Chapter Text
—Por aquí —indicó la reina—, deben comer y descansar. Y sobre todo darse un baño.
Caminaron por el largo pero repentinamente estrecho pasillo.
—¿Se achicó el castillo? —consultó Bow tras chocar su hombro con otra persona que pasaba.
—Improbable, mi estimado Bow —descartó Entrapta usando su cabello para enfatizar sus palabras—, mi hipótesis es que creció el porcentaje de personas que lo habitaba, generando la sensación de que es más pequeño.
Ahora que Entrapta lo decía, era imposible para Bow no ver la cantidad de gente. Era por eso que el aplauso se había escuchado tan fuerte: todos los pueblos de los Bosques Susurrantes estaban apretujados allí.
A Bow le sorprendía que todos lucieran bien, con sonrisas cansadas de la espera, pero limpios y alimentados. El derruido ejército parecía una multitud haraposa en comparación con los civiles.
La reina se frenó un momento para indicarle algo a las guardias que se habían apostado junto a las puertas. Los ojos de Bow se dirigieron al terreno fuera de la puerta, donde un pedacito de bosque se dejaba entrever: quizás la última porción segura del bosque.
Tras terminar la conversación con las guardias, la reina se volvió hacia la princesa de Luna Brillante, que había estado anormalmente callada durante el trayecto, quizás tan impresionada como Bow por los cambios en el castillo. De pronto, la reina devino en madre y la princesa en hija, porque la tomó por los hombros y la llenó de preguntas del tipo: "¿te lastimaron? ¿qué tienes ahí? Déjame ver". Glimmer respondía con evasivas: "Sí mamá, estaba luchando. Nada, no tengo nada. ¡No tengo nada!".
Bow se volvió para compartir una mirada cómplice con Entrapta, pero la ingeniera se había esfumado. Tampoco estaban Spinerella, Netossa o Perfuma. Estarían en la enfermería al cuidado de Madame Vyria. El recuerdo de las heridas de sus amigas y aliadas hizo respirar hondo a Bow, con aire triste. Se dijo que tendría que pasar a visitarlas.
En ese momento alguien le agarró el brazo con fuerza.
—¿Ha visto a mi pequeña? —preguntó un hombre en tono ansioso.
Vestía las togas rosas alegres de Taymor. Sus ropas contrastaban con su expresión angustiada. Un mal presentimiento se apoderó del chico.
—¿Su pequeña?
—¡Mi hija! —insistió el hombre, manteniendo el agarre.
Bow tragó saliva y se giró hacia el hombre, para mirarlo de frente.
—¿Puede decirme cómo se veía?
Detrás del hombre surgió un pequeño niño que miraba a Bow con atención.
—Mis hijos son todo lo que tengo. Si le pasó algo juro que...
Pero el hombre no llegó a decir nada más, porque se largo a llorar en el hombro del arquero. Él no se retiró, lo abrazó, algo sorprendido, y observó alrededor. La gente cercana lo miraba con pena. Los ojos curiosos del niño, que vestía igual al hombre, empezaron a humedecerse.
Bow entendió lo que estaba pasando, y toda la alegría que le había generado el recibimiento se esfumó. Glimmer y la reina habían pasado de largo, sin enterarse de la situación, por lo que Bow se quedó solo palmeando la espalda del señor.
No supo qué decirle, no quería mentirle. ¿Qué le diría? "Si lo hace sentir mejor, su hija fue la guerrera más valiente con la que contó la rebelión". El hombre lo miraría a los ojos y sabría que estaba mintiendo. Bow no había conocido a la hija del taymorino. Y además, para él, la guerrera más valiente de la rebelión estaba luchando en el bando hordiano.
Fue tanta la tristeza que le generó ese pensamiento, que se largó a llorar él también, reavivando las lágrimas del hombre. El niño quiso entrar al abrazo y el señor le dio lugar. Los restos de la comitiva guardaban silencio mientras salían del pasillo. La escena era triste y no era la única en el corredor. Varias familias más se abrazaban, desconsoladas.
Minutos después el hombre se separó del abrazo.
—Juro por mi vida que la vengaré —prometió el señor con los dientes apretados, quizás para que su hijo no escuchase.
Bow pensó en decirle que no, que la venganza era riesgosa, pero la amargura del taymorino era tanta que prefirió callar. Acarició torpemente el cabello del niño y se despidió del hombre con un gesto con la cabeza. Apenas doblaba en el corredor cuando escuchó el eco de los llantos otra vez.
Compungido, avanzó por los pasillos, sin saber muy bien a dónde se dirigía. Seguía sucio y con los pies doloridos de tanta caminata. Fueron los pasillos atestados de gente del castillo, los que lo llevaron a la habitación que quería.
—¿Herido o visita? —preguntó la hechicera de Mystacor que custodiaba afuera.
Bow la miró extrañado.
—Visita —contestó, por responder alguna cosa.
¿Tan mal se veía que le preguntaban si era un herido?
La hechicera lo frunció el ceño pero lo dejó pasar. La sala era una habitación de las guardias refaccionada para adaptarse a la modalidad de enfermería. Era la primera vez que él veía una habitación de la guardia real por dentro, sólo las había curioseado desde rendijas y puertas entornadas.
Poco quedaba de la sobria ornamentación. Las camas redondeadas se extendían por todo el espacio, también había algunos colchones en el suelo. Los hechiceros de Mystacor iban de aquí para allá llevando pociones, hojas y líquidos que Bow no reconoció, haciendo hechizos e informando de la situación de cada paciente a los visitantes.
Los rebeldes en cama eran suficientes como para atacar de frente a un escuadrón hordiano y salir ganando. Había gente de Thaymor con las piernas fracturadas, gente de Plumeria que había perdido mucha sangre y demás pueblerinos con cuerpos fatigados de tanta lucha. Netossa, Spinerella y Perfuma no se veían por ninguna parte.
Lo que más le llamó la atención a Bow, fueron las "guardianas" de Luna Brillante, tal como las llamaba de pequeño. Estaban pegadas una al lado de la otra, descansando en una posición recta y respirando suavemente. No se diferenciaban mucho de lo que eran cuando estaban de servicio, pero ver que la guardia de élite de Luna Brillante no había zafado de las heridas hizo que Bow se mareara.
—Señorito Bow, ¿qué hace aquí? —interrogó Madame Vyria.
Bow la miró, saliendo un poco de su mareo. ¿De dónde habría salido? Vestía la típica toga violeta de Mystacor que le ocultaba la cara.
—Hola, Madame Vyria. Cuántas heridas.
La curandera asintió gravemente.
—Y llegarán más conforme la guerra continúe. —Hizo una pausa y luego agregó—: nunca atendí tantos heridos en mi vida. Esto será pésimo para mi columna.
Era cierto, estaba más encorvada que la última vez.
—Como sea, supongo que busca al chico Artemis.
Bow recordó que para eso venía y asintió, pero Madame Vyria sonrió desde la sombra de la capucha sabiendo que lo había tomado desprevenido.
—Biombo del fondo, junto a la princesa de Plumeria, pronto iré para darle más detalles.
Él asintió otra vez y caminó, con los puños apretados, hacia el biombo del que hablaba la hechicera. Antes de pasar a ver la espalda destrozada de su amigo, tuvo que tomar aire. Hizo un paso, luego otro y se sumergió en el microclima que se generaba por las paredes de lianas, ramas y piedras que conformaban el biombo. Allí, en el medio de una cómoda cama redonda de mantas magentas, estaba Artemis.
Seguía de espaldas, con las vendas apretadísimas. Justo encima de él, un símbolo violeta flotaba, Bow no supo qué era, le preguntaría a Madame Vyria después.
Se acercó al chico y le puso una mano en el brazo. Artemis tenía fiebre. El cabello se le desparramaba incoherente por toda la cara, hacía rato que no se lo cortaba siguiendo su curioso peinado en forma de torre. Además, estaba pálido, muy pálido, y flaco.
—Hola, Artemis.
El chico, como era de esperarse, no respondió.
—Soy Bow.
El silencio persistió, pero Bow sentía que tenía que decir algo.
—Solías llamarme "señor" —se sorbió los mocos, sin darse cuenta de que estaba a punto de llorar—. A mí no me gustaba. ¿Sabes por qué no me gustaba?
Artemis no respondió, ni siquiera dio señales de haberlo escuchado, pero Bow continuó después de su propia pausa.
—Porque sentía, siento, que crees que eres inferior a mí y no lo eres. Pocos pueden decir que son más valientes que tú —dijo con una sonrisa de ojos húmedos.
Probó acariciarle el brazo, pero algo muy lejano, como un susurro, le dijo que no lo hiciera. Como Madame Vyria no venía, Bow aprovechó para seguir hablando. Le contó a Artemis de la derrota en Plumeria, de que su estrategia habría funcionado de no ser por She-Ra, de cómo se habían retirado dejando el Gran Árbol en llamas y de lo terrible que había sido ver a Perfuma matar a sangre fría a un jefe hordiano. Le contó de la retirada en la que Lussa y Enheduana se hicieron cargo de él. Le relató el estúpido miedo de las tropas rebeldes a que no las dejaran entrar al castillo. Le habló sobre la constante falla en los poderes de Glimmer y del dolor creciente de su hombro. Al final, Bow lloraba con lágrimas silenciosas.
—Artemis.
Esperó una respuesta que no llegó.
—No podemos perderte.
La voz se le quebró y él trató de que el llanto no se escuchara, apretando los dientes.
—Ya perdí a She-Ra. Perfuma no debe poder salir de la cama y Glimmer estuvo a punto de morir como cincuenta veces —Bow sonrió ante eso último, pero sus ojos siguieron mojando su cara—, no podemos perderte a ti también. ¿Me oyes? No podemos.
No supo cuánto tiempo estuvo allí, pero cuando se giró ya tenía los ojos secos. Madame Vyria lo observaba. Bow no sabía si ella lo habría escuchado e intentó limpiarse las lágrimas resecas de los ojos.
—Le hace bien que le hablen —comentó la curandera, simplemente.
Bow sonrió con cansancio.
—¿Ha perdido más sangre?
Madame Vyria caminó unos pasos para ponerse al lado de Bow.
—Ha perdido toda la sangre que puede perder sin fallecer. El hechizo que flota en su pecho retarda la pérdida, se lo renovamos cada dos horas, pero si sigue a este ritmo habrá que hacer transfusión y eso sería peligroso.
—Yo puedo ofrecerme —Bow reparó en lo último y frunció el ceño—. ¿Por qué sería peligroso?
—Porque para que la sangre nueva entre deberíamos quitar temporalmente el hechizo de retardamiento y entonces la sangre de la espalda saldría a borbotones. —Madame Vyria apretó los labios—. Mancharíamos todas las sábanas.
A Bow se le cayó una roca en el estomago, Madame Vyria podía ser desatenta con sus palabras cuando quería. Una última pregunta acudió a la garganta de Bow.
—¿Estará bien?
Madame Vyria mostró los dientes, que estaban muy apretados.
—El pronóstico sigue siendo reservado, señorito.
Bow asintió con tristeza. Le susurró unas últimas palabras a Artemis, que sólo ellos escucharon y luego se puso de pie.
—¿Dónde está Perfuma?
La hechicera señaló con un dedo arrugado de tantos hechizos conjurados. Perfuma estaba justo detrás de la cama de Artemis, a la izquierda del biombo de hojas.
Antes de salir, Bow dejó su flecha favorita, la flecha sónica, enganchada entre las hojas que custodiaban a Artemis.
Perfuma dormía, no estaba tan mal como el ex-sirviente de Dryl, pero tenía más curanderos dando vueltas a su alrededor. Bow prefirió no acercarse. Seneschal, el lugarteniente de la princesa, observaba todo el procedimiento con dos ancianas de Plumeria flanqueándolo. La preocupación se le notaba en los brazos cruzados. Su nariz estaba limpia, aunque algo torcida. Bow seguía sin saber quién lo había golpeado con tanta furia. Se le hizo un amargo nudo en la garganta, un nudo de impotencia.
El arquero tuvo que carraspear para hablar.
—Peleó como si ella fuera un ejército aparte, por eso recibió tanto daño —le explicó a Madame Vyria.
Se quedaron mirando un momento el trabajo de las hechiceras. Ellas convocaron un hechizo para limpiarle una por una las heridas y trajeron una poción.
—Y la necesitaremos recuperada si queremos ganar —adivinó Madame Vyria.
Bow asintió amargamente.
—Y yo dejé que la lastimaran —se lamentó.
Madame Vyria negó con la cabeza y chasqueó la lengua, disgustada. Se alejó de Bow un momento para decirle algo a cada hechicero que hacía guardia esa noche. Después volvió junto a él.
—¿Quiere saber un secreto, señorito?
Él fijó su mirada en la curandera principal de Mystacor. La anciana se quitó la capucha y descubrió su rostro. Era la primera vez que Bow lo veía. Madame Vyria mantenía la belleza de la juventud con naturalidad, pero lo que más llamaba la atención eran sus...
—... mis ojos —pidió ella, como leyendole la mente— descríbalos.
Eran grises, completamente grises. No sólo el halo, que Glimmer tenía lleno de intrigantes brillos, sino todo el ojo. Eran dos perlas grises.
—Son muy... lindos —tartamudeó Bow.
Madame Vyria chasqueó la lengua otra vez.
—Si le piden que mienta, señorito, no pida mucha recompensa, es un terrible mentiroso.
—¡Lo decía en serio! —replicó escandalizado.
—¡Bah! —rechazó ella con un gesto, tenía las cejas fruncidas—. Mis ojos están ciegos desde hace tiempo. Fueron... fueron ellos los que me los quitaron. Curo a la gente porque no quiero que Etheria sea un planeta hostil para los ojos de nadie más. No veo nada, pero puedo guiarme como si lo hiciera. No lo vi llorando, señorito, pero puedo asegurarle que lo sentí. ¿Y sabe qué otra cosa sé? ¿Sabe qué otra cosa sé, señorito? Sé que usted no le haría daño ni a una rama si la rama le promete que le cubrirá las espaldas. Así que deje de culparse por lo que le pasó a la princesa o al muchacho. Esto es la guerra —se señaló los ojos—, habrá heridos, pero no por eso nos rendiremos. ¿O me va a decir que usted no ignora el dolor de su hombro para que nadie se preocupe y todos puedan seguir luchando?
Bow se había quedado helado desde el principio del discurso de Vyria. La hechicera era ciega, lo estaba retando y encima sabía del dolor en su hombro. Varios ojos se habían entornado para entender la situación. Nadie intentó callar a la curandera de Mystacor, pues si ella gritaba en un lugar repleto de heridos, por algo lo hacía.
—Ahora vaya y límpiese en el lago, como todos hicieron mientras peleábamos. Seré ciega pero todavía huelo. Luego coma y descanse.
La anciana pasó junto a él y se volvió a poner la capucha, dejando sus ojos grises en la penumbra.
—Y mañana venga, señorito. Intentaremos salvar a este chico.