Chapter 1: Prólogo
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Érase una vez hace mucho, mucho tiempo (porque todos los cuentos tienen que empezar así), en un reino muy lejano un joven humilde… y desafortunado.
¿Su tragedia? Pues la de siempre: perdió a sus padres a una edad ridículamente temprana, nadie quiso hacerse cargo de él y terminó arrojado, como paquete no reclamado, en un orfanato tan putrefacto y decadente que ni las ratas querían vivir allí. Y todo esto cuando apenas era un dulce bebé.
Aquella era la historia de Atsushiciento.
Un huérfano más, porque parece que en los cuentos o shonen/seinen nunca hay padres decentes, a quien nadie se molestó en tenderle una mano amiga; La única vez que alguien se “ocupó” de él fue para dejarlo, en medio de una tormentosa noche cliché, a las puertas del hogar del director.
Así fue como Atsushiciento creció, sin saber de dónde venía ni cómo había llegado allí, pero escuchando cada día, sin pausa ni cansancio, lo mismo:
“¡Agradece, muchacho! Agradece al noble director que te abrió las puertas de su hogar a pesar de la sobreocupación”.
Y vaya que lo agradeció.. Atsushiciento agradeció todo. Cada día pronunciaba palabras de gratitud hacia el único hombre que conocía desde que tuvo conciencia.
Agradeció la comida, aunque muchas veces le tocara comerla en el suelo o cuando ya estaba rancia.
Agradeció la ropa, aunque solo fueran sobras deshilachadas de los niños mayores, que tuvo que aprender a coser si no quería andar desnudo.
Agradeció aprender a leer y escribir, aunque lo lograra por sí solo, robando libros de la gran biblioteca del director y descifrando los garabatos que formaban oraciones.
Agradeció los juguetes, aunque se llevara palizas por parte de otros niños cada vez que intentaba conservar alguno como suyo.
Agradeció las enseñanzas de vida, aunque su piel quedara marcada para siempre con cicatrices que buscaban “corregir” lo que había de malo en él.
Atsushiciento agradeció todas y cada una de sus bendiciones, otorgadas con total y benevolente desinterés. Nunca refutó, nunca alzó la voz, nunca levantó la cabeza a manera de protesta. ¿Qué personaje de cuento lo haría, verdad?
Sin embargo, pese a todas las gracias que le repetía su benefactor, Atsushiciento solo anhelaba una cosa, y nada más:
Ser libre.
Chapter 2: Capítulo uno: El anuncio.
Summary:
Se anuncia que el príncipe heredero, Akutagawa, busca esposa. Y porque ningún cuento está completo sin un baile, ¡ha decidido organizar uno!
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
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Los años pasaron y las primaveras se acumularon en la cuenta de Atsushiciento. Sus días eran normales, monótonos y siempre iguales. Nada diferente, nada memorable, más allá del menú típico: limpia, friega, cocina, ayuda, agradece, recibe burlas de los otros niños por su raro cabello y sus extraños ojos, y soporta los gritos amorosamente innecesarios del director y las matronas que, en serio, ojalá no lo amaran tanto.
Su rutina de siempre.
Su consuelo era que no es el único niño del orfanato que sufría. Su lamento: que, al ser de los mayores y quien más tiempo llevaba allí, hacía mucho había perdido la esperanza de ser adoptado. No veía más futuro que quedarse sirviendo en el orfanato. ¡Oh, tragedia! Es decir... ¡qué alegría!
Y todo continuó sin algarabía hasta cierto día, cuando el reino entero se revolucionó con la noticia:
El príncipe heredero, Akutagawa Ryūnosuke, buscaba esposa.
¿La forma de conseguirla? Muy sencillo: un gran baile, abierto a todas las mujeres del reino, sin importar rango, linaje o estado civil. Sí, todas. Incluso si venías del campo con las manos llenas de callos o si trabajabas barriendo establos, estabas cordialmente invitada a probar suerte.
¡Oh, noticia más escandalosa e inverosímil! Pero, según las malas lenguas que Atsushi oyó en el mercado, había una razón para tan abierta apertura social. Es obvio: porque esto es un cuento, y si no abrimos la invitación, Atsushiciento nunca tendría oportunidad de aparecer en palacio.
No, esperen, esa no es la razón verdadera.
La auténtica razón era que, seamos sinceros, el príncipe era un amargado crónico que parecía desayunar limones, almorzar vinagre y cenar reproches existenciales. Ninguna princesa con amor propio quería casarse con él. La solución del rey fue la más lógica si quería jubilarse y tener nietos: rifárselo a alguna plebeya despistada con la irresistible oferta de "te sacamos de pobre a cambio de un marido más seco que el desierto".
En el orfanato, la noticia cayó como una bomba.
—¡Un baile en el palacio real! —gritó una de las chicas, con los ojos brillando como si le hubieran prometido oro.
—¡Podremos ser princesas! —añadió otra, que llevaba años soñando con huir del olor a humedad del orfanato
—¡Yo comeré banquetes hasta reventar! —vociferó la más glotona, que veía en el príncipe la oportunidad de cambiar sopa rancia por pastelillos.
—¡Y yo tendré vestidos de seda! —dijo una tercera, que abrazaba sus harapos como si ya fueran de terciopelo.
Muchos más comentarios similares escuchó Atsushiciento desde que se anunció la espléndida noticia.
Cada niña, mujer o joven que se cruzaba y estaba soltera (o incluso solterona, porque sí, Atsushi vio en el mercado a ancianas proclamando que atraparían al muchachote del príncipe) quería una porción de la vida de princesa.
Perdón... nos referimos a encontrar el amor verdadero junto al galante Akutagawa Ryūnosuke.
Desde el día cero (como Atsushi llamó a la enfermedad del complejo de princesa anticipada) todas reían, gritaban y se empujaban soñando con el milagro de ocupar el lugar de la afortunada. Mientras tanto, Atsushiciento las observaba desde lo lejos: en los pasillos, mientras hacía los quehaceres o cuidando a los más pequeños. Sentía una punzada en el pecho, algo parecido a la envidia. Porque aunque jamás lo admitiría en voz alta, él también quería salir de aquel lugar. Aunque fuera con un príncipe limón incluido.
Por supuesto, no se permitió pensarlo demasiado. Cada vez que la idea intrusiva llegaba, se corregía a sí mismo:
"No, Atsushiciento. Tú debes estar agradecido. Agradecido con tu benefactor, el noble director que te dio comida (aunque a veces fuera comida para ratas), ropa (aunque viniera agujereada), y educación (aunque a golpes). Agradecido siempre, antes de que alguien te lo recuerde con un balde de agua sucia en la cabeza..."
—¡Cuidado, Atsushi! —gritó una de las chicas, justo antes de lanzar un balde de agua enjabonada por la ventana.
La advertencia lo sacó de sus reflexiones. Se arrojó a un lado y, por un milagro de reflejos, esquivó el chorro de agua que salpicó detrás suyo.
—Ups, lo siento —dijo la muchacha, sin parecer muy arrepentida.
Atsushi sintió el impulso de mirarla mal, pero en cambio suspiró resignado y con una sonrisa forzada respondió que no era nada. Ella simplemente descartó el asunto con un gesto de la mano y entró de nuevo al dormitorio. Desde lejos, Atsushi escuchó chillidos y conversaciones que retomaban el tema candente del momento: el príncipe y su futura esposa.
Atsushi rodó los ojos. De nada le servía quedarse ensimismado pensando tonterías. Mejor terminaba de tender la ropa y, con suerte, tendría tiempo para colarse en el despacho donde había escondido el libro que compró en secreto con sus ahorros de los últimos meses en una tiendita del callejón donde solo va gente encapuchada.
Va leyendo justo en la parte buena, cuando la cortesana se colaba en la habitación del caballero para...
—¿Pero qué...? —murmuró para sí, quedando con la mano y el recuerdo suspendidos en el aire.
La ropa que acababa de lavar estaba empapada. Completamente. El agua sucia que cayó desde arriba, baño su cesto de ropa, lo que significaba...que arruinó su colada.
Atsushi gruñó por lo bajo, frustrado.
¡Maravilloso! Ahora tendría que lavarla de nuevo. Y como no había agua suficiente, eso significaba ir al río, restregar todo y regresar antes del anochecer. Es decir, tenía a lo mucho un par de horas.
"Agradecido, Atsushi. Sé agradecido", se repitió como un mantra.
No sabía si reír o llorar. ¡Su libro! Su historia de romance y un poco picante tendría que esperar. Y encima, quizá llegaría tarde a la cena, lo que significaba perderse la ración del día. Bueno... mejor. Estaba un poco harto de escuchar a sus compañeras chillar como grillos proclamando amor eterno al tal Akutagawa, a quien ni siquiera conocían y ya decían amar. Ja. O más bien amaban su oro.
Atsushi prefería pasar el rato con la hierba y los peces. Al menos, hasta que el dichoso baile sucediera en 3 días y todo se calmara después de que resultara la elegida.
No era envidia. Para nada. No era anhelo de querer salir de allí, ni de que se le presentara una oportunidad así. Solo quería regresar a su relativa paz... con escasez incluida. Y así, mientras el reino entero se llenaba de ilusiones, nuestro protagonista tomaba un cesto de ropa el doble de su tamaño, haciendo gala de músculos y fuerza discordantes con los de una delicada doncella. Y, como buen esclavo agradecido, se dirigió al río.
Lo gracioso es que aún no lo sabe, pero en menos de lo que canta un gallo alguien le otorgara la única esperanza de que un príncipe malhumorado lo elija como esposa.
Spoiler: la magia puede ser muy cruel.
Notes:
Notas del capítulo:
Me encanta la sátira, y más a los cuentos clásicos. Pero debo advertir que el tono ira menguando a medida que la historia avance. De igual forma, me divertí escribiéndolo en los primeros caps.
Dato curioso: ustedes podrán creer que la sátira de este capítulo es mi opinión, o que las palabras sobre Akutagawa vienen de los profundo de mi corazón, pero no. No son mías. Yo solo soy un medio.
Chapter 3: Capítulo dos: ¿Mi...Qué?
Summary:
Atsushi lavaba la ropa nuevamente sucia en el río, cuando sin querer sacó a un vagabundo que parecía estar ahogándose.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
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Llegó al río y comenzó su labor, por segunda vez en el día. Atsushiciento lavaba la ropa con el ceño fruncido y uno que otro reproche enfurruñado. Al principio rezongaba por dentro, pero con el paso de las horas y la caída del sol, el agua del río reflejaba un atardecer dorado tan bonito que hasta él, al entender que de nada le servía el mal humor, terminó suspirando y pensando que amargarse no iba a devolverle el tiempo perdido.
Así que cambió sus alegatos por un tarareo bajito, de una canción que escucho de paso hace mucho, mientras sus manos restregaban y su frente sudorosa brillaba bajo la luz naranja del ocaso. Por un momento, el mundo se volvió silencioso y tranquilo, casi relajante.
Hasta que vio "eso".
Dos ramas venían flotando río abajo, moviéndose de forma sospechosamente perpendicular, directo hacia él. Atsushi entrecerró los ojos.
—¿Pero qué...?
Cuando la cosa se acercó lo suficiente, casi se le cae la mandíbula. ¡No eran ramas! ¡Eran piernas!
Se incorporó en el acto, observando nervioso y con la esperanza de que su vista se equivocara. Con el brusco movimiento el cesto se volcó, la ropa limpia se volvió a ensuciar (¡maravilloso!) y él se quedó debatiéndose entre salvar la ropa o salvar a la presunta persona.
Al final, con una fuerte exhalación resignada tomó su resolución y se lanzó al río.
Con mucho esfuerzo, arrastró hasta la orilla a un hombre alto, vendado de pies a cabeza, con cabello castaño y ropa extraña compuesta por un abrigo marrón, que quizá alguna vez fue elegante, un chaleco desajustado y pantalones que gritaron "caro" en otra vida, si no fuera por lo derruidos y sucios que se veían.
Atsushi se alarmó. ¿Sería un noble caído en desgracia? ¿Un vagabundo borracho? Ninguna opción parecía buena...pero ¿Qué dice? ¡En general encontrar a un hombre en el río no es bueno!
—E-extraño-saaan... despierte... —lo picó con un dedo. Nada.
Lo sacudió. Nada.
Lo llamó otra vez. Nada.
¿Se murió?
— Ay por favor no — rogó a nadie en particular, muerto de susto. Qué haría si acaba de sacar a un larguirucho cadáver del río.
Y entonces, se le ocurrió.
"¿Qué decía ese libro sobre el caballero y la cortesana? Respiración boca a boca... ella despierta... Luego el beso sube de tono y entonces los dos..."
¡NO, NO! ¡esa parte no! la primera, solo la primera parte es útil.
Contó hasta tres, apretó la nariz del hombre, se inclinó y sopló en un burdo, y para nada certificado, intento de reanimación por la técnica milenaria conocida como: respiración boca a boca.
Los párpados del sujeto se abrieron de golpe. Atsushi no cerró los suyos, porque claro, esto era un RCP, no un beso. Así que presenció el momento exacto en que aquel desconocido lo miró directo a los ojos, a centímetros de distancia, como si se hubieran encontrado en medio de un fanfic cliché escrito para adultos, y no en la vida real.
Ambos parpadearon, sin dejar de verse, congelados y con las bocas todavía pegadas. Tres segundos pasaron. Nada, ningún movimiento hasta que...Atsushi salió disparado hacia atrás, rojo como un tomate hervido, balbuceando todas las formas de disculpas de su repertorio.
—¡L-lo siento! ¡De verdad pensé- pensé qué-! ¡No era... no...!¡..Yo no quería...!
El extraño, en cambio, se incorporó despacio, lo miró fijamente y exclamó al aire con voz nasal y exagerada:
—¡Me encontré con un abusador!
—¡¿QUÉ?! ¡NOOO! —Atsushi gritó, ya al borde del colapso. — ¡No respiraba! ¡Pensé que podría estar muerto!
El hombre, teatral como una viuda en funeral, se abrazó a sí mismo y retrocedió.
—¡Me encontré con un profanador de cadáveres!
—¡Que noooo! —Atsushi ahora no solo estaba rojo de vergüenza, sino también indignado. Le explicó atropelladamente que lo había visto flotar, que era del orfanato de las afueras (porque sí, siempre ponen por alguna razón los orfanatos en las afueras, por eso nadie se acerca a ellos va a adoptar), y que no era nadie sospechoso.
El otro se mantuvo digno un par de segundos más... hasta que suspiró larguísimo, con un aire melodramático.
—Es broma, es broma. Un abusador jamás tendría esos ojitos de cachorro pateado. — Atsushi hizo un puchero, murmuró un "grosero" a lo que el hombre respondió con un encogimiento de hombros.—Es un cumplido.
Se levantó del suelo y Atsushi lo siguió con la mirada, antes de preguntarle si de verdad se encontraba bien. El sujeto le dio un desinteresado tarareo que respondía de forma afirmativa a su pregunta. Luego se estiró, rotando su caderas de forma circular y alzando los brazos arriba como si acabara de echarse una siesta reparadora en lugar de casi ahogarse.
Atsushi lo observaba con cautela, convencido de que se trataba de un sujeto excéntrico y potencialmente peligroso. A juzgar por sus reacciones...su instinto le aseguraba que lo mejor era no involucrarse con el tipo.
Pero entonces el hombre lo miró de nuevo.
—¿Y tú cómo te llamas?
Atsushi, cohibido y por educación, contestó:
—Atsushiciento....
El desconocido tarareó una vez más, como si saboreara el nombre, sin decir nada más. Después, de la nada, se puso rígido, juntó las piernas, levantó la mano al pecho y adoptó una pose tan ceremonial que parecía parodiar a un caballero de leyenda.
—¡Es tu día de suerte, muchacho!
Atsushi casi dio un salto del susto por culpa de su grito. El hombre sonrió y, como si fuera lo más normal del mundo, se presentó en un aire galante sin dejar de hablarle en tono innecesariamente alto:
—Yo, Dazai Osamu, te concedo el honor de ser tu hada madrina.
Le guiñó un ojo con coqueta suficiencia. Atsushi lo miró como quien mira un pescado hablando en la orilla.
—...¿Mi qué?
Y ahí, queridos lectores, fue cuando el destino de Atsushiciento cambió para siempre.
Aunque él todavía no lo supiera.
Notes:
Notas del capítulo:
Es increíble cómo los capítulos sin sentido me salen menos largos que las historias formales XD.
Chapter 4: Capítulo tres: ¡Tu guapa, carismática y confiable hada madrina!
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Atsushiciento caminaba como alma que lleva el diablo, con la cesta de ropa mal acomodada en los brazos, tambaleándose de un lado a otro. ¿Por qué semejante prisa? la respuesta era simple, porque acababa de pescar del río al sujeto más peligroso de todos los reinos... no por ser un monstruo, no por blandir un arma, sino por la locura incoherente que tenía en la cabeza.
Un hombre que, sin parpadear y hablando completamente en serio, había proclamado ser su hada madrina.
Sí, hada madrina.
Atsushi tras escucharlo, muy resuelto, tomó la sabia decisión de hacer como si nada hubiese ocurrido. Se levantó, tomó sus cosas a toda prisa y subió en un dos por tres la colina que separaba el río del camino. Sí, eso era lo mejor, seguir caminando y fingir que nada paso. Convencerse de que todo había sido un delirio febril causado por el cansancio y la espuma del jabón.
Él definitivamente no sacó a un tipo raro del agua.
—No voltees, no voltees, no voltees —se repetía en un susurro bajo, avanzando rápido.
Y entonces...
—¡Ooooe, a dónde vas!
Atsushi apretó el paso e ignoró la voz a sus espaldas.
—Atsushi-kuuuuun~ —canturreó la voz del sujeto con más confianza de la que le otorgó, para empezar.
Él, muy firme en su decisión de hacer caso omiso, se dijo que era el viento. Solo el viento. El viento con extraña entonación de borracho. Escucho más llamados del viento con su nombre y no presto atención a ninguno, sin dejar de caminar. Sin embargo, de repente el viento comenzó a sonar más fuerte...y más cerca, demasiado cerca. Y cuando se oyó justo detrás suyo, Atsushi se atrevió a mirar sobre su hombro.
¡El maniaco estaba corriendo hacia él!
El instinto le ganó, soltó la cesta y salió disparado, con el corazón palpitando a mil por hora y su mente gritando sálvese quien pueda.
—¡Detente! —le gritó el loco.
—¡Déjeme en paz! —respondió Atsushi, cada vez más aterrorizado.
—¡Olvidaste tu ropaaaa! —se excusó el otro, como si no fuera él mismo quien había provocado que la cesta cayera.
"¡¿Por qué rayos me persigue?!", pensaba Atsushi alterado, mientras deseaba con todas sus fuerzas que el orfanato estuviera a la vuelta de la esquina.
Qué pésima suerte la del pobre Atsushiciento. Perseguido por un vagabundo que de seguro inhalo grandes cantidades del apio que crece río arriba y ahora está drogado hasta las pestañas. Perfecto. ¡Maravilloso!
"¡Que me parta un rayo ya mismo! ¡¿Por qué yo!?"
Sintió ganas de llorar al pensar en el tipo que no dejaba de correr en su caza y gritarle que se detuviera. Como si alguien alguna vez en la historia del a humanidad se detuvo en una persecución cuando una de las partes gritó "detente". Lo único que lo salvaba era su resistencia. Después de todo, Atsushiciento había pasado años corriendo para escapar de abusadores, del director del orfanato y de la vida en general. Sin presumir demasiado, podía considerarse uno de los mejores corredores del lugar.
Y esa fue su carta de triunfo, porque: al poco rato, los gritos de su acosador comenzaron a sonar entrecortados, forzados y ahogados.
Atsushi corrió unos pasos más por seguridad y luego, con cautela, se giró. Allí estaba el supuesto "hada madrina", tirado boca abajo en medio del camino, jadeando como si acabara de correr diez maratones seguidas.
Excelente. Era su oportunidad de huir.
Excepto que... el sujeto ya no se movía.
Atsushi mordió su labio. Por más que quisiera ignorarlo, una pizca de preocupación se alojó en su pecho; su instinto le gritaba que se largara de una buena vez, pero la lógica compasiva le susurraba perversa al oído que ese hombre acababa de salir de un casi-ahogamiento. Quizás realmente estaba mal, su salud podría estar en juego. Tal vez se había desmayado y si Atsushi se marchaba moría ahí mismo y... maldita sea, odiaba ese rasgo suyo. No podía simplemente no ayudar.
Se acercó a trote nervioso, rodeó el cuerpo con cautela y preguntó en voz baja:
—S-señor vagabundo... ¿está bien?
Silencio. Ni un músculo se movió.
Atsushi resopló cansado y decidió buscar una rama para picarlo. ¡Porque no, no iba a tocarlo con las manos! No después de lo que había pasado en el río. Sin embargo, justo cuando se giraba... sintió algo frío y huesudo cerrarse en torno a su tobillo. Bajó la mirada aterrado y ahí estaba: la mano larga del hombre aferrándose a él con fuerza, y en su rostro una sonrisa amplia, macabra junto con un brillo malicioso en los ojos.
—Te tengo. — Se carcajeó entre dientes, igual que una villana de cuento mal escrito, con voz oscura y triunfal, en lugar de una grácil hada madrina de las que decía ser.
Atsushi soltó un grito de terror tan agudo que hizo volar pájaros de sus nidos a varios metros de distancia.
Pasado el susto, Dazai arrastró al muchacho hasta unos arbustos al borde del camino, donde lo obligó a sentarse y hacerle compañía. Muy bien, su primera impresión no había sido la ideal, así que decidió comenzar de nuevo, ignorando la mirada desconfiada con la que Atsushi lo observaba, cauteloso de que en cualquier momento sacara algo para hacerle daño.
—Empezamos con el pie izquierdo —dijo Dazai.
Atsushi lo miró con aún más recelo, apartándose disimuladamente de él sobre el pedazo de suelo donde lo había sentado. Dazai lo estudió largo y tendido con una sonrisa de advertencia; sabía perfectamente que el muchacho planeaba salir disparado en cuanto tuviera la oportunidad, así que no iba a quitarle los ojos de encima ni un segundo.
—Me presento de nuevo. Mi nombre es Dazai Osamu —continuó, al no obtener respuesta verbal del chico, sin borrar su mueca de advertencia—. Y, como dije, gracias a que me salvaste seré tu hada madrina. Temporal, aclaro. Hasta que pague el favor.
Atsushi resopló. El muchacho descarado incluso rodó sus ojos.
—Mire, no sé quién es, pero lo que necesita evidentemente es ayuda de alguien más especializado. —Dazai ladeó la cabeza, curioso. Atsushi siguió explicando—. Es obvio que se golpeó la cabeza o tragó demasiada agua, y ahora está diciendo tonterías.
—¡Pero qué grosero! —Dazai cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿Dudas de mis palabras?
—¿De verdad quiere que le responda?
Justo. Racionalmente, cualquiera reaccionaría igual que Atsushi si un extraño, vestido de forma sospechosa, se autoproclamara un hada. La diferencia es que Dazai no mentía: es un hada cien por ciento real.
—Créelo o no, soy un hada. Y seré tu madrina.
—En el hipotético caso de que le crea, sigue siendo imposible. ¡Las hadas madrinas son mujeres!
Dazai ladeó la cabeza, divertido.
—Prejuicios, prejuicios... siempre los mismos. ¿Por qué no podría ser un hada madrina masculino y sexy?
Atsushi resopló otra vez, esta vez más fuerte y con un dejo mezquino, sin creer ni una palabra.
—Si no fuera un hada, no podría hacer esto —chasqueó los dedos, y de la nada un enorme sombrero color negro con un lazo purpura apareció sobre su cabeza, en un parpadeo.
Atsushi soltó un chillido y se alejó de un brinco, observando estupefacto primero el objeto, luego la cara de Dazai, y otra vez el sombrero. —¿Qué... pero...? —se talló los ojos con fuerza, intentando convencerse de que estaba alucinando. Sí, seguro era el cansancio. Tenía que serlo.
—Te lo dije —se mofó Dazai, encantado con la reacción del jovencito altanero. ¡Ja, en su cara por dudar de él!
Con más deleite volvió a chasquear los dedos, e hizo aparecer una larga pipa humeante de la cual sopló un par de veces con autosuficiencia. El chico parecía querer salirse de su propia piel, y Dazai disfrutaba en grande lo atónito de su expresión después de no creerle.
—¡Esto es increíble! —exclamó Atsushi. Contra todo lo que Dazai pensó, el muchacho pasó del aturdimiento a la emoción. Se levantó de un salto y se acercó a él, dándole la vuelta, escaneándolo de arriba abajo como si fuera un espécimen raro. Dazai se sintió incómodo. Prefería las reacciones asustadas a esa fascinación espeluznante.
—Oye, sé que soy increíble, pero al que mucho miran, rápido lo gastan —le golpeó la frente con la pipa apenas lo tuvo enfrente, para que dejara de escrutarlo con esos ojos brillantes y curiosos.
—Es que... nunca había conocido un hada real. Solo había leído de ellas.
—Sí, sí. Felicidades, enhorabuena, qué fortuna la tuya, chico. —Dazai agitó una mano con aire desganado, como espantando una mosca—. En fin, pide tu deseo de una vez, no tengo todo el día.
—¿Deseo? —Atsushi parpadeó.
—Te dije que sería tu hada madrina temporal.
—... ¿No eran los genios los que conceden deseos?
—No seas ridículo, Atsushi-kun. Los genios no existen, son criaturas de cuentos.
—Pero usted es un hada...
—¡Exacto! Deja de cuestionar la lógica de la historia y pide tu deseo, niño —gruñó Dazai, cruzándose de brazos con una impaciencia teatral.
Atsushi frunció el ceño.—Oiga, ¡eso no se vale! Usted dijo que sería mi hada madrina. ¿Cómo que solo un deseo?
—Porque odio trabajar y esforzarme, ¿te parece poco? Además...
Su excusa quedó colgada en el aire. Una voz femenina cortó sus palabras, deslizándose entre la brisa nocturna. Al principio fue un murmullo vago, como un eco que venía desde la lejanía del sendero. El bosque, que hasta entonces sólo ofrecía el canto monótono de grillos y el crujido ocasional de las ramas, retumbó con aquel grito, cada vez más claro a medida que se acercaba:
—¡Atsushi! ¡Atsushi!
El joven abrió los ojos de golpe, como si lo hubieran sacudido. Reconoció esa voz de inmediato ¡era Lucy!, una de las chicas del orfanato y su mejor amiga. El sobresalto le quitó cualquier pensamiento sobre hadas o deseos. Lucy estaba allí, en medio de la noche cerrada, corriendo sola por un camino peligroso. No podía ser ¡es peligroso y algo podría sucederle!...
—¡Lucy! —gritó Atsushi, lanzándose a la carrera hacia donde sonaba el llamado.
Olvidó por completo a Dazai, quien se quedó atrás, alzando la voz con un indignado:—¡Oye!
Pero el chico no lo escuchó. Tropezando entre raíces y ramas, avanzó hasta distinguir en la penumbra la figura que se acercaba también corriendo, llamándolo una y otra vez. La chica, al verlo venir, no pudo evitar iniciar su propia carrera, y eventualmente ambos se encontraron de frente a mitad del camino.
—¡Tú, tonto! —Lucy le golpeó la cabeza tan pronto lo tuvo cerca—. ¡¿Dónde demonios estabas?! — Atsushi se sobó la frente y la miró con timidez.
—En el río... la ropa se ensució de nuevo y... —se calló en seco cuando cayó en la cuenta. ¡La ropa! ¡Carajo! La había arrojado quién sabe dónde cuando huía del loco de Dazai y ahora debía estar desperdigada por la hierba y no tiene ni la más remota idea de cómo la encontraría en semejante oscuridad.
Lucy no pareció inmutarse con su explicación
.—¿Y eso qué? ¡¿Sabes qué hora es?! Incluso ya pasó la hora de la cena.
Atsushi la observó despotricar y, a pesar de todo, le fue imposible no sonreír con dulzura y gratitud. Lucy siempre era así, velando por él.
—Lamento preocuparte, Lucy-san.
—¡Q-¿Quién estaba preocupada?! —ella se cruzó de brazos y miró a otro lado—. Solo... solo me pareció raro no verte en la cena, nada más. No estaba preocupada por ti.
Atsushi soltó una risita incómoda. Claro, por supuesto, era solo eso.
—Como sea... ¿por qué demonios te perdiste la cena?
—Bueno... —¿Cómo se suponía que le explicaría?. Hasta donde sabe, Lucy también era fanática de los cuentos, así que quizá lo entendería...o lo miraría como si fuese un lunático.
Atsushi miró hacia atrás y lo vio ahí; Dazai, parado con las manos detrás de la cabeza, observándolos aburrido. Vaya, él ni siquiera notó cuándo se había aproximado tanto a su posición. Dazai era alto; con la poca luz, Lucy ya debía haberlo distinguido. Con más razón tenía que explicarlo, no fuera a alarmarse al ver a un extraño merodeando en la oscuridad como un pervertido acechando la noche.
—Fue por él —Atsushi señaló con el pulgar hacia atrás, sobre su hombro. Lucy se inclinó para mirar detrás de él, arqueando una ceja.
—...¿Por quién? —preguntó poco impresionada, con las manos en la cintura, antes de volver a mirarlo como si se estuviera burlando de ella.
Atsushi abrió la boca, atónito. Su cara era todo un poema de confusión. —¿Cómo qué por quién? ¡Pues por él! —se giró por completo y señaló a Dazai con más ímpetu.
El supuesto hada madrina sonrió travieso y agitó la mano en un saludo.
—¿De qué demonios hablas? ¡Ahí no hay nadie! —Lucy le dio un golpe en la espalda, molesta de que pareciera tomarle el pelo—. ¿Acaso soplaste el apio del río? —lo miró con sospecha.
—¡Por supuesto que no! —gritó Atsushi, agudo.
No entendía nada. Dazai estaba justo a su lado, tarareando como si nada, con los brazos detrás de la cabeza en pose despreocupada. Y aun así Lucy insistía en que no lo veía.
"¿Por qué no lo ve...?"
Se dio cuenta de golpe. Miró a Dazai incrédulo, con la boca abierta de par en par. El moreno sonreía de forma petulante, zorruna, como un niño que se sale con la suya.
—Al fin te diste cuenta —dijo juguetón y a juzgar por la falta de reacción de Lucy, no fue difícil deducir que solo Atsushi lo escuchó.
¡Él... es el único que podía verlo y oírlo! ¡Y Dazai lo sabía!. Aun así lo dejó exponerse como un idiota a propósito. La expresión de Atsushi cambió a indignación.
—Ey, Atsushi —lo llamó Lucy otra vez. Él apartó la vista de Dazai.
—L-lo siento, olvida eso, por favor —Lucy lo miró con sospecha y Atsushi deseó poder abrir un hueco en el suelo y meterse ahí. —D-de todos modos, no me perdí de mucho, ¿no? —cambió de tema a la fuerza—. Seguro todos en el comedor hablaban del baile, del príncipe Akutagawa y... la cena era solo papas con caldo, así que no importa.
—¿De verdad te molesta tanto ese tema como para saltarte una comida? —Lucy suspiró.
Atsushi gruñó, incómodo.
Por su parte, Dazai se mostró intrigado. Se acercó más a Atsushi, parándose a su lado y recargando un brazo con descaro sobre su hombro. Ahora que sabía que Lucy no lo podía ver, Atsushi tenía que hacer un esfuerzo por no hacer ningún gesto o comentario, o de lo contrario parecería un loco. Y estaba seguro de que Dazai disfrutaba verlo debatirse entre la indiferencia fingida y reaccionar a sus acciones.
—Es... fastidioso que sea de lo único que todos hablan, solo eso —admitió Atsushi, y con disimulo estiró el brazo, simulando un gesto de cansancio, para apartar el apoyo de Dazai.
El moreno resopló al perder su punto de apoyo.
—Es... una oportunidad única para cambiar de vida. Cualquiera estaría emocionado —Lucy habló casi como repitiendo un mantra. Luego, en voz más baja, murmuró—: Incluso si tienes que casarte con alguien que no es la persona que te gusta...
Si Atsushi tuviera mejor vista, habría notado cómo ella bajaba el rostro, con un tenue sonrojo en las mejillas. Oh, Atsushi no lo percibió... pero Dazai sí.
Interesante, Muy interesante. Aunque no tanto como sus palabras, ni como la forma en que el semblante del mismo Atsushi cambió al escuchar específicamente la frase "Es una oportunidad única para cambiar de vida". El inocente conjunto de palabras pareció encender algo en su ahijado, cuya expresión se endureció y en cuyos ojos brilló un anhelo apenas contenido.
Juju... Dazai sonrió con picardía. Ahora sabía cómo podría saldar su deuda... y concederle su deseo.
Lucy finalmente suspiró cansada; Atsushi sabe que ella lo entiende, porque se siente igual de hastiada de toda la situación, sin embargo, al menos ella si tiene una oportunidad...si tan solo Atsushi pudiera convencerla de presentarse al baile para que trate de probar suerte...
—Como sea, debemos regresar pronto al orfanato. No pienso cubrirte otra vez si te pillan afuera después del toque de queda —le dio un golpecito en el brazo, más suave esta vez, y se dio la vuelta dejando tras de sí el eco de sus pasos, adelantando a Atsushi en un señal silencioso de que debían marcharse.
Atsushi dejó salir todo el aire de sus pulmones, percibiendo el agotamiento del día asentarse sobre sus hombros con más peso del normal. Hoy fue un día atípico, no dirá malo, pero ciertamente ha tenido mejores. Dazai era un factor que contribuye bastante al a rareza de su día: Una dichosa hada madrina con la que no tenia ni idea de que hacer. Y hablando del diablo, lo sintió de nuevo recargar su codo, apoyándose con todo descaro sobre su hombro y llamando su atención.
—Ohh, qué enternecedor —canturreó Dazai—. La damisela preocupada por el muchachito desvalido. ¿Sabes cuántos puntos dramáticos suma eso en esta historia? ¡Cientos! es la cúspide de los cliché.
—De qué rayos estás hablando... —gruñó Atsushi, sin apartar la vista del camino por sí Lucy lo escuchaba. La muchacha siguió caminando, más despacio, y Atsushi debería seguirla ya o la perdería de vista. Excepto que estaba el factor problema "Dazai"...¿iba a ir detrás suyo de nuevo? dios no, Atsushi no quiere llevarlo al orfanato.
—.¡¡ Y encima no te das cuenta!! — Dazai se rio al aire, haciendo a Atsushi sentirse más confundido que antes. ¿De qué clase de broma se está perdiendo? no está seguro – ¡Imagínate si no le correspondes! la trama de drama adolescente perfecto.
—¿Puedes dejar de hablar sin sentido? — suspiro cansado y se movió de modo que el brazo de Dazai cayera de su hombro. El hada casi trastabilla al perder su punto de equilibrio.
Tras ganarse una mala mirada comenzó a caminar tras Lucy, trotando despacio para alcanzarla. Y Dazai, como sospechoso, tan pronto estuvo detrás de la chica, apareció a su lado tal cual espanto. Atsushi tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no brincar fuera de su piel la verlo y después, de nuevo lucho para no gruñir de frustración cuando comprobó que sí, Dazai lo seguirá al orfanato.
— Oye Atsushi .... —Lucy le llamó y él finge, con lo que considera sus mejores dotes de actuación (que no son muchos) que no había un tipo alto y extraño caminando a su lado tarareando una canción en voz alta y que solo él podía oír.
— ¿Si, Lucy-san? — le devolvió con una mueca que pretendió ser casual, fallando en el intento
— ¿Dónde se supone que está la ropa que viniste a lavar? — Atsushi se detuvo, con la sonrisa congelada. Su mente recalculó las palabras de Lucy y se dio cuenta...
— ¡¡LA ROPA!!
Al final los jóvenes sí que llegaron después del toque de queda, ya que tuvieron que buscar en medio de la oscuridad todas las prendas esparcidas por el campo. Todo bajo la atenta mirada de un hada burlona, quién se entretenía escuchando a los dos adolescentes quejándose entre sí.
¡Vaya, este nuevo ahijado si que es divertido! Dazai no lo creyó al principio, pero parece que escogió bien y su nuevo huérfano será mucho más interesante de lo que evaluó originalmente. Si sonrío o no de manera sincera y contenta, es algo que nadie más en la penumbra sabría.
Chapter 5: Capítulo cuatro: El ahijado y su sombra
Chapter Text
El portón del orfanato crujió cuando Lucy y Atsushi lo empujaron para entrar. Ella iba delante, murmurando algo sobre lo tarde que era y el castigo que recibirían si alguien llega a verlos, mientras Atsushi, detrás, luchaba por ignorar la presencia invisible que avanzaba casual a su lado como si fueran viejos conocidos.
Dazai, con las manos tras la cabeza, tarareaba ahora un vals fúnebre que le ponía los pelos de punta. Algo le decía que lo hacía para asustarlo a propósito, solo por fastidiarlo, porque estaba oscuro y muy entrada la noche.
—Deja eso —susurró Atsushi entre dientes, abrazado así mismo.
Dazai en respuesta hizo una mueca maliciosa y se inclinó, antes de soplarle un ráfaga de aire directo al cuello. Por inercia Atsushi chilló y brincó a causa de la incómoda sensación, tapándose en el acto la parte de atrás de su nuca.
—¿Eh? —Lucy giró sobre los talones. Atsushi se quedó helado, sonriendo torpe y fingiendo estirarse.
—N-nada, decía... que tengo sueño. —La chica frunció el ceño, pero no insistió. Tan pronto ella se giró, fulminó a Dazai con la mirada mientras que la amenaza de hada en cambio le saco la lengua a modo de burla.
Cuando por fin se separaron de Lucy, Atsushi suspiró de alivio. Siendo honestos, pese a lo que le dijo a Lucy, si lamentaba perderse la cena. Se moría de hambre, por lo tanto aprovechó el silencio y soledad del lugar para escabullirse en la cocina con destreza practicada, afilada tras años de hacer lo mismo. Apenas alcanzó a entrar a la cocina vacía, Dazai apareció sentándose encima de la mesa como si le perteneciera.
—Bueno, bueno... ¿y ahora qué hará mi ahijado favorito? —entonó con diversión.
—Que recuerde aún no hemos acordado nada respecto a ese asunto de Hada madrina-ahijado. —Atsushi lo miró con el rostro plano, aunque su voz salió más insegura de lo que quería.
Dazai inclinó la cabeza, observándolo con esa sonrisa felina.
—Vaya, qué ingratitud. Te ofrezco magia, te doy compañía... y tú solo me rechazas.
Atsushi apretó los labios. Dudó unos segundos y luego murmuró:
—...Yo no pedí magia. Lo único que quiero es... vivir tranquilo.
Hubo un breve silencio. La sonrisa de Dazai no desapareció, pero algo en sus ojos cambió de artificial jocosidad a atención genuina.
—¿Tranquilo, eh? —repitió—. ¿Y qué significa eso para ti?
Atsushi bajó la mirada, jugueteando con sus manos, buscando los utensilios de manera silenciosa para preparar su platillo.
—Creerás que es tonto...— murmuro, dándole la espalda a la vez que ubicaba todos los ingredientes, una vez reunidos, sobre el mesón.
— Pruébame.
Dazai se bajó de la mesa de un salto y caminó hacia Atsushi, observando curioso que preparaba. Se veía sencillo, bastante simplón si le preguntan, y a juzgar por la fluidez de sus movimientos, las forma mecánica en la que hacía todo en un dos por tres sin hacer ruido, este era una platillo que Atsushi hacia seguido.
—Bueno...nada complicado — se encogió de hombros y Dazai juró observar un tenue rosa en su pómulos — Por ejemplo levantarme a la hora que quiero, cocinar lo que me gusta cuando quiera, tener suficiente comida para que nadie pase hambre, no tener que escuchar gritos... quizá... poder leer sin esconderme, entre otras cosas. No suena a mucho, pero... supongo que es lo único que sé desear...
—Hm. —Dazai lo escuchaba con calma—. Suena aburrido.
Atsushi bufó, no con enojo, para sorpresa de Dazai, sino más bien resignado y si se atreve a decir: un poco sarcástico.
— Sabia que dirías eso.
Dazai bufó también, divertido. Chiquillo descarado.
Permanecieron en silencio un rato más, Atsushi terminando lo que sea que esté haciendo y Dazai revoloteando detrás de él. La noche siguió avanzando, el edificio estaba por completo en silencio y a oscuras, con un perceptible frío colándose por las corrientes de aire sueltas en las paredes de la edificación vieja. A Dazai no le afecta el frío, más a Atsushi sí, lo nota en la forma en que a veces temblaba. Aún así, de manera admirable el muchacho ignoraba la baja temperatura en favor de terminar su comida.
Cuando al fin estuvo listo Dazai observó que lo servía en dos platos grandes. Al parecer su nuevo protegido come bastante, ¿eh?. Atónito quedó cuando Atsushi se giró hacia él con ambos tazones humeantes y le extendió uno. Dazai parpadeó, miró al plato, luego al niño y por último ladeo la cabeza.
— ¿Qué es esto?.
— Chazuke — las comisuras de la boca de Atsushi se estiraron hacia arriba en un gesto grande y radiante, a la vez que empujo con ímpetu el bowl en su dirección. Antes de que Dazai refutara que no se refería a la comida, sino a la acción, el chico continuó — La mejor comida del mundo.
No quisiera admitir que estaba aturdido o más bien sorprendido y la última declaración de Atsushi, junto con su actitud de perrito contento que recién vio a su amo, mostrándole las maravillas del chazuke...bueno, lo hizo reír por lo bajo. Fue un poco lindo.
— Con que la mejor comida del mundo, ¿eh?— recibió por fin el plato y se deleitó con la forma en que la sonrisa de Atsushi se extendió por su rostro otras dos tallas. Qué raro, ¿es posible que el sol brille de noche? porque esa sonrisa parecía tener luz propia.
Sacudió la cabeza alejando el pensamiento ridículo y se apoyó en la encimera, imitando a Atsushi quien comenzó a comer feliz. Increíble. Al parecer se encontró con un ahijado no solo entretenido, sino también bastante amable...y adorable.
Al día siguiente, Dazai comprobó que Atsushi, más que amable... era idiota.
En serio, ¿Quién en su sano juicio aceptaba tantos favores? El chico corría de un lado a otro ayudando en lo que le pedían, incluso cuando estaba claro que varios de esos mocosos solo se aprovechaban y ni siquiera lo trataban bien.
—Oye, ¿seguro que no te topaste con una bruja de niño o algo? —preguntó Dazai, siguiéndolo por las escaleras hasta el tercer piso. Atsushi cargaba una cesta enorme de sábanas, como si no pesara nada. En secreto, Dazai se maravilló de su fuerza teniendo en cuenta su complexión delgada.
—¿De qué hablas? —susurró Atsushi, lanzándole una mirada de reojo por encima del hombro sin dejar de subir.
—Pues digo yo que debes tener una maldición que no te deja decir "no". —Dazai chasqueó la lengua y recordó:
Anoche, luego del chazuke que compartieron, Atsushi se fue a dormir colándose en el dormitorio abarrotado donde los demás huérfanos roncaban como orquesta desafinada. Dazai sin el menor pudor, se había instalado en su cama, alegando que necesitaba descansar para recargar la magia. El chico, a regañadientes y con un sonrojo que lo volvió del color de un tomate maduro, terminó aceptándolo. Por la mañana, Dazai despertó al sentirlo moverse a su lado. No porque Atsushi lo hubiera tocado, sino porque ya se estaba levantando.
—Perdón por despertarte —se disculpó el muchacho con toda la sinceridad del mundo en un murmullo extremadamente bajo, antes de dejarlo solo.
Dazai se acomodó entre las mantas, dispuesto a seguir durmiendo. Total, nadie más podía verlo y al divisar la cama de Atsushi su magia los haría verla vacía con las sábanas destendidas, así que no corría riesgo de ser descubierto. Sin embargo, los minutos pasaron... y nada. El dormitorio seguía en silencio. Claro ¡cómo lo iba a estar si ni había amanecido del todo!. El maldito sol ni se asomaba y Atsushi ya estaba revoloteando como chinchilla con exceso de energía.
"¿Este niño no duerme nunca?", se preguntó Dazai con hastío, mirando el techo. La primera noche con su "ahijado" y ni siquiera la duerme completa. Podría quedarse ahí, bajo las sábanas... Pero no. La curiosidad lo carcomía, quería ver qué demonios estaba haciendo a esa hora.
Enfurruñado, lo siguió y lo vio preparando el desayuno. No uno, ni dos platos (aunque alcanzó a ver cómo escondía uno extra, que Dazai supuso sería para él, detalle que en lo profundo de su mente le pareció... lindo), sino muchos. Una hora después alguien vino a ayudar, y ahí descubrió la razón: Atsushi había prometido encargarse del desayuno.
Y así transcurrió toda la mañana. Dazai lo siguió cual pollito detrás de su madre, viéndolo hacer y deshacer. Pasó de barrer a trapear, de quitar telarañas a servir de mediador en la pelea de dos críos más pequeños. Algunos lo empujaban al pasar, otros lo buscaban solo para reclamarle algo, y muchos acudían a él pidiendo atención.
La reacción hacia Atsushi parecía tener mil matices: unos lo trataban con desdén, otros lo buscaban con confianza, pero el único patrón en común era que él atendía a todos. Siempre. Bajaba la cabeza con humildad cuando recibía un comentario sarcástico, aceptaba cada petición de favores sin protestar y sonreía con calidez a los niños que solo querían que alguien los mirara.
Ufff. Ese chico no paraba quieto, y Dazai ya estaba cansado de seguirle el paso... ¡y apenas eran las doce del día!. Si esa era la rutina diaria de Atsushi, entendía perfectamente por qué deseaba largarse de allí.
—Por supuesto que no me encontré con ninguna bruja —replicó el muchacho, mirándolo de lleno mientras equilibraba la cesta con una mano y la pierna para abrir la puerta del dormitorio de los mayores. Hasta hacía un rato dos chicas le habían pedido el favor de llevar y tender las camas, porque estaban muy "ocupadas" y si no lo hacían, el director las regañaría.
Sí, claro. Muy ocupadas.
—¿Seguro?. Tus ojos y tu cabello podrían ser producto de un hechizo—comentó Dazai con naturalidad.
—¿Debería ofenderme por lo que acabas de decir?.
Para nada. A Dazai, en realidad, le llamaba la atención lo exótico de su cabello y sus ojos; le parecían hermosos. La heterocromía, una condición del ADN que en este reino nadie parecía conocer, para él no era ningún misterio. Había viajado, visto y vivido en demasiados lugares como para ignorar la razón real tras la existencia de los ojos de dos tonos, a diferencia de muchos que lo atribuyen a maldiciones y que por ende tienden a tratar de forma cruel a sus portadores.
Dazai sabe perfectamente lo que era ya que la ha visto, y por lo mismo, puede dar fe de que el tipo de Atsushi era en extremo precioso. No es como que se lo fuera a decir, claro.
—Solo digo que, si siempre eres así, ya entiendo por qué te llamas Atsushiciento.
—¿Qué tiene que ver mi nombre? —preguntó con genuina curiosidad, ladeando la cabeza mientras empezaba a sacar las sábanas.
—Nada, nada —Dazai descartó el comentario con un gesto y se dejó caer sobre una de las camas. Atsushi, con fastidio, le hizo señas para que se quitara, pues necesitaba cambiar la ropa. El hada lo miró mal por desacomodarlo, antes de seguir hablando—. En fin, ¿ya pensaste en tu deseo?
Atsushi permaneció en silencio, meditando.
—¿De verdad me concederá uno? —preguntó sin mirarlo, concentrado en alisar la cama. Aun así, Dazai no pasó por alto la desconfianza en su voz.
—Lo haré, incluso si fuiste muy grosero toda la mañana y me ignoraste —declaró, alzando la barbilla con indignación y cruzándose de brazos. Las cejas de Atsushi se arquearon; levantó la cabeza para fulminarlo con la mirada.— Eso es para que veas que no soy rencoroso —añadió Dazai con toda la seriedad del mundo.
—¡No se haga! ¡Usted empezó a cantar en voz alta a propósito y a soltarme un montón de datos curiosos de la nada solo para distraerme! —lo señaló con enojo—. ¡Sabe que solo yo lo escucho!
—¡Calumnia! —respondió con teatralidad—. Solo compartía mi vasto conocimiento contigo.
—Sí, cómo no... —Atsushi negó con la cabeza, y Dazai tuvo que reprimir la risa.
No mentía del todo. Le pareció entrañable cómo el chico se interesaba cuando hablaba de otros reinos, de cómo se organizaban en temas triviales como la limpieza, la cocina, el paisaje o el clima. Nada del otro mundo; la verdad, es que empezó a contarlo porque se aburría de seguirlo y verlo ser un esclavo doméstico en todo su esplendor.
Sí, claro que quería fastidiarlo y sacarlo de quicio. No lo admitiría jamás, pero al final resultó un plus ver su cara emocionada y frustrada porque no podía prestar atención con libertad ni hacer preguntas sin parecer un loco.
Hasta ahora, que al fin estaban solos.
—Bueno... si pudiera pedir algo... sería... de lo que hablamos anoche. —Atsushi se detuvo, abrazando la sábana sucia que acababa de quitar, con la mirada fija en el suelo.
Tranquilidad y libertad. Dazai ya lo suponía.
Abrió la boca para responder, cuando en ese instante una de las matronas del orfanato apareció en la puerta. Su ceño, ya fruncido, distorsionó su rostro aún más; las arrugas se le marcaron alrededor de los ojos y en la frente, y su boca se torció hacia abajo en un gesto de hastío que dejaba claro que no estaba contenta con ver a Atsushi allí.
—Se supone que Yume y Kirime arreglarían este cuarto.
Atsushi se encogió al instante al escuchar la voz grave de la mujer.
—E-ellas me pidieron que las ayudara. Iban... iban con otras chicas al pueblo, a la costurera, por lo de los vestidos del baile...
La matrona chistó con la lengua y lo miró con desagrado marcado.
—¡El director les dio permiso! —se apresuró a añadir Atsushi, todavía intentando defenderlas.
Dazai lo observó con incredulidad. ¿En serio este niño era tan tonto como para abogar por quienes le habían encasquetado el trabajo?
—Lo sé —escupió la mujer con dura indiferencia—. Termina aquí y no olvides tus propios deberes. Que estés haciendo esto no significa que puedas saltarte tus tareas, mocoso.
Y se fue, dejando tras de sí un silencio espeso. Atsushi soltó un largo suspiro de alivio; la tensión de sus hombros parecía aligerarse un poco.
—No veo la hora de que pase ese baile y dejen de pedirme favores... —murmuró para sí mismo.
Dazai no dijo nada, pero pensó. El baile.
El mismo del que había escuchado hablar toda la mañana. El tema único y recurrente entre las jovencitas del lugar. La razón por la cual estaban tan distraídas... y por la que Atsushi había cargado con el doble de tareas en su día a día. El mismo baile que parecía ser una conmoción en todo el reino y que (si había oído bien a la pelirroja de anoche) podría ser la oportunidad para cambiar de vida.
Sonrió, triunfal.
Oh, algo se le acaba de ocurrir-.
Tendría que averiguar más sobre ese dichoso baile.
El resto del día avanzó sin percances que valieran la pena resaltar. Dazai lo siguió a cada rincón, como si fuera su propia sombra, comentando cada tarea o favor con una mezcla de burla, y quizás curiosidad. A decir verdad, pese a ser una distracción molesta al inicio, con el paso de las horas la presencia de Dazai hablándole o contándole datos curiosos se volvió agradable (a falta de una palabra mejor).
Lo entretenía, aunque no pudiera responderle sin problema o hacerle las preguntas que le surgían. Es la primera vez en su vida que pasa tanto tiempo con alguien, prácticamente todo el día, y cabe resaltar que dicho alguien parece brindarle su entera atención, sea por voluntad o simple aburrimiento.
Atsushi no sabe cómo sentirse en sí. Una parte de él sigue alerta por la existencia de Dazai, y otra muy grande, más de los que le gustaría, se acostumbró demasiado rápido a él. Le agrada sentirse acompañado, es como...como tener un amigo cercano. Y no es que menosprecie a Lucy, al contrario, es solo que Dazai tiene un no sé qué, que causa en él cierto cosquilleo de querer saber más, escucharlo más, disfrutar más de su compañía incluso si tiene que fingir que no lo ve.
"¿Será un efecto de las hadas?" Meditó para sí mismo, tendiendo la ropa que ayer por fortuna pudo recuperar y ahora, aparentando que no tiene que lavarla de nuevo, decide colgarla.
Nadie se dará cuenta si no va al río de nuevo, ¿verdad?.
— Que impresión, el diligente Atsushi-kun, quien ha estado haciendo gala de su nombre todo el día a través de sus dotes de sirvienta, ahora está tendiendo ropa sucia y pretende disimularlo para que nadie lo note.
Dazai, a su lado, reveló su plan. ¡Por favor! Sería la tercera vez que lava esta ropa. Nadie se dará cuenta. Solo tiene que sacudir aquí y allá, y listo, libre de polvo.
— Sshhhh, — lo chisto con un dedo en los labios antes de recordar que nadie lo escucha a parte de él. Resistió el impulso de golpearse la frente y continuó con su labor — Solo es esta vez, no tengo tiempo de ir al río. Hoy tuve mas quehaceres que lo normal, y sumado a la cena y otras cosas, si voy, no podré hacer dormir a los más chicos para su siesta de la tarde en...— se interrumpió, mirando al cielo para calcular una hora aproximada del día según donde identificaba la posición del sol. A falta de reloj, Atsushi usaba este método y la mayoría de las veces le funcionaba.
— Una par de horas más o menos — finalizó, retomando su labor con las sábanas y pasando a buscar el resto de la ropa del cesto.
— Si aprendieras a negarte cuando alguien te pide un favor, ya hubieras terminado tus propias tareas y estarías descansando — reparó Dazai, recostándose en la hierba junto al tendedero.
— No es que no sepa decir que no — Atsushi entrecerró los ojos y le miró mal, después se concentró de nuevo en las telas — Simplemente me gusta ayudar.
— Ya entiendo... ¿te gusta ayudar porque te gusta sentirte mártir? — Dazai abrió uno de sus ojos, los que había cerrado mientras descansaba y conversaba con Atsushi.
—No es eso —replicó, enfurruñado—. No soy un mártir. Solo... si no lo hago yo, nadie más lo hará. Y debo sentirme agradecido por todo lo que me han dado.
Dazai entreabrió los ojos, arqueando una ceja. Debía admitir que aquella respuesta, tan sincera, lo intrigaba más de lo esperado, por su trasfondo.
—Yo no veo mucho por lo que agradecer... —tarareó con desgano, mirando el edificio ruinoso al frente del patio donde sólo estaban ellos dos.
Y a juzgar por el trato de hoy, no le es difícil deducir que en el día a día, Atsushi vivía atrapado entre dos extremos; una mezcla de niños que lo aprecian y admiran con devoción, y jóvenes y adultos que lo tratan como basura.
—No lo entenderías... —susurró Atsushi, deteniéndose a medio planchar con sus manos un largo vestido de lonja, de seguro de una de las matronas. Su mirada se apagó; los orbes heterocromáticos, dorado y púrpura, parecieron cubrirse de un gris melancólico, como un cielo nublado.
Dazai se sintió el doble de intrigado. Ya se imaginaba una historia trágica, típica de cuento, pero sin importar lo predecible que fuese, quería conocerla. Quería saber más de Atsushi.
—Entonces hazme entender —se incorporó, sentándose en la hierba con una sonrisa autosuficiente, como si nada pudiera perturbarlo.
Le retó con la mirada a dejar sus labores y sentarse con él. Palmeó la hierba a su lado sin apartar el rostro de Atsushi, atento a cada gesto nervioso del muchacho.
Atsushi dudó. Miró alrededor, inquieto por dos motivos: si lo veían abandonar las tareas, la matrona le caería encima; y si lo oían susurrar, creerían que hablaba solo. Por otro lado... los niños correteaban en el patio delantero, lejos de su ubicación; las matronas estaban dentro de la casa y de seguro se encontraban ocupadas mientras discutían sobre telas, tallas y peinados para el gran baile de Su Alteza pasado mañana; y varias chicas del orfanato habían salido al pueblo a encargar vestidos y cintas, entre ellas Lucy. El evento organizado por el príncipe Akutagawa, tenía a medio orfanato con la cabeza en las nubes. Así que...nadie repararía en que se sentara un minuto ¿cierto?.
Después de todo, nadie, excepto él, podía ver u oír a Dazai.
Al fin se decidió. Con paso cohibido se dejó caer a su lado, como quien no quiere la cosa. Al principio se mantuvo rígido, incómodo, pero poco a poco la tensión cedió. Entre el murmullo del viento y el trino de algún pájaro, la conversación fluyó con inesperada facilidad. Atsushi fue soltándose, respondiendo a las frases que Dazai lanzaba con ligereza, como si jugaran a un intercambio de secretos. La sensación era extraña: apenas se conocían desde hacía un día y, sin embargo, conversaban con la naturalidad de viejos conocidos.
Por su parte, Dazai lo observaba con disimulo. El chico resultaba un buen oyente y, como interlocutor, tampoco estaba mal. Con cada respuesta parecía abrirle una ventana nueva a su mundo. Y cuando lo creyó lo bastante envuelto en su charla, volvió al punto que realmente quería, preguntando por el orfanato y su vida aquí.
—...A veces me pregunto cómo sería vivir sin que me dieran órdenes todo el tiempo... —murmuró Atsushi, con la vista perdida en las nubes. Alzó un brazo, como si intentara alcanzarlas, como si quisiera ser una de ellas.
—Vivir libre — parafraseó Dazai, observando atento a Atsushi.
—...vivir libre...— repitió, en un susurro teñido de melancolía.
Dazai sonrió de medio lado; estaba seguro de que ese era el momento en que Atsushi pediría al fin su deseo. Toda la mañana lo había hostigado con el tema, ansioso de cumplir y marcharse. Y, sin embargo, contra todo pronóstico, ahora no quería que lo hiciera. No todavía, al menos.
Porque de hacerlo, la convivencia terminaría.
Claro, no tenía nada que ver con que estuviera disfrutando de su tiempo con Atsushi. ¡En lo absoluto! Era simplemente que, como hada madrina, ya tenía un plan en mente y necesitaba investigar un poco más antes de ponerlo en marcha. Sí, solo eso.
La fortuna estuvo de su lado; Atsushi, en lugar de pronunciar el deseo, se quedó en silencio. Se le notaba luchar consigo mismo, dudando, bajando la mirada como si temiera que su boca lo traicionara. Dazai fingió no darse cuenta, dejándolo callado. No mencionó nada, y cuando el chico suspiró frustrado al no hallar las palabras y se levantó para retomar sus quehaceres, simplemente lo siguió con la mirada.
Conversaron un poco más de cosas triviales, hasta que las oraciones se agotaron de manera natural. Lo que quedó fue un silencio agradable. Atsushi trabajaba cerca y Dazai, de nuevo recostado, lo observaba entre bostezos. No se sentía aburrido. Al contrario: la calma del muchacho, el tarareo ocasional que rompía la quietud, lo hacían sentir... tranquilo. Un respiro que ni él mismo había notado que necesitaba.
Cuando el sol empezó a declinar, Atsushi anunció que era hora de llevar a los niños a dormir la siesta.
—Me quedaré aquí un rato más —anunció Dazai con una sonrisa amable, acomodándose en el suelo.
El rostro de Atsushi mostró confusión. Había pasado todo el día siguiéndolo a todas partes, y justo ahora decidía dejarlo solo. Qué sujeto más raro. De todos modos, no le dio importancia y regresó a la casona, no sin antes avisarle dónde estarían si cambiaba de idea. Dazai no entró. Esperó a que Atsushi desapareciera de su vista, y entonces una sonrisa pícara le curvó los labios, la misma que tendría un niño antes de robar dulces.
Con un parpadeo, desapareció sin dejar rastro.
Cuando llegó la hora de la siesta de los más pequeños, Atsushi entró en la habitación en silencio, acomodando cobijas y acariciando cabezas somnolientas con la delicadeza de un hermano mayor. Tan pronto los niños estuvieron en los brazos de Morfeo, los observó un rato más de forma dulce y luego bajó de nuevo al patio, encontrándolo vacío.
Extraño. El hada madrina se había esfumado sin aviso, como si nunca hubiera estado allí, dejándolo por primera vez en todo el día en una soledad distinta, incómoda.
Lo buscó con disimulo en los rincones de la propiedad, sin éxito. Sabía que no debía inquietarse; apenas lo conocía. Aun así, la emoción vencía a la razón. No podía evitar preguntarse si acaso se había cansado de esperar el dichoso deseo y se había marchado para siempre.
"Tal vez debí pedirlo hace un momento cuando tuve la oportunidad" se recriminó mentalmente.
Un nudo le apretó en el pecho. Regresó a sus labores con aire abatido, diciéndose que no valía la pena pensar en ello. No era como si de verdad hubiera creído que su vida estaba a punto de cambiar.
Qué ingenuo... se reprendió, intentando sofocar esa chispa de decepción.
La cena transcurrió entre conversaciones animadas sobre un único tema flameante: el baile del príncipe. Las niñas mayores reían, intercambiaban rumores, fantaseaban con vestidos y posibles oportunidades. Todas proyectaban una versión del príncipe Akutagawa galante y honorable, que quizá a lo mejor ni existe.
Atsushi permaneció en silencio, apenas probando bocado, invisible entre la algarabía. Su razón le repetía que no debía sentirse apesadumbrado, que un hada madrina caprichosa no era motivo de nada. Y, sin embargo, no podía deshacerse de esa sensación de vacío.
¿Era posible que alguien dejara huella con tan poco tiempo? ¿Con unas cuantas frases burlonas y una sonrisa traviesa? No. No había sido solo eso. Dazai lo había observado de verdad, había escuchado cada palabra, había valorado su opinión. Lo había hecho sentir... valioso. Como si su presencia importara.
Qué triste, qué patético resultaba descubrir que una simple muestra de empatía bastaba para despertar en él un deseo tan anhelante. Y peor aún, que perderla lo dejara tan afectado.
Ni siquiera tenía apetito.
Cuando el orfanato se apagó y las luces fueron desapareciendo una a una, Atsushi se levantó de su cama en silencio. Caminó de puntillas con la cautela de un hábito aprendido. No fue a la cocina, en cambio, se dirigió directo a la biblioteca. Con gesto furtivo, abrió la puerta y se deslizó entre los estantes. Tras asegurarse de que nadie lo seguía, trepó hasta lo alto de una estantería y de un rincón polvoriento, recuperó su pequeño tesoro que lo animaría esta noche.
Sacó un libro. No de estudio, ni un clásico de poesía, sino una novela de portada desgastada y páginas amarillentas por los años.
Al verla entre sus manos, Atsushi sonrió con un brillo genuino, como si de pronto todo el peso de las últimas horas se desvaneciera. Era su refugio, su escape secreto a un mundo infinitamente más amable. Se acurrucó en un rincón apartado de la biblioteca y encendió su lámpara de gas, ajustándola para que diera apenas la luz justa y suficiente para leer, pero no tanto como para delatarlo.
Comenzó su lectura, viajando a las escenas de ficción que tanto adora, con su imaginación como única compañía. O al menos, eso creía él:
—Vaya, y yo que juraba que cuando te vi escabullirte ibas rumbo a la cocina... —una voz familiar rompió el silencio, cargada de diversión—. No pensé que fuera para leer. Estás lleno de sorpresas, ¿no, Atsushi-kun?
El chico casi saltó fuera de su propia piel. Ahogó por milagro un grito agudo, mordiéndose la lengua y cubriéndose la boca con ambas manos. Su corazón golpeaba como loco cuando giró y distinguió la silueta erguida detrás de él: sonrisa maliciosa iluminada por la linterna, ojos castaños con destellos rojizos y el cabello revuelto como el de un vagabundo.
—¡Dazai-san! —grito entre dientes, aún tratando de recuperar el aliento. El muy maldito casi le da un infarto y peor, lo había hecho a propósito. ¡Se le notaba en la cara!
Tenía tantas preguntas. Dónde había estado, qué hacía ahí, y desde hace cuanto. Sin embargo, ninguna salió; lo único que sentía era la urgencia de calmar su corazón desbocado.
—¿Qué estabas leyendo? —preguntó Dazai sin hacer caso de su mirada de reproche. Se inclinó con ligereza y recogió el libro, el mismo que Atsushi había arrojado en su sobresalto.
Atsushi entró en pánico. Se incorporó en el acto y trató de arrebatárselo de inmediato, en vano porque Dazai lo alzó por sobre su cabeza, aprovechándose de la diferencia de altura para dejarlo fuera de alcance. Cuanto más lo notaba nervioso, más intención ponía Dazai en hojearlo.
—Oh... —un silbido bajo se le escapó al recorrer varias líneas al azar—. Con que lees estas cosas. Y yo que pensé que eras pura inocencia.
—¡D-devuélvemelo! ¡No lo leas! —exclamó Atsushi, rojo como un tomate.
Dazai giró sobre sí mismo dándole la espalda mientras Atsushi forcejeaba manoteando con sus brazos por el costado; Dazai estiró ambos brazos vendados hacia el frente, llevándolo más lejos de su alcance y disfrutando del espectáculo.
—¡Esto es oro! —rió a carcajadas—. Novelas eróticas... ¡y hasta con las escenas subrayadas!
Atsushi se desplomó de nuevo contra el suelo, hundiendo el rostro entre las manos mientras deseaba que la tierra se lo tragara.
—Mátame ahora mismo...
—Nah. Prefiero verte vivir con la vergüenza —replicó Dazai, todavía riendo mientras dejaba el libro sobre la mesa—. Jamás lo hubiera imaginado. Qué sorpresa tan... deliciosa.
Atsushi, rojo hasta las orejas, se removió en el suelo con evidente incomodidad. Quería cambiar de tema, cualquier tema.
—¿A-a dónde fuiste después de que fui a dormir a los niños? —preguntó en cambio, la voz un poco más baja de lo habitual. Si bien quiere distraer a Dazai de descubrir su vergonzoso secreto, también quiere saber dónde estuvo.
Dazai ladeó la cabeza, sonriendo de medio lado, como si hubiera estado esperando esa pregunta.
—Averiguando cómo cumplir tu deseo. —Lo dijo con tal ligereza que sonó casi jocoso, pero sus ojos tenían un brillo distinto, críptico.
— ¿Eh? — Atsushi lo observó desde el suelo, intrigado.
—Mm-hm. —alzó un dedo en señal de silencio—. Te enterarás pronto, descuida.
Esa respuesta, tan vaga y a la vez tan prometedora, solo consiguió que Atsushi frunciera el ceño y lo mirara confundido. Dazai, encantado con su expresión, se inclinó hacia él con gesto travieso y señaló el libro abandonado.
—Por ahora, ¿por qué no me lees un poco?
El muchacho abrió los ojos de par en par, escandalizado.
—¡¿Q-qué?! ¡No! ¡Claro que no!
—Vamos, Atsushi-kun. —El hada madrina arrastró las palabras con tono meloso—. He hecho un largo viaje desde... bueno, desde ningún lugar en particular, y estoy agotado. Qué mejor que un cuento antes de dormir.
—¡No es un cuento para dormir! —replicó de inmediato, llevándose las manos a la cara.
—Precisamente por eso quiero escucharlo —rió Dazai, sentándose a su lado y depositando el libro en su regazo sin darle opción.
Hubo un largo silencio. Atsushi bajó la mirada, mordiéndose el labio, pero al final cedió con un suspiro derrotado. Abrió el volumen y, con voz temblorosa, empezó a leer el primer párrafo marcado. Las palabras, torpes al inicio, poco a poco fueron fluyendo. La vergüenza ardía en sus mejillas, sí, pero debajo de ella se escondía algo distinto; la tibieza de estar compartiendo su pasatiempo secreto con alguien más. Y no con cualquiera, sino con alguien que parecía realmente interesado en escucharlo.
Dazai, por su parte, se recostó contra la estantería con los ojos entrecerrados. La sonrisa traviesa seguía en sus labios, aunque cada tanto se desdibujaba, sustituida por una un poco más genuina. No se lo admitiría ni a sí mismo, pero había algo reconfortante en la voz insegura, pero suave, de Atsushi quien leía solo para él.
Cuando Atsushi levantó la vista, nervioso por la falta de reacciones, lo encontró escuchando de atento. Y si ese descubrimiento le revolvió el pecho de una forma extraña, lo ignoraría a toda costa.
Chapter 6: Capítulo 5: ¡Al fin! El tan anhelado baile.
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El día siguiente transcurrió con la misma rutina de siempre. Sin embargo, la diferencia con él día anterior es que Dazai no lo presionó con todo el asunto del deseo; por el contrario se limitó a seguirlo con esa sonrisa ladeada, y comentarios astutos que al igual que ayer lo distrajeron, no obstante, no encontró en dentro de si mismo el fastidio de hace 24 horas.
Atsushi tampoco hizo amago de verbalizar a Dazai su deseo como hada madrina. No quería. Una voz en el fondo de su mente le susurra que si lo hace, Dazai se marcharía. Y Atsushi de forma egoísta todavía anhelaba disfrutar de su compañía un poco más…solo un poquito más. Aunque, lo que sí admite es que desde anoche la larva de la curiosidad se instaló en su cabeza y creció gorda, alimentada con la duda “¿Que quiso decir con que fue a investigar cómo cumplir su deseo?”
Durante la mañana Atsushi intentó sacarle más información: A qué sitio fue, qué era exactamente lo que planeaba. Dazai, críptico como ha entendido que es en los últimos dos días, apenas murmuró que “muy pronto lo sabría”. La respuesta, tan ambigua como desquiciante, no fue suficiente para saciarlo.
Y aun así, poco a poco se dejó llevar. Olvidó su curiosidad, al menos por un rato, distraído por la compañía inesperadamente reconfortante de Dazai. Había algo en la forma en que lo escuchaba, en que lo seguía y en cómo parecía disfrutar de estar con él, que Atsushi quería creer genuino. La ilusión de verse acompañado le bastó para pasar el día con una ligereza nueva en su pecho.
Por primera vez en 18 años se sentía…muy, muy feliz. Y todo por la molesta hada-pollito que iba detrás suyo 24/7.
El tercer día desde que encontró a Dazai amaneció con un aire distinto. Era el día del baile en palacio, y desde muy temprano la casa entera se agitó con una prisa febril. Matronas y muchachas corrían de un lado a otro, arrastrando telas, cosméticos y joyas. Atsushi se vio empujado más veces de las que podía contar, escuchando tras cada choque un “¡no estorbes!” que lo hizo querer desaparecer en el bosque o perderse junto al río hasta que todo acabara.
Las matronas, como siempre, no tardaron en recordarle lo inútil que era, y algunas incluso lo obligaron a atender a las chicas en sus preparativos. Solo con Lucy trabajó de buena gana; ella tampoco parecía entusiasmada con la idea de asistir. Entre resoplidos furiosos, confesó que hubiera preferido quedarse en la cocina pelando papas.
La escena transcurría tranquila en la sala de costura. Solo Lucy y Atsushi ocupaban el espacio, entre cintas, agujas y telas desperdigadas. Ella protestaba por el corsé, él trataba de calmarla con bromas torpes que arrancaban sonrojos en sus mejillas.
—Al menos piénsalo de este modo —le dijo Atsushi, sonriendo con timidez mientras le ayudaba a sujetar el corsé—: si el príncipe Akutagawa resulta ser un completo cretino, tendrás una historia divertida que contar. Y cuando regreses, podemos escaparnos al bosque a comer fresas y reírnos de todas las damas desesperadas del pueblo.
Lucy dejó escapar una risa genuina, la primera en toda la mañana, y Atsushi se sintió aliviado de haber podido animarla.
En la lejanía, junto al marco de la puerta, Dazai los observaba recostado contra la pared, con los brazos cruzados. Su rostro aparentaba indiferencia, pero en su interior bullía un malestar que no esperaba sentir. Reconocía la manera en que Lucy se dirige a Atsushi; la timidez, el rubor, los gestos pequeños. La primera noche le pareció un detalle divertido, casi enternecedor, sobre todo porque el muchacho ni se daba cuenta; ahora en cambio, lo notaba como una piedra en el estómago.
Cuando por fin, al caer la tarde, el orfanato quedó vacío de voces femeninas y tacones apresurados de aquí para allá, Atsushi las vio partir desde una de las ventanas del segundo piso. La fila de chicas y matronas descendía por el camino con un aire solemne y festivo rumbo a los carruajes alquilados que las llevarán al palacio. Lucy, en la cola al ser una de las mayores, se giró y levantó la mirada hacia él. Atsushi la despidió con un gesto ligero de la mano y una sonrisa amable que buscaba transmitir seguridad; ella respondió con otra sonrisa y un sonrojo discreto. Dazai a espaldas de Atsushi resopló, acercándose a la ventana con fastidio apenas perceptible.
Dazai lo miró de reojo, y antes de pensarlo demasiado se inclinó hacia él, apoyando la barbilla con fingida naturalidad sobre su hombro. Sus brazos picaban por rodearlo, por estrecharlo contra sí, pero contuvo el impulso. En su lugar, dejó escapar un suspiro exagerado.
—Al fin, en paz —murmuró, refiriéndose al estruendo que había reinado todo el día.
Su voz sonaba ligera, casi perezosa, aunque en sus palabras se colaba la complicidad de alguien que sabía bien cuánto había soportado Atsushi, quien se vio obligado a ayudar todo el día sin la oportunidad de un respiro para siquiera sentarse.
Atsushi rió por lo bajo, mirando el sendero vacío donde hacía un momento habían partido todas.
—Espero que les vaya bien —dijo con aparente voz impasible, aunque, sea que lo supiera o no, cargaba una nota suave de anhelo.
Dazai lo observó de soslayo otra vez, todavía recostado en su hombro. Atsushi pretendía disimular, pero en sus ojos brillaba el deseo latente de volar lejos, recorrer el mundo, escapar de las paredes del orfanato. Dazai no lo ha olvidado. Tiene muy presente el sueño de Atsushi de ser libre. Así como las palabras de Lucy la primera noche: “El baile es una oportunidad de oro para cambiar tu vida.”
Y Dazai…Dazai quiere que Atsushi tenga la oportunidad.
Curioso…
Ahora, al contrario de hace dos días, lo que pretende no se limita a cumplir su papel de hada madrina, sino que quiere verlo sonreír de verdad; que pruebe la libertad que añora. No solo por él chico mismo, sino también por un impulso egoísta cada vez más fuerte: ser testigo y ejecutor de la felicidad de Atsushi.
—Bien, es hora de ponernos manos a la obra —declaró, despegándose de su hombro.
Atsushi lo miró con una ceja arqueada, sin entender del todo su actitud socarrona, que de repente le recordaba a la misma que ponen los niños cuando están apunto de mostrarle un secreto mal guardado. Dazai, al recibir su desconcierto, sonrió con descaro.
—Deja todo listo. Dale la cena a los pequeños y los chicos que queden, asegúrate de que duerman y cuando estés listo, escabúllete detrás del patio, hacia el bosque. A las nueve en punto.
Atsushi parpadeó, todavía confundido, hasta que sintió la cercanía repentina de Dazai. El mayor invadió su espacio sin aviso, inclinándose hasta rozar con su aliento cálido el borde de sus labios. Sus dedos se deslizaron con suavidad por el mechón desigual de su cabello plateado, en un gesto que se sentía demasiado íntimo y demasiado cerca.
—Y no me dejes plantado —susurró con malicia pícara, antes de guiñarle un ojo.
Atsushi se quedó inmóvil, boquiabierto, congelado con las mejillas quemándole e incapaz de procesar del todo la mezcla de coquetería y audacia del hada. Quiso responder, pero no tuvo tiempo, pues Dazai se desvaneció frente a sus ojos. Literalmente.
Se deshizo como humo en el aire, dejando tras de sí el espacio vacío tan tangible como el rubor que aún ardía en su rostro, desde el cuello hasta las orejas. El corazón de Atsushi latía desbocado. Entre el asombro por la magia y la vergüenza por la proximidad. Solo le quedó el presentimiento de que esta noche quizás… su vida cambiaría.
Cuando el orfanato quedó en penumbras y el director mandó a todos los niños a dormir, Atsushi se ocupó de lo que quedaba por hacer. Fue a lavar los platos, ayudado por uno de los más pequeños que, entusiasmado, insistió en colaborar con su senpai. Atsushi no pudo negarse; lo dejó acompañarlo con paciencia, aunque el niño apenas alcanzara el borde del lavaplatos. Después, lo llevó de vuelta con los demás, respondiendo las preguntas curiosas de los que aún seguían despiertos sobre cómo iría la fiesta y cuándo regresarían sus compañeras.
Cuando la noche ya había avanzado bastante, Atsushi se escabulló fuera del dormitorio de los niños. Caminó de puntillas hasta el salón principal, donde el único reloj de todo el orfanato imponía su presencia. Un armatoste de madera que parecía tan viejo como la misma institución. El péndulo oscilaba con solemnidad, marcando que faltaban todavía más de treinta minutos para la hora acordada.
Su instinto le dijo que llegaba a tiempo. Sin embargo, los nervios lo carcomían. No quería aparecer tarde… aunque tampoco deseaba parecer desesperado. Aun así, llevaba tres horas con la piel cosquilleando cada vez que recordaba el roce de los dedos de Dazai y el eco de sus palabras cerca de sus labios.
—¿Qué es esto…? —susurró para sí tocando su pecho, sobre su corazón. Y entonces, un pensamiento inoportuno lo golpeó.
¿No era esta exactamente la clase de escena que había leído en sus novelas escondidas? La de los amantes que se escabullen bajo la luna para besarse con pasión antes de que el mundo los descubra, justo antes de que la ropa empiece a estorbar y ellos…
—¡¿Qué estoy pensando?! —exclamó en un grito ahogado por lo bajo, llevándose las manos a la cara, escandalizado consigo mismo y la dirección de su imaginación.
Observó de soslayo el reloj y apretó los labios en un puchero, percibiendo sus pómulos cálidos…Unos minutos antes no harán daño a nadie… ¿no? Al fin y al cabo, era de caballeros ser puntual.
—¡Agh, tontas dudas…! —murmuró con frustración, mientras la expectación le revolvía el estómago y aceleraba su pulso.
Decidido, Atsushi salió de la casa con sigilo, cruzando el patio trasero hasta internarse en el bosque. La oscuridad lo puso nervioso, tanto por la situación como por el miedo absurdo de toparse con algún animal. Chilló cuando algo le picó en las costillas. No, de hecho, gritó, un sonido tan agudo que se le erizó la piel de pies a cabeza. Al girar asustado, se encontró con el rostro de Dazai contorsionado, luchando en vano por contener la risa.
—¡Oye! —protestó, pero en cuanto habló, Dazai estalló en carcajadas, doblándose y sujetándose el estómago.
—¡Debiste ver tu cara! —logró pronunciar entre risas.
Atsushi torció la boca en un mohín indignado. Sus ojos se entrecerraron con un brillo peligroso, la mandíbula apretada, como si estuviera a punto de lanzarle un zapato a la cabeza. Tiene suerte de que Atsushi no crea en la violencia.
—Muy gracioso… —espetó, exasperado—. Si me citaste solo para burlarte, me voy. Prefiero descansar.
Dio un paso para marcharse, pero Dazai lo sujetó de la muñeca. La carcajada muriendo poco a poco en la garganta y su expresión intentó cambiar de diversión a seriedad.
—Espera, espera… —se calmó al fin y aclaró la voz — Te cité porque, como te dije… estuve investigando cómo cumplir tu deseo de manera que seas realmente feliz.
Atsushi lo contempló, estupefacto, con la incredulidad pintada en cada rasgo. En su interior se agitaban dos emociones opuestas, desde la intriga por descubrir aquello que había carcomido su curiosidad desde la noche en la biblioteca y el temor ridículo de que, una vez cumplida la razón de su unión, Dazai se marchara.
—¿Tan pronto? —preguntó con un hilo de voz.
—Sip —respondió Dazai, explotando la “p” con una alegría infantil.
—Pero… —Atsushi buscó un justificante, una excusa cualquiera que detuviera esa respuesta. No la encontró, y al final solo se rindió con un suspiro—. Entonces, ¿Qué se supone que harás para darme la libertad que anhelo?
La sonrisa de Dazai se ensanchó, tan amplia y burlona como la del gato de Cheshire. Sí, sabemos que es otro cuento, pero siempre son bienvenidos los cameos.
—¡Alégrate! —exclamó de pronto, alzando un brazo hacia un cielo sin estrellas como si de un escenario se tratara—. ¡Yo, tu poderosa hada madrina, te ayudaré a ir al baile esta misma noche para conocer al príncipe!
Su voz retumbó con un aire triunfal, como si acabara de anunciar la salvación del mundo.
Atsushi, por su parte, lo miró en blanco.
—…Soy hombre…
Una ceja del hada madrina tembló y la comisura izquierda de su sonrisa flaqueó.
—Detalles, detalles —descartó con un ademán de su mano—. Nada que no solucionen un vestido, unos tacones, maquillaje y un poquito de magia. —Recuperó su pose majestuosa, mientras que Atsushi mantenía exactamente la misma expresión, una mezcla entre desconcierto y “no puedo creer lo que estoy oyendo”.
Dazai chasqueó la lengua, cruzándose de brazos como quien discute con un niño terco.
— Además, ¿Quién quita que al príncipe Akutagawa en realidad le gusten los pen-
—¡DAZAI!
—Está bien, está bien, ¿probemos otra cosa entonces? —cedió Dazai, alzando las manos con fingida inocencia.
Atsushi lo observó con desconfianza, párpados entrecerrados y labios apretados, con esa cara que gritaba “no confío en ti” tan fuerte que resultaba casi ofensiva.
—No quiero juegos raros —masculló en advertencia.
Si algo aprendió del hada los últimos tres días, a juzgar por sus anécdotas, es que le gusta jugar. Y su reciente propuesta le daba mala espina a Atsushi.
—¿Juegos? ¡Claro que no! —respondió Dazai con teatral indignación—. Lo que quiero es darte la oportunidad de cambiar tu vida. ¿No dijiste que soñabas con un futuro tranquilo, libre y-quiero recalcar- fuera de este lugar? Pues… ahí tienes la puerta. —Señaló hacia un horizonte oscuro que solo él parecía ver, por allá donde estaban el pueblo y el castillo—. El baile de esta noche es tu entrada al mundo que tanto anhelas.
Atsushi frunció el ceño, contrariado. Había dicho eso, cierto, y ahora que cae en cuenta quizás…por primera vez en su vida pasó todo un día sin siquiera pensar en su deseo de libertad. De hecho no lo hace desde hace más de 48 horas, todo gracias a la compañía. Se sentía hundido en medio de un mar de emociones encontradas, ya que, no lo había considerado hasta ahora.
—Pero… ¿para qué querría ir a ese baile? Primero, como dije, no soy chica y…aún si lo fuera…no soy nadie especial como para que el príncipe Akutagawa me escoja como esposa…
—Precisamente por eso —replicó Dazai al instante, sonriendo con una seguridad engañosa—. Por una noche puedes ser alguien valioso y dejar de ser “el huérfano desvalido”. Entrar al palacio como alguien que merece estar ahí.
Las palabras lo golpearon de lleno. Atsushi agachó la cabeza, inseguro. Le dolió que Dazai estuviera de acuerdo con él en no ser especial y una parte suya quería protestar, decir que no necesitaba esas ridiculeces… pero la semilla de la duda ya estaba ahí, creciendo. ¿Quizás tenía razón? ¿Y si esta era su oportunidad? ¿El baile era su oportunidad?
Creyó haber encontrado un respiro con el hada a su lado, pero olvidaba la cruda y dolorosa verdad que trato de ocultar: Dazai solo estaba allí porque lo había sacado del río, y una especie de código moral de su especie lo obligaba a permanecer hasta cumplirle un deseo. Una vez hecho, se marcharía, dejándolo en el mismo infierno de siempre. Así que… conseguir lo que todas las chicas del reino anhelaban con colmillos y garras, alcanzar al príncipe y cambiar de vida… tal vez no fuera tan mala idea. Si Dazai iba a abandonarlo, al menos podía aprovechar su magia para que algo cambiara.
Dazai notó su vacilación y sonrió con astucia. Dio una palmada y lanzó la puntada final:
—Y créeme cuando te digo que el príncipe Akutagawa no se decepcionará si descubre que su princesa viene con varita. — Después de todo, no hablaba en vano; no por nada estuvo investigando, atando cabos desde que el plan le vino a la cabeza.
Atsushi hizo una mueca por la vulgaridad de las palabras que usó.
—O si aún tienes dudas —añadió Dazai con un encogimiento de hombros—, pues te transformo en mujer y listo.
Su mueca de desagrado pasó a una de completo terror.
—No, gracias —refutó de inmediato. Luego se calmó con una exhalación lenta. Cerró los ojos, buscó serenidad y, al abrirlos, lo miró con resignación. Había tomado su resolución.
Asintió firme, su actitud seria y decidida. La mueca en el rostro de Dazai adquirió un tinte divertido y complacido, la sonrisa zorruna bien ancha, como alguien que acaba de ganar una discusión.
—Solo para aclarar… no estoy de acuerdo con nada de esto —replicó Atsushi, acalorado ante su actitud triunfal, aunque su resistencia sonaba cada vez más débil.
—Shhh. —Dazai le puso un dedo en los labios e invadió su espacio. Se inclinó a su oído y dejó escapar un soplo cálido antes de hablar con tono seductor—. Confía en mí. Te prometo que esta noche será inolvidable.
Y sin darle tiempo a pensarlo o analizar sus acciones, sacó del abrigo la larga pipa del primer día. Con un giro de muñeca, esta se transformó en una varita con punta de estrella, brillante como la luna llena en lo alto del firmamento. Un sombrero de ala ancha apareció sobre su cabello castaño, coronando la escena.
Entonces pronunció unas palabras en un idioma que Atsushi no reconoció. El viento sopló fuerte, tan violento que tuvo que cubrirse el rostro. La ventisca aumentaba cada vez más, girando en un remolino con él en el centro. Hojas, ramas y pétalos de flores se arremolinaban a su alrededor, y Atsushi asustado, cerró los ojos.
A lo lejos, entre el silbido del viento en sus oídos, alcanzó a escuchar la risa juguetona de Dazai. Quizás incluso un murmullo que no entendió, pero que creyó interpretar como: “qué adorable”. Se vio tentado a cubrirse la cabeza cuando el viento, girando con violencia a su alrededor, lo obligó a moverse. Sentía que el suelo desaparecía bajo sus pies. Giraba y giraba sin control entre las ráfagas.
—¡Dazai! —gritó, con la voz quebrada.
Abrió los ojos un instante, pero todo era un borrón. Mareado, los cerró de nuevo, presa del pánico, pataleando como si pudiera recuperar el suelo perdido. Manoteó en el aire y volvió a llamar a su hada, quien, distante, respondió con calma:
—Confía en mí, Atsushi.
Entonces, algo cambió. Dejó de sentir frío en sus brazos; una tela suave le cubría desde los codos hasta las puntas de los dedos. La textura de su camisa se volvió más ligera y ajustada, mientras los pantalones desaparecían. Un escalofrío le recorrió las piernas desnudas, rozadas por el aire. Las botas también se deshicieron. En su lugar, un calzado extraño le apretaba los empeines y subía apenas por las pantorrillas: nada cómodo, desde luego.
Una presión distinta se extendió por sus párpados, por el contorno de sus labios, por la piel de su cuello. No supo nombrarla al instante, hasta que la palabra acudió con incredulidad: maquillaje. Recordó, entre jadeos, lo que Dazai había dicho hace un momento con tono burlón: “un vestido, tacones, maquillaje y magia”.
Su pecho se encogió. Oh, Dios… esto de verdad estaba pasando.
Cuando el remolino al fin se deshizo, Atsushi cayó al suelo. Por un instante pensó que se estrellaría contra la hierba, pero unos brazos firmes lo sostuvieron; una mano en su cintura y la otra atrapando la suya. Alzó la cabeza, todavía tembloroso, y encontró a Dazai sonriendo con una dulzura traviesa.
—Qué hermosa princesa acaba de caer en mis brazos —canturreó.
Atsushi notó su posición: recostado sobre él, en una pose demasiado íntima, como si bailaran pegados pecho con pecho. Se apartó de golpe, trastabillando con los tacones.
—¡Q-qué…! —balbuceó mientras se revisaba a toda prisa.
No podía creerlo. ¡Dazai de verdad lo había vestido de princesa!. La urgencia de verse en un espejo lo carcomía, pero antes de pedirlo sintió algo extraño bajo la tela, un roce incómodo en sus muslos y su entrepierna que no estaba ahí antes. Olvidándose por completo de que Dazai lo miraba, levantó el vestido para comprobar qué era.
Sus mejillas ardieron en un rojo furioso. No solo llevaba un vestido… también lo habían ataviado con lencería blanca, completa, con encaje, ligueros y medias veladas.
—¡¿Q-qué rayos…?! —exclamó horrorizado.
Dazai, con una mano en la barbilla y la expresión abiertamente complacida, lo observaba como si se deleitara muchísimo con cada segundo.
—¿No es obvio? Tenía que combinar todo —respondió como si hablara de lo más natural del mundo.
—¡Claro que no! ¡Quítame esto! — La sonrisa de Dazai tembló en los bordes y Atsushi lo vio cubrirse la boca con una mano antes de desviar la mirada a otro lado. No escucho que balbuceó entre dientes, pero si lo vio debatirse un momento antes de regresar su atención a él y aclararse la garganta.
Extraño.
—Oh, vamos, Atsushi-kun, te queda de maravilla.
Atsushi ahogó un chillido, odiando que su corazón diera un salto con aquel halago. Antes de que pudiera replicar, Dazai acortó la distancia en dos zancadas y lo rodeó con un brazo por los hombros, pegándolo a su costado.
—Muy bien, que comience la noche de cuento —anunció con entusiasmo, agitando la varita.
El bosque entero se iluminó bajo su magia, mientras los gritos indignados de Atsushi quedaban ahogados por el resplandor.
¡Bueno! Aquí esta por fin el Fan Art de Adri Proaño que dio origen a toda esta historia y que, a su vez, corresponde a la escena final del capitulo. Quiero aclarar que la portada también corresponde a la escena final, así que la dejo sin letras.
Fanart y escena final:
Portada y escena de la transformación:
Chapter 7: Capítulo 6: Colorín colorado, este cuento casi se ha acabado.
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El carruaje que Dazai hizo aparecer de la nada hace un rato se detuvo frente al castillo iluminado. El corazón de Atsushi retumbaba con tanta fuerza que creyó que cualquiera podría escucharlo. Cuando atravesó las puertas, se sintió fuera de lugar, con los nervios crispándole los hombros. Rezaba con cada paso que nadie lo reconociera del orfanato.
Un par de muchachas conocidas se cruzaron en su camino. Se quedó helado, esperando el grito de sorpresa... pero lo miraron de arriba abajo con desconcierto, como si jamás lo hubieran visto en su vida. Atsushi parpadeó, incrédulo, y de reojo buscó a Dazai quien lo seguía desde atrás con el porte de un guardia invisible. Dazai sonrió apenas, comprendiendo su duda, y alzó un dedo sobre sus labios en un gesto de silencio, pues ambos eran conscientes que solo Atsushi podía verlo y oírlo. Después, inclinándose un poco hacia él, susurró con voz baja y burlona.
—Ese maquillaje que llevas no es maquillaje corriente. Ellos no ven a Atsushi... ven a la mujer más hermosa del reino.
Atsushi abrió la boca, sorprendido, pero de inmediato la cerró. No podía ponerse a preguntarle por la mecánica de todo y como funcionaba, ahí... en medio de todo el mundo; se arriesgaría a que lo llamaran loco. Se obligó a creer que era una simple ilusión, un truco más de Dazai.
Lo que no sabía, y Dazai tampoco planeaba explicar, es que aquel hechizo no mostraba en sí a "la mujer más hermosa del reino". La realidad es que el hechizo que le lanzó mostraba en la apariencia externa lo que había en el interior de la persona. Y en el interior de Atsushi solo había cosas hermosas: bondad, pureza, un corazón amable. Esa era la verdadera razón por la que todos lo contemplaban con fascinación.
El salón principal resplandecía con lámparas de cristal y música orquestal. Apenas puso un pie dentro, Atsushi notó que las miradas caían sobre él. Hombres que lo seguían con ojos hambrientos, mujeres que lo examinaban con envidia, y otras que, con mejillas sonrojadas, lo observaban con un interés difícil de disimular.
"No... no estoy mentalmente preparado para esto" pensó, nervioso.
Dazai, mucho más cómodo que él, se pegó a su costado como si nada y lo siguió por en medio del salón. Atsushi buscó refugio en la mesa de aperitivos, donde tomó una copa para cubrir sus labios y poder hablar sin llamar la atención.
—Esto fue una pésima idea —murmuró en voz baja, con un reproche lastimero.
Dazai no contestó de inmediato. En lugar de eso, recorría la sala con la mirada evaluando a los presentes con una seriedad inusual. Atsushi frunció el ceño, molesto por el silencio y pensó en lo extraño que resultaba todo. Lo fuera de lugar que se sentía. Ya hace mucho aprendió que nadie podía ver a Dazai. Lo había atribuido a un hechizo temporal que puso sobre la gente del orfanato, pero ahora... con el salón lleno de gente ignorando su presencia por completo, una inquietud lo golpeó.
Apretó la copa contra sus labios, como si bebiera, y murmuró con cautela:
—Dazai... ¿Qué eres exactamente? ¿Un fantasma? ¿Un espíritu que solo yo estoy condenado a ver?
La respuesta fue una carcajada suave que le erizó la piel, solo que no de mala manera, al revés. Fue...un cosquilleo placentero el escucharlo. Dazai se inclinó hacia él con los ojos brillando de picardía.
—No soy ningún fantasma, Atsushi-kun. Te dije: Soy una hada, una criatura mágica de verdad. Nadie más puede verme porque las hadas solo nos mostramos ante quienes lo merecen... o ante quienes nos necesitan.
La música del salón subió en intensidad, como si subrayara la confesión. Atsushi se quedó helado por la cercanía, con la copa a medio camino y el corazón latiendo aún más fuerte que antes, tal cual tambor. Inclinó la cabeza, fingiendo modestia para ocultar lo cohibido que lo habían dejado las palabras de Dazai. Al mismo tiempo, no podía apartar de su mente lo último que insinuó "Solo me muestro ante quien lo merece o me necesita". Le hizo preguntarse, ¿De verdad su encuentro en el río fue una simple casualidad? ¿O Dazai lo planeó desde el principio?.
Iba a insistir, a arriesgarse a preguntarle, cuando un hombre se acercó y, con una reverencia exagerada, le pidió unos minutos de conversación a "la hermosa dama".
Atsushi titubeó, inseguro de cómo responder al caballero que ahora le dirigía la palabra. De repente buscó a Dazai, esperando alguna señal, sin embargo lo encontró con el rostro repentinamente serio. Por un instante, en la mirada del hada brilló algo extraño, un malestar que casi se asemejaba a un no sabe qué descontento.
Dazai mismo notó cómo se sintió de repente irritado con la llegada del sujeto, y enseguida lo descartó con brusquedad, no tenía tiempo de tonterías. En su lugar, se limitó a encogerse de hombros, fingiendo indiferencia y con un gesto indicó a Atsushi que prosiguiera con el papel. El chico, inseguro, accedió al tipo quien se iluminó tal cual farolillo en la feria. Mientras tanto, Dazai alzó la vista y volvió a recorrer el salón con gesto calculador. El ceño se le frunció una vez más.
¿La razón?
El príncipe aún no aparecía. Raro, considerando que el baile llevaba más de dos horas en marcha y fue hecho en su honor. Dazai había planeado la entrada de Atsushi al detalle, asegurándose de que llegara tarde, cuando el heredero ya hubiese hecho su aparición triunfal hace un rato y dispersado a la multitud. Quería dar una entrada de cuento, una sincronía perfecta. O al menos, eso debería haber pasado. Por algo estuvo investigando la logística del baile y espiando las conversaciones álgidas entre el príncipe y el rey.
En vez de eso, lo único que obtuvo fue a un grupo de molestos hombres (y algunas mujeres que al aparecer batean para el otro equipo) arremolinándose alrededor de Atsushi como cuervos sobre un banquete. Cada uno buscaba captar su atención, disparando preguntas con una insistencia agotadora. Iban desde de qué reino venía, cuál era su linaje, su nombre, su familia a otras más arriesgadas como "¿me concedes una pieza?" "¿estarás libre más tarde?". Uno tras otro, como hormigas disputándose un pedazo de pan dulce.
Atsushi se veía cada vez más incómodo. Trastabillaba con las mentiras que improvisaba, diciendo que se llamaba "Atsuko" y que venía de tierras lejanas, hilando respuestas más rápido de lo que su mente podía sostener. El sudor frío le resbalaba por la nuca, y su copa temblaba peligrosamente entre los dedos. Jamás acordó con Dazai cómo manejar la situación. Ingenuamente había creído que solo entraría, encontraría al príncipe y fin del asunto. Pero el príncipe brillaba por su ausencia.
"¿Dónde demonios está?", Atsushi pensó, mordiéndose el labio pintado con ansiedad.
El tumulto de hombres ya sumaba más de diez, todos hablando a la vez, buscando su atención. Atsushi se sentía asfixiado cuando, de repente, una mano se posó en su cadera. Se giró al instante dispuesto a reprender y darle su merecido al indecente que se atreviera a tocarlo sin permiso. En el orfanato le enseñaron que a una dama no se la tomaba con exceso de confianza sin su consentimiento por lo que si era necesario, él mismo le daría un golpe en escarmiento al aventado infractor, aunque detestara la violencia.
Su protesta quedó atrapada en la garganta cuando descubrió quién estaba detrás de él.
Un hombre de porte impecable, vestido de gala, con traje costoso, sonrisa serena y un rostro que parecía tallado por los mismos ángeles. El peinado pulcro, un mechón rebelde detrás de la oreja y la seguridad con la que lo miraba hicieron que, por un segundo, Atsushi olvidara respirar.
Lo conocía. Ha visto ese hermoso rostro los últimos tres días durante cada minuto del día, sin exagerar. Pero no así, nunca así: sin la mueca burlona habitual, sin el aire payaso, sino convertido en un auténtico príncipe salido de un cuento.
—D-Dazai... —susurró, anonadado.
La sonrisa educada del hombre se acentuó, al igual que la presión de su brazo en su cintura.
—Aquí estabas, querida.
Los demás pretendientes se tensaron, mirándolo con recelo. Y en ese instante, Atsushi comprendió que todos lo veían. Era un truco más; Dazai se había transformado en uno de los asistentes, tangible y perfecto a ojos de cualquiera. Tuvo que contener con todas sus fuerzas el calor que subía a sus mejillas y el repentino martilleo de su corazón. No podía ser posible... Dazai estaba guapísimo y así, lejos de su disfraz de vagabundo, parecía una figura de ensueño.
—Si nos disculpan, caballeros, mi hermana y yo debemos retirarnos —anunció Dazai con la calma de un noble seguro de sí mismo.
Atsushi se quedó helado. ...¿Eh? ¿Hermana?
Lo miró en blanco, horrorizado, pero no tuvo tiempo de argumentar. Dazai ya lo estaba guiando fuera del círculo de hombres, con toda naturalidad.
Atsushi caminaba con pasos cortos, los tacones rezongando en la baldosa mientras Dazai los movía entre la multitud. Sentía su mano aún firme en su cintura, y por alguna razón el gesto le causaba un retorcijón en el abdomen; excepto que no uno agradable, sino una sensación viscosa y desagradable que llenaba de bilis su estómago.
—Hermana... —murmuró con un bufido entre dientes cuando estuvieron lejos del cúmulo de hombres, todavía incrédulo—. ¿En serio? ¿No podías haber dicho... cualquier otra cosa?
—¿Otra cosa como qué? —preguntó Dazai con fingida inocencia, inclinándose para mirarlo de lado.
Atsushi abrió la boca, pero ninguna palabra salió. Quería protestar, exigir que lo llamara de otra manera, algo que sonara menos...¡menos así!... y sin embargo, ni él mismo sabía qué quería escuchar. Cerró la boca de golpe y lo fulminó con los ojos, aunque por dentro no entendía por qué esa elección de palabras lo había irritado tanto.
—Da igual —masculló, desviando el rostro y poniendo un puchero decepcionado—. No es...no es importante.
Dazai dejó escapar una risa suave, entre burlona y cómplice, pero no insistió. Antes de que Atsushi pudiera cambiar de tema, un jadeo repentino recorrió el salón como una ola. Susurros emocionados, exclamaciones atónitas, un murmullo colectivo que crecía en intensidad hasta convertirse en una explosión de conversaciones expectantes. Ambos giraron la cabeza al mismo tiempo, se miraron entre sí sin entender, y luego voltearon a donde toda la multitud apuntaba. Todos los ojos estaban puestos en las escaleras principales.
Allí estaba él.
El príncipe Akutagawa.
Atsushi contuvo el aliento. El joven descendía los escalones con paso firme, aunque no había rastro de la elegancia que cabría esperar de alguien en su posición. Su porte era regio, sí, pero la expresión de su rostro era puro fastidio, como si odiara cada segundo de estar allí. Los labios curvados en una mueca de tedio, los ojos grises cargados de impaciencia y hastío.
—Parece... enojado —murmuró Atsushi sin pensarlo, sus quejas anteriores hacia Dazai fueron olvidadas al instante.
Recordó los rumores escuchados entre los más viejos de la ciudad, que el rey buscaba esposa para su hijo porque el muchacho era incapaz de mostrar modales en sociedad, y que su carácter agrio y un extremo honesto asustaba a pretendientes y cortesanas por igual. A su lado, Dazai no apartaba la vista, aunque una chispa de diversión brillaba en su mirada. No parecía sorprendido por la expresión del príncipe en lo más mínimo. Ambos alcanzaron a escuchar, a un grupo de damas cuchicheando a su lado.
—¡Al fin regresó! Seguro fue el rey quien lo obligó...
—¿Y cómo no? Con lo arisco que es, ya nadie quería acercarse...
Dazai, con un destello entretenido en los labios, se inclina hacia Atsushi para que solo él lo escuche ahora que es visible y tangible.
—Ah, ya entiendo... no es que llegaras temprano ni que el príncipe llegara tarde, es que él ya había llegado y se fue.
Atsushi lo observó desconcertado, sin comprender a qué se refería. Dazai en lugar de explicarse, dejó que la intriga flotara y retomó su aire travieso, como si el galante de hace un momento no fuese más que un espejismo.
—Debo comprobar algo, querida. Buena suerte.
Con un brusco y traicionero movimiento, lo empujó de repente hacia la multitud. Atsushi trastabilló con los tacones tratando de no caer; al estabilizarse, se giró indignado para reclamarle, pero Dazai ya había desaparecido entre los invitados. De nuevo, literal, pues se esfumó como si no hubiera existido.
Atsushi resopló fastidiado, y comenzó su camino hacia el centro de la atención de aquella muchedumbre, con lo que le quedaba de dignidad.
Para su sorpresa, la multitud se abrió ante él con una facilidad insólita. Los hombres lo seguían con miradas encandiladas, las mujeres chistaban con desdén. Dentro de sí, Atsushi no pudo evitar compararlo con las aguas del mar partiéndose para dar paso a Moisés... aunque enseguida descartó la idea; aquello no era obra divina, sino del disfraz perfecto que lo convertía en una mujer de ensueño.
Era hilarante, y muy hipócrita, como el aspecto físico de alguien podía darle tal poder, porque alcanzaba a reconocer de reojo personas que conoce y que en su día a día le han dado la espalda o una mirada de repudio. Y sin embargo aquí, lo miran como una obra de arte traída desde los cielos.
Mientras avanzaba, notó que el príncipe Akutagawa descendía ya los últimos escalones. Su rostro severo revelaba un disgusto imposible de ocultar. Incluso al saludar a la reina, su expresión era más de fastidio que de cortesía. Entonces apareció el rey, desde las bambalinas, con la misma tensión dibujada en el gesto. Atsushi lo notó e intuyó de inmediato que entre padre e hijo flotaba una rencilla reciente.
Fue justo en ese instante que Akutagawa percibió a la gente moverse en masa por la periferia; intrigado por el murmullo de la multitud que se apartaba, alzó la vista. Sus ojos se abrieron por un instante, como si el aire se le escapara de los pulmones al hacer contacto visual con Atsushi, quien se sintió ansioso al ser de repente notado. Allí estaba él, transformado en una dama imposible de ignorar. Se quedó sosteniéndole la mirada a Akutagawa, con los nervios a flor de piel; que gracioso, visto desde afuera de seguro lucían como uno de esos momentos congelados en un cuento de hadas: la multitud expectante, las luces, la música suave... y la sensación de que el mundo entero desaparecía alrededor.
Más el hechizo se quebró enseguida. Akutagawa desvió la mirada, recobrando la serenidad pétrea, y al ver a su padre volvió a fruncir el ceño con un dejo de furia. Atsushi, incómodo, dudó si debía acercarse; recordó las palabras de Dazai y temblando un poco, se acercó los pasos que le faltaban hacia al príncipe; al alcanzarlo se inclinó en un saludo cortés y un tartamudeo que le salió sin querer.
Quiso que la tierra se lo tragara por actuar de forma ridícula, ¡era solo un hombre por dios!, pero todas las miradas puestas sobre él lo ponían el doble de inquieto y torpe. El príncipe, por fortuna, lo correspondió sin grosería en una inclinación educada, aunque con una indiferencia estoica, distante, casi... protocolaria. Antes de que el silencio resultara insoportable, el rey, que ya los tenía en la mira, sonrió radiante. Aplaudió con fuerza y anunció a viva voz:
—¡Qué maravilla que mi hijo haya regresado! ¡Ahora debería deleitarnos con una pieza, liderando el baile!
La mirada del monarca se dirigió con descaro a Atsushi. El joven contuvo la respiración ¡lo acababan de lanzar a la boca del lobo!. Akutagawa fulminó con los ojos a su padre, como si compartiera su indignación, solo que más enojado que asustado, sin embargo no discutió, en cambio se giró hacia él y extendió su mano. Atsushi sin escapatoria, la aceptó.
Los murmullos se encendieron alrededor con más fuerza. Algunos hombres exclamaban en voz baja "Príncipe suertudo", seguidos de resoplidos de envidia; "buscona", murmuraban ciertas mujeres con desdén. Atsushi trató de bloquearlos, enfocándose en sus pasos. Para su sorpresa, el príncipe bailaba con una elegancia impecable. Y él mismo, acostumbrado a enseñar a los niños del orfanato tanto el papel del caballero como el de la dama, supo adaptarse con naturalidad. Se entendieron en los movimientos con una fluidez inesperada.
Como si estuvieran hechos para bailar juntos.
Akutagawa parecía sorprendido también; el ceño se suavizó, sus rasgos se relajaron, y por primera vez, Atsushi lo vio distinto. Guapo, incluso agradable. Y por un instante, (solo uno) creyó estar atrapado en un cuento romántico.
Le habría gustado decir que el baile fue incómodo, incluso desagradable, pero la verdad era otra. Fue... muy ameno. Mucho más de lo que Atsushi habría estimado. El príncipe, sin el ceño fruncido como si quisiera matar a alguien, resultaba sorprendentemente buena compañía.
Un baile se convirtió en dos, y dos en tres. Canción tras canción, sus pasos se entrelazaban con naturalidad, y aquella inseguridad inicial se fue disolviendo hasta dar paso a una calma bienvenida. Akutagawa no hablaba demasiado, no obstante tampoco lo necesitaba; bastaba el modo en que lo conducía, la firmeza elegante de su mano en la suya, la manera en que sus ojos parecían tranquilos y suaves al mirarlo de cerca. Cuando por fin más parejas se unieron a la pista, Atsushi se descubrió relajado por primera vez en toda la noche. ¿Quién lo diría? Bailar con el príncipe Akutagawa fue, al final, una muy buena elección.
Excepto por un detalle.
Sí, la estaba pasando bien; sí, todo parecía sacado de un libro de amor a primera vista; claro, algo en su interior vibraba con esa certeza que dicen los cuentos que ocurre cuando encontraste a tu supuesta alma gemela, la que el universo tenía preparado para ti. Y Akutagawa en su mirada parecía percibir lo mismo.
Y, sin embargo, pese a todo lo anterior su mente no dejaba de girar en torno a una sola pregunta: ¿Dónde rayos estaba Dazai?
Aunque se hallaba en medio de aquella burbuja romántica, Atsushi no podía concentrarse del todo en la música ni en la cadencia de sus pasos. Con disimulo recorrió los rostros alrededor, tratando de divisarlo, sin embargo Dazai no estaba en ninguna parte. Frunció el ceño inquieto. Quería verlo, asegurarse de que seguía allí. Acaso...¿Dazai consideraba esto como cumplido su deseo? ¿Lo había dejado ya? ¿Lo abandonó, satisfecho tras verlo en los brazos del príncipe?.
El pánico se le enredó en la garganta y descendió hasta su estómago. No sabía qué expresión se reflejaba en su rostro, pero Akutagawa, perceptivo, pareció darse cuenta.
—¿Estás bien? —preguntó en un susurro bajo, audible solo por la cercanía de sus cuerpos.
Atsushi forzó una sonrisa.
—Sí, mi príncipe, no se preocupe.
El gesto de Akutagawa se torció apenas, como si sus palabras le incomodaran más que halagarlo. Atsushi lo notó y estuvo a punto de preguntarle, hasta que el otro se adelantó.
—No me llames así.
Atsushi se quedó mudo, con los labios entreabiertos, y apenas alcanzó a musitar una disculpa tímida. El príncipe, sin embargo, suspiró y negó con la cabeza.
—No es tu culpa... Solo estoy cansado de ese título hoy.
Akutagawa lo acercó hacia su cuerpo otro poco con firmeza, y Atsushi, aunque aún tenía el paradero de Dazai como prioridad en su mente, no pudo evitar ruborizarse por la proximidad. Cada giro, cada contacto en el baile parecía dibujar la ilusión de una historia en la que él era la protagonista y aquel príncipe su pareja elegida. Era tan fácil dejarse arrullar por la fantasía... no obstante, en lo más profundo, Atsushi sabía que no era real.
Él buscaba a alguien más. Así que, dejando de lado los nervios, retomó su escrutinio por el salón en pos de encontrar la cabellera castaña. Y Akutagawa lo percibió de nuevo.
—Buscas a alguien, ¿verdad? —murmuró, sus ojos grises fijos en los suyos. — ¿Es importante?.
Atsushi se sobresaltó, la sangre corriéndole a las mejillas. Titubeó incapaz de responder y rehuyó su mirada. Para el príncipe no pasó desapercibido su ansiedad tímida, junto con el anhelo en los orbes de dos tonos que brillaron con renovada luz; entendió al instante sin necesidad de palabras. Soltó un resoplido breve, casi divertido.
—Eso me responde.
De pronto, el baile se detuvo. Atsushi entró en pánico, convencido de que había cometido un error. Estaba a punto de disculparse cuando Akutagawa tomó su mano con decisión y lo arrastró sin darle tiempo a objetar, hasta donde se encontraban el rey y la reina.
—Padre, madre —declaró con voz firme—, pasaré un tiempo con esta mujer a solas en el balcón de mi corredor, el que está cerca de mis aposentos. Si quieren seguir con este circo... digo, con el baile, no cuenten con mi presencia.
Atsushi se sobresaltó tanto que por poco se le escapó un jadeo. ¿Lo había logrado? ¿Así de fácil?.
La reina lo miró con inquietud, pero el rey sonrió complacido.
—Al fin un poco de sentido común vino a ti, Ryūnosuke —asintió satisfecho, y enseguida anunció al resto—. Mi hijo puede retirarse. ¡Que todos disfruten de la música y el banquete, hoy es noche de celebración!
Atsushi no podía creerlo. El príncipe inclinó la cabeza en gesto rápido y, sin añadir nada más, lo arrastró consigo hacia las escaleras, alejándose de la multitud. Su mano no soltaba la suya. Y Atsushi, todavía en shock, lo siguió sin resistencia. Sentía los dedos entrelazados del príncipe como un lazo ardiente que lo guiaba hacia lo desconocido, a un rincón del castillo que jamás habría pensado conocer.
El balcón estaba en penumbras, iluminado solo por las antorchas lejanas y el resplandor de la luna. Akutagawa lo soltó de golpe al cruzar las cortinas que jugaban el papel de puerta, como si el contacto de la nada le molestara pese a como se porto abajo en el salón. Ninguno de los dos supo qué decir, y el silencio se hizo tan espeso que Atsushi se removió fuera de lugar, preguntándose si debía hacer o empezar la conversación de algún modo.
Atsushi comenzó a sentirse culpable. No podía quitarse de la cabeza la idea de que, a los ojos del príncipe, él no era más que una ilusión: una mujer hermosa de ensueño fabricada por la magia de Dazai. (Si tan solo cierta hada le hubiese dicho que los demás percibían no un hechizo externo, sino el reflejo de lo que él llevaba dentro, Atsushi no se estaría castigando solo. ¿verdad?)
No supo cómo iniciar la platica. Tragó saliva nervioso, hasta que un suspiro largo y sonoro por parte del príncipe le erizó la piel. Akutagawa, con gesto fatigado, se inclinó sobre la barandilla del balcón, dándole la espalda. Atsushi caminó cohibido dentro quedándose unos pasos detrás. El peso de las palabras que debía decir lo apretaba en el pecho; debía confesarle la verdad. Primero, que no es una mujer, y segundo... que no está interesado en él.
Abrió la boca para hablar, pero Akutagawa se le adelantó.
—Quiero dejar algo en claro — comenzó con una voz seca, seria y carente de la calidez burlona a la que Atsushi, sin darse cuenta, se había acostumbrado en los últimos tres días gracias a Dazai — Lamento haberte arrastrado hasta aquí — se giró para mirarlo con un rostro severo, diferente al educado que mostró durante el baile— La realidad es que solo te estaba usando para escapar de la fiesta y evitar otra discusión con mi padre. Por eso, no te hagas ilusiones. No me atraes en lo absoluto, tampoco eres para nada mi tipo.
Atsushi se quedó estupefacto, con los ojos bien abiertos. Una parte de él se sintió aliviada de que al menos estaban en la misma página y ninguno veía en el otro un interés más profundo. Pero otra parte... otra parte ardió de indignación. ¡¿Cómo se atrevía a decirlo de esa manera?! ¡Qué grosero!
Cruzó los brazos, erguido con dignidad.
—Pues qué bueno, porque usted tampoco es mi tipo.
Akutagawa entrecerró los ojos, apenas impresionado, antes de soltar una leve cargada de sarcasmo y regresar la vista al frente.
—Y aun así, aquí estás. Como la mitad del reino, buscando un pedazo de mí para trepar, para cambiar tu miserable vida y convertirte en una princesa rodeada de lujos.
Atsushi se quedó callado, masticando las palabras que el príncipe le había lanzado con frialdad. Al principio quiso ofenderse y replicar, sin embargo algo se detuvo en su interior. Lo pensó mejor. Con todo lo del baile, jamás se había detenido a considerar lo horrible que debía de ser para Akutagawa. Estar en medio de aquella jauría de pretendientes, visto solo como un pedazo de carne exquisita por el que todos se disputaban. Y encima, tener que cargar con la presión de un matrimonio forzado con alguien que no deseaba.
La rabia inicial se disipó. En su lugar, le nació una punzada de lástima.
Con un suspiro leve, Atsushi avanzó un paso y se apoyó en la barandilla a su lado, imitando su postura y dejando que la vista se perdiera también en el horizonte. El reino se extendía bajo ellos, iluminado como una constelación en la tierra.
Akutagawa frunció el ceño y giró el rostro hacia él, Atsushi le observó de vuelta.
—¿Qué? —preguntó Atsushi, extrañado por la mirada.
—¿Cómo que qué? —replicó el príncipe, seco.
—... ¿qué pasa? —insistió Atsushi, ladeando la cabeza en confusión.
Akutagawa entrecerró los ojos.
—¿No te vas a enfadar? ¿A reclamarme por usarte? ¿Abofetearme? ¿No piensas regresar al salón para anunciar a mi padre que soy un grosero que te arrastró aquí con falsas esperanzas?.
Atsushi soltó un resoplido entre divertido e incrédulo.
—Debes de vivir rodeado de muros y desconfianza si crees que haría eso.
Akutagawa bufó también, con ironía
—Es lo normal en mi día a día.
Atsushi no replicó. Se limitó a mirar el cielo oscuro, y la enorme luna de plata.
—No haré tal cosa. De todos modos, allá abajo tampoco lo estaba pasando tan bien... Y, para empezar, bailar contigo fue lo único agradable de la noche hasta ahora.
Akutagawa apartó la vista de inmediato. Su gesto endurecido se tensó, pero no de ira: parecía más bien incómodo, casi sorprendido. Atsushi enrojeció al instante al darse cuenta de cómo había sonado y lo malinterpretable de su elección de palabras.
—¡N-no quise decir que me ilusionara ni nada! ¡Mucho menos que signifique algo!—se apresuró a aclarar, agitando las manos avergonzado. Akutagawa exhaló un suspiro cansado.
—Creí que buscabas a alguien.— De la nada, cambió el tema. Atsushi lo miró desconcertado.
—¿Eso qué tiene que ver?
El príncipe lo observó estoico, su mirada escrutadora recorriéndolo como si intentara descifrarlo. Atsushi se removió inquieto, sintiéndose expuesto bajo el examen directo de sus iris color gris.
—¿Qué? —espetó con más brusquedad de la que pretendió, incómodo ante el silencio de Akutagawa, deseando que dejara de mirarlo de esa forma.
Akutagawa se encogió de hombros.
—Pensé que estábamos en el mismo barco.
Atsushi parpadeó, sin entender. El hombre, además de seco, parecía hablar en acertijos. Hasta que algo hizo clic en su cabeza. ¿El mismo barco? ¿Acaso... él también buscaba a alguien? ¿Esperaba a alguien en específico?. La idea le brotó sola de la boca:
—¿Entonces tú... también estabas deseando ver a alguien?
Por primera vez, Akutagawa desvió la mirada no con frialdad ni con fastidio, sino con cierta renuencia avergonzada. Como si Atsushi sin querer, hubiera dado en el blanco.
—No es que lo deseara... —murmuró Akutagawa, apenas audible.
Atsushi lo escuchó, aunque con dificultad. Bastó esa frase para que entendiera. El príncipe no había rechazado a todas sus pretendientas por arrogancia ni frialdad, sino porque ya existía alguien importante que anhela. Aquello le encogió el pecho, porque hacía de la situación de Akutagawa más cruel, más injusta.
La rabia le brotó de golpe y actuó movido por la imprudencia.
—¡Eso es horrible...! —masculló, antes de lanzarse hacia él.
Sus manos se cerraron en los hombros del príncipe con brusquedad, haciéndolo retroceder medio paso. Akutagawa abrió los ojos con sorpresa en su máxima capacidad, atónito por la osadía de esta dama que lo sujetaba sin permiso. El instinto lo empujó a retirarse, pero se quedó congelado, sin poder moverse por culpa del agarre férreo de Atsushi.
Atsushi, ajeno al desconcierto de Akutagawa, lo miraba con un fuego renovado en los ojos, conmovido hasta la médula. Se inclinó hacia él, acortando la distancia de un modo que a Akutagawa le erizó la piel y se asustó más; la proximidad descarada vista desde afuera parecería el intento atrevido de robarle un beso. Pero Atsushi no pensaba en nada de eso. Solo actuaba desde la emoción.
—¡No te rindas! —exclamó con fiereza, la voz vibrando de convicción. Akutagawa lo observó como si hubiera perdido la razón, como si acabara de brotarle una segunda cabeza.
—¿Qué...? —atinó a articular, perplejo.
Atsushi no se detuvo. Su voz se quebró con un dejo de rabia y tristeza.
—No seas como yo... que me resigné a que mi vida fuera un infierno.
Sus memorias lo golpearon sin piedad. Recordó el orfanato, la soledad, los días interminables soñando con libertad, con huir, con vivir lejos de la miseria. Y luego... a Dazai. El hombre que, en apenas tres días, había volteado su mundo de cabeza. Atsushi se llenó de más confianza al traer a la mente la risa de Dazai, su sonrisa socarrona, las bromas que tanto lo irritaban y lo consolaban al mismo tiempo. Ese recuerdo lo sostuvo, y sus manos apretaron con más fuerza los hombros del príncipe.
—¡Si no haces algo, te arrepentirás! —le gritó a centímetros de la cara, con los ojos brillando de fervor—. ¡Debes vivir tu vida! — Akutagawa trató de echarse hacia atrás, pero no pudo soltarse del agarre de Atsushi. — Arriésgate, no te arrepientas de las cosas que haces... ¡arrepiéntete de las que no haces! —continuó, con la voz cargada de emoción. Ni siquiera sabía ya si esas palabras iban dirigidas al príncipe o a sí mismo.
Pensó en el director del orfanato, en las crueles matronas, en cada vez que había bajado la cabeza y callado. Pensó en Dazai. En su actitud, en su calor, en esa libertad que apenas había probado y que ahora deseaba con desesperación.
—Si deseas estar con alguien... ¿Qué importa lo que diga el rey, o quien sea que se oponga? —su voz se quebró un instante, no obstante enseguida recuperó fuerza—. ¡Hazlo!
El rostro de Akutagawa se tensó. Sus labios se apretaron en una fina línea, y por un segundo pareció que miles de emociones desfilaban por sus ojos. Atsushi se dio cuenta tarde de lo imprudente que había sido ¡le estaba gritando en la cara a un príncipe! y no solo eso ¡le exige valentía sin siquiera conocer el contexto complejo ¿Qué tal si solo estaba malinterpretando todo o proyectándose?. Si alguien lo descubría, lo matarían en el acto.
Entonces, Akutagawa bajó la cabeza. Su cuerpo comenzó a temblar, y Atsushi dio un paso atrás aterrado, seguro de haber ido demasiado lejos; oh no, era un hombre muerto.
Hasta que lo escuchó.
Una risa. Baja, divertida, casi inaudita.
—Una simple plebeya dándome un sermón... —Akutagawa alzó la vista, la leve curva en sus labios borrándose enseguida, aunque el calor extraño permaneció en su tono—. Es de no creer. — Luego, sus ojos se desviaron hacia un rincón del balcón, donde la luz de las antorchas no alcanzaba a iluminar. —Todo está bien, Chuuya. Baja eso.
Atsushi brincó como un gato asustado. Se giró de inmediato hacia donde el príncipe había hablado. Entrecerró los ojos forzando la vista hasta que distinguió algo, una silueta inmóvil entre la oscuridad y en sus manos, algo que reflejaba un destello metálico.
Atsushi dio un paso adelante, enfocó mejor... y el aire se le quedó en los pulmones. Era un hombre bajo, de hombros rectos, quien sostenía una ballesta cargada apuntando directo a su pecho. El color le abandonó el rostro de golpe. No puede ser...Por poco era acribillado por culpa de su imprudencia, por atreverse a tocar al príncipe sin pensar en las consecuencias.
El hombre salió de la penumbra, dejando que el fuego de las antorchas bañara su rostro. Unos cabellos rojos, intensos como llamas, enmarcaban unos ojos claros de un azul acerado que no dejaba lugar a dudas: aquel guardia no confiaba en él ni un poco.
—¿Seguro? —su voz era dura, casi un gruñido, y la ballesta no bajó ni un centímetro—. Esta mujer me parece sospechosa.
Atsushi sintió que sus palabras eran más una sentencia que advertencia. El hombre lo miraba como si quisiera matarlo por el simple hecho de haber puesto sus dedos inmundos sobre el príncipe.
—Es sospechosa, sí —admitió Akutagawa con calma, y Atsushi sintió cómo un sudor frío le recorría la espalda—. Parece en exceso emocional, y bastante tonta, pero no una amenaza.
—¡Oiga! —saltó Atsushi indignado por el insulto, girándose hacia él con el ceño fruncido.
La ballesta se tensó de inmediato. El clic metálico retumbó en sus oídos como un trueno, recordándole que ante cualquier movimiento en falso podrían atravesarle el pecho en un parpadeo, se congeló de nuevo y alzó las manos al aire en son de paz. El hombre pelirrojo lo fulminaba con la mirada, sin bajar ni un milímetro el arma.
—No deberías provocar a nadie cuando te están apuntando al corazón, mocosa—dijo el guardia con un siseo grave y áspero. Sus ojos azules chispeaban con una ira contenida—. ¿Qué clase de "dama" fuerza al príncipe como si fuera un vulgar campesino?
Atsushi tragó saliva, demasiado consciente de lo cerca que está de morir por puro arrebato. Intentó recomponerse, aunque su tono salió más tembloroso de lo que quería.
—N-No fue mi intención.
La tensión en el aire se volvió insoportable. Chuuya entrecerró los ojos, dispuesto a apretar el gatillo en cualquier momento. Entonces Akutagawa pasó al lado de Atsushi y caminó hacia el hombre con tranquilidad, antes de levantar una mano y con ella, bajar él mismo el arma.
—Basta, Chuuya. Deja de intimidarla
El pelirrojo lo observó, incrédulo.
—¡Pero- ¡Esta mocosa te zarandeó como si fueras cualquiera!
—Lo sé. Y aun así, no es una amenaza.
Hubo un instante de silencio mientras se miraban el uno al otro sin parpadear, en el que el único sonido fue el crepitar distante de las antorchas. Sea lo que sea que se dijeron sin palabras: el guardia resopló, visiblemente frustrado, y con un gesto brusco devolvió su arma al estuche en su espalda. Atsushi por fin soltó el aire que no se había dado cuenta de que retenía. Akutagawa volvió a hablar, volteando el rostro para observar a Atsushi con esa voz seca y cortante que no dejaba espacio a deslices.
—Eres imprudente. Nadie le grita al príncipe en la cara y vive para contarlo... salvo tú, al parecer.
Atsushi abrió la boca para replicar, antes de cerrarla de nuevo. Había algo específico en el tono de Akutagawa a parte de molestia, un matiz casi... divertido, ¿quizá?. No fue necesario que Atsushi respondiera nada pues el guardia al lado del príncipe gruñó, captando de inmediato la atención de ambos.
—Sí, qué extraño —dijo con ironía cargada—, que una dama lo trate con semejante falta de respeto y usted no mueva un dedo, su alteza.
Sus ojos azules se clavaron en Atsushi con un desprecio hiriente. Atsushi no comprendía el motivo de tanto recelo, pero ese juicio silencioso lo hizo encogerse por dentro, como si de verdad hubiera cometido un crimen imperdonable. El odio del guardia casi le quiso desear tener la capacidad de desaparecer como lo hace Dazai de la nada.
—Debió haberlo encandilado muchísimo, mi señor —Chuuya continuó, y remarcó la última palabra con saña.
Akutagawa por su parte se removió incómodo, apartando la vista lejos de ambos.
—No es así... —respondió rápido, quizá demasiado—. Ella no me atrajo para nada.
—No es de mi incumbencia, su alteza. No se preocupe. Yo solo tengo la tarea de cuidarlo. Los dejaré solos para que sigan con su maravillosa velada.
Chuuya hizo el ademán de apartarse, hasta que Akutagawa lo sujetó de la muñeca con apremio. Lo miró con una súplica muda que chocaba con toda su imagen distante. Atsushi, se sintió como una tercera rueda, observando la escena sin entender del todo lo que estaba sucediendo...
No era un experto en la realeza, sin embargo hasta donde sabe, está seguro de que los príncipes no sostenían a sus guardias con tanta confianza, ni los miraban con cierta urgencia suplicante, ni mucho menos con un dejo de arrepentimiento. Y los guardias, en ningún protocolo que él conociera, se permitían hablarle a su príncipe con tanta ironía en cada "su alteza".
El silencio que se formó entre ambos era distinto, denso. Akutagawa no apartaba la vista de Chuuya (si no recuerda mal el nombre) y el semblante del guardia pareció suavizarse, como si no pudiera permanecer mucho tiempo enojado ante el príncipe. La furia y severidad de su mirada se transformó en algo más suave, casi amable. Akutagawa no fue mejor, pues al verlo ceder sonrió tenuemente, soltando el agarre rígido en la muñeca del guardia, bajando la mano hasta la enguantadas y luego entrelazo los dedos.
Atsushi notó como el guardia suspiró sin dejar de mirar al príncipe, y en cambio se inclinó un poco hacia él, buscando proximidad, una que fue correspondida por Akutagawa quien apretó sus manos entrelazadas. Casi parecía que si pasaba más tiempo, Akutagawa se inclinaría hacia el más bajo y acortaría la poca distancia entre ambos con un beso, y por la forma en que Chuuya jugaba con sus manos entrelazadas y amagaba mover su otra mano para alcanzar al príncipe...Atsushi diría que era probable su suposición.
El ambiente se volvió tan íntimo...tan personal, que Atsushi sintió como si espiara algo secreto y prohibido para sus ojos. Los dos hombres parecieron olvidarse de su presencia, perdidos en la burbuja que construyeron con facilidad en tan solo un segundo, como si fuera algo natural a lo que estuvieran acostumbrados en la intimidad.
Entonces, la última pieza encajó una vez que repasó la conversación que tuvo hace apenas unos minutos con el príncipe. Sin medir su lengua, soltó por inercia lo primero que pensó al comprender lo que ocurría:
—Oh... es él.
Tanto Chuuya como Akutagawa lo miraron de inmediato, recordando que no estaban solos. Akutagawa soltó la mano de Chuuya como si se hubiera quemado y se irguió con brusquedad, endureciendo el rostro para cubrir cualquier rastro de vulnerabilidad. Chuuya, en cambio, se quedó helado, con las mejillas encendidas y la mandíbula apretada, incapaz de ocultar el desliz ni el cúmulo de emociones que lo descolocan.
Atsushi rio nervioso, frotándose la nuca. Ups, no pretendía exponerlos en voz alta.
—Ya... ya entiendo a qué se refería con que yo no era su tipo —balbuceó para intentar aflojar la incomodidad, dirigiendo una mirada fugaz hacia el guardia—. Me imagino que su tipo son... los pelirrojos.
El silencio era tan espeso que Atsushi quiso tragarse sus palabras. Chuuya parecía esperar que Akutagawa lo negara de inmediato, con el ceño fruncido y los labios convertidos en una fina línea, preparado para recibir la misma puñalada de siempre mientras evitaba mirar a cualquiera de los otros dos. Sin embargo, el príncipe hizo lo contrario. Tras unos minutos de silencio meditativo, en un gesto inesperado, volvió a tomarle la mano con más seguridad esta vez, y declaró con calma.
—Sí...mi tipo son los pelirrojos.
Lo estableció mirando de reojo a Chuuya, sin rodeos, con la determinación de alguien que ha cargado demasiado tiempo con un secreto. El guardia enrojeció de inmediato, tanto como su cabello, y se quedó mudo. No podía creer lo que estaba pasando, estaba estupefacto y como si olvidara todo el castellano de su lengua, comenzó a balbucear incoherencias mientras observaba al príncipe incrédulo, sin lograr procesar lo que apenas dijo.
Atsushi no pudo evitar reír conmovido por lo bizarro de la escena y feliz de que, al aparecer, sus palabras si llegaron a Akutagawa. Siempre le habían gustado las historias de amor, y pese a que apenas conocía al príncipe (aunque ya tiene una primera impresión de que es un sujeto hermético, pedante y molesto) no le parecía alguien malo. De hecho, en ese instante le dio la sensación de que merecía ser feliz.
—Si quiere, puedo seguir sirviéndole de fachada esta noche —comentó contento—. Así podrá pasar más tiempo con él. Pero no olvide lo que le dije. No deje en balde roto lo de ser libre, o se arrepentirá.
Akutagawa sostuvo su mirada, y por primera vez hubo entre ellos un entendimiento silencioso, una complicidad que no espero tener con alguien como el monarca del reino cuando inició su noche. Atsushi asintió satisfecho y, con paso ligero, se dirigió hacia la salida del balcón.
—Yo también iré a cumplir mi propio deseo... —añadió Atsushi, con una leve sonrisa dulce—. O me arrepentiré.
Se despidió con una inclinación breve y los dejó solos en el balcón, encaminándose hacia el pasillo tenuemente iluminado por las antorchas. Apenas cruzó las cortinas que delimitaban ambos lugares, escuchó tras de sí la voz de Chuuya, anonadada y temblorosa.
—¡No puedo creer que dijeras eso en voz alta!
—He querido insinuarlo desde hace años —respondió Akutagawa con una suavidad que Atsushi entendió solo iba a dirigía a una persona, pues no la escucho en toda la noche, menos cuando estuvo con él—. Sabes...desde el primer día que te vi, cuando éramos niños, quise pregonar al mundo lo mucho que me gustas.
Atsushi alcanzó a oír el grito escandalizado del guardia, seguido de tartamudeos atropellados que, de repente, se cortaron en seco. Resopló divertido. Ha leído suficientes libros en su vida para saber cómo el príncipe acaba de silenciar a su guardia.
Con una sonrisa creciente, retomó su camino decidido. Era hora de buscar a Dazai.
Chapter 8: Capítulo 7: Hasta mi último aliento.
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Atsushi se dio cuenta, mientras recorría los interminables pasillos del castillo, que nunca le reveló a Akutagawa que en realidad era un hombre. Ups, se le olvidó por completo. Por un instante consideró volver y aclararlo, pero lo descartó con un suspiro, después de todo si lo medita, era información irrelevante.
No obstante, a medida que seguía girando en círculos (subiendo escaleras, recorriendo corredores ornamentados que parecían todos iguales y sin cruzarse con un alma), empezó a replantearse la idea de regresar. A este paso, de seguir caminando sin rumbo y sin norte, iba a terminar muriendo de sed o inanición antes de encontrar la salida, el camino de regreso al salón… o a más importante aún: a Dazai.
piensa por un momento lo infructuoso que es tener un sitio para vivir tan largo y la ironía de que los ricos tengan tanto espacio para ellos.
“Esto es ridículo” pensó frustrado mientras avanzaba descalzo, con los tacones colgando de una mano. “¿Para qué necesita alguien tanto espacio? Los ricos tienen demasiado sitio para ellos solos, y al final ni siquiera saben qué hacer con tanto”.
A cada nuevo giro después de terminar un pasillo, la esperanza se reducía. Cuando estuvo a punto de rendirse y masculló para sí mismo «bien, si no es este pasillo me regreso, y lo siento por Akutagawa y lo que sea que esté haciendo con su guardia», se detuvo en seco.
Allí estaba Dazai, recostado contra una pared como si nada. El aire relajado, las manos metidas en los bolsillos de su gabardina de vago, la misma con la que le conoció, y una sonrisa ladeada, ¡como si nada!. Como si Atsushi no llevara una hora perdido entre los corredores del palacio buscando como idiota.
Tan pronto lo divisó apresuró el paso hacia él, al mismo tiempo que un despreocupado Dazai se despegaba de la pared y lo saludaba con un gesto ligero de una sus manos, ¡Hasta tenía una tonta sonrisa inocente pintada en el rostro!.
—¡Llevo más de una hora buscándote! —le reclamó a unos metros de distancia, sin preocuparse por el volumen de la voz de si alguien lo tacharía de loco en caso de no ver a Dazai. Estaban solos, de eso estaba seguro.
Dazai ladeó la cabeza con fingida intriga.
—¿A mí? —se señaló con dramatismo antes de soltar un jadeo escandalizado—. ¡Imposible! Si te dejé en las excelentes y expertas manos de nuestro querido príncipe, ¿por qué Atsuko-chan vendría a buscarme?
Atsushi chistó con la lengua, inhaló hondo y contó hasta tres. Para este punto, ya reconocía ese patrón: Dazai lo estaba provocando, burlándose con sorna porque le divertía. Tras tres días a su lado, al menos podía concederse el mérito de entender un poco a la críptica criatura de pensamientos insondables. Se detuvo a varios pasos, cruzó los brazos con los tacones colgando de sus dedos y lo miró con expresión poco impresionada.
—Dazai-san… usted sabía que el príncipe ya tenía a alguien, ¿verdad? —preguntó, directo.
La idea lo había acompañado durante todo el recorrido por los interminables pasillos (y vaya que tuvo idea de meditarla). No estaba del todo seguro, pero su intuición le gritaba que sí. No tenía pruebas, solo esa vocecilla persistente que le aseguraba que Dazai había planeado cada detalle. Vestirlo de mujer, enviarlo al baile, guiarlo hacia un encuentro en apariencia predestinado con el príncipe, sabiendo desde el principio que él no tendría interés.…mucho menos en una mujer.
Simplemente, Atsushi no podía concebir que Dazai se equivocara. Claro, no lo conocía desde hacía años, no entendía del todo su forma de pensar, y aun así, tenía algo en su mirada. Cierto brillo de erudito, de mago que camina cien pasos adelante de los demás. No es que Atsushi conozca ninguno, sin embargo él lee, y lee mucho.
Y Dazai…le da ese tipo de aire; despierta en él la misma sensación.
El aludido sonrió de medio lado, satisfecho. Una risa burbujeó en su pecho, contenida en la garganta. Le complacía que aquel muchacho astuto (que ni siquiera notaba su propia suspicacia), siguiera su instinto. Atsushi no era consciente de lo agudo que podía ser, aunque Dazai lo había notado desde el primer instante en sus conversaciones, en la manera de hablar con las matronas del orfanato, en cómo sabía decir lo justo para mantenerlas contentas. Esperaba que se acercara a la verdad, pero que fuese tan directo superó las expectativas. Una chispa de orgullo se encendió en su pecho.
—¿Lo sabías? —insistió Atsushi, refiriéndose a Akutagawa, a Chuuya, y a todo lo ocurrido en el baile.
—Sí —respondió cantarino.
—¡Ajá! —exclamó Atsushi con un destello de triunfo, aunque enseguida frunció el ceño—. Entonces, ¿para qué fue todo este circo?
La pregunta brotó en voz alta, seguida de inmediato por una incomodidad que lo pinchó por dentro. Sentía un atisbo de traición porque… ¿no se suponía que Dazai lo estaba ayudando a cumplir su deseo de libertad? Entonces, ¿Qué fue todo aquello? ¿Un juego cruel para su diversión?. ¿Qué quería Dazai de él en realidad?.
—¿Quieres que te cuente una historia, Atsushi-kun? —exclamó Dazai de pronto, sin responder su pregunta, desconcertándolo.
Inseguro, observándolo con recelo, Atsushi asintió. Quería respuestas, y si una historia era el precio, estaba dispuesto a escucharla. Había en su pecho una urgencia creciente por comprender a Dazai, que se mezclaba con la punzada amarga de la decepción. ¿Y si en verdad no era más que un juguete para el hada?. Además, recordaba lo que le había dicho a Akutagawa en el balcón: que tenía un anhelo que cumplir, o se arrepentiría. No mintió en ello y aún pensaba hacerlo.
Pero primero… escucharía su historia.
Dazai comenzó a andar en su dirección, reduciendo poco a poco la distancia entre ambos. Cuando quedaban apenas unos 5 metros, se detuvo frente a uno de los ventanales del corredor. La luna se derramaba sobre la piedra del castillo, opacando a las pocas antorchas del pasillo.
—Verás, Atsushi-kun… —comenzó, con la mirada fija en la noche—. En aras de cumplir tu deseo vine al palacio a averiguar un poco sobre el dichoso baile que “promete cambiar tu vida”.
“Ah, así que por eso desapareció”, pensó Atsushi, recordando la tarde en la que perdió de vista a Dazai hasta la madrugada siguiente.
—Ayer presencié, sin querer, una acalorada discusión entre nuestro galante príncipe y el honorable guardia enano que lo sigue como perro faldero. —El tono de Dazai era ligero y divertido.
Atsushi no tuvo dificultad en imaginar la escena; después de todo, ya había presenciado un instante de intimidad involuntaria entre ambos hombres.
—No fue difícil atar cabos sobre la naturaleza de su relación —prosiguió Dazai con indiferencia, encogiéndose de hombros antes de mirarlo de nuevo—. El problema es que, al parecer, el querido rey no es muy fan de que su hijo no se interese en las hermosas damas del reino… ni en ninguna dama, en general. Así que, cansado de que rechazara e incluso humillara a todas las princesas que llegaban, organizó este baile.
—De ahí viene entonces su cara de limón chupado y su actitud de alacrán… —comentó Atsushi distraído, con un “oh” sincero en los labios. Todo encajaba de golpe. O bueno… casi todo.—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —frunció el ceño, señalando el vestido que aún llevaba puesto—. ¿Con esto?
La certeza de haber sido usado se asentaba amarga en su boca. Todo apuntaba a que no había sido más que una excusa para montar el numerito de hace hora y media, parte de un plan que apenas ahora Dazai explicaba, con sus eternos rodeos. Al fin y al cabo, fue él quien lo impulsó a “ve a baile y conquista al príncipe” sabiendo de antemano que el príncipe jamás lo miraría.
¿Si siquiera estaba tratando de ayudarlo con su deseo?
—Aquí es donde entra nuestra historia… —murmuró Dazai, reanudando el paso hacia él, las manos en los bolsillos, sin borrar su sonrisa ni apartar la vista de sus ojos.
Se detuvo apenas a un par de metros, con la voz teñida de falsa solemnidad.
—Hace mucho tiempo… entiéndase, hace cinco días y dieciséis horas… —sonrió como si narrara un cuento infantil—, un príncipe desesperado, incapaz de desafiar el yugo de sus padres ni de mostrarse ante el mundo con la persona que amaba. Preso de la clásica maldición del amor prohibido y escondido, decidió entonces recurrir a un último recurso: la magia.
Atsushi contuvo el aliento.
—Nuestro querido príncipe buscó en su biblioteca un hechizo de invocación —continuó Dazai, con un gesto teatral de sus manos—. Lo recitó con toda la fe que pudo reunir, pero al no ver aparecer ninguna criatura mágica que cumpliera su deseo de ser libre, o al menos le diera una guía sobre qué hacer y le brindara auxilio… se marchó decepcionado.
Dazai dejó que la pausa se estirara un instante antes de añadir ante el semblante expectante de Atsushi, con una chispa de autosuficiencia en los labios:
—La cosa es… que la invocación sí funcionó.
Atsushi, como si ya no lo supiera, jadeó metido de lleno en la historia y narración de Dazai.
—Yo aparecí. —Dazai bajó la voz, como compartiendo un secreto—. Solo que no tuve la menor intención de dejarme ver. — descarto con indiferencia, moviendo la mano como si espantara una mosca y poniendo una cara aburrida.
La verdad sea dicha, Akutagawa de seguro planeaba invocar otro tipo de criatura que le diera las respuestas que buscaba sobre qué hacer, pero lo que hizo fue recitar un conjuro para invocar a un hada. Su especie, tal como le dijo a Atsushi, se dedica a servir y ayudar a los humanos perdidos, en necesidad. Lastima para Akutagawa que él era el más cercano.
Le da puntos al muchacho, pues solo alguien con atributos altos para la magia puede traerlo a este plano desde el lugar en el que estaba. Después de todo Dazai no es un hada común, y no, no solo lo dice por su falta de interés en seguir las costumbres de su especie. Sin embargo, por muy prometedor o talentoso que fuera el príncipe, o por mucho que apestara a desesperación, a Dazai…no le despertó ningún interés.
Más bien le pareció aburrido, la clásica historia del niño rico en una jaula de oro que quiere volar. ¡Meh!, que tedioso. (Créeme, Atsushi-kun, un hada aburrida es lo último que quieres tener cerca), le dijo a Atsushi en una pausa de su historia, antes de contarle cómo no se hizo visible a Akutagawa y en cambio, después de que el príncipe se marchara frustrado de la biblioteca; también se fue, dando saltitos y poniéndose como nueva misión recorrer el reino.
¿Ya estaba aquí, no? contra su voluntad, claro, porque el muy grosero lo invocó, pero ya entrados en gastos pues aprovecharía conocer un poco antes de irse.
— Así que simplemente me marché por entre los recovecos de la ciudad… y palabras más, palabras menos, terminé cerca del río donde lo olí: una desesperación más fuerte y jugosa.
Atsushi se estremeció. No necesitaba sumar dos y dos para saber a qué se refería. La sonrisa de Dazai se ensanchó apenas, y sus ojos brillaron con esa mezcla de misterio y diversión que parecía envolver a Atsushi en un dedo.
—Sentí una pizca de curiosidad por el anhelo que desprendía la fuente —comentó, acercándose un poco más. Su gesto cambió a uno pícaro y Atsushi tuvo un mal presentimiento—. No obstante, lo que terminó de convencerme fue tu magnífica primera impresión. Bastante memorable, si me lo preguntas.
Silbó coqueto y le guiñó un ojo. Atsushi se sonrojó como farol al recordar el beso-no beso que le dio en un intento torpe de respiración boca a boca. ¡El sujeto ni siquiera lo necesitaba! Ahora lo sabía. Lo único que consiguió fue darle a Dazai un pretexto eterno para burlarse de él… y, al parecer, también su interés.
—¡N-no era un beso, y lo sabes! Solo quería ayudar. —Atsushi se defendió, rojo hasta las orejas.
Dazai soltó una risita ligera, casi musical.
—Excusas, excusas… —se cruzó de brazos y alzó la barbilla, fingiendo solemnidad—. Encontraste el método infalible para engatusar hadas. ¡Eres todo un descarado, Atsushi-kun!
El chico gruñó, lanzándole una mirada molesta, aunque sus pómulos se encendieron todavía más.
Lo que Dazai no dijo (ni pensaba añadir) era que, aunque en un principio se quedó por curiosidad, y después por diversión tras aquel encuentro tan memorable, hubo un momento en que todo cambió. Ya no lo movía únicamente la programación instintiva de un hada de ayudar a los humanos… sino un deseo mucho más personal. Quería verlo feliz.
No, debía corregirse: quería hacerlo feliz él mismo.
Y vaya que el poder del guion lo ayudó, porque las piezas encajaron casi por sí solas. Bastó una frase de cierta pelirroja, lanzada sin intención, para que todo se acomodara.
—En fin, resulta que cada pieza cayó en su lugar por sí sola —continuó Dazai, como si nada, ignorando la mirada entre avergonzada y adorable que Atsushi le dirigía—. Vaya suerte la mía, que tu deseo terminara alineándose con el del príncipe que me invocó.
—¿Cómo, exactamente, vestirme de mujer y venir al baile se alinea con mi deseo y el de Akutagawa? —replicó Atsushi, arqueando una ceja.
—Tsk, tsk, Atsushi-kun, hombre de poca fe… —Dazai chasqueó la lengua, moviendo un dedo de un lado a otro con aire autosuficiente, como si hablara con un niño—. Akutagawa no necesitaba nada mágico; lo que requería era un empujón para decidirse por su pareja y enfrentarse al rey. En otras palabras: valor. Quería una solución fantástica, pero eso no existe cuando lo único que hace falta es tener agallas.
Su tono rezumaba obviedad, como si la respuesta hubiera estado frente a Atsushi todo el tiempo.
—Si yo se las daba directamente, nada iba a cambiar. Pero… ¿Quién mejor que un desconocido en el que pudiera verse reflejado?
Atsushi lo meditó en silencio. Era cierto, tanto él como Akutagawa vivían en jaulas distintas, pero al final del día… seguían siendo jaulas.
—Tú le diste ese empujón —dijo al fin, con una sonrisa orgullosa.
Atsushi asiente en comprensión. Bueno… miente. No lo entiende del todo, aunque capta la idea. Aun así, una duda persiste en silencio, clavada en su pecho: ¿Qué hay de él? ¿Cómo le ayuda todo esto?. Entonces recuerda su propia resolución. Ah, cierto. Akutagawa no fue el único al que inyectaron un poco de valor para romper cadenas y perseguir lo que quiere.
Dazai rompe el silencio de sus cavilaciones añadiendo una última cosa con una sonrisa socarrona:
—Todo fue un cliché perfecto para darle cierre al relato, ¿no lo ves? El príncipe con un amor imposible, los padres que lo obligan a casarse… incluso estaban Chuuya y Akutagawa como subtrama romántica solo para darle sazón a la historia. Vamos, ¿Cómo no iba a darle un final?
Atsushi ríe incómodo. Ya ni se molesta en entender esas cosas raras que Dazai suelta de vez en cuando, en definitiva eso no va a tratar de descifrarlo. Pero su actitud de autosuficiencia cambió al instante, al mismo tiempo que su sonrisa se suavizó, la mirada se volvió seria y los largo pies comenzaron a caminar en su dirección, reduciendo lo último de distancia.
—No obstante, esa historia ya terminó. Ahora toca cumplir tu verdadero deseo
Dazai se detuvo a unos pasos. Extendió la mano hacia él a modo de invitación.
—¿Te escaparías conmigo?
El jadeo de Atsushi resonó en el pasillo como un eco poderoso, tan vibrante como una orquesta. Sus ojos brillaban de emoción y no pudo evitar pensar que esto era justo lo que buscaba cuando salió en busca de Dazai. Una risa alegre escapó de sus labios. ¡El hada se le había adelantado! Bueno, no importaba, porque sin importar quién lo hubiera dicho, solo existía una respuesta posible.
—¡Sí!, lo haré.
Sonrió de oreja a oreja, tan radiante que ni la luna, ni las antorchas, ni el mismísimo sol, si pudiera salir de noche, habrían opacado la alegría inconmensurable que lo desbordaba. Dazai lo miraba igual de feliz, avanzó los últimos pasos que los separaban y lo tomó de la muñeca, esa misma donde Atsushi aún sostenía los infames tacones que lo habían torturado toda la noche. Uno cayó al suelo en el instante en que Dazai lo jaló contra su pecho, rodeándolo de la cintura con su mano libre y mirándolo con unos ojos chocolate brillantes, tan juguetones como intensos. Atsushi supo de inmediato que escapar de ellos sería imposible.
—No puedo prometerte un felices para siempre… pero sí un felices hasta mi último aliento. Quédate conmigo —susurró Dazai, inclinándose hacia él.
Hipnotizado, Atsushi se puso de puntillas y cerró la distancia. Dios… besar a Dazai fue como probar agua fresca. Lo había deseado desde que tomó su decisión en el balcón y ahora no quería dejarlo ir nunca. Dazai parecía pensar lo mismo, porque lo estrechó con más fuerza de la muñeca y la cadera, profundizando el beso con hambre y premura.
No supo cuánto tiempo pasaron así. Lo único claro era que no fue un beso, ni dos, sino muchos, hasta que sus labios se sintieron magullados e hinchados, mientras los de Dazai brillaban, enrojecidos y húmedos. Y, aun en ese estado, Atsushi pensó que jamás lo había visto tan guapo como cuando lo observaba con esa avidez peligrosa, casi incontenible.
—Sabes… todo el asunto del vestido era innecesario —murmuró Atsushi en un reproche tímido, desviando la mirada hacia el tacón olvidado en el suelo. No porque le preocupara perderlo, sino porque la mirada intensa de Dazai lo ponía nervioso.
Dazai se encogió de hombros.
—Fue entretenido… y además, te veías exquisitamente hermoso.
El rubor encendió las mejillas de Atsushi. Ser visto con tanto deseo y, al mismo tiempo, con tanto cariño, le hacía latir el corazón tan fuerte que sentía que podía explotar. Lo único que acató a pensar fue felicitarse a sí mismo por la buena decisión que había tomado al rescatar del río a un aparente vagabundo.
—Y no todo fue un desperdicio —añadió Dazai, con un murmullo bajo y ronco, rozando con sus labios la piel de su cuello en un beso ligero como una caricia de mariposa—. Aunque, si tanto te molesta… podemos quitártelo. Y quizá… aprovechar lo que hay debajo.
Atsushi tragó saliva ante la clara insinuación. Guardó silencio unos segundos bajo la mirada expectante de Dazai hasta que, finalmente, su decisión salió en un hilo de voz tembloroso:
—Llévame a donde quieras. Quiero estar contigo… hasta mi último aliento. — Atsushi, con la expectativa del futuro venidero en puertas, solo pudo reflexionar que tal vez… el destino sí existía, aunque viniera disfrazado de un hada madrina excéntrica.
Y así, ambos desaparecieron en mitad de la noche como si fueran aire, justo a las doce, dejando como única prueba de su paso un solitario tacón de cristal, abandonado en el pasillo.
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El clic del mouse sonó suave en la sala de descanso de la Agencia. Haruno sonrió de oreja a oreja a la pantalla leyendo las notas finales de UnderTheBandages. El último capítulo fue precioso.
—¡Valió tanto la espera! —susurró con emoción contenida, presionando con ansias la caja de comentarios para dejar su opinión sobre el capítulo del fic y la historia en general que tanto la enamoró.
Devoró cada línea. Lloró un poco (como siempre le pasaba con este ship), limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. Adoraba la manera en que este autor narraba siempre el amor entre Mamoru y Yuuto, los protagonistas del anime Perros Callejeros, en cada uno de los diferentes universos que creaban sus historias. Y ahora, gracias a Atsushi-kun, tenía prestados los últimos volúmenes del manga, lo que hacía todo aún más especial ¡porque por fin pudo ponerse al día con uno de sus BL favoritos!
Cuando terminó el comentario, se recostó contra el respaldo, suspirando soñadora.
—De verdad, esta fue una de mis historias favoritas… no sabía que necesitaba una versión con Mamoru y Yuuto de cenicienta—murmuró conmovida.
Justo entonces, un ping le anunció un nuevo correo. Con manos temblorosas abrió la notificación: era un anuncio de UnderTheBandages. Leyó en voz alta, apenas conteniendo un chillido:
"Hace poco tuve una cita con mi lindo novio y me inspiró tanto que decidí escribir un extra +18 para esta historia. Espérenlo muy pronto."
Haruno apretó los labios, intentando no gritar de la emoción, cuando la puerta de la agencia se abrió. Guardó la computadora en un segundo, justo a tiempo para ver entrar a Dazai y Atsushi.
Dazai iba sonriendo de oreja a oreja, guardando el móvil en el bolsillo de su abrigo.
—¿Y esa cara? —preguntó Atsushi, arqueando una ceja con desconfianza.
—Nada, nada… —Dazai agitó una mano, evasivo, con esa sonrisa astuta que parecía brillar más de lo normal—. Solo se me acaba de ocurrir una idea interesante. Gracias, Atsushi-kun.
El muchacho parpadeó, confundido.
— ¿Gracias por que?
Dazai le guiñó un ojo y le robó un beso rápido, aprovechando que la oficina estaba vacía (sin notar a una Haruno escondida en la sala de descanso).—Gracias por la inspiración deliciosa. —susurró cerca de sus labios.
—¿De qué rayos hablas…? —balbuceó Atsushi, encendido como un farol.
Haruno, aún callada en la sala de descanso, presionó una mano contra su pecho para contener la risa. Esos dos tortolitos siempre son así cuando creen que nadie los ve, es adorable. Cuando los pasos de ambos se alejaron, abrió de nuevo su portátil y sonrió con ternura.
—Qué raro… Dazai-san y Mamoru se parecen un poco, ¿no? y el Yuuto-kun de la historia también me recuerda algo a Atsushi, ahora que lo pienso… —murmuró pensativa, y luego negó con la cabeza, descartando el pensamiento. Era ridículo.
Volvió a la pantalla. Allí la esperaba, como siempre, el nombre del autor que tanto admiraba: UnderTheBandages.
No podía esperar a leer ese extra.
Notes:
Notas del capítulo:
La verdad, esto iba a ser un simple one shot +18 pero… pasaron cositas.
Espero que les haya gustado esta versión de Cenicienta… o mejor dicho Atsuciencita. Y como verán… no la escribí yo, sino UnderTheBandages. Todas fueron sus palabras, yo solo fui un medio.
Ya en serio: la idea de Dazai como escritor de fanfics era demasiado atractiva como para no desarrollarla. Atsushi ya es fudanshi en este universo, así que tarde o temprano tenía que convertir a Dazai en ficker.
La cosa es que Dazai empezó a escribir por culpa de Atsushi. Después de descubrir su afición secreta al BL, la curiosidad (y las ganas de conocer más a su novio) lo empujaron a leer también unos cuantos tomos. Incluso convenció a Atsushi para que se los leyera en voz alta… y sí, el pobre lo hizo muerto de vergüenza.
Pues bien, de ahí su imaginación se soltó y… aquí estamos. Así de tanto ama a su tigre: aunque sus lectores vean a los personajes del manga favorito de Atsushi (Mamoru y Yuuto), Dazai —y nosotros— siempre estaremos leyendo en realidad a… bueno, a Dazai y Atsushi. Porque eso es lo que se imagina Dazai cuando escribe.
Sí, básicamente Dazai escribe fanfics de él y su novio ¡y los disfraza de otros personajes! 😂
Oh, y esperen el extra suculento que Dazai escribió. Vale por completo la pena.
Chapter 10: Extra Sabroson.
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La mañana era fresca, con la cantidad justa de nubes en el cielo, las suficientes para que el sol no pegara directo, aunque sin llegar a anunciar lluvia. No hacía calor, lo que volvía el clima perfecto para la multitud que llenaba el mercado. Gente yendo y viniendo entre los puestos, regateando, comprando, gastando sus monedas. Justo lo que Atsushi necesitaba. Por eso le encantaba bajar los domingos al mercado del pequeño pueblo; todo se vendía más rápido.
—¡Gracias por su compra! —exclamó el muchacho tras vender el último paquete de fresas acarameladas que le quedaba—. ¡Vuelva pronto! — Se despidió agitando la mano con entusiasmo de la niña y su madre, que le devolvieron el gesto con una sonrisa.
Observó su puesto con una gran sonrisa. Todo estaba limpio; hasta las reservas se habían agotado, y lo mejor era que apenas es mediodía, ¡fue un día muy productivo!. Y dado que ya no quedaba nada más que vender, podría regresar temprano a casa e invertir el tiempo en algo diferente… o más bien, en alguien.
Rio para sí al imaginarlo.
“Dazai-san se pondrá contento de que regrese temprano.”
—Atsushi-chan terminó temprano hoy también con su mercancía —comentó la señora del puesto de artesanías junto al suyo, una mujer mayor, amable y parlanchina. Atsushi la miró rascándose la mejilla, apenado pero orgulloso.
—Sí, hoy fue un buen día —respondió con una mueca feliz.
—No me extraña —dijo ella, encogiéndose de hombros con tono juguetón—. Tus dulces son deliciosos, querido. Casi parecen mágicos. — Soltó una pequeña risa ante su propio comentario, y Atsushi rio también, nervioso.
“Si supiera que no está tan alejada de la realidad…”
—Supongo que es una forma de decirlo —murmuró, mientras comenzaba a recoger sus cosas. — Hizo un inventario mental de lo que vendió, y fue guardando los utensilios, la caja metálica con las ganancias del día y los ingredientes restantes en su mochila. —Yo solo soy feliz de que a la gente del pueblo le gusten mis creaciones —añadió con sinceridad.
—Eres un artesano de dulces que el pueblo necesitaba. A nosotros nos alegra tenerte.
Atsushi ensanchó la sonrisa. Las personas de aquel lugar eran increíblemente agradables. Llevaba ya varios meses allí y se había adaptado mucho más rápido de lo que creyó posible. Cada vez le resultaba más sencillo acostumbrarse.
—Es una lástima que nos dejes cuando termine el invierno. Te extrañaremos en el mercado —añadió ella con genuina tristeza.
—Quizás nos volvamos a ver —respondió Atsushi con una sonrisa dulce, mientras terminaba de empacar sus cosas. Se había hecho buen amigo de muchos comerciantes del mercado. Algunos de su edad, la mayoría mayores, sin embargo, era consciente de que esta era solo una parada temporal.
—Supongo que sí, pero igual nos hará falta sangre joven y carismática —comentó la mujer mirando a los puestos cercanos, cuyos dueños asintieron de inmediato, uniéndose a la conversación.
Una gota de sudor le resbaló por la frente.
—Bueno, supongo que ya sentarás cabeza cuando tu esposa quede embarazada, Atsushi-kun —bromeó el hombre del puesto de joyas a su izquierda—. Será difícil viajar de ciudad en ciudad con un bebé.
Atsushi sonrió con rigidez. Si supieran que la hermosa mujer alta con la que lo veían pasear no era precisamente una mujer…ni mucho menos humana…, y que solo veían una proyección mágica…
“Entiendo el tema de los prejuicios… pero me siento mal por mentirles.”
—Mi… esposa —carraspeó, buscando palabras—. Ejm… y yo aún no planeamos tener familia, así que…
—¡Ella no se hará más joven, Atsushi-kun! —intervino otra mujer entre risas—. ¡Y tú eres un hombre saludable! Seguro podrías encargarle unos tres o cuatro muchachos que—
—¡D-debo irme! —interrumpió de golpe, el rostro encendido hasta las orejas—. Tengo que comprar algunas cosas para los dulces de mañana.
Recogió el resto de sus cosas con torpeza, intentando ignorar las risas de los demás. La idea de cómo podría haber terminado la frase lo avergonzaba…Porque su mente hiperactiva ya lo traicionaba con recuerdos nada aptos para menores de edad. Recuerdos bastante recientes, tanto en su cabeza como en su cuerpo, aún adolorido de las caderas por culpa de su “linda esposa” la noche anterior.
Salió pitando del mercado, despidiéndose a toda prisa de los demás, quienes le respondieron con risitas cómplices y un animado “hasta mañana”. Ya lejos y más calmado, se llevó una mano al pecho y trató de calmar su corazón acelerado. Sacudió la cabeza de un lado a otro intentando despejar su mente, y se encaminó hacia la tienda donde conseguiría los ingredientes para los caramelos del día siguiente. Necesitaba frutas frescas, miel, azúcar morena y un poco de mantequilla para las mezclas más suaves.
“Y, por supuesto, papel encerado para envolverlos…”
Fue pasando por varios puestos, saludando a quienes lo reconocían. Era una vida tranquila… una que Atsushi nunca creyó llegar a tener: normal, cálida y agradable. Tal como soñó; Lejos de los maltratos y de los constantes recordatorios de su “poca valía” en el orfanato. De cuanto debía estar agradecido por las migajas. ¡Ja! esta vida nueva sí que podía agradecerla sin esfuerzo.
A veces casi se sentía culpable por haber escapado sin despedirse, dejando solo una carta para Lucy, pidiéndole que no se preocupara y prometiendo que volverían a verse. De vez en cuando le enviaba dinero para ella y los más pequeños de las ganancias por la venta de dulces, guardando solo lo justo para los gastos de casa.
Después de todo, Dazai era… bastante vago. Mucho, de hecho.
Así que no trabajaba, y la mayoría de las cosas que necesitaban como ropa, muebles, utensilios e incluso dinero, entre otras nimiedades, las hacía aparecer con magia… o, como él le había explicado, mediante transmutación. Atsushi aún no entendía del todo cómo funcionaba la dichosa técnica, solo captaba que Dazai podía transformar materia en otra cosa distinta con una facilidad pasmosa. Una piedra se volvía una moneda, una hoja de árbol podía ser una cuchara de plata. Transmutar, según Dazai, no era “crear de la nada”, sino “darle un propósito nuevo a algo que ya existía”.
"Algo así como lo que hice contigo al robarte del orfanato, Atsushi-kun". Bromeó con una sonrisa maliciosa la vez que le explicó y con eso, Atsushi había decidido no hacer más preguntas.
No podía culparlo por preferir una viuda fácil: su magia parecía inmensa, casi inagotable. A veces dudaba que Dazai fuera un hada común, pese a que él siempre evadía el comentario desviando la atención con un beso o con alguna caricia que terminaba arrastrando a Atsushi a… bueno, otras actividades. Y aunque no tenían carencias, la verdad, Atsushi prefería aportar algo más a la relación que solo su presencia, por más que Dazai insistiera en que eso es todo lo que necesitaba.
—Supongo que iré conociéndolo más con el tiempo… —murmuró para sí, saliendo de la última tienda y levantando la vista al cielo. Ah, ya quería verlo de nuevo, ojalá estuviera en casa.
Cuando Atsushi salía al pueblo para vender sus dulces (su pasatiempo más reciente) o para mostrar los poemas que había comenzado a escribir y recopilar, Dazai solía desaparecer. “A hacer sus cosas”, decía. Y aunque Atsushi nunca entendía del todo qué significaba, aprendió a no insistir demasiado. A veces llegaba al mercado de la nada con apariencia de mujer frente a los demás, mientras que para sus ojos de dos colores seguía conservando la misma imagen del hombre guapo y desaliñado de siempre; no se transformaba, solo ante él.
De regreso a casa, pasó por el puesto de periódicos. Oh, sería interesante comprar uno, después de todo es bueno mantenerse informado, sobre todo cuando el invierno se acerca y deberán pasar más tiempo bajo resguardo. Debe saber cuáles son las novedades del reino. Así que compró el diario del día y continuó su camino, hasta que sus ojos se abrieron de par en par al leer la primera plana:
—“El príncipe Akutagawa renuncia al trono. Se discute su propuesta de que su hermana Ginebra sea la próxima reina”.
Atsushi leyó en voz alta el titula una y otra vez, para asegurarse que estaba leyendo bien; se detuvo en medio de la calle, inmóvil. Vaya… no lo esperaba; que Akutagawa renunciara, se refiere. Las reacciones del pueblo y de la corte eran variadas y al parecer la noticia era pan caliente, pues no había escuchado ningún rumor al respecto hasta ese momento.
“¿Una filtración?”, pensó, acelerando el paso hacia casa. Sentía que debía compartir la noticia con Dazai y, al mismo tiempo, una sospecha le crecía en el pecho susurrándole que, quizá comprendía la razón detrás de la decisión del príncipe.
Recordó la primera y única noche que compartieron, cómo ambos se impulsaron a conseguir lo que deseaban. Recordó también las palabras de Dazai la primera vez que llegaron a un pueblo lejano, recién escapados, cuando le explicó por qué los demás lo veían como mujer: “la gente es difícil, y cambiar la mentalidad de un pueblo, aún más”. Dos hombres juntos no son bien vistos; menos aún si son de especies distintas. Akutagawa enfrentaba el mismo dilema suyo, solo que el del príncipe además de implicar el género, involucraba la marcada (y complicada) brecha entre clases sociales.
Puede que Akutagawa lo tuviera más difícil que Atsushi por su posición pública, y aún así, al igual que él dio el paso hacia el vacío hace casi dos años y se arriesgó a empezar de nuevo junto a Dazai, Akutagawa al parecer decidió por fin hacer lo mismo. Todo para estar con el hombre que ama. O eso piensa Atsushi.
—Espero que, si de verdad decidiste arriesgarte, seas igual de feliz —le deseó al príncipe, donde quiera que estuviera.
Sonrió mirando al cielo, a las pocas nubes teñidas de gris oscuro, como los ojos de aquel hombre: El príncipe que pudo haber sido su alma gemela en otra vida, no obstante que ahora igual que él, estaba junto a la persona que eligió, no la que el destino le había impuesto.
Aceleró el paso hacia su hogar. De repente, sus ganas de ver a Dazai se multiplicaron al triple.
Al regresar a su pequeña cabaña en el bosque, a las afueras de la aldea, el silencio fue quien lo recibió. Dazai no ha regresado, concluyó tan pronto cruzó el umbral y se quitó los zapatos. Apartó de inmediato el desánimo y educó su rostro para borrar el puchero automático que se formó. No era momento de comportarse como un niño necesitado de afecto; por más que quisiera estar junto a Dazai las veinticuatro horas del día, el hada tenía sus cosas que hacer, y Atsushi estaba perfectamente bien con ello. Es más, ¡él también tenía sus propios quehaceres en los cuales ocupar el tiempo! Como los dulces. Sí, los dulces. No tenía por qué estar anhelando a Dazai. Nop, no era necesario.
Desempacó las compras y se dirigió de inmediato a la cocina; el tiempo apremiaba y tenía dulces que preparar. En un dos por tres, la cocina y su pequeño hogar se impregnó del olor azucarado de sus creaciones.
Abrió el libro que Dazai le había obsequiado cuando le propuso encontrar un pasatiempo nuevo, aparte de leer. Ese con recetas de otros pueblos y que, entre sus páginas, incluía dulces de otras razas. Dazai, gracias a muchos sobornos, le había enseñado a leer lo básico y le facilitó algunos ingredientes; el resto Atsushi los conseguía a base de trueques y de su “dulzura persuasiva”, como la llamaba el hada.
—Entonces… debo agregar una cucharada de romero para la esencia —murmuró, ladeando la cabeza con duda.
Tan concentrado estaba en su pequeño experimento que no escuchó la puerta principal abrirse, ni las pisadas sigilosas por el pasillo. Tampoco sintió la presencia ajena entrar a la cocina… hasta que un peso cálido lo tacleó contra el suelo. Un grito ahogado, un “¡Atsushi-kun~!” lleno de júbilo, y el muchacho terminó mirando el techo con un “ugh”, seguido de un golpe seco contra la madera. Dazai lo abrazó con tanta fuerza que parecía temer que se le escapara; hundió el rostro en su cuello y murmuró cosas sin sentido sobre lo mucho que lo había extrañado, lo solito que estuvo todo el día y lo descuidado que lo tenía Atsushi. Entre otras quejas exageradas, claro, como si no lo hubiera visto en semanas.
Atsushi se rio, intentando apartarlo sin éxito tras saludarlo. Dazai lo persiguió con un beso en la mejilla, otro en la frente, otro apenas rozando los labios. Atsushi lo empujó con una mano en el rostro, pero Dazai no cedió, estirando los labios y murmurando un largo “bésame, Atsushiii-kuuunn~”, que sonó gracioso por la forma en que su voz se ahogaba contra la palma de Atsushi.
—Quítate, se va a quemar el caramelo —logró empujarlo fuera de su cuerpo. Dazai se quedó tendido en el suelo, mirándolo mal.
—Mi esposo es un ingrato.
Atsushi resopló al escucharlo. Lo miró de reojo, con un leve sonrojo que le nubló las mejillas. Le encantaba cuando Dazai lo llamaba esposo, aun si no estaban casados de verdad. La palabra le generaba un cosquilleo divertido en el estómago, imposible de disimular y una sonrisa boba se le escapó sin remedio. Fingió ignorar la presencia de Dazai un rato, haciendo oídos sordos a sus llamados “tentadores” desde el suelo, y a cada “Atsushiiii~” más meloso que el anterior, con esa voz aguda que pretendía sonar sexy (fallando miserablemente en el intento).
Al cabo de un rato sintió unos largos brazos vendados rodearle la cintura y una barbilla apoyarse en su hombro.
—¿Vas a ayudarme? — Soltó una risita baja y le observo de reojo.
—Nah, prefiero solo mirar —se encogió de hombros, a lo que Atsushi negó con la cabeza. Claro, Dazai no iba a ayudar. Ah, pero bien que le gustaba probar los dulces experimentos de Atsushi.
Hablando de eso, le extendió un poco del caramelo en cuanto alcanzó la temperatura justa, ni muy caliente ni muy frío. El hada abrió la boca en un dos por tres y lo probó.
—Un poco demasiado dulce —opinó, arrugando un la nariz—. Tal vez podrías ponerle un toque de…¡Limón o ralladura de naranja!. Así no empalagará tanto a los adultos.
—Anotado —asintió, siguiendo con la lectura mientras fruncía el ceño cada vez que no entendía algún kanji extraño. Le preguntaba a Dazai, y como “pago” debía darle un beso. Por supuesto, el hada se aprovechaba cada vez que podía.
No lo soltó ni un momento. En algún punto, mientras Atsushi amasaba el mochi, comenzó a sentir besos lentos y pequeños en la parte posterior del cuello. Eran besos que recorrían su nuca hacia la derecha y luego regresaban, cortos, pausados… seguidos de un roce leve con los labios, cepillando la piel de forma superficial. Pero fue cuando exhaló un soplo de aire caliente que Atsushi soltó un chillido y giró por encima del hombro, encontrándose con la sonrisa inocente de Dazai.
—…Oye, ¿Qué estás haciendo?— sus vellos de la nuca se erizaron por la acción, al igual que la piel de los brazos se le puso de gallina.
—¿Yo? Nada, nada. Te ayudo como catador de dulces, ¿Qué más? —parpadeó rápido, con esa expresión de falsa ingenuidad que no engañaba a nadie.
Sus actos, sin embargo, lo delataron. Uno de los brazos que lo rodeaban por la cintura, con la mano descansando en su abdomen, comenzó a deslizarse hacia abajo hasta llegar al borde de su cinturón. Con un movimiento hábil, sacó la camisa de dentro del pantalón y se coló bajo ella. Los dedos fríos del hada tocaron su piel y comenzaron a ascender, lentos. Muy lentos. Atsushi tembló, giró el rostro hacia él con el regaño listo en la lengua, aunque su respiración ya empezaba a desordenarse a medida que la mano alcanzaba su pecho.
—D-Dazai-san, necesito terminar esto…
—Oh, está bien, continúa. No me prestes atención.
Sí, claro. Como si fuera tan fácil hacerlo.
Intentó volver a concentrarse en la masa blanca que debía moldear en pequeñas bolitas antes de hornear, pero a la mano que invadía su camisa se unió la otra. Ambas se quedaron quietas sobre su pecho, y Atsushi sintió cómo los pulgares de Dazai rozaban su piel con un vaivén lento, apenas perceptible.
—Dazai-san… —intentó de nuevo, la voz firme quebrándose al final.
—¿Qué ocurre? ¿No entiendes algo del libro? —preguntó el hada con fingida inocencia. Atsushi lo fulminó con la mirada. Sabía perfectamente que se estaba haciendo el tonto, ambos lo sabían.
Mordió su labio inferior cuando las yemas de los dedos rozaron sus botones, tan ligeros como el roce de una pluma. Y sus dientes se clavaron más fuerte cuando esos dedos abandonaron las caricias superficiales para dibujar círculos lentos alrededor de sus pezones; Después, entre el índice y el anular, Dazai atrapó los dos botoncitos rosados que sobresalían cada vez más, duros bajo la tela; los aplasto entre ellos con delicadeza y a Atsushi se le escapó un suspiro largo por la nariz.
—D-Dazai-san —le advirtió una última vez, la voz ya temblaba.
El aludido lo miró divertido, con la barbilla todavía apoyada en su hombro izquierdo. Esta vez, sin embargo, restregaba su mejilla contra su tela como un gato buscando caricias.
—¿Sí? —preguntó como si nada, justo antes de dar un pequeño tirón a sus pezones que le arrancó un jadeo.
La sonrisa angelical se volvió astuta. Atsushi ya ni pretendía no entender lo que su hada buscaba. Dejó las manos quietas sobre la masa y, al volver la vista, lo hizo con una súplica muda más que con un reproche. Dazai, complacido con la reacción, le dio lo que pedía con sus ojos. Sus dedos atraparon los pezones entre el índice y el pulgar, rodándolos con lentitud. Después, su boca se cerró sobre la tela de su hombro, mordiendo justo encima. Atsushi lo sintió igual que si su piel estuviera desnuda, por lo que el temblor que recorrió su cuerpo fue imposible de disimular.
—...Dazai-san… —susurró en un tono bajo, con las mejillas escarlata y la mirada suplicando algo.
—¿Oh? ¿Quieres que me detenga? —preguntó Dazai con aparente desconcierto, mientras sus dientes raspaban y sus dedos seguían jugando con los pequeños botones endurecidos. No, Atsushi no quería que se detuviera. En realidad, por él los dulces podían esperar.
Movió sus manos manchadas de mochi hacia atrás y tomó el rostro de Dazai, girando el suyo en un ángulo incómodo para buscarlo. Poco le importó el estiramiento de su nuca, necesitaba la boca de su amante. Dazai se inclinó para encontrarse con él a medio camino, y las bocas se unieron con hambre. Dos imanes, dos hombres encajando con ferocidad, saboreándose como si llevaran semanas sin probarse.
Dazai apretó el pecho de Atsushi, amasando los músculos firmes mientras lo empujaba hacia atrás, hasta quedar su espalda contra su propio pecho. Se enderezó un poco para profundizar el beso, aprovechando la diferencia de altura, y lo atrajo más, pegándolos a ambos sin romper el contacto. Su lengua rozó el labio inferior de Atsushi, justo donde los dientes habían dejado marca y luego lo chupó. Una succión leve, profunda, que le arrancó un jadeo bajo. Atsushi lo miró con los ojos entrecerrados, anhelante, tan dulce que Dazai sintió el impulso de devorarlo.
Jamás se cansaría de esos soniditos. Eran más dulces que cualquiera de los caramelos que Atsushi había creado en los dos años que llevaban juntos. Desde aquella noche en el palacio, cuando lo escuchó cantar su nombre (con la voz quebrada a causa suya, robándole el aliento, alojado entre sus piernas), Dazai se había vuelto adicto a escucharlo. Y esa adicción, lejos de menguar, crecía cada día.
—Tu boca sabe dulce —murmuró Dazai entre un beso, lamiendo el labio superior de Atsushi—. ¿Comiste un poco del caramelo antes de que llegara? — Presionó su cuerpo contra él, inclinándolos poco a poco con dirección a la mesa donde reposaba la pasta de azúcar que Atsushi había estado preparando.
—Te-tenía… —intentó responder, entrecortado, antes de ser silenciado por la boca de Dazai—. Tenía que comprobar que tuviera sabor a frambuesa… —consiguió decir antes de volver a abrir los labios y recibir la lengua del otro.
El ángulo era incómodo, el cuello le dolía, pero aun así se entregó al beso. Su palmas acabaron planas como soporte sobre la superficie de madera mientras Dazai los bajaba más y más. Cuando ya no pudo mantener la postura, separó sus bocas para respirar, aunque Dazai no se detuvo. Sus manos, antes ocupadas en los pezones, descendieron y se colaron por dentro de la ropa, acariciando los costados y el abdomen, despertando cada nervio de su piel. Atsushi recostó todo el torso sobre la mesa, sin importar los utensilios ni la masa que se le pegaba al rostro; solo sentía esas manos largas y delgadas trazando un mapa ardiente sobre él.
Un gemido bajo le escapó cuando una mano fue al frente para rozar el bulto ya formado en su entrepierna, mientras la otra descendía hasta su trasero. Dazai lo tomó con autoridad, estrujando una de sus nalgas con el mismo movimiento con el que amasaba los mochis. Apretó una vez más antes de deslizar la mano hacia arriba, la palma abierta, subiendo la camisa y acariciando su espalda vertebra por vertebra. A medida que la piel se iba descubriendo, Dazai se inclinó para seguir el camino con besos húmedos, cada vértebra marcada por la tibieza de su boca hasta llegar a los omóplatos, donde la tela quedó enroscada.
La otra mano, entretanto, palmeaba su ingle, sintiendo la erección cada vez más despierta. La presionó y frotó con el talón de la mano, de arriba abajo, con parsimonia insistente.
—¿Y lo conseguiste? —preguntó de pronto, retomando la conversación con supuesta calma—. ¿Lograste darle sabor a frambuesa?
Volvió a bajar por su columna, esta vez más rápido, dejando un rastro mojado de besos con la boca abierta, y al llegar a la última vértebra subió de nuevo con la lengua, lamiendo toda la piel en un trazo largo que le arrancó una exhalación brusca a Atsushi. El sonido se volvió más alto y agudo cuando la mano del frente bajó la cremallera, desabrochó el botón y se coló dentro del pantalón, ropa interior incluida.
—Sí… sí… aunque siento que algo fa-falta… —balbuceó Atsushi, mirando por encima del hombro, con las piernas temblorosas. Apenas podía sostenerse si no fuera por la mesa que lo ayudaba. Su mundo olía a dulce, y no solo por los ingredientes bajo su mejilla: era el aura de Dazai, esa dulzura peligrosa que lo volvía loco.
—¡Felicidades! Debo darte una recompensa entonces, querido —murmuró con una sonrisa traviesa, inclinándose hacia él.
Mordió uno de sus costados a la vez que sacó el miembro erecto de Atsushi al aire y comenzó a bombearlo de arriba a abajo.
—Mhm... —Atsushi dejó escapar un sonido ahogado de deleite. Su respiración se volvió irregular mientras intentaba mantener el equilibrio sobre la mesa.
El pulgar de Dazai pasó por la punta limpiando el líquido transparente que goteaba, antes de acariciar la hendidura. Hizo presión hacia abajo al tiempo que cerró sus dedos alrededor y masajeó la sensible cabeza enrojecida — Dazai… — pronunció Atsushi sin aliento.
—Ah~... suenas divino —susurró Dazai, rozando su piel con los labios, dejando pequeñas marcas juguetonas en su espalda y costados. Alternaba entre besos y leves mordidas, divertido con la idea de que al día siguiente quedarán como recuerdos sobre su piel, al igual que como ya lo hacen las que hay en este momento en sus muslos. Las muestras que le regaló la noche anterior.
Juju, tal vez debería refrescarlos con unos nuevos.
Su mano adquirió más ritmo, masturbando rápido; sentía el miembro temblar en su palma y vio como las caderas de su amante empujaban contra su puño. La respiración de Atsushi se volvió temblorosa. Sus manos buscaron apoyo en la mesa, los dedos aferrándose al borde. La madera crujió bajo su peso y el dulce aroma del mochi los envolvió
—D-Dazai…yo…mhm…Dazai… —logró articular entre jadeos, su voz entrecortada, persiguiendo los bombeos, persiguiendo más fricción.
Dazai rió suavemente, complacido, su tono alto y melódico. Los sonidos que llenaban la cocina eran una mezcla entre respiraciones, movimiento y el roce del ambiente cálido que los rodeaba. Le concedió el capricho y aumentó la velocidad rozando con el pulgar al subir, las venas hinchadas y sobresalientes, antes de bajar de nuevo.
Desde su posición, Dazai solo podía ver la espalda de Atsushi retorciéndose en el mesón, sin embargo no se quejaba; luego podría ver su rostro desmoronarse sobre su pene. Por ahora aprovechó la postura y con su otra mano terminó de bajar el pantalón de Atsushi, el cual cuando estuvo libre de cinturón cayó libre por influencia de la gravedad, amontonado en el suelo. No detuvo sus movimientos en el frente y en cambio los acompaño con suaves caricias en el trasero de Atsushi; observó cómo se arqueaba sobre la mesa, perdido entre la sensación y el tremor de su propio cuerpo.
—Dime algo, Atsushi-kun —susurró de pronto, su voz ronca y deseosa.
Atsushi lo miró apenas por encima del hombro, con la respiración acelerada y las mejillas de un bonito rojo cereza, sin entender del todo la pregunta que vendría.
—¿Hace cuánto no lo hacemos en la cocina? —preguntó al fin con una sonrisa que rozaba lo provocadora.
Atsushi abrió los ojos aturdido.
—E-espera, la comida… —intentó decir, aunque su voz se quebró cuando la mano de Dazai incrementó la velocidad y fuerza de sus bombeos, sacudiendo su longitud de la punta a la base sin tregua. La boca formó una “o” pequeña y sus ojos se cerraron con fuerza aguantando el placer.
Dazai sonrió, satisfecho con su reacción. Se inclinó sobre él, acariciando su piel húmeda con la yema de los dedos de su mano libre; después, bajó y separó las mejillas de sus glúteos mostrando su bonito anillo, todavía sonrosado por las actividades de anoche. De manera experimental lo acarició con el pulgar, de forma superficial. Lo que le ganó un chillido sonoro.
—Déjame…déjame darme una ducha…el sudor del día—
—Nop – interrumpió Dazai.
Empujó la primera falange dentro, de forma tentativa. Aún estaba suave y blando, estirado de tantas veces que lo hicieron hace no más de 24 horas. Sus pompas todavía tenia moretones, sus muslos también. Las marcas, tal como pensó, seguían presentes formando pequeñas constelaciones sobre la piel clara. Se veía exquisito, magullado, delicioso. No, apetitoso era el adjetivo adecuado en este momento.
Si para Dazai las marcas de uñas del chico, que llevaba con orgullo en su espalda, eran su trofeo personal sobre lo bien que lo hizo sentir; pues entonces cada chupetón o mordida en la piel nívea es un testimonio silencioso, su forma de decir “eres mío” sin palabras. Y al verlas, una chispa de hambre se avivó en su pecho, como si arrojaran gasolina sobre un incendio.
— Sigues muy suelto — comentó con deleite, metiendo y sacando su dedo de forma lenta.
—Dazai... — Atsushi se quejó sacudiendo la cabeza de un lado a otro, desesperado. Su cabello se llenó de masa blanca. Vaya, seria difícil sacarla después. — …el aceite… — le recordó en advertencia.
Oh tonto Atsushi, cuando recordara que Dazai tiene su magia.
Sacó la mano y, literalmente, de la nada hizo aparecer un pequeño frasco de aceite intimo en su palma. Era un hechizo de intercambio, uno de los más sencillos que dominaba: bastaba con visualizar el objeto y reemplazar algo de su entorno inmediato. En este caso, una de las tiras de venda de su muñeca cambió de lugar con el tarrito, que ahora brillaba bajo la luz cálida de la cocina.
—¿Feliz? —dijo con una sonrisa pícara—. Ahora podemos continuar.
Como si con esas palabras sellara la intención de no detenerse, dejó a un lado lo que hacía antes y se inclinó hacia adelante, centrando toda su atención en el cuerpo tendido frente a él. El aire se volvió espeso, cargado de una energía electrizante, y el corazón de Atsushi latía tan fuerte que parecía querer escaparse de su pecho.
Detuvo sus atenciones en el miembro de Atsushi antes de que se corriera; el muchacho se quejó alto y claro más Dazai no prestó atención, unto sus dedos con el líquido viscoso, lo frotó entre ellos y regresó a la entrada, donde metió su índice hasta la mitad. El muchacho suspiró, recostó la frente contra la mesa y cerró los ojos adaptándose. El dedo se retiró y casi de inmediato volvió a empujar, creando un compás.
Dentro del chico hurgó sus suaves paredes de arriba a abajo con la misma curiosidad que no se ha agotado desde la primera vez; hizo movimientos circulares y evalúo las expresiones de Atsushi, sus sutiles espasmos, el estremecimiento en sus piernas erguidas, la lucha por sostener la posición doblada. En el momento que considera que está lo suficiente abierto, aplica más líquido en la entrada, y al volver a entrar agrega un segundo dedo.
Es recompensado con un jadeo más libertino de parte de su chico; gutural y casi un gruñido, seguido de un murmullo un poco más tímido, que casi está seguro fue una petición de “Más”. Oh, Dazai está muy dispuesto a darle más. Sin embargo, anoche fue rudo con su gatito, así que hoy merecía un poco de cuidado… un toque de servicialidad.
—¿Se siente bien?— cuestionó, sabiendo la respuesta. Atsushi asintió acompañando el gesto con un maullido gustoso — Lo siento Atsushi-kun, pero necesitaré tus palabras o no estaré seguro. — jugó.
—M-mentiroso —alcanzó a entre respiraciones—. Solo quieres oírme decirlo —. Le fulminó con la mirada, haciendo un puchero remilgoso que a Dazai le pareció adorable. Se inclinó para besarle la mejilla tras soltar una carcajada, sin detener la exploración de sus dedos.
—¿Puedes culpar a un hombre por querer saber si su pareja disfruta de sus atenciones? —preguntó una vez más, haciendo una leve reverencia, una mano en el pecho.
Atsushi se mordió el labio y miró al frente, desviando la vista todo lo posible; tenía la barbilla apoyada en la mesa y el rostro rojo cual tomate antes de susurrar:—Se siente... se siente muy bien —accedió al fin, y algo en el pecho de Dazai se hinchó y se calentó.
Maldita sea, era tan, tan endemoniadamente lindo. Y sexy. Bendita sea la hora que decidió llevarse a este huérfano.
Impulsado por el hambre y la necesidad de hundirse lo más pronto posible en ese cálido agujero, agregó un tercer dedo, derramando al tiempo más aceite en su mano. Atsushi gritó entre dientes, su ojos se abrieron de par en par porque no lo esperaba, y menos que Dazai arremetiera de inmediato entrando y saliendo, entrando y saliendo, como poseso. Hurgando sin tregua el interior de Atsushi hasta que, ¡oh, lo encontró! Ese punto que le hizo doblar hermosamente la espalda, como un arco; los ojos de Atsushi giraron a la parte de atrás de su cabeza y las las uñas se clavaron en la madera.
Un coro de sonidos, propios de un hombre que alcanzó la plena satisfacción, salieron de la garganta del muchacho cuando empujó sin pausa contra el manojo de nervios dentro de su cavidad. Movió los dedos entre sí, como serpientes, los curvo hacia arriba y los sacó casi hasta la punta antes de volverlos a enterrar con fuerza. Atsushi comenzó a mover las caderas hacia atrás persiguiendo la sensación; la mesa vibraba con las sacudidas y su pene goteaba de nuevo, duro, frustrado por no poder terminar antes, y no era el único erguido de forma dolorosa; el suyo estaba llorando dentro de su pantalón, exigiendo ser liberado. ¿Por qué torturarse más?.
Retiró los dedos tan pronto consideró que Atsushi estaba listo y, en menos de un segundo, desabrochó su propio cinturón. Bajó la cremallera y dejó caer el pantalón suelto hasta las rodillas. Tomó una de sus mejillas y la apartó apenas, buscando una vista completa de la entrada que lo llamaba. Rozó la zona con la punta de su miembro, observando por última vez el rostro de Atsushi antes de empujar más allá del anillo de nervios, lento, irrumpiendo con el glande.
No apartó la mirada de su amante; analizó con atención cada gesto: la forma en que sus párpados se apretaban, cómo la mejilla se movía contra la madera intentando contenerse, cómo sus manos se cerraban en puños alrededor de la masa olvidada. La manera en que Atsushi lo recibía poco a poco era una imagen de la que Dazai jamás podría cansarse.
Un suspiro tembloroso escapó de los labios entreabiertos del muchacho a medida que su longitud se hundía más, y más adentro. Cuando por fin tocó fondo, a ras con su pelvis; tanto de la boca de Dazai como de la garganta de Atsushi brotó un sonido de placer compartido.
—Te sientes tan bien… —arrulló Dazai con voz melosa, los nervios crispados al sentir la forma en que Atsushi lo apretaba.
La respuesta de su amante fue esconder el rostro en la mesa, privándolo de la vista. Dazai soltó una risita baja, sin aliento, antes de comenzar a moverse; primero despacio, con calma, y luego marcando un ritmo más rápido, acompasado, chocando sus caderas contra los glúteos redondeados de Atsushi. Maullidos bajos, suspiros y jadeos a medio formar escapaban de los labios rosados cada vez que embestía.
Sonidos de placer, lascivos e indecorosos, que crecían en volumen a medida que él incrementaba la fuerza de sus movimientos. Puso ambas manos a cada lado de las caderas de Atsushi, buscando estabilidad, y lo atrajo hacia sí, empujando con más firmeza. La reacción no se hizo esperar. El cuerpo de Atsushi se estremeció, su espalda se arqueó, los ojos se abrieron y de su boca escapó un gemido alto.
—¡D-Dazai-san!… —jadeó, roto y necesitado.
Dazai repitió el empuje, penetrando con fuerza y ritmo acelerado mientras sus manos apretaban de forma posesiva en las caderas de Atsushi. La mesa crujía, chirriaba por el esfuerzo de sostenerlos a ambos; se deslizó unos centímetros hacia adelante por la intensidad, pero a Dazai no le importó. Siguió entrando y saliendo, golpeando el punto exacto que arrancó más gemidos altos de la boca de Atsushi.
El chico se movía sin saber qué hacer con su cuerpo: si buscar más de aquel placer tormentoso o apartarse para escapar de la sobrecarga. Rasguñaba la madera, apretaba los dientes en un intento inútil de contener el coro indecente con su nombre, hasta que fue demasiado y tuvo que abrir la boca en una gran “O”. Apoyó la barbilla en la mesa, los ojos nublados, perdido en el éxtasis. Dazai disfrutó de esa rendición paulatina, de cómo, en cuanto encontró su punto y comenzó a martillarlo, el muchacho olvidó cualquier recato y simplemente se dejó hacer, se dejó usar.
Dazai se había prometido ser más suave, pero el tono agudo de la voz de Atsushi llamando su nombre, pidiendo más (más rápido, más duro), le hizo difícil cumplirlo.
—Es imposible… tomarlo más despacio contigo — rió sin aliento antes de llevar una mano al cabello plateado. Hundió los dedos entre las hebras, acariciándolas, lo que provocó un gemido alto de Atsushi y un “sí” quebrado. Luego cerró la mano en su melena y tiró hacia atrás, alzando su torso.
En el nuevo ángulo, embistió con más fuerza, manteniendo el agarre en su cintura y adentrándose con olvido en el calor de su chico. La cocina se llenó del eco de los golpes secos, de los jadeos entrecortados y los gritos de Atsushi, rotos, agudos, llenos de necesidad.
—D-Dazai… san, m-más… ¡Más!—su nombre se intercalaba entre súplicas, y Dazai afianzó el agarre en su cabello, doblándolo más, llevándolo a una postura que de seguro le dolería después. No dejó de embestir de forma brusca, llenándolo hasta el fondo.
Los ojos de Atsushi se pusieron en blanco con el tirón; un grito le desgarró la garganta mientras una corriente eléctrica de placer lo envolvía de pies a cabeza. Las lágrimas le perlaban las pestañas, y ya ni siquiera podía cerrar la boca, incapaz de racionalizar cualquier cosa. En automático, su mente solo registraba el vaivén del cuerpo de Dazai, el miembro entrando y saliendo, empujando su próstata, moliéndolo por dentro una y otra y otra vez. La lengua buscó aire, y su mente se hizo papilla. De su solo boca salían sílabas inconexas y frases a medias.
—¿Tan bien, ah? —Dazai se burló entre risas—. Tan bien te sientes que ya ni puedes… mhn… hablar.
—Da-ah… Dah-¡Ah!-Dazai, por favor… —jadeó Atsushi, suplicando.
—¿Por favor? —repitió Dazai, girando las caderas en medio de un empuje antes de deslizar la mano desde su cadera hasta el frente, buscando su miembro—. ¿Por favor - mhm- qué? ...¿Qué me detenga?
Atsushi negó rápido con la cabeza, alterado y asustado; miró hacia atrás con pánico y las lágrimas resbalándole por las mejillas.
—No, no, por favor… ¡ah! Sigue, no pares… —pidió con voz temblorosa. Dazai tiró de su cabello de nuevo, obligándolo a mirar al frente mientras un gemido gutural escapaba de ambos.
—¿No? —preguntó con tono juguetón, fingiendo ingenuidad—. Entonces… ¿Qué estás pidiendo? —finalizó entre respiraciones agitadas.
Al mismo tiempo, cerró su otra mano alrededor de la longitud de Atsushi. Estaba dura, roja, goteando sin pausa contra la madera, y muy, muy caliente. En cuanto Dazai la tomó y comenzó a bombear, Atsushi soltó un chillido mezcla de dolor y placer. Se atragantó con el aire y las lágrimas se multiplicaron.
—No puedo… yo-¡ah!-quiero… mhn… necesito… —balbuceó sin sentido.
—¿Necesitas? —susurró Dazai, empujando el rostro de Atsushi contra la madera y volviendo a la posición anterior. Se inclinó sobre su espalda, embistiéndolo con más rapidez, hasta lo más profundo que su cuerpo le permitía, llenándolo por completo con fuerza.
—Necesito… necesito… —Atsushi no podía articular palabras coherentes. Dazai rio, feliz, casi desquiciado; adoraba llevarlo hasta el límite de la incoherencia.
—Está bien… dije que te recompensaría. Suéltate~ —ordenó, y para remarcarlo aumentó el ritmo de sus embestidas junto con las atenciones de su mano sobre el miembro de Atsushi.
Una mordida en el hombro bastó para que el cuerpo del chico se tensara entero en un estremecimiento brusco. Un segundo después, la mano de Dazai fue bañada por un líquido caliente y espeso, abundante; chorro tras chorro mientras Atsushi se deshacía en su clímax con los ojos entrecerrados, vidriosos y la boca abierta en un grito mudo.
La forma en que Atsushi lo apretó al llegar, como si quisiera retenerlo dentro, arrancó un gemido ronco de Dazai, quien continuó empujando dentro de él a través de su orgasmo, persiguiendo su propio clímax y prolongando el del menor todo lo posible.
—Sí… justo así, sí, Atsushi. Tan bueno, tan bien… —divagó sin sentido en el oído del chico, quien apenas podía responder entre gemidos rotos y sollozos de “no más”, “por favor”, “es demasiado”.
Dazai continuó como un poseso, embistiendo el cuerpo tenso y rendido de Atsushi sobre la mesa hasta sentir el cosquilleo familiar crecer en su abdomen. El nudo fue aumentando, apretando cada fibra de su cuerpo hasta que el calor sofocante del interior del muchacho se volvió demasiado. El cosquilleo estalló y, con un gemido forzado, Dazai se corrió con fuerza dentro de él.
Atsushi soltó otro gemido quebrado, y una pequeña cuerda blanca escapó de su miembro cuando sintió a Dazai llenarlo a fondo. Su cuerpo temblaba; pequeños espasmos y contracciones lo recorrían mientras Dazai aún daba una, dos, tres embestidas más, vaciándose por completo dentro de su chico.
—M-maldita sea… —Dazai murmuró sin aliento cuando terminó, el cuerpo entero electrificado, sudoroso.
Se recargó, exhausto, sobre la espalda de Atsushi, intentando recuperar el aire. El muchacho seguía en su nube postorgásmica, con la mirada perdida y los labios entreabiertos, la piel húmeda de sudor. Dazai rio bajito, satisfecho con el resultado; podía decir que estaba igual de agotado que su pareja. No quería moverse, se sentía tan, tan exquisito seguir dentro de Atsushi.
Lástima que, en cuanto el joven empezó a recuperar la conciencia, se retorció bajo su peso con suavidad…
—La... comida —fue lo primero que susurró, con voz tenue y ronca. Los gritos de placer le habían magullado la garganta y aún respiraba de forma irregular.
Dazai, al registrar sus palabras, no pudo evitar reír. ¿Tuvieron sexo salvaje en la cocina y eso era lo primero en lo que pensaba?. Siguió riendo, acariciando su frente contra los omóplatos de Atsushi con cariño.
—Qué importa, luego conseguiremos más ingredientes.
Atsushi gruñó en respuesta, entre mezquino y de acuerdo. Permanecieron un momento así: Dazai recargado sobre Atsushi, y Atsushi sobre la mesa. El dulce quedó olvidado sobre la superficie de madera; la masa se mezcló con la piel y el sudor. No hay prisa, no hay máscaras. Solo ellos dos, existiendo entre respiraciones irregulares, con la mezcla de azúcar, cariño y deseo fundiéndose en una sola cosa. El hogar entero olía a canela, sexo y amor. Una curiosa combinación.
Eso hasta que el cuerpo comenzó a acalambrarse.
—Mi espalda... —el muchacho se quejó, removiéndose una vez más—. Muévete, no puedo seguir así y me duele el trasero.
—Mmm... cinco minutos más —protestó Dazai con pereza. Atsushi no cedió así que a regañadientes, terminó por acceder, saliendo de él.
Se levantó, no sin antes admirar la vista: al retirarse, un pequeño hilo de su semilla se deslizó del interior del chico. Le encantaba esa imagen; lo hacía sentir posesivo, hambriento. Atsushi, en cambio, frunció el ceño ante la sensación.
—Creo que…me daré una ducha —declaró, enderezándose con dificultad. Tronó los músculos y sobó sus caderas adoloridas antes de quitarse del todo los pantalones y caminar con una leve cojera hacia el baño de su pequeña cabaña.
Dazai lo siguió con la mirada oscurecida. Le encantaría decir que había quedado saciado, pero mentiría. Ese chico... parecía que nunca se saciaba de él. Nunca. Lo quería a toda hora, en todo momento. Física y (dios, qué cursi sonaba) también emocionalmente.
—¡Te acompaño! —anunció con voz cantarina, antes de ir detrás de él sin importarle su desnudez, olvidando ambos pantalones en la cocina.
Sobra decir que la ducha no sirvió de mucho, porque nunca sucedió.
Estaban recostados en la cama, desnudos, descansando después de… varias rondas. No es como si las contaran. Simplemente siguieron, trasladándose del baño a la habitación en cuanto se hizo evidente que esa supuesta ducha para limpiarse no iba a acabar nunca. Continuaron hasta caer exhaustos y ahora, al despertar de nuevo, un nuevo día los saludaba. El sol del amanecer se filtraba perezoso entre las cortinas. Atsushi, con los huesos cansados y los músculos agarrotados, descansaba sobre el pecho de Dazai.
Las vendas del mayor estaban sueltas, las marcas de uñas aún rojas, y alguna que otra mordida (culpa suya) manchaba la piel libre. No es que él estuviera en mejor estado. Suspiró con satisfacción, oscilando entre ese estado perezoso entre el sueño y la vigilia, donde los sentidos flotan bajo el agua, pero el cerebro empieza a reconocer el mundo alrededor.
—Mmm... quiero dormir más —murmuró contra el pecho de su amante, arrastrando las palabras. Pese a que no se lo dijo a nadie en particular, una risita baja le respondió.
—Quedémonos así un rato más... —le propuso Dazai en voz baja. El pecho bajo su mejilla vibró con una resonancia relajante cuando habló.
—No puedo, debo ir a comprar los ingredientes que arruinaste —respondió somnoliento, abriendo los ojos solo para reprocharle con la mirada.
Dazai bufó divertido, sin abrir los suyos. En cambio, alzó una mano y la llevó a su cabeza, acariciando su coronilla, peinando los mechones plateados rebeldes y las puntas que apuntaban en todas direcciones.
—No parecías tener quejas ayer, recostado contra el mesón... tomándome tan bien~ —sonrió pícaro, con los ojos todavía cerrados. Atsushi no necesitaba verlos para saber que brillaban con malicia.
—Cállate —murmuró avergonzado, escondiendo el rostro en su pecho. El rojo de sus mejillas subió un par de tonos cuando escuchó la risa suave de Dazai. Le fue imposible no reír también.
Unos minutos después, con la mente ya alejada del sueño se apartó del cálido abrazo y se recostó a su lado, observándolo. Dazai gruñó descontento cuando Atsushi se movió, pero al sentirlo acomodarse de costado, lo imitó. Quedaron frente a frente, mirándose.
—¿En qué piensas? —preguntó Dazai en voz baja, con los ojos entrecerrados, lánguidos.
—¿No lo sabes ya? —Atsushi sonrió, dulce y juguetón. Dazai bufó, divertido.
—Podría adivinar, pero quiero que me lo digas. No quiero pensar —se quejó tal cual un niño cerrando del todo los ojos, y Atsushi emitió una risita enternecida.
—En que tienes unas pestañas muy largas —confesó, aunque no era del todo cierto. Dazai lo sabía, por eso bufó una vez más.
—¿Y además de eso?
—En que… estoy muy feliz. Feliz de esta nueva vida.
Dazai tarareó, un sonido tranquilo. Se arrastró por el colchón hasta que sus piernas tocaron las de Atsushi; las entrelazó bajo las sábanas y, con una mano en su cadera, lo atrajo hacia sí, eliminando la poca distancia que quedaba.
—Qué cursi eres. Después de casi dos años y aún piensas eso —Atsushi le sacó la lengua con gesto infantil, incluso si Dazai tenía los ojos cerrados… o eso creyó, porque el otro le pellizcó la cintura en respuesta.
—No puedo evitarlo, ¿sabes? —se encogió de hombros y se acurrucó contra Dazai, acercando su rostro al suyo. Puaj, el aliento mañanero era horrible, sobre todo porque olía un poco a sexo… bueno, porque anoche probó a Dazai en una ocasión y no se había lavado. Pero, detalles. —Quizá nunca deje de pensarlo. Lo feliz que estoy… lo feliz que me haces.
Dazai arrugó la nariz, aún con los ojos cerrados.
—Puaj, aliento mañanero —bromeó, sin responder al comentario. Sin embargo, Atsushi no se ofendió; sabía que Dazai era así. Para molestarlo más, sopló su una ráfaga de aire justo sobre su nariz, y Dazai soltó un quejido teatral.
—¡Qué cruel!— Atsushi rió a carcajadas, acomodándose mejor en la almohada. Dazai volvió a su posición y subió una pierna, enroscándola alrededor de Atsushi y dejándolo atrapado.— Solo por eso, ahora no podrás marcharte. Tu castigo será quedarte en esta cama para siempre.
—¡Noooo! —Atsushi fingió pesar, llevando una mano a la frente y conteniendo la risa. Fue inútil, ambos terminaron riendo.
Un momento de silencio se extendió antes de que Atsushi hablara de nuevo.
—Ayer… en el mercado, la gente me comentó sobre nuestra partida —recordó Atsushi a sus compañeros de los puestos, las personas amables. En cada pueblo conocía gente nueva, y este no fue la excepción, la diferencia es que tuvo tiempo de tomarles más cariño.
Afuera, el sol ya bañaba los campos con mayor luz y el canto de las aves mañaneras se filtraba por la ventana.
—Mmm, ¿y qué te dijeron? —preguntó Dazai con voz queda, alzando una mano para jugar con un mechón de su cabello.
—Que nos extrañarán. Que les gustaban mis dulces y que era una lástima que nos fuéramos justo cuando empezaba la temporada de fresas.
Dazai soltó una risa baja.
—Bueno, siempre podremos volver. O robar unas fresas por el camino.
Atsushi sonrió con ternura, aunque en sus ojos se notó la sombra de la despedida. Habían pasado más tiempo allí que en cualquier otro lugar. Cuatro meses de rutinas, de risas compartidas, de tardes tranquilas junto al fuego, o de noches enteras de pasión desenfrenada. Por un momento, había sentido que podrían quedarse. Que tal vez podría ser un hogar, su hogar. El de ambos.
—...Podríamos quedarnos aquí, si quieres —propuso Dazai con voz tenue después de un momento, al percibir el silencio de Atsushi. Abrió uno de sus ojos chocolate y le acarició la mejilla con calma.
Atsushi le sostuvo la mirada, analizando si hablaba en serio. Con Dazai nunca se sabe y hay muchas cosas que no termina de entender o conocer de él. Sin embargo, eso es lo interesante ¿no?. Además, por más que el pueblo y la cabaña se sientan como uno, su verdadero hogar está donde está Dazai. Por eso se inclinó para darle un beso rápido en los labios y luego negó con la cabeza, dándole una sonrisa dulce.
—Nah, sé que te gusta ser un hada errante, andar libre por ahí.
Dazai hizo un puchero exagerado, frunciendo el ceño.
—¿Y tú?
—A mí también me gusta —respondió Atsushi encogiéndose de hombros, dejando escapar una risa ligera—. Quiero conocer el mundo, llevar mis dulces a donde pueda… y, sobre todo, seguirte a donde sea.
Dazai abrió ambos ojos por fin y lo observó, con esa mezcla suya de picardía y afecto
—Eso suena peligrosamente parecido a una promesa de por vida, Atsushi-kun.
—Entonces considerarla una —contestó él, inclinándose para besarlo de nuevo, más despacio y prolongado, con la suavidad de quien encuentra hogar en un par de brazos.
Afuera, el viento agitó las cortinas y más allá, a lo lejos, el pueblo empezó a despertar. El día apenas comenzaba y ellos, una vez más, estaban listos para seguir su propio camino.
Juntos.
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