Chapter Text
Charles nunca abandonó Hollyroodhouse. Aunque renunció a su título de Príncipe de Edimburgo, la mansión seguía siendo su refugio. Era el único lugar donde podía sentirse cerca de aquellos que había perdido. En sus jardines, oculto entre antiguas estatuas y enredaderas, construyó un mausoleo en honor a Thomas y Amara, un santuario de mármol donde sus tumbas descansaban juntas por toda la eternidad. A menudo se lo encontraba allí, en silenciosa contemplación, hablando en voz baja con los fantasmas de sus recuerdos.
Con el tiempo, Charles cambió. Los trajes elegantes y la impecable apariencia que lo habían caracterizado dieron paso a un estilo más desenfadado: chaquetas de cuero gastadas, camisas abiertas y un aire de melancolía. Cuando finalmente decidió buscar a Viktor, lo encontró en un bar oscuro y discreto en el corazón de Berlín, alejado de miradas curiosas.
—Viktor... —susurró Charles al verlo, pero no pudo terminar.
Viktor no le dejó acabar. Cerró la distancia entre ambos con una urgencia salvaje y lo besó, con un gesto desesperado y ansiado que llevaba demasiado tiempo esperando. Aquel beso fue el estallido de emociones que habían sido reprimidas durante años: promesas que ambos habían roto, palabras que nunca se dijeron y un deseo que jamás se había apagado.
Cuando finalmente se separaron, Viktor le sonrió con esa mezcla de arrogancia y ternura que siempre había sido tan suya, con la certeza de alguien que sabía que ese momento llegaría tarde o temprano.
—Sabía que volverías.
Y en ese instante, el tiempo dejó de importar. El pasado quedó atrás, y el futuro parecía, por primera vez en mucho tiempo, una posibilidad llena de esperanza.
Lejos de allí, Catalina también había cambiado, aunque nunca abandonó su esencia feroz. Tras la pérdida de Thomas y Amara, la guerra dejó de tener el mismo sentido. Durante meses de luto y reestructuración, comprendió que la supervivencia de su clan dependía de alianzas inesperadas. A pesar de sus diferencias, se reunió con Charles y Viktor, y juntos fundaron el Concilio de las Sombras.
El Concilio se convirtió en una organización clandestina, operando en las sombras tanto del Sabbat como de la Camarilla, pero funcionando como un puente entre ambas. En asuntos donde la colaboración era imprescindible para la supervivencia de la especie, el Concilio actuaba como mediador, negociando treguas y resolviendo conflictos que de otro modo habrían desembocado en guerras interminables. Charles aportó su visión diplomática, Viktor su astucia estratégica y Catalina, implacable como siempre, su capacidad para tomar decisiones difíciles sin titubeos.
Aunque las cicatrices del pasado seguían presentes, juntos comenzaron a construir algo nuevo. Con el Concilio, forjaron una red de aliados, tendieron puentes con otras facciones y prepararon el terreno para un futuro en el que la guerra no fuera la única opción. Y mientras las sombras seguían acechando, la luz de una nueva era empezaba a despuntar, lenta pero inexorable, sobre los hijos de la noche.
Amara y Thomas despertaron en un lugar excepcional: un jardín suspendido entre la vigilia y el sueño, donde cada rincón parecía respirar una belleza hipnótica y mortal. La luz filtrada a través de hojas negras y plateadas daba al paisaje un resplandor etéreo, como si todo estuviera envuelto en una tenue capa de niebla. El aire estaba cargado de una presencia invisible, como si una fuerza femenina y antigua los observase desde las sombras.
Las rosas negras, grandes y enigmáticas, crecían en racimos densos, rodeando el suelo como un manto oscuro, mientras sus espinas, largas y afiladas como cuchillos, destacaban en el aire como una amenaza velada. Cada flor exhalaba una fragancia deliciosa, dulce, pero con un toque metálico que hacía que el aire pareciera cargado de algo que no era completamente natural.
Por doquier, se entrelazaban enredaderas de hiedra, que subían y bajaban por los troncos de árboles gigantescos, cuyas hojas se movían con una sinuosidad peligrosa, como si esperaran atraparlos. Las bayas, de un rojo intenso, brillaban como joyas en las ramas, pero su resplandor era una trampa: tan bellas como venenosas, esperando que los incautos las tocaran.
El suelo estaba cubierto por una alfombra de musgo, en el que se escondían flores pequeñas de colores oscuros que susurraban con el viento, como si se comunicaran entre sí en una lengua antigua. El suave murmullo de un arroyo cercano ofrecía un contrapunto relajante al aire cargado de inquietud, y las sombras danzaban bajo la luz de un sol que no parecía amenazador.
El jardín parecía suspender las leyes de la naturaleza, un lugar donde lo vivo y lo muerto se fundían en una armonía macabra y fascinante. A cada paso que daban, la belleza deslumbrante de las flores venenosas y las enredaderas fatales los envolvía, atrayéndolos a un ciclo sin fin de admiración y peligro.
Amara extendió su brazo hacia la luz, sintiendo el calor de un sol que no pertenecía a este mundo y que no era cruel con ellos.
—Definitivamente estamos muertos, Thomas.
—Amara…¿por qué lo hiciste?— El rostro de Thomas reflejaba un tristeza profunda, al ser consciente de que ambos murieron en aquella cripta.
—Porque se necesitaba la sangre de ambos para detener el ritual. Pero si esto es la muerte, qué hermoso lugar para estar contigo por toda la eternidad.
Thomas sonrió, y sus corazones latieron al unísono mientras compartían un beso, envueltos en una emoción intensa, ajenos a los ojos que los observaban desde las sombras. Avanzaron hacia el centro del jardín, donde un manzano se alzaba como un enigma entre las plantas venenosas. Allí, sorprendidos, se encontraron con Malkav y Arikel.
—Bienvenidos —La voz de Malkav parecía provenir desde todos los rincones.
—¿Dónde estamos? —preguntó Amara, fascinada.
—Ba’hara, el Tercer Jardín de Lilith —respondió Arikel, sonriendo.
—El Jardín de los Pesares —susurró Thomas, impresionado.
—Exacto, Thomas —asintió Arikel— aunque es mucho más que lo que sugiere su nombre. Durante siglos estuvo marchito, hasta ahora, que ha renacido, gracias a vosotros.
Su voz era sedosa y eléctrica, y aunque sabían que estaban muertos, el lugar, lejos de aterrorizarlos, los envolvía en una calidez reconfortante.
Arikel continuó y su voz fue como un susurro ancestral.
—Habéis sacrificado mucho por la humanidad y por los vampiros. Vuestra valentía no ha pasado desapercibida en el reino de las sombras.
Los dos se miraron, asombrados. La magnitud de su sacrificio, el precio que pagaron en su búsqueda de un bien mayor, se iluminó en sus corazones, como un faro que brillaba más allá de sí mismos. Amara rompió el silencio, con una voz solemne.
—Simplemente aceptamos la muerte definitiva.
—Pero agradecemos estar aquí—añadió Thomas, completando su frase, sintiendo que su conexión con ella era más fuerte que nunca.
Los hermanos sonrieron con benevolencia, mientras sus palabras fueron desvelando un misterio aún mayor.
—Vuestro amor ha iluminado el camino a través de las sombras. Por eso estáis aquí.
Mientras hablaban, el jardín vibraba con una energía sagrada, como si el universo entero hubiera conspirado para llevar a Amara y Thomas a ese punto crucial de su viaje. Las hiedras, en las paredes, parecían susurrar en respuesta, celebrando su presencia. De repente, una hoguera apareció ante ellos, y unas copas brillantes se materializaron en sus manos. Sin embargo, en lugar de sangre, el vino más exquisito que jamás habían probado los llenaba.
Los cuatro bebieron y danzaron alrededor de la hoguera, riendo con despreocupación, hasta que Arikel, desorientada por la intensidad de la experiencia, cayó en los brazos de Malkav.
—Te dije que algún día regresaríamos al jardín, hermana. Ellos lo han hecho florecer para nosotros.
Thomas observó la familiaridad entre ambos con una creciente inquietud. Había algo en la manera en que se miraban, que le hacía preguntarse qué se estaban callando
Thomas observó con curiosidad la conexión entre ambos. —¿Y Lilith?
El intercambio de miradas entre ambos fue breve, pero suficiente para que la sospecha se encendiera en el corazón de Thomas.
—La Madre Oscura está dormida —respondió Arikel finalmente, con una voz tan suave que parecía temer despertar algo con sus palabras.
—Solo cuando Caín despierte de su letargo, ella también lo hará… para matarlo —Su tono se volvió sombrío— Porque Caín solo busca la destrucción de los vampiros, y ella no permitirá que sus descendientes mueran, pues fue por su sangre que Caín se convirtió en lo que es.
Thomas asintió lentamente, pero la desconfianza ya había echado raíces en su interior. Las palabras de Arikel eran convincentes, pero no podía ignorar la sensación de que una parte crucial de la verdad permanecía oculta.
A pesar de las dudas de Thomas, Amara y él comprendieron que la muerte no era el final, sino el comienzo de algo más grande. Arikel se acercó al manzano, mientras sus ojos centelleaban con reverencia. Con manos delicadas, tomó la fruta más hermosa que habían visto y la ofreció, un regalo lleno de significado.
—Como muestra de nuestro agradecimiento, os ofrezco una segunda oportunidad. Esta vez, sin las maldiciones que os atormentaron, sin la locura que acosó a Thomas, sin el vacío que persiguió a Amara. Os concedo la libertad que merecéis, sin el vínculo de sangre que os unía, todo sincero, todo real.
El jardín se llenó de una vibrante esperanza. Amara y Thomas se miraron, y sus ojos brillaron con la promesa de una vida sin las restricciones que los habían marcado. La posibilidad de vivir según su propia voluntad era un regalo divino.
—¿Una segunda oportunidad? ¿Sin maldiciones? —la voz de Amara temblaba de emoción.
Thomas, aunque ansioso, no pudo ignorar la semilla de sospecha que seguía germinando en su mente. —¿Volver a ver la luz del sol? ¿Hemos alcanzado la Golconda?
Malkav rio suavemente, con una mezcla de compasión y melancolía. —La Golconda es una mentira. Una fábula creada por Dios para someternos, para mantenernos buscando una redención que nunca llega. Nosotros también lo creímos… hasta que regresamos aquí, después de vuestro sacrificio. Ahora sabemos la verdad: este jardín es la verdadera liberación.
—Aquí no hay redención porque nunca fuimos malditos —intervino Arikel— Somos lo que somos, y este lugar es nuestro hogar, el hogar de los Lilim. Os damos la oportunidad de vivir una vida con control sobre vuestro destino... hasta que volváis.
Amara apenas pudo susurrar, sobrecogida. —Esto… es como alcanzar el paraíso.
—El camino al paraíso comienza en el infierno, y vosotros lo habéis cruzado y superado —la sonrisa de Malkav iluminaba su rostro— Si queréis tener una segunda oportunidad, tendréis que comer la manzana.
Thomas frunció el ceño, con una inquietud cada vez más evidente. —¿Por qué una manzana? Todos los frutos aquí son venenosos.
—Porque la manzana es vida y muerte —explicó Arikel con suavidad— Su carne es jugosa y tentadora, pero sus semillas son mortales. La vida puede ser bella y gratificante, pero también lleva consigo el potencial de daño y sufrimiento.
—En la muerte, hay renacimiento —continuó Malkav— como las semillas que caen al suelo para dar nuevos árboles y nuevos frutos.
Thomas miró la manzana, la indecisión se reflejaba en sus ojos. Estaba a punto de hablar, pero Amara tomó su mano, ofreciéndole aquella seguridad que solo ella era capaz de dar. Antes de partir la manzana en dos, dirigió una última mirada a Malkav, como si tuviera la certeza de que algo se les estaba ocultando.
Con un gesto decidido, ambos mordieron el fruto prohibido. En el instante en que sus dientes atravesaron la piel de la manzana, una luz cegadora los envolvió, y el jardín se llenó de un murmullo suave, como si la naturaleza misma celebrara su elección. Todo comenzó a desdibujarse, sus mundos dando vueltas hasta que sus ojos se cerraron ante la luz que los consumía.
En un rincón distante de la realidad, las manos de Nahema tejían hilos invisibles, deshaciendo memorias y reescribiendo verdades. Sus dedos se movían con precisión, como una tejedora experta, y con cada gesto, fragmentos de historia se desvanecían. Con cada movimiento, destellos de luz y sombras serpentinas bailaban en torno a ella, como si el tejido de la realidad se resistiera a ser alterado. Pero Nahema era implacable. Con cada nudo y cada hebra, el pasado se fragmentaba y los recuerdos eran arrancados, desechados en el olvido.
En los jardines de Hollyroodhouse, donde antes se alzaba el mausoleo, ahora solo había un espacio vacío. El viento agitaba las hojas, y el aire estaba impregnado de una sensación de ausencia, una especie de vacío que nadie podía nombrar, pero todos sentían.
Charles estaba sentado en uno de los bancos, mirando a la nada con una expresión melancólica. Sus dedos se deslizaron lentamente hacia la nuca, como si algo le faltara, una ausencia que no podía explicar. Ni siquiera se percató de la presencia de Viktor.
—No entiendo por qué este sitio es tu favorito en los jardines —la voz de Viktor lo sacó de sus pensamientos— No hay nada especial aquí.
Charles asintió, pero no apartó la vista del lugar vacío. Sus ojos se entrecerraron, como si intentase recordar algo que se desvanecería justo cuando estaba a punto de alcanzarlo.
—Lo sé —dijo en voz baja— pero algo me dice que este sitio es importante para mí.
El viento arrancó una risa lejana, un susurro apenas perceptible, y Charles no pudo evitar estremecerse. A veces se preguntaba si estaba perdiendo la cordura, pues solo él parecía sentir esa constante sensación de que algo, algo profundo, permanecía incompleto.
Catalina se acercó con pasos firmes, mostrando una arrogancia desafiante y una urgencia palpable que siempre la acompañaban. No se necesitan palabras para imponer su presencia.
—Dejad de perder el tiempo, tortolitos. Tenemos trabajo que hacer. —su voz cortó el aire, afilado, como un cuchillo— Un grupito de magos quieren vernos, y no tengo ni idea de cómo se atreven. Esos brujos están jugando con fuerzas que ni entienden, creyéndose que tienen importancia cuando no son más que parásitos con delirios de grandeza. —Se paró frente a ellos, levantando las manos en un gesto teatral, como si conjurara hechizos en el aire, pero con una burla tan cruda que casi daba miedo— Si me preguntáis, lo mejor sería acabar con todos ellos de una vez y ahorrarnos la molestia, pero dicen que es importante.
Viktor se adelantó, cruzándose de brazos y dedicándole a Catalina una mirada que destilaba sarcasmo… y una pizca de diversión.
—Todavía no entiendo cómo seguimos colaborando contigo, Catalina. —Su tono se volvió pensativo, como si realmente lo estuviera considerando— Quizás es por tu encanto arrollador… o porque no hemos encontrado aún a un demonio lo bastante peligroso para reemplazarte. Estás perturbada.
Los tres se quedaron en silencio, la palabra “Perturbada” bailó en sus mentes con una fuerza inexplicable, como si tuviese que significar algo… como si alguna vez hubiera tenido un peso mucho mayor del que podía recordar.
El viento volvió a susurrar, y esta vez el sonido fue como un lamento que provenía de la zona de la piscina. Charles se llevó de nuevo la mano a la nuca, frunciendo el ceño.
—¿Lo habéis oído? —preguntó en voz baja.
—No empiezas con tus tonterías —Catalina bufó— Si te vuelves más sentimental, te confundirán con uno de esos patéticos Toreador.
La mención del clan pareció desenterrarle algo profundo. Sus labios se curvaron en una sonrisa irónica.
—Toreador… —dijo pensativamente— Creo que podría haberme llevado bien con alguien de ese clan.
Viktor lo miró fijamente durante un momento, una chispa de comprensión en sus ojos, pero la sonrisa de Charles se desvaneció rápidamente. Viktor dejó escapar una risa amarga, casi burlona.
—Demasiados años hemos pasado juntos como para que me vengas con esas historias, Charles. No te engañes, nunca has tenido una amistad genuina con ningún Toreador. Son demasiado banales y superficiales para alguien como tú.
Sin más palabras, los tres se dirigieron hacia Hollyroodhouse, con el eco de la ausencia persiguiéndolos mientras cruzaban las puertas del castillo. El sonido de sus pasos se desvaneció en el aire, como si también eso estuviera siendo borrado.
Muy lejos de allí, en Ba’hara, el aire estaba cargado de un silencio expectante. Entre sombras y luces danzantes, Arikel y Malkav contemplaban el horizonte por el que habían desaparecido Thomas y Amara. Una discreta lágrima nació en los ojos cansados de Arikel, deslizándose por su mejilla como un reflejo del dolor que no podía expresar con palabras.
—¿No crees que habrían aceptado de saber la verdad, no?
—Creo que él lo sabe, por suerte cuando despierten no recordarán nada. Nadie que los conociera sabrá de su existencia, Nahema ya se ha encargado de eso.
—¿Y el mausoleo?
—Ya no está, por lo que al mundo respecta, Thomas y Amara jamás han existido.
—No es justo hermano—la voz de Arikel se quebró.—Les hemos prometido una segunda oportunidad y sin embargo, los hemos condenado.
—Les hemos dado la oportunidad de vivir múltiples vidas. No es algo común. Ellos son la clave para detener a Caín. Jamás debieron convertirse en vampiros y lo sabes.
Malkav se giró para mirar a Arikel quien se encontraba visiblemente afectada y al ver su rostro marchito, la abrazó mientras susurraba en su oído.
—Debían ser iluminados con el poder primigenio, pero ese malnacido de Lord Tremere movió demasiado bien los hilos con esa estupidez de los antediluvianos, todo para despertarlo a él.
—Pero ellos ya no pueden volver, ¿No crees que eso es suficiente?
—No hermana...Ellos siempre intentarán despertarlo, hasta que lo consigan y la muerte lo inunde todo para crear una nueva realidad.
—Pero si se lo hubiéramos explicado a Thomas y Amara...
—Esos ya no son sus nombres —Malkav negó con la cabeza— Ya no podemos hacer nada, solo esperar. Amara debe completar cada ciclo vital para alcanzar el poder suficiente, porque solo ella puede despertar a Lilith.
Arikel cerró los ojos, con el peso de la desesperanza en sus hombros.
—Lo que se le va a exigir a ese chico es la crueldad más grande que existe. Deberá matarla en todas las vidas.
—Entonces haría bien en no enamorarse de ella.
