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Draco Malfoy y los Cantares de Circe

Summary:

Draco nunca ha sido una persona valiente, y el futuro que vio lo hizo aún más cobarde. Atrapado en el pasado en el cuerpo de un niño de once años gracias a un antiguo ritual de Circe, el adolescente de dieciséis sabe que se avecina una guerra que lo destruirá todo. Esta vez, con la ayuda de la diosa, debe hacer lo que sea necesario para sobrevivir, incluso si eso significa forjar una alianza improbable con la persona que más odia: Harry Potter.

Notes:

¿Qué mejor que empezar una historia que significa reescribir una saga entera de libros cuando menos tiempo tengo? Hace tiempo terminé el libro "Circe" de Madeline Miller y dure varios días con la idea del ff en la cabeza.
La verdad es que estoy deprimida y necesito hacer algo ya con mi vida. Así mínimo tendré el compromiso de terminar una historia larga y no matarme en el proceso c:

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: El lugar más bajo

Chapter Text

"Cuidado, Odiseo, con la diosa que convierte a los hombres en cerdos.” — Homero, Odisea

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La Sala de los Menesteres no se parecía en nada a su forma habitual.

Esta vez, no le había ofrecido un escondite, ni la vista desesperante del armario evanescente, ni rutas de huida. Solo piedra antigua, muros desnudos, y un eco que no era del todo suyo. Draco Malfoy estaba en el centro de un círculo de runas que él mismo había tallado con su sangre, no perfecto, pero sí meticulosamente afinado. Llevaba meses reemplazando sus estudios por el estudio de rituales prohibidos, y cada línea del patrón frente a él era el resultado de noches de obsesión silenciosa.

Dedicó más tiempo a descifrar esas formas que a entender las del armario evanescente. Porque él nunca quiso repararlo, ni cumplir su misión, ni servir a un señor tenebroso que no tenía nariz.

No quería matar a Dumbledore. No quería esta vida, pero no tenía escapatoria, no si deseaba que sus padres vivieran. No si quería conservar su nombre. O, al menos, fingir que alguna parte de él aún le pertenecía.

Mientras los demás dormían, él perfeccionaba aquello que había encontrado en un libro que no debería existir.

Todo había comenzado antes de la fuga de Azkaban. Su madre, previendo lo inevitable, lo había llevado lejos, lejos de Inglaterra y de su padre, a un lugar donde el apellido Black aún tenía secretos enterrados.

Un castillo en ruinas, oculto entre los acantilados de Naxos, Grecia.

Nadie hablaba de esa propiedad, ni siquiera su padre parecía saber que existía. Era una herencia silenciosa de las primeras mujeres Black, matriarcas antiguas, olvidadas incluso por la familia, que habían tejido su propia magia y su propio linaje en los márgenes del mundo mágico conocido. Narcisa no lo mencionaba, ni con orgullo ni con vergüenza, solo lo llamaba el lugar más bajo. Draco no preguntó por qué estaban allí y ella no ofreció respuestas.

Lo guió a través de pasillos polvorientos hasta una escalera estrecha que descendía más de lo que parecía físicamente posible. En lo más hondo del castillo, donde la magia era densa había un círculo grabado en el suelo. En el centro la figura apenas visible de una luna creciente invertida, bajo la cual se enredaba una raíz de mandrágora tallada con forma humana.

- Aquí - dijo Narcissa, sin mirarlo - Este es el lugar más bajo, donde el sol no entra, donde no puede vigilarnos.

- ¿Qué es esto?

- Una oportunidad, aunque no sé si funcione. Necesitas ofrecer tú sangre, Dragón.

Draco no entendía, pero decidió no preguntar, confiaba en su madre. Se hizo un corte profundo en la palma de la mano y dejó que la sangre cayera sobre la piedra. Primero una gota, luego otra. Cuando perdió la cuenta y estuvo a punto de preguntar si debía desangrarse ahí, el interior de la luna terminó por llenarse del líquido, pasando a cada una de las ramificaciones de la raíz y el suelo tembló suavemente. Las líneas del grabado se encendieron en un rojo oscuro y la piedra comenzó a abrirse.

- Ni yo ni mis hermanas pudimos abrirlo - dijo Narcissa entonces, aún con los ojos clavados en el suelo que se partía, una sonrisa naciendo en su rostro - Bella sangró aquí tantas veces que pensé que moriría. Volvía cada año, pero nunca lo logró. Yo también lo intenté. Fallamos todas.

Draco la miró consternado, pero ella no lo miró a él. Su madre había empezado reír como no la había visto en años, con genuina felicidad y las manos en su pecho, justo sobre su corazón.

Tal vez, la guerra la había estresado más de lo que él había pensado. O eso había querido creer. La otra opción era que por fin los genes de locura Black estaban aflorando en ella.

De la hendidura emergió una caja de piedra negra, no tenía inscripciones ni adornos visibles, solo una superficie porosa y rota en algunas esquinas. Las cadenas que la envolvían estaban oxidadas. Draco las observó con el ceño fruncido, sintiendo cómo le apretaban el estómago sin tocarlo siquiera. No era el color lo que las hacía desagradables, era el olor a hierro, a carne vieja. A sangre seca.

- Adelante - susurró Narcisa detrás de él, emocionada.

Draco no se movió.

Se quedó mirando el objeto como si fuera un animal dormido, uno de esos que, si los tocabas, te arrancaban la mano de un mordisco. Dio un paso hacia atrás, lento, y giró un poco la cabeza hacia su madre, esperando, quizá con más esperanza que dignidad, que ella lo hiciera por él.

Pero Narcissa negó suavemente con la cabeza.

- No puedo tocarlo, Dragón. No me pertenece.

Draco apretó los labios.

Voy a tener que lavarme muy bien las manos después de esto.

Estiró la mano, dudó un segundo antes de tocar. Apenas sus dedos rozaron uno de los eslabones, las cadenas se estremecieron y comenzaron a soltarse, una a una, con un sonido pegajoso y viejo. No cayeron al suelo, simplemente se desenredaron como serpientes cansadas, retirándose por su cuenta. La caja se abrió y ahí estaba el libro.

Los Cantares de Circe.

Encadenado con hilo de sangre seca y cubierto de piel endurecida, el grimorio era una aberración viva. Sus tapas estaban decoradas con ojos reales, parpadeantes, llorosos y vivos. Algunos suplicaban en voz baja, otros lloraban con lágrimas ácidas. Tiempo después, en sus mismas páginas, Draco había descubierto que eran los ojos de hombres que Circe había convertido en cerdos, conservados mediante hechizos de hambre eterna.

Las primeras mujeres Black lo habían guardado allí, lejos de todos, convencidas de que ninguna fuerza debía poseer tanto poder sin un precio.

- No estaba segura de que pudieras conseguirlo - había dicho su madre, mirando el grimorio con algo entre la repulsión y la reverencia - Fue escrito por una mujer, quizá por Circe, o por alguna de sus iniciadas. Está hecho para ser leído por mujeres. Solo mujeres han podido o deberían poder tocarlo. Y sin embargo, tú - había hecho una pausa - Espero que nunca tengas que usarlo, Draco. Pero si alguna vez lo necesitas, no dudes.

Draco no sabía si sentirse honrado o condenado.

Al principio, no podía tocar los ojos sin sentir náuseas. Ahora, ni siquiera los notaba. Había dejado de verlos como ojos.

Si están ahí, es por algo, solía pensar, evitando el contacto con las lágrimas que siempre salían de ellos.

El libro hablaba de cientos de hechizos y pociones, mayormente de transmutación y fertilidad, pero también sobre rituales que no ofrecían salvación, solo reescritura.

Nada era gratis.

"Para regresar, debes perder", decía una página, escrita en hueso raspado.

Para volver, había que morir.

Ahora, en el centro del círculo, diseñado para desgarrar el tiempo, descansaban pequeños anillos menores, como órbitas rotas. Dentro de ellos había cosas que no valían nada para nadie, salvo para él, como su peluche de Dragón de niño, una trenza del cabello rubio de su abuelo Abraxas y una pluma de pavo real manchada con sangre infantil (la suya)

Quería regresar allí. A ese momento. A esa infancia. A ese punto donde aún era posible tomar otro camino lejos de asesinos despiadados y torturas turbulentas.

El grimorio yacía abierto a su lado, la poción estaba lista despues de cuatro meses de preparación, de trabajo a escondidas, de ingredientes que no solo eran imposibles de conseguir, sino que muchos creían extintos.

Los Cantares exigían:

Lágrima de ave leucrota, recogida al morir de desesperación.

Médula fermentada de salamandra azul, extraída bajo luna llena y envejecida en polvo de ónice.

Escama de serpiente acuática de Náxos, la especie que Circe encantaba para silenciar a sus víctimas.

Fragmento de hueso de augurio.

Y, finalmente, una gota de sangre de quien se odia más a sí mismo que al mundo. Ese último ingrediente, Draco lo daba con creces.

Había bebido una pequeña dosis cada semana para adaptar su cuerpo. Esta noche, bebería todo.

Y lo hizo, sin dudar.

El líquido espeso descendió por su garganta como fuego líquido, lento y cruel. Las runas a su alrededor comenzaron a encenderse. Azul pálido, luego verde, luego negro.

Draco jadeó, sintiendo su garganta cerrarse y viendo sus manos temblar como si se tratara de otra persona, puntos negros apareciendo en su visión.

Tomó la daga de hueso y la sostuvo contra su garganta, esperando el momento oportuno en que las pequeñas órbitas con los objetos dentro pasaran de tener brillo azul a blanco, como decía el grimorio. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta de que el golpeteo que escuchaba no era sólo su corazón desbocado, sino pasos. Pasos que iban hacia él con urgencia.

- ¡Draco! - la voz de Harry Potter.

Él no debía estar ahí. Nadie debía verlo.

Draco giró apenas el rostro, el filo mordiéndole la piel.

Y antes de que Potter pudiera cruzar el umbral del círculo, antes de que el universo pudiera negar su elección, sonrió apenas.

Y se cortó la garganta.

.

. . .

.

No podía respirar.

Por más que abría la boca, por más que su nariz se esforzaba por darle un poco de oxígeno, su garganta estaba cerrada, como si algo lo apretara desde dentro. Se estaba ahogando. Iba a morir. ¿O ya estaba muerto? Draco no lo sabía.

No sentía el suelo, ni su cuerpo, solo el ardor en el pecho, el zumbido en los oídos, como si el ritual no lo hubiera matado, pero tampoco lo hubiera dejado vivir.

Y entonces la presión desapareció.

De golpe, similar a si alguien le hubiera arrancado el peso de encima. Draco inhalo como nunca antes sintiendo el alivio inmediato del aire en sus pulmones. El mundo volvió, borroso, pero volvió. Y con ello, las voces también. Escuchó su nombre, a lo lejos, pero constante.

- ¡Draco!

Por un segundo creyó que vería a Potter sobre él, sacudiéndolo, diciéndole que todo había salido mal. Que el ritual no había funcionado, que ahora su familia estaba condenada, que serían torturados y asesinados por el Señor oscuro.

Pero no era Potter.

Cuando abrió los ojos, se encontró con los de su madre, azules y llenos de lágrimas.

- Draco, estás bien. Vas a estar bien - dijo ella, girando su cabeza hacia un lado y llamando a alguien a gritos.

Eso no le aclaraba nada. No sabía si eso significaba que había fallado o que había funcionado, pero antes de poder pensar, el cuerpo lo traicionó. El cansancio lo arrastró hacia abajo y todo se volvió oscuridad. A partir de ahí, la conciencia llegaba a él por ratos antes de volver a sumergirse en la oscuridad. A veces escuchaba a su madre llorar, otras a su padre susurrar cosas en su oído. No entendía nada, y cada vez se encontraba más frustrado.

Vamos, Draco, escucha más, se ordenó cuando se dio cuenta de que le era imposible mantenerse consciente tanto tiempo. Pudo oír aves y el movimiento de las manecillas de un reloj a lo lejos, osea, nada útil.

¿Qué sientes? Suavidad, estaba envuelto en algo suave. Deben ser mantas, si.

Abre los ojos, Draco, se dijo y trató de hacerlo, pero el esfuerzo le parecía sobrehumano. Ni siquiera después de sus "entrenamientos" con la Tía Bella se había sentido así. Hazlo, se repitió. No fue hasta su quinto intento que lo logró, pero lo único que vio fue un techo borroso. Tardaron unos segundos más para que su vista se aclarara, dejándole una toma perfecta de la pintura de querubines sobre él. La misma que había estado en su habitación cuando era pequeño.

Muévete.

Draco soltó un gemido adolorido cuando se sentó sobre la cama, observando con un poco de incredulidad la habitación. Sabía que era suya, pero no estaba como la última vez que la vio, sino con libros y peluches de Dragones por aquí y por allá, su escoba de práctica en una esquina y su luz de noche reflejaba constelaciones en las paredes.

¡Volví!. Lo logré.

Al momento en que soltó una risa emocionado, se dio cuenta de que el sonido había sido horripilante. No como la voz del señor oscuro sino como el arrastre de rocas bajo el agua. Draco tanteo su garganta con miedo, encontrando vendajes en ella.

¿Qué mierda? Se suponía que el ritual lo regresaría en el tiempo, pero él jamás había sufrido algún accidente similar en su niñez. Jamás se había lastimado más allá de las picaduras de Octavian lll, el pavo real favorito de su padre. Entonces, ¿qué estaba pasando?

Draco tanteo más los vendajes de su cuello dándose cuenta de que sea lo que hubiera abajo, dolía como la mierda. Y que sus manos, sus dedos más bien, también estaban vendados. Draco los observó un segundo antes de obligarse a levantarse de la cama, tambaleándose cuando su pierna corta casi lo deja caer. Ahora tenía diferentes proporciones de un cuerpo infantil cuando ya estaba acostumbrado al adolescente. Había funcionado sin duda.

Cuando llegó a un espejo terminó de confirmarlo al ver toda la grasa de bebé en su cara pero Draco no le prestó atención, en su lugar, quito las vendas de su cuello.

Ahí estaba.

Una cicatriz costrosa, rojiza y delgada, como si el filo de la daga lo hubiera seguido atrás en el tiempo. Parecía una sonrisa roja sobre su cuello, la marca clara de un degollé.

Miró más de cerca, tocando la carne herida con la punta del dedo.

Y entonces, sin previo aviso, la cicatriz se abrió.

Sin sangrar, se partió como si fuera piel viva, y de su centro, justo sobre su manzana de Adán, emergió un ojo de color dorado diferente a los del grimorio que solía ver.

Como el sol. Como fuego seco atrapado en un iris antiguo.

Draco retrocedió con torpeza, soltando un grito que sonó como un rugido deformado, el dolor en su garganta fue inmediato. Se cubrió la boca con ambas manos, cayendo de rodillas en la alfombra. La túnica de dormir le rozaba la herida, ahora abierta.

El ojo lo observaba desde su piel.

Fijamente. Paciente.

Y, por primera vez, Draco entendió. Ojos dorados como el sol, como Helios.

Circe.

De alguna manera retorcida, el ojo parecía complacido ante el reconocimiento pero Draco no pudo observarlo más, porque pasos acelerados llegaron a él.

- ¡Draco! - llamó su madre hincada a su lado con la preocupación llenando su voz - Dragon, no debes quitar el vendaje, podría abrirse en cualquier momento.

¡Ya está abierto! Quiso decir pero no sirvió de nada, su voz era una cosa grotesca como para que se entendiera algo.

Draco miró a su madre esperando que ella también se sorprendiera o gritara ante la vista del ojo en su garganta, pero Narcissa, mucho más joven y sana sin señales de la guerra, simplemente lo abrazo. Draco se alejo de sus brazos y la miró, señalando su cuello.

¿La ves? ¡Dime que la ves!

- Fue un accidente - dijo ella en su lugar - pero sanará, tu voz regresará con el tiempo y no volverá a pasar. No tienes nada de que preocuparte, Dragón, te lo prometo.

No entendió de que hablaba pero se dejó abrazar ante los ojos llorosos de su madre. Draco se miró una vez más en el espejo esperando encontrarse una vez más con el ojo, pero su piel estaba cerrada, tan roja e hinchada como cuando recién se quito la venda, pero él sabía que no se lo había imaginado.

Los siguientes días solo sirvieron para confirmar varias cosas, como que había regresado en el tiempo a cuando tenía diez años y aunque busco en cada centímetro de la Mansión, su querido grimorio no había regresado con él.

Draco se había resignado cuando por quinta vez, revisaba cada libro antiguo de la colección Malfoy, sacándolos de su estante sin verlos siquiera, sabiendo a la perfección que no eran lo que buscaba, incluso encontrando uno bastante simple de pastas oscuras en la colección de su padre, que había hecho que la piel de sus manos se levantara en ampollas donde lo tocaba y su cicatriz quemara y sangrara, obligándolo a soltarlo. Cuando se dio cuenta que el simple hecho de estar cerca de ese libro le dolía ni siquiera trató de acercarse más a él, aunque el nombre de su aparente dueño flotaba en su mente.

Había memorizado las pastas del grimorio, sabía como se sentía la piel de los párpados bajo las yemas de sus dedos y como las lágrimas le causaban quemaduras. Y cada libro que tomaba no era más que una decepción.

¿Dónde estaba?

¿Se había quedado en el futuro?
¿Se había disuelto con la sangre del ritual? ¿O peor aún, estaba ahora en manos del Cara Rajada?

Solo pensar en Potter tocando su preciado libro con cara de asco, leyendo su contenido como si fuera basura prohibida, queriendo destruirlo... Draco sintió que la garganta no era lo único que le ardía.

¿Y si tenía que volver al castillo de las Black?

¿Y si su sangre ya no bastaba?

Solo quería su libro. Era suyo, había sangrado por el y se le había otorgado por encima de muchos, (aunque aún no entendía porque). Y si en un ataque de ira había lanzado por los aires cada libro de la biblioteca familiar, rompiendo algunos por aquí y por allá, no podían culparlo... Bueno tal vez si, un poco, pero vamos, estaba cegado por el enojo de sentir que le habían arrebatado algo suyo, tan cercano a él como sus brazos o su corazón. No falta decir que Narcissa lo había castigado y ordenado que organizara la biblioteca ancestral sin ninguna ayuda, ni siquiera de los elfos.

El malhumor que se cargo entonces atormento a sus padres, que creían que era por su culpa, por el accidente que ahora sabía le había causado las heridas.

Sabía que una reliquia familiar del estudio de su padre lo atacó y ahorcó hasta casi degollarlo, lastimando sus cuerdas vocales y dedos al tratar de liberarse, explicando sus heridas cuando despertó. La Mansión Malfoy había pasado de ser el hogar de cientos de artilugios oscuros a sólo tener un par, gracias a la furia de Narcissa. Ni siquiera su padre había tratado de detenerla, la culpa nadando en sus ojos normalmente fríos cada vez que miraba el vendaje en su cuello.

Y aunque una parte de él quería festejar el haber regresado y eliminado sin intentar la oscuridad de la mansión, la pérdida de su grimorio y la visión de ojos no había dejado de atormentarlo. Además del ojo de su garganta que decidía mostrarse algunas noches cuando se admiraba en el espejo, había empezado a ver los ojos de cerdo del grimorio en cualquier parte.

Pequeños al principio, en las vetas de la madera, en las manchas de humedad del techo, en el fondo del vaso de cristal que dejaba Dobby por las noches.

No hacían ruido, no parpadeaban con fuerza, solo lo observaban. Y solo él podía verlos. Draco intentó ignorarlos. Intentó convencerse de que eran producto del estrés, del cambio repentino, pero no desaparecieron.

Pronto termino por acostumbrarse a ellos (no le quedaba de otra), empezando a entrar en combustión al darse cuenta de que ya había regresado en el tiempo, sabía que el señor oscuro volvería y su padre estaría a sus pies, más como paria y vergüenza humana que como seguidor. Sabía de futuras traiciones y posibles muertes, ¿pero que hacía con eso? No es que pudiera ir directamente con Cedric Diggory y decirle "hey, guapo, no compitas en ningún torneo de la escuela o morirás" porque aparte de ser ridículo, la verdad es que tampoco podía.

Como cereza del pastel, se había dado cuenta de que no podía hablar sobre nada del pasado, o futuro, fuese lo que fuese, Draco no podía pronunciar una palabra en lo absoluto. Y lo descubrió esa noche cuando la idea de ir al castillo de Naxos nuevamente por su grimorio no lo dejó pegar el ojo.

- Dobby - susurró aunque sonó más como un gruñido, en la oscuridad de su habitación.

Y como siempre, fiel a su nombre, el elfo apareció con un leve crack, los ojos grandes, redondos y llenos de sorpresa.

- ¡El joven amo Draco ha llamado a Dobby! - exclamó, entusiasmado - ¿Está herido otra vez? ¿Dobby trae un ungüento?

Draco negó, impaciente.

- No, necesito hablar contigo - dijo, y al instante sintió una presión extraña en los labios, como si un hilo invisible, tenso y caliente, comenzara a coserle la boca desde dentro. Frunció el ceño, pero lo ignoró - Quiero que me lleves al casti-

Y se detuvo. La palabra no salió.

El aire se quedó atrapado en su lengua, seco, como si su garganta se hubiera sellado. Intentó de nuevo, más lento.

- Quiero que me lleves a… a ese lugar en Grecia, donde… donde está el casti-

Nada.

Ni siquiera el aire pasaba con claridad, era como intentar romper un juramento mágico que no sabía que había hecho. No podía decirlo. No podía hablar de Circe, ni del ritual, ni del futuro. Ni siquiera podía advertirle a Dobby que Potter lo liberaría en segundo año.

- ¿Joven amo? - preguntó el elfo, confundido - ¿Está bien?

Draco tragó saliva con esfuerzo, y volvió a intentarlo. Probó con rodeos, con descripciones vagas, con fechas pero cada vez que se acercaba al tema, la presión en la garganta volvía, cada vez más violenta. El ritual no solo lo había traído de vuelta, también lo había sellado, como un voto mágico.

No podía alterar el futuro contando la verdad.

Frustrado, se sentó en el borde de la cama. Dobby seguía observándolo, esperando.

- ¿Puedes llevarme… a Grimmauld Place? - preguntó al fin, eligiendo las palabras con cuidado, midiendo cada sílaba. El nudo en su garganta no protestó.

Perfecto.

Dobby frunció el ceño con duda.

-Ese lugar es de los Black pero no está en uso. ¿La señora Narcissa sabe que el joven amo quiere ir?

- No, pero necesito ir, ¿puedes hacerlo?

Dobby dudó por un segundo más, y luego asintió con fuerza.

- Dobby hará lo que el joven amo ordene - Draco estuvo apunto de sonreír antes de que el elfo terminara de hablar - tan pronto su castigo termine.

Oh Circe, estoy seguro que te estás burlando de mi en este momento.

- No Dobby, esto es urgente, necesito ir sin que mis padres se enteren - empezó el rubio pero Dobby ya empezaba a negar con la cabeza - si me ayudas, te recompensare. No dejaré que mi padre te lastime, ni yo lo haré, te tratare mejor, como un empleado de verdad - siguió él, notando como el elfo lo observaba con atención - ¡incluso te daré un sueldo! Solo debes llevarme ahí y prometer no decirle a nadie. ¡Es un buen trato!

Hubo un silencio tenso. Dobby bajó las orejas y miró a su alrededor, como si temiera que los muros de la Mansión Malfoy tuvieran oídos. Y luego, con un suspiro tembloroso asintió.

- Dobby lo hará, amo Draco. Pero hay que ir rápido, muy rápido.

Draco casi se desmaya de alivio. Se puso la capa más discreta que encontró, se cubrió la cabeza y dejó que Dobby tomara su brazo.

El mundo desapareció con un crack.

Tan pronto llegaron, Draco se dio cuenta de que Grimmauld Place apestaba a encierro.

Aparecieron en medio de la sala del vestíbulo, justo donde su madre y él solían llegar las raras veces que visitaban el lugar. Todo estaba como lo recordaba, opaco y silencioso, con un leve temblor en los muros, como si la magia acumulada durante siglos vibrara apenas contenida por la madera negra. Un cuadro de algún retrato familiar lo observó fijo pero Draco apenas lo miró.

- ¿Te gustan los ojos, Dobby?

- Uh, ¿Si?

- Genial, busca cualquier cosa que los tenga y me avisas. Estaré en la biblioteca.

No esperó respuesta, ya estaba bajando por el pasillo, reconociendo el camino. La biblioteca lo recibió con el mismo aroma a moho viejo. Era más grande de lo que recordaba y más sombría, aunque eso podía ser por su nueva estatura.

Draco se lanzó a revisar las estanterías, subiendo en un banquito que tuvo que arrastrar con ambas manos, buscando con los dedos temblorosos las letras gastadas de los lomos. Algo referente a la hechicera o el símbolo de Luna invertida y raíz, algo que pudiera guiarlo a su grimorio.

Entonces, escuchó pasos veloces.

- ¡Amo Draco! - gritó Dobby desde el pasillo.

- ¡Dobby, si no es sobre el grimorio, te juro que-!

- ¡Dobby encontró algo con ojos! - anunció el elfo, jadeando, con el rostro encendido de entusiasmo.

El corazón de Draco dio un vuelco violento.

- ¿Ojos? ¿Dónde? - preguntó, bajando de un salto, casi trastabillando en el proceso.

Dobby asintió enloquecido y, antes de poder explicar más, estiró un brazo y arrastró literalmente lo que traía consigo hacia la biblioteca. Draco se preparó para ver el cuero antiguo, las tapas palpitantes, el susurro de hechizos prohibidos.

Lo que encontró fue…

…otro elfo.

Un elfo horrendo.

Kreacher.

El elfo doméstico de la casa Black tenía los ojos más saltones que nunca. El pellejo arrugado le colgaba en los brazos huesudos, y su expresión oscilaba entre la desconfianza y la veneración enfermiza.

Dobby, que lo había sujetado por los codos, lo empujó al centro de la biblioteca como si presentara un trofeo.

- ¡¡Con ojos!! - exclamó, triunfante.

Draco se quedó congelado. Su cerebro tardó exactamente tres segundos en registrar lo que estaba viendo, tres segundos llenos de esperanza, exaltación y el amargo sabor de la decepción absoluta.

- Ay, Dobby - lamentó, tapando su cara con su mano.

- Draco Malfoy Black, heredero de la honorable casa Black, bienvenido sea - Kreacher se arrodilló de golpe, haciendo una reverencia tan profunda que su nariz tocó el suelo.

- Estoy rodeado de idiotas - murmuró para sí, pero su tono carecía de veneno real - Kreacher, has vivido aquí mucho tiempo. Necesito que me traigas todo lo que encuentres en esta casa que esté relacionado con Circe: libros, joyas, cualquier cosa.

Los ojos de Kreacher brillaron como los de un niño ante un regalo inesperado.

- ¡Sí, amo! Kreacher servirá. Kreacher cumplirá su deber. ¡Kreacher encontrará reliquias antiguas, sí, sí!

Draco se dejó caer en una de las sillas de lectura y se llevó la mano a la garganta, sintiendo la punzada áspera de haber hablado tanto. La piel bajo las vendas ardía, y su voz ya no era más que un hilillo lastimoso.

Horas más tarde, el suelo estaba cubierto por un océano de objetos que apenas y se relacionaban con la diosa como tapices, joyas, frascos con aceites secos, libros, esculturas con ojos vacíos y hasta plumas de color dorado que se deshacían al tocarlas. Su mente automáticamente las había relacionado con Ícaro.

Justo mientras colocaba una bandeja con anillos tallados sobre una mesa auxiliar, Kreacher se acercó desde la penumbra entre estanterías. Tenía una expresión que, en cualquier otro elfo doméstico, podría haber parecido timidez.

- ¿Qué es ahora, Kreacher? - preguntó Draco con voz áspera, sin apartar los ojos del anillo que sostenía.

- Los Black, en especial la ama Walburga - empezó al fin - siempre tuvieron gusto por los dioses griegos.

Draco levantó la vista. Kreacher parecía emocionado, sus ojos húmedos brillaban con una intensidad extraña.

- Ella estaría orgullosa de ver que se mantienen los buenos gustos. La ama solía hacer ofrendas a los dioses sí, sí. Encendía velas blancas en nombre de Apolo cuando quería belleza, negras para Hécate si buscaba sabiduría.

Draco se incorporó lentamente, dejando el anillo de lado.

- ¿A los dioses? ¿Hacía hechizos para ellos?

- Oh, sí. Ritos antiguos, algunos tomados de los grimorios de la rama francesa de la familia Black.

- ¿Kreacher, de casualidad la tía Walburga tenía un sitio especial para alguno de esos dioses? Uno alejado del sol.

- Oh, sí - asintió - En la parte más baja de la casa. Un altar para los que se ocultan del día. Nadie baja ahí desde que la ama Walburga murió, pero si el joven amo lo ordena, Kreacher puede abrir el camino.

El corazón de Draco latió con fuerza. Se puso de pie sin decir una palabra más.

Quizás no encontraría el grimorio ahí. Quizás el libro estaba en otro tiempo, en otras manos, o esperando en otro lugar. Pero si Walburga había guardado secretos de los dioses, si ella había realizado hechizos u ofrendas como aquellos que hablaban los Cantares de Circe, entonces quizá encontraría algo. Draco había encontrado un grimorio, ¿quien podría asegurarle que era el único?

- Llévame.

Y Kreacher, emocionado como un niño, se inclinó con una reverencia antes de marchar en silencio hacia la oscuridad de la escalera.

Chapter 2: Primeras mentiras

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

“Lo que un hombre oculta, las estrellas ya lo saben.”

— Fragmento órfico atribuido a la tradición de Orfeo

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...

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- Me dijeron que has desarrollado un nuevo pasatiempo - dijo Lucius esa mañana mientras untaba mermelada sobre una tostada. Draco tuvo que aguantar las náuseas, cuando un ojo porcino parpadeó en el pan, justo antes de que su padre lo mordiera - Destruir bibliotecas, si no me equivoco.

- Oh, padre, te han informado mal. Sólo remodelarlas - Draco había esperado qué el ojo desapareciera, pero había quedado exactamente marcado con los dientes de su padre. Lo que había quedado de él por lo menos.

Oh, Circe, de todas las cosas posibles, ¿por qué ojos? ¿Por qué me atormentas con ellos?

La única respuesta que obtuvo fue una punzada ininteligible en las cicatrices de sus dedos.

- ¿Remodelarlas, dices? ¿Y esa remodelación incluye lanzar reliquias familiares por los aires?

- A veces, aunque no siempre.

- Lucius, dijiste que hablarías con él - reprochó Narcissa.

- Y eso hago, pero vamos Cissa, ¿tu nunca rompiste unos cuantos libros alguna vez?

- Uh, ¿no? ¿Por qué haría eso?

- Oh - Lucius soltó una breve risa, apenas un suspiro por la nariz, y compartió una mirada cómplice con él. Draco trató de mantener la compostura, pero una sonrisita se coló en sus labios antes de poder evitarlo. Su padre nunca lo regañaba de verdad por sus berrinches, al contrario, parecía hasta disfrutar las excusas que inventaba para justificarlo. Eso siempre y cuando fuera lejos de la vista de otros magos, donde nadie pudiera hablar de él y juzgar su apellido.

Ese día Lucius parecía estar de muy buen humor a diferencia de él y su madre.

Draco no preguntó qué tenía tan animado a su padre porque, en realidad, no podía sacarse de la cabeza los altares que la tía Walburga había escondido en las profundidades de Grimmauld Place. Ninguno le sirvió ni encontró algún otro grimorio, claro, pero le enseñaron cosas, por ejemplo, cómo lucía un perro negro momificado. ¿Quién rayos ofrecía eso a los dioses? El segundo altar lo encontró en una sección de la casa que parecía diseñada para enloquecer a cualquiera, con pasillos serpenteantes donde incluso Kreacher, que conocía cada rincón, dudó hacia dónde girar. Fue allí, donde descubrió un viejo altar de Hécate.

Nada de Circe.

Pero Draco no se fue con las manos vacías. Volvió cargando libros antiguos y fragmentos de cánticos escritos, referencias cruzadas entre Circe, Medea y otras deidades olvidadas.

Ahora se había auto impuesto la misión de honrarlas, sin animales muertos por supuesto (guacala), ni otras cosas turbias. Solo comida fresca, velas y flores venenosas.

Y aunque el grimorio original no había regresado con él, los recuerdos seguían allí. Lo primero que había hecho al volver de su búsqueda en Grimmauld Place fue reescribir lo que recordaba en otro libro de pasta dura, rojiza, rugosa al tacto como piel seca. Luego, con la ayuda de Kreacher (porque Dobby era demasiado blando para este tipo de tareas), había intentado hechizarlo con la vieja varita de entrenamiento de un tal Regulus. Pero no surtió efecto. El núcleo estaba agotado, tal vez inservible.

- No sirve, amo Draco - dijo Kreacher con una reverencia - Pero quizás… quizás esta sí.

Y entonces, el elfo le entregó la varita de su tía Walburga. Fría y pesada, con una especie de vibración amarga que le recorrió los dedos al tocarla. Se le heló la sangre al pensar en la cantidad de hechizos oscuros que su tía debió haber hecho como para que incluso después de tantos años en desuso, la oscuridad siguiera presente en ella.

Pero había funcionado. Después de varios intentos y chispas malhumoradas saliendo de ella.

La usó para lanzar un hechizo de protección y vinculó el libro con su sangre, a partir de ese momento, se abriría solo para él, nadie más. El encantamiento le había costado una cantidad insana de magia, dejándolo mareado y con dolor de cabeza el resto del día.

En él, reescribió los cánticos antiguos, envueltos en runas griegas que había aprendido a descifrar con ayuda de las lágrimas de los ojos de cerdo del grimorio original. Fue gracias a esas lágrimas verdosas que quemaban y le irritaban la piel que empezó a comprender. Las runas ya no eran símbolos incomprensibles ni trazos decorativos, se volvieron palabras y luego frases enteras. Y luego cánticos que no necesitaba traducir porque, de alguna manera retorcida, las lágrimas de los ojos de los cerdos le habían abierto los suyos propios.

Pasó de ver símbolos antiguos a leerlos como si fueran su lengua nativa.

Ahora las reescribía. Línea por línea.

A veces de madrugada, a veces escondido en la biblioteca Malfoy, fingiendo leer tratados de política mágica mientras anotaba hechizos ocultos entre las páginas de su nuevo libro.

Ahora sabía que tenía ojeras enormes y se moría de sueño por la lectura y transcripción contante, pero hey, algo era algo.

- Esta tarde el ministro quiere organizar una cena - dijo su padre - habrá invitados con los que espero puedas entablar una buena relación, hijo.

Oh, sí. Ser un buen heredero.
Draco presentía que ahora más que nunca eso sería imposible.
No porque ya no tuviera esa necesidad de enorgullecer a su padre, sino porque sabía que con sus planes, probablemente lo único que lograría sería decepcionarlo.

Tal vez me desherede cuando se entere de que planeo llevarme bien con una sangre sucia.

Pero no importaba, no si eso los mantenía a salvo. No si mantenía al Señor Oscuro lejos de su casa, lejos de su madre, lejos de todo.

- Así será, padre - respondió con cortesía, apenas alzando la voz al notar cuánto tiempo llevaba en silencio, saboreando momentáneamente el sonido de su voz sana al fin.

Lucius lo miró por encima del diario. No dijo nada, pero al pasar junto a él, llevó una mano a su cabello y se lo acomodó con suavidad, peinándolo hacia atrás con los dedos en un gesto simple y afectuoso, de esos que Lucius sólo se permitía cuando no había demasiados testigos. Probablemente, eso habría sido suficiente para que el Draco del pasado saltará de felicidad. Pero ya no era ese niño y había pasado por mucho, así que ese simple gesto no fue suficiente para él. Draco se levantó y enrollo sus brazos alrededor de su padre que se volvió rígido de golpe.

- Draco - empezó con tono de advertencia.

- Déjame hacerlo. Pronto tendré que irme a la escuela y no te veré en mucho tiempo. Déjame abrazarte.

Uso la voz más vulnerable que tenía, mirando desde abajo a Lucius.

- Ya tienes la edad necesaria para saber que estás acciones son indecorosas. Un Malfoy no se comporta de esta manera - dijo él, tratando de soltar los brazos que lo envolvían. Draco miró con ojos desesperados a su madre que sólo observaba.

Vamos, dile algo, rogó con la mirada. No creyó realmente que tendría efecto, pero cuando los labios de ella se movieron supo que había ganado.

- También es un Black - habló su madre, poniéndose de pie y rodeado a Lucius por el cuello, haciendo una clase rara de sándwich con él.

Su padre soportó apenas unos segundos, con las orejas rosas antes de que su madre riera, soltándolo y llevándose a Draco con ella.

Probablemente nunca lo diría en voz alta pero abrazar a sus padres siempre había sido una de sus cosas favoritas de niño. Por encima de perforar las orejas de los elfos domésticos y jugar Quidditch. Se sentía a salvo entre ellos. Pero cuando entró a Hogwarts jamás volvió a tener ese gesto. Y ahora que lo había retomado, se negaba a soltarlo otra vez, no le importaba si llegaba a los cincuenta años, Draco se encargaría de poder abrazar a sus padres de igual forma.

Tal vez me gane un par de crucios, pensó viendo a su padre desaparecer por la red flu, pero es un riesgo que pienso tomar.

A lo largo de su primera vida, que en realidad no había sido larga, Draco había aprendido a moverse en los entornos sociales con soltura. Halagos falsos por aquí, sonrisas calculadas por allá, y uno que otro coqueteo bien dosificado para suavizar tensiones. Y hacerlo todo de nuevo, a los diez años, resultaba confuso.

Había elogiado el vestido de la esposa del Ministro de Magia, un espanto de encaje lila con lentejuelas que brillaban como escamas bajo la luz del candelabro. La mujer le había sonreído con ternura, pero él recordaba muy bien que, cuando lo hizo en su primera vida, a los quince, esa misma mujer se había puesto roja como una guacamaya y le ofreció una copa de vino como si esperara algo más.

Había perdido el encanto.
O la edad.
Probablemente ambas.

Y lo peor, Lucius era el único que había llevado a su hijo a la horrorosa cena. Eso significaba que no tenía a nadie de su edad con quien hablar, nada de Vince o Gregory, no siquiera Theo.

Estaba solo entre adultos pedantes, funcionarios ambiciosos, herederos engreídos y futuros seguidores del Señor Tenebroso.

Desde su rincón, observó a sus padres conversando con un par de brujas de aspecto imponente. Lucius hablaba con voz baja pero segura, usando palabras como “alianza”, “oportunidad” y “territorio de influencia”. Narcissa asentía con elegancia, participando solo cuando era estratégicamente útil. Era como ver una partida de ajedrez en cámara lenta. Una que ya sabía cómo terminaba.

Draco sintió cómo el aburrimiento se le metía por las costuras del traje. Recordaba que cuando eso pasaba, él y Theo habían inventado un sistema de señales. Rascarse la nariz era la clave, un llamado silencioso para que el otro viniera a rescatarlo de una conversación insufrible o de alguna señora con perfume que quemaba los ojos. Pero estúpido Theo no estaba allí.
Y todavía no habían inventado el código.

Sin decir nada, caminó hacia la mesa de aperitivos. Necesitaba moverse, dejar de parecer una estatua de porcelana colocada por cortesía.

Las bandejas estaban repletas de canapés flotantes, galletas de semillas en forma de runas y copas diminutas con mousse de calabaza. Draco tomó una sin prestar atención y la mordió sin hambre.

Fue entonces cuando la vio.

Al principio no la reconoció. Era una niña de su edad, de cabello castaño rojizo, suelto hasta los hombros, con una túnica color verde oliva. Estaba de pie sola, mordisqueando una galleta, completamente ajena al bullicio alrededor.

Bones.

Susan Bones. Sobrina, de Amelia Bones, la jefa del Departamento de Seguridad Mágica.

En su primera vida no la conoció bien. Sabía de ella, claro. Slytherin y Hufflepuff apenas coincidían, y él había tenido más interés en molestar a Potter que en un tejon. Pero ahora… ahora era diferente.

Ahora, saber que Susan era sobrina de Amelia la convertía en algo más que una cara bonita de fondo en el Gran Comedor.

La chica levantó la vista y, al verlo mirarla, le dedicó una leve inclinación de cabeza. Draco, por reflejo, le devolvió el gesto, pero ninguno de los dos habló.

Una familia inclinada a la luz sería un buen comienzo. Y con eso en mente, Draco camino hacia la niña con una seguridad que no sentía, siendo motivado por la calidez en la cicatriz de su cuello.

Solo tardaron exactamente quince minutos para darse cuenta de que había tomado la decisión correcta. Eso y dejar calvo a un funcionario con cara de estreñido con ayuda de la varita de Walburga, esconderse detrás de una estatua de fauno tocando la flauta para reírse y acomodar el peluquín debajo de la axila de otra.

Pero detalles.

- ¡Por Merlín! - murmuró ella, tapándose la boca para ahogar la carcajada - ¡Lo hiciste! ¡Está calvo!

- No grites, Bones - susurró Draco, con una sonrisa - nos atraparan.

Desde donde estaban, veían al hombre seguir conversando con su grupo sin haber notado nada. Los magos a su alrededor, en cambio, intercambiaban miradas entre el desconcierto y la diversión, pero ninguno dijo una palabra, por cortesía o por complicidad.

Y desde el otro extremo del salón, los ojos de cerdo y los azules de Narcissa Malfoy lo atravesaban como agujas de hielo. Su expresión era neutra, impecable, como siempre, pero Draco sabía leerla, era sospecha absoluta.

¿Qué hiciste ahora, Draco?

Él no apartó la mirada, sólo se encogió un poco tras la estatua. Susan soltó una carcajada tan genuina cuando el mago por fin se dio cuenta de su peluquín desaparecido que atrajo la mirada de un par de invitados cercanos. Draco la observó por un momento más, sorprendido por lo fácil que era hacerla reír.

Eso. Ríe. Carcajéate y olvídate de que vengo de una familia de magos oscuros. Magos que probablemente hayan asesinado a tus padres.

- ¿Quieres ver como le quito el bigote a otro? - preguntó él, sintiendo una chispa de emoción recorrerle las venas. Casi era tan gratificante como hacer los botones de Potter apesta, en cuarto año.

- Y puedes ponérselo a alguien - complemento ella, emocionada, señalando con discreción a una mujer - Apuesto a que a la bruja de túnica esmeralda le caería de maravilla un mostacho.

- O una máscara. Pero quien soy yo para juzgar.

Draco sintió una punzada de extrañeza en el pecho.
¿Por qué nunca había hablado con ella antes?

La velada fue decayendo con lentitud. Los adultos seguían brindando, las risas eran más huecas, las copas más vacías. Draco acompañó a Susan entre las mesas, sin nada más que hacer cuando ambos empezaron a bostezar.

Cuando llegaron junto a una bruja de rostro severo y mirada como acero, Draco supo de inmediato que era Amelia Bones. Su mirada se deslizó hacia él con una desconfianza tan densa que Draco tuvo que recordarse no dar un paso atrás.

Si había sobrevivido a Bellatrix Lestrange como su profesora (y todo lo que eso conllevaba), Amelia era una pequeñez.

O por lo menos, eso se repitió, obligándose a no desviar la mirada en ningún momento. Era un Malfoy, no iba a dejarse intimidar. Ya no.

- Tía - dijo Susan, ajena o indiferente a la tensión - hice un amigo esta noche, se llama Draco. ¿Puedo invitarlo a casa a jugar?

Amelia no respondió de inmediato. Observó a Draco como si en lugar de un niño de diez años, viera a un lobo disfrazado de cordero merodeando cerca de su sobrina.

Draco le sostuvo la mirada y sonrió amable hasta que Amelia asintió, con lentitud.

- Está bien - dijo, sin apartar los ojos de él - Pero sólo si tus padres lo permiten.

Eso es un no disfrazado, pensó Draco. Pero rara vez un No lo había detenido. Y sabía que esa misma mujer lo llenaría de muchos en el futuro.

- No se preocupe, le aseguro que así será - respondió él enseguida incluso sabiendo que era mentira. Luego, se volvió hacia Susan - Me pondré en contacto contigo para ponernos de acuerdo.

- Esperare tu carta con ansias - Susan sonrió sin esfuerzo y lo envolvió en un abrazo tan rápido que Draco apenas fue consciente de él.

Una amiga ligada a la luz. Probablemente no era la gran cosa, pero Draco iba a aferrarse a cualquier cuerda que pudiera sacarlo del agua. Cualquier cosa que lo alejara de la oscuridad.

Después de la cena, Draco había esperado un interrogatorio masivo de su madre tan pronto como pusiera un pie en la mansión, sin embargo, nunca llegó.

Narcissa simplemente lo observó con una ceja apenas alzada y le indicó con un gesto suave que se fuera a dormir. Pero la tranquilidad fue engañosa, porque esa misma mirada, silenciosa e inquisitiva, no dejó de acompañarlo los días siguientes.

Lo siguió cuando retomó sus clases en casa y dominó cada tema con una facilidad que no coincidía con la de un niño de su edad, incluso para alguien como él, que siempre había sido rápido para aprender. Lo siguió cuando, practicando un encantamiento de levitación con una varita de entrenamiento, hizo estallar la varita junto con cinco ventanales del ala este, lanzando una ráfaga de magia tan potente que su maestro particular, tras recuperarse del susto, accedió a prestarle una varita verdadera "sólo por unos minutos", con manos temblorosas.

Y lo siguió también cuando Draco empezó a rehusar sus reuniones semanales con los otros niños de su círculo. En lugar de eso, se encerraba en su habitación durante horas y horas, armando un pequeño laboratorio improvisado con ayuda de Dobby. Bajo su cama se acumulaban frascos y viales, pociones curativas, estimulantes, venenos en distintas etapas de preparación e incluso un lote incompleto de multijugos. Todo con ingredientes que sustraía a escondidas del almacén de la mansión. Lucius jamás se daría cuenta (ni siquiera cruzaba ese pasillo).

Lo que finalmente llamó la atención de su madre no fueron las horas encerrado ni que ahora parecía bastante cercano a Dobby, sino el cuervo.

La criatura comenzó entrando por la ventana. Draco intentó ahuyentarlo al inicio, pero el animal regresaba una y otra vez. Culpó a Dobby, que le dejaba arándanos a escondidas, pero al final se rindió.

Kieran, como lo había nombrado, graznaba poco, se mantenía lejos de las pociones y terminó posándose en su hombro con una naturalidad inquietante. Draco, después de un par de intentos fallidos de espantarlo, lo dejó quedarse.

Hasta que un día, durante el almuerzo, Kieran permaneció en su hombro frente a todos. Narcissa lo observó desde el otro extremo de la mesa, con unos ojos de hielo que no pestañearon ni una sola vez.

- ¿Por qué, exactamente, hay un animal en tu hombro?

- No lo sé - respondió con sinceridad - Creo que me cae bien.

Narcissa no respondió de inmediato, solo lo miró. Y en esa mirada había algo mucho más grave que un simple reproche. Era una especie de reconocimiento silencioso, como si hubiera atado cabos que él aún no sabía que estaban sueltos.

Pero lo peor llegó una tarde, después de casi cuatro meses de su regreso.

Draco había dejado su grimorio nuevo, el de pasta rojiza que nunca se despegaba de su costado, sobre una mesa del salón del té mientras iba por un libro. Apenas unos segundos. Cuando regresó, Narcissa lo tenía entre las manos, acariciando la pasta y el grabado de raíces de mandrágora que él mismo había incrustado con tanto cuidado.

- ¿Qué es esto, Dra- empezó a decir, pero no terminó. Cuando sus dedos se movieron para abrir el libro el caos se liberó de inmediato.

El libro, al intentar ser abierto sin el rastro de sangre que lo identificaba con su dueño, chilló con una violencia infernal. Gritos estridentes estallaron en la habitación como una manada de cientos de cerdos siendo degollados, mezclados con voces que repetían una y otra vez, con tono gutural y agudo:

- ¡IMPOSTORA! ¡IMPOSTORA! ¡IMPOSTORA!

Narcissa lo soltó de inmediato, llevándose la mano al pecho con un sobresalto, mientras el libro vibraba como un corazón embrujado. Draco corrió hacia ella, pálido y tomó el libro en sus manos sin decir una palabra. Lo presionó contra su pecho, apretando los labios hasta que dolieron.

Silencio.

El grimorio enmudeció en cuanto reconoció su tacto. Narcissa lo miraba. Ya no con sospecha, ahora lo hacía con miedo. Y eso, para Draco, fue peor.

- Mamá, puedo, puedo - ¿Qué iba a decir? ¿Qué podía decir? No podía explicar absolutamente nada.

- Draco Lucius Malfoy - su voz temblaba entre furia y alarma - ¿Qué es lo que has estado haciendo? Por Salazar, ¿qué escribes ahí? ¿Cómo… cómo hiciste esto?

- No es nada - susurró.

- ¿Nada? ¿Eso es nada? - soltó una breve risa incrédula - Hechizos de sangre, libros encantados que gritan si alguien los toca ¿De dónde lo sacaste? ¿Quién te enseñó a hacer esto? Draco, ¡mírame! ¿Qué te está pasando? - preguntó con voz más baja - Desde el accidente, pensé que estabas retraído por la herida, que te costaba adaptarte. Te entiendo, hijo, o eso intento. Pero no escribías libros de magia avanzada antes. No sabías lanzar hechizos complejos, no adoptabas animales ni eras amable con los elfos. No sabías encantar nada, ¡mucho menos un libro con magia de sangre! No haces las cosas que solías hacer. No juegas igual, no haces las bromas de siempre. No mandas cartas a Vince, ni a Theo, ni siquiera a Pansy, sólo a esa niña, Bones…

Draco tragó saliva, el nombre de Susan en boca de su madre sonaba seco, como si mencionarla pudiera quemar su lengua.

- Y para colmo - Narcissa se acercó un poco más, la voz cargada de desconfianza - Te he visto con una varita.

Draco alzó los ojos por fin, sintiéndose furioso con su madre y consigo mismo por no ser lo suficientemente discreto. Aunque, por lo menos no sabía lo de los venenos, Draco sabía que ella pegaría el grito en el cielo si supiera todo lo que había debajo de su cama.

Si, mejor que se centrara en lo demás.

- Sí, Draco, una varita. No la tuya de juguete, una real. ¿De dónde la sacaste? ¿Quién te la dio? ¿Quién te está enseñando? ¿Ha sido el profesor Bryant?

El silencio se espesó entre ambos. Draco medito apenas la idea de tratar de contarle a su madre todo lo que había pasado. El viaje en el tiempo, Circe, todo. Pero sintió su boca sellarse ante la idea y su cicatriz calentarse apenas en señal de alarma.

No podía, entonces, ¿para que hacer el ridículo con un tartamudeo inútil?

- No me la dio nadie, la robe.

Mentirita piadosa, pensó, imaginando el castigo que Kreacher podría ganarse si su madre se enteraba de como el elfo se la había dado.

Le gustara o no, el elfo decrepito le servía. Necesitaba su plena lealtad.

Los ojos de Narcissa se abrieron apenas, un gesto casi imperceptible, pero en su rostro se tensaron todos los músculos. Sus labios se fruncieron como si acabara de morder algo agrio.

- ¿Qué tu hiciste que? - preguntó con frialdad.

- Sé que seguramente la reconociste, es la varita de Walburga Black - añadió, como si mencionar el linaje suavizara el crimen - Es bastante oscura, a veces, cuando la uso se me duerme el brazo.

- ¡Draco!

- No es tan grave - se apresuró a decir - Se quita muy rápido, y casi no la uso. Supongo que ahora nuestra tía se revuelca en su tumba, aunque su retrato no me ha dicho nada al respecto.

Evitó mencionar que, de hecho, el retrato de Walburga lo había insultado con furia apenas lo vio con la varita en la mano, llamándolo “usurpador” y “vergüenza de la sangre”. Le gritó a Kreacher con tal crueldad por haber permitido que alguien tan indigno la tocara, que el elfo cayó de rodillas entre sollozos, golpeándose la cabeza contra el suelo y balbuceando disculpas por haberle prestado la varita como si su ama aún estuviera viva. Draco no lo detuvo, sin embargo, cuando en un arrebato quemó parte del marco del retrato, Walburga enmudeció al instante. Desde entonces no volvió a hablarle, pero lo miraba desde su rincón ennegrecido con un odio viscoso que parecía supurar de la tela.

- ¿Y cómo llegaste a ella en primer lugar? ¿Cómo aprendiste magia de sangre? Por el amor de Merlín, Draco, los niños de tu edad hacen travesuras, juegan con ranas de chocolate ¡no hurtan artefactos malditos ni lanzan hechizos prohibidos!

- Técnicamente, eso es una travesura también.

Narcissa lo fulminó con la mirada. El silencio volvió a envolverlos, los ojos de su madre se dirigieron al grimorio en brazos de Draco, mirándolo casi con resentimiento.

- Siéntate - dijo al fin después de lo que parecieron horas - presiento que la maravillosa explicación de tu pequeña travesura será larga.

Draco lo tomó como una pequeña victoria, el que quisiera hablar y no dedicarle la ley del hielo.

Solo tengo que echarle la culpa a los Black, pensó, deslizando los dedos por la manga de su túnica. Eso siempre funciona. Nadie espera que uno crezca cuerdo después de haber pasado una infancia en esa casa. Y él no tenía ni que mentir, solo omitir. No podía arriesgarse a que su madre descargara su furia sobre Dobby o Kreacher por ayudarlo.

Y con Walburga como símbolo de todo lo retorcido, ¿quién iba a juzgarlo por sentirse tentado por su poder? Si hasta su retrato gritaba como si aún mandara. Nadie espera que un Black termine bien, después de todo.

- ¿Sabías que la tía Walburga tiene perros momificados?

Notes:

¿Saben quién cumple años hoy? Asies, mi amigo más íntimo y personal, Jeon Jungkook ❤️

Chapter 3: Fiesta de té

Chapter Text

"La isla de Circe estaba plagada de lobos y leones, hechizados, que se paseaban dóciles ante mis hombres..."

- Homero, Odisea

Olas.

Fue lo primero de lo que fue consciente en medio de la oscuridad de su sueño.

El sonido era constante, lejano al principio, luego más nítido. Estaba descalzo y podía sentir la arena fría bajo sus pies, húmeda, pegándose entre los dedos. No podía ver mucho, solo distinguir que era de noche, el cielo completamente limpio sin señal alguna de luna ni estrellas, solo una negrura uniforme. Frente a él, el mar se movía con fuerza. Era una masa oscura, agitada, que rompía con violencia contra la orilla.

No sabía dónde estaba, ni por qué sentía que ese era su hogar.

.

...

.

Las cosas después del enfrentamiento con Narcissa habían ido bien, si es que considerabas "bien" que su madre ahora lo vigilaba las veinticuatro horas del día, que la varita de la tía Walburga había sido decomisada junto con su grimorio, que tenía prohibido acercarse a Grimmauld Place y los elfos domésticos tenían prohibido llevarlo, incluso su madre le había asignado a elfos nuevos limitado su contacto con Dobby y el arrugado Kreacher. Que ya no podía consultar ningún libro de magia negra o gris, es decir, casi toda la biblioteca de la mansión, que le estaba prohibido hacer magia fuera de sus clases privadas, y que, para colmo, su madre lo había obligado a disculparse con el retrato viejo y chamuscado de Walburga por "los inconvenientes" causados.

Una maravilla.

Draco podría morir de la emoción en cualquier momento. Obvio que sí.

Por lo menos no lo había obligado a deshacerse de su cuervo.

- Te estás burlando de mí, ¿verdad? - dijo frente al espejo, mirándose la cicatriz rojiza esperando que un ojo se abriera de nuevo entre su piel, cosa que por supuesto, no ocurrió - Eso, o te estás muriendo de la pena ajena por haberle dado acceso a tu grimorio a un idiota como yo. No te culparía, ¿sabes? Pobre de ti. Los otros dioses deben estarse burlando de ti por escogerme... Ah, no, lo olvidaba, que estás aislada y nadie te habla.

- ¿Amo Draco está bien? - preguntó Cofi, otro elfo, apareciendo a su lado con un crack suave, retorciéndose los dedos con ansiedad.

Draco no respondió de inmediato. Sabía que estaba siendo ridículo, de verdad que si, pero Circe había estado sospechosamente callada. Ni una señal de calidez o ardor en su cicatriz después de la pelea con Narcissa. Ningún ojo, ni de cerdo ni de oro, a la vista. Se sentía abandonado, incluso castigado.

La presencia de ella se le había vuelto tan constante, tan íntima, que ahora que no la tenía sentía un hueco extraño en el pecho. Había intentado todo para provocarla, contarle chistes, anécdotas, chismes de la alta sociedad, hasta inventó historias solo para llenar el silencio. Nada. Esta era su última carta (la más desesperada): insultarla. Y ni así funcionaba.

- ¿Qué quieres, Cofi?

- La ama Narcissa lo espera para tomar el té - dijo el elfo, bajando la vista.

Oh, es la hora del interrogatorio amistoso.

- Buena charla, mi diosa. Espero se repita - se despidió Draco, abrochándose la camisa para cubrir la cicatriz, ignorando la mirada confusa del elfo mientras salía rumbo al té con su madre.

La encontró en el invernadero, sentada como una escultura de mármol entre las orquídeas negras y las rosas blancas encantadas, su taza de porcelana suspendida con elegancia entre los dedos. Draco ocupó su lugar en silencio frente a ella, ya acostumbrado a la reciente rutina: preguntas suaves, mirada inquisitiva, y un toque de preocupación en cada movimiento.

- ¿Cómo van tus lecciones con el profesor Bryant? - preguntó mientras vertía el té.

- Bien - respondió él, aceptando la taza con las dos manos.

Siguieron los temas habituales: encantamientos, latín rúnico, si ya había retomado la lectura de Aristóteles que su padre había dejado olvidada en su escritorio "por accidente", si Kieran había dejado de seguirlo a todas partes o si ya podía, por fin, tocar sin equivocarse su canción favorita de Paganini. Draco respondió con honestidad medida, consciente de que aún caminaba sobre hielo delgado. Había aprendido que cada palabra era una cuerda floja.

Su avance con su poción multijugos se había arruinado cuando Kieran había zurrado directamente en el caldero la noche anterior.

Ya no tenía fuerzas para más malabares esa semana.

Y las buenas noticias le cayeron de maravilla. Una invitación de Susan Bones para una fiesta de té el fin de semana. Su madre le negó el permiso, le advirtió de todas las desventajas que ese encuentro y esa amistad le traerían en el futuro, un sin fin de puntos negativos que Draco ya había considerado. Y se había preparado mentalmente para ellos.

- Susan ha sido amable conmigo. No me pregunta más de la cuenta, no me trata con condescendencia. Es sencilla. Y creo que necesito eso.

Y es definitivamente alguien con influencias fuertes del lado de la luz que nos podrá ayudar en el futuro.
Hizo una pausa, sabiendo que estaba cruzando una línea invisible.

- Voy a ir a esa fiesta de té, madre. Me parece lo correcto. Y si todo va bien espero poder invitarla yo algún día a esta casa.

La taza de Narcissa quedó suspendida en el aire durante un segundo que pareció eterno. Sus labios se apretaron apenas y aunque no hubo reproche tampoco aprobación, solo silencio.

Un silencio que Draco conocía. Significaba "no estoy de acuerdo, pero no voy a pelear más por esto".

Y eso, viniendo de Narcissa, era lo más cercano a un sí.

Cuando el sábado por fin llegó, Draco sentía que había pasado una eternidad. Se había levantado más temprano de lo necesario, demasiado nervioso para dormir, en su lugar optando por arreglarse y convencer a Kieran de que debería quedarse unas horas con Dobby.

Llevaba en las manos una caja de galletas de chispas de chocolate y almendras, las favoritas de Susan, envueltas en papel celofán dorado y con un lazo sencillo.

Narcissa estaba lista antes que él. Vestía un abrigo elegante de corte largo, y no dijo una palabra mientras ambos se dirigían a la chimenea.

- Listo - dijo él, sin aliento, al tomar el polvo de la red flu, recitando mentalmente la dirección como un mantra. Temía equivocarse y terminar en el Ministerio... o peor, en casa de los Weasley

Tomaron la red flu juntos. Un torbellino verde los engulló y, al instante siguiente, Draco salió con elegancia entrenada por años, sacudiéndose levemente las cenizas del dobladillo. La sala que lo recibió era acogedora, de techos bajos, tapices color pastel y olor a menta y pan horneado. Y frente a él, Susan Bones, con un vestido amarillo de algodón que le daba un aire alegre y casi solar.

- ¡Draco! - exclamó, con una sonrisa que le iluminó todo el rostro.

Él apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que ella lo envolviera en un abrazo. A su lado, Amelia Bones observaba con una ceja levantada y una sonrisa en los labios que no llegaba a los ojos, pero era más de lo que Draco esperaba

Su rostro, duro por naturaleza, se heló apenas al ver a Narcissa, que acababa de salir tras él de la chimenea.

- Narcissa - saludó Amelia, inclinando la cabeza, su mano discretamente cerca de su varita.

- Amelia - respondió Narcissa con voz baja, fingiendo no darse cuenta del gesto.

Como si su madre de verdad fuera capaz de atacar a la bruja... Bueno tal vez si, pero no en ese momento, ¿Okey?

Ambas mujeres se acercaron y comenzaron a hablar en voz muy baja, apenas perceptible, en una esquina del salón. Draco no alcanzó a escuchar nada, Susan lo acaparaba con su parloteo amable, rodeándolo con preguntas y comentarios rápidos.

- No sabes cuánto me alegra que vinieras - dijo, sin soltarle el brazo - Estaba segura de que ibas a rechazarme por algo muy femenino. Pero estás aquí. ¡Estás aquí!

Draco no supo qué responder, pero se permitió sonreír. Un poco.

¿Femenino? ¿Tomar el té es femenino?

Antes de irse, Narcissa lo miró solo un segundo antes de dar un pequeño asentimiento de cabeza como despedida antes de desaparecer por la red flu.

Draco ni siquiera pudo mirar el fuego apagarse del todo. Susan ya lo jalaba de nuevo, arrastrándolo alegremente por los pasillos de la casa Bones, como si le mostrara un castillo encantado y no un hogar modesto. Y él, se dejó llevar.

Susan lo condujo hasta unas puertas de cristal que daban al jardín trasero, donde el sol caía a retazos entre las hojas de un árbol gigantesco, cuyas ramas se curvaban como brazos protectores sobre una mesa redonda decorada con un mantel de encaje y una vajilla de porcelana con flores pintadas a mano.

Allí, bajo la sombra tranquila del árbol, había tres niñas. Todas más o menos de su edad, riendo y murmurando entre sí. El era el único niño ahí.

- ¡Aquí están! - exclamó Susan - estas son mis amigas de la vida entera. No tienes idea de lo emocionadas que estaban por conocerte.

Draco apenas alcanzó a esbozar una sonrisa cortés, cuando Amelia apareció a su lado, más silenciosa que un gato.

- Una cosa, joven Malfoy - dijo sonriendo - no menciones nada que tenga que ver con la magia. Ninguna de ellas es bruja o conoce la magia, son muggles. ¿Entendido?

Draco se quedó congelado.

Sintió cómo su estómago descendía como si alguien hubiera abierto una trampilla bajo sus pies. Un segundo antes, todo era amable. Colorido. Curioso. Pero ahora parecía una broma.

Muggles.

Tres. Niñas. Muggles.

Su mente empezó a girar con una velocidad indeseada. No porque aún creyera que los muggles eran inferiores o porquería, había sentido lástima y aprendido por las malas que el mundo no era tan sencillo, pero ir en contra de todas las creencias con las que había crecido resultaba, como mínimo, incómodo. Se había prometido a sí mismo que sería amable con Granger en Hogwarts. Eso era una cosa. Una muggle. Pero esto era un ejército entero.

Su respiración se detuvo medio segundo. Iba a decir que quizás no era lo mejor, que no estaba preparado. Y entonces, la cicatriz en su cuello palpitó una vez, un pulso leve que lo hizo volver a la realidad.

Su diosa por fin mostraba señales de vida.

Draco se volvió consciente de los ojos emocionados de Susan y los calculadores de Amelia sobre él.

Me está probando. Ja. Esta mujer realmente me está probando. Pues prepárese, señora, porque no voy a dejarme intimidar.

Al instante una calidez lo recorrió y supo que Circe, de alguna manera extraña, lo apoyaba. Draco cerró los ojos solo un instante, respiró hondo y sonrió.

- Entendido, señora Bones. Será pan comido - respondió, con una seguridad totalmente fingida y se giró hacia las niñas, con la caja de galletas entre las manos.

Si mis padres se enteran de esto, me castigan seguro.

Susan le apretó el brazo y lo jaló alegremente hacia la mesa bajo el árbol.

- ¡Vamos, Draco! Siéntate a mi lado. Te voy a presentar a todas. Ellas están obsesionadas con la aristocracia británica, pero no saben nada del mundo mágico, así que quizás piensen que vienes de una casa real. Puedes inventarte lo que quieras, lo creerán.

Él soltó una pequeña risa, más por nervios que por humor.

Las niñas lo miraban con mezcla de curiosidad y timidez, cuchicheando entre ellas. Una de ellas tenía trenzas mal hechas, otra llevaba unas gafas gigantescas, y la tercera tenía las uñas pintadas con un esmalte que ya se estaba cayendo.

Se sentó entre ellas, dejando la caja de galletas en el centro de la mesa. Susan la abrió con una sonrisa satisfecha.

- Tus favoritas, lo recuerdo - dijo él, en voz baja, solo para ella.

Susan lo miró con sorpresa, y luego sonrió más fuerte antes de comenzar a presentar, una a una, al ejército muggle.

Si esto no cambia nada en el futuro, se me va a ir la boca de lado, pensó Draco, mientras las niñas lo rodeaban con una tormenta de nombres, bromas y comentarios que no entendía del todo.

Convivir con muggles no sería la gran cosa, ¿verdad?

.

- ¿Qué es un "tefelono"? - preguntó Draco, apenas unas horas después frunciendo el ceño.

- ¡Draco, eso no es lo importante! - interrumpió Amanda, la de los lentes, revolviendo el aire con las manos - Te estás perdiendo la mejor parte de la historia.

- Es que no puedo concentrarme si todo el tiempo dicen cosas que no entiendo - gruñó él.

- Tus papás realmente te tienen aislado, ¿no? - comentó Laura - Ser duque debe ser muy difícil. Un "teléfono" es para hablar con alguien que está lejos. Así el papá de Corinna hablaba con la "otra" mujer.

- ¡Oh, sí! - corroboró Corinna, la niña rubia, muy animada mientras se llevaba una cucharada de pastel a la boca - Hasta que mi mamá los descubrió. Entonces le afeitó la cabeza a mi papá mientras dormía y tiró toda su ropa por la ventana.

Draco parpadeó.

¿Esa era la vida normal de los muggles? ¿Así funcionaban las cosas fuera del mundo mágico? ¿Casarse para después engañar a tu pareja?

Salazar me libre.

Buscó la mirada de Susan, esperando encontrarla igual de desconcertada que él, pero no. Ella estaba encantada, fascinada con los detalles de cómo la madre de Corinna logró afeitar al hombre sin despertarlo.

¿Cómo rayos había terminado en Hufflepuff?

- ¿Y qué pasó después? - preguntó él, tomando un poco de té.

- ¡Pues mi mamá se enteró de que en realidad no era otra mujer! - siguió Corinna, emocionada - ¡Era un hombre!

- Por Salazar - susurró asombrado y asqueado a partes iguales.

- Es maravilloso, ¿verdad? - dijo Susan a su lado con una media sonrisa. Tenía la taza suspendida entre los dedos con la elegancia sobria de una bruja educada, pero su mirada brillaba con genuina diversión mientras contemplaba a sus amigas parlotear - las fiestas de té, en su mayoría, sirven para esto.

- ¿Chismear?

- No lo digas así, suena vulgar. Es un intercambio de información.

Draco volvió la mirada a la mesa donde las niñas reían, gesticulaban y hablaban todas al mismo tiempo. Pero lo que realmente terminó por desconcertarlo, lo que de verdad lo dejó pasmado, fue la resistencia vocal de esas criaturas.

Después del té, habían almorzado bocadillos, jugado a las atrapadas en el jardín (Draco había ganado cada ronda, por supuesto), se revolcaron entre las plantas, se embarraron con jugo de zarzamora y luego volvieron a comer como si nada.

Y, todo ese tiempo no se callaron. Jamás. Ni un solo segundo.

Había algo que comentar constantemente: que si Amanda estaba enamorada de un chico de su clase y él no lo sabía porque "era tonto como una tostadora", que si Laura se había peleado con su hermanastra por una blusa prestada, que si a Corinna le gustaba una banda de música tan ruidosa que incluso Amelia la había prohibido en la casa.

Había secretos, discusiones acaloradas, votaciones espontáneas para elegir al "más guapo de la escuela", reflexiones sobre lo injusto que era que no les dejaran tener novio hasta los trece.

Y en medio de todo eso, Draco.

Draco Malfoy, heredero de dos casas antiguas, criado entre libros, pociones, ópalos encantados, escuchando con cara de póker, cómo una niña muggle describía los pasos exactos para fingir desmayo y evitar un examen de matemáticas.

El cielo comenzaba a teñirse de naranja, cuando las niñas empezaron a ser recogidas por sus padres.
Y entonces vino el golpe final.

Ni siquiera la Tía Bella se había atrevido a tanto en la sesiones de tortura.

Cada una de ellas se despidió de él con un abrazo. Y no solo eso. Algunas, (¡todas!) , lo besaron en la mejilla como si fuera lo más normal del mundo. Draco se quedó paralizado, tieso como tlacuache, sin saber si activar un escudo protector, lanzarles un crucio o fingir desmayo él también. Su rostro ardía y sus oídos zumbaban. Estaba seguro de que sus ancestros lloraban en sus retratos familiares.

Lo primero que haría al llegar a casa sería bañarse. Eliminar cada rastro de baba muggle de su cuerpo.

Las niñas, por supuesto, se rieron. Susan también, incluso la mente maestra detrás de eso, Amelia Bones, que había observado la escena desde el umbral de la puerta con una taza de café en la mano, dejó escapar una risa. Una verdadera.

Y como si eso no fuera suficiente, los padres (muggles, Salazar lo libre) de las niñas también hablaron con él. Todos, uno por uno. Algunos le estrecharon la mano, otros le preguntaron si jugaba al críquet o si pensaba ir a Eton.

Más muggles. Y más muggles. ¡Parecían multiplicarse!

Cuando la puerta se cerró por última vez y la casa volvió al silencio, Draco cayó de espaldas sobre un sofá del salón, con los brazos extendidos como si hubiera sobrevivido a una guerra.

Estaba cansadísimo.

- ¿Vas a morir? - preguntó Susan desde el marco de la puerta, riéndose bajito.

- Estoy considerando hacerlo.

Susan soltó una risita mientras entraba y se sentaba en el sillón contiguo.

- Sobreviviste, Draco Malfoy. Y no sólo eso, te amaron por completo.

Él giró apenas la cabeza hacia ella, mirándola de reojo con fingida solemnidad. Pensó en decirle que aquellos muggles eran como dementores qué habían absorbido su energía, pero antes de poder responder, Amelia se sentó con elegancia en la butaca frente a ellos, cruzando una pierna sobre la otra, espalda recta, manos sobre la rodilla.

Draco se incorporó de inmediato. El cuerpo protestó, pero el reflejo aristocrático fue más fuerte, se sentó derecho, se sacudió las mangas, intentó (en vano) alisar la tela de su ropa ya arrugada y manchada de pasto, té, mermelada y migas.

Una completa vergüenza. Perfecto.

- ¿Pasé la prueba, madame? - preguntó con una nota de ironía.

Amelia lo observó durante unos segundos que se alargaron como siglos. Al final, el lado derecho de sus labios se elevó, apenas, en una sonrisa .

- La primera de ellas - respondió.

Eso era suficiente para él.

.

.

Para sorpresa suya, de su madre, de su padre, para Kieran, para los elfos, para la reina Isabel y los pavos reales, las tardes como aquella empezaron a repetirse.

Bastante a menudo.

Draco parecía haberse ganado la confianza de las Bones con cada pequeña prueba (qué habían sido bastantes), aunque eso no significaba que fuera lo mismo con sus padres. Amelia y Narcissa siempre estaban en guardia la una de la otra, se trataban con respeto, pero nada más. Lucius por otro lado, lo había llamado a su oficina tan pronto se entero de su reciente amistad. Draco recordaba ese día perfectamente. Había estado de excelente humor, rebosante de energía, porque Narcissa, después de súplicas constantes, miradas suplicantes y tras realizar tareas claramente diseñadas para humillarlo o disuadirlo (como limpiar donde dormían los pavos reales, enseñarle trucos al pequeño Kieran o ayudar en la cocina con los elfos), al fin había cedido.

El grimorio le fue devuelto. La varita había regresado a Grimmauld Place pero no podía importarle menos, si la ocupaba simplemente le ordenaria a Kreacher que se la diera de nuevo.

Draco casi no lo creía. Sostuvo su grimorio entre sus brazos como a un cachorro abandonado que volvía a casa. Narcissa lo miró con una mezcla de terror y resignación mientras él lo abrazaba con una sonrisa de pura felicidad. Esa misma tarde, sin perder tiempo, Draco anotó los últimos hechizos que recordaba, pequeños tramos de transmutación. Y más importante aún, comenzó una nueva sección: una cronología con los acontecimientos que aún estaban por venir. Todo lo que recordaba antes de regresar en el tiempo. Fechas, nombres, decisiones (¡evitar que Granger le rompa la nariz en tercer año!) Fragmentos, palabras clave, un mapa del futuro.

Ese libro valía más que su propia vida.

Así que cuando Lucius lo llamó a su estudio esa noche, Draco acudió con el grimorio oculto en el interior de su túnica y la sonrisa todavía fresca en los labios, con Kieran en su hombro jugando con su cabello.

Su sonrisa murió al segundo siguiente.

- Tu madre me informó que has decidido ampliar tus círculos sociales - dijo Lucius sin levantar la mirada de sus pergaminos.

- Sí, padre. Así es.

Lucius asintió lentamente. Su expresión era neutra, pero Draco sabía que eso sólo significaba que estaba envenenando la daga antes de clavarla.

- Entre ellos, Susan Bones.

- Sí, padre.

- ¿Tus amigos ya no son lo suficientemente interesantes para ti, Dragón?

- Lo son. Pero Susan me cae bastante bien.

- ¿Sabes con quién te estás relacionando, Draco? Bones. No entiendo porque tu madre está permitiendo semejante insensatez, pero ese apellido no es solo una casualidad desafortunada. Su familia se opuso a todo lo que hemos defendido por generaciones. Son sangre pura que se arrastra entre mestizos, que come en la misma mesa que los sucios, que no conoce el valor de la separación entre mundos.

Draco apretó los dientes.

Oh padre, no hagas esto. No lo arruines, porque yo tengo más argumentos contra ti que los que tu podrías decirme en una vida entera.

- Sí padre, estoy al tanto. También son la clase de personas con la que estoy seguro, ningún artículo oscuro me haría daño.

Lucius no se movió ni dijo nada por unos segundos. El ataque había sido enviado, sin alzar la voz y sin ningún reproche directo. Solo la verdad.

Y había dado en el blanco.

- Puedo obligarte a terminar esa relación, Draco - dijo por fin en voz baja - Esa amistad no traerá nada bueno para ti.

- Puede hacerlo, si lo cree necesario, padre. Pero no puedo prometerle que lo obedeceré.

- ¿Me estás desafiando, hijo?

- Para nada - respondió Draco, sin pestañear - Solo defiendo mis intereses, padre, tal como usted me enseñó.

Lucius apretó la mandíbula con visible tensión, pero luego, simplemente, bajó la mirada otra vez hacia los papeles. Parecía exhausto.

- Tales intereses tan decepcionantes no llegarán lejos, hijo, te lo aseguro. Solo espero que te des cuenta antes de que sea demasiado tarde. Ahora vete, no quiero verte, me causas jaqueca. Y será mejor que no te acerques para la cena. Niño malagradecido.

Draco permaneció inmóvil. El brillo gélido en la mirada de Lucius le atravesaba el pecho como finísimas agujas de cristal, desgarrando algo blando en su interior. Quiso prometerle, en ese mismo instante, que se alejaría de Bones, que no habría más que obediencia, que él jamás lo defraudaría, pero la voz no le salió. Y la promesa tampoco.

- ¿Es que acaso debo preocuparme también por tus oídos? ¡Largo de aquí!

Más agujas.

Draco se inclinó apenas, en una reverencia rápida antes de darse la vuelta para marcharse. Apenas había dado dos pasos cuando sintió el súbito aleteo en su hombro. Kieran se desprendió de él con un impulso feroz, directo hacia su padre.

El instinto lo dominó. Draco giró bruscamente y atrapó al cuervo entre sus manos, envolviéndolo contra su pecho. Kieran se debatió con furia, graznando ronco, aleteando con una violencia que le arañaba la piel a través de la tela, como si exigiera el derecho de atacar.

- Más vale, Draco - la voz de Lucius cayó sobre él - que te deshagas de ese animal indecoroso. A menos que quieras que yo mismo me encargue. Te he dado tantas libertades qué has olvidado tú educación y el peso que tienes sobre ti. Pero ya me encargaré de eso.

El graznido de Kieran se volvió un chillido agudo, como si hubiera comprendido la amenaza, redoblando su furia en los brazos de Draco, en un intento de lanzarse sobre los ojos de Lucius.

Draco, con el corazón desbocado y la cicatriz ardiendo bajo la piel como si también respondiera a esa rabia, retrocedió hasta la puerta. Solo cuando cruzó el umbral y cerró la puerta tras de sí, permitió que un suspiro tembloroso escapara. Kieran seguía aleteando enloquecido en sus brazos, y Draco, sin pensarlo, lo apretó más fuerte contra su pecho.

Espero a que su padre gritara más o lo persiguiera por la casa pero no pasó. Y eso, viniendo de Lucius Malfoy, era prácticamente una bendición. O simplemente su padre estaba esperando el momento adecuado para atacar.

No fue sorpresa alguna que su padre no permitiera a las Bones en su hogar ancestral, frustrando el intento de Draco de fortalecer lazos. Tampoco fue sorpresa cuando su carga académica incremento monumentalmente, su Padre dándole clases cada día después de la cena.

Por suerte, su amistad con Susan, había evolucionado. Después de meses, casi un año entero desde su regreso en el tiempo, Susan se había vuelto una constante, una figura luminosa en su cotidianidad.

Aún había pruebas, pero Draco se descubría pensándola como una amiga de verdad. Una que no esperaba nada de él, que no exigía perfección. Estar con Susan, y con todo lo que eso implicaba, era tan refrescante como ridículo.

Incluso, de alguna manera retorcida, Circe parecía aprobar su amistad, mostrando su apoyo con descargas de calidez en la piel eternamente rojiza de la cicatriz.

Con el tiempo, Draco había comenzado a entender su presencia vigilante. Su cicatriz ardía de modo de advertencia ante la cercanía de objetos oscuros o peligros y se calentaba desde dentro para reconfortarlo o protegerlo.

Había aprendido a confiar ella. A leer sus gestos y entender que no siempre estaban ahí, que podía pasar días sin sentirla, pero que aún así su diosa no lo había abandonado. A veces veía los ojos de cerdo, a veces no, en especial cuando Kieran, que también los veía, volaba a picarlos y devorarlos.

Y los sueños... Oh, los sueños.

Había dejado de revivir cada noche la imagen de muggles torturados y asesinados por mortífagos en la Mansión Malfoy. La escena constante de Fenrir Greyback arrastrando a alguna mujer entre los pasillos de la mansión, para después violarla y desgarrarla a mordiscos, se había desvanecido poco a poco. Ya no despertaba empapado en sudor y con la respiración entrecortada, preso de la náusea y el miedo.

Ahora soñaba con el mar.

A veces lo veía bajo un cielo despejado, con el sol acariciando su piel. Otras veces era la luna la que se reflejaba en el agua, tan grande y blanca que parecía estar a punto de caer sobre él.

Ya no caminaba a ciegas por la arena de la isla, ahora comenzaba a ver formas entre las dunas. Leonas de ojos dorados que lo observaban desde lejos, halcones suspendidos en lo alto, lobos que corrían junto a él.

Y en el horizonte, siempre aparecía el mismo destino: una columna delgada de humo, elevándose al cielo desde una chimenea solitaria.

Suponía que estaba en la Isla de Naxos, en algún punto donde el castillo no era visible o sino en la que podría ser Eea, pero con cada sueño que tenía, Draco estaba cada vez más cerca de la fuente del humo.

.

.

Durante una tarde de primavera, de esas en que el aire se sentía tibio, Draco, con Kieran en el hombro, se atrevió a presentar a Susan ante su grupo de amigos en una heladería del callejón Diagon, con una lista de advertencias bajo el brazo.

- Nada de insultos - les había dicho - Nada de hablar sobre pureza o traidores de sangre. Sean amables, por Merlín.

Susan, por supuesto, encantó desde el primer momento a Vince y Greg, quienes fueron los primeros en rendirse. "Ella huele a rol de canela", había dicho Vince, medio embobado.

Pansy se mostró reservada al principio, ni los elogios sinceros ni una charla apasionada sobre lo anticuada que era la moda mágica fueron suficientes para que se relajara. Al contrario, con cada palabra o gesto que Draco intercambiaba con Susan su ceño se fruncía aún más.

Theo, en cambio, fue todo lo que se esperaba de un Nott: impecable, cortés, encantador, pero distante. Susan no pareció notarlo, y él tampoco dejó caer su fachada en su presencia. Fue sólo cuando ella se marchó que Theo se volvió hacia Draco con una ceja alzada.

- ¿Tu padre está de acuerdo con ese tipo de amistad, Draco?

- Claro que sí - mintió con ligereza - ¿Hay algún problema con eso?

- A diferencia de ti, yo sé perfectamente que el mío no lo aprobaría. Y no me interesa averiguar si puedo convencerlo. No me cae mal tu amiga, pero prefiero no estar cerca de personas así - Theo mantuvo el tono amable, pero su mirada era fría - Así que, por favor, no me invites cuando ella esté cerca. No quiero problemas.

No le sorprendía. El padre de Theo era más viejo y radical que Lucius, si es que eso era posible. Theo no estaba siendo cruel, solo como se esperaba de un Nott. Se estaba comportando justo como se esperaba de un heredero adecuado, como se suponía Draco debería hacerlo.

Y Draco lo entendió. En otra vida, se había esforzado muchísimo por cumplir los estándares que se tenían sobre él, incluso si estos eran bastante altos.

Días después, Susan le escribió una carta bastante confundida, contándole que había recibido un vociferador de Pansy, dónde le pedía (gritaba) que se alejara de él. Él que Bones había contestado con un simple "no"

Draco tuvo que leer la carta por lo menos cinco veces para creerlo.

Pero era verdad.

Pansy había llegado a la Mansión Malfoy con lágrimas en los ojos y mocos flojos, alegando que Draco no podia tener otra amiga. Menos una que vestía ropa muggle.

- ¿Y por qué no? - había preguntado él, limpiando el rostro lloroso de la niña - Yo decido de quién hacerme amigo. Espero que lo entiendas, no me gustaría tener que tomar medidas.

Pansy había llorado aún más, pero Draco sabía que ya se le pasaría.

Los días volaron en un parpadeo, hasta que finalmente, en la víspera de su onceavo cumpleaños, en sus sueños al fin alcanzó la fuente del humo.

El sendero en la arena y más tarde árboles lo condujo hasta una colina de tierra negra, y allí, al otro lado, una casa antigua y perfecta, hecha de piedra clara y techos verdes, con balcones abiertos y columnas talladas con símbolos que Draco no conocía. Las flores eran plantas medicinales y otras eran tan extrañas como en los dibujos borrosos de los Cantares de Circe.

Solo iba acompañado de una leona que se recostó en el umbral de la puerta, la que Draco dudo en tocar toda una eternidad pero que al final terminó por armarse de valor. Su corazón salto cuando escucho pasos del otro lado acercándose.

Y entonces la puerta se abrió.

Ella estaba allí, alta y preciosa, con una túnica bordada en hilos de oro. Tenía los ojos dorados, los mismos que Draco veía algunas noches reflejados en el espejo, cuando su garganta se abría y el ojo oculto brillaba sobre su manzana de Adán.

- Circe - dijo casi embobado. Era consciente de que probablemente debería estar sobre sus rodillas, con la mirada en el suelo para mostrar respeto, pero estaba tan hipnotizado que lo único que pudo hacer fue perderse en el oro líquido de sus ojos.

Por primera vez en meses, el sueño no terminó ahí.

Circe se hizo a un lado.

Y Draco cruzó el umbral.

Chapter 4: Callejón Diagon

Summary:

Del otro lado del pasillo, de pie con la boca entreabierta, había un niño con ropa enorme. Tenía unos ojos verdes e intensos que le eran inconfundibles.

Notes:

No quería que los capítulos fueran tan largos para no hacerlo tan tedioso, pero estoy fracasando.
Por otro lado, ¿qué tan real creen que sea la maldición de escribir ff? Cada vez estoy más convencida de que es cierto.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

- Tardaste bastante en llegar - saludó Circe.

- En realidad, no tanto.

- Fue casi un año.

- Oh... Es que no estoy acostumbrado a caminar tanto.

El labio de la diosa se curvó apenas, una sonrisa mínima, casi imperceptible. Se inclinó hacia él con un movimiento lento y le sujetó la cara entre las manos. Draco contuvo el aire, el calor que le transmitía no era común, era sofocante, como si lo rodeara un horno invisible.

- Eres demasiado pálido - le apartó un párpado con el pulgar, lo obligó a mirar hacia arriba, tiró de sus orejas y después le abrió la boca - La lengua - Draco obedeció - Demasiado flaco. ¿Acaso no comes? Un viento podría llevarte volando.

Las palabras eran duras, pero Draco no logró reunir la indignación suficiente para responder. Estaba atrapado, la mirada fija en su rostro, en los ojos dorados que no lo soltaban. Se le olvidaba parpadear. Cuando Circe le tomó los brazos para estirarlos, apenas notó la presión.

Por fin, la diosa dejó caer una mano sobre su abdomen y se apartó. Cuando el contacto se quebró. Draco pestañeó como si despertara de un sueño.

- ¿Quieres vino? - preguntó ella.

Oh, Salazar, me quiere convertir en puerco, pensó Draco, tragando saliva con dificultad.

- No gracias. Creo que soy muy pequeño para eso.

- ¿Leche entonces?

Draco sabía que, según las reglas básicas de supervivencia mágica, beber o comer algo en casa de Circe era el equivalente a firmar su sentencia. Aun así, aceptó el vaso de leche con miel que ella le tendió.

No va a matarme. No tiene razones, ¿verdad?

Bueno, eso sí ignorabas todos los insultos que le había dicho días atrás...

Draco miro los ojos dorados que parecían saber perfectamente lo que pensaba y después la leche. Espero a que la Diosa dijera algo más, pero solo lo veía, incitándolo a beber. Al final, suspiró apenas antes de llevarse el vaso a los labios, tragando la mejor leche que había probado en toda su vida.

Y probablemente la última, pensó, dejando el vaso sobre la mesa y mirando a su alrededor, buscando una distracción en lugar de contar los segundos de vida que le quedaban.

La casa era grande, elegante. Las paredes estaban llenas de estanterías repletas de frascos, y un caldero burbujeaba al fondo con un líquido que olía a anís y algo más terroso. Del techo colgaban ramos de hierbas secándose, y la chimenea ardía tranquila. Todo se sentía cálido y limpio.

La leona que lo había acompañado se recostó en sus pies, y él se permitió soltar un poco el aire. Pero Circe lo seguía observando sin parpadear siquiera.

- Y... ¿Te gusta la... Guayaba? - soltó de golpe, incómodo por el silencio y su propio vaso vacío.

- No, la odio. Ahora, niño Black, dime qué has hecho con el tiempo que te di.

- Uh... no mucho, en realidad - murmuró desviando la mirada - lo único relevante son los venenos y pociones qué he hecho.

- Sí, las vi, escondidas debajo de tu cama. ¿No crees que es el primer lugar en el que alguien buscaría? - Circe se volvió hacia el caldero y hundió la cuchara de madera en el líquido que giraba lento, humeante.

Draco apretó la mandíbula.

- Está hechizado con cientos de compulsiones. Quien intente acercarse retrocederá sin saber por qué. Además, está modificado, es como un sótano debajo de mi cama, se necesita sangre para entrar.

Circe tarareó algo sin palabras mientras revolvía. Sus trenzas largas, gruesas, rozaban casi el suelo con cada movimiento, y Draco se descubrió siguiéndolas con la vista, imaginando cuánto pesarían.

- ¿Y cuál es tu plan? - preguntó ella sin volverse - ¿Para qué quieres venenos, si la última vez que revisé lloraste por matar accidentalmente a un pájaro en el armario evanescente? - giró hacia él, los labios curvados en un amago de sonrisa cruel - ¿Acaso te sientes capaz de matar a una persona esta vez?

- Me siento capaz de defenderme - replicó. La frase salió más firme de lo que esperaba.

- Oh, niño. Esa es una respuesta tan pobre. ¿Defenderte de qué? ¿De los acosadores de la escuela? Porque tú fuiste uno de ellos. ¿De un basilisco? Morirías antes de dar un paso. ¿De ese mortal que se hace llamar el Señor Oscuro? - bufó con burla.

Draco no respondió. No podía. Porque tenía razón. Lo sabía mejor que nadie. Y aun así había seguido preparando pociones, como si cada frasco lo acercara un poco más a no sentirse indefenso nunca más.

- Vuelvo a repetir, ¿Cuál es tu plan?

El sabor a hierro le llenó la boca cuando mordió el interior de su mejilla. Plan. La palabra pesaba demasiado. Más allá de mantenerse lejos del Señor Oscuro y del cuatro ojos que parecía atraer desgracias, no había nada concreto.

Solo proteger a su familia y no morir.

Por eso nunca había sido un Ravenclaw.

Levantó la vista, cansado de que lo diseccionara con preguntas.

- Diosa, ¿por qué estás ayudándome?

El silencio se asentó entre ellos durante lo que parecieron horas, a tal grado que solo se escuchaba la madera quemándose en la chimenea.

- Por el ritual - respondió al fin. Su voz no era más fuerte que un hilo, pero ocupó toda la sala.

Circe llenó una botella con un líquido transparente que, apenas rozó el vidrio, se volvió iridiscente, como si atrapara fuego líquido en su interior. Un vapor delgado se elevó formando destellos dorados y rojizos. Draco lo reconoció de inmediato: ardentia. Lo había estudiado en el grimorio original. Un veneno imposible de rastrear, que no mataba al instante, sino que convertía al cuerpo en su propio horno durante horas o días, según la voluntad de quien lo preparara. Secaba la garganta, abrasaba bajo la piel y empujaba a la víctima a buscar agua hasta terminar ahogada por su propia desesperación.

Contuvo el impulso de interrogarla o de retroceder, temeroso de que fuese a probarlo en él. Solo cuando Circe guardó la botella en la repisa, permitió que sus pulmones soltaran aire.

- Leí ese ritual un centenar de veces. Lo sé de memoria. Nunca mencionaba nada sobre ti. Ninguna ayuda, ninguna aparición. Solo regresar.

- Jamás dije que hablara de ese ritual.

- Es el único que hice.

- Jamás dije que lo hicieras tú.

Draco se quedó callado sin saber que decir.

- Haces demasiadas preguntas inútiles. Pronto empezará la razón por la que regresaste. Te necesito listo. Te necesito poderoso. Te dejé jugar porque eras un niño, pero eso terminó. El mundo no tendrá piedad y ya no tienes otra oportunidad.

Draco abrió la boca para replicar, pero ella lo silenció con un gesto mínimo de la mano. Bastó para que sintiera su garganta cerrarse.

- Sé lo que planeas - prosiguió - No funcionará. Puedes intentar ser invisible, pero te verán. Todo va a repetirse, a menos que cambies. Necesitas convertirte en alguien letal, no en alguien que puedan usar y descartar.

- ¿No vas a decirme que matar está mal?.

- No busques en mi la moralidad de un mortal. Si algo te estorba, deshazte de él.

- Es fácil decirlo.

- Es fácil hacerlo - replicó Circe. Su mano descendió con naturalidad hasta enredarse en la melena rubia de Draco. Él notó con un sobresalto la diferencia de altura, la sensación de estar frente a un pilar.

- Empieza esta misma mañana. Y al anochecer, trae a Kieran contigo. Encárgate de dormir con él.

¿Kieran? ¿Para qué querría la diosa a su cuervo?

No tuvo tiempo de pensar más. Circe posó sus labios sobre su frente, y la oscuridad lo atrapó en un sueño profundo.

.

...

.

Cuando despertó esa mañana, lo hizo con Kieran sobre su cabeza, picoteando su frente como si fuera un pajaro carpintero.

- ¡Ya, imbécil! - masculló, sacudiendo la cabeza con un manotazo somnoliento.

Kieran se elevó con un graznido seco, dio una vuelta por la habitación y se posó en el cabecero de la cama, mirando hacia abajo con sus ojos negros e inquisitivos. Draco se frotó la frente con el ceño fruncido. Le ardía.

Se sentó en la cama, con el cabello alborotado y la ropa interior torcida por haberse revolcado en sueños. Le dolía el cuerpo, cada músculo.

Entonces lo recordó: Circe le había dicho que debía empezar ya.

¿Empezar qué?

Maldita sea.

Draco, azotó su cabeza, contra el colchón hasta que el mareo le impidió seguir, demasiado frustrado con que se suponía debía hacer.

Debía ser activo, ya le había quedado claro, pero eso no significaba ir envenando a medio mundo... ¿o si? Lo único que sabía era que no pensaba convertirse en asesino. No podía matar a los mortífagos, porque eran los padres de sus compañeros. No podía matar a Lucius, porque por más grietas que hubiese en su relación, seguía siendo su padre y lo quería. Y tampoco quería matar a nadie más. No. No iba a ensuciarse de esa manera... O eso esperaba por lo menos.

No.

Otro enfoque sería el mejor.

Esa misma mañana, Draco hizo algo que jamás espero, usando sus conocimientos que le había dejado espiar durante tanto tiempo al cara rajada. Sabía que Potter era un niño, con familia muggle, que para el colmo, odiaba la magia.

¿Y que se hace con un niño indefenso y sin nadie en el mundo? Se le ofrece una mano y se gana lealtad.

- Dobby - llamó y el elfo estuvo frente a el en un parpadeo, fiel a sus ordenes y no a las de su madre de mantenerse lejos. Ya habían guardado las apariencias mucho tiempo - compra una lechuza y encárgate de enviar esto.

Draco dejó sobre la mesa un paquete pequeño, protegido con un hechizo de preservación. Luego garabateó una nota con la pluma, tratando de sonar como alguien agradable.

Escuché que tu existencia es bastante miserable, así que toma un poco de tarta de queso. No la hice yo, así que deberías estar a salvo. Tal vez algo de dulzura te ayude.

M.

- Asegúrate de que la lechuza llegue a Harry Potter, solo cuando él esté solo .

Los ojos de Dobby chispearon de emoción, ante la idea de la oportunidad de acercarse al mismísimo San Potter. Antes de desaparecer en un destello, se derramó en promesas y palabras atropelladas, rebosando entusiasmo.

Espero que esto sea suficiente.

Sino, ¿Qué era lo peor que podría pasar?

Draco imaginó a Potter despreciando su tarta justo como lo había hecho con su apretón de manos y casi saca espuma de la boca del coraje.

Se obligó a mantenerse ocupado el resto del día, entre sus clases y tomar el té con su madre, la noche por fin llegó. Draco ni siquiera tuvo que esforzarse por noquear a Kieran para dormir con él. El cuervo por voluntad propia se había acomodado sobre su pecho, viéndolo directamente con sus ojos oscuros. Se lo quedó mirando. Kieran tenía las plumas oscuras y brillantes, y una mirada demasiado fija para un animal. Había algo en su postura que le molestaba, como si lo juzgará.

Kieran solo grazno, acomodándose para dormir. Se pregunto que utilidad tendría el pajarraco.

Apenas y había logrado que reconociera un silbido para que fuera a él, y le había costado una cantidad insana de arándanos. A veces fingía no escuchar solo para que Draco se los ofreciera en la mano. El muy maldito.

- Das un poco de miedo - dijo con una pizca de humor - ¿Sabes hablar? ¿Qué tanta memoria tienes como para trabajar de espía? ¿O solo picas a la gente?

El cuervo ladeó la cabeza, casi con elegancia. Draco suspiró.

Tal vez me estoy volviendo loco, tal vez Circe solo lo quiere para comérselo o algo.

Pero la idea ya se le había clavado en el pecho: un espía. Silencioso, pequeño y ágil. Si lograba que Kieran memorizara conversaciones y las repitiera después, aunque fueran solo palabras clave, frases, tonos de voz, podría usarlo como una sombra que le contara lo que no debía saber. Y si además podía enseñarle a tomar cosas como papeles, frascos, cartas...

- No voy a darte más arándanos por picarme la frente - le advirtió, y apagó la luz - Pero si aprendes a imitar mi voz, te compro medio viñedo.

Draco no sabía cómo lo hacía, pero a partir de esa noche cada vez que dormía, siempre con Kieran junto a él, aparecían juntos en algún punto del hogar de la diosa.

Algunas veces despertaban sobre piedras tibias bajo la sombra de un olivo, otras sobre la mesa de la cocina, e incluso, la peor de todas, en medio de una manada de lobos que los rodeaba en silencio.

Cada noche era igual, la diosa lo saludaba y le ofrecía leche mientras besaba a Kieran en el pico, reía de lo que él parecía contarle, porque claro, a ella sí le graznaba como si fueran cómplices de toda la vida, y luego lo ponía a trabajar.

Moler raíces, medir gramos exactos de ingredientes, recitar sus nombres, funciones y buscar los puntos de recolección en la Isla. Prepararlos para agregarlos, uno a uno, al caldero de cobre que burbujeaba en medio de la estancia. Nunca le explicó para qué era la poción. Habían comenzado a elaborarla en su segunda visita y seguía en proceso. Circe ya no le había preguntado por si tenía plan, pero cuando él le hablaba de como Dobby llegaba cada tarde con el informe de que Potter ya no se asustaba con la lechuza y tomaba el paquete con emoción, Circe a veces recomendaba cosas. "Coloca suplementos en su comida, los necesita" "No envíes tantos dulces, un poco de carne sería mejor"

Draco se limitaba a obedecer, grabando cada detalle de la poción en su memoria y reescribiéndolo en su grimorio cada mañana al despertar antes de mandar su paquete diario al cara rajada.

Ser estudiante de Circe era más complicado que serlo de Severus y eso, era mucho por decir.

- Estará lista esta noche - le dijo finalmente, observando cómo el líquido azul viraba, denso, hacia un blanco perla - No comas nada durante el día. Ni tú, ni Kieran

Y Draco obedeció a pesar de la ansiedad.

Mentirle a su madre fue más difícil de lo habitual. Narcissa lo observó con sospecha cuando pidió desayunar y después a comer en su habitación.

- Estás haciendo algo extraño - dijo con voz suave, sin dejar de mirarlo.

- Siempre hago cosas extrañas - respondió, antes de besarle la mejilla.

A Lucius también le dio un beso rápido, ganándose una mirada incrédula y un regaño que ignoró mientras huía escaleras arriba. Encerrado en su cuarto, aguantó todo el día sin comer, regalándole su comida a Dobby, quien sollozo y agradeció mientras comía con mocos escurriendose desde su nariz, ignorando el hecho de que Draco solo estaba recibiendo miradas asesinas y picotazos malhumorados de Kieran, que claramente no había entendido la parte de "ayunar".

Cuando la hora llegó, Draco se encontró, como cada noche, en Eea. Circe ya lo esperaba frente al caldero, que burbujeaba lentamente, lleno de vapores espirales que olían a savia y algo metálico. Lo primero que hizo fue tomarle el rostro entre las manos. Le revisó los ojos, la lengua y las palmas antes de asentir.

- Bien - murmuró - Hoy vas a vincularte con tu mensajero. Toma una de sus plumas y déjala caer en la poción junto con un poco de tu cabello y sangre. Después menea lentamente siete veces en dirección a las manecillas de un reloj y después doce al lado contrario. Cuando hayas hecho eso, te diré que hechizo debes decir para activar la poción. No lo repetiré, está es la primera y última vez que te mostraré a hacer magia, así que más te vale hacerlo bien.

Draco se quedó quieto. Kieran, posado en una repisa, ladeó la cabeza con suspicacia. Ya sabía que era su mensajero, Circe le había dicho que había sido una especie de regalo, lo cual era genial porque ¿cuántas personas recibían regalos de los dioses? Él sin embargo, casi podía considerarse el discípulo de Circe. Casi. Porque para ella, a diferencia de las pociones, la magia no se enseñaba, debía nacer, surgir desde dentro. Draco no había entendido en lo absoluto a qué se refería, pero había asentido con la cabeza.

Pero... ¿Vincularse? ¿Una pluma? ¿Iba a comerse eso? ¿Y si tenía ácaros?

La sola idea hizo que un escalofrío desagradable le recorriera la piel.

Draco hizo lo que la diosa le ordenó, ganándose un picoteo sangrante de Kieran al arrancarle una pluma, y la dejó caer en el caldero junto con una hebra rubia y apenas una gota de sangre de su dedo índice, mezclando justo como le indicó. La poción empezó a burbujear, cambiando de color a uno granate, espeso.

- Ahora - ordenó Circe - repite después de mi y bebe.

Draco escucho, casi aterrado, el hechizo melodioso de la Diosa. Sonaba extraño, diferente al griego al que estaba acostumbrado y solo quiso golpearse cuando no entendió nada en lo absoluto. Cuando Circe terminó y lo miró con ojos enormes, expectantes, Draco supo que la decepcionaría. Retiró la mirada y trato de repetir lo que había escuchado. No giro a verla en ningún momento, incapaz de ver el desagrado que seguramente había en el rostro de la Diosa, a pesar de que, su lado más egocéntrico le decía que no lo había hecho tan mal.

Draco tomo un vaso con la poción que parecía sangre coagulada y la llevo a sus labios.

El primer trago le quemó la garganta, el segundo lo obligó a cerrar los ojos. Y cuando tomó el último, tuvo que apretar los dientes para no vomitar lo que ya llevaba. Draco respiro hondo durante un minuto entero, concentrado en ignorar el mareo y sabor asqueroso que se instaló en su lengua.

- Sabe a mierda.

- ¿Apoco ya la probaste? - preguntó una voz que no era la de Circe.

Draco se quedó helado. Kieran lo miraba desde la mesa. No se movía, solo lo observaba, en absoluto silencio.

- ¿Fuiste tú? - susurró, sin atreverse a levantar del todo la voz.

El cuervo estiró el cuello, sacudió las alas y graznó, pero esta vez, Draco no solo oyó el sonido. Lo entendió.

- ¿Ves a alguien más aquí?

Draco parpadeó. Luego miró a Circe. La diosa solo se había dado la vuelta para remover el caldero como si nada hubiera pasado, aunque su sonrisa estaba ahí, apenas dibujada.

- Puedo escucharlo - dijo Draco, sin saber si sentirse eufórico o aterrorizado. Lo había logrado. No tenía idea de que había dicho en el hechizo, pero lo había logrado.

- No. Puedes entenderlo - corrigió Circe, sin mirarlo - Vincularte con él no significa solo oír palabras que únicamente tú comprenderás. También podrás sentir lo que él siente, contactar con su mente, incluso a distancia. Pero si uno de los dos muere será bastante doloroso para el otro.Deben cuidarse mutuamente desde ahora.

Y Draco quería creer que eso estaban haciendo, porque desde aquella noche, Kieran rara vez se alejaba más de unos metros y siempre solía volar a su vista. Una vez incluso, había picoteado la nota que Draco había escrito para el paquete diario a Potter, aunque no lo suficiente para que el rubio la reescribiera (que flojera). Lo seguía como una sombra, saltando de estantería en estantería o posándose con descaro en su cabeza siempre que su padre estaba cerca.

A Lucius aquello le parecía una vergüenza absoluta, pero Susan y las niñas del té lo adoraban.

Durante las tardes en el jardín, ya no solo coronaban a Draco con flores o lo acosaban con preguntas, ahora también hacían pequeñas tiaras para Kieran. A veces le susurraban secretos y otras, le ofrecían migas de pastel como si fuese un invitado de honor.

Kieran nunca graznaba durante esas visitas, solo miraba y se dejaba hacer. A veces, murmuraba cosas cortas a Draco cuando las niñas se iban.

- A la rubia le gustan tus ojos.
- Susan huele bien.
- ¿Puedo zurrarme encima de la de lentes?

Y otras veces, le traía gusanos. Regalos, según él, de su "huerto personal", que no era más que el rincón húmedo del jardín. Draco había aprendido a fingir que los comía cuando la primera vez ni siquiera aceptó la ofrenda por el asco, pero el cuervo se había sentido tan herido que ahora prefería solo asentir, dar las gracias y esconderlos bajo la manga.

.

. . .

.

El día en que su carta de Hogwarts llegó, Kieran grazno como loco mientras volaba por su habitación, sin tener idea alguna de que hacer cuando el aire había decidido huir de los pulmones de Draco, mientras leía el nombre de Dumbledore en el pergamino.

Al hombre que una vez había intentado matar. Y había fallado ridículamente. A partir de allí, sintió el tiempo pasar como un parpadeó, que ni siquiera sus noches de entrenamiento contante con Circe y Kieran pudo apaciguar.

Cuando por fin llegó el día que Draco recordaba como su primer encuentro con Harry Potter, el rubio se encargó se recorrer cada rincón del Callejón Diagon con ningún ánimo de encontrárselo, Kieran volando a lo lejos, vigilando desde el cielo, atento a la presencia de un niño con huesos de palillo y cabello despeinado.

Había estado tan cómodo esos últimos meses sin estar pensando constantemente en el cuatro ojos que la idea de volver a verlo le revolvía el estómago. También le recordaba que lo había visto hacer el ritual y había tratado de detenerlo, como el intento de héroe que era. Los últimos días, Draco había pasado una cantidad insana de tiempo tratando de entender como lo había encontrado. Era media noche, en la sala de requisitos y era un sábado cualquiera, así que, ¿cómo había hecho Potter para encontrarlo? Ya sabía que en esos días, el Gryffindor se comportaba como su sombra, siempre podía verlo por el rabillo del ojo en cualquier momento, así que la sala de los requisitos se había vuelto su lugar seguro, lejos de su constante presencia.

El muy bastardo sabía que tramaba algo, pensó con amargura, y me descubrió.

Draco convenció a sus padres por llamar a la mansión a un mejor modista para sus túnicas, un francés reconocido que confeccionada la ropa de los Black en lugar de ir a Madam Melkin. Se negaba a ver a Potter. Le aterraba la idea de hacerlo y que todo se fuera a la mierda, como la primera vez.

Y con esa idea, después de todas sus compras y obtener su preciada varita al fin, se dirigió a Flourish and Blotts, esta vez con Kieran en su hombro, con una lista propia y otra que Circe le había encomendado encontrar. La librería lo recibió con su inconfundible olor a tinta vieja y cuero empolvado.

- Ve a elegir los libros que desees - le dijo Narcissa, a sabiendas como era Draco. Ella misma se dirigió al mostrador para encargar los textos de la lista oficial - tienes máximo una hora. Nada de magia oscura.

- ¿Qué tal magia de sangre? - preguntó Kieran, por su conexión mental.

- Eso es magia negra - contestó él.

Draco desapareció entre los estantes y no tardó en su búsqueda. Abrió un libro de teoría de la animagia, leyéndolo apenas antes de meterlo bajo su brazo y haciendo lo mismo con otros tres. La transmutación en el grimorio de Circe era bastante complicada y teórica. Para poder llegar a imitar la habilidad de la Diosa necesitaba lo más sencillo primero.

Después vino pociones. Allí no se contuvo, cogió un libro tras otro, técnicas avanzadas, pociones ilegales, recetarios antiguos, tratados de conservación y fermentación de ingredientes raros. Para entonces, Draco llevaba tantos libros que tuvo que dejar algunos apilados en el suelo. Solo bastó un llamado a Dobby para que el elfo se encargara de apilar los libros con mucho cuidado, sujetándolos con un hechizo de levitación mientras Draco seguía explorando, pero eventualmente dejaron de moverse. Entre una esquina silenciosa y un rincón olvidado al fondo de la tienda, Draco se agachó junto a un grueso tomo ilustrado de botánica venenosa, con Kieran señalando donde encontrar cada una en la mansión. Dobby, a su lado, solo veía confundido al cuervo graznar y parlotear mientras él lo entendía a la perfección.

Pronto tenían al menos tres libros abiertos frente a ellos, uno mostrando un hongo que secretaba gas paralizante, otro una flor cuyas raíces se enroscaban en el sistema nervioso, y uno más que ilustraba con detalle lo que ocurría si se mezclaban sin cuidado.

- Ésta mata en minutos - dijo Draco, señalando una planta de pétalos negros - Pero no deja rastros visibles, ni siquiera los medimagos más preparados la detectan si no saben qué buscar.

Dobby y Kieran lo miraron con admiración.

- Pero esta otra - replicó, apuntando a una raíz retorcida - te hace parecer enfermo durante días, hasta que... ¡puf!

Draco sonrió por primera vez en todo el día. Se rieron, en voz baja, como niños conspirando. Fue entonces que una exclamación sorprendida, casi un jadeo, interrumpió la conversación.

Draco alzó la mirada con el ceño fruncido, esperando a algún adulto molesto por ver al heredero Malfoy sentado en el suelo como un plebeyo.

Pero no fue eso lo que encontró.

Del otro lado del pasillo, de pie con la boca entreabierta, había un niño con ropa enorme. Tenía unos ojos verdes e intensos que le eran inconfundibles.

Potter.

El corazón de Draco dio un salto extraño, una mezcla de sorpresa y miedo que no quería reconocer. No se suponía que Potter estuviera allí, Draco había asumido que no lo vería ese día. Pero ahí estaba, aunque no como lo recordaba. La ropa ancha seguía siendo la misma, pero no las mejillas: ahora se veían llenas, con un tinte rosado que lo hacía parecer más vivo. Las sombras bajo los ojos habían desaparecido, y no quedaba rastro de aquella delgadez enfermiza, incluso podría jurar que era más alto.

De verdad está comiendo lo que le envío, pensó Draco, y el alivio lo atravesó

- ¿Hola? - tanteo Draco sin saber realmente que hacer.

- Hola - murmuró el niño, los ojos verdes moviéndose nerviosos entre Draco, Dobby y el cuervo qué había volado a una estantería sobre él, quedándose unos segundos más en el elfo.

El silencio comenzó a alargarse hasta lo incómodo. Draco, se dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo iniciar una conversación con Potter sin arruinarlo todo. Con cualquier otra persona, bastaría un comentario sobre su ropa o algún accesorio para romper el hielo, pero alabar los trapos en peor estado que la ropa de Dobby, que Potter vestía sonaría cruel.

Así que optó por lo más seguro, imaginó a Susan frente a él.

- ¿Te perdiste? - preguntó educado, poniéndose de pie.

- ¡No le hables! Te traerá mala suerte - grazno Kieran, asustando a Potter - ¡Esta infectado!

- Eh, no - respondió Harry, sin dejar de mirar al cuervo, aunque aún parecía un animal en guardia, listo para salir huyendo o atacar en cualquier momento.

- ¿También estas comprando tus libros para Hogwarts? - preguntó Draco, tomando un último libro que le llamó la atención: Huéspedes indeseados, registros de mentes invadidas. Lo tomó por impulso y se lo dio a Dobby que ya llevaba los demás para pagar, entre miradas emocionadas y una sonrisa, para nada discreta. Los ojos del elfo se movían de lado a lado, observando su interacción.

Recordaba su primer año en Hogwarts, cuando el profesor Quirrell temblaba bajo su turbante, seguramente con el Señor Oscuro murmurándole cosas. Un escalofrío le recorrió la espalda sólo de imaginarlo.

- ¡No le hables! - aullo Kieran, volando a su hombro y empezando a picotear su oreja.

- Si. Aunque no recuerdo en nuestra lista de útiles algún título de exorcismo o posesiones - Potter se había acercado hasta su lado, leyendo los títulos del pasillo en donde estaban - ni cuervos como opción de mascota.

- No, tampoco una escoba de carreras. Trágico lo sé. Es solo un poco de lectura ligera antes de empezar la escuela.

- Menos mal es ligera.

- Ligera la mierda qué te va a caer - Draco tuvo que sostener a Kieran entre sus manos para evitar su ataque a San Potter.

Si lo atacaba, sería entretenido, pero si lo pensaba bien, aunque no le hablara era muchísimo mejor estar en buenos términos con el niño que vivió qué ser el dueño del ave que le sacó los ojos.

- Uno nunca sabe cuándo un exorcismo puede ser útil.

- Sí, claro. Porque eso pasa todos los días. Oye, ¿tu cuervo esta bien? Esta un poco... Inquieto.

Kieran pico su mano y Draco casi lo suelta ante el dolor.

- Oh si, de maravilla - asintió Draco - ya tengo que irme.

Harry no respondió, pero sus ojos tenían un brillo divertido. Se giró hacia el estante, leyendo los títulos y ariscando la nariz a ellos. Draco lo vio perderse por algunos pasillos, pensando que simplemente se había ido sin más. Aliviado, Draco dio la vuelta para irse cuando Potter volvió a aparecer, con una Guía ilustrada de criaturas mágicas inofensivas y se lo tendió a Draco.

- Aquí tienes. Literatura segura y ligera para ti.

Draco miró del libro a la cara del niño, midiendo si hablaba en serio. ¿No podía ser, verdad? Pero cuando la cara de Potter empezó a perder brillo y casi bajaba su mano aún con el libro, su voz salió.

- Suena a la lectura más dura del mes - dijo Draco, aceptando el libro, sosteniendo a Kieran con una sola mano.

Dobby apareció de nuevo con la noticia de que Narcissa ya lo esperaba para irse. Draco casi suspira de alivio.

- Nos vemos luego.

- Ojalá no - rezongó Kieran.

Al final, Draco se despidió apenas con un movimiento seco de cabeza, empezando a huir cuando una duda cruzó su cabeza.

- Oye - llamó girando apenas - ¿como llegaste exactamente a esta parte de la tienda? No es precisamente la sección de "Primeros Pasos en la Magia".

Potter se encogió ligeramente de hombros, una sombra de incomodidad cruzando su rostro.

- Escuche voces y me dio curiosidad.

¡Voces! Dobby y él, conspirando sobre hongos mortales y su cuervo graznando como loco. Draco no pudo evitar una sonrisa torcida.

- ¿Ah, sí? - dijo, el tono ligeramente burlón - A mi tío Algie le pasó algo parecido una vez.

- ¿Enserio?

- Sí - Draco disfruto como el iris verde se llenaba de curiosidad - Se murió.

Dios, ser amable se me da fatal, pensó Draco, incapaz de contener una breve y seca carcajada que se le escapó al ver la expresión aterrorizada de Potter. Era tan exagerada.

Tan muggle.

- Era una broma - aclaró, aunque una sonrisa rebelde seguía jugueteando en sus labios - Ni siquiera tengo algún tío que se llame así.

- Que broma tan pintoresca - masculló Potter, desviando la mirada con las mejillas rojas.

- Solo un poco. Adiós entonces.

Dobby iba delante con la última montaña de libros, avanzando entre los pasillos. Al llegar al recibidor, Narcissa lo esperaba junto al mostrador, impecable aunque el cansancio era obvio en su mirada mientras el dueño le hablaba casi sin respirar. Draco no pudo evitar pensar que si su padre estuviera ahí, aquel hombre ni siquiera sería capaz de alzar la mirada para ver a Narcissa.

Draco dudo en quedarse con el libro que Potter le había dado, aunque terminó por hacerlo, curioso, a pesar del malhumor del cuervo que sentía en su propio cuerpo gracias a su vínculo.

- No me agrada. ¡Te digo que ese niño está infectado! ¿Qué sigue mañana? ¿Casarte con el hombre serpiente? Dime de una vez para preparar el regalo.

Kieran se despegó de su hombro y se posó en el de Dobby, indignado y sin verlo siquiera.

Dramático.

- Cuando dije que escogieras lo que querías, me refería a un par de libros, no a la mitad de la biblioteca, Dragón - murmuró su madre, arriscando la nariz ante los títulos, pagando algunos y dejando fuera algunos que Draco realmente quería, pero decidió no reclamar. Ya los conseguiría él por su cuenta.

Cuando terminaron de pagar, Dobby se llevó todas las compras a la mansión, con Kieran aún en su hombro. A tan solo unos pasos de la puerta de la librería, escucho como alguien corría hacia él. Draco tomó su varita casi de forma inmediata, esperando algún ataque, solo para encontrarse nuevamente con los ojos verdes y la mirada sorprendida de su madre.

- Por cierto, soy Harry - dijo, tendiéndole la mano con la voz ligeramente acelerada.

Por un segundo, Draco no se movió. Era ridículo, impropio y totalmente infantil, pero su orgullo no pudo apagar la oleada de satisfacción que lo recorrió. Después de todo, había cumplido uno de esos sueños absurdos de niño: Harry Potter le estaba ofreciendo su mano a pesar de no haber intentado nada más que huir de él.

- Soy Draco - respondió, tomando la mano del otro.

El calor fue instantáneo. No la calidez normal de un apretón de manos, sino un ardor feroz, como si hubiera metido la mano en agua hirviendo. Su respiración se tensó y la cicatriz en su cuello, oculta bajo la tela y los encantamientos de glamour inútiles, ardió al unísono, una línea de fuego que parecía querer abrirse de nuevo. Sabia que en cualquier momento empezaría a sangrar.

El dolor le atravesó la piel, la garganta, hasta las sienes y Draco tuvo que morderse la lengua para no hacer alguna mueca o soltar un quejido adolorido.

Draco soltó la mano con un movimiento medido, disimulando a la perfección, pero el pulso le golpeaba las costillas.

- Hasta pronto, Draco - dijo Harry, sin notar nada extraño, antes de girar y perderse entre la multitud.

Draco lo siguió con la mirada hasta que se reunió con el semigigante al otro lado de la calle. No pudo evitar pensar que muy probablemente, aquel hombre no le hablaría bien de su familia a Potter y todo su esfuerzo habría sido en vano. Narcissa tocó suavemente su hombro, indicándole la salida. Él obedeció, pero el pulso en su cuello era un tambor constante, como si algo estuviera empujando desde dentro, buscando desgarrar la piel.

Y esa sensación... esa sensación era peor que la que había sentido el día que tocó el diario de Tom Riddle.

Notes:

Si la historia te está gustando (o si te parece una aberración total), me encantaría leer tu opinión ❤️

Notes:

No puedo decir que las actualizaciones serán constantes. Pero ¡hey! puedo prometer que no abandonare la historia.