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Reacción en cadena

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El aire, espeso por el olor a humo y a metal quemado, era un lienzo perfecto para el caos. Las sirenas de los coches de policía y los camiones de bomberos rasgaban el silencio que siguió a la explosión, una sinfonía de advertencia y urgencia.

Gente corría, algunos intentaban ayudar, otros solo huían del escenario que, minutos antes, había sido un lugar de conocimiento y curiosidad.

​Apartado de la multitud, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones, Xeno observaba el ir y venir de las autoridades, que estaban tomando testimonio de lo ocurrido.

La palabra "accidente" flotaba en el ambiente, algo falso si le preguntaban a Xeno. No era un accidente. Había sido un experimento, y todos ellos habían sido sus ratones de laboratorio.

​Vio a Senku acercarse.

—Te lo dije.

​Xeno no se giró, pero sí le dirigió una mirada.

—Reconozco que el Profesor Thorne nunca me ha parecido alguien de fiar, pero hay que admitir que tiene agallas.

—O quizás esté loco—completó Senku—El riesgo que tomó... es imprudente, incluso para alguien como él. ¿Qué estaba buscando? ¿Y por qué hacerlo de esta manera tan pública?

—No sé, pregúntale.

—Cómo si pudiera.

De repente, una tercera voz intervino en la conversación.

—Los científicos son de lo mejor. Si no están haciendo estallar cosas, están hablando de cosas que nadie entiende—dijo, encendiendo un cigarro y uniéndose a ellos.

Al instante, Xeno le identificó cómo aquel hombre con el que se cruzó el otro día en los pasillos de la facultad y cómo el que les acababa de sacar de aquel edificio antes de que explotara. Puede que el otro día no sospechara nada de él, pero, con lo ocurrido hoy, ahora sí. De hecho, tenía razones para hacerlo.

—¿Pudiste encontrar a tu 'conocido' de la universidad, después de todo?

La pregunta era una burla, una flecha directa a la mentira que Stanley había usado la primera vez que se cruzaron.

​Stanley se rió.

—Parece que no. Me temo que se me 'escapó'—hizo una pausa, dándole una calada al cigarro—Por cierto, no recuerdo que me dijeras tu nombre el otro día.

Xeno fijó su mirada en él.

—¿Le conoces?—le preguntó Senku, enarcando una ceja.

—Más o menos.

Stanley mantuvo su mirada en Xeno con expectación.

—Me llamo Xeno Houston Wingfield—dijo para luego girarse hacia Senku, señalándole—y el és Senku Ishigami.

Stanley se quedó unos segundos quieto, memorizando sus nombres.

—¿Puedo saber yo el tuyo?—preguntó Xeno con genuina curiosidad.

—Mi nombre es Stanley. Un gusto.

Le tendió una mano a Xeno, el cuál dudó unos instantes, alternando su mirada desde su rostro hasta su mano. Finalmente, estrechó su mano con la contraria, devolviendo el gesto.

—Igualmente.

Stanley sentía cierto interés hacia aquella persona. Algo en Xeno lo intrigaba. Además, deducía que seguramente ya lo había pillado y que sabía que la mentira de "estar de visita" fue un pretexto.

​Con eso en mente, su rostro se tornó serio. La conversación se había desviado hacia un terreno más peligroso.

—Por curiosidad... ¿eran cercanos al Profesor Thorne?

​Xeno se encogió de hombros.

—Solo nos dio algunas clases. Nada más. Su metodología era interesante, pero su ego era más grande que su conocimiento.

​Senku, que hasta el momento se había mantenido en silencio, asintió.

—Un ególatra de primera.

​Stanley asintió sin más. Parecía haber obtenido la información que necesitaba. Se giró para marcharse, pero en el último segundo, se detuvo y se giró un poco hacia ellos. Su mirada era una mezcla de advertencia y consejo.

—Tengan cuidado—dijo, y la frase no era una simple despedida. Era un aviso.

​Xeno lo vio alejarse, su figura desapareciendo entre la multitud. La advertencia había encendido una nueva bombilla en su mente. No era solo Thorne, había algo más grande detrás de todo. Al no tener nada más que hacer ahí, se giró hacia Senku.

—Vámonos. Tengo muchas cosas que procesar—Senku asintió, y ambos se marcharon, dejando atrás el caos, pero llevándose consigo la certeza de que este era solo el comienzo de algo mucho más grande y peligroso.

 

━━━ 🔬🖤🔫 ━━━

 

El apartamento de Xeno se había convertido en su propio laberinto mental.

Se encontraba sentado en la comodidad del sofá de su salón. Tenía el portatil encendido, pero realmente no le estaba prestando atención. Estaba perdido en sus propios pensamientos, mirando fijamente un punto de la pared como si en él estuviera la respuesta a todas sus preguntas.

Su mente era un caos. A pesar de sus teorías, estaba lejos de tener una idea clara y concisa. La explosión, Thorne... Y luego estaba Stanley. Ese hombre que lo había calado de inmediato, con su sarcasmo y su mirada penetrante. No era una persona cualquiera y Xeno estaba seguro de ello. A él, por lo menos, le dio la ligera sensación de que iba tras la pista de Thorne o, al menos, le tenía en el punto de mira.

La pregunta es, ¿quién era Stanley realmente?

Cabía la posibilidad de que fuera un agente encubierto del Estado, pero el presentimiento que tenía sobre él era mayor.

​Sus pensamientos fueron interrumpidos por un bulto en su bolsillo. Se había olvidado de aquel detalle. Metió la mano en el bolsillo y extrajo una tarjeta. La había recogido del suelo durante la confusión, cuando a Stanley se le cayó. El hombre no se había dado cuenta y Xeno, en un impulso, la había guardado.

La observó con curiosidad. La tarjeta era de un color negro mate, elegante. En el centro, una especie de logo minimalista: un halcón estilizado con las alas extendidas, su silueta marcada con un brillo metálico. Debajo del logo, un número de teléfono. Nada más. Ni un nombre, ni una empresa, nada que pudiera identificar a su dueño.

​Tomó su teléfono y abrió una pestaña oculta, sacándole una foto a la tarjeta. La imagen se cargó en un segundo, y la búsqueda de imágenes que se pareciese a ese logo comenzó. El tiempo se sintió como un torbellino, un torrente de unos pocos minutos que a Xeno le parecieron horas.

El resultado de la búsqueda se cargó, y los ojos de Xeno se abrieron ligeramente.

​El halcón estilizado no era un simple logo. Era el emblema de una organización criminal llamada Apex. Xeno recordaba vagamente haberlo escuchado en las noticias. No es que fuera de su interés, pero era lo suficientemente grande y mediática como para que su nombre se le quedara en la mente. Era una organización con raíces en Estados Unidos, con un historial que iba desde el crimen organizado hasta la manipulación tecnológica.

La sangre de Xeno se congeló por un momento. ¿Por qué Stanley, que parecía tan calculador y astuto, estaría conectado a una organización así? La pregunta rondaba su cabeza, y la respuesta se sentía tan lejana como la luna.

Era una paradoja que no encajaba en su lógica de hierro. Además, si era un criminal, un miembro de una mafia, ¿por qué les había dicho a él y a Senku que tuvieran cuidado?

​Se recostó en el sofá, con la tarjeta todavía en su mano. Todo lo que había asumido sobre Stanley se desmoronaba. Era miembro de esa organización. Pero, ¿estaba en la conferencia por Thorne, o por algo más? Un sudor frío corrió por su espalda. La explosión no había sido el final. Era solo el comienzo de algo mucho más grande, y él, por el simple hecho de haber recogido una tarjeta, estaba metido de lleno en el asunto.

(...)

La gruesa puerta de metal se deslizó con un estridente ruido, revelando el corazón palpitante de la organización. Stanley recorrió el pasillo, con sus pasos resonando en el silencio opresivo del búnker. La organización no era un cuartel, sino un laberinto de acero y hormigón diseñado para contener secretos, y en ese momento, uno de ellos se había esfumado: Thorne.

​Se detuvo frente a una puerta acorazada con una pequeña ventanilla. A través de la ventana de cristal blindado, pudo ver a su compañero, Brody, con sus nudillos golpeando la mesa, mientras que un chico, con las manos esposadas, se acurrucaba en una silla de metal. El chico parecía tan perdido como un ciervo atrapado en los faros de un coche, una inocencia que a Stanley le olía a verdad.

​Abrió la puerta de golpe, y el estruendo resonó en la habitación.

—Brody—lo saludó—¿qué tal? ¿Ha cantado ya nuestro pajarito?

​El contrario simplemente se encogió de hombros, la frustración era evidente en su rostro.

—Nada. Solo balbucea cosas de que no tiene ni idea. O es muy buen actor, o dice la verdad y Thorne lo ha usado.

​El chico se estremeció y levantó la cabeza.

—No miento. Lo juro—dijo, su voz temblando.

​Stanley se acercó hacía el chico. Se inclinó y lo miró fijamente.

—Tranquilo. ¿Cómo te llamas?

​—Joel—murmuró.

​Stanley se quedó un momento en silencio, y luego, con una calma que contrastaba con el ambiente de la habitación, sacó un cigarro y lo encendió.

​—¡Stanley, no fumes dentro!—espetó Brody desde atrás.

​Obviamente lo ignoró. Dio una calada y exhaló una bocanada de humo que flotó entre él y Joel.

—Joel, ¿qué sabes de Thorne?

​Joel negó con la cabeza, sus ojos suplicando comprensión.

—Nada. Lo juro. Solo me reclutó para un proyecto. Dijo que era para el 'progreso de la humanidad'. Yo solo era el asistente. No sabía que el mecanismo iba a causar esa explosión. Pensé que era un accidente, que algo había salido mal.

​—Para tu desgracia, no fue un accidente—respondió Stanley—Tenía un plan. Él nunca hace las cosas al azar.

​—Pero... Revisé el mecanismo. Estaba perfecto la noche anterior.

—Pues ya ves. Lo manipularía, seguro. Tranquilo, te quedarás aquí unos días, hasta que nos aseguremos. Brody se encargará de que estés cómodo.

​Joel asintió y se dejó caer en la silla, agotado por la situación.

​Brody, mientras tanto, cruzó los brazos y miró a Stanley.

—¿Qué hacemos? Esto va para largo. No tenemos a mucha gente. La mayoría están en Italia.

​Stanley terminó su cigarro, la ceniza cayendo en el suelo. Pensó durante unos segundos cómo podrían resolver todo y acabar de una vez. Curiosamente, una persona se le vino a la mente.

—No te preocupes. Conozco a la persona perfecta para esto. Alguien capaz de ayudarnos a resolver la situación con Thorne.

​Brody lo miró, intrigado.

—¿Quién?

​Stanley esbozó una sonrisa astuta.

 

━━━ 🔬🖤🔫 ━━━

 

Xeno se despertó a la mañana siguiente sintiéndose extrañamente descansado. La frustración de la noche anterior, tras desvelarse dándole vueltas a la identidad de Stanley, parecía haberse disipado con el sueño profundo.

Se levantó y se dirigió a la ducha, dejando que el agua caliente relajara cualquier tensión restante. ​Después, se dirigió a su armario para sacar unos pantalones de vestir negros perfectamente planchados y una camisa de seda que realzaba su figura. Una vez vestido, ​cogió su bolso, verificando que todo estuviera en su lugar, y salió de su casa.

A Xeno le gustaba madrugar. Cuando salía, se encontraba las calles vacias y en completo silencio. Disfrutaba de la tranquilidad de esos momentos, un pequeño oasis antes de que el día se desatara.

Su destino era la cafetería que siempre frecuentaba. ​Al entrar, una campanita tintineó suavemente, anunciando su llegada. Se dirigió directamente a la barra.

​—Un café expresso doble, por favor.

​El barista asintió, ya familiarizado con su pedido. Mientras esperaba, Xeno echó un vistazo rápido al local. No había nadie más. Pensó que sería un comienzo de día perfecto.

Con su café en la mano, se encaminó hacia su mesa habitual, esa que estaba junto a la ventana y le ofrecía una vista discreta de la calle. ​Pero al acercarse, sus pasos se detuvieron abruptamente. En su mesa, con un café y una sonrisa que transmitía de todo menos coincidencia, estaba Stanley. Sentado tranquilamente, como si llevara un buen rato allí, esperándolo.

​Xeno le miró con sorpresa. "¿Qué hace aquí?"; fue lo que se preguntó. Él no esperaba volverlo a ver tan pronto, y menos después de lo ocurrido anoche.

La idea de que Stanley hubiera irrumpido en su rutina matutina, le pareció una intromisión descarada, además de hacerle saltar en su cabeza todas las alarmas.

​Stanley levantó la vista, y su sonrisa se hizo más amplia.

​—Buenos días, Xeno. Sabía que te encontraría aquí.

​Xeno tardó un segundo en procesar las palabras, sintiendo cómo la sorpresa se convertía en una frialdad calculada. Dejó su café sobre la mesa con un golpe seco, que resonó en el silencio de la cafetería.

​—Hola, Stanley. Qué inesperado. ¿A qué debo el placer de esta intrusión en mi rutina matutina?

​Stanley se encogió de hombros, la sonrisa inmutable.

​—¿Intrusión? Vaya palabra. Pensé que sería una buena oportunidad para que tuviéramos una charla más... íntima. Estoy seguro de qué tienes muchas dudas.

​Xeno se sentó lentamente en la silla frente a Stanley, su mirada perforante. El tono de voz de Stanley, tan casual, tan seguro, lo exasperaba.

​—¿Y qué te hace pensar que quiero tener una charla íntima contigo?

​—Ambos sabemos que la curiosidad te carcome.

​Stanley tomó un sorbo de su taza, pero su mirada se mantuvo fija en Xeno. Era una mirada intensa y desarmante.

El silencio entre ellos se hizo denso y pesado, cargado de una tensión que casi podía cortarse con un cuchillo. La cafetería, antes un refugio de calma, ahora se sentía como un campo de batalla invisible.