—¡Papá! —grité llamando su atención finalmente—. No importa cuánto intentes protegerme —dije con seriedad—, no podrás hacerlo por siempre, tarde o temprano tendrás que dejarme pelear mis propias batallas. Soy una semidiosa, mi destino está entre los mortales, no puedes simplemente esconderme como si fuera Rapunzel en tu palacio, tienes que dejarme vivir la vida que las moiras planearon...sea lo que sea.
Eros me miró como si quisiera reírse, y quizá de ser otro mestizo lo habría hecho sin importarle nada.
Él no dejaría de ser, pensar y comportarse como un dios. Lo ha sido toda su eternidad, y seguramente siempre pensó en los mortales como seres inferiores y débiles, la señora Psique y yo quizá hemos sido las únicas que lo hicieron replantearse algunas cosas.
Apretó los labios como conteniéndose de decir algo que me molestaría. Apartó la mirada y permaneció así unos segundos, en silencio.
—Sabes que podría llevarte conmigo a mi palacio y mantenerte ahí por siempre, y nadie podría tocarte nunca, pero tampoco podrías huir —dijo con tono duro.
—Pero no lo harás —murmuré—, porque sabes que tengo razón.
—¿Razón? ¿A quién le importa la razón? Me importa mantenerte viva —replicó. Hizo una mueca burlesca—. Pero ningún intento mío servirá de nada si sigues queriendo escapar para ver a tus amigos, y seguirás poniéndote en peligro todo el tiempo por ellos ¿verdad?
No respondí.
Él soltó un suspiro como resignado.
—Bien —dijo aún con tono irritado—, pero será en mis condiciones.
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No sabía a qué demonios se refería papá con sus condiciones.
Lo único que sabía es que en un momento estaba frente a él en el Olimpo y al siguiente aparecí en medio de una playa de arena blanquísima, con prados verdes, árboles de frutas tropicales. Parecía una postal caribeña.
Mi primer pensamiento, fue que había ignorado por completo mi deseo y me había abandonado en una isla perdida en Eros sabía dónde.
—¡Papá, no es justo! —grité al cielo mientras pateaba—. ¡No es lo que acordamos!
Sí, bueno...él quería ser el padre de una adolescente, ya era hora que supiera que también puedo ser bastante caprichosa cuando quiero.
Comencé a caminar por el borde del mar, bajo el sol abrasador buscando alguna manera de escapar. Pero luego de lo que se sintieron como horas, me di por vencida.
Tenía calor, estaba cansada y con hambre otra vez.
Todavía tenía puesta la ropa que me habían colocado en el Templo de Apolo, pero estaba algo rota y manchada con sangre. Me senté en la arena, sudando como si estuviera en un sauna.
Me picaba la piel donde los rayos me quemaban. Levanté la mirada hacia el sol, y haciendo una mueca desagradable, le saqué el dedo medio.
Me recosté sobre la arena caliente, deseando poder encontrar una manera de salir de aquel lugar.
—¡Papá, no puedes dejarme aquí tirada! —grité histérica moviendo las piernas y los brazos—. ¡Al menos me hubieras llevado a un lugar con aire acondicionado y comida!
Nada.
Ignorada como descripción larga de decoración en libro +18.
No es que yo sepa mucho de eso, nunca he leído ese tipo de cosas. Soy pura y casta.
—Tal vez pueda cortar madera y hacerme un barquito —dije, pensando en maneras de cortar madera sin ningún arma—. Llegaré con los chicos el próximo milenio.
Una brisa suave llegó por el oeste, solté un suspiro al sentir como refrescaba mi piel.
—Vaya que has crecido —dijo una voz alegre, amistosa—, cada día más bonita.
Levanté la cabeza y vi a un hombre alado parado en medio de la arena. Llevaba una espada de bronce bastante peligrosa, pero su apariencia era relajada: camiseta de tirantes, bermudas y sandalias de piel. Sus alas eran de tonos rojizos, tan diferentes a las blancas inmaculadas de papá.
Pero lo que más me llamó la atención fue la cesta de fruta que le colgaba del brazo.
—¿Quieres una? —preguntó sacando una manzana. Asentí desesperada, y él me la tendió divertido.
—¿Quién eres?
El hombre se rió.
—Bueno, sé que te gusta poner nombres tú misma, pero puedes llamarme Céfiro.
—¿Céfiro? Eres el viento del oeste, trabajas para Eros.
—Así es, es mi amo —respondió asintiendo—. Vine a calmarte un poco, tus gritos comienzan a ponerlo nervioso. Siempre has sido un poco dramática.
Mordí la manzana mientras me ponía de pie.
—¿Ya me conocías? —farbullé con la boca llena.
Céfiro asintió—. Yo estuve pendiente de tu madre mientras estaba embarazada, y le avisé a mi señor cuando naciste. —El dios me miró fijamente y su sonrisa se borró, luego miró al sol—. Ese imbécil —murmuró.
—Entonces, ¿vas a sacarme de aquí? —pregunté llamando su atención.
—¿Salir de aquí? —repitió divertido—. Si querías venir a esta isla.
Confundida, miré a mi alrededor.
—¿Cómo?
—Es la isla esa a la que querías ir, la del cíclope.
Solté un jadeo sorprendida. Estaba tan pendiente de volver con los chicos que no se me ocurrió que esta isla paradisiaca fuera la de Polifemo y que tenía esta belleza seguramente por el Vellocino.
—¿Y qué...?
—Vine a traer un encargo de tu padre —respondió haciendo un gesto con la mano y una fuerte ráfaga de aire cálido sopló.
Apenas unos segundos después, una chica cayó a nuestro lado.
—Jodido hijo de puta y....
—¡Clarisse!
Me apresuré a ayudarla a ponerse de pie, esa caída debía doler.
—Estaba varada en medio del mar y mi amo me ordenó que la trajera —explicó el dios.
—¿Darlene? —Clarisse me miró sorprendida y frunció el entrecejo.
-—Ya están aquí, pueden seguir con sus cosas —dijo girándose y abriendo sus alas—. Por tu bien, hija de Ares, espero que tengas éxito.
—¡Por supuesto que lo tendremos, vamos a salvar el campamento!
—No me refería a eso, pero también —Céfiro se rió.
Clarisse se puso pálida pero asintió hacia él, tomando mi brazo con seguridad y me empezó a arrastrar hacia el interior de los árboles.
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La hija de Ares dirigía la marcha. La dejé llevarme porque yo suelo ser un desastre para esas cosas, cero coordinación en el entorno.
Seguramente yo nos habría perdido.
—Clarisse, ¿cómo es que acabaste varada?
—Caribdis y Escila —respondió con sequedad—. Me encontré a Jackson, Chase y el cíclope en Miami, íbamos juntos cuando llegamos a su zona y el barco explotó.
—¿Ellos están bien? —pregunté preocupada.
—Yo que sé, no los llevo en el bolsillo.
—Pero...
—Escucha, estábamos en el mar, seguramente Jackson está bien, su papito lo debe haber protegido, y ambas sabemos que él no dejará que le pase nada a los demás.
—Sí, pero...
De repente, sentimos el ruido de unos pasos enormes agitándose entre la maleza. Nos detuvimos abruptamente, conteniendo la respiración y mirando a nuestro alrededor en busca de peligro.
Clarisse sacó un cuchillo de su abrigo. Yo tomé una piedra. No era mucho, pero podía tirárselo al ojo.
—¿Será...? —susurré. El sudor me bajaba por la frente, y sentía un nudo en el estómago por los nervios.
—Shh...
Uno.
Dos.
Tres...
Nada. Todo quedó en silencio.
—Creo que se fue —murmuró Clarisse.
Dejé escapar un suspiro y ambas nos miramos, conscientes de que deberíamos estar más atentas.
Un gruñido retumbó nuevamente y algo pesado me golpeó en la cabeza.
Chapter 17: 017.SOBRE CÓMO ME ROBÉ AL NOVIO
Chapter Text
PERCY
LA CRESTA SOBRE LA QUE NOS HALLÁBAMOS ERA MÁS ESTRECHA DE LO QUE ME HABÍA PARECIDO.
Por el otro lado terminaba bruscamente, y era de allí de donde venía aquella voz del terraplén que había debajo.
—¡Eres pendenciera! —bramó aquella voz ronca.
—¡Atrévete a desafiarme! —La voz de Clarisse, sin la menor duda—. ¡Devuélveme mi espada y lucharé contigo!
El monstruo se echó a reír con gran estruendo.
Annabeth y yo nos arrastramos hasta el borde. Estábamos encima mismo de la entrada de la cueva. Polifemo y Grover, que aún iba con su vestido de novia, se hallaban justo a nuestros pies.
Tenía la esperanza de ver a Tyson por allí. Aunque estuviera corriendo peligro, al menos habría sabido que estaba vivo, pero no había ni rastro de él.
En su lugar, nos tomó por sorpresa lo que vimos.
Clarisse y Darlene estaban atadas y colgadas boca abajo sobre una olla de agua hirviendo.
—¡Dari! —exclamó Annabeth en voz baja. Y tenía una expresión que seguramente se replicaba en mi cara. Eros había sido exacto al decir que la veríamos pronto.
—Hummm —murmuró Polifemo mientras reflexionaba—. ¿Me como a esta bocona ahora mismo o la dejo para el banquete de boda junto con la otra? ¿Qué opina mi novia?
Se volvió hacia Grover, que retrocedió y casi tropezó con su cola nupcial, por fin terminada.
—Eh, bueno, yo no estoy hambrienta ahora mismo, querido. Quizá...
—¿Cómo que novia? —preguntó Clarisse—. ¿Quién? ¿Grover?
—Shhh, Clarisse —le decía Darlene—. Cierra el pico.
Polifemo frunció el ceño.
—¿Qué Grover?
—¡El sátiro! —aulló Clarisse.
—¡Clarisse! —chilló Darlene.
—¡Ay! —gimió Grover—. El cerebro de la pobre ya se ha puesto a hervir con el agua caliente. ¡Bájala, querido!
Polifemo entornó el párpado sobre su siniestro ojo nublado, tratando de ver a las chicas con mayor claridad.
—¿De qué sátiro me hablas? —preguntó—. Los sátiros son buena comida. ¿Me han traído un sátiro?
—¡No, maldito idiota! —bramó Clarisse—. ¡Ese sátiro! ¡Grover! ¡El que lleva el vestido de novia!
—¡Eres una imbécil! —le gritó Darlene enojada—. No hay ningún sátiro, lo que yo veo es una pareja de cíclopes que está por casarse en pésimas condiciones. Dime, ¿no consideraste contratar a una buena organizadora de bodas?
—¡¿Acaso ya te dejaron tonta de tantos golpes en la cabeza?! —cuestionó Clarisse—. Grover es un sátiro.
—Porque si están interesados, puedo ofrecerles un maravilloso descuento en mi paquete ultra romántico para bodas de emergencia...
Darlene seguía parloteando tonterías sobre bodas en un intento por distraer a Polifemo, pero ya era demasiado tarde.
Clarisse había destapado la olla, y Polifemo no se dejaría engañar.
Se dio la vuelta y le arrancó el velo a Grover, descubriendo su pelaje ensortijado, su desaliñada barbita adolescente y sus cuernos diminutos.
El cíclope respiro pesadamente, tratando de contener su furia.
—No veo demasiado bien, no desde que aquél otro héroe me pinchó en el ojo. Pero aun así... ¡Tú no eres una mujer cíclope!
Y le desgarró el vestido por completo. Debajo, apareció el viejo Grover con sus tejanos y su camiseta. Soltó un aullido y se agachó justo cuando el monstruo lanzaba un golpe a su cabeza.
—¡Espera! —suplicó Grover—. ¡No vayas a comerme crudo! ¡Tengo una buena receta!
Polifemo, con una roca preparada para aplastar a la que había sido su novia, pareció dudar.
—¿Una receta?
—¡Oh, sí! No vas a comerme crudo, ¿verdad? Te daría diarrea, el botulismo, un montón de cosas horribles. Tendré mucho mejor sabor asado a fuego lento. ¡Con salsa picante de mango! Podrías ir ahora mismo a buscar unos mangos, allá en el bosque. Yo te espero aquí.
El monstruo se puso a reflexionar. El corazón me retumbaba contra las costillas.
—Sátiro asado con salsa picante de mango —musitó Polifemo. Se volvió hacia las chicas, que seguían colgadas sobre la olla de agua hirviendo—. ¿Ustedes también son sátiros?
—¡No, maldito montón de estiércol! —chilló—. ¡Somos chicas! ¡Soy la hija de Ares! ¡Ahora desátame para que pueda rebanarte los brazos!
—¡Clarisse, para ya! —gritó Darlene, tenía una expresión de dolor. Seguro que esas sogas y el movimiento la estaban lastimando.
—Para rebanarme los brazos —repitió Polifemo.
—¡Y para metértelos en la boca!
—Tú sí que tienes agallas.
—¡Bájame de aquí!
Polifemo agarró a Grover y lo levantó como si fuera un perrito desobediente.
—Ahora hay que apacentar a las ovejas. La boda la aplazamos hasta la noche. ¡Entonces comeremos sátiro como plato fuerte!
—Pero... ¿es que todavía piensas casarte? —Grover sonaba ofendido—. ¿Y quién es la novia?
Polifemo miró con el rabillo del ojo hacia la olla hirviendo.
Clarisse ahogó un grito.
—¡Oh, no! No lo dirás en serio. Ni pienses que...
—¡Tú no! Me da dolor de cabeza escuchar tus chillidos —bramó el cíclope, señaló a Dari con una sonrisa horrible—. Ella.
Darlene dejó escapar un jadeo—. ¡Estás loco! ¡Tengo trece años, no tengo edad para casarme, y tú no eres para nada mi tipo! ¿Siquiera considerarías hacerte un buen corte de cabello?
—¡Darlene! —gritaron Clarisse y Grover.
—¡Además, soy hija de Eros, a él no le va a gustar nada este matrimonio sin su bendición!
Polifemo pareció pensarse un poco lo que acababa de escuchar.
—Una hija de Eros ¿he? —masculló—. Sin duda me he sacado el premio mayor. Ojalá pudiera ver mejor, pero seguro que debes ser preciosa.
—¡Intenta acercarte a ella y acabaré contigo! —gritó Clarisse.
Antes de que Annabeth y yo pudiésemos hacer algo, Polifemo las arrancó de la cuerda como si fuera una manzana madura y los arrojó a los tres al interior de la caverna.
—¡Pónganse cómodos! ¡Estaré de vuelta cuando se ponga el sol para el gran acontecimiento!
Luego dio un silbido y un rebaño de cabras y ovejas más pequeñas que las devoradoras de hombres empezaron a salir de la cueva. Cuando pasó la última, Polifemo hizo rodar una roca frente a la entrada, con la misma facilidad con que yo cerraría la puerta de la nevera, y ahogó de golpe los gritos de Clarisse, Darlene y Grover.
—Mangos —refunfuñó Polifemo—. ¿Qué son mangos?
Se alejó caminando montaña abajo con su traje de boda azul celeste y nos dejó en compañía de una olla de agua hirviendo y una roca de seis toneladas.
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DARLENE
Polifemo nos tiró como bolsas de basura al interior de la cueva sin ningún miramiento.
Caímos en un golpe duro, ellos dos encima de mí. Me quedé sin aire y rodamos tratando de ponernos en una posición más cómoda.
—¡Maldito cíclope! —escupió Clarisse sacuendiéndose con fuerza.
—¡Ay!
—Déjenme ayudarlas —dijo Grover apresurandose a tomar unas tijeras que había tiradas por ahí.
Estábamos en una cueva que fungía como una sala de telar. Supongo que aquí es donde Polifemo hilaba la lana de las ovejas.
Grover intentó cortar los nudos que nos mantenían atadas sin ningún resultado.
—¡Estoy harta de ser prisionera! —grité enojada—. ¡Me he pasado la mitad de la misión esposada! ¡¿Acaso alguien más va a secuestrarme o qué?!
—Es inútil —dijo Clarisse ignorándome, más interesada en soltarse que en mi furia—. ¡Estas cuerdas parecen de hierro!
—¡No quiero ser esposa de un cíclope!
Sí, me estaba comportando como una quejosa. Pero quiero verlos no quejarse si un monstruo de casi cinco metros con un solo ojo, aliento apestoso, mal peinado y pésimo sentido de la moda, que encima se comerá a tus mejores amigos, quiere casarse con ustedes.
Y yo quería casarme con Percy.
—¡Sólo unos minutos más!
—¡Maldición, Grover! —gritó exasperada—. ¡Llevas rato intentándolo!
Entonces vi una figura que llevaba días esperando volver a ver.
—¡Percy! —exclamé emocionada. Él me dio una sonrisa cansada, pero llena de afecto.
—¿Percy? —dijo Clarisse—. ¡Se suponía que habías saltado por los aires!
—Yo también me alegro de verlas. Ahora no se muevan mientras...
—¡Perrrrrcy! —Grover se puso a balar y le dio un abrazo cabruno, una especie de placaje—. ¡Oíste mis mensajes! ¡Has venido!
—Sí, amigo. Claro que he venido.
—¿Dónde está Annabeth? —pregunté ansiosa por verla a ella también.
—Fuera, pero no hay tiempo para hablar. Quédense quietas.
Destapó a Contracorriente y corté las cuerdas. Clarisse se puso de pie con cierta rigidez mientras se frotaba las muñecas. Lo miró con hostilidad un momento; luego bajó la vista y murmuró—. Gracias.
—De nada —respondió. Clavó sus ojos en mí, y dando dos zancadas me sujetó de los brazos para ponerme de pie. Me estrechó en un fuerte abrazo, casi desesperado—. ¡Maldita sea, Dari! ¡Si vuelves a hacer una estupidez como lo del barco, voy a...! —amenazó, pero cerca del final su voz se quebró, como si estuviera haciendo esfuerzos para no llorar.
—Lo siento —murmuré contra su hombro—, pero no encontré otra forma.
—¡Pues si no hay, inventaremos una! —espetó. Me miró con los ojos inyectados en sangre, muy aterrado y aliviado de por fin verme—. ¡Pero no vuelvas a hacer algo así!
Asentí, pero no prometí nada. Sentí que sería mentirle descaradamente, porque si tenía que, volvería a hacerlo.
Él vio a través de mis pensamientos y me dio una mirada que comprendí muy bien.
"Estás loca si piensas que te dejaré hacerlo de nuevo".
Se giró hacia Clarisse, quizá no queriendo seguir con esta conversación hasta que estuvieramos a salvo.
—¿Había alguien más en tu barco?
Clarisse lo miró sorprendida—. No, solo yo. El resto de la tripulación del Birmingham... Bueno, ni siquiera sabía que ustedes se habían librado.
Percy miró al suelo, sus emociones gritaban impotencia y tristeza. Fue cuando me di cuenta.
—¿Percy, dónde está Tyson? —pregunté asustada.
—Vamos, tenemos que ayudar a Annabeth —dijo ignorando mi pregunta.
Quería llorar, porque si era lo que estaba pensando...
Se oyó un estruendo, cuyo eco fue rebotando por toda la cueva, y luego un grito que me hizo temer.
Annabeth gritaba llena de pánico.
Nos deslizamos fuera de la cueva, Percy me había sujetado de la mano con fuerza. Vimos al cíclope que sonreía con aire malvado y sostenía un puñado de aire. Agitó el puño y una gorra cayó al suelo, Annabeth estaba sujeta por las piernas y retorciéndose boca abajo.
—¡He atrapado a Nadie! —gritó Polifemo, regodeándose—. ¡Repulsiva niña invisible! Ya tengo una novia, ¡a tí también te voy a asar con salsa picante de mango!
Annabeth forcejeaba, pero parecía aturdida. Tenía un corte muy feo en la frente y los ojos vidriosos.
—Voy a atacarlo. —Susurró Percy—. Nuestro barco está en la otra parte de la isla. Ustedes...
—Ni hablar —dijimos al unísono.
Clarisse iba armada con una lanza rematada con un cuerno de cordero que había sacado de la colección del cíclope. Grover había encontrado un hueso de muslo de oveja con el que no parecía muy contento, pero lo blandía como si fuese una porra; y yo sostenía un arco bastante viejo de hueso y unas flechas algo gastadas, pero lo interesante era que las puntas estaban oxidadas, eso seguro que le dolería si se infectaba.
—Atacaremos juntos —gruñó Clarisse.
—Sí —dijo Grover. Y pestañeó atónito, como si no pudiera creer que hubiese coincidido en algo con Clarisse. Yo solo asentí.
—Está bien. Plan de ataque Macedonia —dijo.
Los cuatro habíamos pasado los mismos cursos de entrenamiento en el Campamento Mestizo. Sabíamos de qué estaba hablando. Nos desplazariamos a hurtadillas y atacaríamos al cíclope por los flancos mientras él atraía su atención por el frente.
Seguí a Clarisse hacia una de las enormes rocas en la cima de una pendiente y nos escondimos entre la maleza que caía salvaje por todas partes.
Entre las hojas, vi a Percy acercándose a Polifemo con Contracorriente en su mano.
—¡Eh, tú, bicho horrible! —gritó blandiendo su espada.
—¿Otro? ¿Tú quién eres? —cuestionó el gigante.
—Deja a mi amiga. Soy yo el que te insultó.
—¿Tú eres Nadie?
—¡Eso es, apestoso barril de moco! —volvió a gritar.
Hice una mueca, Percy era pésimo para los insultos.
—¡Yo soy Nadie y a mucha honra! Ahora, déjala en el suelo y ven aquí. Quiero sacarte el ojo otra vez.
El cíclope rugió furioso y soltó a Annabeth, que cayó de cabeza sobre las rocas, quedando tendida como un muñeco de trapo. Solté un jadeo, preocupada por ella; y Clarisse me sujetó del brazo cuando estuve a punto de saltar a ayudarla.
Polifemo corrió hacia Percy, justo en ese momento, Grover saltó por la derecha y lanzó su hueso de oveja, que rebotó, inofensivo, en la frente del monstruo. Clarisse apareció por la izquierda, colocó la lanza contra el suelo, justo a tiempo para que el cíclope la pisara, y se echó a un lado para no quedar atrapada. Polifemo soltó un aullido de dolor, pero se arrancó la lanza como si fuese una astilla y siguió avanzando.
Así que salté por entre la maleza y tensé el arco. Disparé tres flechas juntas que se clavaron justo en una de las rodillas del cíclope, haciendo que el gigante soltara un aullido angustiado.
Polifemo soltó manotazos, tratando de agarrar a Percy con una mano. Él, espada en mano, rodó a un lado y le dio un tajo en la otra pierna.
—¡Encargense de Annabeth! —gritó.
Grover y yo corríamos hacia ella, tomando su gorra y él la alzó en brazos. Sujeté su cabeza que caía pesadamente a un costado y tenía una herida fea que sangraba demasiado para mi gusto.
Clarisse y Percy se quedaron atrás, enfrentando a Polifemo mientras nosotros corríamos hacia el puente.
—¡Esto es malo! —chilló Grover—. Su cabeza no para de sangrar.
—Por ahora tratemos de llegar al otro lado y librarnos de ese tipo, ya veremos que hacer con su cabeza —espeté.
Me aterraba la idea de pensar que Annabeth pudiera morir, estaba sangrando demasiado, ese golpe había sido muy duro; pero no podía dejarme invadir por el pánico.
A lo lejos, los retumbos de los pasos de Polifemo sacudían el suelo de la colina.
—¡Los voy a hacer picadillo! —grito furioso—. ¡Maldito seas mil veces, Nadie!
Percy y Clarisse corrían hacia nosotros, siendo perseguidos por el cíclope, que aunque cojeaba lento por las heridas que tenía en su cuerpo, no desistía de la idea de dejarnos ir por la paz.
Y yo, particularmente, no tenía muchas ganas de quedarme a averiguar si al final me haría su cena o su esposa.
Bajamos la ladera a trópicos, y al llegar al otro lado, Grover bajo a Annabeth al suelo. Percy y Clarisse aún estaban algo alejados, tenían que cruzar antes de que Polifemo los alcanzara.
—¡El cuchillo de Annabeth! —gritó Percy a lo lejos.
—¿Qué dice? —preguntó nervioso Grover.
—El cuchillo —murmuré—. ¡El cuchillo!
—¿Qué cuchillo?
—¡Hay que cortar las cuerdas! —le grité sacando el arma que Annabeth solía guardar en su cinturón. Me apresuré a cortar las cuerdas mientras ellos atravesaban el puente.
La primera se rompió con un chasquido.
Polifemo demasiado cerca y hacía oscilar el puente de un modo brutal.
La mitad de las cuerdas ya estaban cortadas. Clarisse y Percy saltaron en plancha para alcanzar tierra firme y aterrizaron junto a nosotros.
Percy blandió su espada y de un solo golpe cortó las cuerdas que quedaban.
El puente cayó en el abismo y el cíclope aulló feliz, porque estaba justo a nuestro lado.
Chapter 18: 017.SOBRE CÓMO DEJO AL NOVIO PLANTADO Y ME DOY A LA FUGA EN UNA LLUVIA DE PIEDRAS
Chapter Text
LA SUERTE NO ES ALGO DESTINADO A LOS SEMIDIOSES.
—¡Has fallado! —gritó eufórico—. ¡Nadie ha fallado!
Clarisse y Grover intentaron atacarlo, pero el monstruo los apartó de un golpe, como si fueran moscas.
Me paré delante de Annabeth, arco en mano, lista para dispararle una flecha en el ojo...cuando dejara de moverse tanto.
Percy alzó la espada y saltó hacia él, clavando la espada en la barriga y cuando Polifemo se dobló de dolor, le asestó un golpe en la nariz con la empuñadura.
Claramente, estaba furioso. Golpeó varias veces, angustiado y violento, atacando sin piedad hasta que el cíclope estuvo en el suelo, aturdido y soltando gemidos de miedo y dolor.
—¡No, por favor! —suplicó mirando a Percy con miedo. Le sangraba la nariz y por el rabillo del ojo le asomaba una lágrima—. Mis ovejitas me necesitan. ¡Yo sólo quiero proteger a mis ovejitas!
Y empezó a sollozar.
Percy levantó la espada con la intención de acabar con él, pero dudó. Y creo que tenia que ver con que Polifemo, encogido en el suelo, lloroso y con miedo, se parecía bastante a Tyson.
Tuve el impulso de arrojarme sobre Percy y obligarlo a bajar la espada. Pero Polifemo no era como Tyson. No era un niño pequeño y no dudaría en masacrarnos si le dábamos la oportunidad.
—¡Mátalo! —chilló Clarisse—. ¿A qué esperas?
—¡Es un cíclope! —gritó Grover—. ¡No te fíes de él!
Percy de verdad estaba teniendo serios problemas, incluso un poco lejos de donde estaba, podía sentir el dolor, la culpa y la angustia de tener que tomar la vida de Polifemo, incluso cuando él lo hubiera despellejado sin remordimiento, Percy tenía compasión.
—Sólo queremos el Vellocino de Oro —le dijo—. ¿Dejas que nos lo llevemos?
—¡No! —gritó Clarisse—. ¡Mátalo!
—¡Cierra el pico, Clarisse! —Ella me miró como si estuviera considerando clavarme su lanza en el ojo, pero no me importó. Esto ya era demasiado difícil para Percy como para que ella lo influenciara.
El monstruo se sorbió la nariz ruidosamente—. Mi hermoso vellocino, la mejor pieza de mi colección. Llévatelo, hombre cruel. Tómalo y vete en paz.
—Voy a retroceder muy despacio.Un movimiento en falso y...
El cíclope asintió como si comprendiera.
Percy apenas retrocedió un paso y Polifemo lo golpeó de un manotazo.
—¡Percy!
—¡Por eso le dije que lo matara! —gritó Clarisse furiosa—. Nunca puedes confiar en uno de ellos.
Quería correr hacia él, pero no podía dejar a Annabeth. Se estaba poniendo muy pálida y fría.
—¡Estúpido mortal! —bramó mientras se incorporaba—. ¿Llevarte mi vellocino? ¡Ja! Primero he de comerte.
Sentía un dolor tan grande en el pecho que casi no podía respirar, mi cuerpo estaba como pesado y frío, empecé a llorar de una manera que me hizo pensar que podía ahogarme. Todo a mi alrededor daba vueltas y estaba borroso, solo podía ver como Polifemo sujetó a Percy y abrió su enorme boca dispuesto a comérselo, todo como en cámara lenta.
Entonces una piedra como una pelota de baloncesto se coló por la garganta de Polifemo.
—¿Q-Qué? —apenas me salió la voz. Sentía como un hierro ardiente en la garganta y el cuerpo me temblaba aún por el pánico.
El cíclope se atragantó e intentó deglutir aquella píldora inesperada. Se tambaleó hacia atrás. Sólo que no había espacio para tambalearse. Le resbaló un talón, se resquebrajó el borde de la sima y se desplomó en el abismo.
Levanté la vista hacia la cima del camino, y un sollozo se me escapó.
—¡Polifemo malo! —exclamó Tyson—. ¡No todos los cíclopes son tan buenos como parecemos!
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Tyson nos dio una versión resumida de lo que había pasado: Rainbow el hipocampo, que por lo visto nos había seguido desde Long Island Sound con la esperanza de que Tyson jugase con él, lo había rescatado cuando CSS Birmingham se hundió en el fondo del mar y había logrado ponerlo a salvo. Los dos juntos habían recorrido desde entonces el Mar de los Monstruos tratando de localizarnos, hasta que Tyson detectó un fuerte tufo a oveja y dio con la isla.
Quería correr a abrazarlo, pero temía que si me levantaba iba a caerme. Aún sentía en el cuerpo los dejes del ataque de nervios que había tenido cuando pensé que iban a cenarse a Percy.
Además, no quería soltar la mano fría de Annabeth.
—Tyson, gracias a los dioses —dijo Percy con los ojos algo llorosos—. ¡Annabeth está herida!
—¿Das gracias a los dioses porque está herida? —preguntó desconcertado.
—¡No! —Se arrodilló junto a Annabeth y vi el miedo en sus ojos.
Tenía el nacimiento del pelo ensangrentado. Estaba pálida y sudorosa.
—Está helada —sollocé.
Grover y Percy se miraron asustados, incluso Clarisse parecía aturdida.
—Tyson, el vellocino —dijo Percy—. ¿Me lo puedes traer?
—¿Cuál? —dijo Tyson, mirando a las docenas de ovejas que tenía a su alrededor.
—¡En el árbol, el de oro! —grité entendiendo la idea que había tenido.
Se movió pesadamente, procurando no pisar las ovejas. Si alguno de nosotros hubiera intentado acercarse al vellocino, habría sido devorado vivo, pero supongo que Tyson olía igual que Polifemo, porque el rebaño ni siquiera le prestó atención.
Tyson extendió el brazo y levantó el vellocino de la rama de la que llevaba siglos colgando. Al instante, las hojas del roble se volvieron amarillas. Tyson empezó a caminar despacio hacia nosotros
—¡No hay tiempo! ¡Tíramelo!
La dorada piel de cordero cruzó por los aires y Percy la tomó al vuelo. La extendimos sobre Annabeth, cubriéndole todo el cuerpo salvo la cara, y rogué en silencio a todos los dioses, incluso al tonto que casi me habia matado ayer.
«Por favor, por favor, Apolo sé que me odias y quieres verme bien muertita, pero por favor, que Annabeth se salve».
Su rostro recuperó el color. Le temblaron los párpados y abrió los ojos. El corte en su frente empezó a cerrarse.
—No te habrás... casado, ¿verdad? —dijo con dificultad mirando a Grover.
Grover sonrió de oreja a oreja.
—No. Darlene me robó al novio en la cara.
—Y luego lo dejé plantado por mujeriego —agregué entre sollozos—, te mereces algo mejor que un tipo que te cambiaría por otra sin dudarlo.
Nos reímos aliviados de ver que habíamos sobrevivido por unas horas más.
—Annabeth, no te muevas —murmuró Percy.
Pese a nuestras protestas, ella se sentó y entonces advertí que el corte se le había curado casi del todo. Tenía mucho mejor aspecto. De hecho, parecía irradiar salud, como si le hubiesen inyectado un resplandor benéfico.
Le di un suave abrazo, había tenido tanto miedo de perderla a ella y a Percy.
—Tenemos que irnos —dijo Percy mirando a Tyson que comenzaba a tener problemas para controlar a las ovejas—. Nuestro barco está...
Vi a lo lejos en el mar un enorme barco de velas, bastante parecido al Perla Negra del Capitán Sparrow.
Pero estaba demasiado lejos y nuestra mejor apuesta era el puente...que habíamos cortado. La otra opción era pasar entre las ovejas asesinas.
—Tyson ¿podrías llevarte el rebaño lo más lejos posible? —pregunté.
—Las ovejas quieren comida.
—¡Quieren carne humana! —soltó Percy—. Intenta alejarlas del camino. Danos tiempo para llegar a la playa y luego reúnete con nosotros.
Tyson parecía indeciso, pero dio un silbido.
—¡Vamos, ovejitas! ¡La carne está por allí! —Se alejó trotando hacia el prado, con todas las ovejas detrás.
—Sigue con el vellocino encima —le dijo a Annabeth—. Por si no estás totalmente curada. ¿Puedes ponerte de pie?
Hizo un intento, pero palideció en el acto—. ¡Uf! No del todo curada.
Clarisse se sentó a su lado y le examinó el pecho, lo que le arrancó un grito sofocado.
—Tiene un par de costillas rotas —dijo. Extendía la mano y la toqué, Clarisse tenía razón. Había pasado muchas horas en la enfermería haciendo de asistente de Lee y me había enseñado un par de cosas.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Percy.
—Porque yo me las he roto más de una vez, enano —espetó Clarisse—. Voy a tener que cargar con ella.
Agarró a Annabeth como si fuera un saco, se la cargó sobre los hombros y la llevó hacia la playa.
El resto las seguimos y cuando llegamos a la orilla, Percy trató de llamar al barco, tras unos minutos de ansiosa espera, lo vi rodeando el extremo de la isla.
Alcancé a ver que en la proa lucía el nombre: Vengador de la Reina Ana.
«Ah...no es el Perla Negra, ya decía que era muy bonito para ser verdad»
—¡Ya vengo! —gritó Tyson, y bajó a saltos por el camino mientras las ovejas balaban frustradas, cincuenta metros más atrás, visto que su amigo se largaba sin darles de comer.
—No creo que nos sigan en el agua —nos dijo Percy—. Lo único que tenemos que hacer es nadar hacia el barco.
—¿Con Annabeth en este estado? —protestó Clarisse.
—Podemos lograrlo, y una vez a bordo, estaremos fuera de peligro —respondió con tono confiado. Me miró, estirando el brazo para sujetarme con fuerza—. Vamos, no voy a dejarte ir lejos de mi vista de nuevo.
Supongo que de verdad lo había traumado con haberme tenido que dejar en manos de Luke.
Esperaba que ya no hubiera más sorpresas desagradables, solo quería llegar al campamento en paz.
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Estábamos cerca de la entrada del barranco, cuando oímos un tremendo rugido y vimos a Polifemo, arañado y magullado pero todavía vivo, con su esmoquin azul hecho jirones, chapoteando hacia nosotros con una roca en cada mano.
—¿Es que no se le acaban nunca las rocas? —murmuró Percy. No le respondí porque una ola me dio en la cara y casi me atraganto con el agua.
—¡Nademos hasta el barco! —dijo Grover.
Él y Clarisse se zambulleron entre las olas. Annabeth se agarraba del cuello de Clarisse e intentaba nadar con un brazo, aunque el peso del vellocino la abrumaba. Nos sumergimos en el agua, y a pesar de que hacía todo más complicado, Percy se negó a soltarme la mano.
—¡Tú, joven cíclope! —rugió Polifemo—. ¡Traidor a tu casta!
Tyson se quedó helado.
—¡Tyson, no lo escuches!
Percy intentó tomarlo con la otra mano y arrastrarlo con nosotros, pero Tyson no se movió, al contrario, se volvió y encaró al viejo cíclope—. No soy ningún traidor.
—¡Sirves a los mortales! ¡A ladrones humanos! —gritó Polifemo.
Le arrojó la primera roca. Tyson la desvió con el puño.
—¡No soy traidor y tú no eres de mi casta!
—¡Victoria o muerte!
Polifemo se adentró entre las olas, pero aún tenía el pie herido. Dio un traspié y cayó de cabeza. Habría sido muy divertido si no hubiera empezado a levantarse otra vez, escupiendo agua salada y soltando gruñidos.
—¡Percy, Darlene! —chilló Clarisse—. ¡Vamos!
Ya casi habían llegado al barco con el vellocino a cuestas. Si conseguía distraer al monstruo un poco más...
—¡Sigan! —dijo Tyson—. Ya entretengo yo al Gran Feo.
—¡No vamos a dejarte atrás! —grité.
—Te matará —espetó Percy y su voz sonó bastante asustada—. Lucharemos juntos.
—Juntos —repitió él, asintiendo.
Percy se giró hacia mí y me dio un empujón lejos de él.
—Tú te vas al barco.
—¡No voy...!
—¡Si piensas que tienes derecho a exigir quedarte después de lo que hiciste, estás mal de la cabeza! —me gritó. Percy nunca me había gritado—. ¡Sube al maldito barco porque no tengo paciencia para que me des más sustos!
—Pero...
—¡Vete!
Estaba atónita, pero decidí obedecer.
Me zambullí en el agua y nadé hacía el barco, apenas fueron unos minutos pero me dejó agotada. No estaba acostumbrada a la fuerza del mar.
No sé qué estaba pasando con Percy y Tyson, pero llegó al barco y Clarisse me arrojó una cuerda para que pudiera trepar. Cuando subí, me giré hacia la costa justo para ver como esos dos peleaban contra el cíclope.
—¡Tyson! —grité horrorizada cuando Polifemo lo golpeó con un árbol con tal fuerza que salió disparado hacia atrás, abriendo una zanja en la arena. Polifemo se echó sobre él.
Percy se arrojó contra él y le clavó a Contracorriente en la parte trasera del muslo.
El rugido de Polifemo fue ensordecedor, y trató de darle con el árbol. Varias veces lo intentó, y Percy esquivaba las ramas casi de refilón.
Tyson le hizo un placaje y lo derribó, luego lo apartó de un empujón y los hermanos corrieron directo a las olas.
—¡Los aplastaré! —aullaba Polifemo, doblándose de dolor y cubriéndose el ojo con sus manos enormes—. ¿Dónde están?
Tomó el árbol y lo lanzó al agua. Cayó salpicando demasiado cerca de los chicos.
Estaban casi llegando al borde, cuando Clarisse volvió a ponerse en modo bocona.
—¡Muy bien, Jackson! ¡En tus propias narices, maldito cíclope!
—¡Maldita sea, Clarisse! —grité empujándola.
Había hecho lo mismo en la cueva poniendo en peligro a Grover, quería estrangularla.
Polifemo rugió, agarró una roca y la lanzó orientándose por la voz de Clarisse, pero se quedó corto por suerte.
—¡Mírate! —se mofaba Clarisse—. ¡Tiras como bebé! ¡Así aprenderás!
—¡Ya basta!
—¡Clarisse! —gritó Percy—. ¡Cierra el pico!
Polifemo arrojó otra roca y esta vez le dio directo al barco. El Vengador de la Reina Ana gimió, crujió y la proa se fue inclinando como a punto de deslizarse por un tobogán.
Nos hundimos demasiado rápido y nos arrojamos al agua, tratando de nadar sin éxito en el burbujeante torbellino del naufragio. El agua me arrastró y me entró por la naríz, me sentía como un muñeco de trapo siendo desplazada sin compasión por las olas.
No tenía idea de cómo les estaba yendo a los demás, pero quién me preocupaba era Annabeth, ella seguía herida y si aun estaba aferrada al vellocino eso le dificultaría nadar por el peso.
Me hundí, sintiendo como el agua me quemaba la nariz y el dolor en el pecho era demasiado. Me agitaba desesperada, aterrada de morir de aquella manera.
Esta misión había tenido demasiadas experiencias cercanas a la muerte que había esquivado, pero no podía tener tanta suerte ¿verdad?
Entonces, cuando creí todo perdido, uno de los ponis pez del señor Poseidon aparecieron, uno de ellos me empujó con la cabeza y me aferre a su cuello. Me llevó a la superficie y respiré desesperada por el aire.
Clarisse, Grover y Annabeth aparecieron a mi lado también sobre más hipocampos.
Rainbow, que era el más grande, cargaba con Clarisse. Él y mi hipocampo nadaron hacia Percy y Tyson, y ellos se aferraron a sus crines.
Le tendí la mano a Percy y lo ayudé a subir. Nos alejamos a escape de la isla de Polifemo. A nuestras espaldas, oí todavía al cíclope rugiendo victorioso.
—¡Lo conseguí! ¡He mandado a Nadie al fondo!
Esperaba que nunca descubriera que estaba equivocado.
Nos deslizamos sobre las olas mientras la isla se convertía en un punto y desaparecía por fin.
—Lo logramos —murmuré aferrada a la espalda de Percy, apoyando la mejilla en su hombro. Estaba tan agotada de todo.
—Sí —respondió él sujetándose con una mano a la crin del hipocampo y con la otra aferrándose a mi mano.
A nuestro lado, el hipocampo que llevaba a Annabeth se acercó demasiado. Ella se había desmayado sobre el cuello de la criatura, aun sujetando el vellocino como un objeto precioso que no pensaba dejar ir.
—La salvamos —dije agradecida.
—Gracias a los dioses —dijo él con tono adormecido.
Sentía que tenía una deuda con cierto dios.
Lo detestaba, pero quizá se había apiadado de mi amiga y eso era suficiente para darle un poco de margen en nuestra turbulenta relación. No me importaba lo que me hiciera a mi, pero agradecía que al menos sintiera compasión por mis amigos.
No estoy segura de cuánto tiempo pasó ni a dónde nos dirigimos, pero en algún punto, nos ganó el cansancio y nos quedamos dormidos.
Chapter 19: 018.SOBRE VUELOS EXPRESS
Chapter Text
PERCY
ME GUSTARÍA PODER DECIR QUE TODO FUE FÁCIL LUEGO DE QUE HUIMOS DEL MAR DE LOS MONSTRUOS. PERO NUNCA TENGO TANTA SUERTE.
—Percy, despierta.
El agua salada me salpicaba la cara. Dari me sacudía por el hombro.
A lo lejos, el sol se ponía tras los rascacielos de una ciudad. Divisé una carretera flanqueada de palmeras junto a la playa, escaparates de tiendas con deslumbrantes neones de color rojo y azul, y un puerto abarrotado de cruceros y barcos de vela.
—Creo que estamos en Miami —dijo—, pero los hipocampos se comportan raro.
Era cierto, nuestros amigos habían aminorado la marcha, relinchaban y nadaban en círculo mientras husmeaban el agua. No parecían muy contentos. Uno de ellos estornudó.
—No van a acercarse más —respondí—. Demasiados humanos. Demasiada polución. Tendremos que nadar hasta la orilla.
A ninguno de nosotros le entusiasmaba la idea, pero nos resignamos y a Rainbow y sus amigos les dimos las gracias por el viaje. Tyson derramó unas lágrimas y desató a regañadientes el paquete que había usado como silla improvisada, donde guardaba sus herramientas y un par de cosas más que había logrado salvar del naufragio del Birmingham. Abrazó a Rainbow, rodeándole el cuello con los brazos, le dio un mango pasado que se había llevado de la isla y le dijo adiós.
Cuando las crines blancas de los hipocampos desaparecieron en el mar, nos pusimos a nadar hacia la orilla. Las olas nos empujaban, y en muy poco tiempo estábamos de vuelta en el mundo de los mortales.
Tyson se tomó unos segundos para abrazar a Dari—. ¡Ya no estás en manos de los malos!
Ella dejó que la abrazara tan fuerte que podía haberla partido a la mitad. Yo conocía esos abrazos, pero a ella no le importó.
—También me alegro mucho de verte bien, Tyson.
Recorrimos los muelles donde se alineaban los cruceros, abriéndonos paso entre un montón de gente que llegaba de vacaciones. Había mozos trajinando con carros llenos de maletas. Los taxistas hablaban a gritos en español e intentaban colarse en la fila para recoger clientes. Si alguien se fijó en nosotros: seis mocosos mojados y con pinta de haberse peleado con un monstruo, nadie dio muestras de ello.
Ahora que estábamos de nuevo entre mortales, el único ojo de Tyson no se distinguía bien gracias a la niebla. Grover había vuelto a ponerse su gorra y sus zapatillas. E incluso el vellocino se había transformado y ya no era una piel de cordero, sino una chaqueta de instituto roja y dorada, con una Omega resplandeciente bordada sobre el bolsillo.
Annabeth corrió al expendedor de periódicos más cercano y comprobó la fecha del Miami Herald.
Soltó una maldición—. ¡Dieciocho de junio! ¡Hemos estado diez días fuera del campamento!
—¡No es posible! —dijo Clarisse.
Pero todos sabíamos que sí lo era, el tiempo transcurría de otro modo en los lugares monstruosos.
—El árbol de Thalia debe de estar casi muerto —dijo Dari angustiada—. Tenemos que llegar allí con el vellocino esta misma noche.
Clarisse se dejó caer en el pavimento, abatida.
—¿Cómo demonios se supone que vamos a hacerlo? —dijo con voz temblorosa—. Estamos a miles de kilómetros. Sin dinero y sin vehículo. Es exactamente lo que dijo el Oráculo. ¡Tú tienes la culpa, Jackson! Si no te hubieses entrometido...
—¡¿Disculpa?! —Darlene parecía que sería capaz de cometer un asesinato ahora mismo.
—¿Qué es culpa de Percy? — estalló Annabeth—. ¿Cómo puedes decir eso, Clarisse? Eres la peor.
—¡Basta ya! —zanjé.
Clarisse se agarró la cabeza con las manos. Annabeth, frustrada, dio una patada al suelo.
Casi se me había olvidado, pero se suponía que aquella búsqueda era de Clarisse. Durante un momento espeluznante vi las cosas desde su punto de vista.
¿Cómo me habría sentido si un puñado de héroes se hubiese entrometido y me hubiera dejado en mal lugar?
Pensé en la conversación que había olvidado que había oído en la sala de calderas de CSS Birmingham, Ares hablándole a gritos a Clarisse y advirtiéndole que no fallara. A él le tenía sin cuidado el campamento, pero si Clarisse lo hacía quedar mal...
—Clarisse —pregunté—, ¿qué te dijo exactamente el Oráculo?
Ella levantó la vista. Pensé que me mandaría al demonio. Pero no: respiró hondo y recitó la profecía:
Navegarás en el buque de hierro con guerreros de hueso,
acabarás hallando lo que buscas y lo harás tuyo,
pero habrás de temer por tu vida sepultada entre rocas,
y sin amigos fracasarás y no podrás volar sola a casa.
—¡Uf! —musitó Grover.
—No, espera un momento... ya lo tengo —dije. Busqué dinero en mis bolsillos, pero solo encontré un dracma de oro—. ¿Alguien tiene dinero?
Annabeth y Grover menearon la cabeza, Clarisse sacó de su bolsillo un dólar confederado, todavía húmedo, y suspiró.
Dari negó, era la que peor estaba de nosotros, solo recién me di cuenta de su apariencia. Tenía una camisa blanca que le quedaba bastante grande —manchada de sangre cerca del cuello y los puños, unos pantalones negros rasgados y unas botas que también le quedaban algo grandes.
No tenía idea de dónde había sacado esa ropa y por qué lucía como si hubiera tenido una pelea callejera.
—¿Dinero? —preguntó Tyson vacilante—. ¿Quieres decir... papeles verdes?
Lo miré.
—Sí, eso.
—¿Cómo el que llevábamos en los petates?
—Sí, pero ésos los perdimos...—Me interrumpí al ver que Tyson hurgaba entre sus cosas y sacaba la bolsa impermeable llena de billetes que Hermes había incluido en nuestro equipaje—. ¡Tyson! ¿Cómo?
—Creí que era una bolsa de comida para Rainbow —dijo—. La encontré flotando en el mar, pero sólo había papeles.
Me tendió la bolsa. Al menos trescientos dólares en billetes de cinco y de diez.
—Vamos, Clarisse, te vas ahora mismo para el aeropuerto. Annabeth, dale el vellocino.
No sé cuál de las chicas parecía más pasmada mientras yo le quité a Annabeth la chaqueta del vellocino. Metí todo el dinero en el bolsillo y se la entregué a Clarisse.
—¿Qué? —Ella parecía muy confundida.
—Esta búsqueda es tuya —dije—. Y no alcanza para comprar billetes para todos. Además, yo no puedo viajar en avión. Zeus me haría volar en mil pedazos. Eso es lo que significaba la profecía: "fracasarás sin amigos", o sea, no podrás hacerlo sin nuestra ayuda, pero tendrás que volar tú sola a casa. Has de llevar el Vellocino sin falta.
Vi cómo trabajaba su mente, primero con suspicacia, preguntándose qué clase de trampa intentaba tenderle, y al final, convencida de que hablaba en serio.
Aún así, había un halo de preocupación y nerviosismo en su rostro que no había visto nunca.
Miraba alternativamente entre el vellocino y a...
—¿Qué ocurre? —preguntó Dari—. ¿Por qué me ves tanto? ¿Tengo algo en la cara?
—No puedo irme sin ella —murmuró Clarisse.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Y-Yo...cuando el barco de mi papá se hundió, vague por el mar en un pedazo de madera a la deriva mucho tiempo, de verdad pensé que iba a morir —explicó—. En un momento, me quedé dormida y alguien me visitó en sueños. Me dijo que los vientos me llevarían a la isla, pero...que debía asegurarme que Darlene llegara al campamento sana y salva o sino...—se interrumpió, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Era evidente que quien la visitó la asustaba de verdad.
Y solo se me ocurría alguien que podría haber sido.
—Fue Eros, ¿verdad?
Ella asintió.
—¿Mi papá? —cuestionó Dari con asombro.
—También lo conocimos —dije—. Dari, tu papá da miedo.
Dari sonrió, entre divertida y avergonzada.
—Normalmente es como un osito bobo de peluche —Ella soltó una risa nerviosa—. Mi mamá dice que actúa como un padre primerizo temeroso de que me haga un raspón en la rodilla.
Los cuatro la miramos como si hubiera perdido la cabeza.
—Quizá porque eres su única hija —soltó Annabeth.
—A tu papá no le gustó nada que hayas venido con nosotros —dije.
Annabeth y yo explicamos brevemente nuestro encuentro con el dios, sobre lo enojado que había estado. Pero no dijimos nada sobre lo que nos contó de su defecto fatídico.
—Por cierto, no vuelvas a hacer una locura como esa otra vez —dijo Annabeth con el ceño fruncido, mientras le entregaba su abrigo a Dari.
—Lo siento —murmuró.
Me giré hacia Clarisse.
—Entonces, ¿tienes que vigilarla? —Ella asintió.
—No hablen de mí como si no estuviera —farfulló Dari molesta.
—Eros puede ser muy...bueno, no es alguien a quien hacer enojar. —Dijo Clarisse ignorándola—. Me ordenó no quitarte los ojos de encima.
Dari soltó un suspiro hastiado.
La verdad es que no me apetecía nada dejar ir a Darlene a algún lado sin mi. Me aterraba la idea de que hiciera otra tontería que pusiera en peligro su vida. Si uno de los dos tenía que hacerlo, mejor que fuera yo y no mi mejor amiga.
Pero era cierto que Clarisse la cuidaría como un tesoro preciado, y estaría yendo directo al campamento que, una vez que el vellocino hiciera su magia, volvería a ser el lugar más seguro de la tierra.
Así que tragándome el miedo de perderla de vista, acepté que alguien más la cuidara.
—De acuerdo, entonces Dari te vas con Clarisse —dije deteniendo un taxi.
Clarisse tomó a Darlene del brazo y la empujó al taxi, antes de subir ella, me miró a los ojos.
—Cuenta conmigo. No fallaré.
—Convendría que no falles —dije con seriedad—, y no dejes que esa loca haga más tonterías —agregué señalando a Darlene.
—¡¿A quién llamas loca?! —chilló mi amiga enojada pasando por encima de Clarisse y sacando medio cuerpo por la ventanilla. Estaba por decir algo más cuando la hija de Ares empujó dentro y el taxi arrancó.
El Vellocino de Oro ya estaba en camino.
—Percy —dijo Annabeth—, eso ha sido...
—¿Muy generoso? —propuso Grover.
—¡Una verdadera locura! —corrigió Annabeth—. Apostaste todo a una sola carta: que esas dos lleguen al campamento esta noche con el vellocino.
—Llegaran bien, si Darlene no se detiene en un McDonalds —comenté—, habló dormida sobre hamburguesas con queso.
Grover y Annabeth soltaron un gemido lastimero, Darlene era una obsesa de las hamburguesas con queso.
—Percy...
—Estarán bien, Clarisse la mantendrá a raya. Esta búsqueda era suya, se merece una oportunidad.
—Percy es bueno —dijo Tyson.
—Percy es demasiado bueno —refunfuñó Annabeth.
Pero yo no pude dejar de pensar que tal vez, sólo tal vez, había logrado impresionarla un poquito. La sorprendí, en todo caso. Y eso no era fácil de conseguir.
—Vamos —dije a mis amigos—. Tenemos que encontrar otro modo de ir a casa.
Fue en ese momento cuando me giré y me encontré la punta de una espada en la garganta.
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DARLENE
El viaje en avión fue un relajo total, aunque conseguimos pasajes baratos y en clase turista abarrotada, fue agradable tener un viaje tranquilo por unas horas.
Clarisse me interrogó sobre mi tiempo con Luke y le dije todo lo que había pasado. Ella parecía dispuesta a saltar del avión e ir a buscarlo para despellejarlo.
—Oye —dije cuando por fin se dejó de decir tantos insultos en griego. El señor del otro lado del pasillo la miraba asustado—. ¿Tan malo fue mi papá?
Ella bajó la mirada, como pensando qué responder.
—Nunca había conocido a Eros. No es alguien que se muestre con facilidad, por lo que sé, le gusta jugar con la gente, invisible y a la espera de sorprender a los desafortunados que se cruzan en su camino.
—No son desafortunados —murmuré—, no todos tienen la verdadera suerte de conocer al amor. La mayoría pasa su vida buscándolo.
—Como sea —dijo rodando los ojos—. La cosa es, que no esperaba que se me apareciera, él no. Y cuando me dio esa orden, bueno...yo sabía que estabas con Luke, imaginé que debía ser por eso que él quería que te protegieramos. Percy me contó lo que hiciste. Fue valiente, pero estúpido.
—Le di una patada en las bolas —comenté encogiéndome de hombros.
Clarisse soltó una risa gutural.
—Bien por tí.
—¿Entonces?
—Eros dijo que te encontraría en la orilla, que debía protegerte y evitar que alguien más te secuestrara —contó—, lo cual no cumplí porque no pasamos mucho tiempo ahí que ese apestoso monstruo nos agarró.
—No te preocupes, no tengo intención de contarle que casi se perdió mi fabulosa boda.
Clarisse dejó escapar un bufido—. Sí, eso hubiera sido un completo desastre.
No quiso contarme lo que sea que le dijo mi papá para asustarla.
—Dari.
—¿Mmm?
—Eros no estaba preocupado por Luke ¿verdad? —preguntó frunciendo el ceño—. No fue por él que estaba tan enojado con tu desaparición.
Me quedé callada.
No quería contarle a nadie lo que había pasado en el templo de Apolo. No a Clarisse, mucho menos a Percy.
Ambos serían capaces de ir hasta el Olimpo y retarlo a un duelo a muerte. Percy ya lo había hecho con Ares, sabía que no retrocedería con Apolo. Me aterraba la idea de lo que podría hacerles.
Apolo, en los tiempos antiguos, fue un dios poderoso, temido y respetado. Un dios, bastante conocido por poner a los humanos en su sitio.
—No dejas de ser una simple mortal con tantas limitaciones que te convierte en un ser fácil de aplastar —me había dicho en medio de la pelea.
Apolo era un ser de luz, brillante que había sentado las bases del arte y la medicina; pero también uno violento, despiadado y cruel. Un hombre con las manos manchadas de sangre y que no tenía remordimiento de sus acciones.
Indomable, impulsivo, fuerte. Solo la mano de Zeus lo controlaba, y aún así, él tuvo sus peleas con su padre, horribles que dejaron destrucción a su paso.
Las plagas y enfermedades que asolan a nuestro planeta nacen de sus caprichos y rabietas.
Homero lo llamó el "tirador lejano", el "agitador de ejércitos". Apolo no perdía el tiempo con aquellos que lo ofendían, una flecha arrojada al mundo con su ira siempre daba en el blanco. Por eso también lo consideraban el dios de la muerte súbita.
La única razón por la que aún no me había matado era porque el odio que sentía por Eros había sido celosamente guardado por milenios, alimentado por el rencor y la venganza, esperando al momento en que más dolor causaría.
Una muerte rápida, aunque violenta, no era suficiente. Él esperaba que sufriera lentamente, hacerme agonizar hasta que suplicara por mi muerte y aún así, quizá me haría sufrir más. Quería destrozar de todas las maneras el corazón de mi padre, reducirlo a nada y hacerlo arrepentirse por toda la eternidad.
Era por eso que el don de Peitos había funcionado tan bien al apelar a su vanidad y había aceptado mi reto. No era solo el placer de jugar conmigo como un ratón, era el placer de humillarme, de divertirse con el terror que me inspiraría.
No esperaba que respondiera como lo hice, que me defendiera y le hiciera frente. Probablemente solo empeoré todo.
Teníamos un encuentro pendiente en el futuro. Llegará un momento en que él tomará mi vida, pero hasta entonces, lucharé hasta el último aliento de mi cuerpo. Si va a tomarla, no le será nada fácil.
Y su ira será solo para mí. No dejaré que ninguno de mis amigos caiga conmigo.
—Darlene, ¿de quién te salvó tu papá?
—No fue nada, Clarisse —respondí mirando por la ventana.
No volvimos a hablar en lo que quedó del viaje.
Chapter 20: 019.SOBRE CAMPAMENTOS QUE REQUIEREN UN ARTEFACTO MÁGICO URGENTE
Chapter Text
PARA CUANDO LLEGAMOS AL CAMPAMENTO FUE BASTANTE CAÓTICO.
Era ya de noche y el taxi casi nos despluma de lo caro que nos salió el trayecto desde el aeropuerto.
El campamento era un desastre. Habían pasado unas dos semanas bastante duras. La cabaña de artes y oficios había quedado carbonizada hasta los cimientos a causa de un ataque de un Draco Aionius (un dragón).
Las habitaciones de la Casa Grande estaban a rebosar de heridas; los chicos de la cabaña de Apolo habían tenido que hacer horas extras para darles los primeros auxilios.
Lee me dio un fuerte abrazo, negado a dejarme ir y llenarme de preguntas sobre mi bienestar, Will a su lado asentía a todas las dudas, escuchando atentamente para traer cualquier cosa que necesitara, todo mientras Kayla se aferraba a mi cintura llorando angustiada.
—Me prometiste que entrenaríamos juntas y luego te fuiste —sollozó. Le di un abrazo, bastante arrepentida por haberla hecho llorar, pero ella no parecía tener intenciones de soltarme.
La peor parte me la llevé de Michael. Me gritó hasta dejarme sorda.
Lo aceptaba, quizá me pasé un poco yéndome sin avisar a nadie, pero no es que tuvimos mucho tiempo, las arpías iban a despellejarnos.
—Percy hizo aparecer un mensaje Iris hace unas horas en medio del comedor —dijo Will, ansioso por contarme todo lo que me perdí—. Tántalo ya no es más el director de actividades.
—Reinstauraron a Quirón y no van a expulsarlos —agregó Lee cuando lo miré confundida.
Solté un suspiro de alivio. Eso explicaba porque Dionisio aun no me había convertido en una ardilla.
No fue mucho después, quizá unos quince minutos desde que llegamos que Percy, Annabeth, Grover y Tyson aparecieron subidos en una manada de centauros fiesteros y locos.
Al parecer, los centauros tienen una increíble habilidad a la hora de viajar, las distancias que son capaces de recorrer cuando tienen prisas, son muchos más cortas que las de los humanos.
«Oww yo quiero viajar en centauro también» pensé casi haciendo un puchero cuando vi a Percy bajarse del lomo de Quirón.
—Percy ya llegó, hurra —dijo Michael con tono seco—. Ahora Darlene podrá babear tranquila y a gust...¡Ay!
Sus hermanos se rieron cuando le di una patada para callarlo.
El resto del campamento apareció por la colina, emocionados se agolparon en torno al árbol de Thalia.
En cuanto Clarisse cubrió la rama más baja del pino con el Vellocino de Oro, la luna pareció iluminarse y pasar del color gris a plateado. Una brisa fresca susurró entre el valle, todo pareció adquirir más relieve: el brillo de las luciérnagas en los bosques, el olor de los campos de fresa, el rumor de las olas en la playa.
Poco a poco, las agujas del pino empezaron a pasar del marrón al verde. Todo el mundo estalló en vítores.
La transformación se producía despacio, pero no había ninguna duda de que la magia del Vellocino de Oro se estaba infiltrando en el árbol, lo llenaba de nuevo vigor y expulsaba el veneno.
Quirón ordenó que se establecieran turnos de guardia las veinticuatro horas del día en la cima de la colina, al menos hasta que encontráramos al monstruo idóneo para proteger el vellocino.
Dijo que iba a poner de inmediato un anuncio en El Olimpo Semanal.
Entretanto, los compañeros de cabaña de Clarisse la llevaron a hombros hasta el anfiteatro, donde recibió una corona de laurel y otros muchos honores en torno a la hoguera.
Al resto...nos ignoraron. Actuaron cómo si ni siquiera nos hubiéramos ido. Y fue mejor así.
—Si les damos honores por haber participado, sería reconocer que se escaparon y sí tendrían que ser expulsados —me dijo Silena en voz baja.
A mi no me importaba realmente. Solo quería dormir y una hamburguesa con queso. No en ese orden precisamente.
A la mañana siguiente, una vez que los centauros partieron para Florida, Quirón hizo un anuncio sorprendente: las carreras de carros continuarían como estaba previsto. Tras la marcha de Tántalo, todos creíamos que ya eran historia, pero al fin de cuentas parecía lógico volver a celebrarlas, en especial ahora que Quirón había regresado y el campamento estaba a salvo.
Tyson no quería saber nada de volver a subirse a un carro, y Percy y Annabeth esta vez competirían juntos. Me estaban pidiendo que participara con ellos cuando los de la cabaña siete me secuestraron.
—¡Es nuestra y no la devolvemos! —gritaba Lee mientras corría llevándome en su hombro como bolsa de papas.
—¡Lee, bajame! —le dije riéndome.
Sobra decir que Percy y Annabeth no se lo tomaron muy bien. Michael y Percy acabaron discutiendo bastante fuerte y Annabeth incluso lo atacó y salió corriendo detrás de nosotros en mi defensa.
Al final, Kayla y Will me pusieron ojitos de bebé y no pude negarme, les dije que seguiría siendo con ellos.
Lee y Michael me interrogaron esa tarde, querían saber todo sobre la misión. Ninguno estaba contento con casi haberse perdido mi boda.
—La próxima vez que vayas de misión, seremos nosotros tres —dijo Michael. Su hermano mayor asintió.
—Sabemos que te gusta Percy —agregó Lee. Michael a su lado hizo una mueca como asqueado—. Pero no estaba jugando cuando dije que eras nuestra, la cabaña siete te adoptó, ahora estás estancada con nosotros.
Había notado lo posesivos que eran ambos. Posesivos y egoístas. Pero sabía que no lo hacían por maldad, eran celosos en su idea de ser el centro de todo, lo cual tenía sentido considerando quién era su padre.
Y además, Percy y Annabeth también eran celosos.
Pero así los amaba, aun cuando no querían aceptar que mi amor alcanzaba para todos.
También me pusieron al tanto de lo que había ocurrido mientras no estuvimos, sobre todo en el mundo mortal.
Al parecer, Apolo estaba en medio de una rabieta.
—No sabemos qué le pasa —me dijo Lee—. Pero esta muy enojado, los incendios en el este son incontrolables y los focos de enfermedades virales aumentaron un 14% en comparación al año pasado.
Yo sí sabía por qué estaba tan enojado.
Pero decidí no contarles a ellos tampoco.
Ambos adoraban a su padre. Aun cuando sabían que podía ser alguien peligroso, estaban orgullosos de ser hijos de Apolo.
Si descubrían la verdad, los heriría. No los haría elegir entre su padre y su mejor amiga. Incluso sabiendo que me elegirían a mí, tomar aquella elección los lastimaría.
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La noche antes de la carrera, me subí al techo de mi cabaña a ver las estrellas. Estaba tan perdida en la tranquilidad que tardé un poco en darme cuenta que no estaba sola.
Era una mujer hermosa, jamás había visto a alguien así. Claramente, tenía que ser una diosa.
Estaba vestida con una sencilla túnica blanca, su cabello castaño estaba recogido y tenía apliques brillantes aquí y allá. Sus ojos azules resplandecían como zafiros, pero su mirada era fría, desdeñosa. Estaba de pie frente a mí, observándome de arriba a abajo de forma analítica.
—Tenía especial interés en conocerte, Darlene —dijo finalmente. Su voz era suave, armoniosa y me hizo sentir como si estuviera frente a una princesa Disney.
—Y-Yo...
Ella sonrió. No cálida, pero tampoco maliciosa, era más una sonrisa melancólica, triste.
Me di cuenta que no era desdén la forma en la que me miraba. Era sufrida. Está diosa sentía dolor de verme.
Como si estar frente a mí la lastimara profundamente.
Sabía quién era.
—Lo siento —murmuré bajando la cabeza—, lo siento tanto, señora Psique.
Ella apartó la vista, soltando un suspiro.
—No te disculpes, no sirve de nada ahora —dijo con tono seco. Me estremecí de solo pensar en tener a otra divinidad planeando mi muerte—. No vine a hacerte daño —agregó quizá sintiendo mi inquietud.
—Lo sé —respondí. Me di cuenta que en ningún momento sentí miedo frente a ella, no me sentía como si estuviera peligro.
—Le diste un buen susto a Eros —comentó divertida—. Ha estado paranoico todo el año, más de lo que normalmente lo ha sido desde tu nacimiento. La paternidad...le sienta bien, aunque no sepa como lidiar contigo a veces.
La miré atónita, no podía creerme que ella se tomara todo con tanta tranquilidad.
—Pero él...
—No es lo mismo, los dioses no son iguales a los mortales —interrumpió entendiendo lo que estaba pensando—. La eternidad y el poder divino tiene sus beneficios, pero la mortalidad es preciada aunque probablemente ningún dios lo admitiría nunca. La fragilidad de la vida humana, y por ende, la fuerza de la subsistencia, de nunca rendirse, la manera en que enfrentan el tiempo, siendo conscientes de su propia mortalidad y fingiendo que son imparables. Eros sabe que puedes morir en cualquier momento, no sólo por tu esencia mestiza sino también por una infinita lista de posibles causas comunes. Por eso muchos dioses eligen no vincularse con sus hijos semidioses, el dolor sería...insoportable. Es por eso que estoy aquí —dijo mirándome fijamente—, lo que te ocurrió durante la misión lo tiene bastante preocupado. Él sufrió mucho cuando tuve que pagar el precio de mi traición, ya habrás comprobado que la crueldad de los dioses puede ser bastante para un mortal.
Asentí.
—Pero no estoy dispuesta a esperar tranquila a que los dioses me castiguen por algo que no hice.
Ella sonrió.
—Ojalá hubiera tenido tu valentía cuando era humana, pero eran otros tiempos. Yo no hubiera podido enfrentarme de esa manera a la señora Afrodita, aunque me hubiera gustado.
—Usted también era inocente —murmuré recordando su historia. Ella no había tenido nada que ver en la imprudencia de los ciudadanos que idolatraron su belleza por encima de la misma diosa de la belleza. Ellos eran los que deberían haber sido castigados.
—Así es, y porque conozco el sufrimiento de cargar con la ira de una divinidad cuando eres inocente, es la razón por la que nunca intenté nada contra tí o tu madre —dijo—. Incluso aunque quiera estar furiosa con ella, no puedes decirle que no a un dios. Al único que culpé fue a mi propio esposo.
La señora Psique realmente era un ángel. Entendía fácilmente por qué papá se había enamorado de ella. Lastima que para que yo naciera, ella tuviera que sufrir.
—Me temo que te ha tocado un destino cruel —murmuró—, estás atada a un dios.
—¿Es por Apolo? —pregunté enarcando una ceja. La verdad es que medio ya sabía eso, sunboy no dejará nunca de incordiarme.
Ella asintió, aunque la sonrisa que me dio me hizo dudar de si estábamos hablando en los mismos términos.
—Supe que conociste a Peitos —comentó.
—Ella me dio un buen consejo —dije asintiendo. Psique sonrió, como si tuviera un secreto que la divertía.
—Peitos es...bueno, muy persuasiva, ese es su dominio, pero es más que solo persuadir, es la persuasión ligada a la atracción —explicó—, pudiste lograr tu cometido y pronto descubrirás por qué.
Quería preguntarle sobre eso, pero la verdad, quién sabe cuándo volvería a hablar a solas con ella.
—Papá me había dicho que quería presentarnos.
—Sí, lleva insistiendo en eso por meses, su deseo era que pudieramos llevarnos bien —respondió—, pero no me sentía cómoda con eso todavía.
—¿Ahora sí?
Ella hizo una mueca.
—Me temo que Eros está pasando un mal momento, ha descubierto algo que no le gusta para nada y está en negación, creyendo que puede evitar algo que está destinado por las moiras. Mi lugar como su esposa es apoyarlo y darle calma, y sí eso puedo hacerlo visitándote y quitándole un peso de encima, entonces lo haré.
—Creo que ustedes tienen una relación muy bonita.
—Gracias —dijo sonriendo.
—Lamento ser la piedra de la discordia en su familia —murmuré avergonzada.
—Las familias a veces son una verdadera carga —dijo con afecto—, y ya habrás notado que las familias inmortales son una carga eterna. Lo mejor que podemos hacer, es recordar que seguimos siendo una y por qué nos queremos, eso reduce un poco los efectos colaterales de las discusiones.
Sonó la caracola a lo lejos, marcando el toque de queda.
—Deberías ir a dormir —dijo mirando los establos de pegasos a lo lejos con los ojos entrecerrados—, tienes una gran carrera por la mañana, te estaremos animando.
—Gracias.
—Ah, y cuando tengas unos días libres, ven a visitarnos —agregó—, me gustaría conocerte un poco más, Darlene Backer.
Chapter 21: 020.SOBRE ÁRBOLES QUE SE CONVIERTEN EN CHICAS
Chapter Text
A LA MAÑANA SIGUIENTE, TODOS HABLABAN DE LA CARRERA DE CARROS, AUNQUE MIRABAN CON INQUIETUD AL CIELO COMO SI ESPERARAN QUE APARECIERA UNA BANDADA DE PÁJAROS DEL ESTÍNFALO. NO APARECIÓ NINGUNO.
«Supongo que el berrinche se le pasó» pensé mirando el cielo azul y el sol resplandeciente de un bello día de verano.
El campamento empezaba a recuperar el aspecto de siempre: los prados, verdes y exuberantes; las blancas columnas de los edificios, reluciendo al sol, y las ninfas del bosque jugando alegremente entre los árboles.
Mientras Michael y Lee revisaban nuestro carro, Annabeth y Percy traían el carro a la pista. Tyson había hecho un trabajo maravilloso restaurando el de Atenea.
La carrocería, cubierta de refuerzos de bronce, estaba reluciente. Las ruedas contaban con una nueva suspensión mágica y los aparejos estaban tan bien equilibrados que los dos caballos respondían a la menor señal de las riendas.
—Vamos a perder —dije mirándolos.
—Si perdemos va a ser por tu entusiasmo —espetó Michael.
—Confiemos en nosotros —agregó Lee sonriendo.
Señalé a donde estaban ellos tres.
Tyson también les había fabricado dos jabalinas, cada una con tres botones en el asta. El primer botón dejaba la jabalina lista para explotar al primer impacto y para lanzar un alambre de cuchillas que se enredaría en las ruedas del contrario y las haría trizas. El segundo botón hacía aparecer en el extremo de la jabalina una punta roma (pero no menos dolorosa), diseñada para derribar de su carro al auriga. El tercer botón accionaba un gancho de combate que podía servir para engancharse al carro del enemigo o para mantenerlo alejado.
—El hijo del dios que creó a los caballos, la hija de la diosa que inventó los carros y un arsenal creado por un cíclope.
Ambos hicieron una mueca.
—Vamos a perder —murmuraron al unísono con tono derrotado.
Ellos deshicieron regresar su atención al carro para asegurarse que estuviera todo en orden, esta vez habíamos agregado una o dos cositas que le pedí en secreto a Tyson.
No creía que fuera a ayudar mucho, pero quizá algo sirviera.
Noté entonces que Percy y Tyson estaban hablando. Sonreí, encantada de que parecía que Percy finalmente había aceptado su hermandad con el chico.
—Darlene.
Me giré hacia Michael que estaba parado a mi lado. Miró hacia donde estaba observando y frunció el ceño antes de regresar su atención a mi con algo parecido a la determinación en sus ojos.
—¿Qué ocurre?
—Yo...
—¡Aurigas a los carros!
Quirón ya estaba en la línea de salida, listo para hacer sonar la caracola.
—No importa —murmuró Michael.
Ambos nos subimos al carro, y en unos minutos ya habíamos salidos disparados por la pista a tanta velocidad que me habría caído al suelo si no hubiese tenido las riendas de cuero enrolladas en los brazos.
Dimos el primer giro detrás de Percy y Annabeth, pasando por al lado de Clarisse que estaba ocupada intentando zafarse del ataque con jabalinas de los hermanos Stoll.
—Mira a tus hermanos —le grité señalando por delante nuestro a dos niños que se habían situado al lado de Percy. Uno de ellos les lanzó una jabalina a nuestra rueda derecha. La jabalina acabó hecha añicos, pero no sin antes destrozarles unos cuantos radios.
—¡Ja, así se hace! —gritó él sonriendo como maniaco.
El carro dio un bandazo y se tambaleó. Estaba segura de que la rueda acabaría aplastándose, pero entretanto seguían adelante.
—¡Michael!
Charlie Beckendorf se nos había acercado y soltó una red hacia nosotros. Michael sacó su espada y la cortó, metiéndose en una pelea de espadas con el otro guerrero mientras Charlie nos golpeaba, sacudiendo nuestro carro.
Ya veía que volcábamos y quedábamos como papilla griega.
Azucé los caballos para que mantuvieran la velocidad. Percy y Annabeth iban primeros, seguidos por los hermanos de Michael, y luego nosotros que estábamos peleando a la par con Hefestos, seguidos de cerca por Ares y Hermes se iban quedando atrás, el uno junto al otro, con Clarisse y Connor Stoll enzarzados en un combate de espada contra jabalina.
Otra sacudida nos arrojó un poco al costado. Sabía que bastaría otro golpe en la rueda para que volcáramos.
Observé como Annabeth le arrojó a los niños de Apolo su segunda jabalina, lo cual era asumir un gran riesgo, pues aún quedaba una vuelta entera.
Ella tenía una puntería perfecta. La jabalina le dio en el pecho, lo derribó sobre su compañero y, finalmente, los dos se cayeron del carro con un salto mortal de espaldas. Al verse libres, los caballos enloquecieron y corrieron hacia los espectadores, que se apresuraron a trepar hacia arriba para ponerse a cubierto. Los dos caballos saltaron por un extremo de las gradas y acabaron volcando el carro dorado; luego galoparon hacia su establo, arrastrándolo con las ruedas al aire.
—Mierda —murmuré. Esa era nuestra segunda oportunidad de ganar. Conseguí que el nuestro saliera ileso del segundo giro, pese a los crujidos de la rueda derecha y el otro golpe del carro de Hefestos—. ¡Michael desaste de ellos!
—¡¿Qué crees que estoy intentando?! —me gritó agachándose y logrando evitar que el otro guerrero le rebanara la cabeza—. ¡Usa alguna de las modificaciones!
Cruzamos la línea de salida y nos lanzamos tronando hacia nuestra última vuelta.
El eje chirriaba y gemía. La rueda tambaleante nos hacía perder velocidad, por mucho que los caballos respondieran a mis órdenes y corrieran como una máquina bien engrasada.
Beckendorf sonrió malicioso mientras pulsaba un botón de su consola de mandos.
—Oh no, como la mierda que lo harás —grité presionando una de las palancas que Tyson había agregado.
Del costado, salió una flecha de acero disparada directo hacia el carro de Hefesto que se incrustó en la madera. El carro comenzó a hacer cortocircuitos y la consola de mando ultra moderna que habían puesto explotó.
—¡Ja, flechas eléctricas! —exclamé divertida—. Te dije que era una buena idea.
—Presumida —murmuró Michael sonriendo.
El carro de Hefesto se sacudió y comenzó a perder velocidad. Beckendorf parecía furioso intentando que los mandos le obedecieran.
Percy y Annabeth estaban llegando al último giro. No íbamos a conseguir alcanzarlos. Tenía que inutilizar el carro de Hefesto y sacarlo por completo de en medio. Aunque Beckendorf fuese un buen tipo, eso no significaba que no estuviese dispuesto a mandarnos a la enfermería si bajábamos la guardia.
—¡Abajo! —gritó Michael.
Me agaché justo cuando una jabalina me pasó casi rozando por encima de la cabeza. Clarisse se acercaba desde atrás y trataba de recuperar el tiempo perdido. No se veía a los Stoll por ninguna parte.
Presioné otra de las palancas y otra flecha salió disparada hacia el carro de Percy, esta estaba enganchada por una cuerda de cuero reforzado bastante dura. La velocidad se duplicó por el enganche y el de ellos dio una sacudida bruta.
Nos impulsamos hacia adelante, casi cayéndonos de nuestro carro.
Noté como Annabeth intentaba cortarlo. Nos estábamos acercando a una curva y era nuestra mejor oportunidad de alcanzarlos.
—¡Vamos! —grité azuzando más los caballos.
Michael apuntó una flecha bomba hacia la rueda de su carro. La tierra dio una sacudida brutal cuando explotó levantó el carro unos centímetros antes de caer bruscamente.
—¡Agárrate! —grité cuando nos acercabamos a la curva. Vi como Annabeth cambiaba de lugar con Percy y él sacaba a Contracorriente.
—¡Cuidado! —gritó Michael empujándome y tomando las riendas, llevando nuestro carro hacia el costado. Él me sujetó y nos arrojó fuera justo cuando el carro se estrelló contra una de las barandas.
Rodamos por el suelo, hasta quedar tumbados. Habíamos tragado tierra y tenía raspones por todas partes.
—¡¿Michael, qué mierda...?! —chillé sentándome y dándole un empujón.
En eso, el carro de Beckendorf paso por nuestro lado, sin campistas, y explotó en un surtidor de llamas verdes que estaba segura era fuego griego
Los caballos metálicos parecieron sufrir otro cortocircuito. Dieron media vuelta y arrastraron los restos del carro ardiendo hacia Clarisse y los hermanos Stoll, que se vieron obligados a virar bruscamente para esquivarlo, pero también acabaron volcando por la velocidad.
Mientras, Annabeth y Percy, siendo los únicos que aún conducían, cruzaron la línea de meta.
La multitud estalló en un gran griterío.
—Vamos —dijo Michael poniéndose de pie y tendiendome la mano.
Nos acercamos junto con el resto de campistas para felicitarlos. Empezamos a corear sus nombres, pero Annabeth gritó aún con más fuerza:
—¡Un momento! ¡Escuchen! ¡No hemos sido solo nosotros! —La multitud no dejaba de gritar, pero Annabeth se las arregló para hacerse oír—. ¡No lo habríamos conseguido sin la ayuda de otra persona! ¡Sin ella no habríamos ganado esta carrera, ni recuperado el Vellocino de Oro, ni salvado a Grover, ni nada! ¡Le debemos nuestras vidas a Tyson!
—¡A mi hermano! —gritó Percy para que todos pudieran oírlo—. ¡A mi hermano pequeño!
Tyson se sonrojó hasta las orejas. La gente estalló en vítores.
Aplaudí felíz por ellos, por fin había aceptado a Tyson completamente.
Estaba por saltar y darles a ambos un fuerte abrazo, cuando Annabeth besó a Percy en la mejilla, haciendo que el rugido de la multitud aumentara.
Sentí como si tuviera ácido en el estomago, y me tragué las ganas de gritar cuando noté el sonrojo más que brillante en el rostro de Percy, pero todos estaban felices. Ellos habían ganado y era su momento de gloria, así que me tragué la dolorosa sensación y sonreí, aplaudiendo y festejando con ellos.
La cabaña entera de Atenea los subió a hombros a los tres, y los llevaron hasta la plataforma de los vencedores, donde Quirón aguardaba para entregarles sus coronas de laurel.
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Grover iba a reanudar la búsqueda del dios Pan por el resto del verano.
El Consejo de Sabios Ungulados estaba muy impresionado con él que le habían concedido un permiso de dos meses y un nuevo juego de flautas de junco.
Lástima que Grover insistía en pasar las tardes tocando con aquellas flautas, porque sus dotes musicales no es que hubieran mejorado mucho, la verdad. Interpretaba una vieja canción de Village People titulada YMCA junto a los campos de fresas, y las plantas parecían enloquecer y se nos enredaban en los pies como si quisieran estrangularnos.
Supongo que no podía culparlas por eso.
Durante la clase de tiro con arco, Quirón nos llamó a Percy y a mí para contarnos que había arreglado los problemas que habíamos tenido con la Escuela Preparatoria Meriwether. Ahora nadie nos culpaba por destruir propiedad privada y la policía no nos buscaba.
—¿Cómo lo has conseguido? —preguntó.
Sus ojos se iluminaron.
—Me limité a sugerirles que lo que habían visto aquel día era la explosión de un horno, en realidad, y que ustedes no habían tenido ninguna culpa.
—¿Y se lo creyeron? —cuestioné divertida—. ¿También sobre que rompí la puerta usando un matafuegos?
—Bueno, eso si puede que ellos crean que lo hiciste, pero también creen que solo estabas intentando ayudar a salir a los que estaban dentro —dijo con el mismo tono—. Manipulé un poco la niebla. Algún día les enseñaré a hacerlo.
—¿Entonces podemos volver a Meriwether el año que viene?
Quirón arqueó las cejas y miró a Percy.
—Oh, no, tú no. Estás expulsado igualmente. Tu director, el señor Bonsái, dijo que tienes ¿cómo era? un karma, sí, un karma poco moderno que perturba la atmósfera educativa de la escuela. Darlene puedes volver, pero te estarán vigilando. Al menos ya no tienen problemas legales, lo cual ha sido un alivio para sus madres. Ah, y hablando de ellas...
Sacó de su carcaj el teléfono móvil y nos lo tendió.
—Ya es hora de que las llamen.
No sé cómo fue la charla de la señora Jackson con Percy, lo que sí sé es que la mía fue un monólogo de al menos diez minutos sobre que no debo ponerme en peligro y que estaba castigada por escaparme del campamento.
—Tu padre me contó todo, Darlene Backer —dijo enojada—, dejarte secuestrar por ese loco niño de Hermes sabiendo que ya intentó matarte y encima, ponerte a pelear con un dios que podría matarte sin pestañear. ¡¿En qué estabas pensando?!
¿Quieren saber la peor parte de la conversación?
Papá le contó a mamá que Ares le había dicho que el próximo año me enviaran a una escuela militar porque "carecía de disciplina y respeto por las figuras de autoridad" y el abuelo Thomas había dicho que quizá me serviría para moldear el carácter.
¡¿Yo?! ¡¿Necesitar una escuela militar?! ¡Toda mi familia se había unido en mi contra!
Era ridículo. Además, todos sabíamos que no duraría el año completo, probablemente me expulsarán antes del primer mes.
En cuanto a Tyson, los campistas lo trataban como a un héroe. Sabía que Percy se había apegado mucho a su nuevo hermano, por eso le afecto cuando Tyson se fue.
Al parecer, el dios de los mares quería que su hijo menor fuera a pasar todo el verano en el fondo del océano y aprendiera a trabajar en las fraguas de los cíclopes.
Se había ido inmediatamente después de despedirse. Casi me pongo a llorar cuando me dijo que se había ido y no me pude despedir de él.
—Estaba muy interesado en aprender a hacer armas —dijo Percy.
—Hará unas armas buenísimas —respondí tratando de sentirme feliz por él.
También me contó sobre un sueño que había tenido estando en el Mar de los Monstruos, sobre haber visto a Cronos regenerándose bastante rápido.
—Luke está más loco de lo que pensé —murmuré—, necesita que alguien le de una buena acomodada a sus neuronas.
«A ese también le vendría bien un jarronazo».
Aquella noche hubo una tormenta, pero como siempre, rodeó al Campamento.
Los relámpagos rasgaban el horizonte y las olas arreciaban en la playa, pero no cayó una sola gota de agua en todo el valle. Estábamos otra vez protegidos, gracias al Vellocino de Oro; aislados dentro de nuestras fronteras mágicas.
No me gustaban mucho las tormentas, el ruido que hacían los truenos me desagradaba y no podía dormir.
El resto de mi cabaña no tenía ese problema, todos roncaban como marmotas.
O así fue hasta que la puerta se sacudió producto de alguien aporreándola como si quisiera tirarla abajo. Como era la única despierta fui la primera en levantarme a abrir.
Lee estaba parado ahí, mojado por la lluvia, pálido y preocupado casi al borde de lo perturbado.
—¿Lee, qué...?
—Annabeth, ella...
—¡¿Qué?! ¡¿Qué le pasa?!
Detrás mío los demás hijos de Afrodita se amontonaban queriendo escuchar.
«Chismosos»
—Estaba haciendo su turno para custodiar la Colina y...será mejor que vengan a ver.
La expresión de sus ojos me decía que algo iba espantosamente mal.
Todos nos cambiamos a las apuradas y salimos corriendo hacia la Colina, en el camino me crucé a Percy y Grover que venían igual de apurados.
Acababa de romper el alba, pero el campamento entero parecía en movimiento. Estaba corriendo la voz; tenía que haber sucedido algo tremendo. Algunos campistas se dirigían hacia la colina, en un desfile de sátiros, ninfas y héroes que formaban una extraña combinación de armaduras y pijamas.
Oí un ruido de cascos y apareció Quirón al galope, con una expresión lúgubre pintada en la cara.
—¿Es cierto? —le preguntó a Grover.
Él se limitó a asentir con aire aturdido.
Al subir por completo la Colina, ya había una multitud grande de campistas.
Esperaba descubrir que el vellocino había desaparecido del árbol, pero no: se veía desde lejos, refulgiendo con las primeras luces del alba. La tormenta había amainado y el cielo estaba rojo.
—Maldito sea el señor de los titanes —dijo Quirón—. Nos ha engañado otra vez y se ha brindado a sí mismo otra oportunidad de controlar la profecía.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Percy.
—El Vellocino de Oro ha funcionado demasiado bien —respondió.
Allí, al pie del árbol, yacía una chica inconsciente; arrodillada junto a ella, había otra chica con una armadura griega.
La sangre me retumbaba en los oídos. No lograba pensar con coherencia. ¿Habían atacado a Annabeth? ¿Y cómo es que seguía allí el vellocino?
El árbol estaba en perfectas condiciones, intacto y saludable, embebido de la esencia del Vellocino de Oro.
—Ha curado al árbol —dijo Quirón, con la voz quebrada—, y no sólo le ha hecho expulsar el veneno.
Entonces me di cuenta de que no era Annabeth la que estaba tendida en el suelo. Ella era la que llevaba la armadura, la que se había arrodillado junto a la chica. En cuanto nos vio, Annabeth corrió hacia Quirón.
—Es ella... de repente...
Tenía los ojos anegados en lágrimas, pero yo aún no comprendía nada. Estaba demasiado confundida para comprender qué estaba pasando.
Percy corrió hacia la chica desmayada.
—¡Espera, Percy! —gritó Quirón.
Pero él lo ignoró. Se arrodilló a su lado intentando ayudarla.
La chica tenía el pelo corto y oscuro, y pecas por toda la nariz; era de complexión ágil y fuerte, como una corredora de fondo, y llevaba una ropa a medio camino entre el punk y el estilo gótico: camiseta negra, vaqueros negros andrajosos y una chaqueta de cuero con chapas de grupos musicales de los que no había oído hablar en mi vida.
No era una campista, no la identificaba con ninguna de las cabañas.
—Es cierto —dijo Grover, jadeando aún por la carrera colina arriba—, no puedo creer...
Nadie más se acercaba a la chica.
Me arrodillé a un lado de Percy y le puse la mano en la frente a la chica. Tenía la piel fría, pero la punta de los dedos me hormigueaban como si se me estuviesen quemando.
—Necesita néctar y ambrosía —dije. Campista o no, era una mestiza sin lugar a dudas; lo percibí con sólo tocarla. No entendía por qué todo el mundo estaba tan aterrorizado.
Percy la tomó por los hombros e intentó sentarla, apoyando la cabeza de la chica sobre su hombro.
—¡Vamos! —gritó a los demás—. ¿Qué les pasa? Vamos a llevarla a la Casa Grande.
Nadie se movía, ni siquiera Quirón. Estaban absolutamente atónitos.
—¡Lee! —le grité a mi amigo tratando de sacarlo de su conmoción. A su lado, Will miraba confundido e intentó dar un paso al frente para ayudar, pero Michael lo tomó del brazo y lo detuvo. Él también tenía esa expresión perturbada igual que todos los demás.
Entonces la chica tomó aire con una especie de temblor. Luego tosió y abrió los ojos.
Tenía el iris de un azul asombroso azul eléctrico.
Nos miró desconcertada. Tiritaba y tenía una expresión enloquecida.
—¿Quién...?
—Me llamo Percy —dijo—. Estás a salvo.
—El sueño más extraño...
—Todo está bien —murmuré tratando de calmarla.
—Morí.
—No —le aseguré—. Estás bien.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Percy.
La chica clavó sus ojos en él, y noté un pequeño parecido en ambos. Algo más profundo que sus rasgos, algo en su esencia y poder.
Y lo comprendí entonces.
Todo lo de la búsqueda del Vellocino de Oro, del envenenamiento del árbol, de todo aquello. Cronos lo había hecho para poner en juego otra pieza de ajedrez, para darse otra oportunidad de controlar la profecía.
Incluso Quirón, Annabeth y Grover, que deberían haber celebrado aquel momento, estaban demasiado trastornados pensando en las implicaciones que podría tener en el futuro.
—Me llamo Thalia, hija de Zeus.
Chapter 22: Extra III: SOBRE EL DÍA EN QUE EL DIOS DEL AMOR DESCUBRIÓ SU MÁS GRANDE TESORO
Chapter Text
10 de julio de 1993
Guy's Hospital. Londres, Inglaterra
EROS
ENTRÉ EN EL HALL REPLETO DE MÉDICOS Y ENFERMEROS QUE DEAMBULABAN DE AQUÍ POR ALLÁ SIN PRESTARLE ATENCIÓN A OTRA COSA QUE SUS DEBERES.
Céfiro me había informado que ya era la hora y no había demorado más que unos segundos en aparecer en dónde me había dicho que la encontraría.
La última vez que estuve en esta situación fue hace más de dos mil años, pero Hedoné apenas había tardado unos minutos en adoptar una apariencia adulta. Esto era completamente diferente.
Sin que los demás humanos presentes me notaran, caminé hasta el ala de maternidad en la cual podría verla.
Dentro, Gillian Backer, la mortal de la que me había enamorado unos meses atrás, dormía profundamente luego de haber pasado horas realizando una tarea que la había dejado agotada.
Esa era otra de las cosas que eran diferentes a la última vez. Psique, en su nueva condición de diosa apenas y había tenido que desearlo para que todo acabara rápidamente. Gillian en cambio, por lo que Céfiro me había dicho, había tardado horas y horas de sufrimiento y complicaciones que casi pusieron su vida en riesgo.
La miré unos momentos. Tenía ojeras bajo los ojos, estaba despeinada y aún estaba un poco pálida, quizá por la pérdida de sangre. Su expresión, incluso dormida, denotaba cansancio.
Nunca la había visto más hermosa que ahora.
Estaba agradecido con ella. Gillian no tenía por qué haber pasado por esto, pudo haber tomado la opción que la sacara de tener que cargar con los peligros de tener una semidiosa, pero eligió enfrentarse a todo con tal de tenerla.
Sentía un gran amor por esta mortal y me hubiera gustado hacer mucho más por ella. Pero también sabía que mi actuar lastimaba a Psique.
Mi pobre Psique. Nunca fue mi intención herirla, no se me había ocurrido la posibilidad de enamorarme de otra mujer más que ella. Desde que me casé con ella, Psique ha sido la única para mí.
La llegada de Gillian me tomó por completo por sorpresa. Y he de decir, que sospecho que mi madre Afrodita ha tenido que ver en esto aunque ella lo niegue.
El sonido de unos quejidos bajos a mi espalda atrajeron mi atención. Me giré encontrando un cunero que habían colocado contra la pared.
Me acerqué a él y la vista dentro me quitó la respiración.
Era..tan pequeña.
Aún estaba bastante rojiza y tenía la cara un poco hinchada, sobre todo en la zona de los ojos. Tenía orejas pequeñas y una linda nariz como un botoncito, su cabello era apenas una pequeña pelusa oscura en la parte superior de su cabeza.
Las enfermeras la habían vestido con un enterito blanco con corazones rosas y una manta color crema. Su cuerpo se perdía entre la tela haciendo que luciera aún más pequeña de lo que era.
La tomé con delicadeza, su cabeza era casi del tamaño de mi mano. Estaba adormilada y sacudía los puños mientras soltaba leves quejidos. La acomodé en mis brazos y era como si se perdiera en ellos.
—Hola, preciosa —susurré acercándola a mi. Tenía un suave aroma que me resultaba adictivo.
Ella abrió lentamente sus ojitos, eran grises con una leve tonalidad verdosa, seguramente serían iguales a los de Gillian. La pequeña me miró y una diminuta sonrisa adornó sus labios.
Sus orbes adoptaron una tonalidad tan roja como la sangre que solo había visto en mis propios ojos. Sonreí, las emociones que me embargaban eran unas que nunca había sentido.
La niña en mis brazos me resultaba fascinante, hermosa y única.
Quería darle todo...
—Desearía poder llevarte conmigo —murmuré tratando de no ceder a mis deseos egoístas—, pero no te preocupes amor mío, no te dejaré desamparada y cuando llegue el momento, te juro por el río Estigio que pondré el cielo a tus pies.
Chapter 23: Extra IV: SOBRE CUANDO EL DIOS DE LAS PROFECÍAS ENTENDIÓ SU PROPIA PROFECÍA
Chapter Text
APOLO
SENTÍA MIS VENAS HIRVIENDO POR EL ENOJO.
Estaba solo en mi templo, no había nadie cerca y todo estaba destruido: muchos muebles estaban dados vuelta y otros destruídos, algunas de las decoraciones habían sido rotas y hasta las ventanas habían reventado producto de mis poderes descontrolados.
Estaba seguro que los mortales pronto comenzarían a sentir mi ira.
Esa mocosa se había burlado de mí y la muy cabrona se había incluso atrevido a tirarme un jarrón a la cabeza.
Quería odiarla, destruirla; pero no podía hacerlo. Mi propio cuerpo se negaba a cumplir mi voluntad contra aquella mestiza.
Solté un grito furioso, desgarrador, que hizo temblar todo a mi alrededor.
¡Era todo culpa de Afrodita!
Ella había manipulado cada pequeño detalle, como si se estuviera tomando el tiempo de escribir una historia romántica con más drama que las telenovelas latinas.
Nadie aprecia más que yo el drama de una buena novela romántica. ¡Pero era odioso que se atreviera a utilizarme a mí como pieza de su tablero de ajedrez!
¡¿Quién se creía que era para atreverse a usarme de esta manera tan miserable?!
Arrojé una silla contra la pared al recordar la conversación que había tenido con esa arpía.
Afrodita entró en la estancia apenas unos segundos después de que Ares se llevara al engendro. Sonreía como si cargara con un jugoso chisme y me sentí tentado de ahorcarla.
—Oh Apolo, no tienes que estar tan enojado —dijo burlona—, vengo a darle a tu existencia la más grata alegría de todas. La que has estado esperando por milenios.
Entrecerré los ojos con desconfianza. Nada que venga de la mente de esta loca puede ser bueno.
—Dime lo que sea que vengas a decir y vete, Afrodita —espeté.
Ella inclinó la cabeza a un lado.
—Supongo que te molesta que haya intervenido en tu jueguito de matón, pero después de que sepas todo me agradecerás que enviara a Ares a que te detenga. A tí no te hubiera beneficiado en nada si le causabas un daño permanente a mi querida Darlene.
—Si hablas de finalmente enfrentarme a Eros, me resulta bastante divertido que el gran dios de la guerra detuviera la posibilidad de una pelea que podría acabar en una masacre como a él tanto le gusta—dije burlón—. Supongo que lo has domesticado muy bien si es capaz de ignorar su propia naturaleza salvaje.
Ella sonrió condescendiente.
—Te sorprendería las cosas que el amor puede hacer, sin embargo pronto lo descubrirás, y yo que tu, no me burlaría tanto, no vaya a ser que también acabes siendo domesticado. Además —agregó interrumpiéndome cuando quise replicar—, no hablaba de Eros. Sino de Darlene. —Enarqué una ceja y sonreí de lado, divertido porque Afrodita de verdad creía que cualquier cosa que le pase a esa enana podría perjudicarme—. Querido Apolo, me has dado el entretenimiento más maravilloso.
—Afrodita...
—¡Deja de ser tan gruñón! —espetó—. Por todos los dioses, como se nota que necesitas urgente que alguien te mime. Por suerte para tí, tengo todas las respuestas a tus desgracias. La verdad, Apolo, para ser el dios de las profecías dejas mucho que desear cuando se trata de tu propio destino.
Las ganas que tenía de tomar a esta diosa y arrojarla por la ventana de mi palacio eran magistrales.
—Y tú eres una experta en el destino ¿no? —ironicé.
—El destino de las almas gemelas, obvio —dijo colocando las manos en las caderas—. Pero no te preocupes, tu incompetencia para entender tu destino no es tu culpa, no eres el único que está fallando estrepitosamente en darse cuenta de algo que cruza su dominio divino. Fíjate en Eros, él tampoco se ha dado cuenta.
—¿Cuenta de qué?
—¡De que la semidiosa de tu profecía ya nació! —chilló dando saltitos.
El retumbar de mi corazón me resonaba en los oídos y sentí por un segundo como si alguien me hubiera dado un choque eléctrico de miles de voltios. Me pregunté si Zeus no me habría arrojado uno de sus rayos.
—¿Qué...?
Estaba atónito. Un nudo se me había formado en el estómago y sentía como si no pudiera respirar. Algo raro considerando que siendo un dios, el no respirar no es un problema para mí, pero en ese momento, era como si me sintiera el ser más pequeño y vulnerable.
Había pasado toda mi existencia esperando por la compañía ideal, buscándola en cada persona que se me cruzara sin encontrar aquello que necesitaba. Tantos amores que solo me habían dejado una herida sangrante.
Por eso había ido a mí Oráculo aquel día de primavera hace tantos siglos atrás. Había preguntado por mi alma gemela, aún cuando sabía que había pocas posibilidades de tener un alma destinada a mí porque las almas gemelas son solo para los humanos.
Esos seres que hace milenios fueron separados por mi padre en otro de sus ataques paranoicos. Condenados a anhelarse y buscarse por siempre, algunas veces ni siquiera pudiendo estar juntos cuando se encuentran.
Ese destino de búsqueda es solo para los humanos. Los dioses no tenemos almas gemelas. Somos seres destinados a la soledad porque nuestra arrogancia hace difícil que podamos amar tan entregadamente como ellos.
Ni siquiera podemos ser fieles a nuestra propia palabra, mucho menos dar lealtad a alguien más que no sea nosotros.
Aunque odie reconocerlo, somos egoístas, desconfiados, crueles e indómitos.
Aún así, estaba desesperado por una compañía, y pregunté.
Una semidiosa. Una humana.
La duda fue enorme. ¿Por qué el destino me unía a una criatura que estaría, por lógica, destinanda a alguien más?
Una compañera humana tendría que volverse inmortal para que yo pudiera tenerla a mi lado por el resto de nuestra existencia. Pero una compañera humana también significaba apartarla para siempre de su verdadera alma gemela.
No es que me importara. Si estaba destinada a ser mía entonces así sería.
Pero suponía que para ella sería doloroso perder para siempre a su otra mitad cuando llegara el momento, solo para que esta vuelva a renacer una y otra y otra vez buscándola sin poder nunca estar juntos.
Decidí que lo averiguaría cuando llegara la ocasión. No servía de nada preguntarme algo para lo que aún no tenía que preocuparme.
Yo sería tan buen compañero que ella no sentiría dicha pérdida. Ni siquiera lo pensaría.
Pero el tiempo pasaba y ella no nacía. Porque el Oráculo lo había dicho: "cuando toda esperanza se crea perdida".
¿Cómo perder la esperanza si sabes que llegará cuando empieces a dudar si pasará?
En cierta manera, ese borde entre creer y no creer hace que crezca la emoción, la ansiedad por tener lo que se te prometió y dejar de esperarlo con tal de que llegue más rápido.
Pensé que si actuaba como si no supiera que un día tendría una compañera el tiempo pasaría más rápido. Me dediqué a divertirme sin pensar mucho en los rostros de mis amantes, sin prestar atención más allá de lo justo. Esperando sentir al menos una pequeña pista de que ella pudiera estar cerca.
Y ahora, ¿Afrodita me decía que ya nació?
—Yo ya sabía todo desde el primer momento en que tu destino hacia ella se puso en marcha —dijo con tono orgulloso—. En mi opinión, hubieras tenido mejores resultados si me hubieras preguntado a mi en lugar de a tu Oráculo, yo soy mucho más eficiente en estos temas, pero es cierto que una profecía hace todo más dramático y bello.
Las ganas de tirarla por la ventana crecieron.
—Tú...
—No te enojes, intenté advertirte pero tú no quisiste escucharme —soltó moviendo la mano con gesto aburrido—. Te dije que sería hermosa y no me equivoqué, no puede serlo siendo de mi descendencia ¿verdad?
Mi corazón se detuvo.
—¿Qué has dicho? —cuesioné con la voz ahogada.
Ella sonrió como el gato de Cheshire.
—Que ella es de mi descendencia.
—Es...¿tu...?
—Ah ah —tarareó divertida—. No es mi hija.
Si fuera humano, estaría la borde de un ataque de pánico.
—¿De qué... ?
—Pensaba esperar a que lo averiguaras todo por tí solo, pero has resultado más obtuso de lo que pensé. Y después del espectáculo que armaste hoy no voy a arriesgarme a que arruines mi...quiero decir, la felicidad de mi adorada nieta.
—¿Nieta?
—¿Nunca consideraste curiosa la parte de tu profecía que menciona al padre de esta niña? —preguntó bajando la voz como si fuera un secreto—. ¿A qué divinidad se la considera un monstruo temido incluso entre los propios dioses?
—No... —Tenía las palabras atascadas en la garganta. Era una pesadilla.
—Eros puso la misma cara cuando se lo conté hoy —dijo negando divertida—. Y peor, luego actuó como si ni siquiera me hubiera escuchado, creo que piensa que si finge que no tiene idea de lo que significa podrá seguir creyendo que su princesita no tiene nada que ver contigo. ¡Está en absoluta negación!
—Estás mintiendo —murmuré sintiendo como un frío helado me recorría la columna.
—¿Oh cariño, no me digas que tú también estás en negación? Eres el dios de la verdad, sabes que no estoy...
—¡Es una mentira! ¡Estás equivocada, tú...tú...serpiente traicionera! —espeté casi al borde de la histeria—. ¡Tú lo hiciste! ¡Planeaste todo esto!
—Por supuesto que lo hice, pero porque sabía que alguien debía ayudar a que las cuerdas del reloj se pusieran en funcionamiento. Por ejemplo, ¿tienes idea de cuanta magia tuve que usar para que Eros notara a la madre de Darlene? Él nunca ha pensado en otra mujer que esa insulsa de su esposa, y sin embargo la relación de mi hijo con Gillian Backer también es algo que iba a pasar, solo necesitaban un empujoncito a los brazos del otro. Fue toda una hazaña convencerlo de que se tomara unos días en París hace trece años justo al mismo tiempo que el jefe de Gill decidió que era una buena idea darle por fin unas merecidisimas vacaciones. Y Eros podrá culparme por siempre del daño que le causé a su matrimonio, pero no puede decir que se arrepiente de haberla conocido y mucho menos que lamenta el nacimiento de Darlene. ¡Lo mismo va para tí! ¡Culpame todo lo quieras ahora, pero terminarás agradeciendo incluso que haya ayudado a que ella exista!
—Eres una... —Sentía como mis poderes se desbordaban, estaba tan furioso con esta diosa desgraciada como nunca antes.
—Ahora tienes que dejar ir tu rabia —expresó—, sino ¿cómo vas a enamorar a tu futura esposa después del escándalo que has hecho hoy? Aún más importante, ¿cómo vas a convencer a Eros para que te dé su bendición? Ya sabes el antiguo dicho griego: "ante una novia preciosa, el enamorado ha de persuadir a la familia de ella para lograr un futuro feliz con la doncella —dijo sonriendo—. ¡Tienes por delante una tarea muy difícil, Apolo! ¡Será mejor que empieces pronto!
¡No!
¡Me niego rotundamente a aceptar esto!
No pienso aceptar a esa mocosa como mi futura compañera. Es un ultraje, una completa falta de respeto.
Prefiero la soledad antes que tener que soportarla por toda la eternidad, menos tener que soportar a ese hijo de puta de Eros como parte de MI familia.
¡Qué Zeus me calcine con sus rayos antes que aceptarlo!
Prefiero que me quiten mi inmortalidad y ser convertido en un débil, escuálido y feo humano antes que...bueno, feo no; pero sí débil.
Cualquier cosa es mejor que...esa...esa enana de jardín.
"Por favor, por favor, Apolo sé que me odias y quieres verme bien muertita, pero por favor, que Annabeth se salve".
La oración se abrió paso en mi mente como una caricia.
Cerré los ojos con frustración, las ganas de arrojarle una flecha y desaparecerla de la faz de la tierra por tener la osadía de pedirme un favor después de lo que hizo eran tan grandes que me desbordaban de emociones tan horribles como si fueran un cuchillo en mi corazón.
Quería llorar por el juego cruel que las moiras habían tejido, por la participación de Afrodita en algo que ella solo veía como divertido sin pensar en todo el dolor que traería consigo.
—Apolo, por supuesto que vas a vengarte de Eros, no hacía falta que lo jures por el Estigio —dijo con un tono que al dios le resultó demasiado emocionado para su gusto—, aunque he de decirte que esa promesa podría afectarte a ti también.
—¿Qué es lo que quieres? —cuestioné.
—¡Que el tiempo pasara más rápido! —se lamentó—. ¡Eros no sabía lo que hacía! Si lo hubiera sabido, él jamás te hubiera hecho semejante desplante, incluso si se hubiera sentido ofendido.
Hice un gesto con la mano, ayudando a sanar a aquella semidiosa hija de Atenea.
Una risa se me escapó de los labios. El enojo que sentía era como veneno en mi cuerpo, me reí de ira, de odio, de vergüenza, de dolor. Era una risa irónica, casi histérica al mismo tiempo que las primeras lágrimas se me escaparon.
Afrodita esta vez sí que se había superado a sí misma. Incluso se las arregló para afectar a su propio hijo sabiendo que nada bueno saldría de esto.
Cuando ella dijo esas palabras, había sido tan ingenuo de sentir un poco de satisfacción al saber que Eros pagaría con lo que más amaría.
Por supuesto que pagaría, ambos pagaríamos nuestra vanidad y orgullo por actuar tan impulsivamente.
"Gracias, Apolo".
Otro grito desgarrador se me escapó y la última de las ventanas explotó.
No quería esto, no a ella, no así.
Era el dios de la profecía, se suponía que vivía con visiones del futuro constantemente y no pude prever nada de esto.
Ahora no había vuelta atrás.