Chapter Text
TW: En este primer fragmento aparecen descripciones de violencia, abuso sexual y suicidio (todo esto afecta a un personaje secundario)
Si este contenido puede resultarte perturbador o incómodo, te recomiendo que te cuides y, si lo necesitás, saltes esta parte o incluso dejes la lectura. ¡Lo más importante siempre es tu bienestar, mucho más que cualquier narración!
Sombras altas y corpulentas, con extremidades con dedos fríos y ásperos se asoman de entre los surcos que crean sus propias lágrimas. Vociferantes risas, ensucian lugares de los que nunca antes había temido ensuciar. Lo sujetan, sin importar cuánta resistencia haya. Sin prestar atención al ruido de su cráneo estamparse contra el cemento.
Destellos de flashes. Destellos fríos, implacables, revelan lo que debería permanecer oculto. Se distorsionan las voces con el ensordecedor ruido que sale de ellos; o de dentro de sus oídos, de su propia mente queriendo hacerse añicos así misma.
— Mierda, mira esa cara.
Más risas, más voces
— Esto te gusta, ¿no?
— Apuesto a que lo estuvo esperando todo el día. Sujétalo bien.
Hace tiempo que ya no puede distinguir aquel gusto amargo que se pierde entre sus labios, ya no sabe si es sangre o llanto. Ya no se pueden diferenciar, ni la sal del metal, ni el celeste del rojo. Hace tanto tiempo que olvidó lo que es respirar sin sentir que el aire se le escapaba. Simplemente, inhala el aire sucio que se disuelve entre las astillas de sus costillas.
Con un agarre pesado como el acero sobre sus muslos, unas manos, varias manos, muchas, demasiadas manos dolorosamente presentes sobre sus muñecas, sus tobillos, sus brazos y enredados en los mechones de su cabello. ¿Sus rodillas? supuraban sangre sobre las baldosas blancas.
Quemaba su sangre, hervían sus huesos.
Una figura solitaria se distingue entre la multitud, no se acerca pero su silencio se hace escuchar por encima de las risas.
Una mano sucia y callosa, pesada y dolorosa; alza su rostro.
Las lágrimas que ya creía secas, vuelven a caer a borbotones.
Entre las sombras, la penumbra revela una sonrisa tensa, de la que sobresalen colmillos afilados, pulidos por la espera. Una lengua larga y húmeda serpentea sobre el filo.
casi demasiado hambrienta como para conformarse con solo rozarlos.
Demasiado ansiosa como para conformarse con el simple roce, dejando tras de sí un brillo viscoso… Con un ¡Zas!, el destello del flash terminó de iluminar la sala.
Cuando por fin volvió en sí, ellos ya se habían ido.
Intentó incorporarse, pero sus manos, abiertas contra el suelo, temblaron como si fueran a quebrarse… y tal vez lo harían. El primer intento le arrancó un gemido: los brazos cedieron, las rodillas se le doblaron, y su cuerpo volvió a hundirse en el suelo.
Respiró hondo, una bocanada que no alcanzó a llenarle los pulmones. Probó otra vez, apoyando la frente contra la pared, trepando con los dedos hasta encontrar un punto de apoyo. Sus piernas se negaban, espasmos incontrolables les sacudían los músculos, pero aún así las obligó a enderezarse.
Avanzó, arrastrando su maltratada carne, cruzó los pasillos vacíos, donde nadie miraba, donde nada importaba. Y aunque alguien lo viera, no habría diferencia: recibir ayuda es un lujo reservado solo para algunos.
Sus cosas se las habían llevado. Su alma también.
Seguir de pie, seguir intentándolo, parecía un gesto inútil, aun cuando la inercia lo empujaba.
Un aliento de aire frío cruzó a su lado, una promesa de alivio que no logró atrapar.
Sus pies entumecidos, avanzaron solos, torpes, lo guiaron a ciegas, siguiendo el zumbido metálico que venía de la calle. Afuera, el asfalto de la calle se estiraba bajo él y las luces intermitentes vibraban justo a su lado.
El aliento de los camiones lo rozaban, calientes, pesados, sofocantes…
La sangre, seca.
La piel, rígida. Los dientes castañean, chocan, mueren el aire.
Levanta la cabeza, y con la mirada perdida en la oscuridad de la noche, dejó escapar apenas un jadeo que se perdió entre el en el rugido de los motores:
—Un respiro... Dios... solo un respiro.
Otro susurro más bajo esta vez, más roto:
—Por favor… Solo quiero morir.
Una luz se desprendió de entre la multitud. Creció. No vaciló.
Ni ella se detuvo.
Ni él lo hizo...
…¡BAM!…
…..
..
….
..
..
.…
..
….
…
..
…
…..
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….
..
.…
..
….
Sasuke se despertó con un grito atrapado en su garganta, como si el eco de su propio terror aún resonara en su interior. Su cuerpo temblaba, sacudido por el fantasma persistente de un dolor insoportable. Su mente daba vueltas, ensordecida por el clamor de bocinas y los destellos frenéticos de una calle que solo se escuchaba en su cabeza.
Por un instante, la oscura certeza de la muerte lo envolvió. Todo era tan vívido: las manos heladas sobre su piel, el frío que calaba hasta los huesos, las punzadas que lo atravesaban. Nunca había experimentado algo así; Era más un recuerdo aterrador que un simple sueño. En ese breve instante, había sido otra persona, y al abrir los ojos, casi se sorprendió al descubrir que aún habitaba su propia piel.
Fue un sueño . Se repitió una y otra vez, desesperado por convencerse de que no era más que una ilusión. Solo un maldito sueño… Si, nada más.
Pero su realidad, incluso en vigilia, no ofrecía mayor consuelo. La vida de Sasuke siempre había sido una sucesión de golpes, deudas y silencios. Tal vez las sombras de su mente no podían arañarle la piel, pero el mundo real sí dejaba marcas, profundas y visibles.
¡BANG!- Un gancho de derecha lo alcanzó en el rostro. Fue un impacto que rugió como un trueno y envió una onda expansiva por todo su cuerpo. Sasuke se tambaleó mientras el dolor se encendía como una llamada en su mandíbula, y pequeños destellos blancos danzaron en su visión. Instintivamente, atornilló su pie izquierdo al cuadrilátero y llevó las manos enguantadas a su rostro, sintiendo su propio corazón latir violentamente contra los nudillos. Apenas había logrado recomponerse cuando otro golpe, igual de rápido que el anterior, perforó su guardia. Esta vez, el impacto casi lo envió tambaleándose hacia atrás. Casi.
Sus músculos ardían como brasas encendidas, y sus hombros protestaban con cada movimiento. Apenas habían intercambiado golpes; Sasuke no estaba allí para pelear; solo para resistir. Su cuerpo era un saco de entrenamiento ambulante, un blanco para la brutalidad de un titán que se hacía llamar Killer B. Bajo sus puños, Sasuke era reducido a poco más que un montón de carne temblorosa. Y desde un rincón sombrío de la sala, el jefe de los luchadores clandestinos observaba con una sonrisa de tiburón, flanqueado por su empleador y el entrenador de Sasuke.
—Él sigue resistiendo, ¿no?. Comentó el entrenador, con una mueca de orgullo apenas disimulada.
El sonido áspero de una campana marcó el final de la ronda. Para Sasuke, sin embargo, era como si aquella tortura fuera interminable. Su cabeza zumbaba, una amalgama de los golpes recibidos y el eco inquietante de un sueño que lo atormentaba desde el amanecer.
Mientras Killer B saltaba fuera del ring, le dio una palmada en el hombro, un gesto que podía interpretarse, más o menos, como respeto entre rivales. Sasuke apenas lo sintió. Se desplomó en un banco cercano, cubriendo su rostro sudoroso con una toalla empapada. El sofocante calor del verano, implacable incluso en aquel espacio sombrío, no le daba tregua. Su entrenador se acercó con una sonrisa torcida.
—Ese es nuestro Sasuke —Dijo, dejando caer las palabras como un cumplido—Puede aguantar todos los golpes que quieras y caer cuando quieras.
Uno de los hombres trajeados, un pez gordo, caminó cerca suyo sonriendo con el aire siniestro de quién prospera en las desgracias ajenas. —Aunque es una verdadera pena lo de tu ojo— Sasuke no pudo evitar torcer los hombros con fuerza, el alfa se inclinó hacia él un poco más— Eso nunca te ha detenido demasiado ¿Eh?. Je. Sabes, te iría mucho mejor si alguna vez pelearas de verdad.
— ¿¡Cómo que de verdad!?— Saltó ofendido Killer B.— Si hubiera querido, ya lo habría reventado. El robusto alfa contorsionó su rostro en un gesto escalofriantemente parecido al de un puchero.
— ¿Estás seguro? Juro que ni siquiera vi a Sasuke pestañear. Tiene mucho que mejorar Mr. B, este sparring fue muy amable contigo, la próxima vez no se lo voy a permitir.
Tanto Killer B, como Sasuke resoplaron. Este tipo solo quería ver sangre correr.
— Lo hiciste bien, B. Seguiremos trabajando la técnica. Sasuke se apoyó con la cabeza, un movimiento lento y desprovisto de energía. Para él, aquello era más que un contrato. Era la próxima cuota de su alquiler, un boleto más para mantenerse a flote en un mar de deudas, y peleas reales significaban gastos reales. Equipo, inscripciones, y si perdía, se iría a casa con las manos vacías. Apenas podia costar los guantes usados que llevaba. Forzó una sonrisa débil, el reflejo de un hombre que ha aprendido a sobrevivir con nada.
— Estoy bien donde estoy, pero gracias. Respondió, su voz cargada de cansancio.
Era mentira. No estaba bien. Pero aquí estaba, participando en peleas clandestinas donde cada golpe era calculado y cada derrota estaba programada. Era una existencia patética, realmente patética, pero era suya por lo menos.
Desde allí, el día continuó en una espiral de trabajos extenuantes. Repartió cajas en un almacén a un kilómetro del transporte más cercano, entregó volantes disfrazados con un traje caluroso, incómodo y extremadamente ridículo, y terminó la jornada en una caja registradora de un supermercado local.
Y a lo largo de aquel día interminable, un pensamiento lo atormentaba: ese sueño.
Simplemente no podía sacarlo de la cabeza.
Había algo tan palpable en él. Dios, tan visceral. Durante los descansos, revisaba su piel en busca de las fantasmales manos moradas, como si las sombras de su sueño lo hubieran alcanzado también en la vigilia. Incluso en el calor sofocante, un frío espeluznante serpenteaba por sus venas. Pero Sasuke no tenía tiempo para desvaríos. Su realidad ya era suficientemente cruel. Cargaba con una deuda heredada de su padre, un legado envenenado que seguía pagando, las deudas eran como una soga constante alrededor de su cuello, y aunque su vida había sido un desfile de traiciones y abandonos, nunca se permitió el lujo de quejarse. ¿Qué más podía hacer? ¿Sentarse a renegar, despotricando contra todos los que lo lastimaron? ¿llorar por una emoción que realmente nunca conoció? No, él no era ese tipo de hombre, no había espacio para el rencor ni para los sueños imposibles. Y, de todas formas, ninguna de esas cosas pagaba las cuentas. Así que solo trabajaba, día tras día, seguía adelante aferrándose a la esperanza de que, de alguna manera, un día todo aquello valdría la pena.
Mientras cruzaba la calle, con la cabeza perdida en la maraña de sus pensamientos, Sasuke se dijo a sí mismo que había logrado sobrevivir un día más. Había pasado las horas volteando a los costados, con una ansiedad que ya era parte de él, esperando el presagio de su sueño. Cuidado de más, cuidado de menos; de alguna forma, había sobrevivido otro día.
El semáforo cambió a verde. Sasuke siguió caminando.
Tres meses más, se prometía. Tres meses era todo lo que necesitaba para saldar aquellas deudas. Solo tres meses más de golpes, de sacrificios, y podría empezar a vivir. Una vez que dejara de ser un deudor tal vez podría mudarse de aquel angosto departamento y quien sabe, tal vez intentar retomar la escuela.
Siempre quise volver a estudiar, tal vez podría buscar una beca y seguir aprendiendo. Quizás hasta podría—El pensamiento murió a mitad de la calle, cuando un par de faros lo cegó.
Un camión. Que se movía demasiado rápido.
El tiempo se fragmentó. El sonido ensordecedor de la bocina ya no era una advertencia. Se sintió inmóvil, intentó tal vez moverse, tal vez gritar, correr, agitarse, algo, lo que sea, pero se supo diminuto, frágil casi como si hubiera retrocedido hasta los años en los que se permitía serlo, infancia. Inevitable. Por una fracción de segundo pensé que quizás, nunca había sido lo suficientemente cuidadoso, inevitable era su palabra favorita para momentos como estos, donde el caos por fin destrozaba su pequeña esperanza.
Que desastre, Dios. Quizás, por mucho que trabajara y luchara con uñas y dientes, por mucha sangre que se impregna bajo las suelas de sus zapatos, siempre estuvo destinado a una patética, solitaria y corta vida.
Quizás simplemente había nacido para ser enterrado. Que ironía.
Pero… Aún así, todavía le quedaban cosas por hacer, cosas que decir, palabras que llevaba atragantándose por diez años, esperando reencontrarse con él para poder escupirlas directo en sus pestañas doradas. Mierda. Tal vez si hubiera sido menos él, menos Sasuke, todo sería más fácil. Pero nada era sencillo si se trataba de él.
Y a pesar de todo aquello… En ese instante,
mientras la muerte se le abalanzaba,
un pensamiento se aferró a su alma con la misma terquedad que siempre lo siguió...
…..
..
….
..
..
Aún quiero intentarlo…
.…
..
….
…
..
…
…..
No he terminado…
aún …
..
….
….
… Quiero vivir.
.…
..
¡BAM!…
El impacto lo arrancó de la existencia antes de poder comprender el dolor que lo abrazaba. La oscuridad se cerró sobre él, aplastante e infinita.
Cuando la conciencia volvió, fue lenta y dolorosa. Sasuke despertó por segunda vez en su vida sintiendo cada nervio de su cuerpo. Los sonidos del mundo parecían lejanos, distorsionados. Le llevó una eternidad a recuperar el control de su cuerpo: primero los dedos de los pies, luego los de las manos, y finalmente, un cosquilleo helado que viajó por su columna vertebral hasta su conciencia.
Con un esfuerzo letárgico, logró sentarse, llevó una mano temblorosa a su rostro y quedó inmóvil por un momento. ¿Qué carajos acababa de pasar? Estaba en un cuarto en completo silencio, un hospital casi desierto, extrañamente limpio y tranquilo. Solo unas pocas camas vacías lo rodeaban, cada una perfectamente ordenada. El silencio era antinatural, denso, faltaban las madres embarazadas con niños chillando a su alrededor, las abuelas pidiendo recetas a otros pacientes, la ropa sucia de cualquier enfermo. Faltaba el caos de cualquier hospital público.
Por el rabillo del ojo, algo llamó su atención, giró la cabeza lentamente y encontró un espejo sobre una mesita de noche. Se inclinó hacia ella, parpadeando para despejar la niebla de su mente.
Pero la imagen que le devolvió el espejo le robó el aliento.
Los dos pares de ojos que le devolvieron la mirada no eran los suyos.
Un extraño lo observaba desde el cristal: el cabello oscuro le caía en desorden sobre un rostro delgado, casi frágil, de piel pálida y tersa como porcelana. Los ojos grandes, del mismo color de la noche. Estaban llenos de la misma incredulidad y terror que invadía su pecho. El aire terminó de abandonar sus pulmones. ¿Acaso...? Acaso había visto con sus ojos... un par de ojos...dos ojos intactos, ambos iguales de...sanos... Su corazón, antes pesado y torpe, latía ahora desbocado como si intentara escapar de su cuerpo.
Las preguntas llovieron en su mente como dagas: ¿Cómo era posible? ¿Qué estaba pasando? ¿El accidente había destruido tanto su cuerpo que los médicos lo habían... reconstruido así? ¿Habían reemplazado su ojo malo por uno de vidrio, era eso? Pero veía, veía completamente de verdad cómo hacía mucho, mucho tiempo atrás ¿Era eso siquiera algo que podía suceder? ¿Si todo es a causa de una especie de cirugía plástica… ¿Quién carajo lo había pagado? Mierda ¿Cómo podría devolverlo?
Golpeó su propia frente con ambas manos, intentando aclarar sus pensamientos. Apretó sus huesos contra la piel, como si al hacerlo pudiera forzarse a despertar de una pesadilla. Pero cada vez que abría los ojos, el rostro del chico del espejo se materializaba de nuevo, una figura etérea que se burlaba de su cordura.
Una idea venenosamente fugaz surcó su mente.
¿Y si…?
Con un gesto brusco, Sasuke arrancó las sábanas de su cama y tambaleándose salió disparado hacia el baño. Cerró la puerta de un portazo, y se plantó frente al espejo de cuerpo entero. La respiración se le aceleraba, cada inhalación más corta que la anterior. Golpeó el cristal con una mano temblorosa, casi aplastando su nariz contra la superficie.
El reflejo que vio no era suyo. Era la de un cuerpo más bajo que el suyo, más delgado, casi frágil. Su piel era tan pálida que parecía traslucida, los dedos largos y sin una sola marca. Sus manos... no, no eran suyas. Eran largas, frágiles, impecables, sin ningún callo o cicatriz, ningún rastro de una vida en la pobreza.
El pánico le arañó el pecho y esa idea incoherente de pronto cobró sentido.
¡Es él!... Es el chico de mi sueño...
Poco a poco sintió como sus piernas perdían fuerza. Esto no puede ser real, a susurros su voz se escuchaba demasiado rota. Esto es ridículo.
Pero por más análisis o búsqueda de lógica que le pudiese encontrar, cada vez que se miraba, el terror crecía como una sombra incontrolable. Si este era el cuerpo del chico del sueño, entonces… ¿El sueño había sido real? ¿Qué mierda significaba todo esto? Podía sentir su corazón en la garganta mientras intentaba encontrar sentido a esta situación. ¿Había cambiado de cuerpo? Carajo, eso ni siquiera tenía sentido ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Y dónde…? ¿Dónde estaba el otro tipo?
Su mente lo arrastró hacia una idea tan absurda como aterradora: Tal vez quise tanto vivir que alguien... algo... me dio una segunda oportunidad.
Sus piernas por fin cedieron al pánico y cayeron de rodillas sobre las frías baldosas, sacudidas por la intensidad de sus pensamientos. Jadeando, se tironeo el cabello con ambas manos, intentando detener la espiral del caos en su mente. El tiempo parecía nunca avanzar, podía pasar segundos, minutos, días o meses, y él parpadeaba esperando encontrarme con el morado de su ojo, pero la oscuridad de sus ojos tan ajenos, tan vivos pero a su vez demasiados suyos, no dejaban pistas de a donde habían ido.
Un ruido cortó el silencio
La puerta se abrió de golpe, y una mujer apareció en el umbral. El largo de su cabello oscuro casi tanto como el de este reflejo, caía en mechones desordenados hasta la altura de sus rodillas. Sus ojos—Grises, grises, grises como el alba—se llenaron de lágrimas al instante.
Y no hubo pausa, ella corrió hacia él, y tirándose de rodillas en el suelo, lo rodeó con los brazos. El golpe de ese abrazó dolió casi tanto como los golpes que recibía en el ring. Era devastador, cálido, salvaje y desesperado. Mierda, dolía casi hasta llegar a arder.
—¡Gracias a Dios! — Su voz se quebró— Mi cielo… estás despierto.
Sasuke quedó helado. Sin poder evitarlo respiro directamente la fragancia que desprendia a esta mujer. El aroma a pino, esencia a fogata, lo envolvió casi asfixiándolo.
— Tuve tanto miedo… Pensé que te perdería para siempre Izuna. No sabría qué hacer si te me ibas,
Izuna
El nombre flotó en el aire
Sasuke sintió más escucho como algo se resquebrajaba dentro de él, cosa que lo sorprendió incluso todavía más, después de todo, no sabía que todavía le quedaban pedazos de corazón para que se rompiera.
Aquella mujer… creía que él era su hijo. En su mirada no había sombra de duda.
Las lágrimas le ardieron en los ojos antes de que pudiera detenerlas. Él, que había aprendido a soportar golpes sin llorar, ahora temblaba bajo el peso de un abrazo que no le pertenecía.
Que egoísta soy. Pensó, mientras un brazo tembloroso se alzaba casi por inercia. Egoísta. Vencido, devolvió el abrazo. Egoísta de verdad.
Había olvidado lo que era el calor de una madre.
Había olvidado lo que significaba que alguien lo llamara mi cielo.
Podía sentir el corazón de ella latiendo contra su propio pecho, a ritmo tranquilo, obstinado parecía decirle que ahí pertenecía, aunque fuera una mentira. Sasuke cerró los ojos. Volvió a respirar aquel perfume… No podía, no podía arrancarle esa ilusión. No podía destruir esa fe así como así. Si para esa mujer él era Izuna, entonces Izuna debía seguir existiendo.
Se separó apenas lo suficiente para mirarse de reojo en el espejo. Los ojos que lo miraban no eran suyos, no lo eran, no, pero el miedo, la rabia, y la determinación que los habitaban, sí que lo eran.
Aquella piel prestada sería su disfraz, su refugio, su última oportunidad.
Sus dedos temblaron pero nunca cortó el abrazo. Está bien, se dijo en silencio. ¿Me escuchaste?...Seas quien seas… Si este es el papel que me toca, lo interpretaré, fingiré, aguantaré. Hasta descubrir como volver a ser yo.
Mientras la mujer, su madre ahora, lo sostenía con una devoción que no merecía. Sasuke escuchó nuevamente el eco de su propio egoísmo, y por primera vez después de mucho tiempo, no quería soltarlo.
porque él todavía quería vivir.
