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Morí un martes.
O al menos, todo empezó ese día.
No me mires así, no es drama barato: yo sé cuándo empieza a pudrirse algo. A veces es por su olor, a veces es su silencio... esta vez, fue la forma en que Scorpius no me miró.
Estábamos en su casa, vacaciones de verano, y el aire olía a té caro y a libros viejos. Yo estaba tirado en el sillón, mirando el techo, esperando que me dijera algo, lo que fuera. En cambio, él estaba en el suelo, inclinado hacia Rose, hablando tan bajo que parecía que hasta el aire se inclinaba para escuchar. Ella reía, esa risa que encaja demasiado bien en sitios donde yo ya no.
No dije nada. No porque no quisiera, sino porque sentí —de golpe— que mi voz ya no servía para nada ahí.
Si en ese momento me hubieran dicho que esa distancia no era casual... que era el principio de algo que acabaría con mi vida... probablemente me habría reído. Habría hecho una broma idiota sobre el dramatismo. Pero no me reí.
No podía saberlo todavía, pero Scorpius Malfoy —mi mejor amigo, mi único amigo— sería quien me mataría.
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No es que no me guste Rose, Solo desearía que no estuviera siempre.
Había algo profundamente insoportable en la forma en la que se reía cuando Scorpius hacía ese gesto con la nariz. Ese leve fruncir involuntario, como si algo le oliera mal, aunque sólo estuviera concentrado en el inicio de una película.
Estábamos en el cine muggle —una de esas tradiciones absurdas que mi madre adoraba rescatar para mantenernos "conectados con el mundo no mágico"— y yo solo quería desaparecer en el terciopelo rojo de las butacas.
La película de romance que habia elegido Rose, era una tortura suave, como una picadura que no se cura del todo. No por la historia. Sino por ellos.
Scorpius y Rose, justo a mi lado, apretados como si estuvieran fundiéndose. Ella con su risa nasal. Él con sus ojos sólo para ella. Y yo... yo siendo el tercero. Siempre el tercero.
"Voy al baño", murmuré, más para mí que para ellos. Ni me escucharon.
Caminé por el pasillo a oscuras, tratando de respirar. No porque me molestara la película, sino porque no soportaba seguir siendo testigo de algo que dolía sin derecho a doler.
Fue ahí, en el pequeño pasillo iluminado por luces de emergencia, donde la conocí.
Percibí su magia antes de verla.
—¿Escapando del drama adolescente romántico? —dijo una voz aguda a mi izquierda.
Me giré, medio sorprendido, y ahí estaba ella. Elladora Greenfield — una Ravenclaw de mi año—. Apoyada contra la pared, con un vaso de gaseosa a medio terminar en la mano, mirándome como si ya me conociera.
—Más bien escapando de las demostraciones públicas de afecto —respondí, cruzándome de brazos.
Ella sonrió.
—Buena elección. Aunque, para ser honesta, A todos los chicos de los que me enamore es una de mis películas favoritas. La vi como cuatro veces.
—Eso me explica mucho de ti—solté, antes de pensarlo demasiado.
Ella se rió de nuevo.
—¿Qué explica exactamente? ¿Que tengo mal gusto o que soy incorregiblemente cursi?
—Ambas —dije, con una pequeña sonrisa que no sabía que podía permitirme.
Y así empezó.
Hablamos todo lo que duraba la película. De cine, de madres divorciadas, de culturas cruzadas. Me habló de su madre, una nacida de muggles que le mostraba películas como quien entrega magia verdadera. Yo le hablé de Ginny, de lo mal que cocina y de lo bien que grita cuando se enoja. De lo que significa crecer bajo un apellido que no elegiste.
Y no me enamoré.
Eso quiero dejarlo claro.
No me enamoré de Elara.
No después de Delphini.
Pero fue agradable. Y eso... eso ya era decir mucho.
Cuando Scorpius y Rose salieron tomados de la mano, Elara corrió a abrazar a Rose como si fueran amigas desde siempre. Se rieron, se dijeron cosas que no escuché. Scorpius me miró, y por un segundo frunció una ceja. Una pregunta muda.
Yo negué con la cabeza. No sé por qué. Ni sé qué estaba negando.
Solo supe que algo cambió.
Desde el otro lado del pasillo, alguien nos observaba.
Dos ojos rojos, flotando en la oscuridad.
***
Cuando salimos de ahí, Scorpius dijo algo muy extraño.
—Al, ¿también sentías como un susurro extraño que venía de algún lado?
Levanté una ceja hacia él.
—Siento que estás imaginando cosas, Scorp. Quizá esa película de mierda te arruinó los oídos.一Masculle.
Mi amigo ignoró mi comentario, apretando a Rose contra él, que caminaba absorta en su teléfono.
—No lo sé, juro que sentí algo, como... magia oscura.
—Mejor pidele una poción de mente serena al Sr. Malfoy, amigo.
Scorpius hizo un puchero. Merlin, como me gustaría besarlo.
—¿De verdad no sentiste nada?
Mire al frente antes de cruzar la calle.
—No, lo lamento.
***
Cuando volví del cine, el cielo sobre Godric's Hollow estaba cubierto de nubes. No llovía, pero el aire olía a tierra húmeda, como si el mundo estuviera aguantándose las lágrimas.
Empujé la puerta de casa con desgano, esperando encontrar la cocina vacía y el piso silencioso. Mamá y papá estaban de viaje —algún evento diplomático entre magos internacionales o lo que fuera— y James se había quedado en la casa de un amigo para mirar partidos de Quidditch hasta la madrugada.
La tranquilidad, por una vez, parecía bienvenida.
Subí las escaleras sin prender la luz, guiándome por memoria y por el reflejo leve que venía del baño al fondo del pasillo. Ya en mi habitación, abrí la puerta con un bostezo contenido... y me congelé.
Había algo sobre mi cama.
Un bulto oscuro, peludo, con la cola enrollada sobre sí mismo y las orejas chatas. Lo primero que pensé fue: por favor, que no sea otra rata de Lily. Pero cuando me acerqué un poco más, vi que era un gato.
No un gato cualquiera.
Era el gato más feo que vi en mi vida.
Tenía el pelaje grisáceo y sucio, los ojos amarillos como faroles viejos, y un cuerpo largo, tenso, con músculos que no deberían verse tan claramente bajo la piel. Estaba dormido, pero apenas notó mi presencia, levantó la cabeza con lentitud, y me miró.
—¿Qué...? —empecé a decir, pero no terminé. Me acerqué un paso más—. ¡Fuera de mi cama!
El gato ni se movió. Solo entrecerró los ojos, como si yo fuera un insecto particularmente ruidoso.
—¿Me escuchaste, feo? ¡Fuera! —dije, agitando la mano para espantarlo.
Fue entonces que me gruñó. Un gruñido bajo, casi gutural, que no se parecía en nada a un maullido. No era el típico sonido ofendido de un gato malcriado. Era otra cosa. Algo más... consciente. Más desafiante.
—¿Albus? —dijo una voz detrás de mí.
Me di vuelta. Lily estaba en el umbral, con una expresión entre exasperada y protectora.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Qué estoy haciendo yo? ¡Este bicho está sobre mi cama!
Ella caminó hacia el gato como si no fuera más que una almohada viva, y lo alzó con cuidado. El animal se dejó hacer sin un solo quejido, pero sus ojos nunca dejaron de mirarme.
—Se llama Joseph —dijo Lily, acariciándole la cabeza con un gesto tierno—. Y es mío. No lo trates así.
—¿Joseph? —me burlé, sin poder evitar una carcajada—. ¿En serio le pusiste Joseph? Es el peor nombre que escuché en mi vida.
Lily me fulminó con la mirada.
—Eres un imbécil.
Y se fue. Dando pasos fuertes, indignada, con el gato en brazos. Joseph —el maldito Joseph— giró la cabeza por encima del hombro de Lily, sin dejar de mirarme mientras se alejaban por el pasillo.
Sus ojos eran de un amarillo sucio, pero brillaban con una inteligencia antigua. Como si supiera cosas que no debería. Como si, en silencio, estuviera evaluándome.
Y justo antes de que Lily cerrara la puerta de su habitación, él me guiñó un ojo.
O eso creí.
En ese momento pensé que la mirada de Joseph era demasiado astuta para ser de un animal.
Lamento no haberme dado cuenta de que se trataba de un animago, desde un principio.
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Cuatro días después, desperté por un golpe sutil en mi ventana.
Era un repiqueteo suave, insistente, como si alguien no quisiera molestar, pero tampoco irse sin ser notado. Me incorporé entre las sábanas revueltas y miré hacia la ventana. Una lechuza estaba allí. No una común, sino una criatura inusualmente elegante. Su plumaje era blanco, pero no del blanco nieve de las lechuzas de mensajería típicas. Era un blanco opalescente, como de concha de mar, con destellos tornasolados cuando la luz la rozaba. Sus ojos, enormes, color lavanda pálido, me miraban con una expresión casi... maternal.
En su pico sostenía una carta.
Me levanté, algo incrédulo, abrí la ventana, y la lechuza, sin hacer un solo ruido, me dejó la carta en la mano. Luego, se fue volando.
El sobre estaba sellado con una pegatina en forma de estrella de mar. Lei el remitente:
Sr. Albus S. Potter
La habitación del segundo piso, junto a la ventana que da al oeste.
Calle de los Tejones 17.
Valle de Godric.
Inglaterra.
Remitente: Elladora Greenfield
Parpadee, sorprendido. Abrí la carta sin más:
Hola Albus:
Espero que esta carta no te moleste. Solo quería decir que fue muy agradable conocerte. A veces es difícil encontrar alguien con quien hablar sin sentir que estás dando examen.
No sé si te pasa, pero cuando alguien espera mucho de ti, a veces parece que cualquier palabra que digas va a decepcionar.
Supongo que lo que quiero decir es: me caíste muy bien. Realmente bien. Y como prometí, aquí va mi recomendación de películas muggles que quizás te gusten, como digno Slytherin (sí, lo dije con ironía, pero también con respeto):
– El laberinto del fauno
– Origen
– El club de la pelea
– Coraline (sonara muy Huffle de mi parte, pero mejor mirala con luces encendidas)
– Y si estás de humor raro: Eternal Sunshine of the Spotless Mind.
PD: Si no te gusta ninguna, acepto tu burla con honor.
Pero igual, quiero seguir hablando contigo.
Saludos,
Elara.
Sonreí, más por costumbre que por convicción. No sabía bien qué sentía. Solo que se sentía... bien. Tener algo amistoso que no doliera.
Le escribí de vuelta, después de dudarlo unos diez minutos. Algo breve. Un comentario sobre "El club de la pelea", otro sobre su lechuza, y una pregunta sin importancia, solo para que tuviera una excusa para responder.
Afuera, el día parecía despejado. Dentro de mí, no tanto.
Scorpius no me había escrito. Y si lo hubiera hecho, no lo habría leído. Su última carta seguía sin abrir, sobre el escritorio. La había dejado ahí desde hacía dos días.
En la salida al cine lo escuché decirle a Rose que quería invitarla a Hogsmeade la próxima vez que salieran en Hogwarts. Aprete los dientes. Él ya me lo habia dicho a mi hace unas semanas, que iríamos juntos, como todos los años. Estaba furioso.
Aunque era un poco agridulce. Scorp, me mentía sin mentirme. Me excluía con dulzura.
Tan propio de él que era imposible no sentir ternura. Una ternura llena de frustración, por supuesto.
Me harté. Ya no respondí. Dejé de escribirle. Dejé de ser "el mejor amigo" de fondo en cada escena romántica que construía con otra persona.
Intenté pasar más tiempo con mi familia. Mala idea.
James solo hablaba de Quidditch y hacía chistes pesados. Lily, cuando no estaba con sus amigas o encerrada en su cuarto escuchando música mágica a todo volumen, se dedicaba a mimar a su maldito gato.
Ese Joseph estaba ahora mismo sentado en mi escritorio, justo encima de mi tintero, con la cola cuidadosamente enroscada, mirándome como si pudiera leer cada palabra de la carta que escribía.
—¿No tienes una vida propia? —le murmuré.
El gato no respondió. Solo ladeó la cabeza.
Seguía escribiéndole a Elara. Nos entendíamos con facilidad. Había algo simple en eso. Algo directo. Y aunque no sentía por ella lo que alguna vez sentí por... otra persona, su compañía en palabras era un alivio.
Joseph seguía allí, inmóvil, mientras yo firmaba la carta. Sus ojos eran amarillos, turbios, como si tuvieran una tormenta contenida.
—No me mires así —dije en voz baja—. Esto no es asunto tuyo.
El gato entrecerró los ojos. Desafiante.
A la hora de la cena, mamá volvió a casa. Harry tenía que resolver un par de cosas en el ministerio antes de volver.
Ginny cruzó la puerta sonriendo, trayendo consigo bolsas con ingredientes frescos, un par de besos al aire, y el ruido de la vida familiar real.
A partir de ese día, el – casi — silencio que reinaba en casa cuando nuestros padres no estaban, caducó.
La cena familiar fue un intento de normalidad. James contaba una anécdota sobre una chica de Gryffindor que se desmayó en su entrenamiento por mirarle los abdominales, Lily le lanzó una papa, y yo intenté concentrarme en cortar mi carne.
James miró a Joseph, que se había trepado con todo el descaro del mundo a la mesa y se sentó frente a él. El felino pasaba totalmente por encima los quejidos de mi madre para que bajara.
—Ese gato tiene ojos espeluznantes —dijo con el ceño fruncido—. ¿Estás segura de que no es un demonio?
Lily lo defendió, mientras lo alzaba para dejarlo en el suelo.
—No le hables así a Joseph —dijo—. Él entiende.
—Claro que entiende —murmuré—. Probablemente también voté y pagué impuestos.
James se rió por lo bajo. Mamá hizo un comentario sobre que no era el gato más agraciado, Lily chillo en respuesta.
Mientras tanto, Joseph me miraba fijamente. Otra vez.
Pensé, con pereza, que debería comenzar a acostumbrarme a la mirada rara de ese insecto.
***
Luego de un par de días más aburriéndome en casa, acepté una invitación a casa de Elara sin pensarlo demasiado.
Quizá porque necesitaba salir un poco. O quizá porque su carta aún flotaba en mi cabeza, con esa lista de películas y ese "quiero seguir hablando contigo" que se sentía como un salvavidas tirado desde otra orilla.
Y además, escribirme con ella era demasiado agradable. Nos entendiamos, como si conectaramos. Se sentía bien, nunca tuve más amigos que no fueran Scorpius.
Mi madre me acompañó a la red Flu, recordándome que no hiciera comentarios sarcásticos, que no hablara demasiado de política mágica y que, por favor, intentara no parecer un emo malcriado. Su expresión fue textual.
—Y por favor —añadió justo antes de que echara el polvo verde—, sé amable con la madre de la chica. Nada de ser seco y dar respuestas con monosílabas. Sonríe, al menos.
Esta mujer estaba traumada con el hecho de que nunca había compartido con otro adulto que no fuera el señor Malfoy.
Rodé los ojos, mascullando que lo haría. Luego el fuego me tragó.
Aparecí en una sala de estar acogedora, cálida en un sentido que no tenía nada que ver con la chimenea encendida. Las paredes estaban llenas de fotografías no mágicas: una mujer joven, morena, de ojos dulces, sonriendo con Elara en distintas etapas de su vida. Una con trenzas, otra disfrazada de hada, una más abrazando un libro como si fuera su mejor amigo.
—¡Albus! —Elara apareció en el umbral, con un buzo enorme de los Weird Sisters y una sonrisa genuina. Tenía el cabello recogido en un moño improvisado, con mechones escapando como si no quisieran estar ahí. Me llamaron la atención sus aros, eran pequeños, discretos, de plata ennegrecida por el tiempo. Aros circulares, simples, sin piedras ni grabados a primera vista. Por un momento pensé ver diminutas grietas en ellos, pero lo atribuí a alguna decoración extraña del metal.
—Hola —dije, sacudiéndome un poco el hollín—. Tu casa huele a vainilla.
—Es el hechizo de limpieza de mamá —respondió, divertida—. Tiene una obsesión con los ambientadores muggles, pero al final se rindió y lo encantó.
Me hizo pasar y cruzamos un pasillo lleno de postales pegadas con cinta. Había citas subrayadas en marcador fluorescente en los marcos de las puertas. Una decía: "Las historias salvan. A veces, más que los hechizos."
Me gustaba ese lugar. Y eso me incomodaba un poco.
Daphne Greenfield nos esperaba en la cocina. Llevaba un delantal con un girasol bordado y una sonrisa que, si bien era amable, tenía algo profundamente melancólico, como si cada alegría le costara una pizca de energía.
—Tú debes ser Albus —dijo, limpiándose las manos en el delantal antes de ofrecerme una—. Me alegra mucho que hayas venido.
Le estreché la mano. Era suave y cálida.
—Gracias por invitarme —respondí, más cortés de lo habitual. Algo en ella me lo exigía.
—Elara me habló mucho de ti. Dice que eres el primer Slytherin con el que puede hablar sin querer lanzarle un hechizo explosivo.
—No exageres —protestó Elara, sonrojándose.
—Oh, cariño, dijiste literalmente "es como un mortífago sensible, pero sin lo de mortífago" —le lanzó una mirada divertida y volvió a mí—. ¿Té? ¿Jugo de calabaza? ¿O prefieres algo muggle?
—Estoy bien —dije, aunque no estaba del todo seguro de lo que significaba "algo muggle" en esa casa. Para mi padre, Harry, era simplemente un poco de cafeína con leche.
Me senté en una de las sillas mientras Elara se servía un vaso de limonada y me pasaba uno igual.
El almuerzo fue tranquilo. Demasiado tranquilo. Hablamos de películas, otra vez. De libros. De lo extraño que era Hogwarts cuando se vaciaba por las noches. Daphne tenía ese modo de hablar como si pudiera ver entre las palabras. Hacía preguntas suaves, pero que te obligaban a pensar. Me sorprendió lo mucho que me gustó responderlas.
En algún momento, me reí. Me reí de verdad. Elara me miró de reojo y sonrió con los ojos.
Cuando terminé mi limonada, Daphne me ofreció más. Se levantó para buscar la jarra y la vi desaparecer por el pasillo. Me quedé mirando ese lugar un segundo de más.
Algo en el modo en que las sombras caían ahí me puso nervioso.
No lo dije.
No dije nada.
Más tarde, mucho más tarde, esa imagen volvería a mi cabeza como un presagio malformado. El pasillo vacío. El sonido de sus pasos alejándose. Y la certeza muda de que no volvería a escuchar esa voz.
Porque lo más escalofriante de ese recuerdo —aunque en ese momento no lo supiera—
Fue pensar que la próxima vez que vería a Daphne Greenfield, ella estaría en el suelo de su sala de estar, con los ojos perdidos, y su cuerpo, descansando sin vida.
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La mañana del regreso a Hogwarts fue un caos.
Harry, como siempre, decía que teníamos tiempo. Pero eso significaba que llegariamos al final, justo cuando el humo del Expreso comenzaba a disiparse y la plataforma 9¾ hervía de estudiantes, baúles flotantes y madres repitiendo consejos de último momento.
Lily casi se olvidó la varita (pero no a su maldito gato). James discutía con mamá por el color del abrigo que le había hecho usar, algo sobre que era verde y no quería que sus amigos lo molestaran con ser de Slytherin. Rodee los ojos cuando lo escuche camino a mi habitación.
Después de dejar mi bolso en la sala de estar, solté un suspiro. Hoy vería a Scorpius de nuevo. Si era sincero, lo extrañaba, quería verlo, abrazarlo, preguntarle sobre los días en los que no supe de él, pero eso significaba escucharlo hablar de Rose.
Una parte de mi deseaba simplemente desaparecer entre la multitud y no pensar demasiado en nada. Ni en el verano. Ni en las cartas que no respondí. Ni en los silencios con los que Scorpius había llenado mis días desde que lo dejé de buscar.
***
Antes de que saliera por la chimenea, mi madre intentó asfixiarme en un abrazo que se sintió eterno. Me queje en voz alta pero no la aleje, jamás lo haría.
Harry, por otra parte, estaba parado detrás de ella. No dijo demasiado. Solo me miró por un momento antes de asentir en despedida, como si quisiera decirme algo y no encontrara las palabras.
—Portate bien, Al. Responde mis cartas.
Le di un pequeño asentimiento.
—Adiós, Harry.
—¿Seguro que tienes todo? —preguntó Ginny por cuarta vez—. La varita, el libro de Transformaciones, el tónico para las pesadillas de tu hermana...
Bufé, Lily había llenado tanto su baúl de articulos para gatos, que tenia que llevar cosas suyas en el mio.
—Sí, mamá —respondí, moviendo la vista a nuestro reloj de pared. Tendríamos que aparecernos cerca de Hogwarts, a este paso perderiamos el tren.
Después de otros insufribles diez minutos de despedidas, y un abrazo eterno de Lily a papá, los tres cruzamos la Red Flu y salimos, torpes y tosiendo, en la pequeña chimenea mágica de la estación. El humo todavía me nublaba la vista cuando escuché mi nombre.
—¡Albus!
La voz me atrapó con esa calidez idiota que aún me provocaba, aunque intentara negarla. Scorpius estaba ahí, justo frente a la entrada del tren, sosteniendo su baúl con ambas manos.
Sonreía, pero no como siempre.
Le devolví el saludo con una pequeña inclinación de cabeza.
—¿Podemos hablar? —preguntó, acercándose cuando subimos al vagón.
—Claro —murmuré. Aunque no sabía si era cierto.
Encontramos un compartimento vacío al final del tren. Scorp se acomodó primero, del lado de la ventana. Me senté enfrente, con las manos entrelazadas sobre las rodillas. El silencio se instaló entre nosotros, denso como una niebla que ninguno se atrevía a espantar.
El tren ya comenzaba a moverse cuando él abrió la boca:
—Al, en serio... ¿Qué pasó?¿Por qué dejaste de escribirme?—preguntó finalmente, con voz baja.
No fui capaz de apartar la amargura de mi tono de voz:
—¿Por quién crees que fue? —repliqué.
Frunció el ceño.
—¿Tu...?
Antes de que pudiera terminar, la puerta del compartimiento se deslizó de golpe.
—¡Hola, mi serpiente favorita! —canturreó Elara, entrando con un salto teatral y lanzándose a mi lado antes de que pudiera procesarlo. Me abrazó por el cuello con naturalidad.
Mis ojos estaban detrás de sus hombros, mientras murmuraba un saludo. Vi la forma en que Scorpius la miró. La tensión que se clavó en sus hombros como un espasmo contenido.
—Espero que no les moleste compartir este reino de vagón conmigo —añadió después de soltarme, sacando de su mochila un paquete de caramelos y un libro de Agatha Christie.
—Claro que no —murmuré, aún con su brazo sobre mí.
Scorpius no dijo nada. Solo la saludo de forma escueta.
—Hola, Greenfield.
Alce una ceja.
Elara devolvió el saludo con mucha calidez:
—¡Hola, Scorpius!
—¿Qué estás leyendo? —le pregunté, mirando el libro sobre el asiento.
—Muerte en el Nilo. Aunque ya lo leí mil veces. A veces vuelvo a los libros como si fueran personas que extraño. ¿No te pasa?
Asentí.
Pasamos unos minutos más en ese extraño equilibrio. Scorpius miraba por la ventana. Elara hablaba de películas que nadie más había visto. Y yo trataba de actuar como si nada de esto me afectara.
Pero en un momento, mientras ella se reía por algo que dije, la noté. Esa mirada fugaz.
No venía de mí.
Era ella mirando a Rose, hablando con Tony Bott, ambos deteniéndose justo enfrente de la puerta. La sonrisa de Elara se congeló por un segundo. Luego volvió como si nada.
Me quedé quieto. Registrando.
—¿Estás bien? —le pregunté, bajito.
—Claro —dijo ella, rápido. Muy rápido.
Entonces la puerta se abrió de nuevo.
—¿Puedo pasar? —preguntó Rose, sin esperar realmente una respuesta.
—¿Desde cuándo pides permiso? —respondió Elara con una sonrisa ladeada.
—Desde que empecé a fingir que soy educada. Es un nuevo experimento social.
Elara rió entre dientes.
Rose se rió de nuevo, luego le tocó el brazo al pasar y me miró con ojos amables.
La salude con una alegría forzada:
—Hola, Rose.
Asintió hacia mí:
—¿Qué tal, Albus?
Solo cuando se acomodó junto a Scorpius, el rubio se volteo hacia ella.
—Hola, Scor—Para mi disgusto, él la interrumpió con un beso.
Antes de mover la mirada, noté algo diferente. Había visto besos entre ellos dos. Mi amigo era suave, casi como si Rose estuviera hecha de porcelana. Este beso fue más tosco, brusco.
Pensé que quizá la había extrañado el poco tiempo que no estuvo con ella.
Mi estómago se contrajo.
Cuando me giré a Elara para preguntarle algo, las palabras murieron en mis labios. Tenía una libreta abierta sobre el regazo. Ella no parecía estar leyéndola, solo miraba un punto fijo con los ojos cristalinos.
—Oye-
Rose me interrumpió:
—¿Qué tal dormiste, Eli? En tu carta de ayer dijiste que sentías una molestia en el oído que te incomodaba.
¿Se escriben todos los días?
Me pregunte que tan cercanas eran. Eladora no solía hablar de Rose.
Ella parpadeo, alzando la cabeza. Le sonrió con alegría. Fruncí un poco el seño. De repente volvió a la normalidad.
—¡Muy bien, por suerte!¿Y a ti?¿Cómo te fue con tu madre esta mañana?
—Una tragedia. Me dio dos discursos motivacionales distintos. Creo que en uno casi lloró.
—¿El de "tienes mucho potencial" o el de "no estudies como tu padre"?
—Ambos. En ese orden —dijo Rose, encogiéndose de hombros—. Tienes suerte de no tener una madre obsesionada con la reputación académica.
—Tengo una madre obsesionada con las películas tristes y los tés orgánicos que saben a pasto, así que tampoco me quejo tanto —contestó Elara con una mueca cómplice.
—Después tienes que mostrarme ese cuaderno —le dijo, con un gesto hacia las páginas sobre sus piernas—. Siempre quise leer algo tuyo que no fuera una crítica de cine mordaz.
—Solo si prometes no robarme ninguna línea para tus ensayos perfectos —le devolvió Elara, sin dejar de sonreír.
Ella se apoyó sobre Scorpius, que miraba la escena con indiferencia.
—Tenemos un trato, entonces.
Elara se mordió el labio, aunque fue solo por un segundo.
Lo soltó de inmediato cuando Rose giró la cabeza hacia su novio, preguntándole algo en voz baja. Scorpius le respondió luego de darle un beso casto.
Charlaban a centímetros de distancia.
—¿Qué estás leyendo? Además de Muerte en el Nilo—le pregunté a Elara, con la necesidad urgente de distraer mi cabeza de la pareja de enfrente.
Ella enarcó una ceja:
—¿Cómo sabes que estoy leyendo algo más?
Rodee los ojos.
—El martes me escribiste que una vez te leiste cinco libros a la vez.
Ella se dejó caer en el respaldar, fingiendo resignarse:
—Un ensayo muggle sobre guiones de comedia. También empecé a leer Breakfast at Tiffany's, pero no sé si me gusta Holly. Esta como... demasiado enamorada de sí misma.
—Nunca la leí —respondí.
—Te lo prestaré, pero tienes que devolverme Perks of Being a Wallflower primero.
—Como se nota que eres de Ravenclaw.
Ella se encogió de hombros—Mis libros son como mis hijos.
Alce una ceja—Tus libros están llenos de anotaciones.
—¿Y si los contamos como tatuajes? Se los haré a mis hijos biológicos cuando sean bebes, ya veras—Respondió sonriendo.
Bufe.
Lo bueno de charlar con Elara, era que ella llenaba todos los silencios, aunque solía ser algo monotemática. Aun así, me gustaba. Era justo lo que necesitaba en ese momento. Pensar en cualquier cosa, lo que sea para evitar los eventuales sonidos de besos que provenientes de la pareja feliz.
Comenzó a hablar de películas otra vez. De musicales. De comedias románticas. De cómo el humor muggle, a veces, era más triste que gracioso, dijo que detestaba el humor negro. Yo le seguía la conversación, mientras sentía los ojos de Scorpius clavados en nosotros.
Note que Elara a veces miraba a Rose. De reojo. Con algo en la cara que no era odio, ni envidia, pero sí... algo. Algo delicado.
Decidí no decir nada al respecto.
***
El tren avanzaba y Hogwarts se acercaba cada vez más.
Los árboles pasaban veloces por la ventana y mi reflejo parecía más pálido. Más ajeno. Me preguntaba porque.
Rose dormitaba sobre el hombro de Scorpius. Elara volvió a escribir algo en un cuaderno. Y yo me obligaba a no mirar a ninguno por demasiado tiempo.
Había algo raro en el aire, algo denso. Antes de que lo comentara en voz alta, Eladora cerró su libro de golpe. Se puso de pie con rapidez, y habló mirando el suelo. Pensé que se veía algo nerviosa.
—Rose, ¿te parece que vayamos a ponernos el uniforme en otro compartimiento? Quiero contarte algo.
—¡Claro!
Ella le dio una sonrisa suave a Scorpius y se puso de pie.
Antes de que salieran del compartimiento, Elara canturreo antes de cerrar la puerta:
—No nos extrañen.
Por Merlin, las extrañe al instante. Incluso a Rose.
El silencio que se formó era horrible. Se volvió tan espeso que casi podía tocarse. Parecía envolvernos, cerrando cada intento de respirar con normalidad. Pensé, con un poco de humor, que no me sorprendería que se tratara de magia oscura.
Ambos nos sacudiamos levemente por el movimiento del tren.
Scorpius no dijo nada al principio. Yo tampoco.
Pero con cada minuto, el silencio se volvía más insoportable.
—¿La ves seguido? —preguntó de repente.
No hizo falta preguntar a quien.
—Nos carteamos —respondí.
Él asintió mirando al frente, como si se hubiera preparado para esa respuesta. Aunque su mandíbula se tensó.
—Claro, a ella sí puedes escribirle.
Mi respuesta fue tan venenos como la suya:
—¿Que? ¿Te molesta?
Miró hacia otro lado, apretando los labios, como si aguantara las palabras que terminaron saliendo más bruscas de lo necesario.
Me sorprendio su honestidad.
—Solo... detesto que te alejaras así. Como si no te importara. No era muy difícil responder una carta antes de seguir coqueteando con ella.
—Bueno, me sorprende que lo notaras, ya que tú estabas muy pendiente de Rose —si él quería reclamarme por mi nueva relación, yo también podía—. No te escribi porque me sentía la tercera rueda. Siempre eras tú y ella. Incluso en los planes que organizabamos juntos. Si es que podias reunirte, claro.
Él se giró, lento.
—Vaya —dijo, con una sonrisa sin rastro de humor—. Entonces decidiste reemplazarme, supongo. Muy maduro.
—No te reemplacé.
—¿No?
—Solo encontré a alguien que me ayudó a dejar de sentirme solo. Eres el único amigo que tenía y lo sabes, Scorpius.
—Veo que fue bastante fácil para ti —replicó—. A veces olvido lo rápido que te acomodas cuando una chica te presta atención.
Aprete la mandíbula.
—¿Hablar de Delphini ahora?¿En serio, Malfoy?
—Solo estoy señalando los hechos.—Dijo entre dientes, sonrojandose un poco
Bajó la mirada al suelo. Lo conozco bien, sabía que se arrepentía de lo que dijo, pero eso no evitó que me enojara aún más.
—¡¿Y tú crees que fue tan fácil para mí?! —pregunté, alzando un poco la voz—¡Tú nunca dejabas de hablarme de Rose!¡Todo el tiempo era ella!¡En todo! Tus planes, tus bromas, tus cartas. Era casi como si yo no estuviera ahí.
—¡Eso no es cierto!
—Sí lo es. Hablabas como si solo fueras feliz cuando estás ella.
Scorpius me miró por fin. Sus ojos, claros, parecían más oscuros en ese momento. Enredados en enojo. Y tristeza.
—¿Y qué querías que hiciera, Albus? ¿Que te pusiera a ti en lugar de ella?
Me congelé.
No porque no lo hubiera pensado. Sino porque él lo había dicho en voz alta.
—Yo solo quería a mi mejor amigo de vuelta —murmuré, más bajo ahora—. Y no sabía cómo decírtelo sin parecer que... necesitaba más de lo que podía tener.
Scorpius parpadeo. Yo mire el suelo. Quería que el universo me tragara. Que el tren chocase y yo saliera volando.
Porque era verdad. Yo quería más de Scorpius, pero jamás lo tendría.
Nos quedamos así. Sentados frente a frente. A un par de metros y un abismo de distancia.
Lo único que llenaba el aire era el sonido de las ruedas chocando contra los carriles.
Justo entonces la puerta se deslizó y Rose entró de nuevo, con el uniforme ya puesto. Se acomodó el cuello de la túnica mientras Elara entraba detrás, soltándose el cabello del moño.
—¿Interrumpimos algo? —preguntó Rose, con una sonrisa amable, al notar el ambiente en el compartimiento.
—No —Conteste al instante.
Elara me dirigió una mirada fugaz. Scorpius la miró de reojo. Nadie más dijo nada.
El compartimiento volvió a llenarse de conversaciones amables, esta vez eran charlas cursis entre las chicas, sobre la nueva edición de Corazón De Bruja, o la marca de cosméticos mágicos que acababa de lanzar Sabrina Wood.
El nudo en mi estómago era cada vez más asfixiante.
Aunque no era de extrañar mi comportamiento errático o el de Scorpius.
Más tarde me enteraría de que ese día, un alumno en el tren llevaba un horrocrux consigo.
Chapter Text
Scorpius tenía rituales que nunca explicaba, pero que yo conocía.
Cada luna llena se sentaba junto a la ventana, alineaba tres frascos de vidrio y los llenaba con un líquido blanquecino que olía a lavanda y menta. Decía que atrapaban la luz de la luna y eran ofrendas. Una vez me susurró que lo hacía "para tener un buen año". Después de Delphini, empezó a usar uno más.
Esa noche fingí dormir. Lo escuché caminar descalzo, destapar los frascos y dejarlos bajo el resplandor azul. Se quedó quieto, mirándolos, como si pensara o pidiera algo. Entre las pestañas lo vi: la luz derramándose en el vidrio, disolviéndose. Era simple, casi tonto... pero me conmovía.
Quizá porque era algo suyo; en ese silencio, él se desenvolvía por completo.
Noté que el líquido se veía más oscuro que otras veces. No dije nada al respecto.
***
A la mañana siguiente empezó nuestra primera semana en Hogwarts.
Y, por decirlo sin dramatismos, fue insoportable.
Scorpius y yo casi no hablábamos. Cuando lo hacíamos, eran intercambios cortos y toscos, siempre en la habitación. En clase, dejó de sentarse a mi lado. Si tocaba compartir con Gryffindor, él se acomodaba junto a Rose o junto a un Hufflepuff con cara de caballo. Yo siempre terminaba en la última fila, mirandolo de reojo, sin entender cómo algo tan pequeño podía doler tanto.
Para variar, también tenía que lidiar con los Gryffindor.
Apenas me veían en los pasillos, empezaban a fastidiar.
De ser honesto, me daban igual. Lo único que dolía era que Scorpius no estuviera ahí para callarlos.
Aunque ahora tenía a Elara.
—¿No tienen nada mejor que hacer que acosar a los que no les caen bien? —les dijo una vez, alzando la voz—. Con razón pierden tantos puntos por su estupidez.
Apreté los labios para no sonreír. Eli les hablaba erguida, con el mentón en alto, casi con elegancia. Era toda una Ravenclaw.
Uno de ellos dio un paso adelante. Yo saqué la varita, por si acaso.
—¿Y quién dice que eres más inteligente que nosotros?
Elara levantó una ceja, y su corbata azul pareció destacar más que nunca.
—Mi casa y mi promedio, idiota.
Por primera vez en mis cinco años en Hogwarts, los vi callarse. Incluso algunos Ravenclaw se rieron por lo bajo. Eli me tomó del brazo y nos alejó con paso apurado.
—Honestamente, Al. Detesto a los Gryffindor. Mis condolencias por ti: tienes a cuatro en casa.
Esta vez sonreí abiertamente.
—No son tan malos cuando son tu familia.
—Si tú lo dices.
Por culpa de los idiotas, solíamos sentarnos en los rincones donde nadie nos molestaba.
Me encantaba pasar tiempo con ella. Era muy creativa. A veces compartíamos grageas, apostando unos knuts por cuál sería la más desagradable o adivinando su sabor. Eli casi siempre ganaba.
—Te tocó una de cebolla con menta, reconócelo.
Tenía razón.
Aun así, mantuve mi expresión indiferente.
—Fue de vómito, no de cebolla.
—¡Las de vómito no tienen ese detalle herbal! —Casi rodé los ojos. Por supuesto que ella reconocía el sabor con solo mirarlas.
También hablábamos de quidditch, aunque a mí no me interesara demasiado. Ella decía que, si tuviera talento, sería una excelente cazadora, pero que prefería mirar los partidos envuelta en una bufanda vieja, con chocolate caliente en las gradas.
En esas primeras semanas, Eli me buscaba en el desayuno y me proponía estudiar juntos en los ratos libres. Siempre me ganaba una mirada fría de Scorpius por eso. Elara hablaba mucho, pero a mí no me molestaba; la dejaba llenar los silencios con historias de cine y sus planes para formar un club de cinéfilos en Hogwarts. Era fácil estar con ella. Cálido, incluso.
Fue entonces cuando Scorpius empezó a comportarse como un idiota.
Aunque conmigo, al menos en la habitación, era cordial, fuera de ella se volvía impasible. Incluso empezó a cenar con el imbécil de Becker, el mejor amigo de Rose, uno de los chicos que me molestaban.
Y lo peor fue que también empezó a ser un idiota con otras personas.
En concreto, con Eli.
Un día, sentados al borde del Lago Negro, Elara lo saludó con entusiasmo cuando pasó caminando a pocos metros.
—¡Hola, Scorpius!
Él la miró mal y no respondió. Siguió de largo como si nada.
Y, aunque venía hablando sin parar sobre una comedia que había visto, mi amiga se quedó en silencio. No bajó la cabeza, pero sus hombros sí.
Le hablé con suavidad:
—Entonces, ¿quién era el doctor de esas personas con TOC, Eli?
Otro día, almorzando, Elara se sentó conmigo en la mesa de Slytherin. Apenas lo hizo, Scorpius —que estaba a tres lugares— se levantó y se fue a la otra punta sin mirarnos.
Ella no dijo nada, pero su expresión se volvió más callada. Más cuidadosa. Como si no supiera si quedarse o irse.
Horas después, camino a la biblioteca, me lo confesó:
—Últimamente, en el club de astronomía, Scorpius me trata con frialdad. Me ignora o me responde seco... a veces me mira como si le diera asco. Pero no entiendo qué hice.
—No hiciste nada. Él es el problema —dije, furioso.
Su voz era un susurro:
—Me pone triste no poder hablar con él como antes. Solíamos ser los más destacados en el club, y siempre intenté incluirlo, ya que los demás lo dejaban de lado por ser de Slytherin.
Suspire bruscamente, poniendo una mano en su honbre, justo entonces apareció Lily, con su gato en brazos. Joseph. El engendro.
Cuando hice un asentimiento hacia ella como saludo, Joseph se tensó en sus brazos como si hubiera olfateado algo horrendo. El gato saltó con un movimiento seco y se le aferró a la pierna a Elara como una trampa viva. Las garras delanteras atravesaron la piel, mientras las traseras rasgaban con violencia.
Eladora soltó un grito, intentando apartarlo, pero el animal se había quedado colgado, arqueando la espalda y soltando un bufido ronco, como si disfrutara del daño.
Yo reaccioné y le di una patada seca para que la soltara. Las garras se desprendieron de golpe, dejando marcas irregulares y un hilo de sangre que descendía por la pierna de Elara.
—¡Eres un monstruo! —me gritó Lily, abrazando al animal como si lo hubiera apuñalado.
—¡Fue a propósito! —dije— ¡La atacó!
—¡Él nunca ataca a nadie sin razón!
—¡Lily, basta! —intervino James, poniéndose entre los dos. Luego se volteó al grupo de alumnos que nos miraban con curiosidad—Y ustedes, ¿porque no se van a clase? No hay nada que ver aquí.
Elara le lanzó una mirada dura. Él se la sostuvo, incómodo, hasta que ella bajó la vista. Yo no entendía nada, pero tampoco me animé a preguntar.
Más tarde, con la biblioteca llena y la sala común de Ravenclaw imposible de usar, nos fuimos a estudiar a Slytherin. Afuera llovía.
Elara hojeaba un libro de runas sin demasiada atención mientras yo dibujaba en un pergamino en lugar de hacer mi ensayo.
—Sé que te diste cuenta —dijo de repente, en voz baja—. De que no me agrada James.
La miré. Asentí.
Ella guardó silencio unos segundos.
—Hace dos años, me enamoré de él. Él me decía cosas bonitas todo el tiempo, me buscaba, me decía que era especial, que tenía "un misterio encantador". Yo le creí. Pensé que sentía algo por mí. Pero después me enteré que se lo contaba todo a sus amigos del equipo de Quidditch—hizo una pausa—. Se reía de mí. Les decía que yo era su "fan". O algo por el estilo.
—Que imbécil—masculle.
—Sí. Eso mismo.
—Es típico de James —bufé—. Siempre le gustó que lo adoren.
—Me humilló —Murmuro.
No sabia que decir, asi que solo le pasé una gragea de ajo y caramelo. No era la mejor forma de consolar, pero funcionó. Se rió cuando reconoció el color.
Lo adivinó al instante.
—No pienso comer eso.
Me encoji de hombros:
—Más para mi.
Y me la meti en la boca. Ella se quedó perpleja.
Claor, no tarde en arrepentirme.
La gragea de ajo y caramelo crujió apenas entre mis dientes antes de que el sabor estallara. Primero, un dulzor empalagoso, espeso, casi pegajoso... y después, sin aviso, una oleada densa de ajo crudo, que se me metió hasta la nariz. El calor picante se mezcló con el azúcar derretido, formando una pasta aceitosa que parecía expandirse por toda la boca.
Sentí que la lengua se me entumecía.
—Mielda —masculle, ni siquiera podia hablar bien. Me lleve una mano a la boca.
Elara me observaba con una expresión de diversión descarada, como si estuviera presenciando el mejor espectáculo del día. Cuando vio que inflaba las mejillas para aguantar, soltó una carcajada abierta. Algunos chicos se voltearon hacia nosotros. Me sonroje intensamente.
Antes de que soltara una arcada, terminé escupiéndola en la mano con un sonido húmedo.
—¡Qué asco! —exclamó ella, arrugando la nariz, aunque sin dejar de sonreír.
Rodee los ojos.
—Eres una exagerada
—Si, claro. Excelente modales, Potter.
—Cierra la boca.
Cuando volvió a concentrarse en su libro, tenia una pequeña sonrisa, me sentí satisfecho. Supongo que avergonzarme un poco había valido la pena.
Y definitivamente, James era un idiota.
***
Esa noche, cuando subi a la habitación, Scorpius ya estaba ahí, sentado en su escritorio. Me miró de reojo. En lugar de saludarme, dijo:
—¿Te divertiste criticando a James con tu nueva mejor amiga?
—¿Perdón?— Cerre la puerta. Él me dio la espalda.
—Te escuché. Diciendo que es un idiota.
—Como si no lo fuera —repliqué, pasando hacia mi baúl.
—Qué raro, tú culpando a tu familia de todo —su voz destilaba veneno, me pare en seco—. Nunca puedes hacerte cargo de tu propia mierda.
Mis hombros se tensaron.
—¿Sabes qué? Me tienes harto.— Respondi, perdiendo las riendas:
—Actúas raro desde que empezó el año. Pasas todo el tiempo con Rose, me ignoras, dejas de sentarte conmigo en clase...— Me interrumpio.
—¿Y qué esperabas? ¿Que me quedara viendo cómo te pegabas a Elara?
—Ella no es el problema. Eres tú y mi prima. Es vergonzoso ver cómo te arrastra por todo el colegio.
Scorpius se puso de pie y dio unos pasos hacia mí. No era muy intimidante, sobre todo porque soy más alto, pero tragué en seco. Incluso detrás del enojo, mi corazón traicionero sintió un calor extraño. Se veía tan tierno así.
Concéntrate , él puede maldecirte en cualquier momento.
Habló entre dientes:
—Deja de meter a Rose en esto.
—¿Ah, sí?—Me acerqué un paso más—. Tú no tienes problema en meterte con Elara. Pasaste de ser mi mejor amigo a cenar con los que me molestan. Y vienes a enojarte con la única persona que me defiende. Eres igual de hipócrita que tu novia.
Se sonrojó y miró a otro lado.
—Cierra la boca.
Yo continue:
—Eres literalmente un extraño, Scorpius.
No respondió. Sus puños estaban tan apretados que los nudillos se le pusieron blancos. Pense que iba a golpearme.
Nos quedamos mirándonos de cerca unos segundos que parecieron años.
Luego, tendiendo entre la ira y el deseo, agarré mi pijama limpio y salí sin mirarlo.
Esa noche dormí en la Sala de los Menesteres. Lo había hecho antes, cuando no soportaba el mundo y no quería saber nada de nadie. Ni siquiera de Scorpius.
Aun así... me habría gustado que él me siguiera.
Chapter Text
Después de esa pelea empezamos a ignorarnos por completo.
En el dormitorio compartido apenas parecíamos convivir: no nos hablábamos, no nos mirábamos, cada uno hacía lo suyo como si el otro no existiera. Era incómodo, pero también extrañamente fácil. Como si hubiéramos aprendido a vivir en paralelo, como dos sombras mal dibujadas que nunca se rozaban.
Mentiría si dijera que eso no me dejaba con un humor de mierda.
Y como si no fuera suficiente, el maldito gato de Lily había decidido seguirme como una sombra.
Joseph aparecía en todas partes: a la salida de las clases, al pie de mi cama, hasta en la biblioteca. Al principio pensé que ella lo había entrenado para fastidiarme, pero dudaba que tuviera tanto tiempo libre.
Lo peor es que el animal era demasiado listo. No interrumpía, no maullaba de más, no se atravesaba en los pasillos. Era incluso agradable... salvo cuando estaba Elara. Entonces se transformaba en un demonio.
Cada vez que se me acercaba, Joseph gruñía. Incluso intentó morderla un día, saliendo de Defensa Contras las Artes Oscuras.
—¡Largo! —le grité, apuntándole con un Aguamenti. El chorro de agua lo empapó por completo. Retrocedió con las orejas gachas, se fue corriendo... y a los cinco minutos ya estaba de vuelta, siguiéndome como si nada.
—Está enamorado de ti —dijo Elara, riéndose detrás de su bufanda. Caminaba a varios pasos de mi, para que Joseph no decidiera volverse loco de nuevo—. O quiza cree que estoy poseída.
—Podrían ser las dos cosas.
Ella bufó, divertida.
—Cuando haces chistes como ese, recuerdo que eres hermano de James.
Me incline y le metí un codazo.
***
El sabado siguiente comenzo la temporada de Quidditch. El primer partido era entre Hufflepuff y Gryffindor. No podia perdermelo.
Esa mañana salí solo hacia el estadio, hacia un frio de la mierda pero me negaba a regresar por una bufanda, no queria perderme ni un solo segundo del encuentro.
Ya casi en la entrada, unos pasos apurados me alcanzaron.
—¡Albus!— Voltee.
Era Elara, con su abrigo azul ondeando como si llevara una capa de duelo.
—¿Vas al partido?
Asentí.
—¿Puedo ir contigo?
—¿No odias a James? —pregunté, medio en broma.
—Por supuesto—respondió sin pensarlo—.Solo quiero ver si los hurones consiguen derribarlo.
Me reí y seguimos caminando juntos.
Cuando entramos al estadio, subimos a las gradas poco antes de que empezara el partido. El cielo estaba despejado, pero una brisa helada bajaba de las montañas. Elara llevaba guantes de lana y una bufanda de Ravenclaw que le cubría media cara. Yo, en cambio, solo había traído mi capa de Slytherin, y ya me estaba arrepintiendo.
Buscamos un sitio lejos del bullicio de los Gryffindor, pero no tanto como para perder vista del campo. Aunque, en mi caso, eso daba igual.
La verdad era que no veía bien desde hacía un año. Leer el pizarrón desde el fondo del aula ya era un suplicio; distinguir jugadores en una escoba, imposible. Pero me negaba a usar anteojos. No quería parecerme más a Harry Potter. Ya cargaba con su apellido, sus ojos y su maldito pelo rebelde. No necesitaba otro recordatorio.
Y tampoco iba a darle ese gusto a los imbéciles de Gryffindor.
Así que me limité a entrecerrar los ojos, fingiendo que observaba el partido cuando en realidad solo distinguía manchas rojas y amarillas girando en el aire.
—¿El número doce es James, no? —preguntó Elara, señalando hacia arriba.
—Sí... creo que sí —respondí.
Ella soltó una risa breve.
—Estás ciego, Potter.
—No estoy ciego. Solo... selectivamente borroso.
—Eso no existe.
Me ofreció sus binoculares mágicos, pero los rechacé.
—Tienes un orgullo estúpido, Potter.
—Es de familia.
Por lo poco que divise, James volaba como si el partido fuera una extensión de su cuerpo. Nació para eso. Aunque fuera un idiota, lo admito: en el aire era impresionante. Cada pase, cada giro, cada movimiento improvisado parecía natural en él.
Lo que no podía ignorar era a Scorpius. Estaba un par de gradas más abajo, gritando elogios a Rose cada vez que ella hacía cualquier cosa, incluso algo tan insignificante como girar en el aire. A veces ni siquiera era ella quien anotaba, pero igual gritaba su nombre como si fuera heroico.
Crucé los brazos con fuerza, apretando los dientes. Elara solo me miro de reojo.
En un momento, mi mirada se cruzaron con la de Scorpius. Solo un segundo. Su expresión se endureció.
Yo lo fulminé con la mirada.
—¿Qué pasa? —preguntó Elara, bajando los binoculares.
—Nada.
Detrás de mí, un Slytherin de sexto murmuró con suficiencia:
—Ese James se cree mucho. Un buen golpe hoy no le vendría mal.
Sin pensarlo, mascullé lo bastante bajo para que solo Elara me escuchara:
—Vete a la mierda.
Ella me miró sorprendida, y luego sonrió divertida.
—¿No se supone que ustedes se llevaban mal?
Bufé, sin mirarla.
—Es un necio insoportable... pero es mi hermano.
Me miró con ternura. Eso me incomodó.
—No se lo digas a nadie —agregué enseguida.
—Tus secretos están a salvo conmigo, Al.
Rodee los ojos.
A veces mi psicomaga dice que vuelva a esos recuerdos en el pensadero, cuando quiero sentir a Eli cerca. Para no olvidar que, en algún momento, fuimos solo nosotros.Aunque, en el fondo, sé que desde el principio no fue así.
***
La fiesta en la sala común de Gryffindor fue un caos desde el primer minuto.
Habían ganado contra Hufflepuff, y eso bastaba para que celebraran como si hubieran levantado la Copa del Mundo. Lo sorprendente fue que invitaron a otras casas.
Banderines escarlata y dorado colgaban de todas partes, escobas encantadas flotaban en el techo y una radio embrujada mezclaba melodías mágicas con canciones muggles que yo no conocía.
No suelo beber, pero esa noche acepté una copa de hidromiel. Luego otra. Y después Elara me arrastró hasta donde servían jugo de calabaza con whisky de fuego.
De ahí en adelante, todo se volvió difuso. Como si los recuerdos se hubieran mojado en agua y ahora tuvieran los bordes corridos.
Nos sentamos en un sillón al fondo. Un grupo de Gryffindors bailaba y cantaba a gritos una canción de Celestina Warbeck, completamente fuera de tono. Elara se reía a carcajadas, con las mejillas encendidas por el calor y el alcohol. Yo tenía la cabeza apoyada hacia atrás, mirando las luces doradas que titilaban sobre nosotros.
—A veces siento que no soy yo misma —dijo ella, de pronto.
Parpadeé.
—¿Qué?—Me incorporé.
Elara giró el rostro hacia mí. Su mirada estaba vidriosa, pero no parecía ebria. Más bien... perdida.
—Como si algo me habitara. Como si... —hizo un gesto vago con las manos— como si hubiera días en los que no sé quién soy.
—¿A qué te refieres?
—No... no lo sé—Levante una ceja, ella evito mi mirada, pero apoyo su cabeza en mi hombro. No insistí.
Seguimos charlando un rato más, hablando de nuestras familias. Le conté cómo James una vez me hizo flotar hasta el techo de la Madriguera con un hechizo mal hecho. Ella se rió tanto que casi se atraganta con una galleta.
—Siempre quise tener hermanos —dijo después, con un aire melancólico.
—Créeme, no te pierdes de nada.
—Yo no estaría tan segura —respondió. Me estremeci cuando su nariz rozó mi cuello.
Quedé inmóvil. Pero no tarde en relajarme, había algo cómodo en eso. Íntimo.
Aunque duro muy poco.
—¿Por qué evitas contarme de Scorpius? —susurró de repente.
Mi cuerpo se tensó.
Las ultimas semanas, Elara habia insistido en saber como estaba mi relacion con Malfoy, yo solo respondía que no queria hablar del tema.
—Tú sabes por qué.
Ella levantó la cabeza, con una sonrisa ladeada.
—¿Acaso crees que estoy enamorada de él?
—¿¡Qué?!—Volteé hacia ella—. No, claro que—
Y entonces me besó.
Fue rápido, inesperado. Sus labios sabían a grageas dulces y whisky de fuego. Me tomó un segundo comprender qué estaba pasando. Cerré los ojos... y al abrirlos, lo vi.
Scorpius. Me estaba dando la espalda, se iba a paso apurado.
Fue entonces que reaccione, y la movi de un empujon.
—¿Qué crees que estás haciendo? —escupí, más ácido de lo que quería.
Ella se sonrojó al instante, con las manos temblando.
—¡Lo siento! Yo... no queria-
Negué con la cabeza, agotado.
—Me voy a mi habitación.
Me puse de pie, con la cabeza punzando de rabia y alcohol.
—Albus, espera. Por favor —pidió, tropezando cuando intentó seguirme.
Pero no miré atrás.
Chapter Text
POV: Scorpius Malfoy
La música era tan fuerte que no podía pensar. No es que quisiera pensar, tampoco.
La sala común de Gryffindor parecía una caldera hirviendo de estudiantes apretujados, risas demasiado altas, botellas de hidromiel circulando entre manos ajenas y el zumbido pegajoso de una canción muggle que no conocía. Habían ganado el primer partido, claro. Eso era todo lo que importaba.
Rose estaba brillando como siempre: despeinada, con una bufanda carmesí mal anudada, y una copa en la mano, sonriendo a todos como si el mundo no pesara.
Yo estaba allí. Pero no pertenecía.
Ni siquiera sabía por qué había ido. Tal vez porque todos los demás lo hacían. Tal vez porque fingir normalidad era más fácil que estar solo en la sala de Slytherin, escuchando cómo mis pensamientos me mordían las costillas.
Mi vista se perdía entre las cabezas. Buscaba algo. O alguien.
Albus.
No lo decía en voz alta.
Ni siquiera para mí.
Pero desde que empezó el curso, o desde que dejó de escribirme... había algo en mí que no se calmaba. No podía estudiar tranquilo, ni dormir del todo.
Y aunque me molestaba ver a Elara tan cerca de él, incluso aunque me dolía verla llenando los espacios que alguna vez ocupé... parte de mí se sentía aliviado de que Albus no estuviera del todo solo.
O al menos eso me decía cada vez que lo veía con ella.
Era consciente de que me estaba mintiendo a mi mismo, aunque sea un poco, también evitaba pensar en eso.
Mi copa estaba vacía, pero no estaba borracho. Tengo una buena tolerancia al alcohol.
El aire olía a humo, a perfume barato, y a ese sudor tibio que deja la emoción cuando se mezcla con la música. Crucé entre un grupo de alumnos de cuarto, esquivé a un par de Hufflepuff que bailaban sobre los sillones, y justo cuando estaba por girar hacia una esquina... lo vi.
Estaba en el fondo del salón. En un sillón.
Y ella también.
Tenía la cabeza apoyada en su hombro. Incluso le acariciaba el cuello con la nariz.
Me tense.
Albus dijo algo. Ella sonrio, cerca de él, demasiado cerca.
Y luego lo besó.
Así. De frente.
Como si fuera normal.
Como si fuera algo de todos los días.
Y lo senti en las entrañas, senti que de mi corazon algo subia a mi cabeza y corria por mi sangre con rapidez e ira.
Algo dentro de mí se contrajo. Como si me hubieran dado un golpe seco en el estómago.
Pense que quiza, Albus se apartaría, pero no lo hizo. Los vi solo por un segundo, porque no podía soportarlo.
Él parecia estar tranquilo, dejando que ella guiara el beso, aunque sin corresponder del todo.
Pense que quiza, ella habia sido su primer beso, y eso me enfermaba.
No me quedé para ver más. Me di la vuelta antes de que nadie notara mi cara y bajé las escaleras con pasos firmes, aunque todo mi cuerpo gritaba que fuera hacia allí y los separará de un tirón.
—¿Scorpius? —La voz de Rose me frenó cuando salí a los pasillos, a unos metros de la puerta de Gryffindor. Venía con las mejillas sonrojadas por la bebida y la emoción del partido—. ¿A dónde vas? La música recién empieza a ser buena.
Me giré sin decir nada. Tenía el corazón en la garganta. Sentía los ojos cristalinos.
Ella frunció el ceño, parecía preocupada.
Maldecí un poco que me conociera tanto. Era mi novia, después de todo. Algo en ese pensamiento hizo que mi estómago se contrajera aún más.
—¿Estás bien? —preguntó, acercándose con suavidad.
Evite su mirada.
—Por supuesto.—Dije en un hilo de voz.
Ella bufo.
—Vamos, Sorp, dime que te pasa.
Tome un largo suspiro, intentando ordenar de mi cabeza. No queria sonar como un idiota celoso, menos enfrente de mi novia, ella puso una mano en mi antebrazo.
Intento ayudarme:
—¿Tiene que ver con Albus y Elara?
Alce un poco la vista:
—Selene me dijo que se besaron.
Suspire otra vez, como si el aire me ayudara a sacar todo la mierda que tenía por dentro.
—Acabo de verlos.—Murmure.
Me sentí culpable, pero ella era la única que sabría qué decirme. O porque en el fondo... necesitaba que alguien más lo viera. Que no estuviera solo en eso.
Rose me miró por unos segundos. Y luego suspiró.
—Ay, Scorp.
—¿Qué?
—Tú estás enamorado de él.
Me reí. Seca, torpemente.
—No es asi.
—Scorpius Malfoy, por favor —dijo, cruzándose de brazos—. Te conozco desde el primer año. Te vi llorar por una salamandra quebrada en clase de cuidado de las criaturas mágicas. Te vi defender miles de veces defender a Albus de cualquiera que se metiera con él e incluso hechizaste el jugo de calabaza de Becker cuando se pasaba de idiota.— Trague en seco, ella en cambio, arqueo una ceja:
—Si, en tercer año, me di cuenta por el color del jugo, pequeña serpiente. Aunque, te felicito.— Sonrio un poco:
—Nunca vi una poción de borborigmos funcionar con tanta eficacia.—Decidió continuar:
—Después de lo de Delphini, se abrazaban todo el tiempo, no podías evitar tocarlo de cualquier forma, teniéndolo del brazo a donde fuera, y lo mirabas e intentabas llamar su atención como fuera.
—Claro que lo haría.— Me sonroje—era mi único amigo. No estoy enamorado de Albus.
—Lo estas, Scorp. Y estoy bien con eso.
Lo dijo pausado, como si hablara con alguien que necesitaba ayuda médica.
Mi respuesta salió demasiado dura, entre dientes:
—¿Escuchas lo que dices? Yo estoy contigo, Rose.
Ella no parecía enfadada. Su voz fue suave, casi maternal:
—¿Alguna vez estuviste realmente conmigo, Scorp?
Guardé silencio.
Rose no se movió enseguida. Me miraba con esos ojos que no necesitaban libros para saber la verdad.
—Tú estás enamorado de él —agregó.
Negué con la cabeza, rápido, como si eso bastara para contradecirla.
—No es así. Yo estoy contigo, Rose.— Repetí torpemente.
Ella no se burló. No se enojó. Solo me miró un segundo más, como si estuviera esperando que me sincerara conmigo mismo.
—Lo digo en serio —insistí, dando un paso hacia ella—. Yo te quiero muchísimo.
Una sonrisa suave le curvó la boca, y por un instante parecía más cansada que feliz.
—No dudo que me quieras, Scorp. Yo también te quiero... y mucho. Pero...
—¿Pero qué?
—Pero no fue lo mismo que con Albus. Nunca lo fue.
Tragué saliva. La garganta se me hizo un nudo.
—¿Estás diciendo que lo piensas desde hacía tiempo?— Me sentí algo traicionado.
Rose asintió despacio. El cabello se le deslizaba por los hombros como si todo en ella fuera más liviano que yo.
—Desde hace rato. Lo supe antes que tú. Y, sí... me dolió un poco. Pero también hice el duelo. Ya lo superé, Scorpius. Porque tú y yo... no somos eso. No éramos eso.
—No entiendo...
—Quiero decir que.. no fue con maldad, pero me elegiste porque era seguro.— Quise interrumpirla, pero ella alzó una mano, pidiendo en silencio que la dejara terminar. La respete:
—No dudo que tus sentimientos son sinceros desde un principio y que me quieres, pero.. me elegiste porque tu sabias que yo no te iba a romper el corazón. No como Albus podría.
Hizo una última pausa, mirándome con ternura.
—Con él siempre fuiste diferente. Te enojabas distinto. Te reías distinto. Lo mirabas como si lo necesitaras todo él tiempo.
Me quedé callado. Sentía que me sacaba el aire de los pulmones con cada palabra.
—Scorpius —continuó ella—. Lo tuyo con Albus no es algo que se pueda fingir que no existe. Y tú no eres cruel. No me harías daño a propósito. Por eso... está bien. Está bien si esto termina.
—Yo no quiero que termine —dije, en un murmullo.
Ella ladeó la cabeza, con compasión. No había ironía en su voz, sólo una aceptación triste.
—Sí quieres. Solo que no sabes cómo decirlo.
Me sentí congelado, ella aun así me abrazó. Fue un abrazo corto, pero real.
—Te lo prometo —susurró—. Vas a estar bien. Pero no te mientas más.
Sentí los ojos llorosos, y bajé la mirada. Me tomo de la mejilla, alzando mi cabeza.
—Mírame —dijo—. No estoy enojada. Ni dolida. Solo... no quiero ser parte de tu distracción. Yo merezco otra cosa. Ambos lo hacemos.
Se quedó callada, alejo su mano de mi, y luego dijo en voz más baja:
—Y Albus... también la merece.
Me froté el rostro con las dos manos. El pecho me latía tan fuerte que dolía.
—No puedo, Rose.
—¿No puedes qué?
—No puedo quererlo. El... es mi amigo.
—Pero ya lo haces.
Negué. Sentí que algo se quebraba en mi garganta.
—Mi papá me mataría. Tu mamá también. El mundo... Hogwarts, los periódicos, los demás...
—¿Y tú? ¿Tú te matarías también por sentir algo tan bonito como querer a alguien?— Luego agregó:
—Conozco a Draco... No creo que se moleste, él adora a Albus, incluso más que a mi. Y mi madre... No se molestara, a lo sumo mi padre hara algún comentario, pero sabes que lo amo, pero nunca lo escucho cuando se pone asi—me dio una pequeña sonrisa:
—Es un Gryffindor, asi que no puede evitar ser un poco idiota, ya sabes.
Me apoyé en la pared de piedra. Quería que el castillo se tragara todo de una vez. Mis pensamientos. Mi miedo. Mis ganas.
—Entonces... ¿Se acabo? —pregunté, apenas audible.
—Sí —respondió ella, sin dudar.— Ambos merecemos algo sincero, y lo sabes, Scorp.
Me dio una palmadita suave en el brazo, y se fue sin decir más.
Me quedé solo. Con el eco de mis propios latidos.
Esa noche, no fui a dormir a Gryffindor. Bajé a Slytherin.
Cuando entre a mi habitación, conjure un "Muffliato!", para no despertar a Albus. Por suerte, él había cerrado el dosel de su cama. Eso evitará que el zumbido del hechizo lo despertara.
A pesar de estar agotado, en lugar de dirigirme a la cama, sentí una necesidad extraña de abrir los frascos de protección, para ver como estaban. Los que usaba desde finales de quinto para dejar mis ofrendas al universo.
Los alineaba junto a la ventana cada noche. Llenos del líquido de lavanda y menta.
Pero ya no brillaban igual.
Últimamente, la mezcla se volvía más oscura. Más espesa. Como si se estropeara antes de tiempo.
Como si el universo estuviera advirtiéndome.
Pense en Albus:
—Protégelo —susurré al cielo, como hacía cada luna llena—. Protégelo, por favor. Haz que me perdone. Haz que todo vuelva a ser como antes.—Era mi oración de siempre, desde principio de año.
Apoyé la frente contra el vidrio frío.
Mis ojos se cerraron. Mis manos temblaban.
Afuera, la luna parecía más lejana que nunca.
Como si ella supiera, antes que yo, que terminaría asesinando a Albus, con mis propias manos.
Chapter Text
POV: Albus Potter.
Scorpius actuaba raro.
No como antes, no como ese enojo seco que se arrastraba en sus gestos y miradas cuando discutíamos en silencio. Esto era... distante, pero diferente.
Había una especie de torpeza nueva en él. Una incomodidad silenciosa que no se parecía a nada que le hubiera visto antes.
Ya no pasaba tanto tiempo con Rose. De hecho, casi no los veía juntos. A veces los encontraba charlando en los pasillos, sí, pero sus voces eran bajas, casi resignadas. Scorpius no sonreía. Y ella lo miraba sin la ternura o las sonrisitas tontas de antes.
Lo que más me desconcertaba era que no volvía a la Sala Común de Gryffindor. Ni para las fiestas, ni para estudiar, ni siquiera comía en su mesa. Ahora se quedaba en la mesa de Slytherin, y se la pasaba en las mazmorras, como si de pronto ese espacio oscuro, frío y con aroma a humedad fuera su único refugio.
Comencé a preguntarme si es que acaso habían terminado.
No lo decía en voz alta, claro. Ni siquiera lo pensaba muy seguido. Pero la idea se colaba en mi mente en momentos extraños. Como una pregunta que no quería hacerme... pero que empezaba a doler igual. Dejaba un sentimiento agridulce en mi boca.
Porque aunque lo hubiera esperado por tanto tiempo... Ahora solo detestaba ver a Scorp tan solo, aunque a veces compartía con algunos amigos del club de astronomía.
Lo más extraño de todo eran los momentos compartidos en nuestra habitación. Porque aunque la mayor parte del tiempo nos ignorábamos, a veces lo veía reaccionar... raro.
Como esa noche que salí del baño con la toalla ajustada a la cintura. Me pasé una mano por el cabello húmedo, intentando apartarlo de mis ojos. Todavía tenía calor en la piel por el vapor, y caminé descalzo hasta mi baúl, sin prestar demasiada atención.
Mi cuerpo no era nada impresionante, o eso pensaba yo. No tenía la musculatura marcada de James, ni esa presencia que parecía venirle natural. Yo era más... promedio. Tenía los hombros anchos, un poco de curvas en los costados, algo de definición en los abdominales, aunque también un pequeño porcentaje de grasa que se negaba a irse incluso con mis salidas a trotar habituales. No me consideraba apuesto, en lo absoluto.
Pero cuando levanté la vista, lo vi.
Scorpius estaba a punto de entrar, con un libro en la mano, y se detuvo en seco.
Me miró.
Solo un segundo.
Y se puso rojo. Rojo como nunca lo había visto antes. Como si acabara de presenciar algo prohibido.
Parpadeó, tragó saliva... y se dio media vuelta.
Literalmente huyó del cuarto.
Cerró la puerta detrás de él tan rápido que la corriente de aire apagó una de las velas junto a mi cama.
Me quedé quieto. En medio del cuarto, con gotas de agua todavía resbalándome por el pecho, mirando la puerta cerrada.
¿Qué fue eso?
Desde entonces, comencé a notarlo más. Cómo se entorpecía cada vez que yo entraba, cómo fingía que buscaba cosas en su baúl solo para no cruzar mirada conmigo. A veces, incluso se metía en la cama antes de que yo llegara, como si así pudiera evitar compartir el mismo aire que yo. Todo el tiempo con un sonrojo en los labios. Casi con timidez.
Y a pesar de la tensión, del orgullo herido, del enojo que todavía no entendía del todo...
Me descubrí esperándolo.
Esperando alguna señal.
Un gesto. Una palabra.
Porque algo en él había cambiado.
Y, maldita sea, yo quería saber qué era.
***
Hacía tiempo que Joseph había dejado de seguirme.
Me di cuenta una mañana, al salir apurado de Runas Antiguas con los brazos cargados de pergaminos. Ya no estaba en las escaleras, ni debajo de las mesas, ni acechando en las esquinas del pasillo con esos ojos amarillos como lámparas encendidas. El gato de Lily simplemente... había desaparecido de mi rutina.
Durante semanas se había comportado como un pequeño centinela personal, gruñendo cada vez que Elara me rozaba el brazo, saltando sobre nuestras mochilas, espiándonos desde las alturas como un familiar de mal humor.
Y ahora... nada.
Ni un maullido. Ni un arañazo. Ni una presencia.
Al principio me sentí aliviado. Era molesto, después de todo no podia pasar tiempo tranquilo con mi única amiga. Pero algo en esa ausencia me dejó una inquietud leve, una incomodidad que se volvió más clara al días.
Aunque a partir de esa mañana, la inquietud comenzó a aumentar cada vez más.
Había bajado a desayunar solo —Scorpius todavía me esquivaba como si fuera un fantasma, y Elara había comenzado a evitarme un poco—. Justo cuando me estaba sirviendo jugo de calabaza, Lily apareció delante de mí.
Se notaba que venía buscándome.
—Albus —dijo en voz baja, pero firme—. Necesito pedirte algo.
Levanté la vista, extrañado.
—. Necesito que te alejes de Elara.
Mi expresión se tensó al instante.
—¿Disculpa?
—Solo... confía en mí —agregó, cruzando los brazos—. Algo no está bien con ella.
—¿Y desde cuándo tú decides con quién puedo o no puedo pasar el tiempo?
—No es eso, Al —bajó la voz aún más—. Solo... no quiero que te pase nada.
Bufé, molesto.
—Ve al psicomago del colegio para tratar tus delirios, Lily. Estás viendo demasiadas películas muggles.
Ella me miró como si fuera yo el que no estaba entendiendo. Pero no dijo más. Solo sevolteo y se alejo de mi como si nada.
No me gustaban las acusaciones sin fundamento, ni siquiera de mi hermana. Y mucho menos cuando involucraban a Elara.
Y sin embargo...
Ese día, comencé a observarla más. No de forma obvia. Solo... inconscientemente.
Tomé nota de que, aunque antes solía abrazarme sin aviso, ahora apenas rozaba mi brazo con los dedos. Ya no se reía tanto con mis bromas ni discutía con tanta pasión sobre qué jugador de Quidditch era mejor. Había perdido esa chispa que antes la hacía... ella.
Había algo raro. Algo... roto.
Y no estaba seguro de si todo era por culpa del beso.
—¿Qué pasa con tus amigas de Ravenclaw? —le pregunté una tarde, cuando terminábamos la tarea en un rincón tranquilo de la biblioteca. Estaba por cerrar el libro de Pociones cuando se lo solté, sin filtro.
Elara levantó la vista, algo sorprendida.
—¿Qué?
—Hace semanas que no te veo con ellas.— Ni con nadie más, en realidad. Solo... conmigo.
Ella negó con la cabeza, cerrando el cuaderno donde escribía todo el tiempo de golpe.
—Discutimos —dijo, sin dar más detalles.
Alze una ceja:
—¿Con todas?
—Si.—Respondió de forma seca.
Fruncí el ceño. Era una respuesta vaga, y Elara nunca era vaga. No conmigo.
—¿Por qué?
—Nada importante. Solo diferencias en ideales... tonterías de Ravenclaws —apretó los labios, como si no quisiera decir más.
Me quedé mirándola. Elara solía hablar mucho. A veces demasiado. Pero ahora parecía estar hecha de silencios.
—¿Estás bien? —pregunté, no muy convencido.
Ella tardó en responder. Tardó tanto que pensé que no había escuchado.
—Sí —dijo al fin, y forzó una sonrisa—. Solo estoy cansada.
Pero no era solo eso. Yo lo sabía.
Durante semanas había estado convencido de que Elara sentía algo por Scorpius. Su repentina obsesión con preguntarme por él, su interés exagerado por cómo estaba nuestro vínculo y los intentos torpes por acercarsele... todo apuntaba a eso.
Entonces me beso, y ya no supe que pensar-
No entendía si había sido un impulso aislado, si ella confundía su afecto por mí con otra cosa, o si —y esto era lo que más me inquietaba— Elara me veía de una forma que yo no estaba listo para asumir. Su cercanía, su dependencia emocional, sus momentos de vulnerabilidad. Me había acostumbrado tanto a su presencia que no sabía dónde terminaba su amistad y empezaba lo que fuera eso otro que estaba ocurriendo.
Y ahora que su comportamiento había cambiado tanto, que estaba distante, ausente, llena de vacíos que no sabía cómo llenar... me sentía perdido.
Esa tarde dejé la biblioteca antes de tiempo. No podía concentrarme. Tenía un nudo en la cabeza y otro en el estómago. Necesitaba aire.
Salí al pasillo central, donde la luz del atardecer atravesaba las ventanas altas como fuego líquido. Caminé sin rumbo fijo, con las manos en los bolsillos, hasta que escuché una voz familiar llamarme desde el otro extremo.
—¡Albus!
Me giré. James venía apurado, con el uniforme del colegio desordenado y el cabello más rebelde de lo habitual.
—¿Tú sabes dónde está Scorpius?
Fruncí el ceño, automáticamente a la defensiva.
—¿Por qué te importa?
James, acostumbrado a mis respuestas bruscas, solo se encogió de hombros.
—No lo vi en todo el día, y escuché que él y Rose rompieron.
Me detuve en seco.
—¿Qué?
—Eso dicen. Que discutieron y ella lo terminó. No sé si es cierto, pero... Rose no quiso decirme nada, así que quiero preguntarle a él.
Sentí como si alguien me hubiera tirado un cubo de agua helada por la espalda.
—No tenía idea—murmuré.
James no pudo ocultar su sorpresa, balbuceo:
—¿Ustedes... no se hablan todavía?
Negué con la cabeza.
—Hace meses.
James apretó los labios, incómodo. Se pasó una mano por el cabello.
—Bueno... solo pensé que tú sabrías. Eran inseparables antes.
Inseparables.
Asentí sin decir más, y James se fue por otro pasillo.
Esa noche, Scorpius no durmio en la habitación.
Lo espere. Pasaron las horas y el reloj encantado de las mazmorras marcaba la medianoche. Yo fingía leer, con un libro abierto sobre las piernas, pero no podía concentrarme. Solo miraba la puerta cada tanto. Escuchaba pasos en los pasillos, voces lejanas... pero ninguno era él.
Y, por alguna razón, me preocupé más de lo que quería admitir.
No era por Rose. Ni siquiera por la ruptura. Era por él.
Por si estaba bien. Por si necesitaba hablar. Por si, a pesar de seguir enojado conmigo, aún necesitaba que alguien se sentara a escucharlo.
Pero no llegó.
No esa noche.
Y hasta hoy, nunca me atreví a preguntarle a Scorpius qué pasó en esas horas, ni siquiera cuando volvimos a hablarnos.
Porque, ¿qué se supone que podría contestar alguien si le preguntas qué hizo el mismo día en que atentaron el laboratorio de su padre y lo llevaron de urgencia a San Mungo?
No quiero ser yo quien lo arrastre de nuevo a ese recuerdo.
Chapter Text
A la mañana siguiente bajé al Gran Comedor más temprano de lo habitual. Apenas había dormido. Tenía la cabeza llena de fragmentos que no lograba unir del todo: Rose, Scorpius, su ausencia en la habitación, Elara, sus cambios, su distancia. Todo se sentía como una red enredada, y yo estaba justo en el centro, atrapado.
Pensé que si comía algo, si me sentaba un rato entre voces normales, podría poner las ideas en orden.
Pero entonces lo vi.
Scorpius.
Estaba solo en el extremo de la mesa de Slytherin, con una tostada seca en el plato y una taza de café a medio terminar frente a él. Tenía la cabeza gacha y los hombros más caídos que nunca. Su túnica estaba desalineada, y su cabello aún húmedo por la ducha (¿Donde diablos se baño?). Parecía más pálido que de costumbre, como si ni siquiera hubiera tenido fuerzas para secarse bien.
Apreté la mandíbula.
Respiré hondo y caminé hacia él. Aunque se percató de mi presencia, no levantó la vista.
—Buenos días, Potter—saludo con educación.
—Oí... lo de Rose —murmuré, sin saber bien cómo decirlo—. ¿Es cierto?
Scorpius no respondió enseguida. Se quedó mirando su taza, como si no me hubiera escuchado.
Entonces, con voz áspera, casi en un susurro, dijo:
—Escucha a tu hermana.
Fruncí el ceño.
—¿Qué?
—Te dijo que te alejes de Elara, ¿no?
Finalmente levantó la cabeza y me miró. Sus ojos estaban enrojecidos, no supe si por la falta de sueño o por otra cosa.
—Hazlo. Antes de que sea tarde.
Y volvió a mirar su tostada como si yo no existiera.
Me quedé ahí, en silencio. Aturdido.
Tenía tantas preguntas que no sabía por dónde empezar.
¿Por qué todos hablaban como si supieran algo que yo no? ¿Y qué tenía que ver Elara?
¿Por qué él, de todas las personas, me decía eso?
Me alejé sin decir una palabra más, y decidí saltarme el desayuno.
El estómago me ardía como si me hubieran tragado un par de piedras.
***
Las salidas a Hogsmeade comenzaron con la misma expectativa de siempre: disfrutar del aire fresco, escapar del castillo por unas horas y gastar más de lo que uno debía en dulces o en libros que quizás jamás leería.
Y yo... bueno, siempre iba con Elara.
A pesar de todo, a pesar de las advertencias veladas y de la incomodidad que arrastraba como un peso constante... seguía buscándola. Tal vez porque, entre sus rarezas, había destellos de la chica que conocí al comienzo del curso. La que podía hacerme reír con solo cambiar el tono de voz.
El día que colmó el vaso, fuimos a Beltane's. Se había transformado en una especie de tradición, y a Elara le encantaba el lugar. Era un pequeño café ambientado en la edad media, con ventanas empañadas y olor a canela que quedaba en una esquina apartada, los meseros incluso llevaban armaduras y te trataban como si fueras de la realeza. Tenían sillones de colores diferentes, y una carta mágica que cambiaba de forma según el clima.
Elara pidió lo de siempre: pastel de calabaza y té negro. Yo, chocolate caliente y pan de centeno con mermelada de arándanos. Apenas nos sentamos, ella comenzó a comer como si no hubiera probado un bocado en días.
—¡Merlín! —me quejé, riendo—. ¿Porque siempre comes como un animal?
Ella me miró con la boca llena y luego, de forma repentina, se irguió en el asiento, cruzó las piernas con delicadeza exagerada, y levantó el platito de té con el dedo meñique extendido despues de tragar.
—Discúlpame, querido, yo jamás me ensuciaría comiendo —dijo, imitando un acento que claramente era el de la pelicula "la primera dama del Ministerio".
Solté una carcajada, atrayendo la atención de la pareja sentada en la mesa de al lado. A Elara no le importó. Se inclinó un poco hacia mí, aún en personaje.
—Uno debe mantener la postura incluso cuando devora pasteles como un dragón —agregó, solemne.
—Tú estás loca —reí, sacudiendo la cabeza.
—Y tú eres un amargado, Potter. Te hace bien reír.
Era un descanso entre sus momentos raros. Uno de esos en los que pensaba: Sí. Esta es mi amiga. Esta es mi Elara, la real.
Pero duraban tan poco.
Al regresar al castillo, algo cambió.
Caminamos en silencio durante el último tramo. Elara ya no enlazó su brazo con el mío como hizo camino a Beltane's. Caminaba un poco más adelante, como si le pesaran los pies o sus pensamientos.
—¿Albus? —preguntó, de pronto—. ¿Tú sabes si Scorpius tiene hermanos?
Fruncí el ceño.
—No. Es hijo único. ¿Por qué?
—¿Y su abuela? La del lado materno... ¿vive?
—No tengo idea —respondí, ya molesto—. ¿Qué te pasa?
Elara no dijo nada enseguida. Se detuvo en medio del camino, mirándome como si acabara de despertar.
—¿Eh?
—¿Por qué estás preguntando tantas cosas sobre Scorpius últimamente?
Me miró con los ojos entrecerrados. Por un instante, no supe si estaba a punto de reírse o de llorar.
—No sé... —murmuró, finalmente—. Vamos, caminemos rapido, me muero de frio.
Y siguió caminando.
Yo me quedé atrás unos segundos, con un nudo en la garganta.
Cada vez entendía menos.
***
Al día siguiente, durante la clase de Herbología, la puerta se abrió de golpe.
James.
Su expresión estaba desencajada. La profesora Sprout le lanzó una mirada fulminante, pero él solo pidio permiso, se acercó a mí y murmuró lo suficiente para que solo yo lo oyera:
—La directora te llama. Es urgente, Al.
Me puse de pie sin preguntar. Algo en el tono de su voz, en la forma en que evitaba mirarme a los ojos, me hizo sentir un escalofrío bajándome por la espalda.
Cuando llegué al despacho de la directora, McGonagall no estaba, pero, para mi sorpresa, Harry sí. Cuando entre lo vi de pie, con los brazos cruzados, la mandíbula apretada y los ojos clavados en el suelo. No llevaba túnica, ni insignias. Sólo parecía... un padre. Uno agotado.
—¿Harry?¿Que estas haciendo aqui?
—Albus —dijo en cuanto me vio—. Siéntate.
No lo hice.
—¿Qué pasó?
Me respondió sin rodeos:
—Ayer internaron a Draco —dijo—. Tuvo una descompensación grave. Algo en la sangre. No saben si fue envenenado. Lo están atendiendo en San Mungo. Aún no despierta.
El aire se volvió más denso.
—¿Y Scorpius?
—Lo sabe hace unos días —respondió Harry, bajando la mirada por un segundo. Luego la alzó y continuó—. Pero pasó algo más.
—Anoche, en la madrugada— continuó mi padre, más bajo—, Narcissa Malfoy desapareció. Fue secuestrada de su casa. Dejaron una carta clavada con una daga en la puerta de entrada.
—¿Y qué decía?— Pregunté en un hilo de voz.
Harry tragó en seco y musito:
—Muerte a los traidores, el Señor Tenebroso volverá con otro nombre, larga vida a Voldemort— Pronunció ese nombre con demasiado asco.
No supe qué decir. Me quedé paralizado.
Harry me observó con una gravedad que pocas veces le había visto.
—Necesito que se lo digas a Scorpius. Que sepa que haremos todo para encontrarla.
Tragué saliva, con dificultad.
—Yo... no puedo —susurré.
—Albus...
—No puedo decirle eso —repetí, dando un paso atrás. No era solo miedo. Era algo más. Una certeza que me apretaba el pecho y me helaba las manos.
Porque, de pronto, recordé la tarde anterior.
Las preguntas de Elara.
¿Y su abuela? ¿La del lado materno... vive?
Sentí cómo el estómago se me retorcía.
Elara.
¿Que hiciste?
Chapter Text
Harry me sacó de mi aturdimiento. Me centro en lo más importante: Scorp.
—Draco no está en condiciones para hablar con su hijo —dijo mi padre, sin apartar la vista de mí—. Tú eres la persona más cercana a Scorpius en este momento.
Sentí que el aire se me atascaba en la garganta.
Quise decirle que no. Que ya no hablábamos. Hacía meses que no teníamos una conversación.
Quise decirle que él se alejaba cada vez que yo entraba en la habitación, como si mi presencia quemara.
Pero no lo hice.
Porque algo —algo dentro de mí— quería hacerlo: decirle y acompañarlo, estar para él.
Ahora más que nunca.
Cuando sali, baje a las mazmorras, no queria volver a clase con las palabras de mi padre resonando en mi cabeza.
En mi habitación, encontré un pergamino doblado sobre mi almohada.
Lo reconocí de inmediato.
La caligrafía era la de Hermione.
"Pequeño Albus:
Cuando alguien que quieres atraviesa la oscuridad, no lo sigas a ciegas. Pero tampoco te quedes quieto. Camina cerca. Hazte presente. Aunque sea en silencio. A veces, basta con estar.
Te mando apoyo para hablar con Scorpius. No hay nada más valioso que la amistad que tienes con él, Al.
Sé valiente.
Tía Hermione."
Tragué en seco.
Fue el empujón que necesitaba.
Solo supe que tenía que encontrarlo.
***
La directora McGonagall ayudó mucho en ello.
Se notaba lo fácil que era amar a Scorpius Malfoy.
Esa misma tarde, se nos acercó camino al Gran Comedor, llamándonos a ambos y nos dio permiso para ausentarnos de clases.
Scorpius parecía angustiado y extrañado a la vez.
—¿Pasó algo, profesora?
Ella apretó los labios hacia él:
—El Señor Potter debe hablar contigo, querido. Después de almorzar, utilicen mi oficina para hablar—dijo—. Y manténganse juntos.
Nos dio una mirada desde detrás de sus lentes con ese gesto severo, pero contenido, que solo ella podía hacer parecer casi humano.
Malfoy me lanzó una mirada desconcertada, y solo asentí con la cabeza. No era el momento de hablar.
Comimos por separado, aunque notaba que Scorpius, sentado a unas cuantas personas de mi, me daba un par de miradas nerviosas de vez en cuando. Luego, lo espere afuera y subimos en silencio por las escaleras, cada uno sumido en su propio mar de pensamientos.
Cuando llegamos, él me miró con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa, Albus? ¿Por qué tanto misterio?
Me costó tragar. No estaba preparado para decirlo. Pero sabía que no podía seguir postergándolo.
Me obligue a mirarlo a los ojos:
—Scorp... —empecé, y mi voz ya temblaba antes de terminar la frase—. Anoche... secuestraron a tu abuela.
Lo vi parpadear. Luego fruncir el ceño como si no hubiera entendido. Y un segundo después, su rostro se desmoronó.
—¿Qué? —susurró.
—Sus vecinos llamaron a los aurores por la madrugada, y en la puerta había una nota—No pude terminar.
Él me interrumpió:
—E-Espera.
Scorpius se llevó ambas manos al rostro. Lo vi respirar hondo, una, dos veces. Pero la tercera vez ya era un sollozo. Y entonces se quebró por completo.
Las lágrimas salían a borbotones, sin contención. Como si llevara semanas acumulándolas. Se dobló un poco hacia adelante, los hombros temblando, con ese tipo de llanto que parecía no conocer el aire.
Yo no sabía si abrazarlo. No sabía si tenía derecho.
Pero avancé.
Me acerqué en silencio y lo rodeé con los brazos, sintiéndome torpe al principio. Sin embargo, él se dejó caer contra mí sin poner resistencia. Como si hubiera estado esperando ese gesto durante mucho más tiempo del que yo creia.
Apoyó la cabeza en mi cuello, y sentí sus lágrimas calientes empapar la tela de mi camisa. No dije nada. Solo lo sostuve. Mi corazón latía demasiado rápido, pero mis manos no se movieron. Se quedaron ahí, firmes, una en su espalda, la otra en su nuca.
Y por un momento, no existía más que eso. El calor de su cuerpo. Su respiración entrecortada. El peso de su tristeza.
No sé cuánto tiempo estuvimos así. Solo supe que, en algún momento, un maullido cortó el silencio.
Bajamos la mirada al mismo tiempo.
Joseph, el gato de Lily, estaba sentado a unos metros de nosotros. Nos miraba con ese aire de juez silencioso que tienen los gatos, hasta que se acercó con lentitud y frotó la cabeza contra las piernas de Scorpius.
—No me gustan los gatos —masculló él, con la voz tomada.
Yo solté una risa baja.
—Van a llevarse bien. A él tampoco le gustaba Elara. Literalmente me seguía por todo el castillo para morderla cada vez que me tocaba el brazo.
Scorpius me miró, sorprendido. Luego esbozó una sonrisa tenue, quebrada, pero real. No le duró mucho.
—¿Siguen siendo cercanos?
Negué, casi sin pensar.
—No. Ya... ya no sé quién es —dije, en voz baja—. Pero no es mi amiga. Tenías razón, debo dejar de hablar con ella.
Soltó un suspiro, y se apretó más contra mi.
En silencio, bajé un poco el rostro y besé con suavidad su cabello, justo donde se le hacía un pequeño espiral desordenado, como si el universo lo hubiera dejado como marca. Apoye mi mejilla sobre su cabeza, cerrando los ojos.
—Lo siento —susurré, apenas audible—. Por haber sido un mal amigo. Por alejarme, no querer entenderte y no haber estado para ti desde el principio.
Scorpius no respondió enseguida. Solo sentí su respiración temblar una vez más.
—Yo también lo siento —dijo al fin, su voz amortiguada contra mi cuello—. Por todo. Por cómo te traté. Por no haberte defendido. Espero que puedas perdonarme.
Le di una pequeña caricia en la espalda.
—Lo pensaré.—Murmure en broma.
Scorpius bufó.
—Vete a la mierda.
Ambos reímos un poco.
Luego agrego, apenas audible:
—Te extrañe.
Le hice aun más caricias en la espalda:
—Yo también, Scorp, yo también.
Me abrazó más fuerte. Como si con eso pudiera reparar un poco todo lo que habíamos roto. Y por primera vez en mucho tiempo, no quise soltarlo, nunca más.
Chapter Text
Me alejé de Elara.
No fue algo planeado ni dramático. Simplemente... dejé de responder.
Scorpius me dijo en broma que debería considerarme un experto en el ghosting, lo calle metiendo un bollo de cereza en la boca.
Evité sentarme junto a ella en las materias compartidas. Ya no la esperaba para caminar hacia los salones ni la buscaba en la biblioteca. Si se me acercaba en los pasillos, bajaba la mirada. Y cuando pasaba junto a mí —con esa expresión melancólica que parecía pedir algo sin palabras— solo fingía no notarla.
Aunque eso no evitó que comenzará a escribirme.
Las primeras notas eran largas, con tinta azul y su caligrafía apretada, preguntando si había hecho algo mal, si acaso había cruzado algún límite que no había visto. Después se volvieron más breves. Frases sueltas. Preguntas con signos de exclamación y de interrogación por igual. Una decía: “¿Ni siquiera podemos hablar?”. Otra, simplemente: “Al, por favor.”
No le respondí a ninguna.
No porque no quisiera —aunque sí, en parte no quería— sino porque no podía.
No podía mirarla sin que la imagen de Cissy Malfoy, la abuela de Scorpius, atada y aterrorizada, se impusiera como un mal recuerdo en mi cabeza. La peor creación alguna vez hecha por mi imaginación catastrófica. No podía recordar las últimas semanas sin atar cada gesto extraño, cada pregunta insistente de Elara, previo a todas las tragedias. La forma en que hablaba de Scorpius, como si quisiera abrirlo en partes, desglosándolo para comprender cada fragmento. Incluso parecía más preocupada que yo de que me reconciliara con él.
Y ahora había una carta con tinta torcida que decía “MUERTE A LOS TRAIDORES” y que proclamaba el regreso de un señor tenebroso que todos queríamos muerto.
Ella preguntó si Cissy estaba viva el día anterior a su desaparición, no podía sacarme eso de la cabeza.
Yo quería creer, con todas mis fuerzas, que ella no tenía nada que ver.
Pero no podía.
Algo me lo impedía, y tenía nombre y apellido.
Mi lealtad hacia él era demasiado fuerte. Y no podía darle la espalda. No importa cuando la extrañara.
***
Las siguientes semanas tuve una nueva preocupación: Scorpius comenzaba a apagarse.
No de golpe.
Fue más como si alguien poco a poco fuera bajando el volumen de su voz, su energía y su luz.
Y yo lo veía. Día tras día. Cada vez más silencioso, sereno, casi siempre con ojeras que ya no intentaba disimular. Se dormía con el uniforme puesto, con los deberes a medio hacer y las notas arrugadas de San Mungo todavía en la cama.
No hablaba mucho de eso, pero yo las veía. Las cartas. Las traía la lechuza grisácea del hospital, cada semana, con el sello oficial y un mismo mensaje repetido en cada sobre: “El estado de su padre permanece estable.”
Pero nunca venían noticias de su abuela.
Y eso lo carcomía.
Yo lo sabía.
La forma en que Scorpius miraba por la ventana al atardecer, como esperando una señal que no llegaba, lo decía todo.
Me dediqué, de manera algo desesperada, a intentar animarlo. A veces, me sentaba junto a él en la biblioteca y le pasaba notas con chistes malos sobre profesores. Le robaba las plumas cuando escribía para obligarlo a hablarme.
Una vez incluso le llevé chocolate de Honeydukes envuelto en un papel ridículo con un corazón mal dibujado. Él lo miró como si no supiera si reírse o insultarme. Al final, solo me lo arrebató sin decir nada. Pero esa noche lo vi comiéndolo a escondidas, con la espalda contra la pared y una expresión que parecía… un suspiro.
Lo más humillante de todo fue apuntarme, por voluntad propia, al Club de Astronomía, solo para molestarlo.
Sí, al club de astronomía.
Todo porque una noche, mientras lo veía mirar el cielo con los ojos entrecerrados, le dije que sería divertido que me enseñara algo. Que tal vez podía acompañarlo.
Me dijo, con una ceja arqueada:
—Solo si estás dispuesto a pasar vergüenza.
—Ya la paso contigo todo el tiempo. ¿Qué diferencia hay?
Y así fue como terminé parado frente a un grupo donde la mayoría eran estudiantes de Ravenclaw, en la torre más alta, con una túnica arrugada y frío hasta en los dedos de los pies, sin entender nada de lo que estaba viendo en el cielo.
Cuando me pidieron que me presentara, sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo.
—Potter, ¿verdad? —dijo Tony Bott, el presidente del club, cruzado de brazos—. ¿Cuál es tu constelación favorita?
Me pasé una mano por la nuca, buscando algo que sonara medianamente culto. Pero no me vino nada. Solo una imagen, una frase de Scorpius hacía ya tiempo, flotando como un recuerdo nítido:
"Mi nombre viene de una constelación, ¿sabías? Es por tradición familiar. Los Black nombraban a sus hijos por las estrellas."
Así que, sin pensarlo mucho, sonreí. No me di cuenta en ese momento, pero después supe —por las burlas de Rose y los codazos de Bott— que esa sonrisa tenía el descaro despreocupado de mi hermano mayor.
—El Escorpión —respondí—. Me parece... interesante.
Scorpius me fulminó con la mirada primero, como si quisiera golpearme y luego esconderse bajo la mesa. Después, cuando hicimos contacto visual, bajó la vista tan rápido que me dieron ganas de reír, y se sonrojó hasta las orejas. Tony levantó ambas cejas, como si estuviera presenciando algo mucho más jugoso que una simple noche de observación celeste.
—Curioso —dijo una chica de Ravenclaw—. Orión y Scorpius están conectados, ¿sabían? Orion es la constelación favorita de Elara.
—Y en la mitología griega, Escorpión lo asesina —añadió otra, con una sonrisa malévola.
Supongo que todos allí sabían mi asunto con Elara, después de todo me había besado frente a muchos miembros de diferentes casas en la sala común de Gryffindor.
Ella se encontraba en la parte trasera del grupo, pareció tensarse. Sus hombros se alzaron apenas, y bajó la mirada hacia sus botas.
Yo me giré levemente y, sin pensarlo, busqué los ojos de Scorpius.
Él me miró.
Y no dijimos nada.
Pero fue como si las palabras flotaran en el aire. Algo eléctrico. Algo crudo.
Tony rompió el silencio con tono juguetón.
—Aunque, personalmente, la más original es la constelación favorita de nuestro querido Malfoy.
—¿Cuál? —pregunté.
—¿Sabías que tu mejor amigo está obsesionado con el color blanco?
Una de las chicas soltó una risita. Scorpius frunció el ceño, levemente sonrojado.
—Bueno… es su color favorito —respondi, encogiéndome de hombros, un poco perdido. Sentía que todos sabían algo que yo no.
—¿En serio? —intervino Circe Medea, una Slytherin de sexto—. Eso tiene sentido. Una de las constelaciones asociadas al blanco es Acuario. Sus estrellas más brillantes lo son. Los antiguos astrónomos relacionaban su energía con la pureza, lo etéreo... lo blanco.
Otra de las chicas, una castaña llamada Wendolyne, se volteo hacia él:
—¿No dijiste que esa era tu constelación favorita?
Scorpius murmuró entre dientes, como si los demás estuvieran dejándolo en evidencia:
—¿Podemos empezar con las actividades, por favor, Bott?
Tony soltó una carcajada, claramente disfrutando la situación.
—Muy bien, muy bien. Hoy vamos a trabajar con cartas estelares mágicas. Cada uno recibirá una hoja con su carta natal encantada. Pero primero, demos la bienvenida oficial al señor Potter. Ojalá no arruine nuestras estadísticas.
Algunos aplaudieron. Yo hice una reverencia exagerada, y Scorpius rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreírme. Una sonrisa diminuta, apenas un destello. Pero ahí estaba.
Antes de darme mi carta natal, Tony sonrió encantado, como si hubiera encontrado la cura a la viruela de dragón.
—Es interesante, Potter.— Murmura demasiado bajo, inclinándose hacia mí:
—Tu ascendente está en acuario, y tu nombre significa “blanco”, ¿lo sabías?— Trague en seco, sintiendo que me ardían las orejas. El me sonrió antes de irse:
—Supongo que Scorpius estará encantado cuando lo vea.
Alguien se sento a mi lado.
—Hazte un poco para atrás, Bott, vas a incomodar a Al.
—¿Y quien dice que Al está incómodo, Malfoy?
Scorpius lo fulminó con la mirada, antes de que Tony se riera como un imbécil y se alejara hacia la siguiente mesa. Me recordaba un poco a James.
Mi amigo tomó mi carta natal y la examinó.
Luego, sonrió de forma encantadora. Supongo que Bott tenia razón.
—Vaya.
Parpadee.
—¿Qué?
Me miró un segundo, casi nervioso.
—Nuestras cartas son… muy compatibles.
Mi corazón dio un vuelco
—¿Puedo ver tu carta natal?
El me miro con una pequeña sonrisa:
—Claro, toma.
La leí, sin entender nada.
—Scorp,—me acerque un poco a él, mi pregunta fue en voz baja, me daba vergüenza que los demás miembros del club me escucharan:
—¿Qué es lilith?
La sonrisa de Scorpius parecía embelesada, la prefería diez veces más a su expresión de tristeza.
A partir de ese día, varias chicas de Ravenclaw empezaron a acercarse con una frecuencia sospechosa. Era como si me rodearan con sonrisas suaves y preguntas que parecían ensayadas: si podían escribirme, si tenía planes para la próxima salida a Hogsmeade, si me gustaba el chocolate caliente o si prefería los dulces de menta.
Yo siempre respondía con una amabilidad torpe, incómoda, como si no supiera dónde meter las manos. Me negaba sin herirlas, aunque lo cierto es que... había algo que me encantaba de todo eso.
La forma en que Scorpius las miraba. Frío. Como si en vez de estar en el club de Astronomía, estuviéramos en un duelo de hechizos prohibidos. Era una mirada gélida, mal disimulada, que me costaba no disfrutar más de lo que debía.
Luego, en las siguientes reuniones, su comportamiento comenzó a ser… diferente. Era más cariñoso, siempre me tocaba de alguna forma, ya sea rodeándome con el brazo o tomando mi mano, guiandola para ayudarme a marcar cosas en el mapa, en lugar de hacerlo él mismo.
En esos momentos, mi estómago se sentía tan cálido que tenía miedo de que se prendiera fuego.
Un día incluso llegué a preguntarme si estaba celoso.
Yo intentaba descifrar una de las cartas estelares, con los ojos entrecerrados y el ceño tan fruncido que probablemente parecía estar resolviendo un acertijo ancestral.
En mi defensa, era imposible. Las líneas y puntos se mezclaban como una sopa de letras sin sentido. Me dolía la cabeza.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó una voz suave, casi cantarina, a mi lado.
Cuando reconocí el olor al perfume de amortentia del Tío George, comenzó a picarme la nariz.
Levanté la vista, un poco escéptico.
Esos perfumes estaban diseñados para ser intencionados, por ende, supe al instante que ella intentaba coquetear conmigo. Olía a pétalos de rosa, especias dulces y una pizca de lo que me atrevería a jurar que era chocolate caliente. Se me revolvió el estómago, mi amortentia definitivamente no olía a eso. Quizá se trataba de una imitación barata.
Era una chica de Ravenclaw, probablemente de sexto, con el pelo color avellana trenzado a un lado y una sonrisa demasiado brillante. Se agachó junto a mí, apoyando una mano sobre mi antebrazo con una confianza que me tomó por sorpresa.
—Puedo mostrarte cómo se trazan los ejes si quieres —añadió, acercándose un poco más.
—Oh… eh… gracias, pero yo—
—Ya me estoy encargando—interrumpió una voz justo detrás de mí.
Sentí un brazo rodearme por los hombros con una naturalidad que no coincidía con el tono tenso y falsamente alegre que acababa de oír.
Scorpius.
Giré el rostro, sorprendido. Él sonreía… demasiado. La chica parpadeó un par de veces, confundida.
Luego, soltó una risita nerviosa:
—Pero no me molesta, Malfoy.
La mirada de Scorpius se tenso:
—A mí tampoco, Davis. Por cierto, rico perfume. Lo compraste en Sortilegios Weasley, ¿verdad? De hecho, yo ayudé a mi padre a crearla. Puedo enseñarte a hacer amortentia de verdad, si quieres, asi no gastas dinero en eso.— Tuve que apretar los dientes para que mi mandíbula no cayera hasta el suelo, nunca lo escuche hablar con un tono tan ácido.
Ella se sonrojó hasta las orejas y nos frunció el ceño a ambos antes de alejarse. Para mi sorpresa, Scorpius no movió su brazo de mis hombros.
—¿En serio? —le murmuré, entre divertido y nervioso.
—¿Qué? —dijo él, como si nada—. Dijiste que no entendías nada. Y sinceramente, Potter, parece que estás a punto de trazar la Vía Láctea sobre el mapa de Acuario. Ella claramente no tenía intención de exlicarte, a parte, para eso ya me tienes a mi, ¿no?
Tuve que contener una risa, pero el corazón me latía raro.
Carraspee.
— Si, claro.
Volvimos al mapa. Yo apenas podía concentrarme.
—¿Y este punto…? ¿Es Géminis o una estrella muerta? —pregunté en voz baja.
Scorpius se inclinó hacia mí. Mucho.
Su aliento rozó mi oreja cuando susurró:
—Es Cástor. Si fuera una estrella muerta, brillaría menos.
Me estremecí.
Literalmente. Un escalofrío me bajó por la columna, y no tenía nada que ver con la brisa helada de la torre. Sentí las mejillas arder, pero no me atreví a girar la cara. Me limité a asentir con la cabeza, fingiendo que entendía perfectamente lo que estaba diciendo.
Scorpius siguió susurrándome explicaciones, sin despegarse. Y yo… bueno, apenas si podía ver las estrellas.
Más tarde, cuando el club terminó y todos comenzamos a bajar de la torre, yo caminaba con la bufanda mal envuelta, medio aturdido, repasando mentalmente cada segundo de ese maldito brazo sobre mis hombros.
—¿Estás bien? —preguntó Medea, caminando a mi lado con una ceja levantada—. Tienes la cara como si te hubieras tragado una poción de rubor instantáneo.
—¿Qué? No. Estoy bien. Es el… frío —balbuceé, tirándome la bufanda sobre la boca.
Ella me miró un segundo más, luego sonrió de lado y no dijo nada.
Yo seguí caminando, con las orejas en llamas.
Y con el recuerdo del aliento de Scorpius, aún quemándome el cuello.
Chapter Text
Las semanas siguientes se volvieron un remanso raro, silencioso y casi ajeno a todo lo demás que ocurría en Hogwarts. Como si nos hubiéramos aislado —Scorpius y yo— dentro de una burbuja que flotaba justo por encima de las cosas feas, el dolor, los rumores, y la incertidumbre que aún pesaba sobre su familia.
Había planeado un picnic. Uno en serio: con mantel de cuadros, termo con té, y servilletas bordadas que robé de la cocina con ayuda de Lily (que ni preguntó, solo me las entregó como si supiera que lo necesitaba). Pero cuando llegó el fin de semana, el clima había decidido desmoronarse. El cielo era una masa de nubes apagadas, la lluvia golpeaba los vitrales con furia y el lago negro se agitaba como una criatura viva y siniestra.
Así que terminé improvisando algo más íntimo.
—¿Es un picnic si lo hacemos sobre la alfombra? —preguntó Scorpius con una ceja alzada, mirando mi intento de montar el mantel en el suelo de nuestra habitación.
—Por supuesto que sí. Solo hay que fingir que el cielo está azul y que no vivimos bajo tierra —respondí, empujando una almohada hacia él para que se sentara.
Lo organice todo con más entusiasmo del que admitiría. Incluso le había pedido a la abuela Molly que me mandara dulces para "un amigo que estaba pasando un mal momento". No tuve que dar más detalles. Dos días después, llegó un paquete envuelto en papel encantado, perfumado a canela. Dentro había una caja de grageas de sabores buenos (una edición limitada de Honeydukes que seleccionaba solo las más queridas: frambuesa, vainilla, menta y algodón de azúcar), bollos de chocolate rellenos con mousse de cereza —los favoritos de Scorp desde primero— y una tableta de chocolate amargo con almendras.
Él abrió la caja y se quedó en silencio.
—¿Tu abuela envió esto para mí?
Asentí, restándole importancia.
—Tú y tu dulce adicción tienen una reputación que mantener.
Scorpius sonrió de lado, ese tipo de sonrisa que apenas mostraba los dientes, que era más una curva de gratitud que un gesto de burla.
—Gracias, Al.
—No es nada. De verdad.
Y no lo era. No comparado con todo lo que había pasado. Con todo lo que le estaban quitando.
Desde entonces, comencé a faltar a los partidos de Quidditch. Incluso a los que jugaba James —algo que Lily me hizo notar con una mueca sarcástica y los brazos cruzados. Pero no me importaba. Sentía que Scorpius me necesitaba más que nunca, aunque él nunca lo decía.
Nos quedábamos en las mazmorras, a veces sin hacer nada. Otras veces leía mientras él escribía alguna tarea. La mayoría del tiempo, simplemente... estábamos.
—¿Por qué el cielo es azul? —pregunté un día, mirando el techo de piedra, acostado en la alfombra. Me sentía inquieto. Quería decir algo. Pero no sobre su abuela. No sobre su padre. Nada que doliera.
Scorpius levantó la vista de su pergamino.
—¿Qué?
—Lo olvidé —dije, encogiéndome de hombros—. Es por algo de la luz y las partículas... ¿no?
Me miró con una sonrisa apenas disimulada.
—Es por la dispersión de Rayleigh. Las moléculas de aire dispersan la luz azul más que otros colores porque viaja en ondas más cortas.
—Sí, eso —respondí, rodando los ojos—. Justo eso iba a decir.
Él soltó una risa suave, casi inaudible, pero me hizo sonreír. Y aunque no dijimos nada al respecto, ambos sabíamos que yo solo quería distraerlo. Que mis preguntas tontas eran otra forma de decir: Estoy aquí. Quiero que estés bien.
Un rato después, le pregunté por el ciclo del agua.
—¿Otra vez jugando al olvidadizo? —preguntó, alzando una ceja.
—Solo estoy repasando... por si tenemos examen —dije, cubriendo el rostro con una almohada.
Lo escuché reír, y esa vez fue más claro. Su risa era baja y cálida, como si hubiera estado enterrada bajo toneladas de piedra y finalmente encontrara una rendija por donde escapar.
Esos momentos se volvieron frecuentes. No explosivos ni heroicos. Pero valiosos.
Una tarde me trajo una pluma que había encantado para flotar sola mientras escribías. Otra noche me ofreció uno de sus frascos con luz de luna, colocándolo en el alféizar para que brillara suavemente. A veces me despertaba con uno en mi mesita de noche. No decía nada, pero me sentía... protegido. Como si hubiera un pacto tácito entre nosotros, más fuerte que cualquier conversación.
No eran gestos grandes. Pero eran nuestros.
Más tarde, cuando nos dirigíamos hacia el Gran Comedor, el aire húmedo del pasillo hacía que las antorchas chisporrotearan. Scorpius y yo caminábamos uno al lado del otro, envueltos en una de esas conversaciones tranquilas que ya se sentían naturales. Yo me quejaba del frío en las mazmorras, él defendía la eficiencia térmica de las piedras, y ambos fingíamos que no nos dolía tanto tener que fingir que todo estaba bien.
Hasta que una voz burlona rompió el momento.
—Vaya, Malfoy. ¿Ya superaste lo de Rose, o todavía te estás recuperando de que te cambiara por Tony Bott?
Scorpius se detuvo en seco. Yo también.
Era Adrien Zhai. Gryffindor. Uno de esos tipos que siempre andaba por ahí en grupo, como si necesitara aplausos de fondo para cada frase que decía. Scorpius no respondió de inmediato, pero la forma en que se le tensaron los hombros fue respuesta suficiente.
Yo fruncí el ceño.
—¿Qué dijiste? —pregunté, girándome hacia Adrien.
Él sonrió con esa mueca que ya me tenía harto.
—Vamos, Potter. Todos lo dicen. Rose y Bott han estado pasando mucho tiempo juntos en el club de debates. Aparentemente tienen más química que la que tuvo con tu amiguito.
Scorpius palideció.
Yo también me quedé un segundo en blanco.
Rose... ¿y Bott?
—¿Desde cuándo...? —Scorpius murmuró apenas, más para sí mismo.
Adrien se encogió de hombros.
—Supongo que ella quería algo más cerebral. —Y entonces me miró con desprecio—. Aunque claro, tú también deberías buscarte otra compañía. Aunque con lo Potter fallado que eres, no creo que nadie se apunte.
Lo miré, sintiendo cómo me ardía la sangre.
—¿Tú no eras el que lloró porque Rose no quiso bailar contigo en el último baile de invierno? —le solté con frialdad—. Pensé que ya habías superado el trauma, Zhai.
Su sonrisa se tensó.
—Al menos yo no crecí a la sombra de mi papá. Y no soy un Potter de descarte.
Ahí me harté, sacando mi varita de mi manga.
—Mira, por lo menos Scorpius sí estuvo con ella. ¿Tú? Ni en tus mejores sueños húmedos, Zhai. Qué patético.
Los de su grupo soltaron una risita incómoda. Adrien estaba por contestarme cuando una tercera voz nos interrumpió:
—¿Te estás metiendo con mi hermano?
James.
Estaba ahí, apoyado contra la pared con los brazos cruzados, mirándonos como si ya supiera que tendría que intervenir. Su tono era relajado, pero su expresión no.
—Esto no es asunto tuyo —dijo Adrien, incómodo.
—Claro que lo es, es mi familia. --repitió James, acercándose—. Y si alguien va a molestarlo, soy yo. No tú. Así que mejor retrocede antes de que te saque los calcetines con un encantamiento y te haga comerlos.
No supe qué me impactó más: que James me defendiera, o que sonara tan jodidamente convincente.
Cuando Adrien abrió la boca para responder, Joseph, el gato de Lily, apareció de la nada. Literalmente saltó desde algún rincón oscuro y le clavó las garras en la pantorrilla al Gryffindor, que soltó un chillido completamente fuera de tono.
—¡Agh! ¡Quítenmelo! ¡Soy alérgico!
Pero todos lo vimos. No era alergia. Era pánico. Su cara estaba blanca como el pergamino, y cuando intentó apartar al gato con torpeza, Joseph le bufó con toda la furia del mundo y le dio otro zarpazo. Adrien retrocedió, tropezó con un compañero y cayó sentado en el suelo.
El silencio duró apenas dos segundos.
Y entonces, todos se echaron a reír. Incluso los chicos de su grupo.
James se cruzó de brazos y sonrió con una mueca casi orgullosa.
—Qué ironía —dijo—. El león le tiene miedo a los gatos.
Scorpius se tapó la boca para no reírse muy fuerte, y yo no pude evitar sonreír también.
Cuando la multitud se dispersó, James y yo cruzamos una mirada fugaz. Él me hizo una seña con la cabeza, como diciendo está bien, y siguió caminando.
Y lo entendí.
En casa podía molestarme cuanto quisiera. Pero fuera de ella… Nadie se mete con los Potter.
Tomé a Scorpius del brazo, y tiré de él hacia el Gran Comedor.
—Apúrate —le murmuré—, o te vas a quedar sin estofado de cordero. Y no tengo energía para pelearle a McLaggen por la última porción otra vez.
Scorpius soltó una risa breve, algo baja, pero real.
Caminó conmigo, y justo cuando cruzamos el umbral, me acerqué un poco más, bajando la voz para que solo él me oyera:
—¿Estás… mal por lo de Rose?
Vi cómo sus hombros se tensaban. No me miró. Solo apartó la vista, y su perfil se tiñó de un rojo suave, difícil de distinguir si uno no lo conocía tan bien como yo.
—Está bien... —dijo, con un hilo de voz—. De por sí, terminamos porque teníamos sentimientos por otras personas.
Me quedé congelado en el lugar.
¿"Otras personas"?
¿Ambos?
Fruncí el ceño, bajando la mirada al plato vacío mientras tomábamos asiento.
¿A Scorpius le gustaba alguien nuevo?
La idea me apretó el estómago con una punzada que no esperaba. Ni quería.
La cena transcurrió entre charlas cruzadas, platos flotando entre los estudiantes, y cubiertos tintineando sin cesar. Scorpius no hablaba mucho, pero tenía mejor cara que otros días.
—Qué bueno que James te defendió hoy —murmuró de repente, con una media sonrisa.
—Sí, bueno… todavía no lo superó —le respondí, y justo entonces me di cuenta de que estaba sirviéndole jugo de frambuesa— su favorito— sin que él lo hubiera pedido. Lo hice en automático. Lo sabía de memoria.
Scorpius me miró con esa sonrisa suya abriéndose un poco más.
—Gracias, Al.— Alzó una mano y me revolvió el cabello con cariño. Como si fuera un perro.
Me paralice.
Fue un gesto breve, pero me encendió la piel. Sentí la sangre subirme a la cara y apenas pude tragar saliva. Su mano bajó sin más, mientras él tomaba su copa con normalidad.
Estoy muerto, pensé. Literalmente muerto.
***
Por supuesto, a pesar de las pequeñas mejorías, Malfoy seguía teniendo sus días grises.
La semana anterior había recibido noticias alentadoras sobre su padre, incluso lo había visitado en San Mungo, pero volvió con los ojos hinchados y el rostro apagado. Cuando intenté acercarme, apenas alzó una mano, negó con la cabeza y me pidió, en voz baja, que lo dejara solo.
Y así eran sus días ahora: una mezcla confusa de avances y retrocesos.
Aun con la sombra persistente en su mirada, había momentos en los que algo en él parecía revivir. No reía con facilidad, pero ya no esquivaba mis ojos como antes. Había tardes donde su silencio no pesaba, sino que era cómodo y compartido.
Una vez, durante un receso entre clases, nos unimos a un grupo que jugaba Snap Explosivo en uno de los rincones del cuarto piso.
Scorpius dudó unos segundos, pero luego se dejó caer junto a mí con una sonrisa tímida.
Y cuando las cartas comenzaron a explotar al ritmo de la risa de los demás, él también se rió.
No mucho, pero lo suficiente para que yo sintiera que todo valía la pena.
Scorpius se rió. A carcajadas.
Tiro la cabeza hacia atrás, como si fuera un niño pequeño.
Yo no pude dejar de mirarlo.
Era como si una parte de mi respirara cuando él se reía.
Más tarde, ya en nuestra habitación, seguimos con los deberes. Scorpius se acostó en el suelo con las piernas cruzadas y los pergaminos desparramados, mientras yo me sentaba sobre mi cama con los pies colgando, comparando ensayos, señalando errores en voz baja, y peleando sobre definiciones de Encantamientos Avanzados.
Para cuando nos dimos cuenta, eran más de la una de la madrugada.
Scorpius se había quedado dormido sobre su libro, acostado boca abajo sobre la cama
Yo me estiré para guardar mis cosas, y fue entonces cuando lo vi.
Dos pergaminos. Arrugados. Mal cortados.
Los encontré bajo mi almohada.
(Ahora que lo pienso, ¿como carajos llegaron ahí?)
El primero era corto y tembloroso, escrito con una caligrafía desigual:
"¿Podemos hablar?"
Reconocería la letra en cualquier parte. Prolija y elegante; Era de Elara.
No la había visto en varios días, incluso se rumoreaba que dejó el club de Astronomía, aunque la sentía siempre. Sus miradas en los pasillos, el eco de su voz cuando alguien mencionaba su nombre.
Guardé el trozo sin responder.
Pero el segundo me dio una sensación muy extraña.
La tinta estaba corrida. Las palabras parecian garabateadas en un estado de desesperación. Parecía escrito bajo una tormenta interior imposible de ignorar. Había manchas como si se hubiera mojado… ¿era lluvia? ¿lágrimas?
No lo supe.
Me costó descifrar las palabras, pero logré leerlo. A medias.
"Dile que lo siento, Al."
Y nada más.
El corazón me dio un vuelco.
No sabía si me hablaba a mí… o si hablaba de Scorpius.
Pero algo me dijo que esta vez, el universo se estaba moviendo.
Y no necesariamente a nuestro favor.
Chapter Text
Desperté al día siguiente con la nariz arrugada. La habitación olía horrible, como si el aire se hubiese podrido. Me revolvia el estomago.
Arrugue el ceño, sin abrir los ojos.
Sentí un nudo en el corazón. Había algo, una corriente eléctrica como magia ancestral, casi salvaje suspendida a mi alrededor.
Algo estaba mal.
Cuando me enderecé en la cama, se me helo la sangre.
El aroma venía del suelo, a un lado de la ventana, donde el frasco de Scorpius estaba estallado en mil pedazos. El líquido que solia llevar dentro ya no era blanco, ni parecia un extracto de luz de luna: ahora era espeso y negro, parecia tinta seca pero vizcosa, tenia burbujas y soltaba un olor agrio que se te metía en el cuerpo y te apretaba los organos.
Me cubrí la nariz con el puño.
Era magia pesada. Antinatural. Pero no se sentía como las maldiciones comunes. Era más viejo, más denso. Como si tuviera consciencia y no quisiera que lo respiraras.
El corazón me golpeó el pecho con fuerza.
Scorp me habló de esto, del efecto colateral del hechizo de protección, lo que sucedería si todo salía mal.
Toda esa magia intencionada se pudría.
Volví la mirada hacia la cama de Scorpius.
Estaba vacía.
Mis pupilas se dilataron.
—¿Scorpius? —dije en voz baja, aún sabiendo que no iba a contestar.
Me levanté de golpe, recordando con demasiada avidez la carta extraña que había recibido el día anterior.
Elara.
“Dile que lo siento, Al.”
El aire parecía cada vez más vibrante.
Tengo que encontrar a Scorpius.
***
Me vestí con torpeza, y salí corriendo por los pasillos del colegio, esquivando a otros alumnos aún medio dormidos.
Apenas entré al Gran Comedor, busqué su cabello rubio entre las filas de gente. Pero no estaba por ningún lado.
Desde el fondo de la mesa de Gryffindor divise a Lily. Ella se puso de pie, acercándose a mí con Joseph pisándole los talones. Su túnica ondeaba en el aire con cada paso que daba, se veía desaliñada y tenía una expresión tensa.
El mal presentimiento en mi estómago apretaba cada vez más. En cualquier momento iba a explotar.
—¿Dónde está Scorpius?— Pregunte con un hilo de voz.
—Al —dijo con apuro, acercándose—. No está aquí. Está con el Señor Malfoy.
—¿Con Draco? —fruncí el ceño—. ¿Por qué? ¿Dónde?
—En la oficina de la directora —respondió, bajando la voz—. Albus… encontraron a Narcisa.
—¿Dónde está? —repetí, sintiendo cómo la sangre me abandonaba el rostro.
Lily respondió con la voz temblorosa:
—Está muerta.
No sé si me paralice o si fue el mundo el que dejó de moverse.
—¿Qué…? —comencé, pero no terminé la frase. Mis pies ya habían empezado a moverse. Iba a salir corriendo, directo a la oficina de McGonagall, cuando una mano me sostuvo del brazo.
James.
—No es el momento, Al —me dijo con seriedad—. Draco está ahí. McGonagall también. Lo están cuidando.
—¡Quiero verlo! ¡Necesita—!
—Lo sé —me interrumpió, con más suavidad. Su agarre se aflojó, transformándose casi en una caricia—. Pero si de verdad quieres ayudarlo… ve a preparar su baúl. Va a quedarse en la mansión Malfoy unos días. Para hacer el duelo.
Mis labios se apretaron. No quería hacerle caso, quería tomar a Scorpius entre mis brazos y no apartarme de él. Pero asentí, tragando el nudo que se formaba en mi garganta.
Corrí por las escaleras, con el eco de mis pasos resonando en las paredes de piedra. Todo en mi cuerpo parecía funcionar con dificultad, como si arrastrara el peso de un castigo invisible.
Me sentía culpable, aunque no sabía bien por qué.
Cuando llegué a la habitación, el aire seguía denso. El contenido viscoso del frasco se espesaba cada vez más en el suelo como si me recordara la cantidad de tiempo que intento advertirnos de lo que pasó.
Aparte la mirada. Después llamaría a un elfo doméstico para que lo limpiara, no quería que mi magia tocará el frasco, y mucho menos la de Scorpius.
Me acerqué a su baúl y comencé a guardar su túnica más cómoda, los libros extra-escolares que ojeaba cuando tenia tiempo, las cremas para su piel que siempre olvidaba en las vacaciones de navidad y el resto de chocolates que aún no había comido.
Cuando saque su pijama de debajo de su almohada, un sobre arrugado y sucio cayó al suelo.
Parecía viejo, pero el contenido era imposible de ignorar.
Lo tomé con cuidado, el corazón me latía en los oídos.
El sello de cera no estaba seco, aún percibía los restos de magia en él; supongo que acababa de aparecerse en la habitación.
Conocía a una sola persona que enviaba cartas de la misma manera.
Guiado por este último pensamiento, lo abrí sin permiso. La nota que había dentro llevaba solo tres palabras, escritas con esa letra desordenada, torcida y apurada que reconocí de inmediato:
“Te lo dije.”
Y había algo dentro…
Cuando lo saque, el objeto me quemo, como si supiera que yo no era el remitente al que estaba destinado.
El accesorio cayó al suelo con un ruido metálico.
Era un prendedor de mariposa, de plata pulida, envejecida en los bordes. En el centro, brillaba una joya verde esmeralda.
Me quedé paralizado. El silencio del cuarto me apretaba el pecho.
Lo había visto una y mil veces en su cabello rubio platinado perfecto; era el broche de Narcisa Malfoy.
Mire la carta de nuevo.
La letra de Elara.
Era… era la letra de Elara.
No podía ser una coincidencia.
Un clic seco me hizo girar la cabeza.
La puerta se abrió.
Era Scop, llevaba el uniforme impecable, a diferencia de su cabello que estaba hecho un desastre. Su voz sonó tan quebrada que mi corazón se hundió aún más:
—¿Albus? ¿Qué estás—?
Se detuvo en seco.
No hicieron falta palabras, me miró un instante, luego sus ojos hinchados cayeron directo sobre la cama. Sobre el broche de cabello y la nota a su lado.
—No —susurró, apenas audible.
Entonces, lo vi quebrarse, física, emocional y magicamente.
La lámpara del techo estalló con un chasquido violento. El aire parecía contraerse cada vez más. Las hojas de los libros volaron por la habitación, los baúles se abrieron de golpe, su ropa salió disparada como si una explosión mágica la hubiese arrojado. La madera crujía bajo nuestros pies. Un zumbido llenó el cuarto, agudo y doloroso.
Y en el centro, Scorpius lloraba con todo el cuerpo.
Cayó de rodillas, temblando, tenía las manos apretadas contra el pecho, como si intentara sostenerse los pedazos de cordura que le quedaban. Lo vi gemir como si los huesos le dolieran. Yo me quedé congelado un instante. Nunca lo había visto así. Nada me habria preparado para verlo así.
Me acerqué con cuidado, como si quisiera que él fuera consciente de cada paso que daba.
Cuando me arrodillé frente a él, lo envolví con fuerza, como si pudiera protegerlo de algo. Como si eso alcanzara.
—Estoy aquí, Scorp —murmuré, sin soltarlo—. Estoy aquí, estoy aquí…
Su desesperación aumentaba aún más, era tan pesada que se filtraba en el aire. No sabía qué hacer.
Hasta que lo recordé.
Mi madre una vez me habló sobre magia emocional, dijo que era más poderosa cuando había afecto verdadero.
Así que cerré los ojos y lo intenté.
Pensé en luz. En paz. En la sonrisa manchada de Scorp cuando comíamos chocolate. En sus mejillas sonrosadas de la emoción cada vez que hablaba de astronomía. Pensé en cómo se estremecía cuando le rozaba el brazo. En cómo me decía “gracias” en voz bajita cuando le traía sus dulces favoritos.
Mi magia no era fuerte. Pero el cariño que sentía por él... sí lo era.
Lo sujeté de los hombros, guiando su respiración.
—Inhala... por la nariz, eso es... ahora exhala por la boca... Muy bien. Así... otra vez. Estoy aquí. No estás solo. Respira conmigo.
Él temblaba. Los sollozos aún le sacudían el cuerpo, pero empezaron a espaciarse. A calmarse. Poco a poco. Hasta que su respiración se volvió un poco más regular.
Seguía llorando, pero ya no se deshacía.
Nos quedamos en el suelo, abrazados. Él se aferraba a mí como si su vida dependiera de ello. Mi camisa estaba empapada, pero no me importó. Lo único que importaba era que él estuviera a salvo.
—Y-yo recibía cartas —logró decir al fin—. Pensaba que solo era un idiota de Gryffindor fastidiando... creí que se habían enterado del secuestro por el Profeta y solo- solo bromeaban... pero n-no… Es mi culpa que esto pasara.
Se llevó una mano al rostro otra vez.
—Shhh, está bien —le dije, pasándole la mano por la espalda—. Tú no tienes la culpa de nada, ¿me oyes? No es tu culpa. No es tu culpa.
Lo apreté más fuerte.
Scorpius solto un largo suspiro, luego miro por encima de su hombro.
—Arruine todo la habitacion, lo siento.—Se separo un poco de mi:
—No siento que pueda controlar mi magia ahora mismo.
Le acaricie el cabello.
—Tranquilo, yo me encargare de todo.
NocheDeHistorias on Chapter 13 Thu 11 Sep 2025 04:32PM UTC
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