Actions

Work Header

Hanabi

Summary:

Un encuentro casual en una cafetería parece cotidiano, pero para Sasaki y Miyano cada instante juntos está cargado de emociones que van más allá de las palabras.
Cuando llega la invitación a un festival de verano, la anticipación se convierte en un torbellino de nervios y emoción. Faroles, dulces y fuegos artificiales serán testigos de un vínculo que florece, donde cada gesto, cada roce y cada silencio revelan un mundo de ternura y pasión contenida.
Una historia que celebra los pequeños momentos que hacen que el corazón se acelere y que muestran que el verdadero espectáculo no siempre está en el cielo, sino justo frente a nosotros.

Work Text:

El reloj de pared marcaba un suave tic-tac que se mezclaba con el murmullo bajo de las conversaciones y el sonido ocasional de la máquina de café. El aire estaba cargado con un aroma cálido, mezcla de granos tostados y dulces recién horneados.
Sentados en una mesa junto a la ventana, Sasaki y Miyano compartían un momento que, a simple vista, podía parecer cotidiano. Pero para ellos, cada segundo juntos llevaba un peso distinto, especial, como si el mundo entero se desvaneciera más allá del cristal empañado.

Miyano sostenía su taza con ambas manos, los dedos ligeramente enrojecidos por el calor. Evitaba mirar directamente a Sasaki, aunque su presencia frente a él era imposible de ignorar. Cada vez que su mirada se escapaba y se cruzaba con la de él, sentía un cosquilleo que le recorría la espalda, un temblor suave que intentaba disimular escondiendo la cara tras la taza.

Sasaki, por su parte, lo miraba con una mezcla de ternura y fascinación.
Había algo hipnótico en Miyano, en la manera en que sus pestañas temblaban cuando parpadeaba, en la forma nerviosa en que revolvía el café aunque ya no quedara azúcar por disolver, en esa calidez tímida que parecía envolverlo como un aura.
Cada pequeño gesto era, para Sasaki, una invitación silenciosa a quererlo más.

—¿Está rico? —preguntó Sasaki con una sonrisa suave, rompiendo el silencio.
Miyano asintió rápido, bajando la mirada.

—Sí… está muy bueno —susurró.
Tras una breve pausa, añadió en voz baja— Gracias por invitarme, senpai.

Sasaki soltó una risa cálida, ese sonido que siempre conseguía poner a Miyano más nervioso y, al mismo tiempo, le proporcionaba la mayor de las seguridades.

—Siempre que me dejes, lo haré —respondió con suavidad.
Luego, inclinándose un poco hacia adelante, añadió— Me gusta verte disfrutar de estas cosas.

El rubor subió de inmediato a las mejillas de Miyano. Bajó la cabeza aún más, sin saber qué hacer con sus manos.
Ese era el efecto que Sasaki tenía sobre él, con una sola frase, lograba desarmarlo por completo.

El silencio entre ambos se había vuelto denso, pero no incómodo. Afuera, el cielo comenzaba a teñirse de naranja, y la luz del atardecer se filtraba por la ventana iluminando los rostros de los dos jóvenes.

Sasaki dejó la taza a un lado, su mano rozando por accidente la de Miyano. Sentía la piel de Miyano cálida bajo sus dedos, y ese simple contacto hizo que su corazón se acelerara más de lo que quería admitir.

—Myaa-chan… —lo llamó suavemente, su voz cargada con un matiz diferente que hizo que Miyano levantara la mirada, nervioso.

—La próxima semana habrá un festival… con puestos, faroles y fuegos artificiales —empezó, con una sonrisa que intentaba disimular la tensión que sentía—.
¿Quieres ir conmigo?

Miyano parpadeó, atónito.
Por un instante, su mente quedó completamente en blanco. Las palabras de Sasaki parecían flotar en el aire, demasiado grandes, demasiado emocionantes para procesarlas de golpe.

“Un festival… con Sasaki…”
La idea llenó su pecho de alegría, pero también de un vértigo que lo dejó sin aliento.

—¿C… conmigo? —balbuceó, inseguro, como si necesitara confirmarlo.

Sasaki se inclinó ligeramente hacia adelante, sus labios curvándose en una sonrisa que era tanto juguetona como tierna.
—Claro. Contigo. —Y, en un susurro apenas audible, añadió—. Solo contigo.

Esa última frase fue como una chispa cayendo en el corazón de Miyano.
Sintió cómo su rostro se encendía, y bajó la vista de golpe, escondiendo sus manos entrelazadas sobre la mesa para disimular el temblor.
—Y-yo… claro… me encantaría. —La voz le salió atropellada, pero llena de verdad.

Los hombros de Sasaki se relajaron visiblemente. Una calidez inmensa le recorrió el pecho, y su sonrisa se suavizó hasta volverse casi vulnerable.
—Genial —murmuró, recostándose un poco hacia atrás, como si soltara por fin el aire que llevaba conteniendo—. Entonces… es una cita.

La palabra “cita” flotó en el aire, dejando a Miyano inmóvil.
La sintió caer sobre su pecho como un pétalo… o como una chispa a punto de encender algo mucho más grande.
Levantó la mirada apenas un segundo, solo para encontrarse con los ojos de Sasaki y apartarla de inmediato, sintiendo que si seguía viéndolo así, su corazón no sobreviviría.

La semana se hizo interminable.
Los días pasaban con una lentitud casi cruel, como si el tiempo se resistiera a avanzar solo para poner a prueba la paciencia de ambos.

Miyano intentaba concentrarse en sus tareas, pero a cada rato su mente lo traicionaba. Bastaba una imagen fugaz, el resplandor de los faroles, el sonido de las cigarras, la sonrisa de Sasaki inclinándose hacia él, para que su corazón empezara a latir con fuerza descontrolada.

Cada noche, antes de dormir, se descubría frente al espejo, practicando expresiones sin sentido.
“¿Estaré bien con este yukata? ¿No me veré ridículo? ¿Qué pensará Sasaki cuando me vea?”
A veces incluso murmuraba frases que jamás se atrevería a decir en voz alta, ensayando formas de agradecerle, de decir algo bonito, solo para terminar hundiéndose en la almohada, rojo de vergüenza.

Mientras tanto, Sasaki parecía tranquilo. Al menos por fuera.
A sus amigos en universidad les respondía con su habitual sonrisa despreocupada, pero por dentro, la espera lo devoraba.
Había perdido la cuenta de cuántas veces había revisado el teléfono, conteniendo el impulso de enviarle un mensaje a Miyano solo para escuchar de él, para confirmar que de verdad irían juntos.
En más de una ocasión, incluso había escrito un texto, borrándolo antes de apretar “enviar”.

Cada noche, después de cenar, sacaba su yukata y lo extendía sobre la cama.
Pasaba los dedos por la tela, imaginando la expresión de Miyano cuando lo viera.
Y entonces, inevitablemente, la imagen se distorsionaba. En lugar de Miyano mirándolo, lo veía riendo, caminando a su lado, quizá… tomando su mano.
Sasaki se tumbaba de golpe, cubriéndose el rostro con un brazo, intentando sofocar una risa nerviosa.
“Tranquilo. No pienses en eso. Solo… disfruta el momento cuando llegue.”

Pero las noches eran largas y los días aún más.
Ambos, sin saberlo, se encontraban mirando el mismo cielo estrellado, preguntándose si el otro estaría pensando en él.
Y en algún lugar, en ese espacio silencioso que compartían sin darse cuenta, el deseo crecía.
Un deseo suave y tímido, pero cada vez más imposible de ignorar.
Y así, el tan ansiado día llegó.

La brisa de verano se colaba suavemente por la ventana de la habitación, agitando las cortinas y jugando con los mechones rebeldes del cabello de Miyano. Él estaba frente al espejo, con el ceño fruncido y las mejillas encendidas, ajustando por tercera vez el lazo del obi que mantenía su yukata en su sitio.

—No… así no —murmuró, deshaciéndolo con torpeza, el nudo de sus dedos reflejando el de su pecho.

El yukata, de un azul profundo con delicados detalles plateados, caía sobre su cuerpo con una elegancia sencilla, pero a los ojos de Miyano solo había imperfecciones. Un pliegue torcido, una línea que no terminaba de verse recta, un mechón de cabello que insistía en sobresalir por más que intentara domarlo.

Su corazón latía tan fuerte que sentía que podía oírlo en la quietud de la habitación. Cada vez que pensaba en Sasaki esperándolo a la entrada del festival, la respiración se le cortaba y tenía que cerrar los ojos, apoyándose en la cómoda para no perder el equilibrio.

”¿Me verá… guapo?”

La pregunta se repetía en su mente como un susurro tímido, cargado de inseguridad y deseo.
Imaginaba los ojos cálidos de Sasaki posándose sobre él, esa mirada que siempre parecía envolverlo por completo. Solo de pensarlo, el rubor se extendió por su rostro hasta alcanzar la punta de sus orejas.

Intentó ensayar alguna frase frente al espejo, algo que sonara natural, pero su propia voz le sonaba torpe cada vez que abría la boca.

—“Te… te ves bien, Sasaki-senpai”… No, demasiado simple. —Sacudió la cabeza, apretando los labios.
—“Estoy feliz de estar contigo esta noche”… Ugh, suena cursi. —Cubrió su cara con ambas manos, sofocado por la vergüenza.
—Ay, ¿qué estoy haciendo? —susurró, escondiendo el rostro en la toalla doblada sobre la cómoda.

Sabía que, llegado el momento, ninguna de esas palabras saldría de su boca.
Cuando estuviera frente a Sasaki, cuando lo tuviera tan cerca que pudiera sentir su calor y escuchar su voz grave, seguro se quedaría mudo… como siempre.
Aun así, practicar le hacía sentir que podía adelantarse a ese instante, vivirlo una y otra vez antes de que llegara.

Con un último ajuste al obi, respiró profundamente. La brisa veraniega acarició su rostro y, desde la ventana, le llegó el eco lejano de risas y murmullos. La ciudad ya empezaba a vibrar con el bullicio del festival. Esa noche, todo parecía tener un brillo distinto, como si incluso el aire supiera que algo especial estaba por suceder.

En el fondo de su pecho, la emoción y el miedo se entrelazaban, formando un cosquilleo dulce que lo mantenía alerta.
“Solo quiero que él me vea… y piense que valió la pena esperarme.”
La idea lo hizo sonreír, con una mezcla de timidez y determinación.

Mientras Miyano se daba una última mirada en el espejo, al otro lado de la ciudad, Sasaki también se preparaba.

Estaba sentado en el borde de la cama, con el yukata perfectamente doblado frente a él.
A simple vista parecía tranquilo, incluso relajado, pero sus manos, tensas sobre sus rodillas, lo delataban.
Respiró hondo, tratando de contener la ansiedad, pero cada vez que la imagen de Miyano aparecía en su mente, su calma se desmoronaba como castillo de arena bajo la marea.

Se incorporó despacio y comenzó a vestirse, ajustando cada pliegue con un cuidado infinito.
Era el deseo de estar a la altura de Miyano, de que esa noche pudiera caminar orgullosamente a su lado.
Mientras ataba el obi, recordó el momento en la cafetería, cuando Miyano había aceptado su invitación al festival.
Ese ligero temblor en su voz, el rubor que coloreó sus mejillas, el destello de ilusión en sus ojos…
Ese recuerdo bastó para que un calor intenso se encendiera en su pecho.

Miró su teléfono sobre la mesa de noche.
La tentación de enviarle un mensaje era casi insoportable.
Un simple “¿Ya estás listo?” o “Estoy deseando verte” bastaría para calmar un poco esa inquietud que lo devoraba por dentro.
Pero se contuvo, soltando una risa suave.
Quería que el primer instante de la noche fuera puro, que ninguna palabra interfiriera con la magia de ver a Miyano bajo la luz de los faroles.

Cuando terminó de arreglarse, se miró en el espejo.
No practicó frases, no ensayó sonrisas.
Lo único que hizo fue posar la mano sobre su pecho, justo donde el corazón latía con fuerza, y dejar que ese sonido le recordara por qué estaba tan nervioso. Porque iba a encontrarse con la persona que más amaba.

En diferentes calles, casi al mismo tiempo, ambos salieron de casa.
Miyano caminaba deprisa bajo los faroles encendidos y la luz anaranjada del atardecer.
Cada esquina lo acercaba a Sasaki, y con cada paso sentía cómo su pecho se llenaba de emoción y vértigo.

Miyano llegó primero, casi corriendo, con el corazón latiendo a un ritmo imposible de controlar.
Al alcanzar la entrada del festival, se detuvo y respiró profundamente, intentando calmar el vértigo que sentía en el pecho.
Ante él se extendía un mar de luces y colores. Faroles de papel que flotaban suavemente en el aire veraniego meciéndose con la brisa, el aroma tentador de los puestos: algodón de azúcar, yakitori, manzanas acarameladas; todo ello mezclado con el murmullo alegre de la multitud.

Era hermoso… y, sin embargo, no podía concentrarse en nada de aquello.
Todo su ser estaba enfocado en un único pensamiento: Sasaki.

Mientras trataba de controlar sus nervios, un movimiento a su lado llamó su atención.
Un pequeño gato callejero, de pelaje gris jaspeado, se acercaba con pasos cautelosos, olfateando el suelo en busca de comida.
Miyano, casi sin pensarlo, se agachó y extendió la mano.
El gato dudó un segundo, pero pronto se frotó contra su pierna, dejando escapar un suave ronroneo.
Miyano sonrió, y por primera vez en toda la tarde, sus hombros se relajaron un poco.

—Hola, pequeñín… —susurró, acariciando la cabecita del animal con delicadeza.

Por un instante, el festival se desvaneció.
Solo existían él, el gato y la simple calidez de ese gesto.
Miyano rió suavemente, una risa pequeña y tímida que parecía disolver la ansiedad que había estado cargando.
Ese ronroneo suave le recordó que había belleza en las cosas simples, que no todo era tan abrumador… justo antes de que su corazón se agitara otra vez, al recordar que Sasaki estaba a punto de llegar.

Y entonces, Sasaki dobló la esquina.

El mundo se detuvo.

La respiración de Sasaki se cortó al ver la escena frente a él. Miyano, inclinado hacia el pequeño gato, iluminado por la luz cálida de los faroles.
El yukata azul profundo parecía brillar bajo esa iluminación, cada pliegue perfectamente colocado, resaltando la delicadeza de su figura.
El viento jugaba con su cabello, moviendo algunos mechones rebeldes que caían sobre su frente.
Sasaki sintió un estremecimiento recorrerle todo el cuerpo.

Era perfecto.
Tan perfecto que dolía.

Se quedó inmóvil, incapaz de dar un paso más.
Su corazón golpeaba con tal fuerza que casi le quitaba el aliento.
Había imaginado muchas veces cómo sería verlo esa noche, pero la realidad superaba cualquier fantasía.
Miyano, con esa sonrisa suave mientras acariciaba al gato, parecía salido de un sueño… uno del que Sasaki jamás querría despertar.

Su mente se quedó en blanco.
Solo podía observarlo, grabando cada detalle en su memoria: la forma en que sus dedos se movían con delicadeza sobre el pelaje, la ligera curva de sus labios cuando reía, la timidez escondida en cada uno de sus gestos.
El bullicio del festival se volvió distante, como si el universo entero se hubiera desvanecido, dejándolos solos en un instante suspendido en el tiempo.

”¿Cómo puede alguien ser tan… hermoso?”, pensó Sasaki, incapaz de articular palabra.

Y entonces, como si hubiera sentido esa mirada, Miyano levantó la vista.
Sus ojos se encontraron.

Por un instante, el mundo contuvo la respiración.
Miyano sintió un calor súbito ascender por su pecho y extenderse hasta sus mejillas.
Su voz salió temblorosa, casi inaudible:

—Sasaki… senpai…

El simple sonido de su nombre en esos labios bastó para romper el hechizo y devolverlo a la realidad.
Sasaki dio un paso adelante, vacilante, y luego otro, hasta que la distancia comenzó a desvanecerse.
Cada paso estaba cargado de urgencia y anhelo, como si su cuerpo hubiera estado esperando ese momento desde siempre.

El gato, ajeno a todo, se escabulló entre la multitud, dejándolos finalmente a solas.
Miyano se incorporó despacio, alisando nervioso los pliegues de su yukata, sin saber dónde posar la mirada.
Sasaki tragó saliva, intentando recuperar el aire que parecía habérsele escapado.

—Estás… —se interrumpió, porque cualquier palabra se le quedaba corta—. Te ves increíble.

El rubor subió de golpe a las mejillas de Miyano.
Bajó la mirada, mordiéndose el labio, y murmuró:

—G-gracias, senpai… tú también…

Sasaki sonrió, sintiendo cómo su pecho se expandía con una calidez indescriptible ante esa timidez tan suya.

El festival se extendía ante ellos como un mar de luces vivas y colores cálidos. Faroles de papel colgaban en largas hileras sobre los puestos, meciéndose suavemente con la brisa nocturna, mientras el aire se impregnaba de una mezcla deliciosa. El dulzor del algodón de azúcar, el caramelo pegajoso de las manzanas glaseadas, el aroma salado de las brochetas asándose en las parrillas. Las risas de los niños se mezclaban con el bullicio de los vendedores, creando un murmullo constante que parecía envolverlos por completo.

Miyano avanzaba con pasos inseguros, abrumado por la multitud. Sin darse cuenta, su mano buscó la manga del yukata de Sasaki, aferrándose a ella como un ancla. Fue un gesto pequeño, casi tímido, pero para Sasaki fue como si el mundo entero se detuviera un instante.
Bajó la mirada hacia esa mano que lo sostenía y, durante un segundo, deseó con todas sus fuerzas tomarla por completo, entrelazar sus dedos con los de Miyano y no soltarlo nunca. Pero se contuvo, tragando esa urgencia que le ardía en el pecho. Si lo hacía demasiado pronto, temía que Miyano se asustara… o que él mismo no pudiera controlar todo lo que sentía.

—¿Quieres ver primero los puestos? —preguntó Sasaki, su voz tranquila, como si no estuviera perdiendo la cabeza por ese simple contacto.

Miyano asintió suavemente sin soltar la tela, su respuesta apenas un susurro.
—Sí… quiero verlos todos.

Caminaron juntos, deteniéndose frente a un puesto de dulces. Antes de que Miyano pudiera decir nada, Sasaki ya había comprado una manzana de caramelo. Sin pronunciar palabra, se la tendió con una sonrisa leve, pero cargada de significado.
—Para ti.

Los ojos de Miyano se abrieron, brillando con sorpresa.
—¡Oh!… ni siquiera tuve que pedirlo… —balbuceó, tomando la manzana con ambas manos.
—Te gustan, ¿verdad? —dijo Sasaki con naturalidad, aunque sus ojos lo observaban con una ternura imposible de disimular—.

Miyano sintió cómo el pecho se le llenaba de calor, como si esas palabras hubieran encendido una chispa dentro de él. Dio una pequeña mordida, y el sabor dulce estalló en su boca. Después, con un gesto tímido y repentino, extendió la manzana hacia Sasaki.
—¿Quieres probar?

Fue un acto tan simple y natural, pero para Sasaki significó mucho más. Tomó la manzana, cuidando que sus dedos rozaran apenas los de Miyano, y mordió justo donde sus labios habían estado segundos antes. El caramelo era dulce, pero el sabor palidecía frente a la sensación que se expandía en su pecho.

Siguieron caminando, compartiendo la manzana entre risas suaves. En un momento, una gota de caramelo espesa y brillante se deslizó por la comisura de los labios de Miyano. Sasaki la vio, y su corazón dio un vuelco.

Miyano estaba a punto de limpiarla con el dorso de la mano, pero Sasaki reaccionó primero.
Se detuvo y, sin decir una palabra, levantó la mano con suavidad. Sus dedos rozaron apenas la piel de Miyano al limpiar la gota con la yema del pulgar, un gesto delicado, lento, que parecía durar una eternidad.

—S-Sasaki… —balbuceó Miyano, sintiendo que sus mejillas ardían. Su respiración se detuvo, atrapada entre la sorpresa y algo más profundo que no se atrevía a nombrar.

Sasaki sostuvo su mirada, intensa y cálida, mientras retiraba la mano despacio, como si no quisiera romper el momento. Su voz salió baja, casi ronca.
—No podía dejar que se desperdiciara —dijo con una pequeña sonrisa que escondía mucho más de lo que mostraba.

Miyano se quedó sin palabras, su corazón latiendo con tanta fuerza que parecía querer escapar de su pecho. Bajó la mirada, intentando recuperar el aire, pero la sensación del toque de Sasaki seguía grabada en su piel, como si todavía pudiera sentirlo.

La multitud los empujaba de tanto en tanto, y cada vez que eso ocurría, Miyano se acercaba más, hasta que sus hombros comenzaron a rozarse constantemente. Sasaki podía sentir el calor de su cuerpo, el leve temblor de sus movimientos, el sonido entrecortado de su respiración.
En uno de esos empujones, Miyano terminó pegado a él.
—Lo siento… —murmuró, nervioso, apartando la mirada.

Sasaki inclinó un poco la cabeza hacia él, con una voz baja, cargada de afecto.
—No te disculpes. Quédate cerca de mí.

Miyano se mordió el labio, bajando la cabeza. Sus dedos se apretaron un poco más alrededor de la manga de Sasaki, deseando con todas sus fuerzas tener el valor de tomarle la mano de verdad. Caminar así, como cualquier otra pareja, sin miedo ni dudas. Pero un miedo dulce y doloroso lo detuvo, dejándolo en silencio.

La multitud comenzaba a reunirse en la plaza central, buscando los mejores lugares para ver los fuegos artificiales. El bullicio se volvía más denso, las risas más fuertes, y el aire estaba cargado de expectación. Miyano, que aún sostenía con suavidad la manga del yukata de Sasaki, se tensó al ver cómo el espacio se llenaba de gente.

Sasaki lo notó de inmediato. Bajó la cabeza hacia él, inclinándose lo suficiente para que su voz le llegara solo a él, suave y tranquilizadora.
—Vamos por aquí —susurró, con una calma que contrastaba con la agitación de alrededor.

Miyano asintió sin vacilar, confiando plenamente en él. Dejaron atrás la aglomeración y tomaron un sendero lateral bordeado por árboles y faroles dispersos. A cada paso, el bullicio quedaba atrás, reemplazado por el suave crujir de la grava bajo sus sandalias y el canto lejano de las cigarras.

El camino terminó en un pequeño claro junto al río. El reflejo de los faroles flotaba en el agua, como estrellas atrapadas en la superficie. Era un lugar tranquilo, apartado, donde el mundo parecía detenerse para ellos.

Miyano se quedó inmóvil, maravillado.
—Sasaki… este lugar es… —Su voz se quebró, incapaz de encontrar la palabra adecuada.
—Perfecto —terminó Sasaki, con una sonrisa suave y segura.

Miyano giró el rostro hacia él justo cuando el primer estallido iluminó el cielo. Una explosión dorada se abrió sobre sus cabezas, bañándolos a ambos en un resplandor cálido. Miyano dio un pequeño sobresalto, el sonido repentino desarmándolo por completo. Antes de pensar, su cuerpo reaccionó refugiándose instintivamente contra Sasaki, escondiendo el rostro en su pecho.

Sasaki sintió cómo su respiración se detenía. Su corazón golpeó con fuerza, pero sus brazos se movieron por pura certeza, rodeando a Miyano con suavidad, protegiéndolo como si fuera lo más preciado del mundo. Acarició lentamente su espalda, mientras apoyaba la barbilla sobre su cabello. Cerró los ojos y se permitió saborear ese instante.

—Miyano… —su voz salió temblorosa, cargada de emoción contenida—. Cuando estoy contigo… no necesito nada más que esto.

El pecho de Miyano se contrajo ante esas palabras. Permaneció en silencio, pero su cuerpo habló por él relajándose poco a poco, dejándose envolver por el calor de Sasaki, encontrando en sus brazos un refugio seguro.

Sobre ellos, los fuegos artificiales estallaban uno tras otro, pintando el cielo de colores. Sin embargo, ninguno de los dos los miraba todavía. Solo existían ellos y el latido acelerado que compartían, resonando en la quietud del claro.

Con un temblor leve en las manos, Miyano buscó a tientas la mano de Sasaki. Cuando sus dedos se encontraron, los entrelazó con fuerza, como si temiera que, al soltarlos, todo desapareciera.
Sasaki bajó la vista hacia ese gesto y sonrió, profunda y suavemente, comprendiendo lo que significaba. Apretó sus dedos en respuesta, sin necesidad de palabras.

Entonces, despacio, Miyano se giró dentro de su abrazo. Ya no buscaba ocultarse, quería mirar el espectáculo en el cielo. Quedó de espaldas contra el pecho de Sasaki, sus manos aún unidas, y levantó la vista hacia los destellos que se desplegaban sobre ellos.

Sasaki, sin embargo, no miró el cielo.
No podía.

Sus ojos se quedaron fijos en el reflejo de los fuegos en la mirada de Miyano. Cada explosión de color se dibujaba en sus pupilas, iluminando su expresión de asombro y ternura. Era tan hermoso que le resultaba irreal.
Para Sasaki, el verdadero espectáculo no estaba en el cielo, sino justo frente a él.

Su respiración se volvió pesada, lenta, y la necesidad de decir algo se hizo insoportable. Se inclinó suavemente hacia adelante, hasta que su frente rozó la de Miyano.
—Eres… increíble —susurró, con la voz quebrada—. No puedo creer que seas real.

Miyano parpadeó, tembloroso. Sintió que sus piernas flaqueaban y que las palabras se atascaban en su garganta.
—Senpai… no digas esas cosas… voy a… —pero no pudo terminar la frase.

Sasaki sonrió, comprendiendo el final no dicho. Cerró un poco más la distancia, hasta que sus respiraciones se mezclaron.
En ese instante, el cielo estalló en una luz blanca y dorada, tan brillante que parecía congelar el tiempo.

Sasaki se inclinó y, con una suavidad reverente, rozó los labios de Miyano con los suyos. Fue un beso lento, profundo, cargado de todo lo que había callado. Miyano se tensó al principio, sorprendido, pero enseguida se derritió en sus brazos, correspondiendo con una entrega tímida pero sincera.

Cuando se separaron, ambos jadeaban suavemente, sus frentes aún juntas. Miyano tenía las mejillas encendidas y los labios temblorosos, pero logró susurrar:
—Gracias por esta noche… Quiero… que el próximo año veamos juntos los fuegos otra vez.

Sasaki sintió que su pecho se llenaba de algo tan vasto que apenas podía contenerlo.
Acarició la mejilla de Miyano con delicadeza y, con una sonrisa que era promesa y certeza a la vez, respondió:
—El próximo año… y todos los que vengan.