Chapter Text
Era un día frío de Julio del 2030. La Quinta Presidencial de Olivos estaba más silenciosa que nunca (bastante extraño, considerando quién es su residente). Incluso los cinco perros bullmastiff , las fieles mascotas de este señor, estaban abrigados hasta las orejas. Adentro de la lujosa propiedad, el aire olía a enfermedad y a té de jengibre con miel.
Javier Milei, con 59 años de edad, todavía pretendía cargar a todo un país sobre sus hombros. Entre los achaques propios de la edad y la fuerte gripe que venía arrastrando, lo alejaban de aquel hombre implacable y lleno de enrgías que había asumido su primer mandato como Presidente de la Nación Argentina aquel Diciembre de 2023. Ahora mismo, apenas podía sentarse sin marearse.
Javier:— No pienso quedarme en la cama, Nayib — gruñó el presidente, con la voz ronca y los ojos rojos, tosiendo fuertemente luego.
Nayib:— Por supuesto que vas a quedarte — replicó el salvadoreño, cerrando la carpeta con los informes del día y sentándose a su lado. En ese mismo momento, el moreno tenía en su rostro ese gesto firme que usaba frente a ministros y rivales políticos, pero en la intimidad se transformaba en el hombre más dulce nunca imaginado e imposible de esquivar. — La Presidencia puede esperar. Pero yo no pienso perderte por tu terquedad.
Javier rió, sin poder creer lo que estaba escuchando.
Javier:— ¿Perderme? ¿A mí? Por favor, Nayib. ¿Te estás escuchando? Hoy en día nadie se muere por una simple gripe. Si pude sobrevivir al desastre que dejó la casta, una gripe no me hace ni cosquillas. Aparte, el presidente de este país soy yo, no vos. Así que, disculpame pero me espera una pila de documentos para revisar y firmar en mi oficina.
Apenas el mayor terminó de pronunciar estas palabras, atinó a incorporarse de la cama queen size. Pero un dolor articular impresionante lo hizo protestar y sentarse de inmediato.
Nayib:— ¿Decías, mi vida? ¿Me quieres explicar qué documentos vas a firmar si ni siquiera puedes mantenerte en pie? Deja que de eso me encargo yo, los supervisaré por ti luego — replicó el hombre más joven guiñándole un ojo — Pero ahora, es momento de cuidar a mi esposito enfermo. ¿No te parece?
Javier apretó la mandíbula, como si quisiera quejarse, pero su propio cuerpo lo traicionaba. La fiebre lo obligaba a hundirse más en las sábanas. Allí, entre las paredes de Olivos, el hombre que nunca cede ante el cansancio ni las adversidades, se dejaba cuidar en secreto. Muy a pesar de ser un alfa dominante, y que según él, su orgullo se viera ciertamente dañado por esto.
Viéndolo tan débil y reducido (si ya de por sí Javier es petiso, ahora parecía más pequeño al estar todo acurrucado por el frío), Nayib le acomodó el edredón y rozó su frente húmeda con sus labios. Esa ternura jamás vista en público, ese amor que sólo en la clandestinidad se esparcía como un fuego íntimo, era la medicina que Javier necesitaba aunque nunca lo admitiría.
Llevaban ya varios años de conocerse, desde aquel 1 de Junio del año 2024, cuando Milei fue a felicitar y tener una reunión privada con Bukele por motivo de la asunción a su segundo mandato. Enseguida pegaron buena onda, y tenían muchas ideologías en común. Se cruzaban en actos internacionales y de vez en cuando uno viajaba al país del otro para visitarlo.
Pero la otra realidad es que, a pesar de sus apretadas agendas, se vieron muchas más veces en privado, fortaleciendo su amistad. Aunque claro, la distancia siempre era un obstáculo. Pero siempre estuvieron conectados con todos los medios posibles. La atracción que sintió Javier apenas vio por primera vez a Nayib fue como un flechazo, mientras que Nayib se fue sintiendo atraído por el carisma y la inteligencia del argentino. Y, sin saber por qué, al verlo su corazón le decía "Tengo que protegerlo". Y esto se intensificó cuando se enteró que el alfa fue apedreado en Lomas de Zamora y de milagro salió ileso.
Con el tiempo, comenzaron a tener una relación amorosa clandestina. Y una vez que el segundo mandato de Nayib terminó, en 2029, decidieron casarse (en secreto también, por supuesto) e irse ambos a vivir a Argentina. Actualmente, Nayib es el "primer caballero" de Javier.
Nayib:— Descansa, amor. Yo me encargo del país... y de vos — susurró el más joven.
Milton y Conan, dos de los cinco fieles perros y centinelas de los secretos de sus amos, aullaron suavemente, como si celebraran la rendición del alfa ante su beta.
La fiebre le arrebataba hasta el carácter. Javier intentaba bromear o tirar frases picantes, pero apenas lograba un gruñido cansado. Cada vez que intentaba incorporarse, Nayib lo detenía con una sola mano sobre su pecho.
Nayib:— No me subestimes, Javo — dijo, con esa mezcla de dulzura y firmeza que sólo él podía conjugar — He podido manejar cinco ministerios a la vez, ¿cómo no voy a manejar a un presidente con gripe?
Javier bufó, pero no pudo evitar una pequeña sonrisa ante lo amoroso que es su marido. Esa sonrisa era un secreto en sí misma, porque nadie afuera debía sospechar que el hombre de los discursos incendiarios, podía rendirse ante una caricia o un beso.
Nayib le preparaba sopas suaves, infusiones calientes y hasta le cortaba las pastillas en mitades para que no protestara. Cuando la tos lo sacudía, Nayib lo sostenía como si fuera un nene, acariciándole la espalda hasta que el temblor cedía.
Los perros entraban a ratos, subiéndose con atrevimiento y curiosidad a la cama matrimonial, o simplemente apoyando el hocico. Javier se hacía el gruñón, pero Nayib veía cómo sus dedos buscaban inconscientemente el lomo de cada animal para acariciarlos.
Nayib:— No te das cuenta — murmuró el salvadoreño, sentándose en el borde de la cama y pasándole un paño frío por la frente —, pero en este estado sos más transparente que nunca. Ahí afuera todos creen que sos de hierro. Acá adentro... sos mío, frágil, humano. Como cuando lloraste en el Muro de los Lamentos, o cuando te quebraste en aquella entrevista hablando sobre Martín Palermo. Y eso es lo que amo de ti también. Por eso que percibí en vos al tiempo de conocerte, con el correr de nuestros encuentros, cuando me dejabas ver tu interior. Y allí, reafirmaba que tenía que cuidarte siempre.
Javier cerró los ojos. El calor lo consumía, pero esas frases lo atravesaron. Y por un instante, incluso él, que había hecho de la resistencia una bandera, se permitió ceder: dejó que Nayib lo abrigara, lo alimentara a cucharadas, y hasta que lo meciera susurrándole en un idioma que sólo compartían entre esas cuatro paredes.
Javier odiaba la sensación de debilidad. La fiebre lo dejaba vulnerable, y nada le molestaba más que esa fragilidad expuesta.
Javier:— No necesito niñera — masculló entre dientes, girándose en la cama.
Nayib:— No. Necesitas a tu esposo. Y te guste o no, acá estoy — respondió con calma el moreno.
Los perros se acomodaron en distintos rincones de la habitación, como guardianes de cuatro patas. Nayib se metió bajo las sábanas, arrimándose al cuerpo ardiendo de Javier.
Javier:— No — gruñó el argentino otra vez, débil, como si aún pudiera resistirse.
Nayib:— Shhh... — el salvadoreño le acarició el cabello levemente sudoroso, enredando los dedos entre esos mechones ondulados que el tiempo había vuelto más rebeldes, igual que su dueño — Cierra los ojos. Yo te sostengo.
Y contra toda lógica de su orgullo alfa, Javier lo hizo. Se dejó recostar contra el pecho firme del morocho, que se convirtió en su almohada humana. Nayib lo mecía con suavidad, murmurándole palabras tiernas y alentadoras en voz baja, a modo de dulce arrullo.
El presidente de hierro, el hombre incendiario, se quedó dormido al abrigo de quien lo amaba en silencio. Y Nayib, con la paciencia de los años y la certeza de la ternura, lo sostuvo toda la noche, como si su abrazo pudiera detener el paso del tiempo.
