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Otro día más. Bo despertaba en el barrio. Hizo sus tareas comunes: inventario, organización de almacén, reparación de coches, etc. Eduardo y Luis estaban juntos, desayunando en la cocina. Hablaban sobre los sistemas que estaba montando Luis. Eduardo no sabía mucho sobre el tema, pero le gustaba escuchar a su hijo hablando de las cosas que le gustaban, mientras le alentaba. Bo bajaba a buscar unas piezas que había dejado en la oficina. Cuando miró a la cocina, pudo apreciar cómo Eduardo y Luis se daban un cálido abrazo. "Estoy orgulloso de ti, hijo", pudo escuchar. Bo agachó la cabeza y, apretando los labios, continuó su camino a la oficina. Una de las cajas con piezas que buscaba, cayó en su pie. No gritó, se quejó en voz baja y cogió la caja. Salió de la habitación cojeando. Eduardo, quién miró a Bo salir de la oficina, le vio caminar de dicho modo.
+ Bo, ¿estás bien? ¿Por qué cojeas?
– No es nada, estoy bien. - Dijo sin mirarles, dirigiéndose a las escaleras para volver a su mini taller del barrio a reparar los coches.
+ Estás se-. - No le dio tiempo a terminar la frase cuando Bo ya no estaba en la zona. - Vale... hijo.
Luis miró a Eduardo. Frunció el ceño. No sabía que había pasado, pero no iba a lidiar con eso ahora. Por otro lado, Bo dejó la caja en el suelo, reparando los coches mientras escuchaba música. Tras pulirlos y dejarlos listos para el día, los aparcó en el garaje. Cogió el suyo. Su Evo. Aquel que tanto cuidaba. Puso su mano sobre el capó y, suspirando, cogió lo que necesitaba para pulirlo. Eduardo salió de la casa. Mientras se fumaba un cigarro, miraba cómo Bo pulía su Evo. Sus ojos estaban apagados. No entendía muy bien qué le pasaba, pero no sabía si molestarle ahora era una buena idea. Siguió observando mientras Bo pulía su coche concentrado. En un momento, Bo sintió que alguien le vigilaba. Miró de reojo y ahí estaba él. Mirándole fijamente. Volteó la cabeza, guardando sus instrumentos donde correspondía. Cerró el capó del coche y encendió el motor. Tras dar pequeños acelerones, quitó el freno de mano y sacó el coche del taller. Lo dejó para salir, yendo hacia el almacén para coger cosas que necesitaba. Luis estaba en él, revisando el almacén en busca de que faltasen cosas. Miró a Bo, quién no volteó la cabeza para devolverle la mirada.
+ ¿A dónde vas? - Dijo mientras Bo se colocaba su chaleco y cogía balas.
– Por ahí. - Dijo recargando su arma.
+ Bo. - No volteó. - ¿Estás bien?
– Si, no te preocupes. - Dijo guardando su arma. - No me esperen.
No dio tiempo a que Luis respondiera cuando Bo ya se estaba montando en su coche. Revolucionó el motor y, quitando el freno, aceleró, yéndose del barrio. Luis salió del almacén, miró a Eduardo, quién tampoco entendía qué pasaba. Luis subió a la sala de ordenadores, hackeó las cámaras de seguridad de la ciudad mientras buscaba el rastro de Bo. Tras minutos buscando, vio el Evo de Bo en la calle. Estaba frente a una floristería. De ella salía Bo con un ramo de tulipanes rosas. Luis miraba atentamente los movimientos del Evo. Seguía buscando pistas, cuando vió al coche de Bo entrar en el cementerio. Su mente hizo "click". Era ese día. Miró de nuevo las cámaras del cementerio y logró ver a Bo acercándose a una tumba. Dejó su ramo de flores y se quedó en guardia mirando la tumba. Hizo zoom a la imagen y pudo apreciar el nombre. Era ella. Luis salió de la habitación rápidamente, cogiendo su chaqueta y sacando su coche.
+ Hijo, ¿a donde vas?
– Sube. - Eduardo subió.
+ ¿Donde quieres ir?
– Al cementerio. - Le miró. - Está ahí, lo habia olvidado.
+ Joder. Dale caña, hijo.
Bo estaba parado frente a la tumba. Su pie inmovilizado no le dejaba moverse del todo bien. Incluso llegaba a molestar el botín. Otro año que se cumplía del día en que había muerto su madre. Otro año donde la vida le recordaba que perdió lo que jamás pudo volver a tener: el amor incondicional de la mujer que le dió la vida. Si bien vivir con los chicos era una alegría, también era una sentencia de su felicidad. Jamás encontraría a alguien que le quisiese como Eduardo quiere a Luis. A alguien que le protegiese como ellos lo hacen. A alguien que se sintiese orgulloso de él, así como Eduardo se sentía de Luis. No importaba cuánto lo intentase, con quien lo intentase o en qué circunstancia fuese; el amor que tanto quería recibir jamás sería destinado para él. Sacó su cartera del bolsillo interior de la americana. Dentro de ella, había una foto de su madre. La miró con una triste sonrisa.
+ Espero que estés bien, mamá. Y que donde sea que estés, puedas sentirte orgullosa de... de mi.
Guardó su cartera de nuevo y, enviándole un beso, se marchó del cementerio en su Evo. Siguió dando vueltas por la ciudad y, tras un rato, estacionó su coche en el parking que estaba frente al orfanato. En la última planta, se apoyó en el capó del coche y se quitó la mascarilla, encendiendo un cigarro mientras miraba la estructura que estaba levantada frente a él. Paredes que llevaban cicatrices. Recuerdos. Traumas. El solo verla le daban escalofríos. Toda su infancia estuvo ahí, encerrado. Sin poder salir. Siendo castigado. Para luego descubrir que le habían vendido, como si se tratase de una prenda de ropa que nadie quería. Solo que, a diferencia de muchos, existían personas que le querían, pero que fueron obligadas a ser separadas de él. Apretó los labios, mientras sus ojos se cristalizaban recordando el día en el que fue raptado y traído a la isla. La mirada triste de su madre, la cuál luchaba por mantenerse cuerda mientras le inyectaban drogas y le golpeaban. Su mirada dolorosa estaba clavada en su mente. Cerró el puño y tiró el cigarro, subiendo al coche de nuevo. Dio un último vistazo al edificio y se marchó.
En el camino, decidió ir a comprar algo para comer. Hizo una pequeña ruta por la ciudad. Pudo ver a niños saliendo del colegio con sus padres, mientras sonreían y le cobraban anécdotas de sus días. Otro recuerdo golpeó su cabeza: las mañanas en las que Tao le acompañaba al colegio y su madre le recogía para ir a comer. Apretó el volante, mientras derrapaba en una curva. No podía seguir machacando su cabeza con recuerdos así que decidió volver al barrio. Aparcó su coche y subió a la terraza, sentándose en uno de los escalones a comer su hamburguesa. Tras terminar, tiró en la papelera los restos y se quedó mirando cómo atardecía. Por otro lado, Luis y Eduardo volvían al barrio. Se percataron de que el coche de Bo estaba aparcado, así que Luis decidió buscarle por la zona, hasta que lo encontró. Tenía la mirada perdida, mientras miraba fijamente al atardecer. Su cabello tapaba su mirada y no había rastro de su mascarilla. Luis se acercó a Bo, quien no se dio cuenta de su presencia hasta que carraspeó cerca suya.
+ Ah, hola. - Forzó una sonrisa.
– ¿Cómo estás? - Preguntó Luis.
+ Bien. - Dijo mirando al cielo.
– ¿...Seguro? - Bo asintió sin mirarle. - Estuvimos buscándote por la ciudad, ¿donde fuiste?
+ Por ahí. - Cogió su caja de cigarros y sacó uno, encendiendolo. - Necesitaba despejarme.
– Bo. - Volteó. Su mirada estaba apagada. - Siento haberme olvida-.
+ No. - Luis le miró. - No te preocupes, Luis. - Se sorprendió. Bo jamás le decía por su nombre.
– De verdad, lo siento. Sé lo mucho que significa esto.
+ No sigas. - Le miró fijamente. Sus ojos estaban cristalizados. - Por favor. - Luis asintió, mientras se fijaba en que Bo tenía un tic nervioso en su pierna.
– No tienes que pasar esto solo, no otra vez. - Apartó la mirada.
+ Es mi duelo, Luis. No quiero arrastrar a nadie conmigo.
– No es arrastrar. - Luis se acercó. - Es estar ahí para quien te importa. Y a nosotros nos importas.
+ No es lo mismo.
– ¿A qué te refieres?
+ Luis. - Se levantó del escalón, mirando a la carretera mientras fumaba. - Jamás tendré lo que tienes tú. - Luis frunció el ceño. - Nunca he tenido a alguien que me diga todos los días que me quiere. Que soy importante. Que se preocupe por mi. Que... - Su voz se quebró. - Que diga que está orgulloso de mi. - Miró de reojo. - Nunca lo tuve, y no creo tenerlo. No algo como lo que tú y Eduardo tienen. Lo único que tenía murió en mis brazos.
Lágrimas cayeron por su rostro. Luis se quedó en silencio. El silencio era abrumador. Solo se oían los sollozos de Bo. Apagó el cigarro, pisando la colilla y suspiró, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón. Se volteó, mirando a Luis. Suspiró y rompió el silencio.
+ No quiero arrastrarlos a esto, Luis. Es una mierda. Y es algo que tengo que superar solo. Por mucho que me duela. No quiero involucrar a nadie en mi calvario. Sonará muy egoísta supongo, pero es por el bien de todos. No puedo permitirme per... - Volvió a quebrarse su voz. - Perder más personas. No puedo, no quiero. - Se paró a su lado. Y volvió a mirarle. - Lo siento.
– Bo...
No pudo responder. Bo se había marchado de la terraza. Bajó al garaje y siguió modificando los coches, haciendo pruebas, puliendo y mejorando. Ese día no durmió. Estar en el taller ayudaba a que su mente no fuera una tormenta sin freno. Los días pasaban y el ánimo de Bo no cambiaba, todos estaban preocupados, pero Bo no quería que nadie se involucrase. Eduardo le comunicó a Tao lo que pasaba, el cual se preocupó y escribía a su sobrino. Pero nunca respondió. Era su batalla, y él tenía que librarla. Las visitas al cementerio, a aquel parking donde podía observar el orfanato, la antigua casa de Ryan. No importaba cuánto tiempo pasase, la Isla sería su calvario... y su condena.