Actions

Work Header

Sombras de un futuroo

Summary:

La humanidad cambió el día en que nacieron los primeros quirks.
Con el tiempo, los héroes se convirtieron en símbolos y los villanos en sombras inevitables.
Pero bajo ese frágil equilibrio, la maldad humana nunca desapareció: solo encontró nuevas formas de crecer.

Aria Aokusa no nació en esta era. Arrastrada desde un pasado sin poderes, despierta en manos de All For One y el Dr. Garaki, convertida en experimento de un mundo que ya no reconoce como suyo. Sobrevive, marcada por un don inestable que no eligió: Floranimus, un quirk artificial que la consume tanto como la protege.

Entre laboratorios oscuros, niños destinados a la tragedia y héroes que aún creen en la justicia, Aria descubrirá un nombre que cambiará su destino: Tenko Shimura.
El nieto de una heroína caída. El niño que All For One llama “sucesor”.

En una sociedad que proclama paz pero vive del sacrificio, Aria tendrá que elegir:
¿ser testigo del nacimiento del mayor villano de su tiempo… o sembrar la única esperanza capaz de detenerlo?

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Chapter 1: Prólogo

Chapter Text

Existió un tiempo en que todos éramos iguales.
Donde no existían los dones, ni héroes, ni villanos.
Solo había hambre, codicia y miedo.

Un mundo donde lo extraordinario no existía más allá de las historias que contábamos para dormir.
La fuerza no venía de un poder oculto en la sangre, sino de la voluntad —o la crueldad— de los hombres.

La humanidad luchaba contra sí misma con las únicas armas que conocía: la guerra, la ambición, la indiferencia.
Y aunque las cicatrices que dejaba eran profundas, todo era… normal.
Dolorosamente reconocible.

No había monstruos que volvieran irreal lo imposible.
El horror tenía rostro humano, y el dolor nacía de manos que no necesitaban dones para destruir.

Nadie imaginaba que un día la especie daría un salto tan abrupto, tan irracional, que todo lo que conocíamos se vería trastocado.
Porque los primeros dones no trajeron esperanza.
Trajeron desconcierto.
Trajeron miedo.

----------------

Un día, alguien brilló en la oscuridad.
Otro, controlaba el fuego.
Lo imposible dejó de ser un mito para convertirse en una realidad que nadie podía ignorar.

Al principio, los llamaron aberraciones.
Se hablaba de mutaciones, de enfermedades, de castigos divinos.
Los gobiernos intentaron ocultarlos, temiendo que aquello deshiciera el frágil orden que aún sostenía a las naciones.

Pero lo imposible se volvió cotidiano.
Los nacimientos se multiplicaron.
Niños que podían levantar objetos con un dedo, que cambiaban de forma, que moldeaban el aire que respiraban.

Al principio fue caos. El miedo sembró hogueras, persecuciones y juicios contra quienes eran distintos. Pero el tiempo, como siempre, impuso su necesidad de orden.

En unas pocas décadas, la humanidad aprendió a llamar a los poderes de una sola manera: quirk.
Y lo que comenzó como anomalía pronto se convirtió en norma.

El miedo inicial se transformó en fascinación.
La ciencia corrió detrás de este nuevo destino, buscando explicaciones, fórmulas, leyes que dieran sentido a lo inexplicable.
Y lo que alguna vez dividió, empezó a reescribirse como el nuevo estado natural del mundo.

La normalidad cambió… para siempre.

----------------

Surgieron leyes que intentaban domesticar lo desconocido, surgieron hombres y mujeres que decidieron portar capas para ser faros en medio de la incertidumbre. Nació así la figura del héroe.

Sin embargo, con cada héroe hubo quienes se rebelaron contra esa luz. Aquellos que eligieron la sangre, el resentimiento y el rencor fueron llamados villanos.

Con los años, el mundo se convenció de que había encontrado equilibrio: héroes contra villanos, justicia contra caos. Una balanza que sostenía la ilusión de paz.

Pero las balanzas, tarde o temprano… siempre terminan por romperse.

----------------

Creyeron que los dones los harían mejores.
Que la fuerza en nuestras manos curaría las heridas de la historia.

Pero un quirk no cura la envidia. No borra el rencor. No apaga el deseo de dominar a otro.
Al contrario… lo alimenta, lo adorna con colores brillantes, lo justifica con nombres heroicos o temibles.

Aprendí que la verdadera amenaza nunca estuvo en los dones y nunca estará, ni en los monstruos que la ciencia o el destino trajeron consigo.
Lo peor… siempre ha sido el hombre.
El hombre que sonríe mientras destruye.
El hombre que disfruta el dolor ajeno.
El hombre que, aun con un poder capaz de salvar, elige herir.

Chapter 2: El susurro de las sombras

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El sótano respiraba como un organismo propio.
El aire pesado, cargado de óxido y químicos, se filtraba entre tubos que palpitaban al compás de las bombas de oxígeno. Un zumbido eléctrico constante vibraba en las paredes, como un corazón artificial que mantenía con vida aquel lugar. Hileras de tanques de contención se alzaban en penumbra, sus burbujas ascendiendo con la regularidad de una respiración. Dentro, fragmentos humanos se agitaban en el líquido viscoso: carne reconstruida, músculos tensos, ojos que a veces se abrían sin comprender dónde estaban.

Los tubos goteaban con un compás clínico, mientras las pantallas proyectaban datos fluctuantes en tonos verdosos y fríos. Cada cifra era una sentencia, cada línea en las gráficas era un eco del dolor de aquellos cuerpos reducidos a experimento.

El doctor Garaki avanzaba entre las mesas de acero con su andar torpe, su bata manchada de tinta y líquidos estériles. Sus dedos gordos se aferraban a la pluma con ansia, dejando trazos rápidos y obsesivos en sus notas. Su respiración entrecortada marcaba un contraste grotesco con la calma absoluta de su acompañante.

All For One caminaba entre las cápsulas como si fuesen un jardín privado. Sus pasos eran lentos, elegantes, y su sombra se proyectaba sobre los tanques deformados, como si él mismo fuera la raíz que alimentaba ese bosque enfermo.

—Los primeros responden a la fuerza — murmuró Garaki, repasando una hoja manchada de fórmulas —pero la mente se desintegra. Inestables… no hay control, apenas instinto. No obedecen.

AFO se detuvo frente a un tanque. tras el vidrio empañado de un tanque, un cuerpo se agitó en convulsiones antes de quedar inerte. La piel grisácea, las extremidades deformes, un intento fallido más. Garaki anotó con un gesto de disgusto: Rechazo celular irreversible.

—Inestables — repitió con una calma cortante —pero útiles. El fracaso también es un recurso, doctor. Incluso la basura tiene su utilidad.

Sus palabras cayeron como sentencia. Con un movimiento de mano acarició el vidrio, como quien evalúa un fruto aún verde.

Garaki tragó saliva y bajó la vista, ajustando sus gafas empañadas. En su interior sabía que tenía razón.

Más allá, en la penumbra del sótano, una cápsula especial contenía algo distinto. El vidrio estaba reforzado, el fluido era más claro, el cuerpo más reconocible: una silueta humana todavía entera, apenas alterada. Aún había rasgos en el rostro… algo que evocaba un recuerdo de vida, aunque distorsionado.

Los sensores parpadeaban con datos clínicos:

Sujeto C – transferencia en curso.

Actividad cortical reducida.

Estructura pulmonar colapsada.

Estabilidad quirk: 37%.

—El injerto progresa. La fusión con el factor de niebla aún es inestable. Sujeto C presenta resistencia… aunque residual. Recomiendo aumento de supresores.

El niño burbujeó dentro de la cápsula, la silueta distorsionándose como si respirara niebla en lugar de aire.

AFO se inclinó ligeramente, observando la figura flotante. El cabello azul palido aún se deslizaba en el agua, los párpados cerrados como en un sueño profundo.

—No es un monstruo, doctor. — Su voz sonó como un eco desde las profundidades —Este será un guardián tejido de recuerdos y con propósito. Un centinela fiel, inquebrantable.

Garaki apenas asintió, frío, clínico, reduciéndolo a porcentajes y riesgos.

—Él será la sombra que sostendrá a las demás raíces — susurró —La pieza maestra de un ejército que el mundo aún no imagina.

—¿Un ejército de sombras? — preguntó con cautela, aunque conocía de antemano la respuesta.

AFO sonrió, aunque sus ojos permanecieron fríos.

—Los héroes son fuertes en masa, doctor. Pero un monstruo bien construido vale por cien. Las raíces del nuevo mundo germinarán aquí… bajo tierra. Invisibles, inevitables.

El líquido burbujeó en la cápsula. La silueta humana, suspendida en el fluido, parecía debatirse entre el sueño y la nada. Rasgos que alguna vez pertenecieron a alguien se desdibujaban lentamente, borrados por el proceso. No era ya una persona… pero todavía no era un monstruo.

Una transición inquietante, un borrador de sombra aguardando el momento de ser definido.

----------------

El zumbido de los monitores llenaba el sótano como un eco metálico. Cada pantalla mostraba fragmentos de vidas ajenas, robadas por ojos que nunca deberían haber estado allí. Entre todas, una imagen capturaba la atención: la sala modesta de una casa.

All For One se inclinó hacia adelante, sus dedos enguantados rozando la superficie fría del monitor. La imagen titilaba con interferencia, pero bastaba para exponer la escena.

En aquella imagen mostraba a Kotaro Shimura estando de pie, rígido, con la furia encapsulada en cada palabra. Su voz se filtraba por los altavoces con un tono seco y cruel, cada sílaba un golpe más afilado que sus manos. Frente a él, un pequeño intentaba no llorar, sus labios temblando en un esfuerzo inútil por contener la grieta.

La madre permanecía al margen, petrificada en un silencio que hablaba más fuerte que cualquier súplica. Sus ojos, llenos de miedo, se clavaban en el suelo, como si evitar mirar la violencia pudiera disolverla.

El monitor no mostraba sangre, solo la violencia muda de un padre que quebraba a su hijo con golpes y gritos.

Garaki, sentado entre papeles y notas médicas, frunció el ceño. Sus lentes reflejaban el parpadeo de la pantalla.

AFO no apartó la vista del monitor. La mueca que se dibujó bajo su máscara no era de desagrado, sino de fascinación.
—El odio es un suelo fértil, doctor. —Las palabras flotaron como un veneno lento—Un niño que respira miedo cada día aprenderá a respirar odio después.

Garaki lo miró de reojo, incómodo con la sentencia.

—¿No planea intervenir?

All For One alzó apenas la mano, como señalando al niño en la pantalla. Él pequeño Tenko estaba acurrucado contra la pared, respirando entrecortado, incapaz de rebelarse ni de escapar.
—No necesito hacerlo. —AFO inclinó apenas la cabeza hacia la imagen congelada de Tenko con un peluche desgarrado en brazos —El mundo lo golpea para quebrarlo, pero cada grieta es un molde. Y cuando despierte, no vendrá forzado… vendrá por voluntad propia.

Garaki soltó un resoplido, bajando la vista a sus papeles.
—Kotaro es inestable. No controla sus impulsos. Puede arruinar la semilla antes de que germine.

El villano inclinó la cabeza, deleitándose con cada palabra.
—El odio es un suelo fértil, doctor. Y ese niño… ese niño es un campo que el propio mundo me prepara.

La pantalla mostró el rostro de Tenko por un instante, manchado de lágrimas y miedo. Para All For One no era un niño. Era un recurso, una raíz que ya empezaba a extenderse en silencio bajo la tierra podrida.

----------------

—Inestabilidad en la médula. — Garaki anotó sin apartar la vista del monitor, la voz seca, funcional —Degeneración nerviosa en menos de diez horas. Inútil para el combate sostenido.

El tanque burbujeó como si confirmara su diagnóstico: el cuerpo dentro tembló, la piel cuarteándose hasta disolverse en una masa informe.

AFO permaneció inmóvil, las manos cruzadas tras la espalda, la máscara reflejando la luz verdosa.

—Inútil… — repitió con calma, como si paladeara la palabra —No, doctor. El fracaso también sirve.

Garaki giró apenas la cabeza, intrigado.

—Un ser torpe, descontrolado, que apenas sabe mantenerse en pie… puede agotar a un héroe en segundos. Forzarlo a usar recursos, a distraerse. Incluso un monstruo fallido puede cumplir un propósito. — AFO avanzó un paso, y su voz se volvió más grave —No se trata de ganar batallas, sino de erosionar símbolos.

Los lápices dejaron de sonar sobre el papel. Garaki alzó los ojos y por un instante dudó si lo que escuchaba era una lección o una amenaza velada.

—¿Lo entiende, doctor? — prosiguió AFO con suavidad, casi paternal —Una grieta minúscula puede hacer colapsar un muro entero… si se insiste el tiempo suficiente.

Garaki tragó saliva y volvió a escribir, aunque ya no era ciencia lo que registraba, sino doctrina.

----------------

Garaki levantó la vista de sus notas. Dudó unos segundos, los suficientes para que el zumbido de las máquinas se volviera opresivo. Finalmente se atrevió:

—Con todo respeto… ¿por qué insiste tanto con ese poder? Ya tiene cientos de quirks, un ejército en gestación. ¿Qué más podría necesitar?

All For One no respondió de inmediato. Sus pasos resonaron en el suelo metálico mientras se acercaba a una cápsula, apoyando la palma sobre el vidrio empañado. En el interior, un cuerpo inerte flotaba, apenas sostenido por tubos y corrientes eléctricas. El villano sonrió, sin mirarlo directamente al doctor.

—Práctico… — repitió, como si degustara la palabra con desprecio —One For All no es cuestión de practicidad, doctor. Es un insulto. La única vez que alguien osó desafiarme… fue mi hermano. Un hombre débil, sin poder, sin lugar en el mundo. Y aun así, logró arrebatarme algo que no debió existir jamás.

Su voz descendió a un susurro cargado de veneno:

—Cada vez que ese fuego cambia de manos, cada portador que levanta la cabeza contra mí, siento a mi hermano sonriendo desde su tumba. — AFO avanzó un paso, los sensores reflejándose en su máscara —Él murió hace siglos, pero todavía me desafía.

Garaki tragó saliva, intentando mantener la compostura mientras tomaba notas rápidas, casi temblorosas.

—Entonces… ¿no se trata solo de controlarlo?

AFO giró hacia él, los ojos ocultos bajo la penumbra de la máscara.

—Controlarlo sería suficiente para cualquiera. Pero yo no me conformo con eso. Quiero extinguirlo. Y al mismo tiempo… usarlo como testamento de mi victoria. ¿Sabe, doctor? El fuego de una vela siempre deja humo. Y yo… no me canso de respirar ese humo.

La metáfora quedó suspendida en el aire como un veneno invisible.

Garaki, tras unos segundos de silencio, se atrevió a mencionar:

—Esa mujer… Nana Shimura. ¿Es por ella también?

Un breve silencio. Luego, AFO esbozó una sonrisa que no contenía humor alguno.

—Ella fue la chispa más reciente. Una chispa que aún arde. —La voz de AFO bajó hasta rozar el susurro—. El poder de mi hermano eligió a una mujer que me despreció, que me enfrentó con la osadía de un mártir. No la olvidé, ni olvidaré su sangre.

El grafito de la pluma se quebró bajo la presión de Garaki.

—Ese poder… —continuó AFO— no me pertenece todavía, pero es mío por derecho. Y cada nuevo portador es una herida abierta que me recuerda lo que debo reclamar.

Dio un paso hacia atrás, extendiendo los brazos como si abarcara el laboratorio entero.

—El símbolo de la paz, ese idiota en ascenso… no entiende que cuanto más brilla una luz, más profundas se vuelven las sombras que proyecta. Y yo soy esa sombra. Siempre lo he sido. Siempre lo seré.

Garaki no replicó. Solo bajó la vista a sus notas, mientras comprendía, con un escalofrío, que para All For One no se trataba de dominar un poder… sino de escribir, con sangre y oscuridad, la historia definitiva de su venganza.

El silencio se instaló de nuevo en el laboratorio, roto apenas por el zumbido eléctrico y el burbujeo viscoso de los tanques.

Garaki se obligó a apartar la mente de esas palabras y volvió a concentrarse en su labor. Ajustaba los parámetros de presión en una consola secundaria, murmurando con fastidio cada vez que una barra de progreso titilaba más lento de lo esperado. Sus dedos, manchados de tinta y fluidos estériles, se movían con torpeza sobre las teclas gastadas.

De pronto, un pulso errático, irregular, atravesó la pantalla como un latido que no debía existir.

Frunció el ceño, golpeó la consola con el dorso de la mano enguantada.

—Tssk… —bufó —Estas malditas lecturas nunca soportan la presión. —Golpeó la consola con la palma—. Seguro es un fallo de calibración.

Se inclinó, ajustando un dial para reiniciar el sistema, pero una sombra se proyectó sobre la pantalla.

—No lo borres. — La voz profunda de All For One cortó el aire con suavidad quirúrgica.

Garaki parpadeó, girando apenas el rostro.

—Con todo respeto, maestro… esto es un error eléctrico. Un ruido. Nada más.

AFO se inclinó levemente hacia la pantalla, observando los números parpadear como si fueran un presagio escrito en código.

—Nada es solo ruido — replicó AFO, acercándose sin un solo paso audible—Hasta el eco más débil anuncia que alguien ha gritado en algún lugar.

El doctor tragó saliva, incómodo.

—Podría desestabilizar el registro de los prototipos. No hay garantía de que sea algo real.

Un gesto mínimo de la mano de AFO lo detuvo. El villano se inclinó hacia la pantalla, contemplando el parpadeo de las cifras como quien lee un presagio en las estrellas.

—Lo inesperado revela más de lo que creemos. No lo ignores. Estúdialo. Guárdalo.

Garaki apretó los labios, resignado. Tecleó rápido, creando un archivo aparte. El título apareció en la esquina del monitor: “Anomalía energética – pendiente”.

Los números seguían parpadeando, un pulso débil, inestable, pero obstinado. Nadie en esa sala sabía lo que significaba. Para Garaki era un estorbo. Para AFO, en cambio, era la prueba de que el tablero del mundo nunca estaba quieto.

—Nadie entra en este juego por casualidad… — murmuró, apenas audible, como un secreto que no iba dirigido a nadie en particular.

El plano se alejó del monitor, dejando los dígitos intermitentes grabados en la penumbra. Los tanques de los Noumu continuaban burbujeando, como si acompañaran con un murmullo orgánico el latido de algo que todavía no tenía nombre, pero ya existía.

----------------

Garaki terminó de archivar los últimos registros y se limpió el sudor con el dorso de la mano. El zumbido constante de los tanques llenaba el aire como un murmullo sin alma.

All For One permanecía inmóvil, la espalda erguida, frente a un monitor aislado del resto. La pantalla proyectaba la imagen temblorosa de una habitación común, apenas iluminada por una lámpara de mesa.

En el centro de la cama, un niño dormía. Sus pequeños brazos rodeaban un peluche desgastado, y su respiración pausada levantaba y bajaba el pecho en intervalos regulares. La escena podría haber parecido inocente, incluso tierna, si no fuera por la mirada que la observaba.

Garaki, unos pasos detrás, se limitó a ajustar sus lentes, incómodo con el silencio expectante. No necesitaba preguntar; sabía que aquel niño era más que una imagen en una pantalla.

El rostro oculto de All For One recorrieron cada detalle, cada gesto mínimo. No veía solo a un niño en reposo: veía la grieta invisible que se abría dentro de él, el peso de una herencia manchada y el eco de un hogar que en vez de protegerlo lo desmoronaba día a día.

Una línea casi imperceptible se curvó en su boca, más sombra que sonrisa.

—No necesito tocarlo todavía — dijo con una calma que helaba —El mundo lo moldeará mejor de lo que yo podría hacerlo. Y cuando despierte… vendrá a mí por voluntad propia.

Con un chasquido seco, la cámara se apagó. La imagen del niño se deshizo en estática y luego en negro absoluto.
El zumbido de las máquinas volvió a ser el único sonido. Constante, eléctrico, indiferente.

El laboratorio entero quedó envuelto en esa penumbra fría y metálica, como si hasta las sombras se hubieran arrodillado ante la paciencia de aquel hombre que nunca dejaba nada al azar.

Notes:

Les dejo mi instagram: @lumae0704
Por esa plataforma subiré información de los personajes y ilustración de la historia.

Chapter 3: Un hogar de cenizas

Chapter Text

La casa de los Shimura parecía impecable. El tatami recién barrido, los biombos pulcros, la luz del atardecer filtrándose a través de los ventanales como un cálido resplandor dorado. Un hogar hermoso, digno de admiración… pero demasiado silencioso. La belleza, en vez de reconfortar, parecía contener algo, como si las paredes guardaran un secreto que nadie quería pronunciar.

En una esquina de su habitación, Tenko jugaba en voz baja. Un murmullo apenas audible acompañaba el choque de dos figuras de acción. Las movía con cuidado, narrando batallas inventadas, dándoles voces entrecortadas. Cada tanto levantaba la vista hacia la puerta, temiendo que alguien lo hubiera escuchado. Luego, sonreía con timidez y continuaba, como si el juego fuese un ritual secreto.

Sobre el tatami, descansaban hojas arrugadas: dibujos torpes de héroes con trajes imposibles, garabateados con crayones de colores. Había líneas gruesas de rojo y azul, rayos verdes y negros que parecían salirse del papel. Tenko los contemplaba con orgullo infantil, pero apenas oía pasos en el pasillo, se apresuraba a recogerlos. Los escondía bajo el colchón, entre las mantas, en cualquier lugar seguro. Sabía que su padre los detestaría. Los héroes eran un tema prohibido.

La puerta corrediza se entreabrió. Una silueta apareció: su madre, con las manos ocupadas en tareas domésticas.

—Tenko — dijo en un susurro, apenas asomando el rostro —¿Quieres un poco de té dulce?

Él asintió con entusiasmo, aunque no se atrevió a responder en voz alta. Nao le sonrió con ternura apagada y volvió a cerrar la puerta. Sus pasos se alejaron, leves, como si temiera que resonaran demasiado fuerte en la casa.

Tenko la quería, lo sabía. Sentía su cariño en esos gestos pequeños: el vaso de té tibio, la manta doblada en la silla, la sonrisa rápida. Pero también sentía otra cosa: un miedo invisible que ella nunca nombraba. El silencio con el que lo protegía era tan frágil como el papel de arroz de las puertas corredizas.

Y así, entre juegos secretos, dibujos escondidos y un afecto tímido, la rutina de Tenko transcurría como la de un niño cualquiera. Un niño normal… pero con grietas invisibles que ya comenzaban a marcarlo, silenciosas, como raíces que crecen bajo tierra antes de romper la superficie.

----------------

La puerta corrediza se abrió con brusquedad. El sonido fue tan seco que las figuras de acción resbalaron entre las manos de Tenko y cayeron al tatami. Su padre llenó el marco como una sombra, alto, con el ceño fruncido y la mirada endurecida.

—¿Qué es esto? — la voz de Kotaro no era un grito, pero contenía la misma violencia.

Los ojos del hombre se clavaron en un papel que asomaba torpemente desde debajo del futón. Se inclinó, lo tomó con gesto brusco y lo desplegó frente a su hijo. Un héroe infantilmente dibujado lo miraba desde el papel: una figura sonriente, envuelta en colores torpes.

El silencio que siguió fue insoportable. Tenko, con los labios temblorosos, intentó balbucear una explicación.

—Yo… solo quería…

El papel se arrugó en un puño áspero. Kotaro lo lanzó al suelo con desdén, como si hubiese tocado algo contaminado.

—Te lo he dicho mil veces — su voz era baja, gélida, con una rabia contenida que vibraba en cada sílaba—Aquí no se habla de héroes. Jamás.

Tenko tragó saliva. El nudo en la garganta le quemaba, pero aun así se atrevió a preguntar, con la voz tan débil que apenas fue audible:

—¿Por qué…?

La respuesta fue inmediata, seca, como un portazo.

—Porque no existen. Porque destruyen todo lo que tocan.

Kotaro se incorporó, la sombra de su figura cubriendo al niño entero. La atmósfera se volvió asfixiante, como si el aire mismo se hubiera espesado. Tenko bajó la mirada, las manos apretadas contra el tatami, intentando ocultar el temblor de sus dedos.

El silencio se estiró hasta doler. Su madre, que había aparecido al fondo del pasillo con la bandeja de té aún en las manos, se quedó inmóvil. No dijo nada. Sus labios se apretaron como si contuvieran un grito que nunca se atrevería a liberar.

Tenko levantó apenas la vista. Los ojos de su padre eran fríos, casi ajenos. No parecían los de un hombre que protegía a su hijo, sino los de un juez que dictaba sentencia. Miedo y confusión se mezclaron en el pecho del niño. Quería preguntar más, quería decir que los héroes eran buenos, que salvaban personas… pero las palabras se deshicieron antes de alcanzar sus labios.

En la penumbra de la habitación, el niño quedó solo con sus pensamientos. Sus dibujos ocultos parecían arder bajo el colchón, como pruebas condenatorias. Y mientras su padre se alejaba con pasos pesados, la casa volvió a hundirse en un silencio pesado.

Desde algún lugar invisible, como si la oscuridad misma observara, aquel instante quedaba registrado: la raíz torcida que germinaba en un hogar aparentemente hermoso. Nada era casualidad. Nada escapaba a las sombras que ya estaban tomando notas de cada grieta.

----------------

La noche se estiraba como un velo pesado sobre la casa Shimura. Afuera, los grillos marcaban un compás monótono, apenas audible tras las ventanas cerradas. Dentro, el tatami exhalaba un olor tenue a polvo y madera seca.

En la habitación compartida, Hana dormía boca abajo, abrazada a su muñeca de trapo. Sus dedos pequeños se aferraban con fuerza al juguete, como si fuera un amuleto contra las sombras. Su respiración era acompasada, tranquila. En contraste, Tenko permanecía con los ojos abiertos, inmóvil bajo las sábanas, la vista perdida en las vigas del techo. Cada crujido de la madera lo mantenía despierto, como si la casa misma respirara en silencio.

La puerta se deslizó con un chirrido débil. Nao apareció, su silueta recortada por la luz tenue del pasillo. Todavía llevaba el delantal atado, las manos húmedas por haber fregado los platos. Sus pasos eran cuidadosos, medidos, como quien camina sobre hielo fino.

—¿Todavía despierto, mi pequeño? —preguntó en un susurro, con una sonrisa cansada.

El niño giró apenas el rostro. Sus ojos estaban vidriosos, oscuros bajo las pestañas.

—…No puedo dormir.

Nao avanzó y se sentó junto al futón. Su mano tembló ligeramente cuando apartó un mechón del cabello del niño, como si incluso ese gesto sencillo pudiera ser observado y castigado.

—Tu abuelo y tu abuela dicen que mañana, si el clima está bien, podemos ir al parque — dijo, con voz baja y suave —Les gusta mucho pasar tiempo con ustedes.

Tenko se incorporó un poco, la curiosidad iluminando sus ojos cansados.

—¿Van a venir de nuevo?

Nao asintió.

—Claro. Les encanta verte dibujar. — Sonrió con ternura, pero la sonrisa no alcanzó a borrar la sombra en su mirada —Dicen que tienes buena mano para los colores.

Tenko bajó la cabeza, sonrojado. Hana murmuró entre sueños, apretando su muñeca con un movimiento brusco, y el silencio volvió a llenar la habitación.

—A los abuelos sí les gustan los héroes — dijo Tenko, con la voz apenas audible, como si confesara un secreto.

La frase cayó en el aire como un vaso roto. Nao se quedó rígida, con la sonrisa detenida a mitad de camino. Sus ojos, instintivamente, se desviaron hacia la puerta, como si esperara ver la figura de Kotaro acechando en el umbral. No había nadie, pero el miedo la obligó a bajar más la voz.

—Con ellos puedes hablar de eso, pero… — se inclinó hacia su hijo, presionando suavemente sus pequeños hombros —Aquí no, ¿sí?

El niño asintió con un movimiento lento. No lo entendía del todo, pero el tono de su madre bastaba para que supiera que no debía insistir.

Nao lo abrazó brevemente, casi con culpa. Fue un contacto fugaz, apretado, como si temiera que el calor durara demasiado y alguien pudiera notar su debilidad. Luego se levantó, cerrando la puerta con la misma cautela con la que había entrado.

La habitación volvió a sumirse en penumbras. Hana respiraba tranquila, ajena a todo, mientras Tenko permanecía despierto. Escuchaba la cadencia de su hermana, intentaba imitarla, pero su propio pecho temblaba con cada inhalación.

Pensó en sus abuelos: en los dulces escondidos que siempre sacaban del bolsillo, en la paciencia con la que escuchaban cada una de sus historias inventadas, en la forma en que lo miraban sin dureza. Con ellos, el mundo parecía un poco más blando, menos hostil.

Pero aquí, en esta casa impecable y luminosa hacia afuera, el silencio se volvía pesado. Un silencio lleno de grietas invisibles, que nadie parecía querer reparar.

Y en ese vacío, la fragilidad de un niño quedaba expuesta como una raíz al aire, esperando que alguien —o algo— la arrancara de la tierra.

 

----------------

 

El jardín aún olía a lluvia reciente. La tierra húmeda desprendía un aroma profundo y terroso, y las piedras brillaban con gotas que reflejaban la luz gris del cielo. Tenko caminaba solo, con su pequeño camión de juguete en la mano. Lo empujaba sobre el suelo, trazando caminos irregulares entre charcos y barro, como si cada línea dibujada con ruedas fuera un intento de ordenar su propio mundo interno.

No había risas. Ni gritos. Ni entusiasmo. Solo el crujir húmedo de la hierba bajo sus pies y el sonido suave del camión contra la tierra. Su movimiento repetitivo tenía algo de ritual: una rutina solitaria que parecía marcar el paso del tiempo más allá del reloj, más allá de los adultos que lo rodeaban y no lo entendían.

Desde la ventana, Hana lo observaba, medio dormida, abrazada a su muñeca. Sus ojos pesados apenas seguían los movimientos de su hermano, pero la presencia silenciosa de la hermana parecía ofrecer un hilo mínimo de consuelo. Nao lo llamaba a veces desde la casa, con voz baja, casi temerosa, como si el simple sonido pudiera despertar la ira de Kotaro. No había nadie más allí; el mundo adulto estaba ausente o demasiado hostil para intervenir.

Tenko se detuvo de repente. Sus manos pequeñas, manchadas de barro, se cerraron en puños. Un pensamiento fugaz cruzó por su mente: si pudiera tener un poder, solo uno… haría que nadie más me gritara, protegería a mamá y a hana. La imagen de un mundo donde pudiera defenderse surgió en su imaginación, breve y brillante, como un destello entre la penumbra que siempre lo rodeaba.

El camión cayó al suelo. Se sentó en la tierra húmeda, abrazando sus rodillas, observando cómo un hilo de hormigas avanzaba por la tierra, ordenadas, ajenas a su soledad, inconscientes de la fragilidad de aquel niño que las miraba. Tenko parecía pequeño, frágil, vulnerable… como si la lluvia y la tierra hubieran decidido cubrirlo con su indiferencia.

La cámara de la narración se elevó lentamente, dejando atrás esa figura diminuta, atrapada entre charcos y barro. La hierba mojada lo hacía parecer aún más aislado, más abandonado. Cada movimiento suyo era observado sin que él lo supiera, cada gesto registrado en la memoria de unos ojos que nunca se apartaban.

No eran ojos humanos. No eran ojos benevolentes. Eran los ojos de alguien que ya lo había marcado, que lo había elegido sin que su conciencia siquiera existiera para resistirse. Un observador invisible, paciente, calculador, que veía en la soledad y el miedo del niño la primera semilla de lo que un día podría moldear.

Nadie lo veía realmente… salvo aquellos ojos que, en las sombras, lo esperaban.

Chapter 4: La fragua de las sombras

Chapter Text

Tenko se detuvo de repente. Sus manos pequeñas, manchadas de barro, se cerraron en puños. Un pensamiento fugaz cruzó por su mente: si pudiera tener un poder, solo uno… haría que nadie más me gritara, protegería a mamá y a hana. La imagen de un mundo donde pudiera defenderse surgió en su imaginación, breve y brillante, como un destello entre la penumbra que siempre lo rodeaba.

El camión cayó al suelo. Se sentó en la tierra húmeda, abrazando sus rodillas, observando cómo un hilo de hormigas avanzaba por la tierra, ordenadas, ajenas a su soledad, inconscientes de la fragilidad de aquel niño que las miraba. Tenko parecía pequeño, frágil, vulnerable… como si la lluvia y la tierra hubieran decidido cubrirlo con su indiferencia.

Pero en los sótanos, en algún otro lugar donde la luz nunca llegaba, alguien sí escuchaba.
Alguien sí veía.

Allí no había juguetes caídos ni respiraciones infantiles entrecortadas. Solo el eco metálico de máquinas respirando por quienes ya no podían, el murmullo eléctrico de bombas que imitaban corazones, y el hedor químico de un aire diseñado para conservar la carne más allá de su voluntad.

El doctor Garaki, encorvado frente a un panel de control, murmuraba en voz baja. Sus labios se movían con devoción nerviosa, como los de un sacerdote recitando una plegaria frente al altar. Pero su dios no exigía incienso ni cantos, sino tubos, bisturís y cuerpos rotos. Cada válvula que ajustaba, cada aguja que clavaba en los tanques de contención era parte de un ritual sin fe en la vida, solo en la utilidad.

Su bata estaba manchada de tinta y fluidos oscuros. Sus dedos temblaban levemente, no por duda, sino por la fiebre de la obsesión. Frente a él, las cápsulas brillaban con un resplandor enfermizo, iluminando formas apenas humanas suspendidas en líquido espeso. Eran cuerpos sin nombres, despojados de historia, convertidos en instrumentos. No había en ellos infancia, ni destino: solo piezas dislocadas de un engranaje mayor.

Y allí, observando desde la penumbra, como dueño paciente de un jardín secreto, estaba All For One. Sus pasos no hacían ruido, pero su presencia llenaba cada rincón del laboratorio como un peso invisible. No necesitaba dar órdenes constantes: su mirada bastaba. Aguardaba el nacimiento de una nueva criatura, no un chico destinado a reír bajo el sol, sino un guardián de sombras.

Un protector sin voluntad propia.
Un eco del hombre que había sido, arrancado de su humanidad para servir como pilar de su imperio venidero.

El zumbido de las máquinas se mezclaba con la respiración lenta de AFO. Garaki no lo miraba directamente, pero sabía que cada gesto suyo estaba siendo observado, medido, juzgado. Allí, en ese sótano, nada era casualidad: cada cable, cada latido artificial, cada fracaso contenido en los tanques era parte de una sinfonía más grande.

Y mientras Tenko se abrazaba a sí mismo bajo la luz cálida del sol, sin que nadie lo consolara, otra clase de persona estaba a punto de nacer. Uno sin barro en las manos, pero con las sombras tatuadas en el alma.

El cuerpo yacía extendido sobre la mesa metálica, desnudo bajo la luz cruda de los reflectores quirúrgicos. No era un cadáver común, pero tampoco podía llamarse vivo. Los pulmones se expandían con un silbido áspero, sostenidos por un compresor que inyectaba aire en intervalos precisos. Cada exhalación era un gemido hueco, como un fuelle oxidado que se resiste a seguir funcionando.

La piel, de un tono grisáceo, estaba atravesada por costuras irregulares: hilos quirúrgicos que cerraban incisiones profundas, recordando más a un muñeco ensamblado que a un ser humano. Bajo esas líneas se adivinaban los músculos, tensos como cuerdas violadas, vibrando por impulsos eléctricos que recorrían su carne para evitar que se pudriera.

Los ojos, a veces, se abrían. No del todo. Apenas un parpadeo mecánico, inconsciente, donde la esclerótica inyectada de sangre brillaba bajo la lámpara. No había reconocimiento en ellos, solo un reflejo vacío, un recordatorio cruel de lo que alguna vez existió allí: un joven con nombre y voz.

Garaki no lo veía como humano. Su mirada, cubierta por los lentes empañados, registraba cada espasmo con fascinación científica. Las manos temblorosas no eran signo de duda, sino de entusiasmo reprimido. En su cuaderno, los trazos médicos sustituían cualquier noción de dignidad: sujeto en fase transitoria – tejido conectivo aceptando injertos – reacción muscular favorable – pérdida total de conciencia.

Los bisturís descansaban alineados como soldados en formación. El doctor tomaba uno, hacía una incisión exacta, y el cuerpo respondía con un sobresalto involuntario. El líquido rojo corría en silencio, recogido por tubos transparentes que lo llevaban a depósitos numerados. Al lado, bombas intravenosas descargaban soluciones químicas, como raíces artificiales que mantenían la carne en movimiento.

Era grotesco y a la vez metódico: una coreografía de vida robada, de ciencia arrancada de su cauce natural.

Desde la penumbra, All For One observaba. Sus palabras, suaves y pacientes, se mezclaban con el zumbido de las máquinas.

—Toda creación requiere ruptura, doctor. Nada que valga la pena surge intacto.

Garaki asentía, apenas levantando la vista. Su escritura continuaba, seca, precisa.

—El cuerpo resiste… aunque no como un humano. Está más cerca de ser un recipiente que un individuo.

All For One se aproximó, inclinándose sobre la mesa. La criatura en transición permanecía ajena, atrapada en esa frontera monstruosa entre cadáver y máquina.

—Perfecto — murmuró, como quien contempla el brote de una planta rara—La fragua de las sombras siempre necesita un sacrificio.

El silencio volvió a instalarse en el laboratorio, interrumpido solo por los jadeos mecánicos del cuerpo que respiraba contra su voluntad.

Mientras Garaki ajustaba los tubos que recorrían la carne aún tibia, la habitación parecía contener la respiración. Cada chisporroteo de las máquinas era un recordatorio de que aquello no era un simple experimento: era un intento de imponer orden donde solo existía el caos de la carne y la memoria.

Los otros prototipos, alineados en tanques cercanos, emitían espasmos involuntarios, recordatorios silenciosos de lo que fallaba cuando la voluntad faltaba.

El zumbido constante de los sistemas de soporte llenaba la sala, mezclándose con el leve goteo de condensación sobre los metales fríos.

Garaki caminó lentamente alrededor de la mesa, sus dedos rozando paneles de control, su mirada fija en cada sutura, cada cable, como si pudieran decirle lo que estaba equivocado.
Se inclinaba sobre la consola central, murmurando números y ecuaciones mientras ajustaba los flujos de energía que recorrían los tubos conectados al cuerpo de Oboro. Cada cambio era calculado, medido, casi ritual: un científico obsesionado que veía carne y músculo como piezas de un rompecabezas que debía ensamblarse sin margen de error.

—La fusión… la fusión de memoria y quirk — murmuró, más para sí que para el espectador que tenía detrás, aunque sabía que All For One escuchaba cada palabra —Si conseguimos anclar la conciencia… usar fragmentos de recuerdos para estabilizar el cuerpo… podemos mantenerlo coherente.

Señaló con un dedo tembloroso uno de los tanques contiguos, donde otro prototipo apenas lograba mantenerse erguido, tambaleándose como un muñeco roto. Sus ojos recorrieron las costuras visibles de la piel, los injertos mal alineados, los cables que se retorcían como venas falsas.

—Todos los demás… se derrumban. Pierden identidad. Se convierten en nada más que masa y reacción.

Entonces se detuvo. Tomó aire y, con voz firme, comenzó a articular la lógica que había detrás de la locura: cómo la memoria podía anclar la conciencia, cómo los fragmentos de recuerdos eran la clave para evitar que todo se deshiciera. La fría luz blanca del laboratorio bañaba su rostro mientras pronunciaba palabras que eran tanto explicación como confesión: el experimento no solo dependía de la carne… dependía de quien observaba y dirigía el caos desde las sombras.

—La última pieza que falta… es usted, Sensei. Su voluntad.

All For One se mantuvo inmóvil unos segundos, observando con la calma absoluta de quien contempla un tablero de ajedrez lleno de piezas en movimiento. No intervino, no corrigió, no habló. Su presencia era suficiente: un imán que ordenaba caos, que convertía fallos en posibilidades, que recordaba que el experimento no era solo carne, sino un plan tejido desde las sombras.

—Perfecto — susurró finalmente —Cada intento fallido, cada quiebre, sirve de lección. Nada se desperdicia. Todo converge hacia el orden que yo decido.

El cuerpo de Oboro permanecía sobre la mesa, respirando de manera artificial, atrapado entre memoria y máquina, entre lo que fue y lo que aún debía llegar a ser.

----------------

El laboratorio parecía contenerse ante la presencia de All For One. Cada zumbido de las máquinas, cada chisporroteo de las válvulas, se percibía como parte de un ritual silencioso. Garaki, de pie a un lado de la mesa, sostenía una libreta llena de anotaciones, pero no podía apartar la vista de su maestro.

AFO caminó lentamente hasta el cuerpo de Oboro, sus pasos resonando apenas sobre el piso metálico. Sus ojos recorrían cada sutura, cada injerto, cada fragmento de carne ensamblada. No había urgencia, no había prisa. Había intención. Cada gesto parecía medido, estudiado, como quien contempla un tablero de ajedrez donde las piezas aún no se mueven, pero ya conocen su destino.

—Los héroes se sostienen en recuerdos, en vínculos, en emociones que los atan — dijo AFO, con la voz suave pero cargada de peso —¿Por qué no construir soldados a partir de lo mismo? Memoria, voluntad, obediencia… moldeadas con precisión.

Sin apartar la mirada se inclinó sobre el cuerpo inerte, colocando su palma de su mano sobre el pecho de Oboro. Una chispa de energía recorrió la piel aquella que transformaría aquel cadáver en algo más que carne y hueso: Warp Gate, el núcleo de un futuro guardián. La energía fluyó, silenciosa y potente, como un río contenido que busca su cauce,  infiltrándose en los tubos y en los circuitos, como si cada latido hubiera esperado ese contacto para adquirir ritmo propio.

Al principio, nada parecía cambiar. Luego, un espasmo recorrió los músculos del cuerpo. Garaki retrocedió un paso, apuntando con la mirada cada movimiento mientras sus dedos temblorosos escribían en la libreta: números, fórmulas, observaciones. El cuerpo convulsionaba con irregularidad, intentando adaptarse a aquella fuerza que no comprendía.

Las máquinas alrededor, que hasta entonces vibraban de manera irregular, comenzaron a estabilizarse. Los espasmos involuntarios cedieron; el cuerpo, aun sin conciencia, parecía obedecer a un orden superior.

Garaki contuvo la respiración. Lo que observaba no era solo un cuerpo animado por ciencia, sino la materialización de una filosofía: no un monstruo irracional, sino un guardián perfecto, un engranaje dispuesto a sostener un sistema que aún estaba por construirse. Y en ese silencio medido, en la calma perturbadora de AFO, se percibía la certeza de que nada en ese laboratorio ocurría por casualidad.

Un hilo de humo emergió de la boca del sujeto. Negro y espeso, con bordes violeta que danzaban como llamas moradas sobre el aire frío del laboratorio. Cada exhalación parecía contener un gemido sin voz, un lamento encapsulado en materia y energía. La forma aún era inestable; los rasgos humanos se mezclaban con algo que se debatía entre la vida y la construcción artificial.

Garaki murmuró entre dientes, casi sin aliento:

—Prototipo… exitoso. Codificación… estable.

AFO permaneció en silencio, observando con una calma inquietante. No había júbilo, no había emoción. Solo la contemplación del orden emergente, del control absoluto sobre la materia, la memoria y la fuerza. El guardián todavía no era completo, pero la chispa estaba allí. Un primer respiro artificial, el inicio de algo que obedecería con precisión sin cuestionar, una sombra modelada con paciencia infinita.

En ese instante, el laboratorio respiraba con un pulso distinto: la máquina, el hombre y la chispa de un poder compartiendo un ritmo que nadie más vería. Todo estaba calculado. Nada se dejaba al azar.

----------------

AFO se alejó unos pasos, los brazos cruzados, contemplando el cuerpo aún tembloroso sobre la mesa. Sus ojos fríos, casi indiferentes, se posaron en la figura del prototipo, y por primera vez desde el inicio del experimento, dejó escapar un murmullo que parecía más poético que científico:

—La primera raíz ha germinado. Pronto, un bosque de sombras crecerá bajo mis pies.

Garaki permaneció cerca, respirando con rapidez contenida, las manos manchadas de fluidos, repasando notas mientras ajustaba válvulas y calibraba los monitores. A pesar de su fascinación por el éxito técnico, un escalofrío recorrió su espalda. Aquello que habían creado no era un ser vivo: era una ausencia, un vacío revestido de carne, una sombra con forma humana que respiraba humo negro y violeta.

El humo se enroscaba lentamente alrededor del cuello del nomu, ascendiendo hacia las luces blancas del laboratorio como si el aire mismo rechazara su existencia. Cada exhalación parecía más una declaración de dominio que un signo de vida: un recordatorio de que aquello no respondería por compasión, solo por orden.

Garaki, aún temblando ligeramente, volvió a su consola. Sus dedos ajustaron los tubos de infusión, las palancas de presión, las lecturas de frecuencia cardíaca y respiratoria. Cada parámetro debía alinearse perfectamente; cualquier error podría revertir lo logrado. Sus ojos repasaban las cifras, comprobando la estabilidad de la codificación, preparando la maquinaria que terminaría de “dar vida” al nomu.

AFO permaneció de pie, observando en silencio, como si todo el laboratorio fuera su jardín secreto y aquel prototipo apenas el primer brote.

El laboratorio, frío y blanco, resonaba con el zumbido constante de las máquinas y el siseo del humo. Cada detalle estaba controlado, cada movimiento medido. Nada era casualidad. Nada escapaba a las sombras.

Y mientras Garaki preparaba la siguiente fase del procedimiento, el nomu seguía allí, una figura vacía y temblorosa, aún inestable, ya lista para recibir la chispa que lo transformaría en un guardián perfecto.

Chapter 5: La anomalía

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El laboratorio vibraba con un pulso mecánico.
Los monitores lanzaban pitidos regulares, como si un corazón inexistente quisiera reclamar su lugar en el mundo. Los tubos colgaban como venas, los cables se extendían como nervios, y las válvulas exhalaban aire a intervalos, imitando una respiración artificial. Las paredes metálicas sudaban vapor condensado; gotas resbalaban hasta perderse en el suelo estéril, donde el olor a desinfectante se mezclaba con un hedor más antiguo, más orgánico.
No parecía un recinto, sino un organismo.Todo estaba vivo… pero de la forma equivocada.

Garaki, inclinado sobre la consola, repasaba su lista con el fervor de un devoto frente a un altar.
—Oxigenación… nivel 76%.
—Presión de fluidos… estable en 1.8 atmósferas.
—Carga eléctrica… calibrada.
Sus palabras eran un murmullo, casi un rezo científico, obsesivo, dirigido tanto a sí mismo como a las máquinas que lo escuchaban.

En el centro del recinto, el cuerpo de Shirakumo Oboro flotaba en suspensión, atrapado por una red de tubos que se incrustaban en carne y hueso. La piel mostraba zonas grisáceas de necrosis, cicatrices apretadas con suturas toscas, y partes donde la carne parecía “desdibujarse”, vibrando bajo el efecto de fuerzas invisibles.

Dos injertos ya palpitaban dentro de él. El primero, un remanente del quirk Cloud, generaba turbulencias de aire que hacían ondular su piel como si respirara bajo agua. El segundo, Warp Gate, se manifestaba en microfluctuaciones que deformaban su silueta, distorsionando el espacio a su alrededor: una mano que parecía más grande de lo que era, un ojo que brillaba con reflejos violetas.

Garaki lo registraba todo con precisión clínica:
—Microfracturas dérmicas en la sutura torácica.
—Distorsión espacial en extremidades: 0.04%.
—Actividad neuronal… irregular, pero consistente.

Mientras tanto, en las sombras, All For One observaba. No hablaba. Su calma era antinatural, el silencio de alguien que nunca duda, que nunca necesita apresurarse. Solo cuando el doctor bajó la cabeza para revisar las últimas lecturas, su voz surgió:

—Es la última fase, doctor. Hazlo respirar.

Garaki tragó saliva. Sus manos temblaron apenas un instante, antes de recuperar la precisión del cirujano. Activó la inyección final: un cóctel de energía comprimida y control neurológico que recorrería los tubos, buscándole al cadáver una obediencia perfecta.

El sótano retumbaba con un silencio extraño, roto solo por los pitidos de las máquinas y el goteo intermitente de fluidos en los tubos. Un pitido sostenido, agudo, comenzó a desviarse, casi imperceptiblemente. Garaki, inclinado sobre la consola, arqueó una ceja al ver cómo una de las líneas en la pantalla temblaba fuera de su rango.

Un segundo pitido se unió, esta vez más rápido, cortando la cadencia previa como una nota falsa en una sinfonía mecánica. Los números verdes se tiñeron de naranja, parpadeando con un retraso irregular.

—Hmmm… anomalía en el registro sináptico — murmuró Garaki, casi para sí mismo, con el bolígrafo suspendido en su mano —Latencia en la respuesta cortical… no debería estar ocurriendo.

El cuerpo suspendido en el tanque se agitó con un leve temblor, como un músculo que despierta tras meses de parálisis. La piel, pálida y cosida con suturas, vibraba con pequeños pulsos, como si algo bajo ella buscara abrirse paso.

Los monitores comenzaron a emitir una secuencia irregular: pitidos más rápidos, líneas gráficas que se entrecruzaban como un electrocardiograma en colapso. El aire del laboratorio, ya espeso con vapor metálico, adquirió un nuevo olor: ozono quemado mezclado con el cobre húmedo de la sangre.

De pronto, un espasmo recorrió el cuerpo entero. El torso se arqueó con violencia, los brazos tironearon contra los arneses metálicos y los huesos crujieron con un sonido sordo, como madera seca partiéndose. Los ojos, antes inmóviles bajo los párpados, se abrieron de golpe. El blanco total ocupaba las cuencas, un vacío sin dirección ni consciencia.

Garaki se sobresaltó, golpeando torpemente los botones de la consola.
—¡Sobrecarga! — balbuceó, los labios temblando —¡Los receptores no están sincronizados, los nodos neuromusculares están…!

Un chispazo estalló en la cabina de control. El zumbido eléctrico se volvió un rugido, llenando el espacio con destellos azules que pintaban sombras largas en las paredes. Los tubos vibraban, resonando como cuerdas tensadas al límite.

AFO, de pie en penumbra, observaba todo con la serenidad de un cirujano que contempla una disección. Su voz atravesó el caos, grave y sin matices de urgencia:

—Estabilízalo. No permitas que muera. Aún no.

Garaki giró hacia él, sudor empapando su frente, pero esa mirada inmóvil lo atravesó como un bisturí. El médico se inclinó frenéticamente sobre los mandos, tratando de calibrar las corrientes eléctricas, ajustando válvulas que silbaban con vapor.

El pitido ahora era un aullido constante. El aire vibraba con descargas erráticas, como si el laboratorio entero respirara con dificultad. Cada chispa que saltaba en los cables iluminaba el cuerpo suspendido: la piel estirada, los músculos en espasmos, los ojos vacíos girando en círculos lentos.

Y bajo todo ese estruendo, la sensación de que algo más —algo no planeado— estaba tratando de abrirse paso a través de la carne muerta.

----------------

El primer grito rompió la penumbra del sótano con la violencia de un trueno contenido. Una vibración seca recorrió los cristales de los tanques adyacentes, que respondieron con un zumbido áspero, como si el propio laboratorio temiera quebrarse. Garaki apretó los dientes: el sonido no era humano en su totalidad, sino un híbrido entre aullido animal y metal desgarrándose.

Oboro abrió la boca al límite, la mandíbula temblando bajo la tensión de músculos que ya no obedecían. Un borbotón de espuma grisácea se escapó entre sus dientes, evaporándose al contacto con el aire. El monitor cardíaco osciló entre picos imposibles y líneas planas que duraban segundos eternos antes de volver a estallar en actividad frenética.

La piel comenzó a cambiar. Primero perdió color, volviéndose translúcida como papel húmedo, dejando entrever retazos oscuros de venas que parecían raíces muertas. Después, esa transparencia se fragmentó, deshaciéndose en jirones de humo que se desprendían del cuerpo y ascendían lentamente, como si la carne misma se evaporara.

—Esto… esto no estaba en los cálculos — balbuceó Garaki, con la voz quebrada, anotando frenéticamente aunque sabía que los datos se le escapaban de las manos —Los vectores celulares no deberían… ¡es imposible!

Los músculos, liberados de su estructura, parecían licuarse en movimiento. Se expandían y se contraían como nubes oscuras, palpitando con el ritmo desquiciado de los sensores. No había forma de distinguir tendón de nervio, solo una masa viscosa que se diluía y recomponía a cada segundo, como humo atrapado en un recipiente demasiado pequeño.

El cabello flotaba en la suspensión líquida, meciéndose como algas, hasta que comenzó a difuminarse, fundiéndose con la niebla que emanaba del propio cuerpo. Hebras enteras se deshacían en un parpadeo, arrastradas en espirales que se confundían con el vapor del tanque.

Los dedos fueron lo último en ceder. Se quebraban en partículas diminutas, fragmentándose como cenizas que el viento dispersa, pero en lugar de perderse, regresaban al punto de origen, recomponiéndose en un ciclo macabro de disolución y nacimiento. Cada reconstrucción era más imperfecta, más nebulosa, hasta que lo que una vez fueron manos se redujo a extremidades indefinidas, moldeadas en vapor.

Los pitidos de las máquinas alcanzaron un clímax insoportable, entrecortados por chispazos eléctricos que iluminaban la escena como fogonazos fotográficos: carne que ya no era carne, ojos rodando en cuencas que se deshacían en gas, un torso que se inflaba y colapsaba como un fuelle.

En cuestión de segundos, el cuerpo humano dejó de existir. En su lugar quedó un amasijo informe de niebla densa, vibrando dentro de la cápsula como un ser atrapado entre estados de la materia. No era sólido, no era líquido, no era gas: era un error vivo, un vacío sostenido solo por el diseño cruel de las máquinas que lo mantenían.

Garaki, con los ojos abiertos de par en par, sentía cómo el aire en su garganta se volvía insuficiente. Sin embargo, detrás de él, AFO permanecía inmóvil, un espectador satisfecho, como si aquello no fuera un fallo, sino la confirmación de algo largamente esperado.

—¿Lo ves, doctor? — su voz se deslizó como un veneno suave, fría y certera —El caos siempre busca formas nuevas. Y yo soy quien decide cuáles sobrevivirán.

El humo golpeó contra los límites del tanque, expandiéndose en pulsos irregulares, como un corazón que aún no aprendía a latir.

----------------

Al principio fue un temblor sutil, apenas perceptible. El aire en la sala se onduló como el agua bajo una piedra, distorsionando los tubos y las pantallas. Garaki levantó la mirada de sus monitores, creyendo que se trataba de un fallo óptico. Pero entonces lo escuchó: un crujido bajo, profundo, como si la propia atmósfera se estuviera resquebrajando.

Las agujas de los sensores comenzaron a oscilar sin control. Gráficas verdes se convirtieron en picos rojos que cruzaban la pantalla en ángulos imposibles. Los pitidos regulares de los monitores se transformaron en chillidos metálicos, cada uno más agudo que el anterior, hasta ser insoportables.

El cuerpo de Oboro —o lo que quedaba de él— reaccionó de inmediato: la nube densa que lo envolvía palpitó, expandiéndose en pulsos irregulares. Cloud y Warp Gate, en su fusión antinatural, empezaron a colapsar la frontera entre materia y espacio.

Fue entonces cuando apareció: una línea. Delgada, apenas perceptible, como un arañazo en el aire frente a la cápsula. Una grieta blanca que chisporroteaba, desgarrando la realidad con el sonido seco de un cristal al quebrarse.

—¡Esto no estaba en el cálculo! — gritó Garaki, sus manos temblorosas recorriendo botones y teclas que ya no respondían. Cada comando era inútil: los sistemas parpadeaban y se reiniciaban en bucles erráticos.

El crujido aumentó. La grieta se expandió con violencia, emitiendo un pulso de luz blanca que recorrió todo el laboratorio como una ola. Vidrios estallaron en fragmentos afilados, tanques laterales se reventaron con un estallido húmedo, esparciendo fluidos viscosos y restos de carne deshecha por el suelo. El olor metálico de la sangre se mezcló con el del oxígeno eléctrico, saturando cada rincón.

Las luces del techo parpadearon como si fueran ojos moribundos, iluminando escenas intermitentes: Garaki forcejeando con los controles; tubos desgarrándose de sus válvulas y lanzando chorros de líquido como arterias rotas; la masa de humo convulsionando en su prisión de vidrio agrietado.

El doctor se giró hacia su maestro, esperando órdenes de contención, pero AFO permanecía inmóvil. Un espectador entre las ruinas, con su presencia irradiando calma absoluta.

—No lo cierres — su voz se deslizó como un eco grave, envolviendo el caos con una serenidad antinatural —Deja que se abra.

Garaki palideció. La grieta chisporroteaba con fuerza, convirtiéndose en un tajo de luz incandescente suspendido en el aire. No era un portal estable: era un corte cuántico, un desgarro en las costuras de la realidad. La propia materia se retraía alrededor del fenómeno, como si el universo no pudiera soportar la herida.

Las máquinas comenzaron a convulsionar. Las pantallas mostraban caracteres sin sentido, códigos corruptos, números imposibles que se devoraban a sí mismos. Tubos fluorescentes estallaron, bañando el laboratorio en destellos verdosos.

El suelo vibraba como si la tierra misma rechazara lo que ocurría. Vibraciones telúricas se propagaron hacia la superficie, arrancando polvo de las paredes y agrietando los cimientos.

La grieta se abrió con un rugido sordo, liberando una onda expansiva que atravesó el laboratorio como una explosión muda. Garaki fue lanzado contra una consola; los tanques que quedaban en pie se destrozaron, escupiendo humo y fragmentos de vidrio.

La onda salió disparada más allá de los muros del sótano, alcanzando la ciudad sobre ellos. En un instante, cuadras enteras se apagaron. Semáforos, hospitales, viviendas: todo cayó en silencio. Un apagón masivo cubrió la urbe como un manto, mientras un murmullo de alarma comenzaba a extenderse entre la gente que no entendía la magnitud de lo que había ocurrido.

En medio del desastre, la grieta palpitaba, brillando con una intensidad casi sagrada. No era luz natural, ni siquiera energía reconocible: era un recordatorio de que el orden del mundo podía desgarrarse con un solo gesto de voluntad.

Y AFO sonrió, satisfecho, como quien contempla el nacimiento de un dios oscuro.

El pulso se expandió como una onda silenciosa que se propagaba bajo la piel de Japón entero. El apagón comenzó en el distrito más cercano al laboratorio, pero en cuestión de segundos se extendió como un dominó implacable: una franja negra atravesando barrios, carreteras, fábricas y escuelas.

Las luces parpadearon una última vez antes de apagarse. En hospitales, monitores vitales se quedaron mudos, forzando a médicos a gritar órdenes en la penumbra. Semáforos se extinguieron en cruces abarrotados, convirtiendo el tráfico en un caos súbito. En miles de hogares, familias enteras se miraron con confusión mientras sus televisores, estufas y lámparas murieron a la vez, dejando un eco de preguntas sin respuesta.

El país entero respiró al mismo tiempo una sensación de vacío. Algo más profundo que un corte eléctrico. Algo primitivo, como si el aire mismo se hubiera enfriado.

----------------

En un campus oculto tras los muros de la academia, Nezu se detuvo en seco. Los informes y cálculos que había revisado quedaron olvidados sobre la mesa, mientras su mirada se fijaba en la ventana. El horizonte de la ciudad parpadeaba con apagones sucesivos, un patrón que ningún fallo técnico podría explicar. Sus orejas se erizaron; cada fibra de su cuerpo, animal y estratega a la vez, detectaba la intención detrás de la anomalía. Con voz baja, más para sí mismo que para los demás, articuló la única conclusión posible:

—No… esto no es accidente,alguien lo provocó.

----------------

A kilómetros de distancia, en una pequeña habitación oscura, Tenko Shimura se removió entre las sábanas. Su cuerpo tembló, sus manos pequeñas se crisparon contra la tela. No había ruidos ni luces que explicaran su reacción, pero un frío inexplicable le recorrió los huesos, helándole hasta la médula. Una sensación ajena, como si el mundo hubiera dado un vuelco y lo hubiera dejado atrás.
El niño se encogió, con lágrimas asomando a sus párpados, sin poder explicarse el motivo. Solo sabía que, por un instante, algo inmenso y aterrador había respirado cerca de él.

----------------

En el otro extremo del océano, Estados Unidos, la madrugada apenas comenzaba. Eran las cinco de la mañana, la hora en que la ciudad aún dormitaba y solo los más disciplinados se movían entre sombras.
En un gimnasio casi vacío, Toshinori Yagi —All Might— iniciaba su rutina habitual. El sudor perlaba ya su frente mientras levantaba una barra cargada, preparándose para forzar sus músculos a un nuevo límite.

Pero antes de completar la repetición, ocurrió.
Un tirón en lo más hondo de su ser, brutal y repentino, como un latigazo eléctrico desgarrando su espina dorsal. La pesa se le escapó de las manos, cayendo con estrépito metálico contra el suelo, rebotando una vez antes de rodar.

Un escalofrío lo atravesó entero, haciéndolo arquear la espalda. No era solo dolor físico: era una vibración en lo más hondo de su ser, una presión en el pecho que lo obligó a llevarse la mano al corazón. Durante un instante, su respiración se volvió pesada, irregular, como si su alma hubiera resonado con algo al otro lado del mundo.

Lo entendió de inmediato, aunque no supiera explicarlo:
OFA había vibrado.

Un eco lejano, antinatural, había forzado a su poder a responder. Como si, en algún punto invisible, una cuerda hubiese sido tensada y su otra mitad, All For One, hubiera tirado de ella.

La conexión, siempre intangible, ahora era brutalmente evidente. OFA se agitaba dentro de su cuerpo como un animal inquieto, respondiendo al rugido que AFO acababa de liberar desde Japón. Toshinori apretó los dientes, un sudor frío empapando su frente. La vibración no solo sacudió el metal y el aire: también recorrió a AFO, agitándolo internamente. La energía, intensa y brutal, hizo que su poder respondiera como un animal inquieto, percibiendo cada pulso del desgarro que acababa de liberar.

—¿Qué demonios está pasando…? — murmuró, jadeante, con los ojos clavados en la nada, como si pudiera ver a través de la distancia.

----------------

Mientras tanto, entre máquinas muertas y humo aún suspendido, All For One alzó el rostro como si escuchara esa misma pregunta atravesar océanos. Su sonrisa fue lenta, satisfecha.
No necesitaba verlo para saberlo: el eco había llegado. El lazo se estableció por unos momentos.

El maestro no había abierto solo una grieta en el espacio.
Había abierto una grieta entre él y su oponente eterno, cosiendo sus destinos con un hilo invisible que vibraba en la oscuridad.

----------------

La grieta de luz colapsó con un chasquido sordo, tan rápido y repentino que pareció tragarse la energía que había liberado segundos antes. El sótano quedó envuelto en un silencio sepulcral, interrumpido únicamente por el goteo constante del agua que se escurría de los tanques rotos, y el zumbido irregular de los sistemas que aún luchaban por mantener sus parámetros mínimos.

Un golpe seco resonó contra el piso metálico. Algo había caído.

El laboratorio permanecía en silencio tras el golpe, roto solo por el zumbido de los sistemas dañados y el goteo del agua de los tanques rotos. Fue entonces que un pulso sutil recorrió las paredes metálicas, apenas perceptible entre los registros y las luces rojas intermitentes. AFO levantó una mano, concentrándose: su quirk pasivo —una sensibilidad a las alteraciones bioeléctricas y energéticas— le permitió localizar la fuente exacta de aquella anomalía.

Sobre el suelo frío, yacía una mujer inconsciente.

El resplandor intermitente destacaba la figura caída, reflejándose en los charcos de agua y los fragmentos de vidrio proyectando sombras móviles que parecían bailar sobre las paredes metálicas, como si el laboratorio mismo reconociera la llegada de algo extraordinario.

Como si el cuerpo mismo enviara un hilo de energía, el laboratorio “se señaló” a sí mismo. Los sistemas vibraban ligeramente, las máquinas reaccionaban, y Garaki comprendió con un escalofrío que algo estaba allí, en la zona más fría y recóndita del sótano. Sin dudar, avanzó con cautela, lápiz en mano.

Observó a la mujer, su piel estaba marcada por rasguños sangrantes y hematomas; su respiración era irregular, casi como un hilo que luchaba por mantenerse. Cada inhalación provocaba que el aire alrededor de su rostro se ondulara ligeramente, y el fluido de los tanques rotos vibraba imperceptiblemente, como si la mera presencia de esa persona lo agitara.

Anoto cada pulso, cada chispa de energía, cada irregularidad que emanaba de aquel cuerpo. Sus murmullos técnicos eran precisos, clínicos, pero su ritmo traicionaba una excitación contenida: aquello superaba cualquier predicción anterior.

AFO permaneció de pie frente a la figura caída, máscara impasible, brazos cruzados sobre el pecho. Sin moverse, esbozó una sonrisa pequeña, cargada de significados, transformando la calma en amenaza.

—El mundo rara vez me da regalos — dijo, su voz fría cortando el aire del laboratorio —Y esta noche… me dio dos.

Los ojos de Garaki se desplazaron de la figura caída hacia AFO. La llegada de aquel cuerpo no era casualidad. Una fuerza nueva, incontrolable, acababa de entrar en juego. Desde las sombras, la planificación de AFO comenzaba a desplegarse, silencio

Notes:

Dato innecesariamente necesario.

Los hechos ocurridos en el laboratorio del Doctor Garaki, sucedió en la noche.
Así que en Estados Unidos es de madrugada.
Por si no llegaron a entender.

Así mismo, me van a funcionar por esto pero lo que mi instagram, queda cancelado, está pensando mejor en subir la información en Tiktok, se me hace más fácil y práctico ya que por ahí estoy más activa que en instagram.
Jajaja

Chapter Text

Anomalía Humana

El laboratorio parecía una herida abierta.
El humo químico se enroscaba en el aire como una víscera viva, impregnando las paredes con olor a metal y ozono. Los monitores crepitaban en espasmos lumínicos; cada pantalla parpadeaba entre líneas de código corrupto y manchas negras que se disolvían lentamente. Los fluidos de contención se desbordaban en el suelo metálico, mezclándose con la sangre, el aceite y la humedad que destilaba el sótano.

Los tanques, agrietados y a medio caer, se mecían como si aún respiraran. Tubos partidos colgaban de los soportes como tendones arrancados, y el aire entero vibraba con un zumbido bajo, constante, el eco residual del colapso dimensional.

El doctor Garaki se movía con torpeza entre los restos del desastre. Su bata estaba rasgada, manchada de ceniza; su rostro, perlado de sudor y reflejado por la luz intermitente de los monitores. Cada pitido lo hacía girar con sobresalto. Intentaba restablecer sistemas, apagar alarmas, pero el tablero chispeaba como si el laboratorio mismo estuviera vivo, resistiéndose a morir.

-El flujo de energía no debería... - balbuceó, los dedos temblando sobre los controles -No... no hay registro de esto. Esto no es una sobrecarga... esto es... algo más.

Su voz se perdía entre el pitido irregular de las máquinas, un sonido que subía y bajaba como un latido artificial. A cada parpadeo de luz, el sótano parecía transformarse: primero solo ruina, luego, por un instante, una sala vibrante y distorsionada. Había zonas del aire que temblaban, ondulaciones translúcidas que hacían parecer que la realidad misma estaba fracturada, como una superficie de agua sobrecalentada.

AFO permanecía en silencio, observando el centro del caos con la calma de un dios que contempla el resultado de su propio experimento. De pie entre el vapor y el humo, solo sus ojos -ocultos tras la máscara- brillaban con esa luz contenida y peligrosa.

Garaki levantó la vista hacia él, como buscando una instrucción, una certeza. Pero AFO no se movió. Su atención estaba fija en un punto del suelo, más allá de los tanques rotos y del humo que todavía se retorcía con densidad fantasmal.

El doctor siguió la dirección de su mirada.
Allí, entre los fragmentos de vidrio y el agua estancada, yacía una mujer.

Garaki se quedó inmóvil unos segundos, los labios entreabiertos. Sus pupilas dilatadas reflejaron aquella forma extraña, incongruente con todo cálculo, con todo parámetro conocido. La lógica lo empujaba a acercarse, pero el instinto le gritaba que se mantuviera lejos.

AFO, sin embargo, avanzó despacio. Sus pasos resonaban con un peso que imponía silencio. Se detuvo a un metro de distancia, la sombra de su cuerpo cubriendo a la mujer como un eclipse.

El aire se estremeció.
Una chispa de energía -débil, casi imperceptible- cruzó el espacio entre ambos, un destello blanco que hizo vibrar las luces durante un segundo.

Garaki tragó saliva.
-¿Qué... es eso...?

AFO no respondió de inmediato. Su voz llegó grave, meditada, como si cada palabra pesara más que el aire mismo:

-Un error... o una respuesta.

Volteó la cabeza apenas, el brillo en sus ojos acentuado por el reflejo de los indicadores parpadeantes.

-En este mundo, los héroes nacen del azar. Los dioses, de la voluntad. Pero los errores... - una pausa - ...son los que alteran el orden.

El doctor no comprendió del todo, pero el tono bastó para erizarle la piel.
Entre el vapor, el humo y la luz roja que giraba en el techo, la escena se volvió casi irreal: una mujer inconsciente en el centro del caos, un hombre que veía en ella más que una anomalía, y un científico que, sin saberlo, acababa de presenciar el inicio de una nueva fractura en la historia.

----------------

El silencio que siguió al colapso era tan denso que solo se oía el goteo persistente del agua mezclada con fluidos de contención. El humo flotaba en delgadas columnas que ascendían hasta perderse en la oscuridad del techo, como si el laboratorio respirara lentamente después de la tormenta.
Las luces rojas seguían girando lentamente, bañando la escena con un resplandor intermitente, casi respirante.
Entre los restos del desastre, el cuerpo de la mujer permanecía inmóvil, semihundido en una mezcla de líquido y cristales rotos.

El aire a su alrededor no era normal.
A cada exhalación, el espacio vibraba, como si su aliento alterara la densidad misma de la habitación.
Las ondas se extendían desde su rostro hacia el suelo, y el agua -que momentos antes reposaba quieta- temblaba en círculos concéntricos, respondiendo a un pulso invisible.
Las gotas en el suelo temblaban, y los restos del fluido de los tanques respondían a un pulso imperceptible, como si algo invisible se comunicara entre ellos.

Su cabello húmedo se adhería a su mejilla, y el movimiento de su pecho era tan débil que parecía que el cuerpo entero dudaba entre seguir vivo o rendirse.

AFO se inclinó despacio, el sonido del metal de su calzado resonando hueco.
Durante un instante, el reflejo de la luz roja danzó sobre la superficie de su máscara, ocultando toda emoción. Extendió una mano enguantada y tomó el rostro de la desconocida con precisión quirúrgica, como quien examina un objeto valioso, no una persona.

La piel estaba fría, húmeda, con una textura extrañamente suave, casi irreal. Por un segundo, AFO permaneció quieto, analizando el temblor leve bajo su tacto.
Entonces, sin aviso, los párpados de la mujer se abrieron de golpe.

Un par de ojos castaños, oscuros y aún nublados por el desconcierto, se clavaron en él.
Su respiración se quebró, un jadeo agudo, reflejo puro del instinto. No había reconocimiento, solo miedo. El cuerpo reaccionó intentando apartarse, pero la fuerza la abandonó al instante. Los ojos se cerraron nuevamente y su cabeza cayó hacia un lado, inconsciente.

Garaki, observando desde la distancia, dio un paso atrás.
El silencio fue tan espeso que el sonido del goteo parecía un reloj marcando la espera.

AFO no se movió. Sus dedos permanecieron sobre el rostro de la joven unos segundos más, como si quisiera confirmar que era real.
Luego, en voz baja, casi con una reverencia fría, murmuró:

-Viva... y desconocida. Examínala. Quiero saber qué es.

Garaki tragó saliva y asintió sin decir palabra.
Mientras el doctor se preparaba, AFO permaneció observando el cuerpo tendido, y la línea de su máscara se curvó apenas, una sonrisa mínima pero perturbadora.

-El azar no crea milagros - susurró para sí mismo -Solo revela fallas en el orden del mundo. Y las fallas... son oportunidades.

Garaki, aún con el corazón desbocado, se acercó con cautela y se aproximó, arrastrando consigo una bandeja con instrumentos manuales rescatados de entre los escombros. La bata le colgaba rasgada, la respiración entrecortada por la adrenalina.

Las luces parpadeaban todavía, lanzando sombras cortas y alargadas que deformaban su figura encorvada.

Sus ojos, detrás de los lentes empañados, analizaban la figura con una mezcla de fascinación y terror contenido.

Se arrodilló junto a la mujer, colocó dos dedos en su cuello y esperó.

-Frecuencia irregular... pero presente. -murmuró para sí mismo- vibración no identificada... temperatura corporal por debajo del umbral vital... pero sigue respirando...

Movió sus lentes manchados de polvo y apuntó una nota con mano temblorosa. Sus ojos recorrieron las heridas con método: rasguños finos en los brazos, hematomas frescos en el abdomen y las piernas, cortes superficiales provocados por el vidrio.

-Externamente, sin daños mayores - dijo, limpiando con un trozo de gasa el hilo de sangre que descendía por su cuello -Respira, pero es inestable.

Su tono cambió, más bajo, casi un pensamiento audible:
-Podría revisarla mejor, pero todo el sistema está destruido. No hay energía, ni calibración, ni base de datos...

AFO dio un paso hacia adelante.
La máscara giró apenas hacia él.
-Déjalo en mis manos.

El aire del laboratorio vibró.
Un sonido sordo, profundo, recorrió las paredes como un eco de terremoto. Los fragmentos de metal en el suelo comenzaron a moverse solos, arrastrándose lentamente hacia sus posiciones originales. Las mesas se enderezaron, los brazos mecánicos volvieron a ensamblarse, los monitores se encendieron de nuevo entre chispas y pitidos.
El sótano entero parecía obedecer un comando silencioso, una voluntad invisible.

Garaki se quedó inmóvil, los ojos abiertos, la pluma suspendida en el aire.
AFO se limitó a sonreír apenas.

-Ya está. No pierdas tiempo - dijo con serenidad absoluta -Tenemos dos nacimientos esta noche.

Garaki tragó saliva, aún intentando comprender lo que veía.
Se inclinó de nuevo hacia la mujer, ajustando una pequeña lámpara de mano para examinar sus pupilas.
La luz tembló... y algo respondió. Una vibración leve se propagó desde su pecho, haciendo que el agua a su alrededor se agitara una vez más.

El doctor se apartó un centímetro, desconcertado.
-Eso no fue un reflejo. El aire reaccionó.

AFO no contestó. Su mirada se había desplazado a la esquina más oscura del laboratorio.
Allí, entre el humo espeso y los restos del equipo derrumbado, una forma emergía.

Era humo denso, vivo, agitado, que giraba sobre sí mismo en un vórtice.
Una figura humanoide apenas delineada, como si la materia misma se resistiera a tomar forma. Dos puntos luminosos, vagamente parecidos a ojos, destellaron entre la niebla.

Garaki retrocedió un paso, helado.
AFO, en cambio, soltó una carcajada grave, retumbante.

-Perfecto... - murmuró con deleite -Dos almas nacidas del caos. Un guardián y un enigma.

Se giró hacia el doctor sin perder esa sonrisa que parecía un arma.
-Deja al Nomu. Que observe. Ya cumplió su función... por ahora.

AFO extendió una mano, y las luces del laboratorio se estabilizaron con un zumbido armónico, como si todo el lugar obedeciera una sola conciencia.
-Tenemos mucho por descubrir, doctor - dijo finalmente, mirando a la mujer inconsciente -Y esta vez, el misterio no está en el poder... sino en su origen.

----------------

El sonido de las máquinas reconstruidas llenaba el laboratorio con un zumbido constante, casi orgánico.

Garaki se secó el sudor con el dorso del guante, aún jadeante.
AFO extendió una mano sin pronunciar palabra. El aire tembló.
El cuerpo de la jovén se elevó con suavidad -como suspendido por hilos invisibles-, flotando por encima del suelo cubierto de líquido y vidrio. El fluido se apartó obediente, formando un círculo perfecto a su alrededor.
Con un simple gesto, AFO la depositó sobre una camilla limpia.

La camilla metálica parecía un altar, bajo la mirada de dos hombres que no creían en dioses, pero que acababan de presenciar algo que rozaba lo divino.

-Continúa -ordenó, con esa calma que no admitía réplica.

Garaki asintió. Se movió con la precisión de un cirujano y la fascinación de un fanático.
Sus manos temblaban ligeramente, no por miedo, sino por expectación. Conectó monitores portátiles al pecho y muñecas de la desconocida; los electrodos emitieron un pitido bajo al detectar vida.
Una línea verde apareció en la pantalla, irregular, oscilando entre picos de energía errática.

La figura femenina reposaba sobre el acero, pálida, apenas respirando.
El reflejo del líquido derramado proyectaba ondas en el techo, y por un instante, el resplandor parecía envolverla como una membrana viva.

-Ritmo cardíaco inestable... variaciones eléctricas fuera de rango humano - murmuró Garaki, ajustando los sensores -Frecuencia cuarenta y dos... luego ciento noventa... luego cae otra vez. Es como si su cuerpo estuviera reescribiendo su propio sistema.

El pitido del monitor fluctuaba con cada palabra.
La piel de la mujer, aún húmeda, parecía translúcida en ciertos puntos; la luz se filtraba a través de ella, revelando una estructura interna más densa de lo normal, compacta, como si las capas dérmicas hubieran sido reforzadas desde dentro.
Los cabellos oscuros se adherían a su frente, goteando sobre la plancha metálica. Cada gota que caía producía un pequeño destello en las pantallas, una chispa errática, como si incluso el agua condujera energía residual.

Garaki comenzó a dictar en voz alta mientras tomaba notas rápidas:
-Daños externos: abrasiones múltiples en extremidades, cortes superficiales, hematomas en flanco derecho y clavícula.
-No hay fracturas. Sin embargo... hay signos de haber aspirado líquido o recibido un impacto torácico durante la caída.
-Presión arterial inconsistente. Saturación... variable. Interesante.

Mientras hablaba, conectó un ultrasonido portátil.
El sonido del transductor llenó el aire con su vibración grave, y la pantalla se tiñó de grises y sombras. Garaki se inclinó, los ojos fijos.

-No... esto no es normal... -susurró.

Las imágenes mostraban un cuerpo sin daños aparentes, pero el tejido interno temblaba, como si cada célula respirara de forma autónoma.
Un brillo tenue recorría la silueta de sus órganos -una luminescencia bioeléctrica imposible en un ser humano.

-La densidad celular está alterada... - dijo, más para sí que para AFO -Es como si cada célula recibiera órdenes distintas. No hay necrosis, pero sí actividad metabólica fuera de escala...
Su cuerpo no sabe si debe morir... o seguir generando energía.

AFO permanecía en silencio, observando desde la penumbra.
El reflejo blanco se proyectaba sobre la máscara, ocultando su expresión. Solo el ángulo leve de su postura delataba atención absoluta.

-Un desequilibrio hermoso, ¿no le parece? - dijo al fin, con un tono que oscilaba entre la admiración y la burla -El caos es la antesala del orden, Doctor. Y el orden... siempre nace de un cuerpo dispuesto a romper sus límites.

Garaki no respondió. Cambió de aparato y deslizó una placa de radiografía bajo la camilla.
Un destello recorrió el laboratorio; el chasquido del dispositivo resonó seco contra el silencio.
Las imágenes se proyectaron sobre la pared: un esqueleto humano, impecable en estructura... salvo por ligeras distorsiones que recorrían sus bordes como interferencias visuales.

Las líneas óseas se duplicaban y desdoblaban durante fracciones de segundo antes de volver a su forma original.
-Esto es imposible... - balbuceó Garaki -El cuerpo no está completamente sincronizado con el espacio físico. - comento confundido
-Diría que fue... comprimido. Succionado hasta un punto... y luego expulsado.

AFO avanzó hasta quedar junto a la camilla.
El aire a su alrededor se distorsionaba con una sutileza hipnótica, como si su mera presencia alterara la densidad del entorno.
La respiración de la desconocida era apenas un suspiro, pero el espacio alrededor de su rostro vibraba con motas de luz verde, pequeñas, casi imperceptibles.

-Un desplazamiento forzado entre planos - susurró AFO -Un error... o una oportunidad.

Garaki bajó la mirada y continuó escribiendo, con el pulso ligeramente acelerado.
-El cuerpo sobrevivió, pero a un costo. El estrés celular debió ser extremo. Su fisiología parece común... ¿cómo pudo soportar un tránsito así?

Una risa leve y áspera se deslizó bajo la máscara de AFO, reverberando contra las paredes metálicas.
-Y sin embargo... respira - murmuró -

Se inclinó sobre la camilla.
Su voz grave, se deslizó entre los pitidos de las máquinas.
-Dime, pequeña... ¿qué frontera cruzaste para llegar hasta mí?

El laboratorio entero pareció contener el aliento.

Garaki, con la garganta seca, cerró su libreta con un chasquido.
-No sé qué es... pero si esto puede replicarse...

-No se replicará - lo interrumpió AFO, sin apartar la mirada -Lo único que se crea del caos... es el poder. Y ese poder... no se copia. Se conquista.

El zumbido de las máquinas se intensificó, llenando el laboratorio con una resonancia grave, casi orgánica.
Por primera vez en años, Garaki sintió algo que creía haber perdido: miedo.

----------------

Garaki exhaló con esfuerzo. Había pasado la última media hora revisando cada parámetro vital, cada respuesta nerviosa, cada latido errático en el cuerpo de la joven.
Los resultados eran consistentes: externamente, estaba viva y funcional, aunque su organismo parecía... desalineado con todo patrón conocido.

-Heridas superficiales... sin fracturas, sin hemorragias internas - murmuró, más para sí que para AFO, mientras acomodaba las láminas de radiografía bajo una luz parpadeante-Todo debería ser normal. Y sin embargo...

Sus manos temblaban levemente al manipular las muestras. La piel de Aria, pálida bajo la luz fría, tenía un brillo antinatural, casi translúcido, donde las venas parecían ramificarse como raíces finísimas.

El científico ajustó sus gafas, mascullando entre dientes.
-Fue arrastrada por una grieta... un colapso de espacio y energía, quizás. Una reacción cuántica... no, no... -negó con la cabeza, frustrado.

Garaki, con el ceño fruncido, se giró hacia AFO:
-Necesito una muestra de sangre. Si su biología se ha estabilizado después de una transición así, sus células deben mostrar anomalías en la replicación o en la cadena genética.

AFO no respondió al instante. Su silueta permanecía quieta, observando desde la penumbra el cuerpo inerte de la joven. Un movimiento imperceptible de su mano bastó para elevar una jeringa metálica del suelo.
El instrumento se deslizó en el aire hasta posarse en la mesa junto al doctor.

El pinchazo fue rápido, clínico. La sangre fluyó con un tono oscuro, más espeso que lo habitual.
Garaki observó cómo el líquido se extendía en el tubo transparente, generando un leve chisporroteo en contacto con el aire.

-Reacción bioeléctrica... ¿autónoma? - susurró, asombrado.
Sin esperar confirmación, preparó la muestra en una pequeña centrífuga improvisada.

Mientras los aparatos zumbaban, AFO se acercó a la mesa donde reposaban las radiografías.
Su mirada se detuvo en la estructura ósea.
Había algo... incorrecto.

-Doctor - dijo con voz baja, metálica -Observe esto.

Garaki dejó las probetas y se aproximó.
En la placa iluminada, la silueta interna de la chica revelaba una anatomía sutilmente disonante.

-Estructura ósea similar a la actual especie humana... aunque hay pequeñas diferencias - empezó el doctor, ajustando la luz -Densidad irregular. Nervios más extendidos. Y... una leve falta de adaptación genética moderna.

AFO inclinó la cabeza.
-Su sistema nervioso carece de las ramificaciones energéticas que caracterizan a los portadores de quirks - dijo lentamente -No hay trazas de mutaciones evolutivas. Ningún canal conductivo, ningún punto focal. Como si su biología... -hizo una pausa - perteneciera a una época anterior al despertar del poder.

El zumbido del procesador interrumpió cualquier palabra.
Un pitido breve, seguido de una línea roja parpadeante, atravesó la pantalla del analizador.
Garaki parpadeó, confundido.
El monitor repitió el mismo patrón: ERROR. DATOS INCONGRUENTES.

-¿Qué demonios...? - murmuró, inclinándose sobre la consola. Sus dedos torpes teclearon una secuencia de comandos rápidos, intentando reiniciar el sistema.
Nada.
El error persistía, como una negación viva.

-No hay coincidencias... - su voz tembló ligeramente, entre incredulidad y fascinación -Ni con humanos actuales, ni con mutaciones conocidas, ni con registros de metahumanos, ni... - apretó los dientes -Ni siquiera existe su tipo de sangre... Podría ser un fallo de calibración.

Desde la penumbra, AFO alzó lentamente la mirada del cuerpo inmóvil sobre la camilla.
Su voz emergió como una vibración grave, controlada, cargada de certeza.

-No lo es.

El científico se quedó quieto.
El zumbido de las máquinas se mezclaba con el goteo de los fluidos que seguían cayendo desde algún punto roto del techo.
AFO se acercó con pasos lentos, cada uno resonando sobre el suelo metálico.
Observó nuevamente las radiografías, sus ojos brillando tras la máscara.

-He visto a la humanidad cambiar durante siglos, doctor - dijo con un tono que parecía mezclar la arrogancia con la melancolía -He observado cómo sus cuerpos se deformaban con el poder, cómo la carne se moldeaba para soportar lo imposible.
He visto la genética ceder ante la presión de los dones, hasta que la energía se volvió parte del instinto.

Se detuvo frente a la luz parpadeante que proyectaba el esqueleto de la jovén.
-Ella, en cambio, es un anacronismo.
Un eco biológico de un tiempo donde el poder aún no había nacido.

Garaki lo miró, con las manos aún manchadas de la sangre de la muestra.
-¿Está sugiriendo que... no pertenece a esta era?

AFO inclinó la cabeza con una calma casi paternal -Exacto - respondió -Una reliquia... o una intrusa.

Garaki soltó una carcajada nerviosa, quebrada.
-¡Imposible! - replicó con un hilo de voz -Quizás su genética provenga de una zona aislada... una mutación regresiva, una población cerrada al otro lado del mundo.
Podría haber sido arrastrada desde allí, una deformación espacio... pero no del tiempo mismo.

AFO lo observó, en silencio.
Su presencia llenó el aire como una presión invisible.
Luego habló, con un dejo de desprecio y fascinación mezclados:

-He presenciado el origen, doctor.
El momento en que el primer niño brilló con luz.
Cuando la humanidad, incapaz de comprender lo que había creado, lo llamó "milagro".
Desde entonces, los cuerpos cambiaron.
Las células aprendieron a canalizar energía.
El alma se adaptó a un nuevo orden.
Pero ella... - hizo una pausa, observando el rostro inerte -Ella pertenece al tiempo previo a la ascensión.

Garaki lo miró con una mezcla de shock, miedo y fascinación científica.
Su voz apenas fue un susurro.
-Entonces... ¿qué es?

El silencio volvió a instalarse, denso, casi físico.
Solo el zumbido eléctrico llenaba el aire, vibrando con la tensión del descubrimiento.

AFO respondió al fin, con un tono bajo, casi reverente:
-No qué, doctor... sino cuándo.

Las palabras se deslizaron lentas, pesadas, como un veredicto.
Garaki sintió un escalofrío recorrerle la columna.
Por primera vez en su vida, el hombre que diseccionaba la vida como si fuera arcilla sintió que estaba ante algo que no debía existir.

El procesador volvió a emitir un pitido.
El análisis de la sangre arrojó un nuevo error:
"Composición no clasificable. Presencia de estructuras orgánicas no codificadas."

Garaki se inclinó sobre el monitor.
El líquido en la probeta parecía moverse, vibrar, como si reaccionara a su propia observación.
Una pulsación leve, un destello.
Algo vivo.
Algo que no respondía a las leyes de este mundo.

AFO sonrió detrás de la máscara.
-Sea lo que sea, su existencia es un error... - susurró -Y los errores, doctor, siempre son los más útiles.

Detrás de ellos, un ruido interrumpió la quietud.
Un suspiro de niebla, un remolino de humo violeta.
El nomu, apenas estabilizado, se agitó.
Su cuerpo temblaba, entre el límite de la materia y la energía.
Parecía mirar hacia la camilla, atraído por una fuerza invisible.

La niebla se curvó hacia la chica, formando un vórtice que hizo vibrar los monitores.
Por un instante, los sensores captaron una resonancia compartida entre ambos cuerpos:
frecuencias imposibles, como si dos sistemas distintos intentaran reconocerse.

Garaki dio un paso atrás, asombrado.
AFO, en cambio, sonrió con un tono de triunfo silencioso.

-El destino, doctor... - murmuró -Siempre se abre camino, incluso entre las grietas del tiempo.

----------------

Garaki respiró hondo, intentando recuperar el control de su pulso.
El aire del laboratorio seguía denso.

En la camilla, la joven permanecía inmóvil.
Los electrodos en su piel titilaban de forma irregular, emitiendo pulsos eléctricos erráticos, como si su cuerpo aún debatiera su lugar entre la materia y el vacío.

Garaki, movido más por la fascinación que por la prudencia, extrajo otra muestra de sangre.

Sus manos temblaban, pero su voz recuperó la firmeza de un investigador que se enfrenta al límite de lo comprensible.

—Si su estructura genética no pertenece a esta era… entonces solo queda una pregunta — murmuró, ajustando la lente —¿Es portadora… de un Quirk?

AFO no respondió de inmediato.
Sus pasos resonaron lentamente sobre el suelo metálico hasta situarse detrás del doctor.
La máscara reflejaba la luz fría del microscopio, y su sombra se proyectó sobre las pantallas como un espectro que todo lo abarca.

—Hazlo — ordenó con voz baja, sin emoción aparente —Y conserva cada resultado.
Si sobrevive… podría ser la base de algo que ni siquiera mi hermano imaginó.

Garaki asintió.
Introdujo la muestra en el analizador genético.
El aparato comenzó a vibrar con un zumbido grave; líneas verdes y rojas cruzaban la pantalla, tejiendo una red incomprensible de datos.

Los segundos se estiraron.
Luego, los primeros resultados comenzaron a flotar en la pantalla.

Células que fluctuaban con picos energéticos inestables.
Núcleos que parecían expandirse y contraerse en respuesta a un campo invisible.
Estructuras biológicas que se adaptaban en tiempo real, alterando su composición ante cada impulso del entorno.

Garaki apretó los labios, sin parpadear.
—Su moléculas… está oscilando. No es  Quirk.
—¿Entonces? — preguntó AFO, sin apartar la vista.

—Diría que es… un reajuste —respondió el doctor, su voz entrecortada —Su organismo intenta adaptarse a un entorno que su propia biología no reconoce.
Una forma de vida humana… sometida a una fuerza temporal.

La máscara de All For One giró apenas unos grados.
—¿Fuerza?

—Una resonancia residual, quizás. Energía de transición — susurró Garaki, con la mirada fija en los pulsos de la pantalla —No pertenece a ningún registro conocido. Es inestable, pero está disminuyendo.
Cuando su cuerpo se estabilice… lo hará como si siempre hubiera existido aquí.

El silencio que siguió fue pesado, denso como plomo.
Solo el zumbido del monitor cardíaco llenaba el aire.

Garaki permaneció inmóvil frente a los monitores, los ojos desorbitados, como si el aire del laboratorio se hubiera vuelto más denso, más pesado.
Las líneas de energía danzaban de manera errática, pulsando con un ritmo que parecía querer comunicarse. Sin embargo, ningún marcador genético aparecía. Ninguno. Ni uno solo.

—No… — murmuró, su voz temblando, casi quebrada —No hay mutación quirk… Ningún factor genético… ningún indicio de poder latente.

El silencio se arrastró por el laboratorio como un manto de plomo. Cada pitido irregular, cada chispa eléctrica parecía remarcar lo imposible. La joven seguía respirando, apenas, y aun así su cuerpo respondía al análisis.
Garaki sintió un escalofrío recorrerle la columna. La lógica científica se tambaleaba ante aquello.

AFO permaneció detrás de él, quieto como una sombra que todo lo observa. La luz blanca de los monitores se reflejaba en su máscara, proyectando contornos fríos y perfectos sobre la pared metálica. Un leve estremecimiento recorrió su postura: satisfacción contenida, calculada, casi ritual.

—No hay Quirk — dijo Garaki, con voz quebrada por la mezcla de miedo y maravilla —Y aun así… sobrevive. Responde… pese a todo.

Un silencio tenso cayó. Luego, la voz de AFO cortó el aire, baja, controlada, como un filo que no deja escapar nada:

—Exacto, doctor. Ningún Quirk. Ninguna mutación. Ninguna ventaja heredada de la evolución… nada.
Y, sin embargo… sigue viva. Perfectamente humana. Vulnerable. Impredecible.

Garaki retrocedió un paso, sintiendo la presión de aquel juicio silencioso. Era un descubrimiento que desafiaba todo lo que había conocido. Sus manos temblaban, su libreta de notas apenas podía sostenerse.

—Es… imposible — susurró, como si temiera pronunciarlo demasiado alto —Cada célula debería haberse rendido… debería haberse apagado bajo este caos.

AFO se inclinó ligeramente sobre la camilla, sus dedos apenas rozando el aire sobre la joven, como comprobando su existencia sin tocarla. Su voz se volvió aún más grave, más ceremonial, llena de un cálculo frío:

—No es un fallo. No es un error. Cada respiración de esta niña… cada vibración de su sangre… está observada. Calculada. Contada...

—Desde la grieta, desde las sombras, desde lo que la vida misma ignora… todo ha sido previsto....

—Ella… es la semilla que aún no sabe qué crecerá, pero que nadie más podrá controlar.

Garaki cerró los ojos un instante, intentando procesarlo. La racionalidad se le rompía, pero algo en su interior, esa mezcla de científico y creador, sentía una excitación cruda.

—Responde… — repitió, más para sí mismo que para AFO —Como si supiera que la estamos viendo… que la estamos midiendo.

AFO dio un paso atrás, dejando que el silencio del laboratorio lo envolviera todo. Su mirada detrás de la máscara era un cálido abismo de certeza.

—La conciencia… no siempre nace de la mente — dijo finalmente —A veces, la materia recuerda. Y cuando recuerda… actúa.

Garaki permaneció paralizado, helado. Todo a su alrededor parecía haber perdido peso, salvo por el zumbido obsesivo de las máquinas y el eco tenue de una existencia que desafía toda lógica.

Desde las sombras, los contornos de la camilla, los monitores y la joven misma parecían resonar con un orden invisible, como si alguien más, invisible, hubiera calculado cada paso de aquel encuentro. Nada era casualidad. Nada escapaba al plan.

Notes:

Tiktok
@lumae0704

Por esta plataforma subiré información adicional de personajes e ilustraciones de la historia.