Chapter Text
P.O.V. SAMUEL
Frente a mí, en la puerta de mi departamento, estaba Carla Rosón Caleruega pidiéndome que encuentre a su madre que acaba de morir tirándose de un puente.
Esto es rebasar un límite de locura, y lo digo yo que soy un joven de 16 años que busca al asesino de su mejor amiga.
Carla parece leer todo eso en mi rostro.
-Calma, no te pido dragues el lago-me dice exasperada-mi madre no está muerta.
Es hora de comenzar a poner orden en todo esto y decido comenzar por lo más obvio.
-Entra ¿quieres? -le digo y me hago a un lado para dejarla pasar.
Ella entra a mi departamento y lo primero que ve es a Poni quien viene alegremente a verla.
-¿Sigues teniendo a Poni?-preguntó Carla y por primera vez la veo sonreír.
Ella se agacha y acaricia al perro. Luego de un rato vuelve a mirarme.
-Samuel, ella no está muerta-me dice con firmeza.
-¿Qué te hace creer que está viva?-le pregunto.
-¿Por qué todos suponen que no lo está?-dice Carla exasperada-no hay cuerpo.
Como hijo de un ex policía y actual detective sé que la ausencia de cuerpo no es suficiente para suponer que alguien está con vida.
-¿Qué hay de la mujer que la vio saltar? Salió en todos lados-pregunté.
-Si salió en televisión, debe decir la verdad-dijo ella con sarcasmo-faltan sus tarjetas de crédito. Quiero decir ¿eso no es una pista o algo así? No saltas de un puente con tu tarjeta de platino.
Esto se está volviendo cada vez más loco. Sé lo que es extrañar a tu madre así que debo tener tacto con ella.
-Carla…-comienzo a decir.
-Conozco a mi madre-me dice con fuerza.
-Está bien-le digo extendiendo mis manos tratando de que se calme-oí que dejó una nota.
-Sí, quiere que la gente piense que murió-me dice convencida- si ella hubiera querido matarse lo haría tomando pastillas y vino del marquesado. No se arriesgaría a que la encuentren hinchada.
Sé que debo hacerla entrar en razón. Incluso sé que quizás Beatriz no fue la mejor madre del mundo con ella. Pero yo también tengo una madre llena de defectos y daría lo que fuera por saber dónde está. Quizás Carla y yo no somos tan diferentes.
-Veré que puedo hacer-le digo finalmente.
Ella no me dice gracias, pero asiente con su cabeza. Se dirige a la puerta para marcharse, pero antes voltea hacia mí.
-Sabes, yo solo necesito saber si está bien-dice y finalmente se marcha.
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P. O. V. OMNISCIENTE
Martín Lozano era el profesor más popular de Las Encinas. Impartía Historia y era el profesor preferido de todos los estudiantes de Las Encinas, principalmente de Samuel. Ese instituto se había convertido en un sufrimiento constante para Samuel por todo el acoso que sufrió de los estudiantes allí. Algo que, sin duda alguna, había forjado el nuevo carácter de Samuel. Pero, una de las cosas que Samuel aun valoraba con afecto eran las clases de Historia. El carisma de Martín lo había hecho ganarse el afecto de todos los estudiantes.
Martín era un gran maestro, que siempre lograba entusiasmar a sus estudiantes por algo como la historia que suele ser considerado aburrido por la mayoría de los estudiantes.
-¿Cuál fue la principal causa de la caída de Hitler?-preguntó Martín.
-Atacar a Rusia sin haber asegurado Inglaterra primero-respondió Lu con entusiasmo.
Si Lu se mostraba feliz en algo era una muestra de lo buen profesor que era Martín.
-¡Bien Lucrecia!-dijo el profesor con entusiasmo.
-¿Cuál es el acuerdo que marcó el fin formal de la guerra, Samuel?-preguntó el profesor.
-¡El pacto de Varsovia!-dijo el castaño.
-¡Excelente, Samuel!-felicitó el profesor.
-Entonces es momento de la pregunta que determinará qué equipo gana…-dijo Martín.
Había dividido a los estudiantes en dos grupos que debían competir respondiendo las preguntas del docente.
El profesor señalaba buscando a que estudiante hacerle la pregunta hasta que se decidió por la estudiante Cecilia Badía.
-¡Cecilia!-dijo el profesor-¿Qué sanciones le implementaron a Alemania después de la guerra?
Cecilia suspiró.
-La respuesta es: no estoy embarazada-dijo la chica-deja de evitar mis llamadas y guarda tu dinero para “hacerte cargo”. Te devuelvo tu llave, ya no la necesitaré.
El silencio se apoderó de todos los presentes.
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P. O. V. SAMUEL
Después de lo que dijo Cecilia todos quedamos en un silencio sepulcral. Sonó la campana y todos salieron rápidamente. Ahora los chismes comenzarían a correr. ¿Una estudiante tuvo un amorío con un maestro?
Los estudiantes salían del salón susurrando alternando su mirada entre la altanera Cecilia y el compungido Martín.
Cuando estuvieron afuera me acerqué a Martín para ver como está.
-¿Está usted bien?-le pregunto
-Tuve mejores momentos-dice bromeando con tristeza-lo está inventando ¿sabes? Jamás toqué a esa chica. Jamás la vi fuera de clases.
-Lo sé-le digo.
Conozco muy bien la forma de ser de Cecilia. Yo mismo fui su víctima en el pasado.
-Sí pero no importa-dice Martín desanimado- la clase terminó hace menos de un minuto y ya lo debe saber todo el instituto.
-Probablemente tengas razón-le digo con tristeza.
-Siempre quise ser maestro-me dice triste-era mi sueño y se acabó.
Es uno de nuestros mejores profesores. El mejor de hecho. Algo tengo que hacer.
-No si puedo evitarlo-le digo a mi profesor.
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Los estudiantes de las Encinas habían recibido los nuevos chismes con una postura bastante clara: todos estaban de parte del profesor. Nadie le creía a Cecilia su acusación.
La muchacha almorzaba sola en una mesa mientras alrededor de ella había risas, comentarios y burlas.
Yo ya estaba en el caso y le había pedido a Ander que buscara el expediente de Cecilia. Como siempre Ander había protestado, pero al final había accedido.
-Es duro como tratan a esa chica-dijo Omar refiriéndose a Cecilia.
-No busques mi simpatía –dije después de tomar un trago de agua-Cecilia siempre fue la reina del chisme en Las Encinas.
-¿Recibes una corona por eso?-bromeó Rebe.
Vi pasar a Guzmán y dejé a mis amigos para hablar con él.
-Hola-le digo.
Luce un poco sorprendido de que le hable.
-Hola, Samu-me dice.
-Escucha, necesito un favor-le digo-nuestro médico de cabecera murió y necesitamos uno nuevo. ¿Puedes decirme el nombre del tuyo?
-Claro-me dice-se llama Alejandro Linares. Lo encontrarás en Internet.
-Gracias-le digo sonriendo.
-Pero te advierto que es un poco caro-me dice algo apenado.
-Tenemos seguro médico-le digo.
Guzmán me mira con algo de lástima. Lo entiendo perfectamente, dado que un seguro médico que puedan pagar los García no debe alcanzar para un médico que atiende a los Nunier.
Eso no importa. Alejandro Linares, lo tengo. Es hora de averiguar que misteriosa enfermedad padeces Guzmán.
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Cuando por fin podía irme de Las Encinas para ir a Investigaciones García, Ander me encontró en el estacionamiento del colegio. Sin decir nada, el hijo de la subdirectora sacó de su mochila una carpeta y me la entregó.
-El archivo de Cecilia-me dijo-si te atrapan con esto negaré cualquier conocimiento de tu persona o tu misión. Estarás solo.
Su seriedad me causa gracia.
-Descuida. Tengo una cápsula de cianuro en un diente falso-le digo-si me atrapan, tomaré la salida honorable.
-Fue un placer conocerte García-me dice Ander saludándome al estilo militar y se va.
Yo me rio. Lo más probable es que si Azucena descubre que su hijo sacó un expediente no diga nada.
Comienzo a leer el archivo y veo que hay cosas bastante interesantes que podrían ayudarme a salvar el empleo de Martín. Sigo leyendo mientras camino hasta mi auto cuando escucho una voz femenina.
-¿Lees algo interesante?-al darme la vuelta veo a Carla.
Supongo que quiere saber si hay novedades con lo de su madre. No me molesta investigar esto. Aun cuando creo que simplemente Carla se aferra a una esperanza inútil, pero es la proximidad con Carla que esto implica lo que siento que me abruma. Nosotros somos enemigos.
-Algo relacionado a un caso-le digo.
Antes sabía cómo relacionarme con ella. Peleábamos, comentario sarcástico contra comentario sarcástico, pensar que solo es una pija tonta más de Las Encinas y ya. Era fácil.
Tener a Carla como una chica quebrada que extraña a su madre y que me pide ayuda es algo que aún no puedo procesar del todo. Aunque, todos cambiamos. Yo soy la prueba de ello.
-¿Alguna novedad?-me pregunta.
-Puse avisos sobre las tarjetas de tu mamá-le cuento.
-¿Y eso que significa?-me dice.
-Que un amigo de mi padre que trabaja en el banco de tu familia me avisará si se usa alguna-le cuento-¿Y recuerdas la testigo ocular que salió en la televisión?
-¿La oportunista?-pregunta ella molesta.
-La misma. Dará una declaración mañana en la estación de policía-le digo-iré a ver si quiere charlar conmigo.
No siento que tenga algo más para decirle así que sigo caminando, pero escucho sus pasos detrás de mí.
-Iré contigo-me dice.
-A pesar de la opinión popular-le digo en broma-no puedes sacarle la verdad a alguien a los golpes.
-Iré, Samuel-me dice con dureza.
-No lo harás-le respondo casi riendo.
-¿Cómo me detendrás?-me dice con soberbia.
-¿Con mi fuerza de voluntad? ¿Mi gran carisma? ¿Golpes de karate? -le respondo bromeando.
Ella me toma del hombro y me obliga a mirarla de frente.
-Yo sabré si miente-me dice con firmeza-tú no.
Supongo que, si tendré a la rubia molestándome, es mejor que la tenga bajo mi control y no haciendo estupideces.
-Bien-acepto finalmente-tengo un plan.
Ella sonríe.
-No me sorprende-me dice y se va.
Comienzo a pensar que debí rechazar este caso. Sin embargo, no me detengo mucho en eso ya que veo a unos metros de mí a Cecilia subiéndose al coche que conduce el chofer de su familia.
-¡Cecilia, espera!-le grito y corro hacia donde está ella.
Ella me mira, confundida al principio y luego sonríe.
-¿Para qué?-me dice-¿para decirme cuánto me admiras por mi declaración?
-Para que puedas retractarte antes que pruebe que mientes-le aclaro.
-¿Qué te importa?-me dice algo seria.
-Martín es un buen profesor y no hay muchos-le respondo.
Ya es hora que los pijos comiencen a darse cuenta que no pueden destruir las vidas de los demás a su antojo. Y bueno, al parecer debo usar los súper poderes García para eso.
-Claro, si omites el hecho que seduce estudiantes-me dice con arrogancia.
-Cecilia, soy yo, Samuel. Te conozco-le digo molesto.
-Eres tan ingenuo-me dice con burla.
-Si, ese soy yo, ingenuo-le respondo con sarcasmo-Martín llamó a tus padres el septiembre pasado. No parece algo que haría un novio ilegal.
Ella parece sorprendida que yo supiera eso, pero su rostro vuelve a mostrar su arrogancia habitual.
-Cree lo que quieras-me dice-nunca me importó tu opinión sobre mí. Menos ahora.
Se sube a su coche y se marcha. Definitivamente voy a probar que miente.
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Llego a Investigaciones García para trabajar y veo a papá allí bebiendo de una taza de café.
-Hola, papá-le digo.
-Hola, Samu-me dice-¿Conoces a un profesor llamado Martín Arévalo?
-Sí, estoy en su clase-le digo confundido.
-Me alegra-dice papá sonriendo-Quiero que averigues todo lo que puedas sobre él.
-¿Porqué?-no entiendo nada.
-Los padres de una chica llamada Cecilia Costas quieren que lo investigue. Cecilia presentó cargos por acoso sexual contra él esta tarde. Quieren despedirlo.
Siento como si el suelo se moviera a mis pies y miro a papá con la cara desencajada. Rápidamente me voy hasta mi escritorio y comienzo a organizar unos archivos con más rudeza de la que debería.
-¿Qué sucede?-me pregunta sorprendido-cálmate ¿porqué estás tan molesto?
-Martín es un profesor increíble. Uno de los pocos buenos en Las Encinas-le digo enojado-¿ Y tú te sumarás a la caza de brujas para perseguirlo?
-Solo verificaré sus antecedentes-se defiende mi padre-no organizo un aguillotinamiento frente a la Bastilla.
-Oficialmente, no puedo ayudarte-le aviso-ya me ofrecí a trabajar para él. ¿Sabes como temo ir a esa escuela cada día? ¿Cómo todos me hicieron la viuda imposible desde lo de Marina? Su clase es una de las pocas cosas que espero con ansias.
Veo un poco de dolor en el rostro de papá.
-Lo siento-me responde tranquilo-este es mi negocio. Es mi trabajo. Además, esta chica merece ser oída.
-En realidad no lo merece-le digo con rencor- es mentirosa, chismosa y manipuladora.
-¿Qué te hace creer eso?-me pregunta intrigado.
-Es así-le digo algo evasivo.
-No puedo dejar el caso basándome en una sensación tuya-me dice-lo siento.
Se marcha hasta su oficina.
-Bien, puedes contestar tus propias llamadas-le digo y me quedo de brazos cruzados.
FLASHBACK
Ari había terminado conmigo y no podía entenderlo. Bueno, terminar implicaría que me hubiera dicho algo. Simplemente dejó de hablarme de la nada. No sé qué más hacer. Ni siquiera sé si hemos terminado, y esa incertidumbre me está volviendo loco.
Estaba solo debajo de uno de los árboles de Las Encinas y de pronto escucho dos voces femeninas.
-Me sorprende que duraran tanto-dice una de ellas.
-Lo sé-dice la otra chica-¿de todos los chicos con los que podía salir, Ariadna elige a Samuel García? ¿No es una locura?
Reconozco sus voces, son Cecilia Costas y Romina Torrejón, las reinas del chisme en Las Encinas.
-Ella está demente, eso es seguro-dice Cecilia.
-Él la tiene bien agarrada-dice Romina-¿sabes? Siento pena por ella. Todos sabemos que él busca su dinero.
-No, quiero decir que está demente de verdad-aclara Cecilia.
-¿Dé qué hablas?-dice Romina confundida.
-Alguien que conozco trabaja en el hospital y me dijo que internaron a Ari pateando y gritando llamando a Samuel. Estaba muy afectada y lloraba como una loca. Tuvieron que sedarla.
-Vamos-dice Romina claramente no creyéndolo y riendo.
-Es lo que oí-dice Cecilia divertida.
¿Cómo pueden ser tan crueles y mentirosas?
Salgo de mi escondite y al verme, ellas se dan cuenta que escuché todo lo que dijeron. Parecen tenerme un poco de miedo.
-Cecilia Costas y Romina Torrejón-les digo con asco-supongo que hay que tomarlo como de quien viene.
FIN DEL FLASHBACK
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Estaba sentado en la comisaría, esperando que terminara con su testimonio la mujer que supuestamente había visto a Beatriz tirarse del puente. Esto sería otra misión más de esperar a atrapar a un culpable si no fuera porque a mi lado tengo una futura marquesa con la que no nos tenemos mucho aprecio mutuamente. Carla estaba sentada junto a mí, muy erguida e impasible.
El punto de todo esto es que soy un tonto. ¿Por qué estoy ayudando a una persona que ni siquiera me cae bien a buscar a una mujer que a todas luces debe estar muerta? Bien Samuel, debes buscar un psicólogo que te ayude a encontrar una respuesta a eso.
Quiero creer que hago esto solo por el misterio y lo bien que me caía Beatriz. Aunque, si Beatriz efectivamente quería huir de su vida ¿por qué buscarla?
La puerta de la oficina del inspector se abrió y la señora salió. Toco el hombro de Carla y al ver a la mujer Carla quiso levantarse para enfrentarla. Sin embargo, me encargo de detenerla.
-Tranquila-le digo-ya tengo a alguien en el caso.
Le doy a Carla un auricular y ella parece confundida pero no me cuestiona y se lo pone en una oreja. Yo también tengo uno. Ahora podremos escuchar lo que esta mujer hablará con quién me está ayudando.
-Señora Sandoval-dice la voz de un hombre-mi nombre es Claudio Martínez de “Noticias a las 8”. Mi jefe está muy interesado en su versión sobre lo que ocurrió con la marquesa.
-¿Hablamos de una exclusiva?-dijo la mujer con una voz muy desagradable-porqué recibí muchas ofertas.
-Es una exclusiva, sin dudas-dijo Claudio.
No pude evitar sonreír. Quizás muchos consideren a Claudio un simple abogado de oficio, pero siempre fue útil para los distintos casos de papá y los míos.
-¿Cuál es la oferta?-preguntó la mujer.
-Depende de lo que usted sepa-dijo Claudio con picardía-¿Ella se veía intoxicada, drogada o herida?
-Si eso quieres, seguro-dijo la desagradable mujer casi riendo.
Bien, comprobado, ella es un fraude.
Reaccioné un segundo tarde, porque Carla salió disparada contra esa mujer que aún estaba con Claudio.
-¡Eres una hija de puta oportunista!-le gritó Carla a la mujer.
La mujer parecía asustada y miró a Claudio buscando una respuesta. Al ver la cara del abogado la mujer se dio cuenta que fue una trampa y se marchó rápidamente del lugar.
-Carla, ya basta-le digo a la rubia-Gracias, Claudio le digo.
-Me debes una, niño detective-me dice el hombre y se va.
Veo que están entrando un grupo de policías y entre ellos reconozco a alguien.
-Carla, espérame aquí-le digo.
Ella ni siquiera parece haberme escuchado. La dejo y me dirijo a quien había visto recién.
-¿Oficial Grajera?-le pregunto con algo de temor.
-¿Qué quieres Samuel?-me dice.
Veo en su rostro que realmente la lastimé con lo que hice.
-Una oportunidad para explicarme-le pido.
-¿Explicar qué? Me usaste, lo entiendo-me dice enojada.
-Marina Nunier era mi mejor amiga-le digo.
-Sé todo sobre la investigación del crimen y tu papá-me dice exasperada.
-No le sabes-le refuto- conoces la historia que todos conocen.
Ella me mira como si tuviera un bicho en la cara.
-Un tipo confesó-me responde-dijo que él lo hizo.
La tomo de un brazo y la llevo a un rincón y comienzo a hablar en voz baja. No quiero que ningún policía o Carla me escuchen.
-¿Sabías que el jefe de seguridad de la inmobiliaria Blanco y la constructora Nunier hizo la llamada que llevó al arresto de Romano?-le pregunto-¿Sabías que las fotos de la escena del crimen demuestran que es imposible que Abel Romano saliera con el par de zapatillas de Marina que encontraron? ¿Sabías que una multa de tránsito muestra que la hora de la muerte es errónea?
Ella queda muda por un instante y me mira con incredulidad.
-¿Cómo sabes todo eso?
-Porque hice todo lo posible para llegar a la verdad-le respondo con arrepentimiento-incluso usarte. Y lo siento mucho. Pero te usé y luego me gustaste, no a la inversa.
La mirada de ella cambia y se torna pícara.
-¿Te gusto?-me pregunta coqueta.
Creo que me sonrojé.
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Es fin de semana, pero no puedo detenerme. Necesito averiguar que sucedió realmente entre Martín y Cecilia. Él llamó a sus padres en septiembre y aparentemente eso causó un conflicto. Esto parece pintar un paisaje relativamente claro. Él le puso una mala calificación y eso la molestó. Aunque acusarlo de tener una relación con una menor de edad parece algo extremo. Aunque, como detective (e hijo de otro) aprendí que la gente puede querer vengarse por las cosas más absurdas.
Toco el timbre de la casa de Martín. Él abre la puerta y parece muy sorprendido de verme allí, pero de todas formas me invita a pasar. Cuando entro veo que hay una niña pequeña allí. Está sentada a la mesa y está coloreando un libro. Debe tener 5 o 6 años.
-Lisa, te presento a uno de mis estudiantes, se llama Samuel-dice Martín.
La niña me regala una tierna sonrisa en la que veo que le faltan algunos dientes.
-Siento invadir tu fin de semana-le digo.
-No hay problema ¿Qué necesitas? -me responde.
-Hace unos meses pediste una reunión con los padres de Cecilia-le digo para ver su reacción.
-¿Cómo supiste eso?-me dice sorprendido.
-No puedo revelar mis fuentes-le digo.
Claro que jamás mandaré a Ander a la horca.
-Samuel, aprecio tu oferta de ayuda, es muy generosa, pero creo que este es un problema de adultos-me dice.
-Los padres de Cecilia pusieron a un detective a investigarte-le informo- habrá una audiencia. Si el Consejo disciplinario le cree a Cecilia, no volverás a enseñar.
Eso parece hacerlo entrar en razón.
-Vinieron por sus calificaciones-me cuenta- le puse 7 en un examen y creen que eso la aleja de su universidad soñada.
-¿Por eso fue detrás de ti?-le pregunto. Es más, o menos lo que ya había pensado.
-No sabría decirte-me responde.
-¿Tienes un representante para la audiencia?-le pregunto. Va a necesitar una buena defensa.
-El del sindicato-me responde.
Bueno, supongo que es mejor que nada.
-¿Quién es?-le pregunto. Si puedo unir mi investigación a su defensa, todo será más fácil.
-Lo estás mirando-me dice con una triste sonrisa.
Mierda.
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Estoy en Investigaciones García, aun buscando la forma de ayudar a Martín. No sé cómo hacerlo. Necesito saber exactamente que dijo Cecilia, solo así podré investigar sus mentiras a partir de eso.
La puerta se abre y entra papá que venía de la calle.
-¿Algún mensaje?-me pregunta pero lo ignoro. Sigo molesto con él por sumarse a esta persecución contra Martín.
No miro a papá, pero puedo sentir que él sigue frente a mí.
-Samu-me dice cansado-sé que admiras a este tipo y celebro que luches por tus convicciones. Pero Martín es malo y no quiero que sufras cuando salga la verdad.
Por primera vez lo miro y me cruzo de brazos.
-Lo siento, pero le creo-le digo con convicción.
-Cecilia llevó un diario detallado de su relación, con fechas y horas-me cuenta y saca el diario de portafolio y me lo muestra- registró la fecha de un fin de semana en un hotel cuando sus padres no estaban en la ciudad. Escribió que él la llevó a un restaurante en Getafe después que ella ganó la competencia de debate.
-Eso no prueba nada-le respondo desafiándolo- yo puedo escribir que me reúno con Kim Kardashian para que me haga masajes y eso no lo hace realidad.
Papá no se ve molesto, sino que tiene ese rostro que pone cada vez que no quiere decirme algo que me desilusione.
-Revisé el historial de crédito de Martín-dice papá-las fechas coinciden con las de Cecilia.
-Ella pudo haberlo seguido-le digo, aunque ni yo me lo creo.
-Samu, es muy específico-me dice papá- y no quiero que te veas con Kim Kardashian.
Se encierra en su oficina y me quedo pensando. Ese diario que escribió Cecilia es la forma en que puedo probar que miente.
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-Buenas tardes, señorita-digo mientras hablo por teléfono-quisiera reservar un turno para que el doctor Linares pudiera atenderme…si, mañana es perfecto. Muchas gracias.
Cuelgo la llamada. Ahora podré averiguar cuál es la enfermedad misteriosa que tiene Guzmán y si es que tiene algo que ver con la muerte de Marina.
-No soy doctora, pero creo que la penicilina hace milagros-dice Carla desde la puerta.
-No puedo decir que te esperaba-le digo.
Realmente pensé que el caso de su madre estaba cerrado.
-Sí, usualmente evito los vidrios manchados-dice ella mirando las ventanas de nuestra oficina.
-Así que por eso no me visitabas…esos vidrios seguirán sucios-le respondo sonriendo.
Ella suelta un periódico en mi escritorio.
-Hay una mujer que vio a mi madre salir del auto y entrar a una camioneta con un extraño-me dice.
-También hay una tribu indígena que venera el peinado de Donald Trump-le digo con sarcasmo-es un tabloide, Carla.
-¿Por eso tiene que ser mentira?-me dice enfadada.
-No quiero que te ilusiones, es todo-le responde.
Parece ligeramente convencida por mi respuesta, pero rápidamente vuelve a su pose altiva de siempre.
-No te pago por preocuparte por mis ilusiones-me dice- te pago por seguir pistas.
-No sabía que me pagabas-le respondo.
Es cierto, nunca hablamos de dinero.
-No es un favor, es un trabajo, no un delirio adolescente-me dice.
Creo que desde que Beatriz murió recién puedo ver a la Carla Rosón que es un ser humano. Es esa parte de ella que nunca deja que nadie más vea.
-Es bueno aclararlo-le digo.
-La mujer dijo que mi mamá se veía feliz y divertida-me dice como recomponiéndose en su arrogancia-así que has tu magia.
Realmente creo que nada de esto funcionará, pero si eso la mantiene de pie entonces lo haré. Leo la noticia sobre Beatriz en el periódico que me dio Carla.
-“Sonia Bolaños de Madrid”…-al menos vive cerca así que reviso sus información y antecedentes en la página web que suelo usar con papá y encuentro su número de teléfono así que la llamo-Hola Sonia. Habla Samuel del periódico “El Mundo”. Tengo unas preguntas más sobre la historia de Beatriz Caleruega…en persona es mucho mejor. No, el martes no puedo. El periódico trabaja a la noche.
-¿Qué estás haciendo?-me dice Carla enojada y en voz baja.
-¿Estarías disponible ahora?-le pregunto y Carla por primera vez desde que llegó me sonríe.
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Citamos a la mujer a la cafetería llamada La Cabaña del Lago. Carla y yo llegamos un poco antes para estar preparados para cuando llegue esta mujer llamada Sonia. Carla estará junto a nosotros, pero dándonos la espalda. Como si fuera otra cliente más. Sonia no la verá, pero Carla podrá escuchar toda nuestra conversación mientras me hago pasar por un periodista que entrevista a esta supuesta testigo.
La mujer llegó y me saludó amablemente. Ciertamente no tiene el aspecto de caza fortunas que tenía la otra supuesta testigo. Esta parece ser una mujer más amable. Por suerte, tengo preparadas las preguntas correctas para saber si es una mentirosa o no.
-No estoy seguro de cuanto cobraste por la última nota, pero…-le digo y comienzo a buscar dinero en mi billetera.
Ella adelanta sus manos para detenerme con una sonrisa.
-No cobré nada-me dice-pensé que la gente debía saber la verdad, con esa mujer diciendo todas esas cosas en la televisión.
Bien, no cobró. Esa es una buena señal.
-¿Hay algo más que recuerdes?-le pregunto-¿el modelo del automóvil o una parte de su patente?
Sigue sonriendo y habla como si no hubiera escuchado mi pregunta.
-Estaba tan emocionada de ver a Beatriz-me dice feliz- creí que estaba ahí para una sesión de fotos o algo así.
-¿Viste en persona a Beatriz antes?-le pregunto.
-Una vez, ella fue con Teodoro a la gala de un museo en la ciudad-me cuenta-debo haber visto las noticias de esa gala unas 100 veces.
-¿100 veces?-le pregunto.
No es solo que vea la misma noticia una y otra vez, sino la excesiva alegría y emoción con la que lo hace. Hay algo extraño en ella.
-Puedo verificarlo si quieres-me dice emocionada.
¿Lleva la cuenta? Debo ser más preciso con mis preguntas.
-En la entrevista-le digo-dijiste que la marquesa se fue en un automóvil azul.
-Era el auto azul en el que fue al baile en el palacio del rey en el 2006. El mismo.
-¿El mismo modelo?
-No, el mismo automóvil-me dice emocionada- esa fue la noche en que Teo le propuso casamiento. Eran tan jóvenes. No se cómo alguien puede pensar que ella se suicidó. Es la mujer más afortunada del mundo.
Y en ese momento lo entendí. Su sonrisa de lunática, sus excesivos datos sobre la vida de Beatriz, su deseo de que esté viva. Ella no vio a Beatriz, solo es una fanática un poco trastornada y obsesionada con la marquesa.
Al parecer Carla llegó a la misma conclusión que yo porque, aun dándonos la espalda, se pone de pie y se marcha a otro lado de la Cabaña del lago.
Le pido disculpas a Sonia y voy detrás de Carla. Camino solo un poco y la veo apoyada en una pared cercana a la puerta de entrada. Se abraza a sí misma y agacha la cabeza, como si no quisiera que nadie la viera vulnerable pero no pudiera evitarlo.
-Yo hubiera hecho lo mismo-le digo
-¿Hacer qué?-me pregunta sin mirarme.
-Si fuera mi madre, me hubiera creído la misma historia-le digo.
Por fin me mira y veo que sus ojos están húmedos, pero aun así no cae ninguna lágrima, seguramente por esfuerzo de la propia Carla.
Ella no me responde, solo se marcha.
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Llego a casa algo triste por lo que pasó. Si bien desde un principio creí que era una locura de Carla, una pequeña parte de mí se aferraba a la esperanza de que Beatriz estuviera viva. Es este oficio generalmente das malas noticias y es bueno, de vez en cuando, hacer feliz a las personas.
Papá está cocinando. Prepara macarrones, mis preferidos. Esto es una mala señal porque si se está tomando esas molestias es porque tiene malas noticias para darme.
-Ya, dímelo-le digo desanimado.
-Quizás sea mejor esperar a después de cenar-responde él sonriendo.
-Te prometo que no arruinará mi apetito-le aseguro.
Él deja de fijarse en la salsa que estaba preparando y me mira con tristeza en el rostro.
-Martín fue despedido de su anterior trabajo por las quejas que presentaron los padres de dos chicas-dijo papá.
Mierda.
-Debes dejarme leer el diario de Cecilia-le digo.
-Samu-me dice severo-sabes que no puedo hacer eso. Es su intimidad y me la confiaron solo a mí.
A veces es odioso tener un padre con una moral tan fuerte.
-Espero que como postre haya helado-le digo.
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Bien, Martín tiene, aparentemente, antecedentes de involucrarse con jovencitas. Eso debería ser suficiente para deje el caso. Entonces ¿Por qué sigo creyendo que hay algo que está mal en todo esto?
Quizás me esté dejando llevar por la antipatía que siento por Cecilia y no lo miré objetivamente. Quizás quiero que Martin, el profesor que más admiro, sea inocente para que mi estancia en Las Encinas no sea tan mala como yo la siento.
Hay algo que está fallando, puedo sentirlo. Tomo las llaves de mi auto y voy hasta Investigaciones García. Es tarde y papá está en casa así que sé que no tendré interrupciones.
Si lo que quiero es salvar el empleo de Martín, debo conseguir el supuesto diario. Sé que si lo leo podré encontrar alguna contradicción o un detalle que me lleve a la verdad.
Por desgracia papá cambió la clave de la caja fuerte cuando se dio cuenta que yo revisaba sus archivos sobre el caso de Marina. Es del tipo inusual que elige números insignificantes. Él me lo enseñó. Nueve de cada diez personas eligen como contraseñas números que significan algo. Cumpleaños, aniversarios, direcciones. Pero papá es listo que eso.
Sin embargo, sé que debe haber un truco. Una persona puede ser capaz de elegir de contraseña números que no tengan un significado, pero el problema será recordarlos. Esa clase de números serian fácilmente olvidables. Entonces, debe haber un modo de recordarlos.
Corriendo me dirijo al escritorio de papá y busco alguna anotación o algo. Es increíble toda la gente que escribe la combinación en un papel o lo coloca en un tablero informativo…o la garabatea en su agenda en el día de su cumpleaños…
Bingo.
Papá escribió la contraseña en su agenda, pero no en el día de su cumpleaños sino en el mío. Me alegro de saber cuánto aprendí escuchando a papá.
Bajo hasta la caja fuerte y pongo la combinación que encontré anotada y resulta ser la correcta. Miro en el interior y veo una caja metálica que tiene escrito “Caso Cecilia Badía”.
Saco la caja metálica y la llevo hasta el escritorio de papá. Estoy de pie frente a ella y me dispongo a abrirla.
Cuando lo hago, una bomba de pintura azul me explota en la cara. Sospecho que hay una lección que aprender aquí.
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En el baño de Investigaciones García me lavo la cara tratando de sacar la pintura que me hace parecer un pitufo.
-Hola Samu-me dice papá sonriendo a mis espaldas y lo veo por espejo frente a mí- ¿Qué hiciste?
- ¿Dónde guardaste tu trofeo de “El padre del año”? -le digo molesto-porque se me ocurrió un lugar donde ponerlo.
-Qué suerte que no usé la trampa para osos-me dice bromeando.
-No es gracioso-le digo enojado-necesito ver ese diario. Ella miente. Lo sé. Puedo sentirlo en mi cuerpo.
-No tienes que ponerte azul-me dice aguantando la risa.
-¿Estás siendo condescendiente?-le pregunto.
-Para ser justo, soy tu jefe-me dice.
Él más que nadie debería saber lo que está en juego aquí.
-Ellos usarán tu investigación de las tarjetas y ese diario para probar que estaban juntos-le explico-sólo dame los días y las horas, no tengo que leer el diario. ¿Quieres ser el responsable de hundir a un buen hombre? ¿Destruir su reputación? ¿Puedes darme una pista?
Veo que toqué una fibra sensible en él. Él sabe en carne propia lo que es que injustamente destruyan tu reputación.
-Días y horas, es todo-me dice papá aceptando mi propuesta.
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Memoricé anoche todas las fechas y horarios de las actividades de Cecilia durante su supuesta relación con Martín, pero no pude sacar nada importante aún, hasta que caminando por Las Encinas veo algo que me llama la atención. En una vitrina de trofeos veo una fotografía bastante interesante…
-Si buscas mi trofeo, quedaron enviármelo este fin semana-dice Nano detrás de mí.
-¿Dan trofeos por cambiar el aceite de los autos?-le pregunto.
-Olvídalo-me dice sin humor-tengo información para ti.
-Finalmente tengo mi propio informante-digo para mí mismo.
-Un chico de aquí le está diciendo a todo el mundo que tiene pruebas de que la marquesa saltó del puente y que ganará millones-me cuenta Nano.
Después de dos testigos falsos debo tener cuidado con esto.
-¿Qué chico?-le pregunto.
-¿Quieres que averigüe?-me pregunta.
-¿Tienes que preguntar?-le digo sonriendo.
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Cuando terminó la clase de historia, esperé a que todos se fueran para poder hablar a solas con Martín. Aun hay miradas y susurros respecto de Cecilia y Martín pero ambos hicieron como si nada sucediera. Si existe la posibilidad que Mrtín lo haya hecho, necesito que me lo diga él mismo. Existen pocas personas a las que yo admire, y no quiero perder a uno más.
-¿Puedo hacerte una pregunta?-le digo una vez todos se fueron.
-Claro-me dice.
-¿Porqué te despidieron de tu último trabajo?-le pregunto directamente.
Levanta ligeramente las cejas, clara expresión de sorpresa.
-¿Cómo supiste…?-comienza a preguntarme.
-Simplemente lo sé-le digo sonriendo.
Él sonríe.
-Quizás debería darle más crédito a los chismes de la sala de profesores-me dice-un colega me dijo que eres….-me mira buscando mi reacion-…único, inteligente e iquietante.
-Esperaba “delicioso” pero ¿qué le voy a hacer? -bromeo-¿entonces…?
-Ah sí, mi despido. Era un colegio católico y ultraconservador y nacionalista-me explica-tuve la osadía de sugerir que el colonialismo español en Latinoamérica no fue algo necesariamente bueno. Creyeron que quería convertir a sus hijas en bolcheviques o algo así.
Bien, hay una explicación coherente. Ahora debo hablar con Cecilia.
Voy por los pasillos y entre el mar de estudiantes logro encontrarla. Y me interpongo en su camino para que no quiera escapar.
-Te doy otra oportunidad-le digo-retira la queja contra Martín.
Ella me da esa espantosa sonrisa arrogante que la caracteriza.
-Si, recuerdo cuando yo también lo admiraba-me dice y sigue caminando, pero la sigo.
-¿Alguna vez consideraste que realmente me desagradas?-le digo.
-¿Entonces no vendrás a mi fiesta de cumpleaños?
-Sigues en la clase de Martín y no se te ve muy alterada-le hecho en cara.
-Necesito su clase para graduarme-me dice altanera-y él es quien se irá, pronto.
-¿Todo porque te puso un 7? ¿Ese es motivo para destruirlo?
-¿Destruirlo?-y por primera vez la veo algo frustrada con lo que sucede-yo soy la bruja a quien todos odian y él es más popular que nunca. ¿Te interesan los detalles, Samuel?
¿Puedo enriquecer tus fantasías? Dice “nena” muchas veces cuando te toca. Tiene sábanas negras de seda. Su banda favorita son los Rolling Stones. Te dan ganas de llorar cuando te cuenta como su ex esposa le rompió el corazón.
Ahora si tengo herramientas para destruirla.
-Dijiste que pasaste la noche del 23 de abril con él, pero hay un problema con esa historia-le digo sonriendo-ese fin de semana estabas en Barcelona en la competencia de debate.
Su sonrisa altanera se borra y puedo ver algo de preocupación en ella.
-Está claro que manipular con palabras es lo tuyo-le digo y me marcho dejándola sola.
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Cuando salgo de Las Encinas me voy al consultorio del Dr. Linares. Finjo ser un paciente más con alguna consulta estúpida y al final solo me dice que estoy bien, pero me encargará unos estudios para estar seguro.
Eso no me interesa. Ahora solo debo obtener el expediente de Guzmán y así averiguar cuál es esa enfermedad que él tiene, qué medicamentos toma y de qué manera eso se vincula con la muerte de Marina.
Afortunadamente, yo era el último paciente que el doctor debía ver. Me despido de él, pero no me marcho del lugar, sino que me encierro en uno de los cubículos del baño. Ahora solo debo esperar.
Aproximadamente una hora después el doctor y su recepcionista se marcharon y yo me quedé a solas en aquel lugar, encerrado. Salgo del baño y voy a donde guardan los expedientes de los pacientes.
El problema con los doctores es que no te dejan ver sus expedientes, aunque se los pidas amablemente. Gente como yo debemos recurrir a otros métodos.
No tardo en encontrar el expediente de Guzmán, dado que están ordenados alfabéticamente. Voy hasta la máquina copiadora y saco copias de todas las hojas. Ya lo leeré con más calma en casa.
Pero al parecer, estaba destinado a venir al consultorio de este doctor porque cuando voy a dejar el expediente de Guzmán de nuevo en la gaveta, encuentro otro expediente médico más. Las letras dicen claramente “Abel Romano”. En general no me gustan las coincidencias, pero cuando Abel Romano, el condenado por el asesinato de Marina, comparte médico con los Nunier, es demasiado como para ignorarlo.
¿Un hombre condenado a prisión perpetua sin dinero tiene el mismo médico costoso que la familia de la chica a la que él mató? Llámenme hombre de poca fe, pero eso no es una coincidencia inocente.
Cuando quiero ir a hacer una copia de este expediente también escucho unas llaves en la cerradura de la puerta de entrada, por lo que simplemente me llevo el archivo y lo meto en mi morral. Unos minutos después una empleada de limpieza entra al consultorio donde estoy en bata, sentado en la camilla.
Ella me mira sorprendida hasta que yo hablo.
-¿El doctor va a volver pronto?-le digo-porque hace una hora que lo espero.
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Ahora será la audiencia disciplinaria en la que analizarán el caso de Martín. Llego hasta el anfiteatro donde se lleva a cabo. Frente a todos está el tribunal con miembros del
consejo de educación de Las Encinas. En primera fila veo del lado izquierdo a Cecilia con sus padres y del lado derecho a Martín. Aparentemente ya han comenzado. También están Azucena y otros profesores de Las Encinas.
Martín les está contando a todos como esta acusación lo ha arruinado y niega todas las acusaciones de Cecilia diciendo que jamás habló con ella fuera de clases ni tuvo un contacto inadecuado con ella. Cuando el presidente del tribunal conformado por tres personas le pregunta a Martín sobre qué motivos podría tener Cecilia para hacer una acusación falsa contra él Martín responde que puede ser su rencor por haberle puesto 7 en un trabajo y ella no estuvo de acuerdo.
Ahora llaman a Cecilia dar su testimonio y le preguntan por las circunstancias en las que inició su relación con Martín.
-Mi papá dejó a mi mamá el año pasado y me sentía perdida-relató Cecilia-el profesor comenzó a llevarme en su auto y hablábamos. Él decía que teníamos mucho en común. Nos abandonó gente a la que amábamos. Él se refería a su esposa. Al principio solo nos besábamos. Pero fue más allá. Cuando le dije que creía estar embarazada, me echó. Cuando lo vi coquetear con otras chicas de Las Encinas decidí: “esta es su costumbre”. No podía dejar que se saliera con la suya.
Todos guardaban silencio por el relato de Cecilia. Debo admitir que es bastante convincente su modo de narrar. Incluso Martín la mira con cierto interés.
-Son cargos muy graves, Cecilia-dice el presidente del tribunal-¿Hay alguna otra prueba además de tu testimonio?
-Me enviaba mensajes de texto siempre-responde Cecilia y saca su teléfono y se pone a leerlos- 9 de abril “reunámonos para tutoría. Con o sin ropa”. 14 de abril “echo de menos tu perfume. Llámame”. 29 de abril “ven a la escuela sin ropa interior. Te recompensaré”
El presidente le hizo una señal a Cecilia para que le diera su teléfono y ella así lo hizo. El leyó los mensajes por un rato y se los hizo leer a sus compañeros.
-Están dirigidos R. T.-dijo el presidente.
-Me llamaba “Rodillas Tiernas”-respondió Cecilia con seguridad-tenía una fijación con esa parte de mi cuerpo.
-No sé si tenemos pruebas de que el profesor enviara esos mensajes-dice una mujer al lado del presidente.
-Oprima “devolver llamada”-dijo Cecilia.
El presidente del tribunal así lo hizo y un teléfono comenzó a sonar en el anfiteatro y todas las miradas se posaron en Martín quien desesperado trataba de apagar su teléfono.
La jugada de Cecilia fue buena, lo reconozco. Pero yo soy mejor.
Me acerco a Azucena y le pido su teléfono diciendo que mi auto se descompuso y necesitaba llamar a una ambulancia, dado que a mi teléfono se le agotó la batería.
Ella me mira con desconfianza al principio, pero al final acepta. Yo me dirijo hasta la puerta y comienzo a buscar un número en específico en su teléfono y luego envío unos mensajes.
Cuando regreso a mi asiento veo que ahora es Azucena que da su testimonio.
-Subdirectora Muñoz-dice el presidente- ¿Qué puede decirnos sobre su interacción con el profesor?
-Es un profesor muy popular-dijo Azucena- los estudiantes lo eligieron como mejor profesor 3 de los 4 años que lleva aquí.
-Gracias señora Muñoz-dijo el presidente y Azucena volvió a su asiento y yo le devuelvo el teléfono a la amdre de Ander.
Me acerco hasta Martín y le cuento mi plan al oído.
Martín se puso de pie y tomó la palabra.
-Señor presidente-dijo el profesor-si me permite ¿podría pedirle que tome su teléfono y verifique los mensajes? Por favor vea si tiene mensajes.
Lo mira con desconfianza, pero hace lo que le pide.
-Tengo tres nuevos mensajes-dijo el presidente.
-¿Puede leerlos en voz alta?-le pide Martín.
El hombre desbloquea su teléfono y lee los mensajes.
-El primero dice “tu cuerpo es mi debilidad”-dice el hombre-el segundo dice “seré tu cucharita”
Eso hace que algunos de los presentes larguen unas carcajadas.
-Y el ultimo dice “Las vice directoras son las mejores amantes”-dice el hombre y todos volvemos a reír.
Miro a Azucena y parece un poco incomoda.
-¿Podría oprimir devolver llamada?-pide Martín.
El hombre así lo hace y el teléfono de Azucena comienza a sonar frente a todos los divertidos presentes. Muy avergonzada Azucena apaga su teléfono.
-Creo-dijo Martín sonriendo-que podemos concluir que usted tiene un romance con la subdirectora Muñoz o que es extremadamente fácil crear mensajes de texto falsos.
Todos miran asombrados a Martín. El principal argumento de Cecilia acaba de ser derrumbado.
El tribunal se toma un cuarto intermedio y después de 45 minutos regresan para darnos a conocer su decisión.
-En vista de la falta de pruebas concluyentes-dijo el presidente-encontramos al profesor Lozano inocente de las acusaciones y puede seguir enseñando en Las Encinas como hasta ahora.
Muchos aplauden y felicitan a Martín y veo a Cecilia sonreír con amargura y bajar la mirada.
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Más tarde esa noche fui en mi automóvil hasta la casa de Martín. Toco el timbre y él abre la puerta y sonríe al verme.
-No pude felicitarte después de la audiencia y no quería hacerlo mañana en Las Encinas-le digo-así que preferí hacerlo aquí y ahora.
-Muchas gracias, Samuel-me dice-salvaste mi empleo y mi vida.
-No me debes agradecer-le respondo-no podía mantenerme indiferente ante una injusticia.
-¿Quieres quedarte a cenar?-me pregunta Martín-estoy haciendo pizza.
-Creo que puedo quedarme un momento-le digo.
Entro a casa de mi profesor y veo todo muy bien decorado. Tiene buen gusto. Además, estaba cocinando mientras escuchaba música. Me parece que es una banda conocida.
-¿Puedo pasar al baño?-le pregunto a Martín-me gustaría lavarme las manos.
-Claro-me responde-es por este pasillo, la última puerta.
Camino por el pasillo que me indicó hacia el baño cuando paso frente al dormitorio. Lo que veo ahí me deja estático como una estatua. Su cama no está hecha y puedo ver sus sabanas. Son negras, de seda.
Cecilia lo había dicho. Dijo que él tenía sabanas negras de seda…¿acaso a quien estoy escuchando es a Mick Jagger?
Debo salir de aquí inmediatamente. Voy hasta la puerta y me encuentro a Martín.
-¿Encontraste el baño?-me dice amablemente y yo deseo vomitar.
-Acabo de recordar que debo terminar una tarea para el periódico virtual del instituto para mañana-le miento-¿podemos dejar las pizzas para otro día?
-Está bien-me dice aun sonriendo y yo salgo de ahí.
Mierda. Mierda. Mierda.
Una idea se cruza por mi cabeza y llamo por teléfono a Ander. Necesito que me consiga la dirección de una ex estudiante de Las Encinas.
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Entre lo que creo de Martín y leer los expedientes médicos de Guzmán y de Abel Romano, no dormí nada bien anoche. Ahora estoy en Las Encinas en la sala de periodismo en una computadora haciendo una pequeña investigación.
¿La mejor forma de dejar de pensar si tu profesor favorito es un pedófilo? Investigar la enfermedad que hace que tu ex mejor amigo esté tomando una droga llamada oxacarbazepina. Es un anticonvulsivo usado para tratar la epilepsia tipo 4. Los síntomas incluyen violentos ataques de histeria que no pueden controlarse y van acompañados por desmayos y pérdidas totales de memoria…
Si esto se vincula a la muerte de Marina significa que…
-¿Qué haces?-me pregunta alguien frente a mí.
Al levantar la mirada veo a un Guzmán sonriente delante de mí. Rápidamente minimizo lo que estoy leyendo sobre el medicamento y la enfermedad y pongo otra cosa, por si se le ocurre mirar.
-Investigo sobre mi nombre-le digo sonriendo.
-¿Algo interesante?-me pregunta.
-Hay un Samuel García en Montevideo que tiene una cuenta en Only Fans-le digo bromeando y él ríe.
Lo cierto es que esto no tiene nada de gracioso.
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Ander me envió la dirección que le pedí y ahora estoy en ella. Toco el timbre y al abrirse la puerta sale una persona que conozco y que me mira con mucha confusión. Solo saca su cabeza, no el resto de su cuerpo.
-¿Samuel García?-pregunta una confundida Romina Torrejón, la mejor amiga de Cecilia que hace un tiempo no va a Las Encinas.
-La historia de Cecilia es cierta ¿no? -le pregunto-pero no le ocurrió a ella. Ella copió tu diario y mostró tu teléfono en la corte. Estabas con Martín la noche que ella ganó la competencia de Debate. RT eres tú. Romina Torrejón.
Ella parece rendida y finalmente saca el resto de su cuerpo de detrás de la puerta. Y lo primero que salta a la vista es el avanzado embarazo que lleva encima. Esto es peor de lo que yo pensaba.
-Mis padres están enfadados. No les dije quién era el padre-si lo hacía presentarían cargos por estupro y yo no quería eso.
Ella y Cecilia difundieron horribles chismes sobre Ari y sobre mí, pero en este momento no puedo odiarla.
-Hay algo que no entiendo-le digo-¿Por qué Cecilia contó tu historia como si fuera la de ella?
-Porque pensó que Martín hizo algo malo-me dice enfadada-cuando le dije que estaba embarazada me dio €500 y me dijo que “me encargara”. A Cecilia le enfureció que no hubiera consecuencias por lo que hizo y que yo tuviera que esconderme avergonzada. Me enfureció a mí también pero no puedo testificar. No soy tan valiente.
-No tienes idea por lo que Cecilia ha pasado-le cuento-la gente le hizo vivir un infierno y ella lo soportó.
Eso parece confundirla.
-Dijo que la mayoría la apoyaba-dice Romina.
-No lo hicieron-le digo, pero rápidamente me corrijo-no lo hicimos. Cecilia se sacrificó por ti.
Saco mi teléfono y se lo muestro.
-Una llamada y puedes hacer que valga la pena-le digo-tengo el número de Azucena.
Ella me mira por unos instantes y toma su vientre con sus manos. Luego me vuelve a mirar y agarra mi teléfono.
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Al día siguiente en Las Encinas me cruzo con Nano quien está junto a un pequeño niño que también lleva el uniforme de Las Encinas. Debe ser de primer o segundo año. El niño mira a Nano con autentico terror.
-Samu, este es Héctor-me dice mi amigo-este es Héctor, quien anda contándole a todos esa historia de que tiene pruebas que la marquesa saltó del puente.
-Hola, Héctor-le digo sonriendo-espero que no te moleste contar esa historia una vez más.
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Estamos en la sala de periodismo con Nano y Héctor esperando que llegue alguien más.
-¿Me llamaste?-dice Carla desde la puerta.
Ella entra y muestra su característica desconfianza frente a Nano y Héctor.
-Parece que Héctor tiene algo que mostrarnos-le digo y luego miro a Héctor-adelante.
Héctor ahora parece intimidado no solo por Nano sino por Carla y por mí también.
-Con mis amigos filmamos películas de acción amateur-nos cuenta-estábamos filmando cerca del puente. Hacemos una película llamada “Guerra en la playa”. Es sobre dos hermanos que…
-No me importa, al grano-le ordeno de mal humor.
El me mira nuevamente con miedo.
-Estábamos editándola y notamos algo-nos dice.
Saca un pendrive de su bolsillo y lo conecta a la computadora y comienza a reproducirse el video.
Como él dijo es una película amateur una no muy buena. Sus amigos tienen puestos unos falsos trajes militares y se disparan con armas de juguete y fingen recibir los disparos. Si algo es seguro, Francis Ford Coppola no se sentirá nervioso.
-¿Lo vieron?-dijo Héctor.
-Sí, la película es horrible ¿y? -dice Carla con impaciencia.
-Pásala cuadro por cuadro-le digo.
Héctor lo hace y lo señala con el dedo.
-Ahí-dice Héctor-miren en el costado derecho del puente.
Y lo hacemos. Carla, Nano y yo miramos de cerca y en un costado de la imagen se ve algo borroso que cae desde el puente hacia el agua, en una altura que mataría a cualquiera.
-Dios bendito-dice Nano claramente impresionado.
Miro a Carla y veo que su vulnerabilidad comienza a aflorar sobre su inexpresividad.
-La marca de la grabación es a las 4:37 pm-dice Héctor algo triste al ver a Carla-exactamente la hora en que supuestamente saltó.
Carla permanece en silencio.
-Será mejor que esta película nunca se publique-le digo seriamente a Héctor.
Nano golpea la espalda de Héctor “amistosamente”.
-No te preocupes por mi amigo Héctor-me dice Nano-él sabe qué si eso sucede, su última película será una de terror. ¿verdad? Vámonos.
Héctor y Nano se van y me quedo a solas con Carla. Creo que en los últimos días Carla me ha mostrado a mí, su enemigo, más vulnerabilidad que a su familia y amigos en toda su vida.
-Lo siento, Carla-le digo.
-Sí, yo también- dice ella con la voz quebrada y se va a toda prisa.
Estoy por ir detrás de ella cuando suena mi teléfono y veo que es el número del amigo de mi padre que trabaja en el banco. Rápidamente salgo corriendo detrás de Carla.
-¡Carla!-le grito.
Ella se da la vuelta y noto que estaba llorando.
-Carla espera-le digo-alguien acaba de usar la tarjeta de crédito de tu madre.
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Al día siguiente, en Las Encinas, todos sabían lo que Martín había hecho y porqué realmente Cecilia había hecho esa denuncia.
Esa mañana, en la clase de Historia apareció Azucena.
-Buenos días-dijo la subdirectora-el profesor Martín presentó su renuncia esta mañana, por lo que yo daré esta clase hasta que se seleccione un sustituto.
Todos susurran sobre el asunto. Cecilia junto a mi sonríe, victoriosa de que por fin funcionara el sacrificio que hizo por su amiga.
Cuando Azucena iba a comenzar a dar la clase, entró Martín. Todos guardaron silencio y la tensión podía cortarse con un cuchillo.
Martín miraba a todos con odio. Tomo una caja con sus cosas y se dispuso a marcharse. Nos miró a Cecilia y a mí en particular, pero finalmente se marchó.
Azucena comendo a dictar la clase, en un intento que no sigamos hablando de Martín. Cecilia me miró, unos asientos más allá, y me sonrió. Yo le devolví la sonrisa.
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En Investigaciones García acomodaba unos archivos antes de marcharme. En ese momento llegó papá. Al entrar me sonríe. Es bueno ver que me sonría después de estos días tan
tensos entre nosotros.
-Martín renunció hoy-le digo.
-Samu, si estuviera en problemas, te querría de mi lado-me dice papá.
-Ahí es donde estaré-le digo sonriendo-llegaré a la hora de cenar. Tus mensajes están en tu escritorio.
Me marcho a hacer algo de verdad deseo hacer.
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El guardia me abre la puerta para que yo pudiera pasar. Escucho mis pasos aislados, lo que le da un toque macabro a estar en este lugar.
La última vez que estuve en este lugar fue para obtener información, pero todo salió mal. Terminé llorando cuando ese hombre me obligó a enfrentarme al hecho que Benjamín Blanco pueda ser mi padre. Hoy todo terminará de un modo diferente. Me encargaré que así sea.
Me siento en la silla y del otro lado del vidrio que nos separa se sienta Abel Romano, con su traje de presidiario. Me mira y sonríe y toma el teléfono. Yo lo imito.
-Entonces, -dice él con una petulante sonrisa-¿Qué te gustaría saber ahora Samuel García Domínguez, periodista intrépido?
La burla en su tono no me importa.
-Nada-le respondo-Esta vez quiero que tú sepas lo que yo sé.
Levanto el expediente médico de Abel Romano y se lo muestro a través del vidrio. Él mira con curiosidad la carpeta, como si realmente no entendiera de qué se trataba.
-Estás muriendo, Abel. Tienes cáncer de estómago-le digo sonriendo-Lo sabías cuando confesaste. Tú no mataste a Marina Nunier. Sólo eres el testaferro de alguien más.
Su cara se desencaja de la sorpresa y el medio. No sabe qué responderme. Sabe que está destruido. Lo logré.
-Guardia-digo al hombre que me custodiaba.
Me abrió la puerta y me marché.
