Chapter Text
"Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios" Mateo 5:9
INTRODUCCIÓN
10 de abril de 1985
BERLIN, ALEMANIA
Esa noche era la última que ella pasaba con 19 años, era 10 de abril cerca de la media noche. Casi nunca se acordaban de su cumpleaños, en realidad nunca. Pero ¿Qué importancia tenía? Ella ni siquiera sabía el cumpleaños de sus compañeras, pero recordaba el suyo. A veces tenía una imagen, alguien alegrándose porque cumplía años, alguien diciéndole "felicidades" felicidades por vivir un año más. Alboroto porque su tiempo de vida aumentaba un año. Un vago pensamiento que se sentía como un sueño lejano, una imposibilidad dentro de su vida. ¿Porqué alguien se alegraría porque ella tiene más años? Pero... no sonaba mal. No le disgustaba la idea. Era curioso.
Entonces por los pasillos hubo un tumulto. Hubo gritos, pasos apresurados que se convertían en pasos que corrían de un lado a otro, sonido de puertas abriéndose y cerrándose, las puertas del dormitorio se abrieron de un golpe. Ella fingió no haber estado despierta, miró a sus ocho compañeras que se despertaban de un brinco tratando de entender que ocurría.
—¡Rápido, señoritas! ¡Arriba!- demandó la señora Ilse con dos aplausos estruendosos. En su rostro se percibió incertidumbre y un atisbo de terror.
Ninguna de las jóvenes cuestionó nada o puso objeción. Se levantaron, se vistieron con el uniforme marrón y obedecieron. Como siempre.
Por los corredores, pasaban los profesores y directivos que iban de un lado a otro con documentos y carpetas en mano. Ninguna de las nueve chicas hizo ninguna pregunta ante el alboroto y el escándalo, se dedicaron a seguir a la señora Ilse por el pasillo una detrás de la otra a paso sincronizado y con la vista al frente, sin expresión, pero sin pasar por alto el pánico que se acrecentaba en el orfanato. Soltaban alaridos como; "¡Se acabó!" "¡Todo fue un fracaso!" "Guárdenlo todo" y otro que contradecía "¡Hay que quemarlo todo, es lo mejor!"
Al doblar la esquina del corredor, Ilse las miró de frente.
—Señoritas, ha ocurrido una desgracia en el orfanato de los varones. No puedo compartirles detalles, sin embargo, les aseguro que no permitiremos que nuestras preciosas creaciones sean para nada. En breve las reuniremos con el resto de sus compañeras. ¿Entendido?
—Sí, señora Ilse.- contestaron las nueve jóvenes al mismo tiempo.
Continuaron caminando hasta llegar a las dos grandes puertas que conducían al auditorio. Del otro lado del pasillo llegaron otras nueve jóvenes guiadas por otra instructora. Ambas mujeres abrieron la puerta y les ordenaron a las jóvenes entrar. Dentro del auditorio había otras quince jovencitas que no voltearon a verlas, solo se quedaron en sus asientos observando al frente con la mirada perdida.
Las recién llegadas tomaron sus asientos en menos de diez segundos sin hacer ningún comentario.
—En un momento les haremos llegar la información pertinente.- dijo una de las instructoras que ya se encontraba adentro. —Saldremos por un instante, con su permiso, señoritas.
Las instructoras abandonaron el auditorio y cerrando la puerta tras ellas dejando la enorme sala en un silencio sepulcral que apenas duró unos segundos.
Rápidamente, entre todas las chicas comenzaron a murmurar y a cuchichear haciéndose preguntas que no tenían respuesta.
—Escuché que Herr Klingemann le dijo a Herr Topfer que hubo una masacre en el 511.- dijo una.
—¿Alguien entró a matar? ¿O fue alguien del mismo kinderheim?
—Creo que alcancé a escuchar que entre todos comenzaron a matarse. Los niños comenzaron a matarse entre sí y luego los profesores...
—¿Y nos meten aquí porque creen que nosotras haremos lo mismo?
Kathryn estaba por decir algo pero la puerta del auditorio las sorprendió y las obligó a guardar silencio de forma abrupta. El director del kinderheim 204 entró con paso firme y con un aura de pánico que lo envolvía. Trató de adoptar una postura de calma y serenidad pero incluso hasta donde Kathryn estaba sentada, podía percibir que el hombre se encontraba temblando.
Carsten Wagner subió al podio y alzando la voz se dirigió a las treinta y tres jóvenes frente a él. Todas entre los quince y los diecisiete años excepto una que acababa de cumplir los diecinueve cuando el reloj marcó la media noche. Todas huérfanas, sin nombre real y sin memorias. Todas dispuestas y entrenadas para seguir órdenes. Eran la creación más bella y sin duda la creación más fuerte.
—Hijas mías...- Comenzó. —Estamos atravesando una crisis. Quizá algunas hayan escuchado rumores, pero voy a despejar dudas. El Kinderheim de sus hermanos en el 511 ha caído. Con certeza aún no sabemos que ha ocurrido, pero entre sus hermanos y los profesores han comenzado una matanza. El caos continúa y aún no tenemos información del director, pero por ahora ustedes son nuestra salvación. Ustedes no han sido corrompidas. Ustedes queridas hijas, son y siempre han sido muchísimo más fuertes que sus compañeros.
Todas escucharon atentamente y sin mostrar ninguna expresión.
—Es por eso, que esta noche y ahora mismo realizaremos la conclusión de su entrenamiento. Esta noche y antes de que salga el Sol ustedes habrán logrado convertirse en la visión del señor Bonaparta. ¿Comprenden?
Hubo más gritos que venían de fuera del auditorio. Ninguna pareció darse cuenta. O más bien, fingieron no hacerlo.
—¡Sí, señor!
Wagner sonrió complacido.
—Irán pasando una por una. Es un entrenamiento muy especial. Cuando vaya diciendo su nombre irán subiendo al escenario y caminarán detrás del telón.
Ninguna puso objeción. Ninguna dijo no. Ninguna se opuso. Pero todas deseaban salir corriendo.
—¡Greta Krause!- exclamó la señora Ilse con una tabla en la mano y con un bolígrafo en la otra.
Una chica de cabello negro como el ébano y de no más de quince años se levantó en silencio y caminó con paso firme hacia el escenario. Todas observaron de reojo a su compañera desaparecer detrás del telón. El auditorio se sumió en un silencio macabro. Incluso el tumulto de afuera del auditorio pareció detenerse, pero nadie hizo ningún comentario.
Los dos minutos que transcurrieron desde que vieron a Greta entrar entre ambas cortinas color vino se convirtieron en diez. Más silencio hasta que un grito desgarrador las tomó por sorpresa a todas. Un grito de dolor, de desesperación que suplicaba por ayuda. Un grito que habría helado la sangre de cualquiera, pero no la de las treinta y dos jóvenes que estaban sentadas. Greta gritaba de suplicio, como si estuvieran torturándola, gritaba por auxilio pero nadie se puso de pie para ayudarla. Gritó los nombres de algunas de sus compañeras, pero ninguna se puso de pie. Gritó hasta que se acostumbraron a escucharla gritar, gritó hasta que los músculos de su garganta se desgarraran impidiéndole pedir ayuda. En menos de tres minutos más, sabían que Greta estaba muerta.
—¡Liesel Meyer!- volvió a exclamar la señora Ilse. Y una joven rubia se levantó y repitió el mismo proceso que su reciente compañera muerta. Y la historia no fue diferente.
Quince chicas más pasaron y todas corrieron la misma suerte. Todas desapareciendo detrás del telón y soltando alaridos de dolor hasta que sus cuerdas bucales se desgarraban. Y jamás se volvía a saber de ellas.
Hasta que llegaron a una joven cuyo destino había sido completamente diferente. Christa Ludwig había caminado por los mismos pasos que sus compañeras pasadas, atravesó las cortinas, transcurrieron tres minutos. Diez minutos después los gritos jamás se escucharon, Christa nunca gritó pidiendo ayuda, en su lugar, la chica salió por su propio pie por dónde había entrado. Todas sus compañeras observaron atentamente a la joven bajar las escaleras del escenario, caminar entre las butacas y tomar asiento de nuevo sin hacer ningún ruido.
Todo había resultado como si nada hubiera pasado. A excepción de que en el rostro de Christa no había un solo rastro de vida. El brillo en sus ojos color avellana se había esfumado, su piel estaba tan pálida como el papel, su rostro estaba carente absoluto de expresión.
La joven se encontraba a unas butacas de distancia de Kathryn y pudo escuchar a una chica susurrarle a Christa.
—¿Estás bien?
Christa volteó suavemente y asintió con un movimiento.
—Sí.- fue lo único que ella se limitó a decir.
Kathryn observó a la señora Ilse escribir algo en la tabla. Y después continuó con la siguiente chica.
Cinco chicas más que corrieron la suerte de Greta y luego dos que salían caminando como Christa.
Entonces fue su turno.
—¡Kathryn Becker!
La mayor de todas se puso de pie y avanzó hacia el escenario. Hizo exactamente lo mismo que sus demás compañeras. Subió las escaleras y después desapareció de la vista de las demás huérfanas.
Kathryn observó el mismo paisaje que las anteriores.
Una mesa de exploración, cuatro sillas alineadas a la derecha y junto a la mesa de exploración una radio con un par de cables conectados, un monitor de signos vitales y un tripié con sueros. Todo iluminado por dos fuertes lamparas quirúrgicas que apuntaban directamente a la mesa.
Junto a la mesa, dos hombres y dos mujeres vestidos enteramente de blanco la observaron detenidamente. En las sillas estaban sentados herr Wagner, herr Klingemann, herr Topfer y frau Klein. Frau Klein fue quien tomó la palabra.
—Pequeña Kathryn. Por favor, recuéstate en la mesa de exploración.- dijo ella con su voz melodiosa. Kathryn obedeció.
Al recostarse, se permitió observar a los científicos que estaban preparando el proceso.
—Te desabrocharé la camisa.- dijo una. Kathryn asintió.
En un par de minutos, Kathryn ya se encontraba canalizada y conectada al monitor, su corazón tenía un ritmo normal. Su respiración también. Todo en ella, biológicamente hablando, se encontraba en perfectas condiciones. Por ello no había problema alguno. Entonces le colocaron un par de auriculares conectados a la radio. Hubo un silencio hasta que comenzó a transmitirse una suave melodía de un violín. Era una melodía que no le causaba malestar. Le gustaba.
—Siempre recomiendan a los bebés escuchar a Mozart. Dicen que eso les ayudará académicamente en el futuro.- dijo una doctora. —Aquí, Mozart no tendrá un papel muy distinto... cierra los ojos y relájate un poco.
La melodía bajó de volumen y entonces una voz comenzó a retumbarle en los oídos y en el cerebro.
"Feliz cumpleaños mi pequeña, Aleska. " Dijo una mujer. "Te he preparado tu comida favorita." Dijo un hombre. Entonces las voces comenzaron a tomar rostro, un hombre de cabello rubio y una mujer de cabello color cobre le sonreían de una forma que generaron algo en ella, algo extraño pero no desagradable. La hacían feliz. De alguna forma supo que ellos eran sus padres.
La felicidad se esfumó, cuando pudo ver la sangre saliendo en un río de la cabeza del hombre, cuando vio a la mujer vomitar y ahogarse en su propia sangre cuando vio los ojos volverse perdidos y vacíos de vida. No estaba feliz con lo que tenía al frente, comenzó a sentir ira, comenzó a sentir furia borboteando en su estómago, sin saber sus uñas se enterraron en sus palmas... Quería hacer algo para ayudarlos pero no podía...
Luego una tercera voz llegó.
"No puedes hacer nada por ellos." "No tienes porque sentir ira o enojo." "Ellos ya están muertos." "No tienes porque sentir algo." "No sientas"
"No debes sentir."
Esa voz parecía estar diciendo estupideces pero pronto sus palabras comenzaban a cobrar sentido. ¿Porqué sentir enojo? Ellos ya estaban muertos. ¿Qué ganaba permitiéndose sentir algo? ¿No acaso lo importante era seguir adelante? Nada importaba.
"No sientas. Eso te desviará de tu verdadera meta." Le decían. ¿Y cuál era su meta? "Tu meta es obedecer y proteger." ¿Obedecer y proteger a quién? "A quien tu Instinto te lo indique. A quien nosotros te lo indiquemos."
El ritmo cardiaco de Kathryn alcanzó los 120 bpm, en otro contexto sería un asunto de pánico y de acción inmediata. Pero todos en el lugar estaban realmente complacidos de ver tales signos en la joven. Su presión arterial alcanzó niveles atemorizantes, su respiración era rápida. Todo en ella estaba en la cima de lo más anormal en un ser humano. Abrió los ojos y sus pupilas dilatadas dieron aviso que todo seguía como debía.
—Sabía que ella sería un gran elemento desde que la vimos por primera vez.- la voz de Herr Topfer dijo con una sonrisa.
—Sin duda, el usuario de este Instinto será alguien con mucha suerte.- comentó Frau Klein.
—El señor Bonaparta estará complacido de saber que sus Rosas cumplen con sus expectativas.
Pronto, Kathryn Becker estaba siendo despojada de toda capacidad de sentir cualquier emoción. Estaba siendo reprogramada cual robot. Estaban profanando su cerebro por milésima vez en diez años, más sin embargo, esta vez era diferente. No solo estaban arrebatándole algo, estaban implantando algo en su cerebro. Le estaban profanando el alma, quitándole lo más preciado que alguna persona puede poseer; la humanidad. Y al mismo tiempo, estaban dándole una nueva misión. Dándole una nueva forma de vivir.
—Estás haciendo un trabajo excepcional, pequeña Kathryn.
"Olvidar"
Y eso hizo. Olvidó todo rastro de su pasado que alguna vez pudo albergar en los más recónditos lugares de su memoria. ¿Alguna vez tuvo padres? No lo sabía. Probablemente no. ¿Cuál era su nombre? Nunca tuvo uno. Más el que ellos le habían dado. "Kathryn". Poco a poco, comenzó a olvidarlo absolutamente todo hasta que solo quedaron cenizas de lo que fue una hija con padres. Un cascaron que podría ser llenado con cualquier cosa.
—Ahora es una Rosa completa.
Eran aproximadamente las seis de la mañana, los rayos del Sol estaban comenzando a iluminar ese lado de la Tierra, hacía frío, el olor del rocío matutino era exquisito, pero eso no lo sabían. Eran las seis de la mañana y Herr Wagner estaba en lo correcto, para cuando el Sol comenzó a salir, el proyecto estaba concluido y solo diez de treinta y tres fueron capaces de ver la luz del Sol de nuevo. Con una vida nueva. Renacidas, renovadas, listas y fuertes para cualquier cosa.
Notes:
HELLO/HOLA
Bienvenidos y muchísimas gracias de antemano por estar aquí presentes y leer mi historia significa muchísimo para mi y espero que disfruten de la historia tanto como yo escribirla <3.
Antes que nada quiero dejar en claro que los acontecimientos de este fic no tienen en su mayoría mucha relación con los eventos canónicos de Monster es una historia completamente aparte y solo incluyendo acontecimientos que salieron de mi pura imaginación, segundo es que por la naturaleza del fanfic habrá personajes originales y tercero y no menos importante algunas veces los personajes canónicos estarán un poco OOC tratare que no.Anyway espero que disfruten esta historia y que la pasen muy bien leyéndola. <3
Chapter 2: A donde los fugitivos van
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PRAGA, REPÚBLICA CHECA 1997
El camino sin rumbo no le molestaba en lo absoluto, pero estaba tan acostumbrada a recibir órdenes que poco a poco comenzaba a sentirse perdida de nuevo. Estaba acostumbrada a recibir una llamada a media noche donde le decían lo que debía hacer. Pero de eso hacía tantos años.
—Señorita, ¿Puedo ofrecerle algo más de nuestro menú?
Kathryn bajó el periódico de un respingo y miró a la mesera cuyas líneas de expresión daban lugar a una sonrisa cálida. Miró su plato casi vacío del desayuno y dando una rápida mirada a la taza de café asintió devolviendo la sonrisa.
—Otro café estaría bien, gracias.
La joven tomó el periódico de nuevo con monotonía pasando las páginas, casi ignorando la sección policial para ir de lleno a los crucigramas, pero la conversación detrás de ella resultó interesante. Dos hombres tomando café discutían un tema que no le era del todo desconocido.
—Es obvio que es él.- Dijo uno, de aparentes cincuenta años, casi calvo. —Los médicos siempre tienen madera de asesinos. Piénsalo bien, saben donde y como atacar para que la muerte sea efectiva y que además parezca un accidente...
—Creo que lees demasiadas novelas, Walter. Estás fantaseando mucho. Era un médico realmente respetado y amado por sus pacientes, incluso formaron una barricada para evitar que la policía llegara a él. ¿Qué clase de asesino sería tan querido de esa manera?
—La personalidad múltiple existe, Hugo.
—Sea como sea, nosotros no somos nadie para determinar si un hombre es culpable de asesinato no. Solo somos guardias de seguridad. No somos abogados, ni detectives, encontrar a Tenma y cuestionarlo, es trabajo del gobierno y la policía Alemana después de todo.
—Pues sea como sea, si me lo encuentro en la calle no dudaré en llamar a emergencias.
Kathryn escuchó atentamente deslizando lentamente las páginas de la sección policial y asintiendo suavemente ante la postura del tal Hugo. Su café llegó humeante y con una sonrisa Kathryn vertió tres cucharaditas de azúcar y un chorrito de crema. Había muchos temas a tratar en la sección policial del periódico de esa mañana, y el nombre de ese fugitivo estaba casi al inicio de la sección.
"El neurocirujano japonés Kenzo Tenma, principal sospechoso de asesinato múltiple aún sigue suelto." Decía en letras grandes. Y una fotografía del médico adjunta al título de la noticia. Había visto esa fotografía unas cuantas veces en otros periódicos, de cabello negro y corto, vestía un traje que, a pesar de ser una fotografía, lucía lujoso y caro. La expresión del médico era gentil.
—Yo escuché sobre un hombre japonés que le salvó la vida a un montón de personas cuando ocurrió ese incendio en la biblioteca de la universidad de Munich.- dijo la mujer detrás del mostrador escuchando la conversación de los hombres. —Es un tema muy interesante y curioso. Parece un fantasma que viene y va por Alemania salvando gente... pero esos asesinatos. Sin duda podría hablar de eso por horas. Adoro las historias de crímenes.
—¡Así son los criminales!- Bramó el tal Walter. —Hacen que pienses que son buenas personas y luego ¡Muertos!
Eso Kathryn no lo podía negar. Los ochenta nombres en su cuenta de trabajos realizados podían confirmar la hipótesis de este tipo. Eso quizá podría catalogarlo como ironía.
Pasados unos minutos, y cuando su café se terminó, la joven se levantó dejando el dinero y la propina. Cargó su maleta y tomó la gabardina azul y con ella se cubrió del viento de Otoño de la ciudad de Praga. Su cabello cobrizo le estorbó un instante y se tomó un instante para planear sus siguientes pasos. Había una calle a once cuadras donde vivía uno de los peces gordos del 511, Mikhail Petrov. A siete cuadras vivía el hijo del ex director del 204 y hacía poco se enteró que frau Klein había sido vista caminando por las calles del centro. ¿Qué les había dado a estos tipos de abandonar Alemania para migrar a la República Checa?
Sacó un mapa de la ciudad de Praga y con un plumón hizo sus pertinentes anotaciones. Detrás de ella, ambos hombres del restaurante—en especial Walter— la miraban como tigres acechando una presa. Kathryn ya los había percibido desde que salieron del restaurante pero fingió demencia.
—Hacía mucho que no me encontraba una turista tan guapa.- le dijo Walter. Kathryn siguió con sus asuntos. El hombre se acercó y Kathryn se preparó. —¿Necesitas algún guía de turista, preciosa?
—Ya estuvo, Walt, déjala tranquila.- dijo Hugo.
—¿Qué tiene? Solo estoy siendo acogedor.
—¡Vaya!- exclamó Kathryn con una sonrisa y se las arregló para fingirse un sonrojo. —No sabía que los hombres en Praga fueran tan acogedores y solidarios con los turistas. Les agradezco caballeros, pero ya tengo un camino fijo. Con permiso.
Y dándose la vuelta caminó con calma. Naturalmente sin ignorar el hecho de que, como muchas otras veces, la habían comenzado a seguir. Hugo se dio la vuelta pero Walter había empezado a caminar en su dirección. ¿Esta era la clase de personas que contrataban como guardias de seguridad? Que decepcionante. Aunque no estaba sorprendida.
Fingió no darse cuenta de que la estaba siguiendo, se detuvo dos tiendas y fingió observar los aparadores, caminó sin abandonar su rumbo pero teniendo en cuenta que debía encargarse del asunto que le pisaba los talones. Hizo un inventario mental de lo que traía en la maleta, necesitaba comprar una bolsa de basura grande. Calculó el tamaño y se detuvo para comprar un par de paquetes con bolsas negras. Extrajo una bonita bufanda color lavanda de su maleta la estiró, apretó y pensó.
—No... esta estuvo realmente cara. Y además sería un desperdicio.
Analizó las tiendas que había adyacentes y había un mar de posibilidades. Se decidió por una tienda de segunda mano. Entró y compró un cinturón de material barato. Al salir de la tienda, de reojo pudo observar que el tipo estaba parado a unos treinta metros. Pobre infeliz.
Siguió con su camino para luego doblar en una calle estrecha y oscura. Se dedicó a esperar y a decidir si matarlo o solo dejarlo muy mal herido. Ya vería.
Sin saberlo, Walter, entró en la boca del lobo. Cuando giró en aquel callejón oscuro, al ver los ojos verdes de la mujer creyó haber ganado. Le sonrió con lascivia.
—Sí que eres una criatura escurridiza ¿No? - dijo el sujeto pero Kathryn no respondió, dejó que el hombre se acercara lo suficiente. Un paso. Dos pasos, menos de cincuenta centímetros de distancia. La mente de Walter estaba comenzando a viajar, una mano se acercaba al cuello de ella. Eso fue lo único que ella necesitó. En cuestión de tamaño él era más grande y robusto, pero ella era más ágil, más fuerte y sin duda más inteligente.
Ni siquiera, fue capaz de reaccionar cuando la pelirroja le tomó el brazo con una fuerza impresionante, lo giró completamente hasta que pudo sentir los huesos tronando bajo la piel. Soltó un alarido de dolor que fue silenciado al instante por un cinturón que le amordazó. Calló de rodillas al suelo cuando sintió más golpes en puntos de su cuerpo que ni siquiera sabía que existían. En el movimiento, Kathryn decidió que no iba a matarlo y se reservó las bolsas para otro momento. Tomó un trapo hediondo que consiguió de la basura y le cubrió los ojos después paso ambos brazos detrás de la espalda del hombre e hizo la suficiente fuerza como para romperle los huesos pero midió cuidadosamente la presión para solo ocasionar una dislocación.
El hombre terminó con un brazo dislocado, ambas piernas con esguinces, una costilla rota, un ojo morado y la fuerza del cinturón en su boca le estaba aflojando los dientes. No podía ni siquiera moverse. Estaba tan aterrado que sus pantalones estaban mojados.
—¿Enserio acabas de orinarte? Que curiosos son los hombres que se creen con el derecho de acosar a una mujer. La próxima vez ten más cuidado, puede que la siguiente no tenga tanta piedad como yo.
—Es motivo de alegría ver que sabes usar tu talento.
Kathryn respingó y observó una figura al otro lado del callejón. Una figura femenina y estilizada. Era una voz realmente familiar.
—¿Quién es?
Una mujer de traje de cabellos blancos por la edad, líneas de expresión y un rostro que ella conocía bien, salió a la luz con una sonrisa complacida.
—Me alegra saber que sigues siendo tan talentosa y fuerte como hace tantos años, pequeña Kathryn.
—Frau Eda Klein...
—Ven. Deja a ese pedazo de basura en donde pertenece.- le dijo dando la vuelta y caminando con la elegancia y el porte de un cisne. Kathryn no dudó en seguir su paso abandonando un hombre asustado y con los pantalones mojados.
Klein se acomodó el traje guinda mientras caminaba por la calle, Becker se limitó a observarla y a esperar el momento correcto para comenzar el interrogatorio por el que había llegado a Praga. Antes su cabello era rubio y brillante, ahora estaba canoso pero conservaba el brillo. El rostro de la mujer no había perdido la mirada calculadora y audaz de un zorro o un tigre. No aparentaba ser, ni era, una ingenua y débil mujer de la tercera edad.
—La última vez que te vi tenías diecinueve, han pasado muchos años. Incluso eres más alta que yo...- señaló la mujer y luego miró su rostro. —Tu belleza no ha hecho más que aumentar, me alegro.
Tal comentario envió una oleada de ira por el torrente sanguíneo de Kathryn. Pero su rostro no dio paso a que se notara.
—Podría preguntar la razón por la que estás en las calles de Praga, pero me temo que esa es una pregunta tonta.
—Si sabe a qué he venido, ¿me dará lo que necesito?
Klein no contestó y Kathryn sintió que el tiempo se le acababa.
—Frau Klein... ¿me dirá lo que necesito saber?
—Me temo, querida Kathryn, que esa es información que yo no tengo. Hace aproximadamente ocho años que he abandonado mis labores en Alemania. Acompáñame a hacer unas compras.- y sin tener más opciones, Becker continuo siguiendo el paso de la dama.
Ella sabía que había un cincuenta por ciento de mentira en las palabras de Eda Klein. Si bien ella había abandonado el proyecto efectivamente ocho años antes, la posibilidad de que ella se hubiera deslindado de toda comunicación e información proveniente de todo aquello relacionado con el Kinderheim 204, era realmente baja. Becker desconocía a lo que se dedicaba ahora esta mujer, pero la ropa que llevaba puesta, era de excelente calidad, por lo que era un trabajo muy bien remunerado.
Necesitaba exprimir toda la información que Klein tuviera, para luego hacer lo mismo con Petrov y con el hijo de Wagner.
—¿Qué tal tu estancia en Francia?
Kathryn tragó con dificultad y apretó los dientes.
—Provechosa, Frau Klein.
—Me alegro.
Llegaron a una tienda de frutas y verduras, la mujer entró y se vio maravillada con la variedad. Compró las más brillantes, grandes y que lucían más jugosas. Parecía una mujer tan normal que disfrutaba de olores y colores como cualquier anciana de su edad. Kathryn la observó sonriéndole con amabilidad a la vendedora, la analizó y casi le pareció imposible creer que se trataba de la misma mujer que estuvo presente cada vez que la torturaron de niña, que la manipuló y que fue una de los que le robaron el nombre... entre otras más cosas.
En su momento fue una psiquiatra de élite que participó en la tortura de niñas pequeñas y ahora era una simple anciana que compraba verduras. Pero era una anciana que tenía información que tenía el valor de un diamante en bruto para ella.
Becker tomó las compras de la mujer y siguió tras ella. Como una guardaespaldas...
—Mi casa está a un par de cuadras, puedes quedarte a comer si quieres.
Sería una opción, sería una buena idea para interrogarla y obtener lo que quería... pero lo cierto era que Kathryn no tenía intenciones de compartir la mesa con Klein. De hecho, ya quería retirarse de su presencia. Por lo que declinó la invitación y se limitó a escoltar a la mujer a su casa. Con saber dónde se encontraba y que podría frecuentarla después, le era suficiente. Había decidido que comenzaría a observarla y a cuestionarla desde ángulos diferentes y al mismo tiempo buscaría al resto de los involucrados que ella llevaba meses investigando.
—¿Tienes donde quedarte? Tengo entendido que no tiene mucho que regresaste de Francia.- le dijo Klein abriendo a puerta de su casa.
—Estoy en un hotel, Frau Klein. Pero estoy bien.
—¿En qué hotel?
—Por mi seguridad me temo que no le diré, señora.- contestó Becker con una suave sonrisa. Eda Klein sonrió complacida y soltó también una risita suave.
—Excelente. Era una prueba. Estoy orgullosa que continúes siendo tan profesional como siempre. Te veo después, pequeña Kathryn.- Eda le sonrió por última vez antes de cerrar la puerta dejando a Kathryn con una sensación curiosa en el pecho.
Cuando Becker planeo como sería su reacción al ver a sus antiguos tutores creyó que sucumbiría a la ira o al enojo pero, ella simplemente no experimentó nada de eso. Solo un vacío en el estómago. Una ausencia de sentimiento a la que estaba tan acostumbrada. No sintió enojo, ni nostalgia y mucho menos alegría. Como siempre, Kathryn se encontró libre de cualquier sentimiento. No sintió absolutamente nada. Pero como le hubiera encantado poder reaccionar como una persona normal.
Continuó caminando para encaminarse al hogar de Mikhail Petrov, pensó en el hombre que había dejado en el basurero, probablemente ya habían llegado sus compañeros a auxiliarlo. Quizá debería andar con más cuidado.
Entonces llegó al cruce, los carros pasaban y ella tuvo que detenerse junto con otros transeúntes. Y al levantar la mirada, por un instante necesitó procesar y agudizar la mirada para ver a quien tenía en frente del otro lado de la calle. Imposible.
Ese rostro lo había visto decenas de veces en los últimos dos años en periódicos, en artículos e incluso en noticieros. En dichas fotos siempre se le había visto con el cabello corto, con trajes elegantes y con una sonrisa... El hombre que estaba a unos metros de distancia era todo lo opuesto. Ella casi dudó, quizá se equivocaba. Pero Kathryn Becker estaba diseñada para reconocer a cualquier persona. A pesar del cabello negro y largo, a pesar de la vestimenta sencilla y el rostro ausente de energía. Ella sabía que era Kenzo Tenma.
¿Qué hacía en Praga? ¿Acaso no sabía que aquí también había corrido la noticia de su persecución?
Se le había visto en muchas partes de Alemania y ahora estaba en la República Checa... ¿Porqué?
La luz se puso en rojo y el momento de cruzar la calle llegó.
Avanzó fijando sutilmente su mirada en el fugitivo de la policía Alemana. Ella se dio cuenta que nadie lo reconoció, nadie se paró a analizarlo. Nadie. Ninguna persona lo reconoció porque el hombre de los periódicos era completamente diferente al que estaba caminando por las calles de Praga. Nadie lo identificaba y el médico lo sabía. A excepción de una graduada del Kinderheim 204 que tenía una fenomenal habilidad para reconocer rostros.
Cuando ella llegó al otro lado de la calle se giró y observó al hombre seguir con su camino y doblar la esquina siguiente. Muchas preguntas siguieron golpeando su mente. Si alguien lo identificaba y lo delataba con la policía, estaría acabado. Pero quizá eso ya lo sabía y aún así se estaba arriesgando... ¿Tan grande era su necesidad de estar en Praga?
Y de nuevo ¿Qué hacía aquí?
Ella continuó su camino hacia el área donde vivía Petrov. Siguió avanzando un poco más cuando se tuvo que detener en seco y ocultarse detrás de un teléfono público cuando a unos metros apareció Walter sentado en la parte trasera de una patrulla, con el brazo que ella había dislocado, envuelto en una venda, con el rostro morado e hinchado se había cambiado de ropa y no estaba solo estaba acompañado sus demás compañeros.
—Mierda. Debí matarlo.
No podía seguir avanzando hasta que ellos se retiraran.
—¡¡Esa maldita me asaltó, me robó mis pertenencias y luego me golpeó!!- mintió en una exclamación de furia.
—¡Sigamos buscándola, no pudo haber ido lejos!- exclamó un policía. —Nosotros seguiremos por esta avenida y giraremos en la siguiente calle principal. Ustedes vayan del otro lado. Recuerden. Una mujer pelirroja, de ojos verdes, 1.70 de estatura, complexión delgada, unos treinta años, Alemana o quizá Polaca
Ella esperó hasta que la patrulla avanzara para continuar con su camino aún con cuidado. Entonces se dio cuenta que la patrulla se encaminaba a la misma dirección que Tenma.
«Ma carotte, todos merecemos recibir una mano cuando necesitamos ayuda... la ayuda jamás está de más, en especial a aquellos que están al borde del peligro»
Kathryn corrió y cortó camino por un callejón. Buscó la cabellera negra y cuando la localizó a dos cuadras valoró que hacer. No podía decirle simplemente que la policía estaba cerca porque haría que él desconfiara de ella. De repente el sonido de la sirena a una cuadra le ayudó e hizo click.
Volvió a correr directamente hacia el hombre. Cada vez más cerca y rezó para que no estuviera haciendo demasiada fuerza en el agarre de la maleta que llevaba. 10 metros. 6 metros. 2 metros.
1 metro.
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De todas las cosas que Tenma esperaba que le pasaran en Praga, que le robaran la maleta, no estaba en la lista. Fue demasiado rápido, no tuvo tiempo para reaccionar cuando una mujer de cabello cobrizo le arrebató la maleta de un fuerte tirón y después se echó a correr.
—¡Hey!
Y Tenma no tardó en comenzar a perseguirla.
—¡Te daré el maldito dinero! ¡Pero devuelve la maleta!
La mujer continuó corriendo mirando atrás ocasionalmente, casi como si quisiera corroborar que él la seguía. Tal cosa alertó parcialmente al médico. ¿Se trataría de una trampa? Algo más que un simple robo. Quería pensar que no era así.
La mujer giró en una esquina y él hizo lo mismo.
La gente observaba estática la persecución sin hacer absolutamente nada. Dicha persecución continuó por tres cuadras más hasta que llegaron a un callejón ausente de gente, Tenma se dio cuenta de que la velocidad de la mujer comenzaba a disminuir pero él aceleró.
—¡Espere! ¡Se la devolveré!- exclamó la mujer girándose y extendiendo la maleta hacia él. —Solo aguarde un momento.
Los ojos de Tenma se volvieron fríos y llenos de molestia. Extendió una mano a su costado, preparándose para sacar el arma. En eso, la patrulla pasó del otro lado de la calle con rapidez. Sin darse cuenta que ahí estaban un fugitivo y una mujer que había atacado un guardia de seguridad. Suavemente la expresión de Tenma cambió sin abandonar la reticencia pero la mujer le sonrió.
—Será mejor que tome un camino contrario o podría encontrarse más policías, Doctor.- dijo ella extendiendo la maleta del médico. Él la tomó suavemente sin dejar de observarla con recelo. —No tiene que preocuparse. Pero debería andar con más cuidado, los periódicos de Praga hablan mucho de usted. De hecho, hablan de usted en muchos lugares.
—Sabes quien soy.- dijo él a modo de afirmación.
—Sí, me costó identificarlo por su cabello largo pero no me equivoqué. Usted es el Doctor Kenzo Tenma, considerado una eminencia médica, un genio de la neurocirugía pero ahora es un fugitivo de la policía Alemana. Lo tienen como principal sospechoso de diversos asesinatos en serie por todo el país, comenzando por los médicos superiores a su cargo en el Memorial en Dusseldorf en 1986. Y en 1995 usted le dijo a la policía que tales asesinatos habían sido cometidos por el niño que usted había operado en el 86, pero ahora era un joven adulto. La policía no le creyó y ahora usted es el principal sospechoso de esos asesinatos más otros que han ocurrido por toda Alemania, aunque... Usted es completamente inocente de todos los cargos... de seguro omití muchas partes pero ¿Me equivoco?.- La mujer enumeró. —Sin embargo, reitero, debe cuidarse más. Mucha gente podría identificarlo también y no tendrán intenciones para ayudarlo sino de llamar a emergencias. ¿A dónde se dirige? Conozco a medias la ciudad pero hay muchas calles vacías y rutas alternas que podría tomar, lo encamino.
Tenma se sentía abrumado. A penas entendía lo que acababa de ocurrir. Esta mujer le había salvado el pellejo de la policía checa y para hacerlo había fingido robarle la maleta. Conocía perfectamente su caso y ahora estaba ofreciéndole ayuda para andar por Praga... era la segunda vez en la semana que un extraño le ofrecía ayuda de forma tan misteriosa. Le era imposible no sentir recelo.
—No tiene que desconfiar de mí, Doctor.- ella le dijo como si hubiera leído su mente.
—¿Porqué...? Yo no comprendo.
La mujer guardó silencio por unos segundos. "¿Porqué?"
—Porque yo le creo, Doctor. Yo estoy segura que usted no ha matado a nadie.
Aquella ultima oración hizo que Tenma se sintiera enfermo. Experimentó un hormigueo en la punta de sus dedos sintiéndose completamente desarmado, expuesto... imágenes de lo que había ocurrido en Múnich le enviaron un escalofrío. El momento que sus manos habían dejado de temblar fue segundos después de que había tirado del gatillo. No una, sino dos veces.
La mujer que tenía enfrente estaba segura que él no había matado a nadie. Pero él estaba casi convencido de lo contrario. Y tener tal pensamiento vagando por su conciencia y su memoria le generaban náuseas. Entonces recordó la conversación que había tenido con aquel hombre del tren, Grimmer. "Todos tenemos pecados" él le había dicho. Y era cierto. Pero Tenma no quería permitirse tener la carga de esa falta hacía sí mismo sobre sus hombros. Pero no tenía otra opción.
—¿Y bien?- ella le dijo acomodándose su propia maleta en el hombro. —¿Hacia dónde se dirige?
———————
—Por cierto, no me he presentado. Soy Kathryn Becker, Doctor.- se giró con una sonrisa.
Él hizo una suave inclinación con la cabeza con una casi imperceptible sonrisa.
Con el transcurso del rato Tenma se sentía menos tenso aunque jamás abandonó el sexto sentido que había desarrollado los últimos dos años y le había ayudado a escapar y defenderse tantas veces. Jamás se deshizo de la precaución y el recelo que le generaba aquella situación, pero se limitó a seguir a la chica que lo guiaba... Y que también hablaba hasta por los codos.
—...Y así fue cómo sobreviví después de ser atropellada dos veces sin ningún hueso roto...
—¿Eh?
Ella soltó una carcajada.
—Solo quería asegurarme que usted estaba presente.
—Lo estoy... es solo que...- desvió la mirada avergonzado. —Lo lamento mucho, usualmente no me comporto así.
Ella se detuvo y giró completamente y lo miró sin borrar su sonrisa.
—Doctor, usted no debe darme explicaciones de nada. Imagino las cosas que ha tenido que pasar. Y ahora usted está confiando en una desconocida. No es de extrañar, yo me comportaría igual. Pero le repito que no debe desconfiar de mi. Si quisiera robarle, lastimarlo o cualquier otra cosa, créame que ya lo habría hecho.
No supo explicar la razón, pero aquella ultima oración envió una oleada de escalofríos por la espalda del médico. ¿Qué demonios significaba eso? ¿Quién era esta mujer tan peculiar? Algo en ella era singular, había un aspecto de su esencia y comportamiento, en su ser y su energía que le hacía pensar en Grimmer. Un rasgo de la personalidad que llevaba a penas una media hora de conocer era tan similar a la de Grimmer. ¿Porqué? ¿Porqué le era tan sencillo asociarlos?
Becker lo llevó por calles y callejones oscuros, le mostró bifurcaciones y atajos. Le enseñó como ir de zona a otra recorriendo la menor distancia. Tenma lo memorizó todo sin problema, para él era muy sencillo añadir métodos a su propia manera de moverse.
—¿Cuál era el nombre del local que usted busca?
—"Las tres ranas" - él respondió y Becker se detuvo, su boca se secó y creyó que Tenma no se había percatado del cambio de su semblante.
Pero se equivocó. Tenma era alguien que había aprendido a observarlo todo.
—No perdemos nada con preguntarle a alguien de por aquí.- ella le dijo apresurada con una sonrisa habiendo recuperado su expresión.
—De seguro que sí.
———————
Y eso hicieron, se cruzaron con un par de personas y preguntaron por "las tres ranas" pero nadie había sabido decirles o darles información sobre aquel local. Y para este punto, Tenma había puesto casi su entera y completa atención en la mujer que lo estaba guiando. La había visto tensarse, estresarse y fingir que todo estaba en orden, pero claramente ese no era el caso. La mención de "las tres ranas" había surtido un efecto en ella, cosa que solo consiguió poner más alerta al azabache. De nuevo esa inquietante corazonada y sensación le hacía estragos en el pecho.
¿Qué tenía que ver esta mujer con todo este maldito problema? Ciertamente con cada día, mes y año que transcurría nueva información, nuevos datos y nuevos nombres iban saliendo a la superficie, y él se había dado a la tarea de armar ese rompecabezas. Estaba casi seguro que había algo demasiado importante detrás de Becker. Estaba seguro que había información que él necesitaba y debía obtenerla a como diera lugar.
En el otro lado de la moneda, Kathryn estaba en una encrucijada. Y ella sola se había mentido en ella. Aunque quizá no para mal.
"Las tres ranas" era una construcción de tres palabras que ella había escuchado con suma frecuencia en el pasado. No tenía idea de lo que aquello significaba, pero esas tres palabras no habían sido desconocidas para ella. Las había escuchado hacía muchísimos años en la boca del hombre a quien se le había encomendado proteger.
¿Qué tenía que ver este hombre con Petr Câvek? La cabeza le daba vueltas y por más que se devano la mente tratando de encontrar alguna respuesta simplemente no lo lograba entender.
—No te he dado las gracias, por evitar que la policía me encontrara.- Tenma rompió ese silencio en el que ambos se habían puesto a hilar pensamientos. —Te lo agradezco mucho.
—Estoy segura que de haber estado usted en mi lugar, también lo hubiera hecho, Doctor.
El recorrido continuó hasta que se toparon con una mujer que había sabido darles una respuesta diferente a los demás. Respecto a la ubicación de "Las tres ranas"
—Era un antiguo local del lado sur del centro.- ella les dijo. —No estoy muy segura pero tengo entendido que en el 85 se incendió, quizá antes... pero si toman un taxi hacia allá, podrían encontrar gente que les de mejor información que yo.
—Su información ya ha sido de muchísima ayuda, muchas gracias.- Tenma le sonrió cálidamente y la mujer continuó su camino
—¡Vaya! Al menos ya sabe a dónde ir, pero debe tener cuidado también con el taxi, ya sabe, los taxistas a veces son personas oportunistas que si lo reconocen no dudarían en llamar a la policía por alguna recompensa.- lo miro y sonrió.
Él la miró fijamente, Becker pudo sentir como la piel de sus brazos se erizaba ante los ojos ámbar que la escrutaban de forma analítica y tan penetrante, por alguna razón le había sido imposible verlo a los ojos. Se sintió pequeña.
—Tienes información de "las tres ranas."- no fue una pregunta, ni una indagatoria. Fue una certeza, una afirmación y un hecho. —¿Quién eres?
Ella también podría preguntar lo mismo.
—Soy alguien que está buscando respuestas, Doctor. Y me temo que usted también lo hace.
Los ojos verdes se encontraron con los ámbar por primera vez y de forma directa. El sentimiento de precaución y recelo que había invadido a Tenma por todo ese rato que llevaba conociendo a Becker fue calmándose como la marea. Había pedido una explicación pero la respuesta que había recibido, por alguna razón, había sido más que suficiente para él para darse cuenta que no estaba frente a una enemiga, sino frente a una persona que al igual que él, estaba armando su propio rompecabezas.
Aún existían preguntas. Un sinfín de preguntas, pero ahora mismo, la necesidad y el desespero de sacarle toda la información, terminó siendo sosegado.
Becker renunció por esa única ocasión a la regla número uno del código de resguardo y seguridad propia que había aprendido como espía y guardaespaldas durante años: "no revelar jamás tu ubicación"
—Estoy hospedada en el hotel Michelangelo habitación 201...- comentó. —Por ahora no me es posible responder sus preguntas, pero no estaré muy lejos de Praga por estos días.
Tenma levantó las cejas con sorpresa, hizo una inclinación hacia adelante a modo de agradecimiento.
—Yo estoy en el hotel Alcron, habitación 106.
Becker sonrió y le tendió la mano.
—Quizá parezca que no debe confiar en mí. Pero le aseguro, que no tengo intenciones de perjudicar a nadie.
Tenma estrecho la mano de ella y esta vez le sonrió más ampliamente.
—Tengo la sensación de que debo también darte la misma certeza. Puedes confiar en mí... - Después detuvo a un taxi para que lo llevara al barrio del sur. —Que tengas suerte en tu propia investigación, Fraulein Becker.
—Lo mismo digo, Doctor Tenma.
Kathryn vio el taxi avanzar y girar en la esquina. Y no había sido hasta ese momento que ella se dio cuenta lo bien que se sentía estar acompañada de Tenma. No era alguien que hablara mucho, era más que nada, reservado, pero atento. Lo que le transmitía la fotografía de los periódicos no difería mucho de conocerlo en persona. Pero al mismo tiempo también sentía que se trataba de una persona tan distinta. Sin embargo, ella tenía razón. Ese hombre era una buena persona que estaba cargando con el peso de pecados que no había cometido.
A diferencia de ella... que no era capaz de sentir el peso de cosas que sí había hecho. Y mierda... como deseaba ser capaz de eso.
———————
Se enjugó una lágrima que resbaló por su arrugado y elegante rostro por tercera vez. Había tenido que retener sus lágrimas frente a ella y en parte agradeció que declinara su invitación, porque de lo contrario, se habría roto en un mar de llanto que ella no iba a comprender. Giró la cuchara con tranquilidad en el estofado, escuchando la sutil melodía que sonaba en la radio.
Si tan solo hubieran podido tener vidas normales.
Eda Klein estaba arrepentida de muchas cosas. Estaba arrepentida del curso que ella había escogido. De la dirección que había tomado para encaminar su carrera y sus conocimientos. De las cosas que había hecho y las cosas que pudo hacer y no hizo.
Ahora lo entendía. Tarde lo entendió y como se arrepentía.
Una llamada telefónica la despertó de su hilo de pensamiento.
—Eda...- La voz temblorosa de Petrov le habló del otro lado de la línea. —Hay... un hombre. Un hombre...
—¿De qué hablas?
—Un hombre vino y... lo sabe. Sabe quien soy. Parece tener intenciones de saber más sobre eso. Creo que...
—Mi pequeña ha vuelto de Francia.- complementó la mujer interrumpiéndolo. —Escúchame, durante años supimos que un día como este llegaría. Escondernos y esconder lo que le hicimos a esos pobres e indefensos huérfanos no iba a ser para siempre. Nos aprovechamos que no había padres o madres preguntando por sus hijos, nos aprovechamos de su inexistencia y les arrebatamos el espíritu. La factura de nuestros pecados está llegando, han crecido y han vuelto buscando respuestas. Y debemos estar agradecidos que no busquen venganza.
—No estaría tan seguro de eso.- murmuró Petrov.
Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza.
Por más que trataron de corregir sus errores. Por más que trataran de encaminar las cosas.Todo, por su propio peso estaba destinado a caer. Y eso era algo que no podían evitar y algo a lo que lo único que podían atenerse era a resignarse a esperar.
—¿Debería hablar?- ella preguntó después de un silencio.
—No... aún no estamos seguros de qué esperar. Lo único que quiero es mantener a los niños a salvo.
—También yo, Herr Petrov. También yo. Pero también quiero mantener a mi hija a salvo dándole lo que busca.
—Ella no es tu hija y mucho menos te considera como su madre sino todo lo contrario.
—No seas cruel. Por supuesto que lo sé...
De un momento a otro, Klein se sintió inquietantemente observada. Las puertas y ventanas estaban todas cerradas, ninguna ventana dejando pasar la luz del sol de las seis de la tarde. Ninguna puerta dejando entrar el viento otoñal. Una casa completamente hermética para su propia seguridad y aún así. Sentía que había ojos y oídos en las paredes, en los rincones, en las esquinas, en los polvorientos y recónditos lugares de sus muebles. Su mano comenzó a temblar. Y temió.
Temió por su vida.
A la mañana siguiente la sensación había desaparecido casi completamente. Estaba considerablemente más tranquila, con más confianza de salir de su casa. Y debía hacerlo.
Se arregló como todos los días, preparó su café y se alistó para encaminarse a su trabajo.
A pesar de que la intranquilidad aún la asediaba sutilmente, había una corazonada diferente en su sistema. Sabía que la estaban siguiendo pero a diferencia del día anterior no sentía temor. Sabía que la estaban siguiendo pero no reaccionó, le permitió observarla a la distancia porque sabía que eso era lo que se tenía que hacer. Y por un par de segundos casi pudo sentirse incluso a salvo. Y tal pensamiento y certeza que tuvo la hizo sentirse como la más vil de las criaturas.
—Frau Klein, buenos días, ¿Qué tal le sentaron sus vacaciones?
Ella realizó un sutil movimiento. Con la cabeza a modo de respuesta.
—Muy bien, gracias por preguntar.
—De seguro sus niños la extrañaron muchísimo. Enviales un saludo de mi parte y dígales que siempre pueden pasar por la heladería gratis.
—Es usted muy amable, Herr Muller. Se los diré.
Durante su tranquilo caminar saludo a una gran cantidad de personas, que le sonreían con gentileza y calidez, ella respondía con la misma emoción aquellos saludos. Tal comportamiento, conmocionó en gran medida a una cierta pelirroja que iba caminando detrás de ella a unos diez metros.
—Me imagino que querrá hacer como si su vida siempre fue color de rosa, libre de cualquier acto de crueldad. ¿No es así?- Becker dijo para sí misma. —¿Quién sospecharía que usted nunca fue una indefensa mujer? ¿Quién podría sospechar que usted era una prestigiosa psiquiatra que le lavaba el cerebro a niñas pequeñas para un maldito experimento y programa gubernamental?
La siguió por las calles hasta que la vio atravesar una reja de gran altura. Los gritos y risas propios de una escuela le erizaron la piel a Becker.
La vio saludar a los niños y niñas que estaban jugando en el patio, todos sin excepción la recibían con gritos y exclamaciones eufóricas. Se arremolinaron a su alrededor buscando un abrazo suyo, ella les acariciaba la cabeza y extendía ambos brazos hacia ellos sin borrar la sonrisa... como si sintiera afecto por esos infantes y como si esos infantes sintieran afecto por ella. ¿Por qué? Así no era como debían ser las cosas. En la mente de Kathryn, las cosas no debían ser así. Esta mujer a la vista tan amable...No era como ella la recordaba. No era nada similar.
Observó a los pequeños estar aparentemente felices a su alrededor.
—¡Frau Klein, la extrañamos muchísimo!- le decía una niña de once años.
—Hemos estudiado muchísimo para los exámenes finales!- le decía otro.
—Lo más importante es que ustedes aprendan, queridos. Recuerden lo que siempre les he dicho...
—¡Los números en el papel no definen cuánto aprendemos!- exclamaron casi todos al mismo tiempo.
Vio tal escena sin entender lo que tenía enfrente. Mil cosas pasaron por su mente, por enésima vez en esos días, Becker sintió su cabeza dando vueltas en sus suposiciones una y otra vez. Pero no estaba ahí para quedarse con los brazos cruzados.
Se acercó al guardia de seguridad que se encontraba dándole un sorbo a su café humeante. Cuando este la miró sus ojos se ensancharon y un rubor le cubrió los cachetes. Kathryn simplemente esperó que este tipo no fuera como los que se había encontrado el día anterior.
—Disculpe, buen día. ¿Quién es la mujer que acaba de entrar y que las niñas y niños tanto parecen adorar?
—E-Ella es Frau Agatha Klein, es la directora general de la escuela.
—Con que Agatha...- murmuró la pelirroja con una mueca. —Y además directora... no le bastó con ser una de las cabezas del experimento.
—¿Perdone?
—Oh nada.- ella sonrió. —¿Cree que pueda pasar a saludarla? Verá, ella y yo somos viejas conocidas. Era la mejor amiga de mi madre que falleció hace dos años. Y me gustaría saludarla ya que estoy de paso.
El guardia titubeó y casi le dice que no está permitida la entrada a extraños. Pero Becker le dedicó una sonrisa amplia y entonces se vio en la necesidad de acceder.
—Por cierto, será mejor que Frau Klein no se entere que ando por aquí. Es una sorpresa, ella no sabe que ando en Praga y le hará muy feliz verme.
—S-Sí, por supuesto. Adelante.
Y Becker casi pudo sentir ganas de reír.
Notes:
HI! Feli de que Tenma haya aparecido por fin <3
Espero que les haya gustado este capítulo. ^^ Nos leemos la próxima
Chapter Text
Cuando los profesores y profesoras la vieron deambular por los corredores, ella dijo que venía a visitar a la directora, y que tenía cita previa. Dijo ser mamá de un niño de nuevo ingreso y todos le creyeron. Se paseó por los pasillos, observó las aulas, observó a los pequeños de primer grado, todos entre los siete y los ocho años de edad. Todos parecían estar disfrutando su estancia en la escuela. ¿Por qué?
Los profesores, parecían ser amables y eran gentiles con los niños. Y ellos parecían confiar en ellos y tenerles confianza. Algo que nunca había visto con sus propios ojos y que hasta ese momento ella había considerado imposible.
—Supongo que debo reprender a mi secretaria, no me dijo que tenía una cita programada.- Becker depositó su atención en la directora de la escuela primaria que se había sentado a su lado en la banca del pasillo. Ella le sonrió pero Becker no correspondió el gesto.
—Consiguió una vida perfecta.- ella le dijo de forma tajante. —Un trabajo formidable, una casa bonita, ropa elegante, todos aquí la adoran y le tienen respeto. Que vida más acomodada considerando lo que hizo hace tantos años. ¿Puede dormir tranquila por las noches? Probablemente sí, dudo que usted tenga alguna clase de remordimiento.
Eda Klein no respondió ante aquella acusación. Guardó silencio y le permitió a la mujer más joven despotricar en contra suya... porque lo merecía y porque de la boca de Kathryn Becker no salían mentiras. A excepción de aquello último.
—¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que después de todo lo que nos hizo, de todo lo que me hizo, sea capaz de seguir ejerciendo control sobre más niños? ¿Es que acaso usted no conoce el límite? ¿Quiere continuar con este maldito juego motivado por la avaricia?
De nuevo, la anciana no respondió absolutamente nada.
—No le creo nada que usted se haya deslindado de todo el proyecto. Estoy segura que usted resguardó información de los resultados del experimento junto con el señor Mikahil Petrov... o mejor dicho el señor Reinhard Biermann. Eran documentos realmente valiosos... la RDA no se desharía tan fácilmente de la información que le llevó años recabar.
Una vez más, la anciana seguía sin soltar palabra alguna. Y la paciencia de Becker estaba llegando a su fin.
—¡Responda! ¡Diga algo!
La mujer se levantó del banco y comenzó a andar por el pasillo lo suficientemente lento como para que Becker la siguiera. Becker, por su parte, estaba harta de esta situación. Sintió ganas de tomarla del brazo y obligarla a abrir la boca pero ella era demasiado educada para eso... no para con Klein sino para con los niños. No quería hacer una escena con niños presentes.
Antes de decir algo más, el timbre que anunciaba el receso le retumbó en los oídos, y segundos después el alboroto de los infantes saliendo a su descanso del medio día. Verlos sonriendo, carcajeándose, corriendo de un lugar a otro la dejaban en una posición de confusión y de desconcierto. Estaba atónita. Ella en el kinderheim jamás había visto algo como eso, jamás había visto a niños o niñas estar así de felices en el mismo metro cuadrado que Klein. Alegría, afabilidad y Eda Klein eran palabras que a perspectiva de Kathryn no podían coexistir en la misma oración.
—¿Qué clase de experimento está intentando ahora?- masculló Kathryn con rabia. —¿Uno donde los niños puedan ser capaces de fingir ser normales?
—Esa es la única impresión que tienes ahora de mi?
Tal pregunta era una verdadera ofensa para Kathryn. Osaba seguir burlándose de ella. Tenía la audacia de seguir fingiendo que todo estaba bien y que no había nada malo con ella. Era una absurda y cruel ofensa.
—¡Frau Klein!- un par de niñas llegaron corriendo detrás de ellas. Ambas sonrientes y llenas de energía. Kathryn se sentía incapaz de tragarse esa actitud y observó a Klein inclinarse hacia las pequeñas con una sonrisa ancha poniendo su entera atención en ellas. —Va a venir a nuestro partido de baloncesto, ¿verdad? ¡Diga que si! ¡Queremos que usted esté allá!
—Queridas mías, por supuesto que sí, no me lo perdería por nada.- la anciana respondió colocando sus manos en las cabezas de las pequeñas. Ellas sonrieron jubilosas y luego continuaron hacia el patio de juegos con los demás niños. Becker observó la escena aun sin poder creer que lo que veía era real y no era parte de un señuelo u otra forma de experimento. —Jamás estuviste en un ambiente como este...- Klein le dijo sin mirarla. —No sabes que algo como esto es posible y lo entiendo...
—No.- la pelirroja la interrumpió de manera tajante. —Se como luce... se como luce un ambiente puro y libre. Lo he visto con mis propios ojos, pero lejos de aquí. Lejos de todo lo que tenga que ver con el kinderheim... Lejos de usted. Es por eso que no le creo. No le creo nada, Eda Klein.
Kathryn alcanzó a ver en los ojos azules de Klein un destello de dolor... algo que parecía asemejarse con la culpa y la vergüenza. Titubeo por un instante y casi se sorprendió de ello pero decidió no dejarse llevar por las primeras impresiones. Quería sentir miedo por esos niños, quería temer por el dudoso bienestar de los niños y niñas que estudiaban en esta escuela, quería desconfiar pero en lo más profundo de su ser le estaba siendo imposible sentir algo semejante, porque por mucho que le costara admitirlo, le era absolutamente difícil encontrar algún vestigio o memoria acarreado del kinderheim 204, desde el primer momento que había pisado este colegio, no había un solo reflejo de lo que ella conoció por toda su infancia y adolescencia.
—Se perfectamente que no me creerías nada si te lo dijera, mi pequeña Kathryn. Pero por qué tomarte la molestia de venir aquí si no creerás una sola palabra que salga de mi boca?
Por primera vez, Kathryn se quedó sin respuesta. Había llegado por respuestas e información, sin embargo, no contaba con ese insignificante detalle: Que no importara cuánto lo intentara, ella jamás iba a confiar en aquellos que la transformaron en eso.
—No me creerás si te lo digo. Pero, lo lamento muchísimo.
Aún más, Kathryn estaba atónita y no tenía nada para decir. Sobre todo cuando vio los ojos de la mujer llenarse de lágrimas. Sollozo y con elegancia se enjugó las lágrimas. Kathryn seguía sin pensar claramente. Dividida entre la conmoción, el enojo que lentamente se apaciguaba en su estómago y la envidia, Kathryn la sujetó suavemente y la llevó a una banca cerca para que se sentara y se recuperara. Comenzó a escrutarla detenidamente y sin darse cuenta sus puños estaban cerrados con fuerza. Y percatándose de su propio rostro falto de expresión supuso que debía hacer algo para consolar a la pobre e indefensa anciana que lloraba amargamente frente a ella. Pero, no lo hizo, sabía que debía verla llorar, así debía ser.
—En verdad, lo lamento muchísimo. Lamento lo que te hicimos a ti y a tus hermanas. Nunca podrás saber cuán arrepentida estoy de todo el daño que causé hace más de veinte años. No me crees, pero no hay día en que no me sienta a pensar en todo lo que hice. En todo lo que fui capaz de hacer... Eras solo una niña y merecías tener una infancia normal... merecías tener una infancia.
—Me lo arrebataron todo y jamás lo voy a recuperar. Ahora lo sé... pero no me importa. Por sorprendente que te parezca... estoy bien con eso. No me importa mi propia inexistencia. Debo seguir adelante... pero para ello hay un camino muy largo que aún debo recorrer.
Kathryn se arrodilló para ver a la mujer a los ojos. Se sorprendió de encontrar una expresión tan cargada de dolor. De nuevo sintió envidia.
—Si en verdad quiere expiar sus pecados haga algo bueno por primera vez en su vida. Y dígame... ¿Dónde están los archivos y documentos del experimento de las Rosas en el kinderheim 204? Y segundo ¿Qué está intentando en esta escuela? y quiero que me hable con la verdad.
El timbre sonó y los estudiantes comenzaron a entrar a sus aulas.
—Debo dar una clase ahora.- dijo la directora secándose las lágrimas restantes. —Vuelve mañana, hablaremos de esto con mayore detalle. Te lo prometo, mi pequeña Kathryn.
—Ya no me llame así, por favor.
Klein sonrió.
—No me importa que tengas treinta y un años, para mi siempre serás la pequeña Kathryn.
Y sin compartir una palabra más, la directora del colegio entró en una de las aulas y fue recibida con exclamaciones alegres y jubilosas. Como si aquellos infantes en verdad disfrutaran la presencia de Eda Klein. O como ellos la conocían, Agatha Klein. Kathryn no pudo hacer más que retirarse y esperar que al día siguiente lo que ella buscaba se le fuera entregado sin mucha resistencia.
De camino hacia su hotel se preguntó qué rumbo estaría llevando la investigación del Doctor Tenma, al tiempo que recordó que tanto ella como él, tenían preguntas y respuestas que necesitaban intercambiar. Pero ya tendría tiempo para ello, esperaba. De nuevo esa pregunta que le había robado el sueño a Becker volvió a inquietarla en gran medida. ¿Qué conexión existía entre el caso de Tenma y Petr Čapek? Por más que buscara no encontraba nada. Y si entonces las Tres Ranas era un local y estaba en Praga y se relacionaba con Čapek... ¿Habría algo sobre el kinderheim respecto a ello? En ese aspecto Tenma parecía tener mucha más información que ella. ¿Por qué? ¿Acaso Tenma sabe sobre el kinderheim? Y si es así, ¿cómo? Su red de información tendría que ser de primera mano.
Becker, devanándose la mente sondeó en la posibilidad de que Kenzo Tenma también haya estado en el kinderheim... pero era de posibilidades realmente bajas, casi nulas. Pero la duda seguía ahí y si no despejaba esa duda, Becker no podría dormir en paz.
Por lo que ahora, Kathryn agregaba más preguntas sin respuesta a la lista
Para cuando se enteró de la muerte de Petrov ya habían transcurrido varias horas. Un asalto, él y su ama de llaves fueron asesinados de un solo disparo y los niños huérfanos que vivían bajo su cuidado habían sido puestos a disposición de la policía para que fueran enviados a distintos orfanatos a lo largo de la ciudad. Cuando se enteró casi deja caer la tetera de porcelana. Sorpresa, pesadumbre, pena y miedo fueron los sentimientos que se mezclaron en sus entrañas. Una parte de ella sabía que esto terminaría ocurriendo tarde o temprano. Para este punto, solo era cuestión de tiempo y paciencia.
Se preguntaba qué iba a ser de aquel secreto que Biermann tenía escondido bajo llave y protegía tan recelosamente.
Con las manos temblorosas extrajo de las posesiones más viejas y que deseaba borrar de la existencia, una simple grabadora con un solo cassette listo para ser utilizado. Esta era la única manera que tenía para decir la verdad que Kathryn no conocía y que ni siquiera podía imaginar.
Los niños de la escuela la veían curiosos y con ojos preocupados.
—Frau Klein, ¿le pasa algo? Está triste?
—No, querido, me encuentro perfectamente bien.
De pronto, desde la ventana del segundo piso vio a Kathryn convivir y jugar con un grupo de niñas y niños que se agruparon en el patio de juegos. Todos estaban realmente complacidos y felices de jugar con la mujer. Desde ese lugar, Klein sintió por enésima vez un pinchazo de culpa y pesadumbre en el pecho. Casi pudo verla a ella siendo pequeña de nuevo y teniendo la vida y la infancia que ella colaboró para arrebatarle a ella y a tantas niñas a lo largo de tantos años.
—¿Les agrada ella?- Preguntó la directora señalando a Kathryn.
—Si! Es muy divertida y sabe muchos juegos! Vino a buscarla pero le dijimos que jugara con nosotros.
Eda sonrió.
Kathryn percibió sentirse observada y levantando la mirada se cruzó con la de la directora. Durante la noche tuvo suficiente tiempo para pensar y replantearse muchas cosas y también para digerir lo que había visto la noche anterior. Y cuando se enteró de la repentina muerte de Biermann supo hasta ese momento que el tiempo la estaba persiguiendo y que algo se avecinaba. Algo grande.
—Muchachos, ¿me darían un rato? Debo hablar con Frau Klein, enseguida regreso para que sigamos jugando, les parece bien?
—¡Claro! ¡Ella disfruta hablar contigo! Nos dijo que te quiere mucho.
Kathryn tuvo que detenerse un momento para procesar las palabras de los infantes.
Cuando se enfrentó de nuevo con la anciana, ya no había la misma reacción que había tenido el día anterior. Se encontraba más serena y neutral. Quizá por su propia condición predispuesta. Quizá porque en realidad no había enojo.
—Reinhard Biermann fue asesinado ayer, Frau Klein.- fueron las primeras palabras que Kathryn le comunicó. —Fue un asalto y recibió un disparo. El y su ayudante fueron asesinados por arma de fuego. Las autoridades descubrieron que poseía un orfanato ilegal y ahora los niños serán enviados a diferentes orfanatos... pero me imagino que usted fue de las primeras en enterarse. Y me imagino que Biermann era un colega suyo, por lo que en mi respecta no queda más que darle mi pésame.
—Agradezco sus condolencias, Kathryn.
La pelirroja la observó con mirada expectante y paciente, ante el acuerdo que habían hecho el día anterior.
—No hay mucho que yo pueda ofrecerte. La información que buscas en realidad no está en mi poder. Hace un tiempo sí que lo estuvo, pero hace un par de meses, quizá más, acordamos que lo más importante quedara bajo resguardo del propio Reinhard. Y el hijo de Herr Wagner.
—¿Qué cosa tan importante quedaría resguardado por Biermann?
Becker observó a Klein temblar ante la pregunta. Algo en el semblante de la mujer hizo a Becker también sentir un cambio en la atmósfera ante el margen de su pregunta. Los ojos de la mujer parecían estar nublados por lo que Kathryn podría llegar a catalogar como terror. Con mayor razón, ella sentía que debía preguntar más.
—Frau Klein... ¿Qué misterio, qué secreto estaba siendo custodiado por Reinhard Biermann? ¿Algo sobre los experimentos del kinderheim? Debe decírmelo, ¿recuerda? Si en verdad quiere pagar la factura de sus pecados, debe hacer algo bueno por mi por primera vez.
—Un niño. Información sobre el niño que llevó al Kinderheim 511 a la ruina esa fatídica noche... la noche de tu graduación.
—La masacre del Kinderheim 511 la noche del diez de abril de 1985...
Klein asintió suavemente con la cabeza y una mueca de dolor se formó en su rostro. Becker no entendió el porqué.
—¿Qué ocurrió esa noche? ¿Cómo un simple niño hizo que todos se mataran entre sí? No tiene sentido, Frau Klein...
—Si tan solo... hubiéramos entendido que la clave nunca fue la que nosotros habíamos utilizado. Obscuridad. Odio. Dolor. Tristeza. Miedo. Violencia... ¿Cómo haces que un niño o niña crezca libre o casi libre de tales cosas?
Becker no respondió.
—Con amor...
Kathryn quedó sin palabras y entonces el mundo se detuvo.
De pronto, una explosión de sangre ocurrió frente a ella. Sangre caliente salpicó por todas partes y le cayó en el rostro. Delante suyo, Eda Klein se desvaneció, abatida por dos disparos que le llegaron directamente al abdomen y otro al cuello. Becker observó a la mujer caer y vio la sangre que comenzaba a salir de las heridas a borboteos.
—¡FRAU KLEIN!-gritaron los niños y el resto comenzó a gritar llenos de pánico y terror.
—¡TODOS AL SUELO, AHORA!- Becker grito de forma demandante y desesperada.
Rápidamente se tiró al suelo y gritó con todas sus fuerzas ordenándoles a todos agacharse. Pronto más balas atravesaron las ventanas rompiendo los cristales, escucho otro impacto y dos profesores fueron igualmente abatidos, Becker los vio recibir disparos en la cabeza y morir al instante. El rojo de la sangre ensucio las paredes y el suelo del pasillo. Los gritos de los niños y los maestros se cargaron de más pavor y desesperación.
—¡Saquen a los niños! ¡YA! ¡Encierrenlos en un aula al otro extremo, todos cúbranse la cabeza y al suelo sin levantarse hasta que yo les diga! Y llamen a emergencias. ¡AHORA!
Los maestros se movilizaron como pudieron para sacar a los menores del pasillo para entrar a un aula y resguardarse ahí. Hubo más disparos, que consiguieron destrozar otra ventana. Tenía que ser un francotirador desde el otro edificio. Becker se movió arrastras para extender el brazo hacia Klein, se las arregló para verificar el pulso. Era débil y lento pero continuaba con vida.
—¡Maldita sea! ¡Es una escuela! ¡Infelices, bastardos!- Kathryn vociferó. Y de reojo vio cuerpos de profesores y rezó para que no hubiera niños entre ellos. Observo las heridas de la mujer y al descubrir que sangre de color tan oscuro de su torso, supo que el tiempo de vida de la mujer estaba reducido a tan solo unos minutos. —Por favor, frau Klein... ayúdeme a levantarse.
Para la fortuna de todos, los disparos cesaron en un abrir y cerrar de ojos.
—Oh, no... claro que no...apriete la herida, Eda.- La moribunda anciana observó a Kathryn levantarse de un salto y correr con todas sus fuerzas por el pasillo buscando las escaleras que la llevarían al exterior.
Kathryn necesitaba al menos un rostro. Solo uno. Un rostro y el infeliz que había hecho semejante atrocidad estaba acabado. Sentía el corazón galopando con violencia y martillando su esternón al punto que incluso dolía. Continuó corriendo sin perder de vista el edificio del que había venido el ataque al otro lado. Dio una rápida mirada a cada una de las ventanas del edificio, solo un rostro.
Se movilizó lo suficientemente rápido como para salir de la propia escuela y encaminarse al edificio. Sabía que se estaba arriesgando pero también sabía que ella podía con dos oponentes, con tres, con cuatro o con los que ella quisiera. No había problema. Fue precavida y cuando llegó a la entrada del edificio fue silenciosa, el tiroteo acababa de ocurrir y quien haya entrado tenía que salir. Reguló su respiración e hizo el esfuerzo necesario para tranquilidad la violencia con la que su corazón latía. ¿Por qué? ¿Por qué ocurría esto? Su cabeza dolía tanto.
Entonces escuchó pasos que bajaban las escaleras, ella contuvo la respiración y espero oculta detrás de estas. Sintió que de nuevo su corazón empezaba a latir fuertemente. Se cubrió la nariz y la boca para que su respiración pesada no la delatase.
Dos hombres corpulentos y con trajes bajaron lentamente. Llevaban bolsas grandes y largas, donde ella asumió que llevaban las armas. Apretó los puños y se preparo para asestar su ataque de respuesta a lo que acababan de hacer. Pero antes de poder mover los músculos de sus pies se vio forzada a detenerse ante una tercera persona.
Una figura delgada y estilizada bajo las escaleras con suma elegancia. Una mujer joven de cabellera larga y rubia avanzó frente a ella. Kathryn no podía moverse, estaba paralizada por una sensación que le había recorrido de los pies a la cabeza. Al verle el rostro, un escalofrío producto de algo siniestro y macabro proveniente de aquella mujer la mantuvo adherida al suelo, no podía moverse. Becker sudo frío, su espalda estaba helada y sus manos habían comenzado a temblar.
Los tres individuos se retiraron de la construcción pero Kathryn seguía sin poder moverse. Entonces un golpe a la realidad la sacó del estado de trance. Observó sus propias manos y se obligó a calmarse y a dejar de temblar. Obtuvo lo que quería. Un rostro. Uno pero muy siniestro.
Apresuradamente, regresó al edificio de la escuela encontrando vestigios del caos que había sucumbido a la escuela. El aura de terror aún podía respirarse en el aire.
Todos lloraban o sollozaban. Las maestras abrazaban a los inconsolables alumnos que estaban privados de llanto.
—Las autoridades ya están de camino.- dijo un profesor.
—Saquen a los niños de aquí, ellos no tienen que ver imágenes cómo está...-Kathryn dijo mirando los cuerpos sin vida de, ahora tres, profesores.
Pero los niños se negaban a todo y le lloraban a su adorada directora.
Becker se dirigió directamente hacia la directora de la escuela. La piel de la mujer era aún más blanca, casi como el papel, no le quedaba mucho tiempo y todos lo sabían. Se arrodilló frente a ella y la miró a los ojos.
—Entonces, el amor... ¿el amor era la clave?
—¿No era algo revolucionario?- dijo la anciana en un hilo de voz.
Kathryn no respondió pero estaba de acuerdo.
—Espero que algún día puedas perdonarme... y que algún día, el odio que sientes por mi, no sea tan fuerte.
—Yo no la odio... tampoco la quiero... no siento nada.
—Eso es aún peor.- lloró Klein con una sonrisa.
—Pero la perdono.
Eda Klein miró con sorpresa a la pelirroja.
—La perdono.- Repitió y por primera vez desde que se encontraron, Becker le sonrió. —Perdono todo lo que usted me hizo... así que descanse y rinda cuentas. Pero yo ya la he perdonado.
—Cuánto habría dado, por ver esa sonrisa cuando eras pequeña... tienes una sonrisa hermosa. Mi pequeña, Kathryn... se feliz y encuentra la paz.
Kathryn se quedó de piedra ante aquella última frase y sin poder decir nada más, observó a la mujer que la había torturado de niña convertirse en una mujer libre y aspirando aire por última vez, expiró. El llanto de los niños se hizo más fuerte, los profesores también estaban llorando.
Becker se puso de pie y se sintió mareada. Entonces las sirenas de ambulancias y patrullas hicieron su estruendo por la enorme calle. El color rojo y azul coloreó el edificio de esa escuela. Una escuela donde todos los niños pasaban los mejores momentos de su niñez y que ahora se había convertido en un campo de guerra manchado por la sangre, violencia, lágrimas y la sombra de algo siniestro que se hacía cada vez más grande.
Notes:
Cómo podrán ver, la conversación de Klein y Becker es casi igual a la que tuvieron Grimmer y Petrov. Así es. Ah y esto qué pasó en este capítulo es simultaneo a cuando Grimmer fue torturado, para que se den una idea de los tiempos jujuju. En fin ¿Qué les pareció? Déjenmelo en los comentarios. Un abrazo y un besote <3
Chapter 5: Amanecer en el ocaso
Notes:
El siguiente capítulo contiene escenas explícitas de violencia, además sugerencias de tono sexual leve. Si eres sensible a dichas escenas ser precavidos.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
17:00 pm- cuatro horas después del atentado.
Tal y como era de esperarse, la noticia de un tiroteo en una escuela se extendió por toda la ciudad en cuestión de minutos. Las cadenas televisivas pronto enviaron periodistas y cámaras para grabar y registrar todo lo que pudieran. En un abrir y cerrar de ojos, los noticieros de Praga y de la República Checa transmitían en vivo el atentado al colegio Jazyková que había dejado cuatro muertos y varios heridos. Entre los fallecidos se encontraban tres profesores y la directora del colegio.
—Las calles de Praga se tornan inseguras por primera vez en años. Nunca se había visto un caso de violencia tan atroz desde los años 40 y cuando la sombra de la Unión Soviética acechó Europa. Tal parece que hemos vuelto a esos años.- decían los periodistas. —Hace tan solo unos días de igual manera ocurrió un asesinato en un orfanato ilegal dejando dos personas muertas y ahora un atentado a una escuela primaria.
—Se dice sin embargo, que la directora de la escuela era el principal objetivo. Por lo que ahora el caso queda aún más abierto. ¿Qué podría haber motivado al autor de este crimen a cometer semejante barbarie?
—La directora del colegio Agatha Klein cuyo nombre real era Eda Klein era una psiquiatra alemana de gran renombre en los 70 y los 80. Trabajaba para el gobierno alemán en la antigua RDA. ¿Habrá sido este atentado relacionado con las actividades pasadas de Klein?
—Sin duda una situación realmente lamentable y que podría hervir la sangre de cualquiera. Una escuela llena de niños inocentes. No hay duda que el autor de este crimen es un verdadero monstruo.
Por los noticieros transmitían imágenes de la escuela desde afuera, algunas imágenes podían mostrar los cristales hechos pedazos por las balas. Todo se encontraba acordonado, había patrullas por montones y ya había también una multitud de padres de familia exigiendo respuestas, acción e incluso dispuestos a demandar al colegio por no brindar la seguridad adecuada a sus hijos. Todos vociferaban furiosos. “Nuestros hijos estaban ahí” “Mi hija tendrá que ir al psicólogo” “¿Y si algún niño hubiera muerto?” Todos estaban furiosos y exigían cosas que en ese momento no podían recibir.
Y eso no era todo. A las afueras de la ciudad en una construcción abandonada habían encontrado tres cuerpos sin vida, un miembro de la comisaría de policía checa y dos hombres que tiempo después lograron identificar como antiguos miembros de la STB. Uno con una herida de bala en la cabeza y los otros dos hombres habían sido asesinados a golpes.
Las noticias iban y venían en los tres acontecimientos. El asesinato en un orfanato ilegal, el tiroteo en la escuela primaria y el descubrimiento de tres cuerpos sin vida a las afueras de Praga. Era abominable.
Para cuando él había comenzado a ver las noticias ya habían transcurrido unas horas desde el atentado.
Y el momento en que Tenma supo que las piezas se iban ajustando a la perfección en la ecuación fue cuando el nombre de Eda Klein hizo presencia en el caso. Él había escuchado el nombre y sabía que aquella mujer había tenido una gran participación en el proyecto del kinderheim. Aunque no había visto el nombre de la mujer entre los trabajadores en el kinderheim 511. ¿En dónde trabajaba entonces? En eso una familiar cabellera larga, ondulada y pelirroja apareció en el televisor. Casi se atraganta con su propia saliva al verla de nuevo.
Sabía que la vería de nuevo pero no imaginaba que sería en estas condiciones.
Kathryn Becker apareció en un destello casi fugaz, cruzó la calle siendo guiada por un paramédico. Su cabello estaba hecho un desastre, tenía un par de cortadas en las mejillas pero caminaba por su propio pie. Aunque había algo diferente en ella. A pesar de ser a través de un televisor, Tenma supo identificar una mirada ausente y que parecía haber visto un fantasma… o una criatura venida del mismo averno. Él conocía esa mirada… la conocía muy bien…
Supo que debía ir inmediatamente al lugar de los hechos, pero entonces se percató de la alarmante cantidad de policías que aún habían a pesar de
que ya habían pasado varias horas, no podía. Ya volvería a su investigación de Las tres ranas, por ahora debía ir al hotel de Becker. Entonces tomó sus cosas y salió disparado de su habitación corriendo lo más rápido que podía. Iba tan concentrado y cegado por la adrenalina que no prestó atención a los ojos azules de una mujer rubia que lo veía desde la estancia del hotel y que salió detrás de él a paso lento y tranquilo.
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15: 00 pm- dos horas después del atentado.
Si bien sus piernas apenas podían moverse y sostenerla, ella se las arregló para ponerse de pie y continuar su camino directo y sin escala hacia donde Reinhar Biermann tenía el orfanato clandestino. Eda la había enviado ahí, ahí estaban muchas respuestas que ella necesitaba. Y al mismo tiempo una dolorosa jaqueca comenzó a torturarla. Demasiadas cosas habían ocurrido en un solo día. Un maldito tiroteo en una escuela primaria, Klein siendo asesinada justo frente a ella, profesores siendo asesinados también frente a niños… tan solo niños. Se sentía tan enferma imaginar lo que quedaría grabado en la mente de esos pobres niños.
Ella estaba segura que aquel atentado había sido únicamente por causa de Klein. Sabía que el blanco era ella. Ella era a la que buscaban matar y lo consiguieron. Tal como con Bierman. Las razones ella no las conocía, pero si ambos habían sido asesinados tenía que ser únicamente por algo relacionado al kinderheim. Y por esa razón, Becker se movió con la energía de reserva que tenía para ir directamente hacia el orfanato clandestino del difunto Biermann, que vivía bajo el nombre de Mikhail Petrov.
Adicional a todo eso, por su mente aún vagaban las últimas palabras de Eda Klein.
“Encuentra la paz.” Palabras que le martillaban en las sienes, que le enviaba escalofríos por la sensación de un recuerdo lejano, una memoria danzante en el subconsciente que parecía no suya pero a la vez que le pertenecía. Algo que se sentía como una caricia maternal… solo que ella no sabía cómo se sentía una caricia maternal. O quizá sí, pero su cerebro no le permitía pensar que era así. Era como haber encontrado la respuesta a un enigma que no sabía que estaba trabajando arduamente en descifrar.
“Encuentra la paz“ tres palabras que ella había escuchado en algún otro sitio. O quizá visto en algún otro sitio. podría encajar en la definición del concepto de Déjà Vu. ¿En dónde? ¿Dónde había visto esas tres palabras?
Para cuando llegó al edificio donde el difunto Biermann tenía el orfanato ilegal, el Sol quemaba. Estaba cansada, estaba segura que también apestaba a sangre, pólvora y sudor. Quería bañarse, tenía hambre y sus manos temblaban por hipoglucemia pero debía hacer esto. Debía entrar y buscar algo. Algo que la llevara al siguiente punto en este embrollo.
Otra cosa que la estaba atormentando era la mujer que vio en el edificio de dónde vino el atentado. El Aura que despedía esa mujer era macabra, le generó escalofríos al punto que deseaba no volvérsela a encontrar nunca más en la vida. Aún tenía estragos de lo que había experimentado en ese momento. Aún se le erizaba la piel al recordar a esa mujer. ¿Quién era ella? ¿Por qué estaba ahí? ¿Qué estaba ocurriendo? De alguna forma sentía que se estaba metiendo al ojo de un huracán.
Todo estaba acordonado pero para su fortuna no había peritos ni policías ni nadie en los alrededores. Por lo que se sintió con la libertad de entrar al edificio a investigar. Le sorprendió parcialmente el absoluto silencio que reinaba en las escaleras, los pasillos y todo el lugar. Hacía frío, contrario al clima extremadamente caluroso que hacía afuera. El olor a algo que ella conocía a la perfección le inundó las fosas nasales, olor a sangre producto de un asesinato, el olor a muerte que ella conocía por tantos años. Abrió la puerta y la sensación se terminó intensificando y no solo eso, porque al entrar a la casa, al caminar y encontrar las marcas de los cuerpos que los peritos habían dejado dibujadas en blanco, las manchas de la sangre oscura y seca, su cerebro le envió el recuerdo de la más reciente y atemorizante experiencia en el edificio frente a la escuela. El ambiente y la sensación era exactamente la misma.
No pudo evitar ignorar las posiciones de los cuerpos, era algo que ella hizo de forma automática. La mujer había sido asesinada casi en la entrada de la puerta, y Biermann recibió los disparos en la habitación de juegos de los niños y murió sentado junto a la pared. Los niños vieron los cuerpos de ambos, pero no estuvieron en el momento de los asesinatos. Porque creía haber escuchado que un hombre se encontraba con ellos. ¿Quién?
—¿Qué se supone que debo encontrar o recibir aquí?- se preguntó en un murmullo.
Abrió cajones, los armarios, revisó debajo de las camas. Buscó algo que pudiera resultar de utilidad pero no encontraba absolutamente nada. Por respeto a los fallecidos, considero que era momento de retirarse y volver otro día donde pudiera estar en sus cinco sentidos. Después de casi una hora de búsqueda por todos los rincones de la casa, mareada, cansada y temblando se dispuso a salir de la casa, cerró la puerta tras ella y se encaminó a las escaleras cuando de pronto se topó de frente con dos hombres trajeados. Ella se detuvo en seco e inmediatamente reconoció a los hombres que vio en el edificio esa misma tarde. Fue una fracción de segundos pero ella se comportó rápidamente como si nunca los hubiera visto en su vida. Hizo un leve asentimiento con la cabeza y con toda la calma que su cuerpo le permitió, bajó las escaleras de camino hacia la salida, tratando de ignorar a ambos hombres observándola con ojos vacíos y expectantes.
Una vez que llegó a la planta baja y vio a otro hombre del otro lado de la calle que parecía analizarla, casi queriendo corroborar si se trataba de ella, pero Kathryn no tenía tiempo para nada de eso y corrió.
Su hotel estaba literalmente del otro lado de la ciudad y necesitaba llegar ya antes de que otra cosa pudiera ocurrir. Esos hombres cometieron el atentado. Ellos mataron a los profesores y a Eda Klein. Y encontrarlos en el orfanato fue la confirmación que ella necesitaba para saber que todo este asunto giraba en torno a Klein y el proyecto Kinderheim. No sabía si la mujer rubia estaba cerca, pero no estaba con la energía suficiente para averiguarlo, necesitaba salir de ahí y escapar lo más rápido posible.
Tomó el primer taxi que se le atravesó y pidió que la llevaran a su hotel.
Y una vez que entró al hotel, se movió a paso veloz hacia su habitación, su corazón latió con violencia hasta que se encerró en su habitación. Soltó una pesada exhalación y se dejó caer de rodillas.
—¿En qué maldito infierno me he metido?
Todo era demasiado grande y a la vez nadie lo conocía. Nadie en el mundo sabía nada de lo ocurría. Era un infierno limitado a los pobres miserables cuyo destino había quedado pactado en el momento que sus vidas se entrelazaron con todo lo relacionado al kinderheim. Era una mierda. Una crueldad. Muchos han muerto por esta causa y el mundo no sabía nada. Pero por esa razón es que Kathryn estaba ahí. Entre otras cosas.
Su cuerpo no había dejado de rogarle por alimento. Por lo que se dispuso a bajar al restaurante. Sin embargo, tres golpes en su puerta la detuvieron.
—¿Sí?
—Limpieza de habitación.- dijo una voz masculina.
—No gracias, vuelva mañana temprano por favor.
En realidad, Kathryn no tenía fuerzas para prevenir lo que llegó después. Simplemente la puerta se abrió de un fuerte golpe, los hombres que ella había visto en el atentado y en el orfanato entraron y la sometieron. Ella pudo defenderse pero cuando le inyectaron algo en la pierna sus fuerzas se redujeron un ochenta por ciento y apenas y tenía fuerzas para mantener los ojos abiertos.
—Imaginamos que serías problemática…- dijo uno.
Kathryn no tenía fuerza para pelear o hacer algún movimiento que ella sabía hacer… ni para gritar tan siquiera. Tan solo dejó caer sin resistencia una botella de cristal que había podido tomar. Esta se rompió en pedazos.
Uno de los hombres la tomó de los hombros y la encaminó a la entrada de la habitación mientras que el otro vigiló que no hubiera ninguna persona en el pasillo.
—Debemos sacarla de aquí.
—El lobby está lleno… llevemosla a la azotea. Hay unas escaleras de emergencia al final del corredor. Hagamos el trabajo y después ya resolveremos dónde dejar el cuerpo.
Mientras los hombres discutían sus acciones jamás se percataron que al tiempo que la arrastraban en el pasillo, una Kathryn drogada y al borde del desmayo se había sacado los zapatos con ayuda de las puntas de los pies. Con suerte alguien notaría que una botella rota y los zapatos a mitad del pasillo no eran algo normal. Y sin más, se desmayó.
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Cuando llegó al hotel el cielo estaba de color violeta y el Sol ya se había ocultado en casi su totalidad. Se preguntó si acaso la llamarían a declarar por estar presente en el tiroteo, si ese era el caso, la esperaría el tiempo necesario para hacerle las preguntas pertinentes. Aunque desde luego, su prioridad sería asegurarse de que ella se encontrara bien. Aún había personas en el lobby pero Tenma poco se preocupó por eso, se dirigió a la recepción directamente.
—Buenas noches.- él sonrió.
—Buenas noches, bienvenido al hotel Michelangelo ¿En qué puedo ayudarlo, caballero?- dijo la recepcionista con una sonrisa.
—Verá, me gustaría saber si la señorita Kathryn Becker, que está hospedada aquí habitación 106, se encuentra en su habitación o si se encuentra fuera… ¿Sería tan amable de ayudarme con esa información?
—Oh, claro, déjeme ver…- la mujer hojeó en el libro de registros. —¿Usted también viene a visitarla?
Tenma se paralizó parcialmente.
—”también”
—Dos caballeros llegaron a visitarla también Justo unos diez minutos después de que la señorita Becker llegó al hotel esta misma tarde. Según el registro, ella sigue en su habitación. De eso casi poco más de una hora.
Tenma meditó unos segundos.
—¿Entonces puedo pasar a las habitaciones?
—Sí, claro pero deje su registro por favor.
Se inventó un nombre y cuando la mujer le preguntó si era asiático, mintió diciendo que él había nacido en Alemania pero que sus padres eran de orientales.
—Que pase una buena recepción, señor.
Él hizo un leve asentimiento y agradeció que no lo reconociera. Camino lo más rápido que pudo directamente al ascensor pues no quería estar quieto el tiempo suficiente que pudiera permitir a la gente la oportunidad de analizarlo a profundidad.
¿Quiénes eran los que llegaron a verla? En palabras de la recepcionista, aquellos no llegaron con ella sino que llegaron detrás de ella. Había todo un océano de posibilidades pero Tenma no tenía tiempo para descartar todas ellas sino más bien observar la situación fríamente. Cuando el ascensor se detuvo agradeció de nuevo que no hubiera gente en el pasillo.
Estaba desolado y silencioso, casi como si las habitaciones estuvieran vacías. Avanzó con los ojos directamente en el número de la puerta. 99, 100, 101, 102, 103… 106.
Tocó suavemente sin saber qué esperar. Y como nadie contestó volvió a golpear pero esta vez alzando la voz.
—¡Señorita Becker! Soy Tenma. Nos conocimos hace unos cuantos días, ¿Se acuerda de mí?
No hubo respuesta de nuevo y se tomó el atrevimiento de tomar la manija y para su sorpresa descubrió que la puerta estaba abierta, así que solo tuvo que empujarla suavemente. Se sintió avergonzado de irrumpir en la habitación sin haber sido recibido antes pero lo que encontró dentro minimizó el sentimiento.
La botella hecha trizas en el piso, claros signos de que ahí dentro hubo un forcejeo y la ausencia total de la joven. Alarmaron al médico. Abrió la puerta del armario, el baño y la del balcón y en ningún lado había señales de Becker. Salvo que a la orilla de la cama estaba la maleta de la joven. Intacta. Salió al pasillo y miró por ambos lados. Un zapato blanco a mitad del pasillo y el gemelo a unos metros más adelante fueron la confirmación que él necesitaba para saber que había algo mal y que debía moverse rápidamente.
Fue precavido pero se movió rápido. Depósito sus cinco sentidos en todo aquello que pudiera percibir, escuchó detenidamente cualquier sonido. Existía la posibilidad que la hubieran llevado a una habitación diferente pero ciertamente, Tenma suponía que no podían tomar ese riesgo. Y si no podían cambiarla de habitación y no podían salir del hotel por ningún lado las únicas opciones eran la azotea y el sótano. Pero estaban en el cuarto piso. Dos arriba estaba la azotea, era más fácil y rápido. Entonces Tenma fijó su dirección hacia las escaleras de emergencia que estaban al final del corredor.
Una vez que estuvo en las escaleras se permitió sacar la pistola de su costado. Estaba oscuro, hacía frío y el viento que venía del techo refrescó la fina capa de sudor que cubría su frente. El arma en sus manos ya no le parecía pesada. Sus manos ya no temblaban. Parte de él se sentía enfermo por ello pero la otra… no se sentía tan mal la sensación de una extensión de su brazo, su mano o su ser. Le disgustaba que el arma en sus manos se sintiera tan ligera y que se sintiera con la seguridad de usarla. Le enfermaba… pero mierda… estaba tan tranquilo de no temblar más.
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Su labio y nariz sangraban, de seguro terminaría con un ojo morado. Pero ya no importaba… para cuando la noche acabara ella estaría muerta. Sabía que moriría, pero no de esta forma. Sabía que la cuenta de sus pecados llegaría tarde o temprano. Había cosas que ella debía pagar en esta vida y en la siguiente, si es que existía. Estaba segura que esta era la factura de años cometiendo crímenes contra la humanidad. Ella estaba bien con eso… estaba bien con morir de esta forma, porque sabía que se lo merecía, sus manos estaban manchadas de muchísima sangre, le parecía más que justo morir de esta forma. Pero si tan solo… pudiera haber tenido la oportunidad de redimir sus culpas. De enmendar lo que había hecho. No. Era imposible enmendar lo que había hecho, era imposible traer de vuelta a la vida a personas que ella se había encargado de asesinar a sangre fría. Pero una oportunidad de hacer algo bien. Algo bueno por la humanidad… una oportunidad. Era todo lo que pedía.
—¿Y bien? ¿Dónde está?
—¿Dónde está qué?- ella preguntó en un murmuro.
—Sabemos de lo que hablamos. Algo que nos pertenece.
—No puedo responder a algo que desconozco, caballeros.
Recibió una patada en el estómago que le generaron ganas de vomitar la nula comida que tenía en el estómago.
—La información.
—¿Qué información?
Estos imbéciles de verdad no saben diferenciar a alguien que no sabe nada a alguien que sí sabe algo. De ella estar en su lugar habría deducido en tres minutos que trataba con una persona que no tenia una puta idea de lo que estos sujetos querían. Pero claro. Eran idiotas. No podía esperar de unos espías de quinta.
—Ustedes son unos verdaderos infelices. Iniciaron un tiroteo en una maldita escuela, había niños… mataron a gente pero yo no soy nadie para reclamar. Porque al igual que ustedes, tengo las manos cubiertas de sangre. Pero la diferencia entre ustedes y yo, esque yo sí estoy arrepentida.
—Hablas puras incoherencias.- dijo uno y le soltó un puñetazo en la mejilla. —Usualmente no golpeo mujeres, solo cuando me sacan de quicio, y tú me sacas de quicio.
Kathryn se carcajeó. Y el sujeto salió del pequeño cubículo en la azotea del hotel donde llevaban casi media hora golpeándola. Estaba atada de pies y manos a una silla.
—Puedes hacer esto más fácil si nos das lo que queremos, muñeca.- el tipo le paso un dedo por la mejilla y Kathryn tuvo casi irrefrenables deseos de morderlo. Pero solo se dedicó a verlo con asco. —No quieres que recurramos a esas medidas para hacerte hablar ¿O sí?
—Púdrete. Tú. Tu compañero y la mujer que iba con ustedes hoy. Pudranse en el infierno. Al final nos encontraremos ahí pero antes pudranse primero.
Los ojos del hombre destellaron de algo que ella interpretó como placer
—Oh sí, aquella dama bella y espléndida… ¿la viste acaso? Dime ¿Viste su rostro?
—Por supuesto que sí. Podría reconocerla en cualquier lado.
Hubo un silencio.
—Me temo que ahora tengo muchos más motivos para matarte.
Ella no comprendió pero no le importó. El hombre la derribó con la silla de una patada y le apretó el cuello con una mano. Becker tiró de los lazos en la espalda que la mantenían atada a la silla. Se sacudió con fuerza y el asco y la furia se apoderó de ella cuando sintió la otra mano del sujeto abriéndose camino en su pecho y buscando entrar por debajo del borde de su pantalón. Gritó pero él la silenció apretando aún más en su cuello. Terminaría estrangulándola, se acabó. Ahí terminaría muerta. Y nadie buscaría su cuerpo porque ella no existía. Quería vomitar. Por la abrupta sensación de inexistencia. Su mente se puso en blanco y supo que era cuestión de minutos. Se acabó.
Entonces un disparo. Y luego otro.
Y el agarre del hombre se aflojó. La soltó y con un fuerte quejido se rodó en el piso de dolor. A pesar de la vista borrosa, Kathryn vio que de ambas piernas en el espacio entre la tibia y el peroné brotaba sangre a un río. El hombre se retorcía de dolor mientras se agarraba ambas piernas y sus manos se llenaban de sangre.
Sintió un par de manos desatándola de la silla. Sus brazos y piernas dolían. Sintió como alguien colocaba un par de dedos en su cuello, revisando su pulso. Cuando su vista se esclareció y alzó la mirada para ver al recién llegado su pecho se infló de alivio y una sensación nueva que no pudo darle nombre.
—Tranquila… te voy a sacar de aquí.- Kenzo Tenma le dijo ayudándola a incorporarse. —Revisaré tus heridas pero primero necesito que te sientes. Yo te cargaré.
—¿Qué hace aquí Doc?- ella sonrió débil.
—Vamos. Pon tus brazos alrededor de mi cuello. Nos largamos de aquí.
—Hay otro… otro hombre…
Entonces ese segundo hombre hizo acto de presencia en la pequeña habitación. Apuntó con su arma directamente hacia ellos pero agachándose la lograron esquivar. Tenma buscó rápidamente su arma y le apuntó pero el oponente ya se encontraba casi encima. Entonces comenzaron los golpes. Tenma logró despojar al hombre de su arma.
—Sé quien eres, Doctor Tenma.- dijo el sujeto con un jadeo. —Él nos ha hablado tanto sobre usted. Maravillas ciertamente. Usted es incapaz de matar a alguien.
Tenma pareció petrificarse solo un instante.
—¿Dónde está? ¿Está aquí en Praga?
—Nos ha hablado tanto de usted que siento que ya nos conocemos de toda una vida.
Tenma pareció enfurecerse más.
Kathryn no entendía de lo que hablaban. Su mente estaba abrumada. Pero un destello metálico la despertó casi de golpe. El hombre comenzó a extraer una larga y afilada daga. Logró despistar al médico y logró hacerlo caer. Extrajo la daga del costado y la empuñó.
—Si bien él no quiere que mueras. Ni ahora, ni después, ni nunca. Lo mejor para él será que desaparezcas a partir de ahora.
Kathryn abrió los ojos con fuerza. Entonces algo dentro de ella despertó. Una inyección de adrenalina corrió por sus venas y arterias, viajó de los pies a la cabeza, una sensación eléctrica le sacudió en las entrañas y le hizo algo a su cerebro. Una necesidad surgió de lo más profundo de su cerebro y que le envió una corriente eléctrica a sus músculos, nervios y tendones para moverse. Su ritmo cardiaco alcanzó niveles preocupantes. Su cuerpo ignoró sus propias necesidades, dejó de temblar, una energía renovada, poderosa y fuerte la llenó por completo y como si se encontrara en la mejor de las disposiciones Becker se puso de pie de un solo brinco y lo siguiente que hubo fue sangre. Sangre por todas partes, sangre en el piso, las paredes, sangre en ella pero esa sangre no le pertenecía.
Tenma jamás iba a olvidar lo que acababa de presenciar.
Kathryn Becker respiraba pesadamente, su cabello, sus manos y cuello estaban cubiertos de una sangre que no le pertenecía. Y a sus pies yacía el cuerpo sin vida de un hombre que acaba de ser asesinado de un corte certero en la yugular, pero además, estaba lleno de cortes profundos que estaban en el costado, en los brazos, en la cara y en el torso. El rostro desfigurado del hombre los atormentaría a ambos por muchísimo tiempo.
—Eres un verdadero monstruo…- dijo el olvidado sujeto que seguía llorando de dolor pero ahora observaba detenidamente el trabajo de Becker. Sonreía de forma macabra.
El silencio de la noche se apoderó del lugar. El viento llegaba por todas partes. Había un caos de pensamientos y emociones. Ni Tenma ni Becker sabían que hacer o qué decir. Ambos se encontraban atónitos y sin palabras.
Ella se miró las manos llenas de sangre.
—Lo hice otra vez. Pero esta vez fue diferente.- dijo en un hilo de voz.
Tenma no dijo nada. Se puso de pie y la ayudó a levantarse. Ella no se resistió y en silencio dejaron al hombre herido y al cadáver ahí mismo. Él sentía la necesidad de atender los disparos que él había cometido en el sujeto pero sabía que su vida no corría peligro y ahora mismo su principal preocupación era Kathryn. Por lo que ignoró las exclamaciones y las maldiciones y se concentró en guiar a una Kathryn en estado de shock adentro del edificio.
—Necesitamos dejar el hotel.- él dijo.
—Déjeme aquí…
—Vamos a tu habitación por tus cosas, necesitas lavar tus manos para que no levantes sospechas.
—Váyase… usted no debe ser visto.
—Una vez que salgamos del hotel iremos al mío. Ahí estarás a salvo. Confía en mí.
—No voy a ponerlo en riesgo…- aquello salió automático. Algo predispuesto…
—¿De qué hablas? Detente por favor. Necesito que me ayudes a sacarte de aquí. ¿Sí? Has tenido un día realmente de la mierda. Déjame ayudarte…
Kathryn volvía a tener fuerza pero no para debatir con Tenma. Entonces no opuso resistencia a hacer lo que él le dijo. Tampoco se opuso a cuando él le lavó las manos con alcohol. Tampoco cuando revisó si tenía alguna herida de gravedad. Tampoco cuando le dio su chamarra verde para cubrir su ropa ensangrentada. Él canceló la reservación, entregó la llave y la logró sacar de ahí sin ningún inconveniente. El caos comenzaría a la mañana siguiente cuando encontraran el cuerpo desfigurado de un hombre en la azotea pero para cuando eso ocurriera, los nombres de Becker y Tenma con suerte no figurarían en ello. No les convenía y lo sabían.
—Tranquila…- arrulló él. —Todo estará bien…
Becker aún seguía sin poder procesar lo que acababa de pasar eran tantas cosas. Entonces se giró para volver el estómago, únicamente bilis y el sabor la hizo sentir peor.
Tenma esperó paciente.
—Necesitas descansar y comer. Vamos, el hotel no está muy lejos. Dormirás lo suficiente y yo me voy a encargar del resto. Confía en mí.
Había un sinfín de cosas que debían hablar pero ya habría tiempo de sobra para ello. Por ahora solo necesitaban resguardarse bajo un techo y dormir. Dormir mucho.
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Salió de una de las habitaciones, y a paso lento subió hacia la azotea, encontró el cadáver y el débil cuerpo del otro. Los observó con detenimiento y una sonrisa.
—No conseguimos nada.- dijo.
—Ya veo…- respondió con su voz serena. —Esto lo hicieron ellos dos. Muy interesante. Demasiado interesante. Y dime ¿Planeas seguir trabajando a mi lado después de fallarme de esta forma?
En realidad no se requerían más palabras. Era suficiente para el hombre. Entonces sin más tomó su pistola y apuntando a su cabeza apretó del gatillo llenando la pared de sangre y sesos.
Los ojos azules viajaron admirando la escena. Observó el cuerpo desfigurado y ensangrentado. Observó los disparos en las piernas del otro. Era peculiar y curioso. Era también placentero. Se sentía tan complacido de poder ver a su querido Doctor renunciar poco a poco a sí mismo… Los humanos eran criaturas curiosas y Tenma era el más enigmático y peculiar de todos. Es por eso que Johan le adoraba tanto.
Notes:
Buenas tardes!! Aquí con un capítulo nuevo. Espero que les guste tanto como a mi escribirlo. Por el momento este ha sido toda una aventura de escribir. Es extenso y lo siento pero quizá con El Paso de los capítulos continué aumentando la cantidad de palabras de manera gradual. Quizá algunos sean más cortos que otros también.
Pero en fin. Espero que les haya gustado, ¿Qué opinan de lo que acaba de pasar? Déjenmelo en los comentarios. Un abrazo y nos leemos a la próxima <3
Chapter Text
Suk observó fijamente la taza de café que tenía al frente. Era la tercera que llevaba en el día y aún así sentía que estaba realmente falto de energía. Quizá debía comenzar a tomar alguna clase de pastillas.
Habían pasado muchísimas cosas en muy pocos días, la noticia de que Praga se estaba volviendo una ciudad realmente insegura, cuyas calles estaban sumidas en incertidumbre, estaba saliendo como pan caliente. El orfanato ilegal, el asesinato de Herr Zemman, el tiroteo en una escuela primaria, los cuerpos sin vida en la azotea de un hotel, posteriormente descubrir que alguien de su admiración recibía pagos por silencio. Eran demasiadas cosas que pensar y para él como detective, las cosas aún eran más y más pesadas.
No imaginaba que todos esos crímenes estaban profundamente ligados hasta que el hombre llamado Grimmer hizo una presencia que llamó en gran medida su atención. Pero ¿Cómo? ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué o quiénes estaban al centro de esto?
¿Cómo podría confiar en la gente ahora?
Suk no entendía muchas cosas. Y cuando se enteró de la existencia de una llave de seguridad de una caja fuerte, supo que las cosas en este enredo eran mucho más grandes de lo que imaginaba, eran más grandes que él. ¿Quienes estaban en el ojo de ese huracán?
Muchas cosas, eran tantas que no supo qué hacer con todo ello.
Su único consuelo era saber que en un bar no muy lejos de ahí. Estaba una hermosa y dulce mujer aguardando por él.
—Te ves agobiado…- ella le dijo con esa dulce voz.
Quizá la vida le sonreía.
Para cuando Kathryn despertó, se sentía como si hubiera hecho cantidades exorbitantes de ejercicio físico. Sus brazos dolían y sus piernas apenas y la podían sostener. Pero a pesar del claro desgaste físico, poseía mucha energía para alguien que había experimentado lo que ella pasó a penas un día antes.
El agua caliente de la tina la relajó y apenas y deseaba salir. Solo hasta que sus dedos se arrugaron, tomó la toalla, se vistió y se metió a la cama de nuevo.
Creía que se trató de un sueño, y que todo lo que había ocurrido no había sido más que el producto de alucinaciones y el delirio del que ella estaba huyendo de forma tan férrea e insistente. Creyó que la presencia de Tenma en esa bodega había sido una mera fantasía y que nada sucedió. Pero cuando escuchó tres golpes en la puerta y su voz llamándola del otro lado, se dio cuenta de que los hechos no eran sueños. Se tentó a no abrir pero no le haría algo como eso a quien le había salvado la vida.
—Saldré unas horas, quédate en tu habitación y no salgas del hotel, ¿de acuerdo?
—¿A dónde va, Doc?
Su rostro estaba ausente de expresión. Se veía cansado, frustrado, enfermo. Por un breve instante, Kathryn incluso creyó que el hombre que había conocido unos días antes era uno completamente distinto al que tenía enfrente. No era igual, sin embargo, era él y nadie más que él.
—Necesito seguir haciendo un trabajo. Ya sabes… el asunto que ya te he comentado.
“Las tres ranas” ella recordó. Y también recordó que había demasiadas preguntas que deseaban hacer. No sabía si tenían tiempo de sobra para hacerlas, esperaba que sí.
—Quizá podamos hablar con más calma cuando vuelva.- Tenma le dijo sonriéndole débilmente. Kathryn asintió de acuerdo.
Una necesidad le surgió del pecho a Becker. Una punzada de necesidad de ir y acompañarlo le retumbó en el esternón. Debía ir con él y cuidarle. ¿Porqué? No lo entendía pero debía, necesitaba y quería hacerlo. Tenma le diría que no y la obligaría a quedarse en reposo total, ella se negaría pero, a falta de modestia y en pleno uso de su honestidad, necesitaba recuperar su fuerza.
—¿Durmió, doc? Con todo respeto, se ve de la mierda.
Tenma ahogó una risa en la garganta. Kathryn disfrutó ese gesto.
—Lo sé… en realidad no dormí nada, si te soy honesto.
—No es prudente que salga en ese estado. Usted lo sabe mejor que yo. ¿Porqué no se queda? Quizá podamos aclarar muchas cosas pendientes, ¿No le parece?
Tenma pareció considerarlo. Pero al final se negó. Claro que quería quedarse. Claro que Tenma daría cualquier cosa por un solo minuto de paz. Pero no quería permitirse ese lujo en la condición y la naturaleza de su vida de los últimos años. Hacerlo, le provocaba una sensación de inutilidad que le hacía sentirse enfermo. No le gustaba sentirse así. Imágenes de la noche y día anteriores también le habían arrebatado el sueño. En menos de veinticuatro horas hubo un tiroteo en una escuela, Kathryn casi es asesinada por los hombres de Johan por motivos que aún no entiende, sangre sangre por todas partes. Un disparo proveniente de su pistola.
Ya no tembló. Y se enfermaba de no temblar.
¿Acaso estaba condenado? No había dudado esta vez en disparar. De nuevo sus manos estaban manchadas de sangre. Era la segunda vez que le disparaba alguien. No quería acostumbrarse a la forma que soltaba el aire después de disparar, a la forma en que su corazón abandonaba el rápido y doloroso palpitar contra su esternón. Un descanso y alivio que detestaba sentir en su torrente sanguíneo. Su cabeza dolía y casi tuvo que sentarse para recuperar un poco de fuerza, casi olvidó que Kathryn estaba en la misma habitación.
La forma en que lo miraba era realmente… extraña. Peculiar. Por un instante, Tenma recordó la mirada de un niño pequeño encontrando un insecto que jamás había visto, tomándolo con ambas manos y analizándolo bajo unos ojos de curiosidad y asombro. Era una comparación burda pero fue lo primero que se le vino a la mente. Era como si Kathryn se sorprendiera de su semblante. Como si estuviera aprendiendo.
Entonces la memoria fresca de los sucesos de la noche anterior le golpearon como el agua en los rompeolas.
No conocía esta joven lo suficiente pero lo que había visto era algo inigualable y de haberlo visto en otro tiempo, diría que era aterrador. Pero ahora no lo creía así. Aún tenía fresco en su memoria algo qué pasó en cuestión de segundos. Recuerda el brillo de la navaja, recuerda el olor a pólvora y recuerda a Kathryn abalanzándose encima del hombre golpeándolo y atacándolo con el salvajismo y furia de un felino. La vio desgarrar la carne del hombre con sólo sus uñas, lo golpeó tan rápido y tan fuerte que el hombre no tuvo tiempo para reaccionar. En cuestión de unos segundos más, ella le desgarró la yugular y su vida terminó casi al instante.
Era una escena aterradora. Pero Tenma no sintió miedo. Tan solo un gran pesar que le llenó el pecho y le dio la fuerza necesaria para levantarla y sacarla de ahí. No entendía qué pasaba, no sabía quién era ella, no sabía cuál era el vínculo de Kathryn con este infierno. Pero sabía que algo denso se ocultaba detrás de la sonrisa amable y cálida en los labios de la chica.
—¿Tienes hambre? Te pediré algo para desayunar.- él le dijo.
Ella no puso mayor objeción, sabía que su cuerpo le pedía a gritos un poco de azúcar. Cuando el servicio a habitaciones llegó y el aroma a comida le llegó a la nariz sentía que algo despertaba dentro de ella. Sin muchas ceremonias y en tres bocados se comió el huevo junto con la fruta y en cuestión de segundos se tomó todo el jugo de naranja que le habían llevado. No era para menos, la noche anterior no había querido comer nada y además había caído completamente dormida una vez que su cabeza tocó la almohada cayó completamente dormida.
Ambos tenían muchas. Demasiadas preguntas. Y en la misma medida, tenían inquietudes e incluso inseguridades, pero ya habría tiempo de sobra para eso.
—Quédate aquí, volveré en un par de horas, debo seguir trabajando.
Becker lo observó tomar la maleta y cargarla en el hombro.
—Cuando regrese espero que podamos tener una larga sesión de preguntas y respuestas.- él le dijo sin mirarla.
—No podría estar más de acuerdo con usted, Doc.
Ella lo vio tensarse pero no supo por qué.
Desde la ventana, también lo vio cruzar la calle y doblar la esquina.
Y también la vio.
Kathryn sintió que la presión se le bajaba de golpe. Tanto que creía necesitar tomar asiento pero sus pies le impidieron moverse. Estaba atónita e incrédula con lo que sus ojos veían.
La cabellera larga y rubia destelló ante sus ojos, y vio a aquella mujer que vio el día anterior en el atentado cruzar la calle y doblar la esquina. Justo por dónde Tenma acababa de pasar.
Una vez más. Algo dentro de ella se encendió y la poseyó. En dos pasos ya estaba saliendo de la habitación para ir detrás también.
Estaba siguiéndolo, de eso estaba segura. La mujer rubia seguía a Tenma a una distancia prudente. ¿Quién demonios era ella? No entendía una mierda.
Kathryn observó sí acaso había más hombres que se encontraran detrás de Tenma, pero solo era la mujer rubia. Caminando a paso tranquilo. Ella no lo podía soportar, esta mujer estaba involucrada en el tiroteo en la escuela. Debía encararla y enfrentarla de una vez por todas. La primera vez se paralizó del miedo pero ahora ya no le tenía miedo.
Entonces una mujer la tomó del brazo y la obligó a verla.
—¡Tú eres la muchachita que atacó a los policías el otro día! ¡Llamaré a la policía!
Kathryn tuvo que detenerse a hacer memoria. Ah, sí.
Pero ella no tenía tiempo para esto. Necesitaba irse y…
Ya no estaban.
Ya no estaba Tenma ni la rubia.
Mierda.
Solo se descuido un par de segundos. ¡Mierda!
—¡Suélteme no tengo tiempo para esto y no quiero lastimarla!- Becker tiró de su mano del agarre de la anciana y comenzó a correr tanto para evitar a la policía como para ubicar de nuevo a Tenma y a la rubia.
De un momento a otro había mucha gente en la plaza. Iban y venían. Y sintió ganas de gritar el nombre de Tenma para ubicarlo pero se dio cuenta que era una estupidez.
Era tanta gente que pronto se empezó a sofocar.
—¡Doctor!
Avanzó pero la gente se le arremolinaba alrededor como un grupo de orcas acorralando a la presa. Como si la condujeran poco a poco hacia algún lugar desconocido. Quizá era su propia percepción, quizá no. Quizá estaba cayendo en la demencia. Mierda. Debió obedecer a Tenma. Estaba sofocada y la vista se le nublaba. Era una sensación macabra lo que le recorrió de los pies a la cabeza.
Entonces dos manos la agarraron antes de caer al suelo.
—¿Qué haces aquí? Te dije que te quedaras en tu habitación. ¿Porqué me desobedeciste?
Tenma la miraba preocupado y conmocionado pero también molesto.
—Esque…- apenas y podía formar una oración. —Una mujer… la misma que estuvo en el tiroteo de ayer… Ella lo estaba siguiendo, Doctor.
La expresión del médico se tornó aún más conmocionada.
—¿Una mujer?
—Rubia y bonita.- Kathryn describió. —Estuvo ayer en el tiroteo, yo la vi. Y yo jamás olvido ni confundo un rostro. Era la misma que lo estaba siguiendo.
Tenma guardó silencio por unos segundos antes de apartar la mirada.
—¿Acaso su cabello era largo y lacio?
Kathryn lo miró confundida.
—Sí. Lo era.
—¿Qué me dices de sus ojos? ¿Eran azules?
—Yo… no estoy muy segura pero creo que sí.
El rostro de Tenma se llenó de una expresión que Kathryn no supo darle nombre, jamás había visto una así. Una peculiar mezcla de incredulidad y pesadumbre. Y Kathryn volvía a quedarse completamente en blanco. Quizá haya sido la incredulidad en vez de la confusión, o quizá el destello de algo que no supo nombrar, pero algo en las profundidades de su subconsciente le dijo que Kenzo Tenma y la mujer rubia estaban relacionados. No era un espejismo, estaba segura de que no. Además estaba esa extraña conversación que tuvo con el hombre del atentado…
Becker se convencía cada día más de que Tenma era muchísimo más complejo de lo que creía. Sabía que era inocente, que era perseguido injustamente pero, ¿Qué otro lado estaba oculto? ¿Quién era él?
—Será mejor que regreses al hotel.-Él le dijo con voz vacía. —Aún no tienes la fuerza suficiente.
—Voy a acompañarlo, Doc. No quiero quedarme en la habitación como una inútil.-Ella le dijo. No era una petición, era un aviso, y Tenma no pudo convencerla de quedarse en el hotel. —Espero que volvamos a buena hora, dijeron en la cocina que prepararían raviolis para el almuerzo.
Por primera vez en el día, Tenma sonrió.
Cuando llegaron a las Tres Ranas era medio día, la calle estaba prácticamente vacía pero Becker se sentía más paranoica por Tenma que el propio Tenma. ¿Y si lo reconocían? ¿Qué harían entonces? Era un riesgo constante pero él lucía relativamente tranquilo.
Por primera vez en su vida, Becker conocía el infame letrero de las Tres Ranas. Era viejo, desgastado y sin color pero ahí estaba el letrero, tres ranas pintadas en un letrero de madera colgando sobre una entrada. Este era.
Sintió la mirada de Tenma en su nuca y no se esforzó en demostrar demencia o ignorancia. Lo miró porque ella misma también tenía mucho por detrás que buscar. ¿Quién de los dos tenía más derecho de saber? A diferencia de la primera vez, ahora no había desconfianza, tan solo una necesidad penetrante de conocimiento, acompañada de una reticencia de compartir. ¿Quién sería el primero en hablar? Había tanto por decir y tan pocas intenciones de hacerlo.
—Nadie vive aquí.- Una anciana pasó caminando a media acera. —Este local lleva años deshabitado.
—¿Cuántos?- Preguntó Tenma.
—Quizá unos once años, quizá doce. No puedo saberlo con exactitud.
—¿Sabe quién vivió aquí?
—No, muchacho. Yo me mudé a Praga hace medio año y no puedo decirle mucho de esa fecha solo se lo que me han contado pero seguramente habrá más personas que sepan más de este lugar.
—Puede decirme cualquier cosa que sepa. ¿Podría, por favor?- Pidió Tenma, acercándose a la mujer con una suave sonrisa.
—Pues verás…solo sé que vivía una madre soltera con un niño… o sería una niña.- La mujer reflexionó haciendo memoria.
Becker vio a Tenma tensarse y mostrar interés por la madre soltera.
—¿Podría decirme más sobre la mujer?
—No mucho pero en la panadería de la esquina podrían decirle más. El dueño lleva viviendo aquí más de treinta años y sabe todo.
—Es usted muy amable, gracias.- Tenma agradeció con una reverencia.
—¿Eres oriental?
Becker se tensó aún más y por algún motivo apretó los puños dentro de su chaqueta. Abrió los ojos con paranoia pero Tenma se mostró calmado.
—En parte. Mis padres son de ascendencia asiática pero yo soy alemán.- mintió la mujer sonrió cálidamente.
Cuando la anciana se retiró, Becker soltó una exhalación ruidosa. Lo vio relajar los hombros y soltar un suspiro de alivio. Solo hasta ese momento, ella se dio cuenta que este hombre llevaba casi cuatro años viviendo de la peor forma, sabía que vivía siendo perseguido pero hasta ese momento, ella no lo había asimilado. Tenma era inocente y vivía como el criminal que no era, seguramente su corazón latía con fuerza al interactuar con cualquier persona, por eso desconfiaba tanto de la gente, estaba obligado a desconfiar y a mantenerse alerta y aún así siempre era amable y gentil. Con justa razón desconfío tanto de ella cuando prácticamente lo asaltó robándole la maleta aunque fuera solo para salvarlo.
A diferencia de ella. Ella sí era una criminal, ella sí había hecho cosas horribles y sin embargo,
no había nadie detrás de ella porque ella no existía para nadie. Había tenido los mejores años de su vida en Francia viviendo como no se lo merecía. Ella debía vivir con el mismo pesar que Tenma.
No.
Ella debía vivir pudriéndose en prisión. Y sin embargo…vivía sabiendo que nadie la perseguía. Era injusto.
Entonces recordó lo que ella experimentó al ver a Eda Klein viviendo en paz después de todo lo que ella había hecho en sus años en el Kinderheim. Era tan malditamente irónico. Algo en su pecho se apretó al recordar a la anciana.
“Encuentra la paz.”
—Becker.
“Todos merecemos una segunda oportunidad, ma carotte.”
—Dígame, Doctor.
Tenma la veía de una forma que ella no pudo nombrar. No era una mirada negativa ni que ella supiera identificar como algo negativo. Era una mirada que buscaba algo de ella. Estaba analizándola.
—Nada. Ignórame. Vayamos a la panadería.
—Sí, señor.
Ninguno de los dos mencionó lo raro que había sonado esa respuesta en la boca de Becker.
Becker sintió un escalofrío en su espalda y resistió las ganas de llevarse la mano a la boca. Era una respuesta automática y predispuesta. Pero por alguna razón se sentía correcta.
Por otro lado, Tenma estaba acostumbrado a que la gente se dirigiera a él con “Doctor” e incluso “Señor” pero la forma en que Becker respondió con “Sí, señor.” no era la forma en que una persona se dirige a un médico, era la forma en que un soldado se dirige a su comandante.
Ninguno quería decir algo pero Tenma no se iba a quedar callado.
—¿De dónde vienes?- Tenma preguntó por fin.
El olor del pan recién horneado le inundó las fosas nasales a Becker. Era un aroma exquisito, aunque eso solo lo sabía porque le habían dicho que el aroma a pan recién horneado era exquisito. Aunque sí lo creía.
Se sentía bien saber que quería comer una pieza de pan porque el olor era magnífico. Era bueno reconocer las necesidades fisiológicas de su cuerpo por algo que a su cerebro le era agradable y no solo por la necesidad de supervivencia.
—¿De dónde vengo? Pues la verdad es que no lo sé.
Ahora mismo sé que tengo más hambre y que quiero una pieza de pan.
Algo en el pecho del médico se apretó, y se sintió enternecido y se convenció que Kathryn Becker era una mujer realmente peculiar.
Tenma jamás creyó que se conmovería de la manera en que lo hizo ante una persona devorándose un pan recién horneado. Pero el placer que demostraba la expresión en el rostro de Kathryn mientras se comía el bollo relleno de mermelada simplemente lo conmovió.
Trató de no pensar mucho en ello pero ¿Cuándo había sido la última vez que él había disfrutado el mero hecho de comer? No recordaba la última buena comida que había tenido.
Ni siquiera recordaba lo que había comido el día anterior. Tenma llevaba mucho tiempo comiendo solo para no desmayarse. Hasta ese momento, se dio cuenta que al comer, el alimento era insípido en su lengua, no le importaba qué comer, él como médico no estaba haciendo lo mejor para sí mismo. Lo sabía muy bien.
—¿Se le antojó, Doc?
Tenma no pudo evitar reír. Con una sonrisa amable, declinó su oferta y Becker dio otra mordida.
Devolvió su atención al panadero.
—Entonces, ¿después del incendio no se volvió a saber nada de los niños o de la madre?
—No. Como le digo eran tiempos muy complicados, la caída del muro, movimientos ultraderechistas y organizaciones secretas de la Unión Soviética eran de lo que más se escuchaba por lo que no podíamos evitar creer que la mujer pertenecía a algún grupo de esa índole. Nunca supimos con exactitud quién era ella. Ni siquiera sabíamos su verdadero nombre.
—¿Habrá información sobre aquel incendio entre los periódicos de esos años?
—Cierto, que son periodistas. Pues si van al periódico del centro allí encontrarán más información, seguro.
Tenma le agradeció con una sonrisa y con un gesto le pidió a Kathryn comenzar a caminar de nuevo. Ella obedeció.
—Gracias por el pan, señor.- los ojos verdes de la muchacha brillaron mientras se despedía del panadero. —Volveré un día de estos.
Caminaron en silencio por media cuadra hasta que el médico lo rompió.
—Dijiste que no sabías de dónde venías, ¿A qué te refieres?
—Es complicado, ¿Porqué tanta búsqueda de unos gemelos que vivían aquí hace once años?
—Es complicado.
Era claro que había mucho por ventilar pero no lo iban a lograr si se mostraban recelosos con lo que tenían.
—Llegué de Francia hace unas semanas, viví allí cuatro años, desde 1995 hasta hace unos días. Antes de ello trabajé para un oficial del gobierno en Alemania.
—Esos gemelos son los que yo atendí en 1986 en Düsseldorf.
—Uno de esos gemelos es el que usted señaló como autor de los asesinatos que se le imputan, ¿verdad?-Becker dijo y Tenma parpadeó. —Yo conozco lo que usted reveló a la policía pero nadie le creyó. Pero tal parece, que su intención no es demostrar su inocencia. Sino encontrarlo. ¿Para qué quiere encontrarlo?
La falta de expresión y de vida en los ojos verdes de Becker casi le generan un respingo. Tanto sus palabras como su rostro le impidieron seguir caminando. Sintió un hormigueo en sus dedos, los que utilizaba para apretar el gatillo y para sostener la culata o el mango del arma. Tuvo náuseas. Pero se mantuvo quieto mirándola fijamente. No hacía falta que él hablara para que ella entendiera.
—¿Por qué conoces las Tres Ranas? El día que te conocí supe que sabías de este lugar por la forma en que reaccionaste. Ahora dime.
—Mi jefe mencionaba mucho este sitio cuando trabajaba en Alemania. Creía que era un código pero era un sitio y aquí está. ¿Qué une a este local con mi ex-jefe y los gemelos que usted cuidó en 1986? ¿Usted lo sabe no es así?
Tenma aún tenía mucho por decirle. Una parte de él no quería involucrarla en este asunto, entre menos personas se enteraran de este infierno, mejor. Pero por otro lado, ella parecía saber mucho más de lo que parecía. Y si para tener más armas para encontrar a Johan debía hablar. Entonces lo haría.
—Es demasiado extenso.
—El periódico está en el centro, si no le molesta caminar está a muchas cuadras.
“Al final, la única persona en la que puedes confiar es en tí mismo”
Esas palabras seguían dando vueltas en su cabeza. Suk sostenía la llave con fuerza entre sus manos, convencido que el mundo estaba sumido en una oscuridad infernal. Muerte, cadáveres por todos lados. ¿En qué momento el mundo se volvió tan oscuro? Quizá siempre había sido así.
—Aquella llave…abre algo muy importante.- Suk le dijo a la rubia. —Una caja fuerte o algo así. Es un secreto y no debo compartirlo con nadie.
La rubia sonrió para sus adentros. Y después de despedirse le sonrió al joven detective.
—Te diré mi nombre.- ella dijo. —Mi nombre es Anna. Anna Liebert.
Notes:
HOLA Y PERDÓN!
Lamento muchísimo ese hiatus tan inesperado y sin avisar. Entre a la universidad y no había tenido tiempo para escribir pero por fin. Aquí les traigo un capítulo nuevo para celebrar el cumple de Tenma <3. Gracias por leer y dejen sus comentarios me encanta leerlos. Un beso y les deseo un feliz inicio de año 2023
Chapter Text
Por más que se limpiaba el sudor de las manos estas terminaban igual de húmedas y pegajosas. La grabadora entre sus manos le daba muchas cosquillas, quería abrirla tenía muchísima curiosidad por escuchar lo que estaba grabado ahí.
Había visto mucha muerte los últimos días y se sentía paranoico, porque él como hijo del ex director de uno de los Kinderheim de Berlín, sabía que era uno de los tantos blancos como Eda Klein o Herr Petrov. Aún si Gilbert Wagner no tenía nada que ver con el kinderheim, al morir su padre en él caían todas las responsabilidades.
“Debes entregarle esta grabación a mi pequeña.” Le había dicho Frau Klein poco antes de su asesinato. “Ella está buscando información sobre el kinderheim. En esta grabadora hay suficiente información para ella.”
De igual manera, sabía que en posesión de Reinhard estaba una segunda grabadora con información aún más importante. Sabía que los asesinatos que habían estado ocurriendo eran por esa grabación.
Y sus sospechas se afianzaron cuando vio a Kathryn Becker entrar al edificio de Reinhard seguida por dos hombres con traje. Se suponía que debía entregarle la grabación aquel día pero la mujer simplemente salió corriendo en cuanto lo vio. Y tuvo miedo cuando vio a los dos hombres que acababan de entrar, salir del edificio para comenzar a seguirla, si Wagner se acercaba también lo matarían.
Había sido un acto de cobardía sí, pero ¿Qué otra cosa podía hacer?
Ahora debía encontrar a la Rosa del 204 para entregarle la maldita grabación y salir del agujero del ratón de una vez por todas.
Recorrió el centro de Praga tal como Frau Klein le había dicho que hiciera, no creía encontrar a la mujer por ahí y ciertamente tenía pocas ganas de encontrársela. A final de cuentas ella era uno de los experimentos de los que su padre había sido partícipe. Sabía que las chicas que educaron en el kinderheim 204 eran asesinas peligrosas, agresivas y nada confiables. ¿Qué iba a hacer si ella lo atacaba por venganza contra su padre? Le temblaban las piernas de pensarlo.
No creía encontrarla pero cuando vio la mujer de la fotografía que Klein le había dado para reconocerla, se pasmó atónito. Ahí estaba.
De cabello rojizo como el cobre, largo y ondulado. El mismo hermoso rostro de la fotografía. Era ella aunque no estaba sola. Iba acompañada de un hombre de cabello negro y largo. Podía ver que era oriental. A Wagner le tomó unos cuantos minutos de atenta observación para reconocer que se trataba del presunto asesino; el neurocirujano Kenzo Tenma.
—¿Por qué debo estar rodeado de asesinos? Padre, espero que te complazca ver que tu hijo no es un llorón pues estoy por entrar a la boca del lobo.- murmuró para sus adentros.
Los siguió por el centro de Praga y se preguntó cómo la gente no lograba identificar al neurocirujano prófugo de la policía alemana. Quizá la noticia aún no llegaba de lleno al país, quizá el hombre era bueno para pasar desapercibido. Quizá eran ambas cosas.
Cuando llegaron a la oficina de periódicos del centro de Praga hacía calor, había mucha gente y a Becker le inquietaba que Tenma pareciera tan indiferente a la gente, cuando era uno de los sospechosos de homicidio múltiple más buscado en Alemania. Aunque quizá se equivocaba, quizá sí estaba alerta, pero él sabía lo que hacía. Aquel, fue uno de los tantos rasgos que hizo a Tenma acreedor a la confianza de Becker.
Dijeron ser parte de un periódico alemán que recogía información de la situación de Checoslovaquia durante y después de la Segunda Guerra Mundial y que necesitaban recabar información acerca de la checoslovaquia después de la caída del muro de Berlín. Les creyeron y para sorpresa de Becker les permitieron el acceso a los archivos de hacía veinte años.
Y si bien ir al periódico era una necesidad de Tenma, Becker descubrió que ella también podía necesitar esta información, ¿Cómo no se le había ocurrido antes?
Se sentía extremadamente paranoica, tanto que cuando un hombre entró a los archivos, ella creyó que era para decirles que llamaría a la policía y que no tenían salida. Pero solo los miró con indiferencia y Tenma solo sonrió. Ella hizo lo mismo.
El doctor parecía realmente interesado en los acontecimientos posteriores a la caída del muro y también a ciertas organizaciones relacionadas con la llegada de la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial.
Después se enteraron sobre el curioso caso de un detective llamado Jan Suk, que era considerado el principal sospechoso de la muerte de tres de sus superiores, estos habían sido encontrados muertos dentro de la comisaría, según el reporte de la policía y los forenses, la autopsia reveló un envenenamiento con un relajante muscular. Que había sido encontrado dentro de unos bombones de licor. No hacía falta que lo dijera, pero aquel detective había corrido la misma suerte que Tenma en circunstancias diferentes pero el patrón estaba ahí.
Mientras Tenma leía el periódico, Becker lo observaba, analizando cada una de sus expresiones. Ahí encontró sorpresa, incredulidad así como una rabia reprimida. Becker podía clasificarlo así. Aún si ella no entendiera bien.
—Entonces dígame, Doctor.- Becker miró el suelo caminando sin pisar las líneas de los bloques y cuidando de no pisar los talones del médico. —¿Qué planea hacer cuando encuentre a ese tal Johan?
Como Tenma no respondió, Becker tomó su silencio como una respuesta en sí misma.
—¿Qué cree que encontrará aquí en Praga? Me imagino que llegó al país con la firme intención de no irse con las manos vacías.
—No lo sé.
—Esos hombres… lo conocían a usted. Pero usted a ellos no, ¿eran los hombres de Johan, verdad? .- Becker volvió a cuestionar cada vez más intrigada. —Sabían su nombre, y parecía que estaban hablando un idioma que yo no entiendo.
—Johan tiene gente en todos lados. A este punto ya me acostumbré. Pero ayer… era como si él estuviera siguiéndome y no yo a él. Al parecer tanto él como yo llegamos a la República Checa con intenciones similares. Ahora solo me queda buscarlo y…- El médico guardó silencio casi avergonzado. —…¿Por qué te enredaste con esa gente?
—Ellos buscaban algo que yo no tengo.
—¿Qué cosa?
—No lo sé.
—Esto no va a funcionar si omitimos parte de la información, señorita Becker.
—Estoy hablando muy enserio, Doctor. No tengo idea qué es lo que esos hombres buscaban. No tengo idea de muchas cosas, ahora todo es muy confuso, me duele la cabeza de pensar, solo fui al lugar donde Bierman tenía el orfanato porque la directora Eda Klein me lo pidió.- Becker guardó silencio esperando alguna respuesta por parte de Tenma. Y como no la obtuvo levantó la mirada del suelo y observó el cabello que caía sobre su espalda. —¿Qué hará usted ahora?
—Iré al hospital donde se encuentra la madre del detective Suk. Necesito hablar con su hijo urgentemente. ¿Porqué no regresas al hotel? Debes estar cansada.- Tenma le dijo mirándola por encima del hombro.
—No.- se apresuró a responder. —Iré con usted. A no ser que le moleste mi presencia.
—No… no me molesta. No me molesta en lo absoluto.- Tenma podría decir que incluso comenzaba a disfrutar de la compañía de Becker. Pero no lo dijo.
Continuaron caminando hacia el hospital donde se encontraba hospitalizada la madre del detective y ahora prófugo Jan Suk, sin darse cuenta que un hombre los seguía, aunque no con malas intenciones, el hijo del difunto director del Kinderheim 204 planeaba cómo acercarse a dos asesinos sin morir en el intento.
Tanto Becker como Tenma se habrían dado cuenta del hombre que buscaba acercarse de no ser porque dos manos lo sujetaron y lo arrastraron a un callejón sin salida.
El hombre pataleó y lloriqueó de miedo, entonces el agarre se aflojó y dos ojos oscuros y profundos lo observaron con ira.
—No te atrevas a tocarlos. Por tu propio bien.
—No entiendo… yo no planeaba hacerles nada a ese par de asesinos. Iba a entregarle un paquete a la pelirroja. Es todo…- jadeó buscando aire estirando la caja que contenía la grabación.
—Yo lo haré, niño. No te molestes. Es peligroso que un chiquillo indefenso como tú ande cargando esto.- Le dio unas palmadas en la cabeza antes de retirarse. —Puedes irte a tu casa a esconderte como el desgraciado de tu padre hizo. Anda, largo.
—No hables así de mi padre.- apretó los dientes.
—¿De qué otra manera he de referirme a uno de los hombres que me destruyó por dentro?
—¿Eres una Rosa?- preguntó aterrado.
Ella odiaba que la llamaran así. Pero no podía negarlo.
—Soy Christa Ludwig, quizá el desgraciado de tu padre hablaba mucho de mi y mis hermanas.
—¿Y qué quieres?
—Lo mismo que mi hermana.- dijo. —Quiero recuperar lo que me arrebataron en el Kinderheim 204 y quiero venganza. Así que dime, ¿qué es eso que planeas darle a mi hermana mayor?
Christa Ludwig un día antes visitó ambas las escenas del crimen, con la placa falsa de policía, entró en la escena, vio los cuerpos, los rostros desfigurados y el aroma a sangre del que estaba tan acostumbrada le llegó a la nariz. Ambas carnicerías habían sido producto de un mismo patrón, reconoció inmediatamente las obras de niños del Kinderheim. Pero en la masacre que ocurrió en la azotea del hotel era distinta. Christa podía sentir que ahí mismo había nacido algo nuevo. Ella reconocía cuando el Instinto de una Rosa se despertaba. O al menos eso era lo que ella podía oler.
—Dos de mis hermanos están cerca.- sonrió. —Será mejor que los busque antes de que hagan alguna estupidez.
Después de todo, ella era la mejor para el trabajo.
Cuando llegaron a donde la madre de Suk los había enviado, eran casi las cinco de la tarde. Tenma escuchó los disparos y el tiroteo que había en el edificio de enfrente. Al entrar a la habitación estaba francotirador apuntando directamente a una de las ventanas del edificio.
Él no dudó en colocar el cañón en la cabeza del francotirador.
—¿Quienes son y qué hacen aquí?
El francotirador, notablemente sorprendido y nervioso, respondió en checo. Tenma pareció sutilmente exasperado.
—En alemán. Sé que lo puedes hablar.- El médico ordenó.
—Ya no importa, el trabajo está terminado.
—¿Qué hacen aquí? Responde.- Tenma volvió a preguntar haciendo más presión en la cabeza.
—En verdad da igual. Ya nos cargamos al detective y al tipo alto.
Kathryn se sobresaltó cuando Tenma lo golpeó en la cabeza con el mango, noqueando completamente al checoslovaco.
—Sí que tiene la mecha corta, Doc.
Tenma no le respondió, se dio la vuelta y se encaminó directamente al otro edificio. La madre del detective Suk, confundiendo a Tenma con su hijo, los había enviado al edificio abandonado donde su hijo solía jugar de niño. Becker no creía que esa ubicación fuese fiable. Pero Tenma sí, y no se equivocaba. La intuición de Tenma era algo que ella encontraba cada vez más fascinante.
El edificio estaba en silencio, había un fuerte olor a pólvora y quizá también alcohol. Era un aroma con el que ella había estado conviviendo los últimos días desde que llegó a Praga. No era un olor que resultara favorable a su nariz.
Siguió a Tenma por las escaleras, todo estaba en absoluto silencio, ambiente que era completamente inusual cuando tan solo unos momentos antes había un tiroteo. Era como si no hubiese pasado absolutamente nada. Se preguntó si estarían todos muertos. Y su sospecha casi se confirma cuando en la puerta entreabierta de una de las habitaciones del tercer piso había una mano ensangrentada saliendo del cuarto. Hubo un rápido intercambio de miradas entre ambos, ella abrió la puerta y él apuntó dentro.
Ambos se quedaron mudos.
Había cuerpos regados por todos lados, quizá ocho o nueve, todos inconscientes, golpeados y cubiertos de sangre. Era una escena familiar para los dos. Era casi como un Deja Vu. Becker no podía dar un paso más, cuando lo intentó se dio cuenta que estaba temblando.
Tenma la sostuvo de los brazos, para después levantar la mirada y encontrar al único hombre en pie de la habitación, cubierto de sangre, con las manos llenas de una sangre que no parecía ser suya, y en su rostro una sonrisa extremadamente familiar. Tenma sintió que se le subía el corazón por la garganta.
—Eres tú… el del tren. ¡Herr Grimmer!
Kathryn no entendía. Como pudo, levantó la mirada para ver al hombre. Era alto, demasiado alto. Parecía un hombre normal, común y corriente. Pero ella sabía. Ella sabía cómo lucía un trabajo como este. Ella misma había hecho algo parecido apenas un día antes. Ella sabía perfectamente lo que tenía enfrente: Un ex alumno del Kinderheim 511.
—Doctor Tenma.- el hombre se giró para sonreírle. —Sabía que llegaría. Y en el momento justo, hay un montón de pacientes que necesitan de su atención. Por favor, inicie con él.- el hombre señaló a un rubio con balazos en las extremidades. —Es un buen chico…
Antes de que Tenma pudiera responder, Kathryn se desvaneció.
—¡Kathryn!- Tenma la atrapó al instante antes de que ella pudiera tocar el suelo. Con delicadeza la recostó en el suelo y le revisó el pulso, la respiración y le tomó la presión. Tenía el pulso bajo y tenía la presión arterial alterada. Tomó una silla casi hecha trizas por los balazos y la usó para levantarle los pies, se quitó la chaqueta, la hizo un bulto y la colocó debajo de la cabeza de Becker, acomodó los rizos y casi siente ganas de acariciarle la cabeza.
—Creo que ver tantos heridos la desmayó.- Grimmer dijo. Pero Tenma sabía que no era así, estaba preocupado por ella, se moría por hablar con ella, pero la dejó dormir. Tenía tantas cosas en la mente que le era imposible ordenar sus ideas.
—¿Qué carajo pasó aquí?
Entonces Grimmer mencionó aquel lugar que era en parte la raíz de sus males. Cuando de la boca de Grimmer salió el Kinderheim 511, él supo que este era el lugar donde debía estar, aquí convergía. Vaya lo pequeño que era el mundo.
La primera vez que había visto a Grimmer había sido en una situación realmente conveniente. Había tenido suerte de encontrar a alguien que le ayudara a escapar de la aduana. En la mente de Tenma era realmente sospechoso que una persona fuese desinteresadamente solidario con él. Pero ya eran dos veces seguidas que dos completos desconocidos arriesgaron su pellejo por él. Se sentía en parte mal por haber desconfiado en un inicio. Miró a Becker que seguía dormida, le revisó los signos y se alegró que estos comenzaran a entrar a la normalidad. Becker y Grimmer se habían hecho acreedores a la confianza de Tenma aún cuando él había estado presente o casi presente en las carnicerías de ambos.
Tenma les dio atención médica a todos los hombres regados por el piso. Vendó heridas, suturó cortadas, hizo torniquetes, limpió, desinfectó etc. Y en todo ese rato no podía apartar su atención de Becker y de Grimmer quien le contó sobre la persona que vive dentro de él y que toma control de sí mismo cuando está en una situación de peligro.
El médico no tardó absolutamente nada en descubrir la peculiar relación que tenían las acciones de Becker con las de Grimmer. Ambos fueron sometidos a un estrés extremo y algo dentro de ellos los transformó en máquinas de matar o de guerra. Claro era que de los dos Becker había sido la más salvaje y sanguinaria.
Aún tenía en la memoria como Becker estaba por arrancarle la tráquea a un hombre, y lo hizo para salvarlo. Tenma tenía mucho en qué pensar.
—No tiene por qué involucrarse doctor. Este asunto es muy complicado y usted no tiene nada que ver.
Tenma terminó de vendar la herida del detective al que iba buscando, y después su atención se volvió de nuevo a la pelirroja que soltaba de vez en cuando un quejido. Como si estuviera soñando.
Se acercó y le revisó los signos vitales de nuevo, entonces ella se despertó casi de golpe dándole al médico un mini infarto.
—¡Becker!- exclamó colocando una mano sobre su esternón para hacerla recostarse de nuevo. —Sigue acostada, no te levantes, aún estás muy débil.
—Doctor…- jadeó. —¿Me desmayé? ¿Por cuánto tiempo?
—Un par de horas.- respondió con gentileza. —Tranquila, sigue descansando, pronto iremos de regreso al hotel, lo prometo.
Becker observó varias personas en el suelo, pero llenas de vendajes, con brazos y piernas inmovilizadas, ojos con parches, etc. Ella no necesitaba que le dijeran que había sido Tenma quien había atendido a todas esas personas.
Entonces su atención se puso en el hombre alto y cubierto de sangre que encontraron cuando llegaron a la construcción. Este la miraba sin emoción. Becker se sentía intrigada.
—Vienes del Kinderheim 511, ¿verdad?- ella pregunta
—¿Cómo…?
Becker miró el techo, las manchas ennegrecidas, el moho cubriendo las esquinas, la pintura descascarada y el olor era casi parecido. Recuerda mirar el techo por las noches, contando los agujeros, imaginando que por ahí se cruzan insectos. Recuerda la cama. Recuerda a sus compañeras conversar. Recuerda todo muy bien.
—Yo provengo del Kinderheim 204, para señoritas.
Becker no estaba mirándolos cuando las expresiones tanto de Tenma como de Grimmer cambiaron para estar llenas de terror, asombro y algo parecido a la incredulidad producto de un dato que parecía demasiado cruel y horroroso para poder creer.
En este momento, Tenma conectó los puntos. Encontró los hilos y puntos inconexos y los unió dándole forma a algo mucho más horroroso de lo que podría haber imaginado. Sabía del Kinderheim 511 pero no tenía idea que habían creado un segundo Kinderheim para niñas con un propósito similar. Pero ahora, saber de la existencia del Kinderheim 204 daba un giro de 360 grados a gran parte de las cosas que Tenma sabía. ¿Cómo no supo antes de aquel otro orfanato? Se preguntó porque Nina no había sido enviada ahí también. Se devanó los sesos tratando de imaginar lo que harían en el Kinderheim 204 con base en lo que hacían en el 511. Pero entonces la respuesta a todas sus incógnitas estaban ahí. Frente a él. Uno cubierto de sangre y la otra con la piel pálida y recuperándose de un desmayo.
—Dijiste que este asunto no me concernía.- Él le dijo a Grimmer. —Pero todo lo que se relacione con el Kinderheim 511…-Tenma le dio una rápida mirada a Becker que ahora lo miraba atenta a sus palabras. —O el Kinderheim 204, es completamente mi asunto.
—Usted… ¿estuvo también en el Kinderheim, Doctor?- Becker le preguntó horrorizada.
—No. Pero una pieza muy importante en el caso por el que me he movido por toda Alemania y ahora Checoslovaquia en los últimos tres años está en ese maldito proyecto.
Becker y Grimmer lo miraron completamente intrigados y fascinados. Se sentían como si estuvieran en la presencia de alguna clase de ser divino al que quisieran analizar y conocer de los pies a la cabeza.
Notes:
HOLA DE NUEVO. Espero actualizar muchísimo mas seguido.
GRIMMER APARECE POR FIN ^^
Los acontecimientos como podrán ver son simultáneos a lo que sucede dentro de la policía secreta con Suk y Grimmer. No quise explicarlo directamente pero espero que no se me pierdan ahí.Un beso y nos leemos después, recuerden dejar sus comentarios me encanta leerlos 💖
Chapter Text
Tanto él como Grimmer continuaban atónitos ante la información proporcionada por Kathryn apenas un par de horas antes. Después de que ella despertara y que Tenma terminara de atender a los heridos llamaron a emergencias y salieron de ahí antes de que la policía pudiera verlos. Cuando llegaron al hotel, Kathryn se encerró en su habitación, Tenma deseaba ir con ella pero sabía que debía darle su espacio.
Ahora estaba frente al televisor viendo cómo habían comenzado a hablar de todos los heridos encontrado. Hablaban en checo por lo que ni él ni Grimmer podían entender lo que decían.
—Ese chiquillo es inocente.- Grimmer mencionó sobre Jan Suk. —Está en las mismas que usted, Doctor. Es curioso.
Pero Tenma sabía que no era coincidencia.
—¿Podrías decirme todo lo que sepas del Kinderheim 511?
—Sí, pero también me gustaría saber sobre el Kinderheim para niñas. No tenía idea que había uno para niñas también…- meditó. —Quizá fue algo extremadamente secreto. Tanto que ni siquiera nosotros los del 511 sabíamos.
Claro que también le preguntaría a Becker, pero quería que ella descansara, aún si se moría de ganas por saber.
—Debes estar cansado y con mucha hambre, Doctor. Traeré algo para cenar. Quizá ella también quiera comer algo.
—Eres muy amable.- Tenma le tendió unos billetes. —Por favor, yo pago.
El día había sido extremadamente largo pero para quien había sido un infierno había sido para Grimmer y Becker. Era el mismo cuadro, era una situación realmente similar, era idéntico. Y ahora saber que ambos venían del Kinderheim tenía todo el sentido del mundo, ahora sabía que no era coincidencia, estaba acompañado de dos personas de las que podía obtener mucha información.
Y por el otro lado, el pecho se le apretaba de escuchar lo que le habían hecho a Grimmer en el Kinderheim, obligándolo a hacer todo y arrebatándole la capacidad para sentir. ¿Becker habría pasado por una experiencia similar o peor?
—¿Ella quién es?
La pregunta tomó a Tenma desprevenido. —¿Perdón?
— Ella. ¿De dónde la conoce?
—Me salvó de unos policías hace unos días.- Tenma meditó si continuar o no. —Como tú hace unos días, en el tren…
Grimmer le sonrió. —Entonces ella es de fiar.- Después se levantó de golpe para ponerse el suéter de nuevo. —Bien iré por la cena antes de que se llenen los buenos restaurantes. Quizá logre hablar con ella, me gustaría mucho ver lo que tiene que decir, dígale que espero que se sienta mejor.
El tenue ruido de la televisión servía para que la habitación no se encontrara en silencio absoluto. Kathryn estaba recostada sobre su estómago mientras veía la televisión, pero en realidad no observaba, simplemente dejó a sus ojos ir y venir en esa película para niños sin pensar demasiado. Su cabello estaba húmedo por el baño lento que se había dado y había restos de máscara de pestañas en el borde de sus ojos, quería dormir un poco pero su estómago comenzó a pedir por alimento. Un par de segundos después, escuchó tres suaves golpes en la puerta.
—¿Sí?
—Soy yo, Tenma…
—Pasa…- respondió sin moverse.
Lo vio entrar con lo que parecía ser timidez pero sin abandonar su estoicismo. Su cabello también estaba húmedo y llevaba otra muda de ropa. Ella sonrió con dulzura.
—¿Tienes hambre? Grimmer se ofreció a traer algo para cenar.
—Sí, eso me gustaría…- Becker se incorporó de la cama y buscó su cartera. —¿Cuánto les debo?
—¡Yo invito!- se apresuró a decir el médico antes de que ella le diera un dinero que no debía darle. —Te desmayaste hace un par de horas y necesitas comer más… ¿Cómo te sientes?
Becker se dejó caer de nuevo en la cama con los ojos puestos en el techo mohoso del hotel donde se habían resguardado. Sintió a Tenma sentarse en el sofá junto a la cama y sintió su mirada suave pero expectante que esperaba algo de ella. Sabía que habían cosas por decir y que Tenma estaba ansioso y casi impaciente por saber. Pero él nunca la presionó para hablar… ella le agradeció en silencio.
—Bien, Doc. Haga sus preguntas. Estoy preparada.- dijo.
—No quiero preguntarte algo que te resulte difícil de contestar, han sido días terribles para tí, prefiero que tú me digas lo que quieras decir y si después tengo más preguntas, te las haré. ¿Qué te parece?
Gracias a Dios—si es que existía— que su rostro estaba mirando al techo porque de lo contrario Tenma habría visto su cara tornarse de un rojo que le ardió en las mejillas. Aclaró la garganta y se talló los ojos buscando sofocar su sonrojo.
—De acuerdo…- fue lo que único pudo decir.
—Te escucho entonces.
En algún otro momento de su vida se habría negado rotundamente a otorgar información de ese lugar. Habría evadido toda pregunta… es decir… incluso ahora se negaría a hablar pero… a Tenma no le quería ocultar nada. Es más, estaba segura que él necesitaba toda la información necesaria para acabar con ese infierno. Él era el único que podía hacerlo, era como si lo supiera muy en el fondo…
Ella soltó un suspiro y comenzó su relato.
—Nadie sabía sobre ese lugar, solo altos cargos, era un programa aún más secreto que el que manejaban en el propio Kinderheim 511.- Explicó. —Mientras que en el Kinderheim 511 “entrenaban” a los niños a convertirse en líderes políticos, los enseñaban a manipular a la gente a usar su carisma para adueñarse de lo que quisieran… a nosotras las mujeres en el 204 nos entrenaban para otro trabajo…
Tenma estaba atento a cada palabra de Kathryn.
—A nosotras nos entrenaban para proteger a esos niños que se convertirían en políticos.
—¿“Proteger”?- Tenma estaba confundido.
—Nos enseñaron a reaccionar rápido ante un ataque, nos enseñaron a pelear cuerpo a cuerpo, nos enseñaron a utilizar todos nuestros recursos para salir del peligro y sacar a los varones del peligro. A usar armas, a pasar desapercibidas y aún así parecer inocentes. A llamar la atención de la manera correcta y a no llamar la atención. A acabar con la vida de una persona de forma rápida y eficaz. En resumen, era una escuela de espionaje y guardaespaldas.
Los ojos verdes de la muchacha se negaron a encontrarse con los ojos ámbar del médico. En vergüenza, en miedo, en muchas cosas. Sobre todo vergüenza.
—Puedo preguntar… ¿Cómo terminaste ahí?
Becker no tenía una respuesta para esa pregunta.
—No sé cómo fue que terminé ahí… yo… no tengo recuerdos antes de llegar al Kinderheim 204. Podrían decirme que nací en ese lugar y probablemente lo creería porque no tengo recuerdos para pensar lo contrario… solo sé que estuve desde los siete años hasta la disolución del proyecto del Kinderheim en 1983… por la masacre en el 511, que fue la noche de mi cumpleaños número diecinueve.
Como Tenma no preguntó por la masacre del 511, Becker dio una rápida mirada y encontró una expresión que le dijo que se encontraba haciendo cuentas y cálculos. Eso le recordó que ella también tenía muchas preguntas para Tenma también. Se incorporó sobre la cama y se puso a jugar con su cabello rojizo.
—Tú también sabes muchas cosas, necesitas también decirme. Es justo ¿No?
—Desde luego.
—Bien, pero deja que termine de contarte todo.
Backer cambio la posición para estar sentada en la cama y poder ver a Tenma mejor.
—Hay más cosas que pasaron en el Kinderheim 204.- retomó su relato. —Casi no lo recuerdo bien… pero… recuerdo que nos decían que “éramos hermosas”. Creo que seleccionaban a niñas que poseían gran atributos en inteligencia, atractivo, salud y fuerza. Y que prometían convertirse en mujeres hermosas y fuertes en el futuro.- Kathryn se sonrojó. —“Nadie sospecha de una mujer hermosa” ellos utilizaron nuestra apariencia física y salud para crear a las perfectas espías, asesinas y guardianas de los monstruos que creaban en el 511.
Kathryn consideraba que era un concepto nefasto. Tenma, al tiempo que sentía que las cosas se hacían más y más grandes, sentía como le hervía la sangre de ira ante las experiencias de Becker.
—Al principio yo no supe que estaba ocurriendo en el 511… me dediqué a seguir órdenes, nos entrenaron hasta el último segundo. Pero la mierda en mi cerebro ya estaba hecha… Vi a muchas de mis compañeras desaparecer.
—¿A qué te refieres con desaparecer?- preguntó el médico con una expresión que crecía en asombro y terror.
—Si bien ellos escogían a niñas hermosas, conforme crecíamos, algunas de ellas “perdían belleza” durante el crecimiento… a lo que ellos consideraban como belleza… y de un día a otro ellas ya no estaban con nosotras a la hora del desayuno… desaparecían en la noche sin que nadie se diera cuenta… Además, la noche de nuestra graduación, la noche de la masacre en el 511 nos reunieron a todas en un auditorio. Nos dijeron algo que no recuerdo, después comenzaron a llamarnos una por una… solo puedo recordar los gritos de dolor de esas niñas cuando desaparecían detrás del telón, nos gritaban suplicando ayuda, pero nadie hacía nada, solo nos quedamos quietas sin hacer nada, escuchando como torturaban hasta la muerte a muchas de nosotras. Hasta que llegaron a la primera que no murió… Christa. Ella entró y salió por su propio pie. Lo mismo pasó conmigo. Éramos treinta y tres, solo sobrevivimos 10 y aún no sé porqué.
Kathryn apretó los puños y los dientes pero no lloró.
—Es suficiente… no tienes que continuar…- Tenma se levantó del sofá y sentándose en la orilla de la cama, acercó su mano al hombro de ella. —No tienes que recordar…
—¡ NO ! ¡Necesito decirlo! ¡He guardado silencio durante tantos años! ¡Durante 15 años he cerrado la boca y he fingido! Mis compañeras existieron y sus vidas e historias merecen ser contadas…- Kathryn alzó la vista hacia Tenma, que la veía con dolor y tristeza pero también con bondad. —No tolero la injusticia por muchas razones, Doctor… mis compañeras fueron asesinadas solo por no contar con lo que ellos querían. ¡¡Eran solo unas niñas!! Y el resto vivimos solo para seguir órdenes… me odio tanto… me odio porque me alegraba de seguir viva y tener lo que ellos buscaban… me odio porque sentía alivio de saber que a mí no me harían nada porque era consciente de lo que ellos buscaban en nosotras y yo lo tenía todo… soy una persona nefasta. Seguí órdenes y con estas manos he asesinado a mucha gente solo porque me lo pedían… me doy asco.
Tenma sintió su corazón apretarse y romperse. Había tanto dolor en esta mujer, había visto y presenciado cosas que él solo podía imaginar, había sido obligada a cometer actos violentos y la habían convencido de que ese era su deber. Le habían arrebatado su infancia y su adolescencia. Esta mujer que siempre tenía una sonrisa y calidez para todos guardaba en el corazón sentimientos que le habían sido arrebatados.
No sabía que decir, todas las palabras habían quedado perdidas en el sentimiento de desear abrazarla.
—¿Puedo abrazarte?
Becker lo miró sorprendida pero para bien. No sabía cómo reaccionar solo hizo lo que se sintió bien para ella. Asintió.
—Sí…-
Fue un movimiento seguro pero cuidadoso. Ella sintió los brazos de él envolviéndola, sintió como él la pegaba a su pecho, recargando el mentón en su cabeza. Por su cabeza pasó el recuerdo de su madre , el día que le reveló la verdad de quien era. Fue la misma calidez, la misma empatía y el mismo desprecio por lo que le hicieron en el orfanato.
Pero Kathryn sentía éste abrazo diferente, era definitivamente distinto, pero no para mal, por el contrario, pues las emociones que llegaron con la calidez de los brazos de Tenma y con la presión de su mejilla enterrada en sus rizos eran arrasadoras, catárticas que despertaron algo nuevo en el cerebro de Kathryn. Era demasiado fuerte y abrumador que le calentaba el pecho no sabía que era, maldijo de nuevo al Kinderheim 204 porque ahora sabría bien que le pasaba por dentro.
Ahora solo sabía que debía quedarse así, con los brazos de Tenma envolviéndola, debía permanecer así, porque de formas que no lograba entender, sabía que su cuerpo le exigiría el contacto otra vez.
Entonces se atrevió a mover sus manos, se atrevió a deslizar sus manos por el torso de Tenma. No sabía que hacía, pero sabía que eso hacía la gente cuando abrazaba a alguien, entonces le devolvió el abrazo, aún incapaz de hacer algo más. Pero conforme de saber que le gustaban los abrazos. Conforme de saber que le estaba gustando ser abrazada por él.
—Tranquila…- Él arrulló. —Todo estará bien.
En ese momento, Kathryn deseó, con toda la fuerza que le podía conferir el alma o el espíritu, poder tener la capacidad de llorar.
La fila del restaurante era larga, pero a él no le importaba, tenía muchas cosas en que pensar mientras esperaba de todas formas.
El mundo antes de saber de la existencia de un Kinderheim femenil era distinto al que ahora lo recibía, era más sombrío y oscuro. Se preguntó porqué no sabía, se preguntó porqué aún a pesar de su ardua investigación nunca pudo encontrar nada que hablara de un Kinderheim para niñas donde eran tratadas igual de cruelmente que a los varones, era horrible tan solo imaginar lo que les hacían a las niñas en el 204.
Pero ahora que sabía que existía o que alguna vez existió se decidió a saberlo absolutamente todo.
Para Grimmer era necesaria toda la información aún si fuera un nombre o una fecha. Todo importaba.
Cuando se acercó su turno de ordenar, fingió no darse cuenta de la mujer que lo observaba disimuladamente en una mesa.
Con la vista periférica notó el cabello largo y negro. El traje y la corbata negra. Estaba seguro que pertenecía a la policía checa pero era curioso porque no había otra persona más con traje en el lugar. Sutilmente la miró como un gesto indiferente y casual, la mujer de unos treinta años y muy hermosa y de rasgos asiáticos, contrastaba mucho con el ambiente, todos con ropa informal y descuidada pero ella con el traje, el cabello negro largo y lacio perfectamente peinado a ambos lados y con un flequillo que le cubría la frente era muy inusual ver a una mujer así en un puesto de comida rápida.
Bebía un café con calma y saboreando el sabor, pero Grimmer sabía que lo estaba viendo y vigilando. Era como si lo estuviera analizando, esperando algo.
Ordenó y salió del restaurante, avanzó una calle y se arrodilló a acomodarse el zapato.
Cuando se levantó sabía que la encontraría ahí frente a él.
—Buenas noches.- Él le sonrió como siempre saludaba a extraños. —¿Hay algo en que pueda ayudarla?
La mujer tenía otro café en la mano. —Buenas noches, Herr Grimmer.- Le dio otro sorbo y cuando bajó el vaso de papel, la sonrisa de Grimmer ya no se encontraba ahí. —Descuide, no vengo a arrestarlo. Estoy buscando a mi hermana… la mujer con la que usted y Herr Tenma llegaron al hotel esta noche.
—Si usted conoce mi nombre y el del Doctor Tenma. Me parece justo que sepa quién es usted. ¿No le parece?
—Ludwig, mi nombre es Christa Ludwig.- Ella sonrió por primera vez.
—Si eres hermana de la señorita Becker me imagino que vienes del Kinderheim 204, ¿Verdad?
—Y usted del Kinderheim 511.
A ambos les pareció curioso, que los niños del Kinderheim 511 y 204 estuvieran en la ciudad de Praga. Después de tantos años de atrocidades, de ocultarse o de ir de un lado a otro por el mundo o Europa; la República Checa se convirtió en el centro de convergencia. Casi como una reunión de ex alumnos que hacen las escuelas normales para sus estudiantes normales.
—Me gustaría saber todo sobre el Kinderheim 204, ¿Porqué los varones no sabíamos de la existencia de ustedes?
—Mi hermana. Lléveme con mi hermana, primero.
—¡Oh, claro! De hecho esto es para ella.- Grimmer sonrió de nuevo alzando la bolsa de comida. —Para ser hermana de la señorita Kathryn usted es más arisca.
—Ella tuvo la suerte de tener un hogar después del infierno que vivimos en el Kinderheim 204. El resto de nosotras no…- Christa caminó detrás de Grimmer tratando de no sentirse intimidada por la gran estatura del hombre. —¿De qué generación es usted? Así podré responder su pregunta.
Grimmer meditó unos instantes y luego giró para sonreír. —No lo sé. Salí de ahí cuando tenía catorce años. De eso han pasado treinta años.
—Fue la generación del 68 entonces.- ella hizo cuentas. —Para entonces, el Kinderheim para niñas era solo una idea que no sabían cómo ejecutar. Yo ingresé en el Kinderheim 204 cuando cumplí los 10 años, estuve ahí desde 1978 hasta la masacre del Kinderheim 511 en el 83, de seguro ha escuchado de eso…
—Sí, he oído sobre ello.
—¿Por qué los varones no sabíamos de ello? ¿Qué hacían con ustedes en el 204?
Christa se sonrió.
—Hacían estupideces. Querían transformarnos en algo así como un guardia de la realeza o del papa…- se burló con sonrisa socarrona. —Querían hacer de nosotras guardaespaldas. Solo eso… pero al final. La noche de la masacre nos hicieron algo más.
—¿Qué cosa?
—Por seguridad no le diré.- Christa parecía sonreír aún más pero sus ojos hablaron por ella. Estaba asustada y había rencor dentro. Pero Grimmer lo entendía.
Cuando llegaron al hotel, la arrogancia y serenidad que se despedía de Christa pareció desaparecer casi completamente. Era como si el saber que vería a su hermana la volviera más inquieta e hiperactiva. Esta parecía ser su verdadera cara.
—Esta es su habitación.- Grimmer le indicó.
Christa no se molestó en tocar, solo abrió la puerta de par en par, dejando a la luz, su ansia. —¡Kathryn!
Se paralizó un segundo.
Sí. Ahí estaba su hermana, la hermana que llevaba mucho tiempo buscando por años, abrazada fieramente a un hombre. Y no a cualquier hombre, aferrada al mismísimo Kenzo Tenma.
Ambos se sobresaltaron por la repentina intromisión en un momento claramente íntimo.
Kathryn la miró sobresaltada sin soltarse del abrazo del neurocirujano “asesino” casi jalando de él para protegerlo de algo …Los ojos verdes de la pelirroja la analizaron unos instantes. Después se abrieron en incredulidad.
—Christa…
Christa estaba abrumada y avergonzada. Pero también sorprendida, intrigada. Eran muchas cosas para experimentar en un solo instante. Aunque también se sentía un poco entretenida.
—Lamento… Ay, mierda, perdón. No quería interrumpir…
El rostro de su hermana y del médico se tornaron de un rojo brillante. Sutilmente se soltaron pero Kathryn experimentó algo en su interior, tal como lo predecía anteriormente, una vez que Tenma la soltó, deseaba que la abrazara de nuevo.
—¡Christa!- exclamó de nuevo la pelirroja y se apresuró para verla mejor. —¿Eres tú?
—La misma.- Christa sonrió. Pero desvió la mirada para ver al médico y procedió a ladear la cabeza con una sonrisa curiosa. —Es un placer conocerlo por fin, Doctor Tenma.
La expresión de sorpresa en Tenma que llegó con la intromisión y el nerviosismo que vino detrás, cambiaron casi inmediatamente para convertirse en una mirada de recelo. Miró a Grimmer que estaba detrás, buscando una explicación pero el rubio solo movió los hombros.
Becker se percató de la profunda confusión y falta de comprensión de lo que estaba pasando. Ella misma no tenía idea de que estaba ocurriendo, no entendía como Christa Ludwig, la primera rosa, estaba ahí. No sabía que en algún punto de su vida volvería a encontrarse con sus hermanas, pero mierda no quería que el momento desapareciera. No sabía qué era eso que sentía en el pecho, pero no le desagradó.
—Ella es Christa Ludwig, Doctor Tenma.- explicó Becker. —Es mi hermana. Estuvimos juntas en el Kinderheim 204.
Tenma asintió aún desconfiado, Christa por otro lado le sonrió como si ella supiera algo que él no. Eso le dio escalofríos… y además lo puso de mal genio.
Después, Christa miró el televisor que estaba prendido, ahí seguían hablando de lo ocurrido en el edificio abandonado.
—Con todo respeto, están metidos en un lío muy gordo… ellos están buscando algo. Algo muy importante.
—La grabación.- dijo Grimmer.
—¿Qué grabación?- Tenma y Becker preguntaron al mismo tiempo.
—Una grabación que tiene un secreto guardado. Uno muy importante sobre la verdad de lo que llevó al Kinderheim 511 a la ruina, arrastrando también al Kinderheim 204 al infierno.
En esa habitación solo había una persona que estaba casi segura de saber lo que estaba resguardado en esa grabación, y que movía a tantas personas tanto como para matar por ello; Tenma.
Notes:
HOLA OTRA VEZ! :)
Por fin se encuentran Christa y Becker!! Ya tenía ganas que se reunieran por fin y me alegro que estén juntos todos. :)
YYY Amé escribir un poco de contacto físico entre Tenma y Becker lo merecen 😭
Chapter 9: 511 y 204
Notes:
ATENCIÓN: en este capítulo habrá menciones explícitas de violencia y asesinato con niños por medio. Cuidado.
Chapter Text
Había viento pero era más que suficiente para calmar el bochorno que había afuera del hospital. Después de que Christa les dijera el nombre y la ubicación del hospital donde tenían a Suk, abandonaron lo que hacían para ir directamente a buscarlo. Gran y desagradable sorpresa tuvieron cuando al preguntar por el joven detective, la enfermera en la recepción les dijo que ahí nunca había sido ingresado un hombre bajo el nombre de Jan Suk.
—La policía secreta tiene a Suk, estoy seguro.
—Es por esa grabación.- Tenma dijo, completamente seguro. —Necesito que me muestres esa grabación lo antes posible.
—Haga fila, Doctor.- Christa se rió. —Todos queremos esa maldita grabación.
—Ustedes no lo entienden.- Tenma miró a Christa sutilmente hastiado. —Todas esas muertes y los asesinatos de los últimos días y el tiroteo en la escuela. Todo ha sido obra de una persona y es por esa grabación.
—Doctor Tenma…- Becker lo miró confundida. Tanto Christa y Grimmer se mostraron intrigados. Antes de que ella pudiese decir algo más, la atención se la robó un auto elegante y negro, estacionado frente a ellos.
—Acompáñennos.
—¿Dónde está Suk?- preguntó Grimmer.
—Solo suban al auto, y les diremos.
—No subiremos al auto de un desconocido.
Pero Tenma, Becker y Grimmer ya estaban subiéndose al auto. A Christa no le quedó más remedio que seguirlos.
—No es necesario que ustedes hayan vendido de todas formas.- Susurró Grimmer a Becker y a Tenma. —Deberían haber regresado al hotel.
—No, está bien, creo que todos tenemos algo que preguntar.- Tenma se limitó a responder sin mirar a los dos que le miraban con tan fuerte curiosidad.
Becker estaba ansiosa, tenía ganas de hacer muchas preguntas y tenía sed de la respuesta. Moría de ganas por saber lo que contenía la grabación de la que le habló Christa, como legado de Klein y de igual manera se moría de ganas por saber que había contenido en esa segunda grabación, sobre ese terrible secreto sobre la caída del Kinderheim en 1983. ¿Qué había ocurrido esa noche? ¿Qué había originado en realidad la masacre del Kinderheim 511? Esas eran preguntas que solo podían ser respondidas en esa grabación. O quizá, también podía obtener la información de primera mano… de la persona a su derecha en el asiento del centro.
De reojo miró a Tenma, cuya conversación había quedado trunca tras la llegada de Christa. Cuando los encontró en la habitación abrazándose…
El muslo de Becker chocaba con el de él, ella sintió cosquillas en las manos y en el estómago, algo había despertado dentro de ella, que llegó acompañado del calor que le habían dado los brazos de Tenma. Se había sentido bien, demasiado bien. Era algo que Becker quería repetir. Ella recordaba los latidos del corazón de Tenma, palpitando suavemente debajo de la ropa, una suave y armoniosa melodía. El calor que le transfería el abrazo por el contacto mismo, la presión del mentón del médico recargado en su cabeza sobre los rizos rojos. Era tan fresco recuerdo en su memoria que podía seguir sintiendo la presión del cuerpo de Tenma contra el suyo como muestra de empatía y pena.
Era una sensación curiosa.
Entonces se dio cuenta que Christa la veía por encima del hombro desde el asiento del copiloto.
La veía con intriga, buscando un indicio o algo que ella no sabía.
Con una espontaneidad genuina, Christa sonrió socarrona para después seguir mirando al frente.
Becker no entendió pero no le dio importancia, ya tendrían tiempo para hablar después.
Cuando llegaron al restaurante donde los esperaban, eran cerca de la media noche. Todo estaba en silencio, no había un solo comensal en el restaurante, era como si hubiesen rentado el elegante lugar solo para ellos.
Un hombre de traje los esperaba de pie en la mesa.
—Ese es el Coronel Ranke.- Mencionó Tenma en un susurro. —La señorita Becker y yo leímos sobre él en los periódicos de hace unos años.
—No sabía que tendríamos la compañía de dos hermosas damas.- saludó Ranke. — Habría pedido un vino mejor.
—No se moleste, Coronel. Ni bebo.- Christa tomó asiento sin muchas ceremonias. —Por qué no vamos a lo que nos compete.
—¿Dónde está el detective Suk?
—Por favor, tomen asiento. Hablemos.
Parcialmente, Christa sentía que estaban perdiendo el tiempo, podrían estar escuchando las grabaciones que Eda Klein y Herr Petrov dejaron como legado. Pero también necesitaban saber cuáles eran las condiciones de la policía secreta checa de una vez por todas, necesitaban al menos poner la cara para generar un acuerdo o un intento de tregua.
El Coronel exigía la grabación sobre el secreto del Kinderheim 511, era el punto donde iban y venían como un trompo pero al parecer, el único que tenía poder sobre esa grabación junto con la ubicación de esta era solamente Herr Grimmer, quien no mostraba la más mínima intención de acceder a menos que devolvieran a Jan Suk.
—¿Y qué hay de la mujer rubia?
—Nosotros también estamos lidiando con ella y su gente. No tenemos idea de quién es.
—¿Podría ser acaso una de sus compañeras?- Tenma cuestionó a ambas mujeres en voz baja.
—También consideré esa posibilidad- Becker susurró. —Pero es prácticamente imposible, no creo que sea una de mis hermanas, ella no tiene motivos para hacer algo como esto. Además, esa mujer que lo siguió a usted hace unos días, no era como recuerdo a mi hermana. Era completamente diferente.
—Necesitamos contactar a Freya…
—¿Ustedes conocen a la mujer rubia?- el Coronel interrumpió dándose cuenta de la conversación. —¿De qué están hablando?
Christa y Becker se mantuvieron calladas ninguna de las dos quería mencionar el Kinderheim 204 a este hombre.
—Está evadiendo el rumbo de la conversación.- Grimmer comentó, trayendo de vuelta la atención de Ranke.
—Es usted quien no comprende, exijo esta grabación. Ahí se hablan de cosas que ustedes no entienden.
—¿Como el Kinderheim 511? Verá yo fui un alumno.
El ambiente dentro del restaurante cambió y con él la expresión del Coronel Ranke. Había sorpresa, incredulidad y su mirada atónita fue una reacción que poco habían esperado ver. Miraba a Grimmer fijamente expectante y atónito. Después de unos segundos recuperó la compostura.
—¿Cuántos años tienes?
—Para cuando salí del Kinderheim 511 tenía catorce y han pasado treinta años desde entonces.
El Coronel guardó silencio por unos instantes para después sacar un papel arrugado, viejo y descuidado. Se trataba de la fotografía de un niño.
—¿Lo conociste? Era mi sobrino.
Grimmer tomó la fotografía y la analizó sin mostrar una sola expresión.
—No lo sé, ya no recuerdo nada desde entonces. Los que estuvimos ahí no recordamos absolutamente nada de nuestra estadía ahí.
—¿Porqué tu sobrino fue ingresado al Kinderheim 511 cuando claramente tenía una familia? A ese lugar solo llevaban a los huérfanos, hijos de inmigrantes sin documentación y a los hijos de los traidores al régimen soviético.
—Christa.- Becker reprendió. —Cierra la boca.
—¿Cómo sabe de la actividad del Kinderheim 511?- cuestionó Ranke.
Becker pisó de nuevo en el tacón de Christa, pero ella apenas hizo amago de sentir dolor. Soltó un suave suspiro. A ese punto ¿Qué sentido tenía ocultar o revelar la existencia del Kinderheim 204? Con más de la mitad de las Rosas muertas y el resto ocultas, escondidas o trabajando para el ministerio interior en Alemania ¿Qué ganaban ocultándolo? Ninguna trabajaba ya para la RDA. No había sentido. Ya nada importaba. Solo querían sus malditos nombres de regreso.
—El Kinderheim 511 no fue el único proyecto creado por la RDA. El ministerio creó un segundo proyecto destinado únicamente para niñas; El Kinderheim 204. Un proyecto que vio la luz desde 1975 hasta la masacre del Kinderheim 511 en el 1983.
El Coronel Ranke se mostró aún más atónito que antes. Había incredulidad en su expresión.
—¿Cómo sé que no es un invento suyo?
—Usted está frente a dos de las únicas diez niñas que sobrevivieron el experimento.- dijo Becker. —Éramos treinta y tres. Y al final sobrevivimos diez. ¿Usted sabía de esto?
El Coronel negó mirando al suelo. —Solo tenía informado de la existencia del Kinderheim 511, sabía que ahí entrenaban a los niños para ser políticos o individuos perfectos… no sabía que también había un segundo Kinderheim para niñas. ¿Qué hacían ahí?
—Suficiente de preguntas. Ahora dígame, ¿Dónde está Suk?
—La grabación primero.
—Ni de broma.
—¡Basta!- Tenma exclamó harto hacía Ranke. —Estás lucrando con el sufrimiento de tantos niños y niñas dentro del Kinderheim 511 y 204. Estás utilizando las acciones que ese maldito lugar tomó sobre tu sobrino y ¿Para qué? Estamos perdiendo el tiempo. No tienes idea de lo que tu sobrino experimentó ahí solo te interesa tu propio beneficio.
El Coronel guardó silencio. Una expresión genuina de vergüenza. El restaurante permaneció en silencio por unos buenos segundos.
—El Detective Suk está bien. No le hemos hecho daño, podrán verlo mañana cuando hayamos terminado de discutir este asunto.- entonces se dirigió a su chofer. —Llévalos a donde quieran.
—¿Es todo?- Christa se quejó. —No nos dice de Suk y ¿lo deja para mañana?
—Es suficiente.- Becker la reprendió. —Me imagino que el Coronel tiene mucho que discutir con la almohada, ¿no es así?- el Coronel la miró inexpresivamente.
El auto que los trajo, los esperaba afuera. Hacía frío y las calles estaban vacías. No había ruido hasta que Grimmer, que había parecido ausente desde que se levantaron de la mesa balbuceó algo que ninguno de los tres entendió, posteriormente corrió de nuevo dentro del restaurante ignorando el grito de Tenma llamándolo.
Becker se había acostumbrado a la falta de expresión en el rostro de Grimmer o a la perpetua sonrisa que siempre llevaba, que verlo tan desesperado, alterado y angustiado fue algo que ella tardó en asimilar. Todos en el restaurante no supieron cómo reaccionar ante el relato de Grimmer o a los puntos de su relato una lista de cosas en su memoria. Como lo que ella misma tenía del Kinderheim 204.
Con desesperación, Grimmer enumeró todo lo que podía recordar y Becker lo junto en una lista; Cocoa, los insectos, entomólogo, nombres. Los tres estaban asombrados y no tenían idea cómo reaccionar, qué hacer o cómo acercarse a un hombre que claramente necesitaba ayuda. Bueno, Tenma si lo supo, se acercó un poco y colocó una mano en su hombro, con la férrea intención de ayudarlo.
Grimmer estaba alterado, y apretando los puños en el mantel de la mesa, balbuceó. Una muestra de la enorme batalla que él tenía con su memoria desde que salió del Kinderheim 511 a los catorce años, el nombre, el nombre.
—Su nombre era Adolf Reinhardt…
Y en los ojos del Coronel había lágrimas cuya salida trató de impedir haciendo una mueca de dolor, el ojo le saltó y se giró antes de que pudieran ver la expresión de vergüenza, lamento y dolor que llevaba consigo por la culpa de haber enviado a un niño directamente a un lugar donde eran las puertas del infierno en la tierra.
—Ese era mi sobrino.
Y con estas palabras se retiró del restaurante por la puerta trasera.
Becker se sentó frente a la grabadora vieja y con abolladuras de golpes. Se preguntó qué tantos lugares y que tuvo que pasar para que esa grabadora llegara a sus manos. Se preguntó cuánta gente había tenido que morir por ello. Se preguntó qué tan lejos sería la travesía que le esperaba.
Creyó que su camino había terminado cuando llegó a Francia, pero ese solo había sido el inicio de un final que aún tardaría mucho tiempo en llegar.
Las paredes que la confinaron en el Kinderheim 204 la habían hecho pedazos, pero Francia la había reconstruido, su madre había sido el factor más importante. Pero aún así los recuerdos de lo que vivió y aprendió ahí seguían vagos pero frescos en su memoria, recordaba las cosas que le habían enseñado, y también recordaba a sus compañeras, no sabía qué era ese sentimiento pero le daba escalofríos.
Christa se había ido a su propio hotel la noche anterior que regresaron del restaurante.
— Llámenme si necesitan algo .- y ella les entregó un papel con el nombre del hotel, el número de habitación y el teléfono.
Aún seguía procesando lo que había pasado la noche anterior, tuvo muchas preguntas que hasta ahora no podía contestar. Los niños del Kinderheim 511 habían intentado hacer un acto de bondad entre ellos recordando el nombre de los demás, ¿Cómo es que a ellas no se les ocurrió hacer algo así? Quizá podría recordar el verdadero nombre de Christa o quizá Christa podría recordar el suyo. Podían haber intentado hacer algo para contrarrestar los efectos del Kinderheim. Pero no lo hicieron, no había sido un acto egoísta, simplemente jamás se les ocurrió.
Podía escuchar la grabación con un solo botón pero no quería. Tenía miedo de escuchar lo que fuera que estuviera grabado ahí. Pero por eso estaba ahí. Por esta y muchas más razones había llegado a Praga en primer lugar. Y ahora tenía la oportunidad de saber muchas cosas.
Pero lo cierto era que no quería hacerlo sola.
Con tres golpes en su puerta se recuperó de la disociación. —¿Kathryn, quieres que te pida algo para desayunar o irás tú…?
—Está bien, Doc. Iré yo.- ella respondió abriendo la puerta.
Cuando él la vio la examinó y vio las ojeras debajo de sus ojos.
—¿Dormiste?
—No. No pude. ¿Cómo se encuentra Herr Grimmer?
—Bien, está mucho mejor. ¿Porqué no pudiste dormir?
Becker cerró la puerta de su habitación tras ella. —Por la maldita grabación, no puedo presionar el condenado botón, me da escalofríos. Sé que puede pensar que es una estupidez pero no puedo hacerlo.
Tenma guardó silencio meditando su respuesta.
—Uhmm… ¿Quieres que te acompañe? Sé que es algo realmente personal, pero si no quieres hacerlo sola puedo acompañarte.
Becker no respondió solo asintió suavemente. Una súplica en forma de agradecimiento.
—De acuerdo, pero primero quiero que desayunes. No has estado comiendo bien.
Y Becker sintió el calor subiendo por su garganta.
Grimmer la saludó con una mano mientras se devoraba un pan con mermelada. Ella se sentó en la cabecera de la mesa esperando que Tenma también se sentara.
—Usted también necesita desayunar, Doc.- Becker sonrió.
Tenma le sonrió con dulzura.
Christa entró con un estruendo sobresaltando los a los tres
—¡Buenos días!- exclamó. —Me temo que tenemos visitas.
Por la ventana vieron el auto del Coronel Ranke estacionarse. Lo vieron bajar del auto acompañado de dos guardaespaldas.
Christa se giró hacia la mesera.
—Disculpa, ¿Podrías traer una cafetera a esta mesa, por favor?
—Gracias, Christa.- Becker le dijo.
—Ay no. Es para mí.- Christa pareció ofendida, luego se giró de nuevo a la mesera. —Bueno trae dos, por favor.
—¿Porqué tan feliz?
—Luego les digo.
El Coronel Ranke entró con una leve inclinación de la cabeza a modo de saludo general. El rumbo de la conversación iba a ser el mismo de eso estaban seguros y ciertamente lo fue.
—¿Y bien? ¿Consideraron la propuesta? ¿Entregarán la cinta?
—Sí, lo pensé.- dijo Grimmer indiferente. Se metió un pedazo de pan a la boca con pereza y relajado. —No le daremos la cinta.
El Coronel frunció el ceño aún más. Cada vez más exasperado.
—¿No le interesa el destino del Detective Suk?
—Podemos dejarle escuchar la grabación y ciertamente debe.
—¿Qué hay del detective Suk?- insistió Ranke, buscando amenazar a Grimmer.
—Lastímenlo y la grabación desaparece.- Grimmer sentenció con indiferencia. —Así de sencillo. Yo soy quien tiene acceso a esa grabación y solo yo. Por lo tanto es a ustedes a quien les conviene obedecer. Te dejaremos escuchar la cinta en privado y tú renunciarás a vendérsela a tu socio alemán.
—¿Ese es el trato que me propones?- Ranke lo miró con hastío.
—¿Quién dijo sobre un trato?
—¡Con un demonio! ¡Basta!- exclamó Tenma con rabia. —Estamos aquí como idiotas perdiendo el tiempo mientras alguien podría estar siendo asesinado o herido por esa cinta. ¿Qué no lo entienden? ¿No se han dado cuenta de lo que pasa?
Todos en la mesa se quedaron callados, mirando al japonés tanto sorprendidos por la intervención brusca como por sus palabras.
—Tantos de tus hombres que han muerto por esa cinta. Y tanta más gente que ha muerto por información sobre ella, asesinados por gente que busca la información y la desea tanto como para tirotear una escuela.- Becker se estremeció en su silla ante la mención del tiroteo. El recuerdo le seguía dando pesadillas. —¿Quién crees que se encuentra detrás de todo? ¿Quién asesinó a los miembros de la policía checa en ese edificio donde Grimmer fue torturado y a tantos de tus hombres por toda la ciudad? ¿Quién envenenó a los superiores del Detective Suk, inculpándolo como el autor del envenenamiento? ¿Quién asesinó a Biermann y a Klein? La persona que más desea esa cinta en todo el mundo y cuya voz se encuentra grabada ahí. Johan.
—Doctor…
El Coronel Ranke aunque intrigado y sorprendido actuó con demencia.
—No tengo idea de qué estás hablando.
—No te hagas el imbécil.- Tenma espetó. —Sabes de lo que hablo. ¿Qué fue lo que tú socio alemán te dijo que encontrarías en la cinta?
—Que ahí estaba la identidad de un monstruo
—Un… ¿monstruo?- Christa estaba genuinamente confundida. —¿Un niño, un monstruo? ¿Cómo es que un niño fue la ruina del Kinderheim 511?
Becker y Christa se miraron confundidas. ¿Todo el infierno esa noche había sido por un niño? Era difícil de creer.
—Me temo que no tengo otra opción…- Tenma murmuró. —Tendré que decirles lo que ocurrió hace diez años y quizá mucho antes…
Becker estaba atónita mirándolo fijamente.
—Dijiste que querías respuestas.- Tenma se dirigió solamente a ella. —No quería involucrarte en esto… Pero te las daré. Te daré todas las que quieras. Les diré qué fue lo qué pasó.
Este era el momento donde ella dejaría de hacer suposiciones sobre él, donde dejaría de devanarse los sesos tratando de encontrar una respuesta a sus acciones, ahora quizá entendería mejor qué hacía Kenzo Tenma en Praga y porque perseguía tan arduamente a ese tal Johan Liebert.
En todo ese rato, ella no despegó la mirada de Tenma. Escuchó atentamente todas y cada una de las palabras en el relato y experiencia de los últimos 10 años de Tenma, escuchó cada palabra y la memorizó. Algo en el pecho se le apretaba al saber por las horribles cosas que había experimentado y que había visto. Él había visto la muerte desde un inicio por la naturaleza de su profesión, pero alguien como él no merecía experimentar el frío y el dolor que generaba la muerte como una constante en ese viaje al que fue sometido. La vida había tratado a Tenma como a un vil insecto, y él seguía ahí tratando de enmendar sus errores y seguía estando en favor de la humanidad. ¿Cómo es que Tenma seguía estando a favor de un mundo que había sido tan cruel con él? Becker no lo entendía, pero dentro de su estómago burbujeaba algo parecido a la rabia. ¿Cómo el mundo podría tratar de esta manera a alguien tan bueno y gentil como Tenma? Y los que merecían el castigo y el infierno seguían libres o vivieron en paz… como ella.
Fue en ese relato donde tanto ella como Christa obtuvieron la respuesta que habían estado buscando por años desde La Noche de la Rosas. Años y años preguntándose qué había sido tan devastador como para hundir al proyecto Kinderheim y la respuesta estaba en un solo niño que se encargó de hacer que alumnos, maestros, directores y toda persona dentro del edificio se mataran entre ellos. Parecía una leyenda urbana pero de Tenma jamás saldría una mentira. Sintió escalofríos. Ella misma junto con sus hermanas había estado en el lugar de los hechos un par de días después.
Nadie sabía que decir cuando Tenma terminó su relato. Becker sentía escalofríos y cosquillas en los dedos… necesitaba abrazarlo.
—Nosotras estuvimos ahí después de la masacre en el 511.- Chirsta jugó con la taza de café vacía en sus manos. Se sirvió más. —Fuimos a levantar los cuerpos. Teníamos casi dieciocho años entonces, bueno, Kathryn esa noche cumplió los diecinueve.
Tenma la miró atónito. Y Becker jadeó hacia Christa sorprendida.
—¿Sabías que era mi cumpleaños?
—Había demasiada sangre por todas partes. Estaba seca y todo olía a hierro.- Ella continuó sin hacerle caso a su hermana. —No había ni un solo sobreviviente, había niños y adultos muertos por todas partes. Niños de entre los siete y los once años tirados en los pasillos con lápices incrustados en los ojos, en el estómago y en la garganta, algunos tenían sogas atadas al cuello, otros solo golpes, otros estaban en los baños. Los adultos también estaban masacrados, con golpes en la cara, desfigurándoles el rostro, golpes en el cuerpo, algunos con balazos en la frente o en la espalda. Han pasado más de diez años desde eso ya no recuerdo cuántos eran…
—No sigan.- el Coronel Ranke pidió apretando los puños. —Por favor no continúen.
—No.- Grimmer intervino. —Deben continuar. Todos debemos saber. No debemos ocultar la verdad, sin importar si muero en el proceso, no descansaré y no me callaré más, lucharé hasta que la verdad se sepa.
Entonces Christa sintió su beeper vibrar en el bolsillo de su saco. El botón rojo parpadeaba y en el mensaje decía algo que la hizo jadear.
“Una rubia vino y me me asaltó y quería la grabación de Klein.”
Christa sabía que era del hijo de Wagner. Esto se volvía aún más grande.
—No…¡Maldición! ¡Inútil pedazo de…!
—¿Qué pasa?
—El hijo de Herr Wagner.- dijo Christa colocándose el saco negro de nuevo y acomodándose la corbata. —La mujer rubia fue a su ubicación buscando la grabación que Eda Klein te dejó. Él accedió a colaborar con nosotros… Él es un testigo clave a falta de Biermann, Klein y Wagner. No puedo dejarlo morir. ¡No ahora! Y ese idiota al parecer necesita protección.
—¿Quién demonios es esa maldita mujer?- el Coronel exigió. —¿Es una de ustedes? ¿De las niñas del 204?
—No lo creo. Pero no podemos estar seguros.- Christa se apresuró a la puerta. —Debemos buscar a Freya Richter de ser el caso.
—¿Quieres que vayamos contigo?- Becker le preguntó.
—No, yo me encargo. Ustedes encárguense de la grabación de Biermann, recupérenla, de seguro esa mujer también está detrás de la otra cinta.- antes de irse se dirigió hacia Tenma. —Doctor, le debo una disculpa.
Él pareció confundido. —¿Porqué?
—Creí que usted era el asesino y que mi hermana estaba siguiendo ciegamente a un psicópata.- Ella dijo, luego sonrió bajando la voz. —Que bueno que me equivoqué… que bueno que sea usted.
—Christa…- Becker la miró.
—¡Me voy!- Ella sonrió socarronamente. —Los veo al rato aquí mismo a las mil seiscientas. Que no los maten.
Christa desapareció por la puerta dejándolos a todos sin palabras.
—¿Siempre es así?- Grimmer preguntó.
—La recordaba más callada.- Becker murmuró y luego se giró hacia Grimmer y Tenma. —Vamos a buscar la grabación antes de que la mujer rubia llegue antes que nosotros.
Chapter 10: Lo que él creó
Notes:
ATENCIÓN!!! en este capítulo se habla de temas fuertes en este caso de hablara en referencias de S.A infantil, lean con precaución. Y hay escenas explicitas de violencia y asesinato.
Chapter Text
Christa Ludwig le había dicho que no abriera la puerta si tocaban, que solo podía darle entrada a ella y que cualquier persona que llegara a su casa era un potencial enemigo. Por eso cerró todas las puertas y ventanas como si estuviera en una de esas películas de zombies y tuviese que protegerse de ellos. Gilbert no tenía intenciones de abrir la puerta pero entonces a la puerta tocó una mujer. Que sabía su nombre, quien era y además era realmente hermosa. Gilbert sucumbió a la suave voz y al encanto de la mujer y, en contra de las órdenes de Ludwig, abrió la puerta.
—Buenos días, Herr Wagner.
Supo que iba a morir cuando la dejó entrar a su departamento. ¿Una rosa? Morir a manos de una de ellas le parecía algo que tarde o temprano iba a ocurrir. Había visto vagamente las fotografías de las graduadas cuando era niño, para cuando ocurrió la masacre del Kinderheim 511 las rosas estaban entre los 14 y los 19 años y él tenía ocho. ¿Se trataría de una de ellas? Él estaba casi seguro. Su padre a veces solía decir que las rosas no tenían emociones, ni expresiones faciales reales y que lo que mostraban al exterior era solo copias de expresiones en gente normal o producto de un cuidadoso entrenamiento.
Esta mujer parecía algo similar. Pero más… macabro.
No sabía si iba a morir o no.
Se quedó paralizado en su sitio no supo cómo fue que ocurrió pero de repente entraron más hombres y saquearon su casa. Sin poder moverse para defenderse, Wagner se quedó de piedra observando a la mujer rubia frente a él con una expresión calmada y siniestra.
Después de un rato la mujer tomó un paso al frente.
—¿Dónde está?- ella pidió con una sonrisa gentil.
Wagner no respondió.
—¿Con la dueña?
El hijo del ex director del Kinderheim 204 siguió callado y sin decir una palabra por el pánico que de repente lo invadió al ser observado a los ojos por esta macabra mujer. Tanto como su cuerpo y su miedo le permitieron, Gilbert asintió suavemente.
Una porción de su consciencia se desconectó de él por unos brevísimos instantes. Cuando recuperó en sí mismo la consciencia y dejó de disociar, no había nadie en su casa. Pero todo estaba hecho un desastre. Se dio cuenta que estaba sudando y temblando cuando una pequeña gota de sudor le cayó en el ojo y le ardió.
Como pudo tomó el beeper y escribió en el teclado con las manos sudorosas y temblorosas, sus dedos se movían como una gelatina que aún no terminaba de cuajar.
Para cuando Christa Ludwig llegó, él apenas y podía moverse bien.
—¡Debería abofetearte!- Ella le gritó. —¡No puedes morirte ahora! ¿Entiendes? ¿Qué parte de “no abras la maldita puerta a menos que sea yo” no entendiste?
—No lo entiendes… Esa mujer era realmente macabra.
—Tu bendito padre era igual de cobarde que tú. Siempre resguardándose y ocultándose de lo que hizo. Era tu padre el que debería llevar ante las rejas o al menos hacer que confiese, pero a su falta eres tú lo único que tengo para demostrar la verdad… si te matan todos mis esfuerzos se habrán ido al carajo.
—¡Deja de hablar mal de mi padre, cometió errores pero fue un gran hombre!
—¡Tu padre era un cerdo! Podría hablar más de tu padre y lo haré una vez que llegue el momento de revelarlo todo.
Christa trató de contener la rabia que le burbujeaba en el estómago. Recordó muchas de las cosas que experimentaron en el Kinderheim 204, recordó la puerta de Herr Direktor, sintió náuseas. Pero rápidamente se recuperó.
—La mujer. ¿Cómo era?
—Rubia y de ojos azules.
Este fue el momento que Christa descartó a Freya de la lista de sospechosos. Freya era rubia pero tenía los ojos verdes. ¿Quién mierda era esa mujer? ¿Qué pretendía?
—¿Qué más te dijo?- cuestionó ella, conteniendo su enojo.
—No lo recuerdo, solo preguntó por la grabación de Frau Eda Klein. Y creo que también tenía intenciones de conseguir la grabación que estaba en posesión de Herr Petrov.
Christa palideció.
Para ese momento, Tenma, su hermana y Grimmer estaban de camino para conseguir esa segunda grabación. No sabía si la habían conseguido o si todo había salido de acuerdo al plan. Pero de acuerdo a las palabras de Kathryn, esa mujer tenía una serie de contactos de gente peligrosa, ellos habían hecho el tiroteo que acabó con la vida de Frau Klein.
Sopesó la idea de ir tras ellos para comprobar que todo estaba bien, pero confiaba en su hermana, y en los dos que la acompañaban.
¿También vienen a visitarla?
La rubia se les había adelantado y cuando vieron a la débil y cansada mujer, más cuerda de lo que recordaba la última vez, pidiendo por ver a su hijo, supieron que quizá habían perdido algo.
Y era cierto, porque la maldita grabación que habían estado buscando por tantos días y por la que tanta gente había muerto estaba modificada.
Tenma sintió que le hervía la sangre; escuchar la voz de Johan en la grabación le generó que la ira le corriera por las venas. Estaba tan furioso que sintió deseos de romper la grabadora con sus propias manos hasta hacerla añicos.
Tantos esfuerzos para nada. Pero su consuelo estaba en el hecho que Johan no había podido conseguir la grabación que Kathryn tenía justo ahora. Se preguntó porqué Johan no había tenido las agallas para siquiera enviar a sus hombres a recuperarla. Se alegraba de que no estuvieran detrás de Becker, pero aún así se preguntaba por qué. ¿Porqué ni siquiera te acercas?
—Lo lamento, Doctor.- Becker le dijo en un murmullo mientras salían del hospital de la madre de Suk
—¿Porqué te disculpas?
—Estoy segura que esa grabación habría sido de mucha ayuda para que usted probara su inocencia. Y ahora Johan la ha borrado. Quizá sí yo me hubiese movido más rápido y hubiese escogido ir con Petrov primero yo tendría la grabación.
Tenma la miró compasivo.
—No. Él la habría conseguido de todas formas.- Aunque Tenma no sabía si eso era cierto.
Él recordó entonces que habían dejado en paz a Kathryn después del incidente en la azotea del hotel. Después de que ella lo salvara de los hombres de Johan y que él le disparara a uno de ellos. Esa fatídica noche donde él en vez de sentir miedo sintió tristeza por ella, porque detrás de su sonrisa y su actitud tan despreocupada había una mujer destrozada. Desde esa noche nadie se había acercado. ¿Podría ser?
Podría ser solo una coincidencia pero con él las coincidencias no existían, ¿Qué parte de sus planes se vieron alterados desde la noche de la azotea? ¿Podría ser posible que tuviesen recelo de acercarse a Kathryn por el desconocimiento sobre ella?
Él mismo aún no terminaba de comprender que había pasado esa noche y no estaba seguro de saber que Kathryn quisiera contarle.
—No se si ya te lo dije.- Tenma dijo después de un rato. —Pero creo que no te he dado las gracias por salvarme esa noche.
Kathryn lo miró con ojos impasibles.
Tenma continuó tragando un poco de saliva. Su garganta estaba completamente seca.
—Y sé que fue duro para ti…
—Lo haría otra vez si fuese necesario, Herr Tenma
Una vez más, Tenma sentía que estaba frente a un soldado. Era una sensación extraña, la forma tan impasible y calmada que Becker solía tener para comunicarse, en especial en conversaciones como esta. Como cuando lo llamó “señor.” En esa formal y recta manera en la que los cadetes se dirigen a sus comandantes. Un soldado que recibe indicaciones y que se dirige con respeto a sus superiores. Era algo como eso lo que sentía cuando Kathryn le hablaba.
No era simplemente respeto.
Era obediencia.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Tenma y trató de no pensar mucho en ello.
¿Qué le habían hecho en el orfanato?
La grabación que Kathryn tenía en su poder, pronto despertó la curiosidad de Tenma a grandes niveles.
—¿Sabe a dónde se dirige Johan ahora?- Ella preguntó. Como él no respondió ella continuó. —Parece que usted lo conoce mejor que nadie y que él lo conoce a usted muy bien.
—Aún no lo sé.- respondió. —Solo debo ir a la Mansión de las Rosas Rojas. Quizá ahí encuentre algo más, después de lo que Ranke nos dijo sobre Franz Bonaparta, supongo que he de partir desde ahí.
Tenma meditó cómo preguntarlo.
—¿Qué hay de la grabación que tú tienes?
—Dijo que la escucharíamos en el hotel, ¿no?- Becker estaba sonriendo. El médico asintió suavemente, ocultando exitosamente su ansiedad por saber qué decía la grabación de Eda Klein.
Cuando llegaron al hotel, Christa estaba sentada en una de las sillas del restaurante, junto a la misma mesa donde se habían sentado en la mañana, su pie subía y bajaba con estrés y tamborileaba las uñas pintadas de rojo sobre la mesa, junto a ella había tres tazas de café.
—Que puntual.- dijo Grimmer al ver que ella había llegado en punto de las cuatro y ellos casi una hora después.
—¿Y bien?- Ella exigió. —¿La consiguieron?
Tenma negó con la cabeza. —Él la modificó. Llegamos tarde. —¿Qué hay del hijo de Wagner?
—Al parecer el idiota no sabe cómo protegerse a sí mismo, por lo que yo me encargaré de mantenerlo vigilado almenos por ahora. Lo traje a la fuerza. Está en el baño.
Kathryn se tensó visiblemente y por instinto retrocedió dos pasos casi hasta chocar con el pecho de Tenma.
—¿Becker?
Los ojos verdes de Becker estaban abiertos casi de par en par al ver al hijo de Herr Wagner frente a ella. Creía que a este punto no le iba a afectar demasiado el recordar, pero se equivocaba, al tenerlo de frente, por su memoria pasó esa escena cuando él era solo un niño pequeño. Recordó el olor a sangre, y recordó sentirse aliviada. Un sentimiento que hasta ese momento donde el olor a hierro inundó sus fosas nasales, no había experimentado jamás.
Por supuesto él no la recordaba. Era demasiado pequeño entonces. Pero ella sí lo recordaba.
Empezó a sudar y sabía que sus piernas no estaban aguantando el peso. Necesitaba irse de inmediato o terminaría colapsando y creando una escena frente a todos.
—Lo siento, iré a mi habitación.
—Kathryn.
Pero ella ya había abandonado el restaurante del hotel y había corrido con la adrenalina y la culpa a tope en sus venas sin poder escuchar que Tenma seguía gritando su nombre. Sus manos sudaban.
La culpa era un sentimiento que odiaba, pero a la vez estaba tranquila de sentirlo, porque eso le indicaba que su travesía iba por buen camino.
Aún así, sus manos temblorosas, y ese sentimiento de culpa en el estómago la hacía querer tirarse en el suelo.
No habían pasado ni diez segundos cuando después de cerrar la puerta de su habitación, escuchó tres golpes.
—Kathryn, ¿Qué ocurre?
—Nada, Doctor, me encuentro bien.
—¿Puedo pasar?
—Sí, señor- Doctor.- corrigió.
Cuando Tenma entró, ella estaba levantándose del suelo. Él no tardó ni medio segundo en tomarla de los brazos con suavidad para sentarla en la cama. Becker soltó una suave risa.
—No tenía que venir corriendo detrás de mí, Doctor, estoy bien.
Él la ignoró y salió por un segundo para traer todo lo necesario para revisar su pulso, tensión arterial y temperatura.
—Tienes fiebre.- él murmuró con el termómetro de mercurio frente a él. Después procedió a revisar su tensión arterial. —Y tienes la presión extremadamente baja.
Kathryn no pudo evitar sonreír.
—Ya perdí la cuenta de las veces que me ha atendido, Ya cóbrame.
Tenma volvió a ignorarla pero ella vio que se estaba aguantando las ganas de reír. La hizo recostarse con suavidad, a ella le sorprendía como él podía tratarla y cuidar de ella como si fuese una muñeca de porcelana aún después de ver cómo ella casi le había arrancado la tráquea a una persona.
Se dejó atender. Cuando él acomodó las almohadas detrás de su cabeza, cuando le ayudó a quitarse los zapatos, cuando él había insistido en que ella comiera y le había llevado una charola de comida y ella había aceptado gustosa. Becker experimentaba algo en su pecho. Algo caliente pero no que ardía, si no que la sosegaba y no quería dejar de sentir. ¿Acaso así se sentía la ternura?
Después de que Christa se asegurara que ella estaba bien, decidió dejarla en manos del mejor médico.
Era de noche y ella se sentía mejor pero la idea de que el hijo de Herr Wagner seguía bajo el mismo techo, la sumía de nuevo en esa sensación desagradable.
—No ha preguntado.- Ella le murmuró a Tenma mientras le retiraba el termómetro para revisar si la fiebre había bajado, que para su fortuna, era así. —De lo que me pasó, porque no estoy enferma de una infección, sé que usted lo sabe.
—Imaginé que no querías que lo preguntaran.
—Tiene razón. Pero usted puede preguntar.
—De acuerdo… ¿Qué pasó? ¿Tiene que ver con el hijo de Wagner?
Becker asintió.—Él no me recuerda, porque era demasiado pequeño cuando me vio por primera y única vez. Yo tenía veinte… hice algo horrible, Doctor. Pero no me arrepiento. Por favor, no piense mal de mí.
Tenma la miró con sorpresa y dejó que Becker continuara con lo que ella deseara externar. Pasó saliva y se sentó junto a ella en la silla que había puesto para mantenerla en observación. Becker respiraba con pesadez y aunque no estuviera escuchando su pulso, sabía que el corazón de Becker latía como un tambor.
—Yo maté a su padre.
Él parpadeó un par de veces antes de que su expresión cambiara a la comprensión. Esperó que ella continuara, no deseaba presionarla, deseaba con fuerzas poder ayudarla.
—¿Quieres hablarme de ello?
—Solo si usted me promete que no importa lo que le diga, no cambiará en su mente la imagen que tiene de mí… Se lo ruego, no piense mal de mí.
—No temas por eso. Nunca pasará.- él le dijo apretando su muñeca de una forma suave y dulce.
Becker no dudó en tomarlo de la mano, quizá buscando consuelo, seguridad, paz, quizá buscando su toque. Quizá todo.
—»Herr Wagner era el director del Kinderheim 204, a veces nos daba clases, usualmente era de francés aunque a veces también clases de complexión física; Desde que teníamos 8 años nos pedían que hiciéramos ejercicio, debíamos tener cierto grado de porcentaje de grasa y de músculo. Una vez al mes llegaban nutriólogos para revisar que nuestra condición física fuera como la que ellos pedían. Pero a veces era Wagner quien hacía nuestras revisiones de complexión corporal.
«Becker hizo una pausa tomando un poco de aire y haciendo su agarre en la mano de Tenma, un poco más fuerte.
—Puedes parar cuando tú quieras.- él arrulló.
—»Era una semana de examinación. Eran diez niñas al día más o menos. Nos sentábamos en el piso una junto a la otra mientras observábamos la puerta cerrada de Wagner. Esperando nuestro turno, aunque claramente nadie quería entrar.
Cuando era nuestro turno, él decía nuestro nombre o al menos el nombre que ellos nos daban.
Recuerdo la puerta. Era pesada y metálica, no se si estaba blindada o quizá sólo era la percepción exagerada de una niña de ocho años. Me costaba empujarla.
Wagner estaba adentro, en su escritorio sonriendo. Recordar la forma en que nos sonreía me asquea.
Recuerdo el olor de su oficina, había un aromatizante quirúrgico en el aire pero también olía a limón o quizá naranja y también un poco a canela pero las paredes de la oficina eran oscuras grises como un color desgastado y sucio. Había una ventana pequeña casi cerca del techo demasiado alta, incluso para Wagner, recuerdo esa ventana porque siempre tenía esa insulsa imaginación de escaparme por ahí pero era imposible, era demasiado alta para mi y además, había barrotes cruzados por fuera.
Wagner nos pedía que nos sentásemos en la mesa de exploración y él…
»Inmediatamente Tenma entendió. Y la sangre comenzó a hervir e incluso la náusea creció en su interior. Apretó los puños conteniendo su enojo.
—Kathryn…- murmuró pero ella estaba con la vista perdida en algún punto.
—« Nos pedía que nos quitáramos la ropa…»
Kathryn comenzó a temblar
—Ya basta…- Él murmuró con los dientes apretados por la ira. Necesitaba abrazarla. —No necesitas recordarlo.
—Se repitió muchas veces. Entonces llegó un punto donde teníamos trece o catorce años, todas habíamos presentado nuestra primera menstruación y nos quitaron la matriz a todas.- Aquella información horrorizó a Tenma pero se limitó a seguir escuchándola. —Fue un periodo de casi cuatro meses donde nos fueron operando una por una, a veces tres al día. Antes no lo entendía, pero después nos dijeron que los embarazos serían una obstrucción a nuestras labores y además que nosotras no habíamos nacido para ser madres… Al inicio no lo entendí y tampoco me opuse; Tenía solo catorce años, no me interesaba ser madre. Pero ahora tengo treinta y dos lo pienso y me doy cuenta que me hubiera gustado mucho serlo…
No sirve de nada pensar en ello, de todas maneras.
Naturalmente nosotras habíamos perdido toda probabilidad de embarazarnos. Y naturalmente esos momentos en la oficina de Wagner no cesaron.
El corazón de Tenma se apretó aún más. Había mil emociones en su cerebro y en su espíritu. Sentía una rabia que lo hacía apretar los puños y enterrar sus uñas en sus palmas ardía tanto que sabía que ya estaba sangrando pero no le importaba en lo más mínimo, experimentó unas irrefrenables ganas de envolver a Kathryn con sus brazos. Necesitaba abrazarla…
—¿Cuándo terminó?- preguntó mirando al suelo
—Un par de meses antes de la masacre del 511… quizá éramos demasiado mayores para su gusto. Todas teníamos entre 16 y 18 o 19 años.
—En verdad lo lamento muchísimo.- Tenma tomó una de las manos de Kathryn entre las suyas y acarició sus nudillos.
Kathryn no supo cómo reaccionar cuando vio una pequeña lágrima deslizarse por la mejilla de Tenma. Un salvaje instinto en la complejidad de su actuar la hizo estirar una mano para enjugar esa lágrima con delicadeza. Él se tensó pero no se alejó, dejó que ella deslizase el dedo índice y anular por su mejilla presionando la lágrima entre la piel de ella y la de él.
Y de nuevo, ella lo observaba con curiosidad, como si estuviera analizándolo tratando de entender lo que veía. Aunque esta vez había una mirada diferente; una mirada que no supo describir. Ninguno de los dos dijo nada.
Kathryn continuó su relato después de secar la lágrima del médico.
»—Al año siguiente de la graduación antes de trabajar para un funcionario Alemán. Me enteré que Wagner estaba viviendo con su familia en Saarbrücken. Aquella fue la primera vez que había hecho algo por mi voluntad, por mera venganza. Los observé por semanas, sabía dónde vivían, a qué hora salían de su casa y a qué hora regresaban. Eran una típica familia; el padre, la madre y el hijo. Una familia normal. Lo que ellos me habían quitado.
Ese día fui a la escuela del hijo de Wagner, para ese entonces él habría tenido aproximadamente ocho años… la misma edad que yo tenía cuando su padre había empezado a abusar de mi y mis hermanas. Lo vi jugar en el receso con sus amigos, lo vi tomar el almuerzo que probablemente le había preparado su madre. Y sentí tanta envidia que me enfermaba. Entonces el niño se percató de mi presencia y todavía recuerdo la forma en que me preguntó si era amiga de sus padres… yo respondí que sí. Me sonrió sin saber que ese día iba a acabar con la vida de su padre.
Fui a visitar a su esposa, que trabajaba en una oficina de bienes raíces, la observé tras la ventana pero ella nunca se percató de mi presencia. Observé que era buena persona, amable y cordial con sus compañeros y los clientes. Me pregunté cómo era posible que un monstruo como Wagner había logrado tener una vida tan acomodada y feliz después de lo que nos había hecho. No lo entendía. Pero no me importaba entenderlo.
Sabía que el niño salía tarde y que su madre pasaba por él. Sabía que en ese momento Wagner estaba solo en casa.
Cuando me vio cuando toqué la puerta, palideció y empezó a sudar. Me dijo:
“¿Qué quieres?” Y yo no le respondí.
Entre por la fuerza a su casa, intentó llamar a emergencias cuando era clara mi intención al ir a verlo. Hubo un forcejeo pero lo sometí con facilidad no podía moverse bajo mi agarre, lo tenía sometido con tanta facilidad que parecía que estaba lidiando con una muñeca de trapo…
“Esto es lo que creaste. Esto es lo que querías que fuera.” le dije.
Entonces tomé el cuchillo y lo empuñé sujetándolo con ambas manos.
“No le hagas daño a mi mujer ni a Gilbert.” Suplicó en medio del llanto.
“No mujeres y no niños.” Fue lo último que le dije antes de apuñalarlo sesenta veces.
Recuerdo perfectamente cómo se sintió atravesar su esternón con el cuchillo, recuerdo el sonido que hizo el hueso y la piel. Recuerdo cada sonido de agonía. Recuerdo ver la luz escapando de sus ojos. Todo lo recuerdo. ¿Pero sabe qué fue lo peor? Que sentí alivio cuando me di cuenta que estaba muerto.
Toda la cocina era un caos y ahora lo recuerdo. Todo estaba lleno de sangre. Yo tenía las manos completas de sangre, mi ropa, mi cuerpo, mi cara, incluso mi cabello. Todo estaba lleno de sangre. Pero estaba aliviada. No se que nombre tenga el sentimiento que experimenté ese día pero no es humano.
Me fui y esperé a que las noticias anunciaran lo que había pasado. Así fue.
Pensé muchas cosas ese día. Pensé que habían hecho cuando llegaron a la casa. ¿Su esposa le taparía los ojos al niño? ¿Gritaría? ¿Se desmayaría? ¿Qué haría el niño? No sentí culpa por lo que le hice a Wagner… siento culpa por lo que le hice a ese niño. Porque sin darme cuenta, formé parte de ese círculo de abuso y maltrato. Hice a un niño ver el cadáver de su padre… soy una maldita infeliz…
Por eso… por eso no puedo ver al hijo de Wagner a la cara.«
Kathryn se cubrió el rostro con ambas manos llena de vergüenza. Deseaba poder llorar porque sabía que de esa forma todo saldría de su cuerpo. Pero no pudo. No pudo derramar una maldita lágrima.
Entonces sintió los brazos de Tenma alrededor de ella. Abrazándola casi con desesperación y urgencia. Como si hubiese estado aguantando las ganas de hacerlo.
Sintió sus manos acariciando sus rizos y su espalda. Becker no se quedó atrás y le devolvió el abrazo casi con la misma urgencia. ¿Qué pensará él de ella ahora? ¿Creerá que era un monstruo? Sin embargo, de ser el caso, probablemente no estaría abrazándola de esta manera.
Sentía calidez con la forma con la que él le acariciaba la cabeza, se sentía tan cálido y cómodo que en medio de ese proceso similar que había tenido en Francia, lo replicó en él. Ella subió su mano y deslizó sus dedos en el cabello negro, imitando el movimiento y la suavidad con la que él estaba acariciando sus rizos rojizos.
No necesitaban decir absolutamente nada, ella entendía que él estaba a miles de años luz de distancia de creer que ella era un monstruo. Por el contrario, la entendía y Becker estaba completamente segura que no había persona en el mundo que pudiera entenderla tanto como Tenma. Él jamás la trataría ni la vería como un monstruo.
Becker se abrazó más fuerte a él, aún ocupada con acariciarle el cabello que sorprendentemente era demasiado suave.
—Qué cabello tan suave, Doctor. ¿Qué shampoo usa?
Y ambos comenzaron a reír.
Chapter 11: Esperanza y Crueldad según Kafka
Notes:
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Chapter Text
“Me gustaría empezar este mensaje deseándote un placentero y seguro viaje de regreso desde Francia.
Sé que habrías optado por quedarte ahí con esa vida tan tranquila y cómoda que tenías, la tranquilidad del campo y el aroma del aire libre deben ser mil veces mejores que el ajetreo de la ciudad o el recuerdo de este país que te crió…
No… sería una ofensa llamarle a eso, crianza. Sería una falta de respeto para ti y para tus hermanas. Me alegro que estés tan lejos de aquí y no me malinterpretes, no me alegra tu ausencia, me alegra saber que estás lejos de esto… que estás a salvo.
Aunque sé que pronto estarás de regreso. Si estás escuchando esto, significa que todo marcha de acuerdo al plan.
Recuerdo que cuando eras pequeña solías ir a mi oficina, ibas a pedir uno de esos dulces de limón que me descubriste cuando se me cayeron en el pasillo. Me decías si podías entrar y yo te decía que sí… entrabas, y te sentabas en un banco de metal demasiado alto para ti pero no te importaba, querías sentarte conmigo y verme trabajar. Te comías dos o tres dulces, me decías que te gustaban mucho. Siempre ibas los martes y los viernes, que era cuando yo estaba en el orfanato. Así era desde que llegaste hasta que les arrebataron la sensación de gustar de los alimentos. Después de ello no ibas a pedirme dulces porque ya no tenías el gusto por ellos… o más bien te hicieron olvidar que la comida o los dulces pueden ser placenteros al paladar. Lo olvidaste y jamás volviste a pedirme un caramelo. Pero aún así ibas a visitarme a mi oficina y si te ofrecía un dulce, lo comías. No porque lo quisieras, si no porque lo considerabas una orden.
Traicioné tu confianza, Kathryn. Y en verdad lo lamento tanto.
Sé a qué has regresado, sé lo que quieres y descuida, mi pequeña. Te lo daré, mereces eso y más. Mereces más de lo que alguna vez pude darte y que ayudé a arrebatarte. No espero tu perdón porque no lo merezco, espero hacer algo para ayudarte para hacer algo bueno por ti y tus hermanas.
Lamento desde lo más profundo de mi corazón lo que te he hecho, probablemente para cuando estés escuchando esto yo ya habré muerto pero confío en que serás lo suficientemente capaz de salir de esto con vida. Lamento tanto lo que Herr Wagner les hizo. Enserio lo lamento… Me odio a mi misma por no haber actuado cuando debí. Pero eso no te sirve de nada, entonces te daré lo que quieres.
Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives.
Una vez más, lo lamento, espero que hayas encontrado la paz.”
La grabación terminó con un sollozo de la difunta Eda Klein.
Tenma y Becker se encontraban sentados en la orilla de la cama lo suficientemente separados para que hubiera espacio para el casete y el reproductor entre los dos, pero lo suficientemente cerca como para poder tocarse sin estirar mucho el brazo.
Becker tenía la vista perdida en un lugar del suelo. En ella no había una sola expresión, ni tristeza, ni enojo, ni felicidad, ni desprecio. Solo la nada. Después de un par de minutos ella respiró pesadamente y parpadeó, como si hubiese estado apagada o desconectada de la realidad todo el rato que duró la grabación.
Él esperaba que ella dijera algo pero no lo hizo. Solo se quedó sentada en la orilla de la cama respirando suavemente.
—Kathryn.
—Recuperé mi gusto por la comida en Francia.- Ella dijo. —No lo hice sola, me ayudó mi madre.
—¿Tu madre?- Tenma pareció sorprendido.
—No biológica, claro.- Becker aclaró. —Pero cuidó de mí por estos cuatro años… Le quiero contar sobre mi estancia en Francia, Doctor… pero ahora no. Es una historia larga y tenemos prisa.
Tenma observó a Becker tener una mínima reacción ante las palabras de Klein. Era como si los sentimientos que Eda Klein hubiese plasmado en la grabación no significaran nada para ella, aunque no por desprecio o por alguna especie de rencor. Simplemente, Becker no sentía nada con la grabación.
Pero en los ojos verdes pudo encontrar un vago atisbo de frustración que buscaba ocultar. Dentro de todo el análisis que Tenma estaba haciendo en la reacción de Becker, pudo encontrar que ella estaba devanándose los sesos tratando de poder demostrar algo, o sentir algo. Pero no logró hacerlo.
Poco a poco, Tenma entendía lo que estaba sucediéndole a ella. Y con las palabras que Klein dijo respecto al gusto por la comida, y con lo que había visto con Grimmer y con el propio Johan. Él supo qué estaba ocurriendo dentro de ella… o al menos eso quería creer.
—¿Y bien?- Becker lo hizo sobresaltar. —¿Qué opina?
—No lo sé, parece que en verdad ella quería hacer algo por tí.
Becker lo miró.
—En la grabación no hay nada que nos pueda decir dónde están los documentos o algo que nos ayude.
Después de escuchar la grabación a solas, mostraron el contenido de la grabación a Grimmer y a Christa esperando una segunda opinión.
—Sí con esta grabación planeaba ayudarte, es una pérdida de tiempo. Porque no ayuda en nada.- Christa se quejó.
Entonces Tenma jadeó ante la última frase.
—¡Es de Franz Kafka!- Tenma exclamó y los tres lo miraron con curiosidad. —La penúltima frase; “ Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives.” Es de Franz Kafka.
—¿Qué con eso?- Christa le dijo casi en forma de mofa. Tenma le regresó una mirada de hastío. —¿Qué?
—Hay posibilidades que Eda Klein haya dejado algo cerca del Callejón de Oro, quizá en la casa del propio Franz Kafka. Quizá resguardó algo ahí.
El silencio se apoderó de la mesa. Era realmente posible. Quizá ahí estaban muchas de las cosas que ellas necesitaban. Si podían ir antes de que la mujer rubia llegara, tenían oportunidad de ganar esa maldita batalla. Porque aún faltaba mucho para ganar la Guerra.
—Tiene razón.- murmuró Grimmer. —Y tenemos la delantera.
En eso Gilbert Wagner apareció frente a ellos. Estaba pálido de ver a dos rosas y a dos presuntos asesinos. De lejos se podía ver que sus piernas le temblaban. Los tres lo miraron impasibles porque Becker aún se negaba a mirarlo, tanto por la culpa como por que Gilbert era idéntico a su padre.
La atención del chico se centró en Tenma, abrió los ojos y parpadeó frenético. No tardaron en descubrir un suave y casi imperceptible rubor en el chico rubio.
—Usted es el Doctor Tenma… ¿no es así?
—Sí.- Tenma respondió lo menos arisco que pudo.
—He leído mucho de usted… lo vi la otra vez en la calle acompañado de ella…- murmuró señalando a Becker tomándose hasta el fondo su taza de café para evitar verlo. —… solo quería decirle que a pesar de que usted sea acusado de muchos crímenes y… que no sé si usted los ha hecho, tenga por seguro que no le diré a la policía de ninguno de ustedes… lo juro…
—¿Terminaste?-Christa le preguntó con hastío mientras terminaba su taza de café. —Anda a ver si ya puso huevos la gallina.
—Lo siento…
Tenma solo hizo un leve asentimiento de cabeza, hubiese querido ser un poco más amable pero había una verdad, y era que después de lo que Kathryn le había contado la noche anterior sobre el padre de este muchacho, una semilla de rencor se sembró en su corazón y la dejó crecer, aún si este muchacho era inocente… no podía evitarlo, en las venas de ese chico corría la sangre de una persona que había abusado de muchas niñas… se sentía mal por sentirse de esta manera porque sabía que era injusto. Pero no pudo evitarlo.
—Anda regresa a tu habitación o ve a algún otro lado, está es una plática de adultos.- Christa se quejó aunque Gilbert ya estaba en sus veinte.
—Lo siento, no pude evitar escucharlos, estaban hablando de la cinta de Frau Klein y que planean ir al Callejón de Oro a la casa de Franz Kafka. No sé si esto sea de ayuda, pero ella era amiga de una de las encargadas de mantener la casa de Franz Kafka en buenas condiciones para los turistas… No sé si esto les sirva de algo pero quizá esa mujer sepa algo. Además… Frau Klein solía frecuentar muy seguido el Callejón de Oro.
Los cuatro miraron a Gilbert atónitos.
—¿Cómo se llamaba? La mujer. Dínoslo.- exigió Christa.
—Frantiska Rezník.
Algo parecido a la esperanza les llenó el pecho de alivio. Un destello de luz en la oscuridad. Algo que les daba la esperanza que por primera vez tenían ventaja.
—¡Les dije que este chiquillo sería de ayuda! Solo necesitamos ir al Callejón de Oro.- Christa sonrió sin malicia y después jaló suavemente del brazo de Becker. —Vamos, hermanita. Podemos encargarnos de esto. Nosotras iremos al Callejón de Oro y ¿Ustedes irán a donde era el orfanato de Petrov no es así, Herr Grimmer? También si les es posible investiguen a la mujer rubia.
Grimmer sonrió y asintió suavemente. —Quizá también vayamos al orfanato donde están algunos de los chicos.
—Pero…- Becker miró a Tenma sobre su hombro, insegura e indecisa de irse. No debía irse… no debía dejarlo. Él solo levantó la mano para despedirse parcialmente.
Tenma no lo diría pero tampoco quería estar lejos de ella.
Christa se dio cuenta inmediatamente de lo que sucedía pero fingió no hacerlo.
—Todo saldrá bien… confía en mí.- Y la jaló fuera del restaurante no sin antes dirigirse a Wagner. —Tú quédate aquí y no te muevas.
—Sobre eso… quería contarte algo.- Becker sabía que era momento que Christa se enterara de lo que le hizo al padre de Gilbert Wagner.
—Yo también tengo cosas que preguntarte. Anda que estaremos bien, nunca habíamos platicado así de bien.
—¿Cree que nos parecemos?- Grimmer pregunta y Tenma no sabe bien a qué se refiere. —Ellas y yo. ¿Cree que somos iguales? Quiero creer que sí, las miro y siento que veo a mis compañeros del Kinderheim 511, pero al mismo tiempo veo que son diferentes, algo en ellas es distinto. Quizá usted no lo perciba pero yo lo hago.
Tenma sopesó las palabras de Grimmer, tratando de encontrar una respuesta pertinente, una forma de decirle que sí que lo había sentido. Los tres provenían del mismo sitio infernal, los tres habían pasado por una educación y un sistema de enseñanza inhumano que les había arrebatado la capacidad de sentir emociones. Tanto Becker como Grimmer habían despertado una violencia y brutalidad cuando se les sometió a una inconmensurable cantidad de estrés y miedo; no sabía si Christa también contaba con aquella condición pero asumió que sí. Pero a diferencia de Grimmer, a Becker y a Christa les habían hecho algo diferente, Tenma no supo decir qué era; pero se trataba de una sensación que le daba la certeza que a las dos les habían “agregado” algo en el sistema del Kinderheim 204, algo que no habían hecho con los varones en el 511. Pero ¿Qué era?
Había muchas cosas que ni siquiera ellas entendían, esperaba que con la información de Eda Klein pudieran estar al menos un paso más cerca de la verdad. Él deseó que ambas estuvieran bien y que no tuvieran contratiempos para llegar. Quería que Becker estuviera a salvo y quería que Christa también lo estuviera.
Christa… Christa se parecía un poco a su padre y a su tío. Él pensó. Apenas una idea vaga.
—Aquí estaba el orfanato de Petrov.- Grimmer le dijo después de un rato cuando llegaron al edificio donde había ocurrido el asesinato apenas unas semanas antes. —¿Quiere entrar?- le preguntó con una sonrisa.
La puerta del edificio tenía las bandas que prohibía el paso pero a ellos no les importó, las hicieron a un lado y entraron. Todo parecía que estaba abandonado de varios años, estaba oscuro y triste. Tenma no sabía si Grimmer podía sentirlo, pero en el aire y en el ambiente se percibía ese malestar presente en lugares donde hubo una muerte, era pesado e incómodo, sobretodo en lugares donde él había estado. Todo lo que Johan tocaba se moría, todo lo marchitaba, lo destruía y a su paso dejaba un aura de dolor, pesadumbre e inquietud. La huella de Johan era la huella de la muerte. Pero eso, solo lo sabía Tenma.
—Podríamos entrar a ver si encontramos algo que nos sea de utilidad, pero para estas alturas, seguramente la policía ya lo ha tomado todo como evidencia.
—Mira.- Tenma le señaló los papeles en la pared con letras torpes y escritas con un plumón de pizarra. Los mensajes escritos ahí, lo enternecieron.
“Grimmer es inocente.” “Grimmer no es el malo. La asesina es la mujer rubia.” “Queridos policías: no arresten a Grimmer, es inocente.”
—Fueron los niños.- dijo Grimmer con mirada impasible y rostro inescrutable. —No comprendo aún porqué se esfuerzan tanto en ayudarme.
Entonces encontró el sobre que contenía la estampilla de un jugador de fútbol. Que en palabras de Tenma, era demasiado valiosa para esos chiquillos.
—No entiendo.- Grimmer le dijo sosteniendo la estampilla del jugador entre sus dedos. —¿Porqué? ¿Qué debería hacer o decir?
—Para ellos es valiosa y te la han obsequiado, te aprecian tanto como para regalarte algo que es un tesoro para ellos.- Tenma le dijo con dulzura.
Grimmer pareció frustrado con su respuesta.
—Y ¿Qué hago?
Tenma pareció meditarlo unos segundos y después le sonrió.
—Quizá Kathryn y Christa se tomen su tiempo en el Callejón de Oro, después de todo, es un sitio turístico…- Después añadió; —¿Por qué no vas a visitar a los niños mientras ellas regresan? Estoy seguro que les hará mucha ilusión verte. Además, dijiste que planeabas visitarlos.
Grimmer sonrió por primera vez desde que entraron al edificio.
A Grimmer le confortaba que el orfanato fuera un lugar grande, espacioso con un campo verde y cuidado donde los niños podían jugar fútbol, donde podían correr, jugar en los columpios o en las resbaladizas. Le confortaba que hubiese luz, color, que todo oliera bien y se viera en buenas condiciones. Le gustó ver que había dibujos pegados por todas las paredes y que hubiese suficiente espacio para los niños. Estaba aliviado de ver que los niños estaban en un mejor lugar del que él estuvo alguna vez en Berlín.
—Entonces usted es el famosísimo Grimmer.- Le dijo una de las mujeres encargadas. —Los niños siempre hablan de usted y le escriben cartas, es una gran lástima que ahora ellos estén jugando con sus amigos en el parque del centro, pero de seguro no tardarán en llegar.
—No es molestia esperar.
—Mire.- La mujer sacó una carpeta llena de hojas. —Todas estas cartas están dirigidas a usted. Les pedimos a los niños que escriban cartas a personas que aprecian o admiran. Usualmente los chicos hablan de deportistas, famosos o actores porque no conocen a nadie más… pero estos niños hablan de usted.
Grimmer tomó las hojas entre sus manos y leyó las cartas con detenimiento. En todas ellas, los niños se dirigían a él con palabras dulces, cariñosas y expresiones que seguramente lo habrían hecho reír.
Le pedían que regresara, que jugaran fútbol de nuevo, que fueran al cine, que llegara a platicar con ellos… todos esos niños querían verlo de nuevo, y él, por más que se esforzara en entender, no pudo saber porqué.
Sin embargo, mantuvo la sonrisa sin borrarse de su rostro.
Miró a Tenma y él tenía una expresión de ternura en los ojos mientras leía las cartas. Él parecía entender. Tenma parecía saber algo que él no.
Esperaron a los niños en el patio. Era medio día, quizá Becker y Christa estuvieran en el callejón todavía. Así que no les preocupó tardar.
—Esos chicos dicen que quieren verme. ¿Por qué?
—Les agradas mucho y te tienen cariño.
Grimmer ya no sonreía, miraba al suelo con esa expresión de frustración que solo podía dejar salir a relucir cuando estaba a solas con Tenma.
—Tengo esa misma sensación en el pecho cuando encontramos la estampilla de ese futbolista… no entiendo qué es. Debo hacer algo pero ¿Qué? No sé cómo reaccionar a esto. No lo supe cuando mi propio hijo murió. Dígame, Doctor… ¿Usted qué haría en mi lugar? Cuando mi hijo murió sé que debía llorar pero en ¿qué cantidad?, ¿debería haberme tirado al suelo gritando? ¿Cuánto habría llorado usted?
Tenma no le respondió.
—Me pregunto si ellas sabrán la respuesta, me pregunto si ellas aprendieron a usar sus emociones y a dominarlas. Pero no lo creo… Christa es demasiado arisca, la he visto reír a carcajadas, enojarse pero no llorar… y Kathryn…
Tenma sabía que de Kathryn y Christa había todo un tema de qué hablar. Pero Kathryn… él la había visto en uno de sus peores momentos, la había visto temblar, reír, sonreír, sorprenderse, mostrar culpa y vergüenza… pero jamás la había visto llorar. Sin embargo, Tenma sabía que ella tenía una guerra consigo desde hacía muchos años. Una guerra donde buscaba obtener la victoria sobre sus emociones, ella deseaba poder expresar tristeza, deseaba poder llorar, pero al parecer aún no conseguía hacerlo.
Ella llevaba una guerra que había estado ganando constantemente, había aprendido a reír, sonreír, usar el sarcasmo como una herramienta de comunicación, a burlarse incluso, a gustar de las cosas como lo era el olor de pan recién horneado, enojarse, sentir vergüenza, culpa, tristeza, había recuperado incluso el gusto y placer por la comida y no solo como mera acción fisiológica de supervivencia. Kathryn había estado ganando muchas batallas. Pero Tenma sabía que aún faltaba un largo camino que recorrer. ¿Cómo lo había logrado? Tenma se moría por saberlo.
—Sabrá Dios cuando sepa la respuesta.- murmuró Grimmer después de un rato.
El grito de un niño los sobresaltó.
—¡Señor Grimmer!- gritaron esta vez todos los niños que venían corriendo hacia ellos.
—¡Antonin!- Grimmer los recibió con una sonrisa.
—¡Pasó algo malo! ¡Muy malo! ¡No sabemos qué hacer!- exclamaron los niños con pánico y desesperación en la voz
—Vamos, cálmense y díganme qué ocurre.- él trató de calmarlos con una sonrisa pero fue en vano.
—Recibimos un mensaje de los niños del otro orfanato.- jadeó Antonin. —Estaban intentando buscar a la mujer rubia para probar tu inocencia, habían dicho que la vieron caminando en el centro de la ciudad, fueron a buscarla y… ¡Milosz ha desaparecido!
Había una tormenta de crueldad que se avecinaba.
Había mucha gente en el Callejón de Oro. Había turistas y gente del país. Podía escuchar un poco de francés por ahí y a veces un poco de inglés por allá. Incluso había escuchado un poco de mandarín. En parte, ella se sentía intranquila, la policía quizá seguía buscándola, pero era poco probable que llegaran a buscarla en un sitio turístico como ese. Aún así no bajó la guardia por ningún motivo.
Christa parecía una chiquilla, estaba entusiasmada, iba y venía entraba a las tiendas y salía quejándose de los precios.
—Les están viendo la cara con esos precios.-Exclamó. —¿Quinientas coronas por esa camiseta? Es la desventaja de parecer turista.
—Christa no te distraigas, recuerda, tenemos que darnos prisa, no vaya a ser que se nos adelanten.- pidió Becker.
Becker parecía distante y se sentía distante. Le había contado a Christa lo de Herr Wagner. Lo que había hecho y como se sentía al respecto y todo lo que Christa le había dicho después fue un sencillo; —Ese cabrón se merecía ochenta puñaladas.
Eso no estaba en duda, habría dado cien de poder hacerlo. Christa no comprendía la culpa por haber hecho que un niño de ocho años viera el cadáver desfigurado y ensangrentado de su padre en el piso de su cocina.
—Creo que te afecta más a ti que al propio Wagner Junior.- le dijo con sorna.
Y en parte era cierto. A Becker le sorprendía ver a Gilbert Wagner con una buena apariencia y salud mental en buenas condiciones. Aunque claramente, no podía hablar de algo que no conocía con certeza. Dios sabe lo que le tuvieron que hacer al pobre niño para que pudiese olvidar lo que había visto. ¿Cuántas sesiones de terapia había cursado él y su madre? No lo sabía.
—Deja de pensar en ello. Ya no tiene ningún caso.- le dijo Christa.
—Supongo que tienes razón.
—Claro que la tengo.
Entonces llegaron a la casa azul de Franz Kafka. Como esperaban, había gente entrando y saliendo. ¿Cómo se acercarían con Frantiska Rezník?
¿Le dirían que eran conocidas de la difunta Eda Klein? ¿Habría algún código secreto para que la mujer entendiera lo que habían venido a buscar?
Lo único que podían hacer era entrar y arriesgarse, y eso hicieron, dentro había gente observando las obras del famoso escritor hablaban en checho y Becker aún no entendía el idioma, a diferencia de Christa que lo entendía solo un poco. No sabían a dónde acudir, ni siquiera sabían cómo lucía la tal Frantiska.
Entonces ahogaron una fuerte exclamación cuando vieron a Freya Richter acomodando los libros y sonriéndole a los clientes. Las dos se quedaron pasmadas observándola sin saber qué ocurría.
Quizá Freya sintió la mirada porque después de un rato se giró y sus ojos verdes se abrieron con genuina sorpresa.
—Freya.
La rubia les sonrió entusiasmada.
—Estaba preguntándome cuando llegarían.- y después se lanzó a abrazarlas. —Supongo que la muerte nos une…
No sabían que decir con certeza. Quizá un “¿Como has estado?” “Ha pasado mucho tiempo.” “¿Qué ha sido de ti en estos años?” Eran cosas que podían decir pero ninguna de las tres lo preguntó.
Freya no había cambiado absolutamente nada desde la última vez que la vio. Su cabello rubio seguía con el mismo largo, su sonrisa seguía siendo la misma, la forma tan peculiar con la que hablaba era también igual. Era casi robótico. Como una muñeca.
—¿Eda las envió no es así? Yo tengo lo que ustedes buscan, permítanme un momento ya casi termino mi turno.
—¿Tú eres Frantiska Reznik?- Kathryn le preguntó.
—Así me llamo a veces. Pero para ustedes sigo siendo Freya Richter si les es más cómodo.
—Esperábamos que Frantiska fuera una mujer anciana amargada, que usa bastón y tiene gatos.- dijo Christa.
—Tenías razón en lo de los gatos.- sonrió Freya. —Vienen buscando los documentos del Kinderheim 204, ¿verdad? Eda Klein me confío todos o al menos casi todos. No hay mucha información, quiero decir sobre nuestros verdaderos la información parece aún perdida. Pero hay información de los directivos del orfanato. Había gente aún más arriba. De seguro les interesará.
Una luz de esperanza brillaba.
—¿Anna?- Un gesto de incredulidad se formó en el rostro de Tenma.
—¿Dónde podemos encontrar a esa tal Anna?- Grimmer preguntó.
—Vive en un pequeño apartamento en la calle de la vuelta. En el cuarto piso.
Grimmer se sobresaltó al ver a Tenma quitar el seguro de su arma, dispuesto a disparar. Le sorprendió darse cuenta que Tenma sabía algo que él no.
Pero cuando el médico abrió la puerta de una patada cargada de ira, no encontraron más que un departamento vacío y falto de actividad. Como si ahí dentro no hubiera estado nadie.
Tenma no se conformó con ello y abrió cada una de las puertas revisando que no hubiera nadie dentro. Grimmer percibió un aura de enojo y frustración que no había visto nunca en él.
—Pero ¿por qué tanto enojo?- le preguntó
—No era ella.- Tenma musitó con cólera. —Estoy seguro que no era ella… infeliz bastardo.
—Doctor…
Pero Tenma parecía no escuchar y siguió soltando maldiciones en voz baja.
—Doctor Tenma, por favor, dígame qué es lo que piensa.- Grimmer prácticamente exclamó. —Necesito entender lo que pasa. Escúcheme… yo no comprendo qué hacer en situaciones cómo esta, y creo que usted ya lo sabe. Me siento completamente perdido y no sé ni siquiera qué hacer ahora.
Tenma lo miró con sorpresa y casi podía notarse que estaba sutilmente avergonzado. Se detuvo un instante.
—Sé que debo hacer algo pero no sé qué. Es como esa vez… mi hijo murió y yo no supe hacer nada… Doctor, no quiero que eso se vuelva a repetir pero me temo que no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo…
Tenma escuchó atentamente a Grimmer. Creía que él no se encontraría en posición de revelarle lo que le había ocurrido a su hijo. Pero ahora se estaba abriendo con él, revelando los detalles más oscuros y desoladores de su pasado. Su corazón se apretó al ver y al escuchar sobre la vida que había tenido con su antigua esposa y su hijo. Y sintió culpa, había traído a Grimmer a una situación que él encontraba difícil de manejar. Se sentía culpable.
—Sé que con Milosz es lo mismo. Pero dígame, Doctor. ¿Qué hago?
Tenma meditó su pregunta y la petición abierta que le hacía. Una guía. Algo en lo que respaldarse. Pero no lo tenía . O quizá sí
Después de un rato de silencio Tenma suspiró.
—Si la madre de ese niño es del barrio rojo, me temo que solo hay una cosa por hacer.
Grimmer seguía sin entenderle.
—Esta persona que se hizo pasar por Anna no es ella. La Anna…Nina, que yo conozco, jamás haría algo como esto. Esta persona quiere matar a ese niño, pero no lo hará así como así…
—¿De qué habla?
—Milosz morirá después de que él le haya mostrado toda la crueldad de la que este mundo es capaz.
Las palabras de Tenma enviaron un escalofrío por la médula espinal de Grimmer.
—Corre, ve a buscarla.
Y Milosz corrió con alegría y esperanza. Su madre lo esperaba. Su madre lo reconocería. Su madre lo abrazaría y le diría que lo amaba. Su madre. Su madre… ¿lo amaba?
¿Quién lo amaba?
Notes:
HIIII después de un largo rato terminé el capítulo. Cómo podrán ver no quise alterar absolutamente nada respecto a la desaparición de Milosz quiero que se mantenga igual porque a mi parecer es demasiado importante.
Espero que les haya gustado y espero que no haya resultado tan tedioso.
Nos leemos después. Besos :3
Chapter 12: Toda la crueldad, toda la esperanza
Chapter Text
—“Toda la crueldad de la que el mundo es capaz.”
Llovía tan fuerte que ni siquiera podían escucharse entre los dos mientras iban en el taxi. Era de noche y seguro Becker y Christa estarían completamente confundidas sin saber dónde estaban ellos dos. Pero por ahora, la prioridad era un inocente niño que había corrido la mala suerte de cruzarse con el diablo.
Cuando llegaron al barrio rojo, seguía lloviendo, no les importó mojarse solo querían encontrar al niño.
Grimmer, con cada segundo que transcurría estaba más y más desesperado. Corría más rápido y su cuerpo temblaba.
No podía. No podía perder a otro inocente.
—¿¡Cómo que no han regresado!?- Becker exclamó llena de pánico.
—Estuve aquí todo el día y jamás regresaron.- dijo Gilbert.
—¿Ni siquiera una llamada?- Christa le preguntó exprimiéndose el cabello negro, húmedo por la lluvia. Gilbert negó.
—¡Necesitamos salir a buscarlos!- Becker se colocó de nuevo la chaqueta y buscó las llaves del auto de Christa. —¡Vamos! ¡Christa! O ¡dame tu auto! ¡Yo iré a buscarlos!
—Tranquilízate. Seguramente se fueron a tomar algunos tragos, ya regresarán los dos totalmente ebrios, ya verás… y vaya que el Doctor necesitará un trago para lo que tenemos que decirle…- Christa jugueteó con las hojas de los documentos que Freya les dio apenas unas horas atrás. —Ve y báñate, Tenma regresará pronto.
Pero Becker ya había tomado las llaves y había salido por la puerta para tomar el auto de Christa. Ignoró los gritos de Christa y encendió el auto para salir disparada al orfanato donde iban a ir después de investigar lo de Petrov. La lluvia era torrencial pero poco le importaba; necesitaba llegar, asegurarse de que él estaba bien. Pisó el acelerador cuidándose poco de lo peligroso que era manejar tan rápido en medio de la tormenta y sobretodo de noche. Pero debía llegar. Debía.
En su pecho se acumuló esa urgencia y necesidad que sintió la noche de la azotea. Era una necesidad extraña de interpretar.
Cuando llegó al orfanato la recibió una mujer que parecía asustada por el semblante tan agresivo con el que Becker había llegado.
—Perdone, señora.- dijo ella con el cabello empapado y la respiración entrecortada y agitada. —Hace unas horas llegaron dos hombres, ¿no es así? Un hombre asiático de cabello negro y un hombre rubio muy alto…
—Sí… Hace unas cinco horas aproximadamente.
—¡Fueron a buscar a Milosz! ¡Están rescatando a Milosz!- gritaron los niños detrás de la mujer que se sobresaltó ante la interrupción abrupta de los niños. —¡Nuestro amigo desapareció y ellos fueron a buscarlo! ¡Esa mujer se lo llevó!
Becker miró a los niños con pánico.
—¿Y no han lanzado una orden de búsqueda? ¿Dónde fueron? ¡Díganme!
—Al centro de Praga.- Un niño de cabello castaño y ojos azules dio un paso al frente y le dio la dirección exacta donde habían visto al niño perdido por última vez.
—Estos niños son hijos de prostitutas, principalmente.- dijo la mujer con voz queda, tratando de que los niños no la escucharan. —Estos pobres niños se la pasan toda la vida anhelando el amor de sus padres… y muchos de ellos como Milosz se esfuerzan tratando de encontrar a sus madres… pero es prácticamente imposible.
—¿Quiere decir que es posible que el niño perdido haya ido al barrio rojo?- Becker indagó.
—Ruego a Dios que no sea así. Porque si esa pobre criatura llega al barrio rojo verá y conocerá cosas horripilantes que no deberían ver los niños. De solo pensarlo me atemoriza y me hace temblar.
Becker tembló de imaginarlo. Deseaba que ese niño estuviera bien. Deseaba que Tenma y Grimmer ya lo hubieran encontrado. Pero ella no se quedaría de brazos cruzados esperando una respuesta. Se cubrió la cabeza con la chaqueta y se preparó para salir de nuevo.
—Les prometo que encontraremos a su amigo.- Ella les dijo a los niños. Después masculló. —No permitiré que ningún otro niño sea víctima de este infierno.
Y cuando subió al auto en medio de la lluvia, pudo sentir que la ira le burbujeaba en el estómago, recordó muchas de las cosas que le habían hecho en el Kinderheim 204, recordó lo que sintió, lo que vio y lo que le dijeron. Becker no iba a permitir que la historia se repitiera, no iba a dejar que un alma inocente sucumbiera a todas las cosas que ella había experimentado.
La lluvia le impidió ver por la calle pero a ella no le importó en lo más mínimo y continuó pisando el acelerador camino al barrio rojo al sur de la ciudad. Tenía que llegar. Tenía que llegar. Tenía que llegar.
Necesitaba encontrar a Tenma y a Grimmer.
Se sentía tan impotente y sentía que lo único que podía hacer era llegar al barrio para buscar a ese pequeño inocente. No quería siquiera pensar en todas las posibles cosas y atrocidades que ese pobre niño podía ver en el barrio rojo. De pensarlo, sentía algo en su pecho, algo que quemaba y dolía.
Cuando llegó al barrio, rodeó la zona con el auto, despacio pero con desesperación, tratando de encontrar a Tenma, a Grimmer o un niño cuya presencia en el barrio rojo fuera inusual y que coincidiera con la fotografía que había visto en el orfanato. Pero solo veía a mujeres con vestidos cortos y entallados, hombres ebrios, y más cosas desagradables a sus ojos. No había rastro por ningún lado. Continuó hasta que llegó al puente que la llevaba fuera del barrio.
Seguía lloviendo con violencia y casi no podía ver, pero entonces sus ojos le brindaron la ayuda que necesitaba, su visión se agudizó y vio una pequeña figura al lado del puente, por fuera de la barandilla. Le tomó solo dos segundos ver que se trataba de un niño.
Becker salió del auto con desesperación y gritó.
—¡¡Milosz!! ¿¡Eres tú!?- Ella exclamó corriendo hacia el pequeño. El niño giró su cabeza mínimamente. —¡Está bien! ¡Tranquilo! Conozco a tu amigo, Grimmer…
El niño estaba por saltar al río. Becker entró en desesperación… ese niño quería suicidarse. Y cuando llegó el niño la observó con ojos abiertos de pánico, vacíos y casi sin vida. Era una mirada que la destrozaba. Solo Dios sabía lo que ese niño había visto, experimentado y oído.
—Vamos… dame la mano…- ella sonrió nerviosa y extendió su mano hacia el pequeño.
Pero el niño decidió tomar otro camino, e ignorándola se movió hacia adelante, preparándose para saltar hacia las aguas furiosas y violentas del Río de Praga, para renunciar a la vida.
—¡ NO !- Becker gritó y se abalanzó hacia él frente junto con el niño, su cuerpo rebasó la barandilla y el vértigo al ver la caída de casi veinte metros le revolvió las entrañas. Pero logró sujetar la mano del niño con ambas manos. —¡Tranquilo! ¡Te tengo! ¡Todo estará bien!
El peso la estaba traicionando, sus piernas no estaban posicionadas correctamente y comenzó a sentir como su cuerpo se hacía hacia adelante, iba a caer junto con Milosz. Los dos iban a morir ahogados. Pero Becker resistió y trató de tirar del pequeño, aún si sus fuerzas la estaban traicionando y caía al agua y sus cuerpos se perdían, ella no iba a dejar de luchar. Incluso pensó que cuando cayeran al agua buscaría la superficie inmediatamente. Una vez más, la muerte llegaba y le susurraba al oído “Es tiempo.”
Entonces una mano tiró de su chaqueta con fuerza y fácilmente la regresó al puente, salvándole la vida a ella y a Milosz. Becker no soltó la mano del pequeño por ningún momento. Abrió los ojos, que no sabía que los había tenido cerrados, y vio a Grimmer, quien había jalado su chaqueta para salvarlos a ambos, y a Tenma arrodillado junto a ella con la mirada llena de pánico.
Nadie sabía qué decir. No había necesidad de decir lo que Milosz estaba por hacer.
Tenma la ayudó a sentarse.
—¿Cómo supiste que…?
—Nunca regresaron al hotel.- Becker dijo. —Entonces fui al orfanato y ahí me dijeron lo que estaba pasando… tenía que venir…
Grimmer se acercó al niño y con cuidado y cariño le ayudó a ponerse de pie para mirarlo a los ojos. La mirada en los ojos de Milosz era exactamente la misma que ella había visto cuando llegó hacía unos instantes. Había un mar de pesadumbre, dolor y ausencia de vida en los ojos de ese niño, como si acabara de ver a un monstruo venido del mismo averno.
—Milosz…- Grimmer murmuró intentando sonreír pero a leguas se veía su nerviosismo. —Querías ayudarme… ¿verdad? Lo has hecho bien… todo está bien… vamos… Déjame llevarte a casa, ¿de acuerdo?
El niño no abandonó su expresión.
Entonces Becker vio a Grimmer arrodillarse y extender sus brazos hacia el pequeño y envolver sus brazos en su pequeño cuerpo. —Esto está bien, verdad, ¿Doctor?- Grimmer pregunta y Becker no comprende.
Ella miró al médico que seguía arrodillado a su lado. Tenma no la estaba viendo, en su lugar observaba a Grimmer abrazar al niño. Sin embargo, no respondió ante la pregunta de Grimmer.
Becker sintió cómo el mundo a su alrededor se detenía, su cuerpo temblaba, quizá era el frío de la lluvia, quizá era el estrés, quizá… solo quizá era miedo. El miedo de ver a un niño morir, y algo dentro de ella se despertó. Un instinto que la había hecho saltar a la acción. Era su necesidad de corregir sus errores. La necesidad de hacer algo bien en su vida.
Observó a Grimmer abrazar al niño, lo observó estrechar a ese inocente pequeño, lo escuchó clamar en voz alta el valor de su vida.
No pudo escuchar todo con claridad pero algo salió de la boca de Grimmer que se quedó clavado en su pecho con fuego.
«Tú naciste porque alguien te quiso. Alguien te quiso» Kathryn se preguntó si eso era verdad también en su caso. ¿Quién la había querido? ¿Su nacimiento fue deseado? Ella no tenía la respuesta para esas preguntas. Pero Grimmer al parecer sí las conocía…
Entonces, Kathryn se petrificó cuando Grimmer se giró y ella observó las lágrimas corriendo por su rostro. Grimmer observó a Tenma y en medio del llanto le pregunta por la expresión que tiene en su rostro. Grimmer busca que Tenma le diga, que le responda y le diga qué hace ahora. Kathryn mira a Tenma y sin entender porqué, él sonríe suavemente.
—Estás llorando.- él responde con suavidad, una voz suave y gentil en medio de la lluvia, en medio de la noche y la intemperie.
Y Grimmer continuó derramando más lágrimas. Becker no podía apartar la mirada de la escena, no entendía lo que veía, no entendía. Solo sabía que tenía que llorar también. Sabía que necesitaba derramar lágrimas, debía hacerlo, debía llorar. Pero no podía. No podía derramar lágrimas y lo intentó. Maldita sea, lo intentó. Intentó llorar ahí. Intentó llorar cuando vio a Eda Klein morir, lo intentó cuando Tenma llegó para salvarla en ese edificio, lo intentó cuando Christa apareció de nuevo en su vida. Pero no pudo. Ninguna lágrima se derramó. Y odiaba eso. Lo odiaba con cada fibra de su ser, se odiaba.
Entonces miró a Tenma. Y él tampoco lloraba. Se le observaba impasible e imperturbable. Becker se confundió parcialmente y después se dio cuenta de las dos manos que la sostenían de la espalda y el torso.
Becker no supo en qué momento se había abrazado a Tenma mientras seguían en el suelo. Él la sostenía firmemente, casi como si buscara tomarla en brazos.
Cuando el llanto de Grimmer y el llanto de Milosz fueron más débiles que el sonido de la lluvia y cuando comenzó a hacer mucho más frío por las altas horas de la noche, Grimmer se quitó el suéter y con este, envolvió a Milosz, tomándolo en brazos. El pequeño rápidamente se abrazó a su cuello cerrando los ojos.
—Fraulein Becker. ¿Puedes llevarnos al orfanato? Necesito llevar a Milosz a casa.- Él le preguntó mirando el auto a media calle, aún encendido y con la puerta del conductor abierta; señal de que Becker había salido disparada del auto para salvar al niño.
Ella asintió sutilmente intentando levantarse pero Tenma la ayudó a levantarse.
—No, tú no puedes manejar en el estado en el que estás.- Tenma le dijo quitándose la chaqueta para cubrir a Becker con esta y sin decir nada, la llevó al auto en el asiento del copiloto y él tomó el asiento del conductor.
El camino al orfanato fue silencioso, donde sólo se escuchaba el sonido de la lluvia, el sonido del motor y el acelerador cuando Tenma hacía una suave e imperceptible presión. Todo fuera del auto parecía un mundo completamente distinto, todo estaba casi en oscuridad total, pero las luces de los edificios, las lámparas de las calles, de las señaléticas le daban a la noche un fulgor reconfortante. Becker descanso la cabeza cerca de la ventana del auto y se envolvió en la chaqueta verde de Tenma, casi cubriendo su rostro con esta, ahí percibió el aroma del médico, se sentía en una tranquilidad que ella no podía describir. Deseaba quedarse así, envuelta en la chaqueta de Tenma, en ese asiento, protegida de la lluvia.
Podía escuchar a Milosz sollozar en el asiento de atrás y podía escuchar a Grimmer tranquilizando al niño con gentileza.
Cuando llegaron al orfanato, seguía lloviendo, la mujer que los recibió hacía unas horas estaba en la puerta del orfanato con un paraguas y un grupo de niños detrás de ella con sus chaquetas puestas.
Cuando bajaron del auto, uno de los niños exclamó cuando vio a Milosz en brazos de Grimmer.
—¡Milosz! ¡Estás bien!- exclamó uno de ellos corriendo hacia Grimmer.
Grimmer sonrió como pudo a los niños y entró al orfanato con cuidado y con Tenma y Becker detrás de él. Los niños observaron a Becker y se apresuraron a ella.
—¡Cumpliste tu promesa! ¡Gracias por traer a Milosz! ¡Gracias!- los pequeños se arremolinaron a su alrededor y la abrazaron con fuerza. Ella no supo cómo reaccionar, jamás un grupo de niños se abalanzaba para abrazarla, jamás había recibido este tipo de reacción por parte de unos huérfanos. Kathryn estaba congelada, pero lo único que pudo hacer fue darles unas palmaditas suaves en sus cabecitas. Después también abrazaron a Tenma con lágrimas en sus ojos. —¡Gracias, señor Tenma!
Después los niños corrieron con Grimmer y lo colmaron de abrazos.
—¡Señor Grimmer, gracias por salvar a Milosz!
Grimmer se dedicó a llevar a Milosz dentro del orfanato y con cuidado lo colocó en el sofá. El niño no parecía querer soltarlo y se apretó a su cuello pero Grimmer sonrió.
—Ya estás en casa, estás a salvo, mira, tus amigos están aquí…
El pequeño abrió los ojos y observó a sus amigos observándolo con lágrimas rodando por sus mejillas. Una vez que Milosz se soltó de Grimmer, los demás pequeños corrieron a abrazarlo mientras sollozaban por la alegría de tener a Milosz de regreso.
La mujer del orfanato se acercó a los tres y les agradeció con llanto.
—Gracias… gracias a los tres por traer a Milosz de regreso. No sé como agradecerles, ni siquiera la policía pudo hacer algo para tratar de encontrarlo. Pero ustedes se arriesgaron para traerlo… gracias…
—Lo importante es que Milosz se encuentre bien.- Tenma dijo con una sonrisa débil y después tomó un papel de la mesa y escribió para después tender el papel a la mujer... —Por favor, si necesitan algo más, llamen, este es el hotel donde nos estamos hospedando.
Y después de que los niños se despidieron de ellos, subieron al auto y condujeron de regreso al hotel donde Christa los esperaba con el ceño fruncido.
El camino de regreso al hotel fue aún más silencioso, pero Becker quiso hacerlo diferente y con timidez encendió la radio, donde, para su grata sorpresa estaban dando una canción de Depeche Mode, bajó el volumen lo suficiente como para poder escuchar la canción pero sin ser demasiado fuerte.
Después Becker observó a Tenma y se dio cuenta que solo estaba con una simple playera y su cabello estaba húmedo. Se sobresaltó y lo miró con preocupación.
—¡Doctor! ¡Se va a resfriar! Tome la chamarra…- ella dijo quitándose la chaqueta verde, pero él la detuvo sosteniendo su brazo suavemente.
—Tranquila, estoy bien.- él sonrió y continuó manejando.
—No, permítame por favor- Becker insistió y trató de quitarse la chamarra.
—Kathryn. No te la quites.- Tenma replicó y sonó casi como una orden. Y para ella lo fue.
Becker obedeció y se dejó puesta la chamarra. Ella no se dio cuenta. Pero en sus mejillas se acumuló la sangre dándole a su rostro, un bonito tono rosado que nadie vio.
Cuando llegaron al hotel, Christa estaba en una de las mesas del restaurante con tres tazas de café vacías a un lado y una cuarta entre sus manos, su pie tamborileaba y sus ojos estaban perdidos en la distancia. Cuando los vio llegar, Christa se levantó de un salto y observó el cabello mojado y la ropa casi empapada. Los tres tenían rostros llenos de devastación y cansancio, como si hubieran ido a la guerra y regresado a costa de muchas cosas.
—Dios… ¿Qué muerto se les apareció?
Ninguno de los tres respondió, Christa observó a su hermana abrazarse a sí misma dentro de la chaqueta verde de Tenma.
—Quiero dormir.- Becker anunció dirigiéndose a su habitación, Tenma la acompañó sosteniéndola por los brazos.
Al ver al médico Christa sintió un ligero escalofrío cuando recordó los documentos que había observado hacía unas horas. El apellido Tenma en los documentos de los antiguos funcionarios del Kinderheim 511 siguieron grabados en su memoria con fuego. Ella se preguntaba si acaso él sabía quién era Daisuke Tenma.
Chapter 13: El nombre de la familia
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Cuando Tenma se para en el restaurante y toma asiento después de pedir dos cafeteras —Una para Becker, Grimmer y él. La otra para Christa.— Lo último que esperaba era observar a Christa pararse frente a él, mostrando una carpeta vieja, marrón y desgastada, agitándola frente a su nariz.
—Creo qué hay algo que debes ver, Doc.- Ella dijo sentándose nuevamente. —Ayer no tuvimos tiempo para dialogarlo, con todo el asunto del niño y eso… pero como viste, mi hermana y yo fuimos al Callejón de Oro el día de ayer, buscando lo que Eda Klein quería que encontráramos. Y lo único que pudimos encontrar fue a nuestra hermana Freya y esto…
Christa abrió la carpeta y dentro, había más documentos viejos y amarillentos como si hubieran sido creados en la época del medievo. Parecían papiros y apestaban a viejo y quemado.
Tenma tomó una de las hojas y leyó.
—Son documentos del Kinderheim 511. Sobre los antiguos funcionarios. Hace un año intenté contactar o investigar más sobre ellos pero toda la información que traté de recabar era realmente insuficiente.- Él dijo pasando las páginas lentamente. —Era como si tuviera un libro al que le arrancaran muchas páginas…
Christa no sabía si hablar o esperar a que él lo viera por sí mismo. Quería observar si su reacción era de sorpresa o…
El rostro de Tenma se deformó en una expresión de incredulidad, consternación y algo que ella podría interpretar como enojo. Apretó las páginas de la antigua carpeta casi tan fuerte como para desbaratar el papel.
—Oye, esos papeles valen oro para mí. Mucho cuidado.- Christa murmuró dándole un sorbo a su café. Pacientemente esperó que Tenma hablara. —¿Por qué esa cara tan larga, Doctor? ¿Algo interesante?
Tenma la observó con hastío. Era claro lo que ella quería que él viera; su propio apellido en los documentos de los antiguos funcionarios del Kinderheim 511. Él se encontraba sin palabras, no tenía nada en su mente o en su boca para decirlo, no comprendía que diablos estaba ocurriendo. ¿Porqué?
¿Porqué el nombre de su tío estaba entre los funcionarios del Kinderheim 511?
— Supuse que tú tendrías alguna idea de quién es Daisuke Tenma. Por eso esperé a que me lo dijeras.
Tenma seguía sin poder formular frase alguna.
Kathryn apareció junto a él. Sus ojos verdes lucían un poco más descansados aunque debajo de ellos se encontraban círculos oscuros. Ella lo observó con detenimiento y un sentimiento que él podía interpretar como compasión. Ella miró al suelo con vergüenza.
—No quería mencionar esto ayer, pero creo que es momento.
Cuando Tenma se dio cuenta Grimmer también estaba ahí junto a él. Observando con curiosidad y cautela.
—¿Usted conoce a este Daisuke Tenma? No es que el apellido sea muy común en Alemania, Doctor.- Christa insistió.
Le tomó un par de minutos recuperar la voz.
—Daisuke Tenma… él es… era mi tío.
Tanto como Christa, Grimmer y Becker observaron al médico atónitos.
En la primavera de 1967, Daisuke Tenma tomó el primer vuelo a Alemania, abandonando su país natal, Japón. Llevó consigo a su esposa embarazada de seis meses y sin despedirse de su único hermano, Kaito Tenma, decidió empezar una nueva vida en Alemania. Por esos años, el país aún se encontraba con secuelas de la Segunda Guerra Mundial, el territorio Alemán se encontraba dividido y Daisuke Tenma logró encontrar refugio en Berlín. Sus avanzados conocimientos en el área de la psiquiatría y la neurocirugía llamaron la atención de cierto hombre que residía en aquella zona de la entonces RDA, y con gratitud, y bajo la promesa de darle a su esposa embarazada todo lo necesario incluido un techo y servicios médicos de la más alta calidad, Daisuke Tenma aceptó trabajar para cierta organización que tenía como finalidad la creación de los soldados perfectos. Sin saber que ese trabajo sería el último que hiciera.
»Cuando llegué a Alemania quería empezar mi vida desde cero… pero sabía que mi tío también estaba aquí. Quise contactarlo en cuanto llegué. Él y yo siempre tuvimos una buena relación, y según lo que nos había comunicado en cartas, él se encontraba en Hannover, y fui a visitarlo, según la dirección que nos había dado hacía muchos años. Pero cuando llegué, la casa en la que se supone que vivía, estaba habitada por alguien más, y esa persona no supo decirme donde se encontraba mi tío. Después de un tiempo, con la presión de la universidad, decidí que lo buscaría en otro momento, pero jamás lo hice… y durante todo este tiempo, él vivió en Berlín… trabajando para… el Kinderheim 511… no entiendo que está pasando, no entiendo como fue que mi tío terminó trabajando para ese maldito orfanato… parece un chiste de mal gusto… maldita sea…«
Tenma hizo lo posible para relatar lo mejor que podía la explicación que él tenía al nombre y al apellido en ese documento tan antiguo.
Pero para ese instante, Tenma solo podía pensar en una sola cosa: su propia sangre estaba involucrada en ese infierno y había contribuido en ese maldito proyecto. En el maldito Kinderheim 511. Su propio tío había trabajado para ese proyecto, su propia sangre había trabajado para destruir las infancias y las mentes de niños y niñas inocentes. Se sentía asqueado y decepcionado. Él creía que una vez en Alemania podría haberse librado de la familia tan disfuncional de la que era parte. Pero la desgracia lo perseguía a todas partes. Ahora sabía que su familia también tenía las manos manchadas de sangre por la tragedia que traía cargando en la espalda desde hacía más de diez años.
—No es culpa suya, Doctor…- Becker dijo después de que él relatara lo que él podía decirles. —Lo que su familia haya hecho… no es culpa suya.
Él sabía que no. Pero aún así… saber que su propio tío estuviese involucrado en ese infierno… lo llenaba de frustración y dolor.
Y ahora no sabía dónde estaba su tío para variar… Sin embargo, él sabía que todos los funcionarios del Kinderheim 511 habían muerto ya. Pensarlo le revolvía el estómago. Su tío… ¿Qué cosas había hecho después de llegar? ¿Dónde estaba? ¿Dónde lo vieron por última vez?
—¿Qué fue lo que ocurrió con todas estas personas?- Tenma preguntó moviendo las páginas de la carpeta, aunque la única persona que le interesaba era su tío.
—Todos ellos han muerto.- Christa respondió. —O al menos casi todos… La mayoría han sido asesinados tras la caída del Kinderheim 511. Algunos han escapado a otros países en busca de asilo. Es imposible saber qué ocurrió con certeza con ellos.
La cabeza de Tenma dolía demasiado, las migrañas estaban regresando y lo único que pudo hacer fue sostener su cabeza entre sus manos tratando de encontrar un poco de consuelo. En otro tiempo habría llorado pero ahora… no había lágrimas que derramar… quería llorar pero… No podía.
Entonces sintió dos delicadas manos deslizándose por sus hombros, jalando suavemente, después sintió una cabeza descansar en la suya. Cuando decidió mirar, Becker lo estaba abrazando, sus brazos estaban duros pero el intento que ella estaba haciendo lo conmovió. Él sonrió suavemente, pasando sus dedos por su brazo con gentileza.
—No es culpa suya…- ella repitió sin soltar su abrazo.
Christa observó la acción de Kathryn detenidamente, como si estuviera analizando sus actitudes, pero nadie, salvo ella, podrían suponer porqué.
—Ella tiene razón, Doctor.- Grimmer se sentó en una silla junto a él colocando una mano en su hombro. —No puede culparse por algo que usted no hizo… no vale la pena…
Él los observó a ambos y con debilidad le sonrió para después dirigirse de nuevo a Christa, quien se mantuvo al margen.
—Franz Bonaparta. Necesito seguir buscando más sobre él, hasta este momento, ese hombre es el único que me puede llevar a Johan. Y quizá pueda decirme qué fue lo que ocurrió con mi tío.- Tenma se puso de pie casi de un salto. —Pospuse mi investigación por unos días, pero creo que es momento de retomar por lo que llegué a Praga.
Los tres ex alumnos del proyecto del Kinderheim observaron al médico con sorpresa. Kathryn se levantó también y sonrió.
—Bien. Iré con usted.- Ella sentenció.
—No necesitas seguirme, señorita Becker, estoy seguro que tú también tienes mucho por lo que trabajar y no quiero que tú labor de investigación se vea afectada.
Pero Becker negó suavemente.
—Debo ir con usted, Doctor.
Christa observó a su hermana atónita. Sus sospechas se estaban materializando, lo que ella creía era verdad. El Instinto de Becker estaba despierto.
—Con gusto lo acompañaré también, Doctor.- Grimmer dijo con una sonrisa. —Hace un par de noches me dijo sobre un hombre que usted investigó y que podría haber conocido a Franz Bonaparta, podríamos ir a verlo esta misma tarde.
Gilbert Wagner apareció detrás de ellos con una mirada que denotaba curiosidad.
—¿Entonces puedo volver a mi casa?
Christa se giró y lo encaró.
—De ninguna manera, te llevaré con Ranke y le pediré que te de resguardo mientras termino mi trabajo aquí. Recuérdalo. Tú no puedes morir. Tienes que revelar muchas cosas a la prensa y a los periódicos. No puedo permitir que mi trabajo se vaya al carajo solo porque no eres capaz de cuidarte solo.
Tenma fue quien se dirigió a Gilbert esta vez. Se acercó casi amenazantemente haciendo que Gilbert se sonrojara.
—Dime una cosa, ¿alguna vez escuchaste de este hombre?- Él preguntó levantando el documento donde el nombre de Daisuke Tenma estaba impreso con tinta negra tan profunda e indeleble aún con el paso de los años. —¿Alguna vez escuchaste a tu padre mencionarlo?
Gilbert tomó el papel con ambas manos y leyó el documento. Donde solo tenían datos personales del hombre excepto su ubicación. En aquel entonces cuando se redactó el documento, Daisuke Tenma tenía cuarenta años, para ese instante debería estar en sus setenta.
—Sí. Escuché algo sobre él. Pero fue hace mucho tiempo… y lo escuché después de la muerte de mi padre. Cuando Frau Klein vivía ella mencionaba mucho a un tal Franz Bonaparta, según ella, ese hombre era la cabeza de los experimentos tanto en el Kinderheim 511 como en el Kinderheim 204, pero desde luego, había más personas que trabajaban bajo sus órdenes. Y entre esas personas se hablaba de un psiquiatra y neurocirujano japonés llamado Daisuke Tenma… para la gente del proyecto del Kinderheim que eran en su mayoría nazis, era algo peculiar aceptar el trabajo de un extranjero, sin embargo, al parecer Bonaparta confiaba ciegamente en ese hombre, algunos decían que la confianza se debía a que él tenía conocimientos extremadamente avanzados en el área de la neurocirugía y la psiquiatría…
—¿Qué pasó después con él?- Tenma insistió.
—Un día desapareció… Creo que fue a los pocos años de que su hijo nació. Porque tenía entendido que Daisuke Tenma tenía una esposa embarazada cuando empezó a trabajar para el proyecto del Kinderheim 511… eso es todo lo que sé, Doctor.
Parecía poco, pero para Tenma esa información valía muchos quilates. Ahora podía regresar a Japón y responder todas las incógnitas que su padre tenía. No deseó cortar lazos con la familia, probablemente lo asesinaron cuando ya no hacía falta . El pensamiento le revolvía el estómago, pero durante toda su infancia y adolescencia, su padre les había llenado la cabeza a él y a sus hermanos que su tío simplemente los odiaba a todos y no quería saber nada de ellos… cuando la realidad era que, muy probablemente, él ya estaba muerto cuando su padre hacía esas suposiciones.
—Te lo agradezco, Gilbert.
Fue todo lo que pudo decir, sintiendo que ese capítulo de su infancia y adolescencia tenía un cierre desagradable y amargo. Aunque muy en el fondo, Tenma sentía que había algo más que él no estaba descubriendo, una pieza faltante en todo ese caos, una pieza faltante en su familia.
¿Dónde estaba su primo o prima?
Cuando tocó la puerta, Tenma aún tenía la mente perdida en su propia familia, no solía pensar mucho en ellos, no solía desgastarse pensando en lo que pudo ser o lo que fue. No estaba en la mejor disposición para lamentarse de lo que vivió en Japón. No quería seguir pensando en sus padres o en sus hermanos. Pero con una noticia que le incumbía a toda la familia él sabía que no podía dejar que el tiempo siguiera transcurriendo y que todos en Japón continuaran asumiendo que su tío simplemente había decidió desaparecer de ellos, cuando la realidad era que era muy probablemente que fuera asesinado hacia muchísimos años.
—¿Sí? ¿En qué puedo ayudarle?- Dijo un hombre tras abrir la puerta.
—Buenos días, disculpe la molestia, he oído que usted tuvo la oportunidad de conocer al señor Franz Bonaparta, soy periodista y… estoy investigando sobre el trabajo literario de ese hombre.
—Oh claro, ¡pase!- dijo el hombre dejándolo entrar.
Dentro de la casa, la conversación se centró en el trabajo y obra de Franz Bonaparta. En los cuentos, en los momentos de su vida laboral que ciertamente eran de la incumbencia de ese infierno. Tenma, con cada palabra que intercambiaba, parecía que podía enmarcar al mítico Franz Bonaparta, casi podía imaginarlo. Un Alemán de mediana edad con trajes elegantes, mirada y carisma peculiares y conocimientos médicos de élite. Ese hombre en su mente era la imagen de hacía más de treinta años, ahora seguramente se trataría de un hombre de la tercera edad. ¿Pero seguiría con vida? La pregunta vago en su mente por un rato mientras seguía escuchando al hombre sentado frente a él.
Mientras, fuera de la casa, Grimmer y Becker se sentaron juntos en la acera. Ella había decidido que Tenma tenía que entrar solo, porque quería darle más privacidad, entonces ahora ella estaba sentada afuera con la mirada perdida en el cielo.
Después de un rato en silencio, Becker se dejó caer sobre el césped y miró al cielo, Grimmer hizo lo mismo y ella sonrió.
—Huh, sí, es cómodo así…- él dijo.
Ambos se quedaron en silencio por unos instantes antes de que Grimmer soltara un suspiro.
—Sé que ambos tienen facciones asiáticas…- Grimmer rompió el silencio después de un rato.
Becker ladeó la cabeza para verlo y le tomó un par de segundos entender que se refería a Christa y a Tenma.
—¿Pero no te parece que hay un ligero parecido entre los dos?
Becker y Grimmer se miraron a los ojos por poco más de diez segundos.
—¿En qué año nació Christa?
Al salir y encontrarlos sentados en la acera, Tenma no pudo reprimir una sonrisa.
—No tenían que esperarme aquí.- Él dijo sonriendo ampliamente cuando vio a Becker estirando los brazos en el césped.
—El día está muy agradable, ¿no le parece Doctor Tenma?- Grimmer menciona observando el cielo despejado.
Tenma mira al cielo y sonríe de nuevo.
—Sí… sí lo está.
Ver a Milosz con los demás niños jugando fútbol era una buena señal ¿no? El pequeño estaba en el lugar del portero y aunque claramente no se le veían muchas ganas de estar jugando, Milosz se quedó ahí parado caminando de un lado a otro con la mirada perdida. Becker sentía que lo que ese niño había visto y vivido quedaría marcado en su mente durante mucho, mucho tiempo.
Entonces el grupo de niños persiguiendo el balón se acercaron corriendo velozmente a Milosz, tenía que estar atento. Uno de los niños soltó la patada enviando el balón directamente hacia Milosz. Becker solo pudo ver como el pequeño caía por el golpe pero también bloqueando el gol.
—¡Milosz! ¿Estás bien?- exclamaban los niños rodeándolo. Milosz no respondió y parecía confundido. Pero entonces el resto de los huérfanos comenzaron a aplaudir y a reír. —¡Buena defensa! ¡Ese bloqueo fue genial!
Lo único que hizo el confundido Milosz, fue reír.
A unos metros de distancia estaban los tres observando al pequeño niño que casi se quita la vida, volver a reunirse e integrarse en sus actividades con sus demás amigos y compañeros de orfanato.
Grimmer soltó un suspiro de alivio, aunque su rostro carecía de expresión.
—Al menos ya sonríe, supongo que ya está bien.- y acto seguido, se dio la vuelta para alejarse del parque.
—Grimmer, ¿no irás a visitarlos?- Tenma preguntó. Pero Grimmer solo miró por encima de su hombro.
—Creo que los trabajos en equipo no son para mí. Por eso no se jugar fútbol.
Becker sí que quería entrar y saludar a los niños pero lo único que pudo hacer fue agitar la mano para despedirse de ellos antes de comenzar a seguirlos de nuevo. Entonces Becker recordó que había acordado con Freya recoger los demás documentos que estaban en su casa.
—Disculpen… tengo que irme por un rato. Freya tiene otros documentos más que no me entregó ayer, entonces…
Grimmer y Tenma la miraron con curiosidad.
—¿Quieres que te acompañemos?- Tenma preguntó pero ella negó suavemente.
—Descuide, Doctor, los veré en el reloj astronómico a las 12 en punto.
Pero entonces Grimmer pareció meditarlo antes de negar con la cabeza.
—En realidad, creo que hasta aquí llega mi trabajo en Praga… debo regresar a Alemania, aún tengo muchas cosas por hacer y quiero tomar el tren más próximo.- Después de ello, Grimmer se acercó a Becker y extendió su mano. —Señorita Becker, créame que fue un verdadero placer conocerla, espero que esta no sea una despedida, me gustaría invitarla al picnic que voy a preparar con el Doctor Tenma, ¿verdad?
Tenma asintió.
—S-Sí, claro…
Becker observó a Grimmer antes de tomar su mano para estrecharla. Algo en su pecho no se sentía bien, no quería que esta fuera una despedida, no quería perder la compañía de alguien que también era su hermano. Pero todo lo que Becker pudo hacer fue tomar su mano.
—Herr Grimmer, créame que el placer fue todo mío.
—Aún hay cosas que me gustaría saber del Kinderheim 204, pero estoy seguro que ya habrá tiempo para ello.
Becker asintió frenéticamente antes de mirar a Tenma.
Quien le sonrió.
—Te veré en el reloj astronómico a las 12, Kathryn.- él dijo y ella asintió.
Y sin más, los caminos de Grimmer y Tenma y Becker tenían un curso distinto. Al menos el de Grimmer…
De camino al callejón de Oro, Becker siguió pensando en Grimmer y cómo pudo al menos conocer a un alumno del Kinderheim 511, pensó en las cosas que quería seguir hablando con él y las cosas sin hablar.
Pensó en la suposición que surgió entre los dos esa misma mañana. Ella no quería llegar a conclusiones pero… era posible .
Freya la estaba esperando con una carpeta igual de vieja que la anterior.
—Freya… creo que… creo que encontré a la familia de Christa.
—¿De qué hablas?
—Daisuke Tenma… era un funcionario del Kinderheim, ¿no? Y llegó a Alemania en 1967 con su esposa embarazada. Christa nació en 1968, tan sólo unos meses después de la llegada de Daisuke Tenma al pais… y… no sé… no sé qué hacer. No quiero darle falsas esperanzas a Christa… y tampoco al Doctor Tenma… simplemente creo que es demasiada coincidencia. Y Christa… ella se parece un poco al Doctor Tenma…
—Espera, espera, espera, me perdí un poco… ¿Quién es el Doctor Tenma?
Becker se sonrojó y después soltó un suspiro sabiendo que tenía que contarle al menos la mayoría de las cosas a Freya. Vio el reloj y aún tenía tiempo.
—¡No, espera! ¡Ya sé quién es el Doctor Tenma!- Freya corrió dentro y sacó un periódico. —¿Es el Doctor que buscan como principal sospechoso de homicidio múltiple?
—Sí, es él, pero es inocente.
Freya observó la fotografía un instante antes de sonreír con las mejillas rojas.
—Dios mío, es guapísimo… ¿Me lo presentas?
Becker frunció el ceño sin saber muy bien por qué.
—Luego… Ahora tengo que regresar, él me está esperando en el reloj, son casi las 12.
Freya asintió y después de despedirse y guardar los nuevos documentos en su maleta, Becker se dispuso a regresar al reloj donde se reencontraría con Tenma de nuevo. ¿Y ahora qué? ¿Cómo seguirían sus caminos ahora? Él tiene que seguir investigando en Praga y ella tiene que seguirlo a donde él vaya pero también tiene que ir a Cracovia… ¿Qué estaba pasando en su mente ahora? Ella no lo entendía.
Tenma jamás era impuntual y jamás la dejaría plantada. Por eso una corazonada y una punzada de intranquilidad le causaba hormigueo en las manos y en los dedos de los pies. Debería haber llegado a las 12:00 y eran 12:45, no quería ser irritante pero no era normal. Si Tenma le decía que llegaba a las 12:00, él llegaría 11:59, no cuarenta y cinco minutos después.
No se movió un metro de dónde estaba parada, se sentó en la banca del parque, se levantó, dos pasos a la izquierda, dos a la derecha, mirando de un lado a otro, y jamás vio el cabello negro acercándose a ella. Se estaba volviendo ansiosa. Algo andaba mal. No era normal.
No sabía que hacer, no sabía si moverse de ahí e ir a buscarlo, pero si se movía el podría llegar y no encontrarla y todo sería un desastre. ¿Qué podía hacer?
Dos mujeres de la tercera edad iban caminando mientras paseaban a sus perros y cotilleaban.
—…Esa es la prueba de que el gobierno y la policía de este país son de los mejores en comparación con otros.
—Sabía que tarde o temprano le encontrarían.
—A pesar de que lo consideran un genio y pudo evitar a la policía por años, era cuestión de paciencia que pudieran encontrarle y arrestarle…
—Sí es un excelente médico y un genio, pero ¿cuánta gente ha matado ese hombre?
La boca se le secó y sus piernas le temblaron.
De un jalón brusco, tomó el brazo de una de las mujeres y la obligó a verla. La anciana chilló tanto de sorpresa por el dolor que el agarre de la muchacha le generó. No era la forma de tratar a una anciana pero poco le importó.
—¿A quién arrestaron?- Los ojos de Kathryn centelleaban de furia y angustia pero su voz era tranquila y serena.
—A ese japonés, el neurocirujano asesino. Está en todos los noticieros, chiquilla. Lo arrestaron hace aproximadamente media hora, aquí mismo en Praga.- respondió la mujer jalando su brazo del agarre de Becker.
Becker sintió que la vista se le nublaba y el pánico le generó náuseas y la boca le supo a hiel. Las mujeres la miraron preocupadas.
—Pero mírate, niña. Estás tan pálida como el papel. Necesitas ir al médico.
Sí eso necesitaba. Y ahora.
Becker se recuperó en segundos y después salió disparada como un rayo. Corrió con todas sus fuerzas en búsqueda de un maldito televisor. No supo cómo, pero corrió cinco cuadras en menos de dos minutos hasta que encontró un televisor dentro de un restaurante donde transmitían lo que ella tanto temía ver. Había mucha gente reunida en el mismo sitio todos viendo la escena.
Becker sintió sus rodillas debilitarse al ver la fotografía, al verlo esposado, con la cabeza agachada y siendo escoltado por diez policías. Había patrullas por todos lados y en el reportaje decían algo que a ella le importaba un verdadero comino. Sabía los cargos de Tenma y no necesitaba que se los repitieran. ¿Porqué? ¿Cómo? En muchos años siempre había burlado a la policía alemana. No lo podía creer.
—No…no…
Un hombre a su derecha comenzó a parlotear.
—Ya era hora que lo atraparan. Ese es un infeliz asesino que merece pudrirse en la cárcel. Y que ahí le…-
Kathryn le reventó la boca de un puñetazo, se abalanzó sobre el hombre y cegada por el enojo descargó todo su sentir, haciéndole trizas la nariz y tirándole tres dientes. Dos hombres la tomaron de los hombros para apartarla.
—¡Zorra! ¡Mi nariz!- el dolor le impedía moverse bien.
—No tienes una puta idea de lo que hablas, hijo de perra.- Kathryn se aproximó a la puerta con un aura de furia a su alrededor y las manos llenas de sangre. —Cuida tu lengua. La próxima vez te la cortaré con unas tijeras.
El bar estaba sumido en un silencio de pavor. Una vez que Becker salió del local, todos adentro tenían una mirada de terror en los ojos. Como si hubieran visto al mismísimo satán.
Kathryn salió corriendo hacia la comisaría de Praga, sus pies le dolían y el ardor en sus manos le hizo creer que quizá se había hecho un esguince en los nudillos pero le importaba un comino. Debía llegar a la comisaría y debía sacar a Tenma de ahí, debía salvarlo. Aún si debía matar a todo aquel que se interpusiera en su camino.
Quizá la reconocerían. Ella también estaba en la lista negra de la policía de Praga, si iba y la reconocían ambos estaban acabados. Era un maldito desastre ambos estaban ya acabados. Pero no le importaba, ella podía con cinco a la vez podía con toda la maldita policía si ella quería.
Llegó a la comisaría encontrando a diez patrullas estacionadas y aún con las sirenas encendidas. Había mucho alboroto, muchos periodistas, tomando fotos y buscando toda la información posible a llevar a los noticieros para hablar de Tenma. El flash de las cámaras, los gritos buscando información la aturdieron pero ocupó el tumulto para acercarse a la entrada. Tenma ya era toda una celebridad en todo el país y en Alemania. Había escuchado que televisoras polacas, francesas e incluso británicas, estaban próximas a llegar. Odiaba esto. Odiaba que un hombre inocente fuera el foco del ojo público por crímenes que no cometió.
Becker debía analizar el lugar desde fuera y adentro para planear la fuga pero era imposible cuando era ella también una persona buscada por la comisaría. Necesitaba una mano. Pero no había absolutamente nadie en esa maldita ciudad en quién confiar. La única persona en la que confiaba en el país estaba arrestado y a punto de ser enviado a la cárcel. Solo Christa podía sacarlo, solo ella… ¿Dónde diablos se había metido?
Becker deseaba entrar en la comisaría y a punta de amenazas sacar a Tenma de ahí. Si tuviera un arma dispararía a todos en la comisaría, entraría hasta donde fuera que tuvieran a Tenma y lo sacaría y hay de aquel que se interponga en su camino. Se sentía impotente, quería gritar, golpearlos a todos, quería… quería… quería ver a Tenma… solo quería verlo.
Notes:
FIN DEL PRIMER ARCO
hola holaaaa! Pues me alegra mucho llegar por fin a esta parte. Con este capítulo damos cierre al arco de Praga y pasamos al arco del arresto
El capítulo anterior generó mucho revuelo y espero que esté capítulo resuelva todas sus dudas, como podrán observar me tomé libertades respecto a la familia Tenma.
En este fic la familia Tenma tendrá un papel un poco más presente que en el anime y el manga aunque no tanto.
En fin, muchas gracias por leer y por pasarse por aquí.
Un abrazo y un besote nos leemos en el siguiente capítulo para iniciar el arco del arrestoByeeee. <3
Chapter 14: Sin saber porqué
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Christa llegó por detrás casi corriendo, su cabello perfectamente alisado ahora estaba sutilmente alborotado. Pero Becker apenas y se dio cuenta, lo único que ella hizo fue tomar a Christa con ambas manos antes de sacudirla.
—¡Sácalo! ¡Tú puedes sacarlo! ¡Trabajas aquí! ¡Christa, sácalo! ¡¡Haz que me lo devuelvan!!
Los ojos de Becker parecían inhumanos, cegados por la desesperación, el enojo, la rabia y el miedo. Brillaban como dos esmeraldas frente al fuego, pero no fue la forma que ella la sacudió con violencia, ni el estrés en su voz, ni la desesperación en su expresión lo que hizo a Christa darse cuenta que Kathryn estaba perdida… eran sus palabras, esas palabras predispuestas pero al mismo tiempo tan genuinas.
¿Era real? ¿O era parte de la ilusión?
Ella no lo sabía, pero Kathryn no estaba en la mejor disposición para discutirlo.
—Que me lo devuelvan… devuelvan…- La expresión de Becker se deformó en la furia y la desesperación, se dio vuelta y exclamó a los policías que estaban en la entrada de la comisaría damascado lejos como para que ellos la escucharan. —¡Es inocente! ¡Devuélvanmelo!
Christa tiró de su muñeca con violencia.
—¡Cállate! ¡La policía también te está buscando! ¿Crees que no me enteré? Asaltaste y le robaste a un policía y le rompiste el brazo.
Becker se giró hacia ella, ofendida y fúrica.
—¡Yo no lo asalté! ¡Él me siguió y trató de acosarme! Pero no aguanté y lo agredí… pero eso no importa. Lo que importa es sacar al Doctor Tenma de ahí. Puede que lo lleven a prisión, ¿No lo entiendes?
—¡Pero no puedes hacer nada en este momento! Lo único que conseguirás será que te arresten también. Y con ambos encerrados yo tampoco puedo hacer absolutamente nada.- Christa masajeó el puente de su nariz tratando de mantener la calma y la serenidad, pero Kathryn la estaba enloqueciendo.
Becker se preguntó si Grimmer ya se había enterado de esto, probablemente ya estaba de camino a Alemania en ese instante y probablemente no se enteraría hasta llegar… mierda. Necesitaba algo… pero Christa tenía razón ella no podía hacer absolutamente nada. Trató de pensar con claridad pero la necesidad de salvar a Tenma era abrumadora, la cegaba por completo y la imposibilitaba de pensar correctamente. ¿Qué le estaba pasando?
—Ve al hotel antes de que un policía te vea, no pueden reconocerte. Yo me encargaré de esto, confía en mi.-
Si bien Christa quería ayudar a que su hermana se sintiera mejor, la realidad era que ella misma quería ayudar a Tenma. Por un inicio ella creía que Tenma era un asesino y que su hermana seguía ciegamente a un homicida pero después lo conoció y se arrepintió rotundamente de todas las suposiciones que hizo en contra de él. Él no era un asesino, ni siquiera era una mala persona, todo lo contrario, era una de las pocas personas que habían conseguido ganarse la confianza de Christa en menos de 24 horas. Y… parte de ella, sentía algo peculiar respecto a él. Algo que le calentaba el pecho… ella también quería ayudarlo porque Tenma era inocente.
A regañadientes, Becker se dio la vuelta y desapareció entre la multitud cubriendo su rostro de los policías y los periodistas que se arremolinaron en la entrada de la comisaría. Christa soltó un suspiro y extrayendo la placa de policía relativamente falsa se abrió paso entre el la multitud.
—¡A un lado! ¡Abran paso a una oficial!- y la gente hizo lo que ella ordenó. Como pudo entró a la comisaría y un policía se acercó a ella saludándola.
—Señorita Ludwig, ¿se enteró de las noticias? ¡Hemos capturado al neurocirujano asesino! ¡Se estaba ocultando en nuestro país! Pero por fin lo hemos capturado…
—¿Dónde está?- Fue lo primero que Christa preguntó, desconcertando al policía.
—¿Cómo?
Christa fulminó al policía y éste reaccionó al instante antes de llevarla a la parte trasera donde colocaban a los reclusos después de apresarlos. El sitio era oscuro y carecía casi totalmente de la luz, tan solo unas ventanas que parecían rendijas en la parte superior que dejaban filtrar apenas unos rayos de la luz de las cinco de la tarde. Ella pensó que era horrible, pero entonces siguió caminando con sus tacones retumbando por el pasillo. Cuando llegaron a la celda, él estaba sentado en la cama, su mirada mirando al suelo y su cabello negro que parecía más largo que antes, le caía por ambos lados. Después, Christa observó al policía y con una mirada inexpresiva pero penetrante, le pidió que se retirara, éste obedeció parcialmente pero se alejó lo suficiente como para que ella pudiera hablar con él en paz.
—Oye…Hola.- Ella saludó sujetando los barrotes de la celda.
Él levantó la mirada. Y ella pensó en la última vez que lo había visto, parecía más joven entonces y con más vida. Ahora lucía más demacrado y cansado. Algo dentro de ella se apretó.
Mirando hacia un lado para cuidar que nadie más la escuchara se inclinó para susurrar.
—Te vamos a sacar de aquí… probablemente te planean deportar a Alemania en uno o dos días, pero si puedo conseguir las llaves y quizá Kathryn pueda…
—No metas a Kathryn en esto.- Él la cortó de golpe. —Ella no puede ser vista por la policía, vi un cartel con su fotografía en la entrada… no… No voy a ponerla en riesgo. Y tú tampoco deberías arriesgarte.
Christa se sorprendió por sus palabras, pero no esperaba menos de él. Sabía que no aceptaría ayuda de ella. Ni de nadie…aunque ese gesto para con su hermana… en verdad la estaba protegiendo.
Ya tenía mucho en que pensar justo ahora.
Pero en realidad, Christa no podía hacer nada para sacarlo. Tenma necesitaba un abogado. Un buen abogado. Pero ella no conocía ninguno, maldición.
—Te ayudaremos, no te preocupes, todo estará bien.
Aunque Tenma no sonrió, sus ojos parecían tener un brillo distinto.
—Que Kathryn no se acerque a la comisaría.
—Es fácil para ti pedirlo, se volvió un animal ahí afuera, me dijo que le tiró tres dientes a un hombre en un bar cuando se enteró que te arrestaron…
Tenma pareció sorprendido con el comentario. Él no entendía porqué, ¿Porqué Kathryn era tan protectora con él? ¿Era porque la había salvado?
—Creo que Kathryn cree que me debe la vida porque la salvé hace unas semanas, pero ella no me debe nada… no tiene que seguir tratando de protegerme.
Christa negó con la cabeza, el asunto era aún más complicado de lo que parecía.
—No es simplemente agradecimiento, Doctor. Es algo aún más complicado de explicar. Pero ya habrá momento de que pueda decirte la verdad.
El comentario lo consternó aún más pero esta vez ya no indagó, simplemente asintió y miró a Christa una última vez.
—Gracias, dile que estoy bien…
—Lo haré.- Christa respondió mirando sobre su hombro con una sonrisa antes de retirarse.
Una vez que Christa se fue. Tenma sintió cómo el estómago daba un vuelco. Al sonreír, la mejilla de Christa se hundía por un hoyuelo idéntico al que su tío tenía en la misma mejilla, la forma en que sus cejas se alzaban al sonreír y la forma que sus ojos se abrían al hablar… era idéntico a su tío… ¿Cómo…? ¿Cómo no lo vio antes?
Becker estaba desesperada, su pie golpeaba en el piso del cuarto de hotel y cuando Christa regresó, prácticamente saltó sobre ella asfixiándola con preguntas.
—¿¡Cómo está!? ¿Porqué no lo sacaste? ¿¡Lo viste!? ¡Dime!
—Él está bien. Obviamente no está del todo bien . Pero lo vi. Él no quiere que te pongas en riesgo y que te expongas asomándote por ahí.
Becker se sonrojó y mirando al suelo frunció el ceño.
Christa no sabía cuándo sería el momento correcto para señalar lo que, con mucha insistencia había estado tratando de ocultar y no abordar. ¿Hasta cuando iban a continuar fingiendo que las actitudes de Becker no eran por lo que le hicieron en el Kinderheim 204? Quizá solamente Kathryn no lo sabía.
Becker y observó las noticias con detenimiento. No entendía el checo entonces Christa se encargó de traducir lo que decían en el televisor.
— La policía alemana está trabajando para el proceso de deportación de Kenzo Tenma. Hasta ahora, él se mantiene preso dentro de las instalaciones de la comisaría de Praga donde fue apresado hace exactamente treinta y seis horas. La policía y el gobierno de Checoslovaquia están dispuestos a colaborar con el Gobierno Alemán para para extraditación inmediata del presunto asesino a territorio Alemán en dos días. - El pecho de Kathryn se apretó de nuevo cuando mostraron la fotografía de Tenma de nuevo, su rostro estaba carente de expresión, no había luz, ni brillo, estaba lleno de la desesperanza que él, con cada mirada, toque y palabra de aliento había extirpado del cuerpo de Becker. — Finalmente, los asesinatos múltiples verán su fin con el encarcelamiento de este asesino…
— ¡¡Eso es pura mierda!!- Kathryn gritó arrojando el control remoto hacia el televisor. Christa se sobresaltó. —El Doctor Tenma es inocente. Es inocente… es…
Becker enterró sus manos en su cabello cuando la migraña hizo estragos. Después levantó sus rodillas y se abrazó a ellas. Tenma estaba encerrado sin poder ver la luz del sol y estaban a punto de llevarlo a prisión. Estaba desesperada porque no había nada que ella pudiera hacer. Literalmente nada. Lo único que ella podía hacer era testificar para probar que Johan existía y que él era el verdadero asesino. Pero en ese instante, Kathryn también era una mujer buscada por la policía checoslovaca. Carajo. Carajo. Carajo.
Hasta ese momento, Christa era el único puente que ella tenía hacia Tenma. Ella era su esperanza por ahora.
Christa regresó a la comisaría por la tarde y cuando llegó escuchó a un hombre bramar a los cuatro vientos para que le permitieran ver a Tenma. Christa se acercó y vio que era un hombre bajito, regordete como de unos sesenta años aunque lucía muy fuerte para su edad.
—¡Déjenme ver al Doctor Tenma! ¡Conozco mis derechos y los del Doctor! Exijo que me dejen verle.- El hombre exclamaba a los de la recepción pero estos parecían no hacerle caso.
—Ellos no le dejarán.- Christa se animó a decirle acercándose sutilmente.
El hombre se giró para verla y parecía aún molesto pero recuperó la compostura para no ser grosero con ella. —Buena tarde, no quiero ser grosero con usted pero me parece que están violando un derecho. ¿No estamos en un país democrático? Exijo que me dejen ver al Doctor Tenma.
—Y yo no le digo que no sea su derecho. Pero estos caballeros no lo harán. Pero como yo sí lo permito entonces…- Christa se acercó al hombre en la recepción. —Señores, acepten la visita de este hombre al doctor Tenma. El Doctor tiene derecho a una visita.
El hombre pareció sorprendido con su intervención pero no dijo nada.
—Señorita Ludwig, pero-
—¿No me escucharon?
—Lo qué pasa es que… en este momento, están transportando a Tenma hacia Alemania, en este instante está abordando el camión blindado.
Christa abrió los ojos de golpe. —¿¡Qué!?
Sin hacer caso al hombre exclamando por una explicación, Christa salió disparada hacia la parte trasera de la comisaría.
Ella no corría. Ella nunca corría, mucho menos por alguien más. Pero… no podía… no podía dejar que se llevaran a Tenma así… sin siquiera poder verlo. Christa corrió hasta que llegó al estacionamiento y por suerte logró observar a Tenma abordar el convoy y con un grito llamó su atención.
—¡Todo estará bien! ¡No te preocupes! ¡Te veremos en Alemania!
El policía que iba detrás de Tenma lo empujó de nuevo para hacerlo seguir caminando y así subir el camión. Christa se quedó ahí hasta que el camión cerró las puertas traseras con Tenma adentro. Se quedó ahí hasta el camión avanzó y giró en la esquina con destino a la carretera. Y dándose la media vuelta se topó de frente a un hombre de traje alto, de cabello negro y expresión petulante, en sus manos tenía una hoja de papel com cuatro dobleces. La observaba fijamente pero Chirsta no se inmutó, ella caminó sin prestarle atención y no fue hasta que lo rebasó que se dio cuenta que se trataba de nada más y nada menos que el famoso inspector Henrich Lunge, de la BKA… ¿No era ese el inspector que llevaba persiguiendo a Tenma por varios años?
Siguió caminando hasta dar la vuelta en el pasillo para dirigirse de nuevo con aquel hombre que exigía ver a Tenma tan vehementemente, el hombre seguía ahí y se encontraba hablando con una mujer rubia sentada en las sillas de espera. Era rubia y estaba fumando tenía una expresión que denotaba aburrimiento y molestia, claramente no quería estar ahí. Christa se acercó y se disculpó por irse sin decir nada.
—No se preocupe, señorita, pero me gustaría saber ¿quién es usted?
—Ludwig, Christa Ludwig soy inspectora, trabajo para la policía de Checoslovaquia.- Ella extendió la mano y el hombre la estrechó.
—Doctor Julius Reinchwein, un placer señorita.- después se giró para señalar a la mujer rubia. —Ella es la señorita Eva Heinemann.
“Heinemann… la ex novia del Doctor Tenma… oh, Dios…” Christa dijo para sus adentros mientras inclinaba la cabeza a modo de saludo pero la mujer apenas y devolvió el saludo. Parecía sonrojada y sus movimientos eran torpes… ¿Estaba ebria?
—¿Conoce usted al Doctor Tenma?- preguntó el Doctor Reinchwein.
—Pues… digamos que sí… es un amigo.
Eva Heinemann se carcajeó con el cigarro entre los labios, aunque Christa no supo entender por qué.
—Él también es mi amigo. Y quiero ayudarlo, si usted es aliada del Doctor Tenma, entonces debe saber que él es inocente de todos los cargos de los que se le acusan. Tengo que ayudarlo. ¿Qué puedo hacer?
—Tenma está en este momento camino a Alemania, por lo que el siguiente paso es ir también. Partiremos mañana por la mañana, me imagino que tuvieron un viaje muy largo desde allá. Si ustedes aceptan nosotras podemos llevarlos de regreso a Alemania mañana a primera hora.
—Es usted muy amable señorita Ludwig.
—Nos estamos hospedando en un hotel a veinte minutos, vengan conmigo, mi auto está afuera, seguro querrán descansar después del largo viaje.
—Perdona, no puedo evitar sentir curiosidad cuando hablas de ti y alguien más, ¿hay una persona más involucrada?
Christa sonrió y se giró.
—Mi hermana, Kathryn, y si soy honesta. Ella está más empapada de Tenma que yo. Yo soy una amiga para Tenma pero Kathryn… bueno… estoy hablando de más.
Lunge observó a la mujer que exclamaba hacia Tenma, la observó lo suficiente para darse cuenta que no solo eran los rasgos asiáticos, había una fisonomía que sorprendentemente coincidía con la de Tenma. Se preguntó porqué, y con la carta de la bestia a la bella entre las manos, él se dio cuenta de algo mucho más siniestro de lo que imaginaba. Pero no sintió nada más allá que intriga y fascinación.
Pensó en ella, en qué fue lo último que le dijo, se preguntaba si estaría bien, sabía que sí, sabía que estaba bien pero era lo mejor que no se acercara a menos de 100 metros de la comisaría o la policía también la identificaría. Tenma no quería que Kathryn se arriesgara acercándose a la comisaría, hasta ahora, la única conexión que tendría con ella sería con Christa.
Christa.
Esa espina seguía clavada. Era como una piedra en el zapato para él, si tan solo pudiera discernir sus suposiciones. No quería llegar a ninguna conclusión, pero… era demasiada su intriga y su curiosidad como para ignorarla.
—Llegaremos a Alemania esta misma noche a las 10pm.- Dijo el conductor a su copiloto.
Dijeron algo más que Tenma no tuvo el interés en escuchar, porque su línea de pensamiento seguía puesta en Becker. Solo quería verla otra vez. La necesidad era tan penetrante que lo asustaba ¿Porqué se sentía de esa forma? No lo comprendía.
Solo quería verla y no sabía porqué.
Becker no podía dormir. Se rodaba de un lado a otro en su cama tratando de conciliar el sueño pero le era prácticamente imposible cerrar los ojos, lo único que estaba haciendo era fingir que dormía. Hasta que en algún punto de la noche se hartó y abriendo la puerta de su cuarto de hotel se dirigió al cuarto que se suponía era de él.
La habitación estaba vacía y a oscuras, como si nadie hubiera tomado la habitación. La maleta que siempre llevaba con él estaba ahí porque Christa había conseguido recuperar sus pertenencias en la estación de policía. Con suavidad se sentó en la orilla de la cama y tras un suave esfuerzo pudo darse cuenta que la habitación aún olía a él.
Podía percibir el aroma a su shampoo, también del desinfectante médico que solía usar para limpiarse las manos cuando atendía sus heridas, también olía a yerbabuena y el olor a almendras de la crema de manos que él solía utilizar. Abrió la maleta y encontró su ropa, el botiquín que siempre llevaba, documentos de investigación, y más cosas.
No quería seguir esculcando entre sus cosas porque no era correcto pero la curiosidad le ganó, entonces siguió buscando en su maleta hasta que encontró tres hojas blancas doblados delicadamente por la mitad, había colores y rayones escritos, sacó las hojas y descubrió que se trataban de tres dibujos que parecían ser hechos por un niño pequeño. Un dibujo era un niño pelirrojo que pateaba una pelota, tenía el césped debajo, y el sol en el extremo superior izquierdo, otro dibujo era un hombre que rápidamente pudo identificar; era Tenma. Y el tercer dibujo era el niño y Tenma parados juntos, Tenma sostenía la mano del niño pelirrojo y éste sonreía con el balón de fútbol al lado.
Al darle la vuelta a los dibujos, descubrió el nombre del artista. Con letra torcida estaba escrito un “Dieter”. ¿Quién era ese pequeño? No recordaba que Tenma tuviese hijos… quizá el hijo de un amigo. La espina de la curiosidad se clavó en ella pero ya habría tiempo de saber más sobre el enigmático artista de esos dibujos a crayolas.
Aún sin entender porqué sentía lo que sentía en el pecho, Becker guardó nuevamente los dibujos y algo dentro de ella despertó cuando vio una de las camisetas de Tenma asomándose dentro de la maleta. No supo porqué lo hizo, ni supo qué fue lo que motivó sus acciones pero Becker sacó la camiseta de la maleta y hundió su rostro en esta.
Becker se atrevió a subir a la cama y se recostó donde Tenma dormía, con la camiseta entre sus manos.
Después de esas acciones que ella realizó sin saber la razón, Becker dejó de rodar en la cama y se quedó profundamente dormida en menos de dos minutos.
Notes:
HOLA 💗
Con este capítulo entramos de lleno al arco del arresto y debo decir que estoy emocionada por escribir este arco.
Espero que les haya gustado este capítulo <3
Chapter 15: Celebridades en primera plana
Chapter Text
El rostro de Tenma estaba en primera plana, ella quería comprar todos los periódicos de la tienda, porque ella no quería que más personas leyeran lo que los periódicos tenían que decir sobre él, no quería que su nombre se continuara ensuciando por crímenes que él no había cometido. Era una tortura leer todo lo que la policía decía sobre él, pero necesitaba seguir informándose.
A la mañana siguiente, Eva Heineman estaba en la barra del bar tomando un trago de whisky. En la otra mano tenía un cigarro y la observaba con curiosidad.
—Buen día.- Kathryn se limitó a decir antes de pedir un café para ella, su hermana y el amable Doctor Reinchwein que había conocido la noche anterior.
—Dime, ¿cuál de ustedes dos es la que se acuesta con Tenma? Tú o la de cabello negro. O ambas.
Kathryn tardó aproximadamente diez segundos en procesar la pregunta que la mujer le estaba haciendo.
—¿Perdón?- preguntó genuinamente consternada y abrumada. Después de un instante, Kathryn abrazó el periódico y apartó la mirada ocultando el cómo sus mejillas se encendieron de un rojo carmín. —No sé de qué habla, Frau Heinemann, pero le pido que me respete a mí, a mi hermana y al Doctor Tenma. Él no es esa clase de hombre.
Eva Heinemann se carcajeó con arrogancia antes de dar otro sorbo a su trago.
Cuando vio al Doctor Reinchwein algo en su pecho se apretó, lucía como un padre angustiado por su hijo, había ojeras debajo de sus ojos y apenas dio un sorbo a su café azucarado. Parecía derrotado y triste, lo único que Kathryn pudo hacer fue colocar una mano en su hombro.
—Descuide, ayudaremos al Doctor Tenma, se lo juro.
DÜSSELDORF, ALEMANIA
Era cerca de las seis de la tarde cuando llegaron a Dusseldorf, fueron casi seis horas de viaje en el auto de Christa que estuvo prácticamente en silencio, Eva continuaba dando pequeños sorbos a la botella de whisky que había comprado en Praga, Christa y Becker se habían turnado de vez en cuando para manejar mientras la otra dormía.
Pero cuando llegaron a Düsseldorf lo primero que hicieron fue buscar un hotel porque todos estaban realmente cansados por el viaje.
—Yo iré a la estación central de policía, para este momento Tenma ya está aquí.- Dijo Becker.
—Kathryn necesitas dormir, estás cansada, necesitas comer algo, dormir y mañana nos encargaremos del resto.
Ella no estaba de acuerdo, pero no tenía las energías para seguir debatiendo con su hermana. Por lo que cuando llegaron al hotel más cercano a la estación de policía, lo primero que hicieron fue darse una ducha, comer y dormir.
Becker se encerró en el baño y se metió en la bañera, su mente seguía abrumada por todo y tenía ganas de comprar el periódico de nuevo solo por la mera necesidad de leer lo que tenían que decir de él pero en Alemania. Seguramente estaría su foto de nuevo en el periódico en primera plana, seguramente los noticieros estarían diciendo lo aliviados que están que el asesino serial por fin fue capturado. Pero la verdad era que el auténtico asesino seguía ahí fuera probablemente viendo las noticias igualmente.
Christa entró encontrándola en la cama abrazando sus rodillas y viendo las noticias donde seguían hablando de Tenma.
—Escucha esto, Christa… Un extenso grupo de sus pacientes están buscando un abogado para el Doctor Tenma… y mira… el Vampiro de Baviera, ese hombre, Schuwald también busco a los mejores abogados penalistas del país para defender a Tenma… No tenía idea que tanta gente estuviera ahí tratando de ayudarlo… aunque no me sorprende. Naturalmente cientos de personas queremos sacarlo de ahí y evitarle la cárcel.
Christa observó el televisor y después se sentó al lado de su hermana.
—Kathryn. Y si no podemos sacarlo de ahí, ¿Qué harás?
Kathryn la observó atónita, como si Christa hubiera dicho la cosa más absurda, impensable y ridícula del mundo.
—Lo voy a sacar de ahí.
—Pero,¿Y si no puedes?
—Mataré a todos los que se interpongan en mi camino y entraré hasta sacarlo de ahí.- Ella respondió simplemente. Y por un lado parecía una fantasía nacida de una necesidad que ella no entendía pero Christa sabía que ella hablaba en serio y que ciertamente, lo podía cumplir si eso era lo que quería. —Tenma saldrá de ahí. Aún si tengo que quemar la prisión hasta las cenizas.
Christa la observó detenidamente.
—Kathryn… ¿Por qué actúas de esta manera? ¿Es porque te salvó la vida? ¿Le debes la vida? ¿Es eso?- Ella sabía el porqué pero no lo iba a mencionar. Ella sabía que Kathryn actuaba como lo hacía no solamente por agradecimiento, era un código de deber que ella había aprendido en el Kinderheim 204, sabía que eso era. O al menos eso creía. —Fuiste a Praga para investigar sobre Eda Klein y te desviaste después de conocer a Tenma… ¿Porqué?
Kathryn no apartó la mirada del televisor ni un instante.
—Porque debo protegerlo.- respondió con los ojos en las noticias. —Debo hacerlo.
Christa no necesitó más.
El Instinto de Kathryn estaba despierto como no lo había estado hacía más de diez años.
Tenma entró en la enfermería y Gunther Milch se retorcía de dolor en la camilla, lo habían llamado porque el otro doctor estaba ocupado, entonces se acercó al preso revisando sus pupilas y haciendo presión en su estómago.
—¿Duele aquí?- preguntó con voz monótona y con falta de energía. y Gunther Milch se retorció de nuevo gimiendo y lloriqueando de dolor mientras la saliva se estancaba en un charco en la camilla. Tenma presionó de nuevo en su estómago un poco más arriba en la zona del apéndice. —¿Duele aquí?
El preso siguió llorando de dolor, entonces, Tenma se incorporó pidiendo toallas y una muda de ropa nueva.
—Y no entren, porque podría ser contagioso.- y los guardias salieron inmediatamente atemorizados y cerrando la puerta tras ellos.
Una vez que no hubo moros en la costa, Tenma se inclinó hacia el preso y murmuró.
—¿Por qué finges estar enfermo?
El preso dejó de lloriquear y gemir para mirar a Tenma en cuyos ojos reinaba la desesperanza, el cansancio y el hastío. Luego comenzó a reír.
—¡Vaya, vaya! No sea tan duro conmigo, Doc. Usted es el primero en descubrirme así de rápido… todos los demás doctores se lo tragan todo.- se carcajeó limpiando la saliva de su rostro para recostarse sobre su espalda. —Creí que sí me enviaban al hospital tendría otra oportunidad para escaparme.
Tenma no dijo nada y lo observó detenidamente.
—Verás, Doc, tengo un historial muy extenso de mis huidas de prisión, jamás me faltan las ganas ni las ideas, puedo fingir que estoy enfermo, puedo fingir que me atropellan, puedo hacer agujeros en los baños… puedo escaparme de donde yo quiera.- sonrió Milch mirando al techo. —Los lugares pequeños me dan náusea… cuando era niño mis padres me encerraban en un casillero… siempre regresaban después de trabajar y siempre me prometieron que iríamos a Túnez juntos… pero un día no regresaron. Me quedé tres días en ese casillero estaba tan cansado que cuando me encontraron estaba casi muerto.
»A partir de ese día aprendí a fingir estar enfermo. Todos mis crímenes a partir de ese día consistieron en asaltar bancos, robar autos, y robar en tiendas, mi compañero era el que apuntaba un arma aunque nunca disparaba. Jamás he matado a nadie… a diferencia de ti…
Tenma frunció el ceño pero no dijo nada y lo dejó continuar.
—Cuando te vi en el pasillo lo primero que pensé es que era un honor compartir techo con una celebridad como tú. Te he visto en los periódicos y en los noticieros, pero definitivamente no eres como lo imaginaba. Mira esa cara…- dijo Gunther señalándolo con una sonrisa jocosa. —Tan llena de desesperanza, tristeza y dolor. Te hace falta un poco de mi esperanza, ¿no te parece?
Tenma se mantuvo callado justo como en los interrogatorios de los días anteriores. Interrogatorio que iniciaba, terminaba en menos de media hora porque él no decía una sola palabra, su boca se mantenía cerrada y su mente en blanco también.
Los inspectores que continuaron casi rogándole que confesara los crímenes terminaban hartos de su silencio.
—Para mí, fugarme no es cosa de si puedo o no, se trata de cuando lo haré.
—¿Y si te capturan de nuevo?- Tenma preguntó después de un buen rato en silencio.
—Me escaparé de nuevo.- se rió Milch. —Una y otra vez. Sin importar cuantas veces sea necesario.
Entonces Tenma se dio cuenta de una cosa; sin importar cuántas veces fuera necesario, sin importar si su voz se acababa de decirlo, aún si el mundo se hartaba de escucharlo, él jamás se cansaría de hacer lo que él tenía que hacer: Decir la verdad.
Aún si el mundo no creyera una sola palabra, él jamás descansaría y diría la verdad una y otra y otra vez.
Christa pegó un salto casi soltando la taza de café, cuando vio el periódico y casi siente deseos de no decirle a Kathryn pero está rápidamente se acercó a ella buscando lo que la había hecho sobresaltarse.
—¿Qué? ¿Es sobre Tenma? ¿Qué dice?- Kathryn asomó su cabeza en el periódico dando un vistazo y lo único que pudo ver fue la fotografía de una cámara de seguridad donde estaban Tenma y ella saliendo del lobby de un hotel. Él la cubría con su chaqueta y ella tenía la vista ausente y falta de expresión. Kathryn no tuvo que hacer ningún esfuerzo para recordar, ella sabía perfectamente, que esa había sido la noche cuando Tenma llegó a salvarla por primera vez y cuando él estuvo en peligro ella… —Maldita sea.
—Esto fue hace un mes en Praga.- Dijo Christa. —Tenma fue visto saliendo de este hotel acompañado por ti. Esa noche fueron asesinadas dos personas en la azotea de ese edificio a la misma hora que ustedes salieron. Y ahora la policía también te busca por conspirar en contra del gobierno Alemán por apoyar a un criminal…
Kathryn tomó el periódico entre sus manos y observó la fotografía. Ella recordaba todo de esa noche. Recordaba creer que iba a morir, recordaba el dolor de los golpes y el olor de la sangre mezclada con la de ese hombre cuando le desgarró la tráquea. Lo recordaba todo con lujo de detalle. Pero lo que más recordaba era la forma que Tenma la ayudó a levantarse, cubriéndola con su chaqueta y sacándola de ese hotel con la delicadeza que se le tiene a una muñeca de porcelana. Recordaba que sus golpes dolían menos después de que Tenma la salvó. La sangre en sus uñas y en su cara, en su cabello… Kathryn lo recordaba absolutamente todo.
Y ahora por primera vez en su vida, la policía la buscaba por algo que sí había hecho. Por primera vez sintió lo que Tenma había sentido durante cuatro años consecutivos. Por primera vez en su vida, Kathryn era perseguida por un asesinato, y diferente a como cualquier otra persona se podría sentir, Kathryn se sintió en paz. No estaba asustada, porque sabía que era lo que merecía. Merecía pudrirse en la cárcel por sus crímenes, merecía eso y más por toda la gente que había asesinado. Merecía vivir en el temor de ser arrestada.
Pero Tenma no lo merecía. Él no merecía nada de esto. Él no había asesinado a nadie. Él era inocente… ella debería estar en el lugar de Tenma…
—No tengo miedo.- Kathryn dijo. —Si quieren arrestarme por ayudar a Tenma entonces que así sea. Si quieren arrestarme por un asesinato que así sea. Porque soy culpable. ¡Pero Tenma no lo es!
Christa suspiró.
—Planeaba que quizá podríamos hablar con el abogado de Tenma para que puedas verlo. Pero ahora tampoco puedes irte a asomar allá, si te ven y te reconocen, te encerrarán también y ya no podré sacar a ninguno de los dos…
—¿Abogado? ¿Tenma ya tiene abogado?- El Doctor Reinchwein llegó detrás con expresión de sorpresa.
—Al parecer le han buscado muchos abogados, ese hombre millonario, Schuwald, buscó y llamó a los mejores abogados penalistas del país para defender a Tenma, y al parecer se está reuniendo con ellos.
—¿Podré verlo?- Preguntó el médico.
—Tal vez pueda hacer algo, pero como mi trabajo reside en Praga no tengo mucha autoridad aquí pero veré que puedo hacer, necesitamos reunirnos con el futuro abogado de Tenma para este instante. Hay que seguir informándonos respectó quien será el abogado de Tenma.
Esa tarde observaron las noticias hasta el cansancio buscando que por fin se revelara la identidad del futuro abogado de Tenma, casi todos los que iban a verle, terminaban siendo rechazados por el propio Tenma o terminaban rechazando el caso. Kathryn no entendía cuál era el problema.
—¿Porqué? ¿Porqué no acepta un abogado?- Ella se preguntaba con pena.
Sin embargo, esa misma tarde, en las noticias transmitieron que Tenma ya contaba con un abogado, que el afamado y famoso abogado Vardemann, había tomado el caso después de la entrevista en el cuartel general de la policía de Düsseldorf. Y que en poco tiempo comenzaría a trabajar en su defensa. Tanto Kathryn, como Christa y el Doctor Reinchwein esperaban para ponerse en contacto con el abogado.
Kathryn fue la que se encargó de investigarlo lo suficiente como para determinar que Vardemann podía ser la opción ideal para la defensa de Tenma en el tribunal, a donde, sin lugar a dudas iba a llegar.
Vardemann era el favorito en el mundo de las leyes, era considerado como una eminencia en el derecho, sin perder ni uno solo de sus casos, fue considerado el hijo predilecto de los tribunales. Y cuando todos se enteraron que él había aceptado el caso del Doctor Tenma lo primero que hicieron fue tratar de contactarlo para hablar con él. Aunque les fue difícil porque se encontraba reunido contactando a los pacientes del Doctor Tenma para conseguir algún testigo, finalmente el afamado abogado aceptó una cita en su despacho.
Christa y Reinchwein se sentaron en la sala de espera hasta que el asistente de Vardemann los hizo pasar al despacho. El abogado ya estaba ahí con un paquete de hojas en sus manos y con un ademán cordial los invitó a sentarse.
—Por favor, tomen asiento. Buen día.
—Gracias.- respondió el médico tomando asiento y Christa siguió el gesto sentándose a un lado. —Agradecemos que se haya tomado la molestia de aceptar una reunión, Herr Vardemann. Pero en cuanto nos enteramos de que usted representará a Tenma quisimos ponernos en contacto con usted.
—Disculpen que hasta este momento pude aceptarla, tenía que reunirme con testigos para el caso.- Después miró a Christa con curiosidad. —No sabía que el Doctor Tenma tuviera una hermana.
Christa parpadeó confundida.
—¿Yo? Lo siento… Se equivoca, yo no soy pariente del Doctor Tenma.
El abogado también parpadeó y sonrió avergonzado.
—Discúlpeme, me figuró que su rostro y el del Doctor Tenma son bastante parecidos, independientemente de los rasgos asiáticos que comparten.
Christa se tomó un par de segundos procesar las palabras del abogado. ¿De verdad eran tan parecidos? Kathryn también lo había dicho. Herr Grimmer también, el Coronel Ranke lo había mencionado también antes de no volverle a ver en Praga. ¿Porqué? Ella no entendía a qué era lo que la gente se refería. La espina de la curiosidad y la intriga se clavaron en el pecho de Christa, algo dentro de ella se sembró y cada comentario regaba esa semilla.
—¿Díganme en qué puedo ayudarles? ¿Tienen algo respecto al caso del Doctor Tenma que pueda ayudarnos a mi y a mi colega el abogado Baul?
—Precisamente sobre él queríamos preguntarle, estamos dispuestos a colaborar con todo lo posible para ayudar al Doctor Tenma. He venido a traerle esto- anunció el Doctor Reinchwein con mirada férrea sacando un gran y extenso bonche de hojas. —Este, es un informe detallado del caso estudiado desde la trinchera de un viejo amigo, Richard Braun, era un detective que estudió a Johan pero fue asesinado por él hace casi seis meses, también agregué detalles del caso que tuvo lugar hace poco más de tres meses en Múnich.
El abogado tomó el paquete de hojas y asintió leyendo el caso minuciosamente.
—Agradezco mucho esta aportación, sin duda es de mucha ayuda para que pueda entender a Tenma. Por desgracia, hasta este momento no he logrado conseguir ningún testimonio que pueda acreditar el testimonio de Tenma, la existencia de ese tal Johan, a quien Tenma señala como el verdadero autor de los crímenes, en realidad es imposible de demostrar. Si ustedes pueden colaborar con esa causa podría ser de utilidad.
Christa recordó que Kathryn creyó ver a una mujer rubia en Praga, tiempo después Tenma confirmó que esa mujer en realidad era el propio Johan, aunque jamás se pudo confirmar. Quizá el testimonio de Kathryn podría ser medianamente útil. Pero ella no podía aparecer por ningún lado porque ahora también la acusaban de conspirar con Tenma. Y si la policía la encontraba la encerrarían también, por lo que no podían arriesgarse a ello. Christa metió la mano en su bolsillo sintiendo el sobre con una carta que ella se moría por leer, por el mero disfrute de la curiosidad.
—Necesitamos un testigo, alguien que pueda probar la existencia de Johan.-
—El incendió en la biblioteca es una prueba contundente de su existencia.
—Doctor Reichwein, será mejor no mencionar que Tenma intentó asesinar a Johan en Múnich, Johan exista o no, Tenma es inocente.
—Pero… Esa es una prueba legítima que…
—Escuche, Doctor, a este país lo único que le importa es que los casos se cierren, necesitan un chivo expiatorio; En la corte, no dudarán en tomar a Tenma como uno para terminar con este caso. Por eso no podemos hacer que el juzgado sepa que Tenma cometió un intento de homicidio doloso.
Vardemann tenía razón, no podían decir toda la verdad. Pero lo cierto era que Tenma sería capaz de decir absolutamente todo con tal de demostrar que Johan existía. Era un dolor de cabeza, Christa sabía que las cosas se pondrían más y más complicadas, era como la marea que baja más de lo normal antes de subir en forma de tsunami.
Después de un rato dialogando más, el medio y Christa se despidieron no sin que ella se acercara a Vardemann.
—Quiero pedirle un favor… ¿Podría entregarle esto al Doctor Tenma? Lo envía una… amiga.- y acto seguido, Christa extrajo un sobre y se lo tendió al abogado. —Tengo entendido que Tenma tiene derecho a recibir paquetes, le pido que le entregue este sobre. Por favor.
El abogado tomó el sobre y leyó el remitente. Donde estaban escritos una K.B.
—De acuerdo, lo haré, no hay problema.
Cuando salieron del despacho, en el auto, recargada a un lado estaba Kathryn con un cigarrillo entre los labios y vestía cubriéndose con la chaqueta verde de Tenma que había podido recuperar tras su arresto.
Christa frunció el ceño.
—Kathryn… ¿Qué haces aquí? Te dije que te quedarás en el hotel. Ya le entregué al abogado tu carta.
—No podía quedarme con los brazos cruzados en el hotel. Necesito hablar con Vardemann y que me permita ver a Tenma. Solo quiero verlo, Christa.
—¡Entiéndeme! Si la policía te reconoce será tu fin y ya no podré hacer nada ni por él, ni por tí.
Kathryn dio una última calada al cigarrillo antes de tirarlo y pisarlo.
—Solo quiero verlo, Christa… no lo entiendes.
Claro que lo entendía. Pero aún no tenía el valor para encararla.
Un par de días después, Vardemann llamó al hotel y Christa contestó el teléfono recibiendo la noticia que podría ir a visitar a Tenma a la estación de policía. Por lo que sin dudarlo fue inmediatamente.
Cuando llegó a la comisaría, la llevaron hasta la parte de atrás donde la seguridad era mayor y donde tenían a los presos, pero después la llevaron a la sala donde podía hablar con Tenma tan solo a través del cristal.
Tomó asiento y esperó paciente a que Tenma apareciera del otro lado del cristal.
Al verlo, parpadeó frenéticamente. Parecía más demacrado, más cansado y parecía que no había comido bien. Estaba esposado y miraba al suelo, entonces levantó la mirada y sus ojos parecieron adquirir un poco de energía.
—Hola.- Ella sonrió.
—Hola.
—¿Estás comiendo bien? Te ves demasiado cansado y demacrado.
—Sí… no tengo mucho apetito.
Hubo un breve silencio antes de que ella pensara en algo para decir.
—El abogado habló para que pudieras recibir visitas. Sabes ese Doctor Reichwein tiene muchas ganas de verte… parece un padre preocupado por su hijo.
Tenma la miró y suspiró.
—¿Y Becker? ¿Dónde está? ¿Está bien? Me enteré que la buscan también por lo que ocurrió en Praga, esa noche cuando llegué a buscarla… ella me salvó la vida jamás voy a olvidarlo, y ahora también la buscan por conspirar conmigo… quisiera verla…
—Ella también quiere verte.
Entonces Christa no aguantó un minuto más.
—Doctor… ¿Recuerdas lo que viste ese día?
Tenma jamás lo iba a olvidar. —Sí.
—Lo que viste ese día es un resultado de lo que vivimos en el Kinderheim 204.- Ella explicó. —En ese lugar nos enseñaron muchas cosas. Nos entrenaron para muchas cosas. Una de esas cosas fue un entrenamiento destinado únicamente para salvaguardar una vida… como mi hermana te contó. El Kinderheim 204 formó espías, agentes especiales y también formó guardaespaldas…
Tenma sintió un escalofrío correr por su espalda mientras Christa hablaba.
—Kathryn tiene muchos motivos para actuar como lo hace, pero debo decirte Doctor, que ella también actúa bajo una programación peculiar.
Las palabras simplemente nunca llegaron a la boca de Tenma. Estaba confundido, abrumado, cansado y con las palabras de Christa era en definitiva peor. Quería entender pero también temía lo que podría encontrar.
Las cosas comenzaron a tomar sentido para él.
—¿Programación?
—Es muy difícil y extenso de explicar pero te lo comento para que puedas entenderla mejor. Ella tiene la necesidad de protegerlo porque así es como nos programaron en el Kinderheim 204.
Algo hizo click en la mente de Tenma. Rápidamente conectó los puntos y los cabos que se encontraban sueltos desde la primera vez que vio a Kathryn, comenzaba a entender el porqué de sus acciones, comenzaba a entender porqué ella lo obedecía, lo seguía y hacía todo lo que él decía. Comenzaba a entender porqué ella a veces se dirigía a él como un soldado hacia su comandante. Tenma se hundió en su silla y se sintió mil veces peor. Sujetó un sobre bajo la mesa lejos de la vista de Christa.
Quería llorar pero no pudo hacerlo.
Christa lo observó y su rostro inexpresivo se tornó en un rostro de compasión y tristeza.
—Creí que necesitabas saberlo…
—¿Ella… está actuando como si… como si fuese… mi guardaespaldas?
Christa guardó silencio y asintió con la cabeza.
Tenma se hundió en la silla y levantó sus manos esposadas y las colocó en la mesa para cubrir su rostro con sus manos. Tenía migraña. Y en el acto, por accidente, dejó caer en la mesa, el sobre con las iniciales de Kathryn en el destinatario y las iniciales de él en el remitente. Christa observó el sobre y abrió los ojos aún más.
—¿Ese sobre es para ella?
Tenma se ruborizó sutilmente y asintió.
—Dámelo. Ella necesita saber de ti. La incertidumbre la está matando.- por primera vez ella sonrió.
Pero Tenma no sabía si era lo mejor para Becker. Ahora que sabía el porqué de sus acciones lo mejor era que ella simplemente siguiera su camino y se olvidara de él. Tenma creía que él la estaba atando a de alguna forma que él no podía aceptar. No quería que Kathryn siguiera arriesgando su vida por él solo porque le debía la vida. No podía seguir tolerando el verla arriesgarse. Necesitaba que ella se fuera para poder continuar con el camino que la había llevado a Praga en primer lugar.
No quería convertirse en el obstáculo que la ataba a una causa completamente distinta.
Él quería que Kathryn continuara con su camino, y no podía hacerlo porque se sentía en deuda con él. O al menos eso entendía. Kathryn necesitaba continuar con su búsqueda y su labor.
Aún si eso significaba dejarla ir.
Guardó el sobre de nuevo.
—Dile que estoy bien. Dile que no se preocupe más. Por favor dile que continúe con su camino. Ella llegó de Francia para investigar sobre el Kinderheim 204 y sin querer, la aparté de esa causa. Dile que no es necesario que se quede, que ahora puede marcharse, estaré bien. No quiero que ella siga arriesgándose.
Christa negó con la cabeza.
—Si le digo esto jamás se irá. Doctor. Tú no te has dado cuenta.- Después se inclinó hacia adelante y en voz baja susurró. —Doctor, en este momento, puedes decirle y pedirle cualquier cosa a Kathryn. Puedes pedirle que mate a alguien y ella lo hará sin titubear, puedes decirle que le prenda fuego a este lugar y ella lo hará para sacarte… puedes pedirle cualquier cosa, pero hay algo que ella no hará aún si tú se lo pides; Apartarse de ti.
El cuerpo de Tenma tuvo un escalofrío de pies a cabeza, el dolor de cabeza era aún más fuerte. Pero se mantuvo firme mirando a Christa, estupefacto.
Tenía tantas ganas de ver a Kathryn que dolía, pero… ahora no sabía qué era lo mejor para ella. No tenía idea qué hacer justo ahora.
El sobre en sus manos le quemó, como si fuese una piedra de un volcán. Quería entregarle esa carta. Después de la carta que recibió de Vardemann, quería que Kathryn obtuviera su respuesta. Pero ahora no sabía si su respuesta era lo que ella en verdad necesitaba.
Entonces un guardia se acercó y abrió la puerta.
—Se acabó el tiempo.
Christa se levantó rendida a que Tenma no le iba a entregar el sobre y lo miró.
—Cuídate mucho, te sacaremos de aquí, estoy segura, el abogado Vardemann está dispuesto a todo para ayudarte. Cuenta con ello.- después le sonrió.
Tenma se dio la vuelta y sobre su hombro la miró para sonreírle débilmente. Después desapareció por la otra puerta y Christa se arrepintió de haberle dicho la verdad.
—¿Eso te dijo?- Kathryn pregunta mirando al suelo.
—Sí.- Christa respondió sentándose en la cama. Ella no sabía si decirle que Tenma tenía una carta que se negó a entregar.
Becker no respondió, solo miró al suelo. Sus ojos parecían perdidos y ausentes, ella no entendía porqué él estaba actuando como lo hacía.
Sin embargo, Christa jamás mencionó lo que habló con Tenma en esa sala de visita. Quizá quedaría sepultado, quizá nadie se enteraría nunca. Pero ella estaba completamente arrepentida.
Ella no tenía idea si había hecho lo correcto, si revelar la condición de Kathryn era adecuado, sobre todo cuando ni siquiera la propia Kathryn sabía sobre esta. ¿La despreciaría por ello? ¿Se enfadaría? Christa no tenía idea. Y al ver a Kathryn tan destrozada por la ausencia de Tenma, una reacción que ni siquiera en el Kinderheim 204 podían anticipar o planear, una reacción inherente de las actitudes y comportamientos humanos de los que las privaron cuando eran sólo unas niñas. ¿Y si se equivocaba? ¿Y si algo era diferente?
Chapter 16: Klaus Biermann
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Después de desayunar y después de que Christa volviera a recordarle por enésima vez que no podía ir a visitar a Tenma porque ahora también era una mujer buscada por la policía, Becker se encerró en el baño de su habitación. Se observó en el espejo y descubrió los círculos oscuros que rodeaban sus ojos, lucía un poco más delgada y su piel estaba completamente pálida. No había tenido ánimos ni siquiera para deslizar un poco de lápiz labial o de rubor en su rostro, pero quizá tampoco lo necesitaría a continuación.
En sus manos sostenía unas tijeras que extrajo del botiquín que Tenma llevaba en su maleta, las tomó y condujo el filo por su cabello hasta llegar al nivel de su oreja.
Si no podía ver a Tenma porque la iban a reconocer, entonces se aseguraría que nadie la reconociera.
Tomó un grueso mechón de rizos rojos y, deslizando las tijeras, aguantó la respiración y cortó.
Una vez que terminó su labor, se vistió con la ropa más holgada posible y salió del hotel antes de que Christa pudiera detenerla.
Cuando esta golpeó la puerta de la habitación de la pelirroja y nadie respondió, se vio en la obligación de irrumpir casi por la fuerza, Christa entró en la habitación encontrando ninguna señal de Kathryn, tan solo la maleta abierta y el botiquín de Tenma sobre la cama. Después de llamarla, entró al cuarto de baño encontrando, por todo el piso blanco, largos rizos pelirrojos regados por todo el suelo. Era una cantidad de cabello exageradamente grande, demasiada como para que fuesen sólo las puntas de la larga melena de Kathryn.
—¿Qué fue lo que hiciste?- Ella se preguntó sin entender con certeza qué era lo que Kathryn planeaba.
—Solo el abogado del Doctor Tenma puede tener acceso a una visita, o con autorización del abogado.
—He hablado con él, si gusta puede llamarlo en este instante.
Y eso fue lo que el policía hizo. Con una mirada reticente en el hombre frente a él, tomó el teléfono de la estación y tecleó el número de la oficina del abogado Vardemann. Después de unos instantes de espera, del otro lado de la línea contestó el abogado. Fue después de esa conversación donde el policía confirmó la información, el abogado le estaba permitiendo la entrada a este hombre para visitar al Doctor Tenma.
El hombre frente a él, cuyo nombre resultó ser Klaus Biermann, era pelirrojo de ojos verdes, flacucho y de baja estatura, poseía un rostro que juraba haber visto en algún otro lado, pero solo se dedicó a permitirle la entrada y a guiarlo hasta las cabinas donde los visitantes hablaban con los presos.
—Espere aquí, caballero, gracias.
—Gracias a usted.- respondió con amabilidad.
Entonces el policía se retiró de la habitación y Kathryn pudo soltar una exhalación de alivio. Una sonrisa de triunfo surcó el rostro de Kathryn mientras se daba cuenta que su idea de vestirse de hombre había sido un completo éxito. Solo había tenido que cortarse el cabello, vestirse con la ropa más holgada y deshacerse de todo su maquillaje para conseguir una apariencia genuina. Había logrado burlar a los policías exitosamente. Ella había visto su propia fotografía en uno de los carteles donde colocaban las fotografías de los criminales que buscaban. La fotografía de Tenma también estaba ahí, con una cruz roja sobre su rostro, en muestra de su arresto. A ella le pareció horripilante.
El sonido de la puerta abriéndose la hizo sobresaltarse y algo en su pecho también saltó.
Kathryn alzó la vista y el mundo pareció detenerse un instante, el aire se le fue de los pulmones, el mundo se sumió en un silencio absoluto, tal como si toda forma de transmitir el sonido desaparecieran de la faz de la tierra, como una falta de oxígeno. Ella abrió los ojos con fuerza y se hundió en su asiento mientras recordaba la última vez que lo había visto.
Kathryn recordó la última vez que había visto a Tenma y parecía que habían pasado años. Su cabello negro estaba más largo, en su rostro había una barba de varios días, debajo de sus ojos había ojeras como muestra de la ausencia y la mala calidad del sueño, estaba más delgado y ni siquiera había alzado la mirada para verla. Algo dentro del pecho de Kathryn se apretó como nunca antes. Deseaba llorar. Deseaba llorar con todas sus fuerzas, deseaba ser capaz de derramar las amargas lágrimas que sabía que debía derramar. Pero una vez más, su cuerpo la traicionó y fue incapaz de llorar.
Esta era la primera vez que lo veía desde Praga… no pudo evitar contener una sonrisa de alivio. Estaba ahí. Por fin estaba ahí. Por fin, después de tantos días ella era capaz de verlo de nuevo. El estómago de Kathryn se llenó de una calidez y un alivio que jamás había experimentado. La sensación era nueva, era un cosquilleo que casi la hace reír incluso. Casi suelta una risa eufórica. Sus planes salieron de acuerdo a lo esperado, por fin pudo verlo. Después de que todos le dijeran lo contrario, lo logró.
Pero Tenma ni siquiera se había molestado en levantar la mirada. Con las manos esposadas y con la mirada en el suelo, se sentó en la silla del otro lado del cristal templado que los separaba.
—Diez minutos.- anunció el policía que lo había traído y acto seguido, salió de la habitación.
¿Debía aclarar la garganta? ¿Debía decir hola? ¿Cómo debía saludarlo? Había un sin fin de maneras de romper el tortuoso silencio que reinaba en el cuarto. Había tantas cosas que quería decirle, que quería platicar con él. Quería decirle cómo se había sentido. Quería preguntarle cómo estaba… Quería su autorización para incendiar la comisaría para sacarlo de ahí…
—Doctor…- Ella se decidió al fin, en un hilo de voz débil.
Al parecer él reconoció su voz de inmediato porque al instante, Tenma levantó la mirada con sorpresa para mirarla con aún más sorpresa. Ella sonrió sin poder saber si él estaba sorprendido por verla o por su apariencia.
—K-Kathryn…
—¿Kathryn? No sé quién sea esa señorita, Doctor. Mi nombre es Klaus Biermann, ¿no me recuerda? Nos conocimos hace ocho años en el hospital de Dusseldorf, quería venir a darle todo mi apoyo, usted fue el médico de mi madre en 1994, la operó por un tumor craneoencefálico, me sorprende que no me recuerde, Doctor.
Después de cinco preciosos segundos, Tenma entendió y una sonrisa de grata sorpresa surcó su rostro. Su rostro cobró un poco de brillo y él se dio cuenta que esta, era la primera vez que sonreía de manera genuina desde que lo arrestaron. Él no podía creer lo que estaba pasando, Kathryn se estaba haciendo pasar por hombre para evitar ser reconocida por la policía y, aparentemente, había resultado maravillosamente. Por un instante a Tenma le costó reconocerla, su cabello antes largo hasta media espalda, ahora, estaba muchísimo más corto, incluso más corto que el del propio Tenma. Ella siempre solía maquillarse, ahora no había un solo gramo de máscara para pestañas ni lápiz labial en su rostro, de hecho él podía jurar que ella había utilizado un poco de maquillaje para hacer sus rasgos un poco menos femeninos y más andróginos. Fue solo cuando miró la ropa, que Tenma reparó en que Kathryn llevaba puesta su ropa. Un sutil rubor se asomó por las mejillas del médico pero desapareció tan pronto como llegó.
—Ha… ha pasado mucho tiempo, Klaus…- él dijo siguiendo el juego que Kathryn había creado para evitar ser descubiertos. —¿Cómo está tu madre? No esperaba una visita tuya…
—Me subestima, Doctor, en cuanto pude me puse en contacto con su abogado y le pedí que me permitiera hablar con usted.- Incluso ella era capaz de fingir una voz un poco menos femenina. Tenma estaba asombrado y fascinado. —Mi madre se encuentra bien, gracias a usted. Pero vine a asegurarme que usted se encuentre bien. He oído que muchos otros pacientes también quieren ayudarlo.
—Sí, te lo agradezco mucho, Klaus…- Tenma hizo una pausa antes de pensar su siguiente oración. —De hecho, había algo que quería pedirte.
—Dígame.
—No necesitas continuar ayudándome, ambos sabemos que tienes muchos asuntos que seguir resolviendo, sé que debes necesitar ocuparte de tus propios asuntos… no necesitas… no necesitas seguir tratando de cuidar de mí.
Kathryn lo miró impasible. Como si fuera sorda y no hubiera escuchado una sola palabra.
—Klaus…yo…
—El abogado Vardemann es muy bueno.- Ella lo interrumpió haciendo caso omiso al comentario de Tenma. —Espero reunirme con él esta misma tarde y exponerle mis inquietudes.
—Quiero que me escuches.
—Lo he escuchado, Doctor. Y se lo digo de una vez: Jamás me apartaré de este lugar hasta que usted salga libre. Lo cual pasará muy pronto.
—Quiero que continúes con tu labor… tú sabes a cuál me refiero.
—Mi labor está aquí, con usted. No pienso irme, usted puede intentar cualquier cosa, insultarme, lastimarme, hacer cualquier cosa para intentar apartarme, pero no se deshará de mí tan fácil.- Ella respondió con una sonrisa jocosa. —No me cansaré hasta que usted recupere su libertad. Se lo juro, Doctor.
Tenma dejó salir un suspiro mientras se rendía. Christa tenía razón, tratar de hacerla cambiar de opinión era como intentar detener la lluvia con las manos. Él la miró, sentada frente a él usando su ropa, fingiendo ser hombre con tal de verlo. Su corazón dio un vuelco. No quería sentirse de esa forma, pero para él fue inevitable. Había pasado mucho. Mucho. Muchísimo tiempo desde la última vez que sintió ese calor en su pecho, no le era desconocido, pero sí inusual. Por primera vez en años… algo que estaba dormido en el alma de Tenma, se despertó, con un hambre voraz. Deseó poder quedarse ahí por más tiempo. Deseó poder escucharla por más tiempo. Deseó que no existiera ese cristal porque se moría de ganas de abrazarla.
—Klaus, esa ropa te queda muy grande, ¿no te parece?- Él se rio.
—Sí… es que mi ropa estaba sucia.- Ella se rio también mientras se miraba la playera blanca que le quedaba demasiado grande. —Pensaba dejarme crecer la barba pero creo que no es para mi… a usted sí se le ve bien…
Tenma se carcajeó tocando su propio rostro.
—Por cierto… ¿recibió mi carta?- Ella preguntó con entusiasmo.
—Sí… la recibí.
—Pues, no lo sé, pero yo estoy acostumbrado a recibir una carta de respuesta. ¿Porqué no me escribió de regreso?
Tenma se tomó un par de segundos para pensar en una respuesta adecuada. —No estaba seguro de si lo que colocaba estaba bien en esa carta… Lo lamento.
—Está bien… no me molesta…- Ella respondió con una sonrisa. —Creí que mi carta había sido inadecuada.
Transcurridos unos momentos mientras siguieron hablando, Tenma no pudo evitar sentir culpa. Ella tenía una misión que continuar en Praga, y ahora él la había hecho desviarse hasta Alemania porque lo habían arrestado. Se sentía absurdo y culpable, quería que ella continuara con su camino, quería que ella encontrara las respuestas que estaba buscando, pero él se había dado cuenta que Kathryn no pondría un paso en otro país si él no estaba con ella. Saberlo dolía, porque ahora comprendía la naturaleza de Kathryn pero parte de él se sentía diferente. Un calor que le llenaba el estómago de una tibia miel recubriendo sus entrañas, su pecho y su corazón como la cubierta de caramelo de un dulce de leche. Hacía mucho tiempo que él no se sentía de esa forma.
—Por cierto, ese corte te queda muy bien.- Él dijo con una sonrisa cansada.
Kathryn se tocó los cortos rizos rojos en la nuca, sintiéndose más ligera de lo normal, después en un murmullo ella susurró. —Creo que… Me gusta esto de ser Klaus…
Pasaron unos segundos en silencio antes de que ella lo mirara de nuevo.
—No se preocupe, ya veré qué hacer cuando llegue el día del juicio. Quizá pueda llegar a testificar en la corte, quizá pueda hablar con la señorita Eva Heinemann. Aunque ella es una mujer muy complicada…
—¿Eva está aquí?- Tenma preguntó con evidente sorpresa.
—Sí, ella y el Doctor Reichwein llegaron a Praga y después regresamos a Alemania… creí que Christa se lo había dicho a usted.
Tenma agachó la mirada negando con la cabeza. Él sabía que Eva haría cualquier cosa para hacerlo ver culpable, ella testificaría para hacerlo ver como el autor de todos los crímenes, sabía que no tenía oportunidad de salir de ahí. Él deseaba salir de ahí, deseaba poder continuar con su camino, esto lo estaba retrasando, Johan podría estar ahí afuera riéndose de él. La idea lo llenaba de rabia. Nina… Ella estaba ahí afuera y si él no llegaba a tiempo, sería demasiado tarde. No podía seguir perdiendo el tiempo.
Después la miró, ella también lucía cansada, él sabía que éste era el verdadero rostro de Becker. Era tal y como Grimmer solía hacerlo, ella también tenía sus máscaras para mostrar a la gente. Sin embargo, él había logrado entenderla lo suficiente como para saber discernir entre las expresiones falsas y las verdaderas en el rostro de Kathryn. Tenía tantas ganas de… tenerla cerca. Rápidamente se deshizo del pensamiento que llegó a su mente.
—Quiero tocarlo.- Kathryn soltó después de unos instantes.
Tenma se sonrojó furiosamente y la consternación se apoderó de él. —¿Eh?
Ella se mostraba imperturbable, como si lo que acababa de decir fuera tan normal como “Quiero un vaso con agua.” Los ojos verdes de Kathryn lo observaban ausentes de timidez, diversión o… coquetería… ella simplemente lo dijo sin expresar ni una sola emoción.
—Quiero que me abrace.- Ella añadió. —No sé por qué… ¿Está mal que lo diga? ¿Lo hice sentir incómodo?
Tenma negó rápidamente. —N-No, está bien. No es algo malo… de hecho. También me gustaría abrazarte.
Finalmente ella sonrió. Y él recordó con claridad las palabras en la carta que ella le había enviado unos días antes.
—Se acabó el tiempo.- El policía entró haciéndolos respingar. Este, hizo que Tenma se levantara de la silla.
—No… espere…- Kathryn se levantó de su asiento
Tenma la miró con tristeza antes de sonreírle.
—Todo estará bien.- Él murmuró.
—Cuídese… solo… por favor… Le prometo que lo sacaré de aquí…
—¡Camina!.- El policía lo empujó con desprecio hacia la puerta, haciendo trastabillar a Tenma. Kathryn inhaló con fuerza y golpeó el cristal con un fuerte puñetazo.
—¡No lo toque!- Ella gritó, descuidando la feminidad en su voz. Después retomó la voz más andrógina y se separó del cristal tratando de recuperar la compostura, Tenma la observó con susto y el policía la observó atónito ante su actitud. —Lo lamento… solo que… no es necesario ser brusco con los demás…
Sin decir nada más, Tenma desapareció de la habitación dejándola hambrienta de verlo de nuevo.
Becker salió de la comisaría sintiéndose mejor de cuando entró. Por fin había logrado verlo y hablar con él. Era una fantasía que por fin se le cumplía, pasando junto a un cristal, ella se percató de la sonrisa que se dibujaba en su rostro y que no era producto de las máscaras que ella había aprendido a fingir a lo largo de los años. Estaba sonriendo y era de verdad.
Kathryn se dirigió a la salida de la comisaría y se cruzó con un hombre que vestía traje y llevaba un maletín. Este hombre llegó a la recepción y se dirigió directamente al mismo policía que la había ingresado hacía un rato.
—Vengo en representación del abogado del Doctor Tenma, el abogado Vardemann, él no pudo venir el día de hoy pero me mandó a mi para hablar con Tenma. Soy Baul.
Kathryn se dio la vuelta con urgencia dispuesta a hablar con aquel hombre. Pero cuando se giró algo la detuvo.
Algo en su interior se despertó. Algo que llevaba dormido durante muchos años. Un sentimiento de alerta que ella reconoció muy bien, la intuición estaba trabajando a todo vapor en la química de su cerebro. Algo en aquel hombre parecía… macabro. ¿Quién es? ¿Quién es? ¿Quién carajo es? Pero ella sabía que no era Baul.
Antes de que aquel hombre se diera la vuelta y la viera, Kathryn salió disparada de la comisaría. Necesitaba hablar con el abogado Vardemann en persona. Necesitaba hablar de muchas cosas.
Pero… ¿Podría presentarse como Kathryn? No… lo mejor sería que Vardemann siguiera creyendo que era Klaus Biermann. Era lo mejor… Aún no sabía si podía confiar lo suficiente como para revelar que ella era una asesina que buscaban en Praga también. Quizá la terminaría delatando y entregando a la policía.
—Que maldito dolor de cabeza.- Ella se dijo para sus adentros.
Cuando llegó al hotel, Christa estaba en su habitación esperándola con una expresión de ira y frustración.
—¡Kathryn Becker! Espero que tengas una buena excusa para…- Christa quedó sin palabras al verla ya así confirmó sus sospechas de esa misma tarde—¡Tu cabello! Fuiste… ¿Fuiste a verlo?
—Naturalmente.- Ella respondió, dejándose caer en la cama. —No podía dejar pasar más tiempo y esta era la única forma que tenía… Hablé con Vardemann, pero me presenté como Klaus Biermann… así que lo mejor será que si vamos a hablar con él me vea de esta forma. No sé si Vardemann me delate con la policía, pero no quiero arriesgarme.
Christa suspiró ajustando su cabello negro en una coleta. Nunca podría controlarla, era como tener una niña inquieta. Agradeció que jamás iba a tener hijos.
Ella no quería aceptarlo, pero la idea de Kathryn era muy buena, vistiéndose de hombre nadie podía sospechar de ella. Aún si seguía luciendo femenina, ella podía hacer de sus rasgos un poco más andróginos.
—¿Debería ponerme barba?- Kathryn pregunta tocando sus mejillas. —Esto… esto me gusta.-
—La señorita Eva Heinemann… Ella le revelo al Doctor Reichwein que vio a Johan… hace casi tres años…
Kathryn se levantó de un respingo. —¡Entonces que testifique!
Christa negó con la cabeza. —Ella… no quiere hacerlo… de hecho… quiere que Tenma sea encerrado en prisión.
Kathryn observó a su hermana, y con una expresión estupefacta, se levantó de la cama y salió de la habitación para dirigirse a la habitación de Eva Heinemann. Christa la siguió gritando su nombre para evitar que ella hiciera alguna locura pero Kathryn estaba cegada. No iba a permitir que Tenma fuera enviado a prisión solo por una ex novia resentida e incapaz de superar el hecho que él no quiere volver con ella. Golpeó tres veces la puerta sin obtener respuesta.
—¿Dónde está?
—Probablemente salió a beber.
Ella maldijo en voz baja mientras se recargaba en la puerta.
—Si Eva no testifica a favor de él entonces yo testificaré a favor de él. Ahora puedo hacerlo. Puedo ir a la corte vestida de hombre y puedo…- Ella sabía que no podía hacerlo… sabía que las cosas no eran tan fáciles. Estaban condenados si Eva decidía testificar en contra de Tenma. —Carajo…
Doctor Tenma:
Ya perdí la cuenta de los días que lleva encerrado en ese lugar. Cada día qué pasa parece ir más lento que el anterior, y no sé porqué.
Creo que me acostumbré a estar cerca de usted por estos casi tres meses que pasamos en Praga, daría cualquier cosa para regresar a esos días. Incluso si había partes desagradables que quisiera borrar, hay cosas que no quiero olvidar y que quiero revivir.
¿Recuerda usted que fui al Callejón de Oro? Era un lugar muy bonito. Me hubiera gustado que usted fuera allí también. Me hubiera gustado recorrer la ciudad con usted en un contexto diferente.
Ahora solo quiero una cosa: Verle otra vez. Espero que no sea inapropiado de mi parte pero, quiero que usted me abrace de nuevo. Me gusta la sensación que me genera, aún si no la comprendo, quiero sentirlo de nuevo. Quiero estar cerca de usted, quiero que usted se encuentre bien. Eso es todo lo que pido.
Me dicen que no puedo ir a visitarlo, porque ahora la policía me busca. Pero tenga por seguro que encontraré la manera. No descansaré hasta que usted sea libre de nuevo. Usted merece la libertad, usted menos que nadie merece estar encerrado en ese sitio. Si existe alguien que merece la condena, esa soy yo. Y si por mi fuera, me entregaría a la policía porque eso es lo que merezco.
Pero si lo hago nunca podré verlo de nuevo. Y creo que no podría tolerarlo.
Creo que eso es lo que llaman egoísmo. Pero no me interesa. Solo quiero que usted recupere lo que por derecho siempre le perteneció y quiero hacer todo lo posible para ayudarlo.
Si todo sale bien. ¿Le gustaría ir a Praga de nuevo? Pero no para desentrañar los horrores que nos trajeron aquí. Solo usted y yo. Solo eso ¿Le gustaría?
—K.B
Tenma leyó por décima vez la carta antes de guardarla en el sobre. Con ambas manos, sostuvo el sobre y sintió ganas de llorar. Pero una vez más, no pudo hacerlo.
—¡Vaya, vaya! ¿De qué chica es esa carta, Doctor?- Milch asomó su cabeza desde su celda, estirando el cuello para ver lo que Tenma tenía en las manos. —Me imaginaba que un tipo atractivo como tú ha roto muchos corazones, dígame, ¿Cuántas amantes tienes? Si fuera tú, tendría hasta diez.
Tenma lo miró con hastío sin responder nada, antes de guardar el sobre en el bolsillo de su pantalón.
—¿O acaso es solo una? ¿Hay alguien especial ahí afuera esperándolo?- Indagó el preso con una mirada aún más suspicaz. —No me digas que tu frío corazón de asesino logra ser calentado por una chica. No me lo esperaba de tí.
Tenma siguió sin responder y miró al suelo de su celda.
Gunther Milch lo observó el tiempo suficiente para después soltar un suspiro y una carcajada.
—Bueno, ¿Y no le vas a escribir una carta de respuesta? Seguro ella espera una respuesta.
—Ya la he escrito.- Tenma finalmente responde. Y observa el sobre con la carta de respuesta sobre la almohada. —Pero no estoy muy seguro de que mi respuesta esté bien.
—¿Fue ella la que vino hace rato?
—Sí.
Hubo un silencio que reinó en el pasillo, por la ventana se podía ver la luz de las seis de la tarde entrando y alumbrando un poco el resto de las celdas, a pesar de ello, hacía frío. En unos minutos aparentemente llegaría el abogado a hablar con él, había muchas cosas en su cabeza, sabía que debía estar preocupado por lo que Johan podría estar haciendo justo ahora, debería estar angustiado por lo que ocurría fuera de este desastre de abogados y juicios. Pero ahora, lo único que podía pensar era en ella. En lo mucho que quería verla otra vez.
—Háblame de ella.- Milch lo miró con una sonrisa burlesca pero Tenma sabía que no había burla ni maldad en esa sonrisa. —Vamos. Háblame de ella, la cara te cambia cuando se trata de ella. Tu expresión recupera vitalidad y esperanza.
Tenma se tomó un par de instantes para pensar. Milch lo observaba recargándose en los barrotes expectante a lo que él fuera a decir. No le iba a contar absolutamente todo… pero…
—…La conocí en Praga hace casi tres meses…
Chapter 17: El huracán de Alemania
Notes:
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Chapter Text
Comisaria de Düsseldorf
El ánimo de Tenma había mejorado desde que Kathryn lo había visitado, cuando los guardias lo empujaban ya no los veía con hastío ni los maldecía en voz baja, solo los ignoraba. Incluso Milch había insinuado que tenía más brillo en los ojos así que cuando le dijeron que el abogado estaba ahí para hablar sobre su defensa, él se sintió particularmente energizado, como si de un momento a otro, hubiera recuperado la esperanza y las ganas de salir de ahí, como si hubiera encontrado un motivo para salir. Y lo cierto era que sí lo había hecho. Tan solo dos horas después de la visita de Kathryn, Tenma fue llevado de nuevo a la sala de visitas con el cristal como medio de separación entre ambas personas.
De nuevo tomó asiento sin levantar la mirada.
—Luces mucho mejor, ¿estás comiendo mejor?- preguntó el ayudante del abogado Vardemann, Herr Baul.
—Eso creo.- Tenma contestó percatándose de la voz del hombre que tenía al frente, pero simplemente decidió no prestarle atención.
—Me dijeron que recibiste una visita hace un rato. ¿Esa visita te fue agradable?
—…Sí…Sí lo fue.
—Me doy cuenta, luces mucho mejor de la última vez que nos vimos.
Por primera vez en la visita, Tenma levantó la mirada para ver al ayudante del abogado Vardemann y cuando lo hizo, su mente quedó absoluta y completamente en blanco. Su rostro palideció y se deformó en una expresión de incredulidad y estupefacción, su mandíbula cayó suavemente y su labio inferior tembló. La última vez… La última vez que Tenma había visto ese rostro había sido hacía casi cuatro meses, quizá cinco. En la biblioteca de la universidad de Múnich, cuando el ambiente apestaba a humo, todo ardía y hacía tanto calor que creía estar en las puertas del infierno. Cuando el arma en sus manos dejó de ser pesada, cuando sus manos dejaron de temblar, cuando la pólvora llenó sus dedos y sus manos estaban manchadas de sangre. Cuando apretó el gatillo contra un hombre, no una, sino dos veces.
Él creía que él estaba muerto. Creía que no había sobrevivido. Creía que lo había asesinado ese día. Pero el hombre a quien creía muerto por causa suya, estaba ahí, frente a él. Más demacrado, delgado y débil de la última vez.
—Roberto…
—¡Me reconociste! He bajado mucho de peso, desde ese día que me disparaste en la biblioteca de la universidad de Múnich he sido un poco inútil con algunas tareas. Por ejemplo, ya no puedo escribir con la mano derecha, ahora tengo que volverme zurdo, ¿Ves?- Roberto tomó el bolígrafo entre sus dedos y escribió algo en la hoja de papel. —Quizá me dañaste algunos nervios del brazo, tú sabes mucho de eso.
Tenma estaba atónito y no tenía palabras para soltar.
—Bueno… estoy aquí para preparar tu defensa. Vardemann me envió. Todos queremos que salgas de aquí… él quiere que salgas de aquí. Técnicamente me exigió que hiciera lo necesario para librarte de la prisión. Y créeme que lo haremos.
No se había dado cuenta que sus manos temblaban y su corazón latía con violencia hasta que Roberto alzó una hoja de periódico y la colocó en el cristal para que fuera visible para él. Su corazón se hundió al ver la fotografía del hotel cuando él sacó a Kathryn de ahí, la noche que la salvó, o la noche cuando ella lo salvó.
—Tu amiguita tiene algo que necesitamos; Los documentos del Kinderheim 204, y algunos documentos más de los funcionarios del Kinderheim 511.
—No hay nada en esos documentos que les puedan servir, todo ya lo saben.- Tenma trató de mantener la compostura.
—Oh, eso no es verdad. El Kinderheim 204 trabajó con mujeres, y al parecer ellas resistieron mucho más de lo que lo hicieron los hombres.- se burló Roberto con hastío. —Un experimento más. Me imagino que sabrás de qué se trata. Era algo más privado, mucho más de lo que fue el proyecto Kinderheim, tanto que ni siquiera él conoce.
Entonces Tenma lo recuerda. La conversación con Christa.
“Puedes pedirle que mate a alguien y ella lo hará sin titubear, puedes decirle que le prenda fuego a este lugar y ella lo hará para sacarte… puedes pedirle cualquier cosa, pero hay algo que ella no hará aún si tú se lo pides; Apartarse de ti.”
—Tu amiga es un poco peligrosa. Si no coopera tendremos que hacer lo que hacen cuando se escapan los leones del zoológico…
Una vez más, el corazón de Tenma se hundió y sin darse cuenta, apretó los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos y hasta que sus uñas se enterraron en las palmas.
—No te atrevas a ponerle una mano encima.
—Eso dependerá de ella.- Roberto se burló. —Por otro lado, para ayudarte a ti, ¿no te parece que tu ex prometida es un verdadero dolor de cabeza?
—¿Qué?
Roberto soltó una carcajada. —Vaya, Doctor, usted sí que trae a las damas demasiado locas por usted.
Tenma pareció enfurecerse más. —¿De qué diablos hablas?
—Eva Heinemann lo vio. Esa noche de 1995, Ella lo vio a él… y va a testificar. Verá no podemos dejar que eso suceda.
Tenma se levantó de un salto de la silla y con el corazón desbocado y la rabia burbujeando en su estómago refutó.
—¡Eso no es verdad! ¡Ella solo quiere que me quede en prisión para toda la vida! ¡Jamás testificará a mi favor!
Roberto sonrió con sorna.
—Volvemos al mismo juego. Si ella está muerta, ella tampoco testificará para encerrarte en prisión. ¿No lo ve, Doctor? La muerte de esa despreciable y miserable mujer será beneficiosa para todos.
Tenma palideció ante las palabras de Roberto. La sangre se le heló y su mente no pudo formular ninguna oración más. Entonces Roberto se levantó de su asiento cuando la conversación vio su final. Y después de decir algo que él no pudo escuchar se retiró de la sala dejando a Tenma completamente petrificado de pavor.
Fueron los alaridos de dolor fingidos lo que lo despertaron al día siguiente. Estaba canalizado y le estaban pasando suero por intravenosa, lo último que recordaba era la conversación con Roberto, y después de ello se desmayó por desnutrición, pero sabía que había sido por el estrés. (Aunque también no había comido bien, ni se había estado hidratando bien.) Cuando dos guardias llegaron cargando a Gunther hasta la camilla porque otra vez fingía estar enfermo, Tenma sintió como una tenue y débil luz de esperanza se encendía en esa negrura de desesperanza e impotencia que le carcomía el pecho.
—¡No me pongan junto al asesino! ¡Sáquenme de aquí!- vociferó Milch dramáticamente, mientras seguía fingiendo tener dolor en el abdomen, pero los guardias no le hicieron caso y eventualmente lo colocaron en la camilla al lado.
Esperó unos breves momentos a que los guardias fueran a buscar al médico a cargo cuando sin girar la cabeza, ni mover un solo músculo decidió pronunciar las palabras que más había deseado pronunciar desde el día anterior. Desde que Roberto llegó amenazandolo con lastimar a Eva y a Kathryn. Desde que Kathryn había llegado a visitarlo. Desde el segundo uno de ser arrestado.
—Quiero escapar.
El país entero se sacudió cuando las noticias anunciaron los acontecimientos recientes, durante años, Alemania y el resto de Europa había escuchado sobre el neurocirujano asesino de personalidad múltiple que recorría el país, durante esos años se vivió con temor pero en ese instantepero nada de eso se comparó al alarido de confusión y terror que Kathryn soltó cuando escuchó al presentador de las noticias anunciar lo que ella jamás habría predicho o esperado.
Tenma había confesado. Había confesado ser el autor de cada uno de los asesinatos que se le imputaban.
—¿¡Pero qué mierda haces!?- Becker le gritó al televisor como si Tenma pudiera escucharla. —¡Idiota! ¡Idiota!
La taza de café cayó al suelo y se hizo añicos, el líquido oscuro ensució la pulcra alfombra y los trozos de cerámica cayeron cerca de sus pies y cuando dio un paso al frente al televisor pisó los pedazos incrustándose la cerámica en los pies descalzos. Pero en ese instante el dolor no se activaba en su cerebro solo estaba absorta y desesperada por lo que se anunciaba en la televisión, por el rostro de Tenma en el televisor con el reportero hablando a cerca de la aparente confesión del médico en la madrugada.
—«Ha confesado ser el autor de los asesinatos de Udo Heinemann, el director del hospital Memorial Eisler…»
—¡Confesó!- Christa entró dando un portazo, llevaba una pestaña maquillada y la otra no, y llevaba la máscara de pestañas en la mano izquierda. —¡El idiota confesó!
Kathryn no le prestó más atención y regresó la mirada al televisor.
—Shh…
—«A causa de este inesperado cambio de acontecimientos, el neurocirujano Kenzo Tenma será trasladado en tres días a la prisión del estado. Por ahora su abogado, el licenciado Vardemann no ha hablado en representación de Tenma, solo estamos esperando nueva información sobre este inesperado giro de acontecimientos…»
¿Porqué lo hizo? ¿Porqué? Kathryn se devanaba los sesos tratando de encontrarle sentido a las cosas. Ella creía entender a Tenma pero era claro que no lo comprendía lo suficiente. ¿Qué lo había motivado a hacerlo? ¿Qué lo motivó a confesar crímenes que no había cometido? Debía existir una razón, debía existir algo más. Ella estaba segura que algo había ocurrido como para que Tenma hiciera lo que hizo. Pero aún así… ¿Qué mierda había ocurrido? Tenma siempre actuaba de forma premeditada, nunca daba un paso en falso, siempre estaba calculando sus pasos.
—Estás sangrando, tonta.- Christa señaló sus pies y la sangre que había debajo de las plantas.
Kathryn miró el suelo y solo en ese instante comenzó a percibir el dolor y el ardor de tener la cerámica incrustada en sus pies. Dolía pero no le importaba.
El Doctor Reichwein llegó unos minutos después y llamó a la puerta con desesperación. Al abrir la puerta el psicólogo entró dando pisotones, estaba furioso y desesperado como un padre que está presenciando una injusticia para con su hijo. Soltaba maldiciones y se quejaba en voz alta del sistema penal del país. Y perjuraba que el Doctor Tenma había sido víctima de torturas para hacerlo confesar. Y ni Christa ni Kathryn lograron detenerlo cuando salió disparado de la habitación para dirigirse a la comisaría. Sin embargo, ambas fueron detrás del hombre. Kathryn se colocó una camiseta holgada, la chaqueta de Tenma y se convirtió en Klaus Biermann una vez más.
Y la oficina entera tuvo que lidiar con los gritos y demandas del Doctor Reichwein, exigiendo que le permitieran ver a Tenma, maldiciendo a viva voz a los que se atrevieron a torturar a Tenma para hacerlo confesar. Y la idea envió escalofríos por la espina dorsal de Becker, el solo pensamiento de que lo torturaron, que lo lastimaron para hacerlo confesar le caló lo huesos, una vez más sentía algo despertando dentro de ella y al no poder aguantar un minuto más, tomó al hombre que el Doctor Reichwein tenía sujeto del cuello y lo estrelló contra la pared con una fuerza descomunal. El hombre gritó y los guardias corrieron.
—¡ Déjeme verlo! ¡Si lo torturaron los mataré! ¡Me las pagarán! ¿Qué clase de métodos de tortura utilizaron, bola de salvajes hijos de puta?
—¡Kathr- Klaus!- Christa se corrigió con el estómago hecho un nudo. Con enojo, ella la tomó del brazo antes de que los guardias llegaran a llevársela. —¡Compórtate o te sacarán a patadas!
—¡No me calmaré hasta que me devuelvan al Doctor Tenma y hasta que me permitan verlo!- exclamó ejerciendo aún más fuerza en el agarre que tenía en el guardia, quien la observó con sorpresa y enojo antes de tratar de quitársela de encima.
—¡Quítame las manos de encima, niño, o lamentarás agredir a un oficial!- Vociferó el guardia y antes de que los demás policías la tomaran por los hombros, Kathryn cedió y lo soltó dejándolo caer. —Podrías terminar en prisión por esto, hijo.
Ella soltó un bufido, le importaba un comino si la enviaban a prisión, es más, mejor para ella, quizá así podía ver a Tenma. Pero tampoco podía dejar que ellos se dieran cuenta que en realidad era una mujer disfrazada. Una mujer buscada por la policía checoslovaca y ahora alemana. —Déjenme hablar con el Doctor Tenma.- Ella dijo más calmada esta ocasión. Christa seguía sosteniendo su muñeca y su brazo como una madre enojada porque su hijo estaba haciendo un berrinche. —Solo permítame hablar con el Doctor Tenma, para asegurarme que no lo torturaron.
—No quiere hablar con nadie.- una voz serena llegó de entre el tumulto. Vardemann llegó con una mano en el bolsillo y la expresión facial descompuesta en frustración y hastío. —Ni siquiera conmigo que soy su abogado.
—Señor Vardemann… ¡por favor! Déjeme hablar con Tenma.- pidió Reichwein aproximándose. —Estoy seguro que-
—No quiere hablar con nadie.- Insistió el abogado sin mirar a nadie. —Confesó en la madrugada y conozco a los oficiales en turno, no son de los que torturan a los presos. Simplemente él confesó, con una serenidad que les erizó la piel.
—Díganle que yo quiero verlo.
Vardemann alzó la mirada para ver al tal Klaus Biermann. Que lo observaba con los ojos cargados de ira y desesperación. Por primera vez que se lo topó, el abogado creyó que aquel muchacho era demasiado… femenino. Pero no le dio demasiada importancia. —Lo más probable es que se niegue a hablar con usted, Herr Biermann.
—No se negará. Créame abogado, yo lo conozco lo suficiente.- Kathryn se esforzó en engrosar la voz lo suficiente como para sonar lo suficientemente masculino
Pero el abogado se dio la media vuelta y se dirigió a la salida, sintiéndose frustrado y derrotado. Y justo antes de salir de la comisaría, el Doctor Reichwein alzó la voz hacia él.
—¡Yo creo en él! El Doctor Tenma es inocente, y debe haber algo detrás de su confesión… yo tengo fe en él.
En ese instante, probar la existencia de Johan era lo único que podía salvar a Tenma, demostrar que todo lo ocurrido los últimos diez años era a causa de un infeliz que en ese momento se encontraba oculto en las sombras haciendo quién sabe qué, probablemente riéndose, probablemente… probablemente tratando de sacarlo también de la cárcel. Becker ató los cabos, algo debió ocurrir adentro para que Tenma confesara, algo lo había motivado a hablar para confesar algo que no había hecho. Algo más grande, algo que lo acorraló entre la espada y la pared y que lo ató de manos y lo obligó a tomar las medidas más drásticas que ella jamás hubiera creído. Y si Tenma estaba planeando algo, ella debía saberlo también. Detestaba que la excluyera.
El pecho se le apretó ante la idea que Tenma no confiara en ella tanto como ella confiaba en él. Quizá quería trabajar solo en esto. Quizá la telaraña que Tenma estaba tejiendo detrás de los barrotes era para un bien mayor, de eso estaba segura pero… ¿Porqué no comunicárselo? ¿Por Qué no había respondido sus cartas?
Entonces Becker se dio la vuelta y encaró al guardia una vez más.
—Dígale al Doctor Tenma que Klaus Biermann quiere hablar con él.
Y para sorpresa de todos pero no para la de ella, Tenma accedió a ver a Klaus Biermann.
¿Cuál es el plan?
—Ka… Klaus. ¿Te encuentras bien?- fue el primer cuestionamiento que salió de la boca de Tenma cuando Klaus se sentó en la silla frente al cristal que los separaba.
—¿Porqué no habría de estarlo?- Ella preguntó genuinamente consternada. —Es usted quien me preocupa, ¿En qué estaba pensando? ¿¡Porqué lo hizo!?
Él no respondió y en su lugar miró al suelo. Volvía a lucir derrotado pero en esta ocasión, un brillo nuevo centelleaba en sus ojos, un brillo peculiar y cargado de algo que Becker jamás había vislumbrado en él. Iba a hablar de nuevo, intentando cuestionar una vez más la razón de la confesión, pero Tenma levantó la mirada y la observó con detenimiento, como si estuviera intentando decidir algo. Después de inclinó sobre el cristal bajando la voz.
—El hombre a quien le dispare en Múnich hace unos meses… se está haciendo pasar por un abogado, es uno de los hombres de Johan.- Tenma susurró. —Quiere la grabación de Eda Klein y quiere… él quiere que salga de prisión. Escúchame, voy a fugarme, aquí adentro hay un… hombre que también se va a fugar, solo me queda confiar en él para que nos podamos escapar a medio camino.
Kathryn quedó petrificada ante las palabras del médico, era demasiada información para digerir y ciertamente aún seguía abrumada por la pasada confesión falsa. Sin embargo, a pesar de ello, trató de mantener su atención entera en las palabras y en el plan de Tenma, porque eso era lo único que podía hacer y era lo que también quería hacer. Si accedía a obedecer a Tenma para ayudarlo a escapar, entonces él se transformaría oficialmente en un criminal y no solo un fugitivo sospechoso. Ya habría un registro y con mayor razón lo buscaría la policía alemana, pero si no escapaba, terminaría en la corte, con jueces, abogados, testigos y amplia gama de elementos de los cuales Tenma no tendría la paciencia. A él no le interesaba probar su inocencia, solo le interesaba atrapar a Johan. Ella soltó un suspiro
—Entonces, ¿Cuál es el plan?
En muchos años, Christa no había experimentado algo que coloquialmente la gente normal llamaría estrés. Hasta ese instante con los periódicos y los televisores en noticieros diciendo absolutamente mierdas acerca de Tenma, y por primera vez desde que tenía memoria y uso de razón por voluntad propia sentía que debía recuperar algo que había perdido desde que nació. Y si bien había desconfiado de Tenma durante mucho tiempo creyendo que era un asesino e incluso tratándolo como tal, ahora había una motivación que la obligaba a actuar.
No tenía una idea de qué había motivado a ese idiota para confesar, pero lo que sí sabía era que muy probablemente involucraba a su hermana y sabía que haría cualquier cosa por mantener a Kathryn lejos del peligro, incluso a costa de él mismo. Y Kathryn estaba tan cegada que si pudiera, le prendería fuego a la comisaría para sacar a Tenma de ahí.
Par de idiotas.
—Con todo respeto, Fraulein Ludwig, está usted en Alemania, no tiene jurisdicción aquí, por lo que no podemos revelarle a cuando movilizarán a Tenma. Aunque a decir verdad, ya no importa, ese psicópata ya confesó, su destino es la cadena perpetua. Me pregunto por qué dejó de ser legal la silla eléctrica…
—Resérvese sus opiniones para usted en su soledad y limítese a decirme cuándo moverán al Doctor Tenma. Dígame ahora antes que alguien más furioso y con menos piedad venga a buscar esta información.
El guardia la observó con recelo y después frunció el entrecejo.
—¿Me está amenazando?
—Le estoy advirtiendo.- Ella rectificó.
Cuando Christa llegó al hotel, y al pasillo de su habitación encontró a Kathryn golpeando la puerta de la habitación de Eva con el Doctor Reichwein detrás de ella, casi como si solapara el hecho que la pelirroja estaba haciendo un berrinche al pie de la puerta.
—¡Frau Eva Heinemann! ¡Abra! ¡Abra, ahora! Solo usted puede salvarlo, me importa una mierda si usted cree que él arruinó su vida, ¿Cómo puede permitir que lo encierren?
—Cálmate o vendrán a sacarte de los cabellos.- Christa se aproximó con serenidad.
—¿Cómo puedo estar calmada cuando Tenma va a convertirse en un criminal?
Christa se tomó un momento para procesar las palabras de su hermana.
—¿De qué hablas?
Kathryn guardó silencio y con los ojos verdes centelleando de rabia, se apartó de la puerta para ir a encerrarse en su habitación, ignorando a una Christa que la llamó tres veces exigiendo que le explicara a qué se refería.
Eran cerca de las seis de la tarde y lo único que habían conseguido era saber que Tenma sería enviado a prisión donde esperarían quién sabe cuántos meses para que llegaran a la corte, todos estaban atados de manos, porque había sido el propio Tenma quien los había atado de manos, excepto a Becker, a ella la dejó suelta y le permitió saber un poco del plan que iba a seguir para salir. Y si se iba a convertir en un criminal, entonces que así fuera, la paciencia por la justicia se había extinguido del corazón de Tenma hacía muchos años.
Notes:
HOLA DE NUEVO.
pasaron muchos meses y lamento haber demorado tanto, pero espero que este capítulo compense la falta.Besos no olviden comentar 💗
XX
Chapter 18: Hay un asesino suelto
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Kathryn entregó la llave después de tomar una taza de café con cuatro cucharadas de azúcar, el estómago seguía exigiendo alimento pero ella no le prestó la mínima atención. Se limitó a acabarse la taza de café y después se acercó a la recepción para entregar la llave con una sonrisa falsa y una serie de palabras de agradecimiento. Después tomó su maleta y la maleta de Tenma y las colocó una en cada hombro. Eran las siete de la mañana del 5 de diciembre de 1997 y Becker solamente podía pensar en una única cosa; Ese día, Kenzo Tenma se convertiría oficialmente en el fugitivo más buscado de Alemania.
Hacía demasiado frío cuando salió y comenzó a caminar sobre la acera y después de que se colocó la capucha de la sudadera de Tenma, una voz notoriamente irritada carraspeó detrás. Christa seguía usando la cara pijama color violeta que había comprado en Praga hacía solo unas semanas y llevaba el cabello negro sujeto en una trenza.
—¿Qué están tramando?- la más joven de las hermanas cuestionó con el entrecejo fruncido. —¿De qué hablaron esta vez? ¡Dime!
—Se va a fugar.- Kathryn le respondió para después dar la media vuelta. —No intentes detenernos.
Christa se apresuró y jaló la correa de una de las maletas. —¿Están dementes? La policía te busca también, y si él escapa será oficialmente un criminal. Los cargos por los que se le acusan tomarán fuerza y no habrá nada que hacer para salvarlo.
Kathryn permaneció impasible, sin mover un solo músculo y Christa no sabía si la expresión de su hermana era de indiferencia o si estaba sopesando sus predicciones. Pero la pelirroja se giró de nuevo y tiró de la maleta para continuar con su camino.
—¡Es momento de que lo dejes ir! Lo intentamos ayudar y a él no le importa.- Christa exclamó y por primera vez, en el rostro de Becker tomó lugar una mirada filosa, como dos cuchillas que se clavaron en ella. Tal como si hubiera dicho la cosa más desagradable, nefasta e insultante del mundo. —No necesitas seguirlo, puedes continuar con tu camino y él puede continuar con el suyo solo ¡Deja que se arruine la vida él solo!..-
Christa trastabilló y el shock le impidió reconocer el ardor en su mejilla, ligeramente vio destellos en su campo de visión, y después de unos segundos tratando de procesarlo, levantó la mirada encontrándose con un par de ojos verdes que centelleaban de ira y furia, todavía tenía la mano alzada y en ese instante, Christa comenzó a sentir el calor y el ardor en su mejilla izquierda. La mano de Kathryn estaba roja y quizá también le ardía. Christa cubrió su rostro con una mano, no solo por el dolor de la bofetada, sino también por el genuino shock que la recorrió de los pies a la cabeza.
—Kathryn…-
—No tienes idea de lo que hablas. Este mundo ha sido cruel con él, todos le dieron la espalda, todos lo han traicionado, este mundo solamente ha sabido tratarlo como un criminal y un vil insecto, lo han señalado y pisoteado, escupido. Todos le dieron la espalda… pero yo no lo haré. Jamás lo dejaré solo. No espero que lo entiendas.
Christa seguía muda, casi como si la lengua se le hubiera pegado al paladar. Kathryn bajó la mirada y después soltó un suspiro… Ella le había prometido a Grimmer no dar falsas esperanzas, habían acordado limitar las cosas a una mera suposición, a solo coincidencias. Pero la sangre le hervía y no pudo resistirlo más.
—Christa… yo… creo que encontré a tu familia. Y por eso necesitamos ir a Polonia… alguien en Cracovia está esperando también y creo que allá lograremos encontrar la verdad sobre nuestros padres.
—¿A qué te refieres con que encontraste a mi familia?- la voz de Christa tembló y también sintió como sus rodillas perdían estabilidad, las manos comenzaron a sudar y la cabeza le comenzó a dar vueltas, algo en su pecho saltó, algo con una sensación que no había experimentado jamás. Se mareó y quería sentarse pero sus pies se adhirieron al asfalto de la acera.
—Naciste en 1968, el año que Daisuke Tenma llegó a Alemania. Diez años después de su llegada y de haber trabajado junto con Franz Bonaparta en el proyecto del kinderheim 511, Daisuke fue asesinado junto con su esposa en circunstancias extrañas, ¿Qué ocurrió con el hijo? ¿Qué tal si ese hijo era una hija?, ¿Qué tal si llevaron a esa huérfana al segundo proyecto Kinderheim que tenían oculto y la sometieron a todos los procesos para borrarle la memoria y que así jamás pudiera recordar quién era y de dónde venía? Christa… Quizás tú eres la hija de Daisuke Tenma…
Christa sintió un escalofrío, que la derribó haciéndola caer de rodillas, sintiéndose abrumada y absolutamente perturbada. El corazón le latía con violencia y la migraña la hizo sujetarse la cabeza, enterrando los dedos en el cuero cabelludo. Comenzó a hiperventilarse y deseó con todas sus fuerzas que alguien la tomara de los brazos y le dijera que todo iba a estar bien. Kathryn se arrodilló y colocó una mano en su hombro y después deslizó sus brazos alrededor de su hermana de forma protectora.
—Yo… yo no tengo familia… no hay… nadie me quiere… nadie me deseó… nadie quería que yo viviera…- Christa repitió una y otra vez, como el mantra que años y años de entrenamiento la obligaron a aprender. Como le dijeron que había sido. —No tengo familia… no tengo… no tengo…
—Tienes. Tienes una familia… estoy segura que ahora… tu familia está a punto de fugarse de la cárcel.
—Él no es mi familia… yo no tengo a nadie…- Christa se abrazó a sí misma apretando los ojos y resistiendo las ganas de morderse la lengua.
—Quizá no lo sea… quizá sí… pero no importa ahora… Él no te dejaría sola tampoco.- Kathryn se levantó y la tomó de los brazos para después tomar las maletas una en cada lado. —Hay un 99% de probabilidad que en sus venas corra la misma sangre… y de ser ese el caso, ¿Lo dejarías solo? Y de no serlo… ¿No crees que él merece ayuda?
Christa siguió mirando al suelo sin responder. Y para cuando alzó la mirada, Kathryn ya había desaparecido.
Ella seguía abrumada por toda la discusión que había tenido con su hermana, por las palabras, por la bofetada, por la esperanza que se sembró en su corazón y por la nueva necesidad que tenía de ir a Polonia y descubrir por ella misma la raíz de su propia existencia y así darse cuenta que su insignificancia en el mundo había sido producto de la crueldad de quienes le arrebataron todo lo que alguna vez tuvo.
Para cuando Christa llegó al pasillo directamente a su habitación, notó que la puerta de la habitación que pertenecía a Kathryn estaba abierta de par en par. El sentido de alarma rápidamente despertó y con cautela camino pegada a la pared. Al escuchar voces masculinas dentro de la habitación volvió a sentir la amenaza.
—No está. Cuando llegamos ya se había ido.- dijo un hombre. Christa estiró suavemente el cuello para ver por el espacio entre la puerta y la pared y con mucha dificultad vio a dos hombres con traje dentro de la habitación, los cajones de la cómoda estaban fuera de sitio, las cobijas y las sábanas hechas un lío, todo en un completo desastre, como si ellos hubieran buscado algo que no lograron encontrar. Uno de los hombres hablaba por teléfono mientras tenía una mano oculta dentro del pantalón, solo después de unos breves segundos de análisis, Christa supo que llevaba un arma. —Sí… entiendo. De acuerdo, iremos para allá, entonces.
El hombre colgó y Christa se apresuró de puntillas a su habitación y con el corazón desbocado cerró la puerta tras ella. Se preguntaba si acaso también se atreverían a irrumpir en su habitación, por lo que sin muchas ceremonias, buscó un par de largas y filosas tijeras y esperó detrás de la puerta. Del otro lado, en el pasillo escuchó los pasos de ambos hombres avanzando por el corredor, escuchó que uno habló en un idioma que ella no reconoció, no era Alemán y tampoco era checo y tras tres palabras, ella identificó que era Polaco. Una razón más que fundamentaba las palabras de su hermana para visitar Polonia. Christa apretó las tijeras cuando las voces de los dos hombres se detuvieron justo frente de la puerta. Al pegar el oído a la fría madera de la puerta escuchó un crujir del otro lado, y al esforzarse escuchó una pesada respiración que la hizo sentir que la piel se le erizaba.
Su mano se dirigió al picaporte y lo sujetó con fuerza mientras recargaba suavemente la cabeza contra la puerta. Con la otra mano sujetó las tijeras con la fiereza de una rabia que hervía en su estómago. Si querían algo de ella, que fueran por ella entonces.
Del otro lado de la puerta, alguien intentó girar el picaporte pero desistió cuando el seguro impidió la entrada, y a Christa le sorprendió que se rindieran con tanta facilidad. Al escuchar que los pasos se alejaban por el corredor, ella soltó una pesada exhalación y colocando una mano en su pecho decidió que no podía permanecer en ese hotel por más tiempo.
Se dio una ducha rápida y guardando todas sus cosas salió del hotel y subiendo a su auto, avanzó por las calles de Düsseldorf en busca de su hermana y del demente fugitivo en quien, en las profundidades de su corazón, ella había encontrado algo que jamás había tenido; esperanza.
Becker sabía cuando alguien la seguía, era prácticamente un suicidio para el pobre infeliz que se le ocurriera intentar seguirla sin que ella se diera cuenta. Por eso cuando giró la esquina esperó de nuevo, como lo hizo en Praga hacía tan solo un par de meses, cuando aún no tenía el honor de conocer a Tenma. Ella ya sabía, estaba tan acostumbrada que someter al hombre que la seguía, supuso el mismo esfuerzo y dificultad que tenía lavarse los dientes, no le fue difícil tirar de la muñeca del hombre y de levantar su pierna para hacerlo caer con un fuerte estruendo. El hombre, que claramente no veía venir los rápidos y fuertes movimientos de Becker, soltó un alarido mientras ella lo hacía dar un giro y estrellarse contra la pared de concreto.
Kathryn le arrebató la pistola, la navaja y el cartucho con tres simples movimientos para después aplastar la cabeza del hombre con su rodilla. Y con ambas manos, sujetó las muñecas del tipo con una fuerza inconmensurable, tanta que él no pudo hacer nada para intentar zafarse.
—Buenos días, idiota.- Becker masculló presionando su rodilla contra la cabeza del hombre aún más. El tipo soltó un gemido de dolor. —No estoy de humor ahora y tampoco tengo paciencia, así que dime rápido ¿Qué buscas?
El hombre trató de mover la cabeza para mirarla pero ella lo tenía completamente inmovilizado. Con muchísimo esfuerzo estiró el cuello para abrir la boca.
—Los documentos… del Kinderheim 204. Entrégalos, zorra.
Becker soltó una carcajada. —Así que es eso. Tanto alboroto por unos documentos, dime, ¿Te envío tu jefe? Te envió la alimaña demente de Johan, ¿No es así? Porqué no le dices a ese cobarde que si quiere los documentos venga y me los arrebate él mismo y que deje de enviar a sus perritos falderos en su maldito nombre, adelante, dile a esa cucaracha que salga de su escondite y que se atreva, que tenga valor y le enseñaré qué es lo que nos hicieron en el Kinderheim 204.- Becker dobló el brazo del hombre con la fuerza suficiente y sin mucho preámbulo ni culpabilidad, le rompió el húmero en dos. El hombre gritó de dolor y apretando los dientes luchó de nuevo para liberarse del férreo agarre de Becker.
—¡Maldita zorra! ¡Lamentarás…! ¡No tienes idea de quién es él! ¡Deberías temerle!
Becker sacó un paquete de vendas de la maleta de Tenma y en menos de diez segundos ató al hombre de pies y manos y lo arrastró por el callejón hasta dejarlo detrás de unos contenedores. Después de colocarse la maleta en el hombro ella se dio la media vuelta y comenzó a caminar como si nada.
—Tengo una idea de quién es él… es solo que no le tengo miedo. Hay cosas que me aterrorizan, pero esa rata no.
—Cuando él termine con el Doctor Tenma entonces le temerás.
Becker se detuvo y por primera vez giró la cabeza para mirarlo.
—No tienes idea lo mucho que lo adora… lo adora tanto que lo transformará en lo que él es. Será un renacer… y tú no podrás hacer nada para evitarlo, te limitarás a observar desde la lejanía, a morir lentamente resignada porque no pudiste detenerlo. Cuando Johan termine, él morirá solo. Este mundo se acabará y solamente quedará un solo hombre. Y tú morirás sin saber quienes fueron tus verdaderos padres y quién eres realmente… a no ser que obedezcas.
Becker sintió la sangre hervir y al no entender una mierda de lo que hablaba ese tipo, se acercó y lo tomó del brazo y lo apretó haciéndolo chillar.
—Cierra la boca.- Ella masculló. —Yo no obedezco a nadie.
—…¿Porqué crees que Eda Klein te envió a Polonia?
Becker se congeló.
En ese momento escuchó una cacofonía de sirenas de patrullas que avanzaban por la calle con rapidez y urgencia. Eran las 10 de la mañana y ella sabía que el momento había llegado. Se giró al hombre que la observaba con sorna y sin poder aguantarlo más le soltó una patada en la quijada y salió corriendo del callejón con el corazón desbocado, la boca seca, las manos llenas de un sudor frío y con una espina en su corazón que parecía ser más la semilla de la esperanza y el miedo. Pero en ese lugar, corriendo a toda prisa, ella solamente podía identificar que su corazón martilleaba por la certeza de saber que en tan solo unos momentos podría ver de nuevo a Tenma.
Un auto sonó el claxon detrás de ella, cuando miró por encima de su hombro, se paró de golpe y observó a Christa abrir la puerta del copiloto. Seguía observándola con la misma expresión de la mañana pero esta vez no trató de convencerla de lo contrario. Becker se subió al auto y Christa arrancó de nuevo siguiendo a las patrullas. Kathryn la observó y notó la mejilla que continuaba enrojecida por la bofetada que ella misma le había dado. La punzada de culpa en su pecho fue casi tan dolorosa como un golpe de verdad en su estómago.
—¿Cuál es su plan?- Christa preguntó con la mirada al frente.
—No lo sé…
Christa la miró con sorpresa y molestia. —¿¡Él no te lo dijo!?
—No. Porque ni siquiera él conoce el plan… al parecer todo es obra de uno de los reclusos. Gunther Milch se llama, creo.
Christa guardó silencio unos segundos mientras sopesaba las palabras de su hermana, era como si estuviera analizando la declaración, haciendo memoria de algo. Después de un rato soltó un jadeó de sorpresa, ella creía haber escuchado de un tal Gunther Milch que siempre solía escaparse de todas las prisiones en las que lo encerraban. Para saber más, encendió la radio.
—… En unos suburbios del sur de la ciudad, las autoridades ya están en camino para perseguir a estos dos fugitivos. Pedimos a la población mantener la calma y notificar a las autoridades correspondientes en caso de identificar a Gunther Milch o al asesino en serie Kenzo Tenma… Al parecer un hombre de unos 35 años fue atropellado por el camión que transportaba a los reclusos… y cuando el camión se detuvo para ver al hombre en cuestión, Kenzo Tenma aprovechó el atropellamiento del individuo para arrebatar una pistola y encañonar a los policías y escapar junto con Milch… Aún no tenemos más información pero estaremos al pendiente de cualquier situación…
Becker escuchó atentamente y por razones desconocidas, su corazón se aceleró y el calor se le subió a las mejillas.
—Está un poco demente como para ser un Doctor adorado y venerado por todos sus pacientes…-Christa musitó sin mirarla. —¿Será que estar medio loco es requisito para ser neurocirujano?
—… La pregunta aquí es ¿Cómo consiguió el arma? Si ambos reos estaban esposados… fuentes me informan que debido al atropellamiento Tenma fue bajado del vehículo para revisar los signos vitales del hombre y este hombre llevaba consigo un arma… No cabe duda que este hombre es en extremo peligroso y si lo ven no duden en avisar a las autoridades…
Becker exhaló y ató los cabos.
—Lo tengo… rápido, ¿Sabes dónde está el hospital Memorial Eisler?
—No… ¿Para qué quieres saber?
—Detente ahí.
Christa obedeció y después de orillar el auto, Becker bajó el cristal del auto para exclamar a una anciana que caminaba de la mano con su nieto. —¡Disculpe! ¡Dígame dónde está el hospital Memorial Eisler, se lo ruego, necesitamos llegar, tenemos una emergencia!
Christa no entendió porque su hermana estaba tan interesada en ir a aquel hospital, pero cuando Kathryn le ordenó pisar el acelerador hacia la dirección que les había dado la anciana, ella no tuvo más remedio que acatar y seguir la orden, sobre todo porque no tenía una idea mejor. Las noticias seguían hablando de Tenma de cómo esto confirmaba la clase de ser humano que era, que era un asesino, que estaba loco y que era peligroso, y cada vez que los locutores decían algo en contra de Tenma, Kathryn los maldecía deseándoles los peores destinos. Los llamaba “Idiotas.” “Estupidos.” “Bastardos sin cerebro.” “Bola de imbeciles.” “Hijos de perra.” Etc, etc, etc. Christa no sabía de dónde sacaba tanta palabrería.
Kathryn sentía que el corazón se le iba a salir por la garganta, cada vez que Christa giraba por alguna esquina y se acercaban al hospital, el corazón saltaba en una sensación que le hacía que le sudaran las manos, era algo que no sabía cómo nombrarlo, una esperanza que más bien parecía una inherente necesidad mezclada con desesperación. O quizás sí era esperanza. En realidad, Becker no sabía cómo se sentía aquel concepto.
A unas cuadras de la entrada de urgencias del hospital, Christa se vio obligada a dar un volantazo cuando un auto viejo pasó a su izquierda casi tirándole el espejo izquierdo. El auto iba como a 80km/hr y se detuvo en la entrada con un rechinar de las llantas.
La tierra se detuvo por lo que pareció ser una eternidad.
Trató de recordar cuántos días habían transcurrido desde la última vez que lo había visto en libertad, veinticuatro días. Técnicamente veinticinco. Veinticinco días desde que él había estado en libertad sin un cristal de por medio, veinticinco días encerrado en una habitación con barrotes y sin ventanas, una habitación que estaba destinada a las personas que habían cometido atrocidades; Como ella. El cabello del doctor estaba aún más largo que la última vez y aún tenía barba. Él salió del auto de un rápido salto mientras guardaba el arma en su pantalón, seguido de él, otro hombre salió del lado del conductor. El alma se le salió del cuerpo cuando al bajar del auto, él la vio desde la distancia y la frialdad, la hostilidad y la desesperanza se esfumaron de la expresión de Tenma.
Kathryn apenas y se percató de que el otro auto avanzó con velocidad hacia urgencias del hospital en el que Tenma solía trabajar diez años antes porque en ese instante sus pies se movieron por voluntad propia y corrió.
Corrió lo suficientemente rápido como para sentir que sus pies ya no tocaban el suelo, como si algo o alguien la alzara de los hombros y la levantaran sobre el piso para hacerla llegar más rápido. Y entonces él corrió también.
Nadie jamás la había abrazado de la manera que Tenma lo hizo. Nadie la había levantado del suelo mientras la envolvían con los brazos. Y ella tampoco había corrido hacia alguien de esa forma, jamás había saltado hacia los brazos de alguien como lo acababa de hacer. Y ciertamente jamás se creyó capaz siquiera de hacerlo en algún momento de su vida. Pero fue algo inherente en su actuar, un firme y claro acto nacido de sus más recónditos y nada explorados instintos. Una mano en su nuca le acarició los cortos rizos que ella había cortado unos días antes, quizá como una manera de reconocerla o de habituarse a la ausencia de los largos rizos color cobre que él conoció en Praga. La otra mano, viajó hasta llegar a su cintura y Becker no sabía porqué pero él tiró de ella, como si de esa forma eliminarían hasta el último mísero milímetro de distancia entre los dos.
En otro momento, ella no habría sabido qué hacer con las manos o dónde colocarlas. Pero ahora lo sabía bien; apretó los puños en la camisa y su rostro se enterró en el espacio entre su cuello y su hombro e inhaló. El aroma de la prisión seguía impregnado en él y con mucho esfuerzo, logró identificar el aroma que le pertenecía a él y que ella identificaba bien, de los días en Praga y que la hicieron desear volver a aquellos tiempos.
—¿Estás bien?- él le preguntó en un susurro mientras la comenzaba a soltar. —¿Cómo supiste que estaba aquí?
—Escuché del hombre que atropellaron y que el auto huyó con el herido dentro. Sabía que usted lo traería aquí al hospital.- Becker respondió alejándose para mirarlo, de nuevo quería abrazarlo pero con mucho esfuerzo, resistió exitosamente.
Tenma estaba gratamente sorprendido y, sin poder resistir sus propios impulsos, estiró una mano hacia la mejilla de Becker y acarició la piel tibia y enrojecida. Ella se petrificó y un escalofrío la recorrió desde el dedo más pequeño de su pie hasta el último cabello de su cabeza, era un escalofrío que la hacía estremecer y sonreír. Los ojos verdes de Becker adquirieron un brillo peculiar y por inercia recargó su rostro aún más a la mano del doctor. Como lo hace un gato cuando recibe las caricias de alguien a quien acepta sin dudas.
—Me da mucho gusto saber que estás bien.- Él le dijo mirándola, enternecido. Después miró por encima de ella y Christa estaba recargada de la puerta del auto con una expresión cargada de impaciencia, pero también encontró una mirada singular, diferente. No había hastío como siempre, había una mirada afable casi simpática.
Un carraspeo lo obligó a soltar a Becker y a girar para ver a un Milch que lo observaba atónito y visiblemente desconcertado.
—Huh- uhmm… Doctor, usted es… ya sabe…- Milch titubeó sobrecogido mientras observaba a Tenma sostener entre los brazos a quien, a ojos del fugitivo, era Klaus Biermann y no Kathryn Becker. —¿Es usted… g-gay? Digo… no critico en lo absoluto, tengo un primo que también es gay, pero… usted parecía tener gusto por las damas… no los caballeros… Es decir, que la persona de la que me habló en prisión, ¿Era un muchacho?
Becker abrió los ojos de golpe y observó al fugitivo con expresión estupefacta para después soltar una estruendosa carcajada.
—¡No soy un hombre!- Ella se carcajeó —Me llamó Kathryn Becker, Herr Milch.
Cuando Becker observó a Tenma, él tenía todos los colores en el rostro y con fallidos intentos, él buscaba mirar a otro lado y era más que evidente que deseaba ser tragado vivo por la Tierra. Él tenía el corazón acelerado y sintió un tipo de vergüenza que no había experimentado en años. Por breves instantes, Tenma se sintió como un niño de diecisiete años de nuevo. No sabía qué era lo que más lo avergonzaba, haber tenido tanta necesidad de tocar a Kathryn de esa forma, o que Milch haya hablado sobre lo que él mismo relató en prisión sobre ella, o que Milch haya asumido que las acciones que él tuvo para con ella habían nacido de algo más allá de simplemente una preocupación por una amiga… o que el fugitivo haya tocado la delicada fibra sobre su sexualidad… porque su bisexualidad había sido un aspecto de su persona que simplemente había decidido ignorar y sepultar restándole importancia.
O quizá fue todo.
—Entonces ella es de quien me hablaste, Doctor.- Milch se acercó y extendió la mano hacia ella. —Un placer conocerla seas hombre o mujer da igual, tienes una belleza impresionante, pero que agallas tienes para estar detrás de un asesino como éste.
Kathryn estrechó su mano y con un chispazo de enojo en su pecho se limitó a sonreír.
—El Doctor Tenma no es un asesino. Él es inocente de todo.
—¿Es eso cierto, Doctor? ¿Qué no eres un loco asesino a sangre fría?- había sorna en la voz del fugitivo mientras lo cuestionaba.
—… Le disparé a un hombre en Múnich hace unos meses y sobrevivió.- Él respondió con el entrecejo fruncido por la molestia.
—¡Entonces no eres un asesino! Pero déjame decirte que oficialmente eres un criminal con todas las de la ley.- exclamó con una carcajada y después se dirigió a Becker. —Y usted señorita, tenga cuidado, si va a permanecer al lado de este criminal debe meditarlo bien.
Sorpresivamente, Becker no se enfadó por la naturaleza burlesca de tal comentario, sino, por el contrario ella soltó una suave risa. Ella sonrió de nuevo y después miró al médico.
—Creo que estoy dispuesta a correr el riesgo. Algunos criminales son de fiar.
Y Tenma le sonrió también.
Notes:
HELLO
Bueno, por primera vez después de casi 20 capítulos estos dos tienen una primera interacción que bordea lo romántico apenas y se abrazan va a faltar un buen tiempo antes de que siquiera se agarren de la mano pero en fin ya están juntos y eso es lo que importa
Abracemos a Christa lo va a necesitar.Espero que hayan disfrutado este capítulo que sinceramente adoré escribir.
Besos 💗
Chapter 19: Por el dilema de desconfianza
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El Cadillac Catera negro de Christa estaba estacionado detrás de unos bares viejos que Tenma conocía como “los bares a donde a veces iban los Doctores cuando querían estar lejos del hospital” a donde según él, jamás solía ir. Pero Christa lo dudaba, aunque no lo diría en voz alta. La policía alemana seguía buscándolo, se escuchaban las sirenas que les taladraban los oídos y por las calles corrían decenas de policías buscando al criminal que tenían escondido en el auto. No sabía cuánto podría aguantar más con el hambre que le retorcía el estómago, pero tampoco se sentía con la confianza de quejarse, sobretodo porque su hermana y el criminal estaban demasiado ocupados peleándose sobre escapar y huir del país y regresar al hotel porque Eva Heinemann estaba en peligro, o eso decía el médico.
—¡La policía lo está buscando en el centro de la ciudad! ¿¡Quiere que lo arresten de nuevo!?
—¡Debo regresar! ¡No imaginas lo asustado que estaba de que te lastimaran! ¡Y tampoco puedo dejar que maten a Eva! ¡Necesito que me entiendas!
—¡No lo entiendo! ¡Solo vámonos, usted no necesita regresar!
Tenma no le respondió y en su lugar, bajó del auto. Christa contó los segundos que le tomó a Kathryn hacer lo mismo; Tres.
—Tengo hambre.
Jamás había discutido con él. Jamás había estado en desacuerdo con alguna de sus decisiones, ni siquiera sabía que podía existir la posibilidad de estar… enfadada con él. Pero ahora todo lo que Becker quería hacer, era tirar de la manga de su camisa y meterlo de vuelta en el auto. Amarrarlo si era posible. Quizá debía hacer eso, quizá debía noquearlo, amarrarlo y llevarlo lejos del país antes de que hiciera alguna otra cosa. Pero solo lo siguió y siguió exigiendo que no regresara al centro de la ciudad. Y Becker le había mentido. Ella sí que entendía que él deseaba ayudar a Eva, sabía que él no se quedaría de brazos cruzados mientras alguien intentara asesinarla, no solo por tratarse de su ex prometida, si no por tratarse de un ser humano que corría peligro. Pero ella no podía… no podía dejar que se lo arrebataran otra vez.
—¡Por favor!- Ella exclamó esta vez con súplica y no con rabia. Para su sorpresa, Tenma se detuvo y se dio la vuelta para mirarla. —No quiero… no quiero que lo arresten de nuevo. No quiero ver su rostro en las noticias de nuevo. No quiero que los periodistas y los presentadores de noticias sigan ensuciando su nombre. No quiero que usted… no quiero que usted esté lejos otra vez.-
Y Tenma no se movió por unos breves instantes. Quizá meditando y sopesando sus palabras, quizá pensando una respuesta. Probablemente estaba arrepintiéndose de haberla arrastrado con él en este desbarajuste que parecía no tener una culminación. Becker experimentó la vergüenza una vez más, pero la sensación no duró demasiado porque dos manos tiraron de sus hombros hacia el frente. Becker se encontró a sí misma cerrando los ojos y dejando que él la abrazara de nuevo. Una mano se abrió camino por su espalda hasta la base de su cabeza, donde crecían los cortos rizos color cobre que ella cortó, la otra mano se ciñó alrededor de su cintura atrayéndola más y más, casi buscando eliminar hasta el más miserable milímetro entre los dos.
—Lo lamento.- y Becker no sabía porqué él estaba disculpándose. Cuando era ella quien debería estar disculpándose con él por ser tan egoísta.
—Yo… está bien, volveremos al centro, al hotel. Si usted necesita ir, lo acompañaré.- Becker respondió recargando la cabeza en su hombro, apretando la camisa azul.
Tras unos segundos de silencio, Tenma la soltó y la sujetó gentilmente del cuello con ambas manos, haciéndola verlo a la cara. Ella levantó la mirada, obedeciendo.
—Tu… Huh… No necesitas seguir hablándome de “usted.” De hecho, nunca tuviste que hacerlo.- Él le dijo con una sonrisa nerviosa.
La expresión de Becker era impasible, un poco ausente de expresión, casi vacía. Kathryn inclinó la cabeza y después una expresión de vergüenza tomó sitio en sus ojos verdes. Estaba demasiado acostumbrada a referirse a los demás de usted y sentía un profundo respeto por él que la sola idea de referirse a él usando su nombre de pila, se sentía incorrecto en su lengua. Pero también debía admitir que el pecho se le calentaba con el pensamiento de saber cómo se sentiría decir su nombre de pila. Ella asintió suavemente con la cabeza sin apartar la mirada de los ojos del médico.
—¿Ya terminaron?- Christa llegó con las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta. —La policía no tardará en buscar aquí.
Ambos asintieron lentamente antes de colocar unos pocos centímetros de distancia entre los dos.
Tal como lo habían predicho, la ciudad estaba hecha un verdadero caos, patrullas, periodistas y policías por doquier, era una estupidez regresar pero no había otra opción, pero a Tenma parecía importarle un comino que todo ese alboroto, todo ese tumulto fuese para buscarlo. Christa no sabía si Tenma era o muy valiente o muy estupido.
—¿Cuál dices que era el hotel en el que se estaban hospedando?- él preguntó tras un instante.
Para ese punto, ella ya les había puesto al tanto lo que había presenciado en el hotel tan solo un par de horas atrás, que dos hombres revisaron la habitación y que buscaban algo, probablemente las grabaciones y los documentos del Kinderheim 204.
Becker también había revelado que la habían seguido por el callejón y que exigían la grabación. A pesar que sabían que el contenido no sería de gran ayuda, porque los documentos ya estaban en posesión de ellos, no sabían qué otra cosa podría querer. En ese momento eso pasaba a segundo plano para Tenma, porque todo lo que él quería era llegar al hotel y asegurarse que Eva se encontrara a salvo. Así que, evitando las patrullas dejaron el auto en un callejón y solo Kathryn y Tenma se bajaron hacia el hotel. Christa había decidido quedarse en el auto leyendo una vez más los documentos.
Había además de datos de los directivos, actas de nacimiento de casi todas sus compañeras del Kinderheim 204, fueron en esos documentos donde ella conoció los verdaderos nombres de sus compañeras. Casi todas ellas estaban muertas.
Una vez más, Christa sacó el documento de Daisuke Tenma, observó la fotografía con cierto recelo.
No había tenido el suficiente tiempo como para observar la fotografía. Así que se permitió observar la mirada estricta pero amable y por razones desconocidas, no le fue difícil darle a su semblante una sonrisa en su imaginación. Quizá en su memoria. Las palabras de Kathryn resonaban en su mente. ¿Y qué si tenía razón? ¿Qué cambiaría en su vida? ¿Habría acaso alguna diferencia? Y sin embargo, la semilla de la esperanza estaba en su corazón, la dejó sembrar. Y quizá no debía hacerlo pero el daño ya estaba culminado de cualquier manera. —No…- Ella apretó el documento y con rabia arrojó la carpeta contra el suelo del auto. Con la misma energía ella se abrazó del volante y apretó con ira mientras cerraba los ojos aguantando las lágrimas. —Yo no tengo familia…
Había mentido. O más bien había ocultado información a Kathryn.
Ella sí podía llorar.
Y lo hizo.
Se cubrió el rostro con las manos y las lágrimas salieron como un río.
Si Polonia tenía respuestas, entonces iría a Polonia pero también sabía que Berlín albergaba en sus calles y en los más nauseabundos recuerdos, los detalles de una vida que alguien le arrebató cuando era pequeña. Christa necesitaba llegar, necesitaba ir a Berlín y con sus propias manos encontrar la inocencia y la vida de la que alguien la privó cuando era solo una pequeña.
Pasados unos cuantos minutos que parecieron ser horas, Christa se sobresaltó cuando Tenma abrió la puerta del auto y Kathryn hizo lo mismo del otro lado. De tratarse de otra situación, ella había asumido que dos asaltantes la iban a encañonar. Pero solo se dejaron caer en sus asientos con expresión derrotada, más Tenma. Por el retrovisor, Christa vio la chaqueta que él llevaba y no la traía antes.
—La robó.- Kathryn respondió ante la mirada de curiosidad de Christa en la chaqueta que Tenma llevaba. —Y traía unas cuantas monedas.
Christa rodó los ojos con disgusto y fijó su atención al frente. —¿Y bien? ¿Qué hay de Eva? ¿La encontraron?
—¿Tenemos cara de parecer que la encontramos?- Tenma respondió, arisco.
—Solo era una maldita pregunta, genio.- Christa le respondió con el mismo tono, resistiendo las ganas de alzar el dedo medio. —¿Entonces está muerta?
—No, no está muerta, o más bien no sabemos. No la encontramos en su habitación de hotel, tampoco estaba su maleta ni nada… es como si hubiera desaparecido de la faz de la Tierra.- Esta vez Kathryn respondió con un suspiro.
Sabían que Tenma no se quedaría con los brazos cruzados sin intentar contactar a Eva, por lo que cuando él preguntó dónde era la oficina del abogado Vardemann, Christa no tuvo más opción que llevarlo. Porque si no lo hacía, él se iría por sus propios medios y Kathryn iría tras él. Por un breve instante, ella se sintió como la niñera de dos chiquillos de primaria. A pesar de todo y lo loco que parecía estar, Christa admiró a Tenma. Quizá no era estupido, sino demasiado obstinado.
—Dudo mucho que el abogado Vardemann esté involucrado, hablamos con él, es una buena persona.- Kathryn se aventuró a decir cuando las intenciones de Tenma demostraban su claro plan de encañonarlo para hacerlo hablar. —Además… Su esposa dio a luz hace unos días. No creo que una persona como él sea capaz de estar involucrado con Johan o sus demás perros. Y si… ¿esperas un poco?
—No confío en él. Roberto insinuó que él estaba coludido también.- Tenma le respondió mientras desarmaba rápidamente el cargador de la pistola (que también había robado) para revisar la cantidad de cartuchos. —No voy a darme el lujo de pensar bien de él.
Kathryn sopesó la situación.
—Pero…
—Déjalo así, Kathryn.- Christa la interrumpió abriendo un paquete de galletas que había comprado en una tienda cercana. —Nada de lo que digas lo hará cambiar de opinión, es tan terco como una maldita mula.
No tuvo que mirar por el retrovisor para saber que Tenma la observaba con una mirada filosa y cargada de hastío. A ella le importaba un comino. Se metió una galleta a la boca y miró por la ventana la puerta del edificio del que en unos momentos Vardemann saldría hacia su auto. —Sale a la 13:00, pero quizá salga antes, con el revoltijo que hiciste hace un par de horas quizá se vaya a casa temprano.- Christa dijo. Y tal como lo había predicho la puerta del edificio se abrió y Vardemann salió caminó con el teléfono pegado a la oreja y el maletín en la otra mano. —Ahí está, Doc, tortúralo si quieres.
Tenma ignoró la sorna en el comentario de Christa y salió disparado del auto hacia Vardemann. Sabía que Kathryn también iba tras él y pedirle que se quedara en el auto era inútil. Así que soltando un suspiro la miró de reojo.
—En el asiento trasero.- Él dijo y ella entendió.
El abogado era ignorante de los dos que estaban por meterse en su auto, así que cuando abrió la puerta del auto y se metió casi suelta un grito cuando vio el cañón de la pistola y sintió que alguien lo ahorcaba con el cinturón de seguridad desde el asiento trasero. Lo último que esperaba era que su cliente llegara a encañonarlo con una pistola y por el retrovisor, vio a Klaus Biermann sujetando el cinturón lo suficientemente fuerte como para someterlo pero no para lastimarlo de más.
—Arranca.- Tenma ordenó con el dedo en el gatillo.
Y Vardemann estaba demasiado aterrorizado como para desobedecer.
No tenía idea de a dónde conducir, simplemente arranco y pisó el acelerador, debía conducir a la comisaría, eso debía hacer, de una u otra manera, esto le confirmaba que Tenma era el hombre que todos acusaban. Las manos le temblaban, pero aún así se las arregló para mantener la calma y con el agarre férreo en el volante, Vardemann se aventuró a hablar. —Tenma, por favor, estoy seguro que podemos arreglar esto.- dijo con voz entrecortada pero firme.
—Eva Heinemann. ¿Dónde está?
El abogado parpadeó con genuina confusión mientras continuaba pisando el acelerador.
—¿Qué?
—Mi paciencia se termina, responde, maldita sea, ¿¡Dónde está Eva!? ¡No creas que voy a permitir que muera más gente!
Kathryn tomó el cinturón y jaló ahorcando al abogado, mientras las exigencias de Tenma, abrumaba al confundido abogado que prácticamente tenían secuestrado. Ella jamás había visto a Tenma tan enojado, pero ella solo hizo lo que debía. El abogado lucía completamente confundido y no era una forma de ocultar información, de verdad no sabía qué estaba ocurriendo, y si Tenma hubiese estado en la mejor disposición para escuchar, ella habría hablado y le habría dicho que esta vez se estaba equivocando. Pero decidió guardar silencio y dejar que él se encargase de esto.
La conversación entre ambos hombres pareció un rompecabezas en la cabeza de Kathryn, sintió cómo lo que ella consideraba como el auténtico origen de los males apenas era la punta de un iceberg, este hombre era inocente. Kathryn estaba prácticamente segura de ello, pero aún así, se mantuvo férrea sujetando el cinturón contra el cuello de un abogado atemorizado pero lo suficientemente firme como para intentar defenderse con palabras.
—Ya me he cansado…- Tenma masculló con el dedo en el gatillo. —Ni tienes idea… de la cantidad de gente que ha muerto. Uno tras otro, más y más cada vez… y todo por culpa mía. ¡No voy a permitir que muera nadie más! ¡Así que respóndeme! ¿¡Dónde está Eva Heinemann!?
Después de aquellas palabras. Vardemann detuvo el auto bruscamente y aferrándose al volante soltó amargas lágrimas de frustración que solo consiguieron hacer que Tenma bajara el arma y que Kathryn soltara el cinturón de seguridad como una forma de imitarlo.
Y quizá ella tenía razón, este hombre era una víctima más. Un hijo de espías que había logrado destacar y sobrevivir en un país que condena a los hijos de los traidores. Una suerte con la que ni Kathryn, ni ninguna de las niñas del Kinderheim 204 había podido correr en su niñez. Otra vez se enfrentaba a una persona que derramaba lágrimas amargas y ella era incapaz de entenderlo. Frente a ambos, Vardemann confesó lo que por años llevaba cargando en su espalda. Confesó la irrefutable culpa de su padre, que las acusaciones no eran injustas, que a pesar de todo, su padre sí había sido un espía, tal como todo el mundo lo acusó.
Vardemann sostuvo el volante con ambas manos y recargando la frente en este, lucía tan vulnerable que para Kathryn era imposible que este hombre fuese capaz de involucrarse con una lacra como Johan. Luego una libreta. Con datos, códigos, anotaciones imposibles de entender para alguien que no conocía el proyecto del Kinderheim, el Proyecto de las Rosas, una prueba irrefutable.
Tenma saltó inmediatamente cuando La Mansión de las Rosas Rojas se coló en la conversación. —¿Dónde está esa libreta? ¿Qué decía sobre la Mansión de las Rosas Rojas?- El médico cuestionó con ansia.
—¿Cómo sabes de eso?- el abogado parecía estar confundido y asustado. —Está en mi casa…
—Llévanos.- Kathryn indicó.
La casa del abogado estaba hecha un completo desastre, había ventanas rotas, los cajones de las cómodas estaban volcados con el contenido regado por todos lados, armarios con el contenido por fuera, floreros hechos trizas, las mesas patas arriba, el colchón volcado, era un completo desastre que a simple vista parecía un robo. Pero todos los objetos de valor se encontraban en su sitio. A Kathryn le daba vergüenza pisar los cristales rotos de retratos pero de puntillas se abrió camino.
—No fue un robo… buscaban algo en específico.- Ella comentó mirando al abogado quien parecía abatido por el estado en el que se encontraba su casa, aunque también por la horrible situación en la que se había visto envuelto. El hombre se acercó a la estantería con centenares de discos de vinilo del cual extrajo uno. El del “Mago de Oz”.
—Y no lo encontraron.- dijo extrayendo un pequeño cuaderno de cubierta de cuero.
Kathryn se giró inspeccionando la escena y después sostuvo la respiración por un breve instante cuando una carta reposaba encima de la mesa. El sobre llevaba el nombre de Tenma en él. Apresurada, lo tomó.
—Doctor… esto es para ti…- Ella dijo extendiendo el sobre hacia él.
Tenma tomó el sobre y lo abrió con urgencia.
Kenzo, sálvame.
Protégeme, estoy aquí, no me olvides.
Me estoy quemando y necesito que me salves
Te espero en la Mansión de las Rosas Rojas
—¿Eso qué demonios significa?
Ella no obtuvo ninguna respuesta al momento, sólo observó cómo los ojos de Tenma se cargaban de odio y asco, su mandíbula se apretó y al instante, él estrujó el papel con la mano, tan fuerte y con tanta furia que sus nudillos se pusieron blancos.
—Bastardo… Infeliz bastardo…- Él masculló. —Está jugando conmigo.
Vardemann dio unos pasos al frente y extendió la libreta hacia él.
—Llévatela. La necesitas más que yo.
El semblante de Tenma pareció mejorar y con recelo extendió la mano sujetando el cuaderno. —¿Estás seguro? Si esto cae en manos equivocadas se sabrá la verdad sobre tu padre y no habrá forma de defenderlo.
Vardemann pareció sopesar sus palabras antes de negar con la cabeza. —Ya no lo necesito.- Después se dirigió a ella y la observó con cierta curiosidad. —Ciertamente no logro entender qué tiene usted que ver en todo esto, Herr Biermann.
Kathryn parpadeó y recordó que para él, ella seguía siendo Klaus Biermann. Así que ella soltó un suspiro y metió las manos en los bolsillos. No sabía si era oportuno aclarar el punto o no, así que al final de cuentas ella decidió dejar las cosas así. Quizá no necesitaba que Vardemann supiera que ella era la “criminal” que vieron con Tenma en Praga, no sabía bien qué podría pasar. Pero luego pensó que A Pesar de todo, Vardemann estaba de una u otra forma involucrado en el mismo enredo. Una víctima más de ese infierno. —Yo… huh… Mi nombre es Kathryn Becker, Herr Vardemann. Lamento haberle mentido acerca de mi identidad, pero no podía arriesgarme a que me arrestaran también.
El abogado abrió los ojos de par en par y sin muchas reservas, la examinó de los pies a la cabeza. Como si le costara creer que frente a él estuviera una mujer.
—Usted es…- él comenzó pero se detuvo antes de decir lo que tanto Kathryn como Tenma sabían. La mujer con la que el Doctor Tenma salió del hotel en Praga y transformándolos en sospechosos del asesinato múltiple en la azotea del edificio.
Vardemann no era el abogado de Becker y ciertamente su deber era reportarla. Pero la situación y el contexto en el que se encontraba lo ataba de manos. Con la vista periférica, vio al Doctor Tenma y este lo observaba detenidamente, una silenciosa advertencia o quizá una petición por su silencio.
—Hay muchas cosas que quizá usted desee saber, Herr Vardemann, pero me temo que no es el momento.- Tenma mencionó guardando el cuaderno dentro de la gabardina y dirigiéndose a la puerta no sin antes deslizar, delicadamente, su mano por el antebrazo de Kathryn para conducirla a la puerta. Ella caminó.
Cuando salieron de la casa, vieron el Cadillac de Christa estacionado frente a la casa.
Vardemann los acompañó y no pudo evitar sentir recelo de nuevo. —¿Puedo confiar en usted, Doctor Tenma? ¿Puedo confiar en ustedes?
Tenma lo miró y con una sonrisa triste.
—Sinceramente, no creo que usted deba depositar su confianza en alguien que lo amenaza en la manera en que lo hicimos… en que yo lo hice.- Después él posó la mirada en la pelirroja y con vergüenza reclinó la cabeza. —Tú fuiste más sensata que yo. Debí escucharte cuando me sugeriste esperar. Espero que puedas perdonarme.
Kathryn no entendía. Él. ¿Le estaba pidiendo perdón? Ella no comprendía porqué. Pero tampoco le dio más vueltas al pensamiento y sacudiendo la cabeza en forma de negación, le sonrió como siempre lo hacía. —No tengo nada que perdonarte. No hiciste nada malo… excepto la parte en la que prácticamente secuestraste a Herr Vardemann. Ahí sí te equivocaste… pero está bien.
Tenma le devolvió la sonrisa y tras una despedida, salieron del jardín del abogado que acababan de secuestrar y entraron al auto donde los esperaba una hastiada y cansada Christa que repiqueteaba las uñas en el volante. Ella los miró entrar al auto y una vez que avanzó por la calle, se dio cuenta que no tenía idea hacia dónde manejaba.
—¿Y bien? ¿Sí lo torturaste o no?- Ella preguntó con sorna mirando al médico por el retrovisor.
—Fíjate que no hizo falta, resultó muy cooperativo.- Él respondió con el mismo tono sarcástico y ella se dio cuenta que era la primera vez que él respondía a su tono cínico con la misma emoción.
Christa soltó un bufido y mantuvo la mirada en el frente.
—¿Entonces ahora qué?
Tenma no le respondió, con cautela y con cierto grado de impaciencia abrió el cuaderno y lo hojeó lo suficiente como para después de unos instantes, devolviera la mirada al frente. —Debemos volver a Praga.- él dijo.
Y Kathryn sintió que el pecho se le inflaba de calidez cuando él utilizó el plural. En medio de este caos, él ya había contemplado la presencia de Kathryn como algo que no podía ni quería ignorar, la estaba arrastrando con él al ojo del huracán, y ella, estaba completamente dispuesta a dejarse arrastrar. Si iban a ir al mismo averno de ida y vuelta, ella estaba dispuesta a ir con él. Estaba dispuesta a atravesar el infierno por él.
Notes:
Well HELLO
por fin después de mucho tiempo pude terminar este capítulo enfin no es mi mejor trabajo pero es trabajo honesto.
Espero que les haya gustado y que no haya sido aburrido o si lo fue lo lamento y vamos a mejorar lo prometo 😔🫡
En fin ya saben no olviden comentar 💖
Lo quiero y gracias por leer.
Chapter 20: El infierno que sigue ardiendo
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
PRAGA. REPÚBLICA CHECA
Dos meses atrás.
Cuando era niña, Freya solía temer a la oscuridad, como cualquier otro niño de ocho años. No le gustaban los pasillos del Kinderheim 204 cuando en las madrugadas tenía ganas de ir al baño, eran oscuros, lúgubres y silenciosos. No le gustaba cuando a la hora de dormir apagaban las luces del dormitorio y ella, con insomnio, tenía la vista directamente en los armarios. Siempre solía imaginarse que algún monstruo saldría de las puertas mohosas de los armarios y le jalarían los pies llevándosela hacia la cueva donde los monstruos comían, transformándola en un aperitivo para ellos. Cuando era niña, muchas cosas asustaban a Freya; las arañas, los relámpagos, el sonido de las aspas de ventilación, los pasos pesados de Herr Wagner merodeando por fuera de los dormitorios… el mismo Herr Wagner.
Pero sus miedos desaparecieron en parte cuando conoció a Úrsula. Ella no le tenía miedo a nada. Podía caminar en los pasillos negros y tétricos sin temblar, podía aplastar arañas con sus manos o sus pies descalzos, dormía plácidamente cuando había tormentas eléctricas afuera. Y no había nadie que desafiara más a Herr Wagner que Úrsula. Su cabello rojo como los pétalos de una rosa, siempre le recordaban a Freya, que la fuerza de Úrsula era mayor que la de muchas niñas ahí en el orfanato, por supuesto, mayor que la suya propia. Parecía estar forjada de acero y fuego, más de una vez la golpearon para aprenderla pero ella jamás parecía mostrar dolor, miedo o sumisión, más de una vez la dejaron sin comer por días, más de una vez estuvo encerrada en aquel pútrido y fétido hoyo cerca del desagüe. Úrsula jamás mostraba la sumisión que Wagner exigía en ellas. De entre todas, Úrsula resistió hasta la Noche de las Rosas.
Freya deseaba ser como Úrsula.
“No seas miedosa, Freya.” Ella le dijo una noche cuando no podía aguantar las ganas de orinar pero eran cerca de la una de la madrugada. Todo estaba oscuro y naturalmente tenía miedo. Pero Úrsula, esa noche, la tomó de la muñeca y la condujo por el lúgubre y frío pasillo hacia los baños.
“¡No quiero!” Freya le había dicho rehusándose a caminar y a atravesar el pasillo.
“¿Entonces te vas a orinar en los pantalones? Adelante entonces. Mañana Frau Ilse te golpeará por haberte orinado.” Ella le dijo soltándole la mano y regresando al dormitorio. “Orínate en los pantalones”
Úrsula comenzó a caminar por el pasillo de regreso a los dormitorios pero Freya tomó una decisión en ese instante. Rápidamente se dio la vuelta y jaló del pijama de Úrsula. Cuando esta se dio vuelta encontró una escena que rápidamente la dobló y la hizo sentir lastima, —cuando aún era capaz de identificar esa emoción— Aún en la oscuridad pero gracias a los débiles rayos de la Luna en cuarto menguante, ella pudo ver los ojos verdes de Freya humedecidos y cristalizados por las lágrimas.
“Está bien, iré… pero no te vayas. Acompáñame.” Freya dijo en un hilo de voz.
Y aquellas palabras que Freya dijo con tan débil tono de voz se quedaron grabadas en el corazón de Úrsula como un fuerte y estruendoso clamor, grabados y forjados con fuego y sangre en su pecho. Una débil petición que ella se juró a sí misma cumplir por cada minuto que la vida fuera a otorgarle. Así fueran horas, minutos, segundos o siglos. Ella lo cumpliría.
Y fue así que a partir de aquella noche, Úrsula permaneció al lado de Freya desde que salía el Sol hasta el ocaso. Cada día, cada semana, cada año. Incluso después de sobrevivir juntas a la Noche de las Rosas, Úrsula sólo tenía una sola prioridad; Freya. Porque para ella, el resto del mundo podía arder. Pero Freya era todo para ella.
Así que cuando comenzó a trabajar como la sicaria personal de Humbert Sievernich ella solo tenía como único objetivo mantener a la única persona a la que ella le importaba a salvo.
Cuando tocó la puerta miró a su alrededor y vigiló que nadie la estuviera siguiendo. Algo saltó en su pecho cuando ella le abrió la puerta.
—Úrsula…
Úrsula no dijo nada y solo se abalanzó envolviendo a Freya con ambos brazos, tirando de ella y enterrando la nariz en los dorados y húmedos mechones. Con el pie, empujó la puerta y la cerró. Freya se petrificó apenas un momento antes de derretirse y devolver el abrazo con la misma energía. No pudo contenerse y sus piernas le temblaron haciéndola caer de rodillas. Úrsula se arrodilló también y la sostuvo con ambos brazos.
—Quería verte.- Úrsula murmuró apretándola contra ella.
—¿Dónde estuviste? ¿Porqué desapareciste por estos meses?- Freya pregunta y busca mirarla a la cara.
Ella no respondió, solo se levantó ayudándola también a ponerse de pie, la llevó a través de la sala y la hizo sentarse en la silla del comedor. Úrsula soltó un suspiro pesado y antes de decir algo más, un maullido la hizo dar la vuelta con una sonrisa radiante. No tardó un segundo en tomar en brazos a la gata de pulcro y brillante pelaje blanco como la nieve.
—¡Maple!- Úrsula exclamó mientras la gata se frotaba en su cuello ronroneando y cerrando los ojos, reconociéndola y dándole la bienvenida. —¿Cómo está esta bella bola de pelos?
La gata ronroneó contenta y maulló de disgusto cuando ella la dejó en su cojín.
Freya permaneció sentada mientras esperaba que algo saliera de la boca de Úrsula, una explicación, una excusa, una historia, algo que aunque fuera una vil mentira, ella la creería ciegamente sin importar nada. Porque estaba acostumbrada a ello. A su ausencia y a sus inesperadas llegadas, y ella no era quien para reprocharle nada, porque ella creía que no había ninguna razón que la hiciera creer que podía exigirle algo. Freya solo la observó dejar caer una maleta pesada en el suelo, y cuando la otra se arrodilló para abrir la maleta, el aire se le escapó de los pulmones a la rubia.
Una maleta llena de dinero. Una mirada avergonzada, una sonrisa suave que estaba dedicada únicamente para ella. Fue todo lo que Freya encontró. Y sabía que no había necesidad alguna de levantar o arrojarle preguntas. No tenía derecho a cuestionarla, a reprocharla por la deplorable vida que había escogido, no tenía derecho a cuestionarla por el dinero manchado de sangre que ella le estaba presentando. Y tampoco quería preguntar. No quería preguntar el nombre de la persona cuya sangre estaba regada en ese dinero. No hacía falta que ella se acercara demasiado como para calcular que se trataban de más de 90 mil euros. Con el corazón acelerado tanto por la sorpresa como por el miedo, miró a Úrsula de nuevo.
—Cómprate ese departamento bonito en Londres. Ese que viste en las revistas hace medio año.- Úrsula dijo sonriéndole mientras pasaba un mechón de su rojo cabello detrás de su oreja. —Utiliza un cuarto del dinero para el primer adelanto, ponle muebles bonitos y yo te mandaré el dinero que falta en dos meses.
La mandíbula de Freya cayó y sus ojos se abrieron un poco más, revelando un brillo en sus ojos verdes producto de lágrimas que amenazaban con salir.
—Necesitas salir de Checoslovaquia pronto. Y tampoco es buena idea que huyas a Alemania, ni siquiera Francia es un buen lugar. Las cosas se están poniendo difíciles.- Úrsula prosiguió acercándose a la barra para servirse un poco de agua. —Ya no tienes porqué permanecer aquí, es mejor que te vayas.
—Úrsula…
—Te ayudaré a conseguir el boleto de avión lo más pronto posible, así que prepara tu maleta, y pon en venta la casa… También consigue una transportadora para Maple.
—¡Úrsula!- Freya exclamó levantándose de la silla y tirando de la manga del abrigo. —¡No iré a ningún lado! ¿Qué está pasando? ¿Tiene que ver con la aparición de Kathryn y Christa hace tres días?
Úrsula se detuvo y por primera vez la miró con sorpresa.
—¿De qué estás hablando?
Freya dio un paso atrás y soltando un suspiro recuperó las fuerzas que el estrés y la ansiedad le estaban quitando. —Ambas llegaron hace tres días a la Casa azul. Frau Klein las envió conmigo una vez que murió en el tiroteo. Antes de morir, Frau Klein me dio unos documentos que tenía en resguardo y me dijo que cuando fuera el momento debía entregárselos a Kathryn. Tan solo unos días después de morir, Kathryn apareció junto con Christa buscando los documentos. Al parecer alguien estaba detrás de esos papeles también. Yo no entiendo qué está ocurriendo. Solo hice lo que ella me dijo. ¿Y ahora llegas y me dices que debo irme del país y que debo huir? ¡Dime qué está pasando!
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Úrsula de pies a cabeza pero ella no demostró en ningún momento la repentina incomodidad e inquietud que sentía al recordar el nauseabundo ambiente que rodeaba su trabajo. Recordaba las órdenes de ese demonio . A las personas que tenía que asesinar y a cambio de ello el dinero que ahora reposaba en el suelo. Sintió asco de sí misma pero más, sintió asco de ese engendro del mal. Ella misma no era una santa y no pretendía serlo ahora, pero Úrsula no asesinaba por gusto ni por placer ni por diversión. Cada gota de sangre derramada era una promesa de alimento, techo, agua, vestido y una promesa de no volver a la vida en las esquinas como lo había hecho por un tiempo. Y por supuesto, una vida para Freya.
Pero ahora, algo macabro asediaba, algo inhumano y completamente siniestro. Algo que la hacía retroceder, algo que no había visto antes. Algo que la hacía querer terminar con eso y escapar, tomar la mano de Freya y correr lejos.
—Un demonio.- Úrsula musitó entre dientes.
—¿D-Demonio?- Freya no entendía.
Úrsula guardó silencio un momento y después se dio la vuelta y tomó a Freya por los hombros mirándola a los ojos. Esos preciosos ojos verdes que ella tanto adoraba.
—Escúchame. Praga ya no es un lugar seguro, tampoco Alemania, entre más lejos estés de aquí es mejor. No sé como explicarlo, pero hay un demonio merodeando. Y no quiero que estés por aquí.
—No comprendo…- Freya murmuró mirándola a los ojos.
Úrsula tampoco lo comprendía bien. Así que soltando un suspiro se inclinó y colocó un suave pero intenso beso en la mejilla de la rubia. Cuando se apartó, Freya la miraba con los ojos brillando y las mejillas sonrojadas. Habría dado mucho, para besarla en los labios. Pero no se atrevió a hacerlo.
—Haz lo que te digo. Vendré mañana. O quizá el fin de semana.- Ella simplemente dijo y después de acariciar la cabeza de la gata, se dirigió a la puerta no sin antes darse la vuelta para mirar a Freya una última vez. —Te prometo que se terminará pronto. No asesinaré a nadie más. No quiero asesinar a nadie más.
Freya miró el dinero en el suelo y a Maple acercándose a olisquear la maleta con curiosidad.
La mañana siguiente Úrsula subió al auto que la esperaba fuera del hotel. Cuando entró hizo todo en su poder para ignorar la presencia desagradable de Roberto junto a ella. Pero este se inclinó sobre ella y pasó una mano por sus rizos. La piel se le erizó de asco. Y sin poder resistirse, lo apartó de un manotazo firme.
—No me toques.- Úrsula escupió sacando la cajetilla de cigarrillos de su bolso para ponerse uno entre los labios.
—Eres muy cruel.- Roberto le dijo con un tono bajo, intentando seducirla. Ella solo sintió más asco. —Podríamos hacer tu trabajo más divertido, ¿Sabes?
Úrsula arrugó la nariz y dio una calada al cigarrillo, odiando cada maldito segundo que estaba metida en ese auto. Lo ignoró el resto del trayecto y su mente únicamente rondaba en la idea que cada uno de sus pasos y sus acciones serían por una sola persona. Porque por ella , estaba dispuesta a tolerar las insinuaciones, los toques cargados de lujuria y las propuestas de sexo que ella tanto detestaba. Cuando llegaron al edificio ella fue la primera en bajar, pisoteó el segundo cigarrillo con la punta de la bota y se dedicó a seguir a Roberto.
El edificio era tan oscuro y tétrico que ella no podía creer que alguien quisiera rentar una habitación ahí. Pero Úrsula no tenía más intenciones en criticar los gustos de ese demonio. Por lo que guardó silencio y siguió al hombre escaleras arriba hacia el tercer piso. La duela crujía, el tapiz de las paredes estaba descascarado y podía percibir un dejo de aroma a humedad en el aire. Roberto tocó la puerta y tras unos segundos otro hombre abrió la puerta dejándolos entrar.
Una vez más, Úrsula sintió los nervios de punta y algo dentro de ella la hizo sentirse inquieta e incómoda. El demonio estaba sentado en el sofá, recargando los antebrazos en las rodillas y entrelazando los dedos. Estaba sonriendo y a ella le era imposible no sentirse incómoda y de alguna forma, disgustada. Pero una cosa era completamente segura. No sentía miedo.
—¿Cuándo llegará la segunda mitad del pago?- Ella preguntó impaciente. —Maté a quien me pediste y ahora espero la segunda mitad del pago.
El joven. Porque era un joven. A sus ojos, era un niño. Y ella no podía estar más molesta de seguir las órdenes de un niño.
—Mañana.- respondió.
—¿A quién quieres que limpie ahora? No mujeres, ni niños.- Úrsula masculló sacando otro cigarrillo.
—Por ahora quiero que busques algo. Algo que necesito.- Sonrió. —Y necesito que hagas memoria. ¿Puedes ayudarme con eso?
Úrsula frunció el ceño y dándole una calada al cigarrillo, tamborileó las uñas en su bolso. —¿Sobre qué?
El joven se inclinó un poco más y sin borrar la expresión de su cara pero adoptando una postura un tanto más reflexiva, sonrió un poco más.
—¿Qué es lo que trabajaron en el Kinderheim 204?
Hizo un esfuerzo casi descomunal para no mostrarse consternada y abrumada. Sabía que tarde o temprano, este hijo de puta la cuestionaría por ello. Porque sobrevivió al experimento, porque ella lo vivió y porque ella era una de las pocas que salieron vivas tras la caída del orfanato. Pero una cosa era ser una sobreviviente más y otra muy diferente, saber qué fue lo que hicieron en el orfanato. Porque eso no lo sabía, y no era mentira. Durante años ella vivió bajo el ala de la RDA, trabajando para funcionarios y para los peces gordos del antiguo régimen. Sin embargo, Úrsula desconocía lo que hicieron en el orfanato. Y ciertamente, tampoco tenía la más mínima intención de investigar. Ese tiempo ya había pasado. ¿Qué más daba saber o no? Eso no cambiaría las cosas.
Pero también sabía que sus demás hermanas, sobretodo Christa, incluso la propia Freya, sí estaban dispuestas a hacer lo que fuese necesario para saber y descubrir quiénes eran y qué fue lo que les hicieron.
Simplemente Úrsula había perdido el sentido de la venganza. Ella solo quería una vida nueva. Una vida con Freya.
—No lo sé.- Ella respondió. —Y ciertamente no me interesa.
El demonio por alguna razón pareció satisfecho con su respuesta y después de invitarla a tomar una taza de té que ella negó rotundamente, salió del departamento acompañada de Roberto.
—Tu nuevo trabajo es aquí en Praga.- Roberto le dijo cepillando con sus dedos callosos la espalda de Úrsula. —Tus hermanas están por aquí, vigílalas y traenos algo que ellas tienen.
Úrsula arrugó la nariz y lo vio por encima del hombro.
—¿Qué cosa?
—Una grabación. Verás, él la necesita para entenderlas, ¿sabes?
—¿Qué quiere que haga para conseguirla?
Roberto la observó como un depredador observaba a una presa. Sus ojos parecían centellear de una forma que solo consiguió asquearla más.
—Me temo que sabes la respuesta, bombón.
Mátalas.
La pelirroja dio unos pasos fuertes y firmes lejos de él y salió del edificio. Y cuando el aire puro llenó sus pulmones pudo sentir cómo el mundo parecía volver a girar, y que al mismo tiempo recuperaba el alma y el espíritu. Era como si dentro del edificio, rodeada de esos hombres y en presencia del demonio, se adentrara en una realidad macabra, siniestra que extirpaba la energía de quien entrase. Deseaba irse de allí cuanto antes
Cuando llegó al hotel donde aparentemente estaban sus hermanas, tuvo que aguantar la respiración por solo unos momentos antes de sentir el peso de lo que estaba por hacer. Vería a sus hermanas de nuevo, y no solo eso, debía hacer algo en contra de ellas para conseguir algo que ese demonio le estaba exigiendo. Se dirigió al restaurante del hotel que constaba de un reducido espacio con unas 10 mesas, una barra y un lugar donde pedir los alimentos. Cuando se paró en el umbral de la entrada al restaurante, identificó al instante el largo y brillante cabello negro de Christa.
A paso cauteloso, Úrsula tomó asiento un par de mesas, alejada de donde ella estaba sentada acompañada de un hombre rubio que sonreía ampliamente con quien estaba jugando ajedrez. No tenía idea de quién era el hombre pero era al parecer alguien de la confianza de Christa porque en un momento mientras estaban platicando, él pareció decir algo que hizo que Christa soltara una carcajada estridente. Úrsula jamás había oído a Christa reír de esa manera. ¿De qué se había perdido? No estaba lo suficientemente cerca como para escuchar la conversación pero lo único que ella quería era hablar con Christa.
Un segundo hombre hizo su aparición, parándose junto a la mesa. Ella lo observó lo necesario para saber que era oriental, y… era idéntico a Christa. Algo la hizo estremecerse. Un presentimiento que no era del todo malo. Solo extraño.
Algo dijo aquel hombre para que Christa se levantara de un salto y corriera en dirección a las habitaciones. Ese era el momento correcto, debía seguirla y debía hablar con ella. La siguió por los corredores hasta llegar a una habitación que ya se encontraba abierta y manteniendo la distancia se escondió detrás de una pared viendo cómo su hermana entraba llamando el nombre de otra hermana.
—¡Kathryn!
Kathryn. ¿Cuándo había aparecido de nuevo? La última vez que supo de ella fue hace cuatro años cuando desapareció de la faz de la tierra. Cuando Capek le ordenó a Úrsula que… las piernas le temblaron y se le heló la sangre al recordar la orden de Petr Capek aquella fría madrugada de febrero.
Mátala.
Las piernas le temblaron al recordar cómo había llegado al hotel con el arma cargada, y cómo encontró la habitación vacía sin rastros de Kathryn por ningún lado. Recuerda también el ardor que le generó la bofetada de Capek cuando le dijo que no había logrado cumplir con la tarea porque ella ya no estaba. Y ahora estaba de regreso. Había aparecido de entre las sombras. ¿Dónde estuvo estos cuatro años? ¿Qué hacía en Praga ahora? Esas eran preguntas cuya respuesta podía obtener solo si irrumpía en la habitación y las interrogaba y además les arrebataba lo que el demonio pedía. Pero solo se quedó detrás de aquella fría pared y esperó que alguna de las dos saliera de la habitación para interrogarla.
Y para su fortuna, Christa salió de la habitación un poco más calmada de como entró, era en ese momento donde Úrsula dio un paso al frente.
—Christa.
Esa era la primera vez que se encontraba con ella después de unos varios años. Cuando se dio la vuelta lucía exactamente igual que cuando salieron del orfanato aquella fatídica noche de 1983.
—Úrsula.- Ella respondió y no parecía tan sorprendida, pero de igual manera se dio la vuelta y la miró de frente.
—Necesitamos hablar.
—No creo que este sea un buen momento.- Christa le dijo así simplemente y después siguió caminando por el pasillo dirigiéndose al comedor de nuevo. Después de una pausa la miró por encima del hombro. —¿Sigues trabajando como la sicaria de Sievernich?
—No para Sievernich.
—Vimos a Freya hace unos días…- Ella dice en voz baja. —Me imagino que te interesa saber.
—Ella me lo dijo. De hecho de eso quiero hablar.
Christa se detuvo y la miró un tanto hastiada. —Bien, escúpelo ya. No tenemos todo el día.
—Quiero la grabación. Me imagino que sabes cuál.- La voz de Úrsula se tornó un tanto más severa y carecía de paciencia, o afecto. Su mano vaciló en su cinturón, por debajo de su abrigo y se preguntó cuántos segundos le llevaría sacar el arma y apuntar a la cabeza de Christa. —Entrégamela o no habrá necesidad de pelear.
—Tendrás que arrebatársela a Kathryn.- Christa le respondió. Sin inmutarse por la amenaza silenciosa. —Y si fuera tú, no me atrevería a exigirle algo.
—Entréguenla.- Úrsula insistió.
—¿Y si no qué? ¿Nos matarás?- la sangre le hirvió a Úrsula cuando Christa retomó su camino sin mostrarse intimidada siquiera.
—Si no, me matarán a mí y a Freya…
Christa se detuvo en seco y dándose la vuelta encontró una Úrsula que trataba, con todas sus fuerzas disimular una preocupación que podía asimilarse perfectamente a la forma tan diligente con la que Kathryn se aferraba tan férreamente a mantenerse al lado del Doctor Tenma. Algo así era inusual. Pero logró despertar su curiosidad y sus ganas de indagar.
—¿Para quién trabajas ahora? Porque hay algo que debes saber… este embrollo de la maldita grabación y los malditos documentos son algo mucho más grande de lo que crees. Si fuera tú, saldría del país cuanto antes. Porque esto se está tornando aún más caótico de lo que tu cabeza puede imaginar.
Y Úrsula estaba completamente fría que las palabras de Christa hicieran un clic casi perfecto con su necesidad de enviar a Freya lejos del país. Si sabía que las cosas se estaban tornando aún más desastrosas pero ciertamente no tenía medido el calibre con el que contaba el infierno que parecía haber terminado en 1983. No. Ese infierno aún permanecía ahí. Quizá ardiendo más que nunca.
—Responde. ¿Quién te exige esa grabación?
—El diablo.
Christa soltó un bufido y avanzó unos pasos al frente lejos de ella dirigiéndose a la mesa donde estaba sentada desde un inicio. Se dio la vuelta y camino hasta quedar hombro a hombro con ella. -O al menos intentarlo, porque Christa era demasiado baja de estatura.-
—Entonces, ¿estás dispuesta a seguir sirviendo al demonio? ¿Vas a continuar obedeciendo como un maldito perro las órdenes de alguien más?
La acusación hizo que Úrsula sintiera asco y repudio por su persona. Y también la ofendió. Estaba por devolver la ofensa cuando vio que el rostro de Christa recuperaba iluminación y ganaba un poco de color.
—Herr Grimmer, ¿A dónde vas?- Christa no le hablaba a ella, le hablaba al hombre rubio y jodidamente alto, que caminaba hacia la salida. Úrsula tuvo que parpadear para verificar cómo había cambiado el tono de su voz, pasando de un tono frío y arisco a uno afable.
El hombre se dio la vuelta y le sonrió levantando una servilleta con algo anotado en ella. —Por medicinas que el Doctor Tenma necesita para la señorita Kathryn. Ya vuelvo.- respondió y antes de salir levantó un dedo hacia ella. —Cuidado con mi juego, solo te has comido tres peones y un alfil, y recuerdo bien mis piezas, así que no cambies nada o lo sabré.
Christa soltó una carcajada.
—No prometo nada.- Ella respondió y después él salió.
Christa se dio la vuelta y miró a Úrsula con la misma emoción de hace unos momentos.
—Piensa bien tus movimientos, y también piensa qué es lo que en verdad quieres hacer. Seguir obedeciendo al demonio, o hacer algo por ti misma y por Freya… si es que de verdad la quieres y te preocupas por ella.
—¿Qué se supone que significa eso?
Christa soltó una risa y después se dio la vuelta para verla a los ojos.
—Úrsula… Parece que esa niña en el Kinderheim 204 que no le tenía miedo a nada y que lo retaba todo y a todos ya no existe más. La Úrsula que conocí en el orfanato estaría muy decepcionada de ti.
Úrsula podía verla. Podía ver esa niña pequeña que decía que no. Que gritaba. Que peleaba. Que defendía a Freya de sus miedos. Que era la pesadilla de Herr Wagner y ahora la observaba transformada en un simple peón. Sintió repulsión por sí misma.
Tú eres mi heroína
Decía la voz de Freya en el recuerdo más preciado en su memoria.
Notes:
AMÉ escribir a Úrsula definitivamente no puedo esperar a continuar escribiendo sobre ella y Freya.
Chapter 21: Tamagoyaki
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Christa no dejaba que nadie tocara su auto, no dejaba que nadie que no fuera ella se sentara en el asiento del conductor, ni siquiera Kathryn, mucho menos Tenma. Bueno, eso decía, pero cuando se encontraba desvelada, hambrienta y de mal humor, se sintió avergonzada y humillada al aceptar pasar al asiento trasero para dejar que su hermana y el pretendiente de su hermana pasaran al frente.
—No se les ocurra pisar el acelerador más de la cuenta.- Ella les advirtió antes de recostarse en el asiento.
—¿Puedo poner a The Smiths?- Kathryn le preguntó buscando los CDs en la guantera.
—Primero te dejo tirada a media carretera.- Christa le respondió con los ojos ya cerrados. Y pudo escuchar una risa que se ahogó en la garganta de Tenma.
Y Tenma no podía imaginar cómo habría sido este largo viaje sin Kathryn, incluso sin Christa, aún si lo sacara de casillas, le costaba imaginarse un escenario donde ellas no estaban. Por breves instantes, recordó a Dieter, en la compañía de ese pequeño, siguiéndolo a todos lados. Y admitió extrañar a ese pequeño niño, deseó con toda la fuerza de su corazón que se encontrara bien, le gustaría verlo de nuevo para asegurarse que se encontraba bien, aunque sabía que no estaría en mejor lugar que bajo el cuidado del Dr Reichwein.
El viaje de regreso a Praga fue largo por lo que tuvieron que hacer escala. No había hoteles en la carretera, y cuando apenas iban casi llegando a Kassel eran cerca de las siete de la noche, y cuando encontraron una gasolinera y una pensión a la orilla de la carretera, no dudaron en aparcar el auto. Antes de bajar del auto, Kathryn fue la primera en saltar y evitar que Tenma bajara del auto. —¡Espera! Te van a reconocer a estas alturas todo el país se enteró que te fugaste, no podemos dejar que llamen a la policía. Me sorprendió no haber encontrado retenes en el camino.
—Quizá debas afeitarte.- Christa sugirió con voz adormilada por el viaje. Mientras se levantaba los antifaces de dormir, analizó su exterior y después observó al médico. —Pareces un chiquillo de veinticinco cuando te afeitas.
Tenma sopesó sus opciones, ellas tenían razón, no podía arriesgarse de nuevo.
Entonces un grito de terror los hizo sobresaltarse.
Una mujer de unos cincuenta y cinco años salió disparada de la pensión dando gritos de terror suplicando por ayuda a los que se encontraban en la gasolinera o a quien la escuchara.
— ¡AUXILIO! ¡Por favor! ¡Mi hija! ¡Alguien ayúdeme! ¡Está dando a luz y está desangrándose! ¡Por favor, se los ruego! ¡ALGUIEN AYÚDEME!
Kathryn observó con pesar a la mujer y ni siquiera sintió el movimiento junto a ella. En menos de tres segundos, Tenma apareció frente a la mujer.
—Soy médico.
La mujer, desecha en un mar de llanto y desesperación, jaló de la chaqueta de Tenma y lo llevó adentro de la pensión.
—¡Por favor! ¡Salve a mi hija! ¡Es mucha sangre!
Kathryn salió del auto disparada tanto por la sorpresa como por el terror de que Tenma estuviera con gente que pudiera reconocerlo. Le gritó pero simplemente estaba cegado.
—¿Qué haces? ¡No!- Ella le gritó y entró en la pensión, seguida por una Christa con expresión cansada.
—De verdad no le importa que lo metan de nuevo a la cárcel.- Christa dijo rodando los ojos.
Kathryn los siguió a través de la casa hasta que a sus oídos llegaron los gritos desgarradores de dolor que retumbaron en las paredes y en su cerebro. La mujer seguía tirando de la chaqueta de Tenma y él se dejó conducir hasta llegar a la puerta de la habitación de donde emanaban los gritos con mayor fervor y desesperación. Kathryn observó a Tenma y en sus ojos no había duda, no se inmutó por los gritos, ni se doblegó ante el llanto de dolor, había una determinación y una serenidad que lograron darle una sensación que comúnmente habría llamado “miedo”. Sin dudarlo, Tenma entró en la habitación.
Kathryn permaneció a un lado de la puerta por unos instantes. Se dio la vuelta y Christa estaba a unos cuatro metros, visiblemente incómoda por los gritos de dolor de la mujer dando a luz.
Respingó cuando la madre de la mujer dando a luz salió disparada a buscar un cuchillo a la cocina, después fue a buscar algo en el gabinete del baño y sacó una botella de alcohol. Con las manos temblando regresó a la habitación.
Unos segundos después la mujer apareció de nuevo con la cara empapada de lágrimas.
—¿Quién… ¿Quién de ustedes es Kathryn?
Ella levantó la mano tímidamente.
—El Doctor la necesita… dice que entre…-
El estómago se le hundió a Becker. Casi quería decir que no, casi se siente lo suficientemente osada como para negarse, estaba demasiado incómoda con la situación, de ninguna manera quería entrar en esa habitación, casi podía imaginar la escena. Y sí, había visto mucha sangre, había asesinado a mucha gente, había estado frente a escenarios horripilantes, pero nada de eso se comparaba con ver a un trozo de carne con vida, salir de la vagina de una mujer. La piel se le erizó pero dando una profunda respiración entró en la habitación con los ojos cerrados.
—¿Qué?- Kathryn murmuró con los ojos aún cerrados con fuerza.
—Necesito que traigas el paquete de suturas de mi maleta y que lo tengas preparado para cuando te lo diga.- Tenma le indicó con voz serena pero no menos firme. —También trae la anestesia que está en un frasco de vidrio, por favor.
—De acuerdo.- Ella respondió y con los ojos aún cerrados, salió de la habitación para después salir corriendo al auto a sacar lo que él pidió. Cuando regresó, entró cerrando los ojos otra vez y extendió las cosas hacia Tenma.
En medio de los gritos, Tenma observó a Kathryn de una forma rápida. —Kathryn, abre los ojos y necesito que saques las suturas. Y acércate.
Kathryn soltó un suspiro dándose por vencida y cuando abrió los ojos, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza, sudó frío ante la exhorbitante y grotesca cantidad de sangre frente a ella, en la cama, en el suelo, en las sábanas, en las manos de la mujer y en las manos de Tenma, cuya atención estaba centrada férreamente en la mujer que no paraba de soltar gritos y alaridos de dolor. Era tanta sangre y que ella no lograba encontrarle forma a nada, tan solo observó a Tenma trabajar, él sabía lo que estaba haciendo. Ella no entendía qué era lo que hacía pero permaneció ahí hasta que recordó la orden del médico y con rapidez sacó las suturas y las colocó en un bote cerca de él.
Todo pasó frente a ella. Tenma siguió trabajando con rapidez y destreza, sus manos y sus dedos ensangrentados trabajando en el escarlata. Kathryn quedó en blanco cuando en menos de diez segundos, Tenma extrajo a un pequeño pedacito de carne que pronto le encontró forma. Estaba en shock al ver al bebé colgando de las manos de Tenma. Cubierto de sangre, fluidos y líquido amniótico.
En ese instante, los gritos de la mujer cesaron y comenzaron los del bebé.
—Sosténgalo.- Él dijo y la mujer rápidamente, corrió y sostuvo el bebé con ambas manos. Sus manos trabajaron en el cordón umbilical y con una voz firme la llamó. —Kathryn. Corta el cordón.
Estaba demasiado atónita como para rehusarse. Tomó las tijeras y las deslizó por el brillante tejido que sobresalía desde el ombligo del bebe hasta la placenta. Ella dio unos pasos atrás y con asombro, vio a Tenma trabajar con destreza. Sus manos parecían flotar, era un haz, era como ver a un ángel. Y a pesar de estar prácticamente bañado en sangre, Kathryn solo logró quedar más maravillada. Uso las suturas, limpio, curó y con cada movimiento, Kathryn quedaba más convencida que este hombre era un milagro del cielo. Las mejillas le ardían.
Tras unos momentos más, todo había terminado exitosamente. La madre estaba bien y el bebé también. Era un varón.
—Estará bien, pero debe tener cuidado en el aseo del corte.- Tenma indicó para después acercarse el bebé. —No soy pediatra, pero tiene una buena circulación.
El bebé continuaba llorando aún después de asearlo. Sabían que era por el hambre.
Algo dentro de ella despertó y sin entenderse, caminó tímidamente hacia la mujer que cargaba en brazos al bebé con protección y con amor. Al notarla, la mujer sonrió con los ojos llorosos y se acercó a ella también.
—¿Quiere verlo, señorita?- La mujer sonrió con voz entrecortada mientras le mostraba a su nieto cuyo llanto ya había menguado. —¿No es hermoso?
Kathryn se inclinó y observó detenidamente al pequeño ser que acababa de llegar al mundo. Su piel estaba roja y arrugada, parecía un ser delicado que parecía estar hecho de porcelana o cerámica. No podía darle nombre al sentimiento que creció en su pecho, era algo peculiar que jamás había experimentado, de nuevo no conocía el sentimiento que tomaba lugar en sus entrañas. No lo comprendía, era algo que no era desagradable. Por el contrario, era algo cálido, algo agradable que la hizo sonreír. Quizá eso era lo que en algún momento le dijeron que era la ternura. Sí. Era ternura. —Sí. Lo es.
Observó al bebé con ojos enternecidos sin darse cuenta que Tenma la observaba a ella con la misma expresión conmovida. Tras lavarse las manos de la sangre comenzó a guardar el instrumental que él utilizó. Cuando la mujer despertó, lo primero que hizo fue darle de comer al bebé, y colocándolo en su seno, la criatura succionó y se alimentó con hambre. La escena conmovió a Kathryn aún más.
Tenma estaba tan absorto que se sobresaltó cuando la anciana corrió y prácticamente tiró de su camisa para abrazarlo con fuerza. —¡Gracias! ¡Muchísimas gracias!- la mujer lloró. —¡Jamás me alcanzará la vida para pagarle el que haya salvado a mi hija y a mi nieto! ¡Muchas gracias!
Tenma dio dos palmadas amables en el hombro de la mujer y le sonrió con timidez. —No tiene porqué darme las gracias. Lo importante es que su hija se alimente correctamente.
Kathryn permaneció a unos pasos y tras unos momentos, salieron de la habitación encontrándose con una Christa arrodillada en la esquina de la sala pasando sus uñas entre las orejas de un gato negro que descansaba en el cojín. Parecía tan impasible e imperturbada por los alaridos de dolor y todo el ajetreo que hubo hacía apenas unos minutos mientras la mujer se encontraba en labor de parto. Cuando los vio salir de la habitación, ella se puso de pie y se unió a ellos con el rostro adormilado. Pero en cuanto vio la sangre en la camisa azul de Tenma, no pudo contenerse y rodó los ojos. Definitivamente estaba loco. Y al ver los ojos brillantes de Kathryn puestos en él, Christa volvió a rodar los ojos. Estaba loca.
—Me muero de sueño.- Christa se quejó.
—Debemos buscar un lugar donde quedarnos.- Kathryn murmuró con una expresión cansada.
Tenma estaba por decir algo cuando la mujer se acercó rápidamente a ellos y sostuvo a Tenma del brazo. —¡Por favor! ¡Quédense en esta pensión! Sería un gran honor… no tenemos mucho, pero hay tres habitaciones, agua caliente, una cocina y cosas para cocinar… Quédense… ya es de noche y la carretera es muy peligrosa, sobre todo si se encuentran cansados.- La mujer los miró a los tres, con ojos esperanzados, aún llorosos y una sonrisa débil. Después miró a Tenma y sus ojos se humedecieron aún más. —Usted le salvó la vida a mi hija y también a mi sobrino… es lo menos que puedo hacer por usted, su novia y la otra señorita.
Kathryn se sonrojó con violencia ante aquella frase y se abrumó tanto que tampoco se percató del rubor que coloreó el rostro de Tenma de un bonito color rojizo. Christa se cubrió la boca e hizo todo en su poder para ahogar la carcajada. Y como ninguno de los dos se dignó en decir algo por la vergüenza. Christa dio un paso al frente y sonrió con cordialidad. —Le agradecemos su oferta, mi señora. Y con gusto, aceptamos su ofrecimiento. Esperamos no causar tantas molestias.-
Christa miró a sus dos sonrojados compinches y los codeó para sacarlos del momento bochornoso, después los jalo de las mangas de la ropa. —Hey, vamos por las maletas. Para que se den un baño. Apestan a sangre y a sudor.- Ella dijo con una expresión de desagrado en la cara.
Cargando sus maletas, una vez adentro, la mujer los condujo por la casa y les mostró sus habitaciones. Eran pequeñas pero al ver la cama, todo fue suficiente para ellos, era más de lo que podían pedir. Era una habitación para Christa y la mujer, quien aún estaba segura que Tenma y Kathryn eran una pareja, se mostró gustosa de darles una a ellos. Y fue en ese momento donde, con la cara enrojecida, ambos tuvieron que rectificar y corregir la situación. Christa estaba demasiado cansada para ocultar la expresión de tedio y disgusto.
—¡Pues hacen una pareja preciosa!- la mujer les sonrió.
Kathryn deseaba que la tierra la tragara. Tenma no sabía dónde ocultar el rostro. Y Christa no encontraba forma de esconder su hastío, se sentía en medio de dos chiquillos de secundaria.
Y de esta manera sin más, lograron encontrar un techo, una cama y un refugio tras todo el caos que habían experimentado las últimas horas, las últimas semanas. La mujer les dio comida caliente, les prestó mantas y los tres estaban más que agradecidos de las amables atenciones de la dama.
Sin embargo, Kathryn estaba comenzando a sentirse paranoica. Porque la noticia de Tenma escapando y fugándose de la prisión ya era, para estas alturas, noticia nacional e internacional. Todos sabían lo que había pasado, la cara de Tenma estaba en todos los noticieros y en todos los periódicos. Ella estaba ligeramente desconfiada de que esta mujer no pareciera reconocerlo ni por error. Y después de cenar se dio cuenta que esta era la primera noche que pasaba cerca de Tenma desde que lo habían arrestado. El corazón le latía con rapidez en su pecho y con timidez, se acercó a la puerta de la habitación que la mujer le había dado a Tenma. Él estaba sentado en la orilla de la cama revisando el contenido de la maleta que habían logrado rescatar en Praga. Al verla, él sonrió.
—¿Todo en orden?- Él preguntó mientras le daba orden a sus medicamentos e instrumental médico. —Gracias por ayudarme hace un rato, lamento si hice que te sintieras abrumada.
—Fue un placer ayudarte.- Ella respondió parada en el marco de la puerta. Cuando Tenma comenzó a sacar algunos medicamentos de su maleta, y entre el movimiento dentro de la maleta, el dibujo que ella había visto en Praga, se coló entre sus manos, llamando la atención de Kathryn. —Ese dibujo… Tú… ¿Tienes un hijo?
Tenma la miró solo un momento y después miró el dibujo para después negar con la cabeza y sonreír con tristeza.
—Me lo dio un amigo. Se llama Dieter y tiene 8 años- Él explicó sosteniendo el dibujo con ambas manos. Y Kathryn no dijo nada pero su presencia y su manera de dar un paso al frente con más curiosidad esperando que le contara más. Con una sonrisa triste, se dispuso a contarle sobre aquel pequeño y valiente niño que había rescatado de las manos de un hombre violento y abusivo en Berlín. Le contó cómo lo había acompañado por meses, casi un año entero, le contó su travesía y sus momentos con el pequeño. Y conforme más hablaba, más parecía perder ánimo y su energía y contento parecía decaer. —Su cumpleaños fue hace tres semanas. Y no le he enviado ni siquiera una carta… yo… lo dejé en Múnich al cuidado de un amigo, el Doctor Reichwein… al hombre que conociste en Düsseldorf.
Kathryn escuchó atenta y conforme más le hablaba más se sentía intrigada.
—¿Porqué no le escribes una carta? Estoy segura que Dieter se muere por saber de ti…- Ella sugirió sosteniendo el dibujo como si fuese un tesoro. —Fuiste tú quien lo rescató, y quien cuidó de él por muchos meses, técnicamente te ve como su padre ahora…
Tenma guardó silencio y su ánimo decayó un poco más. —No creo poseer el derecho de tener ese título… yo lo abandoné. El último día que lo vi, lo tomé de la mano y lo llevé hasta las puertas de la casa del Doctor Reichwein. Todo el camino lloró, suplicándome que no lo dejase, y aún así lo abandoné. Ni siquiera sé si puedo mirarlo a la cara después de lo que hice… después de lo que voy a hacer. Probablemente ni siquiera quiere verme. Jamás podría ser un padre. Soy muy egoísta…
Kathryn, que llevaba ya vario rato sentada junto a él, se animó a acercarse más para colocar una mano en su espalda. ¿Qué debía decir? ¿Qué podía decir para hacerlo sentir mejor? O quizá debía permanecer callada, y dejar que él se desahogase. Quizá lo que él necesitaba era una expiación… pero ella no podía dársela. Era algo que le concernía a Tenma y solamente a Tenma. No sabía cómo funcionaba la maternidad y ni la paternidad, la única referencia que tenía era su madre pero a ella la conoció cuando ya era una adulta. ¿Cómo se supone que funcionaba con los niños?
—Tienes que regresar…- Ella finalmente le dijo. —Tienes que ser lo que ese pequeño necesita. Y estoy segura que lo eres… Si todo esto que haces… la persecución que estás llevando a cabo tiene un fin… hazlo por amor. Hazlo por amor al niño que te espera. De esa forma no le habrás fallado.
Tenma la miró con sorpresa.
—El que lo hayas abandonado fue difícil y quizá no haya sido la mejor opción… pero era a final de cuentas, lo mejor que pudiste hacer por él. No fuiste egoísta… lo hiciste porque quieres que esté a salvo, ¿no? No hiciste nada malo. No realmente.- Ella finalizó agachando la cabeza, maldiciendo que ya no había rizos largos que le ocultaran la cara. —Lo salvaste y ese niño seguro que te adora y muere de ganas por verte de nuevo.
Pasaron unos tortuosos segundos antes de escucharlo dar una respiración lenta. Kathryn se animó a levantar la mirada y para su sorpresa, él estaba sonriendo.
—Te lo agradezco.- Tenma dijo sin mirarla.
Y ella no sabía bien qué era lo que le agradecía. La conversación se extendió hasta casi las dos de la mañana.
La ventana estaba abierta, y todo lo que hablaron pasó a la habitación siguiente. Christa ya estaba recostada en la cama hecha un ovillo y con la conversación, ella se sintió pequeña, no podía contenerse o evitar sentir algo en el pecho que quemaba un sentimiento que ciertamente le costó identificar al inicio pero claramente supo que se trataba de envidia. Miró al suelo, vio la caja de ajedrez y se preguntó qué tan lejos podría estar Grimmer en esos momentos.
Cerró los ojos con fuerza y se cubrió la cabeza con la sábana resistiendo las irrefrenables ganas de levantarse a fumar.
“No deberías fumar tanto.”
De acuerdo.
A la mañana siguiente, Tenma se sentía en la costumbre de preparar algo de comer a sus anfitriones, por lo que levantándose antes que todos, se apresuró a la cocina y se dispuso a preparar el desayuno. Kathryn fue la segunda en despertar y al salir de su habitación percibió el aroma de mantequilla que le despertó el hambre. Rápidamente bajó las escaleras y encontró al médico, cocinando diligentemente, al verla, él sonrió.
Kathryn no tenía idea de cocina, ni de ingredientes ni de cómo preparar un mísero huevo frito, así que permaneció parada, a media cocina. —Yo no sé cocinar.- confesó. —Nunca nos enseñaron en el orfanato…
Tenma inclinó la cabeza y con una sonrisa, señaló tres huevos en un recipiente. —Entonces aprenderás a preparar algo hoy. Ven y rompe estos tres huevos en el recipiente.
Kathryn obedeció y con las manos temblorosas rompió el cascarón y pedazos del mismo se vertieron en el traste, pero con cuidado enmendó su error.
—Ahora batelos con el tenedor.- indicó mientras picaba un cebollín.
Y eso hizo.
Técnicamente él hizo todo el trabajo, pero mientras lo hacía, él le mostraba con amabilidad la técnica y lo que estaba haciendo. Genuinamente ella estaba maravillada por la forma que Tenma cocinaba, con destreza, delicadeza y cuidado. Le gustó. Le gustó mucho verlo cocinar.
—¿Dónde aprendiste a cocinar?- Kathryn preguntó inclinándose sobre la sartén mientras él colocaba la tortilla de huevo y la enrollaba con cuidado.
—Mi padre me enseñó cuando era niño y vivía en Japón. Es una forma de prepararlo que aprendió de su familia. Creo que no se me ha olvidado.- él respondió sonriendo con tristeza.
Inmediatamente después, la mujer apareció en la cocina con una sonrisa radiante en la cara.
—¡Qué aroma tan exquisito! No era necesario que se molestaran preparando el desayuno, pero les agradezco a ambos, son muy dulces.- Ella dijo sonriente mientras se acercaba.
Christa apareció con el cabello húmedo y mientras se cepillaba el cabello quedó petrificada en el marco de la puerta de la cocina.
Christa percibió el aroma e inmediatamente reconoció el platillo. Algo en su cerebro se despertó, no solo era el hambre, su cerebro, rápidamente reconoció el aroma de la mantequilla, el huevo, la cebolla, las verduras sazonadas… El aroma no era nuevo para ella, no era algo que no reconociera. Se vio a sí misma parada junto a un hombre frente a una estufa, se vio a sí misma sentada en la mesa, se vio tomando un pedazo de ese plato… era… el nombre de ese platillo era…
—Se llama tamagoyaki.- Tenma dijo emplatando los rollos de huevo con verduras.
Cuando Christa se sentó en la mesa y vio el platillo, no era nuevo. Cuando como el tenedor y lo enterró en el huevo tampoco era nuevo. Cuando lo metió a su boca. Y los sabores se derritieron en su lengua, tampoco eran nuevos. Un hombre le acariciaba la cabeza, una mujer le daba un beso en la mejilla. Ese sabor. Era exactamente igual que aquel que permanecía en su memoria. El labio de Christa tembló. Su memoria le daba algo que había permanecido encerrado bajo llave y que se desbloqueó en el momento de percibir el delicioso aroma y dar el primer bocado.
Con timidez tomó otro pedazo, y luego otro, y luego otro.
Tenma no lo dijo pero se sintió sorprendido de verla disfrutar algo que él preparó, porque estaba completamente preparado para su desaprobación. Pero Christa guardó silencio y devoró todo en su plato. Y en todo el desayuno, mientras todos hablaban, ella simplemente agachó la cabeza y guardó entero silencio.
Después del desayuno, Christa corrió a la habitación que le habían dado y con las manos temblorosas, sacó los expedientes de Daisuke Tenma y los leyó por enésima vez. Si Daisuke Tenma era uno de los directivos que estaban a la cabeza del Kinderheim 511 entonces solo había una cosa por hacer, algo que sabía que tendría que haber hecho desde hacía mucho tiempo pero que jamás se había animado a aceptar. Maldijo, se abrazó a sí misma y otra vez sintió como los ojos le escocían. Apretó los expedientes y sollozó en silencio.
Para las tres de la tarde de ese mismo día, Christa ya había preparado su maleta.
Encontró a Tenma y a su hermana en la cocina preparando la comida. Ella tenía las manos ocupadas picando unos champiñones y él estaba demasiado ocupado picando la carne y sazonando, se quedó parada y los observó y casi siente el impulso de abandonar la casa sin decirle a nadie, pero Christa era demasiado cortés y educada para hacer eso. Aclaró la garganta y esperó a que ellos se percataran de su presencia. Kathryn fue la primera en voltear, primero sonrió y al ver la maleta junto a sus pies la sonrisa desapareció.
—¿Vas a algún lado?- Kathryn preguntó y Tenma se giró también a verla.
Christa asintió suavemente. —A Berlín, es un viaje largo así que partiré ahora.
Ninguno de los dos preguntó por qué ni a qué. Kathryn dio unos pasos hacia ella y se detuvo antes de tocarla.
—Lamento que tenga que llevarme mi auto, pero lo necesito.- Ella soltó y después la miró. —Me imagino que irás a Praga ahora… Solo me queda desearte suerte, Kathryn. Y que tomes buenas decisiones.
Christa soltó un suspiro y levantó los brazos para estrechar a su hermana en un abrazo, Kathryn se petrificó pero rápidamente le devolvió el abrazo. —Sigue cuidándote, ¿quieres? Prometo que no es un adiós, nos volveremos a ver. Los encontraré, sé que lo haré.
Cuando soltó a Kathryn, sintió un agujero en el estómago cuando vio a Tenma, mirándola con pesadumbre. No tenía aún las agallas para mirarlo a los ojos por más tiempo y con vergüenza miró al suelo.
Los expedientes de Daisuke Tenma eran un golpe en el estómago y estar cerca de Kenzo era… doloroso, un golpe y una estocada de una esperanza que no quería permitirse sentir.
Pero todos sus esfuerzos se vieron en vano cuando fue él quien jaló de ella y la abrazó.
Abrió los ojos, atónita y sus músculos se tensaron al punto que dolía. No quería llorar, no quería llorar. No quería.
—Gracias.- Él le dijo. —Por todo.
Para ese momento, Christa no sabía qué era lo que él estaba agradeciéndole, quizá fue la ayuda en Praga, el que lo haya visitado en la cárcel, el haberse quedado cuando el mundo le dio la espalda por enésima vez. Después de unos segundos, sus músculos se relajaron y tomó el valor suficiente para levantar los brazos y pasarlos por su torso, devolviendo el abrazo con suavidad.
—Gracias a ti por todo. Gracias por cuidar de mi hermana.
Había muchas cosas que ella quería hablar. Muchas cosas que quería aclarar, pero nada salió de su boca, nada. Solo un breve agradecimiento en el que ella deseaba albergar todo lo que tenía para decirle.
—Lamento haber sido grosera contigo todo este tiempo.- Se lamentó pero después soltó un suspiro. —Pero a veces sí actúas como loco y a veces no te bañas.
Tenma soltó una risa y la soltó dando un paso atrás.
Por primera vez, Christa le sonrió.
Y después de que Tenma y Becker le dieran una bolsa con un poco de la comida que ellos habían preparado, Christa guardó la maleta en su auto y tras agradecerle a la mujer que le había brindado un techo por esa noche, encendió el auto y trató de no ver atrás cuando salió por la carretera de regreso a Alemania.
No era un adiós, ella lo sabía. Pero aún así, dolió.
Notes:
HOLA! por fin después de varios meses pude terminar el capítulo y debo decir que me encantó escribirlo. En fin gracias por esperar y espero que les guste el cap que traje para ustedes 💖
Chapter 22: Atlas y Sísifo
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
PRAGA, REPÚBLICA CHECA.
P. Brêvnov 0. Un campanario a la izquierda. Una veleta a la derecha.
Para las diez de la mañana, la Mansión de las Rosas Rojas ardía hasta sus cimientos. Los bomberos tardaron cuarenta minutos apagando el fuego, para las once de la mañana, el viento apestaba a humo, había patrullas y mucha gente aglomerada detrás de la cinta amarilla de contención. Nadie salió herido pero determinaron que el incendio había sido provocado en el segundo piso. Parecía un viaje inútil y que ya no tenía propósito, pero el mensaje lo enviaba ahí.
—Doctor Tenma.
Reconoció a los guardaespaldas de Herr Wolf y no tuvo más remedio que ir con ellos.
La imagen del general Wolf postrado en la cama, con la piel arrugada, y las funciones vitales complementamente por el suelo, era una imagen diferente a la que Kathryn tenía de él. La primera y última vez que lo vio fue en Frankfurt hacía unos siete años, ella aún trabajaba para la RDA, siempre con el uniforme y con la sonrisa serena como la de aquel que ella ya no quería recordar. Ella creía que el viejo ya ni siquiera podía ver, mucho menos reconocerla, pero cuando entraron a la habitación del hospital, Wolf abrió los ojos con terror un minuto antes de volver a relajarse.
—¿Has venido a cobrar lo justo? Bueno, ya estoy listo, Rosa. Pero solo después de hablar con el Doctor Tenma, hay cosas que debe saber.- dijo el anciano sin mirarla.
Kathryn sintió un escalofrío que la recorrió de los pies a la cabeza.
—No hable, necesita descansar.- Tenma se sentó en la silla junto a la cama recargando los brazos en sus rodillas.
—Recibió la carta de Johan, ¿Verdad?
Tenma solo asintió con la cabeza.
—En este momento ya debe de haber salido a la luz aquel secreto y olvidado infierno.- El anciano comenzó a decir con debilidad pero con férrea intención de hablar. —Verán, en 1981, cuarenta y seis personas desaparecieron de la faz de la tierra, la última vez que se les vio fue en la Mansión de las Rosas Rojas, cuarenta y seis almas que dejaron de existir y que probablemente las hayan descubierto en el rosal del jardín, ahora que la mansión fue quemada los secretos salen a la luz pero probablemente pocos lo entiendan.
—¿Quién los mató?- Kathryn se animó a preguntar.
—En la Mansión de las Rosas Rojas se llevaban a cabo los experimentos. Ahí surgieron las ideas que llevaron a Bonaparta a la creación del segundo orfanato. Fue ahí donde no solo leían a los niños, también se desarrollaban los proyectos de experimentación en las jovencitas del Kinderheim 204.- Dijo el hombre antes de toser con violencia.
—¿Qué sabe de Daisuke Tenma?- Kenzo preguntó con voz trémula, como si no desease saberlo en realidad.
—Fue uno de los pioneros en el desarrollo del Kinderheim 511…Sus investigaciones del cerebro infantil fueron un coadyuvante a las de Bonaparta. Los experimentos habrían sido un éxito con su colaboración. Pero cuando nació su hija… renunció.
—¿Qué ocurrió con su hija?- Kenzo se apresuró a preguntar, era su prima-hermana de la que estaban hablando, y estaba por ahí, en alguna parte, sino es que muerta. Kathryn permaneció inmóvil como una piedra, a su espalda.
El General Wolf tosió con violencia antes de exhalar, las puntas nasales se movieron apenas un milímetro antes de recuperar la calma.
—La niña… Fue ingresada en el Kinderheim 204 en 1978… y fue una de las que lograron sobrevivir tras la caída del 511… fue la primera en sobrevivir… pero no recuerdo su nombre. Ni el que le dieron en el orfanato.
Kathryn no estaba viendo el rostro de Kenzo. Pero cuando avanzó para mirarlo, su mandíbula había caído, su labio temblaba, sus ojos color miel se encontraban cristalizados, había perdido el color en el rostro y parecía haber visto un fantasma, un aterrador fantasma. Algo en su pecho se apretó cuando lo vio bajar la mirada, el cabello largo y negro le cubría el rostro como una cortina. Porque tarde o temprano, las sospechas habladas se iban a cumplir, las teorías que se hablaron en secreto y ciertamente a espaldas del propio Tenma, iban a caerle a él de golpe, como un balde de agua helada o un balde de agua hirviendo.
Aún sin saber cómo reaccionar, Kathryn estiró una mano y la colocó sobre el hombro de Kenzo y apretó suavemente.
Que Wolf les revelara el origen del nombre de Johan, o que Eva estuviera en Frankfurt con los otros miembros de la organización, era apenas un poco de lo que en realidad había marcado algo en Tenma. Su familia. Había convivido con su familia sin saberlo.
—Cuando encontré a los gemelos, ambos estaban perdidos, sin nombre y sin un lugar al cual llegar o al cual regresar.- Dijo Helmut Wolf. —La familia es difícil. Muy complicada.
—Sí.- Kenzo dijo en un hilo de voz.
—Por favor, Doctor Tenma…- El hombre dijo con la voz aún más débil. —No debe permitir que el demonio avance. Usted… usted es el único que puede detener al demonio. Si un Tenma lo inició, un Tenma lo debe terminar. Debe salvarlos. Debe salvarnos a todos.
Helmut Wolf murió unos segundos después, cuando la luz escapó de sus ojos, Kathryn pudo volver a respirar, vio a Kenzo cerrar los ojos del hombre, lo vio ponerse de pie, agradecer que lo habían llamado, y salir de la habitación de ese hospital en Praga. Kathryn caminó detrás a una distancia considerable, temerosa de un aura que lo rodeaba con fuerza, frustración, tristeza, nostalgia, miedo y cada emoción que ella podía nombrar más no experimentar. No podía ni siquiera imaginar lo que estaba pasando por la mente de Kenzo.
Cuando salieron del hospital, él siguió caminando a su mismo ritmo. Sin esperarla, ni mirarla. Ella tampoco tenía las agallas para caminar y tocarle el hombro para rogarle que dijera algo. En ese cuarto de hotel, habían colocado mucho más peso en sus hombros del que ya cargaba desde 1995. Todos lo único que habían hecho era poner más y más peso en sus hombros, como el Atlas que carga el mundo. Cuando su camino parecía vislumbrar un final algo llegaba a tumbarlo de nuevo, como a Sísifo. El calvario de Kenzo Tenma parecía aumentar a pasos agigantados, y ella no podía evitar experimentar algo que probablemente se parecía a la pena y a la compasión. ¿Qué debería decir? ¿Qué debería hacer?
Por diez minutos, caminando, Kenzo no dijo una palabra. Hasta que llegaron al Puente de Carlos, Tenma se giró y para sorpresa de Kathryn, él sonrió.
—Lo sabías.
Kathryn agachó la mirada, avergonzada.
—El primero en pensarlo fue Grimmer.- Ella explicó. —Él y yo… bueno… Pensamos que no era necesario decir nada.
Kathryn se petrificó cuando Kenzo jaló de ella para abrazarla, no porque fuese algo inusual, sino porque era lo que menos esperaba que él hiciera tras los pasados acontecimientos. Pero no importaba, Kathryn recargó la mejilla en su hombro y correspondió el abrazo como ya había aprendido a hacerlo. Lo sintió acariciar su espalda, y los rizos rojizos que ya comenzaban a crecer. Cuando se separaron sus ojos permanecían tristes, pero él sonreía. Ella no dudó en sonreírle también.
—No sé si te lo he dicho antes.- Él comenzó. —Pero estoy muy agradecido de que estés aquí.
Kathryn parpadeó lentamente antes de sonreír, abrumada con un sentimiento curioso, de que por primera vez él ya no le insistió en irse y seguir con su camino.
—Un honor, Doctor.
Quizá estaban demasiado cerca, porque él rápidamente se irguió y se separó con una sonrisa nerviosa.
—¿Tienes hambre?
—Siempre.
Ambos soltaron una risa suave. Y sin más, pasaron el resto de ese día en Praga, cuidándose de la policía pero con un aire renovado. Ninguno de los dos mencionó a Daisuke Tenma, o a Johan, el Kinderheim 511 o 204, o cualquiera de lo que les abrumaba. El día era precioso como para arruinarlo de una forma tan desagradable. La comida que compraron supo a Maná, el clima cálido y precioso, almorzaron sentados en el verde césped del parque, caminaron por las preciosas calles de Praga, incluso ella se gastó cien coronas en unos libros de Franz Kafka, fue sin duda el día más feliz que él había tenido en años. Y todo era en parte, gracias a ella. Sin querer, cumplió la invitación que Kathryn le había hecho en la carta que le envió mientras estaba en prisión. Visitar Praga, solo ellos dos sin pensar en nada más.
A la mañana siguiente, a primera hora, partieron con destino a Frankfurt.
Un mes antes
FRANKFURT, ALEMANIA
Úrsula tamborileó las uñas sobre la barra del bar mientras esperaba con impaciencia como el nuevo barista preparaba una margarita con manos temblorosas y nerviosas. Con hastío, se preguntó porqué un hotel de tanto renombre habría contratado un novato para trabajar en el bar. Dejó de prestar atención cuando sintió la presencia de un joven de cabello rojizo y semblante arrogante, con una sonrisa de esas cuando sienten que son dueños del mundo. Ella apenas inclinó la cabeza, meciendo sus rizos color sangre por encima de la barra, ella sonrió con la misma arrogancia.
—Así que tú eres el chiquillo que se quedó con el trabajo tras la muerte de Herr Sievernich.- Cuando la margarita llegó, le dio un sorbo. —No te pareces en nada a tu padre.
—Me habían dicho que eras guapa, pero definitivamente se quedaron cortos.- El joven le dijo inclinándose un poco. Úrsula olió la colonia cara y el olor del traje recién planchado. —Fraulein Úrsula Schaffer…
—Qué amable.- Ella respondió con tono filoso y sarcástico. —Me gustaría que me dijeras mis funciones de una buena vez.
—Y también me dijeron que eras muy fría. Trata de relajarte más, linda.
—Mis funciones, niño.- Úrsula escupió sin paciencia.
Christof Sievernich era quizá tan solo unos nueve años más joven, pero ella sólo podía ver a un chiquillo de quince años en él, tal como al monstruo. — Llegué a Frankfurt por trabajo, espero mi pago antes de mañana al medio día así como también libertad para hacer mi trabajo.
Una vez más, terminaba trabajando para la RDA, pero a diferencia de la vez anterior, esta, corría para la mera y limpia voluntad de la misma Úrsula. Quizá habían sido las palabras de Christa en Praga hacía unos meses, o quizá había sido su necesidad de salir del país con Freya tan pronto como fuera posible. Pero luego Freya le dio un gramo de la expiación que ella tanto necesitaba. Tal como el grano de mostaza que mueve la montaña, el temple de Úrsula fue sacudido y movido de su recóndita cueva por las palabras de una Freya que le pedía terminar con esto y las palabras de una sabia Christa que la impulsaban a dejar de ser un maldito perro. Mientras Kathryn y Christa estaban allí afuera en algún lugar buscando recuperar lo que les arrebataron en el Kinderheim 204, Úrsula lo había reducido todo a una rendición casi irrevocable. Casi.
No. Ahora ella estaba ahí. Por su propia voluntad aunque no lo pareciera. Porque de esa forma estaba cerca de lo único que la separaba de la libertad.
—¿Cuándo veré a Čapek?
—Está en una reunión con otro de sus trabajadores.- dijo Sievernich con esa maldita sonrisa arrogante. Úrsula solo deseaba borrarla de un golpe. —Pero no tienes porqué arreglarte con él, conmigo basta, preciosa.
Ella lo ignoró y se levantó del asiento para caminar directamente a las enormes puertas del salón. Pero se detuvo cuando antes de ser vista, vio a un hombre rubio de unos cuarenta años y al mismísimo Bebé subiendo las escaleras. Retrocedió apenas unos pasos para permanecer invisible. Algo decía el Bebé sobre comportarse o no cometer estupideces, se lo decía al hombre rubio que además de parecer tranquilo, tenía un aire relajado y despreocupado como si llegase a un bar a tomarse una cerveza. Antes de dar otro paso al frente, ambos hombres entraron por las puertas y estas volvieron a cerrarse. Úrsula resopló.
—Te lo dije.- canturreó Sievernich. —Arréglatelas conmigo. Y ciertamente tengo un trabajo especial para ti.
Úrsula se dio la vuelta y lo miró con desdén. Sabía que aquellas palabras sólo podían significar una cosa: Asesinar.
Christof Sievernich era un sujeto que la incomodaba, tenía una sonrisa arrogante parecida a la del monstruo, pero no solo eso, al verlo, uno tenía la firme certeza que planeaba algo, algo inherentemente macabro. A pesar de ello, Úrsula lo miró fijamente durante la conversación que prosiguió los minutos consecuentes.
—Ustedes, “las Rosas”, así les llamaban, ¿no es verdad?- Él dijo con burla. —Tengo por ustedes el mayor de los respetos, creéme, no tengo la más mínima intención de hacerte enojar. Dicen que ustedes fueron entrenadas, y que sus habilidades no pueden ser igualadas a la de ningún soldado. Es una pena que solo hayan sobrevivido diez… y es una pena aún más grande que de esas diez solo sigan vivas únicamente cuatro.
—Fueron todos esos imbéciles los que se encargaron de eliminar a las otras seis. Incluido tu padre.- Úrsula aclaró con hastío. —Entonces se dieron cuenta que podían sacar un poco de provecho de lo que podíamos hacer.- Sus palabras estaban cargadas de veneno, odiaba el concepto en el que se estaba enmarcando, se sentía atrapada, como un gato acorralado por una jauría de perros. Y todo porque en su momento se había rehusado a luchar. Pero por eso estaba ahí, por esa razón escogió obedecer una última vez para poder salir. Entrar para salir, esa era la idea. Ese era el maldito plan.
Christof sonrió como un zorro. Y ciertamente lo parecía, con ese cabello rojizo y mirada perspicaz y molesta. Después se recargó en el asiento relajando los brazos. —Traté de investigarte, pero no hay demasiada información sobre ti. O tus hermanas . La verdad hicieron un excelente trabajo guardando la información. ¿Cómo se llamaba esa mujer? La que estuvo a cargo la gran parte del tiempo… ¡Oh sí! Frau Eda Klein, falleció hace unos meses, en Praga.
Úrsula se tensó apenas un poco. Freya le había contado y había sido información de primera mano, la misma Kathryn Becker había estado ahí el día del atentado a la escuela, lo había visto en las noticias y leído en el periódico. Sabía de todo el embrollo alrededor de la cinta que Frau Klein dejó en poder de Kathryn, aún hoy, ella permanecía sin saber qué contenían aquellas grabaciones que ocasionaron tantos alborotos en Praga. A este punto, ya no era importante, ¿verdad?
—Hiciste tu tarea, buen chico.- Úrsula se burló sacando la cajetilla de cigarrillos de su bolso. —No creo que puedas conseguir mucho sobre mi o mis compañeras, aún si lo quisieras.
—¿Pero tú lo quieres, no?
Úrsula dio una calada al cigarrillo y con éxito logró disimular su ansiedad. No respondió y después de unos momentos de silencio, Úrsula dejó salir una pesada exhalación.
—¿A quién mataré?
—Al Bebé.
Úrsula, dio otra calada y la dejó dentro de su boca. El humo se coló por su nariz cuando ella no exhaló. Y tratando de no mostrarse consternada o evidentemente sorprendida, enarcó las cejas dando otra calada más al cigarrillo. Christoff sonreía con tranquilidad, de nuevo, la sonrisa era parecida a la del monstruo.
Tras unos minutos, y sin éxito de ver de nuevo a Čapek, Úrsula tomó su bolso y salió del hotel con los tacones retumbando en el suelo de mármol. Cuando bajó las escaleras de la salida, sentado en la esquina de la jardinera de piedra, el hombre rubio fumaba otro cigarrillo. Junto a él estaba otro hombre que parecía anotar algo en una agenda forrada de cuero.
—Eva Heinemann se encuentra en el hotel B.-
Úrsula dejó de escuchar y cuando llegó a la acera estiró la mano pidiendo parada al taxi.
De camino al hotel donde Freya la esperaba, Úrsula sentía que podía saborear un poco de la libertad prometida que venía acompañada de sus últimos trabajos. Sólo quedaba poco tiempo, tal vez semanas. Y en esos días ¿Qué planeaba hacer cuando se topase con Čapek? ¿Había siquiera un plan? Úrsula no los tenía, pero de una cosa estaba completamente segura. Sus días para seguir órdenes, estaban contados. Freya la recibió con las rodillas en el pecho, el cabello rubio peinado en una coleta y una expresión expectante, como aquellas que le daba en el orfanato cuando Úrsula solía hacer cosas indebidas. Sonrió con tristeza y el maullido de Maple rompió el silencio.
—Debiste irte cuando te lo dije.- Úrsula dejó caer el bolso y arrojando los zapatos se dejó caer en la cama junto a ella.
—Me conoces lo suficiente como para saber que no lo haría.- Freya respondió con monotonía. —¿A quién matarás ahora?
—Al Bebé.
—Me sorprende que no lo hayan hecho antes.- Freya comentó girándose para verla. —¿Quién te lo ordenó? ¿Čapek?
—No. Dudo que la orden venga de él. El Bebé es un pez bastante gordo en la organización. Dudo que Čapek quiera deshacerse de él ahora que solo quedan pocos de los miembros principales. Probablemente sea solo el capricho del idiota de Sievernich. Para ser honesta, no me interesa. Solo quiero el maldito dinero… y ver a Čapek.
Sintió la mirada acusadora de Freya pero la ignoró incorporándose de la cama.
—Falta poco tiempo. Lo prometo.
Un mes después
Kathryn la esperó afuera cuál gato que espera afuera de la ratonera, al verla, casi se le fue encima, no fue violenta, pero con la correcta cantidad de fuerza, para inmovilizarla, a pesar de ser más baja de estatura de Úrsula, era más rápida. Ella no parecía molesta, ni sorprendida sino divertida.
—Miren lo que trajo el viento.- Úrsula sonrió socarrona. —¿No te habías esfumado de la faz de la Tierra, cabeza de zanahoria? Te creía muerta.
Úrsula no iba a sacar a colación que en realidad sabía que Kathryn andaba por ahí merodeando los alrededores tras su regreso de quién sabe dónde.
—¿Qué haces trabajando para la RDA?- Becker escupió. —¿Sigues en esos trabajos? Después de todo lo que han hecho… de lo que nos hicieron. Es como si estuvieras traicionando a todas. Debería darte vergüenza…- Kathryn masculló apretando los dientes.
El cuestionamiento y las palabras consiguieron encender una mecha en ella. Por sus ojos azules se cruzó un rápido destello de furia. —¿Qué derecho tienes tú de cuestionar mis decisiones? No tienes idea de lo que tuve que hacer y los sacrificios que tuve que asumir para poder sobrevivir. Mientras tú escapaste a quien sabe dónde como un zorro asustado, el resto de nosotras tuvo que tomar decisiones. Y durante mucho tiempo fui un perro que solo obedecía. Pero estoy aquí hoy por mi voluntad, porque esta es la última oportunidad que tengo para poder conseguir la expiación que Freya y yo merecemos.
Las palabras fueron peor que una bofetada para Kathryn, quien retrocedió con las mejillas encendidas de vergüenza.
— Yo no escapé…
Encuentra la paz
Úrsula miró al otro lado.
Mátala
Tras unos momentos de silencio, Úrsula suspiró y la miró de nuevo. —¿Qué estás haciendo aquí?- Ella preguntó con una voz un tanto más amable.
—Muchas cosas…- Kathryn se limitó a responder por lo complejo que era responder. Buscar su nombre, recuperar lo que el Kinderheim 204 le arrebató, venganza, paz. Ayudarlo a él.
—¿Qué no es…el doctor asesino que se fugó de la cárcel hace tres meses?- Úrsula miró por encima de Kathryn y agudizó la vista mirando a un Kenzo recargado en la pared de enfrente con expresión seria y poco afable. Después volvió a mirar a Kathryn. —¿En qué malos pasos andas, señorita?
Kathryn solo bajó la mirada y una sonrisa cansada se dibujó en su rostro.
—Él no es un asesino, es…- Sacudió la cabeza. —Necesitamos tu ayuda, Úrsula… estamos buscando a una mujer llamada Eva. Eva Heinemann. Al parecer fue traída por la organización .
Úrsula relajó los hombros. —Están en su día de suerte.
Notes:
Hola!! PRIMER CAPÍTULO DEL AÑO. Después de varios meses por fin traigo un nuevo capítulo! Sinceramente es más corto de lo usual pero espero que no sea molestia. Los siguientes ya serán un poco más largos (espero)
En fin, gracias por leer y no olviden comentar ❤️
Nos vemos! Besos y cuídense💖
Chapter 23: El peso de 100 cadáveres
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Y no les fue para nada difícil encontrar al tal Martin de quién Úrsula les había hablado:
“Martin. Un sujeto rubio como de cuarenta, es quien se encuentra en compañía de Eva, lo vi varias veces durante el mes. Desconozco de qué se trate, pero si quieren hablar con él, pueden encontrarlo en el bar de la calle Presber. Por lo que he visto, el tipo no bebe, solo va a fumar ahí.”
Cuando lo encontraron, estaba solo, lo observaron estar ahí durante un par de horas y después salió del bar con otro cigarrillo entre los labios. Si tanto Kathryn como Tenma eran honestos, ese tal Martin, no parecía ser alguien que retuviera a Eva con demasiado esmero, en otras palabras, no parecía ser él quien retenía a Eva. Pero aún así, se dedicaron a observar.
Tras un par de semanas, observando y siguiendo a ese tal Martin, Tenma llegó a la conclusión que debía enfrentarlo y hablar con él.
Durante esos días, habían estado quedándose en diversos hoteles para evitar estar estáticos en uno, eran lo suficientemente accesible para no desperdiciar tanto dinero en lujos y solamente con lo necesario, incluso habían dejado de pedir dos habitaciones y comenzaron a pedir una, a veces había suerte de encontrar habitaciones con dos camas, a veces solo con una. Cuando eso ocurría, Kenzo naturalmente le dejaba a ella la cama y optaba por dormir en el sofá o en el suelo, siempre bajo regaños y reclamos de ella exigiendo que fuese él quien tomara la cama. Claro estaba que Kenzo nunca lo permitiría.
Desde que habían llegado a Frankfurt, después de los reveladores acontecimientos en Praga, Kenzo había pasado esos días con la cabeza metida en asuntos que podrían llamarse: “familiares”
No había pensado en sus padres ni en sus hermanos en mucho tiempo. Quizá meses. Kenzo no quería malgastar energía o tiempo pensando en personas que en ese momento no querían saber nada de él. Y sin embargo ahí estaba, pensando en sus padres, en su tío y sobre todo en la hija perdida que tenía la casa de los Tenma. Su prima.
—¿Porqué no hablas con tu familia?-Kathryn sugirió mientras se pintaba las uñas de un bonito color salmón. —Estoy segura que ellos querrán saber de ti.
Era fácil decirlo y querer hacerlo. Kenzo era lo suficientemente humilde para saber que necesitaba hablar con ellos. Pero era lo suficientemente orgulloso para no desear levantar el teléfono. No deseaba hablar con Yuichi, ni con su padre, ni mucho menos con su madre. Pero Hiro era diferente. Hiro siempre cuidó de él. Fue el primero en oponerse a que se fuera a Alemania. Y cuando estaba en prisión, Vardemann le dijo que Hiro Tenma había hablado desde Japón rogándole que tomara el caso para defenderlo.
Hiro.
Hiro tan dulce e ingenuo como siempre.
Kenzo sabía que si lo buscaba, lo encontraría. El dilema del asunto, era no estar seguro si deseaba buscar a su hermano en primer lugar.
Esa misma tarde cuando Kathryn salió a buscar un caramelo en la recepción del hotel, Kenzo tomó el teléfono del hotel.
—Tenma Hiroyuki al habla.- escuchó en japonés.
Kenzo tuvo que reprogramar su idioma del Alemán al japonés en cuestión de unos cinco segundos. Y casi se arrepiente de haber llamado y casi cuelga el teléfono pero la nostalgia de escuchar la voz de su hermano después de muchos años le impidió soltar el teléfono.
—Hiro.- Murmuró.
Fue cuestión de segundos, en realidad fue apenas un respiro y la voz al otro lado de la línea se volvió vehemente, ansiosa con una carga de emoción y quizá… alegría.
—¿Kenzo? ¡ KENZO ! ¡Por el amor de Dios! Kenzo… Dios… hermanito… Oh, mierda. ¿Qué? ¿Cómo?
Sonrió al escuchar la voz enérgica del hermano de en medio aún mayor que él. Parte de él se alegró de ver que aún pasados años, su hermano seguía recordando su voz.
—Hola… ¿Cómo estás?
—¿¡Yo!? ¡Tú! Yo estoy bien. Mierda, no sabía cómo contactarte… he querido buscarte desde hace mucho tiempo. Hablé con él abogado Vardemann hace dos meses, y luego escapaste. Y luego…
“Soy un fugitivo y no estoy en un lugar fijo.” El menor de los Tenma pensó. Hubo un silencio de un par de segundos donde ninguno de los dos supo que decir.
—¿Cómo están mamá y papá?
—Bien… ellos… se encuentran bien.
—¿Y Yuichi?- Preguntó por su hermano mayor.
—Hace un buen rato que no lo veo. Pero él estaba bien la última vez que hablé con él.
—Ya veo, me alegra mucho saber que están bien.
Hiroyuki Tenma suspiró del otro lado de la línea. Era como si estuviera pensando. —¿Cómo estás? He visto todo. Todos lo hemos visto… hay muchas cosas que quiero preguntarte pero no encuentro la forma… lo único que puedo decirte es que, siempre estaré de tu lado, sé que no hiciste nada. Eres inocente yo lo sé, déjame ir hacia allá. Tengo muchos amigos abogados, son los mejores. Kenzo, vamos a probar tu inocencia.
La última frase estaba cargada de tristeza.
El hermano más joven no respondió.
—Kenzo. Al carajo todo. Probaremos tu inocencia, confía en mí.
Un silencio de unos segundos donde solo se escuchó estática hasta que la voz de Kenzo habló. —Mamá y papá ¿Creen que fui yo?
—Ellos prefieren no hablar de ello.
Esa respuesta bastaba.
Kenzo escuchó la puerta de la habitación abrirse y vio a Kathryn entrar sin hacer ruido. La miró buscar algo en el cajón de la mesita de noche y después la vio sentarse en la orilla de la cama. Sus dedos trabajando en la envoltura de un caramelo.
En otro momento le habría pedido que le diera un rato a solas. Pero había un efecto curioso en su presencia frente a él mientras hablaba por teléfono con su hermano. Kenzo le sonrió suavemente.
—Espera veinticuatro horas. Te haré el depósito ahora mismo. Para mañana a esta hora ya podrás obtenerlo del banco. Pero sé precavido, ¿sí?
Kenzo agradeció que su hermano no estuviese viendo cómo su rostro enrojeció de la vergüenza.
—Gracias, Hiro.
—Ni lo menciones, hermanito. Es lo único que quieres que haga por ti, podría tomar un vuelo ahora mismo hacia Alemania si me lo pidieras. No tienes porqué estar solo
—Descuida. No lo estoy.- dijo mirando a una cierta pelirroja que observaba y escuchaba atentamente. Kathryn agitó una mano por instinto.
—¿De quién hablas?
—Una amiga, espero que algún día la conozcas.
—Cuando regreses, tráela.- dijo Hiro y Kenzo podía decir que estaba sonriendo. —Mamá querrá verla, ya que no te casaste con Eva.
—Oh no… eso no es lo que quería decir.- se sonrojó y agradeció que no estuviera el altavoz activado.
Hiro se despidió deseándole mucha suerte y asegurándole que sin importar lo que ocurriera, él estaría de su lado. Durante toda la conversación, Kenzo no tuvo corazón para decirle que el tío Daisuke participó en experimentos en niños y que tenían una prima. Una Tenma que había estado perdida y nadie lo sabía. No sabía cuándo sería el momento correcto para decirlo, pero Kenzo sabía que ese no era.
Cuando colgó, Kathryn lo veía con curiosidad.
—Por fin hablaste con tu hermano.- comentó, dándolo por hecho. —¿Qué te hizo cambiar de opinión?
—Mandará un poco de dinero, pero no puedo sacarlo del banco hasta dentro de veinticuatro horas. Así que solo tenemos este poco dinero.- Kenzo extrajo un billete de 20 marcos y unas monedas de poco valor. Una sonrisa triste se asomó por su rostro. —No alcanzará para mucho pero quizá para tener un poco de azúcar en la sangre y también para un poco de agua.
Ella no dijo nada.
—Volveré en un rato.- él dijo aproximándose a la puerta pero antes de abrir la puerta, Kathryn se levantó de un salto y tomó el dinero de la mano de Kenzo. Este la miró confundido. —¡Oye!
—Yo iré. Descuida. No debes andar por la calle tan seguido, ¿recuerdas? Debes mantener un perfil bajo. Yo voy a traer algo para almorzar. Quédate aquí. No tardaré.- Ella exclamó con una sonrisa abriendo la puerta y saliendo disparada dejando a Kenzo aún más confundido y sin oportunidad para decirle algo.
Kathryn bajó las escaleras apresurada y cuando salió a la calle observó a todos los transeúntes que se le cruzaron enfrente. Los que se veían de más y menos poder adquisitivo. Su atención se fijó en un un hombre con un brillante traje de lino qué pasó justo enfrente.
Kathryn parpadeó con la billetera en su mente. Y esperaba que Kenzo no se enojara con ella por lo que iba a hacer.
Kenzo no supo qué hacer o cómo reaccionar cuando Kathryn entró en la habitación con dos bolsas de comida una con hamburguesas y la otra con sodas, agua y golosinas.
—La cena está servida.- dijo ella alzando ambas bolsas.
A la mañana siguiente, Kenzo se decidió a ir a hablar por fin con Martin. Le dijo a Kathryn que no sería necesario que ella fuera así que le dijo que se quedara en la habitación de hotel.
La televisión simplemente la abrumó lo suficiente como para querer salir de su cuarto. Bajó por una soda y casi sintió deseos de regresar a su habitación pero había pasado una hora desde que Tenma había dejado el hotel y le había dicho que no saliera y que la esperara.
Kathryn recordó la petición pero simplemente escogió desobedecerlo.
Él le había dicho que estaría en el café de la avenida principal, arreglando ese asunto muy importante con Martin y que ella no necesitaba levantarse para acompañarlo. Pero tras desobedecerlo, Kathryn se vistió, y con tranquilidad, ella salió del hotel y se encaminó a paso tranquilo a la cafetería en la que Kenzo iba a estar.
Pero cuando vio a Kenzo ser agarrado a golpes por ese tipo llamado Martin, la sangre le hirvió y algo dentro de ella se despertó de nuevo. Como cuando arrestaron a Tenma y ella no pudo hacer nada para sacarlo porque era igualmente fugitiva. Como aquella fría noche en Praga hacía casi cinco meses, cuando mató a ese hombre que estaba por lastimarlo y Kathryn le desgarró la tráquea. De esa manera todo burbujeaba en su interior. Era una sensación penetrante. Sus uñas se clavaron en sus palmas, la sangre le bombeó con fuerza y sus pies se sintieron tan ligeros como el papel.
Aquel hombre estaba golpeando a Tenma en la calle, lo estaba golpeando a puño limpio y luego asestó dos patadas en su estómago, Kenzo ni siquiera se estaba defendiendo. En menos pasos de los que ella podría contar, Kathryn estaba detrás del tipo rubio y tocando su hombro con vehemencia, consiguió que el hombre girara y se llevara directamente un derechazo.
Hizo uso de su fuerza para tomar el cuello de la camisa del hombre para levantarlo y con la pierna lo obligó a perder el equilibrio haciéndolo caer al piso con un estruendo. Pero no era suficiente, estaba cegada por una sensación extraña y que le generaba burbujas en el estómago. Tomó la cabeza del hombre y la golpeó tres veces contra el piso. La sangre comenzó a salir de la nariz y la boca del sujeto pero ella no se iba a detener. Estaba fúrica. Se levantó y lo pateó en el estómago tan rápido y tan fuerte que su contrincante parecía más bien una víctima porque ni siquiera tenía tiempo para responder.
Habría continuado hasta romperle los brazos y las piernas hasta que sintió dos brazos que la sostuvieron con fuerza y la apartaron del hombre.
—¡Suéltame! ¡Suéltame ya!- Kathryn ignoró la sangre en su rostro y forcejeó contra el agarre de Kenzo. Y con cólera le gritó al rubio en el piso: —¡Me las vas a pagar, bastardo!
—¡Llamaré a la policía! ¡Este no es lugar para este tipo de desórdenes!- un hombre regordete con un delantal salió del establecimiento y los amenazó.
—¡¡Llévense a ese animal!!- la joven enfurecida exclamó al sujeto que poco a poco se recuperaba de la golpiza.
Kenzo aflojó un poco el agarre solo para tomarla por los hombros con firmeza. —¡Kathryn! Es suficiente. Necesito que guardes la calma.- Él le exigió sacudiendo sus hombros
Ella apartó los ojos llenos de rabia del rubio para ver a Kenzo. Su labio estaba roto y su mejilla estaba tornándose morada. De nuevo quiso aventarse a golpear al tipo rubio pero no lo hizo.
—Fue un malentendido, señor, disculpe. Vamos a arreglar esta situación con calma.- dijo Kenzo mirando con advertencia al hombre que seguía en el suelo escupiendo sangre.
El dueño del café entró de nuevo dejándolos en un aire tenso. Kathryn miró sus manos llenas de sangre y casi sintió sorpresa de su pasada reacción pero no hubo ningún arrepentimiento. Lo volvería a hacer.
Kenzo se acercó a ella de nuevo y tomándola de las manos la llevó a que se enjuagara la sangre para ver si ella estaba herida.
—Yo estoy bien.- dijo ella pasando la punta de sus dedos por el raspón en su barbilla, de nuevo Kathryn sentía movimientos extraños en sus entrañas y la sangre se acumuló en su cara. —¿Y tú?
El médico respingó ante el contacto. Tanto por el ardor como por nerviosismo. Asintió recuperándose.
—Sí. Solo un malentendido.
—¿Porqué este infeliz te estaba golpeando? ¿Porqué no lo golpeaste de vuelta?- Kathryn exigió y por primera vez estaba… molesta con él.
—No tenía idea que una mujer pudiera tener semejante fuerza. Mujeres. Mujeres. Mujeres, siempre un problema.- murmuró el rubio escupiendo sangre y moviendo la quijada.
Kathryn lo miró con desprecio.
—¿Tienes algún problema con que una mujer estuviera a punto de romperte las costillas?- espetó mientras observaba a Kenzo darle atención a las heridas que ella había provocado.
—Son las mujeres en general, siempre me traen problemas. No me involucro por buenas razones.
—Ya cállate.- Tenma le ordenó con frialdad. —Y responde mi pregunta anterior. ¿Dónde y cómo está Eva?
—Está a salvo, de eso me encargo yo. Está trabajando. Felizmente trabajando.- respondió nel hombre cuyo nombre reveló ser Martin.
—¿De qué hablas?
—He dicho lo que tenía que decir.- Martin se incorporó del suelo y sacudiendo el polvo de su traje se planeaba retirar pero Tenma lo tomó del antebrazo. Hubo un titubeo por parte del rubio, tentado a golpearlo de nuevo, pero la muchacha de cabello rojizo detrás enviándole una mirada de advertencia le hizo reconsiderarlo. —Trabaja ahora para Petr Câvek. Es un asunto más grande de lo que me imagino ¿no es así? Yo solo soy un simple guardaespaldas. Me contrataron para proteger a esa mujer… aunque parece que para ella soy el que carga las bolsas de las compras.
Petr Čapek. Ese nombre le envió un escalofrío a la espalda de Kathryn. Su cuerpo se tensó y la pérdida de su semblante estoico y frío se perdió un instante.
—¿En qué consiste el trabajo?- Tenma volvió a cuestionar.
—Ni siquiera yo lo entiendo bien, Doctor. Ella solo va a fiestas y no entiendo nada.
La mención de Petr Câvek, era algo que Kathryn no esperaba. Recordaba el nombre y también recordaba el rostro. Recordó muchas cosas del Kinderheim 204. De repente surgieron unas enormes ganas de vomitar. Tenma, que no había ignorado el cambio de semblante de Kathryn, puso una mano en su espalda y la condujo para que se sentara. Él mismo sentía como su piel se erizaba dejando todo con más dudas que respuestas.
—¿Puedo irme ya? Eva está en el salón de belleza y se enfurecería que no llegara a tiempo.
Tenma asintió sin prestarle atención pues estaba concentrado en Kathryn. Martin se fue no sin antes dar una rápida mirada al ex prometido de Eva. Por un momento se arrepintió de haberlo golpeado, de hecho se arrepintió completamente, aunque no lo dijo. Este era el hombre que Eva aún amaba y Martin comprendió. Sin embargo, no estaba seguro que Tenma aún la amara de vuelta, pero había interés y aprecio de verdad. Martin valoró eso. Aunque claro, jamás diría algo como eso en voz alta. El hombre se fue dejándolos a solas.
—No tienes que recordar nada.- la voz gentil de Tenma le habló mientras su mano acariciaba su espalda cuando ella terminó de vomitar.
—Él… Čapek… él fue quien se encargó de desaparecer a mis compañeras… él seleccionaba a las que no les servían… una vez cada medio año… anunciaban que llegaría y siempre había tres o cuatro niñas que desaparecían después de su llegada…
—Es suficiente…
—Él las mató y desapareció sus cuerpos…nadie preguntaría por unas niñas huérfanas que no estaban registradas… unas niñas sin nombre y sin nacionalidad… nadie preguntaría por niñas que no existían… fue él. Él lo hizo junto con alguien más.
—Kathryn, te lo pido. Ya no recuerdes más.- suplicó el médico con voz rota. —No tienes que recordar nada de lo malo que te pasó. ¿Olvidaste lo que te dije? No necesitas volver a sumirte en la oscuridad.
Kathryn tomó su cabeza enterrando sus dedos en el cabello. Los recuerdos con cada día se volvían más frescos y recientes, pero no quería y no tenía que hacerlo. Kenzo tenía razón, necesitaba salir de ese pozo sin fondo. Necesitaba olvidar pero para hacerlo necesitaba enfrentar a Čapek ella misma.
Volvieron al hotel a paso lento, con él sosteniéndola de la cintura y su brazo en el hombro, cuando los encargados del hotel la vieron en ese estado, asumieron lo peor, pero Tenma, pidiéndoles que guardaran la calma, solicitó compresas frías. Kathryn durmió toda la tarde y parte de la noche, cuando despertó, Kenzo estaba sentado en el suelo junto a la cama, estaba completamente dormido. Y sin corazón para despertarlo, se levantó de la cama y salió de la habitación.
Presa de ese sentimiento de angustia y necesidad, caminó por los pasillos, bajó las escaleras y salió del hotel con la cafetería en la mente. Tenía que encontrar a ese sujeto Martin, y tenía que exigirle que le dijera dónde estaba Petr Čapek. Necesitaba encontrarlo, ver su cara, necesitaba arrebatarle la luz de los ojos, necesitaba matarlo. Necesitaba deslizar un cuchillo por su garganta, necesitaba clavar un cuchillo en su pecho, tres, seis, nueve veces.
Al llegar a la cafetería, el cajero le dijo que Martin no había regresado a la cafetería pero que si quería hablar con él, podía buscarlo en el hotel en el que estaba hospedado con la mujer a la que se encontraba cuidando. Kathryn le agradeció y salió de la cafetería con paso vacilante y torpe. La cabeza le dolía y a cada paso que daba, sentía como sus pies parecían estar hundiéndose en arenas movedizas, cada vez le costaba levantar las rodillas, ya no podía avanzar otro poco, porque también sentía que algo le caía encima, algo pesado y abrumante. El peso de todos los cadáveres, todos los que ella asesinó por orden de Čapek. Tantos cadáveres que no podía contarlos. ¿Treinta? ¿Cincuenta? ¿Cien?
Merecía morir.
Merecía desaparecer
No era merecedora de piedad
Colapsó a unos cincuenta metros lejos de la cafetería. Afortunadamente no lo hizo sobre la avenida.
¿Porqué?
Notes:
Hello!
Feliz de haber traído un capítulo nuevo tan pronto! Espero que les guste! No olviden comentar 💖Cuídense byeee!
Chapter 24: Deja Vu
Notes:
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Bodyshamming
Grooming
Non/con
Chapter Text
El hedor a tabaco y alcohol la despertó. Ella estaba en un sofá, y al abrir los ojos no reconoció la habitación, no era la del hotel en el que estaba con Kenzo. Se talló los ojos tratando de espabilar. No sabía si era de noche o de día, porque las cortinas estaban cerradas, pero estaba casi segura que era de noche por el frío que se colaba por las paredes. Miró de un lado al otro sin ver a nadie.
—¡Milagro! Creí que tendría un cadáver en mi habitación.- Una voz familiar y femenina llamó su atención haciéndola levantar la cabeza.
Eva Heinemann estaba sentada en la orilla de la cama planchandose el cabello rubio. Entre los labios tenía un cigarro y junto a ella una mesita con una botella de whisky y un vaso vacío.
Kathryn se sentó con mucho trabajo en el sofá y se dio cuenta que llevaba su pijama e iba descalza. Con sorpresa y confusión miró a Eva.
—¿Dónde están mis zapatos? ¿Porqué estoy aquí? ¿Dónde está Kenzo?
Eva frunció el entrecejo con irritación.
—Tch, no me lo preguntes a mí, Martin te encontró en la orilla de la avenida hace un par de horas, descalza y con esos harapos y como no encontró a Kenzo y tampoco iba a pasar toda la noche de hotel en hotel buscando a Kenzo para regresarle su perrito, te trajo aquí.- Ella explicó con voz despectiva. —Y ahora que ya despertaste, vete de mi habitación, no la comparto con nadie.
Kathryn frunció el ceño tanto por el comentario despectivo hacia su persona como por la idea de no poder recordar qué había ocurrido anoche.
—Estoy buscando a Petr Čapek.- Ella finalmente dijo. —Sé que trabajas para él. Necesito que me digas dónde encontrarlo.
Eva dio un sorbo al vaso de whisky para después mirarla con hastío.
—¿Para qué?
—No es de tu incumbencia.
Eva se carcajeó con amargura.
—Sí, tienes razón, y la verdad es que tampoco me interesa.- Después pasó otro mechón rubio por la plancha de cabello. —Puedes encontrarlo esta noche en el salón DerFette a las 11 hay una fiesta. O después, en el hotel Javorich. Pero tiene muchos guardaespaldas, dudo que puedas acercarte mucho.
Pero Kathryn sabía bien cómo hacerlo. Había sido su principal guardaespaldas. La más importante. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. No llevaba ropa adecuada para una fiesta, ni siquiera llevaba zapatos, pero necesitaba entrar a esa fiesta o necesitaba entrar al hotel, esa noche. No había otra forma. Se levantó del sofá sin despegar la mirada de Eva.
—Préstame un vestido y un par de tacones.
Eva soltó una carcajada estridente mientras continuaba planchando su cabello.
—Estás loca, si crees que te prestaré algo de mi ropa.
—Dame el vestido que más odies, y los tacones que menos te gusten.- Kathryn insistió sin perder la calma en su voz. —Créeme que soy la última que se siente cómoda con ello, pero necesito entrar a esa fiesta o al menos necesito encontrar a Čapek esta noche. Es un asunto que dudo que comprendas pero si al menos tienes un insignificante ápice de desprecio por las personas que te tienen en contra de tu voluntad en este lugar, harás lo que te pido.
Los ojos color lavanda de Eva tan finos y delgados como los de un gato, la escrutaron de pies a cabeza. Sabía que esto no se trataba de Kenzo. Se trataba de Kathryn. Y en otro momento habría hecho y dicho cualquier cosa con el propósito de ahuyentarla. Pero ella sólo permaneció ahí sentada en la orilla de la cama con el rostro impasible en una expresión que ya no era de desprecio ni desagrado. En otra época no le habría interesado lo que atormentaba a aquella mujer, y ciertamente no es que se preocupara por ella, pero desde que vio a Johan en 1995 y desde que Roberto le disparó tan solo un año después. Supo que había un infierno a su alrededor, y si ella deseaba ponerle fin a ese infierno… no sería ella quien se lo impidiera.
Con una mano perezosa, Eva levantó una bolsa blanca del suelo y de esta sacó un vestido aterciopelado color verde oscuro y lo arrojó sobre la cama. Luego con los ojos apuntó a unos tacones negros en una caja de zapatos abierta. —Usa los tacones negros, están horribles.
Kathryn observó ambas cosas y sin muchas ceremonias tomó las cosas y se encerró en el baño.
Y difícil no le fue entrar. La invitación de Eva había sido suficiente para poder hacerla colarse en la multitud. No necesitaría demasiado esfuerzo.
El lugar parecía sacado de sus recuerdos más profundos y lejanos. Estaba casi segura que ya había estado ahí, el candelabro parecía nuevo pero el techo abovedado, las mesas, la música, la comida en la mesa, las personas con vestidos largos y trajes elegantes, con perfumes caros y manos con copas de champagne y vino. Pláticas y risas que a ella no le interesaba escuchar cuando llegó a la escalera que conducía al lobby privado, dos hombres se interpusieron en su camino diciendo que era una zona privada. Pero Kathryn solo dio un paso al frente.
—Las cerezas no son rojas, son moradas.
Los hombres parpadearon y se movieron a un lado, dandole espacio para subir las escaleras. Kathryn agradeció que el código de seguridad siguiera siendo el mismo. Y ciertamente se preguntó por qué Čapek no cambió la contraseña para sus nuevos guardaespaldas.
El pasillo estaba silencioso y si bien la fiesta ya estaba terminando sabía que él cenaría en un momento. La mesa con la charola de plata estaba reluciente. Tomó el tenedor y lo escondió.
Aún no encendía las luces cuando se detuvo en la entrada del lobby. El aroma que tanto lo fascinaba estaba en el ambiente. Sonrió y caminó a la mesa para sentarse a cenar y se dio cuenta que no estaba el tenedor en su sitio. Soltó un suspiro y miró al frente.
—Debiste llegar un poco antes. Había dulces de limón.- Čapek dijo con voz melosa.
—¿Me guardaste uno?- Kathryn preguntó amargamente.
El hombre de setenta y dos años se dio la vuelta y miró la silueta de Kathryn. Estaba parada junto a la lámpara y el brillo anaranjado hacía que su cabello pareciera de fuego. Él sonrió para después mirar su cuerpo.
—Subiste un poco de peso.- Él le dijo observando sus brazos un poco rellenos y los rollitos en sus caderas visibles por el vestido entallado. —Tu estancia en Francia es la responsable. ¡Y mira tu cabello! Lo cortaste.
Kathryn sintió sus mejillas arder de la rabia. Odiaba. Odiaba completamente cuando alguien más hacía observaciones sobre su cuerpo.
Capek dio unos pasos al frente y le sonrió de nuevo.
—Había olvidado lo hermosa que eras. Te extrañé muchísimo.- Él ronroneó pasando sus nudillos en su mejilla. Kathryn lo miró con desprecio.
El aroma era tal como lo recordaba, un olor amaderado, clavo, almizcle, tabaco y whisky. Se contuvo para no arrugar la nariz. No era un aroma particularmente desagradable, pero su cerebro había terminado por asociar aquella mezcla de olores a las actividades obligadas a las que había sido sometida durante años. A las mañanas donde despertaba sin ropa.
—Ese vestido te quedaría precioso si siguieras delgada.- Petr le dijo retirando un mechón corto de su frente. —Pero ¿qué horrores hiciste con tu cabello?
Kathryn no respondió sólo permaneció impasible.
—No importa, sigues igual de hermosa que siempre.- Le dijo pasando un dedo por su mentón y cuando Kathryn retiró la cara dando un paso hacia atrás el hombre sonrió y la miró con curiosidad. —¿No quieres que te toque? Eso es nuevo.
—Ya no soy tu guardaespaldas.- Kathryn anunció con firmeza. —Vengo por respuestas.
—¿Respuestas de qué?
Kathryn levantó un tenedor y lo presionó en la garganta de Čapek. Con que así desapareció el tenedor de su cena. El hombre sonrió de nuevo y las arrugas de la séptima década se acentuaron un poco más.
—Creo que sabes la respuesta.- Kathryn presionó un poco más pero Čapek no se inmutó, tal como si estuviera seguro que ella no sería capaz de hacerlo.
—Soy viejo… tendrás que ayudarme a pensar.-Se burló.
Kathryn se sintió más y más enojada.
—Frau Eda Klein antes de morir me dejó una grabación que me enviaba a Polonia. ¿Qué tienes que decir al respecto? ¿Qué demonios soy? ¿Qué demonios me hicieron en el Kinderheim 204 a mí y a todas esas niñas? ¿Porqué…? ¿Porqué las mataron? ¡Siempre estuviste ahí! Cuando una desaparecía. Tú estabas ahí… ¿¡Porqué!?
Capek frunció el entrecejo cuando sintió los dientes del tenedor presionando dolorosamente su tráquea.
—Aquella mañana. Cuando desapareciste, ibas a morir. Yo mismo te envié a asesinar.- Confesó el hombre. —Y sabes ¿porqué no estás muerta? Porque Eda Klein fue la persona que te salvó. Ella te envió esa carta y esas instrucciones para comenzar tu vida en Francia. Estás viva gracias a ella.
Kathryn relajó su agarre en el tenedor un poco. Solo un poco.
Encuentra la paz.
La paz.
Eda Klein.
Sus rodillas le temblaron como si encima le hubiera caído un balde de agua con hielo.
—Eda Klein te envió a Polonia porque esa es tu tierra natal. Ahí es donde encontrarías lo que tanto has estado buscando. Szymon Nowak búscalo en Cracovia.- Čapek le dijo acariciando su mejilla. —Todas esas niñas… no eran lo que necesitábamos. Tú sí. Desde el día en que te vi por primera vez lo supe. Eras especial.
Kathryn sintió rabia burbujeando en su estómago. Quería creer que era una vil mentira, que tanta sangre había sido por un propósito mayor. Que la muerte de sus compañeras tenía un fin en específico. Pero ella lo vio en los ojos de Čapek. Todas esas niñas fueron asesinadas… porque no servían. Porque a ojos de las cabezas del experimento, eran… basura. Kathryn presionó el tenedor con más fuerza en la garganta del hombre.
—¿Y porqué me mandaste a asesinar? ¿Porqué asesinaron a las Rosas? ¿Qué sentido tenía deshacerse del trabajo que les costó años en el orfanato?
Capek le sonrió otra vez y con dos dedos sostuvo el mentón de Kathryn. Tal como lo hacía en el pasado. Y tal como lo hacía en el pasado, acercó el rostro al de ella, acariciando su frente, su mejilla y pasando el dedo pulgar sobre su labio. Kathryn frunció el entrecejo y sacudió la cabeza rechazando el toque.
—Prescindimos de sus servicios, la caída del muro trajo consigo un sinfín de nuevas políticas que nos orillaron a deshacernos de nuestros mejores elementos. A algunos los despedíamos y a otros… los asesinábamos. Pero me alegro no haberte asesinado ese día.
—Púdrete.- Kathryn escupió con desprecio pero dejó de hacer presión con el tenedor.
Capek retrocedió y se irguió ajustándose el traje gris sin dejar de mirarla. Después de dio la media vuelta y camino hacia el elevador. Kathryn sopeso usar las escaleras. Al final uso el elevador.
El auto estaba afuera, esperándolo.
Antes de subir al auto se dio la vuelta y miró a Kathryn.
—Me alegro que sigas viva.- Dijo el hombre con una sonrisa maliciosa antes de dar un paso hacia ella. —Puedo seguir haciendo lo que más me gustaba de tus días trabajando para mi.
Kathryn frunció el entrecejo cuando Čapek tiró de su cuello para besarla. Apretó los ojos con rabia y sintió irrefrenables deseos de morderlo. Pero solo se quedó quieta cual piedra con los ojos cerrados. Años de recuerdos la hicieron temblar y desear poder llorar, y totalmente en contra de su voluntad se encontró a sí misma separando los labios, dejando que él introdujera su lengua en su boca. Deja vu. La mano derecha del hombre le rodeó la cintura y la otra dio un apretón a su pecho izquierdo. Deja Vu. La empujó contra la pared y llevó la mano por debajo de su vestido directo a su entrepierna. Deja Vu.
—¿Sabes por qué no cambié el código de seguridad?- Él le dijo separándose un poco para besar su cuello. Su mano llegó a donde ella no quería.
Ella no respondió solo cerró los ojos y maldijo esperando que él la soltara. Pero tampoco hizo nada por empujarlo. Jadeó de disgusto cuando tocó su intimidad.
—Porque sabía que volverías a mi algún día. Y mírate. De regreso. Me extrañaste, ¿verdad? Mira lo mojada que ya estás.- Capek se burló y la besó de nuevo con más fuerza.
Kathryn se quejó furiosa con un chillido y lo apartó con un empujón violento. Lo iba a abofetear, enserio que sí. Pero inmediatamente, Čapek se metió en el auto y lo último que vio fue el cabello encanecido del hombre desaparecer detrás de la ventana del pasajero.
Kathryn se limpió la boca con asco aún sintiendo el sabor del vino en su boca. Se arregló el vestido y se acomodó el cabello con asco por sí misma.
Kathryn se dio la vuelta y se petrificó cuando vio a Kenzo parado a unos tres metros de distancia. No había demasiada luz en su rostro pero estaba pálido como el papel.
—¿Doctor?- Kathryn preguntó con sorpresa comenzando a sentirse mareada y la sangre se heló en sus venas. —¿Qué haces aquí?
Kenzo la miró con un sentimiento que ella definitivamente no reconocía; Era la incredulidad, confusión, tristeza, enojo… dolor, sobre todo dolor, todo estaba contenido ahí. El corazón de Kathryn comenzó a latir con tanta fuerza que sentía que se le saldría por la garganta. No… no… no… por favor, no…
—Martin me dijo que vendrías aquí.- Él respondió aún pálido. —Me dijo que… te encontró tirada en la avenida… desperté y no estabas. Te busqué por todas partes.
—Lamento haberte preocupado.- Ella se disculpó palideciendo aún más.
Kenzo dio un pasos al frente y sin decirle nada y sin perder la expresión de dolor en el rostro, se quitó la gabardina y la colocó sobre los hombros de Kathryn. Un escalofrío nada agradable la recorrió de pies a cabeza la cabeza le daba mil vueltas y sintió ganas de vomitar. —Hace frío.
—Kenzo…
—Volvamos al hotel.
—Kenzo…
—Pidamos un taxi.
—Kenzo… no es lo que…
Él ya no la estaba escuchando, levantó la mano y un taxi se orilló. Abrió la puerta y le dijo que entrara primero. Kathryn estaba demasiado mareada para rechistar o para decir algo. Solo se metió en el auto y se hizo un ovillo en el asiento. Se envolvió en la gabardina de Kenzo y todo el camino al hotel rezó para no vomitar.
No tenía las agallas para verlo. No entendía porqué. No sabía porqué se sentía tan culpable. No comprendía que era esa necesidad de aclarar las cosas, de explicarle qué pasó. No sabía qué quería ganar con ello… pero debía hacerlo. Debía decirlo. Debía explicarle porqué vio lo que vio. Ella… ellos… Carajo. Carajo. Carajo.
El taxi se detuvo y cuando caminaron directo a la habitación. Kathryn tiró de la muñeca de Kenzo.
—Espera… por favor… déjame explicarte.
—Kathryn, no tienes que hacerlo. No hay nada que debas explicarme. Está bien.- Él le respondió y entró en la habitación.
Mentía. Mentía. Mentía. Era una vil mentira.
Nada estaba bien. El pecho le dolía y pudo reconocer fácilmente el nudo en su garganta. Maldita sea, detestó con todo su ser sentirse como se sentía en ese instante. No tenía derecho a estar enojado, ningún derecho. No había justificación para la rabia que le hirvió en el estómago. No tenía derecho a reclamar nada, después de todo nada pasaba entre ellos. Nada. ¡Estúpido! ¿Cómo si quiera pudo creer que…? Jamás considero que ella… que ella tuviera a alguien más… Nunca lo pensó y nunca lo preguntó. Mierda. Mierda. Mierda.
Se dio la vuelta para mirarla. Estaba sentada en la orilla de la cama con la cabeza agachada a unos centímetros de sus rodillas y los mechones de cabello cobrizo caían enfrente cubriendo su rostro. Por primera vez, Kenzo no supo qué hacer o qué decirle, permaneció parado junto a la ventana. No quería estar ahí. No quería estar en la misma habitación.
—Trabajé para él durante diez años…- un murmullo rompió el silencio tan pesado e incómodo. —De 1985 a 1995… fui su guardaespaldas…
—No tienes porqué darme explicaciones, Kathryn.
—¿Las quieres o no?- Ella exclamó con el enojo irradiando en su voz. —¿Te importa? Si no te interesa entonces dímelo de una vez. Para captar el mensaje.
En los casi seis meses conociéndola jamás le había alzado la voz, hasta ahora. Kenzo enarcó las cejas con sorpresa. No respondió y solamente la miró con dolor. Eso debía ser suficiente. ¿No? Kathryn dejó de mirarlo y decidió fijar los ojos en la punta de los tacones que Eva le había prestado. Debía devolverlos.
—Como su guardaespaldas hacía todo lo que él decía. Por todo me refiero a cualquier cosa.- Ella explicó. —A veces me ordenaba asesinar a alguien. A veces me pedía que le encargara el desayuno. A veces me pedía pasar la noche con él.
Un escalofrío recorrió la espalda de Tenma.
—Yo era una niña tenía solo diecinueve años y no sabía qué estaba haciendo. Solo cuando él quería besarme yo lo dejaba. Cuando quería tocarme se lo permitía… yo no entendía que hacía. Solo… Dejaba que lo hiciera. Al paso de los años me acostumbré tanto que…
Kathryn ocultó el rostro otra vez y juntó las rodillas. —Que comencé a disfrutarlo.- La voz de Kathryn se quebró y se abrazó a sí misma. —Comencé a desearlo. A querer que lo hiciera. Yo no lo entendía. Pero mi cuerpo lo pedía a gritos… ahora lo entiendo. Ahora puedo ver que no lo deseaba, solo me acostumbré porque era lo único que yo conocía. Las muestras de afecto que recibía de él eran las únicas que había recibido en mi vida… yo… no conocía nada diferente. Hasta que me fui a Francia. Mi vida mejoró ahí. Ahí fue donde conocí lo que se ve el afecto humano verdadero. Ahí fue donde conocí lo que era preocuparse por alguien de verdad… gracias a mi madre pude recuperar al menos un poco de lo que me arrebataron en el Kinderheim 204.
Kenzo tuvo tantas náuseas que estuvo a punto de correr al baño. Pero se mantuvo férreo a su sitio y se arrodilló frente a ella. No sabía si debía pero no pudo evitar colocar su mano sobre la rodilla de ella. Kathryn levantó la mirada y lo observó con miedo.
—No quiero que te enfades conmigo…- Ella dijo en un hilo de voz. —No te enfades conmigo, porfavor .- Ella repitió y sin muchas ceremonias estiró los brazos y los envolvió en el cuello de Kenzo, enterrando la cara en la curva de su cuello.
Kenzo jadeó con sorpresa pero no le negó el abrazo, desde luego. Acarició su espalda y le dolió en el alma sentirla temblando de miedo. Levantó la otra mano y la hizo sentarse en su regazo. —Nunca… nunca estaría molesto contigo.- Él le dijo recargando la mejilla en su cabeza.
Había muchas cosas que quería decir. Lo mucho que quería maldecir a Čapek y lo mucho que deseaba golpear a un hombre que no conocía. Estaba asqueado por lo que le habían hecho a Kathryn cuando tan solo era una niña.
—Eras solo una niña.- Él le dijo tratando de consolarla. Le habían arrebatado su niñez y nada podía remediarlo. El escozor en sus ojos lo hizo cerrarlos tratando de reprimir las lágrimas.
Se sintió culpable de los sentimientos negativos que había albergado hacia un momento. Y cierto era, que aún sentía como el calor de los celos —Porque no había otra manera de llamarle al sentimiento, era capaz de reconocerlo.— le subía por el esófago cuando por su cabeza se cruzaba la imagen de Kathryn siendo tocada y besada por ese hombre. Tragó el sabor de la bilis y la abrazó aún más fuerte, completamente destrozado, arrasado por un violento golpe de realidad, un susurro en su oído que le hablaba todos los días desde hacía meses. Desde la prision, quizá desde mucho antes, desde Praga. Después de todo este tiempo. Y que solo había sido capaz de reconocerlo cuando ella estaba besando a otro hombre.
Lo que sentía por ella ya no era amistad. Hacia mucho que dejó de serlo.
Estaba…
Mierda.
Estaba enamorado de ella.
Con ese conocimiento subiendo por su sistema nervioso central, hasta el periférico. Tomó la barbilla de Kathryn y puso un beso en su mejilla, luego otro en su sien, luego en su frente y luego otro en su mejilla. Kathryn tembló pero por una buena razón. Ella retrocedió un poco y lo imitó besando su mejilla, su frente y su sien. Y ella creía que él la soltaría porque retiró las manos de su espalda. Pero con un jadeó abrió los ojos con fuerza cuando Kenzo puso sus manos en su cuello y presionó sus labios en los suyos. Estaba confundida. No sabía cómo reaccionar y esto era lo último que Kathryn esperaba que él hiciera. Esperaba su enojo, su desprecio, su disgusto. No. No esperaba eso. Kenzo no era esa clase de persona. Él jamás la juzgó ni la señaló.
No le tomó mucho derretirse y devolverle el beso.
El beso de Čapek siempre había sido para satisfacerse él mismo, para obligarla a hacer algo, por aburrimiento, por el mero deseo de tener a una chica más joven. Siempre para manipularla, para obligarla y doblegarla.
Pero el beso de Kenzo era diferente. La estaba besando para demostrarle que se preocupaba por ella, la estaba besando por desear hacerle ver que estaba a salvo. Y no tenía porqué tener miedo. La estaba besando porque la quería y deseaba lo mejor para ella. Había ternura y tristeza en la forma que sus labios cepillaron los suyos pero también pasión en la forma que su lengua pedía entrar en su boca. Gustosa, abrió la boca y dejó que él profundizara el beso. Kathryn se retorció y un gemido salió de su garganta mareada por un sentimiento que le daba cosquillas en el vientre. Su respiración se tornó errática y pesada, ella sabía lo que quería, su excitación la estaba mareando cada vez más. Ella se rehusaba a tocar a Čapek. Pero ahora, las manos de Kathryn apretaron la camisa de Tenma y jaló de esta para acercarlo más.
Tenma también estaba mareado, hacía tanto tiempo que no había sentido tantas ganas de besar a una mujer. Años. De hecho, estaba seguro que ni siquiera a la propia Eva había deseado tanto besarla como había deseado besar a Kathryn. Y deseaba seguir haciéndolo, era muy capaz de reconocer que deseaba seguir tocándola. Sabía reconocer bien lo que deseaba hacerle. Él tan solo quería… Él quería borrar el beso de Petr Čapek de la boca de Kathryn. Eso era lo que Tenma quería.
Cuando él se apartó, Kathryn suspiró decepcionada pero sonrió cuando él la tomó de nuevo en sus brazos para abrazarla.
El corazón de Kathryn latía con violencia y estaba abrumada por la necesidad de que él la besara otra vez. Que la tocara. Que la hiciera olvidar todo.
—¿No estás molesto conmigo?
—No.
Ella sonrió y recargó la cabeza en su hombro y cerró los ojos concentrándose en el latido del corazón de Kenzo.
Él pasó su mano por los cabellos rojizos y besó su cabeza de nuevo. —Te ves hermosa con ese vestido.
Kathryn se sonrojó y se hundió más en su abrazo.
Chapter 25: Fraulein Tenma
Notes:
Esta va para los hambreados que querían contenido Grimmer/Christa
Esta va por ustedes los amo bye
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
BERLÍN
1968
«Kaito:
No pretendo decir que me arrepiento de haberme ido de Japón. Tampoco pretendo decir que quiero regresar, porque formamos parte de una dictadura que se hace pasar por una familia, haberme ido fue y seguirá siendo lo mejor que pude haber hecho. A pesar de ello, el trabajo es parecido en cierta medida a lo que tú y yo nos hemos acostumbrado durante toda nuestra vida.
Lo único de lo que me arrepiento es lo que hice en este país, del trabajo que deliberadamente decidí hacer en este lugar. Durante este tiempo, trabajé para un hombre a quien le creí y que creyó en mí, hice cosas horripilantes que de acordarme, me hiela la sangre. No tengo contemplado poner en esta carta las atrocidades que he hecho, porque no quiero ensuciar mi imagen ante ti, ante tu familia, sobre todo ante Kenzo. Hace tan solo unos meses fue su cumpleaños número diez, y me habría gustado poder enviarle un regalo, aún le gustan los aviones, ¿verdad?
Antes de irme, él me dijo que le gustaría vivir en Alemania también. Dijo que quería estudiar medicina aquí. Estoy seguro que tú y Hanako no permitirían algo como eso, y no precisamente por el deseo de tenerlo cerca de ustedes.
Es un niño maravilloso y está destinado a la grandeza.
Escribo esta carta también para contarte que Miyu acaba de dar a luz. Es una niña.
Su nombre es… »
La carta salió de la oficina de correos de Berlín.
Pero jamás llegó a Yokohama. Kaito Tenma creyó que su hermano simplemente no quería saber más de él ni de su familia.
En Berlín nació una preciosa niña en cuyas venas corría la sangre de un monstruo, un traidor, un mártir.
BERLÍN 1998
30 años después.
Había solo dos sitios en Berlín que ella no odiaba. La cafetería Einstein y la cafetería danesa donde solía trabajar después de salir del orfanato. Cada centímetro de la ciudad era despreciable a los ojos de Christa. No había nada en ese lugar que le trajera algún buen recuerdo. Todo en la ciudad le recordaba su vida en el Kinderheim 204, las calles, los edificios, el ruido, incluso el olor era proveniente del recuerdo lejano más desagradable y nauseabundo. Apenas había llegado a la ciudad y ya quería irse de nuevo, pero a pesar de ello, decidió continuar con su trabajo. Por mucho que aborreciera Berlín, sus deseos de encontrar a Hartmann y cuestionarlo para por fin encontrar y dar fin a su búsqueda de identidad, eran más fuertes que su repudio por la ciudad.
Para su fortuna y su desgracia, ella conocía las calles que conducían a las viejas instalaciones del Kinderheim 204 y del Kinderheim 511, estratégicamente estaban ubicados a una cierta distancia para parecer dos orfanatos independientes, pero ella conocía suficientemente bien el camino como para saber que también había una estrategia ahí para que el traslado entre ambos centros fuese ágil y rápido.
No se sentía con el valor suficiente para ir al 204 así que optó por ir a las viejas y abandonadas instalaciones del Kinderheim 511. No le tomó demasiado tiempo pero cuando llegó ya estaba por anochecer. El lugar era tal y como ella lo recordaba, todo apestaba a viejo, a basura y a pesar de haber transcurrido años de ello, Christa aún podía percibir el olor de la sangre que ella había tenido que limpiar la mañana siguiente a la masacre, aún podía oler, la tierra y los sacos que usaron para cubrir los cuerpos de todos los que murieron, y el estómago se le revolvió al recordar los rostros ausentes de vida en los cadáveres de los niños que ayudaron a cremas. Cuando eso ocurrió, Christa solo tenía diecisiete años y esos niños tan solo tenían 10 años por lo mucho.
Un escalofrío la recorrió y las piernas le temblaron cuando el recuerdo de esa noche la golpeó de los pies a la cabeza, ella había sido la primera. Ella fue la primera en sobrevivir y la primera Rosa.
Armándose de valor, entró a la vieja construcción, todo estaba calcinado y apestaba pero ella se dirigió por los corredores vacíos sabiendo bien qué era lo que quería encontrar: La oficina del director.
Pronto llegó a un pasillo con puertas de cada lado así que ella supuso que alguna de esas tendría que ser la del director. Así que se dispuso a abrir cada puerta topándose con camas mohosas y paredes cubiertas de humedad, todas eran habitaciones de dos camas y el corazón se le apretó al imaginar la cantidad de niños que habían dormido en esas habitaciones.
Fue en uno de esos momentos que ella observó por más tiempo que notó algo más al fondo de la habitación, algo grabado con la punta de algo filoso sobre el concreto de la pared. E intrigada, Christa entró a la habitación y al agacharse leyó un nombre. “Franz” y junto a este otro nombre “Theodore” y luego un año “1966”. Ella no comprendió pero al entrar a otras habitaciones había más nombres: “Arthur.” “Karl” “Otto” “Ben” “Gerhard”… y más años “1965” “1967” “1968”
Los recuerdos de las palabras de Grimmer en Praga hacía unos meses hicieron click.
Con el corazón acelerado, Christa se levantó de un salto y corrió abriendo todas las puertas buscando un nombre y un año.
Una. Dos. Tres. Cuatro… Once…
La habitación con el número 11 en la puerta era al parecer la última. Sin tomarse más tiempo la abrió de un portazo y se precipitó a la pared encontrando el nombre que buscaba y el año.
“Adolf” “1968”
Pero la decepción se apoderó de su pecho cuando no encontró el nombre que en realidad buscaba.
Debía haber otro nombre grabado en esa pared y sin embargo solo estaba un “Adolf”. ¿Porqué?
Ella se devanó la cabeza tratando de entender porqué no había otro nombre ahí. Porque el verdadero nombre de Grimmer tendría que estar ahí. Y sin embargo no había nada. Al girar por la habitación, ella se percató de otra cosa. A diferencia de todas las demás habitaciones, solo había una cama. La cabeza le dolía.
Decepcionada, salió de la habitación y siguió con el camino que inicialmente tenía planeado.
Rápidamente encontró la oficina del director, era el mismo tipo de puerta que la que tenía Wagner, igual de pesada y metálica. Cuando entró a la oficina un dejavú le dejó un sabor amargo de boca, era exactamente igual que la de Wagner. El mismo escritorio, la misma silla, las mismas ventanas, los mismos estantes y la misma mesa de exploración. Todo era una copia exacta, era tan igual que Christa tuvo deseos de salir corriendo. Pero dio un paso al frente hacia el escritorio.
Lo que ella buscaba quizá estaba ahí. Quizá podía encontrar algo que le sirviera, algo que pudiera dar un indicio de que ahí se encontraba la información que llevaba años buscando. Entonces sacudió cajones, vacío cajas, buscó documentos que fueran de utilidad, algo que sirviera, pero todo lo que pudo encontrar fueron resultados de encefalogramas, ecocardiogramas, actas de nacimiento de varones nacidos entre 1960 y 1970, pero no de niñas. Nada de ahí le servía. Se levantó de la silla y se dirigió de nuevo al estante y sacó más y más cajas que contenían información que ella no necesitaba. Maldita sea. Necesitaba una taza de café o quizá un trago de whisky.
Frustrada, Christa le asestó una patada al estante abollando y moviéndolo unos centímetros.
Al patear el estante, se revelaron las bisagras de una puerta oculta tras el mueble.
Tras un momento, ella se acercó y empujó el estante lo suficiente como para poder observar la puerta con el número 12 en la parte superior. El mundo se silenció cuando Christa estiró la mano hacia el picaporte girándolo y abriendo la puerta con un suave empujón.
El interior de la habitación parecía la boca de un lobo. No había ventanas y todo apestaba a moho. Deslizó la mano por la pared en busca del apagador y cuando dio con ello se reveló una habitación completamente distinta a todas las demás.
Había una cama, una silla, un espejo. Todo eso era igual en las demás pero la diferencia radicaba en un único objeto cuyo propósito ella no entendió. Al fondo de la habitación, en el suelo, había un televisor.
Cuando ella buscó el nombre en la pared, no lo encontró.
Entonces ella lo supo. Y el corazón se le apretó.
Había escuchado que Hartmann frecuentaba los bares cerca del Río Spree, también había escuchado que se estaba volviendo loco. Algunos decían que había comenzado a enloquecer porque un hombre se había llevado a su hijo, otros más decían que ya estaba loco, y otros decían que sí es que había enloquecido era por todo lo que hizo trabajando para el Ministerio de Interior, para el Kinderheim 511. Christa creía más probable esa última opción, por eso se fue a meter al barrio con más locales nocturnos de la ciudad. El hotel que ella había escogido estaba tan solo a unas cuantas cuadras, no le tomaría demasiado tiempo regresar. Y ciertamente deseaba hacerlo.
No estaba tolerando el hedor a alcohol a tabaco y sexo. Era demasiado para sus sentidos. Pero aún así, permaneció cerca de la barra, con un vaso de whisky en una mano y su bolso en la otra mano. No tenía idea de cómo lucía Hartmann pero ella había escuchado que él solía frecuentar esos bares por la cantidad de hermosas mujeres que merodeaban en los alrededores. Ellas eran el foco que atraía a los hombres, cual faro que atrae a los barcos. Y quizá debió disfrazarse como su hermana lo había hecho en Dusseldorf, quizá debió haberse disfrazado de hombre para que no ocurriera lo que ocurrió después.
—Que muñeca tan especial tenemos aquí.- El aliento del hombre que le rodeaba los hombros con el brazo, apestaba a vodka y tabaco, pero aún así, Christa se mantuvo sin mover un músculo. —A ti no te había visto por aquí, ¿eres nueva? El país puede ser muy atemorizante si apenas llegas. ¿De dónde vienes? ¿De Corea?
Christa solo lo miró de reojo antes de darle un sorbo al vaso de whisky.
—Una muñeca difícil, ¿eh? Vamos, ¿cuánto cobras?
La insinuación sacó de quicio a Christa y girándose lo encaró.
—¡No soy una prostituta! Soy policía y mejor será para ti si me respetas.- Ella exclamó y llevó su mano a su bolsillo donde siempre llevaba la placa falsa de policía. Su corazón se hizo pequeño en su pecho cuando no sintió su cartera. Maldijo y palpó de nuevo. —Tengo una placa…
—Desde luego que sí, ¿Qué tal si vamos a algún lado y te ayudo a encontrar tu placa?- insistió el hombre con sarcasmo mientras tiraba de su brazo con la suficiente fuerza como para hacerla caminar. Christa se detuvo con un movimiento brusco y empujó al hombre.
—¡No soy una prostituta! ¡Me pones la mano encima de nuevo y lamentarás haber nacido!
Dos hombres más se acercaron y la observaron con ojos lujuriosos, ella quería desaparecer, y apretando los puños le dio un derechazo al hombre que la había acosado inicialmente. Pero ella no era tan fuerte como su hermana, Kathryn ya los habría noqueado a los tres sin problemas, ella había intentado dar un segundo golpe cuando el compañero la sujetó de la muñeca empujándola contra la barra. Malditos sean los momentos donde se había rehusado a entrenar.
—No te hagas la difícil, vamos.- El sujeto le ronroneó en el oído haciéndola sentir un escalofrío de pies a cabeza.
No se le ocurría una forma de librarse, quizá debía patearlos en los testículos, quizá debía pisarlos o gritar o morderlos. Quién sabe. Al final del día tampoco hizo falta.
—¡Te busqué por horas! ¿Qué haces aquí? Mira dejaste tu placa.-
El corazón se le hizo pequeño a Christa y cuando giró sintió que el alma se le devolvía al cuerpo y experimentó un alivio que casi la hace suspirar.
—H-Herr Grimmer.- Ella jadeó. Y sólo entonces, sintió como el hombre que la había acosado, la soltaba y retrocedía un par de pasos.
Grimmer extendió la placa hacia ella y sin saber muy bien cómo es que la había perdido en primer lugar, Christa extendió la mano y la tomó.
De entre tantas cosas que hubiera esperado encontrar en Berlín, Grimmer era a quien menos esperaba hallar, pero cuando él llegó detrás, extendiendo su placa y sonriéndole cálidamente y prácticamente rescatándola de tres imbeciles pervertidos, Christa sintió cómo por primera vez desde que llegó a Berlín, que la ciudad no parecía desagradable. Encontrar a Grimmer —o que él la encontrara a ella.— era una brisa fresca en un sofocante día de verano. Recordó la habitación, el televisor, ella solo podía imaginarlo.
Cuando ella se dio la media vuelta, los tres hombres ya habían desaparecido. Quizá había sido el miedo por la placa de policía, aún si era falsa, todos le temen a la policía. O quizá había sido la llegada de un hombre de dos metros de estatura, demasiado intimidante. Tal vez, habían sido las dos cosas. A Christa no le importó, ella se sentía más tranquila ahora.
—¿Estás bien? Son menos valientes cuando ven una placa de policía.
Ella se giró de nuevo para verlo. Le sonreía y ella no pudo evitar hacer lo mismo.
—Yo… huh… Gracias.- Christa murmuró.
—Ni que lo menciones. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Estoy buscando a un hombre llamado Hartmann… era director del Kinderheim 511 antes de la masacre… ¿Tú qué haces aquí?
Un par de segundos después él responde sin borrar la sonrisa.
—Que curioso, también lo estoy buscando.- él le dijo mirando alrededor quizá buscando al hombre en cuestión. —Pero me temo que hoy no vino por aquí… en fin. Es tarde, vamos.
Christa parpadeó unos segundos sin poder moverse cuando Grimmer tomó su mano gentilmente jalándole suavemente. —¿A dónde?
Él la miró y le sonrió otra vez.
—No sé, hay mejores lugares que este. ¿O prefieres quedarte? De seguro habrá alguna buena cafetería abierta a esta hora.
Ella se relajó por instinto y se dejó llevar. Sus músculos se dejaron de tensar, sus mejillas se enrojecieron y apretando su agarre en su mano, ella aceptó, dejando que él le tomara la mano y la condujera entre tanta gente ebria hasta la salida del bar. Antes de salir, observó a los tres sujetos de hacía unos minutos y sin poder resistirse, usó su mano libre para levantar el dedo medio hacia ellos.
Efectivamente había cafeterías abiertas, el ambiente era mil veces más agradable que el de los bares. La música suave del televisor en la esquina, la luz cálida de las lámparas que colgaban del techo, el aroma a café, el pan recalentado y el sonido de las máquinas de café eran como una melodía relajante. Recordó su tiempo trabajando en aquella cafetería al otro lado de la ciudad y se preguntó si acaso podría alguna vez regresar a ello.
Sin mucha ceremonia, ella se dejó caer en el asiento de una mesa junto a la ventana y junto a ella arrojó su bolso. Grimmer se sentó frente a ella y un par de instantes después una mesera se acercó. Pero antes que ella pudiera pedir su cafetera como siempre, él se adelantó.
—Una cafetera con café americano solo para ella y una taza de té de limón para mi, por favor.- Él pidió con amabilidad. Después la miró. —¿Tienes hambre?
Christa no pensó antes de asentir suavemente. Pero su estómago exigía comida de una forma feroz.
—…Y dos emparedados de pavo.-
—¡Desde luego!- la chica sonrió antes de desaparecer con la orden escrita en el papel.
Christa sintió sus mejillas arder sin ninguna razón en específico. Y otra parte de su ser seguía recordando la habitación en el orfanato. La cama mohosa, las paredes con pintura descascarada, el foco de luz amarillenta, la silla de madera podrida por la humedad, el televisor en el suelo. Un ambiente hostil, nada apto para un niño, una habitación desagradable y podrida. Un lugar que podía dejar las más horripilantes pesadillas y recuerdos. Y sin embargo… frente a ella estaba el hombre más gentil y dulce que ella había conocido en toda su vida. Las rodillas le temblaban por todas las buenas razones.
—¿Porqué estás buscando a Hartmann?- Christa preguntó después de que su cerebro logró ponerse en marcha de nuevo.
—Estoy buscando a un hombre… a Bonaparta y Hartmann tenía cierta información al respecto.- Él respondió sin mayores rodeos. —Pero me temo que mi viaje fue en vano. Hartmann al parecer está perdiendo la cordura poco a poco.
—Escuché que perdió a su hijo hace dos años… alguien se lo llevó. Pero también escuché que Hartmann golpeaba al niño. Al parecer quería repetir los experimentos del Kinderheim 511 y para ello seguía cuidando niños de manera clandestina, pero cierto sector de derecho infantiles de Berlín estaba al tanto y no hicieron nada.
Tras unos momentos, el café llegó junto con el emparedado y ella lo devoró en solo unas cuantas mordidas. El alma se devolvía a su cuerpo y ella sentía como el ánimo regresaba y la hacía sentirse más viva. No sabía si el emparedado era realmente bueno o si sólo era la voraz hambre. Fue ahí donde se dio cuenta que no había comido en más de doce horas.
Después de comer, ella insistió en pagar, pero él declinó y pagó.
Cuando salieron del café eran casi las once de la noche, hacía frío, la nieve comenzaba a caer y solo estaba la luz de los faroles y el sonido de los autos a la distancia en la avenida principal, pero a pesar de ello, el ambiente no era desagradable, sino todo lo contrario. Christa creía que odiaría la ciudad aún más, creía que detestaría haber regresado a Berlín en primer lugar. Pero se había equivocado, estaba a gusto, contenta se podría decir y no era una exageración. Christa sabía que era por él .
—¿Tu hotel está cerca de aquí?- Él le preguntó. —Te llevo… solo debemos encontrar taxi.
Christa se arrepintió de no haber traído el auto.
—No te preocupes… yo.. huh… me imagino que también debes ir a tu hotel.
—¡Oh no! No he encontrado ninguno, pero descuida, buscaré uno.- Grimmer le respondió con otra sonrisa que ella sabía, era falsa. Era la misma situación que ella conocía al derecho y al revés.
—En ese caso, seguro que hay habitaciones disponibles en el hotel donde me estoy hospedando… Si quieres podemos ir…No es demasiado caro… Solo si te parece.- Christa maldecía tanto estar así de nerviosa.
La sonrisa de Grimmer pareció menguar ligeramente pero después recuperó el semblante, como si hubiera meditado las palabras. Christa se maldijo a sí misma creyendo que quizá había sonado demasiado… ay mierda. Esa no era su intención. Y buscando una forma de arreglar su sugerencia él interrumpió el tren de pensamientos intrusivos en su cabeza.
—De acuerdo.
Cuando llegaron al hotel, eran casi las once de la noche, y fue ahí cuando ella se percató de lo cansada que en realidad estaba. Pero a pesar del cansancio y sus deseos de llegar a su habitación y aventarse en la cama, ella aún permaneció charlando con él unos minutos más. Después él pidió su habitación. No lo había planeado ni él ni ella, pero la habitación que él obtuvo fue la que se encontraba frente a la de ella. Así que después de desearse buenas noches, él le sonrió y ella le sonrió también. Y con el corazón desbocado, Christa cerró la puerta recargándose en esta antes de soltar una exhalación lenta que más que nada, parecía un suspiro.
De hecho lo era.
A la mañana siguiente al bajar al restaurante, no le fue nada difícil encontrarlo entre la gente. Y sobretodo, porque él levantó la mano invitándole a sentarse con él. Christa no dudó en sentarse frente a él.
—Hola.- Ella se dejó caer en el asiento. Después estiró la mano hacia uno de los meseros que patrullaban las mesas para pedir su tan acostumbrada cafetera.
—Ya la he pedido.- Grimmer le dijo con su usual sonrisa. —Sin azúcar y bien caliente.
Christa se sonrojó por enésima vez, se refugió en la punta de las dos trenzas que había hecho en su largo cabello negro.
Durante el desayuno, ella tenía una pregunta que ciertamente la tenía un poco intrigada.
—¿Cómo fue que encontraste mi placa de policía falsa?- Ella le preguntó tomando un bocado de los huevos escalfados.
—La encontré tirada afuera del bar.- Él le dijo y como ella parecía una explicación más detallada, la proporcionó. —Fui al bar porque Hartmann lo frecuenta y al no encontrarlo decidí salir y por azar miré al suelo encontrando tu placa. Te busqué a la salida, pero entonces te escuché lidiando con aquellos hombres. Y lo demás es historia.
—Gracias.- Christa le dijo recordando la situación de la noche anterior.
—No fue ninguna molestia.- Él le dijo.
Y ella creía que la situación se tornaría un poco vergonzosa o incómoda, pero él, como siempre, con uno o dos comentarios sobre aquellos hombres, la hizo reír con fuerza. Desayunaron con tranquilidad y mientras ella se terminaba su tercera taza de café, él sacó un periódico local y le mostró una columna pequeña que no parecía tener tanta relevancia como el resto de las notas, pero al leer el título, se dio cuenta que era la más importante de todas.
“Director de un orfanato clandestino es hallado muerto en su casa”
— Hartmann se suicidó ayer en la mañana.- Grimmer le dijo, evitando que ella leyera toda la nota. —Se colgó en su casa. ¿Crees que puedas ayudarnos a entrar a la escena?
Christa releyó el título un par de veces más antes de asentir con la cabeza. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sintió la placa. Claro que podía.
No le fue difícil hacerlos pasar como investigadores privados. Ya no había policías, tan solo un guardia en su patrulla que cuando los vio y preguntó por la placa, no les impidió la entrada.
Todo estaba acordonado pero la puerta estaba abierta.
Pronto el aire parecía pesado para los dos. Algo que no podía percibir una persona que no había sido hijo del Kinderheim. Pero ellos, como hijos y productos engendrados por los horrores y maléficos actos del Kinderheim 511 y 204, experimentaron el miedo y la violencia que había ocurrido en ese pequeño departamento. Niños habían sido amedrentados, maltratados y destruidos moralmente por un hombre que probablemente ya se encontraba ardiendo en las llamas del infierno.
—Merecía cadena perpetua- Christa dijo mirando la viga en el techo con el señalamiento de dónde Hartmann se había colgado. —Aunque no podía esperar más de un cobarde.
La pared estaba repleta de fotografías de niños, los cajones llenos de fotografías.
Y papeles. Más y más papeles.
—Son los registros del avance de los experimentos.- Grimmer sostuvo las hojas y les dio la vuelta para leerlas. Christa lo observó leer en silencio.
Después de unos instantes, dejó los papeles con el texto hacia abajo.
—Lo que sea que hayan intentado, no lo lograron. Y lo hicieron muchas veces.
Él no respondió, solo bajo la mirada y recargó los brazos en el escritorio de Hartmann, por fuera, el sol había coloreado el cielo de naranja y rosa, quizá eran las 6 de la tarde, y aún después de muchos años, seguía sin conseguir la respuesta que quería. Porqué.
Se esforzó en sonreír para ella. Pero ella ladeó la cabeza e hizo lo mismo que Tenma en Praga. Estiró la mano y la puso en su hombro, para después, con un poco de valor, recargar su barbilla en su brazo. Lo sintió tensar sus músculos, pero ella no se movió. Esto es lo que Kathryn hace con Tenma, ¿no? Esto ayuda, ¿verdad?
—Lo lamento.- Ella dijo.
—También yo.- Él respondió.
Porque ambos habían atravesado un infierno. Y ambos habían sobrevivido. Y sabían que ninguno de los dos merecía lo que había pasado.
Christa estiró la otra mano y la colocó sobre su brazo y con más confianza de no ser apartada, recostó su mejilla por completo sobre el brazo de Grimmer.
—¿Qué es lo que quería hacer Hartmann?- Christa preguntó después de unos momentos.
—Probablemente Hartmann quería crear otro monstruo. Otro Johan. Pero no lo consiguió.- Grimmer se giró para mirarla rápidamente cuando la escuchó jadear y al hacerlo, notó que ella miraba por detrás de él con una expresión de sorpresa y susto. Siguió su mirada para encontrarse con un hombre de edad avanzada, quizá unos ochenta años, que se encontraba en el marco de la puerta.
Pálido como un fantasma y mirada atemorizante como la de una lechuza.
El hombre los miró a los dos y sin decir una palabra se retiró de la puerta.
No les tomó tres segundos antes de ir tras el hombre.
Salir del edificio fue rápido, el cielo ya no era anaranjado, ahora era violeta, y las estrellas ya iluminaban el cielo y la luna llena ya se alzaba con gracia sobre sus cabezas.
El hombre en cuestión, encorvado y cubierto de negro, camino a través de las calles desoladas, nevadas y frías del barrio. Ambos conocían esta calle, como la principal que conducía al Kinderheim 511, un escalofrío los recorrió pero siguieron avanzando a paso firme detrás del hombre. Christa ya había clavado sus ojos en aquel sujeto como un felino que ya está listo para saltar.
—¿Quién es?- Grimmer le preguntó.
La verdad era que no lo recordaba, pero solo que su rostro y mirada estaban clavadas en su memoria como las de Wagner. —No lo sé, pero lo recuerdo.- Ella susurró.
El hombre continuó caminando por unos cinco minutos más hasta detenerse en la puerta mohosa y vieja de una casa consumida por los años y la humedad. Entró sin decir nada y dejó la puerta abierta. Con recelo entraron.
Rápidamente el aroma a putrefacción les llenó las fosas nasales, Grimmer solo arrugó la nariz un momento pero Christa se cubrió la nariz y boca aguantando una arcada.
El hombre caminó a través de la sala hasta llegar al trinchador de donde extrajo la fotografía de un hombre. La extendió hacia ellos y cuando Grimmer la sostuvo y la miró, contuvo la respiración.
—Franz Bonaparta. Es el hombre que buscan, ¿cierto?
Christa levantó la mirada de la fotografía para ver al anciano.
—¿Cómo lo sabes?
—Reconozco a dos creaciones del Kinderheim.- el hombre ladeó la cabeza y sonrió con maquiavelismo. —Y vaya que hicieron un gran trabajo con ustedes. Tanta fuerza y vitalidad en ustedes dos. Una mezcla magnífica de fuerza, salud e inteligencia. De aún estar trabajando con nosotros y de usted tener un útero funcional, Herr Bonaparta los habría usado a ustedes dos como miembros del experimento .
—Está vivo…- Grimmer murmuró y después dio un paso al frente. —¿Bonaparta sigue vivo?
—Aún si usted es de una raza inferior-El hombre se dirigió a Christa. —Usted le habría dado a Alemania, hijos fuertes, inteligentes y sin duda bellísimos. ¿No es así? Fraulein Tenma
Su autocontrol se terminó en ese mismo instante, y sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre el hombre y lo apretó por el cuello, con los pulgares apretando directamente la tráquea y sus manos apretando tanto que sus nudillos dolieron. Después, sin mucho esfuerzo, lo derribó estrellando su cráneo contra el suelo.
—¿¡Quién era mi padre!?- Ella exigió. —¡Dímelo antes de que te mate!
La cara del hombre ya estaba morada por la hipoxia, solo entonces lo soltó para que pudiera hablar.
—Tu padre…- El hombre se recuperó tosiendo violentamente, para después arrastrarse por el suelo. —Tu padre era Herr Daisuke Tenma. Miembro oficial del proyecto Kinderheim 511, mano derecha de Franz Bonaparta y pionero en la manipulación neuronal en niños. Gracias a tu padre pudimos llegar muy lejos en la manipulación infantil. Y te adoraba… oh, sí que te adoraba, se arrepintió de sus investigaciones cuando vio lo que hacíamos con los niños, entonces ya no nos hacía falta y naciste tú, el proyecto Kinderheim 204 era un proyecto novedoso con futuro y sabíamos que no permitiría que tú formaras parte de ello. Entonces tu padre ya no nos servía. Y tu madre menos.
La sangre en las venas de Christa se congeló. El mundo se cayó a pedazos. El corazón se le detuvo y su mente se volvió en blanco ante la confirmación que más le daba miedo obtener.
—Y me temo que tú también, al igual que tus hermanas, ya no nos sirves.- El hombre dijo y sin muchas ceremonias sacó un arma de su costado y lo apuntó directamente a la frente de Christa. —Salúdame a tu padre.
Un disparo resonó por la casa. Y sangre y sesos esparcidos por el suelo.
Esperando una muerte que nunca llegó, Christa abrió los ojos para encontrarse con el hombre que hasta ese momento recordó que se llamaba Humbert Milch, con un disparo que le atravesaba el cráneo entre las cejas, su sangre y sesos salpicados por todo el suelo. Con la respiración desbocada y el corazón al mil miró hacia arriba para encontrarse con el cuerpo de Grimmer cubriéndola y con su mano con el arma apuntando hacia Humbert. Del cañón aún salía humo.
Había sido demasiado rápido, inhumanamente rápido.
Ella levantó la mirada y su rostro tenía salpicaduras de la sangre de Humbert.
—¿Estás bien?- Él le preguntó.
—…No- Ella respondió en medio de jadeos.
Christa se derrumbó y comenzó a llorar. Grimmer la levantó suavemente y la llevó a la salida.
—Mi papá… él… Mi papá me amaba…
Christa lloraba. No tanto por la tristeza. Si no porque después de toda una vida, ella por fin podía decir que tuvo una familia. Que tuvo un padre, una madre y ambos la amaban. Que no la abandonaron. Y que todo lo que tuvo o pudo tener, se le fue arrebatado por alguien más y no fue una decisión de ellos. Lo que perdió fue obra de alguien más. No una obra de sus padres. Lloró más fuerte. Grimmer la sostuvo más fuerte.
Se sentaron en el porche un momento. A tan solo ocho metros estaba el cadáver de Humbert Milch, con los sesos de fuera. Nadie había llamado a la policía. Y no se escuchaba ninguna patrulla. La nieve parecía una cortina que los cubría y los escondía de lo que acababan de hacer.
—Entonces… el Doctor Tenma es mi primo-hermano...- Christa soltó. Las palabras parecían demasiado bizarras en su lengua.
—Sí.
—Soy una Tenma…
Grimmer asintió suavemente y recordó la conversación que había tenido con Kathryn en Praga. No estaba equivocado del todo.
—Limpiemos el arma. Y hagámoslo ver como un suicidio.- Christa sugirió después.
Grimmer asintió y entró en la casa obedeciéndola. Limpió el arma y apretó los dedos de Milch en el mango. Parecía un suicidio, solo un detective muy bueno podría determinar que no lo había sido. Pero ya no le importaba. De por si lo perseguían por los crímenes en Praga, no le interesaba que lo persiguieran por esto. Lo habría hecho mil veces.
Miró el trinchador y abrió el cajón.
Christa lo esperó afuera con un cigarrillo entre los labios. Cuando Grimmer salió iba a apagarlo, pero para su sorpresa, él le pidió uno.
—Pensé que no fumabas.- Ella le dijo, dejando salir el humo, después soltó una risa suave. —En Praga me dijiste que debía dejarlo.
—Sí, lo hice…De vez en cuando no está mal.- Grimmer le contestó dando una calada al cigarrillo.
—Deberíamos irnos. Se hace tarde.- Christa suspiró cuando la llama del cigarro apenas era una lucecita naranja en medio de la noche y cuando el clima se tornó aún más gélido. Metió las manos en los bolsillos de su gabardina y se puso de pie.
Y eso hicieron. Caminaron de regreso al lugar donde habían dejado el auto.
La calle que conducía al Kinderheim 511 estaba desolada.
Christa caminó al lado contrario pero lo hizo sola.
Cuando se percató de la ausencia de Grimmer, se giró y corrió tras él.
—¿A dónde vas?- Ella exclamó. —¡Grimmer!
Pero él no la escuchó, caminó a paso firme hacia el orfanato que lo había criado por toda su infancia y adolescencia.
—¡No! ¡No vayas de nuevo! ¡Volvamos al hotel! ¡Por favor!
Pero él siguió sin mirarla, ni decirle nada.
Entonces ella lo supo.
Era el otro.
—Stainer.
El nombre del otro sonó con un eco en la calle desolada.
Se detuvo sin voltear.
Por segunda vez, Christa se siente intimidada por él. La primera vez había sido cuando lo conoció en Praga hacía tan solo cuatro meses, cuando se paró frente a ella y tuvo que levantar la cabeza para poder mirarlo a la cara, el miedo inicial que había provocado su estatura, había sido contrarrestado con la calidez que le había dado la sonrisa que le dio. Ahora, detrás de él, los casi cuarenta centímetros de diferencia de estatura que los separaban parecían ser más. Pero a pesar de ello, ella dio un paso al frente y colocó una mano en el hombro de Stainer.
Solo un momento se detuvo antes de continuar caminando.
A Christa no le dio más remedio que seguirlo.
Camino detrás de él y con cada pisada sus huellas dejaban un camino que ella misma se encontró pisando también. Ahí se dio cuenta de nuevo la diferencia de tamaño que existía entre los dos.
Oh.
Stainer se detuvo en las puertas chamuscadas del Kinderheim 511.
—No lo lleves ahí… es demasiado doloroso.- Christa suplicó.
Pero Stainer ya había entrado.
Christa una vez más, lo siguió.
—¿Porqué estás aquí?- Ella le preguntó. —Solo apareces cuando él está en peligro. Te aseguro que no lo está en este momento.
Stainer aparecía cuando Grimmer estaba en peligro. Una fuerza inhumana y descomunal aparecía en él y se transformaba. En algo que muchos llamarían un monstruo o una bestia. ¿Era eso lo que querían en el Kinderheim 511? ¿Qué habían hecho con él? ¿Porqué él? Tales preguntas permanecerán sin responderse, o eso quería cambiar Christa.
Sorprendida, Christa observó como Stainer caminaba directamente a la oficina del director, como si conociera el camino y supiera que ahí…
—Te lo ruego… Stainer. Si de verdad te preocupas por él, no le hagas esto.
Sin embargo, fue en vano.
Al llegar a la puerta con el número 12 encima, se derrumbó.
Cayó de rodillas y se sujetó la cabeza como si le doliera. Quejidos y gruñidos de dolor apretaron algo en el pecho de Christa. Parecía agonizar de dolor, un dolor indescriptible. Sin esperar, ella corrió y se arrodilló frente a él y trató de sujetarlo de los brazos.
Pero él seguía sujetándose la cabeza con tal fuerza que parecía de acero.
—¡Stainer! ¡Basta!- Ella exclamó con miedo cuando los quejidos de dolor se comenzaron a transformar en gritos. —¡Lo estás lastimando! ¡Déjalo!… ¡Deja que vuelva! ¡Tráelo de regreso! ¡Devuélvemelo!
Pudo retirar los brazos de su rostro y cuando lo hizo, solo Dios sabrá qué la poseyó, pero con desesperación, se acercó con brusquedad y plantó un beso fuerte e intenso en su boca.
Lo besó.
Solo porque…
Sabrá Dios porqué.
Christa se apartó rápidamente abriendo los ojos cuando lo sintió relajarse. Rápidamente se llevó la mano a la boca, incapaz de creer lo que acababa de hacer. Con la cara roja, la respiración pesada y el corazón repiqueteando su esternón en un constante y violento martillar, se alejó, incrédula de sus propias acciones, mierda-mierda-mierda-mierda-mierda, se repitió en su cabeza.
Grimmer parpadeó y después se masajeó las sienes tal como si estuviera atravesando una fuerte migraña. —Lamento asustarte.- Él le dijo antes de sonreírle como si nada hubiera pasado, como si no hubiera colapsado en el suelo, como si Stainer no hubiera estado ahí, como si ella no lo acabara de besar.
Christa permaneció petrificada sin poder moverse ni hablar. ¿Qué iba a decir? ¿Porqué? ¿No…? ¿Él no…?
—Stainer, no te hizo daño, ¿verdad? A veces es demasiado violento.
—…N-No… yo… él… No, no. No me hizo daño.- Ella se las arregló para decir con la cara roja.
—Bien.
Habían pasado demasiadas cosas.
Tantas como para poderlo procesar de forma coherente y ordenada. Todo parecía un bizarro rompecabezas de situaciones extrañas que no tenía pies ni cabeza, pero cuando sintió sus manos en las de él, que la intentaba poner de pie, ella dejó de darle importancia. O quizá optó por dejar de darle importancia. Era demasiado vergonzoso. Jamás. Jamás había besado a alguien por el mero deseo de hacerlo, esta era la primera vez. Y lo hizo porque vio la oportunidad y la tomó. Porque… ella llevaba queriendo hacerlo desde hacía un buen tiempo.
—Vamos al hotel.- Grimmer le pasó la mano por encima de la frente. —Estás ardiendo, ¿te sientes bien?
Christa solo movió la cabeza de arriba a abajo, incapaz de articular alguna frase.
De regreso en el hotel, ella ya había recuperado el color en su rostro y también sentía que las cosas estaban bien, él no se comportaba como si ella fuese una lunática aprovechada, seguía afable y amigable como siempre. Incluso como si Stainer no hubiera aparecido. Sobraba decir que ni ella ni él mencionaron a su alter ego cuando regresaron al hotel.
La aparición repentina y sin sentido de Stainer parecía que había terminado por ser un tema que él no quería mencionar, y no sería ella quien lo sacara a colación para dialogar. Cenaron juntos esa noche, sushi del restaurante que ella conocía de sus días viviendo en Berlín, el platillo japonés después de las cosas que había sabido ese día lo hacía parecía ser un chiste, ambos rieron, y si bien ella estaba demasiado avergonzada por sus atrevidas y poco apropiadas acciones de hacía unas horas, él la hizo sentir mejor con una petición que calentó algo en el pecho.
—Juguemos ajedrez. Tú podrás ser las blancas.- Él le dijo sumergiendo un poco el rollo de sushi en el vasito de salsa de soja.
Ella se hundió mientras se sentaba en la cama con el cabello largo y húmedo cayendo por su rostro.
Sonrió suavemente y se deslizó por la orilla de la cama y sacó de su maleta el ajedrez que habían jugado durante días en Praga.
Jugaron ajedrez tres veces, dos veces ella ganó y la última ella lo dejó ganar. La primera con un Mate del pastor, la segunda con una Defensa Siciliana y la tercera él ganó con un rápido Mate del loco.
—Algún día te ganaré de verdad.- Él sonrió.
—Ya lo hiciste.
Después de un rato y con el televisor en un programa de televisión que ninguno de los dos conocía, él se puso de pie a medio juego, justo cuando el alfil blanco iba a derribar a la torre negra. Christa levantó la mirada confundida y lo miró arrodillarse en su maleta y extraer una hoja de papel doblada en cuatro.
Grimmer regresó frente a ella y extendió el papel.
Él sonreía con tristeza. Christa por ninguna razón comenzó a sentir taquicardia.
—Es tu acta de nacimiento. Mereces tenerla, lamento no habértela dado cuando la encontré.
La taquicardia se acentuó, y las manos le comenzaron a sudar. La tierra se sacudió como un barco en medio de la tormenta, olas que azotaron el fuerte acero con el que están hechos los navíos. Su respiración se tornó tan pesada que creyó que iba a colapsar.
No podía ni siquiera extender la mano para tomar la hoja. Los frutos de una labor que le tomó años y por fin llegaba el tiempo de la cosecha, ella sería la primera Rosa en recuperar lo que el Kinderheim 204 les arrebató durante la infancia, al menos una cosa. La respuesta a todas las interrogantes y las preguntas que se hacía cada mañana estaban ahí. Frente a ella.
Tomando el papel lo apretó, negándose a verlo.
—¿Ya la leíste?- Ella preguntó con suavidad.
—Sí, lo lamento, no pude evitarlo.
Él ya sabía su nombre. Y el pensamiento la hizo feliz.
—¿Cuál es?- preguntó con el corazón en la garganta. —Dime… ¿Cómo me llamo?- Christa levantó la mirada de la hoja para verlos a los ojos. Los ojos azules de Grimmer parecían contener un sentimiento de duda y también de reticencia. Pero ella lo miró con más intensidad.
Naoko .
— Tu nombre es Naoko Tenma.
En ese cuarto de hotel en Berlín, a las 22 horas de una fría noche de enero de 1998 y con la nieve comenzando a caer, cubriendo las calles de blanco, y después de más de veinte años, a la edad de 30 años Christa Ludwig recuperó su verdadero nombre.
Repitió el nombre tantas veces como necesarias para que su lengua lo recordara.
—Repítelo.
—Naoko.
—Dilo otra vez.
—Naoko.
Lloró de nuevo, él la sostuvo con ambos brazos. Ella empapó su camiseta con lágrimas. Lloró con la tristeza evolucionando a la felicidad, y de la felicidad al miedo, y del miedo a la calma. Para cuando su corazón ya podía estar en paz, su llanto se había transformado en un sollozo que se perdía con el sonido de la nieve golpeando las ventanas.
Cuando ya era tarde, él decidió regresar a su habitación para darle espacio.
Ella se recostó en la cama cubriéndose con las mantas, pero después de media hora sin poder conciliar el sueño tanto por el frío como por el insomnio, se levantó y abrió la puerta para dar tres golpecitos en la puerta de enfrente.
Él la dejó entrar y le dijo que podía dormir en su cama y que él dormiría en el suelo.
Cuando ella se recostó, la cama estaba cálida, se abrazó a la almohada y estiró la mano hacia él, tirando de la camiseta de Grimmer.
—… Recuéstate conmigo.
¿Era inapropiado? Sí. ¿Le importaba? No.
—No quiero dormir sola.- Ella insistió.
La cama era suficientemente grande como para poder compartirla sin tocarse.
Él se recostó boca arriba y ella de lado, mirándolo.
—Háblame de algo.- Ella pidió cuando vio que él tampoco podía dormir.
—¿De qué quieres que te hable?
—Sobre tu hijo.- Ella dijo, temerosa de haber tocado un nervio que no debía tocar. Pero él sonrió como siempre.
—Cuando lloraba en las noches, me levantaba, iba a su habitación y lo cargaba. ¿Y sabes qué hacía? Apretaba su manita en mi dedo.- Dijo levantando la mano y el dedo que su hijo solía apretar. —Le gustaban los dinosaurios… bueno creo que a todos los niños les gustan.
Ella sonrió enternecida.
—¿Cómo era? ¿Se parecía a ti?
—Sí. Pero su cabello era un poco ondulado.
—Me hubiera gustado mucho conocerlo.
Grimmer le sonrió antes de mirar de nuevo al techo.
Christa se deslizó un poco más cerca y recargó la frente en su hombro.
—Gracias.- Ella susurró. —Por todo. Por salvarme. Gracias por devolverme mi nombre…
—No tienes porqué agradecerme.- Él dijo pasando su mano en el cabello negro.
Y ella aprovechó esa oportunidad para deslizar su brazo por su torso y abrazarse a él con fuerza. Lo sintió tensarse solo un momento antes de relajarse y devolverle el abrazo. —¿Estás bien?
Ella levantó la cabeza solo un momento. Y sin mucha ceremonia se incorporó para poner un beso rápido en su mandíbula. Y luego otro en su mejilla.
—Perdón.- Ella suspiró. —No sé qué me pasa.
Mentía, ella sabía bien lo que le pasaba, era perfectamente capaz de reconocer el calor que crecía en su pecho subiendo por su esternón para darle mucho más color a su rostro, las mejillas le ardían y su corazón latía tan rápido que estaba segura que él lo escucharía. Christa se mordió el labio solo un poco, creyendo que había llegado demasiado lejos, pero Grimmer solo le sonrió y aún sin demasiada luz, ella pudo ver sus ojos azules brillando de forma peculiar.
Christa jadeó con sorpresa cuando él la besó rápidamente.
Confundida lo miró atónita cuando se separó.
Grimmer le sonrió con ternura.
—Sí me di cuenta.
Christa se puso roja cual tomate. Mierda. Mierda. Mierda. Maldita sea. Claro que se dio cuenta. Solo que había sido demasiado caballeroso como para decírselo en el momento.
Durante mucho tiempo, durante años. Durante casi toda su vida, Christa sintió que no pertenecía a ningún lado. Pero ahora se sentía completamente en su sitio.
Y quizá era la forma en que él deslizó su mano en su mejilla frotando su pulgar por encima de su pómulo, quizá era la tierna forma que él tenía para retirar el cabello negro de su rostro enrojecido, pero ella solo supo que todos los caminos habrían conducido a este lugar. A él
Ninguno de los dos dijo nada más, pero la distancia se cerró rápidamente, con un suspiro ella dejó que él la abrazara para besarla, ella se dejó hacer. Le pasó la mano por el cuello y profundizó un beso intenso y demandante. Él la puso debajo de su cuerpo y ella abrió las piernas.
—¿Debería llamarte de forma diferente?-Grimmer le preguntó alejándose un poco y acariciando su sien.
Ella sabía a lo que se refería.
—Necesito tiempo…quiero seguir siendo Christa por un poco más.- Ella respondió con timidez. —Quiero despedirme de ella.
Él besó su mejilla y ella tiró de su cuello para besarlo con hambre.
Por fuera, la nieve seguía cayendo. Pero ella ya no tenía tanto frío.
Notes:
Hehehe
Andamos ansiosos
Chapter 26: Huesos y corazones
Chapter Text
Quizá había sido la llamada a media noche del hombre de la cafetería exigiendo que tratara a Martin porque tenía un disparo en el costado. Quizá había sido la sangre que se quedó impregnada en las sábanas de la cama del hotel. O quizá habían sido las últimas palabras de Martin.
El experimento sigue su curso en la Mansión de las Rosas Rojas .
Martin no lo comprendía. Pero ellos sí.
Kathryn lo vio vendar la herida con ahínco, pedirle la botella de agua oxigenada y más vendas para, al menos, detener la hemorragia. Ella no sabía mucho de medicina, pero si la sangre era demasiado oscura… Era demasiado tarde.
Desde luego, ella no le diría que dejara de intentarlo, cuando él le pedía instrumental, ella simplemente obedecía. Quizá Martin lo sabía, pero aún así sonrió, tanto por los esfuerzos del médico para salvarlo como por aquella palabra que le erizó la piel.
—Eva… Está esperándome.
Kathryn cerró los ojos y giró la cabeza. Porque se rehusó a mirarlo, porque había estado en compañía de la muerte durante tanto tiempo y ella ya no quería estarlo. Había visto gente morir tantas veces que le era imposible contarlas, y todas ellas a manos suyas. No era algo nuevo, ver cómo la luz escapa de los ojos de un ser humano, pero la diferencia estaba que Kathryn no deseaba la muerte de esta persona. Eso era diferente, todas las demás habían sido muertes deseadas y ejecutadas sin un ápice de arrepentimiento. Martin, por el contrario, era una buena persona. Que en definitiva no deseaba morir y no merecía morir
De camino a la estación de Frankfurt, en el taxi, Kathryn se limitó a estirar la mano y a tomar la de Kenzo para apretar sus nudillos. Él se sobresaltó un poco para después relajar la expresión y sonreírle con tristeza. Lo había intentado, aún si supiera que estaba perdido, Kenzo trató. Kathryn recargó la cabeza sobre su hombro y cerró los ojos, preguntándose a sí misma si él ya tenía las palabras adecuadas para decirle a Eva que Martin estaba muerto.
Ella se mordió el labio cuando sintió que él besaba su cabeza en forma de un gesto triste pero deseoso de ser cálido.
Cuando la encontraron sentada con la maleta descansando en el suelo frío del andén, ella tuvo la impresión que quizá debía haberse quedado en el hotel, ella no tenía nada que hacer ahí. Pero aún así él le había tendido la chaqueta, como si de esa forma asegurara que ella iría con él.
Además… Tenía que devolverle el vestido y los tacones que había usado la noche anterior.
Cuando Eva los vio parados a cinco metros palideció.
Muerto.
Martin.
—¿Debería esperar en el taxi?- Kathryn le preguntó a Kenzo en voz baja mientras los sollozos de Eva hacían eco en la fría y vacía estación del tren. Ella comenzó a sentirse incómoda y sabía que en este momento el único que podía acompañarla era él.
Él la miró y después a Eva quien tenía las manos en el rostro y el cuerpo temblando por el llanto. Soltó un suspiro y después la miró otra vez. —Solo será un momento.
Kathryn asintió comprensivamente y antes de ponerse de pie, Tenma tomó su mentón con suavidad y colocó un beso en su mejilla. Ella se sonrojó de golpe y una sonrisa surcó su rostro.
Esa misma mañana él la había besado en los labios también, luego ella se animó a besar su mejilla. Este era el cuarto beso que compartían desde la noche anterior. Las piernas aún le temblaban de recordar la forma que él la besó. Se moría de ganas de besarlo así de nuevo, de que él la besara de esa manera otra vez.
Ella apretó su mano antes de soltarlo para levantar la bolsa con el vestido y los zapatos en la otra mano.
—Dile que ya he llevado el vestido a la tintorería y que agradezco mucho que me lo haya prestado.
—Lo haré.
Se metió las manos en los bolsillos y se dio la vuelta, Eva seguía llorando.
—Dile que lo lamento mucho.
Ese mismo día, tan solo unas horas después, él le había dicho que debía esperar a Čapek para interrogarlo. Por obvias razones, Tenma no quería que ella se acercara por nada del mundo a aquel nefasto hombre. Tal como había dicho Martin en su lecho de muerte, aquel hombre iba acompañado del mismo Bebé y otros hombres salieron a la hora que él les había dicho, él pensó que habría sido de mucha ayuda contar con la información de la hermana de Kathryn, Úrsula . Pero había desaparecido de la faz de la Tierra. Cuando la fueron a buscar ese mismo día al hotel donde estaba hospedada, la recepcionista le dijo que jamás se había hospedado una tal Úrsula Schäffer.
Y cuando la describieron: una mujer hermosa, ojos azules, de cabello largo ondulado y rojo Borgoña. La recepcionista le dijo que no la reconocía. Era difícil que una mujer tan bella como Úrsula pasase tan desapercibido. A menos que se hubiera disfrazado. Tenía sentido. Kathryn sintió un nudo en el estómago cuando desapareció.
Eran como las once de la mañana, Tenma se levantó lentamente y caminó detrás de ellos.
Se acercó al taxi esperando y le indicó que siguiera al mercedes que acababa de arrancar.
Una lástima porque en ese instante, el estómago se le achicó cuando dos patrullas lo acorralaron de ambos lados.
No.
No iría de nuevo a prisión. Así él tuviera que recurrir a las últimas consecuencias. Y corrió directo hacia el callejón donde Kathryn lo esperaba. Y con un movimiento brusco tomó la muñeca de Kathryn y corrió.
Ella no necesito preguntar porque escuchó las sirenas rugiendo con fuerza por el aire, no sabía ni de dónde venía el sonido. Así que solo corrió con el corazón desbocado. Corrieron hacia la avenida principal, Kathryn se detuvo de golpe y trató de jalar de la muñeca de Tenma para detenerlo, pero él se soltó de su agarre.
Y el grito de pavor y ensordecedor de Kathryn retumbó en toda la calle.
Recuperar la conciencia resultó un trabajo particularmente difícil, parte de él quería seguir durmiendo, parte de él quería abrir los ojos. La luz del Sol se colaba de lo que parecía una ventana, no era la ventana del hotel, la ventana estaba abierta y la brisa resultó en parte, agradable y serena. La habitación era definitivamente una nueva. No era el hotel. Y le costó recordar qué había sido lo último qué había ocurrido.
Trató de mover el brazo derecho pero no pudo porque algo se lo impedía. Sintió un peso extra al costado de la cama y su corazón se apretó cuando vio los rizos de Kathryn desparramados en su costado. Estaba completamente dormida y estaba aferrada a su antebrazo. Kenzo quiso mover el brazo izquierdo para acariciar la cabeza de Kathryn pero el dolor lo hizo sobresaltarse y quejarse. Ahí se percató del dolor general que tenía en todo el cuerpo, sentía cómo si se hubiera caído de las escaleras… O como si lo hubiera arrollado un auto... Se miró la muñeca y estaba vendada, levantó un poco la cabeza y vio con sorpresa que su pierna izquierda también estaba envuelta en un vendaje ¿Qué pasó?
Kathryn se despertó de golpe por el movimiento y cuando vio que estaba despierto casi saltó sobre él.
—¡Kenzo!- Ella exclamó con sorpresa. —¡Qué bueno que ya despertaste!
Kenzo aún no terminaba de espabilar cuando sintió los labios de Kathryn en los suyos.
—Estaba muy preocupada- Ella jadeó separándose para salpicar su rostro con más besos, en su mejilla, su frente y las comisuras de sus labios. Después ella se alejó y la vio sonreír casi con sorna. —Tienes que mirar a ambos lados cuando cruces la calle, tonto.
—¿Qué pasó?- Tenma preguntó, aún demasiado desorientado. —Siento como si me hubiera arrollado un camión.
Kathryn soltó una risa nerviosa.
—Es gracioso que lo digas. Cruzaste la calle corriendo cuando los autos tenían verde, una camioneta no tuvo tiempo de frenar.
Con esta, ya serían dos veces que lo atropellan en su vida. Trató de no preocuparse por las consecuencias neurológicas de recibir golpes de esa forma, él mismo había atendido pacientes después de accidentes automovilísticos. No estaba en condiciones de resultar con una hemorragia interna secundaria a traumatismos craneoencefálicos. No le dolía la cabeza ciertamente, su visión estaba bien y tampoco estaba mareado, ni tenía náuseas. Solo le dolía todo el cuerpo.
—No tienes un golpe grave en la cabeza, por si te preocupa.- Una voz masculina dijo detrás de Kathryn. Tenma pareció confundido pero al ver que Kathryn estaba calmada, se relajó. Un hombre corpulento como de sesenta años, quizá más, pero parecía bastante conservado y fuerte. Caminó hasta un par de metros junto a Kathryn. —Solo tienes una luxación de segundo grado en la pierna izquierda, otro de segundo grado en la muñeca. Y muchos raspones en todo el cuerpo. Solo te golpeaste un poco la cabeza pero nada grave, aunque claro, tú eres el experto aquí, Doctor Tenma.
Él se tensó por instinto pero Kathryn se giró aún sosteniendo su mano sana y sonrió con cortesía.
—Agradezco mucho que cuide de él, Herr Milan y que nos preste esta habitación mientras él se recupera.
El hombre sonrió inclinando la cabeza.
—Los invitamos a comer, debes estar hambriento.- Milan dijo dirigiéndose a él para después salir de la habitación.
Tenma se movió para poder sentarse en la cama, Kathryn lo ayudó a sentarse con cuidado.
—No tan rápido, aún estás muy lastimado.
—¿Dónde estamos?- Kenzo preguntó mirando la ventana.
—El barrio turco, o bueno… lo que queda del barrio turco.- Ella explicó. —Cuando te atropellaron Milán estaba pasando por ahí. Se detuvo con su auto y nos trajo a su casa. Sé que habrías preferido un hospital, pero en vista de las circunstancias no podemos aparecernos en lugares tan concurridos y vigilados.
—¿Cuánto tiempo llevo dormido?
—Solo un día. Comenzaba a asustarme, pero él dijo que era normal y que incluso era posible que siguieras inconsciente hasta mañana. Me alegro que estés bien.- Kathryn agachó la mirada y tomó la mano sana y acarició los nudillos con delicadeza para después acercarla a su rostro. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Tenma cuando ella besó sus nudillos con devoción para después frotar su mejilla en su palma. Él se derritió por dentro y estaba demasiado petrificado para moverse, el corazón le latía con violencia debajo del esternón y sintió algo revoloteando en su estómago. Otro beso en su palma. —Que bueno que estás bien.
Estiró los dedos y cuando hizo presión en su mejilla con la firme intención de acercarla para poder besarla, la puerta se abrió y una niña de unos ocho años entró con un jarrón con unas florecitas amarillas recién cortadas.
—Corte estas para ti.- La niña dijo con una sonrisa.
Kenzo soltó una risa y le sonrió con dulzura.
—Gracias.
Kathryn sonrió también con ternura y la vio salir de la habitación dando saltitos.
Él la miró y notó la nueva blusa blanca que ella llevaba puesta. —Linda ropa.
Kathryn se miró a sí misma y sonrió con ternura. —Me la regalaron las mujeres que viven aquí. ¡Ven! Estoy segura que quieren conocerte. Necesitas comer algo y debes tomar agua. Estás muy deshidratado.
El aroma a comida recién preparada despertó su apetito cuando Kathryn abrió la puerta.
Tenma se congeló ante la gran cantidad de comida frente a él. Eran platillos que ciertamente él no reconoció pero no era importante, todo olía exquisito. Una Kathryn junto a él ya había empezado a devorar lo que había en su plato.
—¡Es comida Vietnamita, Doctor Tenma!- Dijo la mujer mayor. —¡Espero que le guste! Verá, como somos de distintos países, tenemos la costumbre de hacer platillos de nuestros lugares de origen. A veces hacemos comida vietnamita, a veces comida turca, a veces comida tailandesa y a veces checa.
Kenzo sonrió y estiró la mano para dar su primer bocado. Los sabores en su lengua se derritieron en una forma que lo hizo enarcar las cejas con grata sorpresa. Algo en su pecho se apretó y mientras comía sintió como un nudo se hacía en su garganta.
—Está delicioso.- dijo en un hilo de voz.
—¡Sí! Nunca había probado la comida vietnamita.- Kathryn agregó con gozo.
—¡Me alegra mucho!- Respondió Suleiman.
Uno de los niños miró a Kenzo y sonrió.
—¿Usted es de Japón, verdad? ¿Qué preparan allá?
Kenzo trató de que la pregunta no lo afectara. A veces, solo a veces, olvidaba que había nacido en Japón. Oficialmente, había pasado la mayor parte de su vida en Alemania, y en ocasiones olvidaba que era japonés. Tanto que incluso cuando llamó a su hermano y él contestó en japonés, tardó segundos en recordar el idioma, recordaba más el inglés, incluso el francés más que su propia lengua materna. Y ciertamente se sentía extremadamente culpable por ello, porque tampoco se sentía como un Alemán. No. Él no era alemán, es decir, legalmente lo era. Pero Kenzo no era alemán, él era Japonés. Y se aseguraría de recordarlo siempre.
Aún si en Japón tampoco se sintiera parte de algo. O de la sociedad en sí.
Lo que sí recordaba, era la comida.
—Bueno…la gastronomía allá es bastante amplia. Aunque muchas veces se consume carne de cerdo y los turcos no la consumen. El sushi es una buena opción, pero pocos toleran el sabor del pescado, especialmente crudo. Quizá algo con huevo o pollo.- Él explicó con los ojos de todos en la mesa sobre él con curiosidad y asombro. —Quizá arroz frito cambiando el cerdo por pollo… o el Oyakodon, que es pollo y huevo.
—¿Porqué se llama así?- Preguntó Tung.
—Porque quiere decir padre e hijo y pues… tiene pollo y huevo…
Se le subió la sangre a las mejillas cuando el comedor se rompió a carcajadas. Su corazón se aceleró por todas las buenas razones, junto a él Kathryn también reía con dulzura.
—¡Qué loco! ¡La creatividad en Japón es sin duda una maravilla!- Milán se rio antes de darle un sorbo a su cerveza.
—¡Me encantaría conocer Japón!- el niño dijo con entusiasmo
—A mí también.- Kathryn suspiró cuando las carcajadas cesaron para después mirar a Kenzo. Su sonrisa se borró parcialmente cuando vio que él no reía y que tenía la vista perdida en algún lugar de la mesa. —¿Qué tienes? No nos estamos burlando…
Todos miraron preocupados al Doctor quien negó con la cabeza y sonrió. Tratando de que no se formaran lágrimas en sus ojos.
—No, no.- Él dijo, con una sonrisa triste dibujada en su rostro. —Esque…tiene muchísimo que no comía algo tan delicioso, en una mesa así. Muchísimo tiempo…
Kathryn estiró la mano y la apretó con cariño mientras buscaba sus ojos para poder sonreírle. Kenzo la miró con dulzura y un brillo peculiar mientras entrelazaba sus dedos.
Ella se preguntó, ¿Qué habría que hacer para poder tener esto todos los días de su vida? Esa paz, esa alegría, esa rutina. Porque en ese comedor, con Kenzo junto a ella, Kathryn pudo darse cuenta de una cosa: Deseaba esto.
Más que ninguna otra cosa. Y deseaba tenerlo para siempre. Quizá no lo merecía. En este momento, a ella ya no le interesaba que mereciera el castigo, la muerte, el infierno. Quería tener esto por el resto de sus días. Por breves momentos vio a su madre, vio a la gente buena que había conocido en su vida y los vio en esa mesa. Su pecho se calentó y se sonrojó de imaginarlo. ¿Era esto lo que la gente llamaba, “tener una visión a futuro”? ¿A esto se refería ella cuando le dijo que “Encontrara la paz”?
Al diablo si no lo merecía. Ya encontraría su condena en el infierno cuando muriera. Y no quería morir pronto. Ya llegaría su juicio final. ¿Verdad?
Kathryn tenía el cabello húmedo de la ducha que se acababa de dar cuando fue a la cocina buscándolo porque no se encontraba en la habitación y ella le quería exigir que se recostara otra vez y que no anduviera deambulando por ahí. Estaba ahí con el cabello húmedo también y con una camiseta blanca, ayudando a Frau Suleiman a guardar los platos de la cena y no se dio cuenta que ella estaba parada a unos pasos. Carraspeó y llamó la atención de Kenzo.
—Yo ayudare a Frau Suleiman, ve a recostarte.- Kathryn le dijo. —Tú mejor que nadie sabes que no puedes estar merodeando con el pie lastimado.
Él estaba a punto de abrir la boca para hablar cuando la mujer se acercó a ellos.
—¿Ya están casados? ¿O están comprometidos? Perdonen la pregunta pero me es imposible evitarlo, hacen una pareja divina.
Esta era la segunda vez que surgía esa conversación. Lo aclararon un poco después, solo eran amigos.
Pero la primera vez no se habían devorado a besos…
—N-no.. uh…bueno…-Kathryn tartamudeó con las mejillas coloradas.
—Ninguna de las dos.- Él continuó con amabilidad
Kathryn se mordió el labio y lo miró
La mujer no borró la sonrisa, las arrugas en sus ojos acentuándose suavemente.
—Oh, ¿Entonces son pareja?
Kathryn iba a responder pero Kenzo volvió a hablar.
—No. Solo somos amigos.
¿Qué?
La mujer asintió sin borrar la sonrisa y no hizo más preguntas. Y pasados un par de minutos ella se retiró habiendo terminado de guardar la vajilla.
Tuvo deseos de pedirle a Frau Suleiman que le dieran otra habitación. Pero su vergüenza y su cortesía era más fuerte, no quería abusar de la hospitalidad de sus anfitriones solo porque estaba molesta. Entonces decidió comportarse como la adulta que era y simplemente lo ayudó a ajustar el vendaje de su pie que se había aflojado por la ducha. Fue delicada y trató de que su enojo no influyera en la forma que le ayudó a ajustar el vendaje de su muñeca. Porque sí, ella continuaría siendo servicial con él. No sería cruel. Ella no era así.
—No supe qué responder.- Él le dijo con suavidad. —No estaba listo para responder preguntas.
Fue ahí donde Kathryn se dio cuenta que llevaba frunciendo el entrecejo desde que regresaron de la cocina. Lo relajó un poco. Solo un poco.
—No dijiste mentiras.- Ella señaló envolviendo el resto de la venda. —Solo que no sabía que tienes la costumbre de besarte con tus amigas .
Tenía que calmarse, sabía que estaba actuando como una adolescente enojada y tenía que comportarse. Pero estaba enojada. Genuinamente enojada.
—No la tengo.- Kenzo dijo con calma.
Ella ya no respondió y se agachó sobre la maleta guardando el botiquín.
—Kathryn…
—¿De qué se trata entonces?- Ella exigió levantando la mirada para verlo a la cara. —¿Bajo qué concepto me ves? Porque no lo entiendo.
Kenzo continuó sentado en la cama y con un gesto le pidió que hiciera lo mismo. A regañadientes, obedeció y se sentó con las manos en las rodillas, sus rizos parecían ser de fuego bajo la luz de la habitación, sus ojos verdes echaban chispas y tenía la cara enrojecida por el enojo y por la vergüenza. Cada vez le era más imposible ocultar lo mucho que admiraba su belleza. Kenzo tuvo que aguantar las ganas de besarla.
—Sabes que antes de todo esto yo estuve con Eva, iba a casarme con ella.- Él comenzó y ella asintió suavemente. —En su momento no terminamos en los mejores términos…
No le diría que ella le arrojó el anillo de compromiso. En algún momento se lo diría. Ahora no.
—Después de terminar mi relación con ella.- Él continuó. —Me concentré en mi trabajo y solo en mi trabajo. Había amigos que me insistían en salir con otras mujeres y tendían a cuadrar citas para mí, pero jamás me sentí con el entusiasmo de hacerlo o de intentarlo siquiera. Más de una vez cancelé a última hora. Después todo esto empezó. Y… mierda… no esperaba esto. Esto es lo último que esperaba de esta situación. Conocerte fue lo mejor que me ocurrió en este infierno, Kathryn.
Ella relajó la expresión y lo dejó continuar.
—Pero no esperaba que… lo que siento por ti llegara tan lejos. Y no sé en qué punto ocurrió. No sé cómo ocurrió, solo sé que me es imposible mantenerme cuerdo cuando estás conmigo. Nunca me había sentido de esta forma. Con nadie. Ni siquiera con Eva, que era la mujer con la que iba a casarme.- Kenzo frunció el entrecejo sintiéndose completamente frustrado. De todas las cosas que esperaba en esta persecución que parecía no tener fin, terminó conociendo a una mujer que lo estaba enloqueciendo, que deseaba tener cerca, que deseaba besar y tocar. Verla se estaba convirtiendo en un paraíso y un infierno al mismo tiempo. Se moría de ganas de…
Y cuando ella lo veía con esos grandes ojos verdes, era más difícil poder reprimirse.
Pero detestaba arrastrarla con él en este infierno. Siempre sintió que estaba obligándola a seguirlo, aún si explícitamente ella le hubiese dicho que quería estar con él. No podía evitar recordar las palabras de Christa en la prisión.
—Dije que eras mi amiga porque en parte es cierto.- Él desvió la mirada. —Kathryn, eres sin duda alguna la primera amiga que tengo en mi vida. En Japón… tuve amigos, pero ninguno al que pudiera acudir. Cuando llegué a Alemania y empecé la carrera de Medicina naturalmente muchos se acercaron a mi, tuve amigos fui… bastante popular si lo quieres ver así. Pero de nuevo, ningún amigo de verdad. Como dicen por ahí: “un amigo de todos es amigo de nadie.” En la vida laboral fue igual, colegas del trabajo que se acercaban pero nadie en quien yo confiara. He de decir que los amigos de verdad los he conocido cuando empezó este circo de muertes y violencia. El Doctor Reichwein, Herr Grimmer… incluso Christa…
Kathryn soltó una risa suave.
—Pero Kathryn…- Él tomó su mano y la apretó. —Eres la primera amiga en quien se que puedo depositar mi confianza. Si tuviera que atravesar el infierno entero, tú eres la única que querría a mi lado. Eres la primera persona que viene a mi mente cuando se habla de confianza.
Y maldita sea. Quería decirle. Quería decirle que él…estaba…
Solo dos palabras. Dos palabras. Dos. Pero tenía miedo de que quizá no era el momento correcto.
Ella guardó silencio por un breve momento. Parpadeó lentamente y todo el enojo que había sentido se transformó en otra cosa. Algo le quemaba y pesaba en su pecho. Algo en su garganta dolía, era un dolor extraño y que ella no reconocía en lo absoluto. Un nudo. El labio le tembló.
Tenma levantó la mirada y se encontró con su expresión estupefacta. El rojo en sus mejillas permanecía. No podía aguantar más.
—¿Puedo besarte?
Kathryn no respondió, en su lugar, se deslizó por la orilla de la cama y le rodeó el cuello con los brazos y lo besó. No era un beso delicado ni controlado, las piernas le temblaron cuando su lengua entró en su boca, permanecía latente esa ternura y dulzura con la que él la besó la primera vez, ella cuidó no lastimar su mano y jadeó cuando sintió que él estaba recargándose sobre la mano izquierda. Se separó un momento. —La luxación… tu muñeca…- Ella dijo agitada.
Kenzo no respondió y jalo de su cuello para estrellar su boca contra la de ella otra vez. Ella se derritió y le devolvió el beso con el mismo ahínco. Cerró los puños en su camiseta y cerró los ojos con fuerza cuando él se apartó de su boca y le besó la mejilla, bajando hasta besar su mentón y después más abajo, hasta su cuello. Por instinto, ella movió la cabeza a un lado dándole más acceso a su cuello. Cuando la calidez de su boca llegó a su cuello, un suave gemido resonó en su garganta.
Un dulce sonido que hizo temblar a Tenma, quien era incapaz de detenerse, ebrio con el afrutado olor del shampoo de Kathryn enterró los dedos en los rizos rojizos y continuó besando su cuello. La muñeca izquierda le dolía, pero no tanto como su necesidad de pasar su lengua por encima del lunar que ella tenía en el cuello. Sin previo aviso, tiró suavemente de la blusa a un lado para poder llegar a su clavícula, la cabeza le dio vueltas cuando también tuvo que mover el tirante del sostén. Mierda. mierda. mierda. Él cerró los ojos y se inclinó para continuar besando y mordiendo ligeramente la piel en su clavícula. Un sonido suave salió de su garganta cuando sintió los dedos de Kathryn deslizándose en su cabeza y su cuero cabelludo. Él succionó un poco más fuerte sobre la pálida y tersa piel de su cuello.
—Kenzo…-
Maldición, la forma que ella dijo su nombre lo hizo sentirse aún más mareado de necesidad. Se estaba desconociendo, no podía reconocerse a sí mismo en ese instante, y tampoco reconoció su propia acción, moviendo la mano por la cintura de Kathryn y deslizando un dedo por debajo de la blusa, después la mano.
La respiración de Kathryn se tornó pesada y errática, había un lío en su ropa interior, movió las piernas y notó a la perfección la humedad. Sabía bien qué quería…
Entonces recordó a Petr Čapek.
Un recuerdo fugaz pero que la desarmó y la alteró.
—Espera…- Ella dijo en un hilo de voz. —Kenzo… espera… Basta…
Rápidamente él retiró la mano y la miró con genuina confusión y también con miedo.
—Kath, ¿Qué-
No alcanzó a decir nada cuando ella tiró de él para abrazarlo. —Perdón… perdóname… no creo poder hacerlo… lo siento mucho, lo siento… Recuerdo a Čapek, su cara está ahí… perdóname.
Kenzo se apresuró y besó su mejilla. El corazón se le apretó. —Está bien… no quería… no era mi intención presionarte…- Él le aseguró y acarició su rostro con dulzura.
—No lo hiciste. Yo… yo quiero… es solo que…
Ella ya no tenía palabras, pero tampoco eran necesarias. Kenzo acunó su rostro con las manos y la besó, con cariño, con comprensión, con entendimiento y paciencia. Con amor .
—Es tarde, ¿quieres dormir ya?- Tenma le dijo cepillando su cabello con los dedos. Sus ojos brillaban con gentileza. Por breves instantes, ella ya no veía un humano, veía un ángel, y verdaderamente él parecía uno cuando la luz de la lámpara en la mesita de noche le confería a sus ojos un brillo que transformaba el marrón en los ojos de Kenzo en un brillante color miel.
Oh, Dios… lo bello que él era…
Ella negó, mirando al suelo y ocultando su sonrojo.
—No tengo sueño… aún.
—Dijiste que quería contarme sobre tu vida en Francia.- Él le dijo acomodando un rizo rojo detrás de su oreja.
—Es una historia larga… y tú necesitas dormir.
Kenzo se sentó en la cama y levantó la pierna izquierda para poder darle el descanso adecuado para la pronta recuperación. Pero él tenía la atención puesta completamente en ella.
—No, yo quiero escucharte.- Él le dijo dedicándole una sonrisa cálida.
Chapter 27: Ma Carotte
Chapter Text
«Desde 1990 hasta 1993 trabajé como la guardaespaldas de Petr Čapek, mi trabajo consistía en salvaguardar la vida de Čapek, en acatar cada una de sus órdenes. Si me pedía no apartarme de su lado me quedaba ahí, si me ordenaba investigar alguna persona, la investigaba… si me ordenaba asesinar a alguien… lo hacía. Si deseaba pasar la noche conmigo, yo decía que sí. Así fue hasta el otoño del 93 donde me dijeron que mis servicios ya no eran solicitados y que esperara nuevas indicaciones.
Ese día me despertó una llamada telefónica en el hotel donde me encontraba hospedada. Čapek tenía una reunión de funcionarios y por ende yo debía estar ahí pero esa llamada que recibí me retuvo.
—Fräulein Kathryn Becker. Sus servicios para con Herr Čapek ya no son solicitados, haga favor de esperar indicaciones y no abandonar su habitación en el hotel.- Fue lo único que me dijeron y luego colgaron dejándome sin nada para decir.
Obedecí. Me senté en la orilla de la cama y esperé. Esperé por unos veinte minutos hasta que por debajo de la puerta me pasaron un sobre. Cuando lo abrí encontré un boleto de tren desde la estación de Frankfurt con destino a Paris, Francia. Adjunto al boleto, había una carta impresa donde me ordenaban abordar el tren inmediatamente sin dar aviso y sin hablar con nadie. Había otra carta pero en la parte superior del sobre, decía que no debía abrirla hasta que estuviera en el tren y también había otro sobre con la misma indicación.
Por un instante dudé. Primero me llamaron diciéndome que esperara en la habitación y luego una carta donde me decían que abordara un tren que me llevaría a Francia. Dudé un instante sobre que orden acatar.
Pero de nuevo obedecí. Abandoné la habitación de mi hotel, tomé un taxi que me llevara a la estación de Frankfurt y ahí tomé el tren de las siete de la mañana con destino a Paris. Y para el medio día ya estaba en la capital de Francia.
Durante el viaje, abrí la segunda carta que había dentro del sobre más grande. Esta carta era diferente, estaba escrita a mano y era una letra familiar. Muy familiar. El tono de la carta era curioso puesto que no parecía una carta de instrucciones, parecía una carta más que nada de tono informal.
“Estimada Kathryn Becker:
Lamento haberla hecho realizar estas actividades tan precipitadas, pero sé que usted estará a la altura de todo. No tiene que preocuparse por su trabajo en Alemania, está todo bajo control. Pero le pido que no regrese al país al menos en unos cuatro años aproximadamente, la hemos enviado a Francia porque es el mejor lugar para que usted pase estos años lejos de sus funciones.
En el sobre hay documentos falsos que usted puede ocupar para pasar por francesa sin ningún problema. Usted no tendrá problema alguno para encontrar algún oficio con el que vivir por estos años. Lamento decirle que no será posible enviarle dinero para manutención, por ello es indispensable que consiga un trabajo. Si puede, consígalo lo más alejado de la ciudad.
Suplico su perdón. Le deseo la mayor de la suerte y por favor, cuídese mucho. Encuentre la paz. “
No supe que pensar al terminar de leer la carta. La leí una, dos, tres, cuatro veces y no tenía idea de que pensar. No había remitente, nada que me hiciera saber el nombre de la persona que escribió tal carta. Nada salvo la letra que me resultó tan familiar a la vista en ese momento. Me decían que viviera en Francia por cuatro años, que cuidara de mi misma, que encontrara un trabajo y que viviera de ese trabajo. Aquello podía hacerlo sin problema.
Pero “Encontrar la paz” ¿Qué significaba eso?
No entendí a que se refería con ello pero no me importó. Atendí lo que sí comprendí.
Esa misma tarde me la pasé leyendo el periódico en la sección de empleos buscando algún trabajo que yo pudiera hacer. Teniendo en cuenta lo que la carta me había dicho sobre que lo mejor sería que fuera un trabajo lejos de la ciudad, busqué opciones que se adaptaran a ese parámetro, todos eran trabajos en Paris, pero entonces mi atención se la llevó un anuncio de una granja en la región de Borgoña.
Solicitaban un cargador, hombre, entre los treinta y los cuarenta de complexión robusta para poder realizar el trabajo sin problema. Yo podía realizar el trabajo sin problema aunque no cumpliera ninguno de los requisitos. Me hospede en un hotel y a la mañana siguiente tomé de nuevo otro tren.
Me dejó la estación más alejada. A pesar de que era otoño, todo a la lejanía era verde, verde y más verde. Jamás había visto un paisaje similar. El olor que llegó a mi nariz ese día jamás podría olvidarlo. Era un aroma que no se asemejaba en nada al olor de la ciudad.
En la ciudad había pavimento, humo, el motor de los autos, aromas que simplemente se reducirían al conjunto de civilizaciones. En aquel lugar había ausencia de todo ello. Había césped, aire, tierra húmeda, no había un solo rastro de lo que yo conocía de toda una vida. Era la ausencia del ruido lo que también me hizo parar.
No fue hasta ese instante que caí en cuenta de lo lejos que estaba de lo que alguna vez consideré mi vida.
Jamás había estado en una granja. Jamás había visto una. Y mucho menos había visto de cerca animales que vivían en una. Por lo que cuando llegué y las gallinas se arremolinaron a mis pies sentí necesidad de defenderme. Entonces una mujer de unos 70 años salió exclamando algo en francés que en ese momento no comprendí.
En ese momento dejé de ser Kathryn Becker y me convertí en Dominique Fontaine. Y recordé todo lo que me habían enseñado de Francés en el kinderheim, no sería difícil para mi pero jamás había hablado con un nativo.
—¡Lamento mucho eso! Siempre se ponen así cuando llega algún desconocido.- ella me sonrió.
—No se disculpe.- le respondí. —He venido por lo del anuncio de trabajo. Solicitan a un cargador.
—Oh sí, por su puesto. ¿Eres la esposa del que quiere el trabajo?
—No. Yo deseo obtener el trabajo.
Los ojos azules de la mujer parpadearon frenéticos y sin disimularlo mucho, me analizaron. En el anuncio solicitaban a un hombre (enfrente tenía una mujer) de treinta o cuarenta (para ese año yo tenía veintisiete años) y de complexión robusta (en ese entonces yo era más delgada.)
—Ma fille, no quiero problemas con recursos humanos por una hernia inguinal o problemas de la columna… tus brazos son muy delgados y mira ese torso, te vas a partir la espalda con el cargamento. Si tuvieras más músculo…
—Puedo hacer el trabajo sin que usted tenga que preocuparse por eso.- la interrumpí.
Pareció dudar pero luego me volvió a sonreír.
—A ver, ayúdame con estas cajas de tomates y súbelas a la camioneta.
Lo hice sin hacer mucho esfuerzo. Luego subí otras cajas que ella me pidió. Me observó y me analizó de nuevo esta vez con ojos diferentes.
—Veo que efectivamente gozas de una gran fuerza física a pesar de tu apariencia frágil y delicada.- se acercó y estiró una mano hacia mi brazo. —¿Me permites?
Yo asentí y ella examinó mis brazos.
—No hay un solo gramo de grasa, únicamente músculo, pequeño, pero con ellos te das abasto muy bien. Gozas de una excelente salud.- concluyó y luego me sonrió. —¿Cómo te llamas?
—Dominique Fontaine, Madame.
—Hagamos una cosa Mademoiselle Fontaine, estará usted una semana de prueba si al término de la semana me convence usted queda contratada.
—De acuerdo. Entonces ¿Quiere que comience hoy o desea que vuelva mañana?
—Comencemos hoy. No es mucho pero son cajas realmente pesadas, necesito una mano.
La ayudé, cargué las cajas repletas de verduras, tuve cuidado con las cajas de huevos pero todo lo hice tal y como ella me había pedido. Ella parecía complacida de mi trabajo. Entonces llegó la tarde y fue momento de irme.
—Volveré mañana, Madame.
—¿Vives en el pueblo que está a un kilómetro?
—No, madame, estoy hospedada en Paris.
—¡Cielo Santo! ¿Vienes desde Paris? ¿Y vas a ir y venir toda la semana? ¡Vas a quedar en la ruina por el boleto!
—No tengo problema con ello.
—¡De ninguna manera voy a dejar que te vayas hasta allá y regreses siete días de esta manera! ¡Quédate aquí! En mi casa hay seis habitaciones completamente vacías y vivo sola.
—No deseo causarle inconvenientes.
—¡Patrañas!- exclamó y luego se acercó señalando mi maleta de manera suspicaz. —¿Es todo lo que traes?
—Sí, madame.
—Bien, bien. Ahora vamos adentro que voy a prepararnos algo delicioso para cenar.
No tuve motivos para negarme. Así que caminé detrás de ella.
—Por cierto, mi nombre es Mathilde Roussel.- se presentó extendiéndome la mano. La estreché dándome cuenta de la fuerza que tenía la mujer por la forma tan enérgica con la que apretó mi mano. —Y esta granja es toda mía.
Me quedé en su casa. Era grande y ahora soy capaz de decir que me gustaba. Me gustaban las flores que tenía en la entrada, en las ventanas y que crecían desde el suelo. Me gustaba la frescura que sentía dentro y que al mismo tiempo daba sensación de calor. Me gustaban sus muebles; El sillón desgastado, el comedor de madera que parecía haber sido hecho hacia cincuenta años, la alfombra color vino. Todo dentro de la casa me gustaba…Pero en ese tiempo yo no era capaz de saberlo.
Ella preparó un par de emparedados de tocino con verduras. Me lo comí y ahora sé que adoré el sabor. Preparó también un té de limón con miel. Me lo tomé y ahora sé que cuando me lo terminé deseaba otra taza porque me encantó el sabor. Ahora lo sé. Pero para ese momento no tenía ni idea.
Me condujo a una habitación en la segunda planta.
—Este pasillo está lleno de habitaciones, te daré esta pero si quieres puedes cambiarte a la que desees.- sonrió y abrió la puerta invitándome a pasar.
—Esta está bien, madame Roussel.- le dije.
Me mostró la habitación, grande, de paredes blancas, con flores secas decorando el espejo en el tocador, una enorme ventana, una cama mucho más grande de la que había tenido en el Kinderheim o en cualquier hotel o pensión en las que me la pase viviendo por años. Jamás había estado en un cuarto semejante.
—Te dejo para que descanses, mi habitación está abajo, tienes un baño ahí, la puerta frente a la cama. Descansa y mañana continuaremos con las pruebas.
Ella cerró la puerta y me quedé parada un par de minutos. Analicé la habitación un poco más, había un armario también pero por respeto no lo abrí. Estando en esa habitación por un instante me sentí perdida y sin motivo. Por primera vez en mi vida no sabía que ocurriría al día siguiente. Siempre tenía una orden para acatar al día siguiente. Mi vida siempre estaba condicionada a lo que mis superiores me dijeran. Ahora estaba sola en Francia haciendo algo por mi cuenta, por mera supervivencia. Era peculiar. Pero no me causaba ninguna incomodidad.
Al día siguiente, madame Roussel me despertó a las cinco de la mañana. La ayude a recoger huevos de las gallinas, esta vez ya no me atacaron, después la ayude a ordeñar vacas, ella lo hizo mientras me enseñó para quede al día siguiente fuera mi turno. Después subí el cargamento de unos vegetales. A ojos de ella, estaba haciendo un buen trabajo.
Preparó el desayuno y después continuamos con sus labores. Ella me pedía que cargara las cajas de zanahorias o de tomates o de papas y yo lo hacía sin problema.
Ella hacía trabajos que según ella, eran sencillos.
—Soy demasiado vieja para cargar, yo me encargo de esto, espero que no te moleste, pero si quieres este trabajo tienes que encargarte de lo pesado.
—No me molesta.
—Cuando tenía tu edad yo sola cargaba toda esa pila de cajas. Yo me encargaba y lo hacía tan rápido… pero los años no pasan en vano. Ahora soy una viejita que tiene problemas con la ciática.- de nuevo me sonrió.
Toda la semana fue la misma rutina hasta que llegó el sábado y ella con una sonrisa me dijo:
—¡Mon Cherî, estás contratada!- exclamó. —Haces un trabajo increíble.
Entonces por primera vez en toda mi vida me animé a intentar recrear en mi rostro ese peculiar gesto que madame Roussel siempre llevaba. Moví los músculos de mis mejillas y alcé suavemente las comisuras de los labios. No sabía si lo estaba haciendo bien, entonces ella me miró y soltó un alarido.
—¡Mírate! ¡Pero si yo sabía que eras aún más bella cuando sonríes!- exclamó. —Te ruego que sonrías más a menudo. Tu sonrisa realza tu belleza muchísimo más.
No sabía que decir. Me quedé ahí y lo primero que hice fue asentir con la cabeza.
—Agradezco que acepte mi trabajo y que me permita tomar prestada su habitación. Espero que mis servicios le sean de utilidad y si deja de ser así, no dude en hacérmelo saber.
—Anda, chiquilla, que esto no es un estamento militar.- se carcajeó.
La vida en la granja se convirtió en una rutina a la que me acostumbré con demasiada facilidad. Me gustaba madrugar, ahí en el campo el sol siempre pintaba el cielo de rosa, morado y naranja, cosa que era difícil apreciar en la ciudad. Me gustaba escuchar a las cigarras, a los pájaros y me gustaba mucho el olor de la tierra fría y húmeda en la mañana. Incluso llegué a acostumbrarme y a disfrutar del olor de las vacas. Me acostumbré a los animales y ellos se acostumbraron a mí. Al inicio, las gallinas corrían cuando me veían pero después terminaron por arremolinarse a mis pies cuando les daba de comer y también dejaron de picotearme las manos cuando iba por huevos. Las vacas se relajaban y eran muy obedientes cuando tenía que ordeñarlas. Incluso los perros de Madame Roussel comenzaban a seguirme a todas partes buscando que jugara con ellos.
A lo que no terminaba de acostumbrarme era a la gentileza de Madame Roussel.
Todos los días preparaba el desayuno y cuando nos sentábamos ella me hablaba de tantas cosas que a veces me costaba seguirle el hilo. Me contó prácticamente la historia de su vida en cuatro desayunos, como es que su familia terminó teniendo una granja, como es que le hubiera gustado una vida en París pero apenas y podía costearse un apartamento en Orleans, así que rápidamente regresó a Auxerre dónde se preparó en el área de la costura y durante años ejerció como costurera. Entonces conoció a un militar con el que se casó y entonces decidió regresar a la granja para pasar el resto de su vida ahí.
Los fines de semana ella siempre quería ir al mercado a comprar pan, verduras que no teníamos en el huerto como berenjena o calabaza, frutas o de vez en cuando, un six pack de cervezas. Siempre me pedía que la acompañara pero jamás fueron órdenes, ella simplemente deseaba enseñarme el pueblo, quería conversar. Quería compañía. Y al inicio yo no era capaz de entenderlo. No entendía porqué los fines de semana me apresuraba alistándome para poder acompañarla, o porqué particularmente estaba extremadamente atenta a todo lo que ella dijera.
Incluso me compraba ropa. Me llevaba a la pequeña tienda en el pueblo donde había ropa barata pero linda. Me decía que escogiera alguna prenda pero yo ni siquiera había ido de compras antes. ¿Qué debía tomar? Debía tomar una decisión por mi cuenta y no era capaz de hacerlo. Y me aterró. Me preocupaba que ella se diera cuenta que había algo mal conmigo.
La primera vez, tomé un par de jeans y una camiseta blanca, ni siquiera me fijé si eran de mi talla.
Ella solo se carcajeó y entonces ella escogió un overol, una blusa verde, unos vaqueros y otra camiseta azul celeste.
—El verde y el azul te quedarán de maravilla.- Ella me sonrió. Tomando mis decisiones de ropa como una muestra mía de humildad y vergüenza y no como lo que por debajo era; ignorancia y falta de autonomía.
Por las noches, ella siempre veía la televisión, veía esos programas americanos cuyo humor era ajeno a mi. Ella reía con lo que se decía en pantalla y yo solo era capaz de sonreír.
Fue en Francia donde recuperé mi sentido del gusto. Después de meses intentándolo, comencé a disfrutar de la comida. Quizá demasiado. La verdad no me importó que la ropa me quedara más ajustada que antes, o que mi vientre se tornara un poco más abultado o que mi músculo se viera acompañado de una capa extra de grasa, no me interesaba haber ganado unos kilos, cuando pude saber lo que era disfrutar de un guisado caliente, un pan recién horneado o una tarta hecha con fresas y frambuesas frescas. Mi paladar y mi estómago exigieron lo dulce, lo salado, lo amargo, lo agrio, incluso lo picante. Mi cerebro exigía la serotonina que daba el chocolate, mi lengua exigía el ácido que daba el jugo de naranja, fui capaz de identificar mi hambre y también de saciarla.
Y todo fue gracias a Madame Roussel. Ya que siempre compraba y preparaba la comida más exquisita que había probado en mi vida.
—Me recuerdas mucho a mi Céline.- me dijo una mañana mientras desayunábamos. —Curiosamente es pelirroja igual que tú. Pero su cabello es lacio.
Yo la miré y no tuve que preguntar para saber que se estaba refiriendo a su hija. —¿Dónde está ahora?
Ella sonrió pero no con alegría. Sus ojos se fijaron en la taza de té y la sostuvo con ambas manos. Por breves momentos creí que había tocado un nervio que nunca debí tocar. Quizá ella estaba…
— Prefiere trabajar viajando que vivir aquí conmigo.- Ella respondió. —Supongo que no puedo culparla. La vida conociendo el mundo es mucho más atractiva que el olor de las vacas. ¿Quién querría limpiar la suciedad de vacas y gallinas en lugar de conocer Nueva York?
En mi cabeza, no cabía la posibilidad que alguien prefiriera viajar a vivir en un lugar tan bonito y tranquilo como ese. No entendí. No entendí cómo es que Céline habría sido capaz de abandonar a su madre para irse del país. ¿Cómo era eso posible?
—Yo preferiría vivir aquí.- Me atreví a decir.
Madame Roussel me miró con curiosidad. Yo sabía que ella tenía muchas preguntas sobre mí. Sabía que no era normal mi comportamiento. Aún si yo tratara de hacer parecer que sí. En los casi diez meses que llevaba trabajando para ella, jamás había hablado de dónde venía y ella tampoco había tenido la osadía de preguntar. Y mierda, cómo quería decirle la verdad. Esos meses viviendo con un nombre de mentira (otro nombre de mentira) era una piedra en la boca del estómago, algo que me impedía beber y comer. Me estaba enfermando. La mentira me estaba enfermando. Pero tampoco encontraba las palabras para decirle que todo este tiempo yo era una mentira con piernas.
—¿De qué país vienes?
Quizá ese había sido el día al fin.
—Porque no eres francesa. Eso es seguro. El acento cuando estas nerviosa te delata. ¿Quizá de Alemania?
Yo asentí con la cabeza. Incapaz de sostener mi mentira por mucho tiempo más. No quería seguirle mintiendo a una persona tan dulce y que no buscaba hacerme daño.
—Y supongo que Dominique Fontaine tampoco es tu nombre real.
Yo negué con la cabeza.
—¿Cómo te llamas?- Su pregunta estaba cargada de un sentimiento que me apretó algo en el pecho. No había molestia en su mirada, ni reticencia, ni nada semejante a la traición por haber sido engañada por casi un año. Las arrugas en sus ojos se acentuaron y ella solo me sonrió.
Pregunta tan maldita y que era una cuerda en mi cuello. Sentí como algo me apretaba la garganta. Lo único que tenía era lo que me susurraron al oído en el Kinderheim 204. Ni siquiera lo sabía. No era real. No era el verdadero. También era una mentira. No importaba cuánto yo lo intentara, yo continuaría siendo una miserable mentira andante.
—Kathryn Becker. Pero tampoco es mi verdadero nombre.- yo respondí.
Ella frunció el entrecejo claramente confundida.
Y le conté.
Le conté de dónde venía. De lo que había hecho. De lo que me habían hecho. Pero sobre todo lo que había hecho yo.
Me imaginé que ella me correría de su casa. ¿Quién querría una asesina en su casa? ¿Quién demonios confiaría en una asesina? Cerré los ojos esperando que ella me ordenara salir de su casa.
Pero lo último que esperaba era que ella se levantara de la mesa para correr a abrazarme. Quedé tan tiesa como el hielo cuando ella me acarició la cabeza y tampoco supe qué hacer cuando la escuché llorar. Ella estaba llorando por mí . Me abrazó fuerte, acarició mi espalda y mi cabeza otra vez. Mi memoria recibió un chispazo, una luz y una corriente eléctrica que puso en mi cabeza la misma imagen, pero yo era pequeña. Alguien. Una mujer. Una mujer me abrazaba así. Una mujer que se parecía a mí.
Mamá.
—Mi pobre niña.- Ella lloró un poco más antes de soltarme. —Maldito mundo podrido… ¿Cómo pudieron hacerte esto?
No recordaba a mis padres. Supuse que alguna vez tuve. No recordaba a mi madre. Pero estoy segura que así era como se sentía tener una madre.
—Aquí estarás a salvo. Nadie va a hacerte daño. No dejaré que nadie te lastime, niña mía.-Ella sollozó.
Mi piel se erizó y deseé tanto poder llorar. Lo único que hice fue sujetar la muñeca de Madame Roussel mientras ella se rompía en un llanto que valió tanto para ella como para mí.
Esta mujer tan dulce y gentil, estaba llorando por lo que me hicieron en el Kinderheim 204, y no lo comprendía, pero tampoco me importaba, me sentía bien, me sentía a salvo, segura. Sentía como si todas las atrocidades de mi vida en Alemania culminaran con la famosa luz al final del túnel, y ahí estaba ella, con los brazos extendidos, amorosos como los de una madre. Recordaba las imágenes en las iglesias de la Virgen María extendiendo los brazos o esas imágenes donde la Virgen María carga en brazos a Jesucristo después de que lo crucificaron. ¿Así era como se sentía?
Las cosas desde ese día mejoraron considerablemente. No es que estuvieran mal, pero me sentía mucho más libre, me sentía menos pesada.
Pasaron cuatro años y no había nada mejor.
Jamás me había sentido más libre. Y por instantes olvidaba de dónde venía. Madame Roussel era como una madre para mi y cuando tuve el atrevimiento de decírselo ella se soltó a llorar de gozo.
— Ma Carotte.- que significaba “Zanahoria” forma amistosa para llamarme. —Le devolviste la luz a mi vida.
Las cosas habrían sido igual. Y probablemente nunca hubiera regresado a Alemania, pero entonces una mañana recibí una carta. Lo cual era completamente extraño, porque nadie en el planeta entero sabía de mi paradero. La carta no tenía remitente y llevaba los sellos postales de España, Francia, Italia, Polonia y por último Checoslovaquia. Mi nombre estaba en el sobre de la carta y la verdad dudé mucho en abrirla, pero la curiosidad me ganó.
Me consternó la minúscula cantidad de palabras en esa carta. Era tan corta que puedo recordarla toda.
Pequeña Kathryn:
Déjame devolverte lo que no sabes que perdiste. Encuéntrame en Praga.
- E.K
Me parecía absurdo. Porque claramente se trataba de una carta de la mismísima Eda Klein.
Una vez más, Alemania me mandaba a traer. Checoslovaquia, en realidad. Me rehusaba a irme. Ya no tenía motivos para irme y sí tenía motivos para quedarme. Iba a dejar que las brasas consumieran el papel. Iba a romper la carta en mil pedazos. Estaba preparada para abandonar ese recuerdo y arrojarlo en lo más recóndito de mi memoria. Pero Madame Roussel se sentó a mi lado y sujetó mi mano entre sus manos fuertes pero llenas de arrugas.
—Ma Carotte, deja que te completen. Recupera lo que te arrebataron, busca la justicia y busca que paguen por lo que esos hijos de puta te hicieron.
Me quedé muda cuando dijo eso.
—Recupéralo todo, niña mía. Ve y busca lo que te quitaron y que se haga justicia, véngate si es necesario. Que no queden impunes las atrocidades que te han hecho. Y cuando hayas terminado, vuelve a casa.
Ella me abrazó y lloró en silencio. Lo único que pude hacer fue tratar de devolverle ese abrazo.
A la mañana siguiente después de preparar mi maleta, bajé a darle de comer a las gallinas, saqué huevos, ordeñé las vacas, corte jitomates y los coloqué en la caja para después ponerla en la camioneta. Cuando entré en la casa ella ya estaba preparando el desayuno. Mi último desayuno en esa casa, lo disfruté como nunca antes.
Después me llevó a la estación del tren en París, cuando me paré frente a ella antes de abordar el tren, me abrazó y lloró una última vez. En medio del llanto me pidió que regresara a casa.
—Promete que regresarás.- Ella me dijo pasando su mano en mi cara.
—Sí, maman.- Le sonreí.
—Recuérdalo bien, Ma Carotte, todos merecemos recibir una mano cuando necesitamos ayuda... la ayuda jamás está de más, en especial a aquellos que están al borde del peligro.
Y dicho esto. Me subí al tren.
No comprendí aquella frase. No hasta que te vi por primera vez en Praga hace casi siete meses.»
Kathryn se abrazó a sus piernas y tras un breve instante, se atrevió a mirarlo. Él la miraba atentamente y ella podría jurar que sus ojos estaban cristalizados.
Chapter 28: Casa de tragedias, mentiras y milagros
Chapter Text
Tenma comenzó a detestarse a sí mismo. Más de lo que ya lo hacía. Cuando se vio en el espejo, el cabello largo y descuidado, la barba, las ojeras de meses de un sueño que no había sido capaz de conciliar desde que su vida se había transformado en esa desagradable rutina de correr y esconderse, los rasguños en su rostro, ropa que ni siquiera era suya, ropa que había robado, no reconoció al hombre que estaba en ese reflejo, no solo no lo reconoció, sintió… asco.
Se encerró en el baño seguro de una cosa; Kathryn tenía que seguir su camino. Sin él.
Ella debía irse. No podía continuar siguiéndolo a todas partes. No podía seguir atándola a él. Es decir, nunca la obligó a nada, pero en cierto modo, Tenma tenía la convicción y la certeza de que él la estaba encadenando a una causa perdida. ¿Qué harían cuando por fin asesinase a Johan? ¿Qué rumbo seguirían después de ello? Porque él estaba seguro de que, una vez que su tarea haya concluido, él mismo se dejaría atrapar por las decenas de personas, los cientos de policías que aún continuaban persiguiéndolo por todo el país. Esta vez no huiría del Inspector Lunge. Quizá debió acostumbrarse al frío del metal de las esposas en sus muñecas. Porque ahí es donde volvería. Y Tenma estaba bien con ello.
O quizá eso era lo que él quería creer.
Al regresar a la habitación, Kathryn le daba la espalda, pero al sentir su presencia se giró con el rostro pálido, sus ojos verdes estaban desorbitados y todo lo que Tenma pudo ver era una inquietante mezcla de horror, pavor y asco. Ella sostenía una libreta con las fotografías de Petr Čapek que habían descubierto hacía unos minutos, después de que ella le contara su vida en Francia. Y el pecho aún se le apretaba.
Junto a ella, estaba Milan recargado en la pared como si estuviera entablando una conversación con ella. Él parecía tranquilo, pero ella parecía estar al borde del colapso. Tenma sintió urgencia de apresurarse hacia ella, completamente alterado por el terror en el rostro de Kathryn. Aún cojeando de la pierna, él se acercó y deseó saber de qué estaba tratando la conversación.
Cuando Milan lo actualizó con la información salió de la habitación, dejando a Kathryn hecha un manojo de ansiedad y terror. Cayó de rodillas y se sujetó la cabeza, tirando del cabello y golpeándose la cabeza.
Aterrado, Tenma se agachó y la sujetó de los hombros, sacudiéndola.
—¡Basta! ¡Kathryn!- Él le dijo.
—Fui yo… fui yo … ¡fui yo!
Ella se retorció y se hizo un ovillo en el suelo como si estuviera experimentando el dolor estomacal más violento y agonizante de su vida. Apretó los dientes mientras continuaba repitiendo una y otra vez; fui yo, fui yo, fui yo, fui yo.
—¡Yo lo hice!- Kathryn se sujetó la cabeza con ambas manos y después se sujetó los brazos, enterrando las uñas en la piel, rasgando, buscando arrancarse la piel, buscando abrirse paso entre sus músculos y desgarrarse desde adentro. Deseando romper cada hueso en su propio cuerpo, deseando arrancarse los ojos, cortarse las manos, hacerlo todo con tal de morir. — Yo lo hice
—¿Qué fue lo que hiciste?- Él preguntó cada vez más asustado. Tenma la sujetó de nuevo tratando de contener la forma en que ella se retorcía en su agarre.
—¡Suéltame! ¡No me toques!
Decir que estaba asustado era poco. Aterrado. Era una palabra un tanto más adecuada. Algo en él se partió ante aquella forma de pedirle que la soltara. Dolió. Dolió mucho.
Pero cuando la soltó, ella volvió a tirar de su cabello una vez más.
—Yo los maté.- Kathryn dijo en medio de quejidos. —Yo maté al hijo de Suleiman, al padre de Tung, al esposo de Minh, al hijo de Mustafa, al padre de Shemel.
Tenma palideció y se le heló la sangre. No encontraba palabras para decirle.
Pero algo no cuadraba.
Los cinco líderes habían sido asesinados en 1996 y Kathryn volvió de Francia apenas hacía unos meses. Era imposible que Kathryn estuviera presente cuando eso ocurrió, no había correlación, ella no estaba en Alemania cuando eso sucedió…
¿Verdad?
— Te mentí.- Kathryn murmuró como si ella estuviera leyendo su mente—Regresé a Alemania por un par de semanas en Agosto de 1996.
Él la miró fijamente.
—Petr Čapek siempre supo dónde me encontraba…
Kathryn recuperó la calma parcialmente pero aún era incapaz de mirarlo a la cara, en su lugar, permaneció en el suelo, presionando las palmas sobre la fría duela de madera, buscando encontrar un poco de tranquilidad.
—En 1996 después del incidente del incendio aquí en el barrio turco, me envió una carta. Y me ordenaba venir a Frankfurt. Él me dió el nombre de cinco personas y yo solo vine a cumplir el trabajo… Asesiné a los cinco miembros de la rebelión y después regresé a mi casa de campo en Francia…
Tenma estaba petrificado y deseaba tomar su mano, deseaba abrazarla, poder hacer algo. Tocarla siquiera.
—Dejé a dos niños huérfanos, a una mujer viuda y a dos padres los hice enterrar a sus hijos. Y estoy en su casa. Compartiendo techo con ellos, comiendo en su mesa, usando su ropa, durmiendo en su cama…
Kathryn se puso de pie en un movimiento brusco y se apresuró a tomar la Glock 45 que él le había robado a ese policía en Dusseldorf un par de meses atrás y se la extendió sujetando el cañón. Horrorizado, parpadeó confundido y perturbado.
— Mátame.
Kenzo sintió cómo se le revolvía el estómago. Esta persona frente a él no era la dulce mujer que conoció en Praga, no era la sonriente mujer que disfrutaba comer cosas dulces, que hacía bromas sobre su cabello o que pedía azúcar extra en su café. No era su Kathryn.
— Nunca .
La mirada en el rostro de Kathryn estaba perdida en un lugar al que él no tenía acceso, no era ella, estaba perdida, su Kathryn estaba perdida y no sabía cómo encontrarla. Estaba completamente desesperado. Y cuando Kathryn se puso el cañón de la pistola en la sien y cuando quitó el seguro del arma, Tenma tuvo que tragar la bilis y de un movimiento rápido, e ignorando el dolor en su muñeca y tobillo, saltó sobre ella y la sujetó de la muñeca apartando el cañón de su cabeza, impidiendo que la habitación quedara salpicada de sus sesos. Apretó la muñeca de Kathryn y le arrebató el arma y la aventó al otro lado de la habitación.
Lo último que él esperaba, era que ella continuara luchando contra él. Cuando trató de sujetarla del torso, Kathryn se dio la vuelta y sus ojos estaban cargados de furia, dolor, frustración y desagrado. Tenma fue incapaz de saber si esas emociones estaban dirigidas a él. Todo el mundo pareció detenerse cuando sintió el ardor de una bofetada.
Kenzo aún estaba completamente en blanco y petrificado de la incredulidad cuando ella lo golpeó en la costilla con la rodilla, buscando zafarse de su agarre para ir por el arma otra vez. Pero de nuevo, Tenma la sujetó de la muñeca y tiró de ella para frenarla y evitar que se suicidara.
—¡Basta!
Tenma sujetando su muñeca con más fuerza. Y recordó las palabras de Christa en la prisión. Ella obedecerá cada orden que tú le des . No. Él no quería… No quería… Jamás lo haría… Él jamás…
— Es una maldita orden.
Kathryn se paró en seco y dejó de forcejear.
Ella se giró y lo miró atónita. Kenzo trató de recuperar la compostura y aflojó el agarre en la muñeca de Kathryn.
—Solo… detente…por favor.
Cuando Kenzo trató de abrazarla, ella no se opuso. Sus brazos se envolvieron alrededor de ella, su mentón descanso en su hombro y apretó, como si ella fuese a desaparecer, como si éste fuera el último día en la tierra, como si su mundo entero se fuera a acabar. Cerró los ojos y contuvo las ganas de llorar.
Pero ella jamás correspondió el abrazo. Solo permaneció ahí, parada a mitad de la habitación con la mirada perdida en las manchas de humedad del techo. Szymon Nowak. Cracovia.
—Suéltame.- Ella dijo después de un momento.
Tenma retrocedió soltándola solo un poco. Kathryn lo miró y sintió un doloroso pinchazo de culpa al ver la mejilla enrojecida en la bonita cara de Kenzo. Entonces él sostuvo su rostro con ambas manos y la besó.
Kathryn sacudió la cabeza tratando de apartarlo —N-No…
Pero él volvió a besarla.
Quería empujarlo, quería decirle que no, que esto no iba a ir a ningún lado, que estaba rota y que él no merecía algo así. Quería decirle que parara, mentirle que no lo quería más, que quería estar lejos de él, quería decirle un sinfín de cosas. Pero Kathryn se derritió en el beso una vez más… Justo como solía hacer con Čapek.
—Ódiame.- Ella pidió en medio del beso. —Ódiame. Por favor, ódiame. Siente asco de mí-
—Te amo.
El corazón se le detuvo por milisegundos. Y un escalofrío la recorrió de los pies a la cabeza.
Thump. Thump. Thump .
Su corazón martilleó con violencia contra su esternón.
Dejó de besarlo y se apartó con violencia para mirarlo a los ojos.
—Te amo.- Tenma repitió. —Te amo. Te amo.
Kathryn conocía el significado de esas palabras, sabía en qué contextos se usaban, conocía el peso de esas palabras, y las conocía perfectamente bien. Pero conocer no es sinónimo de entender. No es sinónimo de sentir.
Amor. Desde luego que sabía en qué contextos se usaba ese concepto, sabía quienes lo usaban. Y cómo lo usaban. Era una palabra que no estaba en su vocabulario y que no recordaba haber usado alguna vez en sus casi treinta y tres años de vida. Jamás nadie se lo había dicho a ella, y mucho menos la había usado con alguien. ¿Qué debía responder? ¿Qué debía decir? La gente responde con un “yo también te amo” eso siempre pasa. Pero algo estaba atorado en su garganta que le impedía responder… ¿Qué sentía por él? ¿Cuál era la naturaleza real de los sentimientos que Kathryn sentía por Kenzo? ¿Estaba enamorada? ¿También lo amaba? Tenía todas las preguntas atoradas en la garganta, atrapadas y encerradas sin que nadie pudiera ayudarle a despejarlas.
¿Desear besarlo, desear tocarlo, desear que él la toque significaba que lo amaba? Kathryn tenía la cabeza atiborrada de preguntas, devanándose los sesos tratando de evaluarse a sí misma. Pero… no podía hacerlo, porque no sabía cuáles eran los criterios con los que una persona puede afirmar que está enamorada.
Él lo estaba.
Kenzo estaba enamorado de ella.
Pero… ¿Y ella?
¿Lo estaba?
Kathryn deseó poder decir esas palabras que la gente dice cuando están enamorados. Deseaba poder decirlo. Pronto comenzó a sentirse atrapada, asfixiada y todo parecía ser más pequeño, como si las paredes de la habitación comenzaran a cerrarse lentamente, reduciendo el espacio, quitando el oxígeno, aplastándola de todos los ángulos posibles. Con los ojos fijos en la ventana abierta, con la mirada perdida en algún punto del techo del edificio de enfrente, ella solo parpadeó lentamente.
Es una maldita orden.
Órdenes.
Obediencia.
Se acabó.
Lentamente regresó la mirada al hombre que tenía sus manos en su cuello, sujetándola suavemente.
—¿Qué debería decir?- Ella preguntó suavemente. Y las palabras en su lengua la llevaron a esa noche lluviosa en Praga hacía meses, cuando Grimmer la salvó a ella y a Milosz de caer al río. Cuando en medio del llanto preguntó si lo que decía estaba bien. —¿Qué debo hacer? ¿Qué quieres que diga?
Preguntar semejante cosa parecía una estupidez, y lo era a ojos de la gente normal. Kenzo era una persona normal. Pero aún así, él solo la estrechó de nuevo y la abrazó. —No tienes que decir ni hacer nada.- Él dijo en un murmullo con voz quebrada y suave. —Necesitaba decírtelo.
Kathryn cerró los ojos y lo abrazó, con fuerza, sintiéndose culpable, miserable, una despreciable cucaracha. Por no haber sido capaz de decirle que ella estaba segura de que sentía lo mismo. Pero no pudo, no pudo decir nada, solo retrocedió ligeramente y acarició la mejilla que acababa de golpear.
—Perdóname… perdóname…- Ella rogó por su perdón mientras besaba su mejilla. ¿Qué clase de derecho tenía de ser amada por él cuando literalmente ella lo había atacado? ¿Cómo alguien tan bueno, dulce y puro podía llegar a amarla, con lo enferma, desquiciada y loca que estaba? Después de verla asesinar a ese hombre en aquella azotea de aquella forma tan violenta, después de saber lo que había hecho con Herr Wagner, después de saber que había matado a los cinco líderes, después de saber que se acostó con Petr Čapek y de confesar que lo disfrutaba... ¿Cómo era posible? Era inconcebible.
—…No fue mi intención lastimarte…- Ella continuó besando su otra mejilla.
Con el silencio apoderándose de una habitación que rápidamente se llenó con un abrumador sentimiento de culpa y arrepentimiento, ella dio un paso atrás.
Nunca debió ocurrir. Nunca debieron cruzar esa línea. La línea de la amistad debió permanecer ahí, sin borrarse, ella debió saber qué era lo mejor tanto para él como para ella. Jamás debió dejar que esto siguiera avanzando, porque ahora, ella estaba arrastrándolo con ella al abismo. Ahora él también estaba manchado con su tinta indeleble, ella había ensuciado su pureza con pecados. Nunca debió dejar que esto pasara. Aún si él se hubiera convertido en el centro de su mundo, aún si él fuera todo lo que ella quería.
Levantó la mirada y respiró hondo.
—Čapek me dijo que las respuestas que he estado buscando las tiene un hombre en Cracovia; Szymon Nowak. Creo que de allá vengo.- Ella por fin dijo. —No quería decírtelo para no preocuparte… Debo irme.
Tenma no le dijo que no. Tenma no la detuvo. Ni le pidió que reconsiderara su decisión.
Él mismo pidió el taxi que los llevaría a la estación de Frankfurt a las cinco de la madrugada. Cuando los niños se acercaron a ella para despedirse, Kathryn siente deseos de alejarlos para caer de rodillas implorando su perdón. Cuando las amables personas que le dieron techo, comida y una cama, le pidieron con lágrimas en los ojos que no se fuera, ella solo tuvo el corazón de inclinar la cabeza, deseando ser perdonada. Deseando piedad. Cada minuto en esa casa era una tortura, era una cruel coincidencia. El universo se burló de ella de tantas maneras que cada vez le era más difícil creer que alguna vez podría encontrar expiación.
En el taxi, él no la sujetó de la mano, tampoco rodeó sus hombros con el brazo como lo había hecho en veces anteriores. Kathryn se hizo un ovillo en el asiento, tratando de no tocarlo, de mantener su muslo alejado del de Kenzo. Se atrevió a mirarlo y en el taxi, sus ojos parecían más cansados, su piel estaba más pálida que de costumbre, y podría jurar que sus pómulos resaltaban un poco más, como si hubiese perdido mucho más peso en el lapso de esas dos horas. Parecía más enfermo, más roto, menos completo, menos suyo.
Nunca lo fue. Nunca debería serlo. Nunca lo sería
Ella era de los últimos pasajeros por abordar el tren que la llevaría a Polonia. Pero no se sentía apresurada, estaba concentrada viendo sus pies. Sus rizos le caían por los lados y podía sentir la mirada de Kenzo en ella.
Se armó de valor para verlo a los ojos. Esperaba encontrar molestia, frustración, hastío, impaciencia. Pero nada de lo que ella esperaba, estaba ahí, porque él la veía con esa gentileza y dulzura que siempre estaba presente en su mirada, aún si él estaba al borde del colapso. Sus ojos aún cansados y tristes la miraron con ese brillo que ella disfrutaba ver. Disfrutaba saber que ella era la causa del brillo en los ojos de Kenzo. Aunque quizá eso esté llegando a su fin.
Él le tendió la mano para despedirse pero eso no era suficiente para ella. En un movimiento rápido que surgió desde lo profundo de su ser y sin pensarlo mucho, se lanzó para abrazarlo, enterró su cara en su pecho y pasó ambos brazos detrás de su espalda, apretando su camisa. Él solo se sorprendió un poco pero naturalmente le devolvió el abrazo con la misma energía.
Ella quería besarlo, quería besarlo otra vez, se moría por probarlo de nuevo, por sentir sus labios en los propios. Pero ¿Qué derecho tenía para pedir por algo así después de lo que había pasado en la habitación? No importaba, porque el extenso hilar de sus pensamientos se vieron suspendidos por el arrebatador beso que él puso en su boca. Kathryn no lo apartó, abrió los labios y se permitió de nuevo el paraíso que era besarlo, trató de memorizarlo todo, sus piernas temblaron y disfrutó la cálida sensación de su lengua en su boca. Un gemido escapó de su garganta cuando las manos de Kenzo atraparon su cintura con un fuerte agarre. Tan solo un par de minutos después, y cuando el aire les faltó, hicieron un poco de distancia.
—¿Entonces a dónde irás ahora?-Ella preguntó con voz queda.
—Lo sabes. Johan está cada vez más cerca. No puedo dejar que se me escape de nuevo.
Kathryn miró el suelo cuando algo dentro de ella se apretó.
—Tú… tú no eres un asesino… eres mejor que él. Eres mejor que todos nosotros… debes saberlo.
—Si no lo hago yo, alguien que me importa mucho lo hará en mi lugar… no quiero que eso pase. Además… es un error que yo cometí. Debo pagar por ello.
—Nada que yo diga podría hacerte cambiar de opinión, pero solo puedo pedirte una cosa.- murmuró mirándolo. Él le devolvió la mirada. —No permitas que te arrebaten eso que te pertenece… Eso que nadie debe quitarte, a lo que todos tenemos derecho, que todos merecemos por el simple hecho de nacer en este mundo; tu humanidad… por favor, Kenzo… no permitas que te arrebaten tu humanidad. No como a mí.
Las palabras de Kathryn fueron un puñal en el corazón de Tenma. No tenía una respuesta para ello, un efecto extraño lo recorrió de pies a cabeza. Y por un brevísimo instante casi pudo sentir deseos de renunciar a todo lo que estaba haciendo, de dar un paso hacia atrás, de pedirle a Kathryn que no abordara el tren y que se quedara con él, o mejor aún, que abordaran juntos un tren que los llevara lejos. Muy, muy lejos. Donde nadie pudiera encontrarlos. Pero no lo hizo, tan solo miró a la mujer de la que estaba perdidamente enamorado tomar su maleta y subir los escalones.
Antes de entrar, Kathryn volteó y le sonrió radiante.
—Me prometiste que me enseñarías a cocinar. No pienses que he olvidado esa promesa. Quiero probar y preparar todos los platillos de Japón.
Tenma sonrió por primera vez desde que habían llegado a la estación.
—Solo si prometes no incendiar la cocina.
Una carcajada deliciosa salió de la boca de Kathryn.
—Eso depende de la calidad de mi maestro.
Y sin más, Kathryn entró y las puertas se cerraron. Ella alzó una mano para despedirse y él hizo lo mismo. Y si bien deseaban no mirarse, ella aún sonrió y desde lo profundo de su corazón rogó a Dios, al universo, a quien fuera, pero rogó para que nada malo le pasara. Y sería mejor que así fuera, la Tierra ardería hasta su núcleo si alguien pusiese una mano encima de Kenzo Tenma.
Ninguno de los dos consideró eso una despedida. No porque acordaran escribirse o llamarse desde donde se encontraran, ni tampoco porque acordaran reencontrarse en algún sitio en específico. Ninguno lo consideró una despedida por el hecho que ambos sabían que de alguna u otra manera, sus caminos terminarían convergiendo en el mismo punto. Y cuando eso ocurriera harían lo que estuviera en sus capacidades para no separarse de nuevo. Una promesa banal pero poderosa.
Kathryn tomó el asiento junto a la ventana para poder verlo una última vez. Le sonrió sacudiendo una mano. Kenzo le sonrió haciendo lo mismo. Entonces el tren comenzó su marcha y mientras avanzaba jamás apartaron la mirada del otro. Tenma vio el tren hacerse pequeño en la distancia y Becker sintió como le arrancaban un pedazo de ella. Dolió.
Entonces Kathryn sintió humedad en el dorso de su mano. Una gota de agua en su mano. Luego otra gota de agua cayó en sus dedos y luego otra y luego otra. Se dio cuenta que su visión estaba obstaculizada. Se tocó el rostro y encontró sus mejillas completamente mojadas.
Con el corazón desbocado y la adrenalina a tope, Becker se apresuró a sacar un espejo de su maleta con las manos temblorosas y sudorosas de la ansiedad. Y lo que encontró en el reflejo la dejó estupefacta.
—Estoy… llorando…
Más lágrimas buscaron salir y ella no lo impidió. Se permitió derramar lágrimas, se permitió sentir por primera vez. Mientras lloraba también comenzó a reír. Si bien sus lágrimas eran de dolor, de sentir como una parte de su ser le había sido arrancado, Su risa era de victoria, una risa de gloria y de placer. Disfrutó. Gozó. Sufrió. Amó la sensación de dolor en su pecho, se abrazó al dolor y gozó sentirlo. Eran sentimientos humanos a los que ella no había tenido acceso hasta ese instante. Quizá hasta hacía un tiempo atrás.
—Gracias…- sollozó abrazándose a sí misma.
Estaba triste porque Kenzo ya no estaba a su lado. Estaba triste pero estaba tan feliz. Estaba tan feliz de por fin saber que estaba triste. Estaba feliz de que después de casi quince años, sabía lo que es llorar de dolor y de tristeza. Llorar de anhelo y llorar por una promesa. Una promesa que deseaba cumplir. Verlo otra vez era uno de sus nuevos propósitos. Y lo conseguiría. Aún había muchas cosas de su ser que aún no comprendía o no descubría pero, este, ya era un gran paso a la victoria.
Después de poco mas de dos décadas, a la edad de treinta y dos años, Kathryn Becker había recuperado su humanidad y la había dejado salir por medio de un llanto de tristeza.
Kenzo Tenma en verdad había nacido para salvar y sanar en todas las formas posibles. Si es que existía, Tenma era un milagro de Dios.
Chapter 29: I Know Places
Notes:
Título para celebrar que Taylor Swift recuperó u música ✨
Ay y también perdón, el cap esta larguísimo
Chapter Text
Ella odiaba que su ropa se ensuciara de sangre. Era una fortuna que llevase un vestido negro y no le sería difícil ocultar la enorme mancha escarlata que ciertamente tardaría un par de semanas en lavar. De cualquier manera, no había nada que un poco de agua oxigenada y vinagre no resuelvan. No importaba, lo único que tenía en la cabeza era la habitación que había rentado con Freya cuando decidieron abandonar Praga para esconderse en Berlín. Trataba de que la voz del monstruo no la hiciera experimentar escalofríos, no es que tuviera miedo de él, sí… Esa musaraña no la asustaba . Pero el estómago se le revolvía cuando un par de noches antes, recibió la llamada de ese bastardo obligándola a continuar trabajando para él, y el nombre de Freya. Su Freya, sonó en la boca del monstruo. No hacían falta explicaciones, ni palabras, era una orden. Una amenaza. Y a Úrsula no le gustaban las amenazas.
Así que cuando salió del hotel con la sangre del Bebé debajo de las uñas y en el vestido negro que acababa de comprar, Úrsula solo salió disparada a buscar un taxi que la llevara a la habitación que habían rentado para esconderse. Sin embargo, cuando se bajó del auto y abrió la puerta del edificio sintió que algo andaba mal, porque no escuchó a Maple maullar como siempre lo hacía cuando ella regresaba.
Sus instintos se despertaron aún más cuando la puerta de la habitación estaba abierta, y sacando el arma del costado pateó la puerta de un estruendo apuntándola con firmeza al frente. Rápidamente mudo el dedo índice al gatillo cuando la figura que más náuseas le provocaba, estaba frente a ella. La sangre de Úrsula hirvió y apretó los dientes con tanta fuerza que podría haberse astillado una muela. Pero aún así, se mantuvo con la calma de una anaconda, y cuando el monstruo levantó la mirada a ella, Úrsula no bajó el arma.
—Me sorprende que hayas salido de tu escondite, maldita cucaracha.- Úrsula escupió venenosamente. —¿Sabes? Sería tan fácil para mí matarte ahora mismo. Solo necesito una bala, y el Doctor Tenma no está para salvarte esta vez.
Roberto entró en la habitación, sonriendo burlón y agitando uno de los juguetes de Maple. El estómago se le revolvió de nuevo y con la boca seca, volvió a fijar su atención en el monstruo.
—Pero sabes que no lo haré. No seré yo quien te dé el tiro de gracia. No seré yo quien te envíe a arder en el fuego del infierno.- Ella continuó pero sin bajar el arma. —Asesiné al Bebé, robé lo que querías, asesiné a todos los que querías. Pero se acabó, no volveré a seguir una orden tuya, imbécil.
—¿Cómo se llama el perfume que usa Freya? Huele exquisito.- Roberto dijo sacando de su costado una bufanda tejida a mano de Freya. —Es una lástima que no puedas volver a olerlo. A no ser que reveles la información de las Rosas y que nos hagas el favor de asesinar a las que quedan del proyecto Kinderheim 204.
Inmediatamente después, Roberto sacó el arma y le apuntó directamente a ella. Claramente estaba en desventaja, pero a decir verdad, solo Roberto la inquietaba. Johan no.
Úrsula miró a Johan y le sonrió con amargura.
—Mátame si eso te hace sentir mejor. No te tengo miedo. Estás tan seguro de tu dominio, pero te fallan muchas cosas, muchos cálculos que haces mal. Te equivocaste conmigo, amo a Freya, mucho más de lo que te temo. No te debo lealtad.
Roberto le quitó el seguro al arma.
—Empiezo a entender tu angustia por encontrar a las niñas del proyecto Kinderheim 204.- Úrsula dijo guardando el arma. —No sabes quienes somos, ni de lo que somos capaces de hacer. Y solo tratas de despejar el camino, ¿verdad? Como no se pudo controlar el desastre que se hizo en el 511 por lo que tú hiciste y como el 204 se salió de control, continúas con la labor de limpieza que no pudieron culminar los directivos del 204. ¿Me equivoco?
Nada podría igualar la satisfacción que inundó a Úrsula cuando vio que Johan ya no sonreía. Casi suelta una carcajada.
Todo pasó tan rápido. Cuando Roberto disparó, la bala ni siquiera la tocó, no estuvo ni un centímetro cerca, había sido más rápida de lo que pudo haber previsto. No le costó en lo absoluto someterlo, con la cantidad de fuerza suficiente logró derribarlo y doblar su brazo por detrás de la espalda, cuando Roberto trató de girarse para golpearla, Úrsula movió la pierna girándola para presionar el talón en la sien del hombre que hacía meses tenía tantas ganas de golpear. Con facilidad, abrió la boca de Roberto y sujetó su mandíbula enterrando las uñas en sus encías y tirando como si deseara arrancarle el maxilar. Introdujo un poco más la mano y con la suficiente cantidad de fuerza sin importar que Roberto estuviera mordiendo su mano, siguió tirando de su mandíbula.
—¿Qué diente te gusta menos? ¿O prefieres que te disloque el maxilar? ¿O prefieres que te corte la lengua?- Úrsula sonrió con sadismo mientras sacaba una navaja suiza del bolsillo de su abrigo.
Sin esperar una respuesta, Úrsula le arrancó el canino inferior, ganando un grito de dolor por parte de Roberto.
Cuando se giró para comunicarle a Johan que él era el siguiente, ya no estaba ahí. Había desaparecido de la habitación sin dejar rastro.
—Tu jefe te dejó, vaya, qué desafortunado y qué cobarde.- Úrsula se burló. —Supongo que lo dejaré escapar, que el Doctor Tenma se encargue.
—Úrsula.- Una voz laxa la llamó haciéndola girar rápidamente.
Freya abrió la puerta secreta detrás de la alacena con Maple en brazos. Al ver a Roberto quejándose de dolor y con el rostro cubierto de su propia sangre, chasqueó la lengua con desprecio.
—Debiste cortarle la lengua.- Ella dijo. Úrsula sonrió.
Úrsula se lavó las manos lo mejor que pudo, tomaron las maletas y salieron de la habitación rápidamente y sin saber a dónde ir. —Debiste irte a Londres cuando te lo ordené.- Úrsula espetó, caminando a paso veloz en búsqueda de un taxi que las lleve a otro hotel. —Ahora mira el desastre que hicimos. ¿Porqué nunca haces lo que te digo?
Freya la miró ofendida mientras dejaba de caminar. —¿Ahora es mi maldita culpa? Fuiste tú la que decidió continuar trabajando como asesina a sueldo. Pudiste dejarlo. Pudiste conseguir un trabajo normal. Pudiste dejar de lado lo que somos. Pero decidiste alimentar la maldición que nos hicieron. ¡Y ahora dices que es mi culpa! ¡Estúpida! Mírate ahora, cubierta de sangre y apestando a pólvora.
Eso desarmó a Úrsula, y sin poder replicar se dio la vuelta y miró a Freya.
—Era la única manera de poder sobrevivir.- Ella explicó. —La paga era buena, y permanecía la amenaza de que nos asesinaran si no hacía lo que pedían… pero ya no pienso obedecer más. Ya no quiero ser un peón en este estúpido juego… quiero una vida normal. Una vida contigo…
Freya dejó caer los hombros y sin apartar la mirada, bajó la transportadora de Maple al suelo y estiró los brazos para abrazarla. Aún apestaba a sangre y pólvora, pero cuando enterró la nariz en su cabello e inhaló, pudo encontrar el aroma real de Úrsula; El aroma que ella conocía de años, el que le pertenecía desde que la conoció en el Kinderheim 204. No había cambiado en lo absoluto, por debajo de la sangre y la pólvora, Úrsula seguía ahí. Cerró los ojos y sonrió sin soltarla. Porque aún no la perdía. Su adorada Úrsula, estaba ahí. Completa.
Encontrar una habitación de hotel no había sido difícil, pero la paranoia mantuvo los nervios de Freya de punta. No confiaba en nada ni en nadie. Mucho menos en esa ciudad. ¿En qué estaban pensando? Escondiéndose en la ratonera. Acarició el ennegrecido pelaje blanco de Maple, sintiendo tristeza y pena por no haberle dado a su gata la atención y cuidado necesario.
—Prometo darte un baño y darte más comida, y un arenero de calidad.- Ella le susurró a la gata, ganándose un maullido quejumbroso. —Solo aguanta un poco más.
Levantó la mirada viendo a Úrsula espiando por las ventanas cuidando de no abrir las cortinas más de la cuenta. Después se giró para mirarla a ella y a la gata.
—Esto va a terminar pronto, lo sé.- Ella murmuró devolviendo la mirada a la ventana. Solo que no sé cómo. —… Debí matarlo.
Freya apretó los labios y se mordió la cara interna de la mejilla. No había querido decirlo, pero estaba ciertamente consternada de que ella no hubiera asesinado a Johan teniéndolo enfrente. Ambas lo odiaban lo suficiente como para asesinarlo, Freya no había decidido hacer nada y decidió esconderse en la habitación oculta, razón por la que habían alquilado ese cuarto en primer lugar. Y cuando Úrsula lo tuvo enfrente no había querido hacerlo.
—Es solo que… ya estoy cansada de matar gente. Ya no quiero ensuciarme las manos. Solo quiero salir de aquí…
Un maullido producto del hambre las hizo sobresaltarse.
Freya acarició entre las orejas de su gata antes de mirar con frustración el plato lleno de queso barato que pudieron comprar para Maple. Pero tal parecía, que el paladar de la gata era demasiado exigente para ese queso en específico. El corazón se le apretó porque si ella misma tenía hambre, el pobre animalito también estaba siendo víctima de la falta del dinero que se les había prometido en la República Checa. El poco que les quedaba apenas y les alcanzaba para comer.
Úrsula se acercó y acarició la orejita blanca de Maple antes de tomar su abrigo.
—¿A dónde vas?
—A conseguir una lata de atún para Maple. Y un poco de comida para nosotras. Lo poco que teníamos se quedó en la habitación.- Ella respondió deslizando los brazos dentro de las mangas del abrigo. —No tardaré, lo prometo. Pero mientras no regrese, no le abras la puerta a nadie.
Freya solo asintió con la cabeza y Úrsula salió del cuarto de hotel.
Nevaba afuera y era de noche, quizá cerca de las once de la noche…
No es que ella odiara la nieve, en realidad le gustaba, pero cuando tenía el estómago vacío, ropa ensangrentada y un vestido que solo conseguía hacer que le temblaran las piernas, lo único que ella podía hacer era maldecir ese clima.
Se metió la mano en el bolsillo y se dio cuenta que solo tenía unas pocas monedas y dos billetes. Probablemente le alcanzaría para comprar unas dos botellas de agua, quizá un poco de pan y más del queso que Maple rechazó olímpicamente. Pero no sabía si le alcanzaría para comprar la lata de atún.
No es que le avergonzara, pero robar era una habilidad que no había querido desarrollar. Siempre le pareció más bochornoso el acto de hurtar que de asesinar, prefería pasar hambre y frío a tener que robar, pero ahora, con Freya y ese pobre animal hambriento, la vergüenza poco a poco se fue transformando en algo que Úrsula podría describir como necesidad.
Cuando entró en aquella tienda tenía en mente bien qué era lo que quería, para su fortuna llevaba un bolso lo suficientemente grande para poder meterlo todo. El peso de la vergüenza bajó considerablemente al ver que la tienda estaba prácticamente vacía, tan solo dos o tres mujeres en el pasillo de los licores y la carne. A ella no le interesaba ese pasillo, es decir, habría querido comprar carne pero lo que tenía en mente eran otras cosas. Con las manos temblorosas se escabulló por el pasillo del pan. El aroma del pan recién horneado despertó su apetito de manera instantánea y ciertamente muy vergonzosa, su estómago gruñó tan fuerte que estaba segura que alguien lo había escuchado.
Nadie miraba, nadie estaba ahí, por eso no tardó ni cinco segundos en estirar la mano hacia el pan para meter cuatro piezas en su bolso.
Con el corazón en la garganta, Úrsula caminó lejos de la zona para adentrarse al pasillo de las bebidas, metió dos botellas de jugo a su bolso y de nuevo, abandonó el pasillo para dirigirse a buscar la lata de atún que prometió para Maple. Sin muchas ceremonias, y con las manos sudorosas del nerviosismo, introdujo la lata de atún en su bolso. La sangre golpeaba sus oídos por la fuerza tan violenta con la que su corazón latía, entonces la piel se le erizó de los pies a la cabeza cuando levantó la mirada y descubrió a un anciano mirándola con ojos acusadores y cargados de repulsión y rabia. Cuando ella iba a suplicarle que no dijera nada, el hombre levantó el dedo hacia ella señalándola y acusándola. — ¡Ladrona!
Maldita sea.
Úrsula apretó los dientes y corrió directamente hacia la salida con los gritos del anciano a su espalda “ Ladrona. Atrapenla. Una ladrona. ” Repitió el anciano una y otra vez con voz estridente mientras toda la gente la veía correr hacia la salida del local. Sintió alivio cuando salió del local pero a cinco pasos de la entrada el guardia la derribó sujetándola por los brazos y aplastándola contra el pavimento cubierto de nieve.
Úrsula se retorció, pero la falta de sueño y alimento ya la había limitado y no podía zafarse. Sin embargo, con mucho esfuerzo logró liberar sus muñecas del agarre del guardia, pero en el proceso, el guardia le arrebató el bolso con todo lo que se había robado. Ella pataleaba, peleaba y empujaba con toda la fuerza necesaria para zafarse del policía. No planeaba pasar la noche en la comisaría, no planeaba que la arrestaran por una estupidez.
En medio de su miedo, vergüenza y enojo, vio cómo la gente ya estaba reunida a su alrededor, buscando un chisme, o para insultarla o para reírse de ella. Con la cara y las piernas llenas de la nieve recién caída, Úrsula logró liberarse finalmente del guardia y se levantó de un brinco para salir corriendo de la escena.
Estaba tan abrumada y furiosa que no le importó que una voz femenina la llamara a la distancia.
—¡
Úrsula
!- una mujer gritó. Pero ella ya había corrido en dirección contraria para que el guardia no la persiguiera y para que nadie la viera más.
Llegó a la habitación del hotel con las manos vacías. Y eso la avergonzaba más. Haber llegado con menos de con lo que se fue, era algo que se sentía como una piedra en el estómago. Quería arrancarse el cabello de la frustración, aguantó las ganas de llorar. Porque odiaba que Freya la viera llorar, odiaba preocuparla y asustarla. Alguien debía seguir siendo fuerte. Alguien debía ser la fuerte. Úrsula sería fuerte por las dos.
Pero nada de eso ayudaba con la vergüenza; ¿Qué le diría? ¿Cómo-…
Estrepitosamente golpeó el piso y con mucho esfuerzo, logró darse la vuelta para ver a un hombre castaño de ojos negros y que no conocía, sobre ella, apretando su cuello y presionando su cabeza contra el suelo. Rápidamente levantó los brazos y los llevó a los ojos del hombre, con la firme intención de sacarlos de sus cuencas, pero el hombre apartó la cabeza sin soltarla. Se sentía demasiado débil, no tenía fuerzas para pelear, ni para defenderse, sacudió las piernas tratando de golpear al hombre en las costillas o en la entrepierna pero nada de lo que intentaba servía. Pronto comenzó a ver estrellas en su campo de visión, la cual también comenzó a oscurecerse, ya no podía respirar, los inútiles intentos de golpear al hombre solo consiguieron hacerlo reír.
—Lo fácil que fue asesinarte.- El hombre se burló apretando en su tráquea mientras ella continuaba luchando por un poco de aire. —Me pregunto porqué les tomó tanto tiempo.
Los ojos de Úrsula estaban por cerrarse, ni siquiera podía pensar con claridad, todo daba vueltas, el mundo se oscurecía, todo, todo, dejaba de existir, ella estaba dejando de existir.
Entonces el aire regresó de golpe a sus pulmones. Vio más estrellas y en ese instante sintió líquido sobre ella, algo caliente y espeso que cubrió su rostro y su cuello.
El hombre ya no la estaba estrangulando, y ella parpadeó tosiendo con violencia tratando de recuperar el oxígeno que le negaron por esos momentos, se sujetó la garganta y al ver su mano descubrió el característico color rojo de la sangre. Su rostro estaba completamente manchado por sangre que no era suya. Con mucho trabajo logró sentarse en el suelo y vio una sangrienta y grotesca escena.
El hombre que la estaba estrangulando ya no estaba vivo, y su cabeza tenía un profundo corte que partía el cráneo en dos partes casi simétricas y había otro en la curva de su cuello.
A un par de pasos, Freya estaba parada con el rostro salpicado de sangre y un hacha llena de sangre y sesos en las manos.
Úrsula parpadeó sin apartar la mirada de su Freya. Quien tenía la mirada perdida, como si hubiera visto un fantasma, como si hubiera presenciado el fin del mundo en una visión. Rápidamente parpadeó y soltó el hacha para correr hacia ella y tirarse al suelo para estrecharla. Úrsula la abrazó con vehemencia y le pasó las manos por el cabello rubio que ahora parecía más rojo que dorado. Podía sentir el corazón de Freya latiendo con violencia contra ella, su respiración era pesada y trabajosa, trató de calmarla acariciando su espalda.
—Freya…- Úrsula jadeó tratando de mirarla a la cara.
—Hay otro más.- Ella interrumpió.
Y entonces escucharon que alguien le quitaba el seguro a un arma. Aún abrazadas, levantaron la mirada para ver a un segundo hombre parado en el marco de la puerta, apuntando el arma hacia ellas.
Úrsula se incorporó rápidamente para lanzarse sobre Freya y así cubrirla con su cuerpo.
El disparo nunca llegó pero sí se escuchó un golpe estrepitoso.
Al levantar la mirada, el segundo hombre estaba en el suelo, inerte. Muerto. ¿Qué? ¿Cómo?
Sin soltarse, levantaron la mirada hacia la puerta y para su sorpresa había una figura, un hombre altísimo y rubio que las miraba con sorpresa. A Úrsula le tomó solo dos segundos reconocerlo . ¿No era…?
Christa Ludwig apareció junto a él con la expresión cargada de sorpresa y temor pero al ver la sangrienta escena dejó caer los hombros y soltó un silbido.
—Huh… Hola…- Ella las saludó con reticencia.
—Christa.- Freya y Úrsula dijeron al unísono.
Metieron los dos cadáveres a la habitación y con el silencio reinando en ese pequeño cuarto de hotel, Úrsula y Freya permanecieron sentadas en la orilla de la cama, sintiéndose como dos niñas que acaban de hacer una travesura. Quizá la palabra correcta para decir era “Gracias” porque era claro que ellos acababan de salvarlas de tener la cabeza llena de plomo justo ahora.
—¿Qué hacen aquí?- Fue lo primero que salió de la boca de Úrsula.
—De nada.- Christa dijo con sorna. —No fue ninguna molestia salvarlas.
—…Gracias…
Nuevamente, la habitación quedó en silencio. No había necesidad de explicar que Úrsula y Freya estaban siendo perseguidas por los hombres del monstruo. Y que, tras rebelarse, tuvieron que escapar para esconderse. Pero la verdad era que Berlín era el último sitio donde debían ir a esconderse. A tan solo treinta minutos estaban las instalaciones viejas del Kinderheim 204. Era como estar en casa. No. No era como estar en casa. Era como regresar al infierno.
—Queremos abandonar el país. Huir a Reino Unido o quizá a Norteamérica.- Úrsula comenzó a explicar. —Pero no tenemos los documentos falsos… y tampoco el dinero, nos han perseguido por todas partes…
Christa relajó los hombros y soltó un suspiro de frustración mirándolas a ambas.
—No hay ningún lugar seguro aquí en Berlín, es una ratonera.- Freya agregó y tras un chispazo, jadeó asustada y con la cabeza buscó a su gata. —¡Maple! ¿Dónde-…
La gata maulló suavemente en medio de ronroneos, mientras el hombre alto y rubio la cargaba, acariciándola entre las orejitas. Él les devolvió la mirada y como pudo, sonrió.
—Herr Grimmer. ¿Verdad?- Úrsula preguntó escrutando con la mirada. —Te recuerdo de Praga, hace cuatro meses.
—Yo también te recuerdo, Fraulein Úrsula.- Él respondió cordialmente mientras la gatita se comenzaba a dormir en sus brazos.
Christa sonrió antes de señalar a su otra hermana . —Ella es Freya.- La mencionada inclinó la cabeza, intrigada de que su gata, arisca siempre con extraños, se derritiera con esa facilidad en brazos de un extraño. Sobretodo un extraño que acababa de asesinar a un hombre con solo sus manos.
—Es un placer.- Grimmer sonrió y después devolvió la atención a la pequeña y, antes blanca, bolita de pelos que tenía en brazos. —¿Y tú? Te llamas Maple, ¿Verdad?
La gata ronroneó contenta antes de soltar un maullido casi inaudible.
—Nosotros… uhm…- Christa apartó la mirada de Grimmer con las mejillas coloradas y levantó una bolsa de papel hacia ellas. —Compramos esto para ustedes… estábamos ahí cuando… tú… bueno. Esto es lo que necesitaban.
Úrsula parpadeó un par de veces para tomar el paquete con ambas manos. Al abrirlo, se le apretó el corazón al ver el pan, salchichas, queso, unas manzanas, botellas de agua, leche, jugo y varias latas de atún… un nudo se hizo en la garganta de Úrsula.
Levantó los ojos una vez que se aseguró que no iba a llorar.
—No tenían que hacerlo.- Ella dijo mirándolos a ambos. Freya espió dentro de la bolsa y jadeó de sorpresa para mirar de nuevo a los recién llegados con los ojos bien abiertos.
—No fue molestia.- Christa inclinó la cabeza.
Indiscutiblemente esa habitación de hotel ya no era segura tampoco, nuevamente tenían que salir de ahí, esconder los cadáveres y encontrar un nuevo lugar donde esconderse antes de que trataran de asesinarlas otra vez. Úrsula suspiró levantándose de la cama y observando los cadáveres. Era claro que no estaban a salvo en ningún lado.
—Necesitamos esconder esto.- dijo señalando los dos cuerpos. —Y… salir para encontrar otro sitio seguro.
En solo unas horas encontrarían los cadáveres y pasarían a ser inmediatamente sospechosas de homicidio, no es que les importara pero naturalmente no podían permanecer ahí, de cualquier manera, habían dado nombres falsos e identificaciones falsas en la recepción. Pero era evidente que no había un solo sitio en esa ciudad en donde esconderse mientras encontraban la manera de salir del país.
Después de tratar de limpiar el reguero de sangre, y después que de Maple se terminara la lata de atún de una sentada ambas se prepararon para salir de la habitación.
—Deben salir de aquí también.- Úrsula les dijo. —Cuando llegue la policía todo será un caos. Es mejor que salgamos todos de la habitación y que nosotras sigamos buscando un lugar seguro. Gracias por todo, por salvarlos y por traernos comida. En verdad, jamás podremos pagarles.
—No es necesario que sigan buscando.- Grimmer dijo después de unos momentos de silencio, sopesando las opciones. —Hay un lugar donde no las buscarán.
Las tres mujeres, Christa incluida, alzaron las cejas con curiosidad y confusión.
Úrsula trató de no dejar caer la mandíbula por la sorpresa cuando vio a Grimmer sentarse en el lugar del conductor del Cadillac de Christa. Era algo que ni en un millón de años se le hubiera ocurrido, porque estaba prácticamente segura que Christa no dejaba que nadie que no fuese ella misma se sentara en el asiento del conductor. Resopló aguantando una risa antes de inclinarse sobre el asiento del copiloto del lado de la ventana para acercarse al oído de Christa.
—¿Y ustedes qué?- Cuestionó ella en voz baja.
—¿Qué de qué?- Ella parpadeó impasible mirándola de reojo. Úrsula solo sonrió y se recargó en su asiento.
A Úrsula le parecía realmente curioso y bizarro ver a Christa tan parlanchina, honestamente le costaba seguir el hilo de lo que ella decía, llevando la conversación principalmente a cosas sobre Maple que dormitaba en su transportadora. ¿Desde cuándo hablaba con tanta confianza? Sólo podía recordar sus días en el Kinderheim 204 y Christa no hablaba.
—¿Tienes hambre?- Grimmer le preguntó específicamente a Christa.
—Sí.- Ella respondió con una sonrisa tímida.
Úrsula tampoco recordaba que ella tuviera apetito en lo absoluto. De hecho, Christa se quedó bajita de estatura por no comer. Era realmente curioso el brillo que despedía de Christa cuando ponía los ojos en Grimmer, como si ellos… Oh.
Por azar, ella bajó la mirada y parpadeó sorprendida y sonrió con picardía cuando vio la mano de Grimmer sobre el muslo de Christa, acariciando la piel descubierta con el pulgar.
Oh.
Quiso codear a Freya para contarle pero la pobrecilla ya estaba profundamente dormida con el brazo sobre la transportadora de Maple. Se tuvo que tragar el chisme para cuando ella despertara.
Una vez que el auto se detuvo y Grimmer bajó a comprar algo para la cena, Úrsula se inclinó sobre el asiento y tiró del hombro de Christa para llamar su atención, para este punto Freya ya había despertado.
Aún faltaban unos minutos según las palabras del propio Grimmer, quien era el único que sabía a dónde se dirigían. Ninguna preguntó, solo dejaron que él las llevara. Christa giró la cabeza y enarcó una ceja para mirar a su hermana .
—…Christa… ¿Te lo estás tirando?
Christa se sonrojó de golpe y soltó un jadeó con los ojos bien abiertos. —¡Úrsula! ¡Maldita sea!
Freya parpadeó intrigada y se inclinó para oír bien el chisme con una sonrisa pícara.
—¡Sí te lo estás tirando, zorra! Reconozco ese brillo.- Úrsula soltó una carcajada malévola. —Bueno, es muy entendible, la verdad. Quiero decir, soy lesbiana pero no ciega.
Christa quien tenía la cara cubierta con las manos por el comentario giró la cabeza para verlas. Seguía con la cara tan roja como un tomate pero no negó absolutamente nada. Solo se mordió el labio y sonrió mirando a cualquier lado menos a ellas.
—Es una historia larga…- Ella dijo tomando un mechón de cabello negro y lo enredó en su muñeca. Quizá este también era el momento correcto para que ella revelara ciertas verdades. —… Y… Mi nombre real es Naoko. Naoko Tenma.
Tanto Úrsula como Freya dejaron de sonreír para dejar caer la mandíbula por el shock. Parpadearon frenéticamente y tras mirarse para corroborar que escucharon bien, volvieron a inclinarse para estar cerca de…
—“Naoko Tenma”…- Úrsula repitió. —“Tenma.” ¿Como el Doctor Kenzo Tenma?
—El Doctor Kenzo Tenma es mi primo. Mi padre era su tío.
—Mierda…- Úrsula dijo y soltó un silbido como forma de liberar ese shock. —¿Cómo te enteraste?
—Hace un mes, tres semanas técnicamente. Llegué a Berlín buscando a Hartmann para interrogarlo, entonces encontré a Wolfgang que también buscaba a Hartmann. Él… Él fue quien encontró mi acta de nacimiento. Él me devolvió el nombre, me devolvió lo que me arrebataron hace tanto tiempo en el Kinderheim 204.
Guardaron silencio por un rato más. Entonces Freya dejó salir un suspiro.
—Deberíamos… ¿usar tu verdadero nombre?
—Estoy despidiéndome de Christa. Pero pueden llamarme como quieran.
—“Naoko” suena muy bonito. Tus padres hicieron una buena elección de nombre.- Freya señaló con una sonrisa suave. —Me alegra que hayas recuperado una parte de lo que te arrebataron en el Kinderheim. Serías la primera Rosa en recuperar su nombre.
No sentía envidia, genuinamente no estaba molesta de que ella recuperara su nombre. Úrsula en realidad no tenía el mínimo interés por saber cuál era su nombre verdadero o quiénes habían sido sus padres, la verdad, era que lo que motivaba a Úrsula era únicamente la promesa de poder algún día vivir en paz. Con Freya a su lado.
Pasados unos minutos más, Christa… bueno… Naoko sonrió con entusiasmo cuando Grimmer regresó con la cena que le prometió. Sin muchas ceremonias, desenvolvió el emparedado de pavo y le dio tres mordidas antes de guardarlo otra vez, un poco avergonzada de que ellas dos no habían probado bocado en casi toda la noche.
El viaje continuó por unos minutos más hasta que llegaron a una zona residencial, eran casas bonitas y espaciosas a la vista. Después de un rato, aparcaron en la entrada de una de las casas, era igual de bonita que las demás, tenía las luces apagadas y parecía que nadie había pisado la entrada de la casa en meses. Quizá años, porque habían crecido plantas casi en la entrada. Confundidas, parpadearon sin saber qué tramaba.
—¿Quién vive aquí? ¿De quién es la casa?- Úrsula cuestionó.
—Es mía.- Grimmer respondió apagando el motor del auto. —Hace mucho tiempo no venía. Pero nadie podrá encontrarlas aquí.
Freya y Úrsula se miraron y sintieron por primera vez en la noche que estaban a salvo.
Eran quizá las once de la noche, por lo que abrirse paso entre la maleza fue un tanto difícil, pero una vez en la puerta, Grimmer introdujo la llave y abrió la puerta dejándolas entrar. Ambas mujeres pasaron con cierta vergüenza y timidez. Maple maúllo curiosa.
—Disculpen el polvo, hace muchísimo tiempo que no vengo, y no esperaba visitas.
Úrsula negó rápidamente.
—Jamás podremos pagarte. Esto es demasiado.
—Gracias.- Freya agregó.
—No es molestia.- Él sonrió cortés, sin embargo su atención estaba puesta en una Naoko que permaneció a veinte pasos de la entrada de la casa.
Naoko se cruzó de brazos y se recargó en la puerta del auto con el ceño fruncido. Estaba molesta. Y a él no le gustaba verla así.
—Hey.- Grimmer se acercó y colocó su mano en el hombro de Naoko.
—¿Esta es la casa que compartiste con tu ex esposa?- Ella cuestionó desviando la mirada, dejando que la cortina de cabello negro le cubriera el entrecejo fruncido.
—…Sí.
No había querido decir nada. Sabía que quizá ahora sería un tanto incómodo mencionarlo. Ella siempre supo de Leonore y Christopher, fue de las primeras cosas que ella supo de él. Pero en vista de las circunstancias y del rumbo que ambos habían seguido, desde luego no quería incomodarla con el fantasma de su matrimonio. Pero tal parecía, que al final, sus esfuerzos fueron en vano porque ahora estaban frente a la casa que compartió con Leonore hacía doce años.
—No quise mencionar nada, porque sabía que era un poco incómodo para ti… Para los dos.- Él le dijo pasando los nudillos por la mejilla de Naoko. Después estiró la mano para tomar la de ella. —No te quedes aquí, hace frío. Vamos.
Naoko dejó que Grimmer la llevara adentro. Como lo había hecho en el bar hacía casi un mes, cuando la sacó de ese ambiente tan horrible. Dejó que la condujera dentro de la casa. Soltó un suspiro y apretó su mano tratando de neutralizar los celos que burbujeaban en su estómago. Su esposa. Su esposa estuvo aquí con él. Otra mujer. Otra. Leonore. Apretó la mano de Grimmer aún más fuerte.
Adentro, Maple ya estaba maullando escandalosamente para que la dejaran salir de la transportadora, la dueña continuaba reprendiendo a la gata, diciéndole que no podía salir porque estaban en casa ajena, pero fue Grimmer quien se arrodilló para abrir la caja de plástico dejándola salir como un rayo.
Con la cola blanca erguida y esponjosa, y las orejas moviéndose a todas direcciones, la gatita se puso a olfatear todo el terreno conociendo el lugar nuevo en el que se encontraba. Cuando Maple sacudió el cuerpo dispuesta a treparse al sofá, Freya se apresuró para detenerla con la voz de una madre que regaña a un niño travieso.
—¡Maple, no! ¡Niña mala, ni siquiera lo pienses!- Rápidamente la detuvo cargándola y se giró para mirar al dueño del sofá. —Lo siento, sorprendentemente, es demasiado confianzuda en lugares nuevos… Diablos, qué pena.
Grimmer agitó la mano en medio de una carcajada. —¡No! Está bien, no hay ningún problema, ella puede ir a donde quiera.- dijo estirando la mano para acariciar entre las orejas de la gatita. Después devolvió la atención a Úrsula y Freya. —Mientras las sigan persiguiendo y mientras no consigan los documentos falsos para irse del país, pueden esconderse aquí, hay agua caliente, electricidad, gas y tres habitaciones.
—Yo puedo conseguir los documentos falsos para ustedes y los boletos de avión… más los permisos para viajar con Maple.- Naoko añadió. —Denme una semana cuando mucho, prometo que para finales de Marzo ustedes ya estarán en Inglaterra con papeles y todo lo necesario.
Ambas los miraron con ojos cristalizados, por años estuvieron solas, por casi toda la vida nunca tuvieron ayuda de nadie más, pero ahora, tenían dos pilares que estaban dispuestos a velar por ellas y a ayudarlas, a protegerlas. Sonrieron asintiendo lentamente. —Gracias.
Comieron con la misma tranquilidad con la que Maple dormitaba en el regazo de Freya, como si no hubieran sido los autores de un asesinato doble y grotesco, tampoco se mencionó de ello. Naoko se encargó de responder que estaban buscando a Franz Bonaparta cuando Úrsula les preguntó qué estaban haciendo en Berlín, fue ahí donde ambas se enteraron que Grimmer era un graduado del Kinderheim 511, cuando se enteraron, casi de atragantaron con la comida e inmediatamente no pudieron evitar compararlo con Johan y Roberto.
—¿Vienes del Kinderheim 511?- Úrsula preguntó incrédula. —¿Cómo es que?… bueno… tú… no importa…
¿Cómo era posible que un hombre tan afable, gentil y generoso como Grimmer viniese del mismo horripilante y pútrido hueco de dónde venían Roberto y la rata ? No tenían la respuesta a ello, pero tampoco se sintieron con el derecho de poner en tela de juicio la honestidad de las acciones de Grimmer. Simplemente guardaron silencio y confiaron. Porque una mala persona no las salvaría, ni les prestaría su casa, ni les compraría víveres, ni tampoco se ganaría tan rápido el cariño de Maple como él lo había hecho. Había sido la forma que Maple ronroneaba contenta estando cerca de Grimmer lo que asentó las bases de la fe de Úrsula y Freya. Oficialmente, Grimmer se transformó en el primer hombre en quien Úrsula Schäffer confiaba.
Ella sonrió y se permitió relajarse.
Cuando Freya y Úrsula ya dormían en la habitación de huéspedes, Naoko se detuvo frente a la puerta al final del pasillo del primer piso. Había una C de madera colgada en la entrada y estaba pintada de beige, y sintió cosquillas en las manos, quería abrir la puerta, quería ver del otro lado. Pero tampoco se sintió con derecho de irrumpir en la privacidad de una casa que no le pertenecía. Sabía que era la habitación de Christopher, quien había muerto a los dos años de haber nacido. Al final, su curiosidad fue mucho más grande y giró el picaporte empujando la puerta.
Naturalmente todo estaba a oscuras, pero con la luz del pasillo, pudo ver el borde de la cama, vio una manta color azul que caía por los costados de la cama, y con un poco más de osadía, puso el segundo pie dentro de la habitación. Pudo ver muñecos de felpa en la cama y a la distancia pudo ver el armario.
No se sobresaltó cuando sintió a Grimmer pararse junto a ella, solo se sonrojó.
—Lo siento, no era mi intención irrumpir aquí.- Ella dijo dando un paso atrás pero él solo negó con la cabeza y estiró la mano para encender la luz. Naoko parpadeó ajustando su vista a la iluminación del cuarto. Era en definición linda. Tanto como lo podría ser para un niño de dos años. Las paredes eran azules celestes con blanco, que combinaba muy bien con la duela de madera, la ventana estaba cerrada y la cortina también, había juguetes acomodados en la esquina de la habitación dentro de una canasta, y todo parecía nuevo, pero con una fina capa de polvo encima. Naoko sintió que se apretaba el pecho. —Lo lamento… lamento mucho lo que Christopher.
—Me habría gustado mucho que lo conocieras.- Él le dijo sin mirarla.
Naoko soltó una suave exhalación antes de abrirse paso para abrazarlo, deslizando su mano por su espalda. Inmediatamente él le devolvió el abrazo, descansando una mano en su nuca acariciando el cabello negro y otra en su cintura. Ella quería sostenerlo, en todos los aspectos posibles, así como él la sostenía, así como Grimmer se convirtió en el ancla de su sanidad y de su realidad, Naoko deseaba, quería, necesitaba ser su ancla también, darle un poco de lo que le arrebataron, porque desde hacía mucho tiempo, ella lo anhelaba, en formas que su garganta y pulmones se llenaban de agua, se estaba ahogando.
Ella se apartó un poco y se paró de puntillas para jalar de su cuello y poder besarlo. Un suave gemido se coló en su garganta cuando lo sintió apretar su agarre en su cintura y empujarla ligeramente contra la pared, profundizando el beso.
Desafortunadamente, un maullido los hizo separarse por la sorpresa. Maple estaba sentada a unos diez pasos con los ojos entrecerrados. Ambos aguantaron la risa antes de acercarse a acariciar la cabeza de la gatita, y después de recibir caricias, Maple bostezó y bajó las escaleras para ir a dormirse de nuevo a su pequeña colchoneta que constaba de una vieja almohada y una vieja manta, también cortesía de Grimmer.
Una vez que Naoko salió de la ducha, entró en la habitación principal… la que en algún momento Grimmer compartió con Leonore. Naoko sacudió la cabeza y resopló, apartando la molestia de su cabeza cuando lo vio sentado en la orilla de la cama con el cabello húmedo también y hojeando el directorio sumamente concentrado. La boca se le hizo agua.
—Creo que hay alguien en la biblioteca infantil del Centro de Berlín que puede saber algo de Bonaparta.- Él le dijo cuando la escuchó entrar, mientras tenía la atención en el directorio. —De hecho, tenía intención de ir ahí de cualquier modo, quizá podamos ir mañana, después de iniciar el proceso para conseguir los documentos de Úrsula y Freya… y Maple. Conozco a alguien que puede hacer el trabajo en pocos días.
—De acuerdo.- Ella respondió exprimiendo el cabello mojado con la toalla. —Gracias por ayudarlas.
Naoko sonrió con picardía cuando vio el sonrojo en las mejillas de Grimmer al verla con nada más que la toalla rodeando su cuerpo.
—No es molestia.- Él respondió hojeando de nuevo el directorio, claramente tratando de no mirarla.
Ella también tenía la cara enrojecida y la verdad era que sentía el corazón latiendo cada vez más rápido. Pero no pudo evitarlo, de verdad, no sabía qué clase de demonio se le metía, jamás había sentido algo así. Algo que burbujeaba en su pecho y la hacía respirar pesadamente. Sentía cosquillas en el vientre y quizá un poco más abajo, y con mucho esfuerzo solo se dio media vuelta arrodillándose frente a su maleta para sacar una muda de ropa limpia. Se vistió en silencio, conteniendo la respiración cada que sentía una mirada encima.
De verdad que no quería sacar el tema a colación pero no aguantó. —¿Has traído a alguien más antes? Después de Leonore.
Lo vio parpadear un par de veces, visiblemente confundido. Y si tardó en contestar, no había sido porque estuviera pensando una respuesta, sino porque no esperaba un cuestionamiento como ese.
—No.
—¿La extrañas?
—Naoko…- Grimmer se giró para verla.
Ella se encogió de hombros sentándose en posición de loto sobre la cama. —¿La extrañas?- Repitió.
—No.- Respondió sin apartar la mirada de ella.
Naoko bajó la mirada un momento cuando lo sintió levantarse de la cama, aguantó la respiración, creyendo que había sido realmente molesta e irritante con sus preguntas y sus celos regresivos y que él saldría para ir a la habitación vacía. Pero entonces él se sentó un poco más cerca de ella en la orilla de la cama y estiró la mano para levantar su rostro. Y había muchas cosas que decir, que aclarar, que reafirmar, pero a Naoko le bastó con ver el brillo en los ojos azules de Grimmer para saber lo que ella necesitaba saber en ese instante. Hace un momento había sido ella la que tiró de él para besarlo, esta vez fue él quien tomó su mentón con dos dedos, acercándola para besarla.
El corazón le dio un vuelco de excitación y necesidad cuando sintió su mano deslizarse debajo de la blusa de su pijama. Apretó la camiseta mientras él la recostaba en la cama. La cabeza le estaba dando vueltas por la excitación, pero entonces recordó que había dos chismosas en el cuarto de al lado. Tres en realidad, contando a la blanca bolita de pelos.
—Wolfgang…- Ella susurró. —La puerta… ponle seguro…
Grimmer se apartó solo unos centímetros para mirarla y después la puerta. En medio de risas asintió y se levantó de la cama para poner el pestillo a la puerta.
Naoko sonrió y se sentó extendiendo los brazos y abriendo las piernas. —Ven aquí.- Ella ronroneó antes de besarlo cuando él regresó a su lugar, encima de ella, entre sus piernas.
Cuando despertó, el Sol ya había salido. Se talló los ojos y tiró un poco más de la manta sobre ella cubriendo su cuerpo desnudo. Por un breve momento olvidó dónde estaba, vio las sábanas hechas un lío, sintió el cuerpo ligeramente adolorido y no pudo reprimir la sonrisa de gusto y victoria. Porque la noche anterior, el fantasma de Leonore desapareció de esa cama y quizá era un pensamiento ruin, pero no le importaba, lo que más le interesaba era que ella fuera la única en dormir con él en esa cama. ¿Qué nombre tenía esa actitud? No lo sabía y tampoco le importaba. No le sorprendió que él no estuviera en la cama, era algo normal, aunque no pudo evitar sentirse ligeramente decepcionada y la verdad le hubiera gustado quedarse ahí todo el día. Pero tres golpes en la puerta y una voz femenina y estruendosa la hicieron sobresaltarse.
—¡Christ- digo, Naoko! ¡Dios mío, son las once de la mañana, no seas una haragana y levántate!- Úrsula golpeó más veces.
—¡Ya voy!- Naoko respondió estirando la mano para recoger su ropa del suelo pero al buscarla ya no estaba, al levantar la cabeza la encontró doblada sobre una silla. Resopló aguantando una risa.
—¡Apúrate! El desayuno ya está listo.
Úrsula permaneció pegada a la puerta hasta que Naoko la abrió. Al ver el brillo en sus ojos, aguantó la carcajada.
—Muestra un poco de decoro, pecadora.
Naoko la pisó con el talón en el dedo chiquito del pie.
Tal como lo prometieron, ambos se dieron a la tarea de buscar al individuo que podía hacerles el trabajo de crear documentos falsos para poder ayudar a Freya y a Úrsula a escapar del país. Con las fotografías que pudieron arrancar de la identificación vencida, llegaron al estudio clandestino de un hombre ruso de setenta años que, por peculiar coincidencia, tanto Naoko como Grimmer conocían. O quizá no era tanta coincidencia, de todas maneras, no había tanta gente haciendo esa clase de trabajos ilegales en Alemania con el régimen tan estricto que vino con la caída del muro y que llegó con la RDA.
Con la promesa del hombre de que el trabajo estaría listo en una semana, ambos decidieron ir al centro de la ciudad a cumplir con la cita que Grimmer había agendado con el editor de la biblioteca infantil en la mañana.
La librería de cuentos infantiles del centro de Berlín era un establecimiento relativamente grande y colorido, parecía ser una juguetería con sillones pequeños de muchos colores, con juguetes, peluches, incluso un área de juegos de estimulación para niños pequeños, a ella le complacía ver que padres y madres llevaban a sus hijos para inculcarles el hábito de la lectura desde la infancia. Paseó la mirada por los tomos, tomando el cuento de La Bella Durmiente, después el de La Sirenita y después El Principito.
Cuando regresó al escritorio del editor, caminó hacia la enorme pecera para ver a los peces. Entre ellos había varios peces dorados, se acordó de su hermana mayor y sonrió, porque una vez, le dijo que siempre había querido tener uno.
—Si bien todos los demás cuentos del señor Voss fueron descontinuados y dejaron de hacerse más ediciones, el único ejemplar que podemos tener es “Un Lugar para el Reposo” de la editorial Vierzig.- El regordete encargado de la librería extendió el libro hacia Grimmer y este lo tomó para hojearlo.
Naoko se acercó y observó los dibujos.
Durante la mañana, él le contó sobre los libros de Franz Bonaparta y los cuentos que podrían llevarlos a él. Si Helmuth Voss era Franz Bonaparta, se podría relacionar directamente con su desaparición de la Mansión de las Rosas Rojas y por ende del proyecto del Kinderheim. Sin embargo, tal conclusión no era del todo plausible, ¿Qué motivaciones tendría de reaparecer en 1989? Ocho años después de desaparecer en Alemania.
—Es diferente.- Grimmer dijo observando los dibujos.
—¿Qué es diferente?
—La calidad de los dibujos… es como si hubiera cambiado de personalidad, ni siquiera parece el mismo autor. Pero… este libro no es tan desagradable para leer.
El ladrón huye y se refugia en la montaña.
El ladrón piensa seguir robando en el pueblo.
Pero a medida que conoce a los lugareños, pronto se olvida de cómo robar.
El ladrón comienza a vivir honradamente trabajando para el pueblo.
— Es como si estuviera escapando de algo. O de alguien.
—O quizá de sí mismo.- ella sugiere, pasando sus dedos por las hojas del cuento.
—¿Porqué tanto interés en encontrar al señor Franz Bonaparta?- El bibliotecario preguntó con curiosidad. —Pero si quieren encontrarlo, quizá puedan saber algo en Passau. Un pajarito me contó que llegó a refugiarse aquí después de escapar de la República Checa. En Passau hay un grupo de alemanes que se hacen llamar los Liberadores.
Cuando trabajaba para la Stasi en 1979, Grimmer sabía perfectamente de las actividades ilícitas de los Liberadores, como espía y General del equipo de seguridad, uno de sus muchos trabajos era mantener a raya las actividades de tal grupo, en esos días, claro que había conocido a muchísima gente. Y supuso qué tal vez era ahora un momento adecuado para contactarlo de nuevo.
Cuando levantó la mirada buscando a Naoko, no pudo evitar sonreír cuando la encontró otra vez entretenida con los peces dorados.
Chapter 30: El Sol de Cracovia
Notes:
Perdón si esto es corto.
El próximo capítulo será considerablemente más largo.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Se quitó los zapatos para que nadie escuchara sus pasos en los fríos pasillos del orfanato. Aunque la verdad probablemente nadie escucharía aún si corriera, la tormenta afuera era lo suficientemente ruidosa como para sofocar los pasos de cualquiera. Especialmente los pasos de una niña de 10 años.
Ver la ventana al extremo del pasillo calmó la ansiedad que trepaba por sus venas, sus pasos aumentaron de velocidad y corrió, convencida que en solo unos momentos, podría ver la luz de la luna y sentir el frío viento de noviembre en su cara y podría huir. Su corazoncito latió tan rápido que le dolía, pero no le importó. Lo único que quería era salir. Huir. Correr lejos.
Sin embargo, horrorizada, vio que las ventanas tenían gruesos barrotes que impedían el paso de animales tan pequeños como un gato. Rápidamente sintió lágrimas formarse en sus ojos y con un grito de desesperación pidió ayuda.
“Pomóż mi! Pomóż mi! Pomóż mi!” *
Tres gritos desgarradores que fueron silenciados por las manos de un hombre que la llevaban a rastras hacia la oficina de Wagner. Quién ya la esperaba con un guante de látex en una mano y una jeringa en la otra.
Una y otra vez. La niña gritó. Más débil cada vez.
Pronto, la niña olvidó que alguna vez quiso escapar.
Kathryn no conocía Polonia, pero entendía el polaco. Eso le dijo mucho, y eso que nunca había pisado el país en toda su vida, o probablemente solo no lo recordaba. Bajar del tren se sintió como salir del agua después de haber estado nadando por mucho tiempo, estaba ligeramente mareada, pero no se debía al viaje, era como estar dentro de un sueño bizarro, porque aún con el firme conocimiento de no haber pisado el país en toda su vida de forma consciente, no se sentía en un lugar extraño.
Indiscutiblemente, Cracovia era una ciudad bellísima, el clima era bello, mucho mejor que el que tenía Alemania cuando subió al tren, no pudo resistirse y entró en la Basílica de Santa María, el silencio dentro de la iglesia resultó ser un calmante para su ansiedad y su corazón acelerado. Llegó en el momento justo cuando se abría el altar, pensó que no podía estar ahí, que una mujer como ella; sucia, desdichada, enferma y desquiciada, no tenía derecho a ver algo tan divino y bello. Levantó la mirada y vio a Cristo crucificado. El pecho se le apretó y sin miedo, dejó que una vez más, se escaparan lágrimas de sus ojos, se dejó caer de rodillas, sintiéndose culpable de haber ensuciado el alma de un hombre bueno con sus pecados. Sus ojos color miel, su voz, su cabello negro, sus labios, sus manos todo de él la consumía.
Con la mirada en la cruz, Kathryn sintió cosquillas en la lengua, y con vergüenza, inhaló.
—Dicen…- Murmuró. — Dicen que tú lo perdonas todo. Que amas a todos. Dicen que no importa cuán horribles sean las cosas que hayamos hecho, que si nos arrepentimos de corazón, tú lo perdonas todo. Pero creo que ni siquiera merezco eso… jamás podría, no puedo seguir viviendo con esta carga. No sé si estás escuchando, ni siquiera sé si estás ahí de verdad…
Una lágrima resbaló por su mejilla pero ella no la limpió. Solo la dejó caer.
—He destruido tanto. Tantas vidas, tantas familias que he destruido. He sido la causa del sufrimiento y el dolor de niños, he destruido vidas, soy un monstruo, soy una asquerosa asesina. Soy igual que ellos. Soy una basura. Debería morir. Esa noche en la azotea del hotel el año pasado, debí morir ahí, esos hombres debieron matarme, debieron tirar mi cuerpo al río, debieron destruirme, mi cadáver debió terminar en una fosa común, en una lápida sin nombre. Porque no lo tengo… ¿Porqué? ¿Porqué sigo viva?- su voz se transformó en un débil sollozo.
Porque él te salvó.
Porque él te protegió.
Porque no debías morir esa noche.
—¿Y mira lo que le hecho? Lo arruiné, manché la pureza de un hombre bueno con mi suciedad. Él está enamorado de mi, si es que no dejó de estarlo ahora, y lo único que hice fue dejarlo. Yo le di una bofetada ¿Qué clase de infame animal soy?- se quejó sujetándose la cabeza enterrando sus uñas en su cuero cabelludo. —Él me protegió por meses y le pagué con un golpe y abandonándolo… solo porque… no supe qué hacer… no supe cómo responder cuando me dijo que me amaba… porque no lo merezco. No merezco a un hombre tan dulce y bueno como él. Solo lo arruinaría. Y lo abandoné, huí lejos… y no sé qué hacer. Ahora… ni siquiera sé si regresar a Francia es una opción, ¿Qué pensará mi madre ahora de mi?
Prometiste volver a verlo.
Levántate y pelea.
Porque yo estaré contigo hasta el fin del mundo.
—Me arrepiento de todo lo que he hecho… si pudiera hacer algo para remediarlo, lo haría… desearía nunca haberme ensuciado las manos de sangre… desearía no haber matado a nadie.
Kathryn jadeó sobresaltada sin entender qué ocurría cuando sintió una mano en su cabeza, presionaba suavemente sobre su coronilla, no se atrevió a levantar la cabeza, solo abrió los ojos pero no podía ver nada más allá de sus propias rodillas y el suelo de la iglesia. Contuvo la respiración por esos momentos hasta que el silencio se rompió, una voz amable y melosa que le hablaba en polaco le envió un escalofrío por el cuerpo.
—Jamás dejará de amarte. Él nos ama a todos… Yo te absuelvo de tus pecados, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Vete en paz y no peques más.
Kathryn cerró los ojos con fuerza y cuando sintió que la mano se retiraba de su sitio levantó la cabeza lentamente, con miedo, con vergüenza, con curiosidad. Solo pudo ver a un hombre con sotana negra y cabello encanecido alejarse a paso tranquilo hacia el altar.
Antes de salir de la basílica, Kathryn miró de nuevo el altar.
Jamás, se había sentido más amada. Y con una sonrisa débil pero real, suya y verdadera, salió de la iglesia, segura de una cosa: No estaba sola. Y dejaría que él la encuentre.
Al final del día, Szymon Nowak resultó ser un periodista judío retirado que, para sorpresa de Kathryn, trabajó bajo el yugo del régimen Alemán en Auschwit, antes del término de la guerra. Encontrarlo no fue una tarea difícil, su nombre estaba en el directorio que pudo conseguir de la oficina de correos del centro de Cracovia. Lo difícil fue que él la recibiera, tenía al parecer una secretaria arisca y malhumorada que representaba a la perfección la misma actitud de su jefe y le había dicho de forma bastante déspota, que el Señor Nowak no tenía intenciones de recibir visita que no tenía nada que ver con el periódico para el que escribía y que no tenía cita previa.
Más del polaco enterrado en su memoria comenzó a salir a la luz del Sol cuando la secretaría estaba por colgar el teléfono.
—Si no piensa recibirme, no tendré más opción que ir a su oficina personalmente.
No espero a que la secretaria le refutara, antes de colgarle con la misma altanería con la que ella le contestó en un inicio.
El edificio donde se encontraba la oficina de Nowak se encontraba cerca de unos suburbios, había árboles frondosos y llenos de vida, dándole una vista particularmente viva que contrastaba a la perfección con el edificio.
Era gris, triste, con ventanas con cortinas aún más grises, ninguna abierta, el moho cubría gran parte de las paredes de concreto y parecía que nadie vivía ahí, lo cual era difícil de desmentir porque no se percibía ruido ni movimiento de ninguna clase. Por obviedad y por la naturaleza de su entrenamiento, Kathryn permaneció a la defensiva cuando abrió la puerta del edificio.
Por dentro era aún más lúgubre y tétrico que el exterior. Sin embargo, no olía mal, podía percibir el aroma de desinfectante ambiental, jabón y limpiador de pisos en el ambiente, y podría jurar percibir un suave dejo de manzana canela en el aire como si alguien estuviera horneando un pie de manzana. Tal aroma habría despertado su apetito en cualquier otro contexto, pero no ahí. La oficina de Szymon Nowak se encontraba en el último piso y enfrente de ella había una extensa y casi interminable escalera de caracol, y soltando un suspiro, encontró energía para subir todos los escalones frente a ella.
Y por cada escalón que subía más sentía que estaba entrando en un mundo diferente, como si subir la llevara a un universo diferente. A tan solo unos metros estaba un hombre que tenía todas las respuestas, que lo sabía todo. Cuanto más subía, más le pesaba el cuerpo, como si sus zapatos se hubiesen adherido al suelo de cada escalón, sintiendo como el estómago burbujeaba y su pecho pesaba por la adrenalina, se sujetó férreamente a la barandilla y respiró hondo antes de continuar subiendo.
—¿Fue usted la mujer maleducada que me colgó mientras hablaba?- fue lo primero que le preguntó la secretaria cuando Kathryn preguntó por Szymon Nowak. —Ya le he dicho que no recibe a nadie sin cita previa. ¡Qué necia!
—¡No me importa! No pienso irme sin hablar con él. No tiene nada que ver con el periódico, pero es algo completamente personal.
—Y ya le he dicho que no recibe a nadie sin cita previa.- Espetó la secretaria frunciendo el entrecejo y resaltando las protuberantes arrugas en su frente.
—¡No me interesa! He venido de muy lejos y he esperado años, no esperaré un minuto más
—¡Lárguese!
Kathryn soltó un bufido de hastío y sin esperar su permiso, dio pisotones hacia la puerta de la oficina de Nowak, poco le importó la voz estruendosa de la secretaria, dando insultos en polaco que ella no entendió y giró el picaporte, para encontrarse de frente con un anciano que parecía estar despertando del quinto sueño porque soltó un bostezo mientras se frotaba el puente de la nariz con el índice y el pulgar.
—Agnieszka, Mój Boże*! ¿Qué demonios ocurre?
—Perdone, Sr. Esta tonta que no entiende lo que es no aceptar a quien no tiene cita previa.
Kathryn se sonrojó de golpe, quería pedir disculpas por haberse comportado como una loca. Sin embargo, la expresión estupefacta en la cara de Szymon Nowak al verla, le arrebató el habla. Podría jurar que incluso lo vio palidecer de golpe y por arte de magia, el anciano espabiló de la evidente siesta que se encontraba tomando. Ella no sabía bien qué decir cuando él anciano se inclinó ligeramente cerca de ella mientras se colocaba las gafas de lectura. Por instinto, retrocedió, incómoda.
Tras tres minutos tortuosamente largos, el hombre parpadeó frenéticamente sin apartar la mirada de ella.
—Mój Boże! Olesia…
—…No… Me llamo Kathryn.
El hombre sujetó su brazo con fuerza.
—No puede ser… Estás viva… todos estos años, creí que jamás viviría para ver esto.
Kathryn, confundida y mareada, frunció el ceño.
—¿Quién es usted?- dijo con el corazón desbocado.
Szymon Nowak soltó una carcajada estruendosa.
—Tienes los ojos de tu madre… querida niña, podría reconocer los ojos de tu madre en cualquier lado.
Kathryn sintió que estaba por desmayarse, pero por suerte, el hombre la hizo pasar a su oficina y la sentó en la silla frente a su escritorio. Lo cual era bastante favorable, ya que las piernas de Kathryn estaban a punto de colapsar.
—Conociste a mi madre.
El rostro de Szymon decayó entristecido.
—También a tu padre, ellos fueron dos grandes amigos, casi como mis hermanos o mis hijos… Eres idéntica a ellos, tienes los ojos y el cabello de tu madre… y tu rostro es idéntico al de tu padre, pero tú eres más bonita… entonces ellos murieron y tú desapareciste.
—¿Sabes cuál es mi nombre?
Szymon la miró con sorpresa.
» John Turner nació en la primavera de 1926 en Colorado, EE.UU. A los 18, se enlistó en el ejército de su nación para ir a pelear en la Segunda Guerra Mundial que, en aquel entonces se encontraba casi en el punto culmine, y al cumplir los diecinueve, fue enviado como espía a Alemania tras el término de la guerra. Su trabajo consistía en analizar las actividades del gobierno y posterior a ello analizar el comportamiento de la RDA junto con la ocupación militar soviética.
Su trabajo lo obligó a mantenerse en territorio Alemán desde 1945. Tiempo en el que no solo se dedicó a investigar a altos funcionarios del gobierno, sino también ejerció como ingeniero en una empresa metalúrgica ubicada en lo que antes era la Alemania Occidental que socorrió la mayor parte de sus gastos.
Turner estuvo a punto de regresar a América, sin embargo, sus planes se vieron frustrados cuando en 1960, conoció a una bella joven polaca de nombre Olesia Dudek de la que se enamoró perdidamente. Y dejando de lado sus responsabilidades como espía, Turner comenzó una relación con Dudek.
Olesia Dudek, por su parte, era una joven Polaca y judía de veintiséis años nacida en 1934, cuyos padres habían sido enviados a Auschwitz’s en 1941, era en pocas palabras, una sobreviviente del Holocausto Nazi. Conoció a Turner en la empresa donde éste trabajaba, ella era en ese entonces, la encargada de la mensajería.
Cabe mencionar que tanto Turner como Dudek habían contado con papeles falsos durante todo ese tiempo haciéndose pasar por Alemanes.
Ambos habían encontrado un refugio en el otro, una mano en medio del caos que habían presenciado por años y años de terror. Y con el paso de los meses comenzaron a entablar una fuerte relación. Enamorándose cada vez más hasta que decidieron que era momento de dar el siguiente paso. El matrimonio.
Olesia y John contrajeron matrimonio en 1965 en Polonia, regresando así al país de origen de Olesia. Y el 11 de Abril de 1966 nace una niña a quien llamaron Aleska, que significa “ la que defiende a la humanidad”
El matrimonio y la recién nacida, decidieron comenzar su vida en un pequeño pueblo a las afueras de Cottbus, cerca de la frontera con Polonia
Los tres vivieron plenamente durante los primeros nueve años de vida de la niña hasta que la noche del 8 de octubre de 1975, John Turner y su esposa Olesia Dudek fueron asesinados en su domicilio acusados de traición y espionaje. John recibió tres disparos en la cabeza mientras Olesia fue asesinada de un solo disparo en el pecho. Aquella noche lluviosa, Aleska despertó por los disparos y al bajar y encontrar los cadáveres de sus padres, quiso huir pero aquella niña tenía un destino diferente. Uno peor que la misma muerte.
“Y tú, pequeña mía, serás una de las más hermosas y espinosas rosas en mi rosal”
Fueron las primeras palabras que Aleska escuchó después de haber encontrado los cuerpos sin vida de sus padres en el piso de la estancia y haber visto sus ojos sin vida y la sangre ensuciar la alfombra que su madre tanto amaba. La niña no derramó una sola lágrima.
Aleska fue ingresada esa misma noche al Kinderheim 204, donde pasaría toda su infancia y la mayor parte de su adolescencia, donde sería entrenada con fines y propósitos aún desconocidos para ella, donde olvidaría que alguna vez tuvo padres que la amaron de forma incondicional, donde olvidaría que alguna vez supo lo que era sentir enojo, alegría, tristeza o amor. Y donde su nombre se le sería arrebatado con crueldad, arrancado de su ser, obligándola a la esclavitud de vivir sin un nombre real. Así es como Kathryn Becker nació y como Aleska fue sometida a un sueño profundo del que probablemente jamás despertaría. Porque no hay crueldad más grande que arrebatarle el nombre a una persona.
—Witaj, Aleska.*
Lluvia torrencial para los siguientes cuatro días, había sido el pronóstico que Tenma escuchó vagamente en la radio. No recordaba la última vez que llovió, pero el cielo azul grisáceo por las pesadas y amenazantes nubes de lluvia hicieron que su estado de ánimo decayera mucho más de lo que ya había decaído desde que salió de la estación del tren de Frankfurt hacía un par de semanas.
Desde la última vez que la vió.
Las manos le hormigueaban, el pecho le quemaba como si hubiera una piedra pesada y ardiente que no hacía más que incinerarlo desde adentro. Todo se acompañaba con la imagen de Kathryn subiendo al tren. Con la imagen de su rostro cuando confesó amarla.
Tenma estaba convencido de que eso la había aterrado. Confesarle que la amaba había sido un error. Eso la alejó. O quizá había sido lo que le dijo segundos antes de eso.
Es una maldita orden.
Él se arrepentía tanto de haber dicho eso que no pudo contener amargas lágrimas de arrepentimiento. Porque lo había arruinado. Había arruinado lo único bueno que tenía. Kathryn. Su confianza, su amistad, la había confundido, la había asustado, la había hecho regresar al pozo del que ella había estado tratando arduamente de salir. Tenma odió haberse transformado en una versión retorcida de lo que Petr Čapek había hecho con Kathryn.
Y si en parte se moría por dentro. Porque no dejaba de pensarla, de desear tenerla cerca, de desear verla, escucharla, tocarla, besarla. También estaba seguro que lo que Kathryn necesitaba era estar lejos de él. De encontrar una vida mejor, de regresar a la vida tan pacífica y bella que tenía en Francia. Kathryn merecía una paz que Kenzo no tenía y que jamás volvería a tener. Y si ella estaba recuperando lo que perdió en el orfanato, él no la arrastraría con él de nuevo al abismo. Él la amaba demasiado para pedirle algo como eso. Así que sí, cada día la amaba más, y por eso no deseaba arrastrarla al infierno. El egoísmo era un lujo que no podía permitirse a este punto, a estos escasos días del cataclismo.
No sabía si acaso la volvería a ver. Probablemente ella ya no quería saber nada de él. Aún si hubieran prometido otra cosa.
El punto de no retorno se acercaba y anunciaba una tormenta como la que amenazaba por caer.
Entonces ahí estaba.
El lugar del reposo.
Ruhenheim.
Notes:
Pomóż mi: Ayúdenme
Mój Boże: Dios mío!
Witaj: Bienvenida.
Siii, Kathryn recupera su nombre por fin :') después de años por fin recuerda quien es.
Lamento si este capítulo no es lo que esperaban peeeero prometo que el próximo será mejor. Con suerte. Espero.
En fin. BYEE 💖
Chapter 31: El pueblo de la masacre
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
¿Quién es semejante a la Bestia?
Cuando ella llegó a la casa de seguridad de Čapek, tan solo dos semanas después de regresar de Polonia, no encontró guardias de seguridad en la casa, eran cerca de las siete de la mañana y en la entrada de la casa estaba aparcado el auto del chofer del hombre, y, para su sorpresa, el auto tenía sangre salpicada por todo el parabrisas, estaba seca y apestaba. La consternación creció en su pecho y en su estómago cuando corrió hacia la puerta y esta estaba abierta. No había nadie en la entrada, cosa que era completamente inusual, no había un solo vestigio de vida aparentemente. Sin embargo, aún con recelo, ella se adentró a través del corredor con paso sigiloso y casi imperceptible. No parecía haber nadie en la casa, parecía abandonada en su totalidad, y era imposible decir lo contrario cuando la lluvia afuera era tan estruendosa que incluso era imposible escuchar su propia voz.
No se molestó en recorrer cada habitación porque la mesa extensa del comedor tenía sobre la madera de roble un plato de porcelana, que, en lugar de tener comida, tenía un papel doblado por la mitad.
La respiración se le cortó cuando vio su nombre, su verdadero nombre, escrito con tinta negra en la cara que estaba más a la vista.
Lo que quiere es borrarlo todo, a todos los que lo conocen y a todos los que alguna vez escucharon su nombre. Su recuerdo habrá sido un rumor para cuando termine la noche. Después morirá y solo uno quedará en pie. Solo uno vivirá hasta el final.
P.Č
La lluvia se tornó violenta, furiosa y el relámpago que retumbó en el cielo le caló los huesos.
Ella entendía.
Lo entendía todo. Con cada Rosa sepultada era un bache menos en el camino.
Sabía qué era lo que estaba al final, qué era lo que el monstruo quería hacer. Borrar cada vestigio, recuerdo, espíritu de lo que alguna vez fue su existencia, y con ello a todos los que le recordaban y le conocían. Eso era lo que la rata quería hacer, quería destruirlo todo y a todos, para que al final sólo quedase un hombre en pie. Un hombre roto, sin nombre, solo y corrompido.
Kenzo.
O el cascarón de lo que fue Kenzo Tenma.
Ella no sabía dónde o cómo encontrarlo, pero había algo que sí sabía.
Tenía la tarjeta del Doctor Reichwein en el bolsillo, y si sus cálculos y sus hipótesis eran certeras, todos en esa casa estaban en peligro. Sabía que él no estaría ahí, sabía que estaba en algún lugar buscando a la bestia. No importaba si Kenzo no estaba, ella no podía dejar que el plan del monstruo se completara.
Entregaría la vida solo para evitarlo.
Encontrar Ruhenheim no había sido difícil, gracias a los contactos que Grimmer había hecho trabajando como miembro de la Stasi, supieron que el creador de todas sus desgracias había escapado tras la caída del muro de Berlín a ese pueblo retirado, oculto entre las montañas olvidado de la civilización y de la mano de Dios. Llegar tampoco había sido difícil, el Cadillac de Naoko los llevó sin contratiempos, las carreteras estaban libres y vacías. El día era en resumidas palabras; ameno y despejado
El problema había sido entrar al hotel Versteck, lo difícil había sido fingir demencia cuando el anciano frente a ellos les sonreía con amabilidad. Lo difícil fue no ahorcarlo ahí. No. Aún no era tiempo.
Recorrieron el pueblo, en busca de sospechosos, pero aún el infierno parecía mantenerse apagado.
Hasta que el cielo se nubló y los cálculos que hicieron previo a la llegada al pueblo resultaron correctos.
Pronto, los disparos iniciaron en medio de la tormenta.
Y Naoko se arrepentía de no comprar un paraguas.
Había escuchado un par de días atrás que las lluvias del final de la primavera llegarían en una semana, pero el pronóstico se equivocó y ahora las calles de Ruhenheim parecían un río caudaloso y tenía el cabello completamente empapado, e, ignorando la petición de Grimmer de quedarse en el hotel, ella sencillamente se cerró la gabardina y metió las manos en los bolsillos.
Un disparo.
Dos disparos.
Tres disparos.
Ella jadeó con el corazón en la garganta y levantó la cabeza tratando de encontrar el origen del disparo, pero habían sido de diferentes direcciones. Era claro que había iniciado . Y que pronto, las calles de Ruhenheim se iban a teñir de rojo y habría cadáveres por todos lados. El pueblo era pequeño, sí, pero era los suficientemente grande como para que los intrusos se escondieran para organizarse. Era como buscar una aguja en un pajar. Hacía tan solo siete horas, el pueblo había sido pacifico y silencioso, el cielo estaba azul y no se veía una sola nube. Pero ahora, parecía un pueblo completamente diferente, se sentía como entrar al infierno.
Llegaron esa mañana, cuando el cielo era azul, el hotel Versteck era el lugar objetivo, sabían quién estaba ahí, sabían quién los recibiría, y cuando lo vieron ella sintió cómo se le apretaba el estómago. Con nombres falsos e intenciones desentendidas, fingieron estar perdidos y querer hospedarse hasta saber cómo volver a casa. Pronto las cosas se tornaron oscuras, pronto el cielo se nubló y la lluvia empezó. Las calles se cerraron, las vías del tren se cerraron, Ruhenheim quedó incomunicado en menos de una hora. Era como estar encerrados en una jaula con tigres.
—Deben cubrir todo el rango del pueblo.- Naoko dijo extendiendo el croquis del pueblo para que ella, Grimmer y el Inspector Lunge, a quien ella recordaba del día que arrestaron a Kenzo, y que peculiarmente había llegado al pueblo con la misma intención que ellos; evitar una masacre. —Deben tener una base en cuatro puntos. Uno en cada extremo.
—No podrían ser más de veinte. No se podían tomar el riesgo de traer tanta gente en menos de un día sin que pareciera sospechoso.- Grimmer agregó y después puso un dedo sobre el hotel Berbach —Aquí debe ser uno. Y los otros tres en alguna de las casas del medio.
Lunge los miró con perspicacia. Especialmente a Naoko. Los ojos de aquella mujer tenían el mismo brillo que los ojos del médico que había perseguido por años. La recordaba de ese día en la comisaría. Más allá de los rasgos asiáticos que ambos compartían, eran idénticos. Lunge era ajeno y escéptico a todo lo relacionado con lo metafísico, pero de esa mujer desprendía el mismo espíritu del Doctor Tenma, como si fuesen frutos de un mismo árbol.
Otro estallido aún más cerca, los hizo sobresaltar, este parecía haber ocurrido a la vuelta de la esquina, literalmente. Con horror, vieron que el pequeño Wim sostenía un arma en las manos y a un par de pasos estaban los cadáveres de tres niños. Aquellos que molestaban al pequeño y que lo golpeaban. Con delicadeza, Grimmer tomó el arma de la mano del niño y con un ademán, él le pidió que la tomara. Naoko acató y con recelo, olfateó el cañón para descubrir que por fortuna no se había disparado una sola bala de esa arma. Aquello pareció ser la gota que derramó el vaso de la paciencia de Grimmer porque inmediatamente tomó al niño en brazos y sin decir una palabra se dio la vuelta. Naoko rápidamente supo que se dirigía al hotel Versteck.
Al llegar y decirle lo que habían presenciado, de lo que Wim estuvo a punto de hacer pero no hizo porque se mantuvo fiel a todas esas enseñanzas que él había inculcado arduamente en el pequeño. Bonaparta miró a Naoko y luego a Grimmer. Palideció. Como si hubiera visto dos fantasmas. O dos demonios que llegaban a cobrar las cuentas pendientes. Era diferente de la mirada que les había dado cuando llegaron al hotel esa misma mañana. Era tal y como si la lluvia borrara el hechizo de la mentira y las apariencias que ellos pusieron al llegar al pueblo.
—Eres idéntica a Herr Daisuke Tenma...- Bonaparta murmuró de rodillas.
Naoko sintió náuseas y tragando la bilis, e ignorando el sabor ácido en su boca, caminó y apretó el cuello de Bonaparta con una mano.
—Tú mataste a mis padres.- Ella escupió, sintiendo el escozor en sus ojos. —Tú me transformaste en esta maldita cosa. Fuiste tú quien destruyó la moral de cientos de niños. Tú creaste el Kinderheim 511 y el Kinderheim 204… ¿y te atreves a decir su nombre?
Después, Naoko tiró del cuello de la camisa de Bonaparta para que pudiera verla a ella y a Grimmer. Quien miraba a Bonaparta con desprecio. — ¿Nos ves? Ambos somos productos tuyos. - Naoko masculló con furia antes de dejarlo caer con un estruendo. —Querías soldados perfectos. Humanos perfectos, pues míranos, aquí estamos, infeliz. ¿Satisfecho?
—Daisuke Tenma…- Lunge dijo pensativo mientras movía los dedos en su costado, recuperando de su cerebro la información que había obtenido tras la exhaustiva pero reducida investigación al Kinderheim 511 y el oculto y aún más secreto, Kinderheim 204. —El tío del Doctor Tenma, que vino a Alemania hace treinta años y trabajó a lado suyo durante la consolidación del Kinderheim 511. Miembro oficial del gabinete de investigación y neurociencia de Berlín y que formó parte del proyecto de manipulación neuronal infantil hasta su misteriosa muerte en 1978. Fue asesinado junto con su esposa Miyu la madrugada del 13 de abril de 1978. El matrimonio Tenma tenía una hija. Pero todos los registros que quedaban de la niña desaparecieron después del asesinato, que para ese entonces habría tenido unos diez años.
Naoko no lo miraba. Apretó los puños y sintió como la piel se erizaba debajo de su ropa. Dios sabrá de dónde sacó el valor para erguirse y darse la vuelta para mirar al Inspector.
—Yo soy esa niña, Inspector Lunge.- Ella dijo con voz firme. —No me llamo Christa Ludwig. Mi verdadero nombre es Naoko Tenma.
—La prima-hermana del Doctor Kenzo Tenma.- Lunge dijo con satisfacción y una sonrisa burlesca. —Los problemas los llevan en la sangre, ¿no es así?
—La tragedia.- Grimmer lo corrigió. —Es evidente que tanto el Doctor Tenma como Naoko son víctimas en esto. Ellos no han hecho nada malo.
Lunge guardó silencio un instante para después mirarla otra vez.
—Aún así, hay muchas cosas que quiero hablar con tu primo y contigo. Cuando esto termine, claramente.
Ella tocó tres veces la puerta de la casa del Doctor Reichwein y con el corazón repiqueteando contra su esternón, esperó ansiosa y sin duda, asustada. Pero se mantuvo lo más tranquila posible, porque no tenía intenciones de preocupar a nadie. Las luces estaban encendidas y era obvio que había gente dentro de la casa, ella no consideraba eso la mejor opción, considerando que ellos podrían estar por llegar, y ver las luces encendidas era una invitación a pasar.
Fue el Psiquiatra quien abrió la puerta y al verla, enarcó las cejas con incredulidad y consternación.
—Señorita Becker.- Él dijo como si no se lo creyera pero inmediatamente se hizo a un lado para dejarla pasar. —Vamos, entra, no te mojes con esta horrible lluvia ¿Qué haces aquí? Creí que te encontrabas con el Doctor Tenma.
Ella respiró hondo, incapaz de corregir al hombre, e incapaz de decirle que lo abandonó hacía casi un mes.
Ya habría tiempo de explicarlo todo.
—Están todos en grave peligro.- Ella murmuró. —No pueden quedarse aquí, deben irse y esconderse a cualquier otro sitio, vine a advertirles que…-
—Hola. ¿Quién eres?- una voz infantil llamó su atención y al bajar la mirada, un niño de aproximadamente diez años la miraba con curiosidad. El cabello rojo, los ojos azules y las pecas delataron al famoso Dieter. —¿Conoces a Tenma?
Estaba por responderle cuando la voz de la inconfundible Eva la llamaron del otro extremo del pasillo. —¿Kathryn?
—Eva.- Ella inclinó la cabeza suavemente en señal de respeto.
—¿Dónde está Tenma?- Dieter preguntó de nuevo y el corazón se le apretó al ver los ojos llorosos del pequeño. —¡Quiero verlo! ¿Sabes dónde está?
—…No.- Y no era mentira. —No lo sé.
Iba a decir algo más. Quería decirle al pobre niño que Tenma se moría de ganas de verlo de nuevo, que lo extrañaba, que quería regresar y que se arrepentía de haberlo abandonado. Quería decirle que Tenma regresaría. Porque ella lo sabía. Kenzo volvería. Su Kenzo regresará, ella sabe. Lo sabe perfectamente. La fe de Kathryn permaneció se traspasó a Aleska. Ella confiaba. Ella sabía que Kenzo Tenma era fuerte. Más fuerte que todos. La fe que tenía en Kenzo era de acero. Y sabía que volvería.
Entonces las luces se apagaron.
Y cuando trataron de tomar el teléfono, la línea ya había sido cortada.
Tenma llegó a Ruhenheim cuando el cielo ya era de un lúgubre color gris, cuando llovía a cántaros, cuando el pueblo quedó completamente incomunicado. El corazón le latía con violencia, no por miedo, sino por ansiedad, por la adrenalina que enviaba electricidad a sus dedos mientras apretaba la Glock con enojo. El final se podía sentir en el aire que respiraba, a cada paso que cada, a cada latido. Todos los caminos llevaban a este día, a este rincón olvidado y oculto.
Los largos mechones de su cabello color ébano se pegaban a su rostro mientras corría, en medio del bosque encontró tres cadáveres, todos habían aparentemente intentado escapar del pueblo.
Encontrar uno con vida fue un milagro.
—No me mate.
—No te haré daño. Dime ¿qué ocurre?
—Todos… se volvieron locos. Se están matando entre todos. Alguien debe ir y salvar a los niños… al menos a los niños.
El hombre exhaló y pereció.
Había iniciado. La masacre. El suicidio del que Nina lo había advertido. Muchas personas estaban a punto de morir y si no se daba cuenta todos morirían. Debía ponerle punto final a todo, era claro que él era el único que podía. Así era como estaba planeado.
“No permitas que te arrebaten tu humanidad. No como a mí.”
El pecho le dolió al recordarla. No sabía si le dolía por el amor que le tenía, por el arrepentimiento, por el enojo. O por el miedo de transformarse en lo que ella tanto detestaba. Tenma no sabía qué saldría de Ruhenheim esa noche. No sabía qué pasaría al día siguiente. Por primera vez en años, no tenía un plan y no se veía a sí mismo viendo la luz del Sol en la mañana.
Recorrió las calles con el arma en la mano y el dedo en el gatillo. Todo parecía el campo de batalla de una guerra que ya estaba perdida. Cadáveres, sangre y armas en el suelo. Parecía haber atravesado la puerta del mismo averno.
Exclamó cuando vio a un niño correr hacia un edificio, sin preámbulo ni paciencia para una respuesta, lo siguió, encontrando a unas tres mujeres con niños junto a ellas. Por breves momentos, Tenma sintió que quedaba esperanza y que aún había algo por lo qué pelear. Sin esperar más, se las arregló para sacar a los sobrevivientes por el sendero por el que llegó. No supo la cantidad exacta de gente, no los contó, no importaba, solo necesitaba sacar a tanta gente como pudiera, los condujo por las calles y los llevó en una fila hasta poder adentrarse en el bosque. Probablemente habían sido unas quince personas, quizá más, pero cuando llevó a la última, una mujer rubia que no podía dejar de llorar, tuvo que preguntarle:
—¿Conoces a alguien llamado Klaus Pope?
La chica parpadeó confundida pero asintió.
—Es el dueño del hotel Versteck…
Y con esa información, Tenma se dio la vuelta y corrió en búsqueda del desdichado hotel. El frío de la lluvia ya no le molestaba, su cuerpo estaba ardiendo, la adrenalina lo llevó por las calles repletas de cadáveres, la lluvia se tornó más fuerte y le costaba ver por dónde iba, pero no le importaba, lo único que tenía en la cabeza era llegar al hotel, porque sabía que Klaus Pope era el objetivo de toda la masacre. Encontrando a Pope, Johan llegaría. Y solo tendría que esperar.
No esperaba encontrar al mismísimo Inspector Lunge frente a él, a unos diez pasos y sosteniendo un rifle con una mano. Estaba completamente empapado, como si hubiera estado en la lluvia por muchísimo tiempo. Definitivamente no esperaba encontrarlo. Pero tampoco se sintió sorprendido. La última vez que lo vio había sido el año pasado en noviembre, cuando lo arrestaron y él lo esperaba en el pasillo.
—Inspector Lunge.- Tenma murmuró, incrédulo y consternado.
—Mi viaje está terminando.- Él respondió sin un ápice de emoción. —Todo el camino que recorrí por fin converge en las respuestas que busqué. Hoy me integro al trabajo.
Tenma retrocedió, receloso y listo para defenderse o huir, pero Lunge se dio la vuelta, sorprendiéndolo en gran medida.
—Tu prima y Klaus Pope, están en el hotel Versteck.
Los hombros de Tenma cayeron y su mandíbula también. Su respiración se cortó y algo en su estómago se apretó, haciéndolo presa de una revoltosa mezcla de estupefacción, miedo, enojo y ansiedad. Él palideció y de nuevo sintió frío. Pero ahora, la lluvia estaba comenzando a amainar. Su prima. Christa. No. Ese no era su nombre ¿Cuál era su nombre real?
El inspector Lunge caminó lentamente lejos de Tenma pero se detuvo un momento.
—Doctor Tenma.
Él lo miró, esperando pacientemente, a su falta de respuesta, el inspector continuó.
—Lo lamento.
La única habitación sin ventanas era la bodega de la casa del Dr Reichwein. Era el más seguro de todos y eventualmente, Kathryn los hizo esconderse a Eva, Dieter y el Dr Reichwein. Y tal como ella lo había predicho, la luz fue cortada, la línea telefónica también, quitándole la oportunidad a cualquiera dentro de la casa, de llamar a emergencias.
Dieter estaba abrazando sus rodillas mientras veía el suelo, no lloraba, se mantenía estoico y firme, sus ojos parecían decir lo contrario, pero el niño solo respiraba lenta y profundamente, tal y como Kenzo lo hacía. A ella le costaba creer que no fuese hijo suyo.
—Debimos irnos cuando pudimos. Esperamos demasiado tiempo.- murmuró el Dr Reichwein con arrepentimiento en la voz.
—¿Vamos a morir?- Dieter preguntó con voz rota.
Kathryn se arrodilló rápidamente y lo sujetó por los hombros.
—No.- Ella dijo. —No permitiré que nada te pase a ti ni a nadie. Nadie podrá lastimarte mientras yo esté aquí.
Dieter asintió y agachó la mirada.
Una patada en la puerta principal los hizo guardar silencio.
—Están adentro.- Eva murmuró con el ceño fruncido y los ojos abiertos con temor mientras tiraba de Dieter para acercarlo más a ella.
Kathryn se levantó y respiró hondo antes de mirarlos.
—Yo me haré cargo. No salgan. No hagan ruido y no importa el ruido que escuchen, no abran esta puerta hasta que yo se los diga.
—Kathryn.- Eva la llamó con voz monótona.
—No te mueras.
Está hecho una mierda sin ti.
Ella no dijo nada a ese comentario, solo inclinó la cabeza y salió de la bodega cerrándola detrás de ella.
Al igual que yo.
No necesitaba una pistola.
Primero llegó por la espalda de uno, y con el cuchillo de la cocina, le cortó la garganta de lado a lado. Fue silenciosa, el único ruido fue el de la sangre saliendo a borbotones de la garganta del intruso. Cuando los otros tres encontraron el cadáver de su compañero, se pusieron nerviosos. Creían que apagar las luces había sido una buena opción. Pero se arrepintieron.
Kathryn llegó por el costado derecho de otro intruso y lo levantó sobre su hombro y lo derribó para después cortarle la garganta de un tajo. Uno llegó por su izquierda, otro por su derecha.
—Maldita pe…- la frase quedó sepultada, igual que el cuchillo que ella enterró en su estómago.
Había prometido no hacerlo más. Pero no iba a permitirles a estos monstruos, ponerle una mano encima a Dieter, ni al Doctor Reichwein y tampoco a Eva. No iba a dejar que el plan de la rata se cumpliera. Y si para evitarlo, tendría que ensuciarse las manos de sangre una última vez, entonces que así fuera.
Diez. Había diez personas encerradas en el edificio junto al hotel, según las palabras de Bonaparta, había aún civiles sin poder salir y en riesgo. Hacia tan solo 10 minutos que el Inspector Lunge abandonó el hotel Versteck para ir a buscar al maestro de la orquesta de esa masacre que, en palabras de los ancianos se encontraba en uno de los cuatro puntos cardinales que Naoko había sugerido en su hipótesis. Por lo que ella y Grimmer habían acordado quedarse para defender el hotel hasta que todo terminara.
Pero las palabras de que había diez personas, en su mayoría mujeres, estaban atrapadas sin poder salir junto al edificio del hotel.
—¿Está seguro que son diez?- Naoko le preguntó al anciano.
—Sí… pero no es recomendable salir de esta manera, es prácticamente un suicidio.- Bonaparta dijo con la mirada en el suelo, y la clara vergüenza en su rostro.
—Yo iré.- Grimmer dijo rápidamente.
—Iremos juntos.- Naoko corrigió apretando el frío cañón del rifle que aquel vecino había llevado junto con su esposa, una media hora atrás.
—No. Tú te quedarás aquí.
—No te lo pregunté.
La necedad de Naoko era un rasgo que en ese momento, Grimmer no quería debatir ni apelar. La habría atado a la silla de ser posible, pero aún así, ella encontraría la manera de zafarse y tampoco tenía intenciones de poner a prueba su enojo. Así que solamente respiró pesadamente antes de caminar hacia la puerta del hotel. Naoko lo siguió.
—¿Van a volver?- Wim se apresuró hacia ellos y de aferró al brazo de Grimmer. —Vuelvan… no quiero que nada malo les pase…
Grimmer se arrodilló y lo sujetó de los hombros con dulzura.
—Te voy a decir un secreto. Cuando hay problemas, un amigo muy especial viene a salvarnos.
—¿Un amigo? ¿Quién?
—Se llama Steiner. Y ahora, Steiner tiene a su lado una mujer realmente inteligente y maravillosa. Que también lo ha salvado en muchas ocasiones, así que no te preocupes.
Naoko sintió calor en sus mejillas y sintió deseos de sonreír.
Wim pareció tranquilizarse y se enjugó la lágrima de temor que se asomaba de su ojito izquierdo.
Cuando salieron del hotel la lluvia continuaba con ese ritmo violento y estrepitoso que parecía no tener fin, pero a pesar de ello, Naoko no se sentía decaída ni rota. Y cuando sintió la mano de Grimmer tomar la suya se relajó por instinto, y su corazón latió un poco más rápido cuando él bajó la mirada para verla.
—Cúbreme.
Naoko apretó el rifle con fuerza.
—Siempre.
La puerta del edificio estaba entreabierta, lo cual resultó como un foco alarmante para ambos. Pero aún así, avanzaron a paso decidido y sigiloso. No parecía haber signos de violencia por ningún lado, tampoco había olor a pólvora en el aire, subieron al primer piso y todo parecía igual, subieron al segundo y no había señal de vida. Casi se dieron por vencidos cuando un sollozo vino del tercer piso. Entonces, sin esperar un minuto más, subieron hacia el último piso y avanzaron hasta la habitación cuya puerta parecía estar cerrada con llave.
—No teman.- Naoko dijo con voz firme pero no menos gentil, en un intento de tranquilizar a quienes estaban escondidos ahí. —No están a salvo aquí, hemos venido por ustedes para llevarlas al hotel Versteck. Ahí hay unos refugiados y podemos protegerlos ahí.
—Por favor, abran la puerta. No les haremos daño.- Grimmer añadió.
Lentamente y tras un par de minutos, la puerta se entreabrió y con un empujón, se revelaron seis mujeres de la tercera edad, tres niños y una mujer embarazada. Todos se encontraban temblando del miedo y aún a esa distancia pudieron ver las lágrimas corriendo por los rostros de cada uno. Naoko extendió la mano y con una sonrisa débil les pidió que salieran y que los siguieran.
Los refugiados hicieron una fila cuyo inicio Grimmer encabezó y Naoko cuidó por la retaguardia. Un disparo a la lejanía hizo a las mujeres ahogar un grito de miedo, pero Naoko las instó a que continuaran avanzando. Sin contratiempos, lograron salir del edificio y a paso rápido las condujeron una por una al hotel. Naoko permaneció fuera cuidando que cada uno de ellos entrara sin un rasguño.
—Gracias, señorita.- La mujer embarazada le dijo con los ojos llorosos.
Ella asintió con la cabeza.
Y cuando se aseguró que todos habían entrado la música empezó.
Una melodía vaga, tenue, inaudible por cualquier oído normal a causa de la lluvia. Pero la piel de Naoko se erizó cuando los violines del Piano Concerto No.21 llegaron a sus oídos. Ella no se dio cuenta, pero levantó la mirada directo hacia la ventana del edificio frente al hotel Versteck, un edificio que ya habían revisado y se encontraba vacío. La ventana estaba abierta, el volumen creció, y en su cabeza hablaron las voces de los recuerdos de la Noche de las Rosas en ese auditorio y en esa camilla de exploración, diciéndole que se acercara.
Una oleada de pánico recorrió a Grimmer cuando Naoko no entró al hotel junto con la mujer embarazada. Inmediatamente salió buscándola y aterrado, la vio dentro del edificio de enfrente. La puerta estaba abierta de par en par y ella subía por la escalera del fondo. No volteó cuando él gritó su nombre, como si no lo escuchara pero no importaba, no esperó un minuto más antes de correr tras ella. Una vez dentro de la construcción pudo escuchar a Mozart en algún lugar de la planta alta, escuchar esa música en otro contexto no habría surtido efecto en él pero ahora, por razones que no pudo darse a sí mismo, los violines de la orquesta en medio de esa tormenta y esa masacre fueron… tétricos. Apocalípticos.
La música aumentando de volumen no hizo sino agregar gasolina a su desesperación. El corazón le latía con tanta fuerza que sentía que se le saldría del pecho. Y rápidamente lo inundó una sensación peculiar y nueva. En momentos como este, Steiner ya estaría amenazando con salir. Pero… estaba callado.
De reojo vio a uno. No le costó nada estirar el brazo y arrojarlo contra la pared contraria. A su derecha había otro. Grimmer solo necesito su brazo derecho para lanzarlo contra la escalera. Luego llegó otro y luego otro. Y uno por uno caían inertes, inconscientes a manos suyas. No se detuvo para comprobar que estaban muertos, Naoko era su prioridad.
La música llegó por todos lados en la cabeza de Naoko. Pero ella ya no estaba pensando. Ni siquiera parpadeaba, a simple vista, parecía una muñeca de porcelana, vacía y rota. Todo en su cabeza parecía la pantalla de un televisor con interferencia. Nada tenía sentido. ¿Qué hacía ahí? ¿No debería estar muerta también?
—Se buena y acércate.- Una voz masculina la llamó. Ella podía ver el cuerpo grande, el cabello oscuro y castaño ligeramente encanecido, los ojos negros y una sonrisa maquiavélica. Pero no sabía quién era. —Debiste portarte mejor y morir cuando debiste.
—Me porté bien.- Ella respondió dando un paso al frente y por alguna razón no escuchaba su propia voz. Al menos no la actual. Parecía ser su voz de 10 años. —Fui buena…
—No es cierto. Fallaste. ¿Y sabes qué le pasa a las niñas que fallan?
Una bofetada llegó de su izquierda, y el gusto pronto le supo a hierro. Cayó de rodillas sin responder. Una mano la tomó por el cuello y la levantó sobre el piso, y comenzó a apretar alrededor, su tráquea comenzó a crujir debajo de la mano del extraño, la nariz también sangraba y el aire comenzó a faltar en sus pulmones. Pero ella seguía sin responder, la música permanecía fuerte en su cerebro, reteniéndola e impidiéndole moverse. La sangre del golpe resbaló desde su boca hasta su cuello. Los ojos le pesaban y ya no había más aire entrando a sus pulmones. Deseaba responder, deseaba pelear, pero no podía, sentía su cuerpo entero sujeto con metros y metros de cuerda, como si diez manos la sujetasen.
Uno. Dos. Tres.
Naoko cayó al suelo de rodillas. Y aún si su cerebro no estaba procesando la información, su cuerpo estaba reaccionando. Tosió buscando que el oxígeno llegara a sus pulmones, se sujetó la garganta producto del dolor en su tráquea.
Había una batalla frente a ella. Parpadeó tratando de recuperar la visión pero esta seguía borrosa. Parpadeó dos, tres, cuatro veces y logró ver a alguien. Alguien que golpeaba al extraño con violencia. El suelo se salpicó de sangre, también la pared y el techo. Era una muñeca de trapo en las fauces de un tigre. Un lobo. Levantó la mirada y lo vio sujetar al extraño por el cuello y con solo un brazo lo arrojó por la ventana. Los cristales se hicieron pedazos y el grito de su agresor se escuchó por unos segundos antes de detenerse estrepitosamente acompañado del crujir de huesos en el pavimento.
La música dejó de sonar cuando él destruyó la grabadora con una violenta patada. Y Naoko pudo sentir el fluir de sus pensamientos reanudarse con normalidad. Pronto la hipnosis se desvaneció de su cerebro, dando paso a la cordura mezclada con aturdimiento.
Dos manos grandes tomaron su rostro con suavidad y el cálido y suave tenor de una voz dijo su nombre.
—Naoko.
Levantó la mirada para verlo.
—Wolfgang…
Las ideas eran difusas y borrosas pero podía saber qué acababa de ocurrir y sabía bien dónde estaba. Él la sujetó y ella sintió su pulgar limpiando la sangre de su rostro. Ella levantó la mano y trató de alcanzar su rostro, sus ojos estaban cargados de angustia. Ella vio algo diferente en él, no era algo malo, era algo que hizo que su corazón se acelerara de sorpresa. Él…
Entonces hubo movimiento en el marco de la puerta y escuchó que alguien le quitaba el seguro a un arma. Vio el cañón dirigido directamente a Grimmer. Naoko sintió algo caliente que recorrió sus venas de los pies a la cabeza.
En tres movimientos, estiró la mano y tomó el rifle y lo apuntó directamente al enemigo. Ella disparó pero el enemigo también, dos veces.
La puntería de Naoko dio con la cabeza del enemigo. Pero la puntería de este, dio con el hombro y el costado de Grimmer.
Naoko gritó.
Kenzo vio a un hombre ser lanzado por la ventana, lo vio caer y vio el charco de sangre crecer debajo del cadáver. Un par de momentos después escuchó un grito que provenía de una de las habitaciones del tercer piso. Levantando el arma, entró sin titubear, apuntó a todas direcciones buscando a alguien pero para su sorpresa, el suelo estaba repleto de cuerpos ensangrentados, inconscientes y probablemente muertos. La imagen lo transportó a aquel día en Praga ocho meses atrás. Él reconocía esta obra…
Subió las escaleras con el corazón en la garganta. La puerta del final del pasillo estaba entreabierta y la abrió de una patada y levantó el arma, listo para disparar. Ante la escena, bajó el arma inmediatamente.
Christa, con los ojos derramando lágrimas, estaba arrodillada junto a Grimmer. Ambos lo miraron con sorpresa, quizá Christa estaba más confundida, porque Grimmer solo sonrió débilmente. —Comenzaba a creer que no vendría, Doctor Tenma.
Ella tenía las manos apretando sobre el costado de Grimmer y fue ahí donde vio la exagerada cantidad de sangre. Palideció al darse cuenta del evidente disparo. Los ojos de Christa estaban completamente húmedos por las lágrimas de terror. Kenzo la miró y vio un destello de ira, estaba temblando y ella también tenía el rostro salpicado de sangre. —Ayúdame, carajo… por favor… ¡RÁPIDO!
La piel se le erizó, pero no tenía intenciones de desobedecer algo que él ya estaba apunto de hacer. Sin perder tiempo, se arrodilló junto a ella y la apartó para poder examinar el disparo. Levantó la ropa y solo le tomó unos diez segundos para descubrir gratamente que nada importante estaba comprometido, ni siquiera el bazo, la bala había entrado por encima de la cresta ilíaca, el daño era único y afortunadamente muscular, probablemente había desgarre de los oblicuos externos. Estaría bien . Pero aún así, necesitaba actuar.
—La bala sigue adentro, pero no dañó nada importante. Aún así, necesito hacer hemostasia. Ayúdame quitándole la camisa.- Tenma ordenó.
Naoko sintió que podría llorar ahí, pero no podía quedarse quieta sin hacer nada. Con las manos temblorosas comenzó a desabotonar la camisa de Grimmer, quien aguantó un quejido de dolor por el movimiento.
—Vas a estar bien…- Ella dijo con voz trémula mientras sus dedos trabajaban en los botones.
Él respiró pesadamente antes de sonreírle.
—La última vez que me la quitaste también te temblaban las manos,
Mein Schatz
.
Naoko se mordió el labio y se enjugó una lágrima con la manga de su gabardina.
—Cállate.- sollozó, terminando de quitarle la camisa para después quitarle la camiseta debajo. Lo vio cerrar los ojos con fuerza aguantando el dolor.
Kenzo se encargó de rasgar la camiseta para elaborar un vendaje que rodeó el torso de Grimmer. Ella se apartó para dejarlo trabajar, le temblaban las piernas por ver la escalofriante cantidad de sangre. Kenzo apretó sobre el disparo, y tiró del vendaje improvisado y cerró el nudo con fuerza. Posteriormente se dedicó a atender el disparo en su hombro izquierdo, que afortunadamente era menos aparatoso que el primero. Cuando terminó, se las arregló para levantarlo y recostarlo en el sofá de la habitación.
—Estará bien. Pero debe permanecer aquí sin moverse hasta que lleguen las ambulancias.- Tenma estableció con voz queda.
Naoko asintió y sin esperar, se arrodilló junto a él y tomó su mano.
—Perdóname. Te doy muchos problemas.- Ella dijo. —Por mi culpa estás…-
—Oye…- Grimmer puso la mano sana en la mejilla de Naoko. —Lo habría hecho mil veces. Jamás serás un problema. Jamás dejaré que alguien te ponga una mano encima de nuevo.
Naoko recargó la mejilla en su mano y besó su palma.
—…No era Steiner…¿Verdad?
—Creo que hoy decidió ya no aparecer.
Hubo un silencio profundo, si bien seguía lloviendo, el sonido de la tormenta se estaba convirtiendo en una llovizna ligera. Estaba oscureciendo, quizá eran cerca de las siete de la noche, el Sol ya estaba a punto de ocultarse, pero era imposible saberlo porque las nubes aún seguían pintando el cielo de gris. Algo era diferente, algo en Grimmer era diferente, pero no era malo. La ausencia de Steiner, y que lo haya abandonado, había sido el comienzo de una vocecita en la cabeza de Naoko. Acaso… él ya…
En su vista periférica vio dos figuras. Wim corrió hacia ellos y se tumbó de rodillas.
—¡Señor Grimmer!- Wim chilló, aterrado.
—Estará bien, pero debe descansar.- Naoko pasó los dedos por el cabello pelirrojo del pequeño quien se enjugó las lágrimas
—Te prometo que cuando la lluvia termine saldremos y tendremos un picnic.- Él sonrió débilmente apretando el hombro del niño con gentileza, Wim asintió frenético con una sonrisa suave.
Bonaparta permaneció parado a una distancia prudente con la mirada en el suelo, con la vergüenza en su expresión. Naoko vio de reojo a Kenzo, parecía un gato callejero abandonado y mojado. Y sí estaba mojado. Pero parecía estar sumido en la desgracia. Se veía tan… miserable . ¿Dónde estaba Kathryn? ¿Dónde estaba su hermana?
—Kenzo.- Ella dijo sin mirarlo. —El hombre que buscas está ahí. Te presento a Franz Bonaparta.
El mencionado palideció y fue incapaz de moverse.
Bonaparta dio dos, tres pasos al frente y miró la escena grotesca en la habitación. Cadáveres, sangre y la grabadora hecha pedazos.
—La hipnosis acompañada de las vibraciones que se producían con la música de Mozart habían sido un descubrimiento de tu padre.- Él dijo mirando a Naoko —En el Kinderheim 204 desarrollamos un proceso de manipulación mental que tenía mayores efectos cuando las sometimos a la hipnosis y reproducimos música de Mozart, las drogábamos y hacían todo lo que les pedíamos. Solo tu padre sabía la ciencia detrás de eso, él fue quien lo desarrolló. Pero jamás iba a permitir que lo hicieran contigo. A pesar de ello, tú fuiste la primera niña en sobrevivir el tratamiento.
Después miró a Grimmer.
—Tú fuiste el único sobreviviente del primer proyecto. Infundir emociones desequilibradas, ira, odio, miedo. Todo para que pudiera despertar una segunda personalidad, un soldado perfecto que obedeciera y que se transformara en la principal línea de batalla en las guerras. Todos se suicidaban al cumplir los 18 años, algunos sobrevivían un poco más, pero nadie podía llegar a tener una vida normal. Porque al final del día, los habíamos privado de sus emociones.
Bonaparta, se percató de un hecho que lo habría colmado de éxtasis en su juventud, pero ahora solo lo hacía querer poner el cañón de un rifle en su boca; Estaba parado frente a las únicas dos exitosas creaciones del Kinderheim 511 y Kinderheim 204.
Y se arrepentía infinitamente de crearlos.
Cuando Kenzo salió de la habitación con la carta en la mano, Naoko salió tras él y tiró de su hombro con fuerza.
—¿Dónde está mi hermana?
Él la miró con pesadumbre en los ojos. Parecía un muerto en vida, se veía tan miserable y roto que ella casi se arrepiente de ser tan dura. Pero frunció el entrecejo un poco más.
—¿Dónde está?
—En Polonia. Se fue hace un mes.
Naoko dudaba que siguiera en Polonia. Ella no conocía bien lo que ella intentaría hacer ahora. Estaba anonadada de saber que se había ido y que había dejado a Kenzo de lado. Hace unos meses eso habría sido completamente impensable, imposible y lejano. Algo había ocurrido entre ellos, una pelea parecía ser lo más probable. Pero no lo creía.
Levantó la mirada y lo vio, era su primo a quien tenía enfrente, el único lazo sanguíneo que ella tenía en Alemania y el único que ella conocía. La mirada en sus ojos se parecía un poco a la de su padre, quizá demasiado…
—Hay muchas cosas que me hubiera gustado platicar contigo.- Él dijo con voz trémula. Naoko enarcó ligeramente una ceja en confusión. —Cuando Kathryn regrese, dile que lamento todo.
Él se dio la vuelta y Naoko jaló su hombro de nuevo.
—Espera. ¿Qué harás cuando lo mates? Limpiar tu error no va a cambiar nada.- Ella suspiró. —No eres como la bestia. No de la forma en que tú crees, eres semejante a él porque eres su opuesto. No seas él.
Kenzo apretó la carta que ellos le dieron con fuerza. —Las cosas no son tan fáciles.
—Fácil es convertirte en él. Escucha… cuando te conocí no podía confiar enteramente de ti. Aún no confío completamente en tí… pero no eres mala persona. No eres como él, ni como ninguno de nosotros. Y por eso te quiere. Por eso busca adueñarse de ti. Eso no es lo que Kathryn desea de ti. Cuando ella vuelva se encontrará con un cascarón vacío, ¿Eso es lo que quieres? No seas idiota.
Kenzo se mordió la mejilla hasta percibir el sabor a hierro. Quería decirle que no se entrometiera, que no era su asunto, que no era de su incumbencia, pero Naoko estaba metida hasta el cuello justo como él, ella estaba haciendo todo en nombre de todas las niñas asesinadas, en nombre incluso de Kathryn. Bajó la mirada y suspiró.
—Hablaremos de esto más tarde.
La frase cambió y Naoko respiró aliviada.
—Gracias por salvarlo…
—Grimmer es mi amigo y tú eres mi prima, Christa. No me lo agradezcas.
—Naoko.
Él enarcó las cejas.
—Mi nombre es Naoko… Wolfgang fue quien lo descubrió.
Definitivamente había muchas cosas qué hablar.
La lluvia se detuvo a las nueve de la noche, cuando el demonio de siete cabezas y diez cuernos cayó con una bala en la cabeza. Pronto los helicópteros surcaron los cielos.
El Doctor Reichwein cubrió los ojos de Dieter para evitar que viera la horrible escena sangrienta en su casa. Kathryn estaba sentada en la silla del comedor con las manos ensangrentadas.
—Se acabó.
Cuando la policía llegó, el médico dijo que era algo muy difícil de explicar, y que estaban intentando asesinar a todos dentro de la casa. Las armas encontradas en los cadáveres fue la prueba fehaciente de que todos los actos de Aleska Turner Dudek fueron en defensa propia.
Tendrían que llevársela para interrogarla, pero a ella no le molestaba. Estaba bien con eso.
Sin embargo, antes de subir a la patrulla, se giró para arrodillarse frente a Dieter.
—Cuando él regrese, dile que lo lamento y que espero que pueda perdonarme por todo. Dile que agradezco todo lo que él hizo por mí, que jamás me alcanzará la vida para pagarle. Dile que me salvó en todas las formas que se puede salvar a alguien y que estaré eternamente agradecida.- Ella acarició la mejilla del pequeño. —¿Se lo dirás por mí, cielo? No se si algún día lo vea de nuevo, y no se si él quiere verme otra vez, pero necesito que lo sepa.
Dieter asintió frenético con los ojos llorosos.
Dile también que lo amo. Ella quería decir, pero su vergüenza fue más fuerte que su necesidad por decirlo.
Cuando se subió a la patrulla el sonido de la sirena la acompañó todo el camino. Ya era de noche y ya no llovía, el ambiente olía a lluvia y tierra mojada. Pero Aleska no se sentía perdida ni rota, su corazón dejaba de pesar. No tenía idea dónde estaba Kenzo ahora, pero de una cosa estaba segura; él no estaba perdido tampoco.
Solo podía esperar que se encontraran, esta vez sin tener a dónde más ir.
Notes:
OKAY penúltimo capítulo
Todo el arco de Ruhenheim es todo un tema.
Me gustó mucho escribir este capítulo la vdd espero que les guste tanto como a mi 💖
Chapter 32: Wicked Game
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
CAPÍTULO FINAL
Fue el Inspector Lunge quien ordenó, con gran firmeza y a pesar de las heridas de bala y los golpes que recibió en la pelea con el fallecido Roberto, que la policía no arrestara a Tenma. Fue su orden la que le dio unas horas de paz a Tenma después de tomar el bisturí y abrir el cráneo de aquel a quien persiguió por tres años. Fue una cirugía que duró cinco horas, y pararse frente al monstruo, ver los ojos cerrados con cinta y el cabello completamente rapado, lo transportó brevemente a la noche lluviosa de 1986. Igual llovía, igual hacía frío, igual tenía muchos ojos encima, el equipo quirúrgico que lo recibió en el hospital de Múnich lo miraron con recelo casi toda la cirugía, y cuando terminó de operar nadie dijo nada. Pero la diferencia radicaba en que él sabía bien lo que hacía.
El aroma del hospital se sentía como parte de un recuerdo nostálgico, el frío de los pasillos y la luz fría de cada corredor era algo a lo que estaba acostumbrado en su totalidad, pero definitivamente se sentía como pez fuera del agua, habían pasado casi cuatro años desde la última vez que piso un hospital sin que la policía estuviera persiguiéndolo. No podría sentirse libre completamente hasta ser exonerado, pero caminar por el hospital dejó de ser algo que lo ponía ansioso.
Todos los heridos habían sido transportados a hospitales en Múnich porque era la ciudad más cercana a Ruhenheim, el recuento de los heridos era un número aún desconocido por los periodistas, pero probablemente ascendían a más de sesenta personas. Sin embargo, muchos habían logrado sobrevivir, gracias a ciertos individuos que se esforzaron en evacuar el pueblo cuando la masacre empezó. Rápidamente, los noticieros se llenaron de imágenes del pueblo que, antes olvidado y oculto, se transformó en el foco del ojo público en la televisión a nivel internacional.
“Un pueblo oculto al sur de Alemania, fue víctima de una de las masacres más aterradoras de la historia. Cerca de setenta personas murieron brutalmente en este pueblo, muchos están gravemente heridos pero han sido transportados a hospitales en la periferia. Hasta ahora no hay información que indique con certeza qué fue lo que inició esta terrible masacre, al parecer miembros de la policía se encontraban al momento de la masacre y esperamos poder recibir algún informe en los próximos días.”
Aquellas palabras se repetían una y otra vez en la televisión y en la radio. Y comenzaban a colmar la paciencia de Tenma. Después de asegurarse que él estaba ingresado en el área de Recuperación, se dirigió a la central de enfermeras y si bien pudo identificar atisbos de recelo y desconfianza en ellas, —ciertamente no esperaba menos, él sabía que su calidad de prófugo solo estaba siendo protegida por las órdenes de Lunge.— las enfermeras trataron de mantener una sonrisa nerviosa y forzada cuando él pidió el número de la habitación donde Grimmer estaba recuperándose de la cirugía tras el disparo.
204
Oh, vaya.
Cuando entró, ambos estaban dormidos. El monitor que registraba la oxigenación y cada latido del corazón de Grimmer se encontraba funcionando adecuadamente, el tripié con el suero y los medicamentos también estaba colocado adecuadamente y conectado a la canalización en su mano derecha. Él estaba completamente dormido, su pecho subía y baja lentamente y había una cascada de cabello negro y enmarañado a su costado sobre su otra mano que soltaba suaves ronquidos. Indiscutiblemente, había sido una noche infernal para todos, él mismo no había pegado el ojo en más de 48 horas, ni siquiera recordaba haber comido.
Se dio la vuelta para salir de la habitación cuando la voz ronca y somnolienta de Naoko carraspeó.
—Hola.
—No era mi intención despertarte.- Kenzo musitó, avergonzado y cuidando de no despertar a Grimmer también.
Naoko se talló los ojos con los nudillos, espabilando. Sus ojos tenían círculos oscuros alrededor, parte era la máscara de pestañas hecha un desastre y parte era la evidente falta de descanso. Incluso ya no había ningún rastro del tan característico labial color vino que siempre llevaba puesto. Se veía completamente cansada y demacrada, pero simplemente asintió señalando la silla vacía junto a ella. Kenzo respiró antes de sentarse junto a ella.
—Deberías ir a descansar, las enfermeras y yo cuidaremos de él.- Kenzo dijo en voz baja. —Necesitas irte.-
—No pienso ir a ningún lado hasta que él se recupere.- Naoko lo cortó con el entrecejo fruncido, sujetando la mano derecha de Grimmer y cuidando de no mover la canalización intravenosa. —Solo saldré de aquí con él.
Kenzo respiró lentamente, se permitió sonreír. Cosa que no había hecho en mucho tiempo. Quizá semanas. Quizá un mes entero. Desde que ella se fue.
—¿Qué ocurre entre ustedes?- Él se animó a preguntar con una sonrisa suave.
Su prima se sonrojó y miró al hombre que dormía en la cama del hospital.
—Es una larga historia.- Dijo ocultando su sonrojo. —Solo puedo decir por ahora que él me devolvió todo lo que perdí, me salvó de muchas formas y yo no he podido hacer mucho por él y por mi culpa le dispararon…Quiero darle todo lo que me ha dado. Quiero estar con él… Lo amo.
Kenzo enarcó las cejas y después sonrió. En mucho tiempo no había recibido buenas noticias ni había estado en un ambiente tan cálido como este. Le daba paz interior ver que aún en medio de tanta muerte y tanta sangre se había gestado algo puro y bueno. Había una semilla de esperanza que se sembraba en su pecho, algo cálido que no quemaba, sino calentaba. Sintió escalofríos al recordar lo que ocurrió esa noche de los primeros días de Abril.
—¿Qué ocurrió con Kathryn?- Naoko interrumpió su tren de pensamiento, después de unos minutos de silencio.
—Tuvimos una pelea.- Él respondió. —Dije cosas que no debí decir. Primero le dije que…
Es una maldita orden.
—… la traté como Čapek solía tratarla.- Él continuó tratando de borrar de su memoria el recuerdo de sus propias palabras. Omitió la parte donde ella lo golpeó, no sabía que tan necesario era mencionarlo. A él no le importaba, pero aún así el ardor en su mejilla era un fantasma que regresaba de vez en cuando. —Después… le dije que la amaba. Y después dijo que debía irse a Polonia. No la detuve. La llevé a la estación del tren y no la volví a ver. No debí decirle lo que sentía por ella, la puse entre la espada y la pared. Creo que se estaba sintiendo forzada a decir lo mismo… y decidió irse.
—Yo no lo creo.- Naoko murmuró y Kenzo levantó la mirada para verla. —¿Recuerdas lo que te dije en la prisión?
Él asintió. Claro que jamás olvidaría lo que le dijo en la prisión.
—Al inicio lo creí así. Pero después me di cuenta que me equivoqué. Ella no actuaba por responsabilidad ni por obligación.- Continuó ladeando la cabeza. —Quizá ella aún no lo entienda, pero las cosas que hizo por ti, no fue para pagarte una deuda. Se cortó el pelo, se vistió de hombre, se fue a los golpes con los guardias, le gritó a cada persona que se atreviera a ensuciar tu nombre, yo incluida… Literalmente me abofeteó por decirle que debías estar solo… Todo lo que ella hizo, no fue por necesitar hacer su trabajo o porque eras alguien que debía proteger. Lo hizo porque deliberadamente ella deseaba y necesitaba estar contigo.
Kenzo permaneció inmóvil por unos momentos, procesando la información y el punto de vista de su prima. Deseaba que tuviera razón, sin embargo, la culpa permanecía clavada en su pecho y probablemente pasaría mucho tiempo hasta poder librarse de ella.
—¿Cómo llegaste a esa conclusión?
Naoko agachó la mirada y de nuevo un rubor subió por su cuello hasta sus mejillas.
—Estuve encerrada en una burbuja de mentiras por mucho tiempo. Cuando me di cuenta que estaba enamorada de Wolfgang, logré entender muchas de las cosas que Kathryn hacía. Aún no sé si lo que nos hayan hecho en el orfanato siga influyendo en nosotros, o si esa tragedia nos moldeó diferente, pero las convicciones que nos arraigaron son difíciles de quitar si tratamos de hacerlo solos… no sé si me explico.
Kenzo se hundió y recargó la cabeza en el respaldo de la silla con los ojos pegados en el cielorraso de la habitación. Estaba convencido que aún si el infierno ya había dejado de arder con fuerza, el humo del incendio aún se alzaba por encima del desastre.
La cabeza le dio vueltas cuando él y Nina llegaron a la casa del Dr Reichwein y vieron patrullas. Completamente ajeno a todo lo que había ocurrido, Tenma sintió como las piernas le temblaban al ver la camioneta de los forenses. El alma regresó a su cuerpo cuando el Dr Reichwein y Eva estaban hablando con un policía. Entonces escuchó su nombre en la voz que más había extrañado.
Se giró y sin dudarlo se arrodilló para poder tomar a Dieter en brazos. El niño lloraba amargamente mientras se aferraba a los hombros de Kenzo. Era un llanto que rompió el corazón de Tenma y sin poder aguantarlo, se echó a llorar en silencio. Su mano derecha acarició el cabello rojo del niño que tanto había extrañado y se había arrepentido de abandonar. El pequeño se aferró con toda la fuerza de sus bracitos mientras él lo cargaba en brazos sin soltarlo. Habían transcurrido cerca de diez meses desde la última vez que lo vio y podía decir que había crecido unos cuantos centímetros.
—¿Crees que algún día puedas perdonarme?- Tenma dijo sin soltar a Dieter.
—…Sí…- Dieter sollozó asintiendo frenéticamente. —Te perdono.
Cuando levantó los ojos el Doctor Reichwein estaba a unos pasos con una sonrisa cansada pero gentil.
—La señorita Kathryn nos salvó anoche.
Kenzo palideció, su mandíbula cayó ligeramente y por sus ojos cruzaron la sorpresa, la incredulidad y un extraño sentimiento de alegría. Completamente falto de palabras se dedicó a sujetar a Dieter en brazos como si el pequeño fuese lo único que lo mantenía en la realidad y con los pies en la tierra.
—¡Es increíble! ¡Y fuerte! ¡Nos salvó y mató a todos los malos!- El pequeño sonrió y sus ojos brillaron como si hubiera visto a la mismísima mujer maravilla.
—Dieter.- El Dr Reichwein suspiró. —No digas esas cosas.
—¡Pero es cierto! Dijo que no dejaría que nos pasara nada… ¡y nos salvó! Y te envía un mensaje.
Kenzo devolvió la atención al niño.
—Dijo que lamenta todo lo que pasó y que espera que puedas perdonarla, y que nunca podrá pagarte todo lo que hiciste por ella… dijo que la salvaste de todas las maneras posibles y que estará eternamente agradecida contigo.- Dieter explicó recordando las palabras de Kathryn. —¿Quién es ella? Porque sabía mi nombre, ¿es amiga tuya? ¿Ya tienes novia?
—¡Dieter!- El Dr Reichwein lo reprendió. —Deja al Doctor Tenma en paz. Ya habrá momento de platicar de todo lo qué pasó, ahora merece un descanso.
Pero la cabeza de Kenzo estaba dando tantas vueltas que no sabía dónde iniciaban sus pensamientos y dónde terminaban. Había demasiadas preguntas que por muchas vueltas que le diese y por mucho que tratara de devanarse los sesos buscando respuestas, ninguna parecía tener mucho sentido. Kathryn . Kathryn estuvo ahí. Salvando a todos en esa casa. Había sido mientras todos estaban en Ruhenheim. No entendía cómo es que había llegado ahí, ni porqué. Kenzo estuvo seguro por todo este tiempo, que ella no deseaba saber de él nunca jamás. Que regresaría a Francia después de su separación en Abril…
—¿Dónde está?- Él preguntó.
—Después del incidente, ella misma llamó a la policía informando que planeaban asaltarnos. Ella tuvo que ir a dar declaración a la comisaría… pero no ha vuelto desde entonces.- Explicó la mismísima Eva.
Él sabía que ella no volvería. Ir a la comisaría sería un caso perdido, no podría obtener nada de intentarlo. La cabeza le dolía. Kathryn, Kathryn, Kathryn… Mierda… la amaba tanto…
El Doctor Reichwein lo llevó a una de las habitaciones para huéspedes en su casa y después de cerrar la puerta y ver la cama sintió ganas de llorar. No quería quedarse dormido tan rápido, pero una vez que su cabeza tocó la almohada, se quedó profundamente dormido.
Tenma había sido casi completamente incapaz de conciliar el sueño, pero las pocas veces que lo lograba, Kathryn era la única protagonista de sus sueños. Un claro mensaje de su cerebro de su incapacidad y su negación a dejarla de lado incluso en sueños. Su voz, su cabello color fuego, sus ojos verdes, las pecas que salpicaban su nariz y mejillas que rondaban sus pensamientos a cada hora, incluso la suavidad de sus labios, todo siempre estaba presente en las noches que lograba dormir.
Despertar y no encontrarla junto a él, solo consiguió apretar su corazón. Probablemente ella ahora estaba llegando a Francia, si en Polonia había conseguido lo que buscaba, no tenía más motivos para quedarse en Alemania si desde el inicio regresar, había sido su objetivo inicial. Deseaba sentir felicidad porque era evidente que Kathryn lo logró, y que ahora podía volver a la vida tan pacífica que dejó atrás en Francia, quería estar feliz por ella. Pero se mordió la lengua al reconocer que estaba furioso consigo mismo por desear que ella regresara y que permaneciera a su lado. Quería tenerla para él. Y solo para él. Y odiaba sentir algo tan ruin como ello.
Las siguientes semanas se sintieron irreales, bizarras incluso. El juicio para mostrar su inocencia y demostrar la culpabilidad de Johan se llevó a cabo en menos tiempo del que imaginaba, Vardemann había sido el que se movió con contactos para agilizar todo el proceso. En menos de un mes, Kenzo Tenma fue exonerado de todos los cargos por los que se acusaban y Johan Liebert fue sentenciado a cadena perpetua… de estar despierto del coma, habría sido encerrado inmediatamente. Pero Tenma llamaba cada fin de semana al hospital penitenciario de la prisión en la región de Baviera para preguntar por el estado de salud y coma de su paciente. Todo ese mes había sido asediado por periodistas, camarógrafos, fotógrafos que querían una entrevista con él, y fue el Sr. Schuwald quien contrató un equipo para protegerlo de la prensa mientras era procesado.
Los periódicos se llenaron de su cara y de la del Inspector Lunge, para ese entonces ya se había cortado el cabello un poco y en las fotos de la primera plana estaba él, demacrado y cansado pero con el cabello un poco más corto y afeitado. No tenía muchas ganas de leer lo que se decía de él en el periódico, pero al parecer a todos los demás sí que les importaba. Incluso Eva, que se rehusaba a dejar la casa del Dr Reichwein, —Sobretodo porque no tenía a dónde ir.— Tenía la nariz sumergida en el periódico y se quejaba cuando alguien decía algo malo sobre él.
Llegar al hospital para visitar a Grimmer, resultaba una tarea titánica porque inmediatamente la prensa estaba ahí.
Para entonces él ya había despertado y se recuperaba rápidamente. Naturalmente, su prima se la pasaba metida ahí. Aparentemente, el tratamiento que seguía para culminar la recuperación de Grimmer era algo que le concernía enteramente a la fisioterapia, aún le costaba caminar y mover el brazo, pero las heridas ya estaban cerrando en casi su totalidad. Se alegraba de verlo vivo, no estaba seguro de querer imaginar qué habría ocurrido si la bala llegaba unos centímetros más adentro o si él no hubiera hecho algo ese día.
Llegó y desde la entrada de la habitación, escuchó más voces femeninas de las que esperaba encontrar. Su corazón se aceleró al imaginar que quizás…
Entró corriendo y sobresaltando a todos dentro de la habitación. Grimmer, Naoko, Úrsula y una mujer rubia levantaron la cara para verlo.
—¡Hola, Doctor!- Grimmer saludó e intentó levantar el brazo pero lo bajó inmediatamente por el dolor.
—¡No hagas eso!- Naoko lo reprendió. —¡Aún no debes mover el brazo!
—Así se recuperará más rápido.- Úrsula dijo con sorna. La mujer rubia soltó una carcajada.
Tenma sonrió débilmente y ocultando su decepción.
—Hola… ¿Cómo te sientes?
—Excelente. Dijeron que en unos días podré salir.- Grimmer respondió con una suave sonrisa. —Te vimos en las noticias cuando fue el juicio.
—¿Quién demonios te dijo que debías usar un traje color marrón?- Naoko comentó viendo a Kenzo con visible decepción. —El azul o el negro se hubieran visto mejor.
—La corbata era color vino, se compensa… un poco.- Grimmer concedió.
—Mis polainas, era el momento donde era exonerado a nivel internacional, y debía usar un traje negro o azul marino.
Kenzo no sabía si reír o molestarse. Definitivamente las cosas eran bizarras. Muy, muy bizarras. Lo último que esperaba era una discusión del color del traje que le habían hecho usar el día del juicio.
Pasó la siguiente media hora platicando con ellos, Kathryn jamás salió a colación, probablemente porque todos en esa habitación tenían miedo de mencionarla, no porque fuera algo malo, pero si él quería hablar de ella y que se hablara de ella en la habitación, ellos no serían los que sacaran el tema a colación.
Úrsula y la mujer rubia, —cuyo nombre resultó ser Freya.— Le contaron cómo habían logrado escapar a Reino Unido, gracias a Naoko y Grimmer. Habían logrado encontrar un sitio donde esconderse ahí mientras todo terminaba, pero entonces se enteraron de Ruhenheim y al enterarse que Grimmer había sido herido en medio de la masacre, tomaron el primer vuelo a Alemania. Se habló de una bola de pelos color nieve que en ese momento se encontraba en una pensión para mascotas porque evidentemente no se permitían animales en el hospital.
Se habló también de Bonaparta, a quien, exitosamente habían logrado mantener con vida. A Grimmer se le acababa la paciencia, necesitaba recuperarse para poder cumplir con lo que siempre había esperado; Señalar a Bonaparta como el verdadero autor de todas las desgracias ocultas por el gobierno y hacerlo enfrentar todos los cargos que debía. Afortunadamente, el Inspector Lunge quien ya también se estaba recuperando de las heridas obtenidas en Ruhenheim, también tenía intenciones de procesar a Bonaparta. Dicho hombre permanecía bajo la vigilancia de la BKA, faltaría un buen tiempo para poder conseguir la justicia que tanto esperaban, pero solo era cuestión de tiempo.
Tan solo tres meses después, Franz Bonaparta aceptó ser enjuiciado. Esa vez había sido el turno de Kenzo ver a Naoko y a Grimmer en la audiencia, que se transmitió a nivel internacional. Era mediático. Todo el país estaba indignado con la oscura verdad sobre esos orfanatos productos de la RDA. Países vecinos como Francia, Austria, Polonia, Checoslovaquia y regiones un poco más lejanas como Reino Unido y toda Norteamérica, mostraron su indignación en televisión, radio y periódicos, ante los crueles actos que se hicieron a cientos de niños y niñas en Alemania del este antes de la caída del muro, era indignación acompañada de enfurecimiento, pues tras el término de la Segunda Guerra Mundial, Alemania había quedado en medio de una clara y evidente mala posición que colgaba de la cuerda floja y la revelación de tales hechos, sólo aumentaba la tensión entre naciones una vez más.
Afortunadamente y para la tranquilidad de todos, el jefe de estado, rápidamente se levantó mostrando indignación y ante los secretos de la antigua RDA, al mismo tiempo que aseguró que se lucharía hasta las últimas consecuencias para enmendar errores que ellos no atendieron en el pasado. Pronto salieron a la luz todos los documentos de los experimentos que se hicieron en el orfanato Kinderheim 511 y Kinderheim 204, naturalmente se llegó a nombres y actas de nacimiento, pero estas permanecieron en el anonimato, manteniendo al ojo público la realidad de los experimentos, lo que se llevaba a cabo y lo que se buscaba en todos esos niños.
Al mismo tiempo, la curiosidad de la población aumentó, con Naoko y Grimmer siendo los únicos productos públicos y que habían dado la cara en nombre de todos los niños abusados y maltratados por el proyecto Kinderheim, la gente deseaba saber más, los periodistas se volvieron locos, todos deseaban conocer a los dos individuos que sobrevivieron al infierno. Y al igual que con Kenzo, Lunge se encargó de mantenerlos protegidos mientras todo el escándalo se apaciguaba. Desde luego hubo entrevistas en vivo, reuniones con miembros de la Federación Internacional por los Derechos Humanos. Cada experiencia y cada recuerdo que ambos tenían y se animaban a compartir, generaba gritos ahogados, hacía que la gente derramara lágrimas, apretaba el pecho de los oyentes generando burbujeante furia y horror.
Cuando la hora de la sentencia llegó para el autor de todas las desgracias que habían horrorizado al mundo entero, parecían ver la luz al final del túnel. La condena fue de cien años en la prisión por crímenes contra la humanidad. Bonaparta no se inmutó, ni pidió clemencia, se giró y miró a las dos exitosas creaciones y solo dijo una palabra;
—Perdón.
Quizá esa palabra no había sido suficiente para subsidiar el daño que los acompañó por toda su vida y que probablemente lo seguiría haciendo por el resto de ella. Las palabras eran inagotables y eternas, capaces de infringir sufrimiento así como también de sanarlo, escuchar esa sola palabra, sanó lo que la justicia no había logrado. De alguna forma, Kenzo supo que si bien las heridas tardarían meses, quizá años, quizá toda la vida en sanar, ambos estaban dispuestos a olvidar, a hacer todo en su poder por evitar que todo se repitiera y para lograr que el ciclo de violencia se rompiera.
Rechazó amablemente todas las ofertas de empleo que recibió de diversas universidades de Alemania, lo invitaron a ser profesor universitario y si bien la idea de ser profesor no le desagradaba del todo, él no tenía intenciones de pasar sus días frente a un alumnado. Tenía planes diferentes en mente.
Después de asegurarse que Dieter asistiera a la escuela con normalidad, enfiló para la MSF, quienes un par de meses atrás le enviaron una carta invitándole a formar parte del equipo. Sin dudarlo, aceptó. Necesitaba un tiempo fuera, necesitaba sentir que estaba haciendo las cosas bien, era la expiación que había estado buscando por años, recibió llamadas de sus hermanos quienes le pedían regresar a casa, fue en una de esas llamadas donde Kenzo se armó de valor para contar lo que había ocurrido con su tío en 1978 y de la existencia de Naoko.
Él sabía que se estaba formando una bola de nieve y que llegaría el momento donde se transformaría en una avalancha y Naoko estaba en la mira. ¿Qué ocurriría ahora con ella? ¿Qué esperarían de ella?
Era un tema sumamente incierto y que se discutiría con el transcurso de los meses. Podía prever el vuelo de su padre a Alemania, y la exigencia para hacerla mudarse a Japón como heredera de la fortuna de Daisuke Tenma. Había un turbulento tsunami que se avecinaba. Un huracán que se formaba en el océano.
Por el momento, Kenzo ya estaba preparando la documentación para poder ejercer fuera del país. Tras haber recuperado la licencia médica, la MSF necesitaba contar con todos los documentos necesarios para incorporarlo a la organización.
La sede estaba en Francia.
Y en todos esos meses, no había tenido el coraje de buscarla .
Dudaba que ella deseara verlo. Dudaba muchísimo que ella quisiera saber algo de él. Pero él se moría por dentro de ganas de verla.
Un par de días antes de viajar a Francia, mientras guardaba unos paquetes de libros para donar de su antiguo departamento, a donde había llegado para descansar, recibió una llamada de su prima.
—Revisa tu correo electrónico.- Naoko dijo con la voz amortiguada como si tuviera comida en la boca. Del otro lado de la línea podía escuchar a Grimmer reprendiéndola por hablar con la boca llena, alegando que era peligroso y que podría ahogarse.
—¿Qué-
—Revisa tu correo electrónico, idiota. Y después me lo agradeces.- repitió después de tragar lo que fuese que estuviese comiendo.
Naoko colgó al momento dejando a Kenzo confundido y molesto por la ofensa, pero poco a poco se acostumbraba a la peculiar forma que ella tenía para hablarle.
Hizo lo que ella pidió. Y la boca se le secó.
Los tomates eran rojos, enormes, brillantes y jugosos, eran un orgullo, un trabajo excelente, algo de lo que ella se vanagloriaba en gran medida. Se llenaron siete cajas de madera, ellas solo se quedaron con un par de kilos. Las gallinas, reconociéndola, la seguían a todas partes y ya no le picotearon las manos cuando recogió los bonitos huevos que ellas ponían. Las vacas mugían y se dejaban acariciar por sus manos, y relajadas, dejaban que ella las ordeñase como lo hacía en el pasado. Tras llenar dos cubetas las llevó adentro para poner la leche a hervir.
Sonrió cuando su madre le dijo que prepararía una lasaña para la cena, la vio limpiando unos ajos para llevarlos al mercado y se arrodilló para ayudarla a lavar unas calabacitas que habían decidido conservar después de llevar el resto en la mañana.
—Ese corte te queda precioso, pero ya debes atarlo, Ma Carotte, no querrás que haya cabellos rojos en los paquetes de verduras.- La anciana se rió en voz baja.
Ella se rió también y se acomodó el cabello en un moño. Sus rizos ya rozaban sus hombros de nuevo y la verdad es que sentía cosquillas en los dedos, deseaba ligeramente volver a cortarse el cabello como lo había hecho en diciembre. Cuando había sido Klaus. Cuando había hecho todo para verlo .
Desde que volvió a Francia, su cuerpo se sentía ligero, como si en su viaje de regreso a Alemania hubiera dejado la carga que llevaba en sus hombros desde su estancia en el Kinderheim 204. Había visto las noticias, supo de todo lo que ocurrió tras la masacre en Ruhenheim, vio los noticieros, todas las entrevistas, leyó todo los artículos de periódico. El día que Kenzo fue exonerado, ella estaba sentada frente al televisor con su madre sentada junto an ella. La noticia había sido tan grande que los noticieros franceses hablaron de ello por semanas.
Le hablo de él. De todo. Durante días, ella se la pasaba hablando de Kenzo. Los ojos se le iluminaban cada vez que de su boca salía su nombre, cada vez que recordaba su olor, su voz, sus labios y todo lo que no se hablaba en los noticieros. Todo lo que se decía de Kenzo había evolucionado, cuando lo arrestaron en noviembre, se decían centenares de injurias, condenas y ofensas, ahora, cuando se decía el nombre de Kenzo Tenma, solo se hablaba de haber sido acusado injustamente, de haber sido la víctima de los actos de un asesino serial que se encontraba tras las rejas.
Tenía mil y una preguntas, pero tal parecía que con el tiempo y los meses, ninguna de ellas obtendrían una respuesta adecuada.
—¡Vaya! O tenemos un cliente o un perdido.
Ella levantó la mirada para ver a su madre quien estaba agudizando los ojos hacia la distancia. Siguió la mirada hasta ver que a la lejanía, quizá a unos setenta metros venía una figura.
—Con suerte vendrá por un poco de la mantequilla que he preparado.- Dijo su madre sin dejar de limpiar los ajos. —Está ganando popularidad en el mercado.
La figura tomó la forma de un hombre, de corto cabello color azabache, de su brazo colgaba un saco color beige y llevaba una camisa blanca con las mangas enrolladas.
No… no puede ser…
Se levantó de un salto y permaneció petrificada, se le detuvo la respiración por breves instantes que parecían una eternidad. Bajó lentamente los escalones del porche y los ojos de le humedecieron cuando el forastero se detuvo también. Estaba lo suficientemente lejos como para no poder ver su expresión en su totalidad, las ondas del calor del verano le dificultaban la visión, pero sabía que sonreía.
—¿Porqué no vas y lo atiendes, Ma Carotte? Estoy segura que le encantará que lo atienda una pelirroja que conoce.
Anonadada, se dio la vuelta para ver a su madre y esta sonreía con dulzura y un atisbo jocoso y burlesco, y las arrugas de sus ojos se acentuaron cuando le guiñó un ojo en medio de la sonrisa.
No corrió, pero deseó hacerlo. El sonido de sus zapatos en la gravilla se mezclaron con los fuertes latidos que golpeaban sus oídos. Él caminó también, lo hizo sin despegar la mirada de ella, como si temiese que si la apartaba un solo milímetro, ella desaparecería como en marzo, pero eso no ocurriría esta vez, ella no huiría de él, se prometió no hacerlo más. Se prometió dejar de correr. Sobretodo porque ahora, no tenía nada que esconder.
Cuando había treinta centímetros entre los dos, se detuvieron. Se le aceleró el corazón al verlo tan diferente. Aparentaba ser mucho más joven de lo que era, sonreía, sus ojos brillaban con vitalidad, no estaba tan pálido y definitivamente parecía un hombre sano. Su belleza no hizo más que acentuarse. A ella le encantaba reconocer lo bello que él era. Parecía… angelical incluso.
—Hola, Kath.- Se derritió por dentro al escuchar su voz.
Este era el momento esperado, desde haber recuperado lo perdido.
—Aleska.- Ella dijo. —Mi verdadero nombre es Aleska Turner Dudek.
Kenzo relajó los hombros y pasó de la confusión a la grata sorpresa.
—Es un verdadero honor, conocerte, Aleska.- Hizo una leve inclinación con el torso y al erguirse, encontró ojos verdes llenos de lágrimas. —Estás llorando…- murmuró visiblemente asombrado.
Ella asintió frenéticamente.
—Gracias a ti… tú me sanaste.
La paciencia se agotó para Kenzo porque sin aguantar un poco más, jaló de ella para abrazarla con todas sus fuerzas. Aleska no perdió los más profundos deseos que Kathryn adoptó los meses pasados, estiró los brazos y rodeó su cuello aferrándose a él como si la vida se acabara mañana o si el mundo colapsara ahí mismo. Lo sintió presionarla contra él, y él la sintió llorar contra su cuello, sin soltarla, le acarició el cabello y suplicó por su perdón en su oído.
—Soy yo la que debe pedirte perdón.- Ella se enjugó la lágrima.
Kenzo negó y deslizó la mano por su mejilla.
—¿Puedo besarte otra vez?
Aleska se sintió a llorar de nuevo pero no respondió, ella solo saltó y presionó su boca contra la de él, como había soñado hacer desde el minuto uno cuando se separaron. Sintió su mano en su nuca, y la otra en su espalda, estaba segura que las rodillas le iban a fallar ahí mismo, así que apretó su camisa y lo besó con más fuerza, con toda el hambre atrapada y encerrada en la bóveda de su conciencia.
Él lo había dicho y ella escapó. Ahora era momento de rogar por su piedad.
—Yo también te amo.- Aleska murmuró en medio del beso. —Te amo, Te amo, Te amo…
Las rodillas terminaron por fallarle pero él no tardó en levantarla unos centímetros sobre el suelo sin soltarla ni dejar de besarla. Estaba tan hambriento como ella, tan desesperado, ella era todo lo que él deseaba respirar, beber y devorar. Estaba hambriento de ella.
Esa tarde, Madame Roussel invitó al famoso Doctor Tenma a cenar, estaba completamente emocionada de conocer al hombre por quien su adorada zanahoria suspiraba días y noches enteras.
Y no había la menor duda que Aleska tenía un sinfín de preguntas, había muchas cosas por aclarar, muchas cosas que ella se perdió al volver a Francia, pero ya habría tiempo para ello.
—¿Cómo me encontraste?
—Naoko se encargó.
Esa era otra cosa que discutir, porque ella arqueó la ceja con curiosidad.
—Christa. Mi prima. Una vez más tengo que agradecértelo, me ayudaste a encontrar a mi prima, y no sabía que estaba perdida.
Aleska suspiró, soltando el aire con calma, procesando la información.
—¿Ya hablaste con tu familia sobre ella?
—Aún no.
Y lo haría, no podía dejar ese asunto a la deriva. Pero en ese momento, en la región sureña de Francia, Kenzo podía sentir que el camino que había tomado y que cada decisión tomada en el pasado, lo habían llevado ahí, y no podía siquiera pensar en arrepentirse de ello, no se arrepentía de ninguna decisión. Y todas las decisiones que tomase en el futuro lo llevarían al lugar donde debería estar. Y rogaba al cielo que ese lugar siempre fuese ella. Aleska. Dominique. Klaus. Kathryn.
Esta vez cuando Kenzo estaba por abordar el avión, plantó un beso en los labios de Aleska y le prometió una caja entera de chocolates y una matrioska cuando regresara de su primera misión en Rusia. No fue el adiós doloroso que tuvieron en Frankfurt, fue un hasta pronto que sabía a cartas semanales y llamadas telefónicas diarias con grandes diferencias de horario.
A los treinta y tres años, Aleska cumplió con el deseo disfrazado de orden que la difunta Eda Klein escribió en la carta que recibió en esa fría mañana de invierno cuando la salvó de ser asesinada;
“Encuentra la paz.”
Notes:
No tengo palabras.
Honestamente me siento extremadamente feliz de concluir Wicked Game. Y agradezco a cada uno de ustedes que dejaron sus kudos y sus comentarios bellos.
Este ha sido un camino de TRES AÑOS. Hace tres años inicié Wicked Game con la intención de que fuese corto y sencillo. Pero una cosa llevo a la otra y aquí estamos, concluyendo mi primer fic largo de mi vida.
Todos los que había escrito quedaban inconclusos y sin final. Pero me siento completamente feliz de ver esta historia con un inicio y un final.
Y agradezco que tú personita que está leyendo esto, se pase a leer. GRACIAS GRACIAS GRACIASSSSY no.
Este no es el final de este universo. Hay mucho que explorar. Pero lo haré en spin offs y en historias cortas que poco a poco verán la luz (en la medida que las escriba, claro está)
Así que no se despidan de ninguno de los personajes porque volverán.Pero la historia principal, ha visto su fin el día de hoy.
De nuevo, GRACIAS. Y les deseo todas las cosas bellas de la vida.
Un beso ENORME
y un especial agradecimiento a las personas que a pesar de no hablar español lidiaron todo este camino con el traductor de google 😅❤️
No prometo mucho pero espero poder traer una traducción del fic entero algún día.By byeeeeee 💖 nos leemos después.
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