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Ya era de noche en Tokio, la brisa fresca de otoño se sentía en el aire, y las hojas caían de los árboles.
Konoha y Komi caminaban a casa por un atajo que Komi sugirió para llegar más rápido a su casa, mientras hablaban sobre como les había ido en el día.
—Hombre —dijo Konoha moviendo su hombro— ¿por qué nadie ha quitado esa cosa de papel? —preguntó—. Te juro que me hace sentir incómodo.
—Vi a Akaashi quitarla y tirarla a la basura en la mañana
—Y ahí sigue.
—Tal vez alguien lo puso de nuevo.
—Lo que tú digas —Konoha rodó los ojos.
—Pero creo que-
Komi volteó hacia su izquierda y se detuvo de golpe. Konoha siguió caminando hasta que dejó de escuchar los pasos de su amigo. Se detuvo y volteó para saber si estaba bien.
—¿Komi?
—Mira —dijo Komi con una pequeña sonrisa.
Konoha se acercó y vio hacia donde veía Komi. Ahí, al otro lado de la tienda, había una tienda que estaba abierta todavía.
En las vitrinas de las ventanas se veían cajas que parecían ser mazos de cartas de tarot, libros cuyas portadas tenían símbolos extraños y palabras escritas en otro idioma.
—Vamos a ver que hay ahí —sugirió Komi.
—No.
—Ay, vamos. No es necesario que compremos algo, solo vamos a mirar.
—Me da malas vibras.
—A ti todo te da malas vibras.
Antes de que Konoha pudiera negarse, Komi lo tomó del brazo y lo llevó contra su voluntad a la tienda.
Al entrar, una campanita colgante anunció su llegada, sonando con un tintineo que no parecía alegre.
En su interior habían aún más cosas. Había amuletos en la vitrina donde debía estar el cajero, más libros extraños en una estantería, unas cajas pequeñas con detalles en dorado o plateado, cada una con un símbolo diferente en su tapa, sacos con polvos y hierbas raras, incluso habían unos muñecos de trapo que parecían hechos para vudú.
Komi se acercó a la estantería para ver los libros, mientras Konoha se quedaba cerca de la salida, preparado para huir si era necesario.
Olfateó un poco el aire e hizo una mueca antes de cubrir su nariz.
—¿Qué es ese olor? —murmuró Konoha.
—¿Qué olor?
—No sé, huele como raro aquí —olfateó nuevamente y volvió a cubrir su nariz—. Definitivamente no me gusta este olor.
Komi también olfateó, pero a diferencia de Konoha el no se inmutó; giró su cabeza hacia el mostrador, donde había un quemador de incienso encendido.
—Mira, solo es incienso.
—O una droga mezclada con incienso —dijo con un tono irritado—. Ya vámonos, me estoy sintiendo mareado.
—¿Sabías que el incienso aleja las malas energías?
—¿Eso qué tiene que ver?
—Te fastidia el olor y te estás sintiendo mareado.
—¿Insinuas que soy una mala energía?
—Tu lo dijiste.
En eso, una señora mayor salió de una habitación que estaba al fondo de la tienda, posicionandose detrás del mostrador y sonriendo. Pero su sonrisa no parecía alegre, sino forzada. Había algo raro en ella, pero ninguno de los dos podía descifrar qué era.
—Buenas noches, jóvenes —dijo la señora con amabilidad— ¿encontraron algo que les interese?
—Ah no, no, solo estamos mirando —Konoha se apresuró a aclarar—, ¿verdad, Komi?
Pero Komi no lo estaba escuchando, él estaba viendo las cajitas decoradas. Todas tenían decoraciones en relieve con patrones distintos y pequeños toques en dorado o plateado.
Mientras Komi admiraba las cajitas, notó que al fondo del estante había una cajita más. Guiado por su curiosidad, Komi estiró el brazo y tomó la cajita que tenía un poco de polvo.
Komi sintió un escalofrío al sacar la caja de su escondite; mientras Konoha, al otro lado de la tienda, se tensó.
—¿Qué hay en esta caja? —le preguntó Komi a la señora.
—Nada especial. Puedes quedartela si quieres, igual iba a tirarla —respondió la señora con una tranquilidad que incomodó a ambos chicos.
—Gracias —dijo Komi, tratando de sonar amable—. ¿cuánto le debo?
—Nada, jovencito. Es gratis —dijo volviendo a sonreír.
—¿Segura?. —Está vez preguntó Konoha.
—Si, si, llevensela. Es gratis —insistió ella.
Komi miró a Konoha, quien se notaba tenso todavía. Komi no lo había notado, pero en el fondo de la tienda había un espejo y, por un segundo, Konoha creyó que la señora no tenía reflejo. Komi le hizo una reverencia a la señora, murmurando un agradecimiento y fue hacia la puerta. Sin embargo, cuando le acercó la caja a Konoha para que la viera mejor, Konoha se tambaleó hacia adelante.
—¡Konoha!
Komi lo tomó del hombro, dejándolo apoyarse en él. Konoha respiraba un poco más lento y de manera más pesada, a parte de que sudaba un poco.
—Hey, ¿estás bien? —preguntó Komi preocupado.
Konoha levantó la mirada y notó que la mujer los estaba viendo. O mejor dicho, lo miraba a él, con una sonrisa que tenía un toque de malicia, y una mirada tan penetrante que Konoha podía sentir que ella veía su alma.
—Si. Estoy bien —respondió Konoha en voz baja—. Solo vámonos.
La campanita sonó nuevamente en el momento en que salieron.
Caminaron un par de calles, Konoha todavía apoyado en Komi, mientras esté miraba la caja decorada. El material de la caja se sentía frío en sus manos y si la acercaba, se podían escuchar susurros muy leves; aunque Komi pensó que estaba oyendo cosas.
—Hey, ¿te sientes mejor? —le preguntó Komi a Konoha.
—Un poco —respondió respirando un poco más tranquilo—. Te dije que ese incienso tenía alguna droga rara.
—Si fuera así, yo también estaría mareado, ¿no crees?
Konoha no respondió y se limitó a alejarse un poco de Komi, sintiendo que ya podía caminar por su cuenta. Aún se sentía un poco mareado, pero estaba más estable que cuando dejaron la tienda.
—Oye, Konoha, lo he estado pensando y...
—¿Y qué?
—Creo que es mejor si te quedas en mi casa esta noche.
—¿Por qué?
—No creo que sea seguro que vayas solo a tu casa en ese estado.
—Ya te dije que estoy bien.
—Insisto —le dio una palmadita en la espalda—. Mi casa está a un par de cuadras. Puedo prestarte ropa para que duermas más cómodo.
—¿Seguro que tu ropa me va a quedar?
Komi frunció el ceño e hizo un ligero puchero, mientras Konoha sonreía burlonamente.
El resto del camino fue en silencio, a excepción del ulular de los búhos y sus pies pisando las hojas secas. Pero más que tranquilidad, ese ambiente les provocaba escalofríos y una mala vibra.
Konoha volteaba de vez en cuando, como si sintiera que alguien los seguía, pero nunca había nadie cuando el se giraba. Komi lo llamó paranoico.
Cuando llegaron a la casa de Komi notaron que todas las luces estaban apagadas.
—¿Y tus padres? —preguntó Konoha, quitándose los zapatos.
—Creo que salieron, otra vez —respondió Komi, moviendo su mano por la pared para encontrar el interruptor.
—¿Otra vez?
—Si —respondió encendiendo la luz—. No es la primera vez que paso la noche solo en casa. Mamá por lo menos deja algo de comida para que la caliente.
—Espera, ¿esto ya ha pasado antes? —preguntó con un tono de sorpresa y preocupación.
—Si —dejó la casa en una mesita— ¿tienes hambre? Estoy seguro que mamá dejó suficiente comida para los dos.
—Oh... Bueno, ahora que lo mencionas, tengo un poco de hambre.
Ambos fueron a la cocina para calentar la cena.
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Después de cenar, tomar una ducha y cambiarse de ropa, ambos se fueron a dormir. Komi sacó un futón extra y lo dejó al lado de su cama para que Konoha pudiera dormir ahí.
Hablaron un poco más antes de quedarse dormidos. Komi fue el primero en caer rendido, roncando ligeramente. Konoha se mantuvo despierto un par de minutos más, sintiendo una extraña inquietud que no lo dejaba dormir.
En algún punto de la noche el también cayó dormido.
En su sueño, Konoha estaba de nuevo en esa tienda, pero solo estaban el y la señora.
Los muñecos de trapo parecían mirarlo, habían susurro inentendibles y el olor del incienso era tan fuerte y abrumador que Konoha sentía que no podía respirar.
Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Lo intentó una y otra vez, cada vez con más desesperación; mientras a sus espaldas la mujer se iba acercando y deformando, pasando de una anciana a una criatura humanoide, con rasgos borrosos, siendo únicamente una sonrisa siniestra lo único que era claramente visible.
Konoha sintió unos dedos fríos tocar su nuca y un escalofrío le recorrió la columna. La entidad le susurró algo, pero su voz era distorsionada, haciendo que sus palabras fueran inentendibles.
Konoha abrió los ojos y estaba de nuevo en la habitación de Komi, sudando y con la respiración agitada. Se sentó de golpe y miró a su alrededor, como si aún no terminara de procesar que todo fue un sueño.
Pero había algo en el ambiente. Otra vez estaba ahí ese olor a incienso, mucho más suave esta vez, pero presente.
Konoha se puso de pie y volteó a ver la cama de Komi. El chico seguía dormido, en posición de estrella y roncando más fuerte que antes.
—Por supuesto que él sigue dormido —susurró Konoha.
Notó que la puerta de la habitación estaba abierta, por lo que salió y se dirigió a la sala. Ahí, justo donde Komi la había dejado, estaba la caja extraña, pero había algo diferente. La tapa de la caja estaba un poco movida, haciendo que estuviera entreabierta, y entre más se acercaba Konoha, más fuerte era el olor a incienso y podía escuchar susurros.
Konoha no lo pensó dos veces y cerró la caja. Los susurros se detuvieron y el olor empezó a ser más suave hasta desaparecer.
Konoha pensó seriamente en tirar la caja, pero no era suya, era de Komi. Así que se aseguró de cerrarla bien y volver a la habitación a dormir.
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A la mañana siguiente, mientras ambos iban a la escuela, hablando de temas triviales hasta que Komi le hizo una pregunta a Konoha.
—Konoha, ¿escondiste la caja que me regalaron anoche? —preguntó con seriedad.
—No, ¿por qué?
—Porque no la vi esta mañana y pensé que tal vez la habías escondido porque no te gustaba.
—No. Yo pensé que tú la habías guardado en algún cajón o algo así.
Komi pensó en discutir pero se detuvo y tomó del brazo a Konoha, señalando un lugar. Konoha volteó y abrió los ojos de par en par, sorprendido.
Estaban en la misma calle por la que habían pasado la noche anterior. Era la misma calle donde vieron la tienda. Pero la tienda no estaba ahí, y en su lugar, había un lote vacío con hierbas altas.
Los dos se miraron asustados, entendiendo mutuamente lo que el otro pensaba.
Sin dudarlo, los dos corrieron el resto del camino a la escuela.
Nadie les creería su historia.