Chapter 1: Historias de Insta
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—¡Maldita consola de mierda!— Gritó Miguel desde el fondo de su corazón, estrellando la cabeza contra la mesa de su apartamento universitario.
Miguel está en cuarto año de la carrera de Producción Audiovisual de la prestigiosa Universidad Central de San Fransokyo. Su promedio es excelente, tiene una habilidad nata para la producción musical e incluso es parte del coro universitario como una de las voces destacadas. Con ayuda de algunos amigos de la carrera, empezó un estudio pequeño en su apartamento y ahora tiene un puesto ascendente en la escena musical de la ciudad, tanto como cantante como productor.
Su vida es increíble y no se puede quejar, pero ahora mismo, está a 2 horas de arrancarse la cabeza por un proyecto que no estaba saliendo como debería.
Hace unas dos semanas, Rivera Producciones logró firmar un contrato para producir el primer mini álbum de una cantante local que estaba teniendo mucho éxito en Tiktok. La chica estaba buscando una productora que se pudiera comprometerse a full con ella; ya que, además de sacar el álbum, la cantante estaba grabando dos videos musicales para la promoción. Hasta ese momento, ella se había encargado de todo sola, pero con las grabaciones de los video-clips encima, se dio cuenta de que necesitaba delegar algunas cosas si quería lograr tener todo listo para la fecha de lanzamiento.
Cuando ella y Miguel hablaron, el chico se vio a sí mismo escribiendo, grabando y produciendo sus primeras canciones en la casa de sus padres, mientras iba a la preparatoria y ayudaba en el negocio de la familia. La verdad es que se tomó el trabajo muy personal.
El álbum tenía cinco canciones, dos de ellas ya habían sido lanzadas previamente, por lo que aún debían grabarse y producirse otras tres. En el transcurso de las dos semanas, se hicieron varias sesiones de grabación y producción con todo el equipo. Todo había salido de maravilla y la clienta estaba muy feliz con el trabajo de Miguel y de la productora en general.
Hoy tenía la última sesión de grabación y Miguel estaba que brincaba en una pata de felicidad. Llegó a eso de las 4 p.m. a su apartamento después de un día de clases y empezó a prepararse para la sesión.
Lástima que a veces las cosas no son como uno quiere, sino como le tocan.
Y es que, la maldita consola no se prendía. Miguel tenía nociones básicas de como arreglarla si presentaba problemas de sonido, pero de eso a qué el aparato ni siquiera pudiera encenderse, había mucho trecho. Pensó en bajarse de todos sus ahorros para llamar a un técnico de emergencia, pero nadie estaba libre un jueves a las casi cinco de la tarde, y se estaba desesperando cañón. La cantante llegaría alrededor de las siete y él ya no sabía que más hacer.
Tenía todo el torso desparramado en la mesa, con la cara pegada a la superficie, derrotado por la puta consola. De un lado, tenía una pilita de hojas impresas con las canciones y los arreglos que debía hacer; del otro, la mesa estaba llena de pendejadas. Su portátil, reproduciendo un vídeo de YouTube “Como reparar una consola de audio que no enciende: Tutorial paso a paso”, sus audífonos, un cuaderno, bolígrafos, un café a medio terminar y su celular.
Mientras consideraba si mandar todo al carajo y llamar llorando a la cliente para cancelarle, una notificación sonó en su teléfono. Sin levantar el cuerpo de la mesa, giro la cabeza lo suficiente para ver qué le había llegado. La pantalla brillaba con una notificación de Instagram que decía:
[ Hamada Hiro acaba de agregar contenido a su historia]
La cara de Miguel se iluminó un poco. Abrió la notificación y vió a una selfie de su amigo de infancia, parado dentro de lo que a él le pareció una caja de cables, sonriente y posando con unas pinzas corta frío en la mano. En una de las esquinas de la foto, había un pequeño texto: “Haciendole mantenimiento a la nueva bebé”.
Miguel tuvo la revelación de su vida. Salió de Instagram y llamó a Hiro.
Hiro estaba, en efecto, terminando de hacerle mantenimiento a un prototipo de computadora para almacenar datos desde múltiples servidores y procesarlos de manera conjunta. Cosas de genios informáticos, no entenderíamos. El chico sintió su teléfono vibrar en su bolsillo, y lo sacó enseguida pensando que era una llamada de su tía.
— Miguel, ¿Qué pasó? ¿Todo bien?— Contestó con voz preocupada. No era normal que Miguel lo llamará. Cuando quería su atención, solo le mandaba stickers en WhatsApp hasta que Hiro se dignase a contestar.
— Ay Hiro de mi corazón, mi cielito, mi adorado, mi am—
— Cortarlo, Miguel. Como me estés llamando por una pendejada, te voy a colgar ¿Qué pasó?— Lo interrumpió cortante.
— Te juro que no es una pendejada— Lloriqueo el mexicano. — Necesito tu ayuda, no me cuelgues por favor.— Dijo con voz desesperada al teléfono.
A Hiro siempre le había gustado mucho la voz de Miguel, así que no pudo evitar que el corazón le diera un pequeño brinco ante esas palabras que parecían una súplica.
— Está bien, dime en qué te ayudo—
Miguel le resumió toda su situación y lo desesperado que estaba; Hiro se limitó a escuchar, mientras guardaba sus cosas en una caja de herramientas.
— Entonces, ¿De casualidad estás libre ahora? De veritas, de veritas que necesitó un técnico. ¿Cuánto quieres que te pagué? Tal vez no pueda pagar todo ahora mismo pero te prometo que te pagaré por tu tiempo— Balbuceo todo demasiado rápido, impidiendo que Hiro contestara algo. Él ya había salido del laboratorio y caminaba por los pasillos de la universidad, con un poco de irritación por lo baboso que Miguel era a veces. Cuando el otro ya había dicho suficiente, Hiro solo chasqueo la lengua y lo interrumpió nuevamente.
—Tranquilo, ya voy para allá, llego como en 15 minutos. Deja de paniquearte, yo voy a arreglar tu consola. Y deja de ofrecerme dinero, Miguel, me ofendes, payaso. Eres tú y a tí no te puedo cobrar nada. Si puedo ayudarte en tu trabajo y hacerte un poquito más fácil la vida, eso es suficiente para mí.— Dijo sosteniendo el celular con su hombro contra su oreja, mientras salía al estacionamiento de la universidad. Ya frente a su moto, acomodó la caja de herramientas en la parte posterior y se subió.
Hubo un breve silencio del otro lado de la línea, luego sonó un suspiro, y después una risita fundida en alivio. Para coronar, Miguel susurró con su estúpida voz aterciopelada en su oído.
— Pero ya, *stop it*, que me enamoro otra vez.—
Ambos se rieron de la broma, Miguel le agradeció, se despidieron y la llamada terminó. Pero esa bromita seguía vagando en la cabeza de Hiro.
Enamorarse otra vez. Miguel enamorado de él, otra vez. Sacudió la cabeza como si eso fuera a llevarse el pensamiento, se colocó el casco y arrancó hacia el apartamento del mexicanito.
Chapter 2: El Micro-Mini-Aparta-Estudio
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Terminó la llamada y Miguel aún sentía la cara caliente. El pinche Hiro siempre tenía que decir esas cosas y ser tan buena persona con él. Se dió unas palmaditas en los cachetes para dejar de andar adulando al baboso de Hiro.
Miguel se levantó de la mesa, volviendo a su tarea de organizar de organizar el estudio y prepararse para la sesión. En menos de 10 minutos, tocaron a su timbre.
Corrió a la puerta y la abrió enseguida, encontrándose con Hiro recostado en la pared del marco de su puerta, mirándolo sonriente con su caja de herramientas.
— ¡Mi salvador!— Dramatizó Miguel al verlo, llevándose una mano a la frente, como una damisela en apuros.
— Payaso— Respondió Hiro, riéndose un poco. Se acercó a Miguel. Chocaron las manos, se abrazaron y se dieron una palmadota en la espalda. Saludo de bros, decían.
— Bueno, tu apartamento sigue igual de vacío— Dijo Hiro entrando al lugar, quitándose las botas negras que tenía puestas y dejándolas al lado de la puerta.
— Por lo menos, no está lleno de basura como tu cuarto, rey— Le respondió Miguel, con una sonrisita juguetona. El otro sólo lo miró mal, sabiendo que Miguel tenía razón. Chasqueó la lengua y le preguntó por la consola.
— Bueno, ¿y donde está tu paciente terminal?— Miguel cambió su expresión de victoria por tristeza exagerada. —Mi pobre consolita está en el estudio, ven para que la veas.—
Cruzaron la sala-cocina-comedor, pasaron el micro-baño y el micro-pasillo para llegar a la única habitación del apartamento donde, se supone, debería haber un cuarto. Pero, como Miguel estaba loco, la habitación se había convertido en su estudio.
Para quienes tengan la duda, tranquilos, Miguel no duerme en el piso. Tuvo la decencia de comprarse un sofa-cama y dormía en la sala.
Miguel le abrió la puerta del estudio y dejo que Hiro pasará primero. El lugar había cambiado bastante desde la última vez que Hiro estuvo allí, ahora era una estancia separada en dos partes. Al fondo del cuarto había una especie de cuartito rodeado por un acrílico transparente grueso , que albergaba dos butacas, y varios juegos de micrófonos, parantes y headsets. Lo que quedaba de espacio, lo ocupaban dos escritorios grandes, sobre uno de ellos reposaba la dichosa consola mientras que en el otro había un monitor de tamaño considerable y un teclado electrónico. Por lo demás había una silla de rueditas, otra butaca y algunas otras cosas arrumadas por ahí y por allá. Hiro debía aceptar que a pesar de la gran cantidad de aparatos que había en ese espacio tan reducido, todo se veía limpio y en orden, cosa que no pasaba en su cuarto.
Miguel agarró el control de la pared y prendió el aire acondicionado, después colocó la silla grande frente a la consola y le dió unas palmaditas, como diciéndole a Hiro que se sentará. Hiro se acercó y se sentó, sus manos viajando enseguida a la consola.
—Voy a revisarla por dentro, dame 15 minutos para ver, después salgo y te aviso que tan malo es el daño.— Migue asistió tranquilo porque sabía que su amigo podía encargarse.
—Me avisas si necesitas algo, ¿vale?— Hiro asistió sin despegar los ojos de la consola que ya había empezado a destripar, y Migue salió del cuarto.
Miguel caminó a su salita-comedor, y se puso a limpiar la mesa mientras dejaba a Hiro trabajar.
Hiro ya se había demorado 20 minutos y nada que salía del cuarto, y Miguel se moría por saber que le pasaba a su consola. ¿Y si Hiro no podía arreglarla?
—Nombre, Miguel, no seas baboso. ¿Cómo no va a poder? El mamón tiene jale de esto.—Dijo en voz alta mientras acomodaba dos tasas en unos platitos. Se giró y agarró la cajita de té que le había regalado la tía Cass la última vez que fue al restaurante. Puso dos sobres en cada taza y virtió agua hirvida.
De pronto, una mano en su cintura lo asustó. Pegó un gritito ahogado y se volvió para ver al pinche Hiro cagado de la risa.
—Pinche Hiro.— Reclamó el otro mientras le intentaba pegar, sacudiendo el trapo que había usado para agarrar la jarra con agua caliente. —En vez de estar aquí chingando, ¿Ya terminaste?— Preguntó mientras le pasaba una tacita al payaso ese y él se llevaba la suya a los labios.
—Obvio, ya funciona otra vez. Ve y pruébala.— Miguel pegó un brinquito y salió corriendo al estudio para revisar la consola. Hiro se quedó ahí parado en la cocina, siguiendo con los ojos a Miguel hasta que desapareció por el pasillo. Después se volteó a la tacita y vió la etiqueta de la bolsita.
Era el mismo té que compraba la tía Cass para el local, seguramente ella se lo había regalado. Hiro levantó el té y le dió un sorbo. Estaba suavecito y tibio. La verdad, él prefería el café, pero ese té en particular le gustaba bastante.
En cada mano, agarró una de las tazas con su respectivo platito y fue al estudio. Caminó lento y con la espalda abrió la puerta que se encontraba entreabierta. Miguel ya estaba sentado en la silla, haciendo cosas musicales con la consola recién reparada. Se veía muy feliz.
—Ay, Hiro, quedó perfecta. De verdad, que eres el mejor.— Dijo mirándolo con una hermosa sonrisa. Hiro pudo sentir un tirón en el pecho, pero se limitó a sonreírle de vuelta y ofrecerle la taza.
—Gracias por traerlas.— El chico se levantó de la silla y se acercó a Hiro, para tomar la taza. Frente a frente y con más calma, Miguel pudo darse cuenta que ya le sacaba varios centímetros a Hiro y no perdió la oportunidad de molestarlo.
Se acercó más a él y se paró bien derecho, mirándolo un poco desde arriba, Hiro solo quedó tieso mirando su bendita taza.
—¿Y a ti qué te pasa pendejo?— Dijo sin mirarlo, sintiendo que Miguel estaba, uno, muy cerca, y dos, a punto de joderlo.
—No nada, aquí viendo que sin tus botas, eres un enano.— Se rió burlón. Hiro, bien indignado y orgulloso como era, levantó los ojos, mirando directamente a los de Miguel.
—Mira, pendejo, te acabo de arreglar tu madre y ya me estás jodiendo. Cuidado y misteriosamente deja de servir otra vez.— Amenazó en vano el otro, porque Miguel medio se había embobado con los ojitos de Hiro. Hace mucho no los veía tan de cerca y Dios, que lindos eran.
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A este punto, es ridículo ocultarlo, y es que ambos estaban un poquito enamorados del otro. Se conocieron de chamacos, cuando la familia de Miguel se mudo al lado y pusieron un local de zapatos de cuero. Él tenía como 9 años y Hiro acababa de cumplir 11 años. Se volvieron amigos muy rápido y Miguel insistió en ir a la misma escuela de Hiro. Crecieron juntos, contándose todo, jodiéndose y siendo inseparables. Cuando Hiro cumplió 15, empezó a ir a la universidad y a Miguel le parecía muy cool decir que tenía un amigo universitario.
Aunque ya no iban juntos a la escuela, seguían pasando mucho tiempo con el otro. El fin de semana, Migue almorzaba con los Hamada, y en las noches, Hiro se escabullía por la ventana de Miguel para mostrarle alguna cosa que había hecho en la uni.
Todo iba muy bien y planeaban seguir siendo mejores amigos por siempre, pero no sé daban cuenta que con la pubertad y con todo el tiempo que pasaban con el otro, algo distinto a la amistad crecía en ellos. Empezó con miraditas, risitas babosas, cosquillas, y abrazarse debajo de las cobijas cuando hacían pijamadas. Se gustaban, se querían, pero ambos eran hombres, y ese cariño que sentían no lograban entenderlo
Fue Miguel, una tarde después que cumplió los 15, él que terminó de ponerle la última puntilla al ataúd. Hiro y él estaban en su cuarto, sentados en su cama, viendo una película desde la laptop. Hiro tenía su cabeza recostada en su hombro y Miguel solo se encorvó y lo besó suavemente. Fue un piquito, suave y delicado, que Hiro le siguió. El muchacho subió su mano a la nuca de Miguel y lo correspondió también con gentileza. Miguel murmuró un suave “… gustas” que se ahogó entre los suspiros de ambos, que se besaban con cuidado y lentico, sin saber bien qué hacían. Ambos sentían que volaban, que se quemaban, que se les derretía el cerebro. Ambos había querido intentar eso antes, pero les daba miedo abrir una puerta que no debían y no poder cerrarla después.
Y entonces, sonó la puerta de la casa de Miguel. Se separaron con un brinco, asustados, no entendiendo bien que acaba de pasar, lo que habían hecho. Quedaron en hablarlo después, en qué se verían al día siguiente, en que todo estaba bien entre ellos, y Hiro se escabulló por la ventana. Y Miguel quedó ahí, pensando mientras miraba las cortinas que su amigo había dejado desparramadas, con la pantalla de la laptop reproduciendo una película que nadie terminó de ver.
El hablar después nunca llegó, Hiro no volvió a entrar por su ventana, Miguel se inventó que le dolía el estómago y no fue a almorzar en su casa ese finde, ni el siguiente, ni el de más arriba. Empezaron a evitarse mutuamente, por vergüenza, por miedo, porque el otro no les había escrito primero, porque no les había enviado ni un mensaje, porque no sabían que pensaba el otro, porque no sabían qué reacción tendría, porque ya habían pasado muchos días; en fin, por todo y por nada. Sus familias notaron la distancia y preguntaron, pero ellos nunca quisieron decir nada.
Un día, Miguel apareció con una chica en su casa y la presentó a su familia como su novia. Hiro se enteró por tía Cass, y le supo a culo la verdad. No pensó que le fuera a dolor tanto, que le fuera a arder tanto, pensó en ir a reclamarle que cómo podía hacer eso después de besarlo PRIMERO, pero se dio cuenta de que no tenía derecho. Él era el mayor y no podía ser tan inmaduro cuando claramente Miguel había avanzado de aquel incidente.
Decidió actuar como si no le importará, como si Miguel no le gustará. Por esa época salía más de fiesta, estaba menos en casa y se juntaba con todo tipo de gente. Se hizo las perforaciones en las orejas y se dio cuenta de que era gay. Excelente, no le tomó mucho tiempo encontrar un chico con el cual salir, y así fue teniendo varios novios.
Miguel solo lo veía desde sus historias de Instagram, en fiestas en Downtown, abrazado a hombres que no conocía, que claramente eran mayores que él. Le dolía verlo, pero a la vez, él había hecho lo mismo. Había empezado a salir con Amanda porque le parecía linda, pero muy muy muy dentro tenía la espinita de querer mostrarle a Hiro que si él no lo quería en serio, alguien más lo haría. Le dolía muchísimo y sabía que era un pendejo por no enfrentarse a Hiro, y era el doble de pendejo por tener a Amanda en la mitad de su cagadero.
Pero bueno, todos los males de amor puede curarlos el tiempo. Y Miguel de 19 años, se topó con Hiro de 21 en la universidad, uno haciendo su carrera y el otro haciendo su maestría. Se vieron en el corredor, ya más grandes, más experimentados y sobretodo, menos estúpidos. Se saludaron, se preguntaron como estaban, se intercambiaron teléfonos, y quedaron en ponerse al corriente.
Salieron muchas veces después, fueron a cafés, a restaurantes, a bares, al centro comercial, al apartamento nuevo de Hiro, estuvieron con amigos, solos, con sus familias, y poco a poco volvieron a ser amigos. Y eso se sentía bien. Hablaron de lo que pasó, de como les dolió y se disculparon. Bromearon sobre ser el primer amor del otro y por todos los insultos que quisieron decirse cuando eran más escuincles y más pendejos. Metieron todo debajo de la alfombra y lo dejaron ahí, como lo que era, el pasado.
Ya no eran uña y mugre, ambos tenían más amigos, más cosas que hacer y más madurez para apreciar volver a tener al otro en su vida. Aun así, con el proceso de redescubrir en quién se había convertido su amigo de infancia, se dieron cuenta de que el otro seguía siendo una persona increíble.
Miguel admiraba a Hiro, su mente brillante, su rapidez para solucionar problemas y la calma que había adquirido con los años. Hiro no podía evitar ver la pasión que emanaba Miguel, la confianza que ahora tenía y derretirse cada que escuchaba sus canciones.
Mutuamente, se echaban porras en sus proyectos personales, en sus trabajos y hasta en sus relaciones amorosas, agradecidos de ser parte de la vida del otro; pero sin poder evitar querer más. Realmente se frenaban, porque la idea de perder al otro otra vez les causaba un pánico terrible.
Notes:
Muy difícil la relación de nuestros estimados pandeyuca, la verdad. Ambos se resignaron a que seguirían solteros, corriendo uno detrás del otro, sin nunca llegar a alcanzarse. Al menos, eso pensaron (Muajajajaja).
Chapter 4: Tu pastelito
Notes:
Holiss, espero estén muy bien. Ustedes disculparán la demora en el cap, esto de conseguir trabajo me está arrebatando la vida lentamente. Y, a parte de mis problemas para conseguir chamba, este capítulo no me salía como quería. No lograba plasmar bien las personalidades de mis niños y terminaba sintiéndose súper forzado. Espero puedan disfrutar la versión final. Les recomendaría releer la última parte del cap 2 antes de empezar este, para que entren en mood. Con eso dicho, apenas voy a empezar el siguiente, so let's hope for the best kasjkjas Picos y que se diviertan.
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«Ay Miguel», pensó Hiro, mientras veía directamente a los ojitos de borrego que le estaba haciendo su amigo. ¿A Hiro le molestaba que lo mirara así? Al contario, le encantaba, pero ya estaba sintiendo como se le calentaban las mejillas. Ya no podía seguir con la tensión, lo mejor sería romperla, y que mejor forma de hacerlo que jodiendo a Miguel y de paso, torturarlo por decirle enano.
—Ay Miguelito, pero no me mires así, que no soy pastel para que me mires con tanta hambre.— Dijo mientras se llevaba el resto de té a los labios, batiendo las pestañas y mirándolo con ojitos de yo-no-fui.
Miguel se percató de lo cerca que estaba, y echando pestes sobre “qué pastel ni que ocho cuartos, pinche Hiro, cállate el hocico”, se movió y Hiro pudo completar su escape. Dejó la tacita vacía en la butaca para empezar a recoger las herramientas que había usado, mientras un Miguel cruzado de brazos solo observaba su espalda.
—¿Puedo quedarme a la sesión?— Hiro se volvió para verlo y le dio una media sonrisa.
Miguel levantó las cejas y sonrió. —¿Tanto quieres quedarte conmigo?— Dijo, levantando unas pinzas de la mesa y ofreciéndoselas a Hiro. El chico las agarró y las metió en la caja de herramientas.
—Oye, este pastelito quiere verte trabajar así sea solo una vez. — Dijo Hiro. Miguel chasqueó la lengua.
—Suelta lo del pastel, pendejo.— Dijo mirándolo mal. —Bueno, supongo que te puedes quedar si quieres, yo sé que Rebeca no tendrá problema. A ver si así dejas de estar joda y joda, y chinga y chinga con que nunca te dejo ver lo que hago.
Eso era verdad, Hiro no había tenido oportunidad de ver a Miguel trabajar, pero el pinche pendejo siempre iba a su laboratorio cuando le daba la gana. Eso no era justo. Es más, esta era la primera vez que siquiera veía el estudio terminado. Pinche Miguel, tan lindo que canta y a él le tocaba pagar Spotify para escucharlo.
La verdad es que Hiro era un fanboy, le encantaba la música de Miguel, especialmente sus baladas lentas y románticas; lo derretían por completo. Sus amigos lo molestaban diciendo que por qué escuchaba esa música de señora, pero ellos no entenderían la puta vibra. Todo en la música de Rivera era impecable y se notaba aún más cuando producía la música de otras personas. Hiro se moría por verlo haciendo música, por ver su proceso creativo de cerquita. No iba a perder esta oportunidad.
—Entonces, ¿puedo quedarme o no? — Dijo volteándose para verlo, mientras se ponía la mano en la cadera.
Miguel puso una sonrisita, mientras volteaba los ojos con falso fastidio.
—Sí, sí, puedes quedarte, cara de pastel. —
Hiro se rio. Miguel abrió la puerta del estudio y ambos salieron de allí. Dejaron las tazas vacías en el lavaplatos y la caja de herramientas reposando en la mesa.
Se tiraron en el sofa-cama de la micro-mini-sala de Miguel, mirándose desde sus respectivas esquinas. Miguel, apoyando el brazo sobre el espaldar del sofá para apoyar la cabeza encima. Hiro, con las piernas cruzadas y el costado del torso apoyado también en el espaldar. Se pusieron a hablar de cosas superficiales. Hablaron de sus familias, Hiro se quejó de su jefe, se rieron de las tragedias de Miguel viviendo solo. Mientras uno hablaba, el otro lo miraba y escuchaba atentamente. Sentían tanta calma que se olvidaron de la sesión, o bueno, se olvidaron de ello hasta que sonó el timbre.
Miguel se levantó de un brinco y Hiro se fue detrasito de él. Abrió la puerta principal y allí esperaba una chica y dos hombres. La chica era bastante alta, morena y muy linda. Tenía el cabello negro y largo, todo recogido con un gancho grande. Vestía casual, con un top, una sudadera abierta encima, unos jeans y unos tenis. Respecto a los hombres, uno era más joven, con el cabello ensortijado y agarraba la mano de la chica, mientras el otro se notaba bastante más mayor, tenía barba y un sombrero de vaquero. Miguel los saludó efusivo, estrechando las manos con los hombres. Después, la chica le dio un breve abrazo mientras que preguntó como había estado, y Miguel rápidamente le dijo que todo iba bien. *Todo en español.*
Después de saludarlos a todos, el mexicano se hizo a un lado, mostrando al Hiro casi que escondido detrás de él.
— Listo Hiro, te presento al equipo de la sesión de hoy. Ella es Rebeca o Becky, nuestra cantante, él es Don Ignacio, su manager y tío, y él es Jerónimo, su coach vocal y novio. ¿Alguna pregunta?
Hiro sacudió la cabeza, sintiendo las miradas curiosas de los tres sobre él.
—Hola a todos, mi nombre es Hiro. Es un gusto.— Dijo en su “español chistosito”, como le decía Miguel. Y es que después de pasar tanto tiempo en casa de Miguel, con sus padres, con él y con su hermanita, Hiro podía entender bastante del idioma aunque solo podía formular frases simples. Hizo una reverencia y estiró su mano, la cual Don Ignacio estrechó enseguida; seguido de los otros dos, todos felicitándolo por su español y dándole palmaditas.
Miguel lo miró con un poquito de orgullo y comentó que Hiro quería quedarse a ver cómo era el proceso de grabar y producir canciones. Los tres personajes soltaron una carcajada y le dijeron que adelante, que no había problema.
Miguel hizo pasar a los tres al apartamento y cerró la puerta. Miguel le dijo a Rebeca que se adelantará al estudio mientras él hablaba con Don Ignacio. La chica le respondió que se tomara su tiempo, que ella iría calentando la voz. Agarró el brazo de su novio, quien ya se había puesto a sacarle conversación a Hiro. Los tres se fueron al estudio mientras charlaban; bueno, Becky y Jero charlaban, Hiro más bien escuchaba y medio respondía lo que podía.
— Entonces, Hiro. ¿Eres amigo de Miguel hace mucho?— Preguntó Jerónimo.
— Sí, su familia y mi familia son amigas. — Respondió despacio, tratando de pronunciar bien las Ls.
— Ya, ya. Crecer con él debió ser genial, lo conocemos hace poco pero Miguel es super *chill.* — Continuó Becky.
— Excepto cuando trabaja. Entra en modo *hardcore* y da miedo. — La interrumpió Jero.
— Es cierto, excepto cuando trabaja. Aunque que sea tan estricto y serio es parte del porqué le confiamos este proyecto. — Asistió la chica, carcajeándose poquito.
Hiro asistió, aunque realmente no entendió bien a qué se referían con *hardcore* ni seriedad, Miguel era dedicadísimo, muy apasionado, detallista pero ¿estricto? Becky entró a la cabina con Jero y cada uno se sentó en una butaca. Primero, hicieron algunos ejercicios de respiración y después empezaron a hacer ejercicios vocales. Ambos se veían concentrados, y Hiro solo se dedicó a observarlos desde la puertica de la cabina.
Al rato, aparecieron Don Ignacio y Miguel por la puerta del estudio, Miguel cargando una butaca extra. Ambos hombres se sentaron en las mesas, hablando en voz baja mientras Miguel conectaba unos headsets al monitor.
Hiro se sintió un poquito fuera de lugar, viendo cómo todos estaban en modo trabajo y él no sabía bien donde pararse ni que hacer. Miguel apartó la vista de la computadora y lo miró, con un gesto de la mano le indicó que se acercara. Hiro se alejó de la puerta y se movió hacia la esquina donde estaban sentados el señor Ignacio y Miguel. Ya ahí, se quedó de pie mirando la nuca del último, quien ahora estaba conectando un par extra de auriculares.
— ¿Qué debería hacer?— Preguntó bajito, pero Miguel solo se volteo y agarrándolo de la cintura, lo sentó en la butaca que había traído. Aprovechando el aturdimiento de Hiro, le puso el headset y le dijo sonriente:
— Tu solo mírame.—
Chapter 5: Tú me dijiste que te mirara
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Ni ustedes, ni yo, ni Hiro sabemos de donde Miguel sacó las bolas para, primero, decir eso enfrente del señor Ignacio, segundo, empezar la grabación, ignorando la cara sonrojada y boquiabierta del pendejo de Hiro en frente suyo.
Por su parte, Hiro estaba avergonzado, mordiéndose los labios mientras miraba a cualquier esquina menos a dónde estaba el señor Ignacio. Hiro todavía podía sentir la mano de Miguel presionando su cintura, como si lo hubiera quemado. Pinche Miguel tenía las manotas grandes y fuertes, y ahora Hiro tenía que lidiar con esa imagen mental, mientras el otro pendejo se ponía a mover cables. Pinche Miguel, ¿No sabía hablar? ¿Tan difícil era decir “Hiro, mi amigo del alma, siéntate aquí”?
Mientras él seguía en su viaje mental, Miguel le hizo señas a Becky y Jero para que empezaran con la prueba de sonido. La chica se levantó de su silla y se posicionó frente a uno de los micrófonos, se colocó los auriculares y empezó a tararear sonidos suaves y algunas armonías en el filtro del aparato. Su novio le pasó las hojas con las guías de lo que grabarían y volvió a sentarse en su butaca para ponerse sus propios auriculares y acomodar su micrófono. Él haría de voz de apoyo.
Gracias al headset que Miguel le había puesto, Hiro pudo escuchar con claridad los sonidos, como si estuvieran resonando dentro de sí mismo. Alzó las cejas sorprendido y miró a Miguel, quien ajustaba alguna cosa en la pantalla de la computadora. Don Ignacio se inclinó hacía delante y Miguel apartó un lado del auricular para escucharlo, asistió y presionó algún botón en alguna parte que hizo que su voz se escuchara a través de los auriculares de todos. A Hiro le dio un pequeño escalofrío al escucharlo.
— Suena perfecto, pueden empezar.—
Después de ahí, Hiro fue incapaz de despegar sus ojos de Miguel, a pesar de que Becky era quien cantaba.
La chica cantaba sobre un instrumental pre-grabado y realmente lo hacía muy bien, aún así Miguel le pedía repetir varias partes. Con su propia voz, le indicaba como ajustar los tonos usando una voz más aterciopelada y fina de lo usual. Hiro lo escuchaba y sentía que sus oídos y su cerebro se derretían.
También corregía a Jero de vez en cuando, moldeando su voz a un tono mucho más grave. La voz de Miguel bajaba, se hacía más gruesa, más rasposa, y Hiro podía sentir los pelitos del brazo erizados.
Había escuchado las canciones de Miguel en Spotify mil veces, también lo había oído en vivo una que otra vez, pero está situación era completamente diferente. Miguel no estaba en modo “cantante”, sino que era quien los estaba dirigiendo. Daba órdenes con seriedad y firmeza, siendo estricto con la técnica vocal pero corrigiendo con profesionalismo y sutileza.
No hacía bromas, no dudaba, no sé detenía a sobrepensar si la melodía siempre sí estaba bien o no. Esta era una faceta de Miguel que no conocía, nunca lo había visto así. Los ojos cafés del chico estaban enfocados, totalmente concentrado en la computadora, moviendo cosas mientras que escuchaba las voces de los cantantes con la mayor de las atenciones. Y Hiro solo pudo pasar la sesión viéndolo, consumido en su voz y sus comentarios demandantes. Lástima que Miguel no levantó la mirada ni una vez para verlo a él. Estaba completamente absorto en la sesión, en el trabajo.
En ese momento, Hiro se detuvo a pensar en algo que nunca se le había ocurrido. La música era, sin duda, el trabajo de Miguel y lo tomaba como tal, con seriedad y con toda la madurez del caso. Hiro sabía que la música era a lo que se dedicaba su amigo, pero tenía una imagen diferente de cómo era el proceso. Pensó que grabar una canción sería risitas, bromas, pausas y un poco de grabación. Incluso que irían explicándole lo que hacían, o que significaban los términos de canto que nombraban; como hacía Miguel con él cuando era adolescente y le intentaba enseñar como tocar la guitarra. Pero esto, era radicalmente distinto a su idea. Todos ahí estaban trabajando, totalmente enfocados en que la sesión fuera exitosa.
Se sintió avergonzado de su prejuicio y de su ignorancia, de pensar que hacer una canción era solo escribirla, grabarla una vez y subirla. Que era risitas y talento y pasión y arte y ya, listo, canción exitosa. Se sintió un idiota y quiso comentarle a Miguel aquel sentimiento, pero prefirió reservarlo para una vez terminarán la sesión.
Volvió a observarlo, pasando sus ojos por el rostro de Miguel. Primero, viendo sus ojos, que brillaban con la luz de la pantalla, y sus pestañas, largas y curvadas. Después, se deslizó por el puente de su nariz, sus pómulos marcados y llegó a sus labios. No alcanzaba a ver el lunar que tenía sobre el labio en el lado izquierdo del rostro, así que se quedó mirando el gesto que hacía mientras escuchaba en total concentración. Le pareció tierno ver esa especie de puchero en un rostro tan masculino como el de Miguel.
«Se ve aún más guapo así, todo serio y concentrado.»
El pensamiento cruzó rápidamente su cabeza y fue reemplazo por otro con la misma velocidad.
«¿Será qué lo estoy mirando demasiado?»
Hiro descartó esa duda rápidamente, no creía que Miguel se percatara de que lo estaba observando tan intensamente. De paso, Miguel fue él que le pidió que lo mirara. Ya ni modo, Hiro no iba a contradecir esa petición.
Siguió analizando a su amigo, paseó su vista por su nuca, sus hombros, sus brazos y sus manos. Tenía puesta una camiseta gráfica holgada y blanca, que no alcanzaba a ocultar el tatuaje que rodeaba el bíceps del chico. Era un diseño sencillo, un fragmento de la partitura de “Recuérdame”, una canción con gran valor sentimental para los Rivera.
Cuando Miguel se lo mostró por primera vez, le volvió a hablar sobre mamá Coco, sobre México, sobre su familia extendida con quiénes solo podía hablar por videollamada. La plática fue muy emotiva y Hiro la atesoraba en su corazón como la primera vez que Miguel volvió a abrirse así con él.
A Hiro le entró el impulso de levantar la mano y acercarla al tatuaje, pero rápidamente se controló. No podía interrumpir el trabajo que Miguel estaba haciendo, así que se tragó las ganas y trató de fijarse en lo que el chico hacía en la pantalla.
Así el tiempo se le pasó más rápido, y por fin concluyeron la sesión de ese día. Jero y Becky salieron de la cabina y se acercaron para escuchar un poco del material. Miguel rápidamente cambio la configuración de salida del sonido y este pasó a reproducirse por los altavoces de computador.
— ¡Suenas increíble!— Dijo efusivamente Jero, abrazando a su novia por la espalda, haciéndola reír. — Ya se oye chingón y aún no está terminada la mezcla.—
— Todos hicieron un excelente trabajo.— Dijo Don Ignacio, palmeando el hombro de Miguel. — Hagamos una revisión rápida para concretar los detalles a pulir y terminemos por hoy.—
A partir de ahí, los cuatro mexicanos se pusieron a hablar del proyecto, todo en español, todo muy rápido, todo muy técnico y dejaron a Hiro todo perdido. La verdad es que el sentía mucha curiosidad y quería hacer preguntas, pero le pareció inapropiado interrumpir porque en ese momento ellos seguían trabajando. Se guardaría sus preguntas y se las haría a Miguel después.
Se quedó calladito, mirándolos mientras conversaban y repetían secciones de la pista. Sus ojos vagaban por el estudio y de vez en cuando se cruzaban con los de Miguel, quien solo mantenía el contacto visual lo suficiente para sonreírle.
— Bueno, creo que con eso terminamos hoy. Miguel, mijo, quedamos pendientes para que nos envíes la mezcla terminada.— Dijo el señor Ignacio levantándose de su silla, y tomando los hombros de Becky y Jero añadido con un tono cariñoso. — Gran trabajo, muchachos.—
Los mexicanos continuaron la conversación, ahora mucho más liviana, mientras caminaban a la cocina. Miguel les ofreció tomar algo antes de irse, pero los tres se negaron al tener otro compromiso. Se dirigieron a la puerta principal del apartamento y empezó la ronda de abrazos de despedida.
Becky le fue la primera en darle un abrazo a Hiro, quien se tensó un poco por el gesto, pero rápidamente la correspondió con una risita.
— Un gusto conocerte Hiro, dile a Miguel que te invite a las quedadas para que podamos vernos otra vez.— Dijo efusivamente y Hiro solo volteó a ver a su mexicano.
—¿Oíste, Miguel? Tienes que llevarme.— Dijo Hiro pícaramente, mientras los tres personajes se partían de risa. Miguel también se rio poquito y dijo que siempre y cuando se comportará, pensaría en llevarlo.
Después de despedirse de todos, los tres mexicanos tomaron el ascensor y desaparecieron de la vista de Miguel y Hiro. Los chicos cerraron la puerta y quedaron en silencio unos momentos.
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—Entonces, ¿qué te pareció?— Preguntó Miguel mientras se movía hacía el refrigerador. Por fin tenía la decencia de volver a hablarle en inglés. —¿Quieres refresco?— Preguntó mientras se servía un vaso.
—No estuvo mal, pero fue muy diferente a lo que me imaginé.—
Hiro se acercó a uno de los gabinetes de la cocina y sacó un vaso. Luego, se movió hacia Miguel y este empezó a llenarle el vaso. Al terminar de servir, Miguel se volteó y guardó la botella de refresco en la nevera, para rápidamente volver a ubicarse al lado de Hiro.
—¿Y qué te imaginaste?— Dijo dándole un sorbo al refresco.
— Pensé que sería más divertido.— Dijo Hiro levantando la cara para mirar a Miguel, quien se había quedado con el vaso en los labios, mirándolo con ojos tristones. — *Fuck*, eso sonó terrible. Déjame y te explico bien. — Se apresuró a decir Hiro, soltando el vaso de refresco y acercándose más a Miguel.
— Mira, esto te va a parecer una estupidez pero mientras grababan me di cuenta que hacer música es realmente difícil y que es un trabajo real, y me siento como un idiota por no haber caído en cuenta de algo tan lógico antes. — Dijo apresuradamente y agitando las manos.
Miguel se rio con burla, y lo miró levantando las cejas. — Wow, de verdad que eres un idiota. Ajá, sigue hablando. Entonces, descubriste que hacer música es un trabajo. — Hiro solo pudo mirarlo mientras hacia un gesto entre humillado y mortificado.
— De verdad, lo siento, no tenía idea de nada, es mi primera vez estando tan cerca del proceso y nunca había dimensionado la cantidad de trabajo que lleva hacer una canción. Cuando escucho tu música y te veo escribir, parece tan fácil. Siempre que lo haces cuando estás conmigo, te estás riendo y haciendo bromas, no tenía idea de que podías estar tan serio. —
— Ajá, te sorprendió que sea serio mientras hago mi trabajo ¿Qué imagen tienes de mí? Como sea, ¿te gustó o no la grabación? — Siguió presionándolo, disfrutando como Hiro se estresaba y empezaba a balbucear todo lo que pensaba, soltando sus ideas sin ningún filtro. A Miguel le había dolido un poco que le dijera que la sesión no había sido divertida, y aunque entendía su punto, igual se iba a deleitar teniendo a Hiro todo estresado, moviendo las manos mientras trataba de explicarse.
— No, no, no, no lo digas así. Te juro que sí me gustó y aprendí bastante sobre cómo es tu trabajo. Es increíble lo mucho que cambias tu comportamiento cuando no eres el cantante, nunca pensé que podías ser tan estricto y demandante. Siempre estás emocionado cuando escribes canciones y te dejas llevar por las emociones y las melodías, pero verte trabajar hoy fue totalmente distinto. Te veías super cool corrigiendo a Jero y Becky. Y tu voz, Miguel. Wow, no sabía que tu voz podía hacer eso, lo que hiciste de cambiar tu tono para explicarles como querías que hicieran sus partes. He escuchado tus canciones mil veces y sé que cantas como un ángel, pero no sabía que podías moldear tu voz así. Eso fue nuevo. También, ¿sabías que haces una cara particular cuando te concentras mucho? Haces como un puchero con los labios, pero pones las cejas como si estuvieras preocupado. Nunca te había visto hacer esa cara. Es raro ver un gesto tan adorable en una cara tan masculina como la tuya. Ay, otra cosa, tengo mil dudas sobre que significan algunas cosas que mencionaron y cómo funciona el programa que usaste. La verdad pensé que ibas a detener la grabación para explicarme que estabas haciendo, como cuando éramos adolescentes. Es un pensamiento tonto ¿no?, después me di cuenta que era absurdo. Estabas trabajando y yo estaba esperando que pararas a cada rato para explicarme. Bueno, como sea, después me muestras como funciona el programa. — Hiro hizo una pausa para tomar refresco y siguió, ignorando olímpicamente la cara toda colorada de Miguel. ¿Ángel? ¿Adorable? Y esa absurda cantidad de detalles. Antes de empezar a grabar, le había dicho a Hiro que lo mirará pero él se lo había tomado demasiado literal.
— Pero, de todo lo que aprendí de ti hoy, lo más increíble fue verte activar el modo “profesional”. Te volviste 10 veces más atractivo; te juro que si te comportaras más así, ya tendrías novia. ¿Sabes cómo siempre me quejo de mi jefe y su nula capacidad para pensar más allá de las 5 tesis doctorales que tiene que dirigir? Bueno, verte trabajar me hizo pensar que si tú fueras mi jefe, me darían ganas de ir a trabajar todos los días.— Finalmente se calló y volvió a mirar a Miguel.
Miguel solo lo miraba de vuelta, colorado y embobado, sin saber que responder a todo eso. Pasaron algunos segundos antes de que pudiera articular algo.
— Bueno, me alegra que sí te haya gustado la sesión al final.— Dijo y volvieron a quedarse en silencio. Hiro dio un paso atrás. Miraba el fondo de su vaso, avergonzado por haber escupido sus pensamientos sin ningún tipo de filtro.
Miguel sentía un nudo en la garganta y una adrenalina que le hacía sudar las manos. Todo lo que había dicho Hiro le daba vueltas y podía sentir el martilleo de su corazón. Esos eran sus sentimientos, sus pensamiento reales hacía él. Hiro le había regalado una apertura al tema que siempre evitaban, del que no hablaban seriamente porque eran amigos y tenían que trazar bien esa línea para no volverse a equivocar. Miguel sentía que se iba morir si esto no salía bien, pero no podía desperdiciar esa oportunidad.
— Entonces, canto como un ángel.— Rompió el silencio. Hiro lo miró, abrió la boca tratando de soltar alguna frase sarcástica, pero sencillamente no se le ocurrió nada.
— Sí. — Dijo derrotado al final.
— Y mi cara es masculina, pero soy adorable. — Dijo Miguel en un murmullo, buscando los ojitos de Hiro. Esos ojos que tanto le gustaban le devolvieron la mirada, pero estaban llenos de pánico. Hiro sentía que el corazón se le iba a salir del pecho de la ansiedad que le generaba hacía donde se estaba yendo esa conversación.
— Yo no dije eso. —
— Vale, entonces. Dime, Hiro ¿Te parezco adorable? ¿Crees que soy atractivo?— Miguel se acercó a él y le agarró el antebrazo para evitar que Hiro pudiera huir. — Dime, por favor. Porque la verdad es que, tu a mi, sí me pareces muy adorable. —
Hiro lo miró un momento, como tratando de entender si eso era cierto, si no se trataba de alguna broma de mal gusto. En los ojos de Miguel no encontró sino el más honesto de los afectos, y eso fue todo lo que necesito. Suspiró profundamente y respondió a la pregunta con la voz temblándole poquito.
— Sí, tu a mi también me pareces lindo. —
— Hiro, me gustas. — Miguel soltó aquellas palabras en español y con firmeza. La ultima vez que las había pronunciado tenía 15 años y se habían ahogado en un jadeo en un beso a medias. Por fin podía decirlas de nuevo, pero más que sentirse aliviado, sentía que el corazón se le iba a salir del pecho en cualquier momento.
Hiro se soltó de su agarre y subió las manos para tomar la cara de Miguel. La piel pálida de su cara estaba totalmente colorada, pintando de rosado hasta su cuello y sus orejas. Miguel pudo ver bien de cerca esos ojitos tan bonitos que tanto le gustaban. Lentamente, levantó sus propios brazos y los envolvió en la cintura de Hiro.
— Miguel, espero que te hagas responsable de lo que estas haciendo. Te voy a matar si esto no… ¿Sabes qué? Al carajo, Miguel, me encantas. — Hiro jaló su cara y lo besó, con la intensidad y la necesidad de alguien que lleva demasiado tiempo esperando ese beso. Miguel le devolvió el gesto con las misma ganas, apretando su agarre y acercándolos más.
En medio de esa diminuta cocina, ambos se aferraban al cuerpo del otro, con pánico de que ese beso terminara, de que ese momento se esfumara. Se recorrían la cara y el torso con las manos, asegurándose que el otro siguiera ahí, de que lo que estaba pasando era real. Habían empezado a dar tropezones y parecían un par de borrachos, todos acalorados, mareados y extasiados por ese bendito beso. Miguel terminó apoyándose con un brazo en el mesón de la cocina, mientras que su otra mano vagaba sobre la espalda y cintura de Hiro, sosteniéndolo contra su pecho.
En medio de esa diminuta cocina, se escuchaban dos cosas, el zumbido que soltaba la nevera cada cierto tiempo y las balbuceos de Hiro y Miguel. Aunque intentaban hablar, sus palabras se ahogaban en una masa de suspiros, jadeos y risitas. Los “te quiero, te quiero, te quiero” y los “me gustas tanto pero tanto” se les escapaban de los labios; y el tacto del otro sobre sus pieles hacía que fuera imposible no jadear el nombre de la persona que tenían enfrente y los estaba enloqueciendo.
En medio de esa diminuta cocina, Hiro tomó toda su fuerza de voluntad para romper el beso. Con una mano apoyada en el pectoral de Miguel y la otra en el borde del mesón, separó su cuerpo lo suficiente del ajeno para poder recuperar un poco el aliento y poder verle la cara. La cara y labios de Miguel estaban totalmente colorados, también jadeaba tratando de recuperar el aliento y su rostro tenía una mueca entre confundida y enojada, como un niño al que le quitan un dulce.
— Miguel, me gustas mucho, me gustas hace mucho. Por favor, salgamos juntos, yo quiero ser tu novio. — Soltó Hiro demasiado rápido, haciendo reír a Miguel.
— Ay, Hiro, te quiero tanto. Yo encantado de que seas mi novio y de ser el tuyo. — Miguel volvió a acercar el cuerpo de Hiro a él y le plantó un piquito en los labios, seguido de otro y otro y de muchos otros. Hiro se rio suavecito y con sus manos acercó el rostro de su novio para volverlo a besar con dulzura.
En medio de esa diminuta cocina, en ese diminuto aparta-estudio, solo existían ellos dos, su confesión y las palabras que los volvía más que amigos a partir de ese día.
{{{ Colorín colorado, los pendejos se han besado. }}}
Notes:
Muchas gracias por leer hasta el final! Espero hayan disfrutado de esta historia <3
Como pueden ver, falta el capítulo 7. Ese último cap corresponderá al epílogo de la historia de estos dos babosos que adoro. Aun no he empezado a escribirlo, entonces creo que me tomará varios días tenerlo listo. En otras noticias, VENCÍ AL DESEMPLOOOOO WIIIII. Aún faltan varios días para que pueda empezar como tal pero ya es oficial jjejeje.
Cors_16 on Chapter 6 Wed 24 Sep 2025 12:53AM UTC
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ssun_chan on Chapter 6 Wed 24 Sep 2025 01:53AM UTC
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