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Capítulo 106: Theo ocupa vacaciones de sus vacaciones.
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Theo recuerda un momento de su vida donde todo era fácil, probablemente antes de su tercer año, antes que Draco volviera de su segundo año en América y que seguir siendo su amigo lo metiera en más problemas que cosas buenas.
Extraña mucho ser amigo de este como Pansy y Blaise, estando dentro, pero no tan adentro.
Su vida fue fácil.
Que nostalgia.
Porque después de dejar la estación de paso, la siguiente semana que siguió fue…cansada.
¿Por dónde empezar?
Por Grover, Meg y Lester, por quiénes si no.
Theo piensa que tal vez debió quedarse con Lavender, lo había pensado, su amiga lo necesitaba, pero al mismo tiempo sabe que aunque no sea tan fuerte como ella, Lester y Meg probablemente lo ocupen más.
La visión de Lavender usando la magia de forma tan vida, aun esta gravada en su mente.
Draco había hecho lo mismo.
¿Evolución?
No esta seguro.
Se pregunta si toda unión de dos panteones puede hacer eso. Tal vez es simplemente el resultado final de tantas luchas y que eventualmente los guio a ser algo diferente. Lavender y Draco han estado siempre bajo presión y se han enfrentado a más enemigos que el mismo Theo.
Así que entiende porque se queda atrás.
Incluso sin en algún momento pensó que con su nueva varita habría tomado ventaja, se dio cuenta que no. Draco literalmente tiene la maldición de Aquiles aun con él y los poderes de su padre del olimpo cada vez más a su alcance, Lavender había aprendido a controlar la magia oscura y usarla a su voluntad, bueno, tal vez no tanto a su voluntad.
Esta trabajando en eso.
Pero no ocupaba varita como antes.
La magia era pura en su cuerpo, la rodeaba, la amaba, con una intensidad que no había visto en ningún mago. Puede que no superara a personajes como Voldemort o Dumbledore (quienes sus años de magia sin duda pesaban), pero algo que ellos no hicieron, Lavender lograba a dominarlo que era la magia sin varita de una forma tan pura.
Theo hasta ahora no había logrado nada.
Tal vez por eso decidió seguir la misión, ese deseo de poder encontrar algo más, intentar encontrar un lugar entre sus amigos.
No tiene idea.
Solo sabe que ahora habían recorrido el Laberinto durante dos días, habían cruzado fosos de tinieblas y rodeado lagos de veneno, habían atravesado ruinosos grandes almacenes en los que solo había tiendas de Halloween de rebajas y sospechosos bufets libres de comida china.
El Laberinto podía ser un sitio desconcertante. Como una red de capilares bajo la piel del mundo de los mortales, conectaba sótanos, cloacas y túneles olvidados de todos los rincones del mundo sin respetar las leyes del tiempo y el espacio. Uno podía entrar en el Laberinto por una alcantarilla de Roma, andar tres metros, abrir una puerta y encontrarse en un campo de entrenamiento para payasos en Buffalo, Minnesota.
Y si.
Les había pasado.
Theo habría preferido evitar el Laberinto. Lamentablemente, la profecía que había recibido Lester en Indiana era muy concreta: «Por laberintos oscuros hasta tierras de muerte que abrasa». ¡Qué divertido! «Solo el guía ungulado sabe cómo no perderse.» Sin embargo, no parecía que el guía ungulado, el sátiro Grover Underwood, supiera el camino.
—Te has perdido —dijo Lester por cuadragésima vez.
Ya comenzaba a notarse el pánico en su voz.
—¡No me he perdido! —protestó él.
Avanzaba trotando con sus vaqueros holgados y su camiseta verde desteñida, bamboleando las pezuñas en sus New Balance 520 especialmente modificadas. Llevaba el cabello rizado tapado con un gorro de punto rojo. Por qué creía que ese disfraz le ayudaba a hacerse pasar por humano era algo que se me escapaba. Se le veían claramente los bultos de los cuernos debajo del gorro.
Las zapatillas se le escapaban de las pezuñas varias veces al día, y me estaba hartando de hacer de recogezapatos.
Se detuvo en un cruce del pasillo. A cada lado, unos muros de piedra toscamente tallados se perdían en la oscuridad. Grover se tiró de la perilla rala.
—¿Y bien? —preguntó Meg.
Grover se estremeció. Había llegado a temer la desaprobación de nuestra amiga.
No es que Meg McCaffrey tuviera un aspecto aterrador. Era menuda para su edad y llevaba ropa de los colores de un semáforo —vestido verde, mallas amarillas, zapatillas de caña alta rojas — raída y sucia de arrastrarnos por túneles estrechos. Su pelo moreno cortado a lo paje estaba lleno de telarañas. Los cristales de sus gafas con montura de ojos de gato se encontraban tan sucios que no sabía cómo podía ver. En conjunto, parecía una niña de párvulos que había sobrevivido a una encarnizada reyerta en el patio por la posesión de un columpio.
Grover señaló el túnel de la derecha.
—Estoy... estoy convencido de que Palm Springs está en esa dirección—
—¿Convencido? —preguntó ella—. ¿Como la última vez, cuando nos metimos en unos servicios y pillamos a un cíclope en el váter? —
—¡Eso no fue culpa mía! —protestó él—. Además, en esta dirección huele bien. A... cactus—
Meg olfateó el aire.
—Yo no huelo a cactus—
—Meg —dijo Lester cansado—, se supone que Grover es nuestro guía. No nos queda más remedio que fiarnos de él—
—Gracias por el voto de confianza —contestó él resoplando—. ¡Os recuerdo que yo no pedí que me trajesen por arte de magia de la otra punta del país ni despertarme en un huerto de tomates en una azotea de Indianápolis! —
Valientes palabras, aunque no apartaba la vista de los anillos que Meg llevaba en el dedo corazón de cada mano, temiendo tal vez que invocase sus cimitarras doradas y lo convirtiese en tajadas de cabrito asado.
Desde que se había enterado de que era hija de Deméter, la diosa de los cultivos, Grover Underwood se había comportado como si Meg le intimidase más que yo, una antigua deidad del Olimpo. La vida no era justa.
—Está bien —dijo ella, limpiándose la nariz—. Es que no pensaba que nos pasaríamos dos días vagando por aquí. La luna nueva es... —
—Dentro de tres días —la interrumpió Theo cansado—. Ya lo sabemos—
Todos ya lo sabían.
Mientras viajaban hacia el sur en busca del siguiente Oráculo, su amigo Leo Valdez pilotaba desesperadamente su dragón de bronce hacia el Campamento Júpiter, el campo de entrenamiento de semidioses romanos en el norte de California, con la esperanza de prevenirlos del fuego, la muerte y la destrucción que supuestamente les esperaba en la luna nueva.
Lavender estaba en la estación de paso.
Esperaba que estuviera bien.
Tenía que estarlo.
—Tenemos que confiar en que Leo y los romanos puedan ocuparse de lo que ocurra en el norte. Nosotros ya tenemos nuestra misión— la voz de Lester intentaba ser suave.
—Y fuego de sobra. —Grover suspiró.
—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Meg.
El sátiro siguió mostrándose evasivo, como había hecho los dos últimos días.
—Es mejor no hablar de eso... aquí—
Miró a su alrededor con nerviosismo como si las paredes oyesen, una posibilidad nada desdeñable. El Laberinto era una estructura viva. A juzgar por los olores que emanaban de algunos pasillos, estaban convencidos de que como mínimo tenía intestino grueso.
Grover se rascó las costillas.
—Intentaré que lleguemos rápido, chicos —prometió—. Pero el Laberinto tiene voluntad propia. La última vez que estuve aquí con Percy... —
Adoptó una expresión nostálgica, como solía ocurrirle cuando se refería a sus viejas aventuras con su mejor amigo, Percy Jackson. Lo comprendían perfectamente. Percy era un semidiós de los que convenía tener cerca. Lamentablemente, no era tan fácil de invocar desde un huerto de tomates como su guía sátiro.
Según comento Grover la ultima vez que lo vio, Percy estaba en una misión con Draco y Annabeth, algo sobre volverse jóvenes y un Draco intentando ahorcar a la diosa de la juventud.
Aunque nadie sabía que pasaba.
Ellos se estaban moviendo en su propia misión.
Cambiaria esta misión por la de Draco sin dudarlo.
Lester puso la mano en el hombro de Grover.
—Sabemos que lo estás haciendo lo mejor que puedes. Sigamos adelante. Y de paso que olfateas cactus, si pudieras estar atento por si hueles algo para desayunar (café y cronuts con sirope de arce y limón, por ejemplo), sería estupendo—
Siguieron a su guía por el túnel de la derecha.
Pronto el pasadizo se estrechó y les obligó a agacharnos y a andar como patos en fila india.
Lester se quedo en el medio, Theo vio mal al joven que claramente era un cobarde, mientras seguía a Grover, Meg iba detrás de ellos. A pesar de todo lo vivido, la verdad es que Draco aun no le tenía mucha confianza, después de irse.
Tenía que confiar en ella.
Eventualmente son un equipo, es mejor si confían entre ellos.
Aun así.
No gracias.
Avanzaron sigilosamente por el pasillo.
Grover se detuvo en otro cruce.
Olfateó hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Le tembló la nariz como a un conejo que acaba de oler a un perro.
De repente gritó: «¡Atrás!», y retrocedió. El pasillo era tan estrecho que cayó sobre el regazo de Theo, quien cayo sobre Lester que se había vuelto rojo tomate en su rostro congelado y esto lo hizo caer sobre el regazo de Meg, que se sentó de golpe lanzando un gruñido de sorpresa.
Toda la humedad del aire fue absorbida. Le invadió un olor acre —como a alquitrán reciente de una carretera de Arizona— y, ante ellos, a través del pasillo, rugió una cortina de fuego amarillo, una oleada de calor puro que cesó con la misma rapidez con que había empezado.
Le crepitaban los oídos... posiblemente porque la sangre le hervía en la cabeza. Tenía la boca tan seca que me era imposible tragar. Theo no sabía si solo él temblaba sin poder controlarse o si temblaban los 4.
—¿Qué-qué ha sido eso? —pregunto Lester nervioso abrazándose a su espalda asustado.
El gorro rojo de Grover echaba humo. Olía a pelo de cabra quemado.
—Eso —dijo débilmente— quiere decir que nos estamos acercando. Tenemos que darnos prisa—
—Como yo he estado diciéndoos —masculló Meg—. Venga, quita. —le dio un rodillazo en el trasero a Lester.
Este lucia incomodo sin poder verlo de reojo, Theo lo ignoro para ponerse de pie confundido y observando de reojo todo el lugar.
El pasillo que se extendía ante ellos se había vuelto oscuro y silencioso, como si no se tratase de un conducto para el fuego del infierno.
—Tendremos que ir por la izquierda —decidió Grover.
—Ejem —dijo Lester—, la izquierda es por donde ha venido el fuego—
—También es el camino más rápido—
—¿Qué tal si damos marcha atrás? —propuso Meg.
—Estamos cerca, chicos —insistió Grover—. Lo noto. Pero hemos entrado en su parte del Laberinto. Si no nos damos prisa... —
—¡Scriii! —
El ruido vino del pasillo de detrás de ellos.
Como una puerta metálica.
La expresión de la cara de Grover fue de pánico puro.
—¡¡¡Scriii!!! —Este segundo grito sonó mucho más airado, y mucho más cerca.
Mala señal.
—Corred —dijo Theo viendo a Grover.
—Corred —convino Grover.
Enfilaron a toda velocidad el túnel de la izquierda. Lo único bueno fue que era un poco más grande, cosa que les ofreció más espacio para moverse. En la siguiente encrucijada, giraron otra vez a la izquierda y luego torcieron a la derecha. Saltaron por encima de un foso, subieron por una escalera y corrieron por otro pasillo, pero no parecía que la criatura de detrás tuviese problemas para seguir su olor.
—¡¡¡Scriii!!! —gritó en la oscuridad.
¿Un ave?
Theo no podía más que correr y no preguntar mucho.
Fueron a dar a una cámara circular que parecía el fondo de un pozo gigante. Una estrecha rampa subía en espiral por el áspero muro de ladrillo. Lo que podía haber en lo alto era un enigma para Theo.
No habían más salidas.
—¡¡¡Scriii!!! —
El grito le hizo daño en los huesos del oído medio. Un aleteo resonó en el pasillo detrás de ellos... ¿o estaban oyendo a más de un pájaro? ¿Viajaban esos bichos en bandada?
—Y ahora, ¿qué? —preguntó Meg—. ¿Arriba? —
Grover contempló la penumbra de arriba, boquiabierto.
—No tiene sentido. Esto no debería estar aquí—
—¡Grover! —gritó ella—. ¿Arriba, sí o no? —
—¡Sí, arriba! —chilló él—. ¡Vamos arriba! —
—No —repuso Lester incomodo sujetando su nuca—. No lo conseguiremos. Tenemos que bloquear el pasillo—
Meg frunció el ceño.
—Pero...
—¡Plantas mágicas! —grito Theo rápidamente alterado—. ¡Deprisa! —
Lo bueno de Meg es que si necesitas plantas mágicas por arte de magia, es la persona indicada. Metió las manos en los bolsillos de su cinturón de jardinería, abrió un sobre de semillas desgarrándolo y las lanzó al túnel.
Grover sacó de repente su zampoña. Tocó una animada melodía para estimular el crecimiento mientras Meg se arrodillaba ante las semillas, con la cara arrugada de la concentración. Juntos, el señor de la naturaleza y la hija de Deméter formaban un superdúo de jardineros. Las semillas se convirtieron en tomateras. Sus tallos crecieron y se entrelazaron a través de la boca del túnel. Las hojas se abrieron a velocidad ultrarrápida. Los tomates se hincharon y se transformaron en frutos rojos del tamaño de puños. El túnel estaba casi bloqueado cuando una figura oscura con plumas atravesó súbitamente un hueco de la red.
Ok.
Theo tiene que admitirlo.
Eso había sido genial.
La criatura se puso a dar vueltas por la estancia chillando triunfalmente, y acto seguido se posó en la rampa en espiral a tres metros por encima de ellos, mirando con unos ojos redondos y dorados como faros.
¿Una especie de lechuza?
No, era el doble de grande que los especímenes más voluminosos de Atenea.
Su plumaje desprendía un brillo negro obsidiana. Levantó una pata roja curtida, abrió su pico dorado y, empleando su gruesa lengua negra, se lamió la sangre de las garras: Theo vio de reojo a Lester tocar su mejilla que parecía haber sido de donde saco la sangre, aunque la herida no era muy grande.
Lester de repente.
Se derrumbo.
Theo maldijo sosteniéndolo apenas con sus brazos, Lester parecía pálido, como si no pudiera ver bien y sus piernas no tenían fuerzas para contenerlo sobre el suelo.
Meg apareció a su lado con las cimitarras destellando en las manos y los ojos clavados en el enorme pájaro oscuro situado encima de nosotros.
—¿Estás bien, Apolo? —
—Una estrige —dijo apenas pidiendo hablar l—.Ese bicho es una estrige—
¿Estrige?
Theo intento recordar que sabía de esa criatura.
Las estriges son aves de mal agüero; cuando aparecen, ocurren cosas malas. Suelen alimentarse de personas jóvenes y débiles, como bebés y ancianos. Se reproducen en las zonas altas del Tártaro y no son buenas mascotas. Si una estrige muere, aparecen más. Se activan aproximadamente una hora después del anochecer, ya que la luz solar puede causar su muerte.
Oh mierda.
Mala señal.
—¿Cómo lo matamos? —preguntó ella, siempre centrada en los aspectos prácticos.
Lester toco los cortes de la cara.
Sus manos temblaban mucho.
Maldición.
—Bueno, matarlo podría ser un problema—dice con poca fuerza.
Theo quiere darle una cachetada para que reaccione.
Grover chilló mientras las estriges del exterior gritaban y embestían contra las tomateras.
—Hay seis o siete más que intentan entrar, chicos. Las tomateras no van a aguantar—
—Contéstame ahora mismo, Apolo —me ordenó Meg—. ¿Qué tengo que hacer? —
Lester parece muy mareado, por la manera en que apenas puede mantener su cabeza erguida.
—S-si matas al pájaro, caerá una maldición sobre ti —dice finalmente.
—¿Y si no lo mato? —preguntó ella.
—Oh, entonces te destripará, se beberá tu sangre y se comerá tu carne. —sonreía como si estuviera drogado, mala señal—. Y tampoco dejes que una estrige te arañe. ¡Te paralizará! —
A modo de demostración, se cayo finalmente sobre sus brazos.
Oh vaya dios inútil se fueron a topar.
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Theo le entrega a Grover a Lester cual maleta que arrojan a su espalda, este se queja, pero Theo levanta su varita con un poco de preocupación.
Draco podría hacer algo mejor.
Incluso Lavender ahora.
No.
No tiene tiempo para subestimarse.
—¡Alto! —gritó Grover—. ¡Venimos en son de paz! —
El pájaro no se dejó impresionar. Atacó, y si no le dio al sátiro en la cara, fue porque Meg la emprendió a estocadas con la criatura. La estrige giró bruscamente, pirueteó entre las cimitarras y se posó en la rampa un poco más arriba.
—¡¡¡Scriii!!! —gritó, erizando las plumas.
—¿Cómo que tienes que matarnos? —preguntó Grover.
Meg frunció el entrecejo, Theo a veces olvidaba que podía hablar con animales.
—¿Puedes hablar con ella? —pregunta Meg que no sabe del tema.
—Pues sí —contestó el sátiro—. Es un animal—
—¿Por qué no nos has explicado hasta ahora qué estaba gritando? —inquirió Meg.
—¡Porque antes solo chillaba «scriii»! —explicó él—. Ahora dice «scriii» en plan «Tengo que mataros—
Oh.
Tiene un propósito.
Ellos claramente.
¿Por qué?
—¿Qué tal si le preguntas a la estrige por qué tiene que matarnos? —propuso Lester de forma drogada, parecía consciente, pero sin poder moverse.
—¡Scriii! —dijo Grover.
El pájaro contestó con una serie de graznidos y chasquidos.
Mientras tanto, en el pasillo, las otras estriges chillaban y aporreaban la red de tomateras. Empezaron a asomar garras negras y picos dorados que convirtieron los tomates en salsa pico de gallo.
No soportaría mucho.
Grover se retorció las manos.
—La estrige dice que la han enviado para que se beba nuestra sangre, se coma nuestra carne y nos destripe, aunque no necesariamente en ese orden. Dice que lo siente, pero que es una orden directa del emperador—
—Malditos emperadores —farfulló Meg—. ¿Cuál de ellos? —
—No lo sé —contestó Grover—. La estrige lo llama Scriii—
—¿Puedes traducir «destripar» —observó ella—, pero no puedes traducir el nombre del emperador? —
Theo no quiere darle la razón a Meg.
Pero tiene razón.
Solamente que en lugar de decirlo en voz alta, se guarda el pensamiento para él.
La estrige se abalanzó sobre Meg, que se hizo a un lado, golpeó al pájaro en las plumas de la cola con la cara de la cuchilla cuando la criatura pasó a toda velocidad y lanzó a la desdichada ave contra la pared de enfrente, donde se dio de cabeza contra los ladrillos y estalló en una nube de polvo de monstruo y plumas.
—¡Meg! —grité—. ¡Te dije que no la matases! ¡Te caerá una maldición! —
—No la he matado. Se ha suicidado contra la pared—
—No creo que las Moiras piensen lo mismo—
—Pues no se lo digamos—
—¿Chicos? —Grover señaló las tomateras, que estaban menguando rápidamente atacadas por garras y picos—. Ya que no podemos matar a las estriges, tal vez deberíamos reforzar esa barrera—
Levantó la zampoña y tocó. Meg transformó sus espadas en anillos y estiró las manos hacia las tomateras. Los tallos se volvieron más gruesos, y las raíces lucharon por afianzarse en el suelo de piedra, pero era una batalla perdida. Al otro lado ahora había demasiadas estriges que golpeaban y atravesaban los nuevos brotes en cuanto aparecían.
Theo pensó en algún hechizo que pudiera ayudarlo, pero maldita sea que Herbología nunca fue su fuerte.
Intento lanzar un hechizo de congelación, pero Meg lo detuvo sujetando su muñeca y frunciendo el ceño.
Vale.
Hielo y plantas no funcionan juntas.
—Es inútil. —Meg retrocedió dando traspiés, con la cara salpicada de gotas de sudor—. Poco podemos hacer sin tierra ni sol—
—Tienes razón. —Grover miró por encima de ellos y siguió con la vista la rampa en espiral hasta la oscuridad—. Ya casi estamos. Si conseguimos llegar a lo alto antes de que las estriges pasen... —
—Pues subiremos —anunció Meg.
—¿Hola? —dijo Lester tristemente—. Aquí, un exdios paralizado—
Grover miró a Meg haciendo una mueca.
—¿Cinta americana? —
—Cinta americana —convino ella.
Theo se acerco para ayudar a Lester a sentarse contra la espalda de Grover (no había mucho espacio disponible), quien le dio una mirada agradecida de no estar arrojado de lado.
Meg sacó un rollo de un bolsillo de su cinturón y acto seguido procedió a pasarles la cinta por debajo de las axilas y a atarlo al sátiro como si fuera una mochila. Grover se levantó tambaleándose con la ayuda de Meg y zarandeó a Lester.
Bueno.
Eso era una idea…innovadora.
—Ejem, ¿Grover? —dijo Lester tenso—. ¿Tendrás fuerzas suficientes para llevarme hasta arriba? —
—Los sátiros somos muy buenos escaladores —contestó resollando.
Empezó a subir por la estrecha rampa, con Lester cual mochila. Meg les siguió volviendo la vista de vez en cuando hacia las tomateras, que se iban rompiendo rápidamente.
Theo fue el ultimo en ir.
—Apolo, háblame de las estriges —le pidió Meg alterada.
Lester parecía tener dificultades para pensar.
Ya saben.
Estaba paralizado de cierta manera.
Y era humano.
Débil y patético humano.
—Son... son pájaros de mal agüero —dijo—. Cuando aparecen, pasan cosas malas—
—No me digas —comentó ella—. ¿Qué más? —
—Ejem, normalmente se alimentan de los jóvenes y los débiles. Bebés, ancianos, dioses paralizados...; esa clase de gente. Se crían en los confines del Tártaro. Solo es una suposición, pero estoy seguro de que no son buenas mascotas—
—¿Cómo las espantamos? —preguntó—. Si no podemos matarlas, ¿cómo las detenemos? —
—No lo sé—
Meg suspiró decepcionada.
—Habla con la Flecha de Dodona. A ver si sabe algo. Yo intentaré ganar algo de tiempo—
Bajó corriendo por la rampa pasando por su lado y aunque Theo piensa que podría ir ayudarle, duda un poco.
¿Es suficiente?
Niega con la cabeza, no es tiempo para pensar en eso, Meg es fuerte, ella puede defenderse, Grover y Lester ahora ocupan su protección.
—Hola, sabia y poderosa flecha —dijo Lester antes de hacer una mueca al escuchar su voz en su mente.—Han pasado cuarenta y ocho horas —contesto a la pregunta que le hizo.
—Esto es tan raro—susurra Theo para Grover que se encoge de hombros.
—Una vez vi a Percy y Draco probar su vinculo cuando aun existía, créeme, ellos eran más raros que Lester y su flecha—
—Touche—
Ambos ignoraron la discusión aparentemente unilateral de Lester y la flecha.
Grover cargó valientemente con Lester por la rampa. Resoplaba y jadeaba mientras se tambaleaba peligrosamente cerca del borde. El suelo de la sala estaba ahora a quince metros por debajo de ellos; lo bastante lejos como para sufrir una caída letal.
Theo veía a Meg paseándose abajo, murmurando para sí y abriendo más sobres de semillas.
Arriba, parecía que la rampa no se acabase nunca. Fuera lo que fuese lo que les aguardaba al final, suponiendo que tuviese un final, permanecía en la oscuridad.
—Una vez más, tu sabiduría ilumina las tinieblas —dijo Lester cansado—Ya, ya. ¿Qué más? —
—¿Qué dice? —preguntó Grover entre jadeo y jadeo.
—Todavía está buscando en Google —le dijo al sátiro—. Tal vez, oh, flecha, podrías hacer la búsqueda «estrige más vencer».—luego de unas palabras en su mente salto—Grover —grité por encima del hombro—, ¿por casualidad tienes vísceras de cerdo? —
—¿Qué? —El sátiro se volvió—. ¿Por qué iba a llevar vísceras de cerdo? ¡Soy vegetariano! —
Meg subió con dificultad por la rampa para reunirse con nosotros.
—Los pájaros casi han pasado —informó—. He probado con distintas plantas. He intentado invocar a Melocotones... —Se le quebró la voz de desesperación.
Ah
Hasta ahora no habían visto a esa interesante criatura.
Theo le da pena Meg, pero realmente no extraña a la criatura.
—¿Qué más, Flecha de Dodona? —grito Lester—. ¡Tiene que haber algo aparte de intestinos de cerdo para acorralar a las estriges! —luego se congelo —¿Que mi moño qué? —pregunto.
Demasiado tarde.
Debajo de ellos, las estriges atravesaron la barricada de tomates lanzando gritos sanguinarios y entraron en tropel en la estancia.
Vaya forma de morir.
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—¡Por ahí vienen! —chilló Meg.
Grover apretó el paso y mostró una fuerza heroica subiendo por la rampa mientras cargaba con el cuerpo de Lester fofo pegado con cinta americana a su espalda.
Al volver para mirar hacia atrás, se podía ver perfectamente a las estriges que salían de entre las sombras, con sus ojos amarillos brillantes como monedas en una fuente turbia. ¿Había una docena? ¿Más? Considerando los problemas que habían tenido con una sola estrige, no le gustaban nuestras posibilidades de éxito frente a una bandada entera, sobre todo porque ahora estaban alineados como blancos suculentos en una cornisa estrecha y resbaladiza.
—¡Madroños! —grito Lester—. La flecha ha dicho que los madroños repelen a las estriges—
—Es una planta. —Grover respiró entrecortadamente—. Creo que una vez conocí a un madroño—
—Flecha —dijo Lester con nervios—, ¿qué es un madroño? —
Indignado, volvió a meter la flecha en el carcaj.
Claramente no le respondió.
Theo sentía que había escuchado esa palabra.
Era difícil pensar con esfinges.
La varita en la mano de Theo se sintió pesada, en el pasado Dumbledore fue quien empuño esta varita ys e había enfrentado varias veces al señor oscuro.
Pero Theo no podía ni deshacerse de estos monstruos de cuarta.
—Cúbreme, Apolo. —Meg le puso una de sus espadas en la mano y empezó a rebuscar en su cinturón de jardinería, mirando nerviosa a las estriges que subían.
Tanto Grover como Theo compartieron una mirada.
Puede que Lester fuera técnicamente Apolo.
Pero ahora no.
Darle una espada era una mala idea.
—¡Grover! —chilló Meg—. ¿Podemos saber qué clase de planta es el madroño?
Abrió un sobre al azar rasgándolo y lanzó las semillas que contenía al vacío. Los granos estallaron como palomitas de maíz y formaron unos boniatos del tamaño de granadas con frondosos tallos verdes. Los boniatos cayeron entre la bandada de estriges, impactaron a unas cuantas y les arrancaron graznidos de sorpresa, pero los pájaros siguieron viniendo.
—Eso son tubérculos —dijo Grover resollando—. Creo que el madroño es una planta con frutos—
Meg abrió otro sobre de semillas y lanzó a las estriges una explosión de arbustos salpicados de frutas verdes. Los pájaros se limitaron a esquivarlos virando.
—¿Uvas? —preguntó Grover.
—Grosellas —lo corrigió Meg.
—¿Estás segura? —inquirió el sátiro—. La forma de las hojas... —
—¡Grover! —le espeté—. Ciñámonos a la botánica militar. ¿Qué es...? ¡La cabeza! —
Theo tomo la varita en su mano con duda.
No tenía tiempo para esta clase de discusiones de plantas, ya le habían dicho que no lo hiciera, pero eso fue antes que tuvieran una gran cantidad de esfinges listos para matarlos. Levanto la varita, bueno, técnicamente apunto hacía abajo, así que no era levantar.
Eso no importa.
Lanzo el hechizo de hielo de Glacius, gimoteo porque la varita absorbió demasiado de su fuerza vital, anteriormente no era así. La varita simplemente era poderosa, cualquier persona con un poco cantidad de energía mágica en el cuerpo, podría lanzar hechizos potenciados sin dificultad.
Así que si tomo parte de su energía.
Y aun así se sintió agotado.
Si.
Esto iba ser peligroso.
El laberinto mismo rugió, cuando todas las paredes debajo de ellos se congelaron, picos apareciendo de entre ellos creando una telaraña de hielo puntiagudos que habían retenido y congelado al mismo tiempo a las criaturas que los atormentaban. No las habían asesinado, pero si contenido por un poco de tiempo. Jadeo en busca de aire al sentir una especie de retroceso.
Como si su propio interior se congelara por su hechizo.
Dolió.
Mucho.
—Las plantas—se queja Meg viéndolo con molestia, pero Grover aunque tampoco parece feliz acelera el paso.
Las estrige parecían gruñir intentando escapar.
Ocupaban moverse rápido.
Theo lo hizo con un mareo en su cabeza.
Vaya hijo de Trivia resulto ser.
—Nos ha librado de los pájaros. —gruñe Lester como apoyo.
—¿Estás paralizada? —pregunto Theo que había visto a las aves acercarse antes de usar el hechizo.
Fue lento, piensa con amargura cuando ve a Meg.
—Sí —murmuró Meg a regañadientes—. De cintura para abajo—
Grover se movió incomodo, no solo él, todos ellos estaban de repente temblando un poco por el hielo que cubría desde la posición donde vinieron, hasta las zonas frente a ellos.
La magia fue poderosa.
No pudo controlarla.
Eso era un problema.
—Yo estoy bien, pero me encuentro agotado. Los pájaros se liberaran, y ya no puedo subirte por la rampa—dice este quien apenas se resbala levemente.
—¿Puede soltarme alguien? —pregunto Lester quien parecía mover un poco los pies—. Creo que se me está pasando el efecto del veneno—
Sin abandonar su posición horizontal, Meg utilizó una cimitarra para liberarle de la cinta americana. Debajo de ellos, los graznidos de los pájaros de mal agüero aumentaron de volumen. No tardarían en volver más furiosos que nunca.
A unos quince metros por encima de ellos, apenas visible a la tenue luz de las espadas de Meg, la rampa terminaba en un techo de ladrillo abovedado.
—Adiós, salida —dijo Grover—. Estaba convencido... Este hueco se parece mucho a... —
Movió la cabeza como si no soportase contarles lo que esperaba encontrar.
—No pienso morir aquí —masculló Meg.
Su apariencia decía lo contrario. Le sangraban los nudillos y tenía las rodillas despellejadas, sus ojos relucían de forma desafiante.
Rebuscó entre sus sobres de semillas, mirando las etiquetas con los ojos entornados.
—Rosas, narcisos, calabazas, zanahorias... —
—No... —Grover se golpeó la frente con el puño—. Debido al hielo no funcionara—
Ambos voltean a verlo y Theo chasquea la lengua sin darle importancia, les había detenido por ahora, aunque dudaba que fuera para siempre.
Meg seguía revolviendo sobres de semillas.
—Nabos suecos, glicinas, espinos de fuego, fresas... —
—¡Fresas! —Grover chilló tan fuerte que pensé que quería lanzar otro grito de Pánico—. ¡Eso es! ¡El madroño también se llama árbol de fresas! —
Meg frunció el entrecejo.
—Las fresas no crecen en árboles. Son del género Fragaria y pertenecen a la familia de las rosas—
—¡Sí, sí, ya lo sé! —Grover giró las manos como si las palabras no le salieran lo bastante rápido—. Y el madroño pertenece a la familia del brezo, pero... —
—¿De qué estáis hablando? —inquirió Lester curioso—. Estamos a punto de morir, ¿y os ponéis a debatir sobre géneros de plantas? —
—¡Puede que la Fragaria sirva! —insistió Grover—. El fruto del madroño se parece a la fresa. Por eso a veces lo llaman árbol de fresas. Una vez conocí a una dríade del madroño. Tuvimos una buena discusión sobre el tema. Además, estoy especializado en el cultivo de fresas. ¡Todos los sátiros del Campamento Mestizo estamos especializados en ese campo! —
Meg miró su sobre de semillas de fresa muy poco convencida.
—No sé, dudo que funcione con todo este hielo—
Debajo de ellos, una docena de estriges salieron repentinamente de la boca del túnel pasando las zonas de hielo chillando en un coro de furia predestripadora.
—¡Prueba con Fraggle Rock! —grito Lester.
—Fragaria —me corrigió Meg.
—¡¡¡Como se llame!!! —
En lugar de lanzar las semillas de fresa al vacío, abrió el sobre, las sacudió y fue distribuyéndolas a lo largo del borde de la rampa con una lentitud exasperante, entre el hielo con dificultad.
—Deprisa. —Busco Lester alarmado—. Tenemos unos treinta segundos—
—Un momento. —Meg extrajo las últimas semillas dando golpecitos.
—¡Quince segundos! —
—Espera. —Tiró el sobre. Colocó las manos sobre las semillas como si fuera a tocar un piano.
—Vale —dijo—. Ahora—
Grover levantó su zampoña y empezó a tocar una versión frenética de «Strawberry Fields Forever» en compás ternario. Lester se olvido del arco, cogí el ukelele y se puso a acompañarlo.
Theo levanto la varita.
El hielo no había detenido a las criaturas, pero tal vez si explotaba todo a su alrededor…también podrían morir si lo hizo mal.
Tendría que averiguarlo.
Seria el plan B.
Justo cuando la avalancha de estriges estaba a punto de atacar, las semillas explotaron como una serie de fuegos artificiales con picos de hielo. Unas serpentinas verdes describieron un arco a través del vacío, se engancharon a la pared del fondo y formaron una hilera con escarcha del hielo. Las estriges podrían haber volado fácilmente a través de los huecos, pero se volvieron locas, viraron con brusquedad para evitar las plantas y chocaron unas con otras en el aire.
Mientras tanto, las enredaderas se volvieron más tupidas, salieron hojas, brotaron flores y las fresas maduraron e inundaron el aire de su dulce fragancia. La cámara retumbó. En las zonas donde las fresas tocaron la piedra en medio del hielo, el hielo se derritió junto con la piedra y se deshizo, circunstancia que brindó a las fresas un sitio ideal para echar raíces.
Meg levantó las manos de su teclado imaginario.
—¿Está el Laberinto... colaborando? —
—¡No lo sé! —contesto Lester alarmado, rasgueando furiosamente un acorde—. ¡Pero no pares! —
Las fresas se extendieron por las paredes a una velocidad increíble, como una marea verde. Lo que significaba que no todo podría salir bien por mucho tiempo, no tenían tanta suerte. Entonces fue cuando el techo abovedado se agrietó como una cáscara de huevo. Unos rayos radiantes hendieron la oscuridad. Cayeron pedazos de roca con hielo que se estrellaron contra los pájaros y perforaron las fresas (que, a diferencia de las estriges, volvieron a crecer casi de inmediato).
En cuanto la luz del sol alcanzó a las aves, las criaturas gritaron y se deshicieron en polvo.
Grover bajó la zampoña, Lester dejo el ukelele y observaron asombrados cómo las plantas seguían creciendo y entrelazándose hasta que un trampolín de estolones de fresa cruzó toda la sala a sus pies.
Vaya eso fue.
Inesperado.
El techo se había desintegrado, y un radiante cielo azul había quedado al descubierto. Un aire caluroso y seco descendía como el aliento de un horno abierto. Grover alzó la cara hacia la luz e inspiró profundamente mientras en sus mejillas brillaban las lágrimas.
—¿Estás herido? —pregunto Theo confundido.
Le miró fijamente. Ver la pena de su cara dolía más que mirar la luz del sol.
—El olor a fresas —dijo—. Como en el Campamento Mestizo. Hace tanto tiempo... —
Ah.
Bueno.
Eso era verdad.
Theo inspiro el aroma con una nueva realización y sintió un poco de dolor en su pecho, no por estar herido, más bien debido a que sentía que si se quedaba ahí un rato, podría escuchar las risas de Lavender y sentir a Draco empujándolo desde atrás para ir a entrenar, con un Anthony en medio de un libro al caminar.
Ha pasado tanto tiempo desde que salieron del campamento.
Lo extrañaba.
Mucho más de lo que hizo alguna vez con su hogar real.
Sintió una pequeña palmada en su hombro, Lester le daba una mirada un poco culpable y como si agradeciera que a pesar de que ambos claramente no querían estar ahí, lo estuvieran. Theo miro a Lester curioso, a veces le era difícil recordarse que este idiota fue el mismo que lo había despreciado varias veces cuando era un olimpo.
Theo no lo había odiado.
Simplemente había sido otro más en la lista de personas que lo despreciaron, olimpo o no, tampoco era tan especial.
Pero a veces, cuando lo veía así, lucir un poco inocente, ser un idiota y aun así cada día convertirse más en humano.
Era difícil mantener las murallas en alto que tenía para todos, menos para sus amigos, aparte de Draco, Lavender y Anthony.
No muchos parecían entrar entre su circulo intimo, luego otros del campamento mestizo o Hogwarts (Slytherin más que todo) lograron obtener una especie de confianza inquebrantable, también estaba Carter.
Hace tiempo no hablaba con Carter.
Probablemente este preocupado o asuma que esta en una misión.
Meg se apoyó contra la pared. Tenía la tez pálida y le costaba respirar.
Lester hurgo en los bolsillos y encontró un pedazo cuadrado de ambrosía en una servilleta.
—Come. —Le metio la servilleta en la mano—. La parálisis se te pasará más rápido—
Ella apretó la mandíbula como si fuera a gritar «¡No quiero!», pero prefirió volver a tener las piernas operativas. Empezó a mordisquear la ambrosía.
Lester volteo a verlo curioso, pero Theo negó, aparte de la sensación de perdida de energía, no estaba herido.
—¿Qué hay ahí arriba? —pregunto Meg, contemplando el cielo azul con el ceño fruncido.
Grover se secó las lágrimas de la cara.
—Lo hemos conseguido. El Laberinto nos ha traído directos a nuestra base—
—¿Nuestra base? —Hablo Lester emocionado.
Theo dudo que fuera tan fácil.
—Sí. —Grover tragó saliva, nervioso—. Suponiendo que quede algo de ella. Vamos a averiguarlo—
Tenía mucho sueño, esta seguro que escucha a Meg empujándolo para que siga caminando y lo hace casi por inercia.
.
.
Theo odia soñar.
Cuando lo hace, siente que siempre es su infancia, estar en medio de la librería de su hogar, una antigua mansión de la familia Nott. Su padre pasando de largo como de costumbre, solamente hablaba para recordarle sobre la pureza de sangre, que era el siguiente heredero de una familia de sangre pura, que no debía decepcionarlo.
Una y otra vez.
Le recordaba sobre que amigos debía tener, las expectativas que debía lograr.
—No me decepciones—los ojos de su padre siempre lo miraban a la distancia como si estuvieran vacíos.
Theo de 5 años solo había asentido.
Porque era todo lo que podía hacer, porque no había otra vida más que cumplir las expectativas de su padre, porque muy dentro de él piensa que tiene razón.
Tiene que ser el orgullo de la familia Nott.
.
.
Abre los ojos en la penumbra, el sol se estaba poniendo. Están acostados y Theo había elegido la esquina porque deseaba no ver a nadie, solo les dio la espalda y se quedo acostado de lado. Al abrir los ojos siente que esta de mal humor al recordar a su padre.
Que ahora debe estar pudriéndose en prisión.
Que lo ultimo que le dijo al marcharse de la mansión Nott, es que estaba maldito y que nunca podría ser lo que estaba destinado a ser.
Ahora solo era una decepción.
Sus puños se aprietan contra la sabana.
—Qué oportuno —dijo Grover.
Se congelo un momento, pensó que hablaba con él, pero escucho el movimiento de alguien más.
Estaban tumbados bajo un cobertizo improvisado: un plástico azul colocado en una ladera con vistas al desierto. Grover se hallaba sentado en una losa de piedra cercana bebiendo agua de su cantimplora, por lo que escuchaba.
Se había quedado vigilando.
Theo debió haberse levantado antes para sustituirlo, pero estaba muy cansado.
—¿Me he desmayado? —dedujo la voz de Lester.
Él le lanzó la cantimplora.
—Creía que yo dormía como un lirón, pero comparado contigo... Has estado horas sobando—
Ah.
Una charla sin sentido, Theo se mueve como si siguiera durmiendo, para voltearse hacía ellos. Por unos segundos no hay sonido a su alrededor, puede sentir sus miradas sobre él, pero luego de unos momentos solamente lo ignoran como si pensaran que sigue durmiendo.
¿Esto no es espiar?
Realmente no es lo peor que ha hecho, la voz de Draco en su mente parece estar de acuerdo con su plan y siente un deje de nostalgia.
Alguna vez hace un tiempo, no importa que tan lejos hubiera estado, habría sentido la presencia de Draco dentro de su mente como una constante. Puede que fuera solamente por eso que cuando se marcho de la casa de su padre lo hizo con la seguridad de que no se iba arrepentir.
La presencia de personas que se preocuparon por él.
No por aquello que podía ser.
—Se encuentra bien —le aseguró Grover a Lester, cuando abrió los ojos pudo ver que ambos miraban a Meg—. Al menos físicamente. Se durmió después de que te trajimos aquí. —Frunció el ceño—. Pero me pareció que no le hacía gracia estar en este lugar. Dijo que no soportaba este sitio. Que quería marcharse. Yo temía que volviese al Laberinto, pero la convencí de que primero tenía que descansar y le toqué un poco de música para que se relajara—
Ah.
Si la niña no había estado feliz en este lugar, Theo pensó que era por la experiencia que acababan de vivir, pero a estas alturas con respecto a Meg, podría ser cualquier cosa.
La niña era rara.
Escudriñé el entorno preguntándome qué había afectado tanto a Meg.
Debajo de ellos se extendía un paisaje de montañas ocres abrasadas por el sol rodeaban un valle sembrado de campos de golf de un verde antinatural, llanuras áridas y polvorientas y extensos barrios de muros de estuco blancos, tejados rojos y piscinas azules. Bordeando las calles, hileras de palmeras lánguidas sobresalían como costuras deshilachadas. Aparcamientos de asfalto rielaban con el calor. Una bruma marrón flotaba en el aire y llenaba el valle como salsa aguada.
—Palm Springs —dijo Lester por bajo.
La temperatura era demasiado elevada para una tarde de principios de primavera, y el aire era demasiado denso y acre. Algo no encajaba, algo que yo no acababa de identificar.
Habían acampado en la cima de una colina, con el monte de San Jacinto a su espaldas, hacia el oeste, y la extensión de Palm Springs a sus pies, hacia el este. Un camino de grava rodeaba el pie de la colina y serpenteaba hacia el barrio más próximo a un kilómetro más o menos por debajo.
Media docena de cilindros de ladrillo huecos se hallaban hundidos en la pendiente rocosa; cada uno debía de tener nueve metros de diámetro, como los armazones de unos ingenios azucareros en ruinas. Las estructuras tenían distintas alturas y se encontraban en diferentes estados de deterioro, pero estaban niveladas unas con otras por la parte superior.
Lester se volvió hacia Grover.
—¿Y las estriges? —
Él negó con la cabeza.
—Si sobrevivió alguna, no se arriesgaría a exponerse a la luz del sol, aunque consiguiera atravesar las fresas. Las plantas han llenado todo el hueco. —Señaló el círculo de ladrillo más lejano, por donde aparecieron— Ya no entra ni sale nadie por allí—
—Pero... —Señalo las ruinas Lester—. Esta no es tu base, ¿verdad? —
Grover parecía muy feliz al respecto.
Theo sintió la misma decepción que el rostro de Lester.
—Sí. Este sitio tiene una energía natural muy poderosa. Es un santuario perfecto. ¿Notas la fuerza vital? —
Lester tomo un ladrillo carbonizado.
—¿Fuerza vital? —
—Ya lo verás. —Grover se quitó el gorro y se rascó entre los cuernos—. Tal como están las cosas, las dríades tienen que mantenerse ocultas hasta que se pone el sol. Es la única forma de que sobrevivan. Pero pronto despertarán—
El cielo estaba veteado de gruesas capas de color rojo y negro, más propias de Mordor que del sur de California.
Maldijo a Anthony por haber pensado en algo tan geek sin él presente.
—¿Qué está pasando? —pregunto Lester nervioso.
Grover miró tristemente a lo lejos.
—¿No has visto las noticias? Los peores incendios forestales en la historia del estado. Además de la sequía, las olas de calor y los terremotos. —Se estremeció—. Han muerto miles de dríades. Miles más están hibernando. Si fueran simples desastres naturales, sería bastante grave, pero... —
Meg chilló, todavía dormida, y se incorporó bruscamente parpadeando confundida. Por su mirada de pánico, dedujo que sus sueños habían sido aún peores que los de Theo.
Quien luego de ese show, no le tomo otra más que tomar asiento fingiendo recién despertar, tampoco es que hubiera escuchado nada demasiado comprometedor.
—¿Es-estamos de verdad aquí? —pregunto Meg—. ¿No lo he soñado? —
—Tranquila —dijo Lester corriendo a su lado—. Estás a salvo —
Ella negó con la cabeza, los labios temblorosos.
—No. No, no lo estoy—
Se quitó las gafas torpemente como si prefiriese ver el entorno borroso.
—No puedo estar aquí. Otra vez no—
—¿Otra vez? —pregunto Theo confundido viendo a Grover que se encogió de hombros.
—¿Quieres decir que has vivido aquí? —pregunto Lester como si ya supiera la respuesta.
Meg echó un vistazo a las ruinas. Se encogió de hombros tristemente, aunque ignoro si eso significaba «No lo sé» o «No quiero hablar del tema». Theo pensó que el desierto parecía un extraño hogar para Meg: una niña de las calles de Manhattan, criada en la casa real de Nerón.
Grover se acarició la perilla pensativamente.
—Una hija de Deméter... En realidad tiene mucho sentido—
Lester y Theo lo miraron fijamente.
—¿En este sitio? Una hija de Vulcano, quizá. O de Feronia, la diosa de los bosques. O incluso de Mefitis, la diosa del gas venenoso. Pero ¿Deméter? ¿Qué se supone que va a cultivar aquí una hija de Deméter? ¿Piedras? —
Odiaba estar de acuerdo con Lester.
Grover puso cara de ofendido.
—Tú no lo entiendes. Cuando conozcas a los demás.. —.
Meg salió a gatas de debajo del plástico. Se puso en pie con paso vacilante.
—Tengo que irme—
—¡Espera! —suplicó el sátiro—. Necesitamos tu ayuda. ¡Por lo menos habla con los otros! —
Ella vaciló.
—¿Otros? —
Theo realmente no quería decirle “cobarde” en la cara, pero la palabra estaba en la punta de su lengua y solamente no salió porque Lester poso su mano sobre su boca. Lo fulmino con la mirada, odiando que este hubiera leído sus intenciones con solo verlo. Este pareció un poco avergonzado pero su mirada casi pedía piedad.
Le mordió la mano.
Este chillo alejándola viéndole incrédulo, Theo le saco el dedo del medio.
Grover señaló hacia el norte. No vieron adónde apuntaba hasta que se levantaron, medio oculta detrás de las ruinas de ladrillo, una hilera de seis estructuras cuadradas blancas como... ¿cobertizos? No. Invernaderos. El más cercano a las ruinas se había derretido y desplomado hacía mucho, sin duda víctima del fuego. Los muros y el tejado de policarbonato ondulado del segundo se habían desmoronado como un castillo de naipes. Pero los otros cuatro estaban intactos. En el exterior había montones de macetas de barro. Las puertas estaban abiertas.
Dentro, la materia vegetal verde presionaba contra las paredes translúcidas: hojas de palmera como manos gigantes que empujaban para salir.
—¿Un invernadero? —Theo ladeo la cabeza ligeramente sin entender como algo así estaba vivo.
Grover sonrió de modo alentador.
—Estoy seguro de que ya se habrá despertado todo el mundo. ¡Vamos, os presentaré a la panda! —
Los otros tres.
Ninguno estaba muy seguro.
Tampoco es que pudieran rechazarlo.
.
.
Grover les llevó al primer invernadero intacto.
Dentro del invernadero, las plantas lo habían invadido todo. Junto a la puerta había un cactus piña achaparrado del tamaño de un tonel, con sus espinas amarillas como pinchos de kebab. En el rincón del fondo había un majestuoso árbol de Josué cuyas ramas enmarañadas sostenían el techo. Contra la pared opuesta florecía un enorme nopal, docenas de tallos erizados y rematados con frutos morados de aspecto delicioso. Unas mesas metálicas rechinaban bajo el peso de otras plantas carnosas: Salicornia, Escobaria vivipara, Cylindropuntia cholla y montones más cuyos nombres Theo conocía (Meg por otro lado iba haciendo un tour bastante completo al caminar como si estuviera nerviosa). Rodeado de tantas espinas y flores, y en medio de un calor tan sofocante.
Theo quiere irse de ahí.
—¡He vuelto! —anunció Grover—. ¡Y traigo amigos! —
Silencio.
Incomodo.
Molesto.
Theo bostezo.
Al final apareció la primera dríade. Una burbuja de clorofila se hinchó en un lado del nopal y estalló en una niebla verde. Las gotitas se fusionaron y se transformaron en una niña de piel color esmeralda, pelo amarillo de punta y un vestido con flecos hecho totalmente con espinas de cactus. Su mirada era casi tan puntiaguda como su vestido.
Viendo fijamente a Grover.
—¿Dónde has estado? —preguntó.
—Ah. —El sátiro se aclaró la garganta—. Me llamaron. Una invocación mágica. Os lo contaré luego a todos. ¡Pero, mira, he traído a Apolo! ¡Y a Meg, una hija de Deméter! Y a Theo—
Theo saludo imperturbable.
Meg y Lester lo vieron incrédulos, pero este se encogió de hombros, realmente no era la cosa más rara que ha conocido estos días.
—Hum —dijo la dríade—. Supongo que las hijas de Deméter son de fiar. Soy Nopal—
—Hola —saludó Meg débilmente.
La dríade miró a Lester entornando los ojos.
Theo quiso reír.
Era una respuesta muy común para quienes vieran a Lester cuando iban de viaje.
—¿Eres Apolo, el dios Apolo? —preguntó—. No me lo creo—
—Algunos días yo tampoco —reconoció a regañadientes, viéndolo mal por su anterior reacción a lo que Theo lo ignoro abiertamente.
Grover echó un vistazo a la estancia.
—¿Dónde están los demás? —
Justo entonces brotó otra burbuja de clorofila de una planta carnosa. Apareció una segunda dríade: una joven corpulenta con un caftán como una alcachofa. Su pelo era un bosque de triángulos verde oscuro. Su cara y sus brazos relucían como si acabase de ponerse aceite.
—¡Oh! —gritó, al ver el aspecto de ellos—. ¿Estáis heridos? —
Nopal puso los ojos en blanco.
—Déjalo ya, Al—
—¡Pero parecen heridos! —Al avanzó arrastrando los pies. Le cogió la mano a Lester.—. Deja que me encargue de estos cortes. Grover, ¿por qué no has curado a esta pobre gente? —
—¡Lo he intentado! —protestó el sátiro—. ¡Pero han sufrido un montón de daños! —
Al pasó las puntas de los dedos por encima de los cortes de Lester y dejó un rastro pringoso como el moco de las babosas.
Lester se derritió aliviado por el toque.
—Eres Aloe Vera —comprendió—. Yo preparaba ungüentos curativos contigo—
Ella sonrió.
—¡Se acuerda de mí! ¡Apolo se acuerda de mí! —
Al fondo de la sala, una tercera dríade salió del tronco del árbol de Josué: una dríade masculina, que constituía un espécimen bastante inusual. Tenía la piel marrón como la corteza de su árbol, el cabello color aceituna largo y alborotado, y la ropa de un tono caqui curtido. Podría haber sido un explorador que volvía del desierto.
—Soy Josué —dijo—. Bienvenidos a Aeithales—
Y en ese momento Meg McCaffrey decidió desmayarse.
Todos voltearon a verle confundido cuando Lester apenas pudo atraparla.
—¡Oh, pobrecilla! —Aloe Vera lanzó a Grover otra mirada crítica—. Está rendida y acalorada. ¿Es que no la habéis dejado descansar? —
Theo pensó que se había desmayado por ver a una dríade atractiva.
Pero solo eran teorías.
—¡Ha estado durmiendo toda la tarde! —
—Pues está deshidratada. —Aloe puso la mano en la frente de Meg—. Necesita agua—
Nopal resopló.
—Como todos—
—Llévala a la Cisterna —dijo Al—. Mellie ya debería estar despierta. Yo iré enseguida—
Grover se animó.
—¿Mellie está aquí? ¿Han llegado? —
—Llegaron esta mañana —contestó Josué.
—¿Y los grupos de búsqueda? —preguntó el sátiro—. ¿Alguna noticia? —
Las dríades se cruzaron miradas de preocupación.
—Las noticias no son buenas —dijo Josué—. Hasta ahora solo ha vuelto un grupo y... —
—Disculpad —rogo Lester—. No tengo ni idea de qué estáis hablando, pero Meg pesa. ¿Dónde la pongo? —
Grover se movió.
—Claro. Perdona, te acompaño. —Se echó el brazo izquierdo de Meg sobre los hombros y cargó con la mitad de su peso. A continuación se volvió hacia el grupo de dríades—. Eh, ¿qué tal si quedamos en la Cisterna para cenar? Tenemos mucho que hablar—
Josué asintió con la cabeza.
—Avisaré a los demás invernaderos. Y recuerda que nos prometiste enchiladas, Grover. Hace tres días—
—Ya. —El sátiro suspiró—. Traeré más—
Los dos juntos sacaron a Meg a rastras del invernadero con Theo siguiéndolos sin intentar ofrecer su ayuda.
Meg sigue siendo alguien que a veces acepta y otras no.
—¿Las dríades comen enchiladas? —pregunto Lester y Theo pensó que era una pregunta valida.
Él puso cara de ofendido.
—¡Claro! ¿Crees que solo comen fertilizante? —
—Pues... sí.—
—Ya estamos con los estereotipos —murmuró.
—Realmente yo pienso como él—dice Theo haciendo que Lester sonría en apoyo antes de cambiar de tema.
—¿Han sido imaginaciones mías —pregunto— o Meg se ha desmayado al oír el nombre de este sitio? Aeithales. Quiere decir «invernadero» en griego antiguo, si mal no recuerdo—
—Pensé que se desmayo por ver un chico guapo—habla Theo con un poco de incredulidad de no haber notado esa otra parte.
Lester se gira a verlo claramente afectado.
—¡No era tan guapo! —chilla con un puchero.
Theo levanta una ceja, pero este se niega a verlo luciendo molesto sin razón aparente, cuando Theo busca ayuda en Grover este parece igual de confundido.
Lester era demasiado extraño.
Solo eso.
—Descubrimos el nombre grabado en el viejo umbral —dijo Grover regresando al tema—. Hay muchas cosas que no sabemos sobre las ruinas, pero como dije antes, en este sitio hay mucha energía natural—
Parece ser que Meg tiene idea de este lugar, lo diga o no en voz alta.
—¿No nacieron las dríades en esos invernaderos? ¿No saben quién las plantó? —
—La mayoría eran demasiado pequeñas cuando la casa se incendió —explicó Grover—. Algunas de las plantas más mayores podrían saber más, pero están en fase de latencia. O — señaló con la cabeza los invernaderos destrozados— ya no están con nosotros—
Theo guardo silencio con fuerza.
La muerte nunca fue algo que le agradara pensar.
Parece tan final.
Tan finito.
Grover les condujo hacia el cilindro de ladrillo más grande. A juzgar por su tamaño y situación en el centro de las ruinas, supuse que debía de haber sido la columna de apoyo central de la estructura. Al nivel del suelo, unas aberturas rectangulares rodeaban la circunferencia como las ventanas de un castillo medieval. Arrastraron a Meg por una de ellas y fueron a parar a un espacio muy parecido al foso en el que habían escapado de las estriges.
La parte superior estaba abierta al cielo. Una rampa en espiral descendía, pero afortunadamente solo bajaba seis metros antes de llegar al fondo. En el centro del suelo de tierra, como el agujero de un donut gigante, resplandecía un estanque azul oscuro que refrescaba el ambiente y daba un aire confortable y acogedor al espacio. Alrededor del estanque había un corro de sacos de dormir. Los nichos incrustados en las paredes rebosaban cactus en flor.
La Cisterna no era una estructura sofisticada —nada que ver con el pabellón comedor del Campamento Mestizo o la Estación de Paso de Indiana—, pero en su interior se notaba que era un lugar donde estar a salvo.
Theo tuvo que darle la razón a Grover.
—Este sitio desprende una energía relajante—susurro Theo por bajo haciendo a Grover sonreír.
Llevaron a Meg hasta el fondo de la rampa sin tropezar ni caerse, cosa que le pareció un importante logro a Lester. La dejaron en uno de los sacos de dormir, y a continuación Grover escudriñó la estancia.
—¿Mellie? —gritó—. ¿Gleeson? ¿Estáis aquí? —
En la orilla del estanque, empezaron a acumularse unas volutas de bruma blanca que se fusionaron y se transformaron en la silueta de una mujer menuda con un vestido plateado. Su cabello moreno flotaba a su alrededor como si estuviera bajo el agua y dejaba ver unas orejas ligeramente puntiagudas. En un portabebés que le colgaba del hombro llevaba a un niño dormido de unos siete meses, con los pies ungulados y unos cuernecitos de cabra en la cabeza. El pequeño tenía un moflete rollizo apretado contra la clavícula de su madre.
Su boca era una auténtica cornucopia de babas.
La ninfa de las nubes sonrió a Grover. Tenía unos ojos marrones inyectados en sangre debido a la falta de sueño. Se llevó un dedo a los labios para indicar que prefería no despertar al niño.
—¡Lo has conseguido, Mellie! —susurró Grover.
—Grover, querido. —Ella miró la figura durmiente de Meg y acto seguido le hizo una señal a Lester ladeando la cabeza—. ¿Tú eres... eres él? —
—Si te refieres a Apolo —dijo—, me temo que sí—
Mellie frunció los labios.
—¿A cuantas personas has ofendido? —susurra Theo a Lester, que se encoge de hombros con tristeza.
Parece que el numero no tiene fin.
—Había oído rumores, pero no me los creía. Pobrecillo. ¿Cómo lo llevas? —
Al menos Mellie no parecía enojada como otros.
—Estoy... estoy bien —logro decir—. Gracias—
—¿Y tu amiga dormida? —preguntó.
—Solo está agotada, creo. —nadie pudo decir algo más —. Aloe Vera ha dicho que vendrá a ocuparse de ella dentro de unos minutos—
Mellie puso cara de preocupación.
—Está bien. Me aseguraré de que Aloe no se pasa—
—¿De que no se pasa? —
Grover tosió.
—¿Dónde está Gleeson? —
Mellie echó un vistazo a la sala como si acabara de darse cuenta de que el tal Gleeson no estaba presente.
—No lo sé. En cuanto llegamos aquí, entré en latencia y he estado así todo el día. Dijo que iba a la ciudad a por material de camping. ¿Qué hora es? —
—Ya se ha puesto el sol —contestó Grover.
—Debería haber vuelto ya. —La figura de Mellie brilló de agitación y se volvió borrosa.
—¿Gleeson es tu marido? —aventuro Lester—. ¿Un sátiro? —
—Sí, Gleeson Hedge —contestó ella.
Entonces me acordé vagamente de él: el sátiro que había viajado con los semidioses del Argo II.
—¿Sabes adónde ha ido? —
—Al venir pasamos por delante de una tienda de excedentes militares, bajando la cuesta. A él le encantan esas tiendas. —Mellie se volvió hacia Grover—. Puede que se haya distraído, pero... ¿No podrías ir a ver si está bien? —
Theo vio a Grover y arrugo el ceño.
Sus ojos estaban todavía más rojos que los de Mellie. Tenía los hombros caídos. La flauta de caña le colgaba lánguidamente del cuello. A diferencia de los demás, él no había dormido desde la noche anterior en el Laberinto, se había pasado todo el día vigilándonos, esperando a que las dríades despertasen. Y ahora le pedían que hiciera otra excursión para ver cómo estaba Gleeson Hedge.
Aun así, él logró sonreír.
—Claro, Mellie—
Demasiado idiota, habría dicho Draco.
Ella le dio un beso en la mejilla.
—¡Eres el mejor señor de la naturaleza de la historia! —
Grover se ruborizó.
—Vigila a Meg McCaffrey hasta que volvamos, ¿quieres? Venga, Apolo y Theo. Nos vamos de compras—
¿Ah?
Tanto por un poco de paz para descansar.
Continuara…