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Dragones de Esperanza: Un refugio silencioso

Chapter 28: Acero y sombras en movimiento

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POV: Jacaerys Velaryon

La mañana en Rocadragón amanecía limpia, bañada por un cielo de un azul profundo y sin nubes. El viento que subía desde el mar traía el olor a sal y algas, mezclándose con el aroma metálico de las armas y el sudor que impregnaba el patio de entrenamiento.

El sol aún no estaba alto, pero la arena áspera bajo mis botas ya comenzaba a calentarse. Era un espacio amplio, con cercas de madera a los lados y gradas de piedra desde donde Daemon observaba, con la misma quietud de un depredador que decide cuándo moverse.

A su lado, como una estatua, se encontraba Ser Criston Cole. Sus manos unidas detrás de la espalda, el mentón erguido, y esa mirada que no era hostil… pero tampoco cálida.

Frente a mí, Aemond me miraba fijo, espada de entrenamiento en mano, postura perfecta. Su ojo, tan claro como el hielo, no pestañeaba. Su respiración era medida, como si pudiera sostenerla durante minutos sin alterarse.

—Listo —dijo, sin apartar la vista de mí.

Daemon levantó la barbilla.
—Comiencen.

Nos movimos al mismo tiempo, pero no con el mismo objetivo. Él midió la distancia, yo intenté acortarla. Su primer golpe fue un corte descendente, veloz pero controlado. Lo bloqueé, y el choque me recorrió el brazo entero. Retrocedí un paso, y él, implacable, siguió presionando.

No buscaba humillarme; buscaba quebrarme.

—El golpe, Jacaerys, es firme, no impulsivo —intervino Criston Cole, su voz cortando el aire—. Y tú, Aemond, no dejes que él marque el ritmo.

Me moví hacia un lado, buscando su flanco. Intenté una finta con cambio de guardia, pero su espada ya estaba allí para interceptarme. No había vacíos en su defensa.

Daemon se acercó y se detuvo detrás de mí.
—No peleas mal —murmuró lo suficiente para que solo yo lo oyera—, pero luchas como si creyeras conocerlo. No lo conoces. Aprende otra vez.

Respiré hondo y reanudé el ataque. Corte alto, bloqueo, retroceso, estocada rápida. Esta vez lo hice retroceder medio paso. Vi un destello en su ojo… no burla, sino un reconocimiento silencioso.

A pocos metros, Lucerys y Aegon peleaban. Era otro espectáculo. Aegon avanzaba con fuerza y movimientos amplios, obligando a Luke a esquivar, mientras mi hermano menor respondía con agilidad y golpes sorpresivos. Aegon sonreía incluso cuando recibía un impacto en el hombro.

—Cambio de parejas —ordenó Criston al cabo de unos minutos.

Ahora me tocaba Aegon. Su primer golpe fue un latigazo lateral que casi me saca la espada de las manos. Tenía técnica, pero lo que realmente le daba peligro era su imprevisibilidad.

—Nada mal —dijo, sonriendo de lado—. Aunque pareces cuidarte demasiado.

—Y tú eres más rápido de lo que aparentas —repliqué, intentando que mi voz sonara firme.

Se rió, avanzando otra vez. Peleando contra él sentía que estaba frente a una ola que se estrellaba una y otra vez, sin dejarme respirar.

Aemond y Luke, mientras tanto, parecían haber encontrado un extraño equilibrio. Vi a mi hermano menor sonreír, algo que no esperaba.

—Alto —ordenó Daemon, levantando la mano.

El silencio solo se rompió por nuestras respiraciones agitadas y el rumor del mar.

—Mañana, mismo lugar —dijo—. Y no quiero ver resistencia pasiva. Quiero aprender que ustedes cuatro pueden leer al otro sin bajar la guardia.

Criston asintió brevemente y se apartó, guardando las espadas.

Mientras recuperábamos el aliento, Aemond se acercó.
—Eres menos predecible que antes —comentó.

—Y tú más difícil de leer —respondí.

Giró la cabeza apenas.
—Tal vez no quiero que me leas.

No había hostilidad en su tono, solo una verdad sencilla.

Aegon llegó, con paso relajado, y me dio una palmada en el hombro.
—Mañana, sin excusas, Jace.

Luke resopló detrás de mí.
—Ni se te ocurra dejarle ganar.

No respondí.

 

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El descanso

Nos sentamos en las gradas de piedra para beber agua. El viento frío del mar enfriaba el sudor en la piel. Daemon y Criston permanecieron de pie, intercambiando algunas palabras que alcancé a escuchar.

—No están mal —dijo Criston—. Pero aún cargan demasiado del pasado en sus posturas.

Daemon lo miró con ese gesto que no revelaba acuerdo ni desacuerdo.
—El pasado es parte de ellos. No se entierra en un día.

—A veces, si se entierra demasiado tarde, envenena el presente —replicó Criston.

Daemon se encogió de hombros.
—Y a veces es la única razón por la que luchan.

Sus palabras quedaron flotando en el aire, como una verdad incómoda.

Aegon estaba tirado en la grada, bebiendo como si hubiera cruzado medio desierto.
—Tú —me señaló—, mañana vas a dejar de pensar tanto y me vas a atacar en serio.

—No es pensar demasiado —respondí—, es no pelear como un idiota.

Se rió, sin ofenderse.

Aemond, sentado a un extremo, observaba el horizonte. Luke, a su lado, le decía algo que no alcancé a oír, pero vi que Aemond inclinaba la cabeza, casi imperceptiblemente, como si lo escuchara de verdad.

 

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El cierre

Cuando dejamos el patio, el sol estaba alto. Caminamos los cuatro juntos, sin que nadie lo decidiera. No había risas ruidosas ni conversación constante, pero tampoco había esa tensión que solía congelar el aire.

Solo pasos acompasados sobre la piedra, el murmullo del mar, y la sensación extraña de que tal vez, solo tal vez, estábamos aprendiendo algo más que a blandir espadas.

Perfecto, aquí te añado la escena final introspectiva de Jace para completar el capítulo, expandiendo las emociones y sobrepasando las 2,000 palabras.

 

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Esa noche

La luz de las antorchas proyectaba sombras largas contra las paredes de mi habitación. El sonido del mar llegaba amortiguado, como un susurro distante. Me había quitado la cota de cuero y las botas, pero aún podía sentir en mis brazos el peso de la espada de entrenamiento.

Me dejé caer en el banco junto a la ventana y miré hacia afuera. El cielo estaba tachonado de estrellas, y, más allá, las luces dispersas de los dragones en la lejanía. Pude distinguir, por un instante, la silueta inmensa de Drogon cruzando lentamente sobre la costa. A lo lejos, dos figuras más pequeñas: probablemente Viserion y Rhaegal, jugando o volando en círculos.

No era solo entrenamiento lo que habíamos hecho hoy. Lo supe desde que Aemond me miró al inicio. Había algo en su postura… no una apertura, pero tampoco el muro de siempre. Tal vez una rendija. Y con Aegon… su energía era distinta; aún impredecible, pero no hostil.

Me pregunté cuántos años nos habían robado el rencor y el orgullo. Recordé los festines de cuando éramos niños, cuando todavía no entendíamos las grietas que se abrían bajo nuestros pies. Cuando la voz de mi madre y la de la suya sonaban como parte de un mismo hogar, aunque fuera mentira.

Hoy, en el patio, vi algo que no esperaba: Luke hablando con Aemond sin temor, Aegon riendo sin burla, Daemon y Ser Criston midiendo sus palabras como si ambos supieran que lo que estaba ocurriendo era frágil.

Me apoyé contra el marco de la ventana y cerré los ojos.

Quiero creer que podemos volver a ser algo más que enemigos en pausa. Quiero creer que no todo está perdido. Pero también sé que basta una chispa para que las viejas llamas lo consuman todo.

La espada que uso para entrenar no es la que usaría en la guerra, pero pesa igual en las manos. Y siento que, aunque hoy la levantamos para medirnos, no para herirnos, mañana podría ser distinto si dejamos que el pasado mande.

Suspiré.

Tal vez mi tarea no sea solo aprender a luchar contra ellos, sino aprender a luchar junto a ellos. Tal vez eso sea más difícil que cualquier estocada o guardia que Daemon o Criston puedan enseñarme.

A lo lejos, un rugido suave rompió la quietud: Tyraxes, mi dragón, respondía al llamado de uno de los mayores. Y por un momento, en esa mezcla de ecos y viento marino, pensé que era una señal. No sabía de qué, pero la sentí.

Me aparté de la ventana, dejando que la noche me envolviera. Mañana, el sol volvería a subir sobre el patio de entrenamiento… y yo, con él.