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Bajo el escombro

Summary:

“A veces me gusta pensar que en otra vida fuimos héroes, que nuestra valía se construyó desde la honestidad y los principios.

Tal vez así no hubiera sido tan difícil amarnos”.

Chapter 1: Prólogo

Chapter Text

“Últimamente escribo desde este lugar solitario, donde la brisa es mi única compañía y el silencio es mi única voz. Me encuentro en un remolque en medio de la nada, donde nadie conoce mi nombre y el vacío es mi única realidad.

Siempre anhelé este tipo de libertad, pero ahora que la tengo, me siento vacío y solo sin ti a mi lado. Te extraño más de lo que puedo soportar. Me gustaría oír tu voz, sentir tu calor, ver de nuevo tus expresiones cuando algo te enfada y me hace reír.

Recuerdo los momentos que compartimos juntos, y mi corazón late con fuerza al pensar en ellos. Los moños rosados de tus vestidos, la cara llena de batido de crema... todo eso me hace sentir que el tiempo no ha pasado.

A veces me gusta pensar que en otra vida fuimos héroes, que nuestra valentía se construyó desde la honestidad y los principios, y que nuestro amor fue lo suficientemente fuerte como para superar cualquier obstáculo. Tal vez así no habría sido tan difícil amarnos.

Pero la realidad es que estamos separados, y yo estoy aquí, solo y vacío. A pesar de todo, aún te amo con una intensidad que me duele, que me hace sentir vivo. Espero verte de nuevo y que me regales un último beso, un beso que me haga olvidar el tiempo y la distancia, y me haga sentir que todo vale la pena”.

Tuyo siempre
Izuko

Chapter 2: Nostalgia

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Tenía sed. Mucha sed.

Era lo único en lo que podía pensar. Aferrarse a esa idea le ayudaba a bloquear los sollozos de los niños que lo rodeaban. Así que se rindió a ella. Pasó saliva para intentar calmar la garganta reseca y se concentró en esa necesidad, como si enfocarse en algo tan básico pudiera ahogar el miedo y la incertidumbre que lo acechaban.

Tenía tanta sed que bebería del traste del perro del vecino sin pensarlo.
No volvería a quejarse del agua de la llave, ni aunque le doliera el estómago después.
Les diría a los niños que dejaran de llorar, que si seguían así, acabarían como él.
Si tuviera aunque fuera un sorbo de agua… él podría…

—Izuko.

Bajó la mirada. La niña en su regazo lo observaba con los ojos hinchados, todavía brillando por las lágrimas.

—¿Qué pasa, Ochako?

—Tengo miedo... —susurró con la voz quebrada.

La abrazó con cuidado, acunándola contra su pecho, y apoyó la mejilla sobre su frente.

—Tranquila. Estoy aquí. Te estoy cuidando.

—¿A dónde vamos? ¿Mamá y papá estarán ahí?

Apretó los labios. Sintió la ira subirle por el pecho, pero la obligó a hundirse en su interior.

—No lo sé, Ochako.

Si tuviera un poco de agua, se la daría a ella.

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El murmullo apagado de la televisión llenaba el silencio del remolque mientras preparaba una sopa instantánea. Yagi le reprocharía su dieta —pura basura en los últimos dos meses—, pero en su defensa, había encontrado cierto consuelo en la comida rápida. Le recordaba los viernes de pizza en casa, cuando aún era un niño.

Hizo una mueca al recordar.

Verificó que la sopa estuviera lista, se envolvió en una manta y se sentó frente al pequeño televisor con el plato en el regazo. Inspiró profundo varias veces para aflojar la tensión en los músculos. Se obligó a relajarse y dejarse llevar por la comedia que pasaban.

En algún momento debió quedarse dormido, porque lo despertaron unos golpes insistentes en la puerta.

Se frotó los ojos, aún con el sueño pegado al cuerpo, y caminó hacia la entrada mientras los golpes se intensificaban.

—¡Ya voy, ya voy! —gruñó al abrir.

Afuera lo esperaba su peculiar amigo rubio.

—¡Deku! ¡Por fin abres! Me tenías asustado, hombre. ¿Sabes lo que me haría Yagi si desapareces sin avisar?

Izuko esbozó una sonrisa cansada y se rascó la mejilla.

—También me alegra verte, Denki. ¿Quieres pasar?

—¡Por favor! Me estoy congelando aquí afuera.

Izuko se hizo a un lado para dejarlo entrar, cerró la puerta tras él y le alcanzó una manta.

—¿Café?

—No, gracias. Solo necesito entrar en calor antes de volver —. se aferró a la manta mientras temblaba ligeramente.

Denki se envolvió como pudo mientras Izuko se apoyaba contra la mesa, brazos cruzados, observando cómo el otro se acomodaba.

—Te traje unos regalos —dijo Denki con una sonrisa y sacó un pequeño paquete del bolsillo de su chaqueta. Se lo tendió, y Izuko lo examinó entre las manos.

—Ábrelo, hombre. One For All lo está cubriendo —añadió el rubio mientras se estiraba en el sofá.

Izuko retiró la envoltura marrón y descubrió varias identificaciones falsas con su rostro. Lo único que variaba eran los nombres.

—Te traje varias opciones. Escoge la que más te convenza. Lo demás… ya sabes cómo manejarlo.

Izuko soltó una risa breve.

—Qué considerado. Gracias, Denki.

—Aún no sabemos cuánto tiempo estarás aquí, así que será mejor que elijas pronto una identidad. Así podremos armar una historia. Al menos hasta que Yagi te saque de este agujero —Denki suspiró, con los ojos cerrados.

Izuko también suspiró, esta vez más profundo. La tristeza le cayó encima como una manta húmeda mientras sostenía las credenciales. ¿Cuánto tiempo más tendría que seguir así?

—¿Y si no puedo volver? ¿Y si me quedo atrapado aquí?

—¿Sería tan malo? —preguntó Denki, girándose hacia él con curiosidad mientras se retiraba la cobija del cuerpo. Al parecer, ya había recuperado su calor corporal —. A mi parecer, suena a un nuevo comienzo. Una vida tranquila, entre montañas. ¿No te gustaría eso?

El peliverde apartó la mirada, frunciendo los labios.

—Tú más que nadie te mereces esa paz —añadió Denki, poniéndose de pie.

—No lo sé, Denki. Una paz construida sobre una mentira no suena a paz real. Por experiencia, sé que todo lo sembrado entre mentiras… termina pudriéndose.

Y no pudo evitar pensar en aquella pequeña casa en Osaka.

Denki soltó un suspiro y negó con la cabeza.

—Entonces solo te queda ser paciente. Tener fe en que todo se va a resolver —le dio una palmada en el hombro y caminaron hacia la puerta del camper—. Por cierto, ¡dile a Yagi que me sume al equipo! ¡Si sigo en el anonimato haciendo papeleo, voy a volverme loco!

Izuko soltó una risa al abrir la puerta.

—Por supuesto que le diré. Quiero verte ahí con nosotros.

—Perfecto, porque ya diseñé unos prototipos para canalizar electricidad y ese tipo de mierdas. Sería un gran aporte.

—Abogaré por ti, amigo. Lo prometo —dijo Izuko, sonriendo. Denki le devolvió la sonrisa y se giró para marcharse.

—¡Denki!

El rubio se detuvo, volviendo la cabeza por encima del hombro.

—Umm… —Izuko apretó con fuerza la perilla—. ¿Sabes algo sobre Bakugo? .... ¿O Eijiro?

Denki lo miró con tristeza.

—Aún no sabemos nada sobre ellos.

—Y… —Izuko bajó la voz—. ¿Sobre ella?

Denki se giró por completo, serio.

—No... En el sistema sigue figurando como desaparecida. No hay nada que la relacione con ningún lugar.

Metió las manos en los bolsillos de su chaqueta. Por primera vez en años, Denki parecía incómodo frente a él.

—No quiero decírtelo, Deku… pero tienes que estar preparado para la posibilidad de que tal vez… no regrese.

Izuko forzó una sonrisa y asintió.

—Lo sé. Créeme, lo sé. Pero si llegas a saber algo, aunque sea lo más mínimo… por favor, dímelo.

—Tenlo por seguro, amigo —respondió Denki, con una sonrisa sincera, antes de irse.

Izuko cerró la puerta del camper y apoyó la frente contra ella, soltando un largo suspiro. Sintió las lágrimas formarse en sus ojos, pero los cerró con fuerza para no dejarlas salir.

No podía imaginar una nueva vida hasta saber qué había sido de ella. No podía construir nada sin verla una vez más.

Tenía que encontrarla.

De alguna forma.

Porque se lo había prometido.

Solo necesitaba poner todo en orden… antes de buscar la aguja en el pajar.

Notes:

Me gastaría mencionarles que la interacción de Deku y Ochako será muy diferente a el azúcar que se acostumbra ver de esta pareja. Será interesante darle un enfoque nuevo, disfrútenlo!.

Chapter 3: Culpa.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Cuando despertó, lo primero que sintió fue el sabor metálico de la sangre en su boca.

El mundo a su alrededor giraba sin control. La luz temblaba en sus ojos desenfocados, como si la realidad misma estuviera fragmentándose. Apenas podía distinguir las diminutas partículas rojas que flotaban en el aire, las mismas que, segundos antes, la habían derribado. Cayó de rodillas, desorientada, confundida... rota. Apoyó las manos contra el suelo, intentando encontrar un punto de equilibrio en medio del caos, y fue entonces cuando lo sintió.

Pegajoso. Húmedo. Cálido.
Una mancha espesa, viva, que manchaban sus palmas como si quisiera decirle algo.

Con un nudo de bilis subiéndole por la garganta, levantó la cabeza. La visión borrosa comenzó a aclararse justo lo suficiente como para revelarle lo peor: la fuente de aquella sangre no era ella.

A un metro de distancia, yacía Camie.

Su antigua compañera. Su amiga. Su hermana de batalla.

Tendida en el suelo, con dos heridas de bala abiertas en el abdomen, respirando a duras penas. Sus ojos, normalmente tan llenos de vida, ahora vagaban perdidos, tambaleándose entre la vigilia y la muerte. Luchando. Resistiendo con lo último que le quedaba.

—¡Camie!

El grito brotó sin permiso, rasgándole la garganta. Una vez consciente del infierno en el que se encontraban, Ochako se arrastró hasta ella, temblando, su cuerpo aún débil. La tomó entre sus brazos con la delicadeza de quien sostiene un alma a punto de romperse.

—Ochako... —susurró Camie con voz apagada.

Los ojos ámbar de la herida se encontraron con los suyos, grandes, oscuros, temblorosos.

—¿Fui yo...? ¿Yo te hice esto...? —preguntó Ochako, en una mezcla de horror, culpa y desesperación. Las lágrimas ya no pedían permiso: fluían, imparables, como ríos desbordados.

Camie esbozó una pequeña sonrisa. Frágil. Triste. Casi rota.

—No te atormentes por eso, Ocha... —sus palabras eran un suspiro disfrazado de consuelo—. Tienes que escucharme...

—¡Perdóname! ¡Por favor! —suplicó entre sollozos y jadeos, como si al pedir perdón pudiera revertir el tiempo, las balas, el dolor.

Camie le acarició suavemente la mejilla con una mano temblorosa. La otra colgaba inerte, cubierta de sangre. Su mirada se endureció.

—Escúchame... —dijo, apenas en un murmullo—. Es muy importante que lo hagas...

Ochako tragó aire, contuvo el llanto, y acercó su oído a sus labios moribundos.

—Ese maletín... —Camie alzó débilmente el brazo y señaló un objeto plateado a pocos metros—. Tienes que llevártelo... lejos... donde esté seguro...

Tosió sangre. Un sonido hueco y quebrado que hizo temblar a Ochako desde la base del alma. El final se acercaba. Lo sabía. Lo sentía.

—Ese maletín... es nuestra salvación... es lo único que puede hacernos libres... —Camie la miró una última vez, sus pupilas ya apagándose—. Cuídalo... con tu vida... llévalo a quienes aún puedan ayudarnos...

Con el poco aliento que le quedaba, sacó de su bolsillo un pequeño collage de fotos, desgastado y manchado, y se lo entregó con suma delicadeza, como si fuera sagrado.

—Sal de aquí, Ocha... ayúdanos... y sé libre...

Ochako sintió cómo se le rompía el corazón en mil pedazos. No hubo gritos. Solo silencio. Un silencio atroz que se adueñó del espacio cuando los ojos de Camie se apagaron para siempre.

Se quedó ahí, abrazándola, mientras las lágrimas caían sobre su rostro sin vida. La pérdida era real. Dolorosa. Irreparable.

Tomó el maletín y las fotos con manos temblorosas, y abandonó la habitación con pasos suaves, casi flotando, intentando no hacer ruido. Mordía sus labios para evitar que se escaparan los lamentos que le desgarraban el pecho. A lo lejos, el sonido de la batalla continuaba: sus compañeras seguían luchando. La misión seguía en pie. Pero su alma... se había quedado atrás.

Corrió por las calles de la ciudad, sin rumbo, hasta que lo comprendió: estaba en Roma. Las calles empedradas y la arquitectura monumental no dejaban lugar a dudas. Belleza y muerte, respirando en el mismo aire.

Cuando estuvo lo suficientemente lejos, se internó en uno de los callejones, oscuro y estrecho. Allí, por fin, se permitió caer de rodillas.

Y llorar.

Lloró por Camie.
Lloró por lo que había hecho.
Lloró por lo que aún no comprendía.

Agonizó por el tiempo perdido, por los recuerdos confusos, por lo que había pasado mientras no estaba en control de sí misma.

Y su corazón... ese corazón maltrecho y palpitante... dolía cada vez que miraba la foto que Camie le había dejado.
En ella, un niño de pecas y grandes ojos verdes le sonreía con inocencia.

Ochako intentó respirar hondo, tratando de calmar el torbellino que latía en su pecho. Miró el maletín entre sus manos y lo abrió con lentitud. El contenido la dejó sin palabras.

Lo cerró de inmediato.

Se incorporó con dificultad, secó su rostro con la manga ensangrentada y miró a su alrededor. Exhaló con fuerza, como si expulsara todo el miedo y la desesperanza de una sola vez.

Sabía lo que debía hacer. Sabía a quién buscar.
El problema era por dónde empezar.

No tenía nada.
Ni a nadie.
Y mucho menos... una identidad.

Tendría que ingeniárselas para salir de allí cuanto antes.
Con el corazón encadenado, la mirada fija y el alma hecha trizas.

Cuando escuchó una explosión a lo lejos, supo que no había más tiempo.

Tenía que moverse.
Antes de que la encontraran.
Antes de que fuera demasiado tarde.

Notes:

Lo siento por la tardanza, a veces consume mucho la vida adulta :(

Chapter 4: Esperanza

Chapter Text

Izuku soltó una exhalación larga, pesada… frustrada. El sonido rompió el silencio que llenaba su remolque, como si su propio aliento estuviera cansado de tanto esperar. Frente a él, el pizarrón seguía igual: saturado de hilos rojos, fotos en blanco y negro, documentos arrugados, hipótesis sin comprobar.

Nada.
Cuatro meses de búsqueda ininterrumpida y no había llegado a nada.

Se pasó ambas manos por el cabello, enredando los dedos con rabia contenida. Sentía que se ahogaba en su propia impotencia. Su acceso a la red era limitado; la información, escasa. Todo eso solo lo alejaba más de ella.

Entonces, la puerta del camper se abrió de golpe.

—¡Deku! —Denki irrumpió con una pila de papeles en mano y una sonrisa que iluminaba más que el sol del atardecer—. ¡Tengo información nueva!

El peliverde no pudo evitar sentir un pequeño alivio al verlo. Si había algo que aún lo mantenía en pie, era Denki. Había sido su salvavidas cuando lo encontró frente al pizarrón, al borde del colapso, y desde entonces no se había apartado de él.

Gracias a Dios y a su misericordia, tenía a Denki.

Su amigo había sentido compasión por él una tarde en la que descubrió el pizarrón, maltratado y lleno de notas, durante una visita a su remolque. Desde entonces, lo ayudaba a reunir toda la información posible que pudiera conducir al paradero de Ochako. Por supuesto, siendo cautelosos con Yagi… y con One for All.

Izuku sentía un profundo respeto y afecto por el héroe de esa organización. Le debía la vida.
Pero no era ingenuo.

Sabía que, si Toshinori llegaba a descubrir siquiera una mínima posibilidad de que Ochako estuviera viva, haría todo lo posible por alejarla de él, encerrarla… y utilizarla para llegar a Zen Shigaraki.

Izuku no necesitaba eso.

—¡Mira, mira! —Denki lo sacó de sus pensamientos y le extendió una serie de fotografías—. Hombre, tuve que buscar en la Deep Web para encontrar esta información —dijo, haciendo una mueca—. Pero aquí está. Tal parece que las marionetas de Shigaraki no pudieron hacer bien su trabajo... dejaron a un muerto. —Señaló la foto del cadáver de una chica.

Izuku sintió que el mundo giraba más lento mientras observaba la imagen.

Un cuerpo sin vida. Una mujer.
Camie.

Su piel palideció de inmediato. La reconocería aunque estuviera a kilómetros de distancia. Habían crecido juntos en el infierno de All for One después de todo.

—Es... Camie —susurró, apretando la foto entre los dedos.

—¿La conoces? —preguntó Denki, extrañado.

—Sí. También era una Widow. Estuvimos juntos en el recinto... aunque ella solía estar más cerca de Ochako. Llegué a tener cierta amistad con ella.

—Pues, según parece, fueron las mismas Widows quienes la mataron—dijo Denki, entregándole más fotos.

Las nuevas imágenes eran borrosas, lejanas. Se distinguían siluetas femeninas vestidas con trajes oscuros, pero sus rostros eran imposibles de identificar.

—Las tomó un curioso desde kilómetros de distancia —explicó Denki—. Dice que hubo una explosión, después de la conmoción fue cuando se acercó a investigar, solo encontró a Camie. Por eso esta es la única imagen clara.

Izuku frunció el ceño. Algo no cuadraba.

—No tiene sentido… Camie trabajaba para All for One. ¿Por qué matarían a una de las suyas?

—No lo sé, amigo. Las chicas de las fotos se ven uniformadas. Tu amiga es la única que lleva ropa de civil —el rubio se rascó un costado de la frente, pensativo—. Tal vez... algo salió mal.

Entonces, lo vio.
Una figura.
Una sombra borrosa en la esquina de una de las fotos.
Cabello largo, corriendo fuera del recinto.

Su corazón se detuvo.

—Es... ella —susurró, señalando con el dedo tembloroso—. Es Ochako.

—Hermano... —Denki levantó una ceja, escéptico—. No quiero ser el aguafiestas, pero apenas se ve una mancha. Ni siquiera se ve su rostro.

—¡Es ella! ¡Lo sé! —Izuku lo miró con desesperación, con el alma expuesta.

—Además, tu novia tiene el cabello corto —añadió Denki, entrecerrando los ojos.

Izuku se sonrojó.

—Han pasado ocho meses desde el incidente, Denki. A la gente le crece el cabello.

—Así como a ti —respondió Denki, sonriendo con burla.

Izuku hizo una mueca. Tenía razón. Desde que comenzó esta búsqueda, había dejado de preocuparse por su apariencia. Ahora su cabello era lo suficientemente largo como para recogerlo en una coleta, y algunos en el pueblo lo confundían con un rockero.

—¿Cuándo fue esto? —preguntó Izuku, más serio.

—Hace cuatro meses. Roma, según la fuente.

Miró ambas fotos entre sus manos y soltó un tercer suspiro, más profundo, más dolido.

—Izuko, amigo... —El peliverde hizo una mueca al oír el tono de su voz. Sabía a dónde se dirigía esa conversación—. Lo que pasó hace ocho meses fue un desastre. La nave explotó en su caída. Ni siquiera tenemos la certeza de que Bakugou o Eijiro estén vivos. Tú saliste vivo de milagro —el rubio lo miró con cierta tristeza—. Sabes que hay una alta posibilidad de que ella muriera en ese accidente.

—No encontraron su cuerpo —respondió a la defensiva—. Ni siquiera cerca del perímetro donde cayó la nave. —Sintió cómo le temblaban los labios—. Si no hay un cuerpo, entonces existe una posibilidad...

—¡De que estés persiguiendo un fantasma! —lo interrumpió Denki abruptamente.

El silencio gobernó entre ambos adultos. En los ojos del rubio pudo notar cómo emergía la culpa por sus palabras.

—Izuku… —susurró, con el alma en la garganta—. Sabes que quiero ayudarte. De verdad que sí. Pero necesitas pensar con la cabeza fría.

Izuku apartó la mirada. No podía. No ahora. No después de ver esa silueta.

—Por ahora, esto es lo más claro que tenemos —añadió Denki, con un suspiro derrotado—. Seguiré buscando, te lo prometo.

Se acercó con cautela y lo abrazó. Izuku sintió las lágrimas agolparse en sus ojos. Le devolvió el gesto, aferrándose a él como a un ancla.

—¡Ya verás que encontraremos algo que nos ayude! —dijo Denki, con su característica sonrisa optimista.

—Eso espero… —susurró Izuku.

Izuku lo acompañó a la puerta y se despidió de su amigo.

No supo cuánto tiempo pasó observando esa foto borrosa. Esa figura sin rostro. Pero algo en su pecho gritaba que era ella. Su corazón… su instinto… su esperanza.

Pero Denki tenía razón.
Era posible que ella ya no estuviera.
El accidente fue brutal. Muchos murieron ese día. Demasiados.

Un golpe seco lo hizo saltar del asiento.
Dos golpes.
Fuertes.
Urgentes.

Izuku sintió cómo se le helaba la sangre.

Su cuerpo reaccionó solo.

Todas sus alarmas internas se dispararon y, en su sigiloso camino hacia la puerta, sacó un arma de los cajones, listo para atacar si era necesario.

—Denki... —murmuró, con voz tensa—. Si eres tú, abre la maldita puerta. Por algo te di las copias de las llaves.

Abrió de una patada. Apuntó.

Nada.
El bosque dormía bajo el manto de la noche. Oscuro, silencioso… y vacío.

Entonces lo vio.

Una piedra grande y un paquete. Justo a sus pies.

Se agachó con cautela. No tenía ningún seguro cifrado. Era… un paquete común.

Entró al camper y cerró la puerta detrás de él. Dejó el arma sobre la mesa, contuvo la respiración y abrió el paquete.

En una esquina tenía una pequeña etiqueta de la paquetería de Budapest. Dentro, encontró un estuche negro. Lo abrió lentamente. Había frascos de cristal con un polvo rojo en su interior, sostenidos por una liga gruesa. No entendía nada.

Y entonces lo vio.

Un pedazo de papel sobresalía entre los frascos. Tiró de él con cuidado.

Y su corazón cayó al suelo.

Era una fotografía. Una vieja fotografía de cuando eran niños, tomada hace varios veranos, en una época donde la palabra “maldad” aún no existía en su vocabulario.

Él.
Ochako.
Sonriendo.
Inocentes.
Felices.

Sintió que el alma se le quebraba.

Entre sus manos sostenía algo más que una foto.

Tenía una certeza.
Una promesa.
Una conexión.

Ochako seguía viva.
Y lo estaba buscando.
Así como él a ella.
Como dos imanes destinados a encontrarse, sin importar las sombras que los separen.